La influencia de otros idiomas en el castellano Lengua Española Aplicada a los Medios Grado de Periodismo Grupo 32 Marco A. Hoya Cordobés Cristina López García Hernán Martín Monterde Miguel Moreno Méndez Tanto en la lengua hablada como en la escrita en numerosas ocasiones se cometen incorrecciones, debidas en muchos casos a la influencia en nuestro propio idioma otros, con la introducción de términos provenientes de esas lenguas foráneas o con la errónea pronunciación de vocablos tanto castellanos como extranjeros. En el primer caso estamos hablando de extranjerismos, mientras que en el segundo se trata de los barbarismos. Los extranjerismos son aquellas palabras procedentes de otros idiomas que se han incorporado al nuestro por distintos motivos: como la ausencia de un término en castellano que hiciera referencia a una determinada realidad, también por hechos históricos (invasiones, conquistas...) o por razones sociológicas como modas. La mayor parte de las veces se recurre a la introducción de extranjerismos por necesidad, es decir, porque la lengua que los toma no tiene un vocablo definido para designar algo. En la actualidad, la introducción de anglicismos –extranjerismos procedentes del inglés- está en auge a causa del avance de las nuevas tecnologías, (especialmente los ordenadores, y con ello Internet) que han desarrollado y comercializado los Estados Unidos. El castellano no tiene palabras para designar muchas de estas nuevas tecnologías, o por su originalidad americana no consigue suplir su uso, siendo la causa principal su “universalización” en la red. Por tal motivo la lengua española está siendo en cierta manera invadida por multitud de vocablos ingleses, que si bien unos son necesarios, otros no lo son tanto. Hay extranjerismos que están tan extendidos que ya es imposible dejar de utilizarlos, es decir, aunque hubiera palabras en español que pudieran expresar lo mismo o acercarse es casi imposible su sustitución. Hay otros en los que sí es posible, e incluso existen palabras españolas para determinar exactamente lo mismo, y aún así se usan los extranjerismos. Podríamos citar aquí el caso del anglicismo sándwich, aceptada por la RAE e incluida en el diccionario. La palabra española para referirse a lo mismo sería emparedado, es más, el DRAE tiene esta definición para sándwich: “Emparedado hecho con dos rebanadas de pan de molde entre las que se coloca jamón, queso, embutido, vegetales u otros alimentos”. Además, también es cierto que muchos de los extranjerismos son innecesarios, ya que el castellano cuenta con palabras para expresar lo mismo. Se trata de los denominados por la RAE extranjerismos superfluos. El periodista, como profesional que usa la lengua para llevar a cabo su trabajo, tiene que tener en cuenta cuál es el uso adecuado de estos extranjerismos; si son necesarios o no. Lo ideal sería que se usaran sólo en el caso de que fueran absolutamente insustituibles, ya que si no lo son, se está produciendo una “contaminación” de la lengua española. Algunos de los extranjerismos acaban siendo aceptados por la Real Academia Española, ya que su uso extendido puede resultar imparable, y si no se reconocieran se produciría demasiada distanciación entre el lenguaje común y el reconocido oficialmente. Sin embago, la forma de reconocerlos se lleva a cabo de varias formas, ya que pueden pasarse a escribir a la manera española, como en el caso de chalé, o seguir escribiéndose en la lengua de origen, como look, aunque éste último está siendo estudiado para ser suprimido según la RAE. Eso conlleva a que se produzca una dicotomía a la hora de elegir entre expresar el vocablo en el idioma de origen o en el castellano, es decir, literalmente. Puede ocurrir incluso que palabras procedentes de otras lenguas que no sean el inglés sean pronunciadas en esta lengua, debido al avance imparable del inglés en el mundo occidental. Por otra parte, una de las principales complicaciones a las que se pueden ver expuestos los periodistas, especialmente aquellos monolingües, en los medios hablados se trata de la pronunciación de palabras distintas al idioma materno. En muchas ocasiones estos problemas se “resuelven” mediante la introducción de una fonética española en la pronunciación de dichos términos, y en otras simplemente se intenta pronunciar de la manera que subjetivamente nos parece más cercana a la correcta en su propio idioma. Esta incorrección que supone pronunciar de forma errónea las palabras, en este caso extranjeras, se denomina barbarismo y está estrechamente ligado con el término extranjerismo (que supone el paso siguiente a los barbarismos1). Los barbarismos son incorrecciones consistentes en escribir o pronunciar mal las palabras, sean del mismo idioma u otro, o en emplear vocablos impropios, y los periodistas no son una excepción en su utilización. De hecho se ha extendido la idea de que éstos hablan y escriben mal, incluso peor que el resto de los ciudadanos, pero esto es una exageración, ya que al exponerse sus discursos ante miles de personas se ve acentuado de gran manera el error. A menudo estos barbarismos son formas socialme Los barbarismos pueden ser prosódicos (propios del lenguaje oral), morfológicos o sintácticos, aunque a menudo se observan errores fonológicos impresos en el papel (como por ejemplo evacúa en lugar de evacua). nte estigmatizadas, aunque sí es cierto que su empleo reincidente por parte de los periodistas no ayuda a corregirlos, sino más bien al contrario. Los principales errores que cometen los periodistas a la hora de escribir son muy concretos, pero no por ello menos graves, ya que precisamente la herramienta de su profesión es el mismo lenguaje. Estas incorrecciones pueden consistir en la confusión de género de algunos nombres o, cada vez con más frecuencia, en las construcciones con preposiciones, especialmente en las comparativas (“prefiero A que B” en lugar de “prefiero A a B”). Otra gran víctima de las confianzas de los periodistas es el verbo, sobre todo cuando estos deben explicar en directo determinados sucesos. Especial mención en este caso podemos hacer en las crónicas deportivas o en las conexiones en directo con los enviados a cubrir sucesos de última hora. En ambas se producen trastornos en el uso de los tiempos verbales, como el futuro histórico, o el futuro de pasado, es decir, el condicional. Un ejemplo son estos casos: “a falta de un minuto llegaría el penalty” en lugar de “a falta de un minuto llegó el penalty” o “el edificio se derrumbaría para dar paso a un pánico generalizado. 1 Según la El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española barbarismo se define como: “Incorrección que consiste en pronunciar o escribir mal las palabras, o en emplear vocablos impropios”. Tanto en los medios escritos como en la radio o la televisión también se produce muy a menudo la confusión del significado de las palabras. Muchos de estos errores se producen por un intento de complicar el texto. Los periodistas huyen de la sencillez porque no la consideran elegante, por lo que a menudo sustituyen palabras claras y sencillas por locuciones que enturbian el mensaje. Este es un problema que afecta a todos los medios, ya que en la lengua oral también se incurre en este afán “ultra literario”. Las incorrecciones más repetidas en el lenguaje periodístico oral también son fácilmente abarcables. Consisten en errores en la entonación, en la acentuación, en las pausas improcedentes entre palabras o, por el contrario, en el uso arbitrario de la sinalefa. Pero sin duda, la mayor fuente de barbarismos prosódicos se encuentra en la pronunciación de las palabras extranjeras; barbarismo es también un extranjerismo no incorporado totalmente al idioma. Los nombres propios no castellanos, por ejemplo, unas veces son sometidos a la fonética castellana; otras a la inglesa (aunque sean rusos), etc. Esto sucede con gran frecuencia con nombres de políticos o deportistas, debido a la gran diversidad de sus idiomas y nacionalidades correspondientes. Por ejemplo la canciller alemana Angela Merkel llegó a dársele el nombre de “Anyela” (traduciéndose al inglés) o al futbolista holandés Clarence Seedorf como “Sidorf” (traducción al inglés), “Saidorf” o “Seidorf” (ambos traducidos a idiomas desconocidos), cuando realmente se pronuncia correctamente como se escribe. En otros tiempos el mismo fenómeno se producía a la francesa. Todavía hoy es corriente nombrar al alemán Goethe “göt”, nada menos. En cuanto a castellanización fonética tenemos por ejemplo “mózart” y no “mótsart”, “dúmas” y no “düma”. Para finalizar nos permitiremos citar a modo de broma la siguiente reflexión “Si un periodista español no usa bien su idioma, no es por ser periodista, sino por ser español”2 2 Seco Reymundo, M. Los periodistas ante el idioma.