Autoestima y tacto pedagógico en edad temprana ORIENTACIONES PARA EDUCADORES Y FAMILIAS Margarita Heinsen Guerra NARCEA, S. A. DE EDICIONES MADRID Índice PRÓLOGO de Sonsoles Perpiñán Guerras INTRODUCCIÓN: ¿POR QUÉ ESTE LIBRO? 1. EL MUNDO ACTUAL 2. COMENZAR POR UNO MISMO 3. AUTOCONCEPTO 4. AUTOESTIMA 5. CADA NIÑO ES DISTINTO, CADA ETAPA ES DISTINTA 6. ALGUNOS MITOS SOBRE EL DESARROLLO DE LA AUTOESTIMA 7. ALERTAS ANTE POSIBLES PROBLEMAS DE AUTOESTIMA 8. HERRAMIENTAS PARA IDENTIFICAR POSIBLES PROBLEMAS Observar y registrar las conductas, actitudes y actividades de nuestros hijos o alumnos. 9. ERRORES QUE DEBEMOS EVITAR Criticar permanentemente. Ridiculizar, burlar o usar sarcasmos. Comparar al niño con otros. Sobreproteger. Exigir demasiado. Etiquetar. 10. ORIENTACIONES PARA EL DESARROLLO DE UNA SANA AUTOESTIMA Crear un ambiente de amor y aceptación. Ofrecer modelos adecuados de comportamiento. Ayudar al niño a ser autónomo. Reconocer sus cualidades y celebrar sus logros. Fomentar la comunicación. Respetar sus ideas y opiniones. Asignar responsabilidades y dar oportunidades de ayudar. Corregir conductas inapropiadas. Ayudar al niño a aceptar las consecuencias de sus actos. Promover la creatividad. Exigir que termine las tareas. Ser amables. Compartir con los niños. Enseñar estrategias apropiadas para enfrentar situaciones difíciles. Fomentar las actividades sociales. Fomentar la responsabilidad y no la culpa. Evitar transmitir sentimientos de lástima o pena. 11. TACTO PEDAGÓGICO PARA EL DESARROLLO DE LA AUTOESTIMA El afecto. La confianza. La seguridad. El respeto. 12. AUTOESTIMA Y APRENDIZAJE EN LA ESCUELA 13. CONCLUSIÓN Y REFLEXIONES FINALES BIBLIOGRAFÍA Prólogo Uno de los retos más atractivos y apasionantes a los que nos enfrentamos los padres y los educadores es el de ayudar a nuestros pequeños a construir su autoestima. La vida cotidiana está repleta de momentos en los que, al interactuar con el niño, a través de nuestras palabras, gestos o comportamientos, afianzamos la idea que tienen de sí mismos, reforzamos su percepción de competencia y aportamos la seguridad que necesitan para definir su identidad; o por el contrario, les ponemos trabas en el difícil camino que tienen que recorrer hacia su autonomía. Desde que el niño nace va experimentando con el mundo que le rodea, pone a prueba sus habilidades motrices controlando progresivamente su cuerpo y desplazándose por el espacio. Observa todo lo que ocurre a su alrededor dándole un significado. Desde los primeros momentos se comunica con las personas que le rodean, expresa sus necesidades, sus deseos, sus miedos y comparte sus descubrimientos. Todo este proceso de desarrollo se produce de la mano de los adultos que pueden ofrecer un contexto afectivo rico y estimulante donde probar sea una oportunidad para crecer, o pueden transmitir al niño sus propias inseguridades limitando la curiosidad y el afán de conocer propio del pequeño. Hablar de la autoestima en la edad temprana tiene sentido porque es en esos momentos cuando el niño construye su personalidad y aprende a relacionarse con los demás. Adquiere su identidad mediante un proceso de relación. Cuando aún no tiene capacidad para observarse a sí mismo y sacar conclusiones, los padres y los educadores somos los espejos donde él se mira, nuestras palabras y nuestras conductas les sirven de referencia para conocerse y para valorarse, y esa primera valoración constituye un soporte con el que afrontar los retos y los aprendizajes, es la estructura sobre la que se asentará su autoestima. Este libro nos invita a la introspección, recordándonos que los adultos somos siempre modelos, que nuestros pensamientos, sentimientos y conductas son el punto de referencia para el niño y que si queremos reforzar su autoestima tenemos que empezar revisando nuestras actitudes. La autoestima es un concepto que ha adquirido una gran relevancia en la sociedad actual, se utiliza en el ámbito educativo, en el de la salud, incluso en el mundo empresarial. Coincidimos todos en considerar la importancia de valorarnos y aceptarnos como somos; pero, ¿cómo podemos desarrollarla desde la infancia temprana? El presente libro ofrece una serie de reflexiones dirigidas a los padres y a los educadores desde una perspectiva positiva y realista. Hace un análisis de los pensamientos erróneos que los adultos tenemos sobre cómo desarrollar la autoestima y los comportamientos que tenemos que evitar proponiendo unas orientaciones sencillas y prácticas. Al leer sus páginas se descubren algunas claves imprescindibles para desarrollar con éxito la tarea de educar. Tal vez una de las más importantes que nos propone la autora es el respeto por el niño: nos invita a considerar su individualidad, a observar sus reacciones y adaptarnos a su edad y sus características, a compartir con él sus inquietudes o las nuestras y a confiar y creer en sus capacidades. Creer en el niño implica revisar nuestros pensamientos, nuestra mente de adultos nos lleva, con frecuencia, a considerarle incapaz de afrontar retos o de superar algunas dificultades, esa es la razón por la que lo sobreprotegemos tratando de evitarle esfuerzos o sinsabores que son necesarios para su desarrollo. Respetar al niño significa apoyar su iniciativa, protegerlo solamente de aquello que realmente sea un peligro para él, pero no imponerle límites que provienen más bien de nuestros miedos. Otra de las claves que encontraremos en estas páginas es la importancia de la comunicación. El lenguaje es el instrumento mediante el cual interactuamos con el niño, expresamos nuestras ideas y nuestros sentimientos. Tenemos que utilizarlo de forma apropiada, considerando tanto lo que decimos como la forma de decirlo, los gestos, el tono de voz, las miradas, etc. Evitar las contradicciones y las etiquetas que tiñen la relación de temor e inseguridad, preguntar al niño ya que muchas veces tiene la respuesta que buscamos, o emplear expresiones positivas en lugar de manifestar únicamente lo que está mal, son algunas estrategias especialmente valiosas para desarrollar la autoestima. Plantea también la importancia de los límites como elemento facilitador de la seguridad emocional del niño. Límites conocidos y consensuados con él que le permiten anticipar las consecuencias de su comportamiento e insiste en que la firmeza y la coherencia le ayudan a comprender el complejo mundo social en el que vive. Una de las claves más significativas que nos propone la autora es la importancia del afecto. Es una de las principales necesidades del niño, le permite afrontar experiencias y relaciones con los demás con la certeza de que sus figuras de referencia están disponibles incondicionalmente. El pequeño necesita que le muestren si una conducta concreta es correcta o no, pero siempre bajo el amparo del afecto incondicional. Se debe cuestionar un comportamiento concreto pero nunca el amor hacia el niño. Tal vez si comprendiéramos esta difícil dualidad entre la firmeza y el afecto estaríamos más capacitados para educar. El niño necesita ambas cosas para crecer, para construir sus valores y para aprender a relacionarse con los demás. A lo largo de las siguientes páginas encontraremos sugerencias prácticas y preguntas que nos ayudarán a reflexionar sobre cómo nos relacionamos con nuestros niños y cómo ayudarles a construir su autoestima, para transitar seguros por un mundo complejo en el que puedan ser ellos mismos y donde puedan desarrollar sus aptitudes. SONSOLES PERPIÑÁN GUERRAS Especialista en Psicología Pedagógica y Atención Temprana Miembro del Grupo de Atención Temprana GAT, (Federación Estatal de Asociaciones Profesionales de Atención Temprana) Introducción: ¿Por qué este libro? Desde hace más de diez años he impartido charlas y cursos sobre el desarrollo de la autoestima en la infancia a maestras y maestros, y a familias, en la República Dominicana y en otros países. En cada uno de estos encuentros he tenido la oportunidad de compartir ideas, experiencias y estrategias para el desarrollo de una sana autoestima, lo que ha enriquecido mis conocimientos con las vivencias de los participantes. Me he dado cuenta de la necesidad que existe de aclarar conceptos errados sobre la autoestima y de la importancia de desarrollarla a través de estrategias efectivas. Los adultos estamos ávidos de orientaciones prácticas que puedan ayudarnos a mejorar nuestra labor de educar y formar. Tarea nada fácil, llena de desafíos y satisfacciones, que se debe enfrentar con valentía, amor y paciencia. La idea de plasmar en un libro los puntos tratados en las charlas y talleres, ampliando y explicando el tema con más detalles surge de la necesidad de educadores, maestros y familias de contar con un material de consulta sencillo y práctico que ofrezca pautas generales que orienten la crianza y que permitan lograr el desarrollo de una sana autoestima en los más pequeños. Este libro busca servir a cualquier persona interesada en ayudar a los niños y niñas en este proceso. El libro está dividido en temas que a su vez se desarrollan en puntos importantes de forma precisa y clara. En cada tema se finaliza con un espacio llamado Reflexionemos, con preguntas que llevan al análisis de nuestras conductas y actitudes como adultos comprometidos con la educación de nuestros hijos y alumnos. Con estas preguntas buscamos que tanto los educadores como las madres y padres vayan desarrollando su propio tacto pedagógico. En palabras de un importante pedagogo, formador de educadores: «tacto pedagógico significa capacidad de diálogo, significa paciencia, significa sensibilidad, significa madurez, significa capacidad de afecto sano» (Zabalza, 2012: 149); todo ello sumamente necesario en la educación de los más pequeños. Espero que este libro impacte positivamente en la educación de los pequeños, para que cada niño y cada niña tenga la oportunidad de crecer y desarrollar plenamente sus potencialidades en un ambiente sano y seguro. Esto le permitirá asumir una actitud positiva hacia su persona, dar lo mejor de sí, comportarse adecuadamente e interactuar de manera efectiva con otros y con el entorno que le rodea. La sociedad demanda cada vez más personas sanas, capaces y felices. Y nosotros tenemos la responsabilidad y el deber de responder a esta demanda. ¡Adelante! 1. El mundo actual Esta época nos presenta muchos desafíos tanto a los padres y educadores como a los propios niños*. Las estructuras familiares han cambiado, la tecnología y los medios de comunicación forman parte importante de la vida. Estos fenómenos, entre otros, como por ejemplo la globalización, impactan en el estilo de vida actual, exponiendo a las personas a distintas realidades de forma instantánea y rápida. Se vive en un mundo competitivo en el que existe una presión por tener cada vez más cosas y en el que se le da menos importancia al ser. Estamos bombardeados por mensajes que cuestionan el autoconcepto y la autoestima, ya que nos imponen cómo debemos vernos, cómo hacer las cosas, cómo sentirnos bien. Incluso se contradicen los valores que se desean inculcar y desarrollar en busca del bienestar propio y del bien común. Estamos viviendo en una carrera que no se detiene: la vida moderna. Es difícil frenar para reflexionar, amar, disfrutar, crecer, aprender y evaluar. Se descuida la felicidad de cada momento por estar obsesionados con los logros, con el futuro, con el éxito profesional, social, económico. A esto se le suma la presión por una apariencia física ideal, por la moda, por el lujo. Todo ello sin contar con que, además, si no se logra lo que se espera de nosotros, nos sentimos fracasados o que vale-mos poco. Estas exigencias superficiales impiden rescatar lo que es verdaderamente importante. Y esto se transmite a los niños, quienes crecen tratando de responder a todas estas demandas sociales impuestas por otros. Crecen demasiado atareados, agobiados y ansiosos si no lo logran. Los niños están expuestos a muchos mensajes que contradicen los valores que se desean inculcar. Esta presión no les ayuda a desarrollarse plenamente, a ser felices y a convivir de forma exitosa con los demás. Los niños y niñas reciben mucha información que no necesariamente saben manejar. No es fácil mantenerse firme en las propias convicciones ante tantos y tan variados estímulos que venden fantasías e ideales superfluos. Es deber de los padres y educadores promover los valores deseados, ayudando al niño a ser crítico, a discernir los mensajes y la información que recibe, a saber que no todo es lo que parece, que las apariencias engañan y que la felicidad no se encuentra en el exterior, sino internamente en nosotros mismos. Hay que luchar en contra del relativismo donde nada es nada y todo es válido para obtener lo que se quiere. Por el contrario, es necesario promover el dominio y el autocontrol ante las presiones para no andar como veletas sin rumbo, dejándose manipular por los mensajes externos. Reflexionemos... Pensemos en los mensajes que bombardean a los niños: ¿Promueven un sano autoconcepto y autoestima o ejercen presión para tener o ser de acuerdo a modelos preestablecidos e impuestos socialmente? ¿Nos dejamos llevar por las exigencias del mundo sin detenernos, compitiendo por alcanzarlas? ¿Forzamos a los niños a competir, a lograr una mejor apariencia física, estar a la moda, a ganar a otros? __________________ * Para que la lectura del texto resulte más ágil y sin ánimo de discriminación sexista, se evita utilizar conjuntamente el género masculino y femenino en aquellos términos que admiten las dos posibilidades. Cuando así ocurra, se entiende que el término engloba indistintamente a ambos géneros. 2. Comenzar por uno mismo No se puede dar lo que no se tiene. Para poder ayudar a los niños a lograr un desarrollo integral sano, hay que detenerse continuamente y reflexionar sobre los propios sentimientos, actitudes y comportamientos. Para los niños somos el modelo de referencia; y se enseña más con lo que se hace que con lo que se dice. ¿Cómo soy? Muchas veces nos falta tiempo para pensar en quiénes somos y cómo actuamos: se dedican más esfuerzos a observar y describir a otros que a reflexionar sobre nosotros mismos. Sin embargo, esta reflexión es el primer paso para mejorar cada día como personas, crecer y ser más felices. La idea no es torturarse con pensamientos negativos, sino más bien ser realistas y conocer bien nuestras fortalezas y debilidades. Les invito a pensar en las cualidades o características que nos definen como persona. ¿Qué me gusta? ¿Qué temo? ¿Cómo soy físicamente? ¿Cómo soy intelectualmente? ¿Cómo soy emocionalmente? ¿Cómo me veo a mí mismo, a mí misma? ¿Cómo me ven los demás? ¿Qué sé o qué puedo hacer bien? Lo que se hace y cómo se hace tiene una influencia muy poderosa sobre lo que luego harán los niños y niñas, ya que están constantemente observando e internalizando patrones de conducta. A muchos adultos les cuesta pensar en sus cualidades positivas o en sus habilidades e incluso se les hace difícil reconocerlas ante los demás. También hay adultos que no identifican sus defectos ni reconocen sus errores. Ambos extremos reflejan el nivel de autoestima. En general, estamos programados para enfocarnos en lo negativo, y es por esto que muchas veces se repite este patrón de comportamiento con nuestros alumnos o hijos al estar constantemente corrigiendo en vez de reconociendo. No se debe tener miedo a analizarse como personas, enfocarse y aceptarse, teniendo en cuenta los talentos desarrollados. Es necesario construir una sana autoestima para poder acompañar a los más pequeños de manera efectiva. El primer paso para educar comienza por educarse uno mismo. Antes de plantearnos, como adultos, el modo de desarrollar la autoestima en nuestros hijos o alumnos, es imprescindible que lance-mos una mirada al adulto que somos, ya que ésta es la primera y la más importante mirada que hacen nuestros niños frente a nosotros. Es cierto que no podemos ser adultos perfectos, pero sí en crecimiento y comprometidos con nuestro propio crecimiento. Tampoco podemos ser adultos inocentes y sin sentido crítico, pero sí adultos reconciliados con nosotros mismos y en paz. Podemos ser adultos con convicciones, con experiencias interiorizadas, con ganas e ilusión de vivir y transmitir valores. Podemos ser, en definitiva, personas con un sano autoconcepto y una autoestima bien desarrollada. Sólo esto posibilitará el que podamos ser auténticos educadores y el que podamos ayudar a los niños a desarrollar su autoestima. Reflexionemos... ¿Considero que tengo una sana autoestima? ¿Me acepto como soy? ¿Con qué comportamientos estoy siendo un modelo positivo o negativo para el niño? ¿Qué ejemplo doy a mi hijo o a mis alumnos? 3. Autoconcepto Todos tenemos características únicas que nos definen como persona, tanto en lo físico como en lo intelectual, en lo social y en lo emocional. Estos rasgos son parte de lo que somos y es así como cada uno tiene su propio aspecto, formas de ser distintas, modos de actuar y reaccionar diversos y habilidades y talentos que nos definen como personas. Unos tienen los pies más grandes o más pequeños, unos son más altos, otros de menor estatura, en fin, cada uno es como es. Pero una cosa son las características, habilidades y cualidades reales y otra cosa es la percepción que tenemos de las mismas. Hay rasgos propios que no se pueden modificar, pero la forma de enfrentar esa realidad puede variar: no puedo cambiar los pies si los tengo grandes, pero puedo aceptarlos, o puedo sufrir porque no me gustan, o puedo pensar que tener pies grandes es una gran ventaja. Es decir, cada persona responde a la realidad de distintas formas, aunque las circunstancias sigan siendo las mismas. El autoconcepto es la representación mental que la persona tiene de sí misma, es decir, de sus características, habilidades y cualidades. Estas ideas se basan en lo que los demás perciben y en las propias experiencias. Desde que el niño o la niña nace entra en contacto con sus padres, familiares y educadores, quienes constantemente les transmiten ideas sobre su persona, reforzando o enfatizando positiva o negativamente ciertas características. Este modo de conducirse influye en la forma en que el pequeño se concibe y se define. En la medida en que el niño vaya desarrollando cada vez más su autonomía, irá asumiendo por sí mismo su individualidad. Muchas veces las creencias e imágenes que cada uno construye corresponden con la realidad, pero otras veces no. Se asignan adjetivos o calificativos de acuerdo a los parámetros que se van incorporando de la sociedad. Cada persona se considera fea o bonita, simpática o antipática, inteligente o no, según las concepciones aprendidas y los valores asumidos. Construir el autoconcepto depende de muchos factores tanto genéticos como ambientales. El adulto debe tener cuidado al interactuar con los niños y ser consciente de que lo que se transmite con palabras, gestos o acciones influye en la forma de ser y sobre todo en la representación mental que el niño o la niña vayan construyendo de sí mismos. Los mensajes que les transmitimos a nuestros hijos o alumnos tienen un gran impacto sobre su persona. Reflexionemos... ¿Cómo percibo a mi hijo o alumno? ¿Cómo reacciono ante sus características? ¿Qué mensajes le transmito a mi hijo o alumno sobre sí mismo? Piensa en cinco cualidades positivas de tu hijo o alumno. Piensa en sus habilidades: Identifícalas y ¡díselas! Habla con el niño: Pregunta a tu hijo o alumno sobre sus características, talentos, habilidades, gustos, miedos... Conócelo y guíalo. Ayúdale para que promueva un desarrollo de su autoconcepto realista y sano. 4. Autoestima Junto al autoconcepto el niño va desarrollando su autoestima, es decir la evaluación o valoración de sí mismo. Al preguntar a los padres y educadores lo que significa la autoestima, generalmente responden que es el amor propio, la aceptación, sentirse bien consigo mismo. La forma en que se evalúa o valora cada aspecto de la persona está influenciada por la cultura, la propia experiencia educativa y las costumbres. Pero sucede que lo que es importante o bueno para uno, no lo es para otros. Si, por ejemplo, una madre o una maestra critica a su hijo o alum-no por su aspecto físico, asignando etiquetas, burlándose o haciendo referencia a esto constantemente, ese niño experimenta un sentimiento dañino que le llevará al autorechazo o a conductas y actitudes negativas y destructivas. El autoconcepto y la autoestima deben estar alineados. La representación mental que se tiene de uno mismo debe ser realista y al mismo tiempo se debe valorar o evaluar de acuerdo a esa realidad. Es fundamental no creernos algo ficticio, ni forzar a ser lo que no somos. En la actualidad se concibe la autoestima como un constructo multidimensional, es decir que se puede tener un concepto y una valoración de uno mismo diferente según el contexto o ámbito. Un niño puede tener un concepto determinado de sí mismo en el ámbito familiar, otro en el ámbito escolar y otro en el social. Puede sentirse más o menos capaz según las circunstancias y se comportará de manera diferente según las experiencias y las interacciones que haya tenido con distintos grupos. Va descubriendo que es bueno y eficaz en algunas actividades o tareas, y esto le hace sentirse bien. Los niños expresan sus sentimientos de muchas formas. Los padres y educadores deben observar sus comportamientos y analizar lo que reflejan a través de estos comportamientos de su propia persona. Hacerse conscientes de quién se es, cómo se es, lo que se puede y no se puede hacer, es el primer paso que se debe trabajar con los pequeños para lograr que se acepten plenamente y puedan crecer y desarrollar todas sus potencialidades. Una autoestima sana permite al ser humano adaptarse y desenvolverse de manera efectiva,con seguridad e impactando positivamente en lo que le rodea. La autoestima es fundamental para un desarrollo humano integral. Al interactuar con niños y niñas, es importante destacar sus cualidades, aunque sin exagerarlas. Comentarios como «eres el niño más inteligente del mundo» o «siempre vas a ganar» pueden generar un sentimiento de superioridad que no es realista. No suele ser verdad que es el niño más inteligente ni que siempre va a ganar. Se puede reconocer si es inteligente o juega bien, recordando que siempre se puede mejorar y que hay otras personas que también lo son o lo pueden hacer. No queremos niños prepotentes que se crean mejores que otros. Los niños deben crecer con una visión realista de sí mismos y nosotros jugamos un papel muy importante en este proceso. Si confundimos la autoestima con estas ideas inventadas, cuando el niño se encuentre con la realidad de que hay niños mejores en algunas cosas o pueden hacer algo que él no puede hacer se sentirá frustrado y no podrá hacer frente a esa realidad. Es fundamental recordar a los niños que nadie es mejor o peor. Cada persona tiene sus cualidades y se puede aprender algo de cada ser humano que encontramos en el camino. Es imposible saberlo todo y por esto nos complementamos unos con otros. La autoestima se refiere a la conciencia del propio valor de la persona, a sentirse satisfecho consigo mismo y con sus capacidades, sin necesidad de disminuir o exagerar la realidad. Reflexionemos... ¿Muestra el niño una actitud positiva, aceptándose tal como es y aceptando a los demás? ¿Es capaz de relacionarse de manera positiva con otros? ¿Motivamos al niño a conocerse, a amarse y cuidarse? 5. Cada niño es distinto, cada etapa es distinta Cada niño es único y es necesario conocerlo bien y saber qué esperar en cada etapa de su desarrollo. Los rasgos propios de cada persona están presentes desde que nace y aunque muchas conductas pueden modificarse, la esencia de cada uno permanece. Hay algunos aspectos, como por ejemplo el sexo, que no se pueden cambiar. El comportamiento es distinto en cada edad y en cada etapa de la vida. Son muchos los factores que influyen como el propio temperamento, la madurez, el contexto, la interacción con el medio y con los demás. Se deben respetar las características propias de cada niño y no intentar modificar su esencia, pero sí encauzar y orientar positivamente estos rasgos y tendencias. Es importante conocer lo que puede y debe lograr el niño en cada etapa de su desarrollo, las conductas que son comunes y que pueden ser esperadas en cada edad. Los primeros años representan un período de muchos cambios físicos, cognitivos y sociales que son cruciales en la vida del ser humano. No es lo mismo un niño de dos años que uno de seis, ni uno de ocho que uno de trece que ya está en la adolescencia. Es por esto que hay que ajustar las expectativas y prepararnos para acompañarles en cada momento. Esto ayudará a comprenderlo y orientarlo mejor, sin limitar sus potencialidades ni justificar conductas inadecuadas por su edad o su forma de ser. Al educar al niño se parte de su propia realidad, de su forma de ser y de la etapa en que se encuentra. Reflexionemos... ¿Cómo es mi hijo o alumno?: • ¿Cómo es su temperamento? • ¿Cuáles son sus gustos? • ¿Qué rasgos le definen? ¿Qué puede hacer el niño en la etapa en que se encuentra? ¿Qué conductas propias de su edad observo en el niño? ¿Qué espero yo de este niño concreto? 6. Algunos mitos sobre el desarrollo de la autoestima Existen ideas erradas sobre el desarrollo de la autoestima en los niños y de cómo se puede ayudar a lograr una sana autoestima. Algunos de los mitos que se deben analizar son: Mito 1: Es necesario que el niño siempre se sienta bien y sin problemas Es frecuente que se alabe constantemente al niño, su físico, su comportamiento o sus trabajos, pero sin profundizar, ni ayudarle a reflexionar para que cada día sea mejor. Comentarios como «qué lindo», «muy bien» o «te felicito» son importantes, pero no deben ofrecerse en todo momento y de manera superficial. Hasta el mismo niño sabe, que muchas veces se le dice todo esto para salir del paso, pero en realidad no se ha valorado detenidamente lo que ha hecho, ni cómo lo ha realizado. Otras veces se evita enfrentarse al niño cuando ha cometido una travesura o un error o no ha realizado el mayor esfuerzo. Así transmitimos conformidad, sin exigir al niño que se autoevalúe y logre mejores resultados. Es muy importante que los niños desarrollen una actitud crítica constructiva y que reconozcan cuándo algo se puede mejorar. El esfuerzo es importante y la tolerancia al fracaso les va a permitir desarrollar la perseverancia. Si un niño obtiene alabanzas y premios de forma fácil e inmediata para hacer que se sienta bien y capaz, no tendrá la oportunidad de ser mejor ni de aprender. Esto le va a impedir desarrollar destrezas y habilidades así como actitudes que le ayuden a resolver los problemas reales de la vida. No se trata de evitar que el niño se enfrente a la vida sino de acompañarle y ayudarle a ser mejor, sin exagerar y reconociendo sus fortalezas. Reflexionemos... ¿Tiendo a hacer sentirse bien al niño de forma exagerada con halagos y premios no necesariamente merecidos? ¿Promuevo en el niño que evalúe su conducta y su actitud, de forma realista y con amor? Una sana autoestima no se desarrolla haciendo al niño sentirse bien siempre. Lo importante es que se sienta aceptado y amado, pero también animado a mejorar aquello que necesite. Las recompensas o alabanzas deben estar bien fundamentadas y ser realistas. Mito 2: El niño debe ser el centro de nuestra atención En la actualidad los niños han adquirido mucho poder. Algunas veces, la falta de tiempo de los padres para estar con sus hijos genera sentimientos de culpabilidad y por esto, permiten a los más pequeños llamar constantemente la atención o participar en actividades no apropiadas. Otras veces quieren suplir esta ausencia, de forma exagerada, con cosas materiales. El niño necesita atención de forma permanente y está constantemente enviando mensajes que los adultos deben escuchar dándoles la importancia que requieren en todo momento, evitando que busque esta atención de manera no apropiada. Esto se logra dedicando al niño el tiempo necesario, de manera que se puedan establecer los vínculos afectivos necesarios para su estabilidad emocional. Una vez que el niño cuenta con una presencia y una relación saludable con el adulto podrá respetar los espacios, conversaciones y actividades de los mismos, ya que hay momento para todo, y es importante que el pequeño aprenda cuándo una conducta es aceptada y cuando no. El niño necesita atención. Muchas veces trata de lograrla a través de conductas negativas o comportamientos «chistosos» y se imponen, violentando la armonía o el desenvolvimiento de los demás. Los límites son importantes y el niño no puede llamar la atención con todo lo que haga como si fuera un payaso. Reflexionemos... ¿Presto atención al niño ante conductas inadecuadas? ¿Permito al niño participar en actividades o en horarios no apropiados? ¿Cuánto poder le doy al niño en las distintas situaciones que se presentan? Mito 3: El niño es como es y no puede cambiar Cada niño nace con unas características únicas y va desarrollando su personalidad en interacción con el medio que le rodea y con las personas. Un niño es una caja de sorpresas que tiene su temperamento, sus gustos, su forma de responder ante distintas situaciones. Incluso en una misma familia los hermanos son muy distintos y reaccionan de forma diferente ante las mismas experiencias. Aunque hay que respetar a cada uno como es y así valorarlo, no se debe asumir que no se puedan cambiar o mejorar conductas o actitudes inapropiadas. Es habitual escuchar a padres y educadores justificar la forma en que actúan los niños alegando que son como son. «Es un antipático, déjalo tranquilo» o «es el tímido de la casa» o «le encanta montar ese desorden, no hay nada que hacer» son algunos ejemplos de comentarios de los adultos ante el comportamiento inapropiado de los niños. Sin embargo, esto no es saludable, ya que el niño se acostumbra a actuar de una forma que muchas veces es negativa o socialmente rechazada y asume que los demás deben aceptarlo sin más, «porque soy así». Se defiende aquí que hay que aceptar al niño como es pero también hay que ayudarlo a detectar aspectos de su personalidad o de su conducta que puedan tener consecuencias negativas o que le puedan causar problemas consigo mismo y con los demás. Para el desarrollo de una sana autoestima es necesario hacer a los más pequeños conscientes de cuales son las áreas que deben mejorar, y ayudarlos con una actitud positiva sin hacerles sentir mal. A modo de ejemplo, si un niño tiene dificultad para integrarse en las actividades o celebraciones, en vez de pensar que no hay nada que hacer o forzarlo para que se integre (haciéndolo pasar vergüenza), se puede recurrir a conversar con él antes de la actividad para ir proponiéndole pequeños pasos en los que el niño se puede comprometer y así mejorar su actitud o conducta. Es conveniente ir evaluando con el mismo niño su desarrollo y los logros que va alcanzando, reforzando su esfuerzo y la confianza en sus capacidades. Si se aceptan conductas no apropiadas con la excusa de que el niño «es así» y hay que aceptarlo, estaremos educando un pequeño monstruo que atropella a otros. Siempre hay oportunidad de mejorar. Es fundamental aceptar al niño,sin pensar que la forma en que se comporta no puede mejorar.. Tenemos que ayudarle. No debemos ni podemos asumir que es como es y se comporta de una forma porque salió al padre o la madre o porque no tiene otra forma de hacerlo. Reflexionemos... ¿Justifico las conductas de mi hijo o alumno, dejando que sea como es? ¿Lo motivo para que dé lo mejor de sí mismo? ¿Tiendo a predisponerme ante el niño y ante su forma de ser, su conducta o actitud? ¿Adopto una postura pasiva y de resignación ante conductas no apropiadas? Somos modelos de referencia y es nuestra responsabilidad guiar a los niños y niñas para que descubran nuevas y mejores for-mas de comportarse y de convivir. Uno de los sentimientos más gratificantes es el de sentirse capaz de hacer algo, de lograr cosas,. Mito 4: El niño es muy pequeño y no puede Otra actitud muy común de los adultos con los niños es la de sobreprotegerlos y asumir que el pequeño no puede hacer algo por sí mismo o no entiende, y que por esto hay que hacerle las cosas para no frustrarlo. Uno de los propósitos principales de la educación es lograr que el pequeño desarrolle su autonomía y para esto debe hacer las cosas por sí mismo cuando tiene la capacidad para hacerlo. Si ya puede agarrar sus cosas, hay que dejar que las agarre, si ya puede comer solo, se debe permitir que coma solo y ofrecerle ayuda cuando sea precisa, pero no hacerlo por él. Haciéndolo todo por ellos los haremos personas inútiles y dependientes. El niño en cada etapa irá desarrollando las habilidades y destrezas que necesita utilizar. Es frecuente que los propios adultos le impidan poner en práctica estas nuevas habilidades si se lo hacen todo. Cuando un niño no pueda hacer algo completamente solo, sí podrá hacer una parte con algo de ayuda. Es en ese momento cuando los adultos pueden colaborar, pero dejando que también el pequeño haga su parte de acuerdo a sus posibilidades. Dejemos que los niños y niñas experimenten la sensación positiva de lograr algo. Hay que estar disponibles para responder preguntas o inquietudes y para facilitarles los recursos, pero son los propios niños quienes deben ir haciendo lo que les corresponde según sus capacidades. Reflexionemos... ¿Tiendo a hacerle las cosas al niño aún cuando él puede por sí solo? ¿Permito que el propio niño intente hacer las cosas, ayudándolo, pero consiguiendo que aprenda? ¿Dejo al niño equivocarse? ¿Le animo a que intente hacer cosas que no ha hecho antes? Mito 5: Se ayuda al niño cuando se le fuerza a realizar tareas difíciles Cuando el niño asume responsabilidades que sobrepasan su nivel de madurez experimenta un sentimiento de frustración. Como se menciona en el punto anterior, es importante dejar que el niño ejercite sus habilidades y haga las cosas por sí mismo, pero no se puede llegar al extremo de forzar al niño a hacer cosas para las cuales no está preparado ya sea por su edad, su nivel de madurez, sus características personales o las circunstancias. No es lo mismo pedir al pequeño que ayude a limpiar algo que limpiar toda la casa. O pedirle que acompañe a su hermano o compañero a pedirle que cuide y asuma la responsabilidad de llevarlo a un lugar sin tener la madurez necesaria para hacerlo. Pedir colaboración al niño es positivo,pero teniendo cuidado de no exagerar ni saturarlo con lo que no puede asumir. Un ejemplo de forzar al niño se da cuando los adultos desean que aprenda a leer y escribir a temprana edad sin dejar que primero se desarrollen las habilidades necesarias. Cada niño es diferente, único, y tiene su ritmo. Es importante estimularlo, pero hay que tener cuidado de no frustrarlo. Muchas veces el niño se encuentra realizando una actividad pero no está capacitado para lograr la meta de manera satisfactoria y el adulto le insiste, «¡tú puedes, tú puedes!», cuando verdaderamente no tiene la capacidad de hacerlo. En estos casos, queriendo hacerlo bien, el adulto puede provocar que el niño se sienta defraudado o incapaz. Una frase para ayudar a superar el estancamiento que puede utilizarse si el niño insiste en que no puede hacer algo es decirle: «no puedes todavía, pero otro día sí podrás». Esta frase permite enfocar una actitud de ayuda y esfuerzo y no de darse por vencido. Cada etapa del desarrollo tiene sus características y en cada una de ellas el niño va logrando nuevos conocimientos y destrezas. En el proceso de crecimiento, se presentan al niño nuevos retos y desafíos; al acompañar al niño no debemos limitar o adelantar dicho proceso. Los niños no son «pequeños adultos». Es importante y positivo que vivan plenamente su niñez, que jueguen, descubran e interactúen con lo que les rodea. Hacer tareas muy difíciles cuando no están listos para ello les puede generar consecuencias negativas y sentimientos de inferioridad. Reflexionemos... ¿Soy demasiado exigente con el niño? ¿Asigno responsabilidades y tareas muy difíciles de cumplir? ¿Le fuerzo por encima de sus posibilidades? ¿Permito que el responsablemente? niño disfrute su niñez plena y ¿Pienso en tareas que son apropiadas para que el niño haga solo y le animo a acometerlas? 7. Alertas ante posibles problemas de autoestima A continuación se presentan algunas señales de alerta para detectar posibles problemas en la autoestima. Por supuesto, estas características o señales de alerta tienen un carácter orientativo, sin pretender que se utilicen para realizar un diagnóstico del niño, ya que ello requeriría de la intervención de un profesional de la conducta de los niños y niñas en edad temprana. A veces los niños se muestran apáticos, poco activos, sin curiosidad por las cosas, aislados de sus compañeros, lentos en sus reacciones, poco resistentes al fracaso. ¿Qué hacer en estos casos? Cuando los niños muestran poco interés El niño es curioso por naturaleza. Si el niño muestra poco interés por aprender y poca curiosidad hay que estar alerta e investigar las razones por las cuales esto sucede. Si se le pregunta al mismo niño lo que siente o lo que le sucede, normalmente, se obtiene la información necesaria. Si se observa cómo se comporta el niño en la casa, en el centro educativo, en otros ambientes nos damos cuenta de si tiene una actitud abierta y positiva hacia el aprendizaje, hacia lo que le rodea, hacia los fenómenos y hacia las personas. Si se muestra apático o indiferente ante las cosas que suceden, la información o ante las oportunidades de hacer algo nuevo, puede ser señal de que el niño se está enfrentando a alguna dificultad o de que necesita ayuda para aceptarse, sentirse capaz y alcanzar nuevos logros. Si el niño muestra con sus conductas esta falta de interés, una for-ma de ayudarlo es identificar algo que le gusta o alguna actividad que sabe hacer bien y motivarlo a que lo haga. Descubrir sus intereses y animarlo es muy importante, puede ser positivo. Las expectativas que se les transmiten al niño son poderosas; si el pequeño percibe que no se espera mucho de él, dará poco. El niño puede descubrir algo que le apasiona y hacerlo, esto le dará seguridad. Nuestras propias actitudes y el deseo de descubrir y aprender cosas nuevas son un buen ejemplo para los niños. Reflexionemos... ¿Conoces la motivación que tiene el niño para aprender? ¿Cuáles son los intereses y necesidades del niño? ¿Cómo promuevo el aprendizaje en el niño? ¿Estimulo su curiosidad animándole a indagar? Prestar atención al aislamiento Hay que prestar mucha atención y tratar de observar si el niño se aísla de su grupo, no se integra, juega solo, tiene pocos amigos o los demás tienen algún problema para incluirlo. Es importante que los padres y en especial los educadores observen sistemáticamente e indaguen sobre las dinámicas que se generan entre los compañeros para prevenir o abordar posibles dificultades que puedan incluso llegar a promover acoso escolar o provocar daños en la autoestima de algunos niños. No se debe asumir que los problemas de aislamiento se resuelven solos, hay que escuchar a los niños para guiarlos en este camino e intervenir si fuera necesario. El aprendizaje y desarrollo de habilidades sociales es clave en estos casos. Es saludable que cada niño desarrolle sus amistades, logre el sentido de pertenencia con su grupo y pueda mostrar conductas sociales positivas. Se debe motivar la interacción con otros y el manejo adecuado de conflictos y situaciones en los niños. Estemos alertas ante la forma de relacionarse de los niños y ante el nivel de aceptación de los demás, ante la actitud del niño frente a los otros y ante su manera de desenvolverse. Reflexionemos... ¿Tiene el niño un grupo de amigos con los que juega y se relaciona? ¿Promuevo las relaciones positivas con otros amigos y el desarrollo de habilidades sociales y de resolución de conflictos? ¿Está siendo el niño rechazado? ¿Es aceptado e incluido en el grupo? Observar su modo de trabajar Con frecuencia el niño, en la casa o en la clase, realiza los trabajos y tareas o actividades por «salir del paso» y no con el deseo de hacer un esfuerzo para lograr el mejor resultado. Si no se esmera para lograr los propósitos o para alcanzar el producto deseado y se conforma con lo mínimo sin que esto le importe, el adulto puede solicitar al niño que reflexione sobre su trabajo y que lo repita o mejore si es necesario. Será muy bueno que le pregunte: «¿Qué te parece tu trabajo?» «¿Podrías hacerlo mejor?» «¿Te gustaría hacer algo diferente?» Lo importante es que el propio niño evalúe su esfuerzo y sus resultados o productos. No debe ser el adulto el que juzgue, atacando el trabajo o dando siempre su opinión, sino llevar al pequeño a través de preguntas a asumir la responsabilidad por su trabajo. Si al niño no le importa la forma de hacer las cosas o si están bien o mal, puede que esté enfrentando una situación que le impide asumir una actitud de logro y de satisfacción o reconocimiento. Así mismo, si al participar en un concur-so o juego con otros, se muestra indiferente o prefiere incluso no participar o lo hace sin ánimo o compromiso, hay que trabajar con él para que supere esta actitud y conducta. La seguridad en sí mismo, en sus capacidades es fundamental para el desempeño adecuado. No queremos futuros adultos mediocres ni conformistas. La sociedad actual bombardea con «maneras fáciles» de lograr resultados sin esfuerzo. Debemos hacer que el niño sienta satisfacción por sus propios logros. No se debe fomentar que el niño se compare con otros, pero sí que haga el intento de ser y hacer las cosas lo mejor posible, comparando los resultados con sus propios logros previos. Un ejemplo es decirle: «antes no podías hacer esto, pero ahora veo que lo has logrado»; y no decirle; «puedes hacerlo mejor, mira a tu amigo como lo hace» o «lo has hecho mejor que tu hermana». Estos comentarios generan una actitud competitiva y puede llevar al niño a frustrarse o desarrollar sentimientos de superioridad. El niño debe esforzarse por sí mismo, por su propio sentido de avance, desarrollo y logro. El desear terminar de forma inmediata y de obtener recompensas nos lleva a un ritmo no adecuado e irreal de enfrentar las tareas y trabajos. Reflexionemos... ¿Promuevo que el niño revise y evalúe lo que hace? ¿Interactúo con él sin herirlo ni hacerlo sentirse mal por sus errores? Si el niño quiere salir del paso y hacer las cosas de forma rápida y sin esfuerzo, ¿le motivo a esforzarse y a hacerlo bien o le dejo hacer lo que quiera y como quiera? ¿Promuevo el mínimo esfuerzo y la forma fácil de obtener resultados? ¿Le ayudo a hacer lo mejor aunque implique más trabajo? La influencia de los compañeros Cuando el niño tiende a copiar a otros o se muestra inseguro antes de hacer algo y espera a que los demás den el primer paso, puede indicar que siente miedo o que está sucediendo algún problema que debe enfrentar. En muchas ocasiones, al tener que hacer un trabajo, hay niños que se paralizan y no inician ni ejecutan ninguna acción hasta ver lo que hacen otros compañeros, no toman nunca la iniciativa ni proponen ideas o acciones. Los demás niños se pueden aprovechar de esto y abusar al imponer sus criterios o llevarles a cometer errores forzados por alguien y no por su propia decisión. Esta situación puede convertirse en un problema mayor si no se aborda a tiempo. Hay que ayudar al niño poco a poco y no de forma rápida a ir tomando decisiones y a hacer las cosas por sí mismo, sin miedo, experimentando la sensación de satisfacción por los pequeños logros alcanzados. Es importante celebrar la individualidad y hacer sentir al niño que tiene libertad de hacer las cosas a su manera. Conviene que le hagamos caer en la cuenta de que debe pensar antes de actuar y saber decir «sí» y «no» a los otros, de acuerdo a la situación que enfrente y a los criterios y principios asumidos. Es importante dar la oportunidad al niño de hacer las cosas aunque se equivoque y animarle a que vuelva a intentarlo. Puede tomar como referencia otros trabajos y ejemplos, pero siempre con su propio sello. Así evitamos niños dependientes y favorecemos la autonomía. Reflexionemos... ¿Celebro la individualidad de cada niño? ¿Le motivo a seguir lo que hacen los demás? Si el niño tiende a copiar a los otros, a tomar decisiones siguiendo las pautas de los demás, ¿ignoro la situación o abordo el problema con estrategias para ayudarlo a decidir y actuar? ¿Doy al niño la iniciativa? ¿Le animo a expresar sus ideas? Cuando muestran dificultad para seguir las reglas Cuando el niño está constantemente desafiando la autoridad o rompiendo las reglas de disciplina y de convivencia suele ser porque está llamando la atención de forma negativa. Esta actitud le genera dificultad para integrarse y socializarse de forma saludable. Analizar a tiempo los motivos de estas conductas e indagar sobre sus causas nos permite evitar, o tratar de la manera adecuada, las dificultades que presente el niño con la autoridad y la disciplina. Las reglas y los límites brindan seguridad al niño y contribuyen al desarrollo de una sana autoestima. Las conductas agresivas o inapropiadas no deben ser ignoradas ni aceptadas solo por el hecho de que sean niños, así como tampoco se debe celebrar bajo ninguna circunstancia el que los niños hagan el payaso, llamando la atención con palabras o comentarios desagradables o con actitudes que hacen daño a a las personas que les rodean. Los principios y valores deben estar claros y lo que es inaceptable se le debe comunicar al niño, siendo nosotros mismos coherentes con lo que se le exige o se espera de él. El adulto debe dar participación al niño para construir juntos las reglas y los límites, no imponiéndolas. El niño debe tener la capacidad de obedecer, comprendiendo el porqué de las reglas y los principios, conociendo las consecuencias. Estas consecuencias deben estar claramente establecidas y deben cumplirse de acuerdo a la falta, sin exagerar, pero de forma proporcional a la edad y al grado de incumplimiento de las mismas. Si el niño reta a la autoridad y su conducta es inadecuada, se deben buscar formas de prevenir esta conducta, de abordarla y de modificarla en la medida de lo posible. La solución no es desesperarse ni agredir, sino crear mecanismos para reforzar la conducta positiva y ayudar al niño a canalizar su necesidad de atención o su constante necesidad de actividad de manera apropiada. Reflexionemos... ¿Establezco reglas y límites claros y apropiados? ¿Promuevo la participación de los niños? ¿Permito al niño tomar decisiones? ¿Le ayudo a asumir las consecuencias de sus actos? Poca tolerancia al fracaso La vida presenta momentos en los que se deben aceptar las propias limitaciones y seguir adelante, buscando nuevas soluciones. No todo sale siempre bien, ni se puede ser bueno en todo lo que se hace. Sin embargo, por esto no podemos privarnos de intentarlo, de caer y volver a empezar, de perseverar hasta lograr lo que se desea. Si el niño muestra poca tolerancia al fracaso se va a dar por vencido con facilidad o incluso no va a lanzarse a enfrentar nuevas actividades o experiencias y retos. Esto le impide disfrutar la vida plenamente. Muchas veces el ambiente no ayuda, las personas señalan los errores e incluso enfatizan el fracaso pero no ven en estos una oportunidad de mejora y crecimiento. El aprendizaje se produce por ensayo y error, practicando, haciendo y volviéndolo a intentar. Siempre las cosas se pueden hacer mejor, con nuevos recursos y estrategias. Es así como los niños deben comprender que cometer errores o enfrentar dificultades no es el fin del mundo, es simplemente parte del proceso de aprender. El adulto debe aprovechar las oportunidades en las que el niño no gane, no logre lo esperado o se equivoque para analizar con él lo que puede aprender y los beneficios de esta experiencia. Preguntas como: «¿de qué manera podemos evitar que pase esto la próxima vez? ¿Qué produjo que esto sucediera? ¿Cómo te sientes? ¿Que puedes hacer al respecto?», permiten un aprendizaje sin hacer que el niño o la niña se sienta defraudado o defraudada. Un ejemplo puede ser la participación en una competición académica o deportiva en la cual el niño prefiera no participar antes que asumir el riesgo de perder. Para muchos niños es difícil enfrentar retos que puedan llevarlo a fracasar o no ganar. ¿Cuál debe ser la actitud del adulto? Requiere mucho esfuerzo el ayudar al niño a vencer el miedo o salir de su estado de impotencia. Lo que no se puede es justificarlo. Para ayudarlo es vital dedicarle tiempo, valorando sus pequeños intentos y motivándolo para que practique con metas concretas que generen el sentido de logro. Hay niños que reaccionan desproporcionadamente ante un fracaso, llorando, con rabietas e incluso agrediendo. Esto no se debe aceptar, sin embargo se deben reconocer los sentimientos que generan un «fracaso» con frases como «sé que te sientes mal, pero no está bien que actúes así». Lo importante es subrayar la importancia del esfuerzo y al mismo tiempo establecer límites a su conducta inapropiada. Decir al niño «eso no es nada» o «no te preocupes» no es efectivo y anula los sentimientos de pena o rabia del niño. El niño debe entender que se puede equivocar y cometer errores. Se debe compartir con ellos las propias vivencias o experiencias en las que ha fracasado, pero haciéndole ver que, con perseverancia, se ha alcanzado el aprendizaje. Es importante saber que no somos perfectos, que se han enfrentado momentos difíciles y hasta reírse con ellos de los errores, señalando el hecho de que se debe seguir adelante sin importar lo que digan los demás. Reflexionemos... ¿Cómo actuamos ante los errores y fracasos del niño? ¿Qué hacemos cuando un niño se siente mal por haber fracasado en un proyecto o actividad? ¿Ayudamos al niño a aprender de sus errores? ¿Justificamos sus fracasos tratando de hacer que se sientan bien? 8. Herramientas para identificar posibles problemas Observar y registrar las conductas, actitudes y actividades de nuestros hijos o alumnos Proponemos a continuación algunos medios o herramientas que nos pueden ayudar a conocer posibles problemas a los que se enfrentan los niños. Observar la conducta y el modo de proceder de los niños nos per-mite ver mejor lo que sucede en las interacciones con otros y con el medio, y los factores que influyen en el niño. Observar y registrar las preocupaciones en distintas situaciones cotidianas y ambientes donde el niño se desenvuelve ayuda a conocerlo mejor y a detectar las dificultades para actuar de forma efectiva en el momento de intervenir. Entrevistas con el niño Muchas veces se buscan respuestas a las conductas y actitudes o dificultades del niño en elementos y factores externos, pero generalmente es el propio niño quien tiene la respuesta. La comunicación es importante. Interactuando con los pequeños a través de preguntas, dibujos o juegos se obtiene mucha información de lo que piensan, viven, sienten. Esto puede ayudar a aclarar con el propio niño sus concepciones erradas, sus sentimientos y ayudará también a analizar las situaciones para tratar de mejorarlas. Observa su conducta En caso de identificar en la casa o en el centro educativo una situación o dificultad en el niño que no se ha podido trabajar o mejorar con nuestras intervenciones, padres y educadores deben recurrir a especialistas para evaluar y determinar si es necesaria la terapia o su abordaje desde otro punto de vista. Abordar el problema de manera conjunta entre la familia, el educador y la escuela, jun-to con el especialista de la conducta, es la mejor manera de lograr el objetivo deseado. Entre todos se identifican los puntos a trabajar y las estrategias para el cambio. El día a día y las relaciones cotidianas del niño nos brindan datos valiosos en la detección de posibles problemas. Juegos y actividades A través del juego el niño expresa sus emociones y sentimientos, sus ideas y experiencias. Se deben propiciar situaciones de juego y participación en diversas actividades que brinden oportunidades al pequeño de explorar, aprender y evaluar sus propios conocimientos y su conducta. Interactuar con otros, compartir y disfrutar son actividades saludables para el pleno desarrollo del niño. Reflexionemos... ¿Nos preocupamos por observar la conducta de los niños? ¿Nos comunicamos asiduamente con los niños? ¿Escuchamos y ponemos atención a sus preocupaciones e intereses? En el caso de detectar una dificultad en el niño que no podemos solucionar ¿consultamos a un profesional para que nos ayude con nuestro hijo o alumno? ¿Propiciamos situaciones de juego entre nuestros niños que les permitan descubrir conocimientos e interactuar con otros niños? 9. Errores que debemos evitar Criticar permanentemente Los padres y educadores no siempre se dan cuenta de lo mucho que critican o atacan a los niños. Se hace más fácil señalar lo negativo que lo positivo, sobre todo a medida que los niños van creciendo. Cuando los niños son más pequeños se les celebra todo de manera positiva, y hasta a veces exagerada, pero cuando crecen, los padres y educadores están al acecho de los errores, de los comportamientos incorrectos o de las limitaciones, y frecuentemente no indican a los niños con claridad los aspectos que pueden o deben mejorar. Se recomienda cuidar el lenguaje, las actitudes y el comportamiento frente a los niños y no criticarlos tanto. En vez de enfocarse en lo negativo, hay que encontrar lo positivo y reforzarlo. El reprender constantemente al niño afecta su autoestima de forma general o en algún aspecto concreto de su persona. Por ejemplo, si se le dice al niño que no es bueno para los deportes o cualquier otra área, recalcando lo negativo, se podrá sentir mal al participar en este tipo de actividades o las evitará. Puede ser que no sea bueno para un deporte pero sí para otro y esto se puede señalar objetivamente sin herir al niño y así no cometemos el error de generalizar su incapacidad. El transmitir constantemente la idea de que el niño «no puede», «no es capaz» o «lo hace mal», puede generar sentimientos de inferioridad en el mismo. Se deben detectar y comunicar sus fortalezas y decirle lo que hace bien. Cuando se realiza una crítica siempre debe ser constructiva. La crítica negativa perjudica la autoestima de los niños. Reflexionemos... ¿Generalmente me centro en lo positivo y en las fortalezas del niño? ¿Generalizo cuando el niño no es capaz de hacer algo y asumo que no hace nada bien? ¿Cómo le comunico al niño sus fortalezas y debilidades? Ridiculizar, burlar o usar el sarcasmo Los adultos no pueden ser un modelo de acoso ni pueden abusar de su autoridad o de su poder para menospreciar al niño ni ridiculizarlo. Es grave cuando se critica o corrige al niño frente a otros y mucho peor si es de forma chistosa o con burla sobre su persona, su físico, su actitud o comportamiento. Estas situaciones se deben abordar en privado. Nunca se deben ignorar los comentarios negativos que se hacen los niños entre sí ni permitir las burlas y el ridículo. Algunos adultos se confabulan con los compañeros de sus hijos o alumnos permitiendo que se burlen, lo ridiculicen o utilicen el sarcasmo como si fuera un chiste. Esto tiene repercusiones negativas ya que el niño experimenta rechazo y afecta a su autoconcepto y autoestima. Incluso los propios niños tenderán a repetir con otros, muchas de estas conductas, reproduciendo el maltrato. El sarcasmo o la ironía son actitudes negativas, especialmente en nuestras interacciones con los más pequeños, ya que insinúan algo que no es y utilizan expresiones contradictorias. Decir una cosa por otra puede confundir al niño, proporcionar un mensaje equivocado. Aunque el niño aparente que no le importa, cuando los demás lo ridiculizan se siente afectado y triste. Otras veces busca defenderse de forma no apropiada. Reflexionemos... ¿Hago comentarios que ridiculizan al niño frente a otros? ¿Evito las burlas de otros, en especial del niño? Cuando reprendo seriamente al niño, ¿lo hago en público o en privado? Comparar al niño con otros Los padres y educadores tienden a comparar al niño con sus hermanos o con otros compañeros. Cada niño es único y debe ser tratado como tal. Esto no quiere decir que no puede tener modelos a imitar. Se pueden aprender cosas de otra persona sin asumir que se tenga que ver en todo como esa persona. Hay casos en los que los adultos comparan a los niños con ellos mismos, queriendo que sean a su imagen y semejanza o, por el contrario, otras veces el adulto quiere que el niño logre lo que él mismo no ha podido lograr y le impone sus propias metas. Estos comportamientos o expectativas le afectan negativamente y hacen que el niño actúe para complacer a otros y no de acuerdo a sus propios intereses y habilidades. Algunos niños rechazan las comparaciones reafirmando su propio yo. Por ejemplo, si se les dice «mira como lo hace el otro» ellos responden «pero, yo no soy ese niño». Otros, sin embargo, se angustian al tratar de ser y actuar como los otros con quienes son comparados, provocando sentimientos de inferioridad al no poder cumplir con las expectativas que perciben en los adultos cercanos: familiares o educadores. La comparación debe ser consigo mismo, no con los demás y las metas han de ser realistas de acuerdo a las propias capacidades y características del niño. Reflexionemos... ¿Comparo al niño con otras personas? ¿Espero del niño lo que los demás imponen? ¿Dejo que cada niño sea como es? Sobreproteger No deberíamos caer en la tentación de evitar que el niño viva sus propias experiencias; es necesario permitirle que tropiece y se levante. A veces se quiere proteger demasiado a los pequeños, haciéndoles las cosas o cuidándolos de forma exagerada. Tratar de evitar los problemas, el dolor y el fracaso a los niños es imposible. La vida hay que enfrentarla. Se debe dejar que los niños hagan las cosas por sí mismos desde que están capacitados para ello. La mejor actitud es no hacerles las cosas ni resolverles todo, sino ser apoyo, estímulo, estar ahí para ellos y que cuenten con nosotros para darles seguridad, pero dejándoles que aprendan por sí mismos y que se esfuercen. Otra forma de sobreprotección es cuando los padres hacen las tareas y los proyectos escolares de los niños para que les queden bien, cuando debe ser el propio niño el que lo haga a su manera; otras veces les preparan la mochila o la ropa cuando en realidad puede hacerlo por sí mismo o con algo de ayuda del adulto. De igual manera, los educadores no promueven la autonomía en sus alumnos cuando les recortan o pegan los trabajos o les preparan la comida, sin darles la oportunidad de que lo intenten por ellos mismos. Con la obsesión de que todo sea perfecto y maravilloso o con la idea de que el niño no puede hacer las cosas, no se le permite enfrentar o resolver situaciones con sus compañeros, con algunos docentes y hasta en su propia familia. Ayudarles a hacerlo con valentía, aunque sin forzarlos, es lo más saludable. Debemos cuidar a los niños y brindarles seguridad, pero no transmitirles miedo por cualquier cosa por nuestra propia necesidad de control o de protección. Reflexionemos... ¿Dejo al niño hacer las cosas por sí mismo? ¿Tengo miedo de que al niño le pase algo? ¿Tiendo a sobreprotegerlo? ¿Muestro afán por la perfección y para esto tomo todas las decisiones? ¿Trato de resolver yo lo que le toca al propio niño? Exigir demasiado Forzar al niño a hacer cosas que no puede hacer por sí mismo es contraproducente. Hay que respetar el desarrollo y las etapas de madurez de cada niño, sus características, necesidades e intereses, ayudándolo a mejorar cada día y a lograr los propósitos planteados. Esto se debe lograr sin exigir en demasía. No se puede caminar antes de gatear. El niño debe ser retado poco a poco, y sin que se frustre al intentar hacer lo que se espera de él sin estar preparado para ello. La actitud del adulto debe ser la de ver hasta dónde puede llegar el niño y motivarlo a lograrlo paso a paso y no saltando etapas. Todo aprendizaje y desarrollo lleva un proceso que hay que respetar. Es necesario ajustar las expectativas a las posibilidades reales del niño. El niño no es un pequeño adulto. Se encuentra en una etapa distinta con características propias. No se le deben exigir a los pequeños trabajos peligrosos ni que realicen actividades forzadas o demasiado difíciles para ellos. Esta vida rápida nos lleva a querer que los niños logren, hagan o comprendan determinados hechos o situaciones cuando aún no están preparados para ello. Hay que intentar ponerse en su lugar y comprender su forma de pensar y actuar que es distinta a la nuestra. Reflexionemos... ¿Espero demasiado del niño? ¿Estoy constantemente exigiendo que adelante? ¿Deseo que madure demasiado rápido? Si veo que el niño no está listo para asumir una tarea, ¿me frustro? ¿Tengo paciencia y espero mientras estimulo al niño? ¿Me pongo en el lugar de mi hijo o alumno e intento comprenderle? Etiquetar Los padres y educadores usan mucho los apodos o sobrenombres con los niños. Hay que tener cuidado con etiquetar por alguna característica o conducta particular. Nombres como «gordita» o «pícaro» generan en el niño una autoimagen relacionada con estos calificativos. Para dirigirse a los niños su nombre es siempre la mejor opción. En caso de utilizarse un apodo debe ser positivo, acorde a una relación de cariño y aprobado por el propio niño. No se puede asumir que al niño le gustan los apodos ni las etiquetas, incluso un nombre cariñoso que nos hemos inventado y pensamos que a ellos les encanta. Por otro lado, se tiene la costumbre de etiquetar de acuerdo a su conducta o apariencia, y esto limita la posibilidad de ser diferente o de mejorar, ya que las expectativas de los demás estarán influenciadas por la etiqueta. Es increíble el poder que ejercen las ideas que los demás tienen en el comportamiento de los niños. Es así como muchas veces, un niño es considerado el «alborotador» o la «chismosa» o cualquier otra cosa. Ellos responden a estos nombres o etiquetas con fidelidad, confirmando y reforzando su «fama» entre los compañeros. Preguntemos primero si al niño le gusta que le llamen de una determinada forma y respetemos esto. Las etiquetas son dañinas y al utilizar a la ligera algunos términos para referirnos al niño, puede crearse a largo plazo un marco de referencia negativo para el autoconcepto. Un ejemplo muy común es oír decir a padres o educadores que un niño es hiperactivo por el simple hecho de que es dinámico y extrovertido, sin profundizar o buscar un diagnóstico que avale dicha afirmación. Es así como, sin quererlo, se diagnostica sin fundamento ni justificación. Antes de asumir que el niño tiene tal o cual dificultad se debe consultar a un especialista para que evalúe y determine si hay una condición especial. Aún siendo diagnosticado hay que tener cuidado con los sobrenombres y etiquetas y reflexionar sobre la mejor forma para abordar el tema y ayudarlo en su proceso de desarrollo. Las etiquetas son peligrosas y obstaculizan el sano desarrollo de la autoestima. Reflexionemos... ¿Utilizo apodos para nombrar a los niños? En caso positivo, ¿qué mensaje envían esos apodos al niño? ¿Tiendo a etiquetar al niño por su conducta o aspecto físico? ¿Evito que otras personas etiqueten al niño? Pensemos en nuestros propios apodos y etiquetas. ¿Cómo nos hace sentir la etiqueta? 10. Orientaciones para el desarrollo de una sana autoestima A continuación se ofrecen algunas orientaciones que pueden incidir positivamente en el desarrollo de una sana autoestima. Crear un ambiente de amor y aceptación El amor no se negocia ni se mendiga, no importa lo que pase. En todo momento el niño debe saber y sentir que el amor es incondicional aunque haya actuado mal. Amar y aceptar al niño no se puede confundir con permitir que haga lo que quiera, como quiera y cuando quiera. Significa ayudarle a ser mejor persona, acompañarle y no atacarle. Se debe ser firme con amor. Siempre debe estar claro que lo que se hace es por amor. Nunca se debe recurrir a la amenaza de «quitarle» el amor si el niño hace tal o cual cosa. Por el contrario, precisamente es por este amor por lo que se le exige y no se le permiten ciertas cosas. Con mucha frecuencia se observa que los padres utilizan el amor como mecanismo de manipulación. Frases como «debes hacer esto por mí porque yo te quiero mucho» o «ya no te quiero porque» es un juego peligroso y dañino. Incluso cuando se está corrigiendo, el niño debe percibir que el amor permanece, pero que la conducta es inaceptable. También, nosotros podemos tener carencias emocionales y recurrir a los niños para saciar ese cariño que se necesita. El niño nunca puede ser utilizado para responder a nuestras necesidades. El amor debe ser sano y libre, no se puede forzar, ni comprar, ni tratar de ganar. Debe fluir y asumirse como presente siempre. Dar abrazos, besos,decir al niño que lo queremos son algunas formas de transmitir el amor.Lo más importante es que lo sienta siempre. Reflexionemos... ¿Sabe el niño que es amado incondicionalmente por ti? ¿Cómo se lo expresas? ¿Piensa el niño que debe hacer algo, lograr o alcanzar algo para ser aceptado y querido? ¿Es nuestro hijo o nuestro alumno lo más importante para nosotros? Continuamente hay que transmitir respeto y aceptación al niño, no necesariamente por lo que hace, sino por quien es. Ofrecer modelos adecuados de comportamiento El niño está construyendo su individualidad y en este proceso imita los modelos que le rodean, esto lo hace de forma espontánea, observándonos en todo momento, sin que nos demos cuenta. Ya se ha dicho a lo largo de este libro, que somos un modelo permanente para nuestros hijos o alumnos. La contradicción es contraproducente, genera inseguridad y un marco de referencia inestable. Es por esto que nuestro comportamiento debe ser adecuado y es necesario velar por la coherencia y por vivir los valores que deseamos que ellos construyan al interactuar con nosotros y con los demás. Lo que se dice debe reforzarse con lo que se hace. No se puede exigir lo que no se vive. En algunos casos el modelo que se le presenta al niño es un ideal de lo que se quiere ser, muchas veces no realista o inalcanzable. Intentar que sean o hagan lo que nosotros mismos no fuimos ni somos es imposible. Si quieres que tu hijo sea puntual, trata de ser puntual. Si quieres que no diga palabras feas, no las uses. Si quieres que respete a los demás, respétate a ti mismo y a los demás, incluyendo al propio niño. Si quieres que el niño desarrolle deseo de aprender, muestra una actitud abierta al aprendizaje. Reflexionemos... ¿Trato de ser coherente con mis creencias y valores? ¿Es mi conducta un buen modelo para los niños? ¿Exijo al niño que haga lo que yo mismo no hago? Ayudar al niño a ser autónomo Ayudar al niño a desarrollar su autoestima requiere ayudarlo a tomar decisiones y a que aprenda a pensar; es decir, no solo seguir lo que dicen los otros sin reflexionar. Frases como: «¿Qué crees tú? ¿Cómo lo harías tú? ¿Qué pasaría si...? ¿Cómo podrías hacerlo?», son preguntas poderosas que promueven la autonomía. Cuando se fomenta la comprensión por parte del niño de las cosas, de las reglas y de su propio juicio se promueve la obediencia. Existe la tendencia a dirigir, a usar mandatos e imponer ideas, sentimientos y pensamientos con el argumento de que los adultos son los que «saben»; sin embargo, esto puede generar una actitud pasiva y sumisa en los niños. Incluso, por el contrario, puede provocar una actitud y un comportamiento rebelde que desafía la autoridad para poder expresar que también ellos tienen opinión, ideas y sentimientos y desean ser escuchados. Siempre se deben aprovechar las oportunidades para que el propio niño analice las situaciones a las que se enfrenta, para que reflexione sobre las consecuencias de lo que hace, asuma responsabilidades y pueda resolver los problemas, con ayuda del adulto si es necesario. «Debes hacer esto porque yo lo digo» o «eso se resuelve así» se pueden transformar en preguntas que ayuden al niño a tomar decisiones y al mismo tiempo a pensar críticamente. Entonces se puede conducir a los pequeños a que encuentren por ellos mismos la respuesta que deseamos. «¿Para qué crees que debes hacer esto? ¿Cómo se resuelve? Veamos juntos, dame tus ideas. ¿Por qué sí? ¿Por qué no?». Se discute y se explica, escuchándolos en las situaciones que así lo requieran. Los niños tienen mucho que aportar y darles la oportunidad para hacerlo los ayuda a sentirse valiosos y a creer en sí mismos. Las reglas y los límites son necesarios para el desarrollo de la autonomía. Un ambiente estructurado y con expectativas claras permite al niño ir interiorizando los patrones adecuados de conducta y poder actuar con independencia. Reflexionemos... ¿Tiendo a imponer mis ideas y sentimientos o permito que el niño se exprese y piense por sí mismo? ¿Utilizo preguntas y discusiones en las que se comparten los puntos de vista para buscar soluciones con los niños? Reconocer sus cualidades y celebrar sus logros Se debe reconocer lo positivo de cada niño de forma realista y aprovechar las ocasiones idóneas para expresarle sus fortalezas; sin exagerar, haciéndolo con sinceridad. Si el niño logra una meta o asume una responsabilidad o tarea que le corresponde se le debe agradecer, y alabar si lo hace bien o mejor que antes, sin recurrir a premios constantes por cualquier cosa que haga. Lo que se espera de él tiene que ser razonable y hay que animarle a asumirlo por sí mismo y no por ganarse un premio. El reconocimiento anima y motiva a las personas. Hay que retroalimentar la propia estima con comentarios y expresiones de aliento para que el niño asuma la responsabilidad de alcanzar las metas por su propio empeño, mérito y satisfacción personal y no para complacer a otros u obtener beneficios externos. Cuando el niño enfrenta nuevos retos, intenta cosas distintas, participa en alguna actividad y alcanza una meta, se siente muy bien si se celebra con él, disfrutando y reconociendo su logro. Hay distintas formas de comunicarle al niño lo orgullosos que nos sentimos con sus logros. Por ejemplo, con pequeñas cosas o sorpresas que le entusiasman se le motiva a seguir mejorando, esforzándose y disfrutando el sentimiento de satisfacción. Celebrar y compartir los logros genera un sentimiento positivo de sus propias capacidades y permite reforzar las conductas deseadas. Romper con la rutina es positivo y necesario. Un logro del niño es una buena razón para compartir, para complacerlo o para celebrar. La alegría es fundamental en la vida y cuando sus logros pasan desapercibidos o son ignorados, el niño puede sentirse solo y poco valorado. Se puede reconocer al niño de muchas formas.Es importante no solo que se le diga,sino que se le dedique tiempo, disfrutando con él mientras hace las cosas y escuchándole. Reflexionemos... ¿Resalto más lo positivo que lo negativo del niño? ¿Ayudo al niño a reconocer sus competencias y habilidades para usarlas efectivamente? ¿Creo en las capacidades del niño y que puede lograr las cosas? ¿Saco el tiempo para disfrutar los logros del niño, celebrarlos y compartirlos con otros? Fomentar la comunicación Comunicarse no es solamente hablar. Se invierte mucho tiempo en grandes discursos, en dar órdenes y en dirigir, sin detenerse a escuchar e interactuar con los niños. Preguntarles sobre su propia opinión, sobre sus sentimientos, sus experiencias y sus actividades les ayuda a sentirse importantes y a poder compartir y aclarar dudas o pensamientos. Se debe permitir también, que los niños hagan preguntas y ofrecerles respuestas adecuadas; si no se sabe la respuesta, habría que investigarla con ellos. Es importante no dar más información de la solicitada al niño, pero sí asegurarnos de saciar su curiosidad y mostrar interés por sus inquietudes. La retroalimentación a las conductas y actitudes del niño le ayuda a detectar lo que se espera de él. Comunicar las expectativas evita que el niño tenga que adivinar lo que tiene que hacer o la forma de comportarse en cada ocasión. Reflexionemos... ¿Propicio momentos de interacción con el niño para escuchar sus ideas, preocupaciones y sentimientos? En vez de decir «eres muy bueno por hacer esto», ¿recalco la conducta positiva? ¿Reservo tiempo para charlar personalmente con el niño? Respetar sus ideas y opiniones Los niños pueden tener grandes ideas y pueden aportar más de lo imaginado si se les dan las oportunidades en situaciones apropiadas y que lo posibiliten. En la primera etapa de la niñez los padres en casa y los maestros en la escuela definen y aplican las reglas y normas, de acuerdo a sus valores y, en la mayoría de los casos, toman decisiones por los niños, pero en muchas ocasiones pueden tener en cuenta las ideas y opiniones de los niños para tomar una decisión o para resolver una situación o problema. Distintos puntos de vista enriquecen y permiten ver de otra forma las cosas. Mientras van creciendo, los niños pueden desarrollar la capacidad de discernir, reflexionar y evaluar posibilidades, si se les deja hacerlo. No hay que descartar sus ideas ni opiniones, ni pensar que por ser pequeños no tienen nada que aportar. Si el niño dice que no a algo o no quiere participar o no desea compartir con algún amigo, permitamos que explique sus razones antes de insistir en que haga lo que no quiere. Es sorprendente descubrir las informaciones valiosas que el propio niño tiene y que le llevan a adoptar ciertas actitudes. Es importante estar alertas y atentos, saber lo que sucede en la vida del niño, cómo piensa, qué siente y qué opinión tiene de la vida, de las situaciones, personas y actividades. Así se podrán aclarar, investigar e incluso abordar los problemas de una mejor manera. «Lo que tienes que decir es importante». Es éste un mensaje que le transmitimos al niño al tener en cuenta sus conocimientos, ideas y opiniones. Reflexionemos... ¿Asumimos lo que los niños quieren, piensan o sienten sin preguntarles? ¿Tenemos en cuenta lo que el niño tiene que decir o lo ignoramos? ¿Reconocemos el mérito de sus ideas, propuestas y sugerencias cuando son valiosas y efectivas? Asignar responsabilidades y dar oportunidades de ayudar Si al niño todo se le resuelve, no podrá hacer por sí mismo lo que le toca ni podrá asumir las responsabilidades ni compromisos de manera adecuada. Los niños mientras crecen deben asumir responsabilidades acordes a su edad y capacidades; aportar, ayudar y colaborar con el buen desempeño de la vida de todos y no sólo velar por estar bien él mismo sin importarle los demás. Si hay un papel en el suelo es su deber recogerlo, limpiar aunque no fuera el responsable. En las tareas y quehaceres se le debe hacer sentir que puede aportar. A veces es más rápido y fácil para los adultos hacerles las cosas, pues a ellos les toma más tiempo, sin embargo, hay que pensar en lo que es mejor para su desarrollo como personas. Si pueden doblar su ropa, recoger sus juguetes, etc., que lo hagan. Se les enseña y modela con paciencia, pero dejando que ellos actúen y asuman responsabilidades adecuadas a su edad. El sentido de pertenencia se refuerza cuando los niños se sienten necesitados y pueden aportar algo junto a los demás para alcanzar metas y proyectos comunes. El poder ayudar y colaborar hace sentirse a los niños muy bien. Son parte de un grupo (la familia, los amigos, la clase) en el que pueden y deben llegar a sentirse necesarios. Reflexionemos... ¿Tiene el niño responsabilidades, apropiadas a su edad en la casa y en el colegio? ¿Permito al niño que colabore en tareas y actividades? Corregir conductas inapropiadas Cuando se corrige es importante centrarse en la conducta no deseada y no en el propio niño. No es lo mismo decir «no me gusta la mentira» que «eres un mentiroso». En la primera frase, se asume una postura firme ante una conducta inapropiada y no aceptada; en la segunda se ataca directamente a la persona, asumiendo de manera absoluta lo que es, asignando una etiqueta y limitando la oportunidad de cambiar o mejorar. Transmitir claramente lo que no se acepta es mejor que transmitir que no se acepta al propio niño. En el ejemplo anterior, el niño no «es» mentiroso, sino que ha dicho una mentira y por tanto hay que expresarle nuestro desagrado por dicha conducta específica. Usar las palabras «siempre» o «nunca» al referirse a las conductas del niño es injusto. No es cierto que se hace algo en todo momento de la misma forma, por eso es mejor limitarse a las situaciones específicas en la que se ha generado la conducta, sin atacar o criticar negativamente ni generalizar. Los niños se sienten mejor cuando se les orienta sobre lo que es bueno y malo, cuando se les ayuda a tomar decisiones apropiadas. Es importante no dejarse llevar por el enfado que produce una conducta inapropiada en un momento determinado y comenzar a decir palabras que pueden herir o hacer sentir inseguros a los niños. También es necesario controlar el tono de voz y utilizar las palabras adecuadas. Gritar no da más autoridad, al contrario genera en el niño sentimientos de inseguridad y frustración. Los niños no se sienten bien cuando se les recrimina por alguna cosa sin darles la oportunidad de que se expliquen sobre lo que han hecho o recapaciten sobre su conducta. Reflexionemos... Cuando el niño hace algo inapropiado, ¿le explico por qué no es apropiada esa conducta o simplemente lo critico o le pongo un castigo sin preguntar o analizar la situación? ¿Tiendo a atacar al niño cuando hace algo no permitido? ¿Le digo que él es malo o por el contrario, le digo que su conducta es mala? Ayudar al niño a aceptar las consecuencias de sus actos Queremos niños responsables que asuman un compromiso con su propia vida y con los demás, que antes de actuar se preparen y piensen para evitar consecuencias o resultados negativos, pero en muchas ocasiones no estamos educando para lograr estas habilidades. Siempre se debe intentar que las acciones que realicen los más pequeños, las hagan bien y no de forma impulsiva. Una vez que el niño toma su decisión, debemos permitirle que viva su experiencia no tratando de evitarle problemas, sino acompañándole, advirtiéndole; en definitiva dejando que asuma las consecuencias de sus propios actos. Muchas veces, sobre todo cuando el niño crece y lucha por su independencia, el imponerle algunas cosas es contraproducente. Es mejor sugerirle y permitirle, dentro de los límites de lo aceptable, que decida. Una buena estrategia es decirle «si yo fuera tú, haría..., pero debes ser tú quien decida». Incluso con los más pequeños, cuando van a cometer un error, es mejor advertirles para que piensen y analicen y no simplemente prohibir. Una vez que el niño hace algo y tiene una consecuencia se puede conversar y analizar la situación para que la próxima vez reflexione y pueda evitarla por sí mismo. Normalmente cuando un niño pide permiso para hacer algo espera un «sí» o un «no» como respuesta, pero es muy positivo que se le pregunté: «¿Que crees tú?», «¿qué piensas que debes hacer?». Esto es un paso que permite asumir la decisión como propia y no podrá acusar a los demás cuando algo falla. Es más sencillo culpar a otros que asumir las responsabilidades y las consecuencias de los propios actos. Reflexionemos... ¿Promueves que el niño se prepare y piense antes de hacer algo? ¿Cómo puedes ayudar al niño a aceptar las consecuencias de sus actos? ¿Permites al niño vivir sus propias experiencias o lo evitas imponiéndote? ¿Cómo reaccionas cuando al niño algo le sale mal? ¿Analizas la situación con él para que aprenda o simplemente le recriminas? Promover la creatividad La sociedad fomenta el seguir a otros, seguir la moda, hacer lo que hace «todo el mundo». Pero no se puede olvidar que somos individuos diferentes, y que cada uno es único y puede aportar al conjunto de manera distinta. Al promover la creatividad, se ayuda al niño a desarrollar su individualidad, haciendo las cosas por sí mismo, a su manera y apoyado en sus propias ideas. Se observa a veces que en las paredes de los centros educativos los trabajos realizados por los niños son todos iguales. Esto es contraproducente y no tiene sentido para el propio niño quien ni siquiera puede identificar su propio trabajo pues es igual al de todos los demás, ha sido dirigido y no le han permitido desarrollar la imaginación o su capacidad de creación. Celebrar la creatividad e individualidad es mucho más positivo y enriquecedor. Esta individualidad no significa ser indiferentes a los otros y centrarse sólo en uno mismo, en los propios gustos e ideas, sino en conocer cómo somos para poder, entre todos, desde nuestra propia individualidad, aportar y trabajar en equipo. Seamos nosotros mismos creativos, Inventemos y dejemos que los niños usen su imaginación para inventar y crear. Reflexionemos... ¿Dejo que el niño se exprese de diversas formas y con distintos recursos a su manera? ¿Promuevo la creatividad a través de actividades en las que hagan cosas nuevas y distintas? Exigir que termine las tareas Es más fácil o menos complicado dejar al niño tranquilo y no decirle nada si abandona alguna actividad o proyecto o si deja una tarea sin terminar. Sin embargo, es importante desarrollar la perseverancia y el sentido de logro con el esfuerzo que conlleva. Si va a hacer algo, que lo haga bien y si comienza un trabajo, que lo termine. El niño, antes de iniciar una actividad, debe pensar primero si lo va a poder hacer o completar, acostumbrándose a asumir el compromiso y no simplemente a actuar por impulsos e ir dejando cosas inconclusas o a medias. Si la niña o el niño va a realizar un trabajo, debe proponerse terminarlo y plantearse metas realistas en el tiempo. Si va a jugar con otros, debe de antemano asumir su participación hasta que termine el juego y no dejar a los compañeros cuando se sienta cansado. Como adultos, hay que ayudarle a comprometerse antes de iniciar una actividad, preguntándole si verdaderamente va a poder hacerlo. Si va a terminar y cuánto le costará. De esta forma, podrá pensar antes de hacer las cosas. Si el niño ya ha comenzado y desea dejar lo que está haciendo, o simplemente abandonar, debemos motivarlo a que regrese y ofrecerle apoyo para que termine. Reflexionemos... ¿Tiendo a dejar las cosas a la mitad o a terminarlas con esfuerzo y dedicación? Si el niño comienza algo y lo deja para iniciar otra cosa, luego toma un juguete y lo deja, escoge otro, cambia y nunca termina, ¿qué hago? ¿Ayudo al niño para que sepa perseverar? Si está participando en una actividad o juego con otros y decide dejarlo sin terminar a pesar de que esto moleste a los demás, ¿le explico que debe hacer un esfuerzo y respetar a las personas que confiaron en él y lo necesitan? Ser amables Los adultos creen que para no perder su autoridad no pueden ser amables o cariñosos con los niños, tratándolos de manera diferente a como tratan a otros adultos, incluso se justifican diciendo que con los niños no es necesario usar palabras de cortesía como «por favor» o «gracias» o que no se debe ser tan suave al decir las cosas o solicitarles algo. Tratar de forma amable a los niños implica hacerles sentir que ellos son importantes y merecen ser tratados con respeto y dignidad. Eso no significa perder la autoridad, siempre y cuando no se convierta en un acto exagerado o se pase al extremo de no ser firmes cuando se requiere. Lo ideal es lograr el equilibrio entre la firmeza y la autoridad sana con el trato amable y respetuoso que el niño se merece y al cual tiene derecho. En este caso se aplica la regla de oro: trata a los demás como quisieras ser tratado. Así los niños crecen sintiendo que son valorados y tratarán a los demás de la misma forma, valorando a quienes les rodean. El niño responde mejor cuando somos cariñosos y educados con él.No se puede esperar que use palabras de cortesía,con amor y respeto, si nosotros mismos no lo hacemos con él. Reflexionemos... ¿Uso palabras de cortesía y muestro respeto al solicitar algo al niño? ¿Trato de ser amable con los niños sin agresiones físicas o verbales? Compartir con los niños Compartir momentos, actividades e intereses con los niños les permite experimentar un sentimiento positivo al sentir que son importantes y que son tenidos en cuenta. Es increíble el poder que tiene algo tan simple y sencillo como sentarse y jugar con los niños, o escuchar sus historias y contarles nuestras propias anécdotas, experiencias y recuerdos de cuando teníamos su edad. ¡Esto no tiene precio! Es maravilloso y sumamente educativo. Es importante compartir estos momentos, no de manera forzada ni impuesta, sino sintiendo verdadero placer de conocer lo que ellos hacen y quieren, brindando nuestro tiempo y dándoles la oportunidad de que ellos también conozcan cosas sobre nosotros: lo que hacemos, lo que nos gusta y lo que nos interesa. Cuando se les relata a los niños lo que se hace en el día y las cosas que han pasado, se sienten integrados. El preguntarles sobre sus vidas, o el simple hecho de sentarse un rato con ellos mientras hacen sus actividades y tareas, les genera un sentimiento de bienestar y seguridad. Los educadores también se pueden involucrar en el juego libre o de patio, proponer conversaciones o compartir experiencias con sus alumnos. «Estar ahí» exclusivamente para ellos establece un vínculo positivo. Realizar juntos las actividades que les gustan o que son importantes para ellos les transmite un mensaje de que se reconoce el valor de sus vidas, de que son apreciados y de que se puede interactuar con ellos en sus espacios sin invadirlos o interrumpirlos. El niño necesita que estemos con él,que saquemos tiempo,que nos interesemos por sus cosas. Reflexionemos... ¿Cuándo fue la última vez que nos sentamos a jugar, leer o compartir con nuestro hijo o alumno? ¿Le cuento a mi hijo o alumno cosas sobre mi vida, mis actividades, mis gustos...? Enseñar estrategias apropiadas para enfrentar situaciones difíciles En muchas ocasiones los niños se enfrentan a situaciones difíciles que parecen simples para los adultos, pero ellos no tienen las herramientas para enfrentarlas y necesitan adquirirlas; contar con estas habilidades, los hará sentirse capaces de poder resolver conflictos, problemas o dilemas con otros niños o adultos. Hay que enseñarles la forma de abordar las situaciones problemáticas mediante la práctica de estrategias y prepararlos para ellas enseñándoles explícitamente cómo abordar estas situaciones. No hay que dar por sentado que pueden lidiar con las cosas de la vida o con otras personas difíciles. Si por ejemplo, el niño debe hacer un trabajo con otros en un grupo y los demás no hacen nada y le dejan toda la responsabilidad, es una excelente oportunidad para enseñarle cómo hablar con los compañeros o incluso cómo abordar el tema con el profesor. El manejo de conflictos y el desarrollo del respeto se promueven en contacto con los demás. El niño debe aprender a colaborar con otros de manera efectiva. Otro ejemplo es el de enfrentarse a los compañeros que abusan verbal o físicamente, utilizando frases o actitudes apropiadas que le den seguridad y que logren que los demás respondan adecuadamente y le respeten. También es importante que se les enseñen estrategias para aprender, practicando con ellos cómo estudiar o cómo realizar las tareas y trabajos de manera más efectiva. Y como estos ejemplos, hay muchos más que requieren la enseñanza de estrategias específicas para abordar y enfrentar situaciones difíciles con éxito. Reflexionemos... ¿Nos tomamos el tiempo necesario para enseñar al niño a enfrentar las situaciones de aprendizaje? ¿Ejercito la seguridad del niño al darle herramientas para abordar los problemas? ¿Aprovecho las oportunidades o creo las condiciones para que el niño ponga en práctica las estrategias y destrezas aprendidas? Fomentar las actividades sociales Interactuar y compartir con otras personas permite desarrollar destrezas sociales importantes para la autoestima. El estar con otros ayuda al niño a darse cuenta de que todos somos distintos, que se puede aprender de los demás; es importante para aceptarse y aceptar a cada uno tal y como es. Del mismo modo que se tiene una percepción de uno mismo, los demás la tienen también, y nosotros de ellos. Los otros nos ayudan a ver cosas que de forma individual no se ven; a enfrentar nuevas maneras de hacer las cosas, contrastar y ajustar a partir de lo que se observa en los demás y así ir mejorando como personas, abriéndonos a nuevas posibilidades. La oportunidad de interactuar con otros y enfrentar las diferencias, permite al niño poner a prueba y reafirmar sus propias posturas, sus convicciones, sus valores y los principios que deberá negociar, mantener o defender sin dejarse influenciar ciegamente. Para los niños es importante disfrutar de la compañía de amigos e incluso participar con adultos en diversas actividades y eventos. Constantemente, mientras descubren a otros se descubren a sí mismos. Conversar con el niño sobre la amistad y el buen trato con él le ayuda a identificar las habilidades sociales que son importantes para la interacción positiva con otros. Reflexionemos... ¿Promuevo relaciones con otros, el juego entre amigos y las actividades sociales en las que el niño pueda disfrutar y aprender con otros? ¿Ayudo al niño a tratar a otros como a él le gusta que lo traten? ¿Promuevo que acepte a los demás como son? ¿Tiene el niño su grupo de amigos? Fomentar la responsabilidad y no la culpa El sentimiento de culpa es muy negativo y en ocasiones, en la infancia, se generan situaciones en las que el niño se siente culpable por diversas razones al ser corregido de forma inapropiada por sus padres o por los educadores. Este sentimiento afecta negativamente en la valoración de sí mismo y si no es trabajado a tiempo puede tener consecuencias negativas para la propia persona si recurre a recriminarse o autocastigarse por los errores cometidos. Los padres y educadores no ganan nada con provocar sentimientos de culpa en los niños. Por el contrario, la actitud del adulto frente a los niños debe ser la de asumir su propia responsabilidad por las acciones cometidas. Buscar «el culpable» y reprochárselo, haciéndole sentir mal, sin una salida posible para solucionarlo, genera un malestar innecesario. Cada uno debe ser responsable de sus actos y actuar proactivamente, positivamente, mejorando, resolviendo y aprendiendo. Hay errores accidentales y otros que se hacen con intencionalidad. Esto también debe tenerse en cuenta a la hora de abordar con el niño la situación, comprendiéndole y ayudándole a superar sus dificultades y limitaciones. El sentido de responsabilidad se desarrolla progresivamente y requiere reconocer los errores, valorar las situaciones y experiencias y asumir tareas, tomando decisiones de manera efectiva. Esto va ligado a una sana autoestima pues repercute en la valoración que hace el niño de su persona, sus debilidades y fortalezas. Reflexionemos... ¿Tiendo a culpar al niño cuando comete errores o realiza algo indebido? ¿Le motivo a asumir su responsabilidad? ¿Recalco constantemente la falta al niño? ¿Cómo promuevo situaciones? la responsabilidad en las distintas Evitar transmitir sentimientos de lástima o pena El sentimiento de lástima consiste en sentir dolor o pena por alguien que sufre o ha pasado por alguna situación difícil. Es frecuente que los adultos exageren al transmitir este sentimiento al niño en momentos de adversidad. Si el niño siente esto, se va a limitar su capacidad de reestablecerse o seguir adelante. Es recomendable que en situaciones difíciles se reconozca la tristeza o dolor, sin recalcar la desgracia como algo imposible de superar. Sentir y transmitir constantemente pena o lástima minimiza al niño y lo coloca en una posición frágil, de desventaja ante otros, de necesidad y de dependencia. Aún con la pérdida de un ser querido, de una separación o ruptura en la familia, accidente o de enfermedad, el niño debe sentir la fortaleza, el apoyo incondicional y la valoración de su persona independientemente de las circunstancias. Mensajes y palabras como «pobrecito», «que pena lo que te pasó» o «a ver cómo sale de esta» de manera constante van a ir incidiendo negativamente en el autoconcepto y la autoestima. La actitud de los adultos debe ser positiva y realista, transmitiendo al niño que hay cosas que le pueden pasar a cualquiera y en cualquier momento y que hay que estar agradecidos por lo que se tiene. Recalcar de manera continua la crisis, situación difícil o condición a la que se enfrenta genera en el niño ansiedad, impotencia, sentimiento de poco valor, miedo e inseguridad. En esos casos es importante reconocer nuestros propios sentimientos para poder controlarlos y encauzarlos hacia sentimientos y conductas productivas. Reflexionemos... ¿Al enfrentar situaciones difíciles transmito pena o lástima? ¿Permito al niño expresar sus sentimientos? ¿Asumo una actitud proactiva? 11. Tacto pedagógico para el desarrollo de la autoestima Presentamos a continuación cuatro aspectos vitales para que el niño desarrolle una sana autoestima. Somos los adultos los responsables de que estos aspectos estén presentes en el día a día del niño. Además constituyen un perfil de educador y una sensibilidad ante el hecho educativo entendido como servicio a la infancia. En definitiva, suponen tener tacto pedagógico. El afecto El ser humano es integral y es imposible separar las emociones de lo cognitivo y de lo físico. Si el niño está aprendiendo algo nuevo, en ese proceso interactúan sus sentimientos, sus ideas y su estado de salud física, influyendo todo ello en el resultado. Al interactuar con el niño desde que nace, el adulto debe estar alerta y sincronizado para poder responder o no a los mensajes que envía el pequeño, siempre con afecto. La afectividad permite vivir las experiencias mientras se establecen relaciones con otros. Es la clave para afrontar con confianza y seguridad la vida. Si la base afectiva es débil, escasa o genera inseguridad en la primera etapa del ser humano, se teme el futuro y la vida puede ser una amenaza constante, y por tanto se crece con desconfianza. Se ha comprobado que el afecto y el cariño desde el nacimiento y en toda la etapa de la niñez son factores determinantes para que luego en la etapa adulta, la persona pueda desenvolverse de mejor forma, resolver los conflictos y problemas de manera efectiva y vivir plenamente. Si el bebé recibe caricias, abrazos y atención, tiene mayores probabilidades de ser un adulto feliz. Por el contrario, la privación afectiva en estos primeros años tiene un impacto negativo en el desarrollo. Los adultos deben expresar sus sentimientos y hacerlo de manera efectiva, sin herir ni atropellar. El ser humano está constantemente comunicando lo que siente, con su tono de voz, con sus gestos, postura, palabras. Vivir en un ambiente donde se dan y reciben muestras de afecto y cariño potencia la seguridad del niño en sí mismo. El niño necesita sentir ese afecto al interactuar con nosotros, incluso cuando se le corrige. Respetarle con amor es asegurar que en su etapa adulta pueda respetar y amar a los demás. La confianza Una condición importante a la hora de educar es la de creer en las posibilidades y capacidades de cada persona. Dudar o negar estas posibilidades puede afectar negativamente la actitud y el comportamiento del niño. Se debe tener fe en el pequeño, en que puede lograr las metas y realizar lo que se le pide. Al confiar le enviamos el mensaje de que se puede, de que se siga intentando y de que valoramos lo que se hace, es decir; su esfuerzo. Si el niño siente confianza en sí mismo y en los adultos que lo cuidan y acompañan, podrá centrarse, trazar objetivos, sentir motivación para desarrollar nuevas destrezas y realizar tareas cada vez más difíciles. Las creencias propias y las que los demás tienen de nuestras capacidades influyen de manera significativa en el desempeño. El pensamiento tiene mucho poder y determina los sentimientos y la forma de actuar. Si los pensamientos son de derrota, de frustración y de desconfianza, entonces el comportamiento es negativo y, por tanto, los sentimientos también. La confianza permite manejar adecuadamente la frustración y enfrentar los problemas que se presentan inevitablemente a lo largo de la vida. No darse por vencido es la clave. No basta con poder hacer algo o saber hacerlo, sino que hay que dar el primer paso, con la creencia plena de que se puede hacer, aunque se fracase y se vuelva a intentar. Para desarrollar las capacidades y potencialidades del niño hay que creer en ellas y transmitírselo con mensajes claros y precisos. Hay ocasiones en que se pueden crear oportunidades para poner a prueba sus destrezas. Animar al niño a actuar confiando en sus posibilidades y en el apoyo de los adultos cercanos. El propio adulto debe tener seguridad en sí mismo y promover que el niño confíe en él cuando le asegura o promete algo o cuando le motiva o le refuerza. La seguridad Los adultos tienen la responsabilidad de crear para los niños pequeños ambientes seguros, tanto en el aspecto físico (asegurar lugares libres de peligro, cuidar su salud…) como en el aspecto emocional (hacer que se sienta tranquilo y estable). Muchas conductas o actitudes de los padres o educadores pueden generar inseguridad en los niños, sobre todo si se comete el error de irse a uno de los dos extremos: o muy dominantes o muy permisivos. El ideal es el equilibrio, actuando de manera constante y firme sin demasiados altibajos que pueden provocar ansiedad. El adulto debe tratar de mantener una actitud y conducta similar y constante a través del tiempo y en distintas circunstancias. Desde que el ser humano nace necesita sentir y saber que cuenta con personas a su alrededor que responden a sus necesidades básicas fisiológicas, de cuidado, de cariño y atención. Esto lo hace sentirse seguro y confiado, mejor equipado para enfrentar por sí mismo la vida sin ayuda cuando llegue el momento. Al principio le cuesta separarse de las figuras de apego, generalmente los padres, para compartir con desconocidos, por ejemplo con la maestra en el primer día de escuela, pero con el tiempo se van soltando, independizándose, aunque con la certeza de que cuenta con los seres queridos y su cuidado. Algunos niños usan objetos o juguetes conocidos que le acompañan en todo momento como forma de sentirse seguros mientras se vive el proceso de separación de las personas que les cuidan y que son conocidas y familiares para ellos. Sin embargo, estas cosas materiales nunca sustituyen la presencia, dedicación y amor incondicional de los seres queridos. Determinados límites, reglas y rutinas hacen que el niño se sienta seguro y lleve una vida más armónica y equilibrada. El niño, también se siente seguro cuando quienes le cuidan establecen límites, reglas y rutinas. Los cambios son parte de la vida y es necesario aprender a enfrentarlos y sacar provecho de estos, pero mientras más estabilidad experimente el pequeño, mejor. Así mismo debe crecer conociendo lo que se espera de él, las tareas y actividades que debe realizar además del tiempo y los recursos para prepararse y organizarse. Esto le da tranquilidad. El respeto El respeto a los derechos del niño no es negociable. En el marco de un ambiente saludable y con límites, el niño es respetado cuando se le tiene en cuenta y se vela por su bienestar, su salud física, mental y emocional, sin privarle de aquellas cosas necesarias para su desarrollo y aprendizaje. La persona se respeta a sí misma cuando cuida su cuerpo, sus acciones y palabras, evitando herirse o hacerse daño; procurando la felicidad. Así también valora a los demás, cuando los reconoce sin hacerles daño, ni física ni emocionalmente. Un niño tiene valor por el simple hecho de ser persona y, por tanto, merece respeto. Los demás no tienen derecho a manipularlo ni a maltratarlo. Es decir, tratarlos como uno mismo quisiera ser tratado. Es fundamental evitar repetir patrones de crianza dañinos en los que los padres y educadores han sido formados. Para esto hay que evitar violencia física o maltrato verbal y psicológico. El respeto también se demuestra con la naturaleza y los demás seres vivos. Es un buen ejemplo el cuidar lo que nos rodea, incluso las pertenencias materiales. El niño aprende así que cada persona y cada cosa tiene su valor y sus necesidades. No es apropiado abusar ni destruir o privar a nadie ni a nada de lo que le corresponde o de lo que se merece. Educamos para la convivencia cuando enseñamos al niño a respetarse a sí mismo,a los demás y al mundo en que vive. Además del respeto a uno mismo, al niño, a las demás personas y al medio ambiente, es importante también el respeto a las leyes, a las normas y reglas establecidas. Esto promueve la justicia. Las leyes y reglas se aplican para todos y no debe haber privilegios ni en el hogar ni en el centro educativo. Las excepciones son excluyentes. El niño va a respetar los límites y las reglas en la medida en que sean respetadas por los demás y en que se establezcan mecanismos con consecuencias apropiadas y claras si no son respetadas. La autoestima se va desarrollando sanamente al convivir con respeto y experimentar el sentimiento de pertenencia a una comunidad y a la sociedad. El niño aprenderá a respetar en la medida en que es respetado. Reflexionemos... ¿Cuál es mi sensibilidad ante la educación de los más pequeños? ¿Reconozco mi tacto pedagógico? ¿Soy afectuoso con el niño o me cuesta expresar mis propios sentimientos? ¿Confía el niño en mi apoyo incondicional? ¿Son en mi vida cotidiana importantes las reglas y rutinas? ¿Trato de cumplir las que yo mismo me he marcado? ¿Son mis conductas respetuosas con mi propia persona, con el mundo y con los otros? 12. Autoestima y aprendizaje en la escuela La escuela junto a la familia constituyen el contexto principal en el que el niño desarrolla su autoconcepto y autoestima. En la familia el niño experimenta una valoración sesgada y estable por parte de sus miembros y en el centro educativo se enfrenta a otras personas, profesores y compañeros, que le permiten establecer otro punto de referencia para construir su autoimagen. La familia y la escuela se complementan y se refuerzan. Las experiencias familiares son distintas a las de la escuela y a medida que el niño crece, tiene más importancia para él la opinión de los compañeros quienes juegan un papel importante en este proceso, retroalimentando con sus respuestas y actitudes, su forma de ser y de comportarse. La influencia de los amigos es poderosa y es positivo para el niño ir conociéndose y definiéndose mientras interactúa con otros, pero acompañado siempre por los padres y maestros para orientarle. En la escuela el niño se enfrenta a la tarea de aprender conocimientos, habilidades y destrezas. El aprendizaje es un ejercicio primordial y como tal permite al niño poner a prueba su autoconcepto, teniendo que utilizar sus capacidades para lograr realizar las tareas escolares y, dependiendo del éxito o fracaso obtenido, sentirse bien o mal consigo mismo. Al enfrentarse a estas tareas, muchos factores de la personalidad, la edad del niño y su nivel de desarrollo cognitivo intervienen. Para el niño las tareas escolares pueden ser un medio para reafirmar su autoestima o por el contrario, un obstáculo para ello. Es necesaria la seguridad en sí mismo, la voluntad y el conocimiento previo, así como la certeza de que puede abordar la actividad con éxito. Si el niño se siente competente podrá implicarse activamente en el aprendizaje, asumiendo la responsabilidad y no atribuyendo a factores externos sus logros o fracasos, asumiendo altas expectativas y confianza en sus capacidades. El autoconcepto es una variable importante y relevante en el logro escolar, de hecho, autoconcepto y logro escolar son dos variables que se influyen mutuamente. En la escuela se debe favorecer y promover en los alumnos la construcción de una imagen positiva de sí mismo. El autoconcepto se va definiendo a partir de las experiencias académicas, deportivas, artísticas y de las interacciones con profesores y compañeros. Hay altas probabilidades de que un autoconcepto académico positivo lleve al éxito escolar y el propio resultado de aprendizaje va a incidir en el autoconcepto y la autoestima. La familia y la escuela se complementan y se refuerzan, por eso es fundamental el diálogo entre padres y maestros para compartir ideas y aunar criterios. En este contexto escolar, el niño puede ser aceptado y valorado por sus iguales o rechazado en caso de presentar conductas inapropiadas. Esto influye en la percepción que el niño tiene de sí mismo y en su desempeño. Las expectativas del profesor tienen una gran influencia en la autoestima del niño y en su rendimiento académico, deportivo y artístico. Lo que se espera de cada niño, determina la forma en que este se comporta y sus respuestas. Las expectativas se evidencian en el trato, la comunicación y actitud previa que se asume. Estas expectativas pueden o no estar bien fundamentadas y hay que tener mucho cuidado de no predisponernos frente a los alumnos y entonces limitar sus posibilidades de alcanzar mayores logros académicos dentro del aula. Notas o calificaciones Las evaluaciones escolares tienen un papel importante en la experiencia escolar y repercuten en el autoconcepto y la autoestima. Pueden provocar mucha ansiedad en los niños y en la familia. Los resultados en pruebas o exámenes son muchas veces indicadores de las capacidades del niño y están enfocadas a lo que el niño no sabe o no puede hacer, reafirmando o contradiciendo la imagen que tiene el propio niño de sus capacidades. Por tanto, las evaluaciones se deben centrar en lo que el niño sabe y partir de esto para la superación de las debilidades o limitaciones detectadas. Las calificaciones numéricas, cuyo uso es raro en educación infantil, representan una valoración en el ámbito académico evaluado pero indirectamente también es una valoración de la persona, repercutiendo en el rendimiento y en la valoración general de sí mismo, en su autoestima. Lo mismo puede ocurrir con calificaciones valorativas o a través de comentarios expresados en el boletín de notas. «No soy suficientemente bueno» es un mensaje que perciben muchos niños al darse cuenta que no alcanzan las calificaciones deseadas por sus padres o no cumplen con las expectativas del profesor. La motivación se ve afectada y frecuentemente el niño opta por culpar al profesor por su fracaso y no hacer su mejor esfuerzo, actuando indiferente e incluso desafiando o criticando la escuela y el propio aprendizaje sin dar sentido e importancia. Otras veces canaliza su frustración con agresividad hacia otros. El peligro está en que este niño puede recurrir a llenar ese vacío con actividades negativas, buscando otro tipo de logros, atención y aceptación. Es importante que al recibir las calificaciones, el niño se sienta reconocido en sus logros y animado ante sus dificultades. El niño con altos logros académicos siente la satisfacción de aprender, logrando responder a las expectativas de padres y educadores, reforzando su autoestima. Es importante que los adultos no fomenten sentimiento de superioridad, ni egoísmo o arrogancia en el niño. Somos nosotros los que muchas veces adulamos y llevamos al niño a creerse mejor o a actuar con prepotencia. Esto puede aislarlo y es negativo para su sano desarrollo. Muchos padres presionan de manera exagerada a sus hijos para que obtengan buenas calificaciones. Exigen y se sienten defraudados si el niño no logra los resultados deseados, transmitiendo que es más importante esto que el propio niño. El sentido de aprender se convierte para el niño en complacer a sus padres y profesores o en obtener buenas calificaciones. El aprendizaje debe ser abordado como una actividad de enriquecimiento y desarrollo para que no se convierta en una pesadilla. Las notas no deben ser un fin, sino un medio para ir mejorando y superando las dificultades. Los premios por las calificaciones refuerzan el que se conviertan en la meta del aprendizaje. Lo más importante no debe ser la nota, sino el propio niño. Si la calificación es buena es por que fruto de su esfuerzo y de lo que se espera de él. Reflexionemos... Cómo maestro, ¿fomento la participación de los padres animándoles a colaborar en alguna actividad o a través de charlas y encuentros con ellos? Cómo padres ¿participamos en la vida del centro? ¿Acudimos al mismo asiduamente o solo cuando hay problemas? 13. Conclusión y reflexiones finales Una sana autoestima es fundamental para el ser humano. Esta le permite adaptarse y desenvolverse de manera efectiva en la sociedad, enfrentando y solucionando las situaciones y problemas con éxito. Una sana autoestima se desarrolla desde que el niño nace a través del contacto e interacción con los que le rodean, quienes cumplen un papel importante en el autoconcepto y la valoración personal que se va construyendo el niño a partir de patrones de conducta, de la propia cultura y de las experiencias vividas. En este libro se han presentado y aclarado algunos mitos que educadores y familias tienen sobre la autoestima en la edad temprana con el fin de modificar algunos patrones no apropiados. Así mismo se han detallado orientaciones para contribuir al desarrollo de un tacto pedagógico que fomente una sana autoestima en los niños con preguntas de reflexión para los adultos. Esta obra ha sido realizada con el interés de compartir las ideas y sugerencias que a lo largo de varios años he ido desarrollando junto a otros colegas y padres sobre los niños y sobre nuestro rol en la primera etapa de crecimiento y desarrollo. El adulto responsable debe conocerse a sí mismo, estar en constante actitud de mejora y apertura, aceptarse completamente, dando lo mejor de sí en todo momento. Este es el primer paso para poder ayudar a nuestros hijos o alumnos a lograr la autonomía, estabilidad y felicidad necesarias en nuestro cambiante y, a veces desconcertante mundo actual. Espero que este libro constituya un material de consulta para padres y educadores que genere un impacto positivo con resultados tangibles. No todo está dicho. Cada niño es único y cada situación es distinta. Lo importante es tener el deseo e interés para continuar la búsqueda de nuevas respuestas y formas distintas de educar que se ajusten a las necesidades e intereses de los niños, aprovechando cada oportunidad que se tenga para aprender. Antes de concluir este pequeño trabajo, sugiero al lector unas reflexiones finales. Reflexionemos sobre nuestro tacto pedagógico, sobre nuestra conducta y actitud frente a los niños y contestemos si las siguientes afirmaciones las aplicamos siempre, a veces o nunca. Una mirada profunda a cada una de estas preguntas, realizada personalmente o en grupo, con otros padres o educadores, puede resultar eficaz, y comprometedora a la vez, para mejorar nuestra actuación. ¿Trato de ser un buen modelo para los niños y vivir coherentemente con mis valores y principios? ¿Tiendo a imponer mis ideas a los niños? ¿Promuevo un ambiente saludable de seguridad, aceptación y amor incondicional? ¿Respeto la individualidad de cada niño sin exigir que responda a mi ideal de forma exagerada? ¿Le hago y resuelvo las cosas al niño para evitar que se equivoque o fracase? ¿Saco tiempo para compartir con el niño y disfrutar de momentos juntos? ¿Muestro interés en la vida del niño, sus problemas y situaciones? ¿Conozco bien a cada niño y les motivo a conocerse y aceptarse? ¿Trato a cada niño de forma individual, sin etiquetarle ni compararle con otros? ¿Valoro a los niños por lo que son y no por lo que hacen? ¿Retroalimento positivamente a los niños? ¿Corrijo a mis hijos o alumnos centrándome en la conducta inapropiada y no en su personalidad? ¿Doy oportunidad a los niños de expresar lo que sienten y piensan? ¿Permito a los niños asumir responsabilidades, sentirse importantes y colaborar? Bibliografía ALCÁNTARA, J. A. (1999). Cómo educar la autoestima. Barcelona: CEAC. ANTUNES, C. (2004). Autoestima. Brasil: Filosofart. BARCELÓ, M. y MUÑOZ, J. (2000). Desconócete a ti mismo: programa de alfabetización emocional. Barcelona: Paidós. BEAUREGARD, L. A. (2005). Autoestima para quererse más y relacionarse mejor. Madrid: Narcea. CAVA, M. J. y MUSITU, G. (2000). La potenciación de la autoestima en la escuela. Barcelona: Paidós. CLARK, S. (2000). Cómo desarrollar la autoestima de tu hijo. Barcelona: Book Print. DINKMEYER, D. et al. (1998). Parenting Young Children (Systematic Training for Effective Parenting (5TEP). American Guidance Service, Inc. FELDMAN, J. R. (2008, 4.ª). Autoestima, ¿cómo desarrollarla? Madrid: Narcea. GONZÁLEZ PINEDA, J. et al. (1997). Autoconcepto, autoestima y aprendizaje escolar. Psicothema Año/volumen 9 n.º 002. Universidad de Oviedo. LÓPEZ DE LLERGO, A. T. (2008). ¿Desde cuándo la autoestima? Revista panamericana de pedagogía, n.º 12, pp. 103-118. LÓPEZ DE BERNAL, M. E. y GONZÁLEZ MEDINA, M. F. (2003). Inteligencia Emocional, Tomo II. Colombia: Ediciones Gamma. MRUK, C. (1998). Auto-estima. Investigación, Teoría y Práctica. Madrid: Desclée de Brouwer. NEWMARK, G. (2001). Cómo criar niños emocionalmente sanos. California: NMI Publishers. VILLALOBOS TORRES, M. (2009). La autoestima de tu hijo. Revista panamericana de pedagogía n.º 15. PÉREZ SIMÓ, R. (2001). El desarrollo emocional de tu hijo. Barcelona: Paidós. POPE, A. et al. (1996). Mejora de la autoestima: Técnicas para niños y adolescentes. Barcelona: Martínez Roca. SEGURA, M. y ARCAS, M. (2010). Educar las emociones y los sentimientos. Madrid: Narcea. TIERNO, B y ESCAJA, A. (2000). Saber Educar. Madrid: Temas de Hoy. TOWERS, M. (1991). Self Esteem: The Power to be your best. USA: National Press Publications. ZABALZA, M. (2012). Profesores y profesión docente. Madrid: Narcea. COLECCIÓN «PRIMEROS AÑOS» • Actividades geométricas para Educación Infantil y Primaria. GUIBERT, A. y otros. • Actividades matemáticas con niñas y niños de 0 a 6 años. LAHORA, C. • Adaptación a la escuela infantil. Niños, familias y educadores al comenzar la escuela. ALPI, L. y otros. • Adaptaciones curriculares en Educación Infantil. MÉNDEZ, L. y otras. • Arte Infantil. Actividades de Expresión Plástica para 3-6 años. KOHL, M. A. • Autoestima. ¿Cómo desarrollarla? Juegos, actividades, recursos, experiencias creativas. FELDMAN, J. R. • Autoestima y tacto pedagógico en edad temprana. Orientaciones para educadores y familias. HEISEN, M. • Autoimagen, autoestima y socialización. Guía práctica con niños de 0 a 6 años. LAPORTE, D. • Canta, toca, brinca, danza. Sugerencias para la educación musical de los más pequeños. LEHMANN, E. • Cascabelea. Actividades de expresión oral, corporal, musical y plástica. SANUY, C. • Chiquitines. Jugar y aprender hasta los 3 años. AGÜERA, I. • Ciencias y Matemáticas en acción. DAVIS B.R. • Cómo trabajar con niños y familias afectados por las drogas. PULLAN, K. y DURANT, L. • Conocer el propio cuerpo. BORNANCIN, B. y MOULARY, D. • Conocimiento del entorno. 100 ideas para descubrir, comprender, experimentar, interaccionar y comunicarse con el mundo. THWAITES, A. • Cuéntame un cuento. ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Qué historia? FERLAND, F. • Cuentos para aprender y enseñar Matemáticas en Educación Infantil. MARÍN, M. • Cuerpo, espacio, lenguaje. Guías de trabajo. ANCÍN, Mª. T. • Desarrollo de las destrezas motoras. Juegos de psicomotricidad de 18 meses a 5 años. SMITH, J. L. • Desarrollo neurológico de 0 a 6 años. Etapas y evaluación. AMIEL-TISON, C. y GOSSELIN, J. • Descubrir las cosas por el tacto. Para niñas y niños de 2 y 3 años. BIGUET, M. N. • Desde el nacimiento hasta los 5 años. Proceso evolutivo, desarrollo y progresos infantiles. SHERIDAN, M. D. • Diálogos con mi nieto. Los «mayores» en la educación de los «pequeños». AGÜERA, I. • Didáctica de la Educación Infantil. ZABALZA, M. A. • Dificultades de comportamiento en edades muy tempranas. Estudio de casos reales. GLENN, A. y otros. • Disciplina en la Infancia. Familia y escuela trabajando juntas. RACINE, B. • Dramatización infantil. Expresarse a través del teatro. RENOULT, N. y VIALARET, C • Edades & Etapas. Actividades de aprendizaje de 0 a 5 años. TWOMBLY, E. y FINK, G. • Educación sexual para niños y niñas de 0 a 6 años. Cuándo, cuánto y cómo hacerlo. HERNÁNDEZ, Mª C. • ¿Enseñar a leer en Preescolar? OLLILA, LL. • El arte de la Educación Infantil. Guía práctica con niños de 0 a 6 años. MIRALLES, D. • El comportamiento de los más pequeños. Necesidades, perspectivas y estrategias en Educación Infantil. ROFFEY, S. y O’REIRDAN, T. • El currículo de educación infantil. Aspectos básicos. GERVILLA, A. • El juego espontáneo. Vehículo de aprendizaje y comunicación. PUGMIRE-STOY, M. C. • El niño y sus compañeros. LURÇAT, L. • El rincón de audición para el aprendizaje de la lengua. VIALA, J. P. y DESPLATS, P. • El sentido común en la educación de los más pequeños. BARNES, B. A. y YORK, S. M. • Evaluación psicopedagógica de 0 a 6 años. Observar, analizar e interpretar el comportamiento infantil. BARROS DE OLIVEIRA, V. • Estimulación del cerebro infantil. Desde el nacimiento hasta los 3 años. ANTUNES, C. • Evaluación y postevaluación en Educación Infantil. MIR, V. y otros. • Experimentos de Ciencias en Educación Infantil. BROWN, S. E. • Juegos motores. Con niñas y niños de 2 a 3 años. BRUEL, A. y otros. • ¿Jugamos? El juego con niñas y niños de 0 a 6 años. FERLAND, F. • La agresividad en niños de 0 a 6 años. ¿Energía vital o desórdenes de comportamiento? BOURCIER, S. • La Biblioteca de aula infantil. El cuento y la poesía. RUEDA, R. • La capacidad cerebral en la primera infancia. Cómo lograr un desarrollo óptimo. SCHILLER, P. • La comunicación niños-adultos. JULIEN, G. • La escolarización antes de los 3 años. Organización del aula y diez Unidades Didácticas. LAHORA, C. • La percepción del olor en la Educación Infantil. duchesne, J. y JAUBERT, J. N. • Las habilidades socioemocionales en la primera infancia. Llegar al corazón del aprendizaje. BOOTH, E. • Lenguaje y pensamiento preescolar. TOURTET, L. • Los derechos humanos en Educación Infantil: Cuentos, juegos y otras actividades. LLOPIS, C. y otros. • Los niños de 4 a 6 años en la escuela infantil. DUTILLEUL, B., y otros. • Manipular, organizar, representar. Iniciación a las Matemáticas. BOULE, F. • Más «Teatrillos». Con niños y niñas de 3, 4 y 5 años. AGÜERA, I. • Matemáticas intuitivas e informales de 0 a 3 años. Elementos para empezar bien. ALSINA, A. • Materiales didácticos para educación infantil. Cómo construirlos y cómo trabajar con ellos en el aula. saLido, M. y SALIDO, E. • Movimiento y expresión corporal en educación infantil. NISTA-PICCOLO, V.L. y MOREIRA, W.W. • Niños apegados, niños independientes. Orientaciones para la escuela y la familia. BALABAN, N. • Observación infantil y planificación educativa. De bebés a 3 años. BRADFORD. H. • ¡Qué rico está el pan! 16 Unidades didácticas sobre el pan para Educación Infantil. BORRETTI, M. J. y COLLET, G. • Quinientas actividades para el currículo de Educación Infantil. SCHILLER, P. • Talín, tolón… se abre el telón. Maestras “teatreras” en la Escuela Infantil. RODRIGUEZ, M. y DE LA ROSA, M. • Taller de creatividad y manualidades. Actividades artísticas para 0-6 años. MELLING, B. • Talleres pedagógicos. Arte y magia de las manualidades infantiles. SANTOS, M. y GONSALES, J. • «Teatrillos». Con niños y niñas de Educación Infantil y Primaria. AGÜERA, I. • Un currículo abierto, flexible, creativo y divertido, para 3-6 años. BECKER y otros. • Una canción para cada nombre. LEHMANN, E. • Vida afectiva y educación infantil. FRANCO, T. 2ª edición © NARCEA, S. A. DE EDICIONES, 2018 Paseo Imperial 53-55, 28005 Madrid. España www.narceaediciones.es Ilustraciones: Héctor Fuertes Díaz Dibujo de la portada: Roser Bosch ISBN papel: 978-84-277-1820-3 ISBN ePdf: 978-84-277-1919-4 ISBN ePub: 978-84-277-2461-7 Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con autorización de los titulares de pro-piedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sgts. Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos. El Aprendizaje-Servicio en educación superior Deeley, Susan J. 9788427722149 192 Páginas Cómpralo y empieza a leer El libro brinda una perspectiva en profundidad y crítica del aprendizajeservicio basada en la evidencia empírica. Ofrece una percepción unificada y estimulante de la pedagogía a través del voluntariado y presenta un análisis crítico y en profundidad de la teoría y la práctica del ApS. La lógica que sirve de marco al libro es la de ofrecer a los estudiantes la oportunidad de adquirir un conocimiento más amplio y una comprensión en profundidad de este tipo de aprendizaje experiencial, así como brindar un análisis teórico del ApS, que pueda servir para fundamentar la práctica académica de los docentes. Para lograr este fin, los objetivos específicos del libro son: - Definir y subrayar el aprendizajeservicio. - Presentar un modelo teórico para este tipo de aprendizaje. Explorar las funciones potenciales y resultados de este tipo de pedagogía. - Examinar la práctica y efectos de la reflexión crítica como parte del aprendizaje. - Ofrecer ejemplos de bibliografía académica en torno al ApS por medio del trabajo de curso de los alumnos y de los ejemplos-modelo brindados por la experiencia del profesor. - Evaluar los efectos de la reflexión crítica de los alumnos dentro y en torno a la evaluación del Aprendizaje-Servicio empleando evidencias empíricas extraídas de la investigación. Cómpralo y empieza a leer Pasión por enseñar Day, Christopher 9788427723887 216 Páginas Cómpralo y empieza a leer Excelente introducción al mundo de los estudios humanos de la educación, tanto para educadores principiantes como para docentes con experiencia que quieran revisar sus valores y metas educativas. El autor sostiene que un aprendizaje y una enseñanza eficaz sólo es posible si se basan en el ejercicio de la pasión de los maestros en el aula. Así, la enseñanza apasionada tiene una función emancipadora que consiste en influir en la capacidad de los alumnos ayudándoles a elevar su mirada más allá de lo inmediato y a aprender más sobre sí mismos. Cómpralo y empieza a leer Los Proyectos de Aprendizaje Blanchard, Mercedes 9788427722101 208 Páginas Cómpralo y empieza a leer ¿Qué se entiende por innovar? ¿Cuáles son los planteamientos educativos concretos a los que deberá responder una institución educativa que quiera se innovadora? El libro presenta, en primer lugar, una reflexión teórica sobre el sentido, presupuestos y elementos básicos de la innovación educativa. Y, en segundo lugar, los resultados de los procesos llevados a cabo con equipos docentes y comunidades educativas de diferentes niveles. Responde a la cuestión qué se entiende por innovar y facilita algunas claves que pueden ayudar a reconocer este proceso, cuando se produce con la intencionalidad y la implicación del profesorado. Presenta los grandes marcos teóricos que propician la actuación innovadora en el aula, tales como la enseñanza para la comprensión, las inteligencias múltiples, el pensamiento crítico y creativo y los Proyectos de Aprendizaje¸ por considerar que estos son los marcos teóricos, idóneos y más ajustados a una innovación real y efectiva. Además, desarrolla todo lo relacionado a los Proyectos de Aprendizaje para la Comprensión: su proceso detallado de planificación, aplicación y evaluación, y sus inmensas posibilidades para involucrar al alumnado de cualquier edad. La segunda parte de la obra presenta el desarrollo completo y pormenorizado de cuatro Proyectos de Aprendizaje desarrollados en diferentes etapas, desde la educación infantil hasta la educación superior. Los Proyectos funcionan bien en manos de profesionales que se plantean su trabajo en equipo, de manera comprometida, que toman las riendas de su propio desarrollo profesional y que están convencidos de que los alumnos y alumnas son los verdaderos protagonistas de su propio proceso de aprendizaje. Cómpralo y empieza a leer Cómo personalizar la educación Soto Javaloyes, Juan J. 9788427724273 256 Páginas Cómpralo y empieza a leer La educación personalizada es una concepción pedagógica que pretende dar respuestas a las exigencias de la naturaleza humana para conseguir que cada hombre o mujer llegue a ser la mejor persona posible. Es una educación realista que origina un estilo integrador y abierto, reflexivo y crítico, exigente y alegre. El libro expone no sólo en qué consiste la educación personalizada, sino además cómo puede llevarse a cabo con los medios ordinarios propios, de cada Centro educativo, sin costes adicinales de ningún tipo, en las aulas normales, con el mismo profesorado de cada plantilla y sea cual sea el tipo de Institución educativa (de iniciativa estatal o social). Es un libro eminentemente práctico, con abundantes claves de solución para la mayoría de las necesidades del profesorado. Cómpralo y empieza a leer Didáctica universitaria en Entornos Virtuales de Enseñanza-Aprendizaje Bautista, Guillermo 9788427721852 250 Páginas Cómpralo y empieza a leer Esta obra es un referente para los docentes que se inician en la formación en un entorno virtual de enseñanza y aprendizaje o para quienes deseen saber, de forma práctica, en qué consiste enseñar y aprender en un entorno virtual. El lector encontrará a lo largo de estas páginas, ideas y ejemplos para la acción formativa en línea, de forma que pueda comenzar a trabajar con buen pie en un entorno virtual de enseñanza y aprendizaje. Quien ejerza docencia universitaria se beneficiará del recorrido que se hace aquí por los elementos fundamentales de la formación en un entorno virtual: el nuevo rol del estudiante y del docente, cómo se diseña y se lleva a cabo la acción formativa, cómo se puede evaluar y diferentes sugerencias de carácter innovador -tanto al hilo de los capítulos como en la relación final de anexos-, muy adecuadas para el nuevo modelo de Universidad que requiere el Espacio Europeo de Educación Superior. Cómpralo y empieza a leer