Subido por Ruth Aguilar

Unidad 4 INTRODUCCION A LAS CIENCIAS SOCIALES

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Trabajo, capital y mercado
El mercado como constructor de sentido en el capitalismo: sociedad
salarial. Modelos de organización del trabajo en la producción industrial.
El debate sobre la centralidad del trabajo. Procesos de acumulación del
capital, internacionalización y trasnacionalización. América Latina y la
configuración centro-periferia. Importancia estratégica de los recursos
naturales. El problema ambiental
El salariado es la relación laboral en la que una persona (el asalariado) vende
su fuerza de trabajo a cambio de un salario. Hoy en día, lo entendemos como
el empleo formal, regulado por contratos y leyes laborales. Pero en épocas
anteriores, esta idea estaba apenas en sus primeras etapas, no era lo que
conocemos hoy como un empleo estable y regulado.
El salariado no abarca a todos los pobres o miserables, pero sí representa
una forma de trabajo que en esa época era vista como una degradación. Ser
asalariado implicaba estar en una posición de vulnerabilidad y desventaja.
En esta época, ser asalariado no era una posición deseable. Las personas
preferían ser propietarios, aunque fuera de pequeñas parcelas de tierra, o
trabajar de forma independiente. El salariado era visto como una última
opción cuando alguien no podía sostenerse por sí mismo.
Ejemplos de esto:
•
Campesinos: Si un campesino pequeño no podía vivir solo de su tierra,
debía trabajar para otros, convirtiéndose en asalariado.
•
Artesanos: Si un artesano no lograba ser independiente, debía trabajar
para otro artesano o para un comerciante.
•
Compañeros: En el sistema de gremios, un aprendiz o compañero
aspiraba a convertirse en maestro. Si no lo lograba, debía permanecer
como asalariado, lo que era considerado un fracaso.
En la sociedad preindustrial el vagabundeo era considerado como el "grado
cero" de la condición salarial. Esto se debe a que el vagabundo es una persona
que no tiene acceso a una relación salarial formal, aunque en términos
absolutos, solo posee la fuerza de su trabajo, su "mano de obra". En este
sentido, el vagabundo es un asalariado "puro", ya que su única fuente de
sustento es el trabajo físico. Sin embargo, debido a su falta de poder
adquisitivo o de propiedad sobre su propia persona, le es imposible vender su
fuerza de trabajo, lo que lo convierte en un "no asalariado". El vagabundeo
revela la falta de seguridad y las condiciones de exclusión social de una gran
parte de los trabajadores en esa época, incluso aquellos que no eran
vagabundos. El asalariado en general se encontraba en una posición de
fragilidad, ya fuera como semisalariado, salariado fraccionado, clandestino o
despreciado. Estos trabajadores no disfrutaban de una posición estable dentro
de la organización social y estaban sujetos a la disolución o marginalización.
De hecho, en muchas ocasiones, los asalariados ocupaban las zonas más
vulnerables de la estructura social.
Según Marx, la fuerza de trabajo solo puede ser vendida como mercancía si el
trabajador es dueño de su fuerza laboral y tiene la libertad de disponer de ella.
Este es un concepto clave: la "libertad" del trabajador está asociada a la
posibilidad de disponer de su propia fuerza de trabajo. Sin embargo, Marx
también reconoce que esta "libertad" es solo una forma teórica, ya que muchas
veces los trabajadores no son "libres" en el sentido pleno de la palabra. Los
siervos, por ejemplo, aunque no son plenamente libres, podían llegar a
convertirse en asalariados parciales si, luego de cumplir con sus obligaciones
como siervos, ofrecían una parte de su tiempo "libre" a cambio de una
retribución.
En el contexto medieval, el trabajo industrial en las ciudades se organizaba
principalmente a través del sistema gremial. Este sistema de producción estaba
basado en pequeños talleres y la organización de los trabajadores en gremios.
El trabajo de los artesanos, que se llevaba a cabo dentro de estas
comunidades gremiales, no se consideraba salariado en el sentido moderno,
pero es visto como la principal matriz del salariado futuro. El maestro artesano
era propietario de sus herramientas y tenía entre sus trabajadores a
compañeros (asalariados a tiempo completo) y aprendices (no retribuidos). En
el caso de los compañeros, aunque no eran propietarios de sus propios medios
de producción, recibían una compensación por su trabajo. Este tipo de
salariado, aunque en principio parecía ser una condición relativamente sólida,
estaba en realidad orientado a ser transitorio. El ideal de la organización
gremial era que los compañeros llegaran a convertirse en maestros, es decir,
que fueran capaces de formar su propio taller y convertirse en empleadores de
otros trabajadores.
Una característica importante de los gremios era su capacidad para regular
tanto la producción como el mercado de trabajo. En lugar de existir un mercado
libre de trabajo, los gremios controlaban la contratación de los trabajadores,
estableciendo normas estrictas para el ingreso en el oficio. Esta organización
tenía como objetivo asegurar un control sobre la calidad del trabajo y proteger a
los miembros del gremio de la competencia externa, pero también impedía que
el sistema laboral evolucionara hacia un mercado libre. Los gremios no solo
aseguraban el monopolio de la producción, sino que también mantenían un
sistema jerárquico que limitaba la movilidad de los trabajadores, restringiendo
sus posibilidades de cambiar de taller o ciudad.
Desde el siglo XIV, el sistema gremial, que organizaba el trabajo en las
ciudades medievales, empieza a entrar en crisis, esto se debió a que las
regulaciones se volvieron más estrictas, y solo los hijos de los maestros podían
aspirar a la maestría. El requisito de una costosa "obra maestra", que antes
solo se pedía excepcionalmente, se generalizó, lo que dificultaba el acceso a
los puestos de maestro y bloqueaba la promoción interna dentro de los
gremios. A medida que las restricciones aumentaban, algunos de estos
compañeros trataron de organizarse en huelgas, como la que ocurrió entre
1539 y 1542 en Lyon, donde los impresores luchaban por el control del
mercado laboral. Los compañeros querían imponer el papel de "rouleur", un
intermediario que gestionaba el empleo dentro del gremio, lo que les daba
poder sobre la contratación de nuevos trabajadores.
Durante el siglo XVI y XVIII, las dinámicas del trabajo artesanal se vieron
transformadas por el predominio de los mercaderes en ciertas industrias, como
la textil, especialmente en Flandes e Italia del Norte. Aunque los talleres de los
artesanos continuaban siendo una organización artesanal, los mercaderes
financiaban la producción, proveían la materia prima y controlaban la
comercialización del producto terminado. Los artesanos, aunque mantenían
ciertos privilegios y la propiedad de sus herramientas, perdían el control sobre
la producción y no participaban directamente en la acumulación de riqueza. A la
par del crecimiento del capitalismo comercial, en las zonas rurales surgió lo que
se conoce como protoindustria. El putting-out system (sistema de
subcontratación) permitió que los mercaderes enviaran materia prima a los
campesinos, quienes la procesaban en sus hogares y devolvían el producto
semiterminado para su comercialización. Este sistema permitió una mayor
producción sin necesidad de concentrar la mano de obra en fábricas, y también
proporcionó un ingreso adicional para los campesinos que ya trabajaban la
tierra. En el contexto británico, este tipo de organización rural creció
rápidamente y permitió que el país desarrollara un mercado nacional que
abastecía productos industriales. Sin embargo, cuando el sistema alcanzó sus
límites, el desarrollo de la revolución industrial en el siglo XIX fue una respuesta
a las insuficiencias del sistema protoindustrial. La introducción de la máquina y
la concentración de los trabajadores en fábricas permitió un mejor control de la
producción y transformó las relaciones laborales, marcando la transición a una
forma moderna de organización del trabajo.
Aparece en este contexto dos tipos de trabajo: el trabajo regulado y el trabajo
forzado. El trabajo regulado era aquella modalidad organizada dentro de
estructuras corporativas, como los gremios, estos no solo organizaban la
producción, sino que establecían normas estrictas que regulaban cómo debía
ser el trabajo, quién podía trabajar en qué, y bajo qué condiciones. Por otro
lado, el trabajo forzado hacía referencia a aquellas actividades que eran
realizadas bajo la coacción de una autoridad, como el trabajo en la tierra bajo el
feudalismo, donde la relación de los trabajadores con sus señores no era de
libertad, sino de sumisión.
En la sociedad medieval el trabajo manual era visto de manera despectiva,
debido a la división tripartita de la sociedad medieval propuesta por la doctrina
social de la época. Según esta concepción, la sociedad estaba dividida en tres
órdenes: los oratores (los clérigos), los bellatores (los guerreros) y los
laborantes (los trabajadores manuales, principalmente campesinos). En este
esquema, el trabajo manual estaba vinculado a una actividad "vil" y "abyecta",
algo indigno en comparación con las actividades de los clérigos o los nobles.
De hecho, se consideraba que la actividad manual despojaba a las personas
de dignidad social, ya que se asociaba con la fatiga, el esfuerzo físico y la
subordinación. Los gremios, a pesar de que estaban formados por trabajadores
manuales, desempeñaban un papel crucial en cambiar la percepción del
trabajo. Eran organizaciones que, aunque formadas por artesanos, les
otorgaban una estructura que les proporcionaba un cierto reconocimiento
social. Estos gremios funcionaban como una respuesta a las estructuras
feudales y ofrecían a los trabajadores un cierto estatus dentro de la sociedad.
Los trabajadores fuera de los gremios, es decir, los pobres, dependían de un
sistema de control social conocido como la "policía de los pobres". Este
sistema no solo tenía que ver con el control del trabajo, sino con la regulación
de la vida de los desposeídos. La policía de los pobres abarcaba varias
áreas, como la disciplina de las costumbres, la lucha contra la vagancia y el
libertinaje, la conservación de la salud pública, y la organización de la
asistencia social, como los hospitales para los inválidos. Pero lo fundamental
aquí era que, para los más desfavorecidos, el trabajo se convertía en una
obligación. Es decir, la función de la policía no era solo proteger, sino obligar
a las personas a trabajar.
En Francia, la situación laboral era distinta a la de Inglaterra, principalmente
porque la pequeña explotación agrícola se mantuvo durante más tiempo. Esto
significa que en Francia había más pequeños arrendatarios (personas que
alquilan tierras para trabajar) que dependían menos de trabajos industriales.
Además, las ciudades francesas tenían gremios (grupos organizados de
trabajadores con reglas propias), lo que ayudaba a regular el trabajo urbano.
Sin embargo, el Estado trataba de intervenir para organizar el trabajo de
manera más estructurada. En 1545, el rey Francisco I emitió una orden que
obligaba a los mendigos válidos (aquellos que podían trabajar pero no tenían
empleo) a ser empleados en obras públicas en París, como si estuvieran
trabajando en el sector privado. A lo largo del tiempo, se pensaron diversas
soluciones, como la creación de "casas públicas" para hombres, mujeres y
niños, en las cuales los pobres se convertirían en aprendices. También se
idearon sanciones severas, como prisión, para aquellos que no quisieran
trabajar. Aunque los intentos de emplear a los pobres fracasaron, la idea de
hacer que todos los pobres trabajaran para el Estado nunca desapareció. Se
crearon diferentes formas de trabajo forzado, como los "talleres de caridad" y
los "depósitos de mendicidad". Estos mecanismos trataban de obligar a los
pobres a trabajar, y aquellos que no querían ser parte de estos sistemas eran
castigados con medidas punitivas, como la prisión. La idea era que el Estado
debía controlar el trabajo de los pobres, y aquellos que no encontraran empleo
por su cuenta debían ser enviados a trabajos públicos, como la construcción de
puentes y caminos.
A medida que nos acercamos al final del Antiguo Régimen (siglos XIV a XVI), la
cantidad de asalariados crecía y se diversificaban los tipos de salario, pero
seguían siendo marginales respecto a las formas tradicionales de trabajo, como
los gremios. Los salarios eran una parte importante de la economía urbana
medieval, pero estructuralmente no desafiaban las estructuras de poder y
trabajo preexistentes.
TIPOS DE ASALARIADOS EN LA EDAD MEDIA
•
El trabajo de los "compañeros" de los gremios: Su ideal era llegar a
ser maestros artesanos, es decir, alcanzar una posición de mayor
autonomía y no depender del salario. Sin embargo, al estar atrapados en
un sistema que no les permitía avanzar, muchos se veían obligados a
aceptar la condición de asalariados permanentes, sin poder escapar de
la subordinación.
• Los maestros "venidos a menos": Estos eran artesanos que, debido a
las crisis económicas, se veían obligados a trabajar para terceros,
especialmente mercaderes. Aunque ya no eran dueños de su oficio,
seguían vendiendo los productos que ellos mismos fabricaban, pero no
su fuerza de trabajo.
• Los obreros marginales: A los obreros que no pertenecían a los
gremios, como los "chambrelans" (trabajadores no reconocidos por las
leyes gremiales) o los "foráneos" (aquellos que intentaban establecerse
por su cuenta), se les relegaba a una situación precaria. Estos
trabajadores no solo carecían de estabilidad laboral, sino que también
sufrían una exclusión social.
• Los domésticos y servidores: Los sirvientes domésticos
representaban un grupo social particularmente ambiguo, pues algunos
disfrutaban de una cierta estabilidad y seguridad en sus trabajos, sobre
todo aquellos que trabajaban en "grandes casas".
• Trabajadores no manuales: Este grupo estaba compuesto por
empleados que no realizaban trabajos manuales, como los dependientes
en oficinas o los empleados judiciales, pero que tampoco gozaban de un
estatus prestigioso ni de estabilidad económica.
• Trabajo no calificado: La gran mayoría de la población urbana
trabajaba en oficios no cualificados como los de albañiles, cargadores,
aguateros, o mozos de cuerda. Estos trabajos, conocidos como
"mercenarios", eran realizados por personas que alquilaban su fuerza de
trabajo, en su mayoría por un salario diario.
• Trabajo en el campo: Los campesinos que trabajaban en el campo
solían complementar sus ingresos con oficios artesanales, como la
fabricación de tapices o trabajos rurales. En el campo, una gran parte de
•
•
la población estaba compuesta por "asalariados fraccionados", es decir,
personas que no vivían exclusivamente de su trabajo asalariado, sino
que complementaban sus ingresos con otras actividades, como la
agricultura o el artesanado. En esta situación, el trabajo asalariado no
era visto como una ocupación principal, sino más bien como una
necesidad temporal o complementaria.
Trabajo agrícola estacional: Había también campesinos que, además
de trabajar la tierra, realizaban trabajos estacionales en las fábricas o
minas que se encontraban en el campo. Estos "obreros-campesinos"
eran menos dependientes de la fábrica, pues podían alternar sus labores
con las tareas agrícolas.
Trabajadores migrantes: se trasladaban a diferentes regiones en busca
de empleo estacional, estos trabajadores, que carecían de estabilidad y
dependían completamente de las estaciones y de la disponibilidad de
trabajo, con salarios bajos y condiciones precarias.
Aunque las condiciones laborales estaban comenzando a cambiar, el
asalariado "puro", es decir, aquel que solo vivía del salario, seguía siendo una
minoría, tanto en el campo como en la ciudad. La mayor parte de los
trabajadores seguían dependiendo de actividades secundarias para
complementar su ingreso. La industrialización aún no había transformado
completamente la estructura del trabajo.
El trabajo asalariado no surgió del contrato libre ni de la libertad, sino de un
sistema de tutela que estructuraba las relaciones laborales. Este modelo de
tutela está vinculado a la corvée, una obligación impuesta a los campesinos de
trabajar gratuitamente para el señor feudal durante ciertas jornadas,
posteriormente, podía pagar dinero en lugar de trabajo, lo que le daba cierta
libertad para organizar su propio trabajo y obtener ingresos.
Aunque jurídicamente diferentes, el trabajo asalariado y la corvée compartían
muchas similitudes en cuanto a las condiciones de trabajo y la dependencia del
trabajador respecto al empleador. La principal diferencia era que el asalariado
recibía un pago, aunque en muchos casos este era mínimo y apenas suficiente
para subsistir. Por ejemplo, en Inglaterra algunos campesinos, conocidos como
lundinarii, debían realizar la corvée los lunes y trabajaban como asalariados
otros días de la semana, a menudo para el mismo amo. En la práctica, su
trabajo era idéntico, pero la diferencia radicaba en si recibían o no un pago.
En el siglo XVIII, se promulgaron leyes que abolieron tanto los gremios como la
corvée, con el objetivo de liberar la economía y permitir la libertad de empresa.
Estas reformas marcaron el fin de las coacciones tradicionales en el trabajo y
el inicio de un mercado laboral basado en el contrato libre.
A fines del Antiguo Régimen, el trabajo asalariado comenzó a expandirse de
forma espectacular, pero sus principales grupos de crecimiento –como los
artesanos rurales y el primer proletariado industrial– enfrentaban condiciones
de miseria extrema.
Para controlar la creciente fuerza laboral industrial, se implementaron medidas
autoritarias. Por ejemplo:
•
Ordenanza de 1749: Los trabajadores necesitaban un "billete de
licencia" firmado por su patrón para abandonar su empleo.
•
Libreta laboral (1781): Los obreros debían portar una libreta visada por
las autoridades administrativas al desplazarse o contratarse en otro
lugar. Este sistema recordaba las formas de control de manufacturas
reales y talleres de caridad.
En las primeras concentraciones industriales, las condiciones laborales eran
tan miserables que solo las aceptaban quienes estaban en extrema necesidad.
Estas fábricas y talleres reclutaban a los más vulnerables: vagabundos,
mujeres y niños. En algunos casos, como las minas de Newcastle en el siglo
XVIII, se encadenaba a los trabajadores para evitar que escaparan.
Jeremy Bentham propuso en su obra "Esbozo de una obra a favor de los
pobres" una solución extrema: arrestar a los indigentes y obligarlos a trabajar
en "casas de trabajo" organizadas como empresas privadas. Estas
instituciones aplicarían tecnología y división del trabajo (precursoras del
taylorismo) para maximizar la producción y erradicar la miseria.
Con la llegada de la modernidad liberal, se promovió el libre acceso al trabajo,
desafiando las regulaciones anteriores que restringían el movimiento y la
contratación laboral. El trabajo "libre" pasó de ser una excepción (algo fuera de
los estatutos tradicionales) a convertirse en el modelo base del sistema salarial.
CONCEPCION DEL TRABAJO A TRAVES DEL TIEMPO Y MODELOS DE
ORGANIZACIÓN DEL TRABAJO EN LA PRODUCCIÓN INDUSTRIAL.
El trabajo fue visto durante mucho tiempo como una especie de "maldición" o
condena divina en la tradición bíblica. Esta visión se concreta en el pasaje de la
Biblia donde se dice "ganarás el pan con el sudor de tu frente", lo que vincula el
trabajo manual (el esfuerzo físico) con la supervivencia humana. Para los
sectores más pobres, el trabajo no era solo una necesidad económica, sino una
obligación moral que les era impuesta por la estructura social. Este trabajo,
especialmente el manual, no solo era visto como el medio para ganarse la vida,
sino como un medio para evitar la "ociosidad", que se percibía como un vicio.
El trabajo físico o manual era la forma en que los más pobres pagaban su
"deuda social", mientras que los ricos eran exentos de este tipo de trabajo y se
beneficiaban de una estructura social donde los demás se encargaban de la
producción de bienes.
La concepción medieval de la riqueza estaba vinculada a un sistema feudal,
donde la riqueza no provenía directamente del trabajo. La tierra era vista como
un don o una entrega previa, y aquellos que poseían tierras o derechos sobre
ellas, como los señores feudales, no dependían del trabajo físico para generar
riqueza. El sistema feudal estaba basado en la dependencia y la lealtad, no en
la producción directa. El trabajo no solo fue percibido como una necesidad
económica, sino también como una obligación moral que debía ser cumplida,
particularmente por los más pobres. La iglesia, desde el siglo XII, reconoció la
utilidad económica del trabajo, pero siempre con un enfoque moral y religioso.
Este modelo de trabajo estaba profundamente relacionado con la coerción y la
disciplina social, siendo la pobreza vista como un pecado que debía ser
redimido a través del trabajo.
A medida que la Edad Moderna avanzaba, especialmente con el comercio
internacional que surgió en esta época (especias, seda, azúcar, café, entre
otros), la relación entre trabajo y riqueza se complejizó. El comercio, al igual
que el feudalismo, no necesariamente se basaba en la producción de valor a
través del trabajo productivo, sino más bien en un intercambio desigual que
generaba riqueza para los comerciantes y terratenientes. Los mercantilistas,
preocupados por el poder del Estado y la competencia en los mercados
internacionales, vieron el trabajo como un recurso a maximizar. Este enfoque
era parte de un esfuerzo por aumentar la producción y la riqueza del reino. Sin
embargo, incluso en este período, el trabajo no se justificaba por su valor
intrínseco, sino por su capacidad para generar poder y riqueza para el Estado.
Con la llegada del liberalismo en el siglo XVIII, la visión del trabajo dio un giro
importante. Los filósofos y economistas liberales, como Locke, Adam Smith y
Turgot, promovieron una nueva concepción del trabajo. Ya no se trataba solo
de una herramienta para garantizar la redención moral o el poder del Estado,
sino de una fuerza económica fundamental.
•
•
•
Locke, por ejemplo, postuló que el trabajo era la base de toda
propiedad.
Smith argumentó que el trabajo era la fuente de toda riqueza, para
Smith, la cantidad de trabajo incorporado a un producto determinaba su
valor de intercambio, y este principio fundamentaba el mercado libre. En
este contexto, el trabajo ya no debía ser coaccionado ni regulado por la
moralidad o las estructuras rígidas del Estado. Por el contrario, debía ser
"libre", es decir, los trabajadores debían tener la libertad de negociar sus
condiciones y participar en un mercado donde el valor del trabajo se
reflejara en los intercambios libres.
Turgot uno de los más importantes filósofos liberales de la época,
defendió la idea de un "Estado mínimo". Según Turgot, el papel del
Estado no era intervenir directamente en la economía o regular el
trabajo, sino eliminar las barreras que impedían el libre intercambio de
bienes y la libre contratación de trabajadores. En su visión, el trabajo y la
industria debían ser libres de restricciones, y solo la competencia y el
interés individual podían garantizar la prosperidad y el equilibrio social.
Las fundaciones y los hospitales, instituciones caritativas bajo el Antiguo
Régimen, fueron vistas con creciente desaprobación por los pensadores
ilustrados. Estas instituciones no solo eran centros de asistencia a los
indigentes, sino que también promovían el trabajo forzado. A medida que las
condiciones en estos lugares se volvían cada vez más insostenibles y
deshumanizantes, los pensadores liberales cuestionaron la moralidad y la
eficacia de las políticas de asistencia. De hecho, se pensaba que estas
instituciones, al no permitir el trabajo libre, frenaban el potencial de los pobres,
a quienes se les negaba la posibilidad de participar en el mercado laboral de
manera productiva. En lugar de ser lugares de rehabilitación o ayuda, los
hospitales y depósitos de mendicidad se percibían como una carga para la
economía, ya que impedían que los pobres pudieran generar riqueza a través
de su trabajo.
•
•
Montlinot argumentó que el trabajo debe ser libre y regido por el interés
personal, es decir, la búsqueda del propio bienestar y la mejora
personal. La libertad de trabajo es vista como un motor de la producción,
ya que, a través del deseo de mejorar, se estimulaba la productividad de
los trabajadores. Este principio se opone a la idea tradicional, que veía el
trabajo como una obligación impuesta por el orden social y no como una
oportunidad para el individuo de avanzar y prosperar.
Turgot en 1776, como Controlador General de Finanzas, intentó abolir
las instituciones que mantenían el trabajo forzado, como los depósitos
de mendicidad, y las regulaciones gremiales que limitaban la libertad de
los trabajadores. Para Turgot, la supresión de estas restricciones era un
paso necesario para permitir que el trabajo se organizara según
principios naturales y de libre competencia, en lugar de seguir los
antiguos sistemas arbitrarios y coercitivos. Al igual que Montlinot, Turgot
entendía que el derecho al trabajo era un derecho fundamental, y que
todo hombre debía tener la libertad de trabajar y acceder a los recursos
necesarios para su subsistencia. Turgot, a pesar de sus esfuerzos, no
logró que estas reformas prosperaran debido a su caída del poder. Sin
embargo, la nueva concepción del trabajo ya había comenzado a calar
en la sociedad, y las ideas liberales sobre la organización del trabajo
siguieron influyendo en la Revolución Francesa y en los movimientos
sociales posteriores.
Para los liberales de la época, el trabajo no solo era una forma de subsistencia,
sino también la base de la riqueza nacional, ya que la capacidad de trabajo de
la población debía ser optimizada para aumentar la producción. La riqueza de
una nación no dependía solo de sus recursos naturales o de la acumulación de
capital, sino de la forma en que se organizaba y aprovechaba el trabajo de su
población. Esta nueva organización del trabajo afectó a las clases trabajadoras.
Los pensadores ilustrados vieron en la clase trabajadora un "semillero" de
riqueza social, al que se debía cuidar y mantener para asegurar su capacidad
de generar riqueza a través del trabajo. La idea de que la riqueza de una
nación dependía del trabajo de sus ciudadanos llevó a la necesidad de
reorganizar el trabajo de manera que se potenciara el uso de la fuerza de
trabajo disponible, garantizando que los trabajadores pudieran acceder a las
oportunidades económicas para poder subsistir y mejorar su situación. A pesar
de que algunos de los cambios propuestos por los liberales en cuanto a la
organización del trabajo no se implementaron completamente, las ideas sobre
la libertad de trabajo, la abolición de los monopolios y la competencia se
convirtieron en pilares del pensamiento económico moderno. Esta
transformación estructural permitió el paso de una sociedad organizada
jerárquicamente y basada en el control de la autoridad, a una sociedad donde
los individuos eran responsables de su propio destino y podían prosperar en
función de su esfuerzo y competencia.
El Comité para la Extinción de la Mendicidad de la Asamblea Constituyente
propuso:
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Dejar de ver la pobreza como una cuestión de caridad y comenzar a
considerarla como un derecho, es decir, no se trataba de una acción de
generosidad sino de un deber social: el derecho a la subsistencia, no
algo que dependa de la benevolencia de los individuos o de la caridad
pública, sino una obligación que el Estado debe garantizar.
Hacer una distinción clave entre dos tipos de pobres: los incapaces de
trabajar y los capaces de trabajar. Aquellos que no podían trabajar, como
los ancianos, los enfermos y los niños, deberían tener derecho a recibir
asistencia, y este derecho al socorro debía ser asegurado por el poder
público. Por otro lado, los pobres capaces de trabajar, a quienes se les
consideraba válidos para el trabajo, debían ser tratados de manera
diferente. En lugar de simplemente ofrecerles asistencia, el Estado debía
garantizarles acceso al trabajo.
Un sistema en cuanto a la administración del socorro que fuera parte del
aparato estatal, con el Estado siendo responsable de garantizar que los
recursos para asistir a los pobres fueran distribuidos de manera
equitativa y eficaz. El sistema de hospitales, casas de caridad y otras
instituciones que anteriormente administraban los fondos para la
asistencia se reemplazaría por un fondo nacional gestionado por el
poder público.
Afirmarlo como un derecho fundamental y lo eleva a la categoría de un
principio constitucional, se trataba de incluir este derecho a la
subsistencia en las leyes fundamentales de la nación, algo que no se
había considerado de forma sistemática hasta ese momento.
El Comité también se plantea una crítica al rol del gobierno en la economía. No
se debía esperar que el gobierno proporcionara empleo directamente, sino que
debía crear las condiciones para que los trabajadores pudieran encontrar
trabajo por sí mismos. Así, el Comité refuerza la idea de que el gobierno debe
alentar el trabajo y multiplicar las oportunidades laborales a través de una
legislación que favorezca la libertad económica y la prosperidad, sin que esta
intervención se perciba como una acción directa o visible.
Pero el Comité de Mendicidad no contemplaba la posibilidad de que el mercado
de trabajo no fuera capaz de absorber a todos los que buscaban empleo. A los
empleadores no les convenía tener trabajadores disponibles en todo momento,
ya que si los trabajadores pudieran exigir mejores condiciones laborales, esto
afectaría negativamente a las empresas y, por ende, a la estabilidad económica
del Estado. Este escenario lleva a un conflicto de intereses entre los
empleadores (quienes no querían estar a merced de la demanda de los
trabajadores) y los trabajadores (que podían volverse más exigentes en las
condiciones laborales). El Comité, sin reconocer esta contradicción
fundamental, asumió que una vez que se abrieran los mercados, el trabajo se
distribuiría eficientemente entre los individuos. A pesar de que la teoría liberal
sugería que cualquier "mendigo válido" podría encontrar trabajo, esta
afirmación resultaba demasiado optimista y no tenía en cuenta las realidades
estructurales de la economía. A medida que avanzaba la Revolución, se
comprendió que el desequilibrio entre la oferta y la demanda de trabajo y las
tensiones entre las clases sociales requerían una solución más compleja que
simplemente confiar en el mercado libre. La idea de "malos pobres", aquellos
que se rehusaban a trabajar incluso cuando podían, comenzó a ganar terreno.
Estos individuos fueron vistos como un peligro para el orden social y la
cohesión del Estado, ya que su inacción era percibida como una amenaza a la
estabilidad pública.
El 14 de junio de 1791, la Asamblea legislativa aprobó la ley Le Chapelier,
que marcó un hito en la relación entre el trabajo y el Estado. Esta ley estableció
que el trabajo debía ser tratado como una mercancía que se regía por la ley de
oferta y demanda. A partir de entonces, el trabajo dejó de ser visto como una
actividad protegida por derechos laborales o garantías externas y se convirtió
en una transacción entre el empleador y el trabajador, regulada únicamente por
las convenciones privadas entre ambos. Este cambio significaba una profunda
transformación en la forma en que se organizaba el trabajo. Ya no habría
sindicatos ni corporaciones que pudieran intervenir en las condiciones
laborales, y los trabajadores no tendrían más que su libre albedrío para
negociar sus condiciones. Sin embargo, esta liberalización del trabajo generó
un mercado en el que los trabajadores estaban a merced de las leyes del
mercado, sin ninguna protección garantizada.
El 19 de marzo de 1793, la Convención Nacional proclamó que todo hombre
tenía derecho a su subsistencia, ya sea por trabajo o por el socorro gratuito si
no estaba en condiciones de trabajar. Este doble principio quedó formalizado
en el artículo 21 de la Constitución de 1793, que estipulaba que la sociedad
debía procurar la subsistencia de los ciudadanos mediante trabajo o asistencia.
La Revolución propuso una articulación entre el liberalismo económico y el
socorro estatal, buscando una solución a la miseria y el desempleo. Sin
embargo, este modelo resultó inaplicable debido a la incompatibilidad interna
entre dos enfoques: por un lado, el liberalismo quería minimizar la intervención
del Estado en la economía, mientras que la propuesta de asistencia pública
exigía un Estado fuerte y una intervención directa en la distribución de
recursos. Estas dos visiones no pudieron coexistir de manera efectiva.
Además, el principio del "libre acceso al trabajo" se reveló ambiguo. Aunque la
ley reconocía que los ciudadanos debían tener acceso al trabajo y a la
subsistencia, el Estado no se comprometía a garantizar empleo para todos.
Este vacío generó una tensión entre la libertad del trabajador para buscar
empleo y la obligación del Estado de proporcionarlo. En lugar de resolver la
pobreza, se abrió la posibilidad de explotación y precarización laboral, sin
garantizar los derechos fundamentales de los trabajadores. El fracaso del
intento de combinar estos enfoques radicaba en que la Revolución no había
previsto un espacio para la negociación entre los intereses del Estado y los de
los trabajadores, lo que dejó al sistema económico en manos del liberalismo sin
una verdadera política social. La propuesta de "derecho al trabajo" en su
máxima expresión fue demasiado radical para la época y no se concretó en
acciones efectivas que beneficien a los más necesitados, mientras que los
empleadores se beneficiaban del "libre acceso al trabajo" sin responsabilidades
hacia los trabajadores.
Un ejemplo clave citado es el preámbulo de la ley Le Chapelier (1791), que
prohibió las organizaciones gremiales y sindicales en Francia. Este documento
afirmaba que los obreros debían mantener el acuerdo contractual con sus
empleadores. Sin embargo, en la práctica, esta "libertad contractual" era una
ilusión, ya que los trabajadores solo disponían de una libertad negativa
(ausencia de coacción), pero no de las condiciones necesarias para negociar
en igualdad de condiciones. La desigualdad inherente entre empleadores y
trabajadores quedaba expuesta en la relación contractual. Los empleadores, al
no depender de inmediato del contrato para sobrevivir, podían imponer
condiciones desfavorables. En contraste, los trabajadores, que necesitaban el
salario para subsistir, estaban forzados a aceptar términos desventajosos.
El paso hacia una relación salarial más estable y estructurada dependió de
cinco condiciones fundamentales que permitieron esta transición:
1. Separación rígida entre quienes trabajan efectiva y regularmente, y los
inactivos o semiactivos, que hay que excluir del mercado de trabajo, o
sea integrar bajo formas reguladas.
La definición moderna de población activa fue crucial para identificar quiénes
trabajaban regularmente y quiénes quedaban fuera del mercado laboral. Este
proceso de clasificación fue largo y complejo, y se logró con claridad solo a
fines del siglo XIX y principios del XX en países como Francia (1896) e
Inglaterra (1901).
•
Definición de población activa: Incluye a quienes participan en el
mercado de trabajo o de bienes y servicios con una ganancia monetaria.
•
Identificación del desempleo involuntario: Se diferenció a los
trabajadores regulares de aquellos con relaciones laborales erráticas o
intermitentes.
Para controlar los flujos laborales, se buscó una distribución más organizada
del empleo:
•
En Inglaterra, las oficinas de colocaciones y sindicatos (con prácticas
como el closed shop, que aseguraba empleo solo para los
sindicalizados) jugaron un papel importante.
•
En Francia, los esfuerzos por regular el mercado laboral fueron menos
efectivos debido al retraso en el desarrollo del salariado industrial. Por
ejemplo, iniciativas como las bolsas de trabajo controladas por
sindicatos fracasaron debido a divisiones internas.
La moralización de los trabajadores fue una estrategia central para estabilizar
el sistema laboral:
•
Disciplina laboral: Se promovió la idea del "buen obrero" regular y
disciplinado.
•
Represión del vagabundeo:
o
En Francia, a finales del siglo XIX, hubo un aumento significativo
de los arrestos por vagabundeo como forma de presionar a los
trabajadores hacia una conducta laboral regular.
o
Esto coincidió con una crisis económica y el inicio de la segunda
revolución industrial.
La organización técnica del trabajo, especialmente a través de la maquinaria,
transformó las relaciones laborales:
•
La máquina impuso un ritmo de trabajo que los obreros debían seguir,
reduciendo la posibilidad de comportamientos laborales "volátiles" o
intermitentes.
•
Esta transformación hizo que la disciplina ya no dependiera únicamente
de valores morales o persuasión, sino de las demandas objetivas del
proceso productivo.
Las políticas patronales y las intervenciones gubernamentales influyeron en el
desarrollo del salariado:
•
Políticas patronales: Combinaban beneficios sociales con
reglamentaciones estrictas para fomentar la lealtad de los obreros y
neutralizar su resistencia.
•
Intervención estatal: Aunque limitada, en países como Francia, se
promovieron medidas como la creación de agencias municipales de
colocación y la Oficina de Trabajo (1891), que se enfocó en reunir datos
y estadísticas sobre el empleo.
2. La fijación del trabajador a su puesto de trabajo y la racionalización del
proceso del trabajo en el marco de una "gestión del tiempo precisa,
dividida, reglamentada".
Desde el siglo XIX, se buscaron métodos para mantener al trabajador en su
puesto de trabajo mediante coacciones técnicas, anticipando lo que luego se
llamaría "taylorismo". Un ejemplo temprano de esta tendencia es la visión del
barón Charles Dupin, quien en 1847 idealizaba un sistema en el que las
máquinas operaran de forma ininterrumpida, reduciendo al mínimo los
intervalos de reposo. En esta concepción, tanto hombres como mujeres y niños
serían incorporados a un ritmo de trabajo perpetuo, arrastrados por el motor
mecánico hacia jornadas diurnas y nocturnas, en una búsqueda de máxima
productividad. Sin embargo, esta utopía de explotación rivalizaba con las
capacidades humanas y dependía en gran medida del "factor humano". Más
tarde, el taylorismo se consolidaría como un enfoque sistemático que eliminaba
la dependencia de estas coacciones externas. En lugar de esto, introdujo un
cronometraje riguroso y una división detallada de las tareas laborales,
reduciendo el margen de maniobra y autonomía del obrero. Esto significó una
pérdida significativa de control sobre el ritmo y contenido de su trabajo.
Además, el cronometraje eliminó el "paseo" del obrero, una práctica que antes
permitía cierta flexibilidad e iniciativa en el desempeño laboral.
El taylorismo también simplificó las tareas y las hizo más repetitivas, lo que
llevó a una disminución en la necesidad de calificaciones complejas o
polivalentes. En consecuencia, el trabajador perdió una de sus principales
herramientas de negociación: su pericia profesional. Este proceso marcó el fin
de una era en la que el obrero cualificado podía ofrecer sus habilidades al
mejor postor. No obstante, este cambio afectó principalmente a las nuevas
poblaciones obreras que llegaban de zonas rurales y que, en su mayoría,
carecían de autonomía o calificaciones avanzadas.
Aunque la "organización científica del trabajo" generó una pérdida de
autonomía, también tuvo un efecto unificador. Antes del taylorismo, los obreros
solían identificarse más con su oficio específico (por ejemplo, como carpinteros
o forjadores) que con una identidad de clase común. Las rivalidades internas y
las diferencias salariales dentro de cada gremio mantenían fragmentada a la
clase obrera. Sin embargo, la estandarización de las condiciones laborales bajo
el taylorismo contribuyó a forjar una identidad obrera más homogénea, lo que
fortaleció la conciencia de clase y facilitó la organización sindical.
Este proceso, sin embargo, no fue uniforme. Por un lado, fomentó la
homogeneización al eliminar barreras gremiales. Por otro lado, intensificó la
diferenciación al crear categorías dentro de la fuerza laboral, como los obreros
especializados (centrados en tareas repetitivas) y los obreros técnicos
(encargados de mantenimiento y supervisión). Esto también promovió la
aparición de nuevos roles, como el de los "ejecutivos", encargados de la
planificación y gestión del trabajo.
Aunque el taylorismo se convirtió en un símbolo de la racionalización del
trabajo, su aplicación inicial fue limitada. Antes de la Primera Guerra Mundial,
solo el 1% de la población industrial en Francia estaba bajo este sistema.
Además, el taylorismo fue una manifestación extrema de una tendencia más
amplia hacia la "racionalización" del trabajo, que también incluyó otras formas
menos estrictas de organización. Estas prácticas se extendieron más allá de
las fábricas, alcanzando sectores como oficinas, grandes almacenes y servicios
terciarios.
El taylorismo contribuyó al desarrollo de una nueva dimensión en la relación
salarial moderna, caracterizada por:
1. Racionalización máxima del trabajo: El control detallado de las
operaciones y tareas permitió alcanzar una productividad elevada.
2. Separación del tiempo de trabajo y no-trabajo: Se establecieron
límites claros entre las horas laborales y el tiempo libre.
3. Producción en masa: Este modelo organizativo facilitó la fabricación de
bienes a gran escala, sustentando el crecimiento económico y el
consumo.
3. El acceso a través del salario a "nuevas normas de consumo obrero"
que convertían al obrero en el propio usuario de la producción en masa.
La transformación clave en el marco de las condiciones laborales y económicas
fue el cambio en la percepción del trabajador como un mero productor, que
debía generar el máximo valor con el menor costo posible, hacia la figura del
trabajador-consumidor. Este cambio comenzó a vislumbrarse con las
propuestas de Frederick Taylor y se consolidó con Henry Ford.
Taylor ya había planteado la idea de aumentar los salarios de los trabajadores
para incentivarlos a aceptar la estricta disciplina que la nueva organización del
trabajo requería. Sin embargo, Ford fue quien implementó esta noción de
manera sistemática, vinculándola con la producción en masa. Con su famoso
"five dollars day", Ford no solo aumentó considerablemente el salario de sus
empleados, sino que abrió una nueva dimensión para el obrero: la posibilidad
de consumir los productos que él mismo ayudaba a fabricar.
Antes de este giro, el patrón veía al trabajador principalmente como una
herramienta de producción. Se buscaba maximizar la utilidad generada por su
labor, manteniendo los salarios lo más bajos posibles. Esto implicaba que
cualquier beneficio adicional que se otorgara a los trabajadores, como
prestaciones sociales (ayuda en caso de enfermedad, accidente, o vejez), no
se concebía como un medio para mejorar su capacidad de consumo, sino para
evitar una degradación total de su calidad de vida. El consumo legítimo del
trabajador, según esta ideología, debía limitarse a lo necesario para su
supervivencia y la de su familia. Cualquier excedente que pudiera destinarse al
consumo personal era visto con recelo, ya que se consideraba que fomentaba
vicios como el alcoholismo o el ausentismo.
La preocupación por el bienestar y el consumo empezó a manifestarse también
entre los propios trabajadores. Esto se observa en las palabras de Alphonse
Merrheim, líder sindical de la CGT, quien en 1913 declaró que las
reivindicaciones obreras (reducción de la jornada laboral y aumentos salariales)
tenían como objetivo mejorar las condiciones de vida de la clase trabajadora y
aumentar sus posibilidades de consumo.
Este cambio en la percepción del consumo obrero está relacionado con la
transformación de los modos de vida populares. En la sociedad preindustrial, y
durante los inicios de la industrialización, muchos trabajadores podían
sobrevivir a pesar de salarios extremadamente bajos gracias a sus vínculos
con el medio rural. Cultivaban sus propias parcelas de tierra o participaban en
trabajos agrícolas estacionales, lo que les permitía complementar su economía
doméstica. Sin embargo, la expansión de las grandes concentraciones
industriales provocó una ruptura con este modelo. A medida que más
trabajadores se trasladaban a las ciudades y se desvinculaban del campo, sus
ingresos dependían exclusivamente de los salarios. Esto generó una
homogeneización de las condiciones de vida y del consumo, haciendo
necesario un salario que no solo cubriera la subsistencia básica, sino que
también permitiera un mayor nivel de bienestar.
El fordismo puede definirse como la integración de la producción en
masa con el consumo masivo. Henry Ford entendió que para sostener la
producción en masa era necesario que los trabajadores, como consumidores
potenciales, tuvieran los medios económicos para adquirir los productos que
ellos mismos fabricaban. Por esta razón, implementó salarios más altos y
redujo la jornada laboral a ocho horas, lo que además incentivaba a los
trabajadores a mantenerse productivos y comprometidos. Ford destacó que
esta política salarial representaba un ahorro a largo plazo, ya que los salarios
más altos no solo mejoraban la motivación y el rendimiento, sino que también
aumentaban la demanda de productos. Este enfoque permitió a los
trabajadores salir de la precariedad extrema que los había caracterizado
durante siglos, accediendo a un nuevo nivel de existencia social basado en el
deseo y no únicamente en la necesidad. El trabajador podía aspirar a objetos
duraderos como automóviles, electrodomésticos y viviendas, lo que le otorgaba
una mayor libertad y calidad de vida. Según Merrheim, este "deseo de
bienestar" marcaba una nueva etapa en la relación salarial, donde el consumo
se convertía en un elemento central de la identidad obrera.
4. El acceso a la propiedad social y a los servicios públicos.
La idea central aquí es que los trabajadores, además de ser agentes
económicos, son también miembros de una comunidad y, como tales, tienen
derecho a participar de los bienes comunes no comerciales de la sociedad.
Estos bienes, que incluyen servicios como la salud, la educación, la vivienda y
otros aspectos relacionados con el bienestar colectivo, son fundamentales para
consolidar la integración social y mejorar las condiciones de vida de la clase
trabajadora.
Esto hace referencia al concepto de propiedad transferida la cual no se
refiere a bienes materiales en posesión directa sino a derechos colectivos
asociados al acceso a servicios públicos y sociales, que complementan el
ingreso salarial de los trabajadores.
Durante los inicios de la industrialización, el pauperismo –es decir, la pobreza
extrema y estructural que afectaba a las clases trabajadoras– era uno de los
mayores problemas sociales. Esta condición generaba una gran inestabilidad,
tanto para los trabajadores como para el sistema económico en su conjunto.
Frente a este "veneno" social, el seguro obligatorio surgió como una
respuesta clave. El seguro obligatorio se estructuró como una red mínima de
seguridades vinculadas al trabajo, destinada a proteger al obrero en
situaciones de desamparo absoluto, como accidentes laborales, enfermedades
o la vejez.
La estabilización del trabajo continuo en el largo plazo fue clave para la
implementación de derechos como la jubilación. Este derecho, por ejemplo,
requiere que el trabajador tenga un historial laboral constante para garantizar
un ingreso durante la vejez. Antes del desarrollo de los seguros sociales, los
trabajadores dependían de las economías domésticas (como los ahorros
familiares) o de la ayuda comunitaria para enfrentar situaciones de crisis. La
propiedad social buscaba romper esta dependencia, proporcionando un
sistema institucionalizado de protección.
Aunque este modelo de propiedad social y seguros obligatorios fue diseñado
inicialmente para los obreros de la gran industria, su impacto trascendió a otros
sectores de la población trabajadora.
La clase obrera, en este contexto, ganó mayor acceso a bienes colectivos
esenciales, como:
•
Salud y atención médica: Mejorar la higiene y el acceso a servicios
sanitarios fue un paso crucial para reducir las altas tasas de mortalidad y
mejorar la calidad de vida de los trabajadores y sus familias.
•
Vivienda: Las políticas de vivienda social buscaron aliviar el
hacinamiento y las condiciones insalubres que afectaban a los obreros
en las áreas urbanas.
•
Educación: El acceso a la educación pública fue fundamental para
elevar el nivel de instrucción de la clase trabajadora y facilitar su
integración en la sociedad industrial.
•
Higiene: Campañas y servicios enfocados en mejorar las condiciones
sanitarias generales, tanto en el trabajo como en los hogares, fueron
parte de este esfuerzo.
5. La inscripción en un derecho del trabajo que reconocía al trabajador
como miembro de un colectivo dotado de un estatuto social, más allá de
la dimensión puramente individual del contrato de trabajo.
Originalmente, el artículo 1710 del Código Civil definía el contrato de trabajo
como un "contrato por el cual una de las partes se compromete a hacer algo
para la otra, a cambio de un pago". Esta definición está enmarcada en el
derecho civil tradicional, que asume que las partes involucradas son igualmente
libres y autónomas para pactar los términos del acuerdo. Sin embargo, esta
concepción liberal del contrato ha sido ampliamente criticada por su profunda
asimetría. En la práctica, la relación entre empleador y empleado no es
equitativa debido al desequilibrio inherente en términos de poder y recursos
entre ambas partes.
El verdadero cambio llegó con la ley del 25 de marzo de 1919, que estableció
un estatuto jurídico para las convenciones colectivas. Estas convenciones,
producto de negociaciones entre empleadores y representantes de los
trabajadores, prevalecían sobre los contratos individuales, introduciendo un
marco normativo que regulaba las relaciones laborales entre grupos sociales.
Léon Duguit destacó la importancia revolucionaria de las convenciones
colectivas, describiéndolas como una "categoría jurídica totalmente nueva".
Según él, estas convenciones no eran simples acuerdos entre partes, sino una
convención ley que definía el régimen legal de las relaciones laborales entre
clases sociales. Este nuevo enfoque superó el modelo individualista del
contrato de trabajo, asegurando que incluso los obreros contratados
individualmente se beneficiaran de las disposiciones de las convenciones
colectivas.
A pesar de su importancia, la aplicación inicial de la ley de convenciones
colectivas fue decepcionante. Tanto los empleadores como los trabajadores
mostraron reticencias para entrar en procesos de negociación, lo que
obstaculizó la implementación efectiva de estas medidas. En este contexto, el
Estado asumió un papel central como mediador y motor en el desarrollo del
derecho laboral.
El período del Frente Popular en 1936 fue un momento crucial para el
desarrollo del derecho del trabajo y las relaciones laborales. Durante este
período, se produjo una convergencia única entre una voluntad política y un
movimiento social. El gobierno del Frente Popular, con una mayoría socialistacomunista, promovió una política social favorable a los trabajadores.
Paralelamente, cerca de dos millones de obreros ocuparon fábricas en junio,
ejerciendo una presión social sin precedentes. Los acuerdos de Matignon,
firmados en este contexto, marcaron un avance significativo en la consolidación
del derecho laboral. Estos acuerdos impulsaron las convenciones colectivas y
establecieron la figura de los delegados de fábrica, elegidos por los
trabajadores, como representantes en las negociaciones laborales. Este fue un
paso decisivo hacia la democratización de las relaciones laborales y la
institucionalización de los derechos de los trabajadores.
OHNISMO, TAYLORISMO Y FORDISMO
El aporte de Taiichi Ohno, considerado uno de los grandes innovadores del
sistema de producción Toyota (TPS), tiene dos componentes principales que
definen su enfoque: la autonomía o "automatización del componente humano"
y el concepto de "justo a tiempo".
El ohnismo define la unidad de trabajo como el conjunto más pequeño de
"actos productivos transferibles", que pueden ser realizados por diferentes
operarios. En este enfoque, no solo se considera la tarea directa (la producción
en sí), sino también tareas indirectas como el mantenimiento, el cambio de
herramientas, la gestión de calidad, etc. En el ohnismo, el trabajo no es
individual, sino que se realiza en equipos. Los miembros de un equipo
comparten información y conocimientos relacionados con las tareas
productivas, lo que fomenta la colaboración y la rotación de tareas dentro y
entre los equipos. Esto permite que los operarios sean multifuncionales,
capaces de realizar una variedad de tareas. El principio de eficiencia en el
ohnismo se basa en la optimización del flujo de trabajo y en la reducción de
inventarios mediante el sistema "justo a tiempo" (JIT), donde los materiales
se entregan justo cuando se necesitan en el proceso de producción. No existe
una única manera de hacer el trabajo, sino que la eficiencia se busca a través
de la mejora continua. Los operarios pueden proponer sugerencias para
mejorar los procesos y solucionar problemas, lo que promueve una cultura de
perfeccionamiento continuo. En lugar de estandarizar el trabajo de manera
rígida, el trabajo se organiza de forma evolutiva y flexible, adaptándose a las
necesidades cambiantes y a la producción de variedad.
Se formaron algunas tesis que presentan al ohnismo como una “variante del
taylorismo” o hasta como un hiper – taylorista, pero en realidad tanto el
taylorismo como el ohnismo son dos enfoques distintos.
En el taylorismo, la organización del trabajo se basa en una fragmentación
extrema de las tareas:
•
Descomponer el trabajo en unidades muy pequeñas, hasta llegar a
tareas elementales atomizadas, que se describen minuciosamente. El
objetivo es establecer "la única y mejor manera" de hacer las tareas,
las cuales son impuestas de forma rigurosa a los trabajadores.
•
Los trabajadores deben realizar tareas repetitivas y especializadas,
siguiendo una división funcional estricta. Cada operario se encarga de
un conjunto limitado de tareas repetitivas, que no varían. Este sistema
busca que cada trabajador sea experto en una tarea específica, pero no
se espera que el trabajador se involucre en otros aspectos del proceso
de producción.
•
Los trabajadores que realizan las tareas no son los mismos que
coordinan el trabajo. Los coordinadores tienen poder de control y
sanción sobre los operarios.
•
El principio de eficiencia del taylorismo se basa en mejorar el
rendimiento de los trabajadores individualmente, sin mucha flexibilidad
en sus roles o en las tareas que deben ejecutar.
Comparación entre taylorismo y ohnismo
•
Unidad de trabajo: En el taylorismo, las tareas son fragmentadas y
repetitivas, mientras que en el ohnismo, se combinan tareas directas e
indirectas en unidades de trabajo que pueden ser transferidas entre
operarios.
•
Trabajo individual vs. trabajo en equipo: El taylorismo enfatiza el
trabajo individual y la especialización de cada operario, mientras que
el ohnismo se enfoca en el trabajo en equipo, promoviendo la
multifuncionalidad y la rotación de tareas.
•
Eficiencia y "one best way": El taylorismo busca una única y mejor
manera de hacer las cosas, mientras que el ohnismo promueve una
mejora continua y flexibilidad en la producción.
•
Objetivo de la eficiencia: Mientras que el taylorismo busca la eficiencia
a través de la repetitividad y especialización individual, el ohnismo
busca la eficiencia mediante la optimización del flujo de trabajo en
equipo, la reducción de tiempos muertos, y la eliminación de inventarios
innecesarios.
En la medida en que Ford hace suya la esencia de los principios tayloristas de
la organización científica del trabajo, todas las diferencias entre taylorismo y
ohnismo, indicadas más arriba, son también válidas para la oposición entre
ohnismo y fordismo.
Las principales diferencias son:
1. Sistema de Producción: Flujo "Tirado" vs. Flujo "Empujado"
•
Sistema Toyota (Justo a Tiempo - JIT): En el sistema de Toyota, se
utiliza un flujo de producción tirado. Esto significa que la producción
depende directamente de la demanda del cliente. El sistema produce
solo lo que se necesita, cuando se necesita, en pequeñas cantidades
o incluso unidades individuales. Este sistema se ajusta continuamente
según las necesidades del mercado, evitando la sobreproducción. En
este modelo, los materiales o productos fluyen hacia la línea de
producción solo cuando son requeridos, lo que ayuda a reducir el
inventario y a mejorar la eficiencia.
•
Sistema Ford (Producción en Masa): En contraste, el fordismo se
basa en un flujo empujado. Aquí, la empresa produce en grandes
volúmenes sin importar necesariamente la demanda real en el mercado.
La producción se planifica en función de estimaciones de demanda y
luego los productos son empujados hacia el mercado, lo que puede
llevar a la sobreproducción y al almacenamiento de inventarios no
deseados. Las cadenas de montaje fordistas están diseñadas para la
producción masiva de productos idénticos.
2. Nivelación de Producción: Flexibilidad vs. Rigidez
•
Sistema Toyota: El sistema de Toyota se enfoca en nivelar los
volúmenes de producción, produciendo diferentes modelos en
pequeñas series o incluso una unidad a la vez. Esto permite mayor
flexibilidad y responde mejor a las fluctuaciones de la demanda del
mercado. Para esto, los tiempos de cambio de herramientas son
reducidos a 10 minutos, lo que permite hacer ajustes rápidos en la
producción.
•
Sistema Ford: En el fordismo, la producción se basa en la
especulación sobre la producción de masa, fabricando grandes
volúmenes de productos idénticos y estandarizados. Las series largas
son preferidas para aumentar la eficiencia de la producción, y la
reducción de los tiempos de cambio de herramientas también es un
objetivo, pero con menos flexibilidad que el sistema Toyota.
3. Responsabilidad del Operador: Especialización vs. Multifuncionalidad
•
Sistema Toyota: En el sistema Toyota, se espera que cada operador
sea responsable de varias máquinas y tareas dentro de la secuencia de
producción. Esto requiere que los operarios tengan habilidades
diversas y que se les dé mayor autonomía. Además, el trabajo se
organiza en equipos, lo que promueve la colaboración y el aprendizaje
compartido. La rotación de tareas y la autonomía son esenciales, ya
que los trabajadores son capaces de detener la línea de producción si
detectan problemas (por ejemplo, piezas defectuosas), lo que favorece
la calidad y la mejora continua.
•
Sistema Ford: En el fordismo, los operarios son altamente
especializados en una sola tarea dentro de la línea de montaje. Se
busca maximizar la eficiencia mediante la repetición de la misma tarea
una y otra vez. Los trabajadores no tienen mucha autonomía, y la línea
de montaje no se detiene, incluso si se detectan piezas defectuosas.
4. Control de la Producción: Mejora Continua vs. Planificación
Centralizada
•
Sistema Toyota: Toyota se basa en el principio de mejora continua
(kaizen), donde los trabajadores son alentados a hacer sugerencias para
mejorar el proceso productivo. Los problemas se detectan rápidamente a
través del sistema de kanbans, que envían información de abajo hacia
arriba para ajustar la producción en tiempo real, eliminando la
sobreproducción. El objetivo es optimizar constantemente y ajustar los
procesos para evitar disfunciones.
•
Sistema Ford: El control en el fordismo se realiza desde arriba hacia
abajo. La producción está basada en planes preestablecidos que se
comunican de forma rígida a los operarios. El control es centralizado y
no se permite mucha flexibilidad en la toma de decisiones durante el
proceso productivo.
March y Simon hablan sobre 3 tipos de organización del trabajo:
1. Organización pasiva (Taylorismo y Fordismo): En este tipo de
organizaciones, los empleados son vistos como instrumentos pasivos
que ejecutan tareas que les son asignadas, sin demostrar iniciativa ni
ejercer influencia en el proceso de trabajo. En estos modelos, las tareas
están altamente especializadas y son repetitivas, lo que limita la
creatividad de los trabajadores. Esto se basa en el principio de Taylor:
"alguien piensa algo y otro lo hace", es decir, una separación clara entre
la planificación y la ejecución del trabajo.
2. Organización activa pero controlada (Escuela Sociotécnica): En la
década de 1970, los intentos de mejorar los sistemas tayloristas y
fordistas no solo se centraron en las relaciones humanas, sino también
en cambiar las estructuras de trabajo. La escuela sociotécnica promueve
la creación de grupos semiautónomos, donde los empleados tienen
mayor polivalencia y participación en la toma de decisiones. En este
contexto, los trabajadores no solo realizan tareas, sino que también
resuelven problemas y toman decisiones dentro de sus áreas de trabajo.
3. Organización como tomadores de decisiones (Sistema Ohniano):
En lugar de tratar a los empleados como ejecutores pasivos, se les
considera como tomadores de decisiones y solucionadores de
problemas. Esto implica que los trabajadores en los equipos
multifuncionales tienen un poder de decisión sobre diversos aspectos del
proceso productivo. No se les limita a realizar tareas repetitivas; más
bien, tienen que resolver problemas de producción, gestionar la
diversificación de productos y manejar los imprevistos que surgen en el
proceso de fabricación.
OFFE ORGANIZACIÓN SOCIAL DEL TRABAJO
El trabajo es una fuente esencial de plusvalor (o plusvalía), que se refiere a la
riqueza generada a partir del trabajo humano en un sistema capitalista. Sin un
mercado de trabajo organizado, no existiría una estructura adecuada para
producir y extraer ese plusvalor. El sistema capitalista, para generar riqueza y
multiplicar el capital, utiliza el trabajo como un medio para aumentar el valor
más allá de lo invertido inicialmente.
El concepto de organización social del trabajo implica que los individuos no
trabajan de forma autónoma, sino que su trabajo forma parte de un sistema
organizado (por ejemplo, fábricas, empresas, instituciones). Al trabajar dentro
de esta organización, los individuos pierden independencia y se subordinan a
las reglas, estructuras y objetivos del sistema productivo.
La idea central es que el plusvalor no se extrae del esfuerzo de un solo
individuo, sino de un sistema de producción particular. Imaginemos una
fábrica con 200 trabajadores cada trabajador está contribuyendo con su trabajo
al proceso productivo, aunque cada uno genera un plusvalor (ganancia), este
no se puede entender aislado. El capitalista no extrae plusvalor de un
trabajador en particular, sino del conjunto de los 200 trabajadores organizados
bajo la lógica del sistema.
La organización social del trabajo se refiere a cómo el trabajo está estructurado
dentro de un sistema económico y social. En el capitalismo:
1. El trabajo es una mercancía: Los trabajadores venden su fuerza de
trabajo (su capacidad de trabajar) a cambio de un salario. Este
intercambio ocurre en el mercado laboral.
2. Regulación por relaciones de intercambio: La organización del
trabajo no es espontánea, sino que está regulada por las reglas del
mercado laboral, donde:
o
Se fijan salarios.
o
Se determinan condiciones laborales.
o
Se decide cómo se distribuye la fuerza laboral entre los distintos
sectores productivos.
Esta organización social del trabajo se puede interpretar o se puede estructurar
en función del grado de mercantilización el cual mide cuánto del trabajo y la
fuerza laboral se integra al mercado como una mercancía, es decir, cómo la
sociedad organiza el trabajo bajo una lógica capitalista de compra-venta. A
mayor mercantilización, más integrado está el trabajo a las reglas del mercado.
El sociólogo alemán Claus Offe examina cómo la organización social del
trabajo afecta al sistema capitalista y señala dos aspectos clave:
•
Tiempo vital: Es el tiempo que un individuo tiene para sí mismo, fuera
del trabajo (ocio, descanso, vida personal).
•
Tiempo social de trabajo: Es el tiempo que el individuo dedica al
trabajo dentro del sistema productivo, contribuyendo a la economía.
Él dice que la relación entre estos tiempos está regulada por el sistema
capitalista, que busca maximizar el tiempo social de trabajo, reduciendo al
mínimo el tiempo vital. Esto genera tensiones sociales y económicas.
También plantea que las crisis del capitalismo están relacionadas con cómo se
organiza el trabajo:
•
Formas de subordinación positivas: Se refiere a cómo el sistema
capitalista incorpora a los trabajadores en formas organizadas y
subordinadas que generan más valor.
•
Relaciones desmercantilizadas: Si aumentan las relaciones que no
siguen la lógica del mercado (como subsidios, trabajos informales o
servicios no remunerados), se rompe el equilibrio capitalista. Esto
genera una "crisis de segundo orden", ya que se viola el principio
universal de intercambio (la idea de que todo debe tener un precio en el
mercado).
Offe clasifica a la población en cuatro sectores, según su relación con el trabajo
y la generación de plusvalor. Estos sectores son: sector de monopolio, sector
competitivo, sector estatal y la fuerza residual del trabajo.
SECTOR MONOPOLIO
Es un sector económico con alto grado de organización.
CARACTERISTICAS
•
•
Dominio del mercado: Tiene el poder de establecer las reglas del juego
en los mercados donde opera (tanto minoristas como de capital). La
competencia tiene un rol subordinado porque este sector domina el
mercado y no necesita competir agresivamente para mantenerse en el
sistema.
Alta composición orgánica del capital: La composición orgánica del
capital es la relación entre el capital constante (recursos tecnológicos y
materiales como máquinas, tecnología, infraestructura) y capital variable
(mano de obra y sus costos asociados). En el sector de monopolio hay
una alta proporción de capital constante, es decir, hay mucha
inversión en tecnología y maquinaria avanzada, pero a su vez hay baja
proporción de capital variable o sea se necesita menos trabajo
humano directo, pero ese trabajo tiene una alta calificación. Esto
provoca que sectores desarrollados tecnológicamente requieran menos
trabajadores para producir el mismo o mayor valor, eso si los
trabajadores que emplean son altamente calificados y altamente
remunerados.
Ejemplo: Un ingeniero que desarrolla un algoritmo puede ganar un sueldo alto,
pero el valor que genera para la empresa es tan significativo que el costo de su
salario representa una proporción mínima en comparación con los beneficios
obtenidos.
•
•
Sindicatos fuertes y organizados: Los sindicatos suelen estar bien
organizados y tienen una posición de fuerza en la negociación laboral.
Cuando hablamos de sindicatos no hablamos solo de sindicatos obreros
sino también de organizaciones empresariales (como la Unión Industrial
Argentina o la Cámara Argentina de Comercio Exterior) que también
actúan como "sindicatos" del sector empresarial, defendiendo intereses
frente al Estado y la competencia internacional.
Alta mercantilización y movilidad laboral: La fuerza laboral está
completamente mercantilizada ya que los trabajadores venden su mano
de obra como una mercancía en el mercado laboral y no hay relaciones
desmercantilizadas como trabajos informales o no remunerados.
Además, hay una alta circulación y movilidad laboral ya que existen
muchos puestos de trabajo disponibles y los trabajadores tienen mayor
movilidad, pudiendo cambiar de empleo dentro del sector.
El éxito y funcionamiento del sector monopolio dependen de tres elementos
principales: 1) las contribuciones al crecimiento mayor plus valor 2) el potencial
innovador en el sistema 3) las estrategias de mercado.
SECTOR COMPETITIVO
CARACTERISTICAS
Fuerte impronta en la competencia, especialmente de precios: Las
empresas buscan destacarse reduciendo costos y ofreciendo precios más
bajos que sus rivales para atraer clientes esto contrasta con el sector
monopólico, donde la competencia es limitada o inexistente.
Alta dependencia del sector monopólico: Las PYMES (Pequeñas y Medianas
Empresas) dependen del sector monopólico porque suelen proveer bienes o
servicios para las grandes empresas y distribuir productos fabricados por el
sector monopólico. Estas relaciones de dependencia están regidas por
relaciones de poder administrativas o sea las grandes empresas imponen
términos y condiciones a las PYMES, estas compiten entre sí para ser
seleccionadas como proveedores de las grandes empresas, esto las coloca en
una posición subordinada, ya que el sector monopólico tiene mayor poder de
negociación.
Estructura de costos y rentabilidad subordinada al gran capital: Las
decisiones administrativas del gran capital (incluidos los bancos y las grandes
corporaciones) determinan las tasas de interés que afectan los costos de
financiamiento de las PYMES y las condiciones comerciales y los márgenes
de rentabilidad disponibles para estas empresas. Esto genera una relación de
dependencia financiera y operativa para las PYMES respecto al sector
monopólico y el sistema financiero.
Fomento de las PYMES: Dado que las PYMES son fundamentales para la
economía, se implementan políticas de fomento como:
•
Subsidios de tasas para créditos: Reducción de intereses para que las
PYMES accedan a financiamiento.
•
Exenciones impositivas: Beneficios fiscales para aliviar sus costos.
•
Programas de promoción de exportaciones: Ayudan a pequeñas
empresas innovadoras a competir en mercados internacionales.
•
Desarrollo de startups: Impulso a nuevas empresas tecnológicas o de
alto crecimiento.
•
Incubadoras de empresas: Espacios que brindan apoyo técnico,
financiero y logístico a nuevas empresas.
•
Parques industriales y polos tecnológicos: Zonas diseñadas para
facilitar la producción y el desarrollo tecnológico.
Fuerza laboral condicionada por el poder económico y político: Las
relaciones entre los trabajadores y las empresas están fuertemente
influenciadas por las decisiones del poder económico y político. Aunque existen
formas de organización laboral (como sindicatos), estas tienen menos poder de
negociación que en el sector monopólico.
Generación de valor en el sector competitivo: El sector competitivo genera
valor y está mercantilizado, aunque en menor medida que el sector monopólico
ya que el valor generado proviene de la producción de bienes y servicios que
incorporan trabajo.
SECTOR ESTATAL
Este sector incluye a todos los trabajadores del Estado, como funcionarios
públicos, empleados administrativos, docentes en escuelas públicas, médicos
en hospitales públicos, etc. No están directamente involucrados en actividades
que generen plusvalor, como sucede en los sectores monopólico y competitivo.
CARACTERISTICAS
Predominan los principios organizativos de soberanía política sobre los
de intercambio: El trabajo se organiza en función de los objetivos del Estado
(principio de soberanía política) y no del mercado (principio de intercambio).
•
•
Principio de soberanía política: Se refiere al rol del Estado en
garantizar derechos y cumplir funciones públicas esenciales, como
salud, educación, justicia y seguridad.
Principio de intercambio: En el mercado, el trabajo se regula por la
oferta y demanda, buscando maximizar ganancias. Esto no aplica al
sector estatal, donde el objetivo no es generar valor económico sino
satisfacer necesidades colectivas.
Remuneración basada en renta y presupuesto: La remuneración de los
trabajadores estatales no proviene de la generación de plusvalor, sino de los
impuestos y otros ingresos del Estado y el pago de los salarios y demás
gastos del sector estatal se define en el presupuesto nacional, que es la
principal herramienta para distribuir los recursos públicos. Esto significa que los
salarios del sector estatal no se fijan exclusivamente por las reglas del
mercado, pero sí pueden compararse con los del sector privado para mantener
cierta competitividad laboral.
Asignación de recursos y relación de intercambio: La asignación de
recursos no se basa directamente en las reglas del mercado (oferta y
demanda) sino más bien que se decide según las prioridades y necesidades
políticas, sociales y económicas definidas por el gobierno. Aunque no dependa
del mercado, el sector estatal interactúa con él a través de la recolección de
impuestos que financian los servicios públicos y por la relación entre el nivel
salarial del sector estatal y las condiciones del mercado laboral privado.
SECTOR DE FUERZA DE TRABAJO RESIDUAL
Este sector no está vinculado a las reglas del mercado ni al mercado laboral.
Sus ingresos y monetización no dependen de la generación directa de valor
económico. Sus recursos se sustentan por asignaciones oficiales, como
subsidios, ayudas sociales, pensiones, y recursos financieros otorgados por el
Estado u organizaciones sociales.
CARACTERISTICAS
Fuerza laboral desmercantilizada: La fuerza laboral de este sector no se rige
por la lógica del mercado laboral (compra y venta de trabajo). Se organiza
como contraprestación social o como parte de un sistema de protección.
Ejemplo: Una persona jubilada no está produciendo directamente, pero recibe
una pensión como reconocimiento de sus años de trabajo previos.
Inclusión de inactivos:
o
Infancias y menores de edad: No participan en el mercado
laboral por su edad.
o
Tercera edad: Retirados o jubilados que ya no trabajan.
o
Discapacitados: Pueden estar limitados en su participación
activa en el mercado laboral.
o
Otros inactivos: Personas que, aunque no producen
directamente, dependen del sistema para sobrevivir.
No hay que confundir con los desocupados que son los que buscan trabajo
activamente y no lo encuentran, pertenecen al "mercado laboral activo",
aunque no estén empleados, mientras que los inactivos no están participando
directamente en el mercado de trabajo ni buscan activamente integrarse.
La forma que estos sectores se mueven o se van desplegando es través de 1)
relevancia funcional que es la importancia del sector para que el sistema siga
funcionando 2) grado de organización donde el grado de organización es muy
alto en el sector de monopolio, pero va bajando a medida que se des
mercantiliza porque se sale del principio universal de intercambio 3)
crecimiento proporcional que es la proporción en que este sector crece en
relación con el resto del sistema por ejemplo en una crisis económica, podría
aumentar el número de personas recibiendo subsidios, presionando los
recursos del Estado y 4) intensidad del conflicto que son las tensiones que
surgen por los recursos asignados a este sector, especialmente en contextos
de crisis económica o desigualdad.
DEBATE SOBRE LA CENTRALIDAD DEL TRABAJO
La centralización del trabajo se refiere a la idea de que la clase obrera,
especialmente el proletariado industrial, ocupaba un papel preeminente como
motor de la producción y, por ende, de la economía y la sociedad. Durante gran
parte del siglo XIX y principios del XX, tanto los teóricos revolucionarios como
los defensores del sistema capitalista reconocían esta centralidad:
Perspectiva revolucionaria: La clase obrera era vista como el agente principal
de cambio social. Según el marxismo, su posición subordinada en el sistema
capitalista (el trabajo asalariado alienado) la convertía en el grupo con mayor
potencial para transformar radicalmente la sociedad y superar la explotación
inherente al capitalismo.
Perspectiva conservadora: La clase obrera también era percibida como una
amenaza al orden social. Desde esta perspectiva, su centralidad implicaba un
riesgo de desestabilización debido a su organización creciente y capacidad de
lucha a través de sindicatos, huelgas y movimientos revolucionarios.
El Debate en las décadas de 1950 y 1960
Con las transformaciones económicas y sociales de mediados del siglo XX, la
centralidad de la clase obrera comenzó a cuestionarse. Este debate incluye dos
posturas principales:
1. El fin de la centralidad del proletariado ("aburguesamiento")
Esta perspectiva, sostenida por autores como Michel Crozier, argumenta que el
desarrollo del capitalismo, el crecimiento económico y la elevación general del
nivel de vida diluyeron las características distintivas del proletariado. Elementos
clave de esta visión incluyen:
•
Mejora de las condiciones materiales: El acceso a bienes de
consumo, la urbanización y la movilidad social contribuyeron a la
"integración" de los obreros en la sociedad capitalista.
•
Despolitización: La clase obrera dejó de ser el epicentro de los
movimientos revolucionarios. La "sociedad de consumo" captó su
atención, desviándola de luchas ideológicas hacia el bienestar material.
•
Fusión con las clases medias: La mejora en los ingresos y la adopción
de valores burgueses promovieron la idea de que la clase obrera se
estaba disolviendo en un mosaico más amplio de clases sociales.
2. La persistencia de la centralidad obrera a través de la "nueva clase
trabajadora"
Autores como Serge Mallet sostuvieron que, aunque la clase obrera tradicional
perdía protagonismo, emergía una "nueva clase trabajadora" en las industrias
tecnológicamente avanzadas:
•
Transformación de la división del trabajo: Los nuevos actores, como
técnicos, diseñadores e ingenieros, ocupaban un rol central en la
producción, pero seguían subordinados a las decisiones del capital.
•
Antagonismo de clases renovado: Aunque no eran idénticos al
antiguo proletariado, estos trabajadores modernos heredaban su
posición subordinada, lo que los convertía en posibles agentes de
transformación social.
•
Fallas en la cohesión: Sin embargo, la fragmentación interna y la
defensa de intereses particulares (por ejemplo, la jerarquización dentro
de las empresas) dificultaban que estas nuevas capas laborales
adoptaran un papel revolucionario.
En este contexto, el "centro" del trabajo se descentraliza, fragmentando la clase
obrera y dejando el lugar a una sociedad más heterogénea y competitiva, sin
un sujeto revolucionario claramente definido.
PROCESOS DE ACUMULACIÓN DEL CAPITAL, INTERNACIONALIZACIÓN
Y TRASNACIONALIZACIÓN.
En la teoría marxista, el valor de una mercancía se mide por la cantidad de
trabajo necesario para producirla. Marx sostiene que el trabajo no solo crea el
valor de las mercancías, sino que el trabajo excedente, es decir, el trabajo que
se realiza más allá del necesario para reproducir la fuerza de trabajo, produce
plusvalía. Esta plusvalía es el excedente de valor que el capitalista se apropia
sin pagar por él al trabajador.
Proceso de acumulación de capital
El plusvalor o plusvalía se convierte en la base de la acumulación de capital,
que es el proceso por el cual los capitalistas reinvierten las ganancias
obtenidas a través de la explotación del trabajo en la producción de más
mercancías. Esto significa que el capitalista utiliza parte de las ganancias
(plusvalía) para expandir su producción, adquiriendo más medios de
producción (como maquinaria, materiales, etc.) y aumentando la cantidad de
trabajo explotado. A través de esta acumulación, se reproduce y amplía el
capital. Para que la acumulación de capital continúe, es necesario que el
capitalista logre prolongar la jornada laboral más allá del tiempo necesario para
reproducir el valor de la fuerza de trabajo del trabajador. Esto da lugar a más
plusvalía, lo cual asegura la reproducción ampliada del capital, que es el
proceso por el cual el capitalista no solo reemplaza lo que ha invertido, sino
que obtiene una ganancia adicional.
Cuando Marx habla de la acumulación de capital, la lógica se puede extender a
la internacionalización y transnacionalización del capital, que son procesos que
van más allá de la simple acumulación a nivel nacional.
Internacionalización: Se refiere a la expansión de las empresas capitalistas
fuera de las fronteras nacionales para maximizar la acumulación de plusvalor.
Este proceso implica que los capitalistas busquen nuevos mercados, recursos y
mano de obra más barata en países extranjeros. La plusvalía generada en
estos países de bajos salarios se maximiza por la explotación de los
trabajadores en economías periféricas, es decir, en países subdesarrollados.
Transnacionalización: Implica que las empresas ya no operan solo en el
ámbito de un país o mercado, sino que se convierten en multinacionales que
operan en varios países simultáneamente. A través de la transnacionalización,
las empresas pueden aprovechar las diferencias de costos laborales y los
recursos naturales en diferentes partes del mundo. Esto también implica una
redistribución global del trabajo donde se separa el proceso productivo entre
países: los países centrales se encargan de los aspectos más rentables y
tecnológicamente avanzados, mientras que los países periféricos suelen
centrarse en actividades más intensivas en trabajo y menos remuneradas.
La globalización del capital se basa en este proceso de acumulación extendido
a nivel internacional. Las empresas buscan constantemente nuevas formas de
incrementar la plusvalía aprovechando las condiciones de los países con
menores costos laborales y menos regulaciones. Esto se vincula directamente
con el imperialismo moderno, donde los países más desarrollados controlan los
flujos de capital, inversión y comercio a escala global. Por ejemplo, el
capitalista en un país desarrollado invierte en una fábrica en un país en vías de
desarrollo, donde los costos laborales son bajos. La plusvalía obtenida de la
explotación de la fuerza de trabajo barata es luego repatriada al país de origen,
lo que permite la expansión del capital en forma de mayores ganancias.
IMPORTANCIA ESTRATÉGICA DE LOS RECURSOS NATURALES. EL
PROBLEMA AMBIENTAL
Los recursos naturales han sido fundamentales para el progreso industrial y
económico de las naciones. El Sur global (países en desarrollo) ha sido
históricamente una fuente clave de materia prima y biodiversidad para el Norte
global (países industrializados), generando un modelo de dependencia.
La explotación de los recursos por parte del Norte, sin compensación
adecuada para las comunidades locales, ha perpetuado la desigualdad global.
Esto incluye actividades extractivas como minería, tala de bosques y uso
intensivo del suelo para agricultura destinada a la exportación. La dependencia
de los recursos naturales genera conflictos sociales y económicos en las
comunidades locales, que pierden acceso a bienes comunes esenciales como
el agua y la tierra. La riqueza extraída del Sur contribuyó al crecimiento del
Norte, mientras que el Sur quedó con problemas como pobreza y
subdesarrollo.
La contaminación, deforestación, y agotamiento de recursos en el Sur son
resultado directo de las actividades del Norte, como la extracción de materias
primas y el uso indiscriminado de los ecosistemas. La exportación de residuos
tóxicos y el cambio climático son ejemplos de cómo los países industrializados
han transferido sus problemas al Sur.
La deuda ecológica propone cuantificar los impactos ambientales históricos del
Norte sobre el Sur y utilizarlos como argumento para exigir compensaciones.
Este concepto busca justicia ambiental, responsabilizando a quienes han
contribuido más al deterioro ambiental. La introducción de la historia ecológica
en la política internacional, como en el Foro Social Mundial, demuestra que el
problema ambiental no solo es científico, sino también ético y político. Las
propuestas incluyen campañas de sensibilización, auditorías sobre los daños
ambientales y la promoción de una cooperación justa entre países.
Los recursos naturales han sido históricamente la base del desarrollo
económico y la riqueza de las sociedades. Durante la época colonial, las
potencias europeas aplicaban políticas extractivas, buscando principalmente la
acumulación de oro y plata para sustentar el mercantilismo y financiar guerras.
Sin embargo, los fisiócratas, entre otros pensadores ilustrados, replantearon
esta visión al afirmar que la verdadera riqueza de las naciones radica en la
agricultura y el uso racional de los recursos naturales.
La doctrina fisiocrática consideraba a la tierra como la fuente principal de
riqueza. Esto implicaba reconocer la necesidad de conservar los recursos para
garantizar la productividad a largo plazo. Manuel Belgrano, influido por estas
ideas, propuso medidas concretas como la rotación de cultivos, el uso de
abonos y la siembra de árboles, subrayando la conexión entre una gestión
sostenible de los recursos y el bienestar económico y social. Humboldt aportó
un enfoque más moderno y ecológico al estudio de los recursos naturales. Su
concepción de las interrelaciones entre plantas, clima y actividades humanas
destacó la importancia de gestionar de manera sostenible los recursos, no solo
para obtener beneficios económicos, sino también para preservar el equilibrio
ambiental.
En el caso de Brasil la selva fue percibida como un obstáculo para el cultivo,
especialmente de productos como la caña de azúcar, lo que llevó a prácticas
intensivas de desmonte y quema. Los bosques eran esenciales para proveer
madera tanto para astilleros en zonas navegables como para la infraestructura
minera. La destrucción de estos recursos cercanos encareció actividades
fundamentales para la economía, comprometiendo la sostenibilidad de sectores
estratégicos.
La quema y tala indiscriminada, especialmente para actividades agrícolas,
transformaron bosques ricos en biodiversidad en tierras áridas y erosionadas. A
esto se suma la falta de prácticas sostenibles, que no preservaron la fertilidad
del suelo ni aseguraron su disponibilidad para futuras generaciones. La
destrucción de los bosques no solo eliminó árboles, sino que afectó la
capacidad de los ecosistemas para regular el agua, proteger los suelos de la
erosión y mantener la biodiversidad. Esto generó impactos a corto y largo
plazo, como la inviabilidad de ciertas actividades económicas (minería y
agricultura). Si bien algunos autores de la época colonial ya reconocían el valor
de los recursos naturales para prevenir la erosión o sostener industrias
estratégicas (como la construcción naval), esta visión fue minoritaria frente al
paradigma extractivista predominante.
Simón Bolívar comprendió la importancia estratégica de los recursos
naturales para el desarrollo sostenible y la supervivencia de las comunidades
en América Latina, una visión notablemente adelantada para su época,
identificó que la falta de agua y vegetación afectaba directamente la capacidad
de sustento, la economía y la vida cotidiana. Sin estos recursos, es imposible
garantizar alimentos, combustible y materiales para la industria. Es por eso que
impulsó decretos para proteger el agua, plantar un millón de árboles y regular
la extracción de recursos, como la prohibición de la matanza indiscriminada de
vicuñas. Bolívar reconoció el valor económico de los recursos, como maderas
para la construcción naval y medicinas derivadas de plantas. Al repartir tierras
del Estado entre los habitantes locales, Bolívar buscó garantizar que los
recursos estuvieran disponibles para el desarrollo de las comunidades y no
solo para intereses privados.
Las grandes potencias europeas y Estados Unidos impulsaron la colonización y
expansión territorial no solo para controlar territorios sino, especialmente, para
acceder y monopolizar recursos naturales estratégicos. Algunos ejemplos
son:
•
Colonización europea en África: Se dividió el continente en áreas de
dominio para asegurar el control de materias primas como minerales y
caucho.
•
Expansión de Estados Unidos: Mediante compras territoriales
(Luisiana, Florida), conquistas (Texas, California) e intervenciones
(Panamá), buscaban garantizar acceso a recursos como oro, tierras
fértiles y posiciones estratégicas, como el Istmo de Panamá.
Los países periféricos fueron relegados a ser proveedores de materias
primas y consumidores de productos manufacturados de los países centrales.
Esto profundizó una relación de dependencia económica y política:
•
La India, controlada por Gran Bretaña, fue utilizada para exportar té y
opio, mientras importaba productos industriales británicos.
•
Las inversiones extranjeras en infraestructura como ferrocarriles y
puertos consolidaron a las economías periféricas como piezas
dependientes de las potencias centrales.
El intento de Paraguay de desarrollar un modelo económico basado en la
autosuficiencia y la propiedad estatal de los recursos lo enfrentó al modelo
hegemónico de explotación promovido por Argentina, Brasil y Uruguay.
Paraguay no tenía deuda externa, controlaba sus recursos estratégicos (yerba
mate, madera, tabaco) y limitaba la inversión extranjera. Este modelo
autosuficiente fue desmantelado tras la guerra. Paraguay perdió recursos
estratégicos y se privatizaron tierras y empresas clave. La tala de madera y la
explotación de yerba mate pasaron a manos extranjeras.
Las potencias usaron intervenciones militares para garantizar acceso a
recursos estratégicos y fortalecer su posición económica por ejemplo Estados
Unidos en América Latina utilizó intervenciones y guerras para controlar
territorios ricos en recursos o estratégicos como Panamá, Cuba y Puerto Rico.
La globalización y el impulso de la industrialización en el siglo XIX marcaron
una etapa en la que muchos recursos naturales antes considerados sin valor
comenzaron a ser aprovechados, abriendo nuevos mercados internacionales.
Este proceso, que incluyó tanto investigación científica como inversión de
capitales, permitió identificar, medir y explotar recursos previamente
desconocidos o no utilizados.
La literatura de la época refleja las concepciones ideológicas que justificaban la
conquista y la explotación de los recursos naturales de América. Escritores
como Shakespeare en La Tempestad y Sarmiento en su Facundo defendieron
la idea de que los pueblos originarios de América eran inferiores y necesitaban
ser civilizados por las potencias europeas. En este contexto, los recursos
naturales de América eran vistos como un bien que debía ser explotado en
beneficio de la "civilización" europea. La literatura de viajes, en particular,
ofreció relatos que subrayaban la incapacidad de los pueblos periféricos para
gestionar adecuadamente sus propios recursos, justificando así su intervención
por parte de las potencias coloniales.
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