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Teoría constitucional I

Teoría constitucional I
El abordaje de esta lectura debe entenderse de manera integral. La mera división de
títulos y acápites representa una forma de organización, pero no implica que los
términos analizados puedan ser estudiados de manera aislada ni como
compartimentos independientes los unos de los otros.
Historia, interpretación constitucional y concepto general de Constitución
Referencias
LECCIÓN 1 de 2
Historia, interpretación constitucional y concepto
general de Constitución
Breve evolución del constitucionalismo
El proceso que da origen al constitucionalismo es la clara señal de la lucha de las sociedades en pos de sus
libertades, desde la más remota antigüedad hasta la actualidad (Paolantonio, 1987, p. 195).
En ese sentido, el resultado más acabado del constitucionalismo es el Estado constitucional, que “se
caracteriza por la limitación del poder estatal en pro de las libertades individuales” (Paolantonio, 1987, p.
201). Esa limitación está dada, por un lado, por el reconocimiento de ciertos derechos fundamentales y, por
el otro, por la división de poderes.
Podemos dividirlo en –al menos– tres etapas:
1
el constitucionalismo clásico o liberal,
2
el constitucionalismo social y
3
el constitucionalismo de los derechos humanos internacionalizados.
“El
constitucionalismo
primitivo
(…)
asume
la
forma
del
constitucionalismo liberal, [donde la idea de que] (…) los hombres
son libres implica que cada uno de ellos puede pensar, expresarse y
obrar como él quiera y la libertad de otros es el único límite de la
libertad de cada uno. …Al ser la libertad el valor supremo, la
igualdad se limita a una igualdad de posibilidades, de tratamiento
frente a la ley
.…El constitucionalismo social es un movimiento o tendencia
esencialmente democrática, con amplio reconocimiento de los
derechos y garantías individuales, aunque en su ejercicio se
impongan a sus titulares limitaciones fundadas en el interés común.
…[E]l constitucionalismo social exige una participación activa del
Estado en la vida económica de la comunidad.
…La principal diferencia entre ambos sistemas radica en que el
constitucionalismo liberal hace profesión de fe acerca de la
existencia de un orden natural, con su consecuencia necesaria de la
mayor eficiencia económica de la economía de mercado, en tanto el
constitucionalismo social niega la existencia de un orden natural,
resultando la economía de mercado un mero reparto de injusticias.
(Paolantonio, 1987, pp. 201, 202, 208, 209, 215)
Por último, la etapa de la internacionalización de los DDHH presupone el avance
del reconocimiento de derechos fundamentales mayormente reconocidos en los
textos constitucionales que, debido a las experiencias sufridas por las guerras
mundiales y las rupturas de los órdenes institucionales de la última parte del
siglo XX, se hallan contenidos en instrumentos normativos que traspasan los
límites de los estados, convirtiéndose en la aspiración última de una sociedad
global que aspira a la paz institucional.
Los métodos de interpretación
Antes de abordar el eje de esta lectura, debemos recordar que el lenguaje en general –y el jurídico en
particular– posee diversos caracteres que hacen de su estudio una aventura compleja (Nino, 2003, pp. 245 y
ss.) Como operadores jurídicos debemos realizar una tarea interpretativa cada vez que los términos jurídicos
se presentan ante nosotros. En ese sentido, la polisemia como característica lingüística es una constante
cuando abordamos el estudio del derecho, a la que debemos sumarle la vaguedad, la ambigüedad y la carga
emotiva, entre otros caracteres (Nino, 2003, pp. 245 y ss.).
«Método» etimológicamente significa camino, vía hacia una determinada meta o destino.
Toda disciplina metodológica tiene como cometido proporcionar los indicadores o
referencias que marcan el itinerario correcto hacia la meta que respectivamente se
pretende. En el caso de la metodología de interpretación y aplicación del derecho se trata
de mostrar qué criterios, referencias y modos de operar pueden asegurar la obtención de
una decisión jurídica que pueda tenerse por correcta, teniendo en cuenta que en este
campo lo correcto se presenta como lo sinónimo de objetivo e imparcial y, por tanto, como
lo opuesto a arbitrario, subjetivo o tendencioso. Y en lo que a la metodología de
interpretación se refiere, la meta está en lograr la correcta atribución de significado a los
enunciados legales, de manera que se obtenga una interpretación correcta que, unida a
una adecuada valoración de los hechos, lleve a una también correcta decisión final o fallo
de los litigios.
Tanto en la doctrina sobre los métodos interpretativos como en la práctica interpretativa de
los dogmáticos y jueces hay un gran acuerdo sobre los métodos válidos de interpretación
jurídica, acuerdo que, en su núcleo primero, se remonta a los cánones de SAVIGNY,
posteriormente complementados con algunos más, principalmente el teleológico. No es
éste el momento para un tratamiento pormenorizado de tales métodos. Baste señalar que
en lo básico se reconducen a los llamados literal o gramatical, sistemático, subjetivo y
teleológico. Es decir, los métodos que señalan como criterios a tomar en cuenta para
atribuir sentido a los enunciados legales cosas tales como el sentido más evidente o
compartido de sus palabras, la inserción del enunciado en su contexto normativo en el que
se usen las mismas palabras o se regulen los mismos asuntos, lo querido por el legislador
o el fin que a tenor de las necesidades y creencias actuales quepa razonablemente atribuir
a la norma en cuestión. Cada uno de estos métodos o criterios podría desglosarse en
diversas especies o concreciones, pero repetimos que no es ése el tema en este instante.
Lo que sí interesa resaltar es que la mencionada coincidencia básica permite poner de
relieve que en la cultura jurídica actual se diferencia con bastante nitidez entre criterios
interpretativos admisibles e inadmisibles. Veámoslo con ejemplos. Si un juez invoca, como
pauta de su interpretación, la atención a lo que quiso el legislador o a la finalidad que la
norma ha de cumplir, nadie diría que se atiene a criterios inválidos o rechazables, todo lo
más se discutirá si los utiliza correctamente o si debió dar preferencia a otros criterios
admisibles. En cambio, si un juez invocara, como fundamento de su adscripción de
significado a un enunciado legal, cosas tales como la estética, alegando que se puede y
se debe dar al enunciado el significado que sea literariamente más hermoso, o la teología,
alegando que se ha de proporcionar a las normas el sentido que mejor concuerde con la
voluntad divina, sin duda, hoy, habría general acuerdo en que ha perdido el seso y procede
interpretando de modo inapropiado. Por tanto, un método o criterio estético o uno teológico
no resultarían admisibles.
¿Qué hace que unos métodos se tengan por admisibles y otros no? Esa condición de
generalmente admitidos y consolidados de ciertos métodos les confiere a éstos el
carácter de tópicos, es decir, de argumentos que gozan de un consenso general
preestablecido y que se traspasa, en principio, a los resultados de su aplicación. Ese fue
probablemente el más importante descubrimiento de la tópica jurídica de Theodor
VIEHWEG, el resaltar que en el razonamiento jurídico se opera con argumentos que son
tópicos o lugares comunes que disfrutan de un consenso presupuesto. Pero podemos
seguir interrogándonos acerca de las razones que convierten a algunos métodos en
admisibles y a otros en inadmisibles. La tradición y la rutina desempeñan a ese propósito,
sin duda, un importante papel, pero ha de haber algo más.
Cada método interpretativo generalmente admitido lo está en razón de su sustrato
valorativo. Cuando en la ciencia natural, por ejemplo, se privilegian los métodos
experimentales sobre otros posibles, como la adivinación, el espiritismo o la fe religiosa,
se hace así por cuanto que se da prioridad al valor verdad, concretado en la idea de verdad
empíricamente contrastable. De la misma manera, cuando en la metodología jurídica se
consideran válidos ciertos métodos, se hace así porque se estima que sirven a los valores
básicos que justifican el derecho y su práctica. Detrás de los métodos admisibles de
interpretación está la valoración positiva de cosas tales como la seguridad jurídica, el
respeto a la autoridad legítima, la coherencia del sistema jurídico o la sintonía del derecho
con las necesidades y opiniones sociales (lo que algún autor ya clásico denominaba el
valor de «adecuación»). ¿Y por qué se consideran inapropiados como métodos de
interpretación el estético o teológico? Porque servirían a valores que no se consideran
propios del ordenamiento jurídico, sino personales de cada individuo, una vez que en la era
moderna el gusto estético y el sentimiento religioso han pasado a verse como
manifestaciones de la conciencia subjetiva. Por eso, invocarlos acarrea la sospecha cierta
de subjetividad, lo que en el campo jurídico es sinónimo de arbitrariedad, de no
consideración de argumentos aptos para la convicción y aceptación general en cuanto
orientados a un interés general.
Cualquiera de las tres concepciones de la interpretación jurídica que hemos presentado
admitiría sin inconveniente todos esos métodos ampliamente acreditados en nuestros
días. Lo que cambiará de una a otra es el orden de preferencia que entre se ellos
establezca. Con esto llegamos a una cuestión central de la teoría de la interpretación,
como es la de si existe un orden de prelación entre los diversos métodos o si están todos
al mismo nivel. El problema, como es bien conocido, deriva del hecho de que un mismo
enunciado legal puede recibir distinto sentido según cuál sea el criterio de su
interpretación que se tome en cuenta. Si esto es así, que lo es, y si no hay un orden de
preferencia entre los métodos, que permita dar prioridad a uno u otro resultado
interpretativo, la decisión interpretativa goza de un muy amplio margen de libertad. Como
resaltaron realistas como ROSS, a más métodos interpretativos más posibilidades de que
el juez pueda inclinarse por la interpretación que personalmente más le agrade y encontrar
un método que la justifique a posteriori, haciéndola entonces aparecer ya no como puro
gusto personal, sino como resultado de una operación técnica y aséptica, encubriendo el
componente de subjetivismo. (García Amado, 2004, pp. 62 y ss.)
Tampoco es esta la instancia para tomar partido en la discusión en torno a las jerarquías de los métodos. Lo
que debemos comprender es que cada uno de los métodos de interpretación que hemos visto tendrá para sí
la concepción de utilidad que lo coloque como mejor opción.
Repasemos con ejemplos…
Para la concepción voluntarista gozará de prioridad el método de interpretación subjetiva,
en cualquiera de sus dos versiones. Una versión de este método, la subjetiva-semántica,
establece que hay que estar en la interpretación a lo que el legislador pretendió significar al
emplear los términos y expresiones legales; la otra, la subjetiva-teleológica, dispone que
se ha de considerar prioritariamente el fin específico al que el legislador quiso que la
norma sirviera. Los demás métodos interpretativos serán o bien auxiliares de este método
principal (como el llamado método histórico, que manda atender a los trabajos
preparatorios,
el
derecho
anterior,
los
debates
parlamentarios,
etc.),
o
bien
complementarios, en cuanto sólo pueden ser invocados para colmar las lagunas que
queden en lo que de la voluntad del legislador no pueda conocerse o en cuanto resulte
equívoca o indeterminada.
En la concepción axiológica o material el método interpretativo es una subespecie del
método general de la razón práctica, del método de conocimiento de valores, del
conocimiento de qué sea lo bueno o lo justo. Puesto que, aquí, interpretar es determinar el
contenido correcto de un enunciado legal, y el patrón de lo correcto lo proporciona en
última instancia un sistema de valores morales, se parte de la confianza en que tal orden
objetivo de valores puede ser conocido con una, al menos, mínima certeza. El trasfondo de
esta concepción es, pues, la tesis del cognitivismo ético, en cualquiera de sus variantes.
Tales variantes pueden ir desde la afirmación de que existe y puede conocerse un cuerpo
de derecho natural o de que existe una teoría material de los valores, al modo de SCHELER,
por ejemplo, hasta los planteamientos de la ética discursiva de corte habermasiano, con
su confianza en que por vía de argumentación intersubjetiva respetuosa de ciertas reglas
procedimentales, que aseguran la libertad y paridad de los interlocutores posibles, cabe
idealmente alcanzar acuerdos que reflejen pautas objetivas de justicia.
…para la concepción lingüística la preferencia la detenta el método literal.
…Se quiere decir que los significados que en la interpretación cabe asignar a los términos
legales vienen delimitados por el uso, de modo que a un término legal absolutamente
determinado y unívoco, con arreglo a su uso social, no se le puede atribuir ningún
significado que desdiga de tal uso unívoco, y a los términos legales que adolezcan de
vaguedad se les podrá otorgar cualquiera de los significados que encajen en los márgenes
de permisibilidad con arreglo a tal uso, pero nunca uno que vaya más allá de ese límite. Por
ejemplo, si interpretamos el término «gafas», podremos preguntarnos si su referencia en el
enunciado en que se integra abarca cosas tales como las gafas de buceo o las gafas de
soldador, y la respuesta podrá ser positiva o negativa, pero nunca será admisible entender
que de su referencia forma parte un libro, un zapato o una corbata. Que en las decisiones
jurídicas no sea difícil ver cómo por vía de analogía se extiende a objetos tales la
regulación estipulada legalmente para las gafas, no implica que se esté realizando una
interpretación en tal sentido, sino que se está creando una norma nueva para asignar
determinada reglamentación a tales objetos, y tal creación irá avalada por razones que la
hagan admisible o inadmisible, según el tipo de concepción jurídico-política que se
sustente; pero nunca se podrá decir que se trata de una auténtica interpretación. Por tanto,
ese criterio de los significados posibles con arreglo al uso marca las interpretaciones
posibles y, en consecuencia, delimita la frontera entre interpretación, actividad cuya
necesidad y legitimidad no se puede razonablemente discutir, y creación de nuevo
derecho; y los límites de la legítima creación de derecho por los jueces constituyen objeto
de una discusión [que escapa a esta instancia]
.…Ahora bien, no tiene sentido plantearse la interpretación aislada y autónoma de un
término legal. Al igual que ocurre en el uso ordinario y cotidiano del lenguaje, también en el
derecho las palabras han de entenderse en el marco de su inserción contextual. Esto
implica que los términos se interpretan en el marco de lo que es la interpretación de
conjunto de los enunciados legales que los contienen, y tampoco los enunciados se
analizan, al menos a efectos prácticos y decisorios, aisladamente, sino en el ámbito más
amplio de un determinado capítulo, de un cuerpo legal y, en última instancia, del conjunto
del ordenamiento jurídico-positivo. Así pues, la interpretación jurídica en la práctica es
siempre interpretación «total», en los términos de HERNÁNDEZ MARÍN [para resumir lo
planteado: sistemática]. Por consiguiente, hay que reconocer que las que tradicionalmente
se llaman interpretación literal e interpretación sistemática se funden en buena medida.
(García Amado, 2004, pp. 65 y ss.).
Concepto de Constitución
Habiendo avanzado en cuestiones de interpretación, debemos abordar el uso del término “Constitución”,
contemplando las cuestiones mencionadas y siguiendo a Riccardo Guastini:
El término “Constitución” es usado en el lenguaje jurídico (y político) con una multiplicidad
de significados (cada uno de estos presenta muy diversos matices). …Será suficiente
distinguir los cuatro significados principales, que son los siguientes:
1
en una primera acepción, “Constitución” denota todo ordenamiento político de tipo “liberal”;
2
en una segunda acepción, “Constitución” denota un cierto conjunto de normas jurídicas:
grosso modo, el conjunto de normas —en algún sentido fundamentales— que caracterizan e
identifican todo ordenamiento;
3
en una tercera acepción, “Constitución” denota —simplemente— un documento normativo que
tiene ese nombre (o un nombre equivalente);
4
en una cuarta acepción, en fin, “Constitución” denota un particular texto normativo dotado de
ciertas características “formales”, o sea de un peculiar régimen jurídico. (1999, p. 162)
Analicemos brevemente cada una de estas acepciones:
En una primera aproximación, dijimos que el término “Constitución” hace referencia a un
ordenamiento político de tipo liberal. En efecto, dice al respecto Guastini:
Para la filosofía política, el término “Constitución” es comúnmente utilizado en su sentido
originario, para denotar cualquier ordenamiento estatal de tipo liberal (o, si se quiere,
liberal-garantista); un ordenamiento en el que la libertad de los ciudadanos en sus
relaciones con el Estado esté protegida mediante oportunas técnicas de división del poder
político. (1999, p. 163)
La ruptura con el Ancien Regime ocasionada por las Revoluciones francesa y norteamericana generó el
escenario para que evolucione el constitucionalismo moderno, que podríamos vincular con el concepto de
Constitución liberal.
El originario concepto liberal de Constitución fue puesto en claro por el artículo 16 de la
Déclaration des droits de l’homme et du citoyen (1789), que estableció lo siguiente: “Una
sociedad en la que no esté asegurada la garantía de los derechos, ni reconocida la división
de poderes, no tiene Constitución”.
En este contexto, claro está, el término “Constitución” denota no ya una organización
política cualquiera, sino una organización política liberal y garantista. La Constitución es
concebida aquí como límite al poder político.
De esta forma no todo Estado está provisto de Constitución: los Estados liberales son
Estados constitucionales, o sea tienen Constitución; mientras que los Estados despóticos
no son Estados “constitucionales”, es decir, carecen de Constitución. En este sentido del
adjetivo “constitucional”, un Estado puede llamarse constitucional, o provisto de
Constitución, si y solo si satisface dos condiciones (disyuntivamente necesarias y
conjuntivamente suficientes): a) por un lado, que estén garantizados los derechos de los
ciudadanos en sus relaciones con el Estado; b) por otro, que los poderes del Estado (el
Poder Legislativo, el Poder Ejecutivo o de gobierno, el Poder Judicial) estén divididos y
separados (o sea que se ejerzan por órganos diversos).
Este modo de utilizar el término “Constitución” está hoy en día en desuso. No obstante,
algunas expresiones todavía de uso corriente (especialmente en sede historiográfica)
presuponen el concepto liberal de Constitución, y serían incomprensibles sin él. Es el caso,
por ejemplo, de los términos “constitucionalismo” y “constitucionalización”, de las
expresiones
“monarquía
constitucional”,
“Estado
constitucional”
y
“gobierno
constitucional” (en oposición a: “monarquía absoluta”, “Estado absoluto”, “gobierno
absoluto”). (Guastini, 1999, pp. 163-164)
En relación a la segunda definición, el autor plantea que:
En el campo de la teoría general del derecho, el término “Constitución” es generalmente
usado para designar el conjunto de las normas “fundamentales” que identifican o
caracterizan cualquier ordenamiento jurídico.
La cuestión de cuáles normas deben ser consideradas fundamentales es una cosa
obviamente debatible, desde el momento que “fundamental” no denota una propiedad
empírica (calificar alguna cosa como “fundamental” es, en última instancia, un juicio de
valor). Normas fundamentales de un determinado ordenamiento jurídico pueden ser
consideradas, según los diversos puntos de vista, por lo menos las siguientes:
Las normas que disciplinan la organización del Estado y el ejercicio del poder estatal (al menos
en sus aspectos fundamentales: la función legislativa, la función ejecutiva y la función
judicial), así como la conformación de los órganos que ejercen esos poderes (por ejemplo, las
normas que disciplinan la formación del órgano legislativo) [art. 44 CN]; o bien,
Las normas que disciplinan las relaciones entre el Estado y los ciudadanos (por ejemplo, las
eventuales normas que reconocen a los ciudadanos derechos de libertad [art. 14 CN]); o
todavía,
Las normas que disciplinan la “legislación” (entendida en sentido “ material”, como la función
de crear el derecho), o sea las normas que confieren poderes normativos, que determinan las
modalidades de formación de los órganos a los que esos poderes son conferidos, que regulan
los procedimientos de ejercicio de esos poderes, etc. [arts. 75 inc. 1, 99 inc. 7, 109, todos de la
CN, entre otros]; o en fin,
Las normas —comúnmente, si son escritas, formuladas como declaraciones solemnes— que
expresan los valores y principios que informan a todo el ordenamiento [art. 15 CN].
En general, se puede convenir en que son normas fundamentales de cualquier
ordenamiento: a) las que determinan la llamada “forma de Estado”; b) las que determinan
la “forma de gobierno”; y c) las que disciplinan la producción normativa.
…Este concepto de Constitución es característico del positivismo jurídico moderno, y es el
que habitualmente se adopta hoy en día por los estudiosos del derecho público.
Este concepto de Constitución, a diferencia del originario (“Constitución” en sentido
liberal), es un concepto políticamente “neutro”: una Constitución es tal con independencia
de su contenido político (liberal, no liberal, democrático, autocrático, etcétera). (Guastini,
1999, pp. 164-165)
En cuanto a la tercera acepción, Guastini sostiene que:
La Constitución entendida como conjunto de normas fundamentales (en uno u otro
sentido) es llamada a su vez Constitución en sentido “sustancial” o “material”. Al concepto
“material” de Constitución, entendido en este sentido específico, se conectan las nociones
de “materia constitucional” y de “norma materialmente constitucional”.
Se llaman materialmente constitucionales las normas “fundamentales” —en uno u otro sentido
— de todo ordenamiento jurídico.
Se llama materia constitucional el conjunto de objetos que son disciplinados por tales normas.
Las normas “materialmente constitucionales” pueden ser escritas o consuetudinarias [es
decir que se rigen por la costumbre]. Donde existe una Constitución escrita se esperaría
que esas normas estuvieran expresamente formuladas. Sin embargo, no es infrecuente
que también ahí donde existe una Constitución escrita, muchas normas pacíficamente
consideradas “materialmente constitucionales” no estén escritas en la Constitución (sino
que estén escritas en leyes ordinarias, o también que no estén de hecho escritas,
quedando implícitas, en estado latente). De la misma forma, no es infrecuente que las
Constituciones incluyan también normas no “materialmente constitucionales”. (1999, p.
166)
Por último, en relación a la última acepción, podemos retomar lo siguiente:
En el lenguaje común, como también para la de teoría de las fuentes, el término
“Constitución” es comúnmente utilizado para designar un específico documento normativo
–o sea un texto, formulado en una lengua natural, y expresivo de normas (jurídicas)– que
formula y recoge, si no todas, al menos la mayor parte de las normas materialmente
constitucionales de un ordenamiento determinado. En esta acepción, en suma, la
Constitución es una suerte de “código” (si bien el término “código” no se suele utilizar en
este contexto) de la materia constitucional. Al igual que es verdad que es raro que todas
las normas constitucionales contenidas en una Constitución sean “materialmente
constitucionales”, también es raro que la Constitución agote toda la “materia
constitucional”.
El “código” constitucional, allí donde existe, es un texto que se distingue de otros
documentos normativos (en particular de las “leyes” comunes) al menos por las
siguientes características.
En primer lugar, la Constitución se distingue de otros textos normativos en virtud de su
nombre propio: el nombre de “Constitución” (o en otros ordenamientos: “carta”, “carta
constitucional”, “estatuto”, “ley fundamental” y similares), que corresponde a veces a una
peculiar formulación: normalmente las Constituciones o una de sus partes (especialmente
los eventuales preámbulos) están redactadas en un lenguaje solemne, destinado a
subrayar la importancia política del documento.
El nombre “Constitución” –se puede observar¬– individualiza, en todo ordenamiento, no ya
un tipo (una clase) de textos, sino un singular documento normativo. En otras palabras,
desde el punto de vista sincrónico, cualquier ordenamiento jurídico incluye —junto a una
multiplicidad de leyes, de reglamentos, etcétera— no ya también una pluralidad de
Constituciones, sino una, y una sola, Constitución.
En segundo lugar, la Constitución se distingue de las otras fuentes del derecho en virtud de
su contenido característico. Como se ha dicho, es raro que todas las normas contenidas
en una Constitución sean “materialmente constitucionales”, y es igualmente raro que la
Constitución agote la “materia constitucional”. No obstante, las Constituciones tienen en
gran medida un contenido “materialmente constitucional”, en el sentido que se ha
apuntado.
Normalmente, las Constituciones incluyen:
normas que confieren derechos de libertad a los ciudadanos, disciplinando de esa forma las
relaciones entre los ciudadanos y el poder político;
normas sobre la legislación y más en general normas que confieren poderes a los órganos del
Estado, disciplinando así la organización del poder político mismo.
Muchas Constituciones contemporáneas, además, incluyen también una multiplicidad de
normas “de principio” o de normas “programáticas”. Unas contienen los valores y
principios que informan —o al menos eso se supone— a todo el ordenamiento jurídico. Las
otras recomiendan al legislador (y eventualmente a la administración pública) perseguir
programas de reforma económica y/o social.
En tercer lugar, la Constitución se distingue de las otras fuentes del derecho en virtud de
sus destinatarios típicos: si no todas, casi todas las normas constitucionales se refieren
no ya a los ciudadanos particulares, y ni siquiera a los órganos jurisdiccionales comunes,
sino a los órganos constitucionales supremos (como: el jefe de Estado, las cámaras, el
gobierno, la Corte Constitucional, etcétera).
Se observa que cuando se emplea el vocablo “Constitución” en el sentido de código
constitucional, no se puede decir que todo Estado esté necesariamente provisto de una
Constitución. Es sin embargo verdad que la gran mayoría de los Estados contemporáneos
poseen un código constitucional. Pero ningún Estado del “antiguo régimen” lo poseía de
hecho. En nuestra época son raros o rarísimos los Estados que no lo poseen: se suele citar
el ejemplo de Gran Bretaña, cuyo derecho constitucional es en gran parte consuetudinario
(y por tanto no codificado). De todas formas, no existen razones lógicas que excluyan la
existencia de un Estado desprovisto de código constitucional. (Guastini, 1999, pp. 167-169)
Resumiendo…
Estamos frente a las cuestiones fundamentales de la teoría
constitucional, puesto que el estudio de los métodos interpretativos y
la utilización del concepto de Constitución presuponen un ejercicio
constante. Por las mismas características que las Constituciones
tienen rigidez, en cuanto al procedimiento de sanción y reforma,
escueta cantidad de normas, textura lingüística abierta en su
redacción, ambigüedad en los términos utilizados, etcétera; el
intérprete se enfrenta a diversas complejidades que ponen en tela de
juicio la validez del sistema y su legitimidad.
Con la nota del fallo “Castillo, Carina Viviana y otros c/ Provincia de Salta - Ministerio de
Educación de la Prov. de Salta”, dictado por la Corte de Suprema de Justicia de la Nación
que tienes disponible en el material de lectura, analiza:
1
¿Qué opinión tiene la corte sobre la interpretación del artículo 2 de la Constitución Nacional?
2
¿A qué método de los que abordamos en la lectura recurre para interpretarlo?
3
¿En qué período del constitucionalismo crees que está sancionado dicho artículo?
Abordando los primeros 44 artículos de la Constitución, podríamos decir que la Constitución
Nacional posee diversos caracteres de la evolución del constitucionalismo:
4
¿Cuál piensas que puede ser un ejemplo de la primera etapa de constitucionalismo?
5
¿Cuál piensas que puede ser un ejemplo de la segunda etapa de constitucionalismo?
6
¿Cuál piensas que puede ser un ejemplo de la tercera etapa de constitucionalismo?
C O NT I NU A R
LECCIÓN 2 de 2
Referencias
García Amado, J. (2004) La interpretación constitucional. Revista jurídica de Castilla y León, n° 2.
Recuperado de https://bit.ly/2A8pZkZ
Guastini, R. (1999) Sobre el concepto de Constitución. Cuestiones Constitucionales n°1. Recuperado de
https://bit.ly/2XEkcg7
Nino, C. (2003) Introducción al análisis del derecho. Buenos Aires: Editorial Astrea.
Paolantonio, M. (1987) Antecedentes y evolución del constitucionalismo. Revista Lecciones y Ensayos, vol.
47. Recuperado de https://bit.ly/2MNCkOp
C O NT I NU A R