Juan Olivo es un maestro ... amistad y de la cultura ... Lagunitas. Escribe, reza, fabrica

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Horizonte Vertical
Dos relatos fantasmales de Juan Olivo
Duglas Moreno
Juan Olivo es un maestro de la
amistad y de la cultura popular en
Lagunitas. Escribe, reza, fabrica
instrumentos de parrandas y canta
velorios de Cruz de Mayo. Como
agricultor,
atiende su parcela,
siembra y cultiva. Sabe cuentos
populares y sobre todo, le gusta
hablar de cosas del pasado. Una
vez me comentó que aún conserva
la bala ensalmada con la que le
disparó al Diablo. Mire, anote esto
ahí -me asombró con sus palabrashasta la sangre de Satanás es negra.
Hace unos días, fui a su casa, allá
en Callejón, y mientras su señora
Basilicia nos hacía un café,
me
entregó estos relatos breves que
hoy pongo a la disposición de
ustedes, estimados lectores. Espero
que los disfruten.
El samán de la Barrigona
En la comunidad de Callejón,
hace bastante tiempo,
había un
terreno que le decían El Potrero.
Tenía cuatro casas. La primera era
de Justino Puerta, la segunda de
Jesús Corona, la tercera de Carlos
Corona y la cuarta de Martín
Corona. En ese terreno estaba un
samán que lo llamaban: El Samán
de la Barrigona. Dicen que en la
pata del palo estaban tres entierros
y todos tenían Cristo. En ese
lugar salían muertos disfrazados y
una cochina misteriosa con una
marranera y cuando iba alguna
persona, ya oscureciendo, le salían
ese poco de cochinos y no dejaban
pasar a nadie. Se ponían alrededor
de la gente. A veces se
iban
llevando a uno y llevándolo, hasta
ponerlo
lejos del pueblo. Para
poder pasar, la gente tenía que
decir algo, pero no se sabe qué le
decían.
La señora Aura de Olivo, que es
mi esposa, le salieron ese poco de
animales. Cuando tenía como 13
años, la mandaron a hacer una
diligencia y ya eran las siete y
media de la noche y la tenían
asustada y no la dejaban pasar. Lo
cierto es que pasó. Ella y que se
puso de espaldas a los bichos y dijo
unas palabras benditas y otras feas,
pero al mismo tiempo. Lo cierto es
que los animales le hicieron como
una reverencia, le dejaron el
camino libre y pasó.
Aunque
siempre
cuando
llevaba miedo
tenía que atravesar ese samán. Yo
un día le pregunté y qué le decían a
esa bestia pa que se fuera,
y
bueno, dejara pasá a la gente. Me
contestó: no puedo contárselo
a
nadie, yo juré no decirlo, ese
secreto me lo llevo a la tumba. Eso
es lo que llaman una contra. Es
que si yo te lo digo, se pierde la
contra y
no sé si ese espanto se
aparece otra vez. Mejor no te digo
na y así nos quedamos tranquilos.
Además, esas son palabras muy
feas pa estárselas diciendo al marío
de uno. Yo a veces quisiera saber
de verdad,
qué le decían a esa
cochina misteriosa.
EL MUERTO DE LA
CEIBA
A Miguel Peña, cuando tenía
como 15 años, le salió un muerto
en el Callejón. Él venía del pueblo.
De pronto escuchó un ruido. Se
puso a buscar el ruido y vio a un
hombre que estaba esramonando
una ceiba. Era un hombre extraño,
nunca visto, que estaba picando el
palo. En ese momento vio que el
hombre picó un bejuco y se vino
cayendo pa bajo. Como él iba
pasando, le cayó exactamente en la
parrilla de la bicicleta. Ahí mismo
se le apareció una gran oscuridad.
Pedaleaba y pedaleaba y le parecía
que estaba en el mismo sitio. Eso y
que era un peso muy grande. Era
como si arrastrara una rola e caoba.
En los copos de la ceiba se oía
como un ventarrón. Las ramas
traqueaban como si se fueran a
reventá toiticas.
El siguió su
camino y cuando estaba llegando a
la casa, ahí fue que sintió que el
muerto se bajó de la bicicleta. El
espanto que se baja y él que se cae
al suelo desmayao. La familia tuvo
que ayudarlo, estaba asombrado.
Parecía un papel, de lo blanco que
estaba.
Ese muerto tenía nombre de
palo, le decían la Ceiba. Salía de
varias formas. Una vez era un
hombre picando ramas, otra se
convertía en una cochina con miles
de cochinitos y a veces era una
gallina
negra
con
bastantes
pollitos. Otras veces se ponía como
un perro a caminar y latir en la
sombra de los palos. Las huellas
que
iba dejando el perro, eran
como brasas de candela. Lo cierto
es que la gente salía poco de
noche, pues tenían miedo. Cada
vez que echo este cuento, me corre
una cosa fría por la boca del
estómago, me espeluco y el color
de la cara como que se me va, no
sé pa donde. Mire, mis padres me
enseñaron
que
las
cosas
del
demonio hay que tratarlas desde
lejito.
Horizonte Vertical
La sociedad de los hombres
alfombras
Duglas Moreno
Recuerdo que era una sociedad
de
hombres
alfombras.
Todos
tenían el signo de la esclavitud.
Estas alfombras, no conocían otra
tarea sino la de servir a sus amos.
Desde tiempos míticos les habían
hecho creer que su destino era el
tierrero, el pelaje, las escaleras, los
pisos y las entradas de puertas. Se
habían resignado a ser solo lugar
para el polvo, para la huella.
Siempre
creían
que
ellas
no
poseían historia, que no eran
capaces de dejar una estela de
vivencias buenas. Que sus vidas
eran como esos barcos milenarios
surcando los
mares del mundo,
que apenas pasan, se alejan y su
rastro espumoso y blanco se pierde
rápidamente
en
inquietas
corrientes azules. Eran alfombras
tristes, no más trabajo tenían. Solo
silencio eran, solo aguante y
sumisión había en sus mentes. No
levantaban la mirada, todo era un
obedecer
callado.
Ni
siquiera
ponían la otra mejilla, sino la
dignidad completa para que se la
pisotearan.
Los pisalfombras eran los amos.
Los pudientes, pues. Vivían felices.
Sus
pies
estaban
siempre
cristalinos y sus estómagos llenos.
No
conocían
polvareda
seca
el
fango.
y
la
La
pelusa
asfixiante quedaban allá abajo.
Respiraban brisa limpia. Sus casas
eran
construidas
con
enormes
esteras de piedras. Los zaguanes,
los
comedores,
sus
baños
se
forraban de tapetillos de colores.
Qué paradoja la de cualquier
alfombra:
pasar
todo
el
día
cubriendo un porcelanato y en las
noches cubrirse la miseria con
cartón en destartalado rancho. En
ciertas ocasiones, cuando los amos
iban a los mercados, se llevaban
sus mejores tapices y mientras
esperaban su turno para la compra
de
comida,
colocaban
las
alfombras en el suelo y allí
aguardaban
tranquilos. Cuando
compraban sus alimentos, recogían
sus alfombras sucias y regresaban a
casa. Se sentían héroes aplastando
a la gente que tenían la cara y el
alma hecha
de una alfombrilla
perpetua.
Pero un
día, unas alfombras
pensaron.
Se
reunieron
decidieron
cambiar.
No
y
más
humillaciones. Ya no serían más
simples esterillas. Jamás –dijeronvolveremos a ser limpiabarros de
nadie. No nos arrastraremos más.
Desde ahora en adelante que esos
poderosos pisen la tierra, que
hagan sus colas en banquetas, en
piedras;
pero
ya
no
seremos
parajes para su descanso. Cuando
los
pisalfombras
despertaron
encontraron sus mansiones vacías.
Salieron a las calles, buscaron a sus
amigos y éstos también se habían
quedado
sin
nada.
Todas
las
alfombras se habían ido. Ante tal
incertidumbre, lloraban, gritaban
como locos, no sabían qué hacer.
Ese mundo de comodidades se
había esfumado. En un lugar, lejos
de la ciudad, las alfombras reían y
jugaban.
Junto
a
sus
hijos,
emprendieron un nuevo viaje. Eran
libres y felices. Sus rostros estaban
limpios y su conciencia también.
Habían descubierto que ninguna
vejación es para siempre.
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