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REGIONAL
Pobladores de selva, ¿consumidores de segunda categoría?
Con el entusiasmo de los voceros del Estado y con el optimismo del sector comercio,
sobre todo el de los grandes distribuidores nacionales, se anuncia que en estas fiestas
de fin de año el consumo nacional dejará importantes utilidades que superarán récords
de años anteriores. Más allá de estas premoniciones de éxito económico, se debe
señalar un aspecto que bordea la desidia por no decir el escándalo, sin que ello
signifique que estamos señalando actos de corrupción de algunos funcionarios
estatales.
Productos vencidos, adulterados, falsificados y en mal estado, son el alimento, el
medicamento, y el vestido cotidiano de los consumidores. Las marcas más
promocionadas; llegan a los puntos de venta con pocos días de vida útil, con los
empaques deteriorados y en muchos casos notoriamente manipulados. No se
discrimina siquiera entre los productos de consumo humano directo y exponen al
consumidor a intoxicaciones y hasta a la muerte.
Llegar a una farmacia de algún pueblo rural de la amazonía para adquirir un producto
es tan inseguro en resultados como si de sacarse la lotería se tratara: ¿será mi
remedio o mi defunción?¿será aspirina o yeso? Adquirir un producto alimenticio
envasado corre el mismo destino que una ruleta rusa. Dudamos mucho que las
autoridades no tengan conocimiento de esto y, por ello, ¿será que consideran a los
pueblos del interior y en especial a los de la selva como el lógico destino de estas
peligrosas mercancías?
La Selva Peruana quiere consumir respeto y no cuestiona que se controle la
distribución y calidad de los productos en los mercados de las ciudades; pero sí duda
de la eficacia del sistema que se está aplicando para controlar la calidad de los
productos que se distribuyen en las ciudades menores del interior.
Así, teniendo en cuenta los perjuicios a los bolsillos y a la salud que esta situación, es
bueno preguntarse dónde están INDECOPI, la SUNAT, DIGESA, el Ministerio Público,
la Policía Nacional y el Poder Judicial. Los pobladores de estas zonas alejadas son los
grandes excluidos del sistema de protección al consumidor, además de ser los que
más desconocen sus derechos y por lo tanto no han generado capacidades para
ejercerlos, incluyendo el agravante de que cualquier protesta les resulta complicada y
costosa.
Con preocupación vemos como los canales de distribución que provienen de las
ciudades costeras ya han llenado los bazares y tiendas con juguetes diversos, muchos
de ellos posiblemente tóxicos. Observamos como se exhiben panetones, licores y
otros productos de dudosa calidad, a pesar de poseer marcas prestigiosas. Con
indignación también hemos observado que los datos que se registran en muchos
empaques de productos nacionales y/o dizque importados son claramente simulados,
con registros sanitarios inexistentes, códigos de barra ilusorios, registros de
contribuyentes con trece números, direcciones de empresas inexistentes, fechas de
expiración reselladas y otras perlas más.
Aunque las leyes lo señalen, no somos afines a creer que la solución pasa por iniciar
pesquisas en los minoristas de estas ciudades, es decir a las bodegas y puestos de
venta de mercados y calles, a través de las municipalidades distritales. Estos
comerciantes comparten el mismo desamparo que el consumidor final, no tienen a
nadie que los asista y los proteja. Hemos sido testigos de excepción de las amenazas
de desabastecimiento que ejercen los distribuidores mayoristas sobre ellos, «o lo
recibes o se lo llevo a otro y ya no te vendo nunca más». La distribución mayorista
para los productos de consumo masivo reposa en unas pocas empresas, las cuales
hacen lo que les viene en gana ante la falta de supervisión de las entidades calificadas
para ello. Muchas veces, dan hueso por carne, es decir, ofertan una marca y entregan
un fraude y aunque se den cuenta del engaño muchas veces deben de recibirlo e
intentar venderlo para mantener la buena relación con su abastecedor habitual, quien
generalmente tiene el monopolio sobre el territorio. Sin embargo, aun cuando estas
empresas mayoristas son claramente identificables, no se ejercen fiscalizaciones a sus
depósitos, a sus proveedores ni a los camiones distribuidores ni, mucho menos, se
conocen sanciones.
Demás está mencionar las carencias logísticas y operativas que tienen las
municipalidades rurales para cumplir con la tarea de inspección. Es evidente la
ausencia de personal calificado y la falta de apoyo de las fuerzas del orden que, a su
vez, tienen limitado personal disponible.
Además, generalmente no existen
representantes del Ministerio Público que verifiquen la intervención, tal como lo
establecen las normas. En pocas palabras, aunque intervengan, sus acciones no
tendrán ningún respaldo legal y podrían inclusive ser acusados de abuso de autoridad.
La única vía de abastecimiento de la selva central es la que parte desde la carretera
Central. Entonces; así como se lucha contra el tráfico ilícito de drogas, interviniendo
los buses y transportes que salen circulando por esta ruta; ¿por qué Indecopi no
controla a las unidades que traen mercaderías a la selva? ¿Es que adulterar y
amenazar silenciosamente la vida de las familias selváticas, no es un delito que le
interese a Digesa? ¿Montar todo un sistema de estafa precalificando al consumidor de
subnormal, no es de importancia para la Fiscalía? ¿Se espera que las víctimas de
este desamparo se hagan visibles por volumen para que intervengan las autoridades
policiales?
desco Opina - Regional / 17 de diciembre
2008
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