7. La Madre del Emanuel Reflexión acerca de la figura de María en Adviento Durante estos días de Adviento y Navidad, la Iglesia nos presenta varios textos de los llamados “Evangelios de la Infancia del Señor” (ver Mt 1-2; Lc 1-2). Los textos de la infancia de Cristo, precedida por la infancia de Juan el Bautista, los escucharemos desde el próximo lunes 19 de diciembre, el texto de Lc 1,5-25; el martes 20 de diciembre, el texto de Lc 1,26-38. El miércoles 28 de diciembre, fiesta de los Santos Inocentes, escucharemos el texto de Mt 2,1318 y el viernes 30 de diciembre, el de Lc 2,22-40 en la fiesta de la Sagrada Familia. Así también, en la Solemnidad de la Epifanía del Señor, el próximo domingo 8 de enero del 2012, escucharemos el de Mt 2,1-12. Varios de los textos de la Infancia del Señor están tomados del Evangelio de san Mateo, que está compuesto de forma bien estructurada: una introducción y cinco escenas cortas, en las que juegan intercaladamente los sueños, Herodes y Belén, pero todo en función de Jesús, como Aquel que cumple las Escrituras. A cada escena, Mateo pone una llamada “cita de cumplimiento”, para poner de manifiesto la contemplación que su comunidad ha hecho y la conclusión a la que ha llegado, cuando trata de integrar la realidad de Jesús con la palabra de la Escritura. Vamos a poner las cinco escenas, para que, con el Evangelio en la mano, las busquemos, junto con las citas de cumplimiento: 1ª. Escena. La genealogía de Jesús (Mt 1,1-17). 2ª. Escena. Nacimiento de Jesús (Mt 1,18-25), y visita de los magos (Mt 2,1-12). Cita de cumplimiento de Miq 5,1. 3ª. Escena. Segundo sueño de José. Huida a Egipto (Mt 2,13-15). Cumplimiento de Os 11,1. 4ª. Escena. Herodes persigue al Mesías y mata a los niños de Belén (Mt 2,16-18). Cumplimiento de Jer 31,15. 5ª. Escena. Tercer sueño de José (Mt 2,19-23). Regreso de Jesús a Belén y establecimiento en Galilea. Cumplimiento de Juec 13,5-7; 16,17; Is 11,1-2. En todas estas citas, san Mateo quiere demostrar que Jesús es el Mesías esperado por Israel, el que cumple plenamente las Escrituras, el que viene a colmar las esperanzas de su pueblo (ver Mt 4,14; 8,17; 12,17; 13,35; 21,4; 26,54.66; 27,9). Y en todos estos acontecimientos de la vida de Jesús, está María su Madre. Y la comunidad de Mateo llega a la siguiente conclusión: que Ella forma parte del cumplimiento de esas Escrituras, con una misión especial a favor de Jesús, el Salvador del mundo. Llama la atención que la presencia de María es callada, silenciosa, casi no se nota. Esto tenemos que entenderlo, pues en el ambiente judío, las mujeres estaban relegadas y marginadas, no tenían gran protagonismo. Y Mateo escribe para una comunidad cristiana de origen judío. Esto no quiere decir que, por ser judía, María acá no tiene relevancia. Todo lo contrario. Mateo aunque la presente en todo estos relatos como mujer silenciosa, callada y casi inadvertida, Ella está allí, presente y activa, servicial y atenta, siempre en función del Evangelio y del plan del salvación, que Dios quiere realizar a través de su Hijo. Esto lo pone posteriormente de manifiesto San Lucas, al colocar a María como protagonista de aquellos acontecimientos (ver Lc 1- 2). En cambio, Mateo nada más nos presenta a María en estos relatos (Mt 1-2) y en el ministerio público de Jesús (ver Mt 12,46-50; 13,54-58), como la Madre del Mesías- Emmanuel y su más cercana discípula. En estos relatos de la Infancia del Señor, Jesús viene a este mundo gracias a María (y gracias también a José, porque nadie nace sin padre ni madre). Jesús es hijo de David (descendiente de Abrahán y de David), gracias a José, esposo de María. María es la que engendra y es la madre de Jesús, en tanto que José es solamente el padre legal o adoptivo. Pero Ella no tiene existencia sin José, del que es su esposa, y sin Jesús, del que es la madre. El cumplimiento de dar un Mesías a Israel viene a darse de una virgen madre y de un padre adoptivo. Al hablar de la concepción virginal de Jesús, san Mateo afirma que nace de una virgen, para que se cumpliera el oráculo del profeta (citando a Is 7,14), en el cual se anuncia el nacimiento del Emanuel (ver Is 7-12). En este texto, el profeta se refiere a hijo del rey Ajaz, que nace de una joven. Pero luego el texto adquiere un sentido profético y mesiánico especial: aquel niño que va a nacer es tipo del Mesías que vendrá. De hecho, cuando la versión griega del Antiguo Testamento, llamada “versión de los Setenta”, tradujeron al griego la palabra “joven” o “muchacha” de Is 7,14, por el término “virgen”, los judíos le dieron un contenido profético nuevo: el Mesías nacerá de un Madre Virgen. Cuando San Mateo nos presente el nacimiento de Jesús, acudirá al texto griego de Isaías, no sólo asumiendo la interpretación mesiánica, sino que él mismo afirma que Jesús es el Enmanuel (Dios con nosotros), que nace de María Virgen. En ellos dos se realiza plenamente el oráculo del profeta: Jesús es el Mesías y María la Madre Virgen, y este hecho maravilloso sólo puede ser entendido como obra del Espíritu Santo. Esto es lo que hoy nos enseña acerca de María, el Evangelio de este domingo (ver Mt 1,18-25). Si hacemos una lectura atenta del primer capítulo de san Mateo (Evangelio de la Infancia de Jesús), podemos deducir los siguientes aspectos sobre María: La relación de María con José (es su esposa) y su independencia respecto a él, en la generación de Jesús, se hacen relación (virgen) y dependencia exclusiva de Dios, mediante la acción del Espíritu (ver Mt 1,18.20). Su Hijo es Jesús (Mt 1,16), llamado el Cristo o Jesucristo (Mt 1,18), el Emmanuel (Mt 1,23). No es simplemente la Madre de Jesús: es la Madre de Jesucristo, del Emanuel. Y esta sola afirmación sería suficiente para que la Iglesia Católica presente, en un cordial diálogo respetuoso y ecuménico a los cristianos no católicos, su posible aceptación de María en el misterio de salvación y en la práctica de la Iglesia. La insistencia de Mateo en tan pocos versículos, es muy importante, tiene un sentido teológico claro: De Ella (María), nació Jesús (ver Mt 1,16). Ella lo dio a luz (ver Mt 1,21.23.25). Por esto mismo es su Madre, con todo el derecho y todo el realismo de la palabra “madre”. ¿Por qué, si no, la repetición de esta expresión por seis veces? (ver Mt 1,18; 2,11.13.14.20.21). María es la madre de Jesús y es, a la vez, discípula del Emanuel, tema del que hemos ya tratado en varios artículos sobre el discipulado de las mujeres bíblicas, de María y de los discípulos. Aún más, si nos fijamos en el relato de los magos de Mt 2,1-12, en lugar de aparecer José, lo normal en aquella cultura donde el varón era muy importante, aparece “el niño (Jesús), con María su madre” (ver Mt 2,11). Porque los magos buscan al Mesías y lo encuentran con su madre (una insistencia de Mateo). Ella es la madre que lo ofrece al mundo pagano, para ser reconocido y adorado como Señor y como Cristo. Y desde que Ella quedó esperando por la acción poderosa del Espíritu (ver Mt 1.18-20), la unión con su Hijo es permanente: en el nacimiento (Mt 2,11), en la persecución, el destierro y el sufrimiento (Mt 2,13-14), pero también en su reingreso a la patria y su vida entre los pobres (Mt 2,20-21). Todo esto es lo que nos enseña san Mateo en su presentación sobre María, a la que contemplaremos en estos días, en el misterio de su maternidad divina.