Domingo 15º del Tiempo durante el año. Ciclo A. domingo 10 de Julio de 2011 Is 55, 10-11 Rom 8, 18-23 Mt 13, 1-23 “La lluvia hace germinar la tierra” “Toda la creación espera ansiosamente la revelación de los hijos de Dios” “El sembrador salió a sembrar” Evangelio Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a Él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa. Entonces Él les habló extensamente por medio de parábolas. Les decía: El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta. ¡El que tenga oídos, que oiga! Los discípulos se acercaron y le dijeron: ¿Por qué les hablas por medio de parábolas? Él les respondió: A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: Por más que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán. Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan, y yo no los sane. Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron. Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador. Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino. El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe. El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto. Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Éste produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno. Comentario El Poder de la Palabra El evangelio de este domingo forma parte del discurso sobre las parábolas, comparaciones que Jesús utilizaba de la vida corriente para comunicarse con un lenguaje simple, a su pueblo, dejándoles las enseñanzas del Reino, camino y estilo nuevo de vivir. Este capítulo trece recoge siete parábolas. La primera es conocida como la parábola del sembrador, que junto con la de la cizaña, son explicadas y aplicadas por el mismo Señor. Realmente Jesús, tenía, como Dios y hombre verdadero, el don de la palabra, porque El es la Palabra, el Verbo. Así lo dice San Juan en el prólogo. “Y la Palabra, era Dios…y se hizo carne y habitó entre nosotros”. Este carisma de comunicación esta unido al poder de su palabra, que se verifica especialmente en los milagros: su palabra, hace lo que dice. “Efetta, ábrete”, y se le abrieron los oídos y la lengua, al sordomudo (Mc 7,34) La multitud atraída por su mensaje, acude a escucharlo. El Señor sentado como un maestro, comienza a enseñarles. Es tanta la gente que les habla desde la barca. Hoy también desde la barca de su Iglesia, el Señor se sigue comunicando a la humanidad a través de su palabra, la Sagrada escritura, por el ministerio de sus pastores, en especial de su vicario en la tierra, el Papa, como cabeza visible de la Iglesia y sucesor de Pedro en el mundo. “El sembrador salió a sembrar”. Este sembrador es el mismo Jesús, enviado por su Padre para sembrar la semilla de su palabra en el corazón de los hombres, con distintas respuestas. Pero el sembrador, el Señor, todos los días sale a sembrar, arroja su palabra, sus semillas al mundo, y no se cansa de hacerlo, aunque algunas se pierdan. Regresa con la alegría que muchas van a dar frutos y esta es su esperanza. Dato importante para que la Iglesia no deje de sembrar y predicar al mundo la verdad del evangelio, aunque tenga que esperar con paciencia el crecimiento, en medio de las pruebas y dificultades de nuestro tiempo. Cabe esta pregunta: ¿Por qué la palabra de Jesús produce efectos tan dispares entre los oyentes? Hay que tener en cuenta que nos movemos en el misterio de la gracia que Dios concede y de la correspondencia del hombre. Hay que salvaguardar los dos aspectos: la libertad de Dios al dar la gracia y la libertad del hombre al corresponder. Los discípulos no debieron de comprender al principio la parábola. Era como pasar de la oscuridad a la luz potente. El Maestro tuvo la paciencia de ir paso a paso. La parábola resulta clara tras la explicación (vv. 18-23), y nosotros, lectores del evangelio, la podemos entender tanto en el contexto de la vida de Jesús como en el de la vida de la Iglesia. La palabra de Jesús necesita la buena acogida de los hombres. Hay quienes la oyen sin entenderla (v. 19; cfr. v. 14): son sordos a Dios, como las autoridades religiosas de Israel, que han estado acechando a Jesús (cfr 11,1-12,50) y malinterpretándole. Otros son débiles o inconstantes (v. 21), como las muchedumbres que le oyeron junto al monte (5,1) o se beneficiaron de sus milagros (14,21), y, en cambio, le dejaron sólo en la hora de la prueba. Otros fallan, pero no por debilidad cuando hay que defender la palabra, sino porque la palabra del Señor no puede fructificar en una vida que no sea recta (v. 22). Pero la palabra de Dios, cuando es enviada a la tierra, es fecunda siempre (Is 55,10-11), no deja de encontrar un lugar donde dar fruto. La palabra de Jesús en cuanto palabra de Dios puede fructificar en mayor o menor proporción (v. 23), porque los hombres no somos iguales, pero siempre es eficaz: «Cuando esta palabra es proclamada, la voz del predicador resuena exteriormente, pero su fuerza es percibida interiormente y hace revivir a los mismos muertos: su sonido engendra para la fe nuevos hijos de Abrahán. Es, pues, viva esta palabra en el corazón del Padre, viva en los labios del predicador, viva en el corazón del que cree y ama. Y, si de tal manera es viva, es también, sin duda, eficaz» (Balduino de Cantorbery, Tractatus 6). Por eso se dice que el fruto depende de la tierra donde cae y esto es algo que la experiencia de todos los días lo confirma. Alumnos del mismo colegio y de la misma clase de catequesis, terminan unos con vocación religiosa y otros ateos. Han oído lo mismo pero la semilla cayó en distinta tierra. La buena tierra es nuestro corazón. En parte es cosa de la naturaleza; pero sobre todo depende de nuestra voluntad. Los enemigos de la Palabra El padre Rainero Cantalamessa dice: “Isaías, en la primera, lectura compara la Palabra de Dios con la lluvia que baja del cielo y no vuelve sin haber regado y hecho germinar las semillas; Jesús en el Evangelio habla de la Palabra de Dios como de una semilla que cae en terrenos distintos y que produce fruto. La Palabra de Dios es semilla porque genera la vida y es lluvia que alimenta la vida, que permite a la semilla germinar”. Realmente se complementan las dos imágenes de la palabra de Dios; como semilla y como lluvia, que viene de lo alto. La eficacia de la semilla se encuentra con los distintos terrenos y con los tres enemigos de la palabra: el demonio, que roba la palabra de Dios, “arrebata lo que había sembrado en su corazón”; el mundo, que debilita la fe, “no la deja echar raíces, porque es inconstante” y la carne, las preocupaciones vanas, malogran la palabra; “la seducción de las riquezas la ahogan”. Solo el buen terreno da fruto. Alude a la Virgen María, discípula de la Palabra, y Madre de la Palabra, que como la madre tierra, recibió la semilla del Verbo, para dar el fruto Bendito de su vientre, Jesús. Dios puede convertir los distintos terrenos en tierra fértil y fecunda, aunque haya corazones secos, pedregosos o espinosos. Estamos llamados a continuar la misión de ser sembradores de fe, esperanza, caridad y alegría cristiana. Hoy se está acentuando y predicando más el valor y la eficacia de la Palabra de Dios. Los fieles pueden recurrir a cursos bíblicos, a la lectura orante o a la riqueza de los textos de la misa. Así como cuidamos con respeto y adoración, que la hostia consagrada no se caiga al suelo en el momento de la comunión, sosteniendo la bandeja, del mismo modo tendríamos que cuidar que la palabra de Dios no caiga en el suelo de la indiferencia o desatención. Los santos han tomado en serio la semilla de la palabra de Jesús, al leer un pasaje bíblico o escucharlo. San Antonio Abad, oyó las palabras del Señor, el quiera seguirme tiene que dejarlo todo, y así desprendido de sus bienes se retiro al desierto. La experiencia de la comunidad de los focolares, fundada por Chiara Lubich, invita meditar y llevar a la práctica la palabra de Vida. La misma fundadora dejaba a sus hijas una palabra del evangelio para su existencia, por ejemplo; Emaus, llamo a su sucesora. A veces nos pasa a nosotros, que hemos leído o escuchado muchas veces el mismo texto de la Biblia, pero en un momento el Espíritu suscita una nueva fuerza y abre un nuevo horizonte apostólico. Leer, meditar, orar con la palabra da mucha luz. Así como los trenes al pasar tantas veces por las vías del ferrocarril hace que brillen los rieles, del mismo modo sucede con la meditación de la palabra, al pasar tantas veces por su lectura, el Espíritu hace que vaya brillando en nosotros la vida de Jesús. Terminemos con la oración del Salmo 64, para que la palabra como la lluvia, fecunde nuestra vida: “Visitas la tierra, la haces fértil y la colmas de riquezas; los canales de Dios desbordan de agua, y así preparas sus trigales. Riegas los surcos de la tierra, emparejas sus terrones; la ablandas con aguaceros y bendices sus brotes” Padre Luis Alberto Boccia. Cura Párroco. Parroquia Santa Rosa de Lima. Rosario .