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Dialnet-LaEmocionYElSentimiento-8397707

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Universitat Oberta de Catalunya, Universidad de Antioquia
UNA PERSPECTIVA RELACIONAL SOBRE LA CULTURA Y LA SOCIEDAD
https://digithum.uoc.edu
La emoción y el sentimiento: más allá
de una diferencia de contenido. 1
Daniel Buitrago
Universitaria Agustiniana (Bogotá-Colombia)
Fecha de presentación: octubre de 2019
Fecha de aceptación: noviembre de 2020
Fecha de publicación: febrero de 2021
Cita recomendada:
BUITRAGO, Daniel (2021). “La emoción y el sentimiento: más allá de una diferencia de contenido.” [artículo en línea].
Digithum, n.º 26, pp. 1-12. Universitat Oberta de Catalunya y Universidad de Antioquia. [Fecha de consulta: dd/mm/
yy]. https://dx.doi.org/10.7238/d.0i26.374140
Los textos publicados en esta revista están sujetos –si no se indica lo contrario– a una licencia de Reconocimiento
4.0 Internacional de Creative Commons. La licencia completa se puede consultar en https://creativecommons.
org/licenses/by/4.0/deed.es
Resumen
Aunque el axioma fundamental de la filosofía de las emociones sostiene que estas no son sentimientos, se ha entendido generalmente
que estos sí hacen parte esencial de aquellas. En este artículo me propongo sostener que los sentimientos no solo no son emociones,
sino que tampoco son parte consustancial de ellas. Para lograr esto, se partirá de la caracterización de las emociones básicas de Ekman
para luego observar que existen ciertos estados afectivos que tienen en común el hecho de no ajustarse a su caracterización. Este
desajuste, sumado a otros rasgos esenciales como el involucramiento de contenido conceptual y la penetrabilidad cognitiva, permiten
definir claramente una nueva categoría de estado afectivo que se diferencia esencialmente de las emociones. Se mostrará que esta
distinción permite entrever un esquema mucho más coherente de la teoría de las emociones con los actuales descubrimientos en el
campo de la psicología y la psiquiatría.
Palabras clave
emoción simple, sentimiento, contenido conceptual, contenido no-conceptual, Ekman
1.
Este artículo es producto del proyecto de investigación INV-2018I-19 titulado “Emociones y contenido: entre lo conceptual y lo no conceptual”, financiado
por la Universitaria Agustiniana.
Digithum, N.º 26 (Julio 2020) | ISSN 1575-2275
Daniel Buitrago, 2020
FUOC, 2020
Revista científica digital coeditada por la UOC y la UdeA
1
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UNA PERSPECTIVA RELACIONAL SOBRE LA CULTURA
Y LA SOCIEDAD
https://digithum.uoc.edu
La emoción y el sentimiento: más allá de una diferencia de contenido
Emotion and sentiment: beyond a content difference
Abstract
Although the fundamental axiom of the philosophy of emotions holds that emotions are not feelings, it has been generally understood
that feelings are a fundamental part of them. In this article, I propose to maintain that feelings not only are not emotions, but that
they are not a fundamental part of them either. To achieve this, we will start from the characterisation of Ekman’s basic emotions
and then observe that there are certain affective states that have in common the fact of not adjusting to their characterisation. This
disadjustment, added to other essential features, such as the involvement of conceptual content and cognitive penetrability, clearly
define a new category of affective state that is essentially differentiated from emotions. This allows us to glimpse a much more
coherent scheme of the theory of emotions with current discoveries in the field of psychology and psychiatry.
Keywords
simple emotion, feeling, conceptual content, non-conceptual content, Ekman
I. Introducción
cognitivistas es que dos individuos pueden manifestar emociones
distintas frente a un mismo evento. Esto no debería ocurrir si la
emoción fuera una suerte de respuesta automática implantada en
nuestro código genético. Por el contrario, el hecho de que ocurra
de esta manera implica que la emoción involucra procesos mucho
más complejos que una simple respuesta a un estímulo, y conjuga
elementos como la evaluación e interpretación de la información
del entorno, las creencias y deseos singulares de cada individuo,
etc. (Oatley y Johnson-Laird, 2013).
Por otro lado, la tesis fundamental de la perspectiva social
de las emociones es que estas son construcciones sociales. Es
decir, las emociones son productos de sociedades y culturas, y
las personas las adquieren o aprenden a través de la experiencia.
Prácticamente todos los que defienden esta posición reconocen
que las emociones son, hasta cierto punto, fenómenos que surgen
de la interacción natural entre los seres humanos. La afirmación
central hecha en estas teorías es que la influencia social es tan
significativa que las emociones se entienden mejor desde esta
perspectiva. Aquí pueden encontrarse autores como Hochschild
(1979) y Scheff (2016). No obstante, a pesar de que este trabajo
toma elementos de este enfoque, no comparte por completo
esta tesis. En este artículo se defenderá que, si bien hay ciertas
emociones que pueden explicarse mejor como constructo social,
no todas pueden reducirse a esta explicación.
Finalmente, los avances en neurociencia han producido
evidencia de que las capacidades emocionales subyacen a la
dinámica cognitiva del ser humano y, de hecho, las hacen posibles
(Carter y Pasqualini, 2004; Damasio, 2006). Aunque esto va
en contra de los viejos supuestos sociológicos que devalúan
el papel de la emoción en el proceso de razonamiento, los
marcos de neurociencia también han desafiado los puntos de
vista psicológicos tradicionales sobre la naturaleza misma de la
emoción. Parte de la evidencia de la importancia de la emoción
Las teorías de la emoción se pueden clasificar a partir del
contexto explicativo. Los contextos estándar son evolutivos,
sociales, cognitivos y neurocientíficos. Las teorías evolutivas
intentan proporcionar un análisis hereditario de las emociones,
generalmente con un interés especial en explicar por qué los
humanos de hoy tienen las emociones que tienen. Las teorías
sociales explican las emociones como productos propios de las
distintas culturas y sociedades. Por otro lado, el enfoque cognitivo
intenta proporcionar una descripción del proceso de la emoción
en términos exclusivos de los procesos cognitivos y estados
mentales, mientras que el enfoque neurocientífico busca explicar
las emociones como un subproducto de fenómenos y dinámicas
corporales en general, esto con base en imágenes cerebrales y
lecturas de impulsos eléctricos del cuerpo humano. A continuación
se explicarán brevemente estos enfoques.
El enfoque evolutivo se centra en el escenario filogenético en
el que se desarrollaron las emociones. Por lo general, el objetivo
es explicar por qué las emociones están presentes en los humanos
de hoy al referirse a la selección natural que ocurrió en el pasado.
Las hipótesis que se manejan en este enfoque tienen que ver con
que en algún momento de la historia evolutiva del ser humano las
emociones que tenemos actualmente y las respectivas reacciones
fisiológicas que implican representaron una ventaja evolutiva con
respecto a, por ejemplo, avisarnos de un peligro y preparar nuestro
cuerpo para enfrentarlo cuando sentimos miedo (Nesse, 1990).
En oposición al enfoque evolutivo, las teorías cognitivas
sostienen que la primera parte del proceso emocional incluye la
manipulación de la información y, por lo tanto, debe entenderse
como un proceso cognitivo, lo que implica que la emoción no
puede ser una respuesta automática al entorno, como sostiene
el enfoque evolutivo. Una de las evidencias que presentan los
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para la toma racional de decisiones, lo cual es otro desafío a la
tradición sociológica: que los procesos cerebrales emocionales son
mucho más inconscientes que conscientes. Este enfoque se ha
perfeccionado y ha ido ganado acogida a pesar de la resistencia
de los psicólogos experimentales tras la insistencia jamesiana de
que la emoción debe, por definición, ser un sentimiento corporal
consciente. Por supuesto, sentimos nuestras emociones, pero, para
muchos neurocientíficos, los procesos encubiertos que causan
estos sentimientos ahora se consideran emociones.
En este panorama entra en juego la filosofía de las emociones.
La filosofía de las emociones tiene múltiples vasos comunicantes
con los enfoques anteriormente mencionados y con muchas
otras áreas disciplinarias, tales como la psicología, la biología, la
política o la educación, máxime cuando se ha mostrado cómo
las emociones han de ser una dimensión esencial en los procesos
de aprendizaje de habilidades sociales y en la orientación de
la conducta. En filosofía existen múltiples acercamientos a las
emociones. Sin embargo, la aproximación cognitivista es la que
ha encontrado mayor acogida dentro de otros ámbitos de estudio
de las emociones como la psicología y la psiquiatría (Oatley y
Johnson-Laird, 2013). Debido a esto, el presente estudio partirá
de un enfoque cognitivista de las emociones.
Según la teoría cognitivista, las emociones han de ser entendidas
como un tipo de estado mental que se caracteriza de manera primaria
porque poseen un determinado contenido de tipo cognitivo, porque
están asociadas con una serie de creencias, valoraciones y juicios.
De este modo, las emociones serían un tipo de estado mental
intencional: ellas refieren a algo, involucran representaciones.
Esta aproximación, que deja el aspecto cualitativo en un plano
secundario, aunque captura muchas de nuestras intuiciones acerca
de lo que son las emociones y ha expandido nuestra concepción
sobre este fenómeno, enfrenta obstáculos difíciles de superar. En
primer lugar, es difícil determinar la naturaleza del contenido de las
emociones para que ellas no colapsen en otras categorías, como
pueden ser la de las creencias u otros estados proposicionales. Por
otro lado, si aceptamos que el contenido de las emociones es de
tipo conceptual, se obstaculiza la posibilidad de atribuir emociones
a seres que no poseen conceptos, como los animales o los bebés.
Finalmente, no es claro cómo, si las emociones son un tipo de
juicios (como algunos han afirmado), ellas no necesariamente se
ven afectadas por las deliberaciones que el mismo agente pueda
hacer; yo puedo saber que los aviones son la manera más segura
de viajar, pero no por ello sentir menos miedo.
La intuición que orienta la presente investigación es que la
poca claridad sobre un esquema teórico general que abarque y
explique todos los estados que se consideran emociones se debe
(en parte) a que usualmente se están clasificando como emociones
otros estados afectivos distintos, con características y atributos
diferentes. Este desconocimiento impide formular una única teoría
de las emociones desde la filosofía y es el obstáculo que el presente
trabajo pretende superar. La hipótesis de trabajo es que, en teorías
como la de Ekman, se habla en términos de emociones básicas, sus
derivados y combinaciones, pasando por alto que existe otro tipo
de estado afectivo (llamado aquí sentimiento) que es irreductible
a las emociones básicas postuladas por Ekman, lo que las haría
merecedoras de un estatus y análisis completamente distinto. Uno
de los puntos de divergencia más explícitos entre la emoción y el
sentimiento es en cuanto a lo que en la perspectiva cognitivista
se conoce como el contenido de la emoción.
Tradicionalmente el contenido mental ha sido considerado como
una especie de proposición en la que aparecen diferentes conceptos
(Cussins, 2002; Evans y McDowell, 1982). Por ejemplo, el contenido
de una creencia es concebido como “S cree que p”, donde “S” es
un sujeto, “cree que” es un operador proposicional y “p” es una
proposición que articula diferentes conceptos: si S cree que “a es F”,
los conceptos “a”, “F” y “es” están siendo usados. Esta forma de
entender el contenido mental como contenido conceptual implica
que los objetos son dados como particulares reidentificables y las
propiedades como objetivas. El contenido mental conceptual es,
pues, general, objetivo e independiente del contexto.
Por su parte, el contenido mental no-conceptual sería el que
representa aspectos del mundo incluso si el sujeto no posee los
conceptos involucrados en la especificación de dicho contenido.
Por lo tanto, en la especificación del contenido no-conceptual,
el teórico puede usar conceptos que no son poseídos por los
sujetos. En otras palabras, incluso si la especificación del contenido
mental no-conceptual es proposicional, esto no significa que
se trate de una proposición que el sujeto comprenda. Existen
varias aproximaciones que plantean cómo podría suceder esto:
el contenido de escenario de Peacocke (1992), el concepto
de Bermúdez de contenido de los estados computacionales
subpersonales (Bermúdez, 2000, 2007) o los contenidos
mediacionales de Cussins (2002), entre otros. A continuación se
mostrará, de forma más detallada, cómo puede verse la diferencia
entre emoción y sentimiento frente al contenido. Posteriormente,
para no quedarnos solo con la distinción de contenido, se utilizará
la clasificación de las emociones de Ekman para identificar aquellos
otros rasgos diferenciadores entre las emociones y los sentimientos,
lo que permitirá mostrar una caracterización más completa del
sentimiento y de su diferencia con la emoción.
II. El debate en torno al contenido
de las emociones
La teoría cognitivista sostiene que la manera en que interpretamos
el mundo es a través de las representaciones mentales que el
aparato cognitivo se haga de este (Pitt, 2017). Sin embargo,
estas representaciones pueden estar compuestas de contenido
conceptual (es decir, por actitudes proposicionales) o de contenido
no-conceptual. Las representaciones con contenido conceptual
requieren que el individuo posea los conceptos involucrados en la
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representación, mientras que las representaciones con contenido
no-conceptual no poseen este requisito. Bajo esta hipótesis, solo
aquellos individuos que poseen ciertos conceptos pueden hacerse
ciertas representaciones mentales del mundo con contenido
conceptual (y con esto experimentar ciertas emociones), mientras
que cualquier individuo puede tener representaciones mentales
no-conceptuales del mundo independientemente de los conceptos
que posea (Bermúdez y Cahen, 2017). En los distintos abordajes
filosóficos actuales sobre las emociones parecen identificarse dos
bandos, no necesariamente excluyentes, en los cuales se sitúan las
diversas respuestas a la pregunta por el contenido de las emociones.
Por un lado, autores como Lazarus (1991), Lyons (1993), Solomon
(2004, 2007), Colombetti y Thompson (2008), Neu (2003) o
Nussbaum (2008) parecen sugerir (en mayor o menor medida)
que las emociones involucran algún tipo de juicio, creencias o,
en general, actitudes proposicionales. En otras palabras, este
bando propone que gran parte de las emociones involucran
contenido conceptual. Por otro lado, autores como Griffiths y
Scarantino (2009), Solomon (2007) o Ekman (2008) sugieren que
el contenido conceptual no es necesario. Sin embargo, ninguno
de estos autores se atreve a comprometerse con la posibilidad de
que las emociones puedan tener contenido no-conceptual. Esto
se debe a que la tradición cognitivista sostiene que la emoción
obedece a la evaluación de una situación del entorno. A esta
evaluación se le ha denominado appraisal. En este orden de ideas,
este appraisal debe corresponder a una cierta representación del
mundo que, de acuerdo a los autores del primer bando, debe ser
una representación mediada por un contenido conceptual. Sin
embargo, esto implicaría situaciones problemáticas, como que los
animales o los bebés no tienen emociones. Pero, por otro lado,
si se examina el caso de la culpa como emoción, encontraremos
que necesariamente debe involucrar conceptos, ya que, cuando
alguien experimenta la emoción de culpa, puede deberse a que
se siente culpable por haberle mentido a alguien, lo cual implica
que esta persona domina el concepto de ‘mentir’. ¿Cómo resolver
entonces esta aparente naturaleza dual del contenido de las
emociones? Una posible salida sería una suerte de clasificación
de las emociones, en donde se afirmara que existen ciertas
2.
emociones básicas que no involucran contenido conceptual (o más
aún, que involucran contenido no-conceptual) y que pueden ser
experimentadas tanto por humanos de todas las edades como por
ciertos animales, mientras que, por otro lado, existen emociones
compuestas que son una suerte de ‘composición’ de las emociones
básicas que involucran creencias, juicios y, en general, actitudes
proposicionales, por lo que una emoción compuesta sería algo
así como la disyunción entre una emoción básica y actitudes
proposicionales, que configurarían una emoción con contenido
conceptual. Sin embargo, el inconveniente de este razonamiento
es que, en primer lugar, no explica las emociones recalcitrantes y,
en segundo lugar, existen otras diferencias fundamentales entre
estos dos tipos de estados afectivos que no se explican a partir
de la diferencia de contenido; si alguien afirmara que la diferencia
entre la ira y el odio es simplemente un asunto de que el primero
no posee contenido conceptual mientras que el segundo sí,
estaría cayendo en un reduccionismo que impide observar que,
por ejemplo, sentir ira es algo transitorio, mientras que el odio
puede perdurar durante años, o que es más sencillo evocar el
odio que la ira, o que el odio puede ser inducido cognitivamente
mientras que la ira no, etc. Es por esta razón que creo que el
asunto del contenido de las emociones implica mucho más que
simplemente una clasificación. Por el contrario, me propongo
mostrar a continuación que, si se hace una revisión detallada de las
diferencias entre estas emociones básicas y emociones compuestas,
contrastada con la evidencia empírica, esto obligará a abandonar
la pretensión de una clasificación y más bien conducirá a pensar
en una categoría completamente distinta: los sentimientos. Se
mostrará adicionalmente que esto no es simplemente un capricho
conceptual, sino que resolvería el asunto de las emociones en los
animales, explicaría las emociones recalcitrantes y, además, ofrece
un esquema conceptual de las emociones mucho más concordante
con la evidencia empírica. Para proceder con esta revisión detallada
se partirá del trabajo de Ekman, no porque se comparta con él
la concepción de emoción básica, sino porque Ekman ofrece una
caracterización de las emociones (a nivel general) que, según su
trabajo, es la que más se sustenta en la evidencia empírica.2 Esta
caracterización permitirá, precisamente, identificar aquellos rasgos
En su artículo, Ekman hace un estado del arte sobre las teorías de las emociones y las clasifica de acuerdo a la manera en que la evidencia las sustenta. En la
introducción, el mismo Ekman sostiene que “En este artículo llego más allá de lo que se conoce empíricamente, para considerar lo que la evidencia sugiere
que es probable que se encuentre. Lo que presento es más una agenda de investigación que una teoría sobre la emoción, aunque la teoría está involucrada. Indicaré dónde creo que la evidencia es clara, dónde es tentativa, dónde es meramente anecdótica pero parece persuasiva, y dónde simplemente
estoy extrapolando o adivinando” (2008, p. 169). En su recuento, Ekman sostiene que existe importante evidencia de estudios de psicología comparada,
morfología y neurociencias a favor de una relación entre ciertas manifestaciones corporales y la intensidad de una emoción (pp. 172-173), así como a favor
del uso de expresiones faciales para diferenciar una emoción de otra (pp. 175-176) de forma universal en humanos pero no necesariamente universal con
otros animales, aunque no hay evidencia concluyente sobre los temas y variaciones de expresiones faciales. En síntesis, las características de las emociones
de las que Ekman encuentra mayor evidencia son las siguientes: (1) Hay evidencia de un sistema complejo de respuestas que incluyen pero no se limitan a:
expresiones faciales, vocales, fisiológicas o una combinación de estos. (2) Estos cambios son organizados: se interrelacionan y son distintivos. (3) Los cambios
ocurren rápidamente. (4) Algunos de los cambios del sistema de respuestas son comunes a todas las personas. (5) Algunas de las respuestas no son únicas
del Homo sapiens. Esta, sin embargo, es una caracterización que el mismo Ekman aclara que solo aplica para las que él llama ‘emociones básicas’ (ira, miedo,
tristeza, disfrute, disgusto y sorpresa), ya que encuentra dificultades a la hora de aplicar este esquema a emociones complejas como la vergüenza.
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La emoción y el sentimiento: más allá de una diferencia de contenido
de estas emociones que se han llamado inicialmente emociones
compuestas pero que en realidad, como pretendo argumentar, se
deben considerar como sentimientos.
Un razonamiento similar puede usarse para observar que
emociones como la vergüenza, la frustración, la tristeza, el
desprecio, el odio, el resentimiento, la envidia o la indignación
tampoco cumplirían cabalmente con los criterios de Ekman.
No obstante, esta disimilitud permite ver que las emociones
anteriormente mencionadas sí parecen tener algunas características
en común: precisamente aquellas que no se ajustan a los criterios
de Ekman y bajo las cuales pretendo proponer la categoría de
sentimientos para diferenciarlos de las emociones básicas de
Ekman. Esta caracterización de ciertos estados emocionales
en emociones y sentimientos permitirá resolver la aparente
naturaleza dual del contenido de las emociones y, además,
adjudicarle emociones a aquellos seres que tengan la capacidad
perceptiva-cognitiva para una representación con contenido
no-conceptual. En este sentido, propongo que los sentimientos
se definan como estados emocionales que, a diferencia de las
emociones: (1) no son respuestas inmediatas al entorno: como
se mencionó anteriormente, una persona siente culpa tras todo
un proceso cognitivo de reflexión y comparación del recuerdo
de un hecho con su sistema moral. Esto no sucede de forma
instantánea y espontánea como cuando nos emocionamos al ver
a un amigo entrañable, es un proceso que puede tardar desde
minutos hasta años (Xu, Bègue y Shankland, 2011). (2) Pueden
perdurar en el tiempo: a diferencia del temor que me puede
asaltar al escuchar de cerca el gruñido de un perro, que cesa en
cuanto me encuentre ya a cierta distancia de este, un sentimiento
de vergüenza o tristeza puede estar presente durante días sin
necesidad de que el estímulo que provocó dicho sentimiento esté
presente; puedo sentir vergüenza por haber cometido un error
garrafal frente a un auditorio, pero el sentimiento puede perdurar
así me encuentre ya a kilómetros del auditorio. Esto implica además
que el sentimiento goza de una posibilidad de evocación fiel. Es
decir, puedo evocar con mucha mayor fidelidad un sentimiento
de vergüenza, al recordar el suceso que lo produjo, que el temor
transitorio que me produjo el gruñido del perro. Si recuerdo el
suceso vergonzoso es posible que incluso me vuelva a sonrojar y
experimente sensaciones bastante similares al momento inicial que
me produjo vergüenza (Dickerson, Kemeny, Aziz, Kim y Fahey,
2004). No obstante, si recuerdo el suceso con el perro, puedo
remembrar ciertas sensaciones, pero no serán tan intensas como
para reproducir de forma casi similar lo sentido en aquel encuentro
con el perro; no se dilatarán mis pupilas, ni se me pondrá la piel
de gallina, ni ocurrirá una explosión repentina de adrenalina por
mi torrente sanguíneo. Esto muestra entonces que la evocación
funciona de forma distinta en emociones y sentimientos. (3) Si
las emociones, como sostiene Ekman (2008), nos ayudan con
las tareas fundamentales de la vida, o, en términos evolutivos, a
sobrevivir al entorno (Nesse, 1990), los sentimientos nos ayudarían
a adaptarnos y sobrevivir en la sociedad (Spaulding, 2014, pp.
197-206), por lo que el origen de los sentimientos, a diferencia de
las emociones, no es en estricto sentido evolutivo (filogenético),
III. La clasificación de Ekman y la
diferenciación entre emociones
y sentimientos
Para Ekman (2008) las emociones han evolucionado para
ayudarnos a lidiar con las tareas fundamentales de la vida (lifetasks), y, en ese sentido, el autor estadounidense identifica cinco
características comunes a todas las emociones que denomina
‘básicas’: inicio rápido (rapid onset), corta duración (short
duration), ocurrencia espontánea (unbidden occurrence),
evaluación automática (automatic appraisal) y coherencia
entre las respuestas (coherence among responses). A partir de
estas características, Ekman postula que las emociones pueden
identificarse y diferenciarse por estos parámetros, incluso aquellas
que no parecen ‘básicas’, tales como la vergüenza, el desprecio
o la culpa (Ekman, 2008, pp. 191-192). Coincidimos con Ekman
en que las características que postula parecen ayudar a identificar
y diferenciar a las emociones de otros estados afectivos, entre
otras cosas porque existe importante evidencia empírica que
soporta buena parte de esta lista (Ekman, 1971, 2004; Ekman
y Friesen, 1971). No obstante, discrepamos con Ekman cuando
incluye en su clasificación emociones como la vergüenza o la
culpa, básicamente porque no parecen concordar fielmente con
estas características; si examinamos en detalle la emoción de la
culpa, observaremos que en realidad no cumple tal cosa como
un ‘inicio rápido’, ni con la corta duración, ni con la ocurrencia
espontánea ni evaluación automática, y, menos aún, con
coherencia entre las respuestas. Obsérvese que, con respecto
a la primera característica, es poco probable que la emoción
de la culpa surja rápidamente tras un suceso; por lo general
este sentimiento aparece tras un proceso de introspección y
reflexión acerca de un acto propio (Xu, Bègue y Shankland,
2011). Tampoco parece ser cierto que la culpa tenga una ‘corta
duración’; alguien puede sentirse culpable de algo durante horas
e incluso días (Frijda, Mesquita, Sonnemans y Van Goozen,
1991). La ocurrencia espontánea tampoco parece encajar; hay
individuos en donde surge la emoción de la culpa incluso años
después del suceso (Berne, 1957). La evaluación automática
es también problemática, ya que la culpa surge a partir de un
juicio que involucra el acto propio y el código social de valores
morales de la comunidad en donde el sujeto está inscrito (Xu,
Bègue y Shankland, 2011), y esta comparación toma tiempo de
procesamiento. Más aún, existe evidencia de que la culpa puede
ser inducida (Leys, 2007), por lo que este tipo de emociones
gozaría de penetrabilidad cognitiva.
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La emoción y el sentimiento: más allá de una diferencia de contenido
sino social. La construcción de los sentimientos tiene una fuerte
influencia de la comunidad social en donde haya crecido el
individuo; es por eso que un individuo en Estados Unidos puede
sentirse avergonzado si es sorprendido desnudo, mientras que en
ciertas tribus de la Amazonía no es ningún motivo de vergüenza
que un individuo camine desnudo por la aldea (Cummings, 1999).
Pero, por otro lado, tanto el individuo estadounidense como el
amazónico se asustarían frente al rugido cercano de un tigre. (4)
Debido a que la construcción de los sentimientos es influenciada
por la sociedad, están definidos a partir de las creencias y sistemas
morales de esta, por lo que, necesariamente, los sentimientos
deben poder involucrar actitudes proposicionales, es decir,
contenido conceptual: como se mencionó anteriormente, para
poderme sentir culpable de una mentira, debo poseer el concepto
de ‘mentira’. Si me siento avergonzado por un error cometido
frente a un auditorio, debo poseer el aparato conceptual que me
permite darme cuenta de que, en efecto, cometí un error. Si me
siento apenado por decir algo que no debí decir, debo poseer
un sistema de creencias o valores morales que me señalen las
acciones reprochables para que pueda surgir un sentimiento en
consecuencia con ello. (5) Dado que los sentimientos son forjados
o permeados por los códigos morales o creencias de una sociedad,
y además involucran contenido conceptual, es necesario, además,
que los sentimientos tengan penetrabilidad cognitiva. A diferencia
de las emociones, que parecen no gozar de esta condición (Frijda,
2007, p. 16), las características (3) y (4) implican que aspectos
como las creencias deben poder afectar de alguna manera a este
estado afectivo que he dado en llamar sentimiento. Esta distinción
explicaría asuntos como las emociones recalcitrantes que, dado
que son emociones bajo la caracterización que se hace de ellas en
este artículo, y por ende tienen impenetrabilidad cognitiva, no es
posible modificarlas a partir de proceso cognitivo alguno, mientras
que sí es posible que, por ejemplo, las creencias morales influyan
en los sentimientos de culpa (Gerrans y Kennett, 2006). (6) Existe
una última característica que permite diferenciar los sentimientos
de las emociones: la evidencia corporal. Siguiendo los estudios de
Darwin (1872), James (1894) y Lange (1888), y posteriormente
Prinz (2004, 2005), las emociones cuentan con manifestaciones
de cambios corporales bastante perceptibles y, además, parece
que universales también (Darwin, 1872; Ekman, 1993, 2004;
Russell, 1994): pupilas dilatadas, piel de gallina, incremento de
la frecuencia cardíaca, etc. Por el contrario, sentimientos como la
culpa, la tristeza o la vergüenza no cuentan con manifestaciones
físicas tan evidentes y tampoco universales (Prinz, 2005). Sin
embargo, existe evidencia neurocientífica que muestra que sí
existen cambios corporales, si bien sutiles, cuando se experimentan
sentimientos como la culpa o la soledad: activación de estructuras
paralímbicas, activación de la ínsula y el cíngulo, incrementos
en los niveles de cortisol en la sangre, etc. (Bartels y Zeki, 2000;
Greene, Sommerville, Nystrom, Darley y Cohen, 2001; Shin et
al., 2000).
Del anterior análisis se puede concluir que existen estados
afectivos radicalmente distintos de la caracterización que ofrece
Ekman y que no obstante se han considerado como emociones en
la tradición cognitivista. Sin embargo, es posible recoger aquellas
características que tienen en común estos estados afectivos que
se distancian de la caracterización de Ekman y que propongo
denominar sentimiento. Un sentimiento es entonces un estado
afectivo que se caracteriza por: (1) reacción tardía: un sentimiento
no surge de forma inmediata: pasa por un proceso de reflexión
cognitivo que puede tardar segundos o incluso horas o años;
(2) atemporalidad y posibilidad de evocación fiel: el surgimiento
de un sentimiento no está sujeto a un tiempo específico, puede
permanecer intacto durante años, esto implica que el sentimiento,
a diferencia de la emoción, sea algo que pueda evocarse en cada
instante de manera fiel; (3) adaptabilidad a lo social: la función de
los sentimientos parece ser ofrecernos un camino para adaptarnos
mejor a un código social y por ende a una comunidad que lo
profesa y lo practica, por lo que su naturaleza no es instintiva
sino cultural; (4) poseer contenido conceptual: de lo descrito
anteriormente se deduce que los sentimientos necesariamente
deben involucrar creencias o juicios, en otras palabras, contenido
conceptual; (5) penetrabilidad cognitiva: si se acepta que los
sentimientos se dan en contextos culturales y se basan en creencias
y juicios, los sentimientos necesariamente deben verse influidos
cognitivamente; y, finalmente, un sentimiento se caracteriza por
tener (6) evidencia corporal sutil: a diferencia de las emociones,
los sentimientos no manifiestan señales corporales distinguibles
a simple vista y universales, sino que se manifiestan en cambios
corporales sutiles, es decir, solo evidenciables a través de pruebas
de sangre o dispositivos de diagnóstico de actividad cognitiva.
IV. Discusión
La diferenciación establecida en el apartado anterior, entre
emociones y sentimientos, se muestra bastante útil para explicar
fenómenos como las emociones recalcitrantes. Las emociones
recalcitrantes son aquellas que entran en conflicto con algún juicio
racional. De esta manera, se presenta una emoción recalcitrante
cuando alguien siente temor en el asiento del avión que acaba de
abordar por el hecho mismo de volar en avión, aun a sabiendas
de que tiene más probabilidad de correr peligro en otro medio de
transporte. Numerosos autores han dado diversas explicaciones
a este fenómeno, desde la racionalidad (o irracionalidad) de las
emociones recalcitrantes (Brady, 2009; Sousa, 1979), hasta verlas
de forma similar a las ilusiones perceptuales (Helm, 2015). Sin
embargo, todas estas explicaciones se basan en la premisa de
que las emociones recalcitrantes son un caso particular (anormal,
si se quiere) de las emociones. Esto implica asumir la idea de
que gran parte de las emociones se comportan de cierto modo,
mientras que otras, por una u otra razón, se comportan de otro.
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La emoción y el sentimiento: más allá de una diferencia de contenido
Este esquema trae consigo importantes dificultades teóricas: en
primer lugar, no hay un consenso frente a lo que explicaría las
emociones recalcitrantes. En segundo lugar, todas las explicaciones
propuestas apuntan a fragmentar la unidad explicativa de las
emociones; es decir, se enfocan en buscar diferencias en el interior
de las emociones y no en buscar una sola teoría unificadora que
las abarque a todas.
A pesar de esto, el esquema presentado en este trabajo
resuelve las dificultades anteriormente señaladas. Por un lado,
la diferenciación emoción-sentimiento, según se estableció en el
apartado anterior, permite entrever que las emociones poseen
impenetrabilidad cognitiva, por lo que, una vez surgida una
emoción, es imposible que argumentos o juicios racionales logren
deshacerse de ella, y esto se cumple tanto para las emociones
cotidianas como para las recalcitrantes (devolviéndole así la unidad
a la teoría de las emociones). El error en el que tradicionalmente
se ha caído es en el de pretender clasificar las emociones como
racionales e irracionales. Pensamos que, siguiendo la ruta de
Ekman, las emociones han surgido como ayuda para solventar
las tareas de la vida cotidiana, por lo que en algún momento de
la historia de la humanidad (o de su evolución) debieron resultar
útiles en algún sentido. Es por esto que clasificarlas en racionales
o irracionales no tiene sentido, porque su origen no tiene que ver
con lo racional sino con su utilidad.
Por otro lado, una discusión igual de controversial surge
alrededor de las emociones en animales: ¿tienen emociones? Y,
de ser así, ¿qué tipo de emociones? La teoría cognitivista de las
emociones se basa en la premisa de que el contenido de las mismas
es de naturaleza conceptual, por lo que, por ejemplo, un perro, no
podría tener emociones. Sin embargo, ya desde el mismo Darwin
se empezó a recolectar evidencia empírica de la existencia de
emociones en animales (Darwin, 1872) y, más recientemente, se ha
logrado identificar un espectro de emociones mucho más amplio en
otros mamíferos como las ovejas (Veissier y Boissy, 2009). Pero aun
si se acepta que los animales experimentan emociones, falta por
aclarar de qué tipo son esas emociones: ¿puede un animal sentir
culpa, remordimiento, vergüenza o indignación? Ciertamente estas
son ‘emociones’ que resultaría muy difícil identificar en animales,
pero por esta vía se caería nuevamente en una fragmentación de la
teoría de las emociones: si decimos que los animales experimentan
emociones, sería poco eficiente que esta afirmación nos condujera
a continuación a entrar a clasificar qué emociones experimentan
y cuáles no. Esto nuevamente reduce la teoría de las emociones a
meras clasificaciones: creemos firmemente que las emociones se
experimentan o no, y no existen razones debidamente sustentadas
para pensar que la capacidad para experimentar emociones viene
diferenciada en el reino animal; en realidad la capacidad para
experimentar emociones es la misma tanto en humanos como
en animales (Darwin, 1872), por lo que es muy difícil decir que
los humanos pueden experimentar ciertas emociones que los
animales no. Lo que sí puede ocurrir es que, debido al desarrollo
de ciertas capacidades cognitivas distintas (mas no necesariamente
superiores) a las capacidades cognitivas de otras especies, el ser
humano pueda experimentar otros estados afectivos, entre ellos
los que he denominado aquí sentimientos (que, de hecho, guardan
una estrecha relación con este aparato cognitivo). La culpa, el
remordimiento, la vergüenza y la indignación son sentimientos que
requieren de un aparato cognitivo racional que permita el manejo
de conceptos como el ‘bien’ y el ‘mal’ en un contexto sociocultural,
algo que difícilmente se puede encontrar en los animales. Esto
permite concluir que los animales experimentan emociones, que de
hecho las expresan de una forma muy similar al humano (Darwin
y Ekman, 1998), pero no experimentan sentimientos. Con esto se
resuelve la cuestión de las emociones en los animales sin sacrificar
la unidad teórica de las emociones.
Esta, por supuesto, no es, en la actualidad, la única teoría
de sentimientos que existe. Sin embargo, las otras teorías han
tenido un corte minimizador de esta categoría, afirmando que
el sentimiento es solo una parte, un anexo (que representa las
sensaciones corporales) de la emoción o, a lo sumo, definen
al sentimiento como algo dependiente de las emociones; esta
perspectiva es lo que Peter Goldie (2002) denomina la ‘perspectiva
del añadido’ (add-on), en donde el sentimiento no es otra cosa
que un ‘añadido’, un accesorio, una parte de lo verdaderamente
importante, el concepto central, que es la emoción. Irwin Goldstein
por ejemplo, sostiene que el sentimiento es una especie de ‘anexo’
de una emoción que señala si una emoción es placentera o no
(teoría hedonista de la emoción) (Goldstein, 2002). Jesse Prinz, en
este sentido, define los sentimientos como aquellas percepciones
de cambios corporales de las que somos conscientes (Prinz, 2005),
obedeciendo dichos cambios corporales, en cualquier caso, a
la definición de emoción según la teoría de James y Lang. En
otras palabras, para Prinz, el sentimiento es un tipo de emoción.
Por otro lado, para autores como Robert Solomon (2004), el
sentimiento es visto simplemente como la manifestación de una
emoción. Estas concepciones, además de reduccionistas, continúan
postulando una relación de dependencia entre sentimiento y
emoción. Por otro lado, autores como Calhoun (2004) y Aldrich
(1939) han rastreado el rol moral y ético de sentimientos como la
vergüenza, sugiriendo con esto que este tipo de estados afectivos
difieren considerablemente de otro tipo de emociones. Nuestros
sentimientos, sostienen ellos, sirven de guía para conocer lo que
deberíamos y no deberíamos hacer, es un termómetro de nuestros
actos. Esto sugiere que sentimientos como la vergüenza tienen un
carácter reflexivo y regulador de nuestras acciones, mientras que
emociones como la ira son impulsivas: llaman a actuar sin reflexión.
¿Cómo explicar esta dualidad de carácter e independencia de
operación sobre la acción si asociamos tanto a la vergüenza como
a la ira la misma etiqueta de ‘emoción’, o, peor aún, si decimos
que la vergüenza es un sentimiento que depende de o hace parte
de una emoción? Claramente la única manera de reconciliar lo
que sostienen Calhoun (2004) y Aldrich (1939) con concepciones
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La emoción y el sentimiento: más allá de una diferencia de contenido
comúnmente aceptadas sobre la emoción, como la de Ekman, es
abandonar la testaruda idea de forzar la unión de categorías que
son esencialmente distintas y optar por un sano discernimiento que
permite ofrecer una teoría mucho más robusta de las emociones (y
de paso, de los sentimientos). Otros autores como Scheff (2016)
señalan la invisibilización de sentimientos como la vergüenza
pero desde una perspectiva crítico-social, mientras que aquí se
busca propender por una esquematización conceptual de los
sentimientos y las emociones. A este respecto, puede también
surgir la crítica de si la distinción entre emociones y sentimientos
aquí introducida puede implicar una reificación de, por ejemplo,
la dualidad naturaleza/cultura. Esta dualidad intenta postular una
diferencia radical entre lo esencialmente humano (cultura) y lo
no-humano (naturaleza), presentándose como una distinción
insalvable entre aquellos rasgos que se juzgan como esenciales
o característicos del hombre (razón, inteligencia, herramientas,
símbolos) y lo esencialmente orgánico-biológico (los instintos,
lo corporal, las necesidades fisiológicas, etc.). En este sentido, a
primera vista, pareciera que la distinción emoción/sentimiento
efectivamente guardara un estrecho vínculo con esta dualidad
naturaleza/cultura en la medida en que al asociar al sentimiento
con la cultura y a la emoción con la naturaleza, la distinción
emoción/sentimiento no parece ser más que otra manifestación
de esta misma dualidad naturaleza/cultura. No obstante, como
se mencionó más arriba en esta sección, la distinción emoción/
sentimiento no pretende ir en contra de la continuidad evolutiva
entre humanos y animales planteada por Darwin. En este sentido,
lo que se postula aquí es que, si bien la distinción emoción/
sentimiento es útil para esclarecer cómo se deben entender y
diferenciar los estados emocionales en los seres humanos, esto no
descarta que el mismo esquema pueda eventualmente aplicarse
a ciertos animales con capacidades cognitivas avanzadas. De
hecho, múltiples estudios de primatología y psicología comparada
sostienen la existencia de estructuras sociales y culturales en ciertas
especies animales (De Waal, 2006), por lo que no hay razón
para pensar que, en los animales, además de emociones, existan
también sentimientos.
que tengan un contenido no-conceptual. En otras palabras,
indagar por la naturaleza del contenido de las emociones nos
condujo a una clasificación de las emociones entre aquellas de las
que se puede decir que tienen contenido conceptual y aquellas
de las que se puede decir que tienen contenido no-conceptual,
fragmentando así la teoría de las emociones básicas. Se observó
que esta fragmentación solo lleva a callejones sin salida si se
quiere buscar una teoría coherente y unificada de las emociones
básicas, como pretendía Ekman. En busca de esta teoría coherente
y unificada se tomó en cuenta el trabajo de Ekman sobre la
caracterización de las emociones. Esto permitió notar que existían
otros rasgos que apoyaban la diferenciación de las emociones
en dos categorías, al parecer, antagónicas pero innegablemente
irreductibles la una a la otra. Ante esta situación, se optó por
continuar nombrando emociones a aquellas que se acercaban
a la caracterización de Ekman y sentimientos a aquellas que no.
Se encontró que esta distinción no solo es conveniente desde
un punto de vista teórico, al dejar a las emociones en un solo
esquema coherente y unificado, sino que parece coincidir con
toda una línea de trabajos empíricos sobre estados afectivos como
la vergüenza y la culpa. Las características esenciales definidas
para cada categoría (emociones y sentimientos) permiten no
solo explicar fenómenos como las emociones recalcitrantes y la
cuestión de las emociones en los animales, sino que es consistente
con la evidencia neurocientífica actual. Este esclarecimiento
teórico es de gran utilidad para quienes se dedican al análisis
terapéutico de las emociones y los sentimientos, como psicólogos
y neurocientíficos en general, pero también para pedagogos. Una
de las consecuencias más importantes de nuestra propuesta teórica
es que sustenta fenómenos como la penetrabilidad cognitiva de
la culpa y la vergüenza, fenómeno ampliamente estudiado por
autores como Leys (2007) y Dickerson, Kemeny, Aziz, Kim y
Fahey (2004), ofreciendo además una base teórica a los trabajos
de Calhoun (2004) y Aldrich (1939), quienes abogan por el
sentimiento de vergüenza como referente ético y moral. Pero
además permite explicar cómo métodos terapéuticos basados en
el diálogo argumentativo-racional sobre los sentimientos, como
la culpa, la vergüenza, el remordimiento o el resentimiento, son
más efectivos que sobre emociones como la ira o la tristeza. En el
ámbito de la pedagogía, estudios recientes han reconocido que
“las emociones y sentimientos son importantes para el proceso
de enseñanza-aprendizaje puesto que es necesario mantener una
conducta motivada en los estudiantes para garantizar aprendizajes
de calidad” (Rodríguez, 2016, p. 1) porque, precisamente, los
procesos de enseñanza-aprendizaje involucran interacciones
humanas en comunidad en donde la motivación es un aspecto
clave del aprendizaje y en donde evidencias neurocientíficas y
psicológicas actuales han mostrado un estrecho vínculo entre
ciertos estados emocionales que pueden facilitar o dificultar el
aprendizaje (Elizondo, Rodríguez y Rodríguez, 2018), así como
para incitar habilidades fundamentales para el aprendizaje como
V. Conclusiones
Esta investigación se inició con una preocupación sobre el
esclarecimiento de la naturaleza del contenido de las emociones
dentro de la tradición cognitivista. Sin embargo, eventualmente
se llegó a la conclusión de que no es posible afirmar, de forma
contundente, que todas las emociones tengan un contenido
conceptual, ni tampoco que todas tengan un contenido noconceptual, debido a que existen razones a partir de las cuales se
podría afirmar que ciertas emociones poseen contenido conceptual
(como la culpa), mientras que otras, como el miedo, debido a que
parecen compartirse con los animales, parece razonable sostener
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La emoción y el sentimiento: más allá de una diferencia de contenido
el pensamiento crítico y la creatividad (Chemi, Davy y Lund,
2017). A este respecto, el abordaje presentado en este artículo
permite sustentar cómo se debe optar por crear vínculos de
naturaleza sentimental con los contenidos antes que emocionales,
en tanto que los vínculos sentimentales, debido a su evocación
fiel, permitirían evocar más fácilmente estructuras conceptuales.
Con esto, entonces, se abren caminos para nuevas indagaciones
en distintos campos con una nueva claridad conceptual desde
el ámbito de las emociones. Pero también permite un desarrollo
más claro en el interior de la filosofía de las emociones al poder
trabajar con esquemas coherentes y unificados que sirvan como
bases sólidas para futuras exploraciones.
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Revista científica digital coeditada por la UOC y la UdeA
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Universitat Oberta de Catalunya, Universidad de Antioquia
UNA PERSPECTIVA RELACIONAL SOBRE LA CULTURA
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A RELATIONAL PERSPECTIVE ON CULTURE
AND SOCIETY
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La emoción y el sentimiento: más allá de una diferencia de contenido
Daniel Buitrago
Universitaria Agustiniana (Bogotá-Colombia)
[email protected]
Daniel Buitrago Arria es candidato a doctor en Humanidades de la Universidad de San Buenaventura (Bogotá-Colombia).
Tiene una maestría en Filosofía Contemporánea, cursa otra en Educación y tiene un B. A. en Matemáticas con especialización
en Estadística. En este momento, Daniel es profesor a tiempo completo en la Universitaria Agustiniana (Bogotá-Colombia).
Actualmente, participa en investigaciones en dos campos: filosofía de la mente y educación. En la primera, se enfoca en
proyectos que relacionan la cognición y el poshumanismo, mientras que en la segunda se dedica a proyectos de minería de
datos educacional, esto es, al estudio de grandes cantidades de datos en pro de analizar procesos y fenómenos educativos.
ORCID: https://orcid.org/0000-0001-5709-486X
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