Lo imposible más allá de la soberana crueldad

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Lo imposible más allá de la soberana crueldad
Freud cree en la existencia indesarraigable de pulsiones de odio y de destrucción. Recurriendo
numerosas veces a la palabra crueldad, pulsión de agresión, odio y pulsión de muerte,
denuncia una ilusión: la de una erradicación de las pulsiones de crueldad y de las pulsiones de
poder y soberanía. Lo que hace falta cultivar (pues hace falta que un “hace falta” se anuncie, y
por lo tanto, el lazo de una obligación ética, jurídica, política) es una transacción diferencial,
una economía de la vuelta y de la diferancia, la estrategia de la marcha indirecta: una vía
indirecta, siempre indirecta, de combatir la pulsión de crueldad. La palabra indirecta se articula
como la bisagra de ese progresismo sin ilusión. No se puede abolir la agresividad, pero sí se
puede desviarla y diferirla. Aunque la pulsión de crueldad no conoce fin, tiene un contrario que
es la fuerza antagonista de Eros, el amor y el amor a la vida. La estrategia indirecta del
antagonismo entre Tánatos y Eros opera de dos maneras, cultivando dos tipos de lazos
emocionales. Primero, los que nos unen al amado, al objeto de amor, incluso sin un fin sexual.
El segundo tipo de ligadura limita el desencadenamiento, la desunión… El ideal sería una
comunidad cuya libertad consistiera en someter la vida pulsional a una “dictadura de la razón”.
Esta mentalidad estaría en un estrato superior de hombres capaces de resistir la intimidación y
deseosos de verdad para que dirijan a las masas dependientes. La filosofía freudiana de la
cultura supone, pues, un progreso que es posible gracias a un desplazamiento indirecto de las
fuerzas pulsionales.
El concepto de indirección implica un salto en lo ético (por lo tanto, también en lo jurídico y en
lo político) que ningún saber psicoanalítico en tanto tal sabría propulsar o autorizar. Este saber
psicoanalítico no tiene ningún medio o derecho para condenar la pulsión de crueldad o de
soberanía. Está en la neutralidad de lo indecidible. Para pasar a la decisión, hace falta un salto.
El psicoanálisis llama a la ética, al derecho y a la política a tomarlo en cuenta.
Freud admite que no tiene sentido querer liberarse de las pulsiones destructivas, pero arraiga
en la vida toda la racionalidad ético-política en nombre de la cual propone someter o restringir
las fuerzas pulsionales. “Nosotros” -dice Freud- “somos pacifistas por razones orgánicas”.
Se trata de señalar un deber posible. Más allá de todo saber teórico, y también de todo poder.
Lo que voy a nombrar desafía la economía de lo posible y del poder, del “yo puedo”. Llamo
aquí a un más allá de la economía, por lo tanto de lo apropiable y de lo posible. Ya la misma
pulsión de muerte tiene una apariencia an-económica. En efecto, ¿qué más an-económico que
la destrucción y la crueldad?
Es necesario que haya alguna referencia a lo incondicional, un incondicional sin soberanía y
por lo tanto sin crueldad, cosa sin duda muy difícil de pensar… Se refiere a una vida que es
distinta a la vida de la economía de lo posible, una vida in-posible, que valga ser vivida, sin
coartada, de una vez por todas, la única a partir de la cual el pensamiento de la vida es posible.
Esta afirmación originaria del más allá del más allá se da a partir de numerosas figuras del
incondicional imposible: la hospitalidad, el don, el perdón, y en primer lugar, la imprevisibilidad,
el tal vez, el “y si” del acontecimiento. Su imposibilidad se anuncia siempre como la experiencia
de un in-posible no negativo.
Posibilitar lo imposible requiere de una revolución de la razón psicoanalítica a tres niveles.
Primero, el orden de lo que es, el saber teórico y descriptivo, de la descripción neutral.
Segundo, el nivel performativo que recubre la posibilidad del “yo puedo” o la obligación del “yo
debo”. Y, tercero, el orden de la promesa, de la fe jurada, la responsabilidad ética, jurídica,
política.
Los dos primeros órdenes son órdenes del poder y lo posible. Pertenecen a la economía de lo
reapropiable. Pero un acontecimiento, su alteridad imprevisible, excede todo poder y todo
deber. Es una irrupción que derrota, tal vez más allá de toda crueldad, el nivel constativo y
performativo.
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