Teoría constitucional I El abordaje de esta lectura debe entenderse de manera integral. La mera división de títulos y acápites representa una forma de organización, pero no implica que los términos analizados puedan ser estudiados de manera aislada ni como compartimentos independientes los unos de los otros. Historia, interpretación constitucional y concepto general de Constitución Referencias LECCIÓN 1 de 2 Historia, interpretación constitucional y concepto general de Constitución Breve evolución del constitucionalismo El proceso que da origen al constitucionalismo es la clara señal de la lucha de las sociedades en pos de sus libertades, desde la más remota antigüedad hasta la actualidad (Paolantonio, 1987, p. 195). En ese sentido, el resultado más acabado del constitucionalismo es el Estado constitucional, que “se caracteriza por la limitación del poder estatal en pro de las libertades individuales” (Paolantonio, 1987, p. 201). Esa limitación está dada, por un lado, por el reconocimiento de ciertos derechos fundamentales y, por el otro, por la división de poderes. Podemos dividirlo en –al menos– tres etapas: 1 el constitucionalismo clásico o liberal, 2 el constitucionalismo social y 3 el constitucionalismo de los derechos humanos internacionalizados. “El constitucionalismo primitivo (…) asume la forma del constitucionalismo liberal, [donde la idea de que] (…) los hombres son libres implica que cada uno de ellos puede pensar, expresarse y obrar como él quiera y la libertad de otros es el único límite de la libertad de cada uno. …Al ser la libertad el valor supremo, la igualdad se limita a una igualdad de posibilidades, de tratamiento frente a la ley .…El constitucionalismo social es un movimiento o tendencia esencialmente democrática, con amplio reconocimiento de los derechos y garantías individuales, aunque en su ejercicio se impongan a sus titulares limitaciones fundadas en el interés común. …[E]l constitucionalismo social exige una participación activa del Estado en la vida económica de la comunidad. …La principal diferencia entre ambos sistemas radica en que el constitucionalismo liberal hace profesión de fe acerca de la existencia de un orden natural, con su consecuencia necesaria de la mayor eficiencia económica de la economía de mercado, en tanto el constitucionalismo social niega la existencia de un orden natural, resultando la economía de mercado un mero reparto de injusticias. (Paolantonio, 1987, pp. 201, 202, 208, 209, 215) Por último, la etapa de la internacionalización de los DDHH presupone el avance del reconocimiento de derechos fundamentales mayormente reconocidos en los textos constitucionales que, debido a las experiencias sufridas por las guerras mundiales y las rupturas de los órdenes institucionales de la última parte del siglo XX, se hallan contenidos en instrumentos normativos que traspasan los límites de los estados, convirtiéndose en la aspiración última de una sociedad global que aspira a la paz institucional. Los métodos de interpretación Antes de abordar el eje de esta lectura, debemos recordar que el lenguaje en general –y el jurídico en particular– posee diversos caracteres que hacen de su estudio una aventura compleja (Nino, 2003, pp. 245 y ss.) Como operadores jurídicos debemos realizar una tarea interpretativa cada vez que los términos jurídicos se presentan ante nosotros. En ese sentido, la polisemia como característica lingüística es una constante cuando abordamos el estudio del derecho, a la que debemos sumarle la vaguedad, la ambigüedad y la carga emotiva, entre otros caracteres (Nino, 2003, pp. 245 y ss.). «Método» etimológicamente significa camino, vía hacia una determinada meta o destino. Toda disciplina metodológica tiene como cometido proporcionar los indicadores o referencias que marcan el itinerario correcto hacia la meta que respectivamente se pretende. En el caso de la metodología de interpretación y aplicación del derecho se trata de mostrar qué criterios, referencias y modos de operar pueden asegurar la obtención de una decisión jurídica que pueda tenerse por correcta, teniendo en cuenta que en este campo lo correcto se presenta como lo sinónimo de objetivo e imparcial y, por tanto, como lo opuesto a arbitrario, subjetivo o tendencioso. Y en lo que a la metodología de interpretación se refiere, la meta está en lograr la correcta atribución de significado a los enunciados legales, de manera que se obtenga una interpretación correcta que, unida a una adecuada valoración de los hechos, lleve a una también correcta decisión final o fallo de los litigios. Tanto en la doctrina sobre los métodos interpretativos como en la práctica interpretativa de los dogmáticos y jueces hay un gran acuerdo sobre los métodos válidos de interpretación jurídica, acuerdo que, en su núcleo primero, se remonta a los cánones de SAVIGNY, posteriormente complementados con algunos más, principalmente el teleológico. No es éste el momento para un tratamiento pormenorizado de tales métodos. Baste señalar que en lo básico se reconducen a los llamados literal o gramatical, sistemático, subjetivo y teleológico. Es decir, los métodos que señalan como criterios a tomar en cuenta para atribuir sentido a los enunciados legales cosas tales como el sentido más evidente o compartido de sus palabras, la inserción del enunciado en su contexto normativo en el que se usen las mismas palabras o se regulen los mismos asuntos, lo querido por el legislador o el fin que a tenor de las necesidades y creencias actuales quepa razonablemente atribuir a la norma en cuestión. Cada uno de estos métodos o criterios podría desglosarse en diversas especies o concreciones, pero repetimos que no es ése el tema en este instante. Lo que sí interesa resaltar es que la mencionada coincidencia básica permite poner de relieve que en la cultura jurídica actual se diferencia con bastante nitidez entre criterios interpretativos admisibles e inadmisibles. Veámoslo con ejemplos. Si un juez invoca, como pauta de su interpretación, la atención a lo que quiso el legislador o a la finalidad que la norma ha de cumplir, nadie diría que se atiene a criterios inválidos o rechazables, todo lo más se discutirá si los utiliza correctamente o si debió dar preferencia a otros criterios admisibles. En cambio, si un juez invocara, como fundamento de su adscripción de significado a un enunciado legal, cosas tales como la estética, alegando que se puede y se debe dar al enunciado el significado que sea literariamente más hermoso, o la teología, alegando que se ha de proporcionar a las normas el sentido que mejor concuerde con la voluntad divina, sin duda, hoy, habría general acuerdo en que ha perdido el seso y procede interpretando de modo inapropiado. Por tanto, un método o criterio estético o uno teológico no resultarían admisibles. ¿Qué hace que unos métodos se tengan por admisibles y otros no? Esa condición de generalmente admitidos y consolidados de ciertos métodos les confiere a éstos el carácter de tópicos, es decir, de argumentos que gozan de un consenso general preestablecido y que se traspasa, en principio, a los resultados de su aplicación. Ese fue probablemente el más importante descubrimiento de la tópica jurídica de Theodor VIEHWEG, el resaltar que en el razonamiento jurídico se opera con argumentos que son tópicos o lugares comunes que disfrutan de un consenso presupuesto. Pero podemos seguir interrogándonos acerca de las razones que convierten a algunos métodos en admisibles y a otros en inadmisibles. La tradición y la rutina desempeñan a ese propósito, sin duda, un importante papel, pero ha de haber algo más. Cada método interpretativo generalmente admitido lo está en razón de su sustrato valorativo. Cuando en la ciencia natural, por ejemplo, se privilegian los métodos experimentales sobre otros posibles, como la adivinación, el espiritismo o la fe religiosa, se hace así por cuanto que se da prioridad al valor verdad, concretado en la idea de verdad empíricamente contrastable. De la misma manera, cuando en la metodología jurídica se consideran válidos ciertos métodos, se hace así porque se estima que sirven a los valores básicos que justifican el derecho y su práctica. Detrás de los métodos admisibles de interpretación está la valoración positiva de cosas tales como la seguridad jurídica, el respeto a la autoridad legítima, la coherencia del sistema jurídico o la sintonía del derecho con las necesidades y opiniones sociales (lo que algún autor ya clásico denominaba el valor de «adecuación»). ¿Y por qué se consideran inapropiados como métodos de interpretación el estético o teológico? Porque servirían a valores que no se consideran propios del ordenamiento jurídico, sino personales de cada individuo, una vez que en la era moderna el gusto estético y el sentimiento religioso han pasado a verse como manifestaciones de la conciencia subjetiva. Por eso, invocarlos acarrea la sospecha cierta de subjetividad, lo que en el campo jurídico es sinónimo de arbitrariedad, de no consideración de argumentos aptos para la convicción y aceptación general en cuanto orientados a un interés general. Cualquiera de las tres concepciones de la interpretación jurídica que hemos presentado admitiría sin inconveniente todos esos métodos ampliamente acreditados en nuestros días. Lo que cambiará de una a otra es el orden de preferencia que entre se ellos establezca. Con esto llegamos a una cuestión central de la teoría de la interpretación, como es la de si existe un orden de prelación entre los diversos métodos o si están todos al mismo nivel. El problema, como es bien conocido, deriva del hecho de que un mismo enunciado legal puede recibir distinto sentido según cuál sea el criterio de su interpretación que se tome en cuenta. Si esto es así, que lo es, y si no hay un orden de preferencia entre los métodos, que permita dar prioridad a uno u otro resultado interpretativo, la decisión interpretativa goza de un muy amplio margen de libertad. Como resaltaron realistas como ROSS, a más métodos interpretativos más posibilidades de que el juez pueda inclinarse por la interpretación que personalmente más le agrade y encontrar un método que la justifique a posteriori, haciéndola entonces aparecer ya no como puro gusto personal, sino como resultado de una operación técnica y aséptica, encubriendo el componente de subjetivismo. (García Amado, 2004, pp. 62 y ss.) Tampoco es esta la instancia para tomar partido en la discusión en torno a las jerarquías de los métodos. Lo que debemos comprender es que cada uno de los métodos de interpretación que hemos visto tendrá para sí la concepción de utilidad que lo coloque como mejor opción. Repasemos con ejemplos… Para la concepción voluntarista gozará de prioridad el método de interpretación subjetiva, en cualquiera de sus dos versiones. Una versión de este método, la subjetiva-semántica, establece que hay que estar en la interpretación a lo que el legislador pretendió significar al emplear los términos y expresiones legales; la otra, la subjetiva-teleológica, dispone que se ha de considerar prioritariamente el fin específico al que el legislador quiso que la norma sirviera. Los demás métodos interpretativos serán o bien auxiliares de este método principal (como el llamado método histórico, que manda atender a los trabajos preparatorios, el derecho anterior, los debates parlamentarios, etc.), o bien complementarios, en cuanto sólo pueden ser invocados para colmar las lagunas que queden en lo que de la voluntad del legislador no pueda conocerse o en cuanto resulte equívoca o indeterminada. En la concepción axiológica o material el método interpretativo es una subespecie del método general de la razón práctica, del método de conocimiento de valores, del conocimiento de qué sea lo bueno o lo justo. Puesto que, aquí, interpretar es determinar el contenido correcto de un enunciado legal, y el patrón de lo correcto lo proporciona en última instancia un sistema de valores morales, se parte de la confianza en que tal orden objetivo de valores puede ser conocido con una, al menos, mínima certeza. El trasfondo de esta concepción es, pues, la tesis del cognitivismo ético, en cualquiera de sus variantes. Tales variantes pueden ir desde la afirmación de que existe y puede conocerse un cuerpo de derecho natural o de que existe una teoría material de los valores, al modo de SCHELER, por ejemplo, hasta los planteamientos de la ética discursiva de corte habermasiano, con su confianza en que por vía de argumentación intersubjetiva respetuosa de ciertas reglas procedimentales, que aseguran la libertad y paridad de los interlocutores posibles, cabe idealmente alcanzar acuerdos que reflejen pautas objetivas de justicia. …para la concepción lingüística la preferencia la detenta el método literal. …Se quiere decir que los significados que en la interpretación cabe asignar a los términos legales vienen delimitados por el uso, de modo que a un término legal absolutamente determinado y unívoco, con arreglo a su uso social, no se le puede atribuir ningún significado que desdiga de tal uso unívoco, y a los términos legales que adolezcan de vaguedad se les podrá otorgar cualquiera de los significados que encajen en los márgenes de permisibilidad con arreglo a tal uso, pero nunca uno que vaya más allá de ese límite. Por ejemplo, si interpretamos el término «gafas», podremos preguntarnos si su referencia en el enunciado en que se integra abarca cosas tales como las gafas de buceo o las gafas de soldador, y la respuesta podrá ser positiva o negativa, pero nunca será admisible entender que de su referencia forma parte un libro, un zapato o una corbata. Que en las decisiones jurídicas no sea difícil ver cómo por vía de analogía se extiende a objetos tales la regulación estipulada legalmente para las gafas, no implica que se esté realizando una interpretación en tal sentido, sino que se está creando una norma nueva para asignar determinada reglamentación a tales objetos, y tal creación irá avalada por razones que la hagan admisible o inadmisible, según el tipo de concepción jurídico-política que se sustente; pero nunca se podrá decir que se trata de una auténtica interpretación. Por tanto, ese criterio de los significados posibles con arreglo al uso marca las interpretaciones posibles y, en consecuencia, delimita la frontera entre interpretación, actividad cuya necesidad y legitimidad no se puede razonablemente discutir, y creación de nuevo derecho; y los límites de la legítima creación de derecho por los jueces constituyen objeto de una discusión [que escapa a esta instancia] .…Ahora bien, no tiene sentido plantearse la interpretación aislada y autónoma de un término legal. Al igual que ocurre en el uso ordinario y cotidiano del lenguaje, también en el derecho las palabras han de entenderse en el marco de su inserción contextual. Esto implica que los términos se interpretan en el marco de lo que es la interpretación de conjunto de los enunciados legales que los contienen, y tampoco los enunciados se analizan, al menos a efectos prácticos y decisorios, aisladamente, sino en el ámbito más amplio de un determinado capítulo, de un cuerpo legal y, en última instancia, del conjunto del ordenamiento jurídico-positivo. Así pues, la interpretación jurídica en la práctica es siempre interpretación «total», en los términos de HERNÁNDEZ MARÍN [para resumir lo planteado: sistemática]. Por consiguiente, hay que reconocer que las que tradicionalmente se llaman interpretación literal e interpretación sistemática se funden en buena medida. (García Amado, 2004, pp. 65 y ss.). Concepto de Constitución Habiendo avanzado en cuestiones de interpretación, debemos abordar el uso del término “Constitución”, contemplando las cuestiones mencionadas y siguiendo a Riccardo Guastini: El término “Constitución” es usado en el lenguaje jurídico (y político) con una multiplicidad de significados (cada uno de estos presenta muy diversos matices). …Será suficiente distinguir los cuatro significados principales, que son los siguientes: 1 en una primera acepción, “Constitución” denota todo ordenamiento político de tipo “liberal”; 2 en una segunda acepción, “Constitución” denota un cierto conjunto de normas jurídicas: grosso modo, el conjunto de normas —en algún sentido fundamentales— que caracterizan e identifican todo ordenamiento; 3 en una tercera acepción, “Constitución” denota —simplemente— un documento normativo que tiene ese nombre (o un nombre equivalente); 4 en una cuarta acepción, en fin, “Constitución” denota un particular texto normativo dotado de ciertas características “formales”, o sea de un peculiar régimen jurídico. (1999, p. 162) Analicemos brevemente cada una de estas acepciones: En una primera aproximación, dijimos que el término “Constitución” hace referencia a un ordenamiento político de tipo liberal. En efecto, dice al respecto Guastini: Para la filosofía política, el término “Constitución” es comúnmente utilizado en su sentido originario, para denotar cualquier ordenamiento estatal de tipo liberal (o, si se quiere, liberal-garantista); un ordenamiento en el que la libertad de los ciudadanos en sus relaciones con el Estado esté protegida mediante oportunas técnicas de división del poder político. (1999, p. 163) La ruptura con el Ancien Regime ocasionada por las Revoluciones francesa y norteamericana generó el escenario para que evolucione el constitucionalismo moderno, que podríamos vincular con el concepto de Constitución liberal. El originario concepto liberal de Constitución fue puesto en claro por el artículo 16 de la Déclaration des droits de l’homme et du citoyen (1789), que estableció lo siguiente: “Una sociedad en la que no esté asegurada la garantía de los derechos, ni reconocida la división de poderes, no tiene Constitución”. En este contexto, claro está, el término “Constitución” denota no ya una organización política cualquiera, sino una organización política liberal y garantista. La Constitución es concebida aquí como límite al poder político. De esta forma no todo Estado está provisto de Constitución: los Estados liberales son Estados constitucionales, o sea tienen Constitución; mientras que los Estados despóticos no son Estados “constitucionales”, es decir, carecen de Constitución. En este sentido del adjetivo “constitucional”, un Estado puede llamarse constitucional, o provisto de Constitución, si y solo si satisface dos condiciones (disyuntivamente necesarias y conjuntivamente suficientes): a) por un lado, que estén garantizados los derechos de los ciudadanos en sus relaciones con el Estado; b) por otro, que los poderes del Estado (el Poder Legislativo, el Poder Ejecutivo o de gobierno, el Poder Judicial) estén divididos y separados (o sea que se ejerzan por órganos diversos). Este modo de utilizar el término “Constitución” está hoy en día en desuso. No obstante, algunas expresiones todavía de uso corriente (especialmente en sede historiográfica) presuponen el concepto liberal de Constitución, y serían incomprensibles sin él. Es el caso, por ejemplo, de los términos “constitucionalismo” y “constitucionalización”, de las expresiones “monarquía constitucional”, “Estado constitucional” y “gobierno constitucional” (en oposición a: “monarquía absoluta”, “Estado absoluto”, “gobierno absoluto”). (Guastini, 1999, pp. 163-164) En relación a la segunda definición, el autor plantea que: En el campo de la teoría general del derecho, el término “Constitución” es generalmente usado para designar el conjunto de las normas “fundamentales” que identifican o caracterizan cualquier ordenamiento jurídico. La cuestión de cuáles normas deben ser consideradas fundamentales es una cosa obviamente debatible, desde el momento que “fundamental” no denota una propiedad empírica (calificar alguna cosa como “fundamental” es, en última instancia, un juicio de valor). Normas fundamentales de un determinado ordenamiento jurídico pueden ser consideradas, según los diversos puntos de vista, por lo menos las siguientes: Las normas que disciplinan la organización del Estado y el ejercicio del poder estatal (al menos en sus aspectos fundamentales: la función legislativa, la función ejecutiva y la función judicial), así como la conformación de los órganos que ejercen esos poderes (por ejemplo, las normas que disciplinan la formación del órgano legislativo) [art. 44 CN]; o bien, Las normas que disciplinan las relaciones entre el Estado y los ciudadanos (por ejemplo, las eventuales normas que reconocen a los ciudadanos derechos de libertad [art. 14 CN]); o todavía, Las normas que disciplinan la “legislación” (entendida en sentido “ material”, como la función de crear el derecho), o sea las normas que confieren poderes normativos, que determinan las modalidades de formación de los órganos a los que esos poderes son conferidos, que regulan los procedimientos de ejercicio de esos poderes, etc. [arts. 75 inc. 1, 99 inc. 7, 109, todos de la CN, entre otros]; o en fin, Las normas —comúnmente, si son escritas, formuladas como declaraciones solemnes— que expresan los valores y principios que informan a todo el ordenamiento [art. 15 CN]. En general, se puede convenir en que son normas fundamentales de cualquier ordenamiento: a) las que determinan la llamada “forma de Estado”; b) las que determinan la “forma de gobierno”; y c) las que disciplinan la producción normativa. …Este concepto de Constitución es característico del positivismo jurídico moderno, y es el que habitualmente se adopta hoy en día por los estudiosos del derecho público. Este concepto de Constitución, a diferencia del originario (“Constitución” en sentido liberal), es un concepto políticamente “neutro”: una Constitución es tal con independencia de su contenido político (liberal, no liberal, democrático, autocrático, etcétera). (Guastini, 1999, pp. 164-165) En cuanto a la tercera acepción, Guastini sostiene que: La Constitución entendida como conjunto de normas fundamentales (en uno u otro sentido) es llamada a su vez Constitución en sentido “sustancial” o “material”. Al concepto “material” de Constitución, entendido en este sentido específico, se conectan las nociones de “materia constitucional” y de “norma materialmente constitucional”. Se llaman materialmente constitucionales las normas “fundamentales” —en uno u otro sentido — de todo ordenamiento jurídico. Se llama materia constitucional el conjunto de objetos que son disciplinados por tales normas. Las normas “materialmente constitucionales” pueden ser escritas o consuetudinarias [es decir que se rigen por la costumbre]. Donde existe una Constitución escrita se esperaría que esas normas estuvieran expresamente formuladas. Sin embargo, no es infrecuente que también ahí donde existe una Constitución escrita, muchas normas pacíficamente consideradas “materialmente constitucionales” no estén escritas en la Constitución (sino que estén escritas en leyes ordinarias, o también que no estén de hecho escritas, quedando implícitas, en estado latente). De la misma forma, no es infrecuente que las Constituciones incluyan también normas no “materialmente constitucionales”. (1999, p. 166) Por último, en relación a la última acepción, podemos retomar lo siguiente: En el lenguaje común, como también para la de teoría de las fuentes, el término “Constitución” es comúnmente utilizado para designar un específico documento normativo –o sea un texto, formulado en una lengua natural, y expresivo de normas (jurídicas)– que formula y recoge, si no todas, al menos la mayor parte de las normas materialmente constitucionales de un ordenamiento determinado. En esta acepción, en suma, la Constitución es una suerte de “código” (si bien el término “código” no se suele utilizar en este contexto) de la materia constitucional. Al igual que es verdad que es raro que todas las normas constitucionales contenidas en una Constitución sean “materialmente constitucionales”, también es raro que la Constitución agote toda la “materia constitucional”. El “código” constitucional, allí donde existe, es un texto que se distingue de otros documentos normativos (en particular de las “leyes” comunes) al menos por las siguientes características. En primer lugar, la Constitución se distingue de otros textos normativos en virtud de su nombre propio: el nombre de “Constitución” (o en otros ordenamientos: “carta”, “carta constitucional”, “estatuto”, “ley fundamental” y similares), que corresponde a veces a una peculiar formulación: normalmente las Constituciones o una de sus partes (especialmente los eventuales preámbulos) están redactadas en un lenguaje solemne, destinado a subrayar la importancia política del documento. El nombre “Constitución” –se puede observar¬– individualiza, en todo ordenamiento, no ya un tipo (una clase) de textos, sino un singular documento normativo. En otras palabras, desde el punto de vista sincrónico, cualquier ordenamiento jurídico incluye —junto a una multiplicidad de leyes, de reglamentos, etcétera— no ya también una pluralidad de Constituciones, sino una, y una sola, Constitución. En segundo lugar, la Constitución se distingue de las otras fuentes del derecho en virtud de su contenido característico. Como se ha dicho, es raro que todas las normas contenidas en una Constitución sean “materialmente constitucionales”, y es igualmente raro que la Constitución agote la “materia constitucional”. No obstante, las Constituciones tienen en gran medida un contenido “materialmente constitucional”, en el sentido que se ha apuntado. Normalmente, las Constituciones incluyen: normas que confieren derechos de libertad a los ciudadanos, disciplinando de esa forma las relaciones entre los ciudadanos y el poder político; normas sobre la legislación y más en general normas que confieren poderes a los órganos del Estado, disciplinando así la organización del poder político mismo. Muchas Constituciones contemporáneas, además, incluyen también una multiplicidad de normas “de principio” o de normas “programáticas”. Unas contienen los valores y principios que informan —o al menos eso se supone— a todo el ordenamiento jurídico. Las otras recomiendan al legislador (y eventualmente a la administración pública) perseguir programas de reforma económica y/o social. En tercer lugar, la Constitución se distingue de las otras fuentes del derecho en virtud de sus destinatarios típicos: si no todas, casi todas las normas constitucionales se refieren no ya a los ciudadanos particulares, y ni siquiera a los órganos jurisdiccionales comunes, sino a los órganos constitucionales supremos (como: el jefe de Estado, las cámaras, el gobierno, la Corte Constitucional, etcétera). Se observa que cuando se emplea el vocablo “Constitución” en el sentido de código constitucional, no se puede decir que todo Estado esté necesariamente provisto de una Constitución. Es sin embargo verdad que la gran mayoría de los Estados contemporáneos poseen un código constitucional. Pero ningún Estado del “antiguo régimen” lo poseía de hecho. En nuestra época son raros o rarísimos los Estados que no lo poseen: se suele citar el ejemplo de Gran Bretaña, cuyo derecho constitucional es en gran parte consuetudinario (y por tanto no codificado). De todas formas, no existen razones lógicas que excluyan la existencia de un Estado desprovisto de código constitucional. (Guastini, 1999, pp. 167-169) Resumiendo… Estamos frente a las cuestiones fundamentales de la teoría constitucional, puesto que el estudio de los métodos interpretativos y la utilización del concepto de Constitución presuponen un ejercicio constante. Por las mismas características que las Constituciones tienen rigidez, en cuanto al procedimiento de sanción y reforma, escueta cantidad de normas, textura lingüística abierta en su redacción, ambigüedad en los términos utilizados, etcétera; el intérprete se enfrenta a diversas complejidades que ponen en tela de juicio la validez del sistema y su legitimidad. Con la nota del fallo “Castillo, Carina Viviana y otros c/ Provincia de Salta - Ministerio de Educación de la Prov. de Salta”, dictado por la Corte de Suprema de Justicia de la Nación que tienes disponible en el material de lectura, analiza: 1 ¿Qué opinión tiene la corte sobre la interpretación del artículo 2 de la Constitución Nacional? 2 ¿A qué método de los que abordamos en la lectura recurre para interpretarlo? 3 ¿En qué período del constitucionalismo crees que está sancionado dicho artículo? Abordando los primeros 44 artículos de la Constitución, podríamos decir que la Constitución Nacional posee diversos caracteres de la evolución del constitucionalismo: 4 ¿Cuál piensas que puede ser un ejemplo de la primera etapa de constitucionalismo? 5 ¿Cuál piensas que puede ser un ejemplo de la segunda etapa de constitucionalismo? 6 ¿Cuál piensas que puede ser un ejemplo de la tercera etapa de constitucionalismo? C O NT I NU A R LECCIÓN 2 de 2 Referencias García Amado, J. (2004) La interpretación constitucional. Revista jurídica de Castilla y León, n° 2. Recuperado de https://bit.ly/2A8pZkZ Guastini, R. (1999) Sobre el concepto de Constitución. Cuestiones Constitucionales n°1. Recuperado de https://bit.ly/2XEkcg7 Nino, C. (2003) Introducción al análisis del derecho. Buenos Aires: Editorial Astrea. Paolantonio, M. (1987) Antecedentes y evolución del constitucionalismo. Revista Lecciones y Ensayos, vol. 47. Recuperado de https://bit.ly/2MNCkOp C O NT I NU A R