El hospital como campo de batalla Agresiones, sobrecarga y salud

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Marzo 2013 / Volumen II - Numero 1 / ISSN 1853-6727
El hospital como
campo de batalla
Agresiones, sobrecarga
y salud profesional
Arpon Files 2013
Editoriales
Dr. Daniel Flichtentrei
Director de contenidos médicos de IntraMed
Buenos Aires - Argentina
Emergencia y de los consultorios y decir una vez más:
-“Que pase el que sigue”.
Las relaciones entre médicos y pacientes se han
transformado hasta hacerse irreconocibles para
quien todavía conserve la imagen de un pasado no
tan lejano. Los médicos enfrentamos a diario demandas de la gente que no encuentran satisfacción. Este
conflicto entre lo que nosotros sabemos buscar y lo
que los pacientes pretenden encontrar se expresa en
la frustración que unos y otros experimentamos.
Disueltas otras instancias sociales donde las personas encontraban el apoyo, el consuelo y hasta la reparación del daño emocional, la medicina ha quedado
como uno de los pocos espacios que todavía ilumina
un territorio de vacío cultural. El consultorio médico no
es sólo el lugar al que acuden los enfermos. Es también el espacio al que se aferran los desesperados,
los insatisfechos, los despojados, los sobrevivientes
del naufragio de los vínculos solidarios. Gran parte de
las consultas son la puesta en escena de alguien que
busca donde no está aquello que ha perdido en otro
lugar. Las fantasías acerca de lo que se puede esperar
de la intervención médica alientan un imaginario de
anhelos irreales donde el dolor o la muerte no tienen
lugar. Nadie nos preparó para eso.
El hospital como
campo de batalla
No se puede cuidar de la salud de las personas en ambientes hostiles e insolidarios. La tarea requiere de un
escenario que la facilite y no de un campo de batalla
que la haga imposible. Ocuparse del dolor de otros en
condiciones de riesgo personal para la integridad física y psicológica es un esfuerzo condenado al fracaso
y una condición laboral inaceptable. Las virtudes y las
miserias de una sociedad atraviesan todas las puertas. Los hospitales están repletos de seres anónimos
que se proponen todos los días hacer lo que saben
por vocación o empecinamiento. Pero, ¿cómo seguir
haciéndolo cuando el contexto les produce temor y
desaliento?.
En este número de IntraMed Journal publicamos un
trabajo que evalúa el impacto que las condiciones de
trabajo generan en los profesionales de la salud. Vale
la pena detenerse a analizar sus conclusiones acerca
de lo que ocurre en un centro hospitalario de la CABA.
No debería ser necesario reclamar que se cuide a
quienes nos cuidan. Parece absurdo, pero resulta urgente hacerlo cuando las circunstancias los convierten en víctimas de la violencia, del abandono y de la
desprotección. Alguien debería hacerse responsable
de inmediato de garantizar su seguridad. Hoy, esos
hombres y mujeres dispuestos al encuentro con un
semejante que sufre saben que en cualquier momento se encontrarán con una pistola apuntando a sus
cabezas. Y eso es intolerable.
Entrevistas acortadas hasta su mínima expresión, insatisfacción laboral, burocratización del trabajo del
médico, pérdida de la autonomía profesional, remuneraciones indignas, acoso judicial, barreras a la capacitación, carencia de recursos, falta de formación en
habilidades comunicativas; son algunos de los ingredientes fatales de una receta que envenena el contacto intersubjetivo entre personas.
La velocidad, la líquida fluidez de los vínculos, la sustitución de la mirada humanizada por el tecno-ojo protésico, la degradación de la palabra como instrumento
de conocimiento no podían producir otros resultados.
Estos rasgos afectan por igual a médicos y a pacientes
victimizando solidariamente a ambos.
Pese a todo, cada mañana miles de trabajadores sanitarios se ponen el guardapolvo y hacen lo que pueden.
No buscan el éxito ni la fama. Nunca se harán ricos.
Estudian durante todas sus vidas. Hay algo que los
mueve a no bajar los brazos. Un sentimiento profundo
y sagrado los hace abrir las puertas de las salas de
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Hoy también son muchos pacientes -ahora im/pacientes- los que reclaman resultados rápidos, sin esfuerzos personales, sin interrupciones al vértigo de sus
propias vidas. Las personas no toleramos la demora
ni la frustración. En especial la más dramática de todas, la muerte.
Es verdad que la actitud paternalista del médico no
facilita la transformación de un enfermo en un sujeto
activo, comprometido con su tratamiento y autocuidado. Pero no es menos cierto que muchos enfermos
demandan soluciones que los eximan de ese compromiso. El lugar del trabajo personal, del esfuerzo transformador sobré sí mismo para el logro de metas, se
diluye en una serie de reclamos de respuestas inmediatas que los releven de ese sacrificio.
Una nueva clase de pacientes llega a los consultorios
porque una nueva clase de individuos forma nuestras
sociedades. Seres crispados que no admiten demoras
entre el deseo y su satisfacción. Individuos con miopía
al futuro, adictos a un presente imperativo que demanda resultados urgentes.
La agresión es consecuencia de la desaparición del
lenguaje. Cuando mueren las palabras hablan los
manotazos, las trompadas y los tiros. La anomia y las
conductas primitivas no son enfermedades que pueda
tratar un médico. Son el producto de la desigualdad
y de la falta de educación. Hospitales rigurosamente vigilados, visitas custodiadas, botones antipánico,
cámaras, policías y gendarmes. Es posible que por el
momento no haya otra solución. Los trabajadores de
la salud nos sentimos extranjeros en un ambiente carcelario. Lo necesitamos pero no lo queremos. Es una
estrategia de supervivencia, no el escenario en el que
soñamos trabajar.
No podremos encontrar remedio a los desvíos de
nuestra conducta sin actuar sobre las causas que los
originan. La hora de las explicaciones ingenuas y de
las recetas culpabilizadoras ha llegado a su fin.
Los médicos tenemos mucho por hacer, mucho por
aprender. Pero es necesario aclarar que los valores
que rigen a la sociedad no los hemos impuesto nosotros y que resulta excesivo asignarnos la tarea de
modificarlos o responsabilizarnos por el fracaso en el
control de sus dramáticas consecuencias. En especial
cuando ello pone en riesgo a nuestras propias vidas.
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