Irresistible Error. [+18] ✔ [YA A LA VENTA EN FÍSICO] KayurkaRhea 1 Copyright Information This ebook was automatically created by FicLab v1.0.94 on January 2nd, 2023, based on content retrieved from www.wattpad.com/story/199245730. The content in this book is copyrighted by KayurkaRhea or their authorised agent(s). All rights are reserved unless explicitly stated otherwise. Please do not share or republish this work without the express permission of the copyright holder. If you are the author or copyright holder, and would like further information about this ebook, please read the author FAQ at www.ficlab.com/author-faq. This story was first published on April 23rd, 2021, and was last updated on January 2nd, 2023. FicLab ID: -6BAfgqS/lcere8tx/50400E5Eg 2 Table of Contents Cover Title Page Copyright Information Table of Contents Summary Irresistible Error ADVERTENCIA Capítulo 1: La vie en rose. Capítulo 2: La calma antes de la tormenta. Capítulo 3: In vino veritas. Capítulo 4: Rudo despertar. Capítulo 5: El placer de recordar. Capítulo 6: Podría ser rabia. Capítulo 7: La manzana del Edén. Capítulo 8: Mejor olvidarlo. Capítulo 9: Tiempos desesperados, medidas desesperadas. Capítulo 10: Damisela en apuros. Capítulo 11: Bona fide. Capítulo 12: El arte de la diplomacia. Capítulo 13: Leah, eres un desastre. Capítulo 14: Tregua. Capítulo 15: Provocaciones. Capítulo 16: Tentadoras apuestas. Capítulo 17: Problemas sobre ruedas. Capítulo 18: Consumado. Capítulo 19: Conflictos. Capítulo 20: Oops, lo hicimos de nuevo. Capítulo 21: Cartas sobre la mesa. Capítulo 22: Efímero paraíso. 3 Capítulo 23: Descubrimientos. Capítulo 24: Compromiso. Capítulo 25: El fruto de la discordia. Capítulo 26: Celos. Capítulo 27: Perfectamente erróneo. Capítulo 28: Salto al vacío. Capítulo 29: Negocios. Capítulo 30: Juegos sucios. Capítulo 31: Limbo. Capítulo 32: Rostros. Capítulo 33: Izquierda. Capítulo 34: Bomba de tiempo. Capítulo 35: ¿Nuevo aliado? Capítulo 36: El traidor. Capítulo 37: La indiscreción. Capítulo 38: Los McCartney. Capítulo 39: Los Colbourn. Capítulo 40: Los Pembroke. Capítulo 41: Mentiras sobrias, verdades ebrias. Capítulo 42: El detonante. Capítulo 43: Emboscada. Capítulo 44: Revelaciones. Capítulo 45: La dulce verdad. Capítulo 46: El error. Capítulo 47: Guerra fría. Capítulo 48: Cautiva. Capítulo 49: Aislada. Capítulo 50: Puntos ciegos. Capítulo 51: La lección. Capítulo 52: Troya. Capítulo 53: Deudas pagadas. Capítulo 54: Caída en picada. Capítulo 55: Cicatrices. Capítulo 56: Retrouvaille. 4 Capítulo 57: Muros. Especial de Halloween Capítulo 58: Punto de quiebre. Capítulo 59: Resiliencia. Capítulo 60: Reparar lo irreparable. Epílogo AGRADECIMIENTOS EXTRA: La elección de Alexander. EXTRA: Vegas, darling. EXTRA: Solo para tus ojos. ESPECIAL 1 MILLÓN: El tres de la suerte. EXTRA: El regalo de Leah. EXTRA: El balance de lo imperfecto. Extra: Marcas de guerra. EXTRA: La debilidad del roble. ESPECIAL 2 MILLONES: Waking up in Vegas. ESPECIAL 3 MILLONES: The burning [Parte 1] ESPECIAL 3 MILLONES: The burning [Parte 2] ESPECIAL 4 MILLONES: Entonces fuimos 4. [Parte 1] ESPECIAL 4 MILLONES: Entonces fuimos 4 [Parte 2] ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 1] ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 2] ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 3] LOS VOTOS DE ALEXANDER ESPECIAL DE HALLOWEEN II [Parte 1] ESPECIAL DE HALLOWEEN II [Parte 2] ESPECIAL DE NAVIDAD COMUNICADO IMPORTANTE Especial de San Valentín Extra: El cumpleaños de Alexander [parte 1]. Extra: El cumpleaños de Alexander [parte 2] Extra: El cumpleaños de Alexander [Parte 3]. Extra: El cumpleaños de Alexander [Parte 4] Especial: Nuestra izquierda. 5 Summary Irresistible Error. [+18] ✔ [YA A LA VENTA EN FÍSICO] author KayurkaRhea source https://www.wattpad.com/story/199245730 published April 23rd, 2021 updated January 2nd, 2023 words 764,345 chapters 92 status Complete rating Unknown Amigos, Complete, Erotismo, Error, Erótica, Familia, tags Irresistible, Newadult, Romance, Romantico, Vida title Description: 《C O M P L E T A》 “Había algo extraño, atrayente y oscuramente fascinante en él” s. Amor: locura temporal curable por el matrimonio. — Ambrose Bierce. Lo miré junto a mí en la cama y mi corazón dio un salto al tiempo que mi trasero pegaba contra el duro piso por la impresión. “Oh Dios, ¿qué he hecho?” repetí una y otra vez, con un terrible dolor lacerando mi cabeza y observando ensimismada cómo él se removía entre las sábanas. 6 El mundo de Leah McCartney no podría ser más perfecto. Tenía todo lo que deseaba y lo que no lograba tener a su alcance, lo conseguía con un simple batir de sus pestañas. En su cabeza, el resto de su vida estaba limpiamente planeado y calculado: se casaría con Jordan, tendrían una bonita casa, un perro y serían felices por siempre, así que, ¿qué podría salir mal? Sin embargo, su idílica utopía se fue directo al infierno cuando despertó un día con una terrible resaca y, peor aún, con un acta de matrimonio que ella no recordaba haber firmado. ¿Cómo reaccionarían sus padres cuando se enteraran que se había casado con Alexander Colbourn, el hijo de la mujer que ellos más odiaban en el mundo? ¿Cómo tomaría su novio la noticia de que había contraído matrimonio con alguien más? Y lo que resultaba más desconcertante: ¿por qué había decidido Leah no terminar el matrimonio inmediatamente? “Una parte de mí, la parte platónica, lo deseaba. Mierda, ahora que lo tengo, ¿qué hago?” ADVERTENCIA ⚠: Contiene escenas de sexo (+18), lenguaje soez, violencia. QUEDA TOTALMENTE PROHIBIDA SU COPIA O ADAPTACIÓN. TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS. OBRA REGISTRADA EN SAFE CREATIVE: 2101076518494 7 Irresistible Error s. Amor: locura temporal curable por el matrimonio. — Ambrose Bierce. Lo miré junto a mí en la cama y mi corazón dio un salto al tiempo que mi trasero pegaba contra el duro piso por la impresión. “Oh Dios, ¿qué he hecho?” repetí una y otra vez, con un terrible dolor lacerando mi cabeza y observando ensimismada cómo él se removía entre las sábanas. El mundo de Leah McCartney no podría ser más perfecto. Tenía todo lo que deseaba y lo que no lograba tener a su alcance, lo conseguía con un simple batir de sus pestañas. En su cabeza, el resto de su vida estaba limpiamente planeado y calculado: se casaría con Jordan, tendrían una bonita casa, un perro y serían felices por siempre, así que, ¿qué podría salir mal? Sin embargo, su idílica utopía se fue directo al infierno cuando despertó un día con una terrible resaca y, peor aún, con un acta de matrimonio que ella no recordaba haber firmado. 8 ¿Cómo reaccionarían sus padres cuando se enteraran que se había casado con Alexander Colbourn, el hijo de la mujer que ellos más odiaban en el mundo? ¿Cómo tomaría su novio la noticia de que había contraído matrimonio con alguien más? Y lo que resultaba más desconcertante: ¿por qué había decidido Leah no terminar el matrimonio inmediatamente? “Una parte de mí, la parte platónica, lo deseaba. Mierda, ahora que lo tengo, ¿qué hago?” ¡Hey! Regresé. ¿Me extrañaron? Sé que tenían siglos sin oír de mí. Este es un nuevo proyecto con el que arrancaré muy pronto (antes de que me abandone la inspiración y me tarde eones más en escribir) Cuéntenme, ¿qué les parece la idea? ¿Les agrada? ¿Deberíamos tirarla a la basura y quemarla? ¡Los leo! Gracias por la hermosa portada ❤ la amé. 9 Con amor, KayurkaR. 10 ADVERTENCIA Esta historia contiene lenguaje inapropiado, fuerte y soez, así como contenido sexual explícito. Se recomienda discreción. Lean bajo su propio riesgo. Habrá ocasiones en las que se apreciarán situaciones violentas entre los personajes y sus relaciones; no significa que las apruebe o las practique, simplemente que así se me ha ocurrido la trama. Es una historia cliché, con dos personas que terminan juntas por muy mala-o muy buena— suerte, así que si esperan leer algo fuera de lo común… lo encontrarán, en parte. Prepárense para embarcarse en un viaje divertido al mismo tiempo que intenso en todos los sentidos y estremecedor en todos los aspectos. Léanla sin excitarse ni llorar, si pueden. Sin más por el momento, ¡disfruten! Con amor, 11 Kayurka R. 12 Capítulo 1: La vie en rose. Leah Las manos de Edith se sentían tibias sobre mis mejillas y la pulsera de perlas que llevaba en la muñeca estaba clavándose en mi piel. Levanté el rostro y la miré con diversión, haciendo mi mejor esfuerzo en no soltar una carcajada por la cara de concentración tan ridícula que mostraba: su frente profundamente ceñida, sus labios sumamente fruncidos y sus párpados fuertemente cerrados. Lo mejor era el sonido de supuesta meditación que estaba emitiendo. —Uhmmm… —Edith, esto no está… —Shh—apretó con más fuerza su agarre en mi rostro y puse los ojos en blanco, sonriendo. —Anda ya, Buda—la molesté—. Me saldrán raíces del trasero si sigo sentada aquí por más tiempo. 13 Edith dejó caer las manos a sus lados y me lanzó una mirada de exasperación. —Leah, estoy tratando de hacerte un fa-vor—se defendió—. Tus chakras podrían estar terriblemente desordenados y tu pobre alma en desgracia podría terminar en el infierno. Enarqué las cejas, sin estar en absoluto convencida. Mamá decía que había sacado eso de papá. Eso y mi manía de mirar a todos los demás como si no pudieran sumar dos más dos. —De acuerdo, tú ganas—se rindió, al tiempo que se acomodaba sobre el hombro la larga cabellera clara—, pero deja de mirarme como si fuera estúpida. Me incorporé de un salto y le pasé el brazo por los hombros, instándola a caminar junto a mí para llegar al edificio principal; seguramente Jordan y los demás estarían ya esperando por nosotras. Una sonrisa se dibujó en mi rostro al imaginar la cara que pondría mi novio cuando le contara que— nuevamente— había sido el conejillo de indias de Edith en su incansable obsesión por encontrar la 14 religión perfecta que llenaría de plenitud y felicidad su vida. Aunque debía admitir que después de pasar por el chamanismo y el shintoismo, el budismo no sonaba tan mal. —¿De qué te ríes?—preguntó mi amiga con curiosidad—. A veces me asustan tus reacciones, ¿sabes? Eres tan rara. —Mira quién habla—contraataqué dándole un golpecito con mi cadera—. Pensaba en Jordan. Ella resopló y se deshizo de mi agarre. —Obviamente. Tu pequeño cerebro no puede pensar en otra cosa, mononeurona. Abrí la boca fingiendo indignación y acelerando mis pasos para ir a la par. —¿Perdón? Lo dices porque estás celosa. No es mi culpa que la gran Edith Morgan no pueda conseguir pareja. Mi mejor amiga me asestó un golpe en el hombro y una risa se escapó de mi garganta. —No es que no pueda conseguir a cualquiera, es que no quiero a cualquiera—clarificó y reí con más 15 ahínco. —Claro, lo que tú digas. —En verdad. Los chicos de nuestra edad son tan idiotas—recalcó con dramatismo—. Lo mejor que podría hacer es conseguirme a alguien mayor, ya sabes, más maduro, como un sugar daddy. La miré a mitad de camino entre la incredulidad y la diversión. —¡Por Dios, Leah! No me mires como si tú nunca lo hubieras pensado. En verdad, ¿qué se sentirá estar con un hombre maduro, experimentado, guapo?—sacudí la cabeza y Edith esbozó una sonrisa maliciosa—. Ahora que lo pienso, a tu padre los años le han asentado maravillosamente. Él sería un perfecto sugar daddy. —No, no. Alto ahí, loca—la amenacé deteniendo su andar en seco con un dedo acusador—. Ni se te ocurra. Además, mi madre te cortaría el cuello, estoy segura. —¿Y quién no?—clavé mis ojos en ella con horror. Soltó una carcajada y me dio un manotazo, al tiempo que retomaba su camino. 16 —Okay, entonces tu papi está fuera de mi alcance. —A mil años luz, diría yo—remarqué con decisión. —Bien, ¿y qué tal si me presentas tu hermano mayor? Erik está buení… —Ni en un millón de años—la corté, divertida—. Además, nunca dejaría a Claire. Hasta donde yo sé, la adora. Edith bufó derrotada y la interrumpí de nuevo cuando abrió la boca para decir otra estupidez. —Y ni se te ocurra mencionar a Damen, sólo tiene quince años—la rubia se retiró un mechón de cabello del rostro con hastío y agachó los hombros. —¡Leah, no es justo!—berreó— En serio, ¿qué clase de ritual hicieron tus padres? Todos ustedes son ridículamente…—gesticuló, tratando de encontrar la palabra correcta dentro de su disparatada cabeza—Atractivos. —Es la naturaleza—dije con petulancia, retirándome el cabello oscuro del hombro con parsimonia, para otorgarle más dramatismo—. Se llaman genes, por si no los conocías. 17 —Si llimin ginis—me imitó con voz aguda—. Maldita zorra presumida. Volví a reír. El edificio principal estaba atestado. Edith y yo nos abrimos paso a través de un mar de codos y piernas, pertenecientes a los estudiantes que trataban de huir y correr a sus casas.Para ser una de las universidades más caras del país, albergaba en su seno a muchísimos estudiantes. —Llegan tarde—nos reprendió Ethan mirando el reloj en su muñeca—. Creíamos que se habían perdido o algo así. —Todo es culpa de Leah—Edith me señaló con el pulgar al tiempo que se resguardaba del sol bajo el portal de la explanada—. La abeja reina no puede dar cinco pasos sin saludar al menos a diez personas. —¡Tú fuiste la que se quedó charlando con Mike por horas! Incluso estuve a punto de irme, porque casi te abres de piernas para él en ese momento. ¿Qué pasó con tu discurso de oh-soy-demasiadobuena-para-los-chicos-menores? 18 Ethan y Sara se miraron con sorpresa, y Edith abrió la boca en su patético intento de fingir indignación, pero sabía que se estaba divirtiendo porque no podía contener la risa. —¿Celosa?—dijo con suficiencia—. Tú y Jordan llevan siglos juntos, es obvio que te aburras de estar siempre con la misma persona. —¡Eres una…! Antes de que pudiera decir algo más, sentí como alguien me rodeaba la cintura por detrás y se ceñía a mí con fuerza. —Hola, preciosa—la respiración de Jordan se sintió cálida contra mi cara y envió un escalofrío por toda mi columna. Recorrió la forma de mi oreja con su nariz para después depositar un beso en mi sien. Me giré entre sus brazos encarándolo y sonreí. Sus ojos miel brillaban por la luz del sol que entraba a través del portal en ese momento y su cabello claro destellaba como si estuviese hecho de oro. Era peligrosamente atractivo. Y completamente mío. —Te extrañé—me apoyé en las puntas de mis pies para besarlo y me dejé envolver por la 19 sensación que provocaba siempre en mí, como si todo mi interior se llenara, como si su presencia iluminara cada parte de mi vida. Alguien carraspeó y nos separamos por educación, al tiempo que volvía a colocar mi espalda sobre su ancho pecho. —Estamos en horario familiar, por Dios—nos regañó Ethan, mirándome con falsa exasperación. —Se llama envidia, amigo—Jordan entrelazó mi mano con la suya sobre mi estómago. —Un día de estos me provocarán un coma diabético, lo juro—susurró Sara, siendo apoyada por Edith, que no paraba de asentir mientras peleaba con el envoltorio de su dona. —Paren ya con tantas cursilerías, ¿quieren? Necesitamos afinar los últimos detalles para el viaje —Ethan se irguió, dándose importancia—. Nos vamos en cuatro días y no veo sus fotos con sus maletas hechas. —Te juro que mi alma está allá desde que me dijiste que iríamos—contesté levantando la mano con entusiasmo. 20 —La mía igual—Sara extrajo de su bolso su celular y comenzó a mostrarnos varias fotografías—. Tengo toda la ropa que usaré seleccionada e hice una especie de itinerario de los lugares a los que quiero ir. Ethan la miró como si le hubiese crecido otra cabeza. —¿Estás loca? Yo ya hice el itinerario y por si lo has olvidado, iremos para celebrar mi cumpleaños. —Lo sé, pero también podemos visitar los lugares que… —Sara, admítelo, será un milagro si podemos estar de pie por más de tres horas después de las resacas matadoras que cargaremos todos los días—la interrumpió Edith y yo asentí vigorosamente. —Tendrán suerte si no terminan en el hospital por una congestión alcohólica—comentó Jordan y yo le di un codazo en el estómago. —No te preocupes, Jord—dijo mi amiga. — Yo la cuidaré por ti. Mi novio soltó una profunda carcajada. —Corrección, creo que Leah te cuidará a ti. 21 Edith estaba por defenderse cuando alguien se acercó a nuestro grupo e interrumpió la charla. Las risas se acallaron de inmediato y el aire se sintió repentinamente tenso cuando Alexander Colbourn hizo acto de presencia. Me miró por un tiempo no mayor de un segundo y después saludó con un gesto a los demás. Todos correspondieron, a excepción de mí. —Ethan, necesito hablar contigo—dijo tranquilamente y mi amigo asintió, para después disculparse y alejarse unos metros con el chico. Siempre que él estaba con nosotros, la atmósfera se sentía mil veces más pesada, como si trajera consigo una vibra oscura, extraña. No sabía cómo describir la sensación y no me agradaba en absoluto. Sin embargo, lo cierto era que sabía se trataba de un sentimiento compartido, pues siempre que por un desafortunado accidente del destino él osaba posar sus ojos en mí, su expresión era extraña; como una mezcla de curiosidad y repugnancia. O tal vez era solo mi paranoia y nuestra historia familiar, que no me permitía convivir con él como gente normal. Aunque él también contribuía a volver 22 nuestra relación más incómoda de lo que ya era ignorándome más que a una mancha en la pared siempre que estaba con los chicos. ¿Inmaduro? Tal importaba? No. vez. ¿Grosero? Sí. ¿Me Podía contar con los dedos de mi mano derecha las veces que nos habíamos dirigido la palabra y todo el tiempo terminaba siendo algo extraño y muy, muy incómodo. Todo lo que sabía era que… bueno, nada en realidad. No sabía nada de él, sólo los hechos: que era extrañamente popular, criminalmente guapo y, según decían mis amigos y mi novio, una persona carismática. Ethan me daba la espalda y mientras charlaba con Alexander, los planetas volvieron a alinearse y sus ojos azules conectaron con los míos. Me sostuvo la mirada por un par de segundos y de inmediato me sentí inmersa en ese tonto juego de mira-quienresiste-más, y yo odiaba perder, así que me obligué a no parpadear, aunque su mirada resultara mil veces más penetrante y avasalladora que la mía. Luego pareció rendirse, enfocándose de nuevo en mi amigo y en su acalorada conversación. 23 Era tan… —¿Leah?—inquirió de pronto Jordan, sacándome de mis cavilaciones y de mi cruda batalla campal con el hijo de Drácula. —Perdón, ¿qué?—musité sacudiendo la cabeza, con los ojos miel de mi novio mirándome expectantes. —Qué distraída estás hoy—acarició mi mejilla y agradecí su cálido toque—. Edith decía que te vería por la noche en la fiesta de tus padres y se ha ido con Sara a la cafetería. Yo te comentaba que tal vez llegaría un poco tarde. —Ah—contesté aún dentro de mi estupor, y parpadeé un par de veces buscando concentrarme—. Claro, no hay problema. —Después iremos a la fiesta de Madeleine, ¿no es así?— sonrió y yo le correspondí entusiasmada. —¡Por supuesto!—dije bailoteando a su alrededor y él soltó una carcajada ronca—. Las fiestas de papá a veces son tan mortalmente aburridas, las odio. —Nunca entiendo una mierda de lo que hablan, aunque valdrá la pena si después puedo estar contigo 24 —sus ojos miel se iluminaron con devoción. Adoraba la manera en que me miraba, como si lo reservara sólo para mí. —Lo sé, tampoco entiendo nada—concedí—. Pero, después de eso podemos ir a una verdadera fiesta. —Eso suena mucho mejor—se acercó de nuevo, colocando sus manos en mi cintura y acercándome para reclamar su beso—. Debo ir a entrenar— susurró aún cerca de mí y yo estuve a punto de hacer un puchero. —De acuerdo. —Alex, ¿vamos juntos?—preguntó Jordan una vez nos separamos. Estaba tan abstraída en nosotros que no reparé en que ya habían vuelto. Clavé mis ojos en él sin disimularlo el ningún momento, pero Alexander ni siquiera se inmutó. —Por supuesto—dijo con una sonrisa que parecía genuina. Se despidió de Ethan y, cuando fijó sus orbes en mí, encuadré los hombros y crucé los brazos, buscando dejarle en claro lo que era evidente. 25 Pasó a mi lado como si nada y tomó su camino junto a Jordan. —Qué chico tan extraño, en serio—acoté una vez estuvieron lo suficientemente lejos—. Es insoportable, no sé cómo Jordan y tú pueden estar cerca de él. Ethan estaba ocupado acomodando sus rebeldes rizos oscuros cuando hablé y enarcó una ceja en reacción, desconcertado. —Ni siquiera lo conoces—comentó mi amigo, divertido—. No entiendo el porqué te desagrada si jamás le has hablado en tu vida. —Ni quiero hacerlo, créeme—dije encogiéndome de hombros—. Claramente tampoco le agrado, nunca ha hecho el esfuerzo por hablarme a pesar de que está con ustedes la mayor parte del tiempo. Ethan se encogió de hombros también, restándole importancia. — Pues te sugiero que empieces a hablarle. — ¿Por qué? —Irá con nosotros a Las Vegas—respondió tan tranquilamente como si hablara del clima y no de 26 convivir cinco días con el hijo de la mujer que mis padres más odiaban en el mundo. Pensé que los ojos se me saldrían de las cuencas. —¿Qué?—dije demasiado perpleja como para recordar respirar—. Ethan ¿estás loco? Si él va, ¡se arruinará el viaje! —Leah, este es un viaje por mi cumpleaños y él es un amigo muy cercano, no veo porqué no puedo invitarlo—se cruzó de brazos y me miró con severidad. — ¡Porque estaré incómoda todo el tiempo! Y no disfrutaré de Las vegas, ¡Las Vegas, con un demonio!—enfaticé, buscaba que mi voz estuviese impregnada de convicción y autoridad, pero sólo logré sonar como una niña caprichosa. Ethan puso los ojos en blanco. —Sólo ignóralo, como haces todo el tiempo. Me sentí repentinamente molesta y pateé el piso. Definitivamente era una niña caprichosa. 27 —Bonita foto familiar—Edith miraba un ejemplar de la revista que nos había hecho una sesión la semana pasada, para saber el secreto del éxito del señor McCartney. Rodé los ojos y di un pequeñísimo sorbo al vaso de agua, esperando que mi maquillaje no se arruinara. Me coloqué a su lado y me apoyé en la barra de nuestra cocina para observar la foto. No podía negar que era linda, pero en definitiva detestaba tener que cuidarme siempre las espaldas de los reporteros como si fuesen abejas buscando la miel. Era terriblemente molesto. Ahora entendía a la perfección porqué papá los odiaba tanto y solo podía concordar con él. Mis padres se habían enterado de que tenía novio incluso antes de que yo se los dijera y todo porque un reportero nos había captado besándonos en un restaurante. Eso había sido cinco años atrás y papá todavía me reprendía por no decírselo primero. —Lo es, pero ya estoy harta de tantas sesiones y reportajes—dije alisando arrugas inexistentes en mi vestido para distraerme. 28 —Es tan cansado ser famoso—se burló Edith, al tiempo que yo le acomodaba el tirante oscuro sobre su hombro. —¿Qué están haciendo aquí todavía?—mi padre apareció en la estancia de pronto, vestido con un traje negro que se ceñía a su cuerpo perfectamente, alto y elegante. Mi amiga tenía razón: era tremendamente atractivo. —Edith—asintió a modo de reconocimiento y ella sonrió nerviosa, con sus mejillas pintándose de rojo inmediatamente, como toda una colegiala idiota. Se acercó a mí y depositó un beso en mi coronilla—. Te ves hermosa. Ambas. —Gracias—respondió apresuradamente amiga, jugando con su cabello. mi —Deberían estar en el salón, los invitados no tardarán en llegar. —De acuerdo—asentí—. Pero no estaremos mucho tiempo, recuerda que te comenté que después iríamos a una fiesta. Él enarcó las cejas. 29 —Dile a ese muchacho que te quiero en casa temprano, Leah—me advirtió en ese tono autoritario que no dejaba lugar a discusión—. Y no mucho alcohol, sabes lo que pasa cuando… —Sí, sí. Lo prometo—dije levantando la voz. —Bien. ¿Has visto a tu madre?—negué y él puso los ojos en blanco, algo que hacía mucho cuando algo estaba relacionado con mamá—. Siempre hace lo mismo, siempre desaparece. Se despidió con otra inclinación y se dirigió al salón. Edith soltó un largo suspiro. —Dijo que me veía hermosa—se colocó una mano sobre el pecho, ensimismada—. Prepárate para decirme madrastra. Le di un golpe en el hombro. —Prepárate para la decepción—bufé—. Es más probable que el mundo se acabe mañana a que papá se fije en alguien que no sea mi madre. —Estás arruinando todos mis sueños, Leah—dijo mi amiga con indignación y yo sacudí la cabeza, empezando a caminar para llegar al salón. 30 Entre más rápido termináramos con esto, mejor. Cuando llegamos al salón, el lugar estaba lleno de personas ataviadas en sus mejores trajes. Las mujeres estaban envueltas en vestidos que parecían demasiado caros incluso para usarlos y los hombres lucían sobrios y formales. Hasta cierto punto, estas fiestas me divertían, porque desde pequeña había desarrollado ese juego mental de contar cuántas sonrisas eran reales y cuántas eran falsas. Con el tiempo, había aprendido a diferenciarlas a la perfección, y sabía que la mayoría eran una farsa. Me parecía gracioso cómo todos se esmeraban por lamerse el culo unos a otros, y más a mi padre. Al parecer, ser dueño de una empresa que seguía creciendo cada día más tenía sus beneficios, entre ellos, no tener que ir tras nadie. Edith se mantuvo a mi lado la mayor parte del tiempo, principalmente porque así podía estar cerca de Erik, mi hermano, quien no le prestaba mucha atención, pues toda su concentración estaba en Claire, su novia. 31 Después de un rato sin que Jordan apareciera, me acerqué a mis padres para hacerles saber que me iría con Edith a otro lugar. Me coloqué a su lado, pero estaban demasiado ocupados charlando con personas que no conocía de nada, pero que me saludaban y alababan como si fuera la personificación de Afrodita en la Tierra. Mi madre se reía constantemente y mi padre la reprendía por los comentarios tan imprudentes que ella tanto adoraba hacer y que la mayor parte del tiempo, terminaban en carcajadas. Admiraba que mi madre no necesitaba que alguien más la halagara o la reconociera, porque había sido ella quien se había construido un camino y conocía su verdadera valía; decía lo que pensaba sin más y se pasaba por el Arco del Triunfo todos los comentarios falsos de los otros y, sobre todo, los regaños de mi padre. Oh, esos más que nada. Entre tantas risas forzadas y argumentos ensayados de empresarios que buscaban una alianza con las empresas McCartney, estaba desesperándome, así que le hice una seña a papá para informarle que mi tiempo ahí se había terminado. Estaba por responderme—o reprenderme — cuando alguien lo interrumpió. 32 —McCartney—saludó un hombre a su espalda y todos fijamos la vista en él automáticamente. La sonrisa de mis padres desapareció al instante y fue reemplazada por un semblante impasible. —Byron—reconoció mi padre y después fijó sus ojos en la alta y delgada mujer, de porte altivo y expresión férrea—. Agnes. A su lado estaba Alexander, quien me miraba fijamente y me sentí más que incómoda, porque parecía estarme escrutando, como si quiera llegar a lo más profundo de mí. Lo miré de vuelta por un momento, sólo para apreciarlo en traje y tuve que reconocer que se veía bien. Demasiado bien. Era todo ángulos y líneas duras, y el traje se ceñía a la perfección a su trabajado cuerpo. Desvié mi atención y me centré en nada en particular, sólo para no parecer demasiado interesada. —Pensé que ya no tendríamos la dicha de verlos —dijo mi madre con sarcasmo y Agnes bufó. —Hay muchas cosas desagradables que no se pueden evitar—respondió y me miró entonces. No, 33 corrección, me escaneó de pies a cabeza con expresión agria, como si verme fuera el mayor de los insultos. —En eso estamos de acuerdo—volvió a decir mamá y caí en cuenta de que Alexander, su hijo, compartía con ella muchos rasgos; entre ellos, los profundos ojos azules y su piel nívea, ligeramente bronceada. El hombre carraspeó. —McCartney, necesito discutir algunas cosas contigo. Mi padre asintió y se alejaron de la sala. Mi madre y la mujer se miraron con recelo por segundos que parecieron años y la atmósfera se sintió cada vez más cargada. No tenía ni la más remota idea de qué era lo que había sucedido entre ellos, ni tampoco tenía esperanzas de que mis padres me lo contaran alguna vez, porque siempre cambiaban de tema cuando a Erik o a mí se nos ocurría preguntar, así que simplemente asumimos que no se agradaban solo porque sí. 34 Me rasqué el cráneo, nerviosa y me despedí con una rápida inclinación. Podía sentir los ojos de Alexander pegados en mi espalda, pero lo ignoré, porque él ya me desconcertaba lo suficiente. Su imagen imponente y elegante se quedó impresa en lo más profundo de mi mente, incluso aunque quise apartarla llenándola con un millón de cosas banales. Permaneció anclada a mí cabeza durante esa noche y mil más. ¡Arrancamos con un nuevo proyecto mis niños! El primer capítulo es para conocer un poquito más la vida color rosa de Leah, la chica que tiene una vida perfecta antes de que todo se vaya al carajo. Cuéntenme, ¿qué les pareció? Con amor, KayurkaR. 35 Capítulo 2: La calma antes de la tormenta. Alexander Había sido un largo, duro y agonizante día. La ciudad era plenamente conocida por sus calientes veranos y yo había elegido—en mi infinita estupidez— usar un sofocante traje de William Fioravanti para acompañar a mis padres en la fiesta que los McCartney organizaban cada año con fines altruistas. Tamborileé inconscientemente el volante mientras esperaba que la luz del semáforo cambiara a verde y me pasé una mano por el cabello intentando arreglarlo. A esas alturas ya debía ser un desastre, pero no podía importarme menos. Nadie se fijaría en mi cabello en una fiesta de universitarios ebrios. Esas eran verdaderas fiestas. No podía esperar a ver qué juego estúpido estarían planeando Ethan y los demás para pasar el rato y embriagarnos hasta los huevos. Podía decir con certeza que aquella era mi parte favorita. 36 Después de las incesantes miradas gélidas que mi madre y la señora McCartney se lanzaban en el salón cada que tenían una oportunidad y la incomodidad que se cernía en la estancia cada vez que estaban los cuatro juntos, lo único que deseaba era que dieran las doce; ni siquiera la Cenicienta corrió tan rápido como yo para salir de ahí. En verdad, estaba seguro que en algún momento se lanzarían veneno una a la otra. Nunca había entendido a qué se debía tanto desdén por ambas partes, pero tampoco era algo que me quitara el sueño por las noches. Me resultaba infantil incluso, cómo siendo los personajes que eran y la relevancia social que tenían, siguieran comportándose tan fríamente con el otro sin razón aparente. De cualquier manera, había cumplido con el trato que le había hecho a mi madre: no insistiría más con que viviera con ella en tanto yo asistiera a sus fiestas y eventos sociales, presentándonos como la perfecta familia que de ninguna manera éramos. No era mi solución ideal para mantenerla alejada de mí pero era algo. Mientras ambos cumpliéramos con el trato, todo sería perfecto. 37 Seguí mi camino por la avenida, con el vocalista de Arctic Monkeys cantando rítmicamente Arabella. Tal vez ese día no estaría completamente perdido. Quizás, si llegaba a tiempo, podría contemplar cómo Matthew bebía en un tiempo récord y después terminaba inconsciente sentado en el escusado; y, si tenía un poco más de suerte, la noche podría tornarse exquisitamente mejor. Estaba completamente ebrio. Los chicos no dejaban de gritar y yo sentía mi cabeza a punto de explotar. Vagamente miré la camiseta que mi madre me había regalado—según ella le había costado una fortuna— y noté que estaba manchada con algo que parecía ponche pero que olía a vómito. Alguien cayó al piso con el trasero pegando contra la madera y una carcajada emergió desde mi garganta. Ethan me tomó del cabello y jaló de mi cabeza violentamente hacia atrás para que tomara directamente de la botella de tequila que compartíamos y, como el buen amigo que era, bebí 38 como un campeón hasta que la quemazón en mi garganta no me permitió ingerir más. La estancia se sentía endemoniadamente caliente y había un mar de personas que no paraban de moverse y bailar al son de una música discordante que parecía una mala mezcla de electrónica y trap. Si eso era el infierno, con un carajo, ahí quería quedarme. En mi cabeza, nadie hacía mejores pasos que yo y era el rey de la fiesta, pero sabía que era otro ebrio más que no podía mantenerse erguido; la sensación era perfecta. Revitalizante. Después de tantos pleitos con mis padres, lo que más necesitaba era descansar por un momento y desconectarme por un rato. Tomé otro trago del brebaje que Crane o Matt o cualquier otra persona había preparado y había puesto en mi mano. Tenía muchísimo alcohol y básicamente nada de soda, pero en mi estado, ni siquiera un Merlot sabría mejor que esa mierda. Los gritos en la estancia se sincronizaron de pronto y caí en cuenta de que la mayoría se había 39 reunido en torno a la mesa del comedor de Madeleine. Tuve que abrirme paso entre un montón de brazos y codos para alcanzar a ver qué era lo que tenía a todos tan emocionados. Estaba tan ebrio que me costó un poco enfocar la vista para darme cuenta: sobre la mesa, la anfitriona y Leah McCartney estaban dando un show jodidamente bueno. Incluso en mi estado tan severo de inconsciencia, podía decir con certeza que Leah se movía mil veces mejor y aunque podía notar desde la distancia que había bebido por sus movimientos ligeramente erráticos, era evidente que sabía lo que hacía. Todos sabíamos lo mucho que ella adoraba ser el centro de atención y ciertamente sabía cómo conseguirlo: desde su cuerpo perfecto hasta su carisma, ella sabía cómo hacer que la miraras, no porque fuera el tipo de chica fácil—todo lo contrario, me atrevería a decir—, sino porque captaba tu interés sin planearlo o pensarlo. Era algo que ya llevaba consigo, en la forma en que se conducía a sí misma, con altivez y coquetería. Era como un farol para las luciérnagas. 40 Leah no necesitaba hacer este tipo de cosas para embelesarte, pero era de conocimiento general que se transformaba en un peligro inminente siempre que bebía sin cuidado. Nuestras familias podrían estar peleadas a muerte, pero yo era un hombre y me era imposible obviar lo que era innegable: era dolorosamente preciosa y se movía como si eso hubiese hecho toda su vida: con seguridad y gracilidad, lo que resultaba muy gracioso porque era una música que nada tenía que ver con ello. Se sentía completamente cómoda en su piel. Madeleine seguía recibiendo atención, pero era terriblemente opacada, a pesar de que también era una chica llamativa. Leah movía sus caderas suavemente, parecía que era su espectáculo y la mesa era su enorme escenario; indudablemente estaba adueñándose de la fiesta, podía notarlo en la manera en que todos— incluyéndome— éramos incapaces de despegar la vista de ella, como si fuera una bruja. El coro de la canción se hizo presente de nuevo y echó la cabeza hacia atrás en una sonrisa, al tiempo que meneaba sus caderas, con sus fuertes piernas 41 marcándose por el apretado pantalón que vestía y la delgada blusa de tirantes que resultaba muy incitante. Bajó con sensualidad casi por completo, remarcando sus exquisitas curvas. Sin ser consciente de ello, me encontré preguntándome cómo se sentiría su redondo y bien formado trasero en mis manos; qué marca dejarían mis dedos en una de sus nalgas. Jordan definitivamente tenía mucha, mucha suerte. Fue en ese momento que recordé, en mi alcohólico estupor, que ella era la novia de mi amigo y que odiaba cuando ella bebía, precisamente porque se volvía más valiente y su deseo de llamar la atención y cometer estupideces aumentaba en un mil por ciento. Vagamente escaneé la estancia buscando algún rastro de Jordan, que era siempre quien hacía su papel de niñera cuando asistían a alguna fiesta, pero parecía no estar presente. Decidí restarle importancia y seguir bebiendo con los muchachos, pues el espectáculo se había terminado. Madeleine había bajado de la mesa para 42 vomitar y Leah estaba bebiendo shot tras shot de lo que parecía vodka. Podría haber terminado para Madeleine, pero la fiesta apenas estaba comenzando para otros. El cuarto de baño estaba caliente y se sentía húmedo. En mi garganta tenía impreso el amargo regusto del alcohol y mis pulmones luchaban por un poco de aire, pero con un carajo. Su piel se sentía tersa sobre la punta de mis dedos y la suavidad de su espalda se quedaba estampada en mis manos. Pegué más mi cuerpo al suyo, permitiéndole sentir mi turgente erección, que no hacía más que aumentar con cada meneo de su apetecible trasero. La tomé con decisión del cuello para soltar un leve jadeo de excitación en su oído, que la hizo temblar. La giré con brusquedad y clavé mis ojos en su rostro, enrojecido por la alta temperatura y el calor que se construía entre nosotros. 43 Sus orbes se posaron en los míos y se impulsó hacia adelante para besarme; aún con la mano detrás de su sudado cuello, incliné su cabeza hacia atrás, dándome mayor acceso al área que deseaba y deslicé mi lengua sobre su garganta, que sabía a sal y perfume. Ella gimió y arqueó su espalda cuando bajé aún más, creando caminos de saliva y deseo con mi boca, abriéndome paso sobre su piel, llena de transpiración por la cercanía de nuestros cuerpos. Me moría por tocar sus preciosos pechos. Estaba por llegar a ellos cuando alguien tocó la puerta del baño. Un leve llamado al principio, casi educado. Suspendí bruscamente mis caricias, esperando impaciente a que cualquier idiota que estuviera tras esa puerta conservara unas cuantas neuronas funcionales y se largara de una buena vez. Como si me hubiese escuchado, los toques se volvieron más insistentes. —¡Déjame entrar, imbécil! ¡Llevas años ahí!— gritó una voz femenina con fuerza del otro lado. 44 La miré al rostro y le sonreí forzadamente para ocultar mi hastío. Ella me devolvió la sonrisa, sus orbes marrones brillando expectantes. Pasaron unos segundos sin ruido alguno y asumí que la chica se había ido, así que me acerqué, ansioso por retomar lo que habíamos interrumpido. Acaricié su cintura y besé su pómulo, nuevamente listo y luego… — ¡Hablo enserio!—volvió a reclamar la misma voz, pastosa por los efectos del alcohol—. ¡Necesito usar el baño, estoy orinándome! ¡Sé que me estás escuchando! Mi compañera de baño lanzó un sonido de exasperación y me alejó con poca delicadeza para llegar a la puerta y abrirla con brusquedad. —Busca otro baño, éste está ocupado—dijo ofuscada. Observé a Leah enarcando las cejas con sorpresa y cruzarse torpemente de brazos desde mi lugar detrás de la chica, apreciando en todo su esplendor su típica faceta altiva. Ahí estaba: la abeja reina que desconocía por completo la palabra no. 45 —He dicho que quiero usar el baño—hizo el ademán de acercarse para apartarla y entrar, hasta que me puse detrás de la mujer y la miré. Se detuvo inmediatamente y estrechó los ojos, como si buscara ubicar mi rostro. —Hay más baños en la casa. Busca otro— contesté con más frialdad de la deseada. Frunció el ceño molesta, lista para atacarme con algo mejor, pero no se lo permití. Le cerré la puerta en la cara y volví a colocar a la chica contra la pared. — ¡Hay más cuartos en la casa!—gritó a través de la puerta, al tiempo que le daba un fuerte golpe que reverberó en el pequeño cuarto y dejó zumbando mis oídos— ¡Qué asco! Por Dios, hacerlo en un baño—la escuché renegar apenas, con los alegatos siendo absorbidos por la fuerte música. La ignoré y palpé sobre la bolsa de mi pantalón para cerciorarme de que llevaba preservativos conmigo. Cuando sentí el pequeño envoltorio, me dispuse a terminar lo que había empezado. 46 El humo se perdió rápidamente en la cerrada noche y me dispuse a dar otra calada, disfrutando del aire fresco que se hacía presente algunas veces y que había deseado casi con desesperación cuando estaba encerrado en ese cuarto de baño. Pero había valido la pena, definitivamente. Matt se recostó sobre el capó de mi auto, completamente derrotado por la fiesta y observé a unos cuantos metros cómo Ethan y otros dos chicos cantaban a todo pulmón la canción de This Love de The Maroon 5 y no pude evitar sonreír, divertido. No tenía idea de qué haría sin esos chicos. Alcé el brazo donde llevaba el reloj y lo coloqué cerca de la tenue luz que emitía uno de los faroles de la calle; con dificultad, enfoqué la vista para registrar que ya pasaban de las cuatro de la mañana y los que permanecíamos fuera de la casa de Madeleine éramos los pocos que habíamos quedado de pie. El sexo y el aire fresco habían bajo amortiguado mi estado de ebriedad, pero aún podía percibir los efectos del alcohol corriendo por mi sistema. Miré el vaso que sostenía en mi mano y decidí que lo mejor era no darle ni un sorbo más. 47 Estaba por dar otra calada cuando alguien me lo quitó de entre los dedos. Bajé la vista y miré a Leah darle una profunda calada. Enarqué una ceja, incapaz de disimular la sorpresa que me generaba el saber que ella fumaba. O quizás era la sorpresa de que ella se hubiese acercado a mí. Entonces, tosió repetidamente y jadeó, buscando recuperar el aire con una expresión de agriedad en el rostro. Una sonrisa se instaló en mi rostro cuando me di cuenta de que en realidad no tenía ni un ápice de fumadora. — ¿Qué es lo que planeas? ¿Ahogarte con el humo o algo así?—le quité el cigarrillo de entre los dedos y di otra calada, por el mero placer de enseñarle cómo se hacía, porque sus ojos pigmentados estaban pegados a mí y seguían de cerca cada uno de mis movimientos. Sonrió y así fue como caí en la cuenta de que estaba completamente ebria, porque ella jamás me sonreiría de esa manera estando sobria; diablos, ni siquiera se me acercaría estando en sus cincos sentidos. 48 —No—dijo alargando la palabra—. Sólo vengo a hacer conversación. Dio un paso hacia adelante y trastabilló peligrosamente, hasta que se apoyó en mi cuerpo, colocando una mano en mi pecho para recuperar el equilibro y echó la cabeza hacia atrás en una tonta sonrisa. —En verdad que eres un peligro—dije aún burlándome, porque ver a Leah McCartney ebria hasta el culo siempre era un espectáculo único. —Ethan me dijo que debía hablarte más y que no eras un completo imbécil—explicó, con la voz pastosa—. Pero creo que… se evivoca. Solté una carcajada, teniendo el tiempo de mi vida. — ¿Y eso por qué? —Porque…—hipó y pareció tener problemas para formular la siguiente oración—No me permitiste usar el ba… baño—colocó un dedo sobre mi pecho, acusador, moviéndolo por todo el lugar—. Que asssssco. — ¿Y por esa razón no podemos ser amigos?— pregunté, por el simple hecho de que siguiera 49 hablando y divirtiéndome. —No—movió la cabeza con ahínco, como una niña y entonces tomó un paso más cerca de mí— amigos… no. Y no supe con exactitud a qué se refería, pero fue rápida en arrebatarme el vaso y beber de él. Estaba tan ebria que apenas podía mantenerse en pie. Edith había desaparecido e Ethan estaba igual o en peor estado, así que no era una buena opción para llevarla a casa. Rápidamente sopesé mis opciones: podía llamar a Jordan y decirle que su novia era un zombi andante o podía pedir un Uber para que la llevara a casa. O, lo que resultaba más descabellado aún: podía llevarla yo mismo. La tomé del brazo cuando pareció perder el equilibrio de nuevo y se soltó para comenzar a bailar al son de una música discordante que salía desde el auto de Matt. Decidí optar por el camino seguro y llamé a Jordan. Un tono. Dos. Tres. Cuatro. Lo hice un par de veces más y el resultado fue el mismo: enviaba mis llamadas a buzón. 50 Miré a la chica, que era un desastre. Si la enviaba en un Uber a esas altas horas de la noche y algo le ocurría a la princesita de Leo McCartney, posiblemente amanecería envuelto en una bolsa para la basura y tirado en alguna zanja. Suspiré ante la posibilidad, aterrado. Ese hombre estaba loco. —Ven aquí, te llevaré a casa—dije con resignación y la arrastré conmigo para llegar a mi auto. Abrí su puerta e hice un ademán para que entrara, a lo que ella obedeció al instante. Pronto me encontré en camino a casa de una chica que no conocía de nada y posiblemente, en camino a una muerte inminente. Leah había prendido la radio desde el primer segundo en el que puso el trasero en el asiento de mi auto y parecía tener su propia fiesta ahí, ¿de dónde sacaba esa chica tanta energía? Cuando llevábamos la mitad del camino recorrido, lo apagué, hastiado con la música pop y ella me miró con indignación. — ¡Oye! Yo estaba bailando eso. 51 —Creo que ya bailaste lo suficiente. — ¿Y? La vida es una fiesta—estaba por prender la radio de nuevo cuando le di un manotazo para detenerla. —Mi auto, mis reglas—la amenacé con tono bajo y ella me miró por un instante, perpleja, antes de fijar su vista en la ventana. —Como sea. Qué amargado, creo que por eso no me agradas. — ¿Yo?—dije divertido—. Pero si soy el alma de la fiesta. — ¡JA!—se burló y se retiró el largo cabello oscuro del rostro. Pronto caí en cuenta de que estaba en mi auto con Leah McCartney y la situación me pareció demasiado risible. ¿Qué pensaría mi madre si se enterara que estaba conviviendo con la hija de las personas que ella más detestaba en el mundo? Seguramente le pondría los cabellos de punta. Nuestros padres podrían odiarse, pero tampoco era tan hijo de puta como para abandonarla a su 52 suerte, mucho menos en ese estado. Recorrimos el resto del camino en silencio— mayormente porque al parecer ella se había dormido con la cabeza pegada a la ventana— y, cuando llegamos a su residencia, hablé por el interfón con uno de los guardias. Segundos después se abrió el imponente portón de hierro que llevaba a la puerta de su hogar precedido por un largo camino de gravilla. Una extraña sensación de déjà vu se hizo presente en mi cabeza cuando conduje por el sendero, el mismo que había recorrido para ir a la fiesta de beneficencia unas horas atrás y que jamás pensé andar dos veces la misma noche, mucho menos para regresar a la princesita a su impresionante e inexpugnable castillo. Con el dragón seguramente. esperando por devorarme Ni siquiera tuve que tocar el claxon para hacerme notar, porque el señor McCartney estaba esperando en la entrada. Pensé que lo vería en pijama o algo por el estilo, pero seguía luciendo una camisa blanca, con los primeros botones sin abrochar y los pantalones del smokin a pesar de la hora. 53 Mi primer pensamiento al verlo ahí, bajo la tenue luz a esas altas horas y con esa pose férrea y rígida, fue que parecía un tipo de gánster esperando por mí para que le entregara algún paquete. En ese caso, de hecho, el paquete era su hija ebria hasta el culo. Cuando abrió la puerta, Leah casi cayó al piso de no ser porque su padre la sostuvo del brazo. —Papi…—dijo somnolienta, pero la expresión de él era hierro y piedra. —Tú y yo hablaremos muy seriamente mañana— dijo autoritario y yo me mantuve en el lugar, incapaz de moverme un milímetro o de respirar incluso. Sí era un hombre intimidante. Cuando por fin la chica bajó del auto y estuvo a salvo sobre la tierra de su casa, Leo me miró con recelo. Le sostuve la mirada, sólo para no mancillar aún más mi orgullo y conservar un poco de dignidad. —Por tu bien, espero que no le hayas puesto una mano encima, niño—me amenazó, gélido. 54 —Nunca haría tal cosa—me defendí, pero sentía su mirada escrutándome. —Más te vale—dijo sin más y cerró la puerta con más fuerza de la necesaria, dejando a mi auto temblando. Y a mí también. La cabeza me martillaba mientras salía del auto y me aproximaba a las gigantescas puertas de caoba que permitían el acceso a casa. Toqué el timbre y el mayordomo que atendía la residencia abrió, recibiéndome con una cortés inclinación de cabeza que yo correspondí apenas, pero que fue suficiente para provocarme un terrible vértigo. Tenía que dejar de beber tanto, en definitiva. Una vez estuve en la entrada del recinto que albergaba el comedor, tomé asiento del lado izquierdo y sorbí un poco del jugo que tenía enfrente; sabía a mierda. O tal vez era que el sabor del alcohol aún seguía anclado a mi lengua. 55 Miré la enorme mesa que se extendía frente a mí e inmediatamente recordé porqué odiaba comer en ese lugar: una mesa larga de ébano con al menos treinta sillas dispuestas a ambos lados se desplegaba ante mí, con un inmaculado mantel blanco cubriéndola por completo. La sensación de pequeñez me asaltó de pronto, como sucedía siempre. Era una mesa enorme para sólo dos personas. Algunas veces tres. —Alex—la voz de mi madre me sacó de mis cavilaciones y en menos de un segundo me incorporé para saludarla. Otra mala decisión que envió más vértigo por mi sistema. La abracé y su olor fuerte a perfume me inundó, como era costumbre. Antes resultaba un poco molesto y me generaba un leve dolor de cabeza; ahora, me confortaba. —Me alegra verte—me sonrió y colocó una mano sobre mi mejilla—. Pensé que no llegarías hoy para el desayuno. Se alejó para sentarse del otro lado de la mesa y se alisó el pulcro saco blanco para evitar arrugas. Esos gestos siempre me hacían reír, porque mi madre ya llevaba consigo una esencia de pulcritud y 56 elegancia inigualable, casi como si fuese un ente etéreo. —¿Tan poca fe tienes en mí, mamá?—sonreí con travesura y sus profundos ojos azules relucieron como hacían siempre cuando compartíamos una broma; un rasgo que también tenía en común con ella. —Te sorprenderías—se colocó una servilleta de tela sobre el regazo con delicadeza—. Tengo más fe en ti que en tu padre. —Todo el mundo—contesté con sorna. La persona de servicio dispuso una taza de café para cada uno y después carraspeó. —Señora Colbourn, ¿gusta que sirva el desayuno o esperarán al señor? El rostro de mi madre se ensombreció por un instante, antes de continuar revolviendo su café. —Sírvelo, por favor, dudo mucho que lo haya recordado. Mis padres estaban separados; no divorciados, simplemente habían decidido que lo mejor para la salud mental de los dos era que un mundo entero los separara, así que papá vivía en Inglaterra, de donde 57 era originalmente y mi madre se había asentado aquí, en Washington. ¿Y por qué había decidido yo quedarme con mi madre? Fácil: porque era un buen nicho de mercado para lo que me encantaba hacer y las oportunidades en ese campo eran mucho más variadas que en Inglaterra, cuya idiosincrasia no dejaba de tener un tinte más conservador. Era mitad inglés, pero odiaba el té, y quizás era por ello que papá me permitió quedarme aquí. Eso me gustaba pensar, aunque no había nada más alejado de la realidad. Al final del día, mis padres habían llegado a una especie de arreglo que mantenía la efímera paz en nuestra familia: él viviría en Inglaterra, pero viajaría aquí siempre que tuviéramos un evento importante al cual debiéramos asistir como familia. Además, vendría a desayunar, comer o cenar—lo que se acomodara mejor en su agenda— con nosotros siempre que estuviera en el país. Sólo en eso mis padres habían logrado estar de acuerdo. —Lamento la tardanza. Hablando del rey de Roma. 58 La voz de mi padre me sacó de mis cavilaciones. Lo observé con atención mientras se desabrochaba el saco y se sentaba a la cabeza de nuestra mesa, tratando de recuperar el aliento. —Charlotte me hizo saber tarde de esta reunión, y olvidé anotarlo en mi agenda—se disculpó apresuradamente y colocó la servilleta de tela sobre sus piernas. Para ninguno de los tres era un secreto que mi padre tenía una aventura con Charlotte, su secretaría, pero mi madre lo dejaba ser mientras ella pudiera seguir tomando clases privadas con su entrenador personal. Mi madre bufó. —Un desayuno con tu familia de vez en cuando no va a matarte, Byron. Papá se rascó la barba clara con cansancio y pude notar cómo las arrugas en sus ojos se acentuaban. Lucía muy cansado. —Como sea Agnes, estoy aquí, ¿no?—tomó un pedazo de fruta y la ingirió, masticando pensativo— ¿Qué tal la fiesta de ayer, hijo? Saliste corriendo ayer de casa de los McCartney. 59 —Aún tengo resaca—dije con sinceridad, sorbiendo del negro café y mi madre me lanzó una mirada de advertencia, pero daba igual. Sabía que mi padre sólo preguntaba para aparentar que se interesaba en mí. —Interesante—replicó mientras tomaba otro pedazo de fruta— ¿Has pensado en lo que hemos hablado? —¿Qué cosa?—mi madre depositó la taza sobre la mesa de nueva cuenta, curiosa y yo puse los ojos en blanco. —No iré a Inglaterra, papá. Es un tema zanjado, déjalo ya—respondí con hastío y por fin se dignó a mirarme, ofuscado. —Alex, las universidades de este país son una mierda—espetó con desdén—. Deberías pensar un poco más en tu futuro, hijo. Cambridge u Oxford no te vendrían nada mal, explotarían tu potencial. Tengo amigos que… —He dicho que no—repetí, cada vez más molesto y sus ojos claros brillaron con la misma emoción. —Deja de insistir Byron, él ya es mayor para decidir lo que quiere. 60 Mi padre la ignoró y se acercó a mí buscando intimidarme, sin éxito. —Estás tirando tu vida a la basura quedándote aquí, Alexander, y ningún hijo mío hará tal cosa. Eres el único heredero y a quien le corresponde manejar la empresa. — ¿Y si no quiero?—lo reté, alzando la barbilla para darme más importancia—. No la estoy desperdiciando, estoy haciendo lo que me gusta y estudiando una buena carrera con campo laboral amplio, ¿eso no es suficiente? —Deberías estudiar finanzas, no una maldita ingeniería—escupió y su rostro se compungió en esa mueca de desagrado con la que estaba tan familiarizado—. Y además, ¿qué pretendes hacer con la fotografía? ¿Crees que eso es redituable? No eres más que un niño idiota, por Dios. Negó con la cabeza, furioso y tamborileé ausentemente los dedos sobre la mesa. Los desayunos siempre terminaban de la misma manera; ya era toda una tradición. —Te saldrá una úlcera si sigues enojándote así— dijo mi madre con jovialidad, como si no hubiese presenciado la discusión. 61 Mi padre se frotó con exasperación el rostro y unos mechones claros pegaron en su frente. —De acuerdo, como tú quieras—dijo al final, rindiéndose. El desayuno transcurrió como siempre: en silencio y con una atmósfera de tensión e incomodidad casi insoportable. Lo único bueno que pude rescatar de ese infierno fue el pan tostado, que estaba delicioso. —Por cierto—empezó mi madre luego de un rato, con el mismo tono distante y casual—, la próxima semana tengo un desfile de modas para anunciar las marcas que estarán en el Fashion Week, así que debes estar aquí a más tardar el miércoles. Papá dejó el tenedor sobre el plato, señal de que ya había terminado y centró sus orbes azules en las de mamá. —No sé si estaré disponible esos días—objetó y ella hizo un mohín. —Pues haz lo que sea para que lo estés— respondió, en un tono que no daba lugar a discusión. —No lo sé Agnes, haz una cita con mi secretaria para saber si te puede hacer un espacio—se 62 incorporó para irse y mi madre lo siguió, furiosa. —Soy tu esposa, Byron. No necesito una jodida cita para verte—su voz era tensa y oh Dios, ahí venía de nuevo. Centré mi vista en los huevos revueltos que no había tocado, como si fueran la obra de arte más interesante que hubiera visto en mi vida. —Vaya, tenías mucho que no usabas ese término —rio sin humor—. ¿Ahora sí somos esposos? Todos mis días están ocupados, no tengo tiempo para tus berrinches, cariño. Hablaré con Charlotte para que lo anote en mi agenda, confórmate con eso. Me acarició la cabeza rápidamente y después se abrochó el saco de nueva cuenta. —Te veré luego, hijo—le hice un gesto con la mano a modo de despedida y sin mirar una segunda vez a mamá, se retiró del lugar. Ella gruñó colérica y también salió del lugar como una exhalación. Y ahí estaba: la razón por la que había salido huyendo de casa apenas tuve la oportunidad. Cada vez estaba más convencido de que había sido la mejor decisión. 63 ¡Primeras interacciones! También podemos conocer un poco de la vida de Alexander a través de este capítulo. ¿Por qué creen que Leah se acercó? ¿Flirteo o amistad? ¿Les gustan los Arctic Monkeys? Cuéntenme qué les pareció. Con amor, KayurkaR. 64 Capítulo 3: In vino veritas. Leah “¿Estoy muerta?” Intenté abrir los ojos y un latigazo de dolor recorrió mi cabeza, enviando un escalofrío por todo mi cuerpo. Estaba tan, tan jodida. La resaca amenazaba fuertemente con matarme. Con pereza, estiré el brazo y tomé mi celular, que descansaba en el buró enseguida de mi cama para revisar la hora y me limpié el hilillo de baba que corría por mi barbilla. Si alguien me hubiese visto, seguramente hubiese pensado que estaba muerta y no dormida. Tardé al menos dos minutos en enfocar la vista lo suficiente para ver claramente los números: el reloj marcaba las 3 p.m. Revisé los mensajes que había recibido la noche anterior: diez eran de Jordan preguntándome si había llegado bien a casa y cincuenta eran de Edith, que a 65 juzgar por su forma tan expresiva de escribir con un millón de emojis, estaba emocionada por algo. Decidí no responder por ahora. Mi estómago rugió en ese momento y me coloqué una mano sobre la frente, buscando aminorar el dolor de cabeza lo suficiente para incorporarme. La fiesta de ayer había sido increíble. Recordaba haber bebido como si no hubiera un mañana, también haberme divertido a lo grande, aunque la mayoría de las memorias eran difusas después de ese show que había dado encima de la mesa. Ni siquiera tenía idea de cómo había llegado a casa. Tal vez Edith me había traído o Ethan, o quizá Jordan sí había aparecido y se había compadecido de mí para traerme sana y salva. Me incorporé con pereza y me coloqué una bata de satín sobre la misma ropa que había vestido el día de ayer. Primero iba a comer algo y después me daría un buen baño con agua fría para espabilarme. Bajé las ornamentadas escaleras de caracol al tiempo que me recogía el cabello en un desparpajado moño y me dirigí arrastrando las pantuflas al comedor. 66 Tal vez Ana tendría compasión de mí y me prepararía algo. Sin embargo, mi plan se fue al infierno porque Ana ya estaba ocupada sirviendo la comida de ese día a mis padres. —Buenos días, bella durmiente—dijo papá con sarcasmo y una expresión férrea. Conocía muy bien esa cara: estaba molesto por algo. Me senté junto a Damen, mi hermano menor y me froté los párpados para desvanecer los rastros de sueño. —Buenos días—dije con voz ronca. —Pareces un zombi—dijo Damen con burla y yo le di un golpe en la cabeza. —Cállate niño. —Leah—me reprendió mi madre y cuando la miré, tenía una expresión sumamente seria que pocas veces la había visto utilizar— ¿Sabes a qué hora llegaste ayer? Mis neuronas parecieron tardar siglos en comenzar a funcionar de nuevo, porque no tenía 67 idea. Me rasqué la cabeza, nerviosa y negué cabizbaja. —Eran las cinco de la mañana, Leah—respondió papá, con ese tono que helaba hasta los huesos y que casi nunca usaba conmigo—. Estabas completamente ebria. Dime, ¿qué esperas lograr? — ¡Nada!—me apresuré a responder y le sostuve la mirada, que era mil veces más avasalladora que la mía, aunque tuviéramos los mismos ojos—. Lo siento, ayer me pasé de copas y Jordan no asistió a la fiesta, y no estaba ahí para cuidarme, así que… —Ya no eres una niña—me cortó, gélido y me arrebujé más contra la silla porque siempre que usaba ese tono conmigo me intimidaba—. Jordan no es tu niñera, tienes que ser responsable de ti misma, por Dios. — ¡Lo soy!—rebatí, molesta porque no tuvieran la suficiente confianza en mí. —Lo notamos—respondió mamá con sorna. —No eres una persona común, Leah, y lo sabes. No puedes comportarte como cualquier chica porque eso impacta, importa e implica responsabilidades— continuó papá con su sermón y yo puse los ojos en blanco—. Eres alguien relevante y lo que todos 68 están esperando es verte trastabillar y arruinarla en grande para poder aprovecharse de ello. —Lo siento, ¿de acuerdo?—los miré a ambos, furiosa y con el dolor de cabeza aumentando a cada segundo—. Tengo veintidós años, no sesena. Quiero divertirme y vivir mi vida, no comportarme como un maniquí. —Nadie dijo eso—replicó mamá con dureza—. Pero tienes que ser responsable de lo que haces y no ponerte en peligro cada vez que tienes oportunidad. — ¡No lo hago! ¡Sé cuidarme!—Mi hermano soltó una leve risilla y volví a darle un golpe, ofendida—. Están haciendo un drama por una maldita fiesta, por Dios. —Sabes lo que pasa cuando bebes de más, Leah —mi padre entrelazó los dedos sobre la mesa y clavó sus ojos pigmentados en mí—. Buen rasgo has heredado de tu madre. — ¡Oye!—dijo ofendida la aludida, pero la ignoró olímpicamente. —Asumes una posición vulnerable y yo no estaré ahí todo el tiempo para protegerte. 69 — ¡No necesito que lo hagas!—chillé con exasperación. —Claro—espetó sin creer una sola palabra de lo que dije—. En ese caso, explícame, ¿por qué Alexander Colbourn te trajo a casa? — ¡Él no…! Espera, ¿qué? Me callé de pronto, sorprendida. ¿Él me había llevado a casa? Carajo, ni siquiera lo recordaba, pero si le decía eso a mi padre, seguramente me encadenaría de por vida en mi habitación por ser tan inconsciente. —No podía conducir el auto porque estaba muy ebria, y le pedí que me trajera—mentí, buscando parecer convincente, pero sabía que ninguno de los dos me creía. —No te quiero cerca de él—dijo mamá, tajante —. No es una buena persona. Enarqué las cejas. —Y su familia mucho menos. — ¿Por qué?—intervino mi hermano con curiosidad y mis padres lo ignoraron. 70 —De cualquier manera, estás castigada— sentenció papá al final—. Sin tarjetas ni auto por dos semanas. Dame tu licencia. Lo miré con la boca abierta e hice un puchero, que era un arma infalible para convencerlo de cualquier cosa. Lo había aprendido de mamá. —Pero papi… —Serán dos meses si continúas, Leah. La decisión es definitiva, no pienso negociar contigo. Entonces decidí probar con mamá. —Mamá, por favor… —Estoy de acuerdo con tu padre—dijo sin más y mi hermano me sacó la lengua, burlón. Suspiré y volví a darle otro golpe. Si Erik hubiese estado ahí, tal vez me hubiese apoyado y habría tenido más oportunidad de convencer a mis padres de que esto que estaban haciendo era ridículo. Edith había tenido piedad de mí y había ido en su auto a recogerme para darme el manicure que tanto 71 me urgía. Necesitaba relajarme y no existía mejor manera para ello que consentirme, aunque dispusiera de poco efectivo. —Entonces, ¿estás castigada?—dijo al lado mío, mientras la chica le limaba las uñas con rudeza. Asentí y suspiré. —Pero estoy segura de que a papá se le pasará y tendré mis tarjetas de vuelta antes de ir a Las Vegas. —Recuerda que el viaje es en tres días— mencionó mi amiga, poco convencida de mi asunción. —Descuida. Creo que armó todo ese drama porque Alexander Colbourn me llevó a casa. Nunca había visto a mis padres actuar tan molestos conmigo por algo—negué con la cabeza, perpleja. —¡Anda ya, zorra!—dijo mi amiga entusiasmada de pronto— ¿Por qué no me habías dicho que tenías un rollo con Alex? Cuando me enteré que te habías subido en su auto, te mandé un millón de mensajes que jamás respondiste. —¡Porque no lo tengo!—acoté horrorizada y la simple imagen de ello me provocó náuseas—. Ni 72 siquiera sé por qué me llevó él, yo no se lo pedí. —Ajá—dijo mi amiga sin creerme—. Cuéntame los detalles sucios. —¡No hay detalles sucios!—hice una mueca cuando moví la mano por accidente y la chica me lastimó con la lima—. Además, tengo novio y le soy completamente fiel. —Lo que tú digas, mojigata—hizo una mueca burlesca y después extendió una sonrisa felina—. Pero, ¿me vas a negar que está buenísimo? Me mordí el labio, tratando de recordarlo en la fiesta de beneficencia, que era la imagen más presente que había tenido en mi cabeza y sí, bien, tenía que reconocerlo: estaba buenísimo. —Sí, ¿y qué? Jordan está mil veces mejor— contesté, orgullosa. Mi amiga bufó. —Yo no me habría bajado de ese auto al menos hasta que lo hubiese aprovechado como se debe— puse los ojos en blanco y sonreí. — ¿Qué pasó con eso de que todos los chicos de nuestra edad son unos idiotas? 73 —No necesito de su cerebro para tener sexo con ellos, Leah—se defendió mi amiga y las chicas que trabajaban en nuestras uñas se lanzaron una mirada. Edith siempre había sido muy imprudente—. Además, escuché decir a Katie, que Verónica había escuchado decir a Vicky que él era bueno a la hora de tener sexo, pero que era extraño. —¿Extraño cómo?—dije con más curiosidad de la deseada, porque todo lo que envolvía a esa familia me inquietaba por el simple hecho de que la relación que mantenían con mis padres era muy… indefinible. —Pues…—se acercó a mí todo lo que le permitió la longitud de sus brazos— Dijo que había sido exquisito, pero que en ningún momento se besaron. — ¿Y eso es algo extraño?—dije decepcionada, alejándome. Muchos chicos no besaban a la hora de hacerlo, por una razón u otra—. Tal vez tiene herpes o algo así. —Lo dudo—rio mi amiga—. Pero como sea, yo aprovecharé el viaje para saber si lo que dijo Vicky es verdad, y espero que tú me ayudes con eso. — ¿Cómo se supone que te ayude con eso?— inquirí, confundida. 74 —No lo sé, pero no me rendiré hasta que le ponga las manos encima—dijo con decisión y solté una carcajada—. No soy tan idiota como tú para desaprovechar una oportunidad de oro como la de ayer. Negué con la cabeza, divertida. Sin embargo, un sentimiento intenso de curiosidad me asaltó de pronto: ¿qué habría pasado si hubiese tomado esa oportunidad y hubiese actuado diferente? Vagamente me encontré preguntándome cómo se sentiría su cabello entre mis manos y su fibroso cuerpo contra el mío. ¿Cómo se moverían sus labios sobre los míos? El pensamiento se desvaneció un segundo después de que apareció en mi mente y me dije que era mero interés científico. Después de todo, la única persona con la que había estado en mi vida había sido Jordan. Era normal sentir ese tipo de curiosidad, ¿no? 75 —Entonces, ¿por qué no fuiste ayer?—dije acomodándome con un tazón de palomitas en el pequeño sofá de Jordan y colocando los pies sobre la mesita de centro. A papá le había tomado dos días enteros perdonarme y regresarme las tarjetas de crédito y las llaves de mi auto. Toda una tragedia; nunca se había tardado tanto en quitarme un castigo. Él se sentó a mi lado, tomando una postura relajada. —Lo siento cariño, tenía cosas que hacer. Estuve ocupado todo el día y cuando por fin tuve un poco de tiempo libre, caí en la cama como una res. Detuve mi búsqueda de una buena película en su televisión y lo miré con reproche. —Me habría encantado que me acompañaras a la fiesta de Madeleine, me habría evitado tantos problemas. Él se acercó y depositó un tierno beso en mi frente, con su barba incipiente haciéndome cosquillas. —Alex me llamó para decirme que estabas muy borracha, pero no escuché el celular y vi los 76 mensajes al despertar. Al menos él te llevó a casa sana y salva. Hice una mueca y tomé un puñado de palomitas. —Aún no entiendo cómo pueden ser amigos— me quejé y él rio, un sonido que adoraba y resultaba estimulante. Tomó mi mentón entre sus dedos y comenzó a repartir suaves besos por mis mejillas y la forma de mi cara. —Te vas mañana, ¿no es así?—susurró apenas, con una voz ronca que erizó cada uno de los vellos en mi cuerpo y yo asentí—. Voy a extrañarte tanto. Sus labios siguieron el camino de mi cuello, dejando un húmedo sendero que me prendió en fuego. —Deberías ir con nosotros, ¿seguro que no puedes hacer espacio? Él deslizó su nariz desde mi cuello hasta mi clavícula y mi corazón dio un brinco. —Tengo cosas qué hacer—su voz era seductora, mortal—. Pero te portarás bien, ¿no es así? 77 Dejé caer el tazón de palomitas al suelo sin importarme en lo más mínimo y me acomodé a horcajadas sobre él, moviendo mis caderas con lentitud de manera deliberada, sólo para sentir su deseo abultándose dentro de sus pantalones. —Por supuesto—pegué mis caderas a las suyas y él emitió un leve gruñido, encerrando mi pequeña cintura entre sus grandes manos—. Soy una niña buena, cariño… Tomé su cara y me acerqué en un ademán para besarlo. Cuando se acercó para que nuestros labios conectaran, me alejé con una sonrisa y él me miró con expectación, su erección dura como el hierro contra mis nalgas. —Y como soy una niña tan buena, soy muy obediente—lamí sus labios y sus caderas se elevaron, con sus manos viajando por debajo de mi blusa, cálidas contra la piel de mi espalda, pero las detuve cuando la sentí sobre mi sujetador—. No tan rápido. Él me miró con reproche, sus bellos ojos miel envueltos por el deseo, sosteniendo la respiración por largos segundos. Su cuerpo estaba tan rígido como su sexo. 78 Entonces, sin previo aviso, me lancé a devorar sus labios con ansia y apetito, con fuerza y autoridad. Me gustaba la dominación. Me gustaba ser quien mantenía el control y marcaba el compás de la relación, de nuestra dinámica y del sexo. Nuestras lenguas se enzarzaron en una batalla campal sin tregua y Jordan soltó un gemido que se perdió en mi boca, enviando sacudidas de placer desde mi cabeza hasta los pies. Conocía la manera en que nuestros labios se movían de memoria. Nos separamos cuando el oxígeno nos hizo falta y volví a alejarme cuando él se acercó de nuevo, con mis dedos viajando por su trabajando abdomen, retirando la tela de su camiseta. Jordan me permitía marcar el ritmo de la relación la mayor parte del tiempo; era yo quien decidía cómo, cuándo y dónde quería ser tocada y la manera en que quería hacerlo. Él lo respetaba y a mí me excitaba sobremanera. Si lo quería rudo, él obedecería. Si lo quería dulce y lento, sería el mejor para el trabajo y haría todo por complacerme. Me gustaba tenerlo a mi 79 merced y que se adaptara a mí. Tener el completo control sobre él. Y nada podía ser mejor que eso. También lo extrañaría terriblemente cuando me fuera a Las Vegas. El viaje hasta Las Vegas había sido largo y tedioso. Habíamos llegado de madrugada al aeropuerto y lo único que hicimos fue rentar dos autos para las maletas y dirigirnos directamente a la avenida Strip, donde estaba ubicado el MGM Grand Hotel, lugar donde nos hospedaríamos el fin de semana. Ethan, Matt y Alexander fueron directamente a su habitación una vez nos registramos. Sara, Edith y yo hicimos lo mismo y pronto subimos hasta el décimo piso, lugar donde estaba nuestro destino de descanso. Al día siguiente, salimos temprano del hotel y nos dispusimos a conocer la ciudad. No era mi primera vez en Las Vegas, pero sí la primera sin familia, y sabía que sería la bomba. 80 Empezamos por hacer compras y conocer sobre los lugares más famosos, así terminamos en el Caesars Palace Hotel primero y después marchamos hacia el Venetian, donde había gran variedad de tiendas. Decidimos no perder más el tiempo y nos dirigimos al centro comercial Crystals, con tantas tiendas que Edith y yo nos sentíamos en el paraíso. Para cuando salimos de ahí, mis tarjetas se sentían tan calientes que me daba miedo tocarlas. Ethan no paraba de quejarse por el montón de bolsas que lo hacía cargar, pero no me importaba en lo más mínimo. Alexander no dejaba reírse junto a Matt, ni tampoco dejaba de tomar fotografías a todos los edificios o cosas que le resultaran particularmente llamativas. Me pareció curioso saber que le gustaba la fotografía, sobre todo porque no aparentaba ser ese tipo de persona. Al final, fue él quien tomó las fotos de nuestro grupo y me moría por verlas para saber qué tan bueno era en lo que hacía, aunque no nos dirigimos la palabra durante todo el recorrido. 81 Para las cuatro de la tarde, mis pies dolían terriblemente, mi estómago gruñía y sentía que no podría dar un paso más, pero la idea de ir hasta el Stratosphere para subirme a atracciones como Big Shot, X-Scream e Insanity me motivaron lo suficiente como para seguir adelante. Jamás había gritado tanto en toda mi vida. Decidimos no movernos más y comimos en el restaurante que estaba dentro del hotel, Top of the World, con preciosas vistas a toda la ciudad. Ethan estaba soplando la vela en su pequeño pastel mientras se dejaba consentir por nosotras, que lo llenábamos de besos y mimos, con Matt partiéndose de risa por las ridículas poses que hacíamos frente a la cámara de Alexander. — ¡Salud! Por la dama más bella—dijo de pronto Matt con una copa de champagne en el aire, mirando a Ethan. Él le hizo una grosería con el dedo pero todos acudimos al brindis. Cuando mi copa chocó contra la de Alexander, reparé en que estaba a un lado mío y me sentí repentinamente incómoda, sobre todo por lo que 82 había pasado tres días atrás, cuando me había llevado a casa totalmente ebria. Decidí que lo más educado era darle las gracias, sólo para zanjar el tema y dejar de percibir esa sensación de que le debía algo. —Gracias—dije apresuradamente, esperando que él me escuchara para no tener que repetirlo. — ¿Disculpa?—contestó, sorbiendo de su copa y de pronto su aroma inundó mis fosas nasales: olía a perfume y menta, o tal vez algo más, algo que era inherente a su esencia. De cualquier manera, no me agradaba. —Gracias—repetí alzando la voz y mirándolo esa vez. Gran error, porque sus grandes ojos azules estaban clavados en los míos y su intensidad me desconcertó—. Por… por llevarme a la casa la última vez, quiero decir. Una sonrisa perezosa pero sincera se deslizó sobre su perfilado rostro y me encontré a mí misma sosteniendo la respiración. “¿Te sientes bien, Leah?” Preguntó mi cerebro en una vocecita burlona. 83 —No hay problema—dijo sin más y carraspeé, al tiempo que me alejaba bajo la excusa de ir con Edith y Sara, que discutían con los chicos sobre algo, simplemente porque estar tan cerca de Alexander me hacía pensar de manera más errática y distinta, y eso no me agradaba en absoluto. Habíamos terminado en una discoteca después de perder un montón de dinero en un lujoso casino—el único que había salido con más dinero del que había perdido había sido Alexander, que resultó ser jodidamente bueno en el blackjack y el póker. Me tenía embelesada en menos de una hora de partidas, y una parte de mí no sabía si era por su habilidad en el juego o porque se veía jodidamente sexy cuando ponía su cara de concentración: con el ceño levemente fruncido y el amago de una sonrisa impreso en su rostro, señal de que saboreaba la victoria. Reí felizmente sacudiendo mis caderas al son de la reverberante música y moví mis hombros inclinándome hacia Edith, que también bailaba con alegría. 84 El lugar estaba a reventar; el aire acondicionado no se daba abasto y sentía mi pecho y la parte trasera de mi espalda mojados con transpiración. Los chicos habían levantado a Ethan, quien sacudía una botella de champagne en el aire, completamente ebrio. Me había jurado no volver a beber de la misma manera en que lo había hecho en la fiesta de Madeleine después de la resaca tan devastadora que había vivido al día siguiente, pero la promesa se fue al carajo en cuanto el mesero llevó la primera ronda de shots de vodka y las botellas de tequila y whiskey. Me movía de manera enérgica al son de la música y los altos tacones que vestía junto con el ajustado vestido negro ya no me molestaban en lo más mínimo; sentía como si estuviese descalza, con la música estimulando todos mis sentidos y el alcohol en mi sistema volviéndome más valiente. En mi estupor provocado por dopamina, trastabillé y choqué contra alguien, que detuvo mi estrepitosa caída. —Lo siento—levanté la vista y observé a Alexander, pero en mi estado de embriaguez tan 85 avanzado no pude registrar la expresión en su rostro. Sin previo aviso, pegó mi cuerpo al suyo, con sus fuertes manos cerrándose en torno a mi cintura para mantenerme en el lugar. Lo habría alejado si no hubiese estado tan borracha, pero una parte de mí, la parte curiosa y atrevida, no me permitió hacerlo. En consecuencia, sonreí y coloqué mis manos sobre su pecho, moviendo mis caderas suavemente sólo para disfrutar de nuestro contacto. Me giré, colocando mi espalda contra su pecho y bailando para él, sintiéndome cada vez más valiente por el alcohol y decidida a probar un poco de lo que sabía era prohibido. Podía sentir su cuerpo caliente y duro contra mi espalda y sus manos acariciando mi cadera, moviéndose perezosamente junto a mí al ritmo de una música que no era nada lenta, pero la fricción entre nosotros, el calor y la situación en sí resultaba bastante erótica e incitante. Podía sentir su cálida respiración en mi oreja, bajando a mi cuello y lo dejé ser. No tenía idea de qué me había empujado a hacer aquello, mucho menos a permitirlo, pero no podía 86 ser nada malo, era solo para satisfacer mi curiosidad y nada más, no iríamos más lejos que esto y Jordan jamás se enteraría. Después de todo, lo que pasaba en Las Vegas, se quedaba en Las Vegas, ¿no? In vino veritas es una cita que significa “en el vino está la verdad” y pronto se darán cuenta de porqué. ¿Votos? ¿Comentarios? ¿Qué es lo que más les gusta de Las Vegas? ¡Espero leerlos! Con amor, KayurkaR. 87 Capítulo 4: Rudo despertar. Leah Santa Madre de… El mero pensamiento hizo que una ola de dolor me recorriera de la cabeza a los pies. Mis hombros dolían. Mis piernas dolían. Diablos, incluso me sentía tremendamente dolorida en lugares donde no tendría porqué sentir dolor. Me removí con pesadez en la cama y fui invadida por otro coletazo de malestar en toda mi anatomía. “¿Qué pasó ayer?” Fruncí el ceño, tratando de cerrar los ojos con toda la fuerza posible para que la molesta luz del sol no interrumpiera las horas de sueño que tanta falta me hacían. ¿Por qué Sara o Edith no habían cerrado las cortinas? 88 Sentía los párpados pesados y la boca horriblemente seca, como si mi lengua estuviese hecha de cartón. Mataría por un vaso de agua en ese momento. Lentamente, muy lentamente, abrí un ojo para obligar a mi cuerpo a despertarse y funcionar de nuevo. Necesitaba cerrar esas cortinas para volver a dormir. Mi cerebro registró algo cálido junto a mi brazo y asumí que alguna de las chicas se había dormido en mi cama, incapaz de recorrer el camino hasta la suya por el aplastante cansancio. De a poco, fui más consciente de mi alrededor y, cuando abrí ambos ojos, me di cuenta de que ese techo con una textura en relieve y un horrible color blanco no era del hotel donde nos estábamos hospedando. Entonces, tres cosas ocurrieron de manera simultánea: primero, me incorporé en la cama de un salto, apoyada en mis codos y me sentí mareada inmediatamente; segundo, caí en cuenta de que ese lugar no era mi habitación de hotel; tercero, y lo más aterrador, no dormía sola. 89 Lo miré junto a mí en la cama y mi corazón dio un salto al tiempo que mi trasero pegaba contra el duro piso de moqueta por la impresión, creando un ruido sordo. Aún en mi estupor, reparé en que había arrastrado la sábana que me cubría conmigo hasta el piso, ciñéndola con fuerza. Cuando la retiré un poco, me di cuenta de que estaba desnuda. Completamente desnuda. “Oh Dios, ¿qué he hecho?” repetí una y otra vez, con un terrible dolor lacerando mi cabeza y observando ensimismada cómo él se removía entre las sábanas. Pensé que me desmayaría en ese momento. Carajo, creí que me daría un infarto allí mismo. Él estaba acostado sobre su estómago, durmiendo plácidamente y con la mitad de la cara escondida en la almohada, por lo que desde mi posición no podía verle bien el rostro. Mierda, mierda, mierda. “¿Ves lo que pasa cuando bebes, Leah?” Se mofó mi conciencia y quise que la tierra me tragara 90 en ese momento y me escupiera en el infierno, donde debería estar. Sentía como si estuviera dentro de la película ¿Qué pasó ayer? y no lograba encontrar la diversión en no recordar una mierda del día anterior. Las memorias de la noche anterior eran una masa difusa e inconexa. No tenía idea de cómo había terminado ahí, mucho menos quién era el extraño que me acompañaba en la cama. Hice un esfuerzo por juntar las piezas del disparatado rompecabezas que era mi memoria, pero fui recompensada con una punzada por el esfuerzo, así que lo dejé. “Carajo” repetí una vez más, con el miedo a lo incierto y la culpa, sobre todo la culpa, comiéndome por dentro. Me incorporé con dificultad del piso, aún constriñendo la sábana para cubrir mi desnudez y toqué la zona afectada por el golpe, que seguramente se convertiría en un moretón. Aún en mi letargo creado por los efectos de la resaca, reparé en más detalles de la habitación: era pequeña y horrible, y no necesitaba ser una experta 91 en decoración de interiores para saber que no estaba en el mejor hotel de Las Vegas. Las paredes estaban pintadas de un color beige nada llamativo, con algunos lugares donde la barata pintura estaba desprendiéndose, dejando retazos blancos y dispares en su lugar. Había unas delgadas cortinas color verde limón colgando inertes de la varilla de metal que las sostenía, como si las hubiesen rasgado. A medida que el estupor del sueño y el alcohol abandonaba mi sistema, reparé en nuevos detalles que no hacían más que acelerar mi corazón y debilitar mis piernas con terror. Los muebles que eran, a lo que yo podía distinguir de plástico, estaban destrozados: había una silla verde oscuro volcada sobre una fea y desgastada alfombra, que estaba prácticamente hecha una bola sobre el piso de moqueta blanco y una botella de vodka yacía inerte sobre ella, con una mancha húmeda extendiéndose sobre la tela y una lluvia de cristales centellaba ahí donde reflejaba el sol, posiblemente de algún florero que se había hecho añicos—o que habíamos hecho añicos. Había ropa por todos lados, como víctimas de un frenesí en una masacre de prendas y podía notar que 92 no toda era mía, porque podía ver pantalones y el esbozo de una camisa azul oscuro en una esquina; mi vestido negro en el otro extremo. Pero lo peor, oh, lo peor eran los condones usados visibles sobre el piso, como un sórdido recordatorio de mi traición hacia Jordan. Tres recordatorios tan reales y contundentes como el sol que iluminaba el día. Quise gritar de impotencia, por mi estupidez y mi inconsciencia. “¿Cómo pude hacerle algo así?” Me reprendí, furiosa conmigo misma por haber bebido lo suficiente para no pensar lógicamente. ¿Y quién era el idiota que me había traído a ese horrible lugar? Me retiré un mechón de cabello del rostro y bufé. Al menos podía estar segura de que no me había dejado embarazada o pegado algo. Con decisión, rodeé la cama para verle la cara a quien me había ayudado a perpetrar mi terrible traición y trastabillé cuando por fin pude poner un nombre en aquella cara. Por favor Dios, llévame ahora. 93 Iba a morir de un paro cardíaco, no tenía duda. Alexander Colbourn dormía plácidamente sobre la cama, con su respiración acompasada por el profundo sueño y un par de mechones ondulados cubriendo su frente. De pronto, la mera visión de él tan tranquilo y totalmente ajeno al pandemónium que era mi mente, hizo que una cólera inmensa naciera en mí, cerrándome el pecho e impidiéndome respirar correctamente. Gruñí y quise darme de golpes contra la pared, arrancarme el cabello y salir corriendo. De todos los tipos con los que podía haberme liado, ¿por qué con él? Solté un jadeo de exasperación y me dispuse a despertarlo, porque iba a escucharme, oh, claro que iba a escucharme por haber abusado de mí, por haberse aprovechado de mi avanzado estado de ebriedad y mi vulnerabilidad para concretar sus pérfidas, oscuras y pervertidas fantasías. ¿Cómo se atrevía? El idiota. —Oye, despierta—dije lanzándole un cojín que yacía sobre el suelo, asestándolo certeramente sobre 94 su rostro, pero sin provocar reacción alguna. Resoplé y volví a lanzarle el mismo cojín. — ¡Despierta!—insistí, dándole algunos golpes con la misma pieza sobre la espalda desnuda, sin lograr ningún cambio. “Con un demonio, inconsciente o algo así.” sólo falta que esté Me acerqué y le toqué el hombro como si fuese radioactivo, moviéndolo apenas para despertarlo. — ¡Despierta, vamos!—alcé la voz y lo sacudí con mayor ahínco, hasta que frunció el ceño y me dio un manotazo para alejarme, como si fuera una mosca. —No molestes—susurró somnoliento al tiempo que cambiaba de posición en la cama para volver a descansar, colocando la cara del otro lado, ignorándome. Me sentí terriblemente ofendida. —¿Disculpa?—dije con indignación, cada vez más furiosa—¡He dicho que te levantes, ahora! —Déjame dormir…—masculló—. Si quieres irte, hay dinero en mi cartera para un taxi—habló más 95 claramente y juro, juro que en ese momento mis cabellos se pusieron de punta por la rabia que me asaltó y me recorrió como fuego. — ¿Qué mierda crees que soy, alguna prostituta o algo así?—respondí con voz tensa— ¡Levántate ahora mismo! Maldito imbécil, no puedo creer que me hayas alcoholizado para traerme hasta aquí, sabía que había algo mal contigo, pero jamás pensé… Mi letanía se interrumpió cuando él se incorporó con pereza, recargando su espalda contra la fea cabecera de la cama. Parecía tan jodido como yo me sentía. Se frotó el rostro, aparentemente para espabilarse y observó sus alrededores, buscando ubicarse. No fue hasta que reparó en mí que sus orbes azules se abrieron como platos y se retiró el cabello claro de la cara, como si buscara cerciorarse de que yo era real y no un sueño. Pero para su mala suerte, no era un sueño. Era una pesadilla; su peor pesadilla. Enarqué una ceja, mirándolo con dureza. — ¿Leah?—dijo boquiabierto, pasmado por la impresión. 96 —La misma, para tu mala suerte. — ¿Pero qué…? Pensé que eras…—pareció pensárselo mejor porque se detuvo y yo alcé ambas cejas—Olvídalo, no importa. — ¿Pensaste qué?—lo reté, estática en mi lugar —. Anda, dilo. Pensaste que era una prostituta, ¿no? —él se rascó el cráneo y desvió la mirada—. No sé con qué tipo de chicas sueles enredarte, ni tampoco me importa, pero no soy como ellas, merezco respeto. Alcé la barbilla, negándome a sucumbir ante mis emociones y tratando de mantenerme centrada. —Como sea. —No, no te hagas el idiota conmigo—lo amenacé —. Sé perfectamente lo que hiciste y no vas a salir impune de todo esto, maldito pervertido. Me miró sin comprender. — ¿Yo? Ni siquiera recuerdo cómo terminé aquí, mucho menos contigo—me lanzó una mirada gélida —. Así que no te des tanta importancia. — ¿Cómo que no lo recuerdas? ¡Si tú eres el culpable!—ataqué, teniendo un tiempo difícil para mantenerme colectada. 97 —Escucha, cualquier cosa que haya pasado, claramente no lo hice solo, así que baja de tu pedestal de princesita inmaculada, por favor. Inhalé y exhalé con dificultad para no perder los estribos y lo observé por unos momentos, sintiendo placer al imaginar las mil y un maneras posibles para asesinarlo. Nos mantuvimos en silencio por unos segundos que parecieron siglos y, de pronto, el sonido de una risita inundó mis oídos. — ¿La extrañas?—preguntó de la nada y yo lo miré dubitativa. — ¿Qué cosa? —La vara que logré sacarte del trasero, que te hace ser tan rígida todo el tiempo—había un tono juguetón en su voz y tuve que hacer uso de todas mis fuerzas para no ahorcarlo en ese momento. —Miserable excusa de un hombre—dije colérica y le lancé el mismo cojín, pero sólo sirvió para que él se riera con mayor ahínco. Indignada, me dirigí a lo que asumí era el baño para lavarme, porque no podía soportar por más tiempo la idea de saber que Alexander Colbourn lo 98 había visto, tocado, explorado y… Paré justo ahí, porque no sabía cuántas cosas más había hecho con mi indefenso cuerpo. Azoté la puerta para dejarle claro mi humor e hice un esfuerzo descomunal por ignorar el espejo que había sobre el feo lavabo, de un color lila chillón. Abrí la llave de la regadera, pero no entré en la ducha inmediatamente. En cambio, dejé el agua correr, inspiré profundo y miré mi reflejo, que me regresaba la mirada con desdén, juzgándome más duramente que nadie. Tenía el rímel tan corrida que incluso podría parecer La Monja, acentuándose aún más en los profundos círculos creados bajo mis ojos por la falta de sueño. Mi piel estaba más pálida de lo normal, incluso me atrevería a decir que un poco verde y mis labios resaltaban en comparación, rojos e hinchados, sin ningún rastro de labial. Cuando bajé más la vista por mi cuerpo, me percaté de las inconfundibles marcas rojas que manchaban mi cuello, mi clavícula… Retiré la sábana para contemplarme completamente desnuda y tragué en seco. También había marcas adornando 99 el inicio de mis pechos e impresas en lugares donde ni siquiera sabía que podían dejarse marcas. Sollocé y me cubrí la cara con las manos, sintiéndome el peor ser humano del mundo. Culpable, irresponsable e infiel. Todo esto había sido culpa de Edith, que había plantado en mi indefenso—y estúpido— cerebro la idea de hacer algo con aquel tipo, por mera diversión, mera curiosidad. Y ni siquiera recordaba una mierda de lo que había pasado la noche anterior. No tenía idea de cómo había llegado ahí, ni de lo que había hecho con Alexander, ni… ¡Agh! Decidí que lo mejor era darme una ducha para enfriar mi cabeza y tratar de aclarar mis ideas, y eso hice. Me froté con más fuerza y rudeza de la necesaria, buscando eliminar cualquier rastro que delatara el hecho de que el chico Colbourn me había follado, y más de una vez al parecer. Cuando salí del baño, sujeté con fuerza la toalla contra mi cuerpo, esperando mantenerla en el lugar para que me cubriera lo suficiente, aunque resultara estúpido si él ya me había visto desnuda. 100 Alexander estaba despierto, recostado sobre un montón de almohadas y con las manos tras la cabeza admirando la aburrida textura del techo. Yo, por mi parte, lo ignoré olímpicamente y comencé a colectar mi ropa, que estaba desperdigada por todos lados. Había localizado la mayor parte de las cosas, pero… — ¿Has visto mis bragas?—pregunté en tono bajo, un poco avergonzada por tener que preguntarle a él de todas las personas en el mundo sobre mi ropa interior. — ¿Llevabas bragas? Le lancé una mirada mortal y él levantó las manos en un signo inequívoco de rendición, incorporándose con lentitud y pereza, igual que un gato. Y completamente desnudo. Por un momento, no fui capaz de despegar los ojos de la vista que tenía frente a mí, que me dejó sin respiración y me privó de mi capacidad de hablar y pensar por un instante. Alexander era alto, muy alto, y su cuerpo se mostraba imponente, grande, esbelto y duro, 101 seguramente obra de sus entrenamientos. No podía creer que yo había montado aquello. O viceversa. “Oh Edith, creo que Vicky tenía razón.” —Por Dios, ¿podrías cubrirte con algo?—le pedí molesta cuando mi cerebro decidió volver a funcionar. Él no conocía la vergüenza. — ¿Por qué?—se giró y se estiró, permitiéndome observar su ancha espalda y su bonito trasero—. No es nada que no hayas visto ya. Me observó sobre el hombro, con el amago de una sonrisa divertida en el rostro y yo me giré, mayormente para no seguir su juego. Algo chocó entonces contra mi mejilla y me percaté entonces que me había lanzado mis bragas, o más bien, lo que quedaba de ellas. No eran más que tiras. Las estrellé contra el piso en un intento por aminorar de nuevo la rabia, porque no eran más que otro recordatorio. Me vestí, sintiéndome sumamente incómoda por la falta de ropa interior y me avoqué a colocarme los zapatos. 102 Me agaché para tomar uno y, nuevamente, dos cosas sucedieron de manera simultánea: la primera, fue que reparé en el tatuaje sobre mi tobillo, que de ninguna manera había estado ahí antes de la noche anterior, y la segunda, divisé un papel que estaba un poco arrugado entre mis zapatos, en una esquina de la habitación. El tatuaje era una pieza de rompecabezas, sin rellenar, sólo la forma. “¿Hay alguna otra estupidez cliché que hayas cometido ayer, Leah?” Me reprendió mi conciencia. Claro que tenía que haberme hecho un tatuaje totalmente ebria en Las Vegas. Con el corazón acelerado por mi nueva adquisición, que ardía un poco y se mostraba enrojecida alrededor de la figura, me dispuse a tomar el papel que estaba constreñido entre mi calzado. Grité. Me vine abajo, no pude colectarme por más tiempo y grité. Grité tan fuerte como si estuviese contemplando un accidente de auto, porque esto no podía estar pasándome. No a mí. Alexander salió como una exhalación del baño, con una expresión aterrada impresa en el rostro y 103 una mano sosteniendo una toalla alrededor de su cintura para cubrirse. —¿Qué?—inquirió, tratando de recuperar el aliento, pero yo no era capaz de emitir palabra alguna. Había entrado en estado catatónico. Él me quitó el papel que sostenía en la mano y, luego de un segundo, comenzó a maldecir en al menos cuatro idiomas distintos. —Joder—dijo al final, pasándose una mano por el cabello ondulado. Clavé mis ojos en él cuando me recuperé lo suficiente del estupor, colocándome frente a él a su vez, colérica, sin importarme que fuera al menos una cabeza más alto que yo. —Ya, buena broma me has gastado—reí con sorna—. ¿Dónde están Edith y los demás?—caminé por la minúscula habitación, buscando encontrarlos escondidos en algún lugar aguantando la risa—. Los he descubierto, ya no tiene caso seguir. Él me miraba perplejo y pálido, sumamente pálido. —Esto parece bastante real, Leah—mencionó con un hilo de voz y quise echarme a llorar—. Lleva 104 el sello y… —Claro que no es real, debe ser una broma de los chicos, ellos… No puedo ser tan idiota como para consentir algo así—me quejé, con el nudo en la garganta formándose—. Ni siquiera es legal, digo, se supone que no lo es al menos que estés consciente, ¿no? El terror dejó sus semillas en mi estómago y escaló como ramas de una enredadera hasta mi pecho, asentando sus raíces ahí. Me había casado con Alexander Colbourn. Casado. No quería ni pensar en lo que dirían mis padres cuando llegara con la noticia. “Papi, mami, me he casado con el hijo de la mujer que más odian en el mundo, ¿qué quieren que sirvamos en la recepción, un Merlot o un Pinot Noir?” Iban a crucificarme y el mero pensamiento fue suficiente para que mis piernas se sintieran débiles. Y Jordan. Si esa maldita acta de matrimonio era auténtica, eso significaba que ahora era esposa de… ni siquiera podía procesarlo. ¡¿Cómo podría estar con Jordan así?! 105 — ¡Cómo pudiste!—grité, hastiada— ¿Cómo pudiste hacer algo así? ¡Jordan es tu amigo! — ¿De qué mierda hablas?—me miró con incredulidad y molestia, y yo hice un esfuerzo descomunal por respirar con normalidad, antes de tener una crisis nerviosa. — ¡Lo sabes bien! ¡Te aprovechaste de mí! ¡Te aprovechaste de que había bebido para meterte en mis bragas!—lo señalé con un dedo recriminador— ¿Me drogaste? Él soltó una risita sin humor, gélida. —¿Crees que yo haría algo así? —Es la única forma en la que podría estar contigo—ataqué, furiosa, tomando un paso más cerca de él— ¡Abusaste de mí! — ¿Yo?—se señaló y tomó otro paso, con su inminente estatura provocando que me desestabilizara por un instante, antes de plantarme como metal en el suelo de nuevo— ¿Me has visto la espalda? Parece que hubo una pelea de gatas ahí encima. Hasta donde yo sé, no fui el único que se entusiasmó con el encuentro. 106 Enseguida, sentí mis mejillas arder y desvié la mirada. También tenía marcas en el cuello, y eso sólo sirvió para que me sintiera más avergonzada. Mantuvo la vista clavada en el acta, como si a través de ella pudiese atar los cabos sueltos y resolver el misterio de qué hacíamos ahí y cómo habíamos terminado casados. —Joder—volvió a maldecir, con el reconocimiento impreso en su rostro, como si hubiese tenido alguna revelación y se alejó de mí, al tiempo que yo me sentaba en la cama, acunando mi cara con las manos. —Eso ni siquiera es legal, ¿no? Debe ser nula, estábamos ebrios hasta los huevos, por Dios. Él chasqueó la lengua y lo observé tirar su billetera con hastío a la cama y masajearse el cuello. —Lo es si das la suma correcta—explicó—. Y al parecer, la hemos dado. — ¿De qué hablas?—pregunté, incrédula. —Esa acta de matrimonio es real, Leah. Es auténtica. Sentí la sangre viajar hasta mis pies y toda la habitación dio vueltas por un momento. 107 —Podemos intentar romperla o… — ¿Crees que eso servirá de algo?—me incorporé de un salto y me coloqué un mechón de cabello tras la oreja, nerviosa—. Eso no cambiará el hecho de que estamos ca…—tragué, incapaz de terminar la frase y los ojos azules de Alexander brillaron con diversión. — ¿Casados?—se mofó y quise arrancarle esa risita burlona de una bofetada. —Mierda—maldije y comencé a quitarme el esmalte de las uñas con los dientes, buscando llegar a la cutícula de la desesperación—. Pero, ¿cómo…? Ni siquiera recuerdo algo sobre ayer. Él suspiró y negó con la cabeza. —Tampoco recuerdo mucho, pero al parecer le he pagado al hombre del Registro Civil con todo lo que gané en el casino para que nos ayudara con este chistecito—respondió con amargura. Ya podía sentir el aneurisma que estaba creándose en mi cerebro y que terminaría matándome. Él volvió a negar, se pasó la mano sobre el cabello húmedo y bufó, ofuscado. 108 —A mis padres no les agradará saber esto. — ¿A tus padres?—repetí con sorna—. Los míos van a desollarme viva, peor, ¡van a desheredarme!— alcé las manos al cielo dramáticamente y él puso los ojos en blanco. —Tenemos que resolver esto, no podemos… Antes de que él pudiera decir algo más, escuché mi tono de llamada proviniendo de algún lugar en la habitación y me avoqué a buscarlo casi con desesperación, en la esperanza de que aquello no fuera más que una broma de muy mal gusto. O al menos, una parte de ella, porque a juzgar por el leve dolor que sentía entre mis piernas y las marcas que llenaban mi cuerpo, era obvio que sí había follado con Alexander. Lo encontré dentro de mi pequeño bolso debajo de la cama y me apresuré a contestar. — ¡Leah! ¿Dónde demonios estás? Llevo desde ayer tratando de localizarte—me reprendió mi amiga —. Desapareciste de la discoteca. Sonreí apenas, recibiendo felizmente su reprimenda porque al menos era algo a lo que estaba acostumbrada, en comparación con el mundo patas arriba en el que había despertado. 109 —Lo siento, me he quedado dormida—respondí pegando más el auricular a mi oreja. — ¿Dónde? Porque no volviste con nosotros al hotel. ¿Estás con un chico? —No—me apresuré a contestar y miré de reojo a Alexander, que se mantenía ocupado colectando su ropa y puse a trabajar mi cabeza a toda velocidad—. Me… Me separé de ustedes en la discoteca y casualmente me encontré a unos amigos que me dieron asilo en su casa, yo estaba demasiado ebria para llamarlos. Traté de sonar convincente, pero incluso mi indeseable compañero me miró enarcando una ceja, confirmando que era una pésima mentira. Edith, sin embargo, lo creyó porque suspiró con alivio. —Menos mal—concedió y yo volví a respirar con normalidad—. Estaba tan preocupada porque no atendías, ¿tienes idea de qué hora es? Miré mi celular y parpadeé un par de veces cuando me percaté de que pasaban de las cinco de la tarde. Eso explicaba porqué mi amiga me reñía como si fuera mi madre. Diablos, yo me comportaría igual de estar en sus zapatos. 110 —Lo siento, estaba demasiado cansada—me excusé—. Pero me reuniré con ustedes en menos de una hora, ¿de acuerdo? —Bien—volvió a suspirar y pensé que la llamada había terminado, hasta que habló de nuevo—. Por cierto, Alex tampoco llegó a dormir, ¿no tienes alguna idea de dónde pueda estar? Quise bufar. “Conmigo, recuperándose del polvo de su vida y adaptándose a la nueva vida marital, ¿quieres felicitarlo?” —No—dije cortante y observé al aludido abrochándose su camisa—. Debió haberse liado con alguna chica y se ha ido con ella. Pareció captar que era el tema de conversación porque se giró para dedicarme una sonrisa irónica, que casi me hizo sonreír a mí también por lo absurdo y surreal de la situación. —Te veo en una hora, ¿de acuerdo? Llamaré a mis padres—y sin mediar una palabra más, colgué. —Buena excusa te has inventado—mencionó al tiempo que se acomodaba las mangas de su camisa y 111 yo me dispuse a colocarme los zapatos, ignorando su penetrante mirada, que seguía clavada en mí. —Los chicos te están buscando—dije con fingida jovialidad—. Les he dicho que te has ido con… —Te escuché—me cortó y yo alcé la vista para observarlo, tranquilo y colectado como si nuestro mundo no fuera una mierda en ese momento—. Seguiré con la mentira. —Excelente. Me puse en pie, ansiosa por salir de ese lugar y olvidarme de esta pesadilla. —Esto jamás pasó, ¿de acuerdo?—nos miramos por largos segundos, igual que dos extraños que habían decidido tener un polvo casual—. Actuaremos con normalidad el resto del viaje y una vez regresemos a Washington, veremos cómo resolver esta mierda sin que nadie se entere—le ordené con autoridad, doblando el papel que nos condenaba a ambos y metiéndolo en mi bolso—. Y por favor, llega algunas horas después de que yo lo haga, no debemos ser tan obvios. —Por supuesto—volvió a mostrar esa sonrisa que era perezosamente atractiva—. Aunque es una 112 lástima que no puedas recordar absolutamente nada de ayer. Lo miré sobre el hombro y le dediqué mi mejor sonrisa desdeñosa. —Contigo Alexander, yo más bien diría que es una fortuna. Lo de ayer fue un error y no tengo intención de repetirlo—batí mis pestañas, aparentando inocencia y me dispuse a salir de allí. —Por cierto, bonitos tatuajes en conjunto nos hemos hecho. Me giré y observé el pedazo de piel expuesta que mostraba para mí en el lado derecho de su pecho, donde estaba impresa otra pieza de rompecabezas, igual a la mía. Desconcertada y sumamente ofuscada conmigo misma, abandoné la habitación y me dispuse a llegar al hotel donde se hospedaban nuestros amigos. Intenté sofocar la ira, el desconcierto y la emoción que me invadieron en ese momento. Él siempre había tenido la capacidad de despertar un millón de emociones distintas a la vez en mi interior. Reí casi histérica. Claro, porque si no cometías un montón de locuras ebrio en Las Vegas, ¿seguro 113 que has estado en Las Vegas? ¡Nuevo capítulo! La enérgica Leah ya ha metido la pata y lo ha arruinado en grande. ¿Qué creen que sucederá a continuación? Dedicaré el próximo capítulo al primer comentario (: Con amor, KayurkaR. 114 Capítulo 5: El placer de recordar. Alexander Me senté al borde de la cama una vez escuché la puerta cerrarse y permanecí observando la nada por unos buenos diez minutos. Parpadeé cuando mis ojos comenzaron a arder, pasé la lengua por mis labios y dejé caer la cara en mis manos, aturdido. “¿Qué mierda hiciste?” el pensamiento agrio cruzó mi mente como una flecha. Había sido siempre de los que creían que un buen polvo era un buen polvo sin importar quién fuera mi acompañante, pero aquello, aquello era demasiado. Rebasaba incluso mis límites de estupidez. Despertarme con una resaca devastadora no era nada nuevo, después de todo, amaba las fiestas, el alcohol y pasarla bien, como cualquier chico normal de veintidós años. Lo que sí resultó nuevo fue despertarme con una esposa luego de una de las resacas más destructivas de mi vida. 115 Reprimí la carcajada histérica que borboteaba en mi garganta, producto de la conmoción. Maldita. Sea. De todas las mujeres con las que podía haberme liado, ¿por qué Leah McCartney? Leah, la personificación del capricho y la frivolidad, amante de las miradas matadoras y controladora compulsiva; la chica que vivía dentro de su tonta burbuja donde toda su vida era perfecta, novia de mi mejor amigo e hija las personas que mis padres más odiaban en el mundo. Lo peor era que no sólo nos habíamos liado. No, nosotros decidimos llevarlo todo a un nuevo nivel de imbecilidad: nos habíamos casado. Una parte de mí creía que en realidad me había despertado en un universo paralelo, donde los cerdos volaban y el comunismo dominaba el mundo, porque esa situación era totalmente ridícula y jodidamente improbable, y aun así, ahí estaba yo en medio de todo, justo en el ojo del huracán. Un problema más que añadir a mi ya plagada lista. No era como si follarse a Leah fuera la peor de las atrocidades, todo lo contrario, me atrevería a decir. Ella era jodidamente preciosa y cualquier 116 chico al que no le gustara jugar a las espadas con sus compañeros varones en los vestidores de la universidad podría notarlo. No podía negar que a pesar de la escabrosa relación que mantenían nuestros padres y lo poco que convivimos, habían transcurrido momentos a lo largo de los años en los que había deseado inclinarla sobre la primera superficie plana para obsequiarle el mejor polvo de su vida y hacerla bajar de ese pedestal de superioridad en el que estaba montada siempre y desde el cual miraba a todo el mundo. Pero por supuesto, nunca pensé en hacerlo realmente. Además de ser una arpía controladora, sabía que Leah me arrancaría los huevos si osaba hacer algo tan atrevido como rozarla por accidente en un corredor atestado o la miraba más de la cuenta, porque como la buena hija de papi que era, me odiaba hasta la médula sin conocerme, solo porque así la habían educado. Era digna de admiración e idolatría por su belleza, pero nada más. Ah, y también era la novia de uno de mis mejores amigos. Mayor razón para sentir que la había cagado en grande. 117 Chasqueé la lengua con hastío y cerré los ojos para amortiguar el severo dolor de cabeza que se avecinaba, pero lo único que conseguí fue evocar las memorias de la noche anterior. Los recuerdos comenzaron a surgir uno tras otro sin planearlo, como una larga cadena de malas decisiones. Recordaba la discoteca atiborrada, el calor agradable de los cuerpos que bailaban sin parar, la música ensordecedora, las bebidas y la euforia que habían terminado convirtiéndose en el peor lapso de juicio que había tenido en toda mi vida desde aquella vez en que me pareció una magnífica idea cumplir el reto de comer seis kilos de salchichas en menos de quince minutos en ese restaurante alemán. Seis shots de vodka, tres vasos de whiskey y una copa de champagne después, mi sentido común se había ido al carajo y para mi mala suerte, había localizado a Leah, que bailaba de manera descompuesta y sin mucho ritmo por el alcohol. Me encontré mirándola más de la cuenta, aunque me dije que no era nada nuevo, porque todos la miraban; era difícil no hacerlo. La conocía desde que éramos niños y, aunque su altiva personalidad no había cambiado mucho a lo 118 largo de los años, se había desarrollado y crecido extraordinariamente en otras áreas. Incluso antes de ser consciente de ello, ya estaba desnudándola en mi mente, levantando ese bonito vestido que se ajustaba a sus exquisitas curvas para explorar lo que escondía debajo. Imaginé cómo se sentiría su esbelto cuerpo debajo del mío, la forma de sus pechos, el sabor de su piel y el sonido que emitiría cuando entrara en ella. Supuse que ser hijos de personas importantes no nos hacía especiales ni nos convertía en superhumanos, porque al final había sucumbido a lo que exigían mis hormonas y permitido que mi interés sexual en la hija de los McCartney dominara mis acciones, nublando cualquier rastro de sentido común. Obviamente no era el único que había perdido la razón, porque recordaba su pequeña cintura entre mis manos, la sonrisa segura que me dedicó y la determinación impresa en sus orbes al tiempo que se giraba para mover sus caderas contra mi entrepierna, excitándome con el roce en menos de un segundo. Recordé la propuesta que, en mi infinita estupidez, le había hecho al oído para largarnos a un lugar más privado y la manera en que se había 119 girado en mis brazos para asentir con los ojos cargados de anticipación y algo más, antes desaparecer juntos del lugar. La había besado justo fuera de la discoteca, sin luchar más contra la urgencia de hacerlo y sucumbiendo a mis necesidades más básicas de contacto, y sin importarme una mierda quién nos miraba en ese momento. Miré la raída alfombra en el suelo y reparé en la botella de tequila que había comprado en alguna tienda andando por los alrededores de la discoteca, misma que comenzamos a beber en la acera sin vergüenza. Me embriagué del alcohol y de ella, de su boca, hasta que su sabor se quedó impregnado en mi lengua. Cuando nos terminamos la botella, ya estaba amaneciendo y no tenía ni la más remota idea de dónde estábamos, pero Leah reía entusiasmada y ebria hasta el culo mientras me arrastraba a un local de tatuajes que habíamos encontrado. Lo que no recordaba con claridad era cómo me había convencido para que yo me hiciera un tatuaje, lo cual era una tragedia, porque vamos, ¿para qué mierda quería yo un jodido tatuaje? Ni mucho 120 menos sabía quién de los dos había elegido las ridículas piezas de rompecabezas. Seguramente ella. Hice una mueca cuando toqué la superficie de mi pecho, sensible aún por los trazos en él. Recordaba con nitidez el dolor que recorría esa zona mientras la máquina dibujaba sobre mi piel, varias punzadas a la vez abriéndose paso ahí por donde corría la tinta. Recordaba cómo Leah se había abalanzado sobre uno de los sillones y quedó muerta como una res sobre él mientras esperaba su turno, aunque seguramente su sueño reparador no duró más de veinte minutos. Así, completamente jodidos, ebrios y con un escozor en las áreas donde nos habíamos tatuado, tuvimos la magnífica idea de continuar con nuestro festival de malas decisiones, porque oye, ¿qué era mejor para coronar una noche de error tras error en Las Vegas que casarte con tu Némesis? ¿Cómo logré que no nos sacaran de las oficinas del Registro Civil? Simplemente no tenía idea, quizás era algo a lo que ya estaban acostumbrados. La memoria del hombre presidiendo Registro Civil era la más difusa de todas, pero podía rescatar la discusión que tuvimos: en mi cabeza sonaba muy 121 lógica y convincente, pero seguramente para él no era más que otro ebrio idiota en Las Vegas a punto de cometer el peor error de su vida. Fruncí el ceño cuando recordé cómo le entregaba la suma de dinero que había conseguido en el casino, la cual de ninguna manera estaba destinado a pagar aquella estupidez y él procedía a hacer los honores de esta gran metida de pata. La silueta de dos personas con rostros difusos también había aparecido en mi mente, pero como no lograba ubicarlos, asumí que eran quienes habían fungido como testigos en el acta de matrimonio, porque los nombres asentados en esos espacios tampoco me sonaban de nada. Al salir, con el sol poniéndose más alto sobre Las Vegas, Leah había conseguido comprar una botella de vodka para celebrar nuestro nuevo matrimonio, lo que nos llevó a entrar en el primer motel que tuvimos a la vista para consumar nuestra unión. Así fue como terminé follándola en la primera superficie que vi. Recordé el sonido que emitió cuando la coloqué sin mucha delicadeza contra la sólida pared de la habitación para besarla, para comerme su boca con ansia y apetito, como si fuera ambrosía; la manera 122 en que ella acariciaba mi pecho y se mostraba entusiasmada con nuestro encuentro, hundiendo su lengua con la mía, comiéndome con la misma energía. Aún podía sentir la suavidad de sus muslos en la yema de mis dedos, mis manos recorriendo la piel expuesta hasta encontrar el final del vestido, que me separaba del resto de su bien formado cuerpo. Era ágil como siempre había supuesto, pero luego de beber tanto, no podía culparla por conducirse con cierta torpeza. Logró deshacerse de mi camisa luego de varios intentos entre besos erráticos y pocos coordinados, y la lanzó a algún lugar de la habitación sin mucho cuidado, al tiempo que yo subía el vestido hasta su estómago para dejar al descubierto una bonita tanga de encaje negro. Para ese punto, ya estaba tan duro que la presión ejercida por mi miembro sobre el pantalón resultaba dolorosa, así que decidí no perder más tiempo: bajé el escote del vestido con rudeza, dejando al descubierto un bonito sostén sin tirantes, del mismo color de sus bragas. Era bonito, aunque no duró mucho tiempo en sus pechos. Estábamos tan juntos el uno del otro que no pasó mucho antes de estar ambos cubiertos de 123 transpiración, el excitante calor construyéndose entre nosotros por la deliciosa cercanía. Deslicé mis dedos en su cabello e incliné su rostro sin mucha delicadeza para darme acceso a la tierna piel de su garganta, que olía a rosas, vainilla y a ella, y que sabía jodidamente bien. Deslicé mi lengua por la longitud de su cuello, succionando de vez en cuando por la simple satisfacción de ver las marcas que dejaría mi boca sobre su piel en la mañana. Aún estaba intoxicado con nuestro encuentro y podía percibir claramente la sensación de su cuerpo, completamente expuesto ante mí; su cabello entre mis dedos y la forma de sus pechos encajando a la perfección en mis manos, sus rosados pezones rápidos en endurecerse bajo el tacto de mi lengua, que dibujaba pequeños círculos a su alrededor antes de succionarlos con fuerza y apetito. Sus uñas aruñaron su camino por mi torso hasta la pretina de mi pantalón, desatando una corriente de excitación que viajó por toda mi columna. Sus labios se deslizaron por mi pecho, hábiles y voraces, su mano a punto de tomar aquello que ansiaba su tacto antes de privarme de ello y regresar sus dedos a la 124 cintura de la prenda, bajándola más allá de mis caderas y arrancándome un gruñido de frustración. Terminé de retirar el pantalón junto con mis bóxers impulsado por el mismo frenesí, el deseo crudo y pesado pululando a nuestro alrededor. Separé sus piernas con mis pies y tomé su bonito culo con fuerza, sintiendo la firmeza de sus nalgas en las palmas de mis manos. Joder, era una delicia. La impulsé para que enredara sus piernas en mi cintura y ella obedeció de inmediato, permitiendo que la recargara contra la pared para ésta cargara con su peso. Un suave gemido salió de su boca cuando deslicé mi mano hasta su intimidad, completamente húmeda y lista para recibirme, poniéndome como un mástil. Siempre pensé que Leah, siendo tan creída y apretada, no haría una cosa tan plebeya como gemir o mostrar alguna emoción durante el sexo; incluso llegué a pensar que era una frígida, pero, cuando ese sonido de placer que yo estaba provocando llegó hasta mis oídos, perdí el poco control que tenía sobre mí y, con rudeza, retiré las bragas que portaba, sin importarme en lo más mínimo que se hubiesen rasgado en el camino. Por la forma en que me 125 miraba, oscura y deseosa, a ella tampoco le había importado un carajo. Separé aún más sus piernas para observar en la tenue luz que se colaba por la ventana esa parte de suya que estaba volviéndome loco y me relamí los labios cuando por fin la tuve expuesta ante mí, húmeda, deseosa y tan bonita como el resto de ella. No recordaba cómo había logrado ponerme el condón en esa situación, pero diablos, merecía un premio por realizar esas acrobacias en posiciones tan difíciles como aquella. Coloqué mi miembro en su entrada, que palpitaba con necesidad y la miré a la cara, buscando sus ojos en una concesión muda para enterrarme en su interior. Se sujetó con más fuerza a mi espalda y movió su pelvis para crear una deliciosa fricción entre nuestros sexos, otorgándome un permiso tácito que casi me hizo perder la cordura. Eso que estábamos haciendo estaba jodidamente mal, muy, muy mal, y estábamos a punto de ir a un lugar sin retorno, pero con una mierda si no se sentía deliciosamente bien. Éramos humanos después de todo, y todos los humanos amábamos lo prohibido; eso fue lo que terminó por decidirlo todo. 126 Cuando me enterré en su interior, mis ojos rodaron detrás de mi cabeza y ambos soltamos un jadeo. Comprendí entonces, que el paraíso no se encontraba en el cielo, sino en el húmedo, caliente y estrecho coño de Leah, que abrazaba mi miembro como si quisiera exprimirlo. Una llamarada de envidia me invadió momentáneamente, porque, ¿cómo se atrevía Jordan a reservarse esa maravilla solo para él? ¿Cómo podía ser tan egoísta? Me enterré en ella, saboreando con placer mudo las sensaciones que provocaba en todo mi cuerpo, desde mi nuca hasta la punta de mis pies. Se abrazó con más fuerza a mis hombros y, cuando comencé a embestirla, lenta y profundamente al principio para que se acostumbrara a mi invasión, gemía débilmente al final de cada estocada. La sensación era embriagadora y jodidamente estimulante. Acuné uno de sus redondos pechos en mis manos y ella recargó la cabeza en la pared, con sus bonitas facciones colocadas en una expresión de placer puro. Mi mano la alcanzó con rapidez, tomando sus labios entre los míos con rudeza, succionándolos como si mi vida dependiera de ello mientras mis caderas continuaban sometiéndola con 127 cada intromisión, sus jadeos inundando mi boca, inflándome el pecho e incendiándome. Pronto, encontré un ritmo implacable, sus uñas se encajaron en la piel de mi espalda en reacción al nuevo ritmo y aquello solo sirvió para alentarme a arremeter contra ella con mayor insistencia, su cuerpo tenso mientras la tomaba firme e inexorable, buscando llegar hasta lo más profundo, buscando grabar las sensaciones que despertaba en mí en lo más hondo de mi memoria. Jadeó más fuerte, su pelvis adaptándose a mi vaivén, otorgándome sensaciones extraordinarias que no eran de este mundo y que pocas veces había experimentado. El sonido de sus gemidos, la fricción de nuestros cuerpos y la tensión en sus piernas me empujaban cada vez más cerca del borde; sabía que no duraría mucho más tiempo, porque estaba enloqueciéndome, así que colé una mano entre nosotros, mis dedos estimulando en lentos círculos su clítoris para que terminara de correrse. Solo bastaron unos segundos para que su cuerpo se tensara y comenzara a temblar un momento después, con las paredes de su vagina apretando mi 128 miembro también. erráticamente, haciéndome terminar Me relamí los labios ante la excitante memoria, mi miembro despertándose en los confines de mi pantalón. Joder, ella debía ser una bruja o algo así, porque aquello que estaba provocando en mí no era normal. Negué ofuscado, apartando los calientes pensamientos y disipando la bruma de excitación. Pensé que lo mejor sería detenerme si no quería terminar masturbándome en ese feo cuarto de hotel, pero con un carajo, había sido demasiado bueno. Recordé la manera en que Leah se había arrodillado entre mis piernas para comenzar a jugar con mi miembro después, deslizando su lengua por la longitud de mi sexo, que no tardó en endurecerse de nuevo por sus magníficas atenciones. Ella era buena en muchas cosas que hacía y, dar una mamada de primer nivel, no había sido la excepción. Fue tan buena que incluso ahora me sentía un poco avergonzado, porque no había tardado en enredar mis dedos entre sus sedosos mechones para retirarla, porque estaba a punto de correrme. Sin embargo, se mantuvo firme como el hierro y me hizo terminar en su boca. 129 Me estremecí al evocar la manera en que me había montado sobre la silla color verde, con entusiasmo y fiereza, logrando que llegase hasta lo más profundo de ella, dejándome con un insistente malestar en la pelvis, y amenazando con romper el feo mueble con la inexorabilidad de sus caderas. ¿Cómo logré llegar a un cuarto round? No tenía ni la más mínima idea, pero lo había conseguido y había valido la pena, totalmente, porque contemplarla lista y dispuesta para mí sobre la cama era estimulante suficiente, así que no perdí tiempo y la tomé de nuevo, con sus gemidos llenando el aire y sus palabras ahogadas de cómo quería que la tomara. Duro. Fuerte. Profundo. Leah podía ser una arpía y podíamos haberla cagado en grande, pero con un carajo, me había dado lo que yo calificaba como un polvo de primera clase y eso era algo que debía agradecerle, porque era la primera vez que me sentía tan drenado después de una sesión de sexo. De pronto, la voz de mi madre llegó a mi mente, con el mismo sermón que me daba todo el tiempo. “Esos revolcones con cada chica bonita que te encuentres no te llevarán a ningún lado, Alex. Esta fase pasará, y al final, tendrás que encontrar a una 130 mujer que sea digna de ser tu esposa para sentar cabeza.” Sonreí irónicamente, porque ella tenía razón: me había metido en todo este rollo yo solo, pero al menos había encontrado una dichosa esposa. El sonido de mi celular terminó por sacarme de mis cavilaciones y lo desbloqueé para ser recibido por un mensaje que me secó la boca de nueva cuenta por razones muy distintas y me provocó un dolor de cabeza de proporciones épicas. Thomas: ¿Has conseguido ya el dinero? Sí, lo había conseguido y perdido en la misma noche. Lo leí un par de veces más, intentando sofocar la sensación de angustia que constreñía mi pecho y al final, decidí ignorarlo. Debía volver al hotel con los chicos, porque ya me había ausentado demasiado. Seguí el juego de Ethan y Matt cuando me preguntaron por qué me había ausentado por tanto tiempo y dije lo que ya había ensayado: que me había liado con una chica bonita en la discoteca y 131 me había quedado en su departamento hasta el anochecer. Por cuanto respectaba a Leah, me ignoró el resto del viaje e hizo lo que llevaba haciendo toda su vida, solo que ahora con una razón de por medio: hacer como si yo no existiera. A veces, cuando estábamos cenando con los chicos en algún restaurante o caminábamos por las calles, hacía una seña indicándole el cuello para que ciñera con más fuerza la mascada que se había enrollado en torno a él para ocultar las marcas que yo había dejado ahí. Supuse que lo hacía porque tenía un lado sádico al que ya me había acostumbrado y me permitía disfrutar de la cara de terror que desencajaba sus bonitas facciones ante la posibilidad de que alguien pudiera notar las marcas que yo había dejado, solo porque sí y porque era la forma de vengarme luego de tantos desplantes suyos sin razón a lo largo de los años. Cuando por fin regresamos del viaje, todo pareció volver a la normalidad. 132 Había quedado con mi madre para encontrarnos en su restaurante italiano favorito y ponernos al día. Era una práctica que habíamos desarrollado desde que ya no vivía en la enorme pero asfixiante casa que ella había comprado aquí en Washington. Le entregué las llaves de mi auto al valet parking y entré al lugar, donde divisé a mi madre sentada en una de las mesas al final junto a un gran ventanal, como le gustaba hacerlo la mayor parte del tiempo. Ser una diseñadora famosa era magnífico según ella, pero también llegaba a ser molesto, porque continuamente era asediada por mujeres que buscaban sus servicios, o una foto con la mujer que se encargaba de diseñar para las mejores marcas. Se levantó de la mesa apenas reparó en mí, recibiéndome con brazos abiertos y la estreché con afecto, porque era lo único real y auténtico en ese desastre de mundo que yo me había creado los últimos meses. — ¿Qué tal ha ido el viaje?—preguntó, sorbiendo de su martini. Yo me encogí de hombros, concentrándome a propósito en colocarme la servilleta en el regazo. No podía verla a la cara. 133 —Nada fuera de lo normal. “Y que lo digas.” se mofó mi conciencia. “Imagina si hubiese sido algo fuera de lo normal.” — ¿Qué tal el Fashion Week? ¿Papá se reunió contigo en París?—pregunté, en un intento por desviar el tema. —Sí, aunque ya lo conoces, se quedó solo el día de la rueda de prensa y después ha corrido como un perro tras los huesos de su secretaria. Había un toque de resentimiento en su voz, pero decidí ignorarlo porque era lo mejor antes de que terminara llorando. — ¿Ha ido bien? Se encogió de hombros. —Nada fuera de lo normal—dijo imitando mi comentario. Ordenamos la pasta bolognesa que a ella tanto le gustaba, un plato de ravioli y una ensalada. Había desarrollado un tipo de fobia momentánea al alcohol después de las inoportunas—pero no por ello menos placenteras— consecuencias que había traído consigo, así que en lugar de la copa de vino que solía beber, opté por agua mineral. 134 Mi madre no perdió detalle y me miró enarcando una perfecta ceja rubia. —Ya, ¿has tenido una congestión alcohólica en el viaje, hijo?—preguntó a mitad de camino entre la preocupación y la diversión. “Si tan sólo supieras lo que he hecho.” Sonreí con ironía. Por un segundo me imaginé la cara que pondría cuando se enterara que me había casado con la hija de Leo McCartney. Seguramente se moriría en ese momento. —No, es solo que no me apetece beber por el momento. Me miró suspicaz, pero no dijo nada más al respecto. Comimos en cómodo silencio, hasta que mi madre volvió a hablar, limpiándose los labios con parsimonia. —Por cierto, tu padre quiere verte. La miré dubitativo. — ¿Está aquí?—asintió lacónicamente—. Pensé que se quedaría en París con… 135 —Tenía algunos asuntos que resolver con Leo— hizo esa típica mueca de disgusto que adornaba sus facciones cuando algo relacionado con esa familia era puesto sobre la mesa. Recargué los codos en la superficie de madera y me incliné hacia adelante, interesado. Normalmente, los McCartney me importaban lo mismo que una montaña de mierda que miraba por la calle, pero como actualmente me encontraba casado con la joya de su corona, necesitaba saber dónde yacía el origen del odio que ambas familias tan fuertemente se profesaban. Me sentía dentro de una mala versión de Romeo y Julieta, sólo que con intervalos más placenteros y menos dramáticos, por mi parte, al menos. — ¿Por qué los odias tanto?—esbocé una sonrisa, esperando que escondiera la curiosidad que me comía por dentro—. Nunca me has contado esa historia. Mamá tomó el último trago de su martini como si estuviese atragantándose con él. Alzó la copa para que un mesero la retirara y la llenara de nuevo. —Esa familia es una farsa—espetó con desdén, pasándose la mano por su perfecto y compacto 136 moño. Enarqué una ceja en una interrogante muda. Su pobre explicación no me aclaraba en nada el panorama y ella suspiró, comprendiendo. —Tu tía Chelsea literalmente casi muere por culpa de Leo, y ni siquiera pienso hablar sobre su esposa. Alison es lo más falso de esa familia—una pequeña vena se hizo visible en su frente, cosa que sólo ocurría cuando estaba furiosa—. No puedo creer que él haya terminado casándose con esa… esa…—Hizo aspavientos con las manos y si no conociera a mi madre tan bien como lo hacía, podría jurar que estaba celosa—…Ese tipo de mujer. No conoce la educación, ni el pudor, y si no fuera por el dinero de su esposo, ella seguiría siendo una estúpida y vulgar… Pareció pensarse mejor las cosas y se relajó de pronto, masajeándose las sienes, algo que hacía constantemente para evitar la aparición de arrugas. —De cualquier manera, esa familia siempre es malas noticias para nosotros, así que lo mejor que puedes hacer, hijo, es mantenerte tan alejado de ellos como te sea posible—aconsejó, recuperando la compostura—. No vaya a ser que te peguen algo. 137 Quise reír por lo irónica que resultaba la situación, pero me controlé. “Ya, buen consejo me has dado mamá, aunque es un poco tarde para aceptarlo.” Suspiré con cansancio mientras entraba a mi departamento. Las comidas con mamá eran siempre entretenidas por su larga lista de chismes, pero también eran desgastantes en la misma medida por sus prejuicios sin fin. Me encaminé directo al cuarto que utilizaba para revelar fotografías y me avoqué a trabajar en aquellas que había tomado durante el viaje a Las Vegas. La fotografía había pasado de ser un hobbie a una verdadera pasión. Me gustaba experimentar con la luz, los matices, los enfoques y los ángulos. Había ganado algunos concursos amateur en los que había participado y tomado un sinfín de cursos para mejorar mi técnica. A lo largo de los años, había ganado cierto reconocimiento en el ámbito de la fotografía—algo que resultaba sumamente difícil en un campo tan competitivo y subjetivo como ése 138 —. Así que de vez en cuando me llamaban algunos productores de proyectos medianos o marcas para hacer las sesiones a sus modelos. Algunas veces simplemente me contrataban para hacer sesiones casuales y eso me iba perfecto, porque me permitía practicar y ganar dinero a la vez. Otras veces, me ganaba el dinero haciendo otras cosas—unas un poco turbias, otras más legales—, y no era como si no tuviese dinero; mis padres se pudrían en él. Podía simplemente estirar la mano y pedir que cumpliesen todos mis caprichos, y sabía que lo harían sin rechistar, el problema era que ese modo de vida no iba conmigo. En parte lo hacía por esa razón, pero el mayor motivo era porque quería demostrarle a papá que podía labrar mi camino por mí mismo, sin necesidad de sus contactos en Oxford o Cambridge para tener un futuro. Quería demostrarle que podía hacer la misma fortuna que él dedicándome a lo que me apetecía y me era afín. Obviamente, él solo ponía los ojos en blanco y suspiraba con exasperación cada vez que le presentaba ese argumento. Colgué en el cordón que pendía a través de la habitación las fotografías que había tomado en Las 139 Vegas y las observé con atención. Mis favoritas eran las del grupo en las afueras del hotel Bellagio, la luz era perfecta, el fondo claro y nítido. Salí del cuarto para apreciarlas mejor bajo la luz de la lámpara de mi sala. Me dejé caer sobre el sofá y absorbí los detalles. Había sido bendecido con una habilidad visual y era muy afín a ese sentido mío. También tenía una memoria excelente para los pequeños detalles y una imaginación casi prodigiosa. Tal vez por ello había decidido estudiar una ingeniería: se me facilitaba resolver problemas de distintas maneras. Pronto, sin embargo, el resto de los ocupantes de la captura y los detalles pasaron a segundo plano y comencé a buscar a Leah en las fotografías casi por instinto, bebiendo su apariencia. Ella podría ser modelo si lo quisiera; era una persona muy fotogénica, casi como si la cámara se adaptara a ella y no viceversa. Me detuve en una foto que le había tomado en el Venetian, y me percaté demasiado tarde que estaba analizando más de la cuenta la curva de su sonrisa, la forma en que sus ojos se estrechaban cuando estaba contenta, su postura siempre segura y su sensualidad despreocupada, la manera en que la sus pechos 140 resaltaban bajo su blusa color negro y su culo, que dibujaba un arco perfecto. Mierda. Sentí mi miembro despertarse, tensándose contra mi pantalón. Si yo hubiese sido una mejor persona, un mejor hombre, habría pensado en cualquier otra cosa para desaparecer la imagen de su firme culo y la redondez de sus pechos, pero como era, según Leah, la patética excusa de un hombre, seguí recordando partes de su anatomía, de la maravilla que era su cuerpo. Imaginé la calidez de su piel bajo la yema de mis dedos, la dureza de sus piernas y la manera en que se erizaba ahí donde mi tacto se asentaba. Lentamente, dejé las fotografías que observaba en la mesita de centro frente a mi sofá y me incliné lo suficiente para estar cómodo, bajando la cremallera de mis pantalones para liberar la turgente erección que no hacía otra cosa que crecer con cada recuerdo que evocaba mi memoria. Recordé el sabor de su piel, la manera en que sus dedos viajaban por mi pecho, aruñaban mis brazos, mi cintura. 141 Con cuidado, envolví mi erecto miembro con mi mano y le di un practicado apretón, liberando un poco de tensión y, con otro tirón, lo hice endurecer más, gruñendo suavemente por la exquisita sensación. Mi tacto no era ni de cerca tan suave ni determinado como el de Leah, joder, que esa mujer sabía hacerlo de una manera que no era de este mundo. Evoqué la manera en que sus piernas envolvían mi cintura, el roce de sus duros pezones en la palma de mi mano y la dulce sensación de su vagina embalando mi falo. Bombeé con mayor rapidez y aumenté la fuerza del agarre sobre mi pene, tocándome en los lugares que sólo yo conocía y que ella descubrió con una facilidad increíble. El mero pensamiento de saber que había tenido el manjar que era Leah listo y expuesto para ser comida por mí fue suficiente para enviar una nueva llamarada de excitación por mi sistema y dejé caer la cabeza hacia atrás, sobre el sofá, disfrutando de la sensación. Recordé la suavidad de sus labios sobre los míos y la manera en que su lengua recorría con lentitud la longitud de mi pene, desde mis testículos hasta la 142 punta. Dios, era tan buena. Su boca diestra, ágil y dispuesta a tomarlo todo sin miramientos ni pudor. Continué tocándome, tirando, bombeando, recordando, disfrutando. apretando, La manera en que su boca se había envuelto en torno a mi miembro fue casi suficiente para empujarme el filo del abismo. Su cavidad era húmeda, caliente y jodidamente hábil en todo lo que hacía. Su personalidad enérgica estaba impresa incluso en ese tipo de actividades y su mano bombeaba mi miembro mientras aún lo mantenía en su boca. El solo pensamiento de saber que la había tenido completamente para mí, que sus uñas se habían enterrado en mis espalda de la misma manera en que yo me había enterrado en ella, que la había follado de varias maneras, que había atravesado las perladas puertas de su paraíso… Fue suficiente. Me tensé y me corrí sobre mi mano y mi estómago antes de poder evitarlo. Traté de recuperar la respiración al tiempo que me regocijaba en los efectos del orgasmo. 143 Leah era, en definitiva, malas noticias. Y, como las malas noticias que era, debía terminar con ese enredo antes de que se hiciera más grande. Sin embargo, y muy a mi pesar, no podía desaparecer el malestar que se extendía por mi pecho al saber que no podría tenerla de nuevo, que había sido error de una sola ocasión y que sus bonitas piernas se habían cerrado definitivamente para mí. Lo que hicimos había estado mal, había ido en contra de todo lo moralmente correcto y lo políticamente aceptado, pero eso no fue impedimento para hacerlo igual. Aún en mi letargo, caí en cuenta de por qué su padre la cuidaba tanto, igual que un dragón custodiando las paredes de un castillo. ¿Y cómo no hacerlo? Si su caprichosa princesita era. Toda. Una. Delicia. Y una que yo había tenido el privilegio de probar. Acomodé mis pantalones y me levanté del sofá con pereza para darme una ducha. La necesitaba urgentemente. El agua hizo maravillas para desaparecer los resquicios del estrés que esa semana me había 144 generado y luego de veinte minutos rumeando en el mismo asunto, decidí salir porque el agua estaba tornándose fría y no quería congelarme el culo. Al llegar a mi habitación, nuevos mensajes en mi celular iluminaban la pantalla. Thomas: El tiempo se agota, Alex. Thomas: Entrega el dinero, no queremos tomar otras medidas. Thomas: Rick está perdiendo la paciencia. Observé los mensajes por largos minutos, aún húmedo por la ducha y sopesé mis posibilidades. Lo mejor que podía hacer era hablar con Leah, explicarle la situación y esperar que aceptara ayudarme a salir de esta. Aunque, conociéndola, era más probable que el mundo se acabara mañana a que ella me diera el sí. Ya no podíamos ignorarnos por más tiempo. Teníamos que negociar. Ahí va otro capítulo más. 145 ¿Alguien más ama los capítulos subidos de tono? (No conozco la vergüenza jeje) Si llegamos a 30 votos para mañana, subiré el próximo capítulo en unas horas (he tenido un asalto de inspiración). Cuéntenme, ¿qué les parece? Por cierto, ¡felices fiestas a mis lectores de México! Espero que estén celebrando como se debe el Día de Independencia, y me alegro enormemente de que seamos compatriotas (: Disfruten mucho, beban mucho— responsablemente, claro, porque no queremos malas consecuencias— y, ¡enorgullézcanse mucho! El próximo capítulo irá dedicado al primer comentario. Con amor, KayurkaR. 146 Capítulo 6: Podría ser rabia. Alexander Martes. Habían transcurrido diecisiete días desde que me había follado a Leah. Aunque había mantenido una prudente distancia por la salud mental de ambos, mi paciencia ya estaba colmándose y el tiempo que me habían concedido para entregar el dinero agotándose. Ella continuaba partiendo el mar de estudiantes igual que Moisés cuando caminaba por los pasillos, seguía pavoneándose como la niña creída y apretada que era, riendo con su círculo de amigos y mostrándose afectuosa con Jordan, como si nada hubiera pasado entre nosotros. Como si nunca hubiésemos follado. Como si no estuviéramos casados. Como si ignorándome lograría desaparecer el problema que amenazaba con aplastarnos a ambos. Había intentado interceptarla un par de veces desde que regresamos, pero era una maldita arpía escurridiza. Cada vez que nuestros ojos conectaban 147 y caminaba hacia ella para hablar, salía huyendo, como si fuera la peor de sus pesadillas persiguiéndola. Siempre que estaba a punto de atraparla, giraba en una esquina para desaparecer; cuando por fin lográbamos coincidir, nunca estaba sola y no podía solo llegar y pedir hablar sobre nuestro matrimonio, porque conociéndola, me ahorcaría allí mismo. Era verdad, sí, necesitábamos solucionar el problema de nuestra indeseable unión lo más pronto posible, pero para mí, era más urgente resolver el problema de Rick, y para ello, necesitaba de Leah. Si tan solo pudiera encontrarla a solas un momento… Salí de mis cavilaciones cuando alguien dio un golpe en la parte trasera de mi cabeza y alcé la mirada para observar al idiota que me había golpeado. — ¡Deja ya de pensar en tantos coños!—gritó Ethan alejándose de mi lugar y saliendo del aula— ¡Se te requiere en el pasillo de salchichonería, guapo! Sonreí mordaz y le hice una grosería con el dedo, que él correspondió lanzándome un beso. 148 Me levanté a regañadientes para ir hasta los vestidores—léase pasillo de salchichonería según Ethan— y prepararme para el entrenamiento. En definitiva, no estaba de humor para ningún juego, pero sabía que los chicos me colgarían de los huevos desde lo más alto del asta bandera si decidía no asistir a este juego, incluso si no representaba más que eso, un entrenamiento. Ese año todos estábamos muy determinados en ganar, y el entrenador más que nadie, a juzgar por las miradas matadoras que nos dedicaba siempre que fallábamos los lanzamientos. Lo seguí hasta los vestidores y me resigné a pasar las próximas dos horas bajo el sol abrasador del campus. —Bonito tatuaje—mencionó Jordan una vez estuvimos de vuelta en los vestidores y me tensé de inmediato. Mierda. Había olvidado por completo que ahora estaba marcado como una vaca. ¿Lo decía en serio, o era que ya había visto el tatuaje que tenía Leah en su tobillo y estaba 149 controlándose para no romper mi bonita nariz? Como si estuviera en una película de terror, me giré para encararlo y respiré aliviado cuando me di cuenta que tenía una sonrisa divertida en el rostro. —¿Te lo hiciste en Las Vegas?—se colocó los pantalones y se dispuso a hacer lo mismo con su camiseta. —Es un poco cursi, ¿no crees?—dijo con burla, pasándose una mano por el cabello castaño que estaba alborotado por la ducha—. No sabía que eras de los que se hacían ese tipo de cosas. ¿Quién tiene la otra pieza? Un amago de sonrisa jaló de mis labios. “Tu novia” Por un instante, me pregunté cómo reaccionaría Jordan si se enterara que había probado del festín que era Leah y peor aún, que en mi gran estupidez la había hecho mi esposa. —Nadie—dije disipando el pensamiento enseguida y terminando de abotonar mi camisa—. No he encontrado a la afortunada todavía. 150 —Tal vez no es la afortunada, sino un el afortunado—enfatizó Ethan a mi lado, también húmedo por la ducha y aún con la toalla en torno a su cintura—. Ya es hora de que salgas del clóset, Alex, muchos hombres se mueren por ti. Me dio un apretón en el trasero, al tiempo que yo rodeaba su cuello con mi brazo y le revolvía el cabello con el puño. Si no supiera su sucio historial, podría jurar que él bateaba en otras ligas. A veces era tan raro. —¿Eso te incluye a ti?—dije a modo de broma —. Ya es hora de tú salgas. Lamento decirte, amigo, que aunque yo fuera gay, no tendrías ninguna posibilidad conmigo. Ethan se deshizo de mi agarre con rudeza y se acomodó la toalla en torno a la cintura. —Preferiría cogerme una cabra, te lo aseguro— dijo el moreno siguiendo la broma y se retiró la toalla, pavoneándose por el vestidor como si verlo desnudo fuera mejor espectáculo que el Cirque du Soleil. Jordan soltó una risita baja ante nuestras estupideces y me palmeó la espalda, saliendo junto a 151 mí del vestidor para dirigirnos a la cafetería y comer algo antes de la última hora de clase. Tenía tanta hambre que podría comerme una res entera. Sin embargo, el entrenamiento demandaba siempre una dieta estricta, así que me deshice de mi sueño de alimentarme sólo de proteína y opté, igual que Jordan, por una escueta ensalada—que en mi humilde opinión sabía a mierda— y que tenía sólo cinco tiras de pollo. Querían matarnos de hambre. Aquello no era una dieta, era tortura, pura y cruda. Tomamos asiento en una de las mesas de la cafetería, que, como siempre, estaba atestada y Jordan se dedicó a comer como si la ensalada fuera un orden de alitas. —Aún no me has contado los detalles—dijo una vez tuvo el plato casi vacío. —¿Sobre qué?—tomé un sorbo de agua y volví a dejarla sobre la mesa. ¿Cómo podía tener el plato a la mitad en quince segundos? Yo aún seguía peleando por masticar la asquerosa tira de pollo. 152 —La chica con la que te fuiste de la discoteca— me dio un empujón a modo de juego y casi me atraganté con la maldita tira—. ¿Era buena? ¿Tenía buen culo? Me miró de manera sugerente y quise soltar una carcajada. “Si tan solo supieras…” —Pues… Antes de que pudiera formular una respuesta, Ethan se sentó con nosotros cargando su bandeja, acompañado por Edith y Leah, que como siempre, tomó su lugar junto a su novio. —Les he dicho que esperaran por mí—refunfuñó el moreno, indignado. —Tardaste demasiado en tu desfile—se quejó Jordan, dedicándose enseguida a depositar tiernos besos en la mejilla de su novia. Leah me miró por un instante, dura y penetrante, casi como si emitiera una amenaza muda y yo la ignoré olímpicamente, sólo para demostrarle que pese a sus intentos por intimidarme, no estaba haciendo un buen trabajo. 153 —¿De qué estaban hablando?—preguntó Edith, una sonrisa enorme surcando sus labios y tan cerca de mí que podía percibir su intenso olor a vainilla. —Le preguntaba a Alex sobre su aventura tierras inexploradas—podía ver la broma brillando en los ojos de Jordan. —¿Eso qué significa? — ¡Por Dios, Edith! ¿En qué caverna vives? ¡Pon atención mujer!—Ethan puso los ojos en blanco dramáticamente y después sonrió con picardía—. Se refiere a la chica con la que estuvo en Las Vegas, y ahora que lo menciona, yo tampoco he escuchado bien los detalles, ¿cómo fue? ¿Cómo era la chica? —¡Tienes razón!—la rubia abrió la boca impresionada.— Yo también quiero saber—me dio un codazo en el costado. —Aunque a juzgar por las marcas que te dejó en el cuello, ya puedo imaginarme la respuesta—los orbes oscuros de Ethan no perdieron su brillo de travesura. — Quería comerte vivo. Todos fijaron su vista en mí, expectantes; sin embargo, yo clavé mis ojos en Leah, disfrutando enormemente de la manera en que me perforaba con 154 la mirada a modo de advertencia y del tono un poco más pálido que había adquirido su piel. Aquello podía resultar muy divertido. —Fue muy interesante—esbocé una sonrisa lentamente, asegurándome de que mostrara la satisfacción que sentía por dentro y regodeándome en que ella siguiera cada uno de mis movimientos—. Aunque en realidad no hablamos mucho, básicamente nada. —Ése es mi hombre—Jordan me dio una palmada en la espalda con orgullo y mi maléfica sonrisa se ensanchó al reparar en Leah con diversión sádica, su rostro yendo del color rojo al verde y después al blanco para terminar con el rojo otra vez. —Fuiste quien más aprovechó ese viaje—bufó Ethan.— A mí no se me acercó ni un perro. —No te imaginas cuánto, y sé que ella lo disfrutó también. Me encargué de ello—dije con tono malicioso y sorbí de mi botella de agua sin perder detalle de mi volátil esposa. Si las miradas mataran, yo ya estaría enterrado tres metros bajo tierra hacía mucho tiempo. Era un talento. 155 Leah carraspeó entonces para desviar la atención. —¿Podemos cambiar de tema?—me miró con displicencia—. No todos somos tan vulgares para contar ese tipo de cosas y créeme, no me interesa escucharlas. Contuve una carcajada, permitiéndome disfrutar de las reacciones que le causaba y de su desesperación por abandonar el terreno tan peligroso que habíamos pisado. —Tranquila reina del hielo, sabes bien lo mucho que nos gustan los chismorreos—dijo Edith mordaz y todos rieron en la mesa, a excepción de nosotros dos. Si ella iba a seguir escurriéndose igual que arena entre mis dedos, al menos haría de este juego algo divertido y entretenido para los dos. Fue cuando salía de la última clase del día que la miré girando en uno de los pasillos y me apresuré a seguirla. Antes de poder pensar mejor la manera en que debía abordarla, la tomé del codo con brusquedad y la giré, deteniendo su andar y 156 estampándola sin mucho cuidado contra una de las paredes del pasillo. Si seguíamos así, eso se iba a convertir en una costumbre. Leah me miró sorprendida por un instante, aterrada incluso, antes de que el hastío se adueñara de su semblante y retomara una de sus actividades favoritas en la vida: clavarme estacas con sus ojos. — ¿Qué demonios está mal contigo?—escupió, recuperándose de la impresión. — ¿Quién te crees que eres para tomarme así? Casi me matas del susto. Alzó la barbilla altiva y desafiante, y en respuesta, yo apreté su brazo con fuerza, tomando un paso más cerca de ella. —Tenemos que hablar. —Primero, suéltame en este momento—espetó, tratando de zafarse, sin lograrlo—. Segundo, tú y yo no somos iguales, así que respétame. Sonreí con burla. —Ya, y yo que pensaba que el Papa vivía en Vaticano. ¿No quieres que me arrodille también? —Pues si reconoces tu lugar… 157 —Leah—la corté y fue en ese momento que caí en cuenta de la poca distancia que había entre nosotros. Era lo más cerca que habíamos estado desde el fiasco de Las Vegas y podía percibir claramente su aroma. Era el mismo que me había intoxicado cuando follamos en ese feo motel. Desde esa corta distancia, aprecié con mayor claridad sus ojos, pero no pude otorgarles un color en concreto. Siempre pensé que eran negros, no obstante, en ese momento reflejaban un gris más profundo, pigmentados, enmarcados por unas largas pestañas. Reparé simultáneamente en la forma de su cara, la curva de su nariz y lo rellenos e incitantes que lucían sus labios, levemente partidos. Estábamos tan cerca que sólo tenía que inclinarme un poco para eliminar la escasa distancia que había entre nosotros, estaba tan, tan cerca… —Suéltame, no pienso repetirlo—dijo con voz tan fría como el hielo y la obedecí de mala gana, porque, pese a su mala actitud, su cercanía no me desagradaba del todo. Se masajeó la parte donde la había tomado y después se puso un largo mechón de cabello oscuro 158 tras la oreja. — ¿Y bien? Habla. No quiero que las personas nos vean juntos y se hagan ideas erróneas. — ¿Erróneas?—enarqué ambas cejas, divertido —. Yo más bien diría que estarán en lo correcto. Ella se cruzó de brazos, mirando a ambos lados del pasillo, que estaba desierto. — ¿Has hablado ya con tu padre? Me miró como si le hubiese pedido que regalara todas sus bolsas Gucci. — ¿Eres idiota o sólo pretendes serlo?—dijo incrédula—. ¿Beber tanto te ha fundido el cerebro? Me erguí y volví a tomar otro paso cerca de ella, buscando intimidarla, pero se mantuvo firme. —No puedo decirle a mis padres lo que he hecho, me matarían—se pasó una mano por el cabello, preocupada y negó—. Pero creo que tengo otra solución. — ¿En serio?—Leah alzó el rostro para mirarme y nuevamente, estábamos tan cerca el uno del otro que incluso podía notar su leve temblar—. Porque te 159 he visto tan feliz los últimos días que he llegado a pensar que te gusta ser la señora Colbourn. Sonrió con desdén y con el reflejo del sol, sus ojos adquirían un color azul oscuro, no gris. —Créeme, no hay nada que desee más que terminar con esta pesadilla. —Para ser alguien que quiere terminar con esto tan ansiosamente, yo esperaría que ya tuvieras una solución sobre la mesa. —Me importa una mierda lo que tú esperes, Alexander. Diablos, estaba prácticamente encima suyo. Sólo tenía que inclinarme unos centímetros para tomar su incitante y maldita boca. Quería ver sus labios tan hinchados como aquella vez en el motel. Y entonces, cuando estaba a punto de cometer la mayor estupidez de mi vida—por segunda vez, debía añadir—, Jordan apareció entre nosotros, aclarándose la garganta. Ambos dimos un respingo y tomé unos cuantos pasos de distancia por instinto. — ¿Interrumpo algo?—mi amigo se colocó junto a Leah, quien, como siempre, me mandaba miradas 160 de advertencia. Yo simplemente negué sin perder la compostura. Parecía receloso y un poco descolocado por lo que acababa de presenciar. —No, sólo le pedía a Leah un bolígrafo de punta fina, ya sabes, el señor Dott odia que tracemos con punta gruesa—expliqué rápidamente, antes de que ella pudiera decir algo distinto. —Le he dicho que no llevo uno—completó y Jordan se apresuró a sacar uno de su mochila, que yo acepté buscando parecer convencido de lo que estaba haciendo. —Gracias, amigo. No dijo nada más, pero continuó mirándome suspicaz. Me di la vuelta y me dispuse a salir del lugar sin mirar a ninguno de los dos. Los mensajes no se detuvieron ese día, ni me dieron tregua durante la noche, así que decidí presionar un poco las cosas. La sutileza y amabilidad con Leah no iban a funcionar, debía insistir hasta que la estirada arpía me prestara atención y ya tenía un plan para conseguirlo. 161 Al día siguiente, me senté en la misma mesa de los chicos dentro de la cafetería durante una de las horas libres y me regocijé en la satisfacción que me generó percibir la tensión inmediata en el cuerpo de Leah al sentarme junto a ella. Sabía que no le era totalmente indiferente, porque si así fuera, entonces no demostraría ninguna emoción teniéndome tan cerca; sin embargo, las reacciones que ella tenía eran obvias y me atrevería a decir que incluso intensas. Nadie pareció prestarle importancia a que hubiese hecho algo tan fuera de lugar como sentarme junto a la princesita de los McCartney, así que aproveché el poco espacio que había en la mesa redonda para pegarme a ella, a tal punto que nuestros brazos se rozaban. Estaba tan tiesa como una tabla y resultaba tan, tan divertido. —Estoy harto de Dodders, lo juro—se quejó Ethan, negando enérgicamente—. La próxima vez que vea a esa chica detrás de mí, voy a aventarle una silla. Todos reímos en la mesa. 162 — ¿Por qué?—preguntó Edith comiendo de un engrudo tan asqueroso que ni siquiera soportaba mirarlo, pero según ella, era avena. Odiaba la avena. —Hoy en la mañana parecía que el edificio se estaba incendiando, porque el pasillo principal estaba lleno de gente tan lenta—espetó Ethan, negando—. Si la escuela realmente se hubiese estado quemando, ya nos habríamos muerto diez veces por culpa de esos idiotas. Otra ola de carcajadas inundó la mesa y Leah se removió incómoda junto a mí, buscando pegarse más a Jordan, que permanecía sentado a su lado izquierdo. —¿Pero qué tiene de malo Isabella Dodders?— inquirió Jordan aún sonriendo—. Siempre te desvías del tema, Ethan. —Eres un asco para contar historias—comenté, negando. Él me respondió con una mueca mordaz y volvió a pasarse la mano por sus rizos oscuros. —Sí, sí. El punto es que mientras caminaba miserablemente para llegar a clase en ese montón de idiotas, Isabella. No. Paraba. De. Pisarme. El. Talón. Estuve así—hizo una seña con la mano para 163 demostrar su poca paciencia— de girarme para darle una bofetada. No pude contener la carcajada que salió de mi garganta. Definitivamente mi actividad favorita entre clases era escuchar las estupideces que le sucedían a Ethan. No tenía idea de qué brujería le habían hecho para tener tan mala suerte. —Pero claro, como soy un caballero—se irguió dándose importancia, al tiempo que Leah, Sara y Edith soltaban un bufido—, no lo hice, y en cambio, me giré para decirle que la próxima vez que volviera a pisarme el talón iba a romperle el pie. Mientras todos reían y trataban de recuperar el aire con las tonterías que contaba Ethan como si fueran la mayor tragedia de su vida, coloqué mi mano sobre el muslo de Leah, rozándolo apenas. Ella reaccionó al tacto de inmediato y su sonrisa se desvaneció al instante. Miró mi mano cautelosa y le di un leve apretón sin despegar la vista del frente y fingiendo prestar atención a la próxima idiotez que saldría de la boca de nuestro amigo. Trató de apartar mi palma con disimulo, sin éxito y en un rápido movimiento, tomé sus dedos hasta que estuvieron prácticamente entrelazados, regalándole otro apretón. Todavía asegurándome de 164 que nadie nos prestaba atención suficiente, me las arreglé para entregarle una nota depositándola en el interior de su mano, el tacto tan suave y cálido como lo recordaba, para después dejarla ir y ponerme en pie con brusquedad. —Tengo cosas que hacer—me disculpé y miré a Leah bajo la excusa de despedirme de cada uno de los ocupantes, quien apretaba en un puño la nota que le había dado—. Nos vemos luego. Salí de la cafetería sin darle importancia a los alegatos de los chicos. Media hora después, mientras estaba en clase de tecnología y sistemas de producción con el señor Robins, quien no paraba de balbucear sobre un tema que hizo a mi cerebro desconectarse a los seis minutos, recibí un mensaje. Vibró y lo extraje del bolsillo de mi pantalón. Miré el celular lo más disimuladamente posible— porque podía jurar que ese hombre tenía ojos en la espalda y un radar para los celulares—. Contuve la respiración, pensando que sería otra amenaza. Arpía: ¿Por qué no puedes ser una persona normal y mandar un mensaje por aquí? 165 Una sonrisa se deslizó por mi rostro incluso antes de que pudiera notarlo y respondí el mensaje de Leah. Alex: ¿Dónde está la emoción en hacer eso? Arpía: Yo apostaría más bien a que tu cerebro no tiene la capacidad suficiente para usar un teléfono correctamente. Siempre a la defensiva. Tuve que luchar horrores para no soltar una carcajada. Alex: Te sorprendería saber de lo que mi cerebro es capaz. La respuesta llegó un segundo después. Arpía: Lo dudo. Te veré en ese café que escribiste a las seis. Llega puntual. Alex: Tu TSOE siempre a tus órdenes. Arpía: ¿Mi qué? Alex: Tu Siempre Obediente Esposo. Una sonrisita maliciosa se extendió por mi rostro, que se ensanchó cuando Leah mandó un emoji dejando en claro que no le había hecho gracia la broma. Podía imaginarla gruñendo y con los 166 cabellos de punta, como toda la energúmena que en realidad era. Había descubierto en los últimos días que me gustaba desequilibrarla, desconcertarla y hacerla bajar de su inmaculado pedestal de superioridad para que mostrara su vulnerable lado mortal. Alguien estrelló un libro fuertemente sobre mi mesa y di un respingo. El señor Robins me miraba desde su altura con sus redondos anteojos de botella y su cabeza calva que reluciendo bajo la luz como una fea bola mágica que solo predecía desgracias para el futuro. Me sacó de la clase antes de que pudiera decir algo. ¿No había dicho que tenía un radar? El café donde prácticamente vacío. la había citado estaba Lo conocía de las veces en que había los ayudado realizando un par de sesiones para promocionarse y, aunque era bastante conocido, a esas horas de la tarde la clientela bajaba considerablemente porque los estudiantes que asistían a la preparatoria de enfrente terminaban sus actividades temprano. 167 Podía resultar pequeño y silencioso, pero era más difícil hacerte notar en un lugar como ése, y nosotros, por el tipo de personas que éramos, necesitábamos evitarlo lo más posible. Así que ahí estaba yo, sentado en una mesa para dos personas en una esquina, con una taza de café en las manos y esperando a una chica que no debería representar nada para mí. Diablos, en un día normal ni siquiera debería estar esperando por ella. Leah McCartney debería ser irrelevante para mí, pero no lo era. Sí, parte de ello se debía a que ahora éramos esposos sin siquiera planearlo, pero sabía que eso no era todo. No tenía idea de porqué ella representaba algo más. No sabía porqué sentía la necesidad de hablar con ella, pelear con ella y saber más de ella, pero la sentía. Así que por ello permanecía esperando, confiando en mis instintos. O algo por el estilo. Ya había pasado media hora desde lo acordado y seguía sin aparecer. Resoplé. ¿Por qué había insistido en que yo llegara temprano si ella iba a aparecerse hasta el día siguiente? 168 — ¿Necesitas algo más?—preguntó la mesera, afable. Su complexión era menuda, sus ojos brillantes y su clara cabellera estaba recogida en una larga cola de caballo. —Estoy esperando a alguien—sonreí con la misma emoción. Ella me sonrió a su vez. —Oh, en ese caso—se acercó para abrir la carta en mi mesa y señalarme un postre, su cuerpo a una muy corta distancia del mío—puedo recomendarte la tar… Alguien se aclaró la garganta con demasiado dramatismo y ambos levantamos la vista al mismo tiempo. Oh por Dios. Tuve que luchar horrores por no partirme de risa en ese momento. Leah se bajó un centímetro los enormes lentes oscuros que cubrían sus ojos y le lanzó una mirada asesina a la camarera, pero no supe si lo hizo para alejarla o porque aquélla era la manera en que miraba a todo el mundo. 169 —Iré por un menú para ti—se disculpó la muchacha tomando más distancia, repentinamente nerviosa—. Los atenderé en un momento. Salió corriendo como un perrito asustado un segundo después. ¿Y cómo no iba a asustarse si Leah parecía una versión renovada de Cruella de Vil? La miré divertido mientras se quitaba la pesada gabardina negra para dejar al descubierto una blusa manga larga del mismo color con un escote muy revelador y se acomodó el enorme sombrero de ala negro sobre la cabeza, sin retirarse los anteojos. —Veo que no pierdes el tiempo—dijo cortante. — ¿Yo? ¿De qué hablas?—apenas podía contener la risa para hablar. —Tienes el agua hasta el cuello y sigues ligando como si nada. — ¿Te molesta?—le sonreí de manera sugerente, pero no pude ver sus ojos por los lentes. —Puedes hacer de tu culo un papalote, Alexander. No me importa en lo más mínimo— sentenció y mi sonrisa de ensanchó. 170 —Gracias, lo tendré en cuenta—sorbí del café y la miré largo y tendido. Se veía tan ridícula con ese atuendo—. ¿No crees que llamas más la atención yendo así vestida? —No. Imagina que alguien se dé cuenta que estamos aquí. He tenido muy malas experiencias con reporteros y lugares públicos y lo último que quiero es que saquen una foto de nosotros dos—se inclinó sobre la mesa, obsequiándome una preciosa vista del inicio de sus pechos—, porque entonces no tardarán en especular que tú y yo tenemos algo que ver. —Pero sí lo tenemos, ¿no? —No por mucho tiempo—dijo en tono frío. La camarera llegó en ese momento con un menú, pero Leah ni siquiera se molestó en abrirlo. —Quiero un americano, negro. Uno de azúcar, por favor—le regresó la carta y la muchacha obedeció al instante. Yo la miré enarcando ambas cejas. —Pensé que eras el tipo de chica que pedía un montón de especificaciones en su café, hasta que era todo menos café. 171 Leah amagó una sonrisa y seguí de cerca el movimiento de sus labios. Debía reconocer que tenía una sonrisa bonita. —Soy una chica fácil de complacer. —En eso estamos de acuerdo—me incliné colocando los codos sobre la mesa y el gesto se desvaneció. —Ya tengo una idea de quién puede ayudarnos a salir de esto—mencionó de pronto, buscando cambiar de tema y yo la insté con una seña a continuar—. Debo hablar con él primero, pero creo que no va a negarse. — ¿Un abogado? Ella asintió. —Veo que tienes mucha prisa porque esto termine—apunté con humor. —Esto fue un error—acotó severa—. Y uno muy grande, lo mejor que podemos hacer es resolverlo lo más rápido posible. — ¿Un error? ¿Tan mal estuve?—Leah se mantuvo en silencio, lo que me motivó a continuar —. Por lo que yo recuerdo, tú no dejabas de pedir más. 172 Se bajó los lentes oscuros para fulminarme con la mirada, se removió incómoda en la silla y se abanicó con la mano. La camarera depositó su café sobre la mesa en ese momento y se dispuso a beber. —Deberías pedir algo más—comenté, solo para hacer conversación—. Eres demasiado delgada. — ¿Quién eres tú para decirme eso?—inclinó su cabeza al lado, desafiante. —¿Actualmente? Tu esposo—disfruté de la mueca de exasperación que compungió sus facciones. —No por mucho tiempo. Entre más rápido termine esto, menos posibilidades hay de que mis padres me crucifiquen—sentenció y yo solté una risita baja. —¿Por qué tanta prisa? Que nuestros padres se odien, no quiere decir que tú y yo no podemos ser amigos, Leah. Lo prometo, no muerdo. —Viniendo de ti, yo diría que podrías pegarme hasta la rabia—me cortó displicente y se retiró los lentes, dejando sus vibrantes ojos al descubierto—. No quiero ser tu amiga, Alexander. 173 Una sonrisa maliciosa jaló de la comisura de mis labios. —Entonces podemos ser más que amigos—rocé su pie con el mío bajo la mesa, un leve toque, casi inocente y ella lo retiró al instante, encuadrando los hombros. —Lo único que quiero es divorciarme para ya no tener que dirigirte la palabra otra vez—escupió, ofuscada. —Y yo lo único que quiero es que me montes igual que en ese motel de Las Vegas, pero no todo lo que deseamos se nos concede, ¿o si? Pareció atragantarse con su café. —No lo recuerdo, y si no lo recuerdo, entonces no pasó. —Pero yo sí lo recuerdo. —¿Así es como ligas?—parpadeó, fingiendo inocencia—. Porque si es así, no sé cómo consigues llevar chicas a tu cama. —No lo sé—me recargué en la silla, ofreciéndole una vista más completa de mí, que sabía ella estaba bebiendo aun a pesar de no querer hacerlo—. Pregúntatelo frente al espejo—le regalé una de mis 174 mejores sonrisas, y Leah la observó sin perder detalle. Movía el pie bajo la mesa y tamborileaba los dedos sobre la superficie. No quería demostrarlo, pero estaba nerviosa. Nuevamente podía sentir la misma tensión que se había construido entre nosotros cuando la intercepté en el pasillo. — ¿Estás coqueteando conmigo?—enarcó una ceja, incrédula. —No—me acerqué más sobre la mesa—. ¿Quieres que lo haga? Porque podría no haber vuelta atrás, soy encantador. —Yo más bien diría que eres idiota. Me sonrió desdeñosamente y le correspondí. Aquel juego de estirar y aflojar estaba regalándome el tiempo de mi vida. — ¿Y bien? ¿De qué querías hablarme?—dijo después de algunos segundos en silencio, volviendo a adquirir el mismo tono autoritario. —Negocios—acoté con la misma emoción. —Te escucho. 175 —Necesito que no termines con el matrimonio inmediatamente—pedí y no pude descifrar la expresión que se asentó en su rostro. —¿Por qué? —Necesito que me ayudes en algo, Leah. Suspiré y me preparé para el discurso que iba a darle. —Tengo problemas, y necesito de ti para resolverlos. —¿Qué tipo de problemas?—frunció el ceño. —Debo dinero a unos tipos—lo dije lentamente para que ella comprendiera y esperando que no hiciera muchas preguntas. — ¿Qué tipos? ¿Por qué? ¿Es mucho?—pareció interesada de pronto y se inclinó también sobre la mesa. Ya, era mucho pedir que no hiciera preguntas. —Eso no importa ahora. Lo que necesito es que me ayudes a conseguirlo. Se dejó caer en la silla, con una expresión de incredulidad en el rostro. 176 —No me digas, y quieres que permanezcamos casados por bienes mancomunados para así poder robar mi fortuna, ¿no?—negó sin poder creérselo y yo la miré enfadado—. Hasta donde yo sé, tus padres también están pudriéndose en dinero. —No, no necesito tu dinero—aclaré—. Escucha, puedo obtener el dinero que necesito de la parte de la herencia que mi abuelo tiene reservada para mí, lo único que tengo que hacer es cumplir con la condición que me impuso. —¿Y qué condición es ésa? La observé por un momento, calibrando su rostro para anticipar su reacción. —Tengo que casarme y presentarle a mi esposa. Se mantuvo impasible, para después palidecer de ira en un segundo. —Así que realmente planeaste esto, ¿no? La idiota de Leah no se dará cuenta que la he hecho mi esposa solo para conseguir el dinero—estaba seguro de que en su mente estaba incinerándome vivo—. Sabía que tú me habías abducido. —¡Yo no planeé esto!—levanté el tono de voz una octava y los pocos clientes en el lugar fijaron su 177 vista en nosotros. Los ignoré y me centré en ella, acercándome lo suficiente para que me escuchara susurrar—. ¿Crees que yo quiero estar atado a una arpía obsesiva como tú? No lo he planeado, y daría lo que fuera porque esto jamás hubiese ocurrido, pero ya que estamos aquí, debo aprovecharlo, ¿no crees? Me miró escéptica. —¿Y cómo se supone que tu abuelo te entregará el dinero? —Debes venir conmigo a Inglaterra. Sus ojos casi se salen de sus cuencas tras la respuesta. —Estás demente, ¿qué le diré a mis padres?— negó, cada vez menos convencida. —No lo sé, cualquier cosa. Realmente necesito tu ayuda, Leah. Se mordió posibilidades. el labio, pensando en sus — ¿Cuánto dinero debes, Alexander? Tal vez yo pueda dártelo, con tal de no estar más tiempo en esta situación. 178 —No lo creo. Clavé la vista en la mesa, considerando el decirle o no, pero al final, decidí arriesgarme. —Debo cinco millones. —Joder, ¿no quieren un riñón tuyo también?—se mordió una uña, pensativa. —Lo mejor que puedes hacer es acompañarme y después te dejaré libre. Alzó la vista de pronto, con su ceño profundamente arrugado y los labios muy fruncidos. No tuve que ser ningún adivino para saber que la había cagado a juzgar por su furioso semblante. —¿Quién eres tú para imponerme condiciones? No necesito de tu consentimiento para divorciarme. Lo siento, Alexander, pero no voy a ayudarte con esa locura. El problema es tuyo, no mío, no me embarres en tu mierda. Iré a ver al amigo de mis padres con o sin ti y terminaré con esto cuanto antes. Se puso en pie antes de que yo pudiera reaccionar, metió la mano en su bolso y dejó varios billetes para pagar la cuenta. —Leah, escucha… 179 Me incorporé junto a ella y la detuve del brazo cuando estaba por irse. Inspiró profundamente. —Tienes una manía increíble por tomarme como te plazca y eso me molesta muchísimo—se deshizo de mi agarre con brusquedad y salió del lugar envuelta en la pesada gabardina. Permanecí de pie en el lugar mientras la contemplaba irse, con la presión en mi cabeza creada por los problemas amenazando con aplastarme en cualquier momento. Mierda. ¿Ahora qué? Heeeeeey, volví. ¿Qué tal, cómo están? ¿Me extrañaron? ¿Qué creen que pasará en los siguientes capítulos? Estoy ansiosa por leer sus comentarios. ¿Ya les dije que me encantan los capítulos kilométricos? El siguiente capítulo irá dedicado al primer comentario. 180 Con amor, KayurkaR. 181 Capítulo 7: La manzana del Edén. Leah Su piel está tocando la mía en todos los lugares correctos. Puedo sentir la dureza de hueso, músculo y piel tensándose bajo mis palmas, mis manos viajando por todo su pecho. Se estrecha más contra mí y recibo de buena gana el contacto, la fricción y el calor de su cuerpo sobre el mío. Saboreo la sensación que me provoca el tenerlo tan cerca de mí, con su respiración erizando cada vello que poseo, dejando húmedos besos sobre mi cuello, que no hacen otra cosa que tensar el nudo que lleva tiempo construyéndose en mi vientre. Estoy tan excitada que siento me desintegraré de mera ansia. La humedad entre mis piernas es insoportable y mi cerebro, velado por la bruma de la lujuria, no alcanza a entender por qué se está tomando tanto tiempo. 182 Siento mis pezones tan endurecidos que duelen de mera expectación, ansiosos por recibir atención. Juega con uno de ellos entre sus dedos, suavemente tirando de él y suelto un jadeo más fuerte de lo que debería cuando siento su lengua circular el otro, creando una tortuosa y lenta danza en torno a la sensible superficie. Arqueo mi espalda buscando su boca cuando lo siento sobre mi otro pecho, trabajando con la misma diligencia y siniestra lentitud, como si disfrutara de hacerme rogar por más contacto con sus expertos labios. Quiero callarme, quiero controlarme, pero no puedo hacerlo. Las sensaciones son simplemente cósmicas. Besa el medio de mis pechos y lo siento acomodarse sobre mí, trazando caminos con su boca; húmeda, firme, caliente y devastadora, moldeándome a su antojo. Circula mi ombligo antes de descender un poco más, hasta mi monte de Venus y yo estrecho más mi piernas para mantenerlas juntas, incapaz de suprimir el reflejo por recibir atenciones en esa área tan sensible. Mis pies están tan curvados que siento como si fuera a sufrir un calambre en cualquier momento. 183 Estaba a punto de entrar en combustión. Recorre mi pierna depositando tiernos besos sobre ella, hasta llegar a la parte interior del muslo, mi piel hormigueando deliciosamente ahí por donde pasa. Separa mis piernas suavemente y se acomoda entre ellas, con sus manos firmes en mi cintura, enviando ondas eléctricas ahí donde sus masculinos dedos me tocan. Estoy tan tensa por la expectación que siento como si estuviera a nada de explotar en mil pedazos. Un fuerte gemido se escapa de mis labios cuando siento su lengua en mi feminidad y muevo mis caderas inconscientemente, buscando mayor contacto, porque la sensación de su boca es exquisita. Jadeo por aire, sus atenciones lo han robado de mis pulmones y mi vista permanece nublada por el deseo; mi cerebro completamente centrado en él. Circula mi clítoris con su experta lengua y vuelvo a mover mis caderas antes de poder detenerme. No quiero perderme un solo segundo de esa magnífica sensación. Lo siento trabajar nítidamente sobre mí, mis piernas tan tensas como una cuerda a punto de 184 romperse y mis nudillos blancos por lo fuerte que tomo las sábanas. Succiona suavemente mi parte más sensible y siento que perderé la cordura en ese momento. Recorre mi entrada abiertamente, creando mapas, chupando, lamiendo y enloqueciéndome. En poco tiempo yo ya soy un coro de súplicas y gemidos, ¿y cómo no serlo? Si esto es magia pura. Una experiencia casi religiosa. Me incorporo sobre mis codos para mirarlo, para observar la orquesta que está tocando sobre mi cuerpo y sus ojos azules me miran de vuelta entre mis piernas. Alexander me regala momentáneamente una de sus mortales sonrisas, un amago apenas que resulta peligrosamente excitante y que es casi suficiente para hacer que me corra, antes de volver a sellar su boca en torno a esa parte en específico que me desarma. Mueve sus manos para colocarlas sobre mi trasero, apretándolo con fuerza, antes de levantarme un poco y doblar sus esfuerzos en lo que tan hábilmente está haciendo. Mi pecho colapsa porque la vista de él comiéndome es demasiado. Deslizo mis dedos entre sus claros mechones para acercarlo más y pronto siento el orgasmo 185 construyéndose dentro de mí, al ritmo de un tambor —de mi desbocado corazón, que late fuerte y férreo. Estoy tan cerca… tan, tan cerca… Me incorporé de la cama agitada, buscando recuperar la respiración y con el corazón latiendo tan rápido que por un momento me preocupó que pudiera salirse de mi pecho. Me retiré el cabello de la cara y permanecí quieta, esperando que mi cuerpo se deshiciera de la molesta sensación que quedaba cuando estabas a punto de terminar pero no podías lograrlo. Percibía un nudo tan fuerte en mi vientre que incluso dolía un poco. ¿Qué mierda había sido eso? ¿Un recuerdo? ¿Un sueño? Coloqué mi cabeza entre mis manos, reprochándome mentalmente el pensar en esas cosas, por soñar con él en situaciones tan comprometedoras. Yo no era ninguna adolescente idiota de quince años para tener sueños húmedos. ¿Qué demonios estaba mal conmigo? Me removí incómoda. Pensé que me había orinado en la cama como una niña, pero entonces caí en cuenta de que estaba ridículamente mojada. 186 Sentía como si tuviera una piscina entre mis piernas y eso solo sirvió para aumentar mi sentimiento de culpabilidad. “Tranquila, Leah. Piensa lógicamente las cosas” ¿Pero cómo podía pensar lógicamente si él seguía apareciendo en mi mente durante el día y asediándome en mis sueños por la noche? No había dejado de correr dentro de mi cabeza desde que nos habíamos despertado irrevocablemente casados en esa horrenda habitación de motel. Una parte de ello se debía a que obviamente no quería estar casada con un completo extraño a mis veintidós años, que por cierto, también resultó ser un imbécil. Pero había otras razones por las que seguía impreso en mi memoria que de ninguna manera iba a admitir. Desde que regresamos, había tenido destellos de lo sucedido entre nosotros en Las Vegas, de todas las veces que nuestros cuerpos habían entrado en contacto, de la manera en que sus manos me habían explorado y había hecho uso de mí a su antojo. La mayoría de mis recuerdos eran difusos por haber estado ebria hasta el culo, pero los fantasmas de sus caricias permanecían ancladas a mi memoria, 187 haciendo a mi piel erizarse cada vez que me concentraba lo suficiente para recordarlo. Sin embargo, siempre me despertaba cubierta de un sudor frío y una necesidad inminente de cambiarme las bragas, y ya estaba cansándome de ello. Miré mis pies y los doblé, pensativa. Podía no recordar los eventos concretamente, pero mi cuerpo conservaba la memoria de todas las sensaciones y debía admitir—aunque la vida se me fuera en ello— que él había sido especialmente bueno en la cama. Me atrevería a decir que ni siquiera estaba ebrio, aunque sí lo estaba, es decir, ambos lo estábamos terriblemente y el solo imaginar lo que sería capaz de hacer estando sobrio envió una nueva llamarada de excitación por mi sistema. Negué enérgicamente y me froté el rostro. ¡No podía estar pensando en estas cosas! Jordan simplemente no se lo merecía. Alexander no me atraía en absoluto. Ni siquiera me agradaba, así que esos ridículos sueños y reacciones debían ser producto de algo más lógico… En mi sistematizada mente, me había decantado por dos razones para mis absurdos sueños húmedos: la primera era que las chicas nos volvíamos más calientes cuando nuestro período se aproximaba y si 188 mis cuentas no me fallaban, no tardaría en tener la menstruación, razón suficiente para tener estos ridículos sueños con la última persona con quien tuve sexo. La segunda razón era la que menos me convencía y la que más me avergonzaba considerar, pero no por ello iba a descartarla: mi cuerpo, en su maravillosa memoria, recordaba la última vez que había follado con el heredero de los Colbourn y, ahora que lo había probado, lo deseaba por el simple hecho de ser algo prohibido y fuera de los límites de mi alcance, por lo que no aceptaría a otro más que a él. Gruñí frustrada. Estaba dándole demasiadas vueltas al asunto. Lo mejor que podía hacer era sacar a Alexander de mi vida dándole una patada en el culo, porque ya me había ultrajado lo suficiente. Me incorporé con pereza y me apresuré a mi cuarto de baño para darme una ducha con agua fría. La necesitaba urgentemente. 189 Papá estaba leyendo el periódico de ese día sobre la barra de la cocina, sorbiendo de su inseparable taza de café. Mamá decía que hacía eso incluso antes de casarse y que las viejas costumbres no morían nunca. Una terrible sensación de culpabilidad me invadió por el simple hecho de verlo, tan tranquilo y ajeno a toda la mierda en que había convertido mi vida en tan solo una noche. Me acerqué a él y sin decir una palabra, retiré el diario para abrazarlo con fuerza, dejando caer mi cabeza sobre su ancho pecho y embriagándome de su aroma. Papá siempre olía a limpio, a perfume y a una familiaridad que le daba sentido a toda mi vida solo con estar cerca. Me sentí repentinamente pequeña y tuve que luchar por mantener a raya las ganas devastadoras que sentía por echarme a llorar en sus brazos, como hacía cuando tenía cinco años. —¿Qué pasa?—él me abrazó de vuelta con la misma energía y su cuerpo, fornido y conservado a pesar de los años, me llenó de sosiego. Podía escuchar la mezcla de sorpresa y diversión en su voz. 190 Permanecí en silencio, disfrutando por un poco más de la sensación de templanza que él siempre me transmitía. Yo era una hija de papi, definitivamente, pero no me avergonzaba serlo. Lo adoraba y no habría pedido a ninguno mejor. Mamá decía que yo era su versión femenina, porque era la que compartía más rasgos suyos, tanto físicos como personales. Teníamos el mismo color peculiar de ojos, el mismo temperamento de los mil demonios y la misma necesidad de mantener el control sobre las cosas. Mi hermano menor, Damen, era la versión masculina de mamá, sin duda, y Erik, el mayor, bueno, supongo que él era una perfecta combinación de los dos, aunque físicamente tenía poco de papá y mucho de mamá. —Nada, simplemente te quiero—traté de no sonar tan arrepentida y culpable como me sentía. No tenía idea de cuánto tardaría en divorciarme del imbécil de Alexander, ni tampoco si podría hacerlo tan discretamente como deseaba, pero quería aprovechar de momentos como ese antes de que mis padres me vieran como la mayor decepción de la familia. 191 Imaginarlo era suficiente para que un nudo se formara en mi estómago y mis piernas se convirtieran en gelatina. Yo no podría tolerar la desaprobación de mis padres, ni su rechazo, ni mucho menos su decepción. —¿Qué pasa aquí?—preguntó mamá apareciendo en la cocina, con su bata sobre el brazo y su bolso en el hombro, lista para irse al hospital—. Parece que alguien se despertó muy amorosa el día de hoy. Sonrió y se acercó a nosotros. —Y que lo digas—dijo papá aun con un brazo sobre mi hombro, y extendiendo el otro para que mamá entrara en el abrazo. —No—le dije, estrechándolo con más fuerza—. Es mío. Era algo que había dicho desde niña, y mamá siempre mostraba la misma expresión fingida de indignación. —Corrección, es mío—se estrechó contra él, inundando el espacio con su aroma jazmín. Se puso de puntillas y depositó un beso en la mejilla de su esposo—, yo lo comparto con usted, señorita. 192 Negué y papá soltó una ronca risita baja, envolviéndonos a ambas con sus fuertes brazos y dejando un beso en la coronilla de cada una. —Las amo, a las dos. Mamá sonrió y la observé con atención. Lucía más joven de lo que debería para su edad, su trabajo y tres embarazos. Supuse que gran parte de ello se debía a la vibra alegre que era inherente a ella y que incluso parecía hacerla resplandecer. No entendía cómo no había sucumbido al estrés de ser la directora de uno de los mejores hospitales del país. —Gracias por esta dosis de amor matutina— mencionó divertida—. Pero tengo una operación a las ocho y si me quedo más tiempo, no llegaré. Se acercó a papá y le depositó un beso en los labios, que él correspondió con el mismo cariño y devoción. Yo me alejé automáticamente, evitando ver la escenita. No era como si me molestara, al contrario, adoraba ver a mis padres dándose muestras de amor, era solo que como hija, siempre resultaba incómodo, lo miraras por donde lo miraras. Mamá se acercó y depositó un beso en mi sien. —Los veré más tarde—se despidió y salió de la estancia como una exhalación. 193 —Yo también debería irme—me apresuré a tomar mis cosas para llegar a la universidad—. Te veré luego. Papá me despidió con un amago de sonrisa y una seña. —¡No te orines encima!—alcancé a escuchar mientras subía las escaleras de caracol. Sonreí, divertida. Papá y yo compartíamos muchas bromas internas. Una de ellas era su manera de desearme suerte: que no me orinara encima. Cuando era pequeña e iba a asistir a mi primer día en el jardín de niños, papá me acompañó para dejarme. Estaba tan nerviosa y asustada que me mostraba reacia a soltar su mano y me sujetaba a ella con todas mis fuerzas. Luego, llegó la típica despedida: se puso de cuclillas frente a mí y dijo que volvería más tarde. Sin embargo, antes de que pudiera asentir, yo ya me había orinado de los nervios. Miró el charco alrededor de mis pies y me eché a llorar. Pensé que me reñiría por lo que había hecho, pero no. En cambio, me compró otra muda de ropa, me llevó por un helado y al cine para ver la película de niños que 194 estaba de moda. Prometimos nunca decirle a mamá que en realidad había faltado al primer día de clases. Desde entonces, era su forma de desearme suerte. Definitivamente, no podía haber pedido un mejor papá. —¿Qué harán los insectos para divertirse?—me preguntó Edith con una expresión de molestia en el rostro, mientras trataba de espantar a la mosca que zumbaba en torno a ella. Era obvio que matar moscas resultaba mil veces más divertido que la grave y monótona voz de la señora Molina. La clase de contratos internacionales era tan, tan aburrida. La miré con una mezcla de diversión y perplejidad por su pregunta. —Molestarnos hasta la muerte, de seguro. Edith seguía dando manotazos al aire mientras la regia profesora leía otra página del gigantesco libro. —Las moscas son como las mascotas de Satanás… son tan, tan fastidiosas y casi inmortales 195 —se quejó la rubia, rindiéndose a su miseria y permitiendo que la pobre mosquita pululara a su alrededor. Solté una risita y mi celular vibró en ese momento. Alexander: Buenos días, su apretada majestad. ¿Ha pensado mejor las cosas? Mi sonrisa se desvaneció apenas leí el mensaje. Era como mi propia Némesis persiguiéndome. ¿Tienen alguna idea de lo difícil que era evitar a una persona en una escuela de setecientos estudiantes? Era casi imposible si se trataba de aquél imbécil. Había hecho un buen trabajo evitándolo los días anteriores, antes de nuestro desastroso encuentro en el café, pero de ello ya habían transcurrido cinco días. Casi cumplíamos nuestro primer mes de matrimonio. Qué. Emoción. Sin embargo, aunque había logrado evadirlo con éxito, aquellos días fueron un completo infierno. Seguía apareciéndose en todos lados, tratando de acorralarme en corredores desiertos o emboscándome fuera de la cafetería. Seguía cada uno de mis movimientos, como si tuviera algún tipo 196 de rastreador en mi cabeza y conociéndolo, era muy probable que sí me hubiese insertado alguno mientras dormía ebria hasta el culo. Mantenía a Edith o Jordan cerca de mí cuando caminaba por la universidad para no convertirme en un blanco fácil y trataba de no mirarlo directamente a los ojos, principalmente porque no quería que terminaran nublando mi buen juicio por segunda vez. Había sufrido horrores en el café para mantenerme colectada y no acceder a todas las cosas incitantes que estaba diciéndome. Porque una parte de mí, la más temeraria e insensata era lo que había querido hacer cada segundo que transcurría en su cercanía, en su atrayente y avasalladora proximidad. Era lo que había querido cada vez que lo miraba sentado junto a nosotros o esperando por alguno de los chicos fuera del aula adoptando esa pose de despreocupada seguridad. No podía evitar el loco latir de mi corazón ante su cercanía ni tampoco el fuerte nudo que se formaba en mi bajo vientre, y me sentía como una idiota por percibir todo aquello, como si fuera una colegiala estúpida e infantil. 197 Volví a la realidad cuando la profesora Molina carraspeó como un tractor y me concentré en el mensaje al fin. Por algún motivo no era capaz de pensar claramente cuando él estaba cerca de mí, me volvía alguien volátil y perdía templanza, así que no podía permitir que mi cuerpo siguiera dominando mi cerebro y era por ello que debía continuar evitándolo. Bueno, o eso pensé, hasta que me convencí de que verlo para resolver ese rollo cuanto antes era mil veces mejor. Leah: Sí, te veo en el ala este en veinte minutos. Había logrado contactar con el amigo de mis padres y era hora de que nos pusiéramos de acuerdo para iniciar con el divorcio de una vez por todas. Alexander estaba esperando por mí en el pasillo del ala este con esa misma postura de seguridad despreocupada que hacía a mi estómago tensarse y que lo hacía ver a él tan peligrosamente atractivo. Lo ignoré y subí las escaleras que estaban al final del pasillo, invitándolo a seguirme tácitamente. Él 198 obedeció dando una última ojeada para asegurarse que nadie nos observara. Los escalones llevaban a una parte del edificio que estaba en remodelación desde hacía algún tiempo, pero habían tenido que suspender la obra por el mal clima. Desde entonces, era un lugar desierto—a excepción de aquellos que acudían para sentir la excitación de follar en la universidad. Recorrí el pasillo evitando el montón de herramientas y materiales dispersos, hasta que encontré una puerta que no estaba cerrada con llave. Entré con el chico Colbourn siguiendo mis pasos de cerca y cerró tras de sí. El aire estaba viciado, olía a moho y pintura vieja. Una pesada capa de polvo cubría los escritorios y sillas que llenaban la habitación. No me atreví a sentarme en ningún lugar, a diferencia de Alexander, que se recargó en uno de los escritorios y sacó una manzana de su mochila. Lo miré con los brazos cruzados y las cejas enarcadas. —¿Qué? Me salté el almuerzo por tu culpa y tengo entrenamiento en diez minutos—se defendió y yo puse los ojos en blanco—. ¿Para qué me 199 arrastraste hasta aquí, de todas formas? ¿Quieres que te ayude a recordar? Una sonrisa sugerente se extendió por su definido rostro, todo ángulos y líneas duras y no pude respirar por un momento. —No—dije demasiado rápido—. Es para decirte que ya me he puesto en contacto con el amigo de mis padres y he empezado a planear lo que vamos a decirle, como un borrador. —Dios, ¿un borrador?—se burló, mordaz—. ¿No puedes hacer algo sin planearlo hasta la muerte primero? —Jódete, Colbourn. Él siguió sonriendo y odiaba admitir que su sonrisa era brillante, pasmosa. Si fuera una chica más idiota, diría que Alexander tenía el tipo de sonrisa fácil que te robaba el aliento. Pero claro, yo no era ese tipo de chica. —¿Y cuándo se supone que veremos a este amigo de tus padres? Jugó con la manzana entre sus largos y masculinos dedos y me obligué a desviar la vista. 200 —En un par de días me dirá cuándo podemos vernos—respondí tratando de parecer indiferente. —¿Y cómo sabemos que no irá con el chisme a tus adorables y nada intolerantes padres?— mencionó con sarcasmo. —No lo hará, confío plenamente en él. Recargó su trabajado cuerpo sobre el escritorio y pareció como si estuviera posando para un retrato: “El demonio probando la Manzana del Edén” era el nombre que yo le pondría a la obra de arte que era para mí en ese momento Alexander Colbourn. Estaba tan alterada y cansada por los eventos de los últimos días que no pude controlarme, así que mis ojos viajaron desde sus definidos pómulos hasta la suave y sensual curva de su boca. Mordió fuertemente la manzana, revelando un destello de perfectos dientes blanquecinos; un hilillo de jugo corrió por la esquina de su boca y lo quitó con un lento movimiento de su lengua. “Mira a otro lado, Leah. Estás volviéndote loca” Repentinamente, me sentí mal por haberlo obligado a saltarse el almuerzo. De haber sabido que contemplar a Alexander comer una simple fruta era todo un espectáculo, habría esperado hasta salir. 201 El recuerdo del sueño de esa mañana envió una onda eléctrica por mi cuerpo, despertándolo y afinando mis sentidos. Recordé su fuerte y habilidosa lengua en… —Haz eso de nuevo—pidió con voz grave y me percaté de que él estaba mirándome casi tan atentamente como yo estaba haciéndolo. —¿Hacer qué?—parpadeé un par de veces para volver a concentrarme. —Mirar a mi constantemente. boca. Haces eso muy ¿Era yo o la estancia se sentía más caliente? —¡Claro que no!—negué indignada—. ¡Estás delirando! Por si lo has olvidado, estamos tratando de resolver el problema en el que nos hemos metido. Además, deberías cuidar lo que haces y cómo me tratas. La gente comenzará a notar que algo raro está pasando si de pronto hemos olvidado años y años de odio mutuo. Asintió un par de veces sin darle mucha importancia al asunto y volvió a darle otra mordida a la manzana, con su fuerte mandíbula arrancando el pedazo y repitiendo el mismo espectáculo que resultaba ridículamente sensual. Malditos mis ojos, 202 que parecían tener voluntad propia cada vez que se trataba de Alexander Colbourn. —Honestamente Leah, ¿te arrepientes de lo que pasó?—había un brillo extraño en sus ojos azules y algo me decía que estaba jugando conmigo, otra vez. Sentí mi cara arder antes de poder evitarlo. Quería darle un golpe con una silla para arrancarle esa incitante y presuntuosa sonrisa del rostro. De verdad, él me estaba convirtiendo en alguien bipolar, con cambios de humor muy bruscos que no me gustaban en absoluto. —Dije honestamente—dejó la manzana sobre la polvosa superficie, se alejó del escritorio en el que se había recargado y se colocó frente a mí, con su intimidante altura ensombreciéndome, pero no iba a permitir que lo notara. —Y honestamente, ¡sí! ¡Me arrepiento de cada asqueroso y vomitivo momento de ello!—no tenía planeado gritar, pero ya estaba harta. Él pareció complacido con mi muestra de emoción. 203 —No pudo ser tan malo, ¿o sí, McCartney?— tomó otro paso más cerca y yo me alejé, golpeando uno de los escritorios con la parte trasera de mis piernas—. ¿Dónde está tu espíritu aventurero? —Sucede que entre tus constantes emboscadas en pasillos y tu forma tan bruta de tratarme, no he tenido el tiempo de ser aventurera—mi voz temblaba sin convicción. Mierda. —¿No te gustaría experimentar?—murmuró suave, cerniéndose prácticamente encima de mí y sentí la misma tensión que en el pasillo, solo que Jordan no estaba ahí para salvarme. Ahora, un brillo codicioso bailaba en sus bonitos ojos, como si le ofrecieran de nueva cuenta un regalo con el que tenía poca experiencia, pero que se moría por descubrir y experimentar con él. La distancia que nos separaba era casi nula y podía sentir su respiración haciendo cosquillas en mis labios. —Debes ser el secreto mejor guardado de los McCartney, Leah. Mi cerebro pareció abortar la misión y saltar de mi cabeza en ese momento, porque no pude detenerlo. No quería detenerlo. 204 —Sólo un pequeño recordatorio—susurró, y no pude definir si la súplica era para que él recordara, o para que yo lo hiciera. Dios mío. Estaba besándome. Un leve roce al principio, casi inocente. Pero entonces, su boca se volvió más voraz, enredó sus dedos en mi cabello y me besó profundamente. No tenía idea de cómo había logrado mantenerme de pie, porque mis piernas estaban temblando. —¿Estás feliz ahora?—murmuró sobre mis labios, antes de volver a besarme, igual de profundo, igual de demandante. Mi cerebro no podía hacer otra cosa que corresponderle con el mismo apetito, porque cada nervio de mi cuerpo reaccionó simultáneamente enviando un placentero escalofrío a través de mi columna cuando su experta boca tomó la mía. Sabía dulce, a manzana, a pecado, a prohibido y a malas decisiones. A un error irresistible. Me sentía igual que Eva, mordiendo de la manzana prohibida. Pero ahora, ahora la entendía, 205 porque se sentía terriblemente bien. Movió su cabeza para profundizar aún más el beso y mordió mi labio inferior suavemente. La sensación me erizó los vellos de la nuca, pero también fue suficiente para que mi cerebro decidiera regresar al cuartel. Lo alejé con brusquedad, lanzando un chillido y él me miró sorprendido. —¡¿Qué haces?!—pregunté al borde de la histeria. Alexander lucía tan tranquilo como siempre y diablos, ahí estaba de nuevo esa sonrisa fácil que se extendía por su rostro todo el tiempo, revelando un hoyuelo en una de sus mejillas. —Besar a mi esposa, ¿qué no es obvio?—dijo como si le hubiera preguntado sobre el clima. Lo fulminé con la mirada, al tiempo que él volvía a acercarse y antes de poder pensarlo mejor, tomé su mano y la coloqué tras su espalda en una dolorosa posición que había aprendido en mis clases de defensa personal. Él emitió un gruñido. 206 —¿Estás loca?—refunfuñó, enfadado—. ¿Dónde demonios aprendiste a hacer eso? ¡Suéltame, me lastimas! —No vuelvas a tocarme—lo amenacé, impregnando la mayor cantidad de veneno posible en mi voz—. Te romperé el brazo si lo haces, ¿entendido? —Eres una psicópata—se quejó aún con dolor. —Jordan es tu amigo, no deberías estar haciendo esto. —También es tu novio y no opusiste mucha resistencia que digamos—contestó mordaz y sentí unas ganas inmensas de echarme a llorar. Estaba por decir algo más cuando el incesante pitido de la alarma de incendios inundó la estancia, haciéndome perder la concentración. Nos miramos por un instante y después procedí a soltarlo con poca delicadeza. Me apresuré a colectar mis cosas y salí del lugar como una exhalación sin dedicarle otra ojeada más. En definitiva era la peor hija y novia del universo. 207 ¡Adivinen quién regresó con otro capítulo! Ya sé, he tenido un asalto de inspiración. Por favor, me muero por saber si les está gustando la historia, ya saben, para saber si debería continuarla o dejarla morir. ¡Estaré leyendo sus comentarios! Gracias especiales a @ValerySalgado6 por estar siempre tan al pendiente de mis publicaciones y también a todos aquellos que me demuestran en sus comentarios lo mucho que les gusta la historia. ¡Son lo mejor! El próximo capítulo irá dedicado para… la persona que adivine quién es el amigo de Ali y Leo que ayudará a Leah y Alexander a resolver su problemita. Con amor, KayurkaR. 208 Capítulo 8: Mejor olvidarlo. Leah Me concentré en los escalones que bajaba a velocidad de la luz para no romperme mientras trataba apresuradamente de huir de él. Ni aunque la misma muerte hubiese estado pisándome los talones habría corrido tan rápido como en ese momento. Podía correr un maratón con tacones de ser necesario, pero bajar las escaleras para huir de Alexander Colbourn, era otra historia. Simplemente no poseía esa habilidad. Él me seguía de cerca y podía apostar que no estaba tan agitado como yo, porque cada paso suyo eran dos míos. Ignoré su presencia, que percibía casi pegada a mi espalda y me dediqué a recorrer los metros que me separaban del pasillo principal y de la dulce seguridad que representaba estar rodeada de más personas. Como era de esperarse en un establecimiento lleno de universitarios, el pasillo que llevaba a la entrada estaba atiborrado de idiotas que peleaban 209 igual que bestias para salir primero y evitar una muerte inminente. Entrar en ese pasillo significaba sumergirse en una manada de hipopótamos frenéticos tratando de salvarse, pero prefería ser arrastrada por ellos antes que pasar otro segundo en la avasalladora presencia del heredero de los Colbourn. Cuando entré en el tumulto, me arrepentí inmediatamente, porque fui remolcada y absorbida por el alboroto de personas que buscaban llegar al exterior, impulsadas por la psicosis que creaba el insistente chillido de la alarma de incendios. Algunos estudiantes gritaban histéricos, mientras que otros estaban teniendo el tiempo de su vida con las caras de terror que ponían todos, como suricatos espantados. Trataba de seguir el paso acelerado de los demás, pero con los jodidos tacones y el montón de pisadas y codazos que recibía a diestra y siniestra, me resultaba imposible. Esas personas no conocían el significado de espacio personal y la escuela no conocía lo que era un adecuado plan de evacuación. 210 Maldita la hora en que me pareció buena idea usar tacones en lugar de cómodos zapatos deportivos. Alguien pasó junto a mí como una exhalación dándome un fuerte golpe en el hombro que me desequilibró y mi pecho se comprimió cuando miré el suelo acercándose. Sin embargo, antes de que mi cara entrara en contacto con el piso, alguien me sostuvo firmemente del brazo y me ayudó a incorporarme colocando una mano en mi cintura. Por reflejo, yo coloqué mi mano sobre la suya. Cuando levanté la vista, Alexander se cernía sobre mí, tan alto y firme como un muro conteniendo ese mar de estudiantes alterados. Las comisuras de sus labios se alzaron en un rictus y pareció divertido ante la situación. —¿Qué? ¿Quieres morir aplastada ahora?—dijo con sorna y yo retiré su mano de mi cintura con brusquedad, aunque seguía sosteniéndome del brazo y deteniendo mi andar, pese a que la gente continuaba saliendo al exterior. —Suéltame—espeté con aspereza. Podía ver la burla danzando en el azul de sus ojos. 211 —¿No sabes decir otra cosa? ¿Se te acabó tu vocabulario? Fruncí los labios, ofuscada, al tiempo que buscaba liberarme de su fuerte agarre. —Tengo un vocabulario muy amplio—alcé la barbilla con aires de superioridad—, pero no puedo usarlo contigo si lo único que haces es seguir invadiendo mi maldito espacio personal. La presión que ejercía aminoró un poco y los hoyuelos en los que yo había reparado anteriormente se formaron en sus mejillas. El detalle resultó casi… encantador. —Sólo estoy tratando de evitar que te lastimen, con un simple gracias es suficiente. —Nadie te lo pidió—objeté con hastío. —Eso es muy maduro de tu parte, McCartney. Alguien volvió a empujarme bruscamente en su carrera y él me sujetó de nuevo para que recuperara el balance. Me miró enarcando las cejas, aún divertido por la situación, con un claro ¿decías? plasmado en sus facciones. Sin emitir otra palabra, me tomó de los hombros colocándome frente a él, pegándome a su pecho y 212 abriendo el mar de estudiantes con sus anchos hombros, cubriéndome con su cuerpo, que era mucho más grande y resistente que el mío, como un escudo humano. —No necesito que hagas esto, puedo cuidarme sola—dije caminando aún pegada a él, molestamente consciente de cosas de las que no quería estar consciente, como el calor que irradiaba su cuerpo y su solidez, la cual podía percibir claramente a través de mi espalda, o la manera en que olía, la forma en que todos mis nervios parecieron ponerse de acuerdo para que mi sentido del tacto solo pudiera registrar sus fuerte manos en mis hombros, guiándome a salvo hasta la salida. —No lo hago por ti, lo hago por humanidad— contestó en mi oído para que pudiera escucharlo claramente a través del bullicio. —No estoy segura de que tú conozcas esa palabra. Su pecho vibró con la risita baja que emitió, enviando un placentero escalofrío por mi columna. —No soy tan malo como tú crees, podría sorprenderte. —Nada que venga de ti podría sorprenderme. 213 —¿Quieres apostar?—dijo por lo bajo, con su respiración cálida chocando contra mi oreja. Quería alejarme, pero habíamos llegado justo al umbral de la puerta y la gente se había amontonado ahí, dificultando la salida. Lo sentí estrecharme más contra su torso, con la palma de su mano presionando mi vientre y tuve que recordarme que debía respirar. —Ven aquí—ordenó y me tomó de la muñeca para que lo siguiera, abriéndose paso con su cuerpo entre el montón de personas, hasta que llegamos al exterior. Una vez estuvimos fuera, respiré profundamente y me solté de su agarre como si fuese radioactivo. En cuanto me giré para tratar de encontrar a los demás, divisé a Edith, que venía casi trotando hacia nosotros con una expresión indescifrable. —¿Están bien?—preguntó colocándose una mano en la frente para cubrir sus ojos del sol. Asentí, aún tratando de desprenderme de la molesta sensación que Alexander había dejado sobre mi cuerpo. Edith me miró de manera extraña. —No he visto salir ni a Jordan ni a Ethan… Ustedes son los primeros que encuentro. ¿Estaban 214 juntos? —No. Le lancé una mirada de advertencia a Alexander, que lucía indiferente y después me concentré en Edith. Me sonrió confundida. —Se refiere a que salimos juntos, no a que estábamos juntos—aclaré apresuradamente. —Oh—su sonrisa se extendió, casi con alivio y yo me removí incómoda—. Deberían considerar seriamente invertir en un buen programa para evacuarnos en este tipo de situaciones, es una locura ahí adentro. —Y que lo digas—mencionó él y yo me limité a asentir. —Sentía que estaba asfixiándome—le lancé una ojeada al chico Colbourn y pareció vagamente complacido y nada impresionado con mi intento de comentario ofensivo. 215 Antes de que pudiera decir algo más, Ethan y Jordan salieron del edificio para llegar hasta nosotros. Mi novio no perdió el tiempo y me atrajo hacia él, colocando sus manos en mis hombros para mirarme de la cabeza a los pies. —¿Estás bien?—preguntó con tono preocupado y yo asentí, percibiendo una ola de alivio al tenerlo cerca. —He logrado salir ilesa, gracias. —Me alegro—besó tiernamente mi frente y recibí de buena gana el gesto. Me confortaba su familiaridad. —No hay necesidad de ser tan dramático, por Dios—dijo Ethan con fingido hastío.— ¿No tienes un poco de respeto por ti mismo? Tu controladora Julieta está sana y salva. Mi novio le hizo una grosería con el dedo al tiempo que me rodeaba con su brazo y cometí el grave error de mirar a Alexander en ese momento, porque mantenía sus ojos clavados en nosotros, ensombrecidos por algo que nunca antes había contemplado. Una sensación extraña asaltó mi pecho por un instante, antes de ignorarlo y centrarme en Jordan, 216 buscando erradicar de mi mente a mi Némesis, aunque me resultara terriblemente difícil. —Al fin—suspiró Jordan cerrando la puerta tras de sí una vez entramos en su departamento—. Lo único bueno de todo ese alboroto fue que suspendieron las clases. Me mantuve estática en el lugar, observando los muebles que tantas veces había visto en su departamento. Reparé en el viejo pero cómodo sofá que adornaba su sala, las mesitas dispuestas a ambos lados, con las mismas lámparas espantosas que tantas veces le había pedido que reemplazara, la pequeña mesita de centro y la desgastada alfombra debajo. Podría andar sin problema en su departamento estando ciega, porque el tiempo se había encargado de imprimirlo a detalle en mi memoria. Jordan era el tipo de persona a la que no le gustaban los cambios y se sentía cómodo en los lugares que no fluctuaban mucho, aquellos que emitían una vibra hogareña. 217 Lo conocía de memoria, pero ahora me resultaba extraño estar ahí, me sentía fuera de lugar. Había estado evitando ir a su departamento desde que regresé de Las Vegas con un tatuaje y un indeseable esposo colgado del brazo porque el animalillo de la culpa que se anidaba en mi pecho y que me carcomía se hacía cada vez más grande, sobre todo por lo que había pasado hoy en el ala este. Me tomó del brazo y me giró suavemente. Me esforcé por sostenerle la mirada; ver a alguien a la cara cuando le habías estado mintiendo era difícil. —Has estado muy rara últimamente—llevó su mano a mi mejilla y la acarició con sus dedos— ¿Qué sucede? —He… He tenido algunas cosas en la cabeza— respondí de forma evasiva. Permití que mi vista viajara desde sus pies hasta sus orbes miel; estaban adornados con puntos dorados que sólo podían apreciarse a esa distancia tan corta. Eran brillantes y amables. Inconscientemente me encontré comparándolos con los de Alexander, diciéndome que no todas las miradas tenían que ser tan penetrantes e invasivas, 218 como la de él, que me hacía sentir desnuda y vulnerable todo el tiempo. Deseché el pensamiento tan rápido como apareció. —¿Qué cosas?—dijo con tono preocupado. Negué con una pequeña sonrisa al tiempo que eliminaba la poca distancia que nos separaba y lo aceraba más a mí tomándolo del cuello de la camisa. Agradecí la altura extra que me proporcionaban los tacones y lo besé con la misma emoción que sentiría alguien que no había visto a la persona que más amaba en el mundo en un siglo. —Nada importante—murmuré contra sus labios antes de volver a besarlo. Me regocijé en la sensación de calidez que él siempre me transmitía y me dejé llevar por ella, por la familiaridad, la seguridad y la certidumbre. Nuestros labios siempre habían encontrado un ritmo lento, envolvente y despreocupado. Conocía la manera en que sus labios se movían contra los míos igual que la palma de mi mano y dejé escapar un gemido en su boca cuando me tomó de los pómulos y profundizó aún más el beso. 219 Había extrañado tanto, tanto aquello. Me permití disfrutar de la lentitud y la dulzura por un poco más de tiempo, antes de tomar el control, porque quería que me hiciera olvidar, quería que Jordan inundara mi mente por completo y que no le diera lugar a nadie más. Coloqué mis manos en su pecho y lo besé con mayor ahínco, devorándolo con avidez, como si la vida misma se me fuese en ello. Quería intoxicarme de él, nada más. Me correspondió de la misma manera, con la misma emoción y permití que me absorbiera, con nuestras lenguas danzando frenéticas una contra la otra. Movió sus manos hasta mi cintura, cerrando sus dedos en torno a ella igual que grilletes. Quería sentirlo y que él se adueñara de cada nervio en mi cuerpo, así que cuando su boca no me pareció suficiente, tracé un camino con mis labios por todo su cuello, al tiempo que rompía su camisa sin mucho esfuerzo, con los botones saliendo disparados por todo el lugar. Me miró perplejo por un momento y sabía que lo había hecho enojar; hacía eso siempre que lo quería más rudo, porque él odiaba que rompiera sus camisas. Antes de que pudiera decir algo más, me 220 tomó de la cintura y me estrelló contra la pared con poca delicadeza, reclamando mi boca con la suya, con hambre desnuda y besos frenéticos, hasta que casi me pareció imposible seguir su ritmo y respirar. Podía sentir su dureza contra mi vientre y un nudo tensándose justo ahí. Me sentía caliente y ansiosa, necesitaba de él y mis manos parecían no ser suficiente para beberlo, para tocar sus grandes hombros, su firme torso, sus brazos, el inicio de sus pantalones. Jadeé cuando posó su boca en un área particularmente sensible de mi cuello y el recuerdo de Alexander en esa misma posición, haciendo exactamente lo mismo, envió una nueva llamarada de indeseable excitación. Cerré los ojos con fuerza para mantener mis pensamientos a raya y evitar que viajaran más allá del momento, más allá de Jordan. Logró deshacerse de mi blusa y la sacó con rudeza por mi cabeza, dejando al descubierto mi sostén. Lo empujé con brusquedad, no quería estar en esa posición que sólo ayudaba a evocar recuerdos que debían permanecer guardados en lo más profundo de mi mente. Percibí la familiar sensación de excitación que me provocaban sus dedos viajando por mi 221 espalda, hasta que logró deshacerse de mi sostén, permitiendo que sus manos y su boca llenaran de atención mis pechos. Otra serie de recuerdos flotó a la superficie y me mordí el labio, buscando concentrarme en Jordan, sin poder lograrlo. El recuerdo de la boca de Alexander en torno a uno de mis pezones me provocó un escalofrío. Gemí cuando mordió uno de mis botones particularmente fuerte y tomé su cara entre mis manos para volver a besarlo, al tiempo que él se encargaba de abrirse paso por mi pantalón, bajándolo hasta mis muslos antes de detenerlo, colocando mis manos sobre las suyas. Lo miré alarmada por un instante. No podía permitir que viera el estúpido tatuaje que compartía con Alexander. Frunció el ceño en clara molestia porque le dificultara despojarme de la prenda, pero sabía que aquello no sería impedimento para que llegara hasta donde deseaba. Me giró de pronto y coloqué mis rodillas en el sofá, con mis codos sobre el respaldo, regalándole una vista completa de mi trasero, cubierto por mis bragas. Las bajó sin mucha ceremonia, ansioso por llegar hasta mi feminidad y me concentré en su 222 dulce tacto en torno a ella para asegurarse que disfrutara de todo aquello. La placentera sensación me remontó hasta la noche en Las Vegas, a ese feo motel, a la manera en que Alexander había estimulado mi parte más sensible y me había desarmado; la manera casi tiránica en la que había besado, chupado y tomado cada parte de mi cuerpo. No tenía idea de cómo habíamos llegado hasta ahí, pero se había sentido dolorosamente bien. Sentía sus manos sobre mi piel como si su tacto encendiera en fuego cada uno de mis poros, así que dudaba mucho que pudiera olvidar todos los lugares donde sus dedos habían estado. Lo sentía conmigo, adueñándose de cada parte de mí a través de la memoria. Jordan entró repentinamente y sin previo aviso, siendo recompensado con un rebelde gemido que no pude contener. Comenzó a moverse dentro de mí, con estocadas deliberadamente controladas, lentas y me sujeté con fuerza al respaldo del sofá, disfrutando enormemente de tenerlo dentro otra vez. Mi sexo lo recibió con felicidad, porque era un cuerpo que conocía de mucho tiempo atrás. Alexander volvió a aparecer con cada intromisión, regalándome deliciosas memorias de su 223 miembro invadiendo sin tregua mi feminidad, familiarizándose con ella, llenándome completamente y sacudiéndome de excitación con cada estocada profunda e implacable, sometiéndome con cada uno de sus movimientos. Su respiración en mi oreja me había intoxicado y sus manos en mi trasero me habían llevado hasta el borde. ¿Cómo se había atrevido? Jordan encontró un ritmo y aumentó la profundidad y velocidad de sus embates, al tiempo que colocaba una mano en la parte trasera de mi cuello para presionar mi rostro en la tela del sofá, que se sentía rugosa contra mi mejilla. Sus uñas se enterraban en mi cintura, tomándome con fuerza y podía escuchar la sangre corriendo con rapidez por mis oídos, mi corazón tomando fuerza en sus latidos y el familiar nudo que él siempre había construido en mi vientre tensándose. Quería más. Recordé lo que Alexander me había dicho en el café y sentí el nudo tan apretado que dolió un poco. Moría por liberar esa espantosa presión. “Por lo que yo recuerdo, tú no dejabas de pedir más.” 224 Gemí fuertemente y el mero pensamiento de lo que había transpirado entre nosotros en el ala este fue casi suficiente para llevarme hasta el límite. Él era más de lo que yo podía manejar. Jamás me había sentido tan fuera de control y tan devorada por otra persona sólo por besarme y eso me desequilibraba terriblemente, no me permitía pensar con claridad. Sus labios sobre peligrosamente bien. los míos se sentían Jordan me tomó del cabello y jaló de él, teniendo cuidado de no lastimarme, y me maldije nuevamente, porque recordé la manera en que Alexander había hecho lo mismo en el motel, sus dedos jalando con fuerza, sin importarle en lo más mínimo si me hacía daño o no, y enviando sensaciones extraordinarias por todo mi cuerpo. Tomé la mano de mi novio a ciegas y lo guie hasta mi clítoris, en una petición muda para que me ayudara a terminar ahora que me sentía tan cerca. Él obedeció y se entregó diligentemente a la tarea. Fue el rostro de Alexander y su cuerpo el que apareció en mi mente mientras me dejaba arrastrar por el orgasmo, pero me concentré lo suficiente para 225 no ser tan estúpida y que su nombre se escapara de mis labios. Jordan se corrió un par de estocadas después, salió de mí y se desplomó en el sofá, tratando de recuperar la respiración. Yo me incorporé y me subí los pantalones lo necesario para caminar hasta su baño. Me disculpé con una sonrisa y corrí hasta el escusado para hacer lo procedente. Cuando terminé, me miré en el pequeño espejo que había encima del lavabo y fue casi imposible no desviar la vista, incapaz de seguir contemplándome. No sabía qué era peor: lo que había hecho o lo que estaba pensando mientras lo hacía. Me mordí el labio y me pasé la mano por el cabello, furiosa conmigo misma y con Alexander, por haberme tomado e invadir cada parte de mi cerebro con ello. Él quería mi atención y la había conseguido. Quería estar cerca de mí, así que me despojó de todas mis opciones. Me deseaba, así que simplemente me había tomado. ¿Cómo podía ser tan, tan…? ¡Agh! Cuando salí del cuarto de baño, Jordan ya se había puesto una camiseta y me dedicó una brillante 226 sonrisa que yo pude corresponder apenas. —¿Tienes hambre? Puedo preparar algo para los dos, tengo la receta de un spaghetti que va a encantarte y luego podemos ver alguna película mientras me cuentas tu día, ¿qué te parece? Fruncí los labios, debatiéndome en si debía o no quedarme más tiempo, pero la sutil súplica impresa en sus bonitos ojos terminó de convencerme. —Claro, suena genial. Sonrió abiertamente y me guio hasta su cocina, donde nos avocamos a la faena de cocinar. Yo me encargué de hervir los spaghetti—o al menos trataba de hacerlo, porque era un fiasco en la cocina—, mientras él se ocupaba de cortar los tomates y las especias para la salsa. Mientras cuidaba que las malditas tiras no se evaporaran junto con el agua, lo observé trabajar con atención, sus facciones unidas en una expresión de concentración. Conocía a Jordan desde que tenía quince años. Él había sido mi primer amigo en el instituto al que me había transferido y con el tiempo, se convirtió en algo más, con pequeños detalles y con su personalidad paciente y amable. 227 En realidad fue de los pocos chicos que no me abandonó porque yo era demasiado. Pretendientes pasados habían coincidido en que yo era alguien muy intimidante, demandante y controladora. Jordan fue el único no salió corriendo con la cola entre las patas como un perro cuando conoció a papá, porque mi padre era una excelente persona, pero también alguien terriblemente intimidante, aunque no tanto como Erik, mi hermano, que podía lograr que mis novios se cagaran del miedo solo con mirarlos. Nuestra relación tuvo una lenta construcción, a base de mucha convivencia y atenciones. Nos acostumbramos a la cercanía del otro y supongo que la química se dio como resultado. No discutíamos mucho y sabíamos ceder; Jordan era algo que yo podía controlar fácilmente y eso era perfecto para mí, porque me hacía sentir estable y segura. Además, era criminalmente guapo, un excelente plus que no podía dejar ir. —Te amo, ¿lo sabes, no?—mi corazón se comprimió con culpabilidad cuando él se giró, su cabello castaño alborotado y sus orbes brillando con devoción. Acunó mi rostro entre sus manos y me sonrió. 228 —Claro que lo sé—me besó tiernamente en los labios y agradecí la atención—. También te amo, y lo haré siempre, no importa qué. ¿Estás seguro de eso? Quise preguntarle, pero me abstuve y en cambio, puse mi mejor sonrisa para tratar de convencerme de que todo iba a resolverse y que al final, Alexander Colbourn no sería más que el recuerdo de un grave error que cometí en mi juventud. —¿Estás viendo a alguien?—inquirió Edith sin poder ocultar el asombro que tildaba su voz. Fui vagamente consciente de que Sara sorbió sonoramente por la nariz, para después sonarse con fuerza. —¿Te refieres a una alucinación, un psicólogo o a un chico?—preguntó a su vez la castaña con tono ahogado. —¡Claro que a un chico, idiota!—escuché renegar a mi amiga e imaginé la cara de exasperación que tendría. —No seas tan dura con ella Edith, acaban de botarla—intervino Jordan, a mitad de camino entre 229 la broma y la sinceridad. Podía escuchar fragmentos de la estúpida conversación que Matt, mi novio y mis dos amigas mantenían en el portal fuera de la universidad, pero mi atención estaba puesta cien por ciento en Ethan y Alexander, que parecían inmersos en una acalorada discusión por algo que no lograba escuchar. Estaba ansiosa por salir de ahí y no saber nada más sobre la vida de mi indeseable y nada sutil esposo, pero no podía hacerlo porque esperábamos por mi amigo, que había insistido en conocer el nuevo café vintage que habían abierto cerca del centro. Desde mi lugar bajo del portal, podía observar la alta y esbelta figura del heredero Colbourn. Su postura era segura, aunque severamente tensa, con una de sus muchas sonrisas adornando su bello rostro: en ese momento, la que esbozaba era una de las más infames, probablemente burlándose de alguna estupidez que salió de la boca de Ethan. Lo conocía desde que éramos niños y durante nuestra infancia, habíamos convivido unas cuantas veces—fruto de los fútiles intentos de su tía porque pudiéramos mantener una relación civilizada entre ambas familias—, y debía reconocer que había 230 crecido notablemente y se había transformado en alguien llamativo y atractivo con el paso de los años. Siempre había sido más pulcro y cuidadoso de su apariencia que la mayoría de los chicos, seguramente por ser el hijo de las personas que era. Predeciblemente, su lista de conquistas era interminable por lo que había oído aquí y allá, aunque nunca había mostrado suficiente interés para saberlo a ciencia cierta, y por lo que decían mis amigas, era difícil saberlo con exactitud. Alexander era el tipo de persona que prefería mantener ese aspecto de su vida sólo para él, siendo la completa antítesis de Matt, que cambiaba más de chica que de ropa interior, o incluso Ethan, que tenía tantas conquistas como rizos sobre su cabeza. Vagamente me pregunté si él era realmente atractivo o era que su encanto provenía de su dinero y su relevancia social. “Claro que es guapo, sólo estás en negación querida” se mofó mi conciencia y deseché el pensamiento ipso facto. Hice un mohín. Ahora yo entraba en esa categoría de conquistas secretas y eso me molestaba sobremanera, aunque no era propiamente una conquista, sino más bien un revolcón. 231 La realización sólo provocó que enfureciera más. —Leah, ¿estás bien? No olvides respirar, por Dios—la voz de Edith me sacó de mis cavilaciones y me centré en ella, que me miraba preocupada. —¿Qué?—me sorprendí de saber que mi mente se había ido tan lejos en tan poco tiempo. —¿Se han peleado tus únicas dos neuronas o qué?—se burló mi amiga, al tiempo que mi novio soltaba una carcajada y la felicitaba por el chiste. —No, me fui por un momento. —Yo más bien diría que te moriste por un momento—rebatió la rubia y le hice una mueca. —Últimamente estás muy distraída—comentó Matthew y Jordan me estrechó contra sí, con Edith asintiendo. —¡¿Podemos volver a concentrarnos en mí?! ¡Yo soy la parte importante en este momento!—se quejó Sara, que ahora tenía el rímel terriblemente corrido y las mejillas enrojecidas. —Sí, sí…entonces, ¿lo encontraste durmiendo con otra?—habló Matt de nuevo y Sara se limpió dramáticamente las lágrimas. 232 —Fui a esa fiesta de la facultad de Administración, a la que todos ustedes traidores decidieron no asistir y acompañé a mi… Ex hasta que terminó, luego fuimos a continuar la fiesta a alguna casa. Cuando desperté, yo estaba completamente vestida en un horrible sofá que olía a Doritos y vómito—Sara hizo una mueca de asco—. Lo busqué dentro de la casa y lo encontré desnudo, abrazado como un mono a otra idiota, igualmente desnuda. —Ouch—se quejó con Matt y le palmeó la espalda, pero sólo sirvió para que ella llorara con mayor ahínco. Mis ojos volvieron a clavarse en los dos chicos que no dejaban de discutir y reparé en algo que me desconcertó un poco: como regla general, Alexander siempre se mostraba impoluto, casi perfecto. Sin embargo, en ese momento unos mechones rubios caían desordenados sobre su frente, su ceño estaba profundamente fruncido y lucía exhausto, preocupado, con negros aros surcando la parte inferior de sus ojos. Algo debía ir muy mal para que él perdiera su arrogante y casi inmaculada compostura de esa manera. 233 Me pregunté si tendría qué ver con el dinero que debía y mi sentido común me respaldó. La conversación pareció terminar y se acercaron al mismo paso hasta nosotros. Ethan entró en nuestro círculo y entendió rápidamente el tema, aportando sus nada sutiles comentarios. —¿No vienes con nosotros?—preguntó Edith a Alexander tomándose del cabello de la manera que hacía siempre que estaba coqueteando. Él le dedicó una brillante sonrisa, con ese hoyuelo formándose en sus mejillas. —Me encantaría, pero no puedo, tengo otros planes—se disculpó cordial y noté la decepción en los hombros de mi amiga, al tiempo que el idiota se despedía con un gesto de la mano. No obstante, mientras se alejaba de nuestro círculo, chocó su hombro contra el mío sin cuidado y me desequilibró por un momento, hasta que me ayudó a recuperar el balance colocando una mano sobre la mía y otra sobre sobre mi brazo. Mientras lo hacía, se las arregló para depositar otra nota en la palma de mi mano, justo en las narices de mi novio, bajo la excusa de ayudarme. 234 —Lo siento—se disculpó rápidamente y se alejó antes de que pudiera emitir alguna palabra. Apreté el papel con fuerza sorprendida por su acción, pero mayormente molesta porque volviera a usar como medio de comunicación sus malditas notitas, que no hacían otra cosa que ponerme de los nervios. —¿Estás bien?—Jordan me acarició la espalda y asentí apenas. —Oh por Dios—escuché decir a Edith y cuando alcé la vista, sus ojos estaban clavados al frente, a punto de salirse de sus cuencas y con la boca tan abierta que pensé que se zafaría su mandíbula. Todos nos giramos por inercia como los amantes del chisme que éramos e inmediatamente deseé no haberlo hecho. No pude definir la sensación que me constriñó el pecho cuando vi a Mercy Parkinson subiendo felizmente al auto de Alexander, al tiempo que él le cerraba la puerta en un gesto caballeroso. “Con que esos eran sus planes.” Apuntó cruelmente mi conciencia. 235 Lo seguí clavándole cuchillos con la mirada mientras rodeaba el auto y abría la puerta del conductor. Para su mala suerte, estaba observando cuando, antes de subir, giró su cuerpo para mirar en nuestra dirección. Nuestros ojos se encontraron por el momento más breve posible antes de que él entrara y arrancara como si la misma muerte estuviera persiguiéndolo. Caí en cuenta justo después de que él desapareciera dejando un rastro de polvo y gravilla, que el haberme percatado de ese momento de vacilación que se adueñó de sus ojos por un instante, era algo que yo no debía contemplar. “¿Has logrado llegar a un acuerdo sobre el día en el que veremos al amigo de tus padres? Es preciso que nos pongamos en contacto para saber qué le diremos y no parecer idiotas llenándolo de contradicciones.” El bastardo condescendiente. “Te contactaré pronto para reunirnos y charlar. Sinceramente, Tu Siempre Leal Esposo” 236 Una sonrisa surcó mis labios antes de que pudiera evitarlo. Era curioso que hubiese decidido utilizar el adjetivo leal después de haberse pavoneado con Mercy Parkinson por el estacionamiento horas atrás. Debajo del mensaje, con su pulcra y cuidada caligrafía, había una posdata. “Posdata: Matthew ha estado observando mucho tus pechos últimamente. Deberías considerar seriamente regalarle un bozal, babea como un perro” Tuve que contener una carcajada. El que Matthew me observara sin pudor alguno no era nada nuevo, puesto que siempre había parecido más interesado en mantener conversaciones con las tetas de las mujeres que con ellas en sí. Era normal en un chico de veintidós años, y la normalidad estaba bien. Alexander por otro lado era, a falta de una mejor palabra para definirlo, extraño, tanto que no podía entender su forma de pensar la mayor parte del tiempo. Podía ser tan astuto y perverso como yo esperaría que fuera, o tan despreocupado como un adolescente; poseía una inteligencia que podía ser tan encantadora como destructiva y un desarrollado sentido del humor que era, innegablemente, la mayor sorpresa de todas. 237 Guardé la nota en la bolsa trasera de mi pantalón y salí del baño dentro del pequeño café al que nos había arrastrado Ethan. Me senté de nuevo en la mesa junto a Jordan, quien me apretó la mano una vez me tuvo cerca y sonreí apenas. —Me dirás todo lo que sepas en este momento— amenazó Edith a nuestro amigo estirándose sobre la mesa y me dije que solo ella podía lucir tan amenazante con un cuchillo para untar mantequilla. —¡Ya te dije que no sé nada!—se defendió Ethan, tratando de alejarse del arma letal con la que era coaccionado en ese momento—. No tengo idea de qué tiene que ver Alex con Mercy. Un desagradable sabor a hiel se extendió por mi boca y di una mordida al pastel de chocolate que compartía con mi novio, buscando desaparecerlo. —Ya, ustedes los hombres son más chismosos que nosotras las mujeres—miró uno a uno a los chicos de nuestra mesa, suspicaz—. Se cuentan todo, es obvio que saben algo. —La verdad es que no—acotó Matt, abstraído en devorar su dona. —En serio, ¿por qué él querría salir con Mercy? Joder, si esa chica es más fácil que la tabla del uno 238 —se quejó Edith, molesta. Sara sonrió un poco y su rostro hinchado se vio grotesco por la acción. —Creo que ahí tienes tu respuesta, querida— respondió Ethan, sin despegar la vista de su celular —. Tal vez buscaba un poco de diversión fácil. —No todos buscan cogerse a todo el abecedario como tú—respondió mi amiga—. ¿En qué letra vas ya, por cierto? ¿G? —N—contestó con orgullo el aludido y la rubia hizo una mueca de asco. —Sólo espero que no le pegue el Sida o algún piojo—se dejó caer derrotada en la silla. —Si él no te invita a salir, ¿por qué no lo invitas tú?—Jordan la miraba con curiosidad—. No creo que se niegue a salir contigo. Yo me atraganté con el café que bebía sin poder evitarlo y comencé a toser, ganándome la atención de todos. El mero pensamiento de Edith y Alexander juntos me resultó siniestro, asqueroso, inconcebible… ¿Qué era esa quemazón en mi pecho que me invadía? Quería que desapareciera. 239 Él estaba libre—técnicamente no, pero fácticamente sí—, podía cogerse a quien él quisiera, aunque fuera un tapete que todos pisaran como Mercy, ¿por qué no dejaba de molestarme? —¿Qué pasa, Leah? Jord tiene razón—dijo con entusiasmo mi amiga—. Podríamos hacer citas dobles y salir los cuatro juntos y… —¿Estás loca mujer?—la interrumpió Ethan—. Leah se tiraría de la primera ventana disponible antes de convivir con Alex. —Ay, claro que no, ya somos adultos, podemos convivir pacíficamente, ¿vedad, Leah?—me miró expectante y no supe qué responder. El resto de la tarde pasó tranquila y, aunque traté de aminorar la quemazón engulléndome dos pedazos de pastel y cuatro tazas de café, todo fue en vano. Me moría por desahogarme con Edith, contarle todo el infierno por el que estaba pasando y que yo sola había creado; quería que me dijera que todo estaría bien, que al final Alexander saldría de mi vida y terminaría casándome con Jordan, teniendo una casa, un perro y con el tiempo, muchos niños de preciosos ojos miel, dulces como los de él. Pero no podía hacerlo. 240 Cuando estábamos por salir, me levanté con brusquedad de la silla, sintiéndome como un manojo de nervios por toda la cafeína que corría por mi sistema. Lo único que quería era llegar a casa, darme un baño y hacer algo de yoga. Tal vez mamá se uniría a mi terapia de autoayuda. Sin embargo, mi estúpido sueño utópico se fue al carajo cuando Jordan alzó la voz para hacerme una pregunta. —Leah, se te cayó esto—me giré y miré que entre sus dedos, sostenía un pequeño papel que me resultaba muy familiar. Entonces, el alma se me fue a los pies en un milisegundo, al tiempo que palpaba frenéticamente la parte trasera de mi pantalón, confirmando el peor de mis miedos. Era la nota, ¡LA NOTA! —¿Qué es?—comenzó a desdoblarla con tortuosa lentitud. La garganta se me secó en un instante. 241 VOLVIÓ LA DE LOS CAPÍTULOS KILOMÉTRICOOOOOOOOOOOOOS. Cuando digo que son kilométricos, es porque lo son. En fin, díganme, ¿qué les pareceeee? ¿Qué creen que pasará en el siguiente capítulo? ¿Quién creen que lo narrará? ¡Espero leer ansiosa sus comentarios! El próximo capítulo irá dedicado a… quien se acerque más a lo que suceda en el siguiente capítulo. Donde yo vivo, está lloviendo horrible. ¿Ustedes qué tal? Con amor, KayurkaR. 242 Capítulo 9: Tiempos desesperados, medidas desesperadas. Alexander Increíble cómo una persona podía hablar tanto y decir tan poco. Era un talento que no todos poseíamos. Mercy Parkinson parloteaba sin cesar sobre un montón de cosas sin sentido—estaba realmente sorprendido por su capacidad para decir más de quinientas palabras por minuto sin respirar—, y no detuvo su incesante palabrería durante el resto del camino hasta Rock Creek, llenando mi cerebro de chismorreos que no me importaban en absoluto, sobre personas que me importaban una mierda. Parecía no afectarle que únicamente moviera mi cabeza de vez en cuando para aparentar que la escuchaba, al contrario, era como si solo la alentara. Conocía a Mercy por la universidad y había comenzado a convivir con ella hacía poco menos de un año, claro, si a tener sexo ocasionalmente se le podía clasificar como convivir. 243 Me había parecido extremadamente bonita cuando la vi por primera vez en el edificio principal y sus rasgos cautivaron enseguida mi ojo artístico. Pensé que sería una modelo perfecta para las fotografías que pretendía enviar a Vevey, la escuela de fotografía que quería atender en Suiza y, aunque su facilidad para posar aunado a su belleza natural me habían ayudado a ganar algunos concursos a nivel Estado, no estaba seguro de que las fotografías que le había sacado fuesen suficiente. Quería impresionar en Suiza y sentía como si algo les hiciera falta. Me gustaba fotografiar lugares, por supuesto, pero prefería un millón de veces hacerlo con personas; tenían mucho más para ofrecer y transmitir en mi opinión. Me gustaba captar las emociones que se reflejaban en su rostro incluso cuando no estaban conscientes de ello, la manera en que sus ojos gritaban un montón de sensaciones aunque sus labios estuviesen sellados: amor, tristeza, desesperación. Mercy tenía un talento natural para posar y su belleza había encajado a la perfección con un montón de lugares en los que la había capturado, complementando el resultado final. 244 Cuando me aburrí de ese tipo de capturas, decidí probar algo nuevo y le propuse desnudos. Al principio pensé que se negaría, pero terminó aceptando antes de que le hiciera aclaraciones. También terminamos follando antes de que yo tomara la primera fotografía. Después de eso, habíamos mantenido una relación discreta casi profesional. Yo la buscaba siempre que necesitaba una modelo—o un revolcón —, y no nos dirigíamos la palabra en horario escolar, mayormente porque ella estaba ocupada ligando con otros tipos. Así que ahí estábamos, los dos en mi auto yendo a otra locación para tomarle a Mercy una nueva serie de fotografías esperando que ahora me parecieran lo suficientemente buenas y enviarlas con mi solicitud de ingreso a Vevey. —¿Te estás follando a alguien en este momento? —la pregunta me sacó de mis cavilaciones. —Ya me escuchaste—mencionó con diversión—. Sólo quiero saber si te estás follando a otra. 245 —¿Te importa?—pregunté con la misma emoción y la eché una ojeada antes de volver a centrarme en el camino. —La verdad no—se encogió de hombros restándole importancia, mi rabillo del ojo captando la manera en que movía su larga cabellera oscura—. Pero como no me habías buscado en casi dos meses, pensé que ahora estabas cogiéndote a alguien más. La imagen de Leah apareció en mi mente justo en ese momento y el amago de una sonrisa haló de mis labios. “Me encantaría.” Pensé en responderle, pero me contuve. —No, no he tenido rollos con nadie más. —¿Entonces sigues siendo mío?—inquirió entusiasmada y acarició mi brazo. La miré por un instante y no pude evitar sonreír por su tonta manera de batir las pestañas, sus ojos almendra brillando con emoción. —Si tú lo dices. —Por supuesto, me encanta tenerte solo para mí. Era una lástima que no pudiera decir lo mismo de ella. Por su cama habían pasado el mismo número de 246 hombres que personas a un baño público. Sin embargo, no me molestaba en absoluto, en tanto ambos tuviéramos una relación con prestaciones recíprocas. —Aunque—dijo luego de un rato, cambiando la radio de estación hasta detenerse en una canción de Ariana Grande— me sorprendió que me buscaras en la universidad, jamás lo habías hecho. Tamborileé los dedos sobre el volante al tiempo que me concentraba en girar por el retorno. —Tenía tiempo libre y quería aprovechar la luz natural—respondí sin darle importancia al asunto—. Además, te ves especialmente linda hoy. Le dediqué una corta mirada y provoqué el efecto que deseaba. —¿Eso crees?—dijo tocándose el pecho, halagada—. Eres mi favorito Alex, sin duda. —Gracias. —Si tú quisieras, podría quitarte tu status de soltero en un segundo—mencionó con exagerada ensoñación.— Sabes que solo tienes que pedírmelo, guapo. 247 Sonreí con ironía. Obviamente no iba a confesarle que no era más que un experimento, aunque sabía que no le importaría en lo más mínimo. Le había pedido hacer una sesión simplemente porque quería ver la expresión en el rostro de Leah cuando la montara en mi auto. ¿Inescrupuloso? ¿Efectivo? Sí. No. ¿Inmaduro? Tal vez. Antes de subir al auto, me detuve y la miré, porque quería observar el fuego había encendido en sus bonitos ojos. La había besado en el ala este por el simple placer de descolocarla. Me exasperaba muchísimo su apretada y altiva actitud, lo había hecho siempre. Como si fuera mejor que los demás por el simple hecho de ser ella, como si no todos los mortales fuésemos dignos de contemplar a su soberbia majestad. Era una mujer rodeada de muchos muros construidos a base de arrogancia y control, y no pude resistir el impulso de penetrar sus murallas para llegar hasta su parte más vulnerable. Aún podía recordar el sabor de sus labios, la forma en que se movían contra los míos y me correspondían con la misma avidez. Había comprobado que no le era totalmente indiferente, 248 porque si así fuera, no me habría besado de la manera en que había hecho ni mucho menos me habría permitido besarla más de una vez. El mero recuerdo de lo cerca que la había tenido fue suficiente para que mi miembro despertara y me removí en el asiento para enfocarme en algo más, sin conseguirlo. Su bonito trasero rozaba continuamente con mi entrepierna mientras tratábamos de llegar a la salida después del fiasco de la alarma de incendios y no tardé mucho en estar tan duro como una piedra, a pesar de hacer esfuerzos descomunales por evitarlo. Si ella lo notó, no dijo nada al respecto. Leah McCartney era el tipo de mujer con un rígido sentido de la disciplina y la obediencia, y una parte de mí quería corromper aquello y obligarla a quebrantar las reglas que tan regiamente la habían moldeado como persona. Quería orillarla a traicionar todo lo que conocía y creía verdad estando conmigo, haciéndole ver que, contrario a lo que pensaba, sí la merecía y era digno de ella. Quería demostrarle que no era más que un ser humano cualquiera y bajarla de sopetón de su inmaculado pedestal de superioridad. Cuando toda esta mierda se resolviera, quería que recordara. Cuando fuera mayor, con un obeso 249 esposo y tres mocosos que ocuparan sus días, quería que yaciera sobre su cama sin poder conciliar el sueño, recordando cómo había estado atada a mí, cómo había sido tomada por mí, incluso aunque hubiese sido un error. Además, aún tenía que encontrar la manera de convencerla para que me ayudara a resolver el asunto con mi herencia. Debía persuadirla para que me acompañara hasta Inglaterra lo más rápido posible. Me importaba una mierda si iniciaba los trámites de divorcio; todo estaría bien en tanto no el proceso no finalizara y pudiera cobrar el dinero que mi abuelo había dispuesto para mí. De ninguna manera permitiría que mi sueño de estudiar en Suiza se fuera al carajo porque mi queridísima esposa estuviese en negación, ni tampoco iba a permitir que Rick me metiera una bala entre los ojos por no pagar su dinero. Suspiré y bajamos del auto una vez encontramos una locación adecuada para la sesión. Tal vez con un poco de suerte lograría sacar las fotos que deseaba. 250 —¿Me das uno?—preguntó Mercy en cuanto extraje de mi bolsillo una cajetilla de cigarros. Se la ofrecí y lo tomó, colocándolo rápidamente entre sus incitantes labios. Me acerqué para encenderlo sin que sus orbes se despegaran de los míos en ningún momento, devorándome con ellos. Inspiró profundamente y soltó el humo por la nariz, aún concentrada en mí. Sentí mi garganta secarse y me dispuse a prender el mío para alejarme de ella. Mercy podía no ser la mujer más recatada y respetable del mundo, pero su belleza era innegable. Ella lo sabía y trataba de aprovecharlo al máximo, consiguiendo de nosotros los hombres cualquier cosa que quisiera. Me parecía un rasgo muy inteligente y excitante a la vez. —¿Me muestras las fotos?—preguntó luego de algunas caladas y yo asentí, acercándome para que pudiera apreciarlas. El fondo del parque Rock Creek junto a la luz del sol con el cielo despejado le daba a la fotografía de Mercy un toque casi etéreo y me agradaban, eran buenas. 251 —¡Son geniales!—se abalanzó sobre mi cuello para darme un beso en la comisura de los labios, resultado de su intento fallido por depositarlo en mi boca—. Me encantaría tener un novio que sacara fotos tan bonitas como tú. —Sería una pena para tus otros novios saber que ya no estás disponible—dije con burla al tiempo que le daba la última calada al cigarro y apagaba la colilla con la suela del zapato. Mercy enarcó una ceja. —Lo bueno de esto es que tú no eres una persona celosa, ¿o sí, cariño?—acarició mi pecho sobre la camisa y la detuve cuando viajó peligrosamente cerca de mi pantalón. —Eso es algo que a ti no te importa. Rio echando su cabeza hacia atrás. —Creo que puedo vivir con eso. —Excelente—apagué la cámara y me pasé una mano por el cabello. Ya estaba oscureciendo. —¿Quieres que te lleve a casa?—pregunté sintiéndome repentinamente ansioso por deshacerme 252 de ella. —¿Podríamos pasar antes por tu departamento? Me encantaría que me dieras el resto de las fotografías que me tomaste. Asentí y emprendimos camino. Una vez estuvimos en la puerta de mi departamento la invité a entrar, haciéndole una cordial seña a la que ella atendió felizmente. —Tenía mucho sin venir. ¿Dónde follamos la última vez? ¿Sobre la mesa?—preguntó inocentemente acomodándose sobre el sofá. —No lo recuerdo—respondí con sinceridad al tiempo que me dirigía a mi estudio para tomar las fotografías que me pedía y despedirla de una vez por todas. Cuando regresé a la sala, la encontré tendida sobre el sofá, con sus largas y torneadas piernas a lo largo del sillón, totalmente expuestas por la falda que vestía; los tirantes de su blusa caían sobre sus hombros, revelando retazos de su piel dorada y del sostén de encaje negro que llevaba debajo. 253 Sus ojos eran los mismos que una pantera a punto de devorar a una presa. Se incorporó del sofá con parsimonia y se acercó igual que un depredador: lento, receloso y sumamente amenazante. Retiró de mis manos sus fotografías, que cayeron desperdigadas por todo el lugar como una lluvia de imágenes y me condujo hasta el sillón, donde me empujó para que tomara asiento. —Me alegra mucho que me hayas buscado hoy— dijo en un susurro seductor, mientras se retiraba los zapatos—. Tenía mucho sin saber de ti, estaba esperando que me llamaras. —No estoy de humor hoy, Mercy—esperaba que mi cansancio se impregnara lo suficiente en mi voz para dejarle claro lo que era notorio. —Ah, eso puedo arreglarlo fácilmente—se quitó la blusa con lentitud, revelando poco a poco porciones de su piel, de su plano abdomen, hasta dejar al descubierto un bonito sostén que nunca había visto. Podía estar jodidamente muerto, pero el cuerpo de Mercy era capaz de revivirme en un segundo. Acarició mi entrepierna con su pie, palpando la 254 dureza en que mi miembro ya se había convertido y sonrió con satisfacción. —¿Ves? Te dije que no tardaría en ponerte de humor—gruñí levemente, en una petición sutil para que continuara con su improvisado espectáculo de striptease. Se giró, regalándome una bonita vista de sus delicados hombros cubiertos por su larga cabellera oscura y su espalda estrecha. Giró su rostro para que pudiera apreciar la manera en que se mordía el labio al tiempo que se retiraba la falda con una tortuosa lentitud. La presión en mis pantalones era tanta que me sorprendía que aún no se hubiesen roto. Sus bonitas nalgas quedaron al descubierto, protegidas por una exótica tanga color rosa. —Tienes suerte de haberme buscado hoy… serás el primero en ver mi nueva ropa interior. —Qué honor—dije con voz ronca, sarcástico, con Mercy sentándose sobre mí, con una pierna a cada lado de mis caderas. —Espero que no pienses en reemplazarme—frotó su sexo contra el mío, emitiendo un gemido y 255 ganándose un tirón de mis caderas—. Nadie me folla como tú, Alex. Enarqué una ceja, divertido, masajeando sus pechos sobre la rugosa tela de su sostén. —¿Eso les dices a todos? —Qué aguafiestas—mencionó sin ofenderse, con sus manos abriendo mi camisa y acariciando mi pecho. Se abalanzó sobre mi boca y me giré, ocasionando que sus labios chocaran contra mi barbilla. Hizo un sonido de decepción pero no se detuvo. Depositó tenues besos sobre mi cuello, con sus expertas manos abriéndose paso por mi pantalón, hasta llegar a mi turgente erección, que palpitaba con necesidad. —Estamos un poco ansiosos, ¿no crees?—gimió cuando logré deshacerme de su sostén y llevar uno de sus pezones hasta mi boca, con una de sus manos pegando más mi cabeza a su piel, para que lo engullera por completo. Comenzó a acariciar el glande en deliciosos círculos con su pulgar, bajando por toda mi longitud bombeando con perezosa animosidad; sus atenciones endureciéndome con cada viaje desde la 256 punta hasta la base, construyendo una exquisita tensión en todo mi cuerpo, expectante, y siendo recompensada por violentos tirones cuando apretaba particularmente fuerte. Era buena, muy buena. Me tomó del cabello de pronto, estrellando mi cara contra sus pechos y recibí el gesto de buena gana. La estreché más contra mí, con su feminidad rozando mi miembro, creando una placentera fricción. Sin perder un segundo más, la levanté un poco sin retirarla completamente y extraje de mi pantalón un preservativo. Me lo arrebató de las manos con una sonrisa y lo colocó con experticia. Apreté su trasero y retiré las bragas para hacerme espacio. Acaricié su entrada con la punta un par de veces antes de entrar en ella sin más preámbulos. Soltó el aire que estaba conteniendo en un caliente jadeo que no hizo más que excitarme sobremanera. —Eres tan grande como recuerdo—decidí ignorar el cliché y me concentré en penetrarla, tomándola de su bonito culo de nuevo para maniobrar su cuerpo a mi antojo, con su sexo regalándome sensaciones exquisitas. 257 Gemía alto y fuerte, casi de manera exagerada, pero no me importaba, no mientras me ayudara en mi liberación. Comenzó a moverse sobre mí, recargando sus antebrazos en el respaldo y circulando con su cadera mi miembro, sin sacarlo por completo. Gruñí entre dientes, tenso y cansado de sus juegos, así que la levanté un poco para comenzar a entrar en ella con rapidez, abriéndome paso en su interior con facilidad por lo húmeda que estaba. Ya podía sentir la familiar sensación del orgasmo borboteando en la base de mi estómago. Aumenté las embestidas hasta que rozaron el salvajismo. La incorporé repentinamente y la giré para que su espalda me recibiera y volví a sentarla a horcajadas sobre mí, siendo recompensado por otro jadeo de excitación. Hice un puño con su cabello y jalé de él mientras seguía invadiéndola rítmicamente, su cuerpo vibrando con cada intromisión. Alcancé su cuello, respiré sobre él y mordí su hombro. Esa vista en particular trasladó mi mente a aquella noche en Las Vegas, a la manera en que yo me había follado a Leah. Ese recuerdo era jodidamente excitante, Dios. 258 Llevé mi mano por su vientre, hasta llegar a su clítoris y lo acaricié frenéticamente, esperando que ella se corriera al mismo tiempo que yo, porque esa imagen había sido suficiente para llevarme al borde. Comenzó a agitarse y percibí su sexo contrayéndose en torno a mi miembro. Me encontré teniendo mi propio orgasmo de manera repentina y me vacié en su interior. Seguía recuperándome cuando ella se incorporó y yo me quité el preservativo con pereza antes de volver a abrocharme los pantalones. Si antes estaba exhausto, ahora me sentía devastado. Mercy parecía complacida consigo misma, porque claro, ¿cómo podría saber ella en quién estaba pensando cuando terminé? Comenzó a vestirse y yo recogí las fotografías que estaban desperdigadas por el suelo para entregárselas. Las tomó aún con una sonrisa y el cabello hecho un desastre. La guie hasta la puerta y ahí recostó su cuerpo sobre el marco. —¿Te veré pronto? 259 La observé por un momento, inclinando la cabeza y considerando su pregunta. —No—le dediqué mi sonrisa más brillante y le cerré la puerta en la cara. El aire estaba impregnado por el humo del cigarro, y el olor a alcohol y sudor agrio inundó mis sentidos en cuanto entré al bar—léase casa de apuestas— de Rick. Habían transcurrido tres días desde la vez que estuve con Mercy, no había cruzado palabra alguna con Leah y había recibido un sinfín de mensajes de los matones de Rick presionándome de nueva cuenta para que entregara el dinero. Hastiado de ello, decidí que lo mejor que podía hacer era hablar con él para llegar a un acuerdo, así que esa era la razón para regresar a ese hoyo de ratas después de tanto tiempo. —Eh Alex, tiempo sin verte—me saludó Michael con una palmada en el hombro y yo incliné la cabeza a modo de reconocimiento—. ¿Qué te trae por aquí? —Quiero hablar con Rick—espeté con seriedad. 260 Su expresión se tiñó de sorpresa y enarcó las cejas. —¿Tiene trabajo para ti? —No precisamente. —Entiendo. Ven aquí. Me guio por entre las mesas de juego, donde se desarrollaban partidas de póker y blackjack, hasta que llegamos a la parte trasera del establecimiento. Pasamos la puerta cercana a la barra y me condujo por el pasillo que llevaba a la parte privada del bar, donde se jugaban las verdaderas partidas. Una vez estuvimos dentro, el bullicio inicial de la parte frontal quedó ahogado dejando una tensa atmósfera silenciosa. Los hombres que estaban concentrados jugando partidas de póker, ataviados con regios trajes, alzaron la vista. La mayoría eran personajes importantes, hombres de negocios con un serio problema de ludopatía o un talento para las apuestas. Algunos inclinaron su cabeza en reconocimiento, ya porque me ubicaban como el hijo de Byron Colbourn o porque les había vaciado los bolsillos en algún juego. 261 Rick estaba concentrado charlando con unos tipos que tenían cara de pocos amigos y el rostro compungido en un eterno gesto de agriedad, como si siempre estuvieren chupando un limón. Él acalló la conversación cuando levantó la vista y se dio cuenta que estaba ahí, para después sonreír enormemente. —¡Alex, qué gusto!—me invitó a sentarme junto a él en uno de los sillones y con una seña de la cabeza, mandó retirarse a los otros dos que lo acompañaban—. Pensé que no nos honrarías con tu majestuosa presencia en un tiempo. —¿Por qué?—pregunté con sintiéndome vagamente incómodo. sinceridad, —Porque llevas tiempo escondiéndote como una rata—su semblante se ensombreció. Chasqueó los dedos y Mirna, una de las meseras, no tardó en presentarse—. Sírvele a nuestro príncipe un whiskey, que vamos a charlar. Conocía ese tono. Estaba ofuscado. —¿Has venido a traerme el dinero?—se inclinó, con su cabello ralo reluciendo por la tenue luz. —No, he venido a negociar. 262 Se echó a reír sonoramente. —Alex, ya has tenido tiempo suficiente. Es hora de que pagues. Ve con mami y papi, que para eso están, ¿no? Para limpiar tu mierda—sus ojos oscuros se entornaron y yo enarqué una ceja. —No quiero meter en esto a mis padres, déjalos fuera, Rick—espeté severamente.— Solo necesito un par de semanas más, ya tengo la fuente de ingresos. Se reclinó en su asiento, cruzó las piernas y sonrió. —¿Ah sí? ¿Y cuál es esa fuente de ingresos? Bufé. —Nada que te interese, en tanto recibas tu dinero. Además, no te conviene estar en malos términos conmigo, soy tu mejor jugador. La mayor parte de tus ingresos los obtienes gracias a mí. Otra grave carcajada brotó de su garanta y negó con ironía. —¿Jugador? Tú no eres un jugador, eres un estafador, un ladrón. Sonreí brillantemente. 263 —¿No son eso los mejores jugadores? Al final, cuando comprendes las reglas del juego, ¿no nos convertimos todos en eso? Alzó su vaso de whiskey a modo de brindis. —No se te escapa una—dio un sorbo—. Pero no estás en posición de condicionarme, Alex. No seas insolente. ¿Tus padres nunca te enseñaron a respetar a tus mayores?—dijo con tono amenazador. —Me enseñaron a no perder—respondí con la misma inflexión. —No eres más que un niño. Sigues jugando y ganando para mí, porque sigues debiendo y soy considerado contigo precisamente por eso, pero no abuses de mi bondad. Mirna apareció con mi trago en ese momento y le agradecí con una seña. Rick se acarició la incipiente barba grisácea, como si estuviese sopesando algo. —Está bien, te concederé un par de semanas más, en tanto sigas jugando para mí—tomó un sorbo antes de continuar.— Hay un tipo que ha estado acudiendo a mi bar para apostar y ha estado ganando la mayoría de las partidas. No quiero que deje en bancarrota a la casa ni que espante a mis clientes, 264 necesito que le vacíes la cartera… quiero que me quede debiendo hasta su culo, ¿entiendes? Solté el aire que ni siquiera sabía que estaba conteniendo. —Perfectamente—se inclinó y chocó su vaso contra el mío antes de beber con una sonrisa triunfal en el rostro. Dejé el alcohol sobre la mesa, dispuesto a irme ahora que ya había cumplido mi cometido y su voz me detuvo. —¿No te quedas a jugar, príncipe?—inquirió con sorna y una sonrisa torcida en sus facciones. —Hoy no, Rick. Que tus matones me envíen los detalles del tipo al que tengo que estafar. Te veré luego. Asintió con la cabeza solemne a modo de despedida y salí del lugar. Michael estaba en una de las mesas de la parte frontal, inmerso en una partida de póker junto con Ethan y otros tres hombres que parecían mayores. Mi amigo dejó las cartas sobre la mesa en cuanto reparó en mí y se acercó. 265 —¿Qué te dijo? ¿Te cortará los huevos?—habló a modo de broma y yo le palmeé el hombro. —¿Dudas de mi encanto?—respondí con orgullo —. Me dio un par de semanas más. —Qué alivio, pensé que te encontraría colgado de un puente o algo así—fijó su vista en la mesa, con los hombres esperando a que continuara el juego—. ¿Te quedas a una partida? —No, tengo cosas que hacer. En realidad no tenía nada pendiente, ni ningún plan en mente, pero ese lugar me resultaba inquietante y asfixiante en la misma medida. Ethan me había llevado ahí por primera vez hacía seis años atrás y aunque no éramos más que niños, aprendimos a jugar rápidamente. Ahora no representaba nada para mí, a excepción de una fuente de trabajo que venía acompañada de una deuda enorme gracias a mis errores. Salí del establecimiento y me sentí levemente mareado por el cambio brusco de ambiente. Caminé por la calle, que a esas horas estaba poco transitada, con algunos autos de los hombres y mujeres que jugaban dentro estacionados junto a la acera. 266 Extraje las llaves de mi Challenger y, justo cuando me disponía a quitarle el seguro, sentí cómo alguien me tomaba del hombro para girarme bruscamente y asestar un fuerte golpe en mi estómago. Todo el aire dejó mis pulmones y no alcancé respiración. Me doblé por inercia, buscando aminorar el dolor. Sin embargo, la oscura figura no perdió el tiempo y acertó otro golpe en mi rostro, que dejó zumbando mis oídos y amenazó con desequilibrarme. Me recuperé el tiempo suficiente para empujarlo y darle un golpe en el mentón, desorientándolo y atizando otro más del lado izquierdo de su rostro, con mis nudillos punzando por la acción. Alguien me empujó por detrás y cuando me giré, otra alta figura se materializó frente a mí. Sentí uno de mis pómulos doloridos repentinamente y pude probar el sabor de la sangre en mi boca. Volvió a golpearme hasta que trastabillé y caí. Los dos tipos no perdieron el tiempo y comenzaron a patearme sobre el suelo. Lo único que podía respirar mientras trataba de cubrirme el rostro era polvo y gravilla; un dolor lacerante extendiéndose por mi espalda y concentrándose en mi hombro. 267 Pararon hasta cansarse y entonces, la voz agitada de uno de ellos inundó el aire. —Es un recordatorio de Rick, niño. Dice que necesitas aprender modales. Regresaron al interior del establecimiento un segundo después. Yo permanecí tirado en medio de la calle intentando aminorar el dolor que se extendía por todo mi cuerpo lo suficiente para incorporarme. Ya me había parecido sumamente considerado de Rick concederme otra prórroga sin ninguna advertencia. Leah me miraba pálida desde el otro lado del comedor, con los ojos tan abiertos que pensé que se saldrían de sus cuencas. No la culpaba. Mi bonito rostro era un mosaico de desgracia en ese momento: los matones de Rick me habían reventado el labio, tenía un moretón en el mentón y otro hematoma más que se extendía por mi pómulo derecho. Había decidido no sentarme junto con Jordan y los demás, principalmente porque no estaba de humor para lidiar con sus preguntas, así que opté por 268 almorzar con mi equipo de fútbol; habían hecho unas cuantas preguntas que evadí bajo la excusa de que había tenido una pelea fuera de un bar. Luego de eso, dejaron morir el tema. Me concentré de nueva cuenta en la comida que tenía delante y mi celular vibró dentro de mi bolsillo. Arpía: ¿Qué demonios te pasó? El mensaje de Leah brillaba en la pantalla. Alex: Tuve una pelea con unos gorilas. Acompañé el mensaje con un emoji alusivo para mayor efecto. Arpía: ¿Dónde? Alex: En el zoológico. Me pareció buena idea entrar a la jaula. Alcé la vista justo a tiempo para captar el amago de sonrisa que se extendió por su rostro y no pude evitar sonreír también. Arpía: Qué idiotez. ¿Estás bien? Enarqué ambas cejas, sorprendido. Alex: ¿Acaso es preocupación lo que percibo? 269 Lancé una ojeada a su mesa y la atrapé arrugando los labios, como si estuviese considerando la respuesta que iba a teclear. Arpía: No lo hago por ti, lo hago por “humanidad”. Volví a levantar la vista del móvil divertido cuando imitó el comentario que yo le había hecho durante la evacuación. Leah me miraba con suficiencia, entretenida. Alex: Creí que ya estabas adoptando tu papel de buena esposa. Qué estúpido de mí. Envié un emoji entristecido y simulé limpiar una lágrima dramáticamente. Leah observó el gesto desde el otro lado del comedor conteniendo una risotada. Arpía: Dime algo que no sepa. Sonreí. Bingo. Alex: Que debemos vernos hoy en el mismo café a las 6. Me miró enarcando ambas cejas. Arpía: Eso no lo sabía. 270 Alex: ¿Ves? Tu esposo siempre atendiendo tus deseos. Observé cómo ella ponía los ojos en blanco y negaba en mi dirección. Arpía: Jódete, Colbourn. Batió las pestañas y sonrió con fingida inocencia. Mejor jódeme tú, preciosa quise escribirle, pero me abstuve cuando dejó el celular sobre la mesa y volvió a concentrarse en Jordan, que le susurraba algo al oído, con sus mejillas tiñéndose de rojo un instante después. Una sensación de malestar que de ninguna manera debería estar ahí se instaló en la boca de mi estómago solo de contemplar la escena y no desapareció durante el resto de la tarde. Hola. ¿Votos? ¿Comentarios? ¿Pecados? ¿Dudas? ¿Traumas? ¿Confesiones? ¿Por qué creen que Alex debe dinero? 271 El próximo capítulo irá dedicado al primer comentario. Con amor, KayurkaR. 272 Capítulo 10: Damisela en apuros. Alexander Arpía: No puedo asistir hoy, he quedado con Jordan. Permanecí observando el mensaje al menos un minuto entero, creyendo que si lo miraba lo suficiente, el malestar que sentía en mi estómago y que subía hasta mi pecho aminoraría. Pero no, solo logré aumentarlo. ¿Qué podía ser más importante que vernos para poder resolver la mierda en la que ambos estábamos metidos? La parte racional me decía que debía dejarlo pasar y esperar que ella estuviera disponible para quedar en otro momento, discutir esto como personas civilizadas y llegar a una solución factible. La otra parte, que tenía mayor partido, se moría por decirle que tenía que cancelarle, que salir con su noviecito no iba a borrar el hecho de que seguía siendo mi esposa y que si lo que buscaba era librarse 273 de mí de una vez, lo mejor que podía hacer era venir conmigo. Arrugué los labios. ¿Por qué no había logrado deshacerme de esa sensación de molestia? Antes de que decidiera qué hacer al respecto, alguien tocó mi hombro y me apresuré a bloquear el celular para girarme y mirar a la persona. —¿Seguro que estás en condición de entrenar?— preguntó Jordan con tono preocupado. —Por supuesto—respondí a la causa de todo mi malestar—. Mejor que nunca. —Amigo, tu cara no me dice lo mismo—esbozó una sonrisa nerviosa—. ¿Cómo carajo te ganaste esos golpes? Me pasé el jersey por la cabeza y me coloqué los protectores antes de tomar el casco. —Digamos que los ebrios y la verdad no se llevan bien—caminamos juntos por los vestidores para salir al campo con el resto del equipo. —¡Vamos, señoritas! Se acabó la hora del té— gritó Ethan corriendo y dándome una nalgada mientras se adelantaba hasta el frente. 274 —¿No se supone que los ebrios siempre dicen la verdad?—Jordan sonreía sin comprender mi comentario.— Yo entiendo que se llevan de maravilla. —Sí. Digo que no se llevan bien cuando les dices sus verdades—aclaré y aumenté el ritmo en mi caminar para adelantarme. No me sentía de humor para hablar con nadie, mucho menos con Jordan. —¿Qué car…?—mamá se atragantó, continuó mirándome y se llevó una mano al pecho—. Alex, ¿cómo te hiciste eso? Arrugué los labios y me pasé una mano por el cabello, considerando la posibilidad de contarle una mentira diferente. Lo pensé bastante, hasta que decidí que lo mejor era seguir con la misma ligera alteración de la verdad, como prefería llamarle. —Tuve una pelea afuera de un bar—respondí con la mayor convicción posible, sin mirarla, como hacía siempre cuando le mentía. Mamá me tomó del mentón, con sus profundos ojos azules escrutándome. Estaba furiosa, podía 275 notarlo por la presión que ejercía en su agarre. —¿No pudiste esperar a mañana para enrollarte en un lío?—espetó, severa—. ¿Por qué te peleaste esta vez? —Pelea de ebrios—le sostuve la mirada, buscando imprimir veracidad en lo que le decía. Escaneó mi rostro y negó con reprobación. La presión en mi barbilla aminoró e hice una mueca de malestar cuando sentí sus dedos rozando levemente el pómulo donde se extendía el feo hematoma. Acarició la zona afectada con una delicadeza impropia de ella pero recibí de buena gana el toque. Mi madre no era precisamente la persona más dulce del mundo, al contrario, era una mujer sumamente severa, regia y correcta, con un temperamento de los mil demonios y un talento nato para hacer que te cagaras de miedo solo con una mirada, pero no podría haber pedido a nadie mejor para criarme. Como su único hijo, había cumplido todos mis caprichos, hasta que no pudo controlarme por más tiempo y simplemente me permitió hacer mi camino. Su duro semblante se suavizó de pronto. 276 —No deberías meterte en tantos pleitos—dijo con una nota de súplica—. No quisiera que algo malo te sucediera. —Nada malo va a pasarme, mamá—tomé su mano y besé el interior de su muñeca—. Además, soy más fuerte de lo que crees, podría recibir el doble de éstos. Se soltó de mi agarre para asestar un golpe en el hombro más afectado y emití un sonido entre la risa y el dolor. —No digas estupideces, por Dios—se pasó una mano por su perfecto moño—. No más peleas, por favor. —No te prometo nada, pero por si acaso, deberías ir llamando a la ambulancia—me miró severa y reí —. Bromeo. ¿Para qué me llamaste con tanta urgencia? —Ah, necesito que te pruebes algo. —¿Qué cosa?—inquirí con interés. Mamá se alisó arrugas inexistentes en su blazer. —Es un traje que diseñé para Dries Van Noten— clavó sus orbes en mí, como si de esa forma pudiese leerle la mente. Cuando permaneció en silencio, la 277 insté a proseguir con una seña—. Es una pieza única y quiero que la utilices hoy. —Tu padre hará una reunión para celebrar buenas inversiones que ha hecho últimamente. Muchas personas importantes asistirán y no quiero perder la oportunidad de que admiren mi trabajo—alzó el mentón, orgullosa—. Sé que si te lo ven puesto van a adorarlo y se agotará en tiendas. Es de mis mejores trabajos hasta ahora y a Dries Van Noten le encantó. Sus ojos brillaban siempre que hablaba de su trabajo. No cabía duda de que amaba lo que hacía. —¿Y vas a permitir que me presente así?—señalé mi rostro, recalcando los moretones. —El maquillaje hace maravillas, cariño. Resoplé. —¿Por qué no le dices a papá que lo modele él? Mi madre soltó una carcajada sin humor al instante. —Por Dios, tu padre no se vería ni la mitad de lo bien que te verías tú—dijo con desdén—. Te 278 quedará perfecto. Sólo ten cuidado de no mancharlo con algo, ¿de acuerdo? Es una pieza muy importante y costosa. —De acuerdo—consentí al final y mamá sonrió satisfecha. —Excelente. En ese caso, iré a afinar los últimos detalles—salió de la sala y subió las escaleras que llevaban al estudio. Me recosté con cansancio en el mullido sofá y suspiré. Sería una larga noche. Mi rostro se sentía extraño con la pasta que Nora, la maquillista de mamá, había colocado sobre los feos hematomas para ocultarlos. No tenía idea de que la espesa mezcla que había creado con un montón de cremas color piel fuese tan efectiva para esconder golpes. Había hecho un trabajo extraordinario. El salón estaba atestado con un montón de personas que jamás había visto en mi vida. Algunas me sonreían cordialmente, elogiando el traje que vestía o la manera en que había crecido. Mamá se 279 mantenía cerca de mí, regodeándose con los halagos que recibía su trabajo. Papá estaba inmerso en un montón de conversaciones que parecían no tener fin. Iba de un círculo a otro, enzarzándose en pláticas sobre las que no entendía nada. Los padres de Edith estaban allí. El señor Morgan charlaba animadamente con papá, mientras mamá felicitaba a su esposa por exquisita selección de joyería. Sin embargo, cuando escaneé el lugar, no registré la presencia de su hija. Aunque me encontré con algo mejor en mi recorrido. Los McCartney entraron por las ornamentadas puertas de madera que llevaban al salón. Leo lucía tan regio y prepotente como siempre, con su esposa tomándolo del brazo, caminando con decisión. No obstante, su pomposa entrada no fue lo que captó mi atención. Leah caminaba justo al lado de sus padres, ataviada con un bonito vestido color beige que se ceñía a la perfección a su pequeña cintura, resaltando sus exquisitas curvas y mostrando el inicio de sus pechos, con la delicada línea de sus 280 hombros al descubierto y un alto recogido que sosteniéndole su cabello. Reparé en la abertura que adornaba su lado derecho, permitiendo observar de vez en cuando un retazo de la piel de sus definidas y largas piernas. Ella era, en definitiva, una obra de arte que valía la pena contemplar. Por primera vez les prestaba la atención suficiente para percatarme del estremecedor parecido que compartía con sus padres. Tenía la misma forma de la cara de su madre y me atrevería a decir que el mismo tipo de cuerpo que te detenías a admirar cuando caminabas por la calle, solo para deleitarte una segunda vez. Compartían la mayor parte de los rasgos, pequeños y delicados. Sin embargo, el atributo más notorio con el que discrepaba de su madre, eran sus ojos: los orbes de la señora McCartney tenían un vibrante color verde; su mirada era suave e incluso un poco melancólica, mientras que los ojos de Leah eran fuego puro: a veces grises como el hierro que lograba incrustar a través de ellos, o azules, como el hielo que reflejaban la mayor parte del tiempo. 281 Sin duda, eran los ojos de su padre: escrutadores y avasalladores. Era jodidamente preciosa y lo sabía, lo sabía tan bien que se movía conforme a ello, con gracia y petulancia. Desvié mi atención, buscando no evidenciarme más de lo que seguramente ya lo había hecho, engulléndola de esa manera tan descarada con la vista. Permanecí cerca de mis padres y pronto le perdí la pista. La sala estaba llenándose cada vez más y no fui capaz de ubicarla. El señor McCartney acudió luego de un rato a saludar a mi padre cortésmente— cortantemente, diría yo—, para después saludar a un montón de personas más. Hastiado y hambriento, me disculpé con una seña para ir hasta la mesa de aperitivos que estaba dispuesta al fondo de la sala. Agradecí que estuviera desierta y sonreí para mis adentros cuando ubiqué el último de los pequeños postres. Ya podía saborearlo. Estaba por tomarlo cuando alguien se me adelantó y lo retiró de la bandeja. “¿Es en serio?” Suspiré fastidiado y conté hasta diez para no gritarle al ingrato que había terminado 282 de arruinar mi noche. Sin embargo, todo el hastío se disipó cuando reparé en la sonrisa arrogante de Leah. —Eso es mío—me quejé, sin apartar la vista de su bonito rostro. —¿De verdad?—miró por todos lados el postrecito—. No veo tu nombre en ningún lado— dijo con fingida inocencia. —Estaba por tomarlo. —Lástima. Hay que ser rápido en la vida o te comen. Tomó la cereza que adornaba el pastelillo y la llevó hasta su boca, mordiéndola deliberadamente lento. Pasó la lengua por sus definido labios y sentí mi garanta secarse, mi miembro despertarse. La maldita zorra incitante. Lo hacía a propósito. —No pensé verte aquí hoy—comenté, en un desesperado intento por tranquilizar la excitación que se construía en mi sistema y se concentraba en mi virilidad. —Sorpresa, sorpresa—dijo centrada en la mesa —. Vine a iluminar esta aburrida fiesta. 283 —¿Y Jordan?—entorné los ojos—. Pensé que tenías planes con él. Se encogió de hombros, restándole importancia. —Primero tenemos que hablar—escaneó con mucha atención un canapé que había en la charola de plata. —Te escucho. —No aquí—dejó el aperitivo sobre el plato—. Es arriesgado. Les parecerá extraño vernos convivir. Reí sin humor. —La mayoría de la gente tiene una vida, Leah. No están concentrados enteramente en ti. Me fulminó con la mirada para dejar en claro que el tema no estaba a discusión y suspiré resignado. No iba a ganarle. —Te veo en el patio trasero en cinco minutos— concedí y ella me regaló su sonrisa más brillante. El tipo de sonrisa que, si no tenías cuidado, podía hechizarte. —Perfecto. 284 —Llegas tarde—dijo cuando la alcancé en el jardín trasero. Sonreí en respuesta. —¿Me extrañabas? —Difícilmente. Hice todo lo posible por no mirarla de manera descarada, que era toda una odisea porque joder, era difícil no hacerlo con ese bonito vestido, aunque aquello no era nada en comparación con la fuerza de voluntad que debía invertir en no tocarla. —¿Y bien? ¿Qué es tan importante? Se rascó la barbilla, pensativa. —Ya tengo la fecha en que veremos al amigo de mis padres para resolver todo esto—informó con la vista clavada en el suelo de adoquín que adornaba los jardines de mi casa. Una sensación extraña se extendió por mi pecho y arrugué los labios. —Dijo que me recibiría en dos semanas. Es decir —se removió incómoda, caminando junto a mí cerca 285 de la piscina olímpica que papá había mandado construir—, nos recibirá, si lo que deseas es venir conmigo. —Claro, ¿por qué no?—me mantuve a su paso, con las manos en los bolsillos. —Bien. Entonces me mantendré en contacto contigo—alzó la vista por fin—. Y por favor, no más notas. La última vez Jordan estuvo a punto de leer una. —¿En serio?—no pude ocultar la diversión que tildaba mi voz—. Hubiese pagado por ver su cara. Frunció el ceño, molesta. —Te habría regalado una nueva nariz, de haberse enterado que se trataba de ti—amenazó y reí. —Lo dudo. ¿Cómo evitaste que la leyera? —Se la quité a tiempo y le dije que era una anotación que había hecho en clase. Una carcajada brotó de mi garganta. Una parte de mí se moría porque Jordan se enterara de lo que yo tenía que ver con su novia, pero la que tenía mayor partido prefería quedarse con la nariz intacta. —¿Qué es tan gracioso?—estaba enfadada. 286 —Tu forma casi desesperada de pretender que todo con Jordan es perfecto, cuando no es así— emitió un jadeo de indignación. —¿Tú qué sabes?—objetó, colocando las manos en su cintura—. No es como si tú estuvieras en una relación estable, mucho menos con alguien como Mercy Parkinson. No pude contener la sonrisa triunfal que se extendió por mi rostro. —¿Son celos lo que percibo? Pareció descolocarse un segundo, para después volver a adoptar su típica faceta estoica. —Sueñas—rebatió—. Es solo que no tienes derecho de juzgarme cuando tú te revuelcas con personas como Mercy. —Leah, si vas a enumerar todas mis indiscreciones, esta será una larga noche—mencioné con humor y ella pareció tensarse antes de soltar el aire. Podía percibir el aroma a lis que despedía. Seguí la silueta de su cara, la línea de su nariz, la forma de su boca casi por inercia, como si mis ojos tuviesen vida propia cuando se trataba de ella. 287 —Prefiero no hacerlo, gracias. Permanecimos en silencio, con unos cuantos pasos de distancia separándonos. Sus ojos mirando en todos lados, menos a mí y yo, bebiéndola. Carraspeó y dio un paso dispuesta a irse. —¿Por qué Jordan?—dije sin poder sofocar el impulso. Alzó la vista, perpleja. —¿Por qué buscas tan desesperadamente arreglar las cosas?—inquirí con genuina curiosidad. Se mordió el labio y Dios, yo también quería morderlo. —Porque siempre hemos estado juntos, siempre hemos sido él y yo, y no puedo permitir que esto— nos señaló a ambos— arruine mis planes. —¿Entonces es todo por costumbre?—tomé un paso más cerca—. ¿Es lo que tratas de decir? Dio un pequeño paso hacia atrás, buscando tomar distancia. 288 —N… No. Siempre hemos estado juntos, nosotros… —¿Dónde termina el amor y dónde empieza la costumbre, señorita McCartney? Qué vida tan aburrida, Leah. Todo construido tan sistemáticamente, tan… —¿Y qué? Al menos él es mejor hombre de lo que eres tú—me interrumpió, desafiante. Enarqué una ceja, tomando otro paso. —Él no es ni la mitad de lo que soy yo— contraataqué burlón. Podía ver la tensión en sus hombros y la manera en que flaqueaba su determinación. —No lo creo—su voz temblaba levemente—. Jordan es amable, dulce, divertido… Toda su seguridad se desvanecía en la misma medida que yo me acercaba. —Encantador—negué—. Los mismos atributos que, no sé, ¿un perro? Lo tratas igual que a una mascota, Leah. —¡Claro que no!—rebatió, buscando mantenerse firme en su argumento—. También es valiente y… 289 —Es, veamos, ¿inteligente?—cuestioné—. Cuando hablas, ¿están al mismo nivel? ¿Te hace pensar? ¿Te desafía? Pareció sorprendida. —Pues, yo… —¿Es centrado? ¿Aspiraciones? ¿Tiene metas? ¿Deseos? —Yo… —Cuando estás con Jordan, ¿qué sientes? ¿Sientes esa necesidad de estar cerca de él? ¿Sientes esas estúpidas mariposas que todas las mujeres dicen sentir?—continué sin tregua, acorralándola. —Nosotros… —¿Te impulsa? ¿Te lleva más allá de tus límites? ¿Te pone los pies sobre la tierra? —Alex, déjame… —¿Te excita lo suficiente? Estábamos tan cerca que ella tuvo que inclinar la cabeza para mirarme conteniendo la respiración. —Voy a responder por ti—la corté, sonriendo oscuramente—: No lo hace. Estás con él porque 290 puedes controlarlo, eso es todo. Dio otro pequeño paso y la tomé instintivamente del brazo para mantenerla en el lugar. —Suéltame—dijo con decisión de pronto, saliendo de su estupor—. Te pedí que no volvieras a tocarme. Adoptó la misma posición de aquella vez en que nos besamos en el ala este y tomé su otra mano, anticipándome a su movimiento. —Tranquila Jackie Chan, solo estoy tratando de… —Dije que me sueltes—insistió y volvió a construir esos impenetrables muros en sus ojos. —Leah… —Suéltame. La obedecí, alzando las manos a modo de rendición. Se alejó con brusquedad y entonces, miré cómo caía directo a la piscina dando un gritito. La escena resultó tan ridícula que no pude contener la carcajada que brotó de mi garganta. 291 Comenzó a dar manotazos en el agua para tratar de mantenerse a flote, salpicando por todos lados. Miré divertido toda su perorata, hasta que dejó de aletear desesperadamente. Mi sonrisa se desvanecía con cada segundo que pasaba sin que ella volviera a revolotear. Debía saber nadar, ¿no? Mi corazón dio un salto cuando no pude localizarla. “Carajo, me tienes que estar jodiendo.” Antes de que pudiera pensarlo mejor, me lancé a la piscina para rescatarla. El cloro me escocía los ojos mientras nadaba más al centro y la encontré casi al fondo, hundiéndose. Salí a la superficie jadeando por aire, con ella rodeando mi cuello con desesperación, como si fuera su salvavidas. —¿Qué demonios fue eso?—dije jadeando, rodeándola con mis brazos para mantenerla a flote. —No… No sé nadar—dijo con un hijo de voz, sujetándose a mí con mayor ahínco. —No me sueltes. 292 Clavé mis ojos en ella, observándola con atención. —No planeo hacerlo. —Te odio—dijo una vez recuperó la respiración, temblando ligeramente—. No te tolero. Jamás podríamos ser amigos. Sonreí al tiempo que retiraba un mechón de cabello de su mejilla. —Tampoco creo que pudiéramos ser amigos, Leah. Podía percibir mi corazón latir a través de mi oídos, rápido. Cada sentido que poseía intensificándose, nítidamente consciente de cada parte de su cuerpo que entraba en contacto con el mío. La pegué más a mí, con su respiración enredándose con la mía y sus ojos, desafiantes, escrutándome, clavados en los míos. Sus labios estaban ligeramente partidos, incitantes, invitándome a tomarlos. ¿Y quién era yo para negarme? Si no me había ahogado hasta ahora, no iba a hacerlo por besarla. Quería probarla una vez más, y una más después de esa, y otra más, hasta perder la cuenta. 293 Incliné mi cabeza para concretar lo que tenía mente, para tomarla como me moría por hacerlo desde la vez del ala este, quería… Ambos dimos un respingo y me alejé instantáneamente. Cuando nos giramos, sus padres nos miraban con una mezcla de enojo y confusión plasmada en la cara. La solté al tiempo que ella se impulsaba con mi cuerpo para llegar a la orilla. Su padre la tomó de los brazos para sacarla del agua y yo salí un segundo después. —¡Aleja tus asquerosas manos de mi hija!—me empujó tan violentamente que caí al piso, estupefacto. —¿Qué demonios está mal contigo, Leo? ¡No te atrevas a hablarle así a mi hijo!—siseó mi madre acercándose a la piscina, con papá pisándole los talones. Leo puso su saco sobre los hombros de su hija, al tiempo que ella se apresuraba a cubrir el tatuaje en su tobillo con el vestido. 294 —Tu hijo estaba aprovechándose de ella—espetó su madre, perforándome con sus ojos verdes. —¿Disculpa?—mamá se irguió, desafiante—. Tu hija era la que estaba pegada a mi hijo como una garrapata. La señora McCartney pareció enfurecer en ese momento y tomó un paso más cerca de mi madre. —¿Cómo te atreves a llamarla de esa manera? Quién ca… —Basta—mi padre se colocó en medio de ambas, interviniendo—. No haremos un espectáculo aquí— miró a Leah con displicencia y después a Leo—. Vamos al estudio, le daré una toalla a tu hija para que pueda secarse. Las cosas en el estudio no mejoraron. Mi madre y la señora McCartney sostenían una batalla muda con la mirada y el ambiente se sentía terriblemente tenso. —Lamento mucho lo que aconteció—habló mi padre tendiéndole una toalla a Leah para que ella se cubriera y otra a mí. 295 —No importa, en tanto le digas a tu hijo que se mantenga lejos de mi hija—habló el señor McCartney, regalándome una mirada matadora. Mamá rio con sorna. —Como si mi hijo pudiera caer tan bajo—miró a Leah de la cabeza a los pies, asqueada—. Él tiene estándares. —Mamá—intervine incómodo, pero mis padres me mandaron callar con los ojos. —Por favor—rebatió Alison—. No me sorprendería que fuera un psicópata como tú, al final eres su madre, ¿no? Mamá emitió un jadeo de indignación y vi la vena que aparecía solo cuando estaba furiosa. —Si a esas vamos, no me sorprende que tu hija estuviera tan agarrada a mi hijo. Seguramente es una oportunista igual que tú, seguramente es igual de… —Agnes—la amenazó Leo con tono duro y mamá pareció recuperar la compostura. —Olvidemos este embarazoso incidente—habló papá colectado pero con la mandíbula tensa—. Nuestras disculpas. 296 Leo asintió rígidamente mientras que la señora McCartney seguía echando fuego por los ojos. Leah por otro lado, parecía aturdida. El odio en nuestras familias era latente y palpable, pero, ¿por qué? ¿Qué podría haber sido tan grave? —Todo estará bien en tanto él se mantenga alejado de Leah—sentenció su padre. —Créeme, será un placer—escupió mamá—. Creo que más bien deberías decírselo a tu hija. Las dos mujeres se dedicaron una última mirada venenosa antes de ser escoltados fuera del estudio por mi padre. Una vez estuvimos solos, me miró colérico. —¿Qué mierda tienes en la cabeza, Alexander?— ladró y se acercó amenazante.—Por Dios, la hija de Leo McCartney, de todas las mujeres posibles. Puso los dedos en el puente de la nariz, buscando tranquilizarse. Parecía al borde del infarto. —Papá, yo solo… —No, escúchame y hazlo bien—clavó sus orbes azules en mí, severo—. Me importa una mierda si te coges a todas las mujeres de Washington, créeme, no me importa un carajo. 297 —¡Byron!—intervino reprobación. mamá, negando con —Pero no a ella—continuó, ignorándola olímpicamente—. Deja a la chica de Leo fuera de tus revolcones, ¿entendido? Lo miré incrédulo. —Estás exagerando. Sólo la ayudé porque cayó a la piscina, eso es todo, ¿cuál es el jodido problema? —Has arruinado el traje por eso—dijo con voz tensa mamá—. Ella no valía la pena, hubieses permitido que se ahogara, le habrías hecho un favor a la sociedad. No es más que la hija de una… —Agnes—la reprendió papá y ella puso los ojos en blanco—. ¿Me has entendido, Alexander? Mantuve mi boca tan sellada que se convirtió en una fina línea. —No puedo creerlo—mamá tocó el saco que era un desastre—. Has tirado mi trabajo a la basura por esa… —Ya basta—insistió su esposo—. Te quiero lejos de esa chica, ¿comprendes? 298 Me escrutó con severidad y le sostuve la mirada reacio a obedecer algo que me parecía una estupidez, hasta que accedí a regañadientes. ¿Qué tenía aquello que sabías no podías tomar? Me sentía como un niño al que le hubiesen prohibido adueñarse de algo y ahora, unas ansias renovadas de llegar hasta Leah borboteaban en mi interior, por el mero placer de romper las reglas. Lo prohibido siempre, siempre sabía mejor. ¡Bonito miércoles! ¿Qué les pareció? ¿Votos? ¿Comentarios? ¿Les gusta Riverdale? El próximo capítulo estará dedicado al primer comentario. Con amor, KayurkaR. 299 Capítulo 11: Bona fide. Leah —¿Por qué nadie me avisó que habría una piscina? Damen despegó los ojos de la pantalla—cosa que resultaba imposible cuando jugaba a la Xbox—, y nos siguió de cerca con la vista mientras yo tomaba asiento en el sofá contiguo. —Cállate, insecto—espeté sin un ápice de paciencia para sus comentarios infantiles. Mi hermano entornó sus bonitos ojos verdes y me hizo una mueca burlona. —¿Por qué siempre tienes que ser tan amargada? —se quejó e hice el ademán de incorporarme para pegarle. Su sonrisita se desvaneció y se apresuró a arrebujarse más contra el sillón. —Paren ya ustedes dos—intervino papá colocando una mano al frente y mi hermano hizo un mohín—. Damen, a tu habitación. 300 —Pero están a punto de sermonear a Leah, ¿no? ¡No quiero perderme el espectáculo!—berreó haciendo un puchero y le hice una seña que dejaba en claro el hombre muerto que sería si no cerraba la boca de una vez. —No voy a repetirlo, Damen. —Pero papá… —Ahora—insistió, con un tono tan autoritario que hasta a mí me dieron ganas de correr a mi habitación. Damen se levantó a regañadientes y abandonó la sala del recibidor arrastrando los pies. Mamá apareció en la estancia en ese momento y se apresuró a retirar la húmeda toalla que descansaba sobre mis hombros para colocarme una seca. —¿Estás bien?—preguntó consternada. Era lo primero que me decía desde que abandonamos la fiesta. El camino de regreso había sido tan asfixiantemente silencioso y tenso que consideré seriamente la posibilidad de tirarme por la ventana, solo para respirar con normalidad un poco de aire fresco. 301 Mamá pareció no creerme nada y frunció el ceño. —¿Estás segura? ¿No intentó nada? ¿Te ha hecho daño?— comenzó a palpar mi cuello, mis hombros y mis brazos con ansia, casi con desesperación, buscando alguna evidencia de que Alexander me había lastimado— ¿Se ha propasado contigo? ¿Ha intentado hacerte algo…? —Mamá, tranquila—la detuve cuando estuvo a punto de levantar el vestido y revisar mis piernas—. No ha hecho nada. Se incorporó retorciéndose los dedos y miró a papá de una manera que no logré identificar. Se acercó a nosotras y clavó sus ojos en mí. —Leah, ¿él te empujó? La pregunta me resultó tan estúpida y a la vez tan extremista que no pude hacer más que contemplarlos de pie frente a mí, aturdida. —No—me apresuré a decir—. Al contrario, yo caí en la piscina y él simplemente… —¿Cómo te caíste?—preguntó mamá de pronto, aun hecha un manojo de nervios. 302 —Pues…—estaba a punto de besarme y preferí caer a la piscina. —Estaba en el jardín, caminé cerca de la piscina, trastabillé y caí. Mierda. Yo era una pésima mentirosa, mucho más cuando tenía a mi padre enfrente. Podía sentir la manera en que sus ojos me escrutaban y desmembraban, hasta llegar a lo más profundo de mí. Bajé la vista para no evidenciarme más de la cuenta. —¿Qué hacías en el jardín en primer lugar? ¿Y qué hacía él ahí también?—inquirió, con el mismo tono que seguramente usaban los sacerdotes en la Inquisición. —Salí para llamar a Jordan—mentí—. Había demasiado ruido en el salón y como estaba tan distraída mientras charlaba con él, no me di cuenta cuando di un paso en falso y caí en la piscina. En cuanto al chico Colbourn… Qué se yo por qué estaba allí. —¿En serio?—se cruzó de brazos y se irguió, permitiéndome contemplarlo en toda su imponente estatura—. Porque él parecía a punto de darte respiración de boca a boca, aunque tú estuvieras respirando perfectamente. 303 Toda la sangre viajó hasta mis pies y rogué porque mi rostro no reflejara lo asustada que me sentía. —¡Claro que no!—rebatí ofuscada—. Has visto mal. Por Dios, es Alexander Colbourn de quien estamos hablando, yo jamás… Jamás…—levanté la vista hasta mis padres—. Esperen, ¿qué hacían ustedes afuera? Ahora que lo pensaba con detenimiento, mis padres no tenían motivos para estar en los jardines, ni tampoco los padres de Alexander. Se dedicaron una corta mirada antes de que mamá respondiera. —Te perdí la pista y no estaba cómoda contigo yendo por allí en esa casa del terror. Tu padre hablaba con Byron y se ofreció, junto con Agnes a ayudarnos a buscarte—imprimió tanta agriedad en el nombre de la mujer que incluso hizo una mueca—. Jamás pensamos encontrarlos tan… Juntos. —Él solo estaba tratando de ayudarme—objeté —. ¿A qué viene tanto alboroto? Están exagerando. —¿Exagerando? Estabas allí sola con ese chico y él podría haberte hecho daño. 304 —Jamás me haría daño—me encontré diciendo antes de pensarlo mejor y mamá me miró incrédula. —Leah, él es hijo de alguien…—carraspeó, como si no encontrara las palabras correctas y se puso de cuclillas frente a mí—Muy impredecible. Agnes podría utilizarlo para hacerte daño. Para hacernos daño. Me hablaba como una niña de cinco años que además era tonta y fruncí el ceño, molesta. —De verdad, ustedes dos solo son paranoicos. Yo caí en la piscina y él me salvo como haría cualquier persona normal, ¿cuál es el jodido problema con eso? —Lenguaje, Leah—me reprendió papá y eso me molestó más. —Solo estamos tratando de protegerte, cariño— mamá tomó mi mano entre las suyas y pude percibir su leve temblar, detallando la preocupación que se adueñaba de sus facciones. —¿De qué?—retiré mi palma, demasiado hastiada para aceptar su toque—. Toda su vida nos han educado para odiar a esa familia, y ni siquiera sé porqué—me quejé iracunda.— Siempre que Erik y 305 yo sacamos a relucir el tema, ustedes simplemente hablan de otra cosa. Mamá se puso en pie al tiempo que miraba a papá hecha un manojo de nervios. Tenía mucho tiempo sin apreciar a mamá en ese estado. Cuando era más pequeña, hubo una temporada donde la escuchaba gritar por las noches, presa de pesadillas tan horribles que incluso corría a la habitación de Erik para sentirme segura. Mi hermano siempre me tomaba de la mano y me guiaba hasta donde dormían nuestros padres. Papá rodeaba siempre a mamá con sus brazos mientras le acariciaba la espalda, susurrándole cosas al oído que no comprendía, buscando acallar un llanto que no tardaba en convertirse en sollozos, hasta que desaparecían gradualmente. Mamá decía siempre que era papá quien le mantenía los pies sobre la tierra. De esa escabrosa temporada habían pasado años y era la primera vez que la veía tan preocupada y alterada como aquellas noches. Pero, ¿Por qué? —Obedece, Leah—habló papá severo como no lo había escuchado nunca—. Te quiero lejos de ese chico, ¿entendido? 306 —¿Por qué?—insistí, sosteniéndole la mirada y negándome a obedecer ciegamente. —Porque te hará daño—dijo mamá con voz ahogada. —No lo saben. —¿Y tú sí?—replicó papá, mordaz—. ¿Cómo podrías saberlo, si ni siquiera lo conoces? Lo mejor que puedes hacer es conservarlo de esa manera, sin conocerlo. Fruncí el ceño. Dios, se estaban comportando de una manera tan irracional. —Pero… —¡Pero nada, Leah! ¡Nada!—vociferó papá al final, perdiendo el control como pocas veces lo hacía—. Este tema no está a discusión, obedecerás y punto. Su mirada era tan dura que incluso pesaba sostenérsela. —Bien. ¿Qué podía ser tan terrible como para que papá perdiera el control de esa manera? Podía contar con los dedos de mis manos las veces en que lo había 307 escuchado levantar la voz, siendo la persona tan colectada y templada que era. Si esta era su manera de asustarme, de protegerme y alejarme definitivamente de Alexander Colbourn, entonces les había salido el tiro por la culata. Ahora el animalillo de la curiosidad que había permanecido dormido en mi interior se había convertido en una bestia sedienta por respuestas. Necesitaba con vehemencia averiguar por qué nuestros padres se odiaban tanto y no iba a parar hasta que consiguiera respuestas, ya de Alexander o de cualquier otra persona. Tenía que saber la verdad. Salí de la ducha y estaba por colocarme los pantalones del pijama cuando Jordan entró a mi habitación sin previo aviso. Emití un gritito y estuve a punto de caer al piso por pisar mis pantalones. Sonrió ligeramente divertido y me apresuré a ponerme la prenda para cubrir el maldito tatuaje que me urgía remover. Estaba harta de no poder utilizar 308 faldas e ir por ahí cubriéndome toda paranoica para evitar que la gente se diera cuenta. —¿Qué haces aquí?—dije una vez estuve segura que la pieza no era visible y reparé gracias al reloj en mi buró que era casi media noche. —Tu madre me dejó pasar—mencionó cerrando la puerta tras de sí y me sentí repentinamente incómoda—. Parecía un poco alterada, ¿estás bien? Acortó la distancia entre nosotros hasta que estuvo a pocos pasos. Lucía terriblemente consternado. —Entera, en una pieza, ¿ves?—levanté los brazos a mis costados para que me contemplara—. ¿Cómo supiste que algo me había sucedido? —Edith me llamó para contarme. Sus padres te vieron entrar al estudio de los Colbourn totalmente empapada. —¿Edith te llamó?—pregunté enarcando una ceja. suspicaz, —Sí, quería saber cómo estabas porque no le respondías el celular—explicó rápidamente, al tiempo que acariciaba mi mejilla con suavidad. 309 —Ya, lo he olvidado por completo—me mordí el labio—. Sabes que podrías haber esperado hasta mañana para verme, ¿no? Mi voz salió más fría de lo que deseaba, resultado de lo exhausta que me sentía, pero él pareció no notarlo. Sus labios se sintieron cálidos contra mi frente cuando la besó. —No podía esperar, necesitaba saber que estabas bien. ¿Cómo te caíste? Resistí el impulso de rodar los ojos. No quería repetir la misma mentira. —Estaba caminando, tropecé y caí. —Lamento no haber estado ahí para salvarte— retiró de mi rostro un mechón húmedo—. ¿Quién te sacó de la piscina? Clavé mis ojos en él, considerando si debía mentirle o no. Al final, decidí que lo mejor era decir la verdad. —Alexander. Su expresión se oscureció de pronto y lo sentí tensarse. 310 —¿Alex?—repitió estupefacto y yo asentí, cruzándome de brazos—. ¿Cómo es que él siempre está ahí para salvarte? —¿A qué te refieres?—cuestioné a mi vez con incredulidad, sin entender su reacción. —También te sacó de toda esa jauría durante el incidente de la alarma de incendios, ¿no? Mi garganta se secó y sentí la tensión construirse sobre mis hombros. ¿Cómo lo sabía? —En realidad… —He escuchado rumores de que fue él quien te sacó de ahí y que estaban muy juntitos ustedes dos— recriminó con tono ácido. —Jordan, esos son rumores. Como si no me conocieras, por favor. Él y yo ni siquiera nos dirigimos la palabra—me mantuve firme en mi posición, esperando sonar lo suficientemente convincente. —¿En serio?—era la primera vez que lo veía realmente molesto—. Porque desde que regresaste de Las Vegas, él ha estado convenientemente cerca de ti. 311 Carajo. “No entres en pánico, no entres en pánico.” Me repetí una y otra vez, buscando mantenerme colectada, aunque mi corazón latía desbocado. —Jordan, ¿estás celoso?—entorné los ojos, buscando alejarlo del terreno tan peligroso al que habíamos entrado. Su postura se tensó aún más y desvió la mirada. —¡Por Dios!—dije en una combinación de sorpresa, alivio y diversión— ¿Hablas en serio? —Leah, es extraño verlos convivir, carajo, que casi me cago en los pantalones cuando los vi hablando en el pasillo la última vez—su voz estaba impregnada con algo parecido al resentimiento. —Sólo estaba pidiéndome un… —Lo sé, lo sé—me cortó y cerró los ojos, negando—. Es estúpido de mi parte, pero sabes, todas las chicas dicen que él tiene ese… ese… no sé qué inglés. Lo miré seriamente por un momento, antes de empezar a partirme de la risa. No alcanzaba respiración por lo divertido que me resultaba todo 312 aquello. Un no sé qué inglés, me tenía que estar jodiendo. Le palmeé el hombro cuando por fin pude recuperarme y él hizo un mohín, ofendido. —Perdón, es solo que suena ridículo. ¿Te estás escuchando? Jamás podría fijarme en él, ni siquiera aunque fuera el próximo heredero a la corona inglesa—una sensación extraña infestó mi estómago, pero la disipé al momento—. Es más, no podría fijarme en alguien que no fueras tú. Y por si no lo sabías, la presencia de Alexander me molesta muchísimo. Mientras hablaba, traté de convencerme de cada palabra. —Tengo miedo de que alguien más llegue y te robe de mi lado—acunó mi rostro entre sus manos —. Que derrumbe todo lo que hemos construido. Mi corazón dio un salto y toda la diversión del asunto se desvaneció. —Eso jamás pasará—sonreí con seguridad—. Siempre seremos tú y yo, ¿recuerdas? “¿Dónde termina el amor y dónde empieza la costumbre, señorita McCartney? Qué vida tan 313 aburrida, Leah.” Las palabras de Alex resonaron en mi cabeza, dejando a su paso un eco como el de un gong. Reparé entonces en que sus ojos brillaban igual que los de un perrito fel… No, no un perrito. Mierda. Traté con desesperación de erradicar de mi mente la imponente silueta de Alexander, sin éxito, y sus palabras se repitieron en mi cerebro como un mantra. Ahora, por su culpa, no podría pensar en Jordan sin asociarlo con un perro. Me besó tiernamente y continuó sonriendo. —Sabes, creo que deberíamos casarnos al terminar la universidad. Me alejé de su toque por inercia antes de pensarlo mejor. “Por mi encantada, en tanto termine con mi actual matrimonio.” —Claro, aunque es muy pronto para pensar en esas cosas—dije de forma evasiva—. Hay que esperar a que la graduación se acerque, ¿de acuerdo? 314 Él obedeció y dejó el tema. —Leah—habló de pronto y lo miré, esperando que mis ojos no reflejaran lo nerviosa que me sentía —. Tomaré cartas en el asunto para que Alex deje de molestarte. No fue mi primer pensamiento, pero afortunadamente mi cuerpo no controlaba mi cerebro. Sonreí forzadamente, al tiempo que él depositaba un beso en la comisura de mi boca. —Ahora, tengo que cerciorarme de que realmente estás entera—apretó mi trasero a través de la tela del pijama y jadeé con sorpresa, sintiendo su duro cuerpo contra el mío, su boca viajando por mi cuello hasta la clavícula, antes de colocar mis manos en sus hombros para detenerlo. —Mis padres están aquí—mencioné con voz grave—. Me parece una falta de respeto. Era una buena excusa, porque no me sentía de humor para hacer algo así. Sus ojos miel parecieron apagarse, entristecidos igual que los de un perr… Carajo. 315 Edith estaba parloteando sobre lo mucho que detestaba esa clase, lo mucho que le distraían los dientes de castor del señor Traynor y lo difícil que era concentrarse en las finanzas internacionales mientras yo intentaba mentalizarme para la próxima hora de clase mortalmente aburrida que se avecinaba. —Creo que dejaré la universidad para dedicarme a vender droga, estoy segura de que me iría mejor. —Como tú digas, Walter White. Nuestras risas se acallaron en el momento en que nos acercamos a nuestro lugar habitual, la mesa que Edith y yo compartíamos. Sobre ella, justo de mi lado, había un café con una nota debajo. —¿Qué es eso?—tomó el vaso desechable y lo olfateó, mientras yo tomaba la nota. “En espera de complacerte. Sinceramente, TSAE” —¡Qué emocionante!—di un respingo cuando escuché chillar a Edith sobre mi hombro—¡Tienes un admirador! ¿Alguna idea de quién puede ser? 316 “Ni te lo imaginas.” Quise decirle, pero me abstuve. —Ni idea. Le quité a Edith el vaso de las manos para darle un sorbo y estuve a nada de sonreír. Estaba realmente sorprendida de que hubiese recordado cómo tomaba el café. Una calidez se asentó en la boca de mi estómago y no precisamente por la bebida. —Tal vez son sus iniciales—me quitó la nota de las manos y la analizó con ojo crítico—. ¿Tyler? ¿Thomas? ¿Terrence? —No conozco a nadie que se llame así—tomé asiento, aún sintiéndome extrañamente complacida. —Eh, Gina—llamó mi amiga a la chica de corto cabello castaño y grandes anteojos que levantó su cabeza del libro que leía—¿Has visto quién dejó aquí un café? Negó antes de retomar su tarea de leer y Edith se dejó caer sobre la silla a mi lado. —Creo que tenemos un misterio entre manos, mi querido Watson—se burló y yo sonreí. 317 “Dilo por ti.” El aula se llenó rápidamente y pronto el profesor Traynor comenzó con su aburrida letanía de siempre. Aproveché que Edith estaba casi durmiéndose sobre el escritorio para sacar mi celular. Leah: ¿Qué te había dicho sobre las notas? No tardó en responderme. Alexander: Soy malo para seguir las reglas, creo que soy mejor rompiéndolas. Acompañó el mensaje con un emoji y sonreí a pesar de mis esfuerzos para no hacerlo. Leah: ¿A qué se debe el detalle? Alexander: Tómalo como una ofrenda de buena fe por lo de la piscina. Me mordí el labio, considerando su respuesta. Leah: Tendrás complacerme. que hacer más para Alexander: En ese caso, créeme, no voy a decepcionarte. 318 La respuesta envió una repentina e indeseable llamarada de excitación por mi sistema y apreté mis piernas. Leah: ¿Y qué significa la A en la nota esta vez? Esperé, pero no recibí respuesta. Pensé que se había cansado luego de unos minutos, entonces mi celular volvió a iluminarse. Alexander: Tu Siempre Atento Esposo. Leah: ¿Acaso estás coqueteando conmigo? Alexander: Créeme haciéndolo, lo sabrás. Leah, cuando esté Ahí estaba de nuevo. Esa sensación que hacía vibrar mi estómago y lo llenaba de una emoción que no podía definir. Leah: Eres increíble. Le envié un emoji para dejar en claro el insulto. Alexander: No tienes ni idea. Me envió un guiño. ¿Eso qué quería decir? No lograba entenderlo, y comenzaba a creer que tal vez jamás lo haría. 319 Justo cuando salí de la clase del señor Traynor me topé con Jordan, una sonrisa adornando su rostro cuando reparó en mí. —¿Compraste un café?—preguntó observando el vaso que sostenía en la mano. —Fue un regalo de…—le lancé a Edith una mirada de advertencia para callarla antes de que se le saliera alguna estupidez—Mi parte, tu servidora. Al parecer Jordan estaba sensible respecto a ese tema y no quería alimentar sus inseguridades trayendo a la luz a un misterioso admirador. Él nos miró a ambas alternadamente, pero al final pareció convencido. —¿A qué se debe tanto cariño de tu parte, Edith? Normalmente se están tirando mierda una a la otra. —Es que no somos amigas normales, ¿verdad?— dijo con entusiasmo, pasándome un brazo por los hombros y estrechándome contra sí—. Aunque no está mal hacer cosas bonitas por esta zorra estirada de vez en cuando. Jordan rio por el comentario. 320 —¡Mike!—gritó Edith, al tiempo que se alejaba —. Los veré luego—se despidió con un gesto y corrió al encuentro de su novio semanal. ¿O era mensual? Repentinamente me sentí extraña en la cercanía de Jordan, así que seguí caminando para llegar a la cafetería, aunque la distancia entre mi destino y mi facultad era tremendamente largo. No quería percibir esa sensación, no tendría porqué sentirme extraña en la presencia de mi novio. Definitivamente todo ese asunto con el heredero de los Colbourn estaba haciéndome perder la razón, motivo más que suficiente para terminar las cosas antes de que fuesen irremediablemente lejos. Caminé junto a Jordan en silencio, hasta que me detuvo en uno de los pasillos aledaños a la cafetería, donde se pegaban los anuncios de la universidad. Quise peguntarle a qué se debía aquello, pero no tuve que hacerlo, porque en el momento en que miré a Alex acercándose, supe de qué iba todo eso. Una sensación de terror cerró mi garganta y tomé a mi novio de su ancho brazo. —Jordan—dije con un hilo de voz, pero él pareció no escucharme, porque se sacudió mis 321 manos sin esfuerzo y fue hasta Alex, quedando a unos cuantos pasos de distancia. El rubio nos miró a ambos alternadamente, sin comprender. Reparé entonces en los moretones que adornaban aún su rostro varonil y me sentí tonta por no haberlos notado durante la fiesta de ayer. —¿Qué pasa?—siguió observándonos sin comprender porqué Jordan lo interceptaba en el pasillo. —Jordan—espeté, imprimiendo toda la autoridad posible en mi voz para hacerlo retroceder, pero por primera vez, no obedeció. —Escucha, Alex—comenzó y yo quise que la tierra me tragara en ese momento—. Hemos sido amigos desde el inicio de la universidad y no me gustaría que eso cambiara—encuadró los hombros —. Por ello, te pido que te mantengas alejado de mi novia, que la incomodas y a mí me molesta. Mierda. Qué poco sutil, por Dios. ¿Tenía que elegir justo el día de hoy para defender mi honor? Miré a Alexander, que se mantenía alto e impasible, sin ninguna emoción en el rostro, hasta que clavó sus ojos en mí lentamente, aún sin ninguna expresión. 322 Por mi parte, yo que permanecía unos pasos detrás de Jordan, hice todo el abecedario de señas para evitar que él dijera algún comentario impertinente sobre nuestro matrimonio. Básicamente le rogué para que no dijera una palabra. —De acuerdo—habló con lentitud para concentrarse de nueva cuenta en Jordan—¿Eso es todo? Se esforzaba por ocultarlo, pero podía percibir el toque de agriedad y molestia en su voz. —Sí—mi novio se removió incómodo, con toda la valentía que un segundo antes lo respaldaba desvaneciéndose. —Bien—dijo sin más y siguió su camino sin mirar atrás. Yo, por mi parte, pensé que me quebraría el cuello por lo mucho que lo estiré para seguir contemplando su formada espalda alejarse. Joder, ¿por qué me sentía tan mal? Después del embarazoso incidente, ni siquiera pude pensar en algo coherente para decirle a mi 323 novio. Era una mezcla de emociones, con un amargo sabor a hiel extendiéndose por mi boca, así que lo único que se me ocurrió para huir de su presencia fue decirle que tenía clase y salir corriendo. Dejé mi bolso en la mesa que ocupaba junto a Sara en la clase de gestión de marketing y tomé mi cara entre mis manos. No pensé que hablara en serio. Escuché la puerta cerrarse de pronto y di un respingo. —Así que tu cachorro decidió mostrar los colmillos—Alex me miraba desde la puerta, con su característica sonrisa burlona en el rostro—. Se había tardado bastante. —¿Qué haces aquí? Alguien pudo haberte visto. —¿Y qué? Es un aula de clases, hasta donde yo sé, es un lugar público—dijo con seguridad, acercándose—. Me sorprendió que me enfrentara, debo darle créditos por eso. —Es más valiente de lo que crees—quise imitar su seguridad y fallé. Ahí estaba de nuevo, esa sensación de nerviosismo de la que no podía desprenderme 324 cuando él estaba cerca. —Entonces, ¿te incomodo, Leah?—se cruzó de brazos y me observó con dureza. Todo rastro de broma abandonando sus bonitos ojos. —No—negué rotunda—. Eso significaría que tienes algún efecto sobre mí, cosa que no es así. Se irguió y tuve que estirar el cuello para mirarlo: alto y jodidamente apetecible. Su característica sonrisa despreocupadamente atractiva adornando sus facciones. —¿No tengo ningún efecto sobre ti, dices? —Ninguno—repetí y lo observé tomar otro paso, con mis hombros tensándose en reacción. —¿No te pongo nerviosa?—inclinó la cabeza, casi con inocencia y el gesto resultó jodidamente encantador. —En absoluto—mi voz salió forzada desde mi garganta. —¿Ni un poco?—susurró estando tan cerca de mí que tuve que inclinar el cuello para mirarle a los ojos. 325 —No—insistí, buscando mantenerme fuerte, aunque fuese toda una odisea, porque todo mi cuerpo gritaba para estar en contacto con el suyo—. Es más, deberías dejar en paz a mujeres con novio. Mi cuerpo hormigueaba con expectación y mi corazón latía tan rápido como una locomotora. —Puede ser—murmuró con voz ronca, inclinando su cabeza para hacerse espacio, tan cerca que podía percibir su respiración sobre mis labios. —No lo hagas—pedí sin convicción, en un patético intento por parar toda aquella locura. Escuché su risita. —¿Para quién es esa súplica, Leah? ¿Para mí o para ti? “Para mí.” Fue mi último pensamiento coherente, porque sabía que estaba mal, que no debería estar haciendo aquello y aun así, me encontré cerrando los ojos, esperando con más ansia de la que me atrevería a admitir a que tomara mi boca. Rozó mis labios con los suyos y por inercia, me impulsé hacia adelante buscando su boca cuando no la sentí. 326 Un quejido de decepción se escapó de mi garganta antes de que pudiera acallarlo y cuando lo miré, él sonreía con satisfacción. —¿Decías?—se burló, con sus ojos tan oscuros como el mar en medio de una tormenta. Me sentí repentinamente furiosa con él y conmigo misma, porque, ¿cómo se atrevía a jugar conmigo de esa manera? —Eres un imbécil—dije golpeando su pecho para alejarlo y fulminándolo con la mirada—. Quítate, ¿qué te he dicho sobre invadir mi esp…? Todos mis alegatos fueron acallados de pronto cuando me tomó de la parte trasera de mi cabeza casi dolorosamente y estrelló sus labios contra los míos, abriéndose paso con rudeza. Suspiré dentro de su boca y me besó más profundo, aparentemente satisfecho con el sonido que había conseguido arrancarme. El impacto de su cuerpo contra el mío fue tal que trastabillé hacia atrás, golpeando sonoramente el escritorio. Mordió mi labio inferior con lentitud, consiguiendo un gemido de mi parte. Coloqué mis manos sobre su pecho, no para alejarlo, sino para sentirlo; para tomar tanto de él como fuera posible 327 en ese lapso de inconsciencia. Alex arrastró su mano desde la parte trasera de mi cabeza hasta mi cuello, deslizando deliciosamente el pulgar sobre esa parte tan sensible. Sonrió contra mis labios cuando percibió mi desbocado latir, pero no me permitió protestar, porque volvió a tomar mi boca con deseo y experticia. Joder, que yo debería estar divorciándome de aquél tipo y no besándolo. Era la primera vez que experimentaba algo así. No era nada como lo que había vivido hasta ahora. No eran los besos dulces a los que estaba acostumbrada, que me permitían tomar el control fácilmente. Él sabía perfectamente cuándo empujar y cuándo estirar, sabía cuándo tomar y cuándo dar, pero era mucho más que Alexander en su área más experta. Deslizó sus manos por el costado de mi cuerpo, hasta abrazarme por la cintura para levantarme levemente, estrecharme más contra sí y Dios, podía sentir su erección contra mi vientre. Caí en cuenta de que habíamos encontrado nuestro ritmo con rapidez, encajando tan 328 perfectamente que besarlo se sentía casi como algo natural y no algo en lo que tenía que trabajar, como había sucedido con Jordan. Me percaté también de que, estando entre tan cerca suyo no podía concentrarme ni pensar en nada más. No había otro lugar para estar más que allí, con él, porque muchos rasgos de su personalidad estaban impresos en su diestra forma de besar: intenso, arrollador y terriblemente irresistible. Yo no pude hacer otra cosa que dejarlo prenderme en fuego, con su boca tomando la mía de manera demandante y contundente, una y otra y otra vez. El ritmo se ralentizó, hasta que se separó de mí solo unos centímetros. Sus labios estaban hinchados y sus ojos oscuros igual que pozos. Jadeé por aire, buscando recuperar la respiración. —Creo que es Jordan quien debería dejar en paz a mujeres casadas, ¿no es así?—dijo con voz tan ronca que me sorprendí de distinguir las palabras. Estaba tan aturdida por el encuentro que nada acudió a mi mente. Entonces él volvió a hablar, ahora con diversión. 329 —Sabes, si me quieres tan cerca, solo tienes que pedirlo. —¿Qué?—lo miré sin comprender y él bajó la vista hasta su camisa, que yo hacía puños con mis manos. Me sentí terriblemente avergonzada y lo solté como si quemara, con mis manos sintiéndose entumecidas, porque en mi desesperación por sentirlo cerca, lo había tomado con demasiada fuerza. Sonrió y estaba a punto de acercarse de nuevo para besarme cuando escuchamos la puerta del aula abrirse. “Oh por Dios. ¿Cómo íbamos a salir de esta?” Bona fide es una frase en latín que significa “de buena fe” ¡Buenas noches, mis niños! ¿Votos? ¿Comentarios? ¿Quién creen que apareció? 330 ¿Qué creen que sucederá en el próximo capítulo? Cuéntenme, ¿de encantaría saber! dónde me leen? ¡Me El próximo capítulo irá dedicado al primer comentario. Con amor, KayurkaR. 331 Capítulo 12: El arte de la diplomacia. Alexander No reconocí al chico que nos daba la espalda mientras tomaba la perilla y se partía de la risa a causa de un mal chiste que alguien le había dicho. Por un momento estuvo a punto de entrar, pero pareció pensárselo mejor y volvió a cerrar la puerta tras de sí, dejando a su paso una silenciosa atmósfera. Cuando miré a Leah, estaba tan tiesa como una vara. Dejó escapar el aire que había estado conteniendo y se recargó pesadamente contra el escritorio, colocando una mano sobre su cara. —¿En qué estábamos?—dije en un intento por aligerar el pesado ambiente. Ella por su parte, me dedicó una mirada que podría matar a un ejército entero. —¿Qué haces aquí todavía?—inquirió con acidez. 332 —Mi plan original era hablar… antes de que las cosas se nos salieran de las manos—esbocé una pequeña sonrisa, pero mi comentario pareció no hacerle gracia. —No te preocupes, no volverá a repetirse. —Sí, ciertamente no aquí. La confusión predominó en su rostro. —Ni aquí ni en ningún otro lugar—sentenció con severidad, recuperando su faceta impenetrable. —¿Segura? Se pasó una mano por el cabello, hastiada. —¿Por qué haces esto?—preguntó con voz tensa, como si se contuviese. —Porque es divertido—volvió a mirarme perpleja—. ¿Has notado que cuando te molestas tu labio inferior tiembla de una manera…? Me acerqué y lo acaricié apenas, antes de que me diera un manotazo y se recargara más contra el escritorio, buscando ganar distancia. —Eres agotador, Alexander. Sonreí satisfecho ante su muestra de espíritu. 333 —No tienes idea de lo agotador que puedo ser. Pareció captar el doble sentido en mis palabras porque me miró fijamente con una mezcla de emociones plasmadas en la cara. —No sé a qué estás jugando, ni tampoco me interesa, así que por favor, llévate tu patético manual de técnicas de ligue contigo y lárgate. Tú y yo no tenemos nada de qué hablar, al menos no hasta dentro de dos semanas. Reí ante su comentario. —¿Manual de técnicas de ligue? No eres muy creativa para los insultos, ¿o sí, McCartney?— incliné la cabeza, negando con diversión—. Al menos dime, ¿están funcionando contigo? Resopló y cruzó los brazos sobre el pecho. —A diferencia de ti, yo tengo… ¿qué palabra utilizó tu madre?—arrugó la nariz para simular que pensaba—. Ah, sí, estándares. Yo tengo estándares. Me sonrió desdeñosamente, con suficiencia. Quería partirme de risa por sus patéticos intentos por ofenderme, pero sabía que si lo hacía, ella terminaría partiéndome la nariz. 334 —Vaya, pues es un honor saber que califico dentro de sus estándares, majestad—dije con sarcasmo e hice una pequeña reverencia, que terminó por enfurecerla. Colocó las manos sobre sus caderas, irguiéndose y adoptó su típica faceta autoritaria. ¿Qué era más excitante que una mujer sumisa? Una mujer fuerte y segura de sí misma. Un enorme deseo por girarla e inclinarla sobre el escritorio para mostrarle el verdadero significado de autoridad se abrió paso por mi pecho e hizo punzar mi entrepierna. —¿Tú? Jamás calificarías, por Dios—negó—. Yo soy la que nunca podría caer tan bajo. Mentirosa. Su boca podría estar diciendo todas esas cosas, pero su cuerpo contaba una historia totalmente diferente. —Claro—concedí y coloqué una mano sobre mi barbilla, como si considerase algo—. ¿Entonces por qué me correspondías con tanto entusiasmo? Pareció sorprendida un instante, antes de volver a armar las paredes de su fortaleza. 335 —Yo no te estaba correspondiendo, sólo trataba de no morir asfixiada—contuve una risotada, porque la peor escusa que se había inventado hasta ahora—. Tú eras el que estaba besándome como si quisiera comerme, como si… como si fuera tuya o algo. —Pues técnicamente lo eres—no podía evitar hacer esos comentarios cuando ella me dejaba el camino libre tan fácilmente. Enarcó las cejas, incrédula. —Y un cuerno, me importan una mierda tus tecnicismos—me señaló con un dedo amenazador—. Tú y yo no somos iguales, Alex. No puedes tomarme como te apetezca cada vez que lo desees, deberías reconocer tu lugar. —¿Y cuál es mi lugar, según tú? Me crucé de brazos y encuadré los hombros, repentinamente molesto con que ella volviera a utilizar ese argumento sobre nuestra desigualdad, como si tuviera algún privilegio sobre mí. —Soy mejor persona de lo que eres tú, al menos yo tengo una familia y una relación estable y no voy por ahí besando a cualquiera. 336 Entorné los ojos, buscando encontrar la lógica en su ataque. Odiaba que se metieran con mi familia. —¿Eso qué tiene que ver? —Que yo tengo clase y tú no—alzó el mentón con superioridad—. Y respeto y principios. Lo que sea que estés jugando, no te va a llevar a ningún lado, yo no voy a acostarme contigo, simplemente no vas a conseguirlo porque no soy como las putas con las que sueles estar. Enarqué las cejas. —¿Estás escuchando las estupideces que estás diciendo?—acoté ásperamente. —Solo estoy diciendo la verdad sobre alguien inmaduro—me sostuvo la mirada, dura y contundente. —¿Inmaduro? Tú eres la que hace berrinches cuando las cosas no salen como deseas, pero, ¿yo soy el inmaduro? —Sí, eres inmaduro. —Y tú una jodida hipócrita—tomé un paso más cerca, hastiado—. Tú eres la que se comporta como una niña malcriada todo el tiempo, tú eres la que corre con su papi siempre que tiene algún problema. 337 —Al menos yo tengo alguien a quien acudir, a diferencia de ti—se mantuvo firme en su lugar—. Todos sabemos que tu familia es una farsa, que… —Ya, ¿y tu vida es perfecta, no? —Pues a diferencia de la tuya… —¡Todo lo que haces es juzgar a los demás!— alcé la voz y estampé la mano contra el escritorio en que ella se apoyaba, provocando que diera un respingo— ¡Todo lo que haces es esperar por la próxima palabra o acción recriminatoria para Juzgar! Miras a los demás desde tu jodido pedestal y los juzgas, porque si no actuamos como tú, no hablamos como tú o no respiramos como tú, entonces no valemos la pena, entonces no somos dignos, ¿no es así? —¡Juzgo a los demás porque sé…! —Tú crees que lo sabes todo, crees que eres tan inteligente, que lo tienes todo resuelto. Caminas como si el mundo entero te debiera algo, pero aquí tienes un dato, Leah—me acerqué, mirándola con dureza—. El mundo nos debe a todos algo, no te sientas especial por eso, porque no eres más que otra chica estúpida de ciudad con un terrible complejo de superioridad. 338 —¡Tú no sabes nada sobre mí!—alzó la voz a su vez y se cruzó de brazos—. Te quejas de que juzgo a los demás, pero tú estás haciendo precisamente eso. —¿Cómo se siente estar en la tribuna ahora?— gruñí, furioso. —Tal vez la razón por la que juzgo a la gente es porque sé que ellos están juzgándome, es como me protejo a mí misma—podía percibir su leve temblar, efecto de la cólera—. Es como me doy cuenta qué opiniones valen la pena y cuáles no. Como la tuya, por ejemplo. Reí sin humor. —Pobre, pobre Leah—mascullé—. Con sus problemas de paparazzi y… —No te atrevas… —Bien, ¿quieres sacar toda la mierda que llevas dentro? Por mí perfecto—estrellé la mano sobre la madera de nueva cuenta, por el simple placer de liberar un poco de la tensión que habitaba en mi cuerpo—. No eres más que una idiota que ni siquiera tiene la fuerza suficiente para decidir qué creer y a quién creer. Ni siquiera puedes formarte un criterio propio sobre mí, siempre me has odiado porque no sabes hacer otra cosa que obedecer. 339 —Jamás he hecho una ofensa contra ti, y aun así, me insultas y subestimas, cuando no tú tampoco sabes un carajo sobre mi vida. —¡Porque es la forma en la que me criaron!— gritó, con el rostro rojo y los ojos brillantes—. Todo lo que sabía era cómo odiarte, que debía odiarte, porque eras el hijo de personas malas. No había otra forma de mirarlo, porque creía que esa era la única manera posible. Yo actué conforme a ello, justo como tú aprendiste a odiarme a mí. —¡Por la persona que eres, no porque así me criaron! ¡Por ser una harpía llena de prejuicios y soberbia!—escupí, tan cerca que podía notar la tensión en sus hombros, pero no me detuve— ¡Tú me odias por algo que no puedo cambiar! Pareció a punto de entrar en combustión, con los puños tan apretados a los costados que incluso parecía doloroso. Sin embargo, en mi inmensa cólera, no me importaba una mierda. —Tu insulto contra mí era simplemente estar ahí, por hacer aquello por lo que me enseñaron a odiarte. Así que te odiaba—dijo con los dientes apretados—. Joder, te odiaba tanto. 340 —¿Ves? Ese es mi punto sobre el criterio. —¡Tú me odias igual! Así que, ¿cuál es la jodida diferencia? —Hay una gran diferencia!—equiparé mi volumen de voz al suyo, demasiado alterado para mantenerme colectado. —¿Cómo cuál?—masculló con voz tensa, mirándome fijamente y tiesa de odio—¡No hay diferencia, no hay…! —¡Yo no te odio! ¡A diferencia de ti, yo no te odio! Se inclinó hacia atrás como si la hubiera abofeteado y su boca se convirtió en una fina línea. —A diferencia de ti, yo decidí no odiarte, porque no te conocía y porque quería formar mi propia opinión sobre ti—mi voz se convirtió en un susurro —. Pero ahí vas tú de nuevo, pensando que lo sabes todo y que estás un paso delante de todos los demás cuando no es así. —¿Y por eso crees que tú eres mejor?—espetó fríamente, estrechando los ojos—. ¿Crees que tú tienes más autoridad moral porque tu familia ha 341 demostrado que vale la pena y que no son una mierda? ¡Ja!—bufó, negando—. Ustedes… —No, pero… —Son un… —¡Yo lo he hecho!—exploté, gritando tan fuerte que me sorprendió que las paredes no temblaran—. Yo he demostrado que no soy una mala persona, al menos no contigo. Así que. Deja. De. Juzgarme. Sus ojos estaban tan abiertos que pensé que en cualquier momento se saldrían de sus cuencas. —Eres imposible—mencionó, agachando los hombros en aparente rendición—. Solo quiero que esto termine, ¿de acuerdo? La urgencia en su voz avivó la furia que corría por mi sistema y me sentí profundamente ofendido. ¿Por qué sentía tanta repulsión hacia mí? Verdaderamente, yo no podría ser tan indeseable. —¿Y tú crees que yo soy feliz estando atado a una perra frígida y soberbia como tú? Me miró con la boca levemente abierta y mierda, la respuesta salió con mayor emoción de la que deseaba. 342 —¡Pues obviamente tú tampoco estabas en mis jodidos planes!—gritó con avivado enojo cuando se recuperó de la impresión. Le dediqué una sonrisa desdeñosa y tomé dos pasos más cerca de ella, hasta que tuvo que mirar al cielo para verme a la cara. —Pues aquí te va una lección de vida, princesa— escupí tensamente—. No importa cuánto te esfuerces en hacer tus planes de mierda, ¿sabes por qué? ¿Sabes? ¿SABES?—estaba tan cerca que las puntas de nuestros pies estaban tocándose y ella estaba tan pegada al escritorio que tuvo que inclinarse hacia atrás, en un modo de protección—. ¡Porque al final, la vida te meterá tus jodidos planes por el culo y te tirará a la cara con lo que le dé la gana! Estaba por mandarla directo al infierno, con todo y sus malditos zapatos Versace, cuando escuché cómo alguien carraspeó. —¿Quién le meterá qué al culo de quién, joven? —un hombre con más barba que pelo en la cabeza y gordo como un tambo nos miraba desde la puerta, expectante. 343 Detrás suyo había un par de cabezas curiosas, entre las que destacaba la cabellera rubia de Edith y los ojos de mosca de Sara. Me colecté lo suficiente y me dispuse a salir. —Los problemas de pareja son para resolverse en casa, jóvenes. No aquí—escuché decir a quien imaginé era el profesor antes de que cruzara la puerta y atravesara el tumulto de gente que se había congregado a la salida. Leah sacaba en definitiva, lo peor de mí. —Okay, estoy esperando—Ethan me miraba expectante, apoyado en la pared del vestidor mientras yo terminaba de colocarme la camisa después de la ducha. —¿Qué cosa?—pregunté aún con restos del hastío por la catástrofe en el aula y mi descomunal pelea con Leah—. No tengo nada qué decirte Ethan, ve a perseguir trapeadores con falda o algo así. —Ah, no sé, vamos a ver…—se colocó un dedo sobre la barbilla, simulando que pensaba—…por ejemplo, ¿por qué estabas peleándote a gritos con Leah? 344 Resistí el impulso de estrellar la puerta del locker para dejarle en claro que de ninguna manera quería hablar de ese tema, así que en cambio me concentré en ponerme los zapatos. El entrenamiento había hecho maravillas con mi temperamento, porque de no haber liberado toda esa tensión enviando a la mitad del equipo contra el suelo, ahorita mismo estaría encima de Ethan partiéndole la cara. Leah era la mujer más exasperante, estresante y terca que había conocido en toda mi vida. Carajo, ¿cómo la soportaba Jordan? Se merecía el jodido premio Nobel de La Paz. Ella había sido la primera mujer a la que le había gritado en mi vida. Así de insufrible era. —Así que ya te enteraste. Qué rápido viajan las noticias—dije en un intento por desviar el tema. —Sí, claro que me enteré, ¿con quién crees que estás hablando, guapo?—me miró a mitad de camino entre la incredulidad y la indignación—. Ahora, vas a contarme todo el rollo que tienes montado con Leah. —No tengo ningún rollo montado con esa araña ponzoñosa—escupí, tal vez con demasiada emoción. 345 —Mi radar me indica todo lo contrario, amigo. Puedo leerte la mente y te juro que sé cuando estás en problemas. —¿Ah sí?—dije finalmente mirándolo y estrellando la puerta del locker—. Pues mi radar me indica que se te van a caer los huevos si no cierras la boca y vas a cambiarte ya. Pasé a su lado y jalé de la toalla que llevaba envuelta en su cintura para dejarlo desnudo. —Y por favor, no le digas nada de esto a Jordan. —Muy tarde, amigo. A juzgar por lo fuerte que estaban gritándose, me sorprendería que no lo escucharan en China—se cubrió rápidamente con la toalla—. Además, allí viene el rey de Roma. Cuando me giré, reparé en Jordan, que parecía un oso furioso caminando hacia mí, ataviado aún con su uniforme. —¿Qué mierda está mal contigo?—me empujó bruscamente, provocando que chocara contra la pared—. Lo único que te pido que no hagas, ¡y es lo primero que haces! Quise recuperarme, pero el volvió a empujarme. Lo miré con dureza, tratando de controlarme para no 346 partirle la cara, porque el pequeño vaso de mi paciencia estaba colmándose. —Eh, Jordan, amigo—Ethan rió nerviosamente en medio de ambos buscando separarnos—. Somos todos amigos, ¿recuerdas? Mejores amigos. Pulseritas de la amistad, compartir el mismo bóxer, reír juntos y todo eso… —Cualquiera que le haga daño a mi novia, no es mi amigo—advirtió en tono bajo, amenazador y mirándome de una manera tan oscura como no lo había visto nunca—. Aléjate de ella, Alex. No voy a repetirlo. —Entonces podemos seguir siendo tan unidos como siempre—sonreí con ironía, pero a Jordan pareció no causarle gracia, por lo que me tomó de la camisa, tan cerca que podía oler el sudor, tierra y pasto que permanecía adherido a su piel aceitunada. —¿Qué mierda hacías encerrado con ella en un aula?—aumentó la presión en su agarre. Teniendo nuestra primer pelea marital. ¿Quieres un video de recuerdo? —Solamente fui a disculparme por si la había incomodado en algún momento, pero la histérica de tu nov… 347 Gruñó y me sacudió levemente. Ethan lo tomaba del hombro para evitar que mancillaran de nueva cuenta mi bonita cara. —Empezamos a discutir por estupideces y la situación se salió de control, ¿de acuerdo? Eso es todo—respondí, repentinamente cansado con todo aquello. Hizo una mueca y continuó con el ceño profundamente fruncido, hasta que volvió a hablar. —Aléjate de ella, ¿entendido? Tuve que resistir el impulso de poner los ojos en blanco. Estaba harto de que todo el mundo me dijera lo mismo. —Felizmente. Aún no entiendo cómo soportas a esa víbora ven… Volvió a apretar los puños que hacía con mi camisa y decidí que por ahora, lo más inteligente era callarme. —Ahora, por favor, suéltame que estás arrugando mi camisa favorita—me sostuvo la mirada por un momento más, antes de dejarme libre e ir hasta las duchas. 348 —¿Ves? Mi radar nunca falla y tú estás en serios problemas, amigo mío—intervino Ethan, suspirando reprobatoriamente. —No te preocupes, que voy a resolverlos todos con una sola partida de cartas—Lo miré por un instante y él sonrió al comprender mi comentario. Hice todo lo posible por no mirar más de la cuenta la manera en que la larga y torneada pierna de Leah danzaba delicadamente suspendida sobre su rodilla izquierda, con sus piernas cruzadas y deliciosamente expuestas por la falda que vestía. Era la primera vez que la veía utilizando una falda desde que habíamos regresado de Las Vegas. Los botines negros que complementaban su atuendo le ayudaban enormemente para cubrir el tatuaje que tenía en su tobillo. Mantenía su cabeza apoyada sobre su mano, con su lacia cabellera negra recogida en una trenza despreocupada que descansaba sobre su hombro derecho, dibujando distraídamente sobre una hoja de papel mientras Ethan hacía sus peroratas de siempre para ilustrar todas sus tragedias en la cafetería. 349 Un leve escozor se asentó en mi estómago cuando observé a Jordan colocando una mano sobre su muslo de modo afectuoso y desvié la vista al momento. De pronto, estaba empezando a desagradarme la idea de contemplarlos juntos, a pesar de haber visto las mismas muestras de afecto todo el tiempo años atrás. Desvié mi atención, molesto conmigo mismo porque sentía que siempre revelara demasiado para mi gusto y no podía creer lo mucho que ella me afectaba porque, a pesar de que ya habían transcurrido tres días desde la estrepitosa pelea, seguía ofuscado por ello y no nos habíamos dirigido la palabra desde entonces. —Creo que debemos cambiar nuestra táctica defensiva—habló Fred, el capitán, con su pecoso rostro resaltando como siempre—. Si queremos tener un mejor marcador este año, creo que es de los principales puntos a mejorar. —Estoy de acuerdo—levanté la mano, buscando distraerme. Noah bufó y sonrió. 350 —Eso implica ya no mandarnos al piso con tanta fuerza. Casi me dislocas el brazo la última vez—se masajeó el hombro aludido. —No seas marica—hizo una señal obscena y todos reímos en la mesa. —Comprende que la princesita estaba en sus días, Noah—añadió Fred y me dio un golpecito en el hombro para recalcar la broma—. Eso sí, no quiero más peleas entre ustedes, específicamente no entre tú y Jordan. Lo miré pensativo un momento, hasta que asentí. —¿Qué estrategias tienes en mente?—quería cambiar de tema antes de que nos adentráramos más de la cuenta. Comenzó a hablar, pero yo no tardé en desconectarme. El día había transcurrido con demasiada tranquilidad, tanto que ya estaba comenzando a asustarme, pues de cierta manera había olvidado lo que era tener un día normal. Sin embargo, el universo jamás me decepcionaba y pronto sentí vibrar mi celular dentro de mi bolsillo. 351 “Hoy juegas, príncipe” Detuve mi andar por el pasillo y contemplé las palabras brillando en la pantalla. El mensaje de Rick me secó la garganta y una sensación de cansancio no tardó en pesar sobre mis hombros. ¿Se refería a jugar contra el tipo que le había estado ganando dinero en las partidas? Envié mi respuesta y me froté el cuello. Quería deshacerme lo más pronto posible de cualquier cosa relacionada con Rick y su círculo de matones, porque esas cosas nunca terminaban nada bien. Justo cuando me decidí a emprender mi camino de nueva cuenta, aún con la vista clavada en mi celular, algo chocó contra mí impidiéndome continuar. Leah levantó la vista se su celular cuando se estampó contra mi cuerpo y me sentí repentinamente extraño de estar en su cercanía. Además, no estaba de humor para otro enfrentamiento con la hija de Medusa. Así que la ignoré olímpicamente y traté de continuar con mi camino yendo por el lado derecho, pero ella pareció tener la misma idea. Decidí probar por el lado izquierdo, justo al tiempo que ella 352 también lo hacía y enarqué ambas cejas, mirándola con una pregunta muda impresa en el rostro. Por tercera vez volvimos a coincidir y aquello se estaba convirtiendo en un baile ridículo y molesto que nos estábamos montando en el pasillo. Masculló algo que no comprendí, hastiada y me empujó para abrirse paso. Por mi parte, no pude contener la sonrisa que se extendió por mi cara cuando la observé alejarse, orgullosa y petulante, con su precioso culo moviéndose al compás de sus pasos, capaz de hacer babear a cualquiera. Cuando todo esto se resolviera, permanecería con una fuerte inclinación hacia mujeres de largas piernas, cabellera oscura, con una actitud mandona y un temperamento de los mil demonios. En definitiva, mis días persiguiendo a mujeres con tetas más grandes que su cerebro que pensaban que el Sistema Métrico era el metro de Washington, habían llegado a su fin. —Tu dinero—le tendí a Rick el fajo que había conseguido quitarle al tipo durante todas las partidas más dos pagarés—. Le he dejado limpio. 353 Sonrió satisfecho y comenzó a contar los billetes a velocidad de la luz. —No esperaba menos de ti, niño—se relamió los labios y me hizo una seña para que tomara asiento —. ¿Se ha puesto difícil? Rechacé la oferta con un gesto, buscando salir de ahí lo más pronto posible. Ese lugar me hacía sentir incómodo e inseguro, más después del regalito que los matones de Rick me habían hecho la última vez que pisé el bar. —Para nada—mencioné con un deje de indiferencia—. ¿Por qué me has mandado a mí? Hasta tú podrías haberlo vaciado. ¿Qué tenía de difícil ese tipo? Rick se acarició la barbilla grisácea, aún sonriente. —Ése no es el tipo del que te hablo, pero tenía tiempo sin verte y quería tenerte en casa de vuelta. Extrañaba ver tu arrogante cara. —Ésta no es mi casa—espeté fríamente. —Lo era hasta hace poco, ¿o no, príncipe? Hice una mueca de exasperación, ansioso por salir de ahí, pero a él pareció no importarle. 354 —El tipo viene a jugar solo los fines de semana —explicó—. Pero solo eso es suficiente para que vacíe casi toda la casa. No me gusta para nada que sea tan bueno, así que tendrás que demostrarle que tú eres mejor. —Ya, ¿y que a mí me parta la cara cuando lo haga perder, no? —Gajes del oficio—se inclinó de hombros restándole importancia—. Te recuerdo que es parte de tu deuda. —Sí, sí—dije con hastío—. Lo mismo de siempre. —Además, quiero que te acerques al tipo. Seguramente también nos está robando, con alguna técnica diferente a las tuyas. Háganse amigos, después de todo, tienen mucho en común, ¿no? —Lo que tú digas, Rick. Volvió a esbozar esa grotesca sonrisa que no favorecía nada a su ya fea cara y tomó el vaso que tenía enfrente, al tiempo que yo me disponía a salir. —¿No te quedas a jugar por más tiempo? —No. 355 —Megan dice que te extraña, que la has tenido mucho tiempo esperando. —Pues seguirá esperando—dije tajante, dando la vuelta para salir del privado, pasar por el local repleto de mesas de juego y llegar hasta la acera, donde tenía mi auto. Cuando llegué a mi departamento, me dejé caer pesadamente sobre el sofá y coloqué un brazo sobre mis hombros, esperando que la sensación de cansancio aminorase. Estaba quedándome dormido cuando mi teléfono comenzó a vibrar y lo contesté sin mirar el identificador. —¿Ahora qué?—ladré, ofuscado, pensando que era Rick que me llamaba para otra limpia. —Esa no es la manera de dirigirte a tu padre, Alex—dijo papá desde el otro lado, frío. Me incorporé enseguida, tocándome el puente de la nariz. —Lo siento, pensé que eras… no importa. ¿Qué pasa? —He venido a la ciudad por asuntos de negocios, y me gustaría que habláramos. ¿Te apetece salir a cenar? 356 Un dolor de cabeza de proporciones épicas amenazaba con destrozarme, pero como se trataba de mi padre y pocas veces podíamos darnos lujos como ése, decidí aceptar. —Excelente. Estoy cerca, llego por ti en cinco minutos. Y justo como lo predijo, cinco minutos después ya estaba en la entrada de mi complejo con su bonito auto negro centellando bajo el sol. Condujo en cómodo silencio hasta un restaurante de comida inglesa—que él odiaba pero que decía era el más decente de la ciudad— y pronto nos acomodamos en una de las mesas junto a una ventana. Ordenó una botella de vino para ambos y agradecí el gesto, porque definitivamente necesitaba relajarme un poco antes de empezar la siguiente batalla que ya veía venir con mi padre. —¿Cómo va la universidad?—preguntó dando un pequeñísimo sorbo a su copa. Siempre empezaba con la misma pregunta. —Bien. Sigo teniendo las mejores notas. —Me sorprendería que no. El sistema de éste país está tan por debajo del deseado…—ignoré su 357 comentario y tomé un poco de pan del centro de la mesa—. ¿Te mencioné que Oxford tiene nuevas adiciones en su programa? —Como un millón de veces, papá. —Pues van un millón y una, Alexander, hasta que aceptes regresar al lugar al que perteneces— respondió arisco. —Me gusta la universidad aquí, además, una vez termine, pienso largarme a Suiza—acoté, tajante y mi padre expulsó lentamente el aire por la nariz. —¿Sigues con esa tontería de la fotografía?— asentí con decisión y él tomó una bocanada de aire —. Te vas a morir de hambre. ¡Por Dios! Eres el único heredero Colbourn… ¿vas a mandar todo lo que tu abuelo y yo hemos construido a la mierda por perseguir un sueño inútil? —No es inútil, no voy a mandar nada a la mierda y soy bueno en lo que hago—aclaré, demasiado cansado para sentirme enojado—. Pienso dirigir la empresa, ¿de acuerdo? Por eso he estudiado lo que me has dicho toda la vida, pero eso no significa que además no pueda dedicarme a lo que me gusta, a lo que amo. 358 —¿Amor?—rió con sorna—. Eres demasiado joven para entenderlo, Alex, pero cuando crezcas un poco más te darás cuenta de que cosas como el amor son prescindibles e innecesarias en un mundo como éste. Arrugué los labios, sin saber cómo sentirme. “Al menos yo tengo alguien a quien acudir, a diferencia de ti. Todos sabemos que tu familia es una farsa” Las palabras de Leah llegaron a mi mente como un rayo y calaron más profundamente de lo que deseaba. —¿Eso qué significa? ¿Qué no amas nada? —Hijo, claro que amo: el dinero, el poder y a ti— palmeó mi mano sobre la mesa. —¿Y mi madre?—la pregunta resultó infantil y había querido preguntarla siempre, porque la relación de mis padres era escabrosa y extraña. Se removió incómodo en la silla y se acomodó el saco. —Tu madre—carraspeó, como si buscara las palabras correctas—, es alguien muy capaz, muy fuerte y decidida. Una mujer bella que me dio lo que más amo en el mundo… y una buena inversión. 359 —¿Inversión?—incluso yo me sentí ofendido de que la categorizara de esa manera. —El matrimonio es un contrato que se trata precisamente de eso: unirte con alguien que tenga la capacidad de aportar a tu patrimonio. Su respuesta no me agradó en absoluto e incluso me dejó bastante desconcertado. Cuando el camarero llevó nuestros alimentos, comimos en silencio, hasta que otra pregunta más se instaló en mi cabeza. Ahora que él y yo estábamos solos y que nos encontrábamos en el círculo de la confianza, quería saber algunas cosas. —¿Por qué mamá no soporta a los McCartney?— papá terminó de masticar y se limpió la boca con la servilleta. —No lo sé, tu madre no es precisamente la Madre Teresa de Calcuta, pueden haber muchas razones—se encogió de hombros—. Supongo que nunca superó a Leo, qué se yo. —¿A Leo? ¿A qué te refieres?—no pude ocultar el toque curioso que cubría mi voz. —Fue su prometido, pero las cosas terminaron mal, no sé bien—respondió con desinterés—. Digo, 360 tampoco es que me importe mucho, pero seguramente está relacionado con algo de eso. —¿Y no te molesta? ¿No te dan celos? Papá se echó a reír. Una carcajada tan fuerte y sincera como pocas veces lo había visto. Me miró igual que a un niño incrédulo, negando. —¿Molestarme? Alex, por Dios. Ella podría estar cogiéndose a Leo en este momento y créeme, no me podría importar menos. Además, sé que ella lo hace con su entrenador personal desde hace meses, ella sabe que yo tengo algo que ver con Charlotte, ¿y sabes qué? Ambos estamos completamente bien con eso. Una mueca de repulsión contorsionó mis facciones. De pronto, me sentí ansioso por cobrar la parte de la herencia que mi abuelo había dispuesto para mí, para así ya no tener que ver a mis padres por un largo tiempo. Si eso era el matrimonio, creo que en realidad yo no estaría listo para vivirlo nunca. Hablamos de otras cosas el resto de la cena— menos escandalosas e impactantes— y cuando 361 terminamos, el celular de papá comenzó a sonar con una especie de alarma. —Mierda—maldijo, sin quitar la vista del aparato —, casi lo olvido. —Tengo que ver a Leo para arreglar papeleo— dejó la tarjeta en la cuenta, que el camarero no tardó en retirar y yo lo miré ofuscado. No quería estar más tiempo fuera—. Será rápido, lo prometo—respondió al ver mi cara. Me froté el rostro y suspiré. ¿Cuán más largo iba a ser ese día? Cuando tocamos a la ornamentada puerta que precedía la enorme mansión de la familia McCartney, una mujer delgada y pequeña nos abrió al instante y nos sonrió afablemente. —El señor McCartney los espera en su estudio— habló la mujer mientras nos guiaba por el recibidor hasta un largo pasillo que después de varias puertas de madera pulida, llevaba a un recinto de puertas 362 dobles, decorado con piso de mármol. Era una parte de la casa a la que nunca había ido. ¿Ellos y mis padres habían contratado al mismo decorador? Porque se parecía bastante al estudio en mi casa. Leo estaba sentado detrás de un imponente escritorio de caoba y no tardó en incorporarse cuando reparó en nosotros. —Colbourn. —McCartney. Se estrecharon la mano cortésmente, antes de que él procediera a saludarme a mí, dándome un fuerte apretón sin dejar de perforarme con los ojos. —¿Dónde está lo que se debe firmar?—preguntó papá tomando asiento frente a Leo y colocándose las gafas. Yo me senté a su lado, terriblemente tenso por estar ahí. —Son los contratos con tus proveedores— clarificó Leo—, y la especificación de algunas cláusulas. —Excelente. ¿Ya han empezado la extracción?— papá tomó el folder que el dueño de la casa le tendía y comenzó a revisarlos detenidamente. 363 Quería salir de ese lugar ya. ¿Cuánto más iban a tardar? —Sí, aunque hay una situación con los permisos para la concesión. —¿Otra vez? ¿Ahora qué?—preguntó papá con cansancio. —Verás… —¿Dónde está el baño?—lo interrumpí, cuando me di cuenta de que esa conversación iba a ser larga. Muy, muy larga. Leo me miró con reticencia y un amago de desagrado, antes de soltar el aire y responder. Me desconcertaba lo mucho que sus ojos se parecían a los de Leah. —Al final del pasillo, cruzando la sala. La primera puerta a la derecha, justo al costado del pie de las escaleras. Asentí y le dediqué una corta mirada a mi padre antes de ponerme en pie. En lugar de pasar la próxima media hora sintiéndome descaradamente escrutado y tenso, podía escabullirme hasta sus jardines para fumar un 364 cigarrillo y relajarme un poco después de un día tan agotador como éste. Estaba por girar a la derecha para llegar al baño cuando escuché la voz de la señora McCartney. —Ana, ¿sabes si Leah está en casa? —Sí, está tomando un baño, señora. ¿Quiere que le diga algo? —No, déjala. Después la busco yo—dijo con tono amable y la escuché alejarse. Me mantuve de pie frente a la puerta del baño, justo a un paso de las escaleras que sabía llevaban a la habitación de Leah. Detrás de la puerta número uno, habló una voz en mi cabeza, hay un cómodo baño que podrá evitarte muchos problemas y te permitirá regresar a casa tranquilamente, donde podrás continuar con sueños y fantasías. Detrás de la puerta número dos, si eres tan valiente como para abrirla, hay un sendero que lleva a problemas, posiblemente a más de uno, con un boleto sin regreso. ¿Ardiente? Sí. ¿Irracional? Sí. Pero el mal tiene ojos como un antiguo glacial y las piernas más hermosas que has visto en tu vida. 365 Pueden odiarse hasta la médula, pero al parecer tú quieres algo que sólo ella es capaz de proveerte… dijo la misma voz. Eso terminó por decidirlo todo, y antes de que pudiera detenerme, yo ya estaba subiendo las escaleras que conducían a la habitación de Leah. Conocía el camino por las veces en que mi tía Chelsey me había llevado a su casa para intentar hacernos convivir, y aunque aquello resultó de manera catastrófica, había pasado algunos días en el cuarto de Leah y Erik jugando. Cuando entré en su habitación, sonreí al caer en cuenta de que había cambiado mucho desde la última vez que había estado ahí, hacía unos quince años atrás. Donde antes había un montón de peluches, casitas de muñecas y juegos de té, se alzaban cómodos sillones, tacones regados por el piso lustroso, las puertas abiertas de un ropero tan grande como la sala y cocina de mi departamento y una gigantesca cama con dosel. Leah era, en definitiva, una chica con complejo de princesa. Me detuve un momento afuera de la puerta de su baño, bajo el fútil intento de la parte racional de mi 366 cerebro por parar toda aquella locura, pero lo ignoré olímpicamente y giré la manija. El baño—que también era enorme—, estaba lleno de vapor. Leah estaba sumergida dentro de una gigantesca tina ovalada del color del marfil, con la cabeza recostada en una almohadilla y los ojos cerrados. Su expresión era de alguien totalmente relajado y la envidié por ello, porque me encantaría sentirme igual. Va a odiarme por esto pensé, pero me conforté diciéndome que, era menester hacer esto para que ella escuchara lo que tenía que decirle. Una rápida mirada a mis alrededores reveló que la bata de baño estaba lejos de su alcance y solo sus sandalias de baño estaban cerca de la tina. Todo estaba limpiamente ordenado y acomodado. Siempre tan fastidiosa. Si al final íbamos a divorciarnos, al menos la haría enfurecer una vez más. Cerré la puerta tras de mí deliberadamente fuerte. Leah se sobresaltó tanto por el sonido que casi se rompe la cabeza por la mitad con el borde de la tina. 367 Clavó sus ojos en mí, atónita, como si yo fuera un fantasma. Por mi parte, moví jovialmente los dedos en su dirección a modo de saludo. —¡Alex!—gritó y tosió—. ¡¿Qué mierda estás haciendo aquí?! El baño que Leah estaba tomando se veía jodidamente agradable y relajante, así que permití que mi parte irracional volviera a controlar mi mente y me quité primero un zapato. —Es algo obvio. Estoy a punto de tomar un baño, ¿no ves?—posiblemente no era buena idea sonar tan feliz por ello, pero no podía evitarlo. Sacarla de quicio me resultaba muy placentero. Mi zapato izquierdo fue el siguiente en salir, seguido por mis calcetines. Los ojos de Leah estaban en verdadero peligro de salirse de sus cuencas. —¿Un baño?—repitió, confundida y aún atónita. Incluso con esa cara de espanto y nada de maquillaje en el rostro, seguía siendo impactantemente bonita. El cuadro era como ver a Afrodita tomando un baño en el jardín de las Hespérides. 368 —Sí, un baño. Un acto que involucra agua, jabón, una tina y, si uno tiene suerte—pausé, para agregarle un efecto malévolo—, compañía. Se cubrió sus pechos con los brazos y se pasó la lengua por los labios, sin parpadear. Prácticamente podía escuchar los engranes de su cerebro trabajando para comprender qué mierda trataba de conseguir estando yo ahí. Su mirada confundida dio lugar a reconocimiento y después, predeciblemente, a la furia. —Tal vez tu nivel de retraso es demasiado Alex y no lo has notado, pero, ¡ESTÁS EN MI CASA! Mis padres también están, y si se enteran que estás aquí… —Hay algunos riesgos que valen la pena tomarse, ¿no crees?—dije con un amago de sonrisa terminando de desabotonar mi camisa para retirarla y noté con satisfacción cómo Leah seguía cada uno de mis movimientos. Gruñó y el gesto me pareció adorable. —No vas a hacer esto, maldito bastardo. No voy a jugar estos juegos contigo, ¡tenemos un arreglo!— estaba tan furiosa que golpeó el agua con sus brazos, igual que una niña. 369 Esto ocasionó que sus pechos fueran visibles a través de la espuma y Dios, ahora entendía por qué Matthew no podía quitarle los ojos de encima a sus tetas. Tenían el tamaño perfecto que encajaba con mis manos y unos lindos pezones que fueron rápidos en responder a mi tacto y mi boca. Salí de mis cavilaciones cuando me salpicó con un montón de agua que me empapó la cara y el pecho. Retiré el cabello de mi rostro y agradecí la sensación de frescura que trajo consigo el agua. —Tranquilízate, Leah—dije gravedad—.Te harás daño. con burlesca —Yo voy a lastimarte si no te largas en este momento—siseó mirando a sus alrededores, probablemente tratando de ubicar un arma con la cual dejarme inconsciente. Comencé a tararear una canción sólo para enfadarla más mientras me quitaba el cinturón. Leah gritó indignada y me tiró con la botella del jabón, que chocó contra mi pecho y cayó al piso haciendo un estruendo. Después, le siguieron sales de baño, una esponja, una barra de jabón y al final, la almohadilla. 370 Gruñó con frustración, pero no tenía escapatoria. Al menos que quisiera exponerse y coger su bata de baño totalmente desnuda, ahí iba a quedarse. Tendría que escuchar mi propuesta. —Te lo juro Alex, si no te vas en este momento, iré directo a mis padres—amenazó, con voz tensa. Había estado esperando por eso. Ella no iba a ir hasta sus padres porque no soportaría la idea de decepcionarlos. Aunado a ello, era probable que Leo la enclaustrara en un convento después de descubrir lo que su princesita había hecho. Además, yo le atraía, estaba casi seguro de eso. —Adelante, ve. Llámalos—sonreí y me costó errores no soltar una carcajada—. Estoy ansioso por darle la noticia a mis suegros. Jadeó sorprendida y pensé que su quijada se saldría de su lugar. —Mi padre va a matarte si se entera de esto— dijo en tono bajo, amenazador. —Moriré feliz, entonces—me dispuse a quitarme los pantalones. —¡NO!—me señaló con un dedo—¡VAS A DEJAR TUS MALDITOS PANTALONES JUSTO 371 DONDE ESTÁN, ALEXANDER! —No lo creo—y los retiré al mismo tiempo que ella se giraba para darme la espalda, inmaculada y definida. Sentí el deseo de besar cada centímetro de esa parte de piel suya—. En realidad, he venido a negociar y esperaba que aceptaras. —Esperabas por un milagro entonces—dijo con voz contenida, aún sin mirarme. Sonreí y me saqué los bóxers después. ¿Por qué ella se daba la vuelta si ya me había visto desnudo más de una vez? —Voy a contar hasta cinco, tú insufrible imbécil. Si no te vas, voy a mutilarte—la escuché con los ojos clavados en su espalda—. Uno… Dos… —Eres hermosa—dije en un susurro incluso antes de que pudiera detenerme, sin un ápice de broma en mi voz—. Creo que nunca te lo he dicho. Me pongo duro sólo de pensar en ti. Era otra desventaja de ser una persona que hablaba sin filtro. Se mantuvo en silencio por lo que a mí me pareció un minuto. 372 —Eres un mentiroso, un hijo de puta y yo fui una completa idiota por dormir contigo. Por haberme casado contigo. Tres. —Ten corazón—supliqué, acercándome a la tina. —¡Ten un poco de sentido de la propiedad! ¡CUATRO!—gritó, reacia a mirarme. Entré en la tina con lentitud, manteniéndome en el extremo contrario al suyo y la temperatura de la tina, cálida y perfecta, arrancó un suspiro de alivio de mi parte cuando todos mis músculos se relajaron a la vez. Recargué mis brazos en el borde y ella pareció hacerse bolita en su extremo, aún cubriendo sus pechos. —No sé por qué haces eso. He visto todos tus atributos y tú has visto los míos. Muy de cerca, ¿recuerdas?—dije con un deje de diversión, a lo que ella se cubrió con más fuerza. —Sí, desgraciadamente lo recuerdo—masculló con hastío. Al menos dos minutos pasaron en los que ambos nos mantuvimos en silencio, hasta que ella habló. 373 —¿A qué has venido, Alex?—su voz sonó rasposa. Dejé escapar el aire pesadamente. —Realmente necesito que vengas a Inglaterra conmigo—comencé, abriendo los ojos para mirarla —. Es realmente importante que lo hagas. —¿Por qué no le pides a alguna de tus putas que te acompañe? Mercy estaría más que feliz por casarse contigo—dijo el nombre de ella como si le escociera la lengua. Solté una risita baja por ello. No quería admitirlo, pero sabía que en el fondo le molestaba. —Porque creo que tú serías una esposa más… adecuada—clavé mis ojos en ella—. Además, necesito el dinero en menos de un mes y no creo que pueda divorciarme y volver a casarme en ese tiempo. —¿Y qué recibo yo a cambio por acompañarte? Tendría que poner mi culo al fuego por ti, y créeme, no lo haré gratis—se acomodó en su lado y me sostuvo la mirada. Era en definitiva la hija de un empresario. 374 —Lo que tú quieras—concedí—. Cualquier cosa que yo pueda darte, la tendrás a cambio. —¿Eso incluye no volver a saber de ti?— estrechó los ojos, recelosa. Sentí una rara presión en el pecho de la que me deshice rápidamente. —Bueno, pero de nuevo, ese no es mi problema —respondió con dureza y se dispuso a levantarse. Al parecer su necesidad por estar lejos de mí era más que su pudor. —¿A dónde vas? —Lejos de ti—respondió incorporándose totalmente—. Ya te he escuchado y no he aceptado, ahora vete. En un rápido movimiento, la tomé de la muñeca y la atraje hacia mí, hasta que sus piernas aterrizaron a cada lado de mi cadera y sus pezones rosaron mi pecho. —Quédate—pedí con un deje de súplica en la voz. 375 Me miró sorprendida y tensa por un momento. —Alex, estás completamente loco, ¿sabías? —Quédate—repetí y la sensación de su cuerpo contra el mío terminó por despertar mi miembro, que ya llevaba tiempo alerta. —No puedo seguir casada contigo más tiempo— explicó, frustrada—. Tengo mis planes y si mis padres se enteran… —Lo sé. Puedes empezar con los trámites de divorcio, por mí perfecto. Sólo… acompáñame. Cobraré mi herencia y desapareceré, lo juro. Levanté mi mano solemnemente, pero tenía los ojos clavados en el tatuaje que adornaba mi pecho. El tatuaje que compartíamos. —No estoy tratando de robarte, ni quitarte tu dinero, ni hacerte caer de la gracia de tus padres, si eso es lo que crees, solo estoy tratando de salvarme a mí mismo. Te estoy hablando sinceramente. Removió sus piernas bajo el agua y pude sentir el contraste de su suave y delgada piel contra la mía, áspera y gruesa. En un impulso, la atraje más hacía mí, lo suficiente para que pudiera sentir mi turgente virilidad contra su vientre. 376 —¿Ves? No tengo secretos para ti. —Más bien no tienes vergüenza—mencionó, pero no se alejó—. ¿Cómo sabes que la opinión de mis padres es tan importante para mí? —No eres la única que mira y aprende, Leah— retiré una gota de agua de su mejilla y acaricié el pómulo con mis nudillos, trazando la forma de su barbilla. Me miró de manera indescifrable. —No deberías haber venido, Alex—susurró, con la vista fija en mis labios. —No, no debería haberlo hecho—rocé apenas su cuello con mis nudillos; mi corazón acelerando sus latidos. —Por favor, no me toques—pidió, temblando a pesar de la calidez en la atmósfera. —Te juro Leah, que estoy tratando de no hacerlo —mi voz salió ronca desde mi garganta y, antes de que pudiera pensarlo mejor, ya estaba besándola. Fue como una llave de agua que terminaba por destruir el tubo de escape por la fuerte presión que ejercía sobre él. 377 Las piernas de Leah permanecían a cada lado de mis caderas debajo del agua mientras me correspondía con la misma avidez, con mis manos tomándola de su precioso trasero para darle soporte. La sensación de piel contra piel era exquisita y me regocijé en ella. Mi último pensamiento coherente fue que mi padre seguía en el estudio con Leo. Me estoy volviendo loco pensé, sin importarme en lo más mínimo. Los besos de Leah eran igual que ella: concentrados, deliciosamente sensuales y demandantes. No había nada exagerado o asfixiante sobre su forma de besar, como me había sucedido con otras chicas que pensaban que casi arrancarme la lengua era algo excitante. Coloqué una mano sobre su bonita espalda para acercarla aún más a mí, porque con un demonio, quería fundirme en ella. La tensión del día se evaporó mágicamente en el momento en que sus brazos rodearon mi cuello para apoyarse, con sus manos viajando hasta mi cabello y sus dedos enredándose en mis mechones. 378 Acaricié su cuello hasta llegar a la parte trasera de su cabeza y la incliné tomándola del cabello para tener completo control del beso. Rocé su labio con mi lengua y ella me concedió la entrada de inmediato, con su lengua danzando en torno a la mía con apetito. Sus senos estaban completamente comprimidos contra mi pecho y comencé a repartir besos por su pómulo, viajando hasta detrás de su oreja cuando ella se inclinó para darme mejor acceso y succioné levemente esa parte tan sensible. —Dios—gimió y jaló de sus caderas, frotando su sexo contra el mío y regalándome sensaciones que no eran de este mundo. Quería aprovechar lo más posible este lapso de inconsciencia suyo, antes de que volviera a ser de hierro y piedra. Quería memorizar texturas y sensaciones antes de que todo esto se fuera a la mierda. Si íbamos a cometer otro error, al menos debía ser uno del que ambos disfrutáramos. Pasé mi lengua por su cuello y apreté con fuerza una de sus nalgas, buscando tenerla más cerca. Repartí besos por su clavícula y el inicio de sus 379 pechos, hasta que coloqué una mano tras su espalda y se irguió en respuesta, dándome completo acceso a sus deliciosas tetas. Tomé el peso de una con mi mano y la llevé hasta mi boca, sin importarme el tenue sabor a jabón que no tardó en desaparecer con mi saliva. Leah gimió fuerte, y me sentí enteramente complacido por todos los sonidos que estaba arrancándole, cada uno más excitante que el anterior. Clavó sus uñas en mi cráneo y yo complací su petición muda, succionando y jalando de su pequeño pezón con más ímpetu. Me alejó tomando mi cara entre sus manos para volver a besarme y gimió en mi boca cuando acaricié su trasero bajo el agua, con mi erección rozando su monte de Venus. ¿Deberíamos llevarlo más lejos? Me pregunté, antes de que sus expertas manos entraran en contacto con mi miembro, tocándolo de arriba abajo. —Al demonio—mascullé, antes de alejarla con un manotazo, levantarla apenas y colocar mi virilidad en su entrada. La miré por un momento, de la misma manera en que había hecho en Las Vegas en una petición tácita por entrar, pero cuando se relamió los labios, no pude contenerme más. 380 Se deslizó deliciosamente lento sobre mi miembro, provocando que ambos soltáramos un jadeo cuando nuestros sexos entraron en contacto. Leah era. Tan. Jodidamente. Apretada. Le hacía perfecto honor a la forma en la que yo la llamaba siempre, y aquello era una maldita delicia. Se asió con más fuerza a mis hombros para acomodarse mejor y me hundí en ella un poco más, con ella susurrando mi nombre de forma casi inaudible. La sensación inicial de estrechez dio paso a una calidez y suavidad embriagadora. Me sentía muy, muy celoso por Jordan. Nos mantuvimos estáticos por un momento, absorbiendo de las múltiples sensaciones que nuestra cercanía nos ofrecía y permitiéndole a Leah que se acostumbrara a mi invasión. Tenía miedo de que si esperaba demasiado, ella terminaría por recobrar la consciencia, pero con un carajo, yo no iba a poder detenerme ni aunque la casa se nos estuviera cayendo encima. No podría. 381 Sin embargo, antes de que pudiera moverme, ella lo hizo primero, moviendo sus caderas tan deliciosamente que una maldición cayó de mis labios. Se sentía tan bien estar dentro suyo. La tomé de las caderas para guiar el ritmo, con mis dedos enterrados en su piel tan fuerte que seguramente dejaría marcas, pero no me importaba en lo más mínimo. Se deslizaba arriba y abajo, tan húmeda que no había tenido problema para entrar. Repartí besos en su hombro, con su respiración agitada en mi oreja y sus exquisitos gemidos como un dulce mantra tomando mi cerebro. No me importaba que nos descubrieran ahora, porque podría morir en paz después de esto. Bueno, este es un capítulo mucho más largo de lo habitual, como pueden notar. Díganme ustedes, ¿qué tipo de capítulos prefieren? ¿Cortos? ¿Largos? Esto es super 382 importante para mí, así que por favor, ¡déjenme sus comentarios! ¿Les ha gustado? ¿Qué creen que suceda en el siguiente capítulo? ¡Los leeré con ansias! Yo ya quería leer a Leah y Alexander juntos. El próximo capítulo irá dedicado al primer comentario. Con amor, KayurkaR. 383 Capítulo 13: Leah, eres un desastre. Leah —Por favor, no me toques—pedí en un susurro, con el aire atrapado en mi garganta. —Te juro Leah, que estoy tratando de no hacerlo —dijo con voz grave antes de acortar la distancia que nos separaba para besarme. Mi cerebro pareció apagarse en ese instante y cederle todo el control a mi cuerpo. Su boca tomó la mía con decisión y necesidad; cualquier protesta muriendo en mi garganta en el momento en que nuestras lenguas se encontraron. Sus manos rozaron el costado de mi cintura, con mi piel hormigueando ahí por donde su tacto trazaba un camino, hasta llegar a mi trasero, estrujándolo con fuerza para acercarme más a él. Era como si mi cuerpo hubiese adquirido nuevas terminaciones nerviosas, porque podía sentir sus manos por todas partes. Me convertí repentinamente 384 en un manojo de sensaciones, con los instintos más primitivos y oscuros emergiendo a la superficie. Mis manos no tardaron en acariciar su estómago, subiendo por su pecho hasta su cuello, buscando cubrir con desesperación la apabullante necesidad que me invadía desde dentro y se extendía por todas mis extremidades de tocarlo, de aprender la textura y forma de su cuerpo. Enredé mis dedos en su cabello y cuando él inclinó mi cabeza para tomar completo control, me sentí devorada de la mejor manera posible. Como si estuviese ahogándome, antes de descubrir que podía respirar debajo del agua. Fundió un camino con su boca, húmeda y caliente por mi pómulo, hasta llegar a un lugar particularmente sensible cerca de mi oreja. —Dios—el gemido salió claro desde lo más profundo de mi garganta cuando succionó suavemente ese espacio de piel y mis caderas se movieron en reacción, con su miembro golpeando mi vientre. Gruñó y continuó su recorrido por mi garganta, lamiendo, besando y succionando hasta llegar al inicio de mis pechos. 385 Por un instante, recuperé un lapso de lucidez y me di cuenta de que aquello que estábamos haciendo estaba totalmente mal. Era jodidamente peligroso y demencial, y tal vez lo mejor ahora era parar toda aquella locura antes de llegar a un punto sin retorno y oscuro y oh. Fui despojada de la capacidad de formular pensamientos coherentes de nueva cuenta cuando él levantó el peso de uno de mis pechos y selló su boca en torno a mi pezón, circulándolo con su lengua antes de succionar. Contuve el aire para evitar que otro gemido saliera de mi interior, pero logró escaparse de todas formas, largo y profundo desde mi garganta cuando volvió a repetir la acción con mayor ímpetu, porque aquello se sentía mucho mejor de lo que había imaginado en mis sueños más vívidos. Respiré pesadamente cuando mordió de él gentilmente y junté mis labios en un inútil intento por callarme. Inconscientemente, empujé más su cabeza contra esa parte que recibía sus atenciones y él complació sin dilación alguna. Esto que haces no está bien decidió intervenir mi conciencia, pero la acallé diciéndome que, esto sería solo una vez, que no volvería a repetirse. 386 Que era solo un capricho; una tentación a la que cedería por única ocasión para sacarlo de mi mente definitivamente. Pero, ¿cómo algo que está mal puede sentirse tan bien? Antes de que mi sentido común tuviera oportunidad de asomarse desde la parte más profunda de mi mente, tomé su rostro entre mis manos para volver a besarlo, con hambre desnuda y un deseo avasallador recorriéndome como fuego blanco. Su cuerpo se sentía duro, caliente y fibroso en contraste con el mío y la sensación era fenomenal. Podía sentir su erección entre nosotros, presionando contra la parte baja de mi vientre y en un impulso de mero lujuria y necesidad, lo tomé con mis manos, arrancándole un grave gemido. Era primitivo y carnal y su longitud se sentía dura, caliente y lista contra la palma de mi mano, que viajaba desde la punta hasta la base. —Al demonio—dijo con voz tensa antes de alejar mis manos, levantarme un poco para hacerse espacio y presionar su miembro contra mi entrada. 387 Bajé la vista cuando no lo sentí entrar inmediatamente y deseé no haberlo hecho, porque él estaba mirándome de esa manera que hacía que yo dejara de respirar. Pasé la lengua por mis labios cuando sentí mi garganta secarse y sin aviso, entró en mi interior. Ambos soltamos un jadeo en ese momento de primer contacto y tuve que tomarme con más fuerza de sus hombros, con él hundiéndose completamente en mí. La sensación fue tan exquisita que no pude evitar gemir su nombre, porque, ¿cómo era posible que él se sintiera tan bien estando dentro mío? Era mil veces mejor que todas aquellas veces que mi cabeza había reproducido nuestra noche en Las Vegas. Era real y cada terminación nerviosa que poseía se moría por sentirlo, demandaba sentirlo, así que antes de que pudiera pensarlo mejor, yo ya estaba moviendo mis caderas sobre su longitud, recorriéndola de arriba abajo con tortuosa y deliciosa lentitud. —Carajo, Leah—maldijo en voz baja, oscuramente tensa y sensual. Podía sentir su caliente respiración chocando contra mi hombro, 388 arrancándome un sinfín de sonidos que trataba de contener fútilmente mordiéndome el labio. Su boca dibujó un montón de figuras sobre mi hombro, hasta que lo mordió y fue recompensado con un fuerte jadeo de mi parte. Comencé a moverme al ritmo que él me marcaba con sus manos, que permanecían ancladas a mi cintura, con sus caderas encontrando cada uno de mis movimientos con el doble de fuerza. Fue entonces que caí en la cuenta de que había perdido cualquier rastro de sentido común que habitaba en mi cabeza, porque solo era consciente de él, de sus inexorables embestidas sacudiéndome, de su respiración agitada y cálida erizando la piel de mi cuello, de mis gemidos, que no hacían otra cosa que aumentar, de la sangre que corría como un río embravecido por mis oídos, con mi corazón siendo la única competencia y cada nervio de mi cuerpo recibiendo las sensaciones que él proveía con felicidad. El nudo en mi bajo vientre que precedía al orgasmo ya estaba construyéndose y tensándose; tan fuerte como la manera en que yo tomaba el borde de la tina para no caerme y seguir su ritmo, para 389 encontrar sus estocadas, para que me llenara y me llevara hasta el filo del mundo… —Leah, ¿estás ahí? La voz llegó seguida de un par de secos toques en la puerta y yo me congelé en un segundo igual que un témpano. Mi respiración atascándose en mi garganta. El tiempo pareció detenerse, con mi loco latir como único recordatorio de que seguía avanzando. Los ojos de Alex eran pura intensidad y me miraban directamente, con su mandíbula terriblemente tensa y su pecho subiendo y bajando con pesadez. Sus manos presionando fuertemente mi cintura sin permitirme moverme del lugar. Cuando nada se escuchó de nuevo, pensé que se había ido. —¿Leah?—repitió la misma voz, como si escuchara mi pensamiento. Alex negó rígidamente, impidiéndome hacer cualquier movimiento. Sin embargo, ya era demasiado tarde porque el calor del momento dio lugar a la racionalidad y me percaté de lo que estaba haciendo, de que Alexander Colbourn estaba 390 follándome, otra vez. Caí en cuenta de lo que habíamos estado a punto de hacer: un desastre. —¿Qué estás haciendo?—otro par de golpes, esa vez más insistentes. Me deshice de su agarre como si fuese radiactivo y él dejó caer la cabeza en el filo de porcelana con la frustración plasmada en todo su rostro. —Sí, ¡perdón! Estoy aquí—dije agitada, incorporándome con las piernas temblorosas y trastabillando con el borde de la tina cuando estaba por salir, golpeándome la espinilla. Ahogué una maldición y me dispuse a colocarme a velocidad de la luz la bata de baño. Definitivamente no había sido mi retirada más elegante. —¿Qué demonios estás haciendo?—preguntó desde el otro lado de la puerta él y presioné un dedo sobre mis labios mirando a Alexander en un signo inequívoco de que se callara. —Ya voy, estoy poniéndome la bata. Ahora salgo. Suspiró con pesadez y pegué mi oreja a la madera para escucharlo alejarse un par de pasos. Aproveché 391 para salir a nivel Flash y cerrar la puerta tras de mí. Erik me daba la espalda con las manos en los bolsillos de su pantalón y sonreí cuando él se giró, correspondiéndome. Se acercó a mí en dos zancadas y me envolvió en un fuerte abrazo que terminó por expulsar el aire que mis pulmones apenas estaban recuperando. Mis pies rozaron el piso y recibí su gesto con alegría. —¿Tan mal estás por verme?—mencionó mi hermano con la misma sonrisa, soltándome y acariciando mi mejilla—. ¿Por qué estás tan pálida? —Es que estaba…—tomé una bocanada de aire —…muy concentrada meditando. —¿Meditando?—enarcó una ceja. —Sí—dije más convencida—. ¿Recuerdas que te dije que estaba tomando cursos de yoga? Pues también hacemos meditación. Tenía los auriculares puestos y no te he escuchado hasta luego de unos golpes y como estaba tan concentrada… me asusté. —¿Estabas meditando en el baño?—inquirió con curiosidad y burla. —Es que la instructora dice que es mejor en la ducha—me apresuré a decir, esperando que mi 392 mentira sonara más real para él que para mí. —¿Y por qué estás tan agitada? —Porque me asustaste, idiota—le di un golpecito en el hombro. Al menos esa parte sí era verdad. Asintió lentamente, como si buscara comprender los disparates que estaba diciéndole y sonreí. —¿Cuándo llegaste?—pregunté en un intento por cambiar de tema. —Hace como cinco minutos, de hecho. Ya he saludado a todos, casi. ¿Bajas a cenar? Me muero de hambre. —Claro, deja me visto con algo más decente— dije señalando mi bata—. Ya quiero escuchar todas tus aventuras en el viaje. Mi hermano soltó el aire con cansancio. —Te vas a partir de risa. Soy un imán de la mala suerte. No creo que tengas peor suerte que yo pensé con ironía. —Debe ser algo de familia—mencioné con el mismo tono y él me apretó el hombro. 393 —Te veo abajo, hermanita—sonrió una última vez antes de salir de mi habitación. Una vez cerró la puerta, entré al baño como una exhalación. Alex me miraba desde la tina. —Ter… —Vete. Ahora. Ya—dije tajante. Junté su ropa que estaba esparcida por el suelo y la coloqué sobre la taza del baño. —¿Por qué tranquilamente. tanta urgencia?—preguntó Lo miré incrédula y sentí una repentina repulsión por mí misma. —Porque esto es un error. —Siempre que tú y yo estamos juntos es un error, Leah—respondió incorporándose e hice todo mi esfuerzo por mantener los ojos arriba de su cuello. —Me alegra que lo entiendas. —Y aún así, seguimos haciéndolo—continuó, saliendo con más gracilidad del agua que yo—. Seguimos coincidiendo. 394 Me pasé una mano por el cabello húmedo, que sabía debía ser un desastre en ese momento de mera exasperación. —Pues habrá que hacer todo porque no se repita —sentencié y lo miré, completamente desnudo a dos pasos de distancia—. No veo necesario que hablemos hasta que nos reunamos con el amigo de mis padres. —Leah… —Vete—repetí, furiosa conmigo—. Distraeré a mi familia para que puedas salir. Salí del baño dando un portazo y me apresuré a ponerme ropa interior, un pantalón cómodo de ejercicio lo suficientemente largo para cubrir el tatuaje en mi tobillo y una blusa deportiva. Me pasé los dedos por el cabello en un intento por acomodarlo un poco. Caminar se sentía levemente incómodo, consecuencia de la actividad coital que había mantenido minutos atrás, aunado a la rara sensación de vacío que sentía entre mis piernas. Cuando llegué a la cocina, mamá estaba ayudando a Ana a colocar la comida en platillos de servicio. Damen hablaba animadamente con Erik 395 sobre algo que no comprendí y la sangre se me fue a los pies cuando no localicé a papá. —¿Y papá?—pregunté, porque era extraño no encontrarlo ahí, sobre todo ahora que volvía Erik. —Está con Byron Colbourn en su estudio— respondió mamá con un deje de desagrado en la voz, poniendo los ojos en blanco. —Oh. Ahora todo tenía sentido. Eso explicaba por qué Alexander estaba en casa. Salí de la cocina cuando escuché la voz de dos hombres en el recibidor. Mamá se adelantó a mis pasos acompañada por mi hermano mayor y yo los seguí. Lo acompañamos hasta la puerta y mi corazón se aceleró cuando no miré a Alex junto a su padre. —Todo estará en marcha en un par de días— mencionó el señor Colbourn en el umbral de la puerta y papá asintió. —Espero que puedas arreglar todo lo relacionado a las concesiones—pidió y el hombre correspondió con el mismo gesto, solemne. 396 Alexander apareció en ese momento al pie de las escaleras que conducían a la entrada emergiendo desde la penumbra que rodeaba el jardín frontal y comenzó a subir los escalones con tranquilidad, con las manos en los bolsillos de su pantalón. —¿Dónde te has metido?—preguntó su padre cuando estuvo junto a él. —Salí a fumar un rato—respondió con la vista fija en mí. Sus ojos eran de un azul intenso, oscuros e insondables y mi garganta se secó de pronto, impidiéndome respirar correctamente. Desvié mi atención, percibiendo una sensación de desnudez bajo su pesado mirar. —¿Y por qué tienes la camisa húmeda?—tocó levemente la tela y mi corazón dio un vuelco. —Me he cruzado con los aspersores en el jardín. Su padre negó restándole importancia y se dispusieron a marcharse. —Señora McCartney—hizo una pequeñísima reverencia con la cabeza, cortés, y asintió hacia nosotros. Nuestros padres se dieron la mano. 397 —Hasta luego—se despidió Alexander, impasible y no pude quitarle los ojos a su espalda cuando se retiraba. —¿Qué tal está Rusia?—interrogué una vez estuvimos todos sentados a la mesa para hacer conversación, porque mi estómago era una maraña de emociones tan enredada que ni siquiera podía probar bocado. —Con un frío de los mil demonios—se quejó—. Se me congelaban los huevos cada vez que me metía a bañar. Damen y yo soltamos una carcajada. —Erik—lo reprendió mamá, aunque no podía ocultar la risa en su voz. —Es verdad—se defendió, dando otro bocado—. Lo único que te mantiene caliente allá es el alcohol, tal vez por eso es que son tan buenos bebedores. —¿En serio?—inquirí, interesada. —Te va a encantar lo que he traído para ti—dijo mi hermano desde el otro lado de la mesa. 398 —¿Qué es?—pregunté entusiasmada. —El mejor vodka de todo el puto mundo. Solté un gritito de alegría y aplaudí como una niña con un nuevo juguete. —Tenemos que abrirlo en una fiesta. Los orbes verdes de mi hermano brillaron con travesura. —Habrá que montar una. —Hay que invitar… —Ni lo piensen—intervino papá dejando sobre el plato los cubiertos—. Erik, no necesitas alimentar el alcoholismo de tu hermana. —¡Hey!—me quejé—. No soy alcohólica. —Cierto—concedió él mirándome con diversión —. Si lo fueras, tendrías más resistencia. —¡La tengo! Es solo que siempre me divierto más de la cuenta. —Como debe ser—me respaldó mi hermano levantando su copa—. Pero es verdad que siempre terminas ebria con dos cervezas. 399 —¿De dónde lo habrá sacado?—preguntó papá con sorna, mirando a mamá y ella abrió la boca indignada. —Tengo control, es sólo que siempre me divierto más de la cuenta—imitó mi respuesta y me guiñó un ojo. Todos soltamos una risotada y por un momento, todo el malestar que sentía pareció aminorar. —Buenas cosas le enseñaste a tu hermana, Erik —volvió a decir papá y el aludido rió. —Me enseñó bien la parte de escaparme a fiestas y bailar, pero se saltó la parte de enseñarme a beber —tomé un sorbo de agua de mi copa y mi hermano volvió a reír. Caí en la cuenta de lo mucho que me había hecho falta en esos dos meses que se había ido a Rusia para cerrar un trato. Erik era el primogénito, y el mejor hermano mayor del mundo. Él y yo éramos muy unidos, desde siempre. Fue Erik quien me enseñó las cosas que solo un hermano mayor puede mostrar y hacerte entender, incluyendo el bajo mundo de las fiestas y el alcohol. La primera vez que me había escabullido a una fiesta yo tenía catorce años y Erik diecinueve. No 400 era su primea fiesta, pero había aceptado llevarme bajo mi insistencia y tras haberle jurado que me comportaría—bueno, más bien, había aceptado llevarme cuando lo amenacé con contarle a mis padres de sus salidas secretas nocturnas. Al final, papá terminó enterándose porque tuvimos la mala suerte de que una patrulla nos detuviera de regreso en la madrugada y no estaba nada feliz de pagar nuestra fianza, más otros cargos por embriaguez de menores. Fue el peor castigo de nuestras vidas. Pero había valido la pena, totalmente. Erik y yo teníamos un nivel de complicidad que no cambiaría por nada en el mundo. Yo conocía todos sus secretos y él, todos los míos. O casi. Mi matrimonio con Alexander estaba fuera de los límites, porque mi hermano, aunque era una buena persona, se tomaba muy enserio su tarea de cuidarme y, si mi padre era celoso conmigo, él lo era el doble. Tenía cinco años de relación con Jordan y aún lo miraba con cautela y recelo. No quería imaginar cuál sería su reacción si se enteraba que actualmente yo era la señora Colbourn. 401 La rara sensación volvió a instalarse en mi estómago tras ese pensamiento y me mordí el labio. —¿Y a mí cuándo me enseñarán?—habló Damen, sacándome de mis cavilaciones y sonreí ante su comentario. —Nunca—habló mamá, horrorizada, porque él era el más pequeño de los tres. —Así es, nunca—repitió mi hermano con severidad, para guiñarle un ojo un segundo después. Cuando terminamos de cenar, subí a mi habitación sintiéndome repentinamente cansada, deseando con fuerzas abalanzarme sobre la cama. —Leah—la voz de Erik me sobresaltó y di un respingo, girando con lentitud. —¿Has terminado con Jordan?—preguntó con los brazos cruzados, apoyado en el umbral de mi puerta. —Claro que no, ¿por qué?—pregunté a su vez, sin entender. 402 —Porque el chico Colbourn olía igual a ti—dijo con seriedad y rogué porque mi cara no mostrara el terror que sentía por dentro—. Y curiosamente tenía el cabello y la ropa húmeda. —¿Y qué?—objeté—. Él dijo que se había cruzado con los aspersores en el jardín y no olía a mí, olía a cigarro. —El césped estaba seco. Fruncí los labios, buscando algo qué decir. —Tienes dos meses sin estar aquí, sabes lo mucho que Ana cambia la programación de los aspersores para que crezcan sus azaleas—repliqué y él me miró con recelo, antes de suspirar—. Además, no revisaste todo el jardín, ¿o sí? —No—admitió y lo miré enarcando las cejas—. De acuerdo… sabes que puedes contarme lo que sea, ¿no?—su postura pareció relajarse de pronto y yo asentí, con una mezcla de alivio y preocupación asentándose en mi pecho—. Yo no tengo idea de por qué ésa familia y la nuestra tienen tantos roces, así que si tienes algo con él… —Que no, Erik—negué, cruzándome de brazos. ¿Por qué mi hermano tenía que ser tan sagaz? Si 403 Claire alguna vez lo engañaba, no podría mantener el secreto lejos de su alcance más de un día. —Solo espero que no te metas en problemas, eso es todo. —¿Claire sabe que tiene de prometido a un sabueso?—espeté con exasperación, sonriendo y mi hermano soltó una risita. —Solo trato de cuidarte, idiota. Por cierto, tienes un regalito en el cuello. Palidecí y fui hasta el espejo de cuerpo completo que se extendía por toda una pared. Joder. Mierda, mierda, mierda. —¿Un regalo de Jordan?—mencionó con voz sombría y pasé los dedos por la marca que Alexander había dejado en mi cuello. Asentí, avergonzada. —Cúbrelo antes de que alguno de nuestros padres lo vea y te sermonee por eso—sonrió con complicidad—. Te veo mañana, hermanita. Descansa. —Igual. 404 Fui vagamente consciente de que mi hermano salió de la habitación, totalmente abstraída en la marca que habitaba en mi costado, rojiza, pequeña y notoria. Cerré los ojos para apaciguar mi enojo. ¿Había alguna forma en la que Alexander no me jodiera la vida? Me acomodé el cuello de la chaqueta antes de salir del aula. Sentía como si todos estuvieran observándome, como si todos supieran lo que había transpirado entre Alexander y yo. Estaba volviéndome paranoica. Me excusé con Edith y me escurrí hasta el tablero de anuncios para cerciorarme de la fecha de los próximos parciales. Mi mundo podía estar hecho un desastre, pero no podía darme el lujo de tener malas notas. Me sentía cansada e irritada, consecuencia de la infructífera noche de sueño que había tenido gracias a mi queridísimo esposo. Además, había tenido un 405 mini infarto cuando localicé un calcetín suyo asomándose detrás de mi escusado y el feo moretón que se extendía por mi espinilla, que había aparecido después de mi grácil huida. No había desaparecido de mi cabeza ni un segundo desde el día de ayer y la sensación me resultó extraña, desconcertante y frustrante, porque quería arrancarlo de raíz, quería… Salí de mis cavilaciones cuando sentí cómo dos brazos me tomaban de la cintura desde mi espalda y me estrechaban con fuerza. Mi corazón dio un vuelco y mi estómago se contrajo, con mi sangre corriendo rápido en mis oídos. Me deshice de su agarre bruscamente y me alejé. —¿Estás loco? ¿Qué te dije sobre…? Me callé enseguida cuando Jordan me miró perplejo. —Perdón, pensé que eras… —¿Qué?—sonrió confundido y sentí mi cara arder.—¿Quién? ¿Por qué esa reacción tan violenta? —Estaba concentrada mirando el calendario de los parciales, lo siento—me disculpé y ajusté de nueva cuenta el cuello. 406 —Leah, has estado actuando muy extraño—se acercó tentativo y tomó una de mis manos para besarla. — ¿Está todo bien? —Sí—mentí y alcé la vista para mirarlo, lo cual fue un grave error, porque me mi pecho se comprimió de mera culpa. Jordan no se merecía eso que yo había hecho. De alguna manera trataba de confortarme diciéndome que todas las personas teníamos siempre un par de esqueletos escondidos en el clóset, alguna basura metida debajo de la alfombra y que ahora que había permitido a mi cuerpo tomar el control sobre mi parte racional, ya no volvería a suceder, porque ahora tendría más fuerza de voluntad. Quise sonreír, porque pensé que el apelativo de esqueleto no era adecuado para alguien como Alexander. Él más bien era el monstruo escondido en mi armario, esperando por devorarme. Además, aquello no clasificaba como engañar, ¿o sí? Sonrió cálidamente, tomando mi mentón entre sus dedos para rozar sus labios con los míos dulcemente. Le correspondí rígidamente; la culpa 407 que me carcomía por dentro no me permitía ni siquiera respirar. Lo alejé suavemente, porque sus acciones, inocentes, dulces y sinceras solo servían para que yo me odiara con mayor vehemencia. —¿Vienes conmigo a la cafetería? Creo que los chicos están ahí—asentí, con la vista fija en el piso y caminando a su paso mientras me contaba con entusiasmo algo sobre sus entrenamientos. Estaba segura de que ahora que ya había cedido a la tentación, el capricho que mi cuerpo tenía por Alexander desaparecería. Claro. Él era alguien nuevo, alguien que mi cuerpo veía como una novedad y de ahí devenía toda aquella emoción y expectación cada vez que estaba cerca. Casi como cuando estás conociendo a alguien y sientes las estúpidas mariposas de anticipación revoloteando en tu estómago. Al final, siempre es en sentimiento pasajero que termina desvaneciéndose a medida que conoces realmente al otro. Yo podía manejar todo aquello. Yo tenía el control. Una vez estuvimos sentados en la mesa habitual en la cafetería, me di cuenta de que todo mi curso de 408 autoayuda y motivación había servido un carajo. Hice acopio de todas mis fuerzas para no mirarlo a la cara cuando tomó asiento en la mesa frente a mí, junto a Sara, que no dejaba de reírse a carcajadas por algo que Edith contaba relacionado con pancakes—o algo así. Tenía tiempo sin sentarse en nuestra mesa y tuvo que elegir precisamente ese día para hacerlo. Sentía como si alguien hubiera tomado mis huesos para reemplazarlos por un nuevo set durante la noche; con la misma forma y tamaño, pero no míos, y me encontré a mí misma tratando de averiguar qué era lo que se sentía igual y qué diferente. Sabía que tenía que actuar como si nada hubiese ocurrido. Como si nunca hubiese aparecido en mi baño. Como si nunca nos hubiésemos besado. Como si nunca hubiésemos follado en mi tina. Como si nunca hubiese sentido esa electricidad recorriéndome cada vez que entraba en mi interior. Sin embargo, había pasado y sabía que no iba a ser capaz de ignorarlo desde el momento en que se sentó frente a mí en la mesa. 409 Fijé la vista en la botella de agua que tenía enfrente porque no poseía la fuerza suficiente para ver su cara. No podía evitar recordar todo lo que había pasado ayer en la tina; la manera en que había perdido completo control sobre mí misma, la manera en que me movía junto a él, sobre él y nuestra apresurada partida. Jamás me había sentido tan nerviosa en presencia de otra persona y la sensación me resultó ajena en la misma medida que sobrecogedora. Me negaba a levantar la vista porque tenía idea de cómo me miraría él. Podía mirarme como si fuera una servilleta, que ahora que había servido a su único propósito, era desechable; y no me gustó esa perspectiva en absoluto. No quería que me mirara de la forma en que todos miraban a Mercy Parkinson— de la misma forma en que él la miraba: una chica dispuesta a abrir las piernas ante el más mínimo incentivo. Además, no era como si yo tuviera el mejor historial considerando lo fácil que me había metido en la cama en Las Vegas. Tenía que haberme detenido. Tenía que haberlo detenido, todo aquello. Tenía que haber dicho no… pero la presión de su cuerpo, el calor de su piel 410 contra la mía y la sensación de su toque habían sido suficientes para hacer girar mi cabeza sin control. Lo peor fue caer en cuenta de que, a pesar de todo y horrendamente, no me sentía arrepentida del todo. Cuando alcé la vista, sus ojos conectaron con los míos y un amago de sonrisa jaló de las comisuras de sus labios. Entonces, su sonrisa se ensanchó cuando bajó hasta mi cuello y, cuando volvimos a coincidir, la satisfacción adornaba sus insondables orbes azules. Resistí el impulso de hacerle una grosería con el dedo, principalmente porque Alex no me miró por más de dos segundos antes de volver a concentrarse en alguna estupidez que Edith le contaba animadamente. Era mucho mejor que yo pretendiendo que nada había pasado entre nosotros, porque parecía que para él nada había cambiado y no supe cómo sentirme respecto a ello. Casi todo mi círculo de amigos mantenía relaciones de una sola ocasión, de una sola noche o de un solo revolcón incluso. Epítome de todo eso eran Ethan, Matthew e incluso Alexander, quien, 411 aunque mantenía un perfil más discreto, no dejaba de ser también un jugador en el mismo tablero. Y me encontré a mí misma sintiendo una aversión enorme ante ese rol, porque yo no quería calificar en esa categoría, yo no quería estar en esa lista suya. Yo no quería ser una más de esas chicas. Él estaba jugando sus juegos y yo estaba cayendo en ellos sin remedio. —Entonces, ¿vendrás conmigo a la fiesta o tendré que arrastrarte del cabello?—preguntó mi amiga mientras nos acercábamos a mi Audi para ir a casa. Puse los ojos en blanco. —¿No se supone que tendríamos una pijamada y veríamos ridículas películas de amor comiendo helado porque acabas de terminar con Mike?—me bajé los lentes oscuros para mirarla, inquisitiva, antes de que ella se retirara el cabello del hombro dramáticamente. —Claro que no, eso es muy cliché—dijo con decisión—. Lo que tengo que hacer si realmente 412 quiero superarlo es pasarla bien y tú, como mi mejor amiga, deberías apoyarme. —¡Eso hago! —¡Yendo conmigo!—hizo un puchero—. Hoy tendremos la pijamada, pero mañana en la noche— dio una voltereta bailoteando por el estacionamiento —… ¡La pasaremos bomba! —¿No se supone que los budistas no van a fiestas? —Yo soy una budista light—se encogió de hombros—. Además, si siguiera todas sus reglas, estaría más amargada que tú. —Muy graciosa—hice una mueca y ella me sacó la lengua. —Y, no pienso perder la mejor etapa de mi vida para conocer hombres. Greg dice que… —Ah, así que esa es la verdadera razón por la que vas a la fiesta—bufé, desactivando los seguros —. Ya te habías tardado en encontrar un reemplazo. ¿Para qué quieres que vaya contigo si igual vas a desaparecer? —¡Para que te diviertas un rato!—me riñó y después se calló cuando reparó en algo que yo no 413 comprendí—¡Ay Dios! ¡Está justo a nuestro lado! —¿Quién?—digo deteniéndome antes de entrar a mi auto. —¡Alex! ¿Qué no reconoces su auto?—lo señaló con ímpetu, como si yo fuera tonta y contuve un gruñido—. Es un bonito Jeep. —¿No tenía un Challenger?—dije exasperación, deseando ya salir de ahí. con —Ya sé—chilló, con el tono que reservaba para los momentos más excitantes de su vida—. Voy a abrir la puerta y golpear la suya por “accidente” y así podré preguntarle si también irá a la fiesta. Me miró expectante, igual que una niña y yo le dediqué la ojeada que reservaba para la gente más idiota. —No te atrevas. No vas a rayar mi coche, ni el suyo, ni ningún otro. No necesito más razones para que él siga cazándome. —Está bien, destroza mis sueños como siempre —hizo un mohín—. Pero sé que solo lo haces porque me tienes envidia—enarqué las cejas y me retiré los lentes—, porque como tú estás ya casada 414 con Jordan, no puedes perseguirlo. Ni a él ni a ningún otro. Puse los ojos en blanco, hastiada con su ridícula actitud. —Ni quiero perseguirlo, gracias. —Bien, pero, ¡hazte un favor y míralo bien! Y después mírame a los ojos y dime que no te vuelve loca. Está como para morirse—dijo con demasiada emoción e hice una mueca de asco—. Puedes odiarlo con todo tu ser, pero eso no quita el hecho de que está bue-ní-si-mo. —¿No estabas hablando de Greg cinco minutos atrás?—pregunté y ella dejó escapar el aire pesadamente. —Debe estar muy buena la conversación para que continúes bloqueando mi puerta—ambas dimos un respingo cuando escuchamos una voz unirse a la plática y juro que quise morirme cuando lo vi sonriendo despreocupadamente a Edith, a solo unos cuantos pasos de ella. Mi amiga pareció tener una muerte cerebral, porque articuló sin que ninguna palabra saliera de su boca. Alex se retiró un centímetro sus lentes oscuros 415 y la visión de ello hizo que mi estómago diera un vuelco. Maldito bastardo presumido. —Respira, Edith—le dijo con burla y ella rió nerviosamente. —Perdón, es que me has asustado—colocó una mano sobre su pecho y dio espacio para que él abriera su puerta y dejara su mochila en el asiento del copiloto. —No hay problema—volvió a sonreírle brillantemente, sin mirarme en ningún momento, como si solo estuvieran Edith y él. Se montó en su Jeep, dispuesto a irse. —¿Irás a la fiesta de la facultad de finanzas?— preguntó la rubia apresuradamente—. Tengo entendido que Ethan y Matt estarán ahí. Qué vergonzoso pensé y resistí el impulso de subir a mi auto y salir a toda velocidad. Él pareció considerarlo, antes de quitarse los lentes y clavar sus ojos en ella. —Tal vez nos encontremos allí—le dedicó una sonrisa coqueta que dejaría sin aliento a cualquiera. 416 Cerró su puerta y salió del estacionamiento. Sin mirarme. ¡Le sonrió coquetamente a Edith! ¿Por qué le sonreía coquetamente? No quería sentirme molesta, pero la sensación permanecía ahí, latente y fastidiosa. —¿Viste eso?—chilló tan agudamente que mis oídos punzaron—. ¿Lo viste? ¿Lo viste? —Sí, sí lo vi—dije con hastío subiendo a mi auto y encendiéndolo para salir junto a ella del lugar—. Espero que disfrutes lo poco que durará. El comentario sonó cruel, pero a ella pareció no afectarle. —Estás celosa porque me ha sonreído a mí— canturreó y le dediqué una gélida mirada antes de fijar la vista en el camino. Edith se sonó la nariz por última vez cuando salieron los créditos de Diario de una Pasión y se limpió las lágrimas con el mismo pañuelo. Seguí 417 comiendo palomitas sin parar, simplemente por tener algo qué hacer. Habíamos visto esa película un. Millón. De. Veces. Y seguía llorando como si fuera la primera vez. Seguí comiendo hasta que se tranquilizó y dejó caer su cabeza en mi hombro, derrotada. —Dime, ¿por qué no existen hombres así?— sollozó y volvió a sonarse la nariz. —Sí existen. Jordan es un claro ejemplo de hombres que aún valen la pena—dije con orgullo y mi amiga alzó la cabeza para mirarme asqueada. —Sí, bueno, a ti ya te hemos perdido—tomó un puñado de palomitas de mi tazón y se lo metió todo a la boca, ocasionando que algunas cayeran en mi piso. —No me has perdido, aquí sigo—sonreí, tirándole una golosina. —¿Nunca has tenido mirándome seria de pronto. —¿Dudas cómo? 418 dudas?—preguntó —Quiero decir—cruzó las piernas bajo su cuerpo —, ¿nunca te has preguntado si Jordan es realmente el hombre de tu vida? Esbocé una media sonrisa. —No, porque lo sé—dije con seguridad. —¿Cómo? Si nunca has estado con nadie más— su semblante curioso dio lugar a uno de preocupación—. ¿Cómo saber si es el indicado si es todo lo que has conocido toda tu vida? —Claro que he tenido otros novios, no soy una mojigata. —Los novios de primaria no cuentan, amiga— dijo Edith levantando los brazos y le tiré una palomita. —Supongo que solo lo sabes. Sabes cuando una persona es tu alma gemela. —Alma gemela y amor de tu vida no son lo mismo. —¿Dónde has leído esa estupidez? —¡Twitter jamás miente!—se defendió y yo puse los ojos en blanco, divertida—. ¿Y nunca has tenido 419 curiosidad de estar con nadie más? ¿Nunca has deseado a nadie más? La primera persona que apareció en mi mente, predeciblemente, fue Alexander, que se cernió como una sombra y absorbió todo a su paso, adueñándose de mi cabeza con recuerdos y sensaciones que yo no debería evocar ni percibir. —No—mentí—. Nunca. —No te creo—se cubrió la boca con sus manos —. ¿Absolutamente nadie? —¡No!—repetí y ella continuó con esa cara de sorpresa. —¿Ningún chico?—le dediqué una mirada de exasperación—. Dios, eres una mojigata—hizo un mohín—. ¿Ni siquiera alguien como Alex? Arrugué los labios, incómoda por mentirle de manera tan descarada a mi mejor amiga, pero no podía arriesgarme. Inconscientemente, presioné mi tobillo para cubrir con la tela del pijama el tatuaje que compartía con mi esposo. —¿Me vas a negar que no hace que mojes tus bragas?—inquirió asombrada. 420 —¡Eres asquerosa, Edith!—dije riendo asestándole un golpe en la cara con el cojín. y —¡Al menos yo no estoy en negación!—se defendió, riendo a su vez y retirándose el cabello del rostro—. Yo pienso que él también es un buen prospecto, por cierto. —Necesitas estándares, Edith—dije dignamente —. Y un psicólogo si crees que él es un buen partido. Él no es nada bueno. —Creo que es bastante bueno; sabe hacer un millón de cosas, es caballeroso y parece cincelado por los mismos dioses—suspiró soñadoramente abrazando el cojín—. Y seguramente, también folla como los dioses. En eso estamos de acuerdo quise decirle, pero me abstuve, antes de que mi mente se remontara a lo que había pasado en mi baño. —Creo que verlo hoy te dejó traumada—negué con la cabeza y ella sonrió—. Tiene mala reputación, Edith. —Eso es porque aún no me ha encontrado—dijo con seguridad y una punzada comprimió mi pecho. 421 No me gustaba la perspectiva de Edith con Alexander en absoluto. —Además, me muero por saber si es verdad eso de que no besa a nadie. —Eso es una estupidez, por supuesto que besa durante el sexo. Oh. Oh. Mierda. La respuesta salió de mi boca con demasiada seguridad y certeza. Edith se incorporó como un resorte y me miró suspicaz. —¿Y tú cómo estás tan segura de eso?—entornó los ojos y enarcó una ceja. Porque nos hemos comido más de una vez. —Pues porque es algo lógico—carraspeé—. Además, imagino que sería incómodo si no te besara al menos una vez. —Supongo que tienes razón—concedió y se encogió de hombros, levantándose para dirigirse a mi cama—. Como sea, pronto lo sabré por mí misma. 422 Fulminé su espalda incluso antes de que fuera consciente de ello. Al final, Edith fue la primera en dormirse. Yo permanecí dando vueltas por la cama sin poder conciliar el sueño. Alex no dejaba de dar vueltas por mi cabeza y no sabía cómo sacarlo de allí definitivamente. “Eres hermosa. Creo que nunca te lo he dicho. Me pongo duro sólo de pensar en ti” Las cosas que podía llegar a decir. No importaba que yo estuviera treinta años casada con él, jamás podría acostumbrarme a las cosas que salían de su boca, porque era jodidamente impredecible. Y la completa antítesis a mi personalidad, que prefería mantener control. Él era algo que yo no podía controlar y que, por el contrario, me arrastraba hasta hacerme perder el control a mí. Coloqué las manos en mi cabeza, frustrada. No tenía idea de dónde las emociones provocadas por nuestro matrimonio terminaban y dónde mis verdaderos sentimientos por él empezaban. 423 Odiaba a Alexander Colbourn. Odiaba que me interrumpiera constantemente, como si pensara que su tiempo era más valioso que el mío. Odiaba sus miles de sonrisas, que cada una parecía cuidadosamente seleccionada para cada ocasión, para hacerlo lucir dolorosamente atractivo. Odiaba que fuera tan consciente de ese atractivo y de las chicas que constantemente se lanzaban a sí mismas hacia él. Odiaba que pensara que sus palabras tenían algún efecto en mí. Odiaba que pensara que podía tomarme cómo, cuándo y dónde él quisiera, como si yo fuera suya. Pero lo que más odiaba, en definitiva, eran todas las sensaciones y emociones confusas, extrañas, estrepitosas e intensas que él despertaba en mí. Me mordí el labio y sin pensarlo mucho, tomé mi celular, que reposaba sobre mi buró. El reloj marcaba pasado de la una de la madrugada. “Has dejado un calcetín en mi baño” tecleé rápidamente, enviarlo y colocar el artefacto en mi frente. Lo miré por unos, considerando eliminarlo. Iba a hacerlo cuando llegó la respuesta. 424 “Lo sé. ¿Eso significa que ya no soy un elfo libre?” acompañó su respuesta con un emoji y a pesar de todos mis esfuerzos, no pude evitar sonreír. “Siempre quise tener un esclavo” escribí decidiendo seguir su juego. “En ese caso, espero que seas una buena ama conmigo” “Depende de ti” “Entonces quédatelo. Un regalo para tu fetiche con los pies” Hice una mueca. “No tengo un fetiche con los pies. Te lo daré la próxima vez que nos veamos” “En tu baño?” Mi corazón dio un vuelco y me mordí el labio de nueva cuenta, sintiendo mi cuerpo hormiguear repentinamente ante las memorias. “No. En otro lugar, en otro momento” “¿Por qué no ahora?” adjuntó al mensaje una fotografía de su torso, trabajado, ancho y expuesto, y 425 sentí la imperante necesidad de tocarlo, de recordar texturas y sensaciones. Él en verdad no conocía la vergüenza. “Jódete, Colbourn” “Claro que podría hacerlo yo solo, pero como dije la ultima vez, la compañía siempre es mejor” De repente, una ola de anticipación hizo hormiguear mi cuerpo de una manera que nunca había experimentado, que me sorprendió más de la cuenta y que me hizo preguntarme cuándo me había convertido en una persona tan fácil de encender. Tal vez una persona no podía percibir sensaciones tan cósmicas sin desear vehementemente a la fuente cuando la tenía tan cerca. “No va a funcionar” curvé los pies bajo las sábanas, sin ser capaz de desaparecer la sensación de excitación y expectación que se extendía desde mi cabeza hasta mis talones. “Puedes ser la Sirenita de mi Flounder” volvió a acompañar con un emoji y ahogué una carcajada, sin entender de dónde venía el comentario. “Flounder jamás quiso cogerse a la Sirenita, maldito enfermo” 426 “¿Y quién dijo que yo quiero eso de ti?” El mensaje envió una onda de electricidad por todo mi cuerpo y mi garganta se secó. “No me has demostrado lo contrario, y te pareces más a Stitch” Volví a sonreír como una idiota. Alex era mucho más extraño e impredecible. “¿Por qué? ¿Me has visto imitar a Elvis Preasley?” Esa vez no pude evitar reír, pero callé cuando Edith se removió en la cama. “No he tenido el honor. Lo digo porque eres igual de raro” “Entonces espero complacerte demostración pronto, Lilo” con una Decidí ya no responder, porque no tenía idea de hacia dónde estábamos yendo ni en dónde terminaría la conversación. Repentinamente, estaba furiosa, furiosa con Alexander, porque de no ser por él y mi poca resistencia al alcohol, nada de esto estaría pasando. 427 De no ser por él, yo tendría una bonita, tranquila y perfecta relación con Jordan. De no ser por él, me habría rendido a un romance sencillo que había florecido de una sólida amistad. Pero no más. Ahora, gracias a Alexander Colbourn, tendría que enfrentarme a un reto. Tendría un igual. Tendría que lidiar con mi corazón acelerado, con mi sangre corriendo rápido por mis venas. Tendría que luchar contra un deseo tan fuerte que era estremecedor. Y no sabía si yo podía vencer todo aquello. Ya me sentía cansada de todas las horas que había pasado junto a Edith recorriendo el laberinto de tiendas que era el centro comercial. Llevábamos tanto tiempo ahí dentro que mis pies ya punzaban y lloraban por una silla, un sofá o una porción del piso en el que pudiera sentarme para descansar. Luego de lo que a mí me pareció una eternidad, Edith se decidió por los nueve mejores vestidos que según su aguda intuición harían a Greg caer de rodillas a sus pies. 428 Por mi parte, yo que no sentía el más mínimo entusiasmo por ir a esa estúpida fiesta, me decidí por un vestido oscuro; lo suficientemente descubierto por la parte de la espalda para lucir elegante sin llegar a lo vulgar, acompañado por unos tacones que pudieran cubrir la pequeña pieza de rompecabezas que adornaba mi tobillo y unos despreocupados rizos enmarcando mi rostro. Mientras esperaba a que ella terminara de arreglarse, envié un mensaje a Jordan con la esperanza de que al final pudiera cancelar el compromiso que tenía con sus padres y se decidiera a, por fin, acompañarme a una fiesta. Tenía demasiado tiempo sin asistir a alguna conmigo y siempre que él decidía no ir, terminaban de manera catastrófica. “¿Irás a la fiesta hoy o tendré que aguantar a Edith yo sola?” acompañé el mensaje con un emoji que dejaba en claro mi anhelo. No tardó en responder. “Lo siento, cena con mis padres. Te lo compensaré luego” envió un emoji que dejó en claro el sentido del mensaje y suspiré pesadamente. 429 Me sentía levemente decepcionada, pero no tanto como habría esperado. Cuando llegamos a la mansión del chico que presidía la fiesta, el lugar ya estaba hecho un pandemónium: el patio frontal estaba lleno de vasos, botellas, condones y hasta había una tanga inerte colgando de la lámpara de la entrada. Edith hizo una mueca de asco mientras abría la puerta y una vez pusimos un pie sobre el suelo de mármol, el olor a alcohol, sudor, cigarro y marihuana inundó mi nariz, provocando que me sintiera levemente mareada solo por estar ahí. Nos movimos con dificultad entre el mar de personas que bailaba al son de una música discordante y sin ninguna sincronía, como una fea combinación entre Lana del Rey y Kygo y en un volumen tan fuerte que incluso mis oídos dolían un poco. La casa era ridículamente enorme y aún así, había tanta gente que me sentía como una sardina. Edith no tardó en localizar a su víctima de esa noche y caminar hacia él. Como ella había predicho, el vestido estilo animal print que había elegido resaltaba perfectamente todos sus atributos, 430 ocasionando que ¿Greg? Estuviera follándosela con los ojos en menos de un segundo. Miré el resto del lugar y no tardé en ubicar a Alex, que ya tenía su mirada clavada en mí, escaneándome de arriba abajo descaradamente. Me sonrió cuando nuestros ojos conectaron y alzó su vaso a modo de saludo antes de girarse y continuar bebiendo con Matt, Ethan y otros chicos que no reconocí. No quise reconocerlo en ese momento, pero me sentí enteramente complacida de que él me notara. Por mi parte, tuve un tiempo difícil para quitarle los ojos de encima porque lucía jodidamente apetecible y lo peor era que no llevaba nada especial, solo una camisa negra y unos vaqueros, con sus anchos hombros tensando la tela de la camisa, sus fuertes brazos descubiertos por las mangas, con las mismas manos masculinas que tomaban mi cintura marcando el rit… —¿Leah?—Edith agitaba una mano frente a mi cara y tuve que parpadear algunas veces para concentrarme en ella. —¿Qué?—grité sobre la estrepitosa música. 431 —Él es Kyle—dijo en mi oído para que pudiera escucharla, señalando a un chico que estaba junto a Greg y me saludó con un gesto de la cabeza cuando reparé en él. —¿Y qué?—la miré dubitativa y me arrepentí en el momento en que vi sus ojos de súplica—. No, no y no. —¡Leah, por favor!—me tomó de las manos e hizo un puchero—. Solo tienes que hablar con él para que no nos moleste. —¡Pues que se busque a otra! Hay miles de mujeres aquí. Me iré con Ethan y los demás—estaba por irme cuando ella me sostuvo de la mano. —No es de esta facultad, es amigo de Greg. Leah, por favor. Te prometo hacer tus tareas por dos semanas—su labio tembló y solté el aire, resignada. —Es la última vez que hago esto por ti—le advertí, severa y ella me abrazó antes de ir hasta su conquista. —¿Quieres tomar algo?—preguntó el otro chico acercándose tentativamente y con una sonrisa adornando su rostro. 432 Era atractivo. Tenía buen cuerpo, pómulos marcados, cabello color arena y unos enormes ojos azules que, aunque eran bonitos, no eran tan hipnóticos ni atrapantes como los de Alexander. —Claro—sonreí forzadamente y lo detuve cuando se disponía a ir hasta la mesa—. Vamos juntos. La duda se cernió sobre su cara, pero aceptó con la misma sonrisa fácil que acentuaba sus masculinas facciones. Me gustaba beber, pero no era tan idiota como para aceptar tragos de un chico que no conocía en absoluto. Preparó algo con soda y ron y permanecimos de pie junto a la mesa. —¿Estudias en la misma facultad que Greg?— preguntó cerca de mi oído para que pudiera escucharlo. —No, pero estudio en la misma universidad. ¿Tú? —Vengo de intercambio—respondió y fijó su vista en mí, con una sonrisa coqueta—. Es una lástima, me encantaría ver chicas tan lindas como tú 433 yendo por la facultad, sería buen incentivo para asistir a clases. Sonreí y recibí de buena gana su halago. Paseé la vista por la estancia, con una parte de mí esperando que Alexander me viera con aquel chico, pero al parecer él se había evaporado en el aire junto con Ethan y Matt. Un atisbo de decepción floreció en mi interior, pero lo reprimí inmediatamente. —¿Tienes novio?—preguntó con demasiado interés. ¿Te mencioné que también tengo un esposo que podría estar cogiéndose a otra en este momento? —¿Y por qué ha dejado a una chica tan bonita en una jungla como ésta?—podía sentir su intensa mirada sobre mí. —Supongo que no siempre podemos divertirnos juntos. —Ah, no te preocupes, yo cuidaré de ti por él— me guiñó un ojo y no supe qué pensar respecto al 434 comentario—. Tranquila, no muerdo, lo prometo. Continuamos hablando sin parar por un buen rato. El chico resultó ser bueno para sostener una conversación, yendo desde lo mucho que extrañaba su estado natal a lo poco que le gustaba la comida de aquí. Además, resultó ser bastante gracioso, porque antes de que me diera cuenta, yo ya estaba partiéndome de risa y palmeándole el hombro. Estábamos tan abstraídos en la conversación que ya había perdido la cuenta de los tragos que le había aceptado y, cuando menos pensé, me fue imposible localizar a Edith, que seguramente ya habría subido a alguna de las habitaciones de la mansión con Greg, pero no importaba porque me sentía bastante cómoda con Kyle, que era bastante entretenido. Me reí con mayor ahínco del que debería de un chiste relacionado con su acento cuando reparé en Alexander, que me miraba desde el otro lado del salón sombríamente. O al menos, eso creí, porque no podía enfocar correctamente. ¿Cuántos tragos había tenido exactamente? Rechacé un trago que me ofrecía con un gesto de la mano cuando me sentí mareada de pronto y el 435 mundo dio vueltas. Coloqué una mano sobre mi cabeza para tratar de aminorar la sensación de vértigo que no hacía más que aumentar con cada segundo que pasaba. Mierda. —Leah, ¿estás bien?—Kyle posó una mano sobre mi cintura suavemente, buscando ayudarme a recuperar el equilibro y cuando alcé la vista, él me contemplaba con preocupación. —Sí, es solo… me he sentido mal de repente— quise dar un paso y trastabillé peligrosamente, hasta que él me tomó con mayor fuerza para evitar que diera de bruces contra el piso. —¿Necesitas algo? ¿Puedo hacer algo por ti?— preguntó con el mismo tono de consternación y después creí haberlo escuchado decir más cosas, pero no las comprendí. Una sensación de adormecimiento se extendía por mis piernas lentamente y me costaba horrores enfocar lo que tenía enfrente. Después, llegaron las náuseas. —Baño—dije con hilo de voz. 436 —¿Qué?—preguntó él acercando su oído a mi boca. —Baño, necesito un baño—repetí con urgencia y él asintió. Me condujo tomándome de la cintura por el tumulto de gente que bailaba en la fiesta hasta el pie de las escaleras de la casa y lo seguí haciendo uso de todas mis fuerzas para no caerme y romperme la nariz con un escalón. Cuando llegamos al segundo piso, yo ya me sentía tan débil que me costaba demasiado dar un paso; mis piernas parecían haber dejado de responder a mis impulsos, pesadas como plomo y mi cerebro parecía velado por una bruma espesa. Me sentía cansada y salivaba demasiado, con la garganta seca. Jamás me había pasado algo así bebiendo. Deseé fervientemente llegar ya al baño para vomitar. Pronto, sin embargo, la sensación de pesadez y adormecimiento se extendió al resto de mis extremidades y comencé a entrar en pánico cuando mi conciencia se volvió un fenómeno intermitente. 437 Tenía que esforzarme demasiado para formular pensamientos coherentes y mantenerme consciente. Cuando tuve otro lapso de conciencia, percibí tela sobre mi espalda desnuda, suave y fría en contraste con la transpiración de mi piel provocaba por el calor humano. No podía ver nada y parecía que todas mis terminaciones nerviosas habían sido anestesiadas, en conjunto con mi cerebro. La música se escuchaba lejana y sentía como si estuviera dentro de una botella. Una presión se hizo presente sobre mi cuerpo y perdí la respiración cuando caí en cuenta de que era otro cuerpo. El sabor del miedo se extendió por mi boca, pero no podía permanecer consciente el tiempo suficiente para hacer algo. Mi mente era un constante vaivén. Quise gritar con todas mis fuerzas, pero mis cuerdas vocales no me obedecieron y en cambio, solté un lastimoso gemido cuando sentí los labios de alguien posarse sobre mi cuello, recorriéndolo desde la garganta hasta mi clavícula. —Tranquila, te gustará esto, lo prometo—su voz sonaba como si yo estuviera debajo del agua. 438 ¿De quién es esa voz? Volví a desconectarme y regresé cuando sentí un par de manos recorriendo mis piernas para abrirlas. La desesperación cerró mi garganta e hizo a mi corazón latir como loco a pesar de mi aletargado estado. Haciendo acopio de todas mis fuerzas, moví un brazo para alejarlo, porque quien quiera que fuera, no lo quería en ese momento. No quería hacerlo. —Vas a disfrutarlo mucho—repitió la misma voz subiendo mi vestido por mis muslos con lentitud. ¿Alex? ¿Era Alex? No quería hacerlo de esa manera. No aquí. No aquí. No así. —Alex—fui vagamente consciente de que había conseguido hablar y las atenciones en mi cuello se detuvieron—…espera, no… no quiero… —No sé quién es Alex preciosa, pero créeme, te haré sentir mejor que él—fue lo último que escuché 439 antes de rendirme a la inconsciencia. ¡Buenas noches mis niños! ¿Qué les pareció? ¿Quién creen que narre el próximo capítulo? ¡Espero ansiosa sus comentarios! El próximo capítulo irá dedicado a quien se acerque más a lo que sucederá en el próximo. Con amor, KayurkaR. 440 Capítulo 14: Tregua. Alexander Observé a Leah subir las escaleras en brazos de aquél tipo y un amargo sabor a hiel se ancló a mi lengua. Está bien si ella quiere follarse a otro. ¿Quién soy yo para molestarme? No tenía ningún derecho sobre aquella mujer, ni tampoco manteníamos una relación más allá de nuestra desastrosa e indeseable unión y por lo tanto, no debería sentir nada en absoluto. No debería. Sin embargo, algo no se sentía bien. Una voz en mi cabeza me decía que algo no iba bien. Internamente me debatí entre seguirlos o no, si debería seguir mis instintos o simplemente dejarla tranquila. Tal vez era solo paranoia de mi parte, fruto de mis emociones encontradas, porque a pesar de que estaba experimentando una gran aversión ante la escena, tampoco podía hacer mucho si Leah quería follarse a otro tipo a espaldas de Jordan y frente a mí. Al final, era su vida. 441 Los seguí con la mirada hasta que los perdí de vista cuando llegaron al rellano del segundo piso y la misma sensación de incomodidad permaneció perenne y latente bajo mi piel, como una alarma detrás de mi cabeza, pequeña e intermitente, pero insistente. Mierda. Contra mi mejor juicio, subí las escaleras abriéndome paso a empujones entre las parejitas que caminaban del lado contrario, buscando llegar al primer piso. Si Leah quería follarse a alguien más, estaba bien. Yo solo me cercioraría de que lo estuviera haciendo conscientemente, porque aquella mujer tenía una preocupante inclinación a cometer errores catastróficos cuando bebía demasiado. Yo era un claro ejemplo de ello. Permanecí junto a la puerta con la mano en la perilla y pegué mi oreja a la madera, con la fastidiosa sensación de molestia asentada en mi estómago. Está bien si ella quiere follarse a otro me repetí, más que bien volví a pensar, buscando convencerme de ello. 442 Estaban hablando. O al menos, eso creí, porque la estridente música no me permitía oír las voces que se escuchaban amortiguadas desde el otro lado de la puerta. La abrí levemente, permitiendo que solo un hilillo de luz sesgara la oscuridad de la habitación y esperé. ¿A qué? No sabía exactamente, pero mis pies parecían reacios a moverse del lugar. Tal vez porque me sentía furioso con Leah por caer tan fácilmente en brazos de alguien más, o con el tipo por haberla convencido tan rápidamente o conmigo mismo, por no largarme de aquel lugar a pesar de que las náuseas escalaban por mi esófago como tentáculos. —Alex—su voz fue apenas un murmullo y me incliné más hacia la puerta para escuchar. ¿Por qué la idiota decía mi nombre estando con otro? No podía estar tan ebria—…espera, no… no quiero… La respuesta llegó enseguida y fue suficiente para encender mi cólera en una fracción de segundo, igual que gasolina sobre fuego. —No sé quién es Alex preciosa, pero créeme, te haré sentir mejor que él. 443 —No lo creo—mascullé entre dientes antes de poder pensarlo mejor y reparé en dos cosas simultáneamente cuando la luz del pasillo entró por la habitación e iluminó la grotesca escena que tenía delante: la primera fue la cara de sorpresa del tipo que estaba tumbado encima de Leah, quien yacía prácticamente inconsciente sobre la cama y la segunda, fue la furia tan grande que se abrió paso por mi cuerpo igual que un volcán en erupción, tensando todo a su paso. —Eh, ¿qué mierda haces aquí?—dijo incorporándose con dificultad—Yo… él —Escucha—hablé con voz tensa, costándome horrores no arrancarle la cabeza con mis propias manos—, tienes exactamente tres segundos para salir de aquí antes de que te haga una nueva cara. Me miró con los ojos sumamente abiertos, sin comprender. Uno. Y después, su ceño se frunció en reconocimiento. —Vete tú, imbécil. Yo la he conseguido primero —Dos—. Si quieres follártela, espera afuera a que yo termine. 444 Tres. Antes de que otra estupidez saliera de su boca, mi puño ya había conectado con toda la fuerza contra su mejilla, provocando que trastabillara hacia atrás. Dijo algo que no comprendí por toda la adrenalina y cólera que corría por mi sistema, con mi sangre viajando con rapidez por mis oídos. Antes de que pudiera incorporarse, asesté otro puño en sus costillas, con su cuerpo doblándose por el dolor. El aire salió de sus pulmones y lo tomé de los hombros para estrellarlo contra la pared más cercana. Colocó las manos al frente, no sé si en un patético intento de defensa o paz, pero eso solo sirvió para hacerme enfurecer más. Proyecté otro puño más que dio justo en su boca y gruñí cuando sentí un nudillo arder, posiblemente porque algún diente suyo logró cortarme, pero no me importó en lo más mínimo. Su cabeza se estrelló contra el filo de un buró y el sonido de hueso rompiéndose inundó la instancia. Me coloqué a horcajadas sobre su estómago sin perder un segundo y comencé a golpear su rostro, que ya sangraba a borbotones por la nariz, la boca y una ceja. 445 Asesté uno más y otro más y otro más, hasta que mis nudillos se abrieron sobre su cara y su sangre se combinó con la mía, pero ni siquiera así pude detenerme, porque era él quien había estado a punto de violar a Leah. Era él quien le había hecho lo mismo a otras chicas; era él quien había desgraciado la vida de otras mujeres que no habían tenido la misma suerte, que las había tomado en su momento más vulnerable. Era él quien había estado a punto de hacerle daño a alguien que no me era indiferente. Perdí la cuenta de todos los golpes que le había dado en mi lapso de cólera pura y, cuando reaccioné, pude degustar el sabor de la sangre en mi boca, su sangre; pude sentir mi pesado respirar y la tela de mi camisa que se pegaba a mi pecho por la transpiración. Fijé mi vista en la cara del tipo, que era un desastre y emitió un lastimoso gañido ahogado. —La próxima vez que te folles a otra chica en ese estado, espero que pienses que estás cogiéndote a tu madre, cabrón—mascullé con voz agitada y me incorporé para ir hasta Leah. 446 Permanecía tumbada sobre la cama y la tomé de los hombros para incorporarla. La ayudé a sentarse al borde y me coloqué junto a ella acunando su rostro entre mis manos, dejando un camino de sangre en su mejilla. —Leah, mírame—pedí sin poder ocultar la preocupación que teñía mi voz—. Nena, mírame. Le palmeé la mejilla un par de veces para ayudarla a reaccionar y pronto respondió, abriendo los ojos con pesadez, tan lentamente que pensé que la había perdido. —Mírame, Leah. Necesito que estés consciente. Mírame, joder—supliqué con mayor insistencia cuando la preocupación oprimió mi pecho con mayor vehemencia. Colocó una mano sobre mi brazo tan débilmente que me sorprendió que pudiera realizar el mero movimiento. Sus ojos terminaron de abrirse y los fijó en mí como sin emoción alguna. Después, el reconocimiento adornó sus bonitos orbes pigmentados. 447 —¿Alex?—dijo con voz ronca y el amago de una sonrisa surcó sus labios. Sonreí a mi vez, con el alivio llenándome, antes de que ella se inclinara a un lado para vomitar sobre el piso alfombrado, manchando mi zapato en el proceso, pero no me importó. Lo que sea que aquél enfermo de mierda le había dado, era mejor que estuviera afuera que adentro. Se limpió la boca con el dorso de la mano y se inclinó peligrosamente hacia atrás, como si estuviera a punto de perder la consciencia otra vez. —Necesito que permanezcas consciente—seguí posando mis manos sobre sus mejillas—. ¿De acuerdo? Necesitamos llevarte al hospital. Asintió apenas. —¿Puedes caminar? Volvió a asentir y la ayudé a ponerse en pie. Se estrechó contra mi pecho, apoyándose casi totalmente en él, pero parecía lo suficientemente fuerte como para caminar, así que bajamos juntos entre el tumulto de gente, con mis manos en torno a su cintura para ayudarla a mantener el balance y ella recargada en mí. 448 El cambio de ambiente fue brusco una vez pusimos un pie fuera de la casa y caminé a su paso hasta llegar a mi auto. La ayudé a acomodarse en el asiento del copiloto y me apresuré a tomar mi lugar para llevarla al hospital lo más rápido posible. Me salté varios semáforos en mi desesperación, en la apabullante preocupación que no hacía otra cosa que crecer. Permaneció con la cabeza recargada sobre el cristal y, cuando le hablé de nuevo para cerciorarme de que no había perdido la conciencia, abrió los ojos de nueva cuenta y miró a su alrededor, buscando ubicarse. —¿A dónde estás llevándome?—preguntó con un hilo de voz tan tenue que me costó descifrar lo que dijo. —Al hospital. —No—objetó y por el rabillo del ojo observé cómo colocaba una mano sobre su cabeza—. No ahí. Le dediqué una ojeada momentánea de incredulidad antes de volver a concentrarme en el camino. —¿Cómo mierda no? Necesitas que no médico te revise, ese hijo de puta pudo haberte dado cualquier cosa. 449 —No—repitió apenas—. No ahí. —¿De qué carajo hablas? Cuando no recibí respuesta, caí en cuenta de que se había ido otra vez y que yacía inconsciente en el asiento del copiloto. ¿Peligroso? Peligroso era que ella permaneciera en ese estado. Peligroso era que no estuviera bajo el cuidado de algún profesional. Peligroso era que sus padres no… Oh. La realización me golpeó igual que una epifanía y mierda, antes de que pudiera analizarlo mejor, yo ya estaba girando en la intersección para tomar el camino que no llevaba al hospital. Leah no quería ir al hospital porque eso significaba exponerse ante los medios y lo peor, ante su familia. Significaría dar un sinfín de explicaciones de qué mierda hacía ella ahí, totalmente drogada y perdida y qué hacía yo ahí. Así que la llevé al único lugar donde sabía que estaría segura. Abrí su puerta y la sacudí levemente cuando llegamos al estacionamiento de mi complejo de departamentos. 450 —Leah, ¿puedes caminar? Pareció reaccionar por un segundo para asentir y después, se incorporó con dificultad bajando del auto. No terminó de dar un paso cuando estuvo a punto de dar de bruces contra el piso, así que para términos prácticos, la tomé en brazos y caminé hasta la puerta que llevaba al interior de mi edificio. La sonrisa de Bill, mi portero, se desvaneció gradualmente conforme me acercaba, con su rostro contorsionándose lentamente en una cara de espanto y sorpresa con cada paso que daba. No podía culparlo; debía lucir igual que un Freddy Krueger luego de una magnífica noche cazando niños. —Joven Colbourn, ¿qué…? —¿Puedes tomar las llaves de mi departamento y abrirlo, por favor?—pedí bajando la vista hasta Leah, que permanecía entre mis brazos para hacerle ver mi impedimento—. Las llaves están en la bolsa trasera de mi pantalón. Asintió y cumplió con diligencia sin decir una sola palabra, subiendo conmigo al ascensor, donde 451 viví el viaje de treinta segundos más incómodo de toda mi vida. —¿Desea que llame a alguna ambulancia?— preguntó cuando ya íbamos en el décimo piso y solo faltaban otros diez para tratar de aligerar el ambiente. Carraspeé y acomodé mejor el cuerpo de Leah. La escena para un espectador externo debía lucir extraña y jodidamente ridícula, pero no había nada que yo pudiera hacer al respecto. —No Bill, estamos bien, gracias—dije con toda la jovialidad del mundo, como si yo estuviera cargando un saco de papas y no a una chica inconsciente, que para colmo era mi esposa. —Como desee—observé los pisos en el ascensor iluminarse con ansia envueltos en un silencio que ya no podía ser más incomodo—. Ya hace un poco más de frío afuera, ¿no? Quise soltar una carcajada, pero me abstuve. —Definitivamente. Salió disparado del elevador cuando llegamos a mi piso y abrió mi puerta en un santiamén. 452 —Gracias—dije y asintió cerrando la puerta tras de sí. solemnemente, La llevé hasta mi habitación y la deposité con delicadeza sobre la cama. No tenía ni puta idea de cómo saber si algo estaba mal con ella porque era la primera vez que me enfrentaba a una chica totalmente drogada. Si le habían dado GHB o algún otro derivado, no tenía idea, porque nunca había tenido necesidad de recurrir a mecanismos tan ruines para que una chica me concediera la entrada a su paraíso. Me pasé las manos por el cabello, frustrado y perdido. Ethan me contó una vez que, en una de sus miles de tragedias, había tenido la mala suerte de liarse con una chica que minutos antes de estar con él había consumido de esa droga sin saberlo y que la tipa se había desmayado, con su latir tan rápido que parecía a punto de tener un infarto. Aunque el infarto más bien casi lo tiene él por la impresión. La observé sobre mi cama, preocupado y nervioso y al final, me dispuse a quitarle los altos tacones, que debían resultar sumamente incómodos. 453 Me coloqué en cuclillas frente a ella y los retiré lentamente, hasta que reparé en el pequeño tatuaje que adornaba su tobillo y pasé mis dedos por la minúscula figurita que era un recordatorio tangible de la estupidez tan grande que habíamos cometido. Igual de real, igual de definida y permanente. No pude evitar sonreír ante la ironía de todo aquello, porque ella y yo no podíamos ser más distintos, más dispares y aún así, compartíamos un tatuaje que denotaba que encajábamos perfectamente, cosa que no podía estar más alejada de la realidad. De todos los tatuajes posibles, ¿por qué tenía ella que haber elegido uno tan falso y cliché? Mejor para ella, de hecho. Si yo hubiera tenido el poder de la elección, seguramente habría optado por dibujarle un pene en la frente o alguna estupidez parecida, solo para hacerla enojar. Suspiré con el cansancio haciendo merma en mi cuerpo. Luego de una noche llena de emociones como aquella, lo único que quería era dormir, aunque seguramente no podría conciliar el sueño tumbado sobre el sofá de mi sala. 454 Le dediqué una última mirada a la mujer que tenía sobre la cama y toda la situación me resultó totalmente ridícula y risible. De todas las maneras en que podría haber logrado meter a Leah en mi cama, ¿por qué tenía que ser precisamente ésa? Me masajeé el cuello, negando ante la forma tan descarada en el que universo se reía en mi cara, diciéndome ¿no la querías ahí? De nada, ya lo has conseguido, campeón. Fui hasta el baño e hice una mueca de dolor cuando el agua fría hizo contacto con mis nudillos, abiertos, palpitantes e hinchados, sin dejar de sangrar. Miré mi reflejo en el espejo enclavado encima del lavabo y caí en cuenta del desastre que era. Mi ropa estaba manchada con transpiración y lo que asumí era la sangre de aquél cabrón. Sobre mi cara se asentaban caminos puntuales de un rojo intenso y oscuro. Solo de recordar lo que el tipo había estado a punto de hacerle una rabia ciega me invadía, absorbiendo cualquier rastro de sentido común a su paso, con mis músculos tensándose en reacción. Me quité la camisa, la tiré en algún lugar del baño y me avoqué a enjuagarme la cara para desaparecer la incómoda sensación que dejaba sobre 455 mi piel la sangre seca. Cuando alcé la cabeza, mi corazón dio un salto cuando vi a Leah recargada sobre el marco de la puerta, pálida como papel. En cuanto me giré para ayudarla a mantenerse en pie, se abalanzó sobre la taza del baño apoyándose en sus rodillas para vaciar de nueva cuenta su estómago. Me coloqué junto a ella y me apresuré a hacer un puño con su cabello para retirarlo de su cara, con mi consternación creciendo a cada minuto. ¿Era normal que volviera el estómago más de una vez? Cuando terminó, la tomé del brazo para ayudarla a ponerse en pie y le limpié la boca con una toalla. Sus labios estaban igual de pálidos que ella, el maquillaje en sus párpados era un desastre y sus ojos… sus pupilas estaban completamente dilatadas. Todo el glamour que siempre la acompañaba había desaparecido sin dejar rastro, poniendo en su lugar a una Leah vulnerable y expuesta. —Leah, ¿cómo te sientes?—pregunté con consternación, más de la que debería sentir por alguien como ella. 456 Cerró sus ojos con fuerza, como si buscara concentrarse o mantenerse consciente, no estaba seguro. La rodeé con mis brazos hasta que estuvo recostada de nueva cuenta sobre la cama, con las manos sobre su estómago y sus ojos clavados en mí. —Tengo frío—dijo con voz ronca y apagada. Me puse en pie para ir hasta el armario donde mantenía las mantas, pero ella volvió a hablar. —Me siento rara—sorbió por la nariz y se colocó una mano sobre la cara. —¿Rara cómo?—pregunté con una mezcla de preocupación e interés. —Rara. Posiblemente estaba delirando, como algún efecto secundario provocado por la droga. Decidí ignorarla porque posiblemente ni siquiera tenía idea de dónde carajos estaba o de quién era yo y me dispuse a ir hasta el armario para cubrirla con algo. —Alex—habló como si me leyera el pensamiento y me giré para encararla. 457 —Tienes un trasero espléndido—murmuró con un hilo de voz y no pude evitar sonreír como un idiota. —Eso debería decírtelo yo a ti y no al revés, ¿no crees?—dije tomando un pesado cobertor para calentarla. Cuando la miré, ella seguía consciente. Estaba por envolverla con él cuando volvió a detenerme. —Me siento caliente—dijo y se pasó una mano por la frente, como si quisiera retirarse sudor. Enarqué las cejas, sin comprender y dejé la manta sobre el suelo para recostarme junto a ella, apoyándome sobre mi codo. —¿Como fiebre?—posé una mano sobre su frente, que transpiraba ligeramente, pero no había ninguna señal de irritación. Ella en cambio, no despegó su vista de mí. —Tienes unos ojos divinos, ¿sabías?—susurró y no supe si todo aquello era solo efecto de la droga o lo decía sinceramente. —Gracias—dije sin más, retirando un rizo que se había pegado a su mejilla. —Alex. 458 —Eres insoportable—espetó con un pequeñísimo tono desdeñoso apenas perceptible y solté una risita, impresionado de que incluso en ese estado Leah intentara ofenderme con algo. —Lo mismo digo—pasé mi dedo por su mejilla, la misma que estaba manchada con la sangre de aquel idiota, o con la mía, no estaba seguro. —Alex. —¿Hmmm?—estaba demasiado concentrado siguiendo la forma de su cara como para prestarle atención a sus incoherencias. —Fóllame. Retiré mi mano de su rostro instintivamente y la miré; sus pupilas dilatadas brillaban en la oscuridad, con sus ojos pidiendo exactamente eso: que la follara. Si ella hubiera sido otra chica, cualquier otra, no habría dudado ni un segundo en meterme entre sus piernas para hacerla mía, para complacer a su petición. Si no hubiera estado a punto de ser violada por encontrarse precisamente en ese estado; si no supiera que todo eso que estaba diciendo era 459 producto de la droga que le habían dado, lo habría hecho. Y si yo hubiese sido otro, lo habría hecho. Y si no hubiésemos sido nosotros, sin todos los problemas que teníamos detrás, la habría tomado, de una y mil maneras. Habría sucumbido a ese deseo abrasador y estremecedor que Leah había dejado plantado en mí desde aquel estrepitoso viaje y que no había hecho otra cosa que crecer y extenderse como el fuego. Lo que había empezado como una forma por fastidiarla, por hacerla perder el control, por demostrarle quién de los dos tenía más poder sobre el otro se había transformado en un retorcido vórtice de emociones, sensaciones y pensamientos que yo no podía controlar la mayor parte del tiempo. Ahora, no tenía idea de quién controlaba a quién. Sin embargo, de una cosa sí estaba seguro: la deseaba, la deseaba con vehemencia e intensidad. Pero no así. —No—dije contundente y coloqué una mano sobre la suya, que reposaba sobre su estómago. 460 Sus ojos se llenaron de una emoción que no pude definir. —¿No te gusto?—su voz tembló y sonreí con ironía. Estás volviéndome loco de hecho. La observé por unos minutos, calibrando las posibilidades que había de que ella recordara algo de esto mañana. —Leah, estás matándome—dije con sinceridad y voz tensa, entrelazando sus dedos con los míos—. La verdad, estoy muriendo por estar entre tus piernas. Y en verdad, tenía que estar loco de remate para no acceder, para no tomarla justo ahí, justo así. Justo cuando Leah se ofrecía a sí misma sin remordimientos ni dudas. —Házmelo—repitió y negué dándole un apretón. —No, no así. No cuando sé que no vas a recordar una mierda por la mañana y te sentirás culpable, otra vez. No quería tomarla de la misma forma en que lo había hecho en Las Vegas: estando prácticamente inconsciente, sabiendo que no era algo que ella 461 realmente quisiera, sino que era solo el efecto de otra cosa—de una jodida droga. No cuando sabía que despertaría odiándose a sí misma por ello y a mí, sobre todo a mí. Posó su atención en el techo, somnolienta y después volvió a mí. —Alex. —¿Qué?—dije con una mezcla de preocupación y diversión, porque no sabía cuál sería el siguiente disparate que saldría de su boca. —Creo… creo que me gustas. La declaración fue lo suficientemente impactante para descolocarme. Fijé mi vista en ella y la observé detenidamente, sin ser capaz de discernir qué era efecto de la droga y qué era verdad. Lo peor era que me sorprendía que ella pudiera definir tan bien sus sentimientos, porque yo no era capaz de hacerlo. Leah me atraía, de eso no tenía duda alguna, pero no sabía si ya estaba en el mismo nivel que ella. No supe qué decir. —Oficialmente estás delirando—me incorporé en la cama para acomodarla mejor sobre ésta y dejarla 462 descansar. —Edith dice que debes follar como los dioses— murmuró y un amago de sonrisa se extendió por su rostro—. Tiene razón. —Estás haciendo maravillas con mi ego, Leah— dije sin poder contener la enorme sonrisa que pintaba mi cara. Definitivamente ésta era una anécdota que sí quería guardar para la posteridad, para regodearme en el hecho de que Leah McCartney había admitido que le había gustado la manera en que la había follado. —Suficientes confesiones por hoy, princesa—la cubrí con el cobertor que yacía sobre el suelo y coloqué una almohada bajo su cabeza—. Es hora de que duermas un poco para que no pierdas la costumbre de tratarme con la punta del pie. Fui hasta el mismo armario de donde había sacado el cobertor y extraje una sábana para cubrirme con ella en el sofá. Iba a ser una noche larga e incómoda. Estaba por salir cuando Leah volvió a detenerme. 463 —Alex—habló y disfruté de la forma en que mi nombre sonaba entre sus labios. —¿Qué?—respondí por enésima vez, mirándola sobre el hombro. —Quédate—pidió desde la cama. Sopesé mis posibilidades y me acerqué, sin estar seguro. Leah bien podría aprovecharse de esa situación para arrancarme los huevos con un cuchillo de cocina por haber osado meterla en mi cama y tener el descaro de dormir junto a ella. —¿Estás segura? —Quédate—repitió y me metí bajo las sábanas luego de unos momentos de duda, dejando una prudente distancia entre ambos. Pensé que se acercaría, pero no lo hizo. En cambio, se subió el cobertor hasta la barbilla y me dio la espalda. Observé el bulto que formaba en la oscuridad y me di cuenta de lo jodido que en verdad estaba si permitía que las cosas entre nosotros llegaran más lejos. Me prometí no dormir para mantenerme en guardia en caso de que la hija de Satanás decidiera 464 intentar algo, pero caí rendido ante el cansancio antes de que pudiera contar hasta diez en un sueño sorpresivamente profundo y tranquilo. Cuando desperté, la habitación seguía sumergida en la penumbra. Una sensación de adormecimiento se extendía por uno de mis brazos, acompañado de una leve presión sobre mi pecho. Por un momento pensé que Leah estaba ahogándome con una almohada en uno de sus ataques de neurosis y que la presión que percibía sobre el pecho era el aire abandonando sin remedio mis pulmones. Pero no. Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, caí en cuenta de que su cabeza reposaba sobre mi brazo, con el resto de su cuerpo sobre él. Uno de sus delgados brazos se extendía sobre mi abdomen y una de sus piernas se entrelazaba con las mías. Estaba tan pegada a mí que podía percibir el acompasado subir y bajar de su pecho. La chica dormía como la misma muerte. Estaba seguro de que ni siquiera un terremoto de escala diez sería capaz de despertarla. Mi primer pensamiento fue quitármela de encima, porque tenía tanto tiempo sin compartir la 465 cama con alguien que me había desacostumbrado por completo a tener que compartir con otra persona un espacio tan persona. Sin embargo, podía notar que dormía tan plácidamente que no pude hacer algo tan cruel como despertarla. La posición en la que nos encontrábamos era de todo menos cómoda—al menos para mí—, pero la dejé ser, porque a pesar de todo, se sentía bien. Se sentía natural, incluso. Dejé que la sensación de tranquilidad que se extendía por mi pecho terminara por arrullarme y cedí ante el pesar de mis párpados. Era de las primeras veces en las que lograba conciliar un sueño tan reparador. Cuando desperté, Leah seguía enrollada en torno a mí tan fuertemente como una serpiente a un árbol. Me froté el rostro para eliminar los rastros de sueño y reparé en la luz que entraba por las cortinas, señal de que ya debía ponerme en marcha. Traté de deshacerme de su agarre con la mayor delicadeza posible, aunque sabía que ni siquiera tirándola de la cama podría despertarla. 466 Emitió un somnoliento suspiro y se acomodó entre las sábanas recostándose sobre su estómago y hundiendo su cara del lado contrario al que yo estaba. Moví mi brazo para desaparecer el molesto hormigueo que su cuerpo había dejado sobre él y me apresuré a ir hasta el baño para asearme, cosa que necesitaba urgentemente. La ducha caliente hizo maravillas evaporando la horrible tensión que había sobre mis hombros y mis brazos, que se sentían levemente doloridos por la paliza que le había dado al tipo el día de ayer. Ignoré el escozor que sentía en mis nudillos, aún estropeados. Una vez salí, comprobé que Leah siguiera respirando porque dormía como una piedra y me coloqué ropa cómoda de ejercicio. Me dirigí a la cocina para tomar de la nevera un vaso de agua y no fui consciente de cuánto lo había necesitado hasta que el líquido inundó mi boca seca. Aún con el vaso en mano, tomé mi celular, que permanecía olvidado sobre la barra y revisé los miles, en verdad, miles de mensajes de Ethan preguntando dónde mierda estaba. 467 También había mensajes de Edith, preguntándome si sabía algo de Leah, porque al parecer el amigo de no sé quién mierda estaba en el hospital y él había sido la última persona que la había visto. Seguramente se refería al hijo de puta que había intentado violarla. Congelé mis pensamientos justo ahí, porque ya sentía mi mandíbula tensarse solo de recordar la grotesca escena. Reparé en que también tenía algunos mensajes de Jordan, preguntando si había visto a Leah en la fiesta porque al parecer nadie sabía de ella. Calibré la posibilidad de responderle y decirle que no se preocupara, que estaba conmigo, sana y salva. Más salva que sana. Pero sabía que si lo decía, Jordan no tardaría en presentarse en mi puerta y llevarla de vuelta consigo a quién sabe dónde, y una parte de mí, una gran parte, quería estar en su presencia por más tiempo. Así que decidí ser egoísta y tenerla solo para mí un poco más, solo un poco más antes de que todo 468 signo de paz se evaporara. El timbre me sacó de mis cavilaciones y avancé con paso firme hasta la puerta, pensando que seguramente era Bill para preguntarme si todo estaba bien, si yo seguía vivo. Sin embargo, los ojos que me recibieron del otro lado resultaron familiares en la misma medida que aterradores. Joder. —Cariño, ¿por qué esa cara? ¿No estás feliz de verme?—preguntó mamá acercándose para depositar un beso sobre mi mejilla, sonriendo brillantemente y entrando sin esperar a que yo lo autorizara. —¿Qué dem…?—me giré para cortarle el paso y ella me miró resplandeciente, con su apretada coleta sobre su cabeza. —Decidí que hoy pasaríamos el día juntos— anunció con emoción—. He acomodado toda mi agenda para no tener ninguna junta o evento pendiente y así poder consentir a mi hijo. Le dediqué mi mejor mirada de desconcierto. —Es un detalle… encantador—sonreí, incómodo —. Pero no puedo hoy, mamá. 469 —¿Por qué no?—todo rastro de jovialidad abandonando su rostro para ser reemplazado con dureza—. Es sábado, cariño. ¿Qué planes tienes que sean mejores que pasarlo con tu madre? Ya he planeado todo. De hecho, es hora de que vayamos a desayunar. —Mamá, no puedo. En otra ocasión, ¿está bien? Mañana, si quieres, pero no hoy—insistí, mirando nerviosamente el pasillo donde sabía estaba Leah. En mi cama. Dormida. —¿Por qué?—frunció el ceño, sin comprender y posó las manos en sus caderas—. Tengo tiempo sin pasar un día entero contigo, ya es hora. —No puedo—me rasqué la nunca, sin poder encontrar una excusa convencional—. Tengo planes, he quedado con… Pero los ojos de mi madre ya no estaban posados en mí, sino en algo que yo no capté hasta que me giré y con una mierda si el corazón no se me paró en ese momento. En el sillón, justo frente a mamá, estaba el pequeño bolso que Leah había llevado a la fiesta y que yo seguramente había tirado ahí 470 descuidadamente departamento. cuando entramos a mi —No me digas, ¿con una mujer?—negó reprobatoriamente y antes de que pudiera detenerla, ella ya estaba caminando por el pasillo para hacer sabrá Dios qué, pero conociendo lo impulsiva y desdeñosa que podía ser mi madre cuando se lo proponía, podía esperar lo peor. Aunque seguramente se moriría aquí mismo si se enteraba que quien estaba en mi cama era Leah McCartney. —Mamá—la detuve justo antes de que llegara a la puerta de mi habitación tomándola del brazo—. No seas imprudente, por el amor de… Se soltó con brusquedad y con paso decidido llegó hasta el marco de la puerta, donde fijó su vista sin parpadear. Ésa era otra de las razones por las que había decidido huir de casa: mi madre no conocía el concepto de privacidad. Esperé a que se desplomara en el piso por la impresión o que explotara como una uva por la furia. 471 Pero no. Cuando diez segundos pasaron y mi madre siguió sin sufrir un aneurisma fulminante, me acerqué cauteloso y caí en cuenta de por qué aun seguía viva: porque desde esa posición, no podía verle el rostro a la chica que dormía plácidamente entre mis sábanas. Agradecí internamente a todos los dioses habidos y por haber. Posó los dedos en el puente de la nariz y soltó el aire con pesadez. Negando, me hizo a un lado para abrirse paso hasta llegar a mi sala, conmigo pisándole los talones. —¿Cuándo crecerás y dejarás de hacer estas cosas?—me reprendió con tono ácido. —Tengo veintidós años, no cuarenta. Es obvio que quiero divertirme… —¡Pero no así!—alzó la voz y miró rápidamente al pasillo, cerciorándose de que no hubiese despertado a la extraña—. ¿Al menos estás cuidándote? —Mamá…—respondí en un tono que dejaba en claro lo mucho que me incomodaba hablar de este tema con ella. 472 —Alex, respóndeme. Tengo miedo de que alguna de estas putas con las que te acuestas te pegue algo —me riñó con dureza, mirándome con más fiereza. —No son putas, son… —Putas—terminó, tajante, cruzándose de brazos —. No hay otra forma de llamar a una chica que abre las piernas tan fácilmente y duerme donde sea. Puse los ojos en blanco, sintiéndome cada vez más incómodo con la conversación. Mi madre pareció captarlo porque desvió la vista y frunció los labios, pensativa. —Espero que al menos no seas tan descuidado como para hacerme abuela, porque entonces voy a desheredarte, te lo juro—espetó con determinación y la miré incrédulo. —Tranquilízate, no vayas por ahí. —No, tú no vayas por ahí—clavó sus ojos en mí, mortales y volvió a negar, ahora con más resignación—. De acuerdo, en vista de que ya has arruinado mis planes de hoy, veré si Brad… Enarqué las cejas. Brad era su entrenador personal. 473 —Te veo luego, hijo. Cuídate, ¿de acuerdo?— estiró la mano para acariciar mi mejilla y mirarme con devoción. Sonreí aliviado al saber que por fin se iría y un poco apenado por haber arruinado tan feamente su mañana. —Soy todo tuyo mañana, lo prometo. —Eres mío siempre, Alexander—dijo con determinación, alzando la barbilla—. Tu esposa tendrá que caerme muy bien para que yo te comparta con ella. Ni te lo esperas pensé con ironía, imaginando cómo sería si yo presentara a mis padres a Leah como mi esposa. Un escalofrío me recorrió la columna. Miré el reloj en mi muñeca y reparé en que ya eran pasadas de las once de la mañana. ¿Debería cerciorarme por enésima vez de que Leah seguía respirando y que no se había ahogado con su propio vómito? 474 Me dispuse a ir hasta la habitación para estar seguro y justo cuando giré en la esquina de la cocina para salir, solté un grito de terror, seguido por lo que yo creí era el grito de guerra de Leah, que me miraba con cara de desquiciada, con un florero en alto. Sentí mi corazón latir como loco del susto y de verdad que por un momento creí que me había cagado en los pantalones. Sus ojos parecieron por fin reconocerme y bajó el florero, salvándome de una inminente contusión. —¡Alex!—exclamó, con sus facciones relajándose al instante y su expresión de asesina cambiando a una de alivio en una fracción de segundo. Dio dos pasos con toda la intención de abrazarme, pero pareció pensárselo mejor y permaneció de pie mirándome, dejando un espacio entre ambos. —¿Qué carajo está mal contigo, desquiciada? Casi me matas de un susto—me quejé, permitiendo que mi palpitar se ralentizara—. ¿Qué mierda haces con ese florero? Podrías lastimar seriamente a alguien. 475 —¡Tú casi me matas a mí!—se defendió, colocando el florero en la mesa que tenía delante—. Ése es el punto de llevar un florero, idiota—explicó con desdén—. Desperté aquí y no tenía idea de dónde estaba y pensé que eras… pues… no importa. Sacudió la cabeza y la observé: era un desastre. Tenía el maquillaje en torno a los ojos corrido y había manchas sobre su vestido—que seguramente eran de vómito—, con el dobladillo totalmente disparejo dejando casi al descubierto sus piernas, con sus pies descalzos. —¿Estás bien?—pregunté, recordando que horas antes había estando vomitando como una manguera — ¿Recuerdas algo de ayer? Era una pregunta con doble intención: por una parte, quería saber si habría alguna secuela por su intento de violación y por otra, deseaba saber si recordaba algo de lo que me había confesado ayer. —¿Te refieres a que si recuerdo cómo te aprovechaste de mí otra vez?—colocó las manos en sus caderas, desafiante—. Para tu mala suerte, sí recuerdo, y no puedo creer que lo hayas hecho de nuevo. Eso solo comprueba lo mal que… 476 —No era yo—dije mirándola con incredulidad—. No era yo en la fiesta, Leah. Sus ojos se abrieron como platos y una genuina expresión de terror se asentó en su rostro. —¿Cómo…? ¿Cómo que no eras tú? Entonces, ¿entonces quién…?—se pasó una mano por el cabello, posiblemente buscando reconstruir los eventos de ayer—. Por favor, no me digas que ese… ese chico… La miré impasible y el terror dio lugar al dolor. —¿Quieres decir que ese chico me… que yo… que él me…?—su rostro mostraba tal desesperación que incluso pensé que se echaría a llorar en ese momento. —No—dije contundente, antes de que pudiera terminar la frase, con el músculo de mi mandíbula tensándose, contrayéndose ante esa perspectiva. La posibilidad de que algo le hubiese ocurrido a Leah en manos de aquel tipo, de que yo no hubiese llegado a tiempo, de que no hubiese podido ayudarla, me resultaba más sobrecogedora de lo que me permitía admitir. 477 Si Leah me hiciese sentir menos cosas, no me habría molestado. Supongo que simplemente lo habría dejado ser. Pero los sentimientos y sensaciones que ella traía consigo eran nuevos e intensos y, aunque sabía que debían terminar en algún punto, en algún lugar, no sabía si estaba listo para que lo hicieran. O si quería que lo hicieran. Soltó el aire con alivio y se llevó una mano al pecho. —Pensé…es que…—tragó saliva para suavizar su voz ronca—. ¿Cómo… qué pasó? Lo último que recuerdo es tener a alguien encima de mí y después, nada. —Subiste con él a las habitaciones—expliqué, con más acidez de la que deseaba—. Supuse que estabas a punto de cometer otro error. Yo solo evité que sumaras uno más a tu lista. —¿Nos seguiste?—dijo perpleja y sorprendida a la vez. —Ibas perdida en los brazos del tipo—enarqué una ceja, desafiándola a que me contradijera—. Si quieres follarte a otros, está bien, pero al menos hazlo conscientemente. 478 —¡No quiero!—se defendió alzando la voz. —¿Además de Jordan? —No—y le dediqué una mirada significativa, porque conmigo sí que había follado en la tima y no era precisamente el gemelo de su novio. Pareció comprender porque se apresuró a añadir:— Quiero decir, es… gracias. Gracias por evitar que algo malo me sucediera. —No te preocupes, lo habría hecho por cualquiera—respondí cuando me di cuenta de que estábamos a terreno muy personal y eso significaba peligro. La sombra de la decepción pareció adueñarse de su rostro por un milisegundo, antes de recuperarse y pasarse una mano por el cabello. Pero sabía que era una mentira, porque no lo habría hecho por cualquiera. No habría reaccionado tan coléricamente por cualquiera. No habría sentido tanto miedo ni preocupación por cualquiera y lo sabía. —Deberías denunciarlo—dije luego de unos segundos en silencio. —¿Qué? Claro que no—bufó. 479 La miré perplejo. ¿La droga la había dejado mal de la cabeza? —¿Cómo que no? Para que te enteres, el tipo estuvo a punto de violarte, vio-lar-te—hablé con lentitud para ver si me entendía—¿Comprendes lo que es eso? —Claro que lo sé, animal—siseó—. Pero no pienso hacerlo, porque eso significaría suicidio social. ¿Qué mierda? Pareció entender que no comprendía nada porque suspiró, cruzándose de brazos. —Eso significaría un montón de reportajes y opiniones en un montón de revistas y programas de chismes de los que yo no quiero formar parte. Además, no quiero que todos me vean como la pobre chica que intentaron violar. —Leah, estás mal de la cabeza—dije con hastío y perplejidad—. No todas las chicas tienen la misma suerte que tú, por Dios. Yo estuve ahí, pero, ¿si no? ¿Vas a permitir que ese enfermo siga violando mujeres? —Pero sí estabas, Alexander, y te lo agradezco— dijo sin más y quise sacudirla para ver si podía meter 480 un poco de razón en su cabeza de esa manera. —Haz lo que te dé la gana—espeté, hastiado con su indiferencia ante una situación que era sumamente peligrosa. Carraspeó y clavó sus ojos en sus pies descalzos, hasta que volvió a centrarse en mí. —Oye, sé que esto te parecerá muy extraño pero… ¿crees que pueda tomar un baño? Siento que apesto y una ducha realmente me vendría bien. La expectación tiñó sus orbes pigmentados y asentí rígidamente luego de pensarlo un momento. Debía sentirse terriblemente incómoda. —Deja tu vestido sobre la cama, puedo lavarlo si quieres. —¿De verdad?—su rostro se iluminó y algo se movió en mi pecho. —Sí. No tengo ropa de chicas, así que… —Está bien, me pondré cualquier cosa—se encogió de hombros y se encaminó hasta la habitación para tomar su baño. Una vez escuché el agua correr, me acerqué hasta mi pieza y tomé la prenda que yacía sobre la cama, 481 para dejar en su lugar una de mis camisetas, acompañada de unos bóxers. Agradecí internamente a Vania, mi ama de llaves por enseñarme a usar la lavadora para morir no aplastado por una avalancha de ropa sucia cada vez que le concedía vacaciones. Cuando regresé a la cocina, me dispuse a preparar algo de comer porque supuse que no era bueno tener el estómago vacío luego de volver hasta las tripas. Una vez terminé, le serví su ración en un plato que puse sobre la barra. Escuché sus pasos acercándose y con. Una. Mierda. Lo que tenía delante me dejó sin habla y secó mi garganta, con un molesto tensar en mis pantalones. Leah estaba de pie usando solamente una camiseta de los Washington Redskins y, antes de que pudiera hacer algo para evitarlo, yo ya estaba bebiéndola con descaro. Era algo criminal y profano incluso, por el amor de Dios. Sus piernas estaban casi totalmente expuestas y se mostraban impolutas, torneadas, fuertes y largas, tan largas que yo podría perderme en ellas por horas, sobre todo sabiendo lo que 482 custodiaban tan apretadamente. La longitud de la camiseta cubría apenas lo suficiente y la tela se curvaba para adaptarse perfectamente a la forma de sus pechos, con su cabello húmedo pegándose a su espalda. Resistí con la voluntad de un monje el impulso de ir hasta ella para sacarle por la cabeza la única prenda que la cubría y tomarla justo ahí, justo encima de la mesa que tenía detrás. Mentalmente me pregunté cómo se vería con mi camiseta de los Red Sox, o de los Patriots, o de los Dallas Cowboys y me di cuenta de que, aunque verla utilizando una de mis prendas me resultaba algo sumamente irreal, no tardaría en acostumbrarme a tan buena y estimulante visión. —¿Quieres una foto?—dijo con sarcasmo acercándose a la barra, sacándome de mi ensimismamiento. —Si vas a utilizar solo eso en la foto, por mí encantado—respondí señalando mi camiseta, pero a ella no me hizo ninguna gracia y me dedicó una grosería con el dedo. Extendí el plato de comida para ponerlo frente a ella y clavó sus ojos en el contenido. 483 —Come. —¿Qué le has echado? mirándome con desconfianza. ¿Raticida?—dijo —Para matar a un parásito como tú se requiere más que eso—espeté con desdén, comiendo un bocado para demostrarle que no había ideado ningún maquiavélico plan en su ausencia, pero ella ya no le prestaba atención a la comida. —¿Cómo te hiciste eso?—inquirió sorprendida, tomando mi mano libre para analizar más de cerca los cortes. —Poniendo en su lugar al hijo de puta de ayer— expliqué con tono oscuro y ella se sacudió. —Necesitas costura en algunos—dijo observando mi otra mano— ¿Tienes un botiquín? Asentí y me giré para extraer de la alacena más alejada el botiquín que nunca jamás en la vida había abierto desde que me mudé ahí. Rodeó la barra hasta quedar frente a mí y retiró la tapa para sacar lo necesario. —¿Qué haces? —Pagándote el favor de ayer. 484 Sin decir una palabra más, presionó un algodón húmedo sobre mis nudillos y solté un aullido, retirándome de su tacto por reflejo. —¿Estás loca? Eso duele—me quejé, sacudiendo la mano para tratar que aminorara el dolor. Enarcó las cejas. —Ustedes los hombres son tan raros. Pueden partirle la cara a alguien por mera diversión, pero no soportan un simple algodón col alcohol. Algo debió estar mal con la cadena de evolución al crearlos a ustedes. Solté una risita ante su comentario porque tenía razón, pero volvió a tomar mi mano antes de que pudiera protestar. Trabajó sobre mis nudillos con diligencia y en silencio, tan cerca que incluso podía contar las espesas pestañas que enmarcaban sus ojos, creando una sombra debajo de ellos. Su aroma inundó mi nariz e intoxicó mis sentidos, dejando una estela de olor —parecido a lavanda— cada vez que se movía para extraer algo del botiquín. Su manos eran hábiles; pequeñas, suaves y cálidas en comparación con las mías. 485 Me sentí sobrecogido de pronto por lo íntimo y personal de la situación, por lo cerca que estábamos el uno del otro, por lo poco que tendría que inclinarme para tomar su boca con la mía, para reclamarla una y otra vez. Mientras trabajaba, divagué en las posibilidades de lo que podría pasar si lo permitía, si lo permitíamos. No podía ocultar que me sentía atraído a Leah igual que una palomilla a la luz, aunque no pudiese explicar la profundidad ni las razones de esa atracción. Su actitud era en definitiva un problema pero, ¿qué tal si…? ¿Qué tal si íbamos más lejos? ¿Qué tal si dejábamos correr todo este desastre a rienda suelta? ¿Qué era lo peor que podría pasar? ¿Qué era lo mejor que podría pasar? Y ahí estaba, el pensamiento más peligroso de todos: el qué tal si, porque por mucho que quisiera tener a Leah solo para mí, sabía que no podía hacerlo, que ni siquiera tenía permitido verla o tocarla de la manera en que deseaba, porque estaba prohibido. Y quise sonreír con ironía ante esta ridícula bastardización de Romeo y Julieta, porque no 486 éramos más que eso. Igual de improbables e igual de clichés. O tal vez éramos solo un par de jóvenes inexpertos tratando de arreglar los errores garrafales que habíamos cometido en nuestra idiotez. No tenía idea de a dónde estaba yendo con Leah, pero definitivamente estábamos yendo a algún lado. Tal vez al desfiladero, donde todo se iría a la mierda. Pero también era posible que tuviéramos un mejor destino. —¿Cómo aprendiste a hacer eso?—pregunté cuando el silencio era demasiado. —Mi madre es médico, ¿recuerdas?—alzó la vista y dio un pequeño paso hacia atrás para ganar distancia cuando cayó en cuenta de lo cerca que estábamos. —Pues, cuando era pequeña solía caerme mucho y siempre tenía los brazos y las rodillas hechas un desastre—explicó acariciando mi mano con sus dedos a pesar de que no era necesario porque ya había terminado. 487 —Eso lo recuerdo—una sonrisa se pintó en mi cara ante la memoria—. Eras un torbellino y una niña tan, pero tan irritante. —¡Oye!—me dio un leve empujón, sonriendo—. Mira quién habla. Tú eras más irritante que yo, siempre andabas corriendo por ahí. —Tú eras una mandona de primera. Bueno, aún lo eres—rectifiqué y me miró con dignidad—, pero en ese entonces te cabreabas horriblemente si Erik y yo no jugábamos a lo que tú proponías. Y luego recuerdo que nos ponías a bailar esa asquerosa coreografía de las Spice Girls, Dios. Leah soltó una carcajada al ver mi mueca de dolor y el sonido resultó estimulante, porque tenía el tipo de risa que hacía que quisieras contar un montón de chistes solo para volverla a escuchar. —No era tan mala—se quejó, aún riendo. —Eras peor—negué y abrí los ojos cuando recordé algo más—. ¿Recuerdas cuando Erik puso mi muñeco favorito encima de un árbol y ustedes dos, psicópatas, me hicieron subir por él? Se cubrió la boca con las manos. La harpía lo recordaba. 488 —Me quebré el brazo por su culpa cuando me caí —me masajeé el área afectada al evocar el terrible dolor que sentí. —¡Tiraste mi muñeca favorita a la basura!—se defendió, sin poder contener la risa. —¡Podías haberla recogido! No lo hiciste por ridícula. —Lo siento, tenía que vengarme de alguna manera. La miré incrédulo. —Ya, y casi matarme era tu plan maestro, ¿no? Se dobló de la risa sobre la barra y tuvieron que pasar varios segundos para que lograra respirar. —Pero te vengaste—dijo limpiándose las lágrimas—. ¿Recuerdas el pastel que según tú era de la paz y resultó ser tierra? Esa vez, reí yo, porque recordé la enorme mordida que Leah le había dado, lo mucho que lo había masticado hasta que cayó en cuenta de que era tierra. —¡Te juro que estuve escupiendo tierra por una semana!—rió echando la cabeza hacia atrás y yo 489 tuve que luchar para respirar correctamente. —Te lo merecías. Negó, divertida. —¿Recuerdas la vez que arruinaste la bata de mi mamá? La observé con asombro. Lo había olvidado por completo. —¿La vez que usé su bata favorita como capa de superhéroe y la ensucié tanto que no la volvió a usar? —¿Ensuciar? ¡La rompiste! Otra ola de carcajadas inundó el aire por unos buenos tres minutos, hasta que ella pudo componerse lo suficiente. —Esa fue la última vez que esa tía tuya te llevó a casa, ¿no? —No, la última vez fue cuando tuvimos una guerra de lodo Erik, tú y yo, y tú intentaste ahogarme en la tina mientras Ana no nos vigilaba— soltó otra risotada porque sabía que tenía razón— ¿Ves? Eres una psicópata. 490 —¿Qué te puedo decir? Eras insoportable—se defendió encogiéndose de hombros. —Es bueno saber que la última vez que tú y yo compartimos una tina no quisieras ahogarme. No debajo del agua, al menos—la risa cesó de pronto y pareció entender mi comentario. —Nos llevábamos bien antes—acotó con la cara enrojecida por la risa. —Si tú lo dices. —Esto es una tregua, ¿de acuerdo?—extendió su mano diplomáticamente—. Por los días pasados y por el de hoy, en agradecimiento por haberme salvado. —Mira tú, qué honor—se la estreché y volvió a sonreír. —Al menos no discutiré contigo hoy. Después de tantas miradas desdeñosas, furibundas y matadoras, se sentía bien saber que podía provocar en Leah algo diferente a la repulsión y la desesperación. —¿Es uno de los privilegios de ser tu esposo?— dije con burla y ella hizo una mueca pero no soltó mi mano. 491 —Eres un imbécil. —Eres una malcriada. —Eres una sanguijuela. —Parásito. —Cabrón. —Zorra. —Hijo de puta. —Put… —¡Eh!—se soltó de mi mano y me señaló con el dedo, mirándome con advertencia. Bufé. —¿Qué tienen las mujeres con esa palabra? —Es ofensiva. Es una palabra sucia. Sonreí ladinamente. —No hay nada malo con ensuciarse un poco de vez en cuando, Leah. Me miró de una forma que no pude identificar, pero que sabía se debía a que había entendido el doble sentido en mis palabras y me encantaba eso de 492 ella, lo ágil que era su mente, porque nunca podía hacer ese tipo de comentarios frente a otras chicas sin que me preguntaran de qué demonios estaba hablando. Había ocasiones en que ni siquiera Ethan o Jordan comprendían mis comentarios, pero ella no tenía problema alguno. Leah había sido muchas cosas y aún lo seguía siendo. Era una enemiga en la misma medida que una aliada. Una persona para hablar en la misma medida que ignorar. Una extraña al mismo tiempo que mi esposa. Era una maraña de contradicciones, pero era precisamente eso lo que la convertía en un ser humano, una persona. Y la vida de una persona se conformaba de oportunidades. Tal vez Leah McCartney era una de esas oportunidades que se presentaban una sola vez en la vida. La verdad era que no tenía idea, pero, ¿qué era el arrepentimiento? Un suceso del pasado del que la vida se encargaba de sacarte adelante, a superarlo. Y yo podría hacer eso justamente, podría tomar la oportunidad en cualquier momento, nadie tendría que saberlo, era solo que… Bueno, ni idea de qué era. 493 Yo no estaba enamorado de ella, así que no podía herirme. Cualquier cosa que sucediera con Leah, era solo una forma de matar el tiempo, de explorar cosas distintas, incluyendo los nuevos sentimientos que se abrían paso en mi interior. Y tal vez era un comportamiento estúpido, peligroso y descuidado que me terminaría conduciendo a otro error y a actuar contra todos los deseos y expectativas de mi familia pero, ¿qué era la juventud sino ese campo abierto para cagarla en grande? Para arrepentirte momentáneamente y disfrutarlo eternamente. Era innegable que ella despertaba cosas en mí que nadie había logrado nunca y estaba más inclinado a explorar esos sentimientos más que a darles la espalda. Sin embargo, para ello, Leah tendría que aceptar y no veía muchas posibilidades de ello. Así, Leah pasó el resto del día en mi departamento, familiarizándose con mi espacio personal, con mis fotografías, mis trabajos, recordando anécdotas y un millón de cosas más, hasta que su teléfono comenzó a vibrar como loco pasadas de las seis de la tarde y tuvo que vestirse de nueva cuenta en menos de dos segundos. Me miró en el umbral de la puerta. 494 —Esto no puede volver a repetirse, ¿lo sabes, no? Fue un error. La miré con los brazos cruzados. —Los errores son para no volver a cometerse, Leah, y nosotros tenemos muchas reincidencias. Se mordió el labio, dubitativa. —Te veo el próximo fin de semana, Alex—y sin decir una palabra más, salió en busca de su Uber. Era rara, aquella cosa extraña y retorcida que nosotros teníamos. Si sucedía, entonces que sucediera. Si no, no habría problema alguno, solo una chica más con la que las cosas no funcionaron y ya está. Y si tenía que darle la espalda a todo aquello, entonces lo haría sin dudarlo. Sonreí ante el plan que ya estaba maquilando en mi mente para hacerla caer. Iba a conseguirla, oh, claro que iba a caer. ¡Buenas noches mis niños! 495 ¿Qué les pareció? El próximo capítulo ya está escrito, así que dependiendo de qué tanto amor les den a éste, subiré el siguiente entre mañana y el viernes. Las cosas están por complicarse un montón, es lo único que puedo decir. ¡Espero sus votos y comentarios, que me motivan un montón a seguir! El próximo capítulo irá dedicado al primer comentario. Con amor, KayurkaR. 496 Capítulo 15: Provocaciones. Leah Me froté los brazos buscando generar un poco de calor. Mentalmente me reprendí el haber salido de su departamento sin pedirle alguna chaqueta o algo con lo que pudiera cubrirme; los cómodos días de septiembre estaban cediéndole el lugar a vientos más fríos de octubre. Sin embargo, una parte de mí, la parte sensata, lo agradeció. Ya era demasiado malo que me hubiese quedado en su departamento como para ahora tener algo suyo, para tener otra razón más por la que estar agradecida. Una vez puse mi trasero en el acolchado asiento del Uber, lo primero que hice fue llamar a Erik, quien atendió al segundo toque. —¿Leah? ¿Qué pasa?—respondió desde el otro lado de la línea. —Hola a ti también—mencioné con sorna. Era raro que lo llamara por teléfono estando ambos en la 497 ciudad—. Necesito que me hagas un favor. —¿Cuál?—preguntó con curiosidad—¿Estás bien? ¿Quieres que vaya por ti a algún lugar? —No, necesito que me cubras—pedí mordiéndome una uña, antes de retirarla; era un hábito contra el que había luchado mucho como para volver a caer ahora—. Necesito que le digas a nuestros padres que dormí en tu departamento. —¿Qué?—su voz era una perfecta mezcla de sorpresa y perplejidad—.¿Qué hiciste ahora? —Nada—me apresuré a decir, sintiéndome ridículamente expuesta, aunque sabía que él no tenía ni idea—. Te lo explicaré después, pero por ahora, ¿podrías cubrirme? Escuché a mi hermano suspirar. —Bien, pero quiero saber si estás bien. —Sí, sí—me mordí el interior de la mejilla—. Estoy bien. Pero por poco. —De acuerdo. Te veré después para que me pongas al tanto, ¿si? 498 —Sí—mentí. En cuanto corté, recargué la cabeza con pesadez sobre el asiento y cerré los ojos para tratar de ralentizar mi agitada mente, para darle un poco de sentido a todas las imágenes inconexas de la noche anterior. Y las extrañas sensaciones que brotaban en mi interior igual que enredaderas. ¿Qué había pasado anoche, exactamente? La preocupación y frustración no tardaron en tomar el liderazgo en mi mente, porque me resultaba exasperante no poder reconstruir todo lo que había sucedido después de que aquél imbécil me había drogado. Lo peor era que en mi letargo, mi cerebro había asumido que era Alexander quien estaba sobre mí y no supe si era realmente eso lo que me mantenía en vilo; el no sentirme amenazada ante la perspectiva de que hubiese sido él. Mi corazón dio un salto ante la falta de información y el inminente abismo que había en mi memoria. Podría haberle dicho cualquier estupidez en mi estado de inconsciencia; podría haberle confesado cualquier cosa que debería permanecer 499 guardada justo donde estaba: muy al final de todos mis pensamientos. Sin embargo, era posible que nada de eso hubiese ocurrido, porque conociéndolo, no iba a tocarse el corazón para restregármelo en la cara a la primera oportunidad. Jugué con nerviosamente. mi celular entre los dedos No había respondido ningún mensaje desde que había despertado en la cama de Alex y, aunque mi celular comenzó a vibrar sin parar por las insistentes llamadas de mamá, no tenía el menor interés en contestar los mensajes preocupados de Edith o Jordan. Solo quería dormir y poner un poco de orden en mi cabeza; tranquilizar ese remolino de emociones que era en ese momento. No estaba segura de cuándo había logrado llegar a un punto donde me sentía cómoda en la cercanía de Alexander. Lo conocía desde que éramos niños, pero era obvio que el pequeño que había conocido en ese entonces, no tenía nada qué ver con el hombre que se presentaba frente a mí. Ahora, conocía a ese hombre en la distante forma que 500 aparecía con las conversaciones graduales e intermitentes, pero nada demasiado personal. La sensatez decía que lo mejor era dejar las cosas en ese nivel, sin desentrañar mucho sobre él, sin acercarme más. No obstante, sentía una enorme curiosidad hacia Alex de muchas maneras distintas; desde la forma en que el sol iluminaba su cabello claro hasta el cómo sus dedos sostenían un tenedor. Aunque no lograba entender por qué. Era un poco perturbador para mí sentirme tan curiosa, tan atraída por él, porque no podía explicarlo, o describirlo y sobre todo, porque era Alexander de quien estábamos hablando. Ni siquiera sabía qué era lo que estaba sintiendo realmente y no podía identificar si era el tipo de atracción que sentías por un amigo, un compañero o un amante, porque todo esto no lo había experimentado con Jordan. No, las cosas con Jordan habían sido más sencillas: habíamos alcanzado un nivel de confianza que llega con la convivencia constante y supongo que decidimos llevar la relación a un siguiente nivel porque sentíamos que era lo correcto, que era el paso siguiente en nuestra estrecha amistad. 501 Y ambos estábamos cómodos con ello. Yo lo quería muchísimo; me gustaba esa sensación de seguridad y templanza que él proveía, como una columna resistente y permanente en la que sabía que siempre podría apoyarme. Con Jordan jamás había experimentado tal sensación de descontrol o nerviosismo, excitación o deseo, y me preocupaba que Alexander ocasionara reacciones tan volátiles en mi interior solo con mirarme, o estar cerca, o tocarme o sonreírme. Él tenía una sonrisa maléfica. Todo sobre él era maléfico, de hecho: hipnótico y estremecedor. Como si todas las partes que conformaban su persona hubiesen sido pensadas para persuadir a los demás y moldearlos a su antojo. Todo sobre él—su sonrisa, su ingenio, su carisma, su intelecto, su cara, su cuerpo, podría ser usado como un arma. Todo dependía de con quién hablaba y qué quería conseguir de esa persona. Odiaba pensar en él de esa manera, cuando traspasaba la línea del error y el desdén construido por años y olvidaba ignorar lo atractivo que era. Suspiré derrotada. 502 Me gustaba pensar que aún lo odiaba vehementemente, pero ya no estaba tan segura de ello. Entré haciendo el menor ruido posible a casa, esperando que no me atraparan y haciendo uso de las habilidades ninja que de ninguna manera poseía. Me cercioré de que no hubiese moros en la costa y me escabullí con la cautela de un ladrón por las escaleras que llevaban a mi habitación. Cerré la puerta lentamente, hasta que escuché el inconfundible clic del seguro. Me quité las zapatillas de casi medio metro que había en mis pies y las dejé en algún lugar de la habitación dispuesta a correr hasta la regadera en aras de darme el baño que tanto necesitaba. Antes de entrar en la ducha, desbloqueé mi celular y observé los miles de mensajes que tenía de Jordan: los primeros estaban teñidos con jovialidad, después había preocupación, insistencia, hasta la molestia. Lo ignoré porque no tenía idea de cómo enfrentarlo. 503 Luego, abrí el chat de Edith para hacerle saber que ya estaba en casa con un simple mensaje y me dispuse a darme el baño que tanto me pedía mi cuerpo. Estuve aproximadamente una hora en la ducha, permitiendo que el agua caliente terminara de borrar los sucesos de ayer, desde el intento de violación hasta el olor de la ropa de Alex, que permanecía adherida a mi piel. Cuando salí, me coloqué una cómoda pijama y me debatí entre bajar a comer algo o simplemente dormir. No sabía qué era más fuerte: si el hambre o el cansancio. Sin embargo, antes de que pudiera decidirme por alguna de las dos, mi puerta se abrió con un estruendo, seguido de unos pasos firmes que llegaron hasta mí con una potencia tal que casi caigo sobre mi trasero por el impacto. Edith me echaba los brazos al cuello con tanta fuerza que parecía como si su vida dependiera de ello. —¿Dónde mierda te habías metido?—habló en mi oído con preocupación notoria. 504 —¿Qué te pasa, Edith?—pregunté con voz ahogada tratando como un pez fuera del agua de respirar—¿Cómo entraste? —¡Ayer desapareciste!—se alejó ignorando mi pregunta y me tomó de los hombros para sacudirme violentamente— ¡Casi me da algo! —Estoy bien, tranquilízate loca—me quejé para que dejara ya su teatrito. —Lo siento es que… estaba muriéndome de la preocupación después de encontrar a Kyle… —¿Kyle? ¿Qué demonios pasó con ese imbécil? Edith se rascó la cabeza, nerviosa. —Ayer cuando estaba con Greg…—enarqué ambas cejas, juzgándola, pero ella no le tomó importancia—…escuchamos un escándalo y nos acercamos para ver qué era lo que estaba pasando. Alguien en la fiesta lo encontró en una de las habitaciones y el chico estaba hecho mierda, en verdad, creo que ni su madre podría reconocerle. No pude ocultar mi sorpresa ante lo que me contaba. Al parecer Alex se lo había tomado muy personal. 505 O tal vez era su estúpida testosterona tomando partido. —En el hospital—me interrumpió, negando enérgicamente, con sus trenzas balanceándose con el movimiento—. Está vivo, pero por poco, diría yo. Cuando lo encontraron, los paramédicos lo bajaron hasta la ambulancia y entonces comencé a llamarte porque Greg me pidió que lo acompañara a la clínica. —¿Y fuiste?—me crucé de brazos, sintiéndome levemente traicionada porque mi amiga se hubiese preocupado por ese hijo de puta. —No tenía opción—se encogió de hombros—. Además, nunca respondiste y él fue la última persona con la que estuviste. Te juro que casi me arranco el cabello de la desesperación al no saber de ti. La escena en la habitación era tan grotesca que por un momento pensé que a ti también te habían descuartizado. ¿Qué demonios pasó? Me mordí el interior de la mejilla, debatiéndome entre si debía contarle lo sucedido o guardármelo. 506 Suspiré y decidí que al menos Edith merecía saber parte de la verdad como compensación por hacerla pasar tal infierno. Sabía que podía confiar ciegamente en ella. —El chico intentó violarme—lo dije tan bajo que por un momento dudé que me hubiera escuchado e incluso en ese volumen, exteriorizarlo se sentía tremendamente extraño y sobrecogedor; como si por fin comprendiera la magnitud de peligro a la que había estado expuesta. Mi amiga me miraba con los ojos como platos. —¿Qué?—preguntó pálida—. Pero… pero… ¿cómo? —Me drogó—expliqué, asqueada—. O al menos eso creo, porque perdí el sentido de todo. Se cubrió la boca con sus manos, horrorizada. —¿Dijiste intentó? Asentí y tomé una bocanada de aire. —Alexander me salvó. La expresión de sorpresa en el rostro de Edith fue genuina. 507 —Alexander… hablas de, de ¿Alexander Colbourn?—tenía la boca abierta igual que un pez en un congelador y yo volví a asentir lentamente para que lo asimilara—. ¿Quieres decir que él le dio esa paliza al tipo?—volví a asentir y parpadeó un par de veces—. ¿Me lo juras? —¡Sí Edith!—respondí exasperada. —Pues se tomó muy enserio su papel de héroe— acotó aún impresionada— ¿Entonces te fuiste con él? Vacilé un momento, sopesando si debía o no contarle el resto de la verdadera historia o seguir con la mentira. —Algo así. Me llevó al departamento de mi hermano—dije optando por la opción más segura—. Y ya está. —De todas las personas que habitan en esta tierra, jamás pensé que él haría algo así por ti— admitió, aún asombrada y yo puse los ojos en blanco —¡Hey! Es que, el tipo está conectado a un millón de tubos… parece sacado de la película de Alien. No puedo creer que él haya intentado hacerte algo tan bajo… digo, Greg fue un completo fiasco en la cama pero al menos no me drogó. 508 —¿Qué?—dije sin poder contener la sonrisa de satisfacción sobre su comentario de Alien. —No puedo creer que te haya puesto en peligro por un tipo que no duró ni seis minutos—me tomó de las manos, consternada—. Perdóname, perdóname, perdóname. No lo volveré a hacer, lo juro. —Está bien, ya pasó—me encogí de hombros y ella volvió a abrazarme, aliviada. —También lo siento por alarmar a todo el mundo. Creo que Jordan debe estar subiendo por las paredes ahora de la desesperación. No sabía a quién más llamar, pensé que te habías ido con él. Negué, al tiempo que trataba de encontrar la fortaleza para enfrentarlo. No estaría nada feliz conmigo, eso seguro. —Solo no le digas nada de esto, ¿de acuerdo? Jordan me miró impasible desde el umbral de la puerta de su departamento y lo saludé lo más jovialmente posible moviendo los dedos. 509 Continuó mirándome detenidamente, escrutándome con sus ojos miel hasta que el silencio fue demasiado pesado y carraspeé. —¿Puedo… puedo pasar? Le había enviado un mensaje justo después de que Edith se fuera el día de ayer y no había recibido respuesta, hasta hoy que decidí presentarme en su puerta y pedirle disculpas por hacerlo preocuparse tanto. Asintió sin emitir palabra y se hizo a un lado para hacerme espacio. Estaba molesto; lo sabía porque siempre que se sentía de esa manera prefería no hablar. —¿Cómo estás?—pregunté casualmente, estática en medio de su sala. —Ah, ¿ahora te importa?—enarcó las cejas, cruzándose de brazos. Fijé la vista en el piso, buscando algo que pudiera decir que resultara convincente y dulce a la vez. —Lo siento—fue lo único que salió de mi boca —. La fiesta fue… —Me da igual—me cortó y fue hasta mí dejando una prudente distancia—. Me da igual cómo haya 510 estado esa fiesta de mierda, me da igual si te divertiste o no, me da igual si bebiste hasta quedar hasta el culo, me da igual si… —¡Oye!—lo corté, sintiéndome ofendida por su indiferencia ante la situación potencialmente peligrosa a la que estuve expuesta, aunque no quería que él lo supiera para evitar más problemas—. No tienes por qué ser tan… —¿Tan qué?—me retó, mirándome duramente por primera vez en la vida y no me gustó en absoluto cómo me hizo sentir—¿Tan sincero? Eso dolió. Me mantuve en silencio, sin saber qué decir. —Estoy cansado, Leah—confesó y se pasó una mano por el rostro—. Es como si estuvieras huyendo de mí en lugar de buscarme, de estar más cerca. ¿Estás evitándome? —¡No!—espeté, molesta— No te evito, es solo que he tenido muchas cosas qué hacer y muchas cosas en la cabeza… —¿Crees que no te conozco, Leah? ¿Crees que no sé cuando estás mintiéndome?—se cruzó de brazos, regio. 511 Por un instante de terror puro, tuve miedo de que él supiera lo que estaba pasando entre Alex y yo. —No sé de qué hablas—hice mi mejor imitación de una cara de desconcierto. — Yo tampoco sé de qué hablas cuando mencionas tus problemas y las cosas que tienes en la cabeza—objetó y negó con energía, subiendo el tono de su voz—. No sé en qué momento dejaste de considerarme en tus planes. Haces un millón de cosas de las que ni siquiera me entero y te juro que no tengo ni puta idea de qué está pasando en tu vida en este momento. Es un milagro cuando puedo interceptarte en el pasillo para sacarte que, ¿diez palabras? —Estás exagerando—coloqué las manos en mis caderas para darme más templanza ante la tormenta de enojo que era mi novio—. Yo… —Responde la pregunta—me cortó, gélido. —¿Cuál pregunta? No hay ninguna maldita pregunta—siseé—. Y si crees que esta es la manera en la que quiero que me hables, estás muy equivocado. Respétame. Miró al techo con la frustración plasmada en su rostro. 512 —¡Sólo quiero saber qué mierda está pasando contigo, joder!—gritó y yo di un respingo—. Has estado actuando jodidamente extraño y no entiendo por qué. No entiendo por qué estás tan distante conmigo, por qué has dejado de buscarme. Yo soy siempre el que tiene que ir tras de ti y me estoy cansando de que esto no sea recíproco. ¿Realmente quieres saber qué está pasando? Intervino mi consciencia. Pues aquí va: me he casado con uno de tus mejores amigos y creo que el imbécil está gustándome. ¿Crees que puedas perdonarme? —Lo es—me defendí, disipando el loco pensamiento de confesarle la verdad; ni siquiera yo creía lo que estaba diciendo. —Y una mierda—se quejó, tan hastiado como nunca lo había visto—. Estás mandando al carajo todo lo que hemos construido y ni siquiera sé la razón. —¡No lo estoy haciendo! —¡Claro que sí!—vociferó—. Estás siendo una egoísta. No te importa una mierda cómo me sienta yo mientras tú estés bien y no voy a permanecer más tiempo en un lugar donde no se me aprecie. 513 Lo miré con el nudo de la culpa cerrándome la garganta, porque sabía que tenía razón. Sabía que estaba siendo una jodida egoísta y lo estaba dejando de lado. —Te amo, ¿de acuerdo? Pero quiero más de ti, no menos—explicó y todo el enojo pareció evaporarse o contenerse maravillosamente antes de acercarse y tomar mis manos entre las suyas, cálidas y familiares. Permanecí en silencio un tiempo. No sabía cómo manejar la situación porque era extraño cuando él y yo peleábamos. Podía contar con los dedos de la mano las veces que habíamos discutido a lo largo de estos cinco años. —Tienes razón. Yo… me he comportado como una completa idiota. Te pido disculpas por… por todo—dije atragantándome con las palabras, porque se sentían raras en mi boca—. Voy a… hacer un esfuerzo porque las cosas sean como antes. Sonreí para transmitir la mayor seguridad posible a mis palabras y él acarició mi mejilla suavemente. Sus orbes miel me miraban con intensidad. Asintió y se acercó para besarme, pero el encuentro no fue dulce ni considerado como solía 514 ser con él, sino que resultó arrebatado, duro y demandante, descargando toda su frustración y enojo en ese gesto. Mentalmente me repetí que lo mejor que podía hacer para salvaguardar mi bonita relación con Jordan y mi salud mental era permanecer alejada de Alex, tanto como mi situación y mis emociones me lo permitieran. Aunque ello significara ir en contra de todo lo que demandaban mis sentidos y anhelaba mi cuerpo. Lunes. El período de parciales había iniciado y ya sentía una migraña de proporciones cósmicas amenazando con matarme. Edith se concentraba en todo alrededor de la enorme biblioteca menos en el libro que tenía delante. Según ella, ya se había rendido y esperaba a que yo tuviera un momento de iluminación y le pasara todas las respuestas. —¿Qué está pasando entre tú y Alex?—preguntó de pronto, sacándome de mi ensimismamiento para tratar de memorizar las cláusulas de los contratos 515 mercantiles y la miré perpleja en la misma medida que asustada. —Es que ahora que lo pienso… —Por favor, Edith, no pienses, vas a matar tus únicas dos neuronas—dije con sarcasmo y ella hizo una mueca. —He notado que se miran. Constantemente. De hecho él estaba mirándote hace un momento—hizo un gesto con la cabeza detrás de mí y me giré para mirar cómo él dejaba sus libros en una mesa a pocos metros de distancia, acompañado por Noah y otros chicos del equipo. Sin rastro de Jordan—. Además, lo que hizo por ti en la fiesta… —¿Tal vez me mira porque nos odiamos mutuamente?—traté de explicar—. Y lo de la fiesta tal vez fue un lapsus bondadosus. —No, no te mira con odio. Más bien como tensión… Enarqué las cejas, buscando hacerle notar que era lo mismo. —¿Ves? 516 —Como tensión sexual—terminó de decir y yo casi me atraganté con mi saliva. —No digas estupideces, por Dios. Follarse a Alex es algo que solo tú quieres hacer—espeté, demasiado rápido y ella estrechó los ojos, suspicaz. Mi corazón ya estaba latiendo como loco, mi garganta se sentía seca y mis piernas temblaban bajo la posibilidad de que alguien pudiese descubrir el desastre que había entre nosotros dos. —Y no puedes culparme—dijo dignamente y soltó una risita—. Aunque él parece más interesado en intentarlo contigo. Tal vez cuando te mira se imagina cómo te lo hace inclinada sobre una de estas sillas. La miré horrorizada, antes de componerme. —¿Alguna vez has considerado seriamente la posibilidad de ir a ver a un psicólogo?—acoté con hastío—. No va a hacérmelo inclinada sobre ninguna de estas sillas, ni sobre la mesa, ni en el piso ni en ningún otro lugar que tu retorcida mente se imagine porque antes muerta que permitirlo. —¿Alguna vez has considerado seriamente la posibilidad de que necesitas que alguien de coja propiamente para ver si se te quita lo amargada?— 517 contraatacó y le tiré con una bola de papel. Ella soltó una risotada—. Tienes razón, perdón. Me estaba proyectando. Negué reprobando todos sus comentarios y ella suspiró. —Si me permites, voy al baño para ver si regresando se me pega alguna palabra de esta maldita materia—se alisó la falda antes de encaminarse hasta su destino. Las proporciones de mi migraña ya eran colosales. Contra mi mejor juicio, me giré para mirarlo y observé cómo se ponía en pie para adentrarse en uno de los pasillos custodiados por enormes libreros. Antes de que pudiera pensarlo mejor, mis pies ya se habían puesto en movimiento para seguirlo. —Tienes que dejar de mirarme—exigí fríamente cuando llegué a la sección de ingeniería, donde él se había detenido. Supe que toda mi determinación se iría al carajo en el momento en que él levantó la vista de un libro 518 que mantenía en las manos y me miró fijamente. —Edith cree que algo está pasando entre nosotros porque tú no dejas de mirarme—repetí con la misma emoción y optando por omitir la parte de que yo también lo miraba. Sin embargo, él no fue tan rápido en ignorarlo. —El hecho de que ella no te haya visto a ti mirándome es sorprendente, porque eres mucho más obvia que yo—enarcó ambas cejas, retándome a contradecirlo y me removí incómoda en el lugar. —Bien. Entonces ambos pararemos, ¿de acuerdo?—alcé la barbilla para imprimir más severidad. Clavó sus ojos en mí en respuesta, duros e intensos y la respiración se atoró en mi garganta. Cerró el libro que había entre sus manos y tomó un paso hacia adelante jovialmente, acercándose. —¿Y si no quiero? —¿Y si no quieres qué?—inquirí, porque mi mente había sido despojada repentinamente de todo sentido común y sensatez. —Dejar de mirarte, Leah. 519 —Pues tendrás que hacerlo—murmuré rápidamente, con mi corazón acelerándose con cada centímetro que se acortaba entre nosotros. —No me gusta que me digan lo que tengo que hacer. —Ese no es mi problema—espeté lo más duramente posible. —¿Y si me niego? ¿Qué vas a hacer? —Voy a arrancarte los ojos—respondí, colocando las manos en mis caderas para dotarme de más fortaleza. Sonrió, deteniéndose a un palmo de distancia y tuve que hacer esfuerzos descomunales para no temblar igual que una hoja. —No creo que tú puedas parar tampoco, Leah. No creo que quieras—susurró, con sus dedos acariciando mi brazo, mi codo, hasta llegar a mi muñeca—¿Quieres saber por qué? —¿Por qué?—murmuré, buscando fútilmente de mantenerme colectada. Su mano encontró mi cintura y la cerró en torno a ella, tomándola con firmeza. Empezaba a sentir la presión de su fuerza para atraerme hacia él, para 520 entrar en contacto con su cuerpo, cuando una voz inundó el aire. —¿Leah?—me llamó Edith desde el pasillo contiguo y ambos dimos un salto por la interrupción, mirando a la rubia aparecer al final del corredor. —¿Qué pasa?—mi voz salió aguda desde mi garganta efecto de la impresión. Edith nos miró a ambos alternadamente y con recelo plasmado en sus orbes a pesar de que las manos de Alex permanecían estáticas a los costados y yo me apresuré a tomar un paso de distancia para alejarme de su avasalladora proximidad. —Estaba buscándote. Dejaste nuestras cosas en la mesa—explicó lentamente, posiblemente con su mente trabajando a toda velocidad. —Oh. Los tres permanecimos de pie en silencio, con el aire tenso. Alex se aclaró la garganta. —¿Estás segura que no te volverás a perder?— habló de pronto y me tomó un par de segundos caer en cuenta que me hablaba. Edith clavó sus ojos en mí atentamente para escuchar mi respuesta, tal vez para entender lo que 521 había interrumpido. —¿No sabes leer? Estás en la sección de ingeniería, idiota—habló él con tono duro y negó con energía. Caminó hasta Edith al final del pasillo, dispuesto a irse—. Deberías dejar de beber tanto, te mata las neuronas. —Jódete, Colbourn—espeté tratando de parecer molesta y él simplemente se fue. Esperé hasta perderlo de vista para volver a respirar. Los ojos de Edith no dejaron de escudriñarme. Y no atrapé a Alex mirándome por el resto del día. Martes. Segundo parcial y sentía que ya no podía con mi vida. No sé qué necesitaba con más urgencia: si un café de dos litros, una soga para ahorcarme o un paquete 522 de pañuelos para dejar mi estrés en mis lágrimas. Alex se había sentado junto a nosotros en la mesa durante el almuerzo, pero me había ignorado olímpicamente. Sin mirarme. Ningún. Maldito. Segundo. Se concentró enteramente en Edith, que sonreía encantada y yo tuve que luchar horrores para no arrancarle los ojos. Se sentía como si yo hubiese dejado de existir para él. Debería sentirme feliz de que me hubiera obedecido, pero no. No se sentía gratificante en absoluto; todo lo contrario, me atrevería a decir. O tal vez estaba pensando demasiado las cosas y simplemente quería darnos un respiro después del tenso momento que vivimos en la biblioteca. Eso debía ser. Aún faltaba una hora para el examen de aquél día y estaba absorta en los cientos de libros que tenía abiertos sobre la mesa de la enorme biblioteca que alojaba la universidad. Maldije al notar que me hacía falta uno y, después de preguntarle a la bibliotecaria dónde podía encontrarlo, me encaminé al estante. 523 ¿Cuál era la desventaja de medir 1,67? Que no siempre era suficiente para alcanzar los últimos estantes, donde desgraciadamente estaba acomodado el libro que necesitabas en ese momento con urgencia para aprender en una hora todo lo que no habías comprendido en dos meses. Mierda pensé ofuscada cuando mis dedos rozaron el lomo del libro sin alcanzarlo y se me fue la respiración cuando sentí un cuerpo presionándose contra mi espalda; duro, fibroso, cálido y mucho más ancho que el mío, con una mano posando en mi cintura. Me presioné contra él por inercia La otra mano se estiró con parsimonia y dramatismo, como si quiera mostrarme que podía alcanzarlo fácilmente y me lo tendió una vez llegó hasta él. El tacto en mi cintura y la calidez desaparecieron en el momento en que tomé el libro y cuando me giré para agradecerle a quien yo asumí era Jordan, la sangre subió y bajó por mi cuerpo como una montaña rusa. Alex ni siquiera me miró mientras se alejaba por el pasillo, dejándome con una extraña sensación en el estómago. 524 Miércoles. Oficialmente me sentía devastada. El período de parciales era consumidor y la pesadilla de cualquier estudiante. Solo quería que terminara y dormir por cuarenta y ocho horas seguidas. O una semana. O un mes. O por siempre. Me froté los ojos con cansancio mientras escuchaba a Edith quejarse por el examen matador que nos habían aplicado de finanzas internacionales. —Definitivamente estaré sin tarjetas de crédito hasta que cumpla cuarenta después de este examen —berreó y Jordan rió con ahínco a un lado mío. ¿Cómo podía tener fuerzas para reírse? Yo apenas podía juntar las necesarias para respirar y eso ya era decir demasiado. Traté de parecer indiferente cuando Alex tomó asiento a un lado mío despreocupadamente, tan cerca que nuestras piernas se tocaban, a pesar de que había espacio de sobra para que él se acomodara sin que yo invadiera su espacio. O que él invadiera el mío. 525 Lo miré por unos segundo para analizar su rostro, para saber qué era lo que planeaba sentándose tan. Jodidamente. Cerca. Pero su cara mostraba pura impasibilidad e indiferencia y ni siquiera tuvo la decencia de mirarme de vuelta. No me había mirado ni una sola ocasión desde aquella vez en la biblioteca y no me gustaba cómo eso me hacía sentir. Así que, aunque yo también pude haberme arrebujado más contra Jordan para eliminar el contacto de nuestras piernas, la dejé ahí, justo al lado de la suya, solo para molestarlo o para satisfacer mi repentina necesidad de hacer lo que me diera la gana. Él tampoco movió su pierna cuando sintió la presión que yo estaba ejerciendo y, sin querer, pude percibir el calor que irradiaba su cuerpo estando tan cerca. Aunque claro, no me prestó la mínima atención a pesar de ello. Se concentró enteramente en Sara y Matt, que contaban una experiencia en algún club en el que habían terminado el fin de semana pasado, donde no supieron identificar si era estilo grunge o la sede de alguna secta satánica. 526 Era la centésima vez en esos tres días que me repetía a mí misma que no me importaba en lo más mínimo que Alexander hubiese decidido parar de una vez por todas aquello que nosotros hubiésemos empezado. Aunque no tuviera ni una maldita idea de qué era aquello exactamente. ¿A qué estaba jugando ahora? No me gustaba sentirme tan maleable, pero una parte de mí sabía que estaba cayendo en sus jueguitos. Más tarde ese día, me armé de valor y lo intercepté en una mesa de la biblioteca para obtener un poco de claridad en esa ridícula situación. Estaba por formular la pregunta cuando él se puso en pie, tomó su mochila, me miró por un pequeñísimo segundo—que era el tiempo más largo por el que me había mirado esa semana y abandonó la estancia sin ver atrás, dejándome pasmada, confundida y ofendida. Jueves. 527 Alexander Exasperándome. estaba enfureciéndome. Me preguntaba seriamente si lo estaba haciendo a propósito. Había analizado todo una y otra vez los últimos días, desde su tono de voz hacia los demás, su lenguaje corporal, hasta la forma en que me miraba por un milisegundo de manera casi accidental, cuando no podía evitarlo y tenía que pasar el infierno de tener que posar sus ojos en mi impía e indigna persona. Inconscientemente, buscaba en esos rasgos pistas que me ayudaran a deducir qué era lo que él estaba sintiendo o pensando, pero no había nada que él demostrara que yo pudiera tomar como un hecho o una conclusión. Estaba comenzando a pensar que el momento en la biblioteca hacía unos días atrás había sido solo un lapso de inconsciencia e insensatez de su parte y que ahora había entendido cuál era su papel en todo ese desastre de nuestro matrimonio— el de un error reparable. Tal vez debería simplemente olvidarme de todo aquello y concentrarme en lo que realmente era importante—resolver todo esto y recuperar mi relación con Jordan. 528 Excepto que no podía hacerlo. Yo había estado con otros chicos antes. Otros me habían besado y tocado; sin embargo, por más que tratara, no podía evocar una memoria donde me sintiera de la misma manera que lo hacía estando con él. No estaba segura si era la manera en que me había besado, o por quién era él, o por quién era yo. Había algo muy mal en todo esto y muy excitante a la vez, y estaba gustándome. Alexander era un misterio para mí. No sabía si todo esto se debía a que él así era, porque no quería tener nada qué ver conmigo o si esta era su manera de molestarme. Los tres escenarios eran muy probables. Así que cuando nos topamos en uno de los pasillos para ir a clase, me concentré lo suficiente para cerrarle el paso, moviéndome a la par de él. Si Alex iba a la derecha, yo también lo hacía. Si iba a la izquierda, también lo hacía. Y lo seguiría haciendo, hasta que se dignara a hablarme. Se detuvo estático cuando coincidimos por tercera ocasión, mirándome detenidamente por primera vez en días. —¿Voy a tener que moverte yo mismo?—habló con voz contenida. 529 —Podrías moverte tú, pasarme por un lado y seguir con tu camino—dije con altivez. —¿Siempre eres tan inmadura? —¿Siempre piensas que el mundo tiene que funcionar a tu manera?—contraataqué alzando una ceja. —Ridículo—masculló y me pasó de largo golpeándome el hombro con fuerza, haciéndome trastabillar por un momento. Mis sentidos se agudizaron para perforarlo con los ojos mientras se alejaba sin importarle un carajo. Bien. Era suficiente. Efectivamente me estaba comportando de manera ridícula y estaba a un paso de perseguirlo. ¡Yo! ¡A él! Había perdido la razón completamente, por Dios. Si él quería parar todo esto y aceptar por fin que no éramos más que un error, por mí perfecto. Es más, debía estar agradecida porque me hiciera ese gran favor de borrarse a sí mismo de mi vida. No iba a ser una de esas chicas que se posaban a sus pies desesperadas por su atención, o por él; yo valía mucho más que cualquier maldito hombre en esta Tierra. 530 Si él ya no tenía ningún interés en mí, bien. Perfecto. Me negaba a que me importara una mierda. Viernes. Cuánto más tiempo pasaba, cuánto más se acercaban el uno al otro, más cerca estaba yo de que mi cabello se prendiera en fuego. Alexander estaba en una de las mesas de la cafetería—a unos cuantos metros de distancia, coqueteando abiertamente con Susan Reed. Colocaba su mano encima de la de ella y le mostraba esas… esas estúpidas y nada atractivas sonrisas que en algún punto me había dedicado a mí. ¿Cómo se atrevía a faltarme el respeto de esa manera? Mi boca se abrió con sorpresa e indignación antes de que pudiera evitarlo cuando le acarició un mechón de cabello rubio—asquerosamente teñido, por cierto— y lo colocó tras su oreja con delicadeza, con aquella maldita zorra sonriendo como una estúpida. Estaba a una sonrisa más de su parte de ir hasta allá y separarlos. 531 O, en su defecto, de arrancarle a ella el feo cabello de estropajo que enmarcaba su cara. —Pero, ¿qué veo?—dijo Ethan sentándose en nuestra mesa acompañado de Jordan y Matt, que no perdieron detalle de la escenita. —Ha perdido el juicio—se mofó Matt, negando con diversión. —Tal vez le ha llegado el momento de sentar cabeza—Jordan se encogió de hombros a mi lado y le dediqué una gélida mirada antes de poder detenerme. Ciertamente no con alguien tan indeseable como ella pensé, pero me detuve antes de que mis pensamientos viajaran más allá. —Lo dudo—Ethan soltó una risita—. Pero me sorprende que coquetee tan abiertamente, normalmente mantiene a sus conquistas tan guardadas que ni siquiera yo sé en las piernas de quién se mete. Hice una mueca de asco ante la perspectiva. —Tal vez ella lo conquistó a él—dijo Sara y Edith le dedicó la misma mirada de perplejidad que 532 yo—¿Qué? Tienen que admitir que ella es bastante bonita. —Tiene razón—intervino Jordan y lo fulminé con los ojos. Él sonrió y se apresuró a depositar un beso en mi sien. Instintivamente quise ver si Alex estaba mirándome, pero como era de esperarse, estaba demasiado concentrado contando las feas pecas de Susan o qué mierda sé yo, porque estaban tan malditamente cerca—. Tú eres más hermosa que todas. Sonreí ante el halago con Edith poniendo los ojos en blanco. —Claro que él no sentó la cabeza. La única persona con la que podría hacerlo es conmigo—dijo mi amiga dándose importancia y Ethan soltó una carcajada. —La verdad no sé quién de los dos ha tenido más revolcones de una noche, si tú o él—Edith hizo cara de pocos amigos—. Serían una combinación explosiva, ustedes dos. —Eso suena muy excitante—sonrió a su vez la rubia y me desconecté cuando empezaron a hablar de otra estupidez. 533 Jordan entrelazó sus dedos con los míos bajo la mesa y lo observé cuando dio un leve apretón. —¿Qué te parece si para celebrar que hemos sobrevivido a esta masacre, vamos a cenar hoy? Enarqué las cejas, sorprendida. —¿No tienes planes hoy?—negó, sonriendo—. ¿Alguna cena con tus padres? ¿Una inauguración? ¿Un evento de beneficencia? ¿Salvar perritos o algo? Soltó una risita ronca. —No, hoy soy todo tuyo—sus ojos brillaron con devoción y no pude reprimir la sonrisa de idiota que surcó mis labios. —Me encantaría. ¿A dónde planeas llevarme? —Lo vas a adorar, créeme. ¿Paso por ti a las ocho? —Perfecto. El mozo del aparcamiento me abrió la puerta con parsimonia y me tendió la mano para ayudarme a bajar del BMW de Jordan. 534 Agradecí el gesto con una sonrisa cortés al tiempo que él me colocaba una mano en mi cintura, con sus dedos entrando en contacto con el pedazo de piel desnuda que dejaba la abertura ovalada en mi vestido por la espalda. Como no tenía idea de a dónde tenía planeado llevarme ni tampoco quiso proveerme de ninguna pista, opté por ir lo suficientemente elegante sin llegar a lo extremadamente formal y supuse que un vestido negro arriba de las rodillas y unos tacones del mismo color nunca fallaban para cumplir la misión—aunque había tenido que utilizar base de maquillaje para cubrir el tatuaje que adornaba mi tobillo. Cuando entramos al edificio caí en cuenta de que era un restaurante que aunque estaba en unas de las mejores zonas de la ciudad y dentro de los sitios que solía frecuentar, era la primera vez que reparaba en él. El edificio que custodiaba The Lafayette se alzaba alto e imponente, destacando entre la mayoría de los otros complejos. Cuando entramos, un delicioso olor a comida inundó mi nariz e hizo a mi estómago rugir. 535 Me sentía como si estuviera a punto de tener una cena en el castillo de alguna princesa: el piso del recibidor era de mármol para dar lugar a un sobrio piso alfombrado ahí donde se asentaban las mesas y los comensales. Dentro de la estancia se alzaban imponentes columnas de mármol que sostenían la edificación, dotándolo de un aire victoriano, con pesadas cortinas que estaban corridas para dejar al descubierto enormes ventanales a través de los cuales podía apreciarse la ciudad; los miles de edificios brillando como luciérnagas en la oscuridad. El maître nos condujo por el lugar y no perdí detalle de los elaborados y ostentosos candelabros que adornaban el techo e iluminaban la estancia, ni de las mesas adornadas con pesados manteles y un sinfín de cristalería. Era en verdad un lugar con mucho glamour y las velas sobre la mesa en la que tomamos asiento— justo frente al ventanal—dotaba al ambiente de un tinte romántico y cálido. Jordan se había lucido, en definitiva. Nuestra camarera le tendió a él una carta de vinos y no tardó en ordenar alguno sin pensarlo mucho. 536 —¿Cómo sabías de este lugar?—pregunté curiosa cuando la chica se retiró. —Una vez escuché hablar a Ethan y Alex de este lugar. Dijeron que era perfecto para citas—dijo con orgullo y tuve que resistir el impulso de poner los ojos en blanco ante la mención de su nombre. Alexander no iba a arruinarme esta noche, no señor. Ya había hecho suficiente con mi semana. Así que evaporé el pensamiento y me concentré en Jordan, en pasarla bien con él como en los viejos tiempos. La camarera no tardó en servir el vino, demasiado cerca de mi novio y demasiado atenta con él. Le dediqué una de mis mejores miradas matadoras para hacerle saber que no venía solo y la chica no tardó en largarse asustada como un perrito con la cola entre las patas. Adoraba ese rasgo que había heredado de papá. A veces olvidaba lo guapo que era Jordan y lo atrayente que podía resultar con sus pómulos marcados, sus ojos afables, su actitud amena y ese cuerpo que era muy buen plus. 537 —Por nosotros—dijo levantando su copa en ademán de brindis—. Por todos nuestros planes y sueños. Choqué su copa con la mía, mostrando mi sonrisa más natural—la mejor que pude construir— y di un sorbo. Besó mi mano y una calidez me invadió. Se dispuso a leer la carta y yo me avoqué a hacer lo mismo. —Leah—habló él y despegué la vista del elegante menú para centrarme en su persona. No habló de inmediato, así que escaneé el lugar buscando ver más sobre él, porque era precioso. Estaba esperando pacientemente a que Jordan me dijera lo que había empezado, admirando absorta la exquisita decoración del recibidor, con columnas de mármol y unos enormes floreros de cristal a cada lado y… Mi corazón se detuvo por un segundo. Había dejado de latir, en serio. Joder maldije una y otra vez, observando cómo Alexander Colbourn entraba a la estancia con una 538 tipa colgando del brazo. Cuándo miré más de cerca, caí en cuenta de que era Susan Reed. Me tienes que estar jodiendo pensé, con la furia emanando de cada poro de mi piel. —Te amo, lo sabes, ¿no? Vagamente escuché a Jordan diciendo algo, pero yo estaba demasiado concentrada mirando cómo Alex le retiraba la silla a la cara de avestruz para que ella pudiera sentarse. ¡CRETINO! —¿Leah?—me costó horrores despegar la vista de la grotesca escena para mirar a Jordan, quien al parecer no había reparado en ellos o había decidido ignorarlos. —Sí…—sonreí lo más brillante que pude—. Yo también te amo—tomé su mano entre las mías y le planté un beso, lento y deliberado, sin importarme una mierda quién nos mirara, porque me sentía tan enojada que podría romper algo. Él sonrió contra mis labios para después llamar a la camarera y ordenar la cena. Miré a Alex disculpándose y dirigirse a lo que yo asumí era el baño, así que antes de que mi sentido 539 común pudiera salvarme de hacer otra estupidez garrafal, me puse en pie de un salto. —Voy al baño, ya regreso. Caminé por el iluminado y ornamentado pasillo por el que había visto desaparecer a Alex hasta que llegué al baño de hombres. Un señor me observó con curiosidad al toparse conmigo en la puerta pero no dijo nada. Cuando entré, Alex estaba concentrado lavándose las manos y cuando alzó la vista, dio un respingo. —¿Podrías dejar de aparecerte de la nada? Un día de estos harás que me dé un infarto—se quejó para girarse jovialmente y yo tuve que recordarme que debía permanecer molesta e indignada y que no podía permitir que su atrayente físico nublara mi buen juicio. Dios, es divino habló mi consciencia, pero la acallé, ignorando olímpicamente lo bien que se veía con ese saco, esa camisa levemente abierta y esos pantalones que se ceñían la perfección a su cincelado cuerpo. —¿Estás siguiéndome?—hablé con voz tensa, cruzándome de brazos. 540 —¿Disculpa?—sonrió sin comprender—. Yo no soy el que se metió al baño del sexo equivocado para hablar. —No estoy de humor para tus bromas—espeté y él se encogió de hombros, sin importarle. —Como quieras—se dispuso a salir, pero bloqueé la puerta. —¿Qué haces aquí? —Teniendo una cita. ¿Qué no es obvio?—dijo con naturalidad y quise arrancarle esa sonrisita divertida que surcaba sus apetecibles labios. —Ya sé que es una cita, imbécil. Lo que quiero saber es por qué. —Porque quiero—me miró desde su altura—. Y puedo. —¡No puedes!—alcé la voz, sintiendo el enojo borbotear bajo mi piel. —¿Por qué no?—enarcó una ceja, fingiendo inocencia. —¡Porque es una falta de respeto! 541 —¿Qué?—me miró perplejo—. ¿Falta de respeto hacia qué? —¡Hacia mí! —Yo no te debo nada, Leah. Ni respeto ni nada por el estilo. —¡Claro que sí! —No—alzó la voz al mismo volumen y yo estaba que me subía por las paredes. —¿Por qué? —¡Porque soy tu esposa!—rugí y me callé en el momento en que me di cuenta de lo que había salido de mi boca. Él me miró igual de pasmado, antes de que sus bellas facciones se endurecieran. —¿Ahora usarás ese argumento contra mí? ¿Ahora eres mi esposa? No jodas—rió sin humor —.Qué, ¿la princesita se siente amenazada de que pueda perder a sus juguetes? —¿De qué demonios hablas? —¿No era esto lo que querías? ¿Qué te dejara en paz para que pudieras continuar con tu bonita 542 relación, con tu vida? Bien, pues ahora te pido exactamente lo mismo—dijo tajante—. Tú no eres mi esposa, eres solo alguien que por error firmó un acta de matrimonio conmigo, nada más. —Sí pero… —Pero nada. Tú vas por ahí regodeándote con Jordan como la feliz pareja que son—masculló y me sentí repentinamente estúpida—. No veo por qué yo no puedo hacer lo mismo. —Me importa un carajo las tipas que te cojas, o con las que tengas citas—dije con tono ácido—. Pero al menos ten un poco de respeto hacia… —¿Hacia qué? Tú y yo no tenemos ninguna relación, Leah. No me gusta ser tratado como un juguete y yo no estaré disponible para alguien que no sabe lo que quiere. ¿Él se sentía un juguete? ¡Pero si él había estado jugando a su antojo conmigo toda la semana! —Eres un cretino—siseé. —¿Así le pagas a quien te salvó? Vaya, qué lindo detalle de tu parte. —¡Si ibas a restregármelo así, tal vez deberías haber dejado que me violaran! 543 —¡Sí, tal vez debí haberlo permitido! Nos miramos un par de segundos más, con un silencio sepulcral instalándose entre nosotros. Salió haciéndome a un lado y quise darme de golpes contra la pared porque no tenía idea de cómo sentirme. Permanecí unos momentos más en el baño, buscando colectarme lo suficiente de esa montaña rusa de emociones, hasta que otro hombre entró mirándome extraño por segunda ocasión. Cuando salí, el alma se me fue a los pies y pensé que la noche no podría ir peor. Pero sí que podía. Localicé a Jordan sentado en la mesa de la maldita cara de avestruz y Alex, haciéndome una seña para que me sentara con ellos. Mi indeseable esposo no se veía nada feliz ante la perspectiva de tener que compartir su espacio conmigo. —Hola, Leah—me saludó Susan una vez tomé asiento junto a Jordan, frente a la asquerosa pareja. Le sonreí forzadamente. 544 —¿Tú los habías visto?—me preguntó mi novio y fijé mi vista en Alex, que me miraba de vuelta y negué—. Fue bueno encontrarlos. Nosotros también tenemos poco tiempo que hemos llegado. —¿En serio? Alex me ha invitado a este lugar y está de ensueño—se estrechó contra él y tuve que resistir las ganas de separarla de sopetón. En cambio, bufé. —Qué coincidencia, entonces. Sus ojos azules eran oscuros. —Es bueno saber que aún existen chicos con un poco de ingenio—hablé fríamente—. Hay quienes llevan a sus citas al mismo lugar, sin importarles en absoluto que los camareros los vean cambiar de pareja cada dos por tres. Él me miró con desafío y algo más. —¿A qué viene ese comentario, Leah? ¿Crees que nosotros somos seres desconsiderados y estúpidos? —Tú lo has dicho, no yo—batí mis pestañas con inocencia y noté la molestia tomando partido en su rostro—. Es obvio que no todos los hombres valen la pena. 545 —Ya, ¿y ustedes son perfectas, no?—objetó con sarcasmo puro, perforándome con sus ojos de un azul tan oscuro como el cielo de esa noche y le sostuve la mirada, negándome a perder. —Está preciosa la vista, ¿no?—comentó casualmente Susan cuando percibió la pesadez en el ambiente. —Totalmente—Jordan puso una mano sobre mi brazo aparentemente para tranquilizarme. Pero me sentía demasiado furiosa con Alexander para pensar las cosas con claridad. —Pues sucede que al menos nosotras sí podemos pensar sensatamente, a diferencia de ustedes, que cualquier cosa con un hoyo y dos piernas los hace perder el piso—el comentario salió rudo y crudo desde mi boca e hizo que Susan contorsionara su fea cara en una mueca de reprobación que no pudo importarme menos. Alex en cambio, pareció entender perfectamente que me refería a su nada agraciada acompañante. —Leah…—Jordan incómodo. sonaba 546 terriblemente —He conocido mujeres que pierden el piso, aunque no precisamente por hombres—se inclinó hacia adelante en su silla, recargando sus codos en la mesa—, sino porque su soberbia es más grande que su cerebro. —¿No me digas? Yo diría que no es soberbia, sino más bien clase y seguridad, que viene de ser parte de una buena familia, porque he conocido hombres que sí son el doble de soberbios y el triple de idiotas. Mi furia era tal que ya estaba comenzando a ver rojo, a respirar pesadamente y a no ser capaz de discernir lo que era correcto y lo que no. Por su bien, esperaba que no dijera ninguna otra estupidez. —Alexander…—intentó detenerlo la vocecilla de su acompañante, sin éxito. —No estoy de acuerdo—objetó, severo—. He conocido mujeres que creen que solo por ser ellas, por ser parte de una buena familia tienen todo a sus pies, cuando claramente no es así—estrechó los ojos, retándome—. Mujeres que creen que solo por ser bonitas pueden tener al hombre que quieran babeando como un perro, pero eso solo demuestra lo 547 inmaduras—lo dijo lentamente, como si saboreara el insultarme—, caprichosas—para justo ahí le advertí con mis ojos como el hielo—superficiales—ni se te ocurra seguir, Alexander pensé— y busconas que son. Antes de que el último vestigio de sentido común que habitaba en mi cerebro lograra detenerme, yo ya le había vaciado la copa de vino a Alexander en la cara, en venganza por todo lo que me había hecho pasar esa semana. Por hacerme dudar tanto, por haber jugado conmigo tan descaradamente, por hacerme sentir cosas que yo no quería ni debería sentir; por hacerme desearlo tanto y después, desecharme como si yo fuera una servilleta. El silencio que siguió fue mortal. ¡Hola mis niños! ¿Cómo están? ¿Qué les ha parecido el capítulo? ¿Qué creen que suceda en el siguiente? ¡Espero leer sus comentarios, que me motivan como no tienen idea para continuar! 548 Voten, comenten y den mucho amor. El siguiente capítulo irá dedicado al comentario que más se acerque a lo que sucederá en el próximo. Con amor, KayurkaR. 549 Capítulo 16: Tentadoras apuestas. Alexander Estaba tan impresionado por la insolencia de Leah que tardé al menos dos segundos en procesar lo que había hecho. Los otros ocupantes de la mesa estaban incluso más sorprendidos porque ninguno se atrevió ni a respirar hasta que me incorporé de un salto, permitiendo que el enojo que llevaba tiempo construyéndose en mi interior por las acciones de aquella arpía durante esa noche estallara igual que una bomba. ¿No deberías tener un poco más de respeto por tu esposo? Fue lo primero que pensé en decirle y podría haberlo hecho. Por supuesto que habría podido destruir su utópica fantasía con un simple conjunto de palabras. Sin embargo, me abstuve, porque hacer algo así sería demasiado sencillo, demasiado fugaz. Y ahora yo quería vengarme correctamente. 550 Con hastío, me limpié el rostro con la servilleta para eliminar el molesto olor a alcohol que inundaba mi nariz. —¿Estás loca?—Susan fue la primera en recuperar la capacidad de hablar y se puso en pie rápidamente para ayudar a secarme—¿Por qué mierda le has tirado la copa a la cara? —Porque es obvio que la clase no se obtiene solo por ser parte de una buena familia—escupí con desdén, sin dejar de escrutar a Leah, colérico. Ella abrió la boca para contraatacar pero fue detenida por Jordan, que la tomó del brazo con fuerza, clavando sus dedos para mantenerla en el lugar y evitar otra escenita. La expresión en su cara era una perfecta combinación de enojo y desconcierto. —Ya basta, Leah—siseó con tono bajo, pero ella pareció no inmutarse porque continuó clavándome estacas con los ojos. —¿Estás seguro que tiene todas sus vacunas?— inquirí, dejando caer con desinterés la servilleta sobre la mesa—. Porque yo diría que le falta la de la rabia a esta… 551 —Hijo de…—Leah hizo un además de lanzarme lo primero sobre lo que sus manos se posara, que seguramente habría sido el florero en el centro de la mesa o un tenedor, antes de que su novio la rodeara de la cintura para detenerla. —Alex, por favor—suplicó mi amigo colocando una mano en alto en un intento por parar todo este circo. —Qué vergüenza—escuché murmurar a Susan a mi lado, quien miraba a todos los comensales del lugar, a un paso de esconderse bajo la mesa de la incomodidad. Escaneé rápidamente la estancia para cerciorarme que no tuviéramos la mala suerte de que alguno de los amigos de mis padres—o de sus padres— estuvieran presentes y cuando me aseguré de que no reconocía ninguna de las caras, me centré en la energúmena que tenía enfrente. —Estás haciendo un espectáculo, Leah. Déjalo ya —ordenó Jordan con un tono autoritario que jamás había escuchado en él. Le dedicó a su novio una mirada mortal y justo cuando estaba a punto de abrir la boca de nuevo, él la interrumpió. 552 —Lo siento Alex, en verdad—dijo sinceramente. Alcé una ceja, mirándolos a ambos alternadamente y después, una sonrisita maliciosa surcó mis labios. —No importa. Lamento que se haya arruinado la cena—musité con mi mejor imitación de un tono condescendiente—. De todas formas, felicidades por un mes más. Toda la rabia que corría por mi sistema como veneno pareció aminorar cuando reparé en el desconcierto que teñía las facciones de Leah, para ser remplazado gradualmente por terror, provocando que cerrara la boca y palideciera en un segundo. —¿Mes más? No estamos celebrando nuestra relación—objetó Jordan mirándome sin comprender y sonriendo incómodamente. Leah pareció perder la respiración porque ella sí había comprendido: hoy se cumplían tres meses desde que habíamos firmado esa maldita acta. Toda la determinación y cólera parecieron disiparse para darle el lugar al miedo y la súplica. Saboreé enormemente todas sus reacciones, su vulnerabilidad y la placentera sensación de control, probando el atisbo de venganza. 553 —¿No? Lo siento, asumí que por eso habían venido—ella soltó el aire que había estado conteniendo y un amago de sonrisa jaló de mis labios—. Creo que lo mejor que podemos hacer es retirarnos, ¿no, Susan? Jordan tiene que calmar a su bestia. —Imbécil. Leah me fulminó con la mirada al tiempo que Susan negaba enérgicamente. —Qué falta de educación, por Dios—se quejó mi acompañante, pero calló cuando la aludida clavó sus ojos como el hierro en ella. Susan tomó su minúsculo bolso y salimos del edificio sin mirar atrás. —Qué horror—se quejó Susan por enésima vez cuando íbamos de camino para llegar a su residencia —. Jamás pensé que ella pudiera ser tan… impulsiva. —Ni te lo imaginas—dije desinteresadamente sin retirar la vista del frente. 554 —Ni siquiera sabía que ustedes se dirigieran la palabra. ¿Por qué se tomó tan personal todos tus comentarios? Si al final no iban dirigidos para ella. Sí que iban dirigidos para la arpía pensé, pero decidí no darle más importancia. —Ni idea. El enojo seguía borboteando en mi interior igual que una olla a presión a punto de explotar, pero no podía negar que muy en el fondo me sentía satisfecho por los resultados que mi experimento de la última semana había revelado. Que Leah me arrojara una copa a la cara obviamente no lo había contemplado, pero sirvió para matar dos pájaros de un tiro. Primero, había confirmado lo que era más que notorio: yo le atraía. Le atraía lo suficiente como para perder los estribos. Sonreí sin poder evitarlo. Estaba tan celosa que ni siquiera se molestó en ocultarlo y por un momento pensé que también haría algo contra Susan. Y segundo, había logrado bajarla de una patada de su inmaculado pedestal de superioridad y soberbia. Leah necesitaba entender que su déspota actitud no iba a llevarla a ningún lado conmigo y que yo no era Jordan; yo no iba a ceder a sus 555 demandas ni iba a respetarla simplemente porque me lo exigiera. El respeto era algo que se ganaba y no importaba lo mucho que ella me atrajera o quisiera hacerla mía, porque primero necesitaba aprender modales. Y yo me encargaría de enseñarle. Detuve el auto en el enorme portón que custodiaba la residencia de los Reed y reparé por fin en Susan. Mi conejillo de indias me miraba expectante, con sus ojos miel brillando por la luz que se colaba por el vidrio frontal. —¿Sigues molesto?—preguntó con un hilillo de voz. —Sí—dije cortante y ella se mordió el labio, pensativa. Lo único que quería era que se bajara de mi auto para poder ir al bar y liberar un poco de tensión vaciando los bolsillos de los pobres desgraciados que tuvieran la mala suerte de jugar conmigo esa noche. Ganar unos cuantos miles de dólares siempre me hacía sentir mejor. 556 —¿Quieres pasar? Podría darte una toalla para secarte—acarició sutilmente mi brazo, fingiendo jovialidad—. Mis padres no están en casa. Observé sus dedos recorriendo la tela de la camisa por un momento, sopesando mis opciones y después, la miré a la cara. Susan era una chica atractiva y estaba buena. Muy buena. Cualquier hombre cuerdo habría aceptado sin pensarlo. El problema no era que no quisiera tener un polvo rápido con una mujer que se ofrecía felizmente para ello, el problema era que inconscientemente estaba buscando en su cara cosas que sabía que no iba a encontrar, como ojos igual que el hielo capaces de dejarte sin respiración, labios definidos siempre incitantes y el pequeño lunar que Leah tenía en el cuello. —No, gracias—respondí cortésmente—. Estoy bien. —¿Seguro?—sus hombros se habían agachado bajo la decepción , retirando su mano en reacción. —Te veré después, Susan—la despedí y pareció ofendida. 557 —Como quieras—pude notar el leve tono de molestia que adornaba su voz mientras salía del auto y azotaba la puerta. ¿Por qué todas las mujeres tenían que ser tan complicadas? Me coloqué la cómoda camisa extra que siempre tenía para emergencias en mi auto y entré a la casa de apuestas con mejor humor que antes, emocionado ante la perspectiva de ganar un poco de dinero. Saludé a Michael palmeándole la espalda, mientras él permanecía de pie esperando su turno para poder apostar en el blackjack. —Dichosos los ojos—dijo con burla, sonriéndome— ¿Qué te trae por aquí? ¿Te has perdido? —No, hoy he tenido una mala noche y creo que puedo hacerla mejorar mucho estando aquí. —Y vaya que sí—concedió, sacando un fajo de su chaqueta—. El dinero siempre hace sentir mejor. —Vigílalo bien o podría quitártelo antes de que te des cuenta—bromeé—. ¿Sabes si Ethan juega hoy? 558 —Lo he visto salir y regresar con una pareja— hizo una seña con la cabeza detrás de mí y enarqué una ceja. —¿Una pareja? Localicé los rizos de Ethan a un par de metros de distancia, de pie en una de las mesas del fondo charlando con alguien. —Te veré luego Michael—me distraídamente y me dispuse a ir hasta él. despedí A medida que me acercaba reparé en una cara muy conocida que tomaba asiento en una de las mesas de póker, totalmente inmerso en el juego. —Ethan—lo saludé y le estreché la mano al otro hombre con el que hablaba, de barriga prominente y bigote. Jordan giró la cabeza desde el asiento que tomaba en la mesa de póker y asintió en señal de reconocimiento. —Parece que todos nos hemos reunido—dijo Ethan con alegría, palmeándole el hombro al novio de Leah. —¿Puedo hablar contigo un momento?—le pedí al moreno y concedió sin perder la sonrisa, 559 permitiendo que nos alejáramos un poco de la mesa de juego para hablar cómodamente. —¿Qué mierda te pasa?—siseé—¿Por qué has traído a Jordan aquí? —¿Por qué no?—preguntó a su vez, sin comprender—. Él sabe que tú y yo jugamos y tenía tiempo queriendo venir, así que lo he invitado hoy que hay buen dinero en casa. Puse los ojos en blanco. Jordan era de las últimas personas que quería ver en ese momento. —Mantenlo alejado de Rick—le advertí—. Y no permitas que apueste con Hudson y Michael, porque van a dejarlo sin un peso. Ethan soltó una risita. —También tengo que cuidar a Leah—dijo señalando detrás de sí con el pulgar y toda la sangre viajó hasta mis pies cuando reparé en ella, de pie frente a la barra charlando con John, el bartender. —¿Por qué carajo la has traído a ella?—escupí con más hastío del que debería. —Yo no la traje. Jordan se presentó con ella y no podía simplemente pedirle que se fuera. 560 Observé momentáneamente a Jordan, que permanecía sumamente abstraído en el juego y caminé hasta Leah dando zancadas. No me gustaba en absoluto la idea de que ella estuviera aquí. Era demasiado buena para algo como esto, demasiado distinta; demasiado inmaculada para un lugar tan pérfido y perverso como éste. Ya estaba llamando la atención con su simple presencia y la idea de que Rick o alguno de sus matones reparara en ella me inquietaba más de lo que me atrevería a admitir. —¿Qué haces aquí?—dije tomándola del brazo con brusquedad, interrumpiendo su plática con John y ganándome una de sus características miradas matadoras—. Vete, ahora. El bartender pareció entender que no tenía razón para inmiscuirse y fue a atender a otros hombres que estaban sobre los taburetes. —¿Qué te pasa?—preguntó a su vez, zafándose de mi agarre— ¿Quieres que te vacíe otra copa?— levantó el vaso de licor que tenía en la mano para mayor efecto. —No tienes nada qué hacer aquí, Leah. Vete— ordené con tono autoritario, pero como siempre, me 561 ignoró olímpicamente. —¿Tan rápido te has desecho de Susan?—dijo con sorna y un deje ácido—. Pensé que te tomaría un poco más de tiempo. —Eso a ti no te importa—espeté con desdén, inclinándome más contra la barra para cernirme sobre ella y sus ojos centellaron con molestia—. Este no es lugar para ti, lárgate. Enarcó la cejas, desafiante. —¿Quién te crees que eres para darme órdenes? —siseó—. Además, ni siquiera deberías estar hablándome. Jordan ha empezado a sospechar que entre nosotros hay algo. No pude contener la sonrisa burlona que se extendió por mi rostro. —¿Hasta ahora? Se ha mostrado bastante lento— no pareció nada feliz con mi comentario—. ¿Y qué les has dicho? —La verdad—dijo sin más y la miré perplejo. Si le había dicho la verdad, ¿cómo era que yo aún conservaba las partes de mi bella cara en su lugar? 562 —Que eres un imbécil al que le encanta molestarme solo porque no tiene nada mejor qué hacer—explicó—. Lo cierto es que no puedes negarlo. —No planeaba hacerlo— concedí y me relajé de inmediato—. Como sea, si quieres evitar más problemas, vete ahora. Era un blanco tan fácil en ese lugar. —No—dijo tajante—. Por si no lo has notado, no vengo contigo, sino con Jordan, así que mientras él juegue, yo me quedo. Fruncí el ceño, molesto. ¿Por qué ella tenía que ser tan terca? Era tan soberbia que no podría ver el peligro ni aunque éste la golpeara en la cara. —Le harías un favor sacándolo de aquí antes de que lo dejen sin un dólar—argumenté, buscando convencerla de que se fuera de esa jungla. Colocó las manos en su cintura, en su siempre faceta autoritaria. —Para tu información, ha estado ganando desde que llegamos—lo defendió y solté una risita burlona. —Suerte de principiante. 563 —No creo—negó con la cabeza, decidida—. Diría que incluso que es mejor jugador que tú. Bufé, divertido. —Lo dudo. —Yo no. —¿Quieres apostar?—clavó sus ojos en mí, sorprendida. —No voy a jugar a esto contigo. —Si estás tan segura de que es mejor, ¿qué tienes que perder?—dije con jovialidad y tuve que contener la sonrisa triunfal que amenazaba con surcar mis labios, porque había encontrado la manera perfecta de vengarme de ella y ponerla roja de rabia. —¿Qué quieres apostar?—inquirió, dubitativa. —Si él gana la partida, prometo no hablarte después del viaje que haremos mañana para ver al amigo de tus padres—propuse, calibrando cada una de sus reacciones—. No tendrás que dirigirme la palabra hasta que firmemos los papeles de divorcio. Sus ojos brillaron con algo que no pude definir y su boca era una delgada línea, tensa. 564 —¿Y cómo sé que lo cumplirás? —Te doy mi palabra—alcé la mano con burlesca solemnidad—. Y te concederé otro deseo más, el que tú quieras. Enarcó una ceja. —No se me viene otra cosa que deseé más que eso. —Entonces tienes tiempo para pensarlo. Se mordió el labio, posiblemente sopesando sus probabilidades. Joder, me costó horrores resistir el impulso de morderlo yo mismo. —¿Y si tú ganas?—inquirió con recelo. —Si yo gano—hice una pausa para añadirle más dramatismo, inclinándome y saboreando la expectación en sus orbes—, irás conmigo a Inglaterra. La sorpresa no tardó en asentarse en su rostro, pura y cruda. —Y también me concederás cualquier otra cosa que desee—ella emitió un jadeo de indignación. 565 —Estás idiota si crees que voy a aceptar—musitó con determinación. —¿A qué le tienes miedo?—la reté—. ¿No confías en tu campeón? Me sostuvo la mirada, negándose a parecer intimidada y después de fruncir los labios, dejó caer las manos a sus costados. —De acuerdo, acepto—tendió la mano y sonreí triunfal al tiempo que se la estrechaba. —¿No hay un beso de suerte para tu esposo?— pregunté con inocencia, sin soltarla. Sus ojos se posaron en mí, calculadores, fríos como un glacial antes de acercarse tanto que por un momento pensé que había perdido el juicio y efectivamente iba a besarme. Entonces, se inclinó y sentí su aliento cálido contra mi oreja. —Me muero por ver cómo Jordan te patea el culo, cariño—besó fugazmente mi mejilla para después incorporarse e ir hasta la mesa donde estaban Ethan y su novio, jugando una partida y dejándome con una fuerte sensación de molestia porque el deseo que sentía por ella no hizo otra cosa más que avivarse. 566 Me senté frente a Jordan en la mesa, con Ethan a mi lado derecho y dos hombres más de traje que nunca había visto antes. Posiblemente eran jugadores ocasionales. Leah permanecía de pie detrás de su novio sin dejar de mirarme en ningún momento, así que le guiñé un ojo solo para hacerla desatinar y ella hizo una mueca de exasperación. Thomas hizo lo suyo y administró el ante, la apuesta obligatoria para todos los jugadores. Todos colocamos el primer conjunto de fichas para dar inicio al juego. Una vez se cerró la primer ronda, Thomas—el crupier—se encargó de repartir las cartas y administrar las apuestas, dejando el resto del mazo en el centro. El ambiente en el casino adquirió el característico tono tenso que se cernía siempre en las mesas de juego, consecuencia de la concentración de todos los jugadores. Observé mis cartas y me mantuve impasible, sin denotar emoción alguna mientras calculaba mis 567 posibilidades y los mejores movimientos. —¿Apuestas?—preguntó Thomas una vez revisamos todos nuestras manos y dirigiéndose primero a uno de los hombres de traje y cabello ralo que yo no reconocí. Él apostó un montoncito de fichas. El otro hombre que estaba a su lado, igualó la apuesta, mientras que Jordan deslizó un conjunto mayor al centro de la mesa, señal de que tenía una buena mano. Levanté mi vista hasta Leah, que me sonreía satisfecha y eso fue confirmación suficiente. Ethan que estaba a mi lado, revisó una última vez sus cartas antes de decidirse y hacer la misma apuesta que Jordan. Verán, en el póker solo había dos opciones: o igualabas la apuesta del otro o la subías, pero nunca podías hacer una más baja. Me apresuré a aumentar la apuesta con el montón mayor, ocasionando que Leah frunciera el ceño, molesta, sin rastros de satisfacción y tuve que resistir el impulso de sonreír. 568 Nos avocamos entonces a descartar y reemplazar las cartas que no eran útiles. El primer hombre de traje dejó sobre la mesa dos cartas y una maldición cayó de sus labios cuando tomó dos más del pozo. El que se sentaba a su lado, descartó una carta y extrajo una nueva, acomodándola rápidamente en su mano, con un brillo codicioso bailando en sus ojos oscuros. Cuando tienes tanto tiempo jugando, aprendes rápidamente a leer las expresiones de los demás y por ende, a tener una idea de lo que escondían sus cartas. Ethan desechó dos cartas y tomó dos más, impasible. Podía sentir la intensa mirada de Leah incluso aunque no alzara la vista y disfruté enormemente de ello. Sabía que se moría porque Jordan ganara. Una lástima por ella, verdaderamente. Deseché tres cartas y tomé otras tres, sin inmutarme. —Caballeros, ¿última apuesta antes de descubrir sus cartas?—musitó Thomas. 569 —No voy—dijo el primer hombre, dejando sus cartas sobre la mesa. Posiblemente tenía una mano de la mierda. El hombre a su lado de ojos oscuros y espesa cabellera azabache chasqueó la lengua, no supe si porque su compañero había declinado o porque estaba considerando algo. Sin embargo, colocó al centro una torre de fichas y me relamí los labios ante la visión. Ethan tenía razón: había mucho dinero en juego hoy. Jordan puso el doble de fichas en el pozo y yo enarqué una ceja, observándolo con diversión. Sus ojos estaban llenos de suficiencia y contuve una carcajada. —Joder Jordan—maldijo Ethan, negando—. No te traje para que me hicieras perder, imbécil. El aludido soltó una risa ante el comentario de nuestro amigo, que dejó las cartas sobre la mesa. —No voy—dijo con resignación. —Mala suerte, amigo—dijo él, regodeándose. Observé el montón de fichas que había en el pozo y después a Leah, que tenía sus ojos clavados en mí 570 para no perderse cualquier movimiento que yo hiciera, como si a través de ellos pudiera deducir qué clase de mano tenía yo y qué posibilidades tenía Jordan de ganar. Lo siento por ti, princesa quise decirle, porque ella ignoraba por completo el hecho de que yo era un angle shooter: me encantaba confundir a los demás jugadores para hacerlos perder y por ello, era siempre difícil adivinar cuál era mi juego. Así que seguí mi modus operandi de siempre y, en lugar de apostar más fichas que Jordan, lo igualé. Ethan me miró confundido en consecuencia, porque normalmente hacía apuestas más grandes. —Se cierran las apuestas—anunció el crupier, contando hábilmente las torres de fichas—. La casa ofrece diez mil dólares, los que hay en el pozo. Los ojos de Jordan relucieron con codicia y se inclinó hacia adelante, posiblemente emocionado con la perspectiva de llevarse un pez gordo. Pude haber hecho uso de todas mis artimañas para ganarle, pero decidí jugar limpiamente para honrar la apuesta con Leah. 571 Si yo tenía suerte, me llevaría algo mejor esa noche. Jordan miró al hombre que tenía a su izquierda, tal vez tratando desesperadamente de adivinar cuál era su juego y después a mí. Me encantaba la tensión que se construía siempre que la partida estaba a punto de terminar, con todos los jugadores expectantes, esperando ganar todo lo que albergaba el pozo. —Descubran sus cartas, caballeros—pidió amablemente Thomas y el primero en hacerlo fue el hombre de ojos oscuros, mostrando un full house. Su sonrisa de suficiencia se desvaneció cuando Jordan descubrió su mano de póker: cuatro cartas de diez. Nada mal pensé. Leah me miraba desde su altura con los brazos cruzados, sumamente satisfecha y seguramente saboreando la victoria. —Buena mano—dijo Ethan impresión desde su asiento. silbando con —Lo siento, amigo—dijo Jordan con jovialidad, frotando sus manos con emoción mientras observaba todas las fichas. 572 Era verdad, la jugada de póker era una de las más fuertes y de las más improbables. Tenía mucha suerte de principiante. Leah enarcó sus perfectas cejas, retándome a mostrar algo mejor que él y, como buen caballero, no la decepcioné. —Yo lo siento por ti, amigo—mostré mis cartas y la sonrisa de Jordan se desvaneció rápidamente. Sacudí la flor imperial que había armado y Leah pareció al borde del desmayo. —Carajo—maldijo Jordan, ofuscado y se pasó una mano por el cabello color arena. Sonreí brillantemente sin despegar mis ojos de ella, disfrutando enormemente de todas sus reacciones. Estaba furiosa, muy, muy furiosa. —Fue un buen juego, ¿no?—preguntó Ethan dando un sorbo a su trago, recargado sobre la barra —. Jordan tiene talento para esto. 573 —Y que lo digas—concedí, mirando con atención cómo Leah y nuestro amigo estaban enzarzados en una discusión acalorada cerca de la puerta del lugar. Ella hacía aspavientos con las manos y podía notar lo furiosa que estaba. No le había gustado en nada que su noviecito perdiera, pero no tenía escapatoria. Después de tantos años jugando contra ludópatas, semi profesionales e intentos de ladrones, había refinado enormemente mis habilidades en el póker y con tanto en juego esa noche, no iba a perder de ninguna manera. Negó enérgicamente con los brazos cruzados, igual que una niña enfadada y le dio la espalda, saliendo del bar. Él parecía igual de enfadado y llegó hasta nosotros dando zancadas. —¿Problemas en el paraíso?—preguntó Ethan con burla. Jordan bufó. —Está molesta porque he perdido. ¿Por qué se lo toma tan personal? Es solo un puto juego. —Ya se le pasará. ¿Se van?—preguntó él con curiosidad. 574 —No, jugaré un par de partidas más para probar suerte—sonrió—. Tal vez me recupere. —Te acompaño—Ethan dejó el vaso sobre la barra— ¿Vienes, Alex? Jordan me miró sombríamente y no supe definir si era porque le había dejado limpio o por lo que había pasado en el restaurante. —Los alcanzo en un momento—dije con indiferencia y ambos se encaminaron hasta una mesa disponible para jugar. Una vez me aseguré de que Ethan y Jordan estaban absortos en la partida, salí del lugar. El aire se sentía frío y me puso la piel de gallina ahí donde mis brazos estaban descubiertos por las mangas. En cuanto salí reparé en Leah, que caminaba para volver a entrar con un saco en las manos. Sin embargo, antes de que llegara hasta el umbral, la alcancé en dos pasos, la tomé del brazo y la arrastré conmigo hasta el callejón que había en la parte lateral del complejo, justo enseguida de un desvencijado edificio. —¿Qué haces?—chilló, tratando de zafarse, sin éxito— ¡Suéltame! 575 La obedecí hasta que estuvimos alejados de la entrada y de la vista de los matones que custodiaban las puertas. —¿Lista para conocer Inglaterra?—dije con diversión, observándola desde mi altura y ella encuadró los hombros, dándose importancia. —Ya la conozco, determinación. gracias—respondió con —Pero no conmigo—acoté y ella puso los ojos en blanco. —Estoy segura de que has hecho trampa. —He jugado limpiamente, Leah—sonreí—. El problema no es que haga trampa, el problema es que yo siempre gano. —Qué modesto—dijo con sorna, sin despegar la vista de mí. —Ahora tienes que pagar tus apuestas, princesa. Sus ojos brillaron con enojo en la oscuridad y frunció los labios. —No me llames princesa. Lo haces sonar como un insulto cuando viene de ti. 576 —Puedes tomarlo como quieras—aclaré y pareció ofendida—. Tienes que venir conmigo, Leah. —Sí, sí—dijo exasperada—. Ya te dije que lo haría, Dios. —Te recomiendo que vayas pensando en una excusa convincente para tu familia y tu novio—me fulminó con la mirada y colocó las manos sobre sus caderas. —¿Por qué tanta insistencia? Primero tenemos que hacer el viaje con el amigo de mis padres y… —Primero tienes que pagar el resto de la apuesta —la interrumpí. Enarcó las cejas, perpleja. —¿Resto de la apuesta? ¿De qué hablas? —Apostaste concederme otro deseo—incliné la cabeza con inocencia. Frunció el ceño y su cuerpo pareció tensarse. —¿Y qué más quieres? Ya accedí a hacer ese jodido viaje contigo, ¿qué más vas a quitarme?— empezó a despotricar, alzando la voz y mirándome colérica—. Ya me has quitado demasiado esta semana, incluyendo mi dignidad y mi paciencia, ya me has humillado suficiente. ¿Pero sabes qué? No 577 me importa, si quieres mi dinero, mis joyas o mi auto, me importa un carajo, tómalo, puedes tomar lo que quieras, imb… Me moví entonces, grácilmente y con decisión. Estiré mis brazos y me incliné, colocando mis manos a los costados de su rostro para estrellar su boca contra la mía en un intento por callarla, por parar todo esas estupideces que ella no dejaba de decir. Hizo un sonido entre la indignación y la sorpresa, con su cuerpo terriblemente tieso por la impresión. Sin embargo, toda la tensión pareció desvanecerse cuando incliné la cabeza para besarla más profundamente, tomando su labio inferior entre los míos. Dejó escapar el aire antes de soltar el saco que llevaba en las manos, hacer puños mi camisa y corresponderme el beso. —¿Esto? ¿Puedo tomar esto?—murmuré apenas, las palabras un suspiro sin ser nada sólido mientras me separaba. —Si quieres—dijo con un hilo de voz, poniéndose de puntillas para alcanzarme al tiempo que yo me inclinaba para volver a tomarla, encontrando sus labios a mitad de camino. 578 Fue una colisión de bocas y lenguas que me hizo caer en cuenta de que yo había deseado esto más de lo que me atrevería a admitir. La besé duro, con violencia y necesidad, dejando escapar todo mi enojo hacia ella en ese contacto arrebatado y pasional, con mis sentidos agudizándose y mis emociones al tope. Me sentía a punto de estallar. No había coordinación alguna en nuestros labios y los movimientos resultaban torpes y desesperados, como si buscáramos devorar al otro antes de que el sentido común volviera a hacerse presente. Tomó mi cara entre sus manos, presionándose contra mí como si quisiera fundirse en mi cuerpo y la estrellé contra la pared para tener un poco más de estabilidad mientras nuestras lenguas se enzarzaban en una lucha campal por la dominación, por necesidad, por algo que solo el otro podía dar. Leah me correspondía con la misma emoción y era como si ella también dejara todas sus emociones en sus besos: furiosos, demandantes y hambrientos, con sus manos trazando los ángulos de mi cara, mi cuello, las curvas de mis hombros, hasta rodearme con sus brazos. Mis manos recorrieron su cuerpo, ansiosas por tocar cualquier resquicio de piel desnuda, con mis 579 dedos presionándose contra su espalda descubierta, percibiendo cómo se erizaba bajo el tacto. Apreté su trasero con fuerza, provocándome que gimiera en mi boca y le mordí el labio con fuerza. Me moría por tomarla justo ahí, justo contra esa pared, pero sabía que no iba a permitirlo, así que continué devorándola con un deseo abrasador recorriendo por mi sistema y amenazando con consumirme. Así era como prefería a Leah: expuesta y fuera de control. Perdí la cuenta del tiempo que estuvimos besándonos, devorándonos con desesperación hasta que convertimos eso en una prioridad y decidimos ignorar la falta de oxígeno. Yo fui el primero en alejarme, porque la presión en mi pantalón era dolorosa y saber que no podía tomarla como deseaba en ese momento era incluso más doloroso. Su pecho subía y bajaba con pesadez, tratando de llenar sus pulmones del aire que tanta falta le hacía. Tenía los labios rojos y evidentemente hinchados, con sus pupilas dilatas, llenas de deseo y teñidas de un oscuro color azul o tal vez negro. 580 Quería besarla un millón de veces más, pero me abstuve y traté de tranquilizar mi rápido latir cuando escuché voces de hombres saliendo del complejo. —Deberías irte antes de que empiecen a buscarte —mi voz salió rasposa y ronca desde mi garganta. Asintió apenas luego de unos momentos, pero no fue capaz de moverse porque tenía su cintura aprisionada entre mis manos, tomándola tan fuerte como grilletes. No quería dejarla ir hasta Jordan, por Dios. No quería dejarla ir en absoluto. A regañadientes, la dejé libre y me incliné para recoger el saco que había perdido en el proceso de nuestra colisión. Se lo tendí y ella lo tomó con manos temblorosas. Se alejó sin decir una palabra y justo cuando estaba a punto de salir del callejón, se giró para mirarme sobre el hombro. —Te veré mañana para el viaje, ¿de acuerdo?— dijo voz ahogada y asentí, aunque no estaba seguro de que me hubiese visto por la falta de luz. Cuando giró en la esquina del callejón para entrar al complejo, escuché la voz de Jordan. 581 —¿Por qué tardaste tanto?—los observé desde la penumbra caminar hasta el auto de él. —No encontraba el saco—sacudió la prenda frente a su rostro. —Logré recuperar lo perdido en unas cuantas partidas más—dijo él felizmente—. Aunque Alex fue bastante bueno, ¿no? —Sí, muy bueno—admitió y pude jurar que no hablaba solo de mi forma de jugar. Necesitaba una ducha de agua fría, urgentemente. —¿Quién es la chica?—preguntó Rick acercándose hasta la barra donde yo tomaba un vaso de licor. Asumí que él no había ido hoy al casino o que no saldría del privado en toda la noche, así que cuando escuché su voz profunda a mi lado, me sorprendí. —¿Quién?—pregunté con desinterés. —La que ha venido hoy con tu amigo y el de Ethan—clarificó y mi estómago se comprimió. —Nadie—dije con indiferencia. 582 Joder, ¿cómo mierda había reparado en ella si ni siquiera lo había visto por el lugar? —Para ser nadie es bastante bonita—soltó una risita insulsa—. Además, me dijeron que te vieron hablando con ella muy entusiasmadamente. Enarqué una ceja, buscando parecer perplejo. —Nadie—repetí, tensando la mandíbula. —Vamos, príncipe—me palmeó la espalda— ¿Es alguna de tus putas? —Tienes razón—dije irguiéndome para alejarme de su toque y lo miré desde mi altura, severo—. Permíteme ser más específico: no es nadie que te importe. Estrechó los ojos y yo coloqué el vaso sobre la barra dispuesto a irme. —Modales, príncipe. —Vete a la mierda, Rick—espeté y salí del lugar sin mirar atrás. Mañana sería un nuevo reto junto a Leah, porque no tenía idea de a cuál de sus múltiples personalidades iba a enfrentarme. 583 Me sentía ansioso en la misma medida que perturbado, pero recibí de buena gana las emociones. Veríamos hasta dónde llegaríamos nosotros dos. ¡Hola mis niños! ¿Votos? ¿Comentarios? ¿Dudas? ¿Qué les pareció? Gracias por todos su votos y comentarios, son los mejores del mundo entero. El próximo capítulo irá dedicado al primer comentario. Con amor, KayurkaR. 584 Capítulo 17: Problemas sobre ruedas. Alexander El motor del Audi de Leah dejó de rugir una vez entró en la plaza de mi complejo de departamentos. El reloj en mi muñeca me indicó que, como siempre, llegaba tarde. Dos horas tarde. Descendió de su auto con la misma elegancia de un felino y tuve que ahogar una risa cuando miré cómo iba vestida. Esa chica nunca dejaría de sorprenderme. —Llegas tarde—dije secamente. Hizo un mohín y me miró a través de sus lentes oscuros. —Tenía que inventar una excusa creíble para mis padres de dónde pasaría los próximos tres días— posó las manos en sus caderas, sin perder la seguridad. —¿Y qué les dijiste? 585 —Que pasaría el fin de semana con Edith, en su casa de descanso. Enarqué una ceja. —Tus padres y los de Edith son amigos, ¿no?— asintió lentamente, sin comprender mi comentario— ¿Quién te asegura que no se los encontrarán en una cena o un evento? —Porque sus padres están en Roma en un congreso, genio—dijo mordaz, como si fuera lo más obvio del mundo. Quise reírme por su actitud infantil. —¿Y qué le has dicho a Jordan? Sus hombros parecieron tensarse al tiempo que cruzaba los brazos sobre el pecho, desviando la atención. —Que acompañaría a mi hermano a un viaje para visitar a un amigo de la familia. No pude evitar la sonrisa divertida que adornó mis labios. —No me parezco a tu hermano, Leah—incliné la cabeza con inocencia—. Ni tampoco me tratas como tal. 586 —Gracias al cielo no te pareces a él—musitó, negando—. Sabes que lo de ayer fue… —No lo digas, me sé ese rollo de memoria—la detuve, colocando una mano al frente. Había sido un error. Nos mantuvimos en silencio y podía jurar que ella estaba escrutándome a través de sus Ray Ban. Cuando el silencio fue demasiado incómodo y me sentí demasiado observado, decidí hablar. —¿Por qué me miras tanto? —Por nada, solamente estoy tratando de adivinar —respondió con jovialidad. —¿Qué cosa? —¿Alguna vez has pensado que tal vez tienes un trastorno de personalidad?—se retiró los lentes de sol e inclinó su cabeza a un lado ligeramente, seria y la duda no tardó en cernirse sobre mi rostro—. Porque eres muy extraño. Un día eres la persona más dulce y atenta del mundo conmigo, al siguiente me tratas de la mierda, luego me ignoras y después, estás encima de mí como si quisieras… —dejó las palabras en el aire, pero sabía perfectamente de lo que hablaba: como si quisiera devorarla—. El punto 587 es que estoy tratando de adivinar a cuál de todos los Alex voy a enfrentarme hoy. La miré recargado en mi auto, de brazos cruzados. —¿A cuál quieres?—inquirí dedicándole una media sonrisa. coquetamente, Captó rápidamente mis intenciones, así que volvió a tomar su actitud distante y defensiva. —Al que me deje en paz, obviamente—espetó con tono desdeñoso—.Pongámonos en camino, ¿si? Ya es bastante tarde. Una risita se escapó de mi boca ante su intento desesperado por mantener el cuidadoso control que había construido nuevamente en torno a sus emociones y su cuerpo, porque ésa era la Leah colectada y contenida a la que yo estaba acostumbrado, y la que mantenía herméticamente cautiva a la que estaba volviéndome loco de a poco. —¿Me sigues?—preguntó quitando los seguros a su auto. —¿No es mejor si vamos juntos? Pareció pensarlo un momento, antes de asentir. 588 —Sube—me dijo haciendo una seña con su cabeza, pero yo permanecí con los pies plantados en el piso. —Yo conduzco. —No vas a conducir mi auto—objetó tajante. —Entonces vamos en el mío. —Contigo no voy ni a la esquina— la miré significativamente, sintiéndome ligeramente hastiado con su testarudez—. Podrías ser de esos locos inconscientes al conducir. —Leah, te recuerdo que ya te has subido a mi auto dos veces y de esas dos veces, la que iba inconsciente eras tú—las comisuras de mis labios se alzaron en un rictus cuando agachó la cabeza, porque sabía que tenía razón. —De acuerdo, bien, iré contigo—concedió a regañadientes—. Ayúdame a bajar mis cosas del maletero, por favor. Me puse de pie junto a ella al tiempo que lo abría y observaba todo lo que llevaba dentro. —Vamos a un viaje de tres días, no a mudarte de casa—espeté señalando las cuatro maletas tamaño jumbo que milagrosamente había logrado meter en 589 el espacio tan reducido del maletero—. Elige solo una maleta y ésa es la que vas a llevarte. —¿Qué?—se quejó al borde del infarto—¿Estás loco? ¡Necesito todo esto! ¡Es e-sen-ci-al! —Esencial mis huevos—contraataqué con dureza —. Elige una. —Entonces iré en mi auto—se cruzó de brazos y puse los ojos en blanco. —Solo estamos perdiendo tiempo en esto, ¿lo sabes, no? Dejó escapar el aire luego de pensarlo un momento y con resignación, se decidió por la más grande. —Si hay algún imprevisto y yo no tengo ropa qué ponerme, me las vas a pagar, ¿entendido?—amenazó severa y la ignoré olímpicamente mientras bajaba su maleta y la subía a mi Challenger. —Con ese tamaño de maleta yo diría que tienes ropa al menos para lo que te resta de vida—afirmé —. Y si toda la ropa que llevas es como la que tienes puesta, diría que incluso podrías presentarte en un evento de gala. 590 —¿Qué tiene de malo mi ropa?—inquirió y la miré de arriba abajo, bebiéndola bajo el pretexto de analizar sus prendas, desde su saco oscuro, su sencilla blusa blanca que marcaba la forma de sus pechos, el short de tiro alto que se ceñía a su pequeña cintura, siguiendo el camino de sus definidas piernas rematadas con unos botines. Me costaba horrores mantener mis manos alejadas de su cuerpo. —¿Quién usa un Valentino para un viaje en carretera de seis horas?—pregunté saliendo de mi estupor, refiriéndome a su saco y cerrando el portaequipaje—. Además, llevas en los pies unas botas Jimmy Choo. Me miró genuinamente sorprendida. —¿Cómo sabes eso? Pensé que los hombres tenían una incapacidad congénita para reconocer marcas. —Mi madre vive de eso, es obvio que voy a reconocerlas—expliqué, al tiempo que Leah enarcaba las cejas, todavía anonadada. —¿Seguro que no es porque eres gay?—una sonrisa jugando en las comisuras de sus labios. 591 Le lancé una mirada severa antes de sonreír brillantemente. —No lo sé, ¿te gustaría ayudarme a comprobarlo?—pregunté con tono sugerente y me sentí satisfecho por el ligero sonrojo en sus mejillas. —Idiota—abrió la puerta del auto y se montó con decisión. —Toma la siguiente salida—me ordenó sin despegar la vista de su celular, siguiendo el mapa. Llevábamos una hora conduciendo en un silencio que no era del todo incómodo, más bien tenso y no precisamente por malas razones. Lo único que sesgaba la callada atmósfera era mi playlist aleatoria. La miré de reojo antes de volver a fijar la vista al frente. —Es mejor si sigo unas millas más y tomo la salida posterior—expliqué distraídamente. —No, ya he trazado una ruta—dijo con severidad. 592 —He visto el mapa que me has enviado y créeme, sé lo que hago. —¡Harás que nos perdamos! —Los hombres tenemos buen sentido de la orientación, princesa—dije con burla y ella soltó una risita sin humor. —No me importa si tienes hasta el sentido arácnido—atacó—, ya he hecho un mapa incluyendo las rutas más seguras y también un itinerario. La próxima parada para ir al baño, si administramos bien nuestro tiempo y me obedeces, será dentro de cuarenta y cinco minutos exactamente, y, si seguimos mi plan, llegaremos a la hora establecida. Despegué la vista de la carretera para mirarla largo y tendido, sin poder ocultar mi sorpresa ante todas las locuras que me decía. —Estás loca, ¿sabías?—solté una risa seca—. Por Dios, ¿acaso planeas todo lo que haces en la vida? ¿Así de zafada estás? —No es locura, es logística—dijo dignamente. —¿Planeas hasta las veces que vas a cagar?—la miré perturbado. —Eres asqueroso—siseó y yo sonreí. 593 —¿Eso es un sí?—continué, solo para molestarla — ¿Planeas también las veces que coges? ¿Qué pasa cuando no dura el tiempo que tú estableciste? ¿Te da un ataque o algo? —¡Alex!—me dio un golpe en el hombro que sí me merecía—. Eso es algo que a ti no te importa. —¿Ah, no? —No, y gira a la derecha para tomar la salida— chilló, pero pasé de largo la intersección y pude sentir el pesar de su mirada, furiosa— ¿Por qué la has pasado de largo? —Porque te he dicho que conozco una forma más rápida de llegar. —Pero te he dicho lo que tenías qué hacer. —Y yo te he dicho que no me gusta que me digan lo que tengo qué hacer. Lanzó un quejido de incredulidad. —¿Por qué es tan difícil hacer lo que te pido? Hastiado con su actitud, disminuí la velocidad hasta quedar a un costado de la carretera en un espacio amplio. 594 —¿Qué haces?—preguntó asustada. —Leah, mírame—le pedí estoicamente y ella obedeció. Sus orbes, que ahora tenían un claro color gris, me miraban expectantes y me detuve en ellos un par de segundos más de los necesarios, solo para apreciar lo hipnóticos que eran. —No soy Jordan—dije con determinación—. No voy a obedecerte solo porque me lo exijas. Hay maneras de pedir las cosas, niña. Pareció dejar de respirar, antes de que su pecho volviera a moverse. —No dije que lo fueras, ni espero que lo seas y claramente no soy una niña. —Bien, ahora repítelo hasta que te lo creas—un intenso malestar se instaló en la boca de mi estómago y no pude definir de dónde provenía. Nos pusimos en marcha una vez más. —¿Podrías cambiar el playlist?—me pidió cuando llevábamos dos horas y media de camino—. 595 Ya me siento tan rara como tú. —No—negué con severidad, aún molesto con ella. Resopló y de reojo la miré acercándose al estéreo, atreviéndose a apagarlo, o cambiarlo o tocarlo. —No toques—dije dándole un leve manotazo para alejarla y clavé mi vista en ella por unos segundos—. Mi auto, mis reglas. Me imitó con voz burlona y habría sonreído de no sentirme tan ofuscado ante la idea de que Leah me mirara al mismo nivel que Jordan. —Voy a tirar tu celular por la ventana si no me dejas cambiar la música—amenazó con tono sombrío. —A ti voy a tirarte por la ventana si no dejas en paz mi estéreo. —Eres un imbécil—se quejó, cruzándose de brazos. —Voy a tomar eso como un cumplido—musité levemente divertido. —No me sorprende que no tengas novia. 596 Aquella vez no pude contener la sonrisa que surcó mi cara. —¿Te importa?—me costó mucho mantener mi atención al frente cuando el filo de mi vista captó sus piernas descubiertas moviéndose en el espacio para acomodarse. —La verdad, tengo curiosidad—podía sentir sus orbes clavadas en mí—¿Cuándo fue la última vez que estuviste con alguien? ¿Estás con alguien ahora? —¿Cuándo fue la última vez que estuviste con Jordan?—la miré por un segundo, sin poder contener la pregunta y esperando que con eso desviara su atención lo suficiente de un espacio tan personal. —Eso no es asunto tuyo—dijo cortante. —Misma respuesta—contesté tamborileando el volante. —Responde mi pregunta, Alex. —Responde la mía primero. Dejó escapar un sonido de exasperación y alzó sus manos a modo de rendición. Se cruzó de brazos, obviamente molesta y fijó su vista en el árido paisaje que se apreciaba por la ventana. 597 Luego de unos minutos en silencio, decidí que nada malo podía pasar si respondía esa pregunta porque, si al final íbamos a estar encerrados en un auto las próximas cuatro horas, cortar todo inicio de conversación no era buena idea para hacer el viaje más ameno. —Si quieres saber si estoy follándome a alguien en este momento—me detuve y ella despegó su cabeza del cristal—, la respuesta es no, no lo estoy haciendo. Y si quieres saber si he tenido algo qué ver sexual o amorosamente con otras mujeres, entonces muy probablemente no va a gustarte la respuesta. Dejó escapar el aire y por el rabillo del ojo la vi acomodarse un mechón de cabello tras la oreja. —Lo de tus aventuras no es un secreto para nadie —dijo con un tono que me pareció tildado de reproche—. Incluso diría que tienes cierta fama. —¿En divertida. serio?—la perspectiva me —Sí, hasta hay un estúpido mito. —¿Mito?—le dediqué una mirada curiosa. 598 parecía —He escuchado decir que tú no besas a las mujeres—explicó en tono crítico y yo solté una carcajada, larga y profunda. Tuvieron que pasar varios segundos para que pudiera respirar correctamente. —¿Qué es tan gracioso? —No es un mentira—clarifiqué y me miró perpleja—, pero me sorprende que ya se haya convertido en un mito. —¿No es mentira?—repitió, sin comprender. —No las beso—afirmé más lentamente, encogiéndome de hombros—. No necesito besar a una mujer para tener sexo con ella, es algo prescindible. Además, besar es una acción que considero muy personal, ¿para qué voy a besar a alguien que sé que no volveré a ver? No vale la pena. —Pero tú y yo nos hemos besado—acotó confundida y la miré enarcando una ceja—. ¿Por qué? —Porque quiero—dije con naturalidad, como si fuera lo más obvio del mundo. —Ya, en serio, ¿por qué? 599 —Tú eres mi esposa, Leah. No hay nada más personal que eso—expliqué y la frase resultó extraña en mi boca, pero no del todo desagradable. —Ah, ahora soy tu esposa—sonreí ante su comentario, porque ahora me atacaba precisamente con lo que le había dicho en el baño del restaurante —. Fuiste un completo imbécil conmigo la semana pasada, por cierto. —Siempre soy un imbécil, Leah. —No voy a discutir eso—sonrió con satisfacción —. Me alegra que al fin lo reconozcas, ya era hora. —¿No se supone que como mi esposa deberías ser amable conmigo, respetarme, complacerme y hacer todo lo que esté en tus manos para hacerme feliz?—bromeé—. ¿Dónde está todo eso? —En tu imaginación—respondió mordaz, mirándome con suficiencia. con tono —¿Todos saben lo malvada y cruel que eres o soy el único privilegiado en recibirlo?—dije divertido. —Tienes mi atención especial, me atrevería a decir—despegué mi vista del frente para mirarla con travesura y otras intenciones—. No de esa manera— 600 se apresuró a añadir cuando comprendió la forma en que la escudriñaba. —De cualquier manera—aclaré y por el rabillo del ojo noté la sonrisa que ella trataba de suprimir. —¡Por Dios! ¿Cómo puedes decir que los hot dogs son mejores que las alitas? Estás demente—se quejó alzando la voz y haciendo aspavientos. Bajé el volumen del estéreo, que reproducía una canción que Leah había seleccionado después de que le concediera el privilegio temporal de elegir la música—algo que no le permitía a nadie. —Pero sí son mejores—dije rotundo. —Alex, ni siquiera te gustan los hot dogs, solo lo haces para molestarme. Ahogué una carcajada. —¿Cómo sabes que no me gustan? —Cuando eras pequeño odiabas los hot dogs. —Puede que ahora me gusten—me encogí de hombros—. Hay muchas cosas de mí que no sabes, Leah. 601 —Sé más de lo que te imaginas—contradijo con tono seguro. —Apuesto a que ni siquiera sabes mi nombre completo—la reté, mirándola con suficiencia. —¿Por qué no sabría tu nombre? Eres Alexander Col… —Tengo más nombres, esa es solo la versión corta. —No te creo—estrechó los ojos con recelo. —¿Por qué mentiría sobre eso?—dije con incredulidad. —No lo sé, ya nada me sorprendería viniendo de ti. ¿Cuál es tu nombre? Tomé una bocanada de aire, preparándome. —Henry Alexander Benedict Percival Colbourn —recite y me sentí de nuevo en primaria. Leah me miraba boquiabierta. —¿Tu primer nombre es Henry?—asentí divertido, porque siempre era la misma reacción—. No jodas, tienes todo el abecedario en tu nombre. ¿Tus padres no podían decidirse solo por uno? 602 Seguramente tardas más tiempo poniendo tu nombre en un examen que contestando las preguntas. Solté una carcajada porque tenía razón; odiaba cuando tenía que poner mi nombre completo en cualquier cosa, porque cuando llegaba a Benedict ya sentía un calambre en la mano. —¿Y Benedict? ¿Percival? Tienes los nombres más anticuados del mundo. —Gracias—dije con sarcasmo y ella soltó una risita. —Lo peor es que creo que ninguno te va bien, a excepción de Alexander, así que seguiré llamándote así—se encogió de hombros y subió el volumen para que el auto se inundara con la voz de Sam Smith. Llevábamos tres horas de camino sin incidentes. El único problema que podía percibir era el dolor que laceraba mi cabeza porque Leah llevaba veinte putos minutos quejándose porque no me había detenido en el descanso que ella había establecido en su estúpido itinerario. 603 —Ya te lo dije, podemos detenernos en la próxima gasolinera. Así perderemos menos tiempo y ya tendremos mayor camino recorrido—traté de explicarle por enésima vez, haciendo acopio de toda la paciencia que no poseía. —¿Cómo sabes que estará funcionando? No revisé esa gasolinera en el mapa, podría estar desierta y entonces nos quedaríamos sin combustible antes de llegar a la más cercana y… —Está funcionando, Leah—gruñí mandíbula tensa, hastiado. con la —¿Y qué tal si la calle por la que nos desviaremos está cerrada? —Deja de ser tan paranoica, Dios—negué, fastidiado. Lo único que quería era que se callara. El cansancio por conducir ya estaba haciendo mella en mi cuerpo y estaba tan ansioso como ella por detenerme y estirar mis piernas, por respirar un poco de aire y sobre todo, moría por estar alejado de sus incesantes alegatos. —No es que sea paranoica, es que hiciste mierda el itinerario que tanto me esmeré en planear y ahora no tengo idea de a dónde estamos yendo—atacó, 604 alzando la voz, provocándome otro latigazo de dolor —. Tampoco sé si llegaremos a tiempo y necesito mantenerlo al tanto. Además, imagina que la mal… Estiré el brazo y la tomé del mentón despegando la vista del frente. —Leah, cállate, porque estoy imaginando un montón de formas creativas para mantener tu bonita boca ocupada—apreté su mandíbula para mantenerla en el lugar. —Eres asqueroso—intentó liberarse, sin éxito y clavé mis ojos en ella esperando transmitir toda mi molesta animosidad—Solo estoy… —Sólo cállate, estás tocándome los huevos—dije con voz tensa. —Ya quisieras— logró zafarse y se frotó el lugar donde la había mantenido cautiva .Yo tuve que contener la sonrisa que delataría que efectivamente, sí querría—. ¿Estás seg…? Se calló en el momento en que escuchamos un estruendo viniendo de la carretera, con mi auto inclinándose hacia un lado peligrosamente, perdiendo altura e impidiéndome mantener el control del volante. 605 Un miedo atroz se instaló en la boca de mi estómago. Mi primer reacción fue colocarle un brazo sobre el pecho para evitar que Leah saliera disparada por el cristal debido al repentino cambio de velocidad y la inercia. Logré dominar el auto, hasta quedar a la orilla de la carretera y me detuve junto a unos pastizales áridos con poco color verde, en medio de la nada. —¿Estás bien?—pregunté con el corazón desbocado, al tiempo que me giraba para verla, petrificada, pálida y con sus uñas clavándose en mi brazo dolorosamente. Asintió rígidamente, al tiempo que desenterraba sus uñas de mi piel y comenzaba a registrar todo a su alrededor. —¿Tú estás bien?—su voz fue apenas un susurro y asentí— ¿Qué pasó? —Creo que una llanta se reventó— observé el humo que manaba del lado del copiloto y reparé en el penetrante olor de caucho quemado. —No jodas—bajó del auto al mismo tiempo que yo, cubriéndose del sol que se mantenía bien arriba 606 con la mano—. Creo que sí has perdido una llanta. Me puse en cuclillas para analizar el desastre y caí en cuenta de que la llanta estaba casi desecha, totalmente reventada. —Mierda—me quité la gorra que llevaba para pasarme las manos por el cabello, hastiado. Lo que me faltaba. Leah permaneció de pie con los brazos cruzados, observándome mientras abría el maletero y extraía todo lo necesario para cambiar la llanta, incluyendo la de refacción. —¿Por qué no mejor llamas a tu compañía de seguros?—preguntó y deposité las herramientas en la carretera. —Porque no tengo ni puta idea de cuánto tiempo tardarán en llegar y no quiero estar aquí al anochecer. —¿Y puedes cambiarla tú?—dijo con tono escéptico y la alcé la vista para mirarla duramente. —Claro que sí. Es más, tú vas a ayudarme—me puse en pie y le coloqué la gorra para cubrirla del sol y que no tuviera excusa. 607 —No sé cambiar una llanta. —Es tu día de suerte entonces, porque voy a enseñarte—esbocé una media sonrisa al tiempo que la pasaba de largo y depositaba el gato en el asfalto. —No, voy a ensuciarme—se cruzó de brazos y plantó los pies en el piso—. Yo no hago esas cosas. Puedes ensuciarte todo lo que tú quieras, pero yo paso. Enarqué una ceja, me puse en pie y le pasé una mano por el cuello, dejando un rastro de grasa y tierra por la llanta. —¿Y si ya estás sucia?—la reté, dándole la espalda para avocarme a reparar el daño. —¡Estás loco!—gritó—. No voy a ayudarte. —Lo harás, o de lo contrario no vamos a salir de aquí—la amenacé poniendo una palanca en sus manos y acomodando el resto de las herramientas. A regañadientes, se acercó para ayudarme— aunque lo único que hizo fue observarme atentamente mientras trabajaba y pasarme cosas de vez en cuando—. Para cuando coloqué los últimos birlos en el rin, el sol ya había comenzado a descender; había tardado dos horas y media en 608 cambiar la llanta entre acallar la insistencia de Leah por llamar a una grúa y el dolor de cabeza que no hacía otra cosa que aumentar. —¿Sabes conducir un estándar?—le pregunté observando la llanta de refacción. Frunció los labios. —Algo así. —Necesito que conduzcas solo un par de metros para cerciorarme que la coloqué correctamente, ¿de acuerdo? Le tendí las llaves y se subió al volante. Sin embargo, caí en cuenta demasiado tarde que ella no sabía conducir un estándar, porque casi me atropella cuando dio reversa repentinamente; fui capaz apenas de quitar el pie del camino de la llanta por centímetros, antes de que saliera disparada hacia adelante, cayendo en una zanja al lado de la carretera repleta de lodo, con mi precioso auto hundiéndose en el proceso. Ella iba a matarme de algún infarto un día de estos, no tenía duda de eso. Corrí hasta Leah, con una mezcla de emocione en el pecho. No sabía qué era más fuerte, si mi molestia 609 porque casi hubiese arruinado mi precioso bebé o mi preocupación porque algo malo le hubiera pasado. Salió del auto trastabillando peligrosamente antes de agotar la distancia entre nosotros y tomarme de los antebrazos para recuperar el equilibrio. —¿No era más fácil decirme que no sabías conducir?—inquirí enojado una vez comprobé que estaba bien, o tan como bien como podría llegar estar alguien tan loca como ella. —Lo siento. Observé la defensa del auto y las llantas delanteras prácticamente hundidas en su totalidad en la lodosa zanja que había al lado del camino y alcé el rostro al cielo cerrando los ojos, contando hasta un millón para no matarla y dejar su cuerpo justo dentro de esa zanja de mierda. —De acuerdo, esto es lo que vamos a hacer—me troné el cuello que estaba muy tenso—: vas a ayudarme a empujar el auto hasta que pueda nivelarlo lo suficiente para sacarlo de esa zanja, ¿entendido? —Pero… 610 Le dediqué una mirada que no daba lugar a discusión y se dobló las mangas de su saco antes de posar las manos en el capó del auto. —¡Empuja!—dimos el primer empujón, sin que nada pasara—. De acuerdo, de nuevo. Antes de que ella empezara a hacer presión otra vez, lanzó un gritito y vi en cámara lenta cómo se resbalaba en la zanja, igual que una vaca descarriada, derrapando en el camino antes de terminar espatarrada bocabajo en la mugre, chillando como un cerdo, lo que resultó muy adecuado para la escena. Se incorporó con pesadez y cuando le vi la cara, no pude hacer otra cosa que doblarme de la risa porque se veía igual que si acabara de salir de la jaula de unos monos nada amigables. —¿Qué haces?—preguntó, de rodillas en la tierra húmeda—¡Ayúdame pararme! Con cuidado, la tomé del brazo, pero volvió a resbalarse, cayendo sobre su culo esta vez y rasgando su Valentino de la manga en el proceso. Miró el inerte pedazo de tela que pendía de su brazo horrorizada, como si lo perdido hubiese sido el miembro y no una prenda y gritó con exasperación, 611 toda la tensión que los dos llevábamos acumulada por el viaje de mierda finalmente siento liberada por ella. —¡ROMPISTE MI VALENTINO!—aseveró, furiosa—¡CÓMO TE ATREVES! —Tranquilízate Cruella de Vil, puedes comprar otro—la observé de brazos cruzados desde mi altura. —¡NO! ¡NO PUEDO! ¡ERA UNA EDICIÓN ESPECIAL!—chilló y palmeó la tierra igual que una niña— ¡TE ODIO! Dios, de no ser por ti, nada de esto estaría pasando y yo no estaría revolcándome en este pozo de mierda. Me miró furibunda y yo simplemente sonreí. —Toda una lástima, verdaderamente, pero tenemos cosas más importantes que hacer que llorar por un saco perdido—le di la espalda para seguir empujando el auto sin que me afectaran en lo más mínimo sus alegatos y, antes de que me pusiera a trabajar, sentí algo húmedo chocar contra mi espalda. Cuando me giré, Leah tenía un puño de tierra apuntando hacia mí y, con una sonrisita maliciosa, lo lanzó apuntando a mi abdomen. La gravedad hizo su trabajo y el montoncito cayó en mi zapato. 612 —Qué infantil. Vas a limpiar eso, ahora—le ordené, autoritario. —No, no creo. —Lo harás. Me amenazó con otro cúmulo de tierra. —Oblígame. —¿Realmente quieres que te obligue, arpía? Me lanzó el lodo que tenía en la mano, acertándome en el pecho y sonrió satisfecha, con sus blancos dientes contrastando enormemente con el color acre que tenía su cara por las costras de tierra. —Vas a lamentar eso—dije sombríamente antes de entrar en la zanja, inclinarme un poco, tomar un puñado de tierra húmeda y lanzarla magistralmente hacia ella, pero bloqueó el sucio proyectil con sus brazos. —No creo—se apresuró ponerse en pie antes de que llegara hasta ella, asentando otra húmeda mancha en la curvatura de mi hombro y mi cuello. Me retiré la suciedad del lugar antes de mirarla como un depredador. Toda su satisfacción pareció desvanecerse cuando cayó en cuenta de que estaba 613 acercándome y, sin aviso, le pasé un brazo por los hombros, colocando su espalda contra mi pecho y haciendo presión para doblarle las rodillas. —¡Hey! ¡No, Alex! ¡No, no!—volví a tumbarla contra la húmeda zanja con facilidad y me cerní sobre ella. No perdió el tiempo y comenzó a lanzarme todo sobre lo que sus manos se posaran, con pequeños misiles de tierra asestando en mi cara, mi pecho, mis hombro, hasta que tomé sus manos con la mía y, con la otra, hice un enorme puño de tierra que dirigí a su cara. —¿Sabes por qué yo siempre te ganaba en las guerras de lodo, Leah?—dije maliciosamente, disfrutando de cómo sus ojos se abrían con terror ante la masa goteante y asquerosa que tenía en la mano. —¡No, no en la cara! ¡Yo no te di en la cara! —Porque no eres tan creativa. Se movió desesperada tratando de liberarse, sin éxito y emitió un quejido de estrés. —Eso es lindo, Leah, lástima que no va a ayudarte—reí, acercando la bola de lodo a pesar de todos sus intentos por detenerme. 614 Y sin decir nada más, le embarré el montón de lodo en la cara, con ella retorciéndose sin parar para quitar su rostro. Dejé sus manos libres para que pudiera limpiarse. Se veía ridícula con toda esa tierra en la cara, el cabello y el cuerpo. Parecía un zombie que había vuelto a la vida. —¡Idiota!—tosió para escupir la tierra y me tomó de la camisa con una mano, mientras que con la otra trataba de darme en el rostro. Nos enzarzamos en una pelea de miembros y fuerza, pero ella fue más rápida y logró colocarse encima de mí, con sus piernas apretándome sólidamente para mantenerme en el lugar. Sin perder un segundo, me embarró otra plasta de tierra en la cara en venganza y, cuando recuperé de nuevo la visión, pensé que volvería a atacarme, pero solo estaba mirándome atentamente. No pude preguntar nada porque ya estaba partiéndose de risa, sacudiéndose encima de mí. —Fue tan ridículo—se rió, largo y tendido, posiblemente por cómo me veía o por todo lo que 615 había pasado en los últimos quince minutos en general. —Leah, ¿usas drogas?—pregunté genuinamente preocupado por todas sus reacciones, pero solo se rió con mayor ahínco. —Esto fue tan infantil, pero te juro que es lo más divertido que he hecho en mucho tiempo—dijo sonriendo brillantemente—. Jamás pensé que pudieras ser así. La miré fijamente, repentinamente consciente de su cercanía y de la presión que su cuerpo ejercía sobre mi pelvis. Tuve que concentrarme muchísimo para que la fricción involuntaria de sus movimientos no terminara por provocarme una erección. La humedad por la tierra ya estaba colándose por mi camiseta, así que me removí, incómodo, con mis manos en su cintura. —Como… así, jugando y bromeando… sabes a lo que me refiero. —Defensa propia—argumenté y ella negó sin creerme. —Claro. 616 Nos pusimos en pie después de la guerra, sacamos el auto de la zanja y nos dirigimos a la gasolinera más cercana, sucios hasta el culo, exhaustos, hambrientos pero con un mejor humor. —Escucha—la detuve tomándola del brazo antes de que bajara del auto—, ya perdimos demasiado tiempo. Pronto oscurecerá y aún nos quedan algunas horas de camino, así que solo tenemos quince minutos, ¿de acuerdo? Me miró fijamente, como si en su mente tratara de organizar todas las cosas que quería hacer en ese tiempo récord. Luego, asintió solemnemente y se dispuso a bajar otra vez, antes de que yo volviera a detenerla. —¿Ahora qué?—dijo con fastidio. —No te alejes mucho, ¿entendido? El sol ya estaba terminando de ocultarse y no me parecía buena idea que una chica como Leah, tan llamativa—y distraída— anduviese pululando por ahí en una gasolinera repleta de hombres que seguramente me cogerían a mí de permitirlo. 617 —Sí papá—respondió mordaz, bajando por fin del auto y la observé embelesado entrar en el baño. Igual que el hombre de la gasolinera, que la bebió con descaro aunque me tuviera enfrente y tuve que contenerme para no arrancarle los ojos. Mientras llenaba el tanque, reparé en que Leah ya había salido del baño y se dirigía a la pequeña tienda de autoservicio para conseguir algo de comer—me conformaría incluso con un burrito tieso y caducado, enserio— y le pedí al dependiente de la gasolinera que me ayudara a colocar la llanta nueva que había comprado en el establecimiento. Estábamos en eso cuando observé dos camiones de carga tomar las plazas disponibles en la gasolinera. Del primero, el que tenía detrás, bajaron dos hombres con mala pinta, como recién salidos de un reclusorio y del otro, del que tenía enfrente, bajaron tres más del mismo estilo. Dos se quedaron en los respectivos camiones para llenar el tanque, mientras que los otros entraron en la tienda haciendo un escándalo—posiblemente ya iban ebrios hasta los huevos y querían comprar más alcohol para seguir la fiesta. 618 Los ignoré y me concentré en supervisar al dependiente que estaba cambiándome la llanta, hasta que recordé que Leah seguía dentro. Mentalmente me repetí que nada malo podría pasarle y saldría en cualquier momento. Cuando cinco minutos pasaron sin que se dignara a salir, dejé al dependiente haciendo su trabajo, puse los seguros del auto y me encaminé hasta la tienda. Una mujer de párpados caídos y con la expresión más agria que jamás había visto en la vida me miró de arriba abajo, posiblemente tratando de adivinar de dónde venía que estaba tan sucio. Recorrí los pasillos del desierto establecimiento y encontré a dos de los hombres sacando varios paquetes de cerveza de un congelador, pasivos y completamente ajenos al circo que estaba desarrollándose en mi cabeza. Tal vez solo necesitaba tranquilizarme un poco. Entré en uno de los pasillos y tomé un par de botellas de agua, previendo que seguramente Leah olvidaría algo tan esencial. Entonces, escuché una voz en el corredor trasero. —¿Cuánto cobras por una, muñeca?—era una voz masculina, grave y rasposa. No le di importancia hasta que percibí la contestación. 619 —Ni con todo el dinero de tu puta vida te alcanzaría para un minuto conmigo, muñeco— espetó Leah, con su inherente tono desdeñoso de siempre. Mi corazón dio un salto cuando caí en cuenta de que se trataba de ella y todos mis sentidos se agudizaron a la vez, incluso aunque no estuviese consciente de ello. Me apresuré a recorrer el largo pasillo para llegar, porque si el hombre con el que hablaba era tan grande como sus amigos, entonces iba a romperla igual que a un palillo. Además, Leah era valiente en la misma medida que estúpida, y eso era una mala combinación. —Así me gustan, difíciles—lo escuché hablar nuevamente y comencé a trotar para agotar la distancia que me separaba del corredor continuo—. Nunca me he corrido en una cara tan bonita. Lo siguiente que escuché aconteció rápidamente: primero fue un jadeo de indignación, después forcejeo y al final, un golpe sordo seguido de hueso quebrándose. Pálido, llegué al pasillo donde estaban Leah y el otro hijo de puta, preparándome mentalmente para verla con las muñecas quebradas, hecha un manojo de nervios y lágrimas en el piso. 620 Pero no. Lo que me recibió me dejó aún más pasmado, porque la bestia—sí, era una bestia que le sacaba a Leah al menos tres cabezas y estaba tan gordo y feo como una—, se doblaba hacia adelante, tocándose la ingle al mismo tiempo que trataba de parar el sangrado en su nariz. Ella respiraba pesadamente, con las manos en un puño y mirándolo furiosa. —Zorra—dijo el hombre con voz ahogada, al tiempo que Leah se acercaba, alejaba la mano del grandulón de su ingle y procedía a, muy dolorosamente, agarrarle los huevos. El hombre soltó un aullido de dolor, al tiempo que yo hacía una mueca. —Si vuelves a ponerme un dedo encima, será lo último que toquen tus asquerosas manos—lo amenazó con voz sombría y la mandíbula tensa—. Y por cierto, para tener una boca tan grande, tienes unos huevos muy pequeños, cabrón. Alejó su mano y él soltó el aire para terminar de doblarse, buscando aminorar el dolor. Leah recogió con parsimonia la canastita donde había depositado las cosas que había seleccionado. Cuando se giró y reparó en mí, me sonrió jovialmente y me sentí 621 estúpido por permanecer en el lugar, con una combinación de asombro mudo y miedo asentándose en mi pecho. Leah era, en definitiva, una chica que no podías tomar a la ligera. —¿Dónde aprendiste a hacer eso?—pregunté una vez estuvimos de nuevo en el auto, con la oscuridad de la noche engulléndonos por la falta de luz. —¿Qué cosa?—interrogó con inocencia. —Sabes de lo que hablo. —¿Defenderme? —Yo más bien diría que casi lo matas—afirmé dejando salir una risita. —Odio los tipos como él, que creen que solo porque ellos son grandes y nosotras somos mujeres debemos sentirnos intimidadas, cuando claramente no es así—se quejó con tono agrio, antes de respirar profundamente un par de veces para tranquilizarse —. Mi padre me enseñó. 622 —¿Qué?—despegué la vista del frente por un instante para mirarla, sorprendido y ella simplemente se encogió de hombros. —Papá dice que aunque él quisiera, no siempre estará allí para cuidarme y que por eso, yo tengo que aprender a defenderme sola, porque toda mujer debe ser capaz de hacerlo en un mundo tan difícil como éste—explicó con un orgullo notorio en la voz y un deje nostálgico. —¿Así que por él eres la versión femenina de Jackie Chan?—bromeé, para aligerar un poco el ambiente. —Sí—admitió con el mismo tono solemne—. Le encantan las artes mixtas. Erik y yo crecimos entrenando con él. —Siempre pensé que eras el tipo de chica que prefería el ballet o algo así. —Creíste mal. —Claramente—le lancé una media sonrisa, porque cada cosa que aprendía sobre ella era desconcertante en la misma medida que fascinante. Nos mantuvimos en silencio por un rato, lo cual no fue una buena idea porque estaba quedándome 623 dormido. Cuando un anuncio neón sesgó la profunda oscuridad y soledad de la carretera, aminoré la velocidad y me sentí feliz al comprobar que era un motel. —¿Qué haces?— Leah me miró perpleja. —Dormiremos aquí—sentencié, estoico. —¿Qué? ¡Claro que no!—berreó y yo no tenía idea de dónde sacaba fuerzas para discutir después de todo lo que habíamos pasado ese día—. Faltan solo dos horas y media para llegar. —Leah, estoy exhausto—expliqué lo más tranquilamente posible—. Voy a quedarme dormido mientras conduzco y eso será peor. —Pero… —Dormiremos aquí—repetí. Salí del auto, lo rodeé y abrí su puerta para que se bajara. —No pienso entrar contigo a un motel de mierda como éste—masculló, manteniéndose de brazos cruzados en el asiento. —Vas a bajar porque ya no tengo paciencia para tus berrinches—la amenacé, pero ella sólo me fulminó con la mirada. 624 —No voy a bajar. —Lo harás. —No. —Leah… —Oblígame. Suspiré, sumamente cansado y hastiado. —De acuerdo, tú lo pediste. Me incliné dentro para desabrochar su cinturón de seguridad, la tomé del brazo con brusquedad para sacarla del auto y antes de que pudiera protestar otra cosa más, la levanté con facilidad y la deposité sobre mi hombro. La acomodé mejor y entré con Leah al motel. Buenas noches mis niños. Aquí estoy yo, reportándome luego de unos cuantos días y es que estaba super emocionada por escribir este capítulo. La verdad, redactarlo me dio mucha nostalgia, porque de alguna forma me remontó al mismo 625 viaje que hicieron Alison y Leo para ir hasta Bastian, aunque claro, estos dos siempre se las arreglan para empeorar las cosas jeje. Habrá mucho de Leah y Alex en los próximos capítulos (pero mucho, mucho) porque ya se están acercando el uno al otro irremediablemente… y también, obviamente, habbrá acción de la buena—de la muy, muy buena. ¿Qué les pareció? ¿Qué opinan de los personajes? ¿Qué creen que pase en el siguiente? El próximo irá dedicado al primer comentario. ¡Gracias por todos sus votos y comentarios, los adoro, me hacen muy feliz! PD: El gif me pareció bastante adecuado y descriptivo. Con amor, KaurkaR. 626 Capítulo 18: Consumado. Leah —¡Bájame! Alex, ¡bájame ahora mismo!— intenté incorporarme sin éxito, con mi cuerpo inerte colgando como un saco de papas de su hombro por la maldita gravedad. —No. —¡Troglodita! ¡Salvaje! ¡Cavernícola! ¡Bestia! ¡Sem…! Alex lanzó el suspiro de una risa. —Impresionante que sepas tantos sinónimos de una misma palabra, pero eso no te ayudará a bajar— me acomodó sobre su hombro. —Bájame ahora. Soy perfectamente capaz de caminar. —Lo sé. También sé que eres perfectamente capaz de robarte mi auto y dejarme tirado aquí. Me retorcí para liberarme por segunda ocasión; el constante rebotar de mi cuerpo estaba cansándome, pero fallé descomunalmente. 627 —Prometo no hacerlo, puedes confiar en mí. Maldición, ¡sólo bájame!—le asesté un golpe en la espalda para dejar en claro mi humor. Él me regresó el gesto dándome una nalgada corta y sonora que arrancó un quejido de mi garganta por la impresión. —Cállate, hablo en serio. —¿Disculpa? ¿Quién te dio permiso de tocar?— inquirí, rígida por el inesperado contacto. —Yo mismo—respondió con naturalidad y un leve toque arrogante. —Ah, vaya—dije con sarcasmo—. Vuelve a hacerlo y voy a lastimarte. Soltó una risita baja. —Podría tomar el riesgo. Su respuesta envió una llamarada que empezó en mi estómago y se concentró en mi entrepierna incluso antes de que fuera consciente de ello. —Seguramente estás disfrutando de esto, ¿no?— pregunté con tono mordaz cuando me di cuenta de que él no iba a soltarme. 628 —Como no te imaginas—un claro tono de satisfacción adornaba su voz. Levanté la cabeza buscando ubicarme y tratar de asociar las cosas que nos rodeaban. Lo único que había visto por metros había sido pavimento y más pavimento; ya sentía la presión de la sangre acumulándose en mi cabeza. Por donde quiera que mirase había camiones de carga y tráilers estacionados o en movimiento. Podía escuchar el sonoro rugir de los motores y algunos hombres gritándose cosas que no alcanzaba a comprender porque el viento las desvanecía. Registré también a unas cuantas mujeres que se apostaban en los alrededores del motel. Algunas estaban en grupos, otras fumaban, esperando, y otras más ya tenían el prospecto de una fuente de ingresos esa noche. “¿A dónde mierda me has traído, Alex?” Pensé ofuscada al tiempo que la infinita alfombra de asfalto concedía el lugar a un piso de azulejos de formas continuas y nada agradables. —Quiero una habitación—demandó Alexander, estoico y con nada de sutileza. “Como todo un caballero” 629 El pánico comenzó a asaltarme ante el cambio de estancia, porque cualquier espectador se haría ideas erróneas al vernos entrar de esa manera: él pidiendo una habitación sin tacto, igual que un cavernícola, mientras yo permanecía anclada a su hombro como una hembra lista para ser montada. Alguien se aclaró la garganta, aparentemente con incomodidad y sentí mis mejillas arder ante la perspectiva. —¡Bájame!—insistí, dándole otro golpe. Milagrosamente, pareció haber sido iluminado por la razón porque me depositó en el suelo con poca delicadeza, dejando mis pies temblando por el impacto y sintiéndome mareada. Le dediqué una mirada envenenada antes de concentrarme en el recepcionista—o lo que fuera— del motel. Nos evaluó a ambos alternadamente, como si buscara adivinar por qué un par de jóvenes sucios como pordioseros exigían una habitación y si éramos de fiar. —Son dos habitaciones, de hecho—me apresuré a aclarar sin levantar la vista, aunque sabía que tenía sus ojos clavados en mi nuca. 630 El recepcionista, de cabello ralo, nariz prominente y un enorme lunar a un lado de la boca hojeó un libro—lo que yo asumí era el libro de vacantes. —Lo siento, disponible. tengo solo una habitación Puse los ojos en blanco. —La tomamos—Alex sacó la cartera su pantalón para alquilar. —Te cobraré la mitad de lo que sea que ésta esté cobrándote, guapo—ronroneó una voz femenina a nuestro lado—, solo porque eres un deleite para la vista. “¿Ésta? ¿Qué se cree que soy?” Pensé con hastío, porque, ¿cómo podía pensar que estábamos al mismo nivel? Tuve que inclinarme hacia adelante para mirar la cara de la mujer que Alex tenía al lado, de complexión menuda y pequeña, cabello oscuro y labios carnosos, con un escote muy revelador que dejada al descubierto los enormes pechos que presionaba contra su brazo. 631 Él, como todo admirando la vista. hombre, estaba ocupado Traté de convencerme de que la molestia que sentía borboteando bajo mi piel era porque se hubiera atrevido a confundirme con una puta y no porque estuviera restregándose contra él como una perra en celo. —¿Ésta? Para que te enteres, soy su esposa— espeté y podía jurar que Alex me miraba enarcando las cejas ante la proclamación de no ser porque estaba demasiado ocupada perforando a la mujerzuela que tenía delante. Probablemente no fue la respuesta más inteligente, pero me sentía enojada, hambrienta y exhausta, tan exhausta que no tenía fuerzas para discutir con alguien como ella ahora. Solo quería que se largara. La mujer sonrió con coquetería. —Pues yo soy su mami, ¿a que sí, guapo? Hice una mueca de asco lista para acabarla con un comentario bien hecho cuando el recepcionista colocó una mano al frente. 632 —Rox, ¿te importa?—la regañó con tono cansado—. Estoy tratando de cerrar un trato aquí. —Igual que yo—replicó Rox La Zorra, pero se alejó acomodándose el escote—. Avísame si cambias de opinión, papi. Le lanzó un beso que yo me moría por interceptar para lanzárselo de regreso a su fea cara. Alex por otro lado, pareció no inmutarse en absoluto por la pelea campal que se desarrolló con él en medio y simplemente le estiró el dinero al hombre tras el mostrador. —Perfecto. Ahora solo necesito un apellido para el registro—el hombre abría los ojos expectante, con la pluma sobre el papel. Nos dedicamos una corta mirada y me rasqué el cráneo, nerviosa. —Crawford. Benedict Crawford—se apresuró a responder y enarqué una ceja. —Excelente. La habitación se entrega mañana a las ocho de la mañana—indicó dándonos la llave y un par de toallas miniatura con las que yo no quería tener contacto alguno. 633 Alex asintió secamente antes de apresurarse pasillo abajo para ir hasta la habitación, que estaba al final del corredor, conmigo casi trotando tras él para alcanzar sus largas zancadas. —Damas primero—dijo caballerosamente, abriendo la puerta y haciéndome una seña cortés. Entré estrechando los ojos, porque apreciar esas pequeñas acciones de Alex hacia mí eran tan poco comunes como encontrar un ciego leyendo un libro. La habitación no estaba tan mal como imaginé. Era pequeña, tal vez del tamaño de mi cuarto de baño. Tenía los mismos azulejos que el recibidor, con un televisor empotrado en la pared del frente, unas gruesas cortinas color beige que contrastaban con el verde vómito de las paredes, un intento de cocineta con alacenas y un microondas y en medio, una minúscula, minúscula cama. Alexander dormiría en el piso, sin duda. Aunque la sanidad del lugar debía ser tremendamente cuestionable y dormir donde un montón de personas habían follado anteriormente tampoco me parecía una opción muy atrayente. Ubiqué la puerta de lo que asumí era el baño y corrí hasta ella. 634 —Pido el baño primero—cerré dando un portazo, colocando el pestillo. Una maldición cayó de mis labios al comprobar que no funcionaba—. Si entras mientras estoy duchándome, lo lamentarás—lo amenacé sacando la cabeza por el umbral. Lo último que vi antes de cerrar fue a él poniendo los ojos en blanco. Me desvestí rápidamente y entré en el chorro de la regadera, permitiendo que el agua caliente relajara mis músculos y evaporara todas las tensiones provocadas por el viaje. No tenía idea de cuánto tiempo estuve bajo el agua, hasta que escuché el crujir de la puerta y mis sentidos se pusieron alerta. —Es hora de que salgas, Leah. Llevas demasiado tiempo dentro—escuché su voz al otro lado de la cortina. No quería salir. Me sentía muy cómoda allí. Un pensamiento se plantó en mi mente y lo imaginé entrando conmigo en la ducha, mientras yo le ayudaba a limpiarse los rastros de tierra de su cuello, su torso, deslizando la barra de jabón por sus definidos pectorales, su marcado abdomen, siguiendo la línea de su ingle. Imaginé la sensación 635 de las baldosas sobre mis rodillas mientras bajaba para arrastrar la lengua por su erecto miembro, con el glande hinchado listo para ser envuelto por mis labios. Sentí una presión en mi vientre y la boca seca. Disipé el pensamiento al instante. “Estás loca” me regañó mi consciencia. —Si no sales en tres segundos, abriré la cortina— amenazó, sacándome de mis cavilaciones. “¡Sí, Por favor!” Gritó mi parte irracional. —¡No!—chillé en su lugar y lo escuché soltar una risita del otro lado. —Sal entonces. Tengo una toalla para ti. —Deja la toalla y sal del baño—exigí, porque no estaba convencida de mi autocontrol estando tan cerca suyo sólo con una toalla de por medio. —Sólo sal ya de la regadera, joder—dijo con hastío y cerré la llave. —¿Te estás yendo ya? —Leah, impaciente. sal en este 636 momento—exigió —Cuando te vayas. —Leah…—su tono era una advertencia que envió un escalofrío de excitación por mi columna y apreté mis piernas, porque una parte de mí se moría porque abriera la maldita cortina. —Date la vuelta al menos—dije asomando la cabeza. Me miró como si no pudiera creerse lo que estuviera pidiéndole, pero dejó la toalla sobre la taza del baño y se giró mascullando un ridículo por lo bajo, y tal vez sí resultaba ridículo considerando que ya me había visto desnuda varias veces, pero necesitaba mantener el resquicio de autocontrol que aún conservaba por mi salud mental y emocional. —El baño es tuyo—salí como una exhalación envuelta en la toalla, cerrando la puerta y me recargué en la dura superficie para tratar de ralentizar mi agitada mente. Me avoqué a tomar un pijama y rogué porque en ésta maleta estuviera la decente, la que tenía pantalones holgados de abuela que me hacían lucir el culo como una tabla y me mantenían calentita. La habitación estaba gélida. 637 Sin embargo, Dios pareció no escuchar las millones de oraciones que elevé al cielo pues solo encontré el pijama de satín compuesta por un short y una blusa de tirantes. Mierda. “Da igual, ¿qué es lo peor que puede pasar?” Razoné y me vestí rápidamente. Desenredé mis largos mechones, con mi cabello húmedo pegándose a mi espalda. El rugir de mi estómago era una clara protesta por no haber ingerido nada en las últimas trece horas y me dispuse a comer algo. Estaba rumeando entre las bolsas de la tienda de autoservicio cuando escuché la puerta del baño cerrarse y deseé no haber girado el cuello. Fui despojada de todo vestigio de inteligencia en cuanto mis ojos se pegaron a su cuerpo y lo recorrieron como si tuvieran voluntad propia, bebiéndolo con apetito. Alexander permanecía ahí, de pie, con el cabello claro húmedo por la ducha y gotas perlando su fuerte mentón, su cuello, sus hombros, su torso; la toalla en torno a la cintura cubriendo su trabajada figura, como un Adonis, como el David de Miguel Ángel, como un semidiós. 638 Me aturdía e idiotizaba sin remedio. Él era para mí la personificación de la perdición. Mis hormonas saltaron de inmediato como aceite sobre una sartén, agolpándose en mi vientre y generando un calor y humedad insoportable entre mis piernas. Estuve a punto de ceder a los deseos de mi cuerpo y abrirme de piernas para él, para que me tomara como quisiera, para que hiciera conmigo lo que le viniera en gana. —Si sigues con el cuello así de torcido, te dará tortícolis—habló con tono burlón, sacándome de mi estupor. ¡Lo hacía a propósito! —No creo—tomé el frío panini que había conseguido en la tienda y le di la espalda bajo la excusa de usar el microondas para calentarlo. Me concentré en sacarlo del maldiciéndome por mi falta de voluntad. empaque, El deseo que mi cuerpo sentía por Alexander era irracional y abrumador. No tenía idea de dónde provenía ni tampoco dónde terminaba, pero la 639 necesidad permanecía perenne. Cada parte de mi lo clamaba; anhelaba y ansiaba su toque. “Date una bofetada a ver si así metes un poco de sentido común en tu cabezota” aconsejó mi consciencia y consideré seriamente hacerle caso. —Odio esta cosas—mascullé una vez tuve el panini fuera solo para distraerme—. Siempre permanecen frías de en medio, no importa cuánto tiempo los calientes. —Córtalo a la mitad entonces—sugirió Alex y, con timidez, giré el rostro para encararlo. Volví a tener otro lapsus stupidus cuando lo contemplé en bóxers, con la banda de Calvin Klein enrollando su cintura. Sería un modelo ideal para la marca. —¿Podrías ponerte una camiseta o algo, por favor?—dije entre dientes fijando la vista en el panini a medio abrir que sostenía en la mano. —¿Por qué? ¿Estoy provocándole, señorita McCartney?—su voz estaba tildada de travesura y fingida inocencia. “¡Sí, joder, sí! Tendré que cambiarme las bragas por tu culpa”, quise gritarle. En cambio, solté un 640 bufido. —No, pero me gustaría que por una vez en tu vida tuvieras un poco de decencia. La pequeña y grave risita que salió de su garganta dejó a mis piernas temblando. —¿Y cómo lo comerás entonces? —¿Qué cosa?—inquirí impactada por su descaro. —El panini, Leah. Me sentí idiota al segundo. Claro que se refería al jodido panini. —No lo sé, odio comerlo frío pero para cortarlo a la mitad tendría que quitarle el plástico protector. —Quítaselo—dijo sin más y me aventuré a centrar mis ojos en su dirección por segunda ocasión. Estaba sentado sobre la cama, con las piernas cruzadas bajo su cuerpo y, gracias Dios, usaba una camiseta. —Las instrucciones dicen que debe permanecer en el plástico para que pueda cocinarse mejor— argumenté, aún con el panini en la mano. Alzó la cabeza, incrédulo. 641 —¿Siempre tienes que seguir las instrucciones, Leah? Yo le quitaría el plástico, lo cortaría a la mitad y te aseguro que se cocinaría perfectamente—abrió el empaque de una barrita energética—. Está bien hacer lo que funciona cuando la otra opción no lo hace, incluso aunque se diga que es la manera equivocada. —Pero… —Debe ser terriblemente aburrido para ti, tu monótona vida estructurada—se acomodó mejor sobre la cama y clavó sus ojos en mí, escrutadores —. No me sorprende que seas tan neurótica. Si algo no va de acuerdo a tus planes, entonces es un problema apocalíptico porque las cosas, en tu cuadrada mente, no pueden ser de otra manera. —¿Tranquilízate, quieres?—estreche mis ojos hacia él, ofendida—. Solo estaba hablando de un panini. Engulló un pedazo de la barrita antes de hablar. —Exacto, es un jodido panini. ¿Qué carajo importa si le quitas el plástico? —Por el principio de que si lo tiene, es porque es necesario para que se cocine mejor—rebatí, cambiando mi peso de un pie al otro. 642 —Bien, come el medio frío entonces—se concentró en la barrita, dando por terminada la discusión. Gruñí, molesta y pensé en Jordan. Era tan buena persona que seguramente saldría a buscarme otra cosa que pudiera comer solo para complacerme y cumplir mis deseos. El hombre que tenía enfrente, por otro lado, haría hasta lo imposible por hacerme perder los estribos solo por diversión. —No tengo un problema apocalíptico por cada pequeña cosa que interrumpe mi sistema— argumenté, reacia a que me dejara con las palabras en la boca. —Claro—dijo con sarcasmo—, por eso acabamos de perder dos minutos de nuestra vida discutiendo por un panini de mierda. —Eso es porque eres un idiota que cree que me conoce lo suficiente para sermonearme sobre lo que hago—me crucé de brazos. —Eso es porque eres una arpía neurótica que cree que no puedo ver algo tan obvio. Probablemente tengas una muerte prematura por un paro cardíaco en cinco años si sigues así—anunció sin despegar la vista de mí y me sentí demasiado expuesta—. La 643 vida no se supone que sea un plan, Leah. Solo sucede y arreglas los problemas que aparecen sobre la marcha. O te comes ese panini frío o buscas soluciones que lo conviertan en lo que tú quieres. Permanecí de pie asimilando sus palabras, mientras él volvía a concentrarse en su comida. Una parte de mí sabía que tenía razón aunque no quisiera reconocerlo. Así que luego de salir de mi estupor, quité sonoramente el plástico que recubría el panini, lo partí a la mitad y cerré la puerta del microondas sonoramente. —¿Feliz, Alex?—dije mordaz. El amago de una sonrisa jugó en la comisura de sus labios antes de mirarme significativamente. —No sé trata de mi felicidad, Leah. Se trata de la tuya. Le di la espalda, con sus palabras resonando en mi cabeza como un mantra mientras esperaba a que mi escueta comida terminara de calentarse. Me arrastré hasta la cama y me senté con la espalda recargada en la cabecera, mis pies rozando apenas sus muslos y me dispuse a comer. Ni siquiera 644 tenía hambre; había perdido el apetito por nuestra estúpida discusión. Tenía sus ojos anclados en mis pies, posiblemente burlándose internamente del color rosa princesa que adornaba mis uñas. —¿Sabías que tú y yo podríamos haber sido hermanos?—alzó la cabeza de pronto y yo debía lucir como una estúpida, con la boca abierta a punto de hincarle una mordida a mi comida. —¿Qué?—interrogué perpleja por su comentario salido de la nada. A veces me preocupaba seriamente su salud mental. —Tu padre y mi madre estuvieron comprometidos—sus palabras cayeron como una bomba sobre mi estómago y no supe qué decir o cómo reaccionar, así que simplemente lo miré con ojos de foca confundida. —No… no lo sabía—logré articular, genuinamente sorprendida, porque Agnes no se parecía en nada a mamá y siempre pensé que el único tipo de mujer de mi padre era mi madre—. ¿Y por qué terminaron? De pronto, me asaltó un sentimiento de alarma. Tal vez papá odiaba tanto a Agnes porque ella había 645 terminado con él; tal vez ella había roto el compromiso y estaba resentido. Tal vez él aún sentía algo por ella. “Eso es imposible” me recordó mi consciencia, pero la inquietud siguió ahí. Debía preguntarle al regresar. —Ni idea—se encogió de hombros con indiferencia—, pero de cualquier manera, es bueno que tú y yo no seamos hermanos. —No me digas—enarqué una ceja—. No soportaría tener que ver tu arrogante cara todos los días. —¿Y perderte toda una obra de arte?—el pequeño hoyuelo en sus mejillas apareció cuando sonrió de forma sugerente y la pesadez en mi estómago dio lugar a una sensación de estremecimiento. Odiaba que estar en su cercanía me convirtiera en una montaña rusa de emociones y sensaciones y que tuviera la capacidad de hacer que mi corazón tuviera un mini infarto cuando me dedicaba cierta mirada. Tal vez si él no hubiera ido a ese estúpido viaje a Las Vegas nada de esto estaría pasando. Tal vez si él no se hubiera acercado a mí en la discoteca, no nos 646 hubiésemos casado y tal vez si no nos hubiésemos casado, no estaríamos aquí, yo no tendría la vehemente necesidad de estar cerca suyo ni tendría esa sensación de que estaba traicionando a Jordan una y otra y otra vez. —¿Por qué te acercaste en la discoteca?—inquirí de pronto, con la pregunta brotando atropelladamente de mis labios. —No lo sé—sonrió con nostalgia, concentrado en mis pies—. Supongo que quería saber si realmente me odiabas tanto como parecía, si verdaderamente te resultaba tan repulsivo. Oh sorpresa, me di cuenta de que no. —No fue un buen experimento, estaba ebria— objeté y me crucé de brazos. —¿Te irías con cualquiera?—colocó sus dedos sobre el empeine de mi pie izquierdo, donde tenía el tatuaje y el tacto resultó cálido en contraste con mis fríos talones. —No—dije rotunda, con las partes de mi cerebro que producían el sentido común siendo desconectabas de nuevo cuando trazó la forma de mi pie con el dedo, desde el empeine hasta mi tobillo, cerrando sus dedos ahí. Inconscientemente, mis 647 sentidos se concentraron en absorber el punto donde su piel entraba en contacto con la mía, pulsando con necesidad. —¿Ves? Ahí está la respuesta—sus labios se alzaron con el amago de una sonrisa. Odiaba que jugara con mi mente de esa manera. El aire se atascó en mi garganta cuando tomó mi pie para mirar la pieza de rombecabezas y trazar la forma de ella delicadamente, recorriéndola como si tuviera todo el tiempo del mundo. —¿Por qué un rompecabezas?—preguntó con voz grave, sin levantar la vista y tuve que pasar la lengua por mis labios, que se sentían secos—. Tú y yo no encajamos, Leah. Si él seguía tocándome, mi buen juicio se iría al carajo. Y lo quería. Quería estar inmersa de nueva cuenta en esa sensación vehemente que se había convertido en una parte de mí cada vez que él estaba cerca, que me privaba de todo pensamiento, excepto, tal vez, del que se preguntaba dónde sería el próximo lugar donde sus dedos iban a tocarme. Él tenía esa habilidad y por eso era tan peligroso. 648 —No tengo idea—mi voz fue apenas un suspiro —. ¿Cómo esperas que sepa? Estaba ebria hasta el culo. Soltó una risita que hizo vibrar su cuerpo, igual que el mío. Sus dedos dejaron la pieza para trazar un camino más allá de mi tobillo, subiendo por la piel de mi pierna. Yo tenía una piscina entre las piernas, igual que una adolescente hormonal. “Sólo házmelo ya” rogó mi Insensata Yo, lista para despojarse de toda prenda y recibirlo felizmente. Abruptamente, retiró su mano y me miró con diversión. En verdad, podía jurar que lo hacía a propósito. —Mañana nos espera un largo día. Es mejor si dormimos un poco. Reprimí el gruñido de exasperación que se moría por salir de mi garganta. La humedad en mi sexo era incómoda y la presión en mi vientre era casi dolorosa. Me sentía ofuscada. —Dormirás en el piso—indiqué hoscamente, furiosa con él. 649 —Claro que perfectamente. no. Aquí cabemos los dos —Ni lo sueñes—fruncí el ceño y tiré su almohada fuera de la cama—. Al piso. Tomó mi almohada y se apresuró a recostarse sobre ella, con el brazo flexionado tras la cabeza. —Tú vas a usar la almohada que tiraste, y si no quieres compartir la cama conmigo, yo no tengo problema en que tú duermas en el piso. Buenas noches. Se cubrió con la mayor parte de la delgada cobija, se recostó de lado dándome la espalda y abrí la boca con indignación. Recogí con brusquedad la almohada que permanecía inerte en el piso, le envié un mensaje a Bastian diciéndole que estaba bien y que llegaría a primera hora de la mañana por unos inconvenientes en el camino y, después, me recosté rígida como una tabla en la orilla de la cama, dejando un enorme espacio entre nosotros, sin poder conciliar el sueño. No era que no confiara en él, era que no confiaba en mí estando tan cerca suyo. 650 Eventualmente, quedé dormida después de contar cincuenta manchas en el techo, sin querer saber qué eran y cómo habían llegado allí. Cuando desperté, el cuarto seguía engullido por la oscuridad y algo cálido y cómodo presionaba contra mi mejilla. Alcé la cabeza con pesadez y tuve un mini infarto cuando reparé en que dormía encima del brazo de Alex, rodeando su abdomen y nuestras piernas entrelazadas. Mi primer pensamiento fue alejarme para ganar distancia, pero no lo hice. En cambio, volví a recostarme sobre su brazo, diciéndome mentalmente que lo hacía solo por instinto de preservación, porque la habitación estaba fría y él era cálido, nada más. Jamás había dormido tan cómodamente. Desperté cuando percibí la cama hundiéndose, posiblemente bajo el peso de Alex. Algo duro presionaba contra mi espalda baja. Me removí para que desapareciera, sin éxito, así que levanté una mano y la llevé tras mi espalda para alejar lo que fuera que estuviese privándome del 651 sueño que tanta falta me hacía. La respiración se atoró en mi garganta cuando palpé con mayor claridad lo que se presionaba contra mi cuerpo. Abrí los ojos de golpe y reparé en dos cosas a la vez: la primera fue que estaba recostada sobre mi lado izquierdo, de frente a la pared, con Alex rodeándome con su brazo y sus piernas entre las mías. La segunda y más alarmante, fue la potente erección que empujaba contra mi espalda. Aún dormía pesadamente a juzgar por su acompasada respiración y no supe qué hacer ni cómo reaccionar. Se removió entre sueños, frotando de nueva cuenta su turgente miembro contra mí y no pude moverme, o apartarlo. “Más bien no quieres moverte” intervino mi consciencia y le di la razón, porque el cosquilleo de expectación que comenzaba en mi espalda y se extendía por todo mi cuerpo hasta convertirse en una laguna de excitación entre mis piernas no podía negarlo. Estaba por moverme para restregar mi trasero contra su miembro cuando Jordan atravesó mi mente y todo rastro de emoción se desvaneció, dejando en su lugar una opresión en mi pecho. 652 “¿Qué demonios estás haciendo, pequeña zorra?” Me regañó mi parte racional y decidí alejarlo y despertarlo, porque ya le había faltado demasiado al respeto a Jordan con mi mente y él no se lo merecía. Así que con determinación, me giré y terminé de empujarlo para que cayera de la cama. Se incorporó con los ojos como platos, asustado y, cuando reparó en mí, su rostro estaba rojo de furia. —¿Qué pasó?—inquirió con la mandíbula tensa. —Te caíste—dije con fingida indiferencia, tratando de no mirar la erección que se abultaba entre sus calzoncillos. —Me empujaste—replicó, igual de enojado. —Antes de discutir, te recomiendo que te ocupes de tu problema—señalé con la cabeza a ése lugar. Pensé que se avergonzaría, o saldría corriendo al baño, pero no. Toda la ira pareció desvanecerse para ser reemplazada con picardía. —¿No quieres ayudarme a resolverlo?—dijo con tono oscuro. “Sí, sí, maldita sea, ¡sí!” Me sentía como una niña que había conseguido el juguete que deseaba, 653 pero que tenía prohibido tocar. —No. —Mi cara está aquí arriba, Leah—había diversión en su voz—. ¿Está distrayéndote? —Difícilmente—hice acopio de todas mis fuerzas y me puse en pie para recoger la ropa que usaría aquel día y ponernos en marcha—. Vístete, nos vamos en quince minutos. —Irnos en una hora tampoco nos mataría— sugirió, con ojos oscuros y una sonrisita tremendamente incitante que yo me moría por besar. Le dediqué una mirada envenenada y le cerré la puerta en la cara. Nos pusimos en marcha, envueltos en un ambiente con tanta tensión que podía cortarse con un cuchillo. Subí la música para evitar hablar, o pensar, porque si seguía pensando lo que estaba pensando, terminaría follándolo en el auto a un lado de la carretera, así que me concentré en cantar mentalmente todas las canciones de Rihanna, de Sam Smith e Imagine Dragons. 654 El mayordomo en la casa de Bastian nos recibió con una inclinación de cabeza después de atravesar el imponente portón de hierro y el largo camino de gravilla que precedía a la entrada. —Señorita McCartney, el señor Turner la espera en la sala de estar—anunció cortésmente y después de un rápido gracias me apresuré a su encuentro. —¡Leah!—se puso en pie en cuanto reparó en mí, con una enorme sonrisa surcando sus labios y recibiéndome con los brazos abiertos. Corrí hasta él, agotando ansiosa la distancia que nos separaba para echarle los brazos al cuello. Me correspondió con la misma fuerza, levantándome del piso y presionándome confortantemente contra su cuerpo, fornido y conservado, llenándome de su aroma. —Estoy tan feliz de verte—se separó para tomarme de los hombros y mirarme extasiado, estudiando mis rasgos, con su brillo de siempre asaltando sus bonitos ojos grises—. Mírate, cuánto has crecido. Te pareces tanto a tu madre—acarició afectuosamente mi mejilla y recibí de buena gana el toque. 655 —Gracias. También estoy feliz de verte—sonreí de oreja a oreja, permitiendo que la nostalgia y el alivio me inundaran a la vez—. Ha pasado tiempo. —Sí, bueno, estamos un poco lejos—se excuso, alejándose para darle espacio a su esposa, a la que no había visto desde que tenía cinco años— ¿Recuerdas a Malika? Me saludó con una inclinación y un gesto de las manos antes de envolverme en un fuerte abrazo, con su peculiar aroma inundando mis sentidos. Malika era hindú; tenía unos enormes ojos negros como el ónix, sumamente dulces; una sonrisa fácil igual que su esposo y un largo cabello negro que le llegaba hasta la cintura. Era de las personas más buenas que había conocido hasta ahora. Por lo que sabía, Bastian la conoció en un viaje de negocios a la India, en un evento altruista y se enamoró tanto de ella que tuvieron un noviazgo corto y un matrimonio que aún perduraba. Malika tenía un corazón enorme, justo como el de Bastian. —La última vez que te vi, eras una niña—dijo con un acento marcado, envolviendo mis manos entre las suyas—. Es bueno tener amigos en casa. 656 Me removí incómoda al recordar que, por muy feliz que estuviera en presencia de esos dos, éste no era un viaje de placer, así que carraspeé. —No vengo sola—musité y Bastian pareció reparar por primera vez en Alex, que había permanecido en el umbral de la sala observando la escena—. Él es… —El hijo de Agnes—se irguió repentinamente, adoptando una pose defensiva—¿Qué hace él aquí? ¿Por qué está contigo? No me sorprendió en absoluto que lo reconociera. Es más, lo esperaba incluso. Su familia era una de las más importantes en este círculo y era obvio que sabría sobre él, por ello había decidido omitir la parte de que vendría conmigo y el por qué de mi visita hasta que lo tuviera frente a frente. —Porque… Se acercó en dos zancadas hasta quedar a pocos pasos de él. —Aléjate de él, Leah—lo miró directo a los ojos —. Como le hayas hecho algo, te juro que…— amenazó con el cuerpo tenso y la mandíbula apretada. 657 Era obvio que él también sabía algo de nuestra historia familiar o de lo contrario no reaccionaría de la forma en que lo estaba haciendo. Alex enarcó una ceja, en una muestra muda de desafío. —No, no—lo detuve, colocándome en medio—. No me ha hecho daño. —¿Por qué está contigo? —Porque es mi esposo—solté sin más y fue como si lo hubiera abofeteado. Bastian estaba tan impresionado que parecía al borde del infarto. —¿Cómo?—logró articular segundos, aún atónito. luego de unos —Es parte del problema—habló él detrás de mí —. Nos hemos casado por error. El amigo de mis padres estaba tan pálido como papel y tuve miedo de que tuviera un colapso o algo. Si así había reaccionado Bastian, no quería ni imaginarme cómo reaccionarían mis padres si se llegaran a enterar. 658 Mi padre seguramente me quemaría en una hoguera. Malika se aclaró la garganta. —Voy a… ver si ya está la comida—salió casi corriendo de la estancia. Incluso ella podía percibir que esto iba a ponerse feo. Se dejó caer pesadamente en unos de sus sillones, con los dedos en el puente de la nariz y yo extraje de mi bolso el acta de matrimonio para tendérsela, mientras tomábamos asiento en el sofá de enfrente. Me sentía como en una sesión de terapia de parejas, con cada quien en el extremo más alejado, buscando ganar la mayor distancia posible y un tercero tratando de reparar lo irreparable. —¿Sus padres saben lo que han hecho? —¡No!—saltamos los dos a la vez, aterrados ante la idea. —Leah, cuando me llamaste y me dijiste que querías verme un fin de semana, pensé que era para distraerte porque habías terminado con ese novio tuyo, no para esto—sacudió el acta y mi estómago se comprimió. 659 —Perdón—dije verdaderamente apenada—, pero no sabía a quién más acudir y necesitamos urgentemente deshacer esta… esto… esta cosa que hicimos. Suspiró. —¿Cómo es eso de que se han casado por error? Nos miramos por un segundo antes de que me aclarara la garganta, ordenando mis ideas. —Fuimos a Las Vegas con unos amigos. Estábamos en una discoteca, bebimos de más, encontramos un registro civil abierto y… voilà, henos aquí—expliqué lo más concretamente posible. —¿Él te embriagó para que firmaras?—volvió a lanzarle una mirada asesina a mi compañero. —No, se desinteresadamente. embriagó —¡Alex!—me ruboricé ventilando mis intimidades. sola—replicó porque estuviera Bastian negó, luciendo repentinamente exhausto. Malika entró en la estancia con las manos entrelazadas sobre el vientre, tan silenciosa como un ánima. 660 —La comida está lista, deben estar muriendo de hambre, pasen por favor—nos invitó con una cálida sonrisa y Bastian se puso en pie para que lo siguiéramos, aún en su estupor. Una vez en la mesa, me senté junto a Malika, al lado derecho de su esposo que estaba a la cabeza, con Alex ocupando el único lugar al otro lado, como en un interrogatorio. —¿Dices que tú también estabas ebrio?—inquirió con recelo, estrechando los ojos. —Sí—respondió estoico. —¿Seguro que tus padres no saben nada de esto? —No. —Porque en el peor de los escenarios, si se enteraran, Byron buscaría alguna forma de aprovecharse de esta unión—explicó Bastian haciendo una seña—. Resultaría muy benéfico para él. —Muy probablemente—concedió desinterés. —Pero tu madre… 661 Alex con —Treparía por las paredes—terminó por él y no pude contener la sonrisa ante su comentario. —Mi madre le haría compañía a la tuya— bromeé. Nos miramos por un momento, compartiendo la broma. —En cuanto a tus padres—Bastian se pasó una mano por el cabello rizado que estaba corto—, decirles ni siquiera es una opción. No quiero ni imaginarlo. —Yo tampoco—afirme, con mi estómago contrayéndose de terror ante la perspectiva. Tomé un sorbo de agua y me centré en Malika— ¿Y los mellizos? —Se han ido a pasar una semana en Los Alpes— respondió sonriendo abiertamente—, aunque cuando se enteraron que vendrías, estuvieron a punto de quedarse. Bastian tenía dos hijos mellizos de la edad de mi hermano Damen: Zarine y Joseph. —Me habría encantado verlos—jugué con mi comida, divertida por el hecho de ver a Alex siendo 662 descaradamente escrutado por Bastian. No confiaba en él— ¿Y Daphne? Me moría por verla. Quería felicitarla por su aparición en Vogue y su pasarela en el Fashion Week de este año. Adoraba el sentido de la moda de esa mujer. —En Tel Aviv. Está de luna de miel con su sexto marido—su hermano puso los ojos en blanco y Alex ahogó una risa. —Dice que ésta vez es el indicado—se burló Bastian—. Veremos cuánto tiempo dura con eso. —Oh. Me sentí levemente decepcionada por no verla. El resto de la comida transcurrió con intervalos de conversaciones sobre la vida de mis padres— Bastian quería ponerse al día para no llevarse más sorpresas cardíacas— y silencios incómodos. Cuando terminó, su mayordomo y trabajadores domésticos nos condujeron por el amplio terreno que rodeaba su casa hasta llegar a una casa levemente más pequeña que la principal, pero igual de imponente y encantadora. 663 —No tenía contemplado que fueran dos— anunció Bastian entrando en la casa, que nos recibió cálidamente—. El ala de las habitaciones de huéspedes está en reparación, solo una está disponible y como imagino que no quieren dormir en la misma cama—nos evaluó a ambos, escrutador —, es mejor que se queden en esta casa. Tienen once habitaciones, pueden dormir en la que deseen. —Gracias. —Las personas de servicio vendrán a partir de mañana, pero puedo pedir que al menos dos se queden con ustedes para atenderlos—ofreció, palmeando mi mano. —No es necesario—decliné agradecida—. Tal vez salgamos a explorar la ciudad un poco, ya que estamos aquí. —De acuerdo, pero tengan cuidado—besó rápidamente mi coronilla. Bastian tenía la misma aura protectora de papá conmigo—. Estaré vigilando, ¿entendido? Alex asintió con rigidez, consciente de que el comentario iba exclusivamente dirigido hacia él. 664 Long Island era una ciudad bulliciosa y activa, llena de vida. Había un sinfín de turistas que iban y venían por las aceras, ataviados con su camiseta de I love Long Island, una cámara en una mano y el celular en la otra. Las calles estaban tan atestadas de tráfico que en cierto momento simplemente parqueamos el auto y decidimos recorrerla a pie. Me arrebujé más contra la gabardina cuando el aire marino caló hasta mis huesos. Playa y octubre no parecían la mejor combinación. Alex estaba extasiado, admirando todo si fuera algo único e inigualable. Como todo buen turista—y fotógrafo—, no perdió el tiempo y comenzó a capturar todo cuanto su lente enfocara. Me resultaba fascinante hasta cierto punto, observar esa faceta suya. Visitamos primero la parte de la costa. Caminamos por Fire Island y después Montauk Point State Park, donde se alzaba el faro Montauk, que estaba siendo acosado con fotografías por un montón de personas. Después, anduvimos por el centro al mismo paso y sumergidos en un silencio que no era incómodo, sino más bien, todo lo contrario. 665 Nos detuvimos en una pequeña plaza que albergaba una fuente con ángeles esculpidos magistralmente. Por sus alrededores, se apostaban un sinfín de restaurantes, cafés y bares a la intemperie sobre la calle adoquinada, dotando al lugar de una esencia bohemia y atrayente. Observé a Alex capturar a una pareja en una de las mesas y me acerqué para preguntarle qué tenían de especial. Aún no entendía mucho de su afición por la fotografía. —¿Qué tienen de especial?—inquirí colocándome a su lado con las manos en los bolsillos de mis gabardina. Él alzó la vista de la cámara y me miró con curiosidad. —La pareja que capturaste, ¿qué tiene de especial? —Mira—inclinó la cámara para que pudiera ver el resultado en la pequeña pantalla, pero yo solo veía a dos personas muy juntas—, ella sonríe como idiota, porque está enamorada y él parece no estar convencido. 666 —¿Cómo sabes eso?—pregunté perpleja, buscando los gestos que le arrojaban a él esa información. —Por como frunce el ceño cada que ella habla y arruga los labios. La mira fijamente porque está buscando los elementos que le hagan ver que es la indicada y se debate entre dejar a su esposa e hijos por ella o dejarla ir porque no sabe si valdrá la pena. Lo miré impresionada, antes de caer en cuenta de algo. —¿Acabas de inventar eso último, verdad?—dije mosqueada. Él soltó una carcajada. —Idiota. Me retiré los lentes oscuros y volví a fijarme en la pareja, que seguía tan junta como si se contaran un secreto que solo ellos dos podían saber o comprender, buscando apreciar esos pequeños detalles que Alex capturaba tan diestramente en sus fotografías. Él tenía una enorme facilidad para comprender las minúsculas cosas de la vida que a mí me costaba tanto percibir. 667 —Leah. Me giré para mirarlo, antes de que el flash de la cámara me dejara ciega por un segundo. —¡Borra eso!—exigí molesta. Él miraba la pantalla con una sonrisa. —Hay cosas que merecen la pena ser inmortalizadas—mi estómago vibró ante la sinceridad de su voz—, en especial si sales bizca en la foto. —¡Borra eso!—insistí, buscando arrebatarle el aparato, sin éxito, porque lo alzó en el aire y como era un monolito de al menos 1,90, me resultó imposible alcanzarlo. Llegamos a casa luego de visitar otros lugares en la ciudad, con el aire frío colándose por todos lados y el sol a punto de ocultarse para dar lugar a la oscuridad. Alex entró sin mirarme y se encerró en su habitación. Yo me senté en la barandilla del porche, tratando de darme apoyo moral con que todo esto acabaría rápidamente y entonces todo lo vivido con 668 mi compañero no sería más que una anécdota de la que me reiría con mis nietos. Otro flash volvió a cegarme momentáneamente y lo percibí acercarse, hasta que apoyó sus codos sobre el grueso barandal de madera para enfocar el lente en el paisaje que tenía delante, iluminado con luces caleidoscópicas por el atardecer. —Deja de tomarme fotos—demandé, estoica. —Serías una buena modelo—siguió concentrado en capturar el paisaje antes de que la luz desapareciera. —Gracias, pero no. —Como quieras—respondió distraídamente. Nos mantuvimos en silencio, con el disparador como único sonido haciéndose presente, hasta que no resistí más la tensión. —¿Sabes qué pienso? —Esa es una pregunta imposible, Leah—el amago de una sonrisa se dibujó en su cara, con el sol iluminándolo de un lado. —Pienso que siempre serás un imbécil—había felicidad en mi voz. 669 —¿Porque no te permití borrar la foto? —Solo porque así eres tú. —Bien, porque creo que siempre serás una arpía —atacó a su vez, aún concentrado en enfocar. —Pero al menos ya puedo tolerarte más—ignoré su comentario. —Creo que el tono de tu voz se volverá más irritante entre más tiempo te conozca. —Creo que no puedes vivir un segundo sin insultar a alguien—rebatí, indignada. —Creo que no puedes ni siquiera inhalar sin pensar que eres mejor que todos los demás haciéndolo. —Creo que no puedes pasar un solo día sin ser un imprudente. Dejó la cámara a un lado y centró sus ojos azules en mí, aún con los codos apoyados sobre la madera. —Creo que seguir haciendo esto sólo probará lo inmadura que eres. —¿Yo?—me hice la loca—, yo no empecé nada, sólo estaba tratando de ser amable. 670 Me miró significativamente. —Yo no lo empecé. ¿Qué fue eso que dijiste? ¿Qué siempre seré un imbécil? Si ése es tu idea de un cumplido, cariño, no me sorprende que los hombres te tengan tanto miedo. Lo miré con dureza, levemente ofendida porque había tocado un punto sensible. Los hombres sí me tenían miedo. Incluso Jordan me temía algunas veces. —Los hombres no me tienen miedo—objeté—, es solo… Se irguió y clavó sus ojos en mí. —Se necesita cierto tipo de carácter para lidiar con alguien como tú, ¿sabías? La mayoría de los hombres te tienen miedo porque eres intimidante. —Si te resulto tan intimidante, tal vez deberías dejarme en paz—siseé, molesta. Alex lanzó el asomo de una sonrisa, tomando un paso más cerca de mí, hasta que mis rodillas rozaron sus muslos. —Tú no me asustas, Leah. 671 Un cosquilleo viajó desde mi columna hasta mis rodillas, ahí donde sus dedos me tocaban levemente. Presionó sus palmas sobre esa parte para abrirlas un poco y acomodarse entre mis piernas, acortando la distancia entre nosotros, con su esencia apoderándose de todos mis sentidos. Estábamos a la misma altura, a pesar de que mis pies pendían al menos a quince centímetros sobre el suelo. A veces olvidaba lo alto que era Alex y lo recordaba sólo cuando estaba cerca de su arrolladora proximidad. —Eres la chica más terca que conozco—musitó, subiendo sus masculinos dedos por mi muslo, trazando un camino sobre mi brazo. —Lo que choca terriblemente con tu propia terquedad—susurré de vuelta con voz frágil, con mi corazón en la garganta y un deseo por seguir recibiendo su toque borboteando bajo mi piel. Estar cerca de Alexander era igual que estar inmersa en una constante batalla entre la sensatez y la irracionalidad. Entre hacer lo correcto o cometer otro error. Éramos igual que dos imanes, buscándose el uno al otro mientras tratábamos de mantener una 672 distancia segura al mismo tiempo. —De hecho—sonrió apenas, demasiado concentrado en absorber con su tacto el molde de mi clavícula, la longitud de mi cuello, ahí donde el corazón me latía tan rápido como una locomotora. —Chocamos terriblemente, tú y yo—murmuré. Su pulgar dibujó la forma de mis labios y sentí que yo me derretiría en cualquier momento. Me tomó del mentón para inclinar mi rostro, mirándome por fin. Los últimos rayos de sol hacían resplandecer su cabello, que parecía hecho de oro oscuro, en bruto e iluminaba sus ojos azules, que eran solo intensidad y deseo. Nada jamás me privó de mi capacidad de respirar como esa visión, que me dejó desarmada para la guerra interna que se desarrollaba en mi cabeza y que me exigía conservara la distancia y la compostura. —¿Terriblemente? Esa parte no la he decidido todavía. Supe que la guerra estaba irremediablemente perdida en el momento en que sus labios entraron en contacto con los míos. 673 El beso fue lento, deliberado y exquisitamente sensual, robándome la respiración y encendiendo en mis entrañas un infierno que me quemaba lentamente. Exploró la forma de mis labios con los suyos, con pericia infinita, sin arrebatos, sin presiones y sin interrupciones, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Me encontré a mí misma cayendo en cuenta de lo mucho que me gustaba besar a Alexander Colbourn. Estaba fascinada con cada forma que tenía de besarme, en realidad; desde los besos arrebatados, ardientes y avasalladores hasta los lentos y deliciosamente sensuales, porque fuera cual fuera su forma de tocarme, siempre lograba hacerme cantar bajo el tacto. Había olvidado lo bien que se sentía besarlo, pero él se encargó de recordármelo sin reserva, adueñándose de mi boca con experticia y convirtiéndome en una masa aturdida y moldeable a su antojo, con mi interior ardiendo. Coloqué mis brazos en su cuello y enredé mis piernas en su cintura para agotar cualquier resquicio 674 de distancia entre nosotros, con sus manos ancladas a mi cintura para mantenerme en el lugar. —Vamos adentro—dije entre jadeos, buscando recuperar la respiración cuando los besos me parecieron insuficientes y la ropa un estorbo. —¿Has bebido?—bromeó. Sabía que solo quería asegurarse de que tomara una decisión consciente esta vez. Pero daba igual; ebria o consciente, lo quería. Lo quería tanto que sentía que me quemaría viva si él no apagaba el fuego que llevaba tiempo ardiendo profundo dentro de mí. —Ni una sola gota—dije sonriendo contra sus labios. solemnemente, Me levantó de la barandilla fácilmente, con mis piernas aún cerradas en torno a su cintura, mientras tratábamos de llegar entre besos y tropiezos a alguna de las habitaciones. Una vez dentro de la suya, me puso en pie y retiró lentamente mi gabardina, que cayó al piso haciendo un susurro. Tomó el dobladillo de mi blusa y la sacó sobre mi cabeza sin perder el tiempo. 675 —Soy perfectamente capaz de desvestirme yo misma. Enganchó uno de sus dedos en la pretina de mi pantalón para atraerme hacia él en un rápido movimiento, abriendo el botón. —Tendrás que enseñarme cómo lo haces en otra ocasión—susurró en voz baja, mortal y bajó el cierre de manera tortuosa. En otra ocasión repitió mi mente, con la promesa erizando hasta el último vello de mi cuerpo, sumamente excitada ante la perspectiva de que esto se repitiera. Ese pareció ser el final de la conversación, porque volvió a reclamar mi boca, mucho más duro y demandante ésa vez, con una mano cálida viajando por mi espalda y desapareciendo mi sostén incluso antes de que yo cayera en cuenta de que mis pechos habían quedado libres, mis pezones rozando erectos la tela rugosa de su camiseta. Me inclinó sobre la cama y procedió a deshacerse de mis botas y mi pantalón en un segundo, con mis bragas como la única barrera que nos separaba del paraíso, de aquello que ambos deseábamos con vehemencia. 676 Pensé que él se apresuraría a desvestirse para no perder el tiempo y tomarme, pero no. Permaneció de pie, observándome, bebiéndome tendida sobre su cama, lista y dispuesta para recibirlo. Se relamió los labios y se acercó igual que un depredador listo para devorar a la presa. Me estremecí de mera expectación igual que una colegiala idiota a punto de tener su primera vez, tan tensa como una cuerda por el ansia y sin atreverme siquiera a respirar. Mi piel hormigueaba, mis pezones dolían, mi sexo palpitaba y mi cuerpo entero gritaba con necesidad, necesidad de él. ¿Por qué se tomaba tanto tiempo? —¿Puedo tocarte?—inquirió calladamente de pronto, con sus ojos clavados en mis pechos. “Tócame dónde quieras, cuánto quieras y cómo quieras, pero hazlo, hazlo, ¡hazlo!” gritó la única parte racional que conservaba en mi cerebro. Alex nunca me pareció el tipo de chico que pedía permiso para algo. No, él era el tipo de hombre que tomaba lo que quería, de manera autoritaria y 677 tiránica, justo de la manera en que me había tomado a mí en Las Vegas. Si parábamos ahora, iba a morir. Sin embargo, lo único que atiné a hacer fue asentir débilmente. —¿Aquí? ¿Puedo tocarte aquí?—la punta de sus dedos viajó hasta uno de mis pechos, dejando un delicioso hormigueo ahí por donde su mano formaba un sendero. Volví a asentir, porque no confiaba en lo que saldría de mi boca. Tomó el peso de uno de mis senos en su mano, estrujándolo con fuerza y un jadeo brotó por sí solo de mi garganta, con mi estómago colapsándose cuando solté el aire y bebí la sensación del tacto. No me miró en ningún momento mientras jugaba con el pequeño botón entre sus dedos, ni tampoco lo hizo cuando se lo llevó a la boca, pasando su lengua por la sensible superficie que hizo a mi espalda arquearse para buscar mayor contacto y no perderme un solo segundo de la magnífica sensación que él estaba provocando. 678 Cerré los ojos cuando se prendió de él y comenzó a succionarlo con apetito. Lo dejó libre una vez estuvo enrojecido e hinchado. La humedad en mi sexo era tal que tenía miedo de mojar la cama. Su mano viajó por mi estómago hasta llegar a mi vientre. —¿Aquí?—volvió a preguntar, la voz tan ronca que apenas pude distinguir las palabras, perdida en el remolino de sensaciones que Alex despertaba. —S… sí—tartamudeé. Sus ojos encontraron los míos y se mantuvieron clavados en ellos mientras sus dedos descendían lenta y tortuosamente, viajando más allá del elástico de mis bragas. El primer contacto hizo a todos mis nervios prenderse igual que un montón de lucecitas. Soltó un suspiro, tal vez por palpar cuánto me ponía. Mis caderas se movieron en reacción cuando su tacto encontró mi clítoris, levantándose como si tuvieran voluntad propia para no perder la sensación al tiempo que dibujaba diestras figuras sobre él. Jadeé por aire; mis pulmones ardiendo. La familiar 679 tensión en mi vientre era tanta que estaba segura de que me correría justo ahí si seguía repitiendo sus exquisitas atenciones. Admiraba su autocontrol, porque yo estaba enloqueciéndome de ansia y deseo. No necesitaba más juego previo, necesitaba que me tomara ya. Continuó estimulándome de manera magistral, separando mis pliegues y tocando todos los lugares correctos sin perder contacto visual en ningún momento, con las pupilas tan dilatas que el azul de sus ojos se estaba perdiendo. Tenía la boca entreabierta y respiraba pesadamente, con su potente erección rozando contra mi pierna. —Dios, solo házmelo—rogué cuando el nudo en mi vientre me pareció inaguantable. Pareció ser todo lo que necesitaba escuchar. Se puso en pie de un rápido movimiento, me retiró las bragas casi rasgándolas en el camino y se desnudó con gracilidad, permitiéndome apreciar cada parte de su anatomía que iba descubriendo. La boca se me secó cuando lo tuve al pie de la cama, desnudo y tan excitado que era imposible no ver la turgente erección que apuntaba hacia el techo. Estaba bien dotado. 680 La visión hizo a mis pies curvarse, ansiosos y me prendió igual que un farol. Se apresuró a tomar un preservativo de la mesita de noche. “Muy conveniente que tenga consigo preservativos, ¿por qué crees que sea? Obviamente no fue para inflarlos cuando estuviera aburrido” Se mofó mi consciencia ante lo evidente. Él sabía que yo terminaría cayendo sin remedio. Estaba por reclamarle eso cuando la cama se hundió bajo su peso y se hincó entre mis piernas, con la punta de su miembro frotando mi entrada. —Respira, Leah—dijo con un deje burlón al tiempo que se cernía sobre mí, sosteniendo su peso encima de mi cuerpo con un brazo, mientras que con el otro se guiaba a sí mismo hacia mi interior. Pero no fui capaz de hacerlo hasta que lo sentí invadiéndome, abriéndose paso, desplegando y expandiendo mi vagina para recibirlo. Solté el aire en un fuerte gemido que hizo vibrar mi garganta y enterré mi cabeza en las sábanas. Era extraño tener a alguien más dentro después de tantos, tantos años. 681 Mi sexo se contrajo en torno a él, arrancándole un gruñido que hizo a mis caderas sacudirse. Salió casi por completo antes de volver a hundirse en mí, robándome otro gemido más por la maravillosa sensación de tenerlo dentro. Pareció complacido con mi respuesta, así que comenzó a moverse más libremente, con su rostro constreñido en un gesto de concentración mientras me embestía y habría cerrado los ojos por todo el placer que estaba recibiendo de no ser porque no quería perderme un maldito segundo de todo esto. Me así con fuerza a sus brazos en busca de algo sólido a lo que aferrarme mientras continuaba tomándome con determinación y firmeza. Disfruté de la tensión de sus brazos bajo mis palmas al final de cada estocada, del subir y bajar de su pecho en un pesado respirar, de la fuerza bajo su piel mientras me tomaba de manera inexorable, volviéndome un manojo de sensaciones y sonidos discordantes, sin coherencia ni armonía. Mi pelvis se había rendido ante su vehemencia, vibrando cada vez que arremetía contra mí, llenándome y fijé mi vista en ese punto donde nuestros sexos se conectaban repetidamente, estrellándose con intensidad. 682 Sólo eso fue suficiente para que el orgasmo brotara desde ese lugar para extenderse, aturdiéndome y entumeciéndome por unos segundos. Mi liberación resultó inesperada e insuficiente, porque lejos de apaciguar el deseo que rugía bajo mi piel, le dio rienda suelta, exigiendo más, mucho más. Alex detuvo su intromisión por unos momentos, posiblemente tratando de beberme mientras vivía mi orgasmo. Se inclinó para besarme, duro y demandante, robando el aire que mis pulmones ardían por recuperar. Su lengua se hundió con la mía y se batieron de nueva cuenta en un duelo ardiente por la dominación. Gemí dentro de su boca cuando sus caderas hicieron un lento círculo estimulando mi sensible vagina, antes de cambiar la intensidad de sus embestidas, que se volvieron implacables e impetuosas, enloqueciéndome de nueva cuenta en menos de dos segundos y formando el nudo en mi bajo vientre, con mis músculos desplegándose incluso más para darle cabida al nuevo ritmo. Lo único que mi cerebro podía de registrar era el insistente golpeteo de la cabecera contra la pared y el sonido de nuestro pesado respirar unido en una 683 armonía que yo rompía sin cesar con un sinfín de jadeos, gemidos y otros sonidos que buscaba reprimir inútilmente. Su ritmo se volvió duro y rudo, con sus dedos enredándose en torno a mi cuello y presionando ahí donde sabía que mi corazón latía como si estuviera a punto de salirse por toda la estimulación que mi cuerpo experimentaba. Iba a correrme otra vez y estaba tan lista para ello. Mi cuerpo gritaba y apreté la mandíbula para tratar de seguir su ritmo, que era rápido y despiadado. El nudo en mi interior estaba a punto de romperse para desatar otro infierno en que el yo ardería felizmente. Continuó arremetiendo contra mí, creando un sonido cada vez que nuestros sexos se encontraban, con nuestros cuerpos empapados por transpiración y las nubes del placer elevándonos a lo más alto. Cerré los ojos y abrí la boca para respirar. Lo sentía tan, pero tan cerca… Entonces, sus embestidas se tornaron lentas y deliberadas. Abrí los ojos y fruncí el ceño, molesta porque me privara de algo que anhelaba tan fervientemente. 684 Él me miraba desde su altura, encima de mí, con el rostro enrojecido, las pupilas dilatadas y el cabello alborotado. Sostenía su peso con una mano en la cabecera de la cama y soltó el suspiro de una risa cuando me miró a la cara. Se inclinó para lamer la superficie de un pezón, antes de acariciar con su dedo mi labio inferior. —Enreda tus piernas en mi cintura, Leah— ordenó rudamente y ese tono fue suficiente para que yo lo obedeciera al instante, prendida en fuego como una antorcha. Mis piernas resbalaban en el sudor de su espalda y sus caderas, así que las cerré en torno a él con mayor fuerza. Solté un fuerte gemido cuando volvió a entrar en mí, tan profundamente que la sensación fue vigorizante y mandó chispas por todo mi cuerpo. Volvió a embestirme de la misma manera: cruda, dura y demencial, tan demencial que la presión en mi vientre amenazaba con romperme entera; mi vagina contrayéndose cada vez que sus diestras estocadas golpeaban ese punto exacto donde todo mi placer se concentraba. No fui consciente de nada; ni de los jadeos que se convertían en gritos de necesidad ni de la forma 685 desesperada en que mis manos se asían a sus hombros, aruñaban su espalda o hacían puño las sábanas para tratar de mantenerme anclada a esta tierra y no evaporarme en solo satisfacción. —Quiero sentirte—demandó con los dientes apretados junto a mi oreja, con su respiración agitada mientras pasaba su lengua por mi cuello—. Quiero sentirte exprimiéndome mientras te corres, Leah. Eso fue suficiente para sumergirme dentro de un torrente de placer, lujuria y deseo; un deseo tan crudo y ferviente que no tardó en convertirse en un huracán dentro de mí, conmigo dentro del ojo, rugiendo por ser liberado. Me así a sus hombros con tanta fuerza que por un momento pensé que estaba asfixiándolo, pero a él parecía no importarle porque siguió dando diestros embates a mi interior, sometiéndome a sus movimientos; mis talones clavándose en sus glúteos que parecían ser el compás de su ritmo, porque cuanto más los enterraba, más rápida e intensa era la invasión. —Dios, Dios, Dios—jadeé, desesperada por el orgasmo que estaba a punto de desarmarme—. Alex… 686 Respiró rudamente en mi oreja y llevó su mano hasta mi clítoris para frotarlo con la misma vehemencia con la que me embestía. —Córrete ahora, Leah. Vamos, córrete ahora— demandó con voz cruda. Y como toda buena niña, lo obedecí. Los músculos de mi sexo se contrajeron y constriñeron casi dolorosamente. El orgasmo explotó con la misma fuerza que un vendaval e invadió cada nervio de mi cuerpo con la misma intensidad con la que una ola rompe junto a la orilla, arrastrándonos a ambos a una liberación intensa, potente y profunda. El mundo entero desapareció y por unos segundos no existió nada más que la manera en que yo me sentía, con las sensaciones rebasándome. No existía nada, ni el mundo ni la cama ni el cielo ni absolutamente nada, únicamente ese punto de balance entre el limbo del placer y él, él por la manera en que me hacía sentir. Caí de vuelta entre las sábanas cuando lo sentí desplomarse encima de mí, con su cabeza descansando sobre mi pecho, tratando desesperadamente de recuperar el aire perdido. 687 Era una pesada y maravillosa carga contra mi cuerpo. Me tomó un par de segundos liberarlo del agarre de muerte que mis brazos ejercían sobre sus hombros. Observé el techo aún con la vista nublada y saboreando de los últimos resquicios del orgasmo. Alex rodó, se recostó enseguida de mí y se retiró el preservativo tirándolo despreocupadamente a algún lugar de la habitación. Mi mente volvió a activarse y a trabajar con una rapidez renovada. Yo no conocía a Alex realmente ni tampoco conocía sus hábitos en la cama, pero sí sabía perfectamente de su fama. Sabía que no era de los que te abrazaba después de tener sexo ni tampoco esperaba o quería que lo hiciera. Supuse que tampoco le gustaba permanecer por mucho tiempo al lado de las chicas con las que se acostaba y yo no iba a ser una de esas mujeres estúpidas e incrédulas que pensaban que era diferente y que dejaría de lado sus preferencias por mí. Lo miré por un momento. Mantenía los ojos cerrados con su pecho bajando más tranquilamente. El silencio que se cernía en la estancia lo percibía incluso más tenso e incómodo que todos los demás que habíamos experimentado. Tal vez solo estaba en 688 mi cabeza, pero no podía dejar de sentirme extraña por ello, porque ahora no tenía idea de qué hacer. Así que me resigné a ser una más de sus conquistas y a ser de esas chicas por las que yo siempre había sentido tanta lástima. Antes de que él se fuera o me sacara de su habitación, me puse en pie con piernas temblorosas. Recogí mi ropa y me vestí lo más rápida y decentemente que pude, con mi gabardina en una mano y mi sostén y botas en la otra. Cuando me giré para enfrentarlo, él tenía sus ojos clavados en mí. Se veía tan bien desnudo que por un momento mis piernas y mi determinación flaquearon. Abrió la boca para decir algo, pero me adelanté. —Gracias—fue lo único que salió, patético y apresurado. Pensé que era lo peor que podía decirse después de tener sexo y quise abofetearme. Salí de la habitación con un torbellino de emociones en el pecho y el estómago. La culpa amenazaba con aplastarme y la incomodidad por ahogarme. 689 Me había conseguido. Habíamos follado. ¿Ahora qué? ¡HOLA! Si no se hartaron del capítulo más largo de la historia del mundo mundial, dejen un emoji. Y como llegaron tan lejos y no se cansaron, se merecen un premio. Elijan, ¿un millón de dólares o cinco días de descanso de este intento de escritora? (Yo optaría por el millón de dólares) En fin, ¿qué les pareció? ¿Les gustó, les aburrió, les dio miedo, les dio ansiedad, les dio el patatús? Espero sus votos y comentarios. ¿Qué creen que pase en el próximo? DÉJENME UN CHORRO DE COMENTARIOS PORQUE ME ENCANTA LEERLOS y me motivan un montón para continuar la historia. Pd: Ya sé que técnicamente el matrimonio se había consumado hace un millón de años luz, 690 pero es la primera vez que lo hacen conscientes, wuuu. El siguiente capítulo irá dedicado al que se acerque más a lo pasará en el próximo. Los amo. Con amor, KayurkaR. 691 Capítulo 19: Conflictos. Leah Cerré la puerta tras de mí una vez entré en la habitación y dejé caer mis cosas al piso con un ruido sordo. Mi mente trabajaba a su máxima capacidad para asimilar los sucesos de las últimas horas. Arrastré los pies hasta la cama y me senté al borde en un profundo estado de aturdimiento que fue interrumpido por el leve escozor entre mis piernas, resultado de la rudeza con la que él me había tomado. “Me he follado a Alexander Colbourn” La realización me golpeó tan fuerte que pasé las manos por mi cabello para tratar de tranquilizar mi desbocado latir y mi angustia ante la situación. “Corrección, cariño: te lo has follado otra vez” Me recordó mi consciencia con un deje burlón, aumentando el peso que crecía dentro de mi pecho, tan duro y sólido como una piedra, amenazando con asfixiarme. 692 Había engañado a Jordan, conscientemente esta vez. Lo había deseado y esperado incluso, igual que una adolescente hormonal. “Eres una zorra” volvió a intervenir mi Yo Racional, constriñéndome el estómago con la culpa. Era verdad: era una zorra, una fácil, una cualquiera y la ganadora al premio de la Peor Novia de Todo el Maldito Mundo. Si ésa categoría clasificara dentro de los Récord Guinness, mi foto aparecería sin duda. No se lo merecía, todo esto que yo estaba haciendo. No se merecía que lo engañara tan despreocupada y descaradamente; no se merecía que su amigo me cogiera a sus espaldas ni que le correspondiera con el mismo ímpetu. Me froté el rostro, con la frustración alcanzando la cúspide de todas mis emociones. Jordan era el hombre de mi vida. Era el hombre de mis sueños y la única persona adecuada para mí. No había nadie más. No podía haber nadie más, porque me había costado mucho alcanzar ese punto de armonía y sintonía que arribaba con los años y años de relación. 693 Era una persona increíble, el mejor novio del mundo. Habíamos pasado un sinfín de cosas juntos, crecido de la mano incluso y siempre se había mostrado tierno, comprensivo y moldeable a todos mis deseos y necesidades para evitar cualquier discusión; no había nada que él no hiciera por verme feliz. Era eso precisamente lo que siempre busqué: una relación fácil, sencilla y tranquila que resistía titánicamente al pasar los años, justo como la de mis padres, sin problemas y sin complicaciones. Y ahora que la había encontrado, la estaba mandando al carajo con mi comportamiento estúpido y desconsiderado. Todos mis planes e ilusiones ardían en el infierno y de las cenizas de mis sueños, aparecía esta cosa retorcida, extraña y complicada que yo tenía con Alexander y que luchaba con todas mis fuerzas por comprender y etiquetar para poderla clasificar y resolver. Gruñí. No era diferente a todo el resto de chicas promiscuas con las que él tenía sus revolcones, porque había abierto las piernas para recibirlo ante el menor incentivo, presa del vehemente deseo que despertaba en mí. 694 Todas las emociones que se ingeniaba para hacerme percibir me rebasaban y sobrecogían. Lo que había pasado entre nosotros era algo que yo había ansiado, anhelado y disfrutado en la misma medida, lo cual me hacía sentir más culpable. Además, de todas las cosas posibles, ¿por qué le había dicho gracias? “¿Tal vez porque te regaló el mejor orgasmo de tu vida hasta ahora?” intervino mi consciencia, mofándose sin una pizca de equivocación. En seis años jamás experimenté un orgasmo de tal magnitud, que me sacudiera hasta los huesos y me dejara vibrando hasta la médula. Tal vez era algo inherente a él y a su persona. Tal vez por eso las chicas caían a sus pies tan fácilmente y lo perseguían para repetir. No era como si el sexo con Jordan fuera malo. No, todo lo contrario; me encantaba y me había hecho alcanzar el clímax un sinnúmero de veces, era solo que estar con Alexander había resultado ser toda una experiencia, había sido arrasador, intenso y consumidor. Me había hecho experimentar del sexo en un nivel completamente diferente. 695 Cerré los ojos con fuerza. ¿Por qué no podía simplemente enclaustrar toda esta maraña de sentimientos conflictivos en una caja y colocarla en lo más profundo de mi mente para enterrarlos e ignorarlos por siempre? Quería darme de golpes contra la pared para ver si de ese modo era capaz de erradicarlo de una vez por todas de mi cabeza. “Basta ya” volvió a reñirme mi sentido común. “Ya ha conseguido de ti lo que quería, lo más probable es que ahora te ignore y te deje en paz” Con un suspiro, le di la razón. ¿No era eso precisamente lo que quería? Un amargo sabor a hiel impregnó mi lengua ante la perspectiva, que lejos de hacerme sentir aliviada, llenó mi pecho de una emoción sumamente desagradable. Suprimí la sensación. Necesitaba construir una fortaleza lo suficientemente resistente en torno a mi corazón y llenar de determinación a mi cerebro para no permitir que los deseos impetuosos de mi cuerpo terminaran por dominarlo otra vez. Necesitaba que un abismo nos separara, por respeto a Jordan, por 696 respeto a nuestro amor y por el bien de todos mis planes. Iniciaríamos los trámites, haríamos ese estúpido viaje a Inglaterra y después, firmaríamos el acta de divorcio para volver a ser dos desconocidos que no se soportaban por toda la historia familiar que teníamos detrás. Mis padres y Jordan no se enterarían de nada, yo me casaría con él y tendría la vida feliz y tranquila que siempre soñé. Así, acomodándome para intentar dormir después de ducharme, caí en cuenta de que la culpa y el arrepentimiento eran dos emociones que no siempre iban de la mano porque, mientras la culpa amenazaba con ahogarme, el arrepentimiento fue un sentimiento que jamás llegó. Me levanté con pesadez y un leve dolor en mis extremidades después de analizar un millón de veces cuál sería el mejor movimiento. Una parte de mí quería esconderse en su habitación, ignorarlo completamente y evitar todo 697 contacto con él hasta que Bastian llegara a rescatarme. La ansiedad y nerviosismo eran un animalillo insistente que tenía mis manos sudando y mis piernas temblando, incapaz de reunir la templanza suficiente para enfrentarlo. Aunque sabía que la mayoría de mis amigos tenían revolcones de una sola ocasión y lidiaban con la tensión e incomodidad del día siguiente con facilidad y fluidez, ser consciente de ello no significaba que yo fuera buena para manejarlo desde que era la primera vez que tenía contacto con ese bajo mundo. “Sólo sal, por el amor de Dios. Lo más probable es que te ignore y ya está” me reprendí. Me acerqué a la puerta y escuché la voz de otras dos mujeres, posiblemente las amas de llaves de la casa, enviadas por Bastian. Me arrebujé más en mi chaqueta antes de salir, inflada de valor al saber que al menos ya no estábamos solos. —Buenos días, señorita—habló una chica que parecía de mi edad, levemente más pequeña que yo y con el cabello rubio recogido en un moño impecable—, soy Rose, el ama de llaves. Ella es 698 Leila—señaló con la cabeza a su compañera, igual de joven y cabello negro—. Estaremos a su servicio. —Gracias—esbocé una pequeña sonrisa. —¿Hay algo en que la podamos servir?—habló la morena— ¿Quiere que le preparemos el desayuno? —No, no es necesario—decliné educadamente—. Con un café es más que suficiente. Negro, por favor. Sentía mi estómago tan constreñido por la ansiedad que no podría probar bocado en esos momentos. —Enseguida—ambas asintieron y se apresuraron a ir hasta la cocina para prepararlo. Fijé mi vista en el pasillo donde estaban las habitaciones de huéspedes. La puerta de Alexander permanecía cerrada, aunque en realidad aquello no significaba nada, porque podría estar en cualquier lugar de la casa. Con el corazón en la garganta, me aventuré a la sala de estar más grande y suspiré con alivio cuando comprobé que no estaba ahí. Me senté en uno de los mullidos sillones, doblando las piernas bajo mi cuerpo para flexionarlas y liberar un poco de la tensión que 699 tenían acumulada por los sucesos de la noche anterior. Si ayer sentía un escozor, hoy sentía como si me hubieran atropellado. Jamás me había sentido tan devastada después de un polvo. Mientras esperaba el café, me avoqué a revisar mi celular. Tenía algunos mensajes de mamá preguntando si estaba disfrutando de mi fin de semana con Edith y si estaba bien. Le respondí que todo iba de maravilla, aunque por dentro sentía que me moría. También tenía mensajes de Edith acompañados de fotografías y vídeos de la noche de ayer, con Ethan encima de una mesa en una discoteca, sin camisa, intentando hacer el mejor striptease de su vida mientras era secundado por Matt, que se había adueñado de un sillón, desvistiéndose como si fuera Tarzán. Sara los animaba completamente ebria y en el video podía escuchar los gritos de Edith, que grababa desenfocada porque seguramente también estaba igual o más borracha. Al final, había una foto de Ethan y Matt siendo escoltados fuera en bóxers de la discoteca y debajo, el mensaje: “De lo que te has perdido” Una risa 700 brotó de mi garganta ante las estupideces que mis amigos siempre se las arreglaban para cometer. También tenía mensajes de Claire, la prometida de mi hermano. Me preguntaba qué color combinaría mejor con las flores de la recepción: blanco marfil, blanco champagne o blanco diamante. Decidí responderle blanco champagne antes de que tuviera un colapso. Un cosquilleo de decepción me invadió al comprobar que no tenía mensajes de Jordan. Estaba a punto de llamarlo cuando Leila entró en la estancia. Dejó el café sobre la mesa del centro y esperó solemne a que le diera la siguiente orden. —Está bien Leila, gracias. Puedes retirarte—dije con una sonrisa y ella inclinó la cabeza antes de salir. Le di unos cuantos sorbos disfrutando de la sensación cálida que invadía mi garanta. Aún con el chat de Jordan abierto, me debatí entre enviarle un mensaje o no. “¿Y qué vas a decirle? ¿Qué su amigo te lo hace mejor que él?” Hice una mueca y di otro sorbo, aún sopesando lo que debía hacer. Dejé la taza sobre el 701 reposabrazos cuando lo miré en línea y mi corazón dio un salto, esperando un mensaje que nunca llegó, porque volvió a desconectarse. Estaba por volver a beber cuando alguien retiró la taza del lugar. Alcé la vista y deseé no haberlo hecho: Alexander la sostenía mientras se acomodaba en el sillón de enfrente, con el diario de aquél día entre sus manos y actuando tan normal que resultó desconcertante. Por mi parte, yo sentí cómo la garganta se me cerró, presa del pánico, e hice acopio de todas mis fuerzas para no salir corriendo igual que un venado asustado. Tomó un sorbo directamente de donde yo estaba bebiendo y el gesto pareció tan irrelevante y a la vez tan íntimo que no supe cómo sentirme al respecto, porque no sabía si debía o quería alcanzar ese nivel de intimidad con él. Me ignoró olímpicamente al tiempo que se concentraba en leer las noticias en la portada, aún tomando de mi taza. Lo estudié con atención, como un científico a sus muestras. Había invadido la estancia con su esencia, que era embriagadora y agradable. Llevaba una 702 camiseta de algodón gris manga larga, tan pegada a sus brazos que podía ver claramente el movimiento de sus músculos cada vez que flexionaba su brazo para tomar de la taza, envuelta en sus largos dedos masculinos. Bajé la vista hasta sus vaqueros rematados con botas negras. Era extraño observar a alguien vestido después de haberlo visto desnudo. Tal vez se trataba solo de mí, que había experimentado la misma sensación las primeras veces que lo hice con Jordan. Mis pies se curvaron dentro de mis zapatos y algo aleteó en mi estómago. La expectación nació en la punta de mis dedos, haciéndolos hormiguear bajo la necesidad de tocarlo entero y sentir la calidez y dureza de su cuerpo, concentrándose sin remedio en mi vientre y provocando un cosquilleo en mi sexo. Recordé todos los lugares donde él me había tocado y la forma en que sus músculos se tensaban al final de cada invasión. “¿Puedo tocarte?” la memoria envió un escalofrío por mi columna. “No” debí haber dicho. Debí haberlo detenido y pretender al menos que no estaba tan lista y dispuesta para abrirme de piernas. La ansiedad creció aún más en mi interior. 703 “Esto no te está ayudando, concéntrate” me reprendí, buscando deshacerme de esa sensación de anticipación que llenaba mi estómago e invadía todo mi cuerpo. De nuevo, ¿desde cuándo me había convertido en alguien tan fácil de excitar? Quizá era algo inevitable, teniendo enfrente a la persona que me había hecho sentir terremotos y ver estrellas. Quise sonreír porque caí en cuenta a su vez, que la visión de Alexander leyendo el periódico cada mañana era algo a lo que yo podría acostumbrarme rápidamente. —Pensé que habías dicho que teníamos que dejar de mirarnos—habló de pronto, sacándome de mi ensimismamiento. Tuve que parpadear varias veces para enfocar. —¿Qué?—tardé un par de segundos en registrar lo que había dicho y me removí en el sillón—. Estaba pensando. —¿Oh?—su tono era enteramente sugerente y mi corazón dio un salto—¿En qué estabas pensando? Si se puede saber, claro. “En lo mucho que me gustaría besar esa sonrisa endemoniadamente incitante tuya” 704 —En nada que te importe, Colbourn—mascullé en su lugar. —Un día de estos tu enorme cerebro va a explotar de tanto pensar, McCartney—se burló, dejando el diario a un lado y dando otro sorbo. —Eso no sucede por pensar, pero como estoy segura que es algo que tú no sueles hacer, es normal que lo creas—ataqué, solo por el bien de mi salud mental. Sonrió y se inclinó hacia adelante en el sillón, clavando sus ojos en mí, mortales. —¿Por qué gracias?—preguntó petulante, sus orbes brillando con travesura y satisfacción mientras mi corazón sufría de un paro cardíaco. Estaba jugando conmigo y disfrutando de todas las reacciones que me causaba. Sentía mis mejillas tan calientes que tuve miedo de incendiarme. Iba a responderle con un insulto cuando escuché pasos acercándose y agradecí a todos los dioses habidos y por haber. Me habían salvado por un pelo. Bastian entró en la sala aligerando la tensa atmósfera que se construía entre nosotros. 705 —Buenos días—saludó con una sonrisa al tiempo que se inclinaba para depositar un beso sobre mi coronilla. Asintió en dirección a Alex a modo de reconocimiento y colocó una mano sobre mi hombro — ¿Han dormido bien? —Maravillosamente, gracias—musitó Alexander con demasiada felicidad, recostándose sobre el sofá. —Sí, bien—mentí, porque no logré conciliar el sueño en ningún momento. —¿Sin incidentes?—inquirió con recelo. Nos miramos por un momento con complicidad. —Sin incidentes—sonreí lo más natural posible y Bastian me correspondió. —Señor Turner—intervinieron a la vez Rose y Leila—, buenos días. —¿Gusta que preparemos el desayuno?—se adelantó Rose, servicial. —Hola, chicas—saludó amablemente—. Gracias, pero no será necesario. Iremos al club. —¿Ahora?—inquirí, enarcando las cejas. Bastian asintió. 706 —Desayunaremos ahí. Tenemos que hablar—nos miró a ambos, serio y tragué saliva. No sonaba como nada bueno. El camino hasta el club fue todo menos cómodo y suspiré aliviada cuando por fin el chófer nos abrió la puerta para descender en uno de los restaurantes que albergaba el lugar. Nos sentamos en una de las mesas frente al enorme ventanal que ofrecía una vista preciosa de la bahía por la mañana, con el sol elevándose a lo más alto. Alex y Bastian ordenaron su desayuno y yo opté por un plato de fruta que sabía ni siquiera iba a tocar, demasiado preocupada por el semblante serio del amigo de mis padres. —¿Y Malika?—pregunté una vez el camarero retiró las cartas—. Pensé que nos encontraría aquí. —Tiene cosas qué hacer en la organización— explicó su esposo, con las manos entrelazadas sobre la mesa, sentado en medio de nosotros. Malika trabajaba en una organización altruista que se encargaba de becar a niños de escasos recursos y proveerlos de oportunidades. También los 707 ayudaba con alimento, vestido y, si era posible, empleos para sus padres. Aunque era un programa eficaz y provechoso, aún era reducido y su esposa era fiel activista y colaboradora para expandirlo. —Quería preguntarle más sobre su trabajo. Mamá está muy interesada en aportar. Los ojos de Bastian brillaron ante la mención de mi madre. Él la adoraba y jamás se había molestado en ocultarlo. Sabía que amaba a su esposa, pero también sabía que mi madre tenía un lugar muy especial en su corazón. —Tu madre siempre ha sido una persona muy noble—sonrió con nostalgia y algo más—. Podrás preguntarle a Malika lo que quieras después, estará con nosotros a la hora de la comida. El camarero depositó las tazas de café sobre la mesa, interrumpiendo la conversación hasta que se retiró de nuevo. Nuestro anfitrión irguiéndose. se aclaró la garganta, —He revisado el acta de matrimonio—dijo de pronto y ambos nos concentramos en él al instante 708 —. Es auténtica. —Eso ya lo sabemos—intervino Alexander, ganándose una mirada severa, pero continuó igual —. Lo que queremos saber es cómo deshacerlo. —Ahora, eso será más complicado—se pasó una mano por los rizos—. Se han casado bajo el régimen de sociedad conyugal. —Joder—maldijo mi compañero, haciendo una mueca de exasperación. —¿Y qué?—inquirí confundida, buscando entender qué era tan grave—¿Igual puede resolverse, no? —Sí, pero tomará más tiempo—declaró y sentí la sangre ir hasta mis talones. —¿Por qué? ¿Qué importa que nos hayamos casado bajo ese régimen? No han entrado bienes en la sociedad, es decir, nosotros no tenemos… —Sí que han entrado—interrumpió—. Es posible llevar a cabo divorcio administrativo relativamente rápido, desde que no tienen hijos. Alex me miró de forma extraña y yo desvié mi atención, nerviosa. 709 —Pero—aclaró Bastian—, la parte complicada es la separación de sus bienes para evitar la confusión en sus patrimonios. —No tenemos bienes—insistió, cruzado de brazos. Bastian suspiró. —Leah, estoy casi seguro que tu padre tiene varias propiedades a tu nombre y que algunas de las cuentas están vinculadas contigo y tus hermanos. Muchas de las ganancias y utilidades de la empresa llegan a tu cuenta directamente, dinero que entra en automático a la sociedad conyugal—explicó con paciencia, mientras yo trataba de comprender lo más posible. —Pero… —Es muy probable que tu padre haga lo mismo contigo—centró sus ojos grises en Alex—. Es algo que yo hago con mis mellizos, incluso. Es una medida precautoria, una forma para evitar que las empresas dejen de funcionar en caso de que algo nos sucediera. Así, si llegáramos a faltar, el operar de la compañía no se vería inmerso en problemas sucesorios, porque ya tendrían la repartición de bienes establecida. 710 —¿Entonces qué propones?—los ojos azules lo miraban con dureza. —Primero tiene que haber un cambio de régimen —me lanzó una ojeada y cuando enarqué las cejas en clara ignorancia, se apresuró a explicar—. Deben cambiar de sociedad conyugal a separación de bienes. —¿Eso significa que tomará más tiempo?—solté, alterada. —Exactamente. Me dejé caer en la silla, derrotada y puse atención a Alexander, que me escudriñaba con intensidad y curiosidad. Parecía tranquilo y colectado ante una situación que a mí amenazaba con destruirme. —¿No hay nada que puedas hacer para acelerar el proceso? Negó, aún con las manos entrelazadas. —Hay muchas cosas que debo revisar aún. Su matrimonio no es como el de personas normales, obviamente. Hay demasiados bienes y factores en juego, muchas cláusulas que debo analizar en los contratos de apertura de sus cuentas bancarias y escrituras de propiedad de los bienes que sus padres 711 han puesto a su nombre, porque no tengo idea de si prevén el matrimonio y el régimen bajo el cual se constituirá. Bufé, incrédula. —Es solo complicado? matrimonio. ¿Por qué es tan —Estoy seguro de que tu padre hará firmar a Jordan al menos treinta acuerdos prenupciales antes de concederle tu mano—se burló Alex, con un deje ácido en la voz que no pude obviar. —Por favor, tu madre hará firmar un contrato de confidencialidad a tu prometida para que no ventile tus estupideces—ataqué, enfadada. Él enarcó las cejas. —Sabes, tal vez debería pedir una indemnización a tu padre por daño moral—se defendió, inclinándose hacia adelante—. Soportar tu neurosis es algo muy desgastante. Había diversión en sus ojos y sabía que luchaba por no reírse ante mi muestra de emoción. —Eres un… 712 —Paren ya, ustedes dos—Bastian hizo un gesto que nos mandó callar. El mesero llegó con los platillos, pero nadie se atrevió a mover un dedo. Contuve el impulso de patearlo bajo la mesa. —Haré todo lo posible porque el divorcio sea rápido y discreto—aseguró, colocándose la servilleta sobre las piernas y dedicándome una extraña mirada —. Mientras tanto, traten de no matarse el uno al otro, por favor. Fulminé a Alexander con los ojos a pesar de que él lucía complacido. El resto del desayuno transcurrió en silencio y un ambiente relativamente ameno. El aire fresco acarició mi mejilla y me regodeé en la sensación. Seguía sin recibir mensajes de Jordan, pero supuse que se debía a que estaba ocupado en algún negocio con su padre o algo relacionado con la universidad. 713 Observé a Malika posar para Alex desde el porche de la casa de Bastian. Sonreía brillantemente usando un sari precioso. Era, según había entendido, el traje tradicional y más común de las mujeres hindúes. La tela era fina, de un color rojo oscuro, rematada con detalles y ornamentos dorados que no hacían otra cosa que resaltar la belleza que poseía. Alexander debía estar teniendo el tiempo de su vida capturando algo tan hermoso. Los escuché reírse de algo mientras ella cambiaba de posición en la enorme fuente que custodiaba el centro del jardín. —Parece que esos dos se han entendido bien— habló Bastian a mi lado, sacándome de mis cavilaciones. Vestía una camisa estilo polo y un pantalón caqui. Con ese atuendo parecía casi un chico y recordé la fotografía que papá tenía en su estudio, donde aparecían ambos y Joe, con unas motocicletas detrás. Por lo que sabía, ese trío había tenido un largo, largo historial de conquistas y no me sorprendía en absoluto; exudaban belleza. —Alex es una persona muy curiosa—me encontré explicando antes de poder evitarlo—. 714 Imagino que estará fascinado con una cultura tan rica como la de Malika. —Muy probablemente—concedió, mirando cómo mi compañero ajustaba ángulos y provocaba sonrisas a su esposa—. Leah, hay algo que debo preguntarte. Clavé mis ojos en él, expectante. —Puedo resolver su problema en menos de un mes— confesó y algo se removió en mis entrañas—. La otra opción es no acelerar las cosas y dejar que fluyan en su tiempo, lo que es igual a seguir atada al chico Colbourn por lo menos cuatro meses más. Esperé en silencio a que siguiera hablando, porque no entendía cuál era la interrogante. —La pregunta es, ¿qué quieres tú? —Estar libre lo más pronto posible, obviamente —me apresuré a responder, aunque algo se asentó en la boca de mi estómago. —¿Estás segura? Me mordí el interior de la mejilla, dubitativa. —Por supuesto, ¿por qué no lo estaría? 715 Él negó y acarició mi mano antes de soltar una risita seca. —No soy ciego, Leah, he visto cómo lo miras y te juro que vi esa mirada antes, un millón de veces— fruncí el ceño, sin comprender. Sonrió con nostalgia. —Es la misma forma en que tu madre miraba a tu padre—no pude ignorar el deje melancólico en su voz y desvié mi atención, sintiéndome expuesta. —¿Mi madre lo miraba con odio?—inquirí, haciéndome la desentendida. Soltó una risa, antes de fijar sus bonitos orbes grises en mi rostro. —Lo miras como si fuera lo único en la tierra que valiera la pena contemplar. Algo revoloteó dentro de mi estómago ante su observación y coloqué un mechón de cabello tras la oreja, sin saber qué decir. —Yo no… no…—articulé, pero nada acudió a mi cabeza. 716 —Aunque debo confesar que su relación no era algo que veía venir—metió las manos en los bolsillos de su pantalón, pensativo. —No tenemos una relación. “Sólo nos hemos comido y follado unas cuantas veces” me burlé. —Me refiero a su convencía, a que se soporten y hablen civilizadamente. —Sí bueno, yo tampoco lo veía venir pero estamos atascados en esto, ¿no? No es como si tuviera muchas opciones. Sus ojos estaban llenos de curiosidad cuando se posaron sobre mí. —No es como si fuéramos amigos o sintiéramos algo por el otro—me apresuré a explicar. —¿Y qué si lo fueran? ¿O si lo sintieran? ¿Qué habría de malo en ello? —Todo—dije rotunda. —¿Por ejemplo? Suspiré, percibiendo cómo los muros que contenían todas mis emociones se venían abajo. 717 —El hecho de que nuestras familias se odian, de que yo tengo novio, de que él es arrogante, obstinado, mordaz, impredecible y sarcástico. El lugar de donde viene, la familia a la que pertenece y los valores que tal vez tenga, o no tenga y lo mucho que discutimos porque ambos somos demasiado tercos. —Yo no conozco al chico, Leah—se encogió de hombros—, todo lo que sé es que es hijo de alguien cruel y mezquino, pero eso no significa que él lo sea. Malika dice que puede ver bondad en su persona y yo confío plenamente en su intuición. Además, debe tener muchas cosas buenas para que tú lo mires de la forma en que lo haces. Cambié mi peso de un pie al otro, incómoda. Mi corazón compungiéndose ante la manera tan sencilla en la que Bastian podía leerme. —Sé que Alex es una buena persona debajo de toda esa arrogancia y burla, por eso he intentado darle oportunidades para tener una convivencia decente, pero luego hace algo que me hace pensar que no las merece y las tomo de vuelta y es como si estuviéramos dando un paso delante y dos hacia atrás todo el tiempo. Yo no… 718 —Sé que no te gusta ser vulnerable—continuó, sonriendo—, en eso eres igual a tu padre. Supongo que estás manteniendo la guardia con el chico porque sabes que lo eres, pero así no conseguirás nada de vuelta. —¿Entonces debería simplemente bajar mis defensas? Es Alexander Colbourn, por Dios—solté con exasperación. —No, estoy diciendo que deberías verlo a través de tus propios ojos y no a través de los de tus padres, bajo tu propio criterio, sin sus perjuicios. Arrugué los labios. —No debería hacer eso. —¿Por qué? —Porque entonces le permitiría entrar y eso es algo que no puedo hacer. —¿Por qué?—repitió, sin comprender. —Porque mis padres jamás lo aprobarían—dije con resignación. Bastian estiró su brazo y lo posó sobre mis hombros, abrazándome. 719 —Tus padres aprobarían cualquier cosa que te hiciera feliz, pequeña. No hay nada que ellos quieran más en el mundo. Negué, cruzándome de brazos. —No puedo—insistí—. Además, aún está Jordan, él ha sido mi novio toda la vida y dejarlo me parece algo imposible. Ir más lejos con Alexander significaría un camino escabroso que nos llevaría al despeñadero seguramente. —¿Y si no?—inclinó la cabeza y fijé mi vista en él—, ¿y si tienen un mejor destino? —No—me balanceé sobre la punta de mis pies —. No quiero una relación complicada e incierta, eso me asusta. Quiero una relación tranquila y sencilla como la de mis padres, sin problemas ni complicaciones. Bastian sonrió con tristeza, mirándome como si fuera una niña incrédula. —La relación de tus padres fue todo menos sencilla, Leah—una risa seca brotó de su garganta de pronto—. Siento que estoy teniendo un déjà vu. —¿Por qué? 720 —Escucha— me soltó. Sus ojos eran insondables y su voz clara—, tomar riesgos es aterrador, pero hay algo que debería asustarte más que nada en la vida y eso es perder algo verdaderamente maravilloso solo porque le temes a la incertidumbre. Sus palabras hicieron eco en mi cabeza y calaron hasta mis huesos. Me mantuve en silencio asimilando lo que había dicho, hasta que una duda absorbió todos mis pensamientos. —Bastian—giró su rostro hacia mí, expectante —, ¿por qué mis padres y los de Alex se odian tanto? Toda la jovialidad y templanza de su rostro se desvaneció para ser remplazada por repulsión. —Muchas cosas sucedieron en el pasado, Leah. La madre de Alexander hizo cosas abominables. En el camino de la relación de tus padres, muchas personas resultaron afectadas, yo incluido—palpó el costado de su torso en una seña que no comprendí —, pero básicamente todo se debe a resentimiento por parte de ambas familias y muchos perjuicios. —Sí pero, ¿por qué? Algo grave tuvo que pasar para que se odien tanto. 721 —Esa es una pregunta que no me corresponde, cariño. Permanecí de pie junto a él mientras Alexander terminaba su sesión con Malika y se acercaban a nosotros, subiendo las escaleras del porche. Bastian se apresuró a echar un brazo sobre los hombros de su esposa, estrechándola afectuosamente contra sí. —Las fotos son divinas—dijo Malika con emoción—. Las mandaré enmarcar en cuanto las envíes. —Por supuesto que han sido divinas, si tiene como modelo a la mujer más hermosa del mundo— su esposo inclinó su cabeza para besarla tiernamente en los labios. Un deseo enorme de que Alexander hiciera lo mismo conmigo me invadió de pronto y tuve que luchar contra el impulso de ser yo quien lo abrazara. Permanecimos ahí, de pie, demasiado inseguros para acercarnos al otro. Despedí con un gesto a Rose y Leila, que asintieron en dirección a Alexander dándose codazos mientras reían atolondradas, posiblemente 722 impresionadas por lo atractivo que era, bajando los escalones del porche. Él solía provocar ese efecto. Podía hechizarte y mantenerte bajo el encanto sin que pudieras hacer mucho para evitarlo. Sólo necesitaba una sonrisa perezosamente incitante para despojarte de toda voluntad. Lo sabía por experiencia. Expulsó el humo y apagó la colilla del cigarro pisándolo con su zapato. Permanecí en el umbral de la puerta con las manos en los bolsillos de mi chaqueta, sopesando qué era mejor: si quedarme y arriesgarme a tener otra serie de paros cardiacos o conservar mi salud emocional y mental realizando una digna huida. Mis pies se movieron por sí solos y me coloqué a su lado mientras él revisaba su celular atentamente. No era una persona que lo usara mucho, al menos no tanto como yo. —Si sigues fumando, vas a morir de un cáncer a los treinta—dije con tono de reproche. Despegó la vista del aparato y lo bloqueó, cruzándose de brazos. 723 —¿Por qué tanto interés en mis hábitos, McCartney?—preguntó con su inseparable tono burlón—¿Tantas ansias tienes por enterrarme para heredar lo que te corresponde como mi esposa? Bufé. —No lo necesito, gracias. El esbozo de una sonrisa jugó en su rostro, aunque no era capaz de verlo por la penumbra que lo engullía todo, con la luna como la única fuente de luz. Nos mantuvimos en silencio por unos minutos. Era cómodo, pero aún no podía deshacerme de esa sensación de ansiedad que me invadía cada vez que lo tenía cerca. —¿Sabías que cada año el sol se aleja cada vez más y más?—hablé, solo para romper el silencio y me sentí como una chica idiota buscando desesperadamente llamar la atención, porque mis pies se mostraban reacios a ir hasta mi habitación. Alex me regaló una de sus mejores sonrisas, con el encantador hoyuelo surcando sus mejillas. —Gracias por la inútil información—dijo con sarcasmo. 724 —¿No te importa? —¿Por qué debería? —Porque un día estará tan lejos que ya no podrá calentarnos y entonces moriremos congelados y… —¿Por dices “calentarnos” y “moriremos”?— parecía entretenido—. Faltan un billón de años para que eso suceda y para entonces el sol ya habrá explotado seguramente. Además, ni siquiera estaremos aquí, así que de nuevo, ¿por qué debería de importarme? Fruncí los labios. No quería que esto se convirtiera en una discusión, pero por supuesto que él jamás perdería la oportunidad de demostrarme que era mejor que yo. —Por las futuras generaciones—argumenté—. Los hijos de los hijos de mis hijos, y los tuyos. —Se las arreglarán—se encogió de hombros. —Pero… —¿Por qué te importa tanto cuando no hay nada que puedas hacer sobre ello? Siempre estás preocupándote por cosas que no puedes cambiar en lugar de concentrarte en tu vida, de arreglar el 725 desastre en el que nos hemos metido tú y yo, por ejemplo. —Eso estoy haciendo—rebatí, impresionada porque de nuevo, había descubierto fácilmente otro rasgo de mi personalidad. Reuní el valor suficiente para mirarlo y él tenía ya sus ojos clavados en mí, brillando en la oscuridad. Se acercó hasta que nuestros brazos se rozaron. —¿Ves esas estrellas? Las que están directamente arriba, ¿las ves? La grande brillante y la más pequeña en diagonal a la izquierda. Estreché los ojos, buscando ubicar lo que me decía. Soltó el suspiro de una risa, posiblemente porque se percató de lo perdida que estaba y se colocó detrás de mí, con su pecho presionando contra mi espalda. Estiró su brazo y tomó mi mentón para guiarme, con su tacto cálido. Su cercanía aunado con el toque envió una electricidad por toda mi columna, que hizo a mi cuerpo estremecer. 726 —Justo ahí—dijo contra mi oído, señalando con su dedo hacia el cielo—. ¿Las ves? Localicé primero una estrella, que titilaba elegante y resplandeciente como una luciérnaga en comparación con el lienzo oscuro de la noche. A la izquierda, ubiqué la otra estrella brillando más tímidamente, con una luz mortecina. Era fácil encontrarlas en realidad, porque eran mucho más grandes y notorias que las otras. —Sí—susurré y él retiró sus dedos de mi barbilla, llevándose la calidez consigo. —Es la constelación de Andrómeda—indicó—. ¿Sabes la historia? Me crucé de brazos y quise girar el rostro para verlo, pero aún percibía su pecho demasiado cerca y no quería cometer alguna estupidez. —No—confesé, sin saber a dónde iba con todo esto. —Andrómeda era una doncella que fue encadenada a unas rocas por Poseidón, como castigo hacia su madre que se creía la mujer más hermosa, para que un monstruo se la comiera—comenzó a explicar y contuve el aire cuando percibí sus manos 727 posarse en mis brazos, con sus pulgares acariciándolos distraídamente a través de la tela—. Andrómeda gritó hacia el mar y despertó a Perseo, quien la rescató del monstruo. —¿Y qué pasó después?—inquirí, observando la constelación. aún —Y nada, creo que ese es el fin del mito. —¿Y cuál es el punto de contármelo?—pregunté confundida. Alex soltó una risita baja justo en mi oído que me hizo vibrar y erizó todos los vellos de mi cuerpo. —Ninguno, pero como estabas compartiendo información inútil, pensé regresarte el favor— detuvo sus atenciones y se alejó para colocarse a mi lado en la barandilla del porche. Me sentí decepcionada. No quería que se alejara. —¿Cómo es que sabes identificar constelaciones? —estaba verdaderamente fascinada con cada cosa que descubría de él. Se encogió de hombros. —Viví con mi abuelo en Inglaterra casi nueve años, él me enseñó. Adora la astronomía. 728 —¿Ocho años?—asintió—¿Por qué? Siempre pensé que toda tu vida habías vivido aquí. —Viví allá con mis padres, mi abuelo y mi tía Chelsey también estaban ahí. —¿Y por qué no te quedaste allá? —Oportunidades—dijo sin dar más explicaciones y no comprendí a qué se refería, pero una parte de mí se moría por aprender más sobre él—. Era la época donde aún no se separaban definitivamente. —¿Definitivamente? Pero siguen apareciendo como familia en los eventos y… —Apariencias—dijo con agriedad, antes de reír con ironía y mirarme—. Siempre pensé que el matrimonio sería un infierno por la experiencia con mis padres, que no pueden ponerse de acuerdo en nada, pero no parece ser tan malo. Enarqué las cejas. —Eso es porque tú y yo no somos un matrimonio propiamente—aclaré y se cruzó de brazos sin perder la sonrisa—. Tal vez tus padres no se ponen de acuerdo por las costumbres que tienen y por donde vienen. Dicen que los ingleses y los estadounidenses no se llevan bien. 729 —¿Oh?—Alex elevó una ceja, mirándome con una mezcla de curiosidad y diversión—. Es una suerte que sea solo mitad inglés entonces. No pude contener la sonrisa tonta que surcó mis labios. No tenía idea de a dónde quería llegar, pero me alegró saber que nosotros sí teníamos posibilidades de llevarnos bien. Tal vez, más que bien. Áspero, firme. Un peso choca contra mi cuerpo; mis manos se impregnan con la solidez. Un espacio suave entre la curvatura de cuello y hombro. Su cabello son finas hebras entre mis dedos. Mis pezones se endurecen bajo sus palmas, deseosos de recibir atención. Los estruja con fuerza y mi espalda hace un arco perfecto contra las sábanas. El ritmo de mi corazón es un constante crescendo que aumenta en tempo con cada nuevo lugar en el 730 que sus manos se posan, tocando, explorando, reclamando, tomando. Sus largos dedos se arrastran por mi cuello, subiendo hasta la parte trasera de mi cabeza y tiran de ella con fuerza, enredándolos entre mis mechones para abrirse paso y apoderarse de mi boca. No hay oxígeno en mis pulmones ni racionalidad en mi cerebro. Todo desaparece, excepto la satisfacción que nace desde lo más hondo de mis entrañas y que sólo él provoca en tal magnitud. Una montaña se eleva desde dentro. Es un volcán que está a punto de explotar, llevándome consigo en el proceso. Mi mente sabe que no hay mejor lugar para estar. Alexander se cierne sobre mí, acomodándose entre mis piernas y guiándose a sí mismo hasta mi sexo para entrar con tortuosa lentitud, llenándome, completándome. La piel cede al músculo y se extiende, expande y arruga antes de volver a repetir el mismo movimiento. Es rudo e implacable, firme y seguro, justo como él. 731 Mi piel bebe cada contacto, desesperada por tomar cuanto detalle sea posible para memorizarlo; mis músculos y huesos recordando su forma y lo bien que encajamos juntos. Es un constante cambio entre áspero y suave que me quema con devastadora lentitud. Su cuerpo contra el mío, la textura de su cabello, la determinación en sus labios sobre mi mentón, mi cuello, mi oreja, mi mejilla. Sus brazos en torno a mí, constriñéndome y fundiéndome contra él. Su boca, húmeda y caliente sobre la mía. Desperté agitada, con un sudor frío perlando mi frente. Me recargué sobre mis codos para incorporarme un poco, con mi corazón martilleando rápido y férreo contra mi pecho. ¿Qué mierda había sido eso? “Ah, nada. Solo estás teniendo sueños húmedos con tu esposo, otra vez” respondió mi consciencia y me dejé caer sobre la almohada tratando de recuperar la respiración y ralentizar mi latir, sin éxito. Las imágenes eran demasiado vívidas y no tenía idea de si se trataban de un recuerdo, mi imaginación o una mezcla de ambos. 732 Coloqué las manos en mi frente con la vista fija en el techo. Curvé mis pies buscando aminorar la incómoda sensación de necesidad que se asentaba en mi vientre. Una vehemente necesidad de liberación. Me sentía caliente, terriblemente húmeda y ansiosa. “Sé lo que estás pensando, así que no lo hagas” me regañé, buscando evitar cometer otra estupidez. Mordí mi labio, debatiéndome. Odiaba tener sueños húmedos porque normalmente la sensación de frustración no desaparecía hasta que me corría. Para mi buena suerte, el causante de mis malestares estaba a solo unos cuantos pasos en el pasillo y sabía que solo él podría aliviarlos. No iba a negarse, no cuando me presentaba en bandeja de plata de nuevo. Solo tenía que entrar a su habitación y dejar que las cosas se dieran solas. Sería la última vez. ¿Qué era lo peor que podía pasar? “Jordan no se lo merece, ¿recuerdas?” Maldije mi sentido común que me mantuvo anclada a la cama y me impidió moverme, 733 aumentando mi sentido de frustración y deseo. Gruñí y cerré los ojos para intentar volver a dormir, pero sabía que era algo imposible porque mi cuerpo ardía con necesidad de contacto, mucho más estando consciente que solo tenía que caminar diez pasos para recibir las atenciones de quien lo hacía vibrar como nadie. Joder. Miré mi puerta. Solo tenía que incorporarme y agotar la distancia que nos separaba. Me moría por hacerlo, no tenía caso negarlo. Retiré la sábana que me cubría y me incorporé a medias, hasta que Jordan volvió a atravesar mi mente como una flecha, igual de certera y paralizante. Me dejé caer otra vez sobre la fina tela de la cama y coloqué las manos sobre mi cara. No podía ir hasta Alexander, pero tampoco podría dormir hasta apagar esta insistente necesidad. Mi cuerpo exigía una liberación. Así que hice lo único que me quedaba por hacer. Alcé la blusa de mi pijama hasta que mis pechos quedaron libres y arrastré mi mano hasta uno de ellos, tomando el pequeño botón erecto, buscando 734 imitar el tacto, su tacto sobre mis montículos, pero la sensación de mis dedos resultaba torpe e insegura en comparación con los suyos, que eran diestros y firmes. Bajé mi otra mano por mi estómago hasta pasar la cintura de mi pantalón y el elástico de mis húmedas bragas. Un frágil gemido brotó de mis labios cuando mis dedos entraron en contacto con mi clítoris, frotándolo como solo yo sabía hacerlo e incluso así, la sensación no fue ni remotamente parecida a la que Alexander había proveído, con sus dedos jugando con el lugar donde todo mi placer se concentraba. Tendría que conformarme. Si tan solo supiera lo que estaba haciendo unos pasos de su dormitorio. Volví a rozar mis dedos contra ese lugar que era tan sensible al tiempo que estrujaba mi pecho. Mi cuerpo se tensó, pero seguía sin ser suficiente. Tentativamente, introduje un dedo en mi interior. No era muy buena en esto, ciertamente no desde que otro era quien se ocupaba de complacerme. Mis dedos ahora se sentían inadecuados porque no eran Alexander; porque no eran él en tamaño, ni 735 en movimiento, ni profundidad, ni en sensación. Añadí otro buscando desesperada percibir lo mismo, sin éxito, porque seguían sin ser él. Empujé tan profundo como me fue posible y enterré mis pies en la cama cuando levanté mi pelvis para ganar mayor fricción. Traté de tocarme como Alex lo había hecho, pero mis dedos eran más cortos y delgados y ciertamente no tan prodigiosos como los suyos. Construí un ritmo, invadiendo constantemente mi interior y tocando todos los lugares donde me gustaba que me tocaran. Mi corazón comenzó a acelerarse a la par de mi respiración; arqueé mi espalda con mis hombros anclados a las sábanas, recordando lo húmeda y caliente que era su boca contra la mía, lo bien que su lengua se sentía sobre mis pechos, mi cuello. Lo mucho que me había prendido su elaborado respirar y la rudeza de su voz cuando me había pedido que enrollarla las piernas en su cintura mientras seguía tomándome despiadadamente. Froté con demencia mi punto sensible y mordí la tela de la blusa para ahogar mis sonidos de necesidad. El orgasmo se sentía igual que la corriente embravecida de un río, arrastrándome por 736 una cascada de satisfacción que no era igual de intensa, pero serviría. Arrugué la sábana entre los dedos de mis pies cuando mi cuerpo se tensó dolorosamente y enterré mi cabeza en la almohada. “Córrete ahora, Leah. Vamos, córrete ahora” Di una última estocada antes de volver a obedecer al recuerdo de su voz, cruda y autoritaria antes de correrme y bajar de las alturas del placer hecha un desastre. Esperé a que mi desbocado latir se tranquilizara y mi respiración se normalizara. Me acomodé la ropa del pijama y me coloqué de lado para dormir. Me sentía avergonzada y descolocada, porque yo no era así. No era así. “¿En qué estás convirtiéndome, Alexander?” Bastian y Malika se despidieron de nosotros con un fuerte abrazo y muchos buenos deseos. Nos mantendríamos en contacto para dar seguimiento a los trámites de divorcio. 737 Aún no le daba una respuesta sobre qué eficacia quería que tuviera la solución de nuestro problema, pero tenía tiempo para pensar y cuando estuviera segura, le daría una. Nos pusimos en marcha temprano y como no pude verlo a la cara después de haberme masturbado pensando en él la noche anterior, la mayor parte del viaje pretendí estar dormida. Lo fingí tan bien que en un punto realmente me dormí sin remedio. Solo nos detuvimos en una ocasión para comer algo, en la que no hablamos mucho porque yo no fui capaz de verlo a los ojos. Llegamos a la ciudad sin incidentes y cuando por fin mi maleta estuvo dentro de mi auto, prometí mantenerlo informado de cualquier cosa relacionada con el divorcio y le aseguré con toda la convicción posible que lo que había ocurrido en casa de Bastian no iba a repetirse nunca jamás en la vida. Alex simplemente puso los ojos en blanco, respondió con un “como digas” y se dispuso a entrar a su departamento, dejándome con una extraña sensación en el pecho cuando se alejó. 738 Cuando llegué a casa, sintiéndome devastada y cansada, mamá estaba en el recibidor peleando con un enorme florero que contenía un hermoso arreglo de alcatraces. —¿Necesitas trastabilló. ayuda?—pregunté cuando —No cariño, gracias—la acompañé hasta la sala y colocó el recipiente sobre la mesa de centro. Una vez estuvo seguro, me apresuré a echarle los brazos al cuello. Mamá me correspondió al instante. —¿Qué pasa?—preguntó sorprendida, porque no solía mostrar muchos gestos afectuosos. —Nada, solo te extrañé—musité impregnándome de su aroma. En realidad quería transmitirle todo lo que Bastian no podía y sabía se moría por hacer. La abracé de la misma forma en que sabía él lo haría si la tuviera enfrente. Nos separamos luego de un rato y sus ojos verdes brillaron con amor infinito. —¿Las flores son un regalo de papá?—inquirí observando el arreglo—. ¿Se han peleado? 739 —Tu padre jamás me manda flores por pelear— rió—. Tiene métodos más creativos de conciliación. En realidad creo que son para ti. Enarqué las cejas al tiempo que mamá extraía de entre los tallos una pequeña tarjeta que me tendió sin ver. Un pequeño detalle para alegrarte. Te he extrañado. Tengo una sorpresa para ti. ¿Cenamos hoy? Te veo a las 7, cariño. Te amo, Jordan. Esperé la emoción exuberante que me invadía siempre que él hacía este tipo de detalles, pero nada acudió. En cambio, algo se asentó en la boca de mi estómago. ¿De qué sorpresa hablaba? —¿Jordan?—habló mamá con sorna, dándome un codazo al tiempo que yo asentía, distraída—. Qué lindo, debió extrañarte mucho estos días que estabas ausente. 740 “Tanto que ni siquiera me mandó un solo mensaje de buenos días” pensé con agriedad, pero despejé el pensamiento cuando otro se presentó en mi mente. —Seguramente—sonreí forzada—¿Papá está en casa? —Sí, está terminando algo de la empresa en su estudio. Saldremos hoy, ¿quieres venir?—preguntó con alegría. Puse los ojos en blanco. Mis padres seguían teniendo citas como cuando tenían mi edad. —No, gracias. Yo tendré mi propia cita—agité la tarjeta que acompañó las flores. Me encaminé al estudio de papá y luego de dos secos toques en la puerta, me permitió entrar. —No te esperaba hasta más tarde—sonrió ampliamente y le correspondí. Rodeé el escritorio hasta colocar los brazos sobre su cuello y darle un sonoro beso en la mejilla. —Salimos temprano de la casa de Edith—mentí mientras me acomodaba en la silla de enfrente. —¿Qué tal el viaje?—se inclinó hacia adelante, escudriñándome. 741 Hice mi mejor imitación de una expresión relajada y feliz. —Muy… revelador—volví a sonreír y él enarcó una ceja. —¿Revelador? —Sí—me incliné también—. De hecho, hay algo que quiero preguntarte al respecto. —¿Qué cosa?—fijé mis orbes en sus brazos visibles por las mangas dobladas de su camisa, fuertes y anchos, buscando ganar tiempo para reunir la valentía suficiente para exteriorizar lo que moría por saber. —Verás—me acomodé mejor en la silla—, estando en casa de Edith nos dimos cuenta de que su mamá tenía estas… estas revistas viejas—traté de formular la mentira lo mejor posible— y encontramos una sobre ti. —¿Sobre mí?—papá pareció divertido ante la perspectiva. —Sí—reí nerviosamente—. Hablaba sobre… sobre tu compromiso con la señora Colbourn, con… con Agnes. 742 Toda la diversión se evaporó de su rostro en un instante y me contempló largamente, rígido. Mi estómago se comprimió. —¿Y?—dijo cortante. —Pues… no lo sabía—me removí incómoda, sin saber qué más decir. —Porque no es algo relevante—espetó, contundente, dedicándome esa mirada mortal que yo había heredado. —Sí que lo es—rebatí—¿Por eso nuestras familias se odian tanto? —No. —Papá, quiero saber—insistí—¿Aún… sientes algo por ella? ¿Por eso no la soportas? aún Mi padre me miró como si me hubiera crecido otra cabeza. —No digas estupideces, Leah—negó, con una mueca de asco—. Lo único que siento por esa mujer es repulsión. —¿Por qué? ¿Es porque terminaron? —No. 743 —¿Por qué terminaron, papá? —Leah… —Solo quiero saber por qué se odian tanto— aclaré, impaciente, igual que papá, que tenía la vena en el cuello saltada, señal que estaba perdiendo los estribos. —Porque no son una buena familia, eso es todo —su explicación resultó pobre y forzada—. Terminamos porque no era adecuada para mí. Estaba mintiendo. —Papá, por favor, no soy idiota. Necesito saber. —No lo necesitas. —Papá…—no iba a darme por vencida hasta tener al menos algunas respuestas. —Que no. —Pero… —¡Que no, Leah! ¡No!—se levantó del escritorio sobresaltado y estrelló una mano sobre la superficie. Di un respingo—. No insistas. Ya te he respondido lo que has preguntado. 744 —Claro que no—me puse en pie también, negándome rotundamente a que me siguieran mintiendo—, no me has respondido más que con evasivas. —Esto es un tema zanjado, Leah—colocó un dedo al frente, en una clara advertencia—. No necesitas saber más. Terminamos porque no era adecuado, porque no era una buena persona. —¿Por qué? —Solo mantente alejada de esa familia, hija— dijo de pronto, con la irritación dando lugar al cansancio—. No son nada bueno. Obedece. —¿Por qué? Me miró con exasperación. Me mantuve en mi lugar, férrea. No quería ceder. Terminé haciéndolo cuando me di cuenta de que no iba a conseguir nada más. Con un suspiro, relajé mi postura y agaché los hombros con resignación. —Bien, como sea. Gracias por nada. Salí dando un portazo, hecha una furia, sintiéndome engañada y dolida ante la reticencia de 745 papá por proveerme de un poco de luz en toda esta oscuridad. Me senté sobre la silla que Jordan sostenía para mí. Sonreí lo más natural posible mientras él se acomodaba del otro lado, impecable y atractivo. Abrió su saco al momento de sentarse, revelando una camisa blanca que se ceñía perfectamente a su cuerpo. —¿Qué tal el viaje, cariño?—preguntó una vez ordenó vino, colocando su mano sobre la mía. Estábamos en un restaurante parecido al que habíamos asistido cuando fue el desastre de Alex y Susan, la cara de avestruz, aunque éste tenía un estilo más moderno y refrescante. Había varios comensales charlando y el ambiente era cómodo, con las luces de la ciudad siendo el espectáculo principal a través de los enormes ventanales. —Bien. Fue muy… agitado y entretenido— hablé, retirando mi mano bajo la excusa de alisar las arrugas en mi vestido. 746 No sabía si la incomodidad ante su cercanía se debía a mi sentimiento de culpa inmenso o a algo más. Sin embargo, permanecía latente y no fui capaz de ignorarlo. —¿Tú qué tal? ¿Qué hiciste en estos días?— inquirí fijando mis ojos en él. Carraspeó. —Ayudé a papá con cosas de su negocio—sonrió apenas. —¿Todo el fin de semana?—lo miré con cautela. —Sí, fue bastante agotador. Iba a preguntar en qué lo había ayudado exactamente cuando el camarero llegó con el vino, llenando las copas. —Por tu regreso—dijo alzándola—. Te extrañé como no tienes una idea. Choqué mi copa contra la suya pero no bebí. —Lo noté—mascullé en su lugar, sarcástica. —¿Cómo?—me miró sin comprender. —No recibí ni un solo mensaje tuyo—reproché con agriedad. 747 Sus ojos se llenaron de una emoción que no pude definir. ¿Era mi imaginación o parecía nervioso? —No quería arruinar tu fin de semana con tu hermano, no quería importunar. —Un mensaje de buenos días no iba a matarte— me quejé. Hice el ademán de cruzarme de brazos cuando él interceptó mi mano, besándola. —Lo siento, no peleemos, ¿si?—pidió tiernamente y algo se removió dentro de mí. Si quería recuperar mi relación con Jordan y erradicar en su totalidad a Alexander de mi mente, debía evitar todos estos conflictos y hacer todo lo posible por ser feliz. —Tienes razón—esbocé el amago de una sonrisa, dándole un apretón—¿Cuál es la sorpresa? Se irguió de pronto, sonriendo enormemente. —Siempre tan impaciente, cariño. —Vamos, dime—dije contra sus labios, regalándole un corto beso que él correspondió. 748 Se alejó un poco y extrajo del interior de su saco una pequeña cajita. Mi corazón se volvió un peso muerto dentro de mi pecho, inerte y pesado como una roca en lugar de acelerarse. “No” fue lo primero que pensé en decirle mientras observaba cómo abría la caja y mostraba el anillo que se anidaba dentro. Lo que pensé sería el momento más excitante y esperado de mi vida se había convertido en una situación que me llenaba de terror e incomodidad. —No es de compromiso—se apresuró a aclarar, posiblemente por ver la cara de terror que tenía—. Aunque pensé que tu reacción sería diferente al ver el anillo. Rió con nerviosismo y pesar, pero yo seguí observándolo sin comprender. —Es un anillo de promesa, cariño—lo sacó de la caja y lo sostuvo entre sus dedos—, una muestra tangible de que más temprano que tarde, tú y yo nos casaremos. 749 Yo no podía respirar, pero no precisamente por la emoción, sino por lo reacia que me sentía a tomar la joya. No opuse resistencia cuando tomó mi mano, demasiado aturdida para reaccionar. Deslizó el anillo con la banda de oro blanco en mi anular, con un diamante brillante coronándolo. —Es una promesa de que algún día serás la señora Pembroke—besó mis nudillos, sin perder la sonrisa. Me mantuve en silencio, sin que nada acudiera a mi mente. —¿No te gustó?—debió notar mi conflicto emocional, porque sus ojos me miraban con tristeza cuando enfoqué. —No, no—negué, sacudiéndome la molesta sensación—, me ha encantado. Gracias. Besé sus labios rápidamente. —¿Eso es todo?—dijo confundido—. Pensé que a estas alturas ya estarías bailando de felicidad sobre la mesa. —Estoy feliz, es solo que estoy cansada. Es todo —imité mi sonrisa más brillante—. Pero tampoco 750 puedo esperar a que nos casemos. Mi cerebro no estaba de acuerdo con lo que salía de mi boca. —Ni yo. Ya quiero ver a nuestros hijos correr por todos lados—había felicidad pura en su voz—. Te agotará cuidarlos todo el día. Enarqué una ceja. —No los cuidaré todo el día. Tendremos que contratar niñera porque también estaré trabajando. Su cara se compungió en la mueca de desagrado que me dedicaba siempre cuando hablábamos de este tema. —No vas a trabajar. Puse los ojos en blanco. —Claro que sí. —No—dijo rotundo y lo miré duramente, ocasionando que él se removiera incómodo—. Preferiría que te dedicaras a cuidar de mí y nuestros hijos. —¿Crees que solo sirvo para ser una esposa linda e inútil?—reproché con acidez—¿Crees que no soy 751 capaz de trabajar? Eso era algo que yo detestaba de él: que me viera como un trofeo hermoso que solo servía para presumir. Ah, y no olvidemos la parte de la incubadora. Quería que se sintiera orgulloso de mí por el camino que yo me labrara con mis méritos, mi trabajo. Que reconociera mi valía como algo más que una estúpida esposa que lo esperaba en casa. Quería que me mirara como papá a mamá: con orgullo infinito por todo lo que era capaz de hacer, por todo lo que había conseguido por sí misma, por todo el potencial que poseía. La miraba como un igual, no alguien debajo de sí. —No digo eso, Leah. No conviertas mis palabras. Digo que no lo necesitas. Yo tengo dinero, tú tienes dinero… ¿por qué hacer eso? Me sentí molesta y ofendida. —Por crecimiento personal—argumenté. Él negó y eso solo sirvió para que me sintiera más enfadada. “Cuando hablas, ¿están al mismo nivel? ¿Te hace pensar? ¿Te desafía? Cuanto estás con él, ¿Te 752 impulsa? ¿Te lleva más allá de tus límites? ¿Te pone los pies sobre la tierra?” Las palabras que Alex me había dicho hacía más de un mes acudieron de pronto a mi cabeza, tan dolorosas que me resultó imposible ignorarlas y traté de responderlas en mi mente. —No arruines esto peleando, ¿quieres?—pidió inclinándose hacia mí—. Por favor, solo quiero pasar una linda velada con mi novia. Lo miré por unos momentos, aún molesta por todos sus comentarios, hasta que asentí con rigidez. El resto de la cena transcurrió tranquilamente, entre temas banales e inventos de lo que había hecho en el viaje. Cuando íbamos de camino a casa, observé su perfil, desde su fina nariz hasta sus pómulos marcados, la forma de sus labios, que eran delgados pero hábiles, la prominencia de su mentón y la espesura de sus pestañas. Junté mis piernas percibiendo una pequeña llama de excitación que no era nada en comparación con la hoguera que Alexander siempre se las arreglaba para hacerme sentir, pero me aferré a ella con todas mis fuerzas. 753 Tal vez solo necesitábamos tener sexo para que yo me sintiera mejor y ganara un poco de claridad en mis emociones. Así que siguiendo esa línea de pensamiento, me quité el cinturón y me incliné para besar su cuello mientras él seguía conduciendo. Lo sentí tensarse al instante, peo no me detuve. Eso era buena señal, ¿no? Sellé mis labios como cera en la piel de su pulso, donde sabía que le gustaba y me embriagué de su aroma. Llevé mi mano hasta su pantalón, esperando encontrar su deseo abultándose dentro, pero me sentí levemente decepcionada cuando no percibí nada. —Leah, para. Harás que nos estrellemos—se quejó con voz tensa. —Vamos, no lo hemos hecho en meses—insistí, apretando su miembro a través de la tela sin obtener reacción aún—. ¿No dijiste que me habías extrañado? —Te extrañé, pero estoy conduciendo. —Entonces solo para en algún lugar—susurré mordiendo su lóbulo. 754 —No. Para ya. No voy a hacerte el amor en un auto. —¿Por qué no?—solté una risita y desabroché la hebilla de su cinturón—. Nunca lo hemos hecho en un auto, suena como algo muy excitante. —No. Es algo sucio e indecente. Además, alguien podría vernos—retiró mi mano de un tirón y me acomodé en mi asiento. El rechazo escociéndome el pecho. —Entonces vamos a tu departamento—sugerí, tratando de no sonar tan dolida. Me lanzó una ojeada. —Cariño, ¿por qué tanta urgencia? Tenemos todo el tiempo del mundo. —Pero… —No, Leah. No estoy de humor. Te llevaré a casa. Me coloqué el cinturón de nueva cuenta y traté de ignorar el nudo que cerraba mi garganta. Nunca antes me había rechazado. 755 Cuando estacionó su auto en la entrada de casa, me dispuse a bajar rápidamente, sintiéndome aún ofendida. Él fue más ágil y me tomó de la muñeca para detenerme. —¿Qué?—interrogué con aspereza, hastiada. —Leah, no quiero pelearme más contigo. —¿No dijiste que querías más de mí? ¿Cómo se supone que lo obtengas si cada vez que yo me acerco tú me rechazas?—reproché, moviéndome para zafarme. —No necesito tener sexo demostrarte lo mucho que te amo. contigo para —No dije eso, solo quería… “Olvidarme de Alexander” terminó por mi consciencia. —No importa—dije y traté de relajarme—. Gracias por la cena y el anillo. ¿Te veo mañana en la universidad? —Claro—me atrajo hacia él para besarme, lento y suave—. Te amo. Me miró con amor infinito. 756 Mi corazón dio un salto porque por un momento, deseé que los ojos que me miraban impregnados de esa emoción fueran azules y no color miel. Otro capítulo kilométrico, otra biblia, testamento, etc, etc. (inserte todos los sinónimos) ¿Qué les pareció? Me encantaría saber qué opinan. ¿Dudas? ¿Sugerencias? ¿Confesiones? ¿Traumas? ¿Pesadillas? Dejen sus comentarios con dudas y otras cosas, los estaré respondiendo T O D O S. El próximo capítulo irá dedicado al primer comentario. Con amor, KayurkaR. 757 Capítulo 20: Oops, lo hicimos de nuevo. Leah —A ti te quería encontrar. Edith me interrumpió en la importante tarea de devorar mi dona. Se sentó a mi lado en la mesa de la cafetería, observándome con tanta intensidad que por un momento pensé que me haría hoyos en la cara por la forma en la que estaba taladrándome. —¿Qué?—pregunté nerviosa—¿Tengo mal la ceja o algo? Solía mirarme de ese modo cuando había algo en mi cara y la muy maldita no era capaz de decirme. Como aquella vez en que tuve mi segunda cita con Jordan y la hija de puta no pudo decirme que tenía un moco verde y asqueroso colgando de la nariz. Aún se burlaba de eso algunas veces. —Edith—insistí, asustada. 758 —¿Por qué no me lo dijiste?—habló secamente, sin parpadear. —¿Decirte qué? —¡Que tenías algo con Alex!—exclamó y toda la sangre viajó hasta mis talones—¡Te lo pregunté y lo negaste! —¿Qué?—mi voz salió ahogada porque estuve a punto de atragantarme con mi saliva—¿De qué mierda hablas? —No te hagas la loca conmigo—estrechó los ojos—¿Qué hacías con él en Long Island? Mierda. “Tal vez si le tiras con tu termo a la cabeza puedas noquearla y huir” sugirió mi consciencia y resistí la tentación de hacerlo. —¿Qué?—repetí, porque nada mejor acudía a mi cabeza. Todas las alarmas que gritaban “PÁNICO” centellaban al rojo vivo y yo solo quería salir corriendo o tirarme por la ventana. —¿No dijiste que habías ido con tu hermano a visitar a un amigo a Long Island? 759 —Sí, ¿y qué?—traté de impregnar mi voz con indiferencia. Soltó un suspiro de exasperación al tiempo que extraía del bolso su celular y me mostraba un maldito artículo en alguna página de internet. En el encabezado, con letras enormes y negras, podía leerse: “¿Nueva novia de Alexander Colbourn? ¡Podría ser el inicio de una relación permanente!” Lo primero que pensé fue lo estúpido y sensacionalista que sonaba el título. Odiaba a los medios amarillistas tanto como papá. Deslicé mi dedo sobre la pantalla para leer más información y saber a qué me enfrentaba con exactitud. Necesitaba saber si en efecto, mi vida se había ido al carajo. El artículo era una falacia que se resumía a rumores infundados sobre lo juntos que habíamos estado en la plaza, justo donde Alex había capturado a la pareja. También hablaba de un supuesto beso apasionado que de ninguna manera nos dimos a la orilla de la bahía. Quise darme de golpes contra la mesa por lo descuidados que habíamos sido al exhibirnos de esa manera. 760 El artículo estaba acompañado por una serie de fotografías de resolución media, un poco distorsionadas por el zoom. Al parecer alguno de los comensales lo había reconocido y no había perdido la oportunidad de capturar el momento. Estaban tomadas de forma lateral, por lo que la mayoría las acaparaba el cuerpo de Alex, conmigo escondida del otro lado. Había una donde yo intentaba quitarle la cámara de las manos, con mi cuerpo estirándose para alcanzarlo mientras él tenía una enorme sonrisa. Lo único que salvaba la situación era el hecho de que llevaba puestos los lentes de sol. El artículo terminaba con una lista de mujeres hijas de empresarios, actrices y modelos que podrían ser la supuesta novia. Al final, había una encuesta acompañada con las fotografías de las candidatas que encuadraban con el perfil de la “susodicha” y solté una carcajada. —¿Qué haces?—Edith me arrebató el aparato de las manos y yo seguí riendo. —Votando por Megan Fox, ¿que no ves?—seguí sonriendo por lo ridículo de la situación y el alivio que me invadía. 761 —Claro que no es Megan Fox, idiota—dejó el celular sobre la mesa, frunciendo el ceño. —Tienes razón, la chica de la foto parece más bonita—di un sorbo a mi termo. —Sé que eres tú—dijo con seguridad y me asusté un poco, aunque ahora que había sondeado el terreno, me sentía en control. —No soy yo—me defendí—¿Sabes cuántas mujeres de cabello negro y estatura promedio hay en el mundo? ¡Por eso somos promedio! —¡Llevas la gabardina Prada que compramos en Las Vegas! ¿Recuerdas? Por la que casi le haces una llave a la mujer rusa para que no se la quedara porque es una edición especial. Mierda. Odiaba su buena memoria para los detalles. —Edición especial no es lo mismo que piza única —repliqué, buscando sonar convencida. —Curiosamente él también estaba en Long Island cuando tú lo estabas—insistió, mirándome con suspicacia—¿Coincidencia? No lo creo. —Edith, Long Island es muy grande. Si él se llevó a una de sus zorras a pasar el fin de semana 762 allá, ¿yo de qué tengo la culpa?—sentí un escozor en la lengua al auto llamarme zorra. —¿Crees que tengo cara de estúpida? —Sí—respondí con naturalidad. —¡Leah!—me dio un manotazo en el hombro, ofendida. —Tú preguntaste, yo solo contesté sinceramente. —¡Hablo enserio! —Yo también—lanzó un quejido de exasperación y negó. Mi estómago volvía a cerrarse hermético ante la posibilidad de que alguien más supiera lo que estaba pasando entre el heredero de los Colbourn y yo. —Leah, por… —Hola—la voz de Jordan interrumpió su algarabía. Me apresuré a bloquear su celular antes de que tomara asiento, ganándome otra mirada recelosa de Edith, pero la ignoré para centrarme en mi novio. —Hola—deposité un lento beso en los labios que él correspondió con devoción y ternura. 763 —Ay por Dios, me dará conjuntivitis—se quejó Edith al tiempo que nos separábamos. —¿Envidia?—la molestó Jordan, enarcando una ceja y pegándose a mí como una garrapata. —No a todos nos apetece tener náuseas a las diez de la mañana— atacó mi amiga. Accidentalmente, mis ojos encontraron al dueño de todas mis pesadillas y a la vez, de mis mejores sueños. Alexander me miraba desde otra mesa de forma oscura, con una expresión en el rostro indescifrable. Las cosas entre nosotros seguían siendo turbias y poco claras, pero tomé la férrea determinación de mantener una relación cordial, por el bien de mi estabilidad mental, emocional y la preservación de mi relación. Volví a concentrarme en Jordan, permitiendo que me llenara de esa certidumbre y seguridad que siempre llevaba consigo. Dos semanas. 764 Se habían cumplido dos semanas desde que habíamos regresado de nuestro agitado viaje a Long Island. No nos habíamos hablado desde entonces y me sentía igual que un alcohólico asistiendo a grupos de apoyo que acabara de cumplir quince días de sobriedad. En mi caso, era sobriedad de Alexander. ¿Dónde estaba mi moneda y mi pastel para festejar mi fuerza de voluntad? La verdad era que no todo el crédito era mío. Él había ayudado bastante con su indiferencia, haciendo lo que mejor hacía: ignorarme y pretender que yo no existía. Era algo que se le daba muy bien, debía reconocer, pero eso no significaba que doliera menos. Algunas veces, cuando se sentaba en nuestra mesa o nos topábamos en los pasillos, lo atrapa dedicándome miradas furtivas de menos de un segundo, antes de volver a centrarse en otra cosa. Debía sentirme feliz de que hubiera perdido el interés en mí; era algo que se veía venir desde que 765 había conseguido meterse en mis bragas. Ahora era una más de sus trofeos, una más de las servilletas que él adoraba desechar sin ver atrás. Pero no me sentía feliz. En su lugar, estaba irritada todo el tiempo; una frustración aflorando en mi pecho y una exasperación cerrándome la garganta era lo que me habían costado mis quince días de desintoxicación, eso sin contar el humor de los mil demonios que llevaba siempre conmigo. No quería reconocerlo, pero odiaba no tener su atención, joder. Lo prefería escudriñándome, sonriéndome o retándome con alguna estupidez, no pretendiendo que no existía. Me sentía más ignorada que las instrucciones de un shampoo. —Okay, tomen una y cuídenla como si fuera el boleto ganador de la lotería—Ethan tendió a cada uno de los ocupantes de la mesa una invitación impresa en un fino papel con pulcra caligrafía. Le dio una Jordan y cuando yo no recibí ninguna, enarqué una ceja, inquisitiva. —Son pases dobles—aclaró poniendo los ojos en blanco—. Mis padres harán una exhibición en la 766 nueva galería de arte con la que acaban de asociarse, así que por su bien, espero ver sus feas caras allá. —¿Qué pasa si no voy?—preguntó Sara. —Seguramente tendrá un colapso y terminará en una ambulancia—bromeó Alex y contuve la sonrisa que amenazaba con surcar mis labios. Lo miré por un instante. Lucía más atractivo que nunca y lo maldije porque tuve un tiempo difícil para despegar mis ojos de él, con mis pies moviéndose ansiosos bajo la mesa resistiendo el impulso de saltarle encima como un guepardo. —Por tu bien, espero que no faltes—le advirtió —, o tendré que tomar medidas que no van a gustarte. —¿Es estrictamente necesario ir acompañado?— la castaña evaluaba con interés la invitación y mi amigo asintió—¿Y si no tengo a nadie? La pregunta de a quién llevaría Alexander invadió mi mente incluso antes de que pudiera evitarlo y mi estómago se comprimió ante las posibilidades. El moreno volvió a poner los ojos en blanco. 767 —Pues te llevas a tu madre, a tu abuelita o a tu perro, no me importa, pero voy a retorcerte el cuello si no llevas tu escuálido culo a esa exhibición. No es opcional. —¿Por qué tanta urgencia?—intervino Edith acomodándose la alta cola de caballo sobre el hombro—. Creí que tus padres no querían que convivieras con el puñado de alcohólicos imbéciles que tienes como amigos. —Mis padres quieren conocer al puñado de alcohólicos imbéciles que tengo como amigos, cariño—respondió Ethan dándose importancia—. Sobre todo después de tener que recogerme casi desnudo y ebrio de la estación. Papá nunca me había gritado tanto en toda mi vida, pensé que me quedaría sordo. Todos soltamos una risotada. —Entonces, ¿en parejas?—volvió a decir Edith, esbozando esa sonrisita maliciosa que no presagiaba nada bueno. —¿Eres sorda o retrasada?—contestó Ethan dedicándole una mirada a mitad de la preocupación y la broma. 768 —Yo diría que ambas—hablé divertida y mi amiga me dedicó una mueca. Alex no contuvo la sonrisa ante mi comentario y mi corazón dio un vuelco a pesar de que no levantó la vista de la invitación. —Tú no tendrás problema en encontrar pareja, solo dile a alguno de los desgraciados que tuvieron la mala suerte de caer entre tus garras—la confortó mi amigo. —Quisieras ser uno de esos desgraciados—se defendió la rubia, petulante. —Gracias, pero no me odio tanto. —¡Ethan!—Edith le lanzó una rodaja de pepino de su ensalada que él esquivó sin problema y la mesa estalló en carcajadas. —Lo bueno de esto es que no todos tendremos problema para encontrar acompañante, ¿verdad, cariño?—Jordan dio un apretón a mi mano antes de depositar un beso sobre ella. Sonreí apenas. —Van a provocarme un coma diabético—se burló Ethan, negando con la cabeza. 769 No pude obviar la forma en que Alexander flexionaba sus manos, como si estuviera ansioso por algo. Los hielos que tenía en sus ojos se clavaban en Jordan, tan filosos y gélidos como lanzas. Era una mirada sombría que pocas veces había apreciado en él y que tomaba lugar solo cuando estaba verdaderamente molesto por algo. Decidí ignorarlo, pero algo me decía que, en efecto, estaba enojado. Edith entró en el aula con una enorme sonrisa, sentándose a mi lado e interrumpiendo la terapia que le daba a Sara sobre amor propio y lo malo que era meterse con personas que ya tenían una pareja. —¿Por qué tan feliz?—preguntó la castaña centrándose en ella desde el escritorio trasero. —Le he devuelto la invitación a Ethan— canturreó, sin perder la sonrisa. —Por favor, no me digas que no irás—mi amiga la miraba con ojos de perrito suplicante. —Por supuesto que iré—musitó con demasiada felicidad. 770 —Por si tu pequeño cerebro aún no lo capta, necesitas la invitación para entrar—la regañé— ¿Cómo lo harás si se la has devuelto? —No la necesito—se echó la larga melena rubia tras el hombro. —¿Por qué?—pregunté sin poder contener la curiosidad. —Iré con Alexander. —¿Qué?—ladré. La miré atónita. —¿Cómo conseguiste eso?—Sara estaba inclinada sobre el escritorio, verdaderamente impresionada. Se encogió de hombros batiendo sus pestañas. —Soy irresistible. —Sí, claro—se burló—, ya en serio Edith, ¿qué brujería hiciste? Resopló. —Ustedes jamás suben mi autoestima—se quejó —. Se lo pregunté y dijo que sí. Fijé mis ojos en la mesa, aún desconcertada. 771 No por la situación, sino por la vehemente necesidad que sentía por arrancarle los ojos a mi amiga. Enseguida, la molestia comenzó a picarme las costillas, insistente hasta convertirse en una emoción ferviente que borboteaba bajo mi piel y que me hacía querer exigirle que se mantuviera alejada de él. —Ya lo tengo todo planeado, de hecho—se regodeó en su asiento—. Ésta vez no se me va a escapar. —A veces me preocupa tu obsesión con él— comentó Sara riéndose. —No es obsesión, pero es un hueso difícil de roer y eso solo hace que lo desee más—se inclinó hacia adelante jugando con un mechón de su cabello. Traté de aminorar la quemazón que se extendía por mi pecho, sin éxito, porque solo lograba aumentarla con cada cosa que decía. No quería que Edith experimentara las mismas sensaciones cósmicas que yo, ni que lo contemplara de la misma forma en que yo lo había hecho. 772 La imagen de él besándola o penetrándola me causó náuseas. —¿Y cuáles son tus armas? Cuéntame tus tácticas de seducción, me muero por saber—la alentó nuestra amiga y la fulminé con la mirada, porque no quería escuchar más sobre el asunto. —Leah, ¿recuerdas ese corset con liguero negro que compré en Victoria’s Secret en Las Vegas?— asentí con rigidez, esperando que mi rostro no reflejara las ganas que sentía por estrellarle la cara contra la mesa—. Usaré eso, lo volverá loco, estoy segura. —Siempre sorprendiéndome con tus alcances— silbó Sara, y mi amiga se mordió el labio. Traté de convencerme de que no me importaba. Que él y yo no teníamos nada y que podía cogerse a quien quisiera, incluso si era Edith. Además, nadie me aseguraba que se hubiera mantenido lejos de otras tipas en este tiempo. Dios, la idea de imaginarlo con alguien más me enfermaba. —No se preocupen, yo sí contaré los detalles sucios—susurró mi amiga cerca para que los demás 773 no pudieran escucharnos—. Les haré una reseña de qué tan bueno es en la cama. Sara soltó una risita estúpida y no pude tolerar una palabra más. Me puse en pie de un salto, con la bilis en la garganta. Me marché de ahí viendo rojo de rabia y con los dientes rechinando. No era engañar. Asesté un golpe en las costillas, ocasionando que perdiera el aire. Si él se cogía a otras, no era engañar. Coloqué un pie hacia atrás, lista para lanzar una patada que dio justo en su estómago, provocando que se doblara y trastabillara hacia atrás. Yo no debía ni podía sentirme de tal manera. Simplemente no tenía derecho de sentir celos ni esa posesividad que nacía de la parte más profunda de mi ser. Solo podía percibirlo hacia Jordan, nadie más. 774 No le di tiempo de recuperarse y tomé dos pasos antes de girar y dar otro golpe certero en su espinilla que no pudo esquivar. Su rodilla pegó contra el suelo. Respiré pesadamente con mi corazón martilleando en mis oídos y mis emociones a flor de piel, esperando a que se incorporara. El deber y el querer se colisionaban en mi cerebro en una lucha por la dominación, con el deseo ganando la batalla. No podía evitar sentirme colérica solo de pensar que pudiera tomar a Edith de la misma forma en que había hecho conmigo; o que la mirara o le sonriera igual. Logró asestarme un golpe en la sien que me desorientó por un momento, alimentando la furia que aullaba en mi interior igual que un animal. —¡JODER!—grité, buscando liberar un poco de la quemazón que me consumía por dentro. Tensé la mandíbula y arremetí contra su cuerpo dando un golpe con mi mano izquierda, antes de atacar su costado con un puño diestro. Estaba atacando de todos lados imaginando que era Alexander a quien tenía enfrente, que le partía su bella cara de mierda y le tiraba un diente, solo para que su sonrisa se afeara y dejara de privarme de toda voluntad. 775 “Cabrón, cabrón, cabrón” repetí como un mantra mientras agredía por todos lados y con todas las extremidades de mi cuerpo en embates limpios. “Te odio, te odio, te odio” Lo odiaba por hundirme hasta el cuello en todo ese torrente de emociones conflictivas para después alejarse y pretender que nada había pasado entre nosotros. Dios, lo odiaba tanto. Quería matarlo. Rematé la táctica con una patada a los hombros que mandó el cuerpo hasta el suelo con violencia. —¡De acuerdo, de acuerdo, me rindo! ¡Tú ganas! ¡Dios!—Kristen se recostó sobre el suelo tratando de recuperar la respiración, igual que yo. Me quité las vendas de las manos y me senté junto a ella, esperando a que mis sentidos volvieran del estupor provocado por la adrenalina. —¿Se te ha metido el diablo o qué?—preguntó mi entrenadora masajeándose el cuello—. Pensé que ibas a matarme. La descarga de adrenalina y energía solo habían servido para agotarme, porque seguía sacando fuego por todos lados. 776 Quería aplastarle los huevos a ese imbécil. Dios, no quería que tuviera sexo con Edith, ni con nadie. —Me dejé llevar, lo siento—me disculpé poniéndome en pie. —Has mejorado mucho tu flanco izquierdo—me siguió mi entrenadora por el gimnasio hasta los casilleros, donde guardaba mis cosas—. A tu padre le encantará saberlo. Sonreí apenas, sintiéndome peor que antes porque ahora no solo estaba furiosa, sino también exhausta. Le agradecí el entrenamiento y me encaminé a las duchas. El baño no hizo otra cosa que darle más forma a lo que me cruzaba la mente. Estaba cansada de soportar sus desplantes y actitudes extrañas. Estaba harta de tener que adivinar lo que pasaba por su cabeza; me sentía dentro de un jodido buscaminas y no hacía más que explotar sin llegar al otro extremo. Salí de la regadera y me vestí a toda prisa para llegar a mi auto antes de que toda mi determinación se desvaneciera. No iba a quedarme callada viendo cómo jugaba conmigo de nueva cuenta, cómo me ignoraba después de usarme tan descaradamente y la forma en 777 que pretendía que todo lo hacía sin intención cuando era claro que todas las cosas que hacía tenían un propósito. Pues bien, el que saliera con Edith era una rotunda declaración de guerra y no iba a permitir que m humillara de esa manera. Nadie podía humillarme. Conduje con el acelerador hasta el fondo y en menos de diez minutos ya había cruzado la ciudad para entrar al lujoso sector donde el idiota tenía su departamento. Bajé dando un portazo y entré en la recepción del complejo dando fuertes zancadas. Me retiré los lentes oscuros y miré directamente al hombre tras el mostrador. Parecía que se había cagado en los pantalones a juzgar por su expresión cuando reparó en mí. —Quiero ver a Alexander Colbourn—exigí con dureza. —¿Tiene alguna identificación, se-señorita?— tartamudeó. —¿Para qué la necesitas?—no tenía tiempo para formalidades inútiles. 778 La furia que sentía amenazaba por hacerme explotar y escurrirse por todos mis orificios. —Nadie puede subir a su departamento al menos que el señor Colbourn lo autorice—explicó, clavando su vista en el mostrador luego de alzarla por un segundo. —Y una mierda—mascullé, porque no quería perder el factor sorpresa. Caminé a pasos largos y firmes hasta el ascensor, con el hombrecillo del mostrador detrás. Entré al elevador y las puertas se cerraron antes de que pudiera alcanzarme. Presioné el botón que llevaba al último piso, donde claro que el maldito imbécil tenía su penthouse. Toqué la puerta con insistencia y sin detenerme, olvidando todos los modales que se habían encargado de enseñarme hasta que abrió la puerta con el rostro desencajado. —¿Quién mier…? No lo dejé terminar porque le planté una bofetada con toda la fuerza que poseía en cuanto lo tuve enfrente. 779 —¡Hijo de puta!—grité, sintiéndome levemente mejor después de eso. Me sentía dentro de una escena de telenovela, pero me daba igual. —¿Te has vuelto loca?—dijo girando el rostro solo un centímetro porque eso fue todo lo que mi fuerza sobrehumana había conseguido moverlo. —¡Eres un cabrón!—volví a vociferar, dando rienda suelta a todo el enojo que hervía en mis venas —¡Te coges todo lo que ves! —¿Quién te crees que eres para…? El recepcionista se aclaró la garganta, incómodo e interrumpió la guerra campal que se desarrollaba en el pasillo. —Señor, se ha escabullido. ¿Quiere que la escoltemos fuera? Me miró echando fuego por los ojos antes de centrarse en el hombre bajo. —No. —¿Prefiere que llamemos a la policía?—sugirió y tuve un momento de lucidez. Debía parecer una ex 780 novia psicópata buscando venganza, y para colmo podían meterme a la cárcel por acoso. Allí iban mis últimos fragmentos de dignidad. “Tus cagadas son impresionantes como siempre, Leah” —No, retírate—ladró antes de tomarme del brazo, arrastrarme dentro de su departamento y cerrar dando un portazo que reverberó en toda la estancia y todos mis huesos. —Suéltame—me deshice de su agarre y lo encaré, con la respiración errática y el estómago ardiendo por toda la ira. —¿Qué te has metido para pensar que era una buena idea venir a mi departamento a agredirme?— se irguió, plantándose con toda su intimidante estatura frente a mí. Era divino, pero me di un golpe mental para no permitir que su belleza me desconcentrara de mi objetivo. —No me he metido nada, solo he venido a decirte tus verdades. —¿Mis verdades? 781 —¡Sí!—rugí— ¡No voy a soportar humillaciones y groserías por más tiempo! tus —¿De qué mierda hablas?—tenía una mejilla roja ahí donde lo había golpeado, con los ojos azules exudando rabia. Era la misma forma en que había mirado a Jordan, pero mil veces peor. —¡De que no tienes moral, ni valores, ni pudor ni respeto! ¡Te lo pasas todo por el culo y haces lo que te venga en gana sin importar a quién embarres en el proceso! —¿Qué hice ahora?—frunció el ceño—¿De qué estás acusándome, perra desquiciada? —¡De tu falta de escrúpulos!—vociferé, recriminándolo con un dedo. —¡Yo puedo hacer lo que me dé la puta gana!— respondió a su vez, airado—. Tú no tienes idea de los valores que tengo o no tengo, Leah. No vengas aquí a juzgarme porque no me conoces. —Sí que te conozco, conozco a todos los de tu clase. Hijos de puta, cabrones, insensibles… —¡Jamás he sido así contigo!—se defendió alzando la voz, dando un paso hacia adelante, 782 amenazador, pero me negué a parecer asustada y le planté frente. —¡Sí que lo has sido! ¡No te importa nada mientras puedas seguir metiendo tu polla en cuanto coño se te atraviese en el camino!—dije con la voz en cuello y los puños apretados. Yo temblaba de rabia y tensaba la mandíbula. Alexander parecía a punto de estallar de la cólera; sus ojos eran fuego puro. —¿Y a ti qué mierda te importa dónde meto o no mi polla? —¡Me importa porque no seré una más de tus putas! ¡Yo no soy una basura que puedas desechar! —reproché, haciendo aspavientos— Ni siquiera sé cómo pude acceder a estar con alguien como tú, ¡lo único que te importa es cuántos coños puedes reventar! —¿De dónde sacas eso?—replicó con el mismo volumen y pensé en el show de gritos que debíamos estar ofreciendo para los vecinos. —¡Porque es precisamente lo que estás haciendo! ¡No creas ni por un maldito segundo que dejaré a Edith caer en la montaña de mierda que eres! 783 Dio un paso hacia atrás con la misma expresión que tenía cuando lo abofeteé. —¿Todo este teatro tuyo es porque estás celosa? —espetó y apreté los puños. “¡Sí, maldición, sí!” quise gritarle. —¡No, estás muy mal de la cabeza si crees que puedes provocarme algo así! —Sí estás celosa—aseguró y me sentí tan expuesta que creé más murallas de ira porque eran las más fáciles de levantar. —¡Solo estoy poniéndote desgraciado, bastardo, cabrón! en tu lugar, —¿Y quién eres tú para decirme lo que puedo o no puedo hacer? ¿Con qué cara me juzgas cuando tú eres igual que yo?—bramó, con la cara roja—¿Con qué cara me dices que no tengo valores cuando tú también estabas feliz de follarme? Mi pecho se comprimió. —¡Yo…! —Ni siquiera te pasó por la mente tu noviecito mientras me tenías dentro, así que de nuevo, baja del puto pedestal en el que te has montado tú sola que 784 de santa no tienes nada—acortó la distancia dando otro paso, hasta que prácticamente se cernió encima de mí y tuve que levantar la vista para verlo—. No tienes ningún derecho de reclamarme un carajo, Leah. La mano me hormigueó. Levanté el brazo para asestarle otra bofetada, sintiéndome ofendida por todos sus insultos. La detuvo en el aire y aprisionó mi muñeca dolorosamente. —No sé cómo te trate Jordan—dijo con voz tensa, clavándome cuchillos con los ojos—, pero yo no voy a tolerar tu mierda ni tus agresiones, ¿entendido? Percibí su furia, pura y contundente con un atisbo de miedo invadiéndome. Tal vez de eso hablaban mis padres, tal vez sí era un psicópata después de todo. —Vuelve a golpearme y te juro que voy a… —¿Qué vas a hacer, ah? ¿Vas a golpearme? ¿Vas a romperme la mano?—lo reté, intentando liberarme, pero él continuó cerrando sus dedos en torno a mi muñeca, ejerciendo presión. —Voy a romperte a ti si no paras ahora— amenazó, inyectando tanto veneno en su voz que un 785 escalofrío me recorrió la columna—. No tienes ni puta idea de lo que quieres. Me pides que me aleje para buscarme al día siguiente y exigirme un sinfín de cosas que ni siquiera tú estás dispuesta a dar. Me soltó de pronto y me masajeé la zona. Alexander no era como Jordan. Él no se sometía a mis demandas ni buscaba formas pacíficas de arreglar las cosas, no. Alexander me enfrentaba sin miedo, con todo su arsenal. Respiraba pesadamente, flexionaba sus dedos ansiosos a sus costados y su mandíbula se tensaba sin parar, con un mechón claro pegado a su frente por la acalorada discusión. Me gustaba verlo así, enojado y expuesto, mostrando su verdadera naturaleza, sin fingidos modales ni falsas contemplaciones. Lo miré iracunda, con un deje de excitación creciendo en mi interior. Incluso en ese estado tan colérico y airado, una parte de mí no podía dejar de sentirse atraída por su faceta imperiosa. —¿Por qué Edith? ¿Tanto quieres follártela?—me encontré preguntando incluso antes de poder dominar mis pensamientos, cuando el momento álgido de la histeria había cesado. 786 —Nunca dije que iba a follármela—respondió gélido—. Fue algo que tú asumiste. —¿Entonces por qué vas con ella? —Porque no puedo llevarte a ti, ¿o si? Mi corazón dio un vuelco ante la confesión. —No—admití. —¿Ves? Ahí está la respuesta—seguía furioso, podía notarlo por el fuego que consumía sus orbes —. No tengo tiempo para perderlo con alguien como tú, así que no vengas a armarme escenas de celos sin tener una maldita idea de cómo resolver la mierda que tienes dentro, porque yo no voy a jugar a tus juegos de niña idiota. Elige qué quieres o lárgate de una vez—masculló con aspereza. —No me llames idiota, imbécil—escupí, ganando un poco más de cordura ahora que me había desahogado. —Deja de comportarte como una entonces. Te crees parida por el mismo Zeus, joder—se pasó las manos por el cabello, hastiado y negó enérgicamente. Una oleada de deseo me invadió solo de contemplarlo. Tenía el cabello claro alborotado, los 787 hombros terriblemente tensos, a la defensiva, el mentón contrayéndose y los ojos oscuros por todas las emociones de los últimos minutos. “Elige qué quieres o lárgate de una vez” Viví un auténtico lapso de inconsciencia y sin pensarlo, lo tomé del cuello de la camisa, me puse de puntillas para alcanzarlo y le planté un beso. Fue solo contacto, sin movimiento. Me dije que no podía perder más dignidad de la que ya había mandado por el caño; además, me moría por comprobar si había dejado de interesarse en mí. Por un momento me sentí estúpida y dolida, porque permaneció sin inmutarse por largos segundos que me parecieron eternos, con el cuerpo tan tieso como una vara contra el mío. Estaba por alejarme con las migajas que me quedaban de orgullo cuando él pareció reaccionar por fin, posando las manos sobre mis brazos con determinación antes de besarme como si quisiera comerme entera, con una energía y vehemencia casi imposibles de seguir. Subió sus manos hasta mi cuello, enredando sus dedos en mi cabello para inclinarme más y tener completo control y acceso a mi boca, transmitiendo todo su enojo hacia mí en su forma de besarme, de 788 forma violenta y sin tregua. Me sentía devorada y engullida de la mejor manera posible, con mis manos entumecidas por la forma en que lo tomaba de su camisa para tener algo sólido de lo que sostenerme. —¿Estás feliz ahora?—susurró con voz grave contra mis labios, su aliento cálido chocando contra mi cara—¿Esto quieres? Lo ignoré y me incliné buscando sus labios, pero su agarre detrás de mi cabeza era de hierro. —Respóndeme—demandó, severo. Clavé mis ojos en los suyos, que eran una maldita tormenta de deseo y algo más, oscuro e intenso. Me miraba de una forma en la que nadie jamás lo había hecho y mi corazón dejó de latir ante la visión. Dios sabía cuánto lo quería. Al carajo la determinación y el deber, lo quería a él. —Sí—dije casi con desespero—. Sí, esto quiero. Tardó menos de un segundo en volver a estrellar sus labios contra los míos, con un ansia y apetito renovados. Por la manera en que estaba besándome en ese momento, podía jurar que no había perdido el 789 interés en absoluto, sino más bien, había estado esperando por esto. Por ser yo quien hiciera el primer movimiento. La necesidad se veía reflejada en la contundencia con la que se movía, rozando el borde la desesperación. Caí en cuenta de lo mucho que me gustaba aquello. Podía percibir la dureza que chocaba contra mi bajo vientre, que iba en incremento con cada segundo que seguíamos devorándonos sin descanso. Había cierto orgullo y petulancia recorriendo mis venas e inflando mi pecho al saber que yo causaba reacciones igual de volátiles en él, en comprobar que no era la única loca hormonal con necesidades imperiosas. Él era más de lo que yo podía manejar, así que me rendí a su merced. Era deseo firme y sólido fundiéndose contra mi cuerpo. personificado, No supe en qué momento llegamos hasta el sofá de su sala, demasiado ocupada en comerlo entero para reparar en algo más. Pensé que me tumbaría encima para volver a tomarme de la misma forma en que lo había hecho en casa de Bastian, pero no. En 790 cambio, se alejó para sentarse en el sofá y jaló de mí hasta acomodarme sobre sus piernas, mi espalda chocando contra su pecho y la potente erección abultándose bajo mis nalgas. Me sentí levemente mareada por el movimiento brusco. —¿Tienes idea de lo difícil que es mantener mis manos alejadas de ti? Un latigazo de excitación me recorrió el cuerpo cuando hundió su nariz en mi cabello e inspiró de mi aroma al tiempo que estrujaba mis pechos sobre la tela de la blusa. —Si pudiera embotellar lo bien que hueles para mí ahora, haría una jodida fortuna, Leah McCartney —susurró contra mi oído, erizando hasta el vello más recóndito de mi cuerpo y provocando que me moviera sobre su miembro, creciendo a cada segundo debajo de mí. Volvió a estrujar mis pechos una última vez antes de deshacer el primer botón con destreza, para continuar con los demás en tortuosa agilidad, rozando con sus dedos la piel que iba descubriendo y causando deliciosos hormigueos de anticipación. —No puedes ni imaginar las cosas que quiero hacerte cada vez que tengo cerca, cada vez que te 791 sientas en esa puta mesa—terminó de abrir mi blusa y se deshizo de ella rápidamente, con el sostén bajando por mis hombros, siguiéndola sin dilación alguna; mi cerebro estaba demasiado abrumado por la lujuria y las sensaciones para reaccionar. Ya no había un resquicio de sentido común en mi mente, solo la necesidad de contacto y de él. —¿Sabes lo difícil que es contenerme para no ir hasta ti, sentarte sobre mis piernas justo como en este momento y abrirte la blusa para devorar estas dos?—pellizcó mis erectos pezones, mi espalda arqueándose contra su pecho en reacción, ganándose un gemido de mi parte. —Alex… Acunó mis pechos entre sus manos, acariciándolos y estrujándolos a la vez, alternando presiones y sensaciones; familiarizándose con su forma, jugando con mis duros botones entre sus dedos, halando de ellos y pellizcándolos, catapultándome hacia un lento quemar que amenazaba con incinerarme de placer. Otro rebelde sonido escapó de mi boca cuando percibí sus labios trazando un camino sobre el inicio de mi espalda, mi hombro, mi cuello. 792 Sus manos descendieron hasta mis muslos, cubiertos apenas por la falda que estúpidamente había optado por usar ese día. Metió las manos debajo de ella hasta que sus dedos se engancharon en el elástico de mis bragas y no tuvo que mediar palabra alguna para que me levantara lo suficiente y le dejara el camino libre en su tarea de deslizarlas por mis muslos y despojarme de ellas. Terminé de quitármelas cuando llegaron más allá de mis rodillas, demasiado aturdida por el calor del momento para conservar el pudor. Percibí la forma en que tuvo que esforzarse por respirar con normalidad cuando acarició mis muslos de nuevo. —He pensado tanto en ello que algunas veces tengo que permanecer sentado como un idiota después de que todos se han ido, esperando que desaparezca la erección que tú has provocado. Su voz era baja, hipnótica y se ahogaba cuando sellaba sus labios en alguna parte de mi cuello, con el sonido reverberando en mi columna. —Abre tus piernas para mí, Leah—demandó, autoritario. 793 Inhalé por aire para darme seguridad y como una oveja idiota, lo obedecí, siendo recompensada por un sonido gutural. Posó sus manos cálidas y grandes en mis corvas y jadeé cuando abrió aún más mis piernas, con cada una balanceándose sobre sus rodillas. Mi falda completamente arrugada en mi estómago. —Perfecto—lamió la longitud de mi cuello, pegándome más a su cuerpo y mordió el lóbulo de mi oreja—¿Sabes cómo me doy cuenta que estás lista para mí, princesa? Quería hablar, decir algo, pero la anticipación y excitación mantenían presas a mis cuerdas y lo único que era capaz de hacer era registrar todas las sensaciones magníficas que él desencadenaba con sus manos, sus labios, su voz. Su tacto abandonó mi cuerpo de pronto y ancló sus brazos a sus costados, inmóvil. Percibía su calor demasiado cerca y el que no me tocara era agravante y tortuoso, porque lo único que quería era que se enterrara en mí. —Alex, por favor…—si él no hacía algo pronto, mi vagina se ahogaría en sus propios fluídos de excitación. 794 Un jadeo reverberó en mi garganta cuando sus manos entraron en contacto con mi clítoris. Comenzó a mover sus dedos terminando por despojarme de toda racionalidad, masturbándome de una forma en que ni siquiera yo sabía hacerlo y tocando sinfonías increíbles en mi cuerpo, materializadas por mis cuerdas vocales, que eran un coro de gemidos, jadeos y otros sonidos producto de mero placer. Lo acarició, estrujó y jugó con él entre sus dedos, con sus atenciones siendo el compás de mis caderas, que ondulaban sin control solo para no perderse de tal sensación. Pegué mi espalda a su pecho cuando introdujo un dedo y para el tiempo en que insertó el segundo, su mano había construido un ritmo en mi interior y recargué la cabeza en el sofá, abandonándome a su delicioso merced. Besó mi cuello y una de sus manos viajó hasta mi pecho para halar de un pezón. Estaba recibiendo estimulación por todos lados y sentía que mi corazón tendría un infarto en cualquier momento de mera satisfacción. El placer era un lento quemar consumiéndome como la cera de una vela. 795 Mis dedos se cerraron en torno al brazo que cruzaba mi cuerpo para estimular mi sexo, buscando asirme a él, mientras que mis uñas se encajaban en la piel de su cuello entre más cerca sentía el orgasmo avecinarse. Mordió mi hombro y grité apenas, demasiado ocupada en absorber las sensaciones que experimentaba mi cuerpo. Me sentía completamente fuera de control. Alexander podría haberme tomado justo ahí, podría haberme estampado contra el piso y follarme de forma cruel y violenta y me habría importado una mierda. Lo habría agradecido incluso. El calor y la desesperación se construía en mis huesos y me olvidé de todo, tanto que estaba cogiéndome su mano sin consideraciones ni pudor, de una forma que sabía me avergonzaría después pero me daba igual porque estaba cerca, cerca, cerca, cerca… Entonces, se detuvo. Otra vez, me había dejado pendiendo del borde del mundo. Gruñí de exasperación. Bajó el ritmo, trazó lentos círculos en mi interior y se tomó su tiempo con sus dedos inmóviles enterrados dentro de mí. Lo miré desde mi posición reclinada en el sofá y su cuerpo, con sus pupilas dilatadas y respirando entrecortadamente, sin perderse un solo detalle de mis reacciones. Movió sus caderas debajo de mí, enviando placenteras 796 sacudidas y dibujando lentas circunferencias que estaban volviéndome loca. Eso era tortura en su máximo esplendor. Pensé que iba a detenerse y dejarme así, entonces frotó su pulgar contra mi clítoris; abrí la boca para respirar y sacudí mis caderas. Su expresión era petulante, porque hacerme estremecer de satisfacción había sido todo su objetivo. Sus dedos comenzaron a moverse otra vez, de manera lenta y deliberada. Me llevaba al borde para detenerse, al borde para volver a detenerse, así hasta que me tenía rogándole porque me permitiera terminar, con mi sangre corriendo por mis venas igual que una bestia viviente y furiosa, muriendo por liberarse. Era todo lo que quería. Mi mente se había ido y ya no existía nada más, solo él y las sensaciones. —Voy a hacer que te corras tan duro, Leah. Haré que te corras. Tan. Jodidamente. Duro—susurró ásperamente contra mi oído, arrastrando su lengua por el sudor de mi cuello, su boca succionando y percibiendo la intensidad de mis latidos, la vibración de mis gemidos por él. Sus dedos tomaron velocidad, curvándolos y haciéndome gritar por la nueva sensación. Enredó su mano en mi cabello 797 halando de él con fuerza y regalándome sensaciones explosivas. Estaba casi desecho, igual que yo, así que sabía que por fin me dejaría ir, me daría mi liberación; mis dedos enterrándose en la piel de su cuello de nueva cuenta y la intensidad de sus manos aumentando en respuesta, con su pulgar frotándose contra mi clítoris una y otra vez, los dedos de mis pies curvándose dentro de mis zapatos, la presión contra mi piel dura y contundente, pulsando sensaciones a mi vientre, mis piernas, mi centro, convirtiéndose en una bomba a punto de explotar. Hubo una inhalación, un jadeo que quemó mis pulmones y después, mis caderas moviéndose erráticamente antes de estallar a pedazos encima suyo. Mi alma salió expulsada de mi cuerpo para pender en el universo. Un pitido chillaba en mis oídos y no era consciente de nada, sólo de lo bien que se sentía mi orgasmo, que me llenaba y recorría sin parar. Sentía que me desmayaría en cualquier momento. Retiró sus dedos de mi interior, dejando un camino húmedo por mi estómago. Podía escuchar su agitado respirar que se unía con el mío. 798 —Leah—fui apenas consciente de sus palabras— ¿Tomas la píldora? Me levantó un poco antes de que pudiera juntar las palabras y sin aviso, se deslizó a mi interior, sin consideraciones ni vacilación, empalándome con su palpitante virilidad. Sacudió mi centro y trajo a la vida a todas mis terminaciones nerviosas de nueva cuenta, deseosas de sentirlo una y otra y otra vez. —Eres tan malditamente apretada—dijo con voz tensa sin dejar de arremeter contra mí. Un jadeo se escapó de entre mis labios por la impresión y “oh Dios, esto es perfecto” fue lo único que pude pensar cuando comenzó a moverse, embistiéndome sin tregua. Eso era precisamente lo que había estado deseando con locura las última semanas; era lo que había estado anhelando desde el momento en que comenzó a tocarme. Eso era lo que mis dedos no podían hacer por mí y por una muy buena y gran razón. El placer se hizo presente, inundando y absorbiendo todo a su paso, con los músculos de mi sensible vagina contrayéndose en torno a él por sus certeros embates. Volví a correrme en segundos por todo el remolino de sensaciones que se concentraban en mi feminidad. 799 Un sonido gutural rasgó el aire y se inclinó sobre el sofá, arrastrándome con él y colocándome de lado, sin dejar de embestirme por detrás. Ancló una mano detrás de mi rodilla para levantar mi pierna y lograr mejor acceso a mi vagina. Podía sentir la tela de su pantalón rozar contra mis muslos y el inicio de mis nalgas con cada embate y aunque resultaba extraño, no dejaba de ser jodidamente placentero y excitante. Pensé en agradecerle por proveerme de sensaciones tan celestiales, por darme lo que necesitaba, antes de recordar que no iba a hacerlo porque llevaría a Edith a esa estúpida exhibición y no a mí. Iba a culparlo por hacerme enojar, hasta minutos después, cuando volví a caer por el borde del mundo de una forma tan arrebatadora que en verdad pensé que perdería el conocimiento. Después de eso me di cuenta que en realidad, no podía culparlo por muchas cosas. Dio erráticos tirones antes soltar un grave jadeo y vaciarse en mi interior, con su líquido caliente llenándome. Podía escuchar su elaborado respirar y percibir el agitado subir y bajar de su pecho, hasta que salió de mi interior. 800 —Solo para que sepas—logré hablar por fin—, sí uso anticonceptivos. —Es bueno saberlo— besó mi hombro antes de sonreír— ¿No hay un gracias esta vez? Sonreí también, demasiado feliz con lo que acaba de experimentar para reprimirla. —No, sigo molesta—bromeé sin perder el gesto que adornaba mi cara y me incorporé con pesadez para buscar mi ropa. Yo solo conservaba las botas y la falda arrugada en torno a mi cintura mientras él seguía completamente vestido, con el cabello hecho un desastre y las mejillas sonrojadas por el orgasmo. Sus ojos eran de un azul sumamente claro. Se arregló los pantalones y se incorporó para perderse dentro de la cocina al tiempo que yo terminaba de vestirme con mi cuerpo experimentando aún espasmos por los orgasmos. Me pasé las manos por el cabello para intentar arreglar el desastre que era. Alex regresó con un vaso de agua y lo miré de forma extraña antes de beberlo de un solo trago porque realmente me sentía devastada. —Esto no puede volver a repetirse—dije entregándole el vaso cuando la culpa volvió a aflorar 801 en mi pecho—. Debemos parar. —No quiero parar—acotó, dejando el recipiente sobre la mesa de centro y sentándose en el sofá individual, escrutándome serio. —¿Qué? ¿Por…? —Siempre dices que debemos parar cuando es obvio que tú tampoco quieres hacerlo—puso los ojos en blanco—. Lo dices y después estás encima de mí igual que una loba en celo. Sentí mis mejillas arder. ¿Por qué tenía que ser tan crudo para decir las cosas? —Esto que hacemos no está bien. —¿Y?—se encogió de hombros—. Escucha, no me gustan los rodeos, así que voy a decírtelo: me gustas. Mi corazón se disparó a mil ante la confesión. —Al menos de manera sexual—se apresuró a aclarar, tal vez por la cara de susto que estaba dedicándole—. Y sé que también te gusto, así que no hay razón para seguir engañándonos. —Eres modestia pura, Colbourn—resoplé mordaz, cruzándome de brazos. 802 —Niégamelo—se recostó sobre el sofá con las manos entrelazadas y sus orbes clavándose en mí, exudando seguridad. Pensé en negarlo solo para conservar un poco de dignidad, pero no tenía caso negar lo innegable. Sonrió satisfecho ante mi silencio, que era una tácita confirmación. —Aún así, sigue sin estar bien, sigue sin ser lo correcto—objeté. —De nuevo, ¿y? Negarte a tus deseos no impedirá que los sientas y, si dejas que se acumulen dentro, acabarán por hacerte explotar. Permanecí en silencio porque tenía razón. —Te pondré las cartas sobre la mesa: me gusta follarte, Leah y sé que lo disfrutas igual, así que creo que lo mejor que podemos hacer es dejarnos llevar por esto—nos señaló a ambos con un gesto— y disfrutarlo mientras dure. Abrí los ojos como platos. —¿Estás diciendo que engañe a mi novio?— volvió a encogerse de hombros sin darle importancia. —Ya lo has hecho igual, o ¿piensas dejarlo? 803 —No—me apresuré a responder, aunque no me sentí convencida del todo. —¿Ves? Yo no te estoy proponiendo matrimonio —sus ojos brillaron ante la broma. —Ja ja, muy gracioso—sonrió ampliamente. —Lo único que estoy diciendo es que me gusta cómo me haces sentir y no quiero perder eso, al menos no mientras nos divorciemos. Cuando todo pase, podremos volver a nuestra rutina de siempre. Total, ya estamos casados, ¿por qué no cumplir con el principal objetivo del matrimonio? Enarqué una ceja. —El principal objetivo del matrimonio es engendrar hijos. Sabía que no era en realidad el fin principal de la unión, pero buscaría cualquier argumento para evitar que nos etiquetara de esa forma. —Que nosotros no engendremos hijos no quiere decir que no podamos disfrutar el proceso, McCartney—la mirada sugerente que me lanzó me hizo estremecer. Me pasé la lengua por los labios que se resecaron de pronto. No sabía si debía abrir esa puerta. No 804 sabía si era lo correcto por todas las posibilidades y problemas que representaba. Además, Jordan seguía acechándome y la traición hacia él asediándome. —Pero Jordan… —De lo que no se entere, no le hará daño—dijo sin más y me sentí acorralada por todos los argumentos que tenía para desvirtuar los míos. Estaría mintiendo si decía no que no me sentía completamente atraída por él. El problema era que el deseo que despertaba en mí venía acompañado de otras emociones igual de ineludibles e imperiosas como los celos, o la necesidad o la posesividad, además de otros sentimientos en los que ni siquiera quería indagar. Una parte de mí se mostraba inquieta, curiosa y me costaba horrores ignorarlo. Parte de mí quería seguir acercándose a Alexander, conocerlo y explorar todas las cosas estrepitosas que me hacía percibir y que la mayor parte del tiempo me rebasaban sin que yo pudiera hacer nada para detenerlas. Parte de mí se moría por seguir el consejo de Bastian y arriesgarse. Y tal vez, solo tal vez, valdría la pena. 805 —Es un anillo muy bonito—Claire, la prometida de mi hermano, lo evaluaba con atención—, además de que es un detalle precioso. ¿No estás ansiosa por tener ya el de compromiso y casarte? Solté mi mano de su agarre y me centré en recoger las bolsas que la dependiente de la tienda nos entregaba, buscando convencerme de que sí quería casarme con Jordan, que lo anhelaba y ansiaba como hacía años atrás. —Sí—la palabra salió atropellada. —Yo no puedo más con la emoción que siento, juro que cuento las horas que faltan para mi boda— dijo con ensoñación—. Pronto yo te acompañaré a ti a escoger la ropa que usarás en tu luna de miel, Leah. Me pasó un brazo por los hombros irradiando felicidad y me estrechó contra sí, con mi mente repitiéndome una y otra vez que eso era lo que siempre había deseado. Estábamos por salir de la tienda cuando nos encontramos de frente con Agnes Colbourn. 806 “¿A cuántas personas tuve que asesinar en mi vida pasada para tener tanta mala suerte en ésta?” maldije internamente. Clavó sus ojos en ambas, evaluándonos alternadamente antes de sonreír para Claire. —¡Cuánto tiempo sin verte, querida!—depositó dos cortos besos en cada mejilla de mi cuñada— ¿Cómo está tu padre? —Bien, gracias—sonrió la castaña, descolocada por su muestra de emoción. Me dedicó una cortísima mirada que me heló la sangre, con su rostro contorsionándose en una mueca de desagrado e ignorándome olímpicamente, como si fuera una mancha de vómito andante. De verdad, ¿por qué nos detestaba tanto? —Tengo tanto tiempo sin saber de él y somos tan buenos amigos—sus facciones se suavizaron cuando volvió a centrarse en Claire. La escaneé de pies a cabeza mientras seguía concentrada en mi acompañante, reparando en su esbelta, cuidada y estirada figura. Lucía un traje sastre impecable y moderno, cosa que no me sorprendía en absoluto, era una diseñadora 807 prodigiosa. Su cabello rubio caía en cascada por sus hombros, ondulado y brillante; tenía la piel nívea, facciones delicadas y labios definidos. Era una mujer que se había conservado a la perfección con el pasar de los años. Entendía por qué papá consideró el casarse con ella, siendo una mujer tan atractiva y talentosa. —Supe que vas a casarte—volví en sí cuando sacó el tema—. Es una lástima, en verdad. —¿Lástima? comprender. ¿Por qué?—cuestionó sin —Siempre pensé que conseguirías algo mejor— me dedicó una mirada displicente—. Creí que tu padre buscaría un mejor partido para su hija. Mis cejas se enarcaron ante la grosería, molesta. Mi hermano era el mejor partido posible y el mejor hombre de todo el maldito mundo. Incluso más que su arrogante hijo. —He encontrado un excelente partido—lo defendió Claire, solemne—, y yo tomo mis propias decisiones, no necesito que mi padre las haga por mí. Quería besarle los pies. 808 Agnes rió sin humor. —Lo sé querida, lo sé. Es solo que algunos padres sí nos preocupamos porque nuestros hijos encuentren una pareja que esté su altura. Resoplé. “Si tan solo supieras en el coño de quién ha estado buscando tu hijo” —Que sean dignos de portar el apellido y posean clase, por supuesto—añadió y yo no pude contenerme. —La clase no viene con el apellido—espeté, sin estar dispuesta a tolerar uno más de sus desplantes —, porque hay quienes portan buen apellido y no tienen una pizca de clase—musité lentamente, mirándola directo a la cara. Alexander había heredado los mismos orbes de su madre, profundos, escrutadores e hipnóticos y era increíble que siendo los mismos ojos, me hicieran sentir cosas totalmente opuestas al contemplarlos. Posó su atención en mí, asqueada, como si fuera el mayor de los insultos personificado. —No estoy hablando contigo. Mucho menos he pedido la opinión de alguien como tú—siseó, mirándome por debajo de la nariz. 809 —No necesito que la pidas, puedo decir lo que quiera cuando me venga en gana. Inspiró profundo, acribillándome. —No me sorprende que seas tan insolente, considerando quién es tu madre—escupió con desdén—. Es obvio que no se puede esperar mucho de ti. Lancé un quejido de indignación. Percibí a Claire moverse tensa junto a mí y la escuché tomar aire para hablar, antes de que la madre de Alex la interrumpiera. —¿Ves lo que te digo sobre encontrar una pareja adecuada? Deberías reconsiderar el formar parte de una familia tan…—me evaluó de arriba abajo con expresión agria—…vulgar. Enarqué las cejas, desafiándola a seguir. Hice acopio de todas mis fuerzas para no confesarle quién era actualmente su nuera. “¿Qué día estás disponible para tomar el té, queridísima suegra?” pensé en decirle solo para deleitarme con la manera en que seguramente se desmayaría del disgusto. —Deberías concentrarte en tu propia familia antes de meterte en la de los demás o podrías 810 llevarte algunas sorpresas—dije cruzándome de brazos. —Leah…—Claire me tocó el hombro tenuemente, tal vez para detenerme, pero no iba a permitir que ella insultara a mi familia sin yo defenderla. Continuó escudriñándome con el mismo semblante displicente, negándose a perder en la batalla muda que se desarrollaba entre ambas. Entonces, sonrió. Una sonrisa tan maquiavélica que me dio escalofríos. —No pienso rebajarme discutiendo con alguien como tú, no vales la pena—dijo con fingida parsimonia antes de fijar su vista en Claire—. Salúdame a tu padre de mi parte querida, espero verlo pronto, y lamento mucho que tengas que convivir con personas tan ordinarias, rezaré porque tu situación mejore. Le dio un apretón en el hombro, me dedicó una última mirada matadora y entró por fin en la tienda con petulancia. “Hija de puta” pensé ofendida. Esperaba que Alexander me perdonara por romperle la nariz a la bruja que tenía por madre, porque iba a… 811 —Alto ahí—Claire me tomó de brazo cuando ya estaba dando la vuelta para trapear el piso con su larga melena rubia—. Déjala ir, Leah. No caigas en su juego, solo está molestándote. —¿Por qué? No tenía razón para ser tan grosera conmigo y mi familia, ¡jamás le he hecho nada! —Hay personas que solo están resentidas con la vida y tiran veneno a diestra y siniestra para sentirse mejor—se encogió de hombros—. No vale la pena. Me solté de su agarre, aún furiosa por la forma en que ella se había referido a mi hermano, mi madre y a mí. En verdad quería decirle a quién se cogía su hijo tan felizmente solo para cerrarle el pico. Continuamos visitando tiendas el resto de la tarde, aunque la bilis siguió subiendo por mi garganta. Recé a todos los dioses para no tener que volver a toparme con esa víbora. El aire en la galería era ligero. Las tenues luces iluminaban la estancia dotándola de un tinte ameno y artístico. Era la primea vez que asistía a una inauguración de ese tipo y me sorprendí de ver a artistas, críticos de arte y demás personajes de 812 renombre congregados en la sala destinada para la exhibición y reunidos en pequeños grupos en torno a algunas pinturas o fotografías. Había camareros pulcramente vestidos pululando por el lugar, ofreciendo copas de champagne, vino y canapés que se veían demasiado exóticos para comerlos. Los padres de Ethan desfilaban por la sala ataviados con atuendos sobrios justo como el resto de los invitados, recorriéndola de un lugar a otro mientras se encargaban de saludar a todos los asistentes. Permanecí junto a Jordan que parecía estar de un humor excelente porque no dejaba de sonreír, parlotear y depositar besos en mi sien de vez en cuando. Sara iba acompañada de un tipo que en la vida había visto y a juzgar por la incomodidad que se percibía entre ambos, era su primera cita. Mi novio se esforzaba por incluirlo en la conversación, presentando diversos temas de interés. Comenzaron una verdadera plática cuando llegaron al fútbol americano. —Se han salvado por un pelo—dijo Ethan rodeándonos a Sara y a mí con un bazo y estrechándonos contra sí—. Pensé que no vendrían. 813 —Sigo sin entender cuál era la urgencia—se quejó mi amiga, hastiada. Al parecer su cita estaba yendo de la mierda. —Estas cosas son mortalmente aburridas, quería tener con quiénes hablar—se excusó dejándonos libres. —Pensé que era un asunto de vida o muerte— negué con una sonrisa. —¡ES un asunto de vida o muerte mujer! —A todo esto, ¿de qué privilegio gozan Edith y Alexander? Porque aún no están aquí y no te veo armando un escándalo—intervino Sara, encendiendo de nueva cuenta esa insistente quemazón. Era verdad. La exhibición había empezado hacía poco más de una hora y no había rastro de ellos. Suprimí las imágenes vomitivas que mi mente ya estaba produciendo en su paranoia. Ethan se encogió de hombros. —No deben tardar, dijeron que vendrían. Y como si los hubiera invocado por arte de magia, cruzaron el umbral de la galería a paso despreocupado. Edith iba colgada de su brazo envuelta en un vestido color vino que remarcaba sus 814 suaves curvas, dejando al descubierto una parte de su muslo derecho por la coqueta abertura que tenía al lado; su cabello cayendo lacio por su espalda. Sonrió brillantemente cuando llegó hasta nosotros y nos guiñó un ojo a Sara y a mí para denotar que tenía todo bajo control. Mi estómago se removió incómodo y un sabor a hiel inundó mi boca. No me gustaba verlos juntos en absoluto. Continué percibiendo la misma desagradable sensación hasta que posé mis ojos en Alex. El encuentro que había tenido con su madre en el centro comercial tres días atrás seguía escociendo mi orgullo y dirigí parte de mi resentimiento hacia él. Hasta ahora. ¿Cómo era posible que una persona tan horrible y pérfida como Agnes pudiera dar vida a alguien tan atrayente y encantador como Alexander? En mi mundo no tenía lógica. Percibí la estancia mil grados más caliente y mi corazón latiendo fuerte y férreo contra mi pecho solo de contemplarlo. Llevaba un sobrio traje negro que parecía confeccionado a su medida, con una simple camisa blanca abierta del primer botón y el cabello claro peinado hacia atrás. 815 Lucía tan jodidamente apetecible. Mis ojos no querían ser privados de tan incitante visión, así que tuve que llenarme de determinación para desviar la atención. Dios, se veía perfecto con cualquier cosa. Con traje, con ropa casual, con el uniforme de fútbol… incluso desnudo. No, corrección, definitivamente se veía mejor desnudo. —Perdón por la tardanza, había mucho tráfico por la zona—se disculpó Alex. “¿Llegas tarde por el tráfico o porque te la estabas tirando?” quise preguntarle, pero solo lo miré con las cejas enarcadas, dudosa. —Llegas tarde y sin corbata cuando claramente dije que era de regia etiqueta—masculló Ethan con mala cara—¿Tengo que ponerme un par de tetas para tener tu atención? —No sería una mala idea, deberías intentarlo—se burló Alex, sonriendo—. Lo olvidé, pero creo que tengo una de emergencia en el maletero del auto. —Pues ve a ponértela antes de que te parta tu cara de niño bonito—ladró fingiendo molestia y todos soltamos una risita. 816 —Eres peor dolor en el culo que Jordan cuando perdemos un partido. —¡Eh!—se quejó mi novio, sonriendo. Alex salió de la galería dirigiéndose al vestíbulo para llegar al estacionamiento. Permanecí junto a los chicos por un minuto, antes de volver a perder la razón. —Lo siento, ahora vuelvo—dije a Jordan—, debo hacer una llamada importante. No tardo—sonreí lo más natural que pude y seguí sus pasos, saliendo del complejo. Lo localicé rebuscando en su maletero y extrayendo la corbata. Llegué hasta él justo cuando se giraba para regresar; se llevó una mano al pecho cuando reparó en mí. —Deja de hacer eso, harás que me infarte—se quejó—¿Qué haces aquí? —No, pensé que tal vez necesitarías ayuda con la corbata—se la quité de las manos al tiempo que él enarcaba una ceja. —Sé cómo hacer un nudo. —Yo los hago mejor—dije con indiferencia, abrochando el botón de su camisa y percibiendo su 817 envolvente aroma. Mis hormonas se prendieron como un montón de lucecitas. —Me da miedo que tú tengas eso. ¿Cómo sé que no me ahorcarás con ella?—se burló. Pasé la corbata por su cuello para comenzar a anudarla. —Tienes razón, mejor no me provoques. Estábamos tan cerca que percibí el vibrar de su pecho cuando rió. Me estremecí cuando sus nudillos acariciaron mi mejilla. —¿Debería tener miedo? —Deberías. Tengo libre acceso a todos tus puntos débiles justo ahora—advertí de forma sugerente y él lo captó de inmediato porque sonrió con malicia. —Sí, sí lo tienes—inclinó su cabeza para besarme. Me atrajo hacia él enredando sus manos en mi cintura, con su dureza creciendo entre ambos, en anticipación de lo que sabía que quería. Lo besé con el mismo ímpetu y hambre desnuda, halando de los extremos de la corbata, obligándolo a inclinarse, a que se esforzara por obtener lo que deseaba. —Me gustas así, Leah—susurró contra mis labios, sin soltarme—. Pierdes el control de una 818 manera que nunca antes había visto. Creo que es porque lo mantienes todo herméticamente reprimido y no puedes hacerlo cuando estás así—me apretó más contra él—, o cuando estás a punto de tener tu orgasmo o te corres. Hace maravillas para el ego masculino, ¿sabías? —Como si tú necesitaras el tuyo más grande— traté de liberarme, pero mantuvo firme su agarre en torno a mi cintura. Una cosa era tener sexo con Alex y otra muy diferente hablar de eso con él. Me miró de forma oscura. —No pretendo ser descortés, señorita McCartney, pero siento el deber de informarle que realmente quiero follarla en este momento—dijo de manera condescendiente y perdí la capacidad de respirar ante la confesión. —No podemos. —Podríamos arreglárnoslas—sonrió de lado, derritiéndome—¿Alguna vez lo has hecho en un auto? “Oh por Dios” pensé, con mi corazón a punto de salirse de mi pecho y mi piel prendida en fuego ante la perspectiva. Sin embargo, el sentimiento murió 819 rápidamente al recordar las palabras de Jordan y nuestra peligrosa situación. —No, pero no podemos. Alguien podría vernos y es algo sucio e indecente—me encontré recitando sus mismas palabras. Alexander me miró con una combinación de diversión y lujuria pura. —El sexo que no es sucio e indecente no es buen sexo, Leah. Sufrí de un pequeño infarto ante su expresión, mortalmente seductora y cuando volvió a besarme, supe que estaba perdida. —¿Entonces eso es un no?—negué apenas—. En ese caso, es tu día de suerte, porque voy a enseñarte. Alexander se estaba convirtiendo sin duda, en mi maestro favorito. Me guió hasta el asiento trasero de su auto, envueltos en una ciega y peligrosa bruma de deseo y comenzó a devorarme una vez estuve sentada a horcajadas sobre él, con mis manos temblorosas de necesidad quitándole el saco para lanzarlo al asiento delantero, junto con la maldita corbata. Abrí su camisa tratando de no romperla por la desesperación 820 entre besos y caricias rudas, buscando absorber tanto del otro como era posible en el poco tiempo que teníamos. Debíamos hacerlo rápido. Arrastré mis manos por su pecho desnudo, impregnándome de su calidez y su firmeza al tiempo que besaba su mentón y succionaba en su cuello, sus hombros, embriagándome de su loción. —¿Sabes lo apetecible que te ves con este vestido?—lo escuché hablar con voz ronca mientras seguía dando atenciones a su cuello, abriendo la hebilla de su cinturón con movimientos torpes y ansiosos. Deshice el botón y liberé su erección, envolviéndola con mi mano, que era seda sobre hierro. Saboreé el vibrar de su gruñido a través de su piel, con mi mano viajando desde la base hasta la punta, cambiando presiones y velocidades. —¿Tienes idea de lo mucho que quería meter las manos bajo tu vestido para tocar lo que escondes debajo?—estrujó mis nalgas con fuerza y decisión, antes de darme una nalgada que reverberó en el reducido espacio. Estaba tan excitada por lo arriesgado de la situación que suspiré cuando sus 821 dedos hicieron a un lado mis bragas y palparon mi humedad—. Carajo, Leah. Lo besé de nueva cuenta, con mis manos enredándose en su cabello. Me levanté un poco al tiempo que alzaba el vestido hasta mi estómago, hacía a un lado mis bragas y colocaba su miembro en mi entrada, deslizándome por su palpitante longitud de manera tortuosa, con mi vagina engulléndola centímetro a centímetro. Envolviendo. Absorbiendo. Exprimiendo. Ambos soltamos un jadeo cuando estuvo totalmente enterrado dentro de mí. Dios, nunca me cansaría de sentirlo. Volví a levantarme sacándolo casi por completo, lista para volver a bajar con la misma paciencia, pero él pareció no estar dispuesto a más juegos. Tomó mis caderas y volvió a introducirse de golpe, robándome un alto gemido. Ancló sus manos a mi cintura para guiarme, para marcar el ritmo y mostrarme cómo era que le gustaba ser montado. Vi las luces de un par de autos entrando en el estacionamiento, pero la vergüenza y el pudor se perdieron por el halar del placer y las sensaciones. Me moví junto a él, sobre él y una vez encontré el 822 ritmo que nos hacía jadear a ambos, sus manos viajaron a mi trasero. —Sí, Leah, así—exhaló con voz grave—, justo así. Dejó caer la cabeza en el asiento, perdido en mis movimientos. Caí en cuenta de que me gustaba estar encima suyo, con mis manos sobre su pecho o sus hombros para sostenerme y sometiéndolo a mi ritmo, al compás de mis caderas. —Dios, sí—sus manos hicieron puño mi vestido, tensándose y comenzó a moverse con mayor ahínco debajo de mí, embistiéndome a su vez y obsequiándome sensaciones exquisitas. Despegó la cabeza del asiento para mirarme directo a los ojos, con la misma expresión de un depredador—. Eso es, Leah. Fóllame. Comencé a moverme con mayor ímpetu, con los instintos tomando el lugar de cualquier pensamiento coherente y arrastrándonos hasta lo más profundo de nuestra naturaleza: primitivos y carnales. Mis piernas ardían, mi corazón latía desembocado y mi vientre se comprimía en anticipación al orgasmo. —Joder—debía estar muy cerca o haber notado la expresión de satisfacción que tenía en el rostro 823 por tenerlo debajo porque cambió de posición bruscamente, cerniéndose sobre mí, con las partes en relieve de la puerta encajándose dolorosamente en mi espalda. Me quitó las bragas casi rompiéndolas en el camino y se las arregló para volver a penetrarme en el pequeño espacio, ganándose otra serie de jadeos por mi parte. Me besó sin dejar de moverse en mi interior, con una de mis piernas colgando sobre su hombro y mi tacón encajándose en su espalda cada vez que arremetía contra mi sexo. —La próxima vez que estés cerca de mí y uses este jodido vestido, no seré tan considerado y voy a arrancártelo, ¿entendido?—dijo deteniendo sus embates por un instante y yo asentí apenas, demasiado perdida en el deseo que me consumía. Deshizo el moño que había en mi espalda y bajó el escote de mi vestido, liberando mis pechos para comenzar a lamerlos y prenderse de ellos. ¿Se podía morir de satisfacción? Sus embestidas me sacudían como si estuviera en medio de un sismo, creando la promesa de un clímax que se avecinaba con la misma magnitud de uno, amenazando con derrumbarme. 824 Llevó su mano hasta mi clítoris y no tuvo que frotarlo mucho para tensarme y comenzar a sacudirme violentamente mientras vivía y saboreaba mi orgasmo, arrastrándolo conmigo. Soltó un profundo gemido antes de derrumbarse también. Permaneció junto a mí hasta que tuvo la claridad y fuerza suficiente para moverse. Se sentó en el asiento echando la cabeza hacia atrás, disfrutando de lo último de su liberación. Se acomodó los pantalones, abrochó su cinturón y me ayudó a hacer de nuevo el moño tras mi espalda, dejando un corto beso en mi cuello al terminar. Lo ayudé a hacerse el nudo de la corbata con manos temblorosas. —¿Podrías darme mis bragas?—dije retirando un cabello de mi frente, pegado por la transpiración. —No—sonrió con malicia, guardándolas en su bolsillo y abrí los ojos como platos—. Tú tienes mi calcetín, es justo que yo tenga tus bragas. —¿Estás loco? No puedo entrar a la galería sin ropa interior. —Sí puedes—inclinó la cabeza con inocencia—. Solo yo sabré de su indiscreción, señorita McCartney. 825 Sentí mis mejillas arder y bajamos del auto, que tenía los vidrios empañados; sentía mis piernas entumecidas y el cambio de aire me mareó un poco. —¿Qué tal si Jordan lo nota? Una mueca de molestia compungió sus facciones. —Eso se soluciona muy fácil: no dejes que te toque—dijo encogiéndose de hombros. —Se pondrá furioso si se da cuenta que no llevo ropa interior. Sonrió con satisfacción. —Mayor razón para no entregártelas entonces— puse los ojos en blanco mientras caminábamos para llegar al vestíbulo de la galería—. Además, ¿quién se molesta porque su novia no lleva bragas? En todo caso, si fuera yo, me molestaría que aún no nos hubiésemos largado para poder cogerte. —¡Alex!—le di un golpe en el hombro por su falta de tacto, pero soltó una carcajada que me contagió a mí también. —Ve tú primero. Te alcanzo en un rato—hizo una seña con la cabeza y permaneció en el umbral del complejo, observándome entrar al elevador para llegar al piso de la exhibición. 826 Llegué al baño para retocarme un poco y revisar los daños de nuestra pequeña indiscreción. Debía agradecer Too Faced por crear una mascara resistente al sudor, lágrimas y el sexo, porque estaba intacta. La pintura de mis labios era otra historia, pero la retoqué lo mejor que pude. Maldije cuando noté una marca roja en uno de mis pechos y me acomodé mejor el escote para ocultarla. Caminé hasta llegar a donde estaban los chicos, sintiéndome sumamente incómoda ante la falta de ropa interior. —¿Viste a Alex?—fue lo primero que preguntó Jordan al reparar en mí y el corazón me dio un vuelco. Esperaba que mi semblante indiferente no se resquebrajara para mostrar el terror que escondía debajo. —¿Q-qué?—tartamudeé, petrificada. ¡¿Nos había visto?! —Fuiste al vestíbulo a atender una llamada, ¿no? —estrechó los ojos con recelo y asentí rígida—¿Y no lo viste por ahí? Edith cree que tal vez se golpeó la cabeza en el baño porque ya fue mucho tiempo, pero cuando revisé no estaba ahí. 827 —No lo he visto—mascullé, aún asustada—¿Y no lo buscaste en el estacionamiento? Mi corazón estaba a nada de salirse de mi pecho. —No, no bajé—expulsé el aire, aliviada—. De lo contrario habría esperado a que terminaras tu llamada para subir juntos. ¿Quién era, por cierto? Tardaste bastante. —Oh—busqué una mentira convincente—. Era Claire, dijo que la llamara para ponernos de acuerdo sobre el día en que iríamos a elegir el color del vestido de las madrinas. Me escudriñó largamente, suspicaz, como si estuviera considerando el creerme o no. Jamás pensé que yo sería capaz de engañar. Creía que para hacerlo se necesitaba una ausencia total de escrúpulos y amor. Lo amaba, pero mis deseos eran más fuertes que yo. —De acuerdo—asintió, pero noté la cautela en su voz. —¿Dónde te habías metido?—escuché a Edith quejarse y me giré para mirar a Alex entrar en la 828 estancia, relajado y con las manos en los bolsillos. Pulcro e impoluto como si nada hubiese ocurrido. —Lo siento, me entretuve buscando la corbata. “¿Buscarla dónde, debajo de mi vestido?” nos dedicamos una corta mirada cómplice antes de volver a centrarnos en nuestros respectivos acompañantes. Empezaba a encantarme el desastre que éramos Alexander y yo. Jordan no había dicho ninguna palabra desde que salimos de la galería y estaba comenzando a preocuparme. —¿Pasa algo?—pregunté cabello ondulado tras la oreja. colocándome un Me lanzó una ojeada sin perder su semblante de seriedad y de pronto, salió de la carretera para entrar por una calle secundaria, y ahí, apagó el auto. Unos cuantos faroles sesgaban la oscuridad a lo lejos. Observé el lugar: estaba escueto, sin ningún transeúnte o auto visible, a excepción de dos que permanecían estacionados a unos cuantos metros más adelante. 829 Desde mi ventana podía ver el espacio baldío donde crecía alta la maleza. Los tentáculos del miedo escalaron por mi pecho hasta cerrarme la garganta. No pude terminar de formular la pregunta porque se lanzó sobre mí, apresando mi mentón entre sus dedos para atraerme hacia él y besarme. Gemí de la impresión dentro de su boca e instintivamente lo empujé para alejarlo, pero me costaba horrores moverlo. Él era más grande y fuerte que yo. Sus manos se posaron en mis rodillas, acariciándolas y subiendo por mi muslo. El corazón me dio un vuelco. Le encajé los dientes y pude degustar el sabor metálico de su sangre. —¿Qué fue eso?—se quejó tocándose el labio del que le corría un hilillo rojizo. Me pegué lo más que pude a la puerta, desconcertada y asustada, porque no solía hacer ese tipo de cosas, ni actuar de esa manera al menos que yo se lo pidiera. —No lo sé, dime tú, ¿qué demonios pasa contigo? 830 —Solo estoy haciendo lo que tú quieres— masculló molesto, aún presionando la zona afectada —¿Por qué me has mordido? —¿Por qué me has atacado de esa forma?— interrogué a mi vez, ahogada. —Tú dijiste que querías hacerlo en un auto. No me parecía una buena idea, pero decidí intentarlo y, ¿así me recibes? Fruncí el ceño. —No estoy de humor—dije sin más. —Ya estamos experimentamos? aquí, ¿por qué no —Porque no quiero. —Cariño, anda—se inclinó con sus dedos rozando mi muslo—. Me ha prendido mucho el vestido. “Otro” pensé con ironía, resistiendo el impulso de poner los ojos en blanco. Iba a quemar el jodido vestido al llegar a casa. —En otra ocasión, ¿si?—sugerí casi con desesperación por mantenerlo alejado de mi sexo y de las inminentes evidencias de mi culpa: la falta de 831 bragas y la marca que Alex había dejado en uno de mis pechos. —Leah…—sus ojos miel estaban oscuros. —Me duele la cabeza. —Te quitaré el dolor—me tomó del brazo con brusquedad para atraerme hacia él e intentó besarme. —No Jordan, para—su rostro siguiendo el mío, buscando mis labios—. Para—insistí, cuando una de sus manos volvió a bajar a mis rodillas—.Para, para, ¡PARA! Le di un manotazo y me miró dolido. Una mezcla de sorpresa y pesar inundando sus amables ojos. Sentí ganas de llorar. Lo había lastimado. ¿En qué clase de monstruo me estaba convirtiendo? —Lo… lo siento—se pasó una mano por el cabello caoba, parpadeando para recuperar la compostura—. Perdóname, cariño. Perdón. Intentó tomar mi mano y me alejé por inercia, maldiciéndome y aumentando el dolor que afligía sus facciones. —Yo lo siento—dije con un nudo en la garganta —. No debí reaccionar así…no debí… 832 —Está bien—me interrumpió—. Yo tampoco debí comportarme como una bestia. Pensé en lo que había hecho unas horas atrás con Alexander en el estacionamiento, a tan solo unos metros del hombre que tenía enfrente y un hoyo se instaló en mis entrañas. “No sé quién de los dos es más bestia” intervino mi consciencia, porque no sentía ni un ápice de arrepentimiento por lo que había hecho, pero sí por haberlo lastimado. Edith tenía cara de querer morirse el lunes siguiente. —¿Qué pasa?—pregunté una vez se sentó a mi lado en clase del señor Traynor. —Cuenta los detalles—la instó Sara apareciendo de la nada y jalando una silla para sentarse junto a Edith—¿Cómo es en la cama? “Glorioso” quise responder, pero me abstuve, ansiosa por escuchar lo que nos diría. Aunque Alex y yo tuviéramos nuestros encuentros, la exclusividad fue un punto que nunca 833 tocamos, así que me comía la angustia por saber si él al final había intentado algo con ella. No estaba segura de seguir con esa cosa que teníamos en caso de que la respuesta fuese afirmativa, pero necesitaba aclarar la duda. —No lo sé—dijo con expresión derrotada, antes de agitar el cuerpo y recomponerse—. No hicimos nada. —¿Qué? ¿Por qué no?—inquirió la castaña, asombrada. Edith se encogió de hombros. —Digo, me trató bien y lo que sea, incluso hablamos bastante en la exhibición y de camino a mi casa, pero no llegamos a más. —¿Por qué?—insistió nuestra amiga. —Porque cuando hice la insinuación, él simplemente dijo que estaba interesado en alguien más. Y que me consideraba una buena amiga—puso los ojos en blanco. Mi corazón dio un salto y comenzó a latir contra mi pecho de una manera que nunca antes había percibido, ni siquiera con Jordan. Me mordí el labio y le palmeé la espalda a Edith en un gesto 834 reconfortante, usando todos mis esfuerzos por no sonreír de oreja a oreja. Mentalmente me reprendí por sentirme de esa manera, porque ni siquiera era seguro que la persona por la que él se sentía interesado fuera yo. Sin embargo, no pude ignorar el revoloteo en mi estómago y caí en cuenta de que tal vez, estaba sintiendo más cosas por Alexander de las que debería permitir. Capítulo kilómetrico. ¿Les gustarían capítulos narrados por otros personajes? De ser así, ¿quiénes? Pd: El título es una referencia a la canción de Britney Spears, en caso de que no fuera super mega obvio jeje. Me causó gracia. Disfruten. Con amor, KayurkaR. 835 Capítulo 21: Cartas sobre la mesa. Alexander Mamá entró como una exhalación en el amplio estudio al tiempo que yo depositaba la taza de café sobre la mesa que tenía al lado. Dejó caer un pequeño sobre con aire desdeñoso en la mesita de centro antes de situarse detrás de su lustroso escritorio, pulcramente ordenado con algunos pergaminos de diseño sobre la madera. Volvió a concentrarse en su trabajo sin mediar palabra, como hacía siempre que estaba disgustada por algo. —¿Alguna razón por la que olvides tu fobia a las arrugas y juntes así las cejas?—dije con aire burlón, tratando de aligerar el ambiente. Puso su cabello rubio sobre el hombro y arrugó los labios. Si tuviera que adivinar, diría que se había peleado con Brad—solía tomar esa faceta seria cuando algo así sucedía. Eran como novios de secundaria: creando la tercera guerra mundial cada 836 vez que se molestaban con el otro y reconciliándose al día siguiente, como si nada hubiera pasado jamás. Suspiró cansadamente. —Arthur Whiteley acaba de irse. Me incliné hacia adelante en el enorme sofá, mi propio cuaderno de planeación olvidado en mi regazo. —¿A qué ha venido? Se encogió de hombros y dejó el lápiz de punta fina a un lado, mirándome por fin. —Supongo que Claire le habrá dado mi mensaje y ha venido a saludarme, somos buenos amigos. También ha venido a entregarme eso—hizo una seña con la cabeza, con una mueca de desagrado—. Al parecer harán una fiesta para anunciar formalmente el compromiso entre los McCartney y los Whiteley. Mis labios se alzaron en un rictus. —¿Y por eso tienes cara de gastritis? —Obviamente. Lo último que quiero es convivir con esa maldita familia. No importa cuánto trate de evitarlos, siempre termino coincidiendo con ellos en algo. Son como la peste—hizo aspavientos con las 837 manos—, y no quiero ver a la puta de Alison pretendiendo ser algo que no es—sentenció con agriedad, dando un sorbo a su taza de té diaria, la única tradición inglesa a la que le había tomado afecto. Enarqué una ceja al final de su vómito de odio, reparando en el crudo insulto que había usado para referirse a la señora McCartney. Pocas veces utilizaba ese tipo de lenguaje, así que debía molestarle profundamente la presencia de esa mujer. —¿Por qué tanto resentimiento hacia ella?— pregunté colocando el cuaderno de lado y cruzándome de brazos, incapaz de ocultar la curiosidad que me carcomía por dentro—¿Eran mejores amigas en la universidad y te robó al novio o algo así? Los ojos de mamá me fulminaron. —No me digas—coloqué una mano al frente, simulando que pensaba—, ¿te hacía bullying? —No digas idioteces, Alexander—su rostro se compungió en una mueca de asco y yo sonreí—. Solo estoy diciendo lo que es: una puta. No hay otra forma de referirse a las de su clase. 838 Estaba sorprendido con su falta de miramientos a la hora de hablar de ella. —¿Es porque te quitó a Leo?—la idea se formó en mi cabeza y brotó de mis labios incluso antes de que pudiera detenerla—¿Porque terminaron el compromiso? La sorpresa inundó sus facciones. —¿Cómo sabes eso? —Lo escuché por ahí—dije encogiéndome de hombros con fingido desinterés. —Da igual—hizo un gesto con la mano para restarle importancia—, no es por eso. Una relación con Leo McCartney nunca estuvo realmente en mis planes. Él fue solo una plataforma. —¿Una qué?—inquirí perplejo y puso los ojos en blanco. —Una forma de crear contactos e impulsar mi carrera. Olvidaba lo calculadora y maquiavélica que podía ser mi madre algunas veces. Eran rasgos que sin duda había heredado de ella. 839 Permaneció pensativa por un momento, antes de sonreír con desdén. —Aunque jamás creí que él terminaría con alguien así. —Así de vulgar, ordinaria y altanera, como si tuviera algún derecho para serlo—respondió como si la lengua le escociera solo de mencionarla. Continué escrutándola con curiosidad, tratando de develar las verdaderas razones por las que sentía una aversión tan grande hacia ésa familia, en especial hacia Alison. Negó enérgicamente. —Y su maldita hija es justo como ella—resopló ofuscada y mis sentidos se pusieron alerta ante la mención de Leah—. Tuve la mala suerte de topármela con la niña Whiteley en el centro comercial, ¿te lo comenté? Comprobé que es igual de insolente y grosera que su madre. “Y no la has visto furiosa” fue lo primero que pensé. Tuve que luchar para contener la sonrisa que amenazaba con plantarse en mis labios. Podía imaginar a la perfección la manera en que había 840 colocado las manos sobre sus caderas para defenderse, para contraatacar con un comentario certero cualquier cosa que mi madre le hubiese dicho. —Mala suerte en verdad—me recliné en el sillón, con una agradable y extraña sensación de orgullo asaltándome el pecho. Aún no entendía del todo la razón, pero me gustaba lo indómita que podía llegar a ser mi nueva esposa cuando se metían con ella. Había algo jodidamente atrayente y cautivador en la fortaleza y determinación de Leah. —Y que lo digas—dio otro sorbo a su té vespertino—. Está contigo en la universidad, ¿no?— asentí, al tiempo que ella volvía a negar con la cabeza—. Una verdadera lástima que los parámetros de las instituciones se hayan reducido a tal punto de aceptar a personas tan ordinarias solo por poseer dinero. Aunque el lugar es bastante grande, imagino que ni siquiera cruzan palabra. Resistí el impulso de reírme. Imaginé qué tan reconfortada se sentiría mi madre de saber que efectivamente, Leah y yo no hablábamos mucho cuando estábamos juntos; en saber que lograba reducir el amplio vocabulario de la pequeña arpía a 841 palabras monosilábicas, gemidos suaves, jadeos tenues e incluso gritos. Domé mis pensamientos, impidiéndoles viajar más allá, antes de que provocaran una notoria demostración de lo poco que Leah y yo nos hablábamos. —No, no cruzamos palabra—mentí lo más convincente posible. —Me alegro—se puso en pie con esa gracia inherente a ella y recorrió la distancia que nos separaba hasta colocarse detrás de mí, rodeándome el cuello con sus brazos y depositando un corto beso en mi sien—, no me gustaría que tú convivieras con esa gentuza. Era un poco tarde para eso. —No sé en qué está pensando Arthur al permitir que su hija contraiga matrimonio con alguien de tan baja estirpe, pero yo sí tengo estándares para ti. Eventualmente tendrás que elegir a una esposa y estoy segura de que tú no me decepcionarás. ¿Acaso era hoy el día de las ironías? —¿No crees que es muy pronto para pensar en eso?—ese tema siempre me ponía incómodo. 842 —No tengo prisa en que te cases, Alexander, pero sí me gustaría que lo hicieras algún día—se incorporó y colocó sus palmas sobre mis hombros —. Yo diseñaré el vestido de tu prometida y créeme, será la novia más bella del mundo. Lo primero que acudió a mi mente por el comentario fue la escena de mi madre ahorcando a Leah con el velo de novia antes de permitirle poner un pie en el altar. —¿Lo harías aunque no te agradara la chica? Estrujó mis hombros. —Me agradará, confío en que sabrás elegir a la indicada. “¿Estás segura?” quise preguntarle, pero descarté el pensamiento tan rápido como apareció. —Hablando del tema—sus tacones repiquetearon en el piso de mármol y alcé la vista para contemplarla de brazos cruzados frente a mí— ¿Cuándo planeabas decirme que estás saliendo con alguien? Levanté una ceja, sin entender. —Nunca, porque no estoy saliendo con nadie. 843 —¿Ah no?—sus ojos me desafiaban a sostener mi respuesta—Porque Park, mi asistente, me mostró un artículo hace algunos días que publicó una página de internet y se te ve muy junto con una chica. Estaba tan impresionado por la noticia que por primera vez en mucho tiempo no tenía ningún comentario evasivo o sarcástico para zanjar el tema. Al menos sabía que, dijera lo que dijera el jodido artículo no era nada grave ni las fotos comprometedoras o de lo contrario mi madre estaría atada a una camilla en ese momento teniendo un ataque de histeria y no aquí. —¿Quién es la chica, por cierto?—inquirió, taladrándome con sus orbes claras. —Nadie—dije seco. —Para ser nadie se te ve muy feliz en las fotos— posó los dedos en su mentón—. Pensé que tal vez sería alguna próxima novia. —Pensaste mal—insistí, con mis hombros tensos —. No es nadie importante. Continuó escudriñándome de esa manera perturbadora en que solo los padres sabían hacerlo, intentando ver a través de mí. 844 —En fin—se alejó tomando la invitación que descansaba sobre la mesa de centro—. Presiento que no importa lo poco que desee asistir, porque Arthur ha tenido la cortesía de extenderle otra invitación a tu padre y eso significa que primero muerto a perderse la oportunidad de convencer a nuevos inversionistas potenciales. —Tal vez no sea tan malo ir—acoté, buscando una excusa para ver a la culpable de mis erecciones espontaneas. Me dedicó una mueca extraña. —Créeme cariño, lo será. Jamás había tenido que luchar tanto conmigo mismo. Era una batalla a campo abierto que se desarrollaba en mi cabeza. Había tenido que combatir con todas mis fuerzas las ganas enormes que nacían desde lo más profundo de mí por ir hasta Leah y tomarla donde sea que estuviese, sin consideraciones ni vergüenza, solo para tratar de liberar un poco mi atestada mente, que parecía a punto estallar con el montón de 845 pensamientos perversos y calientes que aparecían de la nada y que amenazaban con destruir mi estabilidad psíquica. Una semana había transcurrido desde nuestro último encuentro y maldita sea si lo único que deseaba desde entonces era zafarle su exquisito trasero de las prendas que usaba para estrujarlo con mis manos, para dejar las marcas de mis dedos en sus bonitas nalgas. Era difícil controlar mis demonios, mucho más el de la lujuria, que ella parecía alimentar con festines cada vez que se pavoneaba frente a mí, o me rozaba de forma accidental en algún pasillo o la mesa, o me miraba más de la cuenta de esa manera oscura que comenzaba a encantarme. Estaba seguro que sus pequeños accidentes eran intencionales. No tenía idea de dónde provenía esa imperante necesidad de estar cerca suyo, de tocarla o de besarla, pero estaba ahí incluso antes de que yo reparara en su presencia. Yo era quien la había tomado, pero más bien, parecía todo lo contrario, que ella me había tomado a mí, porque permanecía anclada a mi piel e impresa 846 a fuego en mi memoria. Otras veces había buscado en más de una ocasión a una mujer para poder repetir un buen polvo, pero era la primera vez que ese deseo venía acompañado de una necesidad tan profunda y vehemente de escuchar los mismos gemidos, de percibir el vibrar y sacudir del mismo cuerpo y de volver a embriagarme con la húmeda y cálida sensación de estar dentro de Leah McCartney. Me resultaba casi imposible bloquearla de mi mente. Así que decidí priorizar y dividir: mis deseos más oscuros e imperiosos los marginé a la parte más profunda, mientras que lo más banales tomaron el lugar del frente. Me concentré en todas mis clases en un intento desesperado por erradicar su definida silueta de mis pensamientos; entrené con toda la fuerza y diligencia para desaparecer el hormigueo que me recorría el cuerpo, hambriento por percibir el tensar de sus torneadas piernas bajo mis palmas. Incluso tomé más fotografías que nunca: en un festival en un barrio asiático, en una parte del centro de la ciudad repleto de gente, en un sinfín de locaciones y paisajes, para tratar de suprimir la imagen de sus orbes pigmentados velados por la lujuria. 847 Ella no me había buscado, así que daba por sentado que estaba ocupada siendo la novia perfecta, y yo no iba romper con su idílico y pretensioso cuento de hadas. Estaba convencido de que Leah volvería a mí cuando sintiera la necesidad de una liberación, el problema era que no sabía cuánto tiempo podría mantener mis manos alejadas de ella, porque cada vez me resultaba más complicado resistirme a los alegatos de mis deseos. La biblioteca estaba en completo silencio mientras trataba de terminar un plano industrial para la clase del señor Cresley. Estaba satisfecho con la forma que estaba tomando el proyecto y la manera en que había distribuido las funciones industriales para lograr mayor eficacia y uso de los recursos y el espacio. A veces la fotografía ayudaba a calibrar mejor las dimensiones. El vibrar de la mesa interrumpió el minucioso tren de mis cavilaciones, concentradas en hacer un buen trabajo. Con pereza y un deje de hastío, revisé el móvil que permanecía olvidado sobre la pulida superficie. 848 “Este fin de semana juegas, príncipe. Éste no se te puede escapar” el mensaje de Rick brillaba sobre la pantalla como el destello de una guillotina lista para rebanarme el cuello a la primera oportunidad. La molestia no tardó en hacerse presente, manifestándose con una dolorosa tensión en mis hombros. “¿Es el tipo que dices que te está robando?” tecleé rápidamente. La respuesta llegó en menos de cinco segundos. “El mismo. ¿Seguro que no es familiar tuyo?” puse los ojos en blanco, con el pesar sobre mi espalda intensificándose. “Te veré el fin de semana, tienes tiempo sin volver a tu casa” Ésa no es mi casa quise replicar, como hacía todo el tiempo cuando lanzaba ese comentario. “Como digas” contesté al final. Dejé caer el artefacto sobre la madera con descuido, demasiado abstraído en barajar las posibilidades como para importarme un carajo. Siempre que un jugador ajeno a la casa que era demasiado bueno para su propio bien se presentaba, el estrés me carcomía, porque perder contra él no era una opción. 849 No podía permitir que mi deuda con Rick aumentara; ya le debía suficiente y otro error de esa magnitud sería muy costoso. Me pasé la lengua por los labios y traté de concentrarme de nueva cuenta en terminar el plano, que ya no me parecía una tarea tan entretenida como antes; estaba demasiado disperso. De pronto registré por el rabillo del ojo un retazo de piel sobre la mesa y, cuando centré mis orbes en las torneadas piernas que tenía al lado, recorrí el resto de su longitud hasta que me encontré con los ojos pardos de Mercy, mirándome de vuelta como un depredador esperando por saltar sobre su presa. Un atisbo de decepción logró plantarse en mi pecho. Era la última persona que quería ver en ese momento. —Alex—saludó jovialmente, con sus despampanantes piernas balanceándose como una manzana de una rama—, tenía tiempo sin saber de ti. —¿Y no podías dejarlo de esa manera, cierto? —No—sonrió ampliamente, sus brillantes ojos arrugándose con el gesto—, tiendo a extrañar mucho a quienes aprecio. 850 Negué con el esbozo de una media sonrisa que no llegó a consumarse. —No podría decir lo mismo. —Siempre tan seco—inclinó su cabeza, con su cabello oscuro cayendo por su hombro—. Adivina quién lleva bragas nuevas hoy. —Me preocuparía que no usaras bragas nuevas todos los días—me burlé y crucé los brazos sobre el pecho. Soltó una risita que no alcanzó sus ojos y descruzó las piernas deliberadamente lento sobre el escritorio, conmigo siguiendo cada uno de sus movimientos. —Te concederé el honor de ser quien las retire por todo el tiempo que te he dejado solito, ¿qué opinas?—batió sus pestañas de forma inocente y el gesto resultó ajeno a la persona tan promiscua que era. Abrió sus piernas un poco, obsequiándome una bonita vista del retazo de tela tinta que se asomaba debajo de la falda. Recorrí el resto de su cuerpo de forma analítica, debatiéndome entre follarla o no. 851 Sería una forma rápida y sencilla por liberar un poco del estrés que pesaba sobre mi espalda y me jodía la cabeza, para apaciguar el maldito deseo que sentía hacia Leah. Mis ojos encontraron los suyos, incitantes, brillando con travesura. El sexo era algo que se me presentaba de forma relativamente sencilla; nunca había tenido problema con una chica negándose a estar conmigo y lo agradecía. Además, Mercy y yo nos habíamos entendido de manera extraordinaria en la cama, así que esperé a que la típica oleada de excitación que me invadía cuando se mostraba dispuesta para mí me invadiera, pero nada pasó. Resultó extraño, pero lo atribuí a la tensión por el juego del fin de semana. Estiré el brazo lentamente dirigiéndome a su muslo y Mercy se irguió expectante con una sonrisa triunfal dibujada en el rostro. —Estás arrugando mi trabajo— el felino gesto desapareció cuando pasé de largo su pierna y coloqué mi palma sobre los planos. —Podríamos arrugarlo aún más, si quisieras— insinuó con coquetería y negué con la cabeza sin 852 despegar mi vista de ella. —Gracias, pero paso. Ve a enseñarle tus bragas nuevas a alguien más. Se levantó del borde la mesa para sentarse sobre mis piernas y me sentí incómodo de inmediato. —¿Por qué tan difícil hoy?—acarició mi pecho —. No me has buscado en casi dos meses, ¿no te gustaría que te ayudara a recordar lo bien que la pasamos juntos? —Mercy, estamos en jodida biblioteca— recalqué, repentinamente alarmado de que alguien pudiera vernos y hacerse ideas equivocadas. Prefería mantener un perfil bajo en ese aspecto—, quítate de encima. —No—sonrió y frotó su trasero sobre mí—, ¿qué pasa? ¿Ya me has conseguido un reemplazo? Estaba comenzando a perder la paciencia. —No, pero no estoy de humor hoy. Hablo enserio, quítate ahora. —Siempre logro ponerte de humor—deslizó su mano entre nosotros y la tomé de la muñeca antes de que pudiera llegar a mi entrepierna, mirándola con dureza. 853 —He dicho que no—y sin pensarlo más tiempo, me puse en pie con ella a punto de caer de bruces contra el suelo. Me percaté de que habíamos elevado una ola de murmullos, con algunas personas disfrutando con curiosidad del espectáculo. Lo último a lo que quería enfrentarme era a otra escena de celos de la arpía loca. —Como quieras—se encogió de hombros, con una expresión dolida en el rostro que se esforzaba por ocultar con petulancia—, tú te lo pierdes. Se retiró de la biblioteca alisándose la falda y dando largas zancadas. Me dejé caer en la silla echando la cabeza hacia atrás; era increíble lo bipolares que podían ser las mujeres. Sin embargo, no podía pasar por alto que era muy extraño el hecho de que Mercy no hubiera provocado reacción alguna en mí, cuando en otras ocasiones había logrado ponerme como una piedra en menos de dos segundos. Tal vez el asunto con Leah estaba afectándome más de lo que me atrevía a admitir. Y eso no era bueno. Oh no, no era bueno en absoluto. 854 —¿Te he dicho lo hermosa que te ves hoy? Me tenían que estar jodiendo. En serio. La semana había pasado tan rápido desde el incidente de Mercy que ni siquiera habíamos tenido tiempo de terminar esa maldita proyección, que se entregaba hoy. Enfoqué toda mi atención en Ethan y Matt que trabajaban a toda prisa para entregar el proyecto en la clase del señor Cresley, pero me resultaba jodidamente difícil hacerlo cuando tenía a Jordan a un lado recitando poemas de mierda para su maldita novia, endulzando su oído para poder cogérsela o enamorarla aún más o matarla de una sobredosis de diabetes, lo que pasara primero, qué carajo sabía yo. Por si fuera poco, él debía estar ayudándonos a terminar el plano en el poco tiempo que nos quedaba y no diciendo melosas frases al oído de Leah que no eran secretas en absoluto, porque estaba seguro de que todos en la mesa habíamos logrado escuchar el “eres la mujer más bella del mundo” o el ‘eres el amor de mi vida’ o incluso el “me encanta cuando te trenzas así el cabello” y bla bla bla, toda esa 855 mierda cursi que ninguno de nosotros necesitaba escuchar. ¿De dónde sacaba Jordan sus frases? Peor aún, ¿cómo era que había logrado enamorar con algo así a Leah? El mundo jamás dejaría de sorprenderme. Estábamos en medio de una misión a contratiempo, tratando de salvar nuestros culos de reprobar una materia mientras él jugaba a ser el Capitán Cariñitos. Hice acopio de todas mis fuerzas para ignorar el insistente murmullo de la voz de Jordan y el chillante tono de la palabrería de Edith, que discutía acaloradamente con Sara sobre alguna idiotez. ¿Se habían puesto todos de acuerdo para evitar que termináramos nuestro proyecto? Lo peor del caso era que no podía concentrarme, no por el bullicio que había en torno a la mesa, sino por la insistente sensación de molestia que crecía en mis entrañas y que no sabía si asociarla con el hecho de que el holgazán de Matt estuviera aportando más al proyecto que Jordan o a que no parara de decir cursilerías al oído de Leah. —¿Qué te parece si salimos hoy?—puse los ojos en blanco en un mero reflejo, con el ardor en mi 856 estómago aumentando cuando escuché la aceptación de ella, riendo como una colegiala idiota. —¿Crees que sea buen método logístico para la descarga de materia prima, Alex? Creo que deberíamos mejorar algunos puntos—registré vagamente la voz de Ethan diciendo algo relacionado con la materia, pero estaba demasiado abstraído en la escena barata de Titanic que se desarrollaba a mi lado. —Después podríamos ir a mi departamento y probar la resistencia de tu trenza… Había tenido suficiente. —Lamento interrumpir tus patéticas tácticas de seducción, pero tenemos un proyecto que terminar aquí—ladré girándome para encarar a Jordan, que se alejó de Leah cuando me escuchó. El resto de los ocupantes se calló al instante. —Si quieren coger Jordan, McCartney, inténtenlo en otro jodido momento—los miré alternadamente, inyectando más veneno en mi voz del que pretendía, pero no podía evitarlo; mi incapacidad por filtrar mis pensamientos era un grave problema algunas veces. 857 Jordan parecía avergonzado por haberlo evidenciado, mientras Leah me miraba con una mezcla de sorpresa y algo más, pero me importaba un carajo. No iba a tolerar otra cursilería barata más. —¿Podrías dejar de distraer a tu novio? Necesitamos que se concentre en esto—señalé el plano y papeleo que teníamos sobre la mesa—, lárgate. Estrechó los ojos y me dedicó una mirada envenenada antes de ponerse en pie y tomar sus cosas. —Alex, no tienes que tratarla así—la defendió Jordan. —No importa—dijo colgándose el bolso—, vámonos de aquí, chicas. Claramente estamos perturbando a su alteza. Sara y Edith se levantaron sin pensarlo, siguiendo a la abeja reina mientras se giraba con más ceremonia de la necesaria antes de salir. —No tenías que ser tan grosero con ella, ¿sabías? —dijo mi amigo seco, cruzándose de brazos. —Tiene razón, creo que te has excedido un poco —lo apoyó Matt del otro lado. 858 Le lancé una mirada gélida, sin atreverme a admitir que me sentía mucho mejor ahora que los había separado. —Te necesitamos aquí—lo regañé y negó enérgicamente, antes de entregarse a la faena de terminar el dichoso proyecto. —Cuánta tensión, relajen los huevos señoritas— se burló Ethan, sonriendo. Lo ignoré y me concentré por fin en el plano que tenía delante, percibiendo cierto resentimiento hacia Jordan, que de ninguna manera debería sentir. Entregamos el proyecto a tiempo en clase del señor Cresley, no gracias a nuestro intento de Romeo, sino gracias a todos los demás. En el entrenamiento, fui más rudo con Jordan de lo que debería, impulsado por ese resentimiento que no tenía ni puta idea de dónde venía y lo mandé al piso de forma más violenta de la necesaria, hasta que el entrenador me cambió de posición. Aunque no iba a negar que casi dislocarle un brazo me llenó de cierta satisfacción sádica. 859 El juego de final de temporada estaba cerca y los entrenamientos eran el doble de intensos y el triple de extenuantes, así que para cuando terminó, estaba completamente sudado, sucio y exhausto. Me dirigí a los vestidores al paso de Ethan mientras me contaba algo sobre su tía la loca. —Lamento lo de hace rato—mi risa se desvaneció cuando registré la voz de Jordan, que se apresuró a llegar hasta nosotros—, lo de la mesa, quiero decir. —No importa amigo, sabes lo mal que se pone aquí nuestra princesa cuando no hacemos trabajo en equipo—Ethan me señaló mientras negaba. —No volverá a pasar—parecía apenado en verdad—. Es solo que estoy tratando de arreglar las cosas con Leah. —¿Arreglar? ¿De qué hablas, se han peleado o algo?—preguntó nuestro amigo. —No, pero ha estado muy distante conmigo últimamente—había auténtico pesar en su voz. —Tal vez solo está en sus días—el moreno se encogió de hombros, restándole importancia. 860 —¿En su días desde hace meses?—acotó escéptico. Cuando lo miré, parecía sopesar algo. —Creo que está engañándome—confesó y no pude definir si mi corazón se detuvo o estuvo a punto de botar de mi pecho. Me preparé para la golpiza que seguramente me daría. —¿Pero qué dices?—Ethan soltó una carcajada, sin dejar de caminar por el campo para llegar a las regaderas y me obligué a seguir su paso, aunque estaba cagado—. Es más probable que yo me case mañana a que ella te engañe, ustedes son como la ridícula pareja que se conoce en el instituto, tienen una relación por décadas y son felices por siempre. Resoplé, pero Jordan concentrado en su miseria. parecía demasiado —Ya no estoy tan seguro de eso—negó—. Cada vez estoy más convencido de que me engaña. Ha estado teniendo llamadas extrañas, me evita todo el tiempo y ni siquiera me permite tocarla. —¿Desde cuándo?—la pregunta resbaló de mis labios incluso antes de que me diera cuenta y me 861 maldije por ello. No quería evidenciarme, pero me moría por saber. —Desde hace meses—hizo una mueca—, no lo sé, uno o dos. Ethan silbó, impresionado. extrañamente complacido. Yo me sentí —Tal vez solo está pasando por un mal momento, ya sabes lo raras que son las mujeres—trató de confortarlo. —No creo que se trate de eso. Leah no es idiota, sé que no se iría con cualquiera, pero sí es una persona curiosa y tengo miedo de que quiera experimentar… cosas nuevas. Después de todo, soy el único con el que ha estado. “Eras” quise corregirlo, pero me abstuve, regodeándome en mi buen humor. —¿Ustedes no han notado nada extraño?— continuó, mirándonos a ambos—. He intentado poner más atención a lo que hace, las personas con las que habla, pero no he notado nada raro. —Si ella quiere engañarte, encontrará la manera de hacerlo así le coloques un localizador y cámaras para espiarla—dije con fingido desinterés y su cara 862 se contorsionó en una mueca de terror—, así que no deberías desgastarte pensando en eso, parecía una idiota enamorada en la mesa. El recuerdo dejó un regusto agrio en mi lengua. —Muy cierto. —La amo—clavé mis ojos en él ante sus proclamación—, no quiero que otra persona llegue y la robe de mi lado. —Estás exagerando—puse los ojos en blanco. —No, no—Ethan parecía divertido—, deja que nuestra reina del drama siga con sus cinco minutos de fama. —Eh, no se burlen—le dio un rudo golpe con el hombro—, realmente quiero arreglar las cosas con ella, no quiero perderla. Por un momento me invadió un atisbo de pena hacia él y me sentí el más grande hijo de puta. —No creo que la pierdas—lo alentó dándole una palmada en la espalda—. Leah está que se muere por ti desde hace años, está ciega de amor por esa fea cara de perro que tienes. 863 Yo no estaba totalmente de acuerdo con esa afirmación, pero no iba a decírselo, por supuesto. —De cualquier forma—nos detuvo, colocándose frente a nosotros—, si ven algo extraño, ¿me lo dirán? —Sí, sí, como digas Sherlock—Ethan negó—, ya relájate. Le dio una última palmada antes de correr para alcanzar a los demás en las regaderas. Yo estaba por hacer lo mismo cuando puso una mano sobre mi pecho para impedírmelo. —¿Qué?—pregunté impaciencia y hastío. con una mezcla de —Sé que Leah no te agrada—aseveró y enarqué las cejas sin pensarlo—, por eso quiero pedirte que le pongas atención. Una risita seca brotó de mi garganta. —¿Qué tontería estás diciendo? —Ethan adora a Leah y creo que de los dos preferiría encubrirla en caso de que me engañara. Como sé que a ti no te agrada, no tendrás consideraciones con ella de resultar cierto, ¿no es así? 864 Suspiré y me crucé de brazos. —Ve al grano. —Solo te pido que le pongas atención. Eres una persona muy observadora, estoy seguro de que te darías cuenta si está con otro. No sabía si reírme o bufar por irónico de la situación. —Jordan, no creo… —Alex, por favor. Al menos prométeme que lo intentarás—había tanta intensidad en sus ojos que me sentí el amigo más mierda del mundo. Consideré mis posibilidades y el negarme, pero no pude hacerlo luego de contemplarlo. —De acuerdo. Tendrá mi especial atención. Sonrió, aliviado. —Gracias amigo. —Como digas. Tarde ese mismo día, me la topé en uno de los pasillos y choqué con ella a propósito, depositando 865 una nota en su mano a la hora de ayudarla a incorporarse. Me miró sorprendida por un momento, antes de empuñar la nota. Debía informarle que su noviecito al fin había logrado atar cabos y comenzaba a sospechar. Me dirigí a la biblioteca, a la última sección, que era la más abandonada del enorme recinto: la de diseño gráfico. Tomé un libro para matar el tiempo mientras esperaba a que apareciera, pero ni siquiera terminé de leer la sinopsis del viejo empastado cuando escuché pasos acercándose. —Alex—murmuró suavemente desde el otro lado del alto estante. —Shhh. Silencio Leah, esto es una biblioteca—la reprendí burlón, con el mismo tono bajo, recargándome en el librero. Pude observarla cuando retiró un libro de su lado y creó una pequeña ventana entre nosotros. —¿Para qué me has citado ahora? ¿Vas a hacerme otra escena de celos?—dijo abriendo el libro, pretendiendo leerlo. 866 —El espectáculo que hiciste en la mesa— contestó sin despegar la vista de las páginas. Solté una risita. —Solo estaba haciendo servicio social. —Ya. ¿Vas a decirme que no era una escena de celos? —No, no planeo hacerlo—dije con sinceridad y levantó la vista con una emoción indescifrable iluminando sus bonitos ojos—. Supongo que no sé cómo compartir. —El complejo de hijo único—susurró con burla. —Muy probablemente—admití—. No pensé que fueras el tipo de chica a la que le gustaran esas cosas. —¿Qué cosas? —Esas cursilerías, no pensé que fueran tu tipo. Volvió a centrarse en el libro cuando el eco de unos pasos lejanos reverberaron en la silenciosa estancia. —Realmente no tengo un tipo. 867 —La indefinible Leah McCartney—sonreí y ella me correspondió sin levantar la cabeza. No era el tipo de chica de sonrisa fácil, pero sus delicadas facciones se acentuaban cada vez que lograba arrancarle una, obsequiándome un gesto que valía la pena contemplar. —¿Te molesta? —¿Qué cosa? —Que te sorprenda todo el tiempo. —Depende de mi humor—bromeé y ella volvió a sonreír, comprendiendo lo que había dicho. —¿Puedo verte mañana?—inquirió de pronto, mirándome por fin a través del pequeño espacio con algo parecido al anhelo velando sus orbes, que eran de un azul profundo en ese momento. —¿Quieres verme mañana? Las comisuras de mis labios se levantaron en una media sonrisa de satisfacción, antes de que un recordatorio nublara mi mente: mañana debía jugar para Rick. 868 —Ven aquí, Leah. La duda se cernió sobre sus facciones y observé la manera en que evaluaba ambos lados del pasillo antes de dejar el libro en su lugar, privándome de la bonita vista que tenía enfrente. Entonces apareció al final de mi corredor, con los brazos cruzados sobre el pecho. Hoy era un día frío, así que entendía su necesidad de abrigarse con el ancho suéter gris, tan holgado que no hacía justicia a sus exquisitas curvas. —¿No crees que es muy sospechoso que estemos en una biblioteca?—mencionó caminando de forma despreocupada hasta estar a un palmo de distancia. —Claro, porque como estudiantes no tenemos ninguna razón para estar en una biblioteca—repliqué con sarcasmo y soltó una risa que acalló rápidamente. —Claro. Tenía que concentrarme horrores para no distraerme con su belleza, con la tentación caminante que era Leah McCartney. —¿Para qué me has citado entonces?—tomó la punta de su trenza, retorciéndola entre sus dedos y 869 clavando sus ojos en mí, avasalladores. Había olvidado que mi plan original era advertirle sobre nuestra situación y las sospechas de su jodido novio, pero descarté el pensamiento; hablar de él era lo último que quería hacer. —No hagas escrutándola. eso—demandé en su lugar, —¿Qué cosa? Inclinó la cabeza con inocencia, batió sus pestañas y joder, ahí iba de nuevo despertando todas las partes de mí que no deberían estar despiertas en ese momento. Le encantaba provocarme. La maldita arpía había estado haciéndolo los últimos días ahora que sabía el poder que tenía sobre mí. —No juegues a la inocente conmigo. —No lo estoy haciendo—cruzó los brazos, presionándolos sobre el suéter para marcar la forma de sus pechos—, estoy esperando que me digas qué estamos haciendo aquí. —Leah—le advertí. 870 —No estoy haciendo nada—se mordió el labio un momento—. Ya hablamos sobre eso, conozco el trato. —Por el amor del jodido Cristo, para ya— mascullé con exasperación, haciendo esfuerzos sobrehumanos para no ceder a mis deseos. —Bien, si no vas a decir nada, solo me iré entonces. Dio la vuelta para retirarse, antes de que la tomara del brazo con brusquedad, colocándola contra el librero con poca delicadeza. —No te atrevas—espeté con voz tensa, con el deseo por besarla quemándome la boca. Toda la travesura de sus orbes desapareció para ser reemplazada con alarma. Pareció leer el patrón de mis acciones porque posó una mano sobre mi pecho para ganar distancia. —Alex, cualquier cosa que estés pensando, no lo hagas—susurró, en un débil intento por hacerme entrar en razón—, es una mala idea. —Terrible en verdad. 871 Por un momento de lucidez, quise detenerme y escucharla. La conversación con Jordan atravesó mi mente como una lanza y un atisbo de empatía me invadió; no podía culparlo por tener miedo de perder a alguien como ella. Sabía a dónde iría todo esto si continuaba y no estaba seguro de poder parar si desencadenaba mis deseos más imperiosos. Entreabrió los labios, invitándome a tomarlos y la sed que me inundó por la mera visión terminó por mandar al carajo cualquier vestigio de lealtad que yo tuviera hacia Jordan. —Alex, no. No, no podemos… Me incliné para besarla por fin, acallando sus protestas, con ella rindiéndose y cediendo a mis besos por un segundo, tres, cinco, diez. Sus labios eran suaves y hábiles y la sensación de ellos moviéndose sobre los míos resultó enteramente satisfactoria después de tantos días codiciándolos con vehemencia. No era el tipo de persona afín a los besos, ciertamente no desde que era un gesto que nunca había visto compartir a mis padres y mucho menos desde que había descubierto que no los necesitaba para poder disfrutar del sexo y complacer a mi 872 compañera; era una demostración de afecto que me había parecido siempre tan íntima y a la vez tan ajena a mi persona que poco había besado en mi vida. Ahora, comenzaba a aterrarme el magnetismo que había entre Leah y yo, o la magnitud de mis sentimientos hacia ella, porque besarla parecía más un instinto que un pensamiento. Deslizó sus brazos hasta mi cuello para estrecharme más contra sí y no tardó en corresponderme con la misma intensidad. Me gustaba que no fuera el tipo de chica que permanecía quieta mientras recibía, sino que daba también, permitiéndome probar de su fiereza y destreza, con su lengua acariciando la mía sin timidez. Mis manos se cerraron en torno a su cintura y se escabulleron bajo su blusa, deseosas de percibir la calidez de su cuerpo. ¿Qué pretendía exactamente, besándola como si mi vida dependiera de ello en medio de la biblioteca en horario escolar? Sabía a dónde estaba yendo todo esto y estaba seguro que ella también lo sabía, pero pensar con claridad se estaba convirtiendo en una tarea cada vez más y más dura; mi cerebro pareció haber sido drenado de toda 873 la sangre para que ésta se concentrara en mi otra cabeza. No quería parar. No cuando cada parte de su cuerpo parecía ser un imán para el mío, para mis manos y mi boca; no cuando ella se sentía jodidamente bien contra mí, con sus manos entrando en contacto con la piel de mi abdomen, derrumbando mi precario autocontrol. Me alejé del veneno que era su boca para besar la comisura de sus labios, su mentón y acariciar con mi lengua su garganta. —Dios—gimió y coloqué la palma sobre su boca para callarla. —Silencio—demandé con voz grave—, esto es una biblioteca. Volví a succionar de ese espacio en particular que había provocado que la palabra se deslizara sin que pudiera evitarlo, percibiendo la manera en que su piel se erizaba y vibraba bajo el tacto. Me alegraba caer en cuenta de que yo tenía sobre ella el mismo poder que ejercía sobre mí, en saber que podía desarmarla igual de sencillo. 874 Pronto, la estancia se volvió más caliente y la necesidad por ella más insistente, reflejada en el intolerante tensar de mis pantalones, casi doloroso. Mi cuerpo exigía contacto, liberación, pero sabía que debía estar demente si le proponía hacerlo en la jodida biblioteca. ¿En qué estaba convirtiéndome aquella mujer? La giré con brusquedad, su espalda y su redondo trasero encarándome. Sin perder el tiempo, colé una de mis manos bajo su suéter para bajar la copa de su sostén y liberar uno de sus pechos; su pequeño pezón endureciéndose en cuanto lo tuve entre mis dedos. Mi otra palma viajó hasta posarse en una de sus bonitas nalgas, estrujándola con fuerza, mientras frotaba mi miembro contra esa parte tan bien formada suya. Dios, todo mi control se había ido al carajo. Volvió a gemir audiblemente y mordí apenas su lóbulo. —Si tengo que pedirte una vez más que te calles, lo lamentarás—amenacé, pasando mi lengua por el arco de su oreja, con su cuerpo estrechándose contra el mío en reacción. 875 —¿Por qué tanta urgencia?—había una risa escondida en su voz. —Tu culpa—acuné su deleitándome con el contacto. redondo pecho, —¿Mi culpa? —Sí. ¿Cómo pretendes que me mantenga alejado de ti si vas por ahí pavoneándote con estos pantalones?—le di un fuerte apretón a su trasero—. Es imposible hacerlo si te marcan tan bien el bonito culo que tienes. Sonrió al tiempo que volvía a girarla y la besaba con ímpetu renovado, tratando de tomar tanto de ella como fuera posible en esa situación. Era increíble la potencia que había entre nosotros; como la colisión de dos objetos encontrándose fuertemente, creando una onda expansiva tan poderosa que dejaba vibrando por el impacto a los dos cuerpos. Así era como se sentía estar con ella. El resistirme a mis deseos terminó pareciéndome una tarea imposible y la tensión en mis pantalones inaguantable. 876 —Tócame, Leah—susurré ásperamente, irguiéndome para calibrar su reacción, temeroso de que tal vez había llevado las cosas demasiado lejos y estaba pidiendo algo que ella no estaba dispuesta a conceder, al menos no en ése lugar y no en un momento como ése. Entonces, donde otras chicas se hubiesen ofendido, dado la vuelta para retirarse y parar aquella locura, Leah se mordió el labio, dirigió sus manos a la pretina de mi pantalón y deshizo el botón con decisión, sin vacilar un segundo a la hora de bajar el cierre y liberar mi turgente miembro, que para ese punto ya estaba a nada de reventar porque sus ojos permanecían clavados en los míos, tan dilatados y abiertos como si quisieran grabar a fuego cada una de mis reacciones. Lamió la palma de su mano de una forma tan erótica que pensé me correría en ese instante. Sus delgados dedos se cerraron en torno a mi pene y tuve que tomar aire para no soltar una maldición audible. Descubrí en ese momento que Leah poseía la increíble capacidad de reducirme solo a instintos, a sentidos y percepciones. Besé su sien al tiempo que daba un apretón exploratorio a mi falo, familiarizándose con él y 877 tensándome en menos de un segundo cuando su mano comenzó a moverse sobre él con agilidad. —Mierda—la maldición cayó de mis labios incluso antes de que pudiera evitarlo, con mi frente descansando contra la suya, nuestras respiraciones combinándose y mis dedos enredándose en la jodida trenza que ya estaba casi desecha, inspirando de su aroma mientras sus atenciones encendían al máximo mis sentidos y ponían al tope mi satisfacción. Mis caderas se movían acorde a sus caricias, ondulando al compás de su mano. No era la primera vez que alguien me hacía una masturbación, pero sí era la primera vez con Leah y el torrente de excitación que despertaba en mí era sobrecogedor. Dejé caer una mano para envolverla sobre la suya, para guiarla y mostrarle cómo era que me gustaba que me tocaran; arrastrándola a la cabeza de mi pene para lubricar con el líquido que no dejaba de gotear por lo excitado que estaba, antes de llevarla hasta la base ejerciendo la presión que me encantaba. —No sabía que eras un exhibicionista—dijo mordaz, sin dejar de suministrar sus diestras atenciones. Me costó un par de segundos registrar lo 878 que había dicho, demasiado ocupado deleitándome con lo bien que su mano se movía. Como la buena estudiante que era, aprendió rápidamente y me desarmó en un par de movimientos. —No lo era—cerré los ojos y abrí la boca cuando dio un certero apretón en una parte sumamente sensible, antes de clavarlos en ella otra vez—. Tú me has convertido en uno. Sonrió con satisfacción y me incliné para devorarla. Llevé una de mis manos bajo su blusa para estrujar uno de sus pechos, con mi respiración volviéndose cada vez más pesada. Abandoné sus labios para repartir besos sobre su cuello, sobre el hombro que había logrado desnudar y percibí el vibrar de su cuerpo. Adoraba lo reactiva que era. Ahogué un gemido contra su piel, con mis caderas moviéndose más rápido. Los dedos de una mano estrujando con fuerza una de sus nalgas, mientras la otra se cerraba en torno a su pecho: lo único sólido a lo que podía sostenerme mientras sus atenciones amenazaban con derrumbarme. 879 —Para—gruñí, completamente perdido en sus caricias. Estaba apoyándome casi completamente en ella, con su corazón latiendo al mismo ritmo errático que el mío contra su pecho, su garganta—. Voy a correrme y será un desastre Leah, para. Un delicioso escalofrío me recorrió el cuerpo cuando lamió la forma de mi oreja. —Silencio, esto es una biblioteca—advirtió sin dejar de bombear mi miembro, con una voz tan oscura que solo eso fue suficiente para quebrarme. Levanté su suéter y me corrí justo ahí, fuerte y duro, vaciándome sobre su abdomen, un quejido gutural escapándose entre mis apretados dientes, con mis músculos tensándose y relajándose a la vez y disfrutando de la satisfacción que me invadía. Me había dejado vibrando de placer. Cuando tuve la fortaleza suficiente para colectarme, Leah jadeaba por aire, con su pesada respiración uniéndose a la mía, una mano manchada con mi líquido, mientras que con la otra sostenía su suéter. Me apresuré a abrochar mis pantalones e inclinarme para rebuscar en mi mochila, extrayendo la camiseta del equipo para pasarla sobre sus 880 húmedos dedos y limpiarla, siguiendo con su abdomen después. —Te dije que sería un desastre. —Quería hacer que te corrieras—había una petulancia sádica en su tono de voz, casi vengativa y la miré por un segundo antes de seguir limpiándola. —No sabía que eras una sinvergüenza. —No lo era, hasta que tú me convertiste en una. No pude suprimir la sonrisa que se dibujó en mis labios. —Te lo compensaré—prometí, bajando su suéter una vez estuvo seca. —Estoy segura de que lo harás. ¿Mañana entonces? Había un deje de ilusión, pero negué. —No puedo mañana. —¿Por qué?—un atisbo de decepción adornando su tono que no se molestó en ocultar. —Tengo juego. Enarcó las cejas. 881 —¿De fútbol? —De póker—puse los ojos en blanco, sintiendo un enorme resentimiento hacia Rick por privarme de disfrutar del festín que era Leah para jugar un puto juego. —Oh—su expresión cambió rápidamente—, en ese caso, voy contigo. Fruncí el ceño. —¿Qué? No, estás loca—dije tajante. —Quiero ir, me pareció bastante entretenido la última vez. —No. No es un juego. —¿Ah no?—se cruzó de brazos y la miré con exasperación. —Sabes a lo que me refiero, es peligroso, una palabra que creo tú no comprendes. Posó las manos sobre sus caderas, en su típica faceta autoritaria. —Iré si me da la gana hacerlo, no necesito de tu jodido permiso. —He dicho que no, no tienes nada qué hacer ahí. 882 —Iré contigo o sin ti igual, así que tú eliges. La fulminé con la mirada. A veces odiaba que fuera tan terca e intransigente. —¿Y bien?—insistió cuando no di ninguna respuesta. Negué con la cabeza, evaluando cuál sería el peor escenario al que podríamos enfrentarnos llevándola conmigo a un lugar tan pútrido como aquél. No debía tener distracciones, no podía tener mi mente dispersa en una situación tan complicada como la que me esperaba, pero la idea de Leah yendo sola— porque sabía que lo haría si la idea ya se había plantado en su mente—, era mil veces peor. —Te veo mañana en mi departamento a las 9— dije al final con resignación, al tiempo que ella sonreía triunfal. —¿Ves? Todo es cuestión de negociar. —Chantajear, más bien—me crucé de brazos, sintiéndome más tenso que antes. No quería exponerla a ese lugar tan radioactivo y pérfido. —Eufemismos—hizo un gesto de la mano para restarle importancia y ambos dimos un respingo 883 cuando escuchamos a alguien aclararse la garganta al final del pasillo. La señora Pince nos escudriñaba a través de sus enormes gafas de botella, tal vez tratando de adivinar qué hacíamos en la sección más alejada de la biblioteca. —¿Necesitan ayuda en algo?—preguntó la bibliotecaria mirándonos alternadamente. —No, gracias. Ya hemos terminado—le dediqué una de mis mejores sonrisas. Arrugó los labios, escéptica. —Claro. Esto es una biblioteca, no lo olviden— acomodó mejor los libros que llevaba en los brazos como si fueran su gordo y pesado bebé y desapareció entre los estantes. Nos miramos, preguntándonos de manera muda si había alguna posibilidad de que ella pudiera habernos escuchado o visto. Terminó de deshacerse la trenza, dejando caer el cabello azabache sobre su espalda. —Te veré mañana, ¿de acuerdo?—agotó la distancia entre nosotros, se puso de puntillas y me 884 besó rápidamente en los labios a modo de despedida —. Seré puntual, lo prometo. Desapareció una vez giró en la esquina, dejándome desconcertado por la naturaleza de su acción, besándome tan despreocupadamente como si lo hubiésemos estado haciendo por años. Lo más alarmante de todo era que, en efecto, se sentía como algo natural. Di la última calada al cigarrillo para calmar la ansiedad que comenzaba a hacer acto de presencia, retorciendo mis entrañas. Una sensación de expectación que se presentaba cada vez que tenía un juego importante—léase trabajo. Era excitante en la misma medida que estresante. Pisé la colilla con la suela del zapato, disfrutando de los últimos vestigios de calidez que transmitía en esa noche de noviembre y revisando al mismo tiempo la hora en mi reloj: Leah llegaba, como siempre, tarde. Mi celular vibró dentro de mi pantalón, anunciando el mensaje de Ethan. 885 “Fiesta hoy en casa de Haley. ¿Vienes?” leí una vez lo extraje. Me encantaría fue la primero que quise responder, pero tecleé otra cosa totalmente distinta. “Juego hoy” “Lástima. Te perderás del espectáculo” “¿Cuál espectáculo?” “El que seguramente dará Jordan cuando esté ebrio hasta los huevos” no contuve la sonrisa que se extendió por mi cara al imaginarme tal situación. Tal vez Leah y Jordan se entendían tan bien porque ambos eran terribles para beber. “Espero poder mejorar su humor” añadió luego de un momento. “A la próxima” escribí sin más. “Claro. Suerte, amigo” Le agradecí la consideración, porque era muy probable que sí la necesitara si el tipo había resultado ser tan astuto para seguir robando a la casa de Rick y permanecer invicto. El estruendo de un portazo me sacó de mis cavilaciones y levanté la cabeza justo a tiempo para ver a Leah acercarse, andando a paso despreocupado por la acera fuera de mi departamento hasta llegar a 886 mi auto, donde pacientemente. yo la esperaba recargado —Llegas tarde—dije una vez la tuve a un palmo de distancia. —No puedo ser tan perfecta, ¿o si?—se pasó la mano por el largo cabello de una manera que resultó encantadora y jodidamente sensual—. Algún defecto debo tener. Bufé, impresionado con su seguridad. Iba vestida como la novia de un gánster: pantalones negros ajustándose a sus bonitas piernas, haciendo contraste con una blusa delgada de terciopelo color vino que dejaba al descubierto su cuello, hasta la clavícula y rematando el atuendo con una chaqueta de cuero negro. Tuve que obligar a mis ojos a subir hasta su cara, porque parecían totalmente dispuestos a quedarse pegados en su cuerpo. Tenía siempre un tiempo terriblemente difícil a la hora de resistirme a Leah. —Vamos a una casa de apuestas, no a una carrera clandestina de motocicletas—me burlé con los brazos cruzados sobre el pecho. 887 —No sabía que para ir a una casa de apuestas debías ir de rigurosa etiqueta. Sonreí. —Sube ya, vamos tarde—quité los seguros al auto mientras ella se montaba del lado del copiloto. No habíamos recorrido ni siquiera un kilómetro cuando volvió a hablar. —¿Puedo poner la música? El silencio en la trampa mortal que tienes por auto está asfixiándome —se quejó, al tiempo que yo le dedicaba una mirada curiosa por el rabillo del ojo. —¿Trampa mortal? —Casi nos matas cuando reventó tu llanta, ¿recuerdas? Ahogué una risa. —Pero estás viva, no sé de qué te quejas. —Por poco. Entonces, ¿puedo?—insistió luego de una pausa. —Vas a hacerlo igual aunque te diga que no— respondí con un deje de diversión adornando mi voz. 888 —Muy sabia respuesta—subió el volumen a las notas de Gwen Stefani cantando al ritmo de The Sweet Escape. El cambio de ambiente fue brusco una vez entramos en el recinto que albergaba el montón de mesas de apuestas, máquinas y televisiones. La estancia permanecía cálida y como siempre, sobre ella pesaba una atmósfera de ligera tensión. Leah caminó junto a mí mientras saludaba a los gorilas que custodiaban la entrada con una inclinación de cabeza y escaneaba el lugar, buscando ponerle cara al dolor de cabeza de Rick. Sondeé rápidamente las mesas de póker, tratando de ver más allá de los tipos ludópatas que se congregaban en torno a ellas como alcohólicos en la barra de una cantina. Creí haber localizado una cara distinta entre los asistentes habituales en una de las mesas del fondo, donde George hacía las veces de crupier. —Mira quién se ha perdido y ha terminado aquí —la voz de Michael me trajo de vuelta y le correspondí la sonrisa al tiempo que le palmeaba la 889 espalda, su barba más crecida que la última vez que había estado ahí. —Perderme una mierda, hoy juego. Los ojos avellana de Michael centellaron con diversión. —Las cosas en casa se pondrán interesantes entonces—asentí, y él posó los dedos sobre su barba —¿Hay mucho dinero en juego hoy? —Sí—el recordatorio puso a mis entrañas a retorcerse de nueva cuenta. Estaba a punto de decir que seguramente era una cantidad muy grande si Rick había decidido que jugara precisamente hoy, pero me abstuve cuando me percaté de que había reparado en mi acompañante. La miraba embelesado, como lo haría cualquier puta persona que no fuera ciega. —Tú sí que te has perdido, muñequita. ¿De qué aparador te han sacado? Leah soltó una risita, seguramente complacida con el halago. Puse los ojos en blanco. —Viene conmigo—aclaré, antes de que intentara hacer algo, porque ya podía ver las intenciones que tenía escritas en la cara. 890 —Por ahora—sonrió de manera felina— ¿Seguro que ella no entra en el pozo de apuestas? Porque podría arriesgarme a que me destrozaras en una partida de póker por esa bonita cara. —No creo que entraras, el precio de la apuesta sería demasiado alto—habló Leah por fin, con Michael mirándome enarcando las cejas, sorprendido. —Ya me agrada. Soy Michael, pero tú puedes llamarme como quieras, muñeca—le extendió la mano. —Leah— se presentó, estrechándola con una sonrisa. —Un nombre bonito para una chica bonita, muy adecuado. Él siguió hablando, pero me desconecté cuando localicé a Rick entrar a paso rápido a la parte privada del bar. —Ahora vuelvo—avisé a Leah, interrumpiendo las presentaciones. Asintió apenas, con un atisbo de inseguridad oscureciendo sus orbes. Tampoco me agradaba la 891 idea de dejarla sola, pero debía hablar con Rick antes de jugar. —Yo la cuidaré por ti—se ofreció Michael sonriendo. —Más te vale—le di un leve apretón al brazo de ella antes de dirigirme a la parte final del casino. Rick se acariciaba la hirsuta barba grisácea sentado en uno de los sillones de cuero, abstraído en sus pensamientos. —Rick—hablé para anunciarme y sus facciones se contorsionaron en una maliciosa sonrisa cuando reparó en mí. —Su alteza decidió honrarnos con su presencia— saludó con sarcasmo y lo miré con dureza, sin estar de humor para sus juegos—. Es bueno tenerte en casa, príncipe. ¿Has visto ya al tipo? —¿El que está jugando en la mesa de George? —El mismo—se inclinó en el sillón, serio—. Hay mucho dinero en casa hoy, así que es muy probable que el tipo lo apueste todo si sabes cómo envolverlo. Asentí. 892 —Dejaré que gane un par de veces para generar confianza. Rick arrugó los labios, poco convencido. —Es bueno, Alex. Espero que no se te salga de las manos esta vez—había una clara advertencia en sus palabras, que se reflejaba en sus orbes. —No sucederá—me troné el cuello, percibiendo la tensión que ya se construía sobre mi espalda. —Ladrón que roba al ladrón, príncipe—las comisuras de sus labios se alzaron en una sonrisa ladina—. Quiero que lo obligues a apostar todo y lo dejes sin un solo dólar, ¿entendido? No necesito de esos en mi casa. —Entiendo. Hizo un gesto con la cabeza hacia la puerta. —Ve a hacer lo tuyo, niño. Le dediqué una última ojeada gélida antes de entrar a la primera partida. Cuando salí del anexo donde estaba el privado, encontré a Leah y Michael frente a los televisores dispuestos en la sala de apuestas de deportes, abstraídos en una carrera de caballos. 893 —¿Has apostado?—pregunté a colocando una mano sobre su cintura. su lado, —Aún no, estamos tratando de decir a cuál apostar. Creo que me iré por el número 37. —Cien a uno—respondió Michael a nuestro lado —, ésta chica no tiene miedo de apostar el todo o nada. Fijé mi vista en el televisor, evaluando la carrera. Estaban en medio de la segunda vuelta de tres, así que debía hacer su apuesta antes de que concluyeran, al finalizar ese recorrido. El caballo que iba a la cabeza era el número 54, un American Paint que según mi experiencia, solía empezar fuerte pero terminar en medio del montón. Un principiante habría apostado por él. El número 37 era un Quarter Horse, que como su nombre lo decía, era veloz a la hora de cruzar los cuatrocientos metros, pero solía perder potencia al final de la carrera. Era una buena opción, posiblemente una sugerencia de Michael. Cuando Leah extrajo su tarjeta para apostar por el Quarter Horse, detuve su mano. 894 —Apuesta al número 28—sugerí y ambos me miraron perplejos. —Está casi al final del montón—apuntó el castaño, escéptico. —Es un Árabe, ganará velocidad al final, son los más resistentes. Las probabilidades dicen que tendrá buen lugar. Señalé la tabla de posiciones y predicciones. Leah me miró dudosa por un instante, antes de ofrecer su tarjeta para apostar al número que dije. Permanecimos de pie frente a la pantalla esperando a que concluyera la última vuelta. Podía notar la tensión en el cuerpo de Leah y la manera en que sus dedos golpeaban ansiosos la madera; efectos secundarios de las apuestas que conocía muy bien. El número 28 logró ganar velocidad y potencia, colándose a la cabeza, que estaba precedida por un alazán American Paint y un Pura Sangre azabache. En los últimos quinientos metros que lo separaban de la meta, rebasó al American Paint y se disputó el primer lugar con el caballo restante. Percibí el leve temblar del cuerpo de Leah y la manera en que se mordisqueaba una uña sin 895 atreverse si quiera a parpadear para no perderse un segundo de la carrera. Su caballo Árabe defendió el puesto sin permitirle el paso a ningún otro caballo y cruzó la meta como un rayo en segundo lugar. —¡Por Dios!—gritó Leah cubriéndose la boca con las manos, emocionada. Había quedado en un buen lugar, así que recibiría buen dinero. —Te acabas de llevar cinco mil dólares limpios— la felicitó Michael, sin que ella perdiera un ápice de emoción. —¿Cómo sabías que quedaría en buen lugar?— preguntó impresionada. —Experiencia—me restándole importancia. encogí de hombros, —Gracias. —Puedo enseñarte cuando quieras—sonreí—. Tengo un juego importante y no puedo distraerme o perder, así que quédate cerca de Michael—me centré en él—.No la dejes apostar demasiado. 896 —A la orden, capitán—hizo una mala imitación de un saludo militar. —Suerte—se acercó para depositar un beso en la comisura de mis labios que los dejó hormigueando por más, antes de volver a colectarme. Asentí y me senté en el puesto libre que había en la mesa de George. —Cuánto tiempo—saludó el crupier que conocía de años—¿Con cuánto juegas hoy? Evalué a cada uno de los ocupantes de la mesa, que eran jugadores habituales de la casa, a excepción de uno: el tipo al que debía vaciar parecía estar entre los cuarenta y cincuenta años, tenía el cabello color arena, el inicio de una barba clara y una mirada mezquina. De un lado de la boca le atravesaba una cicatriz y su nariz parecía haber sido operada más de una vez. Reparé en que una de sus manos temblaba ligeramente cuando la movía. —Todo—respondí, sin despegar la vista del tipo. George me entregó la cantidad de fichas correspondiente e iniciamos la primera partida. No parecía tener nada de especial, pero a medida que avanzaba el juego caí en cuenta de que jugando 897 limpiamente, como me había advertido Rick, no conseguiría nada. Ganó el primer juego de forma sencilla y rápida, llevándose el primer monto del pozo de apuestas. Cuando comenzó el segundo, de los seis participantes iniciales permanecimos dentro cinco, aumentando la cantidad de fichas al centro de la mesa. Logré persuadirlo lo suficiente para confiarse, igualando mis apuestas a la de los demás sin evidenciarme. Una vez estuve seguro que lo había conseguido, formé mi mano y gané el segundo juego, llevándome una cantidad mayor. Al parecer había logrado captar su interés y para el tercer juego, apostó el triple de lo inicial, mirándome con atención a medida que avanzaba la partida para tratar de captar alguna emoción que se hubiese resbalado por mi rostro de manera accidental, pero ése era precisamente el elemento sine qua non para ganar en el póker: la impasibilidad. Controlar las emociones bajo presión era algo difícil; hacerlo en una situación donde no solo tu 898 dinero sino también tu cabeza estaban en riesgo era casi imposible. Me costó hacerlo y tuve que cambiar un par de tácticas, pero gané la tercera partida de manera consecutiva. Para la cuarta partida, el tipo se había quitado el saco y remangado su camisa hasta los codos. Ordenó un whiskey en las rocas que se bebió de un solo trago mientras el crupier partía las cartas y se pasaba la lengua por los labios. Había logrado ensimismarlo y penetrar en su seguridad. Lo había encendido. Permanecimos cuatro hombres en el juego; los más pudientes cubriendo la alta suma de entrada, esperando que la suerte estuviera de su lado y nosotros dos, esperando ser lo suficientemente ágiles para robar al otro primero. El tipo era bueno, muy bueno. Sus estrategias eran distintas a las mías, nuevas y extrañas, así que me costaba trabajo seguirlo y adivinar sus manos o sus movimientos. Él ganó la cuarta partida. 899 —¿Jugarán una quinta?—preguntó entregándole las fichas al ganador. George, —No voy—uno de los hombres se levantó y se retiró, posiblemente drenado. El dolor en el culo que era el tipo contó sus fichas, extasiado y sentí la jodida presión a punto de reventarme la cabeza. —Opino que cerremos de manera excepcional— sugirió, con sus ojos miel brillando con codicia—: un juego de todo o nada. Lo miré posibilidades. largamente, contemplando las Eso era equivalente a arriesgar doscientos mil dólares por nada. No quería hacerlo porque la probabilidad de que el tiro me saliera por la culata era alta, pero no tenía opción. —Acepto—dijo el otro tipo y yo asentí también, con reticencia. George repartió las cartas y las entregó con habilidad. Contemplé mi mano, satisfecho con lo que había recibido. Era un buen inicio que podría utilizar a mi favor. 900 Para el tiempo en que hicimos el primer descarte, ya sentía mi espalda tan tensa como una cuerda. Estaba tan concentrado tratando de descifrar el juego de mi contrincante que di un respingo cuando percibí un par de manos posarse sobre mis hombros. Levanté la vista y contemplé a Leah, esbozando una pequeña sonrisa. Me sentí un poco mejor. —¿Vas o no?—registré la voz de George dirigiéndose al otro tipo, pero éste parecía haber abandonado la mesa de juego, porque tenía los ojos clavados en Leah como si fuera la aparición de la mismísima Virgen María. La intensidad con que la escrutaba era tal que me perturbó sobremanera. Sabía que era una chica llamativa, pero esa reacción era excesiva. —Sí—carraspeó, colectándose y descartó. —¿Subes o igualas?—insistió George. Se relamió los labios. —Quiero subir—esbozó una sonrisa maliciosa— ¿Ella no entra en las apuestas? Tensé la mandíbula. Sabía que algo así podría pasar. 901 —No—dije rotundo. —Vamos, hará las cosas más interesantes—se inclinó sobre la mesa sin dejar de mirarla con un brillo codicioso iluminando sus orbes—. Podría ascender… ¿por un beso tal vez? —No es una cosa que se pueda apostar—escupí, molesto. No necesitaba añadir otra piedra a mi saco para que pesara más sobre mis hombros. —Acepto—dijo Leah de pronto, sentándose al borde de la mesa y colocándose el cabello sobre el hombro con coquetería. Juro que estuve a punto de explotar y bajarla a rastras del puto centro—. Me tendrás el resto de la noche si ganas. El imbécil sonrió con satisfacción. Tenía. Que. Ser. Una. Puta. Broma. La acribillé con la mirada cuando sus ojos se posaron en mí, pero me ignoró y se incorporó de nueva cuenta. Ya podía sentir la cólera quemándome la garganta. 902 Tenía que estar demente aquél hijo de puta para pensar que yo le permitiría poner un solo dedo sobre ella. De ninguna maldita manera. Permanecer impasible fue tan difícil como mantenerse a flote en medio de un mar tempestuoso; en medio de mis tempestivas emociones. Igualé todas sus apuestas en el resto de los descartes subsecuentes, con los dientes apretados de ira, presión y estrés. Para el final del último descarte, el otro tipo se retiró y solo quedamos él y yo. En ese punto no tenía idea de lo que podía esconder bajo la manga o si lo que yo tenía preparado fuera suficiente para neutralizarlo, pero debía arriesgarme e intentarlo, porque ahora no solo era yo quien estaba en la línea, sino también la idiota de Leah. Ascendimos por última vez. —¿No más apuestas? Ambos negamos sin dejar de mirarnos con recelo. 903 El corazón me latía fuerte contra el pecho y la ansiedad recorría mi sistema de una manera en que no había experimentado en un largo tiempo, demasiado confiado en mi habilidad para percibirla. Ahora, esperaba con la misma anticipación que un principiante. —Descubran sus cartas, caballeros—pidió solemnemente el crupier e inhalé por aire, preparándome para el peor escenario. La boca se me secó y la sangre se concentró en mis talones. Jamás me había sentido tan ansioso en un juego en la vida. Giró su mano descubriéndola con lentitud y mostrando una escalera de color. Estaba verdaderamente impresionado de que hubiera logrado formarla sin yo haberlo previsto. Todo mi cuerpo pareció volver a funcionar cuando dejé caer sobre la mesa la flor imperial que había logrado plantarle sin que se hubiera percatado. Palideció y la cólera combinada con sorpresa inundó sus facciones. Había ganado, pero por poco. 904 Respiré correctamente por fin. —Yo gano—me puse en pie y recogí el papel que me entregaba George, donde se consignaba la cantidad del premio. Leah aplaudió alegremente mientras sonreía, pero la pasé de largo, demasiado enojado para soportar verla en ese momento. Fui hasta la barra y le pedí a John un trago buscando tranquilizar mi agotada mente. Ella permanecía junto a mí. —Alex, per… —Buen juego—ambos nos giramos para contemplar al idiota, que nos miraba alternadamente con las manos en los bolsillos—, me has vaciado. “Ése es mi trabajo” quise responderle, pero me abstuve. —El juego es el juego. Soltó una risita ronca. —Tenía tiempo sin ver a un angle shooter tan bueno, me impresionas. —Gracias. 905 —Deberías compartir conmigo algunas de tus tácticas. ¿Cómo te llamas? —Alexander—estreché la mano que me estiraba con decisión. Su expresión pareció oscurecerse cuando posó sus orbes en mi compañera. —¿Y tú? —Leah—respondió sin intimidarse. —Un verdadero placer, Leah. Soy Louis. Enredé mis dedos con los suyos en reacción, esperando que me transmitieran tranquilidad o templanza, porque algo no se sentía bien. No se sentía nada bien. ¡Feliz miércoles! ¿Me extrañaron? Subiré pronto. Disfruten. Con amor, KayurkaR. 906 Capítulo 22: Efímero paraíso. Alexander El pálpito de la incertidumbre permaneció perenne, sin amortiguarse ni decrecer. Era una sensación desagradable que no podía definir, mucho menos explicar. Algo sobre ésta persona—sobre Louis me hacía sentir incómodo. Como la sensación que quedaba pegada a tu espalda cuando notabas a alguien siguiéndote por la acera o viéndote de cierta forma que te provocaba escalofríos. El póker me había ayudado a desarrollar la capacidad de leer a las personas y afilado mi intuición, por lo que obedecía a mis instintos la mayor parte del tiempo. Entrelacé mis dedos con los de Leah, apretando su mano para impedir que se la estrechara. Él pareció captar el gesto y retiró la palma temblorosa que pendía en el aire cuando cayó en cuenta que ella no iba a corresponderle. 907 —Veo que tu chico es un poco posesivo—acotó mordaz, con una sonrisa que no llegó a consumarse —. No lo culpo, yo también lo sería. —No es mi… —¿Te quedarás a otra partida?—interrumpí, impaciente porque se alejara de nosotros. Chasqueó la lengua, considerándolo. —No, no creo—sonrió y la cicatriz que atravesaba su cara se arrugó con la acción—. Me has dejado limpio. Perfecto. Entre menos tuviera que verlo por ahí, mejor. Además, ahora que sabía que no era el único con capacidades para robar dentro de un juego, era muy probable que no volviera a aparecer por el lugar. Normalmente no nos gustaba tener competencia. —En ese caso, un gus… —Rick quiere verte, príncipe—me cortó uno de sus mamuts—. Ahora. Maldije para mis adentros, barajando mis opciones: no sabía qué era peor, si llevarla conmigo a la boca del lobo o dejarla ahí, lista y dispuesta con aquél tipo tan extraño le pusiera las garras encima. 908 —Ahora vuelvo—opté al final. Le di un último apretón antes de alejarme, no sin antes dedicarle una clara mirada de advertencia al hombre. Lancé una última ojeada detrás de mi espalda cuando llegamos a la entrada del privado, sin que el sentimiento de que algo iba mal desapareciera. “¿Te sientes bien? ¡Reacciona! Estás siendo paranoico. La chica no es un vegetal ni está inválida, puede defenderse sola, concéntrate” me regañó mi consciencia y la obedecí, entrando a paso seguro al anexo. Rick tenía a Megan, una de las camareras que atendían en el bar, sentada sobre el regazo, ella acariciándole la barba y susurrándose el uno al otro cosas que jamás querría escuchar, ni aunque mi vida dependiera de ello. Me aclaré la garganta con más dramatismo del necesario, impaciente por volver hasta Leah. Rompí con la romántica atmósfera y Megan reparó en mí, sus grandes ojos verdes mirándome con coquetería antes de retirarse para seguir trabajando. Rick la observó embelesado alejarse sin perder la sonrisa de idiota; la escena dándome escalofríos de la repulsión. 909 —Tu dinero—le entregué el documento donde se consignaba la suma del premio y su sonrisa pasó de idiota embelesado a imbécil codicioso—. El tipo está limpio, como me has pedido. —No esperaba menos de ti, príncipe—despegó la vista del papel para mirarme satisfecho—. Sabía que solo tú podías hacerlo. Los idiotas de Michael y Gerard lo dejaron irse con más dinero del que llevaba consigo al entrar. Por un momento creí que a ti también se te escaparía. —Me subestimas. Soltó una risita ronca. —Veo que sí. ¿Qué te motivó lo suficiente para no dejarlo ir? Michael me contó que estuviste a nada de perder, otra vez. Algo pesado se instaló en la boca de mi estómago ante el comentario. “No podía permitir que le pusiera una mano encima a Leah” fue mi contestación más sincera y mi consciencia fue rápida en mofarse. “¿No podías o no querías?” La respuesta a esa interrogante era la que me mantenía inquieto. La maldita idiota iba a matarme 910 de un coraje un día de éstos, estaba seguro. —No quería deberte más dinero—dije en su lugar, cruzándome de brazos—. Ya eres mucho dolor en el culo con lo que debo. Soltó una carcajada profunda con su cara tornándose roja. —Me encanta que me debas—negó con diversión —. Has sido mi mejor inversión, sin duda. Puse los ojos en blanco, exasperado. Quería salir de ahí ya. —¿Y bien? ¿Para qué me llamaste?—inquirí perdiendo la paciencia y ganando ansiedad por no estar cerca de aquella arpía. —Para felicitarte, por supuesto—entrelazó las manos sobre su barriga—. Y para mostrar mi buena voluntad con mis jugadores… —Tus esclavos, querrás decir—lo corregí, pero a él pareció no hacerle gracia. —He decidido concederte otra prórroga para que termines de liquidar tu deuda. Recuerda que el tiempo se agota y mis consideraciones también. Permanecí en silencio. 911 —No me gustaría perder a tan buen alfil—su tono era una clara advertencia. Cambié el peso de un pie al otro, incómodo. Sabía en dónde terminaría si no pagaba mis deudas: en un bote de basura a las afueras de la ciudad con una bala entre los ojos. —Entiendo. —Tienes un mes más—declaró—. Si pagas, comenzarás el próximo año siendo un hombre libre de deudas—sonrió ampliamente y resistí el impulso de reventarle de un puñetazo su asquerosa boca. —¿Eso es todo? ¿Puedo retirarme ya? Me sentía exhausto por todas las emociones que rebotaban sin cesar en mi interior. —Cuánta insistencia—jugó con los vellos de su barba—. Debes estar impaciente por volver junto a tu princesita, ¿no es así? “Joder, allí vamos de nuevo” Me mantuve impasible, esperando que dejara el tema si me mostraba desinteresado. —¿No es la misma chica que vino la última vez con un amigo tuyo?—sus ojos denotaban curiosidad. 912 Claro que él la recordaría y claro que sabría que Leah estaría en su casa de apuestas. Era como un ser omnipresente en ese lugar. —¿Estás tirándotela? —A quien me tire no es asunto tuyo, Rick— espeté ofuscado, aferrándome a los últimos resquicios de paciencia. —Tienes razón, me importa un carajo—hizo un gesto de la mano—, en tanto no te distraigas y sigas haciendo tu trabajo, por supuesto. —Que eso no te quite el sueño—respondí mordaz. Volvió a reír profundo. —Niño insolente. Aunque debo reconocer que tienes un gusto excelente, es preciosa—había un deje lascivo en su voz y sentí náuseas. —¿Puedo largarme ya? —Anda, ve tras tu princesa—concedió—. Te veré pronto, príncipe. —Espero que no. 913 Salí para encontrarme a Leah aún en la barra, compartiendo un vaso de licor con Louis y hablando animadamente. Una molestia ineludible corrió por mi sistema al contemplar la escena y llegué hasta ellos dando zancadas. Su espalda me encaraba y los ojos de ella se iluminaron cuando repararon en mí. —Tenemos que irnos—anuncié una vez estuve a su lado. —Usted estaba por irse también, ¿no?—se dirigió a él con un respeto que no sabía si se merecía. —Sí. Necesito descansar, no ha sido una buena noche—clavó sus ojos en mí cuando dijo lo último. Leah extrajo la cartera de su bolso y colocó un billete demasiado grande sobre la cuenta de dos tragos. —Fue un placer conocerlos a ambos. Tienes mucha habilidad, muchacho—me tendió la mano y se la estreché sin dejar de percibir esa molesta inquietud—. Espero nos encontremos en otra partida. “Ojalá y no” rogué. 914 Se concentró en Leah, mirándola de esa manera que estaba entre la admiración y la curiosidad, escondiendo algo más. —Un placer, en verdad—le correspondió el gesto ésa vez, tomando su mano más de la cuenta y acariciando el dorso con su pulgar—. También espero verte otra vez. Es extraño encontrar a alguien como tú en un lugar como este. Sus ojos centellaron con algo que no pude definir. —Claro, puede ser—dijo evasiva, soltándose de su agarre. Le dimos la espalda y emprendimos nuestro camino fuera del casino. Mientras salíamos, miré sobre mi hombro y lo encontré con su vista clavada en nosotros. No pude deshacerme de la sensación de que lo tenía pegado a mi espalda. Recorrimos el camino de vuelta a mi departamento en un silencio sepulcral. Sin Gwen Stefani, ni Rihanna ni Sam Smith. 915 Sabía que me lanzaba ojeadas de vez en cuando, pero no estaba de humor para mirarla, o hablarle o estar en su presencia incluso. Su acción de ponerse por voluntad propia en el pozo de apuestas me había hecho enfurecer y lo último que quería en ese momento era estar con ella. Sabía que explotaría y me sentía demasiado cansado para otra pelea campal. Dejé mi auto en la plaza dispuesta y me encaminé al interior del complejo. —Buenas noches—dije sin más, con Bill abriendo la puerta. —Alex, espera—escuchaba el repiquetear de sus tacones cerca, pero no estaba dispuesto a desgastarme en otra diputa, así que la ignoré y seguí caminando—. Alex, estoy hablándote. ¡Alex! Joder. Ella también sabía que no estaba de humor y para no decir o cometer alguna estupidez, hice oídos sordos a sus alegatos. —Buenas noches—su tono de reproche dio un giro de ciento ochenta grados para transformarse en uno de amabilidad pura al saludar a Bill y quise reírme por lo fluctuante que era aquella bruja, de no estar tan enojado. 916 Llegamos hasta el vestíbulo donde Adam atendía una llamada tras la recepción y me apresuré a llegar hasta el ascensor. —¡Alex!—me tomó del brazo con fuerza para detener mi andar, girándome para encararla. Debía tener una mirada de muerte plasmada en el rostro porque palideció. —¿Qué?—ladré y toda la sorpresa dio lugar a hastío. —Estoy hablándote. No me ignores mientras lo hago. Yo… —Largo—estiré el brazo para señalar la salida y reparé en que Adam, el recepcionista, nos miraba con una mueca que decía “ahí van esos dos de nuevo” Lo último que quería era montar otra escena, así que me contuve lo mejor posible. —Y una mierda. No me iré de aquí hasta que me escuches. —Que duermas bien mientras esperas afuera entonces—volví a darle la espalda al tiempo que el ascensor abría sus puertas y me apresuraba a oprimir el botón que llevaba al último piso. 917 Fue rápida en colarse antes de que las puertas terminaran de cerrarse y me enfrentó enarcando una ceja. —¿Ésta es tu forma de resolver las cosas? ¿Huir? —Tú y yo no tenemos nada que resolver—aclaré, exasperado. Quería ya llegar a mi departamento para poder cerrarle la puerta en la cara. —Sí tenemos. Necesito que me escuches. —Me importa un carajo lo que tú necesites. —Qué maduro de tu parte, Colbourn. —Vete a la mierda, McCartney. Salí del ascensor como una exhalación y me apresuré a quitar el pestillo de mi departamento. Leah se abrió paso dentro incluso antes de que yo me hubiera girado para cerrar la jodida puerta. —No me iré hasta que me escuches—posó las manos en sus caderas. —Nada de lo que digas es algo que me importe escuchar—le hice una seña con la mano, mientras que con la otra sostenía la puerta abierta—, largo. —No. 918 —Leah. —No—se mantuvo férrea en su lugar, sin inmutarse y cerré de un portazo. —Como quieras—estaba por ir a la cocina para tomar un vaso de agua cuando ella se interpuso en el camino, su expresión de piedra. Inhalé con exasperación. —Sobre lo del casino…—empezó, antes de que la cortara poniendo una mano enfrente. —Dije que no me interesa. —¡Pues lo escucharás igual!—dijo alzando la voz por fin— ¡Solo fue un incentivo! —¿Un incentivo? ¿Perdiste la cabeza?—la fulminé—. Lo primero que te pido que no hagas es lo primero que haces. —¡No hice nada! —¡Sí lo hiciste!—rugí, perdiendo los estribos, otra vez. Leah me sacaba de quicio con una facilidad desorbitante. 919 —¡Te dije que era algo peligroso y de todas formas vas y te pones sobre la línea! —Por Dios, era solo un juego. La miré como si le hubiera salido un tercer ojo. —Tal vez eres demasiado idiota y tu pequeño cerebro no alcanza a comprenderlo—dije con agriedad—, pero es algo peligroso. Por eso no quería llevarte, pero parece que tú no entiendes lo que eso significa. ¿Qué? ¿Te gusta estar en situaciones de peligro? ¿Te da placer? ¿Te excita? —¡No!—hizo una mueca. — ¿Entonces por qué mierda pones el culo al fuego todo el tiempo? Y lo peor es que también me afectas a mí en el proceso. Te pedí que no me distrajeras y lo hiciste—vociferé, desembocando toda mi furia. —¡Dijiste que era un juego importante y Michael dijo que estabas perdiendo!—argumentó— ¡Solo trataba de motivarte! Di un paso hacia atrás, momentáneamente impresionado y más furioso que nunca, porque odiaba que jugaran conmigo. 920 —¿Qué te hace pensar que me importa con quien te revuelques?—escupí con más veneno del planeado—. Si lo que quieres es tirarte al hombre del casino, por mí perfecto. Adelante, no me importa. El comentario resultó jodidamente ofensivo en la misma medida que liberador. Liberador de toda la tensión, incertidumbre y estrés construidos durante la partida. —¡Claro que te importa!—igualó mi tono airado, componiéndose—. O de lo contrario no estarías tan furioso por haberme ofrecido. Por eso lo hice. —¿Porque querías tirártelo? —¡Porque sabía que no ibas a permitir que me tocara! Me sentí expuesto y manipulado. —Qué autoestima, en verdad—negué, colérico —. Tal vez debí perder solo para darte una lección. —No habrías podido—dijo con seguridad—. Habrías hecho todo para impedirlo. —Yo no soy tu jodida niñera y cualquier cosa que hagas tiene consecuencias. Si la cagas, yo no estaré ahí para limpiar tu desastre—repliqué con severidad. 921 —¡Pero sí estabas! Había tenido suficiente. Gruñí con la exasperación ante su terquedad invadiéndome; con la frustración ante su incapacidad por ver los peligros que se le presentaban enfrente llenándome y dejé caer mis manos a modo de rendición. —Jódete, Leah. Le pasé por un lado tratando de llegar a la cocina y tomar mi vaso de agua por fin, con la sangre hirviéndome y la mandíbula tensa. —Alex, no me des la espalda mientras te hablo— la escuché alegar—. Alex, ¡joder! ¡Qué maduro de tu parte huir de tus problemas! La ignoré dando un par de pasos más. ¡Ven y dame la cara!—insistió, iracunda—. No hemos terminado, no me dejes con las palabras en la boca. ¡Ignorarme no hará que te sientas mejor! ¡Vuelve aquí y enfréntame! Entonces, cambié de idea sobre ignorarla y alejarme, arremetiendo contra ella en su lugar. ¿Quería lidiar con mi enojo? Excelente. La estampé contra la pared más cercana con rudeza y procedí a 922 comerle la boca, con un suspiro de sorpresa perdiéndose dentro de la mía. Inyecté todas mis emociones estrepitosas y fervientes en la forma de besarla, en la manera en que mordía su labio y mi lengua se enredaba con la suya, permitiéndome probar del tenue sabor a alcohol que se impregnaba en ella. Había ganado, quería mi jodido premio. Le quité la chamarra de cuero a punta de tirones y jalones ciegos, sin dejar de besarla. Presioné mi cuerpo contra el suyo, privándola del poco aire que había logrado aspirar antes de eliminar cualquier rastro de distancia entre nosotros. Sus manos no se mantuvieron quietas y vagaban por mi cuello, la curvatura de mi hombro, mis brazos, peleando con los botones de mi camisa; mis palmas eran una excelente competencia porque querían tocar todo de ella a la vez y parecían no ser suficientes para beberla a través del tacto: estrujé su trasero, firme y redondo, con una de mis manos acunando rudamente uno de sus montículos. Gruñí cuando la pequeña blusa representó un obstáculo, impidiéndome llegar hasta la piel que escondía debajo así que envuelto en el mismo 923 torrente e impulsado por el mismo frenesí, rasgué la delgada prenda para abrirme paso, destrozándola; la tela colgando inerte entre mis dedos. Estaría mintiendo si dijera que la acción no fue satisfactoria. Leah me miraba con una perfecta mezcla de sorpresa, perplejidad y deseo. Sus ojos eran tan oscuros como pozos y su pecho subía y bajaba con pesadez. Por un momento estuve seguro de que armaría un escándalo porque de nuevo le había rasgado la ropa, pero no. En algún punto se había quitado los zapatos porque tuve que inclinarme más para besarla, para llegar hasta su maldita boca. Se estrechó contra mí, con sus manos trabajando en mi camisa ciegamente mientras trataba de desabotonarla. Pareció creer que era el momento perfecto para vengarse, porque la rompió sin dificultad, con los botones saliendo disparados a todas partes y acariciando con sus palmas la nueva piel expuesta, poniendo especial atención en el tatuaje impreso en mi pecho: la pieza de rompecabezas que compartíamos. Volvió a adoptar esa faceta de urgencia y salvajismo que me volvía loco y hacía a mi cabeza sentirse más ligera, con la necesidad plasmada en 924 sus movimientos ansiosos por bajarme la camisa de los hombros, como si estuviera impaciente por besarme, por tocarme, por sentirme. Me deshice de su bonito sostén de encaje. Las caricias no tardaron en convertirse en apretones y jalones llenos de desesperación y deseo, en frotes y fricción; nuestros cuerpos y bocas demandando más, demandando todo y a la vez. Éramos hueso, carne y fuego. La levanté sin esfuerzo, con sus piernas enredándose en torno a mi cintura, empotrándola contra la pared para que ésta cargara con el resto de su peso. Era como si acabara de emerger de un torbellino; jadeaba por recuperar la respiración, sus pantalones abultados debajo de nosotros, sus bragas colgando inofensivas de uno de sus tobillos y mis propias prendas uniéndose a las suyas en el lustroso piso. Besó la comisura de mi boca, hundiendo su cabeza en mi cuello cuando quise encontrarla. Exhalé pesadamente contra su sien cuando sus labios formaron un camino sobre mi garganta, mi cuello y moví mis caderas cuando succionaron ese espacio entre mi mentón y mi lóbulo. 925 Noté la forma en que su respiración cambió cuando coloqué mi longitud en su entrada, volviéndose más corta y pesada, como si se preparase para recibirme. Tomó aire y me deleité con la manera en que sus facciones se relajaban y se convertían en una expresión de placer puro. Entré lentamente, buscando que engullera y sintiera cada centímetro de mí que deslizaba dentro. Ahí estaba de nuevo: el maldito encaje perfecto de nuestros cuerpos. Saboreé la sensación de ella envolviéndome, embalando mi miembro con su húmeda y palpitante feminidad bajo la excusa de esperar a que se acostumbrara a mi invasión. Sus brazos y piernas se cerraron como grilletes en torno a mi espalda y mi cintura, ajustándose a mí en un agarre de muerte que dolía un poco pero se disfrutaba mucho. Dejó escapar un gemido frágil cuando di el primer embate y para el tiempo en que construí un ritmo bombeando, desplegando e invadiendo su interior, ella ya estaba recitando un mantra de sonidos que iban en escala contra mi oído, formando la sinfonía más placentera jamás concedida. Nuestros sexos se topaban sin tregua, de manera continua y despiadada, con el eco de la piel contra 926 piel inundando la instancia, siendo opacado solo por la voz de Leah. Hundí mi cabeza en su cuello y el inicio de sus pechos para besarlos, succionarlos y morderlos sin dejar de embestirla, sin dejar de enterrarme en su interior una y otra y otra vez. Era como recrear nuestra noche de bodas en Las Vegas, pero mil veces mejor porque podía sentir todo más fuerte y ver todo más claro, sin estar bajo los efectos del alcohol, enteramente consciente; consciente de Leah pidiendo más, de su cuerpo resbalándose por la transpiración contra el mío y de lo mucho que disfrutábamos de esto. —Deja de hacerme enojar—pedí con voz tensa, apartándome de su cuello para mirarla a la cara, que estaba acomodada en una perfecta expresión de deleite infinito: sus labios partidos para respirar, su cabeza contra la pared y sus ojos velados por esa oscuridad hipnótica y fascinante que se presentaba solo cuando el placer estaba en su punto más álgido. —Creo… ah—gimió cuando golpeé una parte particularmente sensible, cerrando los ojos y estrechándose más contra mí. 927 Había aprendido que Leah no era capaz de formular oraciones completas ni coherentes durante el sexo y eso era algo que en definitiva planeaba usar a mi favor. —¿Qué pasa?—pregunté con tono oscuro, sin bajar la intensidad de mis embestidas—¿No puedes hablar? —Yo… —No te escucho—estaba disfrutando sádicamente de desarmarla, de tenerla a mi merced — ¿Te gusta? ¿Así? Volví a arremeter contra esa parte de su vagina que la privaba de su capacidad de hablar y su espalda se arqueó contra la pared, con sus tetas comprimiéndose contra mi pecho. Carajo, esa visión me hizo terminar por poco. Logró colectarse lo suficiente para mirarme directo a los ojos, de manera ardiente y determinada. —Si esto es lo que pasará después de que te enojes… oh—aruñó mi espalda e hizo puño mi cabello—…entonces no veo razón para dejar… para dejar de hacerte enojar. 928 No pude contener la sonrisa que se extendió por mi rostro. Sentí sus piernas tensas en torno a mis caderas, con su cuerpo resbalándose peligrosamente contra el mío, así que la solté y dejé sus pies de golpe contra el suelo, siendo recompensando con una mirada de inconformidad. —No te corras aún—la besé antes de que pudiera protestar—. Date la vuelta. Hizo una pausa vacilante antes de hacerlo. Su nívea espalda me encaró, precedida por sus delicados hombros y rematada con sus preciosas nalgas. Percibí el vibrar de su cuerpo cuando colé mis manos al frente hasta acunar sus pechos, apretarlos y pellizcar sus rosados botones entre mis dedos. —Manos en la pared, Leah. Separé más sus piernas y coloqué mis manos sobre sus caderas para asirme a algo sólido mientras mis dientes encontraban la tersa piel de su hombro, mordiéndolo al tiempo que volvía a entrar en su interior por detrás. El gemido profundo, largo y gutural que brotó de su garganta reverberó en su 929 cuerpo, con su cabeza cayendo sobre la curvatura de mi hombro. Establecí un ritmo constante, ferviente e implacable, con sus pies terminando en punta al final de cada intromisión, nuestro respirar volviéndose errático mientras el orgasmo se construía y el placer nos destruía. ¿Qué tenía ella de especial? Tal vez el coño de Leah era mágico o tal vez ella era una sirena o una ninfa en secreto, porque lo había hecho con un sinfín de mujeres anteriormente; las había tomado y follado de mil maneras distintas, pero ninguna había provocado ni la milésima parte de lo que ésa mujer me hacía sentir y eso no podía ser nada bueno. Estiró su brazo detrás de sí para tomarme de la parte trasera de mi cuello, con mi respiración erizando la piel de su garganta llena de transpiración; su otra mano subiendo y bajando sobre la superficie de la pared. Comprendí en ese instante por qué la gente decía que el sexo enfadado y duro de reconciliación era algo bueno—porque joder, lo era, lo era, lo era; simplemente nunca lo había experimentado. Era la 930 primera vez que sentía la necesidad de reconciliarme con alguien. Jadeó fuerte y pronto percibí la manera en que su cuerpo se tensaba, como una ola formándose en el océano lista para romperse en la bahía. Los músculos de su vagina se cerraron en torno a mi pene y por un momento estuve obligado a detenerme mientras ella vivía su orgasmo, con su cuerpo entero vibrando en el proceso. Tres embestidas más fueron suficientes para que la misma ola me tomara también y me orillara hasta uno de los mejores orgasmos de mi puta vida. Permanecimos así, juntos y encajados esperando que nuestra mente recuperara su estado de lucidez. —¿Podemos ordenar comida china?—pidió con voz ronca y su mejilla pegada a la pared—. Muero de hambre. Me deslicé fuera de ella y reí igual que un niño, sintiéndome ligero. No pude resistir el impulso de besar su sien porque el comentario resultó tan inocente y fuera de lugar después de la manera tan implacable en la que habíamos follado que una ola de ternura me invadió espontáneamente. 931 —Podemos ordenar lo que tú quieras—susurré enterrando mi nariz en el cabello de su coronilla. Leah apareció usando solo mi camiseta negra de los Patriots, interrumpiendo mi importante tarea de colocar la bolsa de comida sobre la mesa y convirtiéndome en un ser un humano con la mitad de sus funciones trabajando, porque únicamente mis ojos parecían tener vida para beberla, mientras el resto de mi cuerpo se paralizaba para contemplarla embelesado. Mierda. Inconscientemente deseé tener esa visión tan estimulante solo para mí y poder disfrutar de ella todos los malditos días de mi vida. La parte consciente, sin embargo, me recordó que aquello era algo imposible. —¿Has visto mi anillo?—preguntó dejando de rebuscar entre sus prendas para escanear la estancia. —¿Cuál anillo?—pregunté comprender. a mi vez sin —Uno que me dio Jordan. Debí haberlo perdido en… pues… ya sabes—se puso un mechón de 932 cabello tras la oreja para después dirigirse a la mesa y tomar su cajita de comida. Puse los ojos en blanco ante la mera mención de su nombre. “Gracias por arruinar mi buen humor” pensé con agriedad. —Ya aparecerá. Aunque ya estaba rezando a todos los dioses que conocía porque Vania, mi ama de llaves, lo aspirara por accidente y se perdiera para siempre. Acomodó las piernas bajo su cuerpo al sentarse en mi sofá, mientras separaba los palillos y se disponía a comer. Levantó la cabeza cuando le tendí una Hobgoblin Ipa. —¿Comida china para llevar y cerveza oscura? Definitivamente la cena más gourmet de mi vida— sonrió al tiempo que me sentaba también, dejando una prudente distancia entre nosotros—. Salud. Chocamos nuestras botellas y dimos un sorbo. —Siento que no sea comida importada directamente de china preparada por el chef que le cocina al Papa—me burlé, empezando a comer—. Trataré de llenar las expectativas de la princesa la próxima vez para que sea más romántico. 933 —No estoy quejándome—volvió a sonreír, tomando un brócoli con los palillos—. Es de lejos la mejor cena que he tenido en mucho tiempo. Elevé una ceja ante su proclamación. —¿Estás diciéndome que prefieres esto a una cena con un Merlot sobre la punta de la jodida torre Eiffel y tu novio recitándote poemas de amor al oído? Tosió y comenzó a reír. —Sigo sin entender cómo puedes soportarlo, mucho menos cómo puede gustarte toda esa mierda. —No es tan malo—emití un sonido para hacerle saber que yo estaba en lo correcto—. Lo aprecio, es dulce. A veces está bien pretender. Terminé de masticar mi bocado antes de hablar. —¿Pretender? ¿Pretender qué? —Que hay algunos hombres que sí harían eso por ti, que sí te llevarían a la punta de la torre Eiffel por verte feliz, o al menos eso creo—hizo un mohín—. Hay algunas mujeres que les gusta pensarlo. —¿De qué sirve algo así? Solo te engañas a ti misma haciéndolo, te creas expectativas que no 934 sabes si van a cumplirse y te decepcionas a ti sola una y otra vez. —No es tan malo—recalcó. —¿Entonces eres una romántica?—clavé mis ojos en los suyos con diversión—¿Prefieres la poesía al sexo? Dejó de comer y desvió la mirada, con sus mejillas tiñéndose de color. —No soy una romántica, soy una persona práctica y el romanticismo no es práctico. —Claro—di un largo sorbo a la cerveza—. Procuraré recitarte poemas al oído mientras te follo por detrás la próxima vez. Soltó una carcajada, larga y profunda con sus hombros sacudiéndose y una mano sobre su estómago. No podía negar que me gustaba hacerla reír porque parecía sumamente relajada y sus ojos adquirían un bonito color gris claro. —Eres todo un príncipe azul—se limpió las lágrimas de risa e inhaló un par de veces para tranquilizarse—. Que por cierto, no sabía que te llamaban príncipe en el casino—me miró con curiosidad—¿Por qué? 935 —¿No me ves? Soy igual a uno. Enarcó una ceja, escéptica y negó. —De los talones hacia abajo nada más. Eres un idiota. —Pero uno muy guapo—mencioné escarbando en el contenido de la caja antes de mirarla—. Niégamelo. Sus ojos brillaron con una emoción extraña y el esbozó de una sonrisa jugó en la comisura de sus labios. Volvió a negar con la cabeza y se concentró en comer. Comimos en un silencio cómodo, hasta que una interrogante se plantó en mi cabeza. —¿Qué te dijo Louis? —¿Quién?—me miró confundida. —El tipo del casino. —Oh—frunció el ceño—, no mucho. Fue educado. Me preguntó si solía frecuentar el lugar y me dijo un par de veces que tenía un parecido extraordinario con alguien que él conocía. 936 —¿Un parecido con quién?—inquirí, curioso. —Ni idea, no me lo dijo—se encogió de hombros —. Pero fue extraño. Fue como si… no sé, siento que lo he visto en otro lugar, pero no puedo recordar dónde. —¿Tal vez en alguna fiesta de tus padres? —Tal vez, no lo sé, aunque siento que lo recordaría—removió la comida en la caja con sus palillos—. Como sea, ¿por qué era tan importante el juego? Me escrutó con duda y me acomodé en el sofá. —Porque no podía perder, tenía que vaciarlo. —Lo sé pero, ¿por qué? Me aclaré la garganta y puse la caja sobre mi regazo, con el hambre abandonándome de pronto. —Porque ése es mi trabajo—Leah enarcó las cejas, en un claro gesto porque explicara más—. Es parte de mi deuda, ¿recuerdas? Con la que te pedí que me ayudaras presentándote como mi esposa ante mi abuelo. Se giró en el sillón, encarándome por completo. 937 —¿Y juegas para Rick como parte de la deuda? No pude ocultar la sorpresa que me ocasionó el que mencionara su nombre. —¿Cómo sabes eso? —Fue el nombre que usó el hombretón en el casino… cuando dijo que Rick quería verte. Me sentí inquieto ante la cantidad de información que Leah estaba encontrando y conectando. No quería que se acercara demasiado. Asentí rígido. —¿Y por qué no la liquidas y ya está? No es como si no tuvieras dinero. Suspiré, rindiéndome en mi fútil plan por contestarle solo con evasivas, porque algo de ella me hacía confiar en su persona, aunque no pudiera explicar cómo ni por qué. —Porque retirar cinco millones de mi cuenta de un día a otro podría alarmar a mis padres, ¿no crees? —¿Ellos no saben que haces esto? Negué como si le hubiera crecido otra cabeza. 938 —No, por eso necesito cobrar la herencia cuanto antes. La condición que mi abuelo impuso es de lo más ridícula, pero no tengo alternativa. —¿Y por qué le debes?—su pregunta me hizo sentir nervioso, pero continuó esperando, expectante. Me debatí entre mentirle o decirle la verdad; no quería que se inmiscuyera más de la cuenta. Al final, sin embargo, opté por ser sincero. —Perdí una partida importante. Era una suma muy grande y la perdí. —Oh. Asintió lentamente, asimilando toda la información y una sensación desagradable se instaló tensa sobre mis hombros. —¿Cuándo iremos a Inglaterra? —Pronto. Tengo solo un mes. Volvió a asentir, componiéndose rápidamente. —De acuerdo. Otro silencio se instaló entre nosotros mientas volvíamos a comer, pero no era incómodo en 939 absoluto. La incomodidad e incertidumbre que se percibía al principio de nuestra convivencia había desaparecido y la presencia de Leah era confortante y agradable en una manera que solo había logrado alcanzar con mi madre, Ethan y Sabine. —Si pudieras tener cualquier cosa en la vida, ¿qué sería?—interrogó de pronto, sacándome de mis cavilaciones. La mueca de extrañeza que se plasmó en mi rostro se deslizó antes de que pudiera evitarlo. A veces era una chica muy rara. —Poder absoluto—respondí considerarlo unos segundos. luego de Ahora fue ella quien me miró como si le hubiese dicho que el sueño de mi vida era ser un stripper. Pero era verdad. Si tuviera que elegir, optaría por tener el poder de huir de las manos de Rick, de la relación conflictiva de mis padres y llegar hasta Vevey en Suiza. —¿Por qué? —Porque lo necesitas para realizar cualquier cosa que tengas en mente. Tragó, aún desconcertada. 940 —Supongo. Pensé que me dirías algo como… todo el dinero del mundo u otra de las cosas que todos dicen. Yo estaba por decirte que quería el hornito mágico que nunca tuve. Solté una carcajada ante su ridículo comentario. —Nunca tuve un tamagotchi y siempre quise uno —admití, siguiendo su juego. —Yo tuve tres—alzó la barbilla con suficiencia. —Presumida—golpeé levemente su rodilla con mi tenedor—¿Qué querrías tener tú? Se encogió de hombros. —No es algo material, pero sí es algo muy cursi —continuó cuando no dije nada, esperando su respuesta—. Quiero ver el atardecer en una bahía. Hice una mueca. —¿No sabes que aquí en Washington hay bahías? —Sí lo sé—se removió en el sillón—, pero siempre están atestadas de gente o está tan nublado que ni siquiera se aprecia el sol. Una vez acompañé a mis padres a Mykonos, en Grecia y te juro que nunca he vuelto a ver un atardecer igual. Supongo 941 que si tuviera que elegir algo en la vida, sería contemplar algo así una vez más. Estaba genuinamente sorprendido, porque nunca imaginé que ella pudiera apreciar tales cosas. Bufé solo para molestarla. —¿No decías que no eras una romántica empedernida? —¡Cállate! También quisiera tirarme con un paracaídas, suena muy excitante—rió, dando un sorbo a su cerveza. Inclinó la cabeza luego de un momento, mirándome—. Nunca imaginé que pudieras ser así. —¿Así cómo?—pregunté curioso. —Así—me señaló con sus palillos—, relajado, divertido y entretenido. Siempre pensé que eras un imbécil. —¿Y eso ha cambiado?—la desafié, enarcando una ceja con un deje de broma. —Bueno, no—admitió y resoplé ante su respuesta—, pero sí eres diferente. Te encuentro… agradable. Callé cuando no encontré nada con qué replicar. 942 —Me refiero a que olvido quien eras o de dónde vienes por quien eres ahora. Lo recuerdo algunas veces, pero ya no puedo enojarme contigo por ello. Me removí incómodo. Estábamos entrando en terreno inexplorado y peligroso y no sabía cómo sentirme al respecto. —Soy la misma persona, con un criterio diferente. No he hecho nada para ganarme tu agrado —rebatí con voz monótona. —Sí lo has hecho, o de lo contrario tú…yo… nosotros… —No debería agradarte demasiado—la interrumpí—. Como dije, mi criterio cambió, pero sigo siendo la misma persona, sigo siendo impredecible, cruel, malvado y todas esas cosas de las cuales tus padres te dicen siempre que te mantengas alejada. Para nadie era un secreto que la familia McCartney nos soportaba tan poco como nosotros a ellos. Aunque yo comenzaba a tolerar más que bien a su hija. Clavó sus ojos en mi, determinados. 943 —Por favor Alex, sálvate el discurso de lástima personal. Puedo estar cerca de quien yo quiera, yo tomo mis propias decisiones. — Eres imposible—sonreí, resignado. —Tú también. Me correspondió con calidez y algo se movió en mi estómago. Debía asustarme el que estuviera acercándome tanto a alguien con quien debía tener cuidado, más estando consciente de la situación inestable y complicada en la que nos encontrábamos, pero no podía evitarlo; era demasiado bueno y me hacía sentir demasiado bien para detenerlo, para terminarlo. —¿No sabes comer con palillos?—preguntó luego de un momento, observando mi mano que sostenía el tenedor con atención. —No. —No te creo—parecía divertida y sorprendida mientras acortaba la distancia entre nosotros, rozando su brazo contra el mío—. Primera cosa que yo voy a enseñarte. Resistí el impulso de sonreír y la miré embelesado mientras tomaba el otro par de palillos 944 que venía dentro de la bolsa, partiéndolos. Quería decirle que ya me había enseñado varias cosas, que gracias a ella comenzaba a entender la importancia de la determinación, la priorización, la confrontación y los beneficios de la reconciliación. Tomé el par que me ofrecía y los sostuve torpemente entre mis dedos. Me ayudó a acomodarlos y me mostró la manera en que debía moverlos para poder comer. Lo intenté tres veces y las tres veces terminaron en erupciones de risas de su parte. —Eres una mala maestra—me burlé, dejándolos en la mesita y optando de nuevo por mi confiable tenedor. —Eres un mal alumno—tomó un pedazo de pollo con facilidad entre los palillos—¿Cómo es que no puedes dominarlos si eres tan bueno con tus dedos? La miré de forma sugerente. —¿Te gusta lo que hago con mis dedos, Leah? Pareció sentirse expuesta porque volvió a sonrojarse y se concentró en la comida que tenía en la mano. Me encantaba desconcertarla. 945 —No me refería a eso. Lo digo porque eres bueno dibujando, haciendo planos y… —Sabía que tenías fetiches raros desde lo de mi calcetín—seguí molestándola. Abrió la boca con fingida indignación. —Claro, me encanta oler tus calcetines—acotó con sarcasmo, siguiéndome el juego—. Alimentas mi fetiche. Solté una carcajada. —Además, no sé de qué te quejas si de los dos tú eres el más raro. Tú eres el que roba mis bragas. —Soy un ladrón de bragas, ¿no te lo había dicho? Resopló. —¿Y para qué las usas? ¿Estás tan enfermo que las hueles? —Las uso de antifaz. La carcajada de diversión pura que brotó de su garganta reverberó en la estancia. —¿Qué hice para terminar casada con alguien como tú? 946 —Algo muy bueno, de seguro—me incliné rápidamente para comer de sus palillos y quitarle el pedazo de pollo que mantenía preso entre ellos. —¡Oye! Ése era mi último pedazo—se quejó, irguiéndose y buscando ver dentro de mi caja—. Dame uno tuyo. —No—la alejé de su alcance cuando estiró el brazo. En realidad ya no tenía ninguno, pero quería molestarla. —Dame uno, Alex—volví a moverla cuando se inclinó hacia adelante, con una rodilla enterrada entre el espacio de mis piernas, estirando su espalda para alcanzarla. —Qué lenta, princesa—solté una risita cuando la quité otra vez, hasta que forcejeamos y terminó sentada en mi regazo, con sus piernas estiradas sobre el sofá—. Aunque sabes, podríamos negociar uno. —¿Ah sí?— un brillo juguetón bailando en sus pigmentados orbes que había visto poco—¿Y qué quieres a cambio? Sus manos rozaron mi pecho a través de la tela de la camiseta, hasta posarse en mis hombros. 947 —No estoy seguro—respondí con falso desinterés, aunque mis palmas acariciaban sus piernas con demasiada posesividad para estar acorde con mi actuación. —Estoy segura de que puedes pensar en algo— susurró hundiendo su cabeza en mi cuello y recorriendo su longitud con la nariz. Depositó un beso bajo mi mentón, hasta crear un húmedo y caliente sendero con sus labios, subiendo hasta mi oreja. Podía jurar que ella percibía la manera en que mi corazón había aumentado en tempo. Coloqué una mano en torno a su cintura, con sus dedos viajando por la longitud de mis brazos. Moví la cajita justo a tiempo para alejarla de sus garras, tomándola de la nuca para detenerla y guiarla hasta mi boca, estrellando sus labios contra los míos; su cabello hecho un puño entre mis dedos. Nos movíamos con perfecta sincronía. Cuando ella me mordía, yo la mordía de vuelta y en verdad, al carajo con la última pieza de pollo; esto sabía mil veces mejor. Dejé la comida en el reposabrazos. Cerré mis brazos en torno a su cintura para estrecharla más contra mí. Sus dedos dejaron mis extremidades para 948 dirigirse al dobladillo de mi camiseta, explorando curiosos la piel que había debajo. Sonreí contra sus labios y detuvo sus atenciones, separándose para mirarme. —Yo gano—me incliné para volver a besarla, pero se alejó. —¿Distraerme con la promesa de sexo para conseguir la caja?—la diversión llenando mi voz— Diría bien jugado princesa, pero no. —Ni siquiera tienes más piezas de pollo. Estrechó sus ojos y transformó su boca en una fina línea que sería más delgada de no ser porque sus labios estaban hinchados. Reí abiertamente ante su expresión y mi mano se movió por sí sola, impulsada por la burbuja de ternura que crecía en mi interior para acariciar su mejilla con mis nudillos, en un acto que resultó demasiado afectuoso para no ser revelador. Sus ojos se iluminaron con una emoción que nunca antes había contemplado y se llenaron de una 949 suavidad y calidez impropia de ellos cuando me miraban. La ola de afecto y apego que nació en mi pecho e inundó todo a su paso me desconcertó. Aquello era peligroso, muy, muy peligroso. Pareció percibir mi incomodidad o la tensión del momento porque toda la emoción en su cara se desvaneció. Se puso en pie de un salto aclarándose la garganta. —Te ayudaré a limpiar—comenzó recoger todo en la mesa de centro. Terminamos la cerveza en la cocina y dejé las botellas vacías sobre la barra para que Vania se encargara de ellas en la mañana. Pusimos todo en bolsas y dentro del cesto correspondiente, esperando que las cosas se tranquilizaran. —¿Cuál es el postre?—preguntó a modo de juego cuando cerré el cesto y la encontré recargada en el borde la mesa, con sus largas piernas al descubierto y jugando despreocupadamente con un mechón de su cabello. La llamarada de excitación que nació en mi interior amenazó con incendiarme. Una sonrisa 950 maliciosa se abrió paso por mi rostro mientras me acercaba a ella. —Ya está sobre la mesa. Se giró con curiosidad para contemplar la vacía superficie de madera y la extrañeza se apoderó de su semblante cuando me encaró, a un palmo de distancia. Había encontrado la solución perfecta para romper la tensión. —¿Qué es?—inquirió con inocencia al tiempo que ejercía presión con mi cuerpo para que se sentara sobre la madera y me acomodaba entre sus piernas. —Tú—acaricié la piel de sus muslos, subiendo por ellos lentamente hasta llegar al elástico de sus bragas, que no tardaron en resbalar hasta llegar a sus tobillos y terminar en el piso. Adoraba que su respiración cambiara en cuanto percibía mi tacto. —Pensé que habría algo más—noté la manera en que sus orbes cambiaban de gris oscuro a azul profundo. 951 Encontré el dobladillo de la camiseta y la retiré con tortuosa lentitud, observando extasiado la piel que descubría poco a poco, con el tensar dentro de mis pantalones convirtiéndose en una necesidad dolorosa e imperante. Alzó los brazos y terminé de sacarle la prenda por la cabeza; sus ojos centellando con el hambre desnuda de un animal. —Comerte a ti suena como un mejor plan. Su cuerpo era una obra de arte que definitivamente valía la pena contemplar; que yo podría contemplar por horas. Sonrió con picardía y me recibió felizmente, dándome acceso libre al jodido manjar que ella era, al festín que era Leah McCartney. La tomé justo ahí, sobre la mesa, con mis brazos anclados detrás de sus rodillas para levantar sus piernas y mantenerlas separadas, abiertas para recibirme, su espalda deslizándose contra la superficie al mismo ritmo de mis intromisiones, haciéndola estremecer. Quería embriagarme de ella; beberla, tocarla, besarla hasta hartarme, hasta que ya hubiese aprendido todas las curvas, lunares y texturas de su cuerpo, hasta que ya no hubiese nada que despertara 952 mi interés. Pero no podía lograrlo, porque cada encuentro se sentía como si la tocara por primera vez. La sensación de curiosidad y satisfacción no hacían otra cosa que aumentar, que demandar más de ella, más contacto y menos espacio entre nosotros. Era como una droga para mi sistema, porque cuanto más conocía de Leah, más necesitaba de su presencia. Y de nuevo, era peligroso, pero no tenía la voluntad suficiente para detener el torbellino que éramos. Desperté con pesadez cuando noté que alguien se movía sobre el colchón, hundiéndolo bajo su peso. Inconscientemente, estiré el brazo buscando el cuerpo de Leah, que estaba demasiado agotada para vestirse y se había quedado dormida en mi cama justo después de decidir que ya tenía que irse. Descubrí que colapsar encima del otro y dormir era más sencillo para los huesos cansados. —¿A dónde vas?—musité cuando enrolló la sábana en torno a su cuerpo. 953 —A casa, es tarde. Me giré y reparé en el reloj que tenía sobre el buró, marcando las 4:31 a.m. —Son las cuatro y media de la mañana, Leah. Vuelve aquí. —Tengo que irme—rebatió con un hilo de voz, aún sentada al borde de la cama. Observé el destello de su blanquecina espalda, iluminada por el hilillo de luz nocturna que se colaba por las cortinas y sesgaba la penumbra. No estaba listo para dejarla ir aún. No quería dejarla ir todavía. —No te vayas—pedí y la tomé de la muñeca para tumbarla de nuevo sobre su espalda—. Hace frío. —Mis padres se alarmarán si se dan cuenta que no pasé la noche en casa. —Di que estabas con Edith—susurré enterrando mi nariz en su cabello, acomodándola junto a mí para rodear su torso con un brazo y estrecharla contra mi pecho, hasta que la calidez de su espalda se transmitió a todo mi cuerpo. 954 —Mmm…—consideró con tono somnoliento —…suena como un mejor plan. Entrelazó sus dedos con los que yo tenía sobre su estómago, abrazándola con firmeza y, aunque el gesto resultó muy personal, no me desagradó en absoluto. Se sentía bien, el tenerla tan cerca. Quizá por la necesidad de un ente proveedor de calor, o tal vez por la plenitud que provocaba el saber que encajabas a la perfección con otro cuerpo en más de un sentido. Dormí plácidamente, asediándome la cabeza. sin ningún problema Cuando desperté, el sol seguía sin aparecer y Leah permanecía pegada a mi pecho, con su acompasado respirar moviendo ligeramente sus hombros. Nuestras piernas estaban entrelazadas bajo las sábanas y sus dedos aún enredados entre los míos. Era tranquilizante verla dormir. Retiré el cabello de su hombro y besé su cuello con perezosa animosidad, solo porque sabía que el tiempo teniéndola solo para mí se había agotado. 955 Lanzó un quejido de protesta que no tardó en convertirse en uno de deleite cuando estrujé uno de sus pechos bajo la sábana. Sonreí ante el sonido, percibiendo cómo el calor ya se construía dentro de mí y se manifestaba en la erección que chocaba contra su espalda baja. Tomé mi tiempo con su cuerpo, mostrándole los beneficios del sexo lento, desenfadado, deliberado y dulce por la mañana. Creé mapas y tracé rutas, descubriendo tierra nueva. Delineé, tomé, ocupé y me apoderé, y para el tiempo en que el sol coló sus primeros rayos de sol en la habitación, había conquistado cada parte de ella y proclamado como mía cada parte de cuerpo. Estaba en la cocina preparando café mientras Leah terminaba de darse un baño. Yo también necesitaba uno, urgentemente. Ducharnos juntos había sido una opción sobre la mesa, pero sabía que no resistiría las ganas de tomarla bajo la regadera y mi cuerpo no resistiría otro round. Me sentía drenado. 956 Tomé el celular que estaba sobre la barra, dispuesto a reproducir la docena de vídeos que Ethan había enviado de la fiesta la noche anterior. Ni siquiera había presionado el primero cuando un grito de terror inundó la estancia. Salí disparado de la cocina esperando encontrar a Leah con la cabeza partida contra el filo de la mesa o algo así, pero no. Vania estaba tiesa de la impresión mirando a mi compañera, que asía la toalla con desesperación a su cuerpo para cubrirse, aunque ya estaba más que cubierta y, por Dios, ¿cuál era la necesidad si ambas eran mujeres y yo ya la había visto desnuda un montón de veces? —Buenos días, se-señorita—tartamudeó Vania, aún impresionada. Leah parecía a punto de sufrir un paro cardíaco. —Buenos días—musitó lo más dignamente posible en esa situación y tuve que esforzarme por ahogar una carcajada. —Señor Colbourn—se giró con todo el profesionalismo posible—, comenzaré con mis deberes. 957 —Adelante—dije con fingida condescendencia. —Su… ropa—se inclinó y le tendió las prendas a Leah que permanecían echas una bola junto a la pared donde la había tomado la noche anterior, no sin antes hacer una mueca por lo que quedaba de la blusa, que estaba hecha tiras. Sacudió la cabeza para espabilarse y fue hasta el cuarto de lavado. —¡Por Dios!— estaba tan pálida que pensé que desaparecería—¡Me ha visto! Me miró atónita ante mi indiferencia. —¿Cómo que “y”? ¿Y si le dice a tu madre que he estado aquí?—inquirió alarmada. —No lo hará. Esa mujer es como mi nana, la conozco desde siempre. Además, no creo que sepa quién eres o al menos no creo que lo recuerde. —¿Y si sí lo recuerda?—insistió, preocupada. —Guardará el secreto si se lo pido. Se mordió el labio sin estar convencida, antes de revisar el resto de su ropa y escanear bajo la mesa. 958 —¿Dónde están mis bragas?—siseó estrechando los ojos. —En un lugar seguro—respondí de buen humor, inclinando la cabeza. —Regrésamelas. —No. Arrugó los labios, molesta. —No puedo irme sin bragas—se quejó. —Sí puedes. ¿Qué prefieres, irte sin bragas o sin camiseta?—inquirí, entretenido en la forma en que sus ojos se abrían como platos. —¿No sabes lo que es un intercambio? Te daré mi camiseta para que no salgas en sostén, es justo que a cambio me quede con tus bragas. —¿Las usarás de antifaz? —Por supuesto—contesté con seriedad y ella rió. —De acuerdo. Se giró para ir hasta la habitación y terminar de vestirse. Reparé en que caminaba extraño, como si 959 estuviera tiesa o entumecida, con las piernas temblando levemente, como los venadillos recién nacidos cuando intentan caminar. Cuando terminó, Vania seguía en el cuarto de lavado. Asumí que era para darnos privacidad. Leah permaneció a un palmo de distancia, con el cabello húmedo pegado a la tela de la chamarra de cuero, con mi camiseta de los Patriots reemplazando su destrozada blusa de terciopelo. —¿Te veré pronto?—preguntó con anhelo, llenándome de esa ajena calidez de nuevo. —Cuando quieras. Sonrió. —Perfecto—se acercó para besarme rápidamente en los labios y andar a duras penas hasta la puerta. —Cuídate, Bambi—me burlé con los brazos cruzados, recargado en el respaldo de mi sofá. Me miró sin comprender por un momento, antes de que el entendimiento iluminara su cara. —Jódete, Colbourn—parecía divertida—. Te odio. 960 —El sentimiento es mutuo. Rió una última vez antes de salir. —Es una chica muy bonita—habló Vania a mi lado apareciendo de la nada. Era la primera vez que mi ama de llaves veía a una chica en mi departamento. No porque fuera la primera ocasión en que llevara a una, pero sí en que conservaba a la chica conmigo el tiempo suficiente para que la atrapara pululando por el lugar. —Lo es. —¿Y es algo serio?—preguntó la vieja mujer con curiosidad. Sellé mis labios y fui hasta mi habitación para darme una ducha, ignorándola. No porque fuera grosero, sino porque no tenía una respuesta. ¡Feliz lunes! Y como estamos en vísperas navideñas y envueltos en esa vibra de regalar y transmitir 961 cosas bonitas, les dejo un capítulo bonito antes de la tormenta. ¡No se crean! ¿O tal vez sí? La verdad, me encantan juntos, así que no voy a mentir y la cercanía entre ambos es i n e v i t a b l e, de lo contrario no habría historia, ¿cierto? ¿Qué les pareció? ¿Les está gustando? ¡Regálenme eso de Navidad! Muero por saber. Pasen una excelente navidad en presencia de todos sus seres queridos y leyendo mucho, mucho. Disfruten. Con amor, KayurkaR. 962 Capítulo 23: Descubrimientos. Leah Entré a casa cerciorándome que la sala del recibidor estuviera desierta. Cerré la puerta con suma delicadeza hasta escuchar el clic de los goznes y, con la gracia de un elefante caminando en tacones, forcé a mis entumecidas y dolorida piernas a recorrer el camino hasta la cocina para comer algo. Eso de escabullirse por mi propia casa se estaba convirtiendo en una fea costumbre. Los alegatos de mi estómago no dejaban de recordarme que la actividad física de las últimas horas había quemado todas las calorías que había consumido, en conjunto con mis energías. Llegué a la cocina y abrí el refrigerador con una sonrisa de idiota plasmada en el rostro. No iba a quejarme, por supuesto; se estaba convirtiendo en mi ejercicio físico favorito. Abstraída, tomé la caja de zarzamoras que se asomaba en uno de los estantes y engullí la primera con apetito, la segunda y tercera igual, dejándolas sobre la barra. 963 —Deberías decirle que no sea tan rudo contigo, no se trata de dejarte inválida. Tardé dos segundos en salir de mi estupor y otro más en enfocar a Erik sentado en la pequeña mesa que había en la cocina, con un montón de papeles sobre la superficie y una taza a un costado. —¿Qué?—inquirí con una sonrisa y caminando lo más natural posible para sentarme junto a él, feliz por tenerlo en casa. Negó, divertido y volví a centrarme en calmar los alegatos del hambre. —No sabía que Jordan era fan de los Patriots. Por las veces que hemos visto partidos juntos, pensé que era más afín a otros equipos—señaló la camiseta que vestía bajo la chaqueta de cuero. —¿Jordan?—la pregunta salió de mi boca incluso antes de que pudiera detenerla. Lo miré con extrañeza, antes de que él enarcara las cejas sin comprender—. Oh, oh, sí—reí nerviosamente, reparando en la metida de pata tan grande que casi cometía—. No lo sé, supongo que lo es. Continuó escudriñándome de manera extraña, hasta que hizo un mohín. 964 —Lo invitaré a uno de sus partidos la próxima vez entonces. —Claro—dije con la zarzamora a mitad de camino de mi boca, rogando para mis adentros que Jordan en efecto fuera fan de los Patriots— ¿Dormiste aquí ayer? —Sí, a diferencia de ti—se mofó y le hice una mueca burlesca. —¿Por qué? ¿No deberías estar con Claire? —Está con sus padres afinando los últimos detalles que le corresponden de la fiesta de compromiso y yo estoy haciendo lo mismo—señaló con un gesto de la mano el montón de facturas y papeleo que estaba desperdigado sobre la mesa—. No tiene caso estar en el departamento si ella no está, no me gusta estar solo. —Son tan cursis—dije mordaz, molestándolo como hacía siempre que estábamos juntos—, parecen siameses. —Por favor, poco falta para que Jordan y tú compartan la taza del baño. —Eres asqueroso—abrí la boca con falsa indignación, dándole un golpe en el hombro a su vez 965 y él riendo en reacción— ¿Y qué se supone que haces? —Estoy verificando que se hayan enviado todas las invitaciones a tiempo a mi lista de invitados. La fiesta es en cuatro días y ya tengo suficiente con mamá diciendo que ajuste todo para recibir a las visitas y te juro que si papá me dice una vez que verifique el papeleo de contratación voy a volverme loco. Reí. Nuestros padres eran así, siempre con una perfección y precaución que rozaba la paranoia. Tomé algunos de los papeles desperdigados sobre la mesa y analicé la lista de invitados pasando las hojas. —Más que una fiesta de compromiso parece concierto. ¿Dónde planean meter a tantas personas? Mi hermano se rascó la cabeza con pereza. Tenía el cabello oscuro alborotado y aún vestía una camiseta blanca con pantalones de pijama. —Escogimos el Four Seasons precisamente por eso. El hotel tiene un salón de eventos enorme y… Dejé de escucharlo cuando caí en cuenta de que la familia Colbourn también estaba en la lista. 966 —¿Invitaste a los Colbourn?—lo interrumpí, impresionada y curiosa. —No, no fui yo. Fue Arthur. Me mordí el interior de la mejilla. —Es muy amigo de esa familia y no quiero tener problemas con mi suegro por eso. —Tu futuro suegro—lo corregí, divertida y sonrió, porque todos sabíamos que Erik y Claire ya eran como un matrimonio. —Como sea, no sé si asistirán, Byron no ha confirmado, y en caso de que decidieran hacerlo, no creo topárnoslos, para tranquilidad de nuestros padres. El salón es enorme. “Yo sí quiero topármelos. A uno de ellos, al menos” deseé internamente y una anticipación nació en la boca de mi estómago. Me percaté, de manera repentina e inevitable, que comenzaba a sentir más cosas por Alexander Colbourn de las que debería permitir, o de las que deberían nacer de una relación de simples amantes. La mayor parte de mi tiempo y mis pensamientos estaban ocupados por él, o por mí esperando que él los ocupara. 967 Era peligroso, arriesgado y demencial, pero no había nada que yo pudiera hacer para detener la manera en que me sentía, así que seguía caminando por el mismo sendero, cayendo lentamente. Era ahora un triste hecho de mi vida que me gustaba aquél imbécil, tal vez, más de la cuenta. Mis amigos probablemente entrarían en estado catatónico por la impresión; Edith se desmayaría y Jordan treparía por las paredes si se enteraba de lo que sentía por su amigo. Alex haría un comentario sarcástico al respecto y se reiría en mi cara, ya podía imaginarlo. Era una verdad notoria que no iba a irse por más que la ignorara, así que tendría que lidiar con ella, impedir que creciera más y esperar a que desapareciera cuando me hartara de follar con él. —Eso espero—mentí y apreté su mano— ¿Estás nervioso? Mi hermano frunció el ceño y soltó una risita que me daba la afirmación. —La idea del matrimonio me pone nervioso— confesó—, pero imagino que no es la gran cosa, es solo una etiqueta. Para cuando tú te cases, hermanita, te habré contado mi experiencia sobre ello. 968 Estiró el brazo y me acarició la mejilla con sus nudillos fugazmente. “¿Y si mejor yo te cuento la mía?” La idea de contarle sobre la maraña de emociones que tenía dentro me asaltó, desesperada por orientación y apoyo. Abrí la boca para comenzar con el vómito verbal antes de que la lucidez volviera. —Erik yo… —Buenos días—mamá apareció en la cocina con su bata sobre el brazo y una cansada sonrisa, interrumpiéndome y salvándome de cometer otra estupidez. Dejó su bata sobre una silla y se inclinó para depositar un beso sobre mi coronilla y la de Erik. —¿Tuviste operación ayer?—pregunté al tiempo que mamá engullía una zarzamora. Su aroma a jazmín se combinaba con el antiséptico. —Sí, dieciséis horas. Erik hizo una mueca. Mamá era la directora de uno de los mejores hospitales de la ciudad, tal vez del país, y también la jefa de cirugías pediátricas. Su agenda estaba siempre ocupada, porque nunca, nunca negaba su 969 ayuda a nadie; hacía al menos dos operaciones a la semana gratuitas para personas de escasos recursos y nos decía siempre que la solidaridad era lo más importante, porque el que nosotros tuviésemos todo, solo significaba que teníamos más para dar. La admiraba muchísimo, por todo lo que era y había forjado por sí misma. Admiraba su bondad y su sencillez, un completo contraste con la mayoría de las mujeres de éste círculo, que solo sabían competir y pedir más; usar más, comprar más, presumir más. —¿Dónde dormiste tú?—acarició mi cabello y tosí—. Leí apenas un mensaje de tu padre preguntando si sabía dónde estabas. Mi hermano me lanzó una mirada cómplice. —Con Edith—usé la misma mentira de siempre. —Leah estaba contándome que tuvieron una pijamada muy entretenida—Erik recalcó la última palabra y estreché los ojos—. Que estuvo tan bien que no durmieron en toda la noche, por eso está agotada. —¿En serio? 970 —Me encantaría tener pijamadas tan agotadoras como las de mi hermana—deslizó una sonrisa felina por su rostro. Le lancé una advertencia muda para que se detuviera. Todo el tiempo hacía lo mismo para molestarme. —Me alegro—dijo mamá y el suspiro de alivio que estaba por emitir se atoró en mi garganta cuando posó sus manos sobre mis hombros—. Espero que estés cuidándote, Leah. No quiero… —¡Mamá!—la interrumpí, sintiendo mis mejillas arder. Erik ahogó una carcajada. —¿Tengo que explicarte lo de los métodos anticonceptivos de nuevo? —¡No! Ya había pasado por esa situación tan vergonzosa a los doce, no quería repetirla, aunque mamá se había encargado de prevenirnos y prepararnos en el tema desde un enfoque meramente clínico. Sin embargo, eso jamás le restó incomodidad al asunto, mucho menos cuando nos enseñó cómo poner un condón. 971 —De acuerdo—dijo con recelo y cubrí mi cara con las manos— ¿Has hecho ya los preparativos en las habitaciones de huéspedes? Mi hermano suspiró y me descubrí el rostro a tiempo para captar la frase de te lo dije que adornaba sus facciones. —Ana ya habitaciones. está preparando las últimas —¿Cuándo llegan? —A partir de mañana—respondieron al unísono. Suspiré y me dejé caer en la silla, derrotada, preparándome para olvidarme de la paz que reinaba en casa. —¿Por qué estás tan feliz?—preguntó Edith en un susurro a mitad de la clase de la señora Molina, luego de hartarse de poner su nombre sobre la libreta con todas las caligrafías que conocía. —¿De qué hablas? Estoy actuando como siempre. Siempre estoy feliz. Bufó. 972 —Claro que no, siempre tienes cara de querer matarnos a todos y ahora no puedes dejar de sonreír como idiota—reí levemente para no irrumpir la monótona atmósfera que se cernía sobre el aula— ¿Qué, ya te están cogiendo propiamente? —¡Edith!—la reprendí con tono demasiado elevado porque me gané una mirada de advertencia de la profesora que leía un libro. Nos separamos por unos segundos, hasta que volví a inclinarme hacia ella. —No todo tiene que ver con eso. —No, pero sí ayuda bastante. Tengo que darle una medalla a Jordan si ha logrado que tu humor mejore tanto. Negué, cruzándome de brazos. —Estoy feliz porque mi familia llegará pronto, algunos hoy—expliqué, para ocultar el hecho de que en efecto, parte de mi felicidad se debía al fin de semana que había pasado con Alexander. —¿Por la fiesta de compromiso de tu hermano? —asentí. —¿Irás, verdad? 973 —De negro. —¿Por qué de negro?—la miré con extrañeza. —Estoy de luto. —¿Qué? ¿Por qué?—susurré alarmada. —Porque mis oportunidades de conquistar a tu hermano han muerto oficialmente—fingió limpiarse una lágrima imaginaria con dramatismo y puse los ojos en blanco. —Eres diversión. una idiota—el insulto tildado de —¿Crees que a tu hermano Damen le gusten mayores, cuñada? —Aparte de idiota, enferma—me dio un golpecito en el hombro, fingiendo estar ofendida y ambas reímos. La señora Molina carraspeó como un tractor frente a nuestro escritorio, provocando que nos atragantáramos con nuestras risas. —¿Les importaría compartir el chiste con el resto de la clase?—demandó con voz férrea. 974 Ninguna dijo nada y Edith pasó el resto de la hora leyendo en voz alta hasta que quedó afónica. —Cariño—Jordan besó mi frente para saludarme después de clases y recibí de buena gana el familiar gesto, aunque el contacto tierno resultó insuficiente en comparación al viaje arrebatador por el que siempre lograba arrastrarme Alexander cuando me besaba. —Se siente culpable—rió Ethan junto a Edith bajo el portal, a uno pasos de nosotros. —¿Por qué?—inquirí entrelazando mis dedos con los suyos. —El fin de semana bebió hasta que terminó hablando en ruso. —¿Hablas ruso?—Edith impresionada. enarcó las cejas, —No. —Tu hombre tiene habilidades ocultas, Leah. Puede que los rusos lo recluten. Todos soltamos una risa. 975 —¿Cómo volvieron a casa?—miré a Jordan. Creí percibir tensión en su cuerpo, antes de relajarse otra vez. —Conduciendo. Sobre Jordan no tengo idea porque desapareció—frunció el ceño al mismo tiempo que yo lo hacía y ambos fijamos nuestros ojos en él—. Estaba tan borracho que olvidé llamarte. ¿Cómo llegaste a casa? —Alguien me llevó. —Alguien que estaba en la fiesta y se apiadó de mí—dijo desinteresado. Estreché los ojos, con recelo. —¿Tú qué hiciste?—acarició la forma de mi cara suavemente con el índice—. Pensé que me acompañarías a la fiesta. Me tensé en reacción también. “Follarme a tu amigo hasta quedar devastada” contestó mi consciencia por mí y la piedra de la culpa volvió a oprimirme el corazón, aunque ya no pesaba tanto como antes. 976 —Me quedé en casa ayudando a mi hermano con los preparativos de su fiesta de compromiso—mentí impregnando mi voz de toda la convicción posible —. Para el final, estaba tan agotada que olvidé llamarte. Evaluó mi rostro, como si estuviera buscando la mentira plasmada en él. Sonreí incómoda. —¿Cuándo es la fiesta? —En tres días. De hecho tengo tu…—extraje la invitación de mi bolso y se la tendí para que la tomara. Estaba por hacerlo cuando nos interrumpieron. —Jordan—otra voz fuera de nuestro círculo habló y me giré para observar a la chica que lo llamaba, a unos metros de nosotros. Él se alejó de mi lado para ir hasta ella, dejándome con la invitación pendiendo en el aire y quedando apenas en el borde de lo que yo consideraba una distancia cordial para dos colegas— o extraños. La chica le sonrió ampliamente cuando lo tuvo por fin cerca y le tendió un cuaderno. 977 —Gracias, ya necesitaba estar al corriente en clase del señor Robins. —Cuando quieras—él le correspondió el gesto, sus ojos arrugándose con la brillante y amable sonrisa que le dedicó a la mujer de cabello castaño y ojos color avellana, la cara salpicada de pecas—. Es una clase difícil, así que puedo ayudarte en cualquier cosa que necesites. —En verdad que sí—soltó una risita nerviosa, colocándose el cabello tras la oreja—. Creo que te tomaré la palabra y volveré a buscarte. Ocupo toda la ayuda posible en esa clase. —Será un placer—respondió con un tono amable que rozaba algo más. Enarqué las cejas cuando ella no perdió la sonrisa de idiota. Pareció recordar por fin que yo existía y estaba ahí—que nosotros estábamos ahí. Se aclaró la garganta y se centró en nuestra dirección. —Lo siento—se disculpó por su descortesía—. Ellos son mis amigos, Ethan, Edith—los señaló a cada uno hasta que volvió a posarse a mi lado, tomándome de la mano—, y ella es Leah, mi novia. Chicos, ella es Grace. 978 La sonrisa de ella pareció desvanecerse en la misma medida que yo extendía la mía, por la mera satisfacción de recalcarle que era mío y yo era mejor. —La conocí en la fiesta el fin de semana y resulta que tenemos una clase en común. —Un gusto—la dureza asaltando ahora sus delicadas facciones, sin quitarme la mirada de encima, escaneándome. —Igualmente—dijimos todos al unísono. Un denso silencio cayó después de las presentaciones, incómodo por varios segundos, hasta que la chica volvió a hablar. —De acuerdo, debo irme—se disculpó y la dureza de su rostro se suavizó cuando posó los ojos en Jordan, llenándose de anhelo—. Te veré en clase mañana. Él volvió a sonreírle de esa forma que mostraba más que amabilidad. —Por supuesto. Me dedicó una última ojeada de desagrado mal disimulado antes de dar la vuelta y andar por el pasillo. 979 También había disimulado mal el hecho de que le gustaba mi novio. No, corrección, ni siquiera se había molestado en disimularlo. Era tan obvio con esa sonrisa de idiota y esos ojos de perrito ilusionado que solo le faltó menear la cola y tenerlo escrito en la frente con un marcador. La oleada natural de celos me inundó, pero no fue tan grande como habría esperado y se desvaneció casi tan rápido como apareció, desconcertándome sobremanera. Lo único que podía percibir con insistencia era el cosquilleo de malestar por la forma tan descarada con la que me había evaluado, nada más. El sentimiento de satisfacción por recalcarle que era mío estaba más relacionado con mi orgullo y mi vanidad, en restregarle que yo era mejor. El conocerla me dejó una sensación desagradable en el cuerpo y la interrogante de si yo miraba a Alexander de la misma manera embelesada en que Grace había mirado a Jordan. Un escalofrío me recorrió ante la perspectiva. —Aquí viene una escena—escuché de pronto a Ethan. —Dime que tienes las palomitas—le siguió la corriente Edith, a su lado—. Te apuesto cien dólares 980 a que Leah limpia el piso con él. —Trato hecho—se estrecharon la mano—. Luces, cámara, ¡acción! Yo inspiré algunas veces para no reírme histéricamente ante el nuevo descubrimiento de que no era una novia normal. ¿Cómo era posible que no sintiera celos hacia Jordan si lo había hecho por años? Él me miró expectante, casi esperanzado. —No le agrado a tu amiguita—fue lo único que salió. —¿Te molesta? Podía escuchar a Edith e Ethan cuchichear. Hice un mohín. “No lo sé” —Tú sabes lo que haces— la sombra de la decepción tiñó fugazmente sus vibrantes ojos miel. Se compuso y me sonrió de una forma distinta a la de Grace. —Claro que lo sé—me rodeó los hombros y me estrechó contra él. 981 Esperé a que el sentimiento de celos aumentara de intensidad el resto del día, pero nunca ocurrió. —¡Ali!—Nina, mi tía, le echó los brazos al cuello a mi madre en cuanto la tuvo enfrente, ignorando por completo a papá, a pesar de que estaba al lado suyo, logrando que pusiera los ojos en blanco— ¡Estoy tan feliz de verte por fin! Siento que han pasado siglos desde la última vez que nos vimos, aunque ha sido solo un año. ¿Lo puedes creer? El tiempo parece pasar el doble de rápido al otro lado del mundo, no sabes lo emocionada que estoy por volver, por verlos, por estar aquí y… —Nina—la detuvo papá, interrumpiendo su perorata—, quiero conservar a mi esposa. La estás asfixiando. Dejó a mamá para saltar sobre él con la misma efusividad. —También te extrañé a ti, anciano. La edad hace que te vuelvas más amargado, ¿a que sí, Ali? Mamá soltó una risita al tiempo que mi tía lo soltaba para ir hasta Erik y hacer lo mismo, susurrándole un discurso al oído sobre lo feliz que 982 estaba sobre su próximo matrimonio, por su excelente elección de esposa, por su aparición en Forbes como mejor empresario joven del año e insistiendo en que ella quería planear la despedida de soltera de Claire. Mis padres dieron un rotundo no ante la petición. —¡Pero si estás enorme!—chilló al ver a Damen, tan fuerte que estuvo a punto de dejarlo sordo y arrancarle las mejillas por la forma casi violenta de pellizcarlas—. Mírate, hace apenas un año te vi y ya eres todo un hombre, por Dios, creo que la ropa típica que te traje de Etiopía no va a quedarte ni en una pierna, qué lástima en verdad porque me moría por ver a mi pequeño usando tap… —También te extrañé, tía—logró articular mi hermano menor contra su pecho con el último aliento. No podía creer que papá y ella fueran hermanos. Me preparé para la fuerza bruta con la que me envolvió cuando llegó hasta mí, aplastándome, haciéndome crujir la espalda y privando de todo el aire a mis pulmones. —Mi pequeña—le correspondí el gesto, sonriendo. Me soltó luego de lo que pareció una 983 eternidad y posó sus manos sobre mis hombros—. Te traje un montón de joyas de los países que visité en África. Tienen las gemas más bellas que he visto en mi vida, brillan como no tienes una idea y si tú lo usas no quiero ni imaginar todas las miradas de admiración que generarás. Eres tan preciosa como ellas. —Gracias. Nos miró a los tres con orgullo y amor infinito, como si quisiera tenernos entre sus brazos a todos por siempre. Ella no se casó. Nunca entendí por qué, si era la persona más carismática y dulce del mundo, además de tener la característica belleza fría de los McCartney, como si sus facciones estuviesen esculpidas por el mismo Miguel Ángel en piedra. Compartía con ella y papá el color enigmático e indefinible de ojos, un atributo que resultaba muy atrayente. Supuse que su reticencia al matrimonio se debía que Nina era una persona con un espíritu demasiado libre para estar atada a normas tan tradiciones como el matrimonio. Si había tenido novios o amantes a lo largo de su vida, no tenía idea. 984 Tal vez el amor de una pareja no era algo que necesitara mientras nos tuviera a nosotros, que nos quería como sus hijos, y a sus miles y miles de amigos que había hecho alrededor de la Tierra en sus interminables viajes. —Creo que domar cebras en África te dejó más loca que antes—se burló papá y mi tía le hizo una mueca. —Loca siempre he estado, no culpes a las cebras —nos guiñó un ojo y fuimos hasta la sala para ponernos al día. No queríamos perdernos una sola de las aventuras de nuestro propio Indiana Jones. Tarde ese mismo día, Santiago, mi tío, me alzaba por los aires en un cálido abrazo de oso como solo él sabía darlo, acomodando mi columna con la fuerza aplastante con la que me estrechó contra sí. Su esposa, Tamara, no tardó en llegar hasta mí, abrazarme y llenarme la cara de besos al veme. Parecía como si no nos hubiésemos visto en años y en realidad había estado en casa tan solo cinco meses atrás. 985 Había aprendido a lo largo de los años que mamá y Tamara no podían estar mucho tiempo separadas, por ello, enterarme de que no eran parientes de sangre fue un completo shock para mí. Su lazo era tal que, según recordaba, papá le había ofrecido un millón de veces a Santiago un buen puesto en su empresa, con el afán de que se mudaran desde California hasta acá solo para tener a mamá contenta. Siempre lo rechazó y lo seguía haciendo cada vez que se lo proponía; decía que estar en una oficina no era lo suyo y no se sentía cómodo en absoluto, así que prefería administrar el restaurante de comida chilena que él y su esposa habían puesto en su lugar de residencia y que se expandía cada vez más. Sabía que habían vivido juntas desde que eran muy jóvenes, pero no más. Había muchas cosas sobre la vida de mi madre que no comprendía y mucho menos sabía. Algunos temas sobre los que le había preguntado a lo largo de los años—como su familia, mis abuelos y su forma de conocer a la tía Tamara, eran respondidos con vaguedad o no contestados en absoluto. Era muy buena para desviar la conversación. 986 Sacarle algo relacionado con eso a papá era lo mismo que intentar sacar agua de una piedra. A veces era frustrante el no tener respuestas. Volví a concentrarme en el bullicio que se construía en casa cuando Isabelle, la hija de Tamara y Santiago me abrazó. Sonrió cálidamente, con hoyuelos formándose en sus mejillas y me sentí feliz de tenerla de vuelta en casa. Tenía los ojos somnolientos de su madre, la sonrisa fácil de su padre, una larga cabellera castaña y unas marcadas curvas herencia de la ascendencia latina de Santiago. Nos habíamos entendido bien a pesar de que yo era cuatro años mayor que ella; era la hermana menor que nunca tuve. —Es bueno tenerlos de vuelta en casa. —Si por mamá fuera, jamás se iría—rió Isabelle. —Y que lo digas, mamá ya estaba teniendo su ataque de abstinencia por no ver a mi tía. Observamos cómo comenzaban a charlar sin parar, olvidándose del resto del mundo. Nina, mi padre y Santiago tenían su propio debate. —¿Sabes en qué habitación dormiré?—preguntó tímidamente. 987 —Conmigo, como siempre—le pasé un brazo por los hombros y la estreché contra mí. El desfile de visitas en casa no se detuvo. Durante los dos días anteriores a la fiesta de compromiso de mi hermano, volvía de la universidad para encontrarme con caras que eran familia, pero que tenía mucho tiempo sin apreciar. Los siguientes en llegar fueron Joe y Madison, en conjunto con sus dos hijos: Joanne y Mark. Tenían un año de diferencia y eran muy unidos a Erik, porque compartían básicamente la misma edad. Según papá, el tío Joe no podía soportar el quedarse atrás, así que bajo la excusa de que mi hermano necesitaría amigos para crecer, no perdió el tiempo en preñar a su esposa. Papá siempre parecía veinte años más joven cuando estaba con Joe. No era muy efusivo, pero por el montón de comentarios sarcásticos que se lanzaban el uno al otro y la manera en que soltaba risitas bajas, podía notar que se divertía. Para el tiempo en que los hermanos Turner llegaron, mi casa ya estaba patas arriba. 988 Bastian fue el primero en llegar hasta mamá, abrazándola tan fuerte como si su vida dependiera de eso, como si quisiera guardarla en su bolsillo y llevarla consigo a todas partes. Enterró la cara en su cabello y le susurró un montón de cosas al oído, arrancándole sinfín de risas. —¿Cómo es que no te dan celos?—pregunté al lado de papá, solo para molestarlo. No me respondió al instante, así que alcé la vista hacia él, que no dejaba de contemplar la escena impasible. —¿Es por los años de relación? ¿Se desvanecen con el tiempo?—continué, cruzándome de brazos. Papá fijó sus ojos en mí por fin y alzó una comisura de la boca. —Podría estar casado con tu madre por cien años más y jamás dejaré de ser jodidamente posesivo con ella—una emoción ante su confesión me asaltó el pecho—. Estoy siendo bondadoso y concediéndole sus cinco minutos de gloria con mi esposa. —Tienes razón, eres un celoso sin remedio—reí, al tiempo que me echaba un brazo por los hombros y me estrechaba contra sí. Recargué mi cabeza en su 989 pecho y me dejé envolver por la sensación de plenitud. Mamá abrazó entonces a Malika, que le sonrió con calidez. Bastian nunca se había molestado en ocultar la devoción que profesaba por mi madre, pero supuse que su esposa se sentía enteramente segura del amor que él sentía hacia ella si podía actuar tan normal después de tal muestra de afecto. Se dispusieron entonces a saludarnos. Bastian me lanzó una mirada cómplice antes de abrazarme. El fuerte y familiar aroma de Malika me llenó en cuanto la tuve cerca y dejé que me envolviera con su cuerpo. —No puedo creer que te he visto hace apenas unas semanas—dijo ella feliz y mi cuerpo se volvió rígido al momento. Carajo. Mierda, mierda, mierda. —¿Unas semanas?—papá enarcó una ceja. —¿Dónde has visto a Leah?—inquirió mamá, perpleja—. Tienen al menos tres años sin venir. Bastian se aclaró la garganta y no sabía quién tenía más cara de pánico: si Malika o yo. 990 —Lo dice porque le mostré una foto de Leah hace unas semanas atrás, ¿no es así, cariño?—su esposo entrelazó sus dedos con los de ella. —Claro. Estaba sumamente impresionada con lo mucho que había crecido—soltó una risita nerviosa. Papá me lanzó una ojeada suspicaz antes de dejar el tema y recibir a Daphne, que venía colgada del brazo de su marido marroquí, Jahid, y acompañados de Zarine y Joseph, los mellizos de Bastian. Los días eran toda una odisea. Mi casa era enorme, pero con tantas personas de visita, la totalidad de las habitaciones de huéspedes estaban ocupadas. Los desayunos, comidas y cenas eran un constante bullicio, erupciones de risas y gritos de Nina y Daphne, que eran las más efusivas; peleas por el último pedazo de carne entre Joe, Bastian y Santiago y quejas incesantes de Joanne e Isabelle porque Damen, Zarine y Joseph no dejaban de molestarlas. Éramos una mezcla muy rara, multicultural y terriblemente ruidosa. Mis padres no tenían muchos parientes, pero sí un sinfín de amigos que eran la mejor familia que podríamos tener. 991 Reí mientras Isabelle terminaba de contarme sobre un chico que no dejaba de perseguirla en la universidad mientras cargábamos el montón de platos sucios que habíamos utilizado para la comida y los llevábamos a la cocina para que se encargaran de ellos. —No suena tan mal—la conforté—. Tal vez si lo tratas un poco más, puedas conocerlo mejor. ¿Te gusta? Miró al frente, como si sopesara algo y después se encogió de hombros, derrotada. —No lo sé. —¿Cómo que no sabes? —Algunas veces siento que sí, otras que no. Hice una mueca. —¿Qué eres, un semáforo? Es sí o no, no hay puntos medios. —Es que… es la primera vez que paso de la primera cita con un chico—confesó apenada y quise abrazarla por toda la ternura que sentí. —¿Y cuál es el problema? 992 —¡Eso! ¡Que no sé si me gusta! Me refiero a que nunca había llegado tan lejos con alguien—acomodó mejor la montaña de platos sobre sus brazos al tiempo que entrábamos a casa desde el jardín trasero, donde permanecían casi todos— ¿Cómo sabes cuando alguien te gusta realmente? ¿Qué sientes? Me miró expectante, como si yo fuera la fuente de todas las respuestas del universo. —Para todos es diferente. —Lo sé, pero, ¿qué sientes tú? — ¿Yo?—asintió y fruncí el ceño, tratando de evocar emociones y sensaciones—. No lo sé, supongo que si el chico te gusta quieres pasar el mayor tiempo posible con él, te ilusiona la perspectiva de verlo y te ríes como idiota todo el tiempo sin poder evitarlo. Ocupa constantemente tus pensamientos aunque quieras sacarlo de ahí con pinzas, el corazón se te dispara antes de que te des cuenta y sientes… sientes… — ¿Mariposas ilusionada. en el estómago?—inquirió, —Sí, mariposas en el estómago—sonreí. 993 — ¿Eso es lo que sientes con Jordan?—la ensoñación adornando sus orbes. La sonrisa flaqueó ante la pregunta y fijé mi vista al frente. Me convencí de que algunas cosas sí las percibía con él, pero no podía negar que la mayoría las provocaba Alexander solo con estar cerca. Sacudí la cabeza. “Deja de pensar estupideces, Leah. Ya no eres una colegiala” —Sí, con Jordan. Me dio un leve codazo y entramos al mismo paso al rellano que precedía la cocina. — ¿Está todo en orden? ¿Estás durmiendo bien? La detuve con un brazo cuando me percaté de que ya había alguien en la estancia. Me debatí entre retirarnos o permanecer por un momento, hasta que mi parte curiosa ganó partido. Coloqué el índice contra mis labios para indicarle que guardara silencio al tiempo que nos acercábamos para escuchar. —Claro, ¿por qué lo dices?—era la voz de mamá. —Te conozco como la palma de mi mano—la mamá de Isabelle parecía preocupada—, sé que algo te pasa. 994 Suspiró. —Tuve una crisis hace poco. Fruncí el ceño ante su confesión. ¿Crisis? — ¿Cuándo? ¿Qué pasó? —Hace una semana. Él estaba… yo estaba…— mamá se atragantó con sus propias palabras—… estaba persiguiéndome, Tamara. Corría por un pasillo y no importaba cuánto corriera, él seguía tras de mí, pisándome los talones, acechándome. —Ali… Mamá inspiró aire y algo se comprimió en mi pecho. ¿Quién era él? ¿Papá? —Fue como aquella vez, ¿sabes? No dejaba de temblar, no podía enfocar o distinguir nada y pensé que perdería la razón hasta que…—soltó una risita amarga—…hasta que vi a Leo en la penumbra, abrazándome para calmar los espasmos y mi respiración. Sorbió por la nariz y tuve que resistir el impulso de asomarme para cerciorarme si lloraba. Isabelle estaba igual de quieta que yo en el umbral. 995 —No supe por cuánto tiempo estuvimos así, hasta que dejé de hiperventilar y pude respirar correctamente. Se sintió tan real, Tamara. Tenía mucho sin presentar un episodio así, meses. —Tranquila, son esporádicos—el tono de mi tía era amortiguado—, no se volverá a repetir en un tiempo, estoy segura. —No lo sé, tengo un mal presentimiento. —Tal vez lo soñaste por lo que te conté hace un mes, lo de la cárcel y Ósc…— se cortó a sí misma. Estaba tan concentrada en captar todos los detalles de la conversación que no reaccioné hasta que tuve a una Tamara muy molesta frente a nostras. —¿Se puede saber qué están haciendo?—su vista cayó sobre cada una alternadamente— ¿No saben que es de mala educación escuchar conversaciones ajenas? —Lo sien… —¿Quién es él?—interrumpí a Isabelle entrando en la cocina con decisión, dejando los platos sobre la barra para encarar a mamá. Tenía la nariz roja y los ojos llorosos. Pareció impresionada de verme ahí, o tal vez por la 996 autoridad con la que demandaba respuestas. —¿Él? ¿De quién hablas? —El que decías que te perseguía en el sueño, ¿quién es?—aclaré, clavando mis orbes en los suyos. Le lanzó una ojeada a Tamara, antes de volver a centrarse en mí. —No es nadie, cariño. Es un monstruo. Enarqué una ceja, sin creerle una sola palabra. —¿Monstruo? Más bien parecía que hablabas de una persona. —No, no—rió nerviosa—. Es un monstruo que aparecía en mis sueños cuando era más joven. La escudriñé con suspicacia, desafiándola a que me siguiera mintiendo a la cara. No quería más secretos. —¿Y la persona de la cárcel? Palideció. —Nadie, algo que Tamara vio en las noticias y la impresionó mucho. Al parece a mí también. —Pero… 997 Mi tía se aclaró la garganta, rompiendo la tensa atmósfera. —¿Qué les parece si me ayudan a partir el pay? —puso varios platitos en la barra y sacó del refrigerador el postre. —Se ve delicioso, mamá—acotó felizmente, disponiéndose a ayudarla. Isabelle Mi madre me sonrió con esa forma típica suya y me ignoró yendo hasta Tamara para asistirla. Definitivamente odiaba que fuese tan reservada con su vida. El flash me cegó por un momento, dejando motas de luz flotando frente a mi vista. Erik dejó de tomarme de la cintura una vez los fotógrafos que habían conseguido su pase al Four Seasons capturaron su tan codiciada foto familiar. Me sentía incómoda, como si tuviera un acosador pegado a mi espalda todo el tiempo, ultra equipado y jodidamente persistente. Así de fastidiosos eran los periodistas. 998 La mayoría de los fotógrafos se concentraban en sacarles fotos preciosas a Erik y Claire—gracias al cielo—, mientras que otro gran grupo acosaba como hermanos de la religión a mis padres y los de la novia, pidiéndoles fotos y declaraciones. El evento parecía una alfombra roja con el desfile de personajes de renombre que no dejaban de entrar por las imponentes puertas del salón: comerciantes, empresarios, artistas, médicos… a veces me sorprendía la cantidad de gente que mis padres conocían. Y claro que Arthur Whiteley y su mujer aportaban otros cientos a la multitud, todos ataviados con sus mejores vestimentas y joyas. Estaba por tomar una copa de champagne cuando alguien me tomó del brazo y me rodeó la cintura, estrechándome contra sí. —Sonríe, cariño—dijo Jordan entre dientes sin perder la sonrisa que adornaba su rostro. Me colecté lo suficiente para ver a los fotógrafos con sus cámaras listas para disparar igual que pistolas. Me acomodé mejor junto al cuerpo de mi novio, dibujé mi mejor sonrisa y permití que los flashes volvieran a cegarme. 999 A diferencia de mí, a Jordan le encantaban este tipo de cosas y adoraba recibir atención de la prensa, por lo que se sentía en su elemento siendo el punto de enfoque de todos los lentes. —Querida—Regina, la madre de Jordan me saludó dándome un beso en cada mejilla y mareándome momentáneamente con su fuerte aroma a perfume—, te ves divina. —Usted igual—respondí cortés. Se veía sobria y formal con el recatado vestido azul oscuro que se ajustaba a su menudo cuerpo, con su cabello castaño recogido en un apretado moño. Por mi parte, agradecí el halago, porque no había pasado cuatro meses eligiendo el vestido perfecto para esta ocasión. La tela era fina, de un bonito color beige; mis hombros y brazos permanecían cubiertos por un diseño de piedras pequeñas y brillantes, salpicando aquí y allá, con una abertura que iba desde mis omóplatos hasta mi cintura y otra más al frente de mis piernas en cascada, dejando al descubierto mis zapatos. Mi cabello recogido en un complicado peinado. Abraham, el padre de Jordan, me saludó con una educada inclinación de cabeza que correspondí. 1000 —¿Por qué ya no nos has acompañado a cenar en casa?—preguntó Regina, sonriendo. Miré a mi novio, que parecía incómodo. “Porque no he sido invitada” quise responder. —Con todo esto no he podido, pero haré un espacio para asistir a una de sus comidas. —Eso espero—tomó mi mano entre las suyas. Había tenido siempre una buena relación con ellos y no quería perderla. —¿Y tu anillo?—la voz de Jordan sonó dura contra mi oído en cuanto su madre comenzó a charlar con alguien más. Sentí la tensión construirse dentro de mi cuerpo. —Lo olvidé. —En… en mi joyero. Estrechó los ojos. —No te lo di para que lo olvidaras dentro de un joyero. Ésta era la ocasión perfecta para presumirlo —su tono era reproche puro. 1001 —Es la fiesta de compromiso de mi hermano, no la mía—me defendí, alzando la barbilla. Él suspiró. —Acompáñame—me tomó de la mano y antes de que pudiera protestar, ya estaba arrastrándome por todo el salón a su paso. —¿A dónde vamos?—dije tratando de seguir su velocidad y no romperme la nariz por pisar el vestido. —No lo he felicitado. —Oh. Llegamos hasta donde se congregaba un cóctel de hombres y mujeres de todos los colores y edades, buscando tener su turno para felicitar a la próxima pareja que formaría una de las alianzas más fuertes en el ámbito empresarial a nivel mundial. Jordan parecía no estar de humor para esperar o tal vez se creía poseedor de algún tipo de privilegio por ser mi novio porque se abrió paso a base de codazos hasta llegar a Claire y rodearla en un abrazo educado, antes de hacer lo mismo con mi hermano. —Enhorabuena—le palmeó la espalda a Erik sin perder la sonrisa—, estoy ansioso por su boda. 1002 —Y nosotros por la suya—nos alentó Claire tomando a mi hermano del brazo. Mi novio me sonrió con devoción antes de besar mi mano. —Nosotros también, ¿verdad, cariño? “No sé qué tan ansiosa estoy por eso” —Claro. —¿Tienen algún destino para la luna de miel?— preguntó un amigo de mi hermano en el círculo. —He escuchado que Bora Bora es un paraíso— intervino Jordan. —Habíamos pensado en algo como Filipinas— dijo Claire. Paseé mi vista por la estancia, aburrida. Yo sabía que Erik se la llevaría a Bali, a donde Claire siempre había querido ir. Me moría por una copa fría de champagne, o un shot de vodka, o tal vez un café para poder sobrevivir a la larga noche que me esperaba. Algunas personas bailaban al son de un lento vals, mientras que otras se enzarzaban en conversaciones interminables con una copa en la 1003 mano. Otras se detenían para que los fotógrafos que pululaban por el lugar inmortalizaran el momento y… Mi corazón se disparó con la misma potencia de un cañón en cuanto reparé en el séquito de cabelleras claras que entraba por los grandes portales. Byron y Agnes aparecieron en la estancia, tomados del brazo y seguidos por el heredero de su imperio, Alexander. Me pasé la lengua por los labios; no sabía si porque la boca se me había secado o porque los labios me habían hormigueado ante la visión tan atrayente que tenía delante. Era algo sobrenatural, la manera en que él lograba emanar ese despreocupado atractivo; profundo y estremecedor. Carajo. Se veía tan apetecible y divino con el traje que no sabía si quería arrancárselo o dejárselo puesto solo para admirarlo un poco más en su arrebatadora belleza. Reparó en mí y solo Dios sabía cómo había logrado mantener mi corazón dentro de mi pecho a pesar de su desbocado latir. Una comisura de su condenada boca se alzó en el esbozo de una media 1004 sonrisa y ahí estaba de nuevo, la increíble y despreocupada habilidad que Alexander poseía de transmitir más emociones con sus ojos de las que podría un actor de teatro con el monólogo de su vida. Me lanzó un guiño juguetón y sonreí por mera inercia, como hacía casi siempre, porque la mayor parte del tiempo no comprendía los motivos de sus acciones, pero las disfrutaba igual. Mis piernas cobraron vida propia y se movieron por sí solas para ir con él, hasta que la mano de Jordan, sólida como unas esposas, me obligó a permanecer en mi lugar, impidiéndome acortar la distancia que nos separaba. —¿Qué pasa?—preguntó cuando percibió que me alejaba y volví a tomar mi puesto a su lado. —Nada. Mi hermano me observaba de manera extraña, de la misma forma que había hecho cuando me vio utilizando la camiseta de los Patriots. Lo ignoré y me centré en nada en particular. Mis padres llegaron al círculo, acompañados por los de Claire, y justo como si el universo y los 1005 planetas conspiraran para provocar la tercera guerra mundial, la familia Colbourn se acercó también. Agnes alzó la barbilla tanto como su alargado cuello se lo permitió, mirándonos por debajo de la nariz. Byron saludó a unos cuantos colegas, cortés, mientras que Alex parecía vagamente entretenido. Mis padres por otro lado, adoptaron una postura tensa casi defensiva, como si estuvieran esperando el ataque de un animal. —¡Qué gusto verlos!—Arthur se inclinó para besar en la mejilla a Agnes y estrecharle la mano a ambos hombres—, por un momento pensé que no vendrían. —No podíamos fallarte—sonrió educadamente Byron, fijando sus ojos claros en los prometidos—, felicidades. —Date cuenta cuánto te aprecio si estoy aquí, Arthur—dijo Agnes con aire desdeñoso disfrazado de jovialidad—. Le daría mis felicitaciones a tu hija, pero no sé si sea más adecuado darle mis condolencias. —Agnes—advirtió su esposo, pero su indómita mujer se pasó esa advertencia por el culo y siguió escrutando a mis padres con aire de superioridad. 1006 —Mis condolencias se las daré yo a la desdichada que te tenga como suegra—se defendió mamá y mis ojos conectaron con los de Alexander por una fracción de segundo en una mirada cómplice, compartiendo un chiste que solo nosotros dos comprendíamos. Me gustaba cuando las cosas se volvían íntimas y personales entre nosotros. —Por favor, señores…—trató de aligerar el pesado ambiente Arthur, que parecía el árbitro en un ring. —Quiero ver cuánta vulgaridad aguanta la pobre Claire antes de salir huyendo—se mofó la señora Colbourn. —¿Ella? Pobre de tu hijo, que no podrá conservar a ninguna esposa por la víbora que tiene de madre. Ninguna soportará tanto veneno. Definitivamente abriría un club de fans para mamá. A diferencia de Byron, papá parecía tener el tiempo de su vida observando la disputa. Agnes inspiró por la nariz. —Eres una… 1007 —Basta—habló Arthur, colocando una mano al frente de cada familia—, no les arruinemos la fiesta con discusiones innecesarias, ¿de acuerdo? Actuemos como personas maduras y tengamos una convivencia civilizada. —Eso es imposible con esta gentuza. El papá de Alex le lanzó una mirada de exasperación a su esposa. —Sin ofensas, Agnes—pidió el padre de la novia —, claro que es posible limar las asperezas. Resopló, mordaz, sin despegar la vista de mamá que tampoco dejaba de taladrarla. —Es más, Alex, ¿por qué no bailas con Leah la siguiente pieza? Todo el entretenimiento del asunto pareció evaporarse y me tensé, sorprendida. Mi esposo, por otro lado, tenía un brillo divertido bailando en sus orbes. —Será como una ofrenda de tregua para que podamos disfrutar todos de la fiesta educadamente— siguió Arthur. Agnes y mis padres se crisparon al instante. 1008 —¿Estás loco?—lo riñó la rubia—. Por supuesto que no. —Leah ya viene acompañada—acotó papá también. —Agnes—volvió a amenazar entre dientes su marido, antes de forzar una sonrisa—. Arthur tiene razón, olvidemos las asperezas por una noche y disfrutemos, que aquí confluyen los intereses de todos nosotros. Hijo, por favor. Siempre el empresario; objetivo y calculador. Alexander se acercó al centro del círculo a paso seguro, sin perder el brillo travieso que adornaba sus insondables ojos, hasta quedar frente a mí. —¿Puedo?—estuve a punto de aceptar, antes de percatarme que su atención no estaba puesta en mí, si no en Jordan, que mantenía mi otra mano presa en la suya. Todos, incluyendo mis padres, parecieron contener la respiración, esperando la respuesta de mi novio. —Mi novia es hermosa, ¿no?—percibí su mirada sobre mí y la fuerza de su agarre. Los ojos de Alex 1009 diciéndome todas las cosas que sus labios no podían —. Tengo mucha suerte de tenerla como mi pareja. —Sí, pero ahora será la mía. Mi corazón dio un vuelco y no supe si estaba a punto de desmayarme o de entrar en combustión por todas las implicaciones de sus palabras y la profundidad de su voz. —Claro—dejó ir mi mano con vacilación y una sonrisa. —¿Me concedes esta pieza?— centró su atención en mí, su tono suave e hipnótico. Extendió la mano y estuve a nada de tomarla por mero reflejo, cuando algo me detuvo. —No tienes que hacerlo si no quieres, Leah— habló papá con un deje preocupado—, no importa. “Pero sí quiero, sí quiero, sí quiero” —Me tienen que estar jodiendo—escuché a Agnes maldecir al tiempo que permitía que el firme y cálido tacto de su hijo me guiara al centro de la pista. Posó sus manos en mi cintura, con mis brazos enredándose en su cuello en reacción, quedando a 1010 tan poca distancia que mis sentidos pronto se embriagaron de él. Casi sonreí por lo bien que encajábamos juntos, lo fácil que era adaptarnos al otro, lo natural que se sentía con Alex algo tan banal y simple como bailar. —Sé lo que vas a hacer, así que no lo hagas—me pidió. La emoción en sus orbes en completo contraste con la impasibilidad de su rostro. —¿Qué es lo que haré, según tú?—enarqué una ceja. —Estás a punto de sonreír, no lo hagas. —¿Cómo lo sabes?—lo miré impresionada. Sus dedos se enterraron con más fuerza en mi cintura. —Eres tan predecible como una niña. —¿Estás diciendo que soy aburrida?—fingí indignación. —Difícilmente—las comisuras de su boca se alzaron a mitad de una sonrisa—, pero he comenzado a conocerte. —¿En serio?—lo desafié, sin creerle. 1011 —Estoy familiarizado con tus matices más oscuros. Volví a enarcar las cejas, formulando una interrogante. —¿Cuáles matices oscuros? —Tu obsesión por el control, tu impulsividad, tu furia y…—sus dedos rozaron fugazmente la piel expuesta de mi espalda, erizándola ahí donde se posaban—…tus inclinaciones. —¿Mis inclinaciones? Otra sonrisa jugó en la comisura de su boca, brillante como la manzana que yo me moría por morder. —Como te gusta que te follen. Bajé la cabeza y sentí mis mejillas arder. Nunca me acostumbraría a su crudeza parra decir las cosas. —¿Y por qué se supone que no puedo sonreír?— cambié el tema, buscando desesperadamente salir de ese terreno que ya tenía a mis bragas humedeciéndose. Dimos una vuelta por la pista a paso lento y sincronizado, hasta que pude ver a mi familia y los 1012 demás charlando, Jordan mirándonos de reojo de vez en vez. —Jordan sospecha que lo engañas—soltó de pronto y me paralicé al instante, impactada y sentí la presión de su cuerpo, obligándome a moverme—. Sigue bailando, no queremos levantar más sospechas. Obligué a mis pies a seguir su compás, aunque mi mente ya estaba imaginando todas las posibles reacciones de mi novio si llegaba a enterarse de mis indiscreciones, aunada a la de mis padres. —¿Cómo lo sabes? —Nos lo dijo, a mí y a Ethan. Me pidió que te vigilara. —Lo que escuchas. No podía creer sus alcances y su inocencia, sobre todo su inocencia. ¿Pedirle que me vigilara justo a la persona con quien le clavaba el cuchillo por la espalda? Era lo mismo que pedirle al lobo feroz que vigilara de las ovejas. 1013 Me sentí sumamente mal por mi desfachatez. Al mismo tiempo, otro sentimiento se alzó tan alto como mi vergüenza: el miedo. Si Alex me lo estaba diciendo, ¿significaba que quería detenerse? ¿Que quería terminar esta cosa rara que teníamos? Mi pecho se comprimió ante la perspectiva. Dio otra diestra vuelta por la pista, arrastrándome consigo. —¿Entonces quieres parar? ¿Eso quieres decir? —me maldije por el leve temblor en mi voz y me llené de determinación, fijando mis ojos en su mentón—. Creo que es lo mejor, creo… —Estoy diciendo que debemos tener más cuidado —aclaró en un susurro, su aliento cálido chocando contra mi oreja y su tono mortal—. Ya te lo he dicho, no quiero parar. Aplasté mentalmente las mariposas que se elevaban en mi estómago ante la confesión. “No sientas más de la cuenta, no sientas más de la cuenta” me repetí una y otra vez para tranquilizar mis estrepitosas emociones. —Okay, de acuerdo. 1014 —Así que finge tu mejor cara de desagrado, como si no me soportaras. —¿Quién dice que tengo que fingir?—dije, mi cuerpo estrechándose más cerca suyo por la satisfacción de sentirlo contra mí—, sigo sin soportarte. Hizo una mueca de incredulidad. —Lo siento, pasa que entre las constantes sonrisas y gracias que te arranco, pensé que te agradaba. Fingí mi mejor cara de asco. —Pensaste mal—musité con desdén y se giró una vez más, reprimiendo una sonrisa—. No sabía que eras bueno para esto. —¿Para molestarte? —Para bailar, idiota. Tienes buenos pies. —¿Volvimos con el tema de los fetiches raros? Puse los ojos en blanco y seguí sus pasos hacia el final de la pieza musical, que estaba a punto de terminar y mi tiempo teniéndolo solo para mí, también. 1015 —Imbécil. —Un imbécil con buenos pies, al parecer. Tuve que esforzarme horrores para no soltar una carcajada y mantener mi cara de clara incomodidad. —Leah—habló de nuevo cerca de mi oído, enviando un escalofrío por mi columna—, ¿tienes acceso al camerino de preparación del salón? —Sí, ahí se preparó Erik, ¿por qué? Tomé un poco más de distancia para mirarlo por completo, sin comprender. —Porque quiero ir allí. — ¿Por qué? —Porque quiero besarte. Mis pulmones no alcanzaron respiración. Alexander y sutileza no podían ir en la misma oración de forma positiva. — ¿No acabas de decir que debemos tener más cuidado? —Lo tendremos—dijo con seguridad y me mordí el labio, indecisa. 1016 Sonaba como la peor decisión del mundo, la más arriesgada y estúpida, pero después de una semana sin si quiera cruzar palabra debido a todas las visitas, planeaciones y detalles, lo necesitaba. Y al parecer él también. —Te veo ahí en diez minutos. No se molestó en ocultar esa sonrisa que pude apreciar de cerca y me dejó embelesada. La pieza terminó e hizo una leve inclinación antes de acompañarme hasta el borde de la pista para ir junto a Jordan, que me recibió feliz. Alex no me miró una segunda vez cuando se giró para ir hasta su familia. —¿Todo bien?—acarició el dorso de mi muñeca con el pulgar. Me encogí de hombros al tiempo que caminábamos para llegar junto a nuestros padres, que charlaban animadamente. Ellos también tenían una buena convivencia después de tantos años de relación. —¿Fue muy incómodo?—inquirió preocupado. Coloqué mi impenetrable faceta de displicencia. 1017 —No te imaginas cuánto. No quiero repetirlo— mentí, porque había encontrado otra cosa que quería volver a hacer con él. —No importa, cariño. Bailaremos la próxima pieza para que desaparezca la sensación, ¿te parece? Asentí. Se inclinó dirigiéndose a mis labios, pero pareció pensárselo mejor y besó mi frente en su lugar, en un gesto dulce y considerado. Bailamos la siguiente pieza. Coordinados, juntos y pegados contra el otro, en una atmósfera que debería hacerme sentir en las nubes. Mis pies moviéndose a la par de los suyos; mi corazón latiendo con cada paso, registrando cada minuto que transcurría, cada segundo que hacía falta para agotar el tiempo establecido. Lo busqué con la mirada, escaneando el lugar sin encontrarlo. —Me haces muy feliz, Leah—la voz de Jordan me distrajo de mi tarea y algo se retorció en mi estómago al ver la sinceridad en sus orbes. —Tú a mí también—lo exterioricé, para comprobar si de esa forma podía convencerme de 1018 ello como había hecho años atrás. Sonrió y acarició mi mejilla con sus nudillos, siempre tierno. —Te quiero en mi vida siempre—susurró, pegando su frente contra la mía y esperé por el vuelco que debía dar mi corazón ante una confesión tan dulce, pero solo conseguí que aumentara en ritmo mi latir. —Yo también—repetí siguiendo la misma mecánica, justo cuando la canción llegaba a su fin. Nos separamos y me tomó de la mano para conducirme de vuelta con los demás, antes de que me soltara de su agarre. —Ahora vuelvo—me miró extrañado—, tengo que ir al baño. —De acuerdo—sus facciones se suavizaron y emprendí mi camino. Salí del salón mirando sobre mi hombro para cerciorarme de que nadie me seguía. Recorrí el pasillo de madera pulida custodiado por inmaculadas paredes decoradas con abstractas pinturas para después girar a la izquierda y llegar al pequeño 1019 cuarto que hacía las veces de un camerino de preparación para conferencistas—o prometidos. Había otro acceso desde el salón, pero escabullirme por él sería más complicado con tantos ojos pegados a mi espalda y Jordan acechándome, así que opté por el camino más largo pero seguro. Cuando abrí la puerta, Alex estaba recargado sobre el escritorio; su postura relajada, las manos dentro de sus bolsillos y todo él tan atrayente y ardiente como el mismo infierno. Y si era él quien me recibiría en cada uno de los nueve círculos del infierno, entonces ardería felizmente. —Llegas tarde. —Tú llegaste demasiado pronto—me defendí y me dedicó una media sonrisa. El silencio de la estancia ahogando el bullicio de la fiesta. —Ven aquí, Leah. Lo miré, dubitativa, pensando en negarme solo para que fuera él quien llegara hasta mí, hasta que, después de varios tortuosos segundos, logré que mis pies respondieran a mi cerebro, sintiéndolos como gelatina, mi corazón latiendo duro con cada paso, 1020 ante de estar a un palmo de distancia. Me tomó de la cintura y con gracilidad, se giró para que fuera mi cuerpo el que chocara contra la madera. No me besó de inmediato, sino que permaneció observando mi rostro en silencio. Era otra cosa que me gustaba de él y ahora podía admitirlo. Cuando Alex me miraba, parecía como si se tomara su tiempo, como si me absorbiera. No era la manera practicada y desinteresada de un viejo amigo o un novio. Era la mirada de un artista, de un alumno aprendiendo algo: me estudiaba, me memorizaba. Y yo quería hacer lo mismo. El tacto repentino de su pulgar con mi mentón me hizo estremecer, porque estaba frío. Siguió la forma de mi cara con él, subiendo por mi mejilla con suavidad, trazando una línea por mi sien, bajando a mi barbilla con una delicadeza impropia de él, que solo había apreciado cuando nos besamos en el porche de la casa de Bastian, semanas atrás. Nunca terminaría de comprender a Alexander, tal vez porque nunca encontraría un punto de inicio. Era una persona compuesta por muchas puertas: cuando unas se abrían, otras se cerraban, impidiendo el 1021 poder contemplar todas sus facetas a la vez. Nunca podría saber con certeza qué me encontraría al abrir una puerta, ni tampoco cuál de todos los Alex me recibiría tras ella. Era siempre una apuesta. Su pulgar trazó la forma de mis labios, cálido por el camino que había recorrido, al tiempo que sus ojos se oscurecían. Posó sus nudillos bajo mi mentón, levantando mi rostro. ¿Por qué se tomaba tanto tiempo? Sentía que mis labios se incendiarían en cualquier momento. Había vacilación en sus ojos, podía notarlo. Como si algo lo mantuviera dudoso, en vilo. —Leah—acarició cada letra de mi nombre—, ¿has besado a Jordan hoy? Fruncí el ceño, sin comprender, pero la dureza de sus facciones no desapareció. —No. Eso fue todo lo que tomó. Inclinó mi cara y me besó; un roce al principio, casi contacto puro, sin movimiento ni presión que se las arregló para arrancarme un suspiro igual. 1022 Parecía que también quería aprenderse mis labios, porque su ritmo era suave, lento, dulce y exploratorio. Tomaba el mío entre los suyos, pero no había arrebatos ni ímpetu, solo él consiguiendo que me derritiera por el gesto. Era Alex, desarmándome de la manera en que solo él sabía hacerlo. Estaba probándome más que devorándome y adoré esa faceta suya también. Ahí estaban esas estúpidas mariposas de nuevo, recordándome que seguía cayendo cada vez más y más, bajando por el sendero sin retorno. Cada. Vez. Más. El ritmo aumentó. Ejerció presión con su cuerpo, obligándome a sentarme sobre la madera, colando las manos bajo mi vestido para acariciar mis muslos bajo la tela. Enredé mis brazos en su cuello, pegándolo más a mí, eliminando cualquier rastro de distancia entre nosotros, sintiendo la excitación naciendo de mis entrañas, el correr de mi sangre por mis oídos, el latir de mi corazón aumentando en sus latidos y… El crujir de la puerta abriéndose puso a mis orejas alerta y afinó todos mis sentidos a la vez. 1023 Jamás estuve tan cerca de sufrir un infarto como esa vez, o de que mi corazón se detuviera, porque se había convertido en un peso muerto dentro de mi pecho. Nos detuvimos en seco, aún pegados al otro y fijamos los ojos en Erik, que nos miraba pálido, como si hubiese visto al mismo Satanás en la habitación. ¡Feliz casi Año Nuevo! En espera de que cumplan todas las metas que se hayan propuesto—o que se propondrán— en este nuevo año, les deseo mucho éxito, plenitud y abundancia. También que beban mucho y se diviertan mucho para despedir el año como se debe. Disfruten. ¡Nos vemos en 2020! Con amor, KayurkaR. 1024 Capítulo 24: Compromiso. Leah El crujir de la puerta abriéndose puso alerta a todos mis sentidos a la vez y me separé de Alexander para cambiar el agradable y profundo azul frente a mí por el frío marrón de la madera. El mundo pareció perder enfoque y pese a que un montón de cosas se amontonaron al frente de mi mente como posibles excusas, lo único que atiné a hacer fue retirar los brazos de su cuello. Erik permanecía en el umbral, pálido como papel y tieso como una vara contemplándonos; sus ojos tan abiertos que por un momento pensé que se saldrían de sus cuencas. Seguramente yo tenía la misma expresión en el rostro que él. Alex, por otro lado, permaneció con las manos en mis muslos, aunque no podía entender por qué; como si el hecho de que Erik nos hubiese pillado en esa situación—posición— fuera algo que aconteciera todos los días. Como si fuera algo natural, como si no le importara. 1025 Cerró la puerta que daba acceso al salón aún estupefacto. —¿Qué…?—articuló, como si las cuerdas vocales no le respondieran—¿Qué mierda están haciendo? Era demasiado tarde para formular una excusa creíble. “Solo estaba ayudándolo a quitarse una basura del ojo”, ‘estábamos discutiendo y terminamos en ésta posición, ¿qué loco, no?’, “estoy tan ebria que ni siquiera sé dónde estoy”, “oh, ¿es éste Alexander Colbourn? Qué distraída, me confundí” —¿Estás ciego?—habló de pronto Alex, tranquilo y colectado, provocando que Erik parpadeara varias veces, como si quisiera cerciorarse que su mente no le jugaba una mala pasada—¿Nunca te enseñaron que era de mala educación interrumpir? —¡Alex!—no era en absoluto el momento adecuado para comentarios sarcásticos. La estupefacción de mi hermano dio lugar al reconocimiento y después, a la ira. Oh, no, no, no, no. 1026 —¿Qué mierda haces con mi hermana?—su voz salió como un gruñido, bajo y gutural. Seguía sin poder bajar del escritorio, porque sus manos continuaban apresando mis muslos, su cuerpo aún entre mis piernas. Inclinó la cabeza a un lado. —¿Tendré que explicarte el cuento de la flor y la abejita para ilustrarte?—replicó mordaz. Mierda. Ésa no era en definitiva la manera en que había querido manejar las cosas. —No sé a qué carajo estés jugando Colbourn, pero tienes exactamente tres segundos para quitarle las manos de encima a mi hermana—siseó, adoptando esa postura ofensiva que yo conocía muy bien. Tenía que actuar rápido. —Erik, escucha… —¿Y si no quiero?—lo retó—. No recuerdo necesitar de tu permiso para tocar a mi… El poco autocontrol que contenía las emociones de mi hermano pareció derrumbarse. Llegó en dos zancadas hasta mi compañero, interrumpiéndolo. Lo 1027 empujó con violencia para alejarlo de mí y procedió a tomarlo de la camisa, arrugándola entre sus puños. —¡Que la dejes, joder! Fue como si todo ocurriera en cámara rápida. La mano de Erik hecha puño viajó con la velocidad de un rayo al costado de Alex, asestándole un golpe que contorsionó su cara en una mueca de dolor. —¡No, Erik! Ni siquiera había terminado de gritar cuando mi hermano retrocedía bruscamente por la fuerza con la que había sido empujado; el rostro de Alex compungido en una mueca de molestia mientras sus nudillos conectaban con hueso y pómulo. —¡Alex! ¡No en la cara! ¡Por Dios, es su fiesta de compromiso! Me acerqué para intentar separarlos, sin éxito, porque yo no era nada comparada con la contundencia de su fuerza masculina y la solidez de sus músculos. Me ignoraron olímpicamente, demasiado ocupados en la estúpida pelea en la que se habían enzarzado. 1028 Mi hermano arremetió de nueva cuenta contra mi esposo, dirigiéndose a su cara ahora, mientras Alex trataba de llegar a su costado o, en su defecto, su rostro. Mis manos parecían de papel, inútiles y entumecidas comparadas con la rapidez de sus movimientos y la dureza de sus cuerpos, que rebasaban el mío por mucho. —¡Paren ya! ¡Basta!—exigí con voz tensa haciendo uso de toda mi fuerza. Mientras intentaba separarlos y calmar la algarabía que habían hecho, registré un dolor lacerante extendiéndose por mi mejilla antes de ser lanzada violentamente hacia atrás por la contundencia de un golpe, del codo que había conectado con mi cara. Mis manos buscaron desesperadas asirse a algo, pero lo único que logré tomar antes de chocar contra el piso fue una lámpara que terminó tirada junto a mí. —¡Leah!—gritaron ambos al unísono, deteniéndose al fin al verme espatarrada con la misma gracia de un hipopótamo en el suelo. “Adiós a todo el glamour” Alex fue más rápido y me ayudó a incorporarme. Me sentí mareada por el movimiento brusco y me 1029 toqué la cabeza para aminorar la sensación de vértigo. —Par de idiotas—escupí, hastiada por todo el alboroto y el golpe que me había ganado. —¿Ves lo que hiciste?—lo recriminó Erik, ofuscado, hecho un desastre. —¿Yo? ¡Tú fuiste el que le dio el codazo!—se defendió, el traje igualmente arrugado. —¡A ti voy a darte más que un codazo si no te alejas de ella en este jodido momento!—vociferó, acortando la distancia, con Alex colocándome detrás suyo, listos para seguir partiéndose la cara. —¿Qué mierda harás si no me alejo, ah? —Te juro Colbourn que voy a… —¡No!—me coloqué enfrente, respirando pesadamente y mirándolo con determinación—. Para ya, Erik. —Quítate de en medio, Leah. Éste hijo de puta se estaba propasando contigo—espetó—, necesita una lecc… —¡No se estaba propasando!—grité, ansiosa por detenerlos, pero parecía no escucharme, abstraído 1030 como estaba en su enojo y estupefacción. —¡No sabe respetar! —¿Quién eres tú para decirme eso?—replicó Alex. —¡Paren en este momento! —¡Necesita que le partan la cara! —¡Tú eres el que lo necesita! —¡Déjalo tranquilo! —¡No tiene límites! —¡Harás un escándalo! —¡Es un aprovechado! Cuando Jordan se entere… —¡ES MI ESPOSO!—bramé, histérica y desesperada porque cerraran la boca los dos— ¡Joder, es mi esposo! Erik tenía la misma cara de alguien que había recibido un baldazo de agua fría. Abrió la boca, incrédulo y pareció dejar de respirar. El rojo de la ira que teñía su cara dio lugar a la palidez del terror. 1031 —Lo que escuchas, es mi esposo—repetí, sintiendo un peso menos en mi pecho ahora que lo había exteriorizado. Parecía no poder asimilarlo porque continuaba con la misma mezcla de sorpresa y ensimismamiento adornando sus facciones. —¿Pero cómo…?—dio un paso hacia atrás y trastabilló hasta caer pesadamente sobre una de las sillas que no habían sido volcadas durante la pelea. — ¿No sabes lo que es un puto Registro Civil?— dijo mordaz mi esposo—. Me sorprende que estés a punto de casarte. —Basta ya, Alex. Estaba muy ocupado absorbiendo la nueva información porque no se inmutó ante el comentario. —¿Estás bien?—el heredero de los Colbourn se centró entonces en mí, tocándome el hombro. Su rostro estaba enrojecido por la disputa y sus orbes llenas de algo similar a la preocupación. —Sí, estoy bien—respondí ofuscada, alejándome de su toque cuando lo percibí rozando el golpe en mi pómulo. 1032 —Déjame ver— tomó mi mentón entre sus dedos con decisión y lo levantó para evaluarlo; sus ojos de un claro azul, analíticos—. Se te hará un moretón. —No es nada que el maquillaje no pueda cubrir —me dejé envolver por la delicadeza de su tacto y la manera en que su pulgar acariciaba mi mentón, confortante. Cuando bajé la vista, mi hermano nos miraba como si fuéramos un show de fenómenos— algo así como un reptiliano real y viviente. —¿En serio es tu esposo?—inquirió, con un toque de esperanza porque todo esto fuera una broma. —¿Cómo así? ¿Y Jordan? No supe qué decir. —Él… Sacudió la cabeza. — No creo que apruebe todo esto. ¿Qué mierda hacían aquí? 1033 —No creo que apruebes lo que estábamos haciendo tampoco—acotó Alex, burlón. Erik le dedicó una mirada de muerte. —Leah, ¿podrías decirle a tu marido que cierre la boca, por favor? —Paren ya, los dos—tomé aire y me centré en mi hermano—. No es lo que parece. —¿No? Entonces ilumíname, porque debo estar perdiendo la razón. Acabo de escuchar que eres la señora Colbourn. Hice una mueca de exasperación. —Lo soy—confirmé y enarcó las cejas en reacción—, pero fue un error. —¿Error? —Sí, nosotros… —No quiero interrumpir el tiempo de calidad familiar del que están disfrutando, pero creo que éste no es el momento para revelaciones de telenovela— intervino mi compañero, con las manos en sus bolsillos y mirándonos a ambos—. Tú tienes una fiesta de compromiso que atender y tú tienes que 1034 volver con Jordan—la acidez tiñendo la última oración. Erik rió con cinismo, rozando la histeria. —¿Volver con Jordan? ¿Qué carajo está pasando, Leah?—me miró con exasperación y algo se removió en mi estómago. —Alex tiene razón. Te lo explicaré todo, pero no ahora. Vuelve antes de que empiecen a notar que no estás. —Yo solo venía para cambiar mi moño por una corbata, no para encontrarme esto—nos señaló a ambos, aún impresionado. Alex suspiró con cansancio. —Te veré luego, ¿de acuerdo?—habló luego de unos momentos y asentí. Por una fracción de segundo esperé a que me besara a modo de despedida, antes de percatarme de que estaba idiota si pensaba que haría ese tipo de demostraciones frente a mi hermano. Seguramente no lo soportaría y terminaría colapsando. Levantó la lámpara que había arrastrado conmigo en mi vergonzoso viaje hacia el piso y las sillas 1035 volcadas. —Sí, yo también estoy bien. Gracias por preguntar, cuñado—dijo con sarcasmo Erik levantando la mano para despedirlo. Negó al tiempo que salía por la puerta, pero pude captar el esbozo de la sonrisa que luchaba por reprimir. Erik dejó escapar el aire y su cara se contorsionó en una expresión de dolor mientras se doblaba y tocaba su costado. —¿Qué pasa? ¿Estás bien?—me puse en cuclillas frente a él, preocupada. —El chico pega duro. Quise sonreír. —Es bastante fuerte. Me miró con curiosidad. —¿Vas a decirme qué significa todo esto? —Luego—dije tocándole la rodilla e inhalando por aire—. Lo siento, no quería que te enteraras así. —¿Y tú crees que yo quería verte comiéndotelo y abrazada a él como un jodido kraken?—espetó con 1036 agriedad y sentí mi cara caliente—. Creo que tendré pesadillas toda mi vida gracias a eso. —Lo siento—repetí. —¿En qué te has metido? Me mordí el labio, dudosa y apenada. —No lo sé—respondí con sinceridad. —Usted y yo tenemos mucho de qué hablar—sus ojos filosos antes de suavizarse por el brillo travieso, una sonrisa burlona jugando en la comisura de sus labios—, señora Colbourn. Le asesté un fuerte golpe en el hombro y soltó quejido de dolor. —Cállate. Lo ayudé a arreglarse de nueva cuenta en silencio. Le cambié el moño por la corbata, percibiendo el pesar de su mirada en todo momento y acomodé su cabello para que luciera impecable. —¿Qué hacen aquí?—papá entró por el acceso que había desde el salón, frunciendo el ceño—. Tus invitados te esperan, Erik. —Lo siento, es que… 1037 —Le pedí a Leah que me ayudara a anudar la corbata—sonrió jovialmente. —Sí, eso—concordé también, nerviosa. Papá puso los ojos en blanco. —Apresúrense. Cerró la puerta tras de sí y solté el aire. Salimos del camerino de preparación y nos concentramos en nuestros respectivos acompañantes. El bullicio de la estancia provocando un latigazo de dolor en mis sienes. —¿Dónde estabas?—inquirió Jordan en cuanto llegué a su lado. —¡Leah!—Edith me echó los brazos al cuello al reparar en mí e hice una mueca al percibir los alegatos de mi adolorido cuerpo—. Jordan me dijo que estabas en el baño, pero cuando llegué estaba desierto. —Me… encontré a mi hermano de camino aquí y me pidió que lo ayudara a anudarse la corbata— expliqué segura. —¿Qué te pasó?— Jordan rozó fugazmente el golpe que tenía en el pómulo y me alejé 1038 instintivamente al percibir el dolor. —Me golpeé con la puerta del baño por accidente —mentí, esperando que no lo notara. —Qué novedad—se burló mi amiga. —Ten más cuidado la próxima vez—pidió mi novio, preocupado, besando mi mano. —Al menos tomaron la foto antes de la tragedia —dijo Edith con una sonrisa y quise sonreír también por la ironía del comentario. —No pensé que hablaras en serio con eso de venir de negro—señalé el sobrio vestido que abrazaba su cuerpo y se encogió de hombros. —Sigo llorando la pérdida. Pasé el resto de la noche charlando con ambos, permitiendo que los irreverentes comentarios de la rubia me arrancaran sonrisas involuntarias y la familiar presencia de Jordan me confortara. Atrapé a Erik taladrando a Alex en más de una ocasión, antes de girarse en mi dirección y negar con la cabeza reprobando mi actuar, pero decidí ignorarlo. Ya me enfrentaría a él mañana, o en otra ocasión si tenía suerte y Claire lo mantenía ocupado. 1039 También ubiqué a Alex en el ala este del salón, pegado a sus padres e inmerso en un círculo enorme que se moría por conseguir la atención—y el dinero — de esa maldita familia. No me miró una sola vez el resto de la noche, aunque deseé que lo hiciera en más de una ocasión, para que me transmitiera fuerzas y así poder enfrentar de pie la tempestad que sabía se avecinaba. —Entonces—pregunté recuperando respiración—, ¿no vas a decir nada? la Faltaba media hora para mediodía y estaba nublado. Un día perfecto para malas noticias. El sol se elevaba en el cielo sin calentar, porque el gélido ambiente de noviembre eliminaba toda la calidez. Erik se reclinaba sobre la silla de metal que estaba dispuesta alrededor de una de las mesitas que adornaban nuestro jardín. La suerte no había estado de mi lado—ni tampoco Claire— y había aparecido en casa a primera hora de la mañana, con la cara tan dura como una armadura, el hematoma hecho por Alex 1040 adornándola y demandando respuestas antes de que terminara de desayunar. Así que henos ahí, los únicos dos idiotas congelándose el culo en el frío metal para evitar que alguien pudiera escucharnos con tantas personas en casa. Seguía mirándome como si le hubiese confesado que lo que teníamos sobre nuestras cabezas no era el sol, sino una lámpara; aunque al menos ya había cerrado la boca. —Aún estoy tratando de asimilar la parte en la que bailaste con él, pero luego me lanzas con el hecho de que no solo huyeron de la discoteca, sino que también se tatuaron y casaron en Las Vegas. Me arrebujé calentarme. en mi enorme suéter para —¿Y ahora que ya lo asimilaste? Me fulminó y posó los dedos sobre el puente de su nariz, cerrando los ojos. Era un gesto que hacía solo cuando estaba sumamente perturbado por algo o sufriendo de un jaqueca. Su cara sugería una combinación de ambos. 1041 —Estaban borrachos hasta el culo, Leah. ¿Cómo es posible que se hayan casado así? —No lo sé—me mordí el interior de la mejilla—. Creo que Alexander le pagó al hombre del Registro Civil. Elevó tanto las cejas que pensé que iban a despegársele. —Entonces era algo que él ya tenía planeado. —También lo pensé, pero no. Créeme, ambos hemos tenido un tiempo difícil para aceptar que estamos…—la palabra casados se atascó en mi garganta—…en esta situación. Continuó observándome con incredulidad pura. Sería genial si ya pudiéramos pasar de la fase Oh por Dios, es Alexander Colbourn, ¿cómo pudiste?, a una nueva y más fácil de manejar. —¿Desde cuándo están casados? Arrugué los labios, preparándome para el sermón que me daría. —Desde hace casi cuatro meses. 1042 —¿Qué?—espetó, inclinándose tanto en la silla que pensé que iba a caerse—. ¿Has estado tanto tiempo casada con él?—asentí— ¿Por qué? La respuesta a esa interrogante era la que me ponía muy nerviosa. Mi parte racional trataba de convencer al resto de mi cerebro de que solo permanecía casada con él porque me lo había pedido, porque me necesitaba para cobrar su herencia y porque el sexo era jodidamente místico en toda la extensión de la palabra, pero no podía negar que había otras razones que me abstenían de separarme—una en particular. —Es algo complicado. Cruzó los brazos, con la expectación surcando su rostro. —El caso es que ya estamos trabajando para resolver el problema—dije para desviar su atención. —No creo que besarte con el problema ayude a solucionarlo. Puse los ojos en blanco. —Todo este tiempo pensé que lo odiabas. —No lo odio, nunca lo odié. 1043 —¿No? Porque la bofetada que le diste a los nueve años me pudo haber engañado perfectamente —sonrió divertido y me sentí avergonzada por el recuerdo—. Además, siempre lo mirabas como si fuera una cagada de perro andando. —Las cosas eran diferentes entonces. —¿En serio? Porque también quería abofetearlo cada que abría la boca en el camerino—soltó una risita—. Nunca ha sabido guardarse las cosas. Sonreí al recordar todos los comentarios irreverentes que le había escuchado decir desde que nos habíamos despertado atados al otro. —No, no tiene filtro. Me escudriñó con curiosidad. —¿Por qué te casaste con él, Leah? Me arrebujé más contra el respaldo de la silla y acomodé mi suéter buscando una excusa para formular mejor mi respuesta. —Creo que ya quedó establecido el hecho de que fue un error. —Embriagarte y follar con él por accidente es una cosa, pero tatuarte y casarte parece algo 1044 excesivo—musitó escéptico, antes de mirarme fijamente— ¿Has estado con él en más ocasiones? Okay, Erik y yo nos decíamos todo, pero eso sí era excesivo. —No creo… —No quiero saber las costumbres en la cama de tu marido, Leah—aclaró crispado—, solo quiero saber si han tenido relaciones en otra ocasión. —Sí—respondí apenada. —¿Más de una vez?—inquirió, alarmado y asentí. Sentía mi cara ardiendo. — ¿Cuántas? —¡No lo sé, Erik! ¡No llevo la maldita cuenta!— exploté y él palideció. —Eso ya no parece un error, ni tampoco un accidente. Da la impresión de que es algo más. “Ya lo sé, no necesito que me lo digas” Sus ojos se abrieron como si acabara de tener una epifanía. —¿Quieres decir que cuando llegué de Rusia y él tenía el cabello mojado ustedes estaban… estaban en 1045 tu baño?—la impresión abarcando todas sus facciones. Fue mi turno de palidecer, o de perder la respiración. —Pues… —Olvídalo, ¿sabes qué? No me respondas. No me gusta a dónde está yendo esta conversación— hizo un gesto de la mano para zanjar el tema. —Tampoco creo que te guste la respuesta. Lanzó un quejido. —Sonaste igual a él. —Convivir con Alex ha hecho que le aprenda algunas cosas—dije con orgullo. —Buenas, espero. Sonreí y me miró con dureza. —¿Y qué hay de Jordan? Todo mi buen humor se evaporó para ser reemplazado por un pesar en mi pecho. 1046 Inclinó la cabeza, perplejo. —¿Por qué no lo terminas?—preguntó sin comprender. —Porque lo amo—las palabras salieron arrebatadas, pero se sentían extrañas y fuera de lugar en mi boca y mi mente, inadecuadas. —Vaya, pues tienes una forma muy extraña de amarlo—espetó gélido y fruncí el ceño—, poniéndole los cuernos cada dos por tres. ¿Por qué no lo terminas si te gusta alguien más? Hice un mohín y permanecí inmóvil, asimilando sus palabras. ¿Por qué no terminaba a Jordan? Sabía la respuesta, pero me daba miedo afrontarla. Porque Alexander y yo éramos demasiado frágiles. Porque era más fácil el que la gente no lo supiera. Esa cosa entre nosotros ya era demasiado complicada sabiéndolo solamente él y yo; tener a más gente llenando nuestras mentes con opiniones sería inaguantable. No quería enfrentar la decepción de mis padres, ni sus sermones ni tampoco los 1047 susurros y acusaciones de mis amigos declinando mi valía por “follarme a Alex”. Y no solo porque era él, sino por todo el aspecto de follármelo, porque ni siquiera era mi novio—era mi esposo, pero solo en el ámbito legal—; no teníamos una relación propiamente y mucho menos estaba segura de que la cosa que teníamos continuaría para el día siguiente del siguiente. Era siempre una incertidumbre. Si tuviéramos algo sólido a lo que sostenerme y pelear por ello, entonces lo haría, porque no podía ignorar por más tiempo el hecho de que estaba enamorándome de él. Sin embargo, no tenía la más remota idea de qué sentía Alex por mí y, aunque pelearía por lo nuestro y por la persona en que se había convertido, no sabía si tenía el espacio para nosotros como algo lo suficientemente fuerte que resistiera lo que nuestros padres y los demás pensaran sobre ello. Cuando Erik nos descubrió, contemplé una mirada en su rostro que, de no estar tan impactada por la situación, le habría echado los brazos al cuello y confesado lo que comenzaba a sentir por él. Carajo, incluso le habría dicho a todos, solo para que no volviera a dedicarme una mirada así de dolida. 1048 Tenía miedo de muchas cosas. Como Alex terminándolo todo porque parecía que yo estaba yendo demasiado enserio con nuestra… relación. Tenía miedo de la manera en que me sentiría cuando se cansara de mí, me botara y todos supieran. La lástima, las bromas, la pesadilla de tener que contemplarlo besando a alguien más, o tratándola igual que a mí. No lo soportaría. Así que podía sonar cruel, mezquino y frívolo, pero Jordan era mi colchón; mi carta de salvación de toda esa apuesta que era Alexander. Había estado con él por años y no me parecía correcto terminarlo después de haber invertido tanto tiempo de nuestras vidas en fortalecer nuestra relación y hacerla algo perfecto. Cuando todo esto con el heredero de los Colbourn pasara, Jordan seguiría ahí, como había hecho siempre: paciente, inquebrantable y templado como la columna que me sostenía y me llenaba de certidumbre y seguridad. Así que, ¿por qué no terminaba a Jordan? Porque era mi status quo. —Porque esto con Alex es algo temporal. Una vez que se resuelva lo de nuestro… nuestra unión, terminará todo. 1049 Mi hermano me dedicó su característica mirada sagaz, esa que parecía descubrir todos los secretos que había en mi interior. —¿Segura que es algo temporal, hermanita?—sus ojos fijos en los míos. Asentí lo más convencida que pude, pero me creyó un carajo—. Te conozco como la palma de mi mano, Leah. Te conozco mejor de lo que te conoces tú y sé que te estás mintiendo. —¡No lo hago! —Leah—me cortó—. De nuevo, yo no sé por qué nuestros padres y los suyos se odian tanto, no tengo idea, pero te digo que no dejes ir al chico si es lo que quieres, y sé que te gusta porque esas miradas durante la fiesta eran muy obvias. Iba a preguntarte sobre eso hasta que… bueno, hasta que tuve una respuesta bastante ilustrativa—reí por su cara de perturbación—. Persigue lo que te haga feliz. Enarqué las cejas. —Solo quiero que seas feliz—estiró el brazo y tomó mi mano entre las suyas. —Con Jordan soy feliz. Arrugó los labios y soltó mis manos, suspirando. 1050 —¿Alguien más sabe de esto?—preguntó, dándose por vencido con mi terquedad. —Bastian, él nos está ayudando con el divorcio. —Déjame adivinar, ¿bienes mancomunados? Asentí. —Carajo—se pasó una mano por el cabello azabache—¿Y qué te ha dicho sobre eso? —No hemos tenido oportunidad de hablar, pero lo haré ahora que está aquí. —De acuerdo—movió la cabeza lentamente—, ¿y nuestros padres saben algo? —Claro que no, se morirían—repliqué impresionada—. Además, no creo que mamá esté en condiciones para recibir una noticia de ese tipo. Elevó una ceja. —¿Por qué? Me removí en la silla. —La escuché hablar con Tamara. Tuvo otra crisis hace poco. 1051 La preocupación no tardó en asaltar a mi hermano, agachando sus hombros. —Habló sobre alguien persiguiéndola—fruncí el ceño, haciendo memoria—, y mencionó que era algo por lo que ya había pasado, algo así entendí. ¿No te suena de algo? —No, salvo los episodios que tenía cuando éramos más pequeños. ¿Te dijo quién era? —Obviamente no—dije displicente—. También habló de alguien que salió recientemente de la cárcel, pero no alcancé a escuchar su nombre. ¿Sabes algo? Volvió a negar apesadumbrado. —Pero si es algo legal, papá debe tener algo en su oficina. Lo miré sorprendida. —Tienes razón. Debía hacer una visita a su estudio pronto, tal vez ahí encontraría respuestas para apaciguar la curiosidad que me carcomía. Hablar con Erik tenía siempre un efecto sanador en mí, conciliador. Extrañaba mucho tener estas 1052 conversaciones con él. Sonrió luego de un rato en el que permanecimos en silencio. —No puedo creer que te hayas casado primero. —Ay, cállate. —Siempre quisiste correr antes de aprender a caminar, Leah—sonrió con nostalgia y afecto infinito, con el moretón en su mentón moviéndose con el gesto. Sonreí también porque tenía razón, y porque no podía haber pedido a un hermano mejor. —¿Cómo te hiciste eso?—preguntó Joanne a mi hermano cuando estábamos todos en la mesa a la hora de la comida, haciendo el mismo circo de siempre. Erik me miró de manera significativa. —En el entrenamiento, hoy en la mañana— mintió. A Claire le había dicho que se lastimó con el marco de la puerta del camerino. Mi moretón, por 1053 otro lado, estaba cubierto con una pesada capa de base. —¿Entrenaste hoy?—Mark lo miró incrédulo—. La vida en tu cama debe estar muy aburrida si eso hiciste. Me ahogué con el agua, aguantando la risa. —Cierra la boca, Mark—rió Erik—. Dime algo cuando dejes de ser virgen. Joanne, su hermana, soltó una carcajada. Mark que estaba a un lado mío, lo miró estrechando los ojos. —De acuerdo—dijo el chico, posando un brazo sobre el respaldo de mi silla y acercándose peligrosamente—. Preciosa, ¿te gustaría ayudarme a ganar el privilegio de insultar a tu hermano? Reí ante su propuesta indecente, contrario a mi hermano que pareció no hacerle ninguna gracia. —Cuidado Mark, Leah ya está casada—me tensé al instante, asustada, pero Erik no dejó de sonreír. —No veo a Jordan por ningún lado, ¿tú sí, querida?—siguió el hijo de Joe con la broma. 1054 —Se veían muy bien juntos ayer—intervino su hermana al lado de Erik y frente a mí, alzando la voz para que la escuchara sobre el griterío de Zarine y Damen—. Me sorprendió verlos así de amorosos después de tanto tiempo. —Gracias—sonreí incómoda al tiempo que mi hermano daba un sorbo a su licor, poniendo los ojos en blanco. —¿Sabes qué me sorprendió a mí?—inquirió el muchacho con travesura—, que no hubieras quedado inconsciente después de los veinte shots de tequila y la botella de vodka casi vacía que te tenías en la mano. La tez morena de Joanne enrojeció, resaltando los ojos claros que compartía con Madison, su madre. —¡Cállate!—lo amenazó con el tenedor y él soltó una risotada que yo acompañé. —No hubo mayor sorpresa para mí que ver a la señora Colbourn—replicó Erik, deslizando una lenta sonrisa por su rostro, maliciosa y yo casi me atraganté con el jodido espárrago que intentaba comer. Olvidaba lo mucho que él amaba molestarme. 1055 —¿Agnes?—preguntó a su vez Joanne, sin comprender—¿Por qué? —Nunca esperé encontrarla ahí— dijo sin perder el gesto. “Maldito” —Es una bruja—Mark se sacudió como si tuviera un escalofrío. —Ella podrá ser todo lo que quieras, pero su hijo está como para comérselo—dijo la chica con ensoñación. “Con todo y la ropa” pensé abstraída. —¿Eso crees?—habló mi hermano y ella asintió, antes de centrarse en mí—¿Tú qué opinas, Leah? Quería patearlo bajo la mesa. El. Hijo. De. Puta. —Opino que… —Opino que Leah es demasiado pequeña para sus sucias conversaciones—los riñó a modo de juego Mark—. Anda niña, come tus espárragos para que crezcas fuerte y cuerda, no como estos dos enfermos. 1056 Joanne le hizo una grosería con el dedo. Estaba por protestar cuando mi celular vibró. “¿Sigues viva?” leí en la pantalla el mensaje de Alex y sonreí incluso antes de poder evitarlo. “Para tu mala suerte” respondí al instante. “Sabía que no eras tan débil como para que un simple golpe te dejara fuera de combate”. Estaba tecleando mi respuesta cuando envió otro mensaje. “Resultaste más fuerte que el ogro de tu hermano” Acompañó el mensaje con un emoji. “Mi hermano no es un ogro” “Tienes razón, no quisiera ofender a Shrek, tu hermano no es tan gracioso” Volví a soltar otra risa y me callé cuando alcé la vista, algunos pares de ojos observándome con curiosidad, Erik en especial, aunque también había en ellos reconocimiento. “¿Cómo estás tú?” “Como nuevo” “No te creo” 1057 Escuché la risa de Daphne, pero estaba demasiado concentrada en Alex para despegar la vista del móvil. “Solo tengo esto. Estoy seguro que él quedó peor” Adjuntó una imagen levantándose la camisa, la cámara colocada en un ángulo que mostraba en primer plano el feo hematoma que tenía en un costado, dejando en segundo lugar y de manera más desenfocada—pero no menos provocativa— su trabajado abdomen, marcado y tonificado por los entrenamientos, con un sendero de vello dorado marcando el camino hacia un destino que yo conocía jodidamente bien. Lo hacía a propósito para prenderme, para antojarme. Y le funcionaba muy bien al bastardo. Ya podía percibir la familiar anticipación y deseo que nacían dentro mío solo de contemplarlo. “Se ve horrible” tecleé para no evidenciarme tanto. “Eso me pasa por defender tu honor” Fruncí el ceño. 1058 Otra ola de risas inundó la mesa. Estaba por responder cuando recibí otro mensaje de Jordan. “Hola cariño, ¿cómo va tu golpe?” “Va bien, desaparecerá pronto” “¿Para mañana, tal vez?” contestó al segundo. Cerré su chat para responderle a Alex. “¿Estabas defendiendo mi honor?” sorbí de la copa antes de continuar. “Porque más bien parecía que solo querías probar a mi hermano” “No lo sé, tal vez, ¿por qué?” contesté a Jordan. “Claro, ¿cómo crees que me gané el golpe?” respondió luego de unos minutos. “Es mi culpa entonces. Supongo que tendré que pagar por eso curándote yo misma” me mordí el labio, siguiendo su juego. “Sería muy considerado de su parte, señorita McCartney. ¿Te veo mañana?” Esbocé esa sonrisa de idiota que sabía ponía siempre cuando me hablaba de esa manera. Justo cuando iba a responder que sí, llegó un mensaje de Jordan. 1059 “Mis padres quieren que vengas a cenar mañana a casa, es por algo importante” Contemplé el mensaje, perpleja y dubitativa. “¿Qué cosa?” “Lo sabrás cuando estés aquí” respondió al instante. “¿Vendrás o tienes planes?” Me debatí entre pedirle que lo pospusiéramos o aceptar, porque moría por estar con Alexander, pero sabía que no podía fallarle tantas veces a Jordan, mucho menos ahora que sospechaba de mi fidelidad. “De acuerdo, te veo mañana” Abrí el chat de Alex, la invitación a pasar el día con él brillando en la pantalla, materializada en letra mecanizada y jodidamente imposible. Tecleé mi rechazo. “Tengo planes, nos vemos después” La decepción no tardó en asentarse en mi pecho. No respondió nada luego de aquello y no supe cómo sentirme al respecto. 1060 Las imponentes puertas de roble se abrieron para recibirme y concederme la entrada a la residencia de los Pembroke. Solemne, antiguo y sobrio. Frank, el mayordomo, tomó mi gabardina una vez resbaló por mis hombros y se avocó a encaminarme por el amplio rellano hasta el recibidor, donde la familia me recibió con una enorme sonrisa, tan enorme que casi parecía irreal. Casi. Mi novio se apresuró a llegar hasta mí, besar mi mano castamente y sonreírme con esa calidez que lo caracterizaba; todo parecía tan de ensueño, tan perfecto que resultaba casi ensayado. —Te ves preciosa—susurró en voz baja para que solo yo lo escuchara. —Gracias. Permanecí a su lado al tiempo que su madre me recibía con brazos abiertos, envolviéndome con su menudo cuerpo. —Extrañábamos tenerte en casa, querida— llevaba un moño menos apretado que el que había 1061 usado en la fiesta de compromiso de mi hermano, en conjunto con un traje sastre más casual. —Leah—me saludó Abraham, haciendo una educada reverencia con la cabeza y besándome rápidamente en la mejilla. Jordan tenía las mimas facciones férreas de su padre: todo líneas duras y ángulos marcados, lo que era un verdadero contraste con la amabilidad de sus ojos, que eran los de su madre. —¿Cómo están todos en casa después de la fiesta?—preguntó el padre de mi novio para hacer conversación. —Recuperándonos—dije sonriendo un poco incómoda—. Fue bastante intensa. —Fue divina, más bien—me corrigió Regina, fijando sus ojos en mi hombro como si quisiera incendiarlo con ellos. Pronto me di cuenta que más bien quería moverlo con telequinesis, porque se apresuró a estirar el brazo y acomodó el tirante de mi vestido para que quedara recto—. Lo tenías desaliñado. —Mamá—la reprendió Jordan. —Gracias—respondí sin más. 1062 Sabía que Regina sufría de un fuerte T.O. C. y después de tantos años de relación con su hijo, ya estaba acostumbrada a sus comportamientos compulsivos e invasivos. Abraham se aclaró la garganta. —¿Les parece si pasamos al comedor? Jordan me guió con una expresión solemne en el rostro y una mano sobre mi espalda baja para ir al mismo paso. Me senté junto a él, con Abraham a la cabeza y su mujer a su derecha, alrededor de la larga mesa que resultaba excesivamente larga y decorada para una cena casual de solo cuatro personas. Pero ellos eran así. Les gustaba la opulencia y disfrutaban de los privilegios que les concedía su status social para dejarlo en claro. Eran una familia orgullosa en la misma medida que tradicionalista, impregnada de tintes conservadores y arcaicos. Por lo que sabía, el apellido de Jordan había logrado entrar en ese estrecho círculo de suntuosidad y poderío a través de la monopolización de la maquinaría en general que 1063 había hecho Abraxhas, su abuelo—cualquier cosa que tuviese que ver con mecánica o industrialización, ellos estaban relacionados con el proyecto. Eran relativamente nuevos en éste tipo de ambiente—los nuevos ricos, como papá solía llamar a las familias de la última generación que se habían forjado un nombre y por lo tanto, se movían constantemente para hacerse notar por una cosa u otra en los medios; amaban tener los reflectores sobre sí y eran bastante creativos en su búsqueda por aumentar aún más su fortuna y así estar al nivel de familias más antiguas, como los Whiteley, los Khan, nosotros o incluso los Colbourn. Mi novio era el más pequeño de tres hermanos y el que más presión recibía por parte de sus padres para sobresalir, desde que los otros dos hijos habían tomado ya el liderazgo en alguna de las plantas que habían dispuesto en varios países y se habían casado con hijas de empresarios. Yo había sido siempre bien recibida en su casa, aunque no sabía si eso era por mi persona o por mi apellido. Cualquiera que fuera la razón, nunca me importó en realidad mientras pudiera tener un cómodo noviazgo con Jordan. 1064 —¿Cómo van las cosas en la universidad?— preguntó Regina dando un sorbo a su vino blanco, que iba perfecto con el robalo a las hierbas que nos habían servido. Me limpié los labios con la servilleta antes de responder. —Muy bien, nada fuera de lo normal. —Me alegro. Ya están cerca de graduarse—sentí la tensión en Jordan, a mi lado—, el tiempo se va muy rápido, ¿no les parece? —Bastante. —Por eso siempre digo que lo mejor es aprovecharlo—sonrió de la misma forma amable—, ¿qué planes tienes para después de graduarte? Me erguí en la silla, emocionada porque mis planes después de la universidad me hacían mucha ilusión. —Planeo trabajar al menos unos años como auxiliar en alguna secretaría de comercio, tal vez en España porque tienen buenos métodos de exportación, o quizá Inglaterra, aún no estoy segura —sonreí—. Y mientras estoy allá haré una 1065 certificación en logística comercial porque el trabajo me servirá como campo de práctica. La sonrisa de Regina flaqueó y atrapé—por accidente— a Abraham dedicándole una mirada de desaprobación a su hijo. —¿Hablas de irte de Washington?—inquirió con voz tensa, la sonrisa como una calcomanía pegada a su rosto, sin emoción. Asentí. —¿Por qué no?—me encogí de hombros y tomé la mano de mi novio bajo la mesa— Jordan podría venir conmigo y buscar algún empleo allá, empezar desde cero en otro lugar. Sería emocionante, ¿no crees, cariño? —Pues… —Él no irá a ningún lado—la voz tajante de su padre reverberando en la estancia y provocando que todos los ojos se posaran en él—, tiene que administrar la matriz aquí, en su país. Se removió incómodo, soltando mi mano. Un pesado silencio absorbiéndolo todo. —¿No crees que todos esos planes son un poco… inadecuados?—intervino Regina, tiesa. 1066 Fruncí el ceño. —No, ¿por qué lo dice? —Porque haciendo tantos viajes tendrán una vida inestable y no podrán formar una familia. No puedes desaprovechar tus años más fértiles por trabajar. La miré fijamente y resistí el impulso de lanzar un quejido de incredulidad. Como dije, una familia jodidamente conservadora que solo veía a la mujer como una maldita incubadora. —Preferiría concentrarme en mí antes de pensar en hijos, en que nos desarrollemos como profesionistas los dos. Además, creo que soy perfectamente capaz de hacer las dos cosas a la vez —rebatí lo más educada que pude, porque no quería ser grosera, pero sí quería dejar en claro mi postura. Abraham lanzó un sonido que dejaba en claro su desacuerdo, su boca una fina línea y su expresión de piedra. —Lo sé querida, sé que tienes tus aspiraciones, pero tampoco puedes dejar a tu esposo y familia de lado—argumentó Regina—. El principal objetivo de una mujer es ése, darle hijos a su marido. 1067 Quería enarcar las cejas ante la ridiculez del comentario. —Mi madre hizo una carrera, se forjó un camino, es una buena médico—repliqué con orgullo, para hacerle ver que no todo tenía que reducirse al falocentrismo. —Fue bastante considerado por parte de Leo permitírselo—le lancé una mirada ofendida a Abraham—. Y para ello seguramente tuvo que renunciar a criarlos a ustedes—añadió fríamente. —Nos crió a los tres bastante bien mientras hacía su trabajo, ha estado siempre para nosotros. Miré a Jordan esperando un poco de apoyo de su parte, pero mantuvo la vista clavada en la mesa. Me sentí tan frustrada que por un momento me apené por los padres tan retrógrados que mi novio tenía. —No necesitas estar tan a la defensiva, cariño. Solo estamos diciendo lo que creemos es mejor para ustedes—habló Regina con tranquilidad—. Yo me he dedicado enteramente a mi familia, y he sido muy feliz con ello. “Yo no soy como usted” pensé con agriedad. 1068 —Entiendo, pero… —No más discusiones—sentenció el padre de Jordan poniendo una mano al frente y todos callamos al instante—. Tenemos algo más importante qué hacer que perder el tiempo en esto. Jordan, ¿le has dicho ya? —No he tenido oportunidad—habló por fin y lo escruté confundida. Su padre puso los ojos en blanco. —Después de la cena iremos a mi estudio, Leah. —¿A qué?—fruncí el ceño, perdida. —Ya lo verás. Jordan apretó mi mano y me lanzó una de sus confortantes sonrisas que no alcanzó sus ojos. Lo conocía muy bien y sabía que algo lo molestaba, pero no tenía idea de lo que era. No me quedaba más que esperar y ver. Abraham puso el montón de hojas frente a mí y me tendió una pluma fuente. 1069 —¿Qué es esto? Miré primero a Jordan, que permanecía de pie junto a la acolchada silla donde yo estaba sentada y después a su padre, que se posaba como todo un rey tras el escritorio. —Es un contrato prenupcial. Volví a escudriñar a Jordan para que me dijera qué carajo estaba pasando, pero su expresión era impasible. —¿No creen que esto es un poco… excesivo y apresurado?—balbuceé, desesperada por encontrar una excusa y salir de ahí—. Es decir, aún faltan un par de años para que… —Es solo preventivo—explicó Abraham—. Es verdad que faltan algunos años para que contraigan matrimonio, pero si de todas formas van a casarse, el papeleo y los contratos son algo inevitable, así que, ¿por qué no empezar con el tedioso proceso de una vez? Seguía sin poder parpadear de la impresión. —¿No debería estar presente mi abogado para esto? Abraham se encogió de hombros, indiferente. 1070 —Puedes leerlo tú misma, no es nada lesivo ni fuera de lo normal, solo lo necesario para una indemnización en caso de perjuicios y sentar las bases y lineamientos del matrimonio. —Pero… —Me imagino que estás consciente de que no son cualquier par y hay mucho dinero y acciones sobre la mesa. No tomar precauciones sería un mal movimiento. —¿Tengo que firmarlo ahora?—asintió con decisión—. ¿No puedo consultarlo con un abogado primero? —¿No confías en nosotros, querida?—se inclinó sobre el escritorio y me sentí incómoda al instante —. Seremos familia tarde o temprano igual. Pasé saliva, porque la boca se me había secado. Necesitaba tiempo para pensar y analizar las repercusiones. —Jordan, ¿podemos hablar un momento?—casi le supliqué y él asintió vacilante. Necesitaba salir con urgencia, sentía como si estuviera asfixiándome. 1071 Llegamos hasta el balcón que estaba junto al estudio y ofrecía una bonita vista de su jardín frontal, oscurecido por la penumbra. El aire frío se clavó en mi piel como un centenar de agujas, pero lo agradecí, porque me permitió espabilarme. —¿Qué autoridad. está pasando?—exigí saber con Él se balanceó sobre sus talones con las manos en los bolsillos. —Dime algo, Dios. No sé qué demonios pasa— insistí, al borde de un colapso por la situación— ¿Por qué tu padre quiere de pronto que firme un contrato prenupcial? —Ya te lo dijo—habló por fin—, por precaución. —¿Precaución? ¿Cree que voy a robarte tu fortuna o algo así? No soy ninguna oportunista— espeté, ofendida porque me tuvieran en ese concepto. —No es eso, me han estado presionando para que formalicemos—confesó, negando—. Les he dicho que aún es demasiado pronto, pero supongo que solo quieren comenzar con el proceso legal de una vez. 1072 —Es demasiado pronto, aún no sé… —¿No sabes qué?—alzó la cabeza de golpe— ¿No sabes si quieres estar más conmigo? “De hecho” respondió mi consciencia, pero disipé el pensamiento. —No, no es eso. —¿Entonces por qué no simplemente firmas y ya está? Si al final nos casaremos, ¿por qué es tanto problema para ti? —Es muy pronto—repetí, asustada. Frunció el ceño. Sus oscureciéndose con la duda. claros ojos miel —¿Le tienes miedo al compromiso, Leah? ¿Es eso? Paseé mi vista por el jardín que teníamos debajo, una excusa para ganar tiempo y ordenar mis pensamientos dentro de mi alterada mente. Volví en sí cuando sentí su tacto en mi mentón, tierno y delicado, como si tuviera miedo de romperme y lo contemplé. 1073 Conocía su rostro de memoria: cada línea, cada curva y cada gesto. Los ojos de él eran igual que la miel cuando más espesa y el color de sus orbes encajaba a la perfección con su personalidad, con todo lo que él era: dulce y agradable en todo lugar, en todo momento, constantes. Y no tenía idea de por qué, pero pensé a su vez que el color de los ojos de Alexander también lo representaban, fluctuantes como él: a veces claros como el mar en calma o azul oscuro, eléctrico, reflejando todo el voltaje que escondían detrás. —¿Estás teniendo dudas sobre nosotros?— preguntó con cautela. —No—mentí. Acarició mi pómulo con el pulgar y pensé que iba a besarme, pero no lo hizo. —Entonces firma, Leah. No es nada malo, puedes confiar en mí—me aseguró—. Y créeme, me ayudarías a quitarme a mis padres de encima. Arrugué los labios, aún sin estar convencida. —Confía en mí—repitió y entonces, me besó. Deliberado, considerado y lleno de tanto afecto que no supe qué hacer con él, porque sentía que no 1074 le correspondía con la suficiente emoción. Era gracioso, como la mayoría de la gente creía que por poseer dinero tenías el poder para hacer lo que te viniera en gana. Lo cierto era que, para conseguir el poder debías renunciar a la voluntad y rendirte ante el deber. Dejar en segundo plano tus deseos y cumplir los de los demás, porque así se definía tu valía. La mano me punzó cuando estampé la firma en la última hoja del contrato prenupcial. —Buena elección aceptar el compromiso, querida —sonrió Abraham, un gesto que resultaba perturbador en él—, y bienvenida a la familia Pembroke. Miré a Jordan, que me sonrió también tratando de transmitirme seguridad y quise corresponderle, aunque el vacío en mi pecho y las alarmas en mi mente por la falta de certidumbre me impidieron hacerlo. Apreté su mano, sin tener idea de en qué me había metido. 1075 ¡Feliz miércoles! Primer capítulo del 2020. Cuéntenme sus teorías. ¿Qué creen que pase en el siguiente capítulo? El próximo irá dedicado a quien más se acerque con su predicción. Disfruten. Con amor, KayurkaR. 1076 Capítulo 25: El fruto de la discordia. Alexander Tic. Tac. Tic. Tac. El sonido del enorme reloj que se asentaba sobre la pared de la sala de juntas estaba exasperándome. Ensordeciéndome. El tiempo no estaba a mi favor. Ignoré el ruido del reloj y me centré en Emil, el ejecutivo comercial que llevaba cuarenta minutos balbuceando sobre tácticas de incremento de flujos. La silla de mi padre era la cabeza de la larga y pulcra mesa de cristal dispuesta en la sobria sala de juntas. Había ocho sillas más alrededor, cuatro de cada lado y actualmente ocupadas con hombres seguramente igual de aburridos que yo. Odiaba esas jodidas reuniones. Tic. Tac. Tic. Tac. ¿Por qué el tiempo parecía transcurrir más lento cuánto más deseabas abandonar algo? 1077 Hollard tosió por enésima vez y estuve a punto de abandonar la sala para evitar una tragedia—como darle un puñetazo para que cerrara la boca y dejara de una maldita vez de toser. Estreché los ojos y me centré en el montón de papeleo que tenía delante. Hacía una hora y media que yo ya sabía cómo resolver el puto problema que nos había arrastrado a todos a convocar esta asamblea, pero no había tenido oportunidad de hablar porque los lameculos—perdón, ejecutivos— aquí reunidos, querían sus cinco minutos de protagonismo para demostrarle a los demás quién era más capaz y más digno, quién podría caerme más en gracia. “Ninguno” pensé con diversión al tiempo que reprimía una sonrisa burlona. Tal vez habrían tenido alguna posibilidad si no hicieran tan jodidamente larga la reunión. Yo sabía una mierda sobre leyes aduaneras, o mercadotecnia o concesiones. Lo único que conocía eran números; números, estadísticas y planes comerciales basados en hechos matemáticos. Tic. Tac. 1078 Jodido reloj. La próxima vez que mi padre me pidiera que lo representara de última hora en una junta, primero mandaría retirar ese artefacto del demonio. ¿Tendría que soportar esta exasperación cada vez que asistiera a una junta? Probablemente sí. Papá me había forzado a asistir a sus reuniones desde los diez años. Había gastado la mayor parte de mi infancia observando y aprendiendo todo sobre nuestra empresa. Acudí a todas las asambleas; me senté y escuché pacientemente todas las ideas que venían de los miembros, y desde que tenía una facilidad enorme para los números, había deducido hechos, estadísticas y estrategias de cada una de las otras compañías sin problema. Como el único heredero, era imprescindible que yo estuviera preparado para ser la cabeza del negocio cuando él decidiera renunciar—u ocurriera algo peor. Había visto estas salas un centenar de veces: aquí, en Inglaterra, en China, en Alemania, en España y un montón de países más. Las había contemplado en sus mejores momentos, siendo el 1079 recinto de risas y bromas, y también en sus peores, donde los gritos e insultos inundaban la estancia. Había escuchado la voz de personas furiosas que se atrevían a discrepar con mi padre, personas que se atrevían a desafiar su poder. Suspiré, hastiado. —…y es por ello que resalto las inconsistencias del plan de negocios, porque la tasa de intereses no presenta las variaciones que la junta monetaria pronosticó para este ciclo fiscal—terminó por fin Emil, el representante de la otra empresa con la que buscábamos firmar un contrato. —Y si el plan contempla exportaciones y aumento de flujos, mantener la tasa fija representaría un desfase a partir del tercer mes de producción—lo apoyó el señor Raynolds, su colega y el encargado de finanzas. —Pero el cambio del dol… —Lo de los desfases se puede arreglar fácilmente —interrumpí a Harry, el financiero de nuestras industrias. Estaba harto de estar ahí—. Se cubriría el presupuesto dejando la tasa de interés fija al siete por ciento y así prever las variaciones en la moneda que se presenten durante este ejercicio fiscal. 1080 Todos se callaron al instante y me observaron con atención, mientras yo seguía igual de aburrido. Tanto escepticismo para firmar el contrato con la otra compañía era exagerado. Su ingeniero en finanzas parecía un poco lento y si no sabía sumar dos más dos, no era mi problema. —Joven Colbourn, está adicionando tres puntos sobre el comportamiento del dólar con esa proyección—insistió Raynolds—. El margen es del uno punto tres por ciento. Enarqué las cejas e hice los cálculos dentro de mi cabeza. Me incliné hacia adelante y entrelacé mis manos, mirándolo con dureza. —Como encargado de los recursos monetarios, debería saber que el margen resultante es del punto setenta y siete por ciento y por lo tanto, el comportamiento del dólar no es impedimento para el desarrollo del plan de negocios—lo corregí, seguro y sus pequeños ojos me miraron de vuelta pasmados —. Si usted no es capaz de proyectar eso, no sé qué hace en ese puesto. Algunos de los ejecutivos de papá se dedicaron miradas incómodas, pero no dijeron palabra alguna; ya me conocían. 1081 El aludido se removió en la silla y agachó la cabeza para verificar en su calculadora las cifras que había ofrecido. —Ahora, aclarado el punto y resuelto el problema, deberíamos proceder a cerrar el contrato —propuse, listo para salir de ahí en cuanto estampara mi firma en todas las hojas. Emil se acomodó el saco, dubitativo. —De acuerdo—accedió titubeante luego de unos momentos, aún tratando de asimilar lo que le había dicho. Por. Fin. ¿Tan complicado era hacer eso? Deshice el nudo de la corbata cuando la reunión terminó y me masajeé el cuello. Me sentía exhausto y tenso, como si tuviera mi mente atiborrada con un montón de cosas innecesarias. Esbocé una media sonrisa cuando una idea brotó de la nada. Tal vez Leah estaría disponible para ayudarme a liberar un poco de tensión; se le daba maravillosamente bien. 1082 Era un poco desconcertante—aterrador incluso —, la manera en que esa chica podía vaciar mi mente de todo pensamiento, hasta que lo único para lo que tuviera cabida fuera ella; hasta que su presencia consumía todo a su paso. Ella y su magnificencia en el sexo. Algo que en definitiva iba a extrañar cuando nos divorciáramos. Aunque podía ser que también extrañara otras cosas. Me detuve cuando comencé a escribirle un mensaje, reconsiderando mi plan. No nos habíamos visto ni hablado desde el incidente con su hermano y, aunque la había invitado a pasar el día conmigo después de eso, supuse que el rechazo de la invitación era una clara señal de que quería mantener una distancia prudente hasta que las cosas se tranquilizaran. O tal vez quería terminar esto de una vez por todas a causa de Erik y el peligro que representaba que él lo supiera. Gruñí con frustración ante la perspectiva. Sería una lástima en verdad; Leah se había convertido en mi boleto de escape favorito, era un antídoto excelente para dejar de pensar en cosas que me 1083 asediaban sin tregua. Además, era la única capaz de lidiar con todas mis emociones vertiginosas y tranquilizarme. Tenía una facilidad desorbitante para hacerme sentir bien. ¿Pero saben qué era lo peor? Lo peor era que había dejado de considerar nuestra unión un error para empezar a mirarla cada vez más como un acierto, como algo bueno. Había algo en Leah que me atraía, me empujaba hacia ella como la fuerza de la gravedad a todos los objetos, hasta que me encontraba girando en torno a su órbita. Me hacía percibir cosas que ni siquiera quería nombrar, porque entonces tendrían un significado y representarían algo, les otorgaría importancia. Y no sabía si quería o debería llegar hasta ese punto, a ese nivel en nuestra incierta relación. —Tu padre envía sus felicitaciones por la firma del contrato—la voz de Charlotte me regresó a la Tierra. Bloqueé el celular y metí las manos en los bolsillos. 1084 —¿Ahora tendré que mantener las conversaciones con papá a través de ti también? Sus ojos claros brillaron con algo similar a la diversión. Se ajustó las gafas, que completaban el juego de la sexy secretaría. —Si así lo deseas—respondió sin perder la seguridad. Resoplé. —¿Cómo es que te dejó venir hasta acá? ¿Quién le sirve el té cuando tú no estás? Se encogió de hombros con indiferencia, el cabello caoba cayendo sobre ellos. —Otra secretaría. —¿Y no te da miedo que se lo sirva mejor que tú?—me burlé. —Nadie se lo sirve mejor que yo—contestó con determinación, captando ágilmente el doble sentido de mis palabras. Solté una risita. Charlotte era la amante de mi padre desde hacía al menos diez años y sin duda, la que más había durado en el puesto. Incluso siéndolo, 1085 el hecho de que tuviera ese título nunca me impidió llevar una buena relación con ella. Tenía el paquete completo para ser la amante ideal: era alta, esbelta y todo estaba en su lugar; tenía una determinación de miedo, ingenio agudo y una habilidad de organización aún más impresionante. Hasta cierto punto, Charlotte compartía muchos rasgos con mamá, aunque tendría que estar loco para decirlo; se odiaban a muerte. Tanto que mi madre obligó a papá a hacerse una vasectomía cuando se enteró de su estrecha relación laboral. —Como digas—le di la espalda dispuesto a salir del edificio, cuando volvió a detenerme. —Tengo algo para ti de parte de Byron— mencionó y me giré a tiempo para atrapar las llaves que me había lanzado. —¿Qué es esto?—pregunté curioso al contemplar el llavero. —Un regalo, por tu buen trabajo—sonrió—, aunque también iba a ser uno de consolación en caso de que no resultara el negocio. —Déjame adivinar, ¿otro auto? 1086 —Creo que será mejor que canceles al chófer. Negué con la cabeza. Increíble cómo podía tomarse el tiempo para elegir un auto pero no para hablarme personalmente. —No lo quiero, quédatelo. —Ya tengo el mío, gracias—y volvió a centrarse en la tablet que tenía sobre las manos. Claro que ella tendría el suyo. —También he enviado información a tu correo. —¿Sobre qué?—inquirí con cansancio. —Una maestría en administración en Oxford. Tu padre dice que… Rodé los ojos. —Dale un beso de mi parte—me acomodé el saco sobre el hombro y abandoné el lugar. —El juego de fin de temporada está cerca—habló el entrenador yendo de un lado a otro, mientras permanecíamos sentados sobre la banca, sudados, sucios y exhaustos—, ¿saben qué significa eso? 1087 “¿Maltratos inhumanos disfrazados de entrenamientos?” pensé con ironía, sosteniendo el casco entre mis manos. —Significa que tienen que dejar de jugar como si fueran inválidos y comenzar a correr como si supieran para qué sirven esas piernas que tienen— respondió con voz grave y expresión severa—. Noah, como capitán del equipo, es tu responsabilidad que estos zánganos inútiles den el cien por ciento. —Sí, señor—respondió rígido el ingrato. —Doblaremos las horas de entrenamiento— sentenció y maldije para mis adentros. “A ese paso, sí que vamos a quedar inválidos” Las protestas y quejas no tardaron en elevarse, con Ethan siendo la cabeza de la huelga. Claro que el idiota no estaría dispuesto a perder horas valiosas de ligue por entrenar. —Cierren la boca, señoritas. Si quieren que los escuche, dejen un escrito en el buzón de quejas y sugerencias. —¿Dónde está el buzón?—preguntó Daniels, el guardián ofensivo del equipo. 1088 —¡En mi culo, Daniels!—vociferó el head coach —¡Puedes dejar el escrito cuando quieras! El chico quedó pasmado por la contestación y todos soltamos una carcajada. —Te pediría que usaras la cabeza en el juego, pero creo que es mucho pedir, así que solo concéntrate en cuidar a Noah—negó el coach con los labios apretados y luciendo tan intimidante como un oso pardo sobre sus dos patas. —Creo que Daniels está a punto de cagarse encima—susurró Ethan a mi lado y solté una risa. —Los quiero a todos listos para los entrenamientos—siguió con el mismo tono profundo y autoritario—. Y nada de drogas, no quiero otro jodido problema con el consejo estudiantil porque ustedes aspiran hasta el talco de los pies. Hubo un par de comentarios y risitas. —Ahora, ¡a las duchas! Apestan a mierda. ¡Ahora, ahora, ahora! Nos apresuramos a ponernos en pie. De no ser porque conocía la trayectoria como jugador del coach Thorne, juraría que había sido un general o teniente del ejército. 1089 Era un dolor en el culo. Me enfoqué en Ethan y en su insistente parloteo sobre una salida a un nuevo bar. Pensé en ir y divertirme un poco antes de convertirme en la maldita perra del entrenador. —¿Qué dices, Jordan? ¿Vienes o es que te han apretado la correa?—preguntó nuestro amigo. —¿Perdón?—sacudió la cabeza, sin comprender. Lucía exhausto y demacrado. —Que si vas con nosotros al nuevo bar—repetí y negó en automático. —No puedo—dijo con una cara de funeral. —¿Por qué?—inquirió Ethan. —He quedado con Grace para ayudarle con la clase del señor Robins. Su expresión de entierro cambió a una más normal ante la mención de su nombre. Elevé las cejas con curiosidad. Jordan era una buena persona por naturaleza, pero que se tomara tantas molestias en ayudar a alguien más era extraño. Incluso parecía más pegado a Grace de lo que debería un simple colega. Se sentaban juntos en 1090 clase y los había atrapado lanzándose miradas furtivas de vez en cuando. —Bueno pero, ¡hombre, anímate! ¿Qué pasa ahora? ¿Por qué esa cara? ¿Tenemos problemas con la abeja reina otra vez? —No, no—volvió a adoptar esa faceta impasible —, nada de eso. Estamos bien, más que bien de hecho. —¡Al fin!—Ethan alzó las manos al cielo mientras recorríamos el campo hasta las duchas—. Eso de prender una veladora funcionó. Puse los ojos en blanco al tiempo que una sensación de malestar se asentaba en mi estómago. No estaba de humor para que me restregara su perfecta relación con Leah en la cara. —Incluso prenupcial. hemos firmado ya un contrato Tuve que obligar a mis pies a seguir moviéndose cuando escuché lo que salió de su boca, aunque me costó horrores conseguirlo porque los sentía como plomo. Y no tenía idea de quién de los dos tenía peor cara: si él o yo. 1091 —¿Qué?—ladré, detenerme a pensar. incluso antes de poder Ambos alzaron la cabeza para mirarme perplejos. —¿Qué tiene de impresionante?—rió Jordan apenas, sin comprender mi estupefacción. —Nada, es…—mi mente estaba en blanco—… nada. —Era algo que ya veía venir—se encogió de hombros. ¿Un contrato prenupcial? Me tenía que estar jodiendo. La incómoda sensación que se había asentado sobre mi estómago se convirtió rápidamente en una llamarada, en un ardor insoportable. Apreté la mandíbula y resistí las repentinas ganas que habían nacido desde mis entrañas por romperle la nariz. ¿Por qué me sentía tan furioso? Lo que resultaba más extraño, ¿por qué Jordan tenía cara de velorio? —¡Enhorabuena!—le palmeó la espalda Ethan—. Ya sabía que serías el primero en casarte de los tres. ¿Seremos padrinos? 1092 “Por favor no” rogué para mis adentros. Se rascó la cabeza y soltó una risita incómoda. —Es… un poco pronto para decidirlo. —Es una excelente noticia, ¿a que sí, Alex? Ambos me miraron expectantes y tuve que forzar a mis cuerdas vocales a emitir palabra, porque la ira me cerraba la garganta. —Claro—dije con voz tensa. De no ser porque había firmado un contrato prenupcial con Leah, juraría que estaba engañándola, pero esa suposición ya se había ido al infierno, junto con mis posibilidades de conservarla para mí. El que ella aceptara solo quería decir una cosa: que verdaderamente quería casarse con Jordan y separarse de mí lo más pronto posible. De lo contrario, ¿por qué otra razón habría asumido el compromiso? ¡Carajo! No podía deshacerme de esa incómoda sensación que empezaba en mis tobillos y se concentraba en mi pecho. Ni siquiera quería nombrarla, me negaba a reconocerlo, no quería hacerlo. 1093 No quería reconocer que estaba jodidamente celoso. Como Leah había dicho alguna vez: tenía un fuerte complejo de hijo único y no sabía cómo compartir las cosas que quería solo para mí. Pero, ¿qué esperaba exactamente? ¿Qué ella terminara su relación de ensueño con Jordan para empezar una conmigo en secreto? No éramos ni siquiera una posibilidad. Leah y Jordan tenían historia. Nosotros solo follábamos de vez en cuando. Lo nuestro había terminado en el momento en el que Erik nos había descubierto y ella solo lo reafirmaba aceptando el compromiso. Continué caminando pensamientos. abstraído en mis No éramos ni siquiera una posibilidad. Y mientras llegábamos a los vestidores, caí en cuenta de que pese a todo el problema que representaba nuestra unión, a pesar de que éramos un desastre juntos y teníamos que trabajar mucho en nuestros temperamentos explosivos, no quería que terminara. 1094 Quería esa posibilidad. Quería que fuéramos una posibilidad. Era un tiempo terrible para ese lapso de lucidez, porque el contrato ya se había firmado, pero con un carajo si yo no tenía sentimientos hacia Leah. Los tenía, la deseaba, la quería. La quería para mí. No estaba seguro hasta qué grado o de qué manera, pero el deseo estaba ahí, tan sólido y lacerante como un cuchillo que me retorcía las entrañas. —Felicidades viejo, en serio—dijo sin más Ethan, antes de entrar en la ducha. Había un amargo sabor en darte cuenta que querías algo que no podías tener. Acomodé mi chaqueta cuando bajé del auto y emprendí mi camino por el sendero de gravilla que precedía la entrada de la casa de apuestas. En la última semana dos cosas habían ocurrido: uno, había fallado en aclarar mi situación con Leah y 1095 dos, había triunfado en ganarme una sarta de amenazas de Rick si no me presentaba en el bar. Ni siquiera las misiones de James Bond eran tan complicadas como encontrar un momento a solas con ella, así que el status de nuestra actual relación permanecía con un signo de interrogación enorme plasmado en el centro. Habíamos cruzado miradas en algunas ocasiones, pero nada más. Había analizado tanto la firma del contrato prenupcial y el sinnúmero de probabilidades que podría traer consigo que había pasado de la furia a la indiferencia. Aún me corroía por dentro, pero no había nada que pudiera hacer al respecto y prefería no desgastar mis energías en eso. Solo me quedaba esperar a que Bastian no hubiese obtenido ya el papeleo para firmar el divorcio porque aún necesitaba de la ayuda de Leah si no quería terminar tirado en un basurero. —Thomas—saludé al chico que hacía de crupier en la mesa cerca de la entrada. —Qué gusto—sonrió con sus blancos dientes contrastando en la piel aceitunada—¿Juegas hoy? —No. ¿Está Rick? 1096 —Sí, ya sabes dónde—hizo un gesto con la cabeza y me despedí palmeándole la espalda. Crucé el mar de mesas de juego que se disponían a lo largo del lugar hasta llegar al privado, donde localicé al dueño sentado en una mesa con Michael y tres hombres más. —¡Alex!—saludó con alegría Michael al verme. Dos de los hombres que compartían la mesa con él eran completos desconocidos, mientras que los ojos avellana que me miraban con un toque de atención los conocía de memoria. Louis esbozó el amago de una sonrisa que arrugó la cicatriz que le atravesaba el rostro e hizo una cordial inclinación de cabeza a modo de saludo. —Llegas justo a tiempo, príncipe—habló Rick con parsimonia—. Toma asiento. Pensé en mandarlo al carajo y exigirle que me dijera de una vez para qué me necesitaba ahí y a qué se debía tanto misterio, pero los otros dos matones sentados en torno a la madera me hicieron replanteármelo. Me senté junto a Michael y estudié a los dos extraños: uno tenía barba hirsuta y oscura, con el 1097 cuerpo de un barril. El otro era enjuto, con unos enormes círculos oscuros bajo los ojos; tenía cara de maniaco. —¿Quieres tomar algo?—preguntó cordial el anfitrión y me abstuve de emitir un comentario burlón, simplemente porque sabía que cuando Rick te ofrecía un trago era por dos posibles escenarios: o eran malas noticias o aquello iba para largo. —Estoy bien. Continúen. —Alex, te presento a Kozlov—señaló al hombre de la barba de candado—, y éste es Mendoza. A Louis ya lo conoces. Los dos primeros hicieron un gesto corto con la cabeza. —¿Para qué me necesitas aquí?—pregunté, impaciente por largarme, porque el que Louis estuviera presente luego de haberlo vaciado con dos matones de su lado, no pintaba nada bien. —Quita esa cara de susto, niño—el hombre de la cicatriz soltó una risita burlona y se cruzó de brazos, relajado—. No es nada malo en realidad. Enarqué las cejas. 1098 —Te escucho, Rick—dije ignorándolo olímpicamente, porque no podía deshacerme de la sensación de que él era malas noticias. —Siempre tan impaciente—negó y se inclinó hacia la mesa—. Te presento a estos hombres porque serán los nuevos socios de la casa de apuestas. Lo miré impresionado. ¿Desde cuándo Rick compartía sus ganancias? Era tan codicioso en la misma medida que egoísta. No podía creer lo que me decía, y mucho menos si se trataba de compartir sus ganancias con un tipo que no era de fiar como Louis. —Pero… —La casa de apuestas se extenderá a otros negocios—explicó con cautela—, y por lo tanto es necesario que cuente con más inversión y expertos en el campo. Esperaba no verme tan confundido como me sentía. —De acuerdo… ¿y dónde figuro yo en todo eso? Solo soy un jugador. Rick se rascó la grisácea barba, evaluándome con atención. 1099 —Por eso mismo, he decidido ascenderte. Lo miré sin comprender. —Tengo entendido que tienes dotes con los negocios—acotó tajante. —¿Y qué?—espeté cada vez más preocupado por el rumbo que estaba tomando la conversación. —Pretendo utilizar tus habilidades a mi favor, príncipe. ¿Qué no es obvio? Serás nuestro representante. Quería reírme por lo ridículo de la situación. ¿Qué mierda creían que eran? ¿La Asociación Civil de Ludópatas Unidos por un Mundo Mejor o qué carajo? —¿Representante de qué? ¿Vas a usarme para cobrar deudas en el bar a domicilio?—me burlé, pero a los dos matones pareció no hacerles ninguna gracia. Louis ahogó una risa. —El chico tiene ingenio, no estaría mal— secundó, dando un sorbo a su licor. Si no fuera un tipo tan raro, tal vez podría agradarme. Tal vez. 1100 —Algo por el estilo—mostró todos sus dientes en la siniestra sonrisa que me dedicó—. Michael y tú son mis peones más jóvenes, y los más hábiles y carismáticos. No tendrán problemas para cerrar tratos en grandes cantidades. —¿Tratos de qué? —De eso que todo mundo quiere—Louis se pasó la lengua por los labios y sus ojos avellana se iluminaron. Lo miré sin comprender, hasta que poco a poco, mi cerebro fue conectando la información. Drogas. Sentí cómo se me bajaba la presión. —Piénsalo, príncipe—intervino Michael ya ha tomado la oportunidad. Louis—. Miré al aludido perplejo, con una presión en el pecho. No, no, no. Esto era un límite. Rick le susurró algo al oído al hombre de la cicatriz y éste asintió en respuesta. 1101 —Caballeros, ¿les apetece una línea?—habló a los otros dos y se incorporó un momento después, seguido por ellos. Michael me palmeó el hombro antes de retirarse junto a los demás. —Pensé que lo querías lejos del bar—acoté en cuanto los perdí de vista. —Me di cuenta de que era más conveniente tener a alguien como él de mi lado—dijo con indiferencia —. Puede aportar bastante. Negué con la cabeza, incrédulo. —¿Y bien?—Rick me miró expectante—¿Qué dices? ¿Aceptas o no? —No—contesté al instante—. No pienso permitir que me uses para algo así, eso ya es demasiado, es muy arriesgado. Soltó una risita seca. —Reconsidéralo, príncipe. Podrías ganar buen dinero a cambio de hacer ese trabajito para mí. Además, ¿no te serviría de práctica para manejar la empresa de tu padre? 1102 Apreté la mandíbula, con la tensión pesando sobre mis hombros. —Estás muy drogado si crees que pienso aceptarlo—espeté hastiado. —¿Seguro? —Vete a la mierda, Rick. Soltó una carcajada y se puso en pie, rodeando la mesa hasta quedar detrás de mí. —Solo estoy siendo cortés—colocó una mano sobre mi hombro; su tacto poniéndome a la defensiva—. En realidad no tienes alternativa, niño. —Claro que la… —No—apretó su agarre en mi hombro, en una clara amenaza—. Me perteneces, Alex. Al menos hasta que liquides tu deuda, sigues trabajando para mí, sigues estando bajo mis órdenes, y si yo te digo que vayas y asesines, lo haces. Si te digo que vayas y vendas, lo haces. ¿Comprendes? No es algo que puedas elegir. Apreté los dientes sintiendo la impotencia llenarme. 1103 —¿O es que acaso quieres morir? Porque cualquiera de mis hombres puede concedértelo— dijo gélido—. Aunque sería una lástima que los Colbourn perdieran a su único heredero por idiota. Me deshice de su tacto con un movimiento brusco del hombro y me puse en pie, encarándolo. —¿Eres sordo? Porque parece que no me has escuchado. Vete. A. La. Mierda. No seré tu maldita perra—escupí furioso—. Pienso darte el dinero antes de que se te ocurra volver a amenazarme con eso y créeme, nada me alegrará más que saber que no volveré a verte. —¿Vas a pagarme?—reprimió una risa—. ¿Piensas hacerlo antes del final de esta semana? Toda la sangre pareció drenarse de mi cuerpo. —Seré claro y breve, príncipe, porque creo que eres sordo o no me has escuchado: harás lo que te diga cuando te lo diga, o de lo contrario voy a matarte, ¿comprendes?—me señaló con un dedo, sin despegar sus ojos de mí. Exhalé por la nariz para no soltarle un golpe por toda la furia que me corroía por dentro. 1104 Me sentía impotente, de manos atadas en una situación que me rebasaba sin precedentes. Por donde sea que lo mirara, mi cabeza estaba en juego y no había nada que pudiera hacer para remediarlo o evitarlo. Carajo. Me di la vuelta sin mediar palabra y comencé a andar para salir del privado. Sentía que me ahogaba ahí dentro. Choqué por accidente con Louis, que salía del cuarto junto a la puerta limpiándose la nariz y con la cara de alguien que acabara de inhalar hasta el polvo que había sobre el piso. —Lo lamento pero, ¿quieres una línea? Olvidé ofrecerte. Lo ignoré y choqué mi hombro contra el suyo al abandonar la sala. ¿En qué mierda me había metido? El resto de la semana podía definirla con dos palabras: Una. Mierda. 1105 No había podido dormir desde mi reunión con Rick, y entre el constante estrés que representaba el estar a la espera de alguna llamada suya aunado con el cansancio acumulado de los entrenamientos, no sabía qué me mataría primero. Por si fuera poco, papá no dejaba de insistir con que me mudara a Inglaterra luego de concluir la universidad para hacer un posgrado en alguna de los recintos de su elección. Y no olvidemos a mi madre, que desde el jueves había estado insistiendo como loca en que la visitara en casa el fin de semana. Era una mujer jodidamente persistente cuando se empeñaba en ello. Así que me toqué el puente de la nariz y cerré los ojos esperando que la migraña que comenzaba a percibir no terminara por matarme mientras subía las escaleras de piedra, porque entre mantener a Rick lejos de mi espalda y cumplir con mis deberes de hijo perfecto me estaba volviendo loco. —Joven Colbourn—me recibió el mayordomo e hizo una seña con la mano para permitirme la entrada—. Su madre lo espera en la sala de estar. —Gracias. 1106 Caminé a paso seguro por el amplio rellano que antecedía a las pulidas puertas de madera, mismas que no tardé en abrir para entrar en la estancia. Esa sala de estar tenía el estilo de mi madre por todas partes: minimalista pero atractiva. Mamá me sonrió desde el sillón de cuero blanco. Parecía un poco agitada y respiraba con pesadez. —Cariño—se incorporó para besarme en la mejilla—. Me alegra que hayas venido. —¿Por qué tanta insistencia? —Verás—se alejó un par de pasos sin perder una sonrisa pícara—, tengo una sorpresa para ti. “Por favor, no más sorpresas” casi hacía una rabieta por la noticia. ¿Qué me esperaba ahora?¿Qué mi madre tenía alguna enfermedad terminal? ¿Que mi abuelo había muerto? ¿Qué yo ya había perdido la cabeza? Enarqué las cejas. —¿Qué sorpresa? Mamá, no estoy de humor para sorpresas, no… Un torbellino de rojo y gris arremetió contra mí, impactando contra mi cuerpo incluso antes de que 1107 pudiera terminar la frase y privando a mis pulmones de todo oxígeno. Chilló y me tomó con más fuerza del cuello, tanto que pensé que me lo rompería. Estaba tan mareado y confundido por el movimiento brusco que no fui capaz de reaccionar o enfocar hasta que se separó de mí. Entonces la contemplé frente a mí. Sabine. Me sonrió con esa calidez suya tan característica, con sus orbes verdes brillando de la emoción. Sabine. Le rocé la mejilla solo para cerciorarme que era ella, que era real. —¿Qué? ¿No vas a decir nada? ¿Te he dejado más idiota con el golpe?—se quejó—. Por favor, pensé que estarías más feliz de ver… Fue todo lo que necesité para rodearla con mis brazos, levantarla del suelo y estrecharla contra mí hasta estar seguro de que le había roto al menos un hueso, hasta estar seguro de que me había impregnado con su aroma a lavanda que tanto me mareaba, pero que siempre extrañaba. 1108 —No puedo creer que estés aquí—dije con felicidad, sin atreverme a soltarla, incluso cuando sus carcajadas se convirtieron en protestas por lo fuerte que estaba tomándola. La dejé libre y no perdió el tiempo en llenarme la cara de besos. Coloqué mis manos sobre sus hombros, aún estupefacto porque la tuviera enfrente. No podía dejar de sonreír. Reparé en la sonrisa que resultaba tan familiar, en el rollizo cabello que había visto siempre y en su delicada figura, como toda una muñequita inglesa. —¿Así que no estás de humor para sorpresas? ¿Ni siquiera si se trata de mí? —Menos si se trata de ti—bromeé y abrió la boca con fingida indignación, dándome un golpecito en el hombro—. No estoy de humor para que me saques sustos con tu fea cara. —¡idiota!—rió—. Pero, ¿me vas a negar que no te encanta cuando lo hago? Reí. —¿Qué ¿Cómo…? haces aquí? 1109 ¿Cuándo llegaste? —Conmigo—habló Meredith, su madre, que estaba al lado de la mía—. Pero parece que te has olvidado del resto del mundo apenas la viste. Le dio un codazo a mamá a modo de broma y ambas rieron. —Meredith—le di un beso en la mejilla y permití que me abrazara. —Cada vez que te veo estás más alto, ya deja de crecer, cariño—me estrechó por los hombros contra sí. —¿Cuándo llegaron? Sabine se posó junto a mí, sin dejar de sonreír y se acomodó el suéter gris que cubría su esbelta figura. Estaba tal cual la recordaba desde la última vez que había visitado Inglaterra. —Hoy mismo—respondió Meredith—, aunque Sabine insistió en que mantuviéramos en secreto lo de nuestra visita. —Quería alegrarte un poco la vida—se estrechó contra mi brazo y sonreí. 1110 —Ya lo hiciste—besé la coronilla de su cabeza y me giré a tiempo para ver a nuestras madres intercambiar una mirada cómplice. —¿Te parece si vamos a mi estudio a tomar el té? —mi madre tomó la mano de la pelirroja, halando de ella. —Claro, dejemos que estos dos tórtolos se pongan al día—la apoyó Meredith saliendo entre risas. —Entonces, ¿dijiste que me habías extrañado?— fingió demencia y le pasé un brazo por los hombros para volver a estrecharla con cariño. —¿Cuándo dije eso? Estás alucinando. Reí. Toda la tensión acumulada por esa semana de mierda evaporándose mágicamente al tenerla cerca. —Te extrañé como no te imaginas. Aquí no hay nadie tan loca como tú que me acompañe en mis estupideces. Sus orbes verdes se iluminaron al verme. 1111 —Claro que no hay otra como yo, Alexander, por Dios—sacudió el largo cabello pelirrojo tras sus hombros y me tomó de la mano para obligarme a caminar—. ¡Ahora ven, te traje cosas que van a encantarte! No pude evitar sonreír ante su chillido de emoción infantil, porque Sabine era la única que lograba llenarme el mundo de color. Llegamos a cocina y extrajo de un enorme bolso un montón de paquetes. —Pensé que era toda una tortura estar aquí sin poder probar éstos, así que te escucho—alzó la barbilla, segura. Miré el montón de empaques de golosinas. —¿Decirte qué?—me hice el desentendido, solo para molestarla. —Ah no sé—fingió que lo consideraba—. Un “te amo, eres la mejor persona de esta tierra, gracias, gracias, muchas gracias” mientras te hincas y reconoces mi naturaleza de diosa no estaría nada mal. —No, no estaría nada mal—tomé el envoltorio de un chocolate—, ¿eres la diosa de las causas 1112 perdidas? —Ja, ja—me quitó el Caramel Egg de las manos y lo abrió—. Sé que te encantan éstas cosas y que son difíciles de encontrar en este país, así abre la boca, voy a hacerte feliz. La miré con recelo, considerando seguir el juego o quitarle la golosina para comerlo yo mismo, pero me sentía demasiado feliz de tenerla conmigo que me acerqué y dejé que me la diera en la boca, a pesar de lo íntimo de la acción. Sonrió complacida y engulló la otra mitad. —¿Por qué estás aquí? ¿No se supone que tu ciclo termina en unos meses?—pregunté luego de unos momentos. —No quiero hablar de eso—hizo un gesto con la mano y tomó su bolso mientras se acomodaba las gafas de sol—. Okay, estoy lista. —¿Para qué? —¡Para que me consientas! ¿Para qué más va a ser? Le lancé una mirada confundida. Negó y me volvió a tomar de la mano para llevarme hasta la puerta, salir por ella y bajar las 1113 escaleras de piedra a velocidad de la luz. Extrañaba su enérgica personalidad. Sabine era un torbellino en toda la extensión de la palabra. Silbó cuando llegamos al Porsche descapotable que acababan de regalarme. —Alguien se ha estado portando bien. —Cállate—dije haciendo una mueca. —Déjame adivinar, ¿un regalo de tu padre? —Ya lo conoces—dije encogiéndome hombros y entrando junto a ella. de —Te regala autos desde los trece—rió con nostalgia. —Catorce—la corregí saliendo por las enormes puertas y le di un manotazo cuando pulsó el botón para retirar el techo del auto—. ¿Qué haces? —¿Qué te parece que estoy haciendo? ¡Quiero sentir los aires contaminados de Washington! No pude evitar sonreír. —¿Estás loca? Vas a hacer que nos congelemos. 1114 —En Inglaterra no puedo tener un convertible, terminaría empapada por todo lo que llueve, así que dame este gustito, ¿si? La miré con diversión. —De acuerdo. ¿A dónde quiere que la lleve, señorita? Se acomodó para mirarme y sonrió abiertamente con su cabello rojizo alborotado batiéndose como las llamas de una fogata por el fresco aire. —Mientras sea contigo, hasta el fin del mundo si quieres. —De acuerdo—pisé el acelerador a fondo, listo para conceder su deseo. Conduje hasta el lago Mason. El sol se alzaba alto y calentaba lo suficiente para no morir congelados. También proveía al escenario de una luz perfecta para la fotografía, así que no perdí el tiempo y capturé a mi modelo favorita. 1115 Sabine había sido la primera en saber sobre mi afición por la fotografía. También fue la primera en apoyarme y mi primera modelo. A ella le había sacado las fotos más espantosas—las más desenfocadas, oscuras o difusas—, pero también unas muy buenas. A través de sus fotos podía ver cuánto había crecido y mejorado a lo largo de los años. Me encantaba capturarla porque era preciosa; su cabello rojo siempre encajaba con los colores de la naturaleza o resaltaba en lugares más minimalistas. —Extrañaba a mi fotógrafo favorito—se puso de puntillas luego de mirar las fotos y depositó un beso en mi mejilla que me hizo sonreír—. Aunque voy a cobrarte por modelar para ti. —Yo voy a cobrarte por capturarte. —Idiota. Recorrimos Georgetown, uno de los lugares más concurridos y pintorescos de Washington porque Sabine quería vivir la experiencia completa de turista, tanto que ya llevaba consigo una lista de lugares que tenía que visitar antes de irse. 1116 Y como toda buena turista, visitamos el monumento a Lincoln y el Capitolio. Fue toda una odisea caminar entre tantos turistas ansiosos por captar todo con sus celulares. Sabine compró un hotdog. Yo los odiaba, así que solo la observé comer con una botella de agua en la mano. Perdió casi todo el hotdog cuando la salchicha se le resbaló del pan. Estuve riéndome por su pérdida al menos diez minutos seguidos, hasta que me apiadé de ella y decidí comprarle un pretzel. Recorrimos la entrada del National Mall y para cuando llegamos a las calles del centro donde estaban la mayoría de los bares, me sentía exhausto. Sin embargo, obligué a mis pies a seguir caminando solo porque la cara de ilusión de Sabine valía la pena. Valía toda la pena del mundo. Mientras entrábamos a un bar de buena pinta en una de las calles más concurridas, mi celular vibró. 1117 Algo se movió en mi pecho cuando contemplé el mensaje de Leah. “¿Podemos vernos?” Mi primera reacción fue teclear un sí, porque estaría mintiendo si dijera que no me moría de ganas por verla, por besarla, por tocarla. Por estar en su presencia. Entonces miré a Sabine, que trataba de abrirse paso con su pequeño cuerpo entre el montón de gente que se congregaba en el bar y descarté cualquier posibilidad de estar con la chica capaz de desaparecer todas mis preocupaciones. “No puedo, tengo planes” Un amargo sabor a hiel se instaló en la punta de mi lengua cuando tecleé el mensaje. A este paso, nunca saldríamos del punto muerto en el que se encontraba nuestra relación. Pero no podía abandonar a Sabine, así que me sacudí la molesta sensación y me senté junto a ella en la barra. —Justo como en los viejos tiempos—dijo con felicidad alzando el caballito de tequila—. Salud por eso. 1118 —Salud por todas las veces que nos pusimos hasta el culo—dije chocándolo contra el suyo. —Espero que esta noche sea una de esas— susurró contra mi oído y un escalofrío recorrió mi columna. No perdió el tiempo en pedir otro. Y otro, y otro, y otro, y otro. Hasta que nueve caballitos de tequita puro después, entre risas y anécdotas, sentía la cabeza ligera y mareado por las luces estrambóticas y la música estridente. —¡Amo esa canción! Me arrastró hasta la pista. Estaba tan atestada que era prácticamente imposible movernos, pero a ella parecía no importarle. El alcohol corría por mi sistema y cumplía con su función, aturdiéndome y nublando mi buen juicio, como ocurría siempre que bebía de más. Todas las preocupaciones que aquejaban mi mente se perdieron entre la música, el movimiento y el licor. El ir y venir de brazos, piernas y cuerpos terminó por eliminar todo rastro de distancia entre Sabine y yo. Posó los brazos en mi cuello y me sonrió, con 1119 sus ojos verdes adquiriendo un exótico color violeta por las luces del lugar. —No tienes idea de cuánto te extrañé—mencionó sin dejar de mirarme. Y se sentía bien, el tenerla conmigo de vuelta, a alguien tan conocido y familiar. —No tienes idea de lo mucho que quería verte. Podía decir que estaba igual de ebria que yo a juzgar por su forma lenta de hablar y por sus movimientos erráticos, pero yo debía estar igual o peor, porque no pude analizarlo más tiempo. Y tal vez estaba demasiado ebrio para pensar mejor las cosas, o tal vez no quería hacerlo simplemente. Tal vez solo quería sentirme bien por un momento. La tomé del mentón y la besé. Me removí en la cama cuando percibí cómo se hundía el colchón. 1120 Un horrible dolor de cabeza amenazaba con matarme. No quería abrir los ojos porque estaba seguro de que vería el rostro de nuestro Creador si lo hacía. Me acomodé del otro lado, enterrando la cara en la almohada para seguir durmiendo, hasta que mi mano tocó algo a mi lado. Otro cuerpo. No recordaba lo que había pasado ayer, pero sonreí sin poder evitarlo. Tal vez la mañana no iba a resultar tan mala como creía. Cuando abrí los párpados, mi sonrisa se desvaneció, porque los ojos que me miraban de vuelta eran verdes y no grises. La decepción pesó tanto como un bloque de concreto. Sabine me sonrió con afecto y expresión atenta. “Carajo. ¿Qué mierda hiciste?” me regañó mi consciencia. —Buenos días, dormilón—estiró el brazo para retirar el cabello de mi frente, acariciándolo con cariño—. Tenía mucho que no despertaba de esta 1121 manera. ¿Recuerdas cuando construíamos casitas con cojines y sábanas y hacíamos pijamadas ahí dentro? No pude emitir palabra. La estupefacción no me permitía ni siquiera respirar. ¿Qué carajo había hecho? La culpa me oprimía el pecho. —Tranquilo, no hicimos nada—explicó haciendo un gesto de la mano, tal vez por ver la cara de susto que tenía—, dormí en el cuarto de huéspedes pero he venido a ver si seguías respirando. Vaya fiesta que tuvimos ayer. Miré el resto de su cuerpo y me di cuenta de que estaba completamente vestida. Mi cuerpo comenzaba a relajarse cuando recordé que en mi infinita estupidez la había besado. —¿Nada pasó ayer?—mi voz salió ronca y ella negó con la cabeza—. Pero tú y yo… —Nos besamos. —Sabine, eso fue un… 1122 —No necesito que me lo digas—su expresión se ensombreció—. Sé que estuvo mal, ¿de acuerdo? Tragué saliva. Bajó la mirada, decepcionada. Permanecimos en silencio, hasta que volvió a centrarse en mí. —Alex, ¿quién es Leah? Me paralicé al instante. Estaba tan tieso como una tabla y el ritmo de mi latir aumentó en tempo. —¿Quién?—me hice el desentendido. —Ayer…—perdió la voz y carraspeó—. Ayer, luego de besarme dijiste su nombre. Mierda. ¿Podía ser peor? Me perseguía incluso en mis estados más inconscientes. —Nadie. Sabine me miró suspicaz. —No parece ser nadie si dices su nombre ebrio hasta los huevos. —No es nadie. Tal vez entendiste mal. Enarcó sus perfectas cejas. 1123 —Te conozco mejor que a mí misma, Alex. Sé que algo te pasa. —No me pasa nada, de verdad—me removí en la cama hasta quedar sobre mi espalda. Se mantuvo en silencio, esperando una respuesta y suspiré. —Solo estoy cansado, Sabine—dije con voz amortiguada—. Ya no tengo quince años. —Ay por favor, aún somos muy jóvenes— replicó, molesta—. ¿Hay algo que no me estés diciendo? Has estado actuando muy raro. La miré y caí en cuenta de que estaba verdaderamente tentado en desahogarme con ella, en contarle todo hasta que no hubiera nada que no supiera. “Sí, hay algunas cosas que no te he dicho, de hecho. ¿Dónde debería comenzar? Ah, mi padre cada vez me presiona más para que tome el frente de la empresa y me largue con él a Inglaterra, cosa que no quiero hacer pero al parecer me estoy quedando sin opciones. Además, tal parece ser que voy a convertirme en la perra de unos mafiosos para que me utilicen como se les venga en gana porque debo cinco millones de dólares a un codicioso idiota y me 1124 está ahorcando con la correa. Mi vida corre peligro si no lo obedezco y estoy a punto de meterme en la boca del lobo por ello. Y, si eso no es suficiente para que se te caigan los calzones de la impresión, Sabine querida, me casé con Leah McCartney, hemos estado follando desde hace algún tiempo y la chica me ha calado hasta los huesos, se ha quedado dentro de mi piel, aunque desearía tenerla dentro de mis pantalones. Por si fuera poco, creo que me estoy enamorando, ¿sabes? No puedo dejar de pensar en ella; quiero hablarle, quiero besarla, hacerla reír, hacerle el amor y…” —No, no hay nada que deba decirte. Sabine pasó las manos por su cabello perfectamente lacio, un gesto que viniendo de ella significaba frustración. —Bien, no me lo digas, guárdatelo, pero ten por seguro que voy a enterarme tarde o temprano, de una forma u otra. Bufé. —Dime algo que no sepa. —Okay. He estado perdidamente enamorada de ti desde los once años—fue su casual respuesta. 1125 Sabine tenía el mismo defecto que yo: no conocía los filtros. Aquella vez, el silencio duró unos buenos dos minutos. —Vaya, qué mala suerte—fue lo único que se me ocurrió. Puso los ojos en blanco. —Lo bueno es que no esperaba una declaración romántica. Me froté el rostro con las manos, hasta que volví a mirarla. —Tú no me quieres, Sabine. No deberías, al menos. Soy solo problemas. Voy a engañarte. Seré cruel, desconsiderado y grosero y me odiarás para siempre. No quieres nada de eso. No pareció afectada o impresionada por lo que le decía. —Te conozco desde los nueve años, Alex. No eres nada de eso. He visto cómo tratas a tus novias, y sé que cuando estás con alguien que amas jamás lo lastimarías, solo me dices todo esto porque no me quieres de la misma forma que yo lo hago. 1126 —Sabine… Se recargó en su codo para mirarme desde arriba. —¿Sabías que somos el sueño de nuestras madres? Ellas siempre han querido que tú y yo estemos juntos. Puse los ojos en blanco, porque tenía razón. Nuestras madres eran mejores amigas desde hacía años y siempre habían mantenido la esperanza de que Sabine y yo termináramos casados. —Tú y yo no fuimos criados para esa clase de cosas—objeté—. La gente como nosotros se une en contratos, por interés, no a través de votos de amor eterno. Tomé su mano, entrelacé mis dedos con los suyos y besé el dorso. —Te adoro, Sabine—sus ojos se iluminaron—, como mi mejor amiga. Frunció el ceño. —Creo que estás en negación. La miré sin comprender. 1127 —Creo que siempre has estado enamorado de mí pero tienes tanto miedo de arriesgar nuestra amistad que te da miedo dar ese paso. Negué con la cabeza. “Tengo miedo porque me estoy enamorando de alguien que sé que no puedo tener” —Créeme, voy a romper tu codicioso y pequeño corazón—esbocé una media sonrisa. Levantó la barbilla, dándose importancia. —¿Quién dice que soy codiciosa? La miré de manera significativa. La conocía como nadie. —No tengo nada qué ofrecerle a nadie en este momento, solo problemas—dije con agriedad. —Ya somos dos, y al menos tú tienes cosas buenas, como tus padres. Vinimos aquí porque mamá y papá ya no se soportan. Mamá entró en una etapa de depresión terrible, he abandonado mi carrera, mi hermana está muy estresada con su propio matrimonio y solo va a casa a estresarnos también—su voz estaba a punto de romperse—. No me queda nada, ¿sabes? Ni familia, ni carrera, ni estabilidad… solo te tengo a ti y lo peor es que en 1128 realidad…—sus labios temblaron, con los ojos anegados en lágrimas—, en realidad nunca te tuve en primer lugar. Estiré el brazo para acercarla y la estreché contra mí hasta que su cabeza descansó en mi pecho, abrazándola con fuerza. —Solo vinimos porque queríamos desconectarnos un poco de toda la mierda en la que estamos metidos—lanzó un sollozo y acaricié su espalda en respuesta. —No voy a decirte que todo está bien, porque eso no lo sé, pero sí puedo decirte que estaré contigo en todo el proceso, sin importar qué. Es lo que hacen los amigos, ¿no? Se deshizo de mi agarre y alzó la vista, encajando su mentón en mi pecho. —Gracias. Limpié sus lágrimas con la yema de mis dedos, hasta que ella se acercó. Pensé que iba a besarme de nuevo e iba a permitírselo si con eso lograba sentirse mejor, pero pareció pensarlo y decidió besarme en la mejilla en su lugar. —Te adoro, Alex. 1129 Entré con Sabine a la universidad el lunes siguiente simplemente porque no había dejado de insistir con querer conocerla. Así que después rechazarla un millón de veces solo para obtener el mismo resultado infructífero, decidí llevarla conmigo. Localicé a los chicos sentados en una de las mesas del centro en la cafetería y me acerqué con ella siguiéndome el paso. —¡Tendrían que haberle visto la cara!—gritó Ethan, entusiasmado contando una de sus miles anécdotas—¡Pensé que me vomitaría encima y…! Pareció notar que toda la atención se había desviado de él cuando todos se centraron en nosotros. En Sabine, más específicamente. —Pero si hola—Matt se apresuró a ponerse en pie para acercarse, con la misma expresión de un perro al ver un jugoso filete—¿No vas a presentarnos a tu acompañante? Le lancé una mirada gélida. No me gustaba que estuviera tan cerca de Sabine con sus sucias 1130 intenciones. Ella soltó una risita. —Ellos son mis amigos—hice un gesto con la mano, refiriéndome a todos en torno a la mesa—. Sara, Edith, Ethan—los señalé a cada uno y saludaron con una sonrisa, aunque estaban impresionados de que viniera acompañado, podía notarlo—. Jordan, Leah… Los ojos de la princesa McCartney me atravesaban igual que un par de dagas, duros y filosos. Por la forma tan intensa en la que estaba escrutándome con esa cara de piedra, podía jurar que quería prenderme en fuego. O ahorcarme, lo que sucediera primero. No estaba nada feliz de ver ahí a Sabine, era más que obvio. Y una parte de mí se alegraba sádicamente en comprobar que estaba celosa, porque eso significaba que le importaba. Sabine me miró con curiosidad ante la mención de Leah, pero la ignoré. —Él es Matt. 1131 Le estrechó la mano con entusiasmo, con sus ojos brillando y estuve a nada de darle un manotazo. —¿De qué acuario te han sacado, Sirenita? Soltó una carcajada. —De uno muy exótico, diría yo—respondió Ethan desde la mesa y le guiñó un ojo con coquetería. —¿Cómo te llamas?—inquirió ansioso Matt. —Ella es Sabine, mi… —Soy su prometida—dijo sin más. La cara de todos se desencajó, pero Leah, la cara de Leah no tenía precio. Estaba tan pálida que pensé que se desmayaría en ese preciso momento. ¡Buenas noches, feliz miércoles! ¿O es aún martes en su país? De cualquier forma, ¡he aquí un nuevo capítulo después de un tiempo! ¿Qué les pareció? 1132 ¿Qué les parece Sabine? ¡Déjenme sus votos comentarios! Ya saben que me hacen super feliz y me motivan mucho a seguir. Feliz lectura, disfruten. Con amor, KayurkaR. 1133 Capítulo 26: Celos. Leah No estaba segura de haber escuchado bien. Tampoco estaba segura de seguir respirando. Esperé. Un segundo, dos, tres, cinco, sin que nada pasara. Sin que Alexander dijera que todo aquello era una puta broma. Mi corazón pesó tanto que no pudo mantenerse en su lugar y cayó hasta el suelo. —Vaya… eso es… vaya—gesticuló Ethan, buscando recuperarse de la impresión y aligerar la tensión, que podía cortarse con un cuchillo. —¿Es enserio?—inquirió Sara, con ojos de nutria confundida—¿Cuándo se han comprometido? Porque la última vez vi a Alex muy juntito con… Percibí el pie de Edith moverse con rapidez para darle un pisotón bajo la mesa y callarla. La cara de Sara se compungió en una mueca de dolor pero al 1134 menos evitamos que saliera con alguna de sus imprudencias. ¿Qué era todo aquello? Parecía que jugáramos unas carreras por ver quién de los dos se jodía la vida primero y de la peor manera. La salamandra con copete soltó una risita estúpida e hizo un gesto de la mano, como si le restara importancia. —Es solo un título—se encogió de hombros sin perder la sonrisa—, pero me encanta la reacción de todos cuando lo digo, vale oro, tendrían que haberse visto—abrió mucho los ojos y la boca, imitando la expresión de susto de más de alguno. Todos soltaron una carcajada ante su ridícula perorata, Alex incluido. —Eso habla muy mal de ti—le dio un golpecito en el hombro a modo de juego. “Ni te lo imaginas” —No sé de qué hablas—respondió el cínico y procedieron a sentarse con nosotros. —Qué guardada te la tenías—acotó Matt, babeando sin dejar de escrutarla—. Una belleza como esa es para presumirla, no para esconderla. 1135 Puse los ojos en blanco. No era la gran cosa. —Deja esa mirada de degenerado sexual, vas a asustarla—se burló Jordan a mi lado. —Ush, que no te estoy mirando a ti, envidioso— aleteó las manos para alejarlo y mi novio sonrió en respuesta—¿De qué planeta viene una diosa como tú? Porque no eres de este mundo, ¿verdad? —De este mundo sí, de este continente, no— esbozó una sonrisa genuina—, soy inglesa. Reparé entonces en el acento que compartía con Alexander, aunque el de ella era mil veces más marcado. Claro que él conseguiría una muñequita inglesa. Podía percibir la mirada de Alex sobre mí, pesada y avasalladora, evaluando todas mis reacciones. Tenía que hacer esfuerzos sobrehumanos para no tener un ataque de histeria por los celos que me carcomían por dentro, retorciéndome las tripas. Respiré un par de veces cuando olvidé hacerlo por el dolor agudo que se asentaba en mi pecho y coloqué mi máscara de practicada impasibilidad. —De hecho nos conocimos allá—siguió ella, recargando su cabeza en el hombro de él y flexioné 1136 mis dedos sobre la mesa para calmar las ansias que me asaltaban por darle un golpe. ¿Me expulsarían de la universidad si la arrastraba por todo el campus de su asqueroso cabello pelirrojo? ¿Por qué mierda amaba tanto a las pelirrojas? Lo había visto a lo largo de los años con otras chicas, de todos colores y sabores, pero mayormente pelirrojas. Como la cara de avestruz de Susan. ¿Qué había de atractivo en una cara manchada de pecas y una piel pálida, sonrisa perfecta, ojos preciosos, cuerpo de infarto y…? ¡Agh! Quería hacerlo pedacitos. —Nos conocemos desde los nueve años—apuntó él, sin quitarla. ¡Sin quitarla! —Eso es muy romántico—suspiró Sara y le lancé una mirada asesina. —¿Y qué haces aquí? ¿Has venido a robarte al novio?—preguntó Jordan con diversión y alcé la vista hacia él, asustada. —Ganas no me faltan—lo miró embelesada—. En realidad he venido de vacaciones. Me encanta 1137 este país, pero estando tan lejos no tengo muchas oportunidades de visitarlo. —Sí, imagino que entre las responsabilidades y los períodos de la universidad es imposible—dijo Edith. La incomodidad ensombreció sus facciones, pero se deshizo de ella con rapidez. —Por eso le he pedido a Alex que me regale un tour por su universidad, en una de esas puede que incluso me quede a estudiar aquí. —¡Te encantaría!—canturreó mi amiga y la chica la apoyó aplaudiendo con felicidad. Mi corazón sufrió un mini infarto ante la posibilidad de tener que verle la cara todos los días. “No, no, no. Sobre mi cadáver” —¿De qué hablaban antes de que llegáramos?— preguntó mi esposo con desinterés. Edith juntó las manos en un aplauso, sumamente entusiasmada. —De los lugares a los que podríamos viajar la próxima semana—sus ojos claros se iluminaron—, y ayer, mientras miraba Gossip Girl pensé ¿por qué no 1138 hacemos un viaje a Nueva York? Como el que hicimos con Ethan a Las Vegas en su… —¡No!—gritamos Alex y yo al mismo tiempo, rotundos. Nos dedicamos una mirada llena de complicidad, pero los demás nos observaron extrañados. Ya habíamos tenido una experiencia horrible en esos viajes. Si volvíamos a hacer uno igual, seguramente terminaríamos casándonos por algún rito budista o algo peor. —Okay, okay, ya entendí—dejó caer los hombros derrotada—, solo era una idea, no tienen que arrancarme la cabeza, por Dios. —Solo a ti se te ocurre que es buena idea ir hasta el otro lado del país por un fin de semana—negó Ethan. —¿Tienes alguna idea mejor, Einstein? Por favor ilumíname. —¿Por qué no vamos a un lugar que esté cerca? La temporada de invierno ya casi empieza y tengo un espacio de un fin de semana que puedo usar cuando quiera en las cabañas de Rockport. 1139 —¿La reserva que está al norte?—intervino Alex, pensativo. Ethan asintió. —Para ese entonces, estará nevado y hay muchas cosas qué hacer. —Voy a morirme de frío—berreó Edith. —Yo te caliento—contestó con tono sugerente. —Ni en tus mejores sueños. —Con calefacción, idiota. Que tu mente sucia piense en otras cosas no es mi problema—se defendió Ethan. Todos soltamos una carcajada. —No suena mal— concedió Matt y varias voces lo apoyaron—, pero tengo entendido que suele ser difícil encontrar cabaña antes de que empiece el invierno. ¿Cómo lo conseguiste? —¿Dudas de mis capacidades?—se señaló con el pulgar, indignado—. Tengo métodos infalibles. Puse los ojos en blanco. Sus métodos infalibles eran siempre ligar con alguna pobre ingrata que era usada para un solo revolcón. 1140 —Tú también puedes venir, preciosa. Nos embellecerías el viaje—le sonrió con coquetería. —Sería estupendo—lo apoyó Matt, emocionado. —Sí, ven con nosotros. Casi abofeteé a Jordan cuando la invitó. —¡Ay, sí!—chilló Edith—. Seríamos cuatro chichas y cuatro chicos. No, no quería por nada del mundo que ella estuviera ahí. No quería que arruinara algo tan importante. —¿Qué opinas? ¿Crees que sea buena idea ir?— preguntó a Alex—, porque me encantaría. Se encogió de hombros. —Es tu decisión, pero sería genial que estuvieras ahí. Mi corazón se comprimió ante la sinceridad de su comentario y tuve que apretar los dientes para evitar que la cólera me explotara la cabeza. —Entonces me apunto—dijo al final y todos la animaron. Casi. Todos. 1141 —Leah, ¿tú qué opinas? Has estado muy callada —preguntó Sara y tardé unos momentos en registrar que me hablaba a mí, porque estaba demasiado concentrada empalando a la pelirroja como para prestarle atención a algo más. “Opino que la quiero a metros de él. Kilómetros, joder” —No lo sé, tal vez deberíamos pensar en algo más—en algo que no la incluyera a ella—, no estoy segura de que me agrade la idea. —Es un buen plan, el lugar es grande y ya tenemos hospedaje gracias al pito mágico de Ethan —argumentó Matt. —A tus órdenes—el aludido hizo un gesto con la mano. —¡Eh!—lo empujó Jordan, sonriendo. —¡Cuidado con la mercancía!—se sacudió el hombro—, que luego no podemos conseguir cabañas. —No lo sé—dije poco convencida, evitando a toda costa mirar a Alex. —Si no te gusta, no vayas—espetó la pelirroja, encogiéndose de hombros con jovialidad. 1142 —¿Perdón?—era la primera vez que le dirigía la palabra, y mi voz salió más tensa de lo que planeaba —. Claro que tengo que ir. —No están obligando a nadie, ¿o si? —Vamos por mi cumpleaños—escupí, con la sangre hirviéndome. —Y el mío—añadió Edith, alzando la mano. Edith cumplía el veintiséis de noviembre; yo al día siguiente. Por eso optábamos siempre por celebrar nuestros cumpleaños juntas. —Ay, lo siento—la salamandra se tapó la boca con la mano, apenada—, no lo sabía. —Claramente—ladré de forma despectiva, ganándome una mirada divertida de mi esposo. —¿Tu cumpleaños será ese fin de semana?—me habló por primera vez. Tardé en responderle, porque no sabía qué saldría de mi boca si no pensaba bien las cosas. La ira que sentía porque estuviera tan cerca de Sabine me rebasaba. 1143 Pareció sorprendido, pero no dijo nada más. —Entonces, ¿Rockport?—sonrió Ethan, y todos dieron el sí apresurándose a armar los planes. Sería un cumpleaños de mierda con la señorita inglesa rondando tan jodidamente cerca de mi marido. —¿Qué haces? Llevas dos horas pegada a ese aparato—inquirí cuando me harté de ver a Edith en la misma posición—. La cara del jorobado de Notre Dame ya la tienes, solo te falta la joroba, y vas por buen camino. Rió con sorna, despegando por fin los ojos del celular. —Estoy haciendo una importante, tenemos un 3312. investigación muy Dejé lo que hacía para escucharla. —¿Sobre qué? —Sobre nuestra nueva amiga, obviamente. Mi espíritu chismoso no descansará hasta saber quién es. 1144 —¿Nueva amiga? Habla por ti—dije de malhumor, percibiendo de nueva cuenta el amargo sabor a hiel en la boca. Sus ojos se inundaron con algo que no identifiqué. —Parece adecuada. —¿Para qué? —Para Alexander. Enarqué una ceja, escéptica. —¿Y qué has descubierto, mi querido y eficiente FBI?—la molesté, porque también me sentía bastante curiosa respecto a ella, aunque me negaba a reconocerlo. Encuadró los hombros, se aclaró la garganta y tomó aire, como si ese fuera su momento. —Es Sabine Crawford, tiene veintidós años. Estudia la carrera de ciencias políticas en Oxford, siguiendo los pasos de su padre, James, que tiene un alto rango en el gobierno. Crawford. Era el mismo apellido con el que nos habíamos registrado en ese feo motel. Ahora comprendía de dónde lo había sacado. 1145 —Y no vas a creer esto, pero su hermana, Emma, es la esposa de Jonathan Pierson. Mi mandíbula se aflojó y casi cayó al suelo. —No me jodas—musité impresionada—¡¿Es su cuñado?!—Edith asintió con decisión en repetidas ocasiones—. Es el hombre per-fec-to, y es tan lindo con su esposa, tienen una relación de ensueño. Adoro todo lo que suben a las redes. —Lo sé, qué mala suerte la nuestra—rió—. Bueno como decía, Sabine es vocera de fundaciones como Médecins Sans Frontières, Partners in Health y ha organizado eventos en apoyo a Mercy Corps. Si lo ha hecho para forjarse una carrera política o por simple humanidad, no tengo idea, pero ha hecho proyectos increíbles. James ha favorecido bastante al padre de Alex concediéndole grandes proyectos del gobierno y comparten algunas empresas. Le encanta leer, el té chai, el yoga y la naturaleza—siguió con voz de presentadora de comercial. Estaba verdaderamente impresionada por todo lo que había logrado a su corta edad. —Y modela—siguió, mostrándome su cuenta de Instagram—, para Alex, al menos. Le ha sacado unas fotos divinas. 1146 Me mostró su feed y deslicé el dedo, observando el montón de fotografías donde la cuenta de él aparecía etiquetada. Lucía preciosa en todas las capturas. Eso de que tenían historia no era mentira, porque las fotos aparecían en varias locaciones del mundo: Noruega, Japón, Tailandia, Italia. Londres. También tenían algunas juntos y mi corazón se comprimió al verlo tan feliz. Bloqueé el celular y se lo devolví. No soportaba contemplar todo aquello. —Es libra, lo que significa que es mil por ciento compatible con Alex—terminó y la miré con incredulidad. —Estás loca, ¿sabías? Solo tú crees en los horóscopos. Aunque internamente me pregunté qué tan compatible era yo con él. —¡Son muy importantes!—objetó con decisión —. Tú por ejemplo, no eres nada compatible con Jordan pero te sigues aferrando, sigues en negación. —¿Negación compatibles. de qué? 1147 Somos totalmente Me escudriñó por un momento y abrió la boca como si quisiera decir algo más, pero se detuvo. —Ay, Leah—suspiró—. Tanto investigar me dio sed, así que iré a la cafetería por algo. Me estoy secando. ¿Quieres algo? Negué y tomó su camino meneando sus caderas con coquetería. Volví a concentrarme en ordenar el papeleo que me había entregado la administración de la universidad, buscando desaparecer la imagen de Sabine de mi mente y con ella, el escozor que provocaba en mi estómago. Esperaba que al menos en eso el universo conspirara a mi favor. —¿Te molesta si me siento?—una voz interrumpió mi faena y cuando alcé la vista, me di cuenta de que el universo no me favorecía; no, me meaba a la cara. Sabine me sonrió de esa forma que me producía náuseas por lo genuina que parecía. “Sí, sí me molesta” —Como quieras—me encogí de hombros y me concentré en mi trabajo, esperando que se fuera si la ignoraba. 1148 —Esta universidad es enorme—se hizo una coleta alta—, y es encantadora. Cuánto más la conozco, más me gusta. Estaba recorriéndola con una chica del comité, pero ha tenido que irse. No dije nada porque mi mente solo podía pensar en insultos. —Oye, ¿puedo preguntarte algo?—inquirió con seriedad y la maldije, porque al parecer ignorarla no iba a funcionar. —Dime—contesté sin despegar la vista de mi papeleo. —¿Sabes si Alex está saliendo con alguien? Alcé la cabeza de golpe y la sorpresa me asaltó por un milisegundo. Me miró expectante. “¿Además de mí? Lo siento linda, pero no sé a cuántas más se folla tu prometido” estuve tentada a decirle. —No lo sé—dije con mi tono más indiferente—. Su vida no es asunto mío. —Oh—pareció volver a respirar y soltó una risita nerviosa.— ¿Sabes a qué hora está libre?—preguntó después. 1149 —No. —En ese caso creo que tengo tiempo. Tal vez si me voy ahora, pueda tener lista su sorpresa. Alcé la vista hacia ella, incapaz de resistir la curiosidad. —¡Ya sé! Tú podrías ayudarme a planearlo. —¿Perdón?—dije con acidez. —Creo que tienes buen gusto y podrías ayudarme con la sorpresa que quiero hacerle. Parpadeé un par de veces, incómoda. —¿Qué crees que sea más lindo? ¿Una cena en un lugar elegante, con mantel, velas y todo eso o algo más moderno y minimalista? Tal vez algo a la intemperie… Estaba que me moría por arrancarle el cabello. —Realmente quiero impresionarlo para agradecerle—sonrió con afecto—. Fue un amor conmigo el fin de semana. Fue mi guía personal, me llevó por toda la ciudad, fuimos a un bar y… No quería saber. No quería escuchar cómo habían terminado follando en su departamento seguramente. 1150 —Ya entendí—la interrumpí, con una maraña de emociones desagradables en el pecho, produciendo imágenes en mi cerebro que quería suprimir. —Lo siento si te agobio con toda mi palabrería— rió—, es solo que estoy muy feliz de estar aquí, con él. Teníamos casi un año sin vernos. “No me importa, no me importa, no me importa” repetí, buscando creérmelo. —Alex tiene una forma de hacerte sentir especial cuando está contigo, como si fueras lo único importante, y quiero regresarle el… —No tienes que explicar nada—intenté detenerla, con los celos quemándome viva. —Lo siento—soltó una risita educada— ¿Entonces? ¿Qué crees que le guste más?—insistió y yo estaba a pun