MEDITACIONES CUARESMALES-XXX

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MEDITACIONES CUARESMALES-XXX
30. LA CONVERSIÓN, UNA LLAMADA A LA AUTENTICIDAD
Hay personas que, sin proponérselo, consiguen que todo el mundo esté pendiente de
ellas esperando que cometan un error: son tan buenas, tan justas, tan rectas y tan
perfectas que pueden permitirse el lujo de juzgar siempre a los demás aplicando “sus”
criterios.
Cuando uno se sitúa frente al otro, por muy “imperfecto” que parezca, y le mira cara a
cara, tiene que preguntarse: ¿quién soy yo para juzgar a éste?
No, no estoy hablando sólo del valor de la tolerancia –tan manido y mal entendido hoy
día-. La tolerancia, entendida como respeto y aceptación de la diferencia, es un primer
paso, pero a los cristianos se nos pide algo más.
Tampoco estoy hablando de la compasión, pues compadecerse del otro es ya, de
antemano, situarse por encima de él, mirarle por encima del hombro y dar por supuesto
que le damos algo que no se merece. Eso ni siquiera es cristiano.
Y, por supuesto, no me refiero simplemente a que tengamos que se prudentes porque
todos estamos hechos de “la misma pasta” y, antes o después, todos tropezamos con la
misma piedra –o con alguna parecida-.
La propuesta que nos hace Jesús hoy va más allá de la tolerancia, la empatía, la
compasión o la prudencia. El otro, ese que está ante mí, atiene que ayudarme a verme
reflejado en él.
La pobreza y la limitación del hermano no pueden ser un motivo para criticar al otro;
más bien han de ser todo lo contrario: criterio para la autocrítica y motivo de
superación.
No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis
juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá. ¿Cómo es que mirar la brizna
que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? ¿O cómo
vas a decir a tu hermano: “Deja que te saque la brizna del ojo, teniendo la viga en el
tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la
brizna del ojo de tu hermano (Mt 7,1-5).

La llamada que hoy escuchamos en boca de Jesús es una invitación múltiple:
-A la tolerancia, en el mejor sentido de la palabra. A aceptar que el otro tiene el
derecho de ser distinto y a asumir que, por encima de las diferencias, está lo que
se comparte: la dignidad de ser persona y de ser hijos de un mismo Dios, que
hace salir el sol sobre buenos y malos, sobre justos e injustos.
-A la prudencia, pues todos podemos, en un momento dado, cometer los mismos
errores (si no los hemos cometido ya sin darnos cuenta). A nivel humano lo más
normal es que usemos con los demás la medida que ellos usan con nosotros. La
propuesta de vida que Jesús nos hace es amar a los demás como nosotros
mismos nos amamos; es decir, usando los mismos criterios y valores que usamos
para con nosotros mismos.
-A la misericordia, pues si decimos seguir y servir a un Dios que es
misericordioso con nosotros, aún estando libres de pecado, no tenemos ningún
derecho a tirar ninguna piedra contra los demás.

Pero, por encima de todo esto, la propuesta que Jesús nos hace es una
propuesta en clave positiva: hacer crecer a los hermanos, sacar sus “briznas
del ojo”.
La postura de Jesús nunca fue la de reprochar cosas a la gente. Su vida fue un
intento continuo de hacer que los demás se sintieran liberados de todo lo que les
impedía crecer como personas, pero sin condenar a nadie, sino dando ejemplo,
demostrando con sus obras que en El no había nada malo o negativo y ayudando
a descubrir lo bueno de cada persona. Ésa es precisamente la invitación que se
nos hace hoy a cada uno de nosotros.
San Pablo “traduce” este mismo pasaje evangélico convirtiéndolo en una
exhortación a la corrección fraterna. No se trata de un derecho, sino de un deber.
Un deber que nace del corazón y del aprecio al otro.

Pero, para poder corregir al otro, es preciso que antes nos miremos a nosotros
mismos, que descubramos en nosotros todo lo que es “malo” o “negativo”, lo
que nos impide crecer como personas y trabajemos –nos trabajemos- para
sacar las vigas que tenemos en nuestro ojo, y con nuestro testimonio y nuestra
mirada limpia, ayudemos a ver con claridad a los demás.
ORACIÓN
Si me miro a mí mismo, Señor,
¡qué poca cosa soy!
No soy ni el más listo,
ni el más inteligente, ni el que mejor hace las cosas.
¡Hay tanta gente buena a mi lado!
Si miro a los demás
¡qué pequeños los veo!
Les falta tanto para llegar
a ser como yo quisiera que fuesen.
¡Es tan fácil, Señor,
mirar a los demás por encima del hombro!
Sé que no soy el mejor, y sin embargo,
me permito el lujo de criticar a los demás.
Ayúdame, Señor, para que al ver a los otros
me fije sólo en lo bueno que tienen y son
Para que así, con su ejemplo,
descubra las vigas que hay en mi ojo
y me empeñe en superarme, en quedar limpio.
Y si descubro algo “malo” en ellos,
que mi actitud no sea la crítica,
sino la aceptación incondicional de lo que son: tus hijos.
Haz, Señor, que si veo pajas en los ojos de este mundo,
mi actitud no sea ni la crítica ni el “pasotismo”,
y que en lugar de creerme bueno
o pensar que esas vigas a mí no me afectan,
descubra que es ahí,
en las carencias ajenas,
dónde Tú me pides que yo aporte
lo mejor de mí mismo.
Sé que no soy perfecto, que nadie es perfecto,
y también sé, Señor,
que Tú nos quieres en camino.
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