Análisis Documental: La educación prohibida Después de ver La educación prohibida, me quedé reflexionando sobre muchas cosas que damos por sentadas en la escuela y en la forma en que educamos a los niños y a los estudiantes en general. El documental, más que criticar por criticar, trata de abrirnos los ojos a todo lo que podríamos mejorar si simplemente viéramos a los alumnos como personas completas, no como máquinas que tienen que memorizar cosas para aprobar un examen. Uno de los temas que más me impactó es cómo el sistema educativo tradicional sigue igual, aunque sabemos que no funciona del todo. A pesar de los avances y estudios sobre pedagogía, seguimos con un modelo que prepara a los alumnos para ser obedientes, no para que piensen por sí mismos. Por ejemplo, mencionan cómo la escuela se parece a una fábrica: todos entran a la misma hora, usan el mismo uniforme, hacen las mismas actividades y son evaluados de la misma forma, como si fueran piezas idénticas en una línea de producción. Algo que me hizo pensar mucho fue cuando hablan de los padres. A veces, sin querer, son los que más limitan la creatividad de los niños. Hay una escena donde un papá le dice a su hijo: “Tienes que estudiar para ser alguien en la vida”, y el alumno le contesta: “Pero ya soy alguien”. Esa frase lo dice todo. ¿Por qué siempre vemos a los niños como futuros adultos y no como personas que ya tienen valor por sí mismas? A veces, queremos que sean exitosos según nuestra definición de éxito, pero no nos damos cuenta de que cada niño tiene su propio camino. También tocan el tema de cómo la escuela mata la creatividad. Mencionan que los niños entran al sistema llenos de curiosidad y ganas de aprender, pero salen sin esa chispa porque todo gira alrededor de memorizar, repetir y competir. Por ejemplo, en lugar de enseñarles a experimentar o a resolver problemas, se les enseña a buscar la respuesta correcta, y eso los hace sentir que equivocarse está mal. El documental también habla de las inteligencias múltiples, algo que nunca se toma en cuenta en la escuela. No todos aprenden igual, pero el sistema solo valora a los que son buenos con las matemáticas o el lenguaje. ¿Qué pasa con los niños que son genios dibujando, bailando o cuidando plantas? Ellos también tienen talentos, pero casi nunca se les da la oportunidad de desarrollarlos. Es como si solo existieran un par de caminos válidos para el éxito, y todos los demás se ignoraran. Me gustó mucho cómo presentan modelos educativos alternativos, como Montessori o Waldorf, donde dejan que los niños aprendan a su ritmo, a través del juego y la exploración. Por ejemplo, mencionan que en estos modelos no hay calificaciones ni exámenes tradicionales, sino que se evalúa el proceso de aprendizaje. Esto les permite a los niños disfrutar lo que hacen y descubrir qué les apasiona. Otra idea fuerte es que la educación debería ser un acto de amor. Parece obvio, pero no siempre lo hacemos. Se trata de entender que cada niño es único y necesita sentirse valorado para poder aprender de verdad. A veces, en lugar de exigir tanto, deberíamos preguntarnos si estamos acompañándolos o si solo les estamos poniendo más presión. El solo hecho de cambiar la pregunta de un ¿Cómo te fue hoy? a un ¿Cómo te sentiste hoy? y ahí la diferencia El mensaje final del documental es poderoso: si queremos cambiar la sociedad, primero tenemos que cambiar cómo educamos. No se trata solo de modificar el sistema, sino de cambiar nuestra forma de ver a los niños y sus capacidades. Al final, la educación no debería ser una obligación, sino una experiencia que motive a los alumnos a ser lo mejor de sí mismos.