Subido por Samia Camargo

Irresistible Error - Tomó 1 y 2 Kayurk Z

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Irresistible Error. [+18] ✔
[YA A LA VENTA EN FÍSICO]
KayurkaRhea
1
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This story was first published on April 23rd, 2021, and
was last updated on January 2nd, 2023.
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2
Table of Contents
Cover
Title Page
Copyright Information
Table of Contents
Summary
Irresistible Error
ADVERTENCIA
Capítulo 1: La vie en rose.
Capítulo 2: La calma antes de la tormenta.
Capítulo 3: In vino veritas.
Capítulo 4: Rudo despertar.
Capítulo 5: El placer de recordar.
Capítulo 6: Podría ser rabia.
Capítulo 7: La manzana del Edén.
Capítulo 8: Mejor olvidarlo.
Capítulo 9: Tiempos desesperados, medidas desesperadas.
Capítulo 10: Damisela en apuros.
Capítulo 11: Bona fide.
Capítulo 12: El arte de la diplomacia.
Capítulo 13: Leah, eres un desastre.
Capítulo 14: Tregua.
Capítulo 15: Provocaciones.
Capítulo 16: Tentadoras apuestas.
Capítulo 17: Problemas sobre ruedas.
Capítulo 18: Consumado.
Capítulo 19: Conflictos.
Capítulo 20: Oops, lo hicimos de nuevo.
Capítulo 21: Cartas sobre la mesa.
Capítulo 22: Efímero paraíso.
3
Capítulo 23: Descubrimientos.
Capítulo 24: Compromiso.
Capítulo 25: El fruto de la discordia.
Capítulo 26: Celos.
Capítulo 27: Perfectamente erróneo.
Capítulo 28: Salto al vacío.
Capítulo 29: Negocios.
Capítulo 30: Juegos sucios.
Capítulo 31: Limbo.
Capítulo 32: Rostros.
Capítulo 33: Izquierda.
Capítulo 34: Bomba de tiempo.
Capítulo 35: ¿Nuevo aliado?
Capítulo 36: El traidor.
Capítulo 37: La indiscreción.
Capítulo 38: Los McCartney.
Capítulo 39: Los Colbourn.
Capítulo 40: Los Pembroke.
Capítulo 41: Mentiras sobrias, verdades ebrias.
Capítulo 42: El detonante.
Capítulo 43: Emboscada.
Capítulo 44: Revelaciones.
Capítulo 45: La dulce verdad.
Capítulo 46: El error.
Capítulo 47: Guerra fría.
Capítulo 48: Cautiva.
Capítulo 49: Aislada.
Capítulo 50: Puntos ciegos.
Capítulo 51: La lección.
Capítulo 52: Troya.
Capítulo 53: Deudas pagadas.
Capítulo 54: Caída en picada.
Capítulo 55: Cicatrices.
Capítulo 56: Retrouvaille.
4
Capítulo 57: Muros.
Especial de Halloween
Capítulo 58: Punto de quiebre.
Capítulo 59: Resiliencia.
Capítulo 60: Reparar lo irreparable.
Epílogo
AGRADECIMIENTOS
EXTRA: La elección de Alexander.
EXTRA: Vegas, darling.
EXTRA: Solo para tus ojos.
ESPECIAL 1 MILLÓN: El tres de la suerte.
EXTRA: El regalo de Leah.
EXTRA: El balance de lo imperfecto.
Extra: Marcas de guerra.
EXTRA: La debilidad del roble.
ESPECIAL 2 MILLONES: Waking up in Vegas.
ESPECIAL 3 MILLONES: The burning [Parte 1]
ESPECIAL 3 MILLONES: The burning [Parte 2]
ESPECIAL 4 MILLONES: Entonces fuimos 4. [Parte 1]
ESPECIAL 4 MILLONES: Entonces fuimos 4 [Parte 2]
ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 1]
ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 2]
ESPECIAL 5 MILLONES: Ámsterdam [Parte 3]
LOS VOTOS DE ALEXANDER
ESPECIAL DE HALLOWEEN II [Parte 1]
ESPECIAL DE HALLOWEEN II [Parte 2]
ESPECIAL DE NAVIDAD
COMUNICADO IMPORTANTE
Especial de San Valentín
Extra: El cumpleaños de Alexander [parte 1].
Extra: El cumpleaños de Alexander [parte 2]
Extra: El cumpleaños de Alexander [Parte 3].
Extra: El cumpleaños de Alexander [Parte 4]
Especial: Nuestra izquierda.
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Summary
Irresistible Error. [+18] ✔ [YA A LA VENTA EN
FÍSICO]
author KayurkaRhea
source https://www.wattpad.com/story/199245730
published April 23rd, 2021
updated January 2nd, 2023
words 764,345
chapters 92
status Complete
rating Unknown
Amigos, Complete, Erotismo, Error, Erótica, Familia,
tags
Irresistible, Newadult, Romance, Romantico, Vida
title
Description:
《C O M P L E T A》
“Había algo extraño, atrayente y oscuramente fascinante en él”
s. Amor: locura temporal curable por el matrimonio. — Ambrose
Bierce.
Lo miré junto a mí en la cama y mi corazón dio un salto al tiempo
que mi trasero pegaba contra el duro piso por la impresión.
“Oh Dios, ¿qué he hecho?” repetí una y otra vez, con un terrible
dolor lacerando mi cabeza y observando ensimismada cómo él se
removía entre las sábanas.
6
El mundo de Leah McCartney no podría ser más perfecto. Tenía
todo lo que deseaba y lo que no lograba tener a su alcance, lo
conseguía con un simple batir de sus pestañas. En su cabeza, el
resto de su vida estaba limpiamente planeado y calculado: se
casaría con Jordan, tendrían una bonita casa, un perro y serían
felices por siempre, así que, ¿qué podría salir mal?
Sin embargo, su idílica utopía se fue directo al infierno cuando
despertó un día con una terrible resaca y, peor aún, con un acta de
matrimonio que ella no recordaba haber firmado.
¿Cómo reaccionarían sus padres cuando se enteraran que se había
casado con Alexander Colbourn, el hijo de la mujer que ellos más
odiaban en el mundo? ¿Cómo tomaría su novio la noticia de que
había contraído matrimonio con alguien más? Y lo que resultaba
más desconcertante: ¿por qué había decidido Leah no terminar el
matrimonio inmediatamente?
“Una parte de mí, la parte platónica, lo deseaba. Mierda, ahora
que lo tengo, ¿qué hago?”
ADVERTENCIA ⚠: Contiene escenas de sexo (+18), lenguaje
soez, violencia.
QUEDA TOTALMENTE PROHIBIDA SU COPIA O
ADAPTACIÓN. TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.
OBRA REGISTRADA EN SAFE CREATIVE: 2101076518494
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Irresistible Error
s. Amor: locura temporal curable por el
matrimonio. — Ambrose Bierce.
Lo miré junto a mí en la cama y mi corazón dio
un salto al tiempo que mi trasero pegaba contra el
duro piso por la impresión.
“Oh Dios, ¿qué he hecho?” repetí una y otra vez,
con un terrible dolor lacerando mi cabeza y
observando ensimismada cómo él se removía entre
las sábanas.
El mundo de Leah McCartney no podría ser más
perfecto. Tenía todo lo que deseaba y lo que no
lograba tener a su alcance, lo conseguía con un
simple batir de sus pestañas. En su cabeza, el resto
de su vida estaba limpiamente planeado y calculado:
se casaría con Jordan, tendrían una bonita casa, un
perro y serían felices por siempre, así que, ¿qué
podría salir mal?
Sin embargo, su idílica utopía se fue directo al
infierno cuando despertó un día con una terrible
resaca y, peor aún, con un acta de matrimonio que
ella no recordaba haber firmado.
8
¿Cómo reaccionarían sus padres cuando se
enteraran que se había casado con Alexander
Colbourn, el hijo de la mujer que ellos más odiaban
en el mundo? ¿Cómo tomaría su novio la noticia de
que había contraído matrimonio con alguien más? Y
lo que resultaba más desconcertante: ¿por qué había
decidido Leah no terminar el matrimonio
inmediatamente?
“Una parte de mí, la parte platónica, lo deseaba.
Mierda, ahora que lo tengo, ¿qué hago?”
¡Hey! Regresé.
¿Me extrañaron? Sé que tenían siglos sin oír
de mí.
Este es un nuevo proyecto con el que
arrancaré muy pronto (antes de que me
abandone la inspiración y me tarde eones más en
escribir)
Cuéntenme, ¿qué les parece la idea? ¿Les
agrada? ¿Deberíamos tirarla a la basura y
quemarla? ¡Los leo!
Gracias por la hermosa portada
❤ la amé.
9
Con amor,
KayurkaR.
10
ADVERTENCIA
Esta historia contiene lenguaje inapropiado,
fuerte y soez, así como contenido sexual explícito.
Se recomienda discreción.
Lean bajo su propio riesgo.
Habrá ocasiones en las que se apreciarán
situaciones violentas entre los personajes y sus
relaciones; no significa que las apruebe o las
practique, simplemente que así se me ha ocurrido la
trama.
Es una historia cliché, con dos personas que
terminan juntas por muy mala-o muy buena—
suerte, así que si esperan leer algo fuera de lo
común… lo encontrarán, en parte.
Prepárense para embarcarse en un viaje divertido
al mismo tiempo que intenso en todos los sentidos y
estremecedor en todos los aspectos.
Léanla sin excitarse ni llorar, si pueden.
Sin más por el momento, ¡disfruten!
Con amor,
11
Kayurka R.
12
Capítulo 1: La vie en rose.
Leah
Las manos de Edith se sentían tibias sobre mis
mejillas y la pulsera de perlas que llevaba en la
muñeca estaba clavándose en mi piel.
Levanté el rostro y la miré con diversión,
haciendo mi mejor esfuerzo en no soltar una
carcajada por la cara de concentración tan ridícula
que mostraba: su frente profundamente ceñida, sus
labios sumamente fruncidos y sus párpados
fuertemente cerrados.
Lo mejor era el sonido de supuesta meditación
que estaba emitiendo.
—Uhmmm…
—Edith, esto no está…
—Shh—apretó con más fuerza su agarre en mi
rostro y puse los ojos en blanco, sonriendo.
—Anda ya, Buda—la molesté—. Me saldrán
raíces del trasero si sigo sentada aquí por más
tiempo.
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Edith dejó caer las manos a sus lados y me lanzó
una mirada de exasperación.
—Leah, estoy tratando de hacerte un fa-vor—se
defendió—. Tus chakras podrían estar terriblemente
desordenados y tu pobre alma en desgracia podría
terminar en el infierno.
Enarqué las cejas, sin estar en absoluto
convencida.
Mamá decía que había sacado eso de papá. Eso y
mi manía de mirar a todos los demás como si no
pudieran sumar dos más dos.
—De acuerdo, tú ganas—se rindió, al tiempo que
se acomodaba sobre el hombro la larga cabellera
clara—, pero deja de mirarme como si fuera
estúpida.
Me incorporé de un salto y le pasé el brazo por
los hombros, instándola a caminar junto a mí para
llegar al edificio principal; seguramente Jordan y los
demás estarían ya esperando por nosotras.
Una sonrisa se dibujó en mi rostro al imaginar la
cara que pondría mi novio cuando le contara que—
nuevamente— había sido el conejillo de indias de
Edith en su incansable obsesión por encontrar la
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religión perfecta que llenaría de plenitud y felicidad
su vida.
Aunque debía admitir que después de pasar por el
chamanismo y el shintoismo, el budismo no sonaba
tan mal.
—¿De qué te ríes?—preguntó mi amiga con
curiosidad—. A veces me asustan tus reacciones,
¿sabes? Eres tan rara.
—Mira quién habla—contraataqué dándole un
golpecito con mi cadera—. Pensaba en Jordan.
Ella resopló y se deshizo de mi agarre.
—Obviamente. Tu pequeño cerebro no puede
pensar en otra cosa, mononeurona.
Abrí la boca fingiendo indignación y acelerando
mis pasos para ir a la par.
—¿Perdón? Lo dices porque estás celosa. No es
mi culpa que la gran Edith Morgan no pueda
conseguir pareja.
Mi mejor amiga me asestó un golpe en el hombro
y una risa se escapó de mi garganta.
—No es que no pueda conseguir a cualquiera, es
que no quiero a cualquiera—clarificó y reí con más
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ahínco.
—Claro, lo que tú digas.
—En verdad. Los chicos de nuestra edad son tan
idiotas—recalcó con dramatismo—. Lo mejor que
podría hacer es conseguirme a alguien mayor, ya
sabes, más maduro, como un sugar daddy.
La miré a mitad de camino entre la incredulidad y
la diversión.
—¡Por Dios, Leah! No me mires como si tú
nunca lo hubieras pensado. En verdad, ¿qué se
sentirá estar con un hombre maduro, experimentado,
guapo?—sacudí la cabeza y Edith esbozó una
sonrisa maliciosa—. Ahora que lo pienso, a tu padre
los años le han asentado maravillosamente. Él sería
un perfecto sugar daddy.
—No, no. Alto ahí, loca—la amenacé deteniendo
su andar en seco con un dedo acusador—. Ni se te
ocurra. Además, mi madre te cortaría el cuello, estoy
segura.
—¿Y quién no?—clavé mis ojos en ella con
horror.
Soltó una carcajada y me dio un manotazo, al
tiempo que retomaba su camino.
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—Okay, entonces tu papi está fuera de mi
alcance.
—A mil años luz, diría yo—remarqué con
decisión.
—Bien, ¿y qué tal si me presentas tu hermano
mayor? Erik está buení…
—Ni en un millón de años—la corté, divertida—.
Además, nunca dejaría a Claire. Hasta donde yo sé,
la adora.
Edith bufó derrotada y la interrumpí de nuevo
cuando abrió la boca para decir otra estupidez.
—Y ni se te ocurra mencionar a Damen, sólo
tiene quince años—la rubia se retiró un mechón de
cabello del rostro con hastío y agachó los hombros.
—¡Leah, no es justo!—berreó— En serio, ¿qué
clase de ritual hicieron tus padres? Todos ustedes
son ridículamente…—gesticuló, tratando de
encontrar la palabra correcta dentro de su
disparatada cabeza—Atractivos.
—Es la naturaleza—dije con petulancia,
retirándome el cabello oscuro del hombro con
parsimonia, para otorgarle más dramatismo—. Se
llaman genes, por si no los conocías.
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—Si llimin ginis—me imitó con voz aguda—.
Maldita zorra presumida.
Volví a reír.
El edificio principal estaba atestado.
Edith y yo nos abrimos paso a través de un mar
de codos y piernas, pertenecientes a los estudiantes
que trataban de huir y correr a sus casas.Para ser una
de las universidades más caras del país, albergaba en
su seno a muchísimos estudiantes.
—Llegan tarde—nos reprendió Ethan mirando el
reloj en su muñeca—. Creíamos que se habían
perdido o algo así.
—Todo es culpa de Leah—Edith me señaló con
el pulgar al tiempo que se resguardaba del sol bajo el
portal de la explanada—. La abeja reina no puede
dar cinco pasos sin saludar al menos a diez personas.
—¡Tú fuiste la que se quedó charlando con Mike
por horas! Incluso estuve a punto de irme, porque
casi te abres de piernas para él en ese momento.
¿Qué pasó con tu discurso de oh-soy-demasiadobuena-para-los-chicos-menores?
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Ethan y Sara se miraron con sorpresa, y Edith
abrió la boca en su patético intento de fingir
indignación, pero sabía que se estaba divirtiendo
porque no podía contener la risa.
—¿Celosa?—dijo con suficiencia—. Tú y Jordan
llevan siglos juntos, es obvio que te aburras de estar
siempre con la misma persona.
—¡Eres una…!
Antes de que pudiera decir algo más, sentí como
alguien me rodeaba la cintura por detrás y se ceñía a
mí con fuerza.
—Hola, preciosa—la respiración de Jordan se
sintió cálida contra mi cara y envió un escalofrío por
toda mi columna. Recorrió la forma de mi oreja con
su nariz para después depositar un beso en mi sien.
Me giré entre sus brazos encarándolo y sonreí.
Sus ojos miel brillaban por la luz del sol que entraba
a través del portal en ese momento y su cabello claro
destellaba como si estuviese hecho de oro.
Era peligrosamente atractivo.
Y completamente mío.
—Te extrañé—me apoyé en las puntas de mis
pies para besarlo y me dejé envolver por la
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sensación que provocaba siempre en mí, como si
todo mi interior se llenara, como si su presencia
iluminara cada parte de mi vida.
Alguien carraspeó y nos separamos por
educación, al tiempo que volvía a colocar mi espalda
sobre su ancho pecho.
—Estamos en horario familiar, por Dios—nos
regañó Ethan, mirándome con falsa exasperación.
—Se llama envidia, amigo—Jordan entrelazó mi
mano con la suya sobre mi estómago.
—Un día de estos me provocarán un coma
diabético, lo juro—susurró Sara, siendo apoyada por
Edith, que no paraba de asentir mientras peleaba con
el envoltorio de su dona.
—Paren ya con tantas cursilerías, ¿quieren?
Necesitamos afinar los últimos detalles para el viaje
—Ethan se irguió, dándose importancia—. Nos
vamos en cuatro días y no veo sus fotos con sus
maletas hechas.
—Te juro que mi alma está allá desde que me
dijiste que iríamos—contesté levantando la mano
con entusiasmo.
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—La mía igual—Sara extrajo de su bolso su
celular y comenzó a mostrarnos varias fotografías—.
Tengo toda la ropa que usaré seleccionada e hice una
especie de itinerario de los lugares a los que quiero
ir.
Ethan la miró como si le hubiese crecido otra
cabeza.
—¿Estás loca? Yo ya hice el itinerario y por si lo
has olvidado, iremos para celebrar mi cumpleaños.
—Lo sé, pero también podemos visitar los
lugares que…
—Sara, admítelo, será un milagro si podemos
estar de pie por más de tres horas después de las
resacas matadoras que cargaremos todos los días—la
interrumpió Edith y yo asentí vigorosamente.
—Tendrán suerte si no terminan en el hospital
por una congestión alcohólica—comentó Jordan y
yo le di un codazo en el estómago.
—No te preocupes, Jord—dijo mi amiga. — Yo
la cuidaré por ti.
Mi novio soltó una profunda carcajada.
—Corrección, creo que Leah te cuidará a ti.
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Edith estaba por defenderse cuando alguien se
acercó a nuestro grupo e interrumpió la charla. Las
risas se acallaron de inmediato y el aire se sintió
repentinamente tenso cuando Alexander Colbourn
hizo acto de presencia.
Me miró por un tiempo no mayor de un segundo
y después saludó con un gesto a los demás. Todos
correspondieron, a excepción de mí.
—Ethan,
necesito
hablar
contigo—dijo
tranquilamente y mi amigo asintió, para después
disculparse y alejarse unos metros con el chico.
Siempre que él estaba con nosotros, la atmósfera
se sentía mil veces más pesada, como si trajera
consigo una vibra oscura, extraña.
No sabía cómo describir la sensación y no me
agradaba en absoluto. Sin embargo, lo cierto era que
sabía se trataba de un sentimiento compartido, pues
siempre que por un desafortunado accidente del
destino él osaba posar sus ojos en mí, su expresión
era extraña; como una mezcla de curiosidad y
repugnancia.
O tal vez era solo mi paranoia y nuestra historia
familiar, que no me permitía convivir con él como
gente normal. Aunque él también contribuía a volver
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nuestra relación más incómoda de lo que ya era
ignorándome más que a una mancha en la pared
siempre que estaba con los chicos.
¿Inmaduro? Tal
importaba? No.
vez.
¿Grosero?
Sí.
¿Me
Podía contar con los dedos de mi mano derecha
las veces que nos habíamos dirigido la palabra y
todo el tiempo terminaba siendo algo extraño y muy,
muy incómodo.
Todo lo que sabía era que… bueno, nada en
realidad. No sabía nada de él, sólo los hechos: que
era extrañamente popular, criminalmente guapo y,
según decían mis amigos y mi novio, una persona
carismática.
Ethan me daba la espalda y mientras charlaba con
Alexander, los planetas volvieron a alinearse y sus
ojos azules conectaron con los míos. Me sostuvo la
mirada por un par de segundos y de inmediato me
sentí inmersa en ese tonto juego de mira-quienresiste-más, y yo odiaba perder, así que me obligué a
no parpadear, aunque su mirada resultara mil veces
más penetrante y avasalladora que la mía. Luego
pareció rendirse, enfocándose de nuevo en mi amigo
y en su acalorada conversación.
23
Era tan…
—¿Leah?—inquirió de pronto Jordan, sacándome
de mis cavilaciones y de mi cruda batalla campal
con el hijo de Drácula.
—Perdón, ¿qué?—musité sacudiendo la cabeza,
con los ojos miel de mi novio mirándome
expectantes.
—Qué distraída estás hoy—acarició mi mejilla y
agradecí su cálido toque—. Edith decía que te vería
por la noche en la fiesta de tus padres y se ha ido
con Sara a la cafetería. Yo te comentaba que tal vez
llegaría un poco tarde.
—Ah—contesté aún dentro de mi estupor, y
parpadeé un par de veces buscando concentrarme—.
Claro, no hay problema.
—Después iremos a la fiesta de Madeleine, ¿no
es así?— sonrió y yo le correspondí entusiasmada.
—¡Por supuesto!—dije bailoteando a su
alrededor y él soltó una carcajada ronca—. Las
fiestas de papá a veces son tan mortalmente
aburridas, las odio.
—Nunca entiendo una mierda de lo que hablan,
aunque valdrá la pena si después puedo estar contigo
24
—sus ojos miel se iluminaron con devoción.
Adoraba la manera en que me miraba, como si lo
reservara sólo para mí.
—Lo sé, tampoco entiendo nada—concedí—.
Pero, después de eso podemos ir a una verdadera
fiesta.
—Eso suena mucho mejor—se acercó de nuevo,
colocando sus manos en mi cintura y acercándome
para reclamar su beso—. Debo ir a entrenar—
susurró aún cerca de mí y yo estuve a punto de hacer
un puchero.
—De acuerdo.
—Alex, ¿vamos juntos?—preguntó Jordan una
vez nos separamos.
Estaba tan abstraída en nosotros que no reparé en
que ya habían vuelto.
Clavé mis ojos en él sin disimularlo el ningún
momento, pero Alexander ni siquiera se inmutó.
—Por supuesto—dijo con una sonrisa que parecía
genuina. Se despidió de Ethan y, cuando fijó sus
orbes en mí, encuadré los hombros y crucé los
brazos, buscando dejarle en claro lo que era
evidente.
25
Pasó a mi lado como si nada y tomó su camino
junto a Jordan.
—Qué chico tan extraño, en serio—acoté una vez
estuvieron lo suficientemente lejos—. Es
insoportable, no sé cómo Jordan y tú pueden estar
cerca de él.
Ethan estaba ocupado acomodando sus rebeldes
rizos oscuros cuando hablé y enarcó una ceja en
reacción, desconcertado.
—Ni siquiera lo conoces—comentó mi amigo,
divertido—. No entiendo el porqué te desagrada si
jamás le has hablado en tu vida.
—Ni quiero hacerlo, créeme—dije encogiéndome
de hombros—. Claramente tampoco le agrado,
nunca ha hecho el esfuerzo por hablarme a pesar de
que está con ustedes la mayor parte del tiempo.
Ethan se encogió de hombros también, restándole
importancia.
— Pues te sugiero que empieces a hablarle.
— ¿Por qué?
—Irá con nosotros a Las Vegas—respondió tan
tranquilamente como si hablara del clima y no de
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convivir cinco días con el hijo de la mujer que mis
padres más odiaban en el mundo.
Pensé que los ojos se me saldrían de las cuencas.
—¿Qué?—dije demasiado perpleja como para
recordar respirar—. Ethan ¿estás loco? Si él va, ¡se
arruinará el viaje!
—Leah, este es un viaje por mi cumpleaños y él
es un amigo muy cercano, no veo porqué no puedo
invitarlo—se cruzó de brazos y me miró con
severidad.
— ¡Porque estaré incómoda todo el tiempo! Y no
disfrutaré de Las vegas, ¡Las Vegas, con un
demonio!—enfaticé, buscaba que mi voz estuviese
impregnada de convicción y autoridad, pero sólo
logré sonar como una niña caprichosa.
Ethan puso los ojos en blanco.
—Sólo ignóralo, como haces todo el tiempo.
Me sentí repentinamente molesta y pateé el piso.
Definitivamente era una niña caprichosa.
27
—Bonita foto familiar—Edith miraba un
ejemplar de la revista que nos había hecho una
sesión la semana pasada, para saber el secreto del
éxito del señor McCartney.
Rodé los ojos y di un pequeñísimo sorbo al vaso
de agua, esperando que mi maquillaje no se
arruinara.
Me coloqué a su lado y me apoyé en la barra de
nuestra cocina para observar la foto. No podía negar
que era linda, pero en definitiva detestaba tener que
cuidarme siempre las espaldas de los reporteros
como si fuesen abejas buscando la miel. Era
terriblemente molesto.
Ahora entendía a la perfección porqué papá los
odiaba tanto y solo podía concordar con él. Mis
padres se habían enterado de que tenía novio incluso
antes de que yo se los dijera y todo porque un
reportero nos había captado besándonos en un
restaurante. Eso había sido cinco años atrás y papá
todavía me reprendía por no decírselo primero.
—Lo es, pero ya estoy harta de tantas sesiones y
reportajes—dije alisando arrugas inexistentes en mi
vestido para distraerme.
28
—Es tan cansado ser famoso—se burló Edith, al
tiempo que yo le acomodaba el tirante oscuro sobre
su hombro.
—¿Qué están haciendo aquí todavía?—mi padre
apareció en la estancia de pronto, vestido con un
traje negro que se ceñía a su cuerpo perfectamente,
alto y elegante.
Mi amiga tenía razón: era tremendamente
atractivo.
—Edith—asintió a modo de reconocimiento y
ella sonrió nerviosa, con sus mejillas pintándose de
rojo inmediatamente, como toda una colegiala
idiota. Se acercó a mí y depositó un beso en mi
coronilla—. Te ves hermosa. Ambas.
—Gracias—respondió
apresuradamente
amiga, jugando con su cabello.
mi
—Deberían estar en el salón, los invitados no
tardarán en llegar.
—De acuerdo—asentí—. Pero no estaremos
mucho tiempo, recuerda que te comenté que después
iríamos a una fiesta.
Él enarcó las cejas.
29
—Dile a ese muchacho que te quiero en casa
temprano, Leah—me advirtió en ese tono autoritario
que no dejaba lugar a discusión—. Y no mucho
alcohol, sabes lo que pasa cuando…
—Sí, sí. Lo prometo—dije levantando la voz.
—Bien. ¿Has visto a tu madre?—negué y él puso
los ojos en blanco, algo que hacía mucho cuando
algo estaba relacionado con mamá—. Siempre hace
lo mismo, siempre desaparece.
Se despidió con otra inclinación y se dirigió al
salón.
Edith soltó un largo suspiro.
—Dijo que me veía hermosa—se colocó una
mano sobre el pecho, ensimismada—. Prepárate para
decirme madrastra.
Le di un golpe en el hombro.
—Prepárate para la decepción—bufé—. Es más
probable que el mundo se acabe mañana a que papá
se fije en alguien que no sea mi madre.
—Estás arruinando todos mis sueños, Leah—dijo
mi amiga con indignación y yo sacudí la cabeza,
empezando a caminar para llegar al salón.
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Entre más rápido termináramos con esto, mejor.
Cuando llegamos al salón, el lugar estaba lleno
de personas ataviadas en sus mejores trajes. Las
mujeres estaban envueltas en vestidos que parecían
demasiado caros incluso para usarlos y los hombres
lucían sobrios y formales.
Hasta cierto punto, estas fiestas me divertían,
porque desde pequeña había desarrollado ese juego
mental de contar cuántas sonrisas eran reales y
cuántas eran falsas. Con el tiempo, había aprendido
a diferenciarlas a la perfección, y sabía que la
mayoría eran una farsa.
Me parecía gracioso cómo todos se esmeraban
por lamerse el culo unos a otros, y más a mi padre.
Al parecer, ser dueño de una empresa que seguía
creciendo cada día más tenía sus beneficios, entre
ellos, no tener que ir tras nadie.
Edith se mantuvo a mi lado la mayor parte del
tiempo, principalmente porque así podía estar cerca
de Erik, mi hermano, quien no le prestaba mucha
atención, pues toda su concentración estaba en
Claire, su novia.
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Después de un rato sin que Jordan apareciera, me
acerqué a mis padres para hacerles saber que me iría
con Edith a otro lugar.
Me coloqué a su lado, pero estaban demasiado
ocupados charlando con personas que no conocía de
nada, pero que me saludaban y alababan como si
fuera la personificación de Afrodita en la Tierra.
Mi madre se reía constantemente y mi padre la
reprendía por los comentarios tan imprudentes que
ella tanto adoraba hacer y que la mayor parte del
tiempo, terminaban en carcajadas.
Admiraba que mi madre no necesitaba que
alguien más la halagara o la reconociera, porque
había sido ella quien se había construido un camino
y conocía su verdadera valía; decía lo que pensaba
sin más y se pasaba por el Arco del Triunfo todos los
comentarios falsos de los otros y, sobre todo, los
regaños de mi padre. Oh, esos más que nada.
Entre tantas risas forzadas y argumentos
ensayados de empresarios que buscaban una alianza
con
las
empresas
McCartney,
estaba
desesperándome, así que le hice una seña a papá
para informarle que mi tiempo ahí se había
terminado. Estaba por responderme—o reprenderme
— cuando alguien lo interrumpió.
32
—McCartney—saludó un hombre a su espalda y
todos fijamos la vista en él automáticamente.
La sonrisa de mis padres desapareció al instante y
fue reemplazada por un semblante impasible.
—Byron—reconoció mi padre y después fijó sus
ojos en la alta y delgada mujer, de porte altivo y
expresión férrea—. Agnes.
A su lado estaba Alexander, quien me miraba
fijamente y me sentí más que incómoda, porque
parecía estarme escrutando, como si quiera llegar a
lo más profundo de mí.
Lo miré de vuelta por un momento, sólo para
apreciarlo en traje y tuve que reconocer que se veía
bien. Demasiado bien.
Era todo ángulos y líneas duras, y el traje se ceñía
a la perfección a su trabajado cuerpo.
Desvié mi atención y me centré en nada en
particular, sólo para no parecer demasiado
interesada.
—Pensé que ya no tendríamos la dicha de verlos
—dijo mi madre con sarcasmo y Agnes bufó.
—Hay muchas cosas desagradables que no se
pueden evitar—respondió y me miró entonces. No,
33
corrección, me escaneó de pies a cabeza con
expresión agria, como si verme fuera el mayor de los
insultos.
—En eso estamos de acuerdo—volvió a decir
mamá y caí en cuenta de que Alexander, su hijo,
compartía con ella muchos rasgos; entre ellos, los
profundos ojos azules y su piel nívea, ligeramente
bronceada.
El hombre carraspeó.
—McCartney, necesito discutir algunas cosas
contigo.
Mi padre asintió y se alejaron de la sala.
Mi madre y la mujer se miraron con recelo por
segundos que parecieron años y la atmósfera se
sintió cada vez más cargada.
No tenía ni la más remota idea de qué era lo que
había sucedido entre ellos, ni tampoco tenía
esperanzas de que mis padres me lo contaran alguna
vez, porque siempre cambiaban de tema cuando a
Erik o a mí se nos ocurría preguntar, así que
simplemente asumimos que no se agradaban solo
porque sí.
34
Me rasqué el cráneo, nerviosa y me despedí con
una rápida inclinación.
Podía sentir los ojos de Alexander pegados en mi
espalda, pero lo ignoré, porque él ya me
desconcertaba lo suficiente.
Su imagen imponente y elegante se quedó
impresa en lo más profundo de mi mente, incluso
aunque quise apartarla llenándola con un millón de
cosas banales.
Permaneció anclada a mí cabeza durante esa
noche y mil más.
¡Arrancamos con un nuevo proyecto mis
niños!
El primer capítulo es para conocer un poquito
más la vida color rosa de Leah, la chica que tiene
una vida perfecta antes de que todo se vaya al
carajo.
Cuéntenme, ¿qué les pareció?
Con amor,
KayurkaR.
35
Capítulo 2: La calma antes de
la tormenta.
Alexander
Había sido un largo, duro y agonizante día.
La ciudad era plenamente conocida por sus
calientes veranos y yo había elegido—en mi infinita
estupidez— usar un sofocante traje de William
Fioravanti para acompañar a mis padres en la fiesta
que los McCartney organizaban cada año con fines
altruistas.
Tamborileé inconscientemente el volante
mientras esperaba que la luz del semáforo cambiara
a verde y me pasé una mano por el cabello
intentando arreglarlo. A esas alturas ya debía ser un
desastre, pero no podía importarme menos. Nadie se
fijaría en mi cabello en una fiesta de universitarios
ebrios.
Esas eran verdaderas fiestas. No podía esperar a
ver qué juego estúpido estarían planeando Ethan y
los demás para pasar el rato y embriagarnos hasta
los huevos. Podía decir con certeza que aquella era
mi parte favorita.
36
Después de las incesantes miradas gélidas que mi
madre y la señora McCartney se lanzaban en el
salón cada que tenían una oportunidad y la
incomodidad que se cernía en la estancia cada vez
que estaban los cuatro juntos, lo único que deseaba
era que dieran las doce; ni siquiera la Cenicienta
corrió tan rápido como yo para salir de ahí.
En verdad, estaba seguro que en algún momento
se lanzarían veneno una a la otra.
Nunca había entendido a qué se debía tanto
desdén por ambas partes, pero tampoco era algo que
me quitara el sueño por las noches. Me resultaba
infantil incluso, cómo siendo los personajes que eran
y la relevancia social que tenían, siguieran
comportándose tan fríamente con el otro sin razón
aparente.
De cualquier manera, había cumplido con el trato
que le había hecho a mi madre: no insistiría más con
que viviera con ella en tanto yo asistiera a sus fiestas
y eventos sociales, presentándonos como la perfecta
familia que de ninguna manera éramos.
No era mi solución ideal para mantenerla alejada
de mí pero era algo. Mientras ambos cumpliéramos
con el trato, todo sería perfecto.
37
Seguí mi camino por la avenida, con el vocalista
de Arctic Monkeys cantando rítmicamente Arabella.
Tal vez ese día no estaría completamente perdido.
Quizás, si llegaba a tiempo, podría contemplar cómo
Matthew bebía en un tiempo récord y después
terminaba inconsciente sentado en el escusado; y, si
tenía un poco más de suerte, la noche podría tornarse
exquisitamente mejor.
Estaba completamente ebrio.
Los chicos no dejaban de gritar y yo sentía mi
cabeza a punto de explotar.
Vagamente miré la camiseta que mi madre me
había regalado—según ella le había costado una
fortuna— y noté que estaba manchada con algo que
parecía ponche pero que olía a vómito.
Alguien cayó al piso con el trasero pegando
contra la madera y una carcajada emergió desde mi
garganta.
Ethan me tomó del cabello y jaló de mi cabeza
violentamente hacia atrás para que tomara
directamente de la botella de tequila que
compartíamos y, como el buen amigo que era, bebí
38
como un campeón hasta que la quemazón en mi
garganta no me permitió ingerir más.
La estancia se sentía endemoniadamente caliente
y había un mar de personas que no paraban de
moverse y bailar al son de una música discordante
que parecía una mala mezcla de electrónica y trap.
Si eso era el infierno, con un carajo, ahí quería
quedarme.
En mi cabeza, nadie hacía mejores pasos que yo y
era el rey de la fiesta, pero sabía que era otro ebrio
más que no podía mantenerse erguido; la sensación
era perfecta.
Revitalizante.
Después de tantos pleitos con mis padres, lo que
más necesitaba era descansar por un momento y
desconectarme por un rato.
Tomé otro trago del brebaje que Crane o Matt o
cualquier otra persona había preparado y había
puesto en mi mano. Tenía muchísimo alcohol y
básicamente nada de soda, pero en mi estado, ni
siquiera un Merlot sabría mejor que esa mierda.
Los gritos en la estancia se sincronizaron de
pronto y caí en cuenta de que la mayoría se había
39
reunido en torno a la mesa del comedor de
Madeleine.
Tuve que abrirme paso entre un montón de brazos
y codos para alcanzar a ver qué era lo que tenía a
todos tan emocionados. Estaba tan ebrio que me
costó un poco enfocar la vista para darme cuenta:
sobre la mesa, la anfitriona y Leah McCartney
estaban dando un show jodidamente bueno.
Incluso en mi estado tan severo de inconsciencia,
podía decir con certeza que Leah se movía mil veces
mejor y aunque podía notar desde la distancia que
había bebido por sus movimientos ligeramente
erráticos, era evidente que sabía lo que hacía.
Todos sabíamos lo mucho que ella adoraba ser el
centro de atención y ciertamente sabía cómo
conseguirlo: desde su cuerpo perfecto hasta su
carisma, ella sabía cómo hacer que la miraras, no
porque fuera el tipo de chica fácil—todo lo
contrario, me atrevería a decir—, sino porque
captaba tu interés sin planearlo o pensarlo. Era algo
que ya llevaba consigo, en la forma en que se
conducía a sí misma, con altivez y coquetería.
Era como un farol para las luciérnagas.
40
Leah no necesitaba hacer este tipo de cosas para
embelesarte, pero era de conocimiento general que
se transformaba en un peligro inminente siempre
que bebía sin cuidado.
Nuestras familias podrían estar peleadas a
muerte, pero yo era un hombre y me era imposible
obviar lo que era innegable: era dolorosamente
preciosa y se movía como si eso hubiese hecho toda
su vida: con seguridad y gracilidad, lo que resultaba
muy gracioso porque era una música que nada tenía
que ver con ello.
Se sentía completamente cómoda en su piel.
Madeleine seguía recibiendo atención, pero era
terriblemente opacada, a pesar de que también era
una chica llamativa.
Leah movía sus caderas suavemente, parecía que
era su espectáculo y la mesa era su enorme
escenario; indudablemente estaba adueñándose de la
fiesta, podía notarlo en la manera en que todos—
incluyéndome— éramos incapaces de despegar la
vista de ella, como si fuera una bruja.
El coro de la canción se hizo presente de nuevo y
echó la cabeza hacia atrás en una sonrisa, al tiempo
que meneaba sus caderas, con sus fuertes piernas
41
marcándose por el apretado pantalón que vestía y la
delgada blusa de tirantes que resultaba muy
incitante. Bajó con sensualidad casi por completo,
remarcando sus exquisitas curvas.
Sin ser consciente de ello, me encontré
preguntándome cómo se sentiría su redondo y bien
formado trasero en mis manos; qué marca dejarían
mis dedos en una de sus nalgas.
Jordan definitivamente tenía mucha, mucha
suerte.
Fue en ese momento que recordé, en mi
alcohólico estupor, que ella era la novia de mi amigo
y que odiaba cuando ella bebía, precisamente porque
se volvía más valiente y su deseo de llamar la
atención y cometer estupideces aumentaba en un mil
por ciento.
Vagamente escaneé la estancia buscando algún
rastro de Jordan, que era siempre quien hacía su
papel de niñera cuando asistían a alguna fiesta, pero
parecía no estar presente.
Decidí restarle importancia y seguir bebiendo con
los muchachos, pues el espectáculo se había
terminado. Madeleine había bajado de la mesa para
42
vomitar y Leah estaba bebiendo shot tras shot de lo
que parecía vodka.
Podría haber terminado para Madeleine, pero la
fiesta apenas estaba comenzando para otros.
El cuarto de baño estaba caliente y se sentía
húmedo.
En mi garganta tenía impreso el amargo regusto
del alcohol y mis pulmones luchaban por un poco de
aire, pero con un carajo.
Su piel se sentía tersa sobre la punta de mis dedos
y la suavidad de su espalda se quedaba estampada en
mis manos.
Pegué más mi cuerpo al suyo, permitiéndole
sentir mi turgente erección, que no hacía más que
aumentar con cada meneo de su apetecible trasero.
La tomé con decisión del cuello para soltar un
leve jadeo de excitación en su oído, que la hizo
temblar. La giré con brusquedad y clavé mis ojos en
su rostro, enrojecido por la alta temperatura y el
calor que se construía entre nosotros.
43
Sus orbes se posaron en los míos y se impulsó
hacia adelante para besarme; aún con la mano detrás
de su sudado cuello, incliné su cabeza hacia atrás,
dándome mayor acceso al área que deseaba y deslicé
mi lengua sobre su garganta, que sabía a sal y
perfume.
Ella gimió y arqueó su espalda cuando bajé aún
más, creando caminos de saliva y deseo con mi
boca, abriéndome paso sobre su piel, llena de
transpiración por la cercanía de nuestros cuerpos.
Me moría por tocar sus preciosos pechos.
Estaba por llegar a ellos cuando alguien tocó la
puerta del baño. Un leve llamado al principio, casi
educado.
Suspendí bruscamente mis caricias, esperando
impaciente a que cualquier idiota que estuviera tras
esa puerta conservara unas cuantas neuronas
funcionales y se largara de una buena vez.
Como si me hubiese escuchado, los toques se
volvieron más insistentes.
—¡Déjame entrar, imbécil! ¡Llevas años ahí!—
gritó una voz femenina con fuerza del otro lado.
44
La miré al rostro y le sonreí forzadamente para
ocultar mi hastío. Ella me devolvió la sonrisa, sus
orbes marrones brillando expectantes.
Pasaron unos segundos sin ruido alguno y asumí
que la chica se había ido, así que me acerqué,
ansioso por retomar lo que habíamos interrumpido.
Acaricié su cintura y besé su pómulo, nuevamente
listo y luego…
— ¡Hablo enserio!—volvió a reclamar la misma
voz, pastosa por los efectos del alcohol—. ¡Necesito
usar el baño, estoy orinándome! ¡Sé que me estás
escuchando!
Mi compañera de baño lanzó un sonido de
exasperación y me alejó con poca delicadeza para
llegar a la puerta y abrirla con brusquedad.
—Busca otro baño, éste está ocupado—dijo
ofuscada.
Observé a Leah enarcando las cejas con sorpresa
y cruzarse torpemente de brazos desde mi lugar
detrás de la chica, apreciando en todo su esplendor
su típica faceta altiva.
Ahí estaba: la abeja reina que desconocía por
completo la palabra no.
45
—He dicho que quiero usar el baño—hizo el
ademán de acercarse para apartarla y entrar, hasta
que me puse detrás de la mujer y la miré.
Se detuvo inmediatamente y estrechó los ojos,
como si buscara ubicar mi rostro.
—Hay más baños en la casa. Busca otro—
contesté con más frialdad de la deseada.
Frunció el ceño molesta, lista para atacarme con
algo mejor, pero no se lo permití.
Le cerré la puerta en la cara y volví a colocar a la
chica contra la pared.
— ¡Hay más cuartos en la casa!—gritó a través
de la puerta, al tiempo que le daba un fuerte golpe
que reverberó en el pequeño cuarto y dejó zumbando
mis oídos— ¡Qué asco! Por Dios, hacerlo en un
baño—la escuché renegar apenas, con los alegatos
siendo absorbidos por la fuerte música.
La ignoré y palpé sobre la bolsa de mi pantalón
para cerciorarme de que llevaba preservativos
conmigo. Cuando sentí el pequeño envoltorio, me
dispuse a terminar lo que había empezado.
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El humo se perdió rápidamente en la cerrada
noche y me dispuse a dar otra calada, disfrutando del
aire fresco que se hacía presente algunas veces y que
había deseado casi con desesperación cuando estaba
encerrado en ese cuarto de baño.
Pero había valido la pena, definitivamente.
Matt se recostó sobre el capó de mi auto,
completamente derrotado por la fiesta y observé a
unos cuantos metros cómo Ethan y otros dos chicos
cantaban a todo pulmón la canción de This Love de
The Maroon 5 y no pude evitar sonreír, divertido.
No tenía idea de qué haría sin esos chicos.
Alcé el brazo donde llevaba el reloj y lo coloqué
cerca de la tenue luz que emitía uno de los faroles de
la calle; con dificultad, enfoqué la vista para
registrar que ya pasaban de las cuatro de la mañana
y los que permanecíamos fuera de la casa de
Madeleine éramos los pocos que habíamos quedado
de pie.
El sexo y el aire fresco habían bajo amortiguado
mi estado de ebriedad, pero aún podía percibir los
efectos del alcohol corriendo por mi sistema. Miré el
vaso que sostenía en mi mano y decidí que lo mejor
era no darle ni un sorbo más.
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Estaba por dar otra calada cuando alguien me lo
quitó de entre los dedos.
Bajé la vista y miré a Leah darle una profunda
calada. Enarqué una ceja, incapaz de disimular la
sorpresa que me generaba el saber que ella fumaba.
O quizás era la sorpresa de que ella se hubiese
acercado a mí.
Entonces, tosió repetidamente y jadeó, buscando
recuperar el aire con una expresión de agriedad en el
rostro. Una sonrisa se instaló en mi rostro cuando
me di cuenta de que en realidad no tenía ni un ápice
de fumadora.
— ¿Qué es lo que planeas? ¿Ahogarte con el
humo o algo así?—le quité el cigarrillo de entre los
dedos y di otra calada, por el mero placer de
enseñarle cómo se hacía, porque sus ojos
pigmentados estaban pegados a mí y seguían de
cerca cada uno de mis movimientos.
Sonrió y así fue como caí en la cuenta de que
estaba completamente ebria, porque ella jamás me
sonreiría de esa manera estando sobria; diablos, ni
siquiera se me acercaría estando en sus cincos
sentidos.
48
—No—dijo alargando la palabra—. Sólo vengo a
hacer conversación.
Dio un paso hacia adelante y trastabilló
peligrosamente, hasta que se apoyó en mi cuerpo,
colocando una mano en mi pecho para recuperar el
equilibro y echó la cabeza hacia atrás en una tonta
sonrisa.
—En verdad que eres un peligro—dije aún
burlándome, porque ver a Leah McCartney ebria
hasta el culo siempre era un espectáculo único.
—Ethan me dijo que debía hablarte más y que no
eras un completo imbécil—explicó, con la voz
pastosa—. Pero creo que… se evivoca.
Solté una carcajada, teniendo el tiempo de mi
vida.
— ¿Y eso por qué?
—Porque…—hipó y pareció tener problemas
para formular la siguiente oración—No me
permitiste usar el ba… baño—colocó un dedo sobre
mi pecho, acusador, moviéndolo por todo el lugar—.
Que asssssco.
— ¿Y por esa razón no podemos ser amigos?—
pregunté, por el simple hecho de que siguiera
49
hablando y divirtiéndome.
—No—movió la cabeza con ahínco, como una
niña y entonces tomó un paso más cerca de mí—
amigos… no.
Y no supe con exactitud a qué se refería, pero fue
rápida en arrebatarme el vaso y beber de él.
Estaba tan ebria que apenas podía mantenerse en
pie. Edith había desaparecido e Ethan estaba igual o
en peor estado, así que no era una buena opción para
llevarla a casa.
Rápidamente sopesé mis opciones: podía llamar a
Jordan y decirle que su novia era un zombi andante
o podía pedir un Uber para que la llevara a casa. O,
lo que resultaba más descabellado aún: podía
llevarla yo mismo.
La tomé del brazo cuando pareció perder el
equilibrio de nuevo y se soltó para comenzar a bailar
al son de una música discordante que salía desde el
auto de Matt.
Decidí optar por el camino seguro y llamé a
Jordan. Un tono. Dos. Tres. Cuatro. Lo hice un par
de veces más y el resultado fue el mismo: enviaba
mis llamadas a buzón.
50
Miré a la chica, que era un desastre. Si la enviaba
en un Uber a esas altas horas de la noche y algo le
ocurría a la princesita de Leo McCartney,
posiblemente amanecería envuelto en una bolsa para
la basura y tirado en alguna zanja.
Suspiré ante la posibilidad, aterrado. Ese hombre
estaba loco.
—Ven aquí, te llevaré a casa—dije con
resignación y la arrastré conmigo para llegar a mi
auto.
Abrí su puerta e hice un ademán para que entrara,
a lo que ella obedeció al instante.
Pronto me encontré en camino a casa de una
chica que no conocía de nada y posiblemente, en
camino a una muerte inminente.
Leah había prendido la radio desde el primer
segundo en el que puso el trasero en el asiento de mi
auto y parecía tener su propia fiesta ahí, ¿de dónde
sacaba esa chica tanta energía?
Cuando llevábamos la mitad del camino
recorrido, lo apagué, hastiado con la música pop y
ella me miró con indignación.
— ¡Oye! Yo estaba bailando eso.
51
—Creo que ya bailaste lo suficiente.
— ¿Y? La vida es una fiesta—estaba por prender
la radio de nuevo cuando le di un manotazo para
detenerla.
—Mi auto, mis reglas—la amenacé con tono bajo
y ella me miró por un instante, perpleja, antes de
fijar su vista en la ventana.
—Como sea. Qué amargado, creo que por eso no
me agradas.
— ¿Yo?—dije divertido—. Pero si soy el alma de
la fiesta.
— ¡JA!—se burló y se retiró el largo cabello
oscuro del rostro.
Pronto caí en cuenta de que estaba en mi auto con
Leah McCartney y la situación me pareció
demasiado risible.
¿Qué pensaría mi madre si se enterara que estaba
conviviendo con la hija de las personas que ella más
detestaba en el mundo?
Seguramente le pondría los cabellos de punta.
Nuestros padres podrían odiarse, pero tampoco
era tan hijo de puta como para abandonarla a su
52
suerte, mucho menos en ese estado.
Recorrimos el resto del camino en silencio—
mayormente porque al parecer ella se había dormido
con la cabeza pegada a la ventana— y, cuando
llegamos a su residencia, hablé por el interfón con
uno de los guardias. Segundos después se abrió el
imponente portón de hierro que llevaba a la puerta
de su hogar precedido por un largo camino de
gravilla.
Una extraña sensación de déjà vu se hizo presente
en mi cabeza cuando conduje por el sendero, el
mismo que había recorrido para ir a la fiesta de
beneficencia unas horas atrás y que jamás pensé
andar dos veces la misma noche, mucho menos para
regresar a la princesita a su impresionante e
inexpugnable castillo.
Con el dragón
seguramente.
esperando
por
devorarme
Ni siquiera tuve que tocar el claxon para hacerme
notar, porque el señor McCartney estaba esperando
en la entrada. Pensé que lo vería en pijama o algo
por el estilo, pero seguía luciendo una camisa
blanca, con los primeros botones sin abrochar y los
pantalones del smokin a pesar de la hora.
53
Mi primer pensamiento al verlo ahí, bajo la tenue
luz a esas altas horas y con esa pose férrea y rígida,
fue que parecía un tipo de gánster esperando por mí
para que le entregara algún paquete.
En ese caso, de hecho, el paquete era su hija ebria
hasta el culo.
Cuando abrió la puerta, Leah casi cayó al piso de
no ser porque su padre la sostuvo del brazo.
—Papi…—dijo somnolienta, pero la expresión
de él era hierro y piedra.
—Tú y yo hablaremos muy seriamente mañana—
dijo autoritario y yo me mantuve en el lugar, incapaz
de moverme un milímetro o de respirar incluso.
Sí era un hombre intimidante.
Cuando por fin la chica bajó del auto y estuvo a
salvo sobre la tierra de su casa, Leo me miró con
recelo.
Le sostuve la mirada, sólo para no mancillar aún
más mi orgullo y conservar un poco de dignidad.
—Por tu bien, espero que no le hayas puesto una
mano encima, niño—me amenazó, gélido.
54
—Nunca haría tal cosa—me defendí, pero sentía
su mirada escrutándome.
—Más te vale—dijo sin más y cerró la puerta con
más fuerza de la necesaria, dejando a mi auto
temblando.
Y a mí también.
La cabeza me martillaba mientras salía del auto y
me aproximaba a las gigantescas puertas de caoba
que permitían el acceso a casa.
Toqué el timbre y el mayordomo que atendía la
residencia abrió, recibiéndome con una cortés
inclinación de cabeza que yo correspondí apenas,
pero que fue suficiente para provocarme un terrible
vértigo.
Tenía que dejar de beber tanto, en definitiva.
Una vez estuve en la entrada del recinto que
albergaba el comedor, tomé asiento del lado
izquierdo y sorbí un poco del jugo que tenía
enfrente; sabía a mierda. O tal vez era que el sabor
del alcohol aún seguía anclado a mi lengua.
55
Miré la enorme mesa que se extendía frente a mí
e inmediatamente recordé porqué odiaba comer en
ese lugar: una mesa larga de ébano con al menos
treinta sillas dispuestas a ambos lados se desplegaba
ante mí, con un inmaculado mantel blanco
cubriéndola por completo. La sensación de pequeñez
me asaltó de pronto, como sucedía siempre.
Era una mesa enorme para sólo dos personas.
Algunas veces tres.
—Alex—la voz de mi madre me sacó de mis
cavilaciones y en menos de un segundo me
incorporé para saludarla. Otra mala decisión que
envió más vértigo por mi sistema.
La abracé y su olor fuerte a perfume me inundó,
como era costumbre. Antes resultaba un poco
molesto y me generaba un leve dolor de cabeza;
ahora, me confortaba.
—Me alegra verte—me sonrió y colocó una
mano sobre mi mejilla—. Pensé que no llegarías hoy
para el desayuno.
Se alejó para sentarse del otro lado de la mesa y
se alisó el pulcro saco blanco para evitar arrugas.
Esos gestos siempre me hacían reír, porque mi
madre ya llevaba consigo una esencia de pulcritud y
56
elegancia inigualable, casi como si fuese un ente
etéreo.
—¿Tan poca fe tienes en mí, mamá?—sonreí con
travesura y sus profundos ojos azules relucieron
como hacían siempre cuando compartíamos una
broma; un rasgo que también tenía en común con
ella.
—Te sorprenderías—se colocó una servilleta de
tela sobre el regazo con delicadeza—. Tengo más fe
en ti que en tu padre.
—Todo el mundo—contesté con sorna.
La persona de servicio dispuso una taza de café
para cada uno y después carraspeó.
—Señora Colbourn, ¿gusta que sirva el desayuno
o esperarán al señor?
El rostro de mi madre se ensombreció por un
instante, antes de continuar revolviendo su café.
—Sírvelo, por favor, dudo mucho que lo haya
recordado.
Mis padres estaban separados; no divorciados,
simplemente habían decidido que lo mejor para la
salud mental de los dos era que un mundo entero los
separara, así que papá vivía en Inglaterra, de donde
57
era originalmente y mi madre se había asentado
aquí, en Washington.
¿Y por qué había decidido yo quedarme con mi
madre? Fácil: porque era un buen nicho de mercado
para lo que me encantaba hacer y las oportunidades
en ese campo eran mucho más variadas que en
Inglaterra, cuya idiosincrasia no dejaba de tener un
tinte más conservador.
Era mitad inglés, pero odiaba el té, y quizás era
por ello que papá me permitió quedarme aquí. Eso
me gustaba pensar, aunque no había nada más
alejado de la realidad.
Al final del día, mis padres habían llegado a una
especie de arreglo que mantenía la efímera paz en
nuestra familia: él viviría en Inglaterra, pero viajaría
aquí siempre que tuviéramos un evento importante
al cual debiéramos asistir como familia. Además,
vendría a desayunar, comer o cenar—lo que se
acomodara mejor en su agenda— con nosotros
siempre que estuviera en el país.
Sólo en eso mis padres habían logrado estar de
acuerdo.
—Lamento la tardanza.
Hablando del rey de Roma.
58
La voz de mi padre me sacó de mis cavilaciones.
Lo observé con atención mientras se desabrochaba
el saco y se sentaba a la cabeza de nuestra mesa,
tratando de recuperar el aliento.
—Charlotte me hizo saber tarde de esta reunión,
y olvidé anotarlo en mi agenda—se disculpó
apresuradamente y colocó la servilleta de tela sobre
sus piernas.
Para ninguno de los tres era un secreto que mi
padre tenía una aventura con Charlotte, su secretaría,
pero mi madre lo dejaba ser mientras ella pudiera
seguir tomando clases privadas con su entrenador
personal.
Mi madre bufó.
—Un desayuno con tu familia de vez en cuando
no va a matarte, Byron.
Papá se rascó la barba clara con cansancio y pude
notar cómo las arrugas en sus ojos se acentuaban.
Lucía muy cansado.
—Como sea Agnes, estoy aquí, ¿no?—tomó un
pedazo de fruta y la ingirió, masticando pensativo—
¿Qué tal la fiesta de ayer, hijo? Saliste corriendo
ayer de casa de los McCartney.
59
—Aún tengo resaca—dije con sinceridad,
sorbiendo del negro café y mi madre me lanzó una
mirada de advertencia, pero daba igual. Sabía que mi
padre sólo preguntaba para aparentar que se
interesaba en mí.
—Interesante—replicó mientras tomaba otro
pedazo de fruta— ¿Has pensado en lo que hemos
hablado?
—¿Qué cosa?—mi madre depositó la taza sobre
la mesa de nueva cuenta, curiosa y yo puse los ojos
en blanco.
—No iré a Inglaterra, papá. Es un tema zanjado,
déjalo ya—respondí con hastío y por fin se dignó a
mirarme, ofuscado.
—Alex, las universidades de este país son una
mierda—espetó con desdén—. Deberías pensar un
poco más en tu futuro, hijo. Cambridge u Oxford no
te vendrían nada mal, explotarían tu potencial.
Tengo amigos que…
—He dicho que no—repetí, cada vez más
molesto y sus ojos claros brillaron con la misma
emoción.
—Deja de insistir Byron, él ya es mayor para
decidir lo que quiere.
60
Mi padre la ignoró y se acercó a mí buscando
intimidarme, sin éxito.
—Estás tirando tu vida a la basura quedándote
aquí, Alexander, y ningún hijo mío hará tal cosa.
Eres el único heredero y a quien le corresponde
manejar la empresa.
— ¿Y si no quiero?—lo reté, alzando la barbilla
para darme más importancia—. No la estoy
desperdiciando, estoy haciendo lo que me gusta y
estudiando una buena carrera con campo laboral
amplio, ¿eso no es suficiente?
—Deberías estudiar finanzas, no una maldita
ingeniería—escupió y su rostro se compungió en esa
mueca de desagrado con la que estaba tan
familiarizado—. Y además, ¿qué pretendes hacer
con la fotografía? ¿Crees que eso es redituable? No
eres más que un niño idiota, por Dios.
Negó con la cabeza, furioso y tamborileé
ausentemente los dedos sobre la mesa. Los
desayunos siempre terminaban de la misma manera;
ya era toda una tradición.
—Te saldrá una úlcera si sigues enojándote así—
dijo mi madre con jovialidad, como si no hubiese
presenciado la discusión.
61
Mi padre se frotó con exasperación el rostro y
unos mechones claros pegaron en su frente.
—De acuerdo, como tú quieras—dijo al final,
rindiéndose.
El desayuno transcurrió como siempre: en
silencio y con una atmósfera de tensión e
incomodidad casi insoportable.
Lo único bueno que pude rescatar de ese infierno
fue el pan tostado, que estaba delicioso.
—Por cierto—empezó mi madre luego de un
rato, con el mismo tono distante y casual—, la
próxima semana tengo un desfile de modas para
anunciar las marcas que estarán en el Fashion Week,
así que debes estar aquí a más tardar el miércoles.
Papá dejó el tenedor sobre el plato, señal de que
ya había terminado y centró sus orbes azules en las
de mamá.
—No sé si estaré disponible esos días—objetó y
ella hizo un mohín.
—Pues haz lo que sea para que lo estés—
respondió, en un tono que no daba lugar a discusión.
—No lo sé Agnes, haz una cita con mi secretaria
para saber si te puede hacer un espacio—se
62
incorporó para irse y mi madre lo siguió, furiosa.
—Soy tu esposa, Byron. No necesito una jodida
cita para verte—su voz era tensa y oh Dios, ahí
venía de nuevo.
Centré mi vista en los huevos revueltos que no
había tocado, como si fueran la obra de arte más
interesante que hubiera visto en mi vida.
—Vaya, tenías mucho que no usabas ese término
—rio sin humor—. ¿Ahora sí somos esposos? Todos
mis días están ocupados, no tengo tiempo para tus
berrinches, cariño. Hablaré con Charlotte para que
lo anote en mi agenda, confórmate con eso.
Me acarició la cabeza rápidamente y después se
abrochó el saco de nueva cuenta.
—Te veré luego, hijo—le hice un gesto con la
mano a modo de despedida y sin mirar una segunda
vez a mamá, se retiró del lugar.
Ella gruñó colérica y también salió del lugar
como una exhalación.
Y ahí estaba: la razón por la que había salido
huyendo de casa apenas tuve la oportunidad. Cada
vez estaba más convencido de que había sido la
mejor decisión.
63
¡Primeras interacciones!
También podemos conocer un poco de la vida
de Alexander a través de este capítulo.
¿Por qué creen que Leah se acercó? ¿Flirteo o
amistad?
¿Les gustan los Arctic Monkeys?
Cuéntenme qué les pareció.
Con amor,
KayurkaR.
64
Capítulo 3: In vino veritas.
Leah
“¿Estoy muerta?”
Intenté abrir los ojos y un latigazo de dolor
recorrió mi cabeza, enviando un escalofrío por todo
mi cuerpo.
Estaba tan, tan jodida. La resaca amenazaba
fuertemente con matarme.
Con pereza, estiré el brazo y tomé mi celular, que
descansaba en el buró enseguida de mi cama para
revisar la hora y me limpié el hilillo de baba que
corría por mi barbilla.
Si alguien me hubiese visto, seguramente hubiese
pensado que estaba muerta y no dormida.
Tardé al menos dos minutos en enfocar la vista lo
suficiente para ver claramente los números: el reloj
marcaba las 3 p.m.
Revisé los mensajes que había recibido la noche
anterior: diez eran de Jordan preguntándome si había
llegado bien a casa y cincuenta eran de Edith, que a
65
juzgar por su forma tan expresiva de escribir con un
millón de emojis, estaba emocionada por algo.
Decidí no responder por ahora.
Mi estómago rugió en ese momento y me coloqué
una mano sobre la frente, buscando aminorar el
dolor de cabeza lo suficiente para incorporarme.
La fiesta de ayer había sido increíble. Recordaba
haber bebido como si no hubiera un mañana,
también haberme divertido a lo grande, aunque la
mayoría de las memorias eran difusas después de ese
show que había dado encima de la mesa.
Ni siquiera tenía idea de cómo había llegado a
casa. Tal vez Edith me había traído o Ethan, o quizá
Jordan sí había aparecido y se había compadecido de
mí para traerme sana y salva.
Me incorporé con pereza y me coloqué una bata
de satín sobre la misma ropa que había vestido el día
de ayer. Primero iba a comer algo y después me
daría un buen baño con agua fría para espabilarme.
Bajé las ornamentadas escaleras de caracol al
tiempo que me recogía el cabello en un desparpajado
moño y me dirigí arrastrando las pantuflas al
comedor.
66
Tal vez Ana tendría compasión de mí y me
prepararía algo.
Sin embargo, mi plan se fue al infierno porque
Ana ya estaba ocupada sirviendo la comida de ese
día a mis padres.
—Buenos días, bella durmiente—dijo papá con
sarcasmo y una expresión férrea.
Conocía muy bien esa cara: estaba molesto por
algo.
Me senté junto a Damen, mi hermano menor y
me froté los párpados para desvanecer los rastros de
sueño.
—Buenos días—dije con voz ronca.
—Pareces un zombi—dijo Damen con burla y yo
le di un golpe en la cabeza.
—Cállate niño.
—Leah—me reprendió mi madre y cuando la
miré, tenía una expresión sumamente seria que
pocas veces la había visto utilizar— ¿Sabes a qué
hora llegaste ayer?
Mis neuronas parecieron tardar siglos en
comenzar a funcionar de nuevo, porque no tenía
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idea. Me rasqué la cabeza, nerviosa y negué
cabizbaja.
—Eran las cinco de la mañana, Leah—respondió
papá, con ese tono que helaba hasta los huesos y que
casi
nunca
usaba
conmigo—.
Estabas
completamente ebria. Dime, ¿qué esperas lograr?
— ¡Nada!—me apresuré a responder y le sostuve
la mirada, que era mil veces más avasalladora que la
mía, aunque tuviéramos los mismos ojos—. Lo
siento, ayer me pasé de copas y Jordan no asistió a la
fiesta, y no estaba ahí para cuidarme, así que…
—Ya no eres una niña—me cortó, gélido y me
arrebujé más contra la silla porque siempre que
usaba ese tono conmigo me intimidaba—. Jordan no
es tu niñera, tienes que ser responsable de ti misma,
por Dios.
— ¡Lo soy!—rebatí, molesta porque no tuvieran
la suficiente confianza en mí.
—Lo notamos—respondió mamá con sorna.
—No eres una persona común, Leah, y lo sabes.
No puedes comportarte como cualquier chica porque
eso impacta, importa e implica responsabilidades—
continuó papá con su sermón y yo puse los ojos en
blanco—. Eres alguien relevante y lo que todos
68
están esperando es verte trastabillar y arruinarla en
grande para poder aprovecharse de ello.
—Lo siento, ¿de acuerdo?—los miré a ambos,
furiosa y con el dolor de cabeza aumentando a cada
segundo—. Tengo veintidós años, no sesena. Quiero
divertirme y vivir mi vida, no comportarme como un
maniquí.
—Nadie dijo eso—replicó mamá con dureza—.
Pero tienes que ser responsable de lo que haces y no
ponerte en peligro cada vez que tienes oportunidad.
— ¡No lo hago! ¡Sé cuidarme!—Mi hermano
soltó una leve risilla y volví a darle un golpe,
ofendida—. Están haciendo un drama por una
maldita fiesta, por Dios.
—Sabes lo que pasa cuando bebes de más, Leah
—mi padre entrelazó los dedos sobre la mesa y
clavó sus ojos pigmentados en mí—. Buen rasgo has
heredado de tu madre.
— ¡Oye!—dijo ofendida la aludida, pero la
ignoró olímpicamente.
—Asumes una posición vulnerable y yo no estaré
ahí todo el tiempo para protegerte.
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— ¡No necesito que lo hagas!—chillé con
exasperación.
—Claro—espetó sin creer una sola palabra de lo
que dije—. En ese caso, explícame, ¿por qué
Alexander Colbourn te trajo a casa?
— ¡Él no…!
Espera, ¿qué? Me callé de pronto, sorprendida.
¿Él me había llevado a casa? Carajo, ni siquiera lo
recordaba, pero si le decía eso a mi padre,
seguramente me encadenaría de por vida en mi
habitación por ser tan inconsciente.
—No podía conducir el auto porque estaba muy
ebria, y le pedí que me trajera—mentí, buscando
parecer convincente, pero sabía que ninguno de los
dos me creía.
—No te quiero cerca de él—dijo mamá, tajante
—. No es una buena persona.
Enarqué las cejas.
—Y su familia mucho menos.
— ¿Por qué?—intervino mi hermano con
curiosidad y mis padres lo ignoraron.
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—De cualquier manera, estás castigada—
sentenció papá al final—. Sin tarjetas ni auto por dos
semanas. Dame tu licencia.
Lo miré con la boca abierta e hice un puchero,
que era un arma infalible para convencerlo de
cualquier cosa. Lo había aprendido de mamá.
—Pero papi…
—Serán dos meses si continúas, Leah. La
decisión es definitiva, no pienso negociar contigo.
Entonces decidí probar con mamá.
—Mamá, por favor…
—Estoy de acuerdo con tu padre—dijo sin más y
mi hermano me sacó la lengua, burlón.
Suspiré y volví a darle otro golpe.
Si Erik hubiese estado ahí, tal vez me hubiese
apoyado y habría tenido más oportunidad de
convencer a mis padres de que esto que estaban
haciendo era ridículo.
Edith había tenido piedad de mí y había ido en su
auto a recogerme para darme el manicure que tanto
71
me urgía.
Necesitaba relajarme y no existía mejor manera
para ello que consentirme, aunque dispusiera de
poco efectivo.
—Entonces, ¿estás castigada?—dijo al lado mío,
mientras la chica le limaba las uñas con rudeza.
Asentí y suspiré.
—Pero estoy segura de que a papá se le pasará y
tendré mis tarjetas de vuelta antes de ir a Las Vegas.
—Recuerda que el viaje es en tres días—
mencionó mi amiga, poco convencida de mi
asunción.
—Descuida. Creo que armó todo ese drama
porque Alexander Colbourn me llevó a casa. Nunca
había visto a mis padres actuar tan molestos
conmigo por algo—negué con la cabeza, perpleja.
—¡Anda ya, zorra!—dijo mi amiga entusiasmada
de pronto— ¿Por qué no me habías dicho que tenías
un rollo con Alex? Cuando me enteré que te habías
subido en su auto, te mandé un millón de mensajes
que jamás respondiste.
—¡Porque no lo tengo!—acoté horrorizada y la
simple imagen de ello me provocó náuseas—. Ni
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siquiera sé por qué me llevó él, yo no se lo pedí.
—Ajá—dijo mi amiga sin creerme—. Cuéntame
los detalles sucios.
—¡No hay detalles sucios!—hice una mueca
cuando moví la mano por accidente y la chica me
lastimó con la lima—. Además, tengo novio y le soy
completamente fiel.
—Lo que tú digas, mojigata—hizo una mueca
burlesca y después extendió una sonrisa felina—.
Pero, ¿me vas a negar que está buenísimo?
Me mordí el labio, tratando de recordarlo en la
fiesta de beneficencia, que era la imagen más
presente que había tenido en mi cabeza y sí, bien,
tenía que reconocerlo: estaba buenísimo.
—Sí, ¿y qué? Jordan está mil veces mejor—
contesté, orgullosa.
Mi amiga bufó.
—Yo no me habría bajado de ese auto al menos
hasta que lo hubiese aprovechado como se debe—
puse los ojos en blanco y sonreí.
— ¿Qué pasó con eso de que todos los chicos de
nuestra edad son unos idiotas?
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—No necesito de su cerebro para tener sexo con
ellos, Leah—se defendió mi amiga y las chicas que
trabajaban en nuestras uñas se lanzaron una mirada.
Edith siempre había sido muy imprudente—.
Además, escuché decir a Katie, que Verónica había
escuchado decir a Vicky que él era bueno a la hora
de tener sexo, pero que era extraño.
—¿Extraño cómo?—dije con más curiosidad de
la deseada, porque todo lo que envolvía a esa familia
me inquietaba por el simple hecho de que la relación
que mantenían con mis padres era muy…
indefinible.
—Pues…—se acercó a mí todo lo que le permitió
la longitud de sus brazos— Dijo que había sido
exquisito, pero que en ningún momento se besaron.
— ¿Y eso es algo extraño?—dije decepcionada,
alejándome. Muchos chicos no besaban a la hora de
hacerlo, por una razón u otra—. Tal vez tiene herpes
o algo así.
—Lo dudo—rio mi amiga—. Pero como sea, yo
aprovecharé el viaje para saber si lo que dijo Vicky
es verdad, y espero que tú me ayudes con eso.
— ¿Cómo se supone que te ayude con eso?—
inquirí, confundida.
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—No lo sé, pero no me rendiré hasta que le
ponga las manos encima—dijo con decisión y solté
una carcajada—. No soy tan idiota como tú para
desaprovechar una oportunidad de oro como la de
ayer.
Negué con la cabeza, divertida.
Sin embargo, un sentimiento intenso de
curiosidad me asaltó de pronto: ¿qué habría pasado
si hubiese tomado esa oportunidad y hubiese
actuado diferente?
Vagamente me encontré preguntándome cómo se
sentiría su cabello entre mis manos y su fibroso
cuerpo contra el mío.
¿Cómo se moverían sus labios sobre los míos?
El pensamiento se desvaneció un segundo
después de que apareció en mi mente y me dije que
era mero interés científico. Después de todo, la única
persona con la que había estado en mi vida había
sido Jordan.
Era normal sentir ese tipo de curiosidad, ¿no?
75
—Entonces, ¿por qué no fuiste ayer?—dije
acomodándome con un tazón de palomitas en el
pequeño sofá de Jordan y colocando los pies sobre la
mesita de centro.
A papá le había tomado dos días enteros
perdonarme y regresarme las tarjetas de crédito y las
llaves de mi auto. Toda una tragedia; nunca se había
tardado tanto en quitarme un castigo.
Él se sentó a mi lado, tomando una postura
relajada.
—Lo siento cariño, tenía cosas que hacer. Estuve
ocupado todo el día y cuando por fin tuve un poco
de tiempo libre, caí en la cama como una res.
Detuve mi búsqueda de una buena película en su
televisión y lo miré con reproche.
—Me habría encantado que me acompañaras a la
fiesta de Madeleine, me habría evitado tantos
problemas.
Él se acercó y depositó un tierno beso en mi
frente, con su barba incipiente haciéndome
cosquillas.
—Alex me llamó para decirme que estabas muy
borracha, pero no escuché el celular y vi los
76
mensajes al despertar. Al menos él te llevó a casa
sana y salva.
Hice una mueca y tomé un puñado de palomitas.
—Aún no entiendo cómo pueden ser amigos—
me quejé y él rio, un sonido que adoraba y resultaba
estimulante.
Tomó mi mentón entre sus dedos y comenzó a
repartir suaves besos por mis mejillas y la forma de
mi cara.
—Te vas mañana, ¿no es así?—susurró apenas,
con una voz ronca que erizó cada uno de los vellos
en mi cuerpo y yo asentí—. Voy a extrañarte tanto.
Sus labios siguieron el camino de mi cuello,
dejando un húmedo sendero que me prendió en
fuego.
—Deberías ir con nosotros, ¿seguro que no
puedes hacer espacio?
Él deslizó su nariz desde mi cuello hasta mi
clavícula y mi corazón dio un brinco.
—Tengo cosas qué hacer—su voz era seductora,
mortal—. Pero te portarás bien, ¿no es así?
77
Dejé caer el tazón de palomitas al suelo sin
importarme en lo más mínimo y me acomodé a
horcajadas sobre él, moviendo mis caderas con
lentitud de manera deliberada, sólo para sentir su
deseo abultándose dentro de sus pantalones.
—Por supuesto—pegué mis caderas a las suyas y
él emitió un leve gruñido, encerrando mi pequeña
cintura entre sus grandes manos—. Soy una niña
buena, cariño…
Tomé su cara y me acerqué en un ademán para
besarlo. Cuando se acercó para que nuestros labios
conectaran, me alejé con una sonrisa y él me miró
con expectación, su erección dura como el hierro
contra mis nalgas.
—Y como soy una niña tan buena, soy muy
obediente—lamí sus labios y sus caderas se
elevaron, con sus manos viajando por debajo de mi
blusa, cálidas contra la piel de mi espalda, pero las
detuve cuando la sentí sobre mi sujetador—. No tan
rápido.
Él me miró con reproche, sus bellos ojos miel
envueltos por el deseo, sosteniendo la respiración
por largos segundos. Su cuerpo estaba tan rígido
como su sexo.
78
Entonces, sin previo aviso, me lancé a devorar
sus labios con ansia y apetito, con fuerza y
autoridad. Me gustaba la dominación. Me gustaba
ser quien mantenía el control y marcaba el compás
de la relación, de nuestra dinámica y del sexo.
Nuestras lenguas se enzarzaron en una batalla
campal sin tregua y Jordan soltó un gemido que se
perdió en mi boca, enviando sacudidas de placer
desde mi cabeza hasta los pies.
Conocía la manera en que nuestros labios se
movían de memoria.
Nos separamos cuando el oxígeno nos hizo falta
y volví a alejarme cuando él se acercó de nuevo, con
mis dedos viajando por su trabajando abdomen,
retirando la tela de su camiseta.
Jordan me permitía marcar el ritmo de la relación
la mayor parte del tiempo; era yo quien decidía
cómo, cuándo y dónde quería ser tocada y la manera
en que quería hacerlo. Él lo respetaba y a mí me
excitaba sobremanera.
Si lo quería rudo, él obedecería. Si lo quería
dulce y lento, sería el mejor para el trabajo y haría
todo por complacerme. Me gustaba tenerlo a mi
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merced y que se adaptara a mí. Tener el completo
control sobre él.
Y nada podía ser mejor que eso.
También lo extrañaría terriblemente cuando me
fuera a Las Vegas.
El viaje hasta Las Vegas había sido largo y
tedioso.
Habíamos llegado de madrugada al aeropuerto y
lo único que hicimos fue rentar dos autos para las
maletas y dirigirnos directamente a la avenida Strip,
donde estaba ubicado el MGM Grand Hotel, lugar
donde nos hospedaríamos el fin de semana.
Ethan, Matt y Alexander fueron directamente a su
habitación una vez nos registramos. Sara, Edith y yo
hicimos lo mismo y pronto subimos hasta el décimo
piso, lugar donde estaba nuestro destino de
descanso.
Al día siguiente, salimos temprano del hotel y
nos dispusimos a conocer la ciudad.
No era mi primera vez en Las Vegas, pero sí la
primera sin familia, y sabía que sería la bomba.
80
Empezamos por hacer compras y conocer sobre
los lugares más famosos, así terminamos en el
Caesars Palace Hotel primero y después marchamos
hacia el Venetian, donde había gran variedad de
tiendas.
Decidimos no perder más el tiempo y nos
dirigimos al centro comercial Crystals, con tantas
tiendas que Edith y yo nos sentíamos en el paraíso.
Para cuando salimos de ahí, mis tarjetas se
sentían tan calientes que me daba miedo tocarlas.
Ethan no paraba de quejarse por el montón de bolsas
que lo hacía cargar, pero no me importaba en lo más
mínimo.
Alexander no dejaba reírse junto a Matt, ni
tampoco dejaba de tomar fotografías a todos los
edificios o cosas que le resultaran particularmente
llamativas.
Me pareció curioso saber que le gustaba la
fotografía, sobre todo porque no aparentaba ser ese
tipo de persona.
Al final, fue él quien tomó las fotos de nuestro
grupo y me moría por verlas para saber qué tan
bueno era en lo que hacía, aunque no nos dirigimos
la palabra durante todo el recorrido.
81
Para las cuatro de la tarde, mis pies dolían
terriblemente, mi estómago gruñía y sentía que no
podría dar un paso más, pero la idea de ir hasta el
Stratosphere para subirme a atracciones como Big
Shot, X-Scream e Insanity me motivaron lo
suficiente como para seguir adelante. Jamás había
gritado tanto en toda mi vida.
Decidimos no movernos más y comimos en el
restaurante que estaba dentro del hotel, Top of the
World, con preciosas vistas a toda la ciudad.
Ethan estaba soplando la vela en su pequeño
pastel mientras se dejaba consentir por nosotras, que
lo llenábamos de besos y mimos, con Matt
partiéndose de risa por las ridículas poses que
hacíamos frente a la cámara de Alexander.
— ¡Salud! Por la dama más bella—dijo de pronto
Matt con una copa de champagne en el aire, mirando
a Ethan.
Él le hizo una grosería con el dedo pero todos
acudimos al brindis.
Cuando mi copa chocó contra la de Alexander,
reparé en que estaba a un lado mío y me sentí
repentinamente incómoda, sobre todo por lo que
82
había pasado tres días atrás, cuando me había
llevado a casa totalmente ebria.
Decidí que lo más educado era darle las gracias,
sólo para zanjar el tema y dejar de percibir esa
sensación de que le debía algo.
—Gracias—dije apresuradamente, esperando que
él me escuchara para no tener que repetirlo.
— ¿Disculpa?—contestó, sorbiendo de su copa y
de pronto su aroma inundó mis fosas nasales: olía a
perfume y menta, o tal vez algo más, algo que era
inherente a su esencia. De cualquier manera, no me
agradaba.
—Gracias—repetí alzando la voz y mirándolo esa
vez. Gran error, porque sus grandes ojos azules
estaban clavados en los míos y su intensidad me
desconcertó—. Por… por llevarme a la casa la
última vez, quiero decir.
Una sonrisa perezosa pero sincera se deslizó
sobre su perfilado rostro y me encontré a mí misma
sosteniendo la respiración.
“¿Te sientes bien, Leah?” Preguntó mi cerebro en
una vocecita burlona.
83
—No hay problema—dijo sin más y carraspeé, al
tiempo que me alejaba bajo la excusa de ir con Edith
y Sara, que discutían con los chicos sobre algo,
simplemente porque estar tan cerca de Alexander me
hacía pensar de manera más errática y distinta, y eso
no me agradaba en absoluto.
Habíamos terminado en una discoteca después de
perder un montón de dinero en un lujoso casino—el
único que había salido con más dinero del que había
perdido había sido Alexander, que resultó ser
jodidamente bueno en el blackjack y el póker.
Me tenía embelesada en menos de una hora de
partidas, y una parte de mí no sabía si era por su
habilidad en el juego o porque se veía jodidamente
sexy cuando ponía su cara de concentración: con el
ceño levemente fruncido y el amago de una sonrisa
impreso en su rostro, señal de que saboreaba la
victoria.
Reí felizmente sacudiendo mis caderas al son de
la reverberante música y moví mis hombros
inclinándome hacia Edith, que también bailaba con
alegría.
84
El lugar estaba a reventar; el aire acondicionado
no se daba abasto y sentía mi pecho y la parte trasera
de mi espalda mojados con transpiración.
Los chicos habían levantado a Ethan, quien
sacudía una botella de champagne en el aire,
completamente ebrio.
Me había jurado no volver a beber de la misma
manera en que lo había hecho en la fiesta de
Madeleine después de la resaca tan devastadora que
había vivido al día siguiente, pero la promesa se fue
al carajo en cuanto el mesero llevó la primera ronda
de shots de vodka y las botellas de tequila y
whiskey.
Me movía de manera enérgica al son de la música
y los altos tacones que vestía junto con el ajustado
vestido negro ya no me molestaban en lo más
mínimo; sentía como si estuviese descalza, con la
música estimulando todos mis sentidos y el alcohol
en mi sistema volviéndome más valiente.
En mi estupor provocado por dopamina,
trastabillé y choqué contra alguien, que detuvo mi
estrepitosa caída.
—Lo siento—levanté la vista y observé a
Alexander, pero en mi estado de embriaguez tan
85
avanzado no pude registrar la expresión en su rostro.
Sin previo aviso, pegó mi cuerpo al suyo, con sus
fuertes manos cerrándose en torno a mi cintura para
mantenerme en el lugar.
Lo habría alejado si no hubiese estado tan
borracha, pero una parte de mí, la parte curiosa y
atrevida, no me permitió hacerlo. En consecuencia,
sonreí y coloqué mis manos sobre su pecho,
moviendo mis caderas suavemente sólo para
disfrutar de nuestro contacto.
Me giré, colocando mi espalda contra su pecho y
bailando para él, sintiéndome cada vez más valiente
por el alcohol y decidida a probar un poco de lo que
sabía era prohibido.
Podía sentir su cuerpo caliente y duro contra mi
espalda y sus manos acariciando mi cadera,
moviéndose perezosamente junto a mí al ritmo de
una música que no era nada lenta, pero la fricción
entre nosotros, el calor y la situación en sí resultaba
bastante erótica e incitante.
Podía sentir su cálida respiración en mi oreja,
bajando a mi cuello y lo dejé ser.
No tenía idea de qué me había empujado a hacer
aquello, mucho menos a permitirlo, pero no podía
86
ser nada malo, era solo para satisfacer mi curiosidad
y nada más, no iríamos más lejos que esto y Jordan
jamás se enteraría.
Después de todo, lo que pasaba en Las Vegas, se
quedaba en Las Vegas, ¿no?
In vino veritas es una cita que significa “en el
vino está la verdad” y pronto se darán cuenta de
porqué.
¿Votos?
¿Comentarios?
¿Qué es lo que más les gusta de Las Vegas?
¡Espero leerlos!
Con amor,
KayurkaR.
87
Capítulo 4: Rudo despertar.
Leah
Santa Madre de…
El mero pensamiento hizo que una ola de dolor
me recorriera de la cabeza a los pies.
Mis hombros dolían.
Mis piernas dolían.
Diablos, incluso me sentía tremendamente
dolorida en lugares donde no tendría porqué sentir
dolor.
Me removí con pesadez en la cama y fui invadida
por otro coletazo de malestar en toda mi anatomía.
“¿Qué pasó ayer?”
Fruncí el ceño, tratando de cerrar los ojos con
toda la fuerza posible para que la molesta luz del sol
no interrumpiera las horas de sueño que tanta falta
me hacían.
¿Por qué Sara o Edith no habían cerrado las
cortinas?
88
Sentía los párpados pesados y la boca
horriblemente seca, como si mi lengua estuviese
hecha de cartón.
Mataría por un vaso de agua en ese momento.
Lentamente, muy lentamente, abrí un ojo para
obligar a mi cuerpo a despertarse y funcionar de
nuevo. Necesitaba cerrar esas cortinas para volver a
dormir.
Mi cerebro registró algo cálido junto a mi brazo y
asumí que alguna de las chicas se había dormido en
mi cama, incapaz de recorrer el camino hasta la suya
por el aplastante cansancio.
De a poco, fui más consciente de mi alrededor y,
cuando abrí ambos ojos, me di cuenta de que ese
techo con una textura en relieve y un horrible color
blanco no era del hotel donde nos estábamos
hospedando.
Entonces, tres cosas ocurrieron de manera
simultánea: primero, me incorporé en la cama de un
salto, apoyada en mis codos y me sentí mareada
inmediatamente; segundo, caí en cuenta de que ese
lugar no era mi habitación de hotel; tercero, y lo
más aterrador, no dormía sola.
89
Lo miré junto a mí en la cama y mi corazón dio
un salto al tiempo que mi trasero pegaba contra el
duro piso de moqueta por la impresión, creando un
ruido sordo.
Aún en mi estupor, reparé en que había arrastrado
la sábana que me cubría conmigo hasta el piso,
ciñéndola con fuerza. Cuando la retiré un poco, me
di cuenta de que estaba desnuda.
Completamente desnuda.
“Oh Dios, ¿qué he hecho?” repetí una y otra vez,
con un terrible dolor lacerando mi cabeza y
observando ensimismada cómo él se removía entre
las sábanas.
Pensé que me desmayaría en ese momento.
Carajo, creí que me daría un infarto allí mismo.
Él estaba acostado sobre su estómago, durmiendo
plácidamente y con la mitad de la cara escondida en
la almohada, por lo que desde mi posición no podía
verle bien el rostro.
Mierda, mierda, mierda.
“¿Ves lo que pasa cuando bebes, Leah?” Se
mofó mi conciencia y quise que la tierra me tragara
90
en ese momento y me escupiera en el infierno,
donde debería estar.
Sentía como si estuviera dentro de la película
¿Qué pasó ayer? y no lograba encontrar la diversión
en no recordar una mierda del día anterior.
Las memorias de la noche anterior eran una masa
difusa e inconexa. No tenía idea de cómo había
terminado ahí, mucho menos quién era el extraño
que me acompañaba en la cama.
Hice un esfuerzo por juntar las piezas del
disparatado rompecabezas que era mi memoria, pero
fui recompensada con una punzada por el esfuerzo,
así que lo dejé.
“Carajo” repetí una vez más, con el miedo a lo
incierto y la culpa, sobre todo la culpa, comiéndome
por dentro.
Me incorporé con dificultad del piso, aún
constriñendo la sábana para cubrir mi desnudez y
toqué la zona afectada por el golpe, que seguramente
se convertiría en un moretón.
Aún en mi letargo creado por los efectos de la
resaca, reparé en más detalles de la habitación: era
pequeña y horrible, y no necesitaba ser una experta
91
en decoración de interiores para saber que no estaba
en el mejor hotel de Las Vegas.
Las paredes estaban pintadas de un color beige
nada llamativo, con algunos lugares donde la barata
pintura estaba desprendiéndose, dejando retazos
blancos y dispares en su lugar. Había unas delgadas
cortinas color verde limón colgando inertes de la
varilla de metal que las sostenía, como si las
hubiesen rasgado.
A medida que el estupor del sueño y el alcohol
abandonaba mi sistema, reparé en nuevos detalles
que no hacían más que acelerar mi corazón y
debilitar mis piernas con terror.
Los muebles que eran, a lo que yo podía
distinguir de plástico, estaban destrozados: había
una silla verde oscuro volcada sobre una fea y
desgastada alfombra, que estaba prácticamente
hecha una bola sobre el piso de moqueta blanco y
una botella de vodka yacía inerte sobre ella, con una
mancha húmeda extendiéndose sobre la tela y una
lluvia de cristales centellaba ahí donde reflejaba el
sol, posiblemente de algún florero que se había
hecho añicos—o que habíamos hecho añicos.
Había ropa por todos lados, como víctimas de un
frenesí en una masacre de prendas y podía notar que
92
no toda era mía, porque podía ver pantalones y el
esbozo de una camisa azul oscuro en una esquina;
mi vestido negro en el otro extremo.
Pero lo peor, oh, lo peor eran los condones
usados visibles sobre el piso, como un sórdido
recordatorio de mi traición hacia Jordan. Tres
recordatorios tan reales y contundentes como el sol
que iluminaba el día.
Quise gritar de impotencia, por mi estupidez y mi
inconsciencia.
“¿Cómo pude hacerle algo así?” Me reprendí,
furiosa conmigo misma por haber bebido lo
suficiente para no pensar lógicamente.
¿Y quién era el idiota que me había traído a ese
horrible lugar?
Me retiré un mechón de cabello del rostro y bufé.
Al menos podía estar segura de que no me había
dejado embarazada o pegado algo.
Con decisión, rodeé la cama para verle la cara a
quien me había ayudado a perpetrar mi terrible
traición y trastabillé cuando por fin pude poner un
nombre en aquella cara.
Por favor Dios, llévame ahora.
93
Iba a morir de un paro cardíaco, no tenía duda.
Alexander Colbourn dormía plácidamente sobre
la cama, con su respiración acompasada por el
profundo sueño y un par de mechones ondulados
cubriendo su frente.
De pronto, la mera visión de él tan tranquilo y
totalmente ajeno al pandemónium que era mi mente,
hizo que una cólera inmensa naciera en mí,
cerrándome el pecho e impidiéndome respirar
correctamente.
Gruñí y quise darme de golpes contra la pared,
arrancarme el cabello y salir corriendo.
De todos los tipos con los que podía haberme
liado, ¿por qué con él?
Solté un jadeo de exasperación y me dispuse a
despertarlo, porque iba a escucharme, oh, claro que
iba a escucharme por haber abusado de mí, por
haberse aprovechado de mi avanzado estado de
ebriedad y mi vulnerabilidad para concretar sus
pérfidas, oscuras y pervertidas fantasías.
¿Cómo se atrevía? El idiota.
—Oye, despierta—dije lanzándole un cojín que
yacía sobre el suelo, asestándolo certeramente sobre
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su rostro, pero sin provocar reacción alguna.
Resoplé y volví a lanzarle el mismo cojín.
— ¡Despierta!—insistí, dándole algunos golpes
con la misma pieza sobre la espalda desnuda, sin
lograr ningún cambio.
“Con un demonio,
inconsciente o algo así.”
sólo
falta
que
esté
Me acerqué y le toqué el hombro como si fuese
radioactivo, moviéndolo apenas para despertarlo.
— ¡Despierta, vamos!—alcé la voz y lo sacudí
con mayor ahínco, hasta que frunció el ceño y me
dio un manotazo para alejarme, como si fuera una
mosca.
—No molestes—susurró somnoliento al tiempo
que cambiaba de posición en la cama para volver a
descansar, colocando la cara del otro lado,
ignorándome.
Me sentí terriblemente ofendida.
—¿Disculpa?—dije con indignación, cada vez
más furiosa—¡He dicho que te levantes, ahora!
—Déjame dormir…—masculló—. Si quieres irte,
hay dinero en mi cartera para un taxi—habló más
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claramente y juro, juro que en ese momento mis
cabellos se pusieron de punta por la rabia que me
asaltó y me recorrió como fuego.
— ¿Qué mierda crees que soy, alguna prostituta o
algo así?—respondí con voz tensa— ¡Levántate
ahora mismo! Maldito imbécil, no puedo creer que
me hayas alcoholizado para traerme hasta aquí, sabía
que había algo mal contigo, pero jamás pensé…
Mi letanía se interrumpió cuando él se incorporó
con pereza, recargando su espalda contra la fea
cabecera de la cama. Parecía tan jodido como yo me
sentía.
Se frotó el rostro, aparentemente para espabilarse
y observó sus alrededores, buscando ubicarse. No
fue hasta que reparó en mí que sus orbes azules se
abrieron como platos y se retiró el cabello claro de la
cara, como si buscara cerciorarse de que yo era real
y no un sueño.
Pero para su mala suerte, no era un sueño. Era
una pesadilla; su peor pesadilla.
Enarqué una ceja, mirándolo con dureza.
— ¿Leah?—dijo boquiabierto, pasmado por la
impresión.
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—La misma, para tu mala suerte.
— ¿Pero qué…? Pensé que eras…—pareció
pensárselo mejor porque se detuvo y yo alcé ambas
cejas—Olvídalo, no importa.
— ¿Pensaste qué?—lo reté, estática en mi lugar
—. Anda, dilo. Pensaste que era una prostituta, ¿no?
—él se rascó el cráneo y desvió la mirada—. No sé
con qué tipo de chicas sueles enredarte, ni tampoco
me importa, pero no soy como ellas, merezco
respeto.
Alcé la barbilla, negándome a sucumbir ante mis
emociones y tratando de mantenerme centrada.
—Como sea.
—No, no te hagas el idiota conmigo—lo amenacé
—. Sé perfectamente lo que hiciste y no vas a salir
impune de todo esto, maldito pervertido.
Me miró sin comprender.
— ¿Yo? Ni siquiera recuerdo cómo terminé aquí,
mucho menos contigo—me lanzó una mirada gélida
—. Así que no te des tanta importancia.
— ¿Cómo que no lo recuerdas? ¡Si tú eres el
culpable!—ataqué, teniendo un tiempo difícil para
mantenerme colectada.
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—Escucha, cualquier cosa que haya pasado,
claramente no lo hice solo, así que baja de tu
pedestal de princesita inmaculada, por favor.
Inhalé y exhalé con dificultad para no perder los
estribos y lo observé por unos momentos, sintiendo
placer al imaginar las mil y un maneras posibles
para asesinarlo.
Nos mantuvimos en silencio por unos segundos
que parecieron siglos y, de pronto, el sonido de una
risita inundó mis oídos.
— ¿La extrañas?—preguntó de la nada y yo lo
miré dubitativa.
— ¿Qué cosa?
—La vara que logré sacarte del trasero, que te
hace ser tan rígida todo el tiempo—había un tono
juguetón en su voz y tuve que hacer uso de todas
mis fuerzas para no ahorcarlo en ese momento.
—Miserable excusa de un hombre—dije colérica
y le lancé el mismo cojín, pero sólo sirvió para que
él se riera con mayor ahínco.
Indignada, me dirigí a lo que asumí era el baño
para lavarme, porque no podía soportar por más
tiempo la idea de saber que Alexander Colbourn lo
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había visto, tocado, explorado y… Paré justo ahí,
porque no sabía cuántas cosas más había hecho con
mi indefenso cuerpo.
Azoté la puerta para dejarle claro mi humor e
hice un esfuerzo descomunal por ignorar el espejo
que había sobre el feo lavabo, de un color lila
chillón.
Abrí la llave de la regadera, pero no entré en la
ducha inmediatamente. En cambio, dejé el agua
correr, inspiré profundo y miré mi reflejo, que me
regresaba la mirada con desdén, juzgándome más
duramente que nadie.
Tenía el rímel tan corrida que incluso podría
parecer La Monja, acentuándose aún más en los
profundos círculos creados bajo mis ojos por la falta
de sueño. Mi piel estaba más pálida de lo normal,
incluso me atrevería a decir que un poco verde y mis
labios resaltaban en comparación, rojos e hinchados,
sin ningún rastro de labial.
Cuando bajé más la vista por mi cuerpo, me
percaté de las inconfundibles marcas rojas que
manchaban mi cuello, mi clavícula… Retiré la
sábana para contemplarme completamente desnuda
y tragué en seco. También había marcas adornando
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el inicio de mis pechos e impresas en lugares donde
ni siquiera sabía que podían dejarse marcas.
Sollocé y me cubrí la cara con las manos,
sintiéndome el peor ser humano del mundo.
Culpable, irresponsable e infiel.
Todo esto había sido culpa de Edith, que había
plantado en mi indefenso—y estúpido— cerebro la
idea de hacer algo con aquel tipo, por mera
diversión, mera curiosidad.
Y ni siquiera recordaba una mierda de lo que
había pasado la noche anterior. No tenía idea de
cómo había llegado ahí, ni de lo que había hecho
con Alexander, ni…
¡Agh!
Decidí que lo mejor era darme una ducha para
enfriar mi cabeza y tratar de aclarar mis ideas, y eso
hice. Me froté con más fuerza y rudeza de la
necesaria, buscando eliminar cualquier rastro que
delatara el hecho de que el chico Colbourn me había
follado, y más de una vez al parecer.
Cuando salí del baño, sujeté con fuerza la toalla
contra mi cuerpo, esperando mantenerla en el lugar
para que me cubriera lo suficiente, aunque resultara
estúpido si él ya me había visto desnuda.
100
Alexander estaba despierto, recostado sobre un
montón de almohadas y con las manos tras la cabeza
admirando la aburrida textura del techo. Yo, por mi
parte, lo ignoré olímpicamente y comencé a colectar
mi ropa, que estaba desperdigada por todos lados.
Había localizado la mayor parte de las cosas,
pero…
— ¿Has visto mis bragas?—pregunté en tono
bajo, un poco avergonzada por tener que preguntarle
a él de todas las personas en el mundo sobre mi ropa
interior.
— ¿Llevabas bragas?
Le lancé una mirada mortal y él levantó las
manos en un signo inequívoco de rendición,
incorporándose con lentitud y pereza, igual que un
gato.
Y completamente desnudo.
Por un momento, no fui capaz de despegar los
ojos de la vista que tenía frente a mí, que me dejó
sin respiración y me privó de mi capacidad de hablar
y pensar por un instante.
Alexander era alto, muy alto, y su cuerpo se
mostraba imponente, grande, esbelto y duro,
101
seguramente obra de sus entrenamientos.
No podía creer que yo había montado aquello. O
viceversa.
“Oh Edith, creo que Vicky tenía razón.”
—Por Dios, ¿podrías cubrirte con algo?—le pedí
molesta cuando mi cerebro decidió volver a
funcionar.
Él no conocía la vergüenza.
— ¿Por qué?—se giró y se estiró, permitiéndome
observar su ancha espalda y su bonito trasero—. No
es nada que no hayas visto ya.
Me observó sobre el hombro, con el amago de
una sonrisa divertida en el rostro y yo me giré,
mayormente para no seguir su juego.
Algo chocó entonces contra mi mejilla y me
percaté entonces que me había lanzado mis bragas, o
más bien, lo que quedaba de ellas. No eran más que
tiras. Las estrellé contra el piso en un intento por
aminorar de nuevo la rabia, porque no eran más que
otro recordatorio.
Me vestí, sintiéndome sumamente incómoda por
la falta de ropa interior y me avoqué a colocarme los
zapatos.
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Me agaché para tomar uno y, nuevamente, dos
cosas sucedieron de manera simultánea: la primera,
fue que reparé en el tatuaje sobre mi tobillo, que de
ninguna manera había estado ahí antes de la noche
anterior, y la segunda, divisé un papel que estaba un
poco arrugado entre mis zapatos, en una esquina de
la habitación.
El tatuaje era una pieza de rompecabezas, sin
rellenar, sólo la forma.
“¿Hay alguna otra estupidez cliché que hayas
cometido ayer, Leah?” Me reprendió mi conciencia.
Claro que tenía que haberme hecho un tatuaje
totalmente ebria en Las Vegas.
Con el corazón acelerado por mi nueva
adquisición, que ardía un poco y se mostraba
enrojecida alrededor de la figura, me dispuse a
tomar el papel que estaba constreñido entre mi
calzado.
Grité. Me vine abajo, no pude colectarme por
más tiempo y grité. Grité tan fuerte como si
estuviese contemplando un accidente de auto,
porque esto no podía estar pasándome. No a mí.
Alexander salió como una exhalación del baño,
con una expresión aterrada impresa en el rostro y
103
una mano sosteniendo una toalla alrededor de su
cintura para cubrirse.
—¿Qué?—inquirió, tratando de recuperar el
aliento, pero yo no era capaz de emitir palabra
alguna. Había entrado en estado catatónico.
Él me quitó el papel que sostenía en la mano y,
luego de un segundo, comenzó a maldecir en al
menos cuatro idiomas distintos.
—Joder—dijo al final, pasándose una mano por
el cabello ondulado.
Clavé mis ojos en él cuando me recuperé lo
suficiente del estupor, colocándome frente a él a su
vez, colérica, sin importarme que fuera al menos una
cabeza más alto que yo.
—Ya, buena broma me has gastado—reí con
sorna—. ¿Dónde están Edith y los demás?—caminé
por la minúscula habitación, buscando encontrarlos
escondidos en algún lugar aguantando la risa—. Los
he descubierto, ya no tiene caso seguir.
Él me miraba perplejo y pálido, sumamente
pálido.
—Esto parece bastante real, Leah—mencionó
con un hilo de voz y quise echarme a llorar—. Lleva
104
el sello y…
—Claro que no es real, debe ser una broma de los
chicos, ellos… No puedo ser tan idiota como para
consentir algo así—me quejé, con el nudo en la
garganta formándose—. Ni siquiera es legal, digo, se
supone que no lo es al menos que estés consciente,
¿no?
El terror dejó sus semillas en mi estómago y
escaló como ramas de una enredadera hasta mi
pecho, asentando sus raíces ahí.
Me había casado con Alexander Colbourn.
Casado. No quería ni pensar en lo que dirían mis
padres cuando llegara con la noticia.
“Papi, mami, me he casado con el hijo de la
mujer que más odian en el mundo, ¿qué quieren que
sirvamos en la recepción, un Merlot o un Pinot
Noir?”
Iban a crucificarme y el mero pensamiento fue
suficiente para que mis piernas se sintieran débiles.
Y Jordan. Si esa maldita acta de matrimonio era
auténtica, eso significaba que ahora era esposa de…
ni siquiera podía procesarlo. ¡¿Cómo podría estar
con Jordan así?!
105
— ¡Cómo pudiste!—grité, hastiada— ¿Cómo
pudiste hacer algo así? ¡Jordan es tu amigo!
— ¿De qué mierda hablas?—me miró con
incredulidad y molestia, y yo hice un esfuerzo
descomunal por respirar con normalidad, antes de
tener una crisis nerviosa.
— ¡Lo sabes bien! ¡Te aprovechaste de mí! ¡Te
aprovechaste de que había bebido para meterte en
mis bragas!—lo señalé con un dedo recriminador—
¿Me drogaste?
Él soltó una risita sin humor, gélida.
—¿Crees que yo haría algo así?
—Es la única forma en la que podría estar
contigo—ataqué, furiosa, tomando un paso más
cerca de él— ¡Abusaste de mí!
— ¿Yo?—se señaló y tomó otro paso, con su
inminente
estatura
provocando
que
me
desestabilizara por un instante, antes de plantarme
como metal en el suelo de nuevo— ¿Me has visto la
espalda? Parece que hubo una pelea de gatas ahí
encima. Hasta donde yo sé, no fui el único que se
entusiasmó con el encuentro.
106
Enseguida, sentí mis mejillas arder y desvié la
mirada. También tenía marcas en el cuello, y eso
sólo sirvió para que me sintiera más avergonzada.
Mantuvo la vista clavada en el acta, como si a
través de ella pudiese atar los cabos sueltos y
resolver el misterio de qué hacíamos ahí y cómo
habíamos terminado casados.
—Joder—volvió
a
maldecir,
con
el
reconocimiento impreso en su rostro, como si
hubiese tenido alguna revelación y se alejó de mí, al
tiempo que yo me sentaba en la cama, acunando mi
cara con las manos.
—Eso ni siquiera es legal, ¿no? Debe ser nula,
estábamos ebrios hasta los huevos, por Dios.
Él chasqueó la lengua y lo observé tirar su
billetera con hastío a la cama y masajearse el cuello.
—Lo es si das la suma correcta—explicó—. Y al
parecer, la hemos dado.
— ¿De qué hablas?—pregunté, incrédula.
—Esa acta de matrimonio es real, Leah. Es
auténtica.
Sentí la sangre viajar hasta mis pies y toda la
habitación dio vueltas por un momento.
107
—Podemos intentar romperla o…
— ¿Crees que eso servirá de algo?—me
incorporé de un salto y me coloqué un mechón de
cabello tras la oreja, nerviosa—. Eso no cambiará el
hecho de que estamos ca…—tragué, incapaz de
terminar la frase y los ojos azules de Alexander
brillaron con diversión.
— ¿Casados?—se mofó y quise arrancarle esa
risita burlona de una bofetada.
—Mierda—maldije y comencé a quitarme el
esmalte de las uñas con los dientes, buscando llegar
a la cutícula de la desesperación—. Pero, ¿cómo…?
Ni siquiera recuerdo algo sobre ayer.
Él suspiró y negó con la cabeza.
—Tampoco recuerdo mucho, pero al parecer le
he pagado al hombre del Registro Civil con todo lo
que gané en el casino para que nos ayudara con este
chistecito—respondió con amargura.
Ya podía sentir el aneurisma que estaba
creándose en mi cerebro y que terminaría
matándome.
Él volvió a negar, se pasó la mano sobre el
cabello húmedo y bufó, ofuscado.
108
—A mis padres no les agradará saber esto.
— ¿A tus padres?—repetí con sorna—. Los míos
van a desollarme viva, peor, ¡van a desheredarme!—
alcé las manos al cielo dramáticamente y él puso los
ojos en blanco.
—Tenemos que resolver esto, no podemos…
Antes de que él pudiera decir algo más, escuché
mi tono de llamada proviniendo de algún lugar en la
habitación y me avoqué a buscarlo casi con
desesperación, en la esperanza de que aquello no
fuera más que una broma de muy mal gusto. O al
menos, una parte de ella, porque a juzgar por el leve
dolor que sentía entre mis piernas y las marcas que
llenaban mi cuerpo, era obvio que sí había follado
con Alexander.
Lo encontré dentro de mi pequeño bolso debajo
de la cama y me apresuré a contestar.
— ¡Leah! ¿Dónde demonios estás? Llevo desde
ayer tratando de localizarte—me reprendió mi amiga
—. Desapareciste de la discoteca.
Sonreí apenas, recibiendo felizmente su
reprimenda porque al menos era algo a lo que estaba
acostumbrada, en comparación con el mundo patas
arriba en el que había despertado.
109
—Lo siento, me he quedado dormida—respondí
pegando más el auricular a mi oreja.
— ¿Dónde? Porque no volviste con nosotros al
hotel. ¿Estás con un chico?
—No—me apresuré a contestar y miré de reojo a
Alexander, que se mantenía ocupado colectando su
ropa y puse a trabajar mi cabeza a toda velocidad—.
Me… Me separé de ustedes en la discoteca y
casualmente me encontré a unos amigos que me
dieron asilo en su casa, yo estaba demasiado ebria
para llamarlos.
Traté de sonar convincente, pero incluso mi
indeseable compañero me miró enarcando una ceja,
confirmando que era una pésima mentira.
Edith, sin embargo, lo creyó porque suspiró con
alivio.
—Menos mal—concedió y yo volví a respirar
con normalidad—. Estaba tan preocupada porque no
atendías, ¿tienes idea de qué hora es?
Miré mi celular y parpadeé un par de veces
cuando me percaté de que pasaban de las cinco de la
tarde. Eso explicaba porqué mi amiga me reñía
como si fuera mi madre. Diablos, yo me comportaría
igual de estar en sus zapatos.
110
—Lo siento, estaba demasiado cansada—me
excusé—. Pero me reuniré con ustedes en menos de
una hora, ¿de acuerdo?
—Bien—volvió a suspirar y pensé que la llamada
había terminado, hasta que habló de nuevo—. Por
cierto, Alex tampoco llegó a dormir, ¿no tienes
alguna idea de dónde pueda estar?
Quise bufar.
“Conmigo, recuperándose del polvo de su vida y
adaptándose a la nueva vida marital, ¿quieres
felicitarlo?”
—No—dije cortante y observé al aludido
abrochándose su camisa—. Debió haberse liado con
alguna chica y se ha ido con ella.
Pareció captar que era el tema de conversación
porque se giró para dedicarme una sonrisa irónica,
que casi me hizo sonreír a mí también por lo absurdo
y surreal de la situación.
—Te veo en una hora, ¿de acuerdo? Llamaré a
mis padres—y sin mediar una palabra más, colgué.
—Buena excusa te has inventado—mencionó al
tiempo que se acomodaba las mangas de su camisa y
111
yo me dispuse a colocarme los zapatos, ignorando su
penetrante mirada, que seguía clavada en mí.
—Los chicos te están buscando—dije con fingida
jovialidad—. Les he dicho que te has ido con…
—Te escuché—me cortó y yo alcé la vista para
observarlo, tranquilo y colectado como si nuestro
mundo no fuera una mierda en ese momento—.
Seguiré con la mentira.
—Excelente.
Me puse en pie, ansiosa por salir de ese lugar y
olvidarme de esta pesadilla.
—Esto jamás pasó, ¿de acuerdo?—nos miramos
por largos segundos, igual que dos extraños que
habían decidido tener un polvo casual—.
Actuaremos con normalidad el resto del viaje y una
vez regresemos a Washington, veremos cómo
resolver esta mierda sin que nadie se entere—le
ordené con autoridad, doblando el papel que nos
condenaba a ambos y metiéndolo en mi bolso—. Y
por favor, llega algunas horas después de que yo lo
haga, no debemos ser tan obvios.
—Por supuesto—volvió a mostrar esa sonrisa que
era perezosamente atractiva—. Aunque es una
112
lástima que no puedas recordar absolutamente nada
de ayer.
Lo miré sobre el hombro y le dediqué mi mejor
sonrisa desdeñosa.
—Contigo Alexander, yo más bien diría que es
una fortuna. Lo de ayer fue un error y no tengo
intención de repetirlo—batí mis pestañas,
aparentando inocencia y me dispuse a salir de allí.
—Por cierto, bonitos tatuajes en conjunto nos
hemos hecho.
Me giré y observé el pedazo de piel expuesta que
mostraba para mí en el lado derecho de su pecho,
donde estaba impresa otra pieza de rompecabezas,
igual a la mía.
Desconcertada y sumamente ofuscada conmigo
misma, abandoné la habitación y me dispuse a llegar
al hotel donde se hospedaban nuestros amigos.
Intenté sofocar la ira, el desconcierto y la
emoción que me invadieron en ese momento. Él
siempre había tenido la capacidad de despertar un
millón de emociones distintas a la vez en mi interior.
Reí casi histérica. Claro, porque si no cometías
un montón de locuras ebrio en Las Vegas, ¿seguro
113
que has estado en Las Vegas?
¡Nuevo capítulo!
La enérgica Leah ya ha metido la pata y lo ha
arruinado en grande.
¿Qué creen que sucederá a continuación?
Dedicaré el próximo capítulo al primer
comentario (:
Con amor,
KayurkaR.
114
Capítulo 5: El placer de
recordar.
Alexander
Me senté al borde de la cama una vez escuché la
puerta cerrarse y permanecí observando la nada por
unos buenos diez minutos. Parpadeé cuando mis
ojos comenzaron a arder, pasé la lengua por mis
labios y dejé caer la cara en mis manos, aturdido.
“¿Qué mierda hiciste?” el pensamiento agrio
cruzó mi mente como una flecha.
Había sido siempre de los que creían que un buen
polvo era un buen polvo sin importar quién fuera mi
acompañante, pero aquello, aquello era demasiado.
Rebasaba incluso mis límites de estupidez.
Despertarme con una resaca devastadora no era
nada nuevo, después de todo, amaba las fiestas, el
alcohol y pasarla bien, como cualquier chico normal
de veintidós años. Lo que sí resultó nuevo fue
despertarme con una esposa luego de una de las
resacas más destructivas de mi vida.
115
Reprimí la carcajada histérica que borboteaba en
mi garganta, producto de la conmoción.
Maldita. Sea. De todas las mujeres con las que
podía haberme liado, ¿por qué Leah McCartney?
Leah, la personificación del capricho y la
frivolidad, amante de las miradas matadoras y
controladora compulsiva; la chica que vivía dentro
de su tonta burbuja donde toda su vida era perfecta,
novia de mi mejor amigo e hija las personas que mis
padres más odiaban en el mundo.
Lo peor era que no sólo nos habíamos liado. No,
nosotros decidimos llevarlo todo a un nuevo nivel de
imbecilidad: nos habíamos casado.
Una parte de mí creía que en realidad me había
despertado en un universo paralelo, donde los cerdos
volaban y el comunismo dominaba el mundo,
porque esa situación era totalmente ridícula y
jodidamente improbable, y aun así, ahí estaba yo en
medio de todo, justo en el ojo del huracán.
Un problema más que añadir a mi ya plagada
lista.
No era como si follarse a Leah fuera la peor de
las atrocidades, todo lo contrario, me atrevería a
decir. Ella era jodidamente preciosa y cualquier
116
chico al que no le gustara jugar a las espadas con sus
compañeros varones en los vestidores de la
universidad podría notarlo.
No podía negar que a pesar de la escabrosa
relación que mantenían nuestros padres y lo poco
que convivimos, habían transcurrido momentos a lo
largo de los años en los que había deseado inclinarla
sobre la primera superficie plana para obsequiarle el
mejor polvo de su vida y hacerla bajar de ese
pedestal de superioridad en el que estaba montada
siempre y desde el cual miraba a todo el mundo.
Pero por supuesto, nunca pensé en hacerlo
realmente. Además de ser una arpía controladora,
sabía que Leah me arrancaría los huevos si osaba
hacer algo tan atrevido como rozarla por accidente
en un corredor atestado o la miraba más de la
cuenta, porque como la buena hija de papi que era,
me odiaba hasta la médula sin conocerme, solo
porque así la habían educado.
Era digna de admiración e idolatría por su
belleza, pero nada más.
Ah, y también era la novia de uno de mis mejores
amigos. Mayor razón para sentir que la había cagado
en grande.
117
Chasqueé la lengua con hastío y cerré los ojos
para amortiguar el severo dolor de cabeza que se
avecinaba, pero lo único que conseguí fue evocar las
memorias de la noche anterior. Los recuerdos
comenzaron a surgir uno tras otro sin planearlo,
como una larga cadena de malas decisiones.
Recordaba la discoteca atiborrada, el calor
agradable de los cuerpos que bailaban sin parar, la
música ensordecedora, las bebidas y la euforia que
habían terminado convirtiéndose en el peor lapso de
juicio que había tenido en toda mi vida desde
aquella vez en que me pareció una magnífica idea
cumplir el reto de comer seis kilos de salchichas en
menos de quince minutos en ese restaurante alemán.
Seis shots de vodka, tres vasos de whiskey y una
copa de champagne después, mi sentido común se
había ido al carajo y para mi mala suerte, había
localizado a Leah, que bailaba de manera
descompuesta y sin mucho ritmo por el alcohol. Me
encontré mirándola más de la cuenta, aunque me
dije que no era nada nuevo, porque todos la miraban;
era difícil no hacerlo.
La conocía desde que éramos niños y, aunque su
altiva personalidad no había cambiado mucho a lo
118
largo de los años, se había desarrollado y crecido
extraordinariamente en otras áreas.
Incluso antes de ser consciente de ello, ya estaba
desnudándola en mi mente, levantando ese bonito
vestido que se ajustaba a sus exquisitas curvas para
explorar lo que escondía debajo. Imaginé cómo se
sentiría su esbelto cuerpo debajo del mío, la forma
de sus pechos, el sabor de su piel y el sonido que
emitiría cuando entrara en ella.
Supuse que ser hijos de personas importantes no
nos hacía especiales ni nos convertía en
superhumanos, porque al final había sucumbido a lo
que exigían mis hormonas y permitido que mi
interés sexual en la hija de los McCartney dominara
mis acciones, nublando cualquier rastro de sentido
común.
Obviamente no era el único que había perdido la
razón, porque recordaba su pequeña cintura entre
mis manos, la sonrisa segura que me dedicó y la
determinación impresa en sus orbes al tiempo que se
giraba para mover sus caderas contra mi entrepierna,
excitándome con el roce en menos de un segundo.
Recordé la propuesta que, en mi infinita
estupidez, le había hecho al oído para largarnos a un
lugar más privado y la manera en que se había
119
girado en mis brazos para asentir con los ojos
cargados de anticipación y algo más, antes
desaparecer juntos del lugar.
La había besado justo fuera de la discoteca, sin
luchar más contra la urgencia de hacerlo y
sucumbiendo a mis necesidades más básicas de
contacto, y sin importarme una mierda quién nos
miraba en ese momento.
Miré la raída alfombra en el suelo y reparé en la
botella de tequila que había comprado en alguna
tienda andando por los alrededores de la discoteca,
misma que comenzamos a beber en la acera sin
vergüenza. Me embriagué del alcohol y de ella, de
su boca, hasta que su sabor se quedó impregnado en
mi lengua.
Cuando nos terminamos la botella, ya estaba
amaneciendo y no tenía ni la más remota idea de
dónde estábamos, pero Leah reía entusiasmada y
ebria hasta el culo mientras me arrastraba a un local
de tatuajes que habíamos encontrado.
Lo que no recordaba con claridad era cómo me
había convencido para que yo me hiciera un tatuaje,
lo cual era una tragedia, porque vamos, ¿para qué
mierda quería yo un jodido tatuaje? Ni mucho
120
menos sabía quién de los dos había elegido las
ridículas piezas de rompecabezas. Seguramente ella.
Hice una mueca cuando toqué la superficie de mi
pecho, sensible aún por los trazos en él. Recordaba
con nitidez el dolor que recorría esa zona mientras la
máquina dibujaba sobre mi piel, varias punzadas a la
vez abriéndose paso ahí por donde corría la tinta.
Recordaba cómo Leah se había abalanzado sobre
uno de los sillones y quedó muerta como una res
sobre él mientras esperaba su turno, aunque
seguramente su sueño reparador no duró más de
veinte minutos.
Así, completamente jodidos, ebrios y con un
escozor en las áreas donde nos habíamos tatuado,
tuvimos la magnífica idea de continuar con nuestro
festival de malas decisiones, porque oye, ¿qué era
mejor para coronar una noche de error tras error en
Las Vegas que casarte con tu Némesis?
¿Cómo logré que no nos sacaran de las oficinas
del Registro Civil? Simplemente no tenía idea,
quizás era algo a lo que ya estaban acostumbrados.
La memoria del hombre presidiendo Registro
Civil era la más difusa de todas, pero podía rescatar
la discusión que tuvimos: en mi cabeza sonaba muy
121
lógica y convincente, pero seguramente para él no
era más que otro ebrio idiota en Las Vegas a punto
de cometer el peor error de su vida.
Fruncí el ceño cuando recordé cómo le entregaba
la suma de dinero que había conseguido en el casino,
la cual de ninguna manera estaba destinado a pagar
aquella estupidez y él procedía a hacer los honores
de esta gran metida de pata. La silueta de dos
personas con rostros difusos también había
aparecido en mi mente, pero como no lograba
ubicarlos, asumí que eran quienes habían fungido
como testigos en el acta de matrimonio, porque los
nombres asentados en esos espacios tampoco me
sonaban de nada.
Al salir, con el sol poniéndose más alto sobre Las
Vegas, Leah había conseguido comprar una botella
de vodka para celebrar nuestro nuevo matrimonio, lo
que nos llevó a entrar en el primer motel que
tuvimos a la vista para consumar nuestra unión.
Así fue como terminé follándola en la primera
superficie que vi.
Recordé el sonido que emitió cuando la coloqué
sin mucha delicadeza contra la sólida pared de la
habitación para besarla, para comerme su boca con
ansia y apetito, como si fuera ambrosía; la manera
122
en que ella acariciaba mi pecho y se mostraba
entusiasmada con nuestro encuentro, hundiendo su
lengua con la mía, comiéndome con la misma
energía.
Aún podía sentir la suavidad de sus muslos en la
yema de mis dedos, mis manos recorriendo la piel
expuesta hasta encontrar el final del vestido, que me
separaba del resto de su bien formado cuerpo.
Era ágil como siempre había supuesto, pero luego
de beber tanto, no podía culparla por conducirse con
cierta torpeza. Logró deshacerse de mi camisa luego
de varios intentos entre besos erráticos y pocos
coordinados, y la lanzó a algún lugar de la
habitación sin mucho cuidado, al tiempo que yo
subía el vestido hasta su estómago para dejar al
descubierto una bonita tanga de encaje negro.
Para ese punto, ya estaba tan duro que la presión
ejercida por mi miembro sobre el pantalón resultaba
dolorosa, así que decidí no perder más tiempo: bajé
el escote del vestido con rudeza, dejando al
descubierto un bonito sostén sin tirantes, del mismo
color de sus bragas. Era bonito, aunque no duró
mucho tiempo en sus pechos.
Estábamos tan juntos el uno del otro que no pasó
mucho antes de estar ambos cubiertos de
123
transpiración, el excitante calor construyéndose
entre nosotros por la deliciosa cercanía.
Deslicé mis dedos en su cabello e incliné su
rostro sin mucha delicadeza para darme acceso a la
tierna piel de su garganta, que olía a rosas, vainilla y
a ella, y que sabía jodidamente bien. Deslicé mi
lengua por la longitud de su cuello, succionando de
vez en cuando por la simple satisfacción de ver las
marcas que dejaría mi boca sobre su piel en la
mañana.
Aún estaba intoxicado con nuestro encuentro y
podía percibir claramente la sensación de su cuerpo,
completamente expuesto ante mí; su cabello entre
mis dedos y la forma de sus pechos encajando a la
perfección en mis manos, sus rosados pezones
rápidos en endurecerse bajo el tacto de mi lengua,
que dibujaba pequeños círculos a su alrededor antes
de succionarlos con fuerza y apetito.
Sus uñas aruñaron su camino por mi torso hasta
la pretina de mi pantalón, desatando una corriente de
excitación que viajó por toda mi columna. Sus labios
se deslizaron por mi pecho, hábiles y voraces, su
mano a punto de tomar aquello que ansiaba su tacto
antes de privarme de ello y regresar sus dedos a la
124
cintura de la prenda, bajándola más allá de mis
caderas y arrancándome un gruñido de frustración.
Terminé de retirar el pantalón junto con mis
bóxers impulsado por el mismo frenesí, el deseo
crudo y pesado pululando a nuestro alrededor.
Separé sus piernas con mis pies y tomé su bonito
culo con fuerza, sintiendo la firmeza de sus nalgas
en las palmas de mis manos. Joder, era una delicia.
La impulsé para que enredara sus piernas en mi
cintura y ella obedeció de inmediato, permitiendo
que la recargara contra la pared para ésta cargara con
su peso.
Un suave gemido salió de su boca cuando deslicé
mi mano hasta su intimidad, completamente húmeda
y lista para recibirme, poniéndome como un mástil.
Siempre pensé que Leah, siendo tan creída y
apretada, no haría una cosa tan plebeya como gemir
o mostrar alguna emoción durante el sexo; incluso
llegué a pensar que era una frígida, pero, cuando ese
sonido de placer que yo estaba provocando llegó
hasta mis oídos, perdí el poco control que tenía
sobre mí y, con rudeza, retiré las bragas que portaba,
sin importarme en lo más mínimo que se hubiesen
rasgado en el camino. Por la forma en que me
125
miraba, oscura y deseosa, a ella tampoco le había
importado un carajo.
Separé aún más sus piernas para observar en la
tenue luz que se colaba por la ventana esa parte de
suya que estaba volviéndome loco y me relamí los
labios cuando por fin la tuve expuesta ante mí,
húmeda, deseosa y tan bonita como el resto de ella.
No recordaba cómo había logrado ponerme el
condón en esa situación, pero diablos, merecía un
premio por realizar esas acrobacias en posiciones tan
difíciles como aquella.
Coloqué mi miembro en su entrada, que palpitaba
con necesidad y la miré a la cara, buscando sus ojos
en una concesión muda para enterrarme en su
interior. Se sujetó con más fuerza a mi espalda y
movió su pelvis para crear una deliciosa fricción
entre nuestros sexos, otorgándome un permiso tácito
que casi me hizo perder la cordura.
Eso que estábamos haciendo estaba jodidamente
mal, muy, muy mal, y estábamos a punto de ir a un
lugar sin retorno, pero con una mierda si no se sentía
deliciosamente bien. Éramos humanos después de
todo, y todos los humanos amábamos lo prohibido;
eso fue lo que terminó por decidirlo todo.
126
Cuando me enterré en su interior, mis ojos
rodaron detrás de mi cabeza y ambos soltamos un
jadeo. Comprendí entonces, que el paraíso no se
encontraba en el cielo, sino en el húmedo, caliente y
estrecho coño de Leah, que abrazaba mi miembro
como si quisiera exprimirlo.
Una llamarada de envidia me invadió
momentáneamente, porque, ¿cómo se atrevía Jordan
a reservarse esa maravilla solo para él? ¿Cómo podía
ser tan egoísta?
Me enterré en ella, saboreando con placer mudo
las sensaciones que provocaba en todo mi cuerpo,
desde mi nuca hasta la punta de mis pies. Se abrazó
con más fuerza a mis hombros y, cuando comencé a
embestirla, lenta y profundamente al principio para
que se acostumbrara a mi invasión, gemía
débilmente al final de cada estocada.
La sensación era embriagadora y jodidamente
estimulante. Acuné uno de sus redondos pechos en
mis manos y ella recargó la cabeza en la pared, con
sus bonitas facciones colocadas en una expresión de
placer puro. Mi mano la alcanzó con rapidez,
tomando sus labios entre los míos con rudeza,
succionándolos como si mi vida dependiera de ello
mientras mis caderas continuaban sometiéndola con
127
cada intromisión, sus jadeos inundando mi boca,
inflándome el pecho e incendiándome.
Pronto, encontré un ritmo implacable, sus uñas se
encajaron en la piel de mi espalda en reacción al
nuevo ritmo y aquello solo sirvió para alentarme a
arremeter contra ella con mayor insistencia, su
cuerpo tenso mientras la tomaba firme e inexorable,
buscando llegar hasta lo más profundo, buscando
grabar las sensaciones que despertaba en mí en lo
más hondo de mi memoria.
Jadeó más fuerte, su pelvis adaptándose a mi
vaivén, otorgándome sensaciones extraordinarias
que no eran de este mundo y que pocas veces había
experimentado.
El sonido de sus gemidos, la fricción de nuestros
cuerpos y la tensión en sus piernas me empujaban
cada vez más cerca del borde; sabía que no duraría
mucho más tiempo, porque estaba enloqueciéndome,
así que colé una mano entre nosotros, mis dedos
estimulando en lentos círculos su clítoris para que
terminara de correrse.
Solo bastaron unos segundos para que su cuerpo
se tensara y comenzara a temblar un momento
después, con las paredes de su vagina apretando mi
128
miembro
también.
erráticamente,
haciéndome
terminar
Me relamí los labios ante la excitante memoria,
mi miembro despertándose en los confines de mi
pantalón. Joder, ella debía ser una bruja o algo así,
porque aquello que estaba provocando en mí no era
normal.
Negué ofuscado, apartando los calientes
pensamientos y disipando la bruma de excitación.
Pensé que lo mejor sería detenerme si no quería
terminar masturbándome en ese feo cuarto de hotel,
pero con un carajo, había sido demasiado bueno.
Recordé la manera en que Leah se había
arrodillado entre mis piernas para comenzar a jugar
con mi miembro después, deslizando su lengua por
la longitud de mi sexo, que no tardó en endurecerse
de nuevo por sus magníficas atenciones. Ella era
buena en muchas cosas que hacía y, dar una mamada
de primer nivel, no había sido la excepción. Fue tan
buena que incluso ahora me sentía un poco
avergonzado, porque no había tardado en enredar
mis dedos entre sus sedosos mechones para retirarla,
porque estaba a punto de correrme. Sin embargo, se
mantuvo firme como el hierro y me hizo terminar en
su boca.
129
Me estremecí al evocar la manera en que me
había montado sobre la silla color verde, con
entusiasmo y fiereza, logrando que llegase hasta lo
más profundo de ella, dejándome con un insistente
malestar en la pelvis, y amenazando con romper el
feo mueble con la inexorabilidad de sus caderas.
¿Cómo logré llegar a un cuarto round? No tenía
ni la más mínima idea, pero lo había conseguido y
había valido la pena, totalmente, porque
contemplarla lista y dispuesta para mí sobre la cama
era estimulante suficiente, así que no perdí tiempo y
la tomé de nuevo, con sus gemidos llenando el aire y
sus palabras ahogadas de cómo quería que la tomara.
Duro. Fuerte. Profundo.
Leah podía ser una arpía y podíamos haberla
cagado en grande, pero con un carajo, me había
dado lo que yo calificaba como un polvo de primera
clase y eso era algo que debía agradecerle, porque
era la primera vez que me sentía tan drenado
después de una sesión de sexo.
De pronto, la voz de mi madre llegó a mi mente,
con el mismo sermón que me daba todo el tiempo.
“Esos revolcones con cada chica bonita que te
encuentres no te llevarán a ningún lado, Alex. Esta
fase pasará, y al final, tendrás que encontrar a una
130
mujer que sea digna de ser tu esposa para sentar
cabeza.”
Sonreí irónicamente, porque ella tenía razón: me
había metido en todo este rollo yo solo, pero al
menos había encontrado una dichosa esposa.
El sonido de mi celular terminó por sacarme de
mis cavilaciones y lo desbloqueé para ser recibido
por un mensaje que me secó la boca de nueva cuenta
por razones muy distintas y me provocó un dolor de
cabeza de proporciones épicas.
Thomas: ¿Has conseguido ya el dinero?
Sí, lo había conseguido y perdido en la misma
noche.
Lo leí un par de veces más, intentando sofocar la
sensación de angustia que constreñía mi pecho y al
final, decidí ignorarlo. Debía volver al hotel con los
chicos, porque ya me había ausentado demasiado.
Seguí el juego de Ethan y Matt cuando me
preguntaron por qué me había ausentado por tanto
tiempo y dije lo que ya había ensayado: que me
había liado con una chica bonita en la discoteca y
131
me había quedado en su departamento hasta el
anochecer.
Por cuanto respectaba a Leah, me ignoró el resto
del viaje e hizo lo que llevaba haciendo toda su vida,
solo que ahora con una razón de por medio: hacer
como si yo no existiera.
A veces, cuando estábamos cenando con los
chicos en algún restaurante o caminábamos por las
calles, hacía una seña indicándole el cuello para que
ciñera con más fuerza la mascada que se había
enrollado en torno a él para ocultar las marcas que
yo había dejado ahí.
Supuse que lo hacía porque tenía un lado sádico
al que ya me había acostumbrado y me permitía
disfrutar de la cara de terror que desencajaba sus
bonitas facciones ante la posibilidad de que alguien
pudiera notar las marcas que yo había dejado, solo
porque sí y porque era la forma de vengarme luego
de tantos desplantes suyos sin razón a lo largo de los
años.
Cuando por fin regresamos del viaje, todo pareció
volver a la normalidad.
132
Había quedado con mi madre para encontrarnos
en su restaurante italiano favorito y ponernos al día.
Era una práctica que habíamos desarrollado desde
que ya no vivía en la enorme pero asfixiante casa
que ella había comprado aquí en Washington.
Le entregué las llaves de mi auto al valet parking
y entré al lugar, donde divisé a mi madre sentada en
una de las mesas al final junto a un gran ventanal,
como le gustaba hacerlo la mayor parte del tiempo.
Ser una diseñadora famosa era magnífico según
ella, pero también llegaba a ser molesto, porque
continuamente era asediada por mujeres que
buscaban sus servicios, o una foto con la mujer que
se encargaba de diseñar para las mejores marcas.
Se levantó de la mesa apenas reparó en mí,
recibiéndome con brazos abiertos y la estreché con
afecto, porque era lo único real y auténtico en ese
desastre de mundo que yo me había creado los
últimos meses.
— ¿Qué tal ha ido el viaje?—preguntó, sorbiendo
de su martini.
Yo me encogí de hombros, concentrándome a
propósito en colocarme la servilleta en el regazo. No
podía verla a la cara.
133
—Nada fuera de lo normal.
“Y que lo digas.” se mofó mi conciencia.
“Imagina si hubiese sido algo fuera de lo normal.”
— ¿Qué tal el Fashion Week? ¿Papá se reunió
contigo en París?—pregunté, en un intento por
desviar el tema.
—Sí, aunque ya lo conoces, se quedó solo el día
de la rueda de prensa y después ha corrido como un
perro tras los huesos de su secretaria.
Había un toque de resentimiento en su voz, pero
decidí ignorarlo porque era lo mejor antes de que
terminara llorando.
— ¿Ha ido bien?
Se encogió de hombros.
—Nada fuera de lo normal—dijo imitando mi
comentario.
Ordenamos la pasta bolognesa que a ella tanto le
gustaba, un plato de ravioli y una ensalada. Había
desarrollado un tipo de fobia momentánea al alcohol
después de las inoportunas—pero no por ello menos
placenteras— consecuencias que había traído
consigo, así que en lugar de la copa de vino que
solía beber, opté por agua mineral.
134
Mi madre no perdió detalle y me miró enarcando
una perfecta ceja rubia.
—Ya, ¿has tenido una congestión alcohólica en el
viaje, hijo?—preguntó a mitad de camino entre la
preocupación y la diversión.
“Si tan sólo supieras lo que he hecho.” Sonreí
con ironía.
Por un segundo me imaginé la cara que pondría
cuando se enterara que me había casado con la hija
de Leo McCartney. Seguramente se moriría en ese
momento.
—No, es solo que no me apetece beber por el
momento.
Me miró suspicaz, pero no dijo nada más al
respecto.
Comimos en cómodo silencio, hasta que mi
madre volvió a hablar, limpiándose los labios con
parsimonia.
—Por cierto, tu padre quiere verte.
La miré dubitativo.
— ¿Está aquí?—asintió lacónicamente—. Pensé
que se quedaría en París con…
135
—Tenía algunos asuntos que resolver con Leo—
hizo esa típica mueca de disgusto que adornaba sus
facciones cuando algo relacionado con esa familia
era puesto sobre la mesa.
Recargué los codos en la superficie de madera y
me incliné hacia adelante, interesado.
Normalmente, los McCartney me importaban lo
mismo que una montaña de mierda que miraba por
la calle, pero como actualmente me encontraba
casado con la joya de su corona, necesitaba saber
dónde yacía el origen del odio que ambas familias
tan fuertemente se profesaban.
Me sentía dentro de una mala versión de Romeo
y Julieta, sólo que con intervalos más placenteros y
menos dramáticos, por mi parte, al menos.
— ¿Por qué los odias tanto?—esbocé una sonrisa,
esperando que escondiera la curiosidad que me
comía por dentro—. Nunca me has contado esa
historia.
Mamá tomó el último trago de su martini como si
estuviese atragantándose con él. Alzó la copa para
que un mesero la retirara y la llenara de nuevo.
—Esa familia es una farsa—espetó con desdén,
pasándose la mano por su perfecto y compacto
136
moño.
Enarqué una ceja en una interrogante muda. Su
pobre explicación no me aclaraba en nada el
panorama y ella suspiró, comprendiendo.
—Tu tía Chelsea literalmente casi muere por
culpa de Leo, y ni siquiera pienso hablar sobre su
esposa. Alison es lo más falso de esa familia—una
pequeña vena se hizo visible en su frente, cosa que
sólo ocurría cuando estaba furiosa—. No puedo
creer que él haya terminado casándose con esa…
esa…—Hizo aspavientos con las manos y si no
conociera a mi madre tan bien como lo hacía, podría
jurar que estaba celosa—…Ese tipo de mujer. No
conoce la educación, ni el pudor, y si no fuera por el
dinero de su esposo, ella seguiría siendo una
estúpida y vulgar…
Pareció pensarse mejor las cosas y se relajó de
pronto, masajeándose las sienes, algo que hacía
constantemente para evitar la aparición de arrugas.
—De cualquier manera, esa familia siempre es
malas noticias para nosotros, así que lo mejor que
puedes hacer, hijo, es mantenerte tan alejado de ellos
como te sea posible—aconsejó, recuperando la
compostura—. No vaya a ser que te peguen algo.
137
Quise reír por lo irónica que resultaba la
situación, pero me controlé.
“Ya, buen consejo me has dado mamá, aunque es
un poco tarde para aceptarlo.”
Suspiré con cansancio mientras entraba a mi
departamento. Las comidas con mamá eran siempre
entretenidas por su larga lista de chismes, pero
también eran desgastantes en la misma medida por
sus prejuicios sin fin.
Me encaminé directo al cuarto que utilizaba para
revelar fotografías y me avoqué a trabajar en
aquellas que había tomado durante el viaje a Las
Vegas.
La fotografía había pasado de ser un hobbie a una
verdadera pasión. Me gustaba experimentar con la
luz, los matices, los enfoques y los ángulos.
Había ganado algunos concursos amateur en los
que había participado y tomado un sinfín de cursos
para mejorar mi técnica. A lo largo de los años,
había ganado cierto reconocimiento en el ámbito de
la fotografía—algo que resultaba sumamente difícil
en un campo tan competitivo y subjetivo como ése
138
—. Así que de vez en cuando me llamaban algunos
productores de proyectos medianos o marcas para
hacer las sesiones a sus modelos. Algunas veces
simplemente me contrataban para hacer sesiones
casuales y eso me iba perfecto, porque me permitía
practicar y ganar dinero a la vez.
Otras veces, me ganaba el dinero haciendo otras
cosas—unas un poco turbias, otras más legales—, y
no era como si no tuviese dinero; mis padres se
pudrían en él. Podía simplemente estirar la mano y
pedir que cumpliesen todos mis caprichos, y sabía
que lo harían sin rechistar, el problema era que ese
modo de vida no iba conmigo.
En parte lo hacía por esa razón, pero el mayor
motivo era porque quería demostrarle a papá que
podía labrar mi camino por mí mismo, sin necesidad
de sus contactos en Oxford o Cambridge para tener
un futuro.
Quería demostrarle que podía hacer la misma
fortuna que él dedicándome a lo que me apetecía y
me era afín. Obviamente, él solo ponía los ojos en
blanco y suspiraba con exasperación cada vez que le
presentaba ese argumento.
Colgué en el cordón que pendía a través de la
habitación las fotografías que había tomado en Las
139
Vegas y las observé con atención. Mis favoritas eran
las del grupo en las afueras del hotel Bellagio, la luz
era perfecta, el fondo claro y nítido.
Salí del cuarto para apreciarlas mejor bajo la luz
de la lámpara de mi sala. Me dejé caer sobre el sofá
y absorbí los detalles.
Había sido bendecido con una habilidad visual y
era muy afín a ese sentido mío. También tenía una
memoria excelente para los pequeños detalles y una
imaginación casi prodigiosa. Tal vez por ello había
decidido estudiar una ingeniería: se me facilitaba
resolver problemas de distintas maneras.
Pronto, sin embargo, el resto de los ocupantes de
la captura y los detalles pasaron a segundo plano y
comencé a buscar a Leah en las fotografías casi por
instinto, bebiendo su apariencia.
Ella podría ser modelo si lo quisiera; era una
persona muy fotogénica, casi como si la cámara se
adaptara a ella y no viceversa. Me detuve en una
foto que le había tomado en el Venetian, y me
percaté demasiado tarde que estaba analizando más
de la cuenta la curva de su sonrisa, la forma en que
sus ojos se estrechaban cuando estaba contenta, su
postura siempre segura y su sensualidad
despreocupada, la manera en que la sus pechos
140
resaltaban bajo su blusa color negro y su culo, que
dibujaba un arco perfecto.
Mierda.
Sentí mi miembro despertarse, tensándose contra
mi pantalón.
Si yo hubiese sido una mejor persona, un mejor
hombre, habría pensado en cualquier otra cosa para
desaparecer la imagen de su firme culo y la
redondez de sus pechos, pero como era, según Leah,
la patética excusa de un hombre, seguí recordando
partes de su anatomía, de la maravilla que era su
cuerpo.
Imaginé la calidez de su piel bajo la yema de mis
dedos, la dureza de sus piernas y la manera en que se
erizaba ahí donde mi tacto se asentaba.
Lentamente, dejé las fotografías que observaba
en la mesita de centro frente a mi sofá y me incliné
lo suficiente para estar cómodo, bajando la
cremallera de mis pantalones para liberar la turgente
erección que no hacía otra cosa que crecer con cada
recuerdo que evocaba mi memoria.
Recordé el sabor de su piel, la manera en que sus
dedos viajaban por mi pecho, aruñaban mis brazos,
mi cintura.
141
Con cuidado, envolví mi erecto miembro con mi
mano y le di un practicado apretón, liberando un
poco de tensión y, con otro tirón, lo hice endurecer
más, gruñendo suavemente por la exquisita
sensación. Mi tacto no era ni de cerca tan suave ni
determinado como el de Leah, joder, que esa mujer
sabía hacerlo de una manera que no era de este
mundo.
Evoqué la manera en que sus piernas envolvían
mi cintura, el roce de sus duros pezones en la palma
de mi mano y la dulce sensación de su vagina
embalando mi falo.
Bombeé con mayor rapidez y aumenté la fuerza
del agarre sobre mi pene, tocándome en los lugares
que sólo yo conocía y que ella descubrió con una
facilidad increíble.
El mero pensamiento de saber que había tenido el
manjar que era Leah listo y expuesto para ser
comida por mí fue suficiente para enviar una nueva
llamarada de excitación por mi sistema y dejé caer la
cabeza hacia atrás, sobre el sofá, disfrutando de la
sensación.
Recordé la suavidad de sus labios sobre los míos
y la manera en que su lengua recorría con lentitud la
longitud de mi pene, desde mis testículos hasta la
142
punta. Dios, era tan buena. Su boca diestra, ágil y
dispuesta a tomarlo todo sin miramientos ni pudor.
Continué tocándome, tirando,
bombeando, recordando, disfrutando.
apretando,
La manera en que su boca se había envuelto en
torno a mi miembro fue casi suficiente para
empujarme el filo del abismo. Su cavidad era
húmeda, caliente y jodidamente hábil en todo lo que
hacía.
Su personalidad enérgica estaba impresa incluso
en ese tipo de actividades y su mano bombeaba mi
miembro mientras aún lo mantenía en su boca.
El solo pensamiento de saber que la había tenido
completamente para mí, que sus uñas se habían
enterrado en mis espalda de la misma manera en que
yo me había enterrado en ella, que la había follado
de varias maneras, que había atravesado las perladas
puertas de su paraíso… Fue suficiente.
Me tensé y me corrí sobre mi mano y mi
estómago antes de poder evitarlo.
Traté de recuperar la respiración al tiempo que
me regocijaba en los efectos del orgasmo.
143
Leah era, en definitiva, malas noticias. Y, como
las malas noticias que era, debía terminar con ese
enredo antes de que se hiciera más grande.
Sin embargo, y muy a mi pesar, no podía
desaparecer el malestar que se extendía por mi
pecho al saber que no podría tenerla de nuevo, que
había sido error de una sola ocasión y que sus
bonitas piernas se habían cerrado definitivamente
para mí.
Lo que hicimos había estado mal, había ido en
contra de todo lo moralmente correcto y lo
políticamente aceptado, pero eso no fue
impedimento para hacerlo igual.
Aún en mi letargo, caí en cuenta de por qué su
padre la cuidaba tanto, igual que un dragón
custodiando las paredes de un castillo. ¿Y cómo no
hacerlo? Si su caprichosa princesita era. Toda. Una.
Delicia.
Y una que yo había tenido el privilegio de probar.
Acomodé mis pantalones y me levanté del sofá
con pereza para darme una ducha. La necesitaba
urgentemente.
El agua hizo maravillas para desaparecer los
resquicios del estrés que esa semana me había
144
generado y luego de veinte minutos rumeando en el
mismo asunto, decidí salir porque el agua estaba
tornándose fría y no quería congelarme el culo.
Al llegar a mi habitación, nuevos mensajes en mi
celular iluminaban la pantalla.
Thomas: El tiempo se agota, Alex.
Thomas: Entrega el dinero, no queremos tomar
otras medidas.
Thomas: Rick está perdiendo la paciencia.
Observé los mensajes por largos minutos, aún
húmedo por la ducha y sopesé mis posibilidades. Lo
mejor que podía hacer era hablar con Leah,
explicarle la situación y esperar que aceptara
ayudarme a salir de esta.
Aunque, conociéndola, era más probable que el
mundo se acabara mañana a que ella me diera el sí.
Ya no podíamos ignorarnos por más tiempo.
Teníamos que negociar.
Ahí va otro capítulo más.
145
¿Alguien más ama los capítulos subidos de
tono? (No conozco la vergüenza jeje)
Si llegamos a 30 votos para mañana, subiré el
próximo capítulo en unas horas (he tenido un
asalto de inspiración).
Cuéntenme, ¿qué les parece?
Por cierto, ¡felices fiestas a mis lectores de
México! Espero que estén celebrando como se
debe el Día de Independencia, y me alegro
enormemente de que seamos compatriotas (:
Disfruten
mucho,
beban
mucho—
responsablemente, claro, porque no queremos
malas consecuencias— y, ¡enorgullézcanse
mucho!
El próximo capítulo irá dedicado al primer
comentario.
Con amor,
KayurkaR.
146
Capítulo 6: Podría ser rabia.
Alexander
Martes.
Habían transcurrido diecisiete días desde que me
había follado a Leah.
Aunque había mantenido una prudente distancia
por la salud mental de ambos, mi paciencia ya estaba
colmándose y el tiempo que me habían concedido
para entregar el dinero agotándose.
Ella continuaba partiendo el mar de estudiantes
igual que Moisés cuando caminaba por los pasillos,
seguía pavoneándose como la niña creída y apretada
que era, riendo con su círculo de amigos y
mostrándose afectuosa con Jordan, como si nada
hubiera pasado entre nosotros. Como si nunca
hubiésemos follado. Como si no estuviéramos
casados. Como si ignorándome lograría desaparecer
el problema que amenazaba con aplastarnos a
ambos.
Había intentado interceptarla un par de veces
desde que regresamos, pero era una maldita arpía
escurridiza. Cada vez que nuestros ojos conectaban
147
y caminaba hacia ella para hablar, salía huyendo,
como si fuera la peor de sus pesadillas
persiguiéndola.
Siempre que estaba a punto de atraparla, giraba
en una esquina para desaparecer; cuando por fin
lográbamos coincidir, nunca estaba sola y no podía
solo llegar y pedir hablar sobre nuestro matrimonio,
porque conociéndola, me ahorcaría allí mismo.
Era verdad, sí, necesitábamos solucionar el
problema de nuestra indeseable unión lo más pronto
posible, pero para mí, era más urgente resolver el
problema de Rick, y para ello, necesitaba de Leah.
Si tan solo pudiera encontrarla a solas un
momento…
Salí de mis cavilaciones cuando alguien dio un
golpe en la parte trasera de mi cabeza y alcé la
mirada para observar al idiota que me había
golpeado.
— ¡Deja ya de pensar en tantos coños!—gritó
Ethan alejándose de mi lugar y saliendo del aula—
¡Se te requiere en el pasillo de salchichonería,
guapo!
Sonreí mordaz y le hice una grosería con el dedo,
que él correspondió lanzándome un beso.
148
Me levanté a regañadientes para ir hasta los
vestidores—léase pasillo de salchichonería según
Ethan— y prepararme para el entrenamiento. En
definitiva, no estaba de humor para ningún juego,
pero sabía que los chicos me colgarían de los huevos
desde lo más alto del asta bandera si decidía no
asistir a este juego, incluso si no representaba más
que eso, un entrenamiento.
Ese año todos estábamos muy determinados en
ganar, y el entrenador más que nadie, a juzgar por
las miradas matadoras que nos dedicaba siempre que
fallábamos los lanzamientos.
Lo seguí hasta los vestidores y me resigné a pasar
las próximas dos horas bajo el sol abrasador del
campus.
—Bonito tatuaje—mencionó Jordan una vez
estuvimos de vuelta en los vestidores y me tensé de
inmediato.
Mierda. Había olvidado por completo que ahora
estaba marcado como una vaca.
¿Lo decía en serio, o era que ya había visto el
tatuaje que tenía Leah en su tobillo y estaba
149
controlándose para no romper mi bonita nariz?
Como si estuviera en una película de terror, me
giré para encararlo y respiré aliviado cuando me di
cuenta que tenía una sonrisa divertida en el rostro.
—¿Te lo hiciste en Las Vegas?—se colocó los
pantalones y se dispuso a hacer lo mismo con su
camiseta.
—Es un poco cursi, ¿no crees?—dijo con burla,
pasándose una mano por el cabello castaño que
estaba alborotado por la ducha—. No sabía que eras
de los que se hacían ese tipo de cosas. ¿Quién tiene
la otra pieza?
Un amago de sonrisa jaló de mis labios.
“Tu novia”
Por un instante, me pregunté cómo reaccionaría
Jordan si se enterara que había probado del festín
que era Leah y peor aún, que en mi gran estupidez la
había hecho mi esposa.
—Nadie—dije disipando el pensamiento
enseguida y terminando de abotonar mi camisa—.
No he encontrado a la afortunada todavía.
150
—Tal vez no es la afortunada, sino un el
afortunado—enfatizó Ethan a mi lado, también
húmedo por la ducha y aún con la toalla en torno a
su cintura—. Ya es hora de que salgas del clóset,
Alex, muchos hombres se mueren por ti.
Me dio un apretón en el trasero, al tiempo que yo
rodeaba su cuello con mi brazo y le revolvía el
cabello con el puño. Si no supiera su sucio historial,
podría jurar que él bateaba en otras ligas. A veces
era tan raro.
—¿Eso te incluye a ti?—dije a modo de broma
—. Ya es hora de tú salgas. Lamento decirte, amigo,
que aunque yo fuera gay, no tendrías ninguna
posibilidad conmigo.
Ethan se deshizo de mi agarre con rudeza y se
acomodó la toalla en torno a la cintura.
—Preferiría cogerme una cabra, te lo aseguro—
dijo el moreno siguiendo la broma y se retiró la
toalla, pavoneándose por el vestidor como si verlo
desnudo fuera mejor espectáculo que el Cirque du
Soleil.
Jordan soltó una risita baja ante nuestras
estupideces y me palmeó la espalda, saliendo junto a
151
mí del vestidor para dirigirnos a la cafetería y comer
algo antes de la última hora de clase.
Tenía tanta hambre que podría comerme una res
entera. Sin embargo, el entrenamiento demandaba
siempre una dieta estricta, así que me deshice de mi
sueño de alimentarme sólo de proteína y opté, igual
que Jordan, por una escueta ensalada—que en mi
humilde opinión sabía a mierda— y que tenía sólo
cinco tiras de pollo. Querían matarnos de hambre.
Aquello no era una dieta, era tortura, pura y
cruda.
Tomamos asiento en una de las mesas de la
cafetería, que, como siempre, estaba atestada y
Jordan se dedicó a comer como si la ensalada fuera
un orden de alitas.
—Aún no me has contado los detalles—dijo una
vez tuvo el plato casi vacío.
—¿Sobre qué?—tomé un sorbo de agua y volví a
dejarla sobre la mesa.
¿Cómo podía tener el plato a la mitad en quince
segundos? Yo aún seguía peleando por masticar la
asquerosa tira de pollo.
152
—La chica con la que te fuiste de la discoteca—
me dio un empujón a modo de juego y casi me
atraganté con la maldita tira—. ¿Era buena? ¿Tenía
buen culo?
Me miró de manera sugerente y quise soltar una
carcajada.
“Si tan solo supieras…”
—Pues…
Antes de que pudiera formular una respuesta,
Ethan se sentó con nosotros cargando su bandeja,
acompañado por Edith y Leah, que como siempre,
tomó su lugar junto a su novio.
—Les he dicho que esperaran por mí—refunfuñó
el moreno, indignado.
—Tardaste demasiado en tu desfile—se quejó
Jordan, dedicándose enseguida a depositar tiernos
besos en la mejilla de su novia.
Leah me miró por un instante, dura y penetrante,
casi como si emitiera una amenaza muda y yo la
ignoré olímpicamente, sólo para demostrarle que
pese a sus intentos por intimidarme, no estaba
haciendo un buen trabajo.
153
—¿De qué estaban hablando?—preguntó Edith,
una sonrisa enorme surcando sus labios y tan cerca
de mí que podía percibir su intenso olor a vainilla.
—Le preguntaba a Alex sobre su aventura tierras
inexploradas—podía ver la broma brillando en los
ojos de Jordan.
—¿Eso qué significa?
— ¡Por Dios, Edith! ¿En qué caverna vives? ¡Pon
atención mujer!—Ethan puso los ojos en blanco
dramáticamente y después sonrió con picardía—. Se
refiere a la chica con la que estuvo en Las Vegas, y
ahora que lo menciona, yo tampoco he escuchado
bien los detalles, ¿cómo fue? ¿Cómo era la chica?
—¡Tienes razón!—la rubia abrió la boca
impresionada.— Yo también quiero saber—me dio
un codazo en el costado.
—Aunque a juzgar por las marcas que te dejó en
el cuello, ya puedo imaginarme la respuesta—los
orbes oscuros de Ethan no perdieron su brillo de
travesura. — Quería comerte vivo.
Todos fijaron su vista en mí, expectantes; sin
embargo, yo clavé mis ojos en Leah, disfrutando
enormemente de la manera en que me perforaba con
154
la mirada a modo de advertencia y del tono un poco
más pálido que había adquirido su piel.
Aquello podía resultar muy divertido.
—Fue muy interesante—esbocé una sonrisa
lentamente, asegurándome de que mostrara la
satisfacción que sentía por dentro y regodeándome
en que ella siguiera cada uno de mis movimientos—.
Aunque en realidad no hablamos mucho,
básicamente nada.
—Ése es mi hombre—Jordan me dio una
palmada en la espalda con orgullo y mi maléfica
sonrisa se ensanchó al reparar en Leah con diversión
sádica, su rostro yendo del color rojo al verde y
después al blanco para terminar con el rojo otra vez.
—Fuiste quien más aprovechó ese viaje—bufó
Ethan.— A mí no se me acercó ni un perro.
—No te imaginas cuánto, y sé que ella lo disfrutó
también. Me encargué de ello—dije con tono
malicioso y sorbí de mi botella de agua sin perder
detalle de mi volátil esposa.
Si las miradas mataran, yo ya estaría enterrado
tres metros bajo tierra hacía mucho tiempo. Era un
talento.
155
Leah carraspeó entonces para desviar la atención.
—¿Podemos cambiar de tema?—me miró con
displicencia—. No todos somos tan vulgares para
contar ese tipo de cosas y créeme, no me interesa
escucharlas.
Contuve una carcajada, permitiéndome disfrutar
de las reacciones que le causaba y de su
desesperación por abandonar el terreno tan peligroso
que habíamos pisado.
—Tranquila reina del hielo, sabes bien lo mucho
que nos gustan los chismorreos—dijo Edith mordaz
y todos rieron en la mesa, a excepción de nosotros
dos.
Si ella iba a seguir escurriéndose igual que arena
entre mis dedos, al menos haría de este juego algo
divertido y entretenido para los dos.
Fue cuando salía de la última clase del día que la
miré girando en uno de los pasillos y me apresuré a
seguirla. Antes de poder pensar mejor la manera en
que debía abordarla, la tomé del codo con
brusquedad y la giré, deteniendo su andar y
156
estampándola sin mucho cuidado contra una de las
paredes del pasillo.
Si seguíamos así, eso se iba a convertir en una
costumbre.
Leah me miró sorprendida por un instante,
aterrada incluso, antes de que el hastío se adueñara
de su semblante y retomara una de sus actividades
favoritas en la vida: clavarme estacas con sus ojos.
— ¿Qué demonios está mal contigo?—escupió,
recuperándose de la impresión. — ¿Quién te crees
que eres para tomarme así? Casi me matas del susto.
Alzó la barbilla altiva y desafiante, y en
respuesta, yo apreté su brazo con fuerza, tomando un
paso más cerca de ella.
—Tenemos que hablar.
—Primero, suéltame en este momento—espetó,
tratando de zafarse, sin lograrlo—. Segundo, tú y yo
no somos iguales, así que respétame.
Sonreí con burla.
—Ya, y yo que pensaba que el Papa vivía en
Vaticano. ¿No quieres que me arrodille también?
—Pues si reconoces tu lugar…
157
—Leah—la corté y fue en ese momento que caí
en cuenta de la poca distancia que había entre
nosotros.
Era lo más cerca que habíamos estado desde el
fiasco de Las Vegas y podía percibir claramente su
aroma. Era el mismo que me había intoxicado
cuando follamos en ese feo motel.
Desde esa corta distancia, aprecié con mayor
claridad sus ojos, pero no pude otorgarles un color
en concreto. Siempre pensé que eran negros, no
obstante, en ese momento reflejaban un gris más
profundo, pigmentados, enmarcados por unas largas
pestañas. Reparé simultáneamente en la forma de su
cara, la curva de su nariz y lo rellenos e incitantes
que lucían sus labios, levemente partidos.
Estábamos tan cerca que sólo tenía que
inclinarme un poco para eliminar la escasa distancia
que había entre nosotros, estaba tan, tan cerca…
—Suéltame, no pienso repetirlo—dijo con voz
tan fría como el hielo y la obedecí de mala gana,
porque, pese a su mala actitud, su cercanía no me
desagradaba del todo.
Se masajeó la parte donde la había tomado y
después se puso un largo mechón de cabello oscuro
158
tras la oreja.
— ¿Y bien? Habla. No quiero que las personas
nos vean juntos y se hagan ideas erróneas.
— ¿Erróneas?—enarqué ambas cejas, divertido
—. Yo más bien diría que estarán en lo correcto.
Ella se cruzó de brazos, mirando a ambos lados
del pasillo, que estaba desierto.
— ¿Has hablado ya con tu padre?
Me miró como si le hubiese pedido que regalara
todas sus bolsas Gucci.
— ¿Eres idiota o sólo pretendes serlo?—dijo
incrédula—. ¿Beber tanto te ha fundido el cerebro?
Me erguí y volví a tomar otro paso cerca de ella,
buscando intimidarla, pero se mantuvo firme.
—No puedo decirle a mis padres lo que he hecho,
me matarían—se pasó una mano por el cabello,
preocupada y negó—. Pero creo que tengo otra
solución.
— ¿En serio?—Leah alzó el rostro para mirarme
y nuevamente, estábamos tan cerca el uno del otro
que incluso podía notar su leve temblar—. Porque te
159
he visto tan feliz los últimos días que he llegado a
pensar que te gusta ser la señora Colbourn.
Sonrió con desdén y con el reflejo del sol, sus
ojos adquirían un color azul oscuro, no gris.
—Créeme, no hay nada que desee más que
terminar con esta pesadilla.
—Para ser alguien que quiere terminar con esto
tan ansiosamente, yo esperaría que ya tuvieras una
solución sobre la mesa.
—Me importa una mierda lo que tú esperes,
Alexander.
Diablos, estaba prácticamente encima suyo. Sólo
tenía que inclinarme unos centímetros para tomar su
incitante y maldita boca. Quería ver sus labios tan
hinchados como aquella vez en el motel.
Y entonces, cuando estaba a punto de cometer la
mayor estupidez de mi vida—por segunda vez, debía
añadir—, Jordan apareció entre nosotros,
aclarándose la garganta.
Ambos dimos un respingo y tomé unos cuantos
pasos de distancia por instinto.
— ¿Interrumpo algo?—mi amigo se colocó junto
a Leah, quien, como siempre, me mandaba miradas
160
de advertencia. Yo simplemente negué sin perder la
compostura.
Parecía receloso y un poco descolocado por lo
que acababa de presenciar.
—No, sólo le pedía a Leah un bolígrafo de punta
fina, ya sabes, el señor Dott odia que tracemos con
punta gruesa—expliqué rápidamente, antes de que
ella pudiera decir algo distinto.
—Le he dicho que no llevo uno—completó y
Jordan se apresuró a sacar uno de su mochila, que yo
acepté buscando parecer convencido de lo que
estaba haciendo.
—Gracias, amigo.
No dijo nada más, pero continuó mirándome
suspicaz. Me di la vuelta y me dispuse a salir del
lugar sin mirar a ninguno de los dos.
Los mensajes no se detuvieron ese día, ni me
dieron tregua durante la noche, así que decidí
presionar un poco las cosas. La sutileza y
amabilidad con Leah no iban a funcionar, debía
insistir hasta que la estirada arpía me prestara
atención y ya tenía un plan para conseguirlo.
161
Al día siguiente, me senté en la misma mesa de
los chicos dentro de la cafetería durante una de las
horas libres y me regocijé en la satisfacción que me
generó percibir la tensión inmediata en el cuerpo de
Leah al sentarme junto a ella.
Sabía que no le era totalmente indiferente, porque
si así fuera, entonces no demostraría ninguna
emoción teniéndome tan cerca; sin embargo, las
reacciones que ella tenía eran obvias y me atrevería
a decir que incluso intensas.
Nadie pareció prestarle importancia a que hubiese
hecho algo tan fuera de lugar como sentarme junto a
la princesita de los McCartney, así que aproveché el
poco espacio que había en la mesa redonda para
pegarme a ella, a tal punto que nuestros brazos se
rozaban.
Estaba tan tiesa como una tabla y resultaba tan,
tan divertido.
—Estoy harto de Dodders, lo juro—se quejó
Ethan, negando enérgicamente—. La próxima vez
que vea a esa chica detrás de mí, voy a aventarle una
silla.
Todos reímos en la mesa.
162
— ¿Por qué?—preguntó Edith comiendo de un
engrudo tan asqueroso que ni siquiera soportaba
mirarlo, pero según ella, era avena. Odiaba la avena.
—Hoy en la mañana parecía que el edificio se
estaba incendiando, porque el pasillo principal
estaba lleno de gente tan lenta—espetó Ethan,
negando—. Si la escuela realmente se hubiese
estado quemando, ya nos habríamos muerto diez
veces por culpa de esos idiotas.
Otra ola de carcajadas inundó la mesa y Leah se
removió incómoda junto a mí, buscando pegarse
más a Jordan, que permanecía sentado a su lado
izquierdo.
—¿Pero qué tiene de malo Isabella Dodders?—
inquirió Jordan aún sonriendo—. Siempre te desvías
del tema, Ethan.
—Eres un asco para contar historias—comenté,
negando.
Él me respondió con una mueca mordaz y volvió
a pasarse la mano por sus rizos oscuros.
—Sí, sí. El punto es que mientras caminaba
miserablemente para llegar a clase en ese montón de
idiotas, Isabella. No. Paraba. De. Pisarme. El. Talón.
Estuve así—hizo una seña con la mano para
163
demostrar su poca paciencia— de girarme para darle
una bofetada.
No pude contener la carcajada que salió de mi
garganta. Definitivamente mi actividad favorita
entre clases era escuchar las estupideces que le
sucedían a Ethan. No tenía idea de qué brujería le
habían hecho para tener tan mala suerte.
—Pero claro, como soy un caballero—se irguió
dándose importancia, al tiempo que Leah, Sara y
Edith soltaban un bufido—, no lo hice, y en cambio,
me giré para decirle que la próxima vez que volviera
a pisarme el talón iba a romperle el pie.
Mientras todos reían y trataban de recuperar el
aire con las tonterías que contaba Ethan como si
fueran la mayor tragedia de su vida, coloqué mi
mano sobre el muslo de Leah, rozándolo apenas.
Ella reaccionó al tacto de inmediato y su sonrisa se
desvaneció al instante. Miró mi mano cautelosa y le
di un leve apretón sin despegar la vista del frente y
fingiendo prestar atención a la próxima idiotez que
saldría de la boca de nuestro amigo.
Trató de apartar mi palma con disimulo, sin éxito
y en un rápido movimiento, tomé sus dedos hasta
que
estuvieron
prácticamente
entrelazados,
regalándole otro apretón. Todavía asegurándome de
164
que nadie nos prestaba atención suficiente, me las
arreglé para entregarle una nota depositándola en el
interior de su mano, el tacto tan suave y cálido como
lo recordaba, para después dejarla ir y ponerme en
pie con brusquedad.
—Tengo cosas que hacer—me disculpé y miré a
Leah bajo la excusa de despedirme de cada uno de
los ocupantes, quien apretaba en un puño la nota que
le había dado—. Nos vemos luego.
Salí de la cafetería sin darle importancia a los
alegatos de los chicos.
Media hora después, mientras estaba en clase de
tecnología y sistemas de producción con el señor
Robins, quien no paraba de balbucear sobre un tema
que hizo a mi cerebro desconectarse a los seis
minutos, recibí un mensaje.
Vibró y lo extraje del bolsillo de mi pantalón.
Miré el celular lo más disimuladamente posible—
porque podía jurar que ese hombre tenía ojos en la
espalda y un radar para los celulares—. Contuve la
respiración, pensando que sería otra amenaza.
Arpía: ¿Por qué no puedes ser una persona
normal y mandar un mensaje por aquí?
165
Una sonrisa se deslizó por mi rostro incluso antes
de que pudiera notarlo y respondí el mensaje de
Leah.
Alex: ¿Dónde está la emoción en hacer eso?
Arpía: Yo apostaría más bien a que tu cerebro no
tiene la capacidad suficiente para usar un teléfono
correctamente.
Siempre a la defensiva. Tuve que luchar horrores
para no soltar una carcajada.
Alex: Te sorprendería saber de lo que mi cerebro
es capaz.
La respuesta llegó un segundo después.
Arpía: Lo dudo. Te veré en ese café que
escribiste a las seis. Llega puntual.
Alex: Tu TSOE siempre a tus órdenes.
Arpía: ¿Mi qué?
Alex: Tu Siempre Obediente Esposo.
Una sonrisita maliciosa se extendió por mi rostro,
que se ensanchó cuando Leah mandó un emoji
dejando en claro que no le había hecho gracia la
broma. Podía imaginarla gruñendo y con los
166
cabellos de punta, como toda la energúmena que en
realidad era.
Había descubierto en los últimos días que me
gustaba desequilibrarla, desconcertarla y hacerla
bajar de su inmaculado pedestal de superioridad para
que mostrara su vulnerable lado mortal.
Alguien estrelló un libro fuertemente sobre mi
mesa y di un respingo. El señor Robins me miraba
desde su altura con sus redondos anteojos de botella
y su cabeza calva que reluciendo bajo la luz como
una fea bola mágica que solo predecía desgracias
para el futuro.
Me sacó de la clase antes de que pudiera decir
algo. ¿No había dicho que tenía un radar?
El café donde
prácticamente vacío.
la
había
citado
estaba
Lo conocía de las veces en que había los ayudado
realizando un par de sesiones para promocionarse y,
aunque era bastante conocido, a esas horas de la
tarde la clientela bajaba considerablemente porque
los estudiantes que asistían a la preparatoria de
enfrente terminaban sus actividades temprano.
167
Podía resultar pequeño y silencioso, pero era más
difícil hacerte notar en un lugar como ése, y
nosotros, por el tipo de personas que éramos,
necesitábamos evitarlo lo más posible.
Así que ahí estaba yo, sentado en una mesa para
dos personas en una esquina, con una taza de café en
las manos y esperando a una chica que no debería
representar nada para mí.
Diablos, en un día normal ni siquiera debería
estar esperando por ella.
Leah McCartney debería ser irrelevante para mí,
pero no lo era. Sí, parte de ello se debía a que ahora
éramos esposos sin siquiera planearlo, pero sabía
que eso no era todo. No tenía idea de porqué ella
representaba algo más.
No sabía porqué sentía la necesidad de hablar con
ella, pelear con ella y saber más de ella, pero la
sentía. Así que por ello permanecía esperando,
confiando en mis instintos.
O algo por el estilo.
Ya había pasado media hora desde lo acordado y
seguía sin aparecer. Resoplé. ¿Por qué había
insistido en que yo llegara temprano si ella iba a
aparecerse hasta el día siguiente?
168
— ¿Necesitas algo más?—preguntó la mesera,
afable. Su complexión era menuda, sus ojos
brillantes y su clara cabellera estaba recogida en una
larga cola de caballo.
—Estoy esperando a alguien—sonreí con la
misma emoción.
Ella me sonrió a su vez.
—Oh, en ese caso—se acercó para abrir la carta
en mi mesa y señalarme un postre, su cuerpo a una
muy corta distancia del mío—puedo recomendarte la
tar…
Alguien se aclaró la garganta con demasiado
dramatismo y ambos levantamos la vista al mismo
tiempo.
Oh por Dios.
Tuve que luchar horrores por no partirme de risa
en ese momento.
Leah se bajó un centímetro los enormes lentes
oscuros que cubrían sus ojos y le lanzó una mirada
asesina a la camarera, pero no supe si lo hizo para
alejarla o porque aquélla era la manera en que
miraba a todo el mundo.
169
—Iré por un menú para ti—se disculpó la
muchacha tomando más distancia, repentinamente
nerviosa—. Los atenderé en un momento.
Salió corriendo como un perrito asustado un
segundo después. ¿Y cómo no iba a asustarse si
Leah parecía una versión renovada de Cruella de
Vil?
La miré divertido mientras se quitaba la pesada
gabardina negra para dejar al descubierto una blusa
manga larga del mismo color con un escote muy
revelador y se acomodó el enorme sombrero de ala
negro sobre la cabeza, sin retirarse los anteojos.
—Veo que no pierdes el tiempo—dijo cortante.
— ¿Yo? ¿De qué hablas?—apenas podía contener
la risa para hablar.
—Tienes el agua hasta el cuello y sigues ligando
como si nada.
— ¿Te molesta?—le sonreí de manera sugerente,
pero no pude ver sus ojos por los lentes.
—Puedes hacer de tu culo un papalote,
Alexander. No me importa en lo más mínimo—
sentenció y mi sonrisa de ensanchó.
170
—Gracias, lo tendré en cuenta—sorbí del café y
la miré largo y tendido. Se veía tan ridícula con ese
atuendo—. ¿No crees que llamas más la atención
yendo así vestida?
—No. Imagina que alguien se dé cuenta que
estamos aquí. He tenido muy malas experiencias con
reporteros y lugares públicos y lo último que quiero
es que saquen una foto de nosotros dos—se inclinó
sobre la mesa, obsequiándome una preciosa vista del
inicio de sus pechos—, porque entonces no tardarán
en especular que tú y yo tenemos algo que ver.
—Pero sí lo tenemos, ¿no?
—No por mucho tiempo—dijo en tono frío.
La camarera llegó en ese momento con un menú,
pero Leah ni siquiera se molestó en abrirlo.
—Quiero un americano, negro. Uno de azúcar,
por favor—le regresó la carta y la muchacha
obedeció al instante.
Yo la miré enarcando ambas cejas.
—Pensé que eras el tipo de chica que pedía un
montón de especificaciones en su café, hasta que era
todo menos café.
171
Leah amagó una sonrisa y seguí de cerca el
movimiento de sus labios. Debía reconocer que tenía
una sonrisa bonita.
—Soy una chica fácil de complacer.
—En eso estamos de acuerdo—me incliné
colocando los codos sobre la mesa y el gesto se
desvaneció.
—Ya tengo una idea de quién puede ayudarnos a
salir de esto—mencionó de pronto, buscando
cambiar de tema y yo la insté con una seña a
continuar—. Debo hablar con él primero, pero creo
que no va a negarse.
— ¿Un abogado?
Ella asintió.
—Veo que tienes mucha prisa porque esto
termine—apunté con humor.
—Esto fue un error—acotó severa—. Y uno muy
grande, lo mejor que podemos hacer es resolverlo lo
más rápido posible.
— ¿Un error? ¿Tan mal estuve?—Leah se
mantuvo en silencio, lo que me motivó a continuar
—. Por lo que yo recuerdo, tú no dejabas de pedir
más.
172
Se bajó los lentes oscuros para fulminarme con la
mirada, se removió incómoda en la silla y se abanicó
con la mano. La camarera depositó su café sobre la
mesa en ese momento y se dispuso a beber.
—Deberías pedir algo más—comenté, solo para
hacer conversación—. Eres demasiado delgada.
— ¿Quién eres tú para decirme eso?—inclinó su
cabeza al lado, desafiante.
—¿Actualmente? Tu esposo—disfruté de la
mueca de exasperación que compungió sus
facciones.
—No por mucho tiempo. Entre más rápido
termine esto, menos posibilidades hay de que mis
padres me crucifiquen—sentenció y yo solté una
risita baja.
—¿Por qué tanta prisa? Que nuestros padres se
odien, no quiere decir que tú y yo no podemos ser
amigos, Leah. Lo prometo, no muerdo.
—Viniendo de ti, yo diría que podrías pegarme
hasta la rabia—me cortó displicente y se retiró los
lentes, dejando sus vibrantes ojos al descubierto—.
No quiero ser tu amiga, Alexander.
173
Una sonrisa maliciosa jaló de la comisura de mis
labios.
—Entonces podemos ser más que amigos—rocé
su pie con el mío bajo la mesa, un leve toque, casi
inocente y ella lo retiró al instante, encuadrando los
hombros.
—Lo único que quiero es divorciarme para ya no
tener que dirigirte la palabra otra vez—escupió,
ofuscada.
—Y yo lo único que quiero es que me montes
igual que en ese motel de Las Vegas, pero no todo lo
que deseamos se nos concede, ¿o si?
Pareció atragantarse con su café.
—No lo recuerdo, y si no lo recuerdo, entonces
no pasó.
—Pero yo sí lo recuerdo.
—¿Así es como ligas?—parpadeó, fingiendo
inocencia—. Porque si es así, no sé cómo consigues
llevar chicas a tu cama.
—No lo sé—me recargué en la silla, ofreciéndole
una vista más completa de mí, que sabía ella estaba
bebiendo aun a pesar de no querer hacerlo—.
Pregúntatelo frente al espejo—le regalé una de mis
174
mejores sonrisas, y Leah la observó sin perder
detalle.
Movía el pie bajo la mesa y tamborileaba los
dedos sobre la superficie. No quería demostrarlo,
pero estaba nerviosa. Nuevamente podía sentir la
misma tensión que se había construido entre
nosotros cuando la intercepté en el pasillo.
— ¿Estás coqueteando conmigo?—enarcó una
ceja, incrédula.
—No—me acerqué más sobre la mesa—.
¿Quieres que lo haga? Porque podría no haber vuelta
atrás, soy encantador.
—Yo más bien diría que eres idiota.
Me sonrió desdeñosamente y le correspondí.
Aquel juego de estirar y aflojar estaba regalándome
el tiempo de mi vida.
— ¿Y bien? ¿De qué querías hablarme?—dijo
después de algunos segundos en silencio, volviendo
a adquirir el mismo tono autoritario.
—Negocios—acoté con la misma emoción.
—Te escucho.
175
—Necesito que no termines con el matrimonio
inmediatamente—pedí y no pude descifrar la
expresión que se asentó en su rostro.
—¿Por qué?
—Necesito que me ayudes en algo, Leah.
Suspiré y me preparé para el discurso que iba a
darle.
—Tengo problemas, y necesito de ti para
resolverlos.
—¿Qué tipo de problemas?—frunció el ceño.
—Debo dinero a unos tipos—lo dije lentamente
para que ella comprendiera y esperando que no
hiciera muchas preguntas.
— ¿Qué tipos? ¿Por qué? ¿Es mucho?—pareció
interesada de pronto y se inclinó también sobre la
mesa.
Ya, era mucho pedir que no hiciera preguntas.
—Eso no importa ahora. Lo que necesito es que
me ayudes a conseguirlo.
Se dejó caer en la silla, con una expresión de
incredulidad en el rostro.
176
—No me digas, y quieres que permanezcamos
casados por bienes mancomunados para así poder
robar mi fortuna, ¿no?—negó sin poder creérselo y
yo la miré enfadado—. Hasta donde yo sé, tus
padres también están pudriéndose en dinero.
—No, no necesito tu dinero—aclaré—. Escucha,
puedo obtener el dinero que necesito de la parte de
la herencia que mi abuelo tiene reservada para mí, lo
único que tengo que hacer es cumplir con la
condición que me impuso.
—¿Y qué condición es ésa?
La observé por un momento, calibrando su rostro
para anticipar su reacción.
—Tengo que casarme y presentarle a mi esposa.
Se mantuvo impasible, para después palidecer de
ira en un segundo.
—Así que realmente planeaste esto, ¿no? La
idiota de Leah no se dará cuenta que la he hecho mi
esposa solo para conseguir el dinero—estaba seguro
de que en su mente estaba incinerándome vivo—.
Sabía que tú me habías abducido.
—¡Yo no planeé esto!—levanté el tono de voz
una octava y los pocos clientes en el lugar fijaron su
177
vista en nosotros. Los ignoré y me centré en ella,
acercándome lo suficiente para que me escuchara
susurrar—. ¿Crees que yo quiero estar atado a una
arpía obsesiva como tú? No lo he planeado, y daría
lo que fuera porque esto jamás hubiese ocurrido,
pero ya que estamos aquí, debo aprovecharlo, ¿no
crees?
Me miró escéptica.
—¿Y cómo se supone que tu abuelo te entregará
el dinero?
—Debes venir conmigo a Inglaterra.
Sus ojos casi se salen de sus cuencas tras la
respuesta.
—Estás demente, ¿qué le diré a mis padres?—
negó, cada vez menos convencida.
—No lo sé, cualquier cosa. Realmente necesito tu
ayuda, Leah.
Se mordió
posibilidades.
el
labio,
pensando
en
sus
— ¿Cuánto dinero debes, Alexander? Tal vez yo
pueda dártelo, con tal de no estar más tiempo en esta
situación.
178
—No lo creo.
Clavé la vista en la mesa, considerando el decirle
o no, pero al final, decidí arriesgarme.
—Debo cinco millones.
—Joder, ¿no quieren un riñón tuyo también?—se
mordió una uña, pensativa.
—Lo mejor que puedes hacer es acompañarme y
después te dejaré libre.
Alzó la vista de pronto, con su ceño
profundamente arrugado y los labios muy fruncidos.
No tuve que ser ningún adivino para saber que la
había cagado a juzgar por su furioso semblante.
—¿Quién eres tú para imponerme condiciones?
No necesito de tu consentimiento para divorciarme.
Lo siento, Alexander, pero no voy a ayudarte con
esa locura. El problema es tuyo, no mío, no me
embarres en tu mierda. Iré a ver al amigo de mis
padres con o sin ti y terminaré con esto cuanto antes.
Se puso en pie antes de que yo pudiera
reaccionar, metió la mano en su bolso y dejó varios
billetes para pagar la cuenta.
—Leah, escucha…
179
Me incorporé junto a ella y la detuve del brazo
cuando estaba por irse. Inspiró profundamente.
—Tienes una manía increíble por tomarme como
te plazca y eso me molesta muchísimo—se deshizo
de mi agarre con brusquedad y salió del lugar
envuelta en la pesada gabardina.
Permanecí de pie en el lugar mientras la
contemplaba irse, con la presión en mi cabeza
creada por los problemas amenazando con
aplastarme en cualquier momento.
Mierda. ¿Ahora qué?
Heeeeeey, volví.
¿Qué tal, cómo están? ¿Me extrañaron?
¿Qué creen que pasará en los siguientes
capítulos? Estoy ansiosa por leer sus
comentarios.
¿Ya les dije que me encantan los capítulos
kilométricos?
El siguiente capítulo irá dedicado al primer
comentario.
180
Con amor,
KayurkaR.
181
Capítulo 7: La manzana del
Edén.
Leah
Su piel está tocando la mía en todos los lugares
correctos.
Puedo sentir la dureza de hueso, músculo y piel
tensándose bajo mis palmas, mis manos viajando
por todo su pecho.
Se estrecha más contra mí y recibo de buena
gana el contacto, la fricción y el calor de su cuerpo
sobre el mío. Saboreo la sensación que me provoca
el tenerlo tan cerca de mí, con su respiración
erizando cada vello que poseo, dejando húmedos
besos sobre mi cuello, que no hacen otra cosa que
tensar el nudo que lleva tiempo construyéndose en
mi vientre.
Estoy tan excitada que siento me desintegraré de
mera ansia. La humedad entre mis piernas es
insoportable y mi cerebro, velado por la bruma de la
lujuria, no alcanza a entender por qué se está
tomando tanto tiempo.
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Siento mis pezones tan endurecidos que duelen de
mera expectación, ansiosos por recibir atención.
Juega con uno de ellos entre sus dedos, suavemente
tirando de él y suelto un jadeo más fuerte de lo que
debería cuando siento su lengua circular el otro,
creando una tortuosa y lenta danza en torno a la
sensible superficie.
Arqueo mi espalda buscando su boca cuando lo
siento sobre mi otro pecho, trabajando con la misma
diligencia y siniestra lentitud, como si disfrutara de
hacerme rogar por más contacto con sus expertos
labios. Quiero callarme, quiero controlarme, pero
no puedo hacerlo. Las sensaciones son simplemente
cósmicas.
Besa el medio de mis pechos y lo siento
acomodarse sobre mí, trazando caminos con su
boca; húmeda, firme, caliente y devastadora,
moldeándome a su antojo.
Circula mi ombligo antes de descender un poco
más, hasta mi monte de Venus y yo estrecho más mi
piernas para mantenerlas juntas, incapaz de
suprimir el reflejo por recibir atenciones en esa área
tan sensible. Mis pies están tan curvados que siento
como si fuera a sufrir un calambre en cualquier
momento.
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Estaba a punto de entrar en combustión.
Recorre mi pierna depositando tiernos besos
sobre ella, hasta llegar a la parte interior del muslo,
mi piel hormigueando deliciosamente ahí por donde
pasa. Separa mis piernas suavemente y se acomoda
entre ellas, con sus manos firmes en mi cintura,
enviando ondas eléctricas ahí donde sus masculinos
dedos me tocan.
Estoy tan tensa por la expectación que siento
como si estuviera a nada de explotar en mil
pedazos.
Un fuerte gemido se escapa de mis labios cuando
siento su lengua en mi feminidad y muevo mis
caderas inconscientemente, buscando mayor
contacto, porque la sensación de su boca es
exquisita.
Jadeo por aire, sus atenciones lo han robado de
mis pulmones y mi vista permanece nublada por el
deseo; mi cerebro completamente centrado en él.
Circula mi clítoris con su experta lengua y vuelvo
a mover mis caderas antes de poder detenerme. No
quiero perderme un solo segundo de esa magnífica
sensación. Lo siento trabajar nítidamente sobre mí,
mis piernas tan tensas como una cuerda a punto de
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romperse y mis nudillos blancos por lo fuerte que
tomo las sábanas. Succiona suavemente mi parte
más sensible y siento que perderé la cordura en ese
momento. Recorre mi entrada abiertamente,
creando
mapas,
chupando,
lamiendo
y
enloqueciéndome.
En poco tiempo yo ya soy un coro de súplicas y
gemidos, ¿y cómo no serlo? Si esto es magia pura.
Una experiencia casi religiosa.
Me incorporo sobre mis codos para mirarlo, para
observar la orquesta que está tocando sobre mi
cuerpo y sus ojos azules me miran de vuelta entre
mis
piernas.
Alexander
me
regala
momentáneamente una de sus mortales sonrisas, un
amago apenas que resulta peligrosamente excitante
y que es casi suficiente para hacer que me corra,
antes de volver a sellar su boca en torno a esa parte
en específico que me desarma.
Mueve sus manos para colocarlas sobre mi
trasero, apretándolo con fuerza, antes de levantarme
un poco y doblar sus esfuerzos en lo que tan
hábilmente está haciendo. Mi pecho colapsa porque
la vista de él comiéndome es demasiado.
Deslizo mis dedos entre sus claros mechones
para acercarlo más y pronto siento el orgasmo
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construyéndose dentro de mí, al ritmo de un tambor
—de mi desbocado corazón, que late fuerte y férreo.
Estoy tan cerca… tan, tan cerca…
Me incorporé de la cama agitada, buscando
recuperar la respiración y con el corazón latiendo tan
rápido que por un momento me preocupó que
pudiera salirse de mi pecho.
Me retiré el cabello de la cara y permanecí quieta,
esperando que mi cuerpo se deshiciera de la molesta
sensación que quedaba cuando estabas a punto de
terminar pero no podías lograrlo.
Percibía un nudo tan fuerte en mi vientre que
incluso dolía un poco.
¿Qué mierda había sido eso? ¿Un recuerdo? ¿Un
sueño?
Coloqué mi cabeza entre mis manos,
reprochándome mentalmente el pensar en esas
cosas, por soñar con él en situaciones tan
comprometedoras. Yo no era ninguna adolescente
idiota de quince años para tener sueños húmedos.
¿Qué demonios estaba mal conmigo?
Me removí incómoda. Pensé que me había
orinado en la cama como una niña, pero entonces caí
en cuenta de que estaba ridículamente mojada.
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Sentía como si tuviera una piscina entre mis piernas
y eso solo sirvió para aumentar mi sentimiento de
culpabilidad.
“Tranquila, Leah. Piensa lógicamente las cosas”
¿Pero cómo podía pensar lógicamente si él seguía
apareciendo en mi mente durante el día y
asediándome en mis sueños por la noche?
No había dejado de correr dentro de mi cabeza
desde
que
nos
habíamos
despertado
irrevocablemente casados en esa horrenda
habitación de motel. Una parte de ello se debía a que
obviamente no quería estar casada con un completo
extraño a mis veintidós años, que por cierto, también
resultó ser un imbécil. Pero había otras razones por
las que seguía impreso en mi memoria que de
ninguna manera iba a admitir.
Desde que regresamos, había tenido destellos de
lo sucedido entre nosotros en Las Vegas, de todas las
veces que nuestros cuerpos habían entrado en
contacto, de la manera en que sus manos me habían
explorado y había hecho uso de mí a su antojo.
La mayoría de mis recuerdos eran difusos por
haber estado ebria hasta el culo, pero los fantasmas
de sus caricias permanecían ancladas a mi memoria,
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haciendo a mi piel erizarse cada vez que me
concentraba lo suficiente para recordarlo. Sin
embargo, siempre me despertaba cubierta de un
sudor frío y una necesidad inminente de cambiarme
las bragas, y ya estaba cansándome de ello.
Miré mis pies y los doblé, pensativa. Podía no
recordar los eventos concretamente, pero mi cuerpo
conservaba la memoria de todas las sensaciones y
debía admitir—aunque la vida se me fuera en ello—
que él había sido especialmente bueno en la cama.
Me atrevería a decir que ni siquiera estaba ebrio,
aunque sí lo estaba, es decir, ambos lo estábamos
terriblemente y el solo imaginar lo que sería capaz
de hacer estando sobrio envió una nueva llamarada
de excitación por mi sistema.
Negué enérgicamente y me froté el rostro. ¡No
podía estar pensando en estas cosas! Jordan
simplemente no se lo merecía.
Alexander no me atraía en absoluto. Ni siquiera
me agradaba, así que esos ridículos sueños y
reacciones debían ser producto de algo más lógico…
En mi sistematizada mente, me había decantado
por dos razones para mis absurdos sueños húmedos:
la primera era que las chicas nos volvíamos más
calientes cuando nuestro período se aproximaba y si
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mis cuentas no me fallaban, no tardaría en tener la
menstruación, razón suficiente para tener estos
ridículos sueños con la última persona con quien
tuve sexo.
La segunda razón era la que menos me convencía
y la que más me avergonzaba considerar, pero no
por ello iba a descartarla: mi cuerpo, en su
maravillosa memoria, recordaba la última vez que
había follado con el heredero de los Colbourn y,
ahora que lo había probado, lo deseaba por el simple
hecho de ser algo prohibido y fuera de los límites de
mi alcance, por lo que no aceptaría a otro más que a
él.
Gruñí frustrada. Estaba dándole demasiadas
vueltas al asunto.
Lo mejor que podía hacer era sacar a Alexander
de mi vida dándole una patada en el culo, porque ya
me había ultrajado lo suficiente.
Me incorporé con pereza y me apresuré a mi
cuarto de baño para darme una ducha con agua fría.
La necesitaba urgentemente.
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Papá estaba leyendo el periódico de ese día sobre
la barra de la cocina, sorbiendo de su inseparable
taza de café. Mamá decía que hacía eso incluso antes
de casarse y que las viejas costumbres no morían
nunca.
Una terrible sensación de culpabilidad me
invadió por el simple hecho de verlo, tan tranquilo y
ajeno a toda la mierda en que había convertido mi
vida en tan solo una noche.
Me acerqué a él y sin decir una palabra, retiré el
diario para abrazarlo con fuerza, dejando caer mi
cabeza sobre su ancho pecho y embriagándome de
su aroma. Papá siempre olía a limpio, a perfume y a
una familiaridad que le daba sentido a toda mi vida
solo con estar cerca.
Me sentí repentinamente pequeña y tuve que
luchar por mantener a raya las ganas devastadoras
que sentía por echarme a llorar en sus brazos, como
hacía cuando tenía cinco años.
—¿Qué pasa?—él me abrazó de vuelta con la
misma energía y su cuerpo, fornido y conservado a
pesar de los años, me llenó de sosiego. Podía
escuchar la mezcla de sorpresa y diversión en su
voz.
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Permanecí en silencio, disfrutando por un poco
más de la sensación de templanza que él siempre me
transmitía. Yo era una hija de papi, definitivamente,
pero no me avergonzaba serlo. Lo adoraba y no
habría pedido a ninguno mejor.
Mamá decía que yo era su versión femenina,
porque era la que compartía más rasgos suyos, tanto
físicos como personales. Teníamos el mismo color
peculiar de ojos, el mismo temperamento de los mil
demonios y la misma necesidad de mantener el
control sobre las cosas.
Mi hermano menor, Damen, era la versión
masculina de mamá, sin duda, y Erik, el mayor,
bueno, supongo que él era una perfecta combinación
de los dos, aunque físicamente tenía poco de papá y
mucho de mamá.
—Nada, simplemente te quiero—traté de no
sonar tan arrepentida y culpable como me sentía.
No tenía idea de cuánto tardaría en divorciarme
del imbécil de Alexander, ni tampoco si podría
hacerlo tan discretamente como deseaba, pero quería
aprovechar de momentos como ese antes de que mis
padres me vieran como la mayor decepción de la
familia.
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Imaginarlo era suficiente para que un nudo se
formara en mi estómago y mis piernas se
convirtieran en gelatina. Yo no podría tolerar la
desaprobación de mis padres, ni su rechazo, ni
mucho menos su decepción.
—¿Qué pasa aquí?—preguntó mamá apareciendo
en la cocina, con su bata sobre el brazo y su bolso en
el hombro, lista para irse al hospital—. Parece que
alguien se despertó muy amorosa el día de hoy.
Sonrió y se acercó a nosotros.
—Y que lo digas—dijo papá aun con un brazo
sobre mi hombro, y extendiendo el otro para que
mamá entrara en el abrazo.
—No—le dije, estrechándolo con más fuerza—.
Es mío.
Era algo que había dicho desde niña, y mamá
siempre mostraba la misma expresión fingida de
indignación.
—Corrección, es mío—se estrechó contra él,
inundando el espacio con su aroma jazmín. Se puso
de puntillas y depositó un beso en la mejilla de su
esposo—, yo lo comparto con usted, señorita.
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Negué y papá soltó una ronca risita baja,
envolviéndonos a ambas con sus fuertes brazos y
dejando un beso en la coronilla de cada una.
—Las amo, a las dos.
Mamá sonrió y la observé con atención. Lucía
más joven de lo que debería para su edad, su trabajo
y tres embarazos. Supuse que gran parte de ello se
debía a la vibra alegre que era inherente a ella y que
incluso parecía hacerla resplandecer. No entendía
cómo no había sucumbido al estrés de ser la
directora de uno de los mejores hospitales del país.
—Gracias por esta dosis de amor matutina—
mencionó divertida—. Pero tengo una operación a
las ocho y si me quedo más tiempo, no llegaré.
Se acercó a papá y le depositó un beso en los
labios, que él correspondió con el mismo cariño y
devoción. Yo me alejé automáticamente, evitando
ver la escenita. No era como si me molestara, al
contrario, adoraba ver a mis padres dándose
muestras de amor, era solo que como hija, siempre
resultaba incómodo, lo miraras por donde lo miraras.
Mamá se acercó y depositó un beso en mi sien.
—Los veré más tarde—se despidió y salió de la
estancia como una exhalación.
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—Yo también debería irme—me apresuré a tomar
mis cosas para llegar a la universidad—. Te veré
luego.
Papá me despidió con un amago de sonrisa y una
seña.
—¡No te orines encima!—alcancé a escuchar
mientras subía las escaleras de caracol.
Sonreí, divertida.
Papá y yo compartíamos muchas bromas
internas. Una de ellas era su manera de desearme
suerte: que no me orinara encima.
Cuando era pequeña e iba a asistir a mi primer
día en el jardín de niños, papá me acompañó para
dejarme. Estaba tan nerviosa y asustada que me
mostraba reacia a soltar su mano y me sujetaba a ella
con todas mis fuerzas.
Luego, llegó la típica despedida: se puso de
cuclillas frente a mí y dijo que volvería más tarde.
Sin embargo, antes de que pudiera asentir, yo ya me
había orinado de los nervios. Miró el charco
alrededor de mis pies y me eché a llorar. Pensé que
me reñiría por lo que había hecho, pero no. En
cambio, me compró otra muda de ropa, me llevó por
un helado y al cine para ver la película de niños que
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estaba de moda. Prometimos nunca decirle a mamá
que en realidad había faltado al primer día de clases.
Desde entonces, era su forma de desearme suerte.
Definitivamente, no podía haber pedido un mejor
papá.
—¿Qué harán los insectos para divertirse?—me
preguntó Edith con una expresión de molestia en el
rostro, mientras trataba de espantar a la mosca que
zumbaba en torno a ella.
Era obvio que matar moscas resultaba mil veces
más divertido que la grave y monótona voz de la
señora Molina. La clase de contratos internacionales
era tan, tan aburrida.
La miré con una mezcla de diversión y
perplejidad por su pregunta.
—Molestarnos hasta la muerte, de seguro.
Edith seguía dando manotazos al aire mientras la
regia profesora leía otra página del gigantesco libro.
—Las moscas son como las mascotas de
Satanás… son tan, tan fastidiosas y casi inmortales
195
—se quejó la rubia, rindiéndose a su miseria y
permitiendo que la pobre mosquita pululara a su
alrededor.
Solté una risita y mi celular vibró en ese
momento.
Alexander: Buenos días, su apretada majestad.
¿Ha pensado mejor las cosas?
Mi sonrisa se desvaneció apenas leí el mensaje.
Era como mi propia Némesis persiguiéndome.
¿Tienen alguna idea de lo difícil que era evitar a
una persona en una escuela de setecientos
estudiantes? Era casi imposible si se trataba de aquél
imbécil.
Había hecho un buen trabajo evitándolo los días
anteriores, antes de nuestro desastroso encuentro en
el café, pero de ello ya habían transcurrido cinco
días. Casi cumplíamos nuestro primer mes de
matrimonio. Qué. Emoción.
Sin embargo, aunque había logrado evadirlo con
éxito, aquellos días fueron un completo infierno.
Seguía apareciéndose en todos lados, tratando de
acorralarme
en
corredores
desiertos
o
emboscándome fuera de la cafetería. Seguía cada
uno de mis movimientos, como si tuviera algún tipo
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de rastreador en mi cabeza y conociéndolo, era muy
probable que sí me hubiese insertado alguno
mientras dormía ebria hasta el culo.
Mantenía a Edith o Jordan cerca de mí cuando
caminaba por la universidad para no convertirme en
un blanco fácil y trataba de no mirarlo directamente
a los ojos, principalmente porque no quería que
terminaran nublando mi buen juicio por segunda
vez.
Había sufrido horrores en el café para
mantenerme colectada y no acceder a todas las cosas
incitantes que estaba diciéndome. Porque una parte
de mí, la más temeraria e insensata era lo que había
querido hacer cada segundo que transcurría en su
cercanía, en su atrayente y avasalladora proximidad.
Era lo que había querido cada vez que lo miraba
sentado junto a nosotros o esperando por alguno de
los chicos fuera del aula adoptando esa pose de
despreocupada seguridad.
No podía evitar el loco latir de mi corazón ante su
cercanía ni tampoco el fuerte nudo que se formaba
en mi bajo vientre, y me sentía como una idiota por
percibir todo aquello, como si fuera una colegiala
estúpida e infantil.
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Volví a la realidad cuando la profesora Molina
carraspeó como un tractor y me concentré en el
mensaje al fin.
Por algún motivo no era capaz de pensar
claramente cuando él estaba cerca de mí, me volvía
alguien volátil y perdía templanza, así que no podía
permitir que mi cuerpo siguiera dominando mi
cerebro y era por ello que debía continuar
evitándolo.
Bueno, o eso pensé, hasta que me convencí de
que verlo para resolver ese rollo cuanto antes era mil
veces mejor.
Leah: Sí, te veo en el ala este en veinte minutos.
Había logrado contactar con el amigo de mis
padres y era hora de que nos pusiéramos de acuerdo
para iniciar con el divorcio de una vez por todas.
Alexander estaba esperando por mí en el pasillo
del ala este con esa misma postura de seguridad
despreocupada que hacía a mi estómago tensarse y
que lo hacía ver a él tan peligrosamente atractivo.
Lo ignoré y subí las escaleras que estaban al final
del pasillo, invitándolo a seguirme tácitamente. Él
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obedeció dando una última ojeada para asegurarse
que nadie nos observara.
Los escalones llevaban a una parte del edificio
que estaba en remodelación desde hacía algún
tiempo, pero habían tenido que suspender la obra
por el mal clima. Desde entonces, era un lugar
desierto—a excepción de aquellos que acudían para
sentir la excitación de follar en la universidad.
Recorrí el pasillo evitando el montón de
herramientas y materiales dispersos, hasta que
encontré una puerta que no estaba cerrada con llave.
Entré con el chico Colbourn siguiendo mis pasos de
cerca y cerró tras de sí.
El aire estaba viciado, olía a moho y pintura
vieja. Una pesada capa de polvo cubría los
escritorios y sillas que llenaban la habitación. No me
atreví a sentarme en ningún lugar, a diferencia de
Alexander, que se recargó en uno de los escritorios y
sacó una manzana de su mochila.
Lo miré con los brazos cruzados y las cejas
enarcadas.
—¿Qué? Me salté el almuerzo por tu culpa y
tengo entrenamiento en diez minutos—se defendió y
yo puse los ojos en blanco—. ¿Para qué me
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arrastraste hasta aquí, de todas formas? ¿Quieres que
te ayude a recordar?
Una sonrisa sugerente se extendió por su definido
rostro, todo ángulos y líneas duras y no pude respirar
por un momento.
—No—dije demasiado rápido—. Es para decirte
que ya me he puesto en contacto con el amigo de
mis padres y he empezado a planear lo que vamos a
decirle, como un borrador.
—Dios, ¿un borrador?—se burló, mordaz—. ¿No
puedes hacer algo sin planearlo hasta la muerte
primero?
—Jódete, Colbourn.
Él siguió sonriendo y odiaba admitir que su
sonrisa era brillante, pasmosa. Si fuera una chica
más idiota, diría que Alexander tenía el tipo de
sonrisa fácil que te robaba el aliento.
Pero claro, yo no era ese tipo de chica.
—¿Y cuándo se supone que veremos a este
amigo de tus padres?
Jugó con la manzana entre sus largos y
masculinos dedos y me obligué a desviar la vista.
200
—En un par de días me dirá cuándo podemos
vernos—respondí tratando de parecer indiferente.
—¿Y cómo sabemos que no irá con el chisme a
tus adorables y nada intolerantes padres?—
mencionó con sarcasmo.
—No lo hará, confío plenamente en él.
Recargó su trabajado cuerpo sobre el escritorio y
pareció como si estuviera posando para un retrato:
“El demonio probando la Manzana del Edén” era el
nombre que yo le pondría a la obra de arte que era
para mí en ese momento Alexander Colbourn.
Estaba tan alterada y cansada por los eventos de
los últimos días que no pude controlarme, así que
mis ojos viajaron desde sus definidos pómulos hasta
la suave y sensual curva de su boca. Mordió
fuertemente la manzana, revelando un destello de
perfectos dientes blanquecinos; un hilillo de jugo
corrió por la esquina de su boca y lo quitó con un
lento movimiento de su lengua.
“Mira a otro lado, Leah. Estás volviéndote loca”
Repentinamente, me sentí mal por haberlo
obligado a saltarse el almuerzo. De haber sabido que
contemplar a Alexander comer una simple fruta era
todo un espectáculo, habría esperado hasta salir.
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El recuerdo del sueño de esa mañana envió una
onda eléctrica por mi cuerpo, despertándolo y
afinando mis sentidos. Recordé su fuerte y
habilidosa lengua en…
—Haz eso de nuevo—pidió con voz grave y me
percaté de que él estaba mirándome casi tan
atentamente como yo estaba haciéndolo.
—¿Hacer qué?—parpadeé un par de veces para
volver a concentrarme.
—Mirar a mi
constantemente.
boca.
Haces
eso
muy
¿Era yo o la estancia se sentía más caliente?
—¡Claro que no!—negué indignada—. ¡Estás
delirando! Por si lo has olvidado, estamos tratando
de resolver el problema en el que nos hemos metido.
Además, deberías cuidar lo que haces y cómo me
tratas. La gente comenzará a notar que algo raro está
pasando si de pronto hemos olvidado años y años de
odio mutuo.
Asintió un par de veces sin darle mucha
importancia al asunto y volvió a darle otra mordida a
la manzana, con su fuerte mandíbula arrancando el
pedazo y repitiendo el mismo espectáculo que
resultaba ridículamente sensual. Malditos mis ojos,
202
que parecían tener voluntad propia cada vez que se
trataba de Alexander Colbourn.
—Honestamente Leah, ¿te arrepientes de lo que
pasó?—había un brillo extraño en sus ojos azules y
algo me decía que estaba jugando conmigo, otra vez.
Sentí mi cara arder antes de poder evitarlo.
Quería darle un golpe con una silla para arrancarle
esa incitante y presuntuosa sonrisa del rostro. De
verdad, él me estaba convirtiendo en alguien bipolar,
con cambios de humor muy bruscos que no me
gustaban en absoluto.
—Dije honestamente—dejó la manzana sobre la
polvosa superficie, se alejó del escritorio en el que
se había recargado y se colocó frente a mí, con su
intimidante altura ensombreciéndome, pero no iba a
permitir que lo notara.
—Y honestamente, ¡sí! ¡Me arrepiento de cada
asqueroso y vomitivo momento de ello!—no tenía
planeado gritar, pero ya estaba harta.
Él pareció complacido con mi muestra de
emoción.
203
—No pudo ser tan malo, ¿o sí, McCartney?—
tomó otro paso más cerca y yo me alejé, golpeando
uno de los escritorios con la parte trasera de mis
piernas—. ¿Dónde está tu espíritu aventurero?
—Sucede que entre tus constantes emboscadas en
pasillos y tu forma tan bruta de tratarme, no he
tenido el tiempo de ser aventurera—mi voz
temblaba sin convicción. Mierda.
—¿No te gustaría experimentar?—murmuró
suave, cerniéndose prácticamente encima de mí y
sentí la misma tensión que en el pasillo, solo que
Jordan no estaba ahí para salvarme.
Ahora, un brillo codicioso bailaba en sus bonitos
ojos, como si le ofrecieran de nueva cuenta un
regalo con el que tenía poca experiencia, pero que se
moría por descubrir y experimentar con él.
La distancia que nos separaba era casi nula y
podía sentir su respiración haciendo cosquillas en
mis labios.
—Debes ser el secreto mejor guardado de los
McCartney, Leah.
Mi cerebro pareció abortar la misión y saltar de
mi cabeza en ese momento, porque no pude
detenerlo. No quería detenerlo.
204
—Sólo un pequeño recordatorio—susurró, y no
pude definir si la súplica era para que él recordara, o
para que yo lo hiciera.
Dios mío.
Estaba besándome. Un leve roce al principio, casi
inocente. Pero entonces, su boca se volvió más
voraz, enredó sus dedos en mi cabello y me besó
profundamente.
No tenía idea de cómo había logrado mantenerme
de pie, porque mis piernas estaban temblando.
—¿Estás feliz ahora?—murmuró sobre mis
labios, antes de volver a besarme, igual de profundo,
igual de demandante.
Mi cerebro no podía hacer otra cosa que
corresponderle con el mismo apetito, porque cada
nervio de mi cuerpo reaccionó simultáneamente
enviando un placentero escalofrío a través de mi
columna cuando su experta boca tomó la mía.
Sabía dulce, a manzana, a pecado, a prohibido y a
malas decisiones.
A un error irresistible.
Me sentía igual que Eva, mordiendo de la
manzana prohibida. Pero ahora, ahora la entendía,
205
porque se sentía terriblemente bien.
Movió su cabeza para profundizar aún más el
beso y mordió mi labio inferior suavemente. La
sensación me erizó los vellos de la nuca, pero
también fue suficiente para que mi cerebro decidiera
regresar al cuartel.
Lo alejé con brusquedad, lanzando un chillido y
él me miró sorprendido.
—¡¿Qué haces?!—pregunté al borde de la
histeria.
Alexander lucía tan tranquilo como siempre y
diablos, ahí estaba de nuevo esa sonrisa fácil que se
extendía por su rostro todo el tiempo, revelando un
hoyuelo en una de sus mejillas.
—Besar a mi esposa, ¿qué no es obvio?—dijo
como si le hubiera preguntado sobre el clima.
Lo fulminé con la mirada, al tiempo que él volvía
a acercarse y antes de poder pensarlo mejor, tomé su
mano y la coloqué tras su espalda en una dolorosa
posición que había aprendido en mis clases de
defensa personal.
Él emitió un gruñido.
206
—¿Estás loca?—refunfuñó, enfadado—. ¿Dónde
demonios aprendiste a hacer eso? ¡Suéltame, me
lastimas!
—No vuelvas a tocarme—lo amenacé,
impregnando la mayor cantidad de veneno posible
en mi voz—. Te romperé el brazo si lo haces,
¿entendido?
—Eres una psicópata—se quejó aún con dolor.
—Jordan es tu amigo, no deberías estar haciendo
esto.
—También es tu novio y no opusiste mucha
resistencia que digamos—contestó mordaz y sentí
unas ganas inmensas de echarme a llorar.
Estaba por decir algo más cuando el incesante
pitido de la alarma de incendios inundó la estancia,
haciéndome perder la concentración. Nos miramos
por un instante y después procedí a soltarlo con poca
delicadeza. Me apresuré a colectar mis cosas y salí
del lugar como una exhalación sin dedicarle otra
ojeada más.
En definitiva era la peor hija y novia del
universo.
207
¡Adivinen quién regresó con otro capítulo!
Ya sé, he tenido un asalto de inspiración.
Por favor, me muero por saber si les está
gustando la historia, ya saben, para saber si
debería continuarla o dejarla morir. ¡Estaré
leyendo sus comentarios!
Gracias especiales a @ValerySalgado6 por
estar siempre tan al pendiente de mis
publicaciones y también a todos aquellos que me
demuestran en sus comentarios lo mucho que les
gusta la historia. ¡Son lo mejor!
El próximo capítulo irá dedicado para… la
persona que adivine quién es el amigo de Ali y
Leo que ayudará a Leah y Alexander a resolver
su problemita.
Con amor,
KayurkaR.
208
Capítulo 8: Mejor olvidarlo.
Leah
Me concentré en los escalones que bajaba a
velocidad de la luz para no romperme mientras
trataba apresuradamente de huir de él. Ni aunque la
misma muerte hubiese estado pisándome los talones
habría corrido tan rápido como en ese momento.
Podía correr un maratón con tacones de ser
necesario, pero bajar las escaleras para huir de
Alexander Colbourn, era otra historia. Simplemente
no poseía esa habilidad.
Él me seguía de cerca y podía apostar que no
estaba tan agitado como yo, porque cada paso suyo
eran dos míos. Ignoré su presencia, que percibía casi
pegada a mi espalda y me dediqué a recorrer los
metros que me separaban del pasillo principal y de
la dulce seguridad que representaba estar rodeada de
más personas.
Como era de esperarse en un establecimiento
lleno de universitarios, el pasillo que llevaba a la
entrada estaba atiborrado de idiotas que peleaban
209
igual que bestias para salir primero y evitar una
muerte inminente.
Entrar en ese pasillo significaba sumergirse en
una manada de hipopótamos frenéticos tratando de
salvarse, pero prefería ser arrastrada por ellos antes
que pasar otro segundo en la avasalladora presencia
del heredero de los Colbourn.
Cuando entré en el tumulto, me arrepentí
inmediatamente, porque fui remolcada y absorbida
por el alboroto de personas que buscaban llegar al
exterior, impulsadas por la psicosis que creaba el
insistente chillido de la alarma de incendios.
Algunos estudiantes gritaban histéricos, mientras
que otros estaban teniendo el tiempo de su vida con
las caras de terror que ponían todos, como suricatos
espantados.
Trataba de seguir el paso acelerado de los demás,
pero con los jodidos tacones y el montón de pisadas
y codazos que recibía a diestra y siniestra, me
resultaba imposible.
Esas personas no conocían el significado de
espacio personal y la escuela no conocía lo que era
un adecuado plan de evacuación.
210
Maldita la hora en que me pareció buena idea
usar tacones en lugar de cómodos zapatos
deportivos. Alguien pasó junto a mí como una
exhalación dándome un fuerte golpe en el hombro
que me desequilibró y mi pecho se comprimió
cuando miré el suelo acercándose.
Sin embargo, antes de que mi cara entrara en
contacto con el piso, alguien me sostuvo firmemente
del brazo y me ayudó a incorporarme colocando una
mano en mi cintura. Por reflejo, yo coloqué mi mano
sobre la suya. Cuando levanté la vista, Alexander se
cernía sobre mí, tan alto y firme como un muro
conteniendo ese mar de estudiantes alterados.
Las comisuras de sus labios se alzaron en un
rictus y pareció divertido ante la situación.
—¿Qué? ¿Quieres morir aplastada ahora?—dijo
con sorna y yo retiré su mano de mi cintura con
brusquedad, aunque seguía sosteniéndome del brazo
y deteniendo mi andar, pese a que la gente
continuaba saliendo al exterior.
—Suéltame—espeté con aspereza.
Podía ver la burla danzando en el azul de sus
ojos.
211
—¿No sabes decir otra cosa? ¿Se te acabó tu
vocabulario?
Fruncí los labios, ofuscada, al tiempo que
buscaba liberarme de su fuerte agarre.
—Tengo un vocabulario muy amplio—alcé la
barbilla con aires de superioridad—, pero no puedo
usarlo contigo si lo único que haces es seguir
invadiendo mi maldito espacio personal.
La presión que ejercía aminoró un poco y los
hoyuelos en los que yo había reparado anteriormente
se formaron en sus mejillas. El detalle resultó casi…
encantador.
—Sólo estoy tratando de evitar que te lastimen,
con un simple gracias es suficiente.
—Nadie te lo pidió—objeté con hastío.
—Eso es muy maduro de tu parte, McCartney.
Alguien volvió a empujarme bruscamente en su
carrera y él me sujetó de nuevo para que recuperara
el balance. Me miró enarcando las cejas, aún
divertido por la situación, con un claro ¿decías?
plasmado en sus facciones.
Sin emitir otra palabra, me tomó de los hombros
colocándome frente a él, pegándome a su pecho y
212
abriendo el mar de estudiantes con sus anchos
hombros, cubriéndome con su cuerpo, que era
mucho más grande y resistente que el mío, como un
escudo humano.
—No necesito que hagas esto, puedo cuidarme
sola—dije caminando aún pegada a él,
molestamente consciente de cosas de las que no
quería estar consciente, como el calor que irradiaba
su cuerpo y su solidez, la cual podía percibir
claramente a través de mi espalda, o la manera en
que olía, la forma en que todos mis nervios
parecieron ponerse de acuerdo para que mi sentido
del tacto solo pudiera registrar sus fuerte manos en
mis hombros, guiándome a salvo hasta la salida.
—No lo hago por ti, lo hago por humanidad—
contestó en mi oído para que pudiera escucharlo
claramente a través del bullicio.
—No estoy segura de que tú conozcas esa
palabra.
Su pecho vibró con la risita baja que emitió,
enviando un placentero escalofrío por mi columna.
—No soy tan malo como tú crees, podría
sorprenderte.
—Nada que venga de ti podría sorprenderme.
213
—¿Quieres apostar?—dijo por lo bajo, con su
respiración cálida chocando contra mi oreja.
Quería alejarme, pero habíamos llegado justo al
umbral de la puerta y la gente se había amontonado
ahí, dificultando la salida. Lo sentí estrecharme más
contra su torso, con la palma de su mano
presionando mi vientre y tuve que recordarme que
debía respirar.
—Ven aquí—ordenó y me tomó de la muñeca
para que lo siguiera, abriéndose paso con su cuerpo
entre el montón de personas, hasta que llegamos al
exterior.
Una vez estuvimos fuera, respiré profundamente
y me solté de su agarre como si fuese radioactivo.
En cuanto me giré para tratar de encontrar a los
demás, divisé a Edith, que venía casi trotando hacia
nosotros con una expresión indescifrable.
—¿Están bien?—preguntó colocándose una mano
en la frente para cubrir sus ojos del sol. Asentí, aún
tratando de desprenderme de la molesta sensación
que Alexander había dejado sobre mi cuerpo.
Edith me miró de manera extraña.
—No he visto salir ni a Jordan ni a Ethan…
Ustedes son los primeros que encuentro. ¿Estaban
214
juntos?
—No.
Le lancé una mirada de advertencia a Alexander,
que lucía indiferente y después me concentré en
Edith. Me sonrió confundida.
—Se refiere a que salimos juntos, no a que
estábamos juntos—aclaré apresuradamente.
—Oh—su sonrisa se extendió, casi con alivio y
yo me removí incómoda—. Deberían considerar
seriamente invertir en un buen programa para
evacuarnos en este tipo de situaciones, es una locura
ahí adentro.
—Y que lo digas—mencionó él y yo me limité a
asentir.
—Sentía que estaba asfixiándome—le lancé una
ojeada al chico Colbourn y pareció vagamente
complacido y nada impresionado con mi intento de
comentario ofensivo.
215
Antes de que pudiera decir algo más, Ethan y
Jordan salieron del edificio para llegar hasta
nosotros. Mi novio no perdió el tiempo y me atrajo
hacia él, colocando sus manos en mis hombros para
mirarme de la cabeza a los pies.
—¿Estás bien?—preguntó con tono preocupado y
yo asentí, percibiendo una ola de alivio al tenerlo
cerca.
—He logrado salir ilesa, gracias.
—Me alegro—besó tiernamente mi frente y
recibí de buena gana el gesto. Me confortaba su
familiaridad.
—No hay necesidad de ser tan dramático, por
Dios—dijo Ethan con fingido hastío.— ¿No tienes
un poco de respeto por ti mismo? Tu controladora
Julieta está sana y salva.
Mi novio le hizo una grosería con el dedo al
tiempo que me rodeaba con su brazo y cometí el
grave error de mirar a Alexander en ese momento,
porque mantenía sus ojos clavados en nosotros,
ensombrecidos por algo que nunca antes había
contemplado.
Una sensación extraña asaltó mi pecho por un
instante, antes de ignorarlo y centrarme en Jordan,
216
buscando erradicar de mi mente a mi Némesis,
aunque me resultara terriblemente difícil.
—Al fin—suspiró Jordan cerrando la puerta tras
de sí una vez entramos en su departamento—. Lo
único bueno de todo ese alboroto fue que
suspendieron las clases.
Me mantuve estática en el lugar, observando los
muebles que tantas veces había visto en su
departamento. Reparé en el viejo pero cómodo sofá
que adornaba su sala, las mesitas dispuestas a ambos
lados, con las mismas lámparas espantosas que
tantas veces le había pedido que reemplazara, la
pequeña mesita de centro y la desgastada alfombra
debajo.
Podría andar sin problema en su departamento
estando ciega, porque el tiempo se había encargado
de imprimirlo a detalle en mi memoria.
Jordan era el tipo de persona a la que no le
gustaban los cambios y se sentía cómodo en los
lugares que no fluctuaban mucho, aquellos que
emitían una vibra hogareña.
217
Lo conocía de memoria, pero ahora me resultaba
extraño estar ahí, me sentía fuera de lugar. Había
estado evitando ir a su departamento desde que
regresé de Las Vegas con un tatuaje y un indeseable
esposo colgado del brazo porque el animalillo de la
culpa que se anidaba en mi pecho y que me
carcomía se hacía cada vez más grande, sobre todo
por lo que había pasado hoy en el ala este.
Me tomó del brazo y me giró suavemente. Me
esforcé por sostenerle la mirada; ver a alguien a la
cara cuando le habías estado mintiendo era difícil.
—Has estado muy rara últimamente—llevó su
mano a mi mejilla y la acarició con sus dedos—
¿Qué sucede?
—He… He tenido algunas cosas en la cabeza—
respondí de forma evasiva.
Permití que mi vista viajara desde sus pies hasta
sus orbes miel; estaban adornados con puntos
dorados que sólo podían apreciarse a esa distancia
tan corta. Eran brillantes y amables.
Inconscientemente me encontré comparándolos
con los de Alexander, diciéndome que no todas las
miradas tenían que ser tan penetrantes e invasivas,
218
como la de él, que me hacía sentir desnuda y
vulnerable todo el tiempo.
Deseché el pensamiento tan rápido como
apareció.
—¿Qué cosas?—dijo con tono preocupado.
Negué con una pequeña sonrisa al tiempo que
eliminaba la poca distancia que nos separaba y lo
aceraba más a mí tomándolo del cuello de la camisa.
Agradecí la altura extra que me proporcionaban los
tacones y lo besé con la misma emoción que sentiría
alguien que no había visto a la persona que más
amaba en el mundo en un siglo.
—Nada importante—murmuré contra sus labios
antes de volver a besarlo.
Me regocijé en la sensación de calidez que él
siempre me transmitía y me dejé llevar por ella, por
la familiaridad, la seguridad y la certidumbre.
Nuestros labios siempre habían encontrado un ritmo
lento, envolvente y despreocupado.
Conocía la manera en que sus labios se movían
contra los míos igual que la palma de mi mano y
dejé escapar un gemido en su boca cuando me tomó
de los pómulos y profundizó aún más el beso.
219
Había extrañado tanto, tanto aquello.
Me permití disfrutar de la lentitud y la dulzura
por un poco más de tiempo, antes de tomar el
control, porque quería que me hiciera olvidar, quería
que Jordan inundara mi mente por completo y que
no le diera lugar a nadie más.
Coloqué mis manos en su pecho y lo besé con
mayor ahínco, devorándolo con avidez, como si la
vida misma se me fuese en ello. Quería intoxicarme
de él, nada más. Me correspondió de la misma
manera, con la misma emoción y permití que me
absorbiera, con nuestras lenguas danzando frenéticas
una contra la otra.
Movió sus manos hasta mi cintura, cerrando sus
dedos en torno a ella igual que grilletes. Quería
sentirlo y que él se adueñara de cada nervio en mi
cuerpo, así que cuando su boca no me pareció
suficiente, tracé un camino con mis labios por todo
su cuello, al tiempo que rompía su camisa sin mucho
esfuerzo, con los botones saliendo disparados por
todo el lugar.
Me miró perplejo por un momento y sabía que lo
había hecho enojar; hacía eso siempre que lo quería
más rudo, porque él odiaba que rompiera sus
camisas. Antes de que pudiera decir algo más, me
220
tomó de la cintura y me estrelló contra la pared con
poca delicadeza, reclamando mi boca con la suya,
con hambre desnuda y besos frenéticos, hasta que
casi me pareció imposible seguir su ritmo y respirar.
Podía sentir su dureza contra mi vientre y un
nudo tensándose justo ahí. Me sentía caliente y
ansiosa, necesitaba de él y mis manos parecían no
ser suficiente para beberlo, para tocar sus grandes
hombros, su firme torso, sus brazos, el inicio de sus
pantalones.
Jadeé cuando posó su boca en un área
particularmente sensible de mi cuello y el recuerdo
de Alexander en esa misma posición, haciendo
exactamente lo mismo, envió una nueva llamarada
de indeseable excitación.
Cerré los ojos con fuerza para mantener mis
pensamientos a raya y evitar que viajaran más allá
del momento, más allá de Jordan. Logró deshacerse
de mi blusa y la sacó con rudeza por mi cabeza,
dejando al descubierto mi sostén.
Lo empujé con brusquedad, no quería estar en esa
posición que sólo ayudaba a evocar recuerdos que
debían permanecer guardados en lo más profundo de
mi mente. Percibí la familiar sensación de excitación
que me provocaban sus dedos viajando por mi
221
espalda, hasta que logró deshacerse de mi sostén,
permitiendo que sus manos y su boca llenaran de
atención mis pechos.
Otra serie de recuerdos flotó a la superficie y me
mordí el labio, buscando concentrarme en Jordan,
sin poder lograrlo. El recuerdo de la boca de
Alexander en torno a uno de mis pezones me
provocó un escalofrío. Gemí cuando mordió uno de
mis botones particularmente fuerte y tomé su cara
entre mis manos para volver a besarlo, al tiempo que
él se encargaba de abrirse paso por mi pantalón,
bajándolo hasta mis muslos antes de detenerlo,
colocando mis manos sobre las suyas.
Lo miré alarmada por un instante. No podía
permitir que viera el estúpido tatuaje que compartía
con Alexander. Frunció el ceño en clara molestia
porque le dificultara despojarme de la prenda, pero
sabía que aquello no sería impedimento para que
llegara hasta donde deseaba.
Me giró de pronto y coloqué mis rodillas en el
sofá, con mis codos sobre el respaldo, regalándole
una vista completa de mi trasero, cubierto por mis
bragas. Las bajó sin mucha ceremonia, ansioso por
llegar hasta mi feminidad y me concentré en su
222
dulce tacto en torno a ella para asegurarse que
disfrutara de todo aquello.
La placentera sensación me remontó hasta la
noche en Las Vegas, a ese feo motel, a la manera en
que Alexander había estimulado mi parte más
sensible y me había desarmado; la manera casi
tiránica en la que había besado, chupado y tomado
cada parte de mi cuerpo. No tenía idea de cómo
habíamos llegado hasta ahí, pero se había sentido
dolorosamente bien. Sentía sus manos sobre mi piel
como si su tacto encendiera en fuego cada uno de
mis poros, así que dudaba mucho que pudiera
olvidar todos los lugares donde sus dedos habían
estado. Lo sentía conmigo, adueñándose de cada
parte de mí a través de la memoria.
Jordan entró repentinamente y sin previo aviso,
siendo recompensado con un rebelde gemido que no
pude contener. Comenzó a moverse dentro de mí,
con estocadas deliberadamente controladas, lentas y
me sujeté con fuerza al respaldo del sofá,
disfrutando enormemente de tenerlo dentro otra vez.
Mi sexo lo recibió con felicidad, porque era un
cuerpo que conocía de mucho tiempo atrás.
Alexander volvió a aparecer con cada
intromisión, regalándome deliciosas memorias de su
223
miembro invadiendo sin tregua mi feminidad,
familiarizándose
con
ella,
llenándome
completamente y sacudiéndome de excitación con
cada estocada profunda e implacable, sometiéndome
con cada uno de sus movimientos. Su respiración en
mi oreja me había intoxicado y sus manos en mi
trasero me habían llevado hasta el borde. ¿Cómo se
había atrevido?
Jordan encontró un ritmo y aumentó la
profundidad y velocidad de sus embates, al tiempo
que colocaba una mano en la parte trasera de mi
cuello para presionar mi rostro en la tela del sofá,
que se sentía rugosa contra mi mejilla. Sus uñas se
enterraban en mi cintura, tomándome con fuerza y
podía escuchar la sangre corriendo con rapidez por
mis oídos, mi corazón tomando fuerza en sus latidos
y el familiar nudo que él siempre había construido
en mi vientre tensándose.
Quería más.
Recordé lo que Alexander me había dicho en el
café y sentí el nudo tan apretado que dolió un poco.
Moría por liberar esa espantosa presión.
“Por lo que yo recuerdo, tú no dejabas de pedir
más.”
224
Gemí fuertemente y el mero pensamiento de lo
que había transpirado entre nosotros en el ala este
fue casi suficiente para llevarme hasta el límite.
Él era más de lo que yo podía manejar. Jamás me
había sentido tan fuera de control y tan devorada por
otra persona sólo por besarme y eso me
desequilibraba terriblemente, no me permitía pensar
con claridad.
Sus labios sobre
peligrosamente bien.
los
míos
se
sentían
Jordan me tomó del cabello y jaló de él, teniendo
cuidado de no lastimarme, y me maldije
nuevamente, porque recordé la manera en que
Alexander había hecho lo mismo en el motel, sus
dedos jalando con fuerza, sin importarle en lo más
mínimo si me hacía daño o no, y enviando
sensaciones extraordinarias por todo mi cuerpo.
Tomé la mano de mi novio a ciegas y lo guie
hasta mi clítoris, en una petición muda para que me
ayudara a terminar ahora que me sentía tan cerca. Él
obedeció y se entregó diligentemente a la tarea.
Fue el rostro de Alexander y su cuerpo el que
apareció en mi mente mientras me dejaba arrastrar
por el orgasmo, pero me concentré lo suficiente para
225
no ser tan estúpida y que su nombre se escapara de
mis labios.
Jordan se corrió un par de estocadas después,
salió de mí y se desplomó en el sofá, tratando de
recuperar la respiración. Yo me incorporé y me subí
los pantalones lo necesario para caminar hasta su
baño. Me disculpé con una sonrisa y corrí hasta el
escusado para hacer lo procedente. Cuando terminé,
me miré en el pequeño espejo que había encima del
lavabo y fue casi imposible no desviar la vista,
incapaz de seguir contemplándome.
No sabía qué era peor: lo que había hecho o lo
que estaba pensando mientras lo hacía.
Me mordí el labio y me pasé la mano por el
cabello, furiosa conmigo misma y con Alexander,
por haberme tomado e invadir cada parte de mi
cerebro con ello.
Él quería mi atención y la había conseguido.
Quería estar cerca de mí, así que me despojó de
todas mis opciones. Me deseaba, así que
simplemente me había tomado.
¿Cómo podía ser tan, tan…? ¡Agh!
Cuando salí del cuarto de baño, Jordan ya se
había puesto una camiseta y me dedicó una brillante
226
sonrisa que yo pude corresponder apenas.
—¿Tienes hambre? Puedo preparar algo para los
dos, tengo la receta de un spaghetti que va a
encantarte y luego podemos ver alguna película
mientras me cuentas tu día, ¿qué te parece?
Fruncí los labios, debatiéndome en si debía o no
quedarme más tiempo, pero la sutil súplica impresa
en sus bonitos ojos terminó de convencerme.
—Claro, suena genial.
Sonrió abiertamente y me guio hasta su cocina,
donde nos avocamos a la faena de cocinar. Yo me
encargué de hervir los spaghetti—o al menos trataba
de hacerlo, porque era un fiasco en la cocina—,
mientras él se ocupaba de cortar los tomates y las
especias para la salsa.
Mientras cuidaba que las malditas tiras no se
evaporaran junto con el agua, lo observé trabajar con
atención, sus facciones unidas en una expresión de
concentración.
Conocía a Jordan desde que tenía quince años. Él
había sido mi primer amigo en el instituto al que me
había transferido y con el tiempo, se convirtió en
algo más, con pequeños detalles y con su
personalidad paciente y amable.
227
En realidad fue de los pocos chicos que no me
abandonó porque yo era demasiado. Pretendientes
pasados habían coincidido en que yo era alguien
muy intimidante, demandante y controladora. Jordan
fue el único no salió corriendo con la cola entre las
patas como un perro cuando conoció a papá, porque
mi padre era una excelente persona, pero también
alguien terriblemente intimidante, aunque no tanto
como Erik, mi hermano, que podía lograr que mis
novios se cagaran del miedo solo con mirarlos.
Nuestra relación tuvo una lenta construcción, a
base de mucha convivencia y atenciones. Nos
acostumbramos a la cercanía del otro y supongo que
la química se dio como resultado. No discutíamos
mucho y sabíamos ceder; Jordan era algo que yo
podía controlar fácilmente y eso era perfecto para
mí, porque me hacía sentir estable y segura.
Además, era criminalmente guapo, un excelente plus
que no podía dejar ir.
—Te amo, ¿lo sabes, no?—mi corazón se
comprimió con culpabilidad cuando él se giró, su
cabello castaño alborotado y sus orbes brillando con
devoción. Acunó mi rostro entre sus manos y me
sonrió.
228
—Claro que lo sé—me besó tiernamente en los
labios y agradecí la atención—. También te amo, y
lo haré siempre, no importa qué.
¿Estás seguro de eso? Quise preguntarle, pero me
abstuve y en cambio, puse mi mejor sonrisa para
tratar de convencerme de que todo iba a resolverse y
que al final, Alexander Colbourn no sería más que el
recuerdo de un grave error que cometí en mi
juventud.
—¿Estás viendo a alguien?—inquirió Edith sin
poder ocultar el asombro que tildaba su voz. Fui
vagamente consciente de que Sara sorbió
sonoramente por la nariz, para después sonarse con
fuerza.
—¿Te refieres a una alucinación, un psicólogo o a
un chico?—preguntó a su vez la castaña con tono
ahogado.
—¡Claro que a un chico, idiota!—escuché
renegar a mi amiga e imaginé la cara de
exasperación que tendría.
—No seas tan dura con ella Edith, acaban de
botarla—intervino Jordan, a mitad de camino entre
229
la broma y la sinceridad.
Podía escuchar fragmentos de la estúpida
conversación que Matt, mi novio y mis dos amigas
mantenían en el portal fuera de la universidad, pero
mi atención estaba puesta cien por ciento en Ethan y
Alexander, que parecían inmersos en una acalorada
discusión por algo que no lograba escuchar.
Estaba ansiosa por salir de ahí y no saber nada
más sobre la vida de mi indeseable y nada sutil
esposo, pero no podía hacerlo porque esperábamos
por mi amigo, que había insistido en conocer el
nuevo café vintage que habían abierto cerca del
centro.
Desde mi lugar bajo del portal, podía observar la
alta y esbelta figura del heredero Colbourn. Su
postura era segura, aunque severamente tensa, con
una de sus muchas sonrisas adornando su bello
rostro: en ese momento, la que esbozaba era una de
las más infames, probablemente burlándose de
alguna estupidez que salió de la boca de Ethan.
Lo conocía desde que éramos niños y durante
nuestra infancia, habíamos convivido unas cuantas
veces—fruto de los fútiles intentos de su tía porque
pudiéramos mantener una relación civilizada entre
ambas familias—, y debía reconocer que había
230
crecido notablemente y se había transformado en
alguien llamativo y atractivo con el paso de los años.
Siempre había sido más pulcro y cuidadoso de su
apariencia que la mayoría de los chicos,
seguramente por ser el hijo de las personas que era.
Predeciblemente, su lista de conquistas era
interminable por lo que había oído aquí y allá,
aunque nunca había mostrado suficiente interés para
saberlo a ciencia cierta, y por lo que decían mis
amigas, era difícil saberlo con exactitud. Alexander
era el tipo de persona que prefería mantener ese
aspecto de su vida sólo para él, siendo la completa
antítesis de Matt, que cambiaba más de chica que de
ropa interior, o incluso Ethan, que tenía tantas
conquistas como rizos sobre su cabeza.
Vagamente me pregunté si él era realmente
atractivo o era que su encanto provenía de su dinero
y su relevancia social.
“Claro que es guapo, sólo estás en negación
querida” se mofó mi conciencia y deseché el
pensamiento ipso facto.
Hice un mohín. Ahora yo entraba en esa
categoría de conquistas secretas y eso me molestaba
sobremanera, aunque no era propiamente una
conquista, sino más bien un revolcón.
231
La realización sólo provocó que enfureciera más.
—Leah, ¿estás bien? No olvides respirar, por
Dios—la voz de Edith me sacó de mis cavilaciones
y me centré en ella, que me miraba preocupada.
—¿Qué?—me sorprendí de saber que mi mente
se había ido tan lejos en tan poco tiempo.
—¿Se han peleado tus únicas dos neuronas o
qué?—se burló mi amiga, al tiempo que mi novio
soltaba una carcajada y la felicitaba por el chiste.
—No, me fui por un momento.
—Yo más bien diría que te moriste por un
momento—rebatió la rubia y le hice una mueca.
—Últimamente estás muy distraída—comentó
Matthew y Jordan me estrechó contra sí, con Edith
asintiendo.
—¡¿Podemos volver a concentrarnos en mí?! ¡Yo
soy la parte importante en este momento!—se quejó
Sara, que ahora tenía el rímel terriblemente corrido y
las mejillas enrojecidas.
—Sí, sí…entonces, ¿lo encontraste durmiendo
con otra?—habló Matt de nuevo y Sara se limpió
dramáticamente las lágrimas.
232
—Fui a esa fiesta de la facultad de
Administración, a la que todos ustedes traidores
decidieron no asistir y acompañé a mi… Ex hasta
que terminó, luego fuimos a continuar la fiesta a
alguna casa. Cuando desperté, yo estaba
completamente vestida en un horrible sofá que olía a
Doritos y vómito—Sara hizo una mueca de asco—.
Lo busqué dentro de la casa y lo encontré desnudo,
abrazado como un mono a otra idiota, igualmente
desnuda.
—Ouch—se quejó con Matt y le palmeó la
espalda, pero sólo sirvió para que ella llorara con
mayor ahínco.
Mis ojos volvieron a clavarse en los dos chicos
que no dejaban de discutir y reparé en algo que me
desconcertó un poco: como regla general, Alexander
siempre se mostraba impoluto, casi perfecto. Sin
embargo, en ese momento unos mechones rubios
caían desordenados sobre su frente, su ceño estaba
profundamente fruncido y lucía exhausto,
preocupado, con negros aros surcando la parte
inferior de sus ojos. Algo debía ir muy mal para que
él perdiera su arrogante y casi inmaculada
compostura de esa manera.
233
Me pregunté si tendría qué ver con el dinero que
debía y mi sentido común me respaldó.
La conversación pareció terminar y se acercaron
al mismo paso hasta nosotros. Ethan entró en
nuestro círculo y entendió rápidamente el tema,
aportando sus nada sutiles comentarios.
—¿No vienes con nosotros?—preguntó Edith a
Alexander tomándose del cabello de la manera que
hacía siempre que estaba coqueteando.
Él le dedicó una brillante sonrisa, con ese
hoyuelo formándose en sus mejillas.
—Me encantaría, pero no puedo, tengo otros
planes—se disculpó cordial y noté la decepción en
los hombros de mi amiga, al tiempo que el idiota se
despedía con un gesto de la mano.
No obstante, mientras se alejaba de nuestro
círculo, chocó su hombro contra el mío sin cuidado
y me desequilibró por un momento, hasta que me
ayudó a recuperar el balance colocando una mano
sobre la mía y otra sobre sobre mi brazo. Mientras lo
hacía, se las arregló para depositar otra nota en la
palma de mi mano, justo en las narices de mi novio,
bajo la excusa de ayudarme.
234
—Lo siento—se disculpó rápidamente y se alejó
antes de que pudiera emitir alguna palabra.
Apreté el papel con fuerza sorprendida por su
acción, pero mayormente molesta porque volviera a
usar como medio de comunicación sus malditas
notitas, que no hacían otra cosa que ponerme de los
nervios.
—¿Estás bien?—Jordan me acarició la espalda y
asentí apenas.
—Oh por Dios—escuché decir a Edith y cuando
alcé la vista, sus ojos estaban clavados al frente, a
punto de salirse de sus cuencas y con la boca tan
abierta que pensé que se zafaría su mandíbula.
Todos nos giramos por inercia como los amantes
del chisme que éramos e inmediatamente deseé no
haberlo hecho.
No pude definir la sensación que me constriñó el
pecho cuando vi a Mercy Parkinson subiendo
felizmente al auto de Alexander, al tiempo que él le
cerraba la puerta en un gesto caballeroso.
“Con que esos eran sus planes.” Apuntó
cruelmente mi conciencia.
235
Lo seguí clavándole cuchillos con la mirada
mientras rodeaba el auto y abría la puerta del
conductor. Para su mala suerte, estaba observando
cuando, antes de subir, giró su cuerpo para mirar en
nuestra dirección. Nuestros ojos se encontraron por
el momento más breve posible antes de que él
entrara y arrancara como si la misma muerte
estuviera persiguiéndolo.
Caí en cuenta justo después de que él
desapareciera dejando un rastro de polvo y gravilla,
que el haberme percatado de ese momento de
vacilación que se adueñó de sus ojos por un instante,
era algo que yo no debía contemplar.
“¿Has logrado llegar a un acuerdo sobre el día
en el que veremos al amigo de tus padres? Es
preciso que nos pongamos en contacto para saber
qué le diremos y no parecer idiotas llenándolo de
contradicciones.”
El bastardo condescendiente.
“Te contactaré pronto para reunirnos y charlar.
Sinceramente,
Tu Siempre Leal Esposo”
236
Una sonrisa surcó mis labios antes de que pudiera
evitarlo. Era curioso que hubiese decidido utilizar el
adjetivo leal después de haberse pavoneado con
Mercy Parkinson por el estacionamiento horas atrás.
Debajo del mensaje, con su pulcra y cuidada
caligrafía, había una posdata.
“Posdata: Matthew ha estado observando mucho
tus pechos últimamente. Deberías considerar
seriamente regalarle un bozal, babea como un
perro”
Tuve que contener una carcajada. El que Matthew
me observara sin pudor alguno no era nada nuevo,
puesto que siempre había parecido más interesado
en mantener conversaciones con las tetas de las
mujeres que con ellas en sí. Era normal en un chico
de veintidós años, y la normalidad estaba bien.
Alexander por otro lado era, a falta de una mejor
palabra para definirlo, extraño, tanto que no podía
entender su forma de pensar la mayor parte del
tiempo. Podía ser tan astuto y perverso como yo
esperaría que fuera, o tan despreocupado como un
adolescente; poseía una inteligencia que podía ser
tan encantadora como destructiva y un desarrollado
sentido del humor que era, innegablemente, la
mayor sorpresa de todas.
237
Guardé la nota en la bolsa trasera de mi pantalón
y salí del baño dentro del pequeño café al que nos
había arrastrado Ethan. Me senté de nuevo en la
mesa junto a Jordan, quien me apretó la mano una
vez me tuvo cerca y sonreí apenas.
—Me dirás todo lo que sepas en este momento—
amenazó Edith a nuestro amigo estirándose sobre la
mesa y me dije que solo ella podía lucir tan
amenazante con un cuchillo para untar mantequilla.
—¡Ya te dije que no sé nada!—se defendió
Ethan, tratando de alejarse del arma letal con la que
era coaccionado en ese momento—. No tengo idea
de qué tiene que ver Alex con Mercy.
Un desagradable sabor a hiel se extendió por mi
boca y di una mordida al pastel de chocolate que
compartía con mi novio, buscando desaparecerlo.
—Ya, ustedes los hombres son más chismosos
que nosotras las mujeres—miró uno a uno a los
chicos de nuestra mesa, suspicaz—. Se cuentan todo,
es obvio que saben algo.
—La verdad es que no—acotó Matt, abstraído en
devorar su dona.
—En serio, ¿por qué él querría salir con Mercy?
Joder, si esa chica es más fácil que la tabla del uno
238
—se quejó Edith, molesta. Sara sonrió un poco y su
rostro hinchado se vio grotesco por la acción.
—Creo que ahí tienes tu respuesta, querida—
respondió Ethan, sin despegar la vista de su celular
—. Tal vez buscaba un poco de diversión fácil.
—No todos buscan cogerse a todo el abecedario
como tú—respondió mi amiga—. ¿En qué letra vas
ya, por cierto? ¿G?
—N—contestó con orgullo el aludido y la rubia
hizo una mueca de asco.
—Sólo espero que no le pegue el Sida o algún
piojo—se dejó caer derrotada en la silla.
—Si él no te invita a salir, ¿por qué no lo invitas
tú?—Jordan la miraba con curiosidad—. No creo
que se niegue a salir contigo.
Yo me atraganté con el café que bebía sin poder
evitarlo y comencé a toser, ganándome la atención
de todos.
El mero pensamiento de Edith y Alexander juntos
me resultó siniestro, asqueroso, inconcebible…
¿Qué era esa quemazón en mi pecho que me
invadía? Quería que desapareciera.
239
Él estaba libre—técnicamente no, pero
fácticamente sí—, podía cogerse a quien él quisiera,
aunque fuera un tapete que todos pisaran como
Mercy, ¿por qué no dejaba de molestarme?
—¿Qué pasa, Leah? Jord tiene razón—dijo con
entusiasmo mi amiga—. Podríamos hacer citas
dobles y salir los cuatro juntos y…
—¿Estás loca mujer?—la interrumpió Ethan—.
Leah se tiraría de la primera ventana disponible
antes de convivir con Alex.
—Ay, claro que no, ya somos adultos, podemos
convivir pacíficamente, ¿vedad, Leah?—me miró
expectante y no supe qué responder.
El resto de la tarde pasó tranquila y, aunque traté
de aminorar la quemazón engulléndome dos pedazos
de pastel y cuatro tazas de café, todo fue en vano.
Me moría por desahogarme con Edith, contarle todo
el infierno por el que estaba pasando y que yo sola
había creado; quería que me dijera que todo estaría
bien, que al final Alexander saldría de mi vida y
terminaría casándome con Jordan, teniendo una
casa, un perro y con el tiempo, muchos niños de
preciosos ojos miel, dulces como los de él.
Pero no podía hacerlo.
240
Cuando estábamos por salir, me levanté con
brusquedad de la silla, sintiéndome como un manojo
de nervios por toda la cafeína que corría por mi
sistema. Lo único que quería era llegar a casa, darme
un baño y hacer algo de yoga. Tal vez mamá se
uniría a mi terapia de autoayuda.
Sin embargo, mi estúpido sueño utópico se fue al
carajo cuando Jordan alzó la voz para hacerme una
pregunta.
—Leah, se te cayó esto—me giré y miré que
entre sus dedos, sostenía un pequeño papel que me
resultaba muy familiar.
Entonces, el alma se me fue a los pies en un
milisegundo, al tiempo que palpaba frenéticamente
la parte trasera de mi pantalón, confirmando el peor
de mis miedos.
Era la nota, ¡LA NOTA!
—¿Qué es?—comenzó a desdoblarla con tortuosa
lentitud.
La garganta se me secó en un instante.
241
VOLVIÓ LA DE LOS CAPÍTULOS
KILOMÉTRICOOOOOOOOOOOOOS.
Cuando digo que son kilométricos, es porque
lo son.
En fin, díganme, ¿qué les pareceeee? ¿Qué
creen que pasará en el siguiente capítulo? ¿Quién
creen que lo narrará?
¡Espero leer ansiosa sus comentarios!
El próximo capítulo irá dedicado a… quien se
acerque más a lo que suceda en el siguiente
capítulo.
Donde yo vivo, está lloviendo horrible.
¿Ustedes qué tal?
Con amor,
KayurkaR.
242
Capítulo 9: Tiempos
desesperados, medidas
desesperadas.
Alexander
Increíble cómo una persona podía hablar tanto y
decir tan poco. Era un talento que no todos
poseíamos.
Mercy Parkinson parloteaba sin cesar sobre un
montón de cosas sin sentido—estaba realmente
sorprendido por su capacidad para decir más de
quinientas palabras por minuto sin respirar—, y no
detuvo su incesante palabrería durante el resto del
camino hasta Rock Creek, llenando mi cerebro de
chismorreos que no me importaban en absoluto,
sobre personas que me importaban una mierda.
Parecía no afectarle que únicamente moviera mi
cabeza de vez en cuando para aparentar que la
escuchaba, al contrario, era como si solo la alentara.
Conocía a Mercy por la universidad y había
comenzado a convivir con ella hacía poco menos de
un año, claro, si a tener sexo ocasionalmente se le
podía clasificar como convivir.
243
Me había parecido extremadamente bonita
cuando la vi por primera vez en el edificio principal
y sus rasgos cautivaron enseguida mi ojo artístico.
Pensé que sería una modelo perfecta para las
fotografías que pretendía enviar a Vevey, la escuela
de fotografía que quería atender en Suiza y, aunque
su facilidad para posar aunado a su belleza natural
me habían ayudado a ganar algunos concursos a
nivel Estado, no estaba seguro de que las fotografías
que le había sacado fuesen suficiente. Quería
impresionar en Suiza y sentía como si algo les
hiciera falta.
Me gustaba fotografiar lugares, por supuesto,
pero prefería un millón de veces hacerlo con
personas; tenían mucho más para ofrecer y
transmitir en mi opinión. Me gustaba captar las
emociones que se reflejaban en su rostro incluso
cuando no estaban conscientes de ello, la manera en
que sus ojos gritaban un montón de sensaciones
aunque sus labios estuviesen sellados: amor, tristeza,
desesperación.
Mercy tenía un talento natural para posar y su
belleza había encajado a la perfección con un
montón de lugares en los que la había capturado,
complementando el resultado final.
244
Cuando me aburrí de ese tipo de capturas, decidí
probar algo nuevo y le propuse desnudos. Al
principio pensé que se negaría, pero terminó
aceptando antes de que le hiciera aclaraciones.
También terminamos follando antes de que yo
tomara la primera fotografía.
Después de eso, habíamos mantenido una
relación discreta casi profesional. Yo la buscaba
siempre que necesitaba una modelo—o un revolcón
—, y no nos dirigíamos la palabra en horario escolar,
mayormente porque ella estaba ocupada ligando con
otros tipos.
Así que ahí estábamos, los dos en mi auto yendo
a otra locación para tomarle a Mercy una nueva serie
de fotografías esperando que ahora me parecieran lo
suficientemente buenas y enviarlas con mi solicitud
de ingreso a Vevey.
—¿Te estás follando a alguien en este momento?
—la pregunta me sacó de mis cavilaciones.
—Ya me escuchaste—mencionó con diversión—.
Sólo quiero saber si te estás follando a otra.
245
—¿Te importa?—pregunté con la misma emoción
y la eché una ojeada antes de volver a centrarme en
el camino.
—La verdad no—se encogió de hombros
restándole importancia, mi rabillo del ojo captando
la manera en que movía su larga cabellera oscura—.
Pero como no me habías buscado en casi dos meses,
pensé que ahora estabas cogiéndote a alguien más.
La imagen de Leah apareció en mi mente justo en
ese momento y el amago de una sonrisa haló de mis
labios.
“Me encantaría.” Pensé en responderle, pero me
contuve.
—No, no he tenido rollos con nadie más.
—¿Entonces sigues siendo mío?—inquirió
entusiasmada y acarició mi brazo. La miré por un
instante y no pude evitar sonreír por su tonta manera
de batir las pestañas, sus ojos almendra brillando
con emoción.
—Si tú lo dices.
—Por supuesto, me encanta tenerte solo para mí.
Era una lástima que no pudiera decir lo mismo de
ella. Por su cama habían pasado el mismo número de
246
hombres que personas a un baño público. Sin
embargo, no me molestaba en absoluto, en tanto
ambos tuviéramos una relación con prestaciones
recíprocas.
—Aunque—dijo luego de un rato, cambiando la
radio de estación hasta detenerse en una canción de
Ariana Grande— me sorprendió que me buscaras en
la universidad, jamás lo habías hecho.
Tamborileé los dedos sobre el volante al tiempo
que me concentraba en girar por el retorno.
—Tenía tiempo libre y quería aprovechar la luz
natural—respondí sin darle importancia al asunto—.
Además, te ves especialmente linda hoy.
Le dediqué una corta mirada y provoqué el efecto
que deseaba.
—¿Eso crees?—dijo tocándose el pecho,
halagada—. Eres mi favorito Alex, sin duda.
—Gracias.
—Si tú quisieras, podría quitarte tu status de
soltero en un segundo—mencionó con exagerada
ensoñación.— Sabes que solo tienes que pedírmelo,
guapo.
247
Sonreí con ironía. Obviamente no iba a
confesarle que no era más que un experimento,
aunque sabía que no le importaría en lo más mínimo.
Le había pedido hacer una sesión simplemente
porque quería ver la expresión en el rostro de Leah
cuando la montara en mi auto.
¿Inescrupuloso?
¿Efectivo? Sí.
No.
¿Inmaduro?
Tal
vez.
Antes de subir al auto, me detuve y la miré,
porque quería observar el fuego había encendido en
sus bonitos ojos.
La había besado en el ala este por el simple
placer de descolocarla. Me exasperaba muchísimo
su apretada y altiva actitud, lo había hecho siempre.
Como si fuera mejor que los demás por el simple
hecho de ser ella, como si no todos los mortales
fuésemos dignos de contemplar a su soberbia
majestad. Era una mujer rodeada de muchos muros
construidos a base de arrogancia y control, y no
pude resistir el impulso de penetrar sus murallas
para llegar hasta su parte más vulnerable.
Aún podía recordar el sabor de sus labios, la
forma en que se movían contra los míos y me
correspondían con la misma avidez. Había
comprobado que no le era totalmente indiferente,
248
porque si así fuera, no me habría besado de la
manera en que había hecho ni mucho menos me
habría permitido besarla más de una vez.
El mero recuerdo de lo cerca que la había tenido
fue suficiente para que mi miembro despertara y me
removí en el asiento para enfocarme en algo más, sin
conseguirlo. Su bonito trasero rozaba continuamente
con mi entrepierna mientras tratábamos de llegar a la
salida después del fiasco de la alarma de incendios y
no tardé mucho en estar tan duro como una piedra, a
pesar de hacer esfuerzos descomunales por evitarlo.
Si ella lo notó, no dijo nada al respecto.
Leah McCartney era el tipo de mujer con un
rígido sentido de la disciplina y la obediencia, y una
parte de mí quería corromper aquello y obligarla a
quebrantar las reglas que tan regiamente la habían
moldeado como persona. Quería orillarla a traicionar
todo lo que conocía y creía verdad estando conmigo,
haciéndole ver que, contrario a lo que pensaba, sí la
merecía y era digno de ella. Quería demostrarle que
no era más que un ser humano cualquiera y bajarla
de sopetón de su inmaculado pedestal de
superioridad.
Cuando toda esta mierda se resolviera, quería que
recordara. Cuando fuera mayor, con un obeso
249
esposo y tres mocosos que ocuparan sus días, quería
que yaciera sobre su cama sin poder conciliar el
sueño, recordando cómo había estado atada a mí,
cómo había sido tomada por mí, incluso aunque
hubiese sido un error.
Además, aún tenía que encontrar la manera de
convencerla para que me ayudara a resolver el
asunto con mi herencia. Debía persuadirla para que
me acompañara hasta Inglaterra lo más rápido
posible. Me importaba una mierda si iniciaba los
trámites de divorcio; todo estaría bien en tanto no el
proceso no finalizara y pudiera cobrar el dinero que
mi abuelo había dispuesto para mí. De ninguna
manera permitiría que mi sueño de estudiar en Suiza
se fuera al carajo porque mi queridísima esposa
estuviese en negación, ni tampoco iba a permitir que
Rick me metiera una bala entre los ojos por no pagar
su dinero.
Suspiré y bajamos del auto una vez encontramos
una locación adecuada para la sesión.
Tal vez con un poco de suerte lograría sacar las
fotos que deseaba.
250
—¿Me das uno?—preguntó Mercy en cuanto
extraje de mi bolsillo una cajetilla de cigarros.
Se la ofrecí y lo tomó, colocándolo rápidamente
entre sus incitantes labios. Me acerqué para
encenderlo sin que sus orbes se despegaran de los
míos en ningún momento, devorándome con ellos.
Inspiró profundamente y soltó el humo por la
nariz, aún concentrada en mí. Sentí mi garganta
secarse y me dispuse a prender el mío para alejarme
de ella.
Mercy podía no ser la mujer más recatada y
respetable del mundo, pero su belleza era innegable.
Ella lo sabía y trataba de aprovecharlo al máximo,
consiguiendo de nosotros los hombres cualquier
cosa que quisiera. Me parecía un rasgo muy
inteligente y excitante a la vez.
—¿Me muestras las fotos?—preguntó luego de
algunas caladas y yo asentí, acercándome para que
pudiera apreciarlas.
El fondo del parque Rock Creek junto a la luz del
sol con el cielo despejado le daba a la fotografía de
Mercy un toque casi etéreo y me agradaban, eran
buenas.
251
—¡Son geniales!—se abalanzó sobre mi cuello
para darme un beso en la comisura de los labios,
resultado de su intento fallido por depositarlo en mi
boca—. Me encantaría tener un novio que sacara
fotos tan bonitas como tú.
—Sería una pena para tus otros novios saber que
ya no estás disponible—dije con burla al tiempo que
le daba la última calada al cigarro y apagaba la
colilla con la suela del zapato.
Mercy enarcó una ceja.
—Lo bueno de esto es que tú no eres una persona
celosa, ¿o sí, cariño?—acarició mi pecho sobre la
camisa y la detuve cuando viajó peligrosamente
cerca de mi pantalón.
—Eso es algo que a ti no te importa.
Rio echando su cabeza hacia atrás.
—Creo que puedo vivir con eso.
—Excelente—apagué la cámara y me pasé una
mano por el cabello.
Ya estaba oscureciendo.
—¿Quieres que te lleve a casa?—pregunté
sintiéndome repentinamente ansioso por deshacerme
252
de ella.
—¿Podríamos pasar antes por tu departamento?
Me encantaría que me dieras el resto de las
fotografías que me tomaste.
Asentí y emprendimos camino.
Una vez estuvimos en la puerta de mi
departamento la invité a entrar, haciéndole una
cordial seña a la que ella atendió felizmente.
—Tenía mucho sin venir. ¿Dónde follamos la
última
vez?
¿Sobre
la
mesa?—preguntó
inocentemente acomodándose sobre el sofá.
—No lo recuerdo—respondí con sinceridad al
tiempo que me dirigía a mi estudio para tomar las
fotografías que me pedía y despedirla de una vez por
todas.
Cuando regresé a la sala, la encontré tendida
sobre el sofá, con sus largas y torneadas piernas a lo
largo del sillón, totalmente expuestas por la falda
que vestía; los tirantes de su blusa caían sobre sus
hombros, revelando retazos de su piel dorada y del
sostén de encaje negro que llevaba debajo.
253
Sus ojos eran los mismos que una pantera a punto
de devorar a una presa.
Se incorporó del sofá con parsimonia y se acercó
igual que un depredador: lento, receloso y
sumamente amenazante. Retiró de mis manos sus
fotografías, que cayeron desperdigadas por todo el
lugar como una lluvia de imágenes y me condujo
hasta el sillón, donde me empujó para que tomara
asiento.
—Me alegra mucho que me hayas buscado hoy—
dijo en un susurro seductor, mientras se retiraba los
zapatos—. Tenía mucho sin saber de ti, estaba
esperando que me llamaras.
—No estoy de humor hoy, Mercy—esperaba que
mi cansancio se impregnara lo suficiente en mi voz
para dejarle claro lo que era notorio.
—Ah, eso puedo arreglarlo fácilmente—se quitó
la blusa con lentitud, revelando poco a poco
porciones de su piel, de su plano abdomen, hasta
dejar al descubierto un bonito sostén que nunca
había visto.
Podía estar jodidamente muerto, pero el cuerpo
de Mercy era capaz de revivirme en un segundo.
Acarició mi entrepierna con su pie, palpando la
254
dureza en que mi miembro ya se había convertido y
sonrió con satisfacción.
—¿Ves? Te dije que no tardaría en ponerte de
humor—gruñí levemente, en una petición sutil para
que continuara con su improvisado espectáculo de
striptease.
Se giró, regalándome una bonita vista de sus
delicados hombros cubiertos por su larga cabellera
oscura y su espalda estrecha. Giró su rostro para que
pudiera apreciar la manera en que se mordía el labio
al tiempo que se retiraba la falda con una tortuosa
lentitud.
La presión en mis pantalones era tanta que me
sorprendía que aún no se hubiesen roto. Sus bonitas
nalgas quedaron al descubierto, protegidas por una
exótica tanga color rosa.
—Tienes suerte de haberme buscado hoy… serás
el primero en ver mi nueva ropa interior.
—Qué honor—dije con voz ronca, sarcástico, con
Mercy sentándose sobre mí, con una pierna a cada
lado de mis caderas.
—Espero que no pienses en reemplazarme—frotó
su sexo contra el mío, emitiendo un gemido y
255
ganándose un tirón de mis caderas—. Nadie me folla
como tú, Alex.
Enarqué una ceja, divertido, masajeando sus
pechos sobre la rugosa tela de su sostén.
—¿Eso les dices a todos?
—Qué aguafiestas—mencionó sin ofenderse, con
sus manos abriendo mi camisa y acariciando mi
pecho.
Se abalanzó sobre mi boca y me giré,
ocasionando que sus labios chocaran contra mi
barbilla. Hizo un sonido de decepción pero no se
detuvo. Depositó tenues besos sobre mi cuello, con
sus expertas manos abriéndose paso por mi pantalón,
hasta llegar a mi turgente erección, que palpitaba
con necesidad.
—Estamos un poco ansiosos, ¿no crees?—gimió
cuando logré deshacerme de su sostén y llevar uno
de sus pezones hasta mi boca, con una de sus manos
pegando más mi cabeza a su piel, para que lo
engullera por completo.
Comenzó a acariciar el glande en deliciosos
círculos con su pulgar, bajando por toda mi longitud
bombeando con perezosa animosidad; sus
atenciones endureciéndome con cada viaje desde la
256
punta hasta la base, construyendo una exquisita
tensión en todo mi cuerpo, expectante, y siendo
recompensada por violentos tirones cuando apretaba
particularmente fuerte.
Era buena, muy buena.
Me tomó del cabello de pronto, estrellando mi
cara contra sus pechos y recibí el gesto de buena
gana. La estreché más contra mí, con su feminidad
rozando mi miembro, creando una placentera
fricción.
Sin perder un segundo más, la levanté un poco
sin retirarla completamente y extraje de mi pantalón
un preservativo. Me lo arrebató de las manos con
una sonrisa y lo colocó con experticia.
Apreté su trasero y retiré las bragas para hacerme
espacio. Acaricié su entrada con la punta un par de
veces antes de entrar en ella sin más preámbulos.
Soltó el aire que estaba conteniendo en un caliente
jadeo que no hizo más que excitarme sobremanera.
—Eres tan grande como recuerdo—decidí
ignorar el cliché y me concentré en penetrarla,
tomándola de su bonito culo de nuevo para
maniobrar su cuerpo a mi antojo, con su sexo
regalándome sensaciones exquisitas.
257
Gemía alto y fuerte, casi de manera exagerada,
pero no me importaba, no mientras me ayudara en
mi liberación. Comenzó a moverse sobre mí,
recargando sus antebrazos en el respaldo y
circulando con su cadera mi miembro, sin sacarlo
por completo. Gruñí entre dientes, tenso y cansado
de sus juegos, así que la levanté un poco para
comenzar a entrar en ella con rapidez, abriéndome
paso en su interior con facilidad por lo húmeda que
estaba.
Ya podía sentir la familiar sensación del orgasmo
borboteando en la base de mi estómago.
Aumenté las embestidas hasta que rozaron el
salvajismo. La incorporé repentinamente y la giré
para que su espalda me recibiera y volví a sentarla a
horcajadas sobre mí, siendo recompensado por otro
jadeo de excitación.
Hice un puño con su cabello y jalé de él mientras
seguía invadiéndola rítmicamente, su cuerpo
vibrando con cada intromisión. Alcancé su cuello,
respiré sobre él y mordí su hombro.
Esa vista en particular trasladó mi mente a
aquella noche en Las Vegas, a la manera en que yo
me había follado a Leah. Ese recuerdo era
jodidamente excitante, Dios.
258
Llevé mi mano por su vientre, hasta llegar a su
clítoris y lo acaricié frenéticamente, esperando que
ella se corriera al mismo tiempo que yo, porque esa
imagen había sido suficiente para llevarme al borde.
Comenzó a agitarse y percibí su sexo
contrayéndose en torno a mi miembro. Me encontré
teniendo mi propio orgasmo de manera repentina y
me vacié en su interior.
Seguía recuperándome cuando ella se incorporó y
yo me quité el preservativo con pereza antes de
volver a abrocharme los pantalones.
Si antes estaba exhausto, ahora me sentía
devastado.
Mercy parecía complacida consigo misma,
porque claro, ¿cómo podría saber ella en quién
estaba pensando cuando terminé?
Comenzó a vestirse y yo recogí las fotografías
que estaban desperdigadas por el suelo para
entregárselas. Las tomó aún con una sonrisa y el
cabello hecho un desastre. La guie hasta la puerta y
ahí recostó su cuerpo sobre el marco.
—¿Te veré pronto?
259
La observé por un momento, inclinando la cabeza
y considerando su pregunta.
—No—le dediqué mi sonrisa más brillante y le
cerré la puerta en la cara.
El aire estaba impregnado por el humo del
cigarro, y el olor a alcohol y sudor agrio inundó mis
sentidos en cuanto entré al bar—léase casa de
apuestas— de Rick.
Habían transcurrido tres días desde la vez que
estuve con Mercy, no había cruzado palabra alguna
con Leah y había recibido un sinfín de mensajes de
los matones de Rick presionándome de nueva cuenta
para que entregara el dinero.
Hastiado de ello, decidí que lo mejor que podía
hacer era hablar con él para llegar a un acuerdo, así
que esa era la razón para regresar a ese hoyo de ratas
después de tanto tiempo.
—Eh Alex, tiempo sin verte—me saludó Michael
con una palmada en el hombro y yo incliné la cabeza
a modo de reconocimiento—. ¿Qué te trae por aquí?
—Quiero hablar con Rick—espeté con seriedad.
260
Su expresión se tiñó de sorpresa y enarcó las
cejas.
—¿Tiene trabajo para ti?
—No precisamente.
—Entiendo. Ven aquí.
Me guio por entre las mesas de juego, donde se
desarrollaban partidas de póker y blackjack, hasta
que llegamos a la parte trasera del establecimiento.
Pasamos la puerta cercana a la barra y me condujo
por el pasillo que llevaba a la parte privada del bar,
donde se jugaban las verdaderas partidas.
Una vez estuvimos dentro, el bullicio inicial de la
parte frontal quedó ahogado dejando una tensa
atmósfera silenciosa. Los hombres que estaban
concentrados jugando partidas de póker, ataviados
con regios trajes, alzaron la vista. La mayoría eran
personajes importantes, hombres de negocios con un
serio problema de ludopatía o un talento para las
apuestas.
Algunos inclinaron su cabeza en reconocimiento,
ya porque me ubicaban como el hijo de Byron
Colbourn o porque les había vaciado los bolsillos en
algún juego.
261
Rick estaba concentrado charlando con unos tipos
que tenían cara de pocos amigos y el rostro
compungido en un eterno gesto de agriedad, como si
siempre estuvieren chupando un limón.
Él acalló la conversación cuando levantó la vista
y se dio cuenta que estaba ahí, para después sonreír
enormemente.
—¡Alex, qué gusto!—me invitó a sentarme junto
a él en uno de los sillones y con una seña de la
cabeza, mandó retirarse a los otros dos que lo
acompañaban—. Pensé que no nos honrarías con tu
majestuosa presencia en un tiempo.
—¿Por
qué?—pregunté
con
sintiéndome vagamente incómodo.
sinceridad,
—Porque llevas tiempo escondiéndote como una
rata—su semblante se ensombreció. Chasqueó los
dedos y Mirna, una de las meseras, no tardó en
presentarse—. Sírvele a nuestro príncipe un
whiskey, que vamos a charlar.
Conocía ese tono. Estaba ofuscado.
—¿Has venido a traerme el dinero?—se inclinó,
con su cabello ralo reluciendo por la tenue luz.
—No, he venido a negociar.
262
Se echó a reír sonoramente.
—Alex, ya has tenido tiempo suficiente. Es hora
de que pagues. Ve con mami y papi, que para eso
están, ¿no? Para limpiar tu mierda—sus ojos oscuros
se entornaron y yo enarqué una ceja.
—No quiero meter en esto a mis padres, déjalos
fuera, Rick—espeté severamente.— Solo necesito
un par de semanas más, ya tengo la fuente de
ingresos.
Se reclinó en su asiento, cruzó las piernas y
sonrió.
—¿Ah sí? ¿Y cuál es esa fuente de ingresos?
Bufé.
—Nada que te interese, en tanto recibas tu dinero.
Además, no te conviene estar en malos términos
conmigo, soy tu mejor jugador. La mayor parte de
tus ingresos los obtienes gracias a mí.
Otra grave carcajada brotó de su garanta y negó
con ironía.
—¿Jugador? Tú no eres un jugador, eres un
estafador, un ladrón.
Sonreí brillantemente.
263
—¿No son eso los mejores jugadores? Al final,
cuando comprendes las reglas del juego, ¿no nos
convertimos todos en eso?
Alzó su vaso de whiskey a modo de brindis.
—No se te escapa una—dio un sorbo—. Pero no
estás en posición de condicionarme, Alex. No seas
insolente. ¿Tus padres nunca te enseñaron a respetar
a tus mayores?—dijo con tono amenazador.
—Me enseñaron a no perder—respondí con la
misma inflexión.
—No eres más que un niño. Sigues jugando y
ganando para mí, porque sigues debiendo y soy
considerado contigo precisamente por eso, pero no
abuses de mi bondad.
Mirna apareció con mi trago en ese momento y le
agradecí con una seña. Rick se acarició la incipiente
barba grisácea, como si estuviese sopesando algo.
—Está bien, te concederé un par de semanas más,
en tanto sigas jugando para mí—tomó un sorbo
antes de continuar.— Hay un tipo que ha estado
acudiendo a mi bar para apostar y ha estado ganando
la mayoría de las partidas. No quiero que deje en
bancarrota a la casa ni que espante a mis clientes,
264
necesito que le vacíes la cartera… quiero que me
quede debiendo hasta su culo, ¿entiendes?
Solté el aire que ni siquiera sabía que estaba
conteniendo.
—Perfectamente—se inclinó y chocó su vaso
contra el mío antes de beber con una sonrisa triunfal
en el rostro.
Dejé el alcohol sobre la mesa, dispuesto a irme
ahora que ya había cumplido mi cometido y su voz
me detuvo.
—¿No te quedas a jugar, príncipe?—inquirió con
sorna y una sonrisa torcida en sus facciones.
—Hoy no, Rick. Que tus matones me envíen los
detalles del tipo al que tengo que estafar. Te veré
luego.
Asintió con la cabeza solemne a modo de
despedida y salí del lugar.
Michael estaba en una de las mesas de la parte
frontal, inmerso en una partida de póker junto con
Ethan y otros tres hombres que parecían mayores.
Mi amigo dejó las cartas sobre la mesa en cuanto
reparó en mí y se acercó.
265
—¿Qué te dijo? ¿Te cortará los huevos?—habló a
modo de broma y yo le palmeé el hombro.
—¿Dudas de mi encanto?—respondí con orgullo
—. Me dio un par de semanas más.
—Qué alivio, pensé que te encontraría colgado de
un puente o algo así—fijó su vista en la mesa, con
los hombres esperando a que continuara el juego—.
¿Te quedas a una partida?
—No, tengo cosas que hacer.
En realidad no tenía nada pendiente, ni ningún
plan en mente, pero ese lugar me resultaba
inquietante y asfixiante en la misma medida. Ethan
me había llevado ahí por primera vez hacía seis años
atrás y aunque no éramos más que niños,
aprendimos a jugar rápidamente. Ahora no
representaba nada para mí, a excepción de una
fuente de trabajo que venía acompañada de una
deuda enorme gracias a mis errores.
Salí del establecimiento y me sentí levemente
mareado por el cambio brusco de ambiente. Caminé
por la calle, que a esas horas estaba poco transitada,
con algunos autos de los hombres y mujeres que
jugaban dentro estacionados junto a la acera.
266
Extraje las llaves de mi Challenger y, justo
cuando me disponía a quitarle el seguro, sentí cómo
alguien me tomaba del hombro para girarme
bruscamente y asestar un fuerte golpe en mi
estómago. Todo el aire dejó mis pulmones y no
alcancé respiración. Me doblé por inercia, buscando
aminorar el dolor. Sin embargo, la oscura figura no
perdió el tiempo y acertó otro golpe en mi rostro,
que dejó zumbando mis oídos y amenazó con
desequilibrarme.
Me recuperé el tiempo suficiente para empujarlo
y darle un golpe en el mentón, desorientándolo y
atizando otro más del lado izquierdo de su rostro,
con mis nudillos punzando por la acción. Alguien
me empujó por detrás y cuando me giré, otra alta
figura se materializó frente a mí. Sentí uno de mis
pómulos doloridos repentinamente y pude probar el
sabor de la sangre en mi boca.
Volvió a golpearme hasta que trastabillé y caí.
Los dos tipos no perdieron el tiempo y comenzaron
a patearme sobre el suelo. Lo único que podía
respirar mientras trataba de cubrirme el rostro era
polvo y gravilla; un dolor lacerante extendiéndose
por mi espalda y concentrándose en mi hombro.
267
Pararon hasta cansarse y entonces, la voz agitada
de uno de ellos inundó el aire.
—Es un recordatorio de Rick, niño. Dice que
necesitas aprender modales.
Regresaron al interior del establecimiento un
segundo después. Yo permanecí tirado en medio de
la calle intentando aminorar el dolor que se extendía
por todo mi cuerpo lo suficiente para incorporarme.
Ya me había parecido sumamente considerado de
Rick concederme otra prórroga sin ninguna
advertencia.
Leah me miraba pálida desde el otro lado del
comedor, con los ojos tan abiertos que pensé que se
saldrían de sus cuencas.
No la culpaba. Mi bonito rostro era un mosaico
de desgracia en ese momento: los matones de Rick
me habían reventado el labio, tenía un moretón en el
mentón y otro hematoma más que se extendía por mi
pómulo derecho.
Había decidido no sentarme junto con Jordan y
los demás, principalmente porque no estaba de
humor para lidiar con sus preguntas, así que opté por
268
almorzar con mi equipo de fútbol; habían hecho
unas cuantas preguntas que evadí bajo la excusa de
que había tenido una pelea fuera de un bar. Luego de
eso, dejaron morir el tema.
Me concentré de nueva cuenta en la comida que
tenía delante y mi celular vibró dentro de mi
bolsillo.
Arpía: ¿Qué demonios te pasó?
El mensaje de Leah brillaba en la pantalla.
Alex: Tuve una pelea con unos gorilas.
Acompañé el mensaje con un emoji alusivo para
mayor efecto.
Arpía: ¿Dónde?
Alex: En el zoológico. Me pareció buena idea
entrar a la jaula.
Alcé la vista justo a tiempo para captar el amago
de sonrisa que se extendió por su rostro y no pude
evitar sonreír también.
Arpía: Qué idiotez. ¿Estás bien?
Enarqué ambas cejas, sorprendido.
Alex: ¿Acaso es preocupación lo que percibo?
269
Lancé una ojeada a su mesa y la atrapé
arrugando los labios, como si estuviese
considerando la respuesta que iba a teclear.
Arpía: No lo hago por ti, lo hago por
“humanidad”.
Volví a levantar la vista del móvil divertido
cuando imitó el comentario que yo le había hecho
durante la evacuación. Leah me miraba con
suficiencia, entretenida.
Alex: Creí que ya estabas adoptando tu papel de
buena esposa. Qué estúpido de mí.
Envié un emoji entristecido y simulé limpiar una
lágrima dramáticamente. Leah observó el gesto
desde el otro lado del comedor conteniendo una
risotada.
Arpía: Dime algo que no sepa.
Sonreí. Bingo.
Alex: Que debemos vernos hoy en el mismo café
a las 6.
Me miró enarcando ambas cejas.
Arpía: Eso no lo sabía.
270
Alex: ¿Ves? Tu esposo siempre atendiendo tus
deseos.
Observé cómo ella ponía los ojos en blanco y
negaba en mi dirección.
Arpía: Jódete, Colbourn.
Batió las pestañas y sonrió con fingida inocencia.
Mejor jódeme tú, preciosa quise escribirle, pero
me abstuve cuando dejó el celular sobre la mesa y
volvió a concentrarse en Jordan, que le susurraba
algo al oído, con sus mejillas tiñéndose de rojo un
instante después.
Una sensación de malestar que de ninguna
manera debería estar ahí se instaló en la boca de mi
estómago solo de contemplar la escena y no
desapareció durante el resto de la tarde.
Hola.
¿Votos?
¿Comentarios?
¿Pecados? ¿Dudas? ¿Traumas?
¿Confesiones?
¿Por qué creen que Alex debe dinero?
271
El próximo capítulo irá dedicado al primer
comentario.
Con amor,
KayurkaR.
272
Capítulo 10: Damisela en
apuros.
Alexander
Arpía: No puedo asistir hoy, he quedado con
Jordan.
Permanecí observando el mensaje al menos un
minuto entero, creyendo que si lo miraba lo
suficiente, el malestar que sentía en mi estómago y
que subía hasta mi pecho aminoraría. Pero no, solo
logré aumentarlo.
¿Qué podía ser más importante que vernos para
poder resolver la mierda en la que ambos estábamos
metidos?
La parte racional me decía que debía dejarlo
pasar y esperar que ella estuviera disponible para
quedar en otro momento, discutir esto como
personas civilizadas y llegar a una solución factible.
La otra parte, que tenía mayor partido, se moría por
decirle que tenía que cancelarle, que salir con su
noviecito no iba a borrar el hecho de que seguía
siendo mi esposa y que si lo que buscaba era librarse
273
de mí de una vez, lo mejor que podía hacer era venir
conmigo.
Arrugué los labios. ¿Por qué no había logrado
deshacerme de esa sensación de molestia?
Antes de que decidiera qué hacer al respecto,
alguien tocó mi hombro y me apresuré a bloquear el
celular para girarme y mirar a la persona.
—¿Seguro que estás en condición de entrenar?—
preguntó Jordan con tono preocupado.
—Por supuesto—respondí a la causa de todo mi
malestar—. Mejor que nunca.
—Amigo, tu cara no me dice lo mismo—esbozó
una sonrisa nerviosa—. ¿Cómo carajo te ganaste
esos golpes?
Me pasé el jersey por la cabeza y me coloqué los
protectores antes de tomar el casco.
—Digamos que los ebrios y la verdad no se
llevan bien—caminamos juntos por los vestidores
para salir al campo con el resto del equipo.
—¡Vamos, señoritas! Se acabó la hora del té—
gritó Ethan corriendo y dándome una nalgada
mientras se adelantaba hasta el frente.
274
—¿No se supone que los ebrios siempre dicen la
verdad?—Jordan sonreía sin comprender mi
comentario.— Yo entiendo que se llevan de
maravilla.
—Sí. Digo que no se llevan bien cuando les dices
sus verdades—aclaré y aumenté el ritmo en mi
caminar para adelantarme.
No me sentía de humor para hablar con nadie,
mucho menos con Jordan.
—¿Qué car…?—mamá se atragantó, continuó
mirándome y se llevó una mano al pecho—. Alex,
¿cómo te hiciste eso?
Arrugué los labios y me pasé una mano por el
cabello, considerando la posibilidad de contarle una
mentira diferente. Lo pensé bastante, hasta que
decidí que lo mejor era seguir con la misma ligera
alteración de la verdad, como prefería llamarle.
—Tuve una pelea afuera de un bar—respondí con
la mayor convicción posible, sin mirarla, como hacía
siempre cuando le mentía.
Mamá me tomó del mentón, con sus profundos
ojos azules escrutándome. Estaba furiosa, podía
275
notarlo por la presión que ejercía en su agarre.
—¿No pudiste esperar a mañana para enrollarte
en un lío?—espetó, severa—. ¿Por qué te peleaste
esta vez?
—Pelea de ebrios—le sostuve la mirada,
buscando imprimir veracidad en lo que le decía.
Escaneó mi rostro y negó con reprobación. La
presión en mi barbilla aminoró e hice una mueca de
malestar cuando sentí sus dedos rozando levemente
el pómulo donde se extendía el feo hematoma.
Acarició la zona afectada con una delicadeza
impropia de ella pero recibí de buena gana el toque.
Mi madre no era precisamente la persona más
dulce del mundo, al contrario, era una mujer
sumamente severa, regia y correcta, con un
temperamento de los mil demonios y un talento nato
para hacer que te cagaras de miedo solo con una
mirada, pero no podría haber pedido a nadie mejor
para criarme. Como su único hijo, había cumplido
todos mis caprichos, hasta que no pudo controlarme
por más tiempo y simplemente me permitió hacer mi
camino.
Su duro semblante se suavizó de pronto.
276
—No deberías meterte en tantos pleitos—dijo
con una nota de súplica—. No quisiera que algo
malo te sucediera.
—Nada malo va a pasarme, mamá—tomé su
mano y besé el interior de su muñeca—. Además,
soy más fuerte de lo que crees, podría recibir el
doble de éstos.
Se soltó de mi agarre para asestar un golpe en el
hombro más afectado y emití un sonido entre la risa
y el dolor.
—No digas estupideces, por Dios—se pasó una
mano por su perfecto moño—. No más peleas, por
favor.
—No te prometo nada, pero por si acaso, deberías
ir llamando a la ambulancia—me miró severa y reí
—. Bromeo. ¿Para qué me llamaste con tanta
urgencia?
—Ah, necesito que te pruebes algo.
—¿Qué cosa?—inquirí con interés.
Mamá se alisó arrugas inexistentes en su blazer.
—Es un traje que diseñé para Dries Van Noten—
clavó sus orbes en mí, como si de esa forma pudiese
leerle la mente. Cuando permaneció en silencio, la
277
insté a proseguir con una seña—. Es una pieza única
y quiero que la utilices hoy.
—Tu padre hará una reunión para celebrar buenas
inversiones que ha hecho últimamente. Muchas
personas importantes asistirán y no quiero perder la
oportunidad de que admiren mi trabajo—alzó el
mentón, orgullosa—. Sé que si te lo ven puesto van
a adorarlo y se agotará en tiendas. Es de mis mejores
trabajos hasta ahora y a Dries Van Noten le encantó.
Sus ojos brillaban siempre que hablaba de su
trabajo. No cabía duda de que amaba lo que hacía.
—¿Y vas a permitir que me presente así?—señalé
mi rostro, recalcando los moretones.
—El maquillaje hace maravillas, cariño.
Resoplé.
—¿Por qué no le dices a papá que lo modele él?
Mi madre soltó una carcajada sin humor al
instante.
—Por Dios, tu padre no se vería ni la mitad de lo
bien que te verías tú—dijo con desdén—. Te
278
quedará perfecto. Sólo ten cuidado de no mancharlo
con algo, ¿de acuerdo? Es una pieza muy importante
y costosa.
—De acuerdo—consentí al final y mamá sonrió
satisfecha.
—Excelente. En ese caso, iré a afinar los últimos
detalles—salió de la sala y subió las escaleras que
llevaban al estudio.
Me recosté con cansancio en el mullido sofá y
suspiré.
Sería una larga noche.
Mi rostro se sentía extraño con la pasta que Nora,
la maquillista de mamá, había colocado sobre los
feos hematomas para ocultarlos. No tenía idea de
que la espesa mezcla que había creado con un
montón de cremas color piel fuese tan efectiva para
esconder golpes. Había hecho un trabajo
extraordinario.
El salón estaba atestado con un montón de
personas que jamás había visto en mi vida. Algunas
me sonreían cordialmente, elogiando el traje que
vestía o la manera en que había crecido. Mamá se
279
mantenía cerca de mí, regodeándose con los halagos
que recibía su trabajo.
Papá estaba inmerso en un montón de
conversaciones que parecían no tener fin. Iba de un
círculo a otro, enzarzándose en pláticas sobre las que
no entendía nada.
Los padres de Edith estaban allí. El señor Morgan
charlaba animadamente con papá, mientras mamá
felicitaba a su esposa por exquisita selección de
joyería. Sin embargo, cuando escaneé el lugar, no
registré la presencia de su hija.
Aunque me encontré con algo mejor en mi
recorrido.
Los McCartney entraron por las ornamentadas
puertas de madera que llevaban al salón. Leo lucía
tan regio y prepotente como siempre, con su esposa
tomándolo del brazo, caminando con decisión.
No obstante, su pomposa entrada no fue lo que
captó mi atención.
Leah caminaba justo al lado de sus padres,
ataviada con un bonito vestido color beige que se
ceñía a la perfección a su pequeña cintura,
resaltando sus exquisitas curvas y mostrando el
inicio de sus pechos, con la delicada línea de sus
280
hombros al descubierto y un alto recogido que
sosteniéndole su cabello.
Reparé en la abertura que adornaba su lado
derecho, permitiendo observar de vez en cuando un
retazo de la piel de sus definidas y largas piernas.
Ella era, en definitiva, una obra de arte que valía
la pena contemplar.
Por primera vez les prestaba la atención
suficiente para percatarme del estremecedor
parecido que compartía con sus padres. Tenía la
misma forma de la cara de su madre y me atrevería a
decir que el mismo tipo de cuerpo que te detenías a
admirar cuando caminabas por la calle, solo para
deleitarte una segunda vez. Compartían la mayor
parte de los rasgos, pequeños y delicados.
Sin embargo, el atributo más notorio con el que
discrepaba de su madre, eran sus ojos: los orbes de
la señora McCartney tenían un vibrante color verde;
su mirada era suave e incluso un poco melancólica,
mientras que los ojos de Leah eran fuego puro: a
veces grises como el hierro que lograba incrustar a
través de ellos, o azules, como el hielo que
reflejaban la mayor parte del tiempo.
281
Sin duda, eran los ojos de su padre: escrutadores
y avasalladores.
Era jodidamente preciosa y lo sabía, lo sabía tan
bien que se movía conforme a ello, con gracia y
petulancia.
Desvié mi atención, buscando no evidenciarme
más de lo que seguramente ya lo había hecho,
engulléndola de esa manera tan descarada con la
vista.
Permanecí cerca de mis padres y pronto le perdí
la pista. La sala estaba llenándose cada vez más y no
fui capaz de ubicarla. El señor McCartney acudió
luego de un rato a saludar a mi padre cortésmente—
cortantemente, diría yo—, para después saludar a un
montón de personas más.
Hastiado y hambriento, me disculpé con una seña
para ir hasta la mesa de aperitivos que estaba
dispuesta al fondo de la sala. Agradecí que estuviera
desierta y sonreí para mis adentros cuando ubiqué el
último de los pequeños postres. Ya podía saborearlo.
Estaba por tomarlo cuando alguien se me
adelantó y lo retiró de la bandeja.
“¿Es en serio?” Suspiré fastidiado y conté hasta
diez para no gritarle al ingrato que había terminado
282
de arruinar mi noche. Sin embargo, todo el hastío se
disipó cuando reparé en la sonrisa arrogante de
Leah.
—Eso es mío—me quejé, sin apartar la vista de
su bonito rostro.
—¿De verdad?—miró por todos lados el
postrecito—. No veo tu nombre en ningún lado—
dijo con fingida inocencia.
—Estaba por tomarlo.
—Lástima. Hay que ser rápido en la vida o te
comen.
Tomó la cereza que adornaba el pastelillo y la
llevó hasta su boca, mordiéndola deliberadamente
lento. Pasó la lengua por sus definido labios y sentí
mi garanta secarse, mi miembro despertarse.
La maldita zorra incitante. Lo hacía a propósito.
—No pensé verte aquí hoy—comenté, en un
desesperado intento por tranquilizar la excitación
que se construía en mi sistema y se concentraba en
mi virilidad.
—Sorpresa, sorpresa—dijo centrada en la mesa
—. Vine a iluminar esta aburrida fiesta.
283
—¿Y Jordan?—entorné los ojos—. Pensé que
tenías planes con él.
Se encogió de hombros, restándole importancia.
—Primero tenemos que hablar—escaneó con
mucha atención un canapé que había en la charola
de plata.
—Te escucho.
—No aquí—dejó el aperitivo sobre el plato—. Es
arriesgado. Les parecerá extraño vernos convivir.
Reí sin humor.
—La mayoría de la gente tiene una vida, Leah.
No están concentrados enteramente en ti.
Me fulminó con la mirada para dejar en claro que
el tema no estaba a discusión y suspiré resignado.
No iba a ganarle.
—Te veo en el patio trasero en cinco minutos—
concedí y ella me regaló su sonrisa más brillante. El
tipo de sonrisa que, si no tenías cuidado, podía
hechizarte.
—Perfecto.
284
—Llegas tarde—dijo cuando la alcancé en el
jardín trasero.
Sonreí en respuesta.
—¿Me extrañabas?
—Difícilmente.
Hice todo lo posible por no mirarla de manera
descarada, que era toda una odisea porque joder, era
difícil no hacerlo con ese bonito vestido, aunque
aquello no era nada en comparación con la fuerza de
voluntad que debía invertir en no tocarla.
—¿Y bien? ¿Qué es tan importante?
Se rascó la barbilla, pensativa.
—Ya tengo la fecha en que veremos al amigo de
mis padres para resolver todo esto—informó con la
vista clavada en el suelo de adoquín que adornaba
los jardines de mi casa.
Una sensación extraña se extendió por mi pecho
y arrugué los labios.
—Dijo que me recibiría en dos semanas. Es decir
—se removió incómoda, caminando junto a mí cerca
285
de la piscina olímpica que papá había mandado
construir—, nos recibirá, si lo que deseas es venir
conmigo.
—Claro, ¿por qué no?—me mantuve a su paso,
con las manos en los bolsillos.
—Bien. Entonces me mantendré en contacto
contigo—alzó la vista por fin—. Y por favor, no más
notas. La última vez Jordan estuvo a punto de leer
una.
—¿En serio?—no pude ocultar la diversión que
tildaba mi voz—. Hubiese pagado por ver su cara.
Frunció el ceño, molesta.
—Te habría regalado una nueva nariz, de haberse
enterado que se trataba de ti—amenazó y reí.
—Lo dudo. ¿Cómo evitaste que la leyera?
—Se la quité a tiempo y le dije que era una
anotación que había hecho en clase.
Una carcajada brotó de mi garganta. Una parte de
mí se moría porque Jordan se enterara de lo que yo
tenía que ver con su novia, pero la que tenía mayor
partido prefería quedarse con la nariz intacta.
—¿Qué es tan gracioso?—estaba enfadada.
286
—Tu forma casi desesperada de pretender que
todo con Jordan es perfecto, cuando no es así—
emitió un jadeo de indignación.
—¿Tú qué sabes?—objetó, colocando las manos
en su cintura—. No es como si tú estuvieras en una
relación estable, mucho menos con alguien como
Mercy Parkinson.
No pude contener la sonrisa triunfal que se
extendió por mi rostro.
—¿Son celos lo que percibo?
Pareció descolocarse un segundo, para después
volver a adoptar su típica faceta estoica.
—Sueñas—rebatió—. Es solo que no tienes
derecho de juzgarme cuando tú te revuelcas con
personas como Mercy.
—Leah, si vas a enumerar todas mis
indiscreciones, esta será una larga noche—mencioné
con humor y ella pareció tensarse antes de soltar el
aire.
Podía percibir el aroma a lis que despedía. Seguí
la silueta de su cara, la línea de su nariz, la forma de
su boca casi por inercia, como si mis ojos tuviesen
vida propia cuando se trataba de ella.
287
—Prefiero no hacerlo, gracias.
Permanecimos en silencio, con unos cuantos
pasos de distancia separándonos. Sus ojos mirando
en todos lados, menos a mí y yo, bebiéndola.
Carraspeó y dio un paso dispuesta a irse.
—¿Por qué Jordan?—dije sin poder sofocar el
impulso.
Alzó la vista, perpleja.
—¿Por qué buscas tan desesperadamente arreglar
las cosas?—inquirí con genuina curiosidad.
Se mordió el labio y Dios, yo también quería
morderlo.
—Porque siempre hemos estado juntos, siempre
hemos sido él y yo, y no puedo permitir que esto—
nos señaló a ambos— arruine mis planes.
—¿Entonces es todo por costumbre?—tomé un
paso más cerca—. ¿Es lo que tratas de decir?
Dio un pequeño paso hacia atrás, buscando tomar
distancia.
288
—N… No. Siempre hemos estado juntos,
nosotros…
—¿Dónde termina el amor y dónde empieza la
costumbre, señorita McCartney? Qué vida tan
aburrida,
Leah.
Todo
construido
tan
sistemáticamente, tan…
—¿Y qué? Al menos él es mejor hombre de lo
que eres tú—me interrumpió, desafiante.
Enarqué una ceja, tomando otro paso.
—Él no es ni la mitad de lo que soy yo—
contraataqué burlón.
Podía ver la tensión en sus hombros y la manera
en que flaqueaba su determinación.
—No lo creo—su voz temblaba levemente—.
Jordan es amable, dulce, divertido…
Toda su seguridad se desvanecía en la misma
medida que yo me acercaba.
—Encantador—negué—. Los mismos atributos
que, no sé, ¿un perro? Lo tratas igual que a una
mascota, Leah.
—¡Claro que no!—rebatió, buscando mantenerse
firme en su argumento—. También es valiente y…
289
—Es,
veamos,
¿inteligente?—cuestioné—.
Cuando hablas, ¿están al mismo nivel? ¿Te hace
pensar? ¿Te desafía?
Pareció sorprendida.
—Pues, yo…
—¿Es centrado?
¿Aspiraciones?
¿Tiene
metas?
¿Deseos?
—Yo…
—Cuando estás con Jordan, ¿qué sientes?
¿Sientes esa necesidad de estar cerca de él? ¿Sientes
esas estúpidas mariposas que todas las mujeres dicen
sentir?—continué sin tregua, acorralándola.
—Nosotros…
—¿Te impulsa? ¿Te lleva más allá de tus límites?
¿Te pone los pies sobre la tierra?
—Alex, déjame…
—¿Te excita lo suficiente?
Estábamos tan cerca que ella tuvo que inclinar la
cabeza para mirarme conteniendo la respiración.
—Voy a responder por ti—la corté, sonriendo
oscuramente—: No lo hace. Estás con él porque
290
puedes controlarlo, eso es todo.
Dio otro pequeño paso y la tomé instintivamente
del brazo para mantenerla en el lugar.
—Suéltame—dijo con decisión de pronto,
saliendo de su estupor—. Te pedí que no volvieras a
tocarme.
Adoptó la misma posición de aquella vez en que
nos besamos en el ala este y tomé su otra mano,
anticipándome a su movimiento.
—Tranquila Jackie Chan, solo estoy tratando
de…
—Dije que me sueltes—insistió y volvió a
construir esos impenetrables muros en sus ojos.
—Leah…
—Suéltame.
La obedecí, alzando las manos a modo de
rendición. Se alejó con brusquedad y entonces, miré
cómo caía directo a la piscina dando un gritito.
La escena resultó tan ridícula que no pude
contener la carcajada que brotó de mi garganta.
291
Comenzó a dar manotazos en el agua para tratar
de mantenerse a flote, salpicando por todos lados.
Miré divertido toda su perorata, hasta que dejó de
aletear desesperadamente.
Mi sonrisa se desvanecía con cada segundo que
pasaba sin que ella volviera a revolotear. Debía
saber nadar, ¿no?
Mi corazón dio un salto cuando no pude
localizarla.
“Carajo, me tienes que estar jodiendo.”
Antes de que pudiera pensarlo mejor, me lancé a
la piscina para rescatarla. El cloro me escocía los
ojos mientras nadaba más al centro y la encontré
casi al fondo, hundiéndose.
Salí a la superficie jadeando por aire, con ella
rodeando mi cuello con desesperación, como si fuera
su salvavidas.
—¿Qué demonios fue eso?—dije jadeando,
rodeándola con mis brazos para mantenerla a flote.
—No… No sé nadar—dijo con un hijo de voz,
sujetándose a mí con mayor ahínco. —No me
sueltes.
292
Clavé mis ojos en ella, observándola con
atención.
—No planeo hacerlo.
—Te odio—dijo una vez recuperó la respiración,
temblando ligeramente—. No te tolero. Jamás
podríamos ser amigos.
Sonreí al tiempo que retiraba un mechón de
cabello de su mejilla.
—Tampoco creo que pudiéramos ser amigos,
Leah.
Podía percibir mi corazón latir a través de mi
oídos, rápido. Cada sentido que poseía
intensificándose, nítidamente consciente de cada
parte de su cuerpo que entraba en contacto con el
mío. La pegué más a mí, con su respiración
enredándose con la mía y sus ojos, desafiantes,
escrutándome, clavados en los míos. Sus labios
estaban
ligeramente
partidos,
incitantes,
invitándome a tomarlos. ¿Y quién era yo para
negarme? Si no me había ahogado hasta ahora, no
iba a hacerlo por besarla.
Quería probarla una vez más, y una más después
de esa, y otra más, hasta perder la cuenta.
293
Incliné mi cabeza para concretar lo que tenía
mente, para tomarla como me moría por hacerlo
desde la vez del ala este, quería…
Ambos dimos un respingo y me alejé
instantáneamente. Cuando nos giramos, sus padres
nos miraban con una mezcla de enojo y confusión
plasmada en la cara.
La solté al tiempo que ella se impulsaba con mi
cuerpo para llegar a la orilla. Su padre la tomó de los
brazos para sacarla del agua y yo salí un segundo
después.
—¡Aleja tus asquerosas manos de mi hija!—me
empujó tan violentamente que caí al piso,
estupefacto.
—¿Qué demonios está mal contigo, Leo? ¡No te
atrevas a hablarle así a mi hijo!—siseó mi madre
acercándose a la piscina, con papá pisándole los
talones.
Leo puso su saco sobre los hombros de su hija, al
tiempo que ella se apresuraba a cubrir el tatuaje en
su tobillo con el vestido.
294
—Tu hijo estaba aprovechándose de ella—espetó
su madre, perforándome con sus ojos verdes.
—¿Disculpa?—mamá se irguió, desafiante—. Tu
hija era la que estaba pegada a mi hijo como una
garrapata.
La señora McCartney pareció enfurecer en ese
momento y tomó un paso más cerca de mi madre.
—¿Cómo te atreves a llamarla de esa manera?
Quién ca…
—Basta—mi padre se colocó en medio de ambas,
interviniendo—. No haremos un espectáculo aquí—
miró a Leah con displicencia y después a Leo—.
Vamos al estudio, le daré una toalla a tu hija para
que pueda secarse.
Las cosas en el estudio no mejoraron.
Mi madre y la señora McCartney sostenían una
batalla muda con la mirada y el ambiente se sentía
terriblemente tenso.
—Lamento mucho lo que aconteció—habló mi
padre tendiéndole una toalla a Leah para que ella se
cubriera y otra a mí.
295
—No importa, en tanto le digas a tu hijo que se
mantenga lejos de mi hija—habló el señor
McCartney, regalándome una mirada matadora.
Mamá rio con sorna.
—Como si mi hijo pudiera caer tan bajo—miró a
Leah de la cabeza a los pies, asqueada—. Él tiene
estándares.
—Mamá—intervine incómodo, pero mis padres
me mandaron callar con los ojos.
—Por favor—rebatió Alison—. No me
sorprendería que fuera un psicópata como tú, al final
eres su madre, ¿no?
Mamá emitió un jadeo de indignación y vi la
vena que aparecía solo cuando estaba furiosa.
—Si a esas vamos, no me sorprende que tu hija
estuviera tan agarrada a mi hijo. Seguramente es una
oportunista igual que tú, seguramente es igual de…
—Agnes—la amenazó Leo con tono duro y
mamá pareció recuperar la compostura.
—Olvidemos este embarazoso incidente—habló
papá colectado pero con la mandíbula tensa—.
Nuestras disculpas.
296
Leo asintió rígidamente mientras que la señora
McCartney seguía echando fuego por los ojos. Leah
por otro lado, parecía aturdida. El odio en nuestras
familias era latente y palpable, pero, ¿por qué? ¿Qué
podría haber sido tan grave?
—Todo estará bien en tanto él se mantenga
alejado de Leah—sentenció su padre.
—Créeme, será un placer—escupió mamá—.
Creo que más bien deberías decírselo a tu hija.
Las dos mujeres se dedicaron una última mirada
venenosa antes de ser escoltados fuera del estudio
por mi padre. Una vez estuvimos solos, me miró
colérico.
—¿Qué mierda tienes en la cabeza, Alexander?—
ladró y se acercó amenazante.—Por Dios, la hija de
Leo McCartney, de todas las mujeres posibles.
Puso los dedos en el puente de la nariz, buscando
tranquilizarse. Parecía al borde del infarto.
—Papá, yo solo…
—No, escúchame y hazlo bien—clavó sus orbes
azules en mí, severo—. Me importa una mierda si te
coges a todas las mujeres de Washington, créeme, no
me importa un carajo.
297
—¡Byron!—intervino
reprobación.
mamá,
negando
con
—Pero no a ella—continuó, ignorándola
olímpicamente—. Deja a la chica de Leo fuera de
tus revolcones, ¿entendido?
Lo miré incrédulo.
—Estás exagerando. Sólo la ayudé porque cayó a
la piscina, eso es todo, ¿cuál es el jodido problema?
—Has arruinado el traje por eso—dijo con voz
tensa mamá—. Ella no valía la pena, hubieses
permitido que se ahogara, le habrías hecho un favor
a la sociedad. No es más que la hija de una…
—Agnes—la reprendió papá y ella puso los ojos
en blanco—. ¿Me has entendido, Alexander?
Mantuve mi boca tan sellada que se convirtió en
una fina línea.
—No puedo creerlo—mamá tocó el saco que era
un desastre—. Has tirado mi trabajo a la basura por
esa…
—Ya basta—insistió su esposo—. Te quiero lejos
de esa chica, ¿comprendes?
298
Me escrutó con severidad y le sostuve la mirada
reacio a obedecer algo que me parecía una
estupidez, hasta que accedí a regañadientes.
¿Qué tenía aquello que sabías no podías tomar?
Me sentía como un niño al que le hubiesen
prohibido adueñarse de algo y ahora, unas ansias
renovadas de llegar hasta Leah borboteaban en mi
interior, por el mero placer de romper las reglas.
Lo prohibido siempre, siempre sabía mejor.
¡Bonito miércoles!
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El próximo capítulo estará dedicado al primer
comentario.
Con amor,
KayurkaR.
299
Capítulo 11: Bona fide.
Leah
—¿Por qué nadie me avisó que habría una
piscina?
Damen despegó los ojos de la pantalla—cosa que
resultaba imposible cuando jugaba a la Xbox—, y
nos siguió de cerca con la vista mientras yo tomaba
asiento en el sofá contiguo.
—Cállate, insecto—espeté sin un ápice de
paciencia para sus comentarios infantiles.
Mi hermano entornó sus bonitos ojos verdes y me
hizo una mueca burlona.
—¿Por qué siempre tienes que ser tan amargada?
—se quejó e hice el ademán de incorporarme para
pegarle. Su sonrisita se desvaneció y se apresuró a
arrebujarse más contra el sillón.
—Paren ya ustedes dos—intervino papá
colocando una mano al frente y mi hermano hizo un
mohín—. Damen, a tu habitación.
300
—Pero están a punto de sermonear a Leah, ¿no?
¡No quiero perderme el espectáculo!—berreó
haciendo un puchero y le hice una seña que dejaba
en claro el hombre muerto que sería si no cerraba la
boca de una vez.
—No voy a repetirlo, Damen.
—Pero papá…
—Ahora—insistió, con un tono tan autoritario
que hasta a mí me dieron ganas de correr a mi
habitación.
Damen se levantó a regañadientes y abandonó la
sala del recibidor arrastrando los pies. Mamá
apareció en la estancia en ese momento y se
apresuró a retirar la húmeda toalla que descansaba
sobre mis hombros para colocarme una seca.
—¿Estás bien?—preguntó consternada. Era lo
primero que me decía desde que abandonamos la
fiesta.
El camino de regreso había sido tan
asfixiantemente silencioso y tenso que consideré
seriamente la posibilidad de tirarme por la ventana,
solo para respirar con normalidad un poco de aire
fresco.
301
Mamá pareció no creerme nada y frunció el ceño.
—¿Estás segura? ¿No intentó nada? ¿Te ha hecho
daño?— comenzó a palpar mi cuello, mis hombros y
mis brazos con ansia, casi con desesperación,
buscando alguna evidencia de que Alexander me
había lastimado— ¿Se ha propasado contigo? ¿Ha
intentado hacerte algo…?
—Mamá, tranquila—la detuve cuando estuvo a
punto de levantar el vestido y revisar mis piernas—.
No ha hecho nada.
Se incorporó retorciéndose los dedos y miró a
papá de una manera que no logré identificar. Se
acercó a nosotras y clavó sus ojos en mí.
—Leah, ¿él te empujó?
La pregunta me resultó tan estúpida y a la vez tan
extremista que no pude hacer más que contemplarlos
de pie frente a mí, aturdida.
—No—me apresuré a decir—. Al contrario, yo
caí en la piscina y él simplemente…
—¿Cómo te caíste?—preguntó mamá de pronto,
aun hecha un manojo de nervios.
302
—Pues…—estaba a punto de besarme y preferí
caer a la piscina. —Estaba en el jardín, caminé
cerca de la piscina, trastabillé y caí.
Mierda. Yo era una pésima mentirosa, mucho
más cuando tenía a mi padre enfrente. Podía sentir la
manera en que sus ojos me escrutaban y
desmembraban, hasta llegar a lo más profundo de
mí. Bajé la vista para no evidenciarme más de la
cuenta.
—¿Qué hacías en el jardín en primer lugar? ¿Y
qué hacía él ahí también?—inquirió, con el mismo
tono que seguramente usaban los sacerdotes en la
Inquisición.
—Salí para llamar a Jordan—mentí—. Había
demasiado ruido en el salón y como estaba tan
distraída mientras charlaba con él, no me di cuenta
cuando di un paso en falso y caí en la piscina. En
cuanto al chico Colbourn… Qué se yo por qué
estaba allí.
—¿En serio?—se cruzó de brazos y se irguió,
permitiéndome contemplarlo en toda su imponente
estatura—. Porque él parecía a punto de darte
respiración de boca a boca, aunque tú estuvieras
respirando perfectamente.
303
Toda la sangre viajó hasta mis pies y rogué
porque mi rostro no reflejara lo asustada que me
sentía.
—¡Claro que no!—rebatí ofuscada—. Has visto
mal. Por Dios, es Alexander Colbourn de quien
estamos hablando, yo jamás… Jamás…—levanté la
vista hasta mis padres—. Esperen, ¿qué hacían
ustedes afuera?
Ahora que lo pensaba con detenimiento, mis
padres no tenían motivos para estar en los jardines,
ni tampoco los padres de Alexander.
Se dedicaron una corta mirada antes de que
mamá respondiera.
—Te perdí la pista y no estaba cómoda contigo
yendo por allí en esa casa del terror. Tu padre
hablaba con Byron y se ofreció, junto con Agnes a
ayudarnos a buscarte—imprimió tanta agriedad en el
nombre de la mujer que incluso hizo una mueca—.
Jamás pensamos encontrarlos tan… Juntos.
—Él solo estaba tratando de ayudarme—objeté
—. ¿A qué viene tanto alboroto? Están exagerando.
—¿Exagerando? Estabas allí sola con ese chico y
él podría haberte hecho daño.
304
—Jamás me haría daño—me encontré diciendo
antes de pensarlo mejor y mamá me miró incrédula.
—Leah, él es hijo de alguien…—carraspeó,
como si no encontrara las palabras correctas y se
puso de cuclillas frente a mí—Muy impredecible.
Agnes podría utilizarlo para hacerte daño. Para
hacernos daño.
Me hablaba como una niña de cinco años que
además era tonta y fruncí el ceño, molesta.
—De verdad, ustedes dos solo son paranoicos. Yo
caí en la piscina y él me salvo como haría cualquier
persona normal, ¿cuál es el jodido problema con
eso?
—Lenguaje, Leah—me reprendió papá y eso me
molestó más.
—Solo estamos tratando de protegerte, cariño—
mamá tomó mi mano entre las suyas y pude percibir
su leve temblar, detallando la preocupación que se
adueñaba de sus facciones.
—¿De qué?—retiré mi palma, demasiado
hastiada para aceptar su toque—. Toda su vida nos
han educado para odiar a esa familia, y ni siquiera sé
porqué—me quejé iracunda.— Siempre que Erik y
305
yo sacamos a relucir el tema, ustedes simplemente
hablan de otra cosa.
Mamá se puso en pie al tiempo que miraba a papá
hecha un manojo de nervios.
Tenía mucho tiempo sin apreciar a mamá en ese
estado. Cuando era más pequeña, hubo una
temporada donde la escuchaba gritar por las noches,
presa de pesadillas tan horribles que incluso corría a
la habitación de Erik para sentirme segura. Mi
hermano siempre me tomaba de la mano y me
guiaba hasta donde dormían nuestros padres. Papá
rodeaba siempre a mamá con sus brazos mientras le
acariciaba la espalda, susurrándole cosas al oído que
no comprendía, buscando acallar un llanto que no
tardaba en convertirse en sollozos, hasta que
desaparecían gradualmente.
Mamá decía siempre que era papá quien le
mantenía los pies sobre la tierra.
De esa escabrosa temporada habían pasado años
y era la primera vez que la veía tan preocupada y
alterada como aquellas noches. Pero, ¿Por qué?
—Obedece, Leah—habló papá severo como no lo
había escuchado nunca—. Te quiero lejos de ese
chico, ¿entendido?
306
—¿Por qué?—insistí, sosteniéndole la mirada y
negándome a obedecer ciegamente.
—Porque te hará daño—dijo mamá con voz
ahogada.
—No lo saben.
—¿Y tú sí?—replicó papá, mordaz—. ¿Cómo
podrías saberlo, si ni siquiera lo conoces? Lo mejor
que puedes hacer es conservarlo de esa manera, sin
conocerlo.
Fruncí el ceño. Dios, se estaban comportando de
una manera tan irracional.
—Pero…
—¡Pero nada, Leah! ¡Nada!—vociferó papá al
final, perdiendo el control como pocas veces lo
hacía—. Este tema no está a discusión, obedecerás y
punto.
Su mirada era tan dura que incluso pesaba
sostenérsela.
—Bien.
¿Qué podía ser tan terrible como para que papá
perdiera el control de esa manera? Podía contar con
los dedos de mis manos las veces en que lo había
307
escuchado levantar la voz, siendo la persona tan
colectada y templada que era.
Si esta era su manera de asustarme, de
protegerme y alejarme definitivamente de Alexander
Colbourn, entonces les había salido el tiro por la
culata.
Ahora el animalillo de la curiosidad que había
permanecido dormido en mi interior se había
convertido en una bestia sedienta por respuestas.
Necesitaba con vehemencia averiguar por qué
nuestros padres se odiaban tanto y no iba a parar
hasta que consiguiera respuestas, ya de Alexander o
de cualquier otra persona.
Tenía que saber la verdad.
Salí de la ducha y estaba por colocarme los
pantalones del pijama cuando Jordan entró a mi
habitación sin previo aviso.
Emití un gritito y estuve a punto de caer al piso
por pisar mis pantalones.
Sonrió ligeramente divertido y me apresuré a
ponerme la prenda para cubrir el maldito tatuaje que
me urgía remover. Estaba harta de no poder utilizar
308
faldas e ir por ahí cubriéndome toda paranoica para
evitar que la gente se diera cuenta.
—¿Qué haces aquí?—dije una vez estuve segura
que la pieza no era visible y reparé gracias al reloj
en mi buró que era casi media noche.
—Tu madre me dejó pasar—mencionó cerrando
la puerta tras de sí y me sentí repentinamente
incómoda—. Parecía un poco alterada, ¿estás bien?
Acortó la distancia entre nosotros hasta que
estuvo a pocos pasos. Lucía terriblemente
consternado.
—Entera, en una pieza, ¿ves?—levanté los brazos
a mis costados para que me contemplara—. ¿Cómo
supiste que algo me había sucedido?
—Edith me llamó para contarme. Sus padres te
vieron entrar al estudio de los Colbourn totalmente
empapada.
—¿Edith
te
llamó?—pregunté
enarcando una ceja.
suspicaz,
—Sí, quería saber cómo estabas porque no le
respondías el celular—explicó rápidamente, al
tiempo que acariciaba mi mejilla con suavidad.
309
—Ya, lo he olvidado por completo—me mordí el
labio—. Sabes que podrías haber esperado hasta
mañana para verme, ¿no?
Mi voz salió más fría de lo que deseaba, resultado
de lo exhausta que me sentía, pero él pareció no
notarlo. Sus labios se sintieron cálidos contra mi
frente cuando la besó.
—No podía esperar, necesitaba saber que estabas
bien. ¿Cómo te caíste?
Resistí el impulso de rodar los ojos. No quería
repetir la misma mentira.
—Estaba caminando, tropecé y caí.
—Lamento no haber estado ahí para salvarte—
retiró de mi rostro un mechón húmedo—. ¿Quién te
sacó de la piscina?
Clavé mis ojos en él, considerando si debía
mentirle o no. Al final, decidí que lo mejor era decir
la verdad.
—Alexander.
Su expresión se oscureció de pronto y lo sentí
tensarse.
310
—¿Alex?—repitió estupefacto y yo asentí,
cruzándome de brazos—. ¿Cómo es que él siempre
está ahí para salvarte?
—¿A qué te refieres?—cuestioné a mi vez con
incredulidad, sin entender su reacción.
—También te sacó de toda esa jauría durante el
incidente de la alarma de incendios, ¿no?
Mi garganta se secó y sentí la tensión construirse
sobre mis hombros. ¿Cómo lo sabía?
—En realidad…
—He escuchado rumores de que fue él quien te
sacó de ahí y que estaban muy juntitos ustedes dos—
recriminó con tono ácido.
—Jordan, esos son rumores. Como si no me
conocieras, por favor. Él y yo ni siquiera nos
dirigimos la palabra—me mantuve firme en mi
posición, esperando sonar lo suficientemente
convincente.
—¿En serio?—era la primera vez que lo veía
realmente molesto—. Porque desde que regresaste
de Las Vegas, él ha estado convenientemente cerca
de ti.
311
Carajo. “No entres en pánico, no entres en
pánico.” Me repetí una y otra vez, buscando
mantenerme colectada, aunque mi corazón latía
desbocado.
—Jordan, ¿estás celoso?—entorné los ojos,
buscando alejarlo del terreno tan peligroso al que
habíamos entrado.
Su postura se tensó aún más y desvió la mirada.
—¡Por Dios!—dije en una combinación de
sorpresa, alivio y diversión— ¿Hablas en serio?
—Leah, es extraño verlos convivir, carajo, que
casi me cago en los pantalones cuando los vi
hablando en el pasillo la última vez—su voz estaba
impregnada con algo parecido al resentimiento.
—Sólo estaba pidiéndome un…
—Lo sé, lo sé—me cortó y cerró los ojos,
negando—. Es estúpido de mi parte, pero sabes,
todas las chicas dicen que él tiene ese… ese… no sé
qué inglés.
Lo miré seriamente por un momento, antes de
empezar a partirme de la risa. No alcanzaba
respiración por lo divertido que me resultaba todo
312
aquello. Un no sé qué inglés, me tenía que estar
jodiendo.
Le palmeé el hombro cuando por fin pude
recuperarme y él hizo un mohín, ofendido.
—Perdón, es solo que suena ridículo. ¿Te estás
escuchando? Jamás podría fijarme en él, ni siquiera
aunque fuera el próximo heredero a la corona
inglesa—una sensación extraña infestó mi estómago,
pero la disipé al momento—. Es más, no podría
fijarme en alguien que no fueras tú. Y por si no lo
sabías, la presencia de Alexander me molesta
muchísimo.
Mientras hablaba, traté de convencerme de cada
palabra.
—Tengo miedo de que alguien más llegue y te
robe de mi lado—acunó mi rostro entre sus manos
—. Que derrumbe todo lo que hemos construido.
Mi corazón dio un salto y toda la diversión del
asunto se desvaneció.
—Eso jamás pasará—sonreí con seguridad—.
Siempre seremos tú y yo, ¿recuerdas?
“¿Dónde termina el amor y dónde empieza la
costumbre, señorita McCartney? Qué vida tan
313
aburrida, Leah.” Las palabras de Alex resonaron en
mi cabeza, dejando a su paso un eco como el de un
gong.
Reparé entonces en que sus ojos brillaban igual
que los de un perrito fel…
No, no un perrito. Mierda. Traté con
desesperación de erradicar de mi mente la
imponente silueta de Alexander, sin éxito, y sus
palabras se repitieron en mi cerebro como un
mantra.
Ahora, por su culpa, no podría pensar en Jordan
sin asociarlo con un perro.
Me besó tiernamente y continuó sonriendo.
—Sabes, creo que deberíamos casarnos al
terminar la universidad.
Me alejé de su toque por inercia antes de pensarlo
mejor.
“Por mi encantada, en tanto termine con mi
actual matrimonio.”
—Claro, aunque es muy pronto para pensar en
esas cosas—dije de forma evasiva—. Hay que
esperar a que la graduación se acerque, ¿de acuerdo?
314
Él obedeció y dejó el tema.
—Leah—habló de pronto y lo miré, esperando
que mis ojos no reflejaran lo nerviosa que me sentía
—. Tomaré cartas en el asunto para que Alex deje de
molestarte.
No fue mi primer pensamiento, pero
afortunadamente mi cuerpo no controlaba mi
cerebro. Sonreí forzadamente, al tiempo que él
depositaba un beso en la comisura de mi boca.
—Ahora, tengo que cerciorarme de que
realmente estás entera—apretó mi trasero a través de
la tela del pijama y jadeé con sorpresa, sintiendo su
duro cuerpo contra el mío, su boca viajando por mi
cuello hasta la clavícula, antes de colocar mis manos
en sus hombros para detenerlo.
—Mis padres están aquí—mencioné con voz
grave—. Me parece una falta de respeto.
Era una buena excusa, porque no me sentía de
humor para hacer algo así. Sus ojos miel parecieron
apagarse, entristecidos igual que los de un perr…
Carajo.
315
Edith estaba parloteando sobre lo mucho que
detestaba esa clase, lo mucho que le distraían los
dientes de castor del señor Traynor y lo difícil que
era concentrarse en las finanzas internacionales
mientras yo intentaba mentalizarme para la próxima
hora de clase mortalmente aburrida que se
avecinaba.
—Creo que dejaré la universidad para dedicarme
a vender droga, estoy segura de que me iría mejor.
—Como tú digas, Walter White.
Nuestras risas se acallaron en el momento en que
nos acercamos a nuestro lugar habitual, la mesa que
Edith y yo compartíamos. Sobre ella, justo de mi
lado, había un café con una nota debajo.
—¿Qué es eso?—tomó el vaso desechable y lo
olfateó, mientras yo tomaba la nota.
“En espera de complacerte.
Sinceramente,
TSAE”
—¡Qué emocionante!—di un respingo cuando
escuché chillar a Edith sobre mi hombro—¡Tienes
un admirador! ¿Alguna idea de quién puede ser?
316
“Ni te lo imaginas.” Quise decirle, pero me
abstuve.
—Ni idea.
Le quité a Edith el vaso de las manos para darle
un sorbo y estuve a nada de sonreír. Estaba
realmente sorprendida de que hubiese recordado
cómo tomaba el café.
Una calidez se asentó en la boca de mi estómago
y no precisamente por la bebida.
—Tal vez son sus iniciales—me quitó la nota de
las manos y la analizó con ojo crítico—. ¿Tyler?
¿Thomas? ¿Terrence?
—No conozco a nadie que se llame así—tomé
asiento, aún sintiéndome extrañamente complacida.
—Eh, Gina—llamó mi amiga a la chica de corto
cabello castaño y grandes anteojos que levantó su
cabeza del libro que leía—¿Has visto quién dejó
aquí un café?
Negó antes de retomar su tarea de leer y Edith se
dejó caer sobre la silla a mi lado.
—Creo que tenemos un misterio entre manos, mi
querido Watson—se burló y yo sonreí.
317
“Dilo por ti.”
El aula se llenó rápidamente y pronto el profesor
Traynor comenzó con su aburrida letanía de
siempre. Aproveché que Edith estaba casi
durmiéndose sobre el escritorio para sacar mi
celular.
Leah: ¿Qué te había dicho sobre las notas?
No tardó en responderme.
Alexander: Soy malo para seguir las reglas, creo
que soy mejor rompiéndolas.
Acompañó el mensaje con un emoji y sonreí a
pesar de mis esfuerzos para no hacerlo.
Leah: ¿A qué se debe el detalle?
Alexander: Tómalo como una ofrenda de buena
fe por lo de la piscina.
Me mordí el labio, considerando su respuesta.
Leah: Tendrás
complacerme.
que
hacer
más
para
Alexander: En ese caso, créeme, no voy a
decepcionarte.
318
La respuesta envió una repentina e indeseable
llamarada de excitación por mi sistema y apreté mis
piernas.
Leah: ¿Y qué significa la A en la nota esta vez?
Esperé, pero no recibí respuesta. Pensé que se
había cansado luego de unos minutos, entonces mi
celular volvió a iluminarse.
Alexander: Tu Siempre Atento Esposo.
Leah: ¿Acaso estás coqueteando conmigo?
Alexander: Créeme
haciéndolo, lo sabrás.
Leah,
cuando
esté
Ahí estaba de nuevo. Esa sensación que hacía
vibrar mi estómago y lo llenaba de una emoción que
no podía definir.
Leah: Eres increíble.
Le envié un emoji para dejar en claro el insulto.
Alexander: No tienes ni idea.
Me envió un guiño. ¿Eso qué quería decir?
No lograba entenderlo, y comenzaba a creer que
tal vez jamás lo haría.
319
Justo cuando salí de la clase del señor Traynor
me topé con Jordan, una sonrisa adornando su rostro
cuando reparó en mí.
—¿Compraste un café?—preguntó observando el
vaso que sostenía en la mano.
—Fue un regalo de…—le lancé a Edith una
mirada de advertencia para callarla antes de que se
le saliera alguna estupidez—Mi parte, tu servidora.
Al parecer Jordan estaba sensible respecto a ese
tema y no quería alimentar sus inseguridades
trayendo a la luz a un misterioso admirador.
Él nos miró a ambas alternadamente, pero al final
pareció convencido.
—¿A qué se debe tanto cariño de tu parte, Edith?
Normalmente se están tirando mierda una a la otra.
—Es que no somos amigas normales, ¿verdad?—
dijo con entusiasmo, pasándome un brazo por los
hombros y estrechándome contra sí—. Aunque no
está mal hacer cosas bonitas por esta zorra estirada
de vez en cuando.
Jordan rio por el comentario.
320
—¡Mike!—gritó Edith, al tiempo que se alejaba
—. Los veré luego—se despidió con un gesto y
corrió al encuentro de su novio semanal. ¿O era
mensual?
Repentinamente me sentí extraña en la cercanía
de Jordan, así que seguí caminando para llegar a la
cafetería, aunque la distancia entre mi destino y mi
facultad era tremendamente largo. No quería
percibir esa sensación, no tendría porqué sentirme
extraña en la presencia de mi novio.
Definitivamente todo ese asunto con el heredero
de los Colbourn estaba haciéndome perder la razón,
motivo más que suficiente para terminar las cosas
antes de que fuesen irremediablemente lejos.
Caminé junto a Jordan en silencio, hasta que me
detuvo en uno de los pasillos aledaños a la cafetería,
donde se pegaban los anuncios de la universidad.
Quise peguntarle a qué se debía aquello, pero no
tuve que hacerlo, porque en el momento en que miré
a Alex acercándose, supe de qué iba todo eso.
Una sensación de terror cerró mi garganta y tomé
a mi novio de su ancho brazo.
—Jordan—dije con un hilo de voz, pero él
pareció no escucharme, porque se sacudió mis
321
manos sin esfuerzo y fue hasta Alex, quedando a
unos cuantos pasos de distancia.
El rubio nos miró a ambos alternadamente, sin
comprender. Reparé entonces en los moretones que
adornaban aún su rostro varonil y me sentí tonta por
no haberlos notado durante la fiesta de ayer.
—¿Qué pasa?—siguió observándonos sin
comprender porqué Jordan lo interceptaba en el
pasillo.
—Jordan—espeté, imprimiendo toda la autoridad
posible en mi voz para hacerlo retroceder, pero por
primera vez, no obedeció.
—Escucha, Alex—comenzó y yo quise que la
tierra me tragara en ese momento—. Hemos sido
amigos desde el inicio de la universidad y no me
gustaría que eso cambiara—encuadró los hombros
—. Por ello, te pido que te mantengas alejado de mi
novia, que la incomodas y a mí me molesta.
Mierda. Qué poco sutil, por Dios. ¿Tenía que
elegir justo el día de hoy para defender mi honor?
Miré a Alexander, que se mantenía alto e
impasible, sin ninguna emoción en el rostro, hasta
que clavó sus ojos en mí lentamente, aún sin
ninguna expresión.
322
Por mi parte, yo que permanecía unos pasos
detrás de Jordan, hice todo el abecedario de señas
para evitar que él dijera algún comentario
impertinente sobre nuestro matrimonio. Básicamente
le rogué para que no dijera una palabra.
—De acuerdo—habló con lentitud para
concentrarse de nueva cuenta en Jordan—¿Eso es
todo?
Se esforzaba por ocultarlo, pero podía percibir el
toque de agriedad y molestia en su voz.
—Sí—mi novio se removió incómodo, con toda
la valentía que un segundo antes lo respaldaba
desvaneciéndose.
—Bien—dijo sin más y siguió su camino sin
mirar atrás.
Yo, por mi parte, pensé que me quebraría el
cuello por lo mucho que lo estiré para seguir
contemplando su formada espalda alejarse.
Joder, ¿por qué me sentía tan mal?
Después del embarazoso incidente, ni siquiera
pude pensar en algo coherente para decirle a mi
323
novio. Era una mezcla de emociones, con un amargo
sabor a hiel extendiéndose por mi boca, así que lo
único que se me ocurrió para huir de su presencia
fue decirle que tenía clase y salir corriendo.
Dejé mi bolso en la mesa que ocupaba junto a
Sara en la clase de gestión de marketing y tomé mi
cara entre mis manos.
No pensé que hablara en serio.
Escuché la puerta cerrarse de pronto y di un
respingo.
—Así que tu cachorro decidió mostrar los
colmillos—Alex me miraba desde la puerta, con su
característica sonrisa burlona en el rostro—. Se
había tardado bastante.
—¿Qué haces aquí? Alguien pudo haberte visto.
—¿Y qué? Es un aula de clases, hasta donde yo
sé, es un lugar público—dijo con seguridad,
acercándose—. Me sorprendió que me enfrentara,
debo darle créditos por eso.
—Es más valiente de lo que crees—quise imitar
su seguridad y fallé.
Ahí estaba de nuevo, esa sensación de
nerviosismo de la que no podía desprenderme
324
cuando él estaba cerca.
—Entonces, ¿te incomodo, Leah?—se cruzó de
brazos y me observó con dureza. Todo rastro de
broma abandonando sus bonitos ojos.
—No—negué rotunda—. Eso significaría que
tienes algún efecto sobre mí, cosa que no es así.
Se irguió y tuve que estirar el cuello para mirarlo:
alto y jodidamente apetecible. Su característica
sonrisa despreocupadamente atractiva adornando sus
facciones.
—¿No tengo ningún efecto sobre ti, dices?
—Ninguno—repetí y lo observé tomar otro paso,
con mis hombros tensándose en reacción.
—¿No te pongo nerviosa?—inclinó la cabeza,
casi con inocencia y el gesto resultó jodidamente
encantador.
—En absoluto—mi voz salió forzada desde mi
garganta.
—¿Ni un poco?—susurró estando tan cerca de mí
que tuve que inclinar el cuello para mirarle a los
ojos.
325
—No—insistí, buscando mantenerme fuerte,
aunque fuese toda una odisea, porque todo mi
cuerpo gritaba para estar en contacto con el suyo—.
Es más, deberías dejar en paz a mujeres con novio.
Mi cuerpo hormigueaba con expectación y mi
corazón latía tan rápido como una locomotora.
—Puede ser—murmuró con voz ronca,
inclinando su cabeza para hacerse espacio, tan cerca
que podía percibir su respiración sobre mis labios.
—No lo hagas—pedí sin convicción, en un
patético intento por parar toda aquella locura.
Escuché su risita.
—¿Para quién es esa súplica, Leah? ¿Para mí o
para ti?
“Para mí.” Fue mi último pensamiento
coherente, porque sabía que estaba mal, que no
debería estar haciendo aquello y aun así, me
encontré cerrando los ojos, esperando con más ansia
de la que me atrevería a admitir a que tomara mi
boca. Rozó mis labios con los suyos y por inercia,
me impulsé hacia adelante buscando su boca cuando
no la sentí.
326
Un quejido de decepción se escapó de mi
garganta antes de que pudiera acallarlo y cuando lo
miré, él sonreía con satisfacción.
—¿Decías?—se burló, con sus ojos tan oscuros
como el mar en medio de una tormenta.
Me sentí repentinamente furiosa con él y
conmigo misma, porque, ¿cómo se atrevía a jugar
conmigo de esa manera?
—Eres un imbécil—dije golpeando su pecho para
alejarlo y fulminándolo con la mirada—. Quítate,
¿qué te he dicho sobre invadir mi esp…?
Todos mis alegatos fueron acallados de pronto
cuando me tomó de la parte trasera de mi cabeza
casi dolorosamente y estrelló sus labios contra los
míos, abriéndose paso con rudeza.
Suspiré dentro de su boca y me besó más
profundo, aparentemente satisfecho con el sonido
que había conseguido arrancarme. El impacto de su
cuerpo contra el mío fue tal que trastabillé hacia
atrás, golpeando sonoramente el escritorio.
Mordió mi labio inferior con lentitud,
consiguiendo un gemido de mi parte. Coloqué mis
manos sobre su pecho, no para alejarlo, sino para
sentirlo; para tomar tanto de él como fuera posible
327
en ese lapso de inconsciencia. Alex arrastró su mano
desde la parte trasera de mi cabeza hasta mi cuello,
deslizando deliciosamente el pulgar sobre esa parte
tan sensible.
Sonrió contra mis labios cuando percibió mi
desbocado latir, pero no me permitió protestar,
porque volvió a tomar mi boca con deseo y
experticia.
Joder, que yo debería estar divorciándome de
aquél tipo y no besándolo.
Era la primera vez que experimentaba algo así.
No era nada como lo que había vivido hasta ahora.
No eran los besos dulces a los que estaba
acostumbrada, que me permitían tomar el control
fácilmente. Él sabía perfectamente cuándo empujar
y cuándo estirar, sabía cuándo tomar y cuándo dar,
pero era mucho más que Alexander en su área más
experta.
Deslizó sus manos por el costado de mi cuerpo,
hasta abrazarme por la cintura para levantarme
levemente, estrecharme más contra sí y Dios, podía
sentir su erección contra mi vientre.
Caí en cuenta de que habíamos encontrado
nuestro ritmo con rapidez, encajando tan
328
perfectamente que besarlo se sentía casi como algo
natural y no algo en lo que tenía que trabajar, como
había sucedido con Jordan. Me percaté también de
que, estando entre tan cerca suyo no podía
concentrarme ni pensar en nada más. No había otro
lugar para estar más que allí, con él, porque muchos
rasgos de su personalidad estaban impresos en su
diestra forma de besar: intenso, arrollador y
terriblemente irresistible.
Yo no pude hacer otra cosa que dejarlo
prenderme en fuego, con su boca tomando la mía de
manera demandante y contundente, una y otra y otra
vez.
El ritmo se ralentizó, hasta que se separó de mí
solo unos centímetros. Sus labios estaban hinchados
y sus ojos oscuros igual que pozos. Jadeé por aire,
buscando recuperar la respiración.
—Creo que es Jordan quien debería dejar en paz
a mujeres casadas, ¿no es así?—dijo con voz tan
ronca que me sorprendí de distinguir las palabras.
Estaba tan aturdida por el encuentro que nada
acudió a mi mente. Entonces él volvió a hablar,
ahora con diversión.
329
—Sabes, si me quieres tan cerca, solo tienes que
pedirlo.
—¿Qué?—lo miré sin comprender y él bajó la
vista hasta su camisa, que yo hacía puños con mis
manos.
Me sentí terriblemente avergonzada y lo solté
como si quemara, con mis manos sintiéndose
entumecidas, porque en mi desesperación por
sentirlo cerca, lo había tomado con demasiada
fuerza.
Sonrió y estaba a punto de acercarse de nuevo
para besarme cuando escuchamos la puerta del aula
abrirse.
“Oh por Dios. ¿Cómo íbamos a salir de esta?”
Bona fide es una frase en latín que significa “de
buena fe”
¡Buenas noches, mis niños!
¿Votos? ¿Comentarios?
¿Quién creen que apareció?
330
¿Qué creen que sucederá en el próximo
capítulo?
Cuéntenme, ¿de
encantaría saber!
dónde
me
leen?
¡Me
El próximo capítulo irá dedicado al primer
comentario.
Con amor, KayurkaR.
331
Capítulo 12: El arte de la
diplomacia.
Alexander
No reconocí al chico que nos daba la espalda
mientras tomaba la perilla y se partía de la risa a
causa de un mal chiste que alguien le había dicho.
Por un momento estuvo a punto de entrar, pero
pareció pensárselo mejor y volvió a cerrar la puerta
tras de sí, dejando a su paso una silenciosa
atmósfera.
Cuando miré a Leah, estaba tan tiesa como una
vara.
Dejó escapar el aire que había estado conteniendo
y se recargó pesadamente contra el escritorio,
colocando una mano sobre su cara.
—¿En qué estábamos?—dije en un intento por
aligerar el pesado ambiente.
Ella por su parte, me dedicó una mirada que
podría matar a un ejército entero.
—¿Qué haces aquí todavía?—inquirió con
acidez.
332
—Mi plan original era hablar… antes de que las
cosas se nos salieran de las manos—esbocé una
pequeña sonrisa, pero mi comentario pareció no
hacerle gracia.
—No te preocupes, no volverá a repetirse.
—Sí, ciertamente no aquí.
La confusión predominó en su rostro.
—Ni aquí ni en ningún otro lugar—sentenció con
severidad, recuperando su faceta impenetrable.
—¿Segura?
Se pasó una mano por el cabello, hastiada.
—¿Por qué haces esto?—preguntó con voz tensa,
como si se contuviese.
—Porque es divertido—volvió a mirarme
perpleja—. ¿Has notado que cuando te molestas tu
labio inferior tiembla de una manera…?
Me acerqué y lo acaricié apenas, antes de que me
diera un manotazo y se recargara más contra el
escritorio, buscando ganar distancia.
—Eres agotador, Alexander.
Sonreí satisfecho ante su muestra de espíritu.
333
—No tienes idea de lo agotador que puedo ser.
Pareció captar el doble sentido en mis palabras
porque me miró fijamente con una mezcla de
emociones plasmadas en la cara.
—No sé a qué estás jugando, ni tampoco me
interesa, así que por favor, llévate tu patético manual
de técnicas de ligue contigo y lárgate. Tú y yo no
tenemos nada de qué hablar, al menos no hasta
dentro de dos semanas.
Reí ante su comentario.
—¿Manual de técnicas de ligue? No eres muy
creativa para los insultos, ¿o sí, McCartney?—
incliné la cabeza, negando con diversión—. Al
menos dime, ¿están funcionando contigo?
Resopló y cruzó los brazos sobre el pecho.
—A diferencia de ti, yo tengo… ¿qué palabra
utilizó tu madre?—arrugó la nariz para simular que
pensaba—. Ah, sí, estándares. Yo tengo estándares.
Me sonrió desdeñosamente, con suficiencia.
Quería partirme de risa por sus patéticos intentos por
ofenderme, pero sabía que si lo hacía, ella terminaría
partiéndome la nariz.
334
—Vaya, pues es un honor saber que califico
dentro de sus estándares, majestad—dije con
sarcasmo e hice una pequeña reverencia, que
terminó por enfurecerla.
Colocó las manos sobre sus caderas, irguiéndose
y adoptó su típica faceta autoritaria.
¿Qué era más excitante que una mujer sumisa?
Una mujer fuerte y segura de sí misma.
Un enorme deseo por girarla e inclinarla sobre el
escritorio para mostrarle el verdadero significado de
autoridad se abrió paso por mi pecho e hizo punzar
mi entrepierna.
—¿Tú? Jamás calificarías, por Dios—negó—. Yo
soy la que nunca podría caer tan bajo.
Mentirosa. Su boca podría estar diciendo todas
esas cosas, pero su cuerpo contaba una historia
totalmente diferente.
—Claro—concedí y coloqué una mano sobre mi
barbilla, como si considerase algo—. ¿Entonces por
qué me correspondías con tanto entusiasmo?
Pareció sorprendida un instante, antes de volver a
armar las paredes de su fortaleza.
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—Yo no te estaba correspondiendo, sólo trataba
de no morir asfixiada—contuve una risotada, porque
la peor escusa que se había inventado hasta ahora—.
Tú eras el que estaba besándome como si quisiera
comerme, como si… como si fuera tuya o algo.
—Pues técnicamente lo eres—no podía evitar
hacer esos comentarios cuando ella me dejaba el
camino libre tan fácilmente.
Enarcó las cejas, incrédula.
—Y un cuerno, me importan una mierda tus
tecnicismos—me señaló con un dedo amenazador—.
Tú y yo no somos iguales, Alex. No puedes
tomarme como te apetezca cada vez que lo desees,
deberías reconocer tu lugar.
—¿Y cuál es mi lugar, según tú?
Me crucé de brazos y encuadré los hombros,
repentinamente molesto con que ella volviera a
utilizar ese argumento sobre nuestra desigualdad,
como si tuviera algún privilegio sobre mí.
—Soy mejor persona de lo que eres tú, al menos
yo tengo una familia y una relación estable y no voy
por ahí besando a cualquiera.
336
Entorné los ojos, buscando encontrar la lógica en
su ataque. Odiaba que se metieran con mi familia.
—¿Eso qué tiene que ver?
—Que yo tengo clase y tú no—alzó el mentón
con superioridad—. Y respeto y principios. Lo que
sea que estés jugando, no te va a llevar a ningún
lado, yo no voy a acostarme contigo, simplemente
no vas a conseguirlo porque no soy como las putas
con las que sueles estar.
Enarqué las cejas.
—¿Estás escuchando las estupideces que estás
diciendo?—acoté ásperamente.
—Solo estoy diciendo la verdad sobre alguien
inmaduro—me sostuvo la mirada, dura y
contundente.
—¿Inmaduro? Tú eres la que hace berrinches
cuando las cosas no salen como deseas, pero, ¿yo
soy el inmaduro?
—Sí, eres inmaduro.
—Y tú una jodida hipócrita—tomé un paso más
cerca, hastiado—. Tú eres la que se comporta como
una niña malcriada todo el tiempo, tú eres la que
corre con su papi siempre que tiene algún problema.
337
—Al menos yo tengo alguien a quien acudir, a
diferencia de ti—se mantuvo firme en su lugar—.
Todos sabemos que tu familia es una farsa, que…
—Ya, ¿y tu vida es perfecta, no?
—Pues a diferencia de la tuya…
—¡Todo lo que haces es juzgar a los demás!—
alcé la voz y estampé la mano contra el escritorio en
que ella se apoyaba, provocando que diera un
respingo— ¡Todo lo que haces es esperar por la
próxima palabra o acción recriminatoria para Juzgar!
Miras a los demás desde tu jodido pedestal y los
juzgas, porque si no actuamos como tú, no hablamos
como tú o no respiramos como tú, entonces no
valemos la pena, entonces no somos dignos, ¿no es
así?
—¡Juzgo a los demás porque sé…!
—Tú crees que lo sabes todo, crees que eres tan
inteligente, que lo tienes todo resuelto. Caminas
como si el mundo entero te debiera algo, pero aquí
tienes un dato, Leah—me acerqué, mirándola con
dureza—. El mundo nos debe a todos algo, no te
sientas especial por eso, porque no eres más que otra
chica estúpida de ciudad con un terrible complejo de
superioridad.
338
—¡Tú no sabes nada sobre mí!—alzó la voz a su
vez y se cruzó de brazos—. Te quejas de que juzgo a
los demás, pero tú estás haciendo precisamente eso.
—¿Cómo se siente estar en la tribuna ahora?—
gruñí, furioso.
—Tal vez la razón por la que juzgo a la gente es
porque sé que ellos están juzgándome, es como me
protejo a mí misma—podía percibir su leve temblar,
efecto de la cólera—. Es como me doy cuenta qué
opiniones valen la pena y cuáles no. Como la tuya,
por ejemplo.
Reí sin humor.
—Pobre, pobre Leah—mascullé—. Con sus
problemas de paparazzi y…
—No te atrevas…
—Bien, ¿quieres sacar toda la mierda que llevas
dentro? Por mí perfecto—estrellé la mano sobre la
madera de nueva cuenta, por el simple placer de
liberar un poco de la tensión que habitaba en mi
cuerpo—. No eres más que una idiota que ni siquiera
tiene la fuerza suficiente para decidir qué creer y a
quién creer. Ni siquiera puedes formarte un criterio
propio sobre mí, siempre me has odiado porque no
sabes hacer otra cosa que obedecer.
339
—Jamás he hecho una ofensa contra ti, y aun así,
me insultas y subestimas, cuando no tú tampoco
sabes un carajo sobre mi vida.
—¡Porque es la forma en la que me criaron!—
gritó, con el rostro rojo y los ojos brillantes—. Todo
lo que sabía era cómo odiarte, que debía odiarte,
porque eras el hijo de personas malas. No había otra
forma de mirarlo, porque creía que esa era la única
manera posible. Yo actué conforme a ello, justo
como tú aprendiste a odiarme a mí.
—¡Por la persona que eres, no porque así me
criaron! ¡Por ser una harpía llena de prejuicios y
soberbia!—escupí, tan cerca que podía notar la
tensión en sus hombros, pero no me detuve— ¡Tú
me odias por algo que no puedo cambiar!
Pareció a punto de entrar en combustión, con los
puños tan apretados a los costados que incluso
parecía doloroso. Sin embargo, en mi inmensa
cólera, no me importaba una mierda.
—Tu insulto contra mí era simplemente estar ahí,
por hacer aquello por lo que me enseñaron a odiarte.
Así que te odiaba—dijo con los dientes apretados—.
Joder, te odiaba tanto.
340
—¿Ves? Ese es mi punto sobre el criterio.
—¡Tú me odias igual! Así que, ¿cuál es la jodida
diferencia?
—Hay una gran diferencia!—equiparé mi
volumen de voz al suyo, demasiado alterado para
mantenerme colectado.
—¿Cómo cuál?—masculló con voz tensa,
mirándome fijamente y tiesa de odio—¡No hay
diferencia, no hay…!
—¡Yo no te odio! ¡A diferencia de ti, yo no te
odio!
Se inclinó hacia atrás como si la hubiera
abofeteado y su boca se convirtió en una fina línea.
—A diferencia de ti, yo decidí no odiarte, porque
no te conocía y porque quería formar mi propia
opinión sobre ti—mi voz se convirtió en un susurro
—. Pero ahí vas tú de nuevo, pensando que lo sabes
todo y que estás un paso delante de todos los demás
cuando no es así.
—¿Y por eso crees que tú eres mejor?—espetó
fríamente, estrechando los ojos—. ¿Crees que tú
tienes más autoridad moral porque tu familia ha
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demostrado que vale la pena y que no son una
mierda? ¡Ja!—bufó, negando—. Ustedes…
—No, pero…
—Son un…
—¡Yo lo he hecho!—exploté, gritando tan fuerte
que me sorprendió que las paredes no temblaran—.
Yo he demostrado que no soy una mala persona, al
menos no contigo. Así que. Deja. De. Juzgarme.
Sus ojos estaban tan abiertos que pensé que en
cualquier momento se saldrían de sus cuencas.
—Eres imposible—mencionó, agachando los
hombros en aparente rendición—. Solo quiero que
esto termine, ¿de acuerdo?
La urgencia en su voz avivó la furia que corría
por mi sistema y me sentí profundamente ofendido.
¿Por qué sentía tanta repulsión hacia mí?
Verdaderamente, yo no podría ser tan indeseable.
—¿Y tú crees que yo soy feliz estando atado a
una perra frígida y soberbia como tú?
Me miró con la boca levemente abierta y mierda,
la respuesta salió con mayor emoción de la que
deseaba.
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—¡Pues obviamente tú tampoco estabas en mis
jodidos planes!—gritó con avivado enojo cuando se
recuperó de la impresión.
Le dediqué una sonrisa desdeñosa y tomé dos
pasos más cerca de ella, hasta que tuvo que mirar al
cielo para verme a la cara.
—Pues aquí te va una lección de vida, princesa—
escupí tensamente—. No importa cuánto te
esfuerces en hacer tus planes de mierda, ¿sabes por
qué? ¿Sabes? ¿SABES?—estaba tan cerca que las
puntas de nuestros pies estaban tocándose y ella
estaba tan pegada al escritorio que tuvo que
inclinarse hacia atrás, en un modo de protección—.
¡Porque al final, la vida te meterá tus jodidos planes
por el culo y te tirará a la cara con lo que le dé la
gana!
Estaba por mandarla directo al infierno, con todo
y sus malditos zapatos Versace, cuando escuché
cómo alguien carraspeó.
—¿Quién le meterá qué al culo de quién, joven?
—un hombre con más barba que pelo en la cabeza y
gordo como un tambo nos miraba desde la puerta,
expectante.
343
Detrás suyo había un par de cabezas curiosas,
entre las que destacaba la cabellera rubia de Edith y
los ojos de mosca de Sara.
Me colecté lo suficiente y me dispuse a salir.
—Los problemas de pareja son para resolverse en
casa, jóvenes. No aquí—escuché decir a quien
imaginé era el profesor antes de que cruzara la
puerta y atravesara el tumulto de gente que se había
congregado a la salida.
Leah sacaba en definitiva, lo peor de mí.
—Okay, estoy esperando—Ethan me miraba
expectante, apoyado en la pared del vestidor
mientras yo terminaba de colocarme la camisa
después de la ducha.
—¿Qué cosa?—pregunté aún con restos del
hastío por la catástrofe en el aula y mi descomunal
pelea con Leah—. No tengo nada qué decirte Ethan,
ve a perseguir trapeadores con falda o algo así.
—Ah, no sé, vamos a ver…—se colocó un dedo
sobre la barbilla, simulando que pensaba—…por
ejemplo, ¿por qué estabas peleándote a gritos con
Leah?
344
Resistí el impulso de estrellar la puerta del locker
para dejarle en claro que de ninguna manera quería
hablar de ese tema, así que en cambio me concentré
en ponerme los zapatos.
El entrenamiento había hecho maravillas con mi
temperamento, porque de no haber liberado toda esa
tensión enviando a la mitad del equipo contra el
suelo, ahorita mismo estaría encima de Ethan
partiéndole la cara.
Leah era la mujer más exasperante, estresante y
terca que había conocido en toda mi vida. Carajo,
¿cómo la soportaba Jordan? Se merecía el jodido
premio Nobel de La Paz.
Ella había sido la primera mujer a la que le había
gritado en mi vida. Así de insufrible era.
—Así que ya te enteraste. Qué rápido viajan las
noticias—dije en un intento por desviar el tema.
—Sí, claro que me enteré, ¿con quién crees que
estás hablando, guapo?—me miró a mitad de camino
entre la incredulidad y la indignación—. Ahora, vas
a contarme todo el rollo que tienes montado con
Leah.
—No tengo ningún rollo montado con esa araña
ponzoñosa—escupí, tal vez con demasiada emoción.
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—Mi radar me indica todo lo contrario, amigo.
Puedo leerte la mente y te juro que sé cuando estás
en problemas.
—¿Ah sí?—dije finalmente mirándolo y
estrellando la puerta del locker—. Pues mi radar me
indica que se te van a caer los huevos si no cierras la
boca y vas a cambiarte ya.
Pasé a su lado y jalé de la toalla que llevaba
envuelta en su cintura para dejarlo desnudo.
—Y por favor, no le digas nada de esto a Jordan.
—Muy tarde, amigo. A juzgar por lo fuerte que
estaban gritándose, me sorprendería que no lo
escucharan en China—se cubrió rápidamente con la
toalla—. Además, allí viene el rey de Roma.
Cuando me giré, reparé en Jordan, que parecía un
oso furioso caminando hacia mí, ataviado aún con su
uniforme.
—¿Qué mierda está mal contigo?—me empujó
bruscamente, provocando que chocara contra la
pared—. Lo único que te pido que no hagas, ¡y es lo
primero que haces!
Quise recuperarme, pero el volvió a empujarme.
Lo miré con dureza, tratando de controlarme para no
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partirle la cara, porque el pequeño vaso de mi
paciencia estaba colmándose.
—Eh, Jordan, amigo—Ethan rió nerviosamente
en medio de ambos buscando separarnos—. Somos
todos amigos, ¿recuerdas? Mejores amigos.
Pulseritas de la amistad, compartir el mismo bóxer,
reír juntos y todo eso…
—Cualquiera que le haga daño a mi novia, no es
mi amigo—advirtió en tono bajo, amenazador y
mirándome de una manera tan oscura como no lo
había visto nunca—. Aléjate de ella, Alex. No voy a
repetirlo.
—Entonces podemos seguir siendo tan unidos
como siempre—sonreí con ironía, pero a Jordan
pareció no causarle gracia, por lo que me tomó de la
camisa, tan cerca que podía oler el sudor, tierra y
pasto que permanecía adherido a su piel aceitunada.
—¿Qué mierda hacías encerrado con ella en un
aula?—aumentó la presión en su agarre.
Teniendo nuestra primer pelea marital. ¿Quieres
un video de recuerdo?
—Solamente fui a disculparme por si la había
incomodado en algún momento, pero la histérica de
tu nov…
347
Gruñó y me sacudió levemente. Ethan lo tomaba
del hombro para evitar que mancillaran de nueva
cuenta mi bonita cara.
—Empezamos a discutir por estupideces y la
situación se salió de control, ¿de acuerdo? Eso es
todo—respondí, repentinamente cansado con todo
aquello.
Hizo una mueca y continuó con el ceño
profundamente fruncido, hasta que volvió a hablar.
—Aléjate de ella, ¿entendido?
Tuve que resistir el impulso de poner los ojos en
blanco. Estaba harto de que todo el mundo me dijera
lo mismo.
—Felizmente. Aún no entiendo cómo soportas a
esa víbora ven…
Volvió a apretar los puños que hacía con mi
camisa y decidí que por ahora, lo más inteligente era
callarme.
—Ahora, por favor, suéltame que estás arrugando
mi camisa favorita—me sostuvo la mirada por un
momento más, antes de dejarme libre e ir hasta las
duchas.
348
—¿Ves? Mi radar nunca falla y tú estás en serios
problemas, amigo mío—intervino Ethan, suspirando
reprobatoriamente.
—No te preocupes, que voy a resolverlos todos
con una sola partida de cartas—Lo miré por un
instante y él sonrió al comprender mi comentario.
Hice todo lo posible por no mirar más de la
cuenta la manera en que la larga y torneada pierna
de Leah danzaba delicadamente suspendida sobre su
rodilla izquierda, con sus piernas cruzadas y
deliciosamente expuestas por la falda que vestía.
Era la primera vez que la veía utilizando una
falda desde que habíamos regresado de Las Vegas.
Los botines negros que complementaban su atuendo
le ayudaban enormemente para cubrir el tatuaje que
tenía en su tobillo.
Mantenía su cabeza apoyada sobre su mano, con
su lacia cabellera negra recogida en una trenza
despreocupada que descansaba sobre su hombro
derecho, dibujando distraídamente sobre una hoja de
papel mientras Ethan hacía sus peroratas de siempre
para ilustrar todas sus tragedias en la cafetería.
349
Un leve escozor se asentó en mi estómago
cuando observé a Jordan colocando una mano sobre
su muslo de modo afectuoso y desvié la vista al
momento.
De pronto, estaba empezando a desagradarme la
idea de contemplarlos juntos, a pesar de haber visto
las mismas muestras de afecto todo el tiempo años
atrás.
Desvié mi atención, molesto conmigo mismo
porque sentía que siempre revelara demasiado para
mi gusto y no podía creer lo mucho que ella me
afectaba porque, a pesar de que ya habían
transcurrido tres días desde la estrepitosa pelea,
seguía ofuscado por ello y no nos habíamos dirigido
la palabra desde entonces.
—Creo que debemos cambiar nuestra táctica
defensiva—habló Fred, el capitán, con su pecoso
rostro resaltando como siempre—. Si queremos
tener un mejor marcador este año, creo que es de los
principales puntos a mejorar.
—Estoy de acuerdo—levanté la mano, buscando
distraerme.
Noah bufó y sonrió.
350
—Eso implica ya no mandarnos al piso con tanta
fuerza. Casi me dislocas el brazo la última vez—se
masajeó el hombro aludido.
—No seas marica—hizo una señal obscena y
todos reímos en la mesa.
—Comprende que la princesita estaba en sus
días, Noah—añadió Fred y me dio un golpecito en el
hombro para recalcar la broma—. Eso sí, no quiero
más peleas entre ustedes, específicamente no entre
tú y Jordan.
Lo miré pensativo un momento, hasta que asentí.
—¿Qué estrategias tienes en mente?—quería
cambiar de tema antes de que nos adentráramos más
de la cuenta.
Comenzó a hablar, pero yo no tardé en
desconectarme.
El día había transcurrido con demasiada
tranquilidad, tanto que ya estaba comenzando a
asustarme, pues de cierta manera había olvidado lo
que era tener un día normal.
Sin embargo, el universo jamás me decepcionaba
y pronto sentí vibrar mi celular dentro de mi
bolsillo.
351
“Hoy juegas, príncipe”
Detuve mi andar por el pasillo y contemplé las
palabras brillando en la pantalla. El mensaje de Rick
me secó la garganta y una sensación de cansancio no
tardó en pesar sobre mis hombros.
¿Se refería a jugar contra el tipo que le había
estado ganando dinero en las partidas?
Envié mi respuesta y me froté el cuello.
Quería deshacerme lo más pronto posible de
cualquier cosa relacionada con Rick y su círculo de
matones, porque esas cosas nunca terminaban nada
bien.
Justo cuando me decidí a emprender mi camino
de nueva cuenta, aún con la vista clavada en mi
celular, algo chocó contra mí impidiéndome
continuar.
Leah levantó la vista se su celular cuando se
estampó contra mi cuerpo y me sentí repentinamente
extraño de estar en su cercanía. Además, no estaba
de humor para otro enfrentamiento con la hija de
Medusa. Así que la ignoré olímpicamente y traté de
continuar con mi camino yendo por el lado derecho,
pero ella pareció tener la misma idea. Decidí probar
por el lado izquierdo, justo al tiempo que ella
352
también lo hacía y enarqué ambas cejas, mirándola
con una pregunta muda impresa en el rostro.
Por tercera vez volvimos a coincidir y aquello se
estaba convirtiendo en un baile ridículo y molesto
que nos estábamos montando en el pasillo.
Masculló algo que no comprendí, hastiada y me
empujó para abrirse paso. Por mi parte, no pude
contener la sonrisa que se extendió por mi cara
cuando la observé alejarse, orgullosa y petulante,
con su precioso culo moviéndose al compás de sus
pasos, capaz de hacer babear a cualquiera.
Cuando todo esto se resolviera, permanecería con
una fuerte inclinación hacia mujeres de largas
piernas, cabellera oscura, con una actitud mandona y
un temperamento de los mil demonios. En
definitiva, mis días persiguiendo a mujeres con tetas
más grandes que su cerebro que pensaban que el
Sistema Métrico era el metro de Washington, habían
llegado a su fin.
—Tu dinero—le tendí a Rick el fajo que había
conseguido quitarle al tipo durante todas las partidas
más dos pagarés—. Le he dejado limpio.
353
Sonrió satisfecho y comenzó a contar los billetes
a velocidad de la luz.
—No esperaba menos de ti, niño—se relamió los
labios y me hizo una seña para que tomara asiento
—. ¿Se ha puesto difícil?
Rechacé la oferta con un gesto, buscando salir de
ahí lo más pronto posible. Ese lugar me hacía sentir
incómodo e inseguro, más después del regalito que
los matones de Rick me habían hecho la última vez
que pisé el bar.
—Para nada—mencioné con un deje de
indiferencia—. ¿Por qué me has mandado a mí?
Hasta tú podrías haberlo vaciado. ¿Qué tenía de
difícil ese tipo?
Rick se acarició la barbilla grisácea, aún
sonriente.
—Ése no es el tipo del que te hablo, pero tenía
tiempo sin verte y quería tenerte en casa de vuelta.
Extrañaba ver tu arrogante cara.
—Ésta no es mi casa—espeté fríamente.
—Lo era hasta hace poco, ¿o no, príncipe?
Hice una mueca de exasperación, ansioso por
salir de ahí, pero a él pareció no importarle.
354
—El tipo viene a jugar solo los fines de semana
—explicó—. Pero solo eso es suficiente para que
vacíe casi toda la casa. No me gusta para nada que
sea tan bueno, así que tendrás que demostrarle que
tú eres mejor.
—Ya, ¿y que a mí me parta la cara cuando lo
haga perder, no?
—Gajes del oficio—se inclinó de hombros
restándole importancia—. Te recuerdo que es parte
de tu deuda.
—Sí, sí—dije con hastío—. Lo mismo de
siempre.
—Además, quiero que te acerques al tipo.
Seguramente también nos está robando, con alguna
técnica diferente a las tuyas. Háganse amigos,
después de todo, tienen mucho en común, ¿no?
—Lo que tú digas, Rick.
Volvió a esbozar esa grotesca sonrisa que no
favorecía nada a su ya fea cara y tomó el vaso que
tenía enfrente, al tiempo que yo me disponía a salir.
—¿No te quedas a jugar por más tiempo?
—No.
355
—Megan dice que te extraña, que la has tenido
mucho tiempo esperando.
—Pues seguirá esperando—dije tajante, dando la
vuelta para salir del privado, pasar por el local
repleto de mesas de juego y llegar hasta la acera,
donde tenía mi auto.
Cuando llegué a mi departamento, me dejé caer
pesadamente sobre el sofá y coloqué un brazo sobre
mis hombros, esperando que la sensación de
cansancio aminorase. Estaba quedándome dormido
cuando mi teléfono comenzó a vibrar y lo contesté
sin mirar el identificador.
—¿Ahora qué?—ladré, ofuscado, pensando que
era Rick que me llamaba para otra limpia.
—Esa no es la manera de dirigirte a tu padre,
Alex—dijo papá desde el otro lado, frío.
Me incorporé enseguida, tocándome el puente de
la nariz.
—Lo siento, pensé que eras… no importa. ¿Qué
pasa?
—He venido a la ciudad por asuntos de negocios,
y me gustaría que habláramos. ¿Te apetece salir a
cenar?
356
Un dolor de cabeza de proporciones épicas
amenazaba con destrozarme, pero como se trataba
de mi padre y pocas veces podíamos darnos lujos
como ése, decidí aceptar.
—Excelente. Estoy cerca, llego por ti en cinco
minutos.
Y justo como lo predijo, cinco minutos después
ya estaba en la entrada de mi complejo con su bonito
auto negro centellando bajo el sol. Condujo en
cómodo silencio hasta un restaurante de comida
inglesa—que él odiaba pero que decía era el más
decente de la ciudad— y pronto nos acomodamos en
una de las mesas junto a una ventana.
Ordenó una botella de vino para ambos y
agradecí el gesto, porque definitivamente necesitaba
relajarme un poco antes de empezar la siguiente
batalla que ya veía venir con mi padre.
—¿Cómo va la universidad?—preguntó dando un
pequeñísimo sorbo a su copa.
Siempre empezaba con la misma pregunta.
—Bien. Sigo teniendo las mejores notas.
—Me sorprendería que no. El sistema de éste
país está tan por debajo del deseado…—ignoré su
357
comentario y tomé un poco de pan del centro de la
mesa—. ¿Te mencioné que Oxford tiene nuevas
adiciones en su programa?
—Como un millón de veces, papá.
—Pues van un millón y una, Alexander, hasta que
aceptes regresar al lugar al que perteneces—
respondió arisco.
—Me gusta la universidad aquí, además, una vez
termine, pienso largarme a Suiza—acoté, tajante y
mi padre expulsó lentamente el aire por la nariz.
—¿Sigues con esa tontería de la fotografía?—
asentí con decisión y él tomó una bocanada de aire
—. Te vas a morir de hambre. ¡Por Dios! Eres el
único heredero Colbourn… ¿vas a mandar todo lo
que tu abuelo y yo hemos construido a la mierda por
perseguir un sueño inútil?
—No es inútil, no voy a mandar nada a la mierda
y soy bueno en lo que hago—aclaré, demasiado
cansado para sentirme enojado—. Pienso dirigir la
empresa, ¿de acuerdo? Por eso he estudiado lo que
me has dicho toda la vida, pero eso no significa que
además no pueda dedicarme a lo que me gusta, a lo
que amo.
358
—¿Amor?—rió con sorna—. Eres demasiado
joven para entenderlo, Alex, pero cuando crezcas un
poco más te darás cuenta de que cosas como el amor
son prescindibles e innecesarias en un mundo como
éste.
Arrugué los labios, sin saber cómo sentirme.
“Al menos yo tengo alguien a quien acudir, a
diferencia de ti. Todos sabemos que tu familia es una
farsa” Las palabras de Leah llegaron a mi mente
como un rayo y calaron más profundamente de lo
que deseaba.
—¿Eso qué significa? ¿Qué no amas nada?
—Hijo, claro que amo: el dinero, el poder y a ti—
palmeó mi mano sobre la mesa.
—¿Y mi madre?—la pregunta resultó infantil y
había querido preguntarla siempre, porque la
relación de mis padres era escabrosa y extraña.
Se removió incómodo en la silla y se acomodó el
saco.
—Tu madre—carraspeó, como si buscara las
palabras correctas—, es alguien muy capaz, muy
fuerte y decidida. Una mujer bella que me dio lo que
más amo en el mundo… y una buena inversión.
359
—¿Inversión?—incluso yo me sentí ofendido de
que la categorizara de esa manera.
—El matrimonio es un contrato que se trata
precisamente de eso: unirte con alguien que tenga la
capacidad de aportar a tu patrimonio.
Su respuesta no me agradó en absoluto e incluso
me dejó bastante desconcertado.
Cuando el camarero llevó nuestros alimentos,
comimos en silencio, hasta que otra pregunta más se
instaló en mi cabeza. Ahora que él y yo estábamos
solos y que nos encontrábamos en el círculo de la
confianza, quería saber algunas cosas.
—¿Por qué mamá no soporta a los McCartney?—
papá terminó de masticar y se limpió la boca con la
servilleta.
—No lo sé, tu madre no es precisamente la
Madre Teresa de Calcuta, pueden haber muchas
razones—se encogió de hombros—. Supongo que
nunca superó a Leo, qué se yo.
—¿A Leo? ¿A qué te refieres?—no pude ocultar
el toque curioso que cubría mi voz.
—Fue su prometido, pero las cosas terminaron
mal, no sé bien—respondió con desinterés—. Digo,
360
tampoco es que me importe mucho, pero
seguramente está relacionado con algo de eso.
—¿Y no te molesta? ¿No te dan celos?
Papá se echó a reír. Una carcajada tan fuerte y
sincera como pocas veces lo había visto. Me miró
igual que a un niño incrédulo, negando.
—¿Molestarme? Alex, por Dios. Ella podría estar
cogiéndose a Leo en este momento y créeme, no me
podría importar menos. Además, sé que ella lo hace
con su entrenador personal desde hace meses, ella
sabe que yo tengo algo que ver con Charlotte, ¿y
sabes qué? Ambos estamos completamente bien con
eso.
Una mueca de repulsión contorsionó mis
facciones.
De pronto, me sentí ansioso por cobrar la parte de
la herencia que mi abuelo había dispuesto para mí,
para así ya no tener que ver a mis padres por un
largo tiempo.
Si eso era el matrimonio, creo que en realidad yo
no estaría listo para vivirlo nunca.
Hablamos de otras cosas el resto de la cena—
menos escandalosas e impactantes— y cuando
361
terminamos, el celular de papá comenzó a sonar con
una especie de alarma.
—Mierda—maldijo, sin quitar la vista del aparato
—, casi lo olvido.
—Tengo que ver a Leo para arreglar papeleo—
dejó la tarjeta en la cuenta, que el camarero no tardó
en retirar y yo lo miré ofuscado. No quería estar más
tiempo fuera—. Será rápido, lo prometo—respondió
al ver mi cara.
Me froté el rostro y suspiré.
¿Cuán más largo iba a ser ese día?
Cuando tocamos a la ornamentada puerta que
precedía la enorme mansión de la familia
McCartney, una mujer delgada y pequeña nos abrió
al instante y nos sonrió afablemente.
—El señor McCartney los espera en su estudio—
habló la mujer mientras nos guiaba por el recibidor
hasta un largo pasillo que después de varias puertas
de madera pulida, llevaba a un recinto de puertas
362
dobles, decorado con piso de mármol. Era una parte
de la casa a la que nunca había ido.
¿Ellos y mis padres habían contratado al mismo
decorador? Porque se parecía bastante al estudio en
mi casa.
Leo estaba sentado detrás de un imponente
escritorio de caoba y no tardó en incorporarse
cuando reparó en nosotros.
—Colbourn.
—McCartney.
Se estrecharon la mano cortésmente, antes de que
él procediera a saludarme a mí, dándome un fuerte
apretón sin dejar de perforarme con los ojos.
—¿Dónde está lo que se debe firmar?—preguntó
papá tomando asiento frente a Leo y colocándose las
gafas. Yo me senté a su lado, terriblemente tenso por
estar ahí.
—Son los contratos con tus proveedores—
clarificó Leo—, y la especificación de algunas
cláusulas.
—Excelente. ¿Ya han empezado la extracción?—
papá tomó el folder que el dueño de la casa le tendía
y comenzó a revisarlos detenidamente.
363
Quería salir de ese lugar ya. ¿Cuánto más iban a
tardar?
—Sí, aunque hay una situación con los permisos
para la concesión.
—¿Otra vez? ¿Ahora qué?—preguntó papá con
cansancio.
—Verás…
—¿Dónde está el baño?—lo interrumpí, cuando
me di cuenta de que esa conversación iba a ser larga.
Muy, muy larga.
Leo me miró con reticencia y un amago de
desagrado, antes de soltar el aire y responder. Me
desconcertaba lo mucho que sus ojos se parecían a
los de Leah.
—Al final del pasillo, cruzando la sala. La
primera puerta a la derecha, justo al costado del pie
de las escaleras.
Asentí y le dediqué una corta mirada a mi padre
antes de ponerme en pie.
En lugar de pasar la próxima media hora
sintiéndome descaradamente escrutado y tenso,
podía escabullirme hasta sus jardines para fumar un
364
cigarrillo y relajarme un poco después de un día tan
agotador como éste.
Estaba por girar a la derecha para llegar al baño
cuando escuché la voz de la señora McCartney.
—Ana, ¿sabes si Leah está en casa?
—Sí, está tomando un baño, señora. ¿Quiere que
le diga algo?
—No, déjala. Después la busco yo—dijo con
tono amable y la escuché alejarse.
Me mantuve de pie frente a la puerta del baño,
justo a un paso de las escaleras que sabía llevaban a
la habitación de Leah.
Detrás de la puerta número uno, habló una voz
en mi cabeza, hay un cómodo baño que podrá
evitarte muchos problemas y te permitirá regresar a
casa tranquilamente, donde podrás continuar con
sueños y fantasías. Detrás de la puerta número dos,
si eres tan valiente como para abrirla, hay un
sendero que lleva a problemas, posiblemente a más
de uno, con un boleto sin regreso. ¿Ardiente? Sí.
¿Irracional? Sí. Pero el mal tiene ojos como un
antiguo glacial y las piernas más hermosas que has
visto en tu vida.
365
Pueden odiarse hasta la médula, pero al parecer
tú quieres algo que sólo ella es capaz de proveerte…
dijo la misma voz.
Eso terminó por decidirlo todo, y antes de que
pudiera detenerme, yo ya estaba subiendo las
escaleras que conducían a la habitación de Leah.
Conocía el camino por las veces en que mi tía
Chelsey me había llevado a su casa para intentar
hacernos convivir, y aunque aquello resultó de
manera catastrófica, había pasado algunos días en el
cuarto de Leah y Erik jugando.
Cuando entré en su habitación, sonreí al caer en
cuenta de que había cambiado mucho desde la
última vez que había estado ahí, hacía unos quince
años atrás. Donde antes había un montón de
peluches, casitas de muñecas y juegos de té, se
alzaban cómodos sillones, tacones regados por el
piso lustroso, las puertas abiertas de un ropero tan
grande como la sala y cocina de mi departamento y
una gigantesca cama con dosel.
Leah era, en definitiva, una chica con complejo
de princesa.
Me detuve un momento afuera de la puerta de su
baño, bajo el fútil intento de la parte racional de mi
366
cerebro por parar toda aquella locura, pero lo ignoré
olímpicamente y giré la manija.
El baño—que también era enorme—, estaba lleno
de vapor.
Leah estaba sumergida dentro de una gigantesca
tina ovalada del color del marfil, con la cabeza
recostada en una almohadilla y los ojos cerrados. Su
expresión era de alguien totalmente relajado y la
envidié por ello, porque me encantaría sentirme
igual.
Va a odiarme por esto pensé, pero me conforté
diciéndome que, era menester hacer esto para que
ella escuchara lo que tenía que decirle.
Una rápida mirada a mis alrededores reveló que
la bata de baño estaba lejos de su alcance y solo sus
sandalias de baño estaban cerca de la tina. Todo
estaba limpiamente ordenado y acomodado. Siempre
tan fastidiosa.
Si al final íbamos a divorciarnos, al menos la
haría enfurecer una vez más.
Cerré la puerta tras de mí deliberadamente fuerte.
Leah se sobresaltó tanto por el sonido que casi se
rompe la cabeza por la mitad con el borde de la tina.
367
Clavó sus ojos en mí, atónita, como si yo fuera un
fantasma. Por mi parte, moví jovialmente los dedos
en su dirección a modo de saludo.
—¡Alex!—gritó y tosió—. ¡¿Qué mierda estás
haciendo aquí?!
El baño que Leah estaba tomando se veía
jodidamente agradable y relajante, así que permití
que mi parte irracional volviera a controlar mi mente
y me quité primero un zapato.
—Es algo obvio. Estoy a punto de tomar un baño,
¿no ves?—posiblemente no era buena idea sonar tan
feliz por ello, pero no podía evitarlo. Sacarla de
quicio me resultaba muy placentero.
Mi zapato izquierdo fue el siguiente en salir,
seguido por mis calcetines.
Los ojos de Leah estaban en verdadero peligro de
salirse de sus cuencas.
—¿Un baño?—repitió, confundida y aún atónita.
Incluso con esa cara de espanto y nada de
maquillaje
en
el
rostro,
seguía
siendo
impactantemente bonita. El cuadro era como ver a
Afrodita tomando un baño en el jardín de las
Hespérides.
368
—Sí, un baño. Un acto que involucra agua, jabón,
una tina y, si uno tiene suerte—pausé, para agregarle
un efecto malévolo—, compañía.
Se cubrió sus pechos con los brazos y se pasó la
lengua por los labios, sin parpadear. Prácticamente
podía escuchar los engranes de su cerebro
trabajando para comprender qué mierda trataba de
conseguir estando yo ahí. Su mirada confundida dio
lugar a reconocimiento y después, predeciblemente,
a la furia.
—Tal vez tu nivel de retraso es demasiado Alex y
no lo has notado, pero, ¡ESTÁS EN MI CASA! Mis
padres también están, y si se enteran que estás
aquí…
—Hay algunos riesgos que valen la pena tomarse,
¿no crees?—dije con un amago de sonrisa
terminando de desabotonar mi camisa para retirarla
y noté con satisfacción cómo Leah seguía cada uno
de mis movimientos.
Gruñó y el gesto me pareció adorable.
—No vas a hacer esto, maldito bastardo. No voy
a jugar estos juegos contigo, ¡tenemos un arreglo!—
estaba tan furiosa que golpeó el agua con sus brazos,
igual que una niña.
369
Esto ocasionó que sus pechos fueran visibles a
través de la espuma y Dios, ahora entendía por qué
Matthew no podía quitarle los ojos de encima a sus
tetas. Tenían el tamaño perfecto que encajaba con
mis manos y unos lindos pezones que fueron rápidos
en responder a mi tacto y mi boca.
Salí de mis cavilaciones cuando me salpicó con
un montón de agua que me empapó la cara y el
pecho. Retiré el cabello de mi rostro y agradecí la
sensación de frescura que trajo consigo el agua.
—Tranquilízate, Leah—dije
gravedad—.Te harás daño.
con
burlesca
—Yo voy a lastimarte si no te largas en este
momento—siseó mirando a sus alrededores,
probablemente tratando de ubicar un arma con la
cual dejarme inconsciente.
Comencé a tararear una canción sólo para
enfadarla más mientras me quitaba el cinturón. Leah
gritó indignada y me tiró con la botella del jabón,
que chocó contra mi pecho y cayó al piso haciendo
un estruendo.
Después, le siguieron sales de baño, una esponja,
una barra de jabón y al final, la almohadilla.
370
Gruñó con frustración, pero no tenía escapatoria.
Al menos que quisiera exponerse y coger su bata de
baño totalmente desnuda, ahí iba a quedarse. Tendría
que escuchar mi propuesta.
—Te lo juro Alex, si no te vas en este momento,
iré directo a mis padres—amenazó, con voz tensa.
Había estado esperando por eso. Ella no iba a ir
hasta sus padres porque no soportaría la idea de
decepcionarlos. Aunado a ello, era probable que Leo
la enclaustrara en un convento después de descubrir
lo que su princesita había hecho.
Además, yo le atraía, estaba casi seguro de eso.
—Adelante, ve. Llámalos—sonreí y me costó
errores no soltar una carcajada—. Estoy ansioso por
darle la noticia a mis suegros.
Jadeó sorprendida y pensé que su quijada se
saldría de su lugar.
—Mi padre va a matarte si se entera de esto—
dijo en tono bajo, amenazador.
—Moriré feliz, entonces—me dispuse a quitarme
los pantalones.
—¡NO!—me señaló con un dedo—¡VAS A
DEJAR TUS MALDITOS PANTALONES JUSTO
371
DONDE ESTÁN, ALEXANDER!
—No lo creo—y los retiré al mismo tiempo que
ella se giraba para darme la espalda, inmaculada y
definida. Sentí el deseo de besar cada centímetro de
esa parte de piel suya—. En realidad, he venido a
negociar y esperaba que aceptaras.
—Esperabas por un milagro entonces—dijo con
voz contenida, aún sin mirarme.
Sonreí y me saqué los bóxers después. ¿Por qué
ella se daba la vuelta si ya me había visto desnudo
más de una vez?
—Voy a contar hasta cinco, tú insufrible imbécil.
Si no te vas, voy a mutilarte—la escuché con los
ojos clavados en su espalda—. Uno… Dos…
—Eres hermosa—dije en un susurro incluso antes
de que pudiera detenerme, sin un ápice de broma en
mi voz—. Creo que nunca te lo he dicho. Me pongo
duro sólo de pensar en ti.
Era otra desventaja de ser una persona que
hablaba sin filtro.
Se mantuvo en silencio por lo que a mí me
pareció un minuto.
372
—Eres un mentiroso, un hijo de puta y yo fui una
completa idiota por dormir contigo. Por haberme
casado contigo. Tres.
—Ten corazón—supliqué, acercándome a la tina.
—¡Ten un poco de sentido de la propiedad!
¡CUATRO!—gritó, reacia a mirarme.
Entré en la tina con lentitud, manteniéndome en
el extremo contrario al suyo y la temperatura de la
tina, cálida y perfecta, arrancó un suspiro de alivio
de mi parte cuando todos mis músculos se relajaron
a la vez.
Recargué mis brazos en el borde y ella pareció
hacerse bolita en su extremo, aún cubriendo sus
pechos.
—No sé por qué haces eso. He visto todos tus
atributos y tú has visto los míos. Muy de cerca,
¿recuerdas?—dije con un deje de diversión, a lo que
ella se cubrió con más fuerza.
—Sí, desgraciadamente lo recuerdo—masculló
con hastío.
Al menos dos minutos pasaron en los que ambos
nos mantuvimos en silencio, hasta que ella habló.
373
—¿A qué has venido, Alex?—su voz sonó
rasposa.
Dejé escapar el aire pesadamente.
—Realmente necesito que vengas a Inglaterra
conmigo—comencé, abriendo los ojos para mirarla
—. Es realmente importante que lo hagas.
—¿Por qué no le pides a alguna de tus putas que
te acompañe? Mercy estaría más que feliz por
casarse contigo—dijo el nombre de ella como si le
escociera la lengua.
Solté una risita baja por ello. No quería admitirlo,
pero sabía que en el fondo le molestaba.
—Porque creo que tú serías una esposa más…
adecuada—clavé mis ojos en ella—. Además,
necesito el dinero en menos de un mes y no creo que
pueda divorciarme y volver a casarme en ese
tiempo.
—¿Y qué recibo yo a cambio por acompañarte?
Tendría que poner mi culo al fuego por ti, y créeme,
no lo haré gratis—se acomodó en su lado y me
sostuvo la mirada. Era en definitiva la hija de un
empresario.
374
—Lo que tú quieras—concedí—. Cualquier cosa
que yo pueda darte, la tendrás a cambio.
—¿Eso incluye no volver a saber de ti?—
estrechó los ojos, recelosa.
Sentí una rara presión en el pecho de la que me
deshice rápidamente.
—Bueno, pero de nuevo, ese no es mi problema
—respondió con dureza y se dispuso a levantarse. Al
parecer su necesidad por estar lejos de mí era más
que su pudor.
—¿A dónde vas?
—Lejos de ti—respondió incorporándose
totalmente—. Ya te he escuchado y no he aceptado,
ahora vete.
En un rápido movimiento, la tomé de la muñeca y
la atraje hacia mí, hasta que sus piernas aterrizaron a
cada lado de mi cadera y sus pezones rosaron mi
pecho.
—Quédate—pedí con un deje de súplica en la
voz.
375
Me miró sorprendida y tensa por un momento.
—Alex, estás completamente loco, ¿sabías?
—Quédate—repetí y la sensación de su cuerpo
contra el mío terminó por despertar mi miembro,
que ya llevaba tiempo alerta.
—No puedo seguir casada contigo más tiempo—
explicó, frustrada—. Tengo mis planes y si mis
padres se enteran…
—Lo sé. Puedes empezar con los trámites de
divorcio, por mí perfecto. Sólo… acompáñame.
Cobraré mi herencia y desapareceré, lo juro.
Levanté mi mano solemnemente, pero tenía los
ojos clavados en el tatuaje que adornaba mi pecho.
El tatuaje que compartíamos.
—No estoy tratando de robarte, ni quitarte tu
dinero, ni hacerte caer de la gracia de tus padres, si
eso es lo que crees, solo estoy tratando de salvarme
a mí mismo. Te estoy hablando sinceramente.
Removió sus piernas bajo el agua y pude sentir el
contraste de su suave y delgada piel contra la mía,
áspera y gruesa. En un impulso, la atraje más hacía
mí, lo suficiente para que pudiera sentir mi turgente
virilidad contra su vientre.
376
—¿Ves? No tengo secretos para ti.
—Más bien no tienes vergüenza—mencionó,
pero no se alejó—. ¿Cómo sabes que la opinión de
mis padres es tan importante para mí?
—No eres la única que mira y aprende, Leah—
retiré una gota de agua de su mejilla y acaricié el
pómulo con mis nudillos, trazando la forma de su
barbilla.
Me miró de manera indescifrable.
—No deberías haber venido, Alex—susurró, con
la vista fija en mis labios.
—No, no debería haberlo hecho—rocé apenas su
cuello con mis nudillos; mi corazón acelerando sus
latidos.
—Por favor, no me toques—pidió, temblando a
pesar de la calidez en la atmósfera.
—Te juro Leah, que estoy tratando de no hacerlo
—mi voz salió ronca desde mi garganta y, antes de
que pudiera pensarlo mejor, ya estaba besándola.
Fue como una llave de agua que terminaba por
destruir el tubo de escape por la fuerte presión que
ejercía sobre él.
377
Las piernas de Leah permanecían a cada lado de
mis caderas debajo del agua mientras me
correspondía con la misma avidez, con mis manos
tomándola de su precioso trasero para darle soporte.
La sensación de piel contra piel era exquisita y
me regocijé en ella.
Mi último pensamiento coherente fue que mi
padre seguía en el estudio con Leo.
Me estoy volviendo loco pensé, sin importarme en
lo más mínimo.
Los besos de Leah eran igual que ella:
concentrados,
deliciosamente
sensuales
y
demandantes. No había nada exagerado o asfixiante
sobre su forma de besar, como me había sucedido
con otras chicas que pensaban que casi arrancarme
la lengua era algo excitante.
Coloqué una mano sobre su bonita espalda para
acercarla aún más a mí, porque con un demonio,
quería fundirme en ella. La tensión del día se
evaporó mágicamente en el momento en que sus
brazos rodearon mi cuello para apoyarse, con sus
manos viajando hasta mi cabello y sus dedos
enredándose en mis mechones.
378
Acaricié su cuello hasta llegar a la parte trasera
de su cabeza y la incliné tomándola del cabello para
tener completo control del beso. Rocé su labio con
mi lengua y ella me concedió la entrada de
inmediato, con su lengua danzando en torno a la mía
con apetito.
Sus senos estaban completamente comprimidos
contra mi pecho y comencé a repartir besos por su
pómulo, viajando hasta detrás de su oreja cuando
ella se inclinó para darme mejor acceso y succioné
levemente esa parte tan sensible.
—Dios—gimió y jaló de sus caderas, frotando su
sexo contra el mío y regalándome sensaciones que
no eran de este mundo.
Quería aprovechar lo más posible este lapso de
inconsciencia suyo, antes de que volviera a ser de
hierro y piedra. Quería memorizar texturas y
sensaciones antes de que todo esto se fuera a la
mierda.
Si íbamos a cometer otro error, al menos debía
ser uno del que ambos disfrutáramos.
Pasé mi lengua por su cuello y apreté con fuerza
una de sus nalgas, buscando tenerla más cerca.
Repartí besos por su clavícula y el inicio de sus
379
pechos, hasta que coloqué una mano tras su espalda
y se irguió en respuesta, dándome completo acceso a
sus deliciosas tetas.
Tomé el peso de una con mi mano y la llevé hasta
mi boca, sin importarme el tenue sabor a jabón que
no tardó en desaparecer con mi saliva. Leah gimió
fuerte, y me sentí enteramente complacido por todos
los sonidos que estaba arrancándole, cada uno más
excitante que el anterior.
Clavó sus uñas en mi cráneo y yo complací su
petición muda, succionando y jalando de su pequeño
pezón con más ímpetu. Me alejó tomando mi cara
entre sus manos para volver a besarme y gimió en
mi boca cuando acaricié su trasero bajo el agua, con
mi erección rozando su monte de Venus.
¿Deberíamos llevarlo más lejos? Me pregunté,
antes de que sus expertas manos entraran en
contacto con mi miembro, tocándolo de arriba abajo.
—Al demonio—mascullé, antes de alejarla con
un manotazo, levantarla apenas y colocar mi
virilidad en su entrada. La miré por un momento, de
la misma manera en que había hecho en Las Vegas
en una petición tácita por entrar, pero cuando se
relamió los labios, no pude contenerme más.
380
Se deslizó deliciosamente lento sobre mi
miembro, provocando que ambos soltáramos un
jadeo cuando nuestros sexos entraron en contacto.
Leah era. Tan. Jodidamente. Apretada.
Le hacía perfecto honor a la forma en la que yo la
llamaba siempre, y aquello era una maldita delicia.
Se asió con más fuerza a mis hombros para
acomodarse mejor y me hundí en ella un poco más,
con ella susurrando mi nombre de forma casi
inaudible.
La sensación inicial de estrechez dio paso a una
calidez y suavidad embriagadora.
Me sentía muy, muy celoso por Jordan.
Nos mantuvimos estáticos por un momento,
absorbiendo de las múltiples sensaciones que nuestra
cercanía nos ofrecía y permitiéndole a Leah que se
acostumbrara a mi invasión.
Tenía miedo de que si esperaba demasiado, ella
terminaría por recobrar la consciencia, pero con un
carajo, yo no iba a poder detenerme ni aunque la
casa se nos estuviera cayendo encima.
No podría.
381
Sin embargo, antes de que pudiera moverme, ella
lo hizo primero, moviendo sus caderas tan
deliciosamente que una maldición cayó de mis
labios.
Se sentía tan bien estar dentro suyo.
La tomé de las caderas para guiar el ritmo, con
mis dedos enterrados en su piel tan fuerte que
seguramente dejaría marcas, pero no me importaba
en lo más mínimo.
Se deslizaba arriba y abajo, tan húmeda que no
había tenido problema para entrar.
Repartí besos en su hombro, con su respiración
agitada en mi oreja y sus exquisitos gemidos como
un dulce mantra tomando mi cerebro.
No me importaba que nos descubrieran ahora,
porque podría morir en paz después de esto.
Bueno, este es un capítulo mucho más largo de
lo habitual, como pueden notar.
Díganme ustedes, ¿qué tipo de capítulos
prefieren? ¿Cortos? ¿Largos? Esto es super
382
importante para mí, así que por favor, ¡déjenme
sus comentarios!
¿Les ha gustado? ¿Qué creen que suceda en el
siguiente capítulo? ¡Los leeré con ansias!
Yo ya quería leer a Leah y Alexander juntos.
El próximo capítulo irá dedicado al primer
comentario.
Con amor,
KayurkaR.
383
Capítulo 13: Leah, eres un
desastre.
Leah
—Por favor, no me toques—pedí en un susurro,
con el aire atrapado en mi garganta.
—Te juro Leah, que estoy tratando de no hacerlo
—dijo con voz grave antes de acortar la distancia
que nos separaba para besarme.
Mi cerebro pareció apagarse en ese instante y
cederle todo el control a mi cuerpo.
Su boca tomó la mía con decisión y necesidad;
cualquier protesta muriendo en mi garganta en el
momento en que nuestras lenguas se encontraron.
Sus manos rozaron el costado de mi cintura, con mi
piel hormigueando ahí por donde su tacto trazaba un
camino, hasta llegar a mi trasero, estrujándolo con
fuerza para acercarme más a él.
Era como si mi cuerpo hubiese adquirido nuevas
terminaciones nerviosas, porque podía sentir sus
manos por todas partes. Me convertí repentinamente
384
en un manojo de sensaciones, con los instintos más
primitivos y oscuros emergiendo a la superficie.
Mis manos no tardaron en acariciar su estómago,
subiendo por su pecho hasta su cuello, buscando
cubrir con desesperación la apabullante necesidad
que me invadía desde dentro y se extendía por todas
mis extremidades de tocarlo, de aprender la textura y
forma de su cuerpo. Enredé mis dedos en su cabello
y cuando él inclinó mi cabeza para tomar completo
control, me sentí devorada de la mejor manera
posible. Como si estuviese ahogándome, antes de
descubrir que podía respirar debajo del agua.
Fundió un camino con su boca, húmeda y
caliente por mi pómulo, hasta llegar a un lugar
particularmente sensible cerca de mi oreja.
—Dios—el gemido salió claro desde lo más
profundo de mi garganta cuando succionó
suavemente ese espacio de piel y mis caderas se
movieron en reacción, con su miembro golpeando
mi vientre.
Gruñó y continuó su recorrido por mi garganta,
lamiendo, besando y succionando hasta llegar al
inicio de mis pechos.
385
Por un instante, recuperé un lapso de lucidez y
me di cuenta de que aquello que estábamos haciendo
estaba totalmente mal. Era jodidamente peligroso y
demencial, y tal vez lo mejor ahora era parar toda
aquella locura antes de llegar a un punto sin retorno
y oscuro y oh. Fui despojada de la capacidad de
formular pensamientos coherentes de nueva cuenta
cuando él levantó el peso de uno de mis pechos y
selló su boca en torno a mi pezón, circulándolo con
su lengua antes de succionar.
Contuve el aire para evitar que otro gemido
saliera de mi interior, pero logró escaparse de todas
formas, largo y profundo desde mi garganta cuando
volvió a repetir la acción con mayor ímpetu, porque
aquello se sentía mucho mejor de lo que había
imaginado en mis sueños más vívidos.
Respiré pesadamente cuando mordió de él
gentilmente y junté mis labios en un inútil intento
por callarme. Inconscientemente, empujé más su
cabeza contra esa parte que recibía sus atenciones y
él complació sin dilación alguna.
Esto que haces no está bien decidió intervenir mi
conciencia, pero la acallé diciéndome que, esto sería
solo una vez, que no volvería a repetirse.
386
Que era solo un capricho; una tentación a la que
cedería por única ocasión para sacarlo de mi mente
definitivamente.
Pero, ¿cómo algo que está mal puede sentirse tan
bien?
Antes de que mi sentido común tuviera
oportunidad de asomarse desde la parte más
profunda de mi mente, tomé su rostro entre mis
manos para volver a besarlo, con hambre desnuda y
un deseo avasallador recorriéndome como fuego
blanco.
Su cuerpo se sentía duro, caliente y fibroso en
contraste con el mío y la sensación era fenomenal.
Podía sentir su erección entre nosotros,
presionando contra la parte baja de mi vientre y en
un impulso de mero lujuria y necesidad, lo tomé con
mis manos, arrancándole un grave gemido. Era
primitivo y carnal y su longitud se sentía dura,
caliente y lista contra la palma de mi mano, que
viajaba desde la punta hasta la base.
—Al demonio—dijo con voz tensa antes de alejar
mis manos, levantarme un poco para hacerse espacio
y presionar su miembro contra mi entrada.
387
Bajé la vista cuando no lo sentí entrar
inmediatamente y deseé no haberlo hecho, porque él
estaba mirándome de esa manera que hacía que yo
dejara de respirar. Pasé la lengua por mis labios
cuando sentí mi garganta secarse y sin aviso, entró
en mi interior.
Ambos soltamos un jadeo en ese momento de
primer contacto y tuve que tomarme con más fuerza
de sus hombros, con él hundiéndose completamente
en mí.
La sensación fue tan exquisita que no pude evitar
gemir su nombre, porque, ¿cómo era posible que él
se sintiera tan bien estando dentro mío?
Era mil veces mejor que todas aquellas veces que
mi cabeza había reproducido nuestra noche en Las
Vegas. Era real y cada terminación nerviosa que
poseía se moría por sentirlo, demandaba sentirlo, así
que antes de que pudiera pensarlo mejor, yo ya
estaba moviendo mis caderas sobre su longitud,
recorriéndola de arriba abajo con tortuosa y
deliciosa lentitud.
—Carajo, Leah—maldijo en voz baja,
oscuramente tensa y sensual. Podía sentir su caliente
respiración chocando contra mi hombro,
388
arrancándome un sinfín de sonidos que trataba de
contener fútilmente mordiéndome el labio.
Su boca dibujó un montón de figuras sobre mi
hombro, hasta que lo mordió y fue recompensado
con un fuerte jadeo de mi parte.
Comencé a moverme al ritmo que él me marcaba
con sus manos, que permanecían ancladas a mi
cintura, con sus caderas encontrando cada uno de
mis movimientos con el doble de fuerza.
Fue entonces que caí en la cuenta de que había
perdido cualquier rastro de sentido común que
habitaba en mi cabeza, porque solo era consciente de
él, de sus inexorables embestidas sacudiéndome, de
su respiración agitada y cálida erizando la piel de mi
cuello, de mis gemidos, que no hacían otra cosa que
aumentar, de la sangre que corría como un río
embravecido por mis oídos, con mi corazón siendo
la única competencia y cada nervio de mi cuerpo
recibiendo las sensaciones que él proveía con
felicidad.
El nudo en mi bajo vientre que precedía al
orgasmo ya estaba construyéndose y tensándose; tan
fuerte como la manera en que yo tomaba el borde de
la tina para no caerme y seguir su ritmo, para
389
encontrar sus estocadas, para que me llenara y me
llevara hasta el filo del mundo…
—Leah, ¿estás ahí?
La voz llegó seguida de un par de secos toques en
la puerta y yo me congelé en un segundo igual que
un témpano. Mi respiración atascándose en mi
garganta.
El tiempo pareció detenerse, con mi loco latir
como único recordatorio de que seguía avanzando.
Los ojos de Alex eran pura intensidad y me
miraban directamente, con su mandíbula
terriblemente tensa y su pecho subiendo y bajando
con pesadez. Sus manos presionando fuertemente mi
cintura sin permitirme moverme del lugar.
Cuando nada se escuchó de nuevo, pensé que se
había ido.
—¿Leah?—repitió la misma voz, como si
escuchara mi pensamiento.
Alex negó rígidamente, impidiéndome hacer
cualquier movimiento. Sin embargo, ya era
demasiado tarde porque el calor del momento dio
lugar a la racionalidad y me percaté de lo que estaba
haciendo, de que Alexander Colbourn estaba
390
follándome, otra vez. Caí en cuenta de lo que
habíamos estado a punto de hacer: un desastre.
—¿Qué estás haciendo?—otro par de golpes, esa
vez más insistentes.
Me deshice de su agarre como si fuese radiactivo
y él dejó caer la cabeza en el filo de porcelana con la
frustración plasmada en todo su rostro.
—Sí, ¡perdón! Estoy aquí—dije agitada,
incorporándome con las piernas temblorosas y
trastabillando con el borde de la tina cuando estaba
por salir, golpeándome la espinilla. Ahogué una
maldición y me dispuse a colocarme a velocidad de
la luz la bata de baño.
Definitivamente no había sido mi retirada más
elegante.
—¿Qué demonios estás haciendo?—preguntó
desde el otro lado de la puerta él y presioné un dedo
sobre mis labios mirando a Alexander en un signo
inequívoco de que se callara.
—Ya voy, estoy poniéndome la bata. Ahora
salgo.
Suspiró con pesadez y pegué mi oreja a la madera
para escucharlo alejarse un par de pasos. Aproveché
391
para salir a nivel Flash y cerrar la puerta tras de mí.
Erik me daba la espalda con las manos en los
bolsillos de su pantalón y sonreí cuando él se giró,
correspondiéndome.
Se acercó a mí en dos zancadas y me envolvió en
un fuerte abrazo que terminó por expulsar el aire que
mis pulmones apenas estaban recuperando. Mis pies
rozaron el piso y recibí su gesto con alegría.
—¿Tan mal estás por verme?—mencionó mi
hermano con la misma sonrisa, soltándome y
acariciando mi mejilla—. ¿Por qué estás tan pálida?
—Es que estaba…—tomé una bocanada de aire
—…muy concentrada meditando.
—¿Meditando?—enarcó una ceja.
—Sí—dije más convencida—. ¿Recuerdas que te
dije que estaba tomando cursos de yoga? Pues
también hacemos meditación. Tenía los auriculares
puestos y no te he escuchado hasta luego de unos
golpes y como estaba tan concentrada… me asusté.
—¿Estabas meditando en el baño?—inquirió con
curiosidad y burla.
—Es que la instructora dice que es mejor en la
ducha—me apresuré a decir, esperando que mi
392
mentira sonara más real para él que para mí.
—¿Y por qué estás tan agitada?
—Porque me asustaste, idiota—le di un golpecito
en el hombro. Al menos esa parte sí era verdad.
Asintió lentamente, como si buscara comprender
los disparates que estaba diciéndole y sonreí.
—¿Cuándo llegaste?—pregunté en un intento por
cambiar de tema.
—Hace como cinco minutos, de hecho. Ya he
saludado a todos, casi. ¿Bajas a cenar? Me muero de
hambre.
—Claro, deja me visto con algo más decente—
dije señalando mi bata—. Ya quiero escuchar todas
tus aventuras en el viaje.
Mi hermano soltó el aire con cansancio.
—Te vas a partir de risa. Soy un imán de la mala
suerte.
No creo que tengas peor suerte que yo pensé con
ironía.
—Debe ser algo de familia—mencioné con el
mismo tono y él me apretó el hombro.
393
—Te veo abajo, hermanita—sonrió una última
vez antes de salir de mi habitación.
Una vez cerró la puerta, entré al baño como una
exhalación.
Alex me miraba desde la tina.
—Ter…
—Vete. Ahora. Ya—dije tajante. Junté su ropa
que estaba esparcida por el suelo y la coloqué sobre
la taza del baño.
—¿Por
qué
tranquilamente.
tanta
urgencia?—preguntó
Lo miré incrédula y sentí una repentina repulsión
por mí misma.
—Porque esto es un error.
—Siempre que tú y yo estamos juntos es un error,
Leah—respondió incorporándose e hice todo mi
esfuerzo por mantener los ojos arriba de su cuello.
—Me alegra que lo entiendas.
—Y aún así, seguimos haciéndolo—continuó,
saliendo con más gracilidad del agua que yo—.
Seguimos coincidiendo.
394
Me pasé una mano por el cabello húmedo, que
sabía debía ser un desastre en ese momento de mera
exasperación.
—Pues habrá que hacer todo porque no se repita
—sentencié y lo miré, completamente desnudo a dos
pasos de distancia—. No veo necesario que
hablemos hasta que nos reunamos con el amigo de
mis padres.
—Leah…
—Vete—repetí, furiosa conmigo—. Distraeré a
mi familia para que puedas salir.
Salí del baño dando un portazo y me apresuré a
ponerme ropa interior, un pantalón cómodo de
ejercicio lo suficientemente largo para cubrir el
tatuaje en mi tobillo y una blusa deportiva. Me pasé
los dedos por el cabello en un intento por
acomodarlo un poco.
Caminar se sentía levemente incómodo,
consecuencia de la actividad coital que había
mantenido minutos atrás, aunado a la rara sensación
de vacío que sentía entre mis piernas.
Cuando llegué a la cocina, mamá estaba
ayudando a Ana a colocar la comida en platillos de
servicio. Damen hablaba animadamente con Erik
395
sobre algo que no comprendí y la sangre se me fue a
los pies cuando no localicé a papá.
—¿Y papá?—pregunté, porque era extraño no
encontrarlo ahí, sobre todo ahora que volvía Erik.
—Está con Byron Colbourn en su estudio—
respondió mamá con un deje de desagrado en la voz,
poniendo los ojos en blanco.
—Oh.
Ahora todo tenía sentido. Eso explicaba por qué
Alexander estaba en casa.
Salí de la cocina cuando escuché la voz de dos
hombres en el recibidor. Mamá se adelantó a mis
pasos acompañada por mi hermano mayor y yo los
seguí.
Lo acompañamos hasta la puerta y mi corazón se
aceleró cuando no miré a Alex junto a su padre.
—Todo estará en marcha en un par de días—
mencionó el señor Colbourn en el umbral de la
puerta y papá asintió.
—Espero que puedas arreglar todo lo relacionado
a las concesiones—pidió y el hombre correspondió
con el mismo gesto, solemne.
396
Alexander apareció en ese momento al pie de las
escaleras que conducían a la entrada emergiendo
desde la penumbra que rodeaba el jardín frontal y
comenzó a subir los escalones con tranquilidad, con
las manos en los bolsillos de su pantalón.
—¿Dónde te has metido?—preguntó su padre
cuando estuvo junto a él.
—Salí a fumar un rato—respondió con la vista
fija en mí. Sus ojos eran de un azul intenso, oscuros
e insondables y mi garganta se secó de pronto,
impidiéndome respirar correctamente.
Desvié mi atención, percibiendo una sensación de
desnudez bajo su pesado mirar.
—¿Y por qué tienes la camisa húmeda?—tocó
levemente la tela y mi corazón dio un vuelco.
—Me he cruzado con los aspersores en el jardín.
Su padre negó restándole importancia y se
dispusieron a marcharse.
—Señora McCartney—hizo una pequeñísima
reverencia con la cabeza, cortés, y asintió hacia
nosotros.
Nuestros padres se dieron la mano.
397
—Hasta luego—se despidió Alexander, impasible
y no pude quitarle los ojos a su espalda cuando se
retiraba.
—¿Qué tal está Rusia?—interrogué una vez
estuvimos todos sentados a la mesa para hacer
conversación, porque mi estómago era una maraña
de emociones tan enredada que ni siquiera podía
probar bocado.
—Con un frío de los mil demonios—se quejó—.
Se me congelaban los huevos cada vez que me metía
a bañar.
Damen y yo soltamos una carcajada.
—Erik—lo reprendió mamá, aunque no podía
ocultar la risa en su voz.
—Es verdad—se defendió, dando otro bocado—.
Lo único que te mantiene caliente allá es el alcohol,
tal vez por eso es que son tan buenos bebedores.
—¿En serio?—inquirí, interesada.
—Te va a encantar lo que he traído para ti—dijo
mi hermano desde el otro lado de la mesa.
398
—¿Qué es?—pregunté entusiasmada.
—El mejor vodka de todo el puto mundo.
Solté un gritito de alegría y aplaudí como una
niña con un nuevo juguete.
—Tenemos que abrirlo en una fiesta.
Los orbes verdes de mi hermano brillaron con
travesura.
—Habrá que montar una.
—Hay que invitar…
—Ni lo piensen—intervino papá dejando sobre el
plato los cubiertos—. Erik, no necesitas alimentar el
alcoholismo de tu hermana.
—¡Hey!—me quejé—. No soy alcohólica.
—Cierto—concedió él mirándome con diversión
—. Si lo fueras, tendrías más resistencia.
—¡La tengo! Es solo que siempre me divierto
más de la cuenta.
—Como debe ser—me respaldó mi hermano
levantando su copa—. Pero es verdad que siempre
terminas ebria con dos cervezas.
399
—¿De dónde lo habrá sacado?—preguntó papá
con sorna, mirando a mamá y ella abrió la boca
indignada.
—Tengo control, es sólo que siempre me divierto
más de la cuenta—imitó mi respuesta y me guiñó un
ojo.
Todos soltamos una risotada y por un momento,
todo el malestar que sentía pareció aminorar.
—Buenas cosas le enseñaste a tu hermana, Erik
—volvió a decir papá y el aludido rió.
—Me enseñó bien la parte de escaparme a fiestas
y bailar, pero se saltó la parte de enseñarme a beber
—tomé un sorbo de agua de mi copa y mi hermano
volvió a reír.
Caí en la cuenta de lo mucho que me había hecho
falta en esos dos meses que se había ido a Rusia para
cerrar un trato. Erik era el primogénito, y el mejor
hermano mayor del mundo. Él y yo éramos muy
unidos, desde siempre. Fue Erik quien me enseñó las
cosas que solo un hermano mayor puede mostrar y
hacerte entender, incluyendo el bajo mundo de las
fiestas y el alcohol.
La primera vez que me había escabullido a una
fiesta yo tenía catorce años y Erik diecinueve. No
400
era su primea fiesta, pero había aceptado llevarme
bajo mi insistencia y tras haberle jurado que me
comportaría—bueno, más bien, había aceptado
llevarme cuando lo amenacé con contarle a mis
padres de sus salidas secretas nocturnas.
Al final, papá terminó enterándose porque
tuvimos la mala suerte de que una patrulla nos
detuviera de regreso en la madrugada y no estaba
nada feliz de pagar nuestra fianza, más otros cargos
por embriaguez de menores.
Fue el peor castigo de nuestras vidas.
Pero había valido la pena, totalmente.
Erik y yo teníamos un nivel de complicidad que
no cambiaría por nada en el mundo. Yo conocía
todos sus secretos y él, todos los míos. O casi.
Mi matrimonio con Alexander estaba fuera de los
límites, porque mi hermano, aunque era una buena
persona, se tomaba muy enserio su tarea de
cuidarme y, si mi padre era celoso conmigo, él lo era
el doble. Tenía cinco años de relación con Jordan y
aún lo miraba con cautela y recelo. No quería
imaginar cuál sería su reacción si se enteraba que
actualmente yo era la señora Colbourn.
401
La rara sensación volvió a instalarse en mi
estómago tras ese pensamiento y me mordí el labio.
—¿Y a mí cuándo me enseñarán?—habló
Damen, sacándome de mis cavilaciones y sonreí
ante su comentario.
—Nunca—habló mamá, horrorizada, porque él
era el más pequeño de los tres.
—Así es, nunca—repitió mi hermano con
severidad, para guiñarle un ojo un segundo después.
Cuando terminamos de cenar, subí a mi
habitación sintiéndome repentinamente cansada,
deseando con fuerzas abalanzarme sobre la cama.
—Leah—la voz de Erik me sobresaltó y di un
respingo, girando con lentitud.
—¿Has terminado con Jordan?—preguntó con
los brazos cruzados, apoyado en el umbral de mi
puerta.
—Claro que no, ¿por qué?—pregunté a su vez,
sin entender.
402
—Porque el chico Colbourn olía igual a ti—dijo
con seriedad y rogué porque mi cara no mostrara el
terror que sentía por dentro—. Y curiosamente tenía
el cabello y la ropa húmeda.
—¿Y qué?—objeté—. Él dijo que se había
cruzado con los aspersores en el jardín y no olía a
mí, olía a cigarro.
—El césped estaba seco.
Fruncí los labios, buscando algo qué decir.
—Tienes dos meses sin estar aquí, sabes lo
mucho que Ana cambia la programación de los
aspersores para que crezcan sus azaleas—repliqué y
él me miró con recelo, antes de suspirar—. Además,
no revisaste todo el jardín, ¿o sí?
—No—admitió y lo miré enarcando las cejas—.
De acuerdo… sabes que puedes contarme lo que sea,
¿no?—su postura pareció relajarse de pronto y yo
asentí, con una mezcla de alivio y preocupación
asentándose en mi pecho—. Yo no tengo idea de por
qué ésa familia y la nuestra tienen tantos roces, así
que si tienes algo con él…
—Que no, Erik—negué, cruzándome de brazos.
¿Por qué mi hermano tenía que ser tan sagaz? Si
403
Claire alguna vez lo engañaba, no podría mantener
el secreto lejos de su alcance más de un día.
—Solo espero que no te metas en problemas, eso
es todo.
—¿Claire sabe que tiene de prometido a un
sabueso?—espeté con exasperación, sonriendo y mi
hermano soltó una risita.
—Solo trato de cuidarte, idiota. Por cierto, tienes
un regalito en el cuello.
Palidecí y fui hasta el espejo de cuerpo completo
que se extendía por toda una pared.
Joder. Mierda, mierda, mierda.
—¿Un regalo de Jordan?—mencionó con voz
sombría y pasé los dedos por la marca que
Alexander había dejado en mi cuello.
Asentí, avergonzada.
—Cúbrelo antes de que alguno de nuestros
padres lo vea y te sermonee por eso—sonrió con
complicidad—. Te veo mañana, hermanita.
Descansa.
—Igual.
404
Fui vagamente consciente de que mi hermano
salió de la habitación, totalmente abstraída en la
marca que habitaba en mi costado, rojiza, pequeña y
notoria.
Cerré los ojos para apaciguar mi enojo.
¿Había alguna forma en la que Alexander no me
jodiera la vida?
Me acomodé el cuello de la chaqueta antes de
salir del aula.
Sentía como si todos estuvieran observándome,
como si todos supieran lo que había transpirado
entre Alexander y yo.
Estaba volviéndome paranoica.
Me excusé con Edith y me escurrí hasta el tablero
de anuncios para cerciorarme de la fecha de los
próximos parciales. Mi mundo podía estar hecho un
desastre, pero no podía darme el lujo de tener malas
notas.
Me sentía cansada e irritada, consecuencia de la
infructífera noche de sueño que había tenido gracias
a mi queridísimo esposo. Además, había tenido un
405
mini infarto cuando localicé un calcetín suyo
asomándose detrás de mi escusado y el feo moretón
que se extendía por mi espinilla, que había aparecido
después de mi grácil huida.
No había desaparecido de mi cabeza ni un
segundo desde el día de ayer y la sensación me
resultó extraña, desconcertante y frustrante, porque
quería arrancarlo de raíz, quería…
Salí de mis cavilaciones cuando sentí cómo dos
brazos me tomaban de la cintura desde mi espalda y
me estrechaban con fuerza. Mi corazón dio un
vuelco y mi estómago se contrajo, con mi sangre
corriendo rápido en mis oídos.
Me deshice de su agarre bruscamente y me alejé.
—¿Estás loco? ¿Qué te dije sobre…?
Me callé enseguida cuando Jordan me miró
perplejo.
—Perdón, pensé que eras…
—¿Qué?—sonrió confundido y sentí mi cara
arder.—¿Quién? ¿Por qué esa reacción tan violenta?
—Estaba concentrada mirando el calendario de
los parciales, lo siento—me disculpé y ajusté de
nueva cuenta el cuello.
406
—Leah, has estado actuando muy extraño—se
acercó tentativo y tomó una de mis manos para
besarla. — ¿Está todo bien?
—Sí—mentí y alcé la vista para mirarlo, lo cual
fue un grave error, porque me mi pecho se
comprimió de mera culpa.
Jordan no se merecía eso que yo había hecho.
De alguna manera trataba de confortarme
diciéndome que todas las personas teníamos siempre
un par de esqueletos escondidos en el clóset, alguna
basura metida debajo de la alfombra y que ahora que
había permitido a mi cuerpo tomar el control sobre
mi parte racional, ya no volvería a suceder, porque
ahora tendría más fuerza de voluntad.
Quise sonreír, porque pensé que el apelativo de
esqueleto no era adecuado para alguien como
Alexander. Él más bien era el monstruo escondido
en mi armario, esperando por devorarme.
Además, aquello no clasificaba como engañar, ¿o
sí?
Sonrió cálidamente, tomando mi mentón entre
sus dedos para rozar sus labios con los míos
dulcemente. Le correspondí rígidamente; la culpa
407
que me carcomía por dentro no me permitía ni
siquiera respirar.
Lo alejé suavemente, porque sus acciones,
inocentes, dulces y sinceras solo servían para que yo
me odiara con mayor vehemencia.
—¿Vienes conmigo a la cafetería? Creo que los
chicos están ahí—asentí, con la vista fija en el piso y
caminando a su paso mientras me contaba con
entusiasmo algo sobre sus entrenamientos.
Estaba segura de que ahora que ya había cedido a
la tentación, el capricho que mi cuerpo tenía por
Alexander desaparecería.
Claro. Él era alguien nuevo, alguien que mi
cuerpo veía como una novedad y de ahí devenía toda
aquella emoción y expectación cada vez que estaba
cerca. Casi como cuando estás conociendo a alguien
y sientes las estúpidas mariposas de anticipación
revoloteando en tu estómago. Al final, siempre es en
sentimiento pasajero que termina desvaneciéndose a
medida que conoces realmente al otro.
Yo podía manejar todo aquello. Yo tenía el
control.
Una vez estuvimos sentados en la mesa habitual
en la cafetería, me di cuenta de que todo mi curso de
408
autoayuda y motivación había servido un carajo.
Hice acopio de todas mis fuerzas para no mirarlo
a la cara cuando tomó asiento en la mesa frente a mí,
junto a Sara, que no dejaba de reírse a carcajadas por
algo que Edith contaba relacionado con pancakes—o
algo así.
Tenía tiempo sin sentarse en nuestra mesa y tuvo
que elegir precisamente ese día para hacerlo.
Sentía como si alguien hubiera tomado mis
huesos para reemplazarlos por un nuevo set durante
la noche; con la misma forma y tamaño, pero no
míos, y me encontré a mí misma tratando de
averiguar qué era lo que se sentía igual y qué
diferente.
Sabía que tenía que actuar como si nada hubiese
ocurrido. Como si nunca hubiese aparecido en mi
baño. Como si nunca nos hubiésemos besado. Como
si nunca hubiésemos follado en mi tina. Como si
nunca
hubiese
sentido
esa
electricidad
recorriéndome cada vez que entraba en mi interior.
Sin embargo, había pasado y sabía que no iba a
ser capaz de ignorarlo desde el momento en que se
sentó frente a mí en la mesa.
409
Fijé la vista en la botella de agua que tenía
enfrente porque no poseía la fuerza suficiente para
ver su cara. No podía evitar recordar todo lo que
había pasado ayer en la tina; la manera en que había
perdido completo control sobre mí misma, la manera
en que me movía junto a él, sobre él y nuestra
apresurada partida.
Jamás me había sentido tan nerviosa en presencia
de otra persona y la sensación me resultó ajena en la
misma medida que sobrecogedora. Me negaba a
levantar la vista porque tenía idea de cómo me
miraría él. Podía mirarme como si fuera una
servilleta, que ahora que había servido a su único
propósito, era desechable; y no me gustó esa
perspectiva en absoluto. No quería que me mirara de
la forma en que todos miraban a Mercy Parkinson—
de la misma forma en que él la miraba: una chica
dispuesta a abrir las piernas ante el más mínimo
incentivo.
Además, no era como si yo tuviera el mejor
historial considerando lo fácil que me había metido
en la cama en Las Vegas.
Tenía que haberme detenido. Tenía que haberlo
detenido, todo aquello. Tenía que haber dicho no…
pero la presión de su cuerpo, el calor de su piel
410
contra la mía y la sensación de su toque habían sido
suficientes para hacer girar mi cabeza sin control.
Lo peor fue caer en cuenta de que, a pesar de
todo y horrendamente, no me sentía arrepentida del
todo.
Cuando alcé la vista, sus ojos conectaron con los
míos y un amago de sonrisa jaló de las comisuras de
sus labios. Entonces, su sonrisa se ensanchó cuando
bajó hasta mi cuello y, cuando volvimos a coincidir,
la satisfacción adornaba sus insondables orbes
azules.
Resistí el impulso de hacerle una grosería con el
dedo, principalmente porque Alex no me miró por
más de dos segundos antes de volver a concentrarse
en alguna estupidez que Edith le contaba
animadamente.
Era mucho mejor que yo pretendiendo que nada
había pasado entre nosotros, porque parecía que para
él nada había cambiado y no supe cómo sentirme
respecto a ello.
Casi todo mi círculo de amigos mantenía
relaciones de una sola ocasión, de una sola noche o
de un solo revolcón incluso. Epítome de todo eso
eran Ethan, Matthew e incluso Alexander, quien,
411
aunque mantenía un perfil más discreto, no dejaba
de ser también un jugador en el mismo tablero.
Y me encontré a mí misma sintiendo una
aversión enorme ante ese rol, porque yo no quería
calificar en esa categoría, yo no quería estar en esa
lista suya. Yo no quería ser una más de esas chicas.
Él estaba jugando sus juegos y yo estaba cayendo
en ellos sin remedio.
—Entonces, ¿vendrás conmigo a la fiesta o
tendré que arrastrarte del cabello?—preguntó mi
amiga mientras nos acercábamos a mi Audi para ir a
casa.
Puse los ojos en blanco.
—¿No se supone que tendríamos una pijamada y
veríamos ridículas películas de amor comiendo
helado porque acabas de terminar con Mike?—me
bajé los lentes oscuros para mirarla, inquisitiva,
antes de que ella se retirara el cabello del hombro
dramáticamente.
—Claro que no, eso es muy cliché—dijo con
decisión—. Lo que tengo que hacer si realmente
412
quiero superarlo es pasarla bien y tú, como mi mejor
amiga, deberías apoyarme.
—¡Eso hago!
—¡Yendo conmigo!—hizo un puchero—. Hoy
tendremos la pijamada, pero mañana en la noche—
dio una voltereta bailoteando por el estacionamiento
—… ¡La pasaremos bomba!
—¿No se supone que los budistas no van a
fiestas?
—Yo soy una budista light—se encogió de
hombros—. Además, si siguiera todas sus reglas,
estaría más amargada que tú.
—Muy graciosa—hice una mueca y ella me sacó
la lengua.
—Y, no pienso perder la mejor etapa de mi vida
para conocer hombres. Greg dice que…
—Ah, así que esa es la verdadera razón por la
que vas a la fiesta—bufé, desactivando los seguros
—. Ya te habías tardado en encontrar un reemplazo.
¿Para qué quieres que vaya contigo si igual vas a
desaparecer?
—¡Para que te diviertas un rato!—me riñó y
después se calló cuando reparó en algo que yo no
413
comprendí—¡Ay Dios! ¡Está justo a nuestro lado!
—¿Quién?—digo deteniéndome antes de entrar a
mi auto.
—¡Alex! ¿Qué no reconoces su auto?—lo señaló
con ímpetu, como si yo fuera tonta y contuve un
gruñido—. Es un bonito Jeep.
—¿No tenía un Challenger?—dije
exasperación, deseando ya salir de ahí.
con
—Ya sé—chilló, con el tono que reservaba para
los momentos más excitantes de su vida—. Voy a
abrir la puerta y golpear la suya por “accidente” y
así podré preguntarle si también irá a la fiesta.
Me miró expectante, igual que una niña y yo le
dediqué la ojeada que reservaba para la gente más
idiota.
—No te atrevas. No vas a rayar mi coche, ni el
suyo, ni ningún otro.
No necesito más razones para que él siga
cazándome.
—Está bien, destroza mis sueños como siempre
—hizo un mohín—. Pero sé que solo lo haces
porque me tienes envidia—enarqué las cejas y me
retiré los lentes—, porque como tú estás ya casada
414
con Jordan, no puedes perseguirlo. Ni a él ni a
ningún otro.
Puse los ojos en blanco, hastiada con su ridícula
actitud.
—Ni quiero perseguirlo, gracias.
—Bien, pero, ¡hazte un favor y míralo bien! Y
después mírame a los ojos y dime que no te vuelve
loca. Está como para morirse—dijo con demasiada
emoción e hice una mueca de asco—. Puedes
odiarlo con todo tu ser, pero eso no quita el hecho de
que está bue-ní-si-mo.
—¿No estabas hablando de Greg cinco minutos
atrás?—pregunté y ella dejó escapar el aire
pesadamente.
—Debe estar muy buena la conversación para
que continúes bloqueando mi puerta—ambas dimos
un respingo cuando escuchamos una voz unirse a la
plática y juro que quise morirme cuando lo vi
sonriendo despreocupadamente a Edith, a solo unos
cuantos pasos de ella.
Mi amiga pareció tener una muerte cerebral,
porque articuló sin que ninguna palabra saliera de su
boca. Alex se retiró un centímetro sus lentes oscuros
415
y la visión de ello hizo que mi estómago diera un
vuelco.
Maldito bastardo presumido.
—Respira, Edith—le dijo con burla y ella rió
nerviosamente.
—Perdón, es que me has asustado—colocó una
mano sobre su pecho y dio espacio para que él
abriera su puerta y dejara su mochila en el asiento
del copiloto.
—No hay problema—volvió a sonreírle
brillantemente, sin mirarme en ningún momento,
como si solo estuvieran Edith y él. Se montó en su
Jeep, dispuesto a irse.
—¿Irás a la fiesta de la facultad de finanzas?—
preguntó la rubia apresuradamente—. Tengo
entendido que Ethan y Matt estarán ahí.
Qué vergonzoso pensé y resistí el impulso de
subir a mi auto y salir a toda velocidad.
Él pareció considerarlo, antes de quitarse los
lentes y clavar sus ojos en ella.
—Tal vez nos encontremos allí—le dedicó una
sonrisa coqueta que dejaría sin aliento a cualquiera.
416
Cerró su puerta y salió del estacionamiento. Sin
mirarme.
¡Le sonrió coquetamente a Edith!
¿Por qué le sonreía coquetamente?
No quería sentirme molesta, pero la sensación
permanecía ahí, latente y fastidiosa.
—¿Viste eso?—chilló tan agudamente que mis
oídos punzaron—. ¿Lo viste? ¿Lo viste?
—Sí, sí lo vi—dije con hastío subiendo a mi auto
y encendiéndolo para salir junto a ella del lugar—.
Espero que disfrutes lo poco que durará.
El comentario sonó cruel, pero a ella pareció no
afectarle.
—Estás celosa porque me ha sonreído a mí—
canturreó y le dediqué una gélida mirada antes de
fijar la vista en el camino.
Edith se sonó la nariz por última vez cuando
salieron los créditos de Diario de una Pasión y se
limpió las lágrimas con el mismo pañuelo. Seguí
417
comiendo palomitas sin parar, simplemente por tener
algo qué hacer.
Habíamos visto esa película un. Millón. De.
Veces. Y seguía llorando como si fuera la primera
vez.
Seguí comiendo hasta que se tranquilizó y dejó
caer su cabeza en mi hombro, derrotada.
—Dime, ¿por qué no existen hombres así?—
sollozó y volvió a sonarse la nariz.
—Sí existen. Jordan es un claro ejemplo de
hombres que aún valen la pena—dije con orgullo y
mi amiga alzó la cabeza para mirarme asqueada.
—Sí, bueno, a ti ya te hemos perdido—tomó un
puñado de palomitas de mi tazón y se lo metió todo
a la boca, ocasionando que algunas cayeran en mi
piso.
—No me has perdido, aquí sigo—sonreí,
tirándole una golosina.
—¿Nunca
has
tenido
mirándome seria de pronto.
—¿Dudas cómo?
418
dudas?—preguntó
—Quiero decir—cruzó las piernas bajo su cuerpo
—, ¿nunca te has preguntado si Jordan es realmente
el hombre de tu vida?
Esbocé una media sonrisa.
—No, porque lo sé—dije con seguridad.
—¿Cómo? Si nunca has estado con nadie más—
su semblante curioso dio lugar a uno de
preocupación—. ¿Cómo saber si es el indicado si es
todo lo que has conocido toda tu vida?
—Claro que he tenido otros novios, no soy una
mojigata.
—Los novios de primaria no cuentan, amiga—
dijo Edith levantando los brazos y le tiré una
palomita.
—Supongo que solo lo sabes. Sabes cuando una
persona es tu alma gemela.
—Alma gemela y amor de tu vida no son lo
mismo.
—¿Dónde has leído esa estupidez?
—¡Twitter jamás miente!—se defendió y yo puse
los ojos en blanco, divertida—. ¿Y nunca has tenido
419
curiosidad de estar con nadie más? ¿Nunca has
deseado a nadie más?
La primera persona que apareció en mi mente,
predeciblemente, fue Alexander, que se cernió como
una sombra y absorbió todo a su paso, adueñándose
de mi cabeza con recuerdos y sensaciones que yo no
debería evocar ni percibir.
—No—mentí—. Nunca.
—No te creo—se cubrió la boca con sus manos
—. ¿Absolutamente nadie?
—¡No!—repetí y ella continuó con esa cara de
sorpresa.
—¿Ningún chico?—le dediqué una mirada de
exasperación—. Dios, eres una mojigata—hizo un
mohín—. ¿Ni siquiera alguien como Alex?
Arrugué los labios, incómoda por mentirle de
manera tan descarada a mi mejor amiga, pero no
podía arriesgarme. Inconscientemente, presioné mi
tobillo para cubrir con la tela del pijama el tatuaje
que compartía con mi esposo.
—¿Me vas a negar que no hace que mojes tus
bragas?—inquirió asombrada.
420
—¡Eres asquerosa, Edith!—dije riendo
asestándole un golpe en la cara con el cojín.
y
—¡Al menos yo no estoy en negación!—se
defendió, riendo a su vez y retirándose el cabello del
rostro—. Yo pienso que él también es un buen
prospecto, por cierto.
—Necesitas estándares, Edith—dije dignamente
—. Y un psicólogo si crees que él es un buen
partido. Él no es nada bueno.
—Creo que es bastante bueno; sabe hacer un
millón de cosas, es caballeroso y parece cincelado
por los mismos dioses—suspiró soñadoramente
abrazando el cojín—. Y seguramente, también folla
como los dioses.
En eso estamos de acuerdo quise decirle, pero me
abstuve, antes de que mi mente se remontara a lo
que había pasado en mi baño.
—Creo que verlo hoy te dejó traumada—negué
con la cabeza y ella sonrió—. Tiene mala
reputación, Edith.
—Eso es porque aún no me ha encontrado—dijo
con seguridad y una punzada comprimió mi pecho.
421
No me gustaba la perspectiva de Edith con
Alexander en absoluto.
—Además, me muero por saber si es verdad eso
de que no besa a nadie.
—Eso es una estupidez, por supuesto que besa
durante el sexo.
Oh. Oh. Mierda.
La respuesta salió de mi boca con demasiada
seguridad y certeza.
Edith se incorporó como un resorte y me miró
suspicaz.
—¿Y tú cómo estás tan segura de eso?—entornó
los ojos y enarcó una ceja.
Porque nos hemos comido más de una vez.
—Pues porque es algo lógico—carraspeé—.
Además, imagino que sería incómodo si no te besara
al menos una vez.
—Supongo que tienes razón—concedió y se
encogió de hombros, levantándose para dirigirse a
mi cama—. Como sea, pronto lo sabré por mí
misma.
422
Fulminé su espalda incluso antes de que fuera
consciente de ello.
Al final, Edith fue la primera en dormirse. Yo
permanecí dando vueltas por la cama sin poder
conciliar el sueño.
Alex no dejaba de dar vueltas por mi cabeza y no
sabía cómo sacarlo de allí definitivamente.
“Eres hermosa. Creo que nunca te lo he dicho.
Me pongo duro sólo de pensar en ti”
Las cosas que podía llegar a decir. No importaba
que yo estuviera treinta años casada con él, jamás
podría acostumbrarme a las cosas que salían de su
boca, porque era jodidamente impredecible.
Y la completa antítesis a mi personalidad, que
prefería mantener control.
Él era algo que yo no podía controlar y que, por
el contrario, me arrastraba hasta hacerme perder el
control a mí.
Coloqué las manos en mi cabeza, frustrada.
No tenía idea de dónde las emociones provocadas
por nuestro matrimonio terminaban y dónde mis
verdaderos sentimientos por él empezaban.
423
Odiaba a Alexander Colbourn. Odiaba que me
interrumpiera constantemente, como si pensara que
su tiempo era más valioso que el mío. Odiaba sus
miles de sonrisas, que cada una parecía
cuidadosamente seleccionada para cada ocasión,
para hacerlo lucir dolorosamente atractivo. Odiaba
que fuera tan consciente de ese atractivo y de las
chicas que constantemente se lanzaban a sí mismas
hacia él. Odiaba que pensara que sus palabras tenían
algún efecto en mí.
Odiaba que pensara que podía tomarme cómo,
cuándo y dónde él quisiera, como si yo fuera suya.
Pero lo que más odiaba, en definitiva, eran todas
las sensaciones y emociones confusas, extrañas,
estrepitosas e intensas que él despertaba en mí.
Me mordí el labio y sin pensarlo mucho, tomé mi
celular, que reposaba sobre mi buró. El reloj
marcaba pasado de la una de la madrugada.
“Has dejado un calcetín en mi baño” tecleé
rápidamente, enviarlo y colocar el artefacto en mi
frente.
Lo miré por unos, considerando eliminarlo. Iba a
hacerlo cuando llegó la respuesta.
424
“Lo sé. ¿Eso significa que ya no soy un elfo
libre?” acompañó su respuesta con un emoji y a
pesar de todos mis esfuerzos, no pude evitar sonreír.
“Siempre quise tener un esclavo” escribí
decidiendo seguir su juego.
“En ese caso, espero que seas una buena ama
conmigo”
“Depende de ti”
“Entonces quédatelo. Un regalo para tu fetiche
con los pies”
Hice una mueca.
“No tengo un fetiche con los pies. Te lo daré la
próxima vez que nos veamos”
“En tu baño?”
Mi corazón dio un vuelco y me mordí el labio de
nueva cuenta, sintiendo mi cuerpo hormiguear
repentinamente ante las memorias.
“No. En otro lugar, en otro momento”
“¿Por qué no ahora?” adjuntó al mensaje una
fotografía de su torso, trabajado, ancho y expuesto, y
425
sentí la imperante necesidad de tocarlo, de recordar
texturas y sensaciones.
Él en verdad no conocía la vergüenza.
“Jódete, Colbourn”
“Claro que podría hacerlo yo solo, pero como
dije la ultima vez, la compañía siempre es mejor”
De repente, una ola de anticipación hizo
hormiguear mi cuerpo de una manera que nunca
había experimentado, que me sorprendió más de la
cuenta y que me hizo preguntarme cuándo me había
convertido en una persona tan fácil de encender. Tal
vez una persona no podía percibir sensaciones tan
cósmicas sin desear vehementemente a la fuente
cuando la tenía tan cerca.
“No va a funcionar” curvé los pies bajo las
sábanas, sin ser capaz de desaparecer la sensación de
excitación y expectación que se extendía desde mi
cabeza hasta mis talones.
“Puedes ser la Sirenita de mi Flounder” volvió a
acompañar con un emoji y ahogué una carcajada, sin
entender de dónde venía el comentario.
“Flounder jamás quiso cogerse a la Sirenita,
maldito enfermo”
426
“¿Y quién dijo que yo quiero eso de ti?”
El mensaje envió una onda de electricidad por
todo mi cuerpo y mi garganta se secó.
“No me has demostrado lo contrario, y te
pareces más a Stitch”
Volví a sonreír como una idiota.
Alex era mucho más extraño e impredecible.
“¿Por qué? ¿Me has visto imitar a Elvis
Preasley?”
Esa vez no pude evitar reír, pero callé cuando
Edith se removió en la cama.
“No he tenido el honor. Lo digo porque eres igual
de raro”
“Entonces espero complacerte
demostración pronto, Lilo”
con
una
Decidí ya no responder, porque no tenía idea de
hacia dónde estábamos yendo ni en dónde terminaría
la conversación.
Repentinamente, estaba furiosa, furiosa con
Alexander, porque de no ser por él y mi poca
resistencia al alcohol, nada de esto estaría pasando.
427
De no ser por él, yo tendría una bonita, tranquila y
perfecta relación con Jordan. De no ser por él, me
habría rendido a un romance sencillo que había
florecido de una sólida amistad.
Pero no más.
Ahora, gracias a Alexander Colbourn, tendría que
enfrentarme a un reto. Tendría un igual. Tendría que
lidiar con mi corazón acelerado, con mi sangre
corriendo rápido por mis venas. Tendría que luchar
contra un deseo tan fuerte que era estremecedor.
Y no sabía si yo podía vencer todo aquello.
Ya me sentía cansada de todas las horas que había
pasado junto a Edith recorriendo el laberinto de
tiendas que era el centro comercial. Llevábamos
tanto tiempo ahí dentro que mis pies ya punzaban y
lloraban por una silla, un sofá o una porción del piso
en el que pudiera sentarme para descansar.
Luego de lo que a mí me pareció una eternidad,
Edith se decidió por los nueve mejores vestidos que
según su aguda intuición harían a Greg caer de
rodillas a sus pies.
428
Por mi parte, yo que no sentía el más mínimo
entusiasmo por ir a esa estúpida fiesta, me decidí por
un vestido oscuro; lo suficientemente descubierto
por la parte de la espalda para lucir elegante sin
llegar a lo vulgar, acompañado por unos tacones que
pudieran cubrir la pequeña pieza de rompecabezas
que adornaba mi tobillo y unos despreocupados
rizos enmarcando mi rostro.
Mientras esperaba a que ella terminara de
arreglarse, envié un mensaje a Jordan con la
esperanza de que al final pudiera cancelar el
compromiso que tenía con sus padres y se decidiera
a, por fin, acompañarme a una fiesta.
Tenía demasiado tiempo sin asistir a alguna
conmigo y siempre que él decidía no ir, terminaban
de manera catastrófica.
“¿Irás a la fiesta hoy o tendré que aguantar a
Edith yo sola?” acompañé el mensaje con un emoji
que dejaba en claro mi anhelo.
No tardó en responder.
“Lo siento, cena con mis padres. Te lo
compensaré luego” envió un emoji que dejó en claro
el sentido del mensaje y suspiré pesadamente.
429
Me sentía levemente decepcionada, pero no tanto
como habría esperado.
Cuando llegamos a la mansión del chico que
presidía la fiesta, el lugar ya estaba hecho un
pandemónium: el patio frontal estaba lleno de vasos,
botellas, condones y hasta había una tanga inerte
colgando de la lámpara de la entrada.
Edith hizo una mueca de asco mientras abría la
puerta y una vez pusimos un pie sobre el suelo de
mármol, el olor a alcohol, sudor, cigarro y
marihuana inundó mi nariz, provocando que me
sintiera levemente mareada solo por estar ahí.
Nos movimos con dificultad entre el mar de
personas que bailaba al son de una música
discordante y sin ninguna sincronía, como una fea
combinación entre Lana del Rey y Kygo y en un
volumen tan fuerte que incluso mis oídos dolían un
poco.
La casa era ridículamente enorme y aún así, había
tanta gente que me sentía como una sardina.
Edith no tardó en localizar a su víctima de esa
noche y caminar hacia él. Como ella había predicho,
el vestido estilo animal print que había elegido
resaltaba perfectamente todos sus atributos,
430
ocasionando que ¿Greg? Estuviera follándosela con
los ojos en menos de un segundo.
Miré el resto del lugar y no tardé en ubicar a
Alex, que ya tenía su mirada clavada en mí,
escaneándome de arriba abajo descaradamente. Me
sonrió cuando nuestros ojos conectaron y alzó su
vaso a modo de saludo antes de girarse y continuar
bebiendo con Matt, Ethan y otros chicos que no
reconocí.
No quise reconocerlo en ese momento, pero me
sentí enteramente complacida de que él me notara.
Por mi parte, tuve un tiempo difícil para quitarle
los ojos de encima porque lucía jodidamente
apetecible y lo peor era que no llevaba nada
especial, solo una camisa negra y unos vaqueros,
con sus anchos hombros tensando la tela de la
camisa, sus fuertes brazos descubiertos por las
mangas, con las mismas manos masculinas que
tomaban mi cintura marcando el rit…
—¿Leah?—Edith agitaba una mano frente a mi
cara y tuve que parpadear algunas veces para
concentrarme en ella.
—¿Qué?—grité sobre la estrepitosa música.
431
—Él es Kyle—dijo en mi oído para que pudiera
escucharla, señalando a un chico que estaba junto a
Greg y me saludó con un gesto de la cabeza cuando
reparé en él.
—¿Y qué?—la miré dubitativa y me arrepentí en
el momento en que vi sus ojos de súplica—. No, no
y no.
—¡Leah, por favor!—me tomó de las manos e
hizo un puchero—. Solo tienes que hablar con él
para que no nos moleste.
—¡Pues que se busque a otra! Hay miles de
mujeres aquí. Me iré con Ethan y los demás—estaba
por irme cuando ella me sostuvo de la mano.
—No es de esta facultad, es amigo de Greg.
Leah, por favor. Te prometo hacer tus tareas por dos
semanas—su labio tembló y solté el aire, resignada.
—Es la última vez que hago esto por ti—le
advertí, severa y ella me abrazó antes de ir hasta su
conquista.
—¿Quieres tomar algo?—preguntó el otro chico
acercándose tentativamente y con una sonrisa
adornando su rostro.
432
Era atractivo. Tenía buen cuerpo, pómulos
marcados, cabello color arena y unos enormes ojos
azules que, aunque eran bonitos, no eran tan
hipnóticos ni atrapantes como los de Alexander.
—Claro—sonreí forzadamente y lo detuve
cuando se disponía a ir hasta la mesa—. Vamos
juntos.
La duda se cernió sobre su cara, pero aceptó con
la misma sonrisa fácil que acentuaba sus masculinas
facciones.
Me gustaba beber, pero no era tan idiota como
para aceptar tragos de un chico que no conocía en
absoluto.
Preparó algo con soda y ron y permanecimos de
pie junto a la mesa.
—¿Estudias en la misma facultad que Greg?—
preguntó cerca de mi oído para que pudiera
escucharlo.
—No, pero estudio en la misma universidad.
¿Tú?
—Vengo de intercambio—respondió y fijó su
vista en mí, con una sonrisa coqueta—. Es una
lástima, me encantaría ver chicas tan lindas como tú
433
yendo por la facultad, sería buen incentivo para
asistir a clases.
Sonreí y recibí de buena gana su halago.
Paseé la vista por la estancia, con una parte de mí
esperando que Alexander me viera con aquel chico,
pero al parecer él se había evaporado en el aire junto
con Ethan y Matt.
Un atisbo de decepción floreció en mi interior,
pero lo reprimí inmediatamente.
—¿Tienes novio?—preguntó con demasiado
interés.
¿Te mencioné que también tengo un esposo que
podría estar cogiéndose a otra en este momento?
—¿Y por qué ha dejado a una chica tan bonita en
una jungla como ésta?—podía sentir su intensa
mirada sobre mí.
—Supongo que no siempre podemos divertirnos
juntos.
—Ah, no te preocupes, yo cuidaré de ti por él—
me guiñó un ojo y no supe qué pensar respecto al
434
comentario—. Tranquila, no muerdo, lo prometo.
Continuamos hablando sin parar por un buen
rato. El chico resultó ser bueno para sostener una
conversación, yendo desde lo mucho que extrañaba
su estado natal a lo poco que le gustaba la comida de
aquí.
Además, resultó ser bastante gracioso, porque
antes de que me diera cuenta, yo ya estaba
partiéndome de risa y palmeándole el hombro.
Estábamos tan abstraídos en la conversación que
ya había perdido la cuenta de los tragos que le había
aceptado y, cuando menos pensé, me fue imposible
localizar a Edith, que seguramente ya habría subido
a alguna de las habitaciones de la mansión con Greg,
pero no importaba porque me sentía bastante
cómoda con Kyle, que era bastante entretenido.
Me reí con mayor ahínco del que debería de un
chiste relacionado con su acento cuando reparé en
Alexander, que me miraba desde el otro lado del
salón sombríamente. O al menos, eso creí, porque no
podía enfocar correctamente.
¿Cuántos tragos había tenido exactamente?
Rechacé un trago que me ofrecía con un gesto de
la mano cuando me sentí mareada de pronto y el
435
mundo dio vueltas.
Coloqué una mano sobre mi cabeza para tratar de
aminorar la sensación de vértigo que no hacía más
que aumentar con cada segundo que pasaba.
Mierda.
—Leah, ¿estás bien?—Kyle posó una mano sobre
mi cintura suavemente, buscando ayudarme a
recuperar el equilibro y cuando alcé la vista, él me
contemplaba con preocupación.
—Sí, es solo… me he sentido mal de repente—
quise dar un paso y trastabillé peligrosamente, hasta
que él me tomó con mayor fuerza para evitar que
diera de bruces contra el piso.
—¿Necesitas algo? ¿Puedo hacer algo por ti?—
preguntó con el mismo tono de consternación y
después creí haberlo escuchado decir más cosas,
pero no las comprendí.
Una sensación de adormecimiento se extendía
por mis piernas lentamente y me costaba horrores
enfocar lo que tenía enfrente.
Después, llegaron las náuseas.
—Baño—dije con hilo de voz.
436
—¿Qué?—preguntó él acercando su oído a mi
boca.
—Baño, necesito un baño—repetí con urgencia y
él asintió.
Me condujo tomándome de la cintura por el
tumulto de gente que bailaba en la fiesta hasta el pie
de las escaleras de la casa y lo seguí haciendo uso de
todas mis fuerzas para no caerme y romperme la
nariz con un escalón.
Cuando llegamos al segundo piso, yo ya me
sentía tan débil que me costaba demasiado dar un
paso; mis piernas parecían haber dejado de
responder a mis impulsos, pesadas como plomo y mi
cerebro parecía velado por una bruma espesa. Me
sentía cansada y salivaba demasiado, con la garganta
seca.
Jamás me había pasado algo así bebiendo.
Deseé fervientemente llegar ya al baño para
vomitar.
Pronto, sin embargo, la sensación de pesadez y
adormecimiento se extendió al resto de mis
extremidades y comencé a entrar en pánico cuando
mi conciencia se volvió un fenómeno intermitente.
437
Tenía que esforzarme demasiado para formular
pensamientos coherentes y mantenerme consciente.
Cuando tuve otro lapso de conciencia, percibí tela
sobre mi espalda desnuda, suave y fría en contraste
con la transpiración de mi piel provocaba por el
calor humano.
No podía ver nada y parecía que todas mis
terminaciones nerviosas habían sido anestesiadas, en
conjunto con mi cerebro. La música se escuchaba
lejana y sentía como si estuviera dentro de una
botella.
Una presión se hizo presente sobre mi cuerpo y
perdí la respiración cuando caí en cuenta de que era
otro cuerpo. El sabor del miedo se extendió por mi
boca, pero no podía permanecer consciente el
tiempo suficiente para hacer algo.
Mi mente era un constante vaivén.
Quise gritar con todas mis fuerzas, pero mis
cuerdas vocales no me obedecieron y en cambio,
solté un lastimoso gemido cuando sentí los labios de
alguien posarse sobre mi cuello, recorriéndolo desde
la garganta hasta mi clavícula.
—Tranquila, te gustará esto, lo prometo—su voz
sonaba como si yo estuviera debajo del agua.
438
¿De quién es esa voz?
Volví a desconectarme y regresé cuando sentí un
par de manos recorriendo mis piernas para abrirlas.
La desesperación cerró mi garganta e hizo a mi
corazón latir como loco a pesar de mi aletargado
estado.
Haciendo acopio de todas mis fuerzas, moví un
brazo para alejarlo, porque quien quiera que fuera,
no lo quería en ese momento.
No quería hacerlo.
—Vas a disfrutarlo mucho—repitió la misma voz
subiendo mi vestido por mis muslos con lentitud.
¿Alex? ¿Era Alex? No quería hacerlo de esa
manera. No aquí.
No aquí.
No así.
—Alex—fui vagamente consciente de que había
conseguido hablar y las atenciones en mi cuello se
detuvieron—…espera, no… no quiero…
—No sé quién es Alex preciosa, pero créeme, te
haré sentir mejor que él—fue lo último que escuché
439
antes de rendirme a la inconsciencia.
¡Buenas noches mis niños!
¿Qué les pareció?
¿Quién creen que narre el próximo capítulo?
¡Espero ansiosa sus comentarios!
El próximo capítulo irá dedicado a quien se
acerque más a lo que sucederá en el próximo.
Con amor,
KayurkaR.
440
Capítulo 14: Tregua.
Alexander
Observé a Leah subir las escaleras en brazos de
aquél tipo y un amargo sabor a hiel se ancló a mi
lengua.
Está bien si ella quiere follarse a otro. ¿Quién
soy yo para molestarme? No tenía ningún derecho
sobre aquella mujer, ni tampoco manteníamos una
relación más allá de nuestra desastrosa e indeseable
unión y por lo tanto, no debería sentir nada en
absoluto.
No debería.
Sin embargo, algo no se sentía bien. Una voz en
mi cabeza me decía que algo no iba bien.
Internamente me debatí entre seguirlos o no, si
debería seguir mis instintos o simplemente dejarla
tranquila. Tal vez era solo paranoia de mi parte,
fruto de mis emociones encontradas, porque a pesar
de que estaba experimentando una gran aversión
ante la escena, tampoco podía hacer mucho si Leah
quería follarse a otro tipo a espaldas de Jordan y
frente a mí. Al final, era su vida.
441
Los seguí con la mirada hasta que los perdí de
vista cuando llegaron al rellano del segundo piso y
la misma sensación de incomodidad permaneció
perenne y latente bajo mi piel, como una alarma
detrás de mi cabeza, pequeña e intermitente, pero
insistente.
Mierda.
Contra mi mejor juicio, subí las escaleras
abriéndome paso a empujones entre las parejitas que
caminaban del lado contrario, buscando llegar al
primer piso.
Si Leah quería follarse a alguien más, estaba
bien. Yo solo me cercioraría de que lo estuviera
haciendo conscientemente, porque aquella mujer
tenía una preocupante inclinación a cometer errores
catastróficos cuando bebía demasiado.
Yo era un claro ejemplo de ello.
Permanecí junto a la puerta con la mano en la
perilla y pegué mi oreja a la madera, con la
fastidiosa sensación de molestia asentada en mi
estómago.
Está bien si ella quiere follarse a otro me repetí,
más que bien volví a pensar, buscando convencerme
de ello.
442
Estaban hablando.
O al menos, eso creí, porque la estridente música
no me permitía oír las voces que se escuchaban
amortiguadas desde el otro lado de la puerta.
La abrí levemente, permitiendo que solo un
hilillo de luz sesgara la oscuridad de la habitación y
esperé.
¿A qué? No sabía exactamente, pero mis pies
parecían reacios a moverse del lugar. Tal vez porque
me sentía furioso con Leah por caer tan fácilmente
en brazos de alguien más, o con el tipo por haberla
convencido tan rápidamente o conmigo mismo, por
no largarme de aquel lugar a pesar de que las
náuseas escalaban por mi esófago como tentáculos.
—Alex—su voz fue apenas un murmullo y me
incliné más hacia la puerta para escuchar. ¿Por qué
la idiota decía mi nombre estando con otro? No
podía estar tan ebria—…espera, no… no quiero…
La respuesta llegó enseguida y fue suficiente para
encender mi cólera en una fracción de segundo,
igual que gasolina sobre fuego.
—No sé quién es Alex preciosa, pero créeme, te
haré sentir mejor que él.
443
—No lo creo—mascullé entre dientes antes de
poder pensarlo mejor y reparé en dos cosas
simultáneamente cuando la luz del pasillo entró por
la habitación e iluminó la grotesca escena que tenía
delante: la primera fue la cara de sorpresa del tipo
que estaba tumbado encima de Leah, quien yacía
prácticamente inconsciente sobre la cama y la
segunda, fue la furia tan grande que se abrió paso
por mi cuerpo igual que un volcán en erupción,
tensando todo a su paso.
—Eh, ¿qué mierda haces aquí?—dijo
incorporándose con dificultad—Yo…
él
—Escucha—hablé con voz tensa, costándome
horrores no arrancarle la cabeza con mis propias
manos—, tienes exactamente tres segundos para
salir de aquí antes de que te haga una nueva cara.
Me miró con los ojos sumamente abiertos, sin
comprender.
Uno.
Y después, su ceño se frunció en reconocimiento.
—Vete tú, imbécil. Yo la he conseguido primero
—Dos—. Si quieres follártela, espera afuera a que
yo termine.
444
Tres.
Antes de que otra estupidez saliera de su boca, mi
puño ya había conectado con toda la fuerza contra su
mejilla, provocando que trastabillara hacia atrás.
Dijo algo que no comprendí por toda la
adrenalina y cólera que corría por mi sistema, con
mi sangre viajando con rapidez por mis oídos. Antes
de que pudiera incorporarse, asesté otro puño en sus
costillas, con su cuerpo doblándose por el dolor.
El aire salió de sus pulmones y lo tomé de los
hombros para estrellarlo contra la pared más
cercana. Colocó las manos al frente, no sé si en un
patético intento de defensa o paz, pero eso solo
sirvió para hacerme enfurecer más.
Proyecté otro puño más que dio justo en su boca
y gruñí cuando sentí un nudillo arder, posiblemente
porque algún diente suyo logró cortarme, pero no
me importó en lo más mínimo.
Su cabeza se estrelló contra el filo de un buró y el
sonido de hueso rompiéndose inundó la instancia.
Me coloqué a horcajadas sobre su estómago sin
perder un segundo y comencé a golpear su rostro,
que ya sangraba a borbotones por la nariz, la boca y
una ceja.
445
Asesté uno más y otro más y otro más, hasta que
mis nudillos se abrieron sobre su cara y su sangre se
combinó con la mía, pero ni siquiera así pude
detenerme, porque era él quien había estado a punto
de violar a Leah. Era él quien le había hecho lo
mismo a otras chicas; era él quien había desgraciado
la vida de otras mujeres que no habían tenido la
misma suerte, que las había tomado en su momento
más vulnerable.
Era él quien había estado a punto de hacerle daño
a alguien que no me era indiferente.
Perdí la cuenta de todos los golpes que le había
dado en mi lapso de cólera pura y, cuando reaccioné,
pude degustar el sabor de la sangre en mi boca, su
sangre; pude sentir mi pesado respirar y la tela de mi
camisa que se pegaba a mi pecho por la
transpiración.
Fijé mi vista en la cara del tipo, que era un
desastre y emitió un lastimoso gañido ahogado.
—La próxima vez que te folles a otra chica en ese
estado, espero que pienses que estás cogiéndote a tu
madre, cabrón—mascullé con voz agitada y me
incorporé para ir hasta Leah.
446
Permanecía tumbada sobre la cama y la tomé de
los hombros para incorporarla.
La ayudé a sentarse al borde y me coloqué junto a
ella acunando su rostro entre mis manos, dejando un
camino de sangre en su mejilla.
—Leah, mírame—pedí sin poder ocultar la
preocupación que teñía mi voz—. Nena, mírame.
Le palmeé la mejilla un par de veces para
ayudarla a reaccionar y pronto respondió, abriendo
los ojos con pesadez, tan lentamente que pensé que
la había perdido.
—Mírame, Leah. Necesito que estés consciente.
Mírame, joder—supliqué con mayor insistencia
cuando la preocupación oprimió mi pecho con
mayor vehemencia.
Colocó una mano sobre mi brazo tan débilmente
que me sorprendió que pudiera realizar el mero
movimiento.
Sus ojos terminaron de abrirse y los fijó en mí
como sin emoción alguna. Después, el
reconocimiento adornó sus bonitos orbes
pigmentados.
447
—¿Alex?—dijo con voz ronca y el amago de una
sonrisa surcó sus labios. Sonreí a mi vez, con el
alivio llenándome, antes de que ella se inclinara a un
lado para vomitar sobre el piso alfombrado,
manchando mi zapato en el proceso, pero no me
importó.
Lo que sea que aquél enfermo de mierda le había
dado, era mejor que estuviera afuera que adentro.
Se limpió la boca con el dorso de la mano y se
inclinó peligrosamente hacia atrás, como si estuviera
a punto de perder la consciencia otra vez.
—Necesito que permanezcas consciente—seguí
posando mis manos sobre sus mejillas—. ¿De
acuerdo? Necesitamos llevarte al hospital.
Asintió apenas.
—¿Puedes caminar?
Volvió a asentir y la ayudé a ponerse en pie. Se
estrechó contra mi pecho, apoyándose casi
totalmente en él, pero parecía lo suficientemente
fuerte como para caminar, así que bajamos juntos
entre el tumulto de gente, con mis manos en torno a
su cintura para ayudarla a mantener el balance y ella
recargada en mí.
448
El cambio de ambiente fue brusco una vez
pusimos un pie fuera de la casa y caminé a su paso
hasta llegar a mi auto. La ayudé a acomodarse en el
asiento del copiloto y me apresuré a tomar mi lugar
para llevarla al hospital lo más rápido posible.
Me salté varios semáforos en mi desesperación,
en la apabullante preocupación que no hacía otra
cosa que crecer. Permaneció con la cabeza recargada
sobre el cristal y, cuando le hablé de nuevo para
cerciorarme de que no había perdido la conciencia,
abrió los ojos de nueva cuenta y miró a su alrededor,
buscando ubicarse.
—¿A dónde estás llevándome?—preguntó con un
hilo de voz tan tenue que me costó descifrar lo que
dijo.
—Al hospital.
—No—objetó y por el rabillo del ojo observé
cómo colocaba una mano sobre su cabeza—. No ahí.
Le dediqué una ojeada momentánea de
incredulidad antes de volver a concentrarme en el
camino.
—¿Cómo mierda no? Necesitas que no médico te
revise, ese hijo de puta pudo haberte dado cualquier
cosa.
449
—No—repitió apenas—. No ahí.
—¿De qué carajo hablas?
Cuando no recibí respuesta, caí en cuenta de que
se había ido otra vez y que yacía inconsciente en el
asiento del copiloto.
¿Peligroso? Peligroso era que ella permaneciera
en ese estado. Peligroso era que no estuviera bajo el
cuidado de algún profesional. Peligroso era que sus
padres no…
Oh. La realización me golpeó igual que una
epifanía y mierda, antes de que pudiera analizarlo
mejor, yo ya estaba girando en la intersección para
tomar el camino que no llevaba al hospital.
Leah no quería ir al hospital porque eso
significaba exponerse ante los medios y lo peor, ante
su familia. Significaría dar un sinfín de
explicaciones de qué mierda hacía ella ahí,
totalmente drogada y perdida y qué hacía yo ahí.
Así que la llevé al único lugar donde sabía que
estaría segura.
Abrí su puerta y la sacudí levemente cuando
llegamos al estacionamiento de mi complejo de
departamentos.
450
—Leah, ¿puedes caminar?
Pareció reaccionar por un segundo para asentir y
después, se incorporó con dificultad bajando del
auto.
No terminó de dar un paso cuando estuvo a punto
de dar de bruces contra el piso, así que para términos
prácticos, la tomé en brazos y caminé hasta la puerta
que llevaba al interior de mi edificio.
La sonrisa de Bill, mi portero, se desvaneció
gradualmente conforme me acercaba, con su rostro
contorsionándose lentamente en una cara de espanto
y sorpresa con cada paso que daba.
No podía culparlo; debía lucir igual que un
Freddy Krueger luego de una magnífica noche
cazando niños.
—Joven Colbourn, ¿qué…?
—¿Puedes tomar las llaves de mi departamento y
abrirlo, por favor?—pedí bajando la vista hasta
Leah, que permanecía entre mis brazos para hacerle
ver mi impedimento—. Las llaves están en la bolsa
trasera de mi pantalón.
Asintió y cumplió con diligencia sin decir una
sola palabra, subiendo conmigo al ascensor, donde
451
viví el viaje de treinta segundos más incómodo de
toda mi vida.
—¿Desea que llame a alguna ambulancia?—
preguntó cuando ya íbamos en el décimo piso y solo
faltaban otros diez para tratar de aligerar el
ambiente.
Carraspeé y acomodé mejor el cuerpo de Leah.
La escena para un espectador externo debía lucir
extraña y jodidamente ridícula, pero no había nada
que yo pudiera hacer al respecto.
—No Bill, estamos bien, gracias—dije con toda
la jovialidad del mundo, como si yo estuviera
cargando un saco de papas y no a una chica
inconsciente, que para colmo era mi esposa.
—Como desee—observé los pisos en el ascensor
iluminarse con ansia envueltos en un silencio que ya
no podía ser más incomodo—. Ya hace un poco más
de frío afuera, ¿no?
Quise soltar una carcajada, pero me abstuve.
—Definitivamente.
Salió disparado del elevador cuando llegamos a
mi piso y abrió mi puerta en un santiamén.
452
—Gracias—dije y asintió
cerrando la puerta tras de sí.
solemnemente,
La llevé hasta mi habitación y la deposité con
delicadeza sobre la cama. No tenía ni puta idea de
cómo saber si algo estaba mal con ella porque era la
primera vez que me enfrentaba a una chica
totalmente drogada.
Si le habían dado GHB o algún otro derivado, no
tenía idea, porque nunca había tenido necesidad de
recurrir a mecanismos tan ruines para que una chica
me concediera la entrada a su paraíso.
Me pasé las manos por el cabello, frustrado y
perdido.
Ethan me contó una vez que, en una de sus miles
de tragedias, había tenido la mala suerte de liarse
con una chica que minutos antes de estar con él
había consumido de esa droga sin saberlo y que la
tipa se había desmayado, con su latir tan rápido que
parecía a punto de tener un infarto.
Aunque el infarto más bien casi lo tiene él por la
impresión.
La observé sobre mi cama, preocupado y
nervioso y al final, me dispuse a quitarle los altos
tacones, que debían resultar sumamente incómodos.
453
Me coloqué en cuclillas frente a ella y los retiré
lentamente, hasta que reparé en el pequeño tatuaje
que adornaba su tobillo y pasé mis dedos por la
minúscula figurita que era un recordatorio tangible
de la estupidez tan grande que habíamos cometido.
Igual de real, igual de definida y permanente.
No pude evitar sonreír ante la ironía de todo
aquello, porque ella y yo no podíamos ser más
distintos, más dispares y aún así, compartíamos un
tatuaje
que
denotaba
que
encajábamos
perfectamente, cosa que no podía estar más alejada
de la realidad.
De todos los tatuajes posibles, ¿por qué tenía ella
que haber elegido uno tan falso y cliché?
Mejor para ella, de hecho. Si yo hubiera tenido el
poder de la elección, seguramente habría optado por
dibujarle un pene en la frente o alguna estupidez
parecida, solo para hacerla enojar.
Suspiré con el cansancio haciendo merma en mi
cuerpo. Luego de una noche llena de emociones
como aquella, lo único que quería era dormir,
aunque seguramente no podría conciliar el sueño
tumbado sobre el sofá de mi sala.
454
Le dediqué una última mirada a la mujer que
tenía sobre la cama y toda la situación me resultó
totalmente ridícula y risible. De todas las maneras en
que podría haber logrado meter a Leah en mi cama,
¿por qué tenía que ser precisamente ésa?
Me masajeé el cuello, negando ante la forma tan
descarada en el que universo se reía en mi cara,
diciéndome ¿no la querías ahí? De nada, ya lo has
conseguido, campeón.
Fui hasta el baño e hice una mueca de dolor
cuando el agua fría hizo contacto con mis nudillos,
abiertos, palpitantes e hinchados, sin dejar de
sangrar. Miré mi reflejo en el espejo enclavado
encima del lavabo y caí en cuenta del desastre que
era. Mi ropa estaba manchada con transpiración y lo
que asumí era la sangre de aquél cabrón. Sobre mi
cara se asentaban caminos puntuales de un rojo
intenso y oscuro.
Solo de recordar lo que el tipo había estado a
punto de hacerle una rabia ciega me invadía,
absorbiendo cualquier rastro de sentido común a su
paso, con mis músculos tensándose en reacción.
Me quité la camisa, la tiré en algún lugar del
baño y me avoqué a enjuagarme la cara para
desaparecer la incómoda sensación que dejaba sobre
455
mi piel la sangre seca. Cuando alcé la cabeza, mi
corazón dio un salto cuando vi a Leah recargada
sobre el marco de la puerta, pálida como papel.
En cuanto me giré para ayudarla a mantenerse en
pie, se abalanzó sobre la taza del baño apoyándose
en sus rodillas para vaciar de nueva cuenta su
estómago.
Me coloqué junto a ella y me apresuré a hacer un
puño con su cabello para retirarlo de su cara, con mi
consternación creciendo a cada minuto.
¿Era normal que volviera el estómago más de una
vez?
Cuando terminó, la tomé del brazo para ayudarla
a ponerse en pie y le limpié la boca con una toalla.
Sus labios estaban igual de pálidos que ella, el
maquillaje en sus párpados era un desastre y sus
ojos… sus pupilas estaban completamente dilatadas.
Todo el glamour que siempre la acompañaba
había desaparecido sin dejar rastro, poniendo en su
lugar a una Leah vulnerable y expuesta.
—Leah, ¿cómo te sientes?—pregunté con
consternación, más de la que debería sentir por
alguien como ella.
456
Cerró sus ojos con fuerza, como si buscara
concentrarse o mantenerse consciente, no estaba
seguro.
La rodeé con mis brazos hasta que estuvo
recostada de nueva cuenta sobre la cama, con las
manos sobre su estómago y sus ojos clavados en mí.
—Tengo frío—dijo con voz ronca y apagada.
Me puse en pie para ir hasta el armario donde
mantenía las mantas, pero ella volvió a hablar.
—Me siento rara—sorbió por la nariz y se colocó
una mano sobre la cara.
—¿Rara cómo?—pregunté con una mezcla de
preocupación e interés.
—Rara.
Posiblemente estaba delirando, como algún
efecto secundario provocado por la droga. Decidí
ignorarla porque posiblemente ni siquiera tenía idea
de dónde carajos estaba o de quién era yo y me
dispuse a ir hasta el armario para cubrirla con algo.
—Alex—habló como si me leyera el pensamiento
y me giré para encararla.
457
—Tienes un trasero espléndido—murmuró con
un hilo de voz y no pude evitar sonreír como un
idiota.
—Eso debería decírtelo yo a ti y no al revés, ¿no
crees?—dije tomando un pesado cobertor para
calentarla. Cuando la miré, ella seguía consciente.
Estaba por envolverla con él cuando volvió a
detenerme.
—Me siento caliente—dijo y se pasó una mano
por la frente, como si quisiera retirarse sudor.
Enarqué las cejas, sin comprender y dejé la manta
sobre el suelo para recostarme junto a ella,
apoyándome sobre mi codo.
—¿Como fiebre?—posé una mano sobre su
frente, que transpiraba ligeramente, pero no había
ninguna señal de irritación. Ella en cambio, no
despegó su vista de mí.
—Tienes unos ojos divinos, ¿sabías?—susurró y
no supe si todo aquello era solo efecto de la droga o
lo decía sinceramente.
—Gracias—dije sin más, retirando un rizo que se
había pegado a su mejilla.
—Alex.
458
—Eres insoportable—espetó con un pequeñísimo
tono desdeñoso apenas perceptible y solté una risita,
impresionado de que incluso en ese estado Leah
intentara ofenderme con algo.
—Lo mismo digo—pasé mi dedo por su mejilla,
la misma que estaba manchada con la sangre de
aquel idiota, o con la mía, no estaba seguro.
—Alex.
—¿Hmmm?—estaba demasiado concentrado
siguiendo la forma de su cara como para prestarle
atención a sus incoherencias.
—Fóllame.
Retiré mi mano de su rostro instintivamente y la
miré; sus pupilas dilatadas brillaban en la oscuridad,
con sus ojos pidiendo exactamente eso: que la
follara.
Si ella hubiera sido otra chica, cualquier otra, no
habría dudado ni un segundo en meterme entre sus
piernas para hacerla mía, para complacer a su
petición. Si no hubiera estado a punto de ser violada
por encontrarse precisamente en ese estado; si no
supiera que todo eso que estaba diciendo era
459
producto de la droga que le habían dado, lo habría
hecho.
Y si yo hubiese sido otro, lo habría hecho.
Y si no hubiésemos sido nosotros, sin todos los
problemas que teníamos detrás, la habría tomado, de
una y mil maneras.
Habría sucumbido a ese deseo abrasador y
estremecedor que Leah había dejado plantado en mí
desde aquel estrepitoso viaje y que no había hecho
otra cosa que crecer y extenderse como el fuego.
Lo que había empezado como una forma por
fastidiarla, por hacerla perder el control, por
demostrarle quién de los dos tenía más poder sobre
el otro se había transformado en un retorcido vórtice
de emociones, sensaciones y pensamientos que yo
no podía controlar la mayor parte del tiempo.
Ahora, no tenía idea de quién controlaba a quién.
Sin embargo, de una cosa sí estaba seguro: la
deseaba, la deseaba con vehemencia e intensidad.
Pero no así.
—No—dije contundente y coloqué una mano
sobre la suya, que reposaba sobre su estómago.
460
Sus ojos se llenaron de una emoción que no pude
definir.
—¿No te gusto?—su voz tembló y sonreí con
ironía.
Estás volviéndome loco de hecho.
La observé por unos minutos, calibrando las
posibilidades que había de que ella recordara algo de
esto mañana.
—Leah, estás matándome—dije con sinceridad y
voz tensa, entrelazando sus dedos con los míos—.
La verdad, estoy muriendo por estar entre tus
piernas.
Y en verdad, tenía que estar loco de remate para
no acceder, para no tomarla justo ahí, justo así. Justo
cuando Leah se ofrecía a sí misma sin
remordimientos ni dudas.
—Házmelo—repitió y negué dándole un apretón.
—No, no así. No cuando sé que no vas a recordar
una mierda por la mañana y te sentirás culpable, otra
vez.
No quería tomarla de la misma forma en que lo
había hecho en Las Vegas: estando prácticamente
inconsciente, sabiendo que no era algo que ella
461
realmente quisiera, sino que era solo el efecto de
otra cosa—de una jodida droga. No cuando sabía
que despertaría odiándose a sí misma por ello y a
mí, sobre todo a mí.
Posó su atención en el techo, somnolienta y
después volvió a mí.
—Alex.
—¿Qué?—dije con una mezcla de preocupación
y diversión, porque no sabía cuál sería el siguiente
disparate que saldría de su boca.
—Creo… creo que me gustas.
La declaración fue lo suficientemente impactante
para descolocarme. Fijé mi vista en ella y la observé
detenidamente, sin ser capaz de discernir qué era
efecto de la droga y qué era verdad.
Lo peor era que me sorprendía que ella pudiera
definir tan bien sus sentimientos, porque yo no era
capaz de hacerlo. Leah me atraía, de eso no tenía
duda alguna, pero no sabía si ya estaba en el mismo
nivel que ella.
No supe qué decir.
—Oficialmente estás delirando—me incorporé en
la cama para acomodarla mejor sobre ésta y dejarla
462
descansar.
—Edith dice que debes follar como los dioses—
murmuró y un amago de sonrisa se extendió por su
rostro—. Tiene razón.
—Estás haciendo maravillas con mi ego, Leah—
dije sin poder contener la enorme sonrisa que
pintaba mi cara.
Definitivamente ésta era una anécdota que sí
quería guardar para la posteridad, para regodearme
en el hecho de que Leah McCartney había admitido
que le había gustado la manera en que la había
follado.
—Suficientes confesiones por hoy, princesa—la
cubrí con el cobertor que yacía sobre el suelo y
coloqué una almohada bajo su cabeza—. Es hora de
que duermas un poco para que no pierdas la
costumbre de tratarme con la punta del pie.
Fui hasta el mismo armario de donde había
sacado el cobertor y extraje una sábana para
cubrirme con ella en el sofá. Iba a ser una noche
larga e incómoda.
Estaba por salir cuando Leah volvió a detenerme.
463
—Alex—habló y disfruté de la forma en que mi
nombre sonaba entre sus labios.
—¿Qué?—respondí por enésima vez, mirándola
sobre el hombro.
—Quédate—pidió desde la cama.
Sopesé mis posibilidades y me acerqué, sin estar
seguro. Leah bien podría aprovecharse de esa
situación para arrancarme los huevos con un
cuchillo de cocina por haber osado meterla en mi
cama y tener el descaro de dormir junto a ella.
—¿Estás segura?
—Quédate—repitió y me metí bajo las sábanas
luego de unos momentos de duda, dejando una
prudente distancia entre ambos.
Pensé que se acercaría, pero no lo hizo. En
cambio, se subió el cobertor hasta la barbilla y me
dio la espalda.
Observé el bulto que formaba en la oscuridad y
me di cuenta de lo jodido que en verdad estaba si
permitía que las cosas entre nosotros llegaran más
lejos.
Me prometí no dormir para mantenerme en
guardia en caso de que la hija de Satanás decidiera
464
intentar algo, pero caí rendido ante el cansancio
antes de que pudiera contar hasta diez en un sueño
sorpresivamente profundo y tranquilo.
Cuando desperté, la habitación seguía sumergida
en la penumbra. Una sensación de adormecimiento
se extendía por uno de mis brazos, acompañado de
una leve presión sobre mi pecho.
Por un momento pensé que Leah estaba
ahogándome con una almohada en uno de sus
ataques de neurosis y que la presión que percibía
sobre el pecho era el aire abandonando sin remedio
mis pulmones. Pero no.
Cuando mis ojos se acostumbraron a la
oscuridad, caí en cuenta de que su cabeza reposaba
sobre mi brazo, con el resto de su cuerpo sobre él.
Uno de sus delgados brazos se extendía sobre mi
abdomen y una de sus piernas se entrelazaba con las
mías. Estaba tan pegada a mí que podía percibir el
acompasado subir y bajar de su pecho.
La chica dormía como la misma muerte. Estaba
seguro de que ni siquiera un terremoto de escala diez
sería capaz de despertarla.
Mi primer pensamiento fue quitármela de
encima, porque tenía tanto tiempo sin compartir la
465
cama con alguien que me había desacostumbrado
por completo a tener que compartir con otra persona
un espacio tan persona. Sin embargo, podía notar
que dormía tan plácidamente que no pude hacer algo
tan cruel como despertarla.
La posición en la que nos encontrábamos era de
todo menos cómoda—al menos para mí—, pero la
dejé ser, porque a pesar de todo, se sentía bien. Se
sentía natural, incluso.
Dejé que la sensación de tranquilidad que se
extendía por mi pecho terminara por arrullarme y
cedí ante el pesar de mis párpados.
Era de las primeras veces en las que lograba
conciliar un sueño tan reparador.
Cuando desperté, Leah seguía enrollada en torno
a mí tan fuertemente como una serpiente a un árbol.
Me froté el rostro para eliminar los rastros de sueño
y reparé en la luz que entraba por las cortinas, señal
de que ya debía ponerme en marcha.
Traté de deshacerme de su agarre con la mayor
delicadeza posible, aunque sabía que ni siquiera
tirándola de la cama podría despertarla.
466
Emitió un somnoliento suspiro y se acomodó
entre las sábanas recostándose sobre su estómago y
hundiendo su cara del lado contrario al que yo
estaba.
Moví mi brazo para desaparecer el molesto
hormigueo que su cuerpo había dejado sobre él y me
apresuré a ir hasta el baño para asearme, cosa que
necesitaba urgentemente.
La ducha caliente hizo maravillas evaporando la
horrible tensión que había sobre mis hombros y mis
brazos, que se sentían levemente doloridos por la
paliza que le había dado al tipo el día de ayer. Ignoré
el escozor que sentía en mis nudillos, aún
estropeados.
Una vez salí, comprobé que Leah siguiera
respirando porque dormía como una piedra y me
coloqué ropa cómoda de ejercicio. Me dirigí a la
cocina para tomar de la nevera un vaso de agua y no
fui consciente de cuánto lo había necesitado hasta
que el líquido inundó mi boca seca.
Aún con el vaso en mano, tomé mi celular, que
permanecía olvidado sobre la barra y revisé los
miles, en verdad, miles de mensajes de Ethan
preguntando dónde mierda estaba.
467
También
había
mensajes
de
Edith,
preguntándome si sabía algo de Leah, porque al
parecer el amigo de no sé quién mierda estaba en el
hospital y él había sido la última persona que la
había visto.
Seguramente se refería al hijo de puta que había
intentado violarla.
Congelé mis pensamientos justo ahí, porque ya
sentía mi mandíbula tensarse solo de recordar la
grotesca escena.
Reparé en que también tenía algunos mensajes de
Jordan, preguntando si había visto a Leah en la fiesta
porque al parecer nadie sabía de ella.
Calibré la posibilidad de responderle y decirle
que no se preocupara, que estaba conmigo, sana y
salva.
Más salva que sana.
Pero sabía que si lo decía, Jordan no tardaría en
presentarse en mi puerta y llevarla de vuelta consigo
a quién sabe dónde, y una parte de mí, una gran
parte, quería estar en su presencia por más tiempo.
Así que decidí ser egoísta y tenerla solo para mí
un poco más, solo un poco más antes de que todo
468
signo de paz se evaporara.
El timbre me sacó de mis cavilaciones y avancé
con paso firme hasta la puerta, pensando que
seguramente era Bill para preguntarme si todo
estaba bien, si yo seguía vivo.
Sin embargo, los ojos que me recibieron del otro
lado resultaron familiares en la misma medida que
aterradores.
Joder.
—Cariño, ¿por qué esa cara? ¿No estás feliz de
verme?—preguntó mamá acercándose para depositar
un beso sobre mi mejilla, sonriendo brillantemente y
entrando sin esperar a que yo lo autorizara.
—¿Qué dem…?—me giré para cortarle el paso y
ella me miró resplandeciente, con su apretada coleta
sobre su cabeza.
—Decidí que hoy pasaríamos el día juntos—
anunció con emoción—. He acomodado toda mi
agenda para no tener ninguna junta o evento
pendiente y así poder consentir a mi hijo.
Le dediqué mi mejor mirada de desconcierto.
—Es un detalle… encantador—sonreí, incómodo
—. Pero no puedo hoy, mamá.
469
—¿Por qué no?—todo rastro de jovialidad
abandonando su rostro para ser reemplazado con
dureza—. Es sábado, cariño. ¿Qué planes tienes que
sean mejores que pasarlo con tu madre? Ya he
planeado todo. De hecho, es hora de que vayamos a
desayunar.
—Mamá, no puedo. En otra ocasión, ¿está bien?
Mañana, si quieres, pero no hoy—insistí, mirando
nerviosamente el pasillo donde sabía estaba Leah.
En mi cama. Dormida.
—¿Por qué?—frunció el ceño, sin comprender y
posó las manos en sus caderas—. Tengo tiempo sin
pasar un día entero contigo, ya es hora.
—No puedo—me rasqué la nunca, sin poder
encontrar una excusa convencional—. Tengo planes,
he quedado con…
Pero los ojos de mi madre ya no estaban posados
en mí, sino en algo que yo no capté hasta que me
giré y con una mierda si el corazón no se me paró en
ese momento.
En el sillón, justo frente a mamá, estaba el
pequeño bolso que Leah había llevado a la fiesta y
que
yo
seguramente
había
tirado
ahí
470
descuidadamente
departamento.
cuando
entramos
a
mi
—No me digas, ¿con una mujer?—negó
reprobatoriamente y antes de que pudiera detenerla,
ella ya estaba caminando por el pasillo para hacer
sabrá Dios qué, pero conociendo lo impulsiva y
desdeñosa que podía ser mi madre cuando se lo
proponía, podía esperar lo peor.
Aunque seguramente se moriría aquí mismo si se
enteraba que quien estaba en mi cama era Leah
McCartney.
—Mamá—la detuve justo antes de que llegara a
la puerta de mi habitación tomándola del brazo—.
No seas imprudente, por el amor de…
Se soltó con brusquedad y con paso decidido
llegó hasta el marco de la puerta, donde fijó su vista
sin parpadear.
Ésa era otra de las razones por las que había
decidido huir de casa: mi madre no conocía el
concepto de privacidad.
Esperé a que se desplomara en el piso por la
impresión o que explotara como una uva por la furia.
471
Pero no. Cuando diez segundos pasaron y mi
madre siguió sin sufrir un aneurisma fulminante, me
acerqué cauteloso y caí en cuenta de por qué aun
seguía viva: porque desde esa posición, no podía
verle el rostro a la chica que dormía plácidamente
entre mis sábanas.
Agradecí internamente a todos los dioses habidos
y por haber.
Posó los dedos en el puente de la nariz y soltó el
aire con pesadez.
Negando, me hizo a un lado para abrirse paso
hasta llegar a mi sala, conmigo pisándole los talones.
—¿Cuándo crecerás y dejarás de hacer estas
cosas?—me reprendió con tono ácido.
—Tengo veintidós años, no cuarenta. Es obvio
que quiero divertirme…
—¡Pero no así!—alzó la voz y miró rápidamente
al pasillo, cerciorándose de que no hubiese
despertado a la extraña—. ¿Al menos estás
cuidándote?
—Mamá…—respondí en un tono que dejaba en
claro lo mucho que me incomodaba hablar de este
tema con ella.
472
—Alex, respóndeme. Tengo miedo de que alguna
de estas putas con las que te acuestas te pegue algo
—me riñó con dureza, mirándome con más fiereza.
—No son putas, son…
—Putas—terminó, tajante, cruzándose de brazos
—. No hay otra forma de llamar a una chica que
abre las piernas tan fácilmente y duerme donde sea.
Puse los ojos en blanco, sintiéndome cada vez
más incómodo con la conversación. Mi madre
pareció captarlo porque desvió la vista y frunció los
labios, pensativa.
—Espero que al menos no seas tan descuidado
como para hacerme abuela, porque entonces voy a
desheredarte, te lo juro—espetó con determinación y
la miré incrédulo.
—Tranquilízate, no vayas por ahí.
—No, tú no vayas por ahí—clavó sus ojos en mí,
mortales y volvió a negar, ahora con más
resignación—. De acuerdo, en vista de que ya has
arruinado mis planes de hoy, veré si Brad…
Enarqué las cejas. Brad era su entrenador
personal.
473
—Te veo luego, hijo. Cuídate, ¿de acuerdo?—
estiró la mano para acariciar mi mejilla y mirarme
con devoción.
Sonreí aliviado al saber que por fin se iría y un
poco apenado por haber arruinado tan feamente su
mañana.
—Soy todo tuyo mañana, lo prometo.
—Eres mío siempre, Alexander—dijo con
determinación, alzando la barbilla—. Tu esposa
tendrá que caerme muy bien para que yo te comparta
con ella.
Ni te lo esperas pensé con ironía, imaginando
cómo sería si yo presentara a mis padres a Leah
como mi esposa.
Un escalofrío me recorrió la columna.
Miré el reloj en mi muñeca y reparé en que ya
eran pasadas de las once de la mañana.
¿Debería cerciorarme por enésima vez de que
Leah seguía respirando y que no se había ahogado
con su propio vómito?
474
Me dispuse a ir hasta la habitación para estar
seguro y justo cuando giré en la esquina de la cocina
para salir, solté un grito de terror, seguido por lo que
yo creí era el grito de guerra de Leah, que me miraba
con cara de desquiciada, con un florero en alto.
Sentí mi corazón latir como loco del susto y de
verdad que por un momento creí que me había
cagado en los pantalones.
Sus ojos parecieron por fin reconocerme y bajó el
florero, salvándome de una inminente contusión.
—¡Alex!—exclamó,
con
sus
facciones
relajándose al instante y su expresión de asesina
cambiando a una de alivio en una fracción de
segundo.
Dio dos pasos con toda la intención de
abrazarme, pero pareció pensárselo mejor y
permaneció de pie mirándome, dejando un espacio
entre ambos.
—¿Qué carajo está mal contigo, desquiciada?
Casi me matas de un susto—me quejé, permitiendo
que mi palpitar se ralentizara—. ¿Qué mierda haces
con ese florero? Podrías lastimar seriamente a
alguien.
475
—¡Tú casi me matas a mí!—se defendió,
colocando el florero en la mesa que tenía delante—.
Ése es el punto de llevar un florero, idiota—explicó
con desdén—. Desperté aquí y no tenía idea de
dónde estaba y pensé que eras… pues… no importa.
Sacudió la cabeza y la observé: era un desastre.
Tenía el maquillaje en torno a los ojos corrido y
había manchas sobre su vestido—que seguramente
eran de vómito—, con el dobladillo totalmente
disparejo dejando casi al descubierto sus piernas,
con sus pies descalzos.
—¿Estás bien?—pregunté, recordando que horas
antes había estando vomitando como una manguera
— ¿Recuerdas algo de ayer?
Era una pregunta con doble intención: por una
parte, quería saber si habría alguna secuela por su
intento de violación y por otra, deseaba saber si
recordaba algo de lo que me había confesado ayer.
—¿Te refieres a que si recuerdo cómo te
aprovechaste de mí otra vez?—colocó las manos en
sus caderas, desafiante—. Para tu mala suerte, sí
recuerdo, y no puedo creer que lo hayas hecho de
nuevo. Eso solo comprueba lo mal que…
476
—No era yo—dije mirándola con incredulidad—.
No era yo en la fiesta, Leah.
Sus ojos se abrieron como platos y una genuina
expresión de terror se asentó en su rostro.
—¿Cómo…? ¿Cómo que no eras tú? Entonces,
¿entonces quién…?—se pasó una mano por el
cabello, posiblemente buscando reconstruir los
eventos de ayer—. Por favor, no me digas que ese…
ese chico…
La miré impasible y el terror dio lugar al dolor.
—¿Quieres decir que ese chico me… que yo…
que él me…?—su rostro mostraba tal desesperación
que incluso pensé que se echaría a llorar en ese
momento.
—No—dije contundente, antes de que pudiera
terminar la frase, con el músculo de mi mandíbula
tensándose, contrayéndose ante esa perspectiva.
La posibilidad de que algo le hubiese ocurrido a
Leah en manos de aquel tipo, de que yo no hubiese
llegado a tiempo, de que no hubiese podido
ayudarla, me resultaba más sobrecogedora de lo que
me permitía admitir.
477
Si Leah me hiciese sentir menos cosas, no me
habría molestado. Supongo que simplemente lo
habría dejado ser. Pero los sentimientos y
sensaciones que ella traía consigo eran nuevos e
intensos y, aunque sabía que debían terminar en
algún punto, en algún lugar, no sabía si estaba listo
para que lo hicieran.
O si quería que lo hicieran.
Soltó el aire con alivio y se llevó una mano al
pecho.
—Pensé…es que…—tragó saliva para suavizar
su voz ronca—. ¿Cómo… qué pasó? Lo último que
recuerdo es tener a alguien encima de mí y después,
nada.
—Subiste con él a las habitaciones—expliqué,
con más acidez de la que deseaba—. Supuse que
estabas a punto de cometer otro error. Yo solo evité
que sumaras uno más a tu lista.
—¿Nos seguiste?—dijo perpleja y sorprendida a
la vez.
—Ibas perdida en los brazos del tipo—enarqué
una ceja, desafiándola a que me contradijera—. Si
quieres follarte a otros, está bien, pero al menos
hazlo conscientemente.
478
—¡No quiero!—se defendió alzando la voz.
—¿Además de Jordan?
—No—y le dediqué una mirada significativa,
porque conmigo sí que había follado en la tima y no
era precisamente el gemelo de su novio. Pareció
comprender porque se apresuró a añadir:— Quiero
decir, es… gracias. Gracias por evitar que algo malo
me sucediera.
—No te preocupes, lo habría hecho por
cualquiera—respondí cuando me di cuenta de que
estábamos a terreno muy personal y eso significaba
peligro.
La sombra de la decepción pareció adueñarse de
su rostro por un milisegundo, antes de recuperarse y
pasarse una mano por el cabello.
Pero sabía que era una mentira, porque no lo
habría hecho por cualquiera. No habría reaccionado
tan coléricamente por cualquiera. No habría sentido
tanto miedo ni preocupación por cualquiera y lo
sabía.
—Deberías denunciarlo—dije luego de unos
segundos en silencio.
—¿Qué? Claro que no—bufó.
479
La miré perplejo. ¿La droga la había dejado mal
de la cabeza?
—¿Cómo que no? Para que te enteres, el tipo
estuvo a punto de violarte, vio-lar-te—hablé con
lentitud para ver si me entendía—¿Comprendes lo
que es eso?
—Claro que lo sé, animal—siseó—. Pero no
pienso hacerlo, porque eso significaría suicidio
social.
¿Qué mierda? Pareció entender que no
comprendía nada porque suspiró, cruzándose de
brazos.
—Eso significaría un montón de reportajes y
opiniones en un montón de revistas y programas de
chismes de los que yo no quiero formar parte.
Además, no quiero que todos me vean como la
pobre chica que intentaron violar.
—Leah, estás mal de la cabeza—dije con hastío y
perplejidad—. No todas las chicas tienen la misma
suerte que tú, por Dios. Yo estuve ahí, pero, ¿si no?
¿Vas a permitir que ese enfermo siga violando
mujeres?
—Pero sí estabas, Alexander, y te lo agradezco—
dijo sin más y quise sacudirla para ver si podía meter
480
un poco de razón en su cabeza de esa manera.
—Haz lo que te dé la gana—espeté, hastiado con
su indiferencia ante una situación que era
sumamente peligrosa.
Carraspeó y clavó sus ojos en sus pies descalzos,
hasta que volvió a centrarse en mí.
—Oye, sé que esto te parecerá muy extraño
pero… ¿crees que pueda tomar un baño? Siento que
apesto y una ducha realmente me vendría bien.
La expectación tiñó sus orbes pigmentados y
asentí rígidamente luego de pensarlo un momento.
Debía sentirse terriblemente incómoda.
—Deja tu vestido sobre la cama, puedo lavarlo si
quieres.
—¿De verdad?—su rostro se iluminó y algo se
movió en mi pecho.
—Sí. No tengo ropa de chicas, así que…
—Está bien, me pondré cualquier cosa—se
encogió de hombros y se encaminó hasta la
habitación para tomar su baño.
Una vez escuché el agua correr, me acerqué hasta
mi pieza y tomé la prenda que yacía sobre la cama,
481
para dejar en su lugar una de mis camisetas,
acompañada de unos bóxers.
Agradecí internamente a Vania, mi ama de llaves
por enseñarme a usar la lavadora para morir no
aplastado por una avalancha de ropa sucia cada vez
que le concedía vacaciones.
Cuando regresé a la cocina, me dispuse a
preparar algo de comer porque supuse que no era
bueno tener el estómago vacío luego de volver hasta
las tripas.
Una vez terminé, le serví su ración en un plato
que puse sobre la barra. Escuché sus pasos
acercándose y con. Una. Mierda.
Lo que tenía delante me dejó sin habla y secó mi
garganta, con un molesto tensar en mis pantalones.
Leah estaba de pie usando solamente una
camiseta de los Washington Redskins y, antes de que
pudiera hacer algo para evitarlo, yo ya estaba
bebiéndola con descaro.
Era algo criminal y profano incluso, por el amor
de Dios. Sus piernas estaban casi totalmente
expuestas y se mostraban impolutas, torneadas,
fuertes y largas, tan largas que yo podría perderme
en ellas por horas, sobre todo sabiendo lo que
482
custodiaban tan apretadamente. La longitud de la
camiseta cubría apenas lo suficiente y la tela se
curvaba para adaptarse perfectamente a la forma de
sus pechos, con su cabello húmedo pegándose a su
espalda.
Resistí con la voluntad de un monje el impulso de
ir hasta ella para sacarle por la cabeza la única
prenda que la cubría y tomarla justo ahí, justo
encima de la mesa que tenía detrás.
Mentalmente me pregunté cómo se vería con mi
camiseta de los Red Sox, o de los Patriots, o de los
Dallas Cowboys y me di cuenta de que, aunque verla
utilizando una de mis prendas me resultaba algo
sumamente irreal, no tardaría en acostumbrarme a
tan buena y estimulante visión.
—¿Quieres una foto?—dijo con sarcasmo
acercándose a la barra, sacándome de mi
ensimismamiento.
—Si vas a utilizar solo eso en la foto, por mí
encantado—respondí señalando mi camiseta, pero a
ella no me hizo ninguna gracia y me dedicó una
grosería con el dedo.
Extendí el plato de comida para ponerlo frente a
ella y clavó sus ojos en el contenido.
483
—Come.
—¿Qué le has echado?
mirándome con desconfianza.
¿Raticida?—dijo
—Para matar a un parásito como tú se requiere
más que eso—espeté con desdén, comiendo un
bocado para demostrarle que no había ideado ningún
maquiavélico plan en su ausencia, pero ella ya no le
prestaba atención a la comida.
—¿Cómo te hiciste eso?—inquirió sorprendida,
tomando mi mano libre para analizar más de cerca
los cortes.
—Poniendo en su lugar al hijo de puta de ayer—
expliqué con tono oscuro y ella se sacudió.
—Necesitas costura en algunos—dijo observando
mi otra mano— ¿Tienes un botiquín?
Asentí y me giré para extraer de la alacena más
alejada el botiquín que nunca jamás en la vida había
abierto desde que me mudé ahí.
Rodeó la barra hasta quedar frente a mí y retiró la
tapa para sacar lo necesario.
—¿Qué haces?
—Pagándote el favor de ayer.
484
Sin decir una palabra más, presionó un algodón
húmedo sobre mis nudillos y solté un aullido,
retirándome de su tacto por reflejo.
—¿Estás loca? Eso duele—me quejé, sacudiendo
la mano para tratar que aminorara el dolor.
Enarcó las cejas.
—Ustedes los hombres son tan raros. Pueden
partirle la cara a alguien por mera diversión, pero no
soportan un simple algodón col alcohol. Algo debió
estar mal con la cadena de evolución al crearlos a
ustedes.
Solté una risita ante su comentario porque tenía
razón, pero volvió a tomar mi mano antes de que
pudiera protestar.
Trabajó sobre mis nudillos con diligencia y en
silencio, tan cerca que incluso podía contar las
espesas pestañas que enmarcaban sus ojos, creando
una sombra debajo de ellos. Su aroma inundó mi
nariz e intoxicó mis sentidos, dejando una estela de
olor —parecido a lavanda— cada vez que se movía
para extraer algo del botiquín.
Su manos eran hábiles; pequeñas, suaves y
cálidas en comparación con las mías.
485
Me sentí sobrecogido de pronto por lo íntimo y
personal de la situación, por lo cerca que estábamos
el uno del otro, por lo poco que tendría que
inclinarme para tomar su boca con la mía, para
reclamarla una y otra vez.
Mientras trabajaba, divagué en las posibilidades
de lo que podría pasar si lo permitía, si lo
permitíamos. No podía ocultar que me sentía atraído
a Leah igual que una palomilla a la luz, aunque no
pudiese explicar la profundidad ni las razones de esa
atracción. Su actitud era en definitiva un problema
pero, ¿qué tal si…?
¿Qué tal si íbamos más lejos? ¿Qué tal si
dejábamos correr todo este desastre a rienda suelta?
¿Qué era lo peor que podría pasar?
¿Qué era lo mejor que podría pasar?
Y ahí estaba, el pensamiento más peligroso de
todos: el qué tal si, porque por mucho que quisiera
tener a Leah solo para mí, sabía que no podía
hacerlo, que ni siquiera tenía permitido verla o
tocarla de la manera en que deseaba, porque estaba
prohibido.
Y quise sonreír con ironía ante esta ridícula
bastardización de Romeo y Julieta, porque no
486
éramos más que eso. Igual de improbables e igual de
clichés.
O tal vez éramos solo un par de jóvenes
inexpertos tratando de arreglar los errores garrafales
que habíamos cometido en nuestra idiotez.
No tenía idea de a dónde estaba yendo con Leah,
pero definitivamente estábamos yendo a algún lado.
Tal vez al desfiladero, donde todo se iría a la mierda.
Pero también era posible que tuviéramos un
mejor destino.
—¿Cómo aprendiste a hacer eso?—pregunté
cuando el silencio era demasiado.
—Mi madre es médico, ¿recuerdas?—alzó la
vista y dio un pequeño paso hacia atrás para ganar
distancia cuando cayó en cuenta de lo cerca que
estábamos.
—Pues, cuando era pequeña solía caerme mucho
y siempre tenía los brazos y las rodillas hechas un
desastre—explicó acariciando mi mano con sus
dedos a pesar de que no era necesario porque ya
había terminado.
487
—Eso lo recuerdo—una sonrisa se pintó en mi
cara ante la memoria—. Eras un torbellino y una
niña tan, pero tan irritante.
—¡Oye!—me dio un leve empujón, sonriendo—.
Mira quién habla. Tú eras más irritante que yo,
siempre andabas corriendo por ahí.
—Tú eras una mandona de primera. Bueno, aún
lo eres—rectifiqué y me miró con dignidad—, pero
en ese entonces te cabreabas horriblemente si Erik y
yo no jugábamos a lo que tú proponías. Y luego
recuerdo que nos ponías a bailar esa asquerosa
coreografía de las Spice Girls, Dios.
Leah soltó una carcajada al ver mi mueca de
dolor y el sonido resultó estimulante, porque tenía el
tipo de risa que hacía que quisieras contar un
montón de chistes solo para volverla a escuchar.
—No era tan mala—se quejó, aún riendo.
—Eras peor—negué y abrí los ojos cuando
recordé algo más—. ¿Recuerdas cuando Erik puso
mi muñeco favorito encima de un árbol y ustedes
dos, psicópatas, me hicieron subir por él?
Se cubrió la boca con las manos. La harpía lo
recordaba.
488
—Me quebré el brazo por su culpa cuando me caí
—me masajeé el área afectada al evocar el terrible
dolor que sentí.
—¡Tiraste mi muñeca favorita a la basura!—se
defendió, sin poder contener la risa.
—¡Podías haberla recogido! No lo hiciste por
ridícula.
—Lo siento, tenía que vengarme de alguna
manera.
La miré incrédulo.
—Ya, y casi matarme era tu plan maestro, ¿no?
Se dobló de la risa sobre la barra y tuvieron que
pasar varios segundos para que lograra respirar.
—Pero te vengaste—dijo limpiándose las
lágrimas—. ¿Recuerdas el pastel que según tú era de
la paz y resultó ser tierra?
Esa vez, reí yo, porque recordé la enorme
mordida que Leah le había dado, lo mucho que lo
había masticado hasta que cayó en cuenta de que era
tierra.
—¡Te juro que estuve escupiendo tierra por una
semana!—rió echando la cabeza hacia atrás y yo
489
tuve que luchar para respirar correctamente.
—Te lo merecías.
Negó, divertida.
—¿Recuerdas la vez que arruinaste la bata de mi
mamá?
La observé con asombro. Lo había olvidado por
completo.
—¿La vez que usé su bata favorita como capa de
superhéroe y la ensucié tanto que no la volvió a
usar?
—¿Ensuciar? ¡La rompiste!
Otra ola de carcajadas inundó el aire por unos
buenos tres minutos, hasta que ella pudo
componerse lo suficiente.
—Esa fue la última vez que esa tía tuya te llevó a
casa, ¿no?
—No, la última vez fue cuando tuvimos una
guerra de lodo Erik, tú y yo, y tú intentaste
ahogarme en la tina mientras Ana no nos vigilaba—
soltó otra risotada porque sabía que tenía razón—
¿Ves? Eres una psicópata.
490
—¿Qué te puedo decir? Eras insoportable—se
defendió encogiéndose de hombros.
—Es bueno saber que la última vez que tú y yo
compartimos una tina no quisieras ahogarme. No
debajo del agua, al menos—la risa cesó de pronto y
pareció entender mi comentario.
—Nos llevábamos bien antes—acotó con la cara
enrojecida por la risa.
—Si tú lo dices.
—Esto es una tregua, ¿de acuerdo?—extendió su
mano diplomáticamente—. Por los días pasados y
por el de hoy, en agradecimiento por haberme
salvado.
—Mira tú, qué honor—se la estreché y volvió a
sonreír.
—Al menos no discutiré contigo hoy.
Después de tantas miradas desdeñosas,
furibundas y matadoras, se sentía bien saber que
podía provocar en Leah algo diferente a la repulsión
y la desesperación.
—¿Es uno de los privilegios de ser tu esposo?—
dije con burla y ella hizo una mueca pero no soltó
mi mano.
491
—Eres un imbécil.
—Eres una malcriada.
—Eres una sanguijuela.
—Parásito.
—Cabrón.
—Zorra.
—Hijo de puta.
—Put…
—¡Eh!—se soltó de mi mano y me señaló con el
dedo, mirándome con advertencia.
Bufé.
—¿Qué tienen las mujeres con esa palabra?
—Es ofensiva. Es una palabra sucia.
Sonreí ladinamente.
—No hay nada malo con ensuciarse un poco de
vez en cuando, Leah.
Me miró de una forma que no pude identificar,
pero que sabía se debía a que había entendido el
doble sentido en mis palabras y me encantaba eso de
492
ella, lo ágil que era su mente, porque nunca podía
hacer ese tipo de comentarios frente a otras chicas
sin que me preguntaran de qué demonios estaba
hablando.
Había ocasiones en que ni siquiera Ethan o
Jordan comprendían mis comentarios, pero ella no
tenía problema alguno.
Leah había sido muchas cosas y aún lo seguía
siendo. Era una enemiga en la misma medida que
una aliada. Una persona para hablar en la misma
medida que ignorar. Una extraña al mismo tiempo
que mi esposa. Era una maraña de contradicciones,
pero era precisamente eso lo que la convertía en un
ser humano, una persona.
Y la vida de una persona se conformaba de
oportunidades. Tal vez Leah McCartney era una de
esas oportunidades que se presentaban una sola vez
en la vida. La verdad era que no tenía idea, pero,
¿qué era el arrepentimiento? Un suceso del pasado
del que la vida se encargaba de sacarte adelante, a
superarlo. Y yo podría hacer eso justamente, podría
tomar la oportunidad en cualquier momento, nadie
tendría que saberlo, era solo que…
Bueno, ni idea de qué era.
493
Yo no estaba enamorado de ella, así que no podía
herirme. Cualquier cosa que sucediera con Leah, era
solo una forma de matar el tiempo, de explorar cosas
distintas, incluyendo los nuevos sentimientos que se
abrían paso en mi interior. Y tal vez era un
comportamiento estúpido, peligroso y descuidado
que me terminaría conduciendo a otro error y a
actuar contra todos los deseos y expectativas de mi
familia pero, ¿qué era la juventud sino ese campo
abierto para cagarla en grande? Para arrepentirte
momentáneamente y disfrutarlo eternamente.
Era innegable que ella despertaba cosas en mí
que nadie había logrado nunca y estaba más
inclinado a explorar esos sentimientos más que a
darles la espalda.
Sin embargo, para ello, Leah tendría que aceptar
y no veía muchas posibilidades de ello.
Así, Leah pasó el resto del día en mi
departamento, familiarizándose con mi espacio
personal, con mis fotografías, mis trabajos,
recordando anécdotas y un millón de cosas más,
hasta que su teléfono comenzó a vibrar como loco
pasadas de las seis de la tarde y tuvo que vestirse de
nueva cuenta en menos de dos segundos.
Me miró en el umbral de la puerta.
494
—Esto no puede volver a repetirse, ¿lo sabes, no?
Fue un error.
La miré con los brazos cruzados.
—Los errores son para no volver a cometerse,
Leah, y nosotros tenemos muchas reincidencias.
Se mordió el labio, dubitativa.
—Te veo el próximo fin de semana, Alex—y sin
decir una palabra más, salió en busca de su Uber.
Era rara, aquella cosa extraña y retorcida que
nosotros teníamos.
Si sucedía, entonces que sucediera. Si no, no
habría problema alguno, solo una chica más con la
que las cosas no funcionaron y ya está.
Y si tenía que darle la espalda a todo aquello,
entonces lo haría sin dudarlo.
Sonreí ante el plan que ya estaba maquilando en
mi mente para hacerla caer.
Iba a conseguirla, oh, claro que iba a caer.
¡Buenas noches mis niños!
495
¿Qué les pareció?
El próximo capítulo ya está escrito, así que
dependiendo de qué tanto amor les den a éste,
subiré el siguiente entre mañana y el viernes.
Las cosas están por complicarse un montón, es
lo único que puedo decir.
¡Espero sus votos y comentarios, que me
motivan un montón a seguir!
El próximo capítulo irá dedicado al primer
comentario.
Con amor,
KayurkaR.
496
Capítulo 15: Provocaciones.
Leah
Me froté los brazos buscando generar un poco de
calor.
Mentalmente me reprendí el haber salido de su
departamento sin pedirle alguna chaqueta o algo con
lo que pudiera cubrirme; los cómodos días de
septiembre estaban cediéndole el lugar a vientos más
fríos de octubre.
Sin embargo, una parte de mí, la parte sensata, lo
agradeció. Ya era demasiado malo que me hubiese
quedado en su departamento como para ahora tener
algo suyo, para tener otra razón más por la que estar
agradecida.
Una vez puse mi trasero en el acolchado asiento
del Uber, lo primero que hice fue llamar a Erik,
quien atendió al segundo toque.
—¿Leah? ¿Qué pasa?—respondió desde el otro
lado de la línea.
—Hola a ti también—mencioné con sorna. Era
raro que lo llamara por teléfono estando ambos en la
497
ciudad—. Necesito que me hagas un favor.
—¿Cuál?—preguntó con curiosidad—¿Estás
bien? ¿Quieres que vaya por ti a algún lugar?
—No,
necesito
que
me
cubras—pedí
mordiéndome una uña, antes de retirarla; era un
hábito contra el que había luchado mucho como para
volver a caer ahora—. Necesito que le digas a
nuestros padres que dormí en tu departamento.
—¿Qué?—su voz era una perfecta mezcla de
sorpresa y perplejidad—.¿Qué hiciste ahora?
—Nada—me apresuré a decir, sintiéndome
ridículamente expuesta, aunque sabía que él no tenía
ni idea—. Te lo explicaré después, pero por ahora,
¿podrías cubrirme?
Escuché a mi hermano suspirar.
—Bien, pero quiero saber si estás bien.
—Sí, sí—me mordí el interior de la mejilla—.
Estoy bien.
Pero por poco.
—De acuerdo. Te veré después para que me
pongas al tanto, ¿si?
498
—Sí—mentí.
En cuanto corté, recargué la cabeza con pesadez
sobre el asiento y cerré los ojos para tratar de
ralentizar mi agitada mente, para darle un poco de
sentido a todas las imágenes inconexas de la noche
anterior.
Y las extrañas sensaciones que brotaban en mi
interior igual que enredaderas.
¿Qué había pasado anoche, exactamente?
La preocupación y frustración no tardaron en
tomar el liderazgo en mi mente, porque me resultaba
exasperante no poder reconstruir todo lo que había
sucedido después de que aquél imbécil me había
drogado.
Lo peor era que en mi letargo, mi cerebro había
asumido que era Alexander quien estaba sobre mí y
no supe si era realmente eso lo que me mantenía en
vilo; el no sentirme amenazada ante la perspectiva
de que hubiese sido él.
Mi corazón dio un salto ante la falta de
información y el inminente abismo que había en mi
memoria. Podría haberle dicho cualquier estupidez
en mi estado de inconsciencia; podría haberle
confesado cualquier cosa que debería permanecer
499
guardada justo donde estaba: muy al final de todos
mis pensamientos.
Sin embargo, era posible que nada de eso hubiese
ocurrido, porque conociéndolo, no iba a tocarse el
corazón para restregármelo en la cara a la primera
oportunidad.
Jugué con
nerviosamente.
mi
celular
entre
los
dedos
No había respondido ningún mensaje desde que
había despertado en la cama de Alex y, aunque mi
celular comenzó a vibrar sin parar por las insistentes
llamadas de mamá, no tenía el menor interés en
contestar los mensajes preocupados de Edith o
Jordan.
Solo quería dormir y poner un poco de orden en
mi cabeza; tranquilizar ese remolino de emociones
que era en ese momento.
No estaba segura de cuándo había logrado llegar
a un punto donde me sentía cómoda en la cercanía
de Alexander. Lo conocía desde que éramos niños,
pero era obvio que el pequeño que había conocido
en ese entonces, no tenía nada qué ver con el
hombre que se presentaba frente a mí. Ahora,
conocía a ese hombre en la distante forma que
500
aparecía con las conversaciones graduales e
intermitentes, pero nada demasiado personal.
La sensatez decía que lo mejor era dejar las cosas
en ese nivel, sin desentrañar mucho sobre él, sin
acercarme más. No obstante, sentía una enorme
curiosidad hacia Alex de muchas maneras distintas;
desde la forma en que el sol iluminaba su cabello
claro hasta el cómo sus dedos sostenían un tenedor.
Aunque no lograba entender por qué.
Era un poco perturbador para mí sentirme tan
curiosa, tan atraída por él, porque no podía
explicarlo, o describirlo y sobre todo, porque era
Alexander de quien estábamos hablando.
Ni siquiera sabía qué era lo que estaba sintiendo
realmente y no podía identificar si era el tipo de
atracción que sentías por un amigo, un compañero o
un amante, porque todo esto no lo había
experimentado con Jordan. No, las cosas con Jordan
habían sido más sencillas: habíamos alcanzado un
nivel de confianza que llega con la convivencia
constante y supongo que decidimos llevar la relación
a un siguiente nivel porque sentíamos que era lo
correcto, que era el paso siguiente en nuestra
estrecha amistad.
501
Y ambos estábamos cómodos con ello. Yo lo
quería muchísimo; me gustaba esa sensación de
seguridad y templanza que él proveía, como una
columna resistente y permanente en la que sabía que
siempre podría apoyarme.
Con Jordan jamás había experimentado tal
sensación de descontrol o nerviosismo, excitación o
deseo, y me preocupaba que Alexander ocasionara
reacciones tan volátiles en mi interior solo con
mirarme, o estar cerca, o tocarme o sonreírme.
Él tenía una sonrisa maléfica. Todo sobre él era
maléfico, de hecho: hipnótico y estremecedor. Como
si todas las partes que conformaban su persona
hubiesen sido pensadas para persuadir a los demás y
moldearlos a su antojo. Todo sobre él—su sonrisa,
su ingenio, su carisma, su intelecto, su cara, su
cuerpo, podría ser usado como un arma. Todo
dependía de con quién hablaba y qué quería
conseguir de esa persona.
Odiaba pensar en él de esa manera, cuando
traspasaba la línea del error y el desdén construido
por años y olvidaba ignorar lo atractivo que era.
Suspiré derrotada.
502
Me gustaba pensar que aún lo odiaba
vehementemente, pero ya no estaba tan segura de
ello.
Entré haciendo el menor ruido posible a casa,
esperando que no me atraparan y haciendo uso de
las habilidades ninja que de ninguna manera poseía.
Me cercioré de que no hubiese moros en la costa
y me escabullí con la cautela de un ladrón por las
escaleras que llevaban a mi habitación. Cerré la
puerta lentamente, hasta que escuché el
inconfundible clic del seguro.
Me quité las zapatillas de casi medio metro que
había en mis pies y las dejé en algún lugar de la
habitación dispuesta a correr hasta la regadera en
aras de darme el baño que tanto necesitaba.
Antes de entrar en la ducha, desbloqueé mi
celular y observé los miles de mensajes que tenía de
Jordan: los primeros estaban teñidos con jovialidad,
después había preocupación, insistencia, hasta la
molestia.
Lo ignoré porque no tenía idea de cómo
enfrentarlo.
503
Luego, abrí el chat de Edith para hacerle saber
que ya estaba en casa con un simple mensaje y me
dispuse a darme el baño que tanto me pedía mi
cuerpo.
Estuve aproximadamente una hora en la ducha,
permitiendo que el agua caliente terminara de borrar
los sucesos de ayer, desde el intento de violación
hasta el olor de la ropa de Alex, que permanecía
adherida a mi piel.
Cuando salí, me coloqué una cómoda pijama y
me debatí entre bajar a comer algo o simplemente
dormir. No sabía qué era más fuerte: si el hambre o
el cansancio.
Sin embargo, antes de que pudiera decidirme por
alguna de las dos, mi puerta se abrió con un
estruendo, seguido de unos pasos firmes que
llegaron hasta mí con una potencia tal que casi caigo
sobre mi trasero por el impacto.
Edith me echaba los brazos al cuello con tanta
fuerza que parecía como si su vida dependiera de
ello.
—¿Dónde mierda te habías metido?—habló en
mi oído con preocupación notoria.
504
—¿Qué te pasa, Edith?—pregunté con voz
ahogada tratando como un pez fuera del agua de
respirar—¿Cómo entraste?
—¡Ayer desapareciste!—se alejó ignorando mi
pregunta y me tomó de los hombros para sacudirme
violentamente— ¡Casi me da algo!
—Estoy bien, tranquilízate loca—me quejé para
que dejara ya su teatrito.
—Lo siento es que… estaba muriéndome de la
preocupación después de encontrar a Kyle…
—¿Kyle? ¿Qué demonios pasó con ese imbécil?
Edith se rascó la cabeza, nerviosa.
—Ayer cuando estaba con Greg…—enarqué
ambas cejas, juzgándola, pero ella no le tomó
importancia—…escuchamos un escándalo y nos
acercamos para ver qué era lo que estaba pasando.
Alguien en la fiesta lo encontró en una de las
habitaciones y el chico estaba hecho mierda, en
verdad, creo que ni su madre podría reconocerle.
No pude ocultar mi sorpresa ante lo que me
contaba. Al parecer Alex se lo había tomado muy
personal.
505
O tal vez era su estúpida testosterona tomando
partido.
—En el hospital—me interrumpió, negando
enérgicamente, con sus trenzas balanceándose con el
movimiento—. Está vivo, pero por poco, diría yo.
Cuando lo encontraron, los paramédicos lo bajaron
hasta la ambulancia y entonces comencé a llamarte
porque Greg me pidió que lo acompañara a la
clínica.
—¿Y fuiste?—me crucé de brazos, sintiéndome
levemente traicionada porque mi amiga se hubiese
preocupado por ese hijo de puta.
—No tenía opción—se encogió de hombros—.
Además, nunca respondiste y él fue la última
persona con la que estuviste. Te juro que casi me
arranco el cabello de la desesperación al no saber de
ti. La escena en la habitación era tan grotesca que
por un momento pensé que a ti también te habían
descuartizado. ¿Qué demonios pasó?
Me mordí el interior de la mejilla, debatiéndome
entre si debía contarle lo sucedido o guardármelo.
506
Suspiré y decidí que al menos Edith merecía
saber parte de la verdad como compensación por
hacerla pasar tal infierno. Sabía que podía confiar
ciegamente en ella.
—El chico intentó violarme—lo dije tan bajo que
por un momento dudé que me hubiera escuchado e
incluso en ese volumen, exteriorizarlo se sentía
tremendamente extraño y sobrecogedor; como si por
fin comprendiera la magnitud de peligro a la que
había estado expuesta.
Mi amiga me miraba con los ojos como platos.
—¿Qué?—preguntó pálida—. Pero… pero…
¿cómo?
—Me drogó—expliqué, asqueada—. O al menos
eso creo, porque perdí el sentido de todo.
Se cubrió la boca con sus manos, horrorizada.
—¿Dijiste intentó?
Asentí y tomé una bocanada de aire.
—Alexander me salvó.
La expresión de sorpresa en el rostro de Edith fue
genuina.
507
—Alexander… hablas de, de ¿Alexander
Colbourn?—tenía la boca abierta igual que un pez
en un congelador y yo volví a asentir lentamente
para que lo asimilara—. ¿Quieres decir que él le dio
esa paliza al tipo?—volví a asentir y parpadeó un
par de veces—. ¿Me lo juras?
—¡Sí Edith!—respondí exasperada.
—Pues se tomó muy enserio su papel de héroe—
acotó aún impresionada— ¿Entonces te fuiste con
él?
Vacilé un momento, sopesando si debía o no
contarle el resto de la verdadera historia o seguir con
la mentira.
—Algo así. Me llevó al departamento de mi
hermano—dije optando por la opción más segura—.
Y ya está.
—De todas las personas que habitan en esta
tierra, jamás pensé que él haría algo así por ti—
admitió, aún asombrada y yo puse los ojos en blanco
—¡Hey! Es que, el tipo está conectado a un millón
de tubos… parece sacado de la película de Alien. No
puedo creer que él haya intentado hacerte algo tan
bajo… digo, Greg fue un completo fiasco en la cama
pero al menos no me drogó.
508
—¿Qué?—dije sin poder contener la sonrisa de
satisfacción sobre su comentario de Alien.
—No puedo creer que te haya puesto en peligro
por un tipo que no duró ni seis minutos—me tomó
de las manos, consternada—. Perdóname,
perdóname, perdóname. No lo volveré a hacer, lo
juro.
—Está bien, ya pasó—me encogí de hombros y
ella volvió a abrazarme, aliviada.
—También lo siento por alarmar a todo el mundo.
Creo que Jordan debe estar subiendo por las paredes
ahora de la desesperación. No sabía a quién más
llamar, pensé que te habías ido con él.
Negué, al tiempo que trataba de encontrar la
fortaleza para enfrentarlo. No estaría nada feliz
conmigo, eso seguro.
—Solo no le digas nada de esto, ¿de acuerdo?
Jordan me miró impasible desde el umbral de la
puerta de su departamento y lo saludé lo más
jovialmente posible moviendo los dedos.
509
Continuó
mirándome
detenidamente,
escrutándome con sus ojos miel hasta que el silencio
fue demasiado pesado y carraspeé.
—¿Puedo… puedo pasar?
Le había enviado un mensaje justo después de
que Edith se fuera el día de ayer y no había recibido
respuesta, hasta hoy que decidí presentarme en su
puerta y pedirle disculpas por hacerlo preocuparse
tanto.
Asintió sin emitir palabra y se hizo a un lado para
hacerme espacio. Estaba molesto; lo sabía porque
siempre que se sentía de esa manera prefería no
hablar.
—¿Cómo estás?—pregunté casualmente, estática
en medio de su sala.
—Ah, ¿ahora te importa?—enarcó las cejas,
cruzándose de brazos.
Fijé la vista en el piso, buscando algo que pudiera
decir que resultara convincente y dulce a la vez.
—Lo siento—fue lo único que salió de mi boca
—. La fiesta fue…
—Me da igual—me cortó y fue hasta mí dejando
una prudente distancia—. Me da igual cómo haya
510
estado esa fiesta de mierda, me da igual si te
divertiste o no, me da igual si bebiste hasta quedar
hasta el culo, me da igual si…
—¡Oye!—lo corté, sintiéndome ofendida por su
indiferencia ante la situación potencialmente
peligrosa a la que estuve expuesta, aunque no quería
que él lo supiera para evitar más problemas—. No
tienes por qué ser tan…
—¿Tan qué?—me retó, mirándome duramente
por primera vez en la vida y no me gustó en
absoluto cómo me hizo sentir—¿Tan sincero?
Eso dolió.
Me mantuve en silencio, sin saber qué decir.
—Estoy cansado, Leah—confesó y se pasó una
mano por el rostro—. Es como si estuvieras huyendo
de mí en lugar de buscarme, de estar más cerca.
¿Estás evitándome?
—¡No!—espeté, molesta— No te evito, es solo
que he tenido muchas cosas qué hacer y muchas
cosas en la cabeza…
—¿Crees que no te conozco, Leah? ¿Crees que
no sé cuando estás mintiéndome?—se cruzó de
brazos, regio.
511
Por un instante de terror puro, tuve miedo de que
él supiera lo que estaba pasando entre Alex y yo.
—No sé de qué hablas—hice mi mejor imitación
de una cara de desconcierto.
— Yo tampoco sé de qué hablas cuando
mencionas tus problemas y las cosas que tienes en la
cabeza—objetó y negó con energía, subiendo el tono
de su voz—. No sé en qué momento dejaste de
considerarme en tus planes. Haces un millón de
cosas de las que ni siquiera me entero y te juro que
no tengo ni puta idea de qué está pasando en tu vida
en este momento. Es un milagro cuando puedo
interceptarte en el pasillo para sacarte que, ¿diez
palabras?
—Estás exagerando—coloqué las manos en mis
caderas para darme más templanza ante la tormenta
de enojo que era mi novio—. Yo…
—Responde la pregunta—me cortó, gélido.
—¿Cuál pregunta? No hay ninguna maldita
pregunta—siseé—. Y si crees que esta es la manera
en la que quiero que me hables, estás muy
equivocado. Respétame.
Miró al techo con la frustración plasmada en su
rostro.
512
—¡Sólo quiero saber qué mierda está pasando
contigo, joder!—gritó y yo di un respingo—. Has
estado actuando jodidamente extraño y no entiendo
por qué. No entiendo por qué estás tan distante
conmigo, por qué has dejado de buscarme. Yo soy
siempre el que tiene que ir tras de ti y me estoy
cansando de que esto no sea recíproco.
¿Realmente quieres saber qué está pasando?
Intervino mi consciencia. Pues aquí va: me he
casado con uno de tus mejores amigos y creo que el
imbécil está gustándome. ¿Crees que puedas
perdonarme?
—Lo es—me defendí, disipando el loco
pensamiento de confesarle la verdad; ni siquiera yo
creía lo que estaba diciendo.
—Y una mierda—se quejó, tan hastiado como
nunca lo había visto—. Estás mandando al carajo
todo lo que hemos construido y ni siquiera sé la
razón.
—¡No lo estoy haciendo!
—¡Claro que sí!—vociferó—. Estás siendo una
egoísta. No te importa una mierda cómo me sienta
yo mientras tú estés bien y no voy a permanecer más
tiempo en un lugar donde no se me aprecie.
513
Lo miré con el nudo de la culpa cerrándome la
garganta, porque sabía que tenía razón. Sabía que
estaba siendo una jodida egoísta y lo estaba dejando
de lado.
—Te amo, ¿de acuerdo? Pero quiero más de ti, no
menos—explicó y todo el enojo pareció evaporarse
o contenerse maravillosamente antes de acercarse y
tomar mis manos entre las suyas, cálidas y
familiares.
Permanecí en silencio un tiempo. No sabía cómo
manejar la situación porque era extraño cuando él y
yo peleábamos. Podía contar con los dedos de la
mano las veces que habíamos discutido a lo largo de
estos cinco años.
—Tienes razón. Yo… me he comportado como
una completa idiota. Te pido disculpas por… por
todo—dije atragantándome con las palabras, porque
se sentían raras en mi boca—. Voy a… hacer un
esfuerzo porque las cosas sean como antes.
Sonreí para transmitir la mayor seguridad posible
a mis palabras y él acarició mi mejilla suavemente.
Sus orbes miel me miraban con intensidad.
Asintió y se acercó para besarme, pero el
encuentro no fue dulce ni considerado como solía
514
ser con él, sino que resultó arrebatado, duro y
demandante, descargando toda su frustración y
enojo en ese gesto.
Mentalmente me repetí que lo mejor que podía
hacer para salvaguardar mi bonita relación con
Jordan y mi salud mental era permanecer alejada de
Alex, tanto como mi situación y mis emociones me
lo permitieran.
Aunque ello significara ir en contra de todo lo
que demandaban mis sentidos y anhelaba mi cuerpo.
Lunes.
El período de parciales había iniciado y ya sentía
una migraña de proporciones cósmicas amenazando
con matarme.
Edith se concentraba en todo alrededor de la
enorme biblioteca menos en el libro que tenía
delante. Según ella, ya se había rendido y esperaba a
que yo tuviera un momento de iluminación y le
pasara todas las respuestas.
—¿Qué está pasando entre tú y Alex?—preguntó
de pronto, sacándome de mi ensimismamiento para
tratar de memorizar las cláusulas de los contratos
515
mercantiles y la miré perpleja en la misma medida
que asustada.
—Es que ahora que lo pienso…
—Por favor, Edith, no pienses, vas a matar tus
únicas dos neuronas—dije con sarcasmo y ella hizo
una mueca.
—He notado que se miran. Constantemente. De
hecho él estaba mirándote hace un momento—hizo
un gesto con la cabeza detrás de mí y me giré para
mirar cómo él dejaba sus libros en una mesa a pocos
metros de distancia, acompañado por Noah y otros
chicos del equipo. Sin rastro de Jordan—. Además,
lo que hizo por ti en la fiesta…
—¿Tal vez me mira porque nos odiamos
mutuamente?—traté de explicar—. Y lo de la fiesta
tal vez fue un lapsus bondadosus.
—No, no te mira con odio. Más bien como
tensión…
Enarqué las cejas, buscando hacerle notar que era
lo mismo.
—¿Ves?
516
—Como tensión sexual—terminó de decir y yo
casi me atraganté con mi saliva.
—No digas estupideces, por Dios. Follarse a
Alex es algo que solo tú quieres hacer—espeté,
demasiado rápido y ella estrechó los ojos, suspicaz.
Mi corazón ya estaba latiendo como loco, mi
garganta se sentía seca y mis piernas temblaban bajo
la posibilidad de que alguien pudiese descubrir el
desastre que había entre nosotros dos.
—Y no puedes culparme—dijo dignamente y
soltó una risita—. Aunque él parece más interesado
en intentarlo contigo. Tal vez cuando te mira se
imagina cómo te lo hace inclinada sobre una de estas
sillas.
La miré horrorizada, antes de componerme.
—¿Alguna vez has considerado seriamente la
posibilidad de ir a ver a un psicólogo?—acoté con
hastío—. No va a hacérmelo inclinada sobre ninguna
de estas sillas, ni sobre la mesa, ni en el piso ni en
ningún otro lugar que tu retorcida mente se imagine
porque antes muerta que permitirlo.
—¿Alguna vez has considerado seriamente la
posibilidad de que necesitas que alguien de coja
propiamente para ver si se te quita lo amargada?—
517
contraatacó y le tiré con una bola de papel. Ella soltó
una risotada—. Tienes razón, perdón. Me estaba
proyectando.
Negué reprobando todos sus comentarios y ella
suspiró.
—Si me permites, voy al baño para ver si
regresando se me pega alguna palabra de esta
maldita materia—se alisó la falda antes de
encaminarse hasta su destino.
Las proporciones de mi migraña ya eran
colosales.
Contra mi mejor juicio, me giré para mirarlo y
observé cómo se ponía en pie para adentrarse en uno
de los pasillos custodiados por enormes libreros.
Antes de que pudiera pensarlo mejor, mis pies ya
se habían puesto en movimiento para seguirlo.
—Tienes que dejar de mirarme—exigí fríamente
cuando llegué a la sección de ingeniería, donde él se
había detenido.
Supe que toda mi determinación se iría al carajo
en el momento en que él levantó la vista de un libro
518
que mantenía en las manos y me miró fijamente.
—Edith cree que algo está pasando entre nosotros
porque tú no dejas de mirarme—repetí con la misma
emoción y optando por omitir la parte de que yo
también lo miraba.
Sin embargo, él no fue tan rápido en ignorarlo.
—El hecho de que ella no te haya visto a ti
mirándome es sorprendente, porque eres mucho más
obvia que yo—enarcó ambas cejas, retándome a
contradecirlo y me removí incómoda en el lugar.
—Bien. Entonces ambos pararemos, ¿de
acuerdo?—alcé la barbilla para imprimir más
severidad.
Clavó sus ojos en mí en respuesta, duros e
intensos y la respiración se atoró en mi garganta.
Cerró el libro que había entre sus manos y tomó un
paso hacia adelante jovialmente, acercándose.
—¿Y si no quiero?
—¿Y si no quieres qué?—inquirí, porque mi
mente había sido despojada repentinamente de todo
sentido común y sensatez.
—Dejar de mirarte, Leah.
519
—Pues
tendrás
que
hacerlo—murmuré
rápidamente, con mi corazón acelerándose con cada
centímetro que se acortaba entre nosotros.
—No me gusta que me digan lo que tengo que
hacer.
—Ese no es mi problema—espeté lo más
duramente posible.
—¿Y si me niego? ¿Qué vas a hacer?
—Voy a arrancarte los ojos—respondí, colocando
las manos en mis caderas para dotarme de más
fortaleza. Sonrió, deteniéndose a un palmo de
distancia y tuve que hacer esfuerzos descomunales
para no temblar igual que una hoja.
—No creo que tú puedas parar tampoco, Leah.
No creo que quieras—susurró, con sus dedos
acariciando mi brazo, mi codo, hasta llegar a mi
muñeca—¿Quieres saber por qué?
—¿Por qué?—murmuré, buscando fútilmente de
mantenerme colectada.
Su mano encontró mi cintura y la cerró en torno a
ella, tomándola con firmeza. Empezaba a sentir la
presión de su fuerza para atraerme hacia él, para
520
entrar en contacto con su cuerpo, cuando una voz
inundó el aire.
—¿Leah?—me llamó Edith desde el pasillo
contiguo y ambos dimos un salto por la interrupción,
mirando a la rubia aparecer al final del corredor.
—¿Qué pasa?—mi voz salió aguda desde mi
garganta efecto de la impresión.
Edith nos miró a ambos alternadamente y con
recelo plasmado en sus orbes a pesar de que las
manos de Alex permanecían estáticas a los costados
y yo me apresuré a tomar un paso de distancia para
alejarme de su avasalladora proximidad.
—Estaba buscándote. Dejaste nuestras cosas en
la mesa—explicó lentamente, posiblemente con su
mente trabajando a toda velocidad.
—Oh.
Los tres permanecimos de pie en silencio, con el
aire tenso. Alex se aclaró la garganta.
—¿Estás segura que no te volverás a perder?—
habló de pronto y me tomó un par de segundos caer
en cuenta que me hablaba.
Edith clavó sus ojos en mí atentamente para
escuchar mi respuesta, tal vez para entender lo que
521
había interrumpido.
—¿No sabes leer? Estás en la sección de
ingeniería, idiota—habló él con tono duro y negó
con energía. Caminó hasta Edith al final del pasillo,
dispuesto a irse—. Deberías dejar de beber tanto, te
mata las neuronas.
—Jódete, Colbourn—espeté tratando de parecer
molesta y él simplemente se fue.
Esperé hasta perderlo de vista para volver a
respirar.
Los ojos de Edith no dejaron de escudriñarme.
Y no atrapé a Alex mirándome por el resto del
día.
Martes.
Segundo parcial y sentía que ya no podía con mi
vida.
No sé qué necesitaba con más urgencia: si un café
de dos litros, una soga para ahorcarme o un paquete
522
de pañuelos para dejar mi estrés en mis lágrimas.
Alex se había sentado junto a nosotros en la mesa
durante el almuerzo, pero me había ignorado
olímpicamente. Sin mirarme. Ningún. Maldito.
Segundo. Se concentró enteramente en Edith, que
sonreía encantada y yo tuve que luchar horrores para
no arrancarle los ojos.
Se sentía como si yo hubiese dejado de existir
para él.
Debería sentirme feliz de que me hubiera
obedecido, pero no. No se sentía gratificante en
absoluto; todo lo contrario, me atrevería a decir.
O tal vez estaba pensando demasiado las cosas y
simplemente quería darnos un respiro después del
tenso momento que vivimos en la biblioteca.
Eso debía ser.
Aún faltaba una hora para el examen de aquél día
y estaba absorta en los cientos de libros que tenía
abiertos sobre la mesa de la enorme biblioteca que
alojaba la universidad.
Maldije al notar que me hacía falta uno y,
después de preguntarle a la bibliotecaria dónde
podía encontrarlo, me encaminé al estante.
523
¿Cuál era la desventaja de medir 1,67? Que no
siempre era suficiente para alcanzar los últimos
estantes, donde desgraciadamente estaba acomodado
el libro que necesitabas en ese momento con
urgencia para aprender en una hora todo lo que no
habías comprendido en dos meses.
Mierda pensé ofuscada cuando mis dedos rozaron
el lomo del libro sin alcanzarlo y se me fue la
respiración cuando sentí un cuerpo presionándose
contra mi espalda; duro, fibroso, cálido y mucho
más ancho que el mío, con una mano posando en mi
cintura. Me presioné contra él por inercia
La otra mano se estiró con parsimonia y
dramatismo, como si quiera mostrarme que podía
alcanzarlo fácilmente y me lo tendió una vez llegó
hasta él.
El tacto en mi cintura y la calidez desaparecieron
en el momento en que tomé el libro y cuando me
giré para agradecerle a quien yo asumí era Jordan, la
sangre subió y bajó por mi cuerpo como una
montaña rusa.
Alex ni siquiera me miró mientras se alejaba por
el pasillo, dejándome con una extraña sensación en
el estómago.
524
Miércoles.
Oficialmente me sentía devastada.
El período de parciales era consumidor y la
pesadilla de cualquier estudiante. Solo quería que
terminara y dormir por cuarenta y ocho horas
seguidas. O una semana. O un mes. O por siempre.
Me froté los ojos con cansancio mientras
escuchaba a Edith quejarse por el examen matador
que nos habían aplicado de finanzas internacionales.
—Definitivamente estaré sin tarjetas de crédito
hasta que cumpla cuarenta después de este examen
—berreó y Jordan rió con ahínco a un lado mío.
¿Cómo podía tener fuerzas para reírse? Yo apenas
podía juntar las necesarias para respirar y eso ya era
decir demasiado.
Traté de parecer indiferente cuando Alex tomó
asiento a un lado mío despreocupadamente, tan
cerca que nuestras piernas se tocaban, a pesar de que
había espacio de sobra para que él se acomodara sin
que yo invadiera su espacio.
O que él invadiera el mío.
525
Lo miré por unos segundo para analizar su rostro,
para saber qué era lo que planeaba sentándose tan.
Jodidamente. Cerca. Pero su cara mostraba pura
impasibilidad e indiferencia y ni siquiera tuvo la
decencia de mirarme de vuelta.
No me había mirado ni una sola ocasión desde
aquella vez en la biblioteca y no me gustaba cómo
eso me hacía sentir.
Así que, aunque yo también pude haberme
arrebujado más contra Jordan para eliminar el
contacto de nuestras piernas, la dejé ahí, justo al
lado de la suya, solo para molestarlo o para
satisfacer mi repentina necesidad de hacer lo que me
diera la gana.
Él tampoco movió su pierna cuando sintió la
presión que yo estaba ejerciendo y, sin querer, pude
percibir el calor que irradiaba su cuerpo estando tan
cerca.
Aunque claro, no me prestó la mínima atención a
pesar de ello. Se concentró enteramente en Sara y
Matt, que contaban una experiencia en algún club en
el que habían terminado el fin de semana pasado,
donde no supieron identificar si era estilo grunge o
la sede de alguna secta satánica.
526
Era la centésima vez en esos tres días que me
repetía a mí misma que no me importaba en lo más
mínimo que Alexander hubiese decidido parar de
una vez por todas aquello que nosotros hubiésemos
empezado. Aunque no tuviera ni una maldita idea de
qué era aquello exactamente.
¿A qué estaba jugando ahora?
No me gustaba sentirme tan maleable, pero una
parte de mí sabía que estaba cayendo en sus
jueguitos.
Más tarde ese día, me armé de valor y lo
intercepté en una mesa de la biblioteca para obtener
un poco de claridad en esa ridícula situación.
Estaba por formular la pregunta cuando él se
puso en pie, tomó su mochila, me miró por un
pequeñísimo segundo—que era el tiempo más largo
por el que me había mirado esa semana y abandonó
la estancia sin ver atrás, dejándome pasmada,
confundida y ofendida.
Jueves.
527
Alexander
Exasperándome.
estaba
enfureciéndome.
Me preguntaba seriamente si lo estaba haciendo a
propósito.
Había analizado todo una y otra vez los últimos
días, desde su tono de voz hacia los demás, su
lenguaje corporal, hasta la forma en que me miraba
por un milisegundo de manera casi accidental,
cuando no podía evitarlo y tenía que pasar el
infierno de tener que posar sus ojos en mi impía e
indigna persona.
Inconscientemente, buscaba en esos rasgos pistas
que me ayudaran a deducir qué era lo que él estaba
sintiendo o pensando, pero no había nada que él
demostrara que yo pudiera tomar como un hecho o
una conclusión. Estaba comenzando a pensar que el
momento en la biblioteca hacía unos días atrás había
sido solo un lapso de inconsciencia e insensatez de
su parte y que ahora había entendido cuál era su
papel en todo ese desastre de nuestro matrimonio—
el de un error reparable.
Tal vez debería simplemente olvidarme de todo
aquello y concentrarme en lo que realmente era
importante—resolver todo esto y recuperar mi
relación con Jordan.
528
Excepto que no podía hacerlo. Yo había estado
con otros chicos antes. Otros me habían besado y
tocado; sin embargo, por más que tratara, no podía
evocar una memoria donde me sintiera de la misma
manera que lo hacía estando con él. No estaba
segura si era la manera en que me había besado, o
por quién era él, o por quién era yo. Había algo muy
mal en todo esto y muy excitante a la vez, y estaba
gustándome.
Alexander era un misterio para mí. No sabía si
todo esto se debía a que él así era, porque no quería
tener nada qué ver conmigo o si esta era su manera
de molestarme. Los tres escenarios eran muy
probables.
Así que cuando nos topamos en uno de los
pasillos para ir a clase, me concentré lo suficiente
para cerrarle el paso, moviéndome a la par de él. Si
Alex iba a la derecha, yo también lo hacía. Si iba a
la izquierda, también lo hacía. Y lo seguiría
haciendo, hasta que se dignara a hablarme.
Se detuvo estático cuando coincidimos por
tercera ocasión, mirándome detenidamente por
primera vez en días.
—¿Voy a tener que moverte yo mismo?—habló
con voz contenida.
529
—Podrías moverte tú, pasarme por un lado y
seguir con tu camino—dije con altivez.
—¿Siempre eres tan inmadura?
—¿Siempre piensas que el mundo tiene que
funcionar a tu manera?—contraataqué alzando una
ceja.
—Ridículo—masculló y me pasó de largo
golpeándome el hombro con fuerza, haciéndome
trastabillar por un momento.
Mis sentidos se agudizaron para perforarlo con
los ojos mientras se alejaba sin importarle un carajo.
Bien. Era suficiente. Efectivamente me estaba
comportando de manera ridícula y estaba a un paso
de perseguirlo. ¡Yo! ¡A él!
Había perdido la razón completamente, por Dios.
Si él quería parar todo esto y aceptar por fin que
no éramos más que un error, por mí perfecto. Es
más, debía estar agradecida porque me hiciera ese
gran favor de borrarse a sí mismo de mi vida. No iba
a ser una de esas chicas que se posaban a sus pies
desesperadas por su atención, o por él; yo valía
mucho más que cualquier maldito hombre en esta
Tierra.
530
Si él ya no tenía ningún interés en mí, bien.
Perfecto. Me negaba a que me importara una mierda.
Viernes.
Cuánto más tiempo pasaba, cuánto más se
acercaban el uno al otro, más cerca estaba yo de que
mi cabello se prendiera en fuego.
Alexander estaba en una de las mesas de la
cafetería—a unos cuantos metros de distancia,
coqueteando abiertamente con Susan Reed.
Colocaba su mano encima de la de ella y le mostraba
esas… esas estúpidas y nada atractivas sonrisas que
en algún punto me había dedicado a mí.
¿Cómo se atrevía a faltarme el respeto de esa
manera?
Mi boca se abrió con sorpresa e indignación antes
de que pudiera evitarlo cuando le acarició un
mechón de cabello rubio—asquerosamente teñido,
por cierto— y lo colocó tras su oreja con delicadeza,
con aquella maldita zorra sonriendo como una
estúpida.
Estaba a una sonrisa más de su parte de ir hasta
allá y separarlos.
531
O, en su defecto, de arrancarle a ella el feo
cabello de estropajo que enmarcaba su cara.
—Pero, ¿qué veo?—dijo Ethan sentándose en
nuestra mesa acompañado de Jordan y Matt, que no
perdieron detalle de la escenita.
—Ha perdido el juicio—se mofó Matt, negando
con diversión.
—Tal vez le ha llegado el momento de sentar
cabeza—Jordan se encogió de hombros a mi lado y
le dediqué una gélida mirada antes de poder
detenerme.
Ciertamente no con alguien tan indeseable como
ella pensé, pero me detuve antes de que mis
pensamientos viajaran más allá.
—Lo dudo—Ethan soltó una risita—. Pero me
sorprende que coquetee tan abiertamente,
normalmente mantiene a sus conquistas tan
guardadas que ni siquiera yo sé en las piernas de
quién se mete.
Hice una mueca de asco ante la perspectiva.
—Tal vez ella lo conquistó a él—dijo Sara y
Edith le dedicó la misma mirada de perplejidad que
532
yo—¿Qué? Tienen que admitir que ella es bastante
bonita.
—Tiene razón—intervino Jordan y lo fulminé
con los ojos. Él sonrió y se apresuró a depositar un
beso en mi sien. Instintivamente quise ver si Alex
estaba mirándome, pero como era de esperarse,
estaba demasiado concentrado contando las feas
pecas de Susan o qué mierda sé yo, porque estaban
tan malditamente cerca—. Tú eres más hermosa que
todas.
Sonreí ante el halago con Edith poniendo los ojos
en blanco.
—Claro que él no sentó la cabeza. La única
persona con la que podría hacerlo es conmigo—dijo
mi amiga dándose importancia y Ethan soltó una
carcajada.
—La verdad no sé quién de los dos ha tenido más
revolcones de una noche, si tú o él—Edith hizo cara
de pocos amigos—. Serían una combinación
explosiva, ustedes dos.
—Eso suena muy excitante—sonrió a su vez la
rubia y me desconecté cuando empezaron a hablar
de otra estupidez.
533
Jordan entrelazó sus dedos con los míos bajo la
mesa y lo observé cuando dio un leve apretón.
—¿Qué te parece si para celebrar que hemos
sobrevivido a esta masacre, vamos a cenar hoy?
Enarqué las cejas, sorprendida.
—¿No tienes planes hoy?—negó, sonriendo—.
¿Alguna cena con tus padres? ¿Una inauguración?
¿Un evento de beneficencia? ¿Salvar perritos o
algo?
Soltó una risita ronca.
—No, hoy soy todo tuyo—sus ojos brillaron con
devoción y no pude reprimir la sonrisa de idiota que
surcó mis labios.
—Me encantaría. ¿A dónde planeas llevarme?
—Lo vas a adorar, créeme. ¿Paso por ti a las
ocho?
—Perfecto.
El mozo del aparcamiento me abrió la puerta con
parsimonia y me tendió la mano para ayudarme a
bajar del BMW de Jordan.
534
Agradecí el gesto con una sonrisa cortés al
tiempo que él me colocaba una mano en mi cintura,
con sus dedos entrando en contacto con el pedazo de
piel desnuda que dejaba la abertura ovalada en mi
vestido por la espalda.
Como no tenía idea de a dónde tenía planeado
llevarme ni tampoco quiso proveerme de ninguna
pista, opté por ir lo suficientemente elegante sin
llegar a lo extremadamente formal y supuse que un
vestido negro arriba de las rodillas y unos tacones
del mismo color nunca fallaban para cumplir la
misión—aunque había tenido que utilizar base de
maquillaje para cubrir el tatuaje que adornaba mi
tobillo.
Cuando entramos al edificio caí en cuenta de que
era un restaurante que aunque estaba en unas de las
mejores zonas de la ciudad y dentro de los sitios que
solía frecuentar, era la primera vez que reparaba en
él.
El edificio que custodiaba The Lafayette se
alzaba alto e imponente, destacando entre la mayoría
de los otros complejos. Cuando entramos, un
delicioso olor a comida inundó mi nariz e hizo a mi
estómago rugir.
535
Me sentía como si estuviera a punto de tener una
cena en el castillo de alguna princesa: el piso del
recibidor era de mármol para dar lugar a un sobrio
piso alfombrado ahí donde se asentaban las mesas y
los comensales. Dentro de la estancia se alzaban
imponentes columnas de mármol que sostenían la
edificación, dotándolo de un aire victoriano, con
pesadas cortinas que estaban corridas para dejar al
descubierto enormes ventanales a través de los
cuales podía apreciarse la ciudad; los miles de
edificios brillando como luciérnagas en la oscuridad.
El maître nos condujo por el lugar y no perdí
detalle de los elaborados y ostentosos candelabros
que adornaban el techo e iluminaban la estancia, ni
de las mesas adornadas con pesados manteles y un
sinfín de cristalería.
Era en verdad un lugar con mucho glamour y las
velas sobre la mesa en la que tomamos asiento—
justo frente al ventanal—dotaba al ambiente de un
tinte romántico y cálido.
Jordan se había lucido, en definitiva.
Nuestra camarera le tendió a él una carta de vinos
y no tardó en ordenar alguno sin pensarlo mucho.
536
—¿Cómo sabías de este lugar?—pregunté curiosa
cuando la chica se retiró.
—Una vez escuché hablar a Ethan y Alex de este
lugar. Dijeron que era perfecto para citas—dijo con
orgullo y tuve que resistir el impulso de poner los
ojos en blanco ante la mención de su nombre.
Alexander no iba a arruinarme esta noche, no
señor. Ya había hecho suficiente con mi semana.
Así que evaporé el pensamiento y me concentré
en Jordan, en pasarla bien con él como en los viejos
tiempos.
La camarera no tardó en servir el vino,
demasiado cerca de mi novio y demasiado atenta
con él. Le dediqué una de mis mejores miradas
matadoras para hacerle saber que no venía solo y la
chica no tardó en largarse asustada como un perrito
con la cola entre las patas.
Adoraba ese rasgo que había heredado de papá.
A veces olvidaba lo guapo que era Jordan y lo
atrayente que podía resultar con sus pómulos
marcados, sus ojos afables, su actitud amena y ese
cuerpo que era muy buen plus.
537
—Por nosotros—dijo levantando su copa en
ademán de brindis—. Por todos nuestros planes y
sueños.
Choqué su copa con la mía, mostrando mi sonrisa
más natural—la mejor que pude construir— y di un
sorbo.
Besó mi mano y una calidez me invadió.
Se dispuso a leer la carta y yo me avoqué a hacer
lo mismo.
—Leah—habló él y despegué la vista del
elegante menú para centrarme en su persona. No
habló de inmediato, así que escaneé el lugar
buscando ver más sobre él, porque era precioso.
Estaba esperando pacientemente a que Jordan me
dijera lo que había empezado, admirando absorta la
exquisita decoración del recibidor, con columnas de
mármol y unos enormes floreros de cristal a cada
lado y…
Mi corazón se detuvo por un segundo. Había
dejado de latir, en serio.
Joder maldije una y otra vez, observando cómo
Alexander Colbourn entraba a la estancia con una
538
tipa colgando del brazo. Cuándo miré más de cerca,
caí en cuenta de que era Susan Reed.
Me tienes que estar jodiendo pensé, con la furia
emanando de cada poro de mi piel.
—Te amo, lo sabes, ¿no?
Vagamente escuché a Jordan diciendo algo, pero
yo estaba demasiado concentrada mirando cómo
Alex le retiraba la silla a la cara de avestruz para que
ella pudiera sentarse.
¡CRETINO!
—¿Leah?—me costó horrores despegar la vista
de la grotesca escena para mirar a Jordan, quien al
parecer no había reparado en ellos o había decidido
ignorarlos.
—Sí…—sonreí lo más brillante que pude—. Yo
también te amo—tomé su mano entre las mías y le
planté un beso, lento y deliberado, sin importarme
una mierda quién nos mirara, porque me sentía tan
enojada que podría romper algo.
Él sonrió contra mis labios para después llamar a
la camarera y ordenar la cena.
Miré a Alex disculpándose y dirigirse a lo que yo
asumí era el baño, así que antes de que mi sentido
539
común pudiera salvarme de hacer otra estupidez
garrafal, me puse en pie de un salto.
—Voy al baño, ya regreso.
Caminé por el iluminado y ornamentado pasillo
por el que había visto desaparecer a Alex hasta que
llegué al baño de hombres. Un señor me observó con
curiosidad al toparse conmigo en la puerta pero no
dijo nada.
Cuando entré, Alex estaba concentrado lavándose
las manos y cuando alzó la vista, dio un respingo.
—¿Podrías dejar de aparecerte de la nada? Un día
de estos harás que me dé un infarto—se quejó para
girarse jovialmente y yo tuve que recordarme que
debía permanecer molesta e indignada y que no
podía permitir que su atrayente físico nublara mi
buen juicio.
Dios, es divino habló mi consciencia, pero la
acallé, ignorando olímpicamente lo bien que se veía
con ese saco, esa camisa levemente abierta y esos
pantalones que se ceñían la perfección a su
cincelado cuerpo.
—¿Estás siguiéndome?—hablé con voz tensa,
cruzándome de brazos.
540
—¿Disculpa?—sonrió sin comprender—. Yo no
soy el que se metió al baño del sexo equivocado para
hablar.
—No estoy de humor para tus bromas—espeté y
él se encogió de hombros, sin importarle.
—Como quieras—se dispuso a salir, pero
bloqueé la puerta.
—¿Qué haces aquí?
—Teniendo una cita. ¿Qué no es obvio?—dijo
con naturalidad y quise arrancarle esa sonrisita
divertida que surcaba sus apetecibles labios.
—Ya sé que es una cita, imbécil. Lo que quiero
saber es por qué.
—Porque quiero—me miró desde su altura—. Y
puedo.
—¡No puedes!—alcé la voz, sintiendo el enojo
borbotear bajo mi piel.
—¿Por qué no?—enarcó una ceja, fingiendo
inocencia.
—¡Porque es una falta de respeto!
541
—¿Qué?—me miró perplejo—. ¿Falta de respeto
hacia qué?
—¡Hacia mí!
—Yo no te debo nada, Leah. Ni respeto ni nada
por el estilo.
—¡Claro que sí!
—No—alzó la voz al mismo volumen y yo estaba
que me subía por las paredes.
—¿Por qué?
—¡Porque soy tu esposa!—rugí y me callé en el
momento en que me di cuenta de lo que había salido
de mi boca. Él me miró igual de pasmado, antes de
que sus bellas facciones se endurecieran.
—¿Ahora usarás ese argumento contra mí?
¿Ahora eres mi esposa? No jodas—rió sin humor
—.Qué, ¿la princesita se siente amenazada de que
pueda perder a sus juguetes?
—¿De qué demonios hablas?
—¿No era esto lo que querías? ¿Qué te dejara en
paz para que pudieras continuar con tu bonita
542
relación, con tu vida? Bien, pues ahora te pido
exactamente lo mismo—dijo tajante—. Tú no eres
mi esposa, eres solo alguien que por error firmó un
acta de matrimonio conmigo, nada más.
—Sí pero…
—Pero nada. Tú vas por ahí regodeándote con
Jordan como la feliz pareja que son—masculló y me
sentí repentinamente estúpida—. No veo por qué yo
no puedo hacer lo mismo.
—Me importa un carajo las tipas que te cojas, o
con las que tengas citas—dije con tono ácido—.
Pero al menos ten un poco de respeto hacia…
—¿Hacia qué? Tú y yo no tenemos ninguna
relación, Leah. No me gusta ser tratado como un
juguete y yo no estaré disponible para alguien que
no sabe lo que quiere.
¿Él se sentía un juguete? ¡Pero si él había estado
jugando a su antojo conmigo toda la semana!
—Eres un cretino—siseé.
—¿Así le pagas a quien te salvó? Vaya, qué lindo
detalle de tu parte.
—¡Si ibas a restregármelo así, tal vez deberías
haber dejado que me violaran!
543
—¡Sí, tal vez debí haberlo permitido!
Nos miramos un par de segundos más, con un
silencio sepulcral instalándose entre nosotros.
Salió haciéndome a un lado y quise darme de
golpes contra la pared porque no tenía idea de cómo
sentirme.
Permanecí unos momentos más en el baño,
buscando colectarme lo suficiente de esa montaña
rusa de emociones, hasta que otro hombre entró
mirándome extraño por segunda ocasión.
Cuando salí, el alma se me fue a los pies y pensé
que la noche no podría ir peor.
Pero sí que podía.
Localicé a Jordan sentado en la mesa de la
maldita cara de avestruz y Alex, haciéndome una
seña para que me sentara con ellos.
Mi indeseable esposo no se veía nada feliz ante la
perspectiva de tener que compartir su espacio
conmigo.
—Hola, Leah—me saludó Susan una vez tomé
asiento junto a Jordan, frente a la asquerosa pareja.
Le sonreí forzadamente.
544
—¿Tú los habías visto?—me preguntó mi novio
y fijé mi vista en Alex, que me miraba de vuelta y
negué—. Fue bueno encontrarlos. Nosotros también
tenemos poco tiempo que hemos llegado.
—¿En serio? Alex me ha invitado a este lugar y
está de ensueño—se estrechó contra él y tuve que
resistir las ganas de separarla de sopetón.
En cambio, bufé.
—Qué coincidencia, entonces.
Sus ojos azules eran oscuros.
—Es bueno saber que aún existen chicos con un
poco de ingenio—hablé fríamente—. Hay quienes
llevan a sus citas al mismo lugar, sin importarles en
absoluto que los camareros los vean cambiar de
pareja cada dos por tres.
Él me miró con desafío y algo más.
—¿A qué viene ese comentario, Leah? ¿Crees
que nosotros somos seres desconsiderados y
estúpidos?
—Tú lo has dicho, no yo—batí mis pestañas con
inocencia y noté la molestia tomando partido en su
rostro—. Es obvio que no todos los hombres valen
la pena.
545
—Ya, ¿y ustedes son perfectas, no?—objetó con
sarcasmo puro, perforándome con sus ojos de un
azul tan oscuro como el cielo de esa noche y le
sostuve la mirada, negándome a perder.
—Está preciosa la vista, ¿no?—comentó
casualmente Susan cuando percibió la pesadez en el
ambiente.
—Totalmente—Jordan puso una mano sobre mi
brazo aparentemente para tranquilizarme.
Pero me sentía demasiado furiosa con Alexander
para pensar las cosas con claridad.
—Pues sucede que al menos nosotras sí podemos
pensar sensatamente, a diferencia de ustedes, que
cualquier cosa con un hoyo y dos piernas los hace
perder el piso—el comentario salió rudo y crudo
desde mi boca e hizo que Susan contorsionara su fea
cara en una mueca de reprobación que no pudo
importarme menos.
Alex en cambio, pareció entender perfectamente
que me refería a su nada agraciada acompañante.
—Leah…—Jordan
incómodo.
sonaba
546
terriblemente
—He conocido mujeres que pierden el piso,
aunque no precisamente por hombres—se inclinó
hacia adelante en su silla, recargando sus codos en la
mesa—, sino porque su soberbia es más grande que
su cerebro.
—¿No me digas? Yo diría que no es soberbia,
sino más bien clase y seguridad, que viene de ser
parte de una buena familia, porque he conocido
hombres que sí son el doble de soberbios y el triple
de idiotas.
Mi furia era tal que ya estaba comenzando a ver
rojo, a respirar pesadamente y a no ser capaz de
discernir lo que era correcto y lo que no.
Por su bien, esperaba que no dijera ninguna otra
estupidez.
—Alexander…—intentó detenerlo la vocecilla de
su acompañante, sin éxito.
—No estoy de acuerdo—objetó, severo—. He
conocido mujeres que creen que solo por ser ellas,
por ser parte de una buena familia tienen todo a sus
pies, cuando claramente no es así—estrechó los
ojos, retándome—. Mujeres que creen que solo por
ser bonitas pueden tener al hombre que quieran
babeando como un perro, pero eso solo demuestra lo
547
inmaduras—lo dijo lentamente, como si saboreara el
insultarme—, caprichosas—para justo ahí le advertí
con mis ojos como el hielo—superficiales—ni se te
ocurra seguir, Alexander pensé— y busconas que
son.
Antes de que el último vestigio de sentido común
que habitaba en mi cerebro lograra detenerme, yo ya
le había vaciado la copa de vino a Alexander en la
cara, en venganza por todo lo que me había hecho
pasar esa semana. Por hacerme dudar tanto, por
haber jugado conmigo tan descaradamente, por
hacerme sentir cosas que yo no quería ni debería
sentir; por hacerme desearlo tanto y después,
desecharme como si yo fuera una servilleta.
El silencio que siguió fue mortal.
¡Hola mis niños!
¿Cómo están?
¿Qué les ha parecido el capítulo?
¿Qué creen que suceda en el siguiente?
¡Espero leer sus comentarios, que me motivan
como no tienen idea para continuar!
548
Voten, comenten y den mucho amor.
El siguiente capítulo irá dedicado al
comentario que más se acerque a lo que sucederá
en el próximo.
Con amor,
KayurkaR.
549
Capítulo 16: Tentadoras
apuestas.
Alexander
Estaba tan impresionado por la insolencia de
Leah que tardé al menos dos segundos en procesar
lo que había hecho.
Los otros ocupantes de la mesa estaban incluso
más sorprendidos porque ninguno se atrevió ni a
respirar hasta que me incorporé de un salto,
permitiendo que el enojo que llevaba tiempo
construyéndose en mi interior por las acciones de
aquella arpía durante esa noche estallara igual que
una bomba.
¿No deberías tener un poco más de respeto por tu
esposo? Fue lo primero que pensé en decirle y
podría haberlo hecho. Por supuesto que habría
podido destruir su utópica fantasía con un simple
conjunto de palabras.
Sin embargo, me abstuve, porque hacer algo así
sería demasiado sencillo, demasiado fugaz.
Y ahora yo quería vengarme correctamente.
550
Con hastío, me limpié el rostro con la servilleta
para eliminar el molesto olor a alcohol que inundaba
mi nariz.
—¿Estás loca?—Susan fue la primera en
recuperar la capacidad de hablar y se puso en pie
rápidamente para ayudar a secarme—¿Por qué
mierda le has tirado la copa a la cara?
—Porque es obvio que la clase no se obtiene solo
por ser parte de una buena familia—escupí con
desdén, sin dejar de escrutar a Leah, colérico.
Ella abrió la boca para contraatacar pero fue
detenida por Jordan, que la tomó del brazo con
fuerza, clavando sus dedos para mantenerla en el
lugar y evitar otra escenita. La expresión en su cara
era una perfecta combinación de enojo y
desconcierto.
—Ya basta, Leah—siseó con tono bajo, pero ella
pareció no inmutarse porque continuó clavándome
estacas con los ojos.
—¿Estás seguro que tiene todas sus vacunas?—
inquirí, dejando caer con desinterés la servilleta
sobre la mesa—. Porque yo diría que le falta la de la
rabia a esta…
551
—Hijo de…—Leah hizo un además de lanzarme
lo primero sobre lo que sus manos se posara, que
seguramente habría sido el florero en el centro de la
mesa o un tenedor, antes de que su novio la rodeara
de la cintura para detenerla.
—Alex, por favor—suplicó mi amigo colocando
una mano en alto en un intento por parar todo este
circo.
—Qué vergüenza—escuché murmurar a Susan a
mi lado, quien miraba a todos los comensales del
lugar, a un paso de esconderse bajo la mesa de la
incomodidad.
Escaneé rápidamente la estancia para cerciorarme
que no tuviéramos la mala suerte de que alguno de
los amigos de mis padres—o de sus padres—
estuvieran presentes y cuando me aseguré de que no
reconocía ninguna de las caras, me centré en la
energúmena que tenía enfrente.
—Estás haciendo un espectáculo, Leah. Déjalo ya
—ordenó Jordan con un tono autoritario que jamás
había escuchado en él.
Le dedicó a su novio una mirada mortal y justo
cuando estaba a punto de abrir la boca de nuevo, él
la interrumpió.
552
—Lo siento Alex, en verdad—dijo sinceramente.
Alcé una ceja, mirándolos a ambos
alternadamente y después, una sonrisita maliciosa
surcó mis labios.
—No importa. Lamento que se haya arruinado la
cena—musité con mi mejor imitación de un tono
condescendiente—. De todas formas, felicidades por
un mes más.
Toda la rabia que corría por mi sistema como
veneno pareció aminorar cuando reparé en el
desconcierto que teñía las facciones de Leah, para
ser remplazado gradualmente por terror, provocando
que cerrara la boca y palideciera en un segundo.
—¿Mes más? No estamos celebrando nuestra
relación—objetó Jordan mirándome sin comprender
y sonriendo incómodamente.
Leah pareció perder la respiración porque ella sí
había comprendido: hoy se cumplían tres meses
desde que habíamos firmado esa maldita acta. Toda
la determinación y cólera parecieron disiparse para
darle el lugar al miedo y la súplica.
Saboreé enormemente todas sus reacciones, su
vulnerabilidad y la placentera sensación de control,
probando el atisbo de venganza.
553
—¿No? Lo siento, asumí que por eso habían
venido—ella soltó el aire que había estado
conteniendo y un amago de sonrisa jaló de mis
labios—. Creo que lo mejor que podemos hacer es
retirarnos, ¿no, Susan? Jordan tiene que calmar a su
bestia.
—Imbécil.
Leah me fulminó con la mirada al tiempo que
Susan negaba enérgicamente.
—Qué falta de educación, por Dios—se quejó mi
acompañante, pero calló cuando la aludida clavó sus
ojos como el hierro en ella.
Susan tomó su minúsculo bolso y salimos del
edificio sin mirar atrás.
—Qué horror—se quejó Susan por enésima vez
cuando íbamos de camino para llegar a su residencia
—. Jamás pensé que ella pudiera ser tan…
impulsiva.
—Ni te lo imaginas—dije desinteresadamente sin
retirar la vista del frente.
554
—Ni siquiera sabía que ustedes se dirigieran la
palabra. ¿Por qué se tomó tan personal todos tus
comentarios? Si al final no iban dirigidos para ella.
Sí que iban dirigidos para la arpía pensé, pero
decidí no darle más importancia.
—Ni idea.
El enojo seguía borboteando en mi interior igual
que una olla a presión a punto de explotar, pero no
podía negar que muy en el fondo me sentía
satisfecho por los resultados que mi experimento de
la última semana había revelado.
Que Leah me arrojara una copa a la cara
obviamente no lo había contemplado, pero sirvió
para matar dos pájaros de un tiro. Primero, había
confirmado lo que era más que notorio: yo le atraía.
Le atraía lo suficiente como para perder los estribos.
Sonreí sin poder evitarlo. Estaba tan celosa que ni
siquiera se molestó en ocultarlo y por un momento
pensé que también haría algo contra Susan.
Y segundo, había logrado bajarla de una patada
de su inmaculado pedestal de superioridad y
soberbia. Leah necesitaba entender que su déspota
actitud no iba a llevarla a ningún lado conmigo y
que yo no era Jordan; yo no iba a ceder a sus
555
demandas ni iba a respetarla simplemente porque me
lo exigiera.
El respeto era algo que se ganaba y no importaba
lo mucho que ella me atrajera o quisiera hacerla mía,
porque primero necesitaba aprender modales.
Y yo me encargaría de enseñarle.
Detuve el auto en el enorme portón que
custodiaba la residencia de los Reed y reparé por fin
en Susan.
Mi conejillo de indias me miraba expectante, con
sus ojos miel brillando por la luz que se colaba por
el vidrio frontal.
—¿Sigues molesto?—preguntó con un hilillo de
voz.
—Sí—dije cortante y ella se mordió el labio,
pensativa.
Lo único que quería era que se bajara de mi auto
para poder ir al bar y liberar un poco de tensión
vaciando los bolsillos de los pobres desgraciados
que tuvieran la mala suerte de jugar conmigo esa
noche.
Ganar unos cuantos miles de dólares siempre me
hacía sentir mejor.
556
—¿Quieres pasar? Podría darte una toalla para
secarte—acarició sutilmente mi brazo, fingiendo
jovialidad—. Mis padres no están en casa.
Observé sus dedos recorriendo la tela de la
camisa por un momento, sopesando mis opciones y
después, la miré a la cara.
Susan era una chica atractiva y estaba buena.
Muy buena. Cualquier hombre cuerdo habría
aceptado sin pensarlo.
El problema no era que no quisiera tener un
polvo rápido con una mujer que se ofrecía
felizmente para ello, el problema era que
inconscientemente estaba buscando en su cara cosas
que sabía que no iba a encontrar, como ojos igual
que el hielo capaces de dejarte sin respiración, labios
definidos siempre incitantes y el pequeño lunar que
Leah tenía en el cuello.
—No, gracias—respondí cortésmente—. Estoy
bien.
—¿Seguro?—sus hombros se habían agachado
bajo la decepción , retirando su mano en reacción.
—Te veré después, Susan—la despedí y pareció
ofendida.
557
—Como quieras—pude notar el leve tono de
molestia que adornaba su voz mientras salía del auto
y azotaba la puerta.
¿Por qué todas las mujeres tenían que ser tan
complicadas?
Me coloqué la cómoda camisa extra que siempre
tenía para emergencias en mi auto y entré a la casa
de apuestas con mejor humor que antes, emocionado
ante la perspectiva de ganar un poco de dinero.
Saludé a Michael palmeándole la espalda,
mientras él permanecía de pie esperando su turno
para poder apostar en el blackjack.
—Dichosos
los
ojos—dijo
con
burla,
sonriéndome— ¿Qué te trae por aquí? ¿Te has
perdido?
—No, hoy he tenido una mala noche y creo que
puedo hacerla mejorar mucho estando aquí.
—Y vaya que sí—concedió, sacando un fajo de
su chaqueta—. El dinero siempre hace sentir mejor.
—Vigílalo bien o podría quitártelo antes de que te
des cuenta—bromeé—. ¿Sabes si Ethan juega hoy?
558
—Lo he visto salir y regresar con una pareja—
hizo una seña con la cabeza detrás de mí y enarqué
una ceja.
—¿Una pareja?
Localicé los rizos de Ethan a un par de metros de
distancia, de pie en una de las mesas del fondo
charlando con alguien.
—Te veré luego Michael—me
distraídamente y me dispuse a ir hasta él.
despedí
A medida que me acercaba reparé en una cara
muy conocida que tomaba asiento en una de las
mesas de póker, totalmente inmerso en el juego.
—Ethan—lo saludé y le estreché la mano al otro
hombre con el que hablaba, de barriga prominente y
bigote.
Jordan giró la cabeza desde el asiento que tomaba
en la mesa de póker y asintió en señal de
reconocimiento.
—Parece que todos nos hemos reunido—dijo
Ethan con alegría, palmeándole el hombro al novio
de Leah.
—¿Puedo hablar contigo un momento?—le pedí
al moreno y concedió sin perder la sonrisa,
559
permitiendo que nos alejáramos un poco de la mesa
de juego para hablar cómodamente.
—¿Qué mierda te pasa?—siseé—¿Por qué has
traído a Jordan aquí?
—¿Por qué no?—preguntó a su vez, sin
comprender—. Él sabe que tú y yo jugamos y tenía
tiempo queriendo venir, así que lo he invitado hoy
que hay buen dinero en casa.
Puse los ojos en blanco. Jordan era de las últimas
personas que quería ver en ese momento.
—Mantenlo alejado de Rick—le advertí—. Y no
permitas que apueste con Hudson y Michael, porque
van a dejarlo sin un peso.
Ethan soltó una risita.
—También tengo que cuidar a Leah—dijo
señalando detrás de sí con el pulgar y toda la sangre
viajó hasta mis pies cuando reparé en ella, de pie
frente a la barra charlando con John, el bartender.
—¿Por qué carajo la has traído a ella?—escupí
con más hastío del que debería.
—Yo no la traje. Jordan se presentó con ella y no
podía simplemente pedirle que se fuera.
560
Observé momentáneamente a Jordan, que
permanecía sumamente abstraído en el juego y
caminé hasta Leah dando zancadas.
No me gustaba en absoluto la idea de que ella
estuviera aquí. Era demasiado buena para algo como
esto, demasiado distinta; demasiado inmaculada para
un lugar tan pérfido y perverso como éste.
Ya estaba llamando la atención con su simple
presencia y la idea de que Rick o alguno de sus
matones reparara en ella me inquietaba más de lo
que me atrevería a admitir.
—¿Qué haces aquí?—dije tomándola del brazo
con brusquedad, interrumpiendo su plática con John
y ganándome una de sus características miradas
matadoras—. Vete, ahora.
El bartender pareció entender que no tenía razón
para inmiscuirse y fue a atender a otros hombres que
estaban sobre los taburetes.
—¿Qué te pasa?—preguntó a su vez, zafándose
de mi agarre— ¿Quieres que te vacíe otra copa?—
levantó el vaso de licor que tenía en la mano para
mayor efecto.
—No tienes nada qué hacer aquí, Leah. Vete—
ordené con tono autoritario, pero como siempre, me
561
ignoró olímpicamente.
—¿Tan rápido te has desecho de Susan?—dijo
con sorna y un deje ácido—. Pensé que te tomaría
un poco más de tiempo.
—Eso a ti no te importa—espeté con desdén,
inclinándome más contra la barra para cernirme
sobre ella y sus ojos centellaron con molestia—.
Este no es lugar para ti, lárgate.
Enarcó la cejas, desafiante.
—¿Quién te crees que eres para darme órdenes?
—siseó—. Además, ni siquiera deberías estar
hablándome. Jordan ha empezado a sospechar que
entre nosotros hay algo.
No pude contener la sonrisa burlona que se
extendió por mi rostro.
—¿Hasta ahora? Se ha mostrado bastante lento—
no pareció nada feliz con mi comentario—. ¿Y qué
les has dicho?
—La verdad—dijo sin más y la miré perplejo.
Si le había dicho la verdad, ¿cómo era que yo aún
conservaba las partes de mi bella cara en su lugar?
562
—Que eres un imbécil al que le encanta
molestarme solo porque no tiene nada mejor qué
hacer—explicó—. Lo cierto es que no puedes
negarlo.
—No planeaba hacerlo— concedí y me relajé de
inmediato—. Como sea, si quieres evitar más
problemas, vete ahora.
Era un blanco tan fácil en ese lugar.
—No—dijo tajante—. Por si no lo has notado, no
vengo contigo, sino con Jordan, así que mientras él
juegue, yo me quedo.
Fruncí el ceño, molesto. ¿Por qué ella tenía que
ser tan terca? Era tan soberbia que no podría ver el
peligro ni aunque éste la golpeara en la cara.
—Le harías un favor sacándolo de aquí antes de
que lo dejen sin un dólar—argumenté, buscando
convencerla de que se fuera de esa jungla.
Colocó las manos en su cintura, en su siempre
faceta autoritaria.
—Para tu información, ha estado ganando desde
que llegamos—lo defendió y solté una risita
burlona.
—Suerte de principiante.
563
—No creo—negó con la cabeza, decidida—.
Diría que incluso que es mejor jugador que tú.
Bufé, divertido.
—Lo dudo.
—Yo no.
—¿Quieres apostar?—clavó sus ojos en mí,
sorprendida.
—No voy a jugar a esto contigo.
—Si estás tan segura de que es mejor, ¿qué tienes
que perder?—dije con jovialidad y tuve que
contener la sonrisa triunfal que amenazaba con
surcar mis labios, porque había encontrado la
manera perfecta de vengarme de ella y ponerla roja
de rabia.
—¿Qué quieres apostar?—inquirió, dubitativa.
—Si él gana la partida, prometo no hablarte
después del viaje que haremos mañana para ver al
amigo de tus padres—propuse, calibrando cada una
de sus reacciones—. No tendrás que dirigirme la
palabra hasta que firmemos los papeles de divorcio.
Sus ojos brillaron con algo que no pude definir y
su boca era una delgada línea, tensa.
564
—¿Y cómo sé que lo cumplirás?
—Te doy mi palabra—alcé la mano con burlesca
solemnidad—. Y te concederé otro deseo más, el
que tú quieras.
Enarcó una ceja.
—No se me viene otra cosa que deseé más que
eso.
—Entonces tienes tiempo para pensarlo.
Se mordió el labio, posiblemente sopesando sus
probabilidades.
Joder, me costó horrores resistir el impulso de
morderlo yo mismo.
—¿Y si tú ganas?—inquirió con recelo.
—Si yo gano—hice una pausa para añadirle más
dramatismo, inclinándome y saboreando la
expectación en sus orbes—, irás conmigo a
Inglaterra.
La sorpresa no tardó en asentarse en su rostro,
pura y cruda.
—Y también me concederás cualquier otra cosa
que desee—ella emitió un jadeo de indignación.
565
—Estás idiota si crees que voy a aceptar—musitó
con determinación.
—¿A qué le tienes miedo?—la reté—. ¿No
confías en tu campeón?
Me sostuvo la mirada, negándose a parecer
intimidada y después de fruncir los labios, dejó caer
las manos a sus costados.
—De acuerdo, acepto—tendió la mano y sonreí
triunfal al tiempo que se la estrechaba.
—¿No hay un beso de suerte para tu esposo?—
pregunté con inocencia, sin soltarla.
Sus ojos se posaron en mí, calculadores, fríos
como un glacial antes de acercarse tanto que por un
momento pensé que había perdido el juicio y
efectivamente iba a besarme. Entonces, se inclinó y
sentí su aliento cálido contra mi oreja.
—Me muero por ver cómo Jordan te patea el
culo, cariño—besó fugazmente mi mejilla para
después incorporarse e ir hasta la mesa donde
estaban Ethan y su novio, jugando una partida y
dejándome con una fuerte sensación de molestia
porque el deseo que sentía por ella no hizo otra cosa
más que avivarse.
566
Me senté frente a Jordan en la mesa, con Ethan a
mi lado derecho y dos hombres más de traje que
nunca había visto antes. Posiblemente eran
jugadores ocasionales.
Leah permanecía de pie detrás de su novio sin
dejar de mirarme en ningún momento, así que le
guiñé un ojo solo para hacerla desatinar y ella hizo
una mueca de exasperación.
Thomas hizo lo suyo y administró el ante, la
apuesta obligatoria para todos los jugadores.
Todos colocamos el primer conjunto de fichas
para dar inicio al juego.
Una vez se cerró la primer ronda, Thomas—el
crupier—se encargó de repartir las cartas y
administrar las apuestas, dejando el resto del mazo
en el centro.
El ambiente en el casino adquirió el característico
tono tenso que se cernía siempre en las mesas de
juego, consecuencia de la concentración de todos los
jugadores.
Observé mis cartas y me mantuve impasible, sin
denotar emoción alguna mientras calculaba mis
567
posibilidades y los mejores movimientos.
—¿Apuestas?—preguntó Thomas una vez
revisamos todos nuestras manos y dirigiéndose
primero a uno de los hombres de traje y cabello ralo
que yo no reconocí.
Él apostó un montoncito de fichas.
El otro hombre que estaba a su lado, igualó la
apuesta, mientras que Jordan deslizó un conjunto
mayor al centro de la mesa, señal de que tenía una
buena mano.
Levanté mi vista hasta Leah, que me sonreía
satisfecha y eso fue confirmación suficiente.
Ethan que estaba a mi lado, revisó una última vez
sus cartas antes de decidirse y hacer la misma
apuesta que Jordan.
Verán, en el póker solo había dos opciones: o
igualabas la apuesta del otro o la subías, pero nunca
podías hacer una más baja.
Me apresuré a aumentar la apuesta con el montón
mayor, ocasionando que Leah frunciera el ceño,
molesta, sin rastros de satisfacción y tuve que
resistir el impulso de sonreír.
568
Nos avocamos entonces a descartar y reemplazar
las cartas que no eran útiles.
El primer hombre de traje dejó sobre la mesa dos
cartas y una maldición cayó de sus labios cuando
tomó dos más del pozo.
El que se sentaba a su lado, descartó una carta y
extrajo una nueva, acomodándola rápidamente en su
mano, con un brillo codicioso bailando en sus ojos
oscuros.
Cuando tienes tanto tiempo jugando, aprendes
rápidamente a leer las expresiones de los demás y
por ende, a tener una idea de lo que escondían sus
cartas.
Ethan desechó dos cartas y tomó dos más,
impasible.
Podía sentir la intensa mirada de Leah incluso
aunque no alzara la vista y disfruté enormemente de
ello. Sabía que se moría porque Jordan ganara.
Una lástima por ella, verdaderamente.
Deseché tres cartas y tomé otras tres, sin
inmutarme.
—Caballeros, ¿última apuesta antes de descubrir
sus cartas?—musitó Thomas.
569
—No voy—dijo el primer hombre, dejando sus
cartas sobre la mesa. Posiblemente tenía una mano
de la mierda.
El hombre a su lado de ojos oscuros y espesa
cabellera azabache chasqueó la lengua, no supe si
porque su compañero había declinado o porque
estaba considerando algo. Sin embargo, colocó al
centro una torre de fichas y me relamí los labios ante
la visión.
Ethan tenía razón: había mucho dinero en juego
hoy.
Jordan puso el doble de fichas en el pozo y yo
enarqué una ceja, observándolo con diversión. Sus
ojos estaban llenos de suficiencia y contuve una
carcajada.
—Joder Jordan—maldijo Ethan, negando—. No
te traje para que me hicieras perder, imbécil.
El aludido soltó una risa ante el comentario de
nuestro amigo, que dejó las cartas sobre la mesa.
—No voy—dijo con resignación.
—Mala suerte, amigo—dijo él, regodeándose.
Observé el montón de fichas que había en el pozo
y después a Leah, que tenía sus ojos clavados en mí
570
para no perderse cualquier movimiento que yo
hiciera, como si a través de ellos pudiera deducir qué
clase de mano tenía yo y qué posibilidades tenía
Jordan de ganar.
Lo siento por ti, princesa quise decirle, porque
ella ignoraba por completo el hecho de que yo era un
angle shooter: me encantaba confundir a los demás
jugadores para hacerlos perder y por ello, era
siempre difícil adivinar cuál era mi juego.
Así que seguí mi modus operandi de siempre y,
en lugar de apostar más fichas que Jordan, lo igualé.
Ethan me miró confundido en consecuencia,
porque normalmente hacía apuestas más grandes.
—Se cierran las apuestas—anunció el crupier,
contando hábilmente las torres de fichas—. La casa
ofrece diez mil dólares, los que hay en el pozo.
Los ojos de Jordan relucieron con codicia y se
inclinó hacia adelante, posiblemente emocionado
con la perspectiva de llevarse un pez gordo.
Pude haber hecho uso de todas mis artimañas
para ganarle, pero decidí jugar limpiamente para
honrar la apuesta con Leah.
571
Si yo tenía suerte, me llevaría algo mejor esa
noche.
Jordan miró al hombre que tenía a su izquierda,
tal vez tratando desesperadamente de adivinar cuál
era su juego y después a mí. Me encantaba la tensión
que se construía siempre que la partida estaba a
punto de terminar, con todos los jugadores
expectantes, esperando ganar todo lo que albergaba
el pozo.
—Descubran sus cartas, caballeros—pidió
amablemente Thomas y el primero en hacerlo fue el
hombre de ojos oscuros, mostrando un full house.
Su sonrisa de suficiencia se desvaneció cuando
Jordan descubrió su mano de póker: cuatro cartas de
diez.
Nada mal pensé. Leah me miraba desde su altura
con los brazos cruzados, sumamente satisfecha y
seguramente saboreando la victoria.
—Buena mano—dijo Ethan
impresión desde su asiento.
silbando
con
—Lo siento, amigo—dijo Jordan con jovialidad,
frotando sus manos con emoción mientras observaba
todas las fichas.
572
Era verdad, la jugada de póker era una de las más
fuertes y de las más improbables. Tenía mucha
suerte de principiante.
Leah enarcó sus perfectas cejas, retándome a
mostrar algo mejor que él y, como buen caballero,
no la decepcioné.
—Yo lo siento por ti, amigo—mostré mis cartas y
la sonrisa de Jordan se desvaneció rápidamente.
Sacudí la flor imperial que había armado y Leah
pareció al borde del desmayo.
—Carajo—maldijo Jordan, ofuscado y se pasó
una mano por el cabello color arena.
Sonreí brillantemente sin despegar mis ojos de
ella, disfrutando enormemente de todas sus
reacciones.
Estaba furiosa, muy, muy furiosa.
—Fue un buen juego, ¿no?—preguntó Ethan
dando un sorbo a su trago, recargado sobre la barra
—. Jordan tiene talento para esto.
573
—Y que lo digas—concedí, mirando con
atención cómo Leah y nuestro amigo estaban
enzarzados en una discusión acalorada cerca de la
puerta del lugar.
Ella hacía aspavientos con las manos y podía
notar lo furiosa que estaba. No le había gustado en
nada que su noviecito perdiera, pero no tenía
escapatoria. Después de tantos años jugando contra
ludópatas, semi profesionales e intentos de ladrones,
había refinado enormemente mis habilidades en el
póker y con tanto en juego esa noche, no iba a
perder de ninguna manera.
Negó enérgicamente con los brazos cruzados,
igual que una niña enfadada y le dio la espalda,
saliendo del bar. Él parecía igual de enfadado y llegó
hasta nosotros dando zancadas.
—¿Problemas en el paraíso?—preguntó Ethan
con burla.
Jordan bufó.
—Está molesta porque he perdido. ¿Por qué se lo
toma tan personal? Es solo un puto juego.
—Ya se le pasará. ¿Se van?—preguntó él con
curiosidad.
574
—No, jugaré un par de partidas más para probar
suerte—sonrió—. Tal vez me recupere.
—Te acompaño—Ethan dejó el vaso sobre la
barra— ¿Vienes, Alex?
Jordan me miró sombríamente y no supe definir
si era porque le había dejado limpio o por lo que
había pasado en el restaurante.
—Los alcanzo en un momento—dije con
indiferencia y ambos se encaminaron hasta una mesa
disponible para jugar.
Una vez me aseguré de que Ethan y Jordan
estaban absortos en la partida, salí del lugar. El aire
se sentía frío y me puso la piel de gallina ahí donde
mis brazos estaban descubiertos por las mangas.
En cuanto salí reparé en Leah, que caminaba para
volver a entrar con un saco en las manos. Sin
embargo, antes de que llegara hasta el umbral, la
alcancé en dos pasos, la tomé del brazo y la arrastré
conmigo hasta el callejón que había en la parte
lateral del complejo, justo enseguida de un
desvencijado edificio.
—¿Qué haces?—chilló, tratando de zafarse, sin
éxito— ¡Suéltame!
575
La obedecí hasta que estuvimos alejados de la
entrada y de la vista de los matones que custodiaban
las puertas.
—¿Lista para conocer Inglaterra?—dije con
diversión, observándola desde mi altura y ella
encuadró los hombros, dándose importancia.
—Ya la conozco,
determinación.
gracias—respondió
con
—Pero no conmigo—acoté y ella puso los ojos
en blanco.
—Estoy segura de que has hecho trampa.
—He jugado limpiamente, Leah—sonreí—. El
problema no es que haga trampa, el problema es que
yo siempre gano.
—Qué modesto—dijo con sorna, sin despegar la
vista de mí.
—Ahora tienes que pagar tus apuestas, princesa.
Sus ojos brillaron con enojo en la oscuridad y
frunció los labios.
—No me llames princesa. Lo haces sonar como
un insulto cuando viene de ti.
576
—Puedes tomarlo como quieras—aclaré y
pareció ofendida—. Tienes que venir conmigo,
Leah.
—Sí, sí—dijo exasperada—. Ya te dije que lo
haría, Dios.
—Te recomiendo que vayas pensando en una
excusa convincente para tu familia y tu novio—me
fulminó con la mirada y colocó las manos sobre sus
caderas.
—¿Por qué tanta insistencia? Primero tenemos
que hacer el viaje con el amigo de mis padres y…
—Primero tienes que pagar el resto de la apuesta
—la interrumpí. Enarcó las cejas, perpleja.
—¿Resto de la apuesta? ¿De qué hablas?
—Apostaste concederme otro deseo—incliné la
cabeza con inocencia.
Frunció el ceño y su cuerpo pareció tensarse.
—¿Y qué más quieres? Ya accedí a hacer ese
jodido viaje contigo, ¿qué más vas a quitarme?—
empezó a despotricar, alzando la voz y mirándome
colérica—. Ya me has quitado demasiado esta
semana, incluyendo mi dignidad y mi paciencia, ya
me has humillado suficiente. ¿Pero sabes qué? No
577
me importa, si quieres mi dinero, mis joyas o mi
auto, me importa un carajo, tómalo, puedes tomar lo
que quieras, imb…
Me moví entonces, grácilmente y con decisión.
Estiré mis brazos y me incliné, colocando mis
manos a los costados de su rostro para estrellar su
boca contra la mía en un intento por callarla, por
parar todo esas estupideces que ella no dejaba de
decir.
Hizo un sonido entre la indignación y la sorpresa,
con su cuerpo terriblemente tieso por la impresión.
Sin embargo, toda la tensión pareció desvanecerse
cuando incliné la cabeza para besarla más
profundamente, tomando su labio inferior entre los
míos. Dejó escapar el aire antes de soltar el saco que
llevaba en las manos, hacer puños mi camisa y
corresponderme el beso.
—¿Esto? ¿Puedo tomar esto?—murmuré apenas,
las palabras un suspiro sin ser nada sólido mientras
me separaba.
—Si quieres—dijo con un hilo de voz,
poniéndose de puntillas para alcanzarme al tiempo
que yo me inclinaba para volver a tomarla,
encontrando sus labios a mitad de camino.
578
Fue una colisión de bocas y lenguas que me hizo
caer en cuenta de que yo había deseado esto más de
lo que me atrevería a admitir. La besé duro, con
violencia y necesidad, dejando escapar todo mi
enojo hacia ella en ese contacto arrebatado y
pasional, con mis sentidos agudizándose y mis
emociones al tope. Me sentía a punto de estallar.
No había coordinación alguna en nuestros labios
y los movimientos resultaban torpes y desesperados,
como si buscáramos devorar al otro antes de que el
sentido común volviera a hacerse presente.
Tomó mi cara entre sus manos, presionándose
contra mí como si quisiera fundirse en mi cuerpo y
la estrellé contra la pared para tener un poco más de
estabilidad mientras nuestras lenguas se enzarzaban
en una lucha campal por la dominación, por
necesidad, por algo que solo el otro podía dar.
Leah me correspondía con la misma emoción y
era como si ella también dejara todas sus emociones
en sus besos: furiosos, demandantes y hambrientos,
con sus manos trazando los ángulos de mi cara, mi
cuello, las curvas de mis hombros, hasta rodearme
con sus brazos.
Mis manos recorrieron su cuerpo, ansiosas por
tocar cualquier resquicio de piel desnuda, con mis
579
dedos presionándose contra su espalda descubierta,
percibiendo cómo se erizaba bajo el tacto. Apreté su
trasero con fuerza, provocándome que gimiera en mi
boca y le mordí el labio con fuerza.
Me moría por tomarla justo ahí, justo contra esa
pared, pero sabía que no iba a permitirlo, así que
continué devorándola con un deseo abrasador
recorriendo por mi sistema y amenazando con
consumirme.
Así era como prefería a Leah: expuesta y fuera de
control.
Perdí la cuenta del tiempo que estuvimos
besándonos, devorándonos con desesperación hasta
que convertimos eso en una prioridad y decidimos
ignorar la falta de oxígeno.
Yo fui el primero en alejarme, porque la presión
en mi pantalón era dolorosa y saber que no podía
tomarla como deseaba en ese momento era incluso
más doloroso.
Su pecho subía y bajaba con pesadez, tratando de
llenar sus pulmones del aire que tanta falta le hacía.
Tenía los labios rojos y evidentemente hinchados,
con sus pupilas dilatas, llenas de deseo y teñidas de
un oscuro color azul o tal vez negro.
580
Quería besarla un millón de veces más, pero me
abstuve y traté de tranquilizar mi rápido latir cuando
escuché voces de hombres saliendo del complejo.
—Deberías irte antes de que empiecen a buscarte
—mi voz salió rasposa y ronca desde mi garganta.
Asintió apenas luego de unos momentos, pero no
fue capaz de moverse porque tenía su cintura
aprisionada entre mis manos, tomándola tan fuerte
como grilletes.
No quería dejarla ir hasta Jordan, por Dios.
No quería dejarla ir en absoluto.
A regañadientes, la dejé libre y me incliné para
recoger el saco que había perdido en el proceso de
nuestra colisión. Se lo tendí y ella lo tomó con
manos temblorosas.
Se alejó sin decir una palabra y justo cuando
estaba a punto de salir del callejón, se giró para
mirarme sobre el hombro.
—Te veré mañana para el viaje, ¿de acuerdo?—
dijo voz ahogada y asentí, aunque no estaba seguro
de que me hubiese visto por la falta de luz.
Cuando giró en la esquina del callejón para entrar
al complejo, escuché la voz de Jordan.
581
—¿Por qué tardaste tanto?—los observé desde la
penumbra caminar hasta el auto de él.
—No encontraba el saco—sacudió la prenda
frente a su rostro.
—Logré recuperar lo perdido en unas cuantas
partidas más—dijo él felizmente—. Aunque Alex
fue bastante bueno, ¿no?
—Sí, muy bueno—admitió y pude jurar que no
hablaba solo de mi forma de jugar.
Necesitaba una ducha de agua fría, urgentemente.
—¿Quién es la chica?—preguntó Rick
acercándose hasta la barra donde yo tomaba un vaso
de licor.
Asumí que él no había ido hoy al casino o que no
saldría del privado en toda la noche, así que cuando
escuché su voz profunda a mi lado, me sorprendí.
—¿Quién?—pregunté con desinterés.
—La que ha venido hoy con tu amigo y el de
Ethan—clarificó y mi estómago se comprimió.
—Nadie—dije con indiferencia.
582
Joder, ¿cómo mierda había reparado en ella si ni
siquiera lo había visto por el lugar?
—Para ser nadie es bastante bonita—soltó una
risita insulsa—. Además, me dijeron que te vieron
hablando con ella muy entusiasmadamente.
Enarqué una ceja, buscando parecer perplejo.
—Nadie—repetí, tensando la mandíbula.
—Vamos, príncipe—me palmeó la espalda— ¿Es
alguna de tus putas?
—Tienes razón—dije irguiéndome para alejarme
de su toque y lo miré desde mi altura, severo—.
Permíteme ser más específico: no es nadie que te
importe.
Estrechó los ojos y yo coloqué el vaso sobre la
barra dispuesto a irme.
—Modales, príncipe.
—Vete a la mierda, Rick—espeté y salí del lugar
sin mirar atrás.
Mañana sería un nuevo reto junto a Leah, porque
no tenía idea de a cuál de sus múltiples
personalidades iba a enfrentarme.
583
Me sentía ansioso en la misma medida que
perturbado, pero recibí de buena gana las
emociones.
Veríamos hasta dónde llegaríamos nosotros dos.
¡Hola mis niños!
¿Votos? ¿Comentarios?
¿Dudas?
¿Qué les pareció?
Gracias por todos su votos y comentarios, son
los mejores del mundo entero.
El próximo capítulo irá dedicado al primer
comentario.
Con amor,
KayurkaR.
584
Capítulo 17: Problemas sobre
ruedas.
Alexander
El motor del Audi de Leah dejó de rugir una vez
entró en la plaza de mi complejo de departamentos.
El reloj en mi muñeca me indicó que, como
siempre, llegaba tarde. Dos horas tarde. Descendió
de su auto con la misma elegancia de un felino y
tuve que ahogar una risa cuando miré cómo iba
vestida.
Esa chica nunca dejaría de sorprenderme.
—Llegas tarde—dije secamente.
Hizo un mohín y me miró a través de sus lentes
oscuros.
—Tenía que inventar una excusa creíble para mis
padres de dónde pasaría los próximos tres días—
posó las manos en sus caderas, sin perder la
seguridad.
—¿Y qué les dijiste?
585
—Que pasaría el fin de semana con Edith, en su
casa de descanso.
Enarqué una ceja.
—Tus padres y los de Edith son amigos, ¿no?—
asintió lentamente, sin comprender mi comentario—
¿Quién te asegura que no se los encontrarán en una
cena o un evento?
—Porque sus padres están en Roma en un
congreso, genio—dijo mordaz, como si fuera lo más
obvio del mundo.
Quise reírme por su actitud infantil.
—¿Y qué le has dicho a Jordan?
Sus hombros parecieron tensarse al tiempo que
cruzaba los brazos sobre el pecho, desviando la
atención.
—Que acompañaría a mi hermano a un viaje para
visitar a un amigo de la familia.
No pude evitar la sonrisa divertida que adornó
mis labios.
—No me parezco a tu hermano, Leah—incliné la
cabeza con inocencia—. Ni tampoco me tratas como
tal.
586
—Gracias al cielo no te pareces a él—musitó,
negando—. Sabes que lo de ayer fue…
—No lo digas, me sé ese rollo de memoria—la
detuve, colocando una mano al frente.
Había sido un error.
Nos mantuvimos en silencio y podía jurar que
ella estaba escrutándome a través de sus Ray Ban.
Cuando el silencio fue demasiado incómodo y me
sentí demasiado observado, decidí hablar.
—¿Por qué me miras tanto?
—Por nada, solamente estoy tratando de adivinar
—respondió con jovialidad.
—¿Qué cosa?
—¿Alguna vez has pensado que tal vez tienes un
trastorno de personalidad?—se retiró los lentes de
sol e inclinó su cabeza a un lado ligeramente, seria y
la duda no tardó en cernirse sobre mi rostro—.
Porque eres muy extraño. Un día eres la persona más
dulce y atenta del mundo conmigo, al siguiente me
tratas de la mierda, luego me ignoras y después,
estás encima de mí como si quisieras… —dejó las
palabras en el aire, pero sabía perfectamente de lo
que hablaba: como si quisiera devorarla—. El punto
587
es que estoy tratando de adivinar a cuál de todos los
Alex voy a enfrentarme hoy.
La miré recargado en mi auto, de brazos
cruzados.
—¿A cuál quieres?—inquirí
dedicándole una media sonrisa.
coquetamente,
Captó rápidamente mis intenciones, así que
volvió a tomar su actitud distante y defensiva.
—Al que me deje en paz, obviamente—espetó
con tono desdeñoso—.Pongámonos en camino, ¿si?
Ya es bastante tarde.
Una risita se escapó de mi boca ante su intento
desesperado por mantener el cuidadoso control que
había construido nuevamente en torno a sus
emociones y su cuerpo, porque ésa era la Leah
colectada y contenida a la que yo estaba
acostumbrado, y la que mantenía herméticamente
cautiva a la que estaba volviéndome loco de a poco.
—¿Me sigues?—preguntó quitando los seguros a
su auto.
—¿No es mejor si vamos juntos?
Pareció pensarlo un momento, antes de asentir.
588
—Sube—me dijo haciendo una seña con su
cabeza, pero yo permanecí con los pies plantados en
el piso.
—Yo conduzco.
—No vas a conducir mi auto—objetó tajante.
—Entonces vamos en el mío.
—Contigo no voy ni a la esquina— la miré
significativamente,
sintiéndome
ligeramente
hastiado con su testarudez—. Podrías ser de esos
locos inconscientes al conducir.
—Leah, te recuerdo que ya te has subido a mi
auto dos veces y de esas dos veces, la que iba
inconsciente eras tú—las comisuras de mis labios se
alzaron en un rictus cuando agachó la cabeza,
porque sabía que tenía razón.
—De acuerdo, bien, iré contigo—concedió a
regañadientes—. Ayúdame a bajar mis cosas del
maletero, por favor.
Me puse de pie junto a ella al tiempo que lo abría
y observaba todo lo que llevaba dentro.
—Vamos a un viaje de tres días, no a mudarte de
casa—espeté señalando las cuatro maletas tamaño
jumbo que milagrosamente había logrado meter en
589
el espacio tan reducido del maletero—. Elige solo
una maleta y ésa es la que vas a llevarte.
—¿Qué?—se quejó al borde del infarto—¿Estás
loco? ¡Necesito todo esto! ¡Es e-sen-ci-al!
—Esencial mis huevos—contraataqué con dureza
—. Elige una.
—Entonces iré en mi auto—se cruzó de brazos y
puse los ojos en blanco.
—Solo estamos perdiendo tiempo en esto, ¿lo
sabes, no?
Dejó escapar el aire luego de pensarlo un
momento y con resignación, se decidió por la más
grande.
—Si hay algún imprevisto y yo no tengo ropa qué
ponerme, me las vas a pagar, ¿entendido?—amenazó
severa y la ignoré olímpicamente mientras bajaba su
maleta y la subía a mi Challenger.
—Con ese tamaño de maleta yo diría que tienes
ropa al menos para lo que te resta de vida—afirmé
—. Y si toda la ropa que llevas es como la que tienes
puesta, diría que incluso podrías presentarte en un
evento de gala.
590
—¿Qué tiene de malo mi ropa?—inquirió y la
miré de arriba abajo, bebiéndola bajo el pretexto de
analizar sus prendas, desde su saco oscuro, su
sencilla blusa blanca que marcaba la forma de sus
pechos, el short de tiro alto que se ceñía a su
pequeña cintura, siguiendo el camino de sus
definidas piernas rematadas con unos botines.
Me costaba horrores mantener mis manos
alejadas de su cuerpo.
—¿Quién usa un Valentino para un viaje en
carretera de seis horas?—pregunté saliendo de mi
estupor, refiriéndome a su saco y cerrando el
portaequipaje—. Además, llevas en los pies unas
botas Jimmy Choo.
Me miró genuinamente sorprendida.
—¿Cómo sabes eso? Pensé que los hombres
tenían una incapacidad congénita para reconocer
marcas.
—Mi madre vive de eso, es obvio que voy a
reconocerlas—expliqué, al tiempo que Leah
enarcaba las cejas, todavía anonadada.
—¿Seguro que no es porque eres gay?—una
sonrisa jugando en las comisuras de sus labios.
591
Le lancé una mirada severa antes de sonreír
brillantemente.
—No lo sé, ¿te gustaría ayudarme a
comprobarlo?—pregunté con tono sugerente y me
sentí satisfecho por el ligero sonrojo en sus mejillas.
—Idiota—abrió la puerta del auto y se montó con
decisión.
—Toma la siguiente salida—me ordenó sin
despegar la vista de su celular, siguiendo el mapa.
Llevábamos una hora conduciendo en un silencio
que no era del todo incómodo, más bien tenso y no
precisamente por malas razones. Lo único que
sesgaba la callada atmósfera era mi playlist
aleatoria.
La miré de reojo antes de volver a fijar la vista al
frente.
—Es mejor si sigo unas millas más y tomo la
salida posterior—expliqué distraídamente.
—No, ya he trazado una ruta—dijo con
severidad.
592
—He visto el mapa que me has enviado y
créeme, sé lo que hago.
—¡Harás que nos perdamos!
—Los hombres tenemos buen sentido de la
orientación, princesa—dije con burla y ella soltó
una risita sin humor.
—No me importa si tienes hasta el sentido
arácnido—atacó—, ya he hecho un mapa incluyendo
las rutas más seguras y también un itinerario. La
próxima parada para ir al baño, si administramos
bien nuestro tiempo y me obedeces, será dentro de
cuarenta y cinco minutos exactamente, y, si
seguimos mi plan, llegaremos a la hora establecida.
Despegué la vista de la carretera para mirarla
largo y tendido, sin poder ocultar mi sorpresa ante
todas las locuras que me decía.
—Estás loca, ¿sabías?—solté una risa seca—. Por
Dios, ¿acaso planeas todo lo que haces en la vida?
¿Así de zafada estás?
—No es locura, es logística—dijo dignamente.
—¿Planeas hasta las veces que vas a cagar?—la
miré perturbado.
—Eres asqueroso—siseó y yo sonreí.
593
—¿Eso es un sí?—continué, solo para molestarla
— ¿Planeas también las veces que coges? ¿Qué pasa
cuando no dura el tiempo que tú estableciste? ¿Te da
un ataque o algo?
—¡Alex!—me dio un golpe en el hombro que sí
me merecía—. Eso es algo que a ti no te importa.
—¿Ah, no?
—No, y gira a la derecha para tomar la salida—
chilló, pero pasé de largo la intersección y pude
sentir el pesar de su mirada, furiosa— ¿Por qué la
has pasado de largo?
—Porque te he dicho que conozco una forma más
rápida de llegar.
—Pero te he dicho lo que tenías qué hacer.
—Y yo te he dicho que no me gusta que me
digan lo que tengo qué hacer.
Lanzó un quejido de incredulidad.
—¿Por qué es tan difícil hacer lo que te pido?
Hastiado con su actitud, disminuí la velocidad
hasta quedar a un costado de la carretera en un
espacio amplio.
594
—¿Qué haces?—preguntó asustada.
—Leah, mírame—le pedí estoicamente y ella
obedeció.
Sus orbes, que ahora tenían un claro color gris,
me miraban expectantes y me detuve en ellos un par
de segundos más de los necesarios, solo para
apreciar lo hipnóticos que eran.
—No soy Jordan—dije con determinación—. No
voy a obedecerte solo porque me lo exijas. Hay
maneras de pedir las cosas, niña.
Pareció dejar de respirar, antes de que su pecho
volviera a moverse.
—No dije que lo fueras, ni espero que lo seas y
claramente no soy una niña.
—Bien, ahora repítelo hasta que te lo creas—un
intenso malestar se instaló en la boca de mi
estómago y no pude definir de dónde provenía.
Nos pusimos en marcha una vez más.
—¿Podrías cambiar el playlist?—me pidió
cuando llevábamos dos horas y media de camino—.
595
Ya me siento tan rara como tú.
—No—negué con severidad, aún molesto con
ella.
Resopló y de reojo la miré acercándose al
estéreo, atreviéndose a apagarlo, o cambiarlo o
tocarlo.
—No toques—dije dándole un leve manotazo
para alejarla y clavé mi vista en ella por unos
segundos—. Mi auto, mis reglas.
Me imitó con voz burlona y habría sonreído de
no sentirme tan ofuscado ante la idea de que Leah
me mirara al mismo nivel que Jordan.
—Voy a tirar tu celular por la ventana si no me
dejas cambiar la música—amenazó con tono
sombrío.
—A ti voy a tirarte por la ventana si no dejas en
paz mi estéreo.
—Eres un imbécil—se quejó, cruzándose de
brazos.
—Voy a tomar eso como un cumplido—musité
levemente divertido.
—No me sorprende que no tengas novia.
596
Aquella vez no pude contener la sonrisa que
surcó mi cara.
—¿Te importa?—me costó mucho mantener mi
atención al frente cuando el filo de mi vista captó
sus piernas descubiertas moviéndose en el espacio
para acomodarse.
—La verdad, tengo curiosidad—podía sentir sus
orbes clavadas en mí—¿Cuándo fue la última vez
que estuviste con alguien? ¿Estás con alguien ahora?
—¿Cuándo fue la última vez que estuviste con
Jordan?—la miré por un segundo, sin poder contener
la pregunta y esperando que con eso desviara su
atención lo suficiente de un espacio tan personal.
—Eso no es asunto tuyo—dijo cortante.
—Misma respuesta—contesté tamborileando el
volante.
—Responde mi pregunta, Alex.
—Responde la mía primero.
Dejó escapar un sonido de exasperación y alzó
sus manos a modo de rendición. Se cruzó de brazos,
obviamente molesta y fijó su vista en el árido paisaje
que se apreciaba por la ventana.
597
Luego de unos minutos en silencio, decidí que
nada malo podía pasar si respondía esa pregunta
porque, si al final íbamos a estar encerrados en un
auto las próximas cuatro horas, cortar todo inicio de
conversación no era buena idea para hacer el viaje
más ameno.
—Si quieres saber si estoy follándome a alguien
en este momento—me detuve y ella despegó su
cabeza del cristal—, la respuesta es no, no lo estoy
haciendo. Y si quieres saber si he tenido algo qué
ver sexual o amorosamente con otras mujeres,
entonces muy probablemente no va a gustarte la
respuesta.
Dejó escapar el aire y por el rabillo del ojo la vi
acomodarse un mechón de cabello tras la oreja.
—Lo de tus aventuras no es un secreto para nadie
—dijo con un tono que me pareció tildado de
reproche—. Incluso diría que tienes cierta fama.
—¿En
divertida.
serio?—la
perspectiva
me
—Sí, hasta hay un estúpido mito.
—¿Mito?—le dediqué una mirada curiosa.
598
parecía
—He escuchado decir que tú no besas a las
mujeres—explicó en tono crítico y yo solté una
carcajada, larga y profunda.
Tuvieron que pasar varios segundos para que
pudiera respirar correctamente.
—¿Qué es tan gracioso?
—No es un mentira—clarifiqué y me miró
perpleja—, pero me sorprende que ya se haya
convertido en un mito.
—¿No es mentira?—repitió, sin comprender.
—No las beso—afirmé más lentamente,
encogiéndome de hombros—. No necesito besar a
una mujer para tener sexo con ella, es algo
prescindible. Además, besar es una acción que
considero muy personal, ¿para qué voy a besar a
alguien que sé que no volveré a ver? No vale la
pena.
—Pero tú y yo nos hemos besado—acotó
confundida y la miré enarcando una ceja—. ¿Por
qué?
—Porque quiero—dije con naturalidad, como si
fuera lo más obvio del mundo.
—Ya, en serio, ¿por qué?
599
—Tú eres mi esposa, Leah. No hay nada más
personal que eso—expliqué y la frase resultó extraña
en mi boca, pero no del todo desagradable.
—Ah, ahora soy tu esposa—sonreí ante su
comentario, porque ahora me atacaba precisamente
con lo que le había dicho en el baño del restaurante
—. Fuiste un completo imbécil conmigo la semana
pasada, por cierto.
—Siempre soy un imbécil, Leah.
—No voy a discutir eso—sonrió con satisfacción
—. Me alegra que al fin lo reconozcas, ya era hora.
—¿No se supone que como mi esposa deberías
ser amable conmigo, respetarme, complacerme y
hacer todo lo que esté en tus manos para hacerme
feliz?—bromeé—. ¿Dónde está todo eso?
—En tu imaginación—respondió
mordaz, mirándome con suficiencia.
con
tono
—¿Todos saben lo malvada y cruel que eres o soy
el único privilegiado en recibirlo?—dije divertido.
—Tienes mi atención especial, me atrevería a
decir—despegué mi vista del frente para mirarla con
travesura y otras intenciones—. No de esa manera—
600
se apresuró a añadir cuando comprendió la forma en
que la escudriñaba.
—De cualquier manera—aclaré y por el rabillo
del ojo noté la sonrisa que ella trataba de suprimir.
—¡Por Dios! ¿Cómo puedes decir que los hot
dogs son mejores que las alitas? Estás demente—se
quejó alzando la voz y haciendo aspavientos.
Bajé el volumen del estéreo, que reproducía una
canción que Leah había seleccionado después de que
le concediera el privilegio temporal de elegir la
música—algo que no le permitía a nadie.
—Pero sí son mejores—dije rotundo.
—Alex, ni siquiera te gustan los hot dogs, solo lo
haces para molestarme.
Ahogué una carcajada.
—¿Cómo sabes que no me gustan?
—Cuando eras pequeño odiabas los hot dogs.
—Puede que ahora me gusten—me encogí de
hombros—. Hay muchas cosas de mí que no sabes,
Leah.
601
—Sé más de lo que te imaginas—contradijo con
tono seguro.
—Apuesto a que ni siquiera sabes mi nombre
completo—la reté, mirándola con suficiencia.
—¿Por qué no sabría tu nombre? Eres Alexander
Col…
—Tengo más nombres, esa es solo la versión
corta.
—No te creo—estrechó los ojos con recelo.
—¿Por qué mentiría sobre eso?—dije con
incredulidad.
—No lo sé, ya nada me sorprendería viniendo de
ti. ¿Cuál es tu nombre?
Tomé una bocanada de aire, preparándome.
—Henry Alexander Benedict Percival Colbourn
—recite y me sentí de nuevo en primaria.
Leah me miraba boquiabierta.
—¿Tu primer nombre es Henry?—asentí
divertido, porque siempre era la misma reacción—.
No jodas, tienes todo el abecedario en tu nombre.
¿Tus padres no podían decidirse solo por uno?
602
Seguramente tardas más tiempo poniendo tu nombre
en un examen que contestando las preguntas.
Solté una carcajada porque tenía razón; odiaba
cuando tenía que poner mi nombre completo en
cualquier cosa, porque cuando llegaba a Benedict ya
sentía un calambre en la mano.
—¿Y Benedict? ¿Percival? Tienes los nombres
más anticuados del mundo.
—Gracias—dije con sarcasmo y ella soltó una
risita.
—Lo peor es que creo que ninguno te va bien, a
excepción de Alexander, así que seguiré llamándote
así—se encogió de hombros y subió el volumen para
que el auto se inundara con la voz de Sam Smith.
Llevábamos tres horas de camino sin incidentes.
El único problema que podía percibir era el dolor
que laceraba mi cabeza porque Leah llevaba veinte
putos minutos quejándose porque no me había
detenido en el descanso que ella había establecido en
su estúpido itinerario.
603
—Ya te lo dije, podemos detenernos en la
próxima gasolinera. Así perderemos menos tiempo y
ya tendremos mayor camino recorrido—traté de
explicarle por enésima vez, haciendo acopio de toda
la paciencia que no poseía.
—¿Cómo sabes que estará funcionando? No
revisé esa gasolinera en el mapa, podría estar
desierta y entonces nos quedaríamos sin combustible
antes de llegar a la más cercana y…
—Está funcionando, Leah—gruñí
mandíbula tensa, hastiado.
con
la
—¿Y qué tal si la calle por la que nos
desviaremos está cerrada?
—Deja de ser tan paranoica, Dios—negué,
fastidiado.
Lo único que quería era que se callara. El
cansancio por conducir ya estaba haciendo mella en
mi cuerpo y estaba tan ansioso como ella por
detenerme y estirar mis piernas, por respirar un poco
de aire y sobre todo, moría por estar alejado de sus
incesantes alegatos.
—No es que sea paranoica, es que hiciste mierda
el itinerario que tanto me esmeré en planear y ahora
no tengo idea de a dónde estamos yendo—atacó,
604
alzando la voz, provocándome otro latigazo de dolor
—. Tampoco sé si llegaremos a tiempo y necesito
mantenerlo al tanto. Además, imagina que la mal…
Estiré el brazo y la tomé del mentón despegando
la vista del frente.
—Leah, cállate, porque estoy imaginando un
montón de formas creativas para mantener tu bonita
boca ocupada—apreté su mandíbula para mantenerla
en el lugar.
—Eres asqueroso—intentó liberarse, sin éxito y
clavé mis ojos en ella esperando transmitir toda mi
molesta animosidad—Solo estoy…
—Sólo cállate, estás tocándome los huevos—dije
con voz tensa.
—Ya quisieras— logró zafarse y se frotó el lugar
donde la había mantenido cautiva .Yo tuve que
contener la sonrisa que delataría que efectivamente,
sí querría—. ¿Estás seg…?
Se calló en el momento en que escuchamos un
estruendo viniendo de la carretera, con mi auto
inclinándose hacia un lado peligrosamente,
perdiendo altura e impidiéndome mantener el
control del volante.
605
Un miedo atroz se instaló en la boca de mi
estómago.
Mi primer reacción fue colocarle un brazo sobre
el pecho para evitar que Leah saliera disparada por
el cristal debido al repentino cambio de velocidad y
la inercia.
Logré dominar el auto, hasta quedar a la orilla de
la carretera y me detuve junto a unos pastizales
áridos con poco color verde, en medio de la nada.
—¿Estás bien?—pregunté con el corazón
desbocado, al tiempo que me giraba para verla,
petrificada, pálida y con sus uñas clavándose en mi
brazo dolorosamente.
Asintió rígidamente, al tiempo que desenterraba
sus uñas de mi piel y comenzaba a registrar todo a
su alrededor.
—¿Tú estás bien?—su voz fue apenas un susurro
y asentí— ¿Qué pasó?
—Creo que una llanta se reventó— observé el
humo que manaba del lado del copiloto y reparé en
el penetrante olor de caucho quemado.
—No jodas—bajó del auto al mismo tiempo que
yo, cubriéndose del sol que se mantenía bien arriba
606
con la mano—. Creo que sí has perdido una llanta.
Me puse en cuclillas para analizar el desastre y
caí en cuenta de que la llanta estaba casi desecha,
totalmente reventada.
—Mierda—me quité la gorra que llevaba para
pasarme las manos por el cabello, hastiado.
Lo que me faltaba.
Leah permaneció de pie con los brazos cruzados,
observándome mientras abría el maletero y extraía
todo lo necesario para cambiar la llanta, incluyendo
la de refacción.
—¿Por qué no mejor llamas a tu compañía de
seguros?—preguntó y deposité las herramientas en
la carretera.
—Porque no tengo ni puta idea de cuánto tiempo
tardarán en llegar y no quiero estar aquí al
anochecer.
—¿Y puedes cambiarla tú?—dijo con tono
escéptico y la alcé la vista para mirarla duramente.
—Claro que sí. Es más, tú vas a ayudarme—me
puse en pie y le coloqué la gorra para cubrirla del sol
y que no tuviera excusa.
607
—No sé cambiar una llanta.
—Es tu día de suerte entonces, porque voy a
enseñarte—esbocé una media sonrisa al tiempo que
la pasaba de largo y depositaba el gato en el asfalto.
—No, voy a ensuciarme—se cruzó de brazos y
plantó los pies en el piso—. Yo no hago esas cosas.
Puedes ensuciarte todo lo que tú quieras, pero yo
paso.
Enarqué una ceja, me puse en pie y le pasé una
mano por el cuello, dejando un rastro de grasa y
tierra por la llanta.
—¿Y si ya estás sucia?—la reté, dándole la
espalda para avocarme a reparar el daño.
—¡Estás loco!—gritó—. No voy a ayudarte.
—Lo harás, o de lo contrario no vamos a salir de
aquí—la amenacé poniendo una palanca en sus
manos y acomodando el resto de las herramientas.
A regañadientes, se acercó para ayudarme—
aunque lo único que hizo fue observarme
atentamente mientras trabajaba y pasarme cosas de
vez en cuando—. Para cuando coloqué los últimos
birlos en el rin, el sol ya había comenzado a
descender; había tardado dos horas y media en
608
cambiar la llanta entre acallar la insistencia de Leah
por llamar a una grúa y el dolor de cabeza que no
hacía otra cosa que aumentar.
—¿Sabes conducir un estándar?—le pregunté
observando la llanta de refacción.
Frunció los labios.
—Algo así.
—Necesito que conduzcas solo un par de metros
para cerciorarme que la coloqué correctamente, ¿de
acuerdo?
Le tendí las llaves y se subió al volante. Sin
embargo, caí en cuenta demasiado tarde que ella no
sabía conducir un estándar, porque casi me atropella
cuando dio reversa repentinamente; fui capaz apenas
de quitar el pie del camino de la llanta por
centímetros, antes de que saliera disparada hacia
adelante, cayendo en una zanja al lado de la
carretera repleta de lodo, con mi precioso auto
hundiéndose en el proceso.
Ella iba a matarme de algún infarto un día de
estos, no tenía duda de eso.
Corrí hasta Leah, con una mezcla de emocione en
el pecho. No sabía qué era más fuerte, si mi molestia
609
porque casi hubiese arruinado mi precioso bebé o mi
preocupación porque algo malo le hubiera pasado.
Salió del auto trastabillando peligrosamente antes
de agotar la distancia entre nosotros y tomarme de
los antebrazos para recuperar el equilibrio.
—¿No era más fácil decirme que no sabías
conducir?—inquirí enojado una vez comprobé que
estaba bien, o tan como bien como podría llegar
estar alguien tan loca como ella.
—Lo siento.
Observé la defensa del auto y las llantas
delanteras prácticamente hundidas en su totalidad en
la lodosa zanja que había al lado del camino y alcé
el rostro al cielo cerrando los ojos, contando hasta
un millón para no matarla y dejar su cuerpo justo
dentro de esa zanja de mierda.
—De acuerdo, esto es lo que vamos a hacer—me
troné el cuello que estaba muy tenso—: vas a
ayudarme a empujar el auto hasta que pueda
nivelarlo lo suficiente para sacarlo de esa zanja,
¿entendido?
—Pero…
610
Le dediqué una mirada que no daba lugar a
discusión y se dobló las mangas de su saco antes de
posar las manos en el capó del auto.
—¡Empuja!—dimos el primer empujón, sin que
nada pasara—. De acuerdo, de nuevo.
Antes de que ella empezara a hacer presión otra
vez, lanzó un gritito y vi en cámara lenta cómo se
resbalaba en la zanja, igual que una vaca
descarriada, derrapando en el camino antes de
terminar espatarrada bocabajo en la mugre,
chillando como un cerdo, lo que resultó muy
adecuado para la escena.
Se incorporó con pesadez y cuando le vi la cara,
no pude hacer otra cosa que doblarme de la risa
porque se veía igual que si acabara de salir de la
jaula de unos monos nada amigables.
—¿Qué haces?—preguntó, de rodillas en la tierra
húmeda—¡Ayúdame pararme!
Con cuidado, la tomé del brazo, pero volvió a
resbalarse, cayendo sobre su culo esta vez y
rasgando su Valentino de la manga en el proceso.
Miró el inerte pedazo de tela que pendía de su brazo
horrorizada, como si lo perdido hubiese sido el
miembro y no una prenda y gritó con exasperación,
611
toda la tensión que los dos llevábamos acumulada
por el viaje de mierda finalmente siento liberada por
ella.
—¡ROMPISTE MI VALENTINO!—aseveró,
furiosa—¡CÓMO TE ATREVES!
—Tranquilízate Cruella de Vil, puedes comprar
otro—la observé de brazos cruzados desde mi altura.
—¡NO! ¡NO PUEDO! ¡ERA UNA EDICIÓN
ESPECIAL!—chilló y palmeó la tierra igual que una
niña— ¡TE ODIO! Dios, de no ser por ti, nada de
esto estaría pasando y yo no estaría revolcándome en
este pozo de mierda.
Me miró furibunda y yo simplemente sonreí.
—Toda una lástima, verdaderamente, pero
tenemos cosas más importantes que hacer que llorar
por un saco perdido—le di la espalda para seguir
empujando el auto sin que me afectaran en lo más
mínimo sus alegatos y, antes de que me pusiera a
trabajar, sentí algo húmedo chocar contra mi
espalda.
Cuando me giré, Leah tenía un puño de tierra
apuntando hacia mí y, con una sonrisita maliciosa, lo
lanzó apuntando a mi abdomen. La gravedad hizo su
trabajo y el montoncito cayó en mi zapato.
612
—Qué infantil. Vas a limpiar eso, ahora—le
ordené, autoritario.
—No, no creo.
—Lo harás.
Me amenazó con otro cúmulo de tierra.
—Oblígame.
—¿Realmente quieres que te obligue, arpía?
Me lanzó el lodo que tenía en la mano,
acertándome en el pecho y sonrió satisfecha, con sus
blancos dientes contrastando enormemente con el
color acre que tenía su cara por las costras de tierra.
—Vas a lamentar eso—dije sombríamente antes
de entrar en la zanja, inclinarme un poco, tomar un
puñado de tierra húmeda y lanzarla magistralmente
hacia ella, pero bloqueó el sucio proyectil con sus
brazos.
—No creo—se apresuró ponerse en pie antes de
que llegara hasta ella, asentando otra húmeda
mancha en la curvatura de mi hombro y mi cuello.
Me retiré la suciedad del lugar antes de mirarla
como un depredador. Toda su satisfacción pareció
desvanecerse cuando cayó en cuenta de que estaba
613
acercándome y, sin aviso, le pasé un brazo por los
hombros, colocando su espalda contra mi pecho y
haciendo presión para doblarle las rodillas.
—¡Hey! ¡No, Alex! ¡No, no!—volví a tumbarla
contra la húmeda zanja con facilidad y me cerní
sobre ella. No perdió el tiempo y comenzó a
lanzarme todo sobre lo que sus manos se posaran,
con pequeños misiles de tierra asestando en mi cara,
mi pecho, mis hombro, hasta que tomé sus manos
con la mía y, con la otra, hice un enorme puño de
tierra que dirigí a su cara.
—¿Sabes por qué yo siempre te ganaba en las
guerras de lodo, Leah?—dije maliciosamente,
disfrutando de cómo sus ojos se abrían con terror
ante la masa goteante y asquerosa que tenía en la
mano.
—¡No, no en la cara! ¡Yo no te di en la cara!
—Porque no eres tan creativa.
Se movió desesperada tratando de liberarse, sin
éxito y emitió un quejido de estrés.
—Eso es lindo, Leah, lástima que no va a
ayudarte—reí, acercando la bola de lodo a pesar de
todos sus intentos por detenerme.
614
Y sin decir nada más, le embarré el montón de
lodo en la cara, con ella retorciéndose sin parar para
quitar su rostro.
Dejé sus manos libres para que pudiera limpiarse.
Se veía ridícula con toda esa tierra en la cara, el
cabello y el cuerpo. Parecía un zombie que había
vuelto a la vida.
—¡Idiota!—tosió para escupir la tierra y me tomó
de la camisa con una mano, mientras que con la otra
trataba de darme en el rostro. Nos enzarzamos en
una pelea de miembros y fuerza, pero ella fue más
rápida y logró colocarse encima de mí, con sus
piernas apretándome sólidamente para mantenerme
en el lugar.
Sin perder un segundo, me embarró otra plasta de
tierra en la cara en venganza y, cuando recuperé de
nuevo la visión, pensé que volvería a atacarme, pero
solo estaba mirándome atentamente.
No pude preguntar nada porque ya estaba
partiéndose de risa, sacudiéndose encima de mí.
—Fue tan ridículo—se rió, largo y tendido,
posiblemente por cómo me veía o por todo lo que
615
había pasado en los últimos quince minutos en
general.
—Leah, ¿usas drogas?—pregunté genuinamente
preocupado por todas sus reacciones, pero solo se
rió con mayor ahínco.
—Esto fue tan infantil, pero te juro que es lo más
divertido que he hecho en mucho tiempo—dijo
sonriendo brillantemente—. Jamás pensé que
pudieras ser así.
La miré fijamente, repentinamente consciente de
su cercanía y de la presión que su cuerpo ejercía
sobre mi pelvis. Tuve que concentrarme muchísimo
para que la fricción involuntaria de sus movimientos
no terminara por provocarme una erección. La
humedad por la tierra ya estaba colándose por mi
camiseta, así que me removí, incómodo, con mis
manos en su cintura.
—Como… así, jugando y bromeando… sabes a
lo que me refiero.
—Defensa propia—argumenté y ella negó sin
creerme.
—Claro.
616
Nos pusimos en pie después de la guerra,
sacamos el auto de la zanja y nos dirigimos a la
gasolinera más cercana, sucios hasta el culo,
exhaustos, hambrientos pero con un mejor humor.
—Escucha—la detuve tomándola del brazo antes
de que bajara del auto—, ya perdimos demasiado
tiempo. Pronto oscurecerá y aún nos quedan algunas
horas de camino, así que solo tenemos quince
minutos, ¿de acuerdo?
Me miró fijamente, como si en su mente tratara
de organizar todas las cosas que quería hacer en ese
tiempo récord. Luego, asintió solemnemente y se
dispuso a bajar otra vez, antes de que yo volviera a
detenerla.
—¿Ahora qué?—dijo con fastidio.
—No te alejes mucho, ¿entendido?
El sol ya estaba terminando de ocultarse y no me
parecía buena idea que una chica como Leah, tan
llamativa—y distraída— anduviese pululando por
ahí en una gasolinera repleta de hombres que
seguramente me cogerían a mí de permitirlo.
617
—Sí papá—respondió mordaz, bajando por fin
del auto y la observé embelesado entrar en el baño.
Igual que el hombre de la gasolinera, que la bebió
con descaro aunque me tuviera enfrente y tuve que
contenerme para no arrancarle los ojos.
Mientras llenaba el tanque, reparé en que Leah ya
había salido del baño y se dirigía a la pequeña tienda
de autoservicio para conseguir algo de comer—me
conformaría incluso con un burrito tieso y caducado,
enserio— y le pedí al dependiente de la gasolinera
que me ayudara a colocar la llanta nueva que había
comprado en el establecimiento.
Estábamos en eso cuando observé dos camiones
de carga tomar las plazas disponibles en la
gasolinera. Del primero, el que tenía detrás, bajaron
dos hombres con mala pinta, como recién salidos de
un reclusorio y del otro, del que tenía enfrente,
bajaron tres más del mismo estilo.
Dos se quedaron en los respectivos camiones
para llenar el tanque, mientras que los otros entraron
en la tienda haciendo un escándalo—posiblemente
ya iban ebrios hasta los huevos y querían comprar
más alcohol para seguir la fiesta.
618
Los ignoré y me concentré en supervisar al
dependiente que estaba cambiándome la llanta, hasta
que recordé que Leah seguía dentro. Mentalmente
me repetí que nada malo podría pasarle y saldría en
cualquier momento.
Cuando cinco minutos pasaron sin que se dignara
a salir, dejé al dependiente haciendo su trabajo, puse
los seguros del auto y me encaminé hasta la tienda.
Una mujer de párpados caídos y con la expresión
más agria que jamás había visto en la vida me miró
de arriba abajo, posiblemente tratando de adivinar de
dónde venía que estaba tan sucio.
Recorrí los pasillos del desierto establecimiento y
encontré a dos de los hombres sacando varios
paquetes de cerveza de un congelador, pasivos y
completamente ajenos al circo que estaba
desarrollándose en mi cabeza. Tal vez solo
necesitaba tranquilizarme un poco.
Entré en uno de los pasillos y tomé un par de
botellas de agua, previendo que seguramente Leah
olvidaría algo tan esencial. Entonces, escuché una
voz en el corredor trasero.
—¿Cuánto cobras por una, muñeca?—era una
voz masculina, grave y rasposa. No le di importancia
hasta que percibí la contestación.
619
—Ni con todo el dinero de tu puta vida te
alcanzaría para un minuto conmigo, muñeco—
espetó Leah, con su inherente tono desdeñoso de
siempre.
Mi corazón dio un salto cuando caí en cuenta de
que se trataba de ella y todos mis sentidos se
agudizaron a la vez, incluso aunque no estuviese
consciente de ello. Me apresuré a recorrer el largo
pasillo para llegar, porque si el hombre con el que
hablaba era tan grande como sus amigos, entonces
iba a romperla igual que a un palillo. Además, Leah
era valiente en la misma medida que estúpida, y eso
era una mala combinación.
—Así me gustan, difíciles—lo escuché hablar
nuevamente y comencé a trotar para agotar la
distancia que me separaba del corredor continuo—.
Nunca me he corrido en una cara tan bonita.
Lo siguiente que escuché aconteció rápidamente:
primero fue un jadeo de indignación, después
forcejeo y al final, un golpe sordo seguido de hueso
quebrándose.
Pálido, llegué al pasillo donde estaban Leah y el
otro hijo de puta, preparándome mentalmente para
verla con las muñecas quebradas, hecha un manojo
de nervios y lágrimas en el piso.
620
Pero no. Lo que me recibió me dejó aún más
pasmado, porque la bestia—sí, era una bestia que le
sacaba a Leah al menos tres cabezas y estaba tan
gordo y feo como una—, se doblaba hacia adelante,
tocándose la ingle al mismo tiempo que trataba de
parar el sangrado en su nariz.
Ella respiraba pesadamente, con las manos en un
puño y mirándolo furiosa.
—Zorra—dijo el hombre con voz ahogada, al
tiempo que Leah se acercaba, alejaba la mano del
grandulón de su ingle y procedía a, muy
dolorosamente, agarrarle los huevos.
El hombre soltó un aullido de dolor, al tiempo
que yo hacía una mueca.
—Si vuelves a ponerme un dedo encima, será lo
último que toquen tus asquerosas manos—lo
amenazó con voz sombría y la mandíbula tensa—. Y
por cierto, para tener una boca tan grande, tienes
unos huevos muy pequeños, cabrón.
Alejó su mano y él soltó el aire para terminar de
doblarse, buscando aminorar el dolor. Leah recogió
con parsimonia la canastita donde había depositado
las cosas que había seleccionado. Cuando se giró y
reparó en mí, me sonrió jovialmente y me sentí
621
estúpido por permanecer en el lugar, con una
combinación de asombro mudo y miedo asentándose
en mi pecho.
Leah era, en definitiva, una chica que no podías
tomar a la ligera.
—¿Dónde aprendiste a hacer eso?—pregunté una
vez estuvimos de nuevo en el auto, con la oscuridad
de la noche engulléndonos por la falta de luz.
—¿Qué cosa?—interrogó con inocencia.
—Sabes de lo que hablo.
—¿Defenderme?
—Yo más bien diría que casi lo matas—afirmé
dejando salir una risita.
—Odio los tipos como él, que creen que solo
porque ellos son grandes y nosotras somos mujeres
debemos sentirnos intimidadas, cuando claramente
no es así—se quejó con tono agrio, antes de respirar
profundamente un par de veces para tranquilizarse
—. Mi padre me enseñó.
622
—¿Qué?—despegué la vista del frente por un
instante para mirarla, sorprendido y ella
simplemente se encogió de hombros.
—Papá dice que aunque él quisiera, no siempre
estará allí para cuidarme y que por eso, yo tengo que
aprender a defenderme sola, porque toda mujer debe
ser capaz de hacerlo en un mundo tan difícil como
éste—explicó con un orgullo notorio en la voz y un
deje nostálgico.
—¿Así que por él eres la versión femenina de
Jackie Chan?—bromeé, para aligerar un poco el
ambiente.
—Sí—admitió con el mismo tono solemne—. Le
encantan las artes mixtas. Erik y yo crecimos
entrenando con él.
—Siempre pensé que eras el tipo de chica que
prefería el ballet o algo así.
—Creíste mal.
—Claramente—le lancé una media sonrisa,
porque cada cosa que aprendía sobre ella era
desconcertante en la misma medida que fascinante.
Nos mantuvimos en silencio por un rato, lo cual
no fue una buena idea porque estaba quedándome
623
dormido. Cuando un anuncio neón sesgó la profunda
oscuridad y soledad de la carretera, aminoré la
velocidad y me sentí feliz al comprobar que era un
motel.
—¿Qué haces?— Leah me miró perpleja.
—Dormiremos aquí—sentencié, estoico.
—¿Qué? ¡Claro que no!—berreó y yo no tenía
idea de dónde sacaba fuerzas para discutir después
de todo lo que habíamos pasado ese día—. Faltan
solo dos horas y media para llegar.
—Leah, estoy exhausto—expliqué lo más
tranquilamente posible—. Voy a quedarme dormido
mientras conduzco y eso será peor.
—Pero…
—Dormiremos aquí—repetí. Salí del auto, lo
rodeé y abrí su puerta para que se bajara.
—No pienso entrar contigo a un motel de mierda
como éste—masculló, manteniéndose de brazos
cruzados en el asiento.
—Vas a bajar porque ya no tengo paciencia para
tus berrinches—la amenacé, pero ella sólo me
fulminó con la mirada.
624
—No voy a bajar.
—Lo harás.
—No.
—Leah…
—Oblígame.
Suspiré, sumamente cansado y hastiado.
—De acuerdo, tú lo pediste.
Me incliné dentro para desabrochar su cinturón
de seguridad, la tomé del brazo con brusquedad para
sacarla del auto y antes de que pudiera protestar otra
cosa más, la levanté con facilidad y la deposité sobre
mi hombro.
La acomodé mejor y entré con Leah al motel.
Buenas noches mis niños.
Aquí estoy yo, reportándome luego de unos
cuantos días y es que estaba super emocionada
por escribir este capítulo.
La verdad, redactarlo me dio mucha nostalgia,
porque de alguna forma me remontó al mismo
625
viaje que hicieron Alison y Leo para ir hasta
Bastian, aunque claro, estos dos siempre se las
arreglan para empeorar las cosas jeje.
Habrá mucho de Leah y Alex en los próximos
capítulos (pero mucho, mucho) porque ya se
están
acercando
el
uno
al
otro
irremediablemente… y también, obviamente,
habbrá acción de la buena—de la muy, muy
buena.
¿Qué les pareció?
¿Qué opinan de los personajes?
¿Qué creen que pase en el siguiente?
El próximo irá dedicado al primer comentario.
¡Gracias por todos sus votos y comentarios, los
adoro, me hacen muy feliz!
PD: El gif me pareció bastante adecuado y
descriptivo.
Con amor,
KaurkaR.
626
Capítulo 18: Consumado.
Leah
—¡Bájame! Alex, ¡bájame ahora mismo!—
intenté incorporarme sin éxito, con mi cuerpo inerte
colgando como un saco de papas de su hombro por
la maldita gravedad.
—No.
—¡Troglodita! ¡Salvaje! ¡Cavernícola! ¡Bestia!
¡Sem…!
Alex lanzó el suspiro de una risa.
—Impresionante que sepas tantos sinónimos de
una misma palabra, pero eso no te ayudará a bajar—
me acomodó sobre su hombro.
—Bájame ahora. Soy perfectamente capaz de
caminar.
—Lo sé. También sé que eres perfectamente
capaz de robarte mi auto y dejarme tirado aquí.
Me retorcí para liberarme por segunda ocasión; el
constante rebotar de mi cuerpo estaba cansándome,
pero fallé descomunalmente.
627
—Prometo no hacerlo, puedes confiar en mí.
Maldición, ¡sólo bájame!—le asesté un golpe en la
espalda para dejar en claro mi humor.
Él me regresó el gesto dándome una nalgada
corta y sonora que arrancó un quejido de mi
garganta por la impresión.
—Cállate, hablo en serio.
—¿Disculpa? ¿Quién te dio permiso de tocar?—
inquirí, rígida por el inesperado contacto.
—Yo mismo—respondió con naturalidad y un
leve toque arrogante.
—Ah, vaya—dije con sarcasmo—. Vuelve a
hacerlo y voy a lastimarte.
Soltó una risita baja.
—Podría tomar el riesgo.
Su respuesta envió una llamarada que empezó en
mi estómago y se concentró en mi entrepierna
incluso antes de que fuera consciente de ello.
—Seguramente estás disfrutando de esto, ¿no?—
pregunté con tono mordaz cuando me di cuenta de
que él no iba a soltarme.
628
—Como no te imaginas—un claro tono de
satisfacción adornaba su voz.
Levanté la cabeza buscando ubicarme y tratar de
asociar las cosas que nos rodeaban. Lo único que
había visto por metros había sido pavimento y más
pavimento; ya sentía la presión de la sangre
acumulándose en mi cabeza. Por donde quiera que
mirase había camiones de carga y tráilers
estacionados o en movimiento. Podía escuchar el
sonoro rugir de los motores y algunos hombres
gritándose cosas que no alcanzaba a comprender
porque el viento las desvanecía.
Registré también a unas cuantas mujeres que se
apostaban en los alrededores del motel. Algunas
estaban en grupos, otras fumaban, esperando, y otras
más ya tenían el prospecto de una fuente de ingresos
esa noche.
“¿A dónde mierda me has traído, Alex?” Pensé
ofuscada al tiempo que la infinita alfombra de
asfalto concedía el lugar a un piso de azulejos de
formas continuas y nada agradables.
—Quiero una habitación—demandó Alexander,
estoico y con nada de sutileza.
“Como todo un caballero”
629
El pánico comenzó a asaltarme ante el cambio de
estancia, porque cualquier espectador se haría ideas
erróneas al vernos entrar de esa manera: él pidiendo
una habitación sin tacto, igual que un cavernícola,
mientras yo permanecía anclada a su hombro como
una hembra lista para ser montada.
Alguien se aclaró la garganta, aparentemente con
incomodidad y sentí mis mejillas arder ante la
perspectiva.
—¡Bájame!—insistí, dándole otro golpe.
Milagrosamente, pareció haber sido iluminado
por la razón porque me depositó en el suelo con
poca delicadeza, dejando mis pies temblando por el
impacto y sintiéndome mareada.
Le dediqué una mirada envenenada antes de
concentrarme en el recepcionista—o lo que fuera—
del motel. Nos evaluó a ambos alternadamente,
como si buscara adivinar por qué un par de jóvenes
sucios como pordioseros exigían una habitación y si
éramos de fiar.
—Son dos habitaciones, de hecho—me apresuré
a aclarar sin levantar la vista, aunque sabía que tenía
sus ojos clavados en mi nuca.
630
El recepcionista, de cabello ralo, nariz
prominente y un enorme lunar a un lado de la boca
hojeó un libro—lo que yo asumí era el libro de
vacantes.
—Lo siento,
disponible.
tengo
solo
una
habitación
Puse los ojos en blanco.
—La tomamos—Alex sacó la cartera su pantalón
para alquilar.
—Te cobraré la mitad de lo que sea que ésta esté
cobrándote, guapo—ronroneó una voz femenina a
nuestro lado—, solo porque eres un deleite para la
vista.
“¿Ésta? ¿Qué se cree que soy?” Pensé con
hastío, porque, ¿cómo podía pensar que estábamos
al mismo nivel?
Tuve que inclinarme hacia adelante para mirar la
cara de la mujer que Alex tenía al lado, de
complexión menuda y pequeña, cabello oscuro y
labios carnosos, con un escote muy revelador que
dejada al descubierto los enormes pechos que
presionaba contra su brazo.
631
Él, como todo
admirando la vista.
hombre,
estaba
ocupado
Traté de convencerme de que la molestia que
sentía borboteando bajo mi piel era porque se
hubiera atrevido a confundirme con una puta y no
porque estuviera restregándose contra él como una
perra en celo.
—¿Ésta? Para que te enteres, soy su esposa—
espeté y podía jurar que Alex me miraba enarcando
las cejas ante la proclamación de no ser porque
estaba demasiado ocupada perforando a la
mujerzuela que tenía delante.
Probablemente no fue la respuesta más
inteligente, pero me sentía enojada, hambrienta y
exhausta, tan exhausta que no tenía fuerzas para
discutir con alguien como ella ahora. Solo quería
que se largara.
La mujer sonrió con coquetería.
—Pues yo soy su mami, ¿a que sí, guapo?
Hice una mueca de asco lista para acabarla con
un comentario bien hecho cuando el recepcionista
colocó una mano al frente.
632
—Rox, ¿te importa?—la regañó con tono
cansado—. Estoy tratando de cerrar un trato aquí.
—Igual que yo—replicó Rox La Zorra, pero se
alejó acomodándose el escote—. Avísame si
cambias de opinión, papi.
Le lanzó un beso que yo me moría por interceptar
para lanzárselo de regreso a su fea cara.
Alex por otro lado, pareció no inmutarse en
absoluto por la pelea campal que se desarrolló con él
en medio y simplemente le estiró el dinero al
hombre tras el mostrador.
—Perfecto. Ahora solo necesito un apellido para
el registro—el hombre abría los ojos expectante, con
la pluma sobre el papel.
Nos dedicamos una corta mirada y me rasqué el
cráneo, nerviosa.
—Crawford. Benedict Crawford—se apresuró a
responder y enarqué una ceja.
—Excelente. La habitación se entrega mañana a
las ocho de la mañana—indicó dándonos la llave y
un par de toallas miniatura con las que yo no quería
tener contacto alguno.
633
Alex asintió secamente antes de apresurarse
pasillo abajo para ir hasta la habitación, que estaba
al final del corredor, conmigo casi trotando tras él
para alcanzar sus largas zancadas.
—Damas
primero—dijo
caballerosamente,
abriendo la puerta y haciéndome una seña cortés.
Entré estrechando los ojos, porque apreciar esas
pequeñas acciones de Alex hacia mí eran tan poco
comunes como encontrar un ciego leyendo un libro.
La habitación no estaba tan mal como imaginé.
Era pequeña, tal vez del tamaño de mi cuarto de
baño. Tenía los mismos azulejos que el recibidor,
con un televisor empotrado en la pared del frente,
unas gruesas cortinas color beige que contrastaban
con el verde vómito de las paredes, un intento de
cocineta con alacenas y un microondas y en medio,
una minúscula, minúscula cama.
Alexander dormiría en el piso, sin duda.
Aunque la sanidad del lugar debía ser
tremendamente cuestionable y dormir donde un
montón de personas habían follado anteriormente
tampoco me parecía una opción muy atrayente.
Ubiqué la puerta de lo que asumí era el baño y
corrí hasta ella.
634
—Pido el baño primero—cerré dando un portazo,
colocando el pestillo. Una maldición cayó de mis
labios al comprobar que no funcionaba—. Si entras
mientras estoy duchándome, lo lamentarás—lo
amenacé sacando la cabeza por el umbral.
Lo último que vi antes de cerrar fue a él poniendo
los ojos en blanco.
Me desvestí rápidamente y entré en el chorro de
la regadera, permitiendo que el agua caliente relajara
mis músculos y evaporara todas las tensiones
provocadas por el viaje.
No tenía idea de cuánto tiempo estuve bajo el
agua, hasta que escuché el crujir de la puerta y mis
sentidos se pusieron alerta.
—Es hora de que salgas, Leah. Llevas demasiado
tiempo dentro—escuché su voz al otro lado de la
cortina.
No quería salir. Me sentía muy cómoda allí.
Un pensamiento se plantó en mi mente y lo
imaginé entrando conmigo en la ducha, mientras yo
le ayudaba a limpiarse los rastros de tierra de su
cuello, su torso, deslizando la barra de jabón por sus
definidos pectorales, su marcado abdomen,
siguiendo la línea de su ingle. Imaginé la sensación
635
de las baldosas sobre mis rodillas mientras bajaba
para arrastrar la lengua por su erecto miembro, con
el glande hinchado listo para ser envuelto por mis
labios.
Sentí una presión en mi vientre y la boca seca.
Disipé el pensamiento al instante. “Estás loca” me
regañó mi consciencia.
—Si no sales en tres segundos, abriré la cortina—
amenazó, sacándome de mis cavilaciones.
“¡Sí, Por favor!” Gritó mi parte irracional.
—¡No!—chillé en su lugar y lo escuché soltar
una risita del otro lado.
—Sal entonces. Tengo una toalla para ti.
—Deja la toalla y sal del baño—exigí, porque no
estaba convencida de mi autocontrol estando tan
cerca suyo sólo con una toalla de por medio.
—Sólo sal ya de la regadera, joder—dijo con
hastío y cerré la llave.
—¿Te estás yendo ya?
—Leah,
impaciente.
sal
en
este
636
momento—exigió
—Cuando te vayas.
—Leah…—su tono era una advertencia que
envió un escalofrío de excitación por mi columna y
apreté mis piernas, porque una parte de mí se moría
porque abriera la maldita cortina.
—Date la vuelta al menos—dije asomando la
cabeza.
Me miró como si no pudiera creerse lo que
estuviera pidiéndole, pero dejó la toalla sobre la taza
del baño y se giró mascullando un ridículo por lo
bajo, y tal vez sí resultaba ridículo considerando que
ya me había visto desnuda varias veces, pero
necesitaba mantener el resquicio de autocontrol que
aún conservaba por mi salud mental y emocional.
—El baño es tuyo—salí como una exhalación
envuelta en la toalla, cerrando la puerta y me
recargué en la dura superficie para tratar de
ralentizar mi agitada mente.
Me avoqué a tomar un pijama y rogué porque en
ésta maleta estuviera la decente, la que tenía
pantalones holgados de abuela que me hacían lucir
el culo como una tabla y me mantenían calentita. La
habitación estaba gélida.
637
Sin embargo, Dios pareció no escuchar las
millones de oraciones que elevé al cielo pues solo
encontré el pijama de satín compuesta por un short y
una blusa de tirantes. Mierda.
“Da igual, ¿qué es lo peor que puede pasar?”
Razoné y me vestí rápidamente.
Desenredé mis largos mechones, con mi cabello
húmedo pegándose a mi espalda. El rugir de mi
estómago era una clara protesta por no haber
ingerido nada en las últimas trece horas y me
dispuse a comer algo.
Estaba rumeando entre las bolsas de la tienda de
autoservicio cuando escuché la puerta del baño
cerrarse y deseé no haber girado el cuello.
Fui despojada de todo vestigio de inteligencia en
cuanto mis ojos se pegaron a su cuerpo y lo
recorrieron como si tuvieran voluntad propia,
bebiéndolo con apetito.
Alexander permanecía ahí, de pie, con el cabello
claro húmedo por la ducha y gotas perlando su
fuerte mentón, su cuello, sus hombros, su torso; la
toalla en torno a la cintura cubriendo su trabajada
figura, como un Adonis, como el David de Miguel
Ángel, como un semidiós.
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Me aturdía e idiotizaba sin remedio.
Él era para mí la personificación de la perdición.
Mis hormonas saltaron de inmediato como aceite
sobre una sartén, agolpándose en mi vientre y
generando un calor y humedad insoportable entre
mis piernas.
Estuve a punto de ceder a los deseos de mi
cuerpo y abrirme de piernas para él, para que me
tomara como quisiera, para que hiciera conmigo lo
que le viniera en gana.
—Si sigues con el cuello así de torcido, te dará
tortícolis—habló con tono burlón, sacándome de mi
estupor.
¡Lo hacía a propósito!
—No creo—tomé el frío panini que había
conseguido en la tienda y le di la espalda bajo la
excusa de usar el microondas para calentarlo.
Me concentré en sacarlo del
maldiciéndome por mi falta de voluntad.
empaque,
El deseo que mi cuerpo sentía por Alexander era
irracional y abrumador. No tenía idea de dónde
provenía ni tampoco dónde terminaba, pero la
639
necesidad permanecía perenne. Cada parte de mi lo
clamaba; anhelaba y ansiaba su toque.
“Date una bofetada a ver si así metes un poco de
sentido común en tu cabezota” aconsejó mi
consciencia y consideré seriamente hacerle caso.
—Odio esta cosas—mascullé una vez tuve el
panini fuera solo para distraerme—. Siempre
permanecen frías de en medio, no importa cuánto
tiempo los calientes.
—Córtalo a la mitad entonces—sugirió Alex y,
con timidez, giré el rostro para encararlo. Volví a
tener otro lapsus stupidus cuando lo contemplé en
bóxers, con la banda de Calvin Klein enrollando su
cintura.
Sería un modelo ideal para la marca.
—¿Podrías ponerte una camiseta o algo, por
favor?—dije entre dientes fijando la vista en el
panini a medio abrir que sostenía en la mano.
—¿Por qué? ¿Estoy provocándole, señorita
McCartney?—su voz estaba tildada de travesura y
fingida inocencia.
“¡Sí, joder, sí! Tendré que cambiarme las bragas
por tu culpa”, quise gritarle. En cambio, solté un
640
bufido.
—No, pero me gustaría que por una vez en tu
vida tuvieras un poco de decencia.
La pequeña y grave risita que salió de su garganta
dejó a mis piernas temblando.
—¿Y cómo lo comerás entonces?
—¿Qué cosa?—inquirí impactada por su descaro.
—El panini, Leah.
Me sentí idiota al segundo. Claro que se refería al
jodido panini.
—No lo sé, odio comerlo frío pero para cortarlo a
la mitad tendría que quitarle el plástico protector.
—Quítaselo—dijo sin más y me aventuré a
centrar mis ojos en su dirección por segunda
ocasión. Estaba sentado sobre la cama, con las
piernas cruzadas bajo su cuerpo y, gracias Dios,
usaba una camiseta.
—Las instrucciones dicen que debe permanecer
en el plástico para que pueda cocinarse mejor—
argumenté, aún con el panini en la mano.
Alzó la cabeza, incrédulo.
641
—¿Siempre tienes que seguir las instrucciones,
Leah? Yo le quitaría el plástico, lo cortaría a la mitad
y te aseguro que se cocinaría perfectamente—abrió
el empaque de una barrita energética—. Está bien
hacer lo que funciona cuando la otra opción no lo
hace, incluso aunque se diga que es la manera
equivocada.
—Pero…
—Debe ser terriblemente aburrido para ti, tu
monótona vida estructurada—se acomodó mejor
sobre la cama y clavó sus ojos en mí, escrutadores
—. No me sorprende que seas tan neurótica. Si algo
no va de acuerdo a tus planes, entonces es un
problema apocalíptico porque las cosas, en tu
cuadrada mente, no pueden ser de otra manera.
—¿Tranquilízate, quieres?—estreche mis ojos
hacia él, ofendida—. Solo estaba hablando de un
panini.
Engulló un pedazo de la barrita antes de hablar.
—Exacto, es un jodido panini. ¿Qué carajo
importa si le quitas el plástico?
—Por el principio de que si lo tiene, es porque es
necesario para que se cocine mejor—rebatí,
cambiando mi peso de un pie al otro.
642
—Bien, come el medio frío entonces—se
concentró en la barrita, dando por terminada la
discusión.
Gruñí, molesta y pensé en Jordan. Era tan buena
persona que seguramente saldría a buscarme otra
cosa que pudiera comer solo para complacerme y
cumplir mis deseos. El hombre que tenía enfrente,
por otro lado, haría hasta lo imposible por hacerme
perder los estribos solo por diversión.
—No tengo un problema apocalíptico por cada
pequeña cosa que interrumpe mi sistema—
argumenté, reacia a que me dejara con las palabras
en la boca.
—Claro—dijo con sarcasmo—, por eso
acabamos de perder dos minutos de nuestra vida
discutiendo por un panini de mierda.
—Eso es porque eres un idiota que cree que me
conoce lo suficiente para sermonearme sobre lo que
hago—me crucé de brazos.
—Eso es porque eres una arpía neurótica que cree
que no puedo ver algo tan obvio. Probablemente
tengas una muerte prematura por un paro cardíaco
en cinco años si sigues así—anunció sin despegar la
vista de mí y me sentí demasiado expuesta—. La
643
vida no se supone que sea un plan, Leah. Solo
sucede y arreglas los problemas que aparecen sobre
la marcha. O te comes ese panini frío o buscas
soluciones que lo conviertan en lo que tú quieres.
Permanecí de pie asimilando sus palabras,
mientras él volvía a concentrarse en su comida. Una
parte de mí sabía que tenía razón aunque no quisiera
reconocerlo.
Así que luego de salir de mi estupor, quité
sonoramente el plástico que recubría el panini, lo
partí a la mitad y cerré la puerta del microondas
sonoramente.
—¿Feliz, Alex?—dije mordaz.
El amago de una sonrisa jugó en la comisura de
sus labios antes de mirarme significativamente.
—No sé trata de mi felicidad, Leah. Se trata de la
tuya.
Le di la espalda, con sus palabras resonando en
mi cabeza como un mantra mientras esperaba a que
mi escueta comida terminara de calentarse.
Me arrastré hasta la cama y me senté con la
espalda recargada en la cabecera, mis pies rozando
apenas sus muslos y me dispuse a comer. Ni siquiera
644
tenía hambre; había perdido el apetito por nuestra
estúpida discusión.
Tenía sus ojos anclados en mis pies, posiblemente
burlándose internamente del color rosa princesa que
adornaba mis uñas.
—¿Sabías que tú y yo podríamos haber sido
hermanos?—alzó la cabeza de pronto y yo debía
lucir como una estúpida, con la boca abierta a punto
de hincarle una mordida a mi comida.
—¿Qué?—interrogué perpleja por su comentario
salido de la nada. A veces me preocupaba
seriamente su salud mental.
—Tu padre y mi madre estuvieron
comprometidos—sus palabras cayeron como una
bomba sobre mi estómago y no supe qué decir o
cómo reaccionar, así que simplemente lo miré con
ojos de foca confundida.
—No…
no
lo
sabía—logré
articular,
genuinamente sorprendida, porque Agnes no se
parecía en nada a mamá y siempre pensé que el
único tipo de mujer de mi padre era mi madre—. ¿Y
por qué terminaron?
De pronto, me asaltó un sentimiento de alarma.
Tal vez papá odiaba tanto a Agnes porque ella había
645
terminado con él; tal vez ella había roto el
compromiso y estaba resentido. Tal vez él aún sentía
algo por ella.
“Eso es imposible” me recordó mi consciencia,
pero la inquietud siguió ahí. Debía preguntarle al
regresar.
—Ni idea—se encogió de hombros con
indiferencia—, pero de cualquier manera, es bueno
que tú y yo no seamos hermanos.
—No me digas—enarqué una ceja—. No
soportaría tener que ver tu arrogante cara todos los
días.
—¿Y perderte toda una obra de arte?—el
pequeño hoyuelo en sus mejillas apareció cuando
sonrió de forma sugerente y la pesadez en mi
estómago dio lugar a una sensación de
estremecimiento.
Odiaba que estar en su cercanía me convirtiera en
una montaña rusa de emociones y sensaciones y que
tuviera la capacidad de hacer que mi corazón tuviera
un mini infarto cuando me dedicaba cierta mirada.
Tal vez si él no hubiera ido a ese estúpido viaje a
Las Vegas nada de esto estaría pasando. Tal vez si él
no se hubiera acercado a mí en la discoteca, no nos
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hubiésemos casado y tal vez si no nos hubiésemos
casado, no estaríamos aquí, yo no tendría la
vehemente necesidad de estar cerca suyo ni tendría
esa sensación de que estaba traicionando a Jordan
una y otra y otra vez.
—¿Por qué te acercaste en la discoteca?—inquirí
de
pronto,
con
la
pregunta
brotando
atropelladamente de mis labios.
—No lo sé—sonrió con nostalgia, concentrado en
mis pies—. Supongo que quería saber si realmente
me odiabas tanto como parecía, si verdaderamente te
resultaba tan repulsivo. Oh sorpresa, me di cuenta de
que no.
—No fue un buen experimento, estaba ebria—
objeté y me crucé de brazos.
—¿Te irías con cualquiera?—colocó sus dedos
sobre el empeine de mi pie izquierdo, donde tenía el
tatuaje y el tacto resultó cálido en contraste con mis
fríos talones.
—No—dije rotunda, con las partes de mi cerebro
que producían el sentido común siendo
desconectabas de nuevo cuando trazó la forma de mi
pie con el dedo, desde el empeine hasta mi tobillo,
cerrando sus dedos ahí. Inconscientemente, mis
647
sentidos se concentraron en absorber el punto donde
su piel entraba en contacto con la mía, pulsando con
necesidad.
—¿Ves? Ahí está la respuesta—sus labios se
alzaron con el amago de una sonrisa. Odiaba que
jugara con mi mente de esa manera. El aire se atascó
en mi garganta cuando tomó mi pie para mirar la
pieza de rombecabezas y trazar la forma de ella
delicadamente, recorriéndola como si tuviera todo el
tiempo del mundo.
—¿Por qué un rompecabezas?—preguntó con
voz grave, sin levantar la vista y tuve que pasar la
lengua por mis labios, que se sentían secos—. Tú y
yo no encajamos, Leah.
Si él seguía tocándome, mi buen juicio se iría al
carajo. Y lo quería.
Quería estar inmersa de nueva cuenta en esa
sensación vehemente que se había convertido en una
parte de mí cada vez que él estaba cerca, que me
privaba de todo pensamiento, excepto, tal vez, del
que se preguntaba dónde sería el próximo lugar
donde sus dedos iban a tocarme.
Él tenía esa habilidad y por eso era tan peligroso.
648
—No tengo idea—mi voz fue apenas un suspiro
—. ¿Cómo esperas que sepa? Estaba ebria hasta el
culo.
Soltó una risita que hizo vibrar su cuerpo, igual
que el mío. Sus dedos dejaron la pieza para trazar un
camino más allá de mi tobillo, subiendo por la piel
de mi pierna. Yo tenía una piscina entre las piernas,
igual que una adolescente hormonal.
“Sólo házmelo ya” rogó mi Insensata Yo, lista
para despojarse de toda prenda y recibirlo
felizmente.
Abruptamente, retiró su mano y me miró con
diversión. En verdad, podía jurar que lo hacía a
propósito.
—Mañana nos espera un largo día. Es mejor si
dormimos un poco.
Reprimí el gruñido de exasperación que se moría
por salir de mi garganta. La humedad en mi sexo era
incómoda y la presión en mi vientre era casi
dolorosa.
Me sentía ofuscada.
—Dormirás en el piso—indiqué hoscamente,
furiosa con él.
649
—Claro que
perfectamente.
no.
Aquí
cabemos
los
dos
—Ni lo sueñes—fruncí el ceño y tiré su
almohada fuera de la cama—. Al piso.
Tomó mi almohada y se apresuró a recostarse
sobre ella, con el brazo flexionado tras la cabeza.
—Tú vas a usar la almohada que tiraste, y si no
quieres compartir la cama conmigo, yo no tengo
problema en que tú duermas en el piso. Buenas
noches.
Se cubrió con la mayor parte de la delgada cobija,
se recostó de lado dándome la espalda y abrí la boca
con indignación.
Recogí con brusquedad la almohada que
permanecía inerte en el piso, le envié un mensaje a
Bastian diciéndole que estaba bien y que llegaría a
primera hora de la mañana por unos inconvenientes
en el camino y, después, me recosté rígida como una
tabla en la orilla de la cama, dejando un enorme
espacio entre nosotros, sin poder conciliar el sueño.
No era que no confiara en él, era que no confiaba
en mí estando tan cerca suyo.
650
Eventualmente, quedé dormida después de contar
cincuenta manchas en el techo, sin querer saber qué
eran y cómo habían llegado allí.
Cuando desperté, el cuarto seguía engullido por
la oscuridad y algo cálido y cómodo presionaba
contra mi mejilla. Alcé la cabeza con pesadez y tuve
un mini infarto cuando reparé en que dormía encima
del brazo de Alex, rodeando su abdomen y nuestras
piernas entrelazadas.
Mi primer pensamiento fue alejarme para ganar
distancia, pero no lo hice. En cambio, volví a
recostarme sobre su brazo, diciéndome mentalmente
que lo hacía solo por instinto de preservación,
porque la habitación estaba fría y él era cálido, nada
más.
Jamás había dormido tan cómodamente.
Desperté cuando percibí la cama hundiéndose,
posiblemente bajo el peso de Alex. Algo duro
presionaba contra mi espalda baja.
Me removí para que desapareciera, sin éxito, así
que levanté una mano y la llevé tras mi espalda para
alejar lo que fuera que estuviese privándome del
651
sueño que tanta falta me hacía. La respiración se
atoró en mi garganta cuando palpé con mayor
claridad lo que se presionaba contra mi cuerpo.
Abrí los ojos de golpe y reparé en dos cosas a la
vez: la primera fue que estaba recostada sobre mi
lado izquierdo, de frente a la pared, con Alex
rodeándome con su brazo y sus piernas entre las
mías. La segunda y más alarmante, fue la potente
erección que empujaba contra mi espalda.
Aún dormía pesadamente a juzgar por su
acompasada respiración y no supe qué hacer ni
cómo reaccionar. Se removió entre sueños, frotando
de nueva cuenta su turgente miembro contra mí y no
pude moverme, o apartarlo.
“Más bien no quieres moverte” intervino mi
consciencia y le di la razón, porque el cosquilleo de
expectación que comenzaba en mi espalda y se
extendía por todo mi cuerpo hasta convertirse en una
laguna de excitación entre mis piernas no podía
negarlo.
Estaba por moverme para restregar mi trasero
contra su miembro cuando Jordan atravesó mi mente
y todo rastro de emoción se desvaneció, dejando en
su lugar una opresión en mi pecho.
652
“¿Qué demonios estás haciendo, pequeña
zorra?” Me regañó mi parte racional y decidí
alejarlo y despertarlo, porque ya le había faltado
demasiado al respeto a Jordan con mi mente y él no
se lo merecía.
Así que con determinación, me giré y terminé de
empujarlo para que cayera de la cama. Se incorporó
con los ojos como platos, asustado y, cuando reparó
en mí, su rostro estaba rojo de furia.
—¿Qué pasó?—inquirió con la mandíbula tensa.
—Te caíste—dije con fingida indiferencia,
tratando de no mirar la erección que se abultaba
entre sus calzoncillos.
—Me empujaste—replicó, igual de enojado.
—Antes de discutir, te recomiendo que te ocupes
de tu problema—señalé con la cabeza a ése lugar.
Pensé que se avergonzaría, o saldría corriendo al
baño, pero no. Toda la ira pareció desvanecerse para
ser reemplazada con picardía.
—¿No quieres ayudarme a resolverlo?—dijo con
tono oscuro.
“Sí, sí, maldita sea, ¡sí!” Me sentía como una
niña que había conseguido el juguete que deseaba,
653
pero que tenía prohibido tocar.
—No.
—Mi cara está aquí arriba, Leah—había
diversión en su voz—. ¿Está distrayéndote?
—Difícilmente—hice acopio de todas mis
fuerzas y me puse en pie para recoger la ropa que
usaría aquel día y ponernos en marcha—. Vístete,
nos vamos en quince minutos.
—Irnos en una hora tampoco nos mataría—
sugirió, con ojos oscuros y una sonrisita
tremendamente incitante que yo me moría por besar.
Le dediqué una mirada envenenada y le cerré la
puerta en la cara.
Nos pusimos en marcha, envueltos en un
ambiente con tanta tensión que podía cortarse con un
cuchillo. Subí la música para evitar hablar, o pensar,
porque si seguía pensando lo que estaba pensando,
terminaría follándolo en el auto a un lado de la
carretera, así que me concentré en cantar
mentalmente todas las canciones de Rihanna, de
Sam Smith e Imagine Dragons.
654
El mayordomo en la casa de Bastian nos recibió
con una inclinación de cabeza después de atravesar
el imponente portón de hierro y el largo camino de
gravilla que precedía a la entrada.
—Señorita McCartney, el señor Turner la espera
en la sala de estar—anunció cortésmente y después
de un rápido gracias me apresuré a su encuentro.
—¡Leah!—se puso en pie en cuanto reparó en mí,
con una enorme sonrisa surcando sus labios y
recibiéndome con los brazos abiertos. Corrí hasta él,
agotando ansiosa la distancia que nos separaba para
echarle los brazos al cuello.
Me correspondió con la misma fuerza,
levantándome
del
piso
y
presionándome
confortantemente contra su cuerpo, fornido y
conservado, llenándome de su aroma.
—Estoy tan feliz de verte—se separó para
tomarme de los hombros y mirarme extasiado,
estudiando mis rasgos, con su brillo de siempre
asaltando sus bonitos ojos grises—. Mírate, cuánto
has crecido. Te pareces tanto a tu madre—acarició
afectuosamente mi mejilla y recibí de buena gana el
toque.
655
—Gracias. También estoy feliz de verte—sonreí
de oreja a oreja, permitiendo que la nostalgia y el
alivio me inundaran a la vez—. Ha pasado tiempo.
—Sí, bueno, estamos un poco lejos—se excuso,
alejándose para darle espacio a su esposa, a la que
no había visto desde que tenía cinco años—
¿Recuerdas a Malika?
Me saludó con una inclinación y un gesto de las
manos antes de envolverme en un fuerte abrazo, con
su peculiar aroma inundando mis sentidos. Malika
era hindú; tenía unos enormes ojos negros como el
ónix, sumamente dulces; una sonrisa fácil igual que
su esposo y un largo cabello negro que le llegaba
hasta la cintura. Era de las personas más buenas que
había conocido hasta ahora. Por lo que sabía,
Bastian la conoció en un viaje de negocios a la
India, en un evento altruista y se enamoró tanto de
ella que tuvieron un noviazgo corto y un matrimonio
que aún perduraba.
Malika tenía un corazón enorme, justo como el
de Bastian.
—La última vez que te vi, eras una niña—dijo
con un acento marcado, envolviendo mis manos
entre las suyas—. Es bueno tener amigos en casa.
656
Me removí incómoda al recordar que, por muy
feliz que estuviera en presencia de esos dos, éste no
era un viaje de placer, así que carraspeé.
—No vengo sola—musité y Bastian pareció
reparar por primera vez en Alex, que había
permanecido en el umbral de la sala observando la
escena—. Él es…
—El hijo de Agnes—se irguió repentinamente,
adoptando una pose defensiva—¿Qué hace él aquí?
¿Por qué está contigo?
No me sorprendió en absoluto que lo reconociera.
Es más, lo esperaba incluso. Su familia era una de
las más importantes en este círculo y era obvio que
sabría sobre él, por ello había decidido omitir la
parte de que vendría conmigo y el por qué de mi
visita hasta que lo tuviera frente a frente.
—Porque…
Se acercó en dos zancadas hasta quedar a pocos
pasos de él.
—Aléjate de él, Leah—lo miró directo a los ojos
—. Como le hayas hecho algo, te juro que…—
amenazó con el cuerpo tenso y la mandíbula
apretada.
657
Era obvio que él también sabía algo de nuestra
historia familiar o de lo contrario no reaccionaría de
la forma en que lo estaba haciendo.
Alex enarcó una ceja, en una muestra muda de
desafío.
—No, no—lo detuve, colocándome en medio—.
No me ha hecho daño.
—¿Por qué está contigo?
—Porque es mi esposo—solté sin más y fue
como si lo hubiera abofeteado.
Bastian estaba tan impresionado que parecía al
borde del infarto.
—¿Cómo?—logró articular
segundos, aún atónito.
luego
de
unos
—Es parte del problema—habló él detrás de mí
—. Nos hemos casado por error.
El amigo de mis padres estaba tan pálido como
papel y tuve miedo de que tuviera un colapso o algo.
Si así había reaccionado Bastian, no quería ni
imaginarme cómo reaccionarían mis padres si se
llegaran a enterar.
658
Mi padre seguramente me quemaría en una
hoguera.
Malika se aclaró la garganta.
—Voy a… ver si ya está la comida—salió casi
corriendo de la estancia.
Incluso ella podía percibir que esto iba a ponerse
feo.
Se dejó caer pesadamente en unos de sus sillones,
con los dedos en el puente de la nariz y yo extraje de
mi bolso el acta de matrimonio para tendérsela,
mientras tomábamos asiento en el sofá de enfrente.
Me sentía como en una sesión de terapia de
parejas, con cada quien en el extremo más alejado,
buscando ganar la mayor distancia posible y un
tercero tratando de reparar lo irreparable.
—¿Sus padres saben lo que han hecho?
—¡No!—saltamos los dos a la vez, aterrados ante
la idea.
—Leah, cuando me llamaste y me dijiste que
querías verme un fin de semana, pensé que era para
distraerte porque habías terminado con ese novio
tuyo, no para esto—sacudió el acta y mi estómago se
comprimió.
659
—Perdón—dije verdaderamente apenada—, pero
no sabía a quién más acudir y necesitamos
urgentemente deshacer esta… esto… esta cosa que
hicimos.
Suspiró.
—¿Cómo es eso de que se han casado por error?
Nos miramos por un segundo antes de que me
aclarara la garganta, ordenando mis ideas.
—Fuimos a Las Vegas con unos amigos.
Estábamos en una discoteca, bebimos de más,
encontramos un registro civil abierto y… voilà,
henos aquí—expliqué lo más concretamente posible.
—¿Él te embriagó para que firmaras?—volvió a
lanzarle una mirada asesina a mi compañero.
—No,
se
desinteresadamente.
embriagó
—¡Alex!—me ruboricé
ventilando mis intimidades.
sola—replicó
porque
estuviera
Bastian negó, luciendo repentinamente exhausto.
Malika entró en la estancia con las manos
entrelazadas sobre el vientre, tan silenciosa como un
ánima.
660
—La comida está lista, deben estar muriendo de
hambre, pasen por favor—nos invitó con una cálida
sonrisa y Bastian se puso en pie para que lo
siguiéramos, aún en su estupor.
Una vez en la mesa, me senté junto a Malika, al
lado derecho de su esposo que estaba a la cabeza,
con Alex ocupando el único lugar al otro lado, como
en un interrogatorio.
—¿Dices que tú también estabas ebrio?—inquirió
con recelo, estrechando los ojos.
—Sí—respondió estoico.
—¿Seguro que tus padres no saben nada de esto?
—No.
—Porque en el peor de los escenarios, si se
enteraran, Byron buscaría alguna forma de
aprovecharse de esta unión—explicó Bastian
haciendo una seña—. Resultaría muy benéfico para
él.
—Muy probablemente—concedió
desinterés.
—Pero tu madre…
661
Alex
con
—Treparía por las paredes—terminó por él y no
pude contener la sonrisa ante su comentario.
—Mi madre le haría compañía a la tuya—
bromeé.
Nos miramos por un momento, compartiendo la
broma.
—En cuanto a tus padres—Bastian se pasó una
mano por el cabello rizado que estaba corto—,
decirles ni siquiera es una opción. No quiero ni
imaginarlo.
—Yo tampoco—afirme, con mi estómago
contrayéndose de terror ante la perspectiva. Tomé un
sorbo de agua y me centré en Malika— ¿Y los
mellizos?
—Se han ido a pasar una semana en Los Alpes—
respondió sonriendo abiertamente—, aunque cuando
se enteraron que vendrías, estuvieron a punto de
quedarse.
Bastian tenía dos hijos mellizos de la edad de mi
hermano Damen: Zarine y Joseph.
—Me habría encantado verlos—jugué con mi
comida, divertida por el hecho de ver a Alex siendo
662
descaradamente escrutado por Bastian. No confiaba
en él— ¿Y Daphne?
Me moría por verla. Quería felicitarla por su
aparición en Vogue y su pasarela en el Fashion Week
de este año. Adoraba el sentido de la moda de esa
mujer.
—En Tel Aviv. Está de luna de miel con su sexto
marido—su hermano puso los ojos en blanco y Alex
ahogó una risa.
—Dice que ésta vez es el indicado—se burló
Bastian—. Veremos cuánto tiempo dura con eso.
—Oh.
Me sentí levemente decepcionada por no verla.
El resto de la comida transcurrió con intervalos
de conversaciones sobre la vida de mis padres—
Bastian quería ponerse al día para no llevarse más
sorpresas cardíacas— y silencios incómodos.
Cuando terminó, su mayordomo y trabajadores
domésticos nos condujeron por el amplio terreno
que rodeaba su casa hasta llegar a una casa
levemente más pequeña que la principal, pero igual
de imponente y encantadora.
663
—No tenía contemplado que fueran dos—
anunció Bastian entrando en la casa, que nos recibió
cálidamente—. El ala de las habitaciones de
huéspedes está en reparación, solo una está
disponible y como imagino que no quieren dormir
en la misma cama—nos evaluó a ambos, escrutador
—, es mejor que se queden en esta casa. Tienen once
habitaciones, pueden dormir en la que deseen.
—Gracias.
—Las personas de servicio vendrán a partir de
mañana, pero puedo pedir que al menos dos se
queden con ustedes para atenderlos—ofreció,
palmeando mi mano.
—No es necesario—decliné agradecida—. Tal
vez salgamos a explorar la ciudad un poco, ya que
estamos aquí.
—De acuerdo, pero tengan cuidado—besó
rápidamente mi coronilla. Bastian tenía la misma
aura protectora de papá conmigo—. Estaré
vigilando, ¿entendido?
Alex asintió con rigidez, consciente de que el
comentario iba exclusivamente dirigido hacia él.
664
Long Island era una ciudad bulliciosa y activa,
llena de vida. Había un sinfín de turistas que iban y
venían por las aceras, ataviados con su camiseta de I
love Long Island, una cámara en una mano y el
celular en la otra. Las calles estaban tan atestadas de
tráfico que en cierto momento simplemente
parqueamos el auto y decidimos recorrerla a pie.
Me arrebujé más contra la gabardina cuando el
aire marino caló hasta mis huesos. Playa y octubre
no parecían la mejor combinación.
Alex estaba extasiado, admirando todo si fuera
algo único e inigualable. Como todo buen turista—y
fotógrafo—, no perdió el tiempo y comenzó a
capturar todo cuanto su lente enfocara. Me resultaba
fascinante hasta cierto punto, observar esa faceta
suya.
Visitamos primero la parte de la costa.
Caminamos por Fire Island y después Montauk
Point State Park, donde se alzaba el faro Montauk,
que estaba siendo acosado con fotografías por un
montón de personas.
Después, anduvimos por el centro al mismo paso
y sumergidos en un silencio que no era incómodo,
sino más bien, todo lo contrario.
665
Nos detuvimos en una pequeña plaza que
albergaba una fuente con ángeles esculpidos
magistralmente. Por sus alrededores, se apostaban
un sinfín de restaurantes, cafés y bares a la
intemperie sobre la calle adoquinada, dotando al
lugar de una esencia bohemia y atrayente.
Observé a Alex capturar a una pareja en una de
las mesas y me acerqué para preguntarle qué tenían
de especial.
Aún no entendía mucho de su afición por la
fotografía.
—¿Qué
tienen
de
especial?—inquirí
colocándome a su lado con las manos en los
bolsillos de mis gabardina.
Él alzó la vista de la cámara y me miró con
curiosidad.
—La pareja que capturaste, ¿qué tiene de
especial?
—Mira—inclinó la cámara para que pudiera ver
el resultado en la pequeña pantalla, pero yo solo veía
a dos personas muy juntas—, ella sonríe como
idiota, porque está enamorada y él parece no estar
convencido.
666
—¿Cómo sabes eso?—pregunté perpleja,
buscando los gestos que le arrojaban a él esa
información.
—Por como frunce el ceño cada que ella habla y
arruga los labios. La mira fijamente porque está
buscando los elementos que le hagan ver que es la
indicada y se debate entre dejar a su esposa e hijos
por ella o dejarla ir porque no sabe si valdrá la pena.
Lo miré impresionada, antes de caer en cuenta de
algo.
—¿Acabas de inventar eso último, verdad?—dije
mosqueada.
Él soltó una carcajada.
—Idiota.
Me retiré los lentes oscuros y volví a fijarme en
la pareja, que seguía tan junta como si se contaran
un secreto que solo ellos dos podían saber o
comprender, buscando apreciar esos pequeños
detalles que Alex capturaba tan diestramente en sus
fotografías. Él tenía una enorme facilidad para
comprender las minúsculas cosas de la vida que a mí
me costaba tanto percibir.
667
—Leah.
Me giré para mirarlo, antes de que el flash de la
cámara me dejara ciega por un segundo.
—¡Borra eso!—exigí molesta.
Él miraba la pantalla con una sonrisa.
—Hay cosas que merecen la pena ser
inmortalizadas—mi estómago vibró ante la
sinceridad de su voz—, en especial si sales bizca en
la foto.
—¡Borra eso!—insistí, buscando arrebatarle el
aparato, sin éxito, porque lo alzó en el aire y como
era un monolito de al menos 1,90, me resultó
imposible alcanzarlo.
Llegamos a casa luego de visitar otros lugares en
la ciudad, con el aire frío colándose por todos lados
y el sol a punto de ocultarse para dar lugar a la
oscuridad.
Alex entró sin mirarme y se encerró en su
habitación. Yo me senté en la barandilla del porche,
tratando de darme apoyo moral con que todo esto
acabaría rápidamente y entonces todo lo vivido con
668
mi compañero no sería más que una anécdota de la
que me reiría con mis nietos.
Otro flash volvió a cegarme momentáneamente y
lo percibí acercarse, hasta que apoyó sus codos
sobre el grueso barandal de madera para enfocar el
lente en el paisaje que tenía delante, iluminado con
luces caleidoscópicas por el atardecer.
—Deja de tomarme fotos—demandé, estoica.
—Serías una buena modelo—siguió concentrado
en capturar el paisaje antes de que la luz
desapareciera.
—Gracias, pero no.
—Como quieras—respondió distraídamente.
Nos mantuvimos en silencio, con el disparador
como único sonido haciéndose presente, hasta que
no resistí más la tensión.
—¿Sabes qué pienso?
—Esa es una pregunta imposible, Leah—el
amago de una sonrisa se dibujó en su cara, con el sol
iluminándolo de un lado.
—Pienso que siempre serás un imbécil—había
felicidad en mi voz.
669
—¿Porque no te permití borrar la foto?
—Solo porque así eres tú.
—Bien, porque creo que siempre serás una arpía
—atacó a su vez, aún concentrado en enfocar.
—Pero al menos ya puedo tolerarte más—ignoré
su comentario.
—Creo que el tono de tu voz se volverá más
irritante entre más tiempo te conozca.
—Creo que no puedes vivir un segundo sin
insultar a alguien—rebatí, indignada.
—Creo que no puedes ni siquiera inhalar sin
pensar que eres mejor que todos los demás
haciéndolo.
—Creo que no puedes pasar un solo día sin ser un
imprudente.
Dejó la cámara a un lado y centró sus ojos azules
en mí, aún con los codos apoyados sobre la madera.
—Creo que seguir haciendo esto sólo probará lo
inmadura que eres.
—¿Yo?—me hice la loca—, yo no empecé nada,
sólo estaba tratando de ser amable.
670
Me miró significativamente.
—Yo no lo empecé. ¿Qué fue eso que dijiste?
¿Qué siempre seré un imbécil? Si ése es tu idea de
un cumplido, cariño, no me sorprende que los
hombres te tengan tanto miedo.
Lo miré con dureza, levemente ofendida porque
había tocado un punto sensible. Los hombres sí me
tenían miedo. Incluso Jordan me temía algunas
veces.
—Los hombres no me tienen miedo—objeté—,
es solo…
Se irguió y clavó sus ojos en mí.
—Se necesita cierto tipo de carácter para lidiar
con alguien como tú, ¿sabías? La mayoría de los
hombres te tienen miedo porque eres intimidante.
—Si te resulto tan intimidante, tal vez deberías
dejarme en paz—siseé, molesta.
Alex lanzó el asomo de una sonrisa, tomando un
paso más cerca de mí, hasta que mis rodillas rozaron
sus muslos.
—Tú no me asustas, Leah.
671
Un cosquilleo viajó desde mi columna hasta mis
rodillas, ahí donde sus dedos me tocaban levemente.
Presionó sus palmas sobre esa parte para abrirlas un
poco y acomodarse entre mis piernas, acortando la
distancia entre nosotros, con su esencia
apoderándose de todos mis sentidos. Estábamos a la
misma altura, a pesar de que mis pies pendían al
menos a quince centímetros sobre el suelo.
A veces olvidaba lo alto que era Alex y lo
recordaba sólo cuando estaba cerca de su arrolladora
proximidad.
—Eres la chica más terca que conozco—musitó,
subiendo sus masculinos dedos por mi muslo,
trazando un camino sobre mi brazo.
—Lo que choca terriblemente con tu propia
terquedad—susurré de vuelta con voz frágil, con mi
corazón en la garganta y un deseo por seguir
recibiendo su toque borboteando bajo mi piel.
Estar cerca de Alexander era igual que estar
inmersa en una constante batalla entre la sensatez y
la irracionalidad.
Entre hacer lo correcto o cometer otro error.
Éramos igual que dos imanes, buscándose el uno
al otro mientras tratábamos de mantener una
672
distancia segura al mismo tiempo.
—De
hecho—sonrió
apenas,
demasiado
concentrado en absorber con su tacto el molde de mi
clavícula, la longitud de mi cuello, ahí donde el
corazón me latía tan rápido como una locomotora.
—Chocamos terriblemente, tú y yo—murmuré.
Su pulgar dibujó la forma de mis labios y sentí que
yo me derretiría en cualquier momento.
Me tomó del mentón para inclinar mi rostro,
mirándome por fin. Los últimos rayos de sol hacían
resplandecer su cabello, que parecía hecho de oro
oscuro, en bruto e iluminaba sus ojos azules, que
eran solo intensidad y deseo.
Nada jamás me privó de mi capacidad de respirar
como esa visión, que me dejó desarmada para la
guerra interna que se desarrollaba en mi cabeza y
que me exigía conservara la distancia y la
compostura.
—¿Terriblemente? Esa parte no la he decidido
todavía.
Supe que la guerra estaba irremediablemente
perdida en el momento en que sus labios entraron en
contacto con los míos.
673
El beso fue lento, deliberado y exquisitamente
sensual, robándome la respiración y encendiendo en
mis entrañas un infierno que me quemaba
lentamente.
Exploró la forma de mis labios con los suyos, con
pericia infinita, sin arrebatos, sin presiones y sin
interrupciones, como si tuviera todo el tiempo del
mundo.
Me encontré a mí misma cayendo en cuenta de lo
mucho que me gustaba besar a Alexander Colbourn.
Estaba fascinada con cada forma que tenía de
besarme, en realidad; desde los besos arrebatados,
ardientes y avasalladores hasta los lentos y
deliciosamente sensuales, porque fuera cual fuera su
forma de tocarme, siempre lograba hacerme cantar
bajo el tacto.
Había olvidado lo bien que se sentía besarlo, pero
él se encargó de recordármelo sin reserva,
adueñándose de mi boca con experticia y
convirtiéndome en una masa aturdida y moldeable a
su antojo, con mi interior ardiendo.
Coloqué mis brazos en su cuello y enredé mis
piernas en su cintura para agotar cualquier resquicio
674
de distancia entre nosotros, con sus manos ancladas
a mi cintura para mantenerme en el lugar.
—Vamos adentro—dije entre jadeos, buscando
recuperar la respiración cuando los besos me
parecieron insuficientes y la ropa un estorbo.
—¿Has bebido?—bromeó. Sabía que solo quería
asegurarse de que tomara una decisión consciente
esta vez.
Pero daba igual; ebria o consciente, lo quería. Lo
quería tanto que sentía que me quemaría viva si él
no apagaba el fuego que llevaba tiempo ardiendo
profundo dentro de mí.
—Ni una sola gota—dije
sonriendo contra sus labios.
solemnemente,
Me levantó de la barandilla fácilmente, con mis
piernas aún cerradas en torno a su cintura, mientras
tratábamos de llegar entre besos y tropiezos a alguna
de las habitaciones.
Una vez dentro de la suya, me puso en pie y
retiró lentamente mi gabardina, que cayó al piso
haciendo un susurro. Tomó el dobladillo de mi blusa
y la sacó sobre mi cabeza sin perder el tiempo.
675
—Soy perfectamente capaz de desvestirme yo
misma.
Enganchó uno de sus dedos en la pretina de mi
pantalón para atraerme hacia él en un rápido
movimiento, abriendo el botón.
—Tendrás que enseñarme cómo lo haces en otra
ocasión—susurró en voz baja, mortal y bajó el cierre
de manera tortuosa.
En otra ocasión repitió mi mente, con la promesa
erizando hasta el último vello de mi cuerpo,
sumamente excitada ante la perspectiva de que esto
se repitiera.
Ese pareció ser el final de la conversación,
porque volvió a reclamar mi boca, mucho más duro
y demandante ésa vez, con una mano cálida viajando
por mi espalda y desapareciendo mi sostén incluso
antes de que yo cayera en cuenta de que mis pechos
habían quedado libres, mis pezones rozando erectos
la tela rugosa de su camiseta.
Me inclinó sobre la cama y procedió a deshacerse
de mis botas y mi pantalón en un segundo, con mis
bragas como la única barrera que nos separaba del
paraíso, de aquello que ambos deseábamos con
vehemencia.
676
Pensé que él se apresuraría a desvestirse para no
perder el tiempo y tomarme, pero no. Permaneció de
pie, observándome, bebiéndome tendida sobre su
cama, lista y dispuesta para recibirlo.
Se relamió los labios y se acercó igual que un
depredador listo para devorar a la presa.
Me estremecí de mera expectación igual que una
colegiala idiota a punto de tener su primera vez, tan
tensa como una cuerda por el ansia y sin atreverme
siquiera a respirar.
Mi piel hormigueaba, mis pezones dolían, mi
sexo palpitaba y mi cuerpo entero gritaba con
necesidad, necesidad de él.
¿Por qué se tomaba tanto tiempo?
—¿Puedo tocarte?—inquirió calladamente de
pronto, con sus ojos clavados en mis pechos.
“Tócame dónde quieras, cuánto quieras y cómo
quieras, pero hazlo, hazlo, ¡hazlo!” gritó la única
parte racional que conservaba en mi cerebro.
Alex nunca me pareció el tipo de chico que pedía
permiso para algo. No, él era el tipo de hombre que
tomaba lo que quería, de manera autoritaria y
677
tiránica, justo de la manera en que me había tomado
a mí en Las Vegas.
Si parábamos ahora, iba a morir.
Sin embargo, lo único que atiné a hacer fue
asentir débilmente.
—¿Aquí? ¿Puedo tocarte aquí?—la punta de sus
dedos viajó hasta uno de mis pechos, dejando un
delicioso hormigueo ahí por donde su mano formaba
un sendero.
Volví a asentir, porque no confiaba en lo que
saldría de mi boca.
Tomó el peso de uno de mis senos en su mano,
estrujándolo con fuerza y un jadeo brotó por sí solo
de mi garganta, con mi estómago colapsándose
cuando solté el aire y bebí la sensación del tacto.
No me miró en ningún momento mientras jugaba
con el pequeño botón entre sus dedos, ni tampoco lo
hizo cuando se lo llevó a la boca, pasando su lengua
por la sensible superficie que hizo a mi espalda
arquearse para buscar mayor contacto y no perderme
un solo segundo de la magnífica sensación que él
estaba provocando.
678
Cerré los ojos cuando se prendió de él y comenzó
a succionarlo con apetito.
Lo dejó libre una vez estuvo enrojecido e
hinchado. La humedad en mi sexo era tal que tenía
miedo de mojar la cama.
Su mano viajó por mi estómago hasta llegar a mi
vientre.
—¿Aquí?—volvió a preguntar, la voz tan ronca
que apenas pude distinguir las palabras, perdida en
el remolino de sensaciones que Alex despertaba.
—S… sí—tartamudeé.
Sus ojos encontraron los míos y se mantuvieron
clavados en ellos mientras sus dedos descendían
lenta y tortuosamente, viajando más allá del elástico
de mis bragas.
El primer contacto hizo a todos mis nervios
prenderse igual que un montón de lucecitas. Soltó un
suspiro, tal vez por palpar cuánto me ponía.
Mis caderas se movieron en reacción cuando su
tacto encontró mi clítoris, levantándose como si
tuvieran voluntad propia para no perder la sensación
al tiempo que dibujaba diestras figuras sobre él.
Jadeé por aire; mis pulmones ardiendo. La familiar
679
tensión en mi vientre era tanta que estaba segura de
que me correría justo ahí si seguía repitiendo sus
exquisitas atenciones.
Admiraba su autocontrol, porque yo estaba
enloqueciéndome de ansia y deseo. No necesitaba
más juego previo, necesitaba que me tomara ya.
Continuó estimulándome de manera magistral,
separando mis pliegues y tocando todos los lugares
correctos sin perder contacto visual en ningún
momento, con las pupilas tan dilatas que el azul de
sus ojos se estaba perdiendo. Tenía la boca
entreabierta y respiraba pesadamente, con su potente
erección rozando contra mi pierna.
—Dios, solo házmelo—rogué cuando el nudo en
mi vientre me pareció inaguantable.
Pareció ser todo lo que necesitaba escuchar. Se
puso en pie de un rápido movimiento, me retiró las
bragas casi rasgándolas en el camino y se desnudó
con gracilidad, permitiéndome apreciar cada parte
de su anatomía que iba descubriendo.
La boca se me secó cuando lo tuve al pie de la
cama, desnudo y tan excitado que era imposible no
ver la turgente erección que apuntaba hacia el techo.
Estaba bien dotado.
680
La visión hizo a mis pies curvarse, ansiosos y me
prendió igual que un farol.
Se apresuró a tomar un preservativo de la mesita
de noche.
“Muy
conveniente
que
tenga
consigo
preservativos, ¿por qué crees que sea? Obviamente
no fue para inflarlos cuando estuviera aburrido” Se
mofó mi consciencia ante lo evidente. Él sabía que
yo terminaría cayendo sin remedio.
Estaba por reclamarle eso cuando la cama se
hundió bajo su peso y se hincó entre mis piernas,
con la punta de su miembro frotando mi entrada.
—Respira, Leah—dijo con un deje burlón al
tiempo que se cernía sobre mí, sosteniendo su peso
encima de mi cuerpo con un brazo, mientras que con
el otro se guiaba a sí mismo hacia mi interior.
Pero no fui capaz de hacerlo hasta que lo sentí
invadiéndome, abriéndose paso, desplegando y
expandiendo mi vagina para recibirlo. Solté el aire
en un fuerte gemido que hizo vibrar mi garganta y
enterré mi cabeza en las sábanas.
Era extraño tener a alguien más dentro después
de tantos, tantos años.
681
Mi sexo se contrajo en torno a él, arrancándole un
gruñido que hizo a mis caderas sacudirse.
Salió casi por completo antes de volver a
hundirse en mí, robándome otro gemido más por la
maravillosa sensación de tenerlo dentro. Pareció
complacido con mi respuesta, así que comenzó a
moverse más libremente, con su rostro constreñido
en un gesto de concentración mientras me embestía
y habría cerrado los ojos por todo el placer que
estaba recibiendo de no ser porque no quería
perderme un maldito segundo de todo esto.
Me así con fuerza a sus brazos en busca de algo
sólido a lo que aferrarme mientras continuaba
tomándome con determinación y firmeza. Disfruté
de la tensión de sus brazos bajo mis palmas al final
de cada estocada, del subir y bajar de su pecho en un
pesado respirar, de la fuerza bajo su piel mientras
me tomaba de manera inexorable, volviéndome un
manojo de sensaciones y sonidos discordantes, sin
coherencia ni armonía.
Mi pelvis se había rendido ante su vehemencia,
vibrando cada vez que arremetía contra mí,
llenándome y fijé mi vista en ese punto donde
nuestros sexos se conectaban repetidamente,
estrellándose con intensidad.
682
Sólo eso fue suficiente para que el orgasmo
brotara desde ese lugar para extenderse,
aturdiéndome y entumeciéndome por unos
segundos.
Mi liberación resultó inesperada e insuficiente,
porque lejos de apaciguar el deseo que rugía bajo mi
piel, le dio rienda suelta, exigiendo más, mucho más.
Alex detuvo su intromisión por unos momentos,
posiblemente tratando de beberme mientras vivía mi
orgasmo. Se inclinó para besarme, duro
y
demandante, robando el aire que mis pulmones
ardían por recuperar. Su lengua se hundió con la mía
y se batieron de nueva cuenta en un duelo ardiente
por la dominación.
Gemí dentro de su boca cuando sus caderas
hicieron un lento círculo estimulando mi sensible
vagina, antes de cambiar la intensidad de sus
embestidas, que se volvieron implacables e
impetuosas, enloqueciéndome de nueva cuenta en
menos de dos segundos y formando el nudo en mi
bajo vientre, con mis músculos desplegándose
incluso más para darle cabida al nuevo ritmo.
Lo único que mi cerebro podía de registrar era el
insistente golpeteo de la cabecera contra la pared y
el sonido de nuestro pesado respirar unido en una
683
armonía que yo rompía sin cesar con un sinfín de
jadeos, gemidos y otros sonidos que buscaba
reprimir inútilmente.
Su ritmo se volvió duro y rudo, con sus dedos
enredándose en torno a mi cuello y presionando ahí
donde sabía que mi corazón latía como si estuviera a
punto de salirse por toda la estimulación que mi
cuerpo experimentaba.
Iba a correrme otra vez y estaba tan lista para
ello. Mi cuerpo gritaba y apreté la mandíbula para
tratar de seguir su ritmo, que era rápido y
despiadado. El nudo en mi interior estaba a punto de
romperse para desatar otro infierno en que el yo
ardería felizmente.
Continuó arremetiendo contra mí, creando un
sonido cada vez que nuestros sexos se encontraban,
con nuestros cuerpos empapados por transpiración y
las nubes del placer elevándonos a lo más alto. Cerré
los ojos y abrí la boca para respirar. Lo sentía tan,
pero tan cerca…
Entonces, sus embestidas se tornaron lentas y
deliberadas. Abrí los ojos y fruncí el ceño, molesta
porque me privara de algo que anhelaba tan
fervientemente.
684
Él me miraba desde su altura, encima de mí, con
el rostro enrojecido, las pupilas dilatadas y el cabello
alborotado. Sostenía su peso con una mano en la
cabecera de la cama y soltó el suspiro de una risa
cuando me miró a la cara.
Se inclinó para lamer la superficie de un pezón,
antes de acariciar con su dedo mi labio inferior.
—Enreda tus piernas en mi cintura, Leah—
ordenó rudamente y ese tono fue suficiente para que
yo lo obedeciera al instante, prendida en fuego como
una antorcha.
Mis piernas resbalaban en el sudor de su espalda
y sus caderas, así que las cerré en torno a él con
mayor fuerza. Solté un fuerte gemido cuando volvió
a entrar en mí, tan profundamente que la sensación
fue vigorizante y mandó chispas por todo mi cuerpo.
Volvió a embestirme de la misma manera: cruda,
dura y demencial, tan demencial que la presión en
mi vientre amenazaba con romperme entera; mi
vagina contrayéndose cada vez que sus diestras
estocadas golpeaban ese punto exacto donde todo mi
placer se concentraba.
No fui consciente de nada; ni de los jadeos que se
convertían en gritos de necesidad ni de la forma
685
desesperada en que mis manos se asían a sus
hombros, aruñaban su espalda o hacían puño las
sábanas para tratar de mantenerme anclada a esta
tierra y no evaporarme en solo satisfacción.
—Quiero sentirte—demandó con los dientes
apretados junto a mi oreja, con su respiración
agitada mientras pasaba su lengua por mi cuello—.
Quiero sentirte exprimiéndome mientras te corres,
Leah.
Eso fue suficiente para sumergirme dentro de un
torrente de placer, lujuria y deseo; un deseo tan
crudo y ferviente que no tardó en convertirse en un
huracán dentro de mí, conmigo dentro del ojo,
rugiendo por ser liberado.
Me así a sus hombros con tanta fuerza que por un
momento pensé que estaba asfixiándolo, pero a él
parecía no importarle porque siguió dando diestros
embates a mi interior, sometiéndome a sus
movimientos; mis talones clavándose en sus glúteos
que parecían ser el compás de su ritmo, porque
cuanto más los enterraba, más rápida e intensa era la
invasión.
—Dios, Dios, Dios—jadeé, desesperada por el
orgasmo que estaba a punto de desarmarme—.
Alex…
686
Respiró rudamente en mi oreja y llevó su mano
hasta mi clítoris para frotarlo con la misma
vehemencia con la que me embestía.
—Córrete ahora, Leah. Vamos, córrete ahora—
demandó con voz cruda.
Y como toda buena niña, lo obedecí.
Los músculos de mi sexo se contrajeron y
constriñeron casi dolorosamente.
El orgasmo explotó con la misma fuerza que un
vendaval e invadió cada nervio de mi cuerpo con la
misma intensidad con la que una ola rompe junto a
la orilla, arrastrándonos a ambos a una liberación
intensa, potente y profunda.
El mundo entero desapareció y por unos
segundos no existió nada más que la manera en que
yo me sentía, con las sensaciones rebasándome. No
existía nada, ni el mundo ni la cama ni el cielo ni
absolutamente nada, únicamente ese punto de
balance entre el limbo del placer y él, él por la
manera en que me hacía sentir.
Caí de vuelta entre las sábanas cuando lo sentí
desplomarse encima de mí, con su cabeza
descansando
sobre
mi
pecho,
tratando
desesperadamente de recuperar el aire perdido.
687
Era una pesada y maravillosa carga contra mi
cuerpo. Me tomó un par de segundos liberarlo del
agarre de muerte que mis brazos ejercían sobre sus
hombros.
Observé el techo aún con la vista nublada y
saboreando de los últimos resquicios del orgasmo.
Alex rodó, se recostó enseguida de mí y se retiró el
preservativo tirándolo despreocupadamente a algún
lugar de la habitación.
Mi mente volvió a activarse y a trabajar con una
rapidez renovada. Yo no conocía a Alex realmente ni
tampoco conocía sus hábitos en la cama, pero sí
sabía perfectamente de su fama. Sabía que no era de
los que te abrazaba después de tener sexo ni
tampoco esperaba o quería que lo hiciera. Supuse
que tampoco le gustaba permanecer por mucho
tiempo al lado de las chicas con las que se acostaba
y yo no iba a ser una de esas mujeres estúpidas e
incrédulas que pensaban que era diferente y que
dejaría de lado sus preferencias por mí.
Lo miré por un momento. Mantenía los ojos
cerrados con su pecho bajando más tranquilamente.
El silencio que se cernía en la estancia lo percibía
incluso más tenso e incómodo que todos los demás
que habíamos experimentado. Tal vez solo estaba en
688
mi cabeza, pero no podía dejar de sentirme extraña
por ello, porque ahora no tenía idea de qué hacer.
Así que me resigné a ser una más de sus
conquistas y a ser de esas chicas por las que yo
siempre había sentido tanta lástima. Antes de que él
se fuera o me sacara de su habitación, me puse en
pie con piernas temblorosas.
Recogí mi ropa y me vestí lo más rápida y
decentemente que pude, con mi gabardina en una
mano y mi sostén y botas en la otra.
Cuando me giré para enfrentarlo, él tenía sus ojos
clavados en mí. Se veía tan bien desnudo que por un
momento mis piernas y mi determinación
flaquearon.
Abrió la boca para decir algo, pero me adelanté.
—Gracias—fue lo único que salió, patético y
apresurado.
Pensé que era lo peor que podía decirse después
de tener sexo y quise abofetearme.
Salí de la habitación con un torbellino de
emociones en el pecho y el estómago.
La culpa amenazaba con aplastarme y la
incomodidad por ahogarme.
689
Me había conseguido. Habíamos follado. ¿Ahora
qué?
¡HOLA!
Si no se hartaron del capítulo más largo de la
historia del mundo mundial, dejen un emoji.
Y como llegaron tan lejos y no se cansaron, se
merecen un premio. Elijan, ¿un millón de dólares
o cinco días de descanso de este intento de
escritora? (Yo optaría por el millón de dólares)
En fin, ¿qué les pareció? ¿Les gustó, les
aburrió, les dio miedo, les dio ansiedad, les dio el
patatús?
Espero sus votos y comentarios.
¿Qué creen que pase en el próximo?
DÉJENME
UN
CHORRO
DE
COMENTARIOS PORQUE ME ENCANTA
LEERLOS y me motivan un montón para
continuar la historia.
Pd: Ya sé que técnicamente el matrimonio se
había consumado hace un millón de años luz,
690
pero es la primera vez que lo hacen conscientes,
wuuu.
El siguiente capítulo irá dedicado al que se
acerque más a lo pasará en el próximo.
Los amo.
Con amor,
KayurkaR.
691
Capítulo 19: Conflictos.
Leah
Cerré la puerta tras de mí una vez entré en la
habitación y dejé caer mis cosas al piso con un ruido
sordo.
Mi mente trabajaba a su máxima capacidad para
asimilar los sucesos de las últimas horas.
Arrastré los pies hasta la cama y me senté al
borde en un profundo estado de aturdimiento que fue
interrumpido por el leve escozor entre mis piernas,
resultado de la rudeza con la que él me había
tomado.
“Me he follado a Alexander Colbourn”
La realización me golpeó tan fuerte que pasé las
manos por mi cabello para tratar de tranquilizar mi
desbocado latir y mi angustia ante la situación.
“Corrección, cariño: te lo has follado otra vez”
Me recordó mi consciencia con un deje burlón,
aumentando el peso que crecía dentro de mi pecho,
tan duro y sólido como una piedra, amenazando con
asfixiarme.
692
Había engañado a Jordan, conscientemente esta
vez. Lo había deseado y esperado incluso, igual que
una adolescente hormonal.
“Eres una zorra” volvió a intervenir mi Yo
Racional, constriñéndome el estómago con la culpa.
Era verdad: era una zorra, una fácil, una
cualquiera y la ganadora al premio de la Peor Novia
de Todo el Maldito Mundo. Si ésa categoría
clasificara dentro de los Récord Guinness, mi foto
aparecería sin duda.
No se lo merecía, todo esto que yo estaba
haciendo. No se merecía que lo engañara tan
despreocupada y descaradamente; no se merecía que
su amigo me cogiera a sus espaldas ni que le
correspondiera con el mismo ímpetu.
Me froté el rostro, con la frustración alcanzando
la cúspide de todas mis emociones.
Jordan era el hombre de mi vida. Era el hombre
de mis sueños y la única persona adecuada para mí.
No había nadie más. No podía haber nadie más,
porque me había costado mucho alcanzar ese punto
de armonía y sintonía que arribaba con los años y
años de relación.
693
Era una persona increíble, el mejor novio del
mundo. Habíamos pasado un sinfín de cosas juntos,
crecido de la mano incluso y siempre se había
mostrado tierno, comprensivo y moldeable a todos
mis deseos y necesidades para evitar cualquier
discusión; no había nada que él no hiciera por verme
feliz. Era eso precisamente lo que siempre busqué:
una relación fácil, sencilla y tranquila que resistía
titánicamente al pasar los años, justo como la de mis
padres, sin problemas y sin complicaciones.
Y ahora que la había encontrado, la estaba
mandando al carajo con mi comportamiento
estúpido y desconsiderado.
Todos mis planes e ilusiones ardían en el infierno
y de las cenizas de mis sueños, aparecía esta cosa
retorcida, extraña y complicada que yo tenía con
Alexander y que luchaba con todas mis fuerzas por
comprender y etiquetar para poderla clasificar y
resolver.
Gruñí.
No era diferente a todo el resto de chicas
promiscuas con las que él tenía sus revolcones,
porque había abierto las piernas para recibirlo ante el
menor incentivo, presa del vehemente deseo que
despertaba en mí.
694
Todas las emociones que se ingeniaba para
hacerme percibir me rebasaban y sobrecogían.
Lo que había pasado entre nosotros era algo que
yo había ansiado, anhelado y disfrutado en la misma
medida, lo cual me hacía sentir más culpable.
Además, de todas las cosas posibles, ¿por qué le
había dicho gracias?
“¿Tal vez porque te regaló el mejor orgasmo de
tu vida hasta ahora?” intervino mi consciencia,
mofándose sin una pizca de equivocación.
En seis años jamás experimenté un orgasmo de
tal magnitud, que me sacudiera hasta los huesos y
me dejara vibrando hasta la médula.
Tal vez era algo inherente a él y a su persona. Tal
vez por eso las chicas caían a sus pies tan fácilmente
y lo perseguían para repetir.
No era como si el sexo con Jordan fuera malo.
No, todo lo contrario; me encantaba y me había
hecho alcanzar el clímax un sinnúmero de veces, era
solo que estar con Alexander había resultado ser
toda una experiencia, había sido arrasador, intenso y
consumidor.
Me había hecho experimentar del sexo en un
nivel completamente diferente.
695
Cerré los ojos con fuerza.
¿Por qué no podía simplemente enclaustrar toda
esta maraña de sentimientos conflictivos en una caja
y colocarla en lo más profundo de mi mente para
enterrarlos e ignorarlos por siempre?
Quería darme de golpes contra la pared para ver
si de ese modo era capaz de erradicarlo de una vez
por todas de mi cabeza.
“Basta ya” volvió a reñirme mi sentido común.
“Ya ha conseguido de ti lo que quería, lo más
probable es que ahora te ignore y te deje en paz”
Con un suspiro, le di la razón. ¿No era eso
precisamente lo que quería?
Un amargo sabor a hiel impregnó mi lengua ante
la perspectiva, que lejos de hacerme sentir aliviada,
llenó mi pecho de una emoción sumamente
desagradable.
Suprimí la sensación. Necesitaba construir una
fortaleza lo suficientemente resistente en torno a mi
corazón y llenar de determinación a mi cerebro para
no permitir que los deseos impetuosos de mi cuerpo
terminaran por dominarlo otra vez. Necesitaba que
un abismo nos separara, por respeto a Jordan, por
696
respeto a nuestro amor y por el bien de todos mis
planes.
Iniciaríamos los trámites, haríamos ese estúpido
viaje a Inglaterra y después, firmaríamos el acta de
divorcio para volver a ser dos desconocidos que no
se soportaban por toda la historia familiar que
teníamos detrás.
Mis padres y Jordan no se enterarían de nada, yo
me casaría con él y tendría la vida feliz y tranquila
que siempre soñé.
Así, acomodándome para intentar dormir después
de ducharme, caí en cuenta de que la culpa y el
arrepentimiento eran dos emociones que no siempre
iban de la mano porque, mientras la culpa
amenazaba con ahogarme, el arrepentimiento fue un
sentimiento que jamás llegó.
Me levanté con pesadez y un leve dolor en mis
extremidades después de analizar un millón de veces
cuál sería el mejor movimiento.
Una parte de mí quería esconderse en su
habitación, ignorarlo completamente y evitar todo
697
contacto con él hasta que Bastian llegara a
rescatarme.
La ansiedad y nerviosismo eran un animalillo
insistente que tenía mis manos sudando y mis
piernas temblando, incapaz de reunir la templanza
suficiente para enfrentarlo.
Aunque sabía que la mayoría de mis amigos
tenían revolcones de una sola ocasión y lidiaban con
la tensión e incomodidad del día siguiente con
facilidad y fluidez, ser consciente de ello no
significaba que yo fuera buena para manejarlo desde
que era la primera vez que tenía contacto con ese
bajo mundo.
“Sólo sal, por el amor de Dios. Lo más probable
es que te ignore y ya está” me reprendí.
Me acerqué a la puerta y escuché la voz de otras
dos mujeres, posiblemente las amas de llaves de la
casa, enviadas por Bastian. Me arrebujé más en mi
chaqueta antes de salir, inflada de valor al saber que
al menos ya no estábamos solos.
—Buenos días, señorita—habló una chica que
parecía de mi edad, levemente más pequeña que yo
y con el cabello rubio recogido en un moño
impecable—, soy Rose, el ama de llaves. Ella es
698
Leila—señaló con la cabeza a su compañera, igual
de joven y cabello negro—. Estaremos a su servicio.
—Gracias—esbocé una pequeña sonrisa.
—¿Hay algo en que la podamos servir?—habló la
morena— ¿Quiere que le preparemos el desayuno?
—No, no es necesario—decliné educadamente—.
Con un café es más que suficiente. Negro, por favor.
Sentía mi estómago tan constreñido por la
ansiedad que no podría probar bocado en esos
momentos.
—Enseguida—ambas asintieron y se apresuraron
a ir hasta la cocina para prepararlo.
Fijé mi vista en el pasillo donde estaban las
habitaciones de huéspedes. La puerta de Alexander
permanecía cerrada, aunque en realidad aquello no
significaba nada, porque podría estar en cualquier
lugar de la casa.
Con el corazón en la garganta, me aventuré a la
sala de estar más grande y suspiré con alivio cuando
comprobé que no estaba ahí.
Me senté en uno de los mullidos sillones,
doblando las piernas bajo mi cuerpo para
flexionarlas y liberar un poco de la tensión que
699
tenían acumulada por los sucesos de la noche
anterior.
Si ayer sentía un escozor, hoy sentía como si me
hubieran atropellado. Jamás me había sentido tan
devastada después de un polvo.
Mientras esperaba el café, me avoqué a revisar
mi celular. Tenía algunos mensajes de mamá
preguntando si estaba disfrutando de mi fin de
semana con Edith y si estaba bien. Le respondí que
todo iba de maravilla, aunque por dentro sentía que
me moría.
También tenía mensajes de Edith acompañados
de fotografías y vídeos de la noche de ayer, con
Ethan encima de una mesa en una discoteca, sin
camisa, intentando hacer el mejor striptease de su
vida mientras era secundado por Matt, que se había
adueñado de un sillón, desvistiéndose como si fuera
Tarzán. Sara los animaba completamente ebria y en
el video podía escuchar los gritos de Edith, que
grababa desenfocada porque seguramente también
estaba igual o más borracha.
Al final, había una foto de Ethan y Matt siendo
escoltados fuera en bóxers de la discoteca y debajo,
el mensaje: “De lo que te has perdido” Una risa
700
brotó de mi garganta ante las estupideces que mis
amigos siempre se las arreglaban para cometer.
También tenía mensajes de Claire, la prometida
de mi hermano. Me preguntaba qué color
combinaría mejor con las flores de la recepción:
blanco marfil, blanco champagne o blanco diamante.
Decidí responderle blanco champagne antes de
que tuviera un colapso.
Un cosquilleo de decepción me invadió al
comprobar que no tenía mensajes de Jordan.
Estaba a punto de llamarlo cuando Leila entró en
la estancia. Dejó el café sobre la mesa del centro y
esperó solemne a que le diera la siguiente orden.
—Está bien Leila, gracias. Puedes retirarte—dije
con una sonrisa y ella inclinó la cabeza antes de
salir.
Le di unos cuantos sorbos disfrutando de la
sensación cálida que invadía mi garanta. Aún con el
chat de Jordan abierto, me debatí entre enviarle un
mensaje o no.
“¿Y qué vas a decirle? ¿Qué su amigo te lo hace
mejor que él?” Hice una mueca y di otro sorbo, aún
sopesando lo que debía hacer. Dejé la taza sobre el
701
reposabrazos cuando lo miré en línea y mi corazón
dio un salto, esperando un mensaje que nunca llegó,
porque volvió a desconectarse.
Estaba por volver a beber cuando alguien retiró la
taza del lugar. Alcé la vista y deseé no haberlo
hecho: Alexander la sostenía mientras se acomodaba
en el sillón de enfrente, con el diario de aquél día
entre sus manos y actuando tan normal que resultó
desconcertante.
Por mi parte, yo sentí cómo la garganta se me
cerró, presa del pánico, e hice acopio de todas mis
fuerzas para no salir corriendo igual que un venado
asustado.
Tomó un sorbo directamente de donde yo estaba
bebiendo y el gesto pareció tan irrelevante y a la vez
tan íntimo que no supe cómo sentirme al respecto,
porque no sabía si debía o quería alcanzar ese nivel
de intimidad con él.
Me ignoró olímpicamente al tiempo que se
concentraba en leer las noticias en la portada, aún
tomando de mi taza.
Lo estudié con atención, como un científico a sus
muestras. Había invadido la estancia con su esencia,
que era embriagadora y agradable. Llevaba una
702
camiseta de algodón gris manga larga, tan pegada a
sus brazos que podía ver claramente el movimiento
de sus músculos cada vez que flexionaba su brazo
para tomar de la taza, envuelta en sus largos dedos
masculinos. Bajé la vista hasta sus vaqueros
rematados con botas negras.
Era extraño observar a alguien vestido después de
haberlo visto desnudo. Tal vez se trataba solo de mí,
que había experimentado la misma sensación las
primeras veces que lo hice con Jordan.
Mis pies se curvaron dentro de mis zapatos y algo
aleteó en mi estómago. La expectación nació en la
punta de mis dedos, haciéndolos hormiguear bajo la
necesidad de tocarlo entero y sentir la calidez y
dureza de su cuerpo, concentrándose sin remedio en
mi vientre y provocando un cosquilleo en mi sexo.
Recordé todos los lugares donde él me había
tocado y la forma en que sus músculos se tensaban
al final de cada invasión.
“¿Puedo tocarte?” la memoria envió un
escalofrío por mi columna. “No” debí haber dicho.
Debí haberlo detenido y pretender al menos que no
estaba tan lista y dispuesta para abrirme de piernas.
La ansiedad creció aún más en mi interior.
703
“Esto no te está ayudando, concéntrate” me
reprendí, buscando deshacerme de esa sensación de
anticipación que llenaba mi estómago e invadía todo
mi cuerpo. De nuevo, ¿desde cuándo me había
convertido en alguien tan fácil de excitar? Quizá era
algo inevitable, teniendo enfrente a la persona que
me había hecho sentir terremotos y ver estrellas.
Quise sonreír porque caí en cuenta a su vez, que
la visión de Alexander leyendo el periódico cada
mañana era algo a lo que yo podría acostumbrarme
rápidamente.
—Pensé que habías dicho que teníamos que dejar
de mirarnos—habló de pronto, sacándome de mi
ensimismamiento. Tuve que parpadear varias veces
para enfocar.
—¿Qué?—tardé un par de segundos en registrar
lo que había dicho y me removí en el sillón—.
Estaba pensando.
—¿Oh?—su tono era enteramente sugerente y mi
corazón dio un salto—¿En qué estabas pensando? Si
se puede saber, claro.
“En lo mucho que me gustaría besar esa sonrisa
endemoniadamente incitante tuya”
704
—En nada que te importe, Colbourn—mascullé
en su lugar.
—Un día de estos tu enorme cerebro va a
explotar de tanto pensar, McCartney—se burló,
dejando el diario a un lado y dando otro sorbo.
—Eso no sucede por pensar, pero como estoy
segura que es algo que tú no sueles hacer, es normal
que lo creas—ataqué, solo por el bien de mi salud
mental.
Sonrió y se inclinó hacia adelante en el sillón,
clavando sus ojos en mí, mortales.
—¿Por qué gracias?—preguntó petulante, sus
orbes brillando con travesura y satisfacción mientras
mi corazón sufría de un paro cardíaco.
Estaba jugando conmigo y disfrutando de todas
las reacciones que me causaba. Sentía mis mejillas
tan calientes que tuve miedo de incendiarme.
Iba a responderle con un insulto cuando escuché
pasos acercándose y agradecí a todos los dioses
habidos y por haber. Me habían salvado por un pelo.
Bastian entró en la sala aligerando la tensa
atmósfera que se construía entre nosotros.
705
—Buenos días—saludó con una sonrisa al tiempo
que se inclinaba para depositar un beso sobre mi
coronilla. Asintió en dirección a Alex a modo de
reconocimiento y colocó una mano sobre mi hombro
— ¿Han dormido bien?
—Maravillosamente, gracias—musitó Alexander
con demasiada felicidad, recostándose sobre el sofá.
—Sí, bien—mentí, porque no logré conciliar el
sueño en ningún momento.
—¿Sin incidentes?—inquirió con recelo.
Nos miramos por un momento con complicidad.
—Sin incidentes—sonreí lo más natural posible y
Bastian me correspondió.
—Señor Turner—intervinieron a la vez Rose y
Leila—, buenos días.
—¿Gusta que preparemos el desayuno?—se
adelantó Rose, servicial.
—Hola, chicas—saludó amablemente—. Gracias,
pero no será necesario. Iremos al club.
—¿Ahora?—inquirí, enarcando las cejas.
Bastian asintió.
706
—Desayunaremos ahí. Tenemos que hablar—nos
miró a ambos, serio y tragué saliva.
No sonaba como nada bueno.
El camino hasta el club fue todo menos cómodo y
suspiré aliviada cuando por fin el chófer nos abrió la
puerta para descender en uno de los restaurantes que
albergaba el lugar.
Nos sentamos en una de las mesas frente al
enorme ventanal que ofrecía una vista preciosa de la
bahía por la mañana, con el sol elevándose a lo más
alto. Alex y Bastian ordenaron su desayuno y yo
opté por un plato de fruta que sabía ni siquiera iba a
tocar, demasiado preocupada por el semblante serio
del amigo de mis padres.
—¿Y Malika?—pregunté una vez el camarero
retiró las cartas—. Pensé que nos encontraría aquí.
—Tiene cosas qué hacer en la organización—
explicó su esposo, con las manos entrelazadas sobre
la mesa, sentado en medio de nosotros.
Malika trabajaba en una organización altruista
que se encargaba de becar a niños de escasos
recursos y proveerlos de oportunidades. También los
707
ayudaba con alimento, vestido y, si era posible,
empleos para sus padres. Aunque era un programa
eficaz y provechoso, aún era reducido y su esposa
era fiel activista y colaboradora para expandirlo.
—Quería preguntarle más sobre su trabajo.
Mamá está muy interesada en aportar.
Los ojos de Bastian brillaron ante la mención de
mi madre. Él la adoraba y jamás se había molestado
en ocultarlo.
Sabía que amaba a su esposa, pero también sabía
que mi madre tenía un lugar muy especial en su
corazón.
—Tu madre siempre ha sido una persona muy
noble—sonrió con nostalgia y algo más—. Podrás
preguntarle a Malika lo que quieras después, estará
con nosotros a la hora de la comida.
El camarero depositó las tazas de café sobre la
mesa, interrumpiendo la conversación hasta que se
retiró de nuevo.
Nuestro anfitrión
irguiéndose.
se
aclaró
la
garganta,
—He revisado el acta de matrimonio—dijo de
pronto y ambos nos concentramos en él al instante
708
—. Es auténtica.
—Eso ya lo sabemos—intervino Alexander,
ganándose una mirada severa, pero continuó igual
—. Lo que queremos saber es cómo deshacerlo.
—Ahora, eso será más complicado—se pasó una
mano por los rizos—. Se han casado bajo el régimen
de sociedad conyugal.
—Joder—maldijo mi compañero, haciendo una
mueca de exasperación.
—¿Y qué?—inquirí confundida, buscando
entender qué era tan grave—¿Igual puede
resolverse, no?
—Sí, pero tomará más tiempo—declaró y sentí la
sangre ir hasta mis talones.
—¿Por qué? ¿Qué importa que nos hayamos
casado bajo ese régimen? No han entrado bienes en
la sociedad, es decir, nosotros no tenemos…
—Sí que han entrado—interrumpió—. Es posible
llevar a cabo divorcio administrativo relativamente
rápido, desde que no tienen hijos.
Alex me miró de forma extraña y yo desvié mi
atención, nerviosa.
709
—Pero—aclaró Bastian—, la parte complicada es
la separación de sus bienes para evitar la confusión
en sus patrimonios.
—No tenemos bienes—insistió, cruzado de
brazos.
Bastian suspiró.
—Leah, estoy casi seguro que tu padre tiene
varias propiedades a tu nombre y que algunas de las
cuentas están vinculadas contigo y tus hermanos.
Muchas de las ganancias y utilidades de la empresa
llegan a tu cuenta directamente, dinero que entra en
automático a la sociedad conyugal—explicó con
paciencia, mientras yo trataba de comprender lo más
posible.
—Pero…
—Es muy probable que tu padre haga lo mismo
contigo—centró sus ojos grises en Alex—. Es algo
que yo hago con mis mellizos, incluso. Es una
medida precautoria, una forma para evitar que las
empresas dejen de funcionar en caso de que algo nos
sucediera. Así, si llegáramos a faltar, el operar de la
compañía no se vería inmerso en problemas
sucesorios, porque ya tendrían la repartición de
bienes establecida.
710
—¿Entonces qué propones?—los ojos azules lo
miraban con dureza.
—Primero tiene que haber un cambio de régimen
—me lanzó una ojeada y cuando enarqué las cejas
en clara ignorancia, se apresuró a explicar—. Deben
cambiar de sociedad conyugal a separación de
bienes.
—¿Eso significa que tomará más tiempo?—solté,
alterada.
—Exactamente.
Me dejé caer en la silla, derrotada y puse atención
a Alexander, que me escudriñaba con intensidad y
curiosidad. Parecía tranquilo y colectado ante una
situación que a mí amenazaba con destruirme.
—¿No hay nada que puedas hacer para acelerar el
proceso?
Negó, aún con las manos entrelazadas.
—Hay muchas cosas que debo revisar aún. Su
matrimonio no es como el de personas normales,
obviamente. Hay demasiados bienes y factores en
juego, muchas cláusulas que debo analizar en los
contratos de apertura de sus cuentas bancarias y
escrituras de propiedad de los bienes que sus padres
711
han puesto a su nombre, porque no tengo idea de si
prevén el matrimonio y el régimen bajo el cual se
constituirá.
Bufé, incrédula.
—Es solo
complicado?
matrimonio.
¿Por
qué
es
tan
—Estoy seguro de que tu padre hará firmar a
Jordan al menos treinta acuerdos prenupciales antes
de concederle tu mano—se burló Alex, con un deje
ácido en la voz que no pude obviar.
—Por favor, tu madre hará firmar un contrato de
confidencialidad a tu prometida para que no ventile
tus estupideces—ataqué, enfadada.
Él enarcó las cejas.
—Sabes, tal vez debería pedir una indemnización
a tu padre por daño moral—se defendió,
inclinándose hacia adelante—. Soportar tu neurosis
es algo muy desgastante.
Había diversión en sus ojos y sabía que luchaba
por no reírse ante mi muestra de emoción.
—Eres un…
712
—Paren ya, ustedes dos—Bastian hizo un gesto
que nos mandó callar.
El mesero llegó con los platillos, pero nadie se
atrevió a mover un dedo. Contuve el impulso de
patearlo bajo la mesa.
—Haré todo lo posible porque el divorcio sea
rápido y discreto—aseguró, colocándose la servilleta
sobre las piernas y dedicándome una extraña mirada
—. Mientras tanto, traten de no matarse el uno al
otro, por favor.
Fulminé a Alexander con los ojos a pesar de que
él lucía complacido.
El resto del desayuno transcurrió en silencio y un
ambiente relativamente ameno.
El aire fresco acarició mi mejilla y me regodeé en
la sensación.
Seguía sin recibir mensajes de Jordan, pero
supuse que se debía a que estaba ocupado en algún
negocio con su padre o algo relacionado con la
universidad.
713
Observé a Malika posar para Alex desde el
porche de la casa de Bastian. Sonreía brillantemente
usando un sari precioso. Era, según había entendido,
el traje tradicional y más común de las mujeres
hindúes. La tela era fina, de un color rojo oscuro,
rematada con detalles y ornamentos dorados que no
hacían otra cosa que resaltar la belleza que poseía.
Alexander debía estar teniendo el tiempo de su
vida capturando algo tan hermoso.
Los escuché reírse de algo mientras ella
cambiaba de posición en la enorme fuente que
custodiaba el centro del jardín.
—Parece que esos dos se han entendido bien—
habló Bastian a mi lado, sacándome de mis
cavilaciones.
Vestía una camisa estilo polo y un pantalón caqui.
Con ese atuendo parecía casi un chico y recordé la
fotografía que papá tenía en su estudio, donde
aparecían ambos y Joe, con unas motocicletas
detrás. Por lo que sabía, ese trío había tenido un
largo, largo historial de conquistas y no me
sorprendía en absoluto; exudaban belleza.
—Alex es una persona muy curiosa—me
encontré explicando antes de poder evitarlo—.
714
Imagino que estará fascinado con una cultura tan
rica como la de Malika.
—Muy probablemente—concedió, mirando cómo
mi compañero ajustaba ángulos y provocaba
sonrisas a su esposa—. Leah, hay algo que debo
preguntarte.
Clavé mis ojos en él, expectante.
—Puedo resolver su problema en menos de un
mes— confesó y algo se removió en mis entrañas—.
La otra opción es no acelerar las cosas y dejar que
fluyan en su tiempo, lo que es igual a seguir atada al
chico Colbourn por lo menos cuatro meses más.
Esperé en silencio a que siguiera hablando,
porque no entendía cuál era la interrogante.
—La pregunta es, ¿qué quieres tú?
—Estar libre lo más pronto posible, obviamente
—me apresuré a responder, aunque algo se asentó en
la boca de mi estómago.
—¿Estás segura?
Me mordí el interior de la mejilla, dubitativa.
—Por supuesto, ¿por qué no lo estaría?
715
Él negó y acarició mi mano antes de soltar una
risita seca.
—No soy ciego, Leah, he visto cómo lo miras y
te juro que vi esa mirada antes, un millón de veces—
fruncí el ceño, sin comprender.
Sonrió con nostalgia.
—Es la misma forma en que tu madre miraba a tu
padre—no pude ignorar el deje melancólico en su
voz y desvié mi atención, sintiéndome expuesta.
—¿Mi madre lo miraba con odio?—inquirí,
haciéndome la desentendida.
Soltó una risa, antes de fijar sus bonitos orbes
grises en mi rostro.
—Lo miras como si fuera lo único en la tierra que
valiera la pena contemplar.
Algo revoloteó dentro de mi estómago ante su
observación y coloqué un mechón de cabello tras la
oreja, sin saber qué decir.
—Yo no… no…—articulé, pero nada acudió a mi
cabeza.
716
—Aunque debo confesar que su relación no era
algo que veía venir—metió las manos en los
bolsillos de su pantalón, pensativo.
—No tenemos una relación.
“Sólo nos hemos comido y follado unas cuantas
veces” me burlé.
—Me refiero a su convencía, a que se soporten y
hablen civilizadamente.
—Sí bueno, yo tampoco lo veía venir pero
estamos atascados en esto, ¿no? No es como si
tuviera muchas opciones.
Sus ojos estaban llenos de curiosidad cuando se
posaron sobre mí.
—No es como si fuéramos amigos o sintiéramos
algo por el otro—me apresuré a explicar.
—¿Y qué si lo fueran? ¿O si lo sintieran? ¿Qué
habría de malo en ello?
—Todo—dije rotunda.
—¿Por ejemplo?
Suspiré, percibiendo cómo los muros que
contenían todas mis emociones se venían abajo.
717
—El hecho de que nuestras familias se odian, de
que yo tengo novio, de que él es arrogante,
obstinado, mordaz, impredecible y sarcástico. El
lugar de donde viene, la familia a la que pertenece y
los valores que tal vez tenga, o no tenga y lo mucho
que discutimos porque ambos somos demasiado
tercos.
—Yo no conozco al chico, Leah—se encogió de
hombros—, todo lo que sé es que es hijo de alguien
cruel y mezquino, pero eso no significa que él lo sea.
Malika dice que puede ver bondad en su persona y
yo confío plenamente en su intuición. Además, debe
tener muchas cosas buenas para que tú lo mires de la
forma en que lo haces.
Cambié mi peso de un pie al otro, incómoda. Mi
corazón compungiéndose ante la manera tan sencilla
en la que Bastian podía leerme.
—Sé que Alex es una buena persona debajo de
toda esa arrogancia y burla, por eso he intentado
darle oportunidades para tener una convivencia
decente, pero luego hace algo que me hace pensar
que no las merece y las tomo de vuelta y es como si
estuviéramos dando un paso delante y dos hacia
atrás todo el tiempo. Yo no…
718
—Sé que no te gusta ser vulnerable—continuó,
sonriendo—, en eso eres igual a tu padre. Supongo
que estás manteniendo la guardia con el chico
porque sabes que lo eres, pero así no conseguirás
nada de vuelta.
—¿Entonces debería simplemente bajar mis
defensas? Es Alexander Colbourn, por Dios—solté
con exasperación.
—No, estoy diciendo que deberías verlo a través
de tus propios ojos y no a través de los de tus padres,
bajo tu propio criterio, sin sus perjuicios.
Arrugué los labios.
—No debería hacer eso.
—¿Por qué?
—Porque entonces le permitiría entrar y eso es
algo que no puedo hacer.
—¿Por qué?—repitió, sin comprender.
—Porque mis padres jamás lo aprobarían—dije
con resignación.
Bastian estiró su brazo y lo posó sobre mis
hombros, abrazándome.
719
—Tus padres aprobarían cualquier cosa que te
hiciera feliz, pequeña. No hay nada que ellos quieran
más en el mundo.
Negué, cruzándome de brazos.
—No puedo—insistí—. Además, aún está Jordan,
él ha sido mi novio toda la vida y dejarlo me parece
algo imposible. Ir más lejos con Alexander
significaría un camino escabroso que nos llevaría al
despeñadero seguramente.
—¿Y si no?—inclinó la cabeza y fijé mi vista en
él—, ¿y si tienen un mejor destino?
—No—me balanceé sobre la punta de mis pies
—. No quiero una relación complicada e incierta,
eso me asusta. Quiero una relación tranquila y
sencilla como la de mis padres, sin problemas ni
complicaciones.
Bastian sonrió con tristeza, mirándome como si
fuera una niña incrédula.
—La relación de tus padres fue todo menos
sencilla, Leah—una risa seca brotó de su garganta
de pronto—. Siento que estoy teniendo un déjà vu.
—¿Por qué?
720
—Escucha— me soltó. Sus ojos eran insondables
y su voz clara—, tomar riesgos es aterrador, pero
hay algo que debería asustarte más que nada en la
vida y eso es perder algo verdaderamente
maravilloso solo porque le temes a la incertidumbre.
Sus palabras hicieron eco en mi cabeza y calaron
hasta mis huesos.
Me mantuve en silencio asimilando lo que había
dicho, hasta que una duda absorbió todos mis
pensamientos.
—Bastian—giró su rostro hacia mí, expectante
—, ¿por qué mis padres y los de Alex se odian
tanto?
Toda la jovialidad y templanza de su rostro se
desvaneció para ser remplazada por repulsión.
—Muchas cosas sucedieron en el pasado, Leah.
La madre de Alexander hizo cosas abominables. En
el camino de la relación de tus padres, muchas
personas resultaron afectadas, yo incluido—palpó el
costado de su torso en una seña que no comprendí
—, pero básicamente todo se debe a resentimiento
por parte de ambas familias y muchos perjuicios.
—Sí pero, ¿por qué? Algo grave tuvo que pasar
para que se odien tanto.
721
—Esa es una pregunta que no me corresponde,
cariño.
Permanecí de pie junto a él mientras Alexander
terminaba su sesión con Malika y se acercaban a
nosotros, subiendo las escaleras del porche. Bastian
se apresuró a echar un brazo sobre los hombros de
su esposa, estrechándola afectuosamente contra sí.
—Las fotos son divinas—dijo Malika con
emoción—. Las mandaré enmarcar en cuanto las
envíes.
—Por supuesto que han sido divinas, si tiene
como modelo a la mujer más hermosa del mundo—
su esposo inclinó su cabeza para besarla tiernamente
en los labios.
Un deseo enorme de que Alexander hiciera lo
mismo conmigo me invadió de pronto y tuve que
luchar contra el impulso de ser yo quien lo abrazara.
Permanecimos ahí, de pie, demasiado inseguros
para acercarnos al otro.
Despedí con un gesto a Rose y Leila, que
asintieron en dirección a Alexander dándose codazos
mientras
reían
atolondradas,
posiblemente
722
impresionadas por lo atractivo que era, bajando los
escalones del porche.
Él solía provocar ese efecto. Podía hechizarte y
mantenerte bajo el encanto sin que pudieras hacer
mucho para evitarlo. Sólo necesitaba una sonrisa
perezosamente incitante para despojarte de toda
voluntad.
Lo sabía por experiencia.
Expulsó el humo y apagó la colilla del cigarro
pisándolo con su zapato.
Permanecí en el umbral de la puerta con las
manos en los bolsillos de mi chaqueta, sopesando
qué era mejor: si quedarme y arriesgarme a tener
otra serie de paros cardiacos o conservar mi salud
emocional y mental realizando una digna huida.
Mis pies se movieron por sí solos y me coloqué a
su lado mientras él revisaba su celular atentamente.
No era una persona que lo usara mucho, al menos no
tanto como yo.
—Si sigues fumando, vas a morir de un cáncer a
los treinta—dije con tono de reproche.
Despegó la vista del aparato y lo bloqueó,
cruzándose de brazos.
723
—¿Por qué tanto interés en mis hábitos,
McCartney?—preguntó con su inseparable tono
burlón—¿Tantas ansias tienes por enterrarme para
heredar lo que te corresponde como mi esposa?
Bufé.
—No lo necesito, gracias.
El esbozo de una sonrisa jugó en su rostro,
aunque no era capaz de verlo por la penumbra que lo
engullía todo, con la luna como la única fuente de
luz.
Nos mantuvimos en silencio por unos minutos.
Era cómodo, pero aún no podía deshacerme de esa
sensación de ansiedad que me invadía cada vez que
lo tenía cerca.
—¿Sabías que cada año el sol se aleja cada vez
más y más?—hablé, solo para romper el silencio y
me sentí como una chica idiota buscando
desesperadamente llamar la atención, porque mis
pies se mostraban reacios a ir hasta mi habitación.
Alex me regaló una de sus mejores sonrisas, con
el encantador hoyuelo surcando sus mejillas.
—Gracias por la inútil información—dijo con
sarcasmo.
724
—¿No te importa?
—¿Por qué debería?
—Porque un día estará tan lejos que ya no podrá
calentarnos y entonces moriremos congelados y…
—¿Por dices “calentarnos” y “moriremos”?—
parecía entretenido—. Faltan un billón de años para
que eso suceda y para entonces el sol ya habrá
explotado seguramente. Además, ni siquiera
estaremos aquí, así que de nuevo, ¿por qué debería
de importarme?
Fruncí los labios. No quería que esto se
convirtiera en una discusión, pero por supuesto que
él jamás perdería la oportunidad de demostrarme
que era mejor que yo.
—Por las futuras generaciones—argumenté—.
Los hijos de los hijos de mis hijos, y los tuyos.
—Se las arreglarán—se encogió de hombros.
—Pero…
—¿Por qué te importa tanto cuando no hay nada
que puedas hacer sobre ello? Siempre estás
preocupándote por cosas que no puedes cambiar en
lugar de concentrarte en tu vida, de arreglar el
725
desastre en el que nos hemos metido tú y yo, por
ejemplo.
—Eso estoy haciendo—rebatí, impresionada
porque de nuevo, había descubierto fácilmente otro
rasgo de mi personalidad.
Reuní el valor suficiente para mirarlo y él tenía
ya sus ojos clavados en mí, brillando en la
oscuridad. Se acercó hasta que nuestros brazos se
rozaron.
—¿Ves esas estrellas? Las que están directamente
arriba, ¿las ves? La grande brillante y la más
pequeña en diagonal a la izquierda.
Estreché los ojos, buscando ubicar lo que me
decía.
Soltó el suspiro de una risa, posiblemente porque
se percató de lo perdida que estaba y se colocó
detrás de mí, con su pecho presionando contra mi
espalda. Estiró su brazo y tomó mi mentón para
guiarme, con su tacto cálido.
Su cercanía aunado con el toque envió una
electricidad por toda mi columna, que hizo a mi
cuerpo estremecer.
726
—Justo ahí—dijo contra mi oído, señalando con
su dedo hacia el cielo—. ¿Las ves?
Localicé primero una estrella, que titilaba
elegante y resplandeciente como una luciérnaga en
comparación con el lienzo oscuro de la noche. A la
izquierda, ubiqué la otra estrella brillando más
tímidamente, con una luz mortecina.
Era fácil encontrarlas en realidad, porque eran
mucho más grandes y notorias que las otras.
—Sí—susurré y él retiró sus dedos de mi
barbilla, llevándose la calidez consigo.
—Es la constelación de Andrómeda—indicó—.
¿Sabes la historia?
Me crucé de brazos y quise girar el rostro para
verlo, pero aún percibía su pecho demasiado cerca y
no quería cometer alguna estupidez.
—No—confesé, sin saber a dónde iba con todo
esto.
—Andrómeda era una doncella que fue
encadenada a unas rocas por Poseidón, como castigo
hacia su madre que se creía la mujer más hermosa,
para que un monstruo se la comiera—comenzó a
explicar y contuve el aire cuando percibí sus manos
727
posarse en mis brazos, con sus pulgares
acariciándolos distraídamente a través de la tela—.
Andrómeda gritó hacia el mar y despertó a Perseo,
quien la rescató del monstruo.
—¿Y qué pasó después?—inquirí,
observando la constelación.
aún
—Y nada, creo que ese es el fin del mito.
—¿Y cuál es el punto de contármelo?—pregunté
confundida.
Alex soltó una risita baja justo en mi oído que me
hizo vibrar y erizó todos los vellos de mi cuerpo.
—Ninguno, pero como estabas compartiendo
información inútil, pensé regresarte el favor—
detuvo sus atenciones y se alejó para colocarse a mi
lado en la barandilla del porche.
Me sentí decepcionada. No quería que se alejara.
—¿Cómo es que sabes identificar constelaciones?
—estaba verdaderamente fascinada con cada cosa
que descubría de él.
Se encogió de hombros.
—Viví con mi abuelo en Inglaterra casi nueve
años, él me enseñó. Adora la astronomía.
728
—¿Ocho años?—asintió—¿Por qué? Siempre
pensé que toda tu vida habías vivido aquí.
—Viví allá con mis padres, mi abuelo y mi tía
Chelsey también estaban ahí.
—¿Y por qué no te quedaste allá?
—Oportunidades—dijo sin dar más explicaciones
y no comprendí a qué se refería, pero una parte de
mí se moría por aprender más sobre él—. Era la
época donde aún no se separaban definitivamente.
—¿Definitivamente? Pero siguen apareciendo
como familia en los eventos y…
—Apariencias—dijo con agriedad, antes de reír
con ironía y mirarme—. Siempre pensé que el
matrimonio sería un infierno por la experiencia con
mis padres, que no pueden ponerse de acuerdo en
nada, pero no parece ser tan malo.
Enarqué las cejas.
—Eso es porque tú y yo no somos un matrimonio
propiamente—aclaré y se cruzó de brazos sin perder
la sonrisa—. Tal vez tus padres no se ponen de
acuerdo por las costumbres que tienen y por donde
vienen. Dicen que los ingleses y los estadounidenses
no se llevan bien.
729
—¿Oh?—Alex elevó una ceja, mirándome con
una mezcla de curiosidad y diversión—. Es una
suerte que sea solo mitad inglés entonces.
No pude contener la sonrisa tonta que surcó mis
labios. No tenía idea de a dónde quería llegar, pero
me alegró saber que nosotros sí teníamos
posibilidades de llevarnos bien.
Tal vez, más que bien.
Áspero, firme.
Un peso choca contra mi cuerpo; mis manos se
impregnan con la solidez.
Un espacio suave entre la curvatura de cuello y
hombro.
Su cabello son finas hebras entre mis dedos.
Mis pezones se endurecen bajo sus palmas,
deseosos de recibir atención. Los estruja con fuerza
y mi espalda hace un arco perfecto contra las
sábanas.
El ritmo de mi corazón es un constante crescendo
que aumenta en tempo con cada nuevo lugar en el
730
que sus manos se posan, tocando, explorando,
reclamando, tomando.
Sus largos dedos se arrastran por mi cuello,
subiendo hasta la parte trasera de mi cabeza y tiran
de ella con fuerza, enredándolos entre mis mechones
para abrirse paso y apoderarse de mi boca.
No hay oxígeno en mis pulmones ni racionalidad
en mi cerebro. Todo desaparece, excepto la
satisfacción que nace desde lo más hondo de mis
entrañas y que sólo él provoca en tal magnitud.
Una montaña se eleva desde dentro. Es un volcán
que está a punto de explotar, llevándome consigo en
el proceso.
Mi mente sabe que no hay mejor lugar para estar.
Alexander se cierne sobre mí, acomodándose
entre mis piernas y guiándose a sí mismo hasta mi
sexo para entrar con tortuosa lentitud, llenándome,
completándome.
La piel cede al músculo y se extiende, expande y
arruga antes de volver a repetir el mismo
movimiento. Es rudo e implacable, firme y seguro,
justo como él.
731
Mi piel bebe cada contacto, desesperada por
tomar cuanto detalle sea posible para memorizarlo;
mis músculos y huesos recordando su forma y lo
bien que encajamos juntos.
Es un constante cambio entre áspero y suave que
me quema con devastadora lentitud. Su cuerpo
contra el mío, la textura de su cabello, la
determinación en sus labios sobre mi mentón, mi
cuello, mi oreja, mi mejilla. Sus brazos en torno a
mí, constriñéndome y fundiéndome contra él.
Su boca, húmeda y caliente sobre la mía.
Desperté agitada, con un sudor frío perlando mi
frente. Me recargué sobre mis codos para
incorporarme un poco, con mi corazón martilleando
rápido y férreo contra mi pecho.
¿Qué mierda había sido eso?
“Ah, nada. Solo estás teniendo sueños húmedos
con tu esposo, otra vez” respondió mi consciencia y
me dejé caer sobre la almohada tratando de
recuperar la respiración y ralentizar mi latir, sin
éxito.
Las imágenes eran demasiado vívidas y no tenía
idea de si se trataban de un recuerdo, mi
imaginación o una mezcla de ambos.
732
Coloqué las manos en mi frente con la vista fija
en el techo. Curvé mis pies buscando aminorar la
incómoda sensación de necesidad que se asentaba en
mi vientre. Una vehemente necesidad de liberación.
Me sentía caliente, terriblemente húmeda y
ansiosa.
“Sé lo que estás pensando, así que no lo hagas”
me regañé, buscando evitar cometer otra estupidez.
Mordí mi labio, debatiéndome. Odiaba tener
sueños húmedos porque normalmente la sensación
de frustración no desaparecía hasta que me corría.
Para mi buena suerte, el causante de mis
malestares estaba a solo unos cuantos pasos en el
pasillo y sabía que solo él podría aliviarlos. No iba a
negarse, no cuando me presentaba en bandeja de
plata de nuevo.
Solo tenía que entrar a su habitación y dejar que
las cosas se dieran solas.
Sería la última vez. ¿Qué era lo peor que podía
pasar?
“Jordan no se lo merece, ¿recuerdas?”
Maldije mi sentido común que me mantuvo
anclada a la cama y me impidió moverme,
733
aumentando mi sentido de frustración y deseo.
Gruñí y cerré los ojos para intentar volver a
dormir, pero sabía que era algo imposible porque mi
cuerpo ardía con necesidad de contacto, mucho más
estando consciente que solo tenía que caminar diez
pasos para recibir las atenciones de quien lo hacía
vibrar como nadie.
Joder.
Miré mi puerta. Solo tenía que incorporarme y
agotar la distancia que nos separaba. Me moría por
hacerlo, no tenía caso negarlo.
Retiré la sábana que me cubría y me incorporé a
medias, hasta que Jordan volvió a atravesar mi
mente como una flecha, igual de certera y
paralizante. Me dejé caer otra vez sobre la fina tela
de la cama y coloqué las manos sobre mi cara.
No podía ir hasta Alexander, pero tampoco podría
dormir hasta apagar esta insistente necesidad.
Mi cuerpo exigía una liberación.
Así que hice lo único que me quedaba por hacer.
Alcé la blusa de mi pijama hasta que mis pechos
quedaron libres y arrastré mi mano hasta uno de
ellos, tomando el pequeño botón erecto, buscando
734
imitar el tacto, su tacto sobre mis montículos, pero
la sensación de mis dedos resultaba torpe e insegura
en comparación con los suyos, que eran diestros y
firmes.
Bajé mi otra mano por mi estómago hasta pasar
la cintura de mi pantalón y el elástico de mis
húmedas bragas. Un frágil gemido brotó de mis
labios cuando mis dedos entraron en contacto con mi
clítoris, frotándolo como solo yo sabía hacerlo e
incluso así, la sensación no fue ni remotamente
parecida a la que Alexander había proveído, con sus
dedos jugando con el lugar donde todo mi placer se
concentraba.
Tendría que conformarme.
Si tan solo supiera lo que estaba haciendo unos
pasos de su dormitorio.
Volví a rozar mis dedos contra ese lugar que era
tan sensible al tiempo que estrujaba mi pecho. Mi
cuerpo se tensó, pero seguía sin ser suficiente.
Tentativamente, introduje un dedo en mi interior. No
era muy buena en esto, ciertamente no desde que
otro era quien se ocupaba de complacerme.
Mis dedos ahora se sentían inadecuados porque
no eran Alexander; porque no eran él en tamaño, ni
735
en movimiento, ni profundidad, ni en sensación.
Añadí otro buscando desesperada percibir lo
mismo, sin éxito, porque seguían sin ser él. Empujé
tan profundo como me fue posible y enterré mis pies
en la cama cuando levanté mi pelvis para ganar
mayor fricción. Traté de tocarme como Alex lo
había hecho, pero mis dedos eran más cortos y
delgados y ciertamente no tan prodigiosos como los
suyos.
Construí un ritmo, invadiendo constantemente mi
interior y tocando todos los lugares donde me
gustaba que me tocaran. Mi corazón comenzó a
acelerarse a la par de mi respiración; arqueé mi
espalda con mis hombros anclados a las sábanas,
recordando lo húmeda y caliente que era su boca
contra la mía, lo bien que su lengua se sentía sobre
mis pechos, mi cuello. Lo mucho que me había
prendido su elaborado respirar y la rudeza de su voz
cuando me había pedido que enrollarla las piernas en
su
cintura
mientras
seguía
tomándome
despiadadamente.
Froté con demencia mi punto sensible y mordí la
tela de la blusa para ahogar mis sonidos de
necesidad. El orgasmo se sentía igual que la
corriente embravecida de un río, arrastrándome por
736
una cascada de satisfacción que no era igual de
intensa, pero serviría.
Arrugué la sábana entre los dedos de mis pies
cuando mi cuerpo se tensó dolorosamente y enterré
mi cabeza en la almohada.
“Córrete ahora, Leah. Vamos, córrete ahora”
Di una última estocada antes de volver a
obedecer al recuerdo de su voz, cruda y autoritaria
antes de correrme y bajar de las alturas del placer
hecha un desastre.
Esperé a que mi desbocado latir se tranquilizara y
mi respiración se normalizara. Me acomodé la ropa
del pijama y me coloqué de lado para dormir. Me
sentía avergonzada y descolocada, porque yo no era
así. No era así.
“¿En qué estás convirtiéndome, Alexander?”
Bastian y Malika se despidieron de nosotros con
un fuerte abrazo y muchos buenos deseos.
Nos mantendríamos en contacto para dar
seguimiento a los trámites de divorcio.
737
Aún no le daba una respuesta sobre qué eficacia
quería que tuviera la solución de nuestro problema,
pero tenía tiempo para pensar y cuando estuviera
segura, le daría una.
Nos pusimos en marcha temprano y como no
pude verlo a la cara después de haberme masturbado
pensando en él la noche anterior, la mayor parte del
viaje pretendí estar dormida. Lo fingí tan bien que
en un punto realmente me dormí sin remedio.
Solo nos detuvimos en una ocasión para comer
algo, en la que no hablamos mucho porque yo no fui
capaz de verlo a los ojos.
Llegamos a la ciudad sin incidentes y cuando por
fin mi maleta estuvo dentro de mi auto, prometí
mantenerlo informado de cualquier cosa relacionada
con el divorcio y le aseguré con toda la convicción
posible que lo que había ocurrido en casa de Bastian
no iba a repetirse nunca jamás en la vida.
Alex simplemente puso los ojos en blanco,
respondió con un “como digas” y se dispuso a entrar
a su departamento, dejándome con una extraña
sensación en el pecho cuando se alejó.
738
Cuando llegué a casa, sintiéndome devastada y
cansada, mamá estaba en el recibidor peleando con
un enorme florero que contenía un hermoso arreglo
de alcatraces.
—¿Necesitas
trastabilló.
ayuda?—pregunté
cuando
—No cariño, gracias—la acompañé hasta la sala
y colocó el recipiente sobre la mesa de centro. Una
vez estuvo seguro, me apresuré a echarle los brazos
al cuello.
Mamá me correspondió al instante.
—¿Qué pasa?—preguntó sorprendida, porque no
solía mostrar muchos gestos afectuosos.
—Nada, solo te extrañé—musité impregnándome
de su aroma.
En realidad quería transmitirle todo lo que
Bastian no podía y sabía se moría por hacer. La
abracé de la misma forma en que sabía él lo haría si
la tuviera enfrente.
Nos separamos luego de un rato y sus ojos verdes
brillaron con amor infinito.
—¿Las flores son un regalo de papá?—inquirí
observando el arreglo—. ¿Se han peleado?
739
—Tu padre jamás me manda flores por pelear—
rió—. Tiene métodos más creativos de conciliación.
En realidad creo que son para ti.
Enarqué las cejas al tiempo que mamá extraía de
entre los tallos una pequeña tarjeta que me tendió sin
ver.
Un pequeño detalle para alegrarte.
Te he extrañado. Tengo una sorpresa para ti.
¿Cenamos hoy?
Te veo a las 7, cariño.
Te amo,
Jordan.
Esperé la emoción exuberante que me invadía
siempre que él hacía este tipo de detalles, pero nada
acudió. En cambio, algo se asentó en la boca de mi
estómago.
¿De qué sorpresa hablaba?
—¿Jordan?—habló mamá con sorna, dándome un
codazo al tiempo que yo asentía, distraída—. Qué
lindo, debió extrañarte mucho estos días que estabas
ausente.
740
“Tanto que ni siquiera me mandó un solo mensaje
de buenos días” pensé con agriedad, pero despejé el
pensamiento cuando otro se presentó en mi mente.
—Seguramente—sonreí forzada—¿Papá está en
casa?
—Sí, está terminando algo de la empresa en su
estudio. Saldremos hoy, ¿quieres venir?—preguntó
con alegría.
Puse los ojos en blanco. Mis padres seguían
teniendo citas como cuando tenían mi edad.
—No, gracias. Yo tendré mi propia cita—agité la
tarjeta que acompañó las flores.
Me encaminé al estudio de papá y luego de dos
secos toques en la puerta, me permitió entrar.
—No te esperaba hasta más tarde—sonrió
ampliamente y le correspondí. Rodeé el escritorio
hasta colocar los brazos sobre su cuello y darle un
sonoro beso en la mejilla.
—Salimos temprano de la casa de Edith—mentí
mientras me acomodaba en la silla de enfrente.
—¿Qué tal el viaje?—se inclinó hacia adelante,
escudriñándome.
741
Hice mi mejor imitación de una expresión
relajada y feliz.
—Muy… revelador—volví a sonreír y él enarcó
una ceja.
—¿Revelador?
—Sí—me incliné también—. De hecho, hay algo
que quiero preguntarte al respecto.
—¿Qué cosa?—fijé mis orbes en sus brazos
visibles por las mangas dobladas de su camisa,
fuertes y anchos, buscando ganar tiempo para reunir
la valentía suficiente para exteriorizar lo que moría
por saber.
—Verás—me acomodé mejor en la silla—,
estando en casa de Edith nos dimos cuenta de que su
mamá tenía estas… estas revistas viejas—traté de
formular la mentira lo mejor posible— y
encontramos una sobre ti.
—¿Sobre mí?—papá pareció divertido ante la
perspectiva.
—Sí—reí nerviosamente—. Hablaba sobre…
sobre tu compromiso con la señora Colbourn, con…
con Agnes.
742
Toda la diversión se evaporó de su rostro en un
instante y me contempló largamente, rígido.
Mi estómago se comprimió.
—¿Y?—dijo cortante.
—Pues… no lo sabía—me removí incómoda, sin
saber qué más decir.
—Porque no es algo relevante—espetó,
contundente, dedicándome esa mirada mortal que yo
había heredado.
—Sí que lo es—rebatí—¿Por eso nuestras
familias se odian tanto?
—No.
—Papá, quiero saber—insistí—¿Aún…
sientes algo por ella? ¿Por eso no la soportas?
aún
Mi padre me miró como si me hubiera crecido
otra cabeza.
—No digas estupideces, Leah—negó, con una
mueca de asco—. Lo único que siento por esa mujer
es repulsión.
—¿Por qué? ¿Es porque terminaron?
—No.
743
—¿Por qué terminaron, papá?
—Leah…
—Solo quiero saber por qué se odian tanto—
aclaré, impaciente, igual que papá, que tenía la vena
en el cuello saltada, señal que estaba perdiendo los
estribos.
—Porque no son una buena familia, eso es todo
—su explicación resultó pobre y forzada—.
Terminamos porque no era adecuada para mí.
Estaba mintiendo.
—Papá, por favor, no soy idiota. Necesito saber.
—No lo necesitas.
—Papá…—no iba a darme por vencida hasta
tener al menos algunas respuestas.
—Que no.
—Pero…
—¡Que no, Leah! ¡No!—se levantó del escritorio
sobresaltado y estrelló una mano sobre la superficie.
Di un respingo—. No insistas. Ya te he respondido
lo que has preguntado.
744
—Claro que no—me puse en pie también,
negándome rotundamente a que me siguieran
mintiendo—, no me has respondido más que con
evasivas.
—Esto es un tema zanjado, Leah—colocó un
dedo al frente, en una clara advertencia—. No
necesitas saber más. Terminamos porque no era
adecuado, porque no era una buena persona.
—¿Por qué?
—Solo mantente alejada de esa familia, hija—
dijo de pronto, con la irritación dando lugar al
cansancio—. No son nada bueno. Obedece.
—¿Por qué?
Me miró con exasperación.
Me mantuve en mi lugar, férrea. No quería ceder.
Terminé haciéndolo cuando me di cuenta de que
no iba a conseguir nada más. Con un suspiro, relajé
mi postura y agaché los hombros con resignación.
—Bien, como sea. Gracias por nada.
Salí dando un portazo, hecha una furia,
sintiéndome engañada y dolida ante la reticencia de
745
papá por proveerme de un poco de luz en toda esta
oscuridad.
Me senté sobre la silla que Jordan sostenía para
mí.
Sonreí lo más natural posible mientras él se
acomodaba del otro lado, impecable y atractivo.
Abrió su saco al momento de sentarse, revelando
una camisa blanca que se ceñía perfectamente a su
cuerpo.
—¿Qué tal el viaje, cariño?—preguntó una vez
ordenó vino, colocando su mano sobre la mía.
Estábamos en un restaurante parecido al que
habíamos asistido cuando fue el desastre de Alex y
Susan, la cara de avestruz, aunque éste tenía un
estilo más moderno y refrescante. Había varios
comensales charlando y el ambiente era cómodo,
con las luces de la ciudad siendo el espectáculo
principal a través de los enormes ventanales.
—Bien. Fue muy… agitado y entretenido—
hablé, retirando mi mano bajo la excusa de alisar las
arrugas en mi vestido.
746
No sabía si la incomodidad ante su cercanía se
debía a mi sentimiento de culpa inmenso o a algo
más. Sin embargo, permanecía latente y no fui capaz
de ignorarlo.
—¿Tú qué tal? ¿Qué hiciste en estos días?—
inquirí fijando mis ojos en él.
Carraspeó.
—Ayudé a papá con cosas de su negocio—sonrió
apenas.
—¿Todo el fin de semana?—lo miré con cautela.
—Sí, fue bastante agotador.
Iba a preguntar en qué lo había ayudado
exactamente cuando el camarero llegó con el vino,
llenando las copas.
—Por tu regreso—dijo alzándola—. Te extrañé
como no tienes una idea.
Choqué mi copa contra la suya pero no bebí.
—Lo noté—mascullé en su lugar, sarcástica.
—¿Cómo?—me miró sin comprender.
—No recibí ni un solo mensaje tuyo—reproché
con agriedad.
747
Sus ojos se llenaron de una emoción que no pude
definir.
¿Era mi imaginación o parecía nervioso?
—No quería arruinar tu fin de semana con tu
hermano, no quería importunar.
—Un mensaje de buenos días no iba a matarte—
me quejé. Hice el ademán de cruzarme de brazos
cuando él interceptó mi mano, besándola.
—Lo siento, no peleemos, ¿si?—pidió
tiernamente y algo se removió dentro de mí.
Si quería recuperar mi relación con Jordan y
erradicar en su totalidad a Alexander de mi mente,
debía evitar todos estos conflictos y hacer todo lo
posible por ser feliz.
—Tienes razón—esbocé el amago de una sonrisa,
dándole un apretón—¿Cuál es la sorpresa?
Se irguió de pronto, sonriendo enormemente.
—Siempre tan impaciente, cariño.
—Vamos, dime—dije contra sus labios,
regalándole un corto beso que él correspondió.
748
Se alejó un poco y extrajo del interior de su saco
una pequeña cajita.
Mi corazón se volvió un peso muerto dentro de
mi pecho, inerte y pesado como una roca en lugar de
acelerarse.
“No” fue lo primero que pensé en decirle
mientras observaba cómo abría la caja y mostraba el
anillo que se anidaba dentro.
Lo que pensé sería el momento más excitante y
esperado de mi vida se había convertido en una
situación que me llenaba de terror e incomodidad.
—No es de compromiso—se apresuró a aclarar,
posiblemente por ver la cara de terror que tenía—.
Aunque pensé que tu reacción sería diferente al ver
el anillo.
Rió con nerviosismo y pesar, pero yo seguí
observándolo sin comprender.
—Es un anillo de promesa, cariño—lo sacó de la
caja y lo sostuvo entre sus dedos—, una muestra
tangible de que más temprano que tarde, tú y yo nos
casaremos.
749
Yo no podía respirar, pero no precisamente por la
emoción, sino por lo reacia que me sentía a tomar la
joya.
No opuse resistencia cuando tomó mi mano,
demasiado aturdida para reaccionar. Deslizó el anillo
con la banda de oro blanco en mi anular, con un
diamante brillante coronándolo.
—Es una promesa de que algún día serás la
señora Pembroke—besó mis nudillos, sin perder la
sonrisa.
Me mantuve en silencio, sin que nada acudiera a
mi mente.
—¿No te gustó?—debió notar mi conflicto
emocional, porque sus ojos me miraban con tristeza
cuando enfoqué.
—No, no—negué, sacudiéndome la molesta
sensación—, me ha encantado. Gracias.
Besé sus labios rápidamente.
—¿Eso es todo?—dijo confundido—. Pensé que
a estas alturas ya estarías bailando de felicidad sobre
la mesa.
—Estoy feliz, es solo que estoy cansada. Es todo
—imité mi sonrisa más brillante—. Pero tampoco
750
puedo esperar a que nos casemos.
Mi cerebro no estaba de acuerdo con lo que salía
de mi boca.
—Ni yo. Ya quiero ver a nuestros hijos correr por
todos lados—había felicidad pura en su voz—. Te
agotará cuidarlos todo el día.
Enarqué una ceja.
—No los cuidaré todo el día. Tendremos que
contratar niñera porque también estaré trabajando.
Su cara se compungió en la mueca de desagrado
que me dedicaba siempre cuando hablábamos de
este tema.
—No vas a trabajar.
Puse los ojos en blanco.
—Claro que sí.
—No—dijo rotundo y lo miré duramente,
ocasionando que él se removiera incómodo—.
Preferiría que te dedicaras a cuidar de mí y nuestros
hijos.
—¿Crees que solo sirvo para ser una esposa linda
e inútil?—reproché con acidez—¿Crees que no soy
751
capaz de trabajar?
Eso era algo que yo detestaba de él: que me viera
como un trofeo hermoso que solo servía para
presumir. Ah, y no olvidemos la parte de la
incubadora.
Quería que se sintiera orgulloso de mí por el
camino que yo me labrara con mis méritos, mi
trabajo. Que reconociera mi valía como algo más
que una estúpida esposa que lo esperaba en casa.
Quería que me mirara como papá a mamá: con
orgullo infinito por todo lo que era capaz de hacer,
por todo lo que había conseguido por sí misma, por
todo el potencial que poseía. La miraba como un
igual, no alguien debajo de sí.
—No digo eso, Leah. No conviertas mis palabras.
Digo que no lo necesitas. Yo tengo dinero, tú tienes
dinero… ¿por qué hacer eso?
Me sentí molesta y ofendida.
—Por crecimiento personal—argumenté. Él negó
y eso solo sirvió para que me sintiera más enfadada.
“Cuando hablas, ¿están al mismo nivel? ¿Te
hace pensar? ¿Te desafía? Cuanto estás con él, ¿Te
752
impulsa? ¿Te lleva más allá de tus límites? ¿Te pone
los pies sobre la tierra?”
Las palabras que Alex me había dicho hacía más
de un mes acudieron de pronto a mi cabeza, tan
dolorosas que me resultó imposible ignorarlas y traté
de responderlas en mi mente.
—No arruines esto peleando, ¿quieres?—pidió
inclinándose hacia mí—. Por favor, solo quiero
pasar una linda velada con mi novia.
Lo miré por unos momentos, aún molesta por
todos sus comentarios, hasta que asentí con rigidez.
El resto de la cena transcurrió tranquilamente,
entre temas banales e inventos de lo que había hecho
en el viaje.
Cuando íbamos de camino a casa, observé su
perfil, desde su fina nariz hasta sus pómulos
marcados, la forma de sus labios, que eran delgados
pero hábiles, la prominencia de su mentón y la
espesura de sus pestañas.
Junté mis piernas percibiendo una pequeña llama
de excitación que no era nada en comparación con la
hoguera que Alexander siempre se las arreglaba para
hacerme sentir, pero me aferré a ella con todas mis
fuerzas.
753
Tal vez solo necesitábamos tener sexo para que
yo me sintiera mejor y ganara un poco de claridad en
mis emociones.
Así que siguiendo esa línea de pensamiento, me
quité el cinturón y me incliné para besar su cuello
mientras él seguía conduciendo. Lo sentí tensarse al
instante, peo no me detuve. Eso era buena señal,
¿no?
Sellé mis labios como cera en la piel de su pulso,
donde sabía que le gustaba y me embriagué de su
aroma. Llevé mi mano hasta su pantalón, esperando
encontrar su deseo abultándose dentro, pero me sentí
levemente decepcionada cuando no percibí nada.
—Leah, para. Harás que nos estrellemos—se
quejó con voz tensa.
—Vamos, no lo hemos hecho en meses—insistí,
apretando su miembro a través de la tela sin obtener
reacción aún—. ¿No dijiste que me habías
extrañado?
—Te extrañé, pero estoy conduciendo.
—Entonces solo para en algún lugar—susurré
mordiendo su lóbulo.
754
—No. Para ya. No voy a hacerte el amor en un
auto.
—¿Por qué no?—solté una risita y desabroché la
hebilla de su cinturón—. Nunca lo hemos hecho en
un auto, suena como algo muy excitante.
—No. Es algo sucio e indecente. Además,
alguien podría vernos—retiró mi mano de un tirón y
me acomodé en mi asiento. El rechazo
escociéndome el pecho.
—Entonces vamos a tu departamento—sugerí,
tratando de no sonar tan dolida.
Me lanzó una ojeada.
—Cariño, ¿por qué tanta urgencia? Tenemos todo
el tiempo del mundo.
—Pero…
—No, Leah. No estoy de humor. Te llevaré a
casa.
Me coloqué el cinturón de nueva cuenta y traté de
ignorar el nudo que cerraba mi garganta.
Nunca antes me había rechazado.
755
Cuando estacionó su auto en la entrada de casa,
me dispuse a bajar rápidamente, sintiéndome aún
ofendida. Él fue más ágil y me tomó de la muñeca
para detenerme.
—¿Qué?—interrogué con aspereza, hastiada.
—Leah, no quiero pelearme más contigo.
—¿No dijiste que querías más de mí? ¿Cómo se
supone que lo obtengas si cada vez que yo me
acerco tú me rechazas?—reproché, moviéndome
para zafarme.
—No necesito tener sexo
demostrarte lo mucho que te amo.
contigo
para
—No dije eso, solo quería…
“Olvidarme de Alexander” terminó por mi
consciencia.
—No importa—dije y traté de relajarme—.
Gracias por la cena y el anillo. ¿Te veo mañana en la
universidad?
—Claro—me atrajo hacia él para besarme, lento
y suave—. Te amo.
Me miró con amor infinito.
756
Mi corazón dio un salto porque por un momento,
deseé que los ojos que me miraban impregnados de
esa emoción fueran azules y no color miel.
Otro capítulo kilométrico, otra biblia,
testamento, etc, etc. (inserte todos los sinónimos)
¿Qué les pareció? Me encantaría saber qué
opinan.
¿Dudas?
¿Sugerencias?
¿Confesiones?
¿Traumas? ¿Pesadillas? Dejen sus comentarios
con dudas y otras cosas, los estaré respondiendo
T O D O S.
El próximo capítulo irá dedicado al primer
comentario.
Con amor,
KayurkaR.
757
Capítulo 20: Oops, lo hicimos
de nuevo.
Leah
—A ti te quería encontrar.
Edith me interrumpió en la importante tarea de
devorar mi dona.
Se sentó a mi lado en la mesa de la cafetería,
observándome con tanta intensidad que por un
momento pensé que me haría hoyos en la cara por la
forma en la que estaba taladrándome.
—¿Qué?—pregunté nerviosa—¿Tengo mal la
ceja o algo?
Solía mirarme de ese modo cuando había algo en
mi cara y la muy maldita no era capaz de decirme.
Como aquella vez en que tuve mi segunda cita con
Jordan y la hija de puta no pudo decirme que tenía
un moco verde y asqueroso colgando de la nariz.
Aún se burlaba de eso algunas veces.
—Edith—insistí, asustada.
758
—¿Por qué no me lo dijiste?—habló secamente,
sin parpadear.
—¿Decirte qué?
—¡Que tenías algo con Alex!—exclamó y toda la
sangre viajó hasta mis talones—¡Te lo pregunté y lo
negaste!
—¿Qué?—mi voz salió ahogada porque estuve a
punto de atragantarme con mi saliva—¿De qué
mierda hablas?
—No te hagas la loca conmigo—estrechó los
ojos—¿Qué hacías con él en Long Island?
Mierda.
“Tal vez si le tiras con tu termo a la cabeza
puedas noquearla y huir” sugirió mi consciencia y
resistí la tentación de hacerlo.
—¿Qué?—repetí, porque nada mejor acudía a mi
cabeza.
Todas las alarmas que gritaban “PÁNICO”
centellaban al rojo vivo y yo solo quería salir
corriendo o tirarme por la ventana.
—¿No dijiste que habías ido con tu hermano a
visitar a un amigo a Long Island?
759
—Sí, ¿y qué?—traté de impregnar mi voz con
indiferencia.
Soltó un suspiro de exasperación al tiempo que
extraía del bolso su celular y me mostraba un
maldito artículo en alguna página de internet. En el
encabezado, con letras enormes y negras, podía
leerse: “¿Nueva novia de Alexander Colbourn?
¡Podría ser el inicio de una relación permanente!”
Lo primero que pensé fue lo estúpido y
sensacionalista que sonaba el título. Odiaba a los
medios amarillistas tanto como papá. Deslicé mi
dedo sobre la pantalla para leer más información y
saber a qué me enfrentaba con exactitud. Necesitaba
saber si en efecto, mi vida se había ido al carajo.
El artículo era una falacia que se resumía a
rumores infundados sobre lo juntos que habíamos
estado en la plaza, justo donde Alex había capturado
a la pareja. También hablaba de un supuesto beso
apasionado que de ninguna manera nos dimos a la
orilla de la bahía.
Quise darme de golpes contra la mesa por lo
descuidados que habíamos sido al exhibirnos de esa
manera.
760
El artículo estaba acompañado por una serie de
fotografías de resolución media, un poco
distorsionadas por el zoom. Al parecer alguno de los
comensales lo había reconocido y no había perdido
la oportunidad de capturar el momento. Estaban
tomadas de forma lateral, por lo que la mayoría las
acaparaba el cuerpo de Alex, conmigo escondida del
otro lado. Había una donde yo intentaba quitarle la
cámara de las manos, con mi cuerpo estirándose
para alcanzarlo mientras él tenía una enorme sonrisa.
Lo único que salvaba la situación era el hecho de
que llevaba puestos los lentes de sol.
El artículo terminaba con una lista de mujeres
hijas de empresarios, actrices y modelos que podrían
ser la supuesta novia. Al final, había una encuesta
acompañada con las fotografías de las candidatas
que encuadraban con el perfil de la “susodicha” y
solté una carcajada.
—¿Qué haces?—Edith me arrebató el aparato de
las manos y yo seguí riendo.
—Votando por Megan Fox, ¿que no ves?—seguí
sonriendo por lo ridículo de la situación y el alivio
que me invadía.
761
—Claro que no es Megan Fox, idiota—dejó el
celular sobre la mesa, frunciendo el ceño.
—Tienes razón, la chica de la foto parece más
bonita—di un sorbo a mi termo.
—Sé que eres tú—dijo con seguridad y me asusté
un poco, aunque ahora que había sondeado el
terreno, me sentía en control.
—No soy yo—me defendí—¿Sabes cuántas
mujeres de cabello negro y estatura promedio hay en
el mundo? ¡Por eso somos promedio!
—¡Llevas la gabardina Prada que compramos en
Las Vegas! ¿Recuerdas? Por la que casi le haces una
llave a la mujer rusa para que no se la quedara
porque es una edición especial.
Mierda. Odiaba su buena memoria para los
detalles.
—Edición especial no es lo mismo que piza única
—repliqué, buscando sonar convencida.
—Curiosamente él también estaba en Long Island
cuando tú lo estabas—insistió, mirándome con
suspicacia—¿Coincidencia? No lo creo.
—Edith, Long Island es muy grande. Si él se
llevó a una de sus zorras a pasar el fin de semana
762
allá, ¿yo de qué tengo la culpa?—sentí un escozor en
la lengua al auto llamarme zorra.
—¿Crees que tengo cara de estúpida?
—Sí—respondí con naturalidad.
—¡Leah!—me dio un manotazo en el hombro,
ofendida.
—Tú preguntaste, yo solo contesté sinceramente.
—¡Hablo enserio!
—Yo también—lanzó un quejido de exasperación
y negó. Mi estómago volvía a cerrarse hermético
ante la posibilidad de que alguien más supiera lo que
estaba pasando entre el heredero de los Colbourn y
yo.
—Leah, por…
—Hola—la voz de Jordan interrumpió su
algarabía.
Me apresuré a bloquear su celular antes de que
tomara asiento, ganándome otra mirada recelosa de
Edith, pero la ignoré para centrarme en mi novio.
—Hola—deposité un lento beso en los labios que
él correspondió con devoción y ternura.
763
—Ay por Dios, me dará conjuntivitis—se quejó
Edith al tiempo que nos separábamos.
—¿Envidia?—la molestó Jordan, enarcando una
ceja y pegándose a mí como una garrapata.
—No a todos nos apetece tener náuseas a las diez
de la mañana— atacó mi amiga.
Accidentalmente, mis ojos encontraron al dueño
de todas mis pesadillas y a la vez, de mis mejores
sueños. Alexander me miraba desde otra mesa de
forma oscura, con una expresión en el rostro
indescifrable.
Las cosas entre nosotros seguían siendo turbias y
poco claras, pero tomé la férrea determinación de
mantener una relación cordial, por el bien de mi
estabilidad mental, emocional y la preservación de
mi relación.
Volví a concentrarme en Jordan, permitiendo que
me llenara de esa certidumbre y seguridad que
siempre llevaba consigo.
Dos semanas.
764
Se habían cumplido dos semanas desde que
habíamos regresado de nuestro agitado viaje a Long
Island.
No nos habíamos hablado desde entonces y me
sentía igual que un alcohólico asistiendo a grupos de
apoyo que acabara de cumplir quince días de
sobriedad.
En mi caso, era sobriedad de Alexander.
¿Dónde estaba mi moneda y mi pastel para
festejar mi fuerza de voluntad?
La verdad era que no todo el crédito era mío. Él
había ayudado bastante con su indiferencia,
haciendo lo que mejor hacía: ignorarme y pretender
que yo no existía.
Era algo que se le daba muy bien, debía
reconocer, pero eso no significaba que doliera
menos.
Algunas veces, cuando se sentaba en nuestra
mesa o nos topábamos en los pasillos, lo atrapa
dedicándome miradas furtivas de menos de un
segundo, antes de volver a centrarse en otra cosa.
Debía sentirme feliz de que hubiera perdido el
interés en mí; era algo que se veía venir desde que
765
había conseguido meterse en mis bragas. Ahora era
una más de sus trofeos, una más de las servilletas
que él adoraba desechar sin ver atrás.
Pero no me sentía feliz. En su lugar, estaba
irritada todo el tiempo; una frustración aflorando en
mi pecho y una exasperación cerrándome la
garganta era lo que me habían costado mis quince
días de desintoxicación, eso sin contar el humor de
los mil demonios que llevaba siempre conmigo.
No quería reconocerlo, pero odiaba no tener su
atención, joder. Lo prefería escudriñándome,
sonriéndome o retándome con alguna estupidez, no
pretendiendo que no existía.
Me sentía más ignorada que las instrucciones de
un shampoo.
—Okay, tomen una y cuídenla como si fuera el
boleto ganador de la lotería—Ethan tendió a cada
uno de los ocupantes de la mesa una invitación
impresa en un fino papel con pulcra caligrafía.
Le dio una Jordan y cuando yo no recibí ninguna,
enarqué una ceja, inquisitiva.
—Son pases dobles—aclaró poniendo los ojos en
blanco—. Mis padres harán una exhibición en la
766
nueva galería de arte con la que acaban de asociarse,
así que por su bien, espero ver sus feas caras allá.
—¿Qué pasa si no voy?—preguntó Sara.
—Seguramente tendrá un colapso y terminará en
una ambulancia—bromeó Alex y contuve la sonrisa
que amenazaba con surcar mis labios.
Lo miré por un instante. Lucía más atractivo que
nunca y lo maldije porque tuve un tiempo difícil
para despegar mis ojos de él, con mis pies
moviéndose ansiosos bajo la mesa resistiendo el
impulso de saltarle encima como un guepardo.
—Por tu bien, espero que no faltes—le advirtió
—, o tendré que tomar medidas que no van a
gustarte.
—¿Es estrictamente necesario ir acompañado?—
la castaña evaluaba con interés la invitación y mi
amigo asintió—¿Y si no tengo a nadie?
La pregunta de a quién llevaría Alexander
invadió mi mente incluso antes de que pudiera
evitarlo y mi estómago se comprimió ante las
posibilidades.
El moreno volvió a poner los ojos en blanco.
767
—Pues te llevas a tu madre, a tu abuelita o a tu
perro, no me importa, pero voy a retorcerte el cuello
si no llevas tu escuálido culo a esa exhibición. No es
opcional.
—¿Por qué tanta urgencia?—intervino Edith
acomodándose la alta cola de caballo sobre el
hombro—. Creí que tus padres no querían que
convivieras con el puñado de alcohólicos imbéciles
que tienes como amigos.
—Mis padres quieren conocer al puñado de
alcohólicos imbéciles que tengo como amigos,
cariño—respondió Ethan dándose importancia—.
Sobre todo después de tener que recogerme casi
desnudo y ebrio de la estación. Papá nunca me había
gritado tanto en toda mi vida, pensé que me quedaría
sordo.
Todos soltamos una risotada.
—Entonces, ¿en parejas?—volvió a decir Edith,
esbozando esa sonrisita maliciosa que no presagiaba
nada bueno.
—¿Eres sorda o retrasada?—contestó Ethan
dedicándole una mirada a mitad de la preocupación
y la broma.
768
—Yo diría que ambas—hablé divertida y mi
amiga me dedicó una mueca. Alex no contuvo la
sonrisa ante mi comentario y mi corazón dio un
vuelco a pesar de que no levantó la vista de la
invitación.
—Tú no tendrás problema en encontrar pareja,
solo dile a alguno de los desgraciados que tuvieron
la mala suerte de caer entre tus garras—la confortó
mi amigo.
—Quisieras ser uno de esos desgraciados—se
defendió la rubia, petulante.
—Gracias, pero no me odio tanto.
—¡Ethan!—Edith le lanzó una rodaja de pepino
de su ensalada que él esquivó sin problema y la
mesa estalló en carcajadas.
—Lo bueno de esto es que no todos tendremos
problema para encontrar acompañante, ¿verdad,
cariño?—Jordan dio un apretón a mi mano antes de
depositar un beso sobre ella.
Sonreí apenas.
—Van a provocarme un coma diabético—se
burló Ethan, negando con la cabeza.
769
No pude obviar la forma en que Alexander
flexionaba sus manos, como si estuviera ansioso por
algo. Los hielos que tenía en sus ojos se clavaban en
Jordan, tan filosos y gélidos como lanzas.
Era una mirada sombría que pocas veces había
apreciado en él y que tomaba lugar solo cuando
estaba verdaderamente molesto por algo.
Decidí ignorarlo, pero algo me decía que, en
efecto, estaba enojado.
Edith entró en el aula con una enorme sonrisa,
sentándose a mi lado e interrumpiendo la terapia que
le daba a Sara sobre amor propio y lo malo que era
meterse con personas que ya tenían una pareja.
—¿Por qué tan feliz?—preguntó la castaña
centrándose en ella desde el escritorio trasero.
—Le he devuelto la invitación a Ethan—
canturreó, sin perder la sonrisa.
—Por favor, no me digas que no irás—mi amiga
la miraba con ojos de perrito suplicante.
—Por supuesto que iré—musitó con demasiada
felicidad.
770
—Por si tu pequeño cerebro aún no lo capta,
necesitas la invitación para entrar—la regañé—
¿Cómo lo harás si se la has devuelto?
—No la necesito—se echó la larga melena rubia
tras el hombro.
—¿Por qué?—pregunté sin poder contener la
curiosidad.
—Iré con Alexander.
—¿Qué?—ladré. La miré atónita.
—¿Cómo conseguiste eso?—Sara estaba
inclinada sobre el escritorio, verdaderamente
impresionada.
Se encogió de hombros batiendo sus pestañas.
—Soy irresistible.
—Sí, claro—se burló—, ya en serio Edith, ¿qué
brujería hiciste?
Resopló.
—Ustedes jamás suben mi autoestima—se quejó
—. Se lo pregunté y dijo que sí.
Fijé mis ojos en la mesa, aún desconcertada.
771
No por la situación, sino por la vehemente
necesidad que sentía por arrancarle los ojos a mi
amiga.
Enseguida, la molestia comenzó a picarme las
costillas, insistente hasta convertirse en una emoción
ferviente que borboteaba bajo mi piel y que me
hacía querer exigirle que se mantuviera alejada de
él.
—Ya lo tengo todo planeado, de hecho—se
regodeó en su asiento—. Ésta vez no se me va a
escapar.
—A veces me preocupa tu obsesión con él—
comentó Sara riéndose.
—No es obsesión, pero es un hueso difícil de
roer y eso solo hace que lo desee más—se inclinó
hacia adelante jugando con un mechón de su
cabello.
Traté de aminorar la quemazón que se extendía
por mi pecho, sin éxito, porque solo lograba
aumentarla con cada cosa que decía.
No quería que Edith experimentara las mismas
sensaciones cósmicas que yo, ni que lo contemplara
de la misma forma en que yo lo había hecho.
772
La imagen de él besándola o penetrándola me
causó náuseas.
—¿Y cuáles son tus armas? Cuéntame tus
tácticas de seducción, me muero por saber—la
alentó nuestra amiga y la fulminé con la mirada,
porque no quería escuchar más sobre el asunto.
—Leah, ¿recuerdas ese corset con liguero negro
que compré en Victoria’s Secret en Las Vegas?—
asentí con rigidez, esperando que mi rostro no
reflejara las ganas que sentía por estrellarle la cara
contra la mesa—. Usaré eso, lo volverá loco, estoy
segura.
—Siempre sorprendiéndome con tus alcances—
silbó Sara, y mi amiga se mordió el labio.
Traté de convencerme de que no me importaba.
Que él y yo no teníamos nada y que podía cogerse a
quien quisiera, incluso si era Edith. Además, nadie
me aseguraba que se hubiera mantenido lejos de
otras tipas en este tiempo.
Dios, la idea de imaginarlo con alguien más me
enfermaba.
—No se preocupen, yo sí contaré los detalles
sucios—susurró mi amiga cerca para que los demás
773
no pudieran escucharnos—. Les haré una reseña de
qué tan bueno es en la cama.
Sara soltó una risita estúpida y no pude tolerar
una palabra más. Me puse en pie de un salto, con la
bilis en la garganta.
Me marché de ahí viendo rojo de rabia y con los
dientes rechinando.
No era engañar.
Asesté un golpe en las costillas, ocasionando que
perdiera el aire.
Si él se cogía a otras, no era engañar.
Coloqué un pie hacia atrás, lista para lanzar una
patada que dio justo en su estómago, provocando
que se doblara y trastabillara hacia atrás.
Yo no debía ni podía sentirme de tal manera.
Simplemente no tenía derecho de sentir celos ni esa
posesividad que nacía de la parte más profunda de
mi ser. Solo podía percibirlo hacia Jordan, nadie
más.
774
No le di tiempo de recuperarse y tomé dos pasos
antes de girar y dar otro golpe certero en su espinilla
que no pudo esquivar. Su rodilla pegó contra el
suelo. Respiré pesadamente con mi corazón
martilleando en mis oídos y mis emociones a flor de
piel, esperando a que se incorporara.
El deber y el querer se colisionaban en mi
cerebro en una lucha por la dominación, con el
deseo ganando la batalla. No podía evitar sentirme
colérica solo de pensar que pudiera tomar a Edith de
la misma forma en que había hecho conmigo; o que
la mirara o le sonriera igual.
Logró asestarme un golpe en la sien que me
desorientó por un momento, alimentando la furia
que aullaba en mi interior igual que un animal.
—¡JODER!—grité, buscando liberar un poco de
la quemazón que me consumía por dentro. Tensé la
mandíbula y arremetí contra su cuerpo dando un
golpe con mi mano izquierda, antes de atacar su
costado con un puño diestro.
Estaba atacando de todos lados imaginando que
era Alexander a quien tenía enfrente, que le partía su
bella cara de mierda y le tiraba un diente, solo para
que su sonrisa se afeara y dejara de privarme de toda
voluntad.
775
“Cabrón, cabrón, cabrón” repetí como un
mantra mientras agredía por todos lados y con todas
las extremidades de mi cuerpo en embates limpios.
“Te odio, te odio, te odio”
Lo odiaba por hundirme hasta el cuello en todo
ese torrente de emociones conflictivas para después
alejarse y pretender que nada había pasado entre
nosotros. Dios, lo odiaba tanto. Quería matarlo.
Rematé la táctica con una patada a los hombros
que mandó el cuerpo hasta el suelo con violencia.
—¡De acuerdo, de acuerdo, me rindo! ¡Tú ganas!
¡Dios!—Kristen se recostó sobre el suelo tratando de
recuperar la respiración, igual que yo.
Me quité las vendas de las manos y me senté
junto a ella, esperando a que mis sentidos volvieran
del estupor provocado por la adrenalina.
—¿Se te ha metido el diablo o qué?—preguntó
mi entrenadora masajeándose el cuello—. Pensé que
ibas a matarme.
La descarga de adrenalina y energía solo habían
servido para agotarme, porque seguía sacando fuego
por todos lados.
776
Quería aplastarle los huevos a ese imbécil. Dios,
no quería que tuviera sexo con Edith, ni con nadie.
—Me dejé llevar, lo siento—me disculpé
poniéndome en pie.
—Has mejorado mucho tu flanco izquierdo—me
siguió mi entrenadora por el gimnasio hasta los
casilleros, donde guardaba mis cosas—. A tu padre
le encantará saberlo.
Sonreí apenas, sintiéndome peor que antes
porque ahora no solo estaba furiosa, sino también
exhausta. Le agradecí el entrenamiento y me
encaminé a las duchas.
El baño no hizo otra cosa que darle más forma a
lo que me cruzaba la mente. Estaba cansada de
soportar sus desplantes y actitudes extrañas. Estaba
harta de tener que adivinar lo que pasaba por su
cabeza; me sentía dentro de un jodido buscaminas y
no hacía más que explotar sin llegar al otro extremo.
Salí de la regadera y me vestí a toda prisa para
llegar a mi auto antes de que toda mi determinación
se desvaneciera.
No iba a quedarme callada viendo cómo jugaba
conmigo de nueva cuenta, cómo me ignoraba
después de usarme tan descaradamente y la forma en
777
que pretendía que todo lo hacía sin intención cuando
era claro que todas las cosas que hacía tenían un
propósito.
Pues bien, el que saliera con Edith era una
rotunda declaración de guerra y no iba a permitir
que m humillara de esa manera. Nadie podía
humillarme.
Conduje con el acelerador hasta el fondo y en
menos de diez minutos ya había cruzado la ciudad
para entrar al lujoso sector donde el idiota tenía su
departamento.
Bajé dando un portazo y entré en la recepción del
complejo dando fuertes zancadas. Me retiré los
lentes oscuros y miré directamente al hombre tras el
mostrador. Parecía que se había cagado en los
pantalones a juzgar por su expresión cuando reparó
en mí.
—Quiero ver a Alexander Colbourn—exigí con
dureza.
—¿Tiene alguna identificación, se-señorita?—
tartamudeó.
—¿Para qué la necesitas?—no tenía tiempo para
formalidades inútiles.
778
La furia que sentía amenazaba por hacerme
explotar y escurrirse por todos mis orificios.
—Nadie puede subir a su departamento al menos
que el señor Colbourn lo autorice—explicó,
clavando su vista en el mostrador luego de alzarla
por un segundo.
—Y una mierda—mascullé, porque no quería
perder el factor sorpresa.
Caminé a pasos largos y firmes hasta el ascensor,
con el hombrecillo del mostrador detrás. Entré al
elevador y las puertas se cerraron antes de que
pudiera alcanzarme. Presioné el botón que llevaba al
último piso, donde claro que el maldito imbécil tenía
su penthouse.
Toqué la puerta con insistencia y sin detenerme,
olvidando todos los modales que se habían
encargado de enseñarme hasta que abrió la puerta
con el rostro desencajado.
—¿Quién mier…?
No lo dejé terminar porque le planté una bofetada
con toda la fuerza que poseía en cuanto lo tuve
enfrente.
779
—¡Hijo de puta!—grité, sintiéndome levemente
mejor después de eso.
Me sentía dentro de una escena de telenovela,
pero me daba igual.
—¿Te has vuelto loca?—dijo girando el rostro
solo un centímetro porque eso fue todo lo que mi
fuerza sobrehumana había conseguido moverlo.
—¡Eres un cabrón!—volví a vociferar, dando
rienda suelta a todo el enojo que hervía en mis venas
—¡Te coges todo lo que ves!
—¿Quién te crees que eres para…?
El recepcionista se aclaró la garganta, incómodo
e interrumpió la guerra campal que se desarrollaba
en el pasillo.
—Señor, se ha escabullido. ¿Quiere que la
escoltemos fuera?
Me miró echando fuego por los ojos antes de
centrarse en el hombre bajo.
—No.
—¿Prefiere que llamemos a la policía?—sugirió
y tuve un momento de lucidez. Debía parecer una ex
780
novia psicópata buscando venganza, y para colmo
podían meterme a la cárcel por acoso.
Allí iban mis últimos fragmentos de dignidad.
“Tus cagadas son impresionantes como siempre,
Leah”
—No, retírate—ladró antes de tomarme del
brazo, arrastrarme dentro de su departamento y
cerrar dando un portazo que reverberó en toda la
estancia y todos mis huesos.
—Suéltame—me deshice de su agarre y lo
encaré, con la respiración errática y el estómago
ardiendo por toda la ira.
—¿Qué te has metido para pensar que era una
buena idea venir a mi departamento a agredirme?—
se irguió, plantándose con toda su intimidante
estatura frente a mí.
Era divino, pero me di un golpe mental para no
permitir que su belleza me desconcentrara de mi
objetivo.
—No me he metido nada, solo he venido a
decirte tus verdades.
—¿Mis verdades?
781
—¡Sí!—rugí— ¡No voy a soportar
humillaciones y groserías por más tiempo!
tus
—¿De qué mierda hablas?—tenía una mejilla
roja ahí donde lo había golpeado, con los ojos azules
exudando rabia. Era la misma forma en que había
mirado a Jordan, pero mil veces peor.
—¡De que no tienes moral, ni valores, ni pudor ni
respeto! ¡Te lo pasas todo por el culo y haces lo que
te venga en gana sin importar a quién embarres en el
proceso!
—¿Qué hice ahora?—frunció el ceño—¿De qué
estás acusándome, perra desquiciada?
—¡De tu falta de escrúpulos!—vociferé,
recriminándolo con un dedo.
—¡Yo puedo hacer lo que me dé la puta gana!—
respondió a su vez, airado—. Tú no tienes idea de
los valores que tengo o no tengo, Leah. No vengas
aquí a juzgarme porque no me conoces.
—Sí que te conozco, conozco a todos los de tu
clase. Hijos de puta, cabrones, insensibles…
—¡Jamás he sido así contigo!—se defendió
alzando la voz, dando un paso hacia adelante,
782
amenazador, pero me negué a parecer asustada y le
planté frente.
—¡Sí que lo has sido! ¡No te importa nada
mientras puedas seguir metiendo tu polla en cuanto
coño se te atraviese en el camino!—dije con la voz
en cuello y los puños apretados.
Yo temblaba de rabia y tensaba la mandíbula.
Alexander parecía a punto de estallar de la cólera;
sus ojos eran fuego puro.
—¿Y a ti qué mierda te importa dónde meto o no
mi polla?
—¡Me importa porque no seré una más de tus
putas! ¡Yo no soy una basura que puedas desechar!
—reproché, haciendo aspavientos— Ni siquiera sé
cómo pude acceder a estar con alguien como tú, ¡lo
único que te importa es cuántos coños puedes
reventar!
—¿De dónde sacas eso?—replicó con el mismo
volumen y pensé en el show de gritos que debíamos
estar ofreciendo para los vecinos.
—¡Porque es precisamente lo que estás haciendo!
¡No creas ni por un maldito segundo que dejaré a
Edith caer en la montaña de mierda que eres!
783
Dio un paso hacia atrás con la misma expresión
que tenía cuando lo abofeteé.
—¿Todo este teatro tuyo es porque estás celosa?
—espetó y apreté los puños.
“¡Sí, maldición, sí!” quise gritarle.
—¡No, estás muy mal de la cabeza si crees que
puedes provocarme algo así!
—Sí estás celosa—aseguró y me sentí tan
expuesta que creé más murallas de ira porque eran
las más fáciles de levantar.
—¡Solo estoy poniéndote
desgraciado, bastardo, cabrón!
en
tu
lugar,
—¿Y quién eres tú para decirme lo que puedo o
no puedo hacer? ¿Con qué cara me juzgas cuando tú
eres igual que yo?—bramó, con la cara roja—¿Con
qué cara me dices que no tengo valores cuando tú
también estabas feliz de follarme?
Mi pecho se comprimió.
—¡Yo…!
—Ni siquiera te pasó por la mente tu noviecito
mientras me tenías dentro, así que de nuevo, baja del
puto pedestal en el que te has montado tú sola que
784
de santa no tienes nada—acortó la distancia dando
otro paso, hasta que prácticamente se cernió encima
de mí y tuve que levantar la vista para verlo—. No
tienes ningún derecho de reclamarme un carajo,
Leah.
La mano me hormigueó. Levanté el brazo para
asestarle otra bofetada, sintiéndome ofendida por
todos sus insultos. La detuvo en el aire y aprisionó
mi muñeca dolorosamente.
—No sé cómo te trate Jordan—dijo con voz
tensa, clavándome cuchillos con los ojos—, pero yo
no voy a tolerar tu mierda ni tus agresiones,
¿entendido?
Percibí su furia, pura y contundente con un atisbo
de miedo invadiéndome. Tal vez de eso hablaban
mis padres, tal vez sí era un psicópata después de
todo.
—Vuelve a golpearme y te juro que voy a…
—¿Qué vas a hacer, ah? ¿Vas a golpearme? ¿Vas
a romperme la mano?—lo reté, intentando
liberarme, pero él continuó cerrando sus dedos en
torno a mi muñeca, ejerciendo presión.
—Voy a romperte a ti si no paras ahora—
amenazó, inyectando tanto veneno en su voz que un
785
escalofrío me recorrió la columna—. No tienes ni
puta idea de lo que quieres. Me pides que me aleje
para buscarme al día siguiente y exigirme un sinfín
de cosas que ni siquiera tú estás dispuesta a dar.
Me soltó de pronto y me masajeé la zona.
Alexander no era como Jordan. Él no se sometía a
mis demandas ni buscaba formas pacíficas de
arreglar las cosas, no. Alexander me enfrentaba sin
miedo, con todo su arsenal.
Respiraba pesadamente, flexionaba sus dedos
ansiosos a sus costados y su mandíbula se tensaba
sin parar, con un mechón claro pegado a su frente
por la acalorada discusión.
Me gustaba verlo así, enojado y expuesto,
mostrando su verdadera naturaleza, sin fingidos
modales ni falsas contemplaciones. Lo miré
iracunda, con un deje de excitación creciendo en mi
interior. Incluso en ese estado tan colérico y airado,
una parte de mí no podía dejar de sentirse atraída por
su faceta imperiosa.
—¿Por qué Edith? ¿Tanto quieres follártela?—me
encontré preguntando incluso antes de poder
dominar mis pensamientos, cuando el momento
álgido de la histeria había cesado.
786
—Nunca dije que iba a follármela—respondió
gélido—. Fue algo que tú asumiste.
—¿Entonces por qué vas con ella?
—Porque no puedo llevarte a ti, ¿o si?
Mi corazón dio un vuelco ante la confesión.
—No—admití.
—¿Ves? Ahí está la respuesta—seguía furioso,
podía notarlo por el fuego que consumía sus orbes
—. No tengo tiempo para perderlo con alguien como
tú, así que no vengas a armarme escenas de celos sin
tener una maldita idea de cómo resolver la mierda
que tienes dentro, porque yo no voy a jugar a tus
juegos de niña idiota. Elige qué quieres o lárgate de
una vez—masculló con aspereza.
—No me llames idiota, imbécil—escupí,
ganando un poco más de cordura ahora que me
había desahogado.
—Deja de comportarte como una entonces. Te
crees parida por el mismo Zeus, joder—se pasó las
manos por el cabello, hastiado y negó
enérgicamente.
Una oleada de deseo me invadió solo de
contemplarlo. Tenía el cabello claro alborotado, los
787
hombros terriblemente tensos, a la defensiva, el
mentón contrayéndose y los ojos oscuros por todas
las emociones de los últimos minutos.
“Elige qué quieres o lárgate de una vez”
Viví un auténtico lapso de inconsciencia y sin
pensarlo, lo tomé del cuello de la camisa, me puse
de puntillas para alcanzarlo y le planté un beso. Fue
solo contacto, sin movimiento. Me dije que no podía
perder más dignidad de la que ya había mandado por
el caño; además, me moría por comprobar si había
dejado de interesarse en mí.
Por un momento me sentí estúpida y dolida,
porque permaneció sin inmutarse por largos
segundos que me parecieron eternos, con el cuerpo
tan tieso como una vara contra el mío. Estaba por
alejarme con las migajas que me quedaban de
orgullo cuando él pareció reaccionar por fin,
posando las manos sobre mis brazos con
determinación antes de besarme como si quisiera
comerme entera, con una energía y vehemencia casi
imposibles de seguir.
Subió sus manos hasta mi cuello, enredando sus
dedos en mi cabello para inclinarme más y tener
completo control y acceso a mi boca, transmitiendo
todo su enojo hacia mí en su forma de besarme, de
788
forma violenta y sin tregua. Me sentía devorada y
engullida de la mejor manera posible, con mis
manos entumecidas por la forma en que lo tomaba
de su camisa para tener algo sólido de lo que
sostenerme.
—¿Estás feliz ahora?—susurró con voz grave
contra mis labios, su aliento cálido chocando contra
mi cara—¿Esto quieres?
Lo ignoré y me incliné buscando sus labios, pero
su agarre detrás de mi cabeza era de hierro.
—Respóndeme—demandó, severo.
Clavé mis ojos en los suyos, que eran una maldita
tormenta de deseo y algo más, oscuro e intenso. Me
miraba de una forma en la que nadie jamás lo había
hecho y mi corazón dejó de latir ante la visión. Dios
sabía cuánto lo quería.
Al carajo la determinación y el deber, lo quería a
él.
—Sí—dije casi con desespero—. Sí, esto quiero.
Tardó menos de un segundo en volver a estrellar
sus labios contra los míos, con un ansia y apetito
renovados. Por la manera en que estaba besándome
en ese momento, podía jurar que no había perdido el
789
interés en absoluto, sino más bien, había estado
esperando por esto. Por ser yo quien hiciera el
primer movimiento.
La necesidad se veía reflejada en la contundencia
con la que se movía, rozando el borde la
desesperación. Caí en cuenta de lo mucho que me
gustaba aquello.
Podía percibir la dureza que chocaba contra mi
bajo vientre, que iba en incremento con cada
segundo que seguíamos devorándonos sin descanso.
Había cierto orgullo y petulancia recorriendo mis
venas e inflando mi pecho al saber que yo causaba
reacciones igual de volátiles en él, en comprobar que
no era la única loca hormonal con necesidades
imperiosas.
Él era más de lo que yo podía manejar, así que
me rendí a su merced.
Era deseo firme y sólido
fundiéndose contra mi cuerpo.
personificado,
No supe en qué momento llegamos hasta el sofá
de su sala, demasiado ocupada en comerlo entero
para reparar en algo más. Pensé que me tumbaría
encima para volver a tomarme de la misma forma en
que lo había hecho en casa de Bastian, pero no. En
790
cambio, se alejó para sentarse en el sofá y jaló de mí
hasta acomodarme sobre sus piernas, mi espalda
chocando contra su pecho y la potente erección
abultándose bajo mis nalgas. Me sentí levemente
mareada por el movimiento brusco.
—¿Tienes idea de lo difícil que es mantener mis
manos alejadas de ti?
Un latigazo de excitación me recorrió el cuerpo
cuando hundió su nariz en mi cabello e inspiró de mi
aroma al tiempo que estrujaba mis pechos sobre la
tela de la blusa.
—Si pudiera embotellar lo bien que hueles para
mí ahora, haría una jodida fortuna, Leah McCartney
—susurró contra mi oído, erizando hasta el vello
más recóndito de mi cuerpo y provocando que me
moviera sobre su miembro, creciendo a cada
segundo debajo de mí.
Volvió a estrujar mis pechos una última vez antes
de deshacer el primer botón con destreza, para
continuar con los demás en tortuosa agilidad,
rozando con sus dedos la piel que iba descubriendo
y causando deliciosos hormigueos de anticipación.
—No puedes ni imaginar las cosas que quiero
hacerte cada vez que tengo cerca, cada vez que te
791
sientas en esa puta mesa—terminó de abrir mi blusa
y se deshizo de ella rápidamente, con el sostén
bajando por mis hombros, siguiéndola sin dilación
alguna; mi cerebro estaba demasiado abrumado por
la lujuria y las sensaciones para reaccionar.
Ya no había un resquicio de sentido común en mi
mente, solo la necesidad de contacto y de él.
—¿Sabes lo difícil que es contenerme para no ir
hasta ti, sentarte sobre mis piernas justo como en
este momento y abrirte la blusa para devorar estas
dos?—pellizcó mis erectos pezones, mi espalda
arqueándose contra su pecho en reacción, ganándose
un gemido de mi parte.
—Alex…
Acunó mis pechos entre sus manos,
acariciándolos y estrujándolos a la vez, alternando
presiones y sensaciones; familiarizándose con su
forma, jugando con mis duros botones entre sus
dedos, halando de ellos y pellizcándolos,
catapultándome hacia un lento quemar que
amenazaba con incinerarme de placer.
Otro rebelde sonido escapó de mi boca cuando
percibí sus labios trazando un camino sobre el inicio
de mi espalda, mi hombro, mi cuello.
792
Sus manos descendieron hasta mis muslos,
cubiertos apenas por la falda que estúpidamente
había optado por usar ese día. Metió las manos
debajo de ella hasta que sus dedos se engancharon
en el elástico de mis bragas y no tuvo que mediar
palabra alguna para que me levantara lo suficiente y
le dejara el camino libre en su tarea de deslizarlas
por mis muslos y despojarme de ellas. Terminé de
quitármelas cuando llegaron más allá de mis
rodillas, demasiado aturdida por el calor del
momento para conservar el pudor.
Percibí la forma en que tuvo que esforzarse por
respirar con normalidad cuando acarició mis muslos
de nuevo.
—He pensado tanto en ello que algunas veces
tengo que permanecer sentado como un idiota
después de que todos se han ido, esperando que
desaparezca la erección que tú has provocado.
Su voz era baja, hipnótica y se ahogaba cuando
sellaba sus labios en alguna parte de mi cuello, con
el sonido reverberando en mi columna.
—Abre tus piernas para mí, Leah—demandó,
autoritario.
793
Inhalé por aire para darme seguridad y como una
oveja idiota, lo obedecí, siendo recompensada por
un sonido gutural. Posó sus manos cálidas y grandes
en mis corvas y jadeé cuando abrió aún más mis
piernas, con cada una balanceándose sobre sus
rodillas. Mi falda completamente arrugada en mi
estómago.
—Perfecto—lamió la longitud de mi cuello,
pegándome más a su cuerpo y mordió el lóbulo de
mi oreja—¿Sabes cómo me doy cuenta que estás
lista para mí, princesa?
Quería hablar, decir algo, pero la anticipación y
excitación mantenían presas a mis cuerdas y lo único
que era capaz de hacer era registrar todas las
sensaciones magníficas que él desencadenaba con
sus manos, sus labios, su voz.
Su tacto abandonó mi cuerpo de pronto y ancló
sus brazos a sus costados, inmóvil. Percibía su calor
demasiado cerca y el que no me tocara era agravante
y tortuoso, porque lo único que quería era que se
enterrara en mí.
—Alex, por favor…—si él no hacía algo pronto,
mi vagina se ahogaría en sus propios fluídos de
excitación.
794
Un jadeo reverberó en mi garganta cuando sus
manos entraron en contacto con mi clítoris.
Comenzó a mover sus dedos terminando por
despojarme de toda racionalidad, masturbándome de
una forma en que ni siquiera yo sabía hacerlo y
tocando sinfonías increíbles en mi cuerpo,
materializadas por mis cuerdas vocales, que eran un
coro de gemidos, jadeos y otros sonidos producto de
mero placer.
Lo acarició, estrujó y jugó con él entre sus dedos,
con sus atenciones siendo el compás de mis caderas,
que ondulaban sin control solo para no perderse de
tal sensación. Pegué mi espalda a su pecho cuando
introdujo un dedo y para el tiempo en que insertó el
segundo, su mano había construido un ritmo en mi
interior y recargué la cabeza en el sofá,
abandonándome a su delicioso merced.
Besó mi cuello y una de sus manos viajó hasta mi
pecho para halar de un pezón. Estaba recibiendo
estimulación por todos lados y sentía que mi corazón
tendría un infarto en cualquier momento de mera
satisfacción.
El placer era un lento quemar consumiéndome
como la cera de una vela.
795
Mis dedos se cerraron en torno al brazo que
cruzaba mi cuerpo para estimular mi sexo, buscando
asirme a él, mientras que mis uñas se encajaban en
la piel de su cuello entre más cerca sentía el orgasmo
avecinarse. Mordió mi hombro y grité apenas,
demasiado ocupada en absorber las sensaciones que
experimentaba mi cuerpo. Me sentía completamente
fuera de control. Alexander podría haberme tomado
justo ahí, podría haberme estampado contra el piso y
follarme de forma cruel y violenta y me habría
importado una mierda. Lo habría agradecido incluso.
El calor y la desesperación se construía en mis
huesos y me olvidé de todo, tanto que estaba
cogiéndome su mano sin consideraciones ni pudor,
de una forma que sabía me avergonzaría después
pero me daba igual porque estaba cerca, cerca,
cerca, cerca…
Entonces, se detuvo. Otra vez, me había dejado
pendiendo del borde del mundo. Gruñí de
exasperación. Bajó el ritmo, trazó lentos círculos en
mi interior y se tomó su tiempo con sus dedos
inmóviles enterrados dentro de mí. Lo miré desde mi
posición reclinada en el sofá y su cuerpo, con sus
pupilas dilatadas y respirando entrecortadamente, sin
perderse un solo detalle de mis reacciones. Movió
sus caderas debajo de mí, enviando placenteras
796
sacudidas y dibujando lentas circunferencias que
estaban volviéndome loca.
Eso era tortura en su máximo esplendor.
Pensé que iba a detenerse y dejarme así, entonces
frotó su pulgar contra mi clítoris; abrí la boca para
respirar y sacudí mis caderas. Su expresión era
petulante, porque hacerme estremecer de
satisfacción había sido todo su objetivo. Sus dedos
comenzaron a moverse otra vez, de manera lenta y
deliberada. Me llevaba al borde para detenerse, al
borde para volver a detenerse, así hasta que me tenía
rogándole porque me permitiera terminar, con mi
sangre corriendo por mis venas igual que una bestia
viviente y furiosa, muriendo por liberarse. Era todo
lo que quería. Mi mente se había ido y ya no existía
nada más, solo él y las sensaciones.
—Voy a hacer que te corras tan duro, Leah. Haré
que te corras. Tan. Jodidamente. Duro—susurró
ásperamente contra mi oído, arrastrando su lengua
por el sudor de mi cuello, su boca succionando y
percibiendo la intensidad de mis latidos, la vibración
de mis gemidos por él. Sus dedos tomaron
velocidad, curvándolos y haciéndome gritar por la
nueva sensación. Enredó su mano en mi cabello
797
halando de él con fuerza y regalándome sensaciones
explosivas.
Estaba casi desecho, igual que yo, así que sabía
que por fin me dejaría ir, me daría mi liberación; mis
dedos enterrándose en la piel de su cuello de nueva
cuenta y la intensidad de sus manos aumentando en
respuesta, con su pulgar frotándose contra mi clítoris
una y otra vez, los dedos de mis pies curvándose
dentro de mis zapatos, la presión contra mi piel dura
y contundente, pulsando sensaciones a mi vientre,
mis piernas, mi centro, convirtiéndose en una bomba
a punto de explotar. Hubo una inhalación, un jadeo
que quemó mis pulmones y después, mis caderas
moviéndose erráticamente antes de estallar a
pedazos encima suyo.
Mi alma salió expulsada de mi cuerpo para
pender en el universo. Un pitido chillaba en mis
oídos y no era consciente de nada, sólo de lo bien
que se sentía mi orgasmo, que me llenaba y recorría
sin parar. Sentía que me desmayaría en cualquier
momento.
Retiró sus dedos de mi interior, dejando un
camino húmedo por mi estómago. Podía escuchar su
agitado respirar que se unía con el mío.
798
—Leah—fui apenas consciente de sus palabras—
¿Tomas la píldora?
Me levantó un poco antes de que pudiera juntar
las palabras y sin aviso, se deslizó a mi interior, sin
consideraciones ni vacilación, empalándome con su
palpitante virilidad. Sacudió mi centro y trajo a la
vida a todas mis terminaciones nerviosas de nueva
cuenta, deseosas de sentirlo una y otra y otra vez.
—Eres tan malditamente apretada—dijo con voz
tensa sin dejar de arremeter contra mí.
Un jadeo se escapó de entre mis labios por la
impresión y “oh Dios, esto es perfecto” fue lo único
que pude pensar cuando comenzó a moverse,
embistiéndome sin tregua. Eso era precisamente lo
que había estado deseando con locura las última
semanas; era lo que había estado anhelando desde el
momento en que comenzó a tocarme. Eso era lo que
mis dedos no podían hacer por mí y por una muy
buena y gran razón.
El placer se hizo presente, inundando y
absorbiendo todo a su paso, con los músculos de mi
sensible vagina contrayéndose en torno a él por sus
certeros embates. Volví a correrme en segundos por
todo el remolino de sensaciones que se concentraban
en mi feminidad.
799
Un sonido gutural rasgó el aire y se inclinó sobre
el sofá, arrastrándome con él y colocándome de
lado, sin dejar de embestirme por detrás. Ancló una
mano detrás de mi rodilla para levantar mi pierna y
lograr mejor acceso a mi vagina. Podía sentir la tela
de su pantalón rozar contra mis muslos y el inicio de
mis nalgas con cada embate y aunque resultaba
extraño, no dejaba de ser jodidamente placentero y
excitante.
Pensé en agradecerle por proveerme de
sensaciones tan celestiales, por darme lo que
necesitaba, antes de recordar que no iba a hacerlo
porque llevaría a Edith a esa estúpida exhibición y
no a mí. Iba a culparlo por hacerme enojar, hasta
minutos después, cuando volví a caer por el borde
del mundo de una forma tan arrebatadora que en
verdad pensé que perdería el conocimiento. Después
de eso me di cuenta que en realidad, no podía
culparlo por muchas cosas.
Dio erráticos tirones antes soltar un grave jadeo y
vaciarse en mi interior, con su líquido caliente
llenándome. Podía escuchar su elaborado respirar y
percibir el agitado subir y bajar de su pecho, hasta
que salió de mi interior.
800
—Solo para que sepas—logré hablar por fin—, sí
uso anticonceptivos.
—Es bueno saberlo— besó mi hombro antes de
sonreír— ¿No hay un gracias esta vez?
Sonreí también, demasiado feliz con lo que acaba
de experimentar para reprimirla.
—No, sigo molesta—bromeé sin perder el gesto
que adornaba mi cara y me incorporé con pesadez
para buscar mi ropa.
Yo solo conservaba las botas y la falda arrugada
en torno a mi cintura mientras él seguía
completamente vestido, con el cabello hecho un
desastre y las mejillas sonrojadas por el orgasmo.
Sus ojos eran de un azul sumamente claro.
Se arregló los pantalones y se incorporó para
perderse dentro de la cocina al tiempo que yo
terminaba
de
vestirme
con
mi
cuerpo
experimentando aún espasmos por los orgasmos. Me
pasé las manos por el cabello para intentar arreglar
el desastre que era. Alex regresó con un vaso de
agua y lo miré de forma extraña antes de beberlo de
un solo trago porque realmente me sentía devastada.
—Esto no puede volver a repetirse—dije
entregándole el vaso cuando la culpa volvió a aflorar
801
en mi pecho—. Debemos parar.
—No quiero parar—acotó, dejando el recipiente
sobre la mesa de centro y sentándose en el sofá
individual, escrutándome serio.
—¿Qué? ¿Por…?
—Siempre dices que debemos parar cuando es
obvio que tú tampoco quieres hacerlo—puso los
ojos en blanco—. Lo dices y después estás encima
de mí igual que una loba en celo.
Sentí mis mejillas arder. ¿Por qué tenía que ser
tan crudo para decir las cosas?
—Esto que hacemos no está bien.
—¿Y?—se encogió de hombros—. Escucha, no
me gustan los rodeos, así que voy a decírtelo: me
gustas.
Mi corazón se disparó a mil ante la confesión.
—Al menos de manera sexual—se apresuró a
aclarar, tal vez por la cara de susto que estaba
dedicándole—. Y sé que también te gusto, así que
no hay razón para seguir engañándonos.
—Eres modestia pura, Colbourn—resoplé
mordaz, cruzándome de brazos.
802
—Niégamelo—se recostó sobre el sofá con las
manos entrelazadas y sus orbes clavándose en mí,
exudando seguridad.
Pensé en negarlo solo para conservar un poco de
dignidad, pero no tenía caso negar lo innegable.
Sonrió satisfecho ante mi silencio, que era una tácita
confirmación.
—Aún así, sigue sin estar bien, sigue sin ser lo
correcto—objeté.
—De nuevo, ¿y? Negarte a tus deseos no
impedirá que los sientas y, si dejas que se acumulen
dentro, acabarán por hacerte explotar.
Permanecí en silencio porque tenía razón.
—Te pondré las cartas sobre la mesa: me gusta
follarte, Leah y sé que lo disfrutas igual, así que creo
que lo mejor que podemos hacer es dejarnos llevar
por esto—nos señaló a ambos con un gesto— y
disfrutarlo mientras dure.
Abrí los ojos como platos.
—¿Estás diciendo que engañe a mi novio?—
volvió a encogerse de hombros sin darle
importancia.
—Ya lo has hecho igual, o ¿piensas dejarlo?
803
—No—me apresuré a responder, aunque no me
sentí convencida del todo.
—¿Ves? Yo no te estoy proponiendo matrimonio
—sus ojos brillaron ante la broma.
—Ja ja, muy gracioso—sonrió ampliamente.
—Lo único que estoy diciendo es que me gusta
cómo me haces sentir y no quiero perder eso, al
menos no mientras nos divorciemos. Cuando todo
pase, podremos volver a nuestra rutina de siempre.
Total, ya estamos casados, ¿por qué no cumplir con
el principal objetivo del matrimonio?
Enarqué una ceja.
—El principal objetivo del matrimonio es
engendrar hijos.
Sabía que no era en realidad el fin principal de la
unión, pero buscaría cualquier argumento para evitar
que nos etiquetara de esa forma.
—Que nosotros no engendremos hijos no quiere
decir que no podamos disfrutar el proceso,
McCartney—la mirada sugerente que me lanzó me
hizo estremecer.
Me pasé la lengua por los labios que se resecaron
de pronto. No sabía si debía abrir esa puerta. No
804
sabía si era lo correcto por todas las posibilidades y
problemas que representaba. Además, Jordan seguía
acechándome y la traición hacia él asediándome.
—Pero Jordan…
—De lo que no se entere, no le hará daño—dijo
sin más y me sentí acorralada por todos los
argumentos que tenía para desvirtuar los míos.
Estaría mintiendo si decía no que no me sentía
completamente atraída por él. El problema era que el
deseo que despertaba en mí venía acompañado de
otras emociones igual de ineludibles e imperiosas
como los celos, o la necesidad o la posesividad,
además de otros sentimientos en los que ni siquiera
quería indagar.
Una parte de mí se mostraba inquieta, curiosa y
me costaba horrores ignorarlo. Parte de mí quería
seguir acercándose a Alexander, conocerlo y
explorar todas las cosas estrepitosas que me hacía
percibir y que la mayor parte del tiempo me
rebasaban sin que yo pudiera hacer nada para
detenerlas.
Parte de mí se moría por seguir el consejo de
Bastian y arriesgarse.
Y tal vez, solo tal vez, valdría la pena.
805
—Es un anillo muy bonito—Claire, la prometida
de mi hermano, lo evaluaba con atención—, además
de que es un detalle precioso. ¿No estás ansiosa por
tener ya el de compromiso y casarte?
Solté mi mano de su agarre y me centré en
recoger las bolsas que la dependiente de la tienda
nos entregaba, buscando convencerme de que sí
quería casarme con Jordan, que lo anhelaba y
ansiaba como hacía años atrás.
—Sí—la palabra salió atropellada.
—Yo no puedo más con la emoción que siento,
juro que cuento las horas que faltan para mi boda—
dijo con ensoñación—. Pronto yo te acompañaré a ti
a escoger la ropa que usarás en tu luna de miel,
Leah.
Me pasó un brazo por los hombros irradiando
felicidad y me estrechó contra sí, con mi mente
repitiéndome una y otra vez que eso era lo que
siempre había deseado.
Estábamos por salir de la tienda cuando nos
encontramos de frente con Agnes Colbourn.
806
“¿A cuántas personas tuve que asesinar en mi
vida pasada para tener tanta mala suerte en ésta?”
maldije internamente.
Clavó sus ojos en ambas, evaluándonos
alternadamente antes de sonreír para Claire.
—¡Cuánto tiempo sin verte, querida!—depositó
dos cortos besos en cada mejilla de mi cuñada—
¿Cómo está tu padre?
—Bien, gracias—sonrió la castaña, descolocada
por su muestra de emoción.
Me dedicó una cortísima mirada que me heló la
sangre, con su rostro contorsionándose en una
mueca de desagrado e ignorándome olímpicamente,
como si fuera una mancha de vómito andante.
De verdad, ¿por qué nos detestaba tanto?
—Tengo tanto tiempo sin saber de él y somos tan
buenos amigos—sus facciones se suavizaron cuando
volvió a centrarse en Claire.
La escaneé de pies a cabeza mientras seguía
concentrada en mi acompañante, reparando en su
esbelta, cuidada y estirada figura. Lucía un traje
sastre impecable y moderno, cosa que no me
sorprendía en absoluto, era una diseñadora
807
prodigiosa. Su cabello rubio caía en cascada por sus
hombros, ondulado y brillante; tenía la piel nívea,
facciones delicadas y labios definidos. Era una
mujer que se había conservado a la perfección con el
pasar de los años. Entendía por qué papá consideró
el casarse con ella, siendo una mujer tan atractiva y
talentosa.
—Supe que vas a casarte—volví en sí cuando
sacó el tema—. Es una lástima, en verdad.
—¿Lástima?
comprender.
¿Por
qué?—cuestionó
sin
—Siempre pensé que conseguirías algo mejor—
me dedicó una mirada displicente—. Creí que tu
padre buscaría un mejor partido para su hija.
Mis cejas se enarcaron ante la grosería, molesta.
Mi hermano era el mejor partido posible y el mejor
hombre de todo el maldito mundo. Incluso más que
su arrogante hijo.
—He encontrado un excelente partido—lo
defendió Claire, solemne—, y yo tomo mis propias
decisiones, no necesito que mi padre las haga por
mí.
Quería besarle los pies.
808
Agnes rió sin humor.
—Lo sé querida, lo sé. Es solo que algunos
padres sí nos preocupamos porque nuestros hijos
encuentren una pareja que esté su altura.
Resoplé. “Si tan solo supieras en el coño de
quién ha estado buscando tu hijo”
—Que sean dignos de portar el apellido y posean
clase, por supuesto—añadió y yo no pude
contenerme.
—La clase no viene con el apellido—espeté, sin
estar dispuesta a tolerar uno más de sus desplantes
—, porque hay quienes portan buen apellido y no
tienen una pizca de clase—musité lentamente,
mirándola directo a la cara.
Alexander había heredado los mismos orbes de
su madre, profundos, escrutadores e hipnóticos y era
increíble que siendo los mismos ojos, me hicieran
sentir cosas totalmente opuestas al contemplarlos.
Posó su atención en mí, asqueada, como si fuera
el mayor de los insultos personificado.
—No estoy hablando contigo. Mucho menos he
pedido la opinión de alguien como tú—siseó,
mirándome por debajo de la nariz.
809
—No necesito que la pidas, puedo decir lo que
quiera cuando me venga en gana.
Inspiró profundo, acribillándome.
—No me sorprende que seas tan insolente,
considerando quién es tu madre—escupió con
desdén—. Es obvio que no se puede esperar mucho
de ti.
Lancé un quejido de indignación. Percibí a Claire
moverse tensa junto a mí y la escuché tomar aire
para hablar, antes de que la madre de Alex la
interrumpiera.
—¿Ves lo que te digo sobre encontrar una pareja
adecuada? Deberías reconsiderar el formar parte de
una familia tan…—me evaluó de arriba abajo con
expresión agria—…vulgar.
Enarqué las cejas, desafiándola a seguir. Hice
acopio de todas mis fuerzas para no confesarle quién
era actualmente su nuera. “¿Qué día estás disponible
para tomar el té, queridísima suegra?” pensé en
decirle solo para deleitarme con la manera en que
seguramente se desmayaría del disgusto.
—Deberías concentrarte en tu propia familia
antes de meterte en la de los demás o podrías
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llevarte algunas sorpresas—dije cruzándome de
brazos.
—Leah…—Claire me tocó el hombro
tenuemente, tal vez para detenerme, pero no iba a
permitir que ella insultara a mi familia sin yo
defenderla.
Continuó escudriñándome con el mismo
semblante displicente, negándose a perder en la
batalla muda que se desarrollaba entre ambas.
Entonces, sonrió. Una sonrisa tan maquiavélica
que me dio escalofríos.
—No pienso rebajarme discutiendo con alguien
como tú, no vales la pena—dijo con fingida
parsimonia antes de fijar su vista en Claire—.
Salúdame a tu padre de mi parte querida, espero
verlo pronto, y lamento mucho que tengas que
convivir con personas tan ordinarias, rezaré porque
tu situación mejore.
Le dio un apretón en el hombro, me dedicó una
última mirada matadora y entró por fin en la tienda
con petulancia.
“Hija de puta” pensé ofendida. Esperaba que
Alexander me perdonara por romperle la nariz a la
bruja que tenía por madre, porque iba a…
811
—Alto ahí—Claire me tomó de brazo cuando ya
estaba dando la vuelta para trapear el piso con su
larga melena rubia—. Déjala ir, Leah. No caigas en
su juego, solo está molestándote.
—¿Por qué? No tenía razón para ser tan grosera
conmigo y mi familia, ¡jamás le he hecho nada!
—Hay personas que solo están resentidas con la
vida y tiran veneno a diestra y siniestra para sentirse
mejor—se encogió de hombros—. No vale la pena.
Me solté de su agarre, aún furiosa por la forma en
que ella se había referido a mi hermano, mi madre y
a mí. En verdad quería decirle a quién se cogía su
hijo tan felizmente solo para cerrarle el pico.
Continuamos visitando tiendas el resto de la
tarde, aunque la bilis siguió subiendo por mi
garganta. Recé a todos los dioses para no tener que
volver a toparme con esa víbora.
El aire en la galería era ligero. Las tenues luces
iluminaban la estancia dotándola de un tinte ameno
y artístico. Era la primea vez que asistía a una
inauguración de ese tipo y me sorprendí de ver a
artistas, críticos de arte y demás personajes de
812
renombre congregados en la sala destinada para la
exhibición y reunidos en pequeños grupos en torno a
algunas pinturas o fotografías.
Había camareros pulcramente vestidos pululando
por el lugar, ofreciendo copas de champagne, vino y
canapés que se veían demasiado exóticos para
comerlos. Los padres de Ethan desfilaban por la sala
ataviados con atuendos sobrios justo como el resto
de los invitados, recorriéndola de un lugar a otro
mientras se encargaban de saludar a todos los
asistentes.
Permanecí junto a Jordan que parecía estar de un
humor excelente porque no dejaba de sonreír,
parlotear y depositar besos en mi sien de vez en
cuando. Sara iba acompañada de un tipo que en la
vida había visto y a juzgar por la incomodidad que
se percibía entre ambos, era su primera cita. Mi
novio se esforzaba por incluirlo en la conversación,
presentando diversos temas de interés. Comenzaron
una verdadera plática cuando llegaron al fútbol
americano.
—Se han salvado por un pelo—dijo Ethan
rodeándonos a Sara y a mí con un bazo y
estrechándonos contra sí—. Pensé que no vendrían.
813
—Sigo sin entender cuál era la urgencia—se
quejó mi amiga, hastiada. Al parecer su cita estaba
yendo de la mierda.
—Estas cosas son mortalmente aburridas, quería
tener con quiénes hablar—se excusó dejándonos
libres.
—Pensé que era un asunto de vida o muerte—
negué con una sonrisa.
—¡ES un asunto de vida o muerte mujer!
—A todo esto, ¿de qué privilegio gozan Edith y
Alexander? Porque aún no están aquí y no te veo
armando un escándalo—intervino Sara, encendiendo
de nueva cuenta esa insistente quemazón.
Era verdad. La exhibición había empezado hacía
poco más de una hora y no había rastro de ellos.
Suprimí las imágenes vomitivas que mi mente ya
estaba produciendo en su paranoia.
Ethan se encogió de hombros.
—No deben tardar, dijeron que vendrían.
Y como si los hubiera invocado por arte de
magia, cruzaron el umbral de la galería a paso
despreocupado. Edith iba colgada de su brazo
envuelta en un vestido color vino que remarcaba sus
814
suaves curvas, dejando al descubierto una parte de
su muslo derecho por la coqueta abertura que tenía
al lado; su cabello cayendo lacio por su espalda.
Sonrió brillantemente cuando llegó hasta nosotros y
nos guiñó un ojo a Sara y a mí para denotar que
tenía todo bajo control.
Mi estómago se removió incómodo y un sabor a
hiel inundó mi boca. No me gustaba verlos juntos en
absoluto.
Continué percibiendo la misma desagradable
sensación hasta que posé mis ojos en Alex. El
encuentro que había tenido con su madre en el
centro comercial tres días atrás seguía escociendo mi
orgullo y dirigí parte de mi resentimiento hacia él.
Hasta ahora. ¿Cómo era posible que una persona
tan horrible y pérfida como Agnes pudiera dar vida a
alguien tan atrayente y encantador como Alexander?
En mi mundo no tenía lógica.
Percibí la estancia mil grados más caliente y mi
corazón latiendo fuerte y férreo contra mi pecho solo
de contemplarlo. Llevaba un sobrio traje negro que
parecía confeccionado a su medida, con una simple
camisa blanca abierta del primer botón y el cabello
claro peinado hacia atrás.
815
Lucía tan jodidamente apetecible. Mis ojos no
querían ser privados de tan incitante visión, así que
tuve que llenarme de determinación para desviar la
atención.
Dios, se veía perfecto con cualquier cosa. Con
traje, con ropa casual, con el uniforme de fútbol…
incluso desnudo. No, corrección, definitivamente se
veía mejor desnudo.
—Perdón por la tardanza, había mucho tráfico
por la zona—se disculpó Alex.
“¿Llegas tarde por el tráfico o porque te la
estabas tirando?” quise preguntarle, pero solo lo
miré con las cejas enarcadas, dudosa.
—Llegas tarde y sin corbata cuando claramente
dije que era de regia etiqueta—masculló Ethan con
mala cara—¿Tengo que ponerme un par de tetas
para tener tu atención?
—No sería una mala idea, deberías intentarlo—se
burló Alex, sonriendo—. Lo olvidé, pero creo que
tengo una de emergencia en el maletero del auto.
—Pues ve a ponértela antes de que te parta tu
cara de niño bonito—ladró fingiendo molestia y
todos soltamos una risita.
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—Eres peor dolor en el culo que Jordan cuando
perdemos un partido.
—¡Eh!—se quejó mi novio, sonriendo.
Alex salió de la galería dirigiéndose al vestíbulo
para llegar al estacionamiento. Permanecí junto a los
chicos por un minuto, antes de volver a perder la
razón.
—Lo siento, ahora vuelvo—dije a Jordan—, debo
hacer una llamada importante. No tardo—sonreí lo
más natural que pude y seguí sus pasos, saliendo del
complejo.
Lo localicé rebuscando en su maletero y
extrayendo la corbata. Llegué hasta él justo cuando
se giraba para regresar; se llevó una mano al pecho
cuando reparó en mí.
—Deja de hacer eso, harás que me infarte—se
quejó—¿Qué haces aquí?
—No, pensé que tal vez necesitarías ayuda con la
corbata—se la quité de las manos al tiempo que él
enarcaba una ceja.
—Sé cómo hacer un nudo.
—Yo los hago mejor—dije con indiferencia,
abrochando el botón de su camisa y percibiendo su
817
envolvente aroma. Mis hormonas se prendieron
como un montón de lucecitas.
—Me da miedo que tú tengas eso. ¿Cómo sé que
no me ahorcarás con ella?—se burló. Pasé la corbata
por su cuello para comenzar a anudarla.
—Tienes razón, mejor no me provoques.
Estábamos tan cerca que percibí el vibrar de su
pecho cuando rió. Me estremecí cuando sus nudillos
acariciaron mi mejilla.
—¿Debería tener miedo?
—Deberías. Tengo libre acceso a todos tus puntos
débiles justo ahora—advertí de forma sugerente y él
lo captó de inmediato porque sonrió con malicia.
—Sí, sí lo tienes—inclinó su cabeza para
besarme.
Me atrajo hacia él enredando sus manos en mi
cintura, con su dureza creciendo entre ambos, en
anticipación de lo que sabía que quería. Lo besé con
el mismo ímpetu y hambre desnuda, halando de los
extremos de la corbata, obligándolo a inclinarse, a
que se esforzara por obtener lo que deseaba.
—Me gustas así, Leah—susurró contra mis
labios, sin soltarme—. Pierdes el control de una
818
manera que nunca antes había visto. Creo que es
porque lo mantienes todo herméticamente reprimido
y no puedes hacerlo cuando estás así—me apretó
más contra él—, o cuando estás a punto de tener tu
orgasmo o te corres. Hace maravillas para el ego
masculino, ¿sabías?
—Como si tú necesitaras el tuyo más grande—
traté de liberarme, pero mantuvo firme su agarre en
torno a mi cintura. Una cosa era tener sexo con Alex
y otra muy diferente hablar de eso con él.
Me miró de forma oscura.
—No pretendo ser descortés, señorita McCartney,
pero siento el deber de informarle que realmente
quiero follarla en este momento—dijo de manera
condescendiente y perdí la capacidad de respirar
ante la confesión.
—No podemos.
—Podríamos arreglárnoslas—sonrió de lado,
derritiéndome—¿Alguna vez lo has hecho en un
auto?
“Oh por Dios” pensé, con mi corazón a punto de
salirse de mi pecho y mi piel prendida en fuego ante
la perspectiva. Sin embargo, el sentimiento murió
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rápidamente al recordar las palabras de Jordan y
nuestra peligrosa situación.
—No, pero no podemos. Alguien podría vernos y
es algo sucio e indecente—me encontré recitando
sus mismas palabras.
Alexander me miró con una combinación de
diversión y lujuria pura.
—El sexo que no es sucio e indecente no es buen
sexo, Leah.
Sufrí de un pequeño infarto ante su expresión,
mortalmente seductora y cuando volvió a besarme,
supe que estaba perdida.
—¿Entonces eso es un no?—negué apenas—. En
ese caso, es tu día de suerte, porque voy a enseñarte.
Alexander se estaba convirtiendo sin duda, en mi
maestro favorito.
Me guió hasta el asiento trasero de su auto,
envueltos en una ciega y peligrosa bruma de deseo y
comenzó a devorarme una vez estuve sentada a
horcajadas sobre él, con mis manos temblorosas de
necesidad quitándole el saco para lanzarlo al asiento
delantero, junto con la maldita corbata. Abrí su
camisa tratando de no romperla por la desesperación
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entre besos y caricias rudas, buscando absorber tanto
del otro como era posible en el poco tiempo que
teníamos.
Debíamos hacerlo rápido.
Arrastré mis manos por su pecho desnudo,
impregnándome de su calidez y su firmeza al tiempo
que besaba su mentón y succionaba en su cuello, sus
hombros, embriagándome de su loción.
—¿Sabes lo apetecible que te ves con este
vestido?—lo escuché hablar con voz ronca mientras
seguía dando atenciones a su cuello, abriendo la
hebilla de su cinturón con movimientos torpes y
ansiosos. Deshice el botón y liberé su erección,
envolviéndola con mi mano, que era seda sobre
hierro.
Saboreé el vibrar de su gruñido a través de su
piel, con mi mano viajando desde la base hasta la
punta, cambiando presiones y velocidades.
—¿Tienes idea de lo mucho que quería meter las
manos bajo tu vestido para tocar lo que escondes
debajo?—estrujó mis nalgas con fuerza y decisión,
antes de darme una nalgada que reverberó en el
reducido espacio. Estaba tan excitada por lo
arriesgado de la situación que suspiré cuando sus
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dedos hicieron a un lado mis bragas y palparon mi
humedad—. Carajo, Leah.
Lo besé de nueva cuenta, con mis manos
enredándose en su cabello. Me levanté un poco al
tiempo que alzaba el vestido hasta mi estómago,
hacía a un lado mis bragas y colocaba su miembro
en mi entrada, deslizándome por su palpitante
longitud de manera tortuosa, con mi vagina
engulléndola centímetro a centímetro.
Envolviendo. Absorbiendo. Exprimiendo.
Ambos soltamos un jadeo cuando estuvo
totalmente enterrado dentro de mí. Dios, nunca me
cansaría de sentirlo.
Volví a levantarme sacándolo casi por completo,
lista para volver a bajar con la misma paciencia,
pero él pareció no estar dispuesto a más juegos.
Tomó mis caderas y volvió a introducirse de golpe,
robándome un alto gemido. Ancló sus manos a mi
cintura para guiarme, para marcar el ritmo y
mostrarme cómo era que le gustaba ser montado.
Vi las luces de un par de autos entrando en el
estacionamiento, pero la vergüenza y el pudor se
perdieron por el halar del placer y las sensaciones.
Me moví junto a él, sobre él y una vez encontré el
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ritmo que nos hacía jadear a ambos, sus manos
viajaron a mi trasero.
—Sí, Leah, así—exhaló con voz grave—, justo
así.
Dejó caer la cabeza en el asiento, perdido en mis
movimientos. Caí en cuenta de que me gustaba estar
encima suyo, con mis manos sobre su pecho o sus
hombros para sostenerme y sometiéndolo a mi
ritmo, al compás de mis caderas.
—Dios, sí—sus manos hicieron puño mi vestido,
tensándose y comenzó a moverse con mayor ahínco
debajo de mí, embistiéndome a su vez y
obsequiándome sensaciones exquisitas. Despegó la
cabeza del asiento para mirarme directo a los ojos,
con la misma expresión de un depredador—. Eso es,
Leah. Fóllame.
Comencé a moverme con mayor ímpetu, con los
instintos tomando el lugar de cualquier pensamiento
coherente y arrastrándonos hasta lo más profundo de
nuestra naturaleza: primitivos y carnales. Mis
piernas ardían, mi corazón latía desembocado y mi
vientre se comprimía en anticipación al orgasmo.
—Joder—debía estar muy cerca o haber notado
la expresión de satisfacción que tenía en el rostro
823
por tenerlo debajo porque cambió de posición
bruscamente, cerniéndose sobre mí, con las partes en
relieve de la puerta encajándose dolorosamente en
mi espalda.
Me quitó las bragas casi rompiéndolas en el
camino y se las arregló para volver a penetrarme en
el pequeño espacio, ganándose otra serie de jadeos
por mi parte. Me besó sin dejar de moverse en mi
interior, con una de mis piernas colgando sobre su
hombro y mi tacón encajándose en su espalda cada
vez que arremetía contra mi sexo.
—La próxima vez que estés cerca de mí y uses
este jodido vestido, no seré tan considerado y voy a
arrancártelo, ¿entendido?—dijo deteniendo sus
embates por un instante y yo asentí apenas,
demasiado perdida en el deseo que me consumía.
Deshizo el moño que había en mi espalda y bajó
el escote de mi vestido, liberando mis pechos para
comenzar a lamerlos y prenderse de ellos.
¿Se podía morir de satisfacción?
Sus embestidas me sacudían como si estuviera en
medio de un sismo, creando la promesa de un clímax
que se avecinaba con la misma magnitud de uno,
amenazando con derrumbarme.
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Llevó su mano hasta mi clítoris y no tuvo que
frotarlo mucho para tensarme y comenzar a
sacudirme violentamente mientras vivía y saboreaba
mi orgasmo, arrastrándolo conmigo.
Soltó un profundo gemido antes de derrumbarse
también. Permaneció junto a mí hasta que tuvo la
claridad y fuerza suficiente para moverse. Se sentó
en el asiento echando la cabeza hacia atrás,
disfrutando de lo último de su liberación. Se
acomodó los pantalones, abrochó su cinturón y me
ayudó a hacer de nuevo el moño tras mi espalda,
dejando un corto beso en mi cuello al terminar. Lo
ayudé a hacerse el nudo de la corbata con manos
temblorosas.
—¿Podrías darme mis bragas?—dije retirando un
cabello de mi frente, pegado por la transpiración.
—No—sonrió con malicia, guardándolas en su
bolsillo y abrí los ojos como platos—. Tú tienes mi
calcetín, es justo que yo tenga tus bragas.
—¿Estás loco? No puedo entrar a la galería sin
ropa interior.
—Sí puedes—inclinó la cabeza con inocencia—.
Solo yo sabré de su indiscreción, señorita
McCartney.
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Sentí mis mejillas arder y bajamos del auto, que
tenía los vidrios empañados; sentía mis piernas
entumecidas y el cambio de aire me mareó un poco.
—¿Qué tal si Jordan lo nota?
Una mueca de molestia compungió sus facciones.
—Eso se soluciona muy fácil: no dejes que te
toque—dijo encogiéndose de hombros.
—Se pondrá furioso si se da cuenta que no llevo
ropa interior.
Sonrió con satisfacción.
—Mayor razón para no entregártelas entonces—
puse los ojos en blanco mientras caminábamos para
llegar al vestíbulo de la galería—. Además, ¿quién
se molesta porque su novia no lleva bragas? En todo
caso, si fuera yo, me molestaría que aún no nos
hubiésemos largado para poder cogerte.
—¡Alex!—le di un golpe en el hombro por su
falta de tacto, pero soltó una carcajada que me
contagió a mí también.
—Ve tú primero. Te alcanzo en un rato—hizo una
seña con la cabeza y permaneció en el umbral del
complejo, observándome entrar al elevador para
llegar al piso de la exhibición.
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Llegué al baño para retocarme un poco y revisar
los daños de nuestra pequeña indiscreción. Debía
agradecer Too Faced por crear una mascara
resistente al sudor, lágrimas y el sexo, porque estaba
intacta. La pintura de mis labios era otra historia,
pero la retoqué lo mejor que pude. Maldije cuando
noté una marca roja en uno de mis pechos y me
acomodé mejor el escote para ocultarla.
Caminé hasta llegar a donde estaban los chicos,
sintiéndome sumamente incómoda ante la falta de
ropa interior.
—¿Viste a Alex?—fue lo primero que preguntó
Jordan al reparar en mí y el corazón me dio un
vuelco. Esperaba que mi semblante indiferente no se
resquebrajara para mostrar el terror que escondía
debajo.
—¿Q-qué?—tartamudeé, petrificada. ¡¿Nos había
visto?!
—Fuiste al vestíbulo a atender una llamada, ¿no?
—estrechó los ojos con recelo y asentí rígida—¿Y
no lo viste por ahí? Edith cree que tal vez se golpeó
la cabeza en el baño porque ya fue mucho tiempo,
pero cuando revisé no estaba ahí.
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—No lo he visto—mascullé, aún asustada—¿Y
no lo buscaste en el estacionamiento?
Mi corazón estaba a nada de salirse de mi pecho.
—No, no bajé—expulsé el aire, aliviada—. De lo
contrario habría esperado a que terminaras tu
llamada para subir juntos. ¿Quién era, por cierto?
Tardaste bastante.
—Oh—busqué una mentira convincente—. Era
Claire, dijo que la llamara para ponernos de acuerdo
sobre el día en que iríamos a elegir el color del
vestido de las madrinas.
Me escudriñó largamente, suspicaz, como si
estuviera considerando el creerme o no. Jamás pensé
que yo sería capaz de engañar. Creía que para
hacerlo se necesitaba una ausencia total de
escrúpulos y amor.
Lo amaba, pero mis deseos eran más fuertes que
yo.
—De acuerdo—asintió, pero noté la cautela en su
voz.
—¿Dónde te habías metido?—escuché a Edith
quejarse y me giré para mirar a Alex entrar en la
828
estancia, relajado y con las manos en los bolsillos.
Pulcro e impoluto como si nada hubiese ocurrido.
—Lo siento, me entretuve buscando la corbata.
“¿Buscarla dónde, debajo de mi vestido?” nos
dedicamos una corta mirada cómplice antes de
volver a centrarnos en nuestros respectivos
acompañantes.
Empezaba a encantarme el desastre que éramos
Alexander y yo.
Jordan no había dicho ninguna palabra desde que
salimos de la galería y estaba comenzando a
preocuparme.
—¿Pasa algo?—pregunté
cabello ondulado tras la oreja.
colocándome
un
Me lanzó una ojeada sin perder su semblante de
seriedad y de pronto, salió de la carretera para entrar
por una calle secundaria, y ahí, apagó el auto. Unos
cuantos faroles sesgaban la oscuridad a lo lejos.
Observé el lugar: estaba escueto, sin ningún
transeúnte o auto visible, a excepción de dos que
permanecían estacionados a unos cuantos metros
más adelante.
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Desde mi ventana podía ver el espacio baldío
donde crecía alta la maleza. Los tentáculos del
miedo escalaron por mi pecho hasta cerrarme la
garganta.
No pude terminar de formular la pregunta porque
se lanzó sobre mí, apresando mi mentón entre sus
dedos para atraerme hacia él y besarme. Gemí de la
impresión dentro de su boca e instintivamente lo
empujé para alejarlo, pero me costaba horrores
moverlo. Él era más grande y fuerte que yo.
Sus manos se posaron en mis rodillas,
acariciándolas y subiendo por mi muslo. El corazón
me dio un vuelco. Le encajé los dientes y pude
degustar el sabor metálico de su sangre.
—¿Qué fue eso?—se quejó tocándose el labio del
que le corría un hilillo rojizo.
Me pegué lo más que pude a la puerta,
desconcertada y asustada, porque no solía hacer ese
tipo de cosas, ni actuar de esa manera al menos que
yo se lo pidiera.
—No lo sé, dime tú, ¿qué demonios pasa
contigo?
830
—Solo estoy haciendo lo que tú quieres—
masculló molesto, aún presionando la zona afectada
—¿Por qué me has mordido?
—¿Por qué me has atacado de esa forma?—
interrogué a mi vez, ahogada.
—Tú dijiste que querías hacerlo en un auto. No
me parecía una buena idea, pero decidí intentarlo y,
¿así me recibes?
Fruncí el ceño.
—No estoy de humor—dije sin más.
—Ya
estamos
experimentamos?
aquí,
¿por
qué
no
—Porque no quiero.
—Cariño, anda—se inclinó con sus dedos
rozando mi muslo—. Me ha prendido mucho el
vestido.
“Otro” pensé con ironía, resistiendo el impulso
de poner los ojos en blanco. Iba a quemar el jodido
vestido al llegar a casa.
—En otra ocasión, ¿si?—sugerí casi con
desesperación por mantenerlo alejado de mi sexo y
de las inminentes evidencias de mi culpa: la falta de
831
bragas y la marca que Alex había dejado en uno de
mis pechos.
—Leah…—sus ojos miel estaban oscuros.
—Me duele la cabeza.
—Te quitaré el dolor—me tomó del brazo con
brusquedad para atraerme hacia él e intentó besarme.
—No Jordan, para—su rostro siguiendo el mío,
buscando mis labios—. Para—insistí, cuando una de
sus manos volvió a bajar a mis rodillas—.Para, para,
¡PARA!
Le di un manotazo y me miró dolido. Una mezcla
de sorpresa y pesar inundando sus amables ojos.
Sentí ganas de llorar. Lo había lastimado. ¿En
qué clase de monstruo me estaba convirtiendo?
—Lo… lo siento—se pasó una mano por el
cabello caoba, parpadeando para recuperar la
compostura—. Perdóname, cariño. Perdón.
Intentó tomar mi mano y me alejé por inercia,
maldiciéndome y aumentando el dolor que afligía
sus facciones.
—Yo lo siento—dije con un nudo en la garganta
—. No debí reaccionar así…no debí…
832
—Está bien—me interrumpió—. Yo tampoco
debí comportarme como una bestia.
Pensé en lo que había hecho unas horas atrás con
Alexander en el estacionamiento, a tan solo unos
metros del hombre que tenía enfrente y un hoyo se
instaló en mis entrañas.
“No sé quién de los dos es más bestia” intervino
mi consciencia, porque no sentía ni un ápice de
arrepentimiento por lo que había hecho, pero sí por
haberlo lastimado.
Edith tenía cara de querer morirse el lunes
siguiente.
—¿Qué pasa?—pregunté una vez se sentó a mi
lado en clase del señor Traynor.
—Cuenta los detalles—la instó Sara apareciendo
de la nada y jalando una silla para sentarse junto a
Edith—¿Cómo es en la cama?
“Glorioso” quise responder, pero me abstuve,
ansiosa por escuchar lo que nos diría.
Aunque Alex y yo tuviéramos nuestros
encuentros, la exclusividad fue un punto que nunca
833
tocamos, así que me comía la angustia por saber si él
al final había intentado algo con ella.
No estaba segura de seguir con esa cosa que
teníamos en caso de que la respuesta fuese
afirmativa, pero necesitaba aclarar la duda.
—No lo sé—dijo con expresión derrotada, antes
de agitar el cuerpo y recomponerse—. No hicimos
nada.
—¿Qué? ¿Por qué no?—inquirió la castaña,
asombrada.
Edith se encogió de hombros.
—Digo, me trató bien y lo que sea, incluso
hablamos bastante en la exhibición y de camino a mi
casa, pero no llegamos a más.
—¿Por qué?—insistió nuestra amiga.
—Porque cuando hice la insinuación, él
simplemente dijo que estaba interesado en alguien
más. Y que me consideraba una buena amiga—puso
los ojos en blanco.
Mi corazón dio un salto y comenzó a latir contra
mi pecho de una manera que nunca antes había
percibido, ni siquiera con Jordan. Me mordí el labio
y le palmeé la espalda a Edith en un gesto
834
reconfortante, usando todos mis esfuerzos por no
sonreír de oreja a oreja.
Mentalmente me reprendí por sentirme de esa
manera, porque ni siquiera era seguro que la persona
por la que él se sentía interesado fuera yo.
Sin embargo, no pude ignorar el revoloteo en mi
estómago y caí en cuenta de que tal vez, estaba
sintiendo más cosas por Alexander de las que
debería permitir.
Capítulo kilómetrico.
¿Les gustarían capítulos narrados por otros
personajes?
De ser así, ¿quiénes?
Pd: El título es una referencia a la canción de
Britney Spears, en caso de que no fuera super
mega obvio jeje. Me causó gracia.
Disfruten.
Con amor,
KayurkaR.
835
Capítulo 21: Cartas sobre la
mesa.
Alexander
Mamá entró como una exhalación en el amplio
estudio al tiempo que yo depositaba la taza de café
sobre la mesa que tenía al lado.
Dejó caer un pequeño sobre con aire desdeñoso
en la mesita de centro antes de situarse detrás de su
lustroso escritorio, pulcramente ordenado con
algunos pergaminos de diseño sobre la madera.
Volvió a concentrarse en su trabajo sin mediar
palabra, como hacía siempre que estaba disgustada
por algo.
—¿Alguna razón por la que olvides tu fobia a las
arrugas y juntes así las cejas?—dije con aire burlón,
tratando de aligerar el ambiente.
Puso su cabello rubio sobre el hombro y arrugó
los labios. Si tuviera que adivinar, diría que se había
peleado con Brad—solía tomar esa faceta seria
cuando algo así sucedía. Eran como novios de
secundaria: creando la tercera guerra mundial cada
836
vez que se molestaban con el otro y reconciliándose
al día siguiente, como si nada hubiera pasado jamás.
Suspiró cansadamente.
—Arthur Whiteley acaba de irse.
Me incliné hacia adelante en el enorme sofá, mi
propio cuaderno de planeación olvidado en mi
regazo.
—¿A qué ha venido?
Se encogió de hombros y dejó el lápiz de punta
fina a un lado, mirándome por fin.
—Supongo que Claire le habrá dado mi mensaje
y ha venido a saludarme, somos buenos amigos.
También ha venido a entregarme eso—hizo una seña
con la cabeza, con una mueca de desagrado—. Al
parecer harán una fiesta para anunciar formalmente
el compromiso entre los McCartney y los Whiteley.
Mis labios se alzaron en un rictus.
—¿Y por eso tienes cara de gastritis?
—Obviamente. Lo último que quiero es convivir
con esa maldita familia. No importa cuánto trate de
evitarlos, siempre termino coincidiendo con ellos en
algo. Son como la peste—hizo aspavientos con las
837
manos—, y no quiero ver a la puta de Alison
pretendiendo ser algo que no es—sentenció con
agriedad, dando un sorbo a su taza de té diaria, la
única tradición inglesa a la que le había tomado
afecto.
Enarqué una ceja al final de su vómito de odio,
reparando en el crudo insulto que había usado para
referirse a la señora McCartney. Pocas veces
utilizaba ese tipo de lenguaje, así que debía
molestarle profundamente la presencia de esa mujer.
—¿Por qué tanto resentimiento hacia ella?—
pregunté colocando el cuaderno de lado y
cruzándome de brazos, incapaz de ocultar la
curiosidad que me carcomía por dentro—¿Eran
mejores amigas en la universidad y te robó al novio
o algo así?
Los ojos de mamá me fulminaron.
—No me digas—coloqué una mano al frente,
simulando que pensaba—, ¿te hacía bullying?
—No digas idioteces, Alexander—su rostro se
compungió en una mueca de asco y yo sonreí—.
Solo estoy diciendo lo que es: una puta. No hay otra
forma de referirse a las de su clase.
838
Estaba sorprendido con su falta de miramientos a
la hora de hablar de ella.
—¿Es porque te quitó a Leo?—la idea se formó
en mi cabeza y brotó de mis labios incluso antes de
que pudiera detenerla—¿Porque terminaron el
compromiso?
La sorpresa inundó sus facciones.
—¿Cómo sabes eso?
—Lo escuché por ahí—dije encogiéndome de
hombros con fingido desinterés.
—Da igual—hizo un gesto con la mano para
restarle importancia—, no es por eso. Una relación
con Leo McCartney nunca estuvo realmente en mis
planes. Él fue solo una plataforma.
—¿Una qué?—inquirí perplejo y puso los ojos en
blanco.
—Una forma de crear contactos e impulsar mi
carrera.
Olvidaba lo calculadora y maquiavélica que
podía ser mi madre algunas veces. Eran rasgos que
sin duda había heredado de ella.
839
Permaneció pensativa por un momento, antes de
sonreír con desdén.
—Aunque jamás creí que él terminaría con
alguien así.
—Así de vulgar, ordinaria y altanera, como si
tuviera algún derecho para serlo—respondió como si
la lengua le escociera solo de mencionarla.
Continué escrutándola con curiosidad, tratando
de develar las verdaderas razones por las que sentía
una aversión tan grande hacia ésa familia, en
especial hacia Alison.
Negó enérgicamente.
—Y su maldita hija es justo como ella—resopló
ofuscada y mis sentidos se pusieron alerta ante la
mención de Leah—. Tuve la mala suerte de
topármela con la niña Whiteley en el centro
comercial, ¿te lo comenté? Comprobé que es igual
de insolente y grosera que su madre.
“Y no la has visto furiosa” fue lo primero que
pensé. Tuve que luchar para contener la sonrisa que
amenazaba con plantarse en mis labios. Podía
imaginar a la perfección la manera en que había
840
colocado las manos sobre sus caderas para
defenderse, para contraatacar con un comentario
certero cualquier cosa que mi madre le hubiese
dicho.
—Mala suerte en verdad—me recliné en el sillón,
con una agradable y extraña sensación de orgullo
asaltándome el pecho.
Aún no entendía del todo la razón, pero me
gustaba lo indómita que podía llegar a ser mi nueva
esposa cuando se metían con ella. Había algo
jodidamente atrayente y cautivador en la fortaleza y
determinación de Leah.
—Y que lo digas—dio otro sorbo a su té
vespertino—. Está contigo en la universidad, ¿no?—
asentí, al tiempo que ella volvía a negar con la
cabeza—. Una verdadera lástima que los parámetros
de las instituciones se hayan reducido a tal punto de
aceptar a personas tan ordinarias solo por poseer
dinero. Aunque el lugar es bastante grande, imagino
que ni siquiera cruzan palabra.
Resistí el impulso de reírme. Imaginé qué tan
reconfortada se sentiría mi madre de saber que
efectivamente, Leah y yo no hablábamos mucho
cuando estábamos juntos; en saber que lograba
reducir el amplio vocabulario de la pequeña arpía a
841
palabras monosilábicas, gemidos suaves, jadeos
tenues e incluso gritos.
Domé mis pensamientos, impidiéndoles viajar
más allá, antes de que provocaran una notoria
demostración de lo poco que Leah y yo nos
hablábamos.
—No, no cruzamos palabra—mentí lo más
convincente posible.
—Me alegro—se puso en pie con esa gracia
inherente a ella y recorrió la distancia que nos
separaba hasta colocarse detrás de mí, rodeándome
el cuello con sus brazos y depositando un corto beso
en mi sien—, no me gustaría que tú convivieras con
esa gentuza.
Era un poco tarde para eso.
—No sé en qué está pensando Arthur al permitir
que su hija contraiga matrimonio con alguien de tan
baja estirpe, pero yo sí tengo estándares para ti.
Eventualmente tendrás que elegir a una esposa y
estoy segura de que tú no me decepcionarás.
¿Acaso era hoy el día de las ironías?
—¿No crees que es muy pronto para pensar en
eso?—ese tema siempre me ponía incómodo.
842
—No tengo prisa en que te cases, Alexander, pero
sí me gustaría que lo hicieras algún día—se
incorporó y colocó sus palmas sobre mis hombros
—. Yo diseñaré el vestido de tu prometida y créeme,
será la novia más bella del mundo.
Lo primero que acudió a mi mente por el
comentario fue la escena de mi madre ahorcando a
Leah con el velo de novia antes de permitirle poner
un pie en el altar.
—¿Lo harías aunque no te agradara la chica?
Estrujó mis hombros.
—Me agradará, confío en que sabrás elegir a la
indicada.
“¿Estás segura?” quise preguntarle, pero
descarté el pensamiento tan rápido como apareció.
—Hablando del tema—sus tacones repiquetearon
en el piso de mármol y alcé la vista para
contemplarla de brazos cruzados frente a mí—
¿Cuándo planeabas decirme que estás saliendo con
alguien?
Levanté una ceja, sin entender.
—Nunca, porque no estoy saliendo con nadie.
843
—¿Ah no?—sus ojos me desafiaban a sostener
mi respuesta—Porque Park, mi asistente, me mostró
un artículo hace algunos días que publicó una página
de internet y se te ve muy junto con una chica.
Estaba tan impresionado por la noticia que por
primera vez en mucho tiempo no tenía ningún
comentario evasivo o sarcástico para zanjar el tema.
Al menos sabía que, dijera lo que dijera el jodido
artículo no era nada grave ni las fotos
comprometedoras o de lo contrario mi madre estaría
atada a una camilla en ese momento teniendo un
ataque de histeria y no aquí.
—¿Quién es la chica, por cierto?—inquirió,
taladrándome con sus orbes claras.
—Nadie—dije seco.
—Para ser nadie se te ve muy feliz en las fotos—
posó los dedos en su mentón—. Pensé que tal vez
sería alguna próxima novia.
—Pensaste mal—insistí, con mis hombros tensos
—. No es nadie importante.
Continuó escudriñándome de esa manera
perturbadora en que solo los padres sabían hacerlo,
intentando ver a través de mí.
844
—En fin—se alejó tomando la invitación que
descansaba sobre la mesa de centro—. Presiento que
no importa lo poco que desee asistir, porque Arthur
ha tenido la cortesía de extenderle otra invitación a
tu padre y eso significa que primero muerto a
perderse la oportunidad de convencer a nuevos
inversionistas potenciales.
—Tal vez no sea tan malo ir—acoté, buscando
una excusa para ver a la culpable de mis erecciones
espontaneas.
Me dedicó una mueca extraña.
—Créeme cariño, lo será.
Jamás había tenido que luchar tanto conmigo
mismo.
Era una batalla a campo abierto que se
desarrollaba en mi cabeza.
Había tenido que combatir con todas mis fuerzas
las ganas enormes que nacían desde lo más profundo
de mí por ir hasta Leah y tomarla donde sea que
estuviese, sin consideraciones ni vergüenza, solo
para tratar de liberar un poco mi atestada mente, que
parecía a punto estallar con el montón de
845
pensamientos perversos y calientes que aparecían de
la nada y que amenazaban con destruir mi
estabilidad psíquica.
Una semana había transcurrido desde nuestro
último encuentro y maldita sea si lo único que
deseaba desde entonces era zafarle su exquisito
trasero de las prendas que usaba para estrujarlo con
mis manos, para dejar las marcas de mis dedos en
sus bonitas nalgas.
Era difícil controlar mis demonios, mucho más el
de la lujuria, que ella parecía alimentar con festines
cada vez que se pavoneaba frente a mí, o me rozaba
de forma accidental en algún pasillo o la mesa, o me
miraba más de la cuenta de esa manera oscura que
comenzaba a encantarme.
Estaba seguro que sus pequeños accidentes eran
intencionales.
No tenía idea de dónde provenía esa imperante
necesidad de estar cerca suyo, de tocarla o de
besarla, pero estaba ahí incluso antes de que yo
reparara en su presencia.
Yo era quien la había tomado, pero más bien,
parecía todo lo contrario, que ella me había tomado
a mí, porque permanecía anclada a mi piel e impresa
846
a fuego en mi memoria. Otras veces había buscado
en más de una ocasión a una mujer para poder
repetir un buen polvo, pero era la primera vez que
ese deseo venía acompañado de una necesidad tan
profunda y vehemente de escuchar los mismos
gemidos, de percibir el vibrar y sacudir del mismo
cuerpo y de volver a embriagarme con la húmeda y
cálida sensación de estar dentro de Leah McCartney.
Me resultaba casi imposible bloquearla de mi
mente.
Así que decidí priorizar y dividir: mis deseos más
oscuros e imperiosos los marginé a la parte más
profunda, mientras que lo más banales tomaron el
lugar del frente. Me concentré en todas mis clases en
un intento desesperado por erradicar su definida
silueta de mis pensamientos; entrené con toda la
fuerza y diligencia para desaparecer el hormigueo
que me recorría el cuerpo, hambriento por percibir el
tensar de sus torneadas piernas bajo mis palmas.
Incluso tomé más fotografías que nunca: en un
festival en un barrio asiático, en una parte del centro
de la ciudad repleto de gente, en un sinfín de
locaciones y paisajes, para tratar de suprimir la
imagen de sus orbes pigmentados velados por la
lujuria.
847
Ella no me había buscado, así que daba por
sentado que estaba ocupada siendo la novia perfecta,
y yo no iba romper con su idílico y pretensioso
cuento de hadas. Estaba convencido de que Leah
volvería a mí cuando sintiera la necesidad de una
liberación, el problema era que no sabía cuánto
tiempo podría mantener mis manos alejadas de ella,
porque cada vez me resultaba más complicado
resistirme a los alegatos de mis deseos.
La biblioteca estaba en completo silencio
mientras trataba de terminar un plano industrial para
la clase del señor Cresley. Estaba satisfecho con la
forma que estaba tomando el proyecto y la manera
en que había distribuido las funciones industriales
para lograr mayor eficacia y uso de los recursos y el
espacio.
A veces la fotografía ayudaba a calibrar mejor las
dimensiones.
El vibrar de la mesa interrumpió el minucioso
tren de mis cavilaciones, concentradas en hacer un
buen trabajo. Con pereza y un deje de hastío, revisé
el móvil que permanecía olvidado sobre la pulida
superficie.
848
“Este fin de semana juegas, príncipe. Éste no se
te puede escapar” el mensaje de Rick brillaba sobre
la pantalla como el destello de una guillotina lista
para rebanarme el cuello a la primera oportunidad.
La molestia no tardó en hacerse presente,
manifestándose con una dolorosa tensión en mis
hombros.
“¿Es el tipo que dices que te está robando?”
tecleé rápidamente.
La respuesta llegó en menos de cinco segundos.
“El mismo. ¿Seguro que no es familiar tuyo?”
puse los ojos en blanco, con el pesar sobre mi
espalda intensificándose. “Te veré el fin de semana,
tienes tiempo sin volver a tu casa”
Ésa no es mi casa quise replicar, como hacía todo
el tiempo cuando lanzaba ese comentario.
“Como digas” contesté al final. Dejé caer el
artefacto sobre la madera con descuido, demasiado
abstraído en barajar las posibilidades como para
importarme un carajo. Siempre que un jugador ajeno
a la casa que era demasiado bueno para su propio
bien se presentaba, el estrés me carcomía, porque
perder contra él no era una opción.
849
No podía permitir que mi deuda con Rick
aumentara; ya le debía suficiente y otro error de esa
magnitud sería muy costoso.
Me pasé la lengua por los labios y traté de
concentrarme de nueva cuenta en terminar el plano,
que ya no me parecía una tarea tan entretenida como
antes; estaba demasiado disperso.
De pronto registré por el rabillo del ojo un retazo
de piel sobre la mesa y, cuando centré mis orbes en
las torneadas piernas que tenía al lado, recorrí el
resto de su longitud hasta que me encontré con los
ojos pardos de Mercy, mirándome de vuelta como
un depredador esperando por saltar sobre su presa.
Un atisbo de decepción logró plantarse en mi
pecho. Era la última persona que quería ver en ese
momento.
—Alex—saludó
jovialmente,
con
sus
despampanantes piernas balanceándose como una
manzana de una rama—, tenía tiempo sin saber de ti.
—¿Y no podías dejarlo de esa manera, cierto?
—No—sonrió ampliamente, sus brillantes ojos
arrugándose con el gesto—, tiendo a extrañar mucho
a quienes aprecio.
850
Negué con el esbozo de una media sonrisa que no
llegó a consumarse.
—No podría decir lo mismo.
—Siempre tan seco—inclinó su cabeza, con su
cabello oscuro cayendo por su hombro—. Adivina
quién lleva bragas nuevas hoy.
—Me preocuparía que no usaras bragas nuevas
todos los días—me burlé y crucé los brazos sobre el
pecho.
Soltó una risita que no alcanzó sus ojos y
descruzó las piernas deliberadamente lento sobre el
escritorio, conmigo siguiendo cada uno de sus
movimientos.
—Te concederé el honor de ser quien las retire
por todo el tiempo que te he dejado solito, ¿qué
opinas?—batió sus pestañas de forma inocente y el
gesto resultó ajeno a la persona tan promiscua que
era.
Abrió sus piernas un poco, obsequiándome una
bonita vista del retazo de tela tinta que se asomaba
debajo de la falda. Recorrí el resto de su cuerpo de
forma analítica, debatiéndome entre follarla o no.
851
Sería una forma rápida y sencilla por liberar un
poco del estrés que pesaba sobre mi espalda y me
jodía la cabeza, para apaciguar el maldito deseo que
sentía hacia Leah.
Mis ojos encontraron los suyos, incitantes,
brillando con travesura.
El sexo era algo que se me presentaba de forma
relativamente sencilla; nunca había tenido problema
con una chica negándose a estar conmigo y lo
agradecía. Además, Mercy y yo nos habíamos
entendido de manera extraordinaria en la cama, así
que esperé a que la típica oleada de excitación que
me invadía cuando se mostraba dispuesta para mí
me invadiera, pero nada pasó.
Resultó extraño, pero lo atribuí a la tensión por el
juego del fin de semana.
Estiré el brazo lentamente dirigiéndome a su
muslo y Mercy se irguió expectante con una sonrisa
triunfal dibujada en el rostro.
—Estás arrugando mi trabajo— el felino gesto
desapareció cuando pasé de largo su pierna y
coloqué mi palma sobre los planos.
—Podríamos arrugarlo aún más, si quisieras—
insinuó con coquetería y negué con la cabeza sin
852
despegar mi vista de ella.
—Gracias, pero paso. Ve a enseñarle tus bragas
nuevas a alguien más.
Se levantó del borde la mesa para sentarse sobre
mis piernas y me sentí incómodo de inmediato.
—¿Por qué tan difícil hoy?—acarició mi pecho
—. No me has buscado en casi dos meses, ¿no te
gustaría que te ayudara a recordar lo bien que la
pasamos juntos?
—Mercy, estamos en jodida biblioteca—
recalqué, repentinamente alarmado de que alguien
pudiera vernos y hacerse ideas equivocadas. Prefería
mantener un perfil bajo en ese aspecto—, quítate de
encima.
—No—sonrió y frotó su trasero sobre mí—, ¿qué
pasa? ¿Ya me has conseguido un reemplazo?
Estaba comenzando a perder la paciencia.
—No, pero no estoy de humor hoy. Hablo
enserio, quítate ahora.
—Siempre logro ponerte de humor—deslizó su
mano entre nosotros y la tomé de la muñeca antes de
que pudiera llegar a mi entrepierna, mirándola con
dureza.
853
—He dicho que no—y sin pensarlo más tiempo,
me puse en pie con ella a punto de caer de bruces
contra el suelo.
Me percaté de que habíamos elevado una ola de
murmullos, con algunas personas disfrutando con
curiosidad del espectáculo.
Lo último a lo que quería enfrentarme era a otra
escena de celos de la arpía loca.
—Como quieras—se encogió de hombros, con
una expresión dolida en el rostro que se esforzaba
por ocultar con petulancia—, tú te lo pierdes.
Se retiró de la biblioteca alisándose la falda y
dando largas zancadas. Me dejé caer en la silla
echando la cabeza hacia atrás; era increíble lo
bipolares que podían ser las mujeres.
Sin embargo, no podía pasar por alto que era muy
extraño el hecho de que Mercy no hubiera
provocado reacción alguna en mí, cuando en otras
ocasiones había logrado ponerme como una piedra
en menos de dos segundos. Tal vez el asunto con
Leah estaba afectándome más de lo que me atrevía a
admitir.
Y eso no era bueno. Oh no, no era bueno en
absoluto.
854
—¿Te he dicho lo hermosa que te ves hoy?
Me tenían que estar jodiendo. En serio.
La semana había pasado tan rápido desde el
incidente de Mercy que ni siquiera habíamos tenido
tiempo de terminar esa maldita proyección, que se
entregaba hoy.
Enfoqué toda mi atención en Ethan y Matt que
trabajaban a toda prisa para entregar el proyecto en
la clase del señor Cresley, pero me resultaba
jodidamente difícil hacerlo cuando tenía a Jordan a
un lado recitando poemas de mierda para su maldita
novia, endulzando su oído para poder cogérsela o
enamorarla aún más o matarla de una sobredosis de
diabetes, lo que pasara primero, qué carajo sabía yo.
Por si fuera poco, él debía estar ayudándonos a
terminar el plano en el poco tiempo que nos quedaba
y no diciendo melosas frases al oído de Leah que no
eran secretas en absoluto, porque estaba seguro de
que todos en la mesa habíamos logrado escuchar el
“eres la mujer más bella del mundo” o el ‘eres el
amor de mi vida’ o incluso el “me encanta cuando
te trenzas así el cabello” y bla bla bla, toda esa
855
mierda cursi que ninguno de nosotros necesitaba
escuchar.
¿De dónde sacaba Jordan sus frases? Peor aún,
¿cómo era que había logrado enamorar con algo así
a Leah? El mundo jamás dejaría de sorprenderme.
Estábamos en medio de una misión a
contratiempo, tratando de salvar nuestros culos de
reprobar una materia mientras él jugaba a ser el
Capitán Cariñitos.
Hice acopio de todas mis fuerzas para ignorar el
insistente murmullo de la voz de Jordan y el
chillante tono de la palabrería de Edith, que discutía
acaloradamente con Sara sobre alguna idiotez.
¿Se habían puesto todos de acuerdo para evitar
que termináramos nuestro proyecto?
Lo peor del caso era que no podía concentrarme,
no por el bullicio que había en torno a la mesa, sino
por la insistente sensación de molestia que crecía en
mis entrañas y que no sabía si asociarla con el hecho
de que el holgazán de Matt estuviera aportando más
al proyecto que Jordan o a que no parara de decir
cursilerías al oído de Leah.
—¿Qué te parece si salimos hoy?—puse los ojos
en blanco en un mero reflejo, con el ardor en mi
856
estómago aumentando cuando escuché la aceptación
de ella, riendo como una colegiala idiota.
—¿Crees que sea buen método logístico para la
descarga de materia prima, Alex? Creo que
deberíamos mejorar algunos puntos—registré
vagamente la voz de Ethan diciendo algo
relacionado con la materia, pero estaba demasiado
abstraído en la escena barata de Titanic que se
desarrollaba a mi lado.
—Después podríamos ir a mi departamento y
probar la resistencia de tu trenza…
Había tenido suficiente.
—Lamento interrumpir tus patéticas tácticas de
seducción, pero tenemos un proyecto que terminar
aquí—ladré girándome para encarar a Jordan, que se
alejó de Leah cuando me escuchó.
El resto de los ocupantes se calló al instante.
—Si quieren coger Jordan, McCartney, inténtenlo
en otro jodido momento—los miré alternadamente,
inyectando más veneno en mi voz del que pretendía,
pero no podía evitarlo; mi incapacidad por filtrar mis
pensamientos era un grave problema algunas veces.
857
Jordan parecía avergonzado por haberlo
evidenciado, mientras Leah me miraba con una
mezcla de sorpresa y algo más, pero me importaba
un carajo. No iba a tolerar otra cursilería barata más.
—¿Podrías dejar de distraer a tu novio?
Necesitamos que se concentre en esto—señalé el
plano y papeleo que teníamos sobre la mesa—,
lárgate.
Estrechó los ojos y me dedicó una mirada
envenenada antes de ponerse en pie y tomar sus
cosas.
—Alex, no tienes que tratarla así—la defendió
Jordan.
—No importa—dijo colgándose el bolso—,
vámonos de aquí, chicas. Claramente estamos
perturbando a su alteza.
Sara y Edith se levantaron sin pensarlo, siguiendo
a la abeja reina mientras se giraba con más
ceremonia de la necesaria antes de salir.
—No tenías que ser tan grosero con ella, ¿sabías?
—dijo mi amigo seco, cruzándose de brazos.
—Tiene razón, creo que te has excedido un poco
—lo apoyó Matt del otro lado.
858
Le lancé una mirada gélida, sin atreverme a
admitir que me sentía mucho mejor ahora que los
había separado.
—Te necesitamos aquí—lo regañé y negó
enérgicamente, antes de entregarse a la faena de
terminar el dichoso proyecto.
—Cuánta tensión, relajen los huevos señoritas—
se burló Ethan, sonriendo.
Lo ignoré y me concentré por fin en el plano que
tenía delante, percibiendo cierto resentimiento hacia
Jordan, que de ninguna manera debería sentir.
Entregamos el proyecto a tiempo en clase del
señor Cresley, no gracias a nuestro intento de
Romeo, sino gracias a todos los demás.
En el entrenamiento, fui más rudo con Jordan de
lo que debería, impulsado por ese resentimiento que
no tenía ni puta idea de dónde venía y lo mandé al
piso de forma más violenta de la necesaria, hasta que
el entrenador me cambió de posición.
Aunque no iba a negar que casi dislocarle un
brazo me llenó de cierta satisfacción sádica.
859
El juego de final de temporada estaba cerca y los
entrenamientos eran el doble de intensos y el triple
de extenuantes, así que para cuando terminó, estaba
completamente sudado, sucio y exhausto.
Me dirigí a los vestidores al paso de Ethan
mientras me contaba algo sobre su tía la loca.
—Lamento lo de hace rato—mi risa se
desvaneció cuando registré la voz de Jordan, que se
apresuró a llegar hasta nosotros—, lo de la mesa,
quiero decir.
—No importa amigo, sabes lo mal que se pone
aquí nuestra princesa cuando no hacemos trabajo en
equipo—Ethan me señaló mientras negaba.
—No volverá a pasar—parecía apenado en
verdad—. Es solo que estoy tratando de arreglar las
cosas con Leah.
—¿Arreglar? ¿De qué hablas, se han peleado o
algo?—preguntó nuestro amigo.
—No, pero ha estado muy distante conmigo
últimamente—había auténtico pesar en su voz.
—Tal vez solo está en sus días—el moreno se
encogió de hombros, restándole importancia.
860
—¿En su días desde hace meses?—acotó
escéptico.
Cuando lo miré, parecía sopesar algo.
—Creo que está engañándome—confesó y no
pude definir si mi corazón se detuvo o estuvo a
punto de botar de mi pecho.
Me preparé para la golpiza que seguramente me
daría.
—¿Pero qué dices?—Ethan soltó una carcajada,
sin dejar de caminar por el campo para llegar a las
regaderas y me obligué a seguir su paso, aunque
estaba cagado—. Es más probable que yo me case
mañana a que ella te engañe, ustedes son como la
ridícula pareja que se conoce en el instituto, tienen
una relación por décadas y son felices por siempre.
Resoplé, pero Jordan
concentrado en su miseria.
parecía
demasiado
—Ya no estoy tan seguro de eso—negó—. Cada
vez estoy más convencido de que me engaña. Ha
estado teniendo llamadas extrañas, me evita todo el
tiempo y ni siquiera me permite tocarla.
—¿Desde cuándo?—la pregunta resbaló de mis
labios incluso antes de que me diera cuenta y me
861
maldije por ello. No quería evidenciarme, pero me
moría por saber.
—Desde hace meses—hizo una mueca—, no lo
sé, uno o dos.
Ethan silbó, impresionado.
extrañamente complacido.
Yo
me
sentí
—Tal vez solo está pasando por un mal momento,
ya sabes lo raras que son las mujeres—trató de
confortarlo.
—No creo que se trate de eso. Leah no es idiota,
sé que no se iría con cualquiera, pero sí es una
persona curiosa y tengo miedo de que quiera
experimentar… cosas nuevas. Después de todo, soy
el único con el que ha estado.
“Eras” quise corregirlo, pero me abstuve,
regodeándome en mi buen humor.
—¿Ustedes no han notado nada extraño?—
continuó, mirándonos a ambos—. He intentado
poner más atención a lo que hace, las personas con
las que habla, pero no he notado nada raro.
—Si ella quiere engañarte, encontrará la manera
de hacerlo así le coloques un localizador y cámaras
para espiarla—dije con fingido desinterés y su cara
862
se contorsionó en una mueca de terror—, así que no
deberías desgastarte pensando en eso, parecía una
idiota enamorada en la mesa.
El recuerdo dejó un regusto agrio en mi lengua.
—Muy cierto.
—La amo—clavé mis ojos en él ante sus
proclamación—, no quiero que otra persona llegue y
la robe de mi lado.
—Estás exagerando—puse los ojos en blanco.
—No, no—Ethan parecía divertido—, deja que
nuestra reina del drama siga con sus cinco minutos
de fama.
—Eh, no se burlen—le dio un rudo golpe con el
hombro—, realmente quiero arreglar las cosas con
ella, no quiero perderla.
Por un momento me invadió un atisbo de pena
hacia él y me sentí el más grande hijo de puta.
—No creo que la pierdas—lo alentó dándole una
palmada en la espalda—. Leah está que se muere por
ti desde hace años, está ciega de amor por esa fea
cara de perro que tienes.
863
Yo no estaba totalmente de acuerdo con esa
afirmación, pero no iba a decírselo, por supuesto.
—De cualquier forma—nos detuvo, colocándose
frente a nosotros—, si ven algo extraño, ¿me lo
dirán?
—Sí, sí, como digas Sherlock—Ethan negó—, ya
relájate.
Le dio una última palmada antes de correr para
alcanzar a los demás en las regaderas. Yo estaba por
hacer lo mismo cuando puso una mano sobre mi
pecho para impedírmelo.
—¿Qué?—pregunté
impaciencia y hastío.
con
una
mezcla
de
—Sé que Leah no te agrada—aseveró y enarqué
las cejas sin pensarlo—, por eso quiero pedirte que
le pongas atención.
Una risita seca brotó de mi garganta.
—¿Qué tontería estás diciendo?
—Ethan adora a Leah y creo que de los dos
preferiría encubrirla en caso de que me engañara.
Como sé que a ti no te agrada, no tendrás
consideraciones con ella de resultar cierto, ¿no es
así?
864
Suspiré y me crucé de brazos.
—Ve al grano.
—Solo te pido que le pongas atención. Eres una
persona muy observadora, estoy seguro de que te
darías cuenta si está con otro.
No sabía si reírme o bufar por irónico de la
situación.
—Jordan, no creo…
—Alex, por favor. Al menos prométeme que lo
intentarás—había tanta intensidad en sus ojos que
me sentí el amigo más mierda del mundo.
Consideré mis posibilidades y el negarme, pero
no pude hacerlo luego de contemplarlo.
—De acuerdo. Tendrá mi especial atención.
Sonrió, aliviado.
—Gracias amigo.
—Como digas.
Tarde ese mismo día, me la topé en uno de los
pasillos y choqué con ella a propósito, depositando
865
una nota en su mano a la hora de ayudarla a
incorporarse. Me miró sorprendida por un momento,
antes de empuñar la nota.
Debía informarle que su noviecito al fin había
logrado atar cabos y comenzaba a sospechar.
Me dirigí a la biblioteca, a la última sección, que
era la más abandonada del enorme recinto: la de
diseño gráfico.
Tomé un libro para matar el tiempo mientras
esperaba a que apareciera, pero ni siquiera terminé
de leer la sinopsis del viejo empastado cuando
escuché pasos acercándose.
—Alex—murmuró suavemente desde el otro lado
del alto estante.
—Shhh. Silencio Leah, esto es una biblioteca—la
reprendí burlón, con el mismo tono bajo,
recargándome en el librero.
Pude observarla cuando retiró un libro de su lado
y creó una pequeña ventana entre nosotros.
—¿Para qué me has citado ahora? ¿Vas a
hacerme otra escena de celos?—dijo abriendo el
libro, pretendiendo leerlo.
866
—El espectáculo que hiciste en la mesa—
contestó sin despegar la vista de las páginas.
Solté una risita.
—Solo estaba haciendo servicio social.
—Ya. ¿Vas a decirme que no era una escena de
celos?
—No, no planeo hacerlo—dije con sinceridad y
levantó la vista con una emoción indescifrable
iluminando sus bonitos ojos—. Supongo que no sé
cómo compartir.
—El complejo de hijo único—susurró con burla.
—Muy probablemente—admití—. No pensé que
fueras el tipo de chica a la que le gustaran esas
cosas.
—¿Qué cosas?
—Esas cursilerías, no pensé que fueran tu tipo.
Volvió a centrarse en el libro cuando el eco de
unos pasos lejanos reverberaron en la silenciosa
estancia.
—Realmente no tengo un tipo.
867
—La indefinible Leah McCartney—sonreí y ella
me correspondió sin levantar la cabeza.
No era el tipo de chica de sonrisa fácil, pero sus
delicadas facciones se acentuaban cada vez que
lograba arrancarle una, obsequiándome un gesto que
valía la pena contemplar.
—¿Te molesta?
—¿Qué cosa?
—Que te sorprenda todo el tiempo.
—Depende de mi humor—bromeé y ella volvió a
sonreír, comprendiendo lo que había dicho.
—¿Puedo verte mañana?—inquirió de pronto,
mirándome por fin a través del pequeño espacio con
algo parecido al anhelo velando sus orbes, que eran
de un azul profundo en ese momento.
—¿Quieres verme mañana?
Las comisuras de mis labios se levantaron en una
media sonrisa de satisfacción, antes de que un
recordatorio nublara mi mente: mañana debía jugar
para Rick.
868
—Ven aquí, Leah.
La duda se cernió sobre sus facciones y observé
la manera en que evaluaba ambos lados del pasillo
antes de dejar el libro en su lugar, privándome de la
bonita vista que tenía enfrente.
Entonces apareció al final de mi corredor, con los
brazos cruzados sobre el pecho. Hoy era un día frío,
así que entendía su necesidad de abrigarse con el
ancho suéter gris, tan holgado que no hacía justicia a
sus exquisitas curvas.
—¿No crees que es muy sospechoso que estemos
en una biblioteca?—mencionó caminando de forma
despreocupada hasta estar a un palmo de distancia.
—Claro, porque como estudiantes no tenemos
ninguna razón para estar en una biblioteca—repliqué
con sarcasmo y soltó una risa que acalló
rápidamente.
—Claro.
Tenía que concentrarme horrores para no
distraerme con su belleza, con la tentación
caminante que era Leah McCartney.
—¿Para qué me has citado entonces?—tomó la
punta de su trenza, retorciéndola entre sus dedos y
869
clavando sus ojos en mí, avasalladores.
Había olvidado que mi plan original era
advertirle sobre nuestra situación y las sospechas de
su jodido novio, pero descarté el pensamiento;
hablar de él era lo último que quería hacer.
—No hagas
escrutándola.
eso—demandé
en
su
lugar,
—¿Qué cosa?
Inclinó la cabeza con inocencia, batió sus
pestañas y joder, ahí iba de nuevo despertando todas
las partes de mí que no deberían estar despiertas en
ese momento.
Le encantaba provocarme. La maldita arpía había
estado haciéndolo los últimos días ahora que sabía el
poder que tenía sobre mí.
—No juegues a la inocente conmigo.
—No lo estoy haciendo—cruzó los brazos,
presionándolos sobre el suéter para marcar la forma
de sus pechos—, estoy esperando que me digas qué
estamos haciendo aquí.
—Leah—le advertí.
870
—No estoy haciendo nada—se mordió el labio
un momento—. Ya hablamos sobre eso, conozco el
trato.
—Por el amor del jodido Cristo, para ya—
mascullé con exasperación, haciendo esfuerzos
sobrehumanos para no ceder a mis deseos.
—Bien, si no vas a decir nada, solo me iré
entonces.
Dio la vuelta para retirarse, antes de que la
tomara del brazo con brusquedad, colocándola
contra el librero con poca delicadeza.
—No te atrevas—espeté con voz tensa, con el
deseo por besarla quemándome la boca.
Toda la travesura de sus orbes desapareció para
ser reemplazada con alarma.
Pareció leer el patrón de mis acciones porque
posó una mano sobre mi pecho para ganar distancia.
—Alex, cualquier cosa que estés pensando, no lo
hagas—susurró, en un débil intento por hacerme
entrar en razón—, es una mala idea.
—Terrible en verdad.
871
Por un momento de lucidez, quise detenerme y
escucharla. La conversación con Jordan atravesó mi
mente como una lanza y un atisbo de empatía me
invadió; no podía culparlo por tener miedo de perder
a alguien como ella.
Sabía a dónde iría todo esto si continuaba y no
estaba seguro de poder parar si desencadenaba mis
deseos más imperiosos. Entreabrió los labios,
invitándome a tomarlos y la sed que me inundó por
la mera visión terminó por mandar al carajo
cualquier vestigio de lealtad que yo tuviera hacia
Jordan.
—Alex, no. No, no podemos…
Me incliné para besarla por fin, acallando sus
protestas, con ella rindiéndose y cediendo a mis
besos por un segundo, tres, cinco, diez. Sus labios
eran suaves y hábiles y la sensación de ellos
moviéndose sobre los míos resultó enteramente
satisfactoria después de tantos días codiciándolos
con vehemencia.
No era el tipo de persona afín a los besos,
ciertamente no desde que era un gesto que nunca
había visto compartir a mis padres y mucho menos
desde que había descubierto que no los necesitaba
para poder disfrutar del sexo y complacer a mi
872
compañera; era una demostración de afecto que me
había parecido siempre tan íntima y a la vez tan
ajena a mi persona que poco había besado en mi
vida.
Ahora, comenzaba a aterrarme el magnetismo
que había entre Leah y yo, o la magnitud de mis
sentimientos hacia ella, porque besarla parecía más
un instinto que un pensamiento.
Deslizó sus brazos hasta mi cuello para
estrecharme más contra sí y no tardó en
corresponderme con la misma intensidad. Me
gustaba que no fuera el tipo de chica que permanecía
quieta mientras recibía, sino que daba también,
permitiéndome probar de su fiereza y destreza, con
su lengua acariciando la mía sin timidez.
Mis manos se cerraron en torno a su cintura y se
escabulleron bajo su blusa, deseosas de percibir la
calidez de su cuerpo. ¿Qué pretendía exactamente,
besándola como si mi vida dependiera de ello en
medio de la biblioteca en horario escolar? Sabía a
dónde estaba yendo todo esto y estaba seguro que
ella también lo sabía, pero pensar con claridad se
estaba convirtiendo en una tarea cada vez más y más
dura; mi cerebro pareció haber sido drenado de toda
873
la sangre para que ésta se concentrara en mi otra
cabeza.
No quería parar. No cuando cada parte de su
cuerpo parecía ser un imán para el mío, para mis
manos y mi boca; no cuando ella se sentía
jodidamente bien contra mí, con sus manos entrando
en contacto con la piel de mi abdomen,
derrumbando mi precario autocontrol.
Me alejé del veneno que era su boca para besar la
comisura de sus labios, su mentón y acariciar con mi
lengua su garganta.
—Dios—gimió y coloqué la palma sobre su boca
para callarla.
—Silencio—demandé con voz grave—, esto es
una biblioteca.
Volví a succionar de ese espacio en particular que
había provocado que la palabra se deslizara sin que
pudiera evitarlo, percibiendo la manera en que su
piel se erizaba y vibraba bajo el tacto.
Me alegraba caer en cuenta de que yo tenía sobre
ella el mismo poder que ejercía sobre mí, en saber
que podía desarmarla igual de sencillo.
874
Pronto, la estancia se volvió más caliente y la
necesidad por ella más insistente, reflejada en el
intolerante tensar de mis pantalones, casi doloroso.
Mi cuerpo exigía contacto, liberación, pero sabía
que debía estar demente si le proponía hacerlo en la
jodida biblioteca.
¿En qué estaba convirtiéndome aquella mujer?
La giré con brusquedad, su espalda y su redondo
trasero encarándome. Sin perder el tiempo, colé una
de mis manos bajo su suéter para bajar la copa de su
sostén y liberar uno de sus pechos; su pequeño
pezón endureciéndose en cuanto lo tuve entre mis
dedos. Mi otra palma viajó hasta posarse en una de
sus bonitas nalgas, estrujándola con fuerza, mientras
frotaba mi miembro contra esa parte tan bien
formada suya. Dios, todo mi control se había ido al
carajo.
Volvió a gemir audiblemente y mordí apenas su
lóbulo.
—Si tengo que pedirte una vez más que te calles,
lo lamentarás—amenacé, pasando mi lengua por el
arco de su oreja, con su cuerpo estrechándose contra
el mío en reacción.
875
—¿Por qué tanta urgencia?—había una risa
escondida en su voz.
—Tu culpa—acuné su
deleitándome con el contacto.
redondo
pecho,
—¿Mi culpa?
—Sí. ¿Cómo pretendes que me mantenga alejado
de ti si vas por ahí pavoneándote con estos
pantalones?—le di un fuerte apretón a su trasero—.
Es imposible hacerlo si te marcan tan bien el bonito
culo que tienes.
Sonrió al tiempo que volvía a girarla y la besaba
con ímpetu renovado, tratando de tomar tanto de ella
como fuera posible en esa situación.
Era increíble la potencia que había entre
nosotros; como la colisión de dos objetos
encontrándose fuertemente, creando una onda
expansiva tan poderosa que dejaba vibrando por el
impacto a los dos cuerpos. Así era como se sentía
estar con ella.
El resistirme a mis deseos terminó pareciéndome
una tarea imposible y la tensión en mis pantalones
inaguantable.
876
—Tócame,
Leah—susurré
ásperamente,
irguiéndome para calibrar su reacción, temeroso de
que tal vez había llevado las cosas demasiado lejos y
estaba pidiendo algo que ella no estaba dispuesta a
conceder, al menos no en ése lugar y no en un
momento como ése.
Entonces, donde otras chicas se hubiesen
ofendido, dado la vuelta para retirarse y parar
aquella locura, Leah se mordió el labio, dirigió sus
manos a la pretina de mi pantalón y deshizo el botón
con decisión, sin vacilar un segundo a la hora de
bajar el cierre y liberar mi turgente miembro, que
para ese punto ya estaba a nada de reventar porque
sus ojos permanecían clavados en los míos, tan
dilatados y abiertos como si quisieran grabar a fuego
cada una de mis reacciones.
Lamió la palma de su mano de una forma tan
erótica que pensé me correría en ese instante. Sus
delgados dedos se cerraron en torno a mi pene y tuve
que tomar aire para no soltar una maldición audible.
Descubrí en ese momento que Leah poseía la
increíble capacidad de reducirme solo a instintos, a
sentidos y percepciones.
Besé su sien al tiempo que daba un apretón
exploratorio a mi falo, familiarizándose con él y
877
tensándome en menos de un segundo cuando su
mano comenzó a moverse sobre él con agilidad.
—Mierda—la maldición cayó de mis labios
incluso antes de que pudiera evitarlo, con mi frente
descansando contra la suya, nuestras respiraciones
combinándose y mis dedos enredándose en la jodida
trenza que ya estaba casi desecha, inspirando de su
aroma mientras sus atenciones encendían al máximo
mis sentidos y ponían al tope mi satisfacción.
Mis caderas se movían acorde a sus caricias,
ondulando al compás de su mano. No era la primera
vez que alguien me hacía una masturbación, pero sí
era la primera vez con Leah y el torrente de
excitación que despertaba en mí era sobrecogedor.
Dejé caer una mano para envolverla sobre la
suya, para guiarla y mostrarle cómo era que me
gustaba que me tocaran; arrastrándola a la cabeza de
mi pene para lubricar con el líquido que no dejaba
de gotear por lo excitado que estaba, antes de
llevarla hasta la base ejerciendo la presión que me
encantaba.
—No sabía que eras un exhibicionista—dijo
mordaz, sin dejar de suministrar sus diestras
atenciones. Me costó un par de segundos registrar lo
878
que había dicho, demasiado ocupado deleitándome
con lo bien que su mano se movía.
Como la buena estudiante que era, aprendió
rápidamente y me desarmó en un par de
movimientos.
—No lo era—cerré los ojos y abrí la boca cuando
dio un certero apretón en una parte sumamente
sensible, antes de clavarlos en ella otra vez—. Tú
me has convertido en uno.
Sonrió con satisfacción y me incliné para
devorarla.
Llevé una de mis manos bajo su blusa para
estrujar uno de sus pechos, con mi respiración
volviéndose cada vez más pesada. Abandoné sus
labios para repartir besos sobre su cuello, sobre el
hombro que había logrado desnudar y percibí el
vibrar de su cuerpo. Adoraba lo reactiva que era.
Ahogué un gemido contra su piel, con mis
caderas moviéndose más rápido. Los dedos de una
mano estrujando con fuerza una de sus nalgas,
mientras la otra se cerraba en torno a su pecho: lo
único sólido a lo que podía sostenerme mientras sus
atenciones amenazaban con derrumbarme.
879
—Para—gruñí, completamente perdido en sus
caricias. Estaba apoyándome casi completamente en
ella, con su corazón latiendo al mismo ritmo errático
que el mío contra su pecho, su garganta—. Voy a
correrme y será un desastre Leah, para.
Un delicioso escalofrío me recorrió el cuerpo
cuando lamió la forma de mi oreja.
—Silencio, esto es una biblioteca—advirtió sin
dejar de bombear mi miembro, con una voz tan
oscura que solo eso fue suficiente para quebrarme.
Levanté su suéter y me corrí justo ahí, fuerte y
duro, vaciándome sobre su abdomen, un quejido
gutural escapándose entre mis apretados dientes, con
mis músculos tensándose y relajándose a la vez y
disfrutando de la satisfacción que me invadía.
Me había dejado vibrando de placer.
Cuando tuve la fortaleza suficiente para
colectarme, Leah jadeaba por aire, con su pesada
respiración uniéndose a la mía, una mano manchada
con mi líquido, mientras que con la otra sostenía su
suéter. Me apresuré a abrochar mis pantalones e
inclinarme para rebuscar en mi mochila, extrayendo
la camiseta del equipo para pasarla sobre sus
880
húmedos dedos y limpiarla, siguiendo con su
abdomen después.
—Te dije que sería un desastre.
—Quería hacer que te corrieras—había una
petulancia sádica en su tono de voz, casi vengativa y
la miré por un segundo antes de seguir limpiándola.
—No sabía que eras una sinvergüenza.
—No lo era, hasta que tú me convertiste en una.
No pude suprimir la sonrisa que se dibujó en mis
labios.
—Te lo compensaré—prometí, bajando su suéter
una vez estuvo seca.
—Estoy segura de que lo harás. ¿Mañana
entonces?
Había un deje de ilusión, pero negué.
—No puedo mañana.
—¿Por qué?—un atisbo de decepción adornando
su tono que no se molestó en ocultar.
—Tengo juego.
Enarcó las cejas.
881
—¿De fútbol?
—De póker—puse los ojos en blanco, sintiendo
un enorme resentimiento hacia Rick por privarme de
disfrutar del festín que era Leah para jugar un puto
juego.
—Oh—su expresión cambió rápidamente—, en
ese caso, voy contigo.
Fruncí el ceño.
—¿Qué? No, estás loca—dije tajante.
—Quiero ir, me pareció bastante entretenido la
última vez.
—No. No es un juego.
—¿Ah no?—se cruzó de brazos y la miré con
exasperación.
—Sabes a lo que me refiero, es peligroso, una
palabra que creo tú no comprendes.
Posó las manos sobre sus caderas, en su típica
faceta autoritaria.
—Iré si me da la gana hacerlo, no necesito de tu
jodido permiso.
—He dicho que no, no tienes nada qué hacer ahí.
882
—Iré contigo o sin ti igual, así que tú eliges.
La fulminé con la mirada. A veces odiaba que
fuera tan terca e intransigente.
—¿Y bien?—insistió cuando no di ninguna
respuesta.
Negué con la cabeza, evaluando cuál sería el peor
escenario al que podríamos enfrentarnos llevándola
conmigo a un lugar tan pútrido como aquél. No
debía tener distracciones, no podía tener mi mente
dispersa en una situación tan complicada como la
que me esperaba, pero la idea de Leah yendo sola—
porque sabía que lo haría si la idea ya se había
plantado en su mente—, era mil veces peor.
—Te veo mañana en mi departamento a las 9—
dije al final con resignación, al tiempo que ella
sonreía triunfal.
—¿Ves? Todo es cuestión de negociar.
—Chantajear, más bien—me crucé de brazos,
sintiéndome más tenso que antes.
No quería exponerla a ese lugar tan radioactivo y
pérfido.
—Eufemismos—hizo un gesto de la mano para
restarle importancia y ambos dimos un respingo
883
cuando escuchamos a alguien aclararse la garganta
al final del pasillo.
La señora Pince nos escudriñaba a través de sus
enormes gafas de botella, tal vez tratando de
adivinar qué hacíamos en la sección más alejada de
la biblioteca.
—¿Necesitan ayuda en algo?—preguntó la
bibliotecaria mirándonos alternadamente.
—No, gracias. Ya hemos terminado—le dediqué
una de mis mejores sonrisas.
Arrugó los labios, escéptica.
—Claro. Esto es una biblioteca, no lo olviden—
acomodó mejor los libros que llevaba en los brazos
como si fueran su gordo y pesado bebé y
desapareció entre los estantes.
Nos miramos, preguntándonos de manera muda
si había alguna posibilidad de que ella pudiera
habernos escuchado o visto.
Terminó de deshacerse la trenza, dejando caer el
cabello azabache sobre su espalda.
—Te veré mañana, ¿de acuerdo?—agotó la
distancia entre nosotros, se puso de puntillas y me
884
besó rápidamente en los labios a modo de despedida
—. Seré puntual, lo prometo.
Desapareció una vez giró en la esquina,
dejándome desconcertado por la naturaleza de su
acción, besándome tan despreocupadamente como si
lo hubiésemos estado haciendo por años.
Lo más alarmante de todo era que, en efecto, se
sentía como algo natural.
Di la última calada al cigarrillo para calmar la
ansiedad que comenzaba a hacer acto de presencia,
retorciendo mis entrañas. Una sensación de
expectación que se presentaba cada vez que tenía un
juego importante—léase trabajo.
Era excitante en la misma medida que estresante.
Pisé la colilla con la suela del zapato, disfrutando
de los últimos vestigios de calidez que transmitía en
esa noche de noviembre y revisando al mismo
tiempo la hora en mi reloj: Leah llegaba, como
siempre, tarde.
Mi celular vibró dentro de mi pantalón,
anunciando el mensaje de Ethan.
885
“Fiesta hoy en casa de Haley. ¿Vienes?” leí una
vez lo extraje.
Me encantaría fue la primero que quise
responder, pero tecleé otra cosa totalmente distinta.
“Juego hoy”
“Lástima. Te perderás del espectáculo”
“¿Cuál espectáculo?”
“El que seguramente dará Jordan cuando esté
ebrio hasta los huevos” no contuve la sonrisa que se
extendió por mi cara al imaginarme tal situación. Tal
vez Leah y Jordan se entendían tan bien porque
ambos eran terribles para beber. “Espero poder
mejorar su humor” añadió luego de un momento.
“A la próxima” escribí sin más.
“Claro. Suerte, amigo”
Le agradecí la consideración, porque era muy
probable que sí la necesitara si el tipo había
resultado ser tan astuto para seguir robando a la casa
de Rick y permanecer invicto.
El estruendo de un portazo me sacó de mis
cavilaciones y levanté la cabeza justo a tiempo para
ver a Leah acercarse, andando a paso despreocupado
por la acera fuera de mi departamento hasta llegar a
886
mi auto, donde
pacientemente.
yo
la
esperaba
recargado
—Llegas tarde—dije una vez la tuve a un palmo
de distancia.
—No puedo ser tan perfecta, ¿o si?—se pasó la
mano por el largo cabello de una manera que resultó
encantadora y jodidamente sensual—. Algún defecto
debo tener.
Bufé, impresionado con su seguridad.
Iba vestida como la novia de un gánster:
pantalones negros ajustándose a sus bonitas piernas,
haciendo contraste con una blusa delgada de
terciopelo color vino que dejaba al descubierto su
cuello, hasta la clavícula y rematando el atuendo con
una chaqueta de cuero negro.
Tuve que obligar a mis ojos a subir hasta su cara,
porque parecían totalmente dispuestos a quedarse
pegados en su cuerpo.
Tenía siempre un tiempo terriblemente difícil a la
hora de resistirme a Leah.
—Vamos a una casa de apuestas, no a una carrera
clandestina de motocicletas—me burlé con los
brazos cruzados sobre el pecho.
887
—No sabía que para ir a una casa de apuestas
debías ir de rigurosa etiqueta.
Sonreí.
—Sube ya, vamos tarde—quité los seguros al
auto mientras ella se montaba del lado del copiloto.
No habíamos recorrido ni siquiera un kilómetro
cuando volvió a hablar.
—¿Puedo poner la música? El silencio en la
trampa mortal que tienes por auto está asfixiándome
—se quejó, al tiempo que yo le dedicaba una mirada
curiosa por el rabillo del ojo.
—¿Trampa mortal?
—Casi nos matas cuando reventó tu llanta,
¿recuerdas?
Ahogué una risa.
—Pero estás viva, no sé de qué te quejas.
—Por poco. Entonces, ¿puedo?—insistió luego
de una pausa.
—Vas a hacerlo igual aunque te diga que no—
respondí con un deje de diversión adornando mi voz.
888
—Muy sabia respuesta—subió el volumen a las
notas de Gwen Stefani cantando al ritmo de The
Sweet Escape.
El cambio de ambiente fue brusco una vez
entramos en el recinto que albergaba el montón de
mesas de apuestas, máquinas y televisiones. La
estancia permanecía cálida y como siempre, sobre
ella pesaba una atmósfera de ligera tensión.
Leah caminó junto a mí mientras saludaba a los
gorilas que custodiaban la entrada con una
inclinación de cabeza y escaneaba el lugar, buscando
ponerle cara al dolor de cabeza de Rick. Sondeé
rápidamente las mesas de póker, tratando de ver más
allá de los tipos ludópatas que se congregaban en
torno a ellas como alcohólicos en la barra de una
cantina.
Creí haber localizado una cara distinta entre los
asistentes habituales en una de las mesas del fondo,
donde George hacía las veces de crupier.
—Mira quién se ha perdido y ha terminado aquí
—la voz de Michael me trajo de vuelta y le
correspondí la sonrisa al tiempo que le palmeaba la
889
espalda, su barba más crecida que la última vez que
había estado ahí.
—Perderme una mierda, hoy juego.
Los ojos avellana de Michael centellaron con
diversión.
—Las cosas en casa se pondrán interesantes
entonces—asentí, y él posó los dedos sobre su barba
—¿Hay mucho dinero en juego hoy?
—Sí—el recordatorio puso a mis entrañas a
retorcerse de nueva cuenta. Estaba a punto de decir
que seguramente era una cantidad muy grande si
Rick había decidido que jugara precisamente hoy,
pero me abstuve cuando me percaté de que había
reparado en mi acompañante.
La miraba embelesado, como lo haría cualquier
puta persona que no fuera ciega.
—Tú sí que te has perdido, muñequita. ¿De qué
aparador te han sacado?
Leah soltó una risita, seguramente complacida
con el halago. Puse los ojos en blanco.
—Viene conmigo—aclaré, antes de que intentara
hacer algo, porque ya podía ver las intenciones que
tenía escritas en la cara.
890
—Por ahora—sonrió de manera felina— ¿Seguro
que ella no entra en el pozo de apuestas? Porque
podría arriesgarme a que me destrozaras en una
partida de póker por esa bonita cara.
—No creo que entraras, el precio de la apuesta
sería demasiado alto—habló Leah por fin, con
Michael mirándome enarcando las cejas,
sorprendido.
—Ya me agrada. Soy Michael, pero tú puedes
llamarme como quieras, muñeca—le extendió la
mano.
—Leah— se presentó, estrechándola con una
sonrisa.
—Un nombre bonito para una chica bonita, muy
adecuado.
Él siguió hablando, pero me desconecté cuando
localicé a Rick entrar a paso rápido a la parte
privada del bar.
—Ahora vuelvo—avisé a Leah, interrumpiendo
las presentaciones.
Asintió apenas, con un atisbo de inseguridad
oscureciendo sus orbes. Tampoco me agradaba la
891
idea de dejarla sola, pero debía hablar con Rick
antes de jugar.
—Yo la cuidaré por ti—se ofreció Michael
sonriendo.
—Más te vale—le di un leve apretón al brazo de
ella antes de dirigirme a la parte final del casino.
Rick se acariciaba la hirsuta barba grisácea
sentado en uno de los sillones de cuero, abstraído en
sus pensamientos.
—Rick—hablé para anunciarme y sus facciones
se contorsionaron en una maliciosa sonrisa cuando
reparó en mí.
—Su alteza decidió honrarnos con su presencia—
saludó con sarcasmo y lo miré con dureza, sin estar
de humor para sus juegos—. Es bueno tenerte en
casa, príncipe. ¿Has visto ya al tipo?
—¿El que está jugando en la mesa de George?
—El mismo—se inclinó en el sillón, serio—. Hay
mucho dinero en casa hoy, así que es muy probable
que el tipo lo apueste todo si sabes cómo envolverlo.
Asentí.
892
—Dejaré que gane un par de veces para generar
confianza.
Rick arrugó los labios, poco convencido.
—Es bueno, Alex. Espero que no se te salga de
las manos esta vez—había una clara advertencia en
sus palabras, que se reflejaba en sus orbes.
—No sucederá—me troné el cuello, percibiendo
la tensión que ya se construía sobre mi espalda.
—Ladrón que roba al ladrón, príncipe—las
comisuras de sus labios se alzaron en una sonrisa
ladina—. Quiero que lo obligues a apostar todo y lo
dejes sin un solo dólar, ¿entendido? No necesito de
esos en mi casa.
—Entiendo.
Hizo un gesto con la cabeza hacia la puerta.
—Ve a hacer lo tuyo, niño.
Le dediqué una última ojeada gélida antes de
entrar a la primera partida.
Cuando salí del anexo donde estaba el privado,
encontré a Leah y Michael frente a los televisores
dispuestos en la sala de apuestas de deportes,
abstraídos en una carrera de caballos.
893
—¿Has apostado?—pregunté a
colocando una mano sobre su cintura.
su
lado,
—Aún no, estamos tratando de decir a cuál
apostar. Creo que me iré por el número 37.
—Cien a uno—respondió Michael a nuestro lado
—, ésta chica no tiene miedo de apostar el todo o
nada.
Fijé mi vista en el televisor, evaluando la carrera.
Estaban en medio de la segunda vuelta de tres, así
que debía hacer su apuesta antes de que
concluyeran, al finalizar ese recorrido. El caballo
que iba a la cabeza era el número 54, un American
Paint que según mi experiencia, solía empezar fuerte
pero terminar en medio del montón. Un principiante
habría apostado por él.
El número 37 era un Quarter Horse, que como su
nombre lo decía, era veloz a la hora de cruzar los
cuatrocientos metros, pero solía perder potencia al
final de la carrera. Era una buena opción,
posiblemente una sugerencia de Michael.
Cuando Leah extrajo su tarjeta para apostar por el
Quarter Horse, detuve su mano.
894
—Apuesta al número 28—sugerí y ambos me
miraron perplejos.
—Está casi al final del montón—apuntó el
castaño, escéptico.
—Es un Árabe, ganará velocidad al final, son los
más resistentes. Las probabilidades dicen que tendrá
buen lugar.
Señalé la tabla de posiciones y predicciones.
Leah me miró dudosa por un instante, antes de
ofrecer su tarjeta para apostar al número que dije.
Permanecimos de pie frente a la pantalla
esperando a que concluyera la última vuelta. Podía
notar la tensión en el cuerpo de Leah y la manera en
que sus dedos golpeaban ansiosos la madera; efectos
secundarios de las apuestas que conocía muy bien.
El número 28 logró ganar velocidad y potencia,
colándose a la cabeza, que estaba precedida por un
alazán American Paint y un Pura Sangre azabache.
En los últimos quinientos metros que lo separaban
de la meta, rebasó al American Paint y se disputó el
primer lugar con el caballo restante.
Percibí el leve temblar del cuerpo de Leah y la
manera en que se mordisqueaba una uña sin
895
atreverse si quiera a parpadear para no perderse un
segundo de la carrera.
Su caballo Árabe defendió el puesto sin
permitirle el paso a ningún otro caballo y cruzó la
meta como un rayo en segundo lugar.
—¡Por Dios!—gritó Leah cubriéndose la boca
con las manos, emocionada.
Había quedado en un buen lugar, así que recibiría
buen dinero.
—Te acabas de llevar cinco mil dólares limpios—
la felicitó Michael, sin que ella perdiera un ápice de
emoción.
—¿Cómo sabías que quedaría en buen lugar?—
preguntó impresionada.
—Experiencia—me
restándole importancia.
encogí
de
hombros,
—Gracias.
—Puedo enseñarte cuando quieras—sonreí—.
Tengo un juego importante y no puedo distraerme o
perder, así que quédate cerca de Michael—me centré
en él—.No la dejes apostar demasiado.
896
—A la orden, capitán—hizo una mala imitación
de un saludo militar.
—Suerte—se acercó para depositar un beso en la
comisura de mis labios que los dejó hormigueando
por más, antes de volver a colectarme.
Asentí y me senté en el puesto libre que había en
la mesa de George.
—Cuánto tiempo—saludó el crupier que conocía
de años—¿Con cuánto juegas hoy?
Evalué a cada uno de los ocupantes de la mesa,
que eran jugadores habituales de la casa, a
excepción de uno: el tipo al que debía vaciar parecía
estar entre los cuarenta y cincuenta años, tenía el
cabello color arena, el inicio de una barba clara y
una mirada mezquina. De un lado de la boca le
atravesaba una cicatriz y su nariz parecía haber sido
operada más de una vez. Reparé en que una de sus
manos temblaba ligeramente cuando la movía.
—Todo—respondí, sin despegar la vista del tipo.
George me entregó la cantidad de fichas
correspondiente e iniciamos la primera partida.
No parecía tener nada de especial, pero a medida
que avanzaba el juego caí en cuenta de que jugando
897
limpiamente, como me había advertido Rick, no
conseguiría nada.
Ganó el primer juego de forma sencilla y rápida,
llevándose el primer monto del pozo de apuestas.
Cuando comenzó el segundo, de los seis
participantes iniciales permanecimos dentro cinco,
aumentando la cantidad de fichas al centro de la
mesa. Logré persuadirlo lo suficiente para confiarse,
igualando mis apuestas a la de los demás sin
evidenciarme.
Una vez estuve seguro que lo había conseguido,
formé mi mano y gané el segundo juego,
llevándome una cantidad mayor.
Al parecer había logrado captar su interés y para
el tercer juego, apostó el triple de lo inicial,
mirándome con atención a medida que avanzaba la
partida para tratar de captar alguna emoción que se
hubiese resbalado por mi rostro de manera
accidental, pero ése era precisamente el elemento
sine qua non para ganar en el póker: la
impasibilidad.
Controlar las emociones bajo presión era algo
difícil; hacerlo en una situación donde no solo tu
898
dinero sino también tu cabeza estaban en riesgo era
casi imposible.
Me costó hacerlo y tuve que cambiar un par de
tácticas, pero gané la tercera partida de manera
consecutiva.
Para la cuarta partida, el tipo se había quitado el
saco y remangado su camisa hasta los codos. Ordenó
un whiskey en las rocas que se bebió de un solo
trago mientras el crupier partía las cartas y se pasaba
la lengua por los labios.
Había logrado ensimismarlo y penetrar en su
seguridad. Lo había encendido.
Permanecimos cuatro hombres en el juego; los
más pudientes cubriendo la alta suma de entrada,
esperando que la suerte estuviera de su lado y
nosotros dos, esperando ser lo suficientemente ágiles
para robar al otro primero.
El tipo era bueno, muy bueno. Sus estrategias
eran distintas a las mías, nuevas y extrañas, así que
me costaba trabajo seguirlo y adivinar sus manos o
sus movimientos.
Él ganó la cuarta partida.
899
—¿Jugarán una quinta?—preguntó
entregándole las fichas al ganador.
George,
—No voy—uno de los hombres se levantó y se
retiró, posiblemente drenado.
El dolor en el culo que era el tipo contó sus
fichas, extasiado y sentí la jodida presión a punto de
reventarme la cabeza.
—Opino que cerremos de manera excepcional—
sugirió, con sus ojos miel brillando con codicia—:
un juego de todo o nada.
Lo miré
posibilidades.
largamente,
contemplando
las
Eso era equivalente a arriesgar doscientos mil
dólares por nada.
No quería hacerlo porque la probabilidad de que
el tiro me saliera por la culata era alta, pero no tenía
opción.
—Acepto—dijo el otro tipo y yo asentí también,
con reticencia.
George repartió las cartas y las entregó con
habilidad. Contemplé mi mano, satisfecho con lo
que había recibido. Era un buen inicio que podría
utilizar a mi favor.
900
Para el tiempo en que hicimos el primer descarte,
ya sentía mi espalda tan tensa como una cuerda.
Estaba tan concentrado tratando de descifrar el
juego de mi contrincante que di un respingo cuando
percibí un par de manos posarse sobre mis hombros.
Levanté la vista y contemplé a Leah, esbozando
una pequeña sonrisa. Me sentí un poco mejor.
—¿Vas o no?—registré la voz de George
dirigiéndose al otro tipo, pero éste parecía haber
abandonado la mesa de juego, porque tenía los ojos
clavados en Leah como si fuera la aparición de la
mismísima Virgen María.
La intensidad con que la escrutaba era tal que me
perturbó sobremanera. Sabía que era una chica
llamativa, pero esa reacción era excesiva.
—Sí—carraspeó, colectándose y descartó.
—¿Subes o igualas?—insistió George.
Se relamió los labios.
—Quiero subir—esbozó una sonrisa maliciosa—
¿Ella no entra en las apuestas?
Tensé la mandíbula. Sabía que algo así podría
pasar.
901
—No—dije rotundo.
—Vamos, hará las cosas más interesantes—se
inclinó sobre la mesa sin dejar de mirarla con un
brillo codicioso iluminando sus orbes—. Podría
ascender… ¿por un beso tal vez?
—No es una cosa que se pueda apostar—escupí,
molesto.
No necesitaba añadir otra piedra a mi saco para
que pesara más sobre mis hombros.
—Acepto—dijo Leah de pronto, sentándose al
borde de la mesa y colocándose el cabello sobre el
hombro con coquetería. Juro que estuve a punto de
explotar y bajarla a rastras del puto centro—. Me
tendrás el resto de la noche si ganas.
El imbécil sonrió con satisfacción.
Tenía. Que. Ser. Una. Puta. Broma.
La acribillé con la mirada cuando sus ojos se
posaron en mí, pero me ignoró y se incorporó de
nueva cuenta.
Ya podía sentir la cólera quemándome la
garganta.
902
Tenía que estar demente aquél hijo de puta para
pensar que yo le permitiría poner un solo dedo sobre
ella.
De ninguna maldita manera.
Permanecer impasible fue tan difícil como
mantenerse a flote en medio de un mar tempestuoso;
en medio de mis tempestivas emociones.
Igualé todas sus apuestas en el resto de los
descartes subsecuentes, con los dientes apretados de
ira, presión y estrés.
Para el final del último descarte, el otro tipo se
retiró y solo quedamos él y yo.
En ese punto no tenía idea de lo que podía
esconder bajo la manga o si lo que yo tenía
preparado fuera suficiente para neutralizarlo, pero
debía arriesgarme e intentarlo, porque ahora no solo
era yo quien estaba en la línea, sino también la
idiota de Leah.
Ascendimos por última vez.
—¿No más apuestas?
Ambos negamos sin dejar de mirarnos con recelo.
903
El corazón me latía fuerte contra el pecho y la
ansiedad recorría mi sistema de una manera en que
no había experimentado en un largo tiempo,
demasiado confiado en mi habilidad para percibirla.
Ahora, esperaba con la misma anticipación que
un principiante.
—Descubran sus cartas, caballeros—pidió
solemnemente el crupier e inhalé por aire,
preparándome para el peor escenario.
La boca se me secó y la sangre se concentró en
mis talones. Jamás me había sentido tan ansioso en
un juego en la vida.
Giró su mano descubriéndola con lentitud y
mostrando una escalera de color.
Estaba verdaderamente impresionado de que
hubiera logrado formarla sin yo haberlo previsto.
Todo mi cuerpo pareció volver a funcionar
cuando dejé caer sobre la mesa la flor imperial que
había logrado plantarle sin que se hubiera percatado.
Palideció y la cólera combinada con sorpresa
inundó sus facciones.
Había ganado, pero por poco.
904
Respiré correctamente por fin.
—Yo gano—me puse en pie y recogí el papel que
me entregaba George, donde se consignaba la
cantidad del premio.
Leah aplaudió alegremente mientras sonreía, pero
la pasé de largo, demasiado enojado para soportar
verla en ese momento.
Fui hasta la barra y le pedí a John un trago
buscando tranquilizar mi agotada mente. Ella
permanecía junto a mí.
—Alex, per…
—Buen juego—ambos nos giramos para
contemplar al idiota, que nos miraba alternadamente
con las manos en los bolsillos—, me has vaciado.
“Ése es mi trabajo” quise responderle, pero me
abstuve.
—El juego es el juego.
Soltó una risita ronca.
—Tenía tiempo sin ver a un angle shooter tan
bueno, me impresionas.
—Gracias.
905
—Deberías compartir conmigo algunas de tus
tácticas. ¿Cómo te llamas?
—Alexander—estreché la mano que me estiraba
con decisión.
Su expresión pareció oscurecerse cuando posó
sus orbes en mi compañera.
—¿Y tú?
—Leah—respondió sin intimidarse.
—Un verdadero placer, Leah. Soy Louis.
Enredé mis dedos con los suyos en reacción,
esperando que me transmitieran tranquilidad o
templanza, porque algo no se sentía bien.
No se sentía nada bien.
¡Feliz miércoles! ¿Me extrañaron?
Subiré pronto.
Disfruten.
Con amor,
KayurkaR.
906
Capítulo 22: Efímero paraíso.
Alexander
El pálpito de la incertidumbre permaneció
perenne, sin amortiguarse ni decrecer.
Era una sensación desagradable que no podía
definir, mucho menos explicar.
Algo sobre ésta persona—sobre Louis me hacía
sentir incómodo. Como la sensación que quedaba
pegada a tu espalda cuando notabas a alguien
siguiéndote por la acera o viéndote de cierta forma
que te provocaba escalofríos.
El póker me había ayudado a desarrollar la
capacidad de leer a las personas y afilado mi
intuición, por lo que obedecía a mis instintos la
mayor parte del tiempo.
Entrelacé mis dedos con los de Leah, apretando
su mano para impedir que se la estrechara. Él
pareció captar el gesto y retiró la palma temblorosa
que pendía en el aire cuando cayó en cuenta que ella
no iba a corresponderle.
907
—Veo que tu chico es un poco posesivo—acotó
mordaz, con una sonrisa que no llegó a consumarse
—. No lo culpo, yo también lo sería.
—No es mi…
—¿Te quedarás a otra partida?—interrumpí,
impaciente porque se alejara de nosotros.
Chasqueó la lengua, considerándolo.
—No, no creo—sonrió y la cicatriz que
atravesaba su cara se arrugó con la acción—. Me has
dejado limpio.
Perfecto. Entre menos tuviera que verlo por ahí,
mejor. Además, ahora que sabía que no era el único
con capacidades para robar dentro de un juego, era
muy probable que no volviera a aparecer por el
lugar. Normalmente no nos gustaba tener
competencia.
—En ese caso, un gus…
—Rick quiere verte, príncipe—me cortó uno de
sus mamuts—. Ahora.
Maldije para mis adentros, barajando mis
opciones: no sabía qué era peor, si llevarla conmigo
a la boca del lobo o dejarla ahí, lista y dispuesta con
aquél tipo tan extraño le pusiera las garras encima.
908
—Ahora vuelvo—opté al final. Le di un último
apretón antes de alejarme, no sin antes dedicarle una
clara mirada de advertencia al hombre.
Lancé una última ojeada detrás de mi espalda
cuando llegamos a la entrada del privado, sin que el
sentimiento de que algo iba mal desapareciera.
“¿Te sientes bien? ¡Reacciona! Estás siendo
paranoico. La chica no es un vegetal ni está
inválida, puede defenderse sola, concéntrate” me
regañó mi consciencia y la obedecí, entrando a paso
seguro al anexo.
Rick tenía a Megan, una de las camareras que
atendían en el bar, sentada sobre el regazo, ella
acariciándole la barba y susurrándose el uno al otro
cosas que jamás querría escuchar, ni aunque mi vida
dependiera de ello.
Me aclaré la garganta con más dramatismo del
necesario, impaciente por volver hasta Leah. Rompí
con la romántica atmósfera y Megan reparó en mí,
sus grandes ojos verdes mirándome con coquetería
antes de retirarse para seguir trabajando.
Rick la observó embelesado alejarse sin perder la
sonrisa de idiota; la escena dándome escalofríos de
la repulsión.
909
—Tu dinero—le entregué el documento donde se
consignaba la suma del premio y su sonrisa pasó de
idiota embelesado a imbécil codicioso—. El tipo
está limpio, como me has pedido.
—No esperaba menos de ti, príncipe—despegó la
vista del papel para mirarme satisfecho—. Sabía que
solo tú podías hacerlo. Los idiotas de Michael y
Gerard lo dejaron irse con más dinero del que
llevaba consigo al entrar. Por un momento creí que a
ti también se te escaparía.
—Me subestimas.
Soltó una risita ronca.
—Veo que sí. ¿Qué te motivó lo suficiente para
no dejarlo ir? Michael me contó que estuviste a nada
de perder, otra vez.
Algo pesado se instaló en la boca de mi estómago
ante el comentario.
“No podía permitir que le pusiera una mano
encima a Leah” fue mi contestación más sincera y
mi consciencia fue rápida en mofarse. “¿No podías
o no querías?”
La respuesta a esa interrogante era la que me
mantenía inquieto. La maldita idiota iba a matarme
910
de un coraje un día de éstos, estaba seguro.
—No quería deberte más dinero—dije en su
lugar, cruzándome de brazos—. Ya eres mucho dolor
en el culo con lo que debo.
Soltó una carcajada profunda con su cara
tornándose roja.
—Me encanta que me debas—negó con diversión
—. Has sido mi mejor inversión, sin duda.
Puse los ojos en blanco, exasperado. Quería salir
de ahí ya.
—¿Y bien? ¿Para qué me llamaste?—inquirí
perdiendo la paciencia y ganando ansiedad por no
estar cerca de aquella arpía.
—Para felicitarte, por supuesto—entrelazó las
manos sobre su barriga—. Y para mostrar mi buena
voluntad con mis jugadores…
—Tus esclavos, querrás decir—lo corregí, pero a
él pareció no hacerle gracia.
—He decidido concederte otra prórroga para que
termines de liquidar tu deuda. Recuerda que el
tiempo se agota y mis consideraciones también.
Permanecí en silencio.
911
—No me gustaría perder a tan buen alfil—su
tono era una clara advertencia. Cambié el peso de un
pie al otro, incómodo. Sabía en dónde terminaría si
no pagaba mis deudas: en un bote de basura a las
afueras de la ciudad con una bala entre los ojos.
—Entiendo.
—Tienes un mes más—declaró—. Si pagas,
comenzarás el próximo año siendo un hombre libre
de deudas—sonrió ampliamente y resistí el impulso
de reventarle de un puñetazo su asquerosa boca.
—¿Eso es todo? ¿Puedo retirarme ya?
Me sentía exhausto por todas las emociones que
rebotaban sin cesar en mi interior.
—Cuánta insistencia—jugó con los vellos de su
barba—. Debes estar impaciente por volver junto a
tu princesita, ¿no es así?
“Joder, allí vamos de nuevo”
Me mantuve impasible, esperando que dejara el
tema si me mostraba desinteresado.
—¿No es la misma chica que vino la última vez
con un amigo tuyo?—sus ojos denotaban curiosidad.
912
Claro que él la recordaría y claro que sabría que
Leah estaría en su casa de apuestas. Era como un ser
omnipresente en ese lugar.
—¿Estás tirándotela?
—A quien me tire no es asunto tuyo, Rick—
espeté ofuscado, aferrándome a los últimos
resquicios de paciencia.
—Tienes razón, me importa un carajo—hizo un
gesto de la mano—, en tanto no te distraigas y sigas
haciendo tu trabajo, por supuesto.
—Que eso no te quite el sueño—respondí
mordaz.
Volvió a reír profundo.
—Niño insolente. Aunque debo reconocer que
tienes un gusto excelente, es preciosa—había un
deje lascivo en su voz y sentí náuseas.
—¿Puedo largarme ya?
—Anda, ve tras tu princesa—concedió—. Te veré
pronto, príncipe.
—Espero que no.
913
Salí para encontrarme a Leah aún en la barra,
compartiendo un vaso de licor con Louis y hablando
animadamente. Una molestia ineludible corrió por
mi sistema al contemplar la escena y llegué hasta
ellos dando zancadas.
Su espalda me encaraba y los ojos de ella se
iluminaron cuando repararon en mí.
—Tenemos que irnos—anuncié una vez estuve a
su lado.
—Usted estaba por irse también, ¿no?—se dirigió
a él con un respeto que no sabía si se merecía.
—Sí. Necesito descansar, no ha sido una buena
noche—clavó sus ojos en mí cuando dijo lo último.
Leah extrajo la cartera de su bolso y colocó un
billete demasiado grande sobre la cuenta de dos
tragos.
—Fue un placer conocerlos a ambos. Tienes
mucha habilidad, muchacho—me tendió la mano y
se la estreché sin dejar de percibir esa molesta
inquietud—. Espero nos encontremos en otra
partida.
“Ojalá y no” rogué.
914
Se concentró en Leah, mirándola de esa manera
que estaba entre la admiración y la curiosidad,
escondiendo algo más.
—Un placer, en verdad—le correspondió el gesto
ésa vez, tomando su mano más de la cuenta y
acariciando el dorso con su pulgar—. También
espero verte otra vez. Es extraño encontrar a alguien
como tú en un lugar como este.
Sus ojos centellaron con algo que no pude definir.
—Claro, puede ser—dijo evasiva, soltándose de
su agarre.
Le dimos la espalda y emprendimos nuestro
camino fuera del casino. Mientras salíamos, miré
sobre mi hombro y lo encontré con su vista clavada
en nosotros.
No pude deshacerme de la sensación de que lo
tenía pegado a mi espalda.
Recorrimos el camino de vuelta a mi
departamento en un silencio sepulcral. Sin Gwen
Stefani, ni Rihanna ni Sam Smith.
915
Sabía que me lanzaba ojeadas de vez en cuando,
pero no estaba de humor para mirarla, o hablarle o
estar en su presencia incluso.
Su acción de ponerse por voluntad propia en el
pozo de apuestas me había hecho enfurecer y lo
último que quería en ese momento era estar con ella.
Sabía que explotaría y me sentía demasiado cansado
para otra pelea campal.
Dejé mi auto en la plaza dispuesta y me encaminé
al interior del complejo.
—Buenas noches—dije sin más, con Bill
abriendo la puerta.
—Alex, espera—escuchaba el repiquetear de sus
tacones cerca, pero no estaba dispuesto a
desgastarme en otra diputa, así que la ignoré y seguí
caminando—. Alex, estoy hablándote. ¡Alex! Joder.
Ella también sabía que no estaba de humor y para
no decir o cometer alguna estupidez, hice oídos
sordos a sus alegatos.
—Buenas noches—su tono de reproche dio un
giro de ciento ochenta grados para transformarse en
uno de amabilidad pura al saludar a Bill y quise
reírme por lo fluctuante que era aquella bruja, de no
estar tan enojado.
916
Llegamos hasta el vestíbulo donde Adam atendía
una llamada tras la recepción y me apresuré a llegar
hasta el ascensor.
—¡Alex!—me tomó del brazo con fuerza para
detener mi andar, girándome para encararla.
Debía tener una mirada de muerte plasmada en el
rostro porque palideció.
—¿Qué?—ladré y toda la sorpresa dio lugar a
hastío.
—Estoy hablándote. No me ignores mientras lo
hago. Yo…
—Largo—estiré el brazo para señalar la salida y
reparé en que Adam, el recepcionista, nos miraba
con una mueca que decía “ahí van esos dos de
nuevo”
Lo último que quería era montar otra escena, así
que me contuve lo mejor posible.
—Y una mierda. No me iré de aquí hasta que me
escuches.
—Que duermas bien mientras esperas afuera
entonces—volví a darle la espalda al tiempo que el
ascensor abría sus puertas y me apresuraba a oprimir
el botón que llevaba al último piso.
917
Fue rápida en colarse antes de que las puertas
terminaran de cerrarse y me enfrentó enarcando una
ceja.
—¿Ésta es tu forma de resolver las cosas? ¿Huir?
—Tú y yo no tenemos nada que resolver—aclaré,
exasperado. Quería ya llegar a mi departamento para
poder cerrarle la puerta en la cara.
—Sí tenemos. Necesito que me escuches.
—Me importa un carajo lo que tú necesites.
—Qué maduro de tu parte, Colbourn.
—Vete a la mierda, McCartney.
Salí del ascensor como una exhalación y me
apresuré a quitar el pestillo de mi departamento.
Leah se abrió paso dentro incluso antes de que yo
me hubiera girado para cerrar la jodida puerta.
—No me iré hasta que me escuches—posó las
manos en sus caderas.
—Nada de lo que digas es algo que me importe
escuchar—le hice una seña con la mano, mientras
que con la otra sostenía la puerta abierta—, largo.
—No.
918
—Leah.
—No—se mantuvo férrea en su lugar, sin
inmutarse y cerré de un portazo.
—Como quieras—estaba por ir a la cocina para
tomar un vaso de agua cuando ella se interpuso en el
camino, su expresión de piedra.
Inhalé con exasperación.
—Sobre lo del casino…—empezó, antes de que
la cortara poniendo una mano enfrente.
—Dije que no me interesa.
—¡Pues lo escucharás igual!—dijo alzando la voz
por fin— ¡Solo fue un incentivo!
—¿Un incentivo? ¿Perdiste la cabeza?—la
fulminé—. Lo primero que te pido que no hagas es
lo primero que haces.
—¡No hice nada!
—¡Sí lo hiciste!—rugí, perdiendo los estribos,
otra vez.
Leah me sacaba de quicio con una facilidad
desorbitante.
919
—¡Te dije que era algo peligroso y de todas
formas vas y te pones sobre la línea!
—Por Dios, era solo un juego.
La miré como si le hubiera salido un tercer ojo.
—Tal vez eres demasiado idiota y tu pequeño
cerebro no alcanza a comprenderlo—dije con
agriedad—, pero es algo peligroso. Por eso no
quería llevarte, pero parece que tú no entiendes lo
que eso significa. ¿Qué? ¿Te gusta estar en
situaciones de peligro? ¿Te da placer? ¿Te excita?
—¡No!—hizo una mueca.
— ¿Entonces por qué mierda pones el culo al
fuego todo el tiempo? Y lo peor es que también me
afectas a mí en el proceso. Te pedí que no me
distrajeras y lo hiciste—vociferé, desembocando
toda mi furia.
—¡Dijiste que era un juego importante y Michael
dijo que estabas perdiendo!—argumentó— ¡Solo
trataba de motivarte!
Di un paso hacia atrás, momentáneamente
impresionado y más furioso que nunca, porque
odiaba que jugaran conmigo.
920
—¿Qué te hace pensar que me importa con quien
te revuelques?—escupí con más veneno del
planeado—. Si lo que quieres es tirarte al hombre
del casino, por mí perfecto. Adelante, no me
importa.
El comentario resultó jodidamente ofensivo en la
misma medida que liberador. Liberador de toda la
tensión, incertidumbre y estrés construidos durante
la partida.
—¡Claro que te importa!—igualó mi tono airado,
componiéndose—. O de lo contrario no estarías tan
furioso por haberme ofrecido. Por eso lo hice.
—¿Porque querías tirártelo?
—¡Porque sabía que no ibas a permitir que me
tocara!
Me sentí expuesto y manipulado.
—Qué autoestima, en verdad—negué, colérico
—. Tal vez debí perder solo para darte una lección.
—No habrías podido—dijo con seguridad—.
Habrías hecho todo para impedirlo.
—Yo no soy tu jodida niñera y cualquier cosa que
hagas tiene consecuencias. Si la cagas, yo no estaré
ahí para limpiar tu desastre—repliqué con severidad.
921
—¡Pero sí estabas!
Había tenido suficiente.
Gruñí con la exasperación ante su terquedad
invadiéndome; con la frustración ante su
incapacidad por ver los peligros que se le
presentaban enfrente llenándome y dejé caer mis
manos a modo de rendición.
—Jódete, Leah.
Le pasé por un lado tratando de llegar a la cocina
y tomar mi vaso de agua por fin, con la sangre
hirviéndome y la mandíbula tensa.
—Alex, no me des la espalda mientras te hablo—
la escuché alegar—. Alex, ¡joder! ¡Qué maduro de
tu parte huir de tus problemas!
La ignoré dando un par de pasos más.
¡Ven y dame la cara!—insistió, iracunda—. No
hemos terminado, no me dejes con las palabras en la
boca. ¡Ignorarme no hará que te sientas mejor!
¡Vuelve aquí y enfréntame!
Entonces, cambié de idea sobre ignorarla y
alejarme, arremetiendo contra ella en su lugar.
¿Quería lidiar con mi enojo? Excelente. La estampé
contra la pared más cercana con rudeza y procedí a
922
comerle la boca, con un suspiro de sorpresa
perdiéndose dentro de la mía.
Inyecté todas mis emociones estrepitosas y
fervientes en la forma de besarla, en la manera en
que mordía su labio y mi lengua se enredaba con la
suya, permitiéndome probar del tenue sabor a
alcohol que se impregnaba en ella.
Había ganado, quería mi jodido premio.
Le quité la chamarra de cuero a punta de tirones y
jalones ciegos, sin dejar de besarla. Presioné mi
cuerpo contra el suyo, privándola del poco aire que
había logrado aspirar antes de eliminar cualquier
rastro de distancia entre nosotros.
Sus manos no se mantuvieron quietas y vagaban
por mi cuello, la curvatura de mi hombro, mis
brazos, peleando con los botones de mi camisa; mis
palmas eran una excelente competencia porque
querían tocar todo de ella a la vez y parecían no ser
suficientes para beberla a través del tacto: estrujé su
trasero, firme y redondo, con una de mis manos
acunando rudamente uno de sus montículos.
Gruñí cuando la pequeña blusa representó un
obstáculo, impidiéndome llegar hasta la piel que
escondía debajo así que envuelto en el mismo
923
torrente e impulsado por el mismo frenesí, rasgué la
delgada prenda para abrirme paso, destrozándola; la
tela colgando inerte entre mis dedos.
Estaría mintiendo si dijera que la acción no fue
satisfactoria.
Leah me miraba con una perfecta mezcla de
sorpresa, perplejidad y deseo. Sus ojos eran tan
oscuros como pozos y su pecho subía y bajaba con
pesadez. Por un momento estuve seguro de que
armaría un escándalo porque de nuevo le había
rasgado la ropa, pero no.
En algún punto se había quitado los zapatos
porque tuve que inclinarme más para besarla, para
llegar hasta su maldita boca. Se estrechó contra mí,
con sus manos trabajando en mi camisa ciegamente
mientras trataba de desabotonarla. Pareció creer que
era el momento perfecto para vengarse, porque la
rompió sin dificultad, con los botones saliendo
disparados a todas partes y acariciando con sus
palmas la nueva piel expuesta, poniendo especial
atención en el tatuaje impreso en mi pecho: la pieza
de rompecabezas que compartíamos.
Volvió a adoptar esa faceta de urgencia y
salvajismo que me volvía loco y hacía a mi cabeza
sentirse más ligera, con la necesidad plasmada en
924
sus movimientos ansiosos por bajarme la camisa de
los hombros, como si estuviera impaciente por
besarme, por tocarme, por sentirme.
Me deshice de su bonito sostén de encaje. Las
caricias no tardaron en convertirse en apretones y
jalones llenos de desesperación y deseo, en frotes y
fricción; nuestros cuerpos y bocas demandando más,
demandando todo y a la vez.
Éramos hueso, carne y fuego.
La levanté sin esfuerzo, con sus piernas
enredándose en torno a mi cintura, empotrándola
contra la pared para que ésta cargara con el resto de
su peso. Era como si acabara de emerger de un
torbellino; jadeaba por recuperar la respiración, sus
pantalones abultados debajo de nosotros, sus bragas
colgando inofensivas de uno de sus tobillos y mis
propias prendas uniéndose a las suyas en el lustroso
piso.
Besó la comisura de mi boca, hundiendo su
cabeza en mi cuello cuando quise encontrarla.
Exhalé pesadamente contra su sien cuando sus
labios formaron un camino sobre mi garganta, mi
cuello y moví mis caderas cuando succionaron ese
espacio entre mi mentón y mi lóbulo.
925
Noté la forma en que su respiración cambió
cuando coloqué mi longitud en su entrada,
volviéndose más corta y pesada, como si se
preparase para recibirme. Tomó aire y me deleité
con la manera en que sus facciones se relajaban y se
convertían en una expresión de placer puro. Entré
lentamente, buscando que engullera y sintiera cada
centímetro de mí que deslizaba dentro.
Ahí estaba de nuevo: el maldito encaje perfecto
de nuestros cuerpos.
Saboreé la sensación de ella envolviéndome,
embalando mi miembro con su húmeda y palpitante
feminidad bajo la excusa de esperar a que se
acostumbrara a mi invasión. Sus brazos y piernas se
cerraron como grilletes en torno a mi espalda y mi
cintura, ajustándose a mí en un agarre de muerte que
dolía un poco pero se disfrutaba mucho.
Dejó escapar un gemido frágil cuando di el
primer embate y para el tiempo en que construí un
ritmo bombeando, desplegando e invadiendo su
interior, ella ya estaba recitando un mantra de
sonidos que iban en escala contra mi oído, formando
la sinfonía más placentera jamás concedida.
Nuestros sexos se topaban sin tregua, de manera
continua y despiadada, con el eco de la piel contra
926
piel inundando la instancia, siendo opacado solo por
la voz de Leah.
Hundí mi cabeza en su cuello y el inicio de sus
pechos para besarlos, succionarlos y morderlos sin
dejar de embestirla, sin dejar de enterrarme en su
interior una y otra y otra vez.
Era como recrear nuestra noche de bodas en Las
Vegas, pero mil veces mejor porque podía sentir todo
más fuerte y ver todo más claro, sin estar bajo los
efectos del alcohol, enteramente consciente;
consciente de Leah pidiendo más, de su cuerpo
resbalándose por la transpiración contra el mío y de
lo mucho que disfrutábamos de esto.
—Deja de hacerme enojar—pedí con voz tensa,
apartándome de su cuello para mirarla a la cara, que
estaba acomodada en una perfecta expresión de
deleite infinito: sus labios partidos para respirar, su
cabeza contra la pared y sus ojos velados por esa
oscuridad hipnótica y fascinante que se presentaba
solo cuando el placer estaba en su punto más álgido.
—Creo… ah—gimió cuando golpeé una parte
particularmente sensible, cerrando los ojos y
estrechándose más contra mí.
927
Había aprendido que Leah no era capaz de
formular oraciones completas ni coherentes durante
el sexo y eso era algo que en definitiva planeaba
usar a mi favor.
—¿Qué pasa?—pregunté con tono oscuro, sin
bajar la intensidad de mis embestidas—¿No puedes
hablar?
—Yo…
—No
te
escucho—estaba
disfrutando
sádicamente de desarmarla, de tenerla a mi merced
— ¿Te gusta? ¿Así?
Volví a arremeter contra esa parte de su vagina
que la privaba de su capacidad de hablar y su
espalda se arqueó contra la pared, con sus tetas
comprimiéndose contra mi pecho.
Carajo, esa visión me hizo terminar por poco.
Logró colectarse lo suficiente para mirarme
directo a los ojos, de manera ardiente y determinada.
—Si esto es lo que pasará después de que te
enojes… oh—aruñó mi espalda e hizo puño mi
cabello—…entonces no veo razón para dejar… para
dejar de hacerte enojar.
928
No pude contener la sonrisa que se extendió por
mi rostro.
Sentí sus piernas tensas en torno a mis caderas,
con su cuerpo resbalándose peligrosamente contra el
mío, así que la solté y dejé sus pies de golpe contra
el suelo, siendo recompensando con una mirada de
inconformidad.
—No te corras aún—la besé antes de que pudiera
protestar—. Date la vuelta.
Hizo una pausa vacilante antes de hacerlo. Su
nívea espalda me encaró, precedida por sus
delicados hombros y rematada con sus preciosas
nalgas. Percibí el vibrar de su cuerpo cuando colé
mis manos al frente hasta acunar sus pechos,
apretarlos y pellizcar sus rosados botones entre mis
dedos.
—Manos en la pared, Leah.
Separé más sus piernas y coloqué mis manos
sobre sus caderas para asirme a algo sólido mientras
mis dientes encontraban la tersa piel de su hombro,
mordiéndolo al tiempo que volvía a entrar en su
interior por detrás. El gemido profundo, largo y
gutural que brotó de su garganta reverberó en su
929
cuerpo, con su cabeza cayendo sobre la curvatura de
mi hombro.
Establecí un ritmo constante, ferviente e
implacable, con sus pies terminando en punta al
final de cada intromisión, nuestro respirar
volviéndose errático mientras el orgasmo se
construía y el placer nos destruía.
¿Qué tenía ella de especial?
Tal vez el coño de Leah era mágico o tal vez ella
era una sirena o una ninfa en secreto, porque lo
había hecho con un sinfín de mujeres anteriormente;
las había tomado y follado de mil maneras distintas,
pero ninguna había provocado ni la milésima parte
de lo que ésa mujer me hacía sentir y eso no podía
ser nada bueno.
Estiró su brazo detrás de sí para tomarme de la
parte trasera de mi cuello, con mi respiración
erizando la piel de su garganta llena de
transpiración; su otra mano subiendo y bajando
sobre la superficie de la pared.
Comprendí en ese instante por qué la gente decía
que el sexo enfadado y duro de reconciliación era
algo bueno—porque joder, lo era, lo era, lo era;
simplemente nunca lo había experimentado. Era la
930
primera vez que sentía la necesidad de reconciliarme
con alguien.
Jadeó fuerte y pronto percibí la manera en que su
cuerpo se tensaba, como una ola formándose en el
océano lista para romperse en la bahía. Los
músculos de su vagina se cerraron en torno a mi
pene y por un momento estuve obligado a detenerme
mientras ella vivía su orgasmo, con su cuerpo entero
vibrando en el proceso.
Tres embestidas más fueron suficientes para que
la misma ola me tomara también y me orillara hasta
uno de los mejores orgasmos de mi puta vida.
Permanecimos así, juntos y encajados esperando
que nuestra mente recuperara su estado de lucidez.
—¿Podemos ordenar comida china?—pidió con
voz ronca y su mejilla pegada a la pared—. Muero
de hambre.
Me deslicé fuera de ella y reí igual que un niño,
sintiéndome ligero. No pude resistir el impulso de
besar su sien porque el comentario resultó tan
inocente y fuera de lugar después de la manera tan
implacable en la que habíamos follado que una ola
de ternura me invadió espontáneamente.
931
—Podemos ordenar lo que tú quieras—susurré
enterrando mi nariz en el cabello de su coronilla.
Leah apareció usando solo mi camiseta negra de
los Patriots, interrumpiendo mi importante tarea de
colocar la bolsa de comida sobre la mesa y
convirtiéndome en un ser un humano con la mitad
de sus funciones trabajando, porque únicamente mis
ojos parecían tener vida para beberla, mientras el
resto de mi cuerpo se paralizaba para contemplarla
embelesado.
Mierda. Inconscientemente deseé tener esa visión
tan estimulante solo para mí y poder disfrutar de ella
todos los malditos días de mi vida. La parte
consciente, sin embargo, me recordó que aquello era
algo imposible.
—¿Has visto mi anillo?—preguntó dejando de
rebuscar entre sus prendas para escanear la estancia.
—¿Cuál anillo?—pregunté
comprender.
a
mi
vez
sin
—Uno que me dio Jordan. Debí haberlo perdido
en… pues… ya sabes—se puso un mechón de
932
cabello tras la oreja para después dirigirse a la mesa
y tomar su cajita de comida.
Puse los ojos en blanco ante la mera mención de
su nombre. “Gracias por arruinar mi buen humor”
pensé con agriedad.
—Ya aparecerá.
Aunque ya estaba rezando a todos los dioses que
conocía porque Vania, mi ama de llaves, lo aspirara
por accidente y se perdiera para siempre.
Acomodó las piernas bajo su cuerpo al sentarse
en mi sofá, mientras separaba los palillos y se
disponía a comer. Levantó la cabeza cuando le tendí
una Hobgoblin Ipa.
—¿Comida china para llevar y cerveza oscura?
Definitivamente la cena más gourmet de mi vida—
sonrió al tiempo que me sentaba también, dejando
una prudente distancia entre nosotros—. Salud.
Chocamos nuestras botellas y dimos un sorbo.
—Siento que no sea comida importada
directamente de china preparada por el chef que le
cocina al Papa—me burlé, empezando a comer—.
Trataré de llenar las expectativas de la princesa la
próxima vez para que sea más romántico.
933
—No estoy quejándome—volvió a sonreír,
tomando un brócoli con los palillos—. Es de lejos la
mejor cena que he tenido en mucho tiempo.
Elevé una ceja ante su proclamación.
—¿Estás diciéndome que prefieres esto a una
cena con un Merlot sobre la punta de la jodida torre
Eiffel y tu novio recitándote poemas de amor al
oído?
Tosió y comenzó a reír.
—Sigo sin entender cómo puedes soportarlo,
mucho menos cómo puede gustarte toda esa mierda.
—No es tan malo—emití un sonido para hacerle
saber que yo estaba en lo correcto—. Lo aprecio, es
dulce. A veces está bien pretender.
Terminé de masticar mi bocado antes de hablar.
—¿Pretender? ¿Pretender qué?
—Que hay algunos hombres que sí harían eso por
ti, que sí te llevarían a la punta de la torre Eiffel por
verte feliz, o al menos eso creo—hizo un mohín—.
Hay algunas mujeres que les gusta pensarlo.
—¿De qué sirve algo así? Solo te engañas a ti
misma haciéndolo, te creas expectativas que no
934
sabes si van a cumplirse y te decepcionas a ti sola
una y otra vez.
—No es tan malo—recalcó.
—¿Entonces eres una romántica?—clavé mis
ojos en los suyos con diversión—¿Prefieres la
poesía al sexo?
Dejó de comer y desvió la mirada, con sus
mejillas tiñéndose de color.
—No soy una romántica, soy una persona
práctica y el romanticismo no es práctico.
—Claro—di un largo sorbo a la cerveza—.
Procuraré recitarte poemas al oído mientras te follo
por detrás la próxima vez.
Soltó una carcajada, larga y profunda con sus
hombros sacudiéndose y una mano sobre su
estómago. No podía negar que me gustaba hacerla
reír porque parecía sumamente relajada y sus ojos
adquirían un bonito color gris claro.
—Eres todo un príncipe azul—se limpió las
lágrimas de risa e inhaló un par de veces para
tranquilizarse—. Que por cierto, no sabía que te
llamaban príncipe en el casino—me miró con
curiosidad—¿Por qué?
935
—¿No me ves? Soy igual a uno.
Enarcó una ceja, escéptica y negó.
—De los talones hacia abajo nada más. Eres un
idiota.
—Pero uno muy guapo—mencioné escarbando
en el contenido de la caja antes de mirarla—.
Niégamelo.
Sus ojos brillaron con una emoción extraña y el
esbozó de una sonrisa jugó en la comisura de sus
labios.
Volvió a negar con la cabeza y se concentró en
comer.
Comimos en un silencio cómodo, hasta que una
interrogante se plantó en mi cabeza.
—¿Qué te dijo Louis?
—¿Quién?—me miró confundida.
—El tipo del casino.
—Oh—frunció el ceño—, no mucho. Fue
educado. Me preguntó si solía frecuentar el lugar y
me dijo un par de veces que tenía un parecido
extraordinario con alguien que él conocía.
936
—¿Un parecido con quién?—inquirí, curioso.
—Ni idea, no me lo dijo—se encogió de hombros
—. Pero fue extraño. Fue como si… no sé, siento
que lo he visto en otro lugar, pero no puedo recordar
dónde.
—¿Tal vez en alguna fiesta de tus padres?
—Tal vez, no lo sé, aunque siento que lo
recordaría—removió la comida en la caja con sus
palillos—. Como sea, ¿por qué era tan importante el
juego?
Me escrutó con duda y me acomodé en el sofá.
—Porque no podía perder, tenía que vaciarlo.
—Lo sé pero, ¿por qué?
Me aclaré la garganta y puse la caja sobre mi
regazo, con el hambre abandonándome de pronto.
—Porque ése es mi trabajo—Leah enarcó las
cejas, en un claro gesto porque explicara más—. Es
parte de mi deuda, ¿recuerdas? Con la que te pedí
que me ayudaras presentándote como mi esposa ante
mi abuelo.
Se giró en el sillón, encarándome por completo.
937
—¿Y juegas para Rick como parte de la deuda?
No pude ocultar la sorpresa que me ocasionó el
que mencionara su nombre.
—¿Cómo sabes eso?
—Fue el nombre que usó el hombretón en el
casino… cuando dijo que Rick quería verte.
Me sentí inquieto ante la cantidad de información
que Leah estaba encontrando y conectando. No
quería que se acercara demasiado.
Asentí rígido.
—¿Y por qué no la liquidas y ya está? No es
como si no tuvieras dinero.
Suspiré, rindiéndome en mi fútil plan por
contestarle solo con evasivas, porque algo de ella me
hacía confiar en su persona, aunque no pudiera
explicar cómo ni por qué.
—Porque retirar cinco millones de mi cuenta de
un día a otro podría alarmar a mis padres, ¿no crees?
—¿Ellos no saben que haces esto?
Negué como si le hubiera crecido otra cabeza.
938
—No, por eso necesito cobrar la herencia cuanto
antes. La condición que mi abuelo impuso es de lo
más ridícula, pero no tengo alternativa.
—¿Y por qué le debes?—su pregunta me hizo
sentir nervioso, pero continuó esperando,
expectante.
Me debatí entre mentirle o decirle la verdad; no
quería que se inmiscuyera más de la cuenta. Al final,
sin embargo, opté por ser sincero.
—Perdí una partida importante. Era una suma
muy grande y la perdí.
—Oh.
Asintió lentamente, asimilando toda la
información y una sensación desagradable se instaló
tensa sobre mis hombros.
—¿Cuándo iremos a Inglaterra?
—Pronto. Tengo solo un mes.
Volvió a asentir, componiéndose rápidamente.
—De acuerdo.
Otro silencio se instaló entre nosotros mientas
volvíamos a comer, pero no era incómodo en
939
absoluto. La incomodidad e incertidumbre que se
percibía al principio de nuestra convivencia había
desaparecido y la presencia de Leah era confortante
y agradable en una manera que solo había logrado
alcanzar con mi madre, Ethan y Sabine.
—Si pudieras tener cualquier cosa en la vida,
¿qué sería?—interrogó de pronto, sacándome de mis
cavilaciones.
La mueca de extrañeza que se plasmó en mi
rostro se deslizó antes de que pudiera evitarlo. A
veces era una chica muy rara.
—Poder
absoluto—respondí
considerarlo unos segundos.
luego
de
Ahora fue ella quien me miró como si le hubiese
dicho que el sueño de mi vida era ser un stripper.
Pero era verdad. Si tuviera que elegir, optaría por
tener el poder de huir de las manos de Rick, de la
relación conflictiva de mis padres y llegar hasta
Vevey en Suiza.
—¿Por qué?
—Porque lo necesitas para realizar cualquier cosa
que tengas en mente.
Tragó, aún desconcertada.
940
—Supongo. Pensé que me dirías algo como…
todo el dinero del mundo u otra de las cosas que
todos dicen. Yo estaba por decirte que quería el
hornito mágico que nunca tuve.
Solté una carcajada ante su ridículo comentario.
—Nunca tuve un tamagotchi y siempre quise uno
—admití, siguiendo su juego.
—Yo tuve tres—alzó la barbilla con suficiencia.
—Presumida—golpeé levemente su rodilla con
mi tenedor—¿Qué querrías tener tú?
Se encogió de hombros.
—No es algo material, pero sí es algo muy cursi
—continuó cuando no dije nada, esperando su
respuesta—. Quiero ver el atardecer en una bahía.
Hice una mueca.
—¿No sabes que aquí en Washington hay bahías?
—Sí lo sé—se removió en el sillón—, pero
siempre están atestadas de gente o está tan nublado
que ni siquiera se aprecia el sol. Una vez acompañé
a mis padres a Mykonos, en Grecia y te juro que
nunca he vuelto a ver un atardecer igual. Supongo
941
que si tuviera que elegir algo en la vida, sería
contemplar algo así una vez más.
Estaba genuinamente sorprendido, porque nunca
imaginé que ella pudiera apreciar tales cosas.
Bufé solo para molestarla.
—¿No decías que no eras una romántica
empedernida?
—¡Cállate! También quisiera tirarme con un
paracaídas, suena muy excitante—rió, dando un
sorbo a su cerveza. Inclinó la cabeza luego de un
momento, mirándome—. Nunca imaginé que
pudieras ser así.
—¿Así cómo?—pregunté curioso.
—Así—me señaló con sus palillos—, relajado,
divertido y entretenido. Siempre pensé que eras un
imbécil.
—¿Y eso ha cambiado?—la desafié, enarcando
una ceja con un deje de broma.
—Bueno, no—admitió y resoplé ante su
respuesta—, pero sí eres diferente. Te encuentro…
agradable.
Callé cuando no encontré nada con qué replicar.
942
—Me refiero a que olvido quien eras o de dónde
vienes por quien eres ahora. Lo recuerdo algunas
veces, pero ya no puedo enojarme contigo por ello.
Me removí incómodo. Estábamos entrando en
terreno inexplorado y peligroso y no sabía cómo
sentirme al respecto.
—Soy la misma persona, con un criterio
diferente. No he hecho nada para ganarme tu agrado
—rebatí con voz monótona.
—Sí lo has hecho, o de lo contrario tú…yo…
nosotros…
—No
debería
agradarte
demasiado—la
interrumpí—. Como dije, mi criterio cambió, pero
sigo siendo la misma persona, sigo siendo
impredecible, cruel, malvado y todas esas cosas de
las cuales tus padres te dicen siempre que te
mantengas alejada.
Para nadie era un secreto que la familia
McCartney nos soportaba tan poco como nosotros a
ellos. Aunque yo comenzaba a tolerar más que bien
a su hija.
Clavó sus ojos en mi, determinados.
943
—Por favor Alex, sálvate el discurso de lástima
personal. Puedo estar cerca de quien yo quiera, yo
tomo mis propias decisiones.
— Eres imposible—sonreí, resignado.
—Tú también.
Me correspondió con calidez y algo se movió en
mi estómago. Debía asustarme el que estuviera
acercándome tanto a alguien con quien debía tener
cuidado, más estando consciente de la situación
inestable y complicada en la que nos encontrábamos,
pero no podía evitarlo; era demasiado bueno y me
hacía sentir demasiado bien para detenerlo, para
terminarlo.
—¿No sabes comer con palillos?—preguntó
luego de un momento, observando mi mano que
sostenía el tenedor con atención.
—No.
—No te creo—parecía divertida y sorprendida
mientras acortaba la distancia entre nosotros,
rozando su brazo contra el mío—. Primera cosa que
yo voy a enseñarte.
Resistí el impulso de sonreír y la miré
embelesado mientras tomaba el otro par de palillos
944
que venía dentro de la bolsa, partiéndolos. Quería
decirle que ya me había enseñado varias cosas, que
gracias a ella comenzaba a entender la importancia
de la determinación, la priorización, la confrontación
y los beneficios de la reconciliación.
Tomé el par que me ofrecía y los sostuve
torpemente entre mis dedos. Me ayudó a
acomodarlos y me mostró la manera en que debía
moverlos para poder comer.
Lo intenté tres veces y las tres veces terminaron
en erupciones de risas de su parte.
—Eres una mala maestra—me burlé, dejándolos
en la mesita y optando de nuevo por mi confiable
tenedor.
—Eres un mal alumno—tomó un pedazo de pollo
con facilidad entre los palillos—¿Cómo es que no
puedes dominarlos si eres tan bueno con tus dedos?
La miré de forma sugerente.
—¿Te gusta lo que hago con mis dedos, Leah?
Pareció sentirse expuesta porque volvió a
sonrojarse y se concentró en la comida que tenía en
la mano.
Me encantaba desconcertarla.
945
—No me refería a eso. Lo digo porque eres
bueno dibujando, haciendo planos y…
—Sabía que tenías fetiches raros desde lo de mi
calcetín—seguí molestándola.
Abrió la boca con fingida indignación.
—Claro, me encanta oler tus calcetines—acotó
con sarcasmo, siguiéndome el juego—. Alimentas
mi fetiche.
Solté una carcajada.
—Además, no sé de qué te quejas si de los dos tú
eres el más raro. Tú eres el que roba mis bragas.
—Soy un ladrón de bragas, ¿no te lo había dicho?
Resopló.
—¿Y para qué las usas? ¿Estás tan enfermo que
las hueles?
—Las uso de antifaz.
La carcajada de diversión pura que brotó de su
garganta reverberó en la estancia.
—¿Qué hice para terminar casada con alguien
como tú?
946
—Algo muy bueno, de seguro—me incliné
rápidamente para comer de sus palillos y quitarle el
pedazo de pollo que mantenía preso entre ellos.
—¡Oye! Ése era mi último pedazo—se quejó,
irguiéndose y buscando ver dentro de mi caja—.
Dame uno tuyo.
—No—la alejé de su alcance cuando estiró el
brazo.
En realidad ya no tenía ninguno, pero quería
molestarla.
—Dame uno, Alex—volví a moverla cuando se
inclinó hacia adelante, con una rodilla enterrada
entre el espacio de mis piernas, estirando su espalda
para alcanzarla.
—Qué lenta, princesa—solté una risita cuando la
quité otra vez, hasta que forcejeamos y terminó
sentada en mi regazo, con sus piernas estiradas sobre
el sofá—. Aunque sabes, podríamos negociar uno.
—¿Ah sí?— un brillo juguetón bailando en sus
pigmentados orbes que había visto poco—¿Y qué
quieres a cambio?
Sus manos rozaron mi pecho a través de la tela de
la camiseta, hasta posarse en mis hombros.
947
—No estoy seguro—respondí con falso
desinterés, aunque mis palmas acariciaban sus
piernas con demasiada posesividad para estar acorde
con mi actuación.
—Estoy segura de que puedes pensar en algo—
susurró hundiendo su cabeza en mi cuello y
recorriendo su longitud con la nariz. Depositó un
beso bajo mi mentón, hasta crear un húmedo y
caliente sendero con sus labios, subiendo hasta mi
oreja. Podía jurar que ella percibía la manera en que
mi corazón había aumentado en tempo.
Coloqué una mano en torno a su cintura, con sus
dedos viajando por la longitud de mis brazos. Moví
la cajita justo a tiempo para alejarla de sus garras,
tomándola de la nuca para detenerla y guiarla hasta
mi boca, estrellando sus labios contra los míos; su
cabello hecho un puño entre mis dedos.
Nos movíamos con perfecta sincronía. Cuando
ella me mordía, yo la mordía de vuelta y en verdad,
al carajo con la última pieza de pollo; esto sabía mil
veces mejor.
Dejé la comida en el reposabrazos. Cerré mis
brazos en torno a su cintura para estrecharla más
contra mí. Sus dedos dejaron mis extremidades para
948
dirigirse al dobladillo de mi camiseta, explorando
curiosos la piel que había debajo.
Sonreí contra sus labios y detuvo sus atenciones,
separándose para mirarme.
—Yo gano—me incliné para volver a besarla,
pero se alejó.
—¿Distraerme con la promesa de sexo para
conseguir la caja?—la diversión llenando mi voz—
Diría bien jugado princesa, pero no.
—Ni siquiera tienes más piezas de pollo.
Estrechó sus ojos y transformó su boca en una
fina línea que sería más delgada de no ser porque sus
labios estaban hinchados.
Reí abiertamente ante su expresión y mi mano se
movió por sí sola, impulsada por la burbuja de
ternura que crecía en mi interior para acariciar su
mejilla con mis nudillos, en un acto que resultó
demasiado afectuoso para no ser revelador.
Sus ojos se iluminaron con una emoción que
nunca antes había contemplado y se llenaron de una
949
suavidad y calidez impropia de ellos cuando me
miraban.
La ola de afecto y apego que nació en mi pecho e
inundó todo a su paso me desconcertó.
Aquello era peligroso, muy, muy peligroso.
Pareció percibir mi incomodidad o la tensión del
momento porque toda la emoción en su cara se
desvaneció. Se puso en pie de un salto aclarándose
la garganta.
—Te ayudaré a limpiar—comenzó recoger todo
en la mesa de centro.
Terminamos la cerveza en la cocina y dejé las
botellas vacías sobre la barra para que Vania se
encargara de ellas en la mañana. Pusimos todo en
bolsas y dentro del cesto correspondiente, esperando
que las cosas se tranquilizaran.
—¿Cuál es el postre?—preguntó a modo de juego
cuando cerré el cesto y la encontré recargada en el
borde la mesa, con sus largas piernas al descubierto
y jugando despreocupadamente con un mechón de
su cabello.
La llamarada de excitación que nació en mi
interior amenazó con incendiarme. Una sonrisa
950
maliciosa se abrió paso por mi rostro mientras me
acercaba a ella.
—Ya está sobre la mesa.
Se giró con curiosidad para contemplar la vacía
superficie de madera y la extrañeza se apoderó de su
semblante cuando me encaró, a un palmo de
distancia.
Había encontrado la solución perfecta para
romper la tensión.
—¿Qué es?—inquirió con inocencia al tiempo
que ejercía presión con mi cuerpo para que se
sentara sobre la madera y me acomodaba entre sus
piernas.
—Tú—acaricié la piel de sus muslos, subiendo
por ellos lentamente hasta llegar al elástico de sus
bragas, que no tardaron en resbalar hasta llegar a sus
tobillos y terminar en el piso.
Adoraba que su respiración cambiara en cuanto
percibía mi tacto.
—Pensé que habría algo más—noté la manera en
que sus orbes cambiaban de gris oscuro a azul
profundo.
951
Encontré el dobladillo de la camiseta y la retiré
con tortuosa lentitud, observando extasiado la piel
que descubría poco a poco, con el tensar dentro de
mis pantalones convirtiéndose en una necesidad
dolorosa e imperante. Alzó los brazos y terminé de
sacarle la prenda por la cabeza; sus ojos centellando
con el hambre desnuda de un animal.
—Comerte a ti suena como un mejor plan.
Su cuerpo era una obra de arte que
definitivamente valía la pena contemplar; que yo
podría contemplar por horas.
Sonrió con picardía y me recibió felizmente,
dándome acceso libre al jodido manjar que ella era,
al festín que era Leah McCartney.
La tomé justo ahí, sobre la mesa, con mis brazos
anclados detrás de sus rodillas para levantar sus
piernas y mantenerlas separadas, abiertas para
recibirme, su espalda deslizándose contra la
superficie al mismo ritmo de mis intromisiones,
haciéndola estremecer.
Quería embriagarme de ella; beberla, tocarla,
besarla hasta hartarme, hasta que ya hubiese
aprendido todas las curvas, lunares y texturas de su
cuerpo, hasta que ya no hubiese nada que despertara
952
mi interés. Pero no podía lograrlo, porque cada
encuentro se sentía como si la tocara por primera
vez. La sensación de curiosidad y satisfacción no
hacían otra cosa que aumentar, que demandar más
de ella, más contacto y menos espacio entre
nosotros.
Era como una droga para mi sistema, porque
cuanto más conocía de Leah, más necesitaba de su
presencia.
Y de nuevo, era peligroso, pero no tenía la
voluntad suficiente para detener el torbellino que
éramos.
Desperté con pesadez cuando noté que alguien se
movía sobre el colchón, hundiéndolo bajo su peso.
Inconscientemente, estiré el brazo buscando el
cuerpo de Leah, que estaba demasiado agotada para
vestirse y se había quedado dormida en mi cama
justo después de decidir que ya tenía que irse.
Descubrí que colapsar encima del otro y dormir
era más sencillo para los huesos cansados.
—¿A dónde vas?—musité cuando enrolló la
sábana en torno a su cuerpo.
953
—A casa, es tarde.
Me giré y reparé en el reloj que tenía sobre el
buró, marcando las 4:31 a.m.
—Son las cuatro y media de la mañana, Leah.
Vuelve aquí.
—Tengo que irme—rebatió con un hilo de voz,
aún sentada al borde de la cama.
Observé el destello de su blanquecina espalda,
iluminada por el hilillo de luz nocturna que se
colaba por las cortinas y sesgaba la penumbra.
No estaba listo para dejarla ir aún.
No quería dejarla ir todavía.
—No te vayas—pedí y la tomé de la muñeca para
tumbarla de nuevo sobre su espalda—. Hace frío.
—Mis padres se alarmarán si se dan cuenta que
no pasé la noche en casa.
—Di que estabas con Edith—susurré enterrando
mi nariz en su cabello, acomodándola junto a mí
para rodear su torso con un brazo y estrecharla
contra mi pecho, hasta que la calidez de su espalda
se transmitió a todo mi cuerpo.
954
—Mmm…—consideró con tono somnoliento
—…suena como un mejor plan.
Entrelazó sus dedos con los que yo tenía sobre su
estómago, abrazándola con firmeza y, aunque el
gesto resultó muy personal, no me desagradó en
absoluto.
Se sentía bien, el tenerla tan cerca. Quizá por la
necesidad de un ente proveedor de calor, o tal vez
por la plenitud que provocaba el saber que encajabas
a la perfección con otro cuerpo en más de un
sentido.
Dormí plácidamente,
asediándome la cabeza.
sin
ningún
problema
Cuando desperté, el sol seguía sin aparecer y
Leah permanecía pegada a mi pecho, con su
acompasado respirar moviendo ligeramente sus
hombros. Nuestras piernas estaban entrelazadas bajo
las sábanas y sus dedos aún enredados entre los
míos.
Era tranquilizante verla dormir.
Retiré el cabello de su hombro y besé su cuello
con perezosa animosidad, solo porque sabía que el
tiempo teniéndola solo para mí se había agotado.
955
Lanzó un quejido de protesta que no tardó en
convertirse en uno de deleite cuando estrujé uno de
sus pechos bajo la sábana.
Sonreí ante el sonido, percibiendo cómo el calor
ya se construía dentro de mí y se manifestaba en la
erección que chocaba contra su espalda baja.
Tomé mi tiempo con su cuerpo, mostrándole los
beneficios del sexo lento, desenfadado, deliberado y
dulce por la mañana. Creé mapas y tracé rutas,
descubriendo tierra nueva. Delineé, tomé, ocupé y
me apoderé, y para el tiempo en que el sol coló sus
primeros rayos de sol en la habitación, había
conquistado cada parte de ella y proclamado como
mía cada parte de cuerpo.
Estaba en la cocina preparando café mientras
Leah terminaba de darse un baño.
Yo también necesitaba uno, urgentemente.
Ducharnos juntos había sido una opción sobre la
mesa, pero sabía que no resistiría las ganas de
tomarla bajo la regadera y mi cuerpo no resistiría
otro round.
Me sentía drenado.
956
Tomé el celular que estaba sobre la barra,
dispuesto a reproducir la docena de vídeos que
Ethan había enviado de la fiesta la noche anterior. Ni
siquiera había presionado el primero cuando un grito
de terror inundó la estancia.
Salí disparado de la cocina esperando encontrar a
Leah con la cabeza partida contra el filo de la mesa
o algo así, pero no.
Vania estaba tiesa de la impresión mirando a mi
compañera, que asía la toalla con desesperación a su
cuerpo para cubrirse, aunque ya estaba más que
cubierta y, por Dios, ¿cuál era la necesidad si ambas
eran mujeres y yo ya la había visto desnuda un
montón de veces?
—Buenos días, se-señorita—tartamudeó Vania,
aún impresionada.
Leah parecía a punto de sufrir un paro cardíaco.
—Buenos días—musitó lo más dignamente
posible en esa situación y tuve que esforzarme por
ahogar una carcajada.
—Señor Colbourn—se giró con todo el
profesionalismo posible—, comenzaré con mis
deberes.
957
—Adelante—dije con fingida condescendencia.
—Su… ropa—se inclinó y le tendió las prendas a
Leah que permanecían echas una bola junto a la
pared donde la había tomado la noche anterior, no
sin antes hacer una mueca por lo que quedaba de la
blusa, que estaba hecha tiras.
Sacudió la cabeza para espabilarse y fue hasta el
cuarto de lavado.
—¡Por Dios!— estaba tan pálida que pensé que
desaparecería—¡Me ha visto!
Me miró atónita ante mi indiferencia.
—¿Cómo que “y”? ¿Y si le dice a tu madre que
he estado aquí?—inquirió alarmada.
—No lo hará. Esa mujer es como mi nana, la
conozco desde siempre. Además, no creo que sepa
quién eres o al menos no creo que lo recuerde.
—¿Y si sí lo recuerda?—insistió, preocupada.
—Guardará el secreto si se lo pido.
Se mordió el labio sin estar convencida, antes de
revisar el resto de su ropa y escanear bajo la mesa.
958
—¿Dónde están mis bragas?—siseó estrechando
los ojos.
—En un lugar seguro—respondí de buen humor,
inclinando la cabeza.
—Regrésamelas.
—No.
Arrugó los labios, molesta.
—No puedo irme sin bragas—se quejó.
—Sí puedes. ¿Qué prefieres, irte sin bragas o sin
camiseta?—inquirí, entretenido en la forma en que
sus ojos se abrían como platos.
—¿No sabes lo que es un intercambio? Te daré
mi camiseta para que no salgas en sostén, es justo
que a cambio me quede con tus bragas.
—¿Las usarás de antifaz?
—Por supuesto—contesté con seriedad y ella rió.
—De acuerdo.
Se giró para ir hasta la habitación y terminar de
vestirse. Reparé en que caminaba extraño, como si
959
estuviera tiesa o entumecida, con las piernas
temblando levemente, como los venadillos recién
nacidos cuando intentan caminar.
Cuando terminó, Vania seguía en el cuarto de
lavado. Asumí que era para darnos privacidad.
Leah permaneció a un palmo de distancia, con el
cabello húmedo pegado a la tela de la chamarra de
cuero, con mi camiseta de los Patriots reemplazando
su destrozada blusa de terciopelo.
—¿Te veré pronto?—preguntó con anhelo,
llenándome de esa ajena calidez de nuevo.
—Cuando quieras.
Sonrió.
—Perfecto—se acercó para besarme rápidamente
en los labios y andar a duras penas hasta la puerta.
—Cuídate, Bambi—me burlé con los brazos
cruzados, recargado en el respaldo de mi sofá.
Me miró sin comprender por un momento, antes
de que el entendimiento iluminara su cara.
—Jódete, Colbourn—parecía divertida—. Te
odio.
960
—El sentimiento es mutuo.
Rió una última vez antes de salir.
—Es una chica muy bonita—habló Vania a mi
lado apareciendo de la nada.
Era la primera vez que mi ama de llaves veía a
una chica en mi departamento. No porque fuera la
primera ocasión en que llevara a una, pero sí en que
conservaba a la chica conmigo el tiempo suficiente
para que la atrapara pululando por el lugar.
—Lo es.
—¿Y es algo serio?—preguntó la vieja mujer con
curiosidad.
Sellé mis labios y fui hasta mi habitación para
darme una ducha, ignorándola.
No porque fuera grosero, sino porque no tenía
una respuesta.
¡Feliz lunes!
Y como estamos en vísperas navideñas y
envueltos en esa vibra de regalar y transmitir
961
cosas bonitas, les dejo un capítulo bonito antes de
la tormenta.
¡No se crean! ¿O tal vez sí?
La verdad, me encantan juntos, así que no voy
a mentir y la cercanía entre ambos es i n e v i t a
b l e, de lo contrario no habría historia, ¿cierto?
¿Qué les pareció?
¿Les está gustando?
¡Regálenme eso de Navidad! Muero por saber.
Pasen una excelente navidad en presencia de
todos sus seres queridos y leyendo mucho,
mucho.
Disfruten.
Con amor,
KayurkaR.
962
Capítulo 23: Descubrimientos.
Leah
Entré a casa cerciorándome que la sala del
recibidor estuviera desierta. Cerré la puerta con
suma delicadeza hasta escuchar el clic de los goznes
y, con la gracia de un elefante caminando en
tacones, forcé a mis entumecidas y dolorida piernas
a recorrer el camino hasta la cocina para comer algo.
Eso de escabullirse por mi propia casa se estaba
convirtiendo en una fea costumbre.
Los alegatos de mi estómago no dejaban de
recordarme que la actividad física de las últimas
horas había quemado todas las calorías que había
consumido, en conjunto con mis energías.
Llegué a la cocina y abrí el refrigerador con una
sonrisa de idiota plasmada en el rostro. No iba a
quejarme, por supuesto; se estaba convirtiendo en mi
ejercicio físico favorito.
Abstraída, tomé la caja de zarzamoras que se
asomaba en uno de los estantes y engullí la primera
con apetito, la segunda y tercera igual, dejándolas
sobre la barra.
963
—Deberías decirle que no sea tan rudo contigo,
no se trata de dejarte inválida.
Tardé dos segundos en salir de mi estupor y otro
más en enfocar a Erik sentado en la pequeña mesa
que había en la cocina, con un montón de papeles
sobre la superficie y una taza a un costado.
—¿Qué?—inquirí con una sonrisa y caminando
lo más natural posible para sentarme junto a él, feliz
por tenerlo en casa.
Negó, divertido y volví a centrarme en calmar los
alegatos del hambre.
—No sabía que Jordan era fan de los Patriots. Por
las veces que hemos visto partidos juntos, pensé que
era más afín a otros equipos—señaló la camiseta que
vestía bajo la chaqueta de cuero.
—¿Jordan?—la pregunta salió de mi boca incluso
antes de que pudiera detenerla. Lo miré con
extrañeza, antes de que él enarcara las cejas sin
comprender—. Oh, oh, sí—reí nerviosamente,
reparando en la metida de pata tan grande que casi
cometía—. No lo sé, supongo que lo es.
Continuó escudriñándome de manera extraña,
hasta que hizo un mohín.
964
—Lo invitaré a uno de sus partidos la próxima
vez entonces.
—Claro—dije con la zarzamora a mitad de
camino de mi boca, rogando para mis adentros que
Jordan en efecto fuera fan de los Patriots—
¿Dormiste aquí ayer?
—Sí, a diferencia de ti—se mofó y le hice una
mueca burlesca.
—¿Por qué? ¿No deberías estar con Claire?
—Está con sus padres afinando los últimos
detalles que le corresponden de la fiesta de
compromiso y yo estoy haciendo lo mismo—señaló
con un gesto de la mano el montón de facturas y
papeleo que estaba desperdigado sobre la mesa—.
No tiene caso estar en el departamento si ella no
está, no me gusta estar solo.
—Son tan cursis—dije mordaz, molestándolo
como hacía siempre que estábamos juntos—,
parecen siameses.
—Por favor, poco falta para que Jordan y tú
compartan la taza del baño.
—Eres asqueroso—abrí la boca con falsa
indignación, dándole un golpe en el hombro a su vez
965
y él riendo en reacción— ¿Y qué se supone que
haces?
—Estoy verificando que se hayan enviado todas
las invitaciones a tiempo a mi lista de invitados. La
fiesta es en cuatro días y ya tengo suficiente con
mamá diciendo que ajuste todo para recibir a las
visitas y te juro que si papá me dice una vez que
verifique el papeleo de contratación voy a volverme
loco.
Reí. Nuestros padres eran así, siempre con una
perfección y precaución que rozaba la paranoia.
Tomé algunos de los papeles desperdigados sobre
la mesa y analicé la lista de invitados pasando las
hojas.
—Más que una fiesta de compromiso parece
concierto. ¿Dónde planean meter a tantas personas?
Mi hermano se rascó la cabeza con pereza. Tenía
el cabello oscuro alborotado y aún vestía una
camiseta blanca con pantalones de pijama.
—Escogimos el Four Seasons precisamente por
eso. El hotel tiene un salón de eventos enorme y…
Dejé de escucharlo cuando caí en cuenta de que
la familia Colbourn también estaba en la lista.
966
—¿Invitaste a los Colbourn?—lo interrumpí,
impresionada y curiosa.
—No, no fui yo. Fue Arthur.
Me mordí el interior de la mejilla.
—Es muy amigo de esa familia y no quiero tener
problemas con mi suegro por eso.
—Tu futuro suegro—lo corregí, divertida y
sonrió, porque todos sabíamos que Erik y Claire ya
eran como un matrimonio.
—Como sea, no sé si asistirán, Byron no ha
confirmado, y en caso de que decidieran hacerlo, no
creo topárnoslos, para tranquilidad de nuestros
padres. El salón es enorme.
“Yo sí quiero topármelos. A uno de ellos, al
menos” deseé internamente y una anticipación nació
en la boca de mi estómago.
Me percaté, de manera repentina e inevitable, que
comenzaba a sentir más cosas por Alexander
Colbourn de las que debería permitir, o de las que
deberían nacer de una relación de simples amantes.
La mayor parte de mi tiempo y mis pensamientos
estaban ocupados por él, o por mí esperando que él
los ocupara.
967
Era peligroso, arriesgado y demencial, pero no
había nada que yo pudiera hacer para detener la
manera en que me sentía, así que seguía caminando
por el mismo sendero, cayendo lentamente. Era
ahora un triste hecho de mi vida que me gustaba
aquél imbécil, tal vez, más de la cuenta. Mis amigos
probablemente entrarían en estado catatónico por la
impresión; Edith se desmayaría y Jordan treparía por
las paredes si se enteraba de lo que sentía por su
amigo. Alex haría un comentario sarcástico al
respecto y se reiría en mi cara, ya podía imaginarlo.
Era una verdad notoria que no iba a irse por más
que la ignorara, así que tendría que lidiar con ella,
impedir que creciera más y esperar a que
desapareciera cuando me hartara de follar con él.
—Eso espero—mentí y apreté su mano— ¿Estás
nervioso?
Mi hermano frunció el ceño y soltó una risita que
me daba la afirmación.
—La idea del matrimonio me pone nervioso—
confesó—, pero imagino que no es la gran cosa, es
solo una etiqueta. Para cuando tú te cases,
hermanita, te habré contado mi experiencia sobre
ello.
968
Estiró el brazo y me acarició la mejilla con sus
nudillos fugazmente. “¿Y si mejor yo te cuento la
mía?” La idea de contarle sobre la maraña de
emociones que tenía dentro me asaltó, desesperada
por orientación y apoyo. Abrí la boca para comenzar
con el vómito verbal antes de que la lucidez
volviera.
—Erik yo…
—Buenos días—mamá apareció en la cocina con
su bata sobre el brazo y una cansada sonrisa,
interrumpiéndome y salvándome de cometer otra
estupidez.
Dejó su bata sobre una silla y se inclinó para
depositar un beso sobre mi coronilla y la de Erik.
—¿Tuviste operación ayer?—pregunté al tiempo
que mamá engullía una zarzamora. Su aroma a
jazmín se combinaba con el antiséptico.
—Sí, dieciséis horas.
Erik hizo una mueca.
Mamá era la directora de uno de los mejores
hospitales de la ciudad, tal vez del país, y también la
jefa de cirugías pediátricas. Su agenda estaba
siempre ocupada, porque nunca, nunca negaba su
969
ayuda a nadie; hacía al menos dos operaciones a la
semana gratuitas para personas de escasos recursos y
nos decía siempre que la solidaridad era lo más
importante, porque el que nosotros tuviésemos todo,
solo significaba que teníamos más para dar.
La admiraba muchísimo, por todo lo que era y
había forjado por sí misma. Admiraba su bondad y
su sencillez, un completo contraste con la mayoría
de las mujeres de éste círculo, que solo sabían
competir y pedir más; usar más, comprar más,
presumir más.
—¿Dónde dormiste tú?—acarició mi cabello y
tosí—. Leí apenas un mensaje de tu padre
preguntando si sabía dónde estabas.
Mi hermano me lanzó una mirada cómplice.
—Con Edith—usé la misma mentira de siempre.
—Leah estaba contándome que tuvieron una
pijamada muy entretenida—Erik recalcó la última
palabra y estreché los ojos—. Que estuvo tan bien
que no durmieron en toda la noche, por eso está
agotada.
—¿En serio?
970
—Me encantaría tener pijamadas tan agotadoras
como las de mi hermana—deslizó una sonrisa felina
por su rostro.
Le lancé una advertencia muda para que se
detuviera. Todo el tiempo hacía lo mismo para
molestarme.
—Me alegro—dijo mamá y el suspiro de alivio
que estaba por emitir se atoró en mi garganta cuando
posó sus manos sobre mis hombros—. Espero que
estés cuidándote, Leah. No quiero…
—¡Mamá!—la interrumpí, sintiendo mis mejillas
arder.
Erik ahogó una carcajada.
—¿Tengo que explicarte lo de los métodos
anticonceptivos de nuevo?
—¡No!
Ya había pasado por esa situación tan vergonzosa
a los doce, no quería repetirla, aunque mamá se
había encargado de prevenirnos y prepararnos en el
tema desde un enfoque meramente clínico.
Sin embargo, eso jamás le restó incomodidad al
asunto, mucho menos cuando nos enseñó cómo
poner un condón.
971
—De acuerdo—dijo con recelo y cubrí mi cara
con las manos— ¿Has hecho ya los preparativos en
las habitaciones de huéspedes?
Mi hermano suspiró y me descubrí el rostro a
tiempo para captar la frase de te lo dije que adornaba
sus facciones.
—Ana ya
habitaciones.
está
preparando
las
últimas
—¿Cuándo llegan?
—A partir de mañana—respondieron al unísono.
Suspiré y me dejé caer en la silla, derrotada,
preparándome para olvidarme de la paz que reinaba
en casa.
—¿Por qué estás tan feliz?—preguntó Edith en
un susurro a mitad de la clase de la señora Molina,
luego de hartarse de poner su nombre sobre la libreta
con todas las caligrafías que conocía.
—¿De qué hablas? Estoy actuando como
siempre. Siempre estoy feliz.
Bufó.
972
—Claro que no, siempre tienes cara de querer
matarnos a todos y ahora no puedes dejar de sonreír
como idiota—reí levemente para no irrumpir la
monótona atmósfera que se cernía sobre el aula—
¿Qué, ya te están cogiendo propiamente?
—¡Edith!—la reprendí con tono demasiado
elevado porque me gané una mirada de advertencia
de la profesora que leía un libro.
Nos separamos por unos segundos, hasta que
volví a inclinarme hacia ella.
—No todo tiene que ver con eso.
—No, pero sí ayuda bastante. Tengo que darle
una medalla a Jordan si ha logrado que tu humor
mejore tanto.
Negué, cruzándome de brazos.
—Estoy feliz porque mi familia llegará pronto,
algunos hoy—expliqué, para ocultar el hecho de que
en efecto, parte de mi felicidad se debía al fin de
semana que había pasado con Alexander.
—¿Por la fiesta de compromiso de tu hermano?
—asentí.
—¿Irás, verdad?
973
—De negro.
—¿Por qué de negro?—la miré con extrañeza.
—Estoy de luto.
—¿Qué? ¿Por qué?—susurré alarmada.
—Porque mis oportunidades de conquistar a tu
hermano han muerto oficialmente—fingió limpiarse
una lágrima imaginaria con dramatismo y puse los
ojos en blanco.
—Eres
diversión.
una
idiota—el
insulto
tildado
de
—¿Crees que a tu hermano Damen le gusten
mayores, cuñada?
—Aparte de idiota, enferma—me dio un
golpecito en el hombro, fingiendo estar ofendida y
ambas reímos.
La señora Molina carraspeó como un tractor
frente a nuestro escritorio, provocando que nos
atragantáramos con nuestras risas.
—¿Les importaría compartir el chiste con el resto
de la clase?—demandó con voz férrea.
974
Ninguna dijo nada y Edith pasó el resto de la hora
leyendo en voz alta hasta que quedó afónica.
—Cariño—Jordan besó mi frente para saludarme
después de clases y recibí de buena gana el familiar
gesto, aunque el contacto tierno resultó insuficiente
en comparación al viaje arrebatador por el que
siempre lograba arrastrarme Alexander cuando me
besaba.
—Se siente culpable—rió Ethan junto a Edith
bajo el portal, a uno pasos de nosotros.
—¿Por qué?—inquirí entrelazando mis dedos con
los suyos.
—El fin de semana bebió hasta que terminó
hablando en ruso.
—¿Hablas ruso?—Edith
impresionada.
enarcó
las
cejas,
—No.
—Tu hombre tiene habilidades ocultas, Leah.
Puede que los rusos lo recluten.
Todos soltamos una risa.
975
—¿Cómo volvieron a casa?—miré a Jordan. Creí
percibir tensión en su cuerpo, antes de relajarse otra
vez.
—Conduciendo. Sobre Jordan no tengo idea
porque desapareció—frunció el ceño al mismo
tiempo que yo lo hacía y ambos fijamos nuestros
ojos en él—. Estaba tan borracho que olvidé
llamarte. ¿Cómo llegaste a casa?
—Alguien me llevó.
—Alguien que estaba en la fiesta y se apiadó de
mí—dijo desinteresado.
Estreché los ojos, con recelo.
—¿Tú qué hiciste?—acarició la forma de mi cara
suavemente con el índice—. Pensé que me
acompañarías a la fiesta.
Me tensé en reacción también.
“Follarme a tu amigo hasta quedar devastada”
contestó mi consciencia por mí y la piedra de la
culpa volvió a oprimirme el corazón, aunque ya no
pesaba tanto como antes.
976
—Me quedé en casa ayudando a mi hermano con
los preparativos de su fiesta de compromiso—mentí
impregnando mi voz de toda la convicción posible
—. Para el final, estaba tan agotada que olvidé
llamarte.
Evaluó mi rostro, como si estuviera buscando la
mentira plasmada en él. Sonreí incómoda.
—¿Cuándo es la fiesta?
—En tres días. De hecho tengo tu…—extraje la
invitación de mi bolso y se la tendí para que la
tomara. Estaba por hacerlo cuando nos
interrumpieron.
—Jordan—otra voz fuera de nuestro círculo
habló y me giré para observar a la chica que lo
llamaba, a unos metros de nosotros.
Él se alejó de mi lado para ir hasta ella,
dejándome con la invitación pendiendo en el aire y
quedando apenas en el borde de lo que yo
consideraba una distancia cordial para dos colegas—
o extraños.
La chica le sonrió ampliamente cuando lo tuvo
por fin cerca y le tendió un cuaderno.
977
—Gracias, ya necesitaba estar al corriente en
clase del señor Robins.
—Cuando quieras—él le correspondió el gesto,
sus ojos arrugándose con la brillante y amable
sonrisa que le dedicó a la mujer de cabello castaño y
ojos color avellana, la cara salpicada de pecas—. Es
una clase difícil, así que puedo ayudarte en cualquier
cosa que necesites.
—En verdad que sí—soltó una risita nerviosa,
colocándose el cabello tras la oreja—. Creo que te
tomaré la palabra y volveré a buscarte. Ocupo toda
la ayuda posible en esa clase.
—Será un placer—respondió con un tono amable
que rozaba algo más.
Enarqué las cejas cuando ella no perdió la sonrisa
de idiota.
Pareció recordar por fin que yo existía y estaba
ahí—que nosotros estábamos ahí. Se aclaró la
garganta y se centró en nuestra dirección.
—Lo siento—se disculpó por su descortesía—.
Ellos son mis amigos, Ethan, Edith—los señaló a
cada uno hasta que volvió a posarse a mi lado,
tomándome de la mano—, y ella es Leah, mi novia.
Chicos, ella es Grace.
978
La sonrisa de ella pareció desvanecerse en la
misma medida que yo extendía la mía, por la mera
satisfacción de recalcarle que era mío y yo era
mejor.
—La conocí en la fiesta el fin de semana y resulta
que tenemos una clase en común.
—Un gusto—la dureza asaltando ahora sus
delicadas facciones, sin quitarme la mirada de
encima, escaneándome.
—Igualmente—dijimos todos al unísono.
Un denso silencio cayó después de las
presentaciones, incómodo por varios segundos, hasta
que la chica volvió a hablar.
—De acuerdo, debo irme—se disculpó y la
dureza de su rostro se suavizó cuando posó los ojos
en Jordan, llenándose de anhelo—. Te veré en clase
mañana.
Él volvió a sonreírle de esa forma que mostraba
más que amabilidad.
—Por supuesto.
Me dedicó una última ojeada de desagrado mal
disimulado antes de dar la vuelta y andar por el
pasillo.
979
También había disimulado mal el hecho de que le
gustaba mi novio. No, corrección, ni siquiera se
había molestado en disimularlo. Era tan obvio con
esa sonrisa de idiota y esos ojos de perrito
ilusionado que solo le faltó menear la cola y tenerlo
escrito en la frente con un marcador.
La oleada natural de celos me inundó, pero no
fue tan grande como habría esperado y se
desvaneció casi tan rápido como apareció,
desconcertándome sobremanera. Lo único que podía
percibir con insistencia era el cosquilleo de malestar
por la forma tan descarada con la que me había
evaluado, nada más. El sentimiento de satisfacción
por recalcarle que era mío estaba más relacionado
con mi orgullo y mi vanidad, en restregarle que yo
era mejor.
El conocerla me dejó una sensación desagradable
en el cuerpo y la interrogante de si yo miraba a
Alexander de la misma manera embelesada en que
Grace había mirado a Jordan. Un escalofrío me
recorrió ante la perspectiva.
—Aquí viene una escena—escuché de pronto a
Ethan.
—Dime que tienes las palomitas—le siguió la
corriente Edith, a su lado—. Te apuesto cien dólares
980
a que Leah limpia el piso con él.
—Trato hecho—se estrecharon la mano—.
Luces, cámara, ¡acción!
Yo inspiré algunas veces para no reírme
histéricamente ante el nuevo descubrimiento de que
no era una novia normal. ¿Cómo era posible que no
sintiera celos hacia Jordan si lo había hecho por
años?
Él me miró expectante, casi esperanzado.
—No le agrado a tu amiguita—fue lo único que
salió.
—¿Te molesta?
Podía escuchar a Edith e Ethan cuchichear. Hice
un mohín.
“No lo sé”
—Tú sabes lo que haces— la sombra de la
decepción tiñó fugazmente sus vibrantes ojos miel.
Se compuso y me sonrió de una forma distinta a
la de Grace.
—Claro que lo sé—me rodeó los hombros y me
estrechó contra él.
981
Esperé a que el sentimiento de celos aumentara
de intensidad el resto del día, pero nunca ocurrió.
—¡Ali!—Nina, mi tía, le echó los brazos al cuello
a mi madre en cuanto la tuvo enfrente, ignorando
por completo a papá, a pesar de que estaba al lado
suyo, logrando que pusiera los ojos en blanco—
¡Estoy tan feliz de verte por fin! Siento que han
pasado siglos desde la última vez que nos vimos,
aunque ha sido solo un año. ¿Lo puedes creer? El
tiempo parece pasar el doble de rápido al otro lado
del mundo, no sabes lo emocionada que estoy por
volver, por verlos, por estar aquí y…
—Nina—la detuvo papá, interrumpiendo su
perorata—, quiero conservar a mi esposa. La estás
asfixiando.
Dejó a mamá para saltar sobre él con la misma
efusividad.
—También te extrañé a ti, anciano. La edad hace
que te vuelvas más amargado, ¿a que sí, Ali?
Mamá soltó una risita al tiempo que mi tía lo
soltaba para ir hasta Erik y hacer lo mismo,
susurrándole un discurso al oído sobre lo feliz que
982
estaba sobre su próximo matrimonio, por su
excelente elección de esposa, por su aparición en
Forbes como mejor empresario joven del año e
insistiendo en que ella quería planear la despedida
de soltera de Claire.
Mis padres dieron un rotundo no ante la petición.
—¡Pero si estás enorme!—chilló al ver a Damen,
tan fuerte que estuvo a punto de dejarlo sordo y
arrancarle las mejillas por la forma casi violenta de
pellizcarlas—. Mírate, hace apenas un año te vi y ya
eres todo un hombre, por Dios, creo que la ropa
típica que te traje de Etiopía no va a quedarte ni en
una pierna, qué lástima en verdad porque me moría
por ver a mi pequeño usando tap…
—También te extrañé, tía—logró articular mi
hermano menor contra su pecho con el último
aliento.
No podía creer que papá y ella fueran hermanos.
Me preparé para la fuerza bruta con la que me
envolvió cuando llegó hasta mí, aplastándome,
haciéndome crujir la espalda y privando de todo el
aire a mis pulmones.
—Mi pequeña—le correspondí el gesto,
sonriendo. Me soltó luego de lo que pareció una
983
eternidad y posó sus manos sobre mis hombros—.
Te traje un montón de joyas de los países que visité
en África. Tienen las gemas más bellas que he visto
en mi vida, brillan como no tienes una idea y si tú lo
usas no quiero ni imaginar todas las miradas de
admiración que generarás. Eres tan preciosa como
ellas.
—Gracias.
Nos miró a los tres con orgullo y amor infinito,
como si quisiera tenernos entre sus brazos a todos
por siempre.
Ella no se casó. Nunca entendí por qué, si era la
persona más carismática y dulce del mundo, además
de tener la característica belleza fría de los
McCartney, como si sus facciones estuviesen
esculpidas por el mismo Miguel Ángel en piedra.
Compartía con ella y papá el color enigmático e
indefinible de ojos, un atributo que resultaba muy
atrayente.
Supuse que su reticencia al matrimonio se debía
que Nina era una persona con un espíritu demasiado
libre para estar atada a normas tan tradiciones como
el matrimonio. Si había tenido novios o amantes a lo
largo de su vida, no tenía idea.
984
Tal vez el amor de una pareja no era algo que
necesitara mientras nos tuviera a nosotros, que nos
quería como sus hijos, y a sus miles y miles de
amigos que había hecho alrededor de la Tierra en sus
interminables viajes.
—Creo que domar cebras en África te dejó más
loca que antes—se burló papá y mi tía le hizo una
mueca.
—Loca siempre he estado, no culpes a las cebras
—nos guiñó un ojo y fuimos hasta la sala para
ponernos al día.
No queríamos perdernos una sola de las
aventuras de nuestro propio Indiana Jones.
Tarde ese mismo día, Santiago, mi tío, me alzaba
por los aires en un cálido abrazo de oso como solo él
sabía darlo, acomodando mi columna con la fuerza
aplastante con la que me estrechó contra sí.
Su esposa, Tamara, no tardó en llegar hasta mí,
abrazarme y llenarme la cara de besos al veme.
Parecía como si no nos hubiésemos visto en años y
en realidad había estado en casa tan solo cinco
meses atrás.
985
Había aprendido a lo largo de los años que mamá
y Tamara no podían estar mucho tiempo separadas,
por ello, enterarme de que no eran parientes de
sangre fue un completo shock para mí.
Su lazo era tal que, según recordaba, papá le
había ofrecido un millón de veces a Santiago un
buen puesto en su empresa, con el afán de que se
mudaran desde California hasta acá solo para tener a
mamá contenta. Siempre lo rechazó y lo seguía
haciendo cada vez que se lo proponía; decía que
estar en una oficina no era lo suyo y no se sentía
cómodo en absoluto, así que prefería administrar el
restaurante de comida chilena que él y su esposa
habían puesto en su lugar de residencia y que se
expandía cada vez más.
Sabía que habían vivido juntas desde que eran
muy jóvenes, pero no más. Había muchas cosas
sobre la vida de mi madre que no comprendía y
mucho menos sabía. Algunos temas sobre los que le
había preguntado a lo largo de los años—como su
familia, mis abuelos y su forma de conocer a la tía
Tamara, eran respondidos con vaguedad o no
contestados en absoluto. Era muy buena para desviar
la conversación.
986
Sacarle algo relacionado con eso a papá era lo
mismo que intentar sacar agua de una piedra.
A veces era frustrante el no tener respuestas.
Volví a concentrarme en el bullicio que se
construía en casa cuando Isabelle, la hija de Tamara
y Santiago me abrazó. Sonrió cálidamente, con
hoyuelos formándose en sus mejillas y me sentí feliz
de tenerla de vuelta en casa.
Tenía los ojos somnolientos de su madre, la
sonrisa fácil de su padre, una larga cabellera castaña
y unas marcadas curvas herencia de la ascendencia
latina de Santiago. Nos habíamos entendido bien a
pesar de que yo era cuatro años mayor que ella; era
la hermana menor que nunca tuve.
—Es bueno tenerlos de vuelta en casa.
—Si por mamá fuera, jamás se iría—rió Isabelle.
—Y que lo digas, mamá ya estaba teniendo su
ataque de abstinencia por no ver a mi tía.
Observamos cómo comenzaban a charlar sin
parar, olvidándose del resto del mundo. Nina, mi
padre y Santiago tenían su propio debate.
—¿Sabes en qué habitación dormiré?—preguntó
tímidamente.
987
—Conmigo, como siempre—le pasé un brazo por
los hombros y la estreché contra mí.
El desfile de visitas en casa no se detuvo.
Durante los dos días anteriores a la fiesta de
compromiso de mi hermano, volvía de la
universidad para encontrarme con caras que eran
familia, pero que tenía mucho tiempo sin apreciar.
Los siguientes en llegar fueron Joe y Madison, en
conjunto con sus dos hijos: Joanne y Mark. Tenían
un año de diferencia y eran muy unidos a Erik,
porque compartían básicamente la misma edad.
Según papá, el tío Joe no podía soportar el quedarse
atrás, así que bajo la excusa de que mi hermano
necesitaría amigos para crecer, no perdió el tiempo
en preñar a su esposa.
Papá siempre parecía veinte años más joven
cuando estaba con Joe. No era muy efusivo, pero por
el montón de comentarios sarcásticos que se
lanzaban el uno al otro y la manera en que soltaba
risitas bajas, podía notar que se divertía.
Para el tiempo en que los hermanos Turner
llegaron, mi casa ya estaba patas arriba.
988
Bastian fue el primero en llegar hasta mamá,
abrazándola tan fuerte como si su vida dependiera de
eso, como si quisiera guardarla en su bolsillo y
llevarla consigo a todas partes. Enterró la cara en su
cabello y le susurró un montón de cosas al oído,
arrancándole sinfín de risas.
—¿Cómo es que no te dan celos?—pregunté al
lado de papá, solo para molestarlo.
No me respondió al instante, así que alcé la vista
hacia él, que no dejaba de contemplar la escena
impasible.
—¿Es por los años de relación? ¿Se desvanecen
con el tiempo?—continué, cruzándome de brazos.
Papá fijó sus ojos en mí por fin y alzó una
comisura de la boca.
—Podría estar casado con tu madre por cien años
más y jamás dejaré de ser jodidamente posesivo con
ella—una emoción ante su confesión me asaltó el
pecho—. Estoy siendo bondadoso y concediéndole
sus cinco minutos de gloria con mi esposa.
—Tienes razón, eres un celoso sin remedio—reí,
al tiempo que me echaba un brazo por los hombros y
me estrechaba contra sí. Recargué mi cabeza en su
989
pecho y me dejé envolver por la sensación de
plenitud.
Mamá abrazó entonces a Malika, que le sonrió
con calidez. Bastian nunca se había molestado en
ocultar la devoción que profesaba por mi madre,
pero supuse que su esposa se sentía enteramente
segura del amor que él sentía hacia ella si podía
actuar tan normal después de tal muestra de afecto.
Se dispusieron entonces a saludarnos. Bastian me
lanzó una mirada cómplice antes de abrazarme. El
fuerte y familiar aroma de Malika me llenó en
cuanto la tuve cerca y dejé que me envolviera con su
cuerpo.
—No puedo creer que te he visto hace apenas
unas semanas—dijo ella feliz y mi cuerpo se volvió
rígido al momento.
Carajo. Mierda, mierda, mierda.
—¿Unas semanas?—papá enarcó una ceja.
—¿Dónde has visto a Leah?—inquirió mamá,
perpleja—. Tienen al menos tres años sin venir.
Bastian se aclaró la garganta y no sabía quién
tenía más cara de pánico: si Malika o yo.
990
—Lo dice porque le mostré una foto de Leah
hace unas semanas atrás, ¿no es así, cariño?—su
esposo entrelazó sus dedos con los de ella.
—Claro. Estaba sumamente impresionada con lo
mucho que había crecido—soltó una risita nerviosa.
Papá me lanzó una ojeada suspicaz antes de dejar
el tema y recibir a Daphne, que venía colgada del
brazo de su marido marroquí, Jahid, y acompañados
de Zarine y Joseph, los mellizos de Bastian.
Los días eran toda una odisea. Mi casa era
enorme, pero con tantas personas de visita, la
totalidad de las habitaciones de huéspedes estaban
ocupadas. Los desayunos, comidas y cenas eran un
constante bullicio, erupciones de risas y gritos de
Nina y Daphne, que eran las más efusivas; peleas
por el último pedazo de carne entre Joe, Bastian y
Santiago y quejas incesantes de Joanne e Isabelle
porque Damen, Zarine y Joseph no dejaban de
molestarlas.
Éramos una mezcla muy rara, multicultural y
terriblemente ruidosa. Mis padres no tenían muchos
parientes, pero sí un sinfín de amigos que eran la
mejor familia que podríamos tener.
991
Reí mientras Isabelle terminaba de contarme
sobre un chico que no dejaba de perseguirla en la
universidad mientras cargábamos el montón de
platos sucios que habíamos utilizado para la comida
y los llevábamos a la cocina para que se encargaran
de ellos.
—No suena tan mal—la conforté—. Tal vez si lo
tratas un poco más, puedas conocerlo mejor. ¿Te
gusta?
Miró al frente, como si sopesara algo y después
se encogió de hombros, derrotada.
—No lo sé.
—¿Cómo que no sabes?
—Algunas veces siento que sí, otras que no.
Hice una mueca.
—¿Qué eres, un semáforo? Es sí o no, no hay
puntos medios.
—Es que… es la primera vez que paso de la
primera cita con un chico—confesó apenada y quise
abrazarla por toda la ternura que sentí.
—¿Y cuál es el problema?
992
—¡Eso! ¡Que no sé si me gusta! Me refiero a que
nunca había llegado tan lejos con alguien—acomodó
mejor la montaña de platos sobre sus brazos al
tiempo que entrábamos a casa desde el jardín
trasero, donde permanecían casi todos— ¿Cómo
sabes cuando alguien te gusta realmente? ¿Qué
sientes?
Me miró expectante, como si yo fuera la fuente
de todas las respuestas del universo.
—Para todos es diferente.
—Lo sé, pero, ¿qué sientes tú?
— ¿Yo?—asintió y fruncí el ceño, tratando de
evocar emociones y sensaciones—. No lo sé,
supongo que si el chico te gusta quieres pasar el
mayor tiempo posible con él, te ilusiona la
perspectiva de verlo y te ríes como idiota todo el
tiempo sin poder evitarlo. Ocupa constantemente tus
pensamientos aunque quieras sacarlo de ahí con
pinzas, el corazón se te dispara antes de que te des
cuenta y sientes… sientes…
— ¿Mariposas
ilusionada.
en
el
estómago?—inquirió,
—Sí, mariposas en el estómago—sonreí.
993
— ¿Eso es lo que sientes con Jordan?—la
ensoñación adornando sus orbes.
La sonrisa flaqueó ante la pregunta y fijé mi vista
al frente. Me convencí de que algunas cosas sí las
percibía con él, pero no podía negar que la mayoría
las provocaba Alexander solo con estar cerca.
Sacudí la cabeza. “Deja de pensar estupideces,
Leah. Ya no eres una colegiala”
—Sí, con Jordan.
Me dio un leve codazo y entramos al mismo paso
al rellano que precedía la cocina.
— ¿Está todo en orden? ¿Estás durmiendo bien?
La detuve con un brazo cuando me percaté de
que ya había alguien en la estancia. Me debatí entre
retirarnos o permanecer por un momento, hasta que
mi parte curiosa ganó partido. Coloqué el índice
contra mis labios para indicarle que guardara
silencio al tiempo que nos acercábamos para
escuchar.
—Claro, ¿por qué lo dices?—era la voz de mamá.
—Te conozco como la palma de mi mano—la
mamá de Isabelle parecía preocupada—, sé que algo
te pasa.
994
Suspiró.
—Tuve una crisis hace poco.
Fruncí el ceño ante su confesión. ¿Crisis?
— ¿Cuándo? ¿Qué pasó?
—Hace una semana. Él estaba… yo estaba…—
mamá se atragantó con sus propias palabras—…
estaba persiguiéndome, Tamara. Corría por un
pasillo y no importaba cuánto corriera, él seguía tras
de mí, pisándome los talones, acechándome.
—Ali…
Mamá inspiró aire y algo se comprimió en mi
pecho. ¿Quién era él? ¿Papá?
—Fue como aquella vez, ¿sabes? No dejaba de
temblar, no podía enfocar o distinguir nada y pensé
que perdería la razón hasta que…—soltó una risita
amarga—…hasta que vi a Leo en la penumbra,
abrazándome para calmar los espasmos y mi
respiración.
Sorbió por la nariz y tuve que resistir el impulso
de asomarme para cerciorarme si lloraba. Isabelle
estaba igual de quieta que yo en el umbral.
995
—No supe por cuánto tiempo estuvimos así,
hasta que dejé de hiperventilar y pude respirar
correctamente. Se sintió tan real, Tamara. Tenía
mucho sin presentar un episodio así, meses.
—Tranquila, son esporádicos—el tono de mi tía
era amortiguado—, no se volverá a repetir en un
tiempo, estoy segura.
—No lo sé, tengo un mal presentimiento.
—Tal vez lo soñaste por lo que te conté hace un
mes, lo de la cárcel y Ósc…— se cortó a sí misma.
Estaba tan concentrada en captar todos los
detalles de la conversación que no reaccioné hasta
que tuve a una Tamara muy molesta frente a nostras.
—¿Se puede saber qué están haciendo?—su vista
cayó sobre cada una alternadamente— ¿No saben
que es de mala educación escuchar conversaciones
ajenas?
—Lo sien…
—¿Quién es él?—interrumpí a Isabelle entrando
en la cocina con decisión, dejando los platos sobre la
barra para encarar a mamá.
Tenía la nariz roja y los ojos llorosos. Pareció
impresionada de verme ahí, o tal vez por la
996
autoridad con la que demandaba respuestas.
—¿Él? ¿De quién hablas?
—El que decías que te perseguía en el sueño,
¿quién es?—aclaré, clavando mis orbes en los suyos.
Le lanzó una ojeada a Tamara, antes de volver a
centrarse en mí.
—No es nadie, cariño. Es un monstruo.
Enarqué una ceja, sin creerle una sola palabra.
—¿Monstruo? Más bien parecía que hablabas de
una persona.
—No, no—rió nerviosa—. Es un monstruo que
aparecía en mis sueños cuando era más joven.
La escudriñé con suspicacia, desafiándola a que
me siguiera mintiendo a la cara. No quería más
secretos.
—¿Y la persona de la cárcel?
Palideció.
—Nadie, algo que Tamara vio en las noticias y la
impresionó mucho. Al parece a mí también.
—Pero…
997
Mi tía se aclaró la garganta, rompiendo la tensa
atmósfera.
—¿Qué les parece si me ayudan a partir el pay?
—puso varios platitos en la barra y sacó del
refrigerador el postre.
—Se ve delicioso, mamá—acotó
felizmente, disponiéndose a ayudarla.
Isabelle
Mi madre me sonrió con esa forma típica suya y
me ignoró yendo hasta Tamara para asistirla.
Definitivamente odiaba que fuese tan reservada
con su vida.
El flash me cegó por un momento, dejando motas
de luz flotando frente a mi vista.
Erik dejó de tomarme de la cintura una vez los
fotógrafos que habían conseguido su pase al Four
Seasons capturaron su tan codiciada foto familiar.
Me sentía incómoda, como si tuviera un acosador
pegado a mi espalda todo el tiempo, ultra equipado y
jodidamente persistente. Así de fastidiosos eran los
periodistas.
998
La mayoría de los fotógrafos se concentraban en
sacarles fotos preciosas a Erik y Claire—gracias al
cielo—, mientras que otro gran grupo acosaba como
hermanos de la religión a mis padres y los de la
novia, pidiéndoles fotos y declaraciones.
El evento parecía una alfombra roja con el desfile
de personajes de renombre que no dejaban de entrar
por las imponentes puertas del salón: comerciantes,
empresarios, artistas, médicos… a veces me
sorprendía la cantidad de gente que mis padres
conocían. Y claro que Arthur Whiteley y su mujer
aportaban otros cientos a la multitud, todos
ataviados con sus mejores vestimentas y joyas.
Estaba por tomar una copa de champagne cuando
alguien me tomó del brazo y me rodeó la cintura,
estrechándome contra sí.
—Sonríe, cariño—dijo Jordan entre dientes sin
perder la sonrisa que adornaba su rostro.
Me colecté lo suficiente para ver a los fotógrafos
con sus cámaras listas para disparar igual que
pistolas. Me acomodé mejor junto al cuerpo de mi
novio, dibujé mi mejor sonrisa y permití que los
flashes volvieran a cegarme.
999
A diferencia de mí, a Jordan le encantaban este
tipo de cosas y adoraba recibir atención de la prensa,
por lo que se sentía en su elemento siendo el punto
de enfoque de todos los lentes.
—Querida—Regina, la madre de Jordan me
saludó dándome un beso en cada mejilla y
mareándome momentáneamente con su fuerte aroma
a perfume—, te ves divina.
—Usted igual—respondí cortés. Se veía sobria y
formal con el recatado vestido azul oscuro que se
ajustaba a su menudo cuerpo, con su cabello castaño
recogido en un apretado moño.
Por mi parte, agradecí el halago, porque no había
pasado cuatro meses eligiendo el vestido perfecto
para esta ocasión. La tela era fina, de un bonito color
beige; mis hombros y brazos permanecían cubiertos
por un diseño de piedras pequeñas y brillantes,
salpicando aquí y allá, con una abertura que iba
desde mis omóplatos hasta mi cintura y otra más al
frente de mis piernas en cascada, dejando al
descubierto mis zapatos. Mi cabello recogido en un
complicado peinado.
Abraham, el padre de Jordan, me saludó con una
educada inclinación de cabeza que correspondí.
1000
—¿Por qué ya no nos has acompañado a cenar en
casa?—preguntó Regina, sonriendo.
Miré a mi novio, que parecía incómodo.
“Porque no he sido invitada” quise responder.
—Con todo esto no he podido, pero haré un
espacio para asistir a una de sus comidas.
—Eso espero—tomó mi mano entre las suyas.
Había tenido siempre una buena relación con
ellos y no quería perderla.
—¿Y tu anillo?—la voz de Jordan sonó dura
contra mi oído en cuanto su madre comenzó a
charlar con alguien más.
Sentí la tensión construirse dentro de mi cuerpo.
—Lo olvidé.
—En… en mi joyero.
Estrechó los ojos.
—No te lo di para que lo olvidaras dentro de un
joyero. Ésta era la ocasión perfecta para presumirlo
—su tono era reproche puro.
1001
—Es la fiesta de compromiso de mi hermano, no
la mía—me defendí, alzando la barbilla.
Él suspiró.
—Acompáñame—me tomó de la mano y antes de
que pudiera protestar, ya estaba arrastrándome por
todo el salón a su paso.
—¿A dónde vamos?—dije tratando de seguir su
velocidad y no romperme la nariz por pisar el
vestido.
—No lo he felicitado.
—Oh.
Llegamos hasta donde se congregaba un cóctel de
hombres y mujeres de todos los colores y edades,
buscando tener su turno para felicitar a la próxima
pareja que formaría una de las alianzas más fuertes
en el ámbito empresarial a nivel mundial.
Jordan parecía no estar de humor para esperar o
tal vez se creía poseedor de algún tipo de privilegio
por ser mi novio porque se abrió paso a base de
codazos hasta llegar a Claire y rodearla en un abrazo
educado, antes de hacer lo mismo con mi hermano.
—Enhorabuena—le palmeó la espalda a Erik sin
perder la sonrisa—, estoy ansioso por su boda.
1002
—Y nosotros por la suya—nos alentó Claire
tomando a mi hermano del brazo.
Mi novio me sonrió con devoción antes de besar
mi mano.
—Nosotros también, ¿verdad, cariño?
“No sé qué tan ansiosa estoy por eso”
—Claro.
—¿Tienen algún destino para la luna de miel?—
preguntó un amigo de mi hermano en el círculo.
—He escuchado que Bora Bora es un paraíso—
intervino Jordan.
—Habíamos pensado en algo como Filipinas—
dijo Claire.
Paseé mi vista por la estancia, aburrida. Yo sabía
que Erik se la llevaría a Bali, a donde Claire siempre
había querido ir. Me moría por una copa fría de
champagne, o un shot de vodka, o tal vez un café
para poder sobrevivir a la larga noche que me
esperaba.
Algunas personas bailaban al son de un lento
vals, mientras que otras se enzarzaban en
conversaciones interminables con una copa en la
1003
mano. Otras se detenían para que los fotógrafos que
pululaban por el lugar inmortalizaran el momento
y…
Mi corazón se disparó con la misma potencia de
un cañón en cuanto reparé en el séquito de
cabelleras claras que entraba por los grandes
portales. Byron y Agnes aparecieron en la estancia,
tomados del brazo y seguidos por el heredero de su
imperio, Alexander.
Me pasé la lengua por los labios; no sabía si
porque la boca se me había secado o porque los
labios me habían hormigueado ante la visión tan
atrayente que tenía delante.
Era algo sobrenatural, la manera en que él
lograba emanar ese despreocupado atractivo;
profundo y estremecedor.
Carajo. Se veía tan apetecible y divino con el
traje que no sabía si quería arrancárselo o dejárselo
puesto solo para admirarlo un poco más en su
arrebatadora belleza.
Reparó en mí y solo Dios sabía cómo había
logrado mantener mi corazón dentro de mi pecho a
pesar de su desbocado latir. Una comisura de su
condenada boca se alzó en el esbozo de una media
1004
sonrisa y ahí estaba de nuevo, la increíble y
despreocupada habilidad que Alexander poseía de
transmitir más emociones con sus ojos de las que
podría un actor de teatro con el monólogo de su
vida.
Me lanzó un guiño juguetón y sonreí por mera
inercia, como hacía casi siempre, porque la mayor
parte del tiempo no comprendía los motivos de sus
acciones, pero las disfrutaba igual.
Mis piernas cobraron vida propia y se movieron
por sí solas para ir con él, hasta que la mano de
Jordan, sólida como unas esposas, me obligó a
permanecer en mi lugar, impidiéndome acortar la
distancia que nos separaba.
—¿Qué pasa?—preguntó cuando percibió que me
alejaba y volví a tomar mi puesto a su lado.
—Nada.
Mi hermano me observaba de manera extraña, de
la misma forma que había hecho cuando me vio
utilizando la camiseta de los Patriots.
Lo ignoré y me centré en nada en particular.
Mis padres llegaron al círculo, acompañados por
los de Claire, y justo como si el universo y los
1005
planetas conspiraran para provocar la tercera guerra
mundial, la familia Colbourn se acercó también.
Agnes alzó la barbilla tanto como su alargado
cuello se lo permitió, mirándonos por debajo de la
nariz. Byron saludó a unos cuantos colegas, cortés,
mientras que Alex parecía vagamente entretenido.
Mis padres por otro lado, adoptaron una postura
tensa casi defensiva, como si estuvieran esperando el
ataque de un animal.
—¡Qué gusto verlos!—Arthur se inclinó para
besar en la mejilla a Agnes y estrecharle la mano a
ambos hombres—, por un momento pensé que no
vendrían.
—No podíamos fallarte—sonrió educadamente
Byron, fijando sus ojos claros en los prometidos—,
felicidades.
—Date cuenta cuánto te aprecio si estoy aquí,
Arthur—dijo Agnes con aire desdeñoso disfrazado
de jovialidad—. Le daría mis felicitaciones a tu hija,
pero no sé si sea más adecuado darle mis
condolencias.
—Agnes—advirtió su esposo, pero su indómita
mujer se pasó esa advertencia por el culo y siguió
escrutando a mis padres con aire de superioridad.
1006
—Mis condolencias se las daré yo a la
desdichada que te tenga como suegra—se defendió
mamá y mis ojos conectaron con los de Alexander
por una fracción de segundo en una mirada
cómplice, compartiendo un chiste que solo nosotros
dos comprendíamos.
Me gustaba cuando las cosas se volvían íntimas y
personales entre nosotros.
—Por favor, señores…—trató de aligerar el
pesado ambiente Arthur, que parecía el árbitro en un
ring.
—Quiero ver cuánta vulgaridad aguanta la pobre
Claire antes de salir huyendo—se mofó la señora
Colbourn.
—¿Ella? Pobre de tu hijo, que no podrá conservar
a ninguna esposa por la víbora que tiene de madre.
Ninguna soportará tanto veneno.
Definitivamente abriría un club de fans para
mamá. A diferencia de Byron, papá parecía tener el
tiempo de su vida observando la disputa.
Agnes inspiró por la nariz.
—Eres una…
1007
—Basta—habló Arthur, colocando una mano al
frente de cada familia—, no les arruinemos la fiesta
con discusiones innecesarias, ¿de acuerdo?
Actuemos como personas maduras y tengamos una
convivencia civilizada.
—Eso es imposible con esta gentuza.
El papá de Alex le lanzó una mirada de
exasperación a su esposa.
—Sin ofensas, Agnes—pidió el padre de la novia
—, claro que es posible limar las asperezas.
Resopló, mordaz, sin despegar la vista de mamá
que tampoco dejaba de taladrarla.
—Es más, Alex, ¿por qué no bailas con Leah la
siguiente pieza?
Todo el entretenimiento del asunto pareció
evaporarse y me tensé, sorprendida. Mi esposo, por
otro lado, tenía un brillo divertido bailando en sus
orbes.
—Será como una ofrenda de tregua para que
podamos disfrutar todos de la fiesta educadamente—
siguió Arthur.
Agnes y mis padres se crisparon al instante.
1008
—¿Estás loco?—lo riñó la rubia—. Por supuesto
que no.
—Leah ya viene acompañada—acotó papá
también.
—Agnes—volvió a amenazar entre dientes su
marido, antes de forzar una sonrisa—. Arthur tiene
razón, olvidemos las asperezas por una noche y
disfrutemos, que aquí confluyen los intereses de
todos nosotros. Hijo, por favor.
Siempre el empresario; objetivo y calculador.
Alexander se acercó al centro del círculo a paso
seguro, sin perder el brillo travieso que adornaba sus
insondables ojos, hasta quedar frente a mí.
—¿Puedo?—estuve a punto de aceptar, antes de
percatarme que su atención no estaba puesta en mí,
si no en Jordan, que mantenía mi otra mano presa en
la suya.
Todos, incluyendo mis padres, parecieron
contener la respiración, esperando la respuesta de mi
novio.
—Mi novia es hermosa, ¿no?—percibí su mirada
sobre mí y la fuerza de su agarre. Los ojos de Alex
1009
diciéndome todas las cosas que sus labios no podían
—. Tengo mucha suerte de tenerla como mi pareja.
—Sí, pero ahora será la mía.
Mi corazón dio un vuelco y no supe si estaba a
punto de desmayarme o de entrar en combustión por
todas las implicaciones de sus palabras y la
profundidad de su voz.
—Claro—dejó ir mi mano con vacilación y una
sonrisa.
—¿Me concedes esta pieza?— centró su atención
en mí, su tono suave e hipnótico. Extendió la mano
y estuve a nada de tomarla por mero reflejo, cuando
algo me detuvo.
—No tienes que hacerlo si no quieres, Leah—
habló papá con un deje preocupado—, no importa.
“Pero sí quiero, sí quiero, sí quiero”
—Me tienen que estar jodiendo—escuché a
Agnes maldecir al tiempo que permitía que el firme
y cálido tacto de su hijo me guiara al centro de la
pista.
Posó sus manos en mi cintura, con mis brazos
enredándose en su cuello en reacción, quedando a
1010
tan poca distancia que mis sentidos pronto se
embriagaron de él.
Casi sonreí por lo bien que encajábamos juntos,
lo fácil que era adaptarnos al otro, lo natural que se
sentía con Alex algo tan banal y simple como bailar.
—Sé lo que vas a hacer, así que no lo hagas—me
pidió. La emoción en sus orbes en completo
contraste con la impasibilidad de su rostro.
—¿Qué es lo que haré, según tú?—enarqué una
ceja.
—Estás a punto de sonreír, no lo hagas.
—¿Cómo lo sabes?—lo miré impresionada. Sus
dedos se enterraron con más fuerza en mi cintura.
—Eres tan predecible como una niña.
—¿Estás diciendo que soy aburrida?—fingí
indignación.
—Difícilmente—las comisuras de su boca se
alzaron a mitad de una sonrisa—, pero he
comenzado a conocerte.
—¿En serio?—lo desafié, sin creerle.
1011
—Estoy familiarizado con tus matices más
oscuros.
Volví a enarcar las cejas, formulando una
interrogante.
—¿Cuáles matices oscuros?
—Tu obsesión por el control, tu impulsividad, tu
furia y…—sus dedos rozaron fugazmente la piel
expuesta de mi espalda, erizándola ahí donde se
posaban—…tus inclinaciones.
—¿Mis inclinaciones?
Otra sonrisa jugó en la comisura de su boca,
brillante como la manzana que yo me moría por
morder.
—Como te gusta que te follen.
Bajé la cabeza y sentí mis mejillas arder. Nunca
me acostumbraría a su crudeza parra decir las cosas.
—¿Y por qué se supone que no puedo sonreír?—
cambié el tema, buscando desesperadamente salir de
ese terreno que ya tenía a mis bragas
humedeciéndose.
Dimos una vuelta por la pista a paso lento y
sincronizado, hasta que pude ver a mi familia y los
1012
demás charlando, Jordan mirándonos de reojo de vez
en vez.
—Jordan sospecha que lo engañas—soltó de
pronto y me paralicé al instante, impactada y sentí la
presión de su cuerpo, obligándome a moverme—.
Sigue bailando, no queremos levantar más
sospechas.
Obligué a mis pies a seguir su compás, aunque mi
mente ya estaba imaginando todas las posibles
reacciones de mi novio si llegaba a enterarse de mis
indiscreciones, aunada a la de mis padres.
—¿Cómo lo sabes?
—Nos lo dijo, a mí y a Ethan. Me pidió que te
vigilara.
—Lo que escuchas.
No podía creer sus alcances y su inocencia, sobre
todo su inocencia. ¿Pedirle que me vigilara justo a la
persona con quien le clavaba el cuchillo por la
espalda? Era lo mismo que pedirle al lobo feroz que
vigilara de las ovejas.
1013
Me sentí sumamente mal por mi desfachatez. Al
mismo tiempo, otro sentimiento se alzó tan alto
como mi vergüenza: el miedo. Si Alex me lo estaba
diciendo, ¿significaba que quería detenerse? ¿Que
quería terminar esta cosa rara que teníamos?
Mi pecho se comprimió ante la perspectiva.
Dio otra diestra vuelta por la pista, arrastrándome
consigo.
—¿Entonces quieres parar? ¿Eso quieres decir?
—me maldije por el leve temblor en mi voz y me
llené de determinación, fijando mis ojos en su
mentón—. Creo que es lo mejor, creo…
—Estoy diciendo que debemos tener más cuidado
—aclaró en un susurro, su aliento cálido chocando
contra mi oreja y su tono mortal—. Ya te lo he
dicho, no quiero parar.
Aplasté mentalmente las mariposas que se
elevaban en mi estómago ante la confesión.
“No sientas más de la cuenta, no sientas más de
la cuenta” me repetí una y otra vez para tranquilizar
mis estrepitosas emociones.
—Okay, de acuerdo.
1014
—Así que finge tu mejor cara de desagrado,
como si no me soportaras.
—¿Quién dice que tengo que fingir?—dije, mi
cuerpo estrechándose más cerca suyo por la
satisfacción de sentirlo contra mí—, sigo sin
soportarte.
Hizo una mueca de incredulidad.
—Lo siento, pasa que entre las constantes
sonrisas y gracias que te arranco, pensé que te
agradaba.
Fingí mi mejor cara de asco.
—Pensaste mal—musité con desdén y se giró una
vez más, reprimiendo una sonrisa—. No sabía que
eras bueno para esto.
—¿Para molestarte?
—Para bailar, idiota. Tienes buenos pies.
—¿Volvimos con el tema de los fetiches raros?
Puse los ojos en blanco y seguí sus pasos hacia el
final de la pieza musical, que estaba a punto de
terminar y mi tiempo teniéndolo solo para mí,
también.
1015
—Imbécil.
—Un imbécil con buenos pies, al parecer.
Tuve que esforzarme horrores para no soltar una
carcajada y mantener mi cara de clara incomodidad.
—Leah—habló de nuevo cerca de mi oído,
enviando un escalofrío por mi columna—, ¿tienes
acceso al camerino de preparación del salón?
—Sí, ahí se preparó Erik, ¿por qué?
Tomé un poco más de distancia para mirarlo por
completo, sin comprender.
—Porque quiero ir allí.
— ¿Por qué?
—Porque quiero besarte.
Mis pulmones no alcanzaron respiración.
Alexander y sutileza no podían ir en la misma
oración de forma positiva.
— ¿No acabas de decir que debemos tener más
cuidado?
—Lo tendremos—dijo con seguridad y me mordí
el labio, indecisa.
1016
Sonaba como la peor decisión del mundo, la más
arriesgada y estúpida, pero después de una semana
sin si quiera cruzar palabra debido a todas las visitas,
planeaciones y detalles, lo necesitaba.
Y al parecer él también.
—Te veo ahí en diez minutos.
No se molestó en ocultar esa sonrisa que pude
apreciar de cerca y me dejó embelesada.
La pieza terminó e hizo una leve inclinación
antes de acompañarme hasta el borde de la pista para
ir junto a Jordan, que me recibió feliz.
Alex no me miró una segunda vez cuando se giró
para ir hasta su familia.
—¿Todo bien?—acarició el dorso de mi muñeca
con el pulgar.
Me encogí de hombros al tiempo que
caminábamos para llegar junto a nuestros padres,
que charlaban animadamente. Ellos también tenían
una buena convivencia después de tantos años de
relación.
—¿Fue muy incómodo?—inquirió preocupado.
Coloqué mi impenetrable faceta de displicencia.
1017
—No te imaginas cuánto. No quiero repetirlo—
mentí, porque había encontrado otra cosa que quería
volver a hacer con él.
—No importa, cariño. Bailaremos la próxima
pieza para que desaparezca la sensación, ¿te parece?
Asentí.
Se inclinó dirigiéndose a mis labios, pero pareció
pensárselo mejor y besó mi frente en su lugar, en un
gesto dulce y considerado.
Bailamos la siguiente pieza. Coordinados, juntos
y pegados contra el otro, en una atmósfera que
debería hacerme sentir en las nubes. Mis pies
moviéndose a la par de los suyos; mi corazón
latiendo con cada paso, registrando cada minuto que
transcurría, cada segundo que hacía falta para agotar
el tiempo establecido.
Lo busqué con la mirada, escaneando el lugar sin
encontrarlo.
—Me haces muy feliz, Leah—la voz de Jordan
me distrajo de mi tarea y algo se retorció en mi
estómago al ver la sinceridad en sus orbes.
—Tú a mí también—lo exterioricé, para
comprobar si de esa forma podía convencerme de
1018
ello como había hecho años atrás.
Sonrió y acarició mi mejilla con sus nudillos,
siempre tierno.
—Te quiero en mi vida siempre—susurró,
pegando su frente contra la mía y esperé por el
vuelco que debía dar mi corazón ante una confesión
tan dulce, pero solo conseguí que aumentara en
ritmo mi latir.
—Yo también—repetí siguiendo la misma
mecánica, justo cuando la canción llegaba a su fin.
Nos separamos y me tomó de la mano para
conducirme de vuelta con los demás, antes de que
me soltara de su agarre.
—Ahora vuelvo—me miró extrañado—, tengo
que ir al baño.
—De acuerdo—sus facciones se suavizaron y
emprendí mi camino.
Salí del salón mirando sobre mi hombro para
cerciorarme de que nadie me seguía. Recorrí el
pasillo de madera pulida custodiado por inmaculadas
paredes decoradas con abstractas pinturas para
después girar a la izquierda y llegar al pequeño
1019
cuarto que hacía las veces de un camerino de
preparación para conferencistas—o prometidos.
Había otro acceso desde el salón, pero
escabullirme por él sería más complicado con tantos
ojos pegados a mi espalda y Jordan acechándome,
así que opté por el camino más largo pero seguro.
Cuando abrí la puerta, Alex estaba recargado
sobre el escritorio; su postura relajada, las manos
dentro de sus bolsillos y todo él tan atrayente y
ardiente como el mismo infierno.
Y si era él quien me recibiría en cada uno de los
nueve círculos del infierno, entonces ardería
felizmente.
—Llegas tarde.
—Tú llegaste demasiado pronto—me defendí y
me dedicó una media sonrisa. El silencio de la
estancia ahogando el bullicio de la fiesta.
—Ven aquí, Leah.
Lo miré, dubitativa, pensando en negarme solo
para que fuera él quien llegara hasta mí, hasta que,
después de varios tortuosos segundos, logré que mis
pies respondieran a mi cerebro, sintiéndolos como
gelatina, mi corazón latiendo duro con cada paso,
1020
ante de estar a un palmo de distancia. Me tomó de la
cintura y con gracilidad, se giró para que fuera mi
cuerpo el que chocara contra la madera.
No me besó de inmediato, sino que permaneció
observando mi rostro en silencio.
Era otra cosa que me gustaba de él y ahora podía
admitirlo. Cuando Alex me miraba, parecía como si
se tomara su tiempo, como si me absorbiera. No era
la manera practicada y desinteresada de un viejo
amigo o un novio. Era la mirada de un artista, de un
alumno aprendiendo algo: me estudiaba, me
memorizaba.
Y yo quería hacer lo mismo.
El tacto repentino de su pulgar con mi mentón me
hizo estremecer, porque estaba frío. Siguió la forma
de mi cara con él, subiendo por mi mejilla con
suavidad, trazando una línea por mi sien, bajando a
mi barbilla con una delicadeza impropia de él, que
solo había apreciado cuando nos besamos en el
porche de la casa de Bastian, semanas atrás.
Nunca terminaría de comprender a Alexander, tal
vez porque nunca encontraría un punto de inicio. Era
una persona compuesta por muchas puertas: cuando
unas se abrían, otras se cerraban, impidiendo el
1021
poder contemplar todas sus facetas a la vez. Nunca
podría saber con certeza qué me encontraría al abrir
una puerta, ni tampoco cuál de todos los Alex me
recibiría tras ella.
Era siempre una apuesta.
Su pulgar trazó la forma de mis labios, cálido por
el camino que había recorrido, al tiempo que sus
ojos se oscurecían. Posó sus nudillos bajo mi
mentón, levantando mi rostro.
¿Por qué se tomaba tanto tiempo? Sentía que mis
labios se incendiarían en cualquier momento.
Había vacilación en sus ojos, podía notarlo.
Como si algo lo mantuviera dudoso, en vilo.
—Leah—acarició cada letra de mi nombre—,
¿has besado a Jordan hoy?
Fruncí el ceño, sin comprender, pero la dureza de
sus facciones no desapareció.
—No.
Eso fue todo lo que tomó.
Inclinó mi cara y me besó; un roce al principio,
casi contacto puro, sin movimiento ni presión que se
las arregló para arrancarme un suspiro igual.
1022
Parecía que también quería aprenderse mis
labios, porque su ritmo era suave, lento, dulce y
exploratorio. Tomaba el mío entre los suyos, pero no
había arrebatos ni ímpetu, solo él consiguiendo que
me derritiera por el gesto.
Era Alex, desarmándome de la manera en que
solo él sabía hacerlo.
Estaba probándome más que devorándome y
adoré esa faceta suya también.
Ahí estaban esas estúpidas mariposas de nuevo,
recordándome que seguía cayendo cada vez más y
más, bajando por el sendero sin retorno. Cada. Vez.
Más.
El ritmo aumentó. Ejerció presión con su cuerpo,
obligándome a sentarme sobre la madera, colando
las manos bajo mi vestido para acariciar mis muslos
bajo la tela.
Enredé mis brazos en su cuello, pegándolo más a
mí, eliminando cualquier rastro de distancia entre
nosotros, sintiendo la excitación naciendo de mis
entrañas, el correr de mi sangre por mis oídos, el
latir de mi corazón aumentando en sus latidos y…
El crujir de la puerta abriéndose puso a mis orejas
alerta y afinó todos mis sentidos a la vez.
1023
Jamás estuve tan cerca de sufrir un infarto como
esa vez, o de que mi corazón se detuviera, porque se
había convertido en un peso muerto dentro de mi
pecho.
Nos detuvimos en seco, aún pegados al otro y
fijamos los ojos en Erik, que nos miraba pálido,
como si hubiese visto al mismo Satanás en la
habitación.
¡Feliz casi Año Nuevo!
En espera de que cumplan todas las metas que
se hayan propuesto—o que se propondrán— en
este nuevo año, les deseo mucho éxito, plenitud y
abundancia.
También que beban mucho y se diviertan
mucho para despedir el año como se debe.
Disfruten.
¡Nos vemos en 2020!
Con amor,
KayurkaR.
1024
Capítulo 24: Compromiso.
Leah
El crujir de la puerta abriéndose puso alerta a
todos mis sentidos a la vez y me separé de
Alexander para cambiar el agradable y profundo
azul frente a mí por el frío marrón de la madera.
El mundo pareció perder enfoque y pese a que un
montón de cosas se amontonaron al frente de mi
mente como posibles excusas, lo único que atiné a
hacer fue retirar los brazos de su cuello.
Erik permanecía en el umbral, pálido como papel
y tieso como una vara contemplándonos; sus ojos
tan abiertos que por un momento pensé que se
saldrían de sus cuencas.
Seguramente yo tenía la misma expresión en el
rostro que él.
Alex, por otro lado, permaneció con las manos en
mis muslos, aunque no podía entender por qué;
como si el hecho de que Erik nos hubiese pillado en
esa situación—posición— fuera algo que
aconteciera todos los días. Como si fuera algo
natural, como si no le importara.
1025
Cerró la puerta que daba acceso al salón aún
estupefacto.
—¿Qué…?—articuló, como si las cuerdas
vocales no le respondieran—¿Qué mierda están
haciendo?
Era demasiado tarde para formular una excusa
creíble. “Solo estaba ayudándolo a quitarse una
basura del ojo”, ‘estábamos discutiendo y
terminamos en ésta posición, ¿qué loco, no?’,
“estoy tan ebria que ni siquiera sé dónde estoy”,
“oh, ¿es éste Alexander Colbourn? Qué distraída,
me confundí”
—¿Estás ciego?—habló de pronto Alex, tranquilo
y colectado, provocando que Erik parpadeara varias
veces, como si quisiera cerciorarse que su mente no
le jugaba una mala pasada—¿Nunca te enseñaron
que era de mala educación interrumpir?
—¡Alex!—no era en absoluto el momento
adecuado para comentarios sarcásticos.
La estupefacción de mi hermano dio lugar al
reconocimiento y después, a la ira.
Oh, no, no, no, no.
1026
—¿Qué mierda haces con mi hermana?—su voz
salió como un gruñido, bajo y gutural.
Seguía sin poder bajar del escritorio, porque sus
manos continuaban apresando mis muslos, su cuerpo
aún entre mis piernas.
Inclinó la cabeza a un lado.
—¿Tendré que explicarte el cuento de la flor y la
abejita para ilustrarte?—replicó mordaz.
Mierda. Ésa no era en definitiva la manera en que
había querido manejar las cosas.
—No sé a qué carajo estés jugando Colbourn,
pero tienes exactamente tres segundos para quitarle
las manos de encima a mi hermana—siseó,
adoptando esa postura ofensiva que yo conocía muy
bien.
Tenía que actuar rápido.
—Erik, escucha…
—¿Y si no quiero?—lo retó—. No recuerdo
necesitar de tu permiso para tocar a mi…
El poco autocontrol que contenía las emociones
de mi hermano pareció derrumbarse. Llegó en dos
zancadas hasta mi compañero, interrumpiéndolo. Lo
1027
empujó con violencia para alejarlo de mí y procedió
a tomarlo de la camisa, arrugándola entre sus puños.
—¡Que la dejes, joder!
Fue como si todo ocurriera en cámara rápida.
La mano de Erik hecha puño viajó con la
velocidad de un rayo al costado de Alex, asestándole
un golpe que contorsionó su cara en una mueca de
dolor.
—¡No, Erik!
Ni siquiera había terminado de gritar cuando mi
hermano retrocedía bruscamente por la fuerza con la
que había sido empujado; el rostro de Alex
compungido en una mueca de molestia mientras sus
nudillos conectaban con hueso y pómulo.
—¡Alex! ¡No en la cara! ¡Por Dios, es su fiesta
de compromiso!
Me acerqué para intentar separarlos, sin éxito,
porque yo no era nada comparada con la
contundencia de su fuerza masculina y la solidez de
sus músculos.
Me ignoraron olímpicamente, demasiado
ocupados en la estúpida pelea en la que se habían
enzarzado.
1028
Mi hermano arremetió de nueva cuenta contra mi
esposo, dirigiéndose a su cara ahora, mientras Alex
trataba de llegar a su costado o, en su defecto, su
rostro. Mis manos parecían de papel, inútiles y
entumecidas comparadas con la rapidez de sus
movimientos y la dureza de sus cuerpos, que
rebasaban el mío por mucho.
—¡Paren ya! ¡Basta!—exigí con voz tensa
haciendo uso de toda mi fuerza.
Mientras intentaba separarlos y calmar la
algarabía que habían hecho, registré un dolor
lacerante extendiéndose por mi mejilla antes de ser
lanzada violentamente hacia atrás por la
contundencia de un golpe, del codo que había
conectado con mi cara. Mis manos buscaron
desesperadas asirse a algo, pero lo único que logré
tomar antes de chocar contra el piso fue una lámpara
que terminó tirada junto a mí.
—¡Leah!—gritaron
ambos
al
unísono,
deteniéndose al fin al verme espatarrada con la
misma gracia de un hipopótamo en el suelo.
“Adiós a todo el glamour”
Alex fue más rápido y me ayudó a incorporarme.
Me sentí mareada por el movimiento brusco y me
1029
toqué la cabeza para aminorar la sensación de
vértigo.
—Par de idiotas—escupí, hastiada por todo el
alboroto y el golpe que me había ganado.
—¿Ves lo que hiciste?—lo recriminó Erik,
ofuscado, hecho un desastre.
—¿Yo? ¡Tú fuiste el que le dio el codazo!—se
defendió, el traje igualmente arrugado.
—¡A ti voy a darte más que un codazo si no te
alejas de ella en este jodido momento!—vociferó,
acortando la distancia, con Alex colocándome detrás
suyo, listos para seguir partiéndose la cara.
—¿Qué mierda harás si no me alejo, ah?
—Te juro Colbourn que voy a…
—¡No!—me coloqué enfrente, respirando
pesadamente y mirándolo con determinación—. Para
ya, Erik.
—Quítate de en medio, Leah. Éste hijo de puta se
estaba propasando contigo—espetó—, necesita una
lecc…
—¡No se estaba propasando!—grité, ansiosa por
detenerlos, pero parecía no escucharme, abstraído
1030
como estaba en su enojo y estupefacción.
—¡No sabe respetar!
—¿Quién eres tú para decirme eso?—replicó
Alex.
—¡Paren en este momento!
—¡Necesita que le partan la cara!
—¡Tú eres el que lo necesita!
—¡Déjalo tranquilo!
—¡No tiene límites!
—¡Harás un escándalo!
—¡Es un aprovechado! Cuando Jordan se
entere…
—¡ES MI ESPOSO!—bramé, histérica y
desesperada porque cerraran la boca los dos—
¡Joder, es mi esposo!
Erik tenía la misma cara de alguien que había
recibido un baldazo de agua fría. Abrió la boca,
incrédulo y pareció dejar de respirar.
El rojo de la ira que teñía su cara dio lugar a la
palidez del terror.
1031
—Lo que escuchas, es mi esposo—repetí,
sintiendo un peso menos en mi pecho ahora que lo
había exteriorizado.
Parecía no poder asimilarlo porque continuaba
con la misma mezcla de sorpresa y
ensimismamiento adornando sus facciones.
—¿Pero cómo…?—dio un paso hacia atrás y
trastabilló hasta caer pesadamente sobre una de las
sillas que no habían sido volcadas durante la pelea.
— ¿No sabes lo que es un puto Registro Civil?—
dijo mordaz mi esposo—. Me sorprende que estés a
punto de casarte.
—Basta ya, Alex.
Estaba muy ocupado absorbiendo la nueva
información porque no se inmutó ante el comentario.
—¿Estás bien?—el heredero de los Colbourn se
centró entonces en mí, tocándome el hombro. Su
rostro estaba enrojecido por la disputa y sus orbes
llenas de algo similar a la preocupación.
—Sí, estoy bien—respondí ofuscada, alejándome
de su toque cuando lo percibí rozando el golpe en mi
pómulo.
1032
—Déjame ver— tomó mi mentón entre sus dedos
con decisión y lo levantó para evaluarlo; sus ojos de
un claro azul, analíticos—. Se te hará un moretón.
—No es nada que el maquillaje no pueda cubrir
—me dejé envolver por la delicadeza de su tacto y la
manera en que su pulgar acariciaba mi mentón,
confortante.
Cuando bajé la vista, mi hermano nos miraba
como si fuéramos un show de fenómenos— algo así
como un reptiliano real y viviente.
—¿En serio es tu esposo?—inquirió, con un
toque de esperanza porque todo esto fuera una
broma.
—¿Cómo así? ¿Y Jordan?
No supe qué decir.
—Él…
Sacudió la cabeza.
— No creo que apruebe todo esto. ¿Qué mierda
hacían aquí?
1033
—No creo que apruebes lo que estábamos
haciendo tampoco—acotó Alex, burlón.
Erik le dedicó una mirada de muerte.
—Leah, ¿podrías decirle a tu marido que cierre la
boca, por favor?
—Paren ya, los dos—tomé aire y me centré en mi
hermano—. No es lo que parece.
—¿No? Entonces ilumíname, porque debo estar
perdiendo la razón. Acabo de escuchar que eres la
señora Colbourn.
Hice una mueca de exasperación.
—Lo soy—confirmé y enarcó las cejas en
reacción—, pero fue un error.
—¿Error?
—Sí, nosotros…
—No quiero interrumpir el tiempo de calidad
familiar del que están disfrutando, pero creo que éste
no es el momento para revelaciones de telenovela—
intervino mi compañero, con las manos en sus
bolsillos y mirándonos a ambos—. Tú tienes una
fiesta de compromiso que atender y tú tienes que
1034
volver con Jordan—la acidez tiñendo la última
oración.
Erik rió con cinismo, rozando la histeria.
—¿Volver con Jordan? ¿Qué carajo está pasando,
Leah?—me miró con exasperación y algo se
removió en mi estómago.
—Alex tiene razón. Te lo explicaré todo, pero no
ahora. Vuelve antes de que empiecen a notar que no
estás.
—Yo solo venía para cambiar mi moño por una
corbata, no para encontrarme esto—nos señaló a
ambos, aún impresionado.
Alex suspiró con cansancio.
—Te veré luego, ¿de acuerdo?—habló luego de
unos momentos y asentí. Por una fracción de
segundo esperé a que me besara a modo de
despedida, antes de percatarme de que estaba idiota
si pensaba que haría ese tipo de demostraciones
frente a mi hermano.
Seguramente no lo soportaría y terminaría
colapsando.
Levantó la lámpara que había arrastrado conmigo
en mi vergonzoso viaje hacia el piso y las sillas
1035
volcadas.
—Sí, yo también estoy bien. Gracias por
preguntar, cuñado—dijo con sarcasmo Erik
levantando la mano para despedirlo.
Negó al tiempo que salía por la puerta, pero pude
captar el esbozo de la sonrisa que luchaba por
reprimir.
Erik dejó escapar el aire y su cara se contorsionó
en una expresión de dolor mientras se doblaba y
tocaba su costado.
—¿Qué pasa? ¿Estás bien?—me puse en cuclillas
frente a él, preocupada.
—El chico pega duro.
Quise sonreír.
—Es bastante fuerte.
Me miró con curiosidad.
—¿Vas a decirme qué significa todo esto?
—Luego—dije tocándole la rodilla e inhalando
por aire—. Lo siento, no quería que te enteraras así.
—¿Y tú crees que yo quería verte comiéndotelo y
abrazada a él como un jodido kraken?—espetó con
1036
agriedad y sentí mi cara caliente—. Creo que tendré
pesadillas toda mi vida gracias a eso.
—Lo siento—repetí.
—¿En qué te has metido?
Me mordí el labio, dudosa y apenada.
—No lo sé—respondí con sinceridad.
—Usted y yo tenemos mucho de qué hablar—sus
ojos filosos antes de suavizarse por el brillo travieso,
una sonrisa burlona jugando en la comisura de sus
labios—, señora Colbourn.
Le asesté un fuerte golpe en el hombro y soltó
quejido de dolor.
—Cállate.
Lo ayudé a arreglarse de nueva cuenta en
silencio. Le cambié el moño por la corbata,
percibiendo el pesar de su mirada en todo momento
y acomodé su cabello para que luciera impecable.
—¿Qué hacen aquí?—papá entró por el acceso
que había desde el salón, frunciendo el ceño—. Tus
invitados te esperan, Erik.
—Lo siento, es que…
1037
—Le pedí a Leah que me ayudara a anudar la
corbata—sonrió jovialmente.
—Sí, eso—concordé también, nerviosa.
Papá puso los ojos en blanco.
—Apresúrense.
Cerró la puerta tras de sí y solté el aire.
Salimos del camerino de preparación y nos
concentramos
en
nuestros
respectivos
acompañantes. El bullicio de la estancia provocando
un latigazo de dolor en mis sienes.
—¿Dónde estabas?—inquirió Jordan en cuanto
llegué a su lado.
—¡Leah!—Edith me echó los brazos al cuello al
reparar en mí e hice una mueca al percibir los
alegatos de mi adolorido cuerpo—. Jordan me dijo
que estabas en el baño, pero cuando llegué estaba
desierto.
—Me… encontré a mi hermano de camino aquí y
me pidió que lo ayudara a anudarse la corbata—
expliqué segura.
—¿Qué te pasó?— Jordan rozó fugazmente el
golpe que tenía en el pómulo y me alejé
1038
instintivamente al percibir el dolor.
—Me golpeé con la puerta del baño por accidente
—mentí, esperando que no lo notara.
—Qué novedad—se burló mi amiga.
—Ten más cuidado la próxima vez—pidió mi
novio, preocupado, besando mi mano.
—Al menos tomaron la foto antes de la tragedia
—dijo Edith con una sonrisa y quise sonreír también
por la ironía del comentario.
—No pensé que hablaras en serio con eso de
venir de negro—señalé el sobrio vestido que
abrazaba su cuerpo y se encogió de hombros.
—Sigo llorando la pérdida.
Pasé el resto de la noche charlando con ambos,
permitiendo que los irreverentes comentarios de la
rubia me arrancaran sonrisas involuntarias y la
familiar presencia de Jordan me confortara.
Atrapé a Erik taladrando a Alex en más de una
ocasión, antes de girarse en mi dirección y negar con
la cabeza reprobando mi actuar, pero decidí
ignorarlo. Ya me enfrentaría a él mañana, o en otra
ocasión si tenía suerte y Claire lo mantenía ocupado.
1039
También ubiqué a Alex en el ala este del salón,
pegado a sus padres e inmerso en un círculo enorme
que se moría por conseguir la atención—y el dinero
— de esa maldita familia.
No me miró una sola vez el resto de la noche,
aunque deseé que lo hiciera en más de una ocasión,
para que me transmitiera fuerzas y así poder
enfrentar de pie la tempestad que sabía se avecinaba.
—Entonces—pregunté
recuperando
respiración—, ¿no vas a decir nada?
la
Faltaba media hora para mediodía y estaba
nublado. Un día perfecto para malas noticias.
El sol se elevaba en el cielo sin calentar, porque
el gélido ambiente de noviembre eliminaba toda la
calidez. Erik se reclinaba sobre la silla de metal que
estaba dispuesta alrededor de una de las mesitas que
adornaban nuestro jardín.
La suerte no había estado de mi lado—ni
tampoco Claire— y había aparecido en casa a
primera hora de la mañana, con la cara tan dura
como una armadura, el hematoma hecho por Alex
1040
adornándola y demandando respuestas antes de que
terminara de desayunar.
Así que henos ahí, los únicos dos idiotas
congelándose el culo en el frío metal para evitar que
alguien pudiera escucharnos con tantas personas en
casa.
Seguía mirándome como si le hubiese confesado
que lo que teníamos sobre nuestras cabezas no era el
sol, sino una lámpara; aunque al menos ya había
cerrado la boca.
—Aún estoy tratando de asimilar la parte en la
que bailaste con él, pero luego me lanzas con el
hecho de que no solo huyeron de la discoteca, sino
que también se tatuaron y casaron en Las Vegas.
Me arrebujé
calentarme.
en
mi
enorme
suéter
para
—¿Y ahora que ya lo asimilaste?
Me fulminó y posó los dedos sobre el puente de
su nariz, cerrando los ojos. Era un gesto que hacía
solo cuando estaba sumamente perturbado por algo
o sufriendo de un jaqueca. Su cara sugería una
combinación de ambos.
1041
—Estaban borrachos hasta el culo, Leah. ¿Cómo
es posible que se hayan casado así?
—No lo sé—me mordí el interior de la mejilla—.
Creo que Alexander le pagó al hombre del Registro
Civil.
Elevó tanto las cejas que pensé que iban a
despegársele.
—Entonces era algo que él ya tenía planeado.
—También lo pensé, pero no. Créeme, ambos
hemos tenido un tiempo difícil para aceptar que
estamos…—la palabra casados se atascó en mi
garganta—…en esta situación.
Continuó observándome con incredulidad pura.
Sería genial si ya pudiéramos pasar de la fase Oh
por Dios, es Alexander Colbourn, ¿cómo pudiste?, a
una nueva y más fácil de manejar.
—¿Desde cuándo están casados?
Arrugué los labios, preparándome para el sermón
que me daría.
—Desde hace casi cuatro meses.
1042
—¿Qué?—espetó, inclinándose tanto en la silla
que pensé que iba a caerse—. ¿Has estado tanto
tiempo casada con él?—asentí— ¿Por qué?
La respuesta a esa interrogante era la que me
ponía muy nerviosa. Mi parte racional trataba de
convencer al resto de mi cerebro de que solo
permanecía casada con él porque me lo había
pedido, porque me necesitaba para cobrar su
herencia y porque el sexo era jodidamente místico en
toda la extensión de la palabra, pero no podía negar
que había otras razones que me abstenían de
separarme—una en particular.
—Es algo complicado.
Cruzó los brazos, con la expectación surcando su
rostro.
—El caso es que ya estamos trabajando para
resolver el problema—dije para desviar su atención.
—No creo que besarte con el problema ayude a
solucionarlo.
Puse los ojos en blanco.
—Todo este tiempo pensé que lo odiabas.
—No lo odio, nunca lo odié.
1043
—¿No? Porque la bofetada que le diste a los
nueve años me pudo haber engañado perfectamente
—sonrió divertido y me sentí avergonzada por el
recuerdo—. Además, siempre lo mirabas como si
fuera una cagada de perro andando.
—Las cosas eran diferentes entonces.
—¿En serio? Porque también quería abofetearlo
cada que abría la boca en el camerino—soltó una
risita—. Nunca ha sabido guardarse las cosas.
Sonreí al recordar todos los comentarios
irreverentes que le había escuchado decir desde que
nos habíamos despertado atados al otro.
—No, no tiene filtro.
Me escudriñó con curiosidad.
—¿Por qué te casaste con él, Leah?
Me arrebujé más contra el respaldo de la silla y
acomodé mi suéter buscando una excusa para
formular mejor mi respuesta.
—Creo que ya quedó establecido el hecho de que
fue un error.
—Embriagarte y follar con él por accidente es
una cosa, pero tatuarte y casarte parece algo
1044
excesivo—musitó escéptico, antes de mirarme
fijamente— ¿Has estado con él en más ocasiones?
Okay, Erik y yo nos decíamos todo, pero eso sí
era excesivo.
—No creo…
—No quiero saber las costumbres en la cama de
tu marido, Leah—aclaró crispado—, solo quiero
saber si han tenido relaciones en otra ocasión.
—Sí—respondí apenada.
—¿Más de una vez?—inquirió, alarmado y
asentí. Sentía mi cara ardiendo. — ¿Cuántas?
—¡No lo sé, Erik! ¡No llevo la maldita cuenta!—
exploté y él palideció.
—Eso ya no parece un error, ni tampoco un
accidente. Da la impresión de que es algo más.
“Ya lo sé, no necesito que me lo digas”
Sus ojos se abrieron como si acabara de tener una
epifanía.
—¿Quieres decir que cuando llegué de Rusia y él
tenía el cabello mojado ustedes estaban… estaban en
1045
tu baño?—la impresión abarcando todas sus
facciones.
Fue mi turno de palidecer, o de perder la
respiración.
—Pues…
—Olvídalo, ¿sabes qué? No me respondas. No
me gusta a dónde está yendo esta conversación—
hizo un gesto de la mano para zanjar el tema.
—Tampoco creo que te guste la respuesta.
Lanzó un quejido.
—Sonaste igual a él.
—Convivir con Alex ha hecho que le aprenda
algunas cosas—dije con orgullo.
—Buenas, espero.
Sonreí y me miró con dureza.
—¿Y qué hay de Jordan?
Todo mi buen humor se evaporó para ser
reemplazado por un pesar en mi pecho.
1046
Inclinó la cabeza, perplejo.
—¿Por qué no lo terminas?—preguntó sin
comprender.
—Porque lo amo—las palabras salieron
arrebatadas, pero se sentían extrañas y fuera de lugar
en mi boca y mi mente, inadecuadas.
—Vaya, pues tienes una forma muy extraña de
amarlo—espetó gélido y fruncí el ceño—,
poniéndole los cuernos cada dos por tres. ¿Por qué
no lo terminas si te gusta alguien más?
Hice un mohín y permanecí inmóvil, asimilando
sus palabras.
¿Por qué no terminaba a Jordan?
Sabía la respuesta, pero me daba miedo
afrontarla.
Porque Alexander y yo éramos demasiado
frágiles.
Porque era más fácil el que la gente no lo supiera.
Esa cosa entre nosotros ya era demasiado
complicada sabiéndolo solamente él y yo; tener a
más gente llenando nuestras mentes con opiniones
sería inaguantable. No quería enfrentar la decepción
de mis padres, ni sus sermones ni tampoco los
1047
susurros y acusaciones de mis amigos declinando mi
valía por “follarme a Alex”. Y no solo porque era él,
sino por todo el aspecto de follármelo, porque ni
siquiera era mi novio—era mi esposo, pero solo en
el ámbito legal—; no teníamos una relación
propiamente y mucho menos estaba segura de que la
cosa que teníamos continuaría para el día siguiente
del siguiente. Era siempre una incertidumbre.
Si tuviéramos algo sólido a lo que sostenerme y
pelear por ello, entonces lo haría, porque no podía
ignorar por más tiempo el hecho de que estaba
enamorándome de él. Sin embargo, no tenía la más
remota idea de qué sentía Alex por mí y, aunque
pelearía por lo nuestro y por la persona en que se
había convertido, no sabía si tenía el espacio para
nosotros como algo lo suficientemente fuerte que
resistiera lo que nuestros padres y los demás
pensaran sobre ello.
Cuando Erik nos descubrió, contemplé una
mirada en su rostro que, de no estar tan impactada
por la situación, le habría echado los brazos al cuello
y confesado lo que comenzaba a sentir por él.
Carajo, incluso le habría dicho a todos, solo para que
no volviera a dedicarme una mirada así de dolida.
1048
Tenía miedo de muchas cosas. Como Alex
terminándolo todo porque parecía que yo estaba
yendo demasiado enserio con nuestra… relación.
Tenía miedo de la manera en que me sentiría cuando
se cansara de mí, me botara y todos supieran. La
lástima, las bromas, la pesadilla de tener que
contemplarlo besando a alguien más, o tratándola
igual que a mí. No lo soportaría.
Así que podía sonar cruel, mezquino y frívolo,
pero Jordan era mi colchón; mi carta de salvación de
toda esa apuesta que era Alexander. Había estado
con él por años y no me parecía correcto terminarlo
después de haber invertido tanto tiempo de nuestras
vidas en fortalecer nuestra relación y hacerla algo
perfecto.
Cuando todo esto con el heredero de los
Colbourn pasara, Jordan seguiría ahí, como había
hecho siempre: paciente, inquebrantable y templado
como la columna que me sostenía y me llenaba de
certidumbre y seguridad.
Así que, ¿por qué no terminaba a Jordan?
Porque era mi status quo.
—Porque esto con Alex es algo temporal. Una
vez que se resuelva lo de nuestro… nuestra unión,
terminará todo.
1049
Mi hermano me dedicó su característica mirada
sagaz, esa que parecía descubrir todos los secretos
que había en mi interior.
—¿Segura que es algo temporal, hermanita?—sus
ojos fijos en los míos. Asentí lo más convencida que
pude, pero me creyó un carajo—. Te conozco como
la palma de mi mano, Leah. Te conozco mejor de lo
que te conoces tú y sé que te estás mintiendo.
—¡No lo hago!
—Leah—me cortó—. De nuevo, yo no sé por qué
nuestros padres y los suyos se odian tanto, no tengo
idea, pero te digo que no dejes ir al chico si es lo que
quieres, y sé que te gusta porque esas miradas
durante la fiesta eran muy obvias. Iba a preguntarte
sobre eso hasta que… bueno, hasta que tuve una
respuesta bastante ilustrativa—reí por su cara de
perturbación—. Persigue lo que te haga feliz.
Enarqué las cejas.
—Solo quiero que seas feliz—estiró el brazo y
tomó mi mano entre las suyas.
—Con Jordan soy feliz.
Arrugó los labios y soltó mis manos, suspirando.
1050
—¿Alguien más sabe de esto?—preguntó,
dándose por vencido con mi terquedad.
—Bastian, él nos está ayudando con el divorcio.
—Déjame adivinar, ¿bienes mancomunados?
Asentí.
—Carajo—se pasó una mano por el cabello
azabache—¿Y qué te ha dicho sobre eso?
—No hemos tenido oportunidad de hablar, pero
lo haré ahora que está aquí.
—De acuerdo—movió la cabeza lentamente—,
¿y nuestros padres saben algo?
—Claro que no, se morirían—repliqué
impresionada—. Además, no creo que mamá esté en
condiciones para recibir una noticia de ese tipo.
Elevó una ceja.
—¿Por qué?
Me removí en la silla.
—La escuché hablar con Tamara. Tuvo otra crisis
hace poco.
1051
La preocupación no tardó en asaltar a mi
hermano, agachando sus hombros.
—Habló sobre alguien persiguiéndola—fruncí el
ceño, haciendo memoria—, y mencionó que era algo
por lo que ya había pasado, algo así entendí. ¿No te
suena de algo?
—No, salvo los episodios que tenía cuando
éramos más pequeños. ¿Te dijo quién era?
—Obviamente no—dije displicente—. También
habló de alguien que salió recientemente de la
cárcel, pero no alcancé a escuchar su nombre.
¿Sabes algo?
Volvió a negar apesadumbrado.
—Pero si es algo legal, papá debe tener algo en
su oficina.
Lo miré sorprendida.
—Tienes razón.
Debía hacer una visita a su estudio pronto, tal vez
ahí encontraría respuestas para apaciguar la
curiosidad que me carcomía.
Hablar con Erik tenía siempre un efecto sanador
en mí, conciliador. Extrañaba mucho tener estas
1052
conversaciones con él.
Sonrió luego de un rato en el que permanecimos
en silencio.
—No puedo creer que te hayas casado primero.
—Ay, cállate.
—Siempre quisiste correr antes de aprender a
caminar, Leah—sonrió con nostalgia y afecto
infinito, con el moretón en su mentón moviéndose
con el gesto.
Sonreí también porque tenía razón, y porque no
podía haber pedido a un hermano mejor.
—¿Cómo te hiciste eso?—preguntó Joanne a mi
hermano cuando estábamos todos en la mesa a la
hora de la comida, haciendo el mismo circo de
siempre.
Erik me miró de manera significativa.
—En el entrenamiento, hoy en la mañana—
mintió.
A Claire le había dicho que se lastimó con el
marco de la puerta del camerino. Mi moretón, por
1053
otro lado, estaba cubierto con una pesada capa de
base.
—¿Entrenaste hoy?—Mark lo miró incrédulo—.
La vida en tu cama debe estar muy aburrida si eso
hiciste.
Me ahogué con el agua, aguantando la risa.
—Cierra la boca, Mark—rió Erik—. Dime algo
cuando dejes de ser virgen.
Joanne, su hermana, soltó una carcajada. Mark
que estaba a un lado mío, lo miró estrechando los
ojos.
—De acuerdo—dijo el chico, posando un brazo
sobre el respaldo de mi silla y acercándose
peligrosamente—. Preciosa, ¿te gustaría ayudarme a
ganar el privilegio de insultar a tu hermano?
Reí ante su propuesta indecente, contrario a mi
hermano que pareció no hacerle ninguna gracia.
—Cuidado Mark, Leah ya está casada—me tensé
al instante, asustada, pero Erik no dejó de sonreír.
—No veo a Jordan por ningún lado, ¿tú sí,
querida?—siguió el hijo de Joe con la broma.
1054
—Se veían muy bien juntos ayer—intervino su
hermana al lado de Erik y frente a mí, alzando la voz
para que la escuchara sobre el griterío de Zarine y
Damen—. Me sorprendió verlos así de amorosos
después de tanto tiempo.
—Gracias—sonreí incómoda al tiempo que mi
hermano daba un sorbo a su licor, poniendo los ojos
en blanco.
—¿Sabes qué me sorprendió a mí?—inquirió el
muchacho con travesura—, que no hubieras quedado
inconsciente después de los veinte shots de tequila y
la botella de vodka casi vacía que te tenías en la
mano.
La tez morena de Joanne enrojeció, resaltando los
ojos claros que compartía con Madison, su madre.
—¡Cállate!—lo amenazó con el tenedor y él soltó
una risotada que yo acompañé.
—No hubo mayor sorpresa para mí que ver a la
señora Colbourn—replicó Erik, deslizando una lenta
sonrisa por su rostro, maliciosa y yo casi me
atraganté con el jodido espárrago que intentaba
comer.
Olvidaba lo mucho que él amaba molestarme.
1055
—¿Agnes?—preguntó a su vez Joanne, sin
comprender—¿Por qué?
—Nunca esperé encontrarla ahí— dijo sin perder
el gesto.
“Maldito”
—Es una bruja—Mark se sacudió como si tuviera
un escalofrío.
—Ella podrá ser todo lo que quieras, pero su hijo
está como para comérselo—dijo la chica con
ensoñación.
“Con todo y la ropa” pensé abstraída.
—¿Eso crees?—habló mi hermano y ella asintió,
antes de centrarse en mí—¿Tú qué opinas, Leah?
Quería patearlo bajo la mesa.
El. Hijo. De. Puta.
—Opino que…
—Opino que Leah es demasiado pequeña para
sus sucias conversaciones—los riñó a modo de
juego Mark—. Anda niña, come tus espárragos para
que crezcas fuerte y cuerda, no como estos dos
enfermos.
1056
Joanne le hizo una grosería con el dedo. Estaba
por protestar cuando mi celular vibró.
“¿Sigues viva?” leí en la pantalla el mensaje de
Alex y sonreí incluso antes de poder evitarlo.
“Para tu mala suerte” respondí al instante.
“Sabía que no eras tan débil como para que un
simple golpe te dejara fuera de combate”. Estaba
tecleando mi respuesta cuando envió otro mensaje.
“Resultaste más fuerte que el ogro de tu hermano”
Acompañó el mensaje con un emoji.
“Mi hermano no es un ogro”
“Tienes razón, no quisiera ofender a Shrek, tu
hermano no es tan gracioso”
Volví a soltar otra risa y me callé cuando alcé la
vista, algunos pares de ojos observándome con
curiosidad, Erik en especial, aunque también había
en ellos reconocimiento.
“¿Cómo estás tú?”
“Como nuevo”
“No te creo”
1057
Escuché la risa de Daphne, pero estaba
demasiado concentrada en Alex para despegar la
vista del móvil.
“Solo tengo esto. Estoy seguro que él quedó
peor” Adjuntó una imagen levantándose la camisa,
la cámara colocada en un ángulo que mostraba en
primer plano el feo hematoma que tenía en un
costado, dejando en segundo lugar y de manera más
desenfocada—pero no menos provocativa— su
trabajado abdomen, marcado y tonificado por los
entrenamientos, con un sendero de vello dorado
marcando el camino hacia un destino que yo conocía
jodidamente bien.
Lo hacía a propósito para prenderme, para
antojarme.
Y le funcionaba muy bien al bastardo.
Ya podía percibir la familiar anticipación y deseo
que nacían dentro mío solo de contemplarlo.
“Se ve horrible” tecleé para no evidenciarme
tanto.
“Eso me pasa por defender tu honor”
Fruncí el ceño.
1058
Otra ola de risas inundó la mesa. Estaba por
responder cuando recibí otro mensaje de Jordan.
“Hola cariño, ¿cómo va tu golpe?”
“Va bien, desaparecerá pronto”
“¿Para mañana, tal vez?” contestó al segundo.
Cerré su chat para responderle a Alex.
“¿Estabas defendiendo mi honor?” sorbí de la
copa antes de continuar. “Porque más bien parecía
que solo querías probar a mi hermano”
“No lo sé, tal vez, ¿por qué?” contesté a Jordan.
“Claro, ¿cómo crees que me gané el golpe?”
respondió luego de unos minutos.
“Es mi culpa entonces. Supongo que tendré que
pagar por eso curándote yo misma” me mordí el
labio, siguiendo su juego.
“Sería muy considerado de su parte, señorita
McCartney. ¿Te veo mañana?”
Esbocé esa sonrisa de idiota que sabía ponía
siempre cuando me hablaba de esa manera.
Justo cuando iba a responder que sí, llegó un
mensaje de Jordan.
1059
“Mis padres quieren que vengas a cenar mañana
a casa, es por algo importante”
Contemplé el mensaje, perpleja y dubitativa.
“¿Qué cosa?”
“Lo sabrás cuando estés aquí” respondió al
instante. “¿Vendrás o tienes planes?”
Me debatí entre pedirle que lo pospusiéramos o
aceptar, porque moría por estar con Alexander, pero
sabía que no podía fallarle tantas veces a Jordan,
mucho menos ahora que sospechaba de mi fidelidad.
“De acuerdo, te veo mañana”
Abrí el chat de Alex, la invitación a pasar el día
con él brillando en la pantalla, materializada en letra
mecanizada y jodidamente imposible.
Tecleé mi rechazo.
“Tengo planes, nos vemos después”
La decepción no tardó en asentarse en mi pecho.
No respondió nada luego de aquello y no supe
cómo sentirme al respecto.
1060
Las imponentes puertas de roble se abrieron para
recibirme y concederme la entrada a la residencia de
los Pembroke.
Solemne, antiguo y sobrio.
Frank, el mayordomo, tomó mi gabardina una
vez resbaló por mis hombros y se avocó a
encaminarme por el amplio rellano hasta el
recibidor, donde la familia me recibió con una
enorme sonrisa, tan enorme que casi parecía irreal.
Casi.
Mi novio se apresuró a llegar hasta mí, besar mi
mano castamente y sonreírme con esa calidez que lo
caracterizaba; todo parecía tan de ensueño, tan
perfecto que resultaba casi ensayado.
—Te ves preciosa—susurró en voz baja para que
solo yo lo escuchara.
—Gracias.
Permanecí a su lado al tiempo que su madre me
recibía con brazos abiertos, envolviéndome con su
menudo cuerpo.
—Extrañábamos tenerte en casa, querida—
llevaba un moño menos apretado que el que había
1061
usado en la fiesta de compromiso de mi hermano, en
conjunto con un traje sastre más casual.
—Leah—me saludó Abraham, haciendo una
educada reverencia con la cabeza y besándome
rápidamente en la mejilla.
Jordan tenía las mimas facciones férreas de su
padre: todo líneas duras y ángulos marcados, lo que
era un verdadero contraste con la amabilidad de sus
ojos, que eran los de su madre.
—¿Cómo están todos en casa después de la
fiesta?—preguntó el padre de mi novio para hacer
conversación.
—Recuperándonos—dije sonriendo un poco
incómoda—. Fue bastante intensa.
—Fue divina, más bien—me corrigió Regina,
fijando sus ojos en mi hombro como si quisiera
incendiarlo con ellos. Pronto me di cuenta que más
bien quería moverlo con telequinesis, porque se
apresuró a estirar el brazo y acomodó el tirante de
mi vestido para que quedara recto—. Lo tenías
desaliñado.
—Mamá—la reprendió Jordan.
—Gracias—respondí sin más.
1062
Sabía que Regina sufría de un fuerte T.O. C. y
después de tantos años de relación con su hijo, ya
estaba acostumbrada a sus comportamientos
compulsivos e invasivos.
Abraham se aclaró la garganta.
—¿Les parece si pasamos al comedor?
Jordan me guió con una expresión solemne en el
rostro y una mano sobre mi espalda baja para ir al
mismo paso.
Me senté junto a él, con Abraham a la cabeza y
su mujer a su derecha, alrededor de la larga mesa
que resultaba excesivamente larga y decorada para
una cena casual de solo cuatro personas.
Pero ellos eran así.
Les gustaba la opulencia y disfrutaban de los
privilegios que les concedía su status social para
dejarlo en claro.
Eran una familia orgullosa en la misma medida
que tradicionalista, impregnada de tintes
conservadores y arcaicos. Por lo que sabía, el
apellido de Jordan había logrado entrar en ese
estrecho círculo de suntuosidad y poderío a través de
la monopolización de la maquinaría en general que
1063
había hecho Abraxhas, su abuelo—cualquier cosa
que tuviese que ver con mecánica o
industrialización, ellos estaban relacionados con el
proyecto.
Eran relativamente nuevos en éste tipo de
ambiente—los nuevos ricos, como papá solía llamar
a las familias de la última generación que se habían
forjado un nombre y por lo tanto, se movían
constantemente para hacerse notar por una cosa u
otra en los medios; amaban tener los reflectores
sobre sí y eran bastante creativos en su búsqueda por
aumentar aún más su fortuna y así estar al nivel de
familias más antiguas, como los Whiteley, los Khan,
nosotros o incluso los Colbourn.
Mi novio era el más pequeño de tres hermanos y
el que más presión recibía por parte de sus padres
para sobresalir, desde que los otros dos hijos habían
tomado ya el liderazgo en alguna de las plantas que
habían dispuesto en varios países y se habían casado
con hijas de empresarios.
Yo había sido siempre bien recibida en su casa,
aunque no sabía si eso era por mi persona o por mi
apellido. Cualquiera que fuera la razón, nunca me
importó en realidad mientras pudiera tener un
cómodo noviazgo con Jordan.
1064
—¿Cómo van las cosas en la universidad?—
preguntó Regina dando un sorbo a su vino blanco,
que iba perfecto con el robalo a las hierbas que nos
habían servido.
Me limpié los labios con la servilleta antes de
responder.
—Muy bien, nada fuera de lo normal.
—Me alegro. Ya están cerca de graduarse—sentí
la tensión en Jordan, a mi lado—, el tiempo se va
muy rápido, ¿no les parece?
—Bastante.
—Por eso siempre digo que lo mejor es
aprovecharlo—sonrió de la misma forma amable—,
¿qué planes tienes para después de graduarte?
Me erguí en la silla, emocionada porque mis
planes después de la universidad me hacían mucha
ilusión.
—Planeo trabajar al menos unos años como
auxiliar en alguna secretaría de comercio, tal vez en
España porque tienen buenos métodos de
exportación, o quizá Inglaterra, aún no estoy segura
—sonreí—. Y mientras estoy allá haré una
1065
certificación en logística comercial porque el trabajo
me servirá como campo de práctica.
La sonrisa de Regina flaqueó y atrapé—por
accidente— a Abraham dedicándole una mirada de
desaprobación a su hijo.
—¿Hablas de irte de Washington?—inquirió con
voz tensa, la sonrisa como una calcomanía pegada a
su rosto, sin emoción.
Asentí.
—¿Por qué no?—me encogí de hombros y tomé
la mano de mi novio bajo la mesa— Jordan podría
venir conmigo y buscar algún empleo allá, empezar
desde cero en otro lugar. Sería emocionante, ¿no
crees, cariño?
—Pues…
—Él no irá a ningún lado—la voz tajante de su
padre reverberando en la estancia y provocando que
todos los ojos se posaran en él—, tiene que
administrar la matriz aquí, en su país.
Se removió incómodo, soltando mi mano. Un
pesado silencio absorbiéndolo todo.
—¿No crees que todos esos planes son un poco…
inadecuados?—intervino Regina, tiesa.
1066
Fruncí el ceño.
—No, ¿por qué lo dice?
—Porque haciendo tantos viajes tendrán una vida
inestable y no podrán formar una familia. No puedes
desaprovechar tus años más fértiles por trabajar.
La miré fijamente y resistí el impulso de lanzar
un quejido de incredulidad.
Como dije, una familia jodidamente conservadora
que solo veía a la mujer como una maldita
incubadora.
—Preferiría concentrarme en mí antes de pensar
en hijos, en que nos desarrollemos como
profesionistas los dos. Además, creo que soy
perfectamente capaz de hacer las dos cosas a la vez
—rebatí lo más educada que pude, porque no quería
ser grosera, pero sí quería dejar en claro mi postura.
Abraham lanzó un sonido que dejaba en claro su
desacuerdo, su boca una fina línea y su expresión de
piedra.
—Lo sé querida, sé que tienes tus aspiraciones,
pero tampoco puedes dejar a tu esposo y familia de
lado—argumentó Regina—. El principal objetivo de
una mujer es ése, darle hijos a su marido.
1067
Quería enarcar las cejas ante la ridiculez del
comentario.
—Mi madre hizo una carrera, se forjó un camino,
es una buena médico—repliqué con orgullo, para
hacerle ver que no todo tenía que reducirse al
falocentrismo.
—Fue bastante considerado por parte de Leo
permitírselo—le lancé una mirada ofendida a
Abraham—. Y para ello seguramente tuvo que
renunciar a criarlos a ustedes—añadió fríamente.
—Nos crió a los tres bastante bien mientras hacía
su trabajo, ha estado siempre para nosotros.
Miré a Jordan esperando un poco de apoyo de su
parte, pero mantuvo la vista clavada en la mesa.
Me sentí tan frustrada que por un momento me
apené por los padres tan retrógrados que mi novio
tenía.
—No necesitas estar tan a la defensiva, cariño.
Solo estamos diciendo lo que creemos es mejor para
ustedes—habló Regina con tranquilidad—. Yo me
he dedicado enteramente a mi familia, y he sido muy
feliz con ello.
“Yo no soy como usted” pensé con agriedad.
1068
—Entiendo, pero…
—No más discusiones—sentenció el padre de
Jordan poniendo una mano al frente y todos
callamos al instante—. Tenemos algo más
importante qué hacer que perder el tiempo en esto.
Jordan, ¿le has dicho ya?
—No he tenido oportunidad—habló por fin y lo
escruté confundida.
Su padre puso los ojos en blanco.
—Después de la cena iremos a mi estudio, Leah.
—¿A qué?—fruncí el ceño, perdida.
—Ya lo verás.
Jordan apretó mi mano y me lanzó una de sus
confortantes sonrisas que no alcanzó sus ojos.
Lo conocía muy bien y sabía que algo lo
molestaba, pero no tenía idea de lo que era.
No me quedaba más que esperar y ver.
Abraham puso el montón de hojas frente a mí y
me tendió una pluma fuente.
1069
—¿Qué es esto?
Miré primero a Jordan, que permanecía de pie
junto a la acolchada silla donde yo estaba sentada y
después a su padre, que se posaba como todo un rey
tras el escritorio.
—Es un contrato prenupcial.
Volví a escudriñar a Jordan para que me dijera
qué carajo estaba pasando, pero su expresión era
impasible.
—¿No creen que esto es un poco… excesivo y
apresurado?—balbuceé, desesperada por encontrar
una excusa y salir de ahí—. Es decir, aún faltan un
par de años para que…
—Es solo preventivo—explicó Abraham—. Es
verdad que faltan algunos años para que contraigan
matrimonio, pero si de todas formas van a casarse, el
papeleo y los contratos son algo inevitable, así que,
¿por qué no empezar con el tedioso proceso de una
vez?
Seguía sin poder parpadear de la impresión.
—¿No debería estar presente mi abogado para
esto?
Abraham se encogió de hombros, indiferente.
1070
—Puedes leerlo tú misma, no es nada lesivo ni
fuera de lo normal, solo lo necesario para una
indemnización en caso de perjuicios y sentar las
bases y lineamientos del matrimonio.
—Pero…
—Me imagino que estás consciente de que no son
cualquier par y hay mucho dinero y acciones sobre
la mesa. No tomar precauciones sería un mal
movimiento.
—¿Tengo que firmarlo ahora?—asintió con
decisión—. ¿No puedo consultarlo con un abogado
primero?
—¿No confías en nosotros, querida?—se inclinó
sobre el escritorio y me sentí incómoda al instante
—. Seremos familia tarde o temprano igual.
Pasé saliva, porque la boca se me había secado.
Necesitaba tiempo para pensar y analizar las
repercusiones.
—Jordan, ¿podemos hablar un momento?—casi
le supliqué y él asintió vacilante.
Necesitaba salir con urgencia, sentía como si
estuviera asfixiándome.
1071
Llegamos hasta el balcón que estaba junto al
estudio y ofrecía una bonita vista de su jardín
frontal, oscurecido por la penumbra.
El aire frío se clavó en mi piel como un centenar
de agujas, pero lo agradecí, porque me permitió
espabilarme.
—¿Qué
autoridad.
está
pasando?—exigí
saber
con
Él se balanceó sobre sus talones con las manos en
los bolsillos.
—Dime algo, Dios. No sé qué demonios pasa—
insistí, al borde de un colapso por la situación—
¿Por qué tu padre quiere de pronto que firme un
contrato prenupcial?
—Ya te lo dijo—habló por fin—, por precaución.
—¿Precaución? ¿Cree que voy a robarte tu
fortuna o algo así? No soy ninguna oportunista—
espeté, ofendida porque me tuvieran en ese
concepto.
—No es eso, me han estado presionando para que
formalicemos—confesó, negando—. Les he dicho
que aún es demasiado pronto, pero supongo que solo
quieren comenzar con el proceso legal de una vez.
1072
—Es demasiado pronto, aún no sé…
—¿No sabes qué?—alzó la cabeza de golpe—
¿No sabes si quieres estar más conmigo?
“De hecho” respondió mi consciencia, pero
disipé el pensamiento.
—No, no es eso.
—¿Entonces por qué no simplemente firmas y ya
está? Si al final nos casaremos, ¿por qué es tanto
problema para ti?
—Es muy pronto—repetí, asustada.
Frunció el ceño. Sus
oscureciéndose con la duda.
claros
ojos
miel
—¿Le tienes miedo al compromiso, Leah? ¿Es
eso?
Paseé mi vista por el jardín que teníamos debajo,
una excusa para ganar tiempo y ordenar mis
pensamientos dentro de mi alterada mente.
Volví en sí cuando sentí su tacto en mi mentón,
tierno y delicado, como si tuviera miedo de
romperme y lo contemplé.
1073
Conocía su rostro de memoria: cada línea, cada
curva y cada gesto. Los ojos de él eran igual que la
miel cuando más espesa y el color de sus orbes
encajaba a la perfección con su personalidad, con
todo lo que él era: dulce y agradable en todo lugar,
en todo momento, constantes.
Y no tenía idea de por qué, pero pensé a su vez
que el color de los ojos de Alexander también lo
representaban, fluctuantes como él: a veces claros
como el mar en calma o azul oscuro, eléctrico,
reflejando todo el voltaje que escondían detrás.
—¿Estás teniendo dudas sobre nosotros?—
preguntó con cautela.
—No—mentí.
Acarició mi pómulo con el pulgar y pensé que iba
a besarme, pero no lo hizo.
—Entonces firma, Leah. No es nada malo,
puedes confiar en mí—me aseguró—. Y créeme, me
ayudarías a quitarme a mis padres de encima.
Arrugué los labios, aún sin estar convencida.
—Confía en mí—repitió y entonces, me besó.
Deliberado, considerado y lleno de tanto afecto
que no supe qué hacer con él, porque sentía que no
1074
le correspondía con la suficiente emoción.
Era gracioso, como la mayoría de la gente creía
que por poseer dinero tenías el poder para hacer lo
que te viniera en gana. Lo cierto era que, para
conseguir el poder debías renunciar a la voluntad y
rendirte ante el deber.
Dejar en segundo plano tus deseos y cumplir los
de los demás, porque así se definía tu valía.
La mano me punzó cuando estampé la firma en la
última hoja del contrato prenupcial.
—Buena elección aceptar el compromiso, querida
—sonrió Abraham, un gesto que resultaba
perturbador en él—, y bienvenida a la familia
Pembroke.
Miré a Jordan, que me sonrió también tratando de
transmitirme seguridad y quise corresponderle,
aunque el vacío en mi pecho y las alarmas en mi
mente por la falta de certidumbre me impidieron
hacerlo.
Apreté su mano, sin tener idea de en qué me
había metido.
1075
¡Feliz miércoles!
Primer capítulo del 2020.
Cuéntenme sus teorías.
¿Qué creen que pase en el siguiente capítulo?
El próximo irá dedicado a quien más se
acerque con su predicción.
Disfruten.
Con amor,
KayurkaR.
1076
Capítulo 25: El fruto de la
discordia.
Alexander
Tic. Tac. Tic. Tac.
El sonido del enorme reloj que se asentaba sobre
la pared de la sala de juntas estaba exasperándome.
Ensordeciéndome.
El tiempo no estaba a mi favor.
Ignoré el ruido del reloj y me centré en Emil, el
ejecutivo comercial que llevaba cuarenta minutos
balbuceando sobre tácticas de incremento de flujos.
La silla de mi padre era la cabeza de la larga y
pulcra mesa de cristal dispuesta en la sobria sala de
juntas. Había ocho sillas más alrededor, cuatro de
cada lado y actualmente ocupadas con hombres
seguramente igual de aburridos que yo.
Odiaba esas jodidas reuniones.
Tic. Tac. Tic. Tac.
¿Por qué el tiempo parecía transcurrir más lento
cuánto más deseabas abandonar algo?
1077
Hollard tosió por enésima vez y estuve a punto de
abandonar la sala para evitar una tragedia—como
darle un puñetazo para que cerrara la boca y dejara
de una maldita vez de toser.
Estreché los ojos y me centré en el montón de
papeleo que tenía delante. Hacía una hora y media
que yo ya sabía cómo resolver el puto problema que
nos había arrastrado a todos a convocar esta
asamblea, pero no había tenido oportunidad de
hablar porque los lameculos—perdón, ejecutivos—
aquí reunidos, querían sus cinco minutos de
protagonismo para demostrarle a los demás quién
era más capaz y más digno, quién podría caerme
más en gracia.
“Ninguno” pensé con diversión al tiempo que
reprimía una sonrisa burlona. Tal vez habrían tenido
alguna posibilidad si no hicieran tan jodidamente
larga la reunión.
Yo sabía una mierda sobre leyes aduaneras, o
mercadotecnia o concesiones. Lo único que conocía
eran números; números, estadísticas y planes
comerciales basados en hechos matemáticos.
Tic. Tac.
1078
Jodido reloj. La próxima vez que mi padre me
pidiera que lo representara de última hora en una
junta, primero mandaría retirar ese artefacto del
demonio.
¿Tendría que soportar esta exasperación cada vez
que asistiera a una junta?
Probablemente sí.
Papá me había forzado a asistir a sus reuniones
desde los diez años. Había gastado la mayor parte de
mi infancia observando y aprendiendo todo sobre
nuestra empresa. Acudí a todas las asambleas; me
senté y escuché pacientemente todas las ideas que
venían de los miembros, y desde que tenía una
facilidad enorme para los números, había deducido
hechos, estadísticas y estrategias de cada una de las
otras compañías sin problema.
Como el único heredero, era imprescindible que
yo estuviera preparado para ser la cabeza del
negocio cuando él decidiera renunciar—u ocurriera
algo peor.
Había visto estas salas un centenar de veces:
aquí, en Inglaterra, en China, en Alemania, en
España y un montón de países más. Las había
contemplado en sus mejores momentos, siendo el
1079
recinto de risas y bromas, y también en sus peores,
donde los gritos e insultos inundaban la estancia.
Había escuchado la voz de personas furiosas que se
atrevían a discrepar con mi padre, personas que se
atrevían a desafiar su poder.
Suspiré, hastiado.
—…y es por ello que resalto las inconsistencias
del plan de negocios, porque la tasa de intereses no
presenta las variaciones que la junta monetaria
pronosticó para este ciclo fiscal—terminó por fin
Emil, el representante de la otra empresa con la que
buscábamos firmar un contrato.
—Y si el plan contempla exportaciones y
aumento de flujos, mantener la tasa fija representaría
un desfase a partir del tercer mes de producción—lo
apoyó el señor Raynolds, su colega y el encargado
de finanzas.
—Pero el cambio del dol…
—Lo de los desfases se puede arreglar fácilmente
—interrumpí a Harry, el financiero de nuestras
industrias. Estaba harto de estar ahí—. Se cubriría el
presupuesto dejando la tasa de interés fija al siete
por ciento y así prever las variaciones en la moneda
que se presenten durante este ejercicio fiscal.
1080
Todos se callaron al instante y me observaron con
atención, mientras yo seguía igual de aburrido.
Tanto escepticismo para firmar el contrato con la
otra compañía era exagerado. Su ingeniero en
finanzas parecía un poco lento y si no sabía sumar
dos más dos, no era mi problema.
—Joven Colbourn, está adicionando tres puntos
sobre el comportamiento del dólar con esa
proyección—insistió Raynolds—. El margen es del
uno punto tres por ciento.
Enarqué las cejas e hice los cálculos dentro de mi
cabeza. Me incliné hacia adelante y entrelacé mis
manos, mirándolo con dureza.
—Como encargado de los recursos monetarios,
debería saber que el margen resultante es del punto
setenta y siete por ciento y por lo tanto, el
comportamiento del dólar no es impedimento para el
desarrollo del plan de negocios—lo corregí, seguro y
sus pequeños ojos me miraron de vuelta pasmados
—. Si usted no es capaz de proyectar eso, no sé qué
hace en ese puesto.
Algunos de los ejecutivos de papá se dedicaron
miradas incómodas, pero no dijeron palabra alguna;
ya me conocían.
1081
El aludido se removió en la silla y agachó la
cabeza para verificar en su calculadora las cifras que
había ofrecido.
—Ahora, aclarado el punto y resuelto el
problema, deberíamos proceder a cerrar el contrato
—propuse, listo para salir de ahí en cuanto
estampara mi firma en todas las hojas.
Emil se acomodó el saco, dubitativo.
—De acuerdo—accedió titubeante luego de unos
momentos, aún tratando de asimilar lo que le había
dicho.
Por. Fin. ¿Tan complicado era hacer eso?
Deshice el nudo de la corbata cuando la reunión
terminó y me masajeé el cuello.
Me sentía exhausto y tenso, como si tuviera mi
mente atiborrada con un montón de cosas
innecesarias.
Esbocé una media sonrisa cuando una idea brotó
de la nada. Tal vez Leah estaría disponible para
ayudarme a liberar un poco de tensión; se le daba
maravillosamente bien.
1082
Era un poco desconcertante—aterrador incluso
—, la manera en que esa chica podía vaciar mi
mente de todo pensamiento, hasta que lo único para
lo que tuviera cabida fuera ella; hasta que su
presencia consumía todo a su paso.
Ella y su magnificencia en el sexo. Algo que en
definitiva iba a extrañar cuando nos divorciáramos.
Aunque podía ser que también extrañara otras
cosas.
Me detuve cuando comencé a escribirle un
mensaje, reconsiderando mi plan. No nos habíamos
visto ni hablado desde el incidente con su hermano
y, aunque la había invitado a pasar el día conmigo
después de eso, supuse que el rechazo de la
invitación era una clara señal de que quería
mantener una distancia prudente hasta que las cosas
se tranquilizaran.
O tal vez quería terminar esto de una vez por
todas a causa de Erik y el peligro que representaba
que él lo supiera.
Gruñí con frustración ante la perspectiva. Sería
una lástima en verdad; Leah se había convertido en
mi boleto de escape favorito, era un antídoto
excelente para dejar de pensar en cosas que me
1083
asediaban sin tregua. Además, era la única capaz de
lidiar con todas mis emociones vertiginosas y
tranquilizarme.
Tenía una facilidad desorbitante para hacerme
sentir bien. ¿Pero saben qué era lo peor?
Lo peor era que había dejado de considerar
nuestra unión un error para empezar a mirarla cada
vez más como un acierto, como algo bueno.
Había algo en Leah que me atraía, me empujaba
hacia ella como la fuerza de la gravedad a todos los
objetos, hasta que me encontraba girando en torno a
su órbita.
Me hacía percibir cosas que ni siquiera quería
nombrar, porque entonces tendrían un significado y
representarían algo, les otorgaría importancia.
Y no sabía si quería o debería llegar hasta ese
punto, a ese nivel en nuestra incierta relación.
—Tu padre envía sus felicitaciones por la firma
del contrato—la voz de Charlotte me regresó a la
Tierra.
Bloqueé el celular y metí las manos en los
bolsillos.
1084
—¿Ahora
tendré
que
mantener
las
conversaciones con papá a través de ti también?
Sus ojos claros brillaron con algo similar a la
diversión. Se ajustó las gafas, que completaban el
juego de la sexy secretaría.
—Si así lo deseas—respondió sin perder la
seguridad.
Resoplé.
—¿Cómo es que te dejó venir hasta acá? ¿Quién
le sirve el té cuando tú no estás?
Se encogió de hombros con indiferencia, el
cabello caoba cayendo sobre ellos.
—Otra secretaría.
—¿Y no te da miedo que se lo sirva mejor que
tú?—me burlé.
—Nadie se lo sirve mejor que yo—contestó con
determinación, captando ágilmente el doble sentido
de mis palabras.
Solté una risita. Charlotte era la amante de mi
padre desde hacía al menos diez años y sin duda, la
que más había durado en el puesto. Incluso siéndolo,
1085
el hecho de que tuviera ese título nunca me impidió
llevar una buena relación con ella.
Tenía el paquete completo para ser la amante
ideal: era alta, esbelta y todo estaba en su lugar;
tenía una determinación de miedo, ingenio agudo y
una habilidad de organización aún más
impresionante.
Hasta cierto punto, Charlotte compartía muchos
rasgos con mamá, aunque tendría que estar loco para
decirlo; se odiaban a muerte. Tanto que mi madre
obligó a papá a hacerse una vasectomía cuando se
enteró de su estrecha relación laboral.
—Como digas—le di la espalda dispuesto a salir
del edificio, cuando volvió a detenerme.
—Tengo algo para ti de parte de Byron—
mencionó y me giré a tiempo para atrapar las llaves
que me había lanzado.
—¿Qué es esto?—pregunté curioso al contemplar
el llavero.
—Un regalo, por tu buen trabajo—sonrió—,
aunque también iba a ser uno de consolación en caso
de que no resultara el negocio.
—Déjame adivinar, ¿otro auto?
1086
—Creo que será mejor que canceles al chófer.
Negué con la cabeza. Increíble cómo podía
tomarse el tiempo para elegir un auto pero no para
hablarme personalmente.
—No lo quiero, quédatelo.
—Ya tengo el mío, gracias—y volvió a centrarse
en la tablet que tenía sobre las manos.
Claro que ella tendría el suyo.
—También he enviado información a tu correo.
—¿Sobre qué?—inquirí con cansancio.
—Una maestría en administración en Oxford. Tu
padre dice que…
Rodé los ojos.
—Dale un beso de mi parte—me acomodé el
saco sobre el hombro y abandoné el lugar.
—El juego de fin de temporada está cerca—habló
el entrenador yendo de un lado a otro, mientras
permanecíamos sentados sobre la banca, sudados,
sucios y exhaustos—, ¿saben qué significa eso?
1087
“¿Maltratos
inhumanos
disfrazados
de
entrenamientos?” pensé con ironía, sosteniendo el
casco entre mis manos.
—Significa que tienen que dejar de jugar como si
fueran inválidos y comenzar a correr como si
supieran para qué sirven esas piernas que tienen—
respondió con voz grave y expresión severa—.
Noah, como capitán del equipo, es tu
responsabilidad que estos zánganos inútiles den el
cien por ciento.
—Sí, señor—respondió rígido el ingrato.
—Doblaremos las horas de entrenamiento—
sentenció y maldije para mis adentros.
“A ese paso, sí que vamos a quedar inválidos”
Las protestas y quejas no tardaron en elevarse,
con Ethan siendo la cabeza de la huelga. Claro que
el idiota no estaría dispuesto a perder horas valiosas
de ligue por entrenar.
—Cierren la boca, señoritas. Si quieren que los
escuche, dejen un escrito en el buzón de quejas y
sugerencias.
—¿Dónde está el buzón?—preguntó Daniels, el
guardián ofensivo del equipo.
1088
—¡En mi culo, Daniels!—vociferó el head coach
—¡Puedes dejar el escrito cuando quieras!
El chico quedó pasmado por la contestación y
todos soltamos una carcajada.
—Te pediría que usaras la cabeza en el juego,
pero creo que es mucho pedir, así que solo
concéntrate en cuidar a Noah—negó el coach con
los labios apretados y luciendo tan intimidante como
un oso pardo sobre sus dos patas.
—Creo que Daniels está a punto de cagarse
encima—susurró Ethan a mi lado y solté una risa.
—Los quiero a todos listos para los
entrenamientos—siguió con el mismo tono profundo
y autoritario—. Y nada de drogas, no quiero otro
jodido problema con el consejo estudiantil porque
ustedes aspiran hasta el talco de los pies.
Hubo un par de comentarios y risitas.
—Ahora, ¡a las duchas! Apestan a mierda.
¡Ahora, ahora, ahora!
Nos apresuramos a ponernos en pie. De no ser
porque conocía la trayectoria como jugador del
coach Thorne, juraría que había sido un general o
teniente del ejército.
1089
Era un dolor en el culo.
Me enfoqué en Ethan y en su insistente parloteo
sobre una salida a un nuevo bar. Pensé en ir y
divertirme un poco antes de convertirme en la
maldita perra del entrenador.
—¿Qué dices, Jordan? ¿Vienes o es que te han
apretado la correa?—preguntó nuestro amigo.
—¿Perdón?—sacudió la cabeza, sin comprender.
Lucía exhausto y demacrado.
—Que si vas con nosotros al nuevo bar—repetí y
negó en automático.
—No puedo—dijo con una cara de funeral.
—¿Por qué?—inquirió Ethan.
—He quedado con Grace para ayudarle con la
clase del señor Robins.
Su expresión de entierro cambió a una más
normal ante la mención de su nombre.
Elevé las cejas con curiosidad. Jordan era una
buena persona por naturaleza, pero que se tomara
tantas molestias en ayudar a alguien más era
extraño. Incluso parecía más pegado a Grace de lo
que debería un simple colega. Se sentaban juntos en
1090
clase y los había atrapado lanzándose miradas
furtivas de vez en cuando.
—Bueno pero, ¡hombre, anímate! ¿Qué pasa
ahora? ¿Por qué esa cara? ¿Tenemos problemas con
la abeja reina otra vez?
—No, no—volvió a adoptar esa faceta impasible
—, nada de eso. Estamos bien, más que bien de
hecho.
—¡Al fin!—Ethan alzó las manos al cielo
mientras recorríamos el campo hasta las duchas—.
Eso de prender una veladora funcionó.
Puse los ojos en blanco al tiempo que una
sensación de malestar se asentaba en mi estómago.
No estaba de humor para que me restregara su
perfecta relación con Leah en la cara.
—Incluso
prenupcial.
hemos
firmado
ya
un
contrato
Tuve que obligar a mis pies a seguir moviéndose
cuando escuché lo que salió de su boca, aunque me
costó horrores conseguirlo porque los sentía como
plomo.
Y no tenía idea de quién de los dos tenía peor
cara: si él o yo.
1091
—¿Qué?—ladré,
detenerme a pensar.
incluso
antes
de
poder
Ambos alzaron la cabeza para mirarme perplejos.
—¿Qué tiene de impresionante?—rió Jordan
apenas, sin comprender mi estupefacción.
—Nada, es…—mi mente estaba en blanco—…
nada.
—Era algo que ya veía venir—se encogió de
hombros.
¿Un contrato prenupcial? Me tenía que estar
jodiendo.
La incómoda sensación que se había asentado
sobre mi estómago se convirtió rápidamente en una
llamarada, en un ardor insoportable.
Apreté la mandíbula y resistí las repentinas ganas
que habían nacido desde mis entrañas por romperle
la nariz. ¿Por qué me sentía tan furioso?
Lo que resultaba más extraño, ¿por qué Jordan
tenía cara de velorio?
—¡Enhorabuena!—le palmeó la espalda Ethan—.
Ya sabía que serías el primero en casarte de los tres.
¿Seremos padrinos?
1092
“Por favor no” rogué para mis adentros.
Se rascó la cabeza y soltó una risita incómoda.
—Es… un poco pronto para decidirlo.
—Es una excelente noticia, ¿a que sí, Alex?
Ambos me miraron expectantes y tuve que forzar
a mis cuerdas vocales a emitir palabra, porque la ira
me cerraba la garganta.
—Claro—dije con voz tensa.
De no ser porque había firmado un contrato
prenupcial con Leah, juraría que estaba
engañándola, pero esa suposición ya se había ido al
infierno, junto con mis posibilidades de conservarla
para mí.
El que ella aceptara solo quería decir una cosa:
que verdaderamente quería casarse con Jordan y
separarse de mí lo más pronto posible. De lo
contrario, ¿por qué otra razón habría asumido el
compromiso?
¡Carajo! No podía deshacerme de esa incómoda
sensación que empezaba en mis tobillos y se
concentraba en mi pecho. Ni siquiera quería
nombrarla, me negaba a reconocerlo, no quería
hacerlo.
1093
No quería reconocer que estaba jodidamente
celoso.
Como Leah había dicho alguna vez: tenía un
fuerte complejo de hijo único y no sabía cómo
compartir las cosas que quería solo para mí.
Pero, ¿qué esperaba exactamente? ¿Qué ella
terminara su relación de ensueño con Jordan para
empezar una conmigo en secreto?
No éramos ni siquiera una posibilidad.
Leah y Jordan tenían historia. Nosotros solo
follábamos de vez en cuando. Lo nuestro había
terminado en el momento en el que Erik nos había
descubierto y ella solo lo reafirmaba aceptando el
compromiso.
Continué caminando
pensamientos.
abstraído
en
mis
No éramos ni siquiera una posibilidad.
Y mientras llegábamos a los vestidores, caí en
cuenta de que pese a todo el problema que
representaba nuestra unión, a pesar de que éramos
un desastre juntos y teníamos que trabajar mucho en
nuestros temperamentos explosivos, no quería que
terminara.
1094
Quería esa posibilidad. Quería que fuéramos una
posibilidad.
Era un tiempo terrible para ese lapso de lucidez,
porque el contrato ya se había firmado, pero con un
carajo si yo no tenía sentimientos hacia Leah. Los
tenía, la deseaba, la quería.
La quería para mí.
No estaba seguro hasta qué grado o de qué
manera, pero el deseo estaba ahí, tan sólido y
lacerante como un cuchillo que me retorcía las
entrañas.
—Felicidades viejo, en serio—dijo sin más
Ethan, antes de entrar en la ducha.
Había un amargo sabor en darte cuenta que
querías algo que no podías tener.
Acomodé mi chaqueta cuando bajé del auto y
emprendí mi camino por el sendero de gravilla que
precedía la entrada de la casa de apuestas.
En la última semana dos cosas habían ocurrido:
uno, había fallado en aclarar mi situación con Leah y
1095
dos, había triunfado en ganarme una sarta de
amenazas de Rick si no me presentaba en el bar.
Ni siquiera las misiones de James Bond eran tan
complicadas como encontrar un momento a solas
con ella, así que el status de nuestra actual relación
permanecía con un signo de interrogación enorme
plasmado en el centro. Habíamos cruzado miradas
en algunas ocasiones, pero nada más.
Había analizado tanto la firma del contrato
prenupcial y el sinnúmero de probabilidades que
podría traer consigo que había pasado de la furia a la
indiferencia.
Aún me corroía por dentro, pero no había nada
que pudiera hacer al respecto y prefería no desgastar
mis energías en eso. Solo me quedaba esperar a que
Bastian no hubiese obtenido ya el papeleo para
firmar el divorcio porque aún necesitaba de la ayuda
de Leah si no quería terminar tirado en un basurero.
—Thomas—saludé al chico que hacía de crupier
en la mesa cerca de la entrada.
—Qué gusto—sonrió con sus blancos dientes
contrastando en la piel aceitunada—¿Juegas hoy?
—No. ¿Está Rick?
1096
—Sí, ya sabes dónde—hizo un gesto con la
cabeza y me despedí palmeándole la espalda.
Crucé el mar de mesas de juego que se disponían
a lo largo del lugar hasta llegar al privado, donde
localicé al dueño sentado en una mesa con Michael
y tres hombres más.
—¡Alex!—saludó con alegría Michael al verme.
Dos de los hombres que compartían la mesa con
él eran completos desconocidos, mientras que los
ojos avellana que me miraban con un toque de
atención los conocía de memoria.
Louis esbozó el amago de una sonrisa que arrugó
la cicatriz que le atravesaba el rostro e hizo una
cordial inclinación de cabeza a modo de saludo.
—Llegas justo a tiempo, príncipe—habló Rick
con parsimonia—. Toma asiento.
Pensé en mandarlo al carajo y exigirle que me
dijera de una vez para qué me necesitaba ahí y a qué
se debía tanto misterio, pero los otros dos matones
sentados en torno a la madera me hicieron
replanteármelo.
Me senté junto a Michael y estudié a los dos
extraños: uno tenía barba hirsuta y oscura, con el
1097
cuerpo de un barril. El otro era enjuto, con unos
enormes círculos oscuros bajo los ojos; tenía cara de
maniaco.
—¿Quieres tomar algo?—preguntó cordial el
anfitrión y me abstuve de emitir un comentario
burlón, simplemente porque sabía que cuando Rick
te ofrecía un trago era por dos posibles escenarios: o
eran malas noticias o aquello iba para largo.
—Estoy bien. Continúen.
—Alex, te presento a Kozlov—señaló al hombre
de la barba de candado—, y éste es Mendoza. A
Louis ya lo conoces.
Los dos primeros hicieron un gesto corto con la
cabeza.
—¿Para qué me necesitas aquí?—pregunté,
impaciente por largarme, porque el que Louis
estuviera presente luego de haberlo vaciado con dos
matones de su lado, no pintaba nada bien.
—Quita esa cara de susto, niño—el hombre de la
cicatriz soltó una risita burlona y se cruzó de brazos,
relajado—. No es nada malo en realidad.
Enarqué las cejas.
1098
—Te
escucho,
Rick—dije
ignorándolo
olímpicamente, porque no podía deshacerme de la
sensación de que él era malas noticias.
—Siempre tan impaciente—negó y se inclinó
hacia la mesa—. Te presento a estos hombres porque
serán los nuevos socios de la casa de apuestas.
Lo miré impresionado.
¿Desde cuándo Rick compartía sus ganancias?
Era tan codicioso en la misma medida que egoísta.
No podía creer lo que me decía, y mucho menos si
se trataba de compartir sus ganancias con un tipo
que no era de fiar como Louis.
—Pero…
—La casa de apuestas se extenderá a otros
negocios—explicó con cautela—, y por lo tanto es
necesario que cuente con más inversión y expertos
en el campo.
Esperaba no verme tan confundido como me
sentía.
—De acuerdo… ¿y dónde figuro yo en todo eso?
Solo soy un jugador.
Rick se rascó la grisácea barba, evaluándome con
atención.
1099
—Por eso mismo, he decidido ascenderte.
Lo miré sin comprender.
—Tengo entendido que tienes dotes con los
negocios—acotó tajante.
—¿Y qué?—espeté cada vez más preocupado por
el rumbo que estaba tomando la conversación.
—Pretendo utilizar tus habilidades a mi favor,
príncipe. ¿Qué no es obvio? Serás nuestro
representante.
Quería reírme por lo ridículo de la situación.
¿Qué mierda creían que eran? ¿La Asociación Civil
de Ludópatas Unidos por un Mundo Mejor o qué
carajo?
—¿Representante de qué? ¿Vas a usarme para
cobrar deudas en el bar a domicilio?—me burlé,
pero a los dos matones pareció no hacerles ninguna
gracia. Louis ahogó una risa.
—El chico tiene ingenio, no estaría mal—
secundó, dando un sorbo a su licor. Si no fuera un
tipo tan raro, tal vez podría agradarme.
Tal vez.
1100
—Algo por el estilo—mostró todos sus dientes en
la siniestra sonrisa que me dedicó—. Michael y tú
son mis peones más jóvenes, y los más hábiles y
carismáticos. No tendrán problemas para cerrar
tratos en grandes cantidades.
—¿Tratos de qué?
—De eso que todo mundo quiere—Louis se pasó
la lengua por los labios y sus ojos avellana se
iluminaron.
Lo miré sin comprender, hasta que poco a poco,
mi cerebro fue conectando la información.
Drogas.
Sentí cómo se me bajaba la presión.
—Piénsalo,
príncipe—intervino
Michael ya ha tomado la oportunidad.
Louis—.
Miré al aludido perplejo, con una presión en el
pecho.
No, no, no.
Esto era un límite.
Rick le susurró algo al oído al hombre de la
cicatriz y éste asintió en respuesta.
1101
—Caballeros, ¿les apetece una línea?—habló a
los otros dos y se incorporó un momento después,
seguido por ellos.
Michael me palmeó el hombro antes de retirarse
junto a los demás.
—Pensé que lo querías lejos del bar—acoté en
cuanto los perdí de vista.
—Me di cuenta de que era más conveniente tener
a alguien como él de mi lado—dijo con indiferencia
—. Puede aportar bastante.
Negué con la cabeza, incrédulo.
—¿Y bien?—Rick me miró expectante—¿Qué
dices? ¿Aceptas o no?
—No—contesté al instante—. No pienso permitir
que me uses para algo así, eso ya es demasiado, es
muy arriesgado.
Soltó una risita seca.
—Reconsidéralo, príncipe. Podrías ganar buen
dinero a cambio de hacer ese trabajito para mí.
Además, ¿no te serviría de práctica para manejar la
empresa de tu padre?
1102
Apreté la mandíbula, con la tensión pesando
sobre mis hombros.
—Estás muy drogado si crees que pienso
aceptarlo—espeté hastiado.
—¿Seguro?
—Vete a la mierda, Rick.
Soltó una carcajada y se puso en pie, rodeando la
mesa hasta quedar detrás de mí.
—Solo estoy siendo cortés—colocó una mano
sobre mi hombro; su tacto poniéndome a la
defensiva—. En realidad no tienes alternativa, niño.
—Claro que la…
—No—apretó su agarre en mi hombro, en una
clara amenaza—. Me perteneces, Alex. Al menos
hasta que liquides tu deuda, sigues trabajando para
mí, sigues estando bajo mis órdenes, y si yo te digo
que vayas y asesines, lo haces. Si te digo que vayas
y vendas, lo haces. ¿Comprendes? No es algo que
puedas elegir.
Apreté los dientes sintiendo la impotencia
llenarme.
1103
—¿O es que acaso quieres morir? Porque
cualquiera de mis hombres puede concedértelo—
dijo gélido—. Aunque sería una lástima que los
Colbourn perdieran a su único heredero por idiota.
Me deshice de su tacto con un movimiento
brusco del hombro y me puse en pie, encarándolo.
—¿Eres sordo? Porque parece que no me has
escuchado. Vete. A. La. Mierda. No seré tu maldita
perra—escupí furioso—. Pienso darte el dinero antes
de que se te ocurra volver a amenazarme con eso y
créeme, nada me alegrará más que saber que no
volveré a verte.
—¿Vas a pagarme?—reprimió una risa—.
¿Piensas hacerlo antes del final de esta semana?
Toda la sangre pareció drenarse de mi cuerpo.
—Seré claro y breve, príncipe, porque creo que
eres sordo o no me has escuchado: harás lo que te
diga cuando te lo diga, o de lo contrario voy a
matarte, ¿comprendes?—me señaló con un dedo, sin
despegar sus ojos de mí.
Exhalé por la nariz para no soltarle un golpe por
toda la furia que me corroía por dentro.
1104
Me sentía impotente, de manos atadas en una
situación que me rebasaba sin precedentes.
Por donde sea que lo mirara, mi cabeza estaba en
juego y no había nada que pudiera hacer para
remediarlo o evitarlo.
Carajo.
Me di la vuelta sin mediar palabra y comencé a
andar para salir del privado. Sentía que me ahogaba
ahí dentro.
Choqué por accidente con Louis, que salía del
cuarto junto a la puerta limpiándose la nariz y con la
cara de alguien que acabara de inhalar hasta el polvo
que había sobre el piso.
—Lo lamento pero, ¿quieres una línea? Olvidé
ofrecerte.
Lo ignoré y choqué mi hombro contra el suyo al
abandonar la sala.
¿En qué mierda me había metido?
El resto de la semana podía definirla con dos
palabras: Una. Mierda.
1105
No había podido dormir desde mi reunión con
Rick, y entre el constante estrés que representaba el
estar a la espera de alguna llamada suya aunado con
el cansancio acumulado de los entrenamientos, no
sabía qué me mataría primero.
Por si fuera poco, papá no dejaba de insistir con
que me mudara a Inglaterra luego de concluir la
universidad para hacer un posgrado en alguna de los
recintos de su elección.
Y no olvidemos a mi madre, que desde el jueves
había estado insistiendo como loca en que la visitara
en casa el fin de semana.
Era una mujer jodidamente persistente cuando se
empeñaba en ello.
Así que me toqué el puente de la nariz y cerré los
ojos esperando que la migraña que comenzaba a
percibir no terminara por matarme mientras subía las
escaleras de piedra, porque entre mantener a Rick
lejos de mi espalda y cumplir con mis deberes de
hijo perfecto me estaba volviendo loco.
—Joven Colbourn—me recibió el mayordomo e
hizo una seña con la mano para permitirme la
entrada—. Su madre lo espera en la sala de estar.
—Gracias.
1106
Caminé a paso seguro por el amplio rellano que
antecedía a las pulidas puertas de madera, mismas
que no tardé en abrir para entrar en la estancia. Esa
sala de estar tenía el estilo de mi madre por todas
partes: minimalista pero atractiva.
Mamá me sonrió desde el sillón de cuero blanco.
Parecía un poco agitada y respiraba con pesadez.
—Cariño—se incorporó para besarme en la
mejilla—. Me alegra que hayas venido.
—¿Por qué tanta insistencia?
—Verás—se alejó un par de pasos sin perder una
sonrisa pícara—, tengo una sorpresa para ti.
“Por favor, no más sorpresas” casi hacía una
rabieta por la noticia. ¿Qué me esperaba ahora?¿Qué
mi madre tenía alguna enfermedad terminal? ¿Que
mi abuelo había muerto? ¿Qué yo ya había perdido
la cabeza?
Enarqué las cejas.
—¿Qué sorpresa? Mamá, no estoy de humor para
sorpresas, no…
Un torbellino de rojo y gris arremetió contra mí,
impactando contra mi cuerpo incluso antes de que
1107
pudiera terminar la frase y privando a mis pulmones
de todo oxígeno.
Chilló y me tomó con más fuerza del cuello, tanto
que pensé que me lo rompería. Estaba tan mareado y
confundido por el movimiento brusco que no fui
capaz de reaccionar o enfocar hasta que se separó de
mí.
Entonces la contemplé frente a mí. Sabine.
Me sonrió con esa calidez suya tan característica,
con sus orbes verdes brillando de la emoción.
Sabine.
Le rocé la mejilla solo para cerciorarme que era
ella, que era real.
—¿Qué? ¿No vas a decir nada? ¿Te he dejado
más idiota con el golpe?—se quejó—. Por favor,
pensé que estarías más feliz de ver…
Fue todo lo que necesité para rodearla con mis
brazos, levantarla del suelo y estrecharla contra mí
hasta estar seguro de que le había roto al menos un
hueso, hasta estar seguro de que me había
impregnado con su aroma a lavanda que tanto me
mareaba, pero que siempre extrañaba.
1108
—No puedo creer que estés aquí—dije con
felicidad, sin atreverme a soltarla, incluso cuando
sus carcajadas se convirtieron en protestas por lo
fuerte que estaba tomándola.
La dejé libre y no perdió el tiempo en llenarme la
cara de besos. Coloqué mis manos sobre sus
hombros, aún estupefacto porque la tuviera enfrente.
No podía dejar de sonreír. Reparé en la sonrisa que
resultaba tan familiar, en el rollizo cabello que había
visto siempre y en su delicada figura, como toda una
muñequita inglesa.
—¿Así que no estás de humor para sorpresas?
¿Ni siquiera si se trata de mí?
—Menos si se trata de ti—bromeé y abrió la boca
con fingida indignación, dándome un golpecito en el
hombro—. No estoy de humor para que me saques
sustos con tu fea cara.
—¡idiota!—rió—. Pero, ¿me vas a negar que no
te encanta cuando lo hago?
Reí.
—¿Qué
¿Cómo…?
haces
aquí?
1109
¿Cuándo
llegaste?
—Conmigo—habló Meredith, su madre, que
estaba al lado de la mía—. Pero parece que te has
olvidado del resto del mundo apenas la viste.
Le dio un codazo a mamá a modo de broma y
ambas rieron.
—Meredith—le di un beso en la mejilla y permití
que me abrazara.
—Cada vez que te veo estás más alto, ya deja de
crecer, cariño—me estrechó por los hombros contra
sí.
—¿Cuándo llegaron?
Sabine se posó junto a mí, sin dejar de sonreír y
se acomodó el suéter gris que cubría su esbelta
figura.
Estaba tal cual la recordaba desde la última vez
que había visitado Inglaterra.
—Hoy mismo—respondió Meredith—, aunque
Sabine insistió en que mantuviéramos en secreto lo
de nuestra visita.
—Quería alegrarte un poco la vida—se estrechó
contra mi brazo y sonreí.
1110
—Ya lo hiciste—besé la coronilla de su cabeza y
me giré a tiempo para ver a nuestras madres
intercambiar una mirada cómplice.
—¿Te parece si vamos a mi estudio a tomar el té?
—mi madre tomó la mano de la pelirroja, halando de
ella.
—Claro, dejemos que estos dos tórtolos se
pongan al día—la apoyó Meredith saliendo entre
risas.
—Entonces, ¿dijiste que me habías extrañado?—
fingió demencia y le pasé un brazo por los hombros
para volver a estrecharla con cariño.
—¿Cuándo dije eso? Estás alucinando.
Reí. Toda la tensión acumulada por esa semana
de mierda evaporándose mágicamente al tenerla
cerca.
—Te extrañé como no te imaginas. Aquí no hay
nadie tan loca como tú que me acompañe en mis
estupideces.
Sus orbes verdes se iluminaron al verme.
1111
—Claro que no hay otra como yo, Alexander, por
Dios—sacudió el largo cabello pelirrojo tras sus
hombros y me tomó de la mano para obligarme a
caminar—. ¡Ahora ven, te traje cosas que van a
encantarte!
No pude evitar sonreír ante su chillido de
emoción infantil, porque Sabine era la única que
lograba llenarme el mundo de color.
Llegamos a cocina y extrajo de un enorme bolso
un montón de paquetes.
—Pensé que era toda una tortura estar aquí sin
poder probar éstos, así que te escucho—alzó la
barbilla, segura.
Miré el montón de empaques de golosinas.
—¿Decirte qué?—me hice el desentendido, solo
para molestarla.
—Ah no sé—fingió que lo consideraba—. Un “te
amo, eres la mejor persona de esta tierra, gracias,
gracias, muchas gracias” mientras te hincas y
reconoces mi naturaleza de diosa no estaría nada
mal.
—No, no estaría nada mal—tomé el envoltorio de
un chocolate—, ¿eres la diosa de las causas
1112
perdidas?
—Ja, ja—me quitó el Caramel Egg de las manos
y lo abrió—. Sé que te encantan éstas cosas y que
son difíciles de encontrar en este país, así abre la
boca, voy a hacerte feliz.
La miré con recelo, considerando seguir el juego
o quitarle la golosina para comerlo yo mismo, pero
me sentía demasiado feliz de tenerla conmigo que
me acerqué y dejé que me la diera en la boca, a
pesar de lo íntimo de la acción. Sonrió complacida y
engulló la otra mitad.
—¿Por qué estás aquí? ¿No se supone que tu
ciclo termina en unos meses?—pregunté luego de
unos momentos.
—No quiero hablar de eso—hizo un gesto con la
mano y tomó su bolso mientras se acomodaba las
gafas de sol—. Okay, estoy lista.
—¿Para qué?
—¡Para que me consientas! ¿Para qué más va a
ser?
Le lancé una mirada confundida.
Negó y me volvió a tomar de la mano para
llevarme hasta la puerta, salir por ella y bajar las
1113
escaleras de piedra a velocidad de la luz.
Extrañaba su enérgica personalidad. Sabine era
un torbellino en toda la extensión de la palabra.
Silbó cuando llegamos al Porsche descapotable
que acababan de regalarme.
—Alguien se ha estado portando bien.
—Cállate—dije haciendo una mueca.
—Déjame adivinar, ¿un regalo de tu padre?
—Ya lo conoces—dije encogiéndome
hombros y entrando junto a ella.
de
—Te regala autos desde los trece—rió con
nostalgia.
—Catorce—la corregí saliendo por las enormes
puertas y le di un manotazo cuando pulsó el botón
para retirar el techo del auto—. ¿Qué haces?
—¿Qué te parece que estoy haciendo? ¡Quiero
sentir los aires contaminados de Washington!
No pude evitar sonreír.
—¿Estás loca? Vas a hacer que nos congelemos.
1114
—En Inglaterra no puedo tener un convertible,
terminaría empapada por todo lo que llueve, así que
dame este gustito, ¿si?
La miré con diversión.
—De acuerdo. ¿A dónde quiere que la lleve,
señorita?
Se acomodó para mirarme y sonrió abiertamente
con su cabello rojizo alborotado batiéndose como las
llamas de una fogata por el fresco aire.
—Mientras sea contigo, hasta el fin del mundo si
quieres.
—De acuerdo—pisé el acelerador a fondo, listo
para conceder su deseo.
Conduje hasta el lago Mason. El sol se alzaba
alto y calentaba lo suficiente para no morir
congelados.
También proveía al escenario de una luz perfecta
para la fotografía, así que no perdí el tiempo y
capturé a mi modelo favorita.
1115
Sabine había sido la primera en saber sobre mi
afición por la fotografía. También fue la primera en
apoyarme y mi primera modelo. A ella le había
sacado las fotos más espantosas—las más
desenfocadas, oscuras o difusas—, pero también
unas muy buenas.
A través de sus fotos podía ver cuánto había
crecido y mejorado a lo largo de los años.
Me encantaba capturarla porque era preciosa; su
cabello rojo siempre encajaba con los colores de la
naturaleza o resaltaba en lugares más minimalistas.
—Extrañaba a mi fotógrafo favorito—se puso de
puntillas luego de mirar las fotos y depositó un beso
en mi mejilla que me hizo sonreír—. Aunque voy a
cobrarte por modelar para ti.
—Yo voy a cobrarte por capturarte.
—Idiota.
Recorrimos Georgetown, uno de los lugares más
concurridos y pintorescos de Washington porque
Sabine quería vivir la experiencia completa de
turista, tanto que ya llevaba consigo una lista de
lugares que tenía que visitar antes de irse.
1116
Y como toda buena turista, visitamos el
monumento a Lincoln y el Capitolio.
Fue toda una odisea caminar entre tantos turistas
ansiosos por captar todo con sus celulares.
Sabine compró un hotdog.
Yo los odiaba, así que solo la observé comer con
una botella de agua en la mano.
Perdió casi todo el hotdog cuando la salchicha se
le resbaló del pan.
Estuve riéndome por su pérdida al menos diez
minutos seguidos, hasta que me apiadé de ella y
decidí comprarle un pretzel.
Recorrimos la entrada del National Mall y para
cuando llegamos a las calles del centro donde
estaban la mayoría de los bares, me sentía exhausto.
Sin embargo, obligué a mis pies a seguir caminando
solo porque la cara de ilusión de Sabine valía la
pena.
Valía toda la pena del mundo.
Mientras entrábamos a un bar de buena pinta en
una de las calles más concurridas, mi celular vibró.
1117
Algo se movió en mi pecho cuando contemplé el
mensaje de Leah.
“¿Podemos vernos?”
Mi primera reacción fue teclear un sí, porque
estaría mintiendo si dijera que no me moría de ganas
por verla, por besarla, por tocarla. Por estar en su
presencia.
Entonces miré a Sabine, que trataba de abrirse
paso con su pequeño cuerpo entre el montón de
gente que se congregaba en el bar y descarté
cualquier posibilidad de estar con la chica capaz de
desaparecer todas mis preocupaciones.
“No puedo, tengo planes”
Un amargo sabor a hiel se instaló en la punta de
mi lengua cuando tecleé el mensaje. A este paso,
nunca saldríamos del punto muerto en el que se
encontraba nuestra relación.
Pero no podía abandonar a Sabine, así que me
sacudí la molesta sensación y me senté junto a ella
en la barra.
—Justo como en los viejos tiempos—dijo con
felicidad alzando el caballito de tequila—. Salud por
eso.
1118
—Salud por todas las veces que nos pusimos
hasta el culo—dije chocándolo contra el suyo.
—Espero que esta noche sea una de esas—
susurró contra mi oído y un escalofrío recorrió mi
columna.
No perdió el tiempo en pedir otro.
Y otro, y otro, y otro, y otro.
Hasta que nueve caballitos de tequita puro
después, entre risas y anécdotas, sentía la cabeza
ligera y mareado por las luces estrambóticas y la
música estridente.
—¡Amo esa canción!
Me arrastró hasta la pista. Estaba tan atestada que
era prácticamente imposible movernos, pero a ella
parecía no importarle.
El alcohol corría por mi sistema y cumplía con su
función, aturdiéndome y nublando mi buen juicio,
como ocurría siempre que bebía de más. Todas las
preocupaciones que aquejaban mi mente se
perdieron entre la música, el movimiento y el licor.
El ir y venir de brazos, piernas y cuerpos terminó
por eliminar todo rastro de distancia entre Sabine y
yo. Posó los brazos en mi cuello y me sonrió, con
1119
sus ojos verdes adquiriendo un exótico color violeta
por las luces del lugar.
—No tienes idea de cuánto te extrañé—mencionó
sin dejar de mirarme.
Y se sentía bien, el tenerla conmigo de vuelta, a
alguien tan conocido y familiar.
—No tienes idea de lo mucho que quería verte.
Podía decir que estaba igual de ebria que yo a
juzgar por su forma lenta de hablar y por sus
movimientos erráticos, pero yo debía estar igual o
peor, porque no pude analizarlo más tiempo.
Y tal vez estaba demasiado ebrio para pensar
mejor las cosas, o tal vez no quería hacerlo
simplemente.
Tal vez solo quería sentirme bien por un
momento.
La tomé del mentón y la besé.
Me removí en la cama cuando percibí cómo se
hundía el colchón.
1120
Un horrible dolor de cabeza amenazaba con
matarme.
No quería abrir los ojos porque estaba seguro de
que vería el rostro de nuestro Creador si lo hacía.
Me acomodé del otro lado, enterrando la cara en
la almohada para seguir durmiendo, hasta que mi
mano tocó algo a mi lado.
Otro cuerpo.
No recordaba lo que había pasado ayer, pero
sonreí sin poder evitarlo. Tal vez la mañana no iba a
resultar tan mala como creía.
Cuando abrí los párpados, mi sonrisa se
desvaneció, porque los ojos que me miraban de
vuelta eran verdes y no grises.
La decepción pesó tanto como un bloque de
concreto.
Sabine me sonrió con afecto y expresión atenta.
“Carajo. ¿Qué mierda hiciste?” me regañó mi
consciencia.
—Buenos días, dormilón—estiró el brazo para
retirar el cabello de mi frente, acariciándolo con
cariño—. Tenía mucho que no despertaba de esta
1121
manera. ¿Recuerdas cuando construíamos casitas
con cojines y sábanas y hacíamos pijamadas ahí
dentro?
No pude emitir palabra.
La estupefacción no me permitía ni siquiera
respirar.
¿Qué carajo había hecho?
La culpa me oprimía el pecho.
—Tranquilo, no hicimos nada—explicó haciendo
un gesto de la mano, tal vez por ver la cara de susto
que tenía—, dormí en el cuarto de huéspedes pero he
venido a ver si seguías respirando. Vaya fiesta que
tuvimos ayer.
Miré el resto de su cuerpo y me di cuenta de que
estaba completamente vestida.
Mi cuerpo comenzaba a relajarse cuando recordé
que en mi infinita estupidez la había besado.
—¿Nada pasó ayer?—mi voz salió ronca y ella
negó con la cabeza—. Pero tú y yo…
—Nos besamos.
—Sabine, eso fue un…
1122
—No necesito que me lo digas—su expresión se
ensombreció—. Sé que estuvo mal, ¿de acuerdo?
Tragué saliva.
Bajó la mirada, decepcionada. Permanecimos en
silencio, hasta que volvió a centrarse en mí.
—Alex, ¿quién es Leah?
Me paralicé al instante. Estaba tan tieso como
una tabla y el ritmo de mi latir aumentó en tempo.
—¿Quién?—me hice el desentendido.
—Ayer…—perdió la voz y carraspeó—. Ayer,
luego de besarme dijiste su nombre.
Mierda.
¿Podía ser peor? Me perseguía incluso en mis
estados más inconscientes.
—Nadie.
Sabine me miró suspicaz.
—No parece ser nadie si dices su nombre ebrio
hasta los huevos.
—No es nadie. Tal vez entendiste mal.
Enarcó sus perfectas cejas.
1123
—Te conozco mejor que a mí misma, Alex. Sé
que algo te pasa.
—No me pasa nada, de verdad—me removí en la
cama hasta quedar sobre mi espalda.
Se mantuvo en silencio, esperando una respuesta
y suspiré.
—Solo estoy cansado, Sabine—dije con voz
amortiguada—. Ya no tengo quince años.
—Ay por favor, aún somos muy jóvenes—
replicó, molesta—. ¿Hay algo que no me estés
diciendo? Has estado actuando muy raro.
La miré y caí en cuenta de que estaba
verdaderamente tentado en desahogarme con ella, en
contarle todo hasta que no hubiera nada que no
supiera.
“Sí, hay algunas cosas que no te he dicho, de
hecho. ¿Dónde debería comenzar? Ah, mi padre
cada vez me presiona más para que tome el frente de
la empresa y me largue con él a Inglaterra, cosa que
no quiero hacer pero al parecer me estoy quedando
sin opciones. Además, tal parece ser que voy a
convertirme en la perra de unos mafiosos para que
me utilicen como se les venga en gana porque debo
cinco millones de dólares a un codicioso idiota y me
1124
está ahorcando con la correa. Mi vida corre peligro
si no lo obedezco y estoy a punto de meterme en la
boca del lobo por ello. Y, si eso no es suficiente para
que se te caigan los calzones de la impresión,
Sabine querida, me casé con Leah McCartney,
hemos estado follando desde hace algún tiempo y la
chica me ha calado hasta los huesos, se ha quedado
dentro de mi piel, aunque desearía tenerla dentro de
mis pantalones. Por si fuera poco, creo que me estoy
enamorando, ¿sabes? No puedo dejar de pensar en
ella; quiero hablarle, quiero besarla, hacerla reír,
hacerle el amor y…”
—No, no hay nada que deba decirte.
Sabine pasó las manos por su cabello
perfectamente lacio, un gesto que viniendo de ella
significaba frustración.
—Bien, no me lo digas, guárdatelo, pero ten por
seguro que voy a enterarme tarde o temprano, de una
forma u otra.
Bufé.
—Dime algo que no sepa.
—Okay. He estado perdidamente enamorada de ti
desde los once años—fue su casual respuesta.
1125
Sabine tenía el mismo defecto que yo: no conocía
los filtros.
Aquella vez, el silencio duró unos buenos dos
minutos.
—Vaya, qué mala suerte—fue lo único que se me
ocurrió.
Puso los ojos en blanco.
—Lo bueno es que no esperaba una declaración
romántica.
Me froté el rostro con las manos, hasta que volví
a mirarla.
—Tú no me quieres, Sabine. No deberías, al
menos. Soy solo problemas. Voy a engañarte. Seré
cruel, desconsiderado y grosero y me odiarás para
siempre. No quieres nada de eso.
No pareció afectada o impresionada por lo que le
decía.
—Te conozco desde los nueve años, Alex. No
eres nada de eso. He visto cómo tratas a tus novias,
y sé que cuando estás con alguien que amas jamás lo
lastimarías, solo me dices todo esto porque no me
quieres de la misma forma que yo lo hago.
1126
—Sabine…
Se recargó en su codo para mirarme desde arriba.
—¿Sabías que somos el sueño de nuestras
madres? Ellas siempre han querido que tú y yo
estemos juntos.
Puse los ojos en blanco, porque tenía razón.
Nuestras madres eran mejores amigas desde hacía
años y siempre habían mantenido la esperanza de
que Sabine y yo termináramos casados.
—Tú y yo no fuimos criados para esa clase de
cosas—objeté—. La gente como nosotros se une en
contratos, por interés, no a través de votos de amor
eterno.
Tomé su mano, entrelacé mis dedos con los suyos
y besé el dorso.
—Te adoro, Sabine—sus ojos se iluminaron—,
como mi mejor amiga.
Frunció el ceño.
—Creo que estás en negación.
La miré sin comprender.
1127
—Creo que siempre has estado enamorado de mí
pero tienes tanto miedo de arriesgar nuestra amistad
que te da miedo dar ese paso.
Negué con la cabeza. “Tengo miedo porque me
estoy enamorando de alguien que sé que no puedo
tener”
—Créeme, voy a romper tu codicioso y pequeño
corazón—esbocé una media sonrisa.
Levantó la barbilla, dándose importancia.
—¿Quién dice que soy codiciosa?
La miré de manera significativa. La conocía
como nadie.
—No tengo nada qué ofrecerle a nadie en este
momento, solo problemas—dije con agriedad.
—Ya somos dos, y al menos tú tienes cosas
buenas, como tus padres. Vinimos aquí porque
mamá y papá ya no se soportan. Mamá entró en una
etapa de depresión terrible, he abandonado mi
carrera, mi hermana está muy estresada con su
propio matrimonio y solo va a casa a estresarnos
también—su voz estaba a punto de romperse—. No
me queda nada, ¿sabes? Ni familia, ni carrera, ni
estabilidad… solo te tengo a ti y lo peor es que en
1128
realidad…—sus labios temblaron, con los ojos
anegados en lágrimas—, en realidad nunca te tuve
en primer lugar.
Estiré el brazo para acercarla y la estreché contra
mí hasta que su cabeza descansó en mi pecho,
abrazándola con fuerza.
—Solo
vinimos
porque
queríamos
desconectarnos un poco de toda la mierda en la que
estamos metidos—lanzó un sollozo y acaricié su
espalda en respuesta.
—No voy a decirte que todo está bien, porque eso
no lo sé, pero sí puedo decirte que estaré contigo en
todo el proceso, sin importar qué. Es lo que hacen
los amigos, ¿no?
Se deshizo de mi agarre y alzó la vista, encajando
su mentón en mi pecho.
—Gracias.
Limpié sus lágrimas con la yema de mis dedos,
hasta que ella se acercó. Pensé que iba a besarme de
nuevo e iba a permitírselo si con eso lograba sentirse
mejor, pero pareció pensarlo y decidió besarme en la
mejilla en su lugar.
—Te adoro, Alex.
1129
Entré con Sabine a la universidad el lunes
siguiente simplemente porque no había dejado de
insistir con querer conocerla.
Así que después rechazarla un millón de veces
solo para obtener el mismo resultado infructífero,
decidí llevarla conmigo.
Localicé a los chicos sentados en una de las
mesas del centro en la cafetería y me acerqué con
ella siguiéndome el paso.
—¡Tendrían que haberle visto la cara!—gritó
Ethan, entusiasmado contando una de sus miles
anécdotas—¡Pensé que me vomitaría encima y…!
Pareció notar que toda la atención se había
desviado de él cuando todos se centraron en
nosotros.
En Sabine, más específicamente.
—Pero si hola—Matt se apresuró a ponerse en
pie para acercarse, con la misma expresión de un
perro al ver un jugoso filete—¿No vas a
presentarnos a tu acompañante?
Le lancé una mirada gélida. No me gustaba que
estuviera tan cerca de Sabine con sus sucias
1130
intenciones.
Ella soltó una risita.
—Ellos son mis amigos—hice un gesto con la
mano, refiriéndome a todos en torno a la mesa—.
Sara, Edith, Ethan—los señalé a cada uno y
saludaron con una sonrisa, aunque estaban
impresionados de que viniera acompañado, podía
notarlo—. Jordan, Leah…
Los ojos de la princesa McCartney me
atravesaban igual que un par de dagas, duros y
filosos. Por la forma tan intensa en la que estaba
escrutándome con esa cara de piedra, podía jurar que
quería prenderme en fuego.
O ahorcarme, lo que sucediera primero.
No estaba nada feliz de ver ahí a Sabine, era más
que obvio.
Y una parte de mí se alegraba sádicamente en
comprobar que estaba celosa, porque eso significaba
que le importaba.
Sabine me miró con curiosidad ante la mención
de Leah, pero la ignoré.
—Él es Matt.
1131
Le estrechó la mano con entusiasmo, con sus ojos
brillando y estuve a nada de darle un manotazo.
—¿De qué acuario te han sacado, Sirenita?
Soltó una carcajada.
—De uno muy exótico, diría yo—respondió
Ethan desde la mesa y le guiñó un ojo con
coquetería.
—¿Cómo te llamas?—inquirió ansioso Matt.
—Ella es Sabine, mi…
—Soy su prometida—dijo sin más.
La cara de todos se desencajó, pero Leah, la cara
de Leah no tenía precio.
Estaba tan pálida que pensé que se desmayaría en
ese preciso momento.
¡Buenas noches, feliz miércoles! ¿O es aún
martes en su país?
De cualquier forma, ¡he aquí un nuevo
capítulo después de un tiempo!
¿Qué les pareció?
1132
¿Qué les parece Sabine?
¡Déjenme sus votos comentarios! Ya saben que
me hacen super feliz y me motivan mucho a
seguir.
Feliz lectura, disfruten.
Con amor,
KayurkaR.
1133
Capítulo 26: Celos.
Leah
No estaba segura de haber escuchado bien.
Tampoco estaba segura de seguir respirando.
Esperé. Un segundo, dos, tres, cinco, sin que
nada pasara.
Sin que Alexander dijera que todo aquello era
una puta broma.
Mi corazón pesó tanto que no pudo mantenerse
en su lugar y cayó hasta el suelo.
—Vaya… eso es… vaya—gesticuló Ethan,
buscando recuperarse de la impresión y aligerar la
tensión, que podía cortarse con un cuchillo.
—¿Es enserio?—inquirió Sara, con ojos de nutria
confundida—¿Cuándo se han comprometido?
Porque la última vez vi a Alex muy juntito con…
Percibí el pie de Edith moverse con rapidez para
darle un pisotón bajo la mesa y callarla. La cara de
Sara se compungió en una mueca de dolor pero al
1134
menos evitamos que saliera con alguna de sus
imprudencias.
¿Qué era todo aquello? Parecía que jugáramos
unas carreras por ver quién de los dos se jodía la
vida primero y de la peor manera.
La salamandra con copete soltó una risita
estúpida e hizo un gesto de la mano, como si le
restara importancia.
—Es solo un título—se encogió de hombros sin
perder la sonrisa—, pero me encanta la reacción de
todos cuando lo digo, vale oro, tendrían que haberse
visto—abrió mucho los ojos y la boca, imitando la
expresión de susto de más de alguno.
Todos soltaron una carcajada ante su ridícula
perorata, Alex incluido.
—Eso habla muy mal de ti—le dio un golpecito
en el hombro a modo de juego.
“Ni te lo imaginas”
—No sé de qué hablas—respondió el cínico y
procedieron a sentarse con nosotros.
—Qué guardada te la tenías—acotó Matt,
babeando sin dejar de escrutarla—. Una belleza
como esa es para presumirla, no para esconderla.
1135
Puse los ojos en blanco. No era la gran cosa.
—Deja esa mirada de degenerado sexual, vas a
asustarla—se burló Jordan a mi lado.
—Ush, que no te estoy mirando a ti, envidioso—
aleteó las manos para alejarlo y mi novio sonrió en
respuesta—¿De qué planeta viene una diosa como
tú? Porque no eres de este mundo, ¿verdad?
—De este mundo sí, de este continente, no—
esbozó una sonrisa genuina—, soy inglesa.
Reparé entonces en el acento que compartía con
Alexander, aunque el de ella era mil veces más
marcado.
Claro que él conseguiría una muñequita inglesa.
Podía percibir la mirada de Alex sobre mí, pesada
y avasalladora, evaluando todas mis reacciones.
Tenía que hacer esfuerzos sobrehumanos para no
tener un ataque de histeria por los celos que me
carcomían por dentro, retorciéndome las tripas.
Respiré un par de veces cuando olvidé hacerlo por el
dolor agudo que se asentaba en mi pecho y coloqué
mi máscara de practicada impasibilidad.
—De hecho nos conocimos allá—siguió ella,
recargando su cabeza en el hombro de él y flexioné
1136
mis dedos sobre la mesa para calmar las ansias que
me asaltaban por darle un golpe.
¿Me expulsarían de la universidad si la arrastraba
por todo el campus de su asqueroso cabello
pelirrojo?
¿Por qué mierda amaba tanto a las pelirrojas?
Lo había visto a lo largo de los años con otras
chicas, de todos colores y sabores, pero mayormente
pelirrojas. Como la cara de avestruz de Susan. ¿Qué
había de atractivo en una cara manchada de pecas y
una piel pálida, sonrisa perfecta, ojos preciosos,
cuerpo de infarto y…?
¡Agh! Quería hacerlo pedacitos.
—Nos conocemos desde los nueve años—apuntó
él, sin quitarla. ¡Sin quitarla!
—Eso es muy romántico—suspiró Sara y le lancé
una mirada asesina.
—¿Y qué haces aquí? ¿Has venido a robarte al
novio?—preguntó Jordan con diversión y alcé la
vista hacia él, asustada.
—Ganas no me faltan—lo miró embelesada—.
En realidad he venido de vacaciones. Me encanta
1137
este país, pero estando tan lejos no tengo muchas
oportunidades de visitarlo.
—Sí, imagino que entre las responsabilidades y
los períodos de la universidad es imposible—dijo
Edith.
La incomodidad ensombreció sus facciones, pero
se deshizo de ella con rapidez.
—Por eso le he pedido a Alex que me regale un
tour por su universidad, en una de esas puede que
incluso me quede a estudiar aquí.
—¡Te encantaría!—canturreó mi amiga y la chica
la apoyó aplaudiendo con felicidad.
Mi corazón sufrió un mini infarto ante la
posibilidad de tener que verle la cara todos los días.
“No, no, no. Sobre mi cadáver”
—¿De qué hablaban antes de que llegáramos?—
preguntó mi esposo con desinterés.
Edith juntó las manos en un aplauso, sumamente
entusiasmada.
—De los lugares a los que podríamos viajar la
próxima semana—sus ojos claros se iluminaron—, y
ayer, mientras miraba Gossip Girl pensé ¿por qué no
1138
hacemos un viaje a Nueva York? Como el que
hicimos con Ethan a Las Vegas en su…
—¡No!—gritamos Alex y yo al mismo tiempo,
rotundos. Nos dedicamos una mirada llena de
complicidad, pero los demás nos observaron
extrañados.
Ya habíamos tenido una experiencia horrible en
esos viajes. Si volvíamos a hacer uno igual,
seguramente terminaríamos casándonos por algún
rito budista o algo peor.
—Okay, okay, ya entendí—dejó caer los hombros
derrotada—, solo era una idea, no tienen que
arrancarme la cabeza, por Dios.
—Solo a ti se te ocurre que es buena idea ir hasta
el otro lado del país por un fin de semana—negó
Ethan.
—¿Tienes alguna idea mejor, Einstein? Por favor
ilumíname.
—¿Por qué no vamos a un lugar que esté cerca?
La temporada de invierno ya casi empieza y tengo
un espacio de un fin de semana que puedo usar
cuando quiera en las cabañas de Rockport.
1139
—¿La reserva que está al norte?—intervino Alex,
pensativo.
Ethan asintió.
—Para ese entonces, estará nevado y hay muchas
cosas qué hacer.
—Voy a morirme de frío—berreó Edith.
—Yo te caliento—contestó con tono sugerente.
—Ni en tus mejores sueños.
—Con calefacción, idiota. Que tu mente sucia
piense en otras cosas no es mi problema—se
defendió Ethan.
Todos soltamos una carcajada.
—No suena mal— concedió Matt y varias voces
lo apoyaron—, pero tengo entendido que suele ser
difícil encontrar cabaña antes de que empiece el
invierno. ¿Cómo lo conseguiste?
—¿Dudas de mis capacidades?—se señaló con el
pulgar, indignado—. Tengo métodos infalibles.
Puse los ojos en blanco. Sus métodos infalibles
eran siempre ligar con alguna pobre ingrata que era
usada para un solo revolcón.
1140
—Tú también puedes venir, preciosa. Nos
embellecerías el viaje—le sonrió con coquetería.
—Sería estupendo—lo apoyó Matt, emocionado.
—Sí, ven con nosotros.
Casi abofeteé a Jordan cuando la invitó.
—¡Ay, sí!—chilló Edith—. Seríamos cuatro
chichas y cuatro chicos.
No, no quería por nada del mundo que ella
estuviera ahí. No quería que arruinara algo tan
importante.
—¿Qué opinas? ¿Crees que sea buena idea ir?—
preguntó a Alex—, porque me encantaría.
Se encogió de hombros.
—Es tu decisión, pero sería genial que estuvieras
ahí.
Mi corazón se comprimió ante la sinceridad de su
comentario y tuve que apretar los dientes para evitar
que la cólera me explotara la cabeza.
—Entonces me apunto—dijo al final y todos la
animaron.
Casi. Todos.
1141
—Leah, ¿tú qué opinas? Has estado muy callada
—preguntó Sara y tardé unos momentos en registrar
que me hablaba a mí, porque estaba demasiado
concentrada empalando a la pelirroja como para
prestarle atención a algo más.
“Opino que la quiero a metros de él. Kilómetros,
joder”
—No lo sé, tal vez deberíamos pensar en algo
más—en algo que no la incluyera a ella—, no estoy
segura de que me agrade la idea.
—Es un buen plan, el lugar es grande y ya
tenemos hospedaje gracias al pito mágico de Ethan
—argumentó Matt.
—A tus órdenes—el aludido hizo un gesto con la
mano.
—¡Eh!—lo empujó Jordan, sonriendo.
—¡Cuidado con la mercancía!—se sacudió el
hombro—, que luego no podemos conseguir
cabañas.
—No lo sé—dije poco convencida, evitando a
toda costa mirar a Alex.
—Si no te gusta, no vayas—espetó la pelirroja,
encogiéndose de hombros con jovialidad.
1142
—¿Perdón?—era la primera vez que le dirigía la
palabra, y mi voz salió más tensa de lo que planeaba
—. Claro que tengo que ir.
—No están obligando a nadie, ¿o si?
—Vamos por mi cumpleaños—escupí, con la
sangre hirviéndome.
—Y el mío—añadió Edith, alzando la mano.
Edith cumplía el veintiséis de noviembre; yo al
día siguiente. Por eso optábamos siempre por
celebrar nuestros cumpleaños juntas.
—Ay, lo siento—la salamandra se tapó la boca
con la mano, apenada—, no lo sabía.
—Claramente—ladré de forma despectiva,
ganándome una mirada divertida de mi esposo.
—¿Tu cumpleaños será ese fin de semana?—me
habló por primera vez. Tardé en responderle, porque
no sabía qué saldría de mi boca si no pensaba bien
las cosas.
La ira que sentía porque estuviera tan cerca de
Sabine me rebasaba.
1143
Pareció sorprendido, pero no dijo nada más.
—Entonces, ¿Rockport?—sonrió Ethan, y todos
dieron el sí apresurándose a armar los planes.
Sería un cumpleaños de mierda con la señorita
inglesa rondando tan jodidamente cerca de mi
marido.
—¿Qué haces? Llevas dos horas pegada a ese
aparato—inquirí cuando me harté de ver a Edith en
la misma posición—. La cara del jorobado de Notre
Dame ya la tienes, solo te falta la joroba, y vas por
buen camino.
Rió con sorna, despegando por fin los ojos del
celular.
—Estoy haciendo una
importante, tenemos un 3312.
investigación
muy
Dejé lo que hacía para escucharla.
—¿Sobre qué?
—Sobre nuestra nueva amiga, obviamente. Mi
espíritu chismoso no descansará hasta saber quién
es.
1144
—¿Nueva amiga? Habla por ti—dije de
malhumor, percibiendo de nueva cuenta el amargo
sabor a hiel en la boca.
Sus ojos se inundaron con algo que no
identifiqué.
—Parece adecuada.
—¿Para qué?
—Para Alexander.
Enarqué una ceja, escéptica.
—¿Y qué has descubierto, mi querido y eficiente
FBI?—la molesté, porque también me sentía
bastante curiosa respecto a ella, aunque me negaba a
reconocerlo.
Encuadró los hombros, se aclaró la garganta y
tomó aire, como si ese fuera su momento.
—Es Sabine Crawford, tiene veintidós años.
Estudia la carrera de ciencias políticas en Oxford,
siguiendo los pasos de su padre, James, que tiene un
alto rango en el gobierno.
Crawford. Era el mismo apellido con el que nos
habíamos registrado en ese feo motel. Ahora
comprendía de dónde lo había sacado.
1145
—Y no vas a creer esto, pero su hermana, Emma,
es la esposa de Jonathan Pierson.
Mi mandíbula se aflojó y casi cayó al suelo.
—No me jodas—musité impresionada—¡¿Es su
cuñado?!—Edith asintió con decisión en repetidas
ocasiones—. Es el hombre per-fec-to, y es tan lindo
con su esposa, tienen una relación de ensueño.
Adoro todo lo que suben a las redes.
—Lo sé, qué mala suerte la nuestra—rió—.
Bueno como decía, Sabine es vocera de fundaciones
como Médecins Sans Frontières, Partners in Health
y ha organizado eventos en apoyo a Mercy Corps. Si
lo ha hecho para forjarse una carrera política o por
simple humanidad, no tengo idea, pero ha hecho
proyectos increíbles. James ha favorecido bastante al
padre de Alex concediéndole grandes proyectos del
gobierno y comparten algunas empresas. Le encanta
leer, el té chai, el yoga y la naturaleza—siguió con
voz de presentadora de comercial.
Estaba verdaderamente impresionada por todo lo
que había logrado a su corta edad.
—Y modela—siguió, mostrándome su cuenta de
Instagram—, para Alex, al menos. Le ha sacado
unas fotos divinas.
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Me mostró su feed y deslicé el dedo, observando
el montón de fotografías donde la cuenta de él
aparecía etiquetada. Lucía preciosa en todas las
capturas. Eso de que tenían historia no era mentira,
porque las fotos aparecían en varias locaciones del
mundo: Noruega, Japón, Tailandia, Italia. Londres.
También tenían algunas juntos y mi corazón se
comprimió al verlo tan feliz.
Bloqueé el celular y se lo devolví. No soportaba
contemplar todo aquello.
—Es libra, lo que significa que es mil por ciento
compatible con Alex—terminó y la miré con
incredulidad.
—Estás loca, ¿sabías? Solo tú crees en los
horóscopos.
Aunque internamente me pregunté qué tan
compatible era yo con él.
—¡Son muy importantes!—objetó con decisión
—. Tú por ejemplo, no eres nada compatible con
Jordan pero te sigues aferrando, sigues en negación.
—¿Negación
compatibles.
de
qué?
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Somos
totalmente
Me escudriñó por un momento y abrió la boca
como si quisiera decir algo más, pero se detuvo.
—Ay, Leah—suspiró—. Tanto investigar me dio
sed, así que iré a la cafetería por algo. Me estoy
secando. ¿Quieres algo?
Negué y tomó su camino meneando sus caderas
con coquetería.
Volví a concentrarme en ordenar el papeleo que
me había entregado la administración de la
universidad, buscando desaparecer la imagen de
Sabine de mi mente y con ella, el escozor que
provocaba en mi estómago. Esperaba que al menos
en eso el universo conspirara a mi favor.
—¿Te molesta si me siento?—una voz
interrumpió mi faena y cuando alcé la vista, me di
cuenta de que el universo no me favorecía; no, me
meaba a la cara.
Sabine me sonrió de esa forma que me producía
náuseas por lo genuina que parecía.
“Sí, sí me molesta”
—Como quieras—me encogí de hombros y me
concentré en mi trabajo, esperando que se fuera si la
ignoraba.
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—Esta universidad es enorme—se hizo una
coleta alta—, y es encantadora. Cuánto más la
conozco, más me gusta. Estaba recorriéndola con
una chica del comité, pero ha tenido que irse.
No dije nada porque mi mente solo podía pensar
en insultos.
—Oye, ¿puedo preguntarte algo?—inquirió con
seriedad y la maldije, porque al parecer ignorarla no
iba a funcionar.
—Dime—contesté sin despegar la vista de mi
papeleo.
—¿Sabes si Alex está saliendo con alguien?
Alcé la cabeza de golpe y la sorpresa me asaltó
por un milisegundo. Me miró expectante.
“¿Además de mí? Lo siento linda, pero no sé a
cuántas más se folla tu prometido” estuve tentada a
decirle.
—No lo sé—dije con mi tono más indiferente—.
Su vida no es asunto mío.
—Oh—pareció volver a respirar y soltó una risita
nerviosa.— ¿Sabes a qué hora está libre?—preguntó
después.
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—No.
—En ese caso creo que tengo tiempo. Tal vez si
me voy ahora, pueda tener lista su sorpresa.
Alcé la vista hacia ella, incapaz de resistir la
curiosidad.
—¡Ya sé! Tú podrías ayudarme a planearlo.
—¿Perdón?—dije con acidez.
—Creo que tienes buen gusto y podrías ayudarme
con la sorpresa que quiero hacerle.
Parpadeé un par de veces, incómoda.
—¿Qué crees que sea más lindo? ¿Una cena en
un lugar elegante, con mantel, velas y todo eso o
algo más moderno y minimalista? Tal vez algo a la
intemperie…
Estaba que me moría por arrancarle el cabello.
—Realmente
quiero
impresionarlo
para
agradecerle—sonrió con afecto—. Fue un amor
conmigo el fin de semana. Fue mi guía personal, me
llevó por toda la ciudad, fuimos a un bar y…
No quería saber. No quería escuchar cómo habían
terminado follando en su departamento seguramente.
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—Ya entendí—la interrumpí, con una maraña de
emociones desagradables en el pecho, produciendo
imágenes en mi cerebro que quería suprimir.
—Lo siento si te agobio con toda mi palabrería—
rió—, es solo que estoy muy feliz de estar aquí, con
él. Teníamos casi un año sin vernos.
“No me importa, no me importa, no me importa”
repetí, buscando creérmelo.
—Alex tiene una forma de hacerte sentir especial
cuando está contigo, como si fueras lo único
importante, y quiero regresarle el…
—No tienes que explicar nada—intenté detenerla,
con los celos quemándome viva.
—Lo siento—soltó una risita educada—
¿Entonces? ¿Qué crees que le guste más?—insistió y
yo estaba a pun
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