Autobiografia. Redactada por: Andrés. A socorro. CI: 30.268.958 Licenciatura en computación. Desde el momento en que abrí los ojos a este mundo, el 6 de mayo de 2004, en la cálida clínica Vera de Venezuela, mi existencia ha estado marcada por una serie de eventos que, cual pinceladas en un lienzo, han dado forma a la persona que soy hoy. La primera sombra que se cernió sobre mi infancia fue el abandono de mi padre. Recuerdo con nitidez el vacío que dejó su partida, como un agujero en el pecho que no lograba llenar. Esa ausencia me obligó a madurar más rápido de lo que debería, cargando sobre mis jóvenes hombros responsabilidades que superaban mi comprensión. Continúo el texto: La ausencia de mi padre era un peso que aprendí a llevar a temprana edad, como si cargara sobre mis hombros una mochila repleta de piedras, cada una representando una lágrima derramada, una noche en vela esperando su regreso, un cumpleaños solitario. Con el tiempo, me acostumbré a ese peso, a ese vacío que parecía no tener fondo. Sin embargo, en el silencio de la noche, cuando los demás dormían, a veces me permitía sentir ese dolor, esa añoranza por un padre que nunca estuvo. Poco a poco, aprendí a reemplazar esa figura paterna por una determinación inquebrantable. Me esforcé en la escuela, destacando entre mis compañeros, como si quisiera probarle a mi padre ausente que podía salir adelante sin él. Ese sentimiento de abandono se convirtió en mi motor, en mi combustible para superar cada obstáculo que se cruzaba en mi camino. Pero a pesar de mis logros académicos, no podía escapar de la cruel realidad que me esperaba fuera de las aulas. Los pasillos de la escuela se convirtieron en un campo de batalla, donde mis diferencias se erigían como estandartes para el acoso y la burla de mis compañeros. Cada día, enfrentaba la angustia de ser excluido, de no encajar, fue entonces cuando la luz del entendimiento iluminó mi camino, al ser diagnosticado con el síndrome de Asperger. Finalmente, pude dar nombre a esa extraña forma de percibir y procesar el mundo que tanto me había atormentado. Fue un alivio, pero también un desafío, pues debía aprender a navegar en un océano de interacciones sociales que parecían indomables, a encontrar la forma de encajar en un mundo que no siempre parecía entender mi forma de ser. Fue un proceso arduo, en el que tuve que desarrollar habilidades y estrategias para adaptarme, para encontrar mi propio camino en medio de esa vorágine. Cada día era una batalla, un esfuerzo constante por comprender a los demás y hacerme comprender. Pero poco a poco, fui forjando mi caparazón, aprendiendo a aceptar mis diferencias y a valorarlas como parte integral de mi identidad. Ya no me veía como alguien roto o incompleto, sino como un ser único, con una perspectiva distinta que podía aportar al mundo. Fue allí cuando entendí que se trata de una condición del espectro autista que se caracteriza por dificultades en la interacción y la comunicación social, así como por patrones de comportamiento e intereses restringidos y repetitivos. A diferencia de otras formas de autismo, las personas con Asperger no presentan retrasos significativos en el desarrollo del lenguaje o en las habilidades cognitivas. De hecho, a menudo tenemos una inteligencia promedio o superior a la media. Pero lidiamos con retos a la hora de entender las sutilezas de las interacciones sociales, de leer las emociones y los gestos de los demás. Este diagnóstico fue a la vez un alivio y un nuevo desafío. Por fin pude comprender la raíz de mis dificultades, pero ahora debía aprender a desenvolverme en un mundo que no siempre comprende nuestras particularidades. Fue un proceso arduo, pero que me ha permitido aceptar y valorar mi forma de ser e interactuar con los demás. Para mi pesar, no fui el único aquejado en la familia, pues lamentablemente a mi abuela le diagnosticaron el mal de Parkinson hace ya diez años. Enterarme de ello fue como escuchar la más abrumadora parafernalia del infierno, una carga harto pesada de soportar para un niño de apenas diez años como lo era yo en aquel entonces. Y ¿qué más decir? Pues ella aún continúa padeciendo, un proceso nada fácil, mucho menos grato. Siento que su tiempo se agota, poco a poco lo veo reflejado, pues, desdichadamente, el Parkinson es un mal hereditario. Habito con el temor persistente de, a pesar de mi propia dolencia, heredar también ese tormento. Una carga psicológica que pocos pueden soportar. Y creo que todo empeoró cuando mi madre partió de este mundo. Yace en paz ella, mi amada madre Karina Matilde Fernández Molero, quien en vida me infundió valores y una moral sublime, enseñándome a discernir entre lo bueno y lo malo. Con eterna gratitud, agradezco de corazón sus enseñanzas, que me transmitió con todo el amor de su alma. Aunque el destino parecía tener otros designios, lamentablemente la perdí hace aproximadamente 6 años, cuando apenas iniciaba mi camino hacia la adolescencia. Ella fue un pilar fundamental para nuestra familia, su carisma y energía se impregnaban en las hermosas palabras que nos regalaba a diario. Una figura maternal sin igual, y hasta podría decir, paterna. Aunque todo tiene su final, y con más razón lo bello, pues si no pereciera, no perviviría de la forma en que mora en nuestra memoria. Muchos fueron los instantes gratos, y si bien hubo otros amargos, me quedo con la dulzura de los primeros, añorándolos. Uno de esos hechos a resaltar es que ella volvió a unir su vida a otra, y no puedo sino afirmar que se le veía en extremo dichosa, pero la verdad es que, si bien tuve un padrastro, la vida a veces parecía jugarme una cruel jugada. No obstante, fueron los siete años más dichosos, donde hallé un hogar y una sonrisa que se plasmaba en mi rostro día tras día. Nada me faltaba, pues contaba con el amor paternal que, aunque no proviniera de mi progenitor, lo sentía como propio, llenándome de una dicha inefable. De aquel vínculo, brotaron cual flores delicadas, dos niñas que hoy son mis amadas hermanas. Diariamente me esfuerzo por estrechar nuestros lazos, pues aunque las adversidades han sido muchas, mi amor por ellas permanece inquebrantable.No obstante, debo reconocer que mi padrastro cometió uno de los más lamentables errores, una mancha que prefiero mantener al margen de los versos de esta mi narración autobiográfica. Contar esta historia no es tarea sencilla, mas siento que compartirla me ayudará a conocer mejor el curso de mi propia vida. Por ello, este ejercicio autobiográfico reviste cierta importancia para mí, pues en él logro identificar con mayor nitidez aquellos momentos que calaron hondo en mi identidad, dando forma a la persona que hoy soy. Innumerables han sido aquellos que me han brindado su apoyo, una bendición que reconozco con gratitud. Amistades, familia y el amor de mi pareja han sido mi más preciado tesoro, forjando un camino de dicha y fortuna. Nunca he sentido el abandono en mi andar. No obstante, he de detenerme a contemplar mis propias fallas, pues el primer paso hacia la enmienda es el honesto reconocimiento de quién soy y de dónde vengo. Y ahora, en este momento de mayor consciencia sobre mi ser, lamento algunas de las acciones que he cometido en el pasado, como renegar del divino. No me malinterpretes, pues aún hoy no puedo considerarme creyente. Sin embargo, siento que mi familia me ha saturado de una religión que adoran sin comprender realmente la filosofía del altruismo que debería imperar. Más que negar la existencia del Divino creador siendo ate o afirmarla con rotundidad, creo que el camino más reverente es el del agnosticismo, pues carezco del poder para descartar su presencia, y reconocerme a mí mismo fue un paso trascendental para hallar la paz con mi ser espiritual, por así decirlo. Sinceramente, es una tarea ardua y pesada reconocer que en cierta etapa de mi existencia alcancé a albergar actitudes profundamente despreciativas hacia los demás. Llegué a ser un tanto molesto e incluso a catalogarlos, sin miramientos, como desechos o seres indeseables, sin detenerme siquiera a conocerlos en esencia. Por ello, considero que parte de ese aislamiento que experimenté en mi niñez también tuvo algo de culpa mía, pues en lugar de aprender a recibir las críticas negativas y extraer lo constructivo de ellas, me recluí en mi propio ser, encerrándome en una suerte de coraza protectora. Afortunadamente, con el paso del tiempo y la madurez, logré reconocer mis errores y entender que juzgar a los demás sin conocerlos a fondo era una actitud egoísta y dañina. Hoy en día, procuro mantener una mente abierta, estar atento a las necesidades de los otros y tratar a cada persona con el respeto y la consideración que se merecen. Es un camino de crecimiento constante, pero estoy convencido de que es la única forma de alcanzar la plenitud y la armonía en nuestras relaciones.Ahora puedo ver con claridad que esa coraza que forjé en mi niñez, lejos de protegerme, me alejaba cada vez más de la posibilidad de construir vínculos genuinos y significativos. Fue un proceso de introspección y autoconocimiento el que me llevó a comprender que la empatía y la aceptación son las llaves que abren las puertas a una vida plena y satisfactoria. Poco a poco, fui aprendiendo a bajar la guardia, a escuchar con atención a los demás y a valorar sus historias y perspectivas únicas. Mi paso por la Universidad del Zulia ha sido una experiencia enriquecedora y plena. Siento que he absorbido el conocimiento de la informática como una esponja sedienta. Recientemente, he aprendido a dominar los lenguajes de Java y Python, lo cual me brinda una inmensa satisfacción, pues he descubierto una vocación que me llena el alma y que vislumbro ejercer en el futuro. Quizás, un día, pueda cosechar los frutos de este camino y brindar sustento a una familia propia.Actualmente, encuentro refugio en el hogar de mi amada tía, quien, si bien a veces carece de paciencia, es un pilar inquebrantable en mi vida. La amo profundamente y agradezco cada uno de sus desvelos por mi bienestar. He tenido la dicha de forjar numerosos vínculos entrañables en aquel lugar, entre ellos los de mi compañero Moisés Gómez, Jefferson Rosales, Pablo Hernández, Aarón Godoy e incluso el de mi propia persona. Me he reencontrado conmigo mismo y he entablado una amistad sincera, gracias al cobijo de la universidad. El gozar de las libertades del mundo adulto ha sido una experiencia maravillosa que ha enriquecido el curso de mi vida. Poco a poco, voy asumiendo la idea de retornar a una vida normal, como aquellos siete años en los que fui verdaderamente dichoso, aunque tal vez haya idealizado con un toque de romanticismo mis memorias. Este ejercicio autobiográfico ha sido, en efecto, una empresa fascinante, y considero que, para culminarlo, no hay mejor manera que evocar las palabras de uno de mis poetas predilectos, con una frase que destella inspiración. Quizás esta cita no logre capturar por completo el devenir de mi existencia, mas creo que es un mensaje propicio para ser compartido con el mundo, sin distinción de circunstancias o latitudes, pues siento que resonará en lo más profundo de los corazones. La frase en cuestión es "Conócete a ti mismo", pronunciada por el gran filósofo griego Sócrates en el siglo V a.C. Esta célebre máxima ha trascendido los siglos y se ha convertido en un principio rector para innumerables pensadores, artistas, líderes espirituales y personas comunes a lo largo de la historia.Para mí, estas palabras han sido un faro iluminador que me ha guiado en mi propio viaje de introspección y autoexploración. Exhortan al ser humano a emprender una búsqueda profunda de su propia esencia, comprendiendo nuestras fortalezas, debilidades y el lugar que ocupamos en el mundo.A medida que he reflexionado sobre esta frase, he llegado a entender su profundidad, universalidad y trascendencia. "Conócete a ti mismo" se erige como una de las frases más poderosas y reveladoras jamás pronunciadas por un filósofo en la historia de la humanidad, inspirando a miles de corazones a lo largo del tiempo a emprender un camino de autodescubrimiento y crecimiento personal.Sócrates, al pronunciar estas palabras, nos ha legado un regalo invaluable: la invitación a sumergirnos en nuestra propia esencia, a comprender quiénes somos y a encontrar una existencia más plena, auténtica y significativa. Es un legado que seguiré atesorando y transmitiendo a lo largo de mi vida. Con la venia, permítame concluir esta introspectiva jornada de autodescubrimiento, la cual ha culminado con éxito gracias a la invaluable guía y generosidad de la distinguida doctora Julieta. A través de esta catártica experiencia, he podido internalizarme cada vez más, desvelando los intrincados meandros de mi propio ser. Hoy, me siento profundamente agradecido por la oportunidad de emprender este viaje de autoexploración, que me ha permitido ahondar en los recovecos más íntimos de mi persona. Con el corazón henchido de gratitud, firmo esta humilde crónica de mi existencia, esperando que las palabras aquí plasmadas puedan comunicar con elocuencia la riqueza de mi trayectoria vital. Soy Andrés Alejandro Socorro Fernández, un hombre de bien que ha dejado constancia de su paso por este mundo.