4 LA FASE DE INICIO DEL TRATAMIENTO 4.1. La recepción del paciente Debe, ante todo, tenerse en cuenta que, a diferencia de lo que ocurre en otros tipos de procedimientos curativos o de ayuda, ya sea en el campo de.la medicina, de la psicología o de la pedagogía pongamos por caso, en el terreno de la p. p. las bases del tratamiento, esperanzadoras o heridas de muerte desde un principio, se establecen en el momento mismo en que, por vez primera, paciente y terapeuta entran en contacto. Ya he puesto de manifiesto -que el instrumento de curación de la p. p. es la relación personal terapeuta - paciente, y esta relación se inicia en la mente del paciente incluso ya antes de que conozca al que va a ser su terapeuta. La demanda de ayuda, la actitud de colaboración, las fuezas que empujan hacia el-desarrollo y crecimiento de la personalidad, el amor a la verdad, el deseo de conocimiento de sí mismo, el afán de integración y organización de la propia mente, etc. existen ya en el paciente que, por una u otra vía, busca la comprensión y claridad que puede proporcionarle el tratamiento psicoterapéutico. Y, si ello es posible, es porque se está ya relacionando antes de este primer encuentro —consciente e inconscientemente— con una figura —aún imaginaria— que reproduce, en el exterior, las características del objeto sentido como bueno, confiable, dador de vida y al que incorporó en su interior durante la infancia, de manera lo suficientemente satisfactoria como para que haya sido factible cierto grado de crecimiento mental. Pero también, en la mente del futuro paciente, existen ansiedades pers-ecutórias, odios, impulsos destructivos, temores de represalia, envidia, etc-. dirigidos hacia la misma figura del terapeuta aún no conocido y que, a la vez, representa en el exterior al objeto parcial, atacado, destruido, amenazador, devorador, perseguidor, etc. Las más diversas fantasías, las fundadas en el amor, la confianza, el agradecimiento, el reconocimiento de las buenas cualidades del objeto y la preocupación por él, así como aquellas en cuya base se encuentran el odio, la envidia, la voracidad, la omnipotencia, el temor, los sentimientos 145 La recepción del paciente La tase de inicio del tratamiento de persecución, la agresividad, etc. se concretan en la imagen de este imaginado terapeuta de quien se necesita recibir algo que alivie el sufrir miento y la ansiedad, y que promueva el crecimiento mental. Es necesario reCcirdar todo lo dicho "en el capítulo 1 acerca de las vicisitudes de la relación de objeto, para comprender las coinpléjidades a que se ve sujeta, no sólo desde un primer momento, sino incluso antes de que se establez ca realmente, la relación del paciente con el terapeu:a. Porque el paciente, en cierta medida, ha establecido ya esta vinculación a través de lo que se le ha dicho, de las referencias que hasta él hari llégado, de lo-que puede conocer por terceras personas, de lo que conoce o supone de la institución en la que, tal vez, trabaja el terapeuta, délo qué Lha leído acerca de _ los tratamientos psicoterapéutiCos .y del psIaánálsiS; etc...No resulta difícil, por tanto, per -cibir hasta qué punto todos los detalles ypequeñas o grandes circunstancias del primer encuentro'repércUtirán en la mente del paciente y estimularán, satisfarán o frustrarán todo tipo de fantasías y expectativas con honda ydúradera repercusión sobre el futuro-desarrollo d e l a r e l a c i ó n t e r a p é u t i c a . , - - En la inmensa mayoría de las ocasiones, el terapeuta no interviene personalmente en la forma como le es remitido el paciente, ni en las circunstancias externas que, de una forma inmédiata, han precedido a la demanda de tratamiento por parte de éste. Sin embargo, conviene que, en lo que puéda, procure que éstas sean lo más favórableS posibles para la estructuración de una adecuada comunicación deScle el principio. Todo lo que proteja la neutralidad y anonimato personal del terapeuta será una ayuda para la organización del marco idóneo desde un comienzo, como también lo es la claridad y sinceridad en la inforrriación que se le ofrezca al paciente al indicarle la conveniencia de un tratamiento psicoterapéu tico. Una práctica bastante generalizada, y que considero conveniente evitar en lo pósible, és la de administrar al paciente supuestamenté tributario de una p. p. una serie, más o menos extensa, de priiebas de personalidad, de inteligencia o aptitudes, e. tC Posteriorrnérite, y en apariencia por lo menos, cómo resultado de ellas, se le aconseja iniciar un tratamiento psicoterapéutico y para ello se le sugiere algún Psicoterapeuta, generalmente, y por fortuna, totalmente :ajeno a esta preparación previa. La experiencia acumulada, a través de' pacientes directamente tratadds por mí o vistos en supervisión, me lleva'á juzgar esta práctica como totalmente desacónséjable, aun cuando, en la mayoría de las ocasiones, no evitable por parté del terapeuta. Las primeras entrevistas_ y la posterior marcha del tratamiento ponen de relieve multitud de fa'nlaSíal y ansiedades de diverSa índole que han sido originadas por la administración de las pruebas psicológicas. Aunque la repercusión es específica y peculiar para cada paciente; pueden señalarse algunos rasgos o matices ,dé la respuesta que se repitén con gran frecuencia. Sodhabituales las fantasías de haber sido invadido; penetrado y va • ciado á trav• es de las preguntas y.cuestiones a las" que ha tenido que . 146 responder en el curso de las pruebas efectuadas. Aun en los casos en los que el psicoterapeuta es por completo ajeno a aquellas personas o institución en donde se han efectuado las mencionadas pruebas, y se haya limitado a recibir al paciente remitido por el profesional que ha tenido el primer contacto diagnóstico y orientativo, el paciente, conscientemente o tan sólo en su fantasía inconsciente, liga al especialista que ha realizado la exploración psicológica con el psicoterapeuta que, posteriormente, se le ha aconsejado. Uno y otro podrán representar, en su interior, a los componentes de la pareja de padres, por un lado temidos, por otro envidiados e idealizados. Desde esta perspectiva ambos profesionales pueden ser vividos como los padres que se ocupan del bebé y que, excitados por las producciones de este —sus respuistas frente a los tests-, se ponen de acuerdo para retenerle. Por otra parte, al sentirse violado en su intimidad por las pruebas practiCadas, el paciente puede creerse en el derecho a recibir, a cambio de lo que él ha dado, una curación rápida y sin _esfuerzo. Se vincula con esta actitud la fantasía de que, gracias a los tests, el terapeuta conoce los más profundos secretos de su mente, las causas de sus dificultades y la manera de resolverlos, y que, en un momento determinado, le otorgará la solución dé todos sus males. Si predoffi ina esta fantasía, el paciente puede inclinarse a olvidar las posibilidades que el tratamiento le brinda para comprender algo de sí mismo, tendiendo a acudir sesión tras sesión en espera de que, cuando llegué el momento, el terapeuta le revelará todo aquello que fue descubierto mediante la exploración psicológica. Debe tenerse en cuenta que los tests, por su carácter de prueba' tecnificada y mensurable, son altamente susceptibles de sobrevaloración y pueden despertar expectativas difíciles de abando.nar. Otra consecuencia que puede derivarse de este tipo de preámbulo al tratamiento psicoterapéutico es la adopción, por parte del paciente, de una actitud pasiva, en la que se espera que el terapeuta formule preguntas y plantee cuestiónes, tal como ocurrió durante las sesiones dedicadas a las pruebas exploratoriai. En estos casos, la fantasía del paciente es la de que es el terapeuta quien ha de investigar y extraer sus propias conclusiones, mientras que a él le corresponde tan sólo recibir los resultados que de ellas se deriven. Todas estas fantasías y expectativas se encuentran en los pacientes que han pasado pár esta vía antes. de llegar a establecer contacto con el terapeuta destinado a llevar a cabo el tratamiento. Aun cuando no constituyan, ni mucho menos, un obstáculo insalvable, sí actúan como fuente de molestas interferencias, malos entendidos, errores, actitudes equivocadas, etc. que puedén perdurar durante largo tiempo. El psicoterapeuta que recibe a un paciente de este tipo, ha de estar atento para reconocer y aclarar debidamente esta clase de problemas. • 147 La fase de inicio del tratamiento que sea razonable, debe evitarse la exposición de detalles y datos exter 4.2. El estilo y el marco de la recepción Así, pues, dado que estamos tratando con el inconsciente, con las fantasías que dependen de fuentes internas, pero que también son estimuladas por las realidades del mundo exterior, todos lóS detalles referentes a la recepción del paciente deben ser atendidos con vigilante esmero, con exquisito cuidado, a fin de estructurar de manera idónea Id relación terapéutica. Hay un principio fundamental qüe ha dé servir de guía insustituible, el de que en todo momento ha de prevalecer el más absoluto respeto para la persona del paciente. Podemos decir que los principios técnicos y científicos adquieren toda su validez al vincularse con este principio ético: El desculifirniento de la verdad exige Una relación-fundada en la verdad, y ésta -no existe sin un respeto profundo a la persona humana. Sin esta relación fundada en la verdad nos encontraríamos —aunque en este caso la distorsión procedería del terapeuta:-- con la situación que antes he calificado de perversión de la transferencia, con una apariencia de tratamiento, una apariencia de. investigación, de búsqueda de la realidad interna, que sólo sirve para perpetuar el engaño, la falsedad y la opresión , de unos aspectos del self por otros. Tal vez pueda parecer que lo que he. expresado en el párrafo anterior tiene poco que ver con el enunciado del apartado. Pero 'es que, precisamente, este amor a la verdad y este respeto al paciente son los que constituyen el verdadero marco y estilo de la recepción, el cual habrá de continuarse después mientras dure el tratamiento. En muchas ocasiones, las condiciones externas pueden ser no deseables o, inclusó, francamente adversas. Por ejemplo, pacientes que recorren diverSos especialistas y sólo son remitidos al psicoterapeuta cuando los otros Profesionales ya no quieren saber nada de ellos. Circunstancias materiales muy desfavorables, como pueden darse en hospitales e instituciones psiquiátricas con consultorios no adecuados, ruidosos,ro que no son otorgados al psicoterapeuta de una manera fija y estable, de forma que éste corre el riesgo de tener que peregrinar, antes de iniciar lá sesión, en busCa de un espacio en donde trabajar, etc. Pues bien, todas estas dificultades de ámbito externo, con ser muy importantes para un idóneo establecimiento del marco terapéutico, no lo son todo. Pueden tolerarse deficienCiáS importantes — siempre que no sean de la responsabilidad del teraPetita: como es natural— si se establece un marco interno en el cual queden Claros el objetivó propuesto, es decir, ampliar el conocimiento que_ de si', mismo tiene el paciente, la relación paciente 7 terapeuta y la metodología para lograrlo. Volveré sobre ello más adelante, cuando hable de la •estructuración del acuerdo terapéutico y la relación de trabajo. ••: En cuanto a lo que se refiere a los aspectos tinIs-, externos de la recepción, es aconsejable, que no haya, entre el paCiénté Y el psicoterapeuta, personas interpuestas que pidan datos, confeccionen historial clínico, etc. El trato paciente - terapeuta debe ser directo e inmediato. En todo lo 148 .149 - El estiló y el marco de la recepción nos concernientes a la personalidad y caraCterísticas privadas del terapeu- ta, quien debe perManecer, cómo persona particular, lo más velado posible. Aunque esta cautela -en cuanto a la intimidad del terapeuta pueda parecer algo puramente formulario; se halla inextricablemente unido al respeto al paciente del que antes he hablado. Intentaré explicarlo. Toda la información innecesaria que el paciente pueda recibir del terapeuta es un ataque a su libertad, ya que, de una u otra manera, esta información se inmiscuye en la espontaneidad de sus asociaciones y fantasías, presionando sobre ellas en una u oira dirección, limitando algún tipo de pensamiento y estimulando . , otros, favoreciendo el desarrollo de cierto tipo de comunicación y ópOriiIndosé a determinadas pautas de relación, etc. La información acerca del terapeuta es susceptible tanto de constreñir como de estimular algunos aspectos de la producCión mental del paciente, ya sea por temor, por Miedo al énfrentarniento, por Sumisión, por antagonisrno, por envidia,' por rivalidad, por miedo 'a la competencia o por deseó de ella, etc:También dificulta la nitidez de las relaciones transferenciales, ya que„como sabemos, éstas se desarrollan de una forma tanto más clara y límpida cuantas menos sean las interferencias de la realidad externa que, incidiendo en la figura del terapeuta, la oscurecen y confunden. Desde el momento en que acude al tratamiento, el paciente tiene derecho a desplegar su mundo interno que le es preciso profundizar en el conocimiento— a través de sus pensamientos, asociaciones, peculiaridad de comunicación, matices de relación, especificidad de su transferencia, etc. sin- 0e se lo estorbemos cargándole, sin razón, con una información que, sin serle de ninguna utilidad,-obstaculizará de fol.ma grave, y tal vez permanente, la prístina originalidad de su expresión. Vistas así lás cosas, puede comprenderse cómo aquello que a primera vista pudiera parecer:no tan sólo intrascendente, sino incluso_de carácter más «amable» o «humano», como algunos gustan errónearriente de decir, conduce a una grave distorsión. Por tanto, el disponer las cosas de una forma tal que el paciente pueda tener algún acceso a la realidad del tera..peuta, tal como sus ;gustos, sus aficiones, sus opiniones sobre cualquier materia, etc., lejos de ser un acercamiento afectuoso y comprensivo hacia él es un ataque desconsiderado contra su libertad individual y una completa falta de respetO-a:stis derechos.: Vemos pues que, com() he dicho antes, en la p. p, el ;principio ético de respeto absoluto a la persona del paciente se iguala y asitnila con las reglas técnicaS derivadas del conocimiento del inconsciente... Espero que estas palabras sirvan para comprender cómo la, metodología de la p. p. ---evidentemente aprendida y adaptada de la metodología psicoanalítica— aú n en algunos momentos pueda parecer al observador no avisado como demasiado distante, fría o excesivamente prudente, ha de basarse '`siempre en la más delicada deferencia hacia el paciente y su derecho a la libertad. Lo que he dicho respecto a la cuestión de la reserva de la realidad del terapeuta puede repetirse en lo que concierne a la puntualidad horaria en el inicio de las sesiones, la estabilidad . La tase de inicio del tratamiento = en el ritmo de trabajo, la constancia del terapeuta en mantenerse estrictamente en su función comprensiva y estimuladora de la comprensión, etc. Quiero terminar el punto de la recepción del paciente, tan estrechamente ligado al miramiento por los derechos y la libertad de éste, con una cuestión que se plantea con extraordinaria frecuencia. Como ya he dicho anteriormente, muy a menudo el paciente es remitido por otro profesional, de la misma institución, tal vez, cuando el terapeuta se halla trabajando en una institución, o por otro profesional de la práctica privada cuando es éste el caso, o aconsejado por un amigo o familiar, etc. En las decisiones que hayan de tomarse, el psicoteráPeuta debe prescindir de estos aconsejamientos o inducCiones. Si él recibe, al paciente, está dispuesto a escucharlo y a iniciar el tratamiento-eh el caso de_creer que con ello puede ayudarle es porque éste, libremente y por propia iniciativa, ha acudido en busca de orientación y ayuda. No contradice esta afirmación el hecho de que esta libre iniciativa haya surgido a raíz de un consejo, de una indicación, ,etc. de profesionales, familiares o amigos. El psicotera. peuta debe dejar bien establecido, con su actitud y palabras, que él atiende al paciente porque éste lo ha querido, aun con todas las dificultades y contradicciones que puedan existir en su interior, y que se halla dispuesto a escuchar sus peticiones y demandas de ayuda, pero las suyas, no las del amigo o profesional o quien sea que supuestamente le ha empujado a solicitar una entrevista. El psicoterapeuta ha de estar interesado en dialogar tan sólo con el paciente como sujeto individual, no con terceras personas a través de este. Y ello es, también, una justa demanda de la reverencia hacia la libertad individual del paciente que debe guir todo su comportamiento. Pero, de nuevo, es también un requerimiento técnico. No sería posible estatuir una apropiada vinculación paciente - terapeuta sino es partiendo de la base de que se trata dedos personas que se hallan reunidas por propia voluntad e independientemente de toda presión externa. Ni tampoco sería factible el empeño eh ofrecer comprensión al paciente si éste no solicita, por si mismo, un mayor discernimiento acerca de sus procesos mentales :Así, pues ; el terapeuta ha de perfilar una situación en la que se destaque, sin ambigüedades, que el paciente no, está actuando como portavoz o representante de aquella persona que le ha aconsejado acudir a el, sino que "1e encuentra," aunque ayudado por su presencia, solo frente a -su propia reSponsabilidad. Con esto no quiero decir que, desde el punto dé vista técnico, si el paciente acude a la primera entrevista acompañado de algún familiar sea necesario rechazar la presencia de éste. En general, cuando se concierta la entrevista es mejor que la persona que lo haga n-rfiSiePre es mejor que, en lo posible-, sea el propio terapeuta— dé a entender, de alguna manera, que se trata de un asunto privado entre los dos y que, a diferencia de lo que ocurre en otro tipo - de consultas, especialmente- las médicas, no es necesaria la presencia de terceros. Pero si así iodó el paciente se presenta escoltado por algún familiar y hace patente su deseo de agregarlo a la consulta,-es más Convenientiacceder a esta demanda, iMplícita.o explíci150 Las entrevi s tas iniciaies - ta. En parte por respeto a sus deseos y, en parte, porque ello nos permitir ra recoger con Más amplitud y naturalidad la realidad de su constelación familiar. Es evidente que, bajo este epígrafe de la recepción del paciente, he tratado diversas cuestiones que más propiamente deben ser estudiadas en aquellos apartados en los que se exponga vicisitudes diversas de la reiaL ción paciente, - terapeuta una vez ya iniciado el tratamiento, -tal como ocurre con lo que hace referencia, por ejemplo, al marco interno. Y, de .. hecho, volveré a ahondar Más en algunas de las cosas que he dicho hasta el momerit-O-: Pero eS que,omo ya he anunciado, la relación se estructur ra, para bien o pára_nnal, desde el primer encuentro, y es por ello por lo que, desde este :émprano momento, han de ser tenidos en cuenta los - ~4,4'14.1 puntos más fundamentales de ella. 4.3. Las entrevistas iniciales 4.3.1. Objetivos generales Más adelante me ocuparé de la técnica de la entrevista durante el curso del tratamiento. Ahora quiero adentrarme en las primeras entreál, tas en particular, ya que éstas tienen unas características propias qüe'láS distinguen de las entrevistas o sesiones que tienen lugar una vez iniciado el tratamiento propiamente dicho. Al hablar de «primeras entrévisrass , quiero señalar que éstas pueden desarrollarse en sólo una o en más nes. En el caso de que sean dos o tres las sesiones consideradas como «primeras entrevistas», todas ellas están unidas por unos objetivos comunes: los de establecer 'un diagnóstico psicodinámico de lo que le octitté .al paciente; fundar, consecuentemente, un pronóstico; considerar las posibilidades de prestar ayuda y la forma Cómo ha de procederse para ello, y estructurar una relación de trabajo, en lo interno y en lo externo, que permita la iniciación bo comienzo del tratamiento. Debo aclarar que por diagnóstico psicodinárnico no quiero significar una etiqueta diagnóstica clasificatOria como sucede en el campo de la medicina, sino conseguir cierto discernimiento del tipo de relaciones objetales, ansiedades y fantasías que predorninan'éi-lel mundo interno del paciente y que, supuesto, configuran sus .formas de adaptación y comportamiento externo. Y ello, aún, de 'una forma limitada y provisional, ya qué en p. p. el diagnóstico —el conocimiento de lo que está ocurriendo en la psiquis del paciente— es par-aleló' al procesó de cambio y modificación, siempre y cuando este diagnóstico —o la adquisición de conocimientos— no lo realice tan sólo el terapeuta, sino que sea el propio enfermo quien vaya avanzando enerlat,:eracerca de sí mismo. Tomándolo por el lado opuesto, una mayó4itfildización diagnóstica por parte del paciente implica siempre modificaciones en su situación mental. . Casi no es necesario insistir en que la entrevista debe efectuarse den151 152 La fase de inicio del tratamiento Las entrevistas iniciales tro de un clima emocional de Confianza, seguridad y cordialidad. Son erróneas, y demuestran una equivocada idea de lo que deben ser las relaciones propias de la p. p., las actitudes excesivamente frías, distantes, engoladas y falsamente superiores por parte del terapeuta. Lo que he dicho acerca de la discreción y comedimiento en cuanto á la individualidad o privacidad del terapeuta no supone que este último no deba conducirse con naturalidad, sencillez y afabilidad en todo momento. Por el contrario, ha de proCurar transmitir, con su actitud, su convicción de que ni él es superior ni el paciente inferior por el hedió dé que éste.y.enga a solicitar ayuda y él sea el encargado de proporcionársela. Ni uno es más ni el otro es menos, y,el terapeuta ha de dar a eníéñder; implícitamente, 'Y que valora en lo que-se merece la sinceridad valentía que 'supone en todo ser humano el reconocimiento de las propias dificultades y el afán por vencerlas y superarlas. 4.3.2. La finalidad de la entrevista Un aspecto importante y que debe quedar claro desde el primer momento, en mi opinión, es el de la finalidad 6 propósito de la entrevista. Es decir, se trata de prefijar si la entrevista tiene el carácter de una consulta meramente orientativa, tras la cual el psicoterapeuta emitirá su opinión, aconsejará el tratamiento a seguir y, en consecuencia, remitirá el paciente al especialista que, según su parecer, podrá llevar a cabo dicho tratamiento, o-bien si será él mismo quien lo efectuará, siempre y cuando, como es natural, ambos protagonistas lo sientan como útil y conveniente. Creo que el paciente tiene derecho a saber, desde el primermomentO, a qué atenerse. De lo contrario, nos exponemos a infligir una dolorosa herida narcisista y un perjuicio innecesario a un paciente que, después de una o varias largas entrevistas, en el curso de las cuales anuda lazos de confianza y afecto con su supuéstamente futuro terapeuta, se encuentra, al final, con la amarga sorpresa de que éste jamás ha pensado en ocuparse person a l m e n t e d e é l . Naturalmente, esto no significa que, aun cuando la entrevista haya sido planeada con el pPopósito de llevar a cabo un tratamient o psicoterapéutico si uno y otro lo sienten conveniente, las cosas vayan siempre en este sentido. Tanto el paciente como el terapeuta tienen siempre el derecho a decidir, de acuerdo con su más íntima convicción, sobre si juzgan, o no, adecuado emprender juntos esta ardua empresa de..un tratamiento psicoterapéutico. En 'cuanto al terapeuta, es indudable •que no todos los especialistas, por formados que estén, se hallan en condiciones de tratar a toda clase de pacientes. Todo terapeuta ha de ser consciente de sus limitaciones, de sus ansiedades principales, de sus difiCúltades internas, etc., que le impiden responsabilizarse de cierto tipo de pacientes. Lo contrario, sería caer én un piélago de.narcisismo y omnipotencia. El respeto al paciente, del que antes he hablado, obliga a saber renunciar a un trata- miento cuando él terapeuta se da cuenta de que las peculiaridades de aquél son susceptibles dé acrecentar sus ansiedades Y de estorbar él desarrollo de su pensamiento. Pero también debe ser el terapeuta prudente por el otro extremo, y no inducir falsaS esperanzas en un paciente que acude con el anhelo de encontrar a alguien dispuesto a ayudarle, sino estima que existe una más que razonable posibilidad de que pueda tomar sobre sí la responsabilidad del tratamiento. Es fádi suponer lo penoso que resulta para el p-aCienteYer rechazada su petición de ayuda por aquel en quien, previamente, hábíaconfiado y a quien ha hecho depositario de sus sentimientos Mas•intirrioS. Algunos enfermos abandonan sus tentativas de iniciar un tratamiento tras varios intentos frustrados por encontrar el psicoterapeuta con quién realizarlo. Asentados estos principios, me ocuparé tan - sólo, dada la finalidad de este volumen, de la entrevista _ programada como puerta de entrada asible tratamiento. un po. 4.3.3. Entrevista libre y entrevista dirigida Una duda o pregunta que se plantea con frecuencia es la de si, en las primeras entrevistas, el terapeuta debe orientar la conversación, a fin de obtener la información que considera precisa acerca de los motivos de la demanda de tratamiento, inicio de los síntomas o dificultades, situación laboral, familiar, social, vida sexual, capacidad de adaptación, proyectos, -deseos, etc., o si es mejor dejar que el paciente hable por sí mismo, adoptando una actitud de atenta escucha y limitando las intervenciones al mínimo imprescindible. Los partidarios de la entrevista dirigida opinan que sin una apropiada canalización de la comunicaCión, impuesta por el terapeuta, se corre el riesgo de que no aparezca 'gran cantidad , información imprescindible para conocer con exactitud la situación interna y externa del paciente, y que aquél se encontrará, después de una o varias entrevistas, sin la necesaria visión de conjunto. Evidentemente, esto es cierto desde un punto de vista formal. Muchos pacientes no nos hablarán, si no se lo pedinios expresamente, de su sexualidad, o de sus relaciones familiares, o _de la forrna como transcurrió su infancia, o de sus relaciones socialeS y de amistad, o de su situación profesional, etc. y algunos apenas se referirán, Más quede pasada y de forma sorprendentemente superficial, .a aquellas molestias o contrariedades que les han impulsado a solicitar ayuda. Y también es cierto que el terapeuta puede sentir como una contrariedad Momentánea el carecer de noticias en torno a un tema que juzga de provecho conocer. Pero también lo es que siempre _tiene la oportunidad de preguntar, cuando considere que hay algo que imprescindiblementedebe saber y que no le ha sido comunicado por el paciente, y es'evidente que en muchas ocasiones el terapeuta se ve obligado a formular numerosas preguntas y cuestiones en las primeras entrevistas. Pero también creo que, hasta que llegue esta necesidad insoslayable, la mejor técnica a seguir es la de permitir al paciente llevar la 153