Reflexión en torno a la crueldad

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Reflexión en torno a la crueldad
Cecilia Rodríguez Plasencia♣
Durante una conferencia pronunciada en la Sorbona a mediados de julio de 2000,
El filósofo Jaques Derrida, afirmó que el psicoanálisis es el único discurso que
podría reivindicar hoy el tema de la crueldad, mediante una reflexión que no la
despoje de sentido. Es imperativo el encuentro de la crueldad frente a la ética, la
teología, la política, el derecho y otros discursos; sin embargo, el psicoanálisis es
el único que puede enfrentarse a la crueldad desde una postura neutra, “sin
coartada”, en la búsqueda de explicaciones a una característica irreductible de la
condición humana.1
En los últimos años, a través de los medios de comunicación, todos hemos
sido testigos de primera mano de la crueldad y el sufrimiento inherentes a
situaciones de guerra. No solamente hemos atestiguado la violencia que ha
llevado a la muerte a millares de personas, sino que recientemente hemos podido
ver directamente el horror de la crueldad manifiesta en la tortura, mediante
imágenes que mostraron la denigración, maltrato, humillación y mutilación de la
que han sido objeto muchos prisioneros en Irak. Los medios de comunicación
actuales nos han puesto delante de imágenes que hace algunos años, la mayoría
♣
Miembro adherente de la Asociación Psicoanalítica Mexicana
Miembro del Grupo Guadalajara de Psicoterapia Psicoanalítica
de la gente solo podía imaginar. Estas imágenes han sido denuncia de hechos
que con seguridad se han repetido una y mil veces en otros lugares y en otros
contextos, cubiertos por el velo del silencio. Por otra parte, además de las terribles
escenas están, como siempre, los relatos de historias de matanza, saqueo,
destrucción y exterminio, perpetradas una y otra vez bajo distintas banderas,
distintos credos y distintas ideologías que pretenden justificarlas, o bien,
simplemente como expresión de la barbarie, que parece ser parte de la condición
humana.
Dar respuesta al porqué de la crueldad, es algo que rebasa los límites de
este trabajo, sin embargo es inevitable un cuestionamiento acerca de aquello que
toca la parte más obscura de la naturaleza humana. La primera pregunta es la
misma que hizo Einstein a Freud en 1932.2 ¿Por qué la guerra? De ahí siguen
otras preguntas a partir de ciertas manifestaciones de crueldad, que si bien
encontramos en distintos contextos, en está reflexión quisiera plantearlos desde el
escenario de la guerra, teniendo en mente la de Estados Unidos contra Irak. Esta
reflexión abarca entonces la guerra, la crueldad erotizada del sadismo y
la
crueldad ligada a la dehumanización.
Cuando Einstein cuestionó a Freud sobre las razones de la guerra, la
respuesta de éste al científico incluía una breve descripción de su teoría sobre los
instintos de vida, Eros y los de destrucción, Tánatos o instintos de muerte. La
teoría de la pulsión de muerte había venido a dar un giro vertiginoso a los
1
Jaques Derrida, Estados de ánimo del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 2001.
2
Sigmund Freud “El porqué de la guerra” en Obras Completas,Biblioteca Nueva, Madrid,1981
postulados sostenidos por Freud hasta antes de 1920, fecha en que publicó el
célebre ensayo “Más allá del principio del placer". Se trató de un giro que afectó
primeramente al discurso psicoanalítico y luego a la interpretación de todos los
signos constitutivos de la semántica del deseo, hasta llegar a la noción de cultura.
La concepción de la teoría de la pulsión de muerte, respondió a la necesidad
de dar una respuesta a diversos problemas clínicos que evidenciaban el hecho de
que el paciente en ocasiones parece aferrarse a su enfermedad y evitar la
curación, como si prefiriera continuar un estado de guerra interna. Pero, además
de la experiencia clínica, indudablemente la reflexión de Freud estuvo influida por
los padecimientos de la Primera Guerra Mundial. Ciertamente hay una diferencia
abismal entre el masoquismo de la reacción terapéutica negativa de un individuo y
la destrucción que amenaza con la desaparición de la especie humana, pero en
ambos casos, la búsqueda de explicaciones ha llevado a planteamientos tanto
interesantes como necesarios.
La teoría de la pulsión de muerte ha sido muy debatida y ha encontrado
muchos detractores entre los psicoanalistas. En pocas palabras, lo que Freud
planteó fué que los instintos humanos son de dos categorías: los que tienden a
unir y conservar, llamados Eros, o sexuales, y los que tienden a la muerte, es
decir, a la reducción completa de las tensiones, cuyo extremo sería devolver al
ser vivo al estado inorgánico. De este modo se reconoce que el fín de toda vida es
la muerte y es la intrincación con las pulsiones de vida, Eros, lo que hace que esta
muerte se retarde mediante el rodeo que implica la lucha del vivir. Así, Eros y
Tánatos están mezclados desde el inicio, y sus diversas manifestaciones se
determinan por el grado de intrincación o desintrincación en que se encuentren.
El origen de la destructividad es ante todo interno, porque la agresividad no
representa sino una fracción proyectada hacia fuera, desviándose de la propia
persona en virtud de la catexis de ésta por la libido narcisista. La pulsión de
destrucción correspondería a la vuelta al exterior de la pulsión de muerte. Freud
utilizó el término “pulsión agresiva” para definir esta vuelta al exterior, cuyo fín
sería la destrucción del objeto. Generalmente la destrucción se asocia a una
pasión opuesta al amor: el odio. Frecuentemente los dos lados de una misma
moneda. En la crueldad de la guerra, lo que impera es la manifestación de la
pulsión de muerte mediante la destrucción y la violencia, sostenidas por la fuerza
del odio. El odio es la plataforma que sostendrá la guerra, incluso mucho después
de que esta termine, ya que su sombra envolverá a las siguientes generaciones.
Como un síntoma atado a la compulsión de la repetición, el drama de Caín y Abel
se repite una y otra vez alcanzando proporciones descomunales.
Para Freud, el odio es mas primitivo que el amor y aparece con el
descubrimiento del objeto. La toma de conciencia de que el objeto no es una parte
del yo, y entonces no está a su disposición, engendra el odio con toda naturalidad.
En el descubrimiento del objeto, el niño se rige por el principio del placer
purificado. Lo bueno es lo que se incorpora, lo malo se excorpora.
Después del planteamiento de Freud, el aporte kleiniano puede ser
considerado como la contribución clínica más fundamental a la teoría de la pulsión
de muerte.3 Klein propone dos esquemas: primero, la proyección del sadismo,
sobre los objetos externos, seguido de la introyección de esos objetos, devenidos
3
Jean Laplanche, “La pulsión de muerte” en Green et al., La pulsión de muerte, Amorrortu, Buenos
Aires, 1989
atacantes internos. El segundo esquema es el que me parece más acorde con la
teoría freudiana. Es el esquema de la deflexión de la pulsión de muerte, adoptado
en 1948. Desde el comienzo, la muerte y el mal son expulsados, escupidos,
vomitados. Esto es acorde al postulado de Freud, en cuanto a que se proyecta lo
malo al exterior para que no mate desde el interior. De este modo, todo lo que no
es ligado por el yo en la incorporación primitiva que da nacimiento al yo de placer
purificado, cae bajo el imperio de la pulsión de muerte en la forma de una
desligazón primordial. La deflexión de la pulsión de muerte, como condición de la
posibilidad de vida, y la intrincación de Eros y Tánatos, que se manifiesta de
distintos modos, podemos entenderla desde la observación clínica de un individuo.
Desde otra perspectiva, nos aparecen los fenómenos sociales, en los que la
agresividad, la violencia, el odio y la destrucción, también hacen necesaria una
interpretación. En ambos casos, para poder vivir, es necesaria la intrincación con
Eros. También en lo social, Eros abre la esperanza a la vida.
En situación de guerra el odio recae sobre “el otro”, el diferente. Sujetos a la
desmentida, todo lo malo queda en el otro. “Todo el mal esta en el otro, por lo
tanto, si elimino al otro, responsable del mal, elimino el mal”.4 De ahí las raíces
narcisistas del mal. En contraste con el melancólico que se culpa de todo, quien
ejerce la destrucción sobre el otro, lo hace víctima de todos los reproches
posibles. Centrado en sí mismo, interesado solo en su persona y en los peligros
que le amenazan, el sujeto revela la insensibilidad ante el sufrimiento del otro.
Para él, las acciones mas destructoras son acciones “purificadoras” Esta posición
4
André Green, La nueva clínica psicoanalítica y la teoría de Freud Amorrortu, Buenos Aires, 1990
paranoica y persecutoria descansa en una idealización de sí, con lo cual conjura la
angustia depresiva de reconocerse malo. De este modo, el mal es un factor de
mantenimiento de la cohesión narcisista. Durante la guerra, el Estado refuerza la
cohesión interna y la paz civil, y moviliza la agresividad hacia el enemigo exterior.
El Estado es el heredero de la omnipotencia del padre primitivo. El Estado se
arroga el monopolio de la violencia institucionalizándola en una violencia legal de
la policía y las fuerzas armadas. Su monopolio de la violencia se confunde con el
motivo de la soberanía. “El Estado no prohíbe la violencia para abolirla, sino para
monopolizarla y en tiempos de guerra se sustrae sin vergüenza a los tratados y
convenciones que lo unen a otros Estados, pidiendo a sus ciudadanos que lo
aprueben en nombre del patriotismo. Cuando la comunidad ya no presenta
objeción a la conducta del Estado, los sujetos se libran a actos de crueldad tan
incompatibles con su grado de civilización, que hubiéramos creído imposibles.”5
En situación de lucha, el individuo renuncia a su ideal del yo trocándolo por
el ideal de la masa, encarnado en el caudillo. Esta posición se descubre en los
fenómenos sociales, donde con facilidad se disciernen numerosas ideologías
totalitarias, religiosas y “xenofóbicas”.
Al enfrentarnos a las atrocidades capaces de ser cometidas por un ser
humano, podemos encontrar distintas razones que lo empujan a ello. Siempre
encontrará argumentos para justificar sus acciones. En una situación de guerra
parecen obvias. Las razones son ideológicas, políticas, económicas, históricas,
5
Jaques Derrida, Estados de ánimo del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 2001.
religiosas...como sea, pero tras lo manifiesto, en el inconsciente de cada individuo,
siempre subyacen otras.
Al enfrentar la crueldad desplegada en la guerra y en muchísimas otras
situaciones, el mandamiento cristiano de amar al prójimo como a uno mismo,
parece totalmente absurdo y, sin embargo, parecería albergar la única esperanza
posible en un mundo cada vez más amenazado por la destrucción. Amor, eros,
pulsión de vida, objetalización, intrincación, lo que nos ponga realmente de lado de
la vida, porque intrincada con la libido erótica, la libido destructiva puede conducir
a una variedad de expresiones que ocasionan el placer o el goce de una manera
inteligible. Desintricada, la libido destructora se vuelve, como dice Green,
propiamente insensata.6
La verdad es que tras la sinrazón del imperativo de amar al prójimo se
reconoce una pulsión que escapa a la simple erótica: Efectivamente, el hombre no
es el ser bondadoso planteado por Sócrates. El hombre se ve tentado a satisfacer
su necesidad de agresión contra el prójimo, “Homo homini lupus”...El hombre es
un lobo para el hombre.
Para explicar qué es lo que sucede en una situación de guerra, donde tantos
hombres se ven víctimas de la crueldad de otros, pero también inundados por su
propia crueldad, basta releer algunos planteamientos de Freud en su artículo
“Psicología de las masas”.7 En dicho artículo Freud, afirma que en una multitud lo
6
André Green, El trabajo de lo negativo, Amorrortu, Buenos Aires, 1990
7
Sigmund Freud, “Psicología de las masas”, en Obras completas, Biblioteca Nueva,
Madrid,1981
inconsciente social surge en primer término, y lo heterogéneo se funde en lo
homogéneo. Así, la superestructura psíquica, tan diversamente desarrollada en
cada individuo, queda destruida, apareciendo desnuda la uniforme base
inconsciente común a todos. El individuo integrado en una multitud adquiere un
sentimiento de potencia invencible merced a la cual, puede permitirse ceder a
instintos que antes, como individuo aislado, hubiera refrenado forzosamente.
El individuo que entra a formar parte de una multitud, como en el ejército, se
sitúa en condiciones que le permiten suprimir las represiones de sus tendencias
inconscientes. Los caracteres aparentemente nuevos que entonces manifiesta,
son exteriorizaciones de lo inconsciente individual, “sistema en el que se halla
contenido en germen todo lo malo existente en el alma humana”. Dice Freud, “Por
el sólo hecho de formar parte de una multitud, desciende el hombre varios
escalones en la escala de la civilización. Aislado era un individuo culto, en
multitud, un bárbaro”. En multitud desaparecen las inhibiciones individuales,
mientras que todos los instintos crueles, brutales y destructores, residuos de
épocas primitivas latentes en el individuo, despiertan y buscan su libre
satisfacción”; Freud habla también de que la tendencia de la multitud, es de
comportarse como un dócil rebaño incapaz de sobrevivir sin amo.
La pulsión que así perturba la relación del hombre con el hombre y obliga
a la sociedad a convertirse en implacable justiciera es la pulsión de muerte,
identificada aquí con la hostilidad primordial del hombre frente a su semejante.
“Semejante” es un término para referirse al otro subrayando una relación
especular. La teoría de la heteroagresividad primaria fué descartada por Freud
quien postuló una autoagresividad primera. En lo contemporáneo encontramos
eco en las ideas de Green, quien afirma que “la experiencia psicoanalítica nos
enseña que uno no se agrede sino a sí mismo. Es decir que incluso cuando se
mata a alguien, es una parte de sí lo que se mata, o que uno se defiende del
deseo de matar una parte de sí.”8 Conforme a esto, la explicación de la pulsión de
muerte está plena de sentido.
La guerra es un momento autorizado y privilegiado que permite al sujeto el
vértigo del goce de arriesgar su vida y de violentar al enemigo. La guerra es la
puesta en acto de una violencia autodestructiva y destructiva.
Si las inhibiciones y la represión desaparecen, el escenario para poner
en escena los actos más sádicos pueden encontrarse en muchas de las
situaciones de dominio. No es sólo la crueldad lo que impresiona, sino el gozo
aunado al ejercicio de dicha crueldad. Dentro del contexto de la guerra en Irak, la
violencia sádica de un grupo de sujetos quedó plasmada en imágenes que dieron
la vuelta al mundo. La prisión Abu Ghraib fué el escenario de atrocidades
cometidas por hombres y mujeres quienes, mediante actos de sadismo extremo,
descargaron una violencia incontenible. Los actos de tortura involucraron la
sexualidad como forma de destrucción, denigración, humillación, mutilación y
muerte. En verdaderas orgías de crueldad, las víctimas fueron reducidas a objetos
de exhibicionismo, como “carne anónima”. La deshumanización en toda su
expresión. Cuando se dice que la guerra es el infierno, puede pensarse en el
sufrimiento indecible, pero las fotografías de la prisión iraquí, no son fotografías de
8
André Green La pulsión de muerte, Amorrortu, Buenos Aires, 1989
guerra sino de la glorificación de la violencia. Son imágenes que muestran los
aspectos más sórdidos del ser humano.
El representante de Eros es la sexualidad. Tánatos puede estar intrincada
con ella y dar expresión a diversos modos de relación; pero es cuando Tánatos
queda desintrincado, que el sadismo cobra su más cruda expresión. En las
perversiones sádicas más severas, el acto perverso mezclado con agresión
apunta hacia la gratificación inmediata y el alivio de urgentes sentimientos
destructivos, que amenazan con la extinción del sí mismo. La pulsión de muerte se
manifiesta así, en una de sus expresiones más claras.
Sabemos que las manifestaciones mas primitivas y violentas de agresión
hacia sí mismo y el objeto ocurren precisamente en aquellos individuos más
narcisísticamente vulnerables. Aquellos con una representación de sí mismos más
precaria y frágil. En este tipo de sujetos la experiencia de causar dolor es puesta al
servicio de la restauración de las fronteras de sí mismo y recuperar la integridad
narcisista, especialmente cuando la supervivencia del sí mismo ha sido
amenazada. Un grado severo de ira narcisista es un componente esencial para la
expresión de actos sádicos del tipo más primitivo.
La tortura y la violencia son endémicas en tiempo de guerra, y parecen parte
de una trasgresión autorizada cuando hay evidencia de que en el caso de Abu
Ghraib, las autoridades militares superiores de Estados Unidos sabían lo que
pasaba en el interior de la prisión, pero hicieron caso omiso, quizá, como dice
Joanna Bourke, 9 historiadora militar, para dar escape a individuos en pánico.
9
Joanna Bourke, “La tortura como pornografía”, en La Jornada, México, núm. 336, 30 de mayo de
2004, complemento, p.12
El espectáculo del sufrimiento parecía soldar la identidad de un grupo
victorioso en un Irak cada vez más brutalizado. En este sentido, las fotografías de
pánico, dolor y muerte de los presos de la cárcel iraquí, contrastan con las
sonrisas estúpidas de los victimarios. ¿Gozo perverso? Parece también la
expresión de un triunfo maniaco sobre la víctima.
Por otra parte, no olvidemos que sádico y víctima frecuentemente son una y
la misma persona, es decir, diferentes aspectos de la imagen del sí mismo en el
inconsciente del agresor. El sádico tiene también la dimensión masoquista, por lo
que no es extraño encontrar que paralelamente al daño inflingido, muchos sádicos
busquen constantemente el daño a sí mismos y la autodestrucción. Sus acciones
pueden encubrir su verdadera meta. Sea esta la muerte o el aislamiento de por
vida en una prisión. Hay que pensar en el psiquismo de quien voluntariamente se
enrola para ir a la guerra y las razones conscientes e inconscientes en las que la
muerte tiene un papel primordial. Culpas, idealizaciones, desplazamientos..las
posibilidades son infinitas y se ajustan entre dos polaridades. Ser muerto o matar.
Despedazar al otro, o ser despedazado. No hay represión ni sublimación. La
guerra da la posibilidad de la puesta en acto de las peores fantasías.
Socárides10 sostiene que los asesinatos sádicos pueden impedir una
regresión psicótica alucinatoria por medio de la identificación proyectiva de un
objeto malo internalizado. De este modo, al proyectar en el mundo externo, el
individuo descansa de la intensa ansiedad desorganizadora y desintegradora
10
Charles Socárides, Las perversiones sexuales, Gamma, Guadalajara, 1994
mediante la puesta en práctica de una destructividad violenta. El sadismo puede
así impedir o retrasar temporalmente la psicosis abierta. Sin embargo, no me
parecería extraño que en medio de esas orgías narcisistas, lo que impere, al
menos en algunos sujetos, sea la locura. Este es un hecho que no se puede
afirmar, y menos generalizar, pero no se puede negar la capacidad enloquecedora
de ciertas experiencias, como tampoco el hecho de que ciertas conductas delaten
patologías severas en un individuo. A nivel individual podemos plantear ciertas
explicaciones clínicas. En el contexto de un grupo, solo podemos plantear
hipótesis y hacer inferencias.
Desde otro enfoque más allá del sadismo, la pulsión de muerte lleva, como lo
plantea Green, a la desobjetalización. El sádico no puede menos que identificarse
con el masoquismo de su compañero. El mal de la desobjetalización consiste en la
indiferencia del verdugo ante el rostro de su semejante, considerado como extraño
absoluto y aun, extraño a la humanidad. Esto explica la indiferencia total ante el
dolor y la muerte del prójimo. Como si el otro fuera un objeto, no una persona. La
desobjetalización total se cumple por la desligazón. No es sólo la relación con el
objeto la que se ve atacada, sino también todas las sustituciones de este.
De este modo, “Si la destructividad contra el otro ha de llegar lo bastante
lejos, la condición indispensable para la realización de ese proyecto es
desobjetalizarlo, es decir, retirarle su propiedad de semejante humano.”11
La destructividad desempeña un papel capital, pero solo se puede evaluar si
se establece una distinción respecto al sadismo. La destructividad que está en
cuestión aquí es el asesinato sin pasión. El crimen en frío consiste para el criminal
en matar a sus víctimas sin tocarlas, como si se tratara de privarlas hasta del goce
masoquista que pudiera extraer de sus heridas. La aniquilación por nadización
consiste en la desinvestidura brutal, a menudo inconsciente, de la que se hace
objeto a un sujeto. Esta forma de destructividad es más temible que la
manifestada bajo el aspecto del odio inextinguible, que reclama una venganza que
los años no consiguen extinguir. Esta última se encuentra intrincada con la libido
erótica, por la pasión que suscita. La desobjetalización lleva a la deshumanización
extrema, lo que permite ver al otro no como un sujeto, sino como un objeto al que
se puede usar, romper o destruir en medio de la total indiferencia.
El mal, equivalente aquí a la crueldad, es insensible al dolor de otro. El mal
no es lo que anhela aumentar el padecimiento, peor, prefiere ignorarlo. Así, con
esta forma de desinvestidura, mecánicamente los gatillos se disparan, los cuerpos
masacrados se apilan unos sobre otros, las fosas se llenan, y se reportan
estadísticas de bajas. El dolor de lo indecible, de lo irrepresentable queda evocado
así con todas las muertes anónimas.
Repensar la crueldad es reencontrar una pulsión inherente al ser humano,
que como tal, es irreductible. Freud, paralelamente a Nietzche reconoce que
pueden detenerse los actos de crueldad, pero no la crueldad misma. Podemos
soñar con detener la crueldad sangrienta, poner fin al asesinato, al exterminio,
podemos abrazar la ilusión de un mundo sin violencia, pero la crueldad siempre
puede encontrar nuevos caminos. En lo más reprimido de cada uno, está el
germen de una pulsión domeñada, que encuentra salidas en la sublimación,
desplazamiento o simplemente se mantienen bajo el rigor de la represión.
Inevitablemente la crueldad va ligada al sufrimiento. Y hay que reconocer que
el sufrimiento también ha sido espectáculo de muchos de aquellos en quienes el
sadismo se mantiene en su dimensión voyeurista. Siglos atrás, los circos romanos,
más recientemente las ejecuciones públicas, y actualmente, el realismo alcanzado
por el cine que permite a miles de espectadores disfrutar de las películas más
taquilleras, que generalmente son las que contienen más escenas de violencia
explícita. En diversas expresiones culturales, se consumen altas dosis de
representaciones de violencias agresiva y sexuales. El arte popular parece
vehiculizar satisfacciones imposibles o prohibidas. No se puede evitar la crueldad,
resultante de una de las manifestaciones de la pulsión de muerte, pero habría que
pensar en lo necesario de hacer actuar la fuerza antagónica de Eros, el amor y el
amor a la vida. En el bebé, la deflexión de la pulsión de muerte encuentra eco en
la madre que conteniendo al bebé debe transmitirle la fuerza que lo amarre a la
vida. Indudablemente esa fuerza es la del amor. En lo social, ¿cómo puede
contenerse el odio, sin generar más odio? Parece una utopía. Sin embargo la
esperanza se sostiene en que paralelamente al despliegue de los horrores de la
guerra, también se han consagrado muchos esfuerzos a favor de la paz, de los
derechos humanos, a favor de la vida.
La reflexión parece estéril sin una propuesta. Sin embargo la compresión de
las pulsiones que nos motivan debería poder dar pie a pensar en formas de
contener, orientar, de algún modo contrarrestar la fuerza que lleva a la
destrucción. En muchos casos esto se logra a nivel individual, a lo largo de un
tratamiento analítico. A nivel de Estados, no queda sino apelar a la salud mental
de aquellos que en un momento dado ocupan el lugar de líderes, amos del
rebaño, y tienen el poder de impulsar o frenar las peores catástrofes humanas.
Síntesis
El presente trabajo es una reflexión en torno a la crueldad en distintas
manifestaciones. Se plantean las motivaciones inconscientes que emergen en
situaciones de guerra, y una hipótesis sobre el caso de sadismo y tortura que bajo
las condiciones de guerra entre Estados Unidos e Irak, se dio en la prisión Abu
Ghraib. Se plantea también la crueldad como derivada de la pulsión de muerte, y
por lo tanto, como inherente a la naturaleza humana.
Bibliografía
BONNET, Gérard, Las perversiones sexuales, Publicaciones Cruz, México, 1992
BOURKE, Joanna, “La tortura como pornografía”, en La Jornada, México, núm.
336, 30 de mayo de 2004, complemento.
DERRIDA, Jaques, Estados de ánimo del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires,
2001.
FREUD, Sigmund, “Psicología de las masas”, en Obras Completas, Biblioteca
Nueva, Madrid,1981.
— “Más allá del principio del placer”, en Obras Completas, Biblioteca Nueva,
Madrid,1981.
— “El problema económico del masoquismo”, en Obras Completas, Biblioteca
Nueva, Madrid,1981.
— “El porqué de la guerra”, en Obras Completas, Biblioteca Nueva, Madrid,1981
GREEN, André, La nueva clínica psicoanalítica y la teoría de Freud, Amorrortu,
Buenos Aires, 1990
— El trabajo de lo negativo, Amorrortu, Buenos Aires, 1993
— et al., La pulsión de muerte, Amorrortu, Buenos Aires, 1989
LAPLANCHE, Jean, “La pulsión de muerte”, en GREEN et al., La pulsión de
muerte, Amorrortu, Buenos Aires, 1989
RICOEUR, Paul, Freud una interpretación de la cultura, Siglo XXI, México, 1987.
SOCARIDES, Charles, Las perversiones sexuales, Gamma, Guadalajara, 1994
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