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Teología litúrgica (Pelicano) - Félix María Arocena

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FÉLIX MARÍA AROCENA
TEOLOGÍA LITÚRGICA
UNA INTRODUCCIÓN
Pelícano
2
© Ediciones Palabra, S.A., 2017
Paseo de la Castellana, 210 – 28046 MADRID (España)
Telf.: (34) 91 350 77 20 — (34) 91 350 77 39
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Diseño de portada: Raúl Ostos
Diseño de ePub: Rodrigo Pérez Fernández
ISBN: 978-84-9061-577-5
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transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por
registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.
3
ÍNDICE
SIGLAS
INTRODUCCIÓN
Proemio
Una justificación
Este libro
Epílogo
PRIMERA PARTE. EL MISTERIO
Capítulo 1. Hacia una comprensión «teológica» de la liturgia
1. Estructura de este capítulo
Primera sección. La historia de la salvación
2. La noción de historia de la salvación
3. La historia, lugar de la revelación
4. Riqueza del término salvación
5. Algunas expresiones litúrgicas de la historia de la salvación
6. Etapas de la historia de la salvación
Segunda sección. Sacrosanctum Concilium: historia de la salvación y
liturgia
7. ¿Por qué comenzamos por la historia de la salvación?
8. Historia de la salvación y liturgia en Sacrosanctum Concilium
9. Sacramentalidad de la historia de la salvación
10. Los sacramentos y la historia de la salvación
11. Conclusión
Capítulo 2. Misterio de Dios – misterio de Cristo – misterio del culto
1. Estructura de este capítulo
Primera sección. El misterio del culto cristiano
2. De la historia de la salvación al misterio de Cristo
3. La noción de misterio
4. El misterio de Dios
5. El misterio de Cristo
6. Los misterios de Cristo
7. El misterio pascual de Cristo
8. El misterio del culto
9. El quod del misterio del culto
10. El quo modo del misterio del culto
11. El ubi del misterio del culto
4
12. El misterio del culto como acceso al misterio de Dios ab intus
13. Fecundidad de la categoría teológica de misterio
14. Misterio pascual y liturgia
Segunda sección. Liturgia y sacerdocio de Cristo
15. La liturgia en Mediator Dei
16. La liturgia en Sacrosanctum Concilium
17. Conclusión
SEGUNDA PARTE. LA CELEBRACIÓN
Capítulo 3. La celebración litúrgica
1. La liturgia se celebra
2. Estructura de este capítulo
Primera sección. La actio litúrgica
3. La acción de celebrar está subordinada a lo que se celebra
4. La celebración como acción
5. Aproximación fenomenológica
6. Aproximación teológica
7. Celebración y rito
8. Los ritos cristianos
Segunda sección. Estructura y sujeto de la celebración
9. La estructura de la celebración
10. La anámnesis
11. El hoy litúrgico
12. Agente y objeto del memorial
13. Un parágrafo destacado del Catecismo
14. La epíclesis
15. La doxa
16. La asamblea litúrgica, sujeto de la celebración
17. Las asambleas litúrgicas en el Nuevo Testamento
18. Recuperación de la asamblea litúrgica
19. La asamblea litúrgica es cuerpo sacerdotal jerarquizado
20. Asamblea y pascua, realidades contemporáneas
21. La asamblea litúrgica es signo de la Iglesia universal
22. De la celebración a la participación
Tercera sección. El ars celebrandi
23. De la participación al ars celebrandi
24. Del ars celebrandi a las rúbricas
25. La teología de las rúbricas
26. De las rúbricas a la belleza de la celebración
27. Conclusión
Capítulo 4. La sacramentalidad de la liturgia
5
1. ¿Qué significa sacramentalidad de la liturgia?
2. Doble significado del término sacramentalidad
3. Estructura de este capítulo
Primera sección. El lenguaje simbólico de la liturgia
4. Algunos relieves históricos
5. ¿Por qué los símbolos?
6. ¿Qué es un símbolo?
7. Símbolo y trascendencia
8. El símbolo, categoría universal
9. Los símbolos cristianos
10. Diversos signos y símbolos litúrgicos
11. Entre anámnesis y mímesis
12. La sacramentalidad, una clave de lectura de la fe de la Iglesia
13. Las acciones litúrgicas son diversamente sacramentales
Segunda sección. Per ritus et preces
14. La expresión per ritus et preces
15. El rito
16. Algunas dimensiones del rito
17. El gesto
18. La palabra
19. El canto
20. Del logos al iubilus
21. El canto gregoriano
22. El silencio
23. Gestos y palabras intrínsecamente conexos entre sí
24. La palabra determina el significado del gesto
25. Causalidad y significatividad
26. Todo es significante en la celebración
27. El aprecio por los signos que velan y desvelan el misterio
28. Celebraciones que irradian el esplendor de la verdad
29. La cláusula en razón del signo
Tercera sección. La índole escatológica de la liturgia
30. Éschaton y culto cristiano
31. La co-liturgia del cielo y de la historia
32. La liturgia terrena pregusta y participa de la liturgia celestial
33. Conclusión
Capítulo 5. El memorial del misterio de cristo
1. Estructura de este capítulo
Primera sección. Zikkārôn y anámnesis en la Biblia
2. Breve nota histórica
6
3. Fundamentos bíblicos del memorial litúrgico
4. El Zikkārôn en el Antiguo Testamento
5. La anámnesis en el Nuevo Testamento
6. La anámnesis en los relatos de la institución de la Eucaristía
7. Molde y contenido
8. Memorial de la antigua y de la nueva pascua
9. Desde las primitivas oraciones de la cena cristiana hasta la anáfora
eclesial
Segunda sección. Algunas expresiones litúrgicas del memorial
10. La Traditio Apostolica
11. Caracterización de esta anáfora
12. Aplicación al memorial eucarístico en el Misal Romano
13. «… opus nostræ redemptionis exercetur»
14. «… te ofrecemos lo que Tú nos entregaste»
15. Conclusión
Capítulo 6. La palabra de Dios en la liturgia
1. ¿Por qué la palabra de Dios en la liturgia?
2. Estructura de este capítulo
Primera sección. La celebración litúrgica de la palabra de Dios
3. La palabra de Dios en la vida del Pueblo de la Alianza
4. La Biblia en la liturgia
5. La liturgia en la Biblia
6. La liturgia en el Antiguo Testamento
7. La liturgia en el Nuevo Testamento
8. La proclamación de la Escritura en la sinagoga
9. La proclamación de la Escritura en la Iglesia antigua
10. Presencia de Cristo en la palabra
11. Algunos testimonios de la tradición
12. La enseñanza de Sacrosanctum Concilium
13. Los signos de veneración a la palabra, en las liturgias orientales
14. La asamblea, destinataria de la palabra
15. La Escritura crece con quien la celebra
16. El Espíritu Santo en la celebración de la palabra
17. Las epíclesis orientales sobre la palabra
18. «La celebración se convierte en nuevo acontecimiento»
19. La novedad del acontecimiento generado por la palabra
Segunda sección. La palabra de Dios en el marco celebrativo
20. La palabra de Dios en el Leccionario
21. El vértice del Evangelio
22. El ensamblaje de las lecturas
7
23. La afinidad de los libros inspirados con el año litúrgico
24. El contexto de una celebración sacramental
25. Importancia de cada salmo responsorial
26. La homilía
27. La Oración universal
28. El cumplimiento sacramental de la palabra
29. La liturgia de la palabra, estructura dialógica de exitus y reditus
30. Algunos símbolos de la mediación ritual
31. El lector
32. El Evangeliario
33. El ambón
34. La interacción «palabra de Dios – eucología»
35. Conclusión
TERCERA PARTE. LA VIDA
Capítulo 7. Liturgia y vida
1. Estructura de este capítulo
Primera sección. La trilogía «Misterio – Celebración – Vida»
2. Origen y dinamismo de la vida en Cristo
3. El entramado «Misterio - Celebración - Vida»
4. El trenzado de los tres elementos
Segunda sección. La proyección «Celebración → Vida»
5. El más allá de la celebración
6. Convocación y misión
7. La proyección de la celebración sobre la vida
Tercera sección. Culto espiritual y celebración litúrgica
8. La vida de Cristo como culto espiritual
9. La vida de los bautizados como culto espiritual
10. Culto espiritual y celebración litúrgica
11. Sacerdocio real y sacerdocio ministerial
12. El Sacrificio eucarístico sacramentaliza los sacrificios espirituales
13. Algunas expresiones litúrgicas de esa sacramentalización
14. Conclusión
Capítulo 8. En el horizonte de la teología espiritual
1. Estructura de este capítulo
Primera sección. Teología de los tres altares
2. Del acontecer existencial al altar del corazón
3. Del altar del corazón al altar del santuario
4. Del altar del santuario al Altar celestial
5. El equilibrio entre los momentos ritual y existencial
Segunda sección. Hacia una caracterización de la vida litúrgica
8
6. Un estilo sacramental
7. Algunos rasgos que perfilan el estilo sacramental
8. Conclusión
APÉNDICES
Apéndice 1. Los términos liturgia y celebración
En el mundo helenístico
En el Antiguo y en el Nuevo Testamento
En las Iglesias orientales
En la Iglesia latina
Desarrollos posteriores
En el latín clásico
En los escritores cristianos
En las fuentes litúrgicas
Apéndice 2. El caminar histórico de la celebración litúrgica
Historia de la liturgia y Tradición apostólica
1. Los tres primeros siglos. La lectura espiritual del culto cristiano
La vida cristiana como culto espiritual
La continuidad liturgia - vida
2. El siglo IV. La mistagogía
Liturgia y lectura tipológica de la Escritura
Las familias litúrgicas
3. El Medievo. Alegoría y devoción
De la mistagogía a la alegoría
La decadencia del nexo celebración – historia de la salvación
La devoción prevalece sobre la celebración
4. Los siglos XIV y XV. La devotio moderna
Caracterización de la devotio moderna
5. La reforma protestante y la reforma católica
La reforma protestante
La reforma católica
6. El movimiento litúrgico
Los orígenes del Movimiento Litúrgico
Odo Casel y la Schola Lacensis
Desarrollo ulterior
7. La liturgia durante el Concilio Vaticano II
Trascendencia de la liturgia para la vida de la Iglesia
La reinstauración litúrgica
El primer fruto del Concilio Vaticano II
La dimensión teológica de la liturgia
8. La aplicación de la reinstauración litúrgica
9
El Consilium
El nuevo Ordo Missæ
La crisis lefebvriana
Apéndice 3. La presencia de cristo en la palabra
De la Encíclica Mediator Dei a la Exhortación Verbum Domini
El Ordo lectionum Missæ
La Exhortación Verbum Domini
Apéndice 4. Los libros litúrgicos del rito romano
Para la celebración eucarística
Para la celebración del Oficio divino
Para las celebraciones a lo largo del año litúrgico
Rituales
Otros
GLOSARIO
BIBLIOGRAFÍA
10
Al Emmanuel,
Gloria del Misterio de Dios[*].
[*] En el altar de la catedral de Cefalú (Sicilia).
11
SIGLAS[1]
AAS
AG
Acta Apostolicæ Sedis
Ad gentes
BAC
BEN
BELS
Biblioteca de Autores Cristianos
Bendicional
Bibliotheca Ephemerides Liturgicæ, Subsidia
CCE
Catechismus Catholicæ Ecclesiæ
CCL
Corpus Christianorum. Series Latina
CCL-CM Corpus Christianorum. Series Latina - Continuatio Mediævalis
CIC
Codex Iuris Canonici
CO
Ceremonial de los Obispos
COD
Conciliorum œcumenicorum Decreta
CSCO
Corpus Scriptorum Christianorum Orientalium
CSEL
Corpus Scriptorum Ecclesiasticorum Latinorum
DS
DV
Denzinger-Schonmetzer
Dei Verbum
GS
Ge
GeV
GLNT
Gr
Gaudium et spes
Sacramentario Gelasiano
Sacramentario Gelasianum Vetus
Grande Lessico del Nuovo Testamento
Sacramentario Gregoriano
LG
LH
Lumen gentium
Liturgia de las Horas
MD
MHM
MR
Mediator Dei
Missale Hispano-Mozarabicum
Misal Romano (2016)
NDL
NDT
Nuevo Diccionario de Liturgia
Nuevo Diccionario de Teología
OGMR
OLM
Ordenación General del Misal Romano
Ordo lectionum Missæ
PCB
Pontificia Comisión Bíblica
12
PE
PG
PL
PR
PS
A. Hanggi - I. Pahl, Prex eucharistica, Fribourg 1968
Patrologiæ cursus completus, Series Græca
Patrologiæ cursus completus, Series Latina
Pontifical Romano
Patrologia Syriaca
RCCE
RDIA
RE
RICA
RP
RS
Ritual de la Comunión y el Culto eucarístico fuera de la Misa
Ritual de dedicación de iglesias y de altares
Ritual de Exorcismos
Ritual de la Iniciación cristiana de adultos
Ritual de la Penitencia
Redemptionis Sacramentum
SC
SCa
SCh
Sacrosanctum Concilium
Sacramentum caritatis
Sources Chrétiennes
VD
Ve
Verbum Domini
Sacramentario Veronense
[1] Para las abreviaturas de los libros inspirados adoptamos las empleadas en
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (BAC, Madrid
2011). Las citas del Misal Romano se toman de la tercera edición castellana (CEE,
Libros Litúrgicos, Madrid 2016).
13
INTRODUCCIÓN
El Cristianismo remite primariamente a la persona viva del Crucificado-Resucitado.
Él es la razón incondicionada de todo lo que Dios ha llamado, llama y llamará a la
existencia, el fundamento del ser y el motor histórico de cada cosa, el que antecede a
todo y del que parte todo. La teología ha nacido y se ha desarrollado a partir de su
Acontecimiento, siempre lo ha tenido en su centro, Él es a quien trata de entender y sabe
que el secreto de su originalidad está en volver siempre a ese origen: el Cristo pascual.
Hacer teología consiste sustancialmente en exponer cómo ha leído y comprendido la
tradición de la Iglesia el sentido de Cristo que muere y resucita y saber conectar toda
lógica de la realidad con ese Acontecimiento. El Cristianismo es la vida que nace de la
profunda comunión entre el Resucitado y la Iglesia, en su cortejo nupcial hacia la luz
santificadora del rostro del Señor. La liturgia hace viva y actual esa comunión.
Proemio
«Liturgia», acabamos de decir. La repuesta a la pregunta: «¿qué es la liturgia?»
puede parecer bastante obvia: la liturgia son los ritos y ceremonias por medio de los
cuales los cristianos dan culto a Dios. Sin embargo, la naturaleza de la liturgia cristiana es
mucho más rica. El fin que persiguen estas páginas consiste en mostrar cómo el Concilio
Vaticano II ha recuperado y revalorizado una forma de entender la liturgia mucho más
amplia y profunda. En esa época y desde muchos siglos atrás, faltaba en la Iglesia una
compresión adecuada de la naturaleza de la liturgia.
De todas formas, sea cual sea el empeño que pongamos en hablar de ella, nunca
conseguiremos llegar del todo hasta la médula de lo que la liturgia es en toda su verdad y
en todas sus dimensiones. Entrar en la liturgia es entrar en la tierra fértil de Dios, en la
tierra sazonada por el rocío de su Espíritu, en el ámbito en donde tiene su morada el
misterio de Cristo. ¿Cómo podríamos hablar de estas realidades sin aminorar su sentido,
dejándolo reducido a la medida de nuestra manera de pensar? ¿Cómo podríamos dar a
entender con toda claridad hasta qué punto resulta enaltecedor penetrar en ese terreno en
el que el Señor tiene la primera y la última palabra?
Ciertamente, «la participación en la vida trinitaria se realiza a través de la
14
liturgia»[1]. Cuando la acción litúrgica incide en nuestra sensibilidad, vislumbramos que
nuestro ámbito propio es la infinitud. Un cierto estremecimiento se apodera de nosotros,
como si penetráramos en un mundo misterioso donde los gestos y los movimientos
componen una armonía divina, como eco tenue de los himnos que resuenan en la
Jerusalén del Cielo. De este modo, la liturgia se presenta como la posibilidad de vivir los
avatares de la vida en estrecha vecindad con lo eterno, la posibilidad de sentir la sobria
embriaguez de la eternidad inmersos en la fugacidad del tiempo. La liturgia es la forma
visible de la esperanza en una grandeza prometida que no acaba de cumplirse totalmente
en esta vida[2]. Hace que el anhelo de trascendencia no sea cobardía o enfermedad.
Una justificación
En la bibliografía final ofrecemos un elenco de introducciones a la liturgia escritas por
autores competentes; entonces, ¿para qué otra nueva introducción? Parece oportuno
adelantar unas palabras que respondan a esta pregunta.
«Toda nuestra obra en esta vida, queridos hermanos, consiste en curar los ojos del
corazón para que puedan ver a Dios»[3]. Estas palabras de san Agustín dan significado al
momento histórico que atraviesa la Iglesia que, como ya apuntó san Juan Pablo II, es
momento de crisis[4]. El verdadero invierno es el ocultamiento de Cristo; y, en el
invierno, las plantas viven de la raíz[5]. Por eso, en época de decaimiento, lo procedente
es –como hacen las plantas– aferrarse a lo esencial y echar el ancla en lo irreductible.
Precisamente a ese núcleo vital pertenece «la liturgia».
Hablar de reforma litúrgica hoy en día no consiste en hablar de nuevos libros
litúrgicos –esa etapa histórica ya ha pasado–, sino en hablar de la transformación
existencial de los cristianos a partir de su participación en la liturgia. Hoy, reforma
litúrgica es reforma de la vida eclesial desde la liturgia. El programa de renovación
litúrgica, que el Concilio Vaticano II quiso proponerse, se enunció con el pensamiento
dirigido más hacia las personas, que hacia los ritos[6]. De ahí la necesidad de una
educación que desarrolle la capacidad de asimilar interiormente la liturgia de la
Iglesia.
Esto es una tarea pendiente. Se trata de redescubrir la capacidad que posee la
celebración cristiana para transformar la vida de los bautizados desde dentro, pues,
cuando el acontecimiento salvador de Cristo es puesto en acto por el rito, manifiesta su
ingente fuerza innovadora de la vida de los fieles que participan en él hasta hacerles
partícipes de la vida de comunión trinitaria. A la postre, la vocación cristiana consiste en
15
vivir plenamente el misterio pascual en la propia vida –morir y resucitar con Cristo
diariamente– para así ofrecer al Padre en el Espíritu el sacrificio agradable[7]. La teología
litúrgica ilumina en sumo grado esta experiencia, pues teologiza a partir del contacto vivo
con Dios, que acontece en la celebración, en la que presentimos el todo en el
fragmento[8].
Algunos de los escollos de la actual vida litúrgica de la Iglesia, con notables
consecuencias para el existencial cristiano, encuentran no pocas veces su origen en la
pérdida del carácter mistérico de las celebraciones de culto, en una comprensión
limitada del misterio litúrgico. Hay que devolver a las celebraciones litúrgicas su ser
contrastante a base de traspasar el umbral de lo cotidiano. Pretender lograr una vida
sacramental solo a base de técnicas de participación y de ardides psicológicos es una
quimera; por el contrario, la asimilación de los ejes centrales de la Constitución
Sacrosanctum Concilium del Concilio Vaticano II sobre la sagrada liturgia confiere
consistencia a la vida espiritual, imprimiendo en ella un intenso tono objetivo.
Este libro
El presente libro cobra significado en este contexto. Se dirige principalmente a
estudiantes de Teología. No aspira a tener el carácter exhaustivo de un tratado. Este libro
–más modesto– es una introducción, es decir, un instrumento para aproximarse al
misterio litúrgico mediante un esquema didácticamente concebido. Aquí no se abordan
aspectos particulares de la liturgia, sino la teología del culto cristiano en perspectiva
fundamental.
El objetivo primordial de estas páginas consiste en ofrecer una exposición clara de
aquellos grandes vectores de fuerza que recorren transversalmente el texto de la
Sacrosanctum Concilium y expresan sus acentos teológicos principales, integrando, sin
duda, los avances del Catecismo de la Iglesia Católica. La distribución de la materia en
tres grandes partes (Misterio – Celebración – Vida), como característica de este libro,
responde a un criterio que evoca el que emplea el nuevo Catecismo para presentar la fe
de la Iglesia. La sistemática del Catecismo para exponer la fe debe servir también para
exponer la liturgia, pues ¿qué es la liturgia sino la fe misma en cuanto celebrada?[9].
Tanto la estructura del libro en su conjunto como la de cada capítulo en particular
tienen una especial relevancia a la hora de captar no solo el contenido global, sino
también la articulación lógica de cada capítulo. Con ello se pretende que el lector sepa en
todo momento de qué punto parte y a qué meta se pretende conducirle. Esta
16
concatenación se explicita en los párrafos que abren cada capítulo, dedicados a plasmar
el «mapa» donde se sitúan y distribuyen los contenidos.
—El capítulo primero ofrece las herramientas necesarias para entender
teológicamente qué es la liturgia. Se trata de poner de relieve la categoría de historia de
la salvación y desde ahí ilustrar cómo la liturgia es el «momento-síntesis» de esa
historia, cómo la liturgia es «historia de la salvación en acto».
—En el capítulo segundo se explica qué debe entenderse por «misterio de culto
cristiano». Partiendo de la explicación del misterio de Dios, se pasa a exponer los
misterios de Cristo, con su síntesis culminante en el misterio pascual, para llegar al
concepto de culto cristiano como presencia sacramental de la pascua del Señor a través
de los ritos. Estos dos capítulos conforman la primera parte del libro.
—En el capítulo tercero se explica el significado que tiene «celebrar» en la Iglesia.
Ese verbo –por referirse a una acción compleja– invita a detenerse, aunque solo sea
brevemente, en las acciones y actitudes que comprende.
—El capítulo cuarto aborda el universo simbólico de la liturgia: el de los símbolos es
un lenguaje alternativo al noético e irreductible al conceptual. Comprender esta realidad
es imprescindible para avanzar en la inteligencia de la celebración y comporta un
esfuerzo al que las páginas de este capítulo pretenden ayudar.
—En los capítulos quinto y sexto nos ocupamos de dos coordenadas esenciales del
rito cristiano: el memorial y la palabra de Dios celebrada en la liturgia. Con este capítulo
se pretende explicar en profundidad el carácter memorial del culto cristiano. El capítulo
sexto presenta el tránsito que realiza el texto escrito en el momento de ser proclamado
dentro de la celebración, cuando la acción vivificante del Espíritu dota a la palabra de la
eficacia que posee en los labios del Resucitado. Aquí concluye esta segunda parte del
libro, que es la más extensa.
—Los capítulos séptimo y octavo constituyen la tercera parte del libro. Aquí la
panorámica termina por completarse ya que los grandes temas que han precedido –el
misterio y su celebración– se proyectan sobre el vivir cotidiano de los fieles en orden a la
misión de la Iglesia. La lectura del capítulo séptimo pondrá las bases para una
maduración en un punto sobre el que nunca se insistirá suficiente: la relación entre liturgia
y vida. El capítulo octavo trata del «entreverarse» del momento ritual con el momento
existencial en la experiencia cristiana, y, desde ahí, se especifican algunas notas cuyo
conjunto esboza una primera caracterización de la «vida litúrgica».
—Por último, cuatro apéndices finales abordan algunas cuestiones que, aun siendo
relevantes, hemos preferido exponerlas aparte a fin de que el lector no pierda el hilo
argumentativo que atraviesa la exposición. Un glosario final ocupa las últimas páginas y
explica el significado de una treintena de términos de uso frecuente en teología litúrgica y
que, debido a su carácter técnico, precisan de una breve ilustración. Conviene que,
17
cuando el lector encuentre un término cuyo significado ignora, consulte este glosario.
Epílogo
Facilitar una comprensión asequible y precisa de lo que llamamos en la Iglesia
«liturgia» no es tarea fácil. En este sentido, soy consciente de los límites del presente
trabajo, para cuya realización me he visto asistido por pacientes colaboradores a quienes
agradezco sus contribuciones y, en especial, al doctor Alberto Portolés.
Al ofrecer al lector este forjado en torno al misterio del culto cristiano, he pretendido
acompañarle e introducirle en el territorio de lo sagrado y en la escucha de lo que no
puede ser dicho. Ojalá me haya aproximado. Si no fuera así, la culpa habrá que imputarla
no tanto a la valía de las fuentes –están fuera de duda–, cuanto a la desproporción del
autor.
El autor
Epifanía 2017
[1] JUAN P ABLO II, Orientale Lumen, 6.
[2] Cfr. A. LÓPEZ QUINTÁS, Romano Guardini, maestro de vida, Palabra, Madrid
1988, 37; cfr. J. RATZINGER, El espíritu de la liturgia - Una introducción, Cristiandad,
Madrid 20074, 52; cfr. G. CALVET, La santa liturgia, Nova Millennium, Roma 2011, 7;
cfr. J. URDEIX, Apuntes para una primera reflexión sobre la liturgia, en Liturgia y
Espiritualidad 6 (2010) 311.
[3] AGUSTÍN DE HIPONA , Sermo 88, 6, en PL 38, 542.
[4] Cfr. JUAN P ABLO II, Ecclesia in Europa, 70; cfr. Ecclesia de Eucharistia, 10 y
52.
[5] Cfr. AGUSTÍN DE HIPONA , Sermo 36, 4, en PL 38, 216.
[6] Así se aprecia ya en la primera frase de la Constitución: «Este sacrosanto Concilio
se propone acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana…» (SC 1).
[7] Cfr. J. L. GUTIÉRREZ MARTÍN, La teología de la liturgia - Claves para una
renovada comprensión del culto eclesial, V. VIDE – J. R. VILLAR (eds.), El Concilio
Vaticano II. Una perspectiva teológica, San Pablo, Madrid 2013, 209-214.
[8] Entendemos aquí por teología litúrgica la reflexión que la liturgia realiza sobre sí
misma.
[9] CCE 1068: «es el Misterio de Cristo lo que la Iglesia anuncia y celebra en su
liturgia a fin de que los fieles vivan de él y den testimonio del mismo en el mundo». Esta
comprensión tripartita de la liturgia fue ampliamente desarrollada, en sus diversas
18
perspectivas, por la obra teológica de Achille Maria Triacca (†2002). Una bibliografía
actualizada de este autor, cfr. A. LUCAS MAQUEDA , La pneumatología litúrgica de don
Achille Maria Triacca, CPL, Barcelona 2012.
19
PRIMERA PARTE
EL MISTERIO
20
Capítulo 1
HACIA UNA COMPRENSIÓN «TEOLÓGICA»
DE LA LITURGIA
Oh, Dios, esto es demasiado más grande que nosotros:
sé Tú solo responsable de esta enormidad[*].
Sumario
1. La historia de la salvación
2. La Sacrosanctum Concilium: historia de la salvación y liturgia
stas páginas iniciales abordan la noción de liturgia en la Iglesia. Clarificar la
naturaleza de la liturgia debería ser el fruto más importante de su lectura. La
asimilación de los contenidos de este capítulo facilitará la superación de una
visión exterioricista de la liturgia –todavía muy presente–, como si esta consistiera en
ostentosas ceremonias; o bien una visión rubricista, como si se tratara de un mero
entramado de normas que rigen el protocolo del culto divino. Este objetivo es tan
importante que poseer una intelección profunda y vital de la liturgia suele ir
acompañado del despertar a un gran horizonte en la propia experiencia cristiana.
E
1. Estructura de este capítulo
Antes de abordar los contenidos de este primer capítulo, vamos a describir el
itinerario por donde discurrirán las ideas para que el lector conozca –ya antes de
empezar– el punto de origen, la vía y la meta a la que llegar. Las páginas que siguen
abrazan dos grandes temas que ocupan sendas secciones.
Primera sección. Introduce el estudio la presentación de una categoría moderna
proveniente de la teología bíblico-patrística. Nos referimos a la noción de historia de la
salvación, sintagma en el que convergen dos realidades que, estando mutuamente
implicadas –historia y salvación–, tipifican lo cristiano: el cristianismo es una religión de
salvación. La salvación acontece en la historia y la historia es lugar de la salvación. En
esta primera parte se estudian las etapas de esa historia y algunas de sus expresiones en
21
los actuales libros litúrgicos del Rito romano.
Segunda sección. En un segundo momento se expondrá la enseñanza contenida en el
quinto parágrafo de la Constitución conciliar sobre la sagrada Liturgia. Es un texto clave a
partir del cual cobran significado profundo algunas afirmaciones teologales sobre la
liturgia como estas: «la liturgia es historia de la salvación en acto»; o bien: «la liturgia es
momento-síntesis de la historia de la salvación»; o bien: «la liturgia es la actualización de
la historia de la salvación».
Primera sección
LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN
2. La noción de historia de la salvación
Para adentrarse en la noción de liturgia es necesario elegir un buen camino[1]. El
consenso de los autores sostiene que para captar el auténtico significado de la liturgia
cristiana se debe abordar primero la noción de historia de la salvación, de manera
que, sin este concepto, el discurso sobre la liturgia no es posible[2].
Detengámonos en esta expresión: historia de la salvación. Este mismo sintagma
remite ya a un misterioso entrelazarse del tiempo con la eternidad, o sea, de la historia
humana con la salvación divina. Evoca, por ello, la historia de un encuentro, la historia
de un diálogo entre la iniciativa de Dios y la respuesta del hombre. La entraña de la
historia humana es historia de la salvación. No hay una doble historia, sino una doble
dimensión de una sola historia. La Constitución Gaudium et spes del Concilio Vaticano
II, en su número 11, afirma: «(la Iglesia cree) que la clave, el centro y el fin de toda la
historia humana se halla en su Señor y Maestro», es decir, que vivimos en una historia
que está finalizada en Cristo.
Desde esta perspectiva, la divina revelación se entiende no solo como un sistema
organizado de verdades (revelación como discurso), sino también como una serie de
acontecimientos por medio de los cuales Dios realiza la salvación del hombre (revelación
como historia)[3]. Esta realidad nos invita a detenernos brevemente en dos categorías
que la teología del siglo XX estimó particularmente relevantes: historia y salvación.
3. La historia, lugar de la revelación
Las religiones de la India, de China y de Persia se centran en la sabiduría, mucho
22
más que en la historia. En ellas, la importancia del tiempo se diluye si se compara con la
eternidad; más aún, el tiempo es un obstáculo que superar para alcanzar la propia
liberación. Israel, sin embargo, fue ajeno a esta concepción porque su experiencia
consistió en haber sido encontrado y elegido por Yahwéh no en un tiempo mítico, sino en
la «historia». Por eso, aun cuando el hombre de la Biblia viva en la naturaleza, su
atención, sin embargo, se dirige a la historia. La esencia de la religión de Israel es el
Dios vivo que se revela en la historia.
En continuidad con el Judaísmo, también la tradición cristiana sostiene que la historia
es lugar de la revelación. Jesús es Dios que, por decirlo así, sale de Sí mismo para
ponerse en peregrinación hacia el hombre y se hace historia en nuestra historia por
amor[4]. Por eso, la autocomunicación de Dios a los hombres acontece en el tiempo de
los hombres y la revelación asume la forma de hechos que no son míticos, sino
históricos. La revelación consiste en este obrar de Dios en la historia, la cual adquiere,
por eso mismo, el valor de manifestación de Dios. Si Dios irrumpe en la historia para
manifestar su voluntad, entonces los prodigios de Dios (mirabilia Dei) se constituyen en
portadores de las intenciones de Dios, confiriendo de este modo a la historia un
significado: el presente inicia el futuro anunciado y prometido en el pasado[5].
4. Riqueza del término salvación
Cuando la Iglesia habla de salvación (sotería), emplea una categoría que atraviesa
transversalmente, como un hilo rojo, toda la Biblia. En la Escritura el término salvación
goza de un contenido semántico sumamente rico. El Cristianismo es una religión de
salvación. El Dios del Antiguo Testamento es un Dios que salva, y Jesucristo lleva, antes
que ningún otro, el título de Salvador de los hombres. La Eucaristía –canta un himno del
Oficio divino– es la «Hostia salvadora que abre las puertas del cielo»[6]. Salvación es un
término eminentemente positivo.
La salvación es Jesucristo. Su libre Sacrificio de muerte y resurrección es el punto
de llegada, el día en orden al cual todo fue creado, la ejecución del designio eterno de
redención que brota de los insondables abismos de la vida inmanente de la Trinidad.
Hablar de salvación es dialogar sobre una culpa que el amor divino olvida, un expiar de
Jesús que borra esa culpa, y un hombre que se adhiere libremente a esa expiación que le
abre a la comunión con Dios. La salvación es el mensaje operativo de una redención
copiosa que realiza plena y definitivamente las aspiraciones del corazón humano en todas
las ramificaciones de su existencia presente y futura. La salvación consiste en hacer que
el hombre vuelva a ser imagen perfecta de Dios, es decir, en restablecerle a la situación
en la que fue creado: hijo de Dios, portador del Espíritu y adorador perfecto de Dios en
santidad de vida.
23
5. Algunas expresiones litúrgicas de la historia de la salvación
Una vez subrayados estos aspectos de lo histórico y de lo salvífico en teología,
resulta pedagógico volver a la noción de historia de la salvación y mostrarla formulada
de un modo sugestivo, tal y como lo hace una plegaria eucarística del Misal Romano:
Te alabamos, Padre santo, porque eres grande
y porque hiciste todas las cosas con sabiduría y amor.
A imagen tuya creaste al hombre
y le encomendaste el universo entero,
para que, sirviéndote solo a ti, su Creador, dominara todo lo creado.
Y cuando por desobediencia perdió tu amistad,
no lo abandonaste al poder de la muerte,
sino que, compadecido, tendiste la mano a todos
para que te encuentre el que te busca.
Reiteraste, además, tu alianza a los hombres;
por los Profetas los fuiste llevando con la esperanza de salvación.
Y tanto amaste al mundo, Padre santo,
que, al cumplirse la plenitud de los tiempos,
nos enviaste como Salvador a tu único Hijo.
El cual se encarnó por obra del Espíritu Santo,
nació de María, la Virgen,
y así compartió en todo nuestra condición humana,
menos en el pecado;
anunció la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos
y a los afligidos el consuelo.
Para cumplir tus designios, Él mismo se entregó a la Muerte
y, resucitando, destruyó la muerte y nos dio nueva vida.
Y porque no vivamos ya para nosotros mismos,
sino para Él, que por nosotros murió y resucitó,
envió, Padre, al Espíritu Santo
como primicia para los creyentes,
a fin de santificar todas las cosas
llevando a plenitud su obra en el mundo.
Por eso, Padre, te rogamos que este mismo Espíritu
santifique estas ofrendas
para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo,
nuestro Señor (…)[7].
24
Este texto es una amplia acción de gracias a Dios por la historia de la salvación. La
falsilla empleada para redactarlo es el discurrir mismo de esa historia: comienza con la
creación y termina –conviene destacar el significado que tiene este detalle– en la
concreta celebración litúrgica que se está realizando: estas ofrendas.
—Otra plegaria en la que vemos cómo la historia de la salvación toma cuerpo en un
gesto litúrgico concreto que se está celebrando en el aquí y ahora de una comunidad, lo
constituye la consagración del agua bautismal en el curso de la solemne Vigilia pascual en
la que se celebra el bautismo de los catecúmenos:
Oh Dios, que realizas en tus sacramentos
obras admirables con tu poder invisible
y de diversos modos te ha servido de tu criatura, el agua,
para significar la gracia del Bautismo.
Oh Dios cuyo Espíritu, en los orígenes del mundo,
se cernía sobre las aguas,
para que ya desde entonces concibieran el poder de santificar.
Oh Dios, que incluso en las aguas torrenciales del diluvio
prefiguraste el nuevo nacimiento,
de modo que una misma agua misteriosamente
pusiera fin al pecado y diera origen a la santidad.
Oh Dios, que hiciste pasar a pie enjuto por el Mar Rojo
a los hijos de Abraham, para que el pueblo liberado
de la esclavitud del Faraón
fuera imagen de la familia de los bautizados.
Oh Dios, cuyo Hijo, al ser bautizado por Juan
en el agua del Jordán,
fue ungido por el Espíritu Santo;
colgado en la cruz, vertió de su costado agua
junto con la sangre y,
después de su resurrección, mandó a sus apóstoles:
«id y haced discípulos de todos los pueblos,
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo»,
mira el rostro de tu Iglesia y dígnate abrir para ella
la fuente del bautismo.
Que esta agua reciba, por el Espíritu Santo,
la gracia de tu Unigénito,
para que el hombre, creado a tu imagen,
lavado, por el sacramento del bautismo,
25
de todas las manchas de su vieja condición,
renazca, como niño, a nueva vida por el agua y el Espíritu.
Te pedimos, Señor, que el poder del Espíritu Santo, por tu Hijo,
descienda hasta el fondo de esta fuente
para que todos los sepultados con Cristo en su muerte,
por el bautismo,
resuciten a la vida con Él.
Que vive y reina contigo. Amén[8].
El texto tiene como falsilla el modelo por antonomasia, que es la plegaria eucarística y
los mirabilia Dei comparecen, uno tras otro, al hilo del signo salvífico representado por
el agua. La sucesión de esos eventos se narra en correspondencia con las tres etapas que
abarcan la historia de la salvación, como vamos a ver a continuación[9]. También aquí el
relato del agua a lo largo de la historia de la salvación concluye con la concreta
celebración litúrgica que se está realizando: esta fuente.
—Por último, no hay que olvidar las nueve lecturas –siete de la Antigua Alianza y
dos de la Nueva– que el Rito romano proclama en la liturgia de la palabra de la Vigilia
pascual. Esta selección de perícopas ocupa un amplio espacio de la Vigilia dedicado
precisamente a contemplar la historia de la salvación en sus pasajes más significativos,
desde la creación hasta la resurrección, recorriendo la tipología más clásica de la pascua
cristiana a lo largo del Antiguo Testamento hasta culminar en el Nuevo[10].
6. Etapas de la historia de la salvación
a) La primera etapa se llama el tiempo de las promesas. Es, en cierto sentido, el
tiempo del Padre. Comienza con la creación –aurora salutis: los albores de la historia de
la salvación– y continúa desplegándose a través de las portentosas intervenciones de Dios
con el pueblo de su Elección y, más tarde, por medio de los Profetas[11]. Es la obertura
de la salvación en la historia, que discurre en términos de preparación, anuncio y
profecía. En esta primera etapa, la voz de Dios es como una voz de muchas aguas, como
una «sinfonía de salvación»[12]. Los acontecimientos salvíficos obrados por Dios en el
tiempo de las promesas eran solo sombras y balbuceos de la verdad plena que
acontecería en la plenitud de los tiempos.
En consecuencia, esas intervenciones prodigiosas no han de concebirse como hechos
aislados de un pasado remoto, sino como sucesos que, inmersos en un preciso
dinamismo interno, apuntan hacia una plenitud, que es Cristo. En la antigua Alianza
todo está escrito al modo de una partitura, en la que la clave que determina todo es la
presencia de Cristo. Durante esta primera etapa, los signos de salvación eran solamente
26
predictivos de una realidad que estaba aún por venir.
b) La segunda etapa es, en cierto sentido, el tiempo del Hijo, nacido sin padre de la
Madre y sin madre del Padre. Él es la gran Novedad, que todo lo hace nuevo. Todas las
palabras pronunciadas anteriormente encuentran en Él sentido y plenitud[13]. El proceso
gradual con el que la pedagogía divina conduce la historia humana tiende hacia este
momento decisivo, cuando Dios toma parte personalmente en el destino humano,
enviando al Hijo, por medio del Espíritu Santo. Esta segunda etapa corresponde a lo que
san Pablo llama la plenitud de los tiempos, es decir, el final de una larga espera, el
momento histórico en el que la salvación pasa a ser realidad cumplida, en cuanto
presencia de la vida divina en lo humano[14]. Es el inaudito realismo de la Encarnación.
Esta etapa discurre en el intervalo que va desde la encarnación del Hijo de Dios hasta
su tránsito de este mundo al Padre. Este paso (pascua) constituye el momento
culminante de toda la historia de la salvación, su centro y su eje central. El hecho
decisivo de la historia se ha realizado ya; es la pascua de Cristo: su pasión, muerte
y resurrección. En esta segunda etapa, la salvación fluía de la santa humanidad de Jesús,
de la que salía una virtud que los curaba a todos[15].
c) La última etapa de la historia de la salvación es, en cierto sentido, el tiempo del
Espíritu Santo. También se la llama el tiempo de la Iglesia. Esta etapa la inaugura la
glorificación de Jesús y el envío del Espíritu y durará hasta la parusía. Esta etapa
se caracteriza por un modo nuevo de comunicarse la salvación, que es mediante
una economía simbólica. Estos símbolos y signos, en cuanto «contactos vicarios» con
la carne gloriosa de Jesús, contienen su potencia divina. El tiempo de la Iglesia tiene en
la sacramentalidad su nota más característica; es connatural a la fe. Lo veremos en
las páginas que siguen cuando tratemos de la sacramentalidad de la historia de la
salvación[16].
Vivimos, pues, en la última etapa de la historia salutis –el tiempo de la Iglesia– en
la que los enviados de Jesús no solo predican la buena nueva de la salvación a todos los
pueblos –evangelización–, sino que al mismo tiempo realizan esa misma salvación que
anuncian y lo hacen celebrando los sacramentos, es decir, poniendo en acto la
sacramentalidad de la Iglesia[17]. Sobre esta realidad deberemos volver más adelante,
ya que en esta etapa de la historia de la salvación es donde se inscriben las celebraciones
de la liturgia.
27
Segunda sección
SACROSANCTUM CONCILIUM:
HISTORIA DE LA SALVACIÓN Y LITURGIA
7. ¿Por qué comenzamos por la historia de la salvación?
Tras esta primera formulación de la historia salutis, conviene avanzar un paso más y
justificar por qué la historia de la salvación es el presupuesto para comprender el
significado teológico de la liturgia.
La opción metodológica de explicar la liturgia a partir de la historia de la salvación no
es caprichosa; es una elección que se venía madurando desde el Movimiento Litúrgico
por parte de autores que habían profundizado en la noción teológica de liturgia[18].
Fijémonos que el título de la primera sección del primer capítulo de Sacrosanctum
Concilium (1964) es precisamente Naturaleza de la sagrada liturgia. Ahí se declara
autorizadamente la relación «intrínseca» entre liturgia e historia de la salvación y esta
presentación supuso un notabilísimo avance doctrinal respecto a la óptica precedente. En
este sentido, el Vaticano II representa un hito en la historia de la liturgia.
En efecto, la Constitución no recurrió a las habituales distinciones entre culto interno
y externo, público y privado…; y dejó en segundo plano el concepto universal religioso
de culto, entendido en categorías morales, es decir, como ejercicio de la virtud de la
religión, la cual, a su vez, es parte potencial de la virtud de la justicia en lo relativo a los
deberes con Dios. Para describir la naturaleza de la liturgia, el Concilio emprendió otro
camino: el camino de la historia de la salvación. Así se desprende de la lectura del
parágrafo quinto de esta Constitución:
Dios, que «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de
la verdad», «habiendo hablado antiguamente en muchas ocasiones de diferentes
maneras a nuestros padres por medio de los profetas», cuando llegó la plenitud
de los tiempos envió a su Hijo, el Verbo hecho carne, ungido por el Espíritu
Santo, para evangelizar a los pobres y curar a los contritos de corazón, como
médico corporal y espiritual, mediador entre Dios y los hombres. En efecto, su
humanidad, unida a la persona del Verbo, fue instrumento de nuestra salvación.
Por esto en Cristo se realizó plenamente nuestra reconciliación y se nos dio la
plenitud del culto divino.
Esta obra de redención humana y de la perfecta glorificación de Dios,
preparada por las maravillas que Dios obró en el pueblo de la antigua
Alianza, Cristo la realizó principalmente por el misterio pascual de su
bienaventurada pasión, resurrección de entre los muertos y gloriosa
ascensión. Por este misterio, «con su Muerte destruyó nuestra muerte y con su
28
Resurrección restauró nuestra vida». Pues del costado de Cristo dormido en la
Cruz nació «el sacramento admirable de la Iglesia entera»[19].
8. Historia de la salvación y liturgia en Sacrosanctum Concilium
El texto conciliar afirma que la «obra de la redención humana y de la perfecta
glorificación de Dios» presenta una dimensión histórica, en cuanto iniciada por los
acontecimientos del Antiguo Testamento (mirabilia Dei), cumplida por Cristo en la
plenitud de los tiempos, y continuada por la Iglesia a través de la predicación de la
Palabra y la actualización sacramental en la liturgia[20].
Esta afirmación es importante. La Constitución comienza a tratar directamente de la
revelación como historia de la salvación a partir de un planteamiento ya ampliamente
utilizado por la teología bíblica, y que, llevado al plano litúrgico, se presenta como clave
que explica también la naturaleza de la liturgia. Al hacer esto, la Sacrosanctum
Concilium confiere estatuto teológico a la liturgia, subrayando su relación
intrínseca con la historia de la salvación.
A la luz de este magisterio conciliar, ya estamos en condiciones de responder a la
pregunta: ¿qué es la liturgia? Sin pretender dar definiciones, podemos avanzar que la
liturgia es el momento-síntesis de la historia de la salvación. Al ser momento-síntesis,
la liturgia presenta la misma configuración que los acontecimientos de la historia de la
salvación: propuesta de salvación de parte de Dios y aceptación por parte del pueblo. De
este modo se reconoce la primacía ontológica de la acción de Dios sobre la del hombre,
y, a la vez, se da cabida a la acción del hombre en synergia con la acción de Dios. Se
advierte, por tanto, en la liturgia una doble vertiente: descendente (catabática) de
santificación del hombre por parte de Dios, y ascendente (anabática) de alabanza a Dios
por parte del hombre. Esta bipolaridad dinámica, que es esencial en los acontecimientos
salvíficos, lo es también –por lo mismo– en la liturgia.
La liturgia es actualización –aquí y ahora– de la historia de la salvación.
Actualización quiere decir que la salvación, conferida definitivamente por Dios a los
hombres en Cristo, discurre y acontece ahora efectivamente por mediación de la liturgia.
La liturgia es historia de la salvación en acto. La liturgia es el hoy de la salvación.
Sorprende la naturalidad con que los Padres de la Iglesia tenían asumida esta
realidad. El papa León Magno (†461) nos ofrece un texto esclarecedor:
«Todo lo que el Hijo de Dios hizo y enseñó con miras a la reconciliación del
mundo no solo lo conocemos por el relato de sus hechos pretéritos, sino que
también lo experimentamos por la eficacia de sus obras presentes»[21].
El final de esta frase señala que la salvación se experimenta a través de la liturgia, ya
29
que, mediante las palabras eficacia de las obras presentes, León Magno alude a las
acciones sacramentales que celebra la Iglesia. Esta realidad es posible porque en la
liturgia se da una presencia actual –viva y operante– del mismo Salvador y de su acción
salvadora.
9. Sacramentalidad de la historia de la salvación
Es frecuente que, al tratar de la historia de la salvación, los autores subrayen, con
razón, la sacramentalidad de esa historia. Pero ¿qué quiere decir sacramentalidad de la
historia de la salvación? Es importante comprender, desde estos primeros momentos, el
significado de esta expresión, pues solo captando en profundidad qué es la
sacramentalidad de la historia de la salvación, entenderemos bien la sacramentalidad de la
liturgia, cuestión a la que dedicamos el capítulo cuarto.
Sacramentalidad de la historia de la salvación quiere decir que Dios se revela a
través de lo que vemos para mostrarnos lo que no vemos, que Dios ha venido y
viene a nosotros en la historia a través de mediaciones sensibles. La mayor de todas ellas
es precisamente su mismo Hijo encarnado, Jesucristo. Él es, en cuanto hombre,
sacramento del Padre; después, la Iglesia, que es sacramento de Cristo, luego, los
sacramentos, que son sacramentos de la Iglesia, y las demás acciones litúrgicas…
Fijémonos que los sacramentos y el resto de acciones litúrgicas las situamos precisamente
en la línea de la historia de la salvación. Son manifestaciones históricas y visibles de
aquel mystêrion paulino, que es el designio escondido desde los siglos en Dios para la
salvación de los hombres[22]. Jesucristo, la Iglesia, los sacramentos… son como
puentes sobre la lejanía que se interponen entre Dios y nosotros. Tales puentes
posibilitan el encuentro recíproco entre Dios y los hombres por medio de palabras y
gestos que significan, expresan y realizan la salvación de Dios.
Toda la historia de la salvación está grávida de esta sacramentalidad. Nos lo hace ver
Orígenes: «todo cuanto acontece en la historia de la salvación lo hace en forma de
sacramentos»[23]. Los Padres de la Iglesia apreciaban esta sacramentalidad, presente en
la historia de la salvación, cuando leían –en clave simbólica– la forma que Dios tiene de
revelarse y salvar. A lo largo de la Biblia hay pasajes que alumbran –como relámpagos–
la sacramentalidad de la historia salutis: las aguas del Mar Rojo que se abren (la
salvación por el agua bautismal), el maná que desciende del cielo (el manjar eucarístico),
el sacrificio que ratifica la alianza en el Sinaí (el Sacrificio de Cristo)…[24]. La
enumeración de estos ejemplos no significa que la sacramentalidad sea un aspecto
singular de algunos acontecimientos particulares de esa historia, sino la dimensión
específica de toda la economía salvífica, y por eso la designamos –con el Catecismo de
la Iglesia Católica– la economía sacramental[25].
La exterioridad de los acontecimientos salvíficos es la forma experimentable del amor
30
del Creador. La encarnación del Logos es la manifestación suprema de esta ley de la
encarnación. El Verbo encarnado es el Sacramento primordial de Dios (UrSakrament)[26]. Sus palabras y sus gestos son la manifestación sacramental de la
revelación salvífica de Dios. La Iglesia es sacramento de Cristo: ella significa a Cristo
y comunica eficazmente su Vida. Y el septenario sacramental son los sacramentos del
sacramento-Iglesia. Percibir esta índole sacramental de la historia de la salvación
es decisivo para una honda comprensión de los Sacramentos y, más en general, de
la vida litúrgica.
10. Los sacramentos y la historia de la salvación
Al término de lo que acabamos de exponer, se puede intuir la grandiosidad de los
Sacramentos cristianos cuando los contemplamos desde la perspectiva de la historia de la
salvación[27]. Constituyen el elemento fundamental de la liturgia, pues la Iglesia vive de
la Eucaristía, y de los demás Sacramentos que se ordenan a ella[28]. Estos no son
nuevos acontecimientos, sino realidades situadas en línea con aquellas intervenciones
portentosas de Dios que prefiguraban, en el tiempo de las promesas, la salvación que se
vería cumplidamente realizada por Cristo en la plenitud de los tiempos. Los sacramentos,
como los mirabilia Dei del Antiguo Testamento, son acciones divinas, semejantes a la
creación del mundo, al establecimiento de la alianza, a la salvación del Mar Rojo… cuya
grandeza, bajo la humildad de sus apariencias, solo puede ser comprendida con la mirada
de la fe. Ambrosio (†397) temía que los catecúmenos de Milán menospreciaran los
sacramentos bajo el pretexto de que su materia sensible fuera tan común: pan, aceite,
vino, agua, sal…
Los sacramentos son obras infinitamente más grandes que las mayores obras
humanas. Son las obras que realiza Cristo glorioso de cuya irradiación procede toda
santidad en la Iglesia. Por eso, aunque los modos de actuar del Señor sean siempre los
mismos –crea, salva, recapitula, hace alianza, se hace presente…–, la modalidad con la
que actúa es diferente en cada una de las tres etapas de la historia de la salvación. Y
concretamente hoy –en el tiempo de la Iglesia– los sacramentos son realidades litúrgicas,
son historia de la salvación en acto.
La existencia personal del hombre se inserta en la historia de la salvación –en la
economía del misterio– por medio del organismo litúrgico-sacramental de la Iglesia. La
acogida del don de la Pascua del Señor en la propia biografía mediante los sacramentos
abre la libertad personal hacia nuevos e insospechados horizontes existenciales,
introduciendo al hombre en la comunión trinitaria de Vida y Amor.
11. Conclusión
31
Acabamos con un texto que es una síntesis especialmente certera y cuya
comprensión nos abre un amplio horizonte en el que seguiremos profundizando en el
siguiente capítulo:
Desde la creación del cosmos, Dios ha establecido una única causa de
salvación para todo el género humano. La gracia de Dios, que ha justificado a
todos los Santos, está asociada al nacimiento y a la Pascua de Cristo, pero no
tuvo su inicio entonces. Este «gran sacramento de piedad», que ahora llena el
mundo entero, se mostraba tan poderoso en sus prefiguraciones que podían
apropiarse de él tanto quienes entonces lo creyeron prometido como aquellos
otros que ahora lo acogen como ya donado. «A nosotros nos salva ahora –dice
san León Magno– lo que aconteció, en la misma medida que a otros les salvó
entonces lo que había de acontecer».
¿Por qué san Pablo llama sacramento a la salvación divina? Porque la
salvación se actúa de manera invisible a través de acciones visibles de su
humanidad. Cristo, haciéndose hombre, hace visible el designio de Dios y este
designio divino, hecho visible, confiere al hombre la salvación invisible.
Después de la Ascensión, el momento visible de la salvación ya no reside en la
humanidad de Cristo, que permanece ausente para los sentidos, sino en el
signo sagrado, el cual es «vicario» con respecto a Cristo, en cuanto que –al
igual que Cristo– es visible en su materialidad y confiere la salvación invisible.
Por tanto, tras la Ascensión, el momento esencial de la salvación ya no reside
directamente en la humanidad del Señor, sino en el rito que tiene como
cometido ser su vicario.
Este magnum pietatis sacramentum (1 Tm 3, 16) en ningún momento ha
dejado de permanecer activo: desde que el hombre existe, existe la salvación.
Desde su primera existencia como realidad prometida, el sacramento entra en
fase de realización; con el nacimiento y la pascua de Cristo, entra en fase de
acontecimiento ya cumplido e irrumpe en el tiempo. El tiempo se convierte en
tiempo del acontecimiento cumplido y el sacramento de la salvación persiste
vivo en ese tiempo. Los sacramentos de la Iglesia son los momentos en los
cuales el sacramento de la salvación sigue actuándose en el discurrir del
tiempo.
El sacramento consiste en gestos humanos que no solo reflejan la acción
salvadora, sino que están dotados también de un poder salvífico porque son
acciones de Dios hecho hombre, es decir, acciones de una naturaleza humana
y de un poder divino. Las acciones de Cristo poseen un poder divino no
32
porque sean acciones humanas, sino porque son acciones de Dios hecho
hombre. La naturaleza de la acción pertenece al área de lo humano y el poder
de esa misma acción se adscribe al área de lo divino. Se puede, por tanto,
afirmar que estas acciones, siendo de naturaleza humana, confieren al hombre
una realidad divina[29].
SELECCIÓN BIBLIOGRÁFICA
DANIELOU, J., Historia de la salvación y liturgia, Sígueme, Salamanca 1965.
FLORES, J. J., Introducción a la Teología litúrgica, CPL, Barcelona 2003.
MARSILI, S., La teología della liturgia nel Vaticano II, en Anamnesis, vol. 1, La liturgia
momento nella storia della salvezza, Marietti, Torino 1974.
P ISTOIA , R., Historia de la salvación, NDL 998 ss.
VAGAGGINI, C., Historia de la salvación, en NDT, vol. 1, Cristiandad, Madrid 1982, 642
ss.
[*] P. CLAUDEL, Hymne du Saint Sacrament, Oeuvre poétique complète, Paris 1967,
402: «soyez tout seul, ô mon Dieu, car pour moi ce n’est pas mon affaire, responsable
de cette énormité!».
[1] Para el estudio de la liturgia cabe escoger diversos puntos de partida: la categoría
de historia de la salvación; la historia de la liturgia; una perspectiva antropológica; la
sacramentalidad de la Iglesia; la experiencia cristiana, etc. Nosotros elegimos el primero,
por adherirnos al magisterio del Concilio Vaticano II.
[2] El sintagma historia de la salvación, acuñado en el siglo XIX por la escuela de
Erlangen (Alemania), fue retomado por Oscar Cullmann (†1999). La teología del siglo
33
XX, tanto en ámbito católico como protestante, se caracterizó por su interés en recuperar
la dimensión histórica de la divina revelación.
[3] Cfr. C. IZQUIERDO, Teología fundamental, Eunsa, Pamplona 20154, 79-102.
[4] Cfr. BENEDICTO XVI, Homilía (6 enero 2007).
[5] La expresión mirabilia Dei alude a los portentos divinos narrados en el Antiguo
Testamento: la creación, el diluvio, la alianza en el Sinaí, el paso del Mar Rojo… Así
como en el hebreo vétero-testamentario algunos verbos se reservan exclusivamente a
Dios como único sujeto (crear, perdonar…), así también en el Misal Romano el lexema
mirabil- tiende a emplearse en expresiones que tienen por sujeto exclusivo a Dios. Solo
de Él –de su ser y de su obrar– cabe decir que es admirable, que obra admirablemente.
Solo a Dios se le reconoce la propiedad de ser admirable hasta el estupor.
[6] LH, Himno Verbum supernum, Laudes de la solemnidad del Cuerpo y de la
Sangre del Señor: «O salutaris Hostia, quæ cæli pandis ostium…» (Salve, Víctima
saludable, que abres las puertas del cielo…). Este himno, atribuido a santo Tomás de
Aquino (†1274), cuya melodía gregoriana se canta ante el santísimo Sacramento, es una
síntesis teológica del misterio de la Eucaristía, donde Cristo se hace Víctima que abre a
su Iglesia el camino hacia el Paraíso.
[7] MR, Plegaria eucarística IV, Post-Sanctus.
[8] MR, Vigilia pascual, 44.
[9] Algunas plegarias cuyo contenido se mueve en la línea de la historia salutis son,
entre otras: la consagración del crisma, donde el signo del aceite constituye la guía; la
oración para conferir las Órdenes sagradas, cuyo hilo conductor lo representa la iniciativa
de Dios para la edificación y el cuidado pastoral de su pueblo; la oración de la bendición
solemne de los esposos en el rito del matrimonio. Esta plegaria gira en torno a dos focos:
el misterio de la creación y el misterio nupcial entre Cristo y la Iglesia.
[10] Estas nueve lecturas son: 1ª- Gn 1, 1-31 o 2, 1-2; 2ª- Gn 22, 1-18; 3ª(obligatoria) Ex 14-15, 30; 4ª- Is 54, 5-14; 5ª- Is 55, 1-11; 6ª- Bar 3, 9.15.32-4, 4; 7ª- Ez
36, 16-28; 8ª- Rm 6, 3-11; 9ª- Mt 28, 1-10 (ciclo A); Mc 16, 1-8 (ciclo B); Lc 24, 1-12
(ciclo C). Cada lectura va acompañada de un salmo, como respuesta meditativa al don de
la Palabra de Dios, y concluye con una oración colecta, tomada del Sacramentario
Gelasiano (s. VII), que transforma en oración el tema central de la lectura. Este modo de
orar, formado por lectura–salmo–colecta, es antiquísimo en la Iglesia. El Misal señala el
tránsito de la 7ª lectura del Antiguo Testamento a la 8ª del Nuevo con diversos signos,
tales como el adorno del altar (luces y flores), el canto del Gloria y la triple aclamación
del Aleluya antes del Evangelio, la única vez en el año litúrgico que lo canta por tres
veces el celebrante que preside la Vigilia elevando el tono. También se ilumina más la
iglesia, ya que la proclamación de las perícopas del Antiguo Testamento se ha realizado a
la sola luz del cirio pascual, símbolo por antonomasia del Señor resucitado.
34
[11] Un estudio del misterio de la creación como «protología», cfr. M. FLICK - Z.
ALSZEGHI, Los comienzos de la salvación, Sígueme, Salamanca ١٩٦٥; cfr. J. MORALES, El
misterio de la Creación, Eunsa, Pamplona 2010, 23ss.
[12] Cfr. Hb 1, 1-2; IRENEO DE LYON, Adversus hœreses 4, 14, 2.
[13] Cfr. JUAN DE LA CRUZ, Subida al monte Carmelo 2, 22, 3.
[14] Ga 4, 4: «al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de
mujer».
[15] Cfr. Lc 6, 19; Mc 5, 30.
[16] Cfr. cap. 1, §9.
[17] CCE 1076.
[18] Ver Apéndice 2, 6, además de las referencias bibliográficas allí mencionadas.
[19] SC 5.
[20] Cfr. SC 5-6.
[21] LEÓN MAGNO, Sermón 12 sobre la Pasión del Señor 3, 6-7, en PL 54, 355-357:
«omnia igitur quæ Dei Filius ad reconciliationem mundi et fecit et docuit, non in
historia tantum præteritorum novimus, sed etiam in præsentium operum virtute
sentimus».
[22] Ef 3, 8-9: «a mí, el menor de todos los santos, me ha sido otorgada esta gracia:
hacer brillar a los ojos de todos «la dispensación del misterio (mystêrion)» que estaba
oculto desde siempre en Dios». Sobre el concepto de misterio, cfr. cap. 2, §3.
[23] ORÍGENES, In Genesim hom. 9, 1, en SCh 7 bis 238-239: «in sacramentis enim
fiunt cuncta quæ fiunt». Paul Claudel (†1955) parece presentir esta realidad cuando
escribe: «yo os puedo decir lo que las cosas quieren decir».
[24] Cfr. Ex 14, 21ss; 16, 13ss; 24, 3-8.
[25] La economía sacramental es el título de la primera sección del Catecismo
dedicada a la celebración del misterio cristiano.
[26] Col 2, 2b-3: «y alcancen en toda su riqueza la perfecta inteligencia y
conocimiento del misterio de Dios, de Cristo, en quien están escondidos todos los tesoros
de la sabiduría y de la ciencia».
[27] Cfr. J. DANIELOU, Historia de la salvación y liturgia, Sígueme, Salamanca
٧٠-٥١ ,١٩٦٥.
[28] Cfr. SC 6.
[29] S. MARSILI, Il mistero di Cristo in prospettiva liturgica, en Ídem, Mistero di
Cristo e liturgia nello Spirito, Libreria Editrice Vaticana, Roma 1986, 119.
35
Capítulo 2
MISTERIO DE DIOS – MISTERIO DE CRISTO –
MISTERIO DEL CULTO
Lo nuevo no es sino una sensibilización más aguda
en la conciencia de una verdad ya antigua[*].
Sumario
1. El misterio del culto cristiano
2. Liturgia y sacerdocio de Cristo
n el caminar histórico de la reflexión humana sobre Dios, la teología patrística y
la teología escolástica sobresalieron como dos períodos de gran esplendor. A
esos dos eslabones de oro se podría añadir un tercero constituido por la
moderna teología del siglo XX. Esta centuria fue testigo, entre otros avatares, del
nacimiento del Movimiento Litúrgico, en cuyos inicios se gestaron los primeros intentos
de ofrecer una definición de liturgia[1]. En el capítulo precedente hemos presentado la
más fecunda: la liturgia como actualización de la historia de la salvación, como
historia de la salvación en acto.
No obstante, los contenidos teológicos del término «liturgia» son tan ricos que esa
afirmación, aun siendo verdadera, no es exhaustiva. En este capítulo presentamos, por
orden cronológico, dos precedentes históricos de esa apreciación de la liturgia: la que
proviene de la doctrina de los misterios (Mysterienlehre), elaborada por Odo Casel
(†1948), y la procedente de la encíclica Mediator Dei (1947) de Pío XII[2]. Se puede
afirmar que son dos caminos que, partiendo de presupuestos distintos, acaban por
confluir en la presentación de la liturgia como una realidad netamente teológica.
E
1. Estructura de este capítulo
Primera sección. En el primer itinerario seremos conducidos por la metodología de
Odo Casel en su obra El misterio del culto cristiano, que redimensionó la teología
sacramentaria del siglo pasado[3]. Comenzaremos exponiendo el fondo teológico que
subyace en la noción de misterio de Dios, para –desde él– aproximarnos al concepto de
36
misterio de Cristo y así pasar al misterio del culto. La meta a la que se llega por este
primer camino es una comprensión profunda de cuanto se pretende decir cuando se
afirma que la liturgia es la presencia sacramental de la obra redentora de Cristo en
las celebraciones de la Iglesia.
Segunda sección. En el segundo recorrido seremos conducidos por los avances que
hizo el magisterio a mediados del siglo XX, valiéndose de aquellas adquisiciones en torno
a la naturaleza de la liturgia provenientes del Movimiento Litúrgico. Comenzaremos
exponiendo el hito histórico –por el avance que supuso– de la definición de liturgia que
encontramos en la encíclica Mediator Dei como ejercicio del sacerdocio de Cristo y,
desde ahí, mostraremos cómo, apenas veinte años después, esta perspectiva fue asumida
y, al mismo tiempo, enriquecida y completada por la doctrina del Concilio Vaticano II,
elaborada con las categorías propias de la teología bíblico-patrística[4]. La meta a la que
se llega por este segundo camino es una comprensión unitaria de la liturgia, en
perspectiva histórico-salvífica, como prosecución de las acciones redentoras de Cristo en
la Iglesia a través de signos y símbolos.
El recorrido a través de ambos caminos va a conformar las dos secciones que
vertebran este capítulo fundamental. Comencemos por la primera.
Primera sección
EL MISTERIO DEL CULTO CRISTIANO
2. De la historia de la salvación al misterio de Cristo
Concluíamos el capítulo anterior destacando cómo el Concilio Vaticano II presentó la
liturgia como actualización de la historia de la salvación. Motivos pedagógicos aconsejan
ahora llamar la atención sobre una nueva expresión de la Sacrosanctum Concilium:
Las fuentes principales de la predicación serán la Sagrada Escritura y la Liturgia,
ya que es una proclamación de las maravillas obradas por Dios en la historia de
la salvación o misterio de Cristo, que está siempre presente y obra en nosotros,
particularmente en la celebración de la Liturgia[5].
En este texto se equiparan significativamente «historia de la salvación» y «misterio de
Cristo», mostrando que son dos dimensiones co-extensivas de una misma realidad. En
efecto, la conjunción “o” (en latín, seu) indica que historia de la salvación y misterio de
37
Cristo son dimensiones co-extensivas de una misma realidad. Ya conocemos el
significado de la historia de la salvación, pero ¿qué significa misterio de Cristo? Vamos a
tratar ahora de enriquecer la noción –ya conocida– de historia de la salvación para
captar esta nueva vertiente, que llamamos misterio de Cristo, y cómo este misterio
desemboca en el misterio del culto cristiano. Estudiaremos, pues, la afinidad entre la
historia de la salvación –en cuanto designio salvífico de Dios manifestado y realizado en
el misterio de Cristo– y la liturgia de la Iglesia.
3. La noción de misterio
Sorprende la proliferación de manuales de teología, editados después del Concilio
Vaticano II, que incluyen en su título el término misterio[6]. Una de las razones que
subyace en este hecho podría ser el redescubrimiento de la categoría misterio como
concepto clave para la teología[7]. La antigüedad cristiana expresaba con esta palabra el
rico contenido del depósito de la fe católica. Si bien la noción de misterio era patrimonio
común de la Iglesia, especialmente en el ámbito de su lex orandi, la teología ha retomado
conciencia de ella en el siglo XX a raíz del desarrollo del Movimiento Litúrgico.
Actualmente, el despliegue de los contenidos que encierra el término misterio ha dado un
nuevo impulso a la exposición teológica de la fe confiriéndole una notable unidad sin
menoscabo de su amplitud. Si Romano Guardini (†1968) escribió a comienzos del siglo
pasado que «la Iglesia comienza a despertar en las almas», algo parecido podría decirse
también del despertar de la categoría de misterio[8].
En el mundo griego, el vocablo mystêrion tenía un significado religioso[9]. Los
misterios (en latín, mysteria) eran celebraciones rituales en las que se hacían presentes,
ante un grupo de «iniciados», los hechos de los dioses para hacerles partícipes de su
suerte. Quienes querían participar en los misterios debían someterse a una iniciación, y a
los no iniciados se les prohibía acceder al conocimiento de la acción sagrada[10]. De
hecho, la etimología de mystêrion remite a mantener la boca o los ojos cerrados.
Sin embargo, este significado original de mystêrion en el ámbito de los cultos
mistéricos no está presente en la literatura vétero-testamentaria. Si, al principio, la
traducción griega del Antiguo Testamento –llamada de los LXX– da al sustantivo
mystêrion el sentido genérico de secreto, ya en el libro de Daniel adquiere el significado
más preciso de anuncio oscuro de un acontecimiento futuro, y finalmente pasa a
designar, en el libro de la Sabiduría, los misterios de Dios, en cuanto designios divinos
acerca de los hombres. El significado de mystêrion en las parábolas evangélicas alude
implícitamente a Cristo como contenido del misterio del Reino de Dios, y este significado
se encuentra ya ampliamente explícito en las cartas de san Pablo, como veremos a
continuación.
38
4. El misterio de Dios
El misterio es, ante todo, Dios, en la intimidad de la vida inmanente de la
Trinidad. Es el eterno diálogo intratrinitario de Amor en el cual cada Persona divina
dirige a Otra su extasiante «¡oh Tú!». El “¡oh!” expresa el estupor eterno y el “Tú” el
don de Sí eterno de cada Persona hacia la Otra. Esos dos monosílabos balbucean el
misterio relacional de cada Persona como «ser para el Otro» en una insondable
comunión divina de Amor.
Dios es Padre, y eterna Fuente en el corazón de la Trinidad. Es Fuente del Verbo,
que expresa, y del Aliento, que espira. Y es Fuente de comunión: su Hijo es todo hacia el
Padre y le ofrece –en su resplandor– todo lo que Él es, como engendrado por el Padre; el
Espíritu le devuelve en su acogida el Don que Él es, como procedente del Padre[11].
Tomando la imagen del último capítulo del Apocalipsis, el misterio de Dios es el Río
de la vida, la energía de Amor en la vida inmanente de la Trinidad: es «el misterio
anterior al signo»[12].
El misterio de Dios es, pues, una realidad inagotable, nunca conocida del todo, en
razón de su infinita riqueza vital interna. Lo más propio del misterio no consiste –como
suele pensarse– en ser algo enigmático, sino en ser esfera de sentido desbordante, de luz
fascinante, poder enaltecedor de quien lo acoge agradecido en las inmensas posibilidades
de vida que le ofrece. Un autor expresa esta grandiosidad del Deus semper maior en
estos términos:
«Justamente llamamos grande a Dios.
Su grandeza se comunica a todas las cosas grandes,
se expande y se extiende más allá de los límites de toda
otra dimensión posible,
abarca todo lugar, supera toda medida, sobrepasa toda infinitud.
Dios es grande en su plenitud y magnificencia
y lo es también en sus emanaciones,
que, como fuentes, se comunican a todos con infinita profusión,
quedando, sin embargo, intactas en su abundancia
y desbordando aún más, a pesar de difundirse»[13].
5. El misterio de Cristo
Íntimamente unida a la noción de misterio de Dios se halla la noción de misterio de
Cristo. Para conocerla partimos de uno de los lugares paulinos en los que consta el
sustantivo mystêrion[14]; concretamente, en la Carta a los Efesios leemos:
«A mí, el menor de todos los santos, me ha sido otorgada esta gracia: hacer brillar
39
a los ojos de todos la dispensación del misterio que estaba oculto desde siempre
en Dios»[15].
San Pablo reconoce haber recibido de lo alto el carisma de hacer brillar a los ojos de
todos cómo se ha producido la dispensación del misterio (dispensatio sacramenti)
escondido desde los siglos en Dios. El verbo castellano dispensar remite a un designio de
gestión, de administración. El misterio de Cristo es el despliegue histórico-salvífico
del misterio de Dios.
De la meditación de este texto paulino –verdaderamente importante para nosotros–
nace un modo profundo de entender el Cristianismo, el cual, contemplado como realidad
mistérica y en su esencia más íntima, no es simplemente una enseñanza, una doctrina,
una experiencia psicológica, ni un código de preceptos morales[16]. Es cierto que algunos
de estos aspectos están presentes en él, pero, en su núcleo central, el Cristianismo es,
sobre todo, un acontecimiento, una historia: la historia de la salvación, la acción de
Dios. El Cristianismo es la economía del misterio, es decir, el despliegue de la obra
salvadora de Dios en la historia. Es la realización del proyecto salvífico de Dios
(mystêrion) a través de acciones divinas que se realizan dentro de nuestra historia,
acciones que encuentran su término nuevamente en Dios, de quien han tenido origen.
Dios realiza su designio salvador en la historia, mediante la historia y como historia. Los
Padres de la Iglesia ofrecen acertadas síntesis de esta economía del misterio, como la
que leemos en Juan Crisóstomo:
Al venir a la tierra, trajo su santo Espíritu, al dejar la tierra, ha llevado al cielo
nuestro cuerpo. Y cuando el cielo ha acogido su santo Cuerpo, la tierra ha
recibido su santo Espíritu. ¡Oh santa y maravillosa Economía!
Desde esta perspectiva, en el Cristianismo, lo primero no es lo ético, lo subjetivo, el
opus operantis, sino lo ontológico, lo objetivo, el opus operatum. No se trata de
dimensiones excluyentes, sino de un equilibrio inclusivo que preserva la primacía de lo
segundo sobre lo primero. Al conjunto de esta dispensación del designio divino en la
historia se le designa con el término economía de la salvación.
La perícopa de la Carta a los Efesios debe leerse en el contexto de todo el corpus
paulino donde el vocablo mystêrion alude al designio salvador de Dios que se cumple en
Cristo. El misterio de Dios que –oculto desde la eternidad– se despliega a través de
una acción divina intrahistórica, se ha visibilizado en Cristo y es lo que hemos
denominado historia de la salvación.
El designio salvador de Dios sobre los hombres se revela y se realiza en el Verbo
encarnado. En Él y a través de Él, la acción salvífica de Dios, proyectada desde los
siglos, se incrusta en la historia para encarnarse en ella. De este modo, Cristo se
40
constituye en la manifestación (epifanía) del proyecto salvador de Dios; se constituye en
centro y cúspide de la historia de la salvación. La historia de la salvación y el misterio
de Cristo son, por tanto, dos dimensiones de una misma realidad, que emergen de la
inexplorable profundidad del amor divino y que sobrepasan nuestra capacidad de pensar
o imaginar, ya que vivimos dentro de los confines de nuestro propio límite creatural.
Algunos himnos del Oficio divino –joyas de un tesoro decantado por los siglos–
traducen líricamente la adoración que suscita en el corazón orante de la Iglesia la
excelsitud del misterio de Cristo: «algo brillante contemplamos, que no conoce
acabamiento; sublime, excelso, interminable, más antiguo que el caos y que el cielo»[17].
6. Los misterios de Cristo
El misterio de Cristo, en el que se condensa la totalidad de su vida, es uno y átomo;
no admite vivisecciones. No obstante, podemos individuar dos focos en él sin escindir
esa unidad: su encarnación y su pascua; es decir, su tránsito desde la gloria que tenía
junto al Padre hasta este mundo (encarnación) y su tránsito de este mundo al Padre
(pasión, muerte, resurrección y ascensión): exitus y reditus[18]. A partir de ambos focos,
este misterio único se refracta en sucesivos actos teándricos salvadores: comienzan en su
nacimiento y en los sucesos de su infancia; pasan por las coyunturas de su ministerio
público; atraviesan su pasión, muerte y sepultura; y culminan finalmente en su
resurrección, ascensión a los cielos y exaltación a la derecha del Padre. Hablamos, en
este sentido, de los misterios de Cristo.
La Iglesia conmemora estos misterios a lo largo del año litúrgico. Celebra a su Esposo
en cuanto
—profetizado (Adviento),
—encarnado (25 marzo),
—nacido (25 diciembre),
—circuncidado (1 de enero),
—manifestado (6 enero),
—ungido por el Espíritu (Bautismo del Señor),
—transfigurado (6 de agosto),
—muerto (Viernes Santo),
—sepultado (Sábado Santo),
—resucitado (Vigilia pascual),
—que asciende al cielo, se sienta a la derecha del Padre (Ascensión),
—envía al Espíritu Santo (Pentecostés),
—y volverá un día para juzgar a vivos y muertos en su gloria
—y conducir a los justos a la morada del Padre (Cristo Rey y Adviento),
41
—donde María –su Madre– los ha precedido en cuerpo y alma (15 de agosto).
Son los misterios de Cristo o, como decían los teólogos medievales, los mysteria
carnis Christi. Como el plan redentor de Dios se manifiesta en cada una de las acciones
teándricas de Cristo, podemos llamar misterio a cada una de esas acciones y hablar
consiguientemente del misterio de la encarnación, del misterio de la pasión, del misterio
de pentecostés… Pero, puesto que todas estas acciones responden a un único designio
salvífico, podemos también hablar de un único misterio de Cristo, integrado por la
Persona y la obra redentora del Señor: los mysteria Christi y el mysterium Christi. Los
distintos acontecimientos de la vida de Cristo no están uno frente a otro como si fueran
partes del misterio de Cristo, sino que todo el misterio de Cristo está siempre presente en
cada una de las acciones del Señor. Todo su misterio se despliega en cada uno de los
acontecimientos de su vida, desde la encarnación hasta la pascua[19].
7. El misterio pascual de Cristo
El cuarto Evangelio presenta toda la vida de Cristo como tensionada hacia lo que su
autor llama la hora de Jesús[20]. Esta hora es el sacro Triduo pascual, los días de su
muerte y resurrección. Es la hora de su misterio pascual[21].
Sean cuales fueren sus inciertos orígenes etimológicos, el término pascua, en griego
pascha, se traduce al castellano por paso, tránsito[22]. Por eso, el misterio pascual es un
misterio de paso. Los libros del Antiguo Testamento relacionan la pascua con las fiestas
ligadas al plenilunio de primavera y al cordero ritualmente inmolado en tal ocasión. La
pascua era aquella celebración anual del culto que, en el libro del Éxodo, había recibido el
significado de conmemorar (actualizar ritualmente) la liberación de Israel de la esclavitud
de Egipto, y su consecuente constitución como pueblo de la Alianza. Ambas dimensiones
–liberación y alianza– poseían un fin cultual: Israel salió de Egipto «para dar culto a
Dios»[23].
Los cristianos celebramos anualmente la pascua de Cristo, el «paso» de Jesús de la
muerte a la vida en la solemne Vigilia pascual, centro y culmen de todo el año litúrgico.
Con la expresión misterio pascual nos referimos a los misterios de la muerte y
resurrección de Jesucristo[24]. El misterio de Cristo es ante todo un evento, un
acontecimiento histórico que, fruto del amoroso designio trinitario, se concreta en última
instancia en el misterio pascual, en los sucesos pascuales de la bienaventurada pasión y
glorificación de Cristo para la gloria del Padre y la salvación del mundo.
Una vez descrita brevemente esta expresión (misterio pascual), retomemos el
parágrafo quinto de la Sacrosanctum Concilium, que ya habíamos considerado en el
capítulo precedente, pero fijándonos ahora en que es la primera vez que la Constitución
utiliza el sintagma misterio pascual:
42
«Esta obra de redención humana y de la perfecta glorificación de Dios,
preparada por las maravillas que Dios obró en el pueblo de la Antigua Alianza,
Cristo la realizó principalmente por el misterio pascual (paschale
mysterium) de su bienaventurada pasión, resurrección de entre los muertos
y gloriosa ascensión. Por este misterio, “con su Muerte destruyó nuestra muerte
y con su Resurrección restauró nuestra vida”»[25].
Consideremos el contexto histórico de la expresión misterio pascual:
—Los redactores de la Constitución introdujeron aquí este sintagma –paschale
mysterium– y su correlato –paschale sacramentum– porque se encontraba recogido en
dos oraciones de la Vigilia pascual del rito entonces vigente[26]. El hecho de que fueran
oraciones que se recitaban anualmente y desde hacía siglos como plegaria a Dios, hacía
que los Padres conciliares las recordaran como algo familiar, aunque algunos quizá nunca
percibieran los tesoros implícitamente contenidos en ellas[27].
—De otra parte, la expresión misterio pascual se había popularizado en el ámbito
eclesial a finales de los años cuarenta a raíz de la publicación de un comentario de Louis
Bouyer (†2004) a la liturgia del Triduo pascual, que alcanzó gran éxito editorial[28].
Además, el Centro de Pastoral Litúrgica de París, en los años inmediatos al Concilio,
había dedicado una semana de estudios y un congreso a tratar, precisamente, de la
liturgia del misterio pascual, cuyas conclusiones fueron publicadas en 1961[29].
Una lectura atenta de ese texto conciliar permite descubrir, además, dos enunciados:
a) Primero, la historia de la salvación se realiza plena y acabadamente
(adimplevit) en el misterio pascual de Cristo y se halla contenida enteramente en él.
Toda la historia de la salvación –desde el alfa de la creación hasta la omega de la
parusía– confluye en este acto sacrificial de Cristo que con su muerte y resurrección
salva de una vez y para siempre a quienes vivieron antes de este acontecimiento, y a
todos los que vendrán después de él[30]. De ahí que la expresión misterio pascual sea la
más apta para significar el núcleo de la historia salutis. El misterio pascual es el punto
culminante y el compendio sintético de toda la historia de la salvación. Es mérito
del Concilio Vaticano II haber puesto el misterio pascual en el centro de la
reflexión teológica y en el centro de la vida de la Iglesia.
A partir de la experiencia de los acontecimientos que se encontraban en el origen
mismo de la Iglesia, las primeras generaciones cristianas unificaron muy pronto en Cristo
el concepto de misterio y el concepto de pascua de manera que, ya en un momento tan
temprano como el siglo II, aparece testimoniada la expresión misterio pascual[31]. Este
acto sacrificial de Cristo, vivido libremente en el mediodía del viernes y aceptado por el
Padre en la aurora del domingo, es un Sacrificio tan fructuoso para la Iglesia que las
antiguas fuentes litúrgicas le reservan una denominación llena de sentido: es el «Sacrificio
43
de la pascua» (Sacrificium paschatis), sintagma difícil de traducir si se pretende verter la
rica gama de matices bíblicos y litúrgicos que encierra.
b) El segundo enunciado es que la Sacrosanctum Concilium, introduciendo la
noción de misterio pascual, sitúa la pascua de Cristo, que realiza la salvación de los
hombres, en el centro de toda la historia de la salvación. De nuevo comparecen
historia de la salvación y misterio pascual como dos dimensiones co-extensivas de una
misma realidad. Este importante principio posibilita que siempre podamos sustituir la
expresión historia de la salvación por la expresión misterio pascual.
Se entiende, pues, que la celebración del misterio pascual –del «inefable sacramento
de la fiesta pascual», como lo llama León Magno– tenga la máxima importancia en el
culto cristiano y se explicite a lo largo del año (Triduo pascual), de los domingos
(Eucaristía dominical) y de cada día (liturgia de las Horas)[32]. Esta centralidad del
misterio pascual la vemos reflejada también en un rito específico de la solemnidad de
Epifanía: se trata del anuncio de la Pascua[33].
Concluyamos este epígrafe escuchando dos testimonios de la tradición, cuando habla
del misterio pascual como fuente total de la salvación:
«(El misterio pascual es) la Pascua mística,
celebrada en figura por la Ley y realizada en Cristo,
prodigio de la virtud divina,
obra de la potencia,
fiesta verdadera,
memorial eterno,
impasibilidad surgida del sepulcro,
curación nacida de la herida,
restablecimiento que brota de la caída,
resurrección que mana del descenso a los infiernos»[34].
«Del mismo modo que no había en nosotros principio de vida,
así no había en Él (Cristo) principio de muerte.
Admirable intercambio, pues:
al tomar de nosotros la mortalidad, como la encontró en nosotros,
nos ofreció la Vida, que no podemos tenerla por nosotros»[35].
8. El misterio del culto
Cuanto acabamos de exponer nos ha mostrado la enorme riqueza teológica que
44
alberga la noción de misterio pascual de Cristo. Llegados aquí, ya podemos abordar la
noción de misterio del culto, meta final de nuestro recorrido. Tratar del misterio del
culto equivale a reflexionar sobre la forma en que el misterio de Cristo se hace asequible
a la Iglesia y, en ella, a cada cristiano. Esa forma es la celebración litúrgica. Veamos esto
más de cerca.
Con la expresión misterio del culto queremos significar que el misterio salvador,
desvelado y realizado en Cristo, se hace presente y operante en las celebraciones
litúrgicas de la Iglesia. El misterio del culto es Cristo mismo, que prosigue su acción
redentora en el tiempo de la Iglesia por medio de los ritos litúrgicos. Así, aquella
salvación que aconteció en la historia se hace realidad viva en el «hoy» de la Iglesia por
medio de acciones sagradas. El misterio del culto es el mismo misterio de Cristo que
se continúa en el tiempo de la Iglesia con una modalidad ritual. En este contexto,
cobran pleno sentido dos textos patrísticos memorables: el primero, aquella frase cálida
de san Ambrosio, dirigida a Cristo:
«No por espejos ni por enigmas,
sino cara a cara te has mostrado a mí, oh Cristo,
y yo te encuentro en tus sacramentos»[36].
Y el segundo, aquella otra frase de san León Magno (†461):
«Todo lo que era visible en nuestro Redentor ha pasado a los
sacramentos»[37].
En ambos casos, el sustantivo plural sacramentos se refiere al conjunto de las
celebraciones litúrgicas de la Iglesia. Cuando los Padres dan por cierto que hay una
presencia real de la obra redentora de Cristo en el misterio del culto, están
situando a la liturgia en el ámbito estrictamente teológico.
Los perfiles del misterio del culto quedarán más caracterizados si contestamos a las
tres preguntas siguientes:
a) ¿en qué consiste la realidad sagrada contenida bajo el velo de los ritos? Es la
pregunta sobre el quod del misterio del culto;
b) ¿cómo se hace presente esa realidad en el misterio del culto? Es la pregunta sobre
el quo modo del misterio del culto;
c) ¿en qué acciones litúrgicas se realiza esa presencia? Es la pregunta sobre el ubi del
45
misterio del culto.
9. El quod del misterio del culto
Lo que se hace presente en las celebraciones litúrgicas son los acontecimientos
redentores, culminados en el misterio pascual. No es solo la gracia, como efecto del
acto redentor, lo que se presencializa cuando la Iglesia celebra; es todo el misterio de
Cristo, su obra redentora la que se actualiza de una manera entitativa, en su mismo ser, y
no solamente en sus efectos morales, en los frutos de la redención.
Lo que se hace presente, actual, no es solo la persona de Cristo, sino –más
exactamente– la presencia del Señor Jesús en sus acciones redentoras, que se hallan
inscritas en su humanidad gloriosa. A este respecto resulta muy luminosa, y
sorprendentemente moderna, la expresión de Tomás de Aquino (†1274):
«De otro modo intercede (el Kyrios) por nosotros (el linaje humano), a saber,
representando ante la mirada del Padre la humanidad que asumió y los
misterios celebrados en ella»[38].
No se puede hablar de la presencia de la sola persona de Cristo en las celebraciones
sacramentales, sin caer en una concepción estática e inerte de esa presencia; ni tampoco
se puede hablar de la presencia de los actos salvíficos de Cristo, desligándolos de la
Persona de la cual esos actos dependen radicalmente y a cuya dimensión divina se
atribuye su eficacia redentora. La celebración realiza el encuentro de la asamblea
santa –y de cada cristiano en ella– con el Kyrios presente y actuante en sus
misterios. Gracias a ese encuentro, la comunidad –y cada uno de sus miembros– entra
en comunión con el misterio de Cristo para identificarse con él y reproducirlo en su vida.
¿Qué son –de hecho– los sacramentos, sino puntos de inserción en el misterio de Cristo?
Bajo el velo de los ritos cristianos se hace efectivamente presente y actual la
obra redentora del Señor. El misterio hace presente y comunica –en forma ritual– la
realidad misma del opus salutis. De ahí que en los sacramentos no se trate solamente de
aplicar los efectos redentores, sino también de re-presentar –hacer presente de nuevo– el
mismo acontecimiento redentor que se concentra en la pascua de Cristo. Los
sacramentos son acciones sagradas, acciones que se celebran, acciones rituales de la
Iglesia. En consecuencia, se puede decir análogamente que aquello que representaba,
en la plenitud de los tiempos, la santísima humanidad de Jesucristo por la cual
obraba la sanación del alma y del cuerpo en sus contemporáneos, lo son, en el
tiempo de la Iglesia, los ritos litúrgicos para los bautizados de todos los tiempos y
lugares que participan en ellos.
46
10. El quo modo del misterio del culto
Al afirmar que el acontecimiento pascual se hace presente en el tiempo de la Iglesia,
hemos de preguntarnos por el modo: ¿cómo se realiza esa presencia?, ¿cómo se puede
entender y explicar que un hecho perteneciente al pasado histórico se haga presente de
nuevo en una acción ritual que se realiza en otro momento posterior de la historia? Para
resolver la cuestión, que plantea la irrepetibilidad de los acontecimientos históricos,
debemos apoyarnos en el carácter supratemporal o metahistórico de las acciones del
Verbo encarnado. Son acciones humanas porque proceden de la naturaleza humana de
Jesús, sujetas a los límites de espacio y de tiempo, pero, al ser atribuidas a la hipóstasis
del Verbo, estas mismas acciones están dotadas de una dimensión divina que trasciende
el espacio y el tiempo. En virtud de esa trascendencia, las acciones de Cristo son
susceptibles de ser hechas objetiva y realmente presentes en su realidad
metahistórica en cualquier tiempo y lugar. Es una presencia in mysterio, una
presencia sacramental.
Afirmar la presencia in mysterio o sacramental no es un modo de expresar una
presencia meramente intencional o una pseudopresencia. La presencia sacramental es
absolutamente real y se da por mediación de los signos y símbolos rituales, o sea, a
través de la sacramentalidad de la liturgia[39]. El opus nostræ redemptionis, que se hace
presente bajo el velo de los ritos, no lo hace formalmente como suceso histórico que se
entronca con el momento histórico actual, sino conforme al modo sacramental. La nueva
presencia in mysterio no es una repetición del misterio de Cristo; Cristo no muere de
nuevo en cada celebración sacramental. La muerte de Cristo, como todos los hechos
históricos, ocurrió en un momento concreto, y no se puede repetir en su singularidad
histórica. La presencia del misterio de Cristo en el misterio del culto es una presencia
metahistórica, que supera los límites de espacio y tiempo. Es una presencia real de un
género especial, que llamamos presencia real sacramental. Es una presencia que no
está in tempore, de modo análogo a como Cristo en la Eucaristía no está como un cuerpo
en un lugar (sicut corpus in loco)[40].
11. El ubi del misterio del culto
Por último, ¿en qué acciones litúrgicas se realiza esa presencia? Se realiza sobre todo
en la Eucaristía. El santo Sacrificio de la Misa nos conduce a la entraña misma del
misterio del culto. Pero la presencia mistérica no se limita al santo sacrificio de la Misa.
El hecho de que la Eucaristía sea el Sacramento de los Sacramentos no implica que los
demás Sacramentos no sean también verdaderos Sacramentos[41]. En consecuencia, su
naturaleza tiene que ser esencialmente análoga a la de la Eucaristía. Si la Eucaristía
contiene el opus salutis, los demás sacramentos tienen que contenerlo también en forma
47
sacramental cada cual a la manera que le es propia.
En un plano inferior, los sacramentales –la dedicación de una iglesia o de un altar, la
consagración de las vírgenes, los ritos exequiales…, por ejemplo– son también misterios,
es decir, realizan a su modo la presencia de la obra de la redención[42]. Lo mismo debe
afirmarse del año litúrgico y del Oficio divino o liturgia de las Horas. La presencia
mistérica es, por tanto, un concepto análogo que se realiza en su amplitud y densidad
total en el Sacrificio eucarístico y en forma más tenue, por así decir, en los sacramentos
y demás acciones de la liturgia.
12. El misterio del culto
como acceso al misterio de Dios ab intus
Acabamos de trazar algunos de los rasgos que perfilan el misterio del culto y
estamos en condiciones de afirmar que al misterio de Dios –que era el punto de partida–
se puede acceder bien subjetivamente, por la vía que recorren los místicos, o bien por
ese camino objetivo –asequible a todos– que es el misterio del culto, en cuanto
experiencia mística –mistérica– que se hace vida en aquel que lo celebra[43].
Conviene subrayar que este acceso al misterio de Dios desde el misterio del culto es
un acceso «desde dentro». En efecto, el misterio de Dios, si no se contempla desde la fe,
resulta una realidad impenetrable y, por eso mismo, sin significado; por el contrario,
cuando se celebra en la fe de la Iglesia, el misterio de Dios se hace accesible por
medio de signos y símbolos en los que reverbera, de algún modo, su infinita
trascendencia. Una bella imagen puede iluminar este acceso ab intus desde el misterio
del culto hasta el misterio de Dios[44]: es distinto mirar la vidriera de una catedral del
medievo desde el exterior, desde la vía pública, o verla, en cambio, desde el interior, a
contraluz. En el primer caso, no se ven más que trozos oscuros de cristal, unidos por
tiras de plomo también oscuras; en el segundo caso, es decir, mirando la misma vidriera
desde dentro de la catedral, todo un espectáculo de colores, formas y armonía se ofrece
a la mirada, hasta llegar a arrancar una exclamación. En nuestro contexto, palabras y
gestos, luces y colores, cantos y aclamaciones… son como los cristales que conforman la
hermosa vidriera que, vista desde dentro, o sea, desde el interior de la celebración,
proporciona la experiencia epifánica del misterio y, con ella, nuestro acceso e inserción
sacramental en él.
13. Fecundidad de la categoría teológica de misterio
Tras la exposición que acabamos de hacer, entendemos hasta qué punto la noción de
misterio es una realidad teológica dotada de una especial fecundidad. De ahí que el
Catecismo de la Iglesia Católica, siguiendo al Concilio Vaticano II, haya escogido –
48
como hilo conductor de toda su exposición– la noción de misterio. En palabras de Juan
Pablo II:
«El misterio cristiano es el objeto de la fe (primera parte); ese misterio es
celebrado y comunicado en las acciones litúrgicas (segunda parte); está
presente para iluminar y sostener a los hijos de Dios en su obrar (tercera
parte); inspira nuestra oración, cuya expresión principal es el Padrenuestro, y
constituye el objeto de nuestra súplica, nuestra alabanza y nuestra intercesión
(cuarta parte).
Leyendo el Catecismo de la Iglesia Católica, podemos apreciar la admirable
unidad del misterio de Dios y de su voluntad salvífica, así como el puesto
central que ocupa Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, enviado por el Padre, hecho
hombre en el seno de la bienaventurada Virgen María por obra del Espíritu Santo,
para ser nuestro Salvador. Muerto y resucitado, está siempre presente en su
Iglesia, de manera especial en los sacramentos»[45].
No es de extrañar que mysterium, en su reciprocidad originaria con sacramentum,
fuese la noción teológica que, ya desde la literatura patrística –tanto griega como latina–,
expresaba la acción salvadora de Dios en Cristo y, a la vez, su celebración litúrgica[46].
Mysterium y sacramentum traducían la unidad del acontecimiento de salvación y, a la
vez, su actualización en el rito.
14. Misterio pascual y liturgia
Al concluir esta primera sección, podemos sintetizar las ideas precedentes así: Cristo
realizó su obra principalmente por el misterio pascual y la liturgia es la
actualización del misterio pascual. Esta visión, que era la patrística y también la que
aparece expresada en los textos oracionales de la liturgia, no es una teoría que ellos
inventaron, ni una explicación retórica, más imaginativa que teológica, que deba
descartarse por vaga o desusada[47]; es, sencillamente, la posición de la Iglesia, porque
los textos litúrgicos, así como los comentarios que sobre ellos escribieron los
Padres, no pueden entenderse sin admitir que eso era para ellos un hecho cierto.
Segunda sección
LITURGIA Y SACERDOCIO DE CRISTO
49
15. La liturgia en Mediator Dei
Concluido ya el recorrido que nos ha familiarizado con la doctrina de los misterios
(Mysterienlehre) de Odo Casel, adquiriendo una honda inteligencia teologal del acontecer
litúrgico, emprendemos ahora el segundo camino que, iniciando en la encíclica Mediator
Dei, desemboca en la Constitución Sacrosanctum Concilium.
La encíclica Mediator Dei (1947) fue el primer documento magisterial en la historia
de la Iglesia que trató sobre la naturaleza del culto cristiano. Rechazadas decididamente
todas aquellas nociones que reducían la liturgia a mero protocolo de culto al dictado del
ceremonial, la encíclica declaró la naturaleza teológica del culto cristiano con estas
palabras: «la liturgia continúa en la Iglesia el ejercicio del sacerdocio de
Cristo»[48].
Este destacado posicionamiento doctrinal arraigará definitivamente, primero, en el
Concilio Vaticano II y, más tarde, en el Catecismo de la Iglesia Católica[49]. En
aquellos años, poner el sacerdocio de Cristo como base para describir la liturgia supuso
una novedad de gran calado con respecto a la situación precedente. Todo el arco litúrgico
pasa a tener como piedra angular el sacerdocio de Cristo –el sacerdotale Christi
munus–, el cual no solo confiere al misterio del culto una matriz cristocéntrica, sino que
se convierte en presupuesto y clave de partida para proseguir –e incluso corregir–
posteriores estudios sobre la acción simbólico-sacramental.
¿Por qué fue este y no otro el paso doctrinal concreto que dio el magisterio al posar
sus manos por vez primera sobre la liturgia? La razón estriba en la honda toma de
conciencia del carácter cultual de la encarnación del Verbo, es decir, el culto que Cristo
rindió durante toda su vida al Padre mediante la sumisión a su voluntad, y que encontró
su consumación en el ofrecimiento de su propio Sacrificio en la Cruz. De esta manera, el
culto de Cristo al Padre, de carácter esencialmente interior –el sacrificio de su
obediencia–, quedó manifestado, cumplido y comunicado, de una vez para siempre, por
un acto exterior de oblación, síntesis y cima de toda su obra sacerdotal.
Fue voluntad de Cristo que este culto continuara ininterrumpidamente en su Iglesia.
De este modo, el momento cristológico del culto quedaba perpetuado en el momento
eclesiológico. El culto sacerdotal de Cristo permanece en su Iglesia porque, durante el
transcurso de los siglos, Él está siempre presente en el cuerpo místico, que es la Iglesia,
como su Cabeza. La liturgia es, por tanto, el culto de Cristo transmitido, continuado y
participado por la Iglesia. Fijémonos, de otra parte, que la liturgia es culto no en cuanto
manifestación religiosa –obra del hombre que busca a Dios, acción todo lo noble que se
quiera, pero acción humana a la postre–, sino en cuanto obra sacerdotal de Cristo en su
Iglesia: opus divinum, opus Dei, según la venerable terminología de los Padres
latinos[50].
50
16. La liturgia en Sacrosanctum Concilium
Apenas veinte años después, esta visión va a ser asumida y al mismo tiempo
integrada en el Concilio Vaticano II al tomar en consideración la categoría de historia de
la salvación, la cual presenta la ventaja de poner más claramente de manifiesto la
continuidad entre las acciones de Cristo, de la Iglesia y de los signos sacramentales.
Veamos cómo se planteó este avance en los trabajos preparatorios del Vaticano II.
A primera vista, las afirmaciones de la Constitución sobre la naturaleza de la liturgia
no diferían demasiado de las propuestas por la encíclica de Pío XII. Incluso a quien lea
con atención el parágrafo séptimo de Sacrosanctum Concilium le parecerá escuchar los
ecos de Mediator Dei. El Concilio, sin embargo, cambió el enfoque porque sus puntos
de arranque fueron distintos. Mientras el discurso de la Mediator Dei partía del plano
creacional del culto, el Concilio prefirió partir de las categorías de la teología
bíblico-patrística. Por eso, Sacrosanctum Concilium comienza tratando de la revelación
divina como irrupción de Dios en la historia para hacer de ella historia de la salvación.
A partir de aquí, se describen las etapas de un camino bien preciso: el misterio
escondido desde los siglos en Dios conduce al misterio de la encarnación del Verbo
que desemboca en el misterio de su bienaventurada pasión y resurrección, en
donde la obra de la redención humana y de la glorificación divina encuentran su
plena realización. Esta obra de nuestra redención se sigue actuando en la historia por
medio de la liturgia, o sea, bajo la modalidad de acciones simbólicas, capaces de actuar la
glorificación de Dios y la santificación del hombre.
Concluimos resumiendo escalonadamente algunas ideas básicas que, a modo de
síntesis, contribuyan a una mejor asimilación de la sistemática conciliar expresada en el
primer capítulo de Sacrosanctum Concilium. Las hemos reunido aquí en un cierto
septenario fundamental en el que comparecen historia de la salvación – misterio
pascual – Iglesia – celebración – signos y símbolos:
1
La revelación divina se da
en el marco de la historia de la salvación.
La salvación acontece en la historia.
↓
2
Esa historia de la salvación
alcanza su plenitud en la Encarnación del Hijo de Dios,
el cual es el gran Sacramento de salvación
51
para los hombres, el cosmos y la historia.
↓
3
Llegada su hora,
Cristo lleva a término la obra salvífica
consumando su misterio pascual en el Triduo sacro.
↓
4
Cumplida la salvación,
cada hombre debe ser personalmente incorporado a ese misterio
por medio de la Iglesia,
como sacramento universal de salvación.
↓
5
La misión de la Iglesia es anunciar esa salvación
mediante la evangelización
y realizarla mediante la celebración litúrgica.
↓
6
Para llevar a cabo la obra salvífica
Cristo, Sacerdote eterno,
está siempre presente en la liturgia
asociando consigo a su Esposa, la Iglesia.
↓
7
Las celebraciones de la liturgia
son –ellas mismas– acontecimientos de salvación
y están tejidas de signos y símbolos.
17. Conclusión
El corazón de la doctrina sobre la liturgia desarrollada por la Sacrosanctum
Concilium es también el corazón de la enseñanza de Odo Casel: los acontecimientos de
nuestra salvación continúan presentes y operantes en los ritos de la liturgia de la
Iglesia. La cita constante que la Constitución hace de los textos patrísticos y litúrgicos –
aquellos sobre los que Casel había edificado su síntesis– y la interpretación que hace el
Concilio de esos textos en idéntico sentido, atestiguan la filiación de un modo que
52
sorprenderá a los historiadores futuros[51].
El calado doctrinal que presentan los contenidos vertidos en este capítulo justifica que
concluyamos con este breve epílogo: «el Concilio –dice Louis Bouyer– ha querido
aclarar, como base en que asienta su doctrina sobre la liturgia, que Cristo realizó su
obra principalmente por el misterio pascual»[52]. Afirmar que la liturgia es la
actualización del misterio pascual es el mejor modo de recoger el núcleo distintivo
de la liturgia cristiana. Dicho esto, está dicho lo esencial de la liturgia; si se silencia
esto, ya no estamos hablando de la liturgia cristiana.
SELECCIÓN BIBLIOGRÁFICA
CANTALAMESSA , R., La Pasqua della nostra salvezza, Casale Monferrato 1971.
CASEL, O., La fête de Pâques dans l’Église des Pères, Lex Orandi 37, Paris 1963.
MARMION, C., Jesucristo en sus misterios, Editorial Litúrgica Española, Barcelona 1948.
OÑATIBIA , I., La presencia de la obra redentora en el misterio del culto, Seminario
Diocesano, Vitoria 1954 (Ídem, Cuadernos Phase 172, CPL, Barcelona 2007).
ÍDEM , Nuevas aproximaciones al misterio pascual, en Phase 25 (1985) 87-100.
ROCCHETTA , C., Sacramentaria fondamentale – Dal mystêrion al sacramentum, EDB,
Bologna 1990.
SORCI, P., Misterio pascual, en NDL, Paulinas, Madrid 1987, 1342-1365.
[*] G. P HILIPS, La Iglesia y su misterio en el Concilio Vaticano II, Herder,
Barcelona 1968, 22.
[1] Un elenco completo de definiciones de liturgia en H. SCHMIDT, Introductio in
liturgiam occidentalem, Herder, Roma 1962 (esp. 47-60).
53
[2] Cfr. Reseña biográfica de Odo Casel y su Mysterienlehre en Apéndice 2, 6.
[3] Cfr. O. CASEL, El misterio del culto cristiano, Dinor, San Sebastián 1954.
[4] A lo largo del siglo XX, contemporáneamente al Movimiento Litúrgico, se produjo
un notable progreso en la ciencia bíblica y un fuerte impulso en el estudio de las fuentes
patrísticas del Oriente y Occidente cristianos.
[5] SC 35: «Hæc vero imprimis ex fonte sacræ Scripturæ et Liturgiæ hauriatur,
quasi annuntiatio mirabilium Dei in historia salutis seu mysterio Christi, quod in
nobis præsens semper adest et operatur, præsertim in celebrationibus liturgicis».
[6] Así, por ejemplo, «El misterio de la creación», «El misterio de la salvación»,
«La celebración del misterio cristiano», «La Iglesia, misterio de comunión»…
[7] La palabra misterio es la traducción griega de mystêrion y del término latino
sacramentum, sobre todo en las fuentes litúrgicas; cfr. A. MIRALLES, Misterio y
sacramento en la teología actual, en J. L. GUTIÉRREZ-MARTÍN - F. M. AROCENA - P.
BLANCO (eds.), La liturgia en la vida de la Iglesia: Culto y celebración, Eunsa,
Pamplona 2007, 113-133.
[8] Cfr. R. GUARDINI, El sentido de la Iglesia, Maguncia 1922.
[9] Cfr. G. BORNKAMM , μυστήριον, EN G. KITTEL, GLNT, vol. 7, Paideia, Brescia
1971, ad loc.
[10] En la historia de las religiones, el siglo de oro de los cultos mistéricos se sitúa en
Grecia en el s. VI a. C. Se propagaron después al mundo romano. Los que mejor se
conocen son los cultos a Mitra y los dionisíacos, así como los eleusinos, celebrados en
Eleusis, ciudad próxima a Atenas.
[11] Cfr. J. CORBON, Liturgia fontal, Palabra, Madrid 20092, 36 ss.
[12] Cfr. E. MASURE, Le sacrifice du Corps mystique, Desclée, Paris 1950, 17.
[13] P SEUDO-DIONISIO AREOPAGITA , Los nombres divinos, libro 9, 2, en Obras
completas, BAC, Madrid 2002, 348-349.
[14] Los escritos de san Pablo recogen mystêrion, declinado en todos sus casos, en
unas veinte ocasiones.
[15] Ef 3, 8-9. La dispensación del misterio, en el original griego: οικονοµια του
µυστηριου, en latín: dispensatio sacramenti. El sustantivo griego oikonomia tiene un
sentido básico de «administración doméstica»: oikos (casa) - nomos (ley).
[16] Para el teólogo luterano Adolf von Harnack (†1930), la religión fundada en
Cristo sería primero un código moral, después un dogma y finalmente una religión del
culto.
[17] Cfr. LH, Himno Quicumque Christum, Laudes de la solemnidad de Epifanía:
«illustre quiddam cernimus quod nesciat finem pati, sublime, celsum, interminum,
antiquius cælo et chao». El himno se ha tomado del Canto 12 del Cathemerinon de
Prudencio (†405). Una explicación en M. MALKIEWICZ, La solennità dell’Epifania del
54
Signore nella Liturgia Horarum di Paolo VI, Pontificium Athenæum S. Anselmi de
Urbe, PIL, Romæ 2007.
[18] Cfr. J. RATZINGER, El espíritu de la liturgia - Una introducción, Cristiandad,
Madrid 2001 (esp. cap. 2).
[19] Cfr. A. ZIEGENAUS, Jesus Christus. Die Fülle des Heils - Christologie und
Erlösungslehre, en L. Scheffczyk - A. Ziegenaus, Katholische Dogmatik, Band IV
(Aachen 2000) 284-285; A. GRILLMEIER, Panorámica histórica de los misterios de Jesús
en general, en J. Feiner - M. Löhrer (dirs.), Mysterium Salutis. Manual de Teología
como historia de la salvación, vol. 3/2, Cristiandad, Madrid 1971, 22.
[20] Cfr. Jn 7, 30; 8, 20; 13, 1.
[21] P. SORCI, Misterio pascual, en NDL, Paulinas, Madrid 1987, 1342-1365.
[22] Cfr. R. CANTALAMESSA , La pascua de nuestra salvación, San Pablo, Madrid
2006, 30-35.
[23] Cfr. Ex 10, 26. Una explicación de esta cuestión, cfr. J. RATZINGER, El espíritu
de la liturgia - Una introducción, Cristiandad, Madrid 2001, 36 ss.
[24] La estructura del misterio pascual es [muerte - resurrección]. El misterio de la
muerte se amplía con los de la pasión (Viernes Santo) y la sepultura (Sábado Santo); y el
misterio de la resurrección (Domingo de pascua) comprende también la ascensión y la
pentecostés. Los Padres de la Iglesia subrayaron que, en Dios, el misterio pascual es
inescindible. La Iglesia lo celebra en el tiempo a lo largo del año litúrgico.
[25] SC 5.
[26] Oraciones después de las III y VII Profecías de la Vigilia pascual: «Deus,
fidelium Pater summe, qui in toto orbem terrarum promissionis tuæ filios diffusa
adoptione multiplicas et per paschale sacramentum Abraham, puerum tuum,
diversarum, sicut iurasti, gentium efficis patrem: da populis tuis digne ad gratiam tuæ
vocationis intrare» (GeV 434). «Deus, qui nos ad celebrandum paschale
sacramentum utriusque testamenti paginis imbuisti, da nobis intellegere
misericordias tuas, ut ex perceptione præsentium munerum firma sit expectatio
futurorum» (GeV 437).
[27] Cfr. J. P INELL, I testi liturgici voci di autorità nella Sacrosanctum Concílium,
CONGREGAZIONE PER IL CULTO DIVINO (a cura di), Costituzione liturgica Sacrosanctum
Concilium - Studi, Roma 1986, 325.
[28] L. BOUYER, Le Mystère Pascal (Paschale sacramentum), Cerf, Paris 1946.
[29] Cfr. La Maison-Dieu 67 y 68 (1961).
[30] Recordemos el texto de S. Marsili con el que concluíamos el capítulo primero.
[31] Cfr. R. CANTALAMESSA (A CURA DI), I più antichi testi pasquali della Chiesa Le omelie di Melitone di Sardi e dell’Anonimo Quartodecimano e altri testi del II
secolo, Ed. Liturgiche, Roma 1992; cfr. J. L. GUTIÉRREZ MARTÍN, Belleza y misterio,
55
Eunsa, Pamplona 2006, 76-77.
[32] Cfr. LEÓN MAGNO, Tractatus 66, 4: «paschalis festi ineffabile sacramentum»
(PL 54, 367); cfr. P ABLO VI, Mysterii paschalis (14-II-1969).
[33] El anuncio de la Pascua es la proclamación de las fiestas móviles del año
litúrgico, que el celebrante hace desde el ambón, tras la lectura del Evangelio, en la
solemnidad de Epifanía. Hay testimonios de este uso ya en el canon 5 del IV Concilio de
Toledo (633). Cuando el celebrante dice: «así como nos hemos alegrado por el
nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, os anunciamos la alegría de la resurrección de
nuestro Salvador», subraya cómo la revelación del misterio de Cristo (Epifanía) está
intrínsecamente tensionada hacia su centro neurálgico, o sea, hacia la fecha en que se
celebrará ese año la santa Pascua de Cristo. De modo semejante, las Iglesias bizantinas
subrayan la centralidad de la Pascua en el modo en que se despliega la semana: mientras
que en Cuaresma se cuenta comenzando por el lunes hasta llegar al domingo, con el fin
de resaltar cómo la semana cuaresmal prepara a la pascua semanal, que es el domingo –
el único día, junto con el sábado, en que se celebra la Divina Liturgia en Cuaresma–, en
el período del Pentikostarion la semana comienza el domingo, es decir, en la Pascua del
Señor, de la que surge toda la vida de la Iglesia (cfr. M. NIN, Il kerigma della
risurrezione nella liturgia delle chiese bizantine - IL Pentikostarion, en Ecclesia Orans
17 (2000) 445-459).
[34] Homilía inspirada en Pseudo-Hipólito de Roma (cfr. S. MAGGIANI, Una nuova
stagione per l’arte? - Le attese della liturgia, Rivista Liturgica 4 (2001) 34 ss.).
[35] AGUSTÍN DE HIPONA , Sermón Guelferbitano 3, en PLS 2, 545-546.
[36] AMBROSIO DE MILÁN, Apologia prophetæ David 1, 2, en CSEL 32.II, 339: «in
tuis te invenio sacramentis».
[37] LEÓN MAGNO, Sermo 2 de Ascensione Domini 1, 4, en CCL 138A, 457: «quod
itaque Redemptoris nostri conspicuum fuit, in sacramenta transivit».
[38] Cfr. T OMÁS DE AQUINO, In Romanos, cap. 8, lect. 7: «alio modo interpellat pro
nobis humanitatem pro nobis assumptam et mysteria in ea celebrata conspectui
paterno repræsentando».
[39] La cuestión fundamental de la sacramentalidad de la liturgia es el objeto de
estudio del capítulo cuarto.
[40] Pormenores de la presencia no circunscrita de Cristo en la Eucaristía, cfr. A.
GARCÍA IBÁÑEZ, La Eucaristía, don y Misterio - Tratado histórico-teológico sobre el
misterio eucarístico, Eunsa, Pamplona 2009, 556-559: «el Cuerpo de Cristo está
presente bajo las especies eucarísticas sin encontrarse circunscrito o reducido físicamente
en los límites de aquello que lo contiene».
[41] La Eucaristía como sacramentorum Sacramentum, cfr. T OMÁS DE AQUINO,
Summa Theologiæ III, q. 65, a. 3, ad c; ya antes, como teletōn teléte, en P SEUDO-
56
DIONISIO AREOPAGITA , De ecclesiastica hierarchia 3, 1, en Obras completas, BAC,
Madrid 2002, 85 (también nota 2).
[42] Cfr. I. T OMÁS, Sacra signa in Sacramentorum imitationem - Los sacramentales,
en Asociación Española de Profesores de Liturgia, La liturgia en los inicios del tercer
milenio, Grafite, Baracaldo 2004, 523-568; cfr. M. GONZÁLEZ, Los sacramentales, en
AA. VV., La sacramentalidad de la liturgia, CPL, Barcelona 2010, 143ss; cfr. A.
Ivorra, Los sacramentales, Edicep, Valencia 2010.
[43] Sobre los adjetivos místico y mistérico conviene recordar que el sustantivo
misterio, del griego mystêrion, proviene de mystes, o sea, iniciado en ritos secretos,
cuyo origen es myein, verbo que significaba cerrar la boca o los ojos, del que se derivó
también mystikós, término que dio origen al castellano místico. Así se entiende que el
Catecismo afirme (CCE 2014): la unión del fiel con Cristo «se llama “mística” porque
participa del misterio de Cristo mediante los sacramentos, “los santos misterios” (…).
Dios nos llama a todos a esta unión íntima con Él, aunque las gracias especiales o los
signos extraordinarios de esta vida mística sean concedidos solamente a algunos para
manifestar así el don gratuito hecho a todos». En esta línea, la contemplación puede
provenir del desenvolvimiento de los contenidos que ofrece la oración de la Iglesia (cfr.
C. MARMION, Jesucristo, ideal del monje, Ed. Litúrgica Española, Barcelona 19492,
437).
[44] Cfr. R. CANTALAMESSA , Amar a la Iglesia, Monte Carmelo, Burgos 2003, 93.
[45] JUAN P ABLO II, Fidei depositum (11 octubre 1992) 3.
[46] Una profundización en esta cuestión importante, cfr. C. ROCCHETTA ,
Sacramentaria fondamentale - Dal mystêrion al sacramentum, Dehoniane, Bolonia
1990.
[47] Vagas y desusadas eran precisamente los calificativos comunes para desacreditar
las propuestas de Odo Casel.
[48] Cfr. MD 4.5 y 32.
[49] SC 7; CCE 1070.
[50] Cfr. J. L. GUTIÉRREZ MARTÍN, Belleza y Misterio, Eunsa, Pamplona 2006, 41ss.
En la antigua literatura monástica, la expresión opus Dei se refería a toda la vida
espiritual del monje. La noción fue restringiéndose paulatinamente a la vida de oración
organizada en torno a la celebración del Oficio divino, sentido que tiene en la Regla de
san Benito (cfr. Benito de Nursia, Regula, caps. 8-19, en CSEL 75, 30ss).
[51] Cfr. L. BOUYER, Recensión, en La Maison-Dieu 80 (1964) 242.
[52] Cfr. ÍDEM , Liturgia renovada. Comentario espiritual-doctrinal a la
Constitución conciliar sobre la sagrada Liturgia, Verbo Divino, Estella 1967, 16.
57
58
SEGUNDA PARTE
LA CELEBRACIÓN
59
Capítulo 3
LA CELEBRACIÓN LITÚRGICA
Piensa en qué misterios te ha sido dado participar,
tú que estás ya iniciado, con quiénes ofreces
aquel místico canto, con quiénes entonas
el himno tres veces Santo. Demuestra a los profanos
que has danzado con los Serafines, que perteneces
al Pueblo celestial, que formas parte del coro de los Ángeles,
que has conversado con el Señor, que te has reunido con Cristo[*].
Sumario
1. La actio litúrgica
2. Estructura y sujeto de la celebración
3. El ars celebrandi
espués de estudiar en el capítulo anterior el misterio del culto, se pone de
manifiesto la necesidad de conocer con más riqueza y rigor la categoría de
celebración[1]. Es la consecuencia lógica tras considerar la insistencia con la
que se ha afirmado que el misterio de Cristo se hace presente en la Iglesia a través de la
celebración. Si la liturgia celebra el misterio de Cristo, debemos preguntarnos: ¿qué es
celebrar? Esta es la cuestión que nos va a ocupar en este capítulo.
D
1. La liturgia se celebra
La celebración constituye el objeto de la ciencia litúrgica: el misterio de Cristo se
celebra. Los resultados a los que llega el saber litúrgico, cuando estudia la celebración,
son su contribución específica a la teología. La liturgia, al abrirnos la posibilidad de
explorar el lugar donde acontece el misterio, se constituye en theologia prima[2]. Tratar
de la celebración es tratar de la liturgia en cuanto «acción», es –empleando términos
coloquiales– asistir a la puesta en escena (performance) de la liturgia[3].
Theologia prima, acabamos de decir. Cuando los Padres de la Iglesia consideraban a
la liturgia como theologia prima, se referían a que la liturgia constituyó el primer
lenguaje teológico de la Iglesia para que los fieles comprendieran lo que acontecía
60
simbólicamente en las celebraciones litúrgicas. La liturgia era ya una expresión
completa de la fe cuando la reflexión teológica apenas había comenzado a
desarrollarse; de ahí que la tradición litúrgica se convirtiera en la primera y más
universal verificación de la ortodoxia de la fe.
Son muchas las palabras-clave que van a aparecer en estas páginas: asamblea, rito,
participación, anámnesis… Todas ellas tienen gran envergadura para la teología litúrgica
y esto nos señala la importancia de este capítulo.
2. Estructura de este capítulo
Como la celebración es un fenómeno complejo, su estudio requiere elegir una
sistemática clara. Para conseguir este objetivo vamos a seguir el siguiente itinerario, en el
cual unos conceptos van dando paso a los siguientes:
Primera sección
a) Comenzamos estudiando el significado que tiene el sustantivo actio para la
teología litúrgica y el sentido de la celebración en su doble perspectiva: fenomenológica y
teológica. Así podremos conocer la identidad de esa actio, de esa acción sagrada, que es
la celebración.
b) Seguimos analizando el significado del verbo celebrare y su riqueza semántica en
el latín de los Padres y de las fuentes litúrgicas[4].
c) Y terminamos aproximándonos al rito, en cuanto referente cultural necesario para
captar la entraña antropológica del celebrar.
Segunda sección
d) Aquí analizaremos el sujeto de la celebración (asamblea) y su estructura
(anámnesis – epíclesis – doxa), en cuanto momentos eclesiológico y noético
respectivamente de la liturgia. La anámnesis es una de las nociones clave de la teología
litúrgica; las páginas dedicadas a su estudio son ocasión de calar en la naturaleza del culto
cristiano. Debido a su importancia, el concepto de anámnesis recibirá un tratamiento más
pormenorizado en el capítulo quinto.
e) Explicamos la participación de la asamblea litúrgica, en cuanto llamada a realizar
la acción sagrada desde la especificidad que le es propia.
Tercera sección
f) Por último –y a raíz precisamente de la participación–, exponemos la noción de ars
61
celebrandi y su relación con el sentido teológico de las rúbricas. Se trata de recorrer un
itinerario en cuatro etapas, mutuamente implicadas entre sí:
Al término de este itinerario, expondremos algunas conclusiones prácticas que cobran
sentido a partir de la naturaleza y propiedades surgidas de nuestro análisis de lo que es
celebrar en la Iglesia.
Primera sección
LA ACTIO LITÚRGICA
3. La acción de celebrar
está subordinada a lo que se celebra
El principio que ilumina toda la acción celebrativa de la Iglesia es que la acción
litúrgica de culto se encuentra en una posición subordinada respecto al acontecimiento
histórico del misterio de Cristo. Dicho más brevemente, la acción de celebrar está
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subordinada a lo que se celebra. En consecuencia, toda concepción autónoma de la
celebración, vivida al margen de las exigencias del misterio de Cristo, falsificaría el
ser de la liturgia. Todo lo que la liturgia celebra es esencialmente presencia de un
acontecimiento ya sucedido de una vez por todas: el misterio pascual de la pasión y
glorificación del Señor. Por eso hemos empezado tratando del misterio de Cristo en la
primera parte de este libro, para pasar ahora a su celebración. Este orden es preceptivo.
4. La celebración como acción
Dicho esto, podemos ya establecer que el término que caracteriza al acto litúrgico
como propiamente tal es la celebración. Hablar de celebración es hablar de una acción.
El mundo de la liturgia no pertenece a las realidades que se expresan con el sufijo -logía,
como por ejemplo biología, filología, astrología, sismología…, sino con el sufijo -urgia,
como metalurgia, siderurgia, dramaturgia, taumaturgia… El sufijo -urgia proviene
etimológicamente de ergon, que significa acción[5]: las acciones de extraer hierro o
metales, de poner en escena un drama, de obrar milagros… La liturgia no se dice, se
hace. La plegaria eucarística del Rito romano, prototipo y compendio de toda acción
litúrgica, durante siglos se designó Canon actionis, es decir, la norma de la acción
sagrada por antonomasia. Es significativo que a esta oración primordial de la Iglesia –la
anáfora eucarística– se le designe acción. La celebración eucarística es «la acción
sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la
iguala ninguna otra acción de la Iglesia»[6].
Detengamos ahora nuestra atención en la siguiente plegaria, tomada del
Sacramentario Veronense:
Sit nobis, Domine, reparatio mentis et Que el misterio celestial sea para nosotros,
corporis cæleste mysterium, et cuius Señor, reparación del alma y del cuerpo y
exsequimur actionem, sentiamus
sintamos el efecto de la actuación ritual de ese
effectum[7].
mismo misterio[8].
Es un texto de sumo interés ya que evidencia –mediante la voz autorizada de la lex
orandi– que la esencia de la celebración consiste en la actuación ritual (actionem
exsequi) del misterio por parte de la comunidad. La celebración es «la actio»
fundamental para la vida de la Iglesia, la quintaesencia de su comportamiento litúrgico, el
lugar donde Dios entra en contacto salvífico con su pueblo y de su pueblo espera la
respuesta en ese lugar[9]. Ahí llega a realizarse en la Iglesia –significada en la comunidad
reunida– y en cada uno lo que Cristo realizara de una vez por todas y para siempre. La
actio lleva a la asamblea santa a conformarse cada vez más plenamente con el misterio
celebrado a lo largo del año litúrgico.
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5. Aproximación fenomenológica
La celebración no se reduce a los textos litúrgicos, al igual que una gran sinfonía
no se reduce a su partitura. El que una orquesta interprete una sinfonía supone
ordinariamente un acontecimiento de notable envergadura estética; la partitura, en
cambio, es un conjunto de notas musicales impresas en las hojas de un cuaderno. Algo
parecido sucede con la celebración litúrgica. No se trata simplemente de proferir unos
textos en el marco de una ceremonia; celebrar es mucho más. La celebración se expresa
a través de una acción compleja. No pensemos solamente en la celebración eucarística,
sino también en otras celebraciones distintas de los sacramentos, como son la dedicación
de un altar, la bendición de un abad, un exorcismo, el inicio del ministerio petrino de un
nuevo Papa… Son muchos los elementos que confluyen en una celebración litúrgica:
espacios, tiempos, palabras, imágenes, luces, cantos, silencios, vestidos, colores,
perfumes, sabores, gestos, movimientos, plegarias, bendiciones, moniciones,
aclamaciones, doxologías…, conformando todo un universo simbólico, que se comporta
como una mística celosía entre el misterio de Dios y el misterio del hombre. La
celebración es epifanía del misterio.
En consecuencia, no emplearemos la cita de unos textos litúrgicos para apoyar una
determinada tesis teológica, como si fuesen meros testimonios provenientes de un libro
autorizado (dicta probantia), porque la liturgia no es solo un libro en el que leer un texto;
es mucho más. Esos textos constituyen solo una parte de la celebración. Alegar el
testimonio de la liturgia equivale a aportar no solo un texto, sino también una experiencia
de logos y pathos, o sea, una experiencia completa que interpela en el seno de una
acción en la que participamos mientras captamos sus diversos códigos verbales y
metaverbales.
Un ejemplo podría servir para entender esta realidad. Supongamos que un organista
interpreta una obertura de Johann Sebastian Bach y su interpretación nos agrada tanto
que al día siguiente le pedimos que vuelva a ejecutar la misma pieza. Pero el organista
cada vez que la interpreta a partir de la misma partitura –que no varía–, lo hace de una
manera ligeramente distinta. De ahí que, refiriéndonos a la Eucaristía y salvando las
distancias, aunque en una celebración se proclamasen –por equivocación– las mismas
lecturas que el día anterior, la celebración nunca sería la misma, nunca sería un déjà vu.
Romano Guardini lo expresó diciendo que la Misa será siempre joven[10], ella refleja la
perenne novedad de Cristo, que supera toda expectativa y se filtra en nuestro mundo a
través de la celebración[11].
6. Aproximación teológica
En su núcleo más íntimo, la celebración es la acción ritual que realiza la Iglesia
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cuando conmemora el Sacrificio pascual de Cristo, en su de una vez por todas histórico,
para hacerlo sacramentalmente presente en el cada vez litúrgico, en el cada vez de una
celebración en provecho de la asamblea santa[12]. Es importante captar, en este sentido,
que el dinamismo litúrgico consiste en un vaivén entre el éphapax y el hosákis[13].
Esta acción eclesial, que llamamos celebración, es obediencia al mandato
constituyente –«haced esto en conmemoración mía»– que el Señor ha prescrito a la
Iglesia para todo tiempo y lugar hasta su parusía; mandato al que la Iglesia responde
fielmente mediante el Sacrificio y los Sacramentos en su continuum celebrativo.
Celebrar es entrar en comunión con los misterios de Cristo por mediación de los
símbolos cristianos, que velan –a la vez que desvelan– el misterio. La celebración
es un acontecimiento de gracia desbordante y no solo un medio para recibir la
gracia. En la celebración se manifiesta, se actualiza y se comunica la inconmensurable
riqueza salvífica de Dios que se autocomunica al hombre por Cristo mediante el Espíritu
(exitus) para volver, en el Espíritu, al Padre por Cristo (reditus).
La trilogía [manifestación–actualización–comunicación] traduce el hecho de que,
en la celebración litúrgica, el misterio se actualiza y se comunica manifestándose. De ahí
que esa trilogía se encuentre en la raíz misma de la teología litúrgica. Este es el sentido
profundo que el Catecismo da a la noción de liturgia cuando dice:
«El día de Pentecostés, por la efusión del Espíritu Santo, la Iglesia se manifiesta
al mundo. El don del Espíritu inaugura un tiempo nuevo en la dispensación del
misterio: el tiempo de la Iglesia, durante el cual Cristo manifiesta, hace presente
y comunica su obra de salvación mediante la Liturgia de su Iglesia, hasta que él
venga»[14].
7. Celebración y rito
Volvamos de nuevo a la plegaria del Sacramentario Veronense con la que iniciamos
esta primera sección. El texto afirma que la celebración consiste en la actuación ritual
del misterio. Si la celebración es la acción que pone en acto la liturgia, el rito es la
acción que pone en acto la celebración. Cuando leemos por dentro una celebración,
nos encontramos con ritos que narran de modo creativo en nuestra historia la belleza del
amor con el que Dios nos ha amado entregándonos a su Hijo.
Pero ¿qué es un rito? En los párrafos que siguen responderemos a esta pregunta
ocupándonos primero del rito desde la perspectiva de la antropología cultural y luego,
más específicamente, del rito en el culto cristiano. Por ahora, basta adelantar que, para
las culturas antiguas, la importancia del rito residía en su capacidad de romper la
discontinuidad entre el ayer del mito y el hoy de quienes lo celebraban.
El rito hace relación a regla, orden, ritmo, y, más específicamente, conformidad
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respecto a un arquetipo, a un modelo de actuación típico preestablecido, conforme a una
adecuación que afecta esencialmente a su validez. La no-arbitrariedad es elemento
constitutivo de la esencia del rito, el cual, más que discurso, es símbolo. Los ritos son
acciones simbólicas estereotipadas, es decir, acciones que se repiten invariablemente
conforme a la tradición recibida y se celebran con determinada cadencia. Estas acciones
tienen un carácter simbólico, expresan el contenido del mito, lo evocan y actualizan[15].
Característica particular del rito es, pues, su repetitividad, su carácter
estereotipado[16]. El rito es una acción programada y repetitiva[17].
8. Los ritos cristianos
Jesús estableció que las formas simbólicas dadas en germen a su Esposa –haced
esto, bautizad, perdonad los pecados…– no fueran una copia realista de los trazos
externos del evento –como si se tratara de pura mímesis fotográfica–, sino el
evento mismo perceptible en una forma ritual y simbólica, que para la Iglesia es
irrenunciable[18]. Por eso, el rito eclesial de culto constituye un elemento estructural
del acontecer actual del misterio de la salvación; es una dimensión connatural de la
fe.
El rito cristiano es la acción simbólica que articula la presencia del acontecimiento
salvífico a través de una amplia gama de palabras y gestos que evocan y realizan todo
aquello que se está celebrando. En el Cristianismo no hablamos de un mito fantástico,
sino de un evento histórico, real, como es la muerte y resurrección de Cristo, acontecido
en un lugar y en un tiempo de nuestra geografía y de nuestra historia. En consecuencia,
cuando se habla del rito cristiano no se está utilizando una categoría más de la
historia de las religiones, ya que nos referimos al culto celebrado por Cristo a Dios
Padre en el Espíritu eterno, cuyo cénit fue su muerte y gloriosa resurrección.
El carácter estereotipado –siempre idéntico– del rito cristiano es decisivo porque es el
modo de enlazar con el misterio pascual, haciendo posible el encuentro de la asamblea
con él. Como la acción ritual responde siempre a un «molde» originario que garantiza su
autenticidad, el rito preserva la adecuación de la celebración a la verdad de sus
orígenes[19]. La no arbitrariedad es un constitutivo esencial de la acción ritual[20].
Finalmente, el rito cristiano garantiza, por su misma naturaleza, que evocación
y actualización del misterio sean magnitudes inescindibles. Esta conjunción explica
por qué todo lo que se anuncia en la liturgia de la Palabra es también cumplido en la
celebración. Una teología de la celebración que no asimile este dinamismo de evocación
y actualización del misterio por medio de acciones rituales, difícilmente se ajustaría a la
visión que el Concilio Vaticano II nos ofrece en la línea de la historia de la salvación.
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Segunda sección
ESTRUCTURA Y SUJETO DE LA CELEBRACIÓN
9. La estructura de la celebración
Conforme avanzamos en el estudio de la celebración litúrgica, vamos siendo
conscientes de su gran riqueza antropológica y teológica, pero para que acontezca el
encuentro con el misterio de nuestra redención, que transforma la existencia de la
asamblea y de cada uno de sus miembros, se precisa que concurran tres elementos que
pertenecen a la entraña de toda acción ritual cristiana y que se ponen de manifiesto en
determinados momentos de la celebración. Estos tres elementos son: la anámnesis, la
epíclesis y la doxología. Son elementos estructurales de la acción y oración cristianas.
Veamos esto un poco más de cerca.
La celebración eclesial, por hundir sus raíces en la liturgia judía, se configura en torno
a un peculiar dinamismo en el cual se hacen presentes la anámnesis, en cuanto memoria
de la acción salvífica del Padre en Cristo, la epíclesis, en cuanto súplica a Dios en orden
al envío del Espíritu, y la doxología, en cuanto expresión de la glorificación divina.
10. La anámnesis
La anámnesis es un término que posee, en la teología litúrgica, una importancia
capital. La recuperación del concepto de anámnesis –también llamada memorial– es una
de las aportaciones más sobresalientes que ha recibido la teología en el siglo XX. Es una
categoría de raíz bíblica (zikkārôn), empleada profusamente por los Padres, y que, tras
su declive, fue recuperada principalmente por Odo Casel y la Schola Lacensis[21]. En la
doctrina caseliana, toda la liturgia es un despliegue y efecto del memorial de la
Misa.
El término memorial hizo su entrada en el léxico teológico por la puerta grande del
Concilio Vaticano II. Basta pensar que actualmente todas las plegarias eucarísticas del
Misal Romano incluyen explícitamente la palabra memorial tras el relato de la
institución[22]. Estas consideraciones justifican el amplio espacio que vamos a otorgar al
estudio de la anámnesis como concepto litúrgico de primer orden.
La anámnesis es la respuesta fiel y constante de la Iglesia al mandato de Cristo:
«haced esto en conmemoración mía»[23]. A este mandato de Cristo la Iglesia responde
con la anámnesis. El término conmemoración se refiere, en general, al hecho de recordar
a una persona o un hecho; así, por ejemplo, el Canon romano dice: «veneramos la
memoria, ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María…», como recordamos también
a los Santos, a los difuntos…[24]. Este mismo término, dentro del relato de la institución
eucarística, adquiere un significado mucho más intenso: conmemoración no es ya simple
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recuerdo, memoria, sino memorial. Pero, ¿qué aporta la consonante final “l” a una
palabra como memoria hasta ampliar en tanta medida su campo semántico, su
significado?
La memoria es una de las facultades misteriosas del espíritu humano, a la vez que
grandiosa. Parte de lo que hemos visto, oído o hecho desde nuestra infancia se conserva
en ese álveo que no ocupa espacio, dispuesto a aflorar en cualquier momento. Pero
memorial no es solo recuerdo, sino algo más. ¿Qué es? Una sucinta frase del Catecismo
de la Iglesia Católica nos responde:
«La liturgia cristiana no solo recuerda los acontecimientos que nos
salvaron, sino que los actualiza, los hace presentes»[25].
La anámnesis no es solo la memoria que despierta el acontecimiento en nuestro
recuerdo subjetivo, sino el hecho mismo, la realidad misma de ese acontecimiento
recordado, que emerge de la memoria de la Iglesia para hacerse sacramentalmente
presente en el rito. La celebración memorial o anamnética nos sitúa en contacto
sacramental con el acontecimiento. La anámnesis pone en acto la irrupción del
misterio en el espacio y en el tiempo. Ese acontecimiento es el misterio pascual y la
anámnesis, lo que hace posible nuestra comunión con él. La anámnesis provoca que lo
que ocurrió, ocurra hoy, aquí y ahora: que el misterio pascual de Cristo se haga
presente en medio de nosotros y nos haga contemporáneos con él de un modo no físico,
sino sacramental, es decir, máximamente real.
11. El hoy litúrgico
Se comprende, pues, que la Iglesia en Navidad cante en verdad, sin ficción: hoy
Cristo ha nacido[26]. Y no solo en Navidad, sino también en otras solemnidades y
fiestas del año litúrgico[27]. En teología litúrgica, decir hoy es tanto como manifestar
la presencia del misterio de Cristo en la celebración eclesial, que se convierte en
verdadero tiempo de salvación –kairós–, el cual no puede medirse ni con el reloj ni
con el calendario. Tratar de este hoy litúrgico equivale a considerar la presencia de las
acciones teándrico-salvíficas de Cristo, escuchadas en palabras y visualizadas en gestos,
y que revelan la misteriosa contemporaneidad entre el Triduo sacro y el transcurrir de los
siglos hasta la parusía. El hoy litúrgico viene a recordarnos que el pasado, como
acontecimiento de Muerte y Resurrección, muestra su capacidad de abrir al futuro, de
anticipar la plenitud final[28].
Existe una mención del adverbio hoy particularmente intensa en la celebración de la
Iglesia, que es el relato de la institución, recogido en el Canon romano, para la Misa in
cena Domini:
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«El cual, la víspera de padecer por nuestra salvación
y la de todos, esto es hoy, tomó pan…».
Que en el texto el adverbio hoy se halle escrito entre dos comas es un modo enfático
de subrayar que ha sido hoy cuando Jesús se nos ha entregado para siempre en el
sacramento de su Oblación redentora[29]. Los autores espirituales del Oriente cristiano
han elogiado este hoy de la liturgia vislumbrando tras él su connotación actualizante:
«Hoy se han abierto los labios de Eva para decir en voz alta y a cara descubierta
que su pecado ha sido perdonado gracias a María, que ha pagado el débito de sus
padres con el tesoro precioso que ha dado a luz.
Hoy enmudece la serpiente porque habla Gabriel.
Hoy la mano del Querubín abandona la espada de fuego porque el árbol de la
vida ya no precisa ser custodiado: su fruto se encuentra sobre el pesebre de Belén
para alimentar a los hombres que, de suyo, se habían hecho como animales.
Hoy la gruta se transforma en estancia nupcial porque el Esposo celestial ha
querido unirse a la estirpe de los seres terrestres y sostenerles en su ascenso
desde las profundidades hasta las alturas.
Hoy ha sido claramente explicada la escala de Jacob: he aquí que el Señor, que se
encontraba en la cima de la escala, desciende para hacer subir a los hombres al
cielo»[30].
En la liturgia, el evento pascual, que sucedió históricamente en un momento
histórico bien determinado, se hace actual –vivo y operante– no de una manera
reduplicativa, sino el mismo acontecimiento re-presentado, puesto de nuevo en
presente in mysterio, haciéndonos a nosotros contemporáneos con él. El evento
pascual –hablando coloquialmente– se basta a sí mismo; por eso no tiene que ser
renovado, sino más bien introducido mediante la celebración en cada momento de
la historia para constituir su principio y su valor.
En la liturgia, el Espíritu proyecta al creyente hacia el punto de encuentro del tiempo
con la eternidad, haciéndole contemporáneo con la Pascua de Cristo. La eternidad no
consiste en una dilatación del tiempo, como ya explicaba Parménides (†c.470 a. C.), sino
en una cualidad de la existencia, una nueva categoría de existencia, rescatada de su
fragmentación en el sucederse de los instantes. Cuando la Iglesia celebra, esa forma de
existencia está presente en la fluyente temporalidad del rito. Está presente como realidad
nueva y mayor, aunque siempre de manera incompleta[31]. El hoy eterno de Dios vive
en la finitud del hoy de cada celebración. Tiempo y eternidad concurren en la
celebración a consecuencia de la presencia y de la acción del Señor y del Espíritu a
través del poder evocador y presencializador de los signos y símbolos litúrgicos. Por eso,
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aun cuando la liturgia se resista a ser encasillada en una definición de cuño cartesiano en
razón de su índole simbólica, sin embargo, si se pidiera una descripción aproximada de la
liturgia, podría decirse que la liturgia es, sencillamente, hodie[32].
12. Agente y objeto del memorial
El objeto de la anámnesis, o sea, el contenido sobre el cual recae el memorial, es el
misterio de Cristo, tensionado hacia su vértice culminante, que es el misterio pascual. Y
el agente de la anámnesis, o sea, quien realiza el memorial, es el Espíritu Santo en la
Iglesia.
San Lucas recoge estas palabras de Jesús: «Él [el Espíritu Santo] os recordará todas
las cosas que os he dicho y hecho»[33]. De ahí que al Espíritu Santo se le designe
memoria viva de la Iglesia y colme de eficacia al memorial de la Iglesia[34]. Su
virtualidad es tan poderosa que del recuerdo hace presencia en el hoy de la celebración.
Al Espíritu se debe que Cristo se haga contemporáneo con la historia del hombre en la
celebración eclesial. El hecho de que los Sacramentos sean actos de Cristo, el hecho de
que Él sea el ministro principal de los Sacramentos, el hecho de que cada Sacramento sea
un punto de inserción en el misterio de Cristo… la Iglesia se lo debe a la presenciaacción del Espíritu. Él actualiza el misterio de Cristo a través del velo de los ritos en el
hoy litúrgico, y pone a la asamblea, y a cada uno de sus miembros, en relación viva
con el Resucitado a fin de que puedan asimilar en su vida aquello que ven, que
oyen y que realizan en la celebración. Cobran aquí pleno sentido las palabras que el
obispo dirige a quienes se dispone a ordenar como presbíteros: «imitad lo que vais a
tratar»[35]. Que es como decir: vosotros celebráis el sacrificio de Cristo cada día; que su
Sacrificio se convierta en el vuestro[36].
13. Un parágrafo destacado del Catecismo
Decíamos que, en la liturgia, el Espíritu proyecta al creyente hacia el punto de
encuentro del tiempo con la eternidad, haciéndole contemporáneo con la Pascua
de Cristo. Ayuda a entenderlo mejor leer detenidamente la exposición que hace el
Catecismo de la Iglesia Católica cuando trata de la Pascua de Cristo como
acontecimiento que trasciende el tiempo:
«En la liturgia de la Iglesia, Cristo significa y realiza principalmente su misterio
pascual. Durante su vida terrestre Jesús anunciaba con su enseñanza y anticipaba
con sus actos el misterio pascual. Cuando llegó su hora, vivió el único
acontecimiento de la historia que no pasa: Jesús muere, es sepultado, resucita
de entre los muertos y se sienta a la derecha del Padre una vez por todas. Es un
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acontecimiento real, sucedido en nuestra historia, pero absolutamente singular:
todos los demás acontecimientos suceden una vez, y luego pasan y son
absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por el contrario, no
puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte destruyó a la
muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los
hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y
en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la Cruz
y de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida»[37].
Este es uno de los parágrafos quizá más extensos de todo el Catecismo, pero también
uno de los más decisivos para la teología litúrgica. En el conjunto del Catecismo, la
trascendencia de este texto no pasa desapercibida. Hay manuales de liturgia que lo citan
al inicio, incluso en el prólogo. Los contenidos expresados en él hacen de este texto una
carta magna de la ciencia litúrgica. Su comprensión profunda, sin embargo, solo puede
tenerla quien haya asimilado el memorial, en cuanto noción subyacente del texto y clave
hermenéutica que lo esclarece: ser cristiano implica creer, por la fe, que hay un
acontecimiento histórico que el tiempo no devora; implica creer que la muerte y
resurrección de Jesucristo no se alojan en el pasado, como si fueran unos
acontecimientos más de la historia; implica creer que el evento intrahistórico de la Cruz
gloriosa se alza etéreo por encima del tiempo, dominando cada época y atrayendo hacia
sí al linaje humano, al cosmos y a la historia.
14. La epíclesis
Pasemos a examinar el segundo elemento estructurante de la celebración litúrgica: la
epíclesis. El término epíclesis proviene del verbo griego epikaléo y significa invocación
(epi-kaleo; in-vocatio). En términos litúrgicos, pronunciar la epíclesis significa
implorar la presencia divina santificadora en las acciones sagradas de la Iglesia. La
epíclesis es la acción que el Espíritu realiza sobre los signos sacramentales actualizando
por medio de ellos la historia de la salvación. La epíclesis impregna todo el rito y se hace
sentir especialmente en determinados momentos, de los cuales el más elevado es la
invocación durante la plegaria eucarística. En las anáforas romanas, el Padre es invocado
en dos momentos, antes y después respectivamente de la consagración. La anáfora
tercera del Misal Romano lo expresa del siguiente modo:
—Primera epíclesis (anteconsecratoria):
«Por eso, Padre, te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos
dones que hemos separado para ti de manera que se conviertan en el
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Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, que nos mandó
celebrar estos misterios».
—Segunda epíclesis (postconsecratoria):
«Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia (…), para que, fortalecidos con el
Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos del Espíritu Santo, formemos en Cristo
un solo cuerpo y un solo espíritu».
El primer texto implora del Padre el envío del Espíritu en orden a la conversión de los
dones del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo; el segundo invoca al Padre
para que quienes participan en la Eucaristía sean hechos un solo cuerpo y un solo espíritu
en Cristo. Podría parecer obvio que los fieles que comulgan y reciben a Cristo, por el
mismo hecho de hacerlo, se hagan uno con Él; puede parecer obvio, pero es fruto de la
acción del Espíritu y, como tal, la liturgia lo confiesa explícitamente. Nadie se acerca a
comulgar sin que la Iglesia haya invocado previamente al Padre para que envíe el
Espíritu en orden a la divinización (theosis).
La plegaria litúrgica contiene, de ordinario, la epíclesis de manera explícita o, al
menos, implícita. En ocasiones, se hace no con las palabras, sino con el gesto[38].
Ayudará a comprender mejor el significado de la epíclesis acudir a dos lugares distintos.
El primero en la celebración eucarística de rito mozárabe y el segundo, la consagración
del santo Crisma. Veamos el primero.
a) En lugar del «este es el Cordero de Dios…» (ecce Agnus Dei) de la liturgia
romana, en el rito mozárabe el sacerdote levanta la patena y el cáliz y, mostrándolos al
pueblo, dice: «lo Santo para los Santos» (Sancta Sanctis)[39]. Esta sintética expresión
condensa el efecto de ambas epíclesis.
En efecto, lo Santo (Sancta) son los dones que la fuerza del Espíritu –junto con las
palabras consecratorias de Cristo– han convertido en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, o
sea, el fruto de la primera epíclesis. Los Santos (Sancti) son los fieles para quienes se
implora al Espíritu que los haga «un solo cuerpo y un solo espíritu en Cristo», o sea, el
efecto de la segunda epíclesis. De este modo el rito muestra la profunda unión que existe
entre el Cuerpo eucarístico de Cristo y su Cuerpo místico, que es la Iglesia, significada
por los fieles congregados en torno al altar. El mismo Espíritu que cristifica el pan y el
vino, santifica también a los fieles, conformándolos con Cristo. La transformación de
los dones (primera epíclesis) se ordena a la transformación de los fieles (segunda
epíclesis). Lo expresamos de forma gráfica del siguiente modo:
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Sancta
→
Sanctis
↑
↑
(epíclesis anteconsecratoria) (epíclesis postconsecratoria)
El significado de una y otra epíclesis aparece recogido en el siguiente texto del Misal
Romano:
«Por la invocación de tu nombre,
santifica, Señor y Dios nuestro,
estos dones de nuestra docilidad, → (epíclesis de consagración)
→ (epíclesis de comunión)
y transfórmanos, por ellos,
en ofrenda permanente» 40.
[40]Primero, los dones de pan y de vino, que aportan los fieles, son santificados
mediante la invocación epiclética del santo nombre de Dios; después se implora que por
medio de esos dones –ya consagrados– la comunidad sea transformada en ofrenda
perenne. El sintagma por ellos traduce la ordenación entre una y otra epíclesis.
b) El segundo ejemplo lo encontramos en la epíclesis que, unida a una prolongada
anámnesis, se contiene en la plegaria de consagración del santo Crisma:
I. Señor Dios, autor de todo crecimiento
y de todo progreso espiritual;
recibe complacido la acción de gracias
que, gozosamente, por nuestro medio, te dirige la Iglesia.
Al principio del mundo,
tú mandaste que de la tierra brotasen árboles
que dieran fruto, y, entre ellos,
el olivo que ahora nos suministra el aceite
con el que hemos preparado el santo crisma.
Ya David, en los tiempos antiguos, previendo con espíritu profético
los sacramentos que tu amor instituiría en favor de los hombres,
nos invitaba a ungir nuestros rostros con óleo en señal de alegría.
73
También, cuando en los días del diluvio las aguas
purificaron de pecado la tierra,
una paloma, signo de la gracia futura,
anunció con un ramo de olivo
la restauración de la paz entre los hombres.
Y en los últimos tiempos,
el símbolo de la unción alcanzó su plenitud:
después que el agua bautismal lava los pecados,
el óleo santo consagra nuestros cuerpos
y da paz y alegría a nuestros rostros.
Por eso, Señor, tú mandaste a tu siervo Moisés
que, tras purificar en el agua a su hermano Aarón,
lo consagrase sacerdote con la unción de este óleo.
Todavía alcanzó la unción mayor grandeza cuando tu Hijo,
nuestro Señor Jesucristo,
después de ser bautizado por Juan en el Jordán,
recibió el Espíritu Santo en forma de paloma y se oyó tu voz
declarando que él era tu Hijo, el Amado,
en quien te complacías plenamente.
De ese modo se hizo manifiesto que David
ya hablaba de Cristo cuando dijo:
«El Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo
entre todos tus compañeros».
II. A la vista de tantas maravillas te pedimos, Señor,
que te dignes santificar con tu bendición + este óleo,
y que, con la cooperación de Cristo, tu Hijo,
de cuyo nombre le viene a este óleo el nombre de crisma,
infundas en él la fuerza del Espíritu Santo
con la que ungiste a los sacerdotes, reyes, profetas y mártires
y hagas que este crisma sea un sacramento
de la plenitud de la vida cristiana
para todos que van a ser renovados
por el baño espiritual del bautismo.
Haz que los consagrados por esta unción,
libres del pecado en que nacieron,
y convertidos en templo de tu divina presencia,
exhalen el perfume de una vida santa;
que, fieles al sentido de la unción,
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vivan su condición de reyes, sacerdotes y profetas,
y que este óleo sea, para cuantos renazcan
del agua y del Espíritu Santo, crisma de salvación,
les haga partícipes de la vida eterna
y herederos de la gloria celestial.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén[41].
En esta extensa plegaria del obispo durante la Misa crismal se distinguen dos
secciones diversas, que han sido señaladas como I y II: la primera (I) es una sección
anamnética extensa, en la cual la memoria del óleo discurre a lo largo de la historia de la
salvación;y la segunda (II) es una sección explícitamente epiclética, en la que se suplica al
Padre que envíe el Espíritu en orden a la consagración del óleo.
15. La doxa
El término doxología proviene del griego doxa: alabanza, y logos: palabra o
discurso[42]. La doxología, que es siempre homenaje de alabanza, adoración y acción de
gracias a Dios, también está presente como elemento estructural en toda celebración
litúrgica, que siempre es bendición y glorificación del Padre por Cristo en el Espíritu. El
homenaje a la majestad de Dios se deja notar especialmente en el canto de los himnos,
por ejemplo, el Gloria in excelsis, y también, de manera culminante, en la gran
doxología que cierra, como broche de oro, todas las anáforas del Misal Romano y que,
con un lenguaje que no parece de este mundo, se expresa en estos términos:
«Por Cristo, con Él y en Él,
a ti, Dios Padre omnipotente,
en la unidad del Espíritu Santo,
todo honor y toda gloria (doxa)
por los siglos de los siglos»[43].
Esta doxología no enuncia un simple deseo de que se tribute a Dios el honor y la
gloria, ya que en ese caso el verbo iría en subjuntivo, que es el modo propio de lo
optativo, de lo desiderativo, de lo irreal…; sin embargo, el verbo aparece en indicativo:
est tibi Deo Patri omnipotenti… Este modo verbal indica la realidad de que el Sacrificio
celebrado tributa a Dios «todo honor y toda gloria», es decir, un honor y una gloria
absolutamente consumada. Los Padres de la Iglesia subrayan la importancia de concluir
la plegaria eucarística con ese gran ¡Amén! por parte de la asamblea, para la cual
pronunciarlo con fe viva es una de las formas más intensas que tiene de expresar su
participación en el misterio celebrado[44].
75
En conclusión, la liturgia realiza el «admirable intercambio» (mirabile commercium)
entre el Cielo y la tierra, integrando en la celebración la anámnesis de Cristo, la epíclesis
del Espíritu y la doxología al Padre.
16. La asamblea litúrgica, sujeto de la celebración
Una vez expuesta la estructura interna de la acción ritual, pasemos a estudiar el sujeto
que la realiza: la asamblea litúrgica. Ahora, afirmada esta realidad, escuchemos la neta
respuesta que da el Catecismo de la Iglesia Católica a la pregunta sobre quién celebra:
celebra el Cristo total[45]. El sujeto de la acción sagrada es la Iglesia, Cabeza y Cuerpo.
17. Las asambleas litúrgicas en el Nuevo Testamento
Asamblea o convocación es la traducción del término ekklesía en la versión griega de
los LXX, que, a su vez, traduce el hebreo qahal, vocablo que designaba al pueblo de
Israel reunido en asamblea por la llamada de Dios para la escucha de su palabra y dar
respuesta a su alianza.
El Nuevo Testamento testifica las reuniones cristianas destinadas al culto divino, que
acostumbraban a llamar synáxis. Los Hechos refieren la reunión periódica de los
discípulos de Jerusalén, unánimes en un mismo lugar (convenire in unum) para la
escucha de la palabra apostólica, la oración común y la fracción del pan[46]. Reuniones
semejantes suceden en Antioquía y en Tróade[47]. El apóstol Pablo regula las de
Corinto, lo que también hace Santiago[48]. Los Padres exhortarán a la participación de
los cristianos en las reuniones apelando a la voluntad del Señor y a la novedad de la
economía salvífica en Cristo. La unanimidad de todos en la oración, en los gestos, en el
canto, es un signo de la unión que produce el Espíritu y un medio para reforzar la
caridad. Documentos primitivos, como la Didaché, la Didaskalia, las Constituciones
apostólicas y la Tradición apostólica, consideran esta participación de los cristianos en
la reunión como una manifestación de su fe en Cristo y un signo identificativo de su
pertenencia a la Iglesia. Las referencias bíblicas, patrísticas e históricas son muy amplias.
Al decaer la participación del pueblo en la liturgia, decayó la relevancia visible del
congregarse in unum como tal[49]. La asamblea litúrgica y el ejercicio del sacerdocio
común de los fieles perdieron vigencia, aunque no estaban totalmente olvidados, como
testifican, por ejemplo, unas palabras de fray Luis de Granada (†1588):
«Habéis de entender que todos nos juntamos para hacer Misa, que no solamente
venís para oír la Misa, como decís, sino a hacerla con el sacerdote. Porque venís
a ofrecer y a hacer sacrificio con él, aunque solo él habla y con sus manos ofrece,
pero todos ofrecemos»[50].
76
El gran autor espiritual español reflejaba una tradición genuina, que el Concilio
Vaticano II retomará con mayor precisión diciendo: «las acciones litúrgicas no son
acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es sacramento de unidad, es
decir, Pueblo santo congregado y ordenado bajo la dirección de los Obispos»[51]. Se
entiende, por eso, lo que afirma la Sacrosanctum Concilium:
«Siempre que los ritos, cada cual, según su naturaleza propia, admitan una
celebración comunitaria, con asistencia y participación activa de los fieles,
incúlquese que hay que preferirla, en cuanto sea posible, a una celebración
individual y casi privada. Esto vale, sobre todo, para la celebración eucarística,
quedando siempre a salvo la naturaleza pública y social de toda Misa, y para la
administración de los Sacramentos»[52].
18. Recuperación de la asamblea litúrgica
Con los primeros pasos del Movimiento Litúrgico y con el estímulo de Pío X, que
buscaba la participación activa de los fieles en los santos misterios y en la oración pública
y solemne de la Iglesia como «primera fuente indispensable del verdadero espíritu
cristiano», la synaxis comenzó a recuperarse y a cobrar relieve[53]. En 1929, Pío XI
deploraba que los fieles asistieran a la Misa como mudos espectadores[54]. Fueron
importantes a este respecto las encíclicas Mystici Corporis (1943) y Mediator Dei
(1947) de Pío XII. Especialmente esta última –como ya vimos– considera la liturgia
como ejercicio del sacerdocio de Cristo, el culto del entero Cuerpo místico, de su Cabeza
y de sus miembros[55].
La enseñanza conciliar supo recoger los mejores resultados del Movimiento Litúrgico
y de los estímulos magisteriales, y la reforma litúrgica los aplicó, como testifican las
numerosas referencias a la asamblea que se encuentran en los libros litúrgicos, y en las
exhortaciones a una participación consciente, activa y fructuosa. Así,
«para promover la participación activa, se fomentarán las aclamaciones del
pueblo, las respuestas, la salmodia, las antífonas, los cantos y también las
acciones o gestos y posturas corporales. Guárdese, además, a su debido tiempo,
un silencio sagrado»[56].
«La asamblea que celebra es la comunidad de los bautizados que, por el
nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados como
“casa espiritual y sacerdocio santo para que ofrezcan, a través de las obras
propias del cristiano, sacrificios espirituales”»[57].
Los bautizados que, reunidos en un mismo lugar, participan en la celebración, no son
77
un grupo que obedece a meras leyes sociológicas o psicológicas, no constituyen una
asamblea formada por una élite, una sociedad de perfectos, sino que son una asamblea
litúrgica heterogénea, manifestación visible de la Iglesia[58]. El mismo reunirse para la
celebración dominical es la superación, por la fe y la caridad, de las diferencias humanas.
En ella no hay forasteros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de
Dios[59]. La asamblea es comunión, pero no homologación, pues en la comunidad cabe
la vocación de cada uno.
19. La asamblea litúrgica
es cuerpo sacerdotal jerarquizado
La Iglesia no se reúne en asamblea por el imperativo sociológico o psicológico de
realizar un acto de culto, sino por la llamada divina que la ha constituido como convocación. La asamblea litúrgica es la forma sacramental en acto del
acontecimiento permanente que sostiene al Pueblo sacerdotal en acto. La ekklesía,
convocada en la tierra y en el Cielo, crece –de asamblea en asamblea– en el
régimen de los signos, hasta la congregación final consumada[60].
Esta asamblea santa es, además, un cuerpo diferenciado, jerarquizado porque
es signo de la Iglesia universal, «comunidad sacerdotal orgánicamente
constituida»[61]. Es el «Pueblo santo congregado y ordenado bajo la dirección de los
obispos»[62]. No es lo mismo el obispo o el sacerdote celebrante principal, que el
diácono o los demás fieles. El sacerdote celebrante principal es icono de Cristo Cabeza,
Aquel que es Liturgo del Padre para santificarnos y Sacerdote nuestro para rendir al
Padre el verdadero culto en Espíritu y en verdad. Por un lado, representa ante la
comunidad a Cristo, Cabeza de la Iglesia, y, por otro lado, representa a la comunidad
ante Cristo y ante el Padre. El sacerdote celebrante principal actúa in persona Christi
et in nomine Ecclesiæ. Y esto se refleja en la actitud con la que el sacerdote reza en
nombre de todos, cómo une por medio de él a todos con el Señor… Es decir, debe ser
notorio, hasta externamente, que es icono de Cristo Sacerdote, y, por consiguiente, se
reviste con vestes litúrgicas, ocupa un lugar especial…; en una palabra, realiza acciones
propias y exclusivas que se llaman «acciones presidenciales»[63].
En la celebración eucarística, por ejemplo, son acciones presidenciales saludar a la
asamblea, proferir la oración colecta, presentar los dones, pronunciar la anáfora, hacer la
fracción del pan, distribuir la comunión, bendecir y despedir al pueblo. El respeto teologal
a la iconicidad de quien preside la celebración recomienda que otras acciones (proclamar
la Palabra de Dios, cantar el salmo responsorial, enunciar las intenciones de la Oración de
los fieles…) sean realizadas por otros sujetos de la celebración (los concelebrantes, los
diáconos, los ministros instituidos –lectores y acólitos–, los fieles…), de manera que
todos hagan todo aquello y solo aquello que les es propio[64]. Así se expresa el
78
Catecismo de la Iglesia Católica:
«En la celebración de los sacramentos, toda la asamblea es liturgo, cada cual
según su función, pero en la unidad del Espíritu que actúa en todos»[65].
Esta celebración, en la que todos participan desde sus coordenadas eclesiológicas
propias (sacerdocio ministerial – sacerdocio común), deviene realidad preciosa en la
unidad y variada en la diversidad[66].
20. Asamblea y pascua,
realidades contemporáneas
Juan de Santo Tomás (†1644) –uno de los comentaristas más completos de Tomás
de Aquino– explica que Jesús, al consagrar la primera Eucaristía en la última Cena,
preveía y consagraba anticipadamente –por medio del ministerio apostólico– todas las
eucaristías hasta el final de los tiempos[67]. Lo que significa que nosotros propiamente
no hacemos la Eucaristía; más bien, la Iglesia recibe y se une a lo que Dios nos ha dado
–de una vez para siempre– en la ofrenda de Cristo. Todas las celebraciones hasta la
parusía son la única Eucaristía, la única celebración del Cristo pascual, contemporáneo
de todos los fieles de todos los tiempos y lugares, que se hace presente en la tierra bajo
los signos, hasta la consumación de la historia[68]. En cierto modo, el misterio pascual y
la asamblea litúrgica son contemporáneos a lo largo de la historia.
21. La asamblea litúrgica
es signo de la Iglesia universal
La asamblea litúrgica es signo de la Iglesia reunida en oración[69]. Como la liturgia es
acción de Cristo que «asocia (consociat) siempre consigo a su amadísima Esposa, la
Iglesia», así también la asamblea reunida es signo de toda la Iglesia que se hace allí
presente por medio de ella. Cristo, sacramento primordial de la salvación, continúa
obrando en el sacramento admirable de la Iglesia[70].
La asamblea de los fieles, reunidos para la celebración, es signo de la Iglesia universal
congregada por el Espíritu Santo. Sacrosanctum Concilium se refiere a esta realidad
cuando afirma:
«La principal manifestación de la Iglesia se realiza en la participación plena y
activa de todo el Pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas,
particularmente en la misma Eucaristía, en una misma oración, junto al único
altar donde preside el Obispo, rodeado de su presbiterio y ministros»[71].
79
La asamblea litúrgica es la Iglesia en acto, donde se manifiesta el misterio de la
Iglesia. La asamblea litúrgica no es la única manifestación de la Iglesia, pero sí uno
de los principales elementos de visibilidad de la Cathólica, es decir, de la Iglesia
extendida por toda la tierra.
La celebración litúrgica, en cuanto acción de la synaxis, es siempre epifanía de
la Iglesia. Nada de lo que se realiza en la celebración debe ser opaco al misterio de la fe,
y todo ha de expresarla en un régimen de signos y de símbolos.
22. De la celebración a la participación
Al terminar nuestra consideración sobre el celebrar en la Iglesia y como adelantamos
al inicio de este capítulo, se abre ahora la posibilidad de recorrer un itinerario en cuatro
etapas –mutuamente implicadas entre sí– y que articulan el contenido final de este tercer
capítulo:
Celebrar la liturgia tiene como correlato participar en la liturgia. Si celebrar es
hacer el memorial y, por ello, hacer presente el misterio de la salvación en su acontecer
intrahistórico, entonces participar es hacerse presente en esa intervención divina que
acontece en el aquí y ahora de cada celebración. En consecuencia, la participación no
es algo ajeno a la celebración, sino intrínsecamente exigido por ella.
La Sacrosanctum Concilium pidió, en un parágrafo verdaderamente programático y
que constituye uno de sus altiora principia, la participación consciente, activa y
fructuosa de los cristianos en la liturgia:
«La Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este
misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que comprendiéndolo
bien a través de los ritos y oraciones, participen conscientes, piadosa y
activamente en la acción sagrada, sean instruidos con la palabra de Dios, se
fortalezcan en la mesa del Cuerpo del Señor, den gracias a Dios, aprendan a
ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no solo por manos del
sacerdote, sino juntamente con él, se perfeccionen día a día por Cristo mediador
en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en
todos»[72].
Aquí, la expresión extraños y mudos espectadores, que ya había acuñado Pío XI en
la Divini cultus (1928), hace referencia a aquellos fieles que, aunque presentes en el
lugar donde se desarrolla la acción sagrada, la contemplan como si se encontraran en un
teatro[73]. Sin embargo, en el teatro, donde la acción es simulada y los actores
interpretan un papel ajeno a su vida real, podría darse entre estos y el público una
participación más intensa en lo que está sucediendo, que aquella otra que se da en la
80
celebración litúrgica. He aquí la cuestión de la participación litúrgica y la exigencia de
vivirla con hondura antropológica y teologal. Participar es implicarse en la acción,
sentirse parte de ella. No se puede celebrar sin participar.
La participación deseada por el Concilio no se refería a unas simples actividades
externas durante la celebración, sino a una mayor toma de conciencia del misterio que se
celebra y de su relación con la vida cotidiana.
«La gran tradición litúrgica de la Iglesia nos enseña que, para una participación
fructuosa, es necesario esforzarse en corresponder personalmente al misterio
que se celebra mediante el ofrecimiento a Dios de la propia vida, en unión
con el sacrificio de Cristo por la salvación del mundo entero»[74].
Participar es consentir que sea el mismo rito el que modele nuestra actitud, hecha de
escucha de la Palabra de Dios, interiorización de esa misma Palabra, ofrecimiento de la
propia vida junto con la Víctima divina, el ejercicio de la caridad… Así, mediante la
participación, consentimos ser sobre-impresionados por el Sacrificio de Cristo, ser
troquelados por él. Ahí reside el gran qué y el gran porqué de la participación. Cuando
se participa consciente y activamente en la celebración del misterio, esta se vuelve
diáfana y, en consecuencia, imperiosa.
Tercera sección
EL ARS CELEBRANDI
23. De la participación al ars celebrandi
Si la celebración llama a la participación, esta llama al ars celebrandi como
concatenación ineludible, pues lo primero que favorece la participación del Pueblo de
Dios en el rito de culto cristiano es la celebración expresiva del rito mismo. Para ello se
precisa un arte: el arte del celebrar la santa liturgia. Este arte es la mejor premisa –la llave
maestra– para la participación plena en el misterio de la liturgia[75].
La celebración litúrgica podría asemejarse a la interpretación de una obra musical por
parte de unos instrumentistas regidos por un director. Al comienzo hay una partitura, la
cual no es todavía música, sino un conjunto de notas, impresas en un cuaderno de
pentagramas, esperando a convertirse en música cuando unos maestros las interpreten.
Pero los músicos no son el compositor; se trata de una música que viene de otro y que
los instrumentistas interpretan permaneciendo rigurosamente fieles y, a la vez, con el
81
suficiente margen de libertad y toque personal que hacen que la música de un mismo
compositor conozca diversas ejecuciones según las diversas orquestas que la interpreten.
Algo similar sucede –guardando las debidas proporciones– con la liturgia, la cual se
halla contenida en los libros litúrgicos de la Iglesia, pero todavía no es liturgia hasta que
una asamblea, orgánicamente estructurada, la celebra. Quienes la celebran no son el
autor. La partitura, en lo que tiene de humana, ha sido compuesta por la Iglesia durante
un proceso vivo de decantación hasta llegar a entregarnos ese tesoro de inestimable valor
que son los ritos de la tradición litúrgica de la Iglesia. El sacerdote celebrante principal y
los fieles –cada uno según su función y posición eclesiológica propia– deben interpretar la
partitura con una fidelidad rigurosa, pero también con aquel margen de libertad que
imprime una forma particular a cada celebración conforme a la idiosincrasia del lugar, de
las personas y de los medios disponibles. El ars celebrandi es un arte aplicado,
funcional, al servicio de ese equilibrio. Al celebrar se debe procurar la más expresiva
puesta en escena de un algo, que es un acto invisible de alianza. El ars celebrandi es
el cómo de ese algo[76].
Cabría preguntarse: ¿por qué hablamos de un arte y no, por ejemplo, de una técnica?
Porque la capacidad de conferir plenitud de verdad y de sentido a los gestos, a las
palabras, a las acciones y actitudes depende de la capacidad de esbozar las
dimensiones significables del misterio. El ars celebrandi es un arte que consiste en
la maestría de gestionar la tensión entre expresividad e invisibilidad del evento
puesta al servicio de la celebración. Y tal ejercicio se inscribe propiamente en la esfera
del arte.
El ars celebrandi designa la cualidad de los ministros ordenados –junto con toda la
comunidad de los bautizados, reunida para la celebración– de vivir el significado
profundo de los ritos hasta dejarse alcanzar por ellos y de ese modo ser colmados y
modelados por el misterio. De aquí, que el modo de celebrar –el ars celebrandi– deba
originarse en la interiorización y asimilación del misterio litúrgico.
El ars celebrandi lleva a realizar significativamente las acciones que integran la
celebración: incensaciones, aclamaciones, gestos, lecturas, cantos, posturas, actitudes…;
los prenotandos del Misal Romano hablan también del tono de voz al pronunciar los
diversos textos litúrgicos…[77]. Presidir una celebración litúrgica equivale entonces a
remitir adecuadamente a Jesucristo con humildad y discreción, con las palabras y
los gestos, con la piedad objetiva y la actitud orante. A la vez, con sencillez y
autenticidad, sin afectación ni exageración, partiendo de los libros litúrgicos, que
es necesario conocer bien y utilizar con inteligente destreza. Haciendo hablar a los
ritos, a los silencios, articulando sabiamente los ritmos celebrativos. Todo ello
conduce discreta y eficazmente a la participación de la comunidad orientándola hacia el
misterio celebrado y preparándola hacia el tránsito de la celebración a la vida, de la que
82
trataremos en el capítulo séptimo.
24. Del ars celebrandi a las rúbricas
Estamos recorriendo un camino que ha partido de la celebración y ha seguido por la
participación, que, discurriendo por el ars celebrandi, nos aboca a las rúbricas. De modo
análogo a lo que sucede en una fuga de Bach –sobradamente inspirada y
matemáticamente medida–, en la acción sacramental se da la máxima creatividad del
Espíritu Santo a la vez que se celebra del modo precisamente determinado por las
rúbricas, que la sustraen de un eventual desorden subjetivo.
Las rúbricas son como la brújula de la celebración. Alcanzar una celebración
elocuente es la meta a la que se llega siguiendo esa brújula, es decir, por la docilidad a
esas normas litúrgicas. Así es como se consigue que la rutina de la reiteración no sea
rutina. Y esto conviene sumamente a la liturgia, pues nos habla del cielo: los Serafines,
sin dejar de cantar, nunca repiten la letra: gustan el gaudium de Veritate.
25. La teología de las rúbricas
Estas normas tutelan el referente católico de la liturgia, en cuyo seno todos los
creyentes pueden reconocerse mutuamente cuando viven su experiencia celebrativa de la
fe en el seno de la Madre Iglesia[78]. Al dejarse iluminar por esas normas, el mismo acto
celebrativo se convierte en epifanía del misterio y expresión del camino de fe que siguen
tanto quien modera la celebración como la entera comunidad en vistas a la profunda
cohesión entre experiencia cristiana y vida contemplativa, a la que tiende, de suyo, la
vocación bautismal.
Hay disposiciones rubricales esenciales para la naturaleza misma del rito. La Iglesia,
por ejemplo, que carece de poder para alterar la voluntad del Señor, mantiene el pan y el
vino como materia esencial para la celebración de la Eucaristía. Cuando la celebra, la
Iglesia cumple el mandato de hacer lo mismo que hizo el Señor y transmite el modelo
recibido de Él por tradición apostólica. Otras rúbricas, sin embargo, regulan aspectos no
esenciales, como, por ejemplo, los colores litúrgicos[79].
El aprecio y respeto a las rúbricas se ve incrementado cuando se conoce el
valor teologal que custodian. No son arbitrarias. Pensemos, por tomar solo un
ejemplo, en aquella sucinta rúbrica del Misal Romano –«se inclina un poco»–, referida al
sacerdote que celebra y situada antes de la consagración del pan y del vino[80]. Ese
gesto remite a la presencia y actuación inefables de las divinas Personas en la celebración
del santo Sacrificio. En efecto, además de las palabras consecratorias, escritas en primera
persona («mi Cuerpo», «mi Sangre») y pronunciadas dentro del conjunto de la anáfora,
la acción de inclinarse traduce la presencia del Espíritu, por medio del símbolo del aliento
83
y de la sombra producida por esa inclinación[81]. Un sencillo gesto que nos transfiere a
la liturgia como obra de la Trinidad, y como nueva manifestación de la misión conjunta
del Hijo y el Espíritu a la comunidad reunida para celebrar los divinos misterios[82].
El código rubrical es garante de la teología que subyace en la celebración y
tutela de la eclesialidad de la acción sagrada para que esta se realice conforme a
todas las particularidades que indica el libro litúrgico. Una desidia prolongada en la
observancia de las rúbricas podría deformar la vivencia de la fe de una comunidad
cristiana. Así como una celebración elocuente educa la sensibilidad de la asamblea, una
celebración deficiente puede llegar a confundir la comprensión teologal del misterio que
se celebra, porque la fe de la Iglesia se transmite mediante la predicación y la
sacramentalidad del culto. El célebre axioma, atribuido a Próspero de Aquitania (†455),
«la ley de la oración es la ley de la fe», refleja cómo la inteligencia de la fe ha estado
relacionada, desde los orígenes de la Iglesia, con su acción litúrgica y cómo la lex orandi
ha tenido una precedencia pedagógica o práctica sobre la lex credendi[83].
26. De las rúbricas a la belleza de la celebración
Este arte de celebrar, capaz de atraer a hombres y mujeres –creyentes o no–,
con la fuerza de la verdad y la seducción de la belleza divinas, es la clave de una
celebración que alcanza salvíficamente a la persona en sus más altas aspiraciones.
La belleza es la puesta en obra de la verdad y rodea siempre con un esplendor impalpable
el rostro de la verdad y de la bondad. De ahí que la belleza, más que ser un elemento
decorativo de la acción litúrgica, sea un atributo de la celebración, sea un
constitutivo propio[84]. En la celebración litúrgica la belleza es inseparable de la verdad
y de la bondad[85].
La santa liturgia es prefiguración de la vida eterna. Mediante la armonía de lo visible:
pan, vino, incienso, vestiduras, cantos, luz de los cirios…, la liturgia nos hace pregustar la
grandiosidad y hermosura del universo invisible. Lo indecible de los misterios divinos se
desvela en el noble esplendor de la celebración. En ella, no se trata de suscitar
pulsiones estéticas, ni de suministrar exaltaciones sensoriales, sino de sumergirla
en una atmósfera de luminosidad intensa, de excedencia de sentido que viene de lo
alto a nuestro encuentro y nos invita a participar de él y a convertirlo en algo
propio.
Al ser la belleza un atributo divino, es también un atributo de la celebración.
En ella se da el acontecer ritual del misterio de Cristo, de Aquel que es epifanía de la
belleza de Dios, Pulchrum irrebasable. Como leemos en un texto del Oficio bizantino:
«Cristo Jesús, visibilidad de la belleza de Dios,
ha transparentado el esplendor de la divinidad
84
en la experiencia sensible de la humanidad»[86].
Forma y belleza son términos vecinos. El caos informe –lo contrario de la forma– es
inhumano y aboliría la celebración. En su tarea de proclamar la fe y glorificar a Dios en
el culto, la Iglesia siempre se sirvió del arte porque necesita de la mediación de lo sensible
para entrar en el mundo de lo invisible: es la lógica de la encarnación: «para que,
conociendo a Dios visiblemente, él nos lleve al amor de lo invisible»[87]. La celebración
del culto requiere –con una necesidad que podríamos decir estructural– de la
belleza para manifestar sensiblemente, de una manera auténtica y fiel, la verdad
última de cuanto en ella acontece: la presencia de la gloria de Dios
sacramentalmente dada en comunión a los hombres[88]. Y, por ello, en la
celebración litúrgica, su arte y su decoro, asumidos como elementos estructuralmentes
constitutivos del código simbólico del rito, se convierten en mediación para la presencia
del misterio[89].
La presencia misteriosa y real de Cristo en la liturgia y su protagonismo en la
celebración requieren el esplendor que desprende la «noble sencillez»[90]. Sacrosanctum
Concilium eligió esta expresión para traducir la relación intrínseca entre belleza, nobleza
y sencillez.
27. Conclusión
El momento de poner fin a este capítulo es ocasión para destacar algunas
conclusiones que ahora se desprenden naturalmente como corolarios:
a) Sin liturgia, el Cristianismo sería ideología
Los dos primeros capítulos de este libro nos han mostrado la identidad de la liturgia
cristiana, y el presente capítulo nos ha introducido en su puesta en acto, que es la
celebración ritual. Al concluir estas páginas ya no se precisan nuevos razonamientos para
sostener que, sin liturgia, el Cristianismo sería ideología, pues su sentido global no
puede ser captado fuera, antes o más allá del rito. El rito eclesial de culto es para la
vida de la Iglesia, y por tanto para la vida de cada bautizado, una especie de hoguera
siempre encendida en medio de la casa de Dios, el fuego en el que se han calentado los
mejores hijos de la Iglesia.
b) Las celebraciones no agotan la liturgia
La liturgia trasciende las celebraciones porque es celebrada continuamente junto al
Padre por Jesús en el Espíritu y con la asamblea de los primogénitos en el Reino.
85
Ciertamente, toda la liturgia está en cada celebración, pero la liturgia no se reduce
solo a lo que nosotros celebramos[91].
c) Hay una distancia semántica entre celebración y ceremonia
Si por ceremonia entendemos el modo común de decir cuando se habla de participar
en un evento civil significativo –por ejemplo, una graduación académica, un desfile
militar, la inauguración de los juegos olímpicos…–, entonces la noción de celebración es
teológicamente más densa que la noción de ceremonia. Por eso, lo primero en la
formación litúrgica no es el aprendizaje de las rúbricas, sino la experiencia antropológica
y teológica del celebrar. A la vez, precisar el verdadero alcance de la ceremonia no
significa desacreditar lo ceremonial, como dimensión que no se puede marginar, pues está
exigida por el decoro y la estética de la celebración en la Iglesia. La celebración es la
epifanía del Último en lo penúltimo. El Último es el Dios que es Belleza (kalós), y lo
penúltimo, la celebración, que es encuentro simbólico en el decoro de dos libertades: la
divina que otorga y la humana que recibe. Tal encuentro entraña cortesía, la cual
abarca desde el más mínimo detalle hasta los más grandes ceremoniales
sacramentales[92].
d) La liturgia es primeramente para celebrarla, no para explicarla
Finalmente, desnaturalizaría la celebración reducirla a un momento didáctico o
catequético durante el cual la asamblea fuera instruida sobre algunas verdades. El
discurso litúrgico no es descriptivo, sino inmersivo. La liturgia es primeramente para
celebrarla, no para explicarla; contemporáneamente, toda celebración es siempre
enseñanza, instrucción (didascalía) de la fe de la Iglesia.
SELECCIÓN BIBLIOGRÁFICA
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CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA - SECRETARIADO NACIONAL DE LITURGIA , Ambientación y
arte en el lugar de la celebración - Directorio litúrgico-pastoral, PPC,
Madrid 2006.
CENTRO DI PASTORALE LITURGICA FRANCESE, Ars celebrandi, Qiqajon, Magnano 2008.
86
FERRER, J. M., Centralidad eclesial de la celebración litúrgica, en Asociación Española
de Profesores de Liturgia, La liturgia en los inicios del tercer milenio,
Grafite, Baracaldo 2004, 167-188.
GONZÁLEZ P ADRÓS, J., La asamblea litúrgica en la obra de A.-G. Martimort, CPL,
Barcelona 2004.
MALDONADO, L. - FERNÁNDEZ, P., La celebración litúrgica - Fenomenología y teología
de la celebración, en AA.VV., La celebración en la Iglesia, vol. 1, Sígueme,
Salamanca 1985, 205-235.
MARINI, P., Liturgia y Belleza - Nobilis pulchritudo, Desclée, Bilbao 2005.
MARTIMORT, A.-G., Estructura y leyes de la celebración litúrgica, en La Iglesia en
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SILVESTRE, J. J., La santa Misa - El rito de la celebración eucarística, Rialp, Madrid
2015.
SODI, M., Celebración, NDL, Paulinas, Madrid 1987, 333-353.
[*] JUAN CRISÓSTOMO, Homilía 4, en PG 51, 179-180.
[1] El Catecismo de la Iglesia Católica dedica un amplio capítulo a «la celebración
sacramental del misterio pascual» (CCE 1135-1209), donde el término celebración
consta 75 veces. Una panorámica general del tema en la Iglesia, cfr. J. M. FERRER,
Centralidad eclesial de la celebración litúrgica, en Asociación Española de Profesores
de Liturgia, La liturgia en los inicios del tercer milenio, Grafite, Baracaldo 2004, 167188.
[2] Cfr. S. MARSILI, Teología litúrgica, en NDL, Paulinas, Madrid 19892, 19531954.
[3] La performance en la liturgia la aborda Dal Masso en su estudio sobre la eficacia
ex opere operato de los Sacramentos desde las categorías de la antropología cultural (cfr.
A. DAL MASSO, L’efficacia dei sacramenti e la “performance” rituale, Messaggero,
Padova 1999).
87
[4] Este análisis se recoge en uno de los Apéndices finales (cfr. Apéndice 1).
[5] Cfr. Ibídem.
[6] SC 7.
[7] Ve 580.
[8] Traducción nuestra. Una versión más literal sería: «sintamos el efecto de aquel
(misterio) cuya acción (celebración) realizamos».
[9] Utilizamos de intento el sustantivo contacto por su relación con el uso del verbo
contingere en el Sacramentario Veronense (Ve 1256): «Deus, qui nos sacramenti tui
participatione contingis…» (Oh Dios, que en la participación de tu sacramento llegas
hasta nosotros, es decir, entras en contacto con nosotros, que te acercas hasta
alcanzarnos…). El verbo latino contingo es un compuesto de tango (cum-tango), que
significa tocar; contingo remite, pues, a con-tactar. Dios contacta con nosotros
mediante el símbolo que, como veremos en el capítulo siguiente, mantiene juntos lo
divino y lo humano; o, lo que es lo mismo, Dios contacta con nosotros por medio de la
participación en el misterio celebrado.
[10] Cfr. R. GUARDINI, La formazione liturgica - Saggi, Opera della Regalità, Milano
1988.
[11] Los Padres de la Iglesia expresaron con acentos vivos esta perenne novedad del
misterio de Cristo. San Máximo el Confesor (†662) escribe: «(San Pablo), consciente de
toda la virtualidad del misterio, dice: “Jesucristo es el mismo hoy que ayer, y para
siempre”, es decir, que se trata de un misterio siempre nuevo, que ninguna comprensión
humana puede hacer que envejezca» (cfr. MÁXIMO EL CONFESOR, Los capítulos de las
cinco centurias, Centuria 1, 8, 13, en PG 90, 1182-1186).
[12] El sintagma de una vez por todas traduce el término griego éphapax y el latino
semel; de otra parte, el sintagma litúrgico cada vez –de las sucesivas celebraciones del
misterio de Cristo– traduce el término griego hosákis y el latino quotiescumque. En el
relato de la institución del antiguo Misal Romano (1570) se decía: «cada vez que hagáis
esto, hacedlo en memoria mía» (hæc quotiescumque feceritis, in mei memoriam
facietis).
[13] En griego, latín y castellano respectivamente: éphapax – semel – de una vez por
todas; hosákis – quotiescumque – cada vez.
[14] CCE 1076. En la versión típica latina esta importante trilogía se expresa con
estas palabras: «Christus per liturgiam Ecclesiæ suæ suum opus salutis manifestat,
præsens facit et communicat donec veniat».
[15] Existen ritos de purificación, que se celebran por medio del agua (baños
rituales); ritos de tránsito, que se realizan en momentos clave de tránsito en la vida de un
individuo (nacimiento, pubertad, matrimonio, muerte); ritos de iniciación, relativos a la
adscripción de individuos a religiones mistéricas; ritos de expiación, para implorar el
88
perdón divino…
[16] La palabra estereotipo –del griego stereós: sólido; y tipos: impresión, molde–
designa una plancha que se utiliza para fundir en ella la composición de un molde
formado con caracteres movibles.
[17] Cfr. M. ELIADE, El mito del eterno retorno, Alianza, Madrid 1972.
[18] Cfr. J. REGO, El bosque simbólico - Itinerarios para una reflexión sobre la
acción sacramental, CLV, Roma 2012, 33. Tratamos la cuestión de la mímesis en el cap.
4, §10.
[19] Un ejemplo puede iluminar esta idea. Pensemos en una celebración del bautismo
en la cual la mención trinitaria fuera sustituida por otra profana; o bien en una
celebración de la misa en la que la plegaria eucarística se sustituyera por el canto de una
letanía. Al romper el estereotipo, se destruye la conexión con el origen y,
consecuentemente, se vacía la celebración.
[20] Cfr. J. L. GUTIÉRREZ MARTÍN, Liturgia, Rialp, Madrid 2006, 53.
[21] Sobre la Schola Lacensis, ver Apéndice 2, 6; sobre la noción de zikkārôn, cfr.
cap. 5, 4 y 5.
[22] Cfr. cap. 5, §12.
[23] Lc 22, 19; cfr. MHM, Prenotandos 96.
[24] Cfr. MR, Prex eucharistica I: «Communicantes, et memoriam venerantes, in
primis gloriosæ semper Virginis Mariæ, Genetricis Dei et Domini nostri Iesu
Christi…».
[25] CCE 1104.
[26] La bibliografía sobre el hoy litúrgico es abundante. Algunas obras de referencia:
O. CASEL, Hodie, La Maison-Dieu, 65 (1961) 131-132; J. J. FLORES, El hodie en los
escritos de Odo Casel, Ecclesia orans 16 (1999) 53-62; J. P INELL, L’hodie festivo negli
antifonari latini, Rivista Liturgica 61 (1974) 579-592; A. M. T RIACCA , La celebrazione
tra hodie e quotidie: da categorie cronologiche a realtà liturgiche. Questioni
metodologiche, Ecclesia orans 16 (1999) 63-78; F. M. AROCENA , Hodie, en D. Medeiros
(a cura di), Sacrificium et Canticum laudis, Pontificia Academia Theologica - Itineraria,
LEV, Vaticano 2015, 373-382.
[27] En Epifanía: «hoy la Iglesia se ha unido a su celestial Esposo…»; en la
Presentación del Señor: «hoy tu Hijo es presentado en el templo…»; en Pentecostés:
«hoy se ha manifestado el Espíritu Santo…»; en la Asunción de María: «hoy ha sido
llevada al cielo la Virgen, Madre de Dios…». Las Concordancias señalan la alta
frecuencia del adverbio hoy en los libros litúrgicos: comparece 97 veces en el Misal
Romano de Pablo VI, 142 en el Misal Hispano-Mozárabe, 46 veces en el Sacramentario
Veronense y 15 en el Sacramentario Gregoriano. Con todo, advertimos que no siempre
los textos litúrgicos emplean el adverbio hoy en el sentido teológico fuerte que estamos
89
comentando.
[28] Cfr. FRANCISCO, Lumen fidei, 44.
[29] Cfr. BENEDICTO XVI, Homilía (9 de abril 2009).
[30] SANTIAGO DE SARUG, Homilía festiva sobre la Navidad, 11.14.18.22; cfr. E.
CARR, L’hodie nei sermoni ritmici di Giacobbe di Sarug per le grandi feste, Ecclesia
orans 16 (1999) 17-28.
[31] Cfr. J. RATZINGER, La fe cristiana en la vida eterna, en ÍDEM , La Eucaristía,
centro de la vida cristiana, Edicep, Valencia 2003.
[32] Cuando la melodía gregoriana interpreta estos hodie, es frecuente que acuda a
peculiares estructuras neumáticas, destinadas a significar el acento teológico del hoy
litúrgico. Para hacerse cargo, bastaría con escuchar las notas del cuarto hodie en la
primera antífona de las Vísperas de la Natividad del Señor: «hodie Christus natus est».
[33] Jn 14, 26.
[34] CCE 1099: «el Espíritu y la Iglesia cooperan en la manifestación de Cristo y de
su obra de salvación en la Liturgia. Principalmente en la Eucaristía, y análogamente en
los otros sacramentos, la Liturgia es Memorial del Misterio de la salvación. El Espíritu
Santo es la memoria viva de la Iglesia».
[35] En la edición típica del Pontifical Romano: «imitad lo que tratáis» (imitamini
quod tractatis). La misma idea en dos colectas del Misal Romano: MR, Memoria de san
Juan de la Cruz (14 de diciembre), oración sobre las ofrendas: «concede a cuantos
celebramos los misterios de la pasión del Señor imitar lo que realizamos» (ut, qui
dominicæ Passionis mysteria celebramus, imitemur quod agimus); cfr. MR, Memoria
de san Vicente de Paúl (27 de septiembre), oración sobre las ofrendas. «Oh Dios, que
concediste a san Vicente imitar lo que realizaba al celebrar los divinos misterios…»
(Deus, qui beato Vincentio divina celebranti mysteria tribuisti quod tractabat
imitari…).
[36] Sobre este aspecto trataremos con más detenimiento en el cap. 7, §12.
[37] CCE 1085.
[38] Gestos epicléticos son, entre otros, la inclinación profunda del cuerpo, o la
extensión horizontal de los brazos manteniendo las palmas de las manos hacia abajo,
como en actitud de dar sombra.
[39] Cfr. MHM, Prenotandos 133-134. Antes, el sacerdote ha partido el Pan
consagrado en nueve trozos y los ha colocado en forma de cruz sobre la amplia patena,
mientras designa los misterios de Cristo por su nombre: encarnación; nacimiento;
circuncisión; epifanía; pasión; muerte; resurrección; gloria y reino. Se trata de una
anámnesis gestual de los mysteria Christi (Cfr. MHM, Prenotandos 124-130).
[40] Cfr. MR, Solemnidad de la Santísima Trinidad, oración sobre las ofrendas:
«Sanctifica, quæsumus, Domine Deus noster, per tui nominis invocationem, hæc
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munera nostræ servitutis, et per ea nosmetipsos tibi perfice munus æternum».
[41] MR, Misa crismal del Jueves Santo, Consagración del crisma.
[42] Hay polisemia en la categoría doxa. En la Biblia, doxa –en hebreo kabód–
significa el halo luminoso del que está revestido Dios, el nimbo de luz que irradian Dios
Padre y Cristo. En su origen, la palabra ortodoxia no significaba, como suele pensarse
hoy, la recta doctrina. De una parte, doxa en griego significa apariencia; de otra, en el
lenguaje cristiano indicaría la verdadera apariencia, es decir, la gloria de Dios.
Ortodoxia significa, por tanto, el modo adecuado de glorificar a Dios, la forma cabal de
adoración (cfr. J. RATZINGER, El espíritu de la liturgia - Una introducción, Cristiandad,
Madrid 2001, 183-184).
[43] MR, Ordinario de la Misa, doxología final de las plegarias eucarísticas.
[44] En ocasiones solemnes, este Amén se canta tres veces consecutivas elevando el
tono y acompañado por una trompeta, cuyo sonido magnifica la aclamación de la
asamblea. Esta praxis se halla en continuidad con lo que refiere san Jerónimo acerca de
su resonancia en las iglesias de Roma como de un trueno que hacía temblar los templos
paganos, cfr. JERÓNIMO, Commentariorum in epistolam ad Galatas libri tres 2, en PL
26, 355: «¿en qué otro sitio se acude con tanto empeño e intensidad a las iglesias y a los
sepulcros de los mártires? ¿Dónde retumba de modo semejante el Amén como trueno
celestial que hace temblar los templos vacíos de los ídolos?» (ubi alibi tanto studio et
frequentia, ad ecclesias et ad martyrum sepulcra concurritur? ubi sic ad similitudinem
cœlestis tonitrui “Amen” reboat, et vacua idolorum templa quatiuntur?).
[45] Cfr. CCE 1136: «la liturgia es acción del Cristo total (Christus totus). Por
tanto, quienes celebran esta acción, independientemente de la existencia o no de signos
sacramentales, participan ya de la liturgia del cielo, allí donde la celebración es
enteramente comunión y fiesta».
[46] Cfr. Hch 1, 15; 2, 44-47.
[47] Cfr. Hch 13, 1-3; 20, 7-11.
[48] Cfr. 1Co 11 y 14; St 2, 1-4.
[49] Cfr. Apéndice 2, 3.
[50] FRAY LUIS DE GRANADA , Obra Selecta - Una Suma de la vida cristiana, BAC,
Madrid 1947, 1033.
[51] Cfr. SC 26.
[52] SC 27.
[53] Cfr. P ÍO X, Tra le sollecitudini (22 noviembre 1903).
[54] Cfr. P ÍO XI, Divini cultus (20 diciembre 1928). Esta expresión aparece
reproducida en SC 48.
[55] Cfr. AAS 39 (1947) 552-562; cfr. cap. 2, §16.
[56] SC 30.
91
[57] CCE 1141.
[58] Cfr. Hch 2, 1ss. Los rabinos decían que donde existe una asamblea de diez
personas reunidas para escuchar la Toráh, allí se hace presente Yahwéh (shekináh).
Aunque Jesús no contemplara in directo la asamblea litúrgica, Mateo refiere que el Señor
se atribuyó a Sí mismo esa prerrogativa, disminuyendo de diez a dos o tres el número
suficiente para que exista una asamblea en la que Él mismo es el garante de su presencia:
«donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,
20).
[59] Cfr. Ef 2, 19: «ya no sois extraños y advenedizos, sino conciudadanos de los
santos y miembros de la familia de Dios».
[60] J. R. VILLAR, La asamblea litúrgica, en J. L. GUTIÉRREZ MARTÍN - F. M.
AROCENA - P. BLANCO, La liturgia en la vida de la Iglesia - Culto y celebración, Eunsa,
Pamplona 2007, 76.
[61] Cfr. LG 11: «organice exstructa».
[62] SC 26.
[63] Cfr. OGMR 30: «Entre las cosas que se asignan al sacerdote, ocupa el primer
lugar la plegaria eucarística, que es la cumbre de toda la celebración. Vienen enseguida
las oraciones, es decir, la colecta, la oración sobre las ofrendas y la oración después de la
comunión. El sacerdote que preside la asamblea en representación de Cristo, dirige estas
oraciones a Dios en nombre de todo el pueblo santo y de todos los circunstantes. Con
razón, pues, se denominan oraciones presidenciales».
[64] Cfr. SC 28: «en las celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro o simple fiel, al
desempeñar su oficio, hará todo y solo aquello que le corresponde por la naturaleza de la
acción y las normas litúrgicas».
[65] CCE 1144.
[66] A lo largo del libro utilizamos indistintamente tres expresiones para referirnos al
sacerdocio de los bautizados: sacerdocio real, común y bautismal. Cada una señala, con
ventajas e inconvenientes, un aspecto de ese sacerdocio, si bien ninguna, tomada por
separado, agota la riqueza teológica de la noción.
[67] Cit. por L. BOUYER, Comunión de las Iglesias, Eucaristía y Episcopado, en
Congregación para la doctrina de la fe, El misterio de la Iglesia, Palabra, Madrid 1994,
149-150. El dominico portugués Juan de Santo Tomás fue teólogo de la segunda
Escolástica, perteneciente a la Escuela de Salamanca, confesor del rey Felipe IV.
[68] En consecuencia, es más propio decir «la Eucaristía» que «esta Eucaristía».
Solo hay una Eucaristía: la que nos mandó celebrar el Señor. La Eucaristía es única; las
múltiples son las celebraciones de esa única Eucaristía.
[69] Cfr. J. GONZÁLEZ P ADRÓS, La asamblea litúrgica en la obra de A.-G.
Martimort, CPL, Barcelona 2004; ÍDEM , Præcipua manifestatio Ecclesiæ - La liturgia
92
epifanía de la Iglesia, en Asociación Española de Profesores de Liturgia, La liturgia en
los inicios del tercer milenio, Grafite, Baracaldo 2004, 167-188; cfr. también J. R.
VILLAR, La asamblea litúrgica, en J. L. GUTIÉRREZ MARTÍN - F. M. AROCENA - P. BLANCO,
La liturgia en la vida de la Iglesia - Culto y celebración, Eunsa, Pamplona 2007, 6586.
[70] Cfr. LEÓN MAGNO, Epistula 30, 2 y Epistula 16, 5 (cfr. Ve 432; MR, Vigilia
pascual, oración colecta de la séptima lectura). Para referirse a Cristo, las fuentes
litúrgicas y patrísticas emplean expresiones como «principale et maximum
Sacramentum», «Sacramentum salutis humanæ»; y para referirse a la Iglesia: «totius
Ecclesiæ mirabile sacramentum».
[71] SC 42.
[72] SC 48. Sacrosanctum Concilium, que supera la noción de participación
contenida en Mediator Dei, no la define, sino que se limita a enunciar algunas de sus
propiedades: participación consciente, piadosa, activa, ordenada…
[73] Recordemos cómo Aristóteles (s. IV a. C.) subrayaba el acento catártico de la
tragedia griega. Los espectadores, mediante su participación (methexis), sometían su
espíritu a profundas conmociones que lo purificaban. Vaciaban en el protagonista el mal
que tenían en sus espíritus y lo castigaban con la misma dureza que lo hacían los dioses.
Vivían de ese modo una catarsis colectiva. Cuando salían de participar en el duro castigo
que el destino había infligido a los malvados, sentían su interior purificado; se sentían
mejores ciudadanos de la polis. Sobre el valor catártico de la participación en la
Eucaristía, cfr. P. SORCI, L’Eucaristía per la remissione dei peccati - Ricerca nel
Sacramentario Veronese, Cultura Cristiana di Sicilia, Palermo 1979.
[74] SCa 64.
[75] Cfr. SCa 38 y 40
[76] Cfr. CENTRO DI PASTORALE LITURGICA FRANCESE, Ars celebrandi, Qiqajon,
Magnano 2008, 12-13.
[77] Cfr. OGMR 32.38.175.218.
[78] Cfr. SCa 38: «el ars celebrandi (…) es lo que asegura desde hace dos mil años
la vida de fe de todos los creyentes».
[79] No hay rúbricas referentes a los colores en la liturgia hasta después del Concilio
de Trento y, hasta entonces, cada familia ritual desarrolló una praxis diferente. Así, por
ejemplo, la liturgia romana empleaba el negro para las celebraciones exequiales, mientras
que la bizantina usaba el rojo.
[80] Esta rúbrica consta en todas las anáforas del Misal Romano; cfr. MR, Ordinario
de la Misa 110-111.123-124.131-132 y 140-141.
[81] Cfr. CCE 697. Por este mismo motivo, otra rúbrica prescribe la inclinación del
cuerpo en el momento en que confesamos el misterio de la encarnación –«y el poder del
93
Altísimo te cubrirá con su sombra» (Lc 1, 35)–, mientras cantamos o recitamos el
Símbolo de la fe los domingos y solemnidades. De otra parte, en el gesto litúrgico de
soplar (exsufflatio) se entrecruza el sentido apotropaico –soplar sobre el rostro del
catecúmeno o del poseído (RE 59, RICA 79)– con el pneumatológico: cuando el obispo
alienta sobre la boca del ánfora del crisma (MR, Jueves Santo, Misa crismal,
Consagración del crisma); o mientras profiere inclinado las palabras del relato de la
institución sobre el cáliz (MR, Ordinario de la Misa 87.89).
[82] Cfr. CCE 689: «cuando el Padre envía su Verbo, envía también su aliento:
misión conjunta en la que el Hijo y el Espíritu Santo son distintos pero inseparables».
Tomando la imagen de san Ireneo de Lyon, Cristo y el Espíritu son los brazos del Padre,
con los que santifica las ofrendas (cfr. IRENEO DE LYON, Adversus hæreses 5, 1, 3, en SCh
211, 29).
[83] Cfr. SCa 34; cfr. también P RÓSPERO DE AQUITANIA , Capitula pseudo-Clementina
seu «Indiculus» 8, en DS 246: «legem credendi lex statuat supplicandi». Una
contextualización histórico-teológica del axioma, cfr. C. GIRAUDO, In unum corpus Trattato mistagogico sull’Eucaristia, San Paolo, Cinisello Balsamo 2007, 22-27; M.
GONZÁLEZ, El adagio lex orandi - lex credendi en la Exhortación apostólica
Sacramentum caritatis, Facultad Tª San Dámaso, Subsidia 23, Madrid 2007; cfr. J. A.
ABAD, Lex orandi, lex credendi - La liturgia expresión y norma de la fe, en Asociación
Española de Profesores de Liturgia, La liturgia en los inicios del tercer milenio,
Grafite, Baracaldo 2004, 285-306.
[84] Cfr. CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA - SECRETARIADO NACIONAL DE LITURGIA ,
Ambientación y arte en el lugar de la celebración - Directorio litúrgico-pastoral, PPC,
Madrid 2006; cfr. J. J. FLORES, De una Teología estética a la belleza del ars celebrandi,
Ecclesia orans 27 (2010) 73-97.
[85] Pensemos, por ejemplo, en el cáliz para celebrar la santa Eucaristía: precisa de
una belleza que lo extraiga de la banalidad cotidiana que supone beber en una mesa
común. Basta pensar en nuestra experiencia humana: al brindar no empleamos un vaso
corriente, sino una copa que suena bien al chocar suavemente con otra. Un vaso
excelente para un gesto excelente, de significado excelente. Así también el calix
præclarus debe ser digno y traducir el respeto, la veneración hacia lo que contiene: la
Sangre preciosísima de Cristo, precio de nuestra redención (cfr. F. CASSINGENA -T RÉVEDY,
La belleza de la liturgia, Sígueme, Salamanca 2008). En este contexto, vale la pena
recordar un suceso acontecido en Francia en 1886. El famoso poeta, dramaturgo y
diplomático Paul Claudel (†1955) acudió una tarde a Notre-Dame de París, movido por
el deseo de buscar argumentos contra los cristianos. Apoyado en una de las columnas
cercanas al altar mayor –en la cual figura actualmente una placa conmemorativa de este
suceso–, se mantuvo a la escucha durante la celebración del oficio de Vísperas. Hacia el
94
final, al oír entonar el Magnificat, fue sorprendido por el rayo de la certeza y traspasado
por una gran conmoción: estaba inmerso en un ámbito de luz y de belleza en el que intuía
la verdad plena del hombre y su relación amorosa con Dios. De forma inopinada se
hallaba dentro de la Iglesia, que no era una institución rígida y lejana, sino un campo de
juego donde se producen llamaradas de belleza y de significado. Su conversión se había
realizado.
[86] Cfr. ANTHOLOGHION, Ant. ai I Vespri della Trasfigurazione, vol. 4, Lipa, Roma
2000, 878-879 (cit. C. VALENZIANO, La reforma liturgica del Concilio, EDB, Bologna
2004, 117).
[87] MR, Prefacio I de Navidad.
[88] Cfr. J. L. GUTIÉRREZ MARTÍN, Belleza y misterio - La liturgia, vida de la
Iglesia, Eunsa, Pamplona 2006, 159.
[89] Cfr. G. BONACCORSO, La liturgia e la fede - La teologia e l’antropologia del
rito, EMP, Padova 2010.
[90] Cfr. SC 34: «los ritos deben resplandecer con noble sencillez»; cfr. también SC
124: nobilis pulchritudo.
[91] Cfr. J. CORBON, Liturgia fontal, Palabra, Madrid 20092, 260. Esta realidad cabe
ilustrarla mediante un símil: sabemos que un piano tiene 88 teclas. No son infinitas, pero
sí lo es la música que puede interpretarse con ellas. Ahora bien, si nos sentáramos frente
a un piano provisto de millones de teclas, entonces no habría música que se pudiera
tocar: este es el piano en el que toca Dios (cfr. A. BARICCO, Novecento: un monólogo,
Anagrama, Barcelona 2002, 73-74).
[92] El decoro a su vez reclama, como presupuesto, un acto inicial de confianza,
pues –como ha escrito George Steiner–, «sin la aceptación del riesgo de la bienvenida,
ninguna puerta puede abrirse cuando llama a ella la libertad».
95
Capítulo 4
LA SACRAMENTALIDAD DE LA LITURGIA
Aprendo a ver. No sé por qué,
todo penetra en mi más profundamente,
y no permanece donde, hasta ahora,
todo terminaba siempre[*].
Sumario
1. El lenguaje simbólico de la liturgia
2. Per ritus et preces
3. La índole escatológica de la liturgia
n el primer capítulo de este libro, donde abordamos la categoría de historia
salutis, destacamos la noción de sacramentalidad en la historia de la
salvación[1]. Ahí recordamos que sacramentalidad de la historia de la
salvación quería decir que Dios se revela a través de lo que vemos para mostrarnos lo
que no vemos. Pues bien, la sacramentalidad de la liturgia, de la que ahora nos
ocuparemos, es una consecuencia derivada de esa sacramentalidad de la historia de la
salvación. Dicho de otro modo: la liturgia presenta una estructura sacramental porque la
historia de la salvación posee una estructura sacramental.
E
1. ¿Qué significa sacramentalidad de la liturgia?
La historia de la salvación comporta una presencia de Dios en medio del Pueblo de
su Elección totalmente distinta de, por ejemplo, los mitos paganos. Reconocer esa
presencia de Dios en los acontecimientos de la historia de Israel exige la fe. Para
quien carece de ella, esos acontecimientos no transparentan la presencia de Dios y son
interpretados de modo distinto. Para el creyente, sin embargo, los acontecimientos
salvíficos narrados en el Antiguo Testamento son signo de algo mucho más importante:
la presencia de Yahwéh, el poder arrollador de su fuerza salvadora… Con Jesús de
Nazaret, esto se hace incluso más evidente. Para quienes creen en Él y aceptan su
palabra, Jesús no es solamente esa persona a la que escuchan y con quien conviven, sino
el Ungido de Dios. Para quien no cree, Jesús será un revolucionario o, a lo máximo,
96
alguien bueno a quien crucificaron.
Estos ejemplos nos hacen ver cómo la historia de la salvación posee una dinámica
sacramental. La liturgia, por ser historia de la salvación en acto, participa de esa misma
dinámica sacramental y presenta, por tanto, una textura simbólica en torno a la cual
debemos profundizar.
Las realidades que se ven en la liturgia son signos y símbolos. Remiten, por tanto, a
otras realidades que, aun siendo invisibles, son reales y son, además, las más
importantes. ¿Qué es lo que vemos en la liturgia? Pan, vino, incienso, luces, cantos,
colores, imposiciones de manos, unciones con aceite… ¿Y qué es lo que no vemos, pero
está ahí, realmente presente y constituye lo más importante? El culto del Kyrios al Padre
en el Espíritu.
Junto con la fe, es imprescindible también comprender el significado de los
signos y símbolos litúrgicos. En efecto, el hecho de que la confirmación se haga
ungiendo con el crisma la frente no es casual. Cada acción sacramental tiene un
significado simbólico, tomado normalmente de la Escritura y de la cultura. De este modo
esa acción conduce a que los fieles, que participan en el rito, realicen su encuentro con
Dios, mientras ven en esos signos un lenguaje que les habla de Él. Acaban de aparecer
aquí tres aspectos:
a) la presencia de signos y símbolos,
b) el significado de esos signos y símbolos,
c) la iluminación de la fe.
Para comprender el rol que juegan esos tres elementos en la liturgia, nos sirve este
ejemplo. Imaginemos que contemplamos la fotografía en blanco y negro de un hombre
joven, de pie en medio de un campo, vestido con camisa y pantalón, y la mirada alegre,
no resentida. Luego nos explican que se trata de un sacerdote detenido y apresado por
adversarios de la fe, y que la foto ha sido tomada un minuto antes de su fusilamiento.
Aquí,
a) La foto es el signo. No es lo más importante, y su mera contemplación no basta
para entenderlo todo.
b) La explicación sobre el significado de la foto permite interpretarla.
c) El signo, bruñido por la fe, remite a una realidad de orden más alto: el triunfo del
amor cristiano sobre el odio.
Aquí se dan, pues, los tres aspectos: un signo sensible, que es la fotografía; una
explicación que interpreta el signo; y, por último, la fe que abre a realidades más altas.
97
Algo análogo sucede en el culto cristiano: la liturgia es un bosque de símbolos, para cuyo
reconocimiento necesitamos la fe de la Iglesia[2]. Esos símbolos remiten a realidades
ultrasensibles. Mientras se proclama la Palabra de Dios y se realizan las acciones
sígnicas, que componen el aspecto exterior de la liturgia –lo que se ve de ella–, Dios se
hace presente, actúa por medio del Espíritu Santo a través de esos signos, y comunica la
salvación. Esta realidad la designamos con el nombre de sacramentalidad de la liturgia.
Toda celebración está compuesta de ritos. Cada uno de ellos se compone, a su vez,
de un entramado de signos y símbolos, de gestos y de palabras, que siguen un orden
preestablecido. Cuando hablamos de sacramentalidad de la liturgia queremos
significar que lo litúrgico pertenece a la esfera de lo simbólico, que lo litúrgico se
mueve en el campo de aquellas realidades sensibles (significantes) que remiten a otras
realidades invisibles de orden superior (significados).
Cuando se celebra la liturgia, el símbolo sitúa juntas esas realidades –sin eliminar
la diferencia– posibilitando así el contacto mistérico con ellas. Cuando los Padres de
la Iglesia calificaban de sacramentos tanto los gestos y palabras de Yahwéh en el Antiguo
Testamento, como los gestos y palabras de Cristo, y los ritos sagrados de la Iglesia, no se
referían –como en un principio podría pensarse– a los siete Sacramentos instituidos por
Cristo, sino que estaban presentando la salvación en esa perspectiva amplia, que
llamamos sacramental. De ese modo ponían de manifiesto que la salvación de Dios
acontece objetivamente por la mediación de signos y símbolos sagrados. Esta
salvación nos la encontramos expresada y donada por mediación de realidades sensibles.
2. Doble significado del término sacramentalidad
De otra parte y para evitar equívocos, conviene adelantar que el término
sacramentalidad no significa lo mismo en el ámbito de la teología sacramentaria que en
el área de la teología litúrgica. En la primera, el término sacramentalidad se emplea
para afirmar si un determinado signo constituye o no uno de los siete Sacramentos de la
nueva Alianza instituidos por Cristo; así, por ejemplo, se habla de la sacramentalidad del
bautismo, del matrimonio, de la unción de los enfermos… En la segunda, o sea, en el
ámbito de la teología litúrgica, el término sacramentalidad expresa cuanto acabamos de
exponer: cómo las acciones litúrgicas están tejidas de significantes sensibles, que remiten
a significados intangibles, y Dios comunica la salvación por mediación de esos signos.
3. Estructura de este capítulo
Tras este preámbulo, se entenderá mejor la estructuración de las tres secciones en
que se desarrolla este capítulo:
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Primera sección. Está dedicada a exponer la índole simbólica del culto cristiano y sus
características en el marco de la teología litúrgica. Para ello, y dado el carácter
introductorio de este libro, solo se explicarán simplificadamente los aspectos
antropológicos de la simbólica para poder comprender los signos y símbolos propiamente
litúrgicos.
Segunda sección. Se explica el significado de la expresión «a través de ritos y
oraciones» (per ritus et preces). Este sintagma, recogido en la Sacrosanctum Concilium,
constituye el punto de partida para tratar de la sacramentalidad de la liturgia y es uno de
los altiora principia de la Constitución sobre la sagrada liturgia[3]. Aquí se abordará el
gesto y la palabra conexos entre sí, el canto y el silencio, junto con la significatividad de
las acciones rituales estrechamente vinculada a su causalidad.
Tercera sección. Por último y relacionada con lo anterior –ya que también es otro de
los altiora principia–, se estudiará la índole escatológica del culto cristiano. El hecho de
conocer la sacramentalidad de la liturgia allana el camino para comprender esa otra
vertiente esencial de la celebración. Se mostrará cómo la liturgia que se celebra en la
tierra (liturgia in terris) es la misma e idéntica que la celebrada en el Cielo (Liturgia in
Patria), aunque celebrada de modo distinto.
Primera sección
EL LENGUAJE SIMBÓLICO DE LA LITURGIA
4. Algunos relieves históricos
En el segundo tercio del siglo XX surgieron diversas propuestas encaminadas a la
renovación del horizonte en el que estaba situado el estudio de la acción sacramental.
Tales intentos parecían confluir en el recurso a la noción de símbolo. A partir de finales
de los años cincuenta, esa categoría empezó a mostrar sus ventajas en vistas a una
renovación del tratado De Sacramentis in genere, que se encontraba lastrado por una
visión prevalentemente estática del sacramento. El subrayado en los elementos
estructurantes del signo restó atención a la dinámica de la acción y a los aspectos
personalistas relativos al sujeto del sacramento. Para arrojar nueva luz a la reflexión
sistemática sobre los sacramentos, se recurrió al símbolo como herramienta del discurso
litúrgico-sacramental. La nueva propuesta se propone construir una teología del
sacramento, concibiendo el símbolo como mediación de toda realidad litúrgica. El
99
desarrollo posterior, junto a grandes intuiciones, conllevó perfiles inciertos en medio de
un debate todavía inconcluso.
5. ¿Por qué los símbolos?
Lo primero es cuestionarse por qué el lenguaje de los símbolos para expresar la
presencia y acción de Dios. ¿Por qué la comprensión de la liturgia es más simbólica
que conceptual? La respuesta no es difícil y la encontramos en los capítulos
precedentes. Allí vimos que el contenido de la liturgia –qué se celebra– era el misterio de
Cristo. Tal contenido difícilmente se puede expresar en términos exclusivamente
conceptuales, pues el lenguaje lógico-racional no alcanza a sostener –y, menos aún,
a provocar– la experiencia empática de Dios que se vive en la celebración. La mejor
vía es el lenguaje simbólico: el único capaz de expresar lo indecible. El símbolo está
para decir lo que es indecible solo con palabras. El símbolo es epifanía que nos abre
intelectual y sensiblemente –con los sentidos espirituales– al más Allá trascendente
Los estudiosos de las ciencias humanas, al considerar al hombre desde varios puntos
de vista, lo han calificado de manera diversa:
—Henri Bergson (†1941), como hombre artesano (homo faber).
—Johan Huizinga (†1945), como hombre capaz de jugar (homo ludens).
—Ludwig Wittgenstein (†1951), como hombre capaz de hablar (homo loquens).
—Rudolf Otto (†1937) y Mircea Eliade (†1986), como hombre religioso (homo
religiosus)…
Tanto la fenomenología como la antropología de las religiones reconocen que la
necesidad de expresiones religiosas responde a una experiencia de lo sagrado que
acompaña al hombre desde los comienzos de su caminar histórico. El homo religiosus
descubre la existencia de una realidad que trasciende este mundo y con la que vive la
experiencia de lo sagrado (sacrum). En esa experiencia, una realidad visible –bosque, río,
montaña, fuego, viento…– se relaciona con la realidad invisible del absolutamente Otro.
Lo sensible adquiere ante sus ojos una dimensión sacra por participar del mundo visible y
del mundo ultrasensible al mismo tiempo. Hay un hecho en el que concuerdan filósofos y
antropólogos de las religiones que han estudiado las diversas culturas: todos admiten que
el símbolo integra la cultura con aquello otro que la cultura misma reconoce como un
excedente suyo. Esta experiencia de lo excedente, o sea, de lo sagrado, justifica el
lenguaje simbólico: el único capaz de integrar ambas orillas sin confundirlas.
La experiencia que tenían los antiguosde lo sagrado (sacrum), del arcano que fascina
(numinosum fascinans), no podía expresarse mediante un lenguaje cualquiera, sino solo
100
a través de aquel que resultaba apto para transferirnos del mundo sensible al
ultrasensible[4]. Precisamente aquí es donde el símbolo muestra su capacidad de unir
lo sensible y lo ultra-sensible sin diluir la diferencia, capaz –por eso mismo– de dar
significado a lo que vivimos.
6. ¿Qué es un símbolo?
Pero ¿qué es un símbolo? El símbolo es complejo de definir por su misma naturaleza
pues se expresa en un lenguaje alternativo al noético e irreductible al concepto. A esto se
añade que la explicación de lo que es un símbolo resulta diversa según cada una de las
ciencias humanas y según cada una de las escuelas y los autores que lo emplean. Esta
ambigüedad invita a conocer su etimología, pues nos da la raíz de su significado.
El sustantivo símbolo proviene etimológicamente del verbo griego synballein, que
significa poner juntos, reunir. El símbolo servía de reconocimiento: un anillo, una
moneda, una tablilla… dividida en dos partes cada una de las cuales solo encajaba con la
otra pieza. Cada parte reclamaba la otra para encajar y formar la unión de ambas. Tenía
también la finalidad de poder reconocer a la persona portadora de la pieza
complementaria. Cada una de las dos mitades, separadas, perdían su significado, que lo
recuperaban cuando se unían acoplándose. Lo opuesto a simbólico es diabólico, o sea,
un lanzar lejos, que remite a dinámicas de separación y oposición.
Así pues, el símbolo es una realidad bifronte: constituye un acontecimiento de
encuentro y de reconocimiento. Con el tiempo, el campo semántico del símbolo se ha
extendido a otros elementos (palabra, gesto…) que, intercambiado en el seno de un
grupo –como una especie de santo y seña–, permite que los individuos se identifiquen y
reconozcan. Por eso, la Iglesia, que se identifica a través de sus símbolos, tiene el Credo,
también llamado símbolo de la fe.
El símbolo es una realidad sensible que remite a otra ultrasensible permitiendo su
integración. De este modo entreabre lo que está oculto y descubre –a la vez que vela–
algo de aquella luz lejana e inextinguible que irradia lo numinoso. Lo propio del símbolo
es poner juntas esas dos dimensiones. La capacidad que posee el símbolo de abrirnos al
trascendente no es algo añadido, sino su núcleo esencial.
En la experiencia religiosa, el rito es una forma particularmente importante del
símbolo. El rito es una acción simbólica, dotada de una estructura institucionalizada de
carácter tradicional, destinada a ser repetida y a fomentar la participación comunitaria.
7. Símbolo y trascendencia
Sabemos que la etimología de símbolo alude a este efecto de hacer converger dos
ámbitos de realidad. La lengua española dispone de la preposición trans–, válida para
101
referir cómo la experiencia simbólica nos lleva a trascender, a ir más allá, a atravesar
fronteras desde el significante sensible hasta el significado misterioso y trascendente[5].
La función simbólica expresa y resuelve la tensión entre manifestación limitada y
contenido ilimitado. Esto explica el gran poder de sugerencia y evocación que
caracteriza al símbolo. Este contiene siempre un excedente de significado más allá de lo
que directamente revela. Desde el punto de vista cultural, el símbolo es el único medio
disponible para acceder al suprasensible trascendiendo lo puramente sensible.
La acción simbólica produce siempre una comunicación, un acercamiento. Hay
acercamiento, por ejemplo, cuando deseamos felicitar a una persona en su cumpleaños y,
antes que recurrir a las palabras, acudimos a otro lenguaje capaz de traducir con mayor
viveza nuestra cercanía. Recurrimos, por ejemplo, al regalo, al pastel con velas
encendidas. El mismo hecho de ofrecer el pastel, de soplar sobre sus velas y repartirlo en
porciones es la acción simbólica, el vehículo que sirve para manifestar nuestra vecindad
espiritual mediante un vigoroso código metaverbal. Es un lenguaje que vale más que un
prolijo discurso.
8. El símbolo, categoría universal
Tan lejos como seamos capaces de observar la historia humana, el lenguaje de los
símbolos ha estado presente en ella ejerciendo su función de conjuntar visible e invisible.
Así, por ejemplo, el gesto simbólico del baño lo viven los indios en el Ganges, los
egipcios en el Nilo, los judíos en el Jordán y los cristianos en la piscina bautismal. En la
fe de la Iglesia, el baño del bautismo genera a la vida inmortal a los que han nacido a la
vida mortal hasta constituirles «nuevas criaturas». Ahora nuestro discurso se centrará en
los símbolos específicamente cristianos y su capacidad de velar –a la vez que desvelan–
el misterio de Dios.
9. Los símbolos cristianos
Lo característico del lenguaje simbólico va a tener una especial incidencia en el
ámbito cristiano, pues va a proponer una clave hermenéutica para comprender mejor la
acción litúrgica[6]. Sabemos que, en el símbolo, el significado es evocado por la
mediación del significante. Pero ¿qué sucedería si el significado no solo fuera evocado
por el significante, sino que también lo contuviera e hiciera presente? Este es el caso de
los Sacramentos de la Iglesia, en los que alcanzamos una realidad de gracia que nos
trasciende, a través de una acción simbólica.
La comunicación del misterio se realiza merced a unas mediaciones simbólicas,
que son los ritos del culto cristiano. Examinemos un modelo de comunicación, propio
de la liturgia, como es el primer diálogo que se entabla entre el celebrante y la asamblea:
102
«–El Señor esté con vosotros. –Y con tu espíritu». Al invitar a este diálogo, no se
pretende transmitir un mensaje de tipo explicativo, sino mostrar que el centro de interés
está más allá de lo presente: está en la intimidad que el rito genera entre el Resucitado y
la asamblea. Apenas comienza la celebración, el rito actúa su modelo inmersivo y pone
al Señor entre los fieles y a los fieles dentro del Señor[7]. Este es el típico dinamismo de
la liturgia y su capacidad de otorgar significado a lo que vivimos. Los ritos cristianos
tienen un significado que les excede absolutamente, debido a su capacidad de unir la
acción celebrativa sensible (baño de agua, unción de aceite…) con la realidad inefable del
culto de Cristo al Padre en el Espíritu. Esto es lo propio del símbolo, en cuanto única
realidad capaz de unir lo visible y lo invisible, lo temporal y lo eterno, respetando la
diferencia y distinción entre ambos órdenes. El símbolo litúrgico es el puente que une
lo humano y lo divino, sin confundirlos, en el acontecer sacramental.
El Señor, para hacernos nacer a la vida de la gracia, instituyó que recibiéramos el
baño bautismal del agua; para que gocemos de la íntima comunión con Él, estableció
nuestra participación en el sagrado Banquete de la Eucaristía; para iluminar de esperanza
el sufrimiento del enfermo, dispuso que una plegaria fuera acompañada de una unción
con aceite… La liturgia dispone de estas y otras acciones simbólicas que, al ejercer
su papel unificador, permiten nuestra inmersión en el misterio de Cristo.
Para captar mejor la trascendencia de este modelo inmersivo acudimos a un
ejemplo. Todo padre humano puede transmitir a sus hijos lo que tiene, pero no lo que es.
Si el padre es un poeta o un escultor, no tienen por qué serlo también los hijos. El padre
puede, a lo sumo, hacerles amar estas cosas, enseñárselas, pero no donárselas, como si
fueran una herencia. Cristo, en cambio, no solo nos transmite lo que tiene, sino incluso lo
que es. Hilario de Poitiers apunta a este modelo inmersivo cuando escribe:
«Cristo asume la carne de aquel que come la suya»[8].
En la misma línea, una antífona del tiempo de Navidad dice: «¡Qué admirable
intercambio! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace de una Virgen
y, hecho hombre sin concurso de varón, nos hace participar de su divinidad»[9]. Nos
hace participar de su divinidad: he aquí lo que denominamos modelo inmersivo.
Cristo es el Santo y nos hace santos; lo hace a través de las mediaciones simbólicas de la
liturgia. En el rito eucarístico, por ejemplo, Cristo se vierte en nosotros y con nosotros se
funde, transformándonos en Él como una gota de agua en un infinito océano de ungüento
perfumado, sin perder nuestra alteridad con respecto a Él. El efecto que puede producir
este ungüento no consiste simplemente en hacernos respirar su perfume, sino
transformarnos en el perfume mismo hasta ser constituidos –como escribe san Pablo– en
«el buen olor de Cristo»[10]. A nosotros nos corresponde hacer nuestra su santidad
sumergiéndonos en su misterio mediante nuestra participación en la acción sacramental.
103
10. Diversos signos y símbolos litúrgicos
Para mostrar la riqueza y variedad de los signos y símbolos litúrgicos se recogen a
continuación algunos de ellos[11]:
—Espacios: iglesia, altar, ambón, cátedra, baptisterio, capilla de la Reconciliación,
cementerio…
—Tiempos: ciclos del año litúrgico (Adviento, Navidad, Cuaresma…), liturgia de la
Horas…
—Elementos cósmicos y culturales: agua, aceite, pan, vino, incienso, luces…
—Signos sacramentales: signaciones, imposición de las manos, unción crismal…
—Gestos litúrgicos:
–de oración: manos alzadas, manos juntas…
–de reverencia: postraciones, genuflexiones…
–de arrepentimiento: golpes de pecho…
–de comunión: acogida, saludo, signo de la paz…
—Vasos y vestes litúrgicas: cáliz, patena, píxide, custodia…; casulla, dalmática, alba,
estola, capa pluvial…
—Actitudes litúrgicas: permanecer de pie, de rodillas, en silencio, procesionar,
cantar…
11. Entre anámnesis y mímesis
Entender la liturgia desde su lenguaje simbólico la preserva de ser tenida como una
mímesis o pura imitación. La liturgia de la Iglesia no se reduce a una memoria visiva,
similar a aquellos autos sacramentales que ocuparon un lugar positivo en el contexto de
la devoción del Pueblo de Dios. Celebrar la pascua como un mimo de la antigua cena
pascual hebrea, reuniéndose en torno a una mesa con un cordero asado y hierbas
amargas puede ser instructivo para conocer las raíces hebreas de la plegaria cristiana,
pero eso no debe ser confundido con la celebración litúrgica de la Pascua de Cristo.
Pensar equivocadamente que la celebración eucarística es pura mímesis (imitación de los
gestos de Jesús, de su modo de hablar…) es lo que lleva al error de partir la hostia,
mientras se pronuncian las palabras: «Él mismo, cuando iba a ser entregado a su pasión,
voluntariamente aceptada, tomó pan, dándote gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos,
diciendo…».
104
La representación teatral no coincide con la litúrgica, cuya característica consiste en
pasar inmediatamente al rito. Esto lo hace mediante elementos simbólicos: gestos,
palabras, actitudes corporales…, pero sin argumento dramático ni escenificación.
Mientras que en el teatro las escenas se suceden unas después de otras con una cierta
lógica y en un tiempo más o menos real dentro de un marco cronológico, en la liturgia, en
cambio, los acontecimientos bíblicos son polarizados hacia ese foco único y central, que
es la Pascua de Cristo. Los acontecimientos bíblicos son representados mediante un ritual
simbólico en el cual se mezcla el antes y el después, sin sucesión definida y al margen de
la lógica histórico-narrativa. Así lo encontramos, por ejemplo, en algunas antífonas del
Oficio divino de Navidad, cuyo significado profundo no se entendería sin tener en cuenta
lo que estamos explicando:
«Hoy la Iglesia se ha unido a su celestial Esposo,
porque en el Jordán Cristo ha lavado los pecados de ella,
los Magos acuden con regalos a las bodas del Rey
y los invitados se alegran por el agua convertida en vino. Aleluya»[12].
Vemos cómo el texto agrupa en un mismo día (hoy) diversas epifanías de Jesús, que
acontecieron en momentos históricos que distan entre sí decenas de años (la adoración
de los Magos y las bodas de Caná). La liturgia, aun remitiéndose a acontecimientos
históricos concretos, narrados en los Evangelios, actúa como si envolviera sus
coordenadas temporales. Lo hace no porque pretenda poner ante la retina de los fieles
unas imágenes, sino porque funde el pasado, el presente y el futuro con la eternidad,
haciendo confluir el tiempo de la celebración con el tiempo metahistórico del
Kyrios, que es el Liturgo principal –aunque invisible– de la celebración.
La liturgia cristiana no reproduce los entornos sociales o culturales del
Acontecimiento-Cristo, ni tampoco las circunstancias geográficas e históricas en las que
este se produjo –esto sería reducirla a drama–, sino que hace presente el valor
trascendente y metahistórico del Sacrificio pascual del Señor –Sacrificio vivo y
santo en la dimensión del hoy divino–, para hacerlo contemporáneo –de otro
modo– a los hombres de todo tiempo y lugar[13]. Así, la liturgia efectúa una nueva
inclusión de ese Sacrificio en la existencia histórica de los hombres, de modo que puedan
ser alcanzados por él y llenarse de la gracia de la salvación[14].
No obstante, la celebración puede contener, bajo algún aspecto, una cierta imitación
(mímesis) de determinados gestos del Señor, como vemos, por ejemplo, en esta
secuencia textual y gestual del Canon romano:
«Tomó pan en sus santas y venerables manos
y, elevando los ojos al cielo, hacia ti, Padre suyo todopoderoso,
105
dando gracias te bendijo, lo partió, y lo dio a sus discípulos diciendo:
“tomad y comed…”».
También la Edad Media introdujo en la liturgia de la Semana Santa algunas mímesis
dramatizantes, como el lavado de los pies en el Jueves Santo, el desvelamiento de la
Cruz en la acción sagrada del Viernes Santo y las tinieblas en el Oficio divino de ese
mismo día. Se da una cierta mímesis también en algunas manifestaciones de la piedad
popular, tales como las escenificaciones del encuentro de Jesús con su Madre, del santo
Entierro…, pero esto no legitima sostener que la liturgia cristiana sea pura mímesis, sino
acción que comunica la presencia de la salvación a través de signos y símbolos que la
expresan y realizan[15].
12. La sacramentalidad,
una clave de lectura de la fe de la Iglesia
Estas reflexiones conducen a reconocer en la sacramentalidad una clave de lectura de
la revelación. Así lo percibieron los Padres, los místicos y los santos, cada uno a su
modo. También Juan Pablo II aludió en su encíclica Fides et ratio al «horizonte
sacramental de la revelación». De este modo invitaba a la teología litúrgica y a la teología
fundamental a iluminar y relanzar la razón sacramental presente en el modo de
manifestarse la verdad y el amor de Dios[16]. Entre palabras y gestos de la revelación
existe una coherencia que, cuando se convierte en unidad, sirve para expresar el misterio
de Dios. Esta coherencia llega a su convergencia máxima en Jesucristo, en quien la
palabra y el hecho adquieren un significado revelador y una autoridad distinta al resto de
palabras y hechos, pues son plenitud y culmen de la autocomunicación de Dios a los
hombres. La fibra de la revelación está transida de sacramentalidad, de tal modo que el
sentido global de los contenidos divinamente revelados y los acontecimientos de
salvación no pueden captarse fuera o más allá de esa sacramentalidad que los envuelve y
con la que nos vienen dados. La sacramentalidad es la semiótica de la fe de la
Iglesia, siendo precisamente la liturgia el lenguaje de esa sacramentalidad[17].
13. Las acciones litúrgicas
son diversamente sacramentales
El acontecimiento cristiano es una acción del Padre, que se revela históricamente en
el Verbo encarnado –Sacramento primordial (Ur-Sakrament)– y en el Espíritu Santo.
Esta acción trinitaria se despliega a través del sacramento universal de salvación, que es
la Iglesia. Y esta acción se actúa –aquí y ahora– en la celebración de los siete
sacramentos, como condensaciones simbólicas privilegiadas y tiempos fuertes del
Sacramento-Cristo, y también en la celebración de las demás acciones sagradas de la
106
liturgia, cada una de manera distinta conforme al modo de eficacia que le es propio[18].
La distinción que acabamos de hacer requiere una explicación. Existen diferencias
entre las acciones sagradas que celebran la Eucaristía y los demás Sacramentos y
aquellas otras acciones sagradas que, aunque sean sacramentales, son –por decirlo así–
diversamente sacramentales. En efecto, el misterio de Cristo se anuncia, se actualiza y se
comunica aquí y ahora en toda acción sagrada que celebra la Iglesia. En consecuencia,
las diversas celebraciones litúrgicas son acciones sacramentales siempre;
contemporáneamente, cada una de esas acciones litúrgicas es sacramental de
manera diversa, o sea, conforme a una gradualidad, que es máxima en la
Eucaristía y de intensidad menor en las demás. Lo contrario, es decir, hablar de
sacramentalidad en sentido unívoco, induciría una grave confusión.
En el conjunto de las acciones litúrgicas sacramentales de la Iglesia, el vértice
supremo lo constituye la celebración del santo Sacrificio del altar. Así como en el tiempo
de las promesas el rito primordial era la Pascua, de modo similar en el tiempo de la
Iglesia el rito primordial es la acción eucarística. Las primeras descripciones de la
fracción del pan muestran la importancia que tuvo, desde los orígenes, la celebración de
la santa Eucaristía, sin la cual no se puede ser cristiano, como confesaron los mártires de
Abitinia a comienzos del siglo cuarto[19].
Así pues, la liturgia, en cuanto manifestación, presencia y comunicación rituales del
misterio de Cristo –vida de la Iglesia–, alcanza su plenitud en la Eucaristía, fuente y
cumbre de los siete Sacramentos y del resto de acciones litúrgicas que de ella proceden y
a ella conducen. Las otras acciones litúrgicas son como satélites que giran en torno al sol
de la Eucaristía, que es el único sacramento en el cual se da la unidad inescindible entre
realidad y significado de modo irrebasable. Las demás acciones, siendo plenamente
litúrgicas, viven de esta sacramentalidad fontal y culminante de la Eucaristía, pero la
reproducen conforme a una gradualidad que es mayor en los Sacramentos, y más tenue
en otras celebraciones: dedicaciones, bendiciones, ritos exequiales, etc.[20].
Segunda sección
PER RITUS ET PRECES
14. La expresión per ritus et preces
Los contenidos precedentes pueden considerarse un preámbulo que ayuda a
comprender dos lugares de Sacrosanctum Concilium que albergan sendos «principios de
teología litúrgica»: la sacramentalidad de la liturgia y su índole escatológica[21]. Guardan
107
estrecha relación y merecen leerse con atención desde lo que acabamos de exponer.
«Por tanto, la Iglesia procura, con cuidado solícito, que los cristianos no asistan a
este misterio de la fe como extraños y mudos espectadores, sino que,
comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones (per ritus et preces),
participen consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruidos
con la palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Cuerpo del Señor, den
gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada
no solo por manos del sacerdote, sino juntamente con él, se perfeccionen día a
día por Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente,
Dios sea todo en todos»[22].
El texto conciliar invita a leer por dentro el misterio de la fe, sirviéndose de los
ritos y las oraciones, es decir, per ritus et preces. En consecuencia, es importante
comprender bien el significado de ambos términos. Comencemos por el primero: el rito.
15. El rito
Los ritos del culto cristiano son acciones simbólicas que anuncian, actualizan y
comunican el misterio de Cristo –cada uno a su modo– por medio de una amplia
gama de códigos comunicativos: la palabra, el gesto, el canto, la arquitectura, el
silencio, las vestiduras, el color, los iconos, las imágenes, la luz, los movimientos, el
gusto, los perfumes… Todos nuestros sentidos se ven involucrados. Cada uno de esos
códigos habla del acontecer del misterio a su modo. Pero, antes de detenernos en
algunos de estos códigos, examinemos las dimensiones del rito[23].
16. Algunas dimensiones del rito
a) El rito es una pausa en la cotidianidad. Es como una zona franca; un instante
que se extrae del tiempo para releerlo y darle significado. Ritualizar algunos momentos de
la vida quiere decir crear una pausa en el fluir inexorable del tiempo para dar sentido a lo
que se vive en el presente.
b) Caracteriza al rito su carácter inútil y significante. En los años veinte del siglo
pasado, la consideración del rol de los signos en el culto cristiano inspiró a Romano
Guardini (†1968) a describir la liturgia por medio de las categorías de arte y de
juego[24]. Esta aproximación se basaba en que uno de los rasgos fundamentales de uno
y otro es la inutilidad: el arte y el juego no tienen un objeto como fin, ni buscan ser útiles;
sí tienen, en cambio, sentido, es decir, son significantes.
La liturgia –como sucede con el arte y con el juego– otorga sentido, confiere
108
significados. En la celebración, el creyente se asemeja al artista que solo pretende liberar,
exteriorizándolos, su ser y su sueño; no quiere otra cosa que reflejar en lo exterior, en la
forma, la verdad interior. Los creyentes, al participar en la liturgia, manifiestan la verdad
más profunda del núcleo de la creación: el misterio del Dios unitrino[25].
Para los niños, el juego es ocasión de aprender a conseguir unos objetivos, de
respetar unas reglas, mientras se divierten construyendo su propio mundo, y todo ello
como una especie de preludio a la vida, sin soportar todavía todo su peso y seriedad. En
esta línea, la liturgia aparece también como acción que preludia la vida eterna, allí donde
orden y libertad se funden[26].
c) El rito dice gratuidad. Gratuito es aquello que no es susceptible de ser comprado.
En vistas a la experiencia de Dios, lo que hace valioso al rito es precisamente su
inutilidad, que apunta al desinterés. Pero ¿qué existe propiamente inútil y desinteresado?
La categoría de inutilidad absoluta es propia de la divinidad: Dios no tiene otros fines
fuera de Sí mismo. El rito, porque aspira a situarse a ese nivel, también debe ser inútil. Y,
en este sentido, el rito actúa de conciencia crítica de nuestra sociedad, fuertemente
arraigada en lo útil a toda costa y en lo provechoso a cualquier precio.
d) Finalmente, el rito justifica el carácter comunitario de la celebración eclesial.
Sabemos que rito significa etimológicamente orden, regla. De ahí el valor que cada grupo
social asigna a sus propios ritos, como expresión reconocida y aceptada de los valores del
grupo. Aceptar un rito comporta reconocerse uno mismo en ese grupo. Se entiende, por
eso, que la participación activa de los fieles en la celebración litúrgica discurra paralela al
sentido de su pertenencia a la Iglesia. El lenguaje simbólico, por el hecho de estar
fundado sobre un orden no inventado cada vez, es unitivo, agregador. El rito cristiano, al
integrar a cada fiel en la asamblea reunida para la celebración, hace que el misterio de la
Iglesia –una, santa, católica y apostólica– resulte visible en la comunidad local. La acción
litúrgica, en cuanto simbólica, es, en última instancia, un acto de comunión. En
consecuencia, todo abuso o instrumentalización ideológica del rito no solo constituye una
violación de la norma, sino ante todo una herida a la comunión en la Iglesia, que es –Ella
misma– un misterio de comunión[27]. A este respecto, Romano Guardini ha escrito:
«La liturgia no dice yo, sino nosotros (…). La liturgia no es obra del individuo,
sino de la totalidad de los fieles. Esta totalidad no resulta solo de la suma de las
personas que se encuentran en una iglesia en un determinado momento, y
tampoco es la asamblea reunida. Más bien se dilata más allá de los límites de un
espacio determinado y abraza a todos los creyentes de la tierra. Y supera también
los límites del tiempo, puesto que la comunidad que reza en la tierra se siente una
sola cosa con los Santos, que viven en la eternidad»[28].
109
Detengámonos ahora en tres códigos destacados en la ritualidad de la Iglesia: el gesto,
la palabra y el canto.
17. El gesto
El rito de culto cristiano, que acabamos de caracterizar, es una acción constituida
fundamentalmente por gestos y palabras. La humanidad que el Verbo asumió en el
misterio de su encarnación devino instrumento de nuestra salvación. Sus manos, su
aliento, su mirada, sus palabras… eran otros tantos modos de comunicarla. Hoy, en el
tiempo de la Iglesia, el Kyrios prosigue realizando la salvación en la liturgia por medio de
palabras y gestos, en los que actúa la fuerza vivificante del Espíritu.
Consideremos la Iniciación cristiana y la Reconciliación sacramental para mostrar la
rica gestualidad de la primera y la otra gestualidad –más contenida– de la segunda[29].
La celebración de la Iniciación cristiana incluye una serie de gestos, cuyas reminiscencias
sería prolijo explicar aquí, dado su elevado número y el hecho de estar colmadas de
resonancias bíblicas en diversas direcciones. Nos detenemos solo en señalar la secuencia
de gestos:
—signación de los catecúmenos en la frente
—baño del agua
—unción con el óleo de los catecúmenos
—entrega de un cirio prendido en el cirio pascual
—imposición de la vestidura blanca
—rito del effetá…[30].
Por su parte, en el sacramento de la Reconciliación:
—el penitente, confesados sus pecados, recibe la absolución de rodillas o inclinado;
—el ministro extiende sus manos sobre la cabeza del penitente
—y traza la señal de la cruz mientras pronuncia las palabras de la absolución[31].
Comparecen aquí gestos y palabras mutuamente implicados[32]. El gesto de imponer
las manos remite a la sombra, como símbolo del Espíritu[33]; hacer la señal de la cruz, a
la cruz pascual de Jesucristo. El gesto de imposición de manos nos habla de la presencia
y actuación de las Personas de la Trinidad: del Padre que actúa salvíficamente por medio
de sus dos brazos, el Verbo y el Espíritu[34]. Y el signo de la cruz nos habla del poder
110
terapéutico de la Cruz gloriosa y vivificante, que el sacramento actualiza como realidad
viva y eficaz.
Más en general, imponer las manos sobre los dones de pan y vino, ungir al enfermo,
alentar sobre el ánfora del óleo por parte del obispo en la Misa crismal…, son otros
tantos ejemplos de gestualidad de la Iglesia que, enraizados en la Biblia y en la tradición
litúrgica, presencializan y comunican la salvación[35].
18. La palabra
Pero no solo gestos. El hecho histórico de la salvación, que está ordenado a
perpetuarse a través del continuum celebrativo de la Iglesia, requiere también la
proclamación de la palabra de Dios. La razón estriba en que el anuncio que la palabra de
Dios realiza en la celebración no consiste en profetizar una salvación todavía por venir,
sino en revelarla como presente en acto aquí y ahora. La palabra que revela la
salvación no puede ausentarse allí donde la salvación acontece, es decir, en la
celebración.
Pero el signo de la palabra no solo comparece como palabra de Dios, sino también
como palabra de la Iglesia: la voz del Esposa concurre con la voz del Esposo. Palabra de
la Iglesia en la celebración son, por ejemplo, los prefacios, las oraciones colectas, las
oraciones para después de la comunión, los himnos, las preces…: un rico depósito de
textos oracionales en los que la palabra de Dios aparece reformulada en clave de oración,
informando la oración[36].
Pensemos, por ejemplo, en la celebración de la Vigilia pascual, donde, siguiendo un
modo de orar antiquísimo en la Iglesia, tras la proclamación de cada perícopa, se canta
un salmo y luego, después de una pausa de silencio sagrado, el obispo profiere una
plegaria. Vemos cómo en la secuencia [lectura-salmo-colecta], a la proclamación de la
Palabra de Dios [lectura-salmo] sucede, como respuesta que cierra el diálogo, la
eucología [colecta].
A lo largo de una celebración encontramos invocaciones, intercesiones, doxologías…
Es un lenguaje de oración, apto para comunicar realidades de gracia, abierto a
comprensiones siempre nuevas. Frente al lenguaje analítico y preciso, los textos litúrgicos
emplean un lenguaje lírico y evocativo. En la voz orante de la Iglesia, cada fórmula es
una ventana al misterio.
19. El canto
Los Hechos, para describir la irrupción del Espíritu Santo sobre María y los
Apóstoles reunidos en el Cenáculo, utilizan el sustantivo sonido (sonum)[37]; y, si esa
irrupción se representa con lenguas de fuego, es porque el sonido es irrepresentable.
111
El canto es el dardo –portador de la palabra– que hiere el corazón. En comparación
con el canto, el lenguaje exclusivamente hablado es una forma comunicativa
relativamente atrofiada. Cuando Agustín penetró por vez primera en la catedral de Milán,
lo que contempló fue una comunidad que cantaba los himnos antiarrianos que había
compuesto su obispo, Ambrosio (†397). Aquello le conmovió hasta tal punto de
conducirle a las aguas del bautismo, dejando grabado este recuerdo en sus Confesiones:
«O quantum flevi… –¡Oh cuánto lloré con los cantos e himnos, hondamente
conmovido por la voz de la Iglesia, que tan suavemente cantaba! Aquella voz
penetraba en mis oídos y la verdad de Dios se derretía en mi corazón; de este
modo se encendía el fuego de mi piedad y me deshacía en lágrimas que me
confortaban»[38].
No deja indiferente el hecho de que una inteligencia eximia, como la de Agustín,
anidara en un temperamento capaz de estremecerse hasta el extremo cuando escucha el
canto de los fieles de Milán. Y es que el canto litúrgico de la Iglesia in terris hace
actuantes los cantos de la Iglesia in patria, como se verá con más detenimiento en la
siguiente sección, dedicada a la índole escatológica de la liturgia. No sorprende que los
cristianos de las Iglesias orientales apenas conciban la celebración de la Divina Liturgia
sin canto. El canto es parte integral de la liturgia cristiana, como afirma Sacrosanctum
Concilium:
«El canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria o
integral de la liturgia solemne»[39].
El canto, en cuanto mediación del misterio litúrgico, se encuentra al servicio de la
palabra de Dios, la cual vive dentro de ese estuche precioso que es el canto, en donde
encuentra su más alta expresividad. El Cielo es una liturgia sonora donde resuenan las
voces de los ángeles y las grandes aclamaciones cristianas: amen, alleluia, hosanna…
[40]. De ahí que en la celebración litúrgica nos juguemos algo más que el mero hecho de
cantar o no cantar. En otro momento de la Constitución se lee:
«Cristo (…) está presente cuando la Iglesia suplica y “canta” salmos»[41].
Que el texto utilice el verbo cantar y lo relacione con la presencia de Cristo en la
liturgia supone una invitación a descubrir el valor teológico y estético del canto.
Caracteriza al canto litúrgico su relacionabilidad con la palabra, como una cierta
secuela temporal de la perichóresis eterna entre Logos y Pneuma, entre Palabra y
Armonía en Dios.
112
20. Del logos al iubilus
Santo Tomás de Aquino escribe: «el hombre se eleva a Dios por la alabanza
divina»[42]. Por el contexto donde se encuentra la cita, se está refiriendo al canto. Y san
Agustín hace notar que, cuando la palabra de Dios se canta, el pensamiento resulta
insuficiente y ya no se continúa con la vocalización, sino que se acude al sonido del
júbilo. De este modo se pueden expresar sentimientos que «no admiten medida de
sílabas»:
«Cuando los que cantan empiezan a exultar de alegría por las letras de las
canciones y se colman de un gozo inefable, entonces se apartan de sus sílabas y
acuden al sonido del júbilo. El júbilo es un cierto sonido que expresa cómo el
corazón da a luz aquello que no se puede decir. Pero ¿de quién es propio este
júbilo sino del Dios inefable? Inefable es aquel a quien no puedes pronunciar,
pero, si no lo puedes pronunciar ni tampoco lo debes callar, entonces, ¿qué queda
sino que te llenes de júbilo? Que el corazón se alegre sin ruido de palabras, pues
la inmensidad del gozo no admite medida de sílabas»[43].
Agustín, al tratar en este pasaje del tránsito del logos al iubilus, alude a las nuevas
resonancias que el canto de la palabra suscita en el horizonte del orante, allí donde las
«razones del corazón» (les raisons du coeur) explican lo que la inteligencia no alcanza a
entender, como escribió Pascal (†1662). Y, cuando el órgano acompaña el canto de la
palabra de Dios, entonces pueden generarse resonancias que se sitúan más allá de
coordenadas puramente empíricas[44]. La palabra cantada presenta un excedente de
significado que facilita su acogida en el Espíritu, que es el modo eclesial de escuchar la
palabra.
21. El canto gregoriano
Particularmente, el canto gregoriano es el canto propio del Rito romano y, como tal,
fue reconocido por Sacrosanctum Concilium, consciente del tesoro que alberga[45]. Se
tiende a pensar que el canto es como un vestido de las palabras, pero, en realidad, eso no
es así y, menos aún, en el caso del canto gregoriano, donde texto y melodía conforman
un cierto unum. El sentido de las palabras que se cantan resulta iluminado por el
equilibrio de sabiduría y gravedad que presenta la melodía.
Los estudiosos hablan del gregoriano como un canto pobre, obediente y casto[46].
Pobre, porque no es un canto polifónico, sino monódico, de una sola voz; casto, porque
«su fuerza y suavidad hacen que la piedad prenda por dentro»[47]; y sobre todo
obediente, porque la melodía se adapta siempre a la letra, que es la palabra de Dios o,
más en general, la lex orandi. Al ponerse al servicio de la letra, la melodía gregoriana se
113
convierte en una venerable exégesis de la Escritura, dotada de singular autoridad. El texto
se profiere como si fuera explicado desde dentro, mediante una sonoridad que genera
significado. Y es precisamente este significado del texto cantado el que la Iglesia latina
declara como suyo propio[48].
22. El silencio
La realidad de Dios supera toda posibilidad de ser formulada exclusivamente con
palabras. El silencio –junto con la belleza– es el primero de los requerimientos para
mostrar que la celebración litúrgica es una realidad que traspasa el umbral de lo cotidiano.
La celebración se realiza en un espacio y un tiempo terrenos, pero no solo terrenos, ya
que en ella se incoan los cielos nuevos y la tierra nueva. Aquí no se trata de un silencio
de mudez, sino de un silencio que es resonancia amplificada de una realidad tan
poderosamente expresiva que sobrecoge. Al acercarse a la Belleza, hay algo en el hombre
que enmudece[49]. El Pseudo-Dionisio inicia su Mística Teología con estas palabras:
«Trinidad supraesencial,
Sumo Dios, Suprema Bondad,
guardián de la sabiduría divina de los cristianos,
condúcenos a la más desconocida, a la más luminosa,
a la más alta cumbre de las Escrituras místicas;
allí están ocultos, bajo la tiniebla luminosísima
del silencio que revela los secretos,
los simples, absolutos e inmutables misterios de la teología»[50].
El silencio es la escucha de lo que no puede ser proferido. Guarda estrecha
relación con la presencia divina, pues en el culmen de la experiencia del Dios tres veces
santo está su absoluta trascendencia. Hacia ella nos dirigimos mediante la asimilación
orante de la Escritura y de la liturgia[51].
El silencio es un símbolo litúrgico, un elemento integrante de la celebración, una
forma importante de participación activa, un tránsito al interior de lo que se celebra y una
manifestación del estupor ante el misterio. No es una interrupción de la celebración,
sino su ahondamiento. En la medida en que la comunidad se disponga al silencio
litúrgico, en esa misma medida su participación será más consciente y activa[52].
En la celebración, no todos los silencios expresan lo mismo. Una cosa es, por
ejemplo, el silencio durante la imposición de las manos a los que van a ser ordenados
presbíteros, y otra, el silencio durante la postración de los concelebrantes ante el altar, al
inicio del oficio del Viernes Santo. Existe una tipología del silencio litúrgico:
114
—En el Apocalipsis se afirma que la gran liturgia celestial está precedida del gran
silencio de todos los hombres[53].
—Por eso, al comienzo de la celebración, e incluso antes de que comience, hay un
silencio surgido del recogimiento de todos ante la acción sagrada en la que van a
participar.
—Hay también un silencio sagrado que vive de la riqueza de la palabra de Dios,
escuchada y acogida en el campo de resonancia de nuestro silencio.
—Hay un silencio de los fieles que envuelve también toda la plegaria eucarística.
—Y hay un silencio de adoración tras distribuirse la Comunión eucarística[54].
Conviene generar un silencio que permita hablar al Otro –cuando quiera y como
quiera–, y a nosotros comprender esa palabra, pues el silencio es para el corazón lo que
la caja de la guitarra para la cuerda[55].
23. Gestos y palabras intrínsecamente conexos entre sí
Pero no basta constatar la presencia del gesto y de la palabra –por separado– en la
celebración, sino que se precisa también contemplarlos en su mutua reciprocidad. Es lo
que hizo la Constitución Dei Verbum. Es cierto que Sacrosanctum Concilium jugó un
papel decisivo en la marcha y orientación general del Vaticano II[56]; sin embargo, la
honrosa servidumbre de ir en cabeza privó a este documento de beneficiarse de las
aportaciones de las demás Constituciones[57]. Si atendemos a la fecha de publicación, la
expresión «a través de los ritos y oraciones» de Sacrosanctum Concilium (1963) se
reflejará, dos años después, en la expresión «con gestos y palabras intrínsecamente
conexos entre sí» en Dei Verbum (1965):
«Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio
de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo
encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la
naturaleza divina. En consecuencia, por esta revelación, Dios invisible habla a los
hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos
a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía. Este plan de la revelación
se realiza con gestos y palabras intrínsecamente conexos entre sí (gestis
verbisque intrinsece inter se connexis), de forma que las obras realizadas por
Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los
hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las
obras y esclarecen el misterio contenido en ellas»[58].
115
La fórmula de Dei Verbum señalada en negrita es el desarrollo doctrinal del germen
primitivo de Sacrosanctum Concilium. Es fácil apreciar una correlación entre ambas
expresiones: ritos o gestos, de una parte, y oraciones o palabras, de otra:
SACROSANCTUM CONCILIUM
DEI VERBUM
«a través de ritos y oraciones» «con gestos y palabras intrínsecamente conexos entre
→
sí»
«per ritus et preces» →
«gestis verbisque intrinsece inter se connexis»
Gestos y palabras están intrínsecamente conectados entre sí: Dios se revela
salvando y salva revelándose[59]. Así como Dios se revelaba y salvaba con gestos y
palabras en el tiempo de las promesas, y así como Jesús revelaba y salvaba con gestos y
palabras en la plenitud de los tiempos, así también el Kyrios actualiza la salvación en el
tiempo de la Iglesia mediante gestos y palabras intrínsecamente conexos entre sí.
24. La palabra determina el significado del gesto
En los ritos sacramentales, las palabras explican el significado de los gestos.
Pensemos, por ejemplo, en las palabras pronunciadas por Jesús sobre el pan y el vino y
que el sacerdote pronuncia en el relato institucional. Esas palabras conectan la
celebración con el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. De este modo, la
palabra evita una eventual ambigüedad en la interpretación del símbolo. Por medio de
esas palabras, la participación en el pan y vino eucarísticos no es un mero signo de
fraterna solidaridad, como podría ser una cena de amigos, sino, ante todo, la
participación en el Sacrificio pascual de Cristo[60]. De modo semejante, el gesto de
mezclar un poco de agua con el vino va acompañado de una breve oración. Son las
palabras de esa plegaria las que determinan el significado del gesto fijando su
interpretación: «por el misterio de esta agua y este vino, haz que compartamos la
divinidad de quien se ha dignado participar de nuestra humanidad»[61].
Esta mutua complementariedad entre palabras y gestos, en cuanto realidad
ínsita en el tejido de la salvación, constituye, por eso mismo, un principio
estructurante de la celebración. Dicho con otras palabras: aquella sacramentalidad
que se daba en la historia de la salvación, se da ahora en la celebración,
insinuando así algo que ya sabemos: que la celebración es historia de la salvación
en acto. Vale la pena reseñar algunas consecuencias importantes para la celebración
116
litúrgica en la Iglesia que se desprenden de esta mutua relación entre gestos y palabras:
—la presencia conjunta de la Palabra de Dios y de la gestualidad litúrgica resulta
estructurante de toda celebración eclesial[62];
—liturgia de la palabra y liturgia del gesto constituyen un único acto de culto[63];
—las palabras de la anámnesis se toman de la Palabra de Dios y, a su vez, la Palabra
de Dios proclamada es performativa por la fuerza de la anámnesis;
—cuanto la Palabra anuncia, el gesto sacramental lo realiza in mysterio;
—la actuación expresiva del gesto resulta ser la predicación más elocuente de la
palabra.
25. Causalidad y significatividad
Ritos y oraciones («per ritus et preces») son el modo como la liturgia significa con la
máxima intensidad el misterio invisible, lo actualiza y lo comunica. Significatividad y
causalidad van juntas. Esta realidad requiere una explicación más extensa.
La Escolástica, al tratar de la causalidad de los Sacramentos, expresó el célebre
adagio: los Sacramentos causan significando, o bien, los Sacramentos confieren aquello
que significan[64]. Se subrayaba así la adecuación entre lo que los sacramentos
significan y lo que producen. La teología litúrgica amplía esta adecuación no solo al
septenario sacramental, sino a toda la acción celebrativa de la Iglesia, pero no lo hace de
manera indiscriminada, sino análoga y gradual, pues la eficacia ex opere operato de los
Sacramentos es distinta de la eficacia ex opere operantis Ecclesiæ de los sacramentales.
Dicho de otra forma, la Iglesia deviene siempre acontecimiento de salvación de manera
suma en la celebración eucarística, de modo especial en la celebración de los demás
Sacramentos, y de un modo gradualmente menos intenso en las demás acciones
litúrgicas, las cuales, conforme a la naturaleza de cada una, son diversamente
sacramentales[65]. Afirmada esta neta distinción, interesa subrayar que significatividad y
causalidad o, lo que es lo mismo, los símbolos y su modo de conferir aquello a lo que
remiten, son dimensiones inescindibles e inter-dependientes en la celebración cristiana.
Para la teología litúrgica, la causalidad apunta a la significatividad. En consecuencia,
todo cuanto interviene en la celebración ha de ser expresivo y diáfano de la fe
eclesial. Se explica así, por ejemplo, que el eparca bizantino nunca inicie la celebración
de la Divina Liturgia sin haber comprobado antes que todos los elementos y objetos
destinados a intervenir en la inminente celebración –distribuidos tanto en la próthesis
como en el altar del santuario y al otro lado del iconostasio– se hallan oportunamente
117
dispuestos conforme a las venerables costumbres de su tradición ritual[66].
Quien posee una mente solícita por la pureza de la praxis ritual, una mente atenta a la
ortodoxia no solo de las palabras sacramentales, sino también de los gestos de Cristo,
posee un don valioso. Pero quien entendiera el Cristianismo exclusivamente como mera
doctrina abstracta y conceptual se vería afectado de una visión miope, ya que la
revelación nos abre a un horizonte mucho más dilatado. Como una madre no cuida a su
niño con el exclusivo lenguaje de sus palabras, sino que lo mece acudiendo a una rica
gama de códigos de comunicación, así también el lenguaje verbal no es el único lenguaje
de la revelación ni, por tanto, de la liturgia. En la comunicación litúrgica, los lenguajes
metaverbales tienen una incisividad tan destacada como la del lenguaje verbal. Una
exagerada valoración de lo meramente conceptual del mensaje puede corregirse
subrayando toda la expresividad que es capaz de desplegar la persona. Entonces, quien
participa en la liturgia se siente involucrado por la envolvente de la celebración en todas
las posibilidades de su sensibilidad. En ella, el peso de verdad del misterio se traduce
en la fascinación que suscita el hecho mismo de celebrarlo.
26. Todo es significante en la celebración
La connaturalidad con la textura simbólica de la liturgia es patrimonio
espiritual cristiano[67]. En ocasiones, cuando se dialoga sobre los signos litúrgicos, se
puede escuchar a alguien que pregunta: pero ¿qué importancia tiene eso? Por lo general,
quien así habla concibe sus ideas a partir de lo que ha visto; y, si aquello que ha visto son
signos escasamente significantes o acciones poco expresivas, entonces su sensibilidad por
la sacramentalidad podrá ser relativamente escasa. Sin embargo, nada es insignificante
en el universo simbólico de la liturgia.
27. El aprecio por los signos que velan y desvelan el misterio
Para introducirse en la liturgia se precisan unas actitudes concretas. Una de ellas es el
aprecio por los humildes velos tras los cuales el Resucitado manifiesta y oculta su
presencia. Esos velos son los signos y símbolos de la liturgia. Al pensador francés Blaise
Pascal (†1662) le parecía ser culpable de delito quien se avergonzara de los
«sacramentos de la humildad del Verbo». Algo parecido le sucedía a san Agustín, que
confesaba: «pero yo no era humilde, no tenía a Jesús humilde por mi Dios, ni sabía
de qué cosa pudiera ser maestra su flaqueza»[68].
Acorde con la matriz simbólica de sus ritos, la Iglesia celebra el don de Dios con
diversos códigos de comunicación, porque, en la tensión por narrar el misterio, los
lenguajes no se excluyen, sino que se complementan mutuamente. Ella sabe intuir
cuándo es el momento de la palabra, cuándo del gesto, cuándo del silencio…; pero
118
siempre es momento para el arte, pues la liturgia es ars artium, la summa artium. En
consecuencia, cada celebración se expresa por medio de una rica gramática de símbolos
destinados a alcanzarnos de un modo global. Consideremos, por ejemplo, la celebración
del sacramento del Matrimonio en el Rito romano. En su lenguaje simbólico de amor y
de alianza hay anillos, arras, velos…, una gramática metaverbal que muestra los
profundos contenidos de la fe implicados en ese sacramento.
28. Celebraciones que irradian el esplendor de la verdad
La celebración litúrgica hace presente el acontecimiento redentor bajo el velo de los
símbolos, consintiendo así que vivamos de él en medio de una misteriosa
contemporaneidad[69]. Para que la remisión que hacen los ritos visibles a ese plus de
significado resulte expresiva, se precisan celebraciones que irradien verdad y sencillez,
autenticidad y dignidad. Todo cuanto en ellas interviene no puede ser prosaico, ni
suntuoso, sino límpido, noble y de buen gusto. Son las cualidades del decoro con el que
la Esposa dedica su humilde homenaje al Esposo, su aprecio a lo que celebra: el misterio
de Cristo[70].
29. La cláusula en razón del signo
La suma estima a lo que se celebra y la celebración fructuosa de los santos misterios
son los valores que tutelan el magisterio o las rúbricas de los libros litúrgicos cuando
mencionan la cláusula: en razón del signo. Vale la pena sopesar el calado de esas
palabras. Decir en razón del signo es un modo de despertarnos al valor que tiene la
sacramentalidad en la celebración de la liturgia. Veamos cómo la presencia de ese
sintagma en algunos textos lo pone de relieve:
—«Conviene, en razón del signo, que algunas partes del pan eucarístico que
resultan de la fracción del pan se distribuyan al menos a algunos fieles, en la
Comunión»[71].
—«La sagrada Comunión tiene una expresión más plena en razón del signo cuando
se hace bajo las dos especies»[72].
—«En razón del signo, es más propio de la naturaleza de la celebración sagrada,
que la presencia eucarística de Cristo –fruto de la consagración y que como tal debe
aparecer en cuanto sea posible– no se tenga ya desde el principio por la reserva de las
especies sagradas en el altar en que se celebra la Misa»[73].
—«Recuérdese, no obstante, que todos los sacerdotes que celebran la santa Misa
119
tienen que realizar la Comunión bajo las dos especies. Empléese laudablemente, en
razón del signo, un cáliz principal más grande, junto con otros cálices más
pequeños[74].
No se trata de explicar lo enunciado en cada una de estas citas, para cuya prudente
aplicación hay que tener en cuenta –de otra parte– las diversas circunstancias y las
posibilidades concretas; basta advertir que la presencia de la misma cláusula aúna todos
esos contenidos en torno a este común denominador: se sintoniza con la intención
sacramental profunda de la Iglesia cuando los ritos se celebran del modo que
mejor facilite la «fructuosa participación» de los fieles en los divinos misterios.
Tercera sección
LA ÍNDOLE ESCATOLÓGICA DE LA LITURGIA
30. Éschaton y culto cristiano
Entramos finalmente en la última sección de este capítulo: la índole escatológica de la
liturgia. Con esta expresión se hace referencia a cómo la liturgia terrena no solo
simboliza y hace pregustar el culto de la Jerusalén del cielo, sino que ella contiene
realmente, en sus ritos, aquello que simboliza. Esta realidad solo puede ser iluminada
desde la sacramentalidad de la liturgia, que se ha venido estudiando. En efecto, los
contenidos recogidos hasta aquí eran necesarios para comprender cómo la asamblea
santa, compuesta por viatores, se sabe partícipe de una acción inefable mucho más
amplia que la que ella misma realiza: la liturgia de la Jerusalén celestial.
Para describir la Ciudad santa, el Apocalipsis acude a la iconografía de una asamblea
litúrgica de la tierra; con sus mismas aclamaciones y cánticos. Tanto en la tierra como
en el Cielo se trata de una misma liturgia, aquí a través de los signos y allí
directamente en la visión. Esta dimensión escatológica de la liturgia es otro de los
altiora principia que encontramos en el octavo parágrafo de la Constitución conciliar:
«En la liturgia terrena pregustamos y participamos (prægustando participamus)
en aquella liturgia celestial, que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén,
hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, y donde Cristo está sentado a la
diestra de Dios, como ministro del Santuario y del Tabernáculo verdadero,
cantamos al Señor el himno de gloria con todo el ejército celestial»[75].
Este párrafo no ha de considerarse como una explosión de entusiasmo por parte de
120
los Padres conciliares y, menos aún, como un destello de retórica ornamental; tampoco
es una innovación, sino el recuerdo de algo siempre vivo en la tradición de la Iglesia. Su
olvido impediría reconocer una dimensión esencial de la liturgia, ya que esta vertiente de
la liturgia no es un matiz secundario, sino una realidad primordial.
El texto conciliar citado (SC 8) está íntimamente relacionado con el parágrafo que le
precede (SC 7), en el que se afirma que el Cristo pascual está presente en la liturgia de la
Iglesia peregrina, mientras que el octavo declara la presencia de la Iglesia peregrina en la
liturgia celestial[76]. En uno y otro caso se trata de resaltar que hay una única y misma
realidad –no dos celebraciones paralelas o análogas–, sino un solo culto, si bien
presente de modo distinto, en el Cielo y en la tierra.
31. La co-liturgia del cielo y de la historia
Es relevante evocar, como acaba de hacerse, el testimonio del Apocalipsis[77]. En la
liturgia del Cielo, el Anciano en días está sentado en el trono y rodeado de dos géneros
de asistentes: de una parte, los cuatro Vivientes que reconocemos por su presencia en las
profecías de Isaías y Ezequiel; y, de otra, los veinticuatro Ancianos revestidos con capas
blancas y portando coronas de oro. La aparición de estos Ancianos no consta en Isaías y
Ezequiel; es nueva y propia del vidente de Patmos. Por sus atuendos, se trata de
personajes que son reyes (están coronados) y sacerdotes (revestidos de capas blancas) y,
conforme a la opinión de algunos exegetas, estos ancianos son figura del nuevo Israel, la
Iglesia peregrina. Los cuatro Vivientes representan la asamblea in Patria, y los Ancianos
simbolizan la Iglesia in terris. Ambos aparecen unidos celebrando la co-liturgia del Cielo
y de la historia.
Esta comunión entre la liturgia celestial y la terrena la encontramos expresada en el
Kerubikón, el himno con el cual la Iglesia bizantina acompaña el traslado de los dones
para la Eucaristía en la Gran Entrada. La versión castellana del texto griego que se canta
es la siguiente:
«Entonamos [nosotros, es decir, la asamblea terrena]
un himno de gloria al Señor con todo el ejército celestial;
cantamos [nuevamente la asamblea terrena] a la vivificante Trinidad
el himno santísimo que entonan los Querubines [la asamblea celestial]
para recibir con nuestros cantos [la asamblea terrena] al Rey del Universo,
invisiblemente escoltado por sus ejércitos angélicos [la asamblea celestial]».
Es fácil apreciar el flujo y reflujo entre ambas asambleas. A este testimonio del
Oriente cristiano se añade la aclamación «¡levantemos el corazón!» (sursum corda) de la
121
liturgia eucarística romana. Esta aclamación es elocuente, sobre todo si tenemos en
cuenta que se trata de un texto nacido en la celebración cristiana más primitiva. Tiene el
sentido de introducir en la comunidad una cierta tensión ascendente, es decir, hacia la
Jerusalén del Cielo.
Estos textos, tomados de la Escritura y de la liturgia, denotan que el culto terrestre
es el mismo que realiza el Kyrios en el Cielo: un mismo culto que está también
presente en la tierra de un modo sacramental. Cristo es el Liturgo que se ha sentado a
la derecha del trono del Padre, como celebrante del Santuario y del Tabernáculo
verdadero, para celebrar allí, como sumo y eterno Sacerdote, la misma liturgia que se
hace presente en las asambleas terrenas a través de los signos sacramentales[78].
No hay dos personas de Cristo, una gloriosa a la diestra de Dios y otra distinta en la
tierra, junto a sus hermanos. Ni dos pascuas, una histórica y otra sacramental. Ni
tampoco dos sacrificios suyos, sino tan solo el de la humilde obediencia y entrega a la
muerte por sumisión al Padre, coronada por su entrada en el Templo no hecho por
manos humanas, para presentar incesantemente al Padre su oblación en la Cruz. El único
Cristo, que intercede en el Cielo por nosotros y hace presente ante Dios su única
oblación, realizada en la Cruz, en la resurrección y en la ascensión, es el mismo que hace
presente en la tierra la única liturgia de acción de gracias y de victoria por la redención, a
través de los símbolos de la liturgia terrena, bajo los cuales celebramos en la tierra la
liturgia del cielo. No existen –por decirlo con brevedad– una liturgia in Patria y otra in
terris, sino una misma y única liturgia realizada por Cristo.
32. La liturgia terrena pregusta y participa de la liturgia celestial
Queda por explicar el sentido de los verbos pregustar y participar (prægustando
participamus), que son las dos columnas que sustentan el parágrafo octavo de
Sacrosanctum Concilium. No son sinónimos, pues el modo de participar es
pregustando.
—De una parte, participamus: con el verbo participar –en presente de indicativo–
se quiere decir que la liturgia terrena no solo simboliza y hace pregustar el culto de
la Jerusalén celestial, sino que ella contiene realmente, en sus signos, aquello que
simboliza y, por lo tanto, podemos afirmar con todo realismo que participamos en
ella. En la liturgia, el símbolo no se limita a expresar la realidad divina, no solo nos
transfiere del significante sensible al significado abierto y misterioso, sino que lo confiere
a quienes participan en ella.
—Y, de otra parte, prægustando: con este gerundio se alude al carácter simbólico de
toda acción litúrgica de la tierra, en su relación con la Liturgia plena y definitiva.
Pregustar quiere decir unirse a la Liturgia inefable, pero sin gustarla todavía
plenamente. Los ritos de la celebración terrena adelantan, aunque oscuramente, lo que
122
serán las realidades eternas, profetizan la alegría del Cielo. Por las rendijas de la
celebración in terra se cuela el júbilo de la celebración in Patria.
Vivir la vida en Cristo es comparable a la singladura de un barco a través
de un océano cuya orilla solo puede ser presentida. De pie sobre la cubierta, el
cristiano alcanza con su mirada el lejano horizonte, sin llegar a divisar todavía
lo que está oculto tras aquella línea donde el mar parece juntarse con el cielo.
Cuando el barco arribe y la travesía concluya, le aguarda un mundo aún más
bello. Allí le recibirá Aquel que desde siempre fue su Padre y quiso lo mejor
para él. Allí podrá experimentar definitivamente el insondable misterio del
amor de Dios por los hombres en toda su longitud y anchura, su altura y
profundidad. Mientras aguarda a que eso se cumpla, le queda –y no es poco–
la liturgia, es decir, el don de poder respirar ya la brisa que le viene de «mar
adentro»[79].
33. Conclusión
Como acabamos de ver, la liturgia tiene un pie en la tierra y el otro en el cielo. Es
epifanía del cielo nuevo y la tierra nueva, pues en ella se realiza la comunión de lo
celestial con lo terreno por medio de esa capacidad que tiene el símbolo de con-juntar los
extremos, sin confundirlos[80]. Por eso hemos estudiado primero la sacramentalidad de
la liturgia para entender después su índole escatológica.
Sin embargo, aunque lo celestial esté presente en la celebración litúrgica, esta no
representa un modo de sustraerse a las exigencias acuciantes de lo terreno y temporal. A
la celebración no se le puede reprochar permanecer fuera de los avatares de la vida
cotidiana. ¿Acaso la bendición de una nueva universidad, o la unción de un enfermo…,
o bien la presencia de algunos formularios del Misal por la cosecha, en tiempo de
persecución, para pedir la lluvia, por el Sínodo…, no evocan que las coyunturas
históricas concretas que vive la Iglesia o una comunidad son transferidas por la liturgia
terrena hasta la Liturgia del Cielo? Las celebraciones litúrgicas no son momentos de
evasión, sino lugares de esperanza donde contemplar la meta lejana desde la altura a la
que nos eleva la acción sacramental[81].
123
SELECCIÓN BIBLIOGRÁFICA
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sacramental, CLV, Roma 2012.
124
[*] R. M. RILKE, Los apuntes de Malte Laurids Brigge, Alianza Editorial, Madrid
1997, 9.
[1] Cfr. cap 1, § 9.
[2] Citemos las investigaciones de la profesora francesa M. DULAEY, Bosques de
símbolos, Cristiandad, Madrid 2003, y del profesor español J. REGO, El bosque
simbólico – Itinerarios para una reflexión sobre la acción sacramental, CLV, Roma
2012. También se ha referido a esta expresión Charles Baudelaire (†1867) en su obra
poética, y otros escritores.
[3] Cfr. SC 48. Con el sintagma altiora principia nos referimos a los ejes centrales
que, como grandes vectores de fuerza, recorren transversalmente el texto de
Sacrosanctum Concilium y expresan sus principales acentos teológicos. La expresión no
aparece en el documento conciliar, pero la empleó Juan XXIII en el Motu proprio
Rubricarum instructum (1960). Dentro de una convergencia de fondo, no todos los
autores coinciden en cuántos y cuáles sean esos principios.
[4] Cfr. R. OTTO, Lo santo - Lo racional y lo irracional en la idea de Dios, Alianza,
Madrid 1994; cfr. ÍDEM , Ensayos sobre lo numinoso, Trotta, Madrid 2009. El
numinosum fascinans es una de las fórmulas más completas, aunque tenga ya más de
cien años, para expresar la noción de sacrum.
[5] Algunos términos pertenecientes a la familia semántica de la preposición trans-:
trasfondo (más allá del fondo visible de algo), transalpino (al otro lado de los Alpes),
traslúcido (que deja atravesar la luz)…
[6] Cfr. L. BOUYER, Il rito e l’uomo, Queriniana, Brescia 1954; R. GUARDINI, Los
signos sagrados, Ed. Litúrgica Española, Barcelona 1957; P. DE CLERCK, L’intelligénce
de la liturgie, Cerf, Paris 2005; J. ALDAZÁBAL, Gestos y símbolos, CPL, Barcelona
20037.
[7] Cfr. G. BONACCORSO, La comunicazione liturgica - IL gesto rituale, Teologia 1
(2004) 73 ss.
[8] HILARIO DE P OITIERS, De Trinitate 8, 16, en PL 10, 248: «eius tantum in se
adsumptam habens carnem, qui suam sumpserit».
[9] LH, II Vísperas de la solemnidad de la Maternidad divina de María, ant. 1: «o
admirabile commercium: Creator generis humani, animatum corpus sumens, de
Virgine nasci dignatus est, et procedens homo sine semine, largitus est nobis suam
deitatem».
[10] Cfr. 2 Co 2, 15.
[11] Cfr. J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia en la vida de la Iglesia, BAC, Madrid 1987,
147-148.
[12] LH, Solemnidad de Epifanía, Laudes, antífona ad Benedictus.
125
[13] MR, Plegaria eucarística III, anámnesis: «te ofrecemos en esta acción de
gracias el sacrificio vivo y santo».
[14] Cfr. J. LÓPEZ MARTÍN, En el Espíritu y la verdad - Introducción antropológica a
la liturgia, vol. 2, Secretariado Trinitario, Salamanca 1994, 65-72.
[15] Cfr. C. VALENZIANO, Mimesis ed anamnesis spazio-temporale per IL Triduo
pasquale, en I. SCICOLONE (ed.), La celebrazione del Triduo pasquale – Anamnesis e
mimesis, Atti del III Congresso Internazionale di Liturgia, Roma 1990, 27 ss.
[16] JUAN P ABLO II, Fides et ratio, 13. Sobre este punto de la encíclica, cfr. A.
BOZZOLO, Il rito di Gesù – Temi di teologia sacramentaria, Las, Roma 2013, 73 ss. De
esa razón sacramental ya tratamos al comienzo, al explicar la sacramentalidad de la
historia de la salvación (cfr. cap. 1, § 9).
[17] Entendemos el término semiótica en su sentido primario: la ciencia que estudia
los signos.
[18] Cfr. O. SEMMELROTH, La Iglesia como sacramento original, Dinor, San
Sebastián 1963. Cristo, al revelar al Padre en su santa humanidad de Hijo,
sacramentaliza el misterio de Dios.
[19] Cfr. CIPRIANO DE CARTAGO, Carta 63, Editorial Católica, Madrid 1964, 599-614.
[20] Haciéndose eco de esta distinción, la sacramentaria clásica habla de una eficacia
ex opere operato en los sacramentos, y ex opere operantis Ecclesiæ en los
sacramentales. Obviamente, una es la sacramentalidad de la Eucaristía y otra distinta la
de la bendición de un hospital, siendo ambas acciones plenamente litúrgicas. Un estudio
de esta cuestión en perspectiva litúrgica: M. GONZÁLEZ, Los sacramentales, en AA. VV.,
La sacramentalidad de la liturgia, CPL, Barcelona 2010, 143 ss.
[21] SC 48 y SC 8 respectivamente.
[22] SC 48.
[23] Cfr. A. LAMERI, Segni e simboli, riti e misteri - Dimensione comunicativa
della liturgia, Paoline, Milano 2012, 68-69.
[24] Cfr. R. GUARDINI, El espíritu de la liturgia, CPL, Barcelona 20002 (cap. 5: La
liturgia como juego). En la 4ª y 5ª edición (1920), el capítulo Sobre la seriedad de la
liturgia (Vom Ernst der Liturgie) limitaba bastante la idea de juego. Respecto al juego,
cfr. J. HUIZINGA , Homo ludens, Alianza, Madrid 2000.
[25] Para entender mejor la expresión dar sentido, dar significado profundo a lo
que se vive, resulta didáctico referirnos al término griego que emplea san Lucas en su
relato de la infancia de Jesús: «María guardaba todas estas cosas, ponderándolas en su
corazón» (Lc 2, 19). Para el verbo ponderar el evangelista acude a synbállein, como un
poner junto, sugiriendo así la acción de reunir. Desde esta perspectiva, el ponderar de
María en su corazón consistía en conjuntar, en componer lo que recibía de Dios, al
acoger su Palabra y los acontecimientos que iban sucediéndose en su vida cotidiana. De
126
ese poner juntos, de esa simbolización, su vida recibía un significado pleno. Así también
la Eucaristía, instituida por Cristo en el ámbito de una cena, supone una comida ritual
que da significado profundo al comer. El rito da sentido a la vida.
[26] Cfr. capítulo 4, §29-§32.
[27] Cfr. LG 1: «la Iglesia es, en Cristo, como un sacramento o señal e instrumento
(veluti sacramentum seu signum et instrumentum) de la íntima unión con Dios y de la
unidad de todo el género humano»; cfr. LG 9 y 48.
[28] R. GUARDINI, El espíritu de la liturgia, CPL, Barcelona 2000, 34.
[29] Sin olvidar que, en la tradición de la penitencia pública, las fuentes litúrgicas
atestiguan que la reconciliación penitencial gozaba de una gran expresividad en sus ritos
de expulsión-readmisión de quienes habían ingresado en el ordo pænitentium.
[30] RICA 83.218.220.225.226.200-202. El significado del término effetá se recoge
en el Glosario final.
[31] Cfr. RP 27.102.
[32] Cfr. DV 2: «este plan de la revelación se realiza con hechos y palabras
intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la
historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por
las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio
contenido en ellas».
[33] En el tiempo de las promesas, una nube daba sombra al pueblo hebreo durante
su peregrinación por el desierto (cfr. Ex 40, 36-38). En la plenitud de los tiempos, el
Espíritu Santo descendió sobre la Virgen María y la cubrió «con su sombra» para que
concibiera y diera a luz a Jesús (Lc 1, 35); en el monte Tabor, el Espíritu «vino en una
nube y cubrió con su sombra» a Pedro, Santiago y Juan (Lc 9, 34-35)…
[34] Cfr. IRENEO DE LYON, Adversus hæreses 5, 1, 3, en SCh 211, 29.
[35] Cfr. H. LUBIENSKA DE LENVAL, La liturgia del gesto, Phase 158, CPL, Barcelona
2006.
[36] Un tratamiento más pormenorizado de la cuestión en cap. 6, §35: la interacción
palabra de Dios – eucología.
[37] Cfr. Hch 2, 1-2: «al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en un
mismo lugar. Y de repente sobrevino del cielo un ruido (sonum) como de un viento que
irrumpe impetuosamente y llenó toda la casa en que se hallaban»; cfr. J. A. P IQUÉ I
COLLADO, Teología y música - Una contribución dialéctico-trascendental sobre la
sacramentalidad de la percepción estética del Misterio, Scripta et Documenta 73,
Montserrat 2006.
[38] AGUSTÍN DE HIPONA , Confessiones 10, 33, 49.
[39] SC 112.
[40] Un tratamiento más pormenorizado en U. VANNI, Apocalipsis - Una asamblea
127
litúrgica interpreta la historia, Verbo Divino, Estella 1985.
[41] Cfr. SC 7.
[42] T OMÁS DE AQUINO, Summa Theologiæ II-II, q. 91, a. 1, ad 2: «utrum cantus sint
assumendi ad laudem divinam».
[43] AGUSTÍN DE HIPONA , Enarrationes in psalmos 32, en CCL 38, 253-254.
[44] El órgano es el instrumento pneumático por excelencia: para que los sonidos
salgan de sus tubos, pone en movimiento precisamente aire, viento. El viento y la brisa
son imágenes bíblicas del Espíritu Santo.
[45] Cfr. SC 116a: «la Iglesia reconoce el canto gregoriano como el propio de la
liturgia romana; en igualdad de circunstancias, por tanto, hay que darle el primer lugar
en las acciones litúrgicas».
[46] Cfr. D. M. DELALANDE, Chant grégorien - Théologie et contemplation, Révue
Gregorienne ١٧٠ (١٩٤٩) ٢٨. Sobre los trabajos de restauración y paleografía gregoriana
de dom Iosef Pothier (†1923) y dom André Mocquereau (†1930), cfr. F. RAMPI, Pensare
il gregoriano, Coral iter 17 (2005) 5 ss.
[47] LEÓN XIII, Breve Nos quidem (17 mayo 1901).
[48] Cfr. J. HOURLIER, Entretiens sur la spiritualité du chant grégorien, Abbaye
Saint-Pierre de Solesmes 1985.
[49] Cfr. J. GREEN, Léviathan, Paris 1929, 60.
[50] P SEUDO-DIONISIO AREOPAGITA , Mística Teología 1, en Obras completas, BAC,
Madrid 2002. Cuando Ignacio de Antioquía (†c.110) escribe que la virginidad de María,
su parto y la muerte de Jesús fueron misterios envueltos en el silencio de Dios y, en
consecuencia, ignorados por el diablo –al menos en cuanto a su valor soteriológico–, nos
advierte de algo significativo: aunque las celebraciones litúrgicas anuncien y actualicen los
divinos misterios para posibilitar nuestra comunión con ellos, nuestra fe no debe pasar
por alto el silencio de Dios que los alberga (cfr. IGNACIO DE ANTIOQUÍA , Epistula ad
Ephesios, 19, 1, en J. J. AYÁN (ed.), Fuentes patrísticas. vol. 1, Madrid 1991, 123). De
hecho, la liturgia rodea todos los misterios de la unión del hombre con Dios más de
silencios que de palabras (cfr. H. U. VON BALTHASAR, Liturgia e reverenza, en ÍDEM ,
Sponsa Verbi, Brescia 1985, 446).
[51] Cfr. JUAN P ABLO II, Orientale lumen 16: «los cristianos de Oriente se dirigen a
Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo, personas vivas, tiernamente presentes, a las que
expresan una doxología litúrgica solemne y humilde, majestuosa y sencilla. Sin embargo,
perciben que a esta presencia nos acercamos sobre todo dejándonos educar en un
silencio adorante, porque en el culmen del conocimiento y de la experiencia de Dios está
su absoluta trascendencia. A ello se llega, más que a través de una meditación
sistemática, mediante la asimilación orante de la Escritura y de la liturgia».
[52] Una panorámica de la cuestión en A. LARA , «“Silentium facite!” – El silencio
128
en la liturgia», Seminario Mayor diocesano, Jaén 2014.
[53] Cfr. Ap 8, 1ss.
[54] OGMR 45: «resulta oportuno que, ya antes de la misma celebración, se guarde
silencio en la iglesia, en la sacristía, y en los lugares más próximos, a fin de que todos
puedan disponerse adecuada y devotamente a las acciones sagradas»; cfr. también
OGMR 147.164.
[55] Cfr. H.-B. GERL, Romano Guardini – La vita e l’opera, Brescia 1988, 194.
[56] Así, por ejemplo, Lumen gentium pudo hablar de la Iglesia como sacramento en
1964 (LG 1, 9 y 48) tras encontrarse el camino previamente allanado por Sacrosanctum
Concilium en 1963 (SC 5). A resultas de que la expresión mirabile sacramentum,
aplicada a la Iglesia, se hallaba recogida en la colecta que sigue a la 7ª lectura de la Vigilia
pascual, pudo introducirse en Sacrosanctum Concilium la alusión a la Iglesia como
sacramento, despejando las dudas de los Padres conciliares que temían que esas palabras
pudieran entenderse como si la Iglesia fuera un octavo sacramento. He aquí el texto de
esa colecta: «Oh Dios, poder inmutable y luz sin ocaso, mira con bondad al
sacramento de la Iglesia universal y, en cumplimiento de tus eternos designios, lleva a
feliz término la obra de la salvación humana» (Deus, incommutabilis virtus et lumen
æternum, respice propitius ad totius Ecclesiæ sacramentum, et opus salutis humanæ
perpetuæ dispositionis effectu tranquillius operare…).
[57] Cfr. J. LÓPEZ MARTÍN, La liturgia, celebración del misterio de Cristo y de la
Iglesia, CPL, Barcelona 1991, 37-52.
[58] DV 2.
[59] Sacrosanctum Concilium se refiere a la salvación y Dei Verbum, a la revelación.
Eso, sin embargo, no impide el paralelismo de ambos enunciados, pues revelación y
salvación son magnitudes intercambiables.
[60] Cfr. A. LAMERI, Segni e simboli, riti e misteri – Dimensione comunicativa
della liturgia, Paoline, Milano 2012, 64ss.
[61] MR, Ordinario de la Misa, 24.
[62] Recordemos la enseñanza de SC 60, al tratar de los sacramentales: «son signos
sagrados que, imitando de alguna manera a los sacramentos» (in aliquam
Sacramentorum imitationem). El término imitando implica que ambas realidades, aun
siendo distintas en su eficacia, coinciden en celebrar el misterio pascual de Cristo y lo
hacen con un entramado común: palabras y gestos. En todos los libros rituales de
sacramentos y de sacramentales siempre es identificable la estructura [Palabra de Dios –
gesto sacramental].
[63] Cfr. SC 56: «las dos partes de que consta la Misa, a saber, la liturgia de la
palabra y la eucarística, están tan íntimamente unidas que constituyen un solo acto de
culto».
129
[64] Cfr. T OMÁS DE AQUINO, Summa Theologiæ III, 60, 2; también en De veritate, q.
27, a. 4, ad 13: Sacramenta significando causant. La doctrina teológica clásica conoce
también la fórmula: los sacramentos realizan lo que figuran. Con distintos matices, tal
realidad no es ajena a textos magisteriales contemporáneos, como SC 7 y CCE 1084, si
bien en ellos se manifiesta ya cierta inclinación a servirse de las categorías propias de la
teología litúrgica.
[65] Que la Iglesia deviene acontecimiento es un modo de expresar que la Iglesiamisterio se hace visible y concreta en un lugar, como asamblea santa, para hacer presente
y eficaz la salvación de Dios.
[66] El significado de los términos Divina Liturgia, eparca, iconostasio se recoge en
el Glosario final.
[67] Hubo quien pretendió descubrir razones utilitarias en todos los ritos. Fue célebre
la postura de Claude De Vert (†1708), para quien todos los ritos tenían motivaciones
prácticas: si en la Misa se encendían velas, era porque en las catacumbas todo estaba a
oscuras; se usaba incienso para subsanar los olores de aquellos recintos sin ventilación;
los neófitos llevaban cirios encendidos en sus manos tras el bautismo porque se celebraba
en la noche de Pascua y era preciso iluminar el camino desde el baptisterio al altar. Pero,
como reaccionaba su contemporáneo Pierre Le Brun (†1729), si estos ritos se efectuaban
solo por motivos utilitarios, no se comprende por qué era el obispo y no un diácono
quien incensaba el altar; ni por qué los neófitos, que portaban cirios para iluminar el
camino al altar, no los habían necesitado antes para ir de la iglesia al baptisterio; o por
qué no llevaban también cirios el obispo y los demás fieles…
[68] AGUSTÍN DE HIPONA , Confesiones 7, 18.
[69] Cfr. JUAN P ABLO II, Ecclesia de Eucharistia 5 y 11: «en este don, Jesucristo
entregaba a la Iglesia la actualización perenne del misterio pascual. Con él instituyó una
misteriosa contemporaneidad entre aquel Triduum y el transcurrir de todos los siglos».
«Este sacrificio es tan decisivo para la salvación del género humano, que Jesucristo lo ha
realizado y ha vuelto al Padre solo después de habernos dejado el medio para participar
de él, como si hubiéramos estado presentes». Una explicación más amplia en F. M.
AROCENA , Ecclesia de Eucharistia en clave de teología litúrgica, Scripta Theologica 36
(2004) 213-235.
[70] Cfr. B. VELADO, «Rerum supernarum signa» – El arte sacro, signo de lo
trascendente, en Asociación Española de Profesores de Liturgia, La liturgia en los
inicios del tercer milenio, Grafite, Baracaldo 2004, 703-756.
[71] RS 49.
[72] OGMR 28.
[73] RCCE 6.
[74] RS 105.
130
[75] SC 8.
[76] SC 7: «para realizar una obra tan grande, Cristo está siempre presente en su
Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica (…). Realmente, en esta obra tan grande por la
que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia
(consociat) siempre consigo a su amadísima Esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y
por Él tributa culto al Padre eterno». Un tratamiento más exhaustivo en A. GARCÍA
MACÍAS, Christus Ecclesiæ suæ semper adest – La presencia de Cristo en las
celebraciones litúrgicas, en Asociación Española de Profesores de Liturgia, La liturgia
en los inicios del tercer milenio, Grafite, Baracaldo 2004, 79-140.
[77] Cfr. Ap 4, 4ss.
[78] Cfr. Hb 10, 20.
[79] El texto se inspira en B. SCHELLENBERGER, La auténtica humanitas como camino
hacia Dios, en J. Chapa-E. Flandes, Pamplona 2011, 47-48.
[80] Ap 21, 11.
[81] La presencia de la liturgia celestial, que se nos hace vecina ya ahora en la liturgia
terrena, se expresa en el canto del Sanctus, acerca del cual un fenomenólogo de la
religión alemán escribió: «he oído el sanctus, sanctus, sanctus…, resonando en la basílica
romana de San Pedro, el swiat, swiat, swiat…, entonado en la catedral del Kremlin de
Moscú, y el hagios, hagios, hagios…, cantado en la iglesia del Patriarcado de Jerusalén.
En cualquier lengua que vibren estas, las más sublimes palabras salidas de labios
humanos, le penetran a uno hasta las profundidades del alma, como una sacudida que
conmocionaba y abrían al misterio de lo trascendente latente en ellas» (R. OTTO, Die
christliche Welt 27 julio 1929, 709).
131
Capítulo 5
EL MEMORIAL DEL MISTERIO DE CRISTO
Nosotros estábamos
aquella noche allí[*].
Sumario
1. Zikkārôn y anamnēSiS en la Biblia
2. Algunas expresiones litúrgicas del memorial
as páginas que ahora iniciamos pueden considerarse una ampliación de lo que
expusimos en el capítulo tercero cuando estudiamos la anámnesis. Ya entonces
advertimos la importancia de esta noción para comprender la naturaleza del
culto cristiano. Para la teología litúrgica, la anámnesis, o memorial, es una categoría
de suma importancia[1]. Los contenidos de este capítulo serán una profundización en
aquellas fuentes bíblicas y eucológicas, que subyacen en la categoría de memorial.
L
1. Estructura de este capítulo
Hasta ahora, el estudio de la celebración litúrgica nos ha dado a conocer algunos de
sus rasgos más importantes: su estructura, sujeto, matriz simbólica, índole escatológica…
A partir de aquí, nos queda por desarrollar un doble discurso sugerido, en cierto modo,
por dos de los polos principales del espacio celebrativo, que son el altar y el ambón.
De una parte, el altar es el espacio donde se profiere la plegaria eucarística, que es
una gran oración anamnética en cuyo seno acontece el misterio por la fuerza del
Espíritu, que es «memoria viva» de la Iglesia[2]. Este será el contenido del presente
capítulo. De otra parte, el ambón es el espacio donde se proclama la palabra de Dios, y
donde el texto escrito se convierte, también por la fuerza del Espíritu, en palabra viva
mediante la cual Dios habla a su Pueblo, le manifiesta su misterio de salvación y lo
alimenta con ella. Este será el contenido del capítulo sexto. Por lo que se refiere al
memorial, los contenidos de este capítulo se expondrán en dos secciones.
Primera sección. Comienza con un apunte histórico que explica, a grandes rasgos, el
132
auge y declive de la teología del memorial a lo largo del caminar histórico de la liturgia.
Desde ahí se pasa a exponer los trasfondos bíblicos del memorial, en cuanto realidad
recogida en el Antiguo Testamento con el término hebreo Zikkārôn, y en el Nuevo, con
el término griego anámnesis (en latín, memoriale y en español, memorial).
Segunda sección. Se explica el paso del memorial bíblico a los textos oracionales de
la liturgia, y el modo en que la anámnesis neotestamentaria fue acogida en los primitivos
textos anafóricos de la Iglesia.
Primera sección
ZIKKĀRÔN Y ANÁMNESIS EN LA BIBLIA
Comenzamos el estudio bíblico del memorial en cuanto categoría primordial para
explicar la celebración litúrgica. Tanto el humus bíblico-patrístico de esta noción, como
las posibilidades que abre para el diálogo ecuménico en torno a la Eucaristía, hacen del
memorial –como dijimos– un capítulo importante de la teología litúrgica[3]. A partir de la
refundación de la teología del culto, promovida por el Concilio Vaticano II, el memorial
es la categoría clave para comprender la naturaleza íntima de todas las celebraciones
eclesiales[4]. Hay una razón memorial en el culto litúrgico de la Iglesia.
2. Breve nota histórica
Es convicción antiquísima de la fe que en el Sacramento del altar poseemos el
memorial de la pasión de Cristo. Así ha sido recogido en el Misal Romano:[5]
«Deus, qui nobis sub sacramento
mirabili Passionis tuæmemoriam
reliquisti…».
«Oh Dios, que en este sacramento admirable
nos dejaste el memorial de tu pasión…»[5].
Cuando los teólogos medievales reflexionaron sobre el máximo grado de realismo del
sacramento eucarístico, no pusieron en primer plano los términos memoriale ni
conmemoratio. Más tarde, los Reformadores del siglo XVI, en su polémica contra el
133
carácter sacrificial de la Eucaristía, consideraron la dimensión de memorial de la Misa en
su sentido más débil; de ahí que el concepto de memorial pasara a un segundo plano en
la defensa teológica de la Contrarreforma. El Concilio de Trento rechazó que la
Eucaristía fuera un «desnudo recuerdo» (nuda commemoratio), pero con ello no
pretendía devaluar la noción de memorial, sino corregir la restricción que los
Reformadores hacían de su significado[6]. Dicho Concilio declaró que, por medio de la
celebración de la Eucaristía, se debía «representar aquel Sacrificio cruento realizado una
sola vez sobre la Cruz, de modo que su memoria perdurase hasta el fin de los siglos».
Representar significa aquí hacer memoria en sentido activo, conforme a la idea de los
Santos Padres y de algunos grandes escolásticos, como el propio Tomás de Aquino[7].
Precisamente uno de los puntos fuertes del pensamiento de Odo Casel, durante la
polémica con sus contemporáneos en torno a la Doctrina de los misterios
(Mysterienlhere), consistió en subrayar que, cuando el Tridentino emplea el verbo
repræsentare en la sesión XXII, lo hace conforme al significado realista y objetivo que
tenía ese verbo en el pensamiento de los Padres de Oriente y de Occidente y en la
Escolástica[8].
Con ese modo de expresarse, el Concilio de Trento no hizo sino seguir las huellas de
la tradición, que se remontan a los relatos de la institución de la Cena del Señor en el
evangelio de Lucas y en la primera carta a los Corintios, donde ya encontramos el
término anámnesis: «haced esto en memoria mía» (eis tēn emēn anamnēsin)[9].
A comienzos del siglo XX, el estudio renovado de las fuentes en el campo de la
exégesis y de la patrística, la profundización en la doctrina auténtica de la gran
Escolástica y los trabajos de Odo Casel sobre el «memorial del Señor en la antigua
liturgia cristiana», llevaron a una mejor comprensión del memorial en su plenitud de
sentido[10]. El memorial es la re-presentación de lo que se conmemora, la presencia
real y objetiva del evento históricamente acontecido, que se nos comunica –aquí y
ahora– de modo eficaz. Recogiendo esta tradición, el Concilio Vaticano II afirma:
«Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el
Sacrificio eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con lo cual iba a perpetuar por los
siglos, hasta su vuelta, el Sacrificio de la Cruz y a confiar a su Esposa, la Iglesia,
el memorial de su muerte y resurrección: sacramento de piedad, signo de
unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se come a Cristo, el alma
se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera»[11].
Este texto hace de frontispicio al capítulo segundo de la Constitución, dedicado al
sacrosanto misterio de la Eucaristía, y está redactado con un estilo solemne[12]. Aun
cuando la teología del memorial del culto esté indudablemente implícita en la doctrina
litúrgica de Sacrosanctum Concilium, el término memorial, sin embargo, consta tan solo
134
una vez y lo hace precisamente en este parágrafo. Tal reserva resulta llamativa, por
contraste, con la asunción plena del memorial del culto en el nuevo Catecismo:
«Principalmente en la Eucaristía, y análogamente en los otros sacramentos,
la liturgia es memorial del misterio de la salvación»[13].
3. Fundamentos bíblicos del memorial litúrgico
El trasfondo del mandato de Cristo: «haced esto en memoria mía – eis tēn emēn
anamnēsin», hay que buscarlo en el mundo bíblico-judío del Antiguo Testamento,
porque el material que el Señor puso al servicio de sus objetivos redentores, o sea, el
«suelo» de su nueva institución, fue la tradición cultual vétero-testamentaria. Esta es la
razón que nos empuja a estudiar la noción de Zikkārôn en la antigua Alianza.
El término Zikkārôn significa una actualización del pasado que no se queda
simplemente en pasado, sino que se hace eficazmente presente. El Antiguo
Testamento está jalonado de memoriales. Se refleja particularmente en los Salmos, pero
se concreta de modo más intenso en la fiesta de los tabernáculos, en la fiesta de los
purim y sobre todo en la fiesta de la pascua[14]. El hecho de que las diversas formas de
la raíz zkr aparezcan en la Biblia hebrea del Antiguo Testamento más de doscientas veces
indica que este término juega un papel relevante en la autocomunicación de Dios y
constituye un rasgo clave en la representación vétero-testamentaria de Yahwéh.
4. El Zikkārôn en el Antiguo Testamento
En el Antiguo Testamento, la memoria de Dios no consiste en un mero acordarse,
sino más bien en un comportamiento de Dios que le conduce a intervenir de nuevo
en la realidad histórica de los hombres. Dios, al recordar, entra en acción para salvar.
Que Yahwéh se acuerde quiere decir que Él obra de modo que su recuerdo es
absolutamente eficaz en razón de la fuerza creadora divina. Si es el hombre quien se
acuerda de la acción de Dios, entonces puede llenarse de confianza porque, haciendo
memoria, se abre a la actualidad de esa acción salvífica de Yahwéh.
Este concepto de memorial se aplica de modo particular a la pascua hebrea; su
celebración anual es un memorial (zikkārôn), como leemos en Éxodo:
«Este será un día memorable (zikkārôn) para vosotros; en él celebraréis fiesta en
honor del Señor. De generación en generación, como ley perpetua lo
festejaréis»[15].
Con el memorial se impide que la acción salvífica de Yahwéh caiga en el olvido,
pues, al traerla a la memoria, se actualiza y se hace fecunda. En la noche de pascua no
135
solo Israel se acuerda de Yahwéh y de sus prodigios salvíficos, sino que también Yahwéh
se acuerda de Israel. Por parte de Yahwéh, este recuerdo significa un cierto hacerse
presente de Dios y un actualizarse de su salvación.
Obviamente, la categoría de memorial, así entendida, resulta de suma importancia
para comprender el mandato anamnético de Jesús en el Cenáculo: «haced esto es
conmemoración mía». Lo que de algún modo está en la base de la fiesta véterotestamentaria de la pascua se hace realidad plena en la celebración neotestamentaria de la
Eucaristía. Pese a que la umbrátil realidad vétero-testamentaria no permite ir más allá, un
dato emerge seguro: el cordero pascual de Egipto es figura de la muerte sacrificial de
Cristo, sellada por el Padre en la Resurrección. Su eficacia es infinitamente mayor
por la salvación total que obra, como se explicará a continuación.
5. La anámnesis en el Nuevo Testamento
El memorial, en cuanto categoría bíblica, es lo que va a dar continuidad –aun
conservando sus diferencias– entre la pascua judía y la Eucaristía de la Iglesia: ambas
son un memorial.
En tiempos de Jesús, el rito de la pascua judía se desarrollaba en dos momentos:
—el primero era la inmolación del cordero, que tenía lugar en el templo de Jerusalén
en la tarde del 14 del mes de Nisán;
—el segundo lo constituía la consumación de la víctima, en la cena pascual que
celebraba cada familia en la noche siguiente al 14 de Nisán.
Durante la cena, el padre de familia –revestido en esta circunstancia de una dignidad
sacerdotal– ilustraba el significado de los ritos, esbozando a sus hijos un resumen de las
alianzas de Dios con el pueblo de su Elección. La Pascua judía era este memorial.
Solía ocurrir en esas fechas señaladas que había en Jerusalén un gran gentío, llegado
para celebrar la pascua. Muy pocos conocían que en una sala alta de la Ciudad santa se
estaba celebrando el acontecimiento de alianza que Israel esperaba desde hacía
siglos[16]. Cuando Jesús, tras tomar el pan y dar gracias, lo partió y lo dio a sus
discípulos diciendo:
«Esto es mi Cuerpo, que es entregado por vosotros. Haced esto en memoria
mía».
Aquella palabra –memoria– debió de evocar en los Doce la misma palabra contenida
en el Éxodo –memorable (zikkārôn)– y hacerles pensar en una institución nueva. Era una
institución que conservaba el antiguo memorial y llevaba a cumplimiento su contenido.
De ahora en adelante la pascua será el memorial de otra inmolación: la de Jesús[17].
136
6. La anámnesis en los relatos
de la institución de la Eucaristía
En efecto, existe un consenso amplio entre los exegetas a la hora de entender que el
mandato del Señor «haced esto en memoria mía» (eis tēn emēn anamnēsin), de Lucas
y de la Primera Carta a los Corintios, debe interpretarse en el mismo sentido que el
término memoria en el lenguaje vétero-testamentario judío. Veamos los textos:
Lc 22
19a y tomando pan, dio
gracias, lo partió y se lo dio
diciendo:
19b «esto es mi Cuerpo, que
es entregado por vosotros.
Haced esto en memoria
mía».
1 Co 11
24 y, dando gracias, lo partió y dijo: «esto es mi Cuerpo,
que se da por vosotros; haced esto en memoria mía».
25 Y de la misma manera, después de cenar, tomó el
cáliz, diciendo: «este cáliz es la nueva alianza en mi
Sangre; cuantas veces lo bebáis, hacedlo en memoria
mía».
En las narraciones de la institución eucarística de la fuente petrina o tradición
palestinense –Mateo (Mt 26, 26-29) y Marcos (Mc 14, 22-25)– no consta el término
anámnesis, que es característico de la fuente paulina o tradición antioquena. Llevados
por el a priori ideológico de una helenización de la Iglesia, algunos autores de la llamada
Escuela de la historia de las religiones (Religionsgeschichtliche Schule) se sirvieron de
este hecho para sostener que la caracterización de la Eucaristía como memorial de la
muerte de Cristo no habría surgido del momento fundacional, sino de las comunidades
cristianas procedentes de la gentilidad. Actualmente, sin embargo, apoyándose en el
análisis de la estructura literaria y en el vocabulario de las expresiones semíticas
reflejadas en el texto griego, que garantizan el origen palestinense y no helenístico de la
narración, y sobre la base también de otras consideraciones histórico-literarias, puede
inferirse que los cuatro textos de la institución deben relacionarse con la praxis litúrgica
palestinense, es decir, con el culto eucarístico de la comunidad cristiana primitiva.
Tenemos, pues, dos tradiciones –Lucas y Corintios– que, articulándose en una sola
praxis litúrgica, nos remiten a una única fuente. Esa praxis se configuró en el primer
decenio después de la muerte de Cristo –entre los años 30 y 40– y con ella se celebraba
la Cena del Señor en las primitivas comunidades cristianas de Jerusalén y Antioquía.
En el contexto de Lucas 22, el versículo 19b se explica así: a partir de este momento,
137
la consumición del cordero pascual queda abolida y, en su lugar, entra esta nueva acción.
En el contexto de la Carta a los Corintios 11, el mandato de Jesús cobra un carácter
marcadamente memorial: una acción, ya conocida y ritualmente establecida, es ahora
plasmada de tal modo que se convierte en memorial de Cristo.
7. Molde y contenido
¿En qué sentido se puede hablar de novedad, en relación a lo que hizo Jesús? Lo que
Jesús hizo en el Cenáculo fue –en términos coloquiales– mantener el molde y
cambiarle el contenido; o con más precisión: mantener el molde y dar definitivo
cumplimiento a su contenido. El molde era el memorial judío, pero el contenido ya no es
el tránsito de la esclavitud de Egipto a la libertad de la tierra prometida, sino su tránsito
de este mundo al Padre. La liberación de Egipto pasa a ser redención universal y la
alianza del Sinaí, la Alianza nueva y eterna.
«Haced esto en memoria mía» son palabras cargadas de sentido. Significan: haced
esto en memoria de mí, con miras a mi memorial. Hay aquí dos palabras esenciales:
haced y memoria.
a) La Eucaristía es un hacer, es una acción. El hecho mismo de reproducir los
gestos que hizo Jesús y pronunciar la acción de gracias como Él la dijo, ya es hacer la
Eucaristía porque haciendo esto se realiza lo que mandó el Señor. No ordenó proferir un
discurso (en griego, logos), sino realizar una acción (en griego, ergon). En este caso, el
hacer incluye el decir una oración de acción de gracias, y este hacer y decir realizan el
haced (en griego, poieite) que Jesús ordenó a su Iglesia. Lo expresa la anáfora de AddaiMari cuando enuncia el memorial: «al recordar y realizar el misterio»[18]. Hay que hacer
notar, de otra parte, que el texto no da gracias por un motivo cualquiera –tomado, por
ejemplo, de los sucesos cotidianos–, sino por los grandes acontecimientos obrados por
Dios en la creación y en la redención.
b) La Eucaristía es una acción memorial. No es una acción cualquiera, sino una
acción memorial. La mencionada anáfora de Addai-Mari no solo dice realizar, sino antes:
al recordar y realizar el misterio. El memorial es una acción que se realiza mientras se
hace memoria (en latín, commemorantes). Es una conmemoración que hace lo que se
recuerda, y lo que se recuerda es el misterio pascual de Cristo, misterio en el cual se
resume la total, grande y admirable oikonomia de la salvación. Esta acción memorial no
es reductible a un mero recuerdo subjetivo o psicológico; es una acción sagrada que
evoca ante el Padre, como memorial, el Sacrificio de su Unigénito y lo re-presenta
actualizándolo sacramentalmente en el altar. Si ya en el Antiguo Testamento el zikkārôn
contenía una realidad salvífica misteriosamente grande, esto resulta todavía más cierto en
138
el Nuevo Testamento.
8. Memorial de la antigua y de la nueva pascua
Consideremos ahora algunas semejanzas y diferencias entre el memorial de la antigua
y de la nueva Pascua[19].
a) Los hebreos creían que en la celebración del memorial de la pascua se hacía
presente la acción salvífica de Dios, la misma que se manifestó durante la liberación de la
esclavitud en Egipto y que podía actualizarse allí donde Dios quería. Este memorial de la
pascua involucraba a cada generación. Los comensales se sentían rescatados por
Yahwéh. Todos habían sido incluidos anticipadamente en la liberación de los padres. Y el
signo permitía al pueblo participar en el evento salvífico.
En cambio, la Eucaristía, como memorial del misterio pascual de Jesucristo, no solo
hace presente la virtud de la acción redentora del Hombre-Dios, sino también el mismo
Sacrificio de nuestra redención, determinado y realizado con una y única Víctima
concreta: Jesucristo. Este memorial implica la presencia del Señor y su acción salvífica y
posee la fuerza de hacer presente la realidad significada.
b) Para los judíos, el memorial no estaba unido a la presencia real de la Divinidad;
solo aludía a la liberación actuada por Dios, a la presencia de la virtud salvífica. Y esta
presencia no se extendía más allá de los límites de la celebración.
En cambio, el memorial de Cristo es la presencia personal de Dios en su Hijo, el cual
permanece siempre presente en su Iglesia como Kyrios sacrificado-resucitado. Jesús se
presenta no solo como el autor, sino también como el sujeto del memorial, razón por la
que supera infinitamente la eficacia del memorial vétero-testamentario[20].
9. Desde las primitivas oraciones
de la cena cristiana hasta la anáfora eclesial
Las fórmulas hebreas de las oraciones recitadas alrededor de la mesa, en cuanto a su
sustancia, se remontan al tiempo de Jesús, y son ya, en su núcleo fundamental, una
anámnesis de las acciones salvíficas realizadas por Dios. En este contexto se situaría el
umbral de las primeras realizaciones litúrgicas del mandato del Señor, aquellas que
luego pasaron a ser las paleoanáforas de la Iglesia. Aunque libres en sus detalles,
recalcan, en su forma nuclear, las oraciones que componen la berakhá judía: una acción
de gracias (eucharistia) y una bendición (eulogia).
Como vemos, la oración que se recitaba en la mesa judía incluía dar gracias. Esto
ayuda a comprender por qué el contenido de la anáfora en las primitivas comunidades
apostólicas estaba constituido por una acción de gracias de carácter memorial. Es lo que
139
vamos a desarrollar a continuación.
Segunda sección
ALGUNAS EXPRESIONES LITÚRGICAS
DEL MEMORIAL
Estudiamos ahora brevemente el tránsito de la categoría neotestamentaria de
anámnesis desde la Biblia hasta los textos litúrgicos. Para ello acudimos a tres
eucologías, en cuanto textos especialmente aptos para iluminar el alcance litúrgico del
memorial.
1. El primer texto es la anáfora de la Traditio Apostolica (s. III). Es una plegaria
eucarística que sirve de referencia para la segunda anáfora del actual Misal Romano, en
razón de su antigüedad, estructura y contenido.
2. El segundo es una oración de la escuela eucológica romana del siglo V, incorporada
al Misal de 1970 y portadora de una teología que subyace en Sacrosanctum Concilium.
3. El tercer texto es de cuño reciente, pues se compuso en Roma en 1975[21]: la
anámnesis de una anáfora recogida en el Misal Romano como apéndice.
10. La Traditio Apostolica
1. Aunque no es posible estudiar aquí todas las anáforas orientales y latinas que nos
ha legado la tradición, sin embargo, para comprender la teología del memorial resulta
pedagógico estudiar la Tradición Apostólica del Pseudo-Hipólito Romano, un texto que
algunos datan en torno al año 215[22].
Cuando las primeras tradiciones litúrgicas, por muy diversas que sean entre sí,
interpretan la Cena del Señor, todas retroconectan con el depósito bíblico del
memorial, y todas ven en la Eucaristía una anámnesis de la salvación obrada por
Cristo. La Tradición Apostólica no es una excepción. Su influjo es importante por dos
motivos: primero, porque constituye el paradigma de algunas anáforas orientales; y,
segundo, porque ha sido reasumida, con ligeras modificaciones, como plegaria eucarística
segunda del Misal Romano. Veamos la versión castellana de la anáfora de la Tradición
Apostólica:
140
—El Señor sea con vosotros. —Y con tu espíritu.
—¡En alto los corazones! —Los tenemos vueltos
hacia el Señor.
—Demos gracias al Señor. —Es propio y justo.
Te damos gracias, ¡oh Dios!, por tu bien amado Hijo Jesucristo,
a quien Tú has enviado en estos últimos tiempos
como Salvador, Redentor y Mensajero de tu voluntad.
Él, que es tu Verbo inseparable, por quien creaste
todas las cosas,
en quien te complaciste, a quien envías del cielo
al seno de la Virgen,
y que, habiendo sido concebido, se encarnó
y se manifestó como tu Hijo,
nacido del Espíritu Santo y de la Virgen;
que cumplió tu voluntad y te adquirió un pueblo santo,
extendió sus manos cuando sufrió para liberar
del sufrimiento a los que crean en ti.
Y cuando se entregó voluntariamente al sufrimiento,
para destruir la muerte y romper las cadenas del diablo,
aplastar el infierno e iluminar a los justos,
establecer la alianza y manifestar la resurrección,
(RELATO DE LA INSTITUCIÓN)
Tomó pan, dio gracias y dijo:
«Tomad, comed, este es mi Cuerpo, que es roto (confringetur) por vosotros».
De la misma manera tomó también el cáliz, diciendo:
«Esta es la Sangre que es derramada (effundetur) por vosotros.
Cuantas veces hagáis esto (quando hoc facitis)
haced memoria (commemorationem) de mí».
(MEMORIAL)
Recordando (memores), pues, su muerte y resurrección,
te ofrecemos (offerimus) el pan y el vino,
dándote gracias (gratias agentes)
porque nos has juzgado dignos de estar ante Ti y de servirte.
(EPÍCLESIS)
Y te rogamos que tengas a bien enviar tu Santo Espíritu sobre el sacrificio de la
Iglesia. Une a todos los Santos y concede a los que lo reciban que sean llenos
del Espíritu Santo.
141
Fortalece su fe por la verdad, a fin de que podamos ensalzarte y alabarte por
tu Hijo, Jesucristo, por quien tienes honor
y gloria;
al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo en tu santa Iglesia,
ahora y en los siglos de los siglos. Amén[23].
11. Caracterización de esta anáfora
Al leer con atención esta plegaria del Pseudo-Hipólito se advierten fácilmente las
numerosas expresiones que evocan el texto de la actual plegaria eucarística segunda del
Misal Romano. Para identificar la teología del memorial, presente en esta plegaria
eucarística, es preciso fijarse en el texto de la anámnesis, situado inmediatamente
después del relato de la institución. De su análisis se desprenden, al menos, tres ideas:
a) El mandato de Jesús de hacer memoria suya se introduce con el adjetivo latino
memores. Así también en el Canon romano. Memores es el término típico para expresar
el memorial litúrgico. El objeto de memores es el misterio pascual sobriamente
explicitado: su muerte y la resurrección.
b) La formulación del memorial en Hipólito tiene sumo interés pues incluye el
elemento sacrificial: «te ofrecemos el pan y el vino». Ofreciendo el pan y el vino
estamos ofreciendo el único Sacrificio de Cristo[24]. Esta formulación del memorial,
que encontramos por primera vez en esta plegaria, es tan importante que acabará
resultando paradigmática para otras anáforas posteriores, que reproducirán la unidad del
binomio [memores - offerimus]. Esta unidad declara que el memorial es sacrificial,
puesto que se ofrece el misterio que se recuerda: la muerte y la resurrección de Cristo.
Al hacer esto (quando hoc facitis), hacemos memoria del Señor. Una memoria que
consiste en recordar su muerte y resurrección, ofreciéndosela al Padre mediante los
signos elegidos por Jesús: el pan y el vino.
c) Por último, la anáfora de Hipólito incluye otro elemento en la estructura literaria
del memorial, que es la acción de gracias (gratias agentes). La anámnesis se hace en
un contexto de acción de gracias, en un contexto eucarístico.
12. Aplicación al memorial eucarístico
en el Misal Romano
Ahora ya podemos contextualizar y comprender mejor la variedad de expresiones con
142
las que se enuncia el memorial en el actual cuerpo anafórico del Misal Romano, como
transcribimos a continuación[25]:
1. MEMORIAL DE LA PLEGARIA EUCARÍSTICA I
(CANON ROMANO)
Por eso, Padre, nosotros, tus siervos,
y todo tu pueblo santo,
al celebrar este memorial (memores)
de la Muerte gloriosa de Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor,
de su santa Resurrección del lugar de los muertos
y de su admirable Ascensión a los cielos,
te ofrecemos (offerimus), Dios de gloria y majestad,
de los mismos bienes que nos has dado,
el Sacrificio puro, inmaculado y santo,
Pan de vida eterna y Cáliz de eterna salvación.
2. MEMORIAL DE LA PLEGARIA EUCARÍSTICA II
Así pues, Padre, al celebrar el memorial (memores)
de la Muerte y Resurrección de tu Hijo,
te ofrecemos (offerimus) el Pan de vida
y el Cáliz de salvación
y te damos gracias (gratias agentes)
porque nos haces dignos de servirte en tu presencia.
3. MEMORIAL DE LA PLEGARIA EUCARÍSTICA III
Así pues, Padre, al celebrar ahora el memorial (memores)
de la Pasión salvadora de tu Hijo,
de su admirable Resurrección y Ascensión al Cielo,
mientras esperamos su venida gloriosa,
te ofrecemos (offerimus)
en esta acción de gracias (gratias referentes),
el Sacrificio vivo y santo.
4. MEMORIAL DE LA PLEGARIA EUCARÍSTICA IV
143
Por eso, Padre, al celebrar ahora el memorial (memoriale celebrantes)
de nuestra Redención, recordamos la Muerte de Cristo,
y su descenso al lugar de los muertos,
proclamamos su Resurrección y Ascensión a tu derecha;
y, mientras esperamos su venida gloriosa,
te ofrecemos (offerimus) su Cuerpo y su Sangre,
sacrificio agradable a ti y salvación para todo el mundo.
5. MEMORIAL DE LA PLEGARIA EUCARÍSTICA
DE LA RECONCILIACIÓN I
Así pues, al celebrar el memorial (memores)
de tu Hijo Jesucristo,
nuestra Pascua y nuestra paz definitiva,
celebramos su muerte y resurrección de entre los muertos,
y, mientras esperamos su venida gloriosa,
te ofrecemos (offerimus), Dios fiel y misericordioso,
la Víctima que reconcilia a los hombres contigo.
6. MEMORIAL DE LA PLEGARIA EUCARÍSTICA
DE LA RECONCILIACIÓN II
Así pues, al celebrar el memorial (memoriam agentes)
de la muerte y resurrección de tu Hijo,
que nos dejó esta prenda de su amor,
te ofrecemos (offerimus)
lo que tú nos entregaste:
el sacrificio de la reconciliación perfecta.
7. MEMORIAL DE LA PLEGARIA EUCARÍSTICA
PARA LAS MISAS POR DIVERSAS NECESIDADES
Por eso nosotros, Padre santo,
al celebrar el memorial (memores) de Cristo,
tu Hijo, nuestro Salvador,
al que condujiste, por su pasión y muerte en cruz,
a la gloria de la resurrección,
y lo sentaste a tu derecha,
anunciamos la obra de tu amor hasta que él venga,
y te ofrecemos (offerimus) el pan de vida
144
y el cáliz de bendición[26].
A la luz de nuestras explicaciones sobre la Tradición Apostólica, y analizando la
estructura literaria de estas siete expresiones del memorial en las anáforas del Misal
Romano, se desprenden al menos tres ideas:
a) El memorial (memores)
Al igual que la anáfora de la Tradición apostólica, todas las anáforas incluyen el
término memorial (memores) insinuando ese retrotraerse al mandato anamnético de
Jesús en el Cenáculo. Se conserva el molde vétero-testamentario del zikkārôn y se da
cumplimiento a su nuevo contenido: el misterio pascual de Cristo que el memorial
actualiza en el hoy litúrgico. La acción memorial hace lo que recuerda; es
máximamente performativa.
b) El ofrecimiento (offerimus)
No existe en el Misal Romano una anáfora que no reproduzca la unidad del binomio
memores-offerimus. Lo hemos resaltado presentando esos términos en letra negrita. Se
reproduce, pues, el paradigma que encontramos por vez primera en la anáfora del
Pseudo-Hipólito. Al examinar en su conjunto las siete expresiones del memorial, se
advierte que los objetos directos sobre los que recae el verbo ofrecemos son estos: el
Sacrificio – el Pan y el Cáliz – el Cuerpo y la Sangre – la Víctima. La presencia de
un mismo offerimus en todas las anáforas justifica la convergencia teológica de estos
distintos objetos directos en la diversidad de sus respectivas formulaciones. En
consecuencia, todos esos sustantivos, al ser complementos directos de un mismo
offerimus, resultan teológicamente intercambiables: el Sacrificio está realmente
representado en el pan y en el vino, la Víctima es su propio Sacrificio, etc. Basta
detenerse aquí para percibir la fuerza con que el memorial da razón de la causalidad
sacramental.
c) La acción de gracias (gratias agentes)
Al igual que la anáfora de la Tradición Apostólica, tanto la plegaria eucarística II
como la III incorporan el sintagma gratias agentes o gratias referentes. Cuando la Iglesia
realiza fielmente la acción que le ordenó el Señor, lo hace siempre en un contexto de
acción de gracias por la salvación que el Padre ha realizado en Cristo y continúa
realizando cada vez que la Iglesia actualiza la Pascua de Jesús, por medio de la comida y
de la bebida espiritual que son su Cuerpo y su Sangre.
El presente análisis ha puesto de relieve cómo la reinstauración litúrgica del Concilio
145
Vaticano II, al enriquecer al Misal Romano con esta serie de anáforas, ha permitido
captar los ricos matices de la anámnesis. No es inútil adentrarse en la teología del
memorial, pues, cuando transitamos por esta senda, nos percatamos de lo que supone la
santa Misa para la vida del cristiano.
13. «… opus nostræ redemptionis exercetur»
2. El segundo texto relativo al memorial posee especial relevancia. Se trata de una
antigua plegaria de la tradición romana, proveniente del Sacramentario Veronense (s. VI)
y recogida en el actual Misal Romano, que podría constituir uno de sus textos cumbres:
al menos, Sacrosanctum Concilium la toma como fuente de autoridad para expresar la
naturaleza de la liturgia en la Iglesia[27]. La encontramos repetida dos veces en el Misal
Romano, siendo significativo que una de ellas sea en la Misa in Cena Domini del Jueves
Santo, precisamente cuando la Iglesia conmemora la institución del sacramento
eucarístico. He aquí el texto:[28]
Concede nobis, quæsumus, Dómine, hæc
digne frequentare mysteria, quia, quoties
huius hostiæ commemoratio celebratur,
opus nostræ redemptionis exercetur[27].
Concédenos, Señor, participar dignamente
en estos sacramentos, pues cada vez que se
celebra el memorial del Sacrificio de Cristo
se realiza la obra de nuestra Redención.
En su estructura literaria, el texto sitúa a la cabeza la única súplica que contiene, y la
enuncia con el verbo frequentare[29]. A esa súplica sigue inmediatamente la motivación –
que se inicia con pues (quia)–, lugar donde se alberga el núcleo teológico que nos afecta:
«cada vez que celebramos este memorial del Sacrificio de Cristo, se realiza la obra de
nuestra redención». Surge de nuevo el sustantivo commemoratio, al igual que en el relato
institucional de la Tradición Apostólica. Se trata de una afirmación neta que descansa
sobre el verbo se realiza (exercetur), que literalmente significa ejercitar.
Interesa conocer la historia del texto de esa plegaria para ilustrar los perfiles del
memorial[30]. Sucede que el verbo que leemos en la fuente –el Veronense– no es
exercetur, sino exeritur.
«Da nobis hæc, quæsumus, Domine, frequentata mysteria,
quia quotiens hostiæ tibi placatæ commemoratio celebratur,
opus nostræ redemptions exeritur»[31].
146
El significado primero y básico de exeritur es aparecer o manifestarse, hacer salir o
poner al descubierto[32]. La frecuencia de este verbo es relativamente baja en el período
áureo de la literatura cristiana. Exeritur, sin embargo, es un verbo que san León Magno
(†461) –a quien los expertos atribuyen la oración– emplea en seis ocasiones a lo largo de
sus sermones. La opción de tomar exercetur en vez de exeritur empobrece el sentido
original porque, a la luz de la teología de san León Magno y del significado que este
verbo presenta en su predicación, exeritur expresa que, cada vez que se hace el
memorial del sacrificio de Cristo, toda la obra de nuestra redención aparece, se hace
presente e incide vivamente en nuestra vida. El verbo exeritur sería más rico que el
verbo exercetur. Este alude solo a la aplicación de la obra de la redención. Si los peritos
del Consilium –sabedores de que la lectura del Veronense era exeritur– conservaron
exercetur, fue quizá porque esa era la última palabra de la definición de liturgia en el
parágrafo 7 de la Constitución: «integer cultus publicus exercetur». Si a esto añadimos la
estrecha vinculación que el texto del Veronense establece entre celebratur y exeritur,
entenderemos bien por qué el sentido exacto de la formulación de Sacrosanctum
Concilium va más allá de una simple manifestación de la obra redentora, hasta afirmar la
actualidad de su presencia.
En última instancia, el análisis de esa media docena de lugares leonianos recomienda
traducir exeritur por presencializar la obra de la redención. Así ha sabido recogerlo la
versión catalana: es fa present l’obra de la redempció[33]. Esta traducción subraya
acertadamente el realismo sacramental del memorial. Mientras que exercetur puede
entenderse como aplicación de la obra redentora, como momento privilegiado del obrar
del Señor en la Iglesia, entendido de modo estático como ocasión eficaz de conferir a los
fieles los tesoros de la gracia, exeritur indica un contacto directo con ella[34]. Para la
Iglesia, el memorial eucarístico no es una nueva realización histórica del misterio pascual
de Cristo, sino una realidad más punzante: es la presencia y comunicación
sacramental del paschale mysterium bajo el velo de los ritos, que nos posibilitan su
asimilación y, por eso mismo, nuestro endiosamiento.
14. «… te ofrecemos lo que Tú nos entregaste»
3. Finalmente, la formulación que tiene el memorial en una anáfora de nuevo cuño
del Misal Romano, es del siguiente tenor:[35]
Memoriam igitur agentes Filii tui
«Así pues, al celebrar el memorial de la
mortis et resurrectionis, qui hoc pignus muerte y resurrección de tu Hijo, que nos
dilectionis suæ nobis reliquit, tibi quod dejó esta prenda de su amor te ofrecemos lo
147
nobis tribuisti offerimus: perfectæ
reconciliationis sacrificium.
que tú nos entregaste: el sacrificio de la
reconciliación perfecta»[34].
Detengamos la atención en el final del texto, que hemos realzado en negrita: «te
ofrecemos lo mismo que Tú nos entregaste: el Sacrificio de la reconciliación perfecta».
¿Cómo podría ofrecer la Iglesia ese Sacrificio si no lo tuviese? Es una confesión implícita
de que ella tiene delante y ofrece al Padre aquello mismo que el Padre le entregó: el
Sacrificio de la reconciliación perfecta. El altar acoge la presencia no solo de Cristo
paciente –el Christus passus–, sino también de la pasión de Cristo –la Christi passio–,
es decir, no solo la presencia sustancial de la Víctima inmaculada, que se ofrece a su
Padre por nosotros, sino también la presencia real del acontecimiento redentor: «el
Sacrificio de la reconciliación perfecta»[36]. La Iglesia, por tanto, confiesa que tiene
entre sus manos el misterio pascual de Jesucristo e inmediatamente lo ofrece al Padre
como el único y sobreabundante Sacrificio de la Nueva Alianza.
Así es como el memorial se hace voz de la tradición litúrgica para iluminar la relación
entre el Sacrificio de la Cruz y la santa Misa. La acción eucarística es memorial de la
muerte y resurrección del Señor, un memorial que, por la fuerza del Espíritu, hace
presente, de modo real, objetivo y eficaz, la obra redentora de Cristo: su muerte y
resurrección. El Sacrificio único de la Cruz no se repite y, sin embargo, está presente por
la acción memorial, y se nos da –aquí y ahora– para la gloria de Dios y la salvación del
género humano.
15. Conclusión
A la hora de poner fin a este capítulo, conviene salir al paso de una posible
observación: es lógico que produzca cierta extrañeza inicial el que, habiendo estudiado el
memorial, apenas se hayan mencionado las palabras de la consagración eucarística. Esas
palabras son el punto culminante de la celebración, conforme a la tradición de la Iglesia,
pues con la fuerza de esas palabras de Cristo y el poder del Espíritu Santo se hace
sacramentalmente presente el Cuerpo y la Sangre del Señor en el altar. Las palabras
consecratorias –vehículo de la transubstanciación– son el vértice de toda la anáfora. El
no habernos detenidos en ellas responde al carácter de esta exposición, que se mueve en
el marco de la teología litúrgica, mientras que el estudio de esas palabras –histórico,
filológico, exegético o teológico– es objeto de la teología sacramentaria de la Eucaristía.
La teología litúrgica se ocupa de explicar el substrato teológico que late bajo ellas y que
sustenta la acción instituyente de Cristo, es decir, del carácter anamnético del mandato
del Señor: «haced esto en conmemoración mía».
148
Interesa retomar un par de ideas que han aflorado al hilo de la reflexión precedente, y
que se evitó ampliar en su momento para no interrumpir el hilo argumentativo del
discurso. Nos ocupamos ahora de revisarlas para extraer y destacar el fondo que subyace
en ellas. La primera es de contenido teológico; la segunda, epistemológico[37].
—En el tiempo de la Iglesia, la economía es liturgia.
No podemos conocer ni el tenor literal exacto, ni el tipo concreto de formulario que
Cristo empleó en la plegaria sobre el pan y la copa de vino la víspera de su pasión; pero
los verbos que el Nuevo Testamento y la liturgia transmiten para describir esa acción
–bendijo (eulogesas) y dio gracias (eucharistein)– no dejan lugar a dudas acerca de su
naturaleza. Los sustantivos correspondientes –eulogía y eucharistía– son las posibles
traducciones griegas de la confesión memorial de acción de gracias y bendición (berakhá)
que informa y da sentido a los ritos del culto de Israel. Por ello, a la luz del sustrato del
culto vétero-testamentario y del mandato mismo de Jesús, el gesto solo podía ser
interpretado por la Iglesia naciente como un memorial litúrgico.
Importa subrayar que, cuando Cristo pronunció este mandato instituyente, no
solo dio origen a un nuevo rito, sino que abrió una nueva etapa en la historia de la
salvación[38]. La liberación de Egipto pasa a ser redención universal y la alianza
del Sinaí pasa a ser «la alianza nueva y eterna». Es la economía sacramental o
liturgia de la Iglesia, de la que el misterio eucarístico constituye su centro
culminante. En su expresión «haced esto en memoria mía», Jesús condensa el mandato
y la razón memorial de toda celebración litúrgica. Sus palabras se extienden tanto al
mandato de realizar el rito y, por consiguiente, de celebrar la liturgia, como a la orden de
hacerlo en cuanto memorial de su Pasión salvadora. En consecuencia, desde la «hora de
Jesús» y hasta su parusía, la dispensación del misterio (oikonomía) de la comunión de
vida de la santidad trinitaria (Theología) se convierte en liturgia (leitourgía), o sea, en
comunión dada en participación a los hombres mediante los ritos del culto eclesial[39].
La oikonomía
de la Theología
↓
leitourgía
Percibir y experimentar espiritualmente este darse actual de la economía divina
149
en la liturgia de la Iglesia es una clave hermenéutica fundamental, no solo para la
intelección, sino también para la vivencia profunda de la fe.
Esta realidad conlleva, además, una consecuencia académica, pues invita a una
refundación de la teología del culto cristiano y, en la práctica, al nacimiento de un nuevo
tratado en el conjunto de los saberes teológicos: la teología de la economía
sacramental[40]. Esta es la perspectiva del Catecismo de la Iglesia Católica y ese sería
el título del tratado, cuya originalidad consistirá en fundir el clásico manual De
Sacramentis in genere con el manual de Liturgia fundamental, recuperando la noción de
mystêrion como clave de la Sacramentaria y, en cierta medida, del entero saber
teológico.
Este tratado, específico e interdisciplinar, deberá superar el divorcio entre la reflexión
sacramentaria, por un lado, y la reflexión litúrgica, por otro, corrigiendo así «la evolución
patológica de la sacramentaria hacia el minimalismo sacramental»[41]. Pondrá de relieve
las nuevas técnicas de investigación en ciencia litúrgica, distintas de la metodología
historiográfica tradicional y de los instrumentos epistemológicos de la teología dogmática.
Será, en suma, un tratado que desarrolle, en su organicidad, la doctrina sacramental que
el Catecismo recoge en el nº 1076[42].
—La liturgia encuentra en la eucología su mejor clave interpretativa.
La segunda idea se desprende al reflexionar sobre la presencia de citas eucológicas en
aquellos lugares de Sacrosanctum Concilium donde se explica la naturaleza de la
liturgia[43]. Conviene identificar lo que late implícito en este hecho no casual.
Al situar un texto procedente de la primitiva tradición eucológica –el Sacramentario
Veronense– como principio hermenéutico del culto, Sacrosanctum Concilium reconoce
a la liturgia la capacidad de autodescribirse. No es indiferente que el apartado
doctrinal de la Constitución contenga once menciones –más o menos explícitas–,
tomadas de formularios eucológicos. Los textos litúrgicos adquieren así el carácter de
voces de autoridad sobre las que reposa el teologizar de Sacrosanctum Concilium. En
este contexto, Jordi Pinell (†1997) afirma:
«El recurso a los textos litúrgicos no debe ser valorado simplemente por el
número de sus citas. Debe tenerse en cuenta la importancia que revisten dentro
de la síntesis doctrinal de la Constitución, como claves de su argumentación.
Aquello que afirman los textos litúrgicos es original y peculiar. Ningún texto
bíblico o patrístico habría podido expresar exactamente la misma idea o,
mucho menos, enunciarla con la misma precisión y densidad de
pensamiento. Se puede afirmar, así, que la aportación de la liturgia resultaba
insustituible»[44].
150
Por otra parte, el aserto conciliar la liturgia es el ejercicio de la obra de la
redención supone la asunción de un axioma que los desarrollos magisteriales posteriores
no han hecho sino confirmar como verdadera clave hermenéutica del culto eclesial. Este
principio, enunciado por Sacrosanctum Concilium, implica que la liturgia no ha de ser
comprendida como la conclusión lógica de un proceso discursivo a partir de la naturaleza
del culto y solo posteriormente determinada por su carácter eclesial; por el contrario, la
liturgia encuentra su suelo teológico más consistente en la misma celebración. La unidad
viviente de la obra de la salvación quiere hacerse nuestra en la Iglesia a través de
su sacramentalidad[45].
SELECCIÓN BIBLIOGRÁFICA
ALDAZÁBAL, J., La Eucaristía, CPL, Barcelona 20063.
AROCENA , F. M., En el corazón de la liturgia, Palabra, Madrid 19994.
GARCÍA IBÁÑEZ, A., La Eucaristía, don y misterio – Tratado histórico-teológico sobre el
misterio eucarístico, Eunsa, Pamplona 2009.
GIRAUDO, C., In unum corpus - Trattato mistagogico sull’Eucaristia, San Paolo,
Cinisello Balsamo (Milano) 2001.
LIGIER, L., De la cena del Señor a la Eucaristía, en VV.AA., La plegaria eucarística,
Editorial Litúrgica Española, Barcelona 1970.
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P ITTA , A., Il mystêrion nel Nuovo Testamento, en J. J. SILVESTRE - J. REGO (a cura di), Il
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de las anáforas, Ephemerides Liturgicæ 3 (1982) 189-208.
SORCI, P., Misterio pascual, en NDL, Paulinas, Madrid 1987, 1342-1365.
151
T HURIAN, M., La Eucaristía - Memorial del Señor, sacrificio de acción de gracias y de
intercesión, Sígueme, Salamanca 1967.
[*] Cfr. Pesachim 10, 5. En la noche pascual, los judíos dicen: «en cada generación,
cada uno debe considerarse como si él mismo hubiera sido liberado personalmente de
Egipto».
[1] Así lo demuestra el cúmulo de publicaciones que han visto la luz por parte de
autores que se aplicaron a la investigación del memorial en la Biblia, en los Padres y en
la liturgia, empezando por los pioneros de comienzos del siglo XX.
[2] CCE 1099.
[3] Cfr. cap. 3, §10-§14.
[4] La teología del memorial, por su carácter novedoso y en cierto modo extraño al
camino de la dogmática clásica, suscitó inicialmente controversias. Algunos pensaron que
calificar al rito eucarístico de memorial entrañaba una negación implícita de su naturaleza
sacrificial y, por lo tanto, se acercaba a una concepción protestante del misterio
celebrado. Influyeron también inoportunos malentendidos surgidos a raíz de dos
sospechas: la primera, una hipotética helenización de la Iglesia por parte del
Protestantismo liberal y de la escuela de la Historia de las religiones, que veían el
origen de la Eucaristía en los banquetes rituales en memoria de los difuntos, usuales en la
cultura greco-romana y en los cultos mistéricos; la segunda provenía de quienes
consideraban que Casel asumía acríticamente en su Mysterienlhere los postulados de la
teología liberal.
[5] MR, Solemnidad del santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, colecta.
[6] El Concilio de Trento condenó a quienes reducían la Misa a un recuerdo ideal y
subjetivo (DH 1753).
[7] Cfr. Tomás de Aquino, Summa Theologiæ, III, q. 73, a. 4, ad 3: «hoc
sacramentum dicitur sacrificium in quantum repræsentat ipsam Passionem Christi». El
alegorismo medieval impidió en cierto modo que se diese a la expresión repræsentatio
todo el valor objetivo que le corresponde. Sobre el alegorismo medieval, cfr. Apéndice 2,
3.
[8] El Tridentino usó repræsentare en dos ocasiones, si bien no se sirvió formalmente
de ese verbo para afirmar la naturaleza sacrificial de la Misa y su relación con el
Sacrificio de la Cruz: «(…) quo mortis eius victoria et triumphus repræsentatur» (DH
152
1644). «Sacrificium quo cruentum illud semel in Cruce peragendum repræsentaretur»
(DH 1740).
[9] Lc 22 y 1 Cor 11, 24-25.
[10] Así, el título de una de sus publicaciones escrita en el año 1918 y traducida más
tarde al francés: O. CASEL, Le mémorial du Seigneur dans la liturgie de l’antiquité
chrétienne, Cerf, Paris 1945.
[11] SC 47.
[12] Es conocido que los primeros parágrafos, que abren los grandes temas que
recoge Sacrosanctum Concilium, se caracterizan por su densidad doctrinal.
[13] CCE 1099.
[14] Cfr. Lv 23, 33ss; Est 9, 28. El término hebreo purim significa romper en
pedazos. Purim es una de las fiestas judías y se celebra los días 13 al 15 del mes de
Adar, duodécimo del calendario, entre febrero y marzo. En esos días se conmemora el
tiempo en que el pueblo hebreo se libró de su destrucción.
[15] Ex 12, 14.
[16] Cfr. Mt 14, 15: «él os mostrará una habitación en el piso de arriba, grande, ya
lista y dispuesta».
[17] Sobre la categoría bíblica de memorial, cfr. J. BEHM , άνάμνησις, en G. Kittel,
GLNT, Paideia, Brescia 1971, vol. 1, ad loc.; cfr. M. T HURIAN, La Eucaristía –
Memorial del Señor, sacrificio de acción de gracias y de intercesión, Sígueme,
Salamanca 1967, 27-189.
[18] «Commemorantes et agentes mysterium». Obsérvese que mysterium es el
objeto directo del participio agentes, del verbo agere: hacer, realizar. De otra parte, la
anáfora de los santos Addai y Mari es la plegaria eucarística del rito siro-oriental, muy
arcaica, compuesta hacia el siglo III probablemente en Edesa. Su texto ha sufrido
numerosas modificaciones y evoluciones. Tal vez en sus orígenes careciera del relato de
la institución. Un estudio más amplio, cfr. C. GIRAUDO, The Anaphoral genesis of the
Institution Narrative in Light of the Anaphora of Addai and Mari – Acts of the
International Liturgy Congress, Rome 25-26-X-2011, Orientalia Christiana, Roma 2013;
cfr. F. M. AROCENA , La nota romana sobre la anáfora de Addai-Mari. Un nuevo
capítulo de teología eucarística, Ephemerides Liturgicæ 1 (2007) 25-53.
[19] J. A. GOÑI, La anámnesis judía y la cristiana - Un pensamiento al respecto,
Phase 48 (2008) 167-170.
[20] Cfr. A. GARCÍA IBÁÑEZ, La Eucaristía, don y Misterio – Tratado históricoteológico sobre el misterio eucarístico, Eunsa, Pamplona 2009, 80-81.
[21] MR, Prex eucharistica pro missis «ad diversa» (cfr. Notitiæ (1975), 4-6 y 12;
cfr. Notitiæ (1977) 555-556; cfr. Notitiæ (1981) 23).
[22] Cfr. B. BOTTE, La Tradition Apostolique de saint Hippolyte - Essai de
153
reconstitution, Münster ١٩٦٣. La obra de A. Hanggi y I. Pahl (=PE) contiene el elenco
de las anáforas antiguas del Oriente y el Occidente cristianos, presentadas en lengua
latina. Las principales son: a) de la Didaché 10, 2-5 (cfr. SCh 248, 178-180); b) de
Addai-Mari (PE 83-91); c) de la Tradición Apostólica (PE 80-81); d) del libro octavo de
las Constituciones de los Apóstoles (PE 82-95); e) del Eucologio de Serapión (PE 128133).
[23] En la versión castellana se parte del texto en PE 80-81, que reproduce el
palimpsesto latino de Verona. Una panorámica de las cuestiones complejas relativas a la
Traditio Hyppolyti, cfr. B. BOTTE, La Tradition Apostolique de S. Hyppolyte, Münster in
Westfalen ١٩٦٦ (recoge también la versión etiópica).
[24] Cuando los fieles, con el paso del tiempo, dejaron de apreciar en el signo del pan
y del cáliz (significante) la presencia real del Sacrificio de Cristo (significado), se les
recordó esa presencia situando una cruz sobre el altar.
[25] No incluimos las plegarias eucarísticas para misas con niños.
[26] MR, Plegarias eucarísticas I, II, III, IV, de la Reconciliación I y II, y para las
misas por diversas necesidades, anámnesis.
[27] Cfr. SC 2: «la liturgia (…), por cuyo medio se ejerce la obra de nuestra
redención…» (Liturgia enim per quam (…) opus nostræ redemptionis exercetur).
Este es el primer texto litúrgico que la Constitución recoge como fuente de autoridad. Las
citas eucológicas presentes en Sacrosanctum Concilium son once (cfr. J. P INELL, I testi
liturgici voci di autorità nella Sacrosanctum Concílium, Congregazione per IL Culto
Divino, Costituzione liturgica Sacrosanctum Concilium – Studi, Roma 1986, 321-381).
[28] MR, Domingo 2 del Tiempo ordinario y Misa vespertina in Cena Domini:
oración sobre las ofrendas.
[29] El significado litúrgico del verbo frequentare se estudia en el Apéndice 1.
[30] Acerca del contenido y evolución textual de esta oración, cfr. O. CASEL,
Beiträge zu römischen Orationem - Bei Sekret vom 9, Sontag nach Pfingsten in
römischen Messbuch, en Jahrbuch für Liturgiewissenschaft 11 (1931) 35-36; cfr. A.
DOLD, Beachtenswerte Fragmente alter Sakramentare und Missalien, en Miscellanea
Liturgica in honorem L. Cuniberti Mohlberg, vol. 2, Edizioni Liturgicæ, Roma 1949, 268.
[31] Cfr. Ve 93. Esta pieza es una de las plegarias recogidas en el mes de abril, con
las que empieza el manuscrito del Sacramentario descubierto en octubre de 1713 en
Verona por Scipione Maffei (†1755), figura destacada del Settecento italiano.
[32] Cfr. Æ. FORCELLINI, Lexicon totius latinitatis, vols. 1-6, Patavii 1854-1874, ad
loc.: «exserere, ἐξείρω, est extrahere, pro ferre, emittere (It.: tirare o metter fuori; Fr.:
tirer dehors, sortir, retirer de; Hisp.: tirar y sacar afuera; Germ.: heraustrecken,
hervornehmen; Angl.: to thrust, or put forth, draw out)».
[33] Es sugestivo examinar cómo se ha traducido exercetur a las lenguas vernáculas,
154
pues el conjunto de versiones forma como un coro del original latino: –Castellano: «cada
vez que celebramos este memorial del sacrificio de Cristo, se realiza la obra de nuestra
redención». –Catalán: «cada vegada que celebrem el memorial del sacrifici del vostre Fill
es fa present l’obra de la redempció». –Gallego: «cada vez que celebramos este
memorial do sacrificio do Señor, realízase a obra da nosa redención». –Vascuence:
«erospena egiten bait da opari au oroigarri ospatzen dugun bakoitzean». –Francés:
«chaque foi qu’est célebré ce sacrifice en memorial, c’est l’oeuvre de notre Redemption
qui s’accomplit». –Italiano: «ogni volta che celebriamo questo memoriale del sacrificio
del Signore, si compie l’opera della nostra redenzione». –Portugués: «todas as vezes
que celebramos o memorial deste sacrificio realiza-se a obra da nossa redençao». Puede
apreciarse que las versiones vernáculas traducen exercetur apuntando en tres direcciones:
realizarse – cumplirse – hacerse presente.
[34] Podríamos decir, con las limitaciones de un ejemplo, que, si la salvación fuera
una esfera y la historia humana un plano, el memorial sería entonces el punto de
tangencia entre ambas realidades.
[35] MR, Plegaria eucarística de la Reconciliación II, anámnesis.
[36] Cfr. O. CASEL, Mysteriengegenwart, en Jahrbuch für Liturgiewissenschaft 8
(1929) 185.
[37] Ambas conclusiones están inspiradas en J. L. GUTIÉRREZ MARTÍN, La teología de
la liturgia – Claves para una renovada comprensión del culto eclesial, en V. VIDE – J.
R. VILLAR (eds.), El Concilio Vaticano II. Una perspectiva teológica, San Pablo,
Madrid 2013, 176-180.
[38] Cfr. J. P INELL, I testi liturgici voci di autorità nella Sacrosanctum Concilium,
cit., 332-333.
[39] En el domingo de Tomás, que es el segundo domingo de Pascua del año litúrgico
bizantino, la eucología pone de relieve que Juan y Tomás fueron los apóstoles que
tocaron el pecho del Señor. Juan, un pecho todavía cerrado, recibe la theologia; Tomás,
que penetra en el costado abierto, recibe el inicio de la oikonomía (cfr. M. NIN, Il
kerigma della risurrezione nella liturgia delle chiese bizantine - IL Pentikosta-rion, en
Ecclesia Orans 17 (2000) 445-459).
[40] Cfr. J. L. GUTIÉRREZ MARTÍN, La teología de la liturgia – Claves para una
renovada comprensión del culto eclesial, en V. VIDE – J. R. VILLAR (eds.), El Concilio
Vaticano II. Una perspectiva teológica, San Pablo, Madrid 2013, 176 ss.; cfr. también
C. ROCCHETTA , Sacramentaria fondamentale – Dal mystêrion al sacramentum,
Dehoniane, Bolonia 1990.
[41] Cfr. J. RATZINGER, Natura e compito della Teologia – Il teologo nella disputa
contemporanea: storia e dogma, Jaca Book, Milano 1993, 98.
[42] CCE 1076: «el don del Espíritu inaugura un tiempo nuevo en la dispensación
155
del misterio: el tiempo de la Iglesia, durante el cual Cristo manifiesta, hace presente y
comunica su obra de salvación mediante la Liturgia de su Iglesia, hasta que él venga.
Durante este tiempo de la Iglesia, Cristo vive y actúa en su Iglesia y con ella ya de una
manera nueva, la propia de este tiempo nuevo. Actúa por los Sacramentos; esto es lo que
la Tradición común de Oriente y Occidente llama la economía sacramental; esta consiste
en la comunicación (o dispensación) de los frutos del misterio pascual de Cristo en la
celebración de la liturgia sacramental de la Iglesia».
[43] Esos lugares son el proemio (SC 2) y el primer epígrafe del primer capítulo:
Naturaleza de la sagrada Liturgia y su importancia en la vida de la Iglesia (SC 5-13).
[44] Cfr. J. P INELL, I testi liturgici voci di autorità nella Sacrosanctum Concílium,
cit., 324.
[45] Cfr. L. BOUYER, Liturgia renovada – Comentario espiritual-doctrinal a la
Constitución conciliar sobre la sagrada Liturgia, Verbo Divino, Estella 1967, 16.
156
Capítulo 6
LA PALABRA DE DIOS EN LA LITURGIA
Venid, adoremos al Señor,
que habla en el Evangelio[*].
Sumario
1. La celebración litúrgica de la palabra de Dios
2. La palabra de Dios en el marco celebrativo
l análisis del sintagma per ritus et preces, que expresaba la índole simbólica de
la liturgia, tal como expusimos en el capítulo cuarto, fue ocasión de considerar la
palabra de Dios como símbolo que revela y actualiza la salvación en el hoy
celebrativo[1]. Pero con esa primera alusión a la palabra de Dios no quedaba todo dicho;
faltaba explicar no solo el por qué de su presencia en las celebraciones, sino también el
significado teológico y su función en ellas. Esta es la materia sobre la que versa el
presente capítulo.
E
1. ¿Por qué la palabra de Dios en la liturgia?
Para contextualizar histórica y culturalmente unas primeras respuestas a esa cuestión,
se debe recordar que el acontecer de la liturgia de la palabra cristiana tiene su cuna
en la liturgia judía. Tanto para judíos como para cristianos, la proclamación de la
palabra y la respuesta a ella constituyen un elemento de gran relieve. Algunos hallazgos
de arquitectura comparada lo corroboran: en la sinagoga, la asamblea se agrupa en torno
al bêma –un estrado provisto de púlpito–, al que sube el lector para proclamar los textos
que el ministro ha extraído de la arqueta; tras esa proclamación, todos se vuelven hacia
Jerusalén para la plegaria; paralelamente, en la domus ecclesiæ cristiana la asamblea se
agrupa en torno al ambón, al que sube el diácono para proclamar el santo Evangelio, tras
lo cual todos se vuelven hacia Oriente –símbolo de la espera de Cristo en su parusía–
para la plegaria eucarística.
Sabemos, por otro lado, que, desde mediados del siglo pasado, la categoría de
diálogo fue abriéndose paso lentamente hasta ocupar un puesto notable en la reflexión
filosófica y teológica de algunos autores centroeuropeos. Ellos destacaron cómo la
157
persona es un “yo” abierto al diálogo con el “tú”, que no solo le ayuda a crecer, sino que,
en cierto sentido, le constituye. Pero no solo la persona: el amor, la elección divina, la
historia de la salvación, la oración, la liturgia…, son realidades dialógicas. Pues bien,
dentro de ese diálogo eminente que es la liturgia, la liturgia de la palabra visibiliza el
diálogo entre Dios y su Pueblo. Ese Dios, como enseña Sacrosanctum Concilium –
expresando la convicción más profunda de la tradición cristiana–, sigue dialogando con el
nuevo Israel, que es la Iglesia, y lo hace especialísimamente en la mesa de la palabra. En
ella, Dios habla a su pueblo, Cristo sigue anunciando el Evangelio y el pueblo responde a
Dios con el canto y la oración[2]. Entre Dios y la asamblea santa se genera un diálogo
basado en la palabra concreta de las Escrituras. Así, la palabra de Dios, que interpretó
los eventos de la historia salutis como acontecimientos salvíficos, sigue iluminando
el sentido de esos mismos eventos –culminados en el misterio pascual– en el
momento de su actualización sacramental.
2. Estructura de este capítulo
Los contenidos de este capítulo se distribuyen en dos secciones:
Primera sección. Estudiaremos algunas cuestiones relevantes de teología litúrgica
como son la proclamación de la Escritura en la sinagoga y en la Iglesia primitiva, la
presencia de Cristo y del Espíritu en la palabra celebrada, las epíclesis sobre la palabra…
Se explicarán también algunas afirmaciones del Ordo lectionum Missæ que son
fundamentales para una comprensión teológica de la palabra celebrada en la liturgia[3].
Segunda sección. Examinaremos las propiedades que emergen a consecuencia de la
ritualización de la palabra de Dios en los libros litúrgicos emanados de la reinstauración
del Concilio Vaticano II. También se estudiará la mediación de algunos signos presentes
en la liturgia de la palabra, así como de la interacción de los textos bíblicos con los textos
eucológicos que se profieren en la celebración.
Primera sección
LA CELEBRACIÓN LITÚRGICA
DE LA PALABRA DE DIOS
La Iglesia ha venerado siempre las sagradas Escrituras al igual que el Cuerpo del
Señor –aunque no con el mismo culto–, tomando de la mesa el pan de vida –tanto de la
158
palabra de Dios como del Cuerpo y de la Sangre de Cristo– para distribuirlo a los
fieles[4]. La Iglesia no cesa de nutrir a sus hijos con las inmensas riquezas de la palabra
de Dios, que es el alma y el suelo de la teología, y procura que mantengan su contacto
asiduo con ellas, pues «ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo»[5].
Pero esta veneración de la Escritura se da sobre todo en la liturgia, como reconoce la
Dei Verbum, es decir, cuando la Iglesia celebra con símbolos rituales el misterio pascual
de Cristo, que es Aquel a quien se refieren todas las Escrituras. En la liturgia, la
Escritura realiza el tránsito desde texto escrito a palabra viva, mediante la cual Dios
habla a su Pueblo, le manifiesta su misterio de redención y lo nutre con ella. Cristo
es quien revela al Padre y quien revela la Escritura; Él es su contenido y su Exegeta.
3. La palabra de Dios
en la vida del Pueblo de la Alianza
Las ideas que acabamos de exponer son realidad visible en los estratos más antiguos
de la Escritura misma. En ella contemplamos asambleas litúrgicas en las cuales un
representante de Dios, tras haber convocado al pueblo, le comunica su voluntad y le
invita a expresar su adhesión a ella; y vemos también otras asambleas en las que a la
lectura de la ley, proclamada y explicada por un representante de Dios, el pueblo
responde diciendo: «todo lo que el Señor ha dicho nosotros lo haremos»[6]. En esta
línea, reviste suma importancia el texto fundamental del Éxodo donde se narra la
ratificación de la alianza:
3 Moisés bajó y contó al pueblo todas las palabras del Señor y todos sus
decretos; y el pueblo contestó con voz unánime: «cumpliremos
todas las palabras que ha dicho el Señor».
4 Moisés escribió todas las palabras del Señor. Se levantó temprano
y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas, por las doce
tribus de Israel.
5 Y mandó a algunos jóvenes de los hijos de Israel ofrecer al Señor
holocaustos e inmolar novillos como sacrificios de comunión.
6 Tomó Moisés la mitad de la sangre y la puso en vasijas,
y la otra mitad la derramó sobre el altar.
159
7 Después tomó el documento de la alianza y se lo leyó en voz alta
al pueblo, el cual respondió: “haremos todo lo que ha dicho el Señor
y le obedeceremos”.
8 Entonces Moisés tomó la sangre y roció al pueblo, diciendo: «esta
es la sangre de la alianza que el Señor ha concertado con vosotros,
de acuerdo con todas estas palabras»[7].
En este relato, el pueblo da su consentimiento a la ley de Dios, proclamada por
Moisés y, al día siguiente, antes de que la alianza sea consagrada por el sacrificio de la
sangre y por el banquete en la presencia de Yahwéh, la asamblea pronuncia su adhesión
delante del libro leído por Moisés. En nuestro contexto, lo importante de este relato es
advertir que los israelitas consideran, al libro que ha leído Moisés, palabra viva;
para ellos es Dios mismo quien les habla a través de Moisés y de ese libro: la Biblia
ha nacido para ser proclamada y convertirse en palabra viva en el momento de ser
proclamada.
4. La Biblia en la liturgia
La liturgia encuentra en la Escritura su fuente, y viceversa: la Escritura
encuentra su fuente en la liturgia[8]. La Escritura es el contenido de tantas
representaciones que vemos en frescos, pinturas, mosaicos, esmaltes; es el contenido de
figuraciones esculpidas o delineadas en el espacio litúrgico, en objetos, libros, vestes…
Pero, si la Escritura es fuente de la liturgia, lo es ante todo porque ella es
constitutivamente el memorial de los acontecimientos salvíficos por medio de los
cuales Dios se ha revelado y comunicado a los hombres. Esos acontecimientos
recibieron su fijación textual en la Biblia al soplo del Espíritu Santo.
En su constitución y desarrollo, la liturgia es la actualización del mensaje bíblico
proclamado y celebrado mediante los cantos, las oraciones y las acciones simbólicas que
se realizan en los ritos y por medio de las cuales la palabra, transmitida por los profetas y
los apóstoles, continúa resonando y haciéndose visible y tangible en la Iglesia[9]. Los
hechos evocados por la Escritura constituyen el objeto y el motivo de la alabanza, de la
bendición y la acción de gracias que se alzan en la acción litúrgica, junto con las epíclesis
que imploran su cumplimiento en cada celebración. La liturgia judía, y también la
cristiana, no existirían sin el influjo que la Biblia ejerció sobre ambas.
5. La liturgia en la Biblia
160
Contemporáneamente, la Iglesia no dispondría de la Biblia sin el múltiple influjo que
la praxis litúrgica ha ejercido sobre ella[10]. La salida de Egipto sería un acontecimiento
diluido en el olvido, si el pueblo que atravesó el mar Rojo no hubiera vivido este
acontecimiento como argumento fundamental de su diálogo con Yahwéh, si Israel no
hubiera buscado el modo de cantar el cómo y el porqué de aquel prodigioso evento de
liberación[11].
6. La liturgia en el Antiguo Testamento
Muchos relatos, antes de ser fijados, fueron transmitidos por tradición oral a lo largo
de siglos en santuarios destinados al servicio del culto. Así, por ejemplo, el segundo libro
de los Macabeos muestra el contexto de la fiesta de la dedicación del templo, en el día 15
del mes de kisleu. De otra parte, la mayoría de los salmos encuentran en el culto su
propia cuna, mientras que los demás, nacidos en circunstancias distintas, sufrieron
adaptaciones para su empleo en la liturgia judía. Si el período exílico es uno de los
momentos de mayor elaboración bíblica, ello se debe en buena parte a que la liturgia
sinagogal nace y se desarrolla en ese período. Existieron escritos sagrados que no se han
conservado, pero aquellos que la Biblia ha retenido sobreviven gracias a su empleo en la
liturgia.
7. La liturgia en el Nuevo Testamento
Algo parecido sucede en el Nuevo Testamento, donde muchos pasajes tienen como
clima vital el templo, las sinagogas. Los Evangelios no son excepciones a esta regla.
Algunas páginas contienen trazas visibles del ambiente en donde tomaron forma: las
asambleas litúrgicas.
Así, por ejemplo, las celebraciones de la iniciación cristiana influyeron en la narración
del bautismo de Jesús. La celebración eucarística presta el molde donde tomaron cuerpo
algunas parábolas en las que predomina el tema del banquete, de la multiplicación de los
panes. Las palabras de la última Cena, en sus diversas redacciones, llevan el signo de las
comunidades que las escuchaban, antes de que esas palabras fueran integradas en los
escritos inspirados y se convirtieran en normativas para la celebración eclesial[12]. La
liturgia se encuentra también en el origen de las confesiones de fe, tan numerosas en el
epistolario paulino. La presencia abundante de aclamaciones como amen, alleluia,
maranathá…, saludos, bendiciones, doxologías, himnos…, revelan cómo la procedencia
litúrgica de esos textos determinó su posterior inserción en la prosa neotestamentaria,
máxime en el Apocalipsis[13]. Cuando se advierte esta relación genética entre
liturgia y Escritura, es fácil explicar el porqué de la proclamación de la Escritura
en la celebración de los ritos cristianos[14].
161
8. La proclamación de la Escritura en la sinagoga
La Biblia pone de manifiesto la proclamación de la palabra de Dios en el culto, que se
celebró primero en el desierto y más tarde en el templo. Esta proclamación experimentará
un gran desarrollo durante el exilio. A su término, nace una forma de culto en la cual la
Escritura podía reencontrar su propio ambiente vital, su propio sitz-im-leben, y resonar
como palabra viva de Dios dirigida a su pueblo: nos referimos a las reuniones que se
tenían todos los sábados en las sinagogas.
Cuando se estabilizaron los diversos sistemas de lectura en Babilonia, se creó un ciclo
de un año, y en Palestina otro de tres años en los que se proclamaba el Pentateuco en
lectura continua. Antes de la lectura había un largo silencio, parcialmente enriquecido –en
época posterior– por el canto de los salmos, y la recitación de las bendiciones a Yahwéh,
creador de la luz y dador de la Ley, de la Torah. Estas bendiciones culminaban con el
canto angélico de la Kedusháh y la recitación del Shemá como credo de Israel, seguida de
la Shemonéh esréh, o sea, de la plegaria de las dieciocho bendiciones, como plegaria
universal. Todo este conjunto concluía con la bendición de Aarón[15].
La Leyera proclamada en lectura continua, mientras que la lectura de los profetas se
elegía en función de la lectura precedente, como su comentario y primera actualización.
Esa actualización se llevaba a cabo, en primer lugar, mediante el targum, que es una
traducción oral en arameo, más o menos parafraseada, versículo por versículo; y, en
segundo lugar, a través de la homilía, la cual, mediante citas de otros textos diversos,
tendía a que la comunidad se sintiera contemporánea de los acontecimientos celebrados,
en cuanto efectos del amor providente de Yahwéh, y al que los reunidos respondían
mediante la alabanza.
En el oficio sinagogal, no es el individuo el que transmite la palabra, sino toda la
comunidad, representada en sus diversos lectores. La lectura se enriquece con la
personalidad de toda la comunidad. Es todo el pueblo el que proclama la palabra: Dios
habla a la comunidad mediante la comunidad[16].
9. La proclamación de la Escritura en la Iglesia antigua
Siguiendo estas huellas y desde tiempos apostólicos, las Iglesias cristianas
otorgaron suma importancia a la proclamación de la Escritura en sus reuniones de
culto[17]. Lo habían aprendido en la escuela de Jesús, cuando en la sinagoga de Nazaret
declaró cómo en Él se daban cumplimiento la ley y los profetas. De este modo declaró
realizadas en su Persona las esperanzas vétero-testamentarias[18].
Durante algunos decenios, los discípulos –a ejemplo de Jesús– continuarían
participando en el culto judío y escuchando las lecturas que se proclamaban en las
sinagogas[19]. Pero existieron también reuniones cristianas de culto, en las cuales, quizá
162
a raíz del comentario a algunos escritos vétero-testamentarios, tomaba la palabra un
apóstol, un profeta, un evangelista, o bien algún otro leía una epístola de san Pablo[20].
Muy pronto, la Cena sagrada del Señor, separada de la mesa común, debió de fundirse
con esta liturgia de cuño sinagogal. Desde entonces, la mesa de la palabra y la mesa del
pan permanecieron estrechamente unidas hasta constituir un único acto de culto[21].
La conciencia de la novedad que llevaba consigo el Evangelio no ofuscó la
unidad de la revelación, que se fue expresando poco a poco en la concatenación de
lecturas del Antiguo y del Nuevo Testamento. Así, por ejemplo,
—La liturgia siro-oriental prevé en la celebración eucarística cuatro lecturas: la ley, el
profeta, el apóstol y el Evangelio.
—En la liturgia siro-antioquena, como testimonian las Constituciones Apostólicas (s.
IV), se proclamaban cinco lecturas, además del salmo: la ley, el profeta, los Hechos de
los Apóstoles, el corpus paulino y el Evangelio[22].
—En la liturgia romana, la proclamación de la Escritura se empobreció a causa de
sucesivas reducciones y sustituciones. Pero la reinstauración litúrgica del Concilio
Vaticano II, queriendo poner por obra el mandato conciliar –que deseaba una lectura más
abundante de la palabra de Dios–, dispuso, conforme a la antigua costumbre de los ritos
ambrosiano, galicano y mozárabe, tres lecturas para los domingos y solemnidades: el
Antiguo Testamento, el Apóstol y el Evangelio, así como un doble ciclo de lecturas –año
par y año impar– para las ferias[23].
Disponer de una ordenación de lecturas para la celebración eucarística, así como para
cada uno de los sacramentos, bendiciones, dedicaciones, exorcismos, exequias…, ha sido
la empresa más generosa llevada a cabo en la historia de la liturgia para promover el
contacto vital de los fieles con la palabra de Dios[24].
Esta vuelta a la presencia abundante de la palabra de Dios en la liturgia responde a la
convicción de que, cuando el Pueblo santo se congrega para hacer el memorial de los
grandes prodigios de Dios, en esa celebración se recrea entonces el contexto original en
cuyo seno la palabra fue pronunciada y fijada y, en consecuencia, el escrito deviene
nuevamente palabra viva.
10. Presencia de Cristo en la palabra
En esta liturgia de la palabra está presente su divino Proclamador, que es el
Resucitado, en cuanto contenido y clave hermenéutica de todos los escritos del Antiguo y
del Nuevo Testamento[25]. En su Palabra, hecha carne, el Padre nos ha dicho y nos ha
dado todo[26]. Él es también el Exegeta que nos ha explicado las Escrituras y las vuelve
a explicar cada vez que la asamblea se reúne para celebrar la divina Eucaristía. Como
afirma Hugo de San Víctor (†1141), «toda la Escritura es un único libro y ese único libro
es Cristo»[27].
163
11. Algunos testimonios de la tradición
En Amalario (†850) encontramos una expresión neta: «se lee el Evangelio; en él
Cristo mismo habla con su boca al pueblo, como se dice en el Evangelio de Mateo:
“y abriendo su boca enseñaba a los discípulos”»[28]. El Pontifical Romano-Germánico
(s. X) contiene dos expresiones similares: «se lee el Evangelio, en el cual Cristo habla
al pueblo con su misma boca para actualizar el Evangelio en la Iglesia, como si
hablara al pueblo el mismo Cristo en persona»; y también: «cuando se hace presente
el mismo Cristo en persona, esto es, el Evangelio, dejamos el báculo porque ya no
necesitamos de soporte humano»[29]. Siglos antes, san Agustín escribe: «el Evangelio es
la boca de Cristo. Está sentado en el cielo, pero no deja de hablar en la tierra»[30].
12. La enseñanza de Sacrosanctum Concilium
Recogiendo esta tradición, la enseñanza del Concilio Vaticano II reviste singular
importancia. Sacrosanctum Concilium afirma:
«Para realizar una obra tan grande, Cristo está siempre presente a su Iglesia,
sobre todo en la acción litúrgica (…). Está presente en su palabra, pues,
cuando se lee en la Iglesia la sagrada Escritura, es Él quien habla»[31].
La liturgia es una manifestación de la presencia real del Resucitado en el mundo. La
liturgia en general –y, por ser liturgia, la liturgia de la palabra en particular– es siempre
acción del Kyrios presente en ella, y esa presencia es la razón última de la eficacia actual
del misterio de la salvación en el tiempo de la Iglesia[32]. El hecho –inherente siempre
a la liturgia– de que Cristo sea el actor principal de la celebración confiere a los
ritos un valor superior a cualquier otra acción religiosa que pudiéramos realizar a
título personal. Que en la celebración Cristo sea el Liturgo del que depende –más
que de los demás participantes– el fruto de la celebración, es lo que quiere
significar el saludo del sacerdote: «el Señor esté con vosotros» (Dominus vobiscum).
13. Los signos de veneración
a la palabra, en las liturgias orientales
A lo largo de los siglos, todas las familias litúrgicas han subrayado esta presencia
misteriosa y real del Cristo pascual en la palabra. Lo han hecho rindiendo honor sobre
todo al Evangeliario. Este libro, preciosamente adornado y portado en procesión, se
deposita sobre el altar, porque contiene la palabra de Cristo, de quien es símbolo la mesa
santa, que será sede de su Cuerpo glorioso. La han venerado en la procesión hacia el
ambón con cirios e incienso, acompañada del canto del alleluia, tradicionalmente
164
entendido como aclamación al Resucitado presente entre los suyos, y del canto del
trisagio, interpretado también en sentido cristológico, presente al comienzo de la liturgia
de la palabra en casi todos los ritos, a excepción del Rito romano. La han venerado
escuchando de pie la proclamación del santo Evangelio, precedida y seguida –en los ritos
orientales– de aclamaciones al Resucitado.
En la liturgia armenia, el diácono anuncia la lectura evangélica y el pueblo responde:
«es Dios quien habla». Los fieles responden al diácono que proclama la lectura: «bendito
el que viene en nombre del Señor». Cristo en persona –la santa Sophia del Padre y
esplendor de su gloria– ilumina a través del Evangelio a los fieles reunidos en
asamblea santa, los alimenta con su sabiduría y los instruye con su ley de gracia.
14. La asamblea, destinataria de la palabra
Como ya vimos en el capítulo tercero al tratar del sujeto de la celebración, la synaxis
es signo de la Iglesia establecida por toda la tierra, en comunión con la Iglesia celestial.
En cada asamblea santa –incluso en la más pequeña– se hace presente la Iglesia una,
santa, católica y apostólica[33]. En la celebración de la liturgia de la palabra, tiene
especial significado la presencia de la comunidad, en cuanto destinataria originaria de la
palabra. El texto sagrado ha sido fijado primariamente para un ámbito comunitario, es
decir, para la asamblea que, al escucharlo y celebrarlo, se constituye en lugar donde la
palabra de Dios puede desplegar al máximo toda su potencialidad. De ahí que, si, de una
parte, la liturgia deviene auténtica exégesis vivificadora de la palabra, de otra, la palabra
reclama la comunidad litúrgica en donde ella alcanza su finalidad[34].
15. La Escritura crece con quien la celebra
En la celebración litúrgica, la asamblea, animada por el Espíritu Santo, se pone
en actitud de escucha, de adoración, de alabanza; lo hace a través del canto y de la
plegaria que generan el clima idóneo para que la palabra pueda interiorizarse en
los corazones. De ahí que no deba descuidarse el acto penitencial, el cual, celebrado de
diversas formas –según los diversos ritos–, precede a la escucha de la palabra. El hecho
de que la purificación del corazón sea efecto de la palabra, invita a implorarla antes de
disponerse a su escucha[35]. Resuena la palabra de Dios en la asamblea y esta palabra
constituye para ella una fuente de vida, que la edifica y la hace crecer como cuerpo
sacerdotal de Cristo.
«La palabra de Dios crece con quien la lee», escribe san Gregorio Magno (†604),
comentando el libro de Ezequiel. Este «quien» ordinariamente es la synaxis reunida para
la celebración de la liturgia[36]. De hecho, Gregorio refiere que él mismo, tras haber
probado varias veces a leer y releer ciertos textos bíblicos sin conseguir entenderlos del
165
todo, terminó por comprenderlos cuando los escuchó en la proclamación coral, o sea,
junto con sus hermanos. Otro ejemplo similar se encuentra recogido en la Vita Antonii,
escrita por san Atanasio (†373): san Antonio (†356) conocía muy bien el pasaje del joven
rico y lo meditaba asiduamente, pero, al escuchar esa perícopa en la asamblea litúrgica,
se sintió personalmente interpelado a ceder todos sus bienes en favor de los pobres.
16. El Espíritu Santo
en la celebración de la palabra
Hemos tratado de la presencia de Cristo en la proclamación litúrgica de la palabra de
Dios y, como enseña la teología dogmática, si se afirma la presencia de Cristo, queda
afirmada, eo ipso, la presencia del Espíritu Santo. Veamos con algo más de detalle el
reflejo litúrgico de este enunciado trinitario.
El Espíritu habló por los profetas, inspiró a los hagiógrafos, consagró a Jesucristo,
enseñó toda la verdad a los discípulos y la interioriza en los creyentes de todos los
tiempos, llevando a cabo, en el decurso de los siglos, cuanto Jesús ha dicho y realizado.
Este mismo Espíritu es el que hace el memorial de todas las palabras de Jesús, y,
por tanto, las hace revivir en los corazones de los fieles. Él es el agente del
memorial[37]. Él es, además, quien capacita a los ministros para ejercer su mediación
entre la palabra de Dios y la asamblea, y a esta capaz de acoger fructuosamente esa
palabra hasta suscitar una respuesta de fe, de conversión, de acción de gracias y súplica.
Antes hemos afirmado que en la liturgia de la palabra está presente Cristo, su divino
Proclamador; ahora añadimos que también está presente el Espíritu, su divino
Vivificador[38]. Cuando la ekklesía, congregada en nombre del Señor, celebra el
memorial de su Pascua, la acción vivificante del Espíritu dota a la palabra de la
eficacia y de la vida que tiene en los labios del Verbo hecho carne. Es el tránsito del
texto escrito al momento celebrativo, una experiencia que podría traducirse mediante la
imagen que propone el patriarca de Constantinopla, Calixto II (s. XIV):
«El tañedor del laúd (el laúd es el corazón del hombre) se inclina sobre su
instrumento y escucha atentamente la melodía, mientras sus dedos manejan la
púa (la palabra de Dios) y hacen vibrar armoniosamente las cuerdas (los
sentidos interiores) con toda intensidad. El laúd se ha convertido en música, y
quien lo tañe sale de sí mismo, pues la música es dulce y le arrastra»[39].
El laúd se convierte en música y –guardadas las debidas proporciones– el texto
deviene acontecimiento por la fuerza del Espíritu[40]. Quien lo acoge en la fe, lo
percibe como evento de gracia y salvación, invitándole a la alabanza. No es solo que la
palabra de Dios hable de la gracia, sino que la palabra celebrada es ya gracia. «En
166
la mañana hazme escuchar tu gracia», leemos en un salmo[41]. Escuchar tu gracia: la
palabra de Dios es gracia que se escucha. San Agustín llama a esta palabra sacramentum
audiens, y esta convicción ha ido cobrando un significado creciente en nuestra
época[42].
Se despeja el horizonte abierto por la predicación de Jesús: «mis palabras son
Espíritu y vida»[43]: mis palabras son vida en el Espíritu Santo; no son letra muerta, sino
vida en el Espíritu. El Espíritu es «señor y dador de vida»[44]. Da vida a la palabra. La
palabra de Cristo –ella misma– es vida, es gracia, es luz[45]. Lo es porque el Espíritu
vivificador es soplo, aliento que acompaña a la voz del divino Proclamador. El
Resucitado no habla sin alentar su Espíritu. Y, recíprocamente, ese Espíritu es
communicatio Christi, es comunicación de la vida divina de Cristo[46].
17. Las epíclesis orientales sobre la palabra
Se explica, por tanto, que casi todas las familias litúrgicas, al iniciar la liturgia de la
palabra, o bien antes de la proclamación del Evangelio, invoquen al Espíritu para que
disponga los corazones de los oyentes a la escucha y haga viva y eficaz la palabra. Más
delante, ya en la anáfora, volverán a invocar la presencia y acción del Espíritu en la
epíclesis, a fin de transformar el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo y
conformar con Él a quienes de Él se nutrirán. En el Eucologio de Serapión, conforme a
la tradición alejandrina, el obispo hace una doble epíclesis antes y después del relato de la
institución, así como una doble invocación al Espíritu antes y después de la proclamación
de las lecturas. Al inicio el obispo dice:
«Envía tu Santo Espíritu a nuestras almas, haznos comprender la Escrituras
inspiradas por Él y otórgame interpretarlas dignamente a fin de que todos los
fieles aquí reunidos las aprovechen».
Y, concluida la homilía, invoca:
«Oh Dios salvador (…), te suplicamos por este pueblo: envía al Espíritu Santo, el
Señor Jesús, lo visite, hable a las mentes de todos, disponga los corazones a la fe
y conduzca nuestras almas a ti, Dios de misericordia»[47].
El Espíritu Santo hace posible que, al proclamarse la palabra de Dios en la liturgia, el
testigo cuyo testimonio está oculto en la letra, se alce y tome la palabra. Si una epíclesis
precede a la proclamación de la palabra de Dios, es porque esta «resurrección del texto
inspirado» en palabra viva –digámoslo así– acontece por la dýnamis del Espíritu. Se
profiere una lectura para que el testigo vuelva a testimoniar. En términos técnicos más
precisos diríamos: para que la anágnosis (lectura) se convierta en anámnesis (memoria
167
actualizante). Para que aquello que fue dicho en otro tiempo y lugar, vuelva a ser
dicho, de manera viva –nueva y eficaz– en el aquí y ahora de la comunidad.
La palabra que se proclama desde el ambón no es palabra humana, sino
palabra de Dios, inspirada por el soplo del Espiritu creador y, por tanto, es semilla
llena de vida que puede echar raíces y germinar, un ascua ardiente que purifica y
calienta, una chispa que basta para incendiar el corazón como si fuera heno seco.
La experiencia que esa palabra comunica es la experiencia que Dios mismo
engendra en los corazones que le escuchan y se abren ante Él, capaz de excavar un
abismo insospechado de conocimiento y amor.
18. «La celebración
se convierte en nuevo acontecimiento»
Llegados a este punto, habiendo captado la synergia entre Cristo y el Espíritu
Santoen la celebración de la palabra, estamos en condiciones de acercarnos a una
importante afirmación del Ordo lectionum Missæ:
«La celebración litúrgica, que se sostiene y se apoya principalmente en la
palabra de Dios, se convierte en un acontecimiento nuevo y enriquece esta
palabra con una nueva interpretación y una nueva eficacia. De este modo, en
la liturgia, la Iglesia sigue fielmente el mismo sistema que usó Cristo en la lectura
e interpretación de las sagradas Escrituras, puesto que él exhorta a profundizar
el conjunto de las Escrituras partiendo del hoy de su acontecimiento
personal»[48].
De la lectura de este párrafo surgen, al menos, un par de preguntas;
a) ¿Qué significa la expresión: «la celebración litúrgica se convierte en un
acontecimiento nuevo»?
b) ¿De qué manera «la celebración enriquece a la palabra con una nueva
interpretación y una nueva eficacia»? Responderemos sucesivamente a ambas
cuestiones.
19. La novedad
del acontecimiento generado por la palabra
a) Cada perícopa, recogida en un Leccionario litúrgico, tiene un significado preciso en
el interior del libro inspirado que la contiene. Pero esta perícopa asume valencias
semánticas distintas, y amplía o restringe su significado en muchas direcciones desde el
momento en que la liturgia la aísla de su contexto para enmarcarla en una secuencia de
perícopas (lectura – salmo – evangelio), o ritual (del bautismo, de la unción, de la
168
profesión religiosa…); en un contexto celebrativo (de la penitencia o del matrimonio…),
o en unas coyunturas humanas concretas (formulario de misa para tiempos de guerra o
de terremotos, o para pedir la lluvia…).
El significado total y real de la palabra de Dios depende no solo de lo contenido en la
Biblia, ni siquiera de lo contenido en el Leccionario, sino de aquello que resulta del
misterio pascual de Cristo, como realidad subyacente en toda página de la Escritura
y en cada una de las celebraciones litúrgicas. De este modo, la celebración regenera la
palabra y por eso puede hablarse –como hace el Ordo lectionum Missæ– de un nuevo
acontecimiento.
La comunidad aquí y ahora congregada no es aquella a la que se dirigían Isaías,
Ezequiel o Jeremías, ni aquella a la que predicaba Jesús en Cafarnaún, ni tampoco a la
que Lucas destinaba su Evangelio, o Pablo sus cartas. Hoy se trata de una comunidad
con su propia historia y sus coordenadas geográficas, lingüísticas o culturales, con sus
propias luces y sombras: una comunidad de hombres y mujeres que viven una situación
existencial concreta. Dios no se repite: sirviéndose de palabras pronunciadas antaño y
transmitidas a lo largo del tiempo, el Kyrios se dirige a la asamblea santa, con la
autoridad de su sacerdocio eterno, para consolarla, llamarla a la conversión,
anunciarle el perdón del Padre y lo que conduce a la paz. A partir de la lectura de
la palabra, y al toque del Espíritu, que ha resucitado a Cristo de entre los muertos,
emerge la Palabra viva que salva, nutre, ilumina y sostiene al pueblo de Dios en su
caminar hacia la patria del cielo.
b) Para responder a la segunda pregunta: ¿de qué manera «la celebración enriquece a
la palabra con una nueva interpretación y una nueva eficacia»?, hemos de introducirnos
precisamente en la segunda y última sección de este capítulo.
Segunda sección
LA PALABRA DE DIOS
EN EL MARCO CELEBRATIVO
Acabamos de explorar algunos aspectos teológicos relativos a la palabra de Dios
celebrada en la liturgia. Desde esa base, pasamos a estudiar de qué modo la palabra de
Dios viene ritualizada en los diversos libros litúrgicos que la contienen: el Misal, el
Leccionario, el Oficio divino, el Bendicional, los diversos Rituales… Aquí encontraremos
respuestas a la segunda cuestión que nos planteamos: la nueva interpretación y la nueva
169
eficacia de la palabra de Dios en sede litúrgica. Para ello trataremos de tres aspectos
fundamentales:
1.- La palabra de Dios en los Leccionarios.
2.- La mediación de algunos signos litúrgicos presentes
en la celebración de la palabra.
3.- El modo en que los textos inspirados interaccionan
con los textos oracionales de la liturgia.
20. La palabra de Dios en el Leccionario
1.- Comenzamos por los Leccionarios. Una mirada atenta a estos libros litúrgicos
revela que cada tipo de celebración posee su propio Leccionario[49]. ¿Y cómo se nos
presenta la palabra de Dios en el Leccionario litúrgico? O bien, ¿cómo dispone la Iglesia
los materiales bíblicos cuando celebra las diversas acciones sagradas? Para introducir los
diversos textos bíblicos en cada Leccionario, la liturgia emplea una serie de pautas
destinadas a potenciar el significado de la palabra de Dios, y que comporta consecuencias
teológicas y pastorales[50]. Podemos sistematizarlas en los siguientes epígrafes[51].
21. El vértice del Evangelio
—El Evangelio es el vértice de las lecturas.
En la liturgia de la palabra, la iniciativa es siempre de Dios, que se revela y
autocomunica a sus hijos. No obstante, cuando comienza la proclamación del Evangelio,
es el Padre quien habla a sus hijos por medio de su Hijo. Este Hijo es la Palabra
encarnada, el auténtico «Mensajero del gran designio», como sugiere el luminoso introito
de la Misa de Navidad, tomado de Isaías[52]. Según esto, el Evangelio ocupa el vértice
culminante de las lecturas, como clave hermenéutica de ambos Testamentos[53].
En la vigilia pascual, las perícopas vétero-testamentarias de la creación, del sacrificio
de Abraham, de la liberación de la esclavitud de Egipto, de las promesas proféticas en las
nupcias entre Yahwéh e Israel, de la nueva y eterna alianza, de la morada de la sabiduría
en medio del pueblo de la Elección, y del corazón nuevo y el espíritu nuevo, junto con la
catequesis bautismal de la Carta a los Romanos, todo este amplio depósito bíblico resulta
iluminado por el relato evangélico de la Resurrección de Jesucristo[54].
En esta misma línea, no es indiferente que estas siete lecturas vétero-testamentarias
sean proclamadas a la luz del Cirio pascual, que es, sobre todo en esa Noche santa, el
símbolo emblemático por antonomasia del Resucitado. A su esplendor se esclarecen y
cobran significado los acontecimientos de la primera Alianza, mientras que, a partir de
170
ahí, o sea, después de la última lectura del Antiguo Testamento y se pasa a leer el primer
texto del Nuevo –la Carta a los Romanos–, la proclamación se hace ya a la luz de las
velas del altar recién encendidas. Esta secuencia de luces está llena de sentido.
22. El ensamblaje de las lecturas
—En la celebración se proclama una secuencia de textos.
En la celebración no se proclama un solo texto, no se propone a la asamblea una sola
perícopa, sino una secuencia de textos, que, en el caso de los domingos y solemnidades,
resulta ser un quinteto[55].
[primera lectura salmo responsorial segunda lectura
aclamación del Evangelio
Evangelio]
Este acoplamiento entre lecturas introduce una comprensión de la revelación inédita
con respecto a la que tenía presente la mente del hagiógrafo.
Así, por ejemplo, en la solemnidad de Epifanía, el ensamblaje entre Isaías, la Carta a
los Efesios y el Evangelio de san Mateo confiere a cada fragmento resonancias nuevas
respecto al texto originario. Y a través de ellas es posible percibir en los Magos, más allá
del cumplimiento de las esperanzas de Isaías relativas a las naciones que se alegran de la
luz que brilla sobre Jerusalén, la llamada gratuita de los fieles congregados en la asamblea
para la adoración y la ofrenda de la propia vida a Cristo, junto con la misión de ser
testigos del misterio de la vocación de todos los pueblos. Mensajes, en definitiva, que se
proyectan más allá de lo que esas lecturas expresan cuando son consideradas cada una
por separado.
Además, en los domingos y solemnidades existe un puente entre la primera lectura y
el Evangelio. Detengamos nuestra atención, por ejemplo, en el domingo 28 del Tiempo
ordinario en sus tres ciclos. Los títulos escritos en caracteres rojos, que el Leccionario
sitúa antes del texto de cada primera lectura y de cada Evangelio, presentan las siguientes
expresiones[56]:
→ EVANGELIO
A todos los que encontréis,
DOMINGO 28 PRIMERA LECTURA
El Señor preparará
171
Ciclo B
Ciclo C
un festín
En comparación
con la sabiduría tuve
en nada la riqueza
convidadles a las bodas
→
Vende cuanto tienes
y sígueme
¿No ha habido quien volviera
Volvió Naamán a Eliseo
→ a dar gloria a Dios más
y alabó al Señor
que este extranjero?
Una lectura horizontal de las tres filas de este cuadro muestra la interrelación que liga
los pasajes de la antigua Alianza con los respectivos Evangelios. Se hace manifiesta de
este modo la armonía entre ambos Testamentos y su confluencia en Cristo. Al hilo de la
liturgia, hacemos nuestra –casi imperceptiblemente– aquella intuición de san Agustín
cuando escribía que «el Nuevo Testamento está oculto en el Antiguo y el Antiguo está
patente en el Nuevo»[57]. Primera lectura y Evangelio conforman un díptico a partir del
binomio «anuncio - cumplimiento».
23. La afinidad de los libros
inspirados con el año litúrgico
—Una antigua tradición muestra la afinidad de determinados libros de la Biblia
con determinados tiempos fuertes del año litúrgico.
Una antigua y, a menudo, unánime tradición ligaba determinados libros inspirados
con tiempos fuertes del año litúrgico. Pronto se comprobó que ese vínculo no era
arbitrario, sino fecundo porque se basaba en la consonancia de los textos con el espíritu
propio de cada uno de los ciclos del año litúrgico. Simultáneamente, ese nexo nutría la
vivencia litúrgica del tiempo, envolviendo cada zona del misterio de Cristo en un halo
inconfundible. Quien está familiarizado con la liturgia lo sabe por experiencia. La Iglesia,
avezada en este uso, lo ha querido conservar y potenciar asignando a cada ciclo del año
litúrgico una serie de lecturas bíblicas que le son características.
Así, por ejemplo, algunas liturgias occidentales –la romana, la hispánica y la
ambrosiana– observan la tradición de leer los Hechos de los Apóstoles durante el Tiempo
pascual, con el fin de ilustrar que la vida de la Iglesia está radicada en el misterio pascual
de Cristo del que extrae su perenne vitalidad.
Antes de la reinstauración litúrgica, la lectura de la Pasión según san Juan,
proclamada en el Viernes Santo, era precedida de Oseas y el libro del Éxodo. De este
modo, la muerte de Jesús se presentaba, en coherencia con la perspectiva joánica, como
la inmolación del verdadero Cordero pascual que cumple la figura profética de la Pascua
172
antigua. La reforma litúrgica, trasladando la lectura del Éxodo al Jueves Santo, ha situado
en su lugar el cuarto cántico del Siervo de Yahwéh de Isaías 52 y le ha asignado, como
segunda lectura, el capítulo cuarto de la Carta a los Hebreos. De esta forma, Cristo se
presenta como el Siervo de Yahwéh que carga sobre Sí los pecados del pueblo y como el
sumo Sacerdote que atraviesa definitivamente la cortina del santuario celestial.
24. El contexto
de una celebración sacramental
—Las lecturas se insertan en las celebraciones sacramentales con un sentido
preciso.
En ocasiones, la palabra de Dios se proclama en el contexto de una celebración que
reviste un especial significado. Es el caso de las lecturas que se profieren en la
celebración de un bautizo, de una profesión religiosa o en la unción de un enfermo…
Así, por ejemplo, el fragmento de Romanos 6, 3-9 en la celebración exequial
interpreta la muerte del cristiano como el cumplido acabamiento de su conformación con
la Pascua de Cristo, incoada en el bautismo. La perícopa de Juan 2, 1-11, en el contexto
del rito nupcial, pone de relieve la presencia de Cristo con sus discípulos en aquella
celebración de Caná, y ofrece a los convidados el vino nuevo de la Eucaristía,
compendio de los bienes mesiánicos.
25. Importancia de cada salmo responsorial
—El salmo responsorial es un factor importante en la actualización de la palabra.
Factor importante de actualización de la palabra en la liturgia es el salmo responsorial.
El canto de la respuesta salmódica traduce el estupor por los portentos evocados en la
proclamación de la primera lectura, de modo que esta se adentre suavemente en el
corazón y los fieles se sientan inmersos en los hechos y palabras que han escuchado.
Por ejemplo, en la primera lectura del primer domingo de Cuaresma (ciclo A) se
proclama el relato genesíaco del pecado original, que predispone al relato de las
tentaciones de Jesús en el Evangelio de Mateo y se relaciona con la segunda lectura, que
expone el paralelismo entre el primer y el segundo Adán. En este domingo, la asamblea
medita, cantando la respuesta salmódica del salmo Miserere: «perdón, Señor, hemos
pecado», cumpliendo de este modo la función actualizadora de la palabra. En esta
celebración, el relato del Génesis revela nuestra situación de pecadores, a la cual se
promete el perdón y la victoria en Cristo, obediente al Padre hasta la muerte y resucitado
de entre los muertos. De aquí se desprende una consecuencia importante: conviene
identificar la razón que justifica la elección de cada salmo responsorial para cada
lectura, a fin de responder del modo más idóneo al don de la palabra de Dios.
173
El género lírico del salmo y la función que desarrolla dentro de la liturgia de la palabra
recomiendan que el poema sea proferido con el canto, al menos la respuesta salmódica.
Conforme a lo que establece el Ordo lectionum Missæ, se requiere un ministro idóneo –
el salmista– distinto del lector, dotado de una buena dicción[58].
26. La homilía
—La homilía manifiesta los nexos que median entre las lecturas y todo el contexto
celebrativo.
En este ámbito se sitúa también la homilía, que tiene la función de poner de
manifiesto a la comunidad los nexos que conectan las lecturas con el contexto celebrativo
y la novedad que nace de él. De este modo la asamblea podrá captar el hoy de la palabra,
es decir, cómo Dios le habla a través de cuanto ha sido proclamado, con el fin de
anunciar, convertir, consolar, instruir, curar; pero, ante todo, con el fin de revelar su
designio redentor, su ofrenda de gracia salvadora y para hacer brotar de todo ello la
acción de gracias[59].
27. La Oración universal
—En la Oración universal, la asamblea ejercita su sacerdocio real y participa en la
intercesión celestial de Cristo ante el Padre.
El siguiente momento de respuesta de la asamblea a la palabra lo constituye la
Oración universal, también llamada Oración de los fieles. En ella, la asamblea, a la vez
que ejercita su sacerdocio real, hace suyo el diseño de Dios sobre la Iglesia y sobre el
mundo invocando la llegada de su Reino[60].
Participar en esta oración universal supone, en efecto, un modo concreto como el
Pueblo de Dios ejercita su condición sacerdotal, que le capacita para interceder
eficazmente por todo el linaje humano ante el Padre por medio de Cristo en el Espíritu.
Esto explica por qué, en la antigüedad, los catecúmenos eran invitados a abandonar la
asamblea de fieles en el momento en el que se iniciaba esta plegaria: era la manera de
significar que, por no haber recibido todavía el bautismo, no podían interceder –como
sacerdotes– ante el Padre. Se aprecia aquí la conciencia que tiene la Iglesia de su
condición de cuerpo sacerdotal de Cristo en el mundo.
Por medio de la Oración universal los fieles participan de un modo simbólico y
eficaz –sacramental– en la intercesión celestial que el Kyrios realiza ante su Padre en
favor de todo el género humano[61]. Desde aquí cobra significado la respuesta litánica Te
rogamos, óyenos: el celebrante –imagen de Cristo, Cabeza de la Iglesia en oración– y la
comunidad –en synergia con él– interceden y, en sus labios, es Cristo mismo quien
implora al Padre en el Espíritu[62].
174
Los contenidos de esta oración universal mantienen un vínculo estrecho con la
palabra proclamada, de la que constituye como su primer fruto[63]. Por eso resulta
pertinente que las súplicas que se enuncien guarden estrecha relación con los contenidos
bíblicos que se han proclamado.
Concluida la plegaria litánica de la comunidad, el celebrante principal pronuncia una
plegaria denominada oración sobre el lienzo (oratio super sindonem). Este nombre
procedería de la acción que en ese momento realizaban los diáconos, consistente en
extender los manteles sobre el altar, preparando ya el inicio de la liturgia eucarística[64].
Conviene que esta colecta incluya también algún eco de la liturgia de la palabra, porque
de ese modo la asamblea, que ya ha escuchado las lecturas y la homilía, puede revivir
ese mismo mensaje, proferido ahora en clave de oración, y los fieles, asumiendo los
frutos de la liturgia de la palabra, pueden hacer más adecuadamente su tránsito a la
liturgia eucarística.
Un ejemplo, entre tantos otros, podría enriquecer esta exposición: en el domingo 17
(ciclo C), el Evangelio refiere el pasaje de María, hermana de Lázaro y Marta,
escuchando la palabra en su casa de Betania a los pies de Jesús. Una oración conclusiva
presenta el siguiente tenor:
«Dios de bondad, Padre santo,
escucha nuestras oraciones
y danos un corazón humilde y sencillo,
que escuche la palabra de tu Hijo
y lo acoja en la persona de nuestros hermanos»[65].
La expresión «danos un corazón humilde y sencillo que escuche la palabra de tu
Hijo» alude a las disposiciones interiores de María. En la frase «acoger al Señor en la
persona del prójimo» encontramos un eco de la acogida entrañable que el Señor
encontraba en Betania y sugiere el «conmigo lo hicisteis», es decir, la invitación a
reconocer la presencia de Cristo en los demás[66].
No obstante, la respuesta más intensa que los fieles dan a la palabra de Dios, acogida
con fe en sus corazones, es el amén de la doxología con la que concluye la anáfora. En
ese amén, el pueblo confiesa la fe en que el mismo Dios, que obró los mirabilia en el
pasado, está presente en el hoy de la liturgia con el mismo amor y con la misma fuerza
para continuar llevando a cabo su designio de salvación.
28. El cumplimiento sacramental de la palabra
—El factor más importante de actualización de la palabra es el sacramento mismo,
175
sobre todo, el Sacramento eucarístico.
Además de cuanto acabamos de exponer, el factor más importante de actualización
de la palabra en la liturgia viene dado sobre todo por el sacramento mismo y, de modo
culminante, por la Eucaristía, hacia el que se orienta toda la celebración de la palabra.
En efecto, la palabra de Dios se inscribe en el interior de una actio sacra que
actualiza el único designio total de salvación. Este hecho no es irrelevante, pues
determina constantemente la comprensión de los textos proclamados. Por eso puede
hablarse en sentido estricto de liturgia de la palabra, como hizo novedosamente
Sacrosanctum Concilium[67]. Decir liturgia de la palabra equivale a decir que la
celebración de la palabra de Dios vive inmersa en el estatuto teológico de la liturgia. Para
la comunidad que escucha esos textos en la fe, resulta decisivo captar esa ratio
preconstituida, o sea, la anámnesis del misterio pascual, sin la cual su participación en la
liturgia de la palabra se movería no en un plano mistérico-sacramental, sino en un plano
puramente historicista, y, por eso, teologalmente irrelevante[68].
La Iglesia encuentra en el Sacramento eucarístico el cumplimiento de cuanto anuncia
la palabra. En la Eucaristía está máximamente presente la Pascua de Cristo, vértice y
recapitulación de todas las palabras pronunciadas por Dios por medio de los profetas y de
todos los acontecimientos de la historia salutis. En el Rito romano, este cumplimiento
sacramental de la palabra suele recibir un especial subrayado en el canto de comunión.
Destacan, en esta línea, los domingos de Cuaresma del ciclo A.[69]
SEGUNDO DOMINGO
A los fieles, que han escuchado la palabra y se disponen a comulgar con el Cuerpo y
Sangre de Cristo, se dirige la palabra del Padre que resonó antaño sobre el monte Tabor:
«este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle».
T ERCER DOMINGO
A los fieles se les ofrece el agua viva del Espíritu Santo que brotó del costado abierto del
Salvador: «el que beba del agua que yo le daré –dice el Señor–, nunca más tendrá sed;
el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en una fuente que salta hasta la vida
eterna».
CUARTO DOMINGO
El Señor, que abrió los ojos a los fieles en el bautismo, les permite ahora contemplar su
rostro de nuevo y mejor, puesto que salen de la celebración confirmados en la fe[69]:
«el Señor me puso lodo sobre los ojos; yo fui a lavarme. Ahora veo y creo en Dios».
176
29. La liturgia de la palabra,
estructura dialógica de exitus y reditus
—La liturgia de la palabra es una celebración de diálogo y encuentro.
La liturgia de la palabra no es un monólogo, como tampoco lo es la revelación. La
liturgia de la palabra se configura en torno a una salida (exitus) del Dios que se revela y
salva, para hacer posible el regreso (reditus) del entero linaje humano a Él.
«Como la lluvia y la nieve descienden de los cielos, y no vuelven allá, sino que
riegan la tierra, la fecundan, la hacen germinar, y dan simiente al sembrador y pan
a quien ha de comer, así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí de
vacío, sino que hará lo que Yo quiero y realizará la misión que le haya
confiado»[70].
Estas palabras de Isaías muestran el dinamismo de la liturgia de la palabra, en la cual
se hace presente el acto revelador de Dios. La palabra de Dios genera la respuesta de la
asamblea a la que esa palabra se dirige. En el contexto de lo que mencionamos al inicio
de este capítulo sobre la asamblea de Nehemías 10 –«lo que dice el Señor eso mismo es
lo que haremos»–, hoy esa respuesta de la comunidad será eco de la respuesta de Pedro
ante la revelación del misterio de Cristo por parte del Padre: «Tú eres Cristo, el Hijo de
Dios vivo»; será eco de la respuesta de Marta ante la revelación de Jesús como Vida y
Resurrección para quien cree en Él: «yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que
has venido a este mundo»; será eco, en suma, de la respuesta de María al anuncio del
ángel: «hágase en mí según tu palabra»[71].
30. Algunos símbolos de la mediación ritual
2.- Ahora, tras haber estudiado algunas propiedades de la palabra ritualizada,
conviene detenernos –como ya adelantamos al comienzo de esta sección– en aquellos
elementos de los que dispone la Iglesia para cultivar el sentido profundo que esa palabra
despliega en las celebraciones a lo largo del año litúrgico, y para potenciar su
significatividad. Nos referimos al lector, al Evangeliario, al ambón, a la asamblea, al
canto, al silencio. De los tres últimos ya hemos tratado en el capítulo cuarto; veamos los
restantes.
31. El lector
La historia de la liturgia atestigua cómo la acción de proclamar la palabra de Dios fue
estimada como un precioso servicio. En la antigüedad, el orden de los lectores tuvo
una importancia extraordinaria: de él procedían los obispos, incluidos algunos de
177
la sede romana, ya que para ser adscritos a ese orden se requería una instrucción
más que ordinaria. Es significativo que san Cipriano (†258) concediera al mártir
Celerino, que había sufrido tormento por la fe, el honor de ser recibido en el orden de los
lectores, «a fin de que leyera los preceptos y el evangelio del Señor que él había seguido
con tanta fortaleza y fidelidad»[72]. Durante la baja Edad Media, era costumbre en
Germania que los emperadores cantaran el evangelio «Exiit edictum a Cæsare» en el
oficio de la noche de Navidad[73]. Eran tiempos en los que la proclamación de la palabra
revestía tal estima, que los nombres de los lectores debían ser indicados al Papa antes de
la celebración de la Misa[74].
Estos datos históricos, entre otros, esbozan la conciencia tan viva que tenía la Iglesia,
desde sus inicios, de que la palabra, que está viva en el corazón del Padre, atravesaba los
labios del lector para llegar –viva también– al corazón de quienes creen, escuchan y
aman[75]. Aquel que habló por los profetas es el mismo que habla hoy por medio
del lector[76].
Siendo esto así, resultan decisivas sus condiciones de idoneidad. El lector debe contar
con aquella preparación bíblica y litúrgica que le permita «cumplir fielmente su oficio,
anunciando la palabra de Dios, meditándola primero en su corazón»[77]. La palabra de
Dios llegará a los oídos de la asamblea con sentido, pausa y nitidez, si el lector conoce las
técnicas oportunas de comunicación y declamación. Al realizar su cometido en la fe de la
Iglesia y con la oportuna competencia, el lector sirve a la asamblea santa realzando con
mesura la significatividad de los textos inspirados que proclama.
32. El Evangeliario
En el prólogo de su Evangelio, san Juan aplica al Logos de Dios algunos de los
atributos que los judíos aplicaban a la Toráh. Escrita sobre pergamino y enrollada en dos
cilindros, la Toráh se custodia en un estuche de madera (arón), recubierto de telas
preciosas y coronado por unas campanillas que, al tomarlo, despiertan la atención y
transmiten respeto. Nada extraño, pues, que los cristianos utilizaran el oro y las piedras
preciosas para encuadernar los libros inspirados, junto con estuches adecuados para
conservarlos[78].
Durante el saqueo de Barcelona del año 531, el rey Childeberto sustrajo veinte
estuches de oro puro, adornados con piedras preciosas, para contener los Evangeliarios.
En el mosaico del mausoleo de Gala Placidia en Rávena se puede ver a san Lorenzo
subiendo a la parrilla de su martirio, revestido de diácono, con el libro de las Escrituras
en sus manos. Sorprende el modo decoroso con que lo sostiene: no directamente con la
mano, sino mediante un velo o sirviéndose de la estola, conforme al uso de los
orientales[79]. Actualmente, siguiendo la praxis antigua de la Iglesia, el Evangeliario
entronizado preside los concilios plenarios, los concilios provinciales y sínodos
178
diocesanos[80].
En continuidad con esta tradición litúrgica, la Iglesia ha recuperado el Evangeliario
para su empleo en las celebraciones, como muestra de su especial veneración a la palabra
de Dios[81]. El Evangeliario es un noble volumen de gran tamaño –distinto del
Leccionario–, de digna confección, decorado con cubiertas y guardas preciosas, cuyas
páginas recogen las perícopas evangélicas que se proclaman en los domingos y
solemnidades del año litúrgico. En página contigua al texto hay una representación
pictórica del pasaje evangélico[82].
Podríamos considerar al Evangeliario como el cáliz de la palabra de Dios, la teca
que custodia las Escrituras que se refieren al Señor[83]. En la procesión de entrada, el
diácono suele portarlo algo elevado y, hasta el momento de su empleo, reposa sobre el
centro del altar, que simboliza a Cristo, ya que el Evangelio es la boca de Cristo[84]. El
Evangeliario recibe el honor del incienso y el obispo, una vez que el diácono ha
proclamado el Evangelio desde el ambón, lo besa y bendice a la asamblea con él[85].
Dos diáconos sostienen el Evangeliario sobre la cabeza de quien recibe la ordenación
episcopal y es también el libro litúrgico que el obispo entrega al diácono en su
ordenación[86].
33. El ambón
En la tradición litúrgica de la Iglesia, el ambón es icono de la resurrección de
Cristo[87]. Así lo expresa la presencia de un águila, que es el símbolo de Juan
evangelista[88]. ¿Por qué? La explicación la encontramos en dos versículos del vigésimo
capítulo de su evangelio, cuando Pedro y él acuden velozmente a ver el sepulcro donde
había sido depositado el cuerpo cadáver de Jesús. Juan escribe: «los dos corrían juntos,
pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro. Se inclinó
y vio allí los lienzos plegados, pero no entró. Porque este apóstol fue el primero»[89].
Juan fue el primer apóstol en ver el sepulcro vacío y percatarse del acontecimiento
pascual: Cristo ha resucitado, es el Viviente. En consecuencia, el mensaje que se
proclama desde del ambón es un mensaje pascual.
En la historia arquitectónica del ambón, hay siglos en los que el soporte en forma de
águila que sostiene el leccionario se diseñaba y construía sobre una gran pieza, a veces de
mármol, con forma sepulcral. Y es que, ya desde su misma estructura, el ambón remite
al sepulcro vacío de la mañana de la Resurrección. El ambón –verdadera roca del
sepulcro vacío– remite al jardín de la resurrección, entrando así en la dinámica teológica
de los tres jardines: el jardín del Edén, el jardín de la Resurrección y el jardín
escatológico del Apocalipsis, los tres estrechamente relacionados entre sí desde la
perspectiva del retorno al Paraíso[90].
Quien ha escuchado la melodía gregoriana del Et valde mane puede captar qué se
179
quiere expresar cuando se dice: «el ambón es el monumento de la Resurrección»[91].
Monumento, no para el Simón que hace su profesión de fe en Cristo, Hijo de Dios vivo,
sino para el Pedro que penetra en la tumba vacía; monumento, no para María de Betania,
que escucha al Maestro sentada a sus pies, sino para María Magdalena, que es la primera
en encontrarse con el Resucitado[92]. El diácono que sube al ambón desde donde
proclama el Evangelio remite hoy, en cierto sentido, al ángel que anunció a las mujeres
venidas al sepulcro con perfumes (myróphoras): «buscáis a Jesús Nazareno, el
Crucificado. Ha resucitado, no está aquí»[93]. El ambón es el signo litúrgico que remite a
este rico significado.
No cabe extendernos en exponer la historia del ambón, en lo que se refiere a la
arquitectura, al arte, así como a los diversos proyectos iconográficos posibles e idóneos.
La tradición de la Iglesia no escatimó en lo relativo a este edificio del espacio
celebrativo[94]. Son célebres, por ejemplo, los ambones de Sant’Agnello (s. VI) en
Rávena y el de Santa Sophia en Constantinopla. El primero mide más de seis metros de
longitud por tres de altura. Del segundo, reconstruido tras el terremoto del 585, se decía
que «su envergadura lo hacía semejante a una torre cegadora por los destellos de las
innumerables piedras preciosas incrustadas en los mármoles, de tonos extraños y
deslumbrantes»[95]. Un espacio simbólico al servicio de la misteriosa contemporaneidad
que establece la liturgia entre la palabra del Viviente y la escucha de la Iglesia, significada
en la asamblea santa.
El ambón es el lugar para la escucha y la mirada, desde donde el Señor realiza el
encuentro con la comunidad reunida en su nombre, allí donde le entrega el don de su
palabra, colmada de gracia y salvación. Si en la liturgia eucarística el polo protagonista es
el altar y el libro específico es el Misal, en la liturgia de la palabra lo son
respectivamente el ambón y el Evangeliario.
Desde el ambón solo se proclama la palabra de Dios, la única que no hemos
inventado nosotros y se nos transmite no por iniciativa particular, sino por mediación de
la Iglesia al soplo del Espíritu. En consecuencia, el ambón será de suyo elevado y único,
como único es el sepulcro de la resurrección. La basílica de la Anástasis en Jerusalén no
ha tenido nunca ambón; allí, la proclamación se realiza desde la entrada abierta hacia el
sepulcro vacío. Ante ese hic (aquí), ante la fisicidad de aquel lugar, cualquier simbolismo
resultaría impropio, excedente.
34. La interacción «palabra de Dios – eucología»
3.- Lo expuesto en las páginas precedentes podría entenderse como una serie de
teselas cuyo conjunto conforma el mosaico de la palabra de Dios ritualizada. La última
de esas teselas consistiría en explicar el modo en que la palabra de Dios informa
desde dentro la eucología; dicho con otras palabras, en qué medida la Escritura se
180
incorpora e inerva desde dentro la lex orandi de la Iglesia[96].
La participación en la liturgia de la palabra comporta escuchar los textos bíblicos
como voz del Esposo y los textos eucológicos como voz de la Esposa, en el contexto de
la synergia nupcial Cristo-Iglesia que entraña toda celebración sacramental en la Iglesia.
Un breve análisis histórico nos permite comprobar cómo las primitivas plegarias que
encontramos en la Didaché y en la Traditio Apostolica poseen, como fuente inspirativa
prevalente, la sagrada Escritura; más tarde, la eucología de las grandes familias rituales de
la Iglesia seguirá inspirándose en ella[97]. Siguiendo esta tradición, también en nuestros
días las oraciones recogidas en los libros litúrgicos se conciben como perícopas bíblicas
propuestas en clave de oración[98]. Sacrosanctum Concilium lo expresa así:
«En la celebración litúrgica la importancia de la sagrada Escritura es sumamente
grande, pues de ella se toman (…) las preces, oraciones e himnos litúrgicos
están penetrados de su espíritu»[99].
Podría decirse que cada fórmula eucológica es la Biblia misma hecha plegaria. Cada
fórmula es una ventana abierta al misterio. Un ejemplo ilustra esta enseñanza de la
Constitución mostrando en qué medida la Escritura informa los contenidos de un prefacio
del Misal Romano:[100]
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación…
A quien hiciste fundamento de todo
→ (cfr. Ef 1, 10)
y de cuya plenitud quisiste que participáramos todos
Siendo Él de condición divina, se despojó de su rango, → (cfr. Jn 1, 16)
y por su sangre derramada en la Cruz
→ (cfr. Ef 2, 7)
puso en paz todas las cosas;
→ (cfr. Col 1, 20)
y así, exaltado sobre todo cuanto existe,
es fuente de salvación eterna para cuantos creen en Él. → (cfr. Ef 2, 9)
Por eso, con los Ángeles y Arcángeles
→ (cfr. Flp 5, 9)
y con todos los coros celestiales…[100].
Basta identificar y situar cada una de las fuentes del texto, una tras otra, para advertir
que el prefacio se constituye como un mosaicode textos tomados, en su mayor parte, del
corpus paulino y acoplados hasta conformar una acción de gracias que se expresa con el
181
sabor del lenguaje bíblico[101]. Este hecho confiere al texto litúrgico un aire de
atemporalidad, ajeno a las tendencias de un momento histórico concreto, a la par que lo
hace reconocible en cualquier ámbito católico en el que sea cantado o proclamado.
Veamos, finalmente, cómo una colecta del Misal Romano muestra una ruminatio de la
Escritura particularmente sugestiva:[102]
Señor, Dios nuestro,
que nos has dado en la Virgen María
→ (cfr. Lc 8, 21)
el modelo de quien escucha tu Palabra
y la pone en práctica,
→ (cfr. Lc 11, 28)
abre nuestro corazón al gozo de la escucha,
y, por medio de tu Espíritu, haz que seamos lugar santo
→ (cfr. St 1, 22)
en el que tu Palabra de salvación se cumpla hoy102.
Esta colecta se estructura conforme a una invocación a la que sigue una doble
súplica. En la invocación se percibe el eco del episodio de los verdaderos familiares de
Jesús[103]. La primera súplica hace resonar la bienaventuranza de Lucas[104], y la
segunda invoca al Padre para que, a imagen de cómo la Virgen se convirtió en lugar santo
–o sea, en arca de la alianza en cuyo seno el Logos se hizo hombre–, así los fieles sean
también transformados por el Espíritu en lugar santo, en referencia al paradigma de
María. A nuestros efectos, importa destacar que la oración se sitúa en el vértice de una
línea que recorre el arco de la historia de la salvación: partiendo del «escucha, Israel»
(shemá Israel) de Dt 6, 4, prosigue con la bienaventuranza de Lucas 11, 28, hasta llegar
al testimonio de Santiago: el cristiano no es oyente olvidadizo, sino quien procura poner
en obra la palabra de Dios[105].
35. Conclusión
Llegados al término de este capítulo, parece oportuno destacar algunos puntos que
son consecuencia de lo expuesto:
a) La liturgia es el ámbito privilegiado y eficaz donde los bautizados acceden a la
Mesa en la que la Iglesia ofrece permanentemente el único Pan de vida, que es Cristo,
tanto en la palabra divina como en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.
Esta palabra divina desprende su esencia más íntima en el momento de su
182
celebración litúrgica. En ella, la proclamación de los textos inspirados resulta
afectada por el ámbito en donde se realiza: la celebración del memorial de la
Pascua de Cristo. Cualquier fragmento de la Escritura, proclamado en la liturgia, se
capta desde esa ratio preconstituida. Nunca la Biblia es tan Biblia –si se pudiera hablar
así– como cuando es proclamada en la celebración litúrgica de la Iglesia[106]. Ahí, la
proclamación de los contenidos bíblicos se realiza con la máxima intensidad, es
decir, actualizándolos. La celebración es el lugar donde la palabra revelada se
manifiesta como palabra que actúa, como lenguaje performativo. En ella se da «la
actualización perfecta de los textos bíblicos»[107].
b) Para que la proclamación litúrgica de la palabra de Dios pueda surtir aquellos
efectos que causaba el Verbo divino cuando llamaba al mundo a la existencia, elegía a
Israel y al nuevo Israel –que es la Iglesia–, curaba a los enfermos, perdonaba a los
pecadores, resucitaba a los muertos…, deben verificarse algunas condiciones en los fieles
que conforman la asamblea:
—Se requiere, en primer lugar, una actitud profunda de escucha. La escucha es
el primero de los mandamientos –shemá Israel–, y a quien escucha se le promete la
bienaventuranza propia de María, aquella en cuyo seno la Palabra se hizo carne[108].
Esta escucha no es un mero oír, sino disponibilidad y apertura personal, gratuidad y
libertad interior. Desde nuestra debilidad, humildemente, con sentimientos de adoración,
podemos escuchar la palabra de Dios y dejarnos sorprender por ella. Por medio del
profeta, Dios nos ha dicho: «pondré mis ojos en el humilde y el abatido que se estremece
ante mi palabra»[109]. La capacidad de escucha exige disposición de acogida interna, dar
espacio vital a la palabra, y guardar el silencio, tantas veces reclamado en los libros
litúrgicos.
—Se precisa también una familiar connaturalidad con la sagrada Escritura. No
se trata de descubrir el texto en la celebración, sino de reconocer en él un rostro, una voz
amiga que se revela siempre más grande que nosotros.
c) Por último, esta comprensión hondamente teologal de la liturgia de la palabra se
devaluaría si fuese considerada como una parte puramente introductiva de la celebración,
su preludio, un mero atrio. Junto a su dimensión didáctica, importa mucho abrirse al
evento que acontece cuando la palabra se celebra.
La liturgia, en su conjunto y en cada uno de sus elementos y momentos, es recuerdo
y actualización de la palabra viva, que es invocada, proclamada, escuchada, cantada y –
gracias a la presencia de Cristo y la fuerza del Espíritu– hecha audible, visible y palpable
a quienes la reciben, para convertirse ellos mismos en sal y luz del mundo. Para eso,
todos los elementos de la celebración: palabras, imágenes, luces, sonidos, vestidos,
colores, perfumes, gestos, movimientos, objetos, espacios, cantos, plegarias, bendiciones,
183
moniciones, aclamaciones, doxologías…, deben convertirse en transparencias y
resonancias del misterio inefable de la Palabra, que la hagan audible, visible, tangible…,
que la celebren y la relaten de nuevo a Dios cargada de estupor, de arrepentimiento y,
ante todo, de una alegría que se hace acción de gracias en todos aquellos a quienes el
Padre ha reunido en su presencia para manifestarles y confiarles los misterios del
Reino[110].
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[*] LH, Fiestas de san Lucas (18 octubre) y san Marcos (25 abril), Evangelistas,
antífona para el invitatorio.
[1] Al redactar este capítulo seguimos el criterio de OLM 2: «aplicaremos sin
distinción y con el mismo sentido las expresiones sagrada Escritura y palabra de Dios a
los libros escritos por inspiración del Espíritu Santo, aunque evitando cualquier confusión
de nombres o de cosas». Conscientes de que esta opción debe articularse teológicamente
con el carácter analógico de la Palabra de Dios (cfr. Benedicto XVI, Verbum Domini 7),
solo escribimos Palabra de Dios con la primera letra en mayúscula cuando nos referimos
a la segunda Hipóstasis de la Trinidad, y el resto de significados, con minúscula.
[2] Cfr. SC 33.
[3] Sobre los contenidos del Ordo lectionum Missæ, cfr. Apéndice 3.
[4] Cfr. DV 21.23.25; OLM 10. Para redactar estas páginas nos inspiramos en los
estudios de R. De Zan y P. Sorci citados en la bibliografía final de este capítulo.
[5] Cfr. JERÓNIMO, In Isaiam commentarium, Prologus, en CCL 73, 1; cfr. también
DV 25.
[6] Cfr. Ex 19, 3-8; Ios 24, 16ss; 2 R 23, 3; Neh 10, 30.
[7] Cfr. Ex 24, 3-8.
[8] Cfr. SC 24: «En la celebración litúrgica, la importancia de la sagrada Escritura es
sumamente grande, pues de ella se toman las lecturas que luego se explican en la homilía,
y los salmos que se cantan, las preces, oraciones e himnos litúrgicos están penetrados de
su espíritu y de ella reciben su significado las acciones y los signos sagrados».
[9] Sobre la relación genética entre Biblia y liturgia, cfr. I. H. DALMAIS, La Bible
vivante dans l’Eglise, en La Maison-Dieu 126 (1976) 8; C. T URIOT, Au coeur de la
liturgie - Lire les Écritures, en La Maison Dieu 190 (1992) 75-90; A. VERHEUL, Célébrer
la Bible, en Question Liturgique 68 (1987) 40-53; J. M. BERNAL, La lectura litúrgica de
185
la Biblia, en Phase (1976) 25-40; R. DE ZAN, Leggere la Bibbia nella liturgia, en
Rivista Liturgica 88 (2001) 869-880; G. VENTURI, Per una lettura liturgica della parola
di Dio, en A. N. T ERRIN (ed.), Scriptura crescit cum orante, Padova 1993, 239-240; A.
BANDERA , Oración cristológica, San Esteban, Salamanca 1990, 157 ss.
[10] Cfr. U. VANNI, Il Sitz-im-Leben liturgico nella formazione del Nuovo
Testamento - Attuale situazione degli studi e ulteriori piste di ricerca, en R. Cecolin
(ed.), Dall’esegesi all’ermeneutica attraverso la celebrazione, Messaggero, Padova
1991, 75 ss.
[11] Cfr. P. BEGUERIE, La Bible née de la liturgie, en La Maison-Dieu 126 (1976)
109-120.
[12] La cuestión de las palabras del relato institucional la hemos desarrollado en el
cap. 5, §6-§8.
[13] Cfr. S. LANZA , La celebrazione, luogo ermeneutico della Scrittura - Punto di
vista di un biblista, Rivista di Pastorale Liturgica 118 (1983) 24-26.
[14] Es un hecho que se remonta en su antigüedad a todas las religiones, incluso a las
que no poseen escritos sagrados, pero en las que tampoco falta la proclamación del mito
que está en el origen del rito (cfr. J.-M. SELLÈS, Les grandes religions et leurs écritures
saintes, en La Maison-Dieu 190 (1992) 113-154).
[15] Para el shemá, cfr. Dt 6, 4-9; 11, 13-21; Nm 15, 37-41. Para la bendición
aaronítica, cfr. Nm 6, 24-26; esta bendición se halla recogida en el Misal Romano (cfr.
MR, Bendiciones solemnes 11).
[16] Para profundizar en los orígenes judíos de la liturgia de la palabra cristiana, J.-B.
NADLER, Les racines juives de la Messe, Emmanuel, Paray-le-Monial 2015; L. BOUYER,
Liturgie juive et liturgie chrétienne, en Istina 18 (1973) 132-146; C. P ERROT, La lectura
de la Bible dans les synagoges au premier siècle de notre ére, en La Maison-Dieu 126
(1976) 24-41; J.-M. SELLÈS, Écriture et aprole dans le Judaisme, en La Maison-Dieu
190 (1992) 113-154.; P. SORCI, Senso teológico e pastorale della liturgia della parola,
Rivista di Pastorale Liturgica 118 (1983) 3-12; E. WERNER, Il sacro ponte Interdependenza liturgica e musicale nella Sinagoga en ella Chiesa nel primo
millennio, vol. 1, Dehoniane, Napoli 1983, 33-34; cfr. J. RATZINGER, La fiesta de la fe Ensayo de teología litúrgica, Desclée, Bilbao 19992, 60-66 (esp. 62-63).
[17] Cfr. Lc 24, 27.44-47.
[18] Lc 4, 16-21: «y enrollando el libro se lo devolvió al ministro y se sentó. Todos
en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Y comenzó a decirles: “hoy se ha cumplido esta
Escritura que acabáis de oír”».
[19] Cfr. Hch 13, 15; 14, 16; 17, 1.10…
[20] Cfr. 1 Ts 5, 27; Col 4, 16.
[21] Cfr. SC 56: «las dos partes de que consta la Misa, a saber: la liturgia de la
186
palabra y la Eucaristía, están tan íntimamente unidas que constituyen un solo acto de
culto». Esta realidad en la vida de la Iglesia refleja litúrgicamente la verdad cristológica:
aquel que es el Logos del Padre es también el Pan de vida.
[22] Cfr. Constituciones Apostólicas, libro 3, 57, 5-7; libro 8, 5, 11-12.
[23] Cfr. SC 51: «a fin de que la mesa de la palabra de Dios se prepare con más
abundancia para los fieles, ábranse con mayor amplitud los tesoros de la Biblia, de modo
que, en un período determinado de años, se lean al pueblo las partes más significativas de
la Sagrada Escritura».
[24] Desde el principio, la nueva propuesta romana de lecturas bíblicas para la
celebración eucarística –el OLM– mereció una excelente acogida. Así lo atestigua el que
la Comunión anglicana la adoptara para su culto inmediatamente después de conocerla.
[25] Jn 5, 39 y 46: «examinad las Escrituras, ya que pensáis tener en ellas la vida
eterna: ellas son las que dan testimonio de mí»; «si creyeseis a Moisés, tal vez me
creeríais a mí, pues él escribió sobre mí».
[26] Cfr. JUAN DE LA CRUZ, Subida al monte Carmelo, Lib. 2, cap. 22, nn. 3-4:
«porque en darnos, como nos dio, a su Hijo –que es una Palabra suya, que no tiene
otra–, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que
hablar (…). Pon los ojos solo en Él; porque en Él te lo tengo puesto todo y dicho y
revelado, y hallarás en Él aún más de lo que pides y deseas».
[27] Cfr. HUGO DE SAN VÍCTOR, De arca Dei morali 2, 8, en PL 196, 622.
[28] Cfr. AMALARIO DE METZ, Missæ expositio 1, 8, en J. M. Hansens (ed.),
Amalarii opera liturgica omnia, vol. 1, Vaticano 1948, 261.
[29] Cfr. V. VOGEL - R. ELZE, Le Pontifical Romano-Germanique du dixième siècle,
vol. 1, Vaticano 1963, 44, 18, 334; cfr. op. cit., 44, 23, 335.
[30] AGUSTÍN DE HIPONA , Sermo 85, 1, en PL 38, 520; cfr. también In Ioannis
Evangelium Tractatus 30, 1, en PL 35, 1632.
[31] SC 7.
[32] Sobre el camino seguido por la cuestión de la presencia de Cristo en la palabra
en el magisterio reciente, cfr. Apéndice 3.
[33] Cfr. LG 26: «esta Iglesia de Cristo está verdaderamente presente en todas las
legítimas reuniones locales de los fieles, que, unidos a sus pastores, reciben también el
nombre de Iglesia en el Nuevo Testamento». Cfr. también SC 26.41.42.
[34] I. GARGANO, Scriptura cum legénte crescit - Dal texto scritto al momento
celebrativo, en R. CECOLIN (ed.), Dall’esegesi all’ermeneutica attraverso la
celebrazione, Messaggero, Padova 1991, 170: «la comunidad, al recrear el clima en el
que nació el libro, puede hacerse, en cierto modo, con el texto en su estado naciente, y
verlo crecer ante sus ojos con el estupor de quien es testigo de una experiencia
epifánica».
187
[35] Al terminar la proclamación del Evangelio, el ministro ordenado besa el libro y
dice en secreto: «las palabras del Evangelio borren nuestros pecados» (cfr. MR,
Ordinario de la Misa, liturgia de la palabra).
[36] La expresión original es: «Scriptura crescit cum legente» (cfr. GREGORIO MAGNO,
Hom. 7 in Ezechielem, lib. 1, en CCL 142, 140). Se atribuye a Casiano (†435), quien ya
se había expresado con términos similares (cfr. Coll. 14, 11, en SCh 54, 197), y es una
variante de un texto de Taio de Zaragoza (†651) (cfr. Sententiarum libri 3, 40, en PL
80, 896). Una referencia más exhaustiva, cfr. F. M. AROCENA , Psalterium liturgicum Psalterium crescit cum psallente Ecclesia, vol. 1, LEV, Città del Vaticano 2005.
[37] Lo vimos con detalle al estudiar la anámnesis en el capítulo tercero, §12.
[38] Cfr. F. M. AROCENA , Pneumatología litúrgica (1964-1997), en J. J. ALVIAR (ed.),
El tiempo del Espíritu - Hacia una teología pneumatológica, Eunsa, Pamplona 2006,
187-210. La acción del Espíritu Santo no se circunscribe a la liturgia de la palabra, sino
que abraza la entera celebración; cfr. OLM 9: «la actuación del Espíritu no solo precede,
acompaña y sigue a toda acción litúrgica, sino que también va recordando, en el corazón
de cada uno, aquellas cosas que, en la proclamación de la palabra de Dios, son leídas
para toda la asamblea de los fieles, y, consolidando la unidad de todos, fomenta asimismo
la diversidad de carismas y proporciona la multiplicidad de actuaciones».
[39] Cfr. PG 147, 813 ss. (reproducido más tarde en la Filocalía: cfr. A. LOUF, El
Espíritu ora en nosotros, Narcea, Madrid 2000, 141).
[40] Sobre el significado actualizante de la proclamación de la palabra en la
celebración, cfr. M. MAGRASSI, Interpretazione cristiana e litúrgica della bibbia y
Bibbia pregata, en AA. VV., L’oggi della parola di Dio nella liturgia, LDC, Turín
1970, 13-54; 179-291.
[41] Ps 142, 8.
[42] Cfr. CONFERENCIA EPISCOPAL ALEMANA , Catecismo católico para adultos - La fe
de la Iglesia, BAC, Madrid 1988, 342. Sobre la sacramentalidad de la palabra celebrada
en la liturgia, cfr. Apéndice 3; cfr. M. FIGURA , Sobre la sacramentalidad de la palabra de
Dios, Communio 2 (2001) 167-183.
[43] Cfr. Jn 6, 63.
[44] MR, Ordinario de la Misa, Liturgia de la palabra, Profesión de fe (Credo
niceno-constantinopolitano): «creo en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida».
[45] Cfr. AMBROSIO DE MILÁN, Comentario sobre el salmo 118, 19, 30: «mientras
meditas, se hace la luz; y viendo la luz –luz de la gracia, no del tiempo–, dirás: tus
preceptos son luz».
[46] Cfr. Y. CONGAR, La parole et le souffle, Desclée, Paris 1984, 23-32.
[47] Cfr. E. LODI, Liturgia della Chiesa, EDB, Bologna 1981, 152-153.
[48] OLM 3.
188
[49] El Apéndice 4 recoge el elenco completo de los libros litúrgicos del Rito romano
editados en España.
[50] Para esta temática nos inspiramos en R. DE ZAN, Note e appunti de introduzione
a «Biblia e Liturgia» - Dispense ad usum auditorum privatum (pro manuscripto),
Padova-Roma 20042, 55 ss.
[51] Para ampliar esta cuestión desde la perspectiva magisterial, cfr. VD 57, y desde
la académica, G. RAMIS, Sacræ Scripturæ momentum - Biblia, leccionario y homilía, en
J. CANALS - I. T OMÁS (coord.), La liturgia en los inicios del tercer milenio - A los 40
años de la Sacrosanctum Concilium, Ega, Baracaldo 2004, 307-354.
[52] Cfr. Is 9, 5: «magni consilii Angelus». En sentido pleno, este Angelus
(Mensajero) es Cristo; el consilium designa el mystêrion, el designio salvífico escondido
desde los siglos en Dios. Jesucristo es el verdadero Ángel, el Heraldo que proclama y
realiza la economía misericordiosa del Padre.
[53] También para la teología bíblica los Evangelios son la cumbre, según DV 18:
«nadie ignora que, entre todas las Escrituras, incluso del Nuevo Testamento, los
Evangelios ocupan con razón el lugar preeminente, pues son el testimonio principal de la
vida y doctrina del Verbo Encarnado, nuestro Salvador».
[54] Cfr. E. BARGELLINI, L’oggi della parola di Dios nella liturgia, en AA. VV.,
Attualizzazione della parola di Dio nelle nostre communità, EDB, Bologna 1983, 165166.
[55] La Exhortación apostólica Verbum Domini recomienda que se faciliten subsidios
que ayuden a comprender el nexo entre las lecturas propuestas por el Leccionario para la
liturgia diaria: «algunas dificultades que sigue habiendo para captar la relación entre las
lecturas de los dos Testamentos, han de ser consideradas a la luz de la lectura canónica,
es decir, de la unidad intrínseca de toda la Biblia. Donde sea necesario, los organismos
competentes pueden disponer que se publiquen subsidios que ayuden a comprender el
nexo entre las lecturas propuestas por el Leccionario, las cuales han de proclamarse en la
asamblea litúrgica en su totalidad, como está previsto en la liturgia del día» (n. 57).
[56] Más adelante, en este mismo epígrafe, explicamos la naturaleza y función de
esos títulos.
[57] AGUSTÍN DE HIPONA , Quæstiones in Heptateuchum 2, 73, en BAC 504, 230: «in
vetere Novum lateat et in Novo Vetus pateat». Una exposición más detallada, cfr. F. M.
AROCENA , La celebración de la Palabra - Teología y pastoral, CPL, Barcelona 2000;
ÍDEM , En el corazón de la liturgia, Palabra, Madrid 20073.
[58] Cfr. OLM 56: «corresponde al salmista o cantor del salmo cantar, en forma
responsorial o directa, el salmo u otro cántico bíblico, el gradual y el Aleluya u otro canto
interleccional. Él mismo, si se juzga oportuno, puede incoar el alleluia y el versículo.
Para ejercer esta función de salmista es muy conveniente que en cada comunidad eclesial
189
haya unos laicos dotados del arte de salmodiar, y de facilidad en la pronunciación y en la
dicción».
[59] Sobre la importancia de la homilía en el contexto litúrgico, cfr. FRANCISCO,
Evangelii gaudium 138-141.
[60] CONSILIUM AD EXSEQUENDAM CONSTITUTIONEM DE SACRA LITURGIA , De oratione
communi seu fidelium - Natura, mementum ac structura, criteria atque specimina
cœtibus territorialibus Episcoporum proposita, Vaticano 1966; cfr. también OLM 30:
«bajo la dirección del celebrante, un diácono o un ministro o algunos fieles proponen
oportunamente unas peticiones, breves y compuestas con una sabia libertad, con las que
el pueblo, ejercitando su oficio sacerdotal, ruega por todos los hombres, de modo que,
completando en sí mismo los frutos de la liturgia de la palabra, pueda hacer más
adecuadamente el paso a la liturgia eucarística».
[61] Hb 7, 25: «Jesucristo vive siempre para interceder por nosotros».
[62] Cfr. AGUSTIN DE HIPONA , Enarrationes in psalmos 85, 1, en CCL 39, 1176-1177:
«cuando nos dirigimos a Dios con súplicas, no establecemos separación con el Hijo, y
cuando es el cuerpo del Hijo quien ora, no se separa de su cabeza. El mismo salvador del
cuerpo, nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, es el que ora por nosotros, en nosotros y
es invocado por nosotros. Ora por nosotros como sacerdote nuestro, ora en nosotros por
ser nuestra cabeza, es invocado por nosotros como Dios nuestro. Reconozcamos, pues,
en él nuestras propias voces y reconozcamos también su voz en nosotros».
[63] Cfr. CONSILIUM AD EXSEQUENDAM …, 4: «porque esta oración es como el fruto de
la acción de la palabra de Dios en las almas de los fieles» (est enim hæc oratio quasi
fructus actionis verbi Dei in animis fidelium).
[64] Cfr. P. BORELLA , L’oratio super sindonem, Ambrosius 34 (1958) 173-176; cfr. A.
CHAVASSE, L’oraison super sindonem dans la liturgie romaine, en Revue Bénédictine 70
(1960), 313-323. La oración super sindonem, restaurada por el Concilio Vaticano II, es
uno de los elementos más constantes de la celebración cristiana, ya presente en sus
primeras descripciones.
[65] Cfr. P. FARNÉS, Roguemos al Señor - Plegarias de los fieles, Regina, Barcelona
1996, 171.
[66] Cfr. Mt 25, 40: «os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis
humildes hermanos, conmigo lo hicisteis».
[67] Cfr. SC 56: «las dos partes de que consta la Misa –la liturgia de la palabra y la
Eucaristía– están tan íntimamente unidas que constituyen un solo acto de culto».
[68] Hemos explicado la noción de anámnesis en la segunda sección del cap. 3 y con
mayor detalle en el cap. 5. De otro lado, en el cap. 2 subrayamos el potencial salvífico
del misterio pascual de Cristo a lo largo de la historia de la salvación. Un autor
contemporáneo lo expresa mediante imágenes poéticas: «todos los libros del mundo
190
hablan exclusivamente de la pasión, aunque a primera vista no lo parezca. La pasión,
muerte y resurrección de Cristo es lo único que ha ocurrido en la historia de la
humanidad. El curso de la historia no hace otra cosa que dar vueltas en torno suyo por
todos los siglos y precipitarse en el abismo de su corazón. La creación no es sino el
primer esbozo del escenario de la pasión. El nacimiento de la verde espesura del planeta
es el comienzo de la fabricación del madero de la cruz. La luna es el efecto luminoso de
la agonía en el huerto. El episodio de Adán y Eva eran la pasión misma en negativo» (cfr.
J. M. IBÁÑEZ-LANGLOIS, Libro de la Pasión - Poemas para contemplar la Pasión de
Cristo, Rialp, Madrid 1987, 13-16).
[69] El término griego phos significa luz, faro, antorcha. Los bautizados son
photismoi –iluminados– por el bautismo, al que la tradición patrística designa «baño de la
iluminación».
[70] Is 55, 10-11.
[71] Cfr. Mt 16, 16; Jn 11, 27; Lc 1, 38.
[72] CIPRIANO DE CARTAGO, Epistula 39, 4, en CCL 3B, 190.
[73] Cfr. Lc 2, 1ss.
[74] Cfr. Ordo Romanus I, 39, en M. ANDRIEU, Les Ordines Romani du Aut Moyen
Age, vol. II, Spicilegium Sacrum Lovaniense 1931-1951, 80.
[75] Cfr. BALDUINO DE CANTORBERY, Tractatus 6, en PL 204, 452-453.
[76] L. ALONSO SCHÖKEL, La palabra inspirada, Herder, Barcelona 1966, 330: «qui
locutus est per prophetas, hodie loquitur per lectorem».
[77] BEN, Bendición de lectores, n. 405.
[78] Los prenotandos del Ordo lectionum Missæ señalan la importancia que tiene el
decoro del libro del ambón (cfr. OLM 32-36).
[79] En algunos Ordines medievales se prescribe que un subdiácono tome el libro de
los evangelios no directamente, sino con un paño: «super linteum» (cfr. Ordo Romanus
VII, 5; XI, 49…).
[80] Cfr. CE 1172 y 1174. Cirilo de Alejandría (†444) resume el significado de este
signo, escribiendo al emperador Teodoro acerca del concilio de Éfeso: «el sínodo,
reunido en la iglesia de santa María, constituyó a Cristo por su cabeza colocando el
venerable libro de los Evangelios en la sede sagrada» (cfr. CIRILO DE ALEJANDRÍA ,
Apologeticus ad Theodosium imperatorem, en PG 76, 471).
[81] Cfr. P. FARNÉS, El Evangeliario y los Leccionarios, en Liturgia y espiritualidad
4 (2003) 155-157.
[82] Un estudio histórico de las ilustraciones de los Evangeliaros antiguos, cfr. E.
P ALAZZO, L’illustration de l’Evangeliaire au Aut. Moyen Age, en La Maison-Dieu 176
(1988) 67-80.
[83] Cfr. Lc 24, 27; cfr. C. VALENZIANO, La reforma liturgica del Concilio -
191
Cronaca, teologia, arte, Bologna 2004, 105.
[84] AGUSTÍN DE HIPONA , Sermo 85, 1, en BAC, Obras Completas, X, 497: «os
Christi evangelium est; in cælo sedet, sed in terra loqui non cessat».
[85] Cfr. P. DE CLERCK, Au commencement était le Verbe, La Maison-Dieu 189
(1992) 19-40.
[86] CO 583: «El consagrante principal recibe de un diácono el Evangeliario y lo
impone abierto sobre la cabeza del elegido. Dos diáconos, a derecha e izquierda del
elegido, sostienen el Evangeliario sobre la cabeza del elegido, hasta que termine la
oración consagratoria». Poner el Evangeliario sobre la cabeza del ordenando era uso
presente en los Statuta Ecclesiæ Antiqua y una praxis secular en la liturgia galicana.
[87] Cfr. el extenso tratamiento de esta cuestión en C. VALENZIANO, La reforma
liturgica del Concilio - Cronaca, teologia, arte, Bologna 2004, 104-208; cfr. AA. VV.,
L’ambone - Tavola della Parola di Dio, Qiqajon, Bose 2006; cfr. A. GARCÍA MACÍAS,
Orientaciones teológicas y pastorales sobre los espacios litúrgicos, en Asociación
Española de Profesores de Liturgia, La reforma litúrgica - Una mirada hacia el futuro,
Ega, Bilbao 2001, 18-23.
[88] Algunos estudiosos sostienen que se trata de una cristianización del mito del ave
fénix (cfr. A. ANGLADA ANFRUNS, El mito del ave fénix, Bosch, Barcelona 1983).
[89] Jn 20, 4-5.
[90] Cfr. C. VALENZIANO, Scritti di Estetica e di Poietica - Sul’arte di qualità
liturgica e I beni culturali di qualità ecclesiale, EDB, Bologna 1999, 150.
[91] Así, en Mc 16, 2: «et valde mane, prima sabbatorum, veniunt ad
monumentum, orto iam sole» (y, muy de mañana, al día siguiente del sábado,
llegaron al sepulcro cuando ya estaba saliendo el sol).
[92] Cfr. Mt 16, 16; Jn 20, 3-8; Lc 10, 39; Jn 20, 14-18.
[93] Mc 16, 6. Mirophoras significa portadoras del myron, el perfume para ungir el
cuerpo del Señor.
[94] Cfr. P. FARNÉS, Construir y adaptar las iglesias, Barcelona 1989, 99-126.
[95] Explicaciones teológico-simbólicas del espacio del ambón, asiduas en los Padres
griegos y sirios, cfr. C. VALENZIANO, Architettura e liturgia, Palermo 1994. Sobre el
aprecio de las comunidades cristianas al lugar de la proclamación de la palabra puede
consultarse la bibliografía recogida en M. BERGAMO - M. DEL P RETE, Espacios
celebrativos, Bilbao 1997, 153-156; en particular, la descripción –en yambos y
hexámetros– del ambón de Santa Sofía, escrita por el poeta bizantino Pablo el Silenciario
(†580).
[96] Cfr. E. BIANCHI, La parola pregata - L’eucologia come risultato del’ascolto, en
A. N. Terrin (ed.), Scriptura crescit cum orante, Padova 1993, 62.
[97] Algo más tarde, con objeto de hacer resaltar la fe de Nicea (325), precisada en
192
Constantinopla (381), las anáforas usadas en el área de lengua griega se modelaron en
base a una estructura trinitaria, donde las citas bíblicas eran menos reconocibles. En todo
caso, tales anáforas están llenas de alusiones escriturísticas y su inspiración bíblica es
palmaria. Por su parte, las anáforas alejandrinas –como la de Marcos– y antioquenas –
como la de Santiago– están informadas de un biblismo riguroso (cfr. A. HANGGI - I. P ÄHL,
Prex eucharistica - Textus e variis liturgiis antiquioribus selecti, Fribourg 1968, 269ss
e ibídem, 101ss).
[98] Cfr. C. VAGAGGINI, El sentido teológico de la liturgia, BAC, Madrid 1959, 423.
[99] SC 24.
[100] MR, Prefacio común I.
[101] Cabe identificar una gradación en los modos en que los textos de la Escritura
informan la eucología: cita directa, trasplante, adaptación, reelaboración, léxico y
acoplamiento (cfr. R. IACOANGELI, Questioni letterarie relative alle Preces della Liturgia
delle Ore, Ephemerides Liturgicæ 100 (1986) 391ss).
[102] MR (1993), Apéndice II - Colectas para el Común de la Virgen María, 1093.
Esta oración no ha pasado a la 3ª edición castellana del MR (2016).
[103] Lc 8, 21: «mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y
la ponen en práctica».
[104] Lc 11, 28: «bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la
practican».
[105] St 1, 22: «tenéis que ponerla [la palabra de Dios] en práctica y no solo
escucharla».
[106] Cfr. A. BANDERA , Oración cristológica, San Esteban, Salamanca 1990, 162.
[107] Cfr. PCB, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, Roma 1993, 4, c, 1:
«la liturgia realiza la actualización perfecta de los textos bíblicos»; cfr. M. SODI,
Sacrosanctum Concilium 1963-2003. Une nouvelle théologie de la liturgie ou une
théologie liturgique?, La Maison-Dieu 238 (2004) 65-77.
[108] Cfr. Dt 6, 4: «escucha, Israel: el Señor es nuestro Dios, el Señor es Uno»; cfr.
Lc 11, 28: «pero él replicó: “bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de
Dios y la guardan”».
[109] Is 66, 2.
[110] Cfr. C. VALENZIANO, Vedere la parola - Liturgia e innefabilità, en A. N. Terrin
(ed.), Scriptura crescit cum orante. Bibbia e liturgia, Messagero, Padova 1993, 53-74,
193
TERCERA PARTE
LA VIDA
194
Capítulo 7
LITURGIA Y VIDA
La vida entera de los fieles,
durante cada una de las horas del día y de la noche,
constituye como una leitourgia[*].
Sumario
1. La trilogía «Misterio – Celebración – Vida»
2. La proyección «Celebración Vida»
3. Culto espiritual y celebración litúrgica
a tercera y última parte de este libro se titula La Vida, un sustantivo de
contenido tan amplio que necesita ser explicado para determinar en qué sentido
se emplea aquí. En las dos partes anteriores se estudiaron los contenidos de dos
grandes categorías: el misterio del culto cristiano y su celebración litúrgica. Ahora es el
momento de considerar que las celebraciones de la Iglesia no son esferas cerradas, sino
realidades abiertas, que se proyectan sobre la vida de cada uno de los miembros de la
comunidad que participa en ellas. Este es el significado de lo que se entiende en este
capítulo por vida. Se trata de completar la dualidad Misterio-Celebración mediante la
inclusión del momento existencial, y considerar así la trilogía Misterio-Celebración-Vida,
añadiendo cómo la vida de los fieles, entendida como fruto de la participación
litúrgica en el misterio celebrado, explica la profunda unidad que caracteriza la
experiencia cristiana.
Antes de adentrarnos en el estudio de esta trilogía, conviene advertir los desacordes
provenientes de la disociación de sus elementos. La experiencia cristiana es unitaria
cuando la celebración informa la vida desde el misterio. Pero es natural que nos
preguntemos: ¿las celebraciones transforman la vida de los cristianos?, ¿dónde se
encuentra la unión vital –o, a la inversa, el divorcio– entre liturgia y vida? Esta es una de
las cuestiones más importantes que debe plantearse un cristiano maduro[1].
De una parte, una celebración litúrgica que no asume la vida para transformarla desde
dentro no es una verdadera celebración, pues se convierte en puro formalismo
ceremonial; de otra, los combates espirituales –paralelos a la celebración– serán mero
empeño humano, cerrado al misterio: una aspiración sin fundamento. En este capítulo se
L
195
muestra la cohesión que proviene de una existencia que vive a partir de la fuerzaque le
transmite la celebración del misterio pascual de Jesucristo.
1. Estructura de este capítulo
La amplitud de los contenidos que vamos a tratar recomienda trazar primero el mapa
donde situarlos y distribuirlos. Para ello establecemos tres secciones:
Primera sección. Su objetivo es explicar el significado del término vida, que, en este
contexto, hace referencia a la existencia interior de los bautizados en Cristo, como
realidad unitaria que comprende dos dimensiones inseparables:
a) En sentido subjetivo, vida es todo cuanto mana de la fuente espiritual, que es la
acción misteriosa del Espíritu Santo en el alma de cada creyente. Dios actúa
amorosamente en él con su gracia a través de los acontecimientos.
b) En sentido objetivo, vida es todo aquello que mana de la fuente sacramental, es
decir, aquella realidad que fluye objetivamente de las diversas celebraciones del
misterio[2].
La primera dimensión es el objeto de la teología espiritual y la segunda, de la teología
litúrgica. Aquí se tratará únicamente de la segunda dimensión, donde las categorías de
misterio y celebración ya nos resultan conocidas, pero no así las implicaciones
recíprocas que se dan entre misterio-celebración-vida. Gracias a ellas podrá entenderse
mejor la unidad profunda que caracteriza la vida santa de los cristianos en la Iglesia.
Segunda sección. De entre las posibles variaciones que pueden darse entre las tres
piezas que conforman la trilogía –misterio-celebración, o bien vida-misterio, o bien
celebración-vida…–, interesa especialmente esta última. Es decir, al terminar la
celebración litúrgica, ¿cómo afecta el misterio a la vida ordinaria de quien ha participado
en su celebración? Esto nos llevará a tratar del más allá de la celebración, que es la
misión de los cristianos, en cuanto respuesta a la convocación de Dios. Esa misión
consiste en testimoniar la fuerza vital transformante que tiene la Pascua de Cristo para
quienes han participado en su celebración.
Tercera sección. El último paso consiste en plantear cómo la vida de los creyentes se
expresa a través de aquello que la literatura neotestamentaria designa como culto
espiritual o sacrificios espirituales[3]. Se analizará esta realidad que primero fue vivida
por Cristo, y luego por los cristianos. A continuación, se explicarán las relaciones
existentes entre el Sacrificio eucarístico y los que llamamos sacrificios espirituales de los
fieles. Uno de los objetivos de esta sección es descubrir amplios horizontes en la vivencia
diaria de la fe, y comprender cómo la liturgia informa y confiere significado a la vida
196
cristiana a partir de su cumbre, que es la santa Eucaristía, junto con los demás
Sacramentos.
Primera sección
LA TRILOGÍA «MISTERIO – CELEBRACIÓN – VIDA»
2. Origen y dinamismo de la vida en Cristo
En el origen de la llamada a la santidad se encuentra siempre Dios. Al comienzo está
la gracia de su primer auxilio y, ordinariamente, el anuncio del kérygma, la escucha de la
palabra de Dios y la catequesis. Si el catecúmeno es dócil a la acción del Espíritu Santo,
puede suscitarse la conversión que desemboca en el bautismo, pues «Dios quiere que
todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad»[4].
De este momento celebrativo de la iniciación cristiana arranca el comienzo de la
transfiguración del catecúmeno en memorial existencial de Cristo. Esta afirmación es
importante para nosotros. ¿Qué quiere decir esta expresión? Anteriormente se ha
explicado la categoría de memorial referida al misterio[5]. Si aplicamos su significado
teológico al cristiano, entonces memorial existencial de Cristo quiere decir que la vida
del bautizado se convierte en memoria y presencia de la de Cristo y, de este modo, la
identidad cristiana se revela como presencia icónica de Cristo en el mundo[6].
—En virtud de ese memorial, el misterio de Cristo –lex credendi– se hace presente
en la vida del cristiano constituyéndolo en portador del misterio para la vida del mundo.
—Este cristiano conoce la celebración de la liturgia –lex orandi– como el lugar donde
contacta con el misterio.
—De la participación en la celebración, que actualiza el misterio, fluye la vida –lex
vivendi–, que, por ser memorial de la de Cristo, se manifiesta como una vida de
alabanza, testimonio y servicio, a consecuencia de su participación en el triple oficio de
Cristo (triplex Christi munus): sacerdotal, profético y real[7].
Como resultado de la perichóresis entre esos tres oficios de Cristo, el bautizado
celebra el misterio desde su sacerdocio bautismal, a la par que anuncia a Cristo en su
condición de testigo, sin dejar de servir a Dios y a los hombres por medio de la caridad,
que Dios mismo le otorga[8].
197
3. El entramado «Misterio - Celebración - Vida»
Por consiguiente, el lugar donde acontece la experiencia de la santidad en la Iglesia y
en cada uno de los bautizados está constituido por un triple entramado en el que misterio,
celebración y vida se entrecruzan. Así lo vemos recogido en un párrafo del Catecismo de
la Iglesia Católica, situado a la cabeza de su exposición sobre la Economía sacramental:
«La Iglesia anuncia y celebra en su liturgia el misterio de Cristo para que los
fieles vivan de él y lo testimonien en el mundo»[9].
Este párrafo explica por qué toda la exposición del Catecismo se estructura en torno
a esas tres nociones; pero, sobre todo, resulta elocuente para la cuestión que se aborda
aquí, pues pone de relieve que la dinámica cristiana es –en su núcleo fundamental– un
entreverarse del misterio de Cristo, la acción que lo celebra, y la vida que de él dimana.
El misterio es anunciado y celebrado por la Iglesia para que los creyentes vivan de él y
así lo testimonien ante los hombres. Existen otras expresiones de esa trilogía
fundamental, que la enriquecen con matices equivalentes o casi equivalentes:
misterio lex credendi lógos
↓
↓
↓
celebración lex orandi sýmbolon
↓
↓
↓
vida
lex vivendi éthos
Estas ternas verticales, consideradas en su conjunto, muestran el lugar que ocupa la
liturgia en la vida de la Iglesia y de cada cristiano. La liturgia es una realidad
estructuralmente constitutiva de lo cristiano; más concretamente, la liturgia no es el
logos, ni el éthos del misterio, pero sí su sýmbolon, es decir, la mediación simbólica que
pone en relación y condensa al mismo tiempo la fe y la moral. Si, de una parte, la liturgia
precisa de ambas para conservar su autenticidad, de otra, la fe no se hará vida al margen
de la celebración, ni la vida penetrará en el misterio sino a través de la participación en el
rito[10].
4. El trenzado de los tres elementos
Tanto el misterio (de Cristo) como la vida (de los fieles) son realidades que gozan de
198
entidad previa y autónoma con respecto a la acción cultual; contemporáneamente, ambos
se encuentran íntima y estrechamente relacionados con la celebración. En efecto, los
elementos de esta trilogía no se integran como piezas aisladas, sino que interactúan
recíprocamente entre sí. De hecho, existe un flujo ascendente que parte de la vida y que
se alza por medio de la celebración hasta el misterio; en la raíz de este ascenso
(anábasis) está la glorificación de Dios. Y existe también un flujo descendente, que parte
del misterio y baja a través de la celebración hasta alcanzar la vida; en la raíz de este
descenso (katábasis) está la santificación del hombre. La cohesión interna de la vida
cristiana depende de la circularidad entre ambos flujos.
Al considerar la continuidad entre liturgia y vida, y centrarse en el flujo que desciende
desde el misterio, pasando por la celebración, hasta la vida, se pueden analizar por
separado las dos relaciones que se generan:
Misterio → celebración. Existe un nexo que relaciona el misterio con la celebración.
Cristo ha confiado su misterio a la Iglesia como lugar de su actualización. La Iglesia,
mediante su continuum celebrativo, realiza la plasmación viva del misterio de Cristo para
que pueda ser participado por los bautizados de todo tiempo y lugar. El misterio se
anuncia, se actualiza y se comunica, aquí y ahora, mediante la celebración.
Celebración → vida. También hay un nexo que relaciona la vida con la celebración.
El misterio y la vida, que existen antes y después de la celebración, mantienen una
relación inescindible con ella. La vida que precede a la celebración –el antes celebrativo–
culmina en ella, y la vida que sigue a la celebración –el después existencial– brota de ella
y tiende a ella. La plasmación de ambas relaciones es el objeto de la segunda sección que
se va a abordar a continuación.
El hecho de que esos tres elementos no sean heterónomos, sino planos mutuamente
interiores unos a otros, funda el nexo entre liturgia y vida. El misterio acontece en la
celebración mediante el rito memorial y la vida se hace presente en la celebración
mediante la participación en el rito. Tenemos aquí, al menos apuntada, la solución de
aquella eventual dicotomía o divorcio entre liturgia y vida, de la que se advertía al
comienzo de este capítulo.
Segunda sección
LA PROYECCIÓN «CELEBRACIÓN → VIDA»
5. El más allá de la celebración
199
Las celebraciones litúrgicas terminan de ordinario con un rito de conclusión[11]. En la
celebración eucarística del Rito romano, por ejemplo, los fieles oyen al diácono que
despide a la asamblea diciendo: «glorificad al Señor con vuestra vida. Podéis ir en
paz»[12]. Mientras el sacerdote abandona el santuario, los fieles abandonan la nave
porque el rito ha concluido. Pero esta conclusión es una conclusión abierta, ya que la
celebración no es un acontecimiento cerrado en sí mismo. Si así fuera, dejaría sin vida
las estructuras humanas que los cristianos están llamados a impregnar del espíritu de
Cristo[13].
La celebración, que comenzó con un congregarse de los fieles en un mismo lugar,
concluye ahora con el gesto simétrico de despedida, que apunta a la misión, es decir, al
envío para prolongar existencialmente el misterio celebrado. Los bautizados están
llamados a vivirlo en medio de las vicisitudes de este mundo (inter mundanas
varietates), pero no por ello ajenas al misterio de Cristo, en cuya celebración acaban de
participar[14]. El Sacramentario Veronense lo enuncia así: «que se haga realidad en
nuestra vida lo que hemos recibido en este sacramento»[15]. La yuxtaposición de los
sustantivos –sacramento y vida–, dispuestos en una correlación estilística que data del
siglo VII, insinúa la compenetración entre ambas magnitudes –celebrativa y vital– y, en
consecuencia, la apertura de la celebración al existencial cristiano.
La celebración litúrgica ni empieza bruscamente –hay un «algo» antes–, ni concluye
bruscamente –hay un «algo» después–:
—Lo que hay antes de la celebración es la convocación. Los que se reúnen lo hacen
precisamente porque son convocados por Dios Padre en Cristo para que, alimentados
con el Cuerpo del Señor, se conviertan ellos mismos en Cuerpo de Cristo, en «iglesia de
Dios» (ekklesía tou Theou)[16].
—Lo que hay después la celebración es la misión. La misión consiste en testimoniar
la fecundidad del misterio pascual celebrado, su energía transformante para la vida del
mundo, hasta su recapitulación definitiva en Cristo.
6. Convocación y misión
Esta convocación y esta misión pueden ser iluminadas desde la cristología cuando
trata de la convocación y misión de Jesús. De un lado, el constituirse sacerdotal de
Jesucristo actúa como paradigma del constituirse sacerdotal de la asamblea litúrgica: en
los bautizados, el reunirse es la respuesta a la convocación de Dios, que los llama para
vivir sacramentalmente la Pascua de su Hijo, de modo análogo a como la encarnación
fue la convocación del Padre a su Verbo, por el Espíritu Santo, para vivir, en cuanto
hombre, su propia Pascua.
200
De otro lado, la asamblea es enviada para la misión salvífica, de modo análogo a
como la unción de Jesús en el Jordán por el Espíritu cualificó su humanidad para la
misión salvífica que se disponía a culminar. En este sentido, el contenido teológico del
rito de despedida se podría captar a partir del contenido teológico que tuvo la unción para
Jesús: el mismo Espíritu, que realizó la cualificación mesiánica de Jesucristo, cualifica
ahora a los fieles como asamblea enviada para llevar a cabo la misión de la Iglesia:
anunciar y testimoniar, actualizar y extender el misterio de la comunión de la santa
Trinidad[17].
De este modo, el reunirse de los fieles y su despedida se relacionan según una suerte
de sístole celebrativa y diástole existencial, mutuamente implicadas, como un cierto eco
cristológico de la convocación-misión del Salvador. La celebración dispone a la
comunidad para que pueda reproducir existencialmente lo vivido por su Cabeza[18].
7. La proyección de la celebración sobre la vida
Cuando, concluida la celebración, los fieles regresan a sus quehaceres habituales, no
rompen con el misterio celebrado, sino que viven de él. La Ordenación General del Misal
Romano afirma que el diácono despide al pueblo:
«para que cada uno regrese a sus quehaceres honestos alabando y bendiciendo a
Dios»[19].
Los cristianos regresan a lo que ya hacían antes, pero sin dejar de alabar y bendecir a
Dios. Su participación en la celebración tiende a hacer de su vida una leitourgía, donde
el momento existencial (la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, la fatiga y el
descanso…) es también momento cultual (alabanza, bendición, intercesión…), en medio
de una síntesis que hace crecer el Reino de Dios en la historia[20].
De la comprensión de este hecho, nace un modo profundo de entender y vivir el
misterio del culto cristiano, que vincula la vida con la celebración. La liturgia,
contemplada sobre todo en su vértice –la Eucaristía–, transforma en vida lo que
ella significa en la celebración[21]. Este es un principio de espiritualidad litúrgica de
gran calado. Si asumimos esta realidad, la Misa puede enseñarnos a pensar como Cristo,
a sintonizar con sus sentimientos, pues las cuerdas del corazón, que se desentonan a
causa de los combates cotidianos, pueden retomar en ella la tonalidad que corresponde al
misterio pascual.
La liturgia no es un paréntesis en la vida del cristiano, un momento aislado que se
reserva para unas ceremonias, mientras el mundo y la historia discurren por otros
senderos. El más allá de la celebración consiste en testimoniar la fecundidad de la
Pascua de Cristo, una realidad que el magisterio eclesial sintetiza con estas palabras:
201
traducir en la vida el misterio pascual, es decir, hacer realidad en la propia vida el
misterio de Cristo celebrado en la liturgia[22]. Todo termina centrándose más y más en el
misterio pascual: aquello que constituye el centro de la Escritura, de la teología y de la
vida de la Iglesia, es también el centro de la vida del cristiano.
Tercera sección
CULTO ESPIRITUAL Y CELEBRACIÓN LITÚRGICA
En esta sección se estudiarán dos cuestiones que tienen consecuencias prácticas
importantes para la vida santa en la Iglesia de cada uno de los bautizados en Cristo:
—La primera es mostrar cómo la experiencia cristiana es una realidad cultual, donde
cada bautizado ofrece a Dios el don de sí mismo, como ejercicio del oficio sacerdotal de
Cristo, del que ha sido hecho partícipe por el bautismo. Afirmar que la vida cristiana
tiene una dimensión cultual equivale a decir que el creyente es sacerdote de su propia
vida, al ofrecerse a sí mismo en un sacrificio que es morir al pecado para vivir en
santidad. La santidad no es, primera y exclusivamente, un puro ejercicio de perfección
ética, sino una realidad donada desde Cristo y recibida en el bautismo, a la que el
creyente responde con su propio sacrificio, que es una acción cultual. El texto del Nuevo
Testamento que mejor lo expresa es un versículo de la carta de Pablo a los Romanos;
junto a él debe escribirse en paralelo otro versículo de la primera carta de Pedro:[23] [24]
«os exhorto, pues, hermanos,
«también vosotros, como piedras vivas,
por la misericordia de Dios,
sois edificados como edificio espiritual
a que ofrezcáis vuestros cuerpos
en orden a un sacerdocio santo,
como hostia viva, santa,
para ofrecer sacrificios espirituales
agradable a Dios:
agradables a Dios
este es vuestro culto espiritual»[23]. por medio de Jesucristo»[24].
Edificio espiritual, sacerdocio santo, culto espiritual, sacrificios espirituales,
ofrecer…, son términos característicos del lenguaje sacerdotal, cuyo contenido remite a
la vida misma de los fieles. En la antropología paulina, «ofrecer vuestros cuerpos»
significa ofrecer vuestras personas, vuestra vida real, concreta. Es el cristiano que vive
202
toda su existencia como don, transformando todo en sacrificio agradable a Dios, un
sacrificio del que es sacerdote y oferente, como Cristo lo fue también de su propia vida.
—La segunda cuestión consiste en articular esta vida, que es sacrificio y culto
existencial, con la celebración litúrgica, que es acción ritual. No son realidades
idénticas, pero tampoco separadas, ya que una desemboca necesariamente en la otra. La
acción sagrada y simbólica confiere expresión sacramental a los actos de ofrecimiento de
la propia vida. La liturgia –y especialmente la Eucaristía– sacramentaliza esos sacrificios
espirituales que cada cristiano ofrece cotidianamente ejercitando su sacerdocio bautismal
en el altar de su corazón, como acostumbra a decir la tradición patrística. En la
Eucaristía celebrada, los sacrificios espirituales son transfigurados a consecuencia
de la acción del Espíritu que los pone en comunión con el Sacrificio de Cristo,
como se estudiará a continuación.
8. La vida de Cristo como culto espiritual
Es bien conocido el relieve que la tradición hebrea atribuía al hecho de pertenecer a la
tribu de Leví, pues era la única que oficiaba el culto en el templo y los lugares sagrados
de Israel. Por pertenecer a la tribu de Judá, Jesús nació fuera de esa descendencia, y su
vida cotidiana se desenvolvió en contacto con sus contemporáneos y al margen de los
turnos con que los levitas oficiaban en el Templo. Su muerte acontece también fuera de
las murallas de la ciudad santa, crucificado entre dos ladrones. Contemporáneamente,
Jesús hizo suyos los severos correctivos de los profetas que denostaban el culto
puramente formal del pueblo elegido, como refiere el evangelio de Marcos: «Él les
respondió: bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: este pueblo me
honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí»[25].
No obstante, tales actitudes no implican que Cristo fuera ajeno al culto auténtico que
Él llama «culto en espíritu y verdad»[26]. Desde su más tierna infancia, Jesús recibió la
formación de todo israelita piadoso y más tarde, ya adulto, frecuentó regularmente tanto
la sinagoga, los sábados, como el templo de Jerusalén en las grandes fiestas, de las que
toma ocasión para predicar a quienes le seguían[27]. En más de una ocasión expresó su
voluntad de entregar la vida en sacrificio, y en la última Cena quiso ritualizar esa entrega
instituyendo la acción mediante la cual los discípulos perpetuarían el memorial de su
Cuerpo entregado y de su Sangre derramada para el perdón de los pecados.
La carta a los Hebreos explica el significado sacrificial y sacerdotal de la vida de
Jesús, especialmente cuando llegó «su hora»[28]. El ofrecimiento voluntario de su vida,
sin que tuviera exteriorización litúrgica alguna, resulta en realidad el cumplimiento –eficaz
y de una vez para siempre– de todos aquellos ritos y sacrificios realizados por los
sacerdotes vétero-testamentarios, caracterizados por su impotencia radical para
reconciliar a los hombres con Dios por medio del ofrecimiento de víctimas animales.
203
Jesús, por el contrario, no ofrece nada distinto de sí mismo. El contenido de su
ofrecimiento es su misma vida, sus padecimientos y su muerte. Toda su existencia es un
requiebro de obediencia amorosa al Padre en favor de los hombres. Esa oblación posee
una dignidad única, en tanto en cuanto es oblación del Unigénito del Padre, y el valor de
su Sacrificio sobrepasa absolutamente el que tenían los sacrificios realizados por los
sacerdotes de la Antigua Alianza. Un Padre de la Iglesia lo sintetiza así: «Cristo es
sacerdote de la víctima, que es Él mismo, y es víctima de su propio
sacerdocio»[29]. En Cristo, los términos sacerdote, oferente y víctima coinciden en su
misma Persona, a diferencia de otras religiones, incluida la judía, en las que oferente y
ofrenda no coinciden. La Carta a los Hebreos recoge el salmo 40 y esclarece
poderosamente esta perspectiva del ser sacerdotal de Cristo:
«Tú no has querido sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo».
En lugar de esos sacrificios repudiados, la Iglesia pone en labios de Cristo –desde el
inicio de su entrada en este mundo– los versículos que siguen:
«He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad».
Y concluye:
«Así, Él (Cristo) deroga lo primero para instaurar lo segundo. Y por esta voluntad
todos hemos sido santificados de una vez para siempre, mediante la ofrenda del
cuerpo de Jesucristo»[30].
No es solo la oblación de su Cuerpo y de su Sangre en la Cruz lo que se expresa en
términos sacrificiales y sacerdotales, sino toda su vida desde el primer instante de la
encarnación. Toda la existencia de Cristo se sitúa en esta perspectiva, toda ella se
despliega sobre un telón de fondo sacerdotal: Jesús mantiene su corazón y su obrar
orientados en todo momento a la obediencia filial al Padre por amor; ofrece su vida en la
agonía del huerto; perdura en esa actitud durante su Pasión; y la culmina entregando su
vida al Padre en un abandono confiado. La obediencia que Jesús vive a través de su
cuerpo de hombre se convertirá en el Sacrificio por excelencia de la nueva Alianza.
Todo el aparato cúltico y sacerdotal, que ha venido acompañando la historia de
Israel, viene a ser sombra o figura de esta realidad primordial[31]. La obediencia de
Cristo y su muerte en la Cruz han sido su gesto sacerdotal:
«Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones
y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad
filial. Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la
204
consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación
eterna, proclamado por Dios sumo Sacerdote según el rito de
Melquisedec»[32].
Los conceptos de culto, sacerdocio y sacrificio adquieren su auténtico valor y sentido
en Cristo: los acontecimientos de su vida sobrepasan el campo ritual. Si a su homenaje de
obediencia, culminado en su Sacrificio pascual, quiso otorgarle una configuración ritual,
fue para hacer presente y eficaz, en el tiempo de la Iglesia, cuanto había realizado de una
vez por todas con su vida. Hoy, las celebraciones litúrgicas ponen en relación las riquezas
del misterio pascual con las variadas situaciones de nuestra vida, para que sea una
imagen cada vez más perfecta de la de Cristo. Su vida alcanza y transforma la nuestra
a través de la mediación litúrgica, la cual hace pasar la corriente entre ambos
polos.
9. La vida de los bautizados
como culto espiritual
Desde el momento en que Cristo ha manifestado –con su vida y con su muerte
salvíficas– su constante ofrecimiento de amor al Padre, queda constituido el nuevo culto
y el nuevo sacrificio cristiano. Este culto existencial de Cristo debe ser imitado en la vida
de los fieles para que la informe desde dentro. De otra parte, como se ha visto, el Señor,
más que derogar los ritos de su tiempo, instituyó la celebración de unos signos
sacramentales que vinculan a la Iglesia con Él desde su ascensión hasta su parusía. Pero
esas celebraciones cristianas no pasarían de ser sobres vacíos si no contuvieran la
carta de nuestra vida cotidiana.
Se ha visto que el Nuevo Testamento acude al vocabulario sacerdotal para referirse a
aspectos centrales de la vida cristiana: edificio espiritual, sacerdocio santo, culto
espiritual, sacrificios espirituales…, pero no lo hace para reducirla al ámbito ceremonial,
sino para mostrar que toda nuestra existencia, animada por la fe y la caridad, hemos de
vivirla como donación de amor a Dios y a los demás. En otras palabras, la vida en Cristo
hemos de vivirla como realidad cultual, conforme a lo que fue la pauta de
comportamiento del Maestro.
Se entiende, por tanto, que el sacerdocio bautismal de los fieles sea un sacerdocio
existencial, y que el contacto sacramental con los misterios de Cristo, a través de las
acciones rituales de la Iglesia, lleve a plenitud la vida en el Espíritu, pues la participación
en cada una de ellas es ocasión de que los fieles sean plasmados conforme al Modelo,
hasta ser hechos alter Christus.
10. Culto espiritual y celebración litúrgica
205
Para mostrar las consecuencias prácticas de esta doctrina, algunos Padres de la
Iglesia han cincelado síntesis luminosas. Así, por ejemplo, León Magno (†461) escribe:
«se debe realizar con las obras aquello que se ha celebrado en el sacramento»[33]. Y la
liturgia prolonga este enunciado del papa León cuando implora para sus hijos –recién
nacidos de la fuente bautismal– que hagan vida suya el sacramento que acaban de recibir
(sacramentum vivendo teneant)[34]. Este hacer vida suya el sacramento por parte de
los neófitos no solo consiste en conservar estáticamente el tesoro recibido, sino también
en expresarlo y desplegarlo con su propia vida en todas sus potencialidades, sin llegar
nunca a agotarlo.
No pensemos que esto solo es válido cuando se celebra la Eucaristía. Sacrosanctum
Concilium habla de la presencia y acción de Cristo en el conjunto de las celebraciones
litúrgicas[35]. Así, por ejemplo, la Iglesia pide que la celebración mantenga siempre vivas
y operantes en nuestro comportamiento las fiestas pascuales que hemos celebrado[36];
en otra ocasión, pide que no solo la comunión eucarística, sino toda nuestra participación
en el misterio pascual perdure continuamente en nuestra vida[37].
En la fe de la Iglesia, un cristiano encuentra a Cristo en cada persona, en cada
acontecimiento, en el tejido de sus afanes cotidianos[38]. El cristiano está ya
pascualizado en su raíz por el bautismo y, si es coherente con ello, su vida discurrirá
viviendo no según los dictámenes del mundo y de la carne, sino conforme a las
inspiraciones del Espíritu. A la vez, no por eso desdeña los sacramentos –en primer lugar,
la Eucaristía– ni el resto de subsidios que la Iglesia pone a su disposición para sostener el
contacto continuo con el misterio central de la salvación, del que brota toda gracia que
nos conforma con Cristo[39].
Se trata de hacer de toda nuestra vida, como Cristo hizo de la suya, una continua
donación de amor a Dios y a los demás, lo cual no puede ser obra exclusivamente
humana, sino, antes que nada, resultado de la acción divina. Por eso Lumen gentium
invita a que los fieles aprendan a insertar en la ofrenda eucarística todas sus
acciones –aun aquellas que pudieran parecer a primera vista profanas–, pues todos los
acontecimientos honestos de la vida son santificables por medio de la gracia que fluye del
misterio pascual de Cristo:
«(Cristo Jesús), a quienes asocia íntimamente a su vida y misión (los laicos),
también les hace partícipes de su oficio sacerdotal, en orden al ejercicio del
culto espiritual, para gloria de Dios y salvación de los hombres. Por eso, los
laicos, en cuanto consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, tienen una
vocación admirable y son instruidos para que en ellos se produzcan siempre los
más abundantes frutos del Espíritu. Pues todas sus obras, preces y proyectos
apostólicos, la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso del alma
y del cuerpo, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida si se
206
sufren pacientemente, se convierten en “hostias espirituales, aceptables a Dios
por Jesucristo”, que en la celebración de la Eucaristía, con la oblación del
Cuerpo del Señor, ofrecen piadosísimamente al Padre. Así también los laicos,
como adoradores en todo lugar y obrando santamente, consagran a Dios el
mundo mismo»[40].
Al afirmar que los fieles ofrecen en la celebración de la Eucaristía sus obras,
oraciones, proyectos… –en resumen, los sacrificios espirituales que jalonan su vida–,
Lumen gentium está planteando la relación entre la celebración eucarística y el culto
espiritual de los fieles que participan en ella. En torno a esta relación giran dos cuestiones:
—la primera, la dualidad fieles-ministros, o sea, la articulación sacerdocio realsacerdocio ministerial;
—la segunda, la compenetración del Sacrificio eucarístico de la Cabeza con el
sacrificio espiritual de los miembros.
Examinemos ambas cuestiones más de cerca.
11. Sacerdocio real y sacerdocio ministerial
Discurrir sobre el culto espiritual de los fieles remite al sacerdocio real, y discurrir
sobre la celebración eucarística remite al sacerdocio real y al sacerdocio ministerial, pues
en ella ambos sacerdocios concurren[41]. El sacrificio espiritual, que los fieles hacen de
su propia vida, está orientado al Sacrificio eucarístico para cuya celebración se precisa el
sacerdocio jerárquico. El hecho de que los laicos ofrezcan su vida y sus obras
precisamente en la Misa pone de manifiesto que la comunidad –los fieles– no puede
darse a sí misma la palabra y el sacramento que la salva, sino que requiere la presencia
insoslayable del ministerio jerárquico –los sacerdotes–, sin el cual el Sacrificio de Cristo
sería incelebrable y el culto espiritual de los fieles, no consumado. Para entender mejor
esta articulación se debe tener en cuenta lo siguiente[42]:
a) Existe una prioridad sustancial del sacerdocio real sobre el sacerdocio jerárquico.
Lo primero –el común denominador– será siempre ser cristiano, y san Agustín designa la
índole de esta condición como nomen gratiæ[43]. Por eso, el sagrado ministerio presenta
un carácter relativo y teológicamente subordinado con respecto al sacerdocio real. Cristo
instituyó el sacerdocio jerárquico para que sirviera al bautismal[44]. De ahí que los fieles
no sean meros receptores de la acción de los ministros sagrados.
b) Pero sería incompleto no añadir que existe también una prioridad funcional del
sacerdocio jerárquico sobre el bautismal. Si el sacerdocio real de los fieles es un
sacerdocio existencial, el sacerdocio jerárquico de los ministros es un sacerdocio
207
representativo, en cuanto se hace icono de la presencia de Cristo-Cabeza en medio de la
asamblea. San Agustín designa la índole de esta condición como nomen officii. La
comunidad necesita ser servida por el ministerio jerárquico para poder consumar su
sacerdocio real. La asamblea necesita del sacerdote para poder enriquecerse con el
don eucarístico y –solo entonces– poder presentar sus sacrificios espirituales en el
altar, a fin de que el Espíritu los ponga en comunión con el Sacrificio de Cristo,
haciendo de ambos una sola Hostia, el culto del Christus totus.
12. El Sacrificio eucarístico
sacramentaliza los sacrificios espirituales
Pasemos ahora a la segunda cuestión: ¿qué relación se da entre la celebración
eucarística y el culto espiritual de los fieles? Sabemos que la pasión, muerte y
resurrección son acontecimientos de Cristo vividos como donaciones que culminan
aquella santa Oblación en que consistió su vida entera. La Eucaristía celebrada es el
sacramento, el signo memorial de ese Sacrificio, allí donde el sacrificio de la Esposa entra
en comunión con el Sacrificio del Esposo. Todos los actos de sumisión amorosa a la
voluntad de Dios, de apertura y caridad hacia los demás…, que conforman el sacrificio
espiritual cotidiano de los bautizados, caen bajo la acción transformante de la santa
Oblación de Cristo. La relación entre ambos sacrificios es de íntima compenetración por
la acción del Espíritu Santo.
A la pregunta sobre cómo se relacionan el Sacrificio de la Cabeza y el sacrificio de los
miembros se responde diciendo que, en la santa Misa, el sacrificio espiritual, que es
la vida misma de los fieles –vivida como existencia que se ofrece como don–, es
asumido por el Espíritu para ponerlo en comunión con el Sacrificio de Cristo. El
sacrificio espiritual de la comunidad –y de cada uno de sus miembros– es atraído por el
Sacrificio del Señor, hecho presente en la celebración. La Ofrenda de Cristo-Cabeza
atrae hacia sí a la ofrenda de la Iglesia-Cuerpo. En la celebración de la Eucaristía, Cristo
ofrece su propio Sacrificio junto con el de la Iglesia: es una sola Hostia, el sacrificio del
Christus totus.
En la celebración eucarística, el Sacrificio de Cristo es también el sacrificio de los
miembros de su Cuerpo. Las acciones de la vida de los fieles –su alabanza y sus súplicas,
sus fatigas y dolores, sus éxitos y fracasos– se unen al Sacrificio de Cristo, a partir del
cual quedan enriquecidos con un valor trascendente. Lo vemos expresado en un texto
tomado de una plegaria eucarística del Misal Romano, cuyo contenido presenta un
notable relieve teológico:
«Te pedimos humildemente, Padre santo, que nos aceptes también a
nosotros, juntamente con tu Hijo (…)»[45].
208
Aquí se abre un panorama grandioso en el que lo cotidiano de la jornada cobra un
relieve insospechado a consecuencia de su inserción en el misterio eucarístico[46]. Los
maestros espirituales del Oriente y del Occidente cristianos han mostrado las
consecuencias de esta admirable comunión.
Se esclarece de este modo el sentido profundo de la celebración eucarística, que sería
–hablando en términos coloquiales– el invento de Cristo para que, siempre que Él
actualiza sacramentalmente su entrega sacrificial sobre el altar, ya no sea Él solo
quien se ofrece al Padre, sino Él juntamente con su Iglesia. Cristo asocia a su
Iglesia[47]. Ella se ve libre y místicamente arrastrada en la oblación de su Esposo[48]. Es
la consecuencia del ser mismo del misterio eucarístico, ya que no se puede participar
en la santa Misa sin ser transformado en lo que ella significa. De esa atracción es
preciso percatarse más y más cada día, porque la calidad y la participación en la
Eucaristía y sus frutos dependen de que se interioricen estas realidades de la fe:
—la Eucaristía adentra a quienes la celebran en el acto oblativo de Jesús que salva al
género humano, al cosmos y a la historia;
—en la celebración eucarística, la asamblea santa no solo ofrece, sino que ella misma
se ofrece también (offert et offertur);
—no solo se recibe pasivamente al Señor, sino que, al recibirlo, se queda implicado
en su misma dinámica de entrega[49].
13. Algunas expresiones litúrgicas
de esa sacramentalización
Detengámonos ahora en dos textos litúrgicos recogidos en el Ordinario de la Misa. Al
terminar el rito de la presentación de los dones, el sacerdote puede dirigirse a los fieles
con esta fórmula:
«En el momento de ofrecer el sacrificio de toda la Iglesia,
oremos a Dios, Padre todopoderoso…»[50].
Cuando está a punto de iniciarse la gran plegaria eucarística, ¿qué significa ese
«sacrificio de toda la Iglesia»? No solo se quiere decir el sacrificio de la Iglesia, en cuanto
realidad extensiva o geográficamente considerada, sino también el Sacrificio de Cristo,
Cabeza de la Iglesia, juntamente con los sacrificios espirituales de quienes conforman la
asamblea. En la celebración, esos sacrificios espirituales son asumidos en el Sacrificio de
Cristo por la fuerza del Espíritu.
Otro texto, tomado de la anáfora cuarta del Misal Romano, muestra cómo la Iglesia
es constituida en una única oblación con Cristo por el memorial eucarístico:
209
«Dirige tu mirada sobre esta Víctima (…)
y concede que seamos, en Cristo,
víctima viva para alabanza de tu gloria».
El término víctima aparece la primera vez en mayúscula y la segunda en minúscula:
en el primero se contempla la Cabeza, y en el segundo, sus miembros. La Iglesia, al
ofrecer la Víctima divina, se ofrece ella misma como co-víctima con Cristo al Padre. La
plegaria eucarística tercera lo expresa así: «dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu
Iglesia…». Se pide que Dios dirija su mirada sobre la Iglesia transformada –ella misma–
en ofrenda[51].
En el altar, este sacrificio espiritual de los fieles es asumido por el Espíritu para
hacer de él una única y mística realidad con el Sacrificio de Cristo. Es propio del
Espíritu Santo mantener esta cohesión, de manera que, siempre que la Iglesia celebra,
esa fusión acontece. Las obras de la fe, de la misericordia, del testimonio… de cada
cristiano caen bajo la acción transformante del Sacrificio de la Cruz por el Espíritu Santo.
Cristo, por el ministerio de sus sacerdotes, asocia a su propio Sacrificio los sacrificios
espirituales de sus miembros. La vida cristiana deviene, pues, la materia viva y personal
que se hace sacrificio juntamente con Cristo.
14. Conclusión
El sacerdocio de Jesucristo, del que participan los bautizados, no es el sacerdocio de
los sacrificios y de las víctimas del Templo, sino aquel que se ejerce con la propia vida,
ofreciéndola y entregándola a Dios. Quien participa en la liturgia ejerce el sacerdocio de
Cristo. ¿Qué significa esto? Que une su vida –alegrías, anhelos, esperanzas– a la de
Cristo y, unida a Él, la ofrece a Dios. Paralelamente, pone también junto a Cristo
aspectos importantes de su vida en otros sacramentos, como proyectos (Matrimonio),
dolores (Unción de los enfermos), ofensas (Penitencia)…
La celebración ritual representa el momento celebrativo de ese sacerdocio, de ese
vivir cada faceta de su existencia como una ofrenda agradable a Dios, de acuerdo con lo
que se cree y se celebra. Al vivir de esa manera se le llama santidad, y al proceso por el
que vamos creciendo y progresando en esa forma de vivir, contando siempre con las
dificultades que se puedan presentar, se le llama santificación. Esta santificación no es
solamente un esfuerzo personal de superación, sino, sobre todo, el fruto de la unión con
Cristo, que se realiza en cada momento de la vida y se expresa celebrativamente en la
liturgia de la Iglesia.
De este modo la vida de santidad se sitúa en medio de la bipolaridad entre una vida
que se convierte en culto y un culto que se convierte en vida. De un lado, la liturgia
210
cristiana se reduciría a un ritualismo vacío si no asumiera toda nuestra vida como ofrenda
de amor. Volveríamos a ser objeto de los reproches que los antiguos profetas –y el mismo
Jesús– hicieron: «este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de
mí»[52]. De otro lado, la vida cristiana, para ser tal y poder configurarse siempre más
con la de Cristo, debe traducirse en donación amorosa diaria a Dios y a los hombres.
Con este fin, el bautismo ha impreso en nosotros un sello (sphragis), una destinación al
culto a través del sacerdocio de Cristo, que llamamos carácter, una configuración con
Cristo –muerto y resucitado–, que irá robusteciéndose a medida que participemos
asiduamente en la celebración de los santos misterios.
En medio de esta interrelación entre culto y vida, se consolida la imagen de Cristo, es
decir, la santidad cristiana, en cuanto realidad donada que suscita como respuesta el
empeño virtuoso del hombre, entendido siempre como respuesta dócil a la acción del
Espíritu Santo y en synergia con Él.
SELECCIÓN BIBLIOGRÁFICA
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[*] LH, Fiestas de san Lucas (18 octubre) y san Marcos (25 abril), Evangelistas,
antífona para el invitatorio.
[1] No es frecuente que los manuales de liturgia traten de moral, y viceversa: los
tratados de moral no suelen aludir a la liturgia. Algunos autores han denunciado esta
situación: cfr. J. CORBON, Liturgia fontal, Palabra, Madrid 20092, 21; A. HAMMAN, Vie
liturgique et vie sociale, Desclée, Paris 1968.
[2] JUAN P ABLO II, Dominicæ Cenæ, 7.
[3] Cfr. Rm 12, 1; 1 P 2, 4-5.
[4] 1 Tim 2, 4.
[5] Cfr. cap. 3, §10-§14; y cap. 5.
[6] Así se recoge en un texto litúrgico; cfr. MR, Común de la Virgen, formulario 3,
oración para después de la comunión: «te pedimos humildemente (…) seguir con
nuestras obras a tu Hijo (…), al que hemos recibido en este sacramento» [Filium tuum
(…) quem sacramento suscepimus (…) moribus teneamus].
[7] En términos bíblicos se trata de una vida que es, a la vez y sin solución de
continuidad, sacerdocio (leitourgía), testimonio (martyría) y servicio (diakonía). Una
vida que, por ser memorial existencial de Cristo, participa y refleja el triplex Christi
munus.
[8] Traducimos real por servicio porque, en la Iglesia, el oficio de reinar es oficio de
servir; cfr. MR, San Casimiro (4 marzo), colecta: «Dios todopoderoso, a quien servir es
reinar…» (Deus omnipotens, cui servire regnare est…).
212
[9] CCE 1068. Encontramos la trilogía, con términos similares, si bien en otro orden,
en DV 8: «la Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su culto perpetúa y transmite a
todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que cree».
[10] Cfr. E. MAZZA , Lex orandi et lex credendi - Que dire d’une lex agendi ou lex
vivendi? Pour une théologie du culte chrétien, en La Maison-Dieu 250 (2007) 111-133.
[11] Se dice de ordinario porque las celebraciones del Jueves Santo y del Viernes
Santo no terminan con un rito de conclusión. No lo hacen, para mostrar litúrgicamente la
unidad átoma del misterio pascual de Cristo, que la Iglesia refleja cuando celebra esa
única acción sagrada que, comenzando el Jueves Santo con la Misa in Cœna Domini,
concluye con la despedida de los fieles al término de la Vigilia pascual.
[12] MR, Ordinario de la Misa, Rito de conclusión, n. 165. Es uno de los
formularios optativos para despedir a la asamblea litúrgica.
[13] Cfr. LG 36.
[14] MR, Domingo 21 del Tiempo ordinario, colecta: «Oh Dios, que unes los
corazones de tus fieles en un mismo deseo, concede a tu pueblo amar lo que prescribes y
esperar lo que prometes, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros
ánimos se afirmen allí donde están los gozos verdaderos» (Deus, qui fidelium mentes
unius efficis voluntatis, da populis tuis id amare quod præcipis, id desiderare quod
promittis, ut, inter mundanas varietates, ibi nostra fixa sint corda, ubi vera sunt
gaudia).
[15] Cfr. Ve 23: «ut quod in nobis mystice geritur, veraciter impleatur». El Misal
Romano recoge esta expresión (cfr. MR, Domingo 3 de Cuaresma, oración para después
de la comunión).
[16] Cfr. CCE 777.
[17] Cfr. CCE 738. La misión de la Iglesia no se añade a la de Cristo y del Espíritu
Santo, sino que es su sacramento.
[18] Cfr. J. R. VILLAR, La asamblea litúrgica, en J. L. Gutiérrez Martín - F. M.
Arocena - P. Blanco (eds.), Misterio y celebración - La liturgia en la vida de la Iglesia,
Pamplona 2007, 65ss.
[19] Sorprende comprobar que el parágrafo 90 de la OGMR (2000) no contenía esta
frase, que ya constaba en OGMR (1975) y fue reintroducida en la edición de 2002.
[20] Cfr. P ABLO VI, Laudis canticum 8: «la vida entera de los fieles, durante cada
una de las horas del día y de la noche, constituye como una leitourgia». En torno a esta
expresión, que data de ١٩٧٠, es probable que hoy la teología litúrgica no considerase
estrictamente necesario el doble matiz «quasi quædam»; cfr. JUAN P ABLO II,
Christifideles laici, 17: «ante la mirada iluminada por la fe se descubre un grandioso
panorama: el de tantos y tantos fieles laicos –a menudo inadvertidos o incluso
incomprendidos; desconocidos por los grandes de la tierra, pero mirados con amor por el
213
Padre–, hombres y mujeres que, precisamente en la vida y actividades de cada jornada,
son los obreros incansables que trabajan en la viña del Señor; son los humildes y grandes
artífices –por la potencia de la gracia de Dios, ciertamente– del crecimiento del Reino de
Dios en la historia».
[21] Cfr. BENEDICTO XVI, Sacramentum caritatis, 89.
[22] Cfr. SACRA RITUUM CONGREGATIO, Instrucción Inter œcumenici 6, en AAS 56
(1964) 421-425: «ut mysterium paschale vivendo exprimatur». Un comentario más
extenso en P. MARINI, L’Istruzione Inter œcumenici - Una svolta decisiva, en
Ephemerides Liturgicæ 108 (1994) 205-231.
[23] Rm 12, 1. Este texto se sitúa al inicio del cap. 12, que marca el comienzo de la
parte parenética de la epístola. Hasta ahí, el Apóstol ha mostrado el kérygma; ahora pasa
a hablar de los frutos que se derivan en el plano ético-existencial. Y al inicio, como valor
primordial, san Pablo plantea el culto espiritual como respuesta del bautizado al misterio
pascual de Jesucristo, que le ha justificado, liberado y salvado.
[24] 1 P 2, 4-5.
[25] Mc 7, 6; Is 29, 3.
[26] Con la expresión del Señor «culto en Espíritu y verdad», tomada de Jn 4, 24, se
quiere significar nuestra adhesión, en la fe, a la voluntad de Dios; a la escucha de su
palabra; a una vida conforme a la nueva Alianza sellada con la Sangre de Cristo en el
misterio de su Pascua de muerte y resurrección.
[27] Lc 2, 41.
[28] Jn 12, 27.
[29] Cfr. P AULINO DE NOLA , Epistula 11, en CSEL 29, 67-68: «victima sacerdotii
sui, et sacerdos suæ victimæ». La idea consta ya en el Sacramentario Gelasiano (n.
476): «qui (Christus) oblatione sui corporis remotis sacrificiis carnalium victimarum
seipsum tibi pro salute nostra offerens idem Sacerdos et sacer Agnus exhibuit». Este
locus de Paulino es la fuente de un prefacio del actual Misal Romano, que presenta a
Cristo como «sacerdote, víctima y altar» (cfr. MR, Ordinario de la Misa, Prefacio
pascual 5): «y, ofreciéndose a Sí mismo por nuestra salvación, se manifestó, a la vez,
como Sacerdote, Altar y Víctima».
[30] Hb 10, 5-10.
[31] Algunas voces del Antiguo Testamento, como la de Samuel, ya habían
vislumbrado que «la obediencia vale más que el sacrificio, la docilidad es mejor que la
grasa de carneros» (1 S 15, 22), pero solo Jesús tradujo en la práctica esta enseñanza
entregando su vida obediente en sacrificio.
[32] Hb 5, 7-10.
[33] Cfr. LEÓN MAGNO, Sermo 70, 4, en PL 54, 382: «implendum est opere quod
celebratum est sacramento».
214
[34] Cfr. Gr 401. La expresión se encuentra en MR, Lunes de la Octava de Pascua,
colecta: «concede a tus siervos vivir el sacramento que recibieron con fe» (ut
sacramentum vivendo teneant, quod fide perceperunt). La misma idea en MR, Sábado
de la 6 semana de Pascua, colecta: «aspiremos a disfrutar plenamente del misterio
pascual» (paschale mysterium studeamus habere perpetuum).
[35] Sorprende que, mientras Sacrosanctum Concilium atribuye el actuarse de la
obra redentora a la liturgia, Lumen gentium, publicada un año después, lo adjudica más
restrictivamente a la Eucaristía (cfr. SC 2: «la liturgia, por cuyo medio se ejerce la obra
de nuestra redención, sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía»; cfr. LG 3: «la
obra de nuestra redención se efectúa cuantas veces se celebra en el altar el Sacrificio de
la Cruz»). Esta extensión conceptual de Sacrosanctum Concilium se justifica si se tiene
presente que en toda acción litúrgica está presente y obra el acontecimiento de la muerte
y resurrección de Cristo, de la que la Eucaristía es el sacramento completo. Como explica
santo Tomás de Aquino, «Eucharistia vero est quasi consummatio spiritualis vitæ, et
omnium Sacramentorum finis» (Summa Theologiæ III, q. 73, a. 3). En ese sentido, las
manifestaciones de la liturgia son como grados de la Eucaristía, la cual representa su
plenitud (cfr. I. BIFFI, La liturgia –e specialmente L‘Eucaristia– presenza dell’opera
della salvezza in virtù dello Spirito Santo, en Scripta Theologica 16 (1984) 155).
[36] Gr 401. La expresión se encuentra en MR, Sábado de la 7 Semana de Pascua,
colecta: «concédenos, Dios todopoderoso, a los que hemos celebrado las fiestas de
Pascua, conservarlas por tu gracia, en las costumbres y en la vida» (ut, qui paschalia
festa peregimus, hæc, te largiente, moribus et vita teneamus).
[37] Cfr. Ge 462. Véase la expresión en MR, Domingo 2 de Pascua, oración para
después de la comunión: «que el sacramento pascual recibido se mantenga siempre en
nuestros corazones» (ut paschalis perceptio sacramenti continua in nostris mentibus
perseveret).
[38] Cfr. MR, Prefacio 3 de Adviento: «el mismo Señor que se nos mostrará
entonces lleno de gloria viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada
acontecimiento, para que lo recibamos en la fe…».
[39] Y por eso tantos momentos importantes de la historia personal y familiar se
celebran con la Eucaristía: bodas, sufragios, aniversarios…
[40] Cfr. LG 34.
[41] Cfr. LG 10: «el sacerdocio ministerial, por la potestad sagrada de que goza,
forma y dirige el pueblo sacerdotal, confecciona el sacrificio eucarístico en la persona de
Cristo y lo ofrece en nombre de todo el pueblo a Dios. Los fieles, en cambio, en virtud
de su sacerdocio regio, concurren (concurrunt) a la ofrenda de la Eucaristía y lo
ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias, mediante el
testimonio de una vida santa, en la abnegación y caridad operante».
215
[42] Cfr. P. RODRÍGUEZ, Sacerdocio ministerial y sacerdocio común en la estructura
de la Iglesia, en Romana 4 (1987) 162-176.
[43] AGUSTÍN DE HIPONA , Sermo 340, 1, en PL 38, 1483.
[44] Cfr. K. WOJTYŁA , La renovación en sus fuentes, BAC, Madrid 1982, 183, nota
1.
[45] MR, Plegaria eucarística de la Reconciliación II, anámnesis.
[46] La Iglesia celebra la Eucaristía con pan y vino mezclado con agua. El rito de la
mezcla, como toda acción simbólica, tiene un significante y un significado. El significante
visible es la mezcla del vino con agua; el significado invisible más alto lo explica san
Cipriano (†258): «cuando se mezcla el vino con el agua en el cáliz, el pueblo se une con
Cristo. Si alguien ofrece solo vino, la sangre de Cristo está sin nosotros; si solo ofrece
agua, el pueblo se halla sin Cristo» (CIPRIANO DE CARTAGO, Epistula ad Cæcilium 13, en
PL 4, 384). En estas palabras se vislumbra la profunda comunión, invisible pero real, de
Cristo con su Esposa, que acontece en el clima nupcial de la celebración eucarística. El
significado de este gesto lo determinan las palabras que lo acompañan: «que el agua
unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido
compartir nuestra condición humana» (MR, Ordinario de la Misa, Liturgia eucarística
22). Se implora a Dios que la fuerza del misterio que se celebra realice el admirable
intercambio (mirabile commercium): así como el agua se hace vino en la mezcla, así
también el hombre se divinice en la Eucaristía. De toda el agua contenida en la vinajera,
una parte cae al cáliz y otra parte queda en el recipiente, con resultados diversos: el agua
que cae al cáliz se mezcla con el vino y finalmente se cristifica; el agua que no cae al
cáliz permanece en la vinajera y sigue siendo agua.
[47] Aquí el verbo asociar es importante. Sacrosanctum Concilium lo emplea dos
veces: para explicar la naturaleza de la liturgia cristiana (SC 7) y para explicar la
naturaleza del Oficio divino (SC 83).
[48] Esa atracción que la oblación de Cristo ejerce sobre la oblación de la Iglesia sería
el cumplimiento sacramental de la profecía de Jesús: «y yo, cuando sea levantado de la
tierra, atraeré (traham) todas las cosas hacia mí» (Jn 12, 32). La atracción del Calvario
fue entonces el evento; la atracción (tractio) de la Eucaristía es hoy el sacramento, o sea,
la prolongación en el mundo y en la historia de aquella tractio entonces prometida y
ahora cumplida, sin merma alguna de eficacia.
[49] Es la existencia eucarística de la que hablaba Juan Pablo II: «puesto que toda la
Iglesia vive de la Eucaristía, la existencia sacerdotal ha de tener, por un título especial,
forma eucarística. Por tanto, las palabras de la institución de la Eucaristía no deben ser
para nosotros únicamente una fórmula consagratoria, sino también una fórmula de vida»
(cfr. JUAN P ABLO II, Carta a los sacerdotes 13 marzo 2005).
[50] Cfr. MR, Ordinario de la Misa, Liturgia eucarística 29.
216
[51] En la expresión ofrenda de tu Iglesia, el genitivo de tu Iglesia es epexegético:
en este caso, ofrenda de tu Iglesia quiere decir la ofrenda que es tu Iglesia, o sea, que la
Iglesia misma es hecha ofrenda.
[52] Mc 7, 6; Is 29, 3.
* P ABLO VI, Laudis canticum, 8.
217
Capítulo 8
EN EL HORIZONTE DE LA TEOLOGÍA ESPIRITUAL
En tu pan está escondido el Espíritu que no puede ser comido,
en tu vino mora el Fuego que no puede ser bebido.
El Espíritu en tu pan, el Fuego en tu vino,
prodigio sublime el que han recibido nuestros labios[*].
Sumario
1. Teología de los tres altares
2. Hacia una caracterización de la vida litúrgica
l presente capítulo es continuación y complemento del anterior, donde surgieron
cuestiones de gran relevancia para la vida cristiana, como son la comprensión de
la propia existencia como culto espiritual integrado en el Sacrificio eucarístico, la
convocación y misión de los fieles en vistas a la evangelización del mundo… Ahora,
estos mismos contenidos van a ser retomados para aproximarlos al ámbito de la teología
espiritual, en donde resuena su eco y reciben nueva luz. Se pone así de relieve cómo la
teología litúrgica y la teología espiritual viven en una relación mutua y fecunda; esta
recíproca interacción da alas a la vida del bautizado en vistas a su plena madurez en
Cristo[1].
La teología espiritual es siempre teología de la respuesta. Aquí, respuesta quiere
decir tarea requerida para corresponder con generosidad al don de Dios. Por eso, una vez
que se ha considerado la figura del cristiano que vive una existencia animada por su
sacerdocio real y sostenida por su participación en los sacramentos, es momento de
exponer la madurez que este mismo cristiano puede alcanzar cuando va
correspondiendo a las luces que recibe en las celebraciones del misterio, que le
llevan a integrarse comprometidamente en la misión evangelizadora de la Iglesia.
E
1. Estructura de este capítulo
Para lograr estos objetivos, este último capítulo se divide en dos secciones:
Primera sección. Está dedicada a situar la experiencia cristiana en la intersección del
218
momento cultual con el momento existencial. La pedagogía que ayuda a comprender esta
profunda realidad de la fe consiste en proponer un itinerario que, partiendo del quehacer
cotidiano del bautizado, recorre tres etapas caracterizadas por tres altares: el que algunos
Padres de la Iglesia denominan altar del corazón, luego el altar del santuario, es decir, la
mesa sagrada del espacio celebrativo, y, por último, el altar escatológico, que es Cristo,
Sacerdote de la liturgia celestial.
El recorrido a lo largo de estas etapas permite captar cómo el momento existencial y
el momento cultual se exigen recíprocamente de manera que cualquier solapamiento del
uno sobre el otro desequilibra la síntesis en detrimento de la unidad vital.
Segunda sección. Es más breve y ofrece unas notas que son como un esbozo para
caracterizar la experiencia cristiana que se abre al misterio y vive de él. Es un boceto en
diez trazos: a través de ellos se muestra cómo la vida del bautizado adquiere una forma
de ser, que podríamos llamar estilo sacramental, y que surge cuando el cristiano se
nutre espiritualmente en la objetividad de la liturgia, apropiándose de lo que en
219
ella se celebra para traducirlo después en su vida cotidiana[2].
Primera sección
TEOLOGÍA DE LOS TRES ALTARES
2. Del acontecer existencial
al altar del corazón
Ya se ha estudiado cómo la experiencia cristiana se vive en la Iglesia como un culto
espiritual grato a Dios por Jesucristo en el Espíritu. Para referirse a ese culto espiritual
algunos escritos espirituales de los Padres de la Iglesia e, inspirándose en ellos, algunos
textos litúrgicos mencionan el altar del corazón[3]. Es doctrina patrística que los
sacrificios espirituales, que jalonan la vida del bautizado, se ofrecen en el altar del
corazón[4]. Vale la pena escuchar la voz de Orígenes (†c.253), uno de los más
importantes pensadores prenicenos, explicando el significado del sacrificio espiritual en el
altar del corazón:
«Cada uno de nosotros tiene en sí un holocausto y él mismo enciende el
altar de su holocausto para que continúe siempre prendido. Cuando renuncio
a todo lo que poseo, y tomo mi cruz y sigo a Cristo, he ofrecido un holocausto en
el altar de Dios. Cuando poseo el amor y entrego mi cuerpo a las llamas y consigo
la gloria del martirio, me he ofrecido a mí mismo como holocausto en el altar de
Dios. Cuando amo a mis hermanos hasta dar la vida por ellos, cuando peleo hasta
la muerte por la justicia y por la verdad, he ofrecido un holocausto en altar de
Dios. Cuando por la mortificación de mis miembros me conservo libre de toda
concupiscencia de la carne, cuando el mundo está crucificado para mí y yo para
el mundo, he ofrecido un holocausto en el altar de Dios y me convierto yo
mismo en sacerdote de mi propio ofrecimiento»[5].
Impresiona el estilo de Orígenes cuando describe momentos existenciales de la vida
de los cristianos mediante una variada gama de expresiones ligadas a determinadas
virtudes: pobreza, caridad, justicia social, castidad… Partiendo de esta cita, resulta fácil
concebir al bautizado como sacerdote que inmola en el altar de su corazón los
sacrificios que comporta el don de sí, para glorificar a Dios y servir a los demás[6].
Ayuda también recordar que el término griego sacrificio (thysía) se halla en la raíz del
término altar (thysiastérion): los sacrificios espirituales –pneumátikas thysías– se
220
ofrecen en ese altar espiritual –pneumatikon thysiastérion–, que es el corazón. El
creyente, al inmolar los sacrificios espirituales en el altar de su corazón, realiza la
acción propia de quien ha sido constituido sacerdote de su propia existencia por el
bautismo. Su vida entera asume esta intrínseca valencia cultual.
Pueden ser oblaciones espirituales ofrecidas sobre el altar del corazón las siguientes:
los actos que traducen el delicado cumplimiento de los preceptos del Decálogo, la entrega
generosa del propio tiempo a los demás, los buenos consejos dados a los hijos o
compañeros, el ejercicio de las obras de misericordia, la alegría que conlleva un éxito, la
desazón de un fracaso, la realización del propio trabajo profesional bien terminado, los
dolores de una enfermedad, los disgustos que acompañan a un tropiezo familiar o
laboral…, y un larguísimo etcétera tan rico en matices como rica es la vida familiar,
profesional, cultural y social, llena de luces y sombras. Cuando un cristiano, movido
por la gracia, ofrece a Dios esos actos de entrega en alabanza de la Trinidad y para
la salvación del mundo, está viviendo su existencia como un culto a Dios; es erigido
en mediador insustituible para que las energías, que provienen del misterio pascual,
transformen el mundo y la historia desde dentro, imprimiéndoles un dinamismo redentor.
3. Del altar del corazón al altar del santuario
Pero estos sacrificios espirituales que se ofrecen en el altar del corazón no son unos
sacrificios cualesquiera. Estos sacrificios espirituales son la imitación voluntaria que
realizan los cristianos –a su nivel– de la santa Oblación sacrificial de Cristo al
Padre en el Espíritu. Un exegeta, que ha profundizado en el patrimonio bíblico del
sacerdocio bautismal, escribe:
«Los sacrificios espirituales de los que habla la primera carta de Pedro (2, 5)
deben ser interpretados como imitación voluntaria, por parte de los cristianos,
de la ofrenda sacrificial de Cristo, Siervo doliente»[7].
Los sacrificios espirituales de los fieles no son sacrificios ajenos al sacrificio de
Cristo. Son imitación voluntaria de la ofrenda sacrificial de Cristo. Podríamos decir,
tensando un poco las palabras, que son miniaturas de la entrega sacrificial del Señor.
Son sacrificios llamados a unirse al único Sacrificio redentor. El lugar donde esa unión
acontece es la Eucaristía celebrada en el altar del espacio celebrativo.
Lo que los fieles llevan a ese altar no es algo vago o indeterminado, sino sus propios
sacrificios espirituales destinados a entrar en comunión con el Sacrificio de Cristo por la
fuerza del Espíritu. Jesús, al instituir el memorial perpetuo de su Pascua, asume en su
Sacrificio los sacrificios espirituales de los fieles por medio de su Espíritu hasta constituir
una mística oblación: la oblación del Christus totus. En consecuencia, la participación
221
consciente y activa de los cristianos en la santa Misa lleva a una conversión asidua y a
una vida marcada por un exigente compromiso de servicio y de misericordia. Son los dos
ejes –vertical uno, horizontal el otro– de la santidad de los fieles en la Iglesia.
4. Del altar del santuario al Altar celestial
Sorprende la viveza de los tonos con que Agustín describe la Fiesta y Comunión que
se vive en la Jerusalén del Cielo:
«Toda la Ciudad redimida, es decir, la sociedad de los Santos, es ofrecida a Dios
como sacrificio universal por el gran Sacerdote, que se ofreció por nosotros en la pasión
para que fuésemos cuerpo de tan gran Cabeza… Así es, pues, el sacrificio de los
cristianos, donde todos se hacen un solo cuerpo de Cristo. Esto lo celebra la Iglesia
también con el sacramento del altar, donde se nos muestra cómo ella misma se ofrece en
la misma víctima que ofrece a Dios»[8].
Agustín nos presenta aquí la grandiosa liturgia del Cielo como cántico glorioso de
perenne adoración al Padre, entonado por Cristo –Liturgo del culto celestial– en el
Espíritu. El cielo es una gran asamblea de adoradores que viven en el cuerpo resucitado
del Señor. El Kyrios, único Sacerdote y Hostia universal, recapitula en Sí el homenaje de
la creación entera debido al Hacedor de todos los seres. Recíprocamente, Cristo, don de
Dios a los hombres y de los hombres a Dios, personifica y realiza el estado de
dependencia total de la humanidad y del cosmos con respecto a su Creador.
Los sacrificios espirituales de los cristianos, primero ofrecidos en el altar del corazón
y transformados después por el Espíritu sobre el altar del santuario en una mística
realidad con el Sacrificio de Cristo, son llevados hasta el altar del Cielo por manos de los
Ángeles y presentados como ofrenda de suave fragancia al Padre[9]. Este altar sublime
es Cristo, el Cordero divino, a quien la tradición oriental llama el Altar
supracelestial[10]. Todo había partido de Cristo por el bautismo, y todo regresa ahora
también a Él por medio de la Eucaristía. Y el bucle se cierra.
La comunión de nuestros sacrificios con el de Cristo los hace, en cierto modo,
perennes. Participan de la eternidad del Verbo porque se digna asumirlos. De ahí que, en
la resurrección de la carne, lo que recibiremos será nuestra vida, entendiendo aquí por
vida lo que expresa el título de una biografía: vida de Cicerón, vida de Marco Polo…
Lo que recibiremos al final será lo mejor de nuestra biografía, los acontecimientos de
nuestra existencia vividos en Cristo. Recibiremos en plenitud lo que ahora
experimentamos al evocar los hechos de una vida fiel, con sus alegrías, sus
satisfacciones… Ahora son memoria; en el hoy de Dios serán realidad viva. Los actos
generosos de la juventud, la entrega en la madurez…, todo cuanto el paso del tiempo va
dejando atrás, nos será entregado de nuevo y recapitulado en Cristo, Señor de la historia.
Ya no será conservado solo en los soportes que el hombre ha inventado para mantener el
222
recuerdo (una fotografía, un registro electrónico o un diario íntimo); en la celebración
eucarística confiamos a Dios nuestro culto espiritual y Dios nos lo devolverá actual en su
hoy divino. El culto de nuestra vida se perenniza en el cielo.
5. El equilibrio
entre los momentos ritual y existencial
La genuina experiencia cristiana se sitúa en la intersección del momento existencial
con el momento ritual. Si es necesario vivir teologalmente la experiencia litúrgica de
las celebraciones cristianas, no lo es menos asumir existencialmente la impronta
eucarística que la celebración proyecta en la molienda de cada jornada.
El punto de unión entre el momento existencial y el momento ritual es la persona
misma de Cristo, pues el mismo que hizo de su vida un culto perfecto al Padre, ese
mismo es autor y ministro principal del rito de culto cristiano. De ahí que los adverbios
del Concilio de Calcedonia (451), relativos a la relación entre las naturalezas divina y
humana de Cristo, iluminen también analógicamente la relación entre ambos momentos
de la vida cristiana: rito y vida se declinan sin confusión ni cambio, sin división ni
separación[11]. Se evita así un cierto nestorianismo vital[12]: cristianos en quienes lo
humano y lo divino coexisten sin armonizarse; puentes en los que, si bien ambas
cabeceras permanecen intactas –la de Dios y la del mundo–, les falta, sin embargo, el
arco central, que debería unirlas.
Segunda sección
HACIA UNA CARACTERIZACIÓN DE LA VIDA LITÚRGICA
6. Un estilo sacramental
La transformación existencial de los fieles a partir de su participación en el
culto cristiano requiere una educación que desarrolle la capacidad de asimilar
interiormente la liturgia de la Iglesia. Así se adelantó en la Introducción y así
concluyen estas páginas. Proponemos a continuación algunos rasgos que son como guías
que conducen a esa asimilación. Son una decena de trazos que perfilan el estilo
sacramental de la existencia cristiana[13]: una vida que, al estar radicada en el bautismo
y siendo participación de la misma vida de Cristo –la perenne Novedad que supera toda
expectativa–, está llamada a transformar el mundo. Esos rasgos podrían ser los
siguientes:
223
7. Algunos rasgos
que perfilan el estilo sacramental
1. La estima por la gratuidad del don de Dios, que nos ha amado primero.
La participación consciente en la liturgia va educando poco a poco al cristiano
haciéndole proclive a la alabanza del Dios siempre mayor –el Deus semper maior–, que
sale a su encuentro para desvelarle el misterio de su intimidad y ponerle en comunión con
su amor trinitario deificante.
En las celebraciones litúrgicas, el bautizado se encuentra objetivamente con Dios, que
condesciende y se inclina misericordiosamente sobre él, atrayéndole a Sí con los lazos del
amor[14].
El cristiano aprecia el carácter gratuito de la iniciativa divina y, reconociéndose
destinatario de este misterio de elección, responde dejando que todas las fibras de su
alma se movilicen en un homenaje alegre y agradecido.
2. La conciencia de tener acceso libre y confiado al Padre por medio de
Jesucristo.
No hay relación posible con Dios, si no es a través de la persona viva de Cristo. El
cuerpo resucitado de Jesús es el camino –vivo y nuevo– por el que todos los bautizados
tienen acceso directo al trono del Padre. El cristiano experimenta este acceso a Dios del
que habla san Pablo a los Romanos, cuando se reconoce inmerso en el diálogo que Cristo
mantiene con el Padre en el Espíritu en las expresiones filiales de la anáfora[15].
«Acéptanos, Padre santo, juntamente con la ofrenda de tu Hijo…».
«Padre de bondad, que todos tus hijos nos reunamos en la heredad de tu
reino…».
«Te alabamos, Padre santo, porque eres grande…».
«Y tanto amaste al mundo, Padre santo…».
Cada celebración es oportunidad de sentirse vivificado al rezar con los pronombres
divinos:
«porque solo Tú eres santo, solo Tú, Señor, solo Tú,
altísimo Jesucristo…».
«a Ti, pues, Padre misericordioso…»
«gloria a Ti, Señor Jesús…».
«a Ti, Señor, levanto mi alma…».
«Tú, que vives y reinas…».
224
3. La gratitud por el don de ser hechos partícipes de la vida trinitaria en la
celebración de la liturgia.
La celebración litúrgica es el espacio donde la Trinidad se posa sobre la historia, el
ámbito donde los fieles calan el sentido del misterio[16]. El cielo y la tierra no son
realidades disjuntas, pues la participación en la vida trinitaria se realiza a través de la
liturgia y, de modo especial, de la Eucaristía. La deificación (theosis) se incoa ya en la
tierra[17].
4. El reconocimiento de la liturgia como escenario privilegiado de la acción del
Espíritu Santo.
En el universo litúrgico, todo está informado por el Espíritu Santo[18]. En
consecuencia, la celebración de la liturgia se presenta como el escenario privilegiado de
su actuación. Memoria viva de la Iglesia, el Espíritu actúa poderosamente en el memorial
que hace presente el misterio de la Cruz gloriosa. El Espíritu divino interioriza el misterio
en el corazón del cristiano para que penetre y arraigue en su interior, como fuente que
transfigura y diviniza su vida. El Espíritu, además, se hace fruto de la celebración
litúrgica, la cual es, a la postre, una nueva Pentecostés. Contemporáneamente, la
celebración litúrgica, a la vez que manifiesta al Espíritu, lo oculta precisamente en su
misma epifanía[19].
5. La asunción del carácter central y culminante del misterio pascual de Cristo.
Toda la historia de la salvación confluye en la hora de Jesús, en el misterio de muerte
y de vida de Cristo que salva –como oferta objetiva hecha de una vez para siempre– al
linaje humano, arrebatando al Maligno su presa. Este misterio es el único acontecimiento
de la historia que no pasa, evento siempre actual[20]. A la vez que proyecta su luz sobre
la historia de la salvación, ilumina también la vida del creyente.
La Iglesia participa de la Pascua de su Esposo al ritmo del año litúrgico, que alcanza
su vértice en el Triduo pascual, del que recibe impulso orientador e integrador para su
misión en el mundo. Con un beso a la cruz del Viernes Santo, los cristianos adoran al
Eterno clavado al dolor y al Absoluto herido por la muerte. Las gotas de Sangre sobre el
madero del Viernes se convierten en rubíes al clarear la alborada del Domingo[21].
6. El aprecio por la misteriosa contemporaneidad entre los acontecimientos
redentores del Triduo pascual y el hoy litúrgico de la asamblea.
Los acontecimientos humanos permanecen como memoria histórica; los de Cristo,
como memorial litúrgico. El Sacrificio redentor es tan decisivo para la salvación de los
hombres, que el Señor culminó su éxodo al Padre solo después de habernos dejado el
rito memorial que lo perpetúa, a fin de que participáramos en él[22]. Para el creyente,
esta realidad de la fe, que consiste en saberse testigo co-presente del misterio pascual en
225
la celebración, despierta su conciencia acerca del valor que encierra la liturgia para su
vida. Gracias a ella, no piensa que dos mil años le separan del acontecimiento de la
salvación, sino que dos mil años le unen a él.
El rito celebrado hace de nuestra existencia de hoy algo nuevo. Lo hace a partir de la
fuerza vital contenida en el inicio, o sea, en la Pascua de Cristo. Se trata, pues, de
despertarse a la voz de los orígenes como a una promesa para nuestro hoy[23].
7. La experiencia de las celebraciones sacramentales como puntos de inserción en el
misterio de Cristo.
Cristo es sacramento del Padre, la Iglesia es sacramento de Cristo y los sacramentos
son sacramentos de la Iglesia[24]. Dentro de este marco de referencia, en cuyo interior la
Iglesia se comprende a sí misma como sacramento universal de salvación, existen los
sacramentos, que son acciones de Cristo en synergia con la Iglesia. Cada celebración
sacramental es un punto de inserción en el misterio de Cristo y comunicación de ese
mismo misterio.
8. El ejercicio de la lectura tipológica del Antiguo Testamento en tensión hacia
su acabado cumplimiento en Cristo.
El Antiguo Testamento es una figuración anticipada de los grandes misterios de la
nueva Alianza[25]. La lectura que de él hicieron los Padres invita a contemplar los textos
como inmersos en una atmósfera cristológica. Leerlos como si al principio de la partitura
bíblica se encontrase escrita, a modo de clave musical que todo lo determina, la presencia
de Cristo. Así, en sus comentarios a los salmos, san Agustín insiste en que un texto del
Antiguo Testamento no se capta en profundidad hasta que se descubre la prefiguración
del misterio de Cristo que subyace en él[26].
Para esta lectura, el cristiano dispone de varias ayudas presentes en los libros
litúrgicos: desde la articulación de las lecturas dominicales –en donde comprueba que la
figura anunciada en la primera lectura alcanza su cumplimiento en el Evangelio–, hasta
los títulos y moniciones que le ilustran acerca del significado cristológico, o eclesiológico
de un texto. La proclamación litúrgica de la palabra de Dios es siempre un canto a la
unidad de ambos Testamentos. Se diría que todo está dispuesto para contribuir a que
prenda el amor por la Escritura, a dejarse sorprender por su sentido espiritual.
9. La comprensión de la propia biografía como microhistoria de la salvación en
el contexto de la gran historia de la salvación.
La existencia histórica del hombre es transferida por el misterio litúrgico a la gran
epopeya de la salvación. Y, a la inversa, la historia de la salvación proyecta sus perfiles
en cada cristiano, que vive su existencia a la sombra luminosa de la muerte y
resurrección de Cristo, en la cual se encuentran recapitulados todos sus avatares. Por
226
eso, la historia de la salvación viene a ser, a la postre, el marco de referencia donde se
inscriben las coordenadas biográficas de un cristiano; un camino histórico que le conduce
hacia la Hermosura infinita, que es Dios. En esta línea, los sacramentos son realizaciones
de los prodigios obrados por Dios en la historia salutis, en cuanto proyectados
litúrgicamente sobre la vida de los bautizados[27].
10. La coherencia que proviene de entender la propia vida como lugar donde vivir el
misterio celebrado.
Toda la vida del cristiano está ritmada a partir de una sístole, que es celebrativa, y de
una diástole, que es existencial. A partir de esta realidad, la jornada cotidiana va tomando
el sabor de la Eucaristía. Por su participación en el Sacrificio eucarístico, el cristiano es
hecho una sola oblación con Cristo al Padre en el Espíritu[28]. Esta condición, operada
por el sacramento, se vive existencialmente en los sacrificios espirituales, agradables a
Dios por medio de Jesucristo, que el cristiano ofrece sobre el altar de su corazón. Ofrece
su ser y su obrar como hostia viva, santa, grata a Dios[29]. Es el culto existencial del
cristiano que, al concluir la celebración eucarística, escucha al diácono: «glorificad al
Señor con vuestra vida. Podéis ir en paz»[30]. Es decir, tras el Sacrificio eucarístico, el
sacrificio espiritual. El Pontifical Romano lo expresa con un enunciado de gran angular,
es decir, con la máxima apertura: «imitad lo que celebráis»[31]. Es una invitación a que
el cristiano participe en la misión de la Iglesia, actuando en la vida cotidiana su sacerdocio
bautismal.
8. Conclusión
Cada uno de estos trazos, que acabamos de presentar, viene a ser como una tesela
que conforma el mosaico de una vida que nace y se desarrolla en el clima de la
apertura al misterio. En esa vida, el «yo» se inserta en un segundo «Yo» más grande,
en el que el primer yo está presente de nuevo, pero transformado, bruñido, abierto
mediante la inserción en el Otro, que lo transforma, lo enriquece y hace que adquiera un
nuevo espacio de existencia[32].
El conjunto de esos rasgos describe la novedad de una vida genuinamente teologal,
que imprime en el cristiano una sólida objetividad, ya que se asienta sobre el suelo
firme de la palabra de Dios y de los signos sagrados de la Iglesia. De esta manera, los
frutos del Espíritu –paz, mansedumbre, gozo, benignidad…– se perciben como
patrimonio recibido y vivido, siendo este un criterio válido a la hora de valorar la vitalidad
y madurez de una vida en Cristo animada por el Espíritu Santo.
227
SELECCIÓN BIBLIOGRÁFICA
BRASÓ, G. M., Liturgia y espiritualidad, Abadía de Montserrat, Barcelona 1956.
CASTELLANO, J., Liturgia y vida espiritual - Teología, celebración y experiencia, CPL,
Barcelona 2006.
DANIELOU, J., Sacramentos y culto según los santos Padres, Guadarrama, Madrid 1962.
HILDEBRAND, D. VON, Liturgia y personalidad, Fax, Madrid 1966.
MARSILI, S., Los signos del misterio de Cristo, EGA, Bilbao 1993, 409-459.
SOLER, J. M., La liturgia, fuente de vida espiritual, Cuadernos Phase, CPL, Barcelona
2000.
T RIACCA , A. M., Spiritualità liturgica - Questioni fondamnetali e principi, Università
Pontificia Salesiana, Roma 1979.
[*] EFRÉN SIRIO, Hymni de fide, 10, 8.17, en CSCO 155/Syr. 74, 34.36.
[1] Cfr. Ef 4, 13: «hasta que lleguemos (…) al hombre perfecto, a la medida de la
plenitud de Cristo».
[2] Cfr. JUAN P ABLO II, Dominicæ Cenæ, 7.
[3] Es significativa, en esta línea, la siguiente expresión del Catecismo de la Iglesia
Católica: «el corazón es el lugar del encuentro (…), de la Alianza» (CCE 2563).
[4] Entre los Padres de la Iglesia y escritores antiguos que han tratado del corazón
como altar están: IGNACIO DE ANTIOQUÍA , Ep. ad Romanos 2, 2, en F. X. Funk (ed.), vol.
1, 254; AGUSTÍN DE HIPONA , De Civitate Dei, lib. 20, 10, en CCL 48, 720; SICARDO DE
CREMONA , Mitrale sive Summa de officiis ecclesiasticis, en PL 219, 19; P EDRO
CRISÓLOGO, Sermo 108, en CCL 24A, 668-671; LEÓN MAGNO, Sermo 4, 1, en CCL 138,
16-17; GREGORIO MAGNO, Homiliarum in Ezechielem prophetam libri duo 2, 10, 19, en
SCh 360, 522-523; JUAN CRISÓSTOMO, In epistulam secundam ad Corintios homilia, 20,
3, en PG 61, 540; METODIO, Convivium decem virginum 6, en PG 18, 108; N.
CABASILAS, La vida en Cristo, Rialp, Madrid 19994, 172. Un estudio más detenido en
228
torno al altar del corazón, cfr. F. M. AROCENA , El altar cristiano, CPL, Barcelona 2006,
136-155.
* Dos textos que mencionan el corazón del bautizado como un altar en el ámbito de
la eucología romana: «(…) esta agua, creatura tuya, para que, rociada sobre nosotros y
sobre este nuevo altar, sea señal del bautismo, por el cual, lavados en Cristo, llegamos a
ser altar espiritual» (RDIA 87). «Aquí (en el altar) los fieles beben tu Espíritu en las
aguas que brotan de la roca espiritual, que es Cristo, por quien son transformados en
ofrenda santa y altar vivo» (RDIA 124). El Oficio divino alude al corazón del cristiano
como un altar sobre el que baja el Espíritu Santo: «desciende, oh Espíritu Santo, y
adorna para ti el altar de nuestro corazón con las virtudes…» (LH, Dominica
Pentecostes, Hymnus ad Tertiam).
[5] ORÍGENES, In Leviticum homilia 9, 9, en SCh 287, 116-117.
[6] San Josemaría Escrivá (†1975) recoge en varios momentos de su predicación esta
realidad: «todos, por el Bautismo, hemos sido constituidos sacerdotes de nuestra propia
existencia» (cfr. JOSEMARÍA ESCRIVÁ , Es Cristo que pasa, Rialp, Madrid 198825, n. 96);
«todas las obras de los hombres se hacen como en un altar, y cada uno de vosotros (…)
dice de algún modo su misa, que dura veinticuatro horas, en espera de la misa siguiente
que durará otras veinticuatro horas, y así hasta el fin de nuestra vida» (Apuntes de una
meditación, 19 marzo 1968, cit. J. ECHEVARRÍA , Vivir la Santa Misa, Rialp, Madrid
2010, 17). Un estudio pormenorizado, cfr. M. GONZÁLEZ-AYESTA , El trabajo como una
Misa, Romana 50 (2010) 200-221.
[7] Cfr. A. FEUILLET, Jesus et sa mère, Gabalda, Paris 1974, 237 (cursiva nuestra).
[8] AGUSTÍN DE HIPONA , De Civitate Dei 10, 6, en CCL 47, 279: «ut tota ipsa
redempta civitas, hoc est congregatio societasque Sanctorum, universale sacrificium
offeratur Deo per Sacerdotem magnum, qui etiam se ipsum obtulit in passione pro
nobis, ut tanti Capitis corpus essemus, secundum formam servi».
[9] Cfr. MR, Ordinario de la Misa, Canon romano: «te pedimos humildemente,
Dios todopoderoso, que esta ofrenda sea llevada a tu presencia, hasta el altar del cielo,
por manos de tu ángel, para que cuantos recibimos el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, al
participar aquí de este altar, seamos colmados de gracia y bendición». Sobre los ángeles
en el culto judeo-cristiano, cfr. E. P ETERSON, El libro de los Ángeles, Rialp, Madrid 1957;
J. DANIELOU, Théologie du judéo-christianisme, Tournai 1958, 169-198; G. KITTEL,
ἄγγελος, en GLNT, Paideia, Brescia 1971, vol. 1, ad loc.; T. P FEIFER, El ministerio
litúrgico de los Ángeles, Pontificia Università della santa Croce, 2014 (pro
manuscripto).
[10] La tradición bizantina invoca a Cristo como el Altar supracelestial (epo-uraníon
Thysiastérion).
[11] Cfr. DH 302: «inconfuse, immutabiliter, indivise, inseparabiliter».
229
[12] El nestorianismo es una herejía enmarcada en las disputas cristológicas que
sacudieron a la Iglesia entre los siglos III a V, propuesta por el monje Nestorio tras ocupar
la sede de Constantinopla. Considera a Cristo radicalmente separado en dos personas,
una humana y otra divina, ambas completas y unidas en Cristo, que es Dios y hombre al
mismo tiempo, pero formado de dos personas distintas.
[13] Cfr. JUAN P ABLO II, Incarnationis mysterium, 1.
[14] Cfr. Jr 31, 3: «con amor eterno te amé, y por eso prolongué mi misericordia
para contigo».
[15] Cfr. Rm 5, 1-2: «justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por
medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien también tenemos acceso por la fe a esta
gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios».
Es recomendable considerar en la oración personal el Canon romano, así como las demás
plegarias eucarísticas del Misal, en cuanto paradigmas de oración eclesial.
[16] Cfr. B. FORTE, L’attesa e l’invocazione del Padre nella cultura contemporanea
e nell’esperienza religiosa, oggi, en Il Giubileo, atto di lode al Padre - «A te Dio
Padre onnipotente ogni onore e gloria», Relazione nella 50 Settimana Liturgica
Nazionale, CLV, Roma 1999, 10.
[17] Cfr. JUAN P ABLO II, Orientale lumen, 6.
[18] Cfr. D. VON HILDEBRAND, Liturgia y personalidad, Guadarrama, Madrid 1966,
144.
[19] Cfr. B. BOBRINSKOY, Quelques reflexions sur la pneumatologie du culte,
Mélangues liturgiques, Louvain 1972, 19-29.
[20] Cfr. CCE 1085. Una contextualización de este parágrafo, cfr. cap. 3, §13.
[21] Cfr. O. CASEL, Misterio de la Cruz, Guadarrama, Madrid 1961, 134: «o Crux
splendidior cunctis astris», en el antiguo Breviario monástico, Exaltación de la santa
Cruz, primer responsorio de Maitines; cfr. O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Cuatro poetas
desde la otra ladera, Trotta, Madrid 1996, 551.
[22] JUAN P ABLO II, Ecclesia de Eucharistia, 11.
[23] Cfr. P.-J. LABARRIÈRE, Le rite et le temps, en J. GREISCH, Le rite, Bauchesne,
Paris 1981, 30.
[24] Cfr. Jn 14, 9: «Felipe, quien me ve a mí, ve al Padre».
[25] El epitafio que se lee sobre la tumba del beato John Henry Newman (†1890),
compuesto por él mismo, es este: «ex umbris et imaginibus in veritatem» (desde
sombras e imágenes hacia la verdad).
[26] Cfr. AGUSTÍN DE HIPONA , Enarrationes in psalmos 98, 1, en B. Martín (ed.),
BAC, Madrid 1966, 562: «cuando oímos un salmo, escrito antes de venir el Señor en
nuestra carne, todo nuestro interés se centra en ver allí a Cristo, en entender allí a Cristo.
Dirigíos, pues, conmigo a indagar ese salmo y busquemos en él a Cristo, pues sin duda se
230
mostrará a los que le buscan el que se manifestó a los que no le buscaban, y no
abandonará a los que le desean, el que redimió a quienes se despreocupaban de Él».
[27] Cfr. J. DANIELOU, Historia de la salvación y liturgia, Sígueme, Salamanca
٧٠-٥١ ,١٩٦٥.
[28] MR, De Domino nostro Iesu Christo summo et æterno Sacerdote,
postcommunio: Quæsumus, Domine, ut, huius participatione sacrificii, quod in sui
commemorationem Filius tuus præcepit offerre, nosmetipsos cum illo oblationem
facias tibi sempiternam (te pedimos, Señor, que, por la participación en este sacrificio,
que tu Hijo nos mandó celebrar en conmemoración suya, nos hagas oblación perpetua
juntamente con él). Esta oración no ha pasado a la tercera edición castellana del MR
(2016).
[29] Cfr. 1 P 2, 5; Rm 12, 1.
[30] MR, Ordinario de la Misa, Rito de conclusión 165. Es uno de los formularios
optativos para despedir a la asamblea litúrgica.
[31] PR, Ordenación de presbíteros, 93.
[32] Cfr. BENEDICTO XVI, Homilía en la Vigilia pascual (15 abril 2006).
231
APÉNDICES
232
Apéndice 1
LOS TÉRMINOS LITURGIA Y CELEBRACIÓN
1. EL TÉRMINO LITURGIA
La palabra liturgia designa una realidad que va mucho más allá de su significado
etimológico. Contemporáneamente, la teología da suma importancia a las palabras, pues
constituyen una de sus principales herramientas. Conviene, por tanto, conocer el
horizonte de significado que asume el sustantivo liturgia en los diversos ámbitos
culturales[1].
En el mundo helenístico
La palabra castellana liturgia procede del griego leitourgía, que se compone de lȇit
(pueblo) y érgon (obra, acción). Es importante subrayar desde el principio este dato
inicial: la liturgia no se inscribe en el área de lo especulativo, es decir, de la
elucubración, o del mero discurso reflexivo, sino que pertenece al área dinámica de
la acción (érgon), de la puesta en obra. Con el paso del tiempo, liturgia vino a
significar servicio público. Cuando este servicio público afectaba al ámbito religioso,
leitourgía aludía al culto oficial que se tributaba a los dioses.
En el Antiguo y en el Nuevo Testamento
En el Antiguo Testamento –concretamente, en la versión de los LXX–, el sustantivo
leitourgía, declinado en sus diversas formas, aparece unas 150 veces. En esta versión, el
vocablo leitourgía se aplica al servicio cultual de los levitas, mientras que los
vocablos latreia y doulía (adoración y honor) se aplican a la función cultual que
pertenecía a todo el pueblo de Israel.
Pero, a diferencia de lo que sucede en el Antiguo Testamento, en el Nuevo la
frecuencia del término leitourgía es menor, ya que solo la encontramos 15 veces y con
una pluralidad de significados: el civil de servicio público, el técnico que tenía en el
Antigua Alianza… En el Nuevo Testamento, leitourgía nunca se refiere al culto cristiano,
con la excepción de un discutido pasaje de los Hechos de los Apóstoles[2]. Esto
responde a que leitourgía era un término excesivamente ligado al sacerdocio
levítico, realidad que perdió su razón de ser ante el sacerdocio de Cristo, como
hemos estudiado[3].
233
En las Iglesias orientales
Los cristianos de Oriente emplean el término leitourgía para referirse a la
celebración de la Eucaristía en sus respectivos ritos. La celebración eucarística es la
divina liturgia. Y así, si se habla, por ejemplo, de la liturgia de san Juan Crisóstomo,
que se refiere a la celebración de la Eucaristía según la anáfora que tendría su origen en
ese Padre, que fue patriarca de Constantinopla en el siglo IV. Del mismo modo existe la
liturgia de san Basilio, de san Atanasio…
En la Iglesia latina
En la Iglesia latina, el vocablo liturgia era desconocido, al contrario de lo que ocurrió
con otros términos griegos que fueron latinizados. En lugar de liturgia se usaron
sintagmas como munus, officium, opus… Solo Agustín emplea en una ocasión liturgia
en sentido de latreia, es decir, de servicio cultual[4].
Desarrollos posteriores
En el mundo occidental, el sustantivo liturgia reaparece en los siglos XVI y XVII
coincidiendo con los albores de la nueva ciencia litúrgica. En las obras de aquellos
precursores, el término liturgia se emplea para libros científicos que tratan de la
historia y la descripción de los ritos de la Iglesia[5]. En los siglos XVIII-XIX el término
liturgia es adoptado por las comunidades de la Reforma y precisamente en el sentido
amplio del culto cristiano. La palabra liturgia pasa también a los documentos pontificios,
sobre todo a partir de san Pío X (†1914), y al primer Código de Derecho Canónico
(1917), convirtiéndose inmediatamente en usual dentro del lenguaje oficial de la Iglesia
latina. A partir de la reinstauración litúrgica promovida por el Concilio Vaticano II, el
Oficio divino pasó a denominarse liturgia de las Horas.
En la actualidad, desde un punto de vista extensivo, con el término liturgia nos
referimos, de modo concentrado y culminante, a la celebración de la Eucaristía. Si
ampliamos la comprensión, la liturgia celebra derivadamente los siete Sacramentos.
Extendiendo aún más el campo, la liturgia celebra también los sacramentales
(bendiciones, exorcismos, exequias…), el año litúrgico (ciclos, solemnidades, fiestas,
memorias…) y el Oficio divino (liturgia de las Horas).
2. EL TÉRMINO CELEBRACIÓN
234
El recorrido que vamos a realizar en torno a los significados del verbo celebrare nos
mostrará sus valencias semánticas, sobre todo cuando se emplea en contexto litúrgico. Si
el estudio del término liturgia ha puesto de relieve su carácter de acción, el estudio
del sustantivo celebración va a mostrar ahora su índole comunitaria.
En el latín clásico
El primer significado del verbo latino celebrare apunta a visitar asiduamente un lugar
en grupo, acudir multitudinariamente a un sitio. La lengua latina conoce también el verbo
frequentare, cuyo campo semántico es muy parecido al de celebrare. Frequentare
significa acudir a menudo a un sitio, solemnizarlo yendo en gran número a él.
Celebrare presenta otro significado cuando lleva como complemento directo términos
como días festivos, juegos, sacrificios…; entonces indica la participación de una
multitud, cuya presencia reunida confiere mayor relieve al acontecimiento, lo lleva a
festejarlo solemnemente. Cuando celebrare se refiere a personas, adquiere el significado
de honrar, exaltar, glorificar. Finalmente, celebrare con complemento directo de dioses
adquiere el matiz de rendir culto religioso. Este significado religioso se sitúa, pues, en
la cumbre de la evolución semántica de celebrare, ya que abraza a la vez la idea de
multitud, solemnidad y homenaje de alabanza.
En los escritores cristianos
El lenguaje litúrgico cristiano tomó el término celebración del sistema lingüístico
latino y, hasta la entrada de las lenguas vernáculas en la liturgia, lo ha venido empleando
profusamente en su eucología. Hacia finales del siglo II, cuando comienza la
cristianización del latín y esta lengua pasa a la liturgia –porque entonces ya era la lengua
usada por el pueblo–, se produce una simbiosis entre el lenguaje común y las vivencias
de los cristianos. Esta simbiosis es la responsable de que se introduzcan nuevos matices
en los términos celebratio y celebrare.
Así, por ejemplo, leyendo sobre todo a Cipriano (†258) y a Tertuliano (†220) –dos
grandes creadores del latín cristiano junto con otros autores de su tiempo– se advierte
cómo pasan del uso profano de estas palabras al uso cristiano y litúrgico. Tertuliano
traslada celebratio a los sacramentos cristianos, y Ambrosio (†397) confiere a
celebrare un contenido específicamente litúrgico. Agustín (†430) escribe que la vida
de los mártires es una celebración de Cristo. En los escritos de León Magno (†461), el
complemento directo del verbo celebrare suele ser ordinariamente el misterio pascual, el
paschale sacramentum. En Cromacio de Aquileia (†407), celebrare significa representar
aquí y ahora toda la salvación anunciada en la primera Alianza y cumplida en Cristo.
235
En las fuentes litúrgicas
El sustantivo celebratio apenas aparece recogido en los antiguos sacramentarios[6].
En el Missale Romanum de Pío V (1570), celebratio es un ápax, o sea, un término que
se emplea una sola vez. En los antiguos Sacramentarios, celebrare es casi únicamente la
acción de quienes se congregan para celebrar la Eucaristía. En el celebrar de la
comunidad se hace visible la iglesia local, y el nosotros se dilata, a través de la
participación angélica y cósmica. Retoma, pues, el significado clásico de una
multitud que se reúne para una solemnidad, poniendo así de manifiesto la índole
comunitaria de las celebraciones de la Iglesia, como recuerda la Constitución
Sacrosanctum Concilium[7].
[1] Sobre el origen etimológico y las diversas acepciones de liturgia, cfr. H. SCHMIDT,
Introductio in liturgiam occidentalem, Herder, Roma 1962, 33-45.
[2] Nos referimos a Hch 13, 2: «mientras estaban celebrando el culto del Señor y
ayunando, dijo el Espíritu Santo…» (Λειτουργούντων δὲ αὐτῶν τῷ κυρίῳ καὶ
νηστευόντων εἶπεν τὸ πνεῦμα τὸ ἅγιον…; ministrantibus autem illis Domino et
ieunantibus, dixit Spiritus Sanctus…).
[3] Cfr. cap. 7, §8.
[4] Cfr. AGUSTÍN DE HIPONA , Enarrationes in Psalmos 135, 3, en PL 39, 1757: «(…)
ut ministerium vel servitium religionis, quæ græce «liturgia», vel latria dicitur, sanctis
Angelis exhiberent».
[5] Es el caso, entre otros, de J. P AMELIUS, Liturgica Latinorum 1571; J. BONA ,
Rerum liturgicarum libri duo 1671; J. MABILLON, De Liturgia Gallicana, 1685.
[6] Cfr. J. DESHUSSES - B. DARRAGON, Concordances et tableaux pour l’étude des
grands sacramentaires, 6 vols., Éd. Universitaires Fribourg Suisse, Fribourg 1982-1983;
más recientemente, cfr. M. SODI - G. BAROFFIO - A. T ONIOLO (a cura di), Sacramentarium
Gregorianum - Concordantia, LAS (Veterum et Coævorum Sapientia 7), Roma 2012;
cfr. ÍDEM , Sacramentarium Gelasianum - Concondantia, LAS (Veterum et Coævorum
Sapientia 11), Roma 2014.
[7] SC 26: «las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la
Iglesia, que es sacramento de unidad, es decir, pueblo santo congregado y ordenado bajo
la dirección de los Obispos».
236
237
Apéndice 2
EL CAMINAR HISTÓRICO
DE LA CELEBRACIÓN LITÚRGICA
Sumario
1. Los tres primeros siglos - LA LECTURA ESPIRITUAL DEL CULTO CRISTIANO
2. El siglo IV - LA MISTAGOGÍA
3. El Medievo - ALEGORÍA Y DEVOCIÓN
4. Los siglos XIV y XV - LA DEVOTIO MODERNA
5. LA REFORMA PROTESTANTE Y LA REFORMA CATÓLICA
6. EL MOVIMIENTO LITÚRGICO
7. LA LITURGIA DURANTE EL CONCILIO VATICANO II
8. LA APLICACIÓN DE LA REFORMA LITÚRGICA
Tratar la historia de la liturgia en un apéndice no significa que sea un estudio
irrelevante para la comprensión global del hecho litúrgico. En realidad, es al contrario.
Por eso algunos de los grandes temas que hemos estudiado comienzan con una breve
nota histórica[1]. No obstante, siendo conscientes de la importancia fundamental de la
historia para la liturgia –como, más en general, para toda la teología–, hemos preferido
estudiar primero la razón teológica del culto cristiano para luego, desde ahí, comprender
mejor los complejos avatares de su caminar histórico. De otro modo, ¿cómo entender la
mistagogía que desarrollaron los Padres sin conocer antes la continuidad teológica entre
la historia de la salvación y la celebración litúrgica (cap. 2)? O bien, ¿cómo podríamos
entender la lectura existencial del culto cristiano, propuesta por los apologistas de los
primeros siglos, sin conocer antes la noción de culto espiritual en Cristo y en los
cristianos (cap. 7)?
Al inicio del discurso histórico, lo primero que nos encontramos es la cuestión de lo
mutable y lo inmutable en la liturgia. La liturgia, tal como hemos explicado en los dos
primeros capítulos de este libro, se expresa mediante un conjunto de formas –como si
fuera un canto a varias voces– que se ha visto sometido a un proceso a lo largo de la
historia. En ese conjunto de formas hay una parte inmutable por ser de institución divina,
y otras partes sujetas a cambio que, en el decurso de los siglos, pueden e incluso deben
variar[2]. Este hecho responde a que el misterio de Cristo, siendo único, se ha venido
celebrando a lo largo de los siglos conforme a una diversidad de tradiciones litúrgicas[3].
Historia de la liturgia y Tradición apostólica
El criterio para determinar lo inmutable de la liturgia es la fidelidad a la Tradición
238
apostólica, ya que, en la Iglesia, la Tradición es el elemento de contacto vivo con Cristo.
Tradición es comunión en la fe y en los sacramentos recibidos de los Apóstoles,
significada y garantizada por la sucesión apostólica[4].
En este Apéndice se va a esbozar, a grandes rasgos, la historia de esos cambios
generadores del conjunto multiforme de las celebraciones de la liturgia, a partir del origen
divino establecido en Jesucristo. No teniendo posibilidad de desplegar, de manera
analítica y con la extensión que merece, la evolución de las formas rituales de la
celebración, nos limitamos a presentar sintéticamente cinco modelos de lectura para
este importante capítulo de la vida de la Iglesia[5]. Finalmente, los tres últimos apartados
relatan el impulso experimentado por la liturgia a partir de comienzos del siglo pasado.
1. Los tres primeros siglos
LA LECTURA ESPIRITUAL DEL CULTO CRISTIANO
Algunos textos escritos por autores cristianos antiguos muestran que una de las
acusaciones más frecuentes vertidas contra los cristianos era la de su ateísmo. Los
interlocutores judíos y paganos no conseguían identificar en la vida de los cristianos
aquellos elementos que consideraban constitutivos de su religiosidad. Los judíos
acusaban a los cristianos de haber abandonado las prácticas más significativas de la ley
mosaica, mientras que los paganos les echaban en cara la ausencia de templos, altares y
estatuas al Dios que adoraban. Los primeros cristianos fueron tildados de impíos,
hombres sin Dios. San Justino (†165) responde a estas acusaciones demostrando cómo la
religión cristiana hace una lectura diferente de los elementos exteriores del culto. El
sacrificio cristiano no es una víctima animal ofrecida, sino sobre todo Cristo
mismo, que se inmola a Sí mismo por nuestra salvación y, juntamente con Él, los
cristianos, los cuales ofrecen sus vidas como sacrificio vivo y grato a Dios[6]. Por
eso, el altar sobre el que se ofrece el sacrificio es Cristo mismo y también el corazón de
los cristianos pues, como escribirá unos siglos después san Gregorio Magno (†604):
«¿qué es el altar de Dios sino el alma de quienes llevan una vida santa? Con razón,
pues, el corazón de los justos es denominado altar de Dios»[7].
La vida cristiana como culto espiritual
Esa polémica antijudía y antipagana fue ocasión para desarrollar la reflexión sobre la
dimensión espiritual del culto cristiano. El templo ya no será una construcción de piedra,
239
un recinto sagrado de encuentro con la divinidad, sino el templo no construido por manos
humanas: el cuerpo glorioso de Cristo, fruto de su Resurrección. Cristo no solo será el
nuevo Templo, la morada donde Dios se hace próximo al hombre, sino también la Piedra
angular del nuevo templo edificado por Dios. Los cristianos formarán en este mundo un
edificio espiritual, un templo santo de Dios en el Espíritu. Conviene destacar que, cuando
la religión cristiana se convierte en religión imperial y debe construir edificios destinados
al culto, los cristianos no se inspiran en el templo de Jerusalén, ni en la arquitectura
sagrada de los paganos, sino en las basílicas, es decir, en los lugares destinados a los
encuentros civiles de la comunidad.
El mismo aspecto lo encontramos en las acusaciones contra los ritos cristianos:
pensemos en la denuncia de adorar la cabeza de un asno, utilizada ya por Tácito contra
los hebreos y reiniciada a partir de un grafito de la época de Septimio Severo (†211),
encontrado en el Palatino, que representa a un crucificado con cabeza de asno; pensemos
en las calumnias ligadas a los ritos de iniciación y a la celebración eucarística como
infanticidio, o a las cenas donde se consumía carne humana. A partir de estas
acusaciones y sus correlativas respuestas, comprobamos la existencia de una ritualidad
compatible con el carácter espiritual del culto cristiano, pues este no excluye –como ya
hemos visto– la existencia de un sistema ritual, que justamente en esta época comenzó a
tomar forma. Es el nacimiento de un rito que no se concibe como conjunto de
acciones destinadas a honrar a Dios, sino como acontecimientos salvíficos en los
que se da la presencia redentora del misterio de Cristo y por cuya celebración son
santificados quienes participan en ella.
La continuidad liturgia - vida
En la Primera Apología de Justino aparece ya la primitiva estructura ritual de la
celebración eucarística, en la que son identificables los elementos fundamentales que
conforman la Misa de hoy. En un pasaje de esa Apología puede ya apreciarse el nexo
entre el rito eucarístico y la caridad. Ese nexo se pone de manifiesto en la colecta a
favor de los pobres situada dentro de la celebración litúrgica: entre los dones que se
llevan a la iglesia, unos se destinan a los pobres y otros se ofrecen a Dios: ambos dones
constituyen un único acto de culto, como lo muestra el hecho de que el obispo que
preside la ofrenda litúrgica de la comunidad preside también la ofrenda de caridad en
favor de los pobres y de las viudas.
De otro lado, el relato del martirio de san Policarpo (†155) muestra la profunda
unidad entre celebración y vida. Lo comprobamos en la redacción de la muerte del mártir
cuyo estilo literario es el propio de las plegarias eucarísticas:
240
«Alzando los ojos al cielo, Policarpo pronunció la siguiente oración: ¡Señor
Dios todopoderoso, Padre de tu amado y bienaventurado Hijo, Jesucristo,
por quien hemos venido al conocimiento de ti, Dios de los Ángeles, de todas
las fuerzas de la creación y de toda la familia de los justos que viven en tu
presencia! Te bendigo porque te has complacido en hacerme vivir estos
momentos en que voy a ocupar un lugar entre tus mártires y a participar del
cáliz de tu Cristo, antes de resucitar en alma y cuerpo para siempre en la
inmortalidad del Espíritu Santo. Concédeme ser recibido hoy entre tus
mártires, y que el sacrificio que me has preparado Tú, Dios fiel y verdadero,
te sea grato. Te alabo y te bendigo y te glorifico por todo ello, por medio del
Sacerdote Eterno, Jesucristo, tu amado Hijo, con quien a Ti y al Espíritu sea
dada toda gloria ahora y siempre. Amén.
»No bien había acabado de decir la última palabra, cuando la hoguera fue
encendida. Pero he aquí que entonces aconteció un milagro ante nosotros, que
fuimos preservados para dar testimonio de ello: las llamas, encorvándose como
las velas de un navío empujadas por el viento, rodearon suavemente el cuerpo
del mártir, que entre ellas parecía no tanto un cuerpo devorado por el fuego,
cuanto un pan o un metal precioso en el horno; y un olor como de incienso
perfumó el ambiente. Los verdugos recibieron la orden de atravesar a
Policarpo con una lanza; al hacerlo, brotó de su cuerpo una paloma y tal
cantidad de sangre, que apagó la hoguera»[8].
Para facilitar el acceso y la lectura directa de las fuentes, se recogen a pie de página
algunos textos de apologistas y escritores cristianos antiguos. Son testimonios tomados de
las respuestas que daban los primeros autores cristianos en sus controversias con los
polemistas judíos y paganos[9].
2. El siglo IV
LA MISTAGOGÍA
El siglo cuarto conoció una particular clave de lectura de la acción litúrgica. Lo
241
atestiguan cuatro grandes ciclos de catequesis, que son las mistagogías de Ambrosio
(†397), Juan Crisóstomo (†407), Teodoro de Mopsuestia (†428) y Cirilo de Jerusalén
(†386)[10]. Todas estas catequesis tenían lugar en el contexto del camino de la iniciación
cristiana durante el llamado tiempo de la mistagogía, que coincidía generalmente con la
octava de Pascua. Sus destinatarios eran los neófitos que, inmediatamente después de
haber recibido los sacramentos de la iniciación cristiana, eran introducidos más
profundamente en el misterio del que acababan de participar en la solemne Vigilia
pascual[11].
En esta línea, no dejará de sorprender al lector del De Sacramentis de Ambrosio la
desenvoltura con la que el obispo de Milán pasa del rito bautismal al episodio véterotestamentario de Naamán el sirio, y, desde ahí, al bautismo de Jesús en el Jordán. En
esto consiste precisamente la peculiaridad del método mistagógico, como vía para
comprender la celebración litúrgica de la Iglesia en relación con la historia de la
salvación.
Liturgia y lectura tipológica de la Escritura
La mistagogía es una hermenéutica de la iniciación a los divinos misterios que se
mueve en un doble plano: de una parte, la noción de misterio y, de otra, la lectura
tipológica de la sagrada Escritura.
La mistagogía no hace sino proyectar esta realidad bíblica sobre la liturgia, por medio
de la cual los eventos del Antiguo Testamento son tipos, Cristo es el antitipo, y el
sacramento es la mímesis, es decir, la imitación o imagen. De ahí que la mistagogía y la
tipología relacionen los eventos salvíficos del Antiguo Testamento y del Nuevo con
la vida de la Iglesia. Esos eventos –correlativos unos a otros y sobrepuestos unos a
otros– son contemplados como idénticos, pero respetando que la verdad sobrepasa la
perfección de la figura, aunque sin llegar a superarla o a hacerla inútil, pues la verdad,
para ser comprendida, necesita de la figura.
Así fue como aquellos grandes mistagogos, que fueron algunos Padres, consiguieron
explicar la relación entre lo que se ve y lo que se cree, entre lo que es objeto de
experiencia sensible y la acción de Dios, que es objeto de la fe. La relación entre estos
dos niveles, que permite el paso de uno al otro, es una relación mimética, o sea, de
imitación: lo sensible imita lo inteligible. Justo porque existe esa imitación, es posible una
relación de participación y, por tanto, de profunda comunión entre aquello que se ve y
aquello que se cree. Tipología y mistagogía, en definitiva, consiguen explicar el hilo
que atraviesa y une estrechamente los eventos salvíficos del Antiguo Testamento,
del Nuevo y de la vida de la Iglesia. Cuando el modelo neoplatónico entre en crisis,
arrastrará consigo a la mistagogía, la cual acabará siendo incomprendida para degenerar
en el alegorismo donde, aun valorando sus méritos, se perderá el lazo entre rito
242
litúrgico y evento salvífico.
Para comprender mejor el método mistagógico desde las fuentes, citamos un texto de
san Ambrosio de Milán (†397) particularmente significativo:
«Enseguida te acercaste, viste la fuente y también al obispo junto a ella. Y no
dudo que en vuestro ánimo se ha insinuado el mismo pensamiento que se le
insinuó a Naamán el sirio. Porque, aunque fue limpiado, sin embargo, al
principio dudó. ¿Por qué? Escucha y te lo diré.
Entraste, viste el agua, viste al obispo y viste al levita. Quizá alguno pueda
decir: ¿y esto es todo? Sí, esto es todo, verdaderamente todo, pues es ahí
donde está toda la inocencia, toda la piedad, toda gracia, toda santificación.
Viste lo que pudiste ver con los ojos del cuerpo y con la mirada humana: no
viste aquellas cosas que se realizan (en el plano celestial), sino solo las que se
ven (en el plano natural). Pero más grandes son las cosas que no se ven, que
las que se ven, porque las que se ven son temporales y las que no se ven son
eternas.
Naamán era, pues, leproso. Una esclava dijo a su mujer: “si mi señor quiere
ser limpiado, que acuda al país de Israel y hallará allí quien pueda quitarle la
lepra”. Esto fue lo que dijo a su dueña. Esta a su vez lo dijo a su esposo, y
Naamán al rey de Siria, el cual, por serle Naamán muy querido, lo remitió al
rey de Israel. Oyó el rey de Israel que se le había enviado a alguien para que lo
limpiara de la lepra y rasgó sus vestiduras. Entonces el profeta Eliseo le mandó
decir: “¿por qué has rasgado las vestiduras como si no existiese Dios capaz de
limpiar a un leproso? Envíamelo a mí”. El rey de Siria envió a Naamán y, al
llegar, el profeta le dijo: “vete, desciende al Jordán, sumérgete y quedarás
sano”.
Él comenzó a pensar para sí y a decirse: ¿y esto es todo? Vine desde Siria al
país de Judea y se me dice: “vete al Jordán, sumérgete y quedarás sano”;
como si no hubiera ríos mejores en mi patria. Le dijeron entonces sus
servidores: “Señor ¿por qué no haces lo que dice el profeta? Hazlo y
experimenta”. Entonces fue al Jordán se sumergió y salió sano.
¿Qué significa esto? Viste el agua. Pero no toda agua sana, sino aquella que
tiene la gracia de Cristo. Una cosa es el elemento y otra la consagración; una
cosa es el acto y otra la operación. El acto se ejecuta con el agua, pero la
eficacia proviene del Espíritu Santo. El agua no sana si el Espíritu no ha
descendido y consagrado esa agua, tal y como leíste cuando nuestro Señor
Jesucristo instituyó la forma (rito) del bautismo: vino a Juan, y Juan le dijo:
243
“yo debo ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?”. Cristo le respondió:
“déjame hacer ahora, porque así es como conviene que nosotros cumplamos
toda justicia”. Mira, pues, cómo toda la justicia ha sido puesta en el bautismo.
Así pues, ¿para qué descendió Cristo, sino para que la carne fuese purificada,
esa carne que él asumió de nuestra condición? Cristo no necesitaba purificarse
de sus pecados, pues Él no cometió pecado, pero sí lo necesitábamos nosotros,
que estábamos sujetos al pecado. De modo que, si para nosotros fue instituido
el bautismo, su rito fue propuesto a nuestra fe»[12].
Las familias litúrgicas[13]
Fue también en esta época cuando se desarrollaron las diversas familias litúrgicas, a
partir de los tres grandes centros de irradiación del Cristianismo: los patriarcados
de Antioquía, Alejandría y Constantinopla. He aquí un cuadro que recoge los
distintos ritos del Oriente y el Occidente cristianos:
FAMILIAS LITÚRGICAS
Liturgias Occidentales[13]
↓
LITURGIA
LITURGIA
LITURGIA
ROMANA
MOZÁRABE
AMBROSIANA
↓
↓
↓
Península
Ámbito
Ibérica
Milán y diócesis
universal y provincia
sufragáneas
Narbonense
Liturgias Orientales[14]
LITURGIA
LITURGIA
LITURGIA
LITURGIA
LITURGIA
ANTIOQUENA
ALEJANDRINA
CALDEA
BIZANTINA
ARMENIA
↓
↓
↓
↓
↓
Griegos
Siro-católicos
Eslavos
Coptos[16]
Caldeos
Siro-Malankares
Georgianos
Armenios
Etíopes[17] Siro-Malabares
Maronitas[15]
Siro-Melquitas[18]
Ítalo-albaneses
244
IGLESIAS CATÓLICAS DE RITO ORIENTAL
IGLESIAS DE TRADICIÓN ALEJANDRINA
Iglesia egipcia (coptos)
Iglesia etiópica
IGLESIAS DE TRADICIÓN ANTIOQUENA
Iglesia siro-malankar
Iglesia maronita
Iglesia siria
IGLESIAS DE TRADICIÓN ARMENIA
Iglesia armenia
IGLESIAS DE TRADICIÓN CALDEA
Iglesia caldea
Iglesia siro-malabar
IGLESIAS DE TRADICIÓN BIZANTINA
Iglesia albanesa
Iglesia búlgara
Iglesia bizantina de Croacia
Iglesia griega
Iglesia bielorrusa
Iglesia ítalo-albanesa
Iglesia macedonia
Iglesia greco-melquita
Iglesia rumana
Iglesia rusa
Iglesia rutena-ucraniana
Iglesia eslovaca
Iglesia ucraniana
Iglesia húngara
ORDINARIATOS
Existen, además, Ordinariatos para los fieles de rito oriental que carecen de ordinario
del propio rito. Son los siguientes:
Argentina (sede en Buenos Aires)
Brasil (sede en Río de Janeiro)
España (sede en Madrid)
Francia (sede en París)
Polonia (sede en Varsovia)
Austria (sede en Viena)
3. El Medievo
ALEGORÍA Y DEVOCIÓN
No es posible tratar aquí, con la debida atención, la riqueza y los límites del Medievo,
que supuso para la liturgia un período de intensa creatividad y desarrollo en muchos
aspectos, a la vez que un declive en la participación activa de los fieles en las acciones
litúrgicas. Basta pensar en acontecimientos históricos como la reforma carolingia (s. IX),
o el posterior distanciamiento del pueblo con respecto a la liturgia, considerada cada vez
más como acción reservada casi exclusivamente al clero y a los monjes.
245
—El alegorismo
En este amplio contexto se desarrollan las explicaciones alegóricas de la liturgia, como
forma destinada a una mejor participación de los fieles en las celebraciones, y también
como modo de ofrecer una clave de lectura de los ritos dirigida a quienes los contemplan
desde la nave de la iglesia.
El principal introductor del alegorismo en Occidente fue Amalario de Metz
(†850). Concibe la sucesión de los ritos de la Misa como una puesta en escena de la vida
del Señor, en particular de su pasión y muerte. Amalario, por ejemplo, lee el introito
como entrada de Cristo en este mundo, el Kyrie como la participación profética en su
venida, el Gloria en su nacimiento, y el prefacio como el himno que Cristo cantó al
término de la última Cena. Las partes del Canon nos reconducen a la oración de Jesús en
el huerto, a Cristo suspendido de la cruz y a su inclinar la cabeza en el momento de
entregar el espíritu.
De la mistagogía a la alegoría
Si la mistagogía se refería a la tipología, el alegorismo atiende a un método de
lectura bíblica, que es la alegoría. Si la tipología tendía a identificar en la historia de la
salvación correspondencias horizontales, la alegoría buscará correspondencias verticales,
es decir, buscará los reflejos del mundo celestial en la vida terrena, en pos de un sentido
que vaya más allá del literal. Baste citar, como ejemplo, las diversas interpretaciones del
Cantar de los Cantares, leído alegóricamente desde la gramática esponsal de las
relaciones entre Cristo y la Iglesia; dicho en pocas palabras, la hermenéutica alegórica
interpreta la historia de la salvación en presente, actualizando y espiritualizando los
eventos salvíficos del pasado.
Así como la mistagogía proyectó el método tipológico de lectura de la Escritura a la
lectura de la liturgia, así también sucede con el alegorismo. Los ritos se explican
fijándose en cómo se desarrollan, yendo más allá del rito mismo, con el fin de
captar su significado espiritual. Al igual que hacía la mistagogía, también en el
alegorismo el rito es reconducido a la sagrada Escritura, pero no al evento salvífico –en
cuanto tal–, sino fragmentando el evento en tantos momentos como sea preciso para que
correspondan con los diversos elementos de la secuencia ritual, perdiendo así de vista el
evento mismo en su historicidad y en su fuerza salvífica.
La decadencia del nexo
celebración – historia de la salvación
La misma fragilidad que tenía la interpretación alegórica de la Escritura aqueja
ahora al alegorismo. Ya la época patrística fue testigo de las controversias en torno a la
246
alegoría, cuando se daba la desconexión entre alegoría y sentido literal. El mismo
problema lo tendrá el alegorismo cuando el sentido literal del gesto del ministro que
celebra, o bien del objeto que se emplea, se pierde de vista en favor de una interpretación
que busca ser completamente espiritual. Cuando Tomás de Aquino (†1274) intuye este
peligro, suministra explicaciones funcionales a ciertas secuencias rituales, pero sin ignorar
su sentido literal. Veamos un ejemplo significativo tomado de la Summa Theologiæ:
—Si son oportunas las ceremonias que se hacen en la celebración de este
sacramento (la Eucaristía).
Parece que las ceremonias que se hacen en la celebración de este sacramento
son inoportunas:
1. Este sacramento pertenece al Nuevo Testamento, como consta por su
propia forma. Ahora bien, en el Nuevo Testamento no se han de observar las
ceremonias del Antiguo Testamento, a las cuales se remonta la ablución con
agua que los sacerdotes y ministros practicaban cuando se acercaban a ofrecer.
Se lee, efectivamente, en Ex 30, 19-20: Aarón y sus hijos se lavaron las manos
y los pies al subir al altar. Luego no es oportuno que el sacerdote se lave las
manos durante la misa.
2. En el mismo lugar (Ex 30, 7) el Señor mandó que el sacerdote quemase
incienso de suave olor sobre el altar que estaba delante del propiciatorio. Lo
cual también pertenecía a las ceremonias del Antiguo Testamento. Luego no
conviene que el sacerdote utilice en la misa el incienso.
3. Las ceremonias que se hacen en los sacramentos de la Iglesia no deben
repetirse. Luego el sacerdote no debe hacer tantas cruces sobre este
sacramento.
—Respondo a estas objeciones diciendo:
1. En la celebración de la misa se hace el lavatorio de las manos por respeto
hacia el sacramento. Y esto por dos motivos:
Primero, porque no solemos tocar ciertas cosas preciosas sin lavarnos antes las
manos. De tal manera que sería indecoroso que alguien se acercase a tan gran
sacramento con las manos sucias, aun en el sentido corporal de la palabra.
247
Segundo, por el significado de este rito. Porque, como dice Dionisio en III De
eccl. Hier., «la ablución de las extremidades significa la limpieza aun de los
pecados más leves, conforme al texto de Jn 13, 10: “Quien ya está limpio no
necesita lavarse más que los pies”». Y esta limpieza se requiere en quien se
acerca a este sacramento. Y esto es lo que significa la confesión que se hace
antes del introito de la misa. De la misma manera que esto es lo que significaba
la ablución de los sacerdotes de la antigua ley, como hace notar Dionisio en el
mismo lugar.
Pero la Iglesia no mantiene este rito como una ceremonia prescrita por la
antigua ley, sino como una ceremonia instituida por ella, muy adecuada a sí
misma. Por eso no se observa del mismo modo que entonces. De hecho, se
omite la ablución de los pies, y se hace solo la ablución de las manos, que es
más rápida, y es suficiente para significar la perfecta limpieza. Porque, siendo
la mano el órgano de los órganos, como se dice en III De anima: «todas las
obras son atribuidas a las manos». Por eso se dice en Sal 25, 6: «lavaré mis
manos entre los inocentes».
2. No utilizamos la incensación como una ceremonia prescrita por la antigua
ley, sino como un rito establecido por la Iglesia, por lo que no la usamos como
se utilizaba en la antigua ley. Esta incensación tiene dos finalidades:
Primera, fomentar el respeto hacia este sacramento: ya que sirve para eliminar
con un perfume agradable los malos olores que podrían existir en el lugar,
provocando el desagrado.
Segunda, representar el efecto de la gracia, de la cual, como de buen olor,
Cristo estaba lleno, según aquello del Gn 27, 27: «he aquí que el olor de mi
hijo es como el olor de un campo florido». Un olor que de Cristo se comunica
a los fieles a través de sus ministros, según las palabras de 2 Co 2, 14: «por
nuestro medio difunde en todas partes el olor de su conocimiento». De ahí
que, en todas partes, una vez incensado el altar, que representa a Cristo, son
incensados todos los demás por orden.
3. El sacerdote hace la señal de la cruz en la celebración de la misa para
representar la pasión de Cristo, que terminó en la cruz. Ahora bien, la pasión
de Cristo fue desarrollándose como a través de etapas.
La primera, efectivamente, fue la entrega de Cristo, que fue hecha por Dios,
por Judas y por los judíos. Esto es lo que se significa con el triple signo de la
248
cruz al decir las palabras: «Estos dones, estas ofrendas, estos santos e
inmaculados sacrificios».
La segunda etapa fue la venta de Cristo. Pero fue vendido por los sacerdotes,
por los escribas y por los fariseos. Para significar lo cual se repite de nuevo la
triple señal de la cruz a las palabras: bendita, adscrita, ratificada. Estos tres
signos pueden significar también el precio de la venta, o sea, treinta monedas.
Y se añade una doble señal de la cruz a las palabras: «y que se convierta para
nosotros en cuerpo y sangre», para designar la persona de Judas que le vendió,
y la persona de Cristo que fue el vendido.
La tercera etapa fue el anuncio de la pasión de Cristo, hecho en la cena. Para
designar el cual se hacen por tercera vez dos cruces, una en la consagración
del cuerpo, y otra en la consagración de la sangre, cuando en ambos casos se
dice: bendijo.
La cuarta etapa fue la misma pasión de Cristo. Y aquí, para representar las
cinco llagas, se hace por cuarta vez una quíntuple señal de la cruz al
pronunciar las palabras: «hostia pura, hostia santa, hostia inmaculada, pan
santo de vida eterna y cáliz de eterna salvación».
En la quinta etapa se representa la extensión del cuerpo de Cristo sobre la cruz,
la efusión de su sangre y el fruto de la pasión por la triple señal de la cruz que
se hace al decir: «que cuantos tomemos el cuerpo y la sangre seamos llenos de
toda bendición».
En la sexta etapa se representa la triple oración que hizo en la cruz: una por los
que le perseguían, cuando dijo: «Padre, perdónalos». La segunda, por la
liberación de su propia muerte, cuando dijo: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me has abandonado?». La tercera, para conseguir la gloria, con la invocación:
«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Y para significar esta triple
oración se hace tres veces la señal de la cruz al decir las palabras: «santificas,
vivificas, bendices», etc.
En la séptima etapa se representan las tres horas que pendió de la cruz, o sea,
desde las doce del mediodía hasta las tres de la tarde. Y para significar estas
horas se hace la señal de la cruz con las palabras: «Por Él, con Él y en Él».
A la octava etapa corresponde la separación del alma y del cuerpo, significada
por las dos cruces siguientes, hechas fuera del cáliz.
249
En la novena etapa se representa la resurrección al tercer día por las tres
cruces que se hacen a las palabras: «La paz del Señor esté siempre con
vosotros».
Pero puede decirse, más brevemente, que la consagración de este sacramento,
la aceptación del sacrificio y su fruto proceden de la eficacia de la cruz de
Cristo. Por eso, dondequiera que se hace mención de alguna de estas cosas, el
sacerdote hace una cruz[19].
El principio que orientó la interpretación alegórica de la liturgia era digno de aprecio:
la celebración de la Misa reconduce al misterio de la muerte y resurrección de Cristo;
como también lo era su solicitud por hacerlo mediante referencias tomadas
exclusivamente de la Escritura. Su límite consistió en la insuficiencia para explicar el
valor sacramental de las celebraciones. Al desdibujarse el nexo entre lo que se ve y lo
que se cree, la eficacia sacramental pasará a explicarse recurriendo a la categoría
teológica de causalidad.
Para hacerse cargo del alegorismo desde las fuentes, seleccionamos un texto de quien
fue su clásico exponente: Guillermo Durando (†1296):
El fuego de las velas es la caridad; el altar es nuestro corazón puro. El fuego
arderá siempre sobre el altar porque la caridad permanecerá siempre encendida
en nuestro corazón.
El mantel de lino blanco con el que se cubre el altar simboliza la carne o la
humanidad del Salvador. El mantel cuesta blanquearlo, como la carne de
Cristo, nacido de María, llega a la resurrección, es decir, a la pureza y a las
alegrías eternas, después de muchos padecimientos.
Los peldaños por los que se sube al altar representan, en el plano espiritual, las
qunice virtudes que están simbolizadas por los quince peldaños con los cuales
se subía al Templo de Salomón, como leemos en Ezequiel. También el profeta,
con los quince salmos graduales, mostraba los peldaños que el hombre justo ha
establecido para su corazón[20].
250
La devoción prevalece sobre la celebración
—Las devociones
Junto a las explicaciones alegóricas, que procuraron mantener el contacto entre el
pueblo y la liturgia, se difundieron también en el Medievo las devociones como
sustitutivos, en cierto modo, de las celebraciones litúrgicas. El nacimiento de los
gremios en la sociedad civil llevó aparejado el surgir de terceras Órdenes y Fraternidades
que, como asociaciones religiosas laicales, se ocuparon de obras de caridad y de
penitencia. Aunque desde los primeros siglos de la Iglesia la piedad litúrgica y la piedad
popular coexistieron siempre, la segunda va a presentar acentos más intensos en la Edad
Media.
En este contexto nacen múltiples devociones: a Jesús-Niño en el pesebre, a Cristo
doliente en la Cruz, a la Madre de Dios en sus múltiples advocaciones, a los Santos
patronos… En el primer plano de estas devociones se halla la contemplación de los
misterios de la vida de Jesús, en particular los más relacionados con su santa humanidad,
y, en otro plano inferior, se encuentra la dimensión sacramental del culto litúrgico. El
elemento principal de las devociones consiste en el ofrecimiento de los sentimientos
cristianos a Dios, considerando la salvación en función de la intensidad de esos mismos
sentimientos.
En los juicios que se puedan hacer respecto a estas devociones no debe olvidarse el
papel que jugó la reflexión teológica desarrollada en aquel tiempo, ni la fatiga inherente al
vivir cotidiano de los cristianos en medio de las arduas coyunturas de aquellos siglos
rigurosos. En este marco existencial, las disputas en torno a la concepción inmaculada de
María impulsaron la devoción a santa Ana; la devoción a la virginidad de María estuvo
en la raíz de la devoción al pesebre y la atención a la misión de san José; la peste
causante de tantas víctimas hizo popular a san Roque… En resumen, la liturgia,
entendida como acción de Cristo y de la Iglesia, en la que todos están llamados a
participar, devino una realidad que poco a poco se fue haciendo lejana, mientras que la
referencia al misterio de Cristo, a la comunión de los Santos, a invocar con letanías y
súplicas la salvación…, fue asumiendo el rol fundamental en la piedad cotidiana de los
cristianos.
4. Los siglos XIV y XV
LA DEVOTIO MODERNA
251
El empleo de la expresión devotio moderna data de finales del siglo XIV y se sitúa en
el área geográfica flamenca. Se trata de una corriente espiritual que nació en los
Países Bajos por obra principalmente del diácono holandés Gerardo Groote
(†1384). Esta corriente tomó cuerpo en las congregaciones agustinas de Canónigos
regulares y en las asociaciones de vida común, siendo enriquecida, a partir de finales del
siglo XV y comienzos del XVI, con diversos escritos ascéticos y místicos, especialmente
con La imitación de Cristo, obra del canónigo agustino alemán Tomás de Kempis
(†1471), considerada como la obra más significativa de esta espiritualidad.
Caracterización de la devotio moderna
La devotio moderna viene a confirmar la expatriación del pueblo con respecto a la
liturgia; y no solo del pueblo, sino también de importantes círculos espirituales. El acento
se pone en la interioridad que debe preceder a cualquier otra forma de encuentro
con Dios. Tomás de Kempis insiste en la «soledad del corazón y del cuerpo» en cuanto
medio para la oración auténtica y fructuosa. El nacimiento, la infancia, la vida y la pasión
del Señor se convierten en objeto de contemplación; una contemplación y una plegaria
que se hace con el corazón y que precede siempre a cualquier otra oración hecha con
palabras, incluida la oración litúrgica. Se precisa cerrar las puertas de los sentidos para
escuchar lo que dice Dios. Para este modelo de espiritualidad, conviene prescindir de los
sentidos externos para poder escuchar sin distracciones a Dios, llegando a una devoción
sumamente intimista. Se da, pues, un distanciamiento con respecto al encuentro con Dios
en la acción litúrgica de la Iglesia, que, por implicar a toda la persona, convoca a los
sentidos del cuerpo y a las facultades del alma.
Se intentará espiritualizar las celebraciones litúrgicas con métodos de oración que
robustezcan el convencimiento sobre la vanidad del mundo, la trascendencia del juicio de
Dios y del amor de Cristo. Para la devotio moderna, la vuelta a la vida interior auténtica
requiere, si no la superación, sí, al menos, la relativización del rito. Surge de aquí el
individualismo religioso: la salvación ya no se concibe como una realidad donada,
como una acción sagrada que, al ser celebrada, actúa salvíficamente el misterio de
Cristo, sino más bien como resultado de un empeño psicológico asistido por la
gracia divina.
Si tuviéramos que escoger un texto que mostrara el clima de la devotio moderna,
propondríamos estos fragmentos del De imitatione Christi:
El que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá luz de vida. Estas
palabras son de Cristo, y por ellas somos invitados a que imitemos su vida y
252
sus costumbres, si queremos ser librados de la ceguera del corazón, y
verdaderamente iluminados. Sea, pues, todo nuestro empeño pensar en la vida
de Jesús.
Cuando Jesús está presente, todo es bueno, no hay cosa difícil; mas, cuando
está ausente, todo resulta gravoso. Cuando Jesús no nos habla por dentro,
vano es el consuelo; pero, si Jesús habla una sola palabra, se siente un gran
consuelo. ¿Acaso María no se alzó del lugar donde había llorado, cuando
Marta le dijo: «el Maestro está aquí y te llama»? ¡Oh bienaventurada la hora
en la que Jesús llama de las lágrimas al gozo espiritual! ¡Cuán seco y duro eres
sin Jesús; y cuán necio y vano si codicias algo fuera de Él! Dime: ¿no es este
peor daño que si perdieses el mundo entero? ¿Qué puede dar el mundo sin
Jesús?
Oiré lo que diga el Señor en mí. Bienaventurada el alma que oye al Señor que
habla en ella, y de su boca recibe palabras de consolación. Bienaventurados los
oídos que perciben lo sutil de las inspiraciones divinas, y no cuidan de las
murmuraciones mundanas (…). ¡Oh alma mía!, fíjate bien en esto, y cierra las
puertas de tus sentidos para que puedas oír lo que el Señor, tu Dios, habla en
ti.
Señor Dios mío, derrama la bendición de tu dulzura sobre tu siervo, para que
merezca llegar digna y devotamente a tu augusto Sacramento (…). En la
simplicidad de mi corazón, con fe recta y firme, me acerco a ti, Señor, lleno de
respeto y esperanza, y creo verdaderamente que estás aquí presente en este
santo Sacramento, Dios y Hombre. Y puesto que quieres, Salvador mío, que
yo te reciba, y que me allegue a ti en caridad, imploro y suplico a tu clemencia
que me sea dada una gracia especialísima por la que me derrita enteramente en
ti, y rebose de amor a fin de no distraerme en ningún otro consuelo[21].
5. LA REFORMA PROTESTANTE Y LA REFORMA CATÓLICA
La exigencia de una reforma radical de la Iglesia aparece mucho antes de la división
que surgirá de la crisis protestante. No pudiendo exponer aquí todos los fermentos que
estuvieron presentes en el origen de esa crisis, nos limitaremos a señalar los síntomas que
253
presagiaban la urgente necesidad de una reforma firme y decidida. A este respecto,
resulta significativo el Libellus presentado en 1514 por los monjes camaldulenses a León
X (†1521), en el que se pone de relieve, con todo dramatismo, la ignorancia del clero y,
en consecuencia, la escasa piedad de los fieles, entre los que no faltaban quienes
practicaban la magia y la superstición[22]. La respuesta del Concilio Lateranense V
(1512-1517) y la débil acogida que obtuvieron sus decisiones disciplinares, publicadas
con el intento de marginar al menos los abusos más graves, se mostraron remedio
insuficiente, y esta frágil reforma dejó inalterada una praxis litúrgica gravemente
empobrecida.
La reforma protestante
—La reforma protestante. Como texto particularmente expresivo de los extremos a
los que había llegado la oposición protestante en materia litúrgica, basta leer la parte final
del capítulo cuarto del Breve de tratado sobre la santa Cena, de Calvino (†1564). Es un
texto emblemático en torno a las posiciones de los Reformadores, a quienes no les
animaba, al menos inicialmente –y en especial a Lutero–, un afán antilitúrgico, sino la
voluntad de combatir múltiples abusos, también recogidos –de otra parte– en el
Tridentino. Sin embargo, el agudizarse de las polémicas condujo a posiciones extremas,
que se contraponían radicalmente a la liturgia católica. La comprensión del
acontecimiento sacramental acabó siendo reductiva, no solo desde el punto de
vista doctrinal, sino también por cuanto llevaba al alejamiento polémico de unos
textos y unas estructuras rituales que la Iglesia había recibido de la tradición. Todo
ello hizo cada vez más difícil la recuperación del status primitivo. En ámbito protestante,
la palabra de Dios escuchada, leída, meditada y rezada acabó siendo el único acto de
verdadero culto a Dios. Lutero afirma que la predicación es la única ceremonia y el único
ejercicio de culto establecido por Cristo para que los cristianos se reúnan, se ejerciten y
sean devotos.
Transcribimos el final del capítulo cuarto de la obra de Calvino, publicada en 1541:
En primer lugar, se tendrá por evidente que quien considera la misa como un
sacrificio, el acto para conseguir la remisión de los pecados, realiza un
sacrilegio abominable, lo mismo que quien considera al sacerdote como un
mediador que transfiere los méritos de la muerte y pasión de Cristo a quien le
paga el estipendio de su misa. Se han de tener por firmes, además, los
siguientes puntos: la muerte y la pasión del Señor constituyen el único
sacrificio que ha aplacado la ira de Dios… El fruto de esa muerte se nos
254
comunica en la Cena, no ya en virtud del acto en sí mismo, sino a causa de las
promesas que se nos anunciaron en ella y en la medida en que la recibimos con
fe.
En segundo lugar, no se tolerará la afirmación de que el pan y el vino son
transubstanciados en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, sino que se afirmará
rotundamente que los signos visibles conservan su auténtica sustancia por el
hecho de representar para nosotros la verdad espiritual de la que hemos
hablado.
En tercer lugar, aun teniendo por cierto que, en la Cena, el Señor nos da
realmente aquello que presenta bajo forma de figura, de manera que recibimos
verdaderamente el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, sin embargo, no se le
buscará en el pan como si estuviese recluido o localmente vinculado al signo
visible, de modo que se le deba adorar en el sacramento, sino que se buscará,
más bien, en el propio corazón con el fin de recibir a Jesucristo y adorarle. De
aquí se deduce el rechazo radical y la condena como idolatría de todas esas
prácticas supersticiosas como son llevar el sacramento en procesión,
construirle tabernáculos o mostrarlo para ser adorado.
Se confirmará, además, que privar al pueblo de uno de los elementos del
sacramento, o sea, el cáliz, significa violar el precepto del Señor mismo, que
pide dar lo uno y lo otro.
Se debe, por último, considerar superfluo, más aún, dañoso para una iglesia
cristiana, el recurso a un gran número de ceremonias tomadas del ambiente
judío, en sustitución de aquella simplicidad que preconizaron los apóstoles. Ha
de ser considerada como sumamente perversa la costumbre de reducir la cena
a pura teatralidad, en la que el mensaje ya no encuentra espacio al quedar
sepultado bajo estas formas de magia[23].
La reforma católica
—La reforma católica. El Concilio de Trento no pretendió directamente una reforma
litúrgica, si excluimos el decreto de la Sesión XXII (1562) Sobre lo que hay que observar
y evitar en la celebración de la Misa, que fue fruto del trabajo de una Comisión de
expertos que redactó el elenco de abusos más frecuentes[24]; pero sí que las definiciones
doctrinales en torno a los Sacramentos abrieron el camino para una reforma litúrgica. De
255
otra parte, el agudizarse de las polémicas, el carácter fragmentario de los trabajos y la
falta de preparación para afrontar la teología del culto fueron factores que condicionaron
la labor conciliar en lo concerniente a la liturgia. Los aciertos y límites de la reforma
tridentina pueden sintetizarse en los siguientes puntos:
a) El trabajo de reforma litúrgica, emprendido por san Pío V tras el Concilio,
determinó y caracterizó durante casi cuatrocientos años la vida litúrgica de la
Iglesia latina no solo en Occidente, sino también en las regiones recientemente
descubiertas y hacia las cuales se dirigía el esfuerzo misionero, no siempre favorecido por
la uniformidad litúrgica.
b) El criterio fundamental que rigió los trabajos de reforma, explícitamente expresado
en la Bula Quod primum (1570)con la que se promulgaba el Missale Romanum, fue el
retorno a la antigua norma de los Padres (ad pristinam normam Patrum). Esta meta,
sin embargo, no fue fácil de alcanzar con los medios entonces disponibles.
c) El deseo de unificación litúrgica fue llevado felizmente a término, en tanto en
cuanto los libros litúrgicos romanos se establecieron como obligatorios para todos,
a excepción de aquellas Iglesias particulares que contaran con una tradición propia de, al
menos, doscientos años.
La reforma litúrgica del siglo XVI fue, en resumen, el resultado de los presupuestos
que llevaron a convocar el Concilio, que con su grandeza y sus límites consiguió aquello
a lo que se podía aspirar en la coyuntura y con los medios entonces disponibles. Esta
reforma es digna de aprecio porque salvó a la liturgia de la crisis protestante. A la par, fue
también una obra limitada pues, a la vez que operó una fijación de la liturgia para superar
la situación anárquica de aquel tiempo, alejó la vida litúrgica de la vida real, induciendo
así a que la piedad de los fieles se orientara hacia formas de piedad popular y devocional,
dando origen –sin pretenderlo– a la cultura religiosa del barroco.
Tres siglos después, la participación del pueblo en la celebración de la liturgia tomará
nuevos impulsos de vida a raíz del Movimiento Litúrgico, de cuyo nacimiento, desarrollo
e influencia en el Concilio Vaticano II nos ocuparemos a continuación.
6. EL MOVIMIENTO LITÚRGICO
El Concilio Vaticano II no surgió de la nada. Se fue gestando lentamente por la
256
confluencia de varias causas, entre las que destaca el nacimiento de un conjunto de
movimientos especialmente activos bajo los pontificados de Pío XI y Pío XII. Tales
movimientos eran realidades eclesiales que intentaron promover una causa en la Iglesia
antes del Concilio: nos referimos a la reforma litúrgica (Movimiento Litúrgico), al
desarrollo de los estudios bíblicos (Movimiento Bíblico) y la vuelta a las fuentes
patrísticas (Movimiento Patrístico), a la unidad de los cristianos (Movimiento
ecuménico), al apostolado de los laicos (Movimiento de Apostolado seglar), a la
catequesis (Movimiento catequético)… Estos movimientos, más o menos organizados,
más o menos influyentes, eran portadores de esperanza con miras al futuro Concilio[25].
Los orígenes del Movimiento Litúrgico
El Movimiento Litúrgico nace en la segunda mitad del siglo XIX y toma cuerpo
mayoritariamente en las grandes abadías benedictinas del norte de Europa: Solesmes,
Beuron, Maria-Laach, Mont-César, Maredsous…[26]. Objetivo de este movimiento era
revitalizar la gran oración de la Iglesia, que había sido marginada y sustituida por una
pluralidad de devociones. Para ello se acudía a la unificación de la liturgia católica y a la
restauración del canto gregoriano[27].
El pontificado de Pío X (†1914), con su insistencia en la formación espiritual del
clero y del laicado de cara a la restauración de una sociedad cristiana, constituyó un
período particularmente favorable para la recepción de las tesis benedictinas relativas a la
oposición entre la liturgia y el espíritu de la modernidad de la cultura católica. Al término
de la Primera Guerra Mundial, el movimiento comenzó a difundirse fuera de los
monasterios, sobre todo en los ambientes juveniles del asociacionismo católico. Durante
este período se celebraron las primeras misas comunitarias, es decir, dialogadas en lengua
latina. Desde las asociaciones de la Juventud Católica, el movimiento litúrgico,
particularmente activo en Alemania, se extendió a los ambientes parroquiales: se trataba
de construir la comunidad a partir del altar. Liturgia y apostolado iban de la mano. La
recristianización de la sociedad pasaba por la renovación de la liturgia. En Italia, la
primera Semana Litúrgica tuvo lugar en Brescia en abril de 1922 a iniciativa de Giulio
Bebilacqua (†1965), del Oratorio de Santa María de la Paz, uno de los maestros del
joven Giovanni Battista Montini (†1978), futuro papa Pablo VI.
El notable éxito de la obra de Romano Guardini (†1968) El espíritu de la liturgia
contribuyó no poco a la difusión de las instancias del Movimiento Litúrgico en los
ambientes de la juventud católica no solo alemana (el movimiento Quickborn), sino
europea. Ese libro era el primer título de la nueva colección Ecclesia orans, creada por el
abad de Maria-Laach, dom Ildefonso Herwegen (†1946), con el fin de promover una
sensibilidad litúrgica dentro de la Iglesia. Para Guardini, la liturgia era la oración pública
oficial de la Iglesia y, por lo tanto, no solo un acto de piedad individual, destinado a la
257
edificación del individuo, sino más bien un homenaje que la comunidad de los fieles rinde
a Dios. La renovación litúrgica era inseparable del redescubrimiento de la Iglesia como
comunidad mística, como Cuerpo Místico de Cristo. «Se ha producido un proceso
religioso de alcance imprevisible: la Iglesia se despierta en las almas», escribía Guardini
en una célebre conferencia de 1921 titulada El sentido de la Iglesia. La dimensión
comunitaria de la liturgia era fundamental.
Odo Casel y la Schola Lacensis
Figura destacada del Movimiento Litúrgico fue el monje benedictino Odo Casel
(1886-1948). Nació en Coblenza - Lützel (Renania). Hizo su profesión monástica en la
abadía alemana de Maria-Laach (1907), fundada en el siglo XI, suprimida en 1808 y
restaurada en 1892. Allí comenzó los estudios de filosofía, para trasladarse después al
Colegio San Anselmode Roma (1908), donde recibió la ordenación presbiteral (1911). Al
año siguiente defendió su tesis doctoral en sagrada Teología sobre la doctrina eucarística
de san Justino[28]. Al volver a Alemania, el abad Herwegen le envió a Bonn para
proseguir los estudios de filología clásica (1913-1918), al término de los cuales presentó
su segunda tesis doctoral[29]. Regresó a Maria-Laach, en cuyo entorno se formó un
núcleo de estudio de la ciencia litúrgica de cuño patrístico, conocido como Schola
Lacensis[30]. Dom Casel colaboró con su abad en la edición de dos publicaciones
periódicas cuyo prestigio iría en aumento: Ecclesia orans y Jahrbuch für
Liturgiewissenschaft. Ambas fueron palestra de su pensamiento. Con treinta y seis años
fue nombrado capellán de las monjas benedictinas del monasterio de la santa Cruz de
Herstelle (Westfalia), donde falleció a los 61 años, tras el canto del Lumen Christi y
cuando se disponía a cantar el Exultet durante la celebración de la Vigilia Pascual (1948)
[31]. Sus restos fueron inhumados en el cementerio del monasterio de Herstelle y
trasladados, a mediados de los años cincuenta, a la iglesia, donde actualmente
reposan[32].
La obra de Casel ejerció un gran influjo sobre la teología litúrgica[33]. Su intuición,
que data de 1918, consistió en afirmar la presencia mistérico-sacramental objetiva
del acontecimiento salvífico del Gólgota –no solo de sus efectos– en la celebración
hic et nunc de la liturgia[34]. No era una intuición nueva, pero sí en cierto modo
genial, a la que dotó de una fuerte organicidad en el contexto de su Mysterienlehre. El
misterio del culto, en cuanto imagen, tiene el poder de sacar fuera del evento histórico lo
que es esencial del acto salvífico, que es precisamente su significado eterno de redención,
y de presentarlo y trasponerlo en el símbolo[35].
Esta intuición, sin embargo, no tardó en encontrarse inmersa en el ojo de un huracán
de controversias y debates que duró dos décadas (1926-1947), a lo largo de las cuales se
objetaron principalmente dos puntos: en primer lugar, el estudio comparado de las
258
religiones mistéricas que hace Casel con relación a la iniciación cristiana; y, en segundo
lugar, la cuestión del modode presencia del misterio en la celebración. La crítica de Karl
Prümm (†1981) a Odo Casel se dirigió a su concepción de lo que representarían las
religiones mistéricas paganas (misterios de Eleusis, culto a Mitra, a Dioniso…) en
relación al mystêrion paulino[36]. La crítica de Gottlieb Söhngen (†1971) se centró en el
modo en que Casel plantea la cuestión de la causalidad sacramental[37]. Recuerda a
Casel que, para Pedro Lombardo (†1160), la Eucaristía es signo de la Pasión, pero no es
la Pasión misma. Tras el cese de las polémicas, ve la luz unestudio completo en torno a
la controversia, escrito por Theodor Filtahut (†1967)[38].
Casel no fue un académico, en sentido estricto, sino ante todo un teólogo
contemplativo del misterio de Cristo, para quien la fuente última de toda verdadera
gnosis era la experiencia viva con Cristo in mysterio, que él percibía en la celebración de
la liturgia[39]. Del monje alemán, el cardenal Joseph Ratzinger dijo ser uno de los
teólogos de mirada más penetrante en el siglo pasado[40].
Desarrollo ulterior
En 1943 se erigió el Centre de Pastorale liturgique en Francia, y cuatro años
después nació en Tréveris el Liturgisches Institut.
A pesar de las críticas, el Movimiento Litúrgico recibió el apoyo de la jerarquía. La
encíclica Mediator Dei (1947) parecía una primera forma de reconocimiento oficial del
Movimiento, que hizo de ella inmediatamente su Carta magna. La encíclica Mystici
Corporis (1943) se pronuncia claramente a favor de la participación activa de los fieles
en el santo Sacrificio de la Misa, mientras se distancia de cuantos veían en la renovación
litúrgica la clave para la solución del problema de la difundida indiferencia religiosa. Toda
una serie de reformas, desde la reinstauración de la Vigilia Pascual (1951) hasta la
atenuación del ayuno antes de recibir la Eucaristía, pasando por la simplificación del
Misal y del Breviario, se introducirían en los años siguientes bajo los auspicios de la
llamada Comisión Piana, que entre junio de 1948 y julio de 1960 celebraría 82
sesiones[41]. En otros aspectos de la reforma, como, por ejemplo, la concelebración y
sobre todo la introducción de las lenguas vernáculas en la liturgia, Pío XII se mostró
menos abierto, como declaró en su discurso en el Congreso de liturgia pastoral de Asís en
1956. En la década de los años cincuenta se celebraron importantes congresos
internacionales de estudio, como los celebrados en Asís (1956) y Nimega (1959).
7. LA LITURGIA DURANTE EL CONCILIO VATICANO II
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El Concilio Vaticano II fue el mayor acontecimiento de la historia de la Iglesia en el
siglo pasado. El 4 de diciembre de 1963, el mismo día en el que, cuatro siglos antes, se
había clausurado el Concilio de Trento (1563), Pablo VI, junto con los Padres
conciliares, promulgaba la Constitución Sacrosanctum Concilium y pronunciaba estas
palabras: «todo cuanto ha sido sinodalmente establecido, Nos queremos que sea
promulgado para la gloria de Dios». El Concilio adoptaba decisiones de gran envergadura
que, como resultado, cambiarían el rostro de la Iglesia de manera decisiva. Sacrosanctum
Concilium constituía el primer documento amplio de un concilio sobre la liturgia del Rito
romano. Era la Carta magna de la reinstauración litúrgica.
Trascendencia de la liturgia
para la vida de la Iglesia
El Concilio atribuyó a la liturgia un significado extraordinario. Dos expresiones de la
Constitución lo ponen de manifiesto:
«El celo por promover y reformar la sagrada Liturgia se considera, con razón,
como un signo de las disposiciones providenciales de Dios en nuestro tiempo,
como el paso del Espíritu Santo por su Iglesia».
«La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo,
la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos apostólicos se ordenan a que,
una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan para alabar a Dios
en medio de la Iglesia, participen en el Sacrificio y coman la Cena del Señor»[42].
La reinstauración litúrgica
No debe extrañar, en consecuencia, la atención prestada por el Concilio a la reforma
litúrgica. No obstante, Sacrosanctum Concilium evitó expresamente hablar de reforma
de la liturgia –quizá para obviar controversias–, y utilizó varias veces el verbo latino
instaurare para referirse a la renovación general de la liturgia[43]. Este verbo debe
entenderse desde su significado propio en el contexto de la Constitución: muestra el
deseo de retornar a los orígenes de la tradición para encontrar en ella las formas litúrgicas
que resulten actualmente más idóneas para el Pueblo de Dios[44]. En Sacrosanctum
Concilium, el término instauratio significa un hacer memoria de lo que la Iglesia
vivió durante siglos, percibiéndolo ahora en orden al presente y al futuro. En este
sentido, el Concilio manifestó su propósito con estas palabras:
«Porque la Liturgia consta de una parte que es inmutable por ser la institución
divina, y de otras partes sujetas a cambio, que en el decurso del tiempo pueden y
260
aún deben variar, si es que en ellas se han introducido elementos que no
responden bien a la naturaleza íntima de la misma Liturgia o han llegado a ser
menos apropiados»[45].
El primer fruto del Concilio Vaticano II
El hecho de que esta reinstauración fuese el primer fruto del Concilio entraña un
significado profundo. Sin esta Constitución, el acontecimiento conciliar no hubiera sido el
mismo, ya que el texto de Sacrosanctum Concilium supuso una especie de ejercicio
previo para la metodología del trabajo conciliar. Al comenzar por la liturgia, el
Concilio subrayó el primado absoluto de Dios. Operi Dei nihil præponatur, escribió san
Benito en su Regla. Dios primero de todo, pues allí donde la mirada sobre Dios no es
determinante, todo lo demás pierde orientación. «El Concilio Vaticano II ha comenzado
rezando», decía el cardenal Giovanni Battista Montini a sus diocesanos de Milán. Se
entiende así lo que Sacrosanctum Concilium enuncia desde su inicio:
«Es característico de la Iglesia ser, a la vez, humana y divina, visible y dotada de
elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en
el mundo y, sin embargo, peregrina; y todo esto de suerte que en ella lo humano
esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la
contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos»[46].
La reforma litúrgica no fue una tarea imprevista. Si el Concilio comenzó su tarea por
ahí, se debió a que los trabajos en esta área estaban ya muy avanzados, debido al más de
medio siglo de Movimiento Litúrgico y a la existencia de peritos cualificados y bien
coordinados, como ya hemos expuesto. El schema sobre la sagrada liturgia era el que
estaba mejor preparado. En consecuencia, fue el primero en ser debatido y aprobado
en el aula conciliar[47].
Sacrosanctum Concilium no es un documento solo doctrinal ni solo disciplinar. Se
mueve en las dos direcciones. La primera trata de la naturaleza de la celebración litúrgica;
la segunda establece criterios de revisión y reforma. Carecer del adjetivo dogmática no
rebaja el valor de la Constitución. De hecho, contiene una clara enseñanza doctrinal de
aquello que la Iglesia entiende por liturgia. La Constitución, además de los principios
operativos que contiene, expone las dimensiones esenciales para la inteligencia
teológica de la liturgia. El texto, en efecto, incluye ciertos principios fundamentales que
van más allá de los meros cambios rubricísticos. Estos principios asumen, con la
autoridad suprema de la Iglesia, los resultados más notables del Movimiento Litúrgico.
Nos referimos a los pasajes doctrinales del capítulo 1º (De principiis generalibus),
especialmente en su apartado primero (De sacræ liturgiæ natura eiusque momento in
261
vita Ecclesiæ), y en los números cabeceros de los restantes capítulos[48].
La dimensión teológica de la liturgia
Estos principios impregnaron todo el documento y se introdujeron en cumplimiento
de una decisión que se remonta a los inicios del trabajo conciliar. En efecto, el 13 de
noviembre de 1960 –dos días antes de que Juan XXIII inaugurase las tareas de las
comisiones preparatorias– la Comisión litúrgica celebró una primera reunión que, en
principio, debería haber sido de puro trámite, con el fin de poner en conocimiento de los
miembros la composición de las doce subcomisiones que deberían trabajar los doce
temas en que se había distribuido el material de estudio. Pero Henri-Martin Jenny
(†1982), obispo auxiliar de Cambrai, mostró su sorpresa al constatar que faltaba aquello
que a su juicio debía ser el tema principal: los aspectos teológicos de la liturgia. Su
ausencia podría dar la impresión de que la liturgia era tan solo cosa de ceremonias.
Reconociendo la importancia de esta observación, se creó una decimotercera
subcomisión, que sería en adelante la primera, y se denominó De mysterio sacræ
Liturgiæ eiusque relatione ad vitam Ecclesiæ, conforme a la propuesta del abad
Giovanni Battista Cannizzaro (†1962). Balthasar Fischer (†2001) interpretó esta decisión
como cuando los encargados de restaurar una vieja catedral perciben que al edificio le
fallan los cimientos. Esos cimientos eran las bases doctrinales necesarias a todo proyecto
de reinstauración litúrgica.
La envergadura doctrinal que fue adquiriendo el texto permitió incluir Sacrosanctum
Concilium entre las cuatro grandes Constituciones del Concilio, y no entre sus Decretos.
Sus afirmaciones doctrinales, sin ser abundantes, constituyen el cimiento para una
teología de la liturgia portadora de nuevas perspectivas. El culto cristiano, en su
núcleo esencial, es theologia en sentido estricto, es decir, un hablar de Dios desde la
acción de Dios. Celebrar es un acto teologalmente relevante, por el cual la Iglesia entra
en comunión con la Trinidad, afirma su fe en ella y la expresa a través de unas formas
simbólicas determinadas. La liturgia está enriquecida por una presencia de Cristo, que la
convierte en acción suya en sinergia con la Iglesia.
8. LA APLICACIÓN DE LA REINSTAURACIÓN LITÚRGICA
En enero de 1964, pocas semanas después de la promulgación de la Constitución
sobre la sagrada liturgia, Pablo VI anunció la creación de un nuevo organismo
262
expresamente encargado de aplicar la reforma litúrgica: el Consilium ad exsequendam
Constitutionem de Sacra Liturgia[49].
La Constitución Sacrosanctum Concilium noinstauraba, por sí misma, un nuevo rito,
sino que se limitaba a fijar una ley marco de cara a una diligente reforma general de la
liturgia, que preveía el uso de la lengua vernácula y la adaptación de la liturgia a la índole
y tradiciones de los diversos pueblos, con el fin de garantizar una mejor participación de
los fieles.
El Consilium
El nuevo organismo encargado de poner en práctica esos principios estaba compuesto
por 42 obispos nombrados por el Papa y presidido por un obispo diocesano, el cardenal
Giacomo Lercaro (†1976), uno de los cuatro moderadores del Concilio. El Papa no quiso
confiar esta tarea a la Congregación de Ritos y a su prefecto, el cardenal Arcadio
Larraona (†1973), autor de la Nota reservada sobre la cuestión de la colegialidad
episcopal. Las tareas más importantes del Consilium eran la revisión de los textos
litúrgicos, a fin de facilitar la participación de los fieles, la concelebración y la comunión
bajo las dos especies, la reinstauración del nuevo Oficio divino y la revisión de los
nuevos rituales y del año litúrgico. Desde marzo de 1964 hasta abril de 1970 –año de la
supresión del Consilium– se realizó una tarea inmensa, a pesar de las críticas y de las
dificultades[50].
Para Pablo VI, la renovación de la liturgia no era marginal, sino el motor central que
debía proceder a la renovación de toda la Iglesia. Su sensibilidad litúrgica había
madurado en su Brescia natal bajo la influencia de mons. Bevilacqua, pero también
gracias al encuentro con los benedictinos franceses exiliados a Chiari en 1910, a
consecuencia de las leyes contrarias a las Órdenes y Congregaciones religiosas. Sus
visitas a las grandes abadías europeas durante sus viajes estivales reforzaron su
admiración por el carácter esencial y sobrio de la liturgia benedictina. La promoción de la
educación litúrgica de los jóvenes había sido una de las preocupaciones constantes de
Montini, consiliario de la Federación Universitaria Católica Italiana (FUCI). Para él, la
liturgia, fundada sobre una realidad objetiva, representaba también un remedio para la
enfermedad moderna del individualismo y constituía el modo de afirmar una visión de la
Iglesia como realidad sacramental y comunitaria. En su carta pastoral de 1958, el
arzobispo de Milán había escrito que la oración litúrgica era la arteria central que debía
dar a la Iglesia la más honda y genuina conciencia de sí.
El nuevo Ordo Missæ
La introducción de las distintas lenguas nacionales en la liturgia católica representó la
263
segunda gran evolución lingüística de la Iglesia, tras la que tuvo lugar en el siglo IV con el
paso del griego al latín. El novus Ordo Missæ, fechado el 3 de abril de 1969, fue el
sucesor, en la continuidad, del contenido en el Misal Romano de san Pío V (1570). Este
novus Ordo buscaba aplicar los principios consagrados por el Concilio. Se revalorizaba la
liturgia de la palabra. Los fieles no debían asistir pasivamente a la celebración, sino
participar en ella consciente y activamente; tal participación implicaba la modificación de
los ritos y su comprensión y, por ello, la oportunidad de introducir la lengua vernácula,
acogiendo de buen grado la lengua latina en algunos momentos de la celebración. Como
consecuencia de las críticas recibidas y después de un atento examen por parte del santo
Oficio, en mayo de 1970 se publicó una nueva edición del Misal, con una revisión de los
puntos controvertidos: sobre todo el carácter sacrificial de la Misa y la presencia
sustancial de Cristo en la sagrada Eucaristía.
La crisis lefebvriana
Por aquellos años, el obispo Marcel Lefebvre (†1991), Superior General de la
Congregación de los Padres del Espíritu Santo, inició un movimiento de resistencia al
Concilio que, al principio, se manifestó en la adhesión al Misal Romano de san Pío V. El
rechazo de la reforma litúrgica estuvo en la base del desarrollo en Francia y en otros
países del movimiento de disidencia de Lefebvre, que dio origen al seminario de Ecône
(Suiza) y a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X, fundada en noviembre de 1970 con
el apoyo del entonces obispo de Friburgo. En julio de 1976, después de una ordenación
ilícita de seminaristas a finales del mes anterior, llegó para Lefebvre la suspensión a
divinis, es decir, la prohibición de celebrar la Eucaristía y de conferir los demás
sacramentos. Tras un intento de reconciliación en los primeros años del pontificado de
san Juan Pablo II (†2005), en junio de 1988 dio el paso decisivo hacia la ruptura, con la
consagración ilícita de cuatro obispos. Este nuevo acto de desobediencia le valió –a él y a
los cuatro ordenados– la excomunión inmediata. El conflicto con Roma no se limitó a la
liturgia, sino que afectó a todas las innovaciones del Concilio, en particular a la libertad
religiosa, al ecumenismo, al diálogo interreligioso. La asunción del antiguo rito católico
dio, sin embargo, un fuerte impulso al movimiento de Lefebvre y le permitió recoger, al
menos al comienzo, numerosas adhesiones por parte de un pueblo cristiano desorientado
por las innovaciones posconciliares; sobre todo en un país como Francia, donde los
cambios fueron más bien masivos y puestos en práctica con celeridad.
La Santa Sede trató de dar respuesta, sobre todo durante el pontificado de Juan
Pablo II, y después de Benedicto XVI, a las peticiones procedentes de los ambientes
tradicionalistas, concediéndoles el permiso de celebrar la Misa según el antiguo rito de
san Pío V, aceptando más tarde liberalizar el uso para toda la Iglesia con el Motu proprio
Summorum Pontificum (7 julio 2007).
264
SELECCIÓN BIBLIOGRÁFICA
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Sacrosanctum Concilium, LEV, Vaticano 2003.
[1] Así, por ejemplo, al estudiar la asamblea litúrgica (cap. 3), el símbolo (cap. 4), el
memorial (cap. 5)…
[2] Cfr. SC 21.
[3] La riqueza del misterio de Cristo es tan insondable que ninguna tradición litúrgica
puede agotarla. Desde los orígenes de la Iglesia, esta riqueza ha encontrado expresiones
caracterizadas por una admirable variedad y complementariedad en distintos pueblos y
culturas. Más adelante, en este apéndice, presentaremos el conjunto de las familias
litúrgicas que se han desarrollado en el Oriente y Occidente cristianos.
[4] La sucesión apostólica, como garante de la comunión en la lex credendi y la lex
orandi de la Iglesia, está en la raíz de lo que establece el Código de Derecho Canónico:
«la ordenación de la sagrada liturgia depende exclusivamente de la autoridad de la Iglesia,
que reside en la Sede Apostólica. Compete a la Sede Apostólica ordenar la sagrada
liturgia de la Iglesia universal» (CIC, c. 838, §1 y 2).
[5] Para la redacción de este epígrafe nos inspiramos, entre otros, en la obra clásica
de B. NEUNHEUSER, Storia della liturgia attraverso le epoche culturali, Edizioni
Liturgiche, Roma 1988; y en A. LAMERI, Liturgia, Cittadella, Assisi 2013.
[6] Cfr. cap. 7, §9.
[7] GREGORIO MAGNO, Homilía sobre Ezequiel 2, 10, 19, en M. A. Martín (ed.), San
Gregorio Magno - Obras, BAC, Madrid 2009, ad loc.; cfr. cap. 8, § 2.
[8] Cfr. Acta Martyrum, Martyrium sancti Polycarpi, en J. QUASTEN, Patrología,
vol. 1, BAC, Madrid 2004, 86.
[9] JUSTINO, Diálogo con Trifón, 10; Primera Apología 6, 1; 13, 1; 13, 2; 65 - 67, en
Padres Apostólicos y Apologistas Griegos (s. II) – Ed. de Daniel Ruiz Bueno, BAC,
Madrid 2002, ad loc.; ORÍGENES, Contra Celso 3, 50-54 y 4, 23, en Orígenes - Contra
Celso, BAC, Madrid 2001; MINUCIO FÉLIX, Octavius 9 y 10, en V. SANZ (ed.), Minucio
266
Félix - Octavio, Ciudad Nueva, Madrid 2000, ad loc.
[10] a) Durante la Cuaresma del año 350, Cirilo de Jerusalén predicó 24 catequesis a
los iluminados (photosmoi) en la iglesia del Santo Sepulcro: CIRILO DE JERUSALÉN,
Cathecheses, en PG 33, 331-1128: 1117-1123 (trad. española: A. UBIERNA , San Cirilo de
Jerusalén - Las Catequesis, Madrid 1946; cfr. J. SOLANO, Textos eucarísticos
primitivos, vol. 1, BAC, Madrid, 1952, 322-337).
b) Hacia el año 390, Ambrosio dirigió a los neófitos de su iglesia una serie de
catequesis mistagógicas sobre los sacramentos del Bautismo, Confirmación y Eucaristía:
AMBROSIO DE MILÁN, De sacramentis, en CSEL 73 (trad. española: C. BASEVI, San
Ambrosio - La iniciación cristiana, Madrid 1977, 41-117).
c) JUAN CRISÓSTOMO, Catequesis bautismales (trad. española: A. Velasco;
introducción y notas de A. Ceresa-Gastaldo, Biblioteca Patrística, Ciudad Nueva,
Madrid 1988).
d) T EODORO DE MOPSUESTIA , Les homélies catéchétiques de Théodore de Mopsueste Réproduction phototypique du Ms. Mingana Syr. 561, en Studi e Testi 145, Città del
Vaticano 1949.
[11] Cfr. R. GONZÁLEZ COUGIL, La mistagogía en los Sacramentos de la Iglesia - De
los «sacramentos» a los «misterios», Montecasino, Zamora 2012.
[12] Cfr. AMBROSIO DE MILÁN, De sacramentis 1, 9-10; 1, 13-16, en CSEL 73 (trad.
española: C. BASEVI, Ambrosio - La iniciación cristiana, Madrid 1977, ad loc.).
[13] Cfr. G. RAMIS, Introducción a las liturgias occidentales no romanas, CLV,
Roma 2013. Las liturgias occidentales que se celebran actualmente son las tres
reseñadas. Otras ya extinguidas son: celta (Irlanda), galicana (ámbito de las Galias y
posteriormente francés), africana (ámbito del África proconsular de los siglos IV-V),
beneventana (Benevento y entorno de Nápoles) y bracarense (Braga, Portugal).
[14] Cfr. M. NIN, Liturgias orientales, CPL, Barcelona 2008, 185 págs.; cfr.
también CONGREGAZIONE PER LE CHIESE ORIENTALI, Istruzione per l’applicazione delle
prescrizioni liturgiche del Codice dei Canoni delle Chiese Orientali, LEV, Vaticano
1996.
[15] Siro-occidentales.
[16] Monofisitas o católicos.
[17] Monofisitas o católicos.
[18] Árabes bizantinos.
[19] Cfr. T OMÁS DE AQUINO, Summa Theologiæ III, q. 83, a. 5.
[20] Cfr. GUILLERMO DURANDO, Rationale divinorum officiorum, 1, 2, 11-13; 5, 2,
39, en CCL-CM 140, ad loc.
[21] Cfr. T OMÁS DE KEMPIS, La imitación de Cristo 1, 1; 2, 8; 3, 1; 4, 4, en José A.
Martínez Puche (ed.), Edibesa, Madrid 1995, ad loc. El Oficio de lectura de la liturgia de
267
las Horas recoge fragmentos de la obra en cuatro ocasiones: cfr. LH, Martes 3ª semana
de Adviento, Oficio de lectura (Libro 2, cap. 2-3; Libro 2, 1-6); miércoles 16ª semana
del Tiempo ordinario (Libro 2, 1-6); lunes y martes 22ª semana del Tiempo ordinario
(Libro 3, cap. 3 y 14).
[22] Cfr. EREMITI CAMALDOLESI DI MONTECORONA (a cura di), Un eremita al servizio
della Chiesa - IL Libellus ad Leonem X e altri opuscoli, San Paolo, Cinisello Balsamo
2012.
[23] Cfr. CALVINO, Breve tratado sobre la santa Cena, en Tratados Breves, La
Aurora - Casa Unida de Publicaciones, Buenos Aires-México 1959, ad loc.
[24] Cfr. CONCILIO DE T RENTO, Decretum de observandis et vitandis in celebratione
Missarum, en COD, Dehoniane, Bologna 1991, 737.
[25] No es posible referir aquí el cúmulo de cuestiones culturales, históricas y
teológicas implicadas en la gestación, celebración y proyección del Concilio Vaticano II
en lo relativo a la liturgia. Nos limitamos a destacar unos pocos puntos.
[26] Para una panorámica histórica sobre el Movimiento Litúrgico es clásica la obra
de O. ROUSSEAU, Histoire du mouvement liturgique - Esquisse historique depuis le
début du XIX siècle jusqu’au pontificat de Pie X, Cerf, Paris 1945; cfr. A. P ARATI,
Pioneri del Movimento Liturgico - Cenni storici, Libreria Editrice Vaticana 1999.
[27] En la redacción de este epígrafe nos inspiramos sobre todo en P. CHENAUX, El
Concilio Vaticano II, Encuentro, Madrid 2013.
[28] O. CASEL, Die Eucharistie Lehre des Hl. Justinus Martyr, publicada en el
cuarto fascículo de Katholik del año 1914.
[29] O. CASEL, De philophorum græcorum silentio mystico, Giessen 1919. En
diciembre de 1917, recibió el premio de la Facultad de Filosofía de la Universidad de
Bonn para continuar con esa investigación.
[30] Esta designación latina remite a que la abadía de Maria Laach se alza próxima a
un lago (lacus).
[31] Como escribió Ignacio Oñatibia (†2007), «pocas veces se habrá dado un acorde
más perfecto entre las circunstancias de la muerte y la nota predominante de una vida».
[32] Dice la misiva con que el abad comunicó su óbito a los monjes: «una vez
confesada con voz clara la Luz de Cristo y a punto de proclamar el pregón pascual,
nuestro querido padre en Cristo, cultivador y mistagogo de los sagrados misterios Odo
Casel, monje de Maria Laach, cumplido el holocausto, pasando en la noche sagrada con
el Señor, entró en la visión bienaventurada, consumado en el Misterio pascual en el que
había iniciado a tantos. Sean dadas gracias a Dios» (Lumen Christi clara voce confessus,
paschale celebraturus præconium, dilectus nobis pater in Christo, sacri mysterii cultor
et mystagogus, Odo Casel, monachus Lacensis, holocausto perfecto, nocte sacra cum
Domino transiens intravit in visionem beatam, paschalibus mysteriis quæ initiatis
268
tradidit, ipse consummatus. Deo gratias).
[33] Para hacerse cargo de esta influencia, ver I. OÑATIBIA , La presencia de la obra
redentora en el misterio del culto, Seminario Diocesano, Vitoria 1954 (reimpr: ÍDEM ,
Cuadernos Phase 172, CPL, Barcelona 2007); BOZZOLO, A., Mistero, simbolo e rito in
Odo Casel - L’effettività sacramentale della fede, Libreria Editrice Vaticana, Città del
Vaticano 2003.
[34] Odo Casel tuvo esta intuición durante la celebración de la Misa conventual.
[35] Sin olvidar que, en el platonismo, la imagen es conjuntamente imagen y realidad.
En este sentido, el sacramento y el acto salvador no son dos realidades distintas, sino una
sola. La imagen está tan colmada de la realidad del acto original del Gólgota que puede
reconocerse como presencia de ella (cfr. A. GARCÍA IBÁÑEZ, La Eucaristía, don y
misterio - Tratado histórico-teológico sobre el misterio eucarístico, Eunsa, Pamplona
2009, 314-324).
[36] Karl Prümm (1890-1981) se ordenó presbítero en Tréveris (1914), se doctoró
en Teología en Innsbruck (1915) e ingresó en la Compañía de Jesús (1918). Nombrado
profesor en Valkenburg (1931), tuvo por alumno a Karl Rahner. Desde 1949 ejerció la
docencia en el Pontificio Instituto Bíblico de Roma, donde falleció. El foco de su
investigación fue el cristianismo primitivo, para refutar los intentos naturalistas de la
Religionsgeschichtliche de explicarlo al margen de la divina revelación.
[37] Gottlieb Clemens Söhngen (1892-1971) fue profesor ordinario de teología
fundamental en la Universidad de Munich desde 1947. Entre sus alumnos se contó
Joseph Ratzinger, a quien dirigió su Tesis de habilitación. En un itinerario intelectual
peculiar, accedió a la docencia de la Teología después de años dedicado a la filosofía, que
le dieron un sólido conocimiento de las grandes tradiciones del pensamiento clásico y
cristiano, en particular Platón, Aristóteles, san Agustín y santo Tomás de Aquino, así
como del pensamiento filosófico moderno y de los principales representantes de la
teología protestante.
[38] Cfr. T. FILTAHUT, Die Kontroverse über die Mysterienlehre, Ed. J. Schnell,
Warendorf 1947 (ed. castellana: ÍDEM , La teología de los Misterios - Exposición de la
controversia, Desclée, Bilbao 1963).
[39] Sobre la celebración litúrgica como momento fuerte en la experiencia de Dios,
cfr. B. BOBRINSKOY, La vie liturgique, Cerf, Paris 2000.
[40] Cfr. J. RATZINGER, Ser cristiano, Sígueme, Salamanca ٥٧ ,١٩٦٧; cfr. A. GARCÍA
MACÍAS, Odo Casel, Pastoral Litúrgica 339-340 (2014) 39-44; para la bibliografía de
Casel, cfr. O. D. SANTAGADA , Dom Odo Casel - Contributo monografico per una
Biblografia generale delle opere, degli studi sulla dottrina e della sua influenza nella
teologia contemporanea, Archiv für Liturgiewissenschaft 10/1 (1967) 1-77.
[41] Cfr. C. BRAGA , La riforma liturgica di Pio XII, CLV, Roma 2003.
269
[42] SC 43 y 3.
[43] SC 21 y 24.
[44] SC 50.
[45] SC 21.
[46] SC 2.
[47] Cfr. A. LAMERI, La Pontificia Commissio de Sacra Liturgia præparatoria
Concilii Vaticani II - Documenti - Test - Verbali, CLV, Roma 2013.
[48] SC 5-13.
[49] El Consilium fue erigido por Pablo VI mediante el Motu Proprio Sacram
Liturgiam (25 enero 1964).
[50] A partir de 1965, la revista Notitiæ de la Congregación del Culto Divino fue
testigo documentado de esta obra restauradora para el ámbito de la Iglesia de Rito
romano.
270
Apéndice 3
LA PRESENCIA DE CRISTO
EN LA PALABRA
Instruidos por el magisterio eclesial, los católicos profesamos que, en el sacramento
de la santa Eucaristía, después de la consagración del pan y del vino, se contiene
verdadera, real y substancialmente Jesucristo bajo la apariencia de esas especies
sensibles. El Salvador está presente según su humanidad, no solo a la derecha del Padre,
sino al mismo tiempo también en el sacramento eucarístico. Tal presencia se llama real,
no por exclusión, como si las otras no fueran reales, sino por antonomasia, porque es
también una presencia corporal y substancial[1].
La presencia de Cristo en la palabra es una de esas otras presencias. Dentro del
parágrafo séptimo de Sacrosanctum Concilium, la frase «(Cristo) está presente en su
palabra, pues, cuando se lee en la Iglesia la sagrada Escritura, es Él quien habla»,
constituye uno de los puntales del magisterio conciliar sobre la sagrada liturgia. Dada su
relevancia teológica, conviene aproximarnos al iter redaccional de esta expresión.
De la Encíclica Mediator Dei
a la Exhortación Verbum Domini
Esta afirmación de la Constitución Sacrosanctum Concilium no constaba en la
Encíclica Mediator Dei. Veamos ambos textos en paralelo:
Mediator Dei (1947)
Sacrosanctum Concilium (1963)
«Para realizar una obra tan grande,
Cristo está siempre presente en su
Iglesia, sobre todo en la acción
litúrgica. Está presente en el sacrificio
de la Misa, sea en la persona del
«En toda acción litúrgica, por tanto, juntamente
ministro, “ofreciéndose ahora por
con la Iglesia, está presente su divino Fundador.
ministerio de los sacerdotes el mismo
Cristo está presente en el augusto Sacramento
que entonces se ofreció en la Cruz”,
del altar, bien en la persona de su ministro, bien,
sea sobre todo bajo las especies
principalmente, bajo las especies eucarísticas;
eucarísticas. Está presente con su
está presente en los Sacramentos con la virtud
fuerza en los Sacramentos, de modo
que en ellos transfunde para que sean
que, cuando alguien bautiza, es Cristo
instrumentos eficaces de santidad; está presente,
quien bautiza.
por fin, en las alabanzas y en las súplicas
271
dirigidas a Dios, como está escrito: “donde están Está presente en su palabra, pues,
dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy cuando se lee en la Iglesia la sagrada
Escritura, es Él quien habla.
yo en medio de ellos”»[1].
Está presente, por último, cuando la
Iglesia suplica y canta salmos, el
mismo que prometió: “donde están dos
o tres congregados en mi nombre, allí
estoy Yo en medio de ellos”»[2].
[3]
El empleo de expresiones semejantes en ambos documentos pone de manifiesto la
continuidad en el magisterio eclesial, a la par que la inclusión del texto que escribimos en
negrita indica una renovada sensibilidad hacia la presencia de Cristo en su palabra. No es
una verdad nueva, sino un contenido de fe en que siempre ha creído la Iglesia: el mismo
que habló antaño por medio de los profetas, habla ahora por medio del lector. Veamos el
camino seguido para llegar al texto de Sacrosanctum Concilium.
En el iter redaccional del documento que desembocará en la Constitución, la cuestión
de la presencia de Cristo en su palabra no constaba en el proyecto inicial del capítulo
primero, elaborado por peritos en mayo de 1961. Emerge por vez primera en la
redacción que Aimée-George Martimort presentó a la subcomisión competente, reunida
en la Domus Mariæ (Roma) en octubre de ese mismo año: Cristo mismo habla mientras
las palabras de la sagrada Escritura son leídas en la Iglesia.
La idea no era insólita. El liturgista francés Pierre Jounel (†2004), en el congreso de
Estrasburgo de 1958 sobre Palabra de Dios y liturgia, la había puesto de relieve a partir
de san Agustín, del Pseudo-Germán de París, del IV concilio de Toledo, así como de los
ritos de la liturgia de la Palabra que celebran las Iglesias armenia y siria. Así, por ejemplo,
el obispo de Hipona dice: «el evangelio es la boca de Cristo». El Pontifical RomanoGermánico, del siglo X, afirma: «se lee el evangelio, en el cual Cristo habla con su misma
boca para actualizar el evangelio en su Iglesia, como si hablara al pueblo Cristo mismo en
persona». No es difícil multiplicar las citas en esta misma línea. No era casualidad, por
tanto, que el canónigo de Toulouse Aimée-George Martimort (†2000) ya hiciera mención
de esa presencia en su manual de liturgia publicado en 1961. Durante la última sesión
plenaria de la Comisión Preparatoria, en enero de 1962, el texto recibió los últimos
retoques y así fue entregado a la Comisión Central del Concilio para que introdujera las
mejoras oportunas y pasar al debate en el aula. Tras las aportaciones de los Padres, la
comisión conciliar aceptó el texto en noviembre, que sería aprobado por el Concilio tal
como ahora lo encontramos en el séptimo parágrafo de Sacrosanctum Concilium.
272
como ahora lo encontramos en el séptimo parágrafo de Sacrosanctum Concilium.
Cuando alguno de los Padres conciliares expuso su reticencia a incluir una presencia de
Cristo no contemplada en la Mediator Dei, la Secretaría del Concilio respondió
recordando los signos de culto con los que las Iglesias Orientales expresaban su
veneración a la palabra de Dios[4].
El Ordo lectionum Missæ
En el Ordo lectionum Missæ (1981) leemos: «en sí misma, la aclamación del
Alleluia tiene el valor de un rito con el que la asamblea de los fieles recibe y saluda al
Señor que va a hablarles»[5]. Si atendemos a esta formulación, su enunciado apunta a la
noción de sacramentalidad, o sea, la certeza que posee la Iglesia de que, en la
proclamación litúrgica del Evangelio, es Cristo mismo quien habla a su pueblo[6]. En
otras palabras, llegado este momento, la Esposa (la Iglesia) se dispone a recibir a su
Esposo (Cristo) y para ello emplea el canto alborozado del Alleluia, cuya entonación es,
en el fondo, una confesión de fe en la presencia de Cristo en la liturgia de la palabra.
La Exhortación Verbum Domini
Estos primeros balbuceos en el discurrir de la «sacramentalidad de la palabra» por
el camino del magisterio desembocan finalmente en la Exhortación apostólica Verbum
Domini (2010), el primer documento magisterial que cita explícitamente esta categoría
teológica[7]. El documento, no formal ni explícitamente, pero sí desde puntos de vista
diversos, aunque necesitados de articulación, ofrece una gama de aportes con vistas a
una reflexión sistemática acerca de la índole sacramental de la palabra de Dios[8].
Finalmente, dada la importancia doctrinal de los contenidos vertidos en el Ordo
lectionum Missæ, resulta pertinente transcribir su Índice con el fin de hacerse cargo de la
estructura y la gama de las cuestiones que recoge:
ORDEN DE LAS LECTURAS DE LA MISA
PROEMIO
CAPÍTULO 1
P RINCIPIOS GENERALES PARA LA CELEBRACIÓN LITÚRGICA
DE LA PALABRA DE DIOS
1. Algunas indicaciones previas
a) Importancia de la palabra de Dios en la celebración litúrgica
273
c) Significación litúrgica de la palabra de Dios
2. La celebración litúrgica de la palabra de Dios
a) Características propias de la palabra de Dios en la acción litúrgica
b) La palabra de Dios en la economía de la salvación
c) La palabra de Dios en la participación litúrgica de los fieles
3. La palabra de Dios en la vida del pueblo «de la alianza»
a) La palabra de Dios en la vida de la Iglesia
b) La palabra de Dios en la explicación que de ella hace la Iglesia
c) Conexión entre la palabra de Dios proclamada y la acción del Espíritu
Santo
d) Íntima cohesión entre la palabra de Dios y el misterio eucarístico
— PRIMERA PARTE —
LA PALABRA DE DIOS
EN LA CELEBRACIÓN DE LA MISA
CAPÍTULO 2
LA CELEBRACIÓN DE LA LITURGIA DE LA PALABRA EN LA MISA
1. Elementos de la liturgia de la palabra y ritos de los mismos
a) Las lecturas bíblicas
b) El salmo responsorial
c) La aclamación antes de la lectura del Evangelio
d) La homilía
e) El silencio
f) La profesión de fe
g) La oración universal u oración de los fieles
2. Lo que ayuda a una recta celebración de la liturgia de la palabra
a) Lugar de la proclamación de la palabra de Dios
b) Los libros para la proclamación de la palabra de Dios en las celebraciones
CAPÍTULO 3
OFICIOS Y MINISTERIOS EN LA CELEBRACIÓN
DE LA LITURGIA DE LA PALABRA DENTRO DE LA MISA
1. Funciones del presidente en la liturgia de la palabra
274
2. Oficio de los fieles en la liturgia de la palabra
3. Ministerios en la liturgia de la palabra
— SEGUNDA PARTE —
ESTRUCTURA
DE LA ORDENACIÓN
DE LAS LECTURAS DE LA MISA
CAPÍTULO 4
ORDENACIÓN GENERAL DE LAS LECTURAS DE LA MISA
1. Finalidad pastoral de la «Ordenación de las lecturas de la Misa»
2. Principios observados en la elaboración de la Ordenación de las lecturas de
la misa
a) Elección de los textos
b) Ordenación de las lecturas para los domingos y fiestas
c) Ordenación de las lecturas para las ferias
d) Las lecturas para las celebraciones de los santos
e) Las lecturas para las misas rituales, por diversas necesidades, votivas y de
difuntos
f) Principales criterios aplicados en la selección y ordenación de las lecturas
g) Reservación de algunos libros según los tiempos litúrgicos
1) Extensión de los textos
2) Los textos más difíciles
3) Omisión de algunos versículos
3. Principios que hay que aplicar en el uso de la Ordenación de las lecturas
a) Facultad de elegir algunos textos
1) Acerca de las dos lecturas antes del Evangelio
2) Acerca de la forma larga o breve
3) Acerca de un doble texto propuesto
4) Acerca de las lecturas feriales
5) Acerca de las celebraciones de los Santos
6) Acerca de las demás partes de la Ordenación de las lecturas
b) El salmo responsorial y la aclamación antes de la lectura del Evangelio
CAPÍTULO 5
DESCRIPCIÓN DE LA ORDENACIÓN DE LAS LECTURAS
275
1. Tiempo de Adviento
a) Domingos
b) Ferias
2. Tiempo de Navidad
a) Solemnidades, fiestas y domingos
b) Ferias
3. Tiempo de Cuaresma
a) Domingos
b) Ferias
4. Triduo sagrado y tiempo pascual
a) Sagrado triduo pascual
b) Domingos
c) Ferias
d) Solemnidades de la Ascensión y de Pentecostés
5. Tiempo ordinario
a) Ordenación y selección de los textos
b) Lecturas para los domingos
1) Lecturas del Evangelio
2) Lecturas del Antiguo Testamento
c) Lecturas para las solemnidades del Señor
en el Tiempo ordinario
d) Lecturas para las ferias
1) Los Evangelios
2) La primera lectura
CAPÍTULO 6
ADAPTACIONES, TRADUCCIONES A LA LENGUA VERNÁCULA
Y CONFECCIÓN DE LA ORDENACIÓN DE LAS LECTURAS
1. Adaptaciones y traducciones
2. Confección de cada lectura en particular
a) Indicación del texto
b) Título
c) El íncipit
276
d) Aclamación final
SELECCIÓN BIBLIOGRÁFICA
AROCENA , F. M., La celebración de la Palabra - Teología y pastoral, CPL, Barcelona
2000.
CLAVERÍA , R., Presencia de Cristo en la palabra, en Phase 303 (2011) 269 ss.
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Rivista Liturgica 70 (1983), 691-703.
DE ZAN, R., Dove rinasce la Parola. Bibbia e liturgia, Messagero, Padova 1993.
GARCÍA MACÍAS, A., Christus Ecclesiæ suæ semper adest - La presencia de Cristo en las
celebraciones litúrgicas, en J.-M. CANALS - I. T OMÁS, La Liturgia en los
inicios del tercer milenio. A los XL años de la Sacrosanctum Concilium,
Baracaldo 2004, 118-123.
MARSILI, S., Cristo si fa presente nella sua parola, en Rivista Liturgica 70 (1983), 671690.
SORCI, P., Nella proclamazione delle scritture l’annuncio del Mistero Pasquale, en
Rivista Liturgica 88 (2001), 845-868.
T RIACCA , A.-M., In margine alla seconda edizione dell’Ordo Lectionum Missæ, Notitiæ
18 (1982), 243-280.
T RIACCA , A.-M., Valore teologico della liturgia della Parola, en Rivista Liturgica 73
(1986), 616-632.
277
[1] Cfr. P ABLO VI, Mysterium fidei, 5.
[2] MD 28.
[3] SC 7b.
[4] Sobre este aspecto en su desarrollo magisterial, cfr. R. CLAVERÍA , Presencia de
Cristo en la palabra, en Phase 303 (2011) 269 ss.
[5] OLM 23.
[6] SC 7.
[7] Cfr. VD 56. Al tratar de La palabra de Dios en la vida y la misión de la Iglesia,
la XII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos no abordó expresamente la
índole sacramental de la palabra de Dios; sin embargo, en una de sus propuestas finales
afirma: «los Padres sinodales desean que se promueva una reflexión teológica sobre la
sacramentalidad de la Palabra de Dios» (Propositio 7, 25 octubre 2008).
[8] Cfr. M. FIGURA , Sobre la sacramentalidad de la palabra de Dios, Communio 2
(2001) 167-183.
278
Apéndice 4
LOS LIBROS LITÚRGICOS DEL RITO ROMANO
A lo largo de estas páginas citamos con frecuencia textos tomados de libros litúrgicos:
del Misal, del Oficio divino, de los diversos Rituales… Es natural, pues el objeto de la
teología litúrgica es el estudio de la celebración ritual y esta responde a una lógica
interna, que se recoge en los prenotandos y se desarrolla conforme a un programa ritual
plasmado en el correspondiente libro litúrgico de esa celebración. Parece, pues, oportuno
conocer el elenco de esos libros, en su edición castellana, agrupados en cinco secciones:
Para la celebración eucarística
1. Misal Romano
2. Leccionario del Misal Romano
3. Evangeliario
4. Colección de Misas de la Virgen María
5. Leccionario para las Misas con niños
Para la celebración del Oficio divino
6. Liturgia de las Horas
Para las celebraciones a lo largo del año litúrgico
7. Martirologio Romano
8. Misa crismal del Jueves Santo
9. Canto de la Pasión y del Pregón pascual
Rituales
10. Ritual de Exequias
11. Ritual de Exorcismos
12. Ritual de la Penitencia
13. Ritual del Matrimonio
14. Ritual de la Confirmación
15. Ritual del Bautismo de niños
16. Ritual de la Iniciación cristiana
17. Ritual para instituir lectores y acólitos
18. Ritual de la dedicación de iglesias y de altares
279
19. Ritual de la bendición de un abad o una abadesa
20. Ritual de la Unción y pastoral de los enfermos
21. Ritual de la Profesión religiosa y Consagración de vírgenes
22. Ritual de la sagrada Comunión y culto de la Eucaristía
fuera de la Misa
23. Ritual de coronación de una imagen de la bienaventurada
Virgen María
Otros
24. Ceremonial de los Obispos
25. Pontifical Romano - Ordenaciones
26. Bendicional
SELECCIÓN BIBLIOGRÁFICA
ALDAZÁBAL, J., El libro litúrgico como pedagogía de la celebración, en Phase 116
(1980) 111-124.
MARTÍN P ATINO, J. M., Importancia y función pastoral del libro litúrgico, en Sal Terræ
60 (1972) 483-502.
SANCHO ANDREU, J., Pedagogía de la presentación de los rituales de los sacramentos,
Phase 116 (1980) 125-133.
T ENA , P., Los libros litúrgicos en la docencia de teología sacramentaria, Phase 116
(1980) 99-110.
280
GLOSARIO
ANÁFORA . Término griego que significa llevar hacia arriba, elevar. Lo que alzamos a
Dios es el sacrificio de alabanza. Anáfora se denomina en las liturgias orientales a lo que
actualmente designamos como plegaria eucarística. Es también el nombre que le da a
esta plegaria el Catecismo de la Iglesia Católica (CCE 1352). Es la oración cumbre de
la celebración eucarística.
BEMA. En el judaísmo, el bimah es una plataforma elevada o púlpito dentro de las
sinagogas para facilitar la escucha del lector que proclama la Toráh. En la Grecia antigua,
el bema era la plataforma desde la que los oradores hablaban a los ciudadanos. En los
tribunales griegos, las dos partes en una controversia presentaban sus argumentos desde
bemas separados. En las iglesias cristianas primitivas, el bema es el espacio transversal
que separaba el ábside de la nave por medio de unos peldaños y que, más tarde, se
transformó en el crucero.
BERAKHÁ. En el sentido específico rabínico, designa cualquier párrafo oracional que
inicie o termine con la fórmula eucológica: Benedictus tu Dominus. Puede designar
también una fórmula de bendición general con acción de gracias.
DIVINA LITURGIA . Nombre que recibe la celebración eucarística en las Iglesias
orientales de tradición bizantina.
DOXOLOGÍA . Proviene del griego: doxa (gloria) y logos (palabra, discurso). Una
doxología es una fórmula litúrgica que glorifica a Dios.
ECONOMÍA . Los Padres de la Iglesia distinguen entre theologia y oikonomia.
Designan con el primer término el misterio de la vida inmanente de la Trinidad, y con el
segundo, el despliegue de las obras ad extra de Dios que revelan y comunican su vida.
La oikonomia nos revela la theologia, pero inversamente la theologia esclarece la
oikonomia. Las obras de Dios revelan quién es en sí mismo; e inversamente, el misterio
de su Ser íntimo ilumina la inteligencia de todas sus obras.
EFFETÁ. Palabra aramea que significa ábrete, y fue pronunciada por Jesús al curar a
un sordomudo (Mc 7, 31 ss). En el rito del Bautismo, tras imponer la vestidura blanca, el
celebrante puede trazar la señal de la cruz tocando los oídos y los labios del niño para
que pueda escuchar la Palabra de Dios en el Espíritu y profesar su fe.
281
EPARCA . Obispo de una eparquía, que es una porción del pueblo de Dios,
encomendada a su gobierno y al que asiste el presbiterio para realizar la misión de la
Iglesia conforme a la tradición oriental. Se corresponde con la diócesis del Occidente
cristiano.
ÉPHAPAX. Este término griego significa una sola vez. Es un sintagma que, en el
ámbito de la teología litúrgica, alude al carácter único e irrepetible del acontecimiento
pascual.
EPÍCLESIS . Proviene del griego epikaléo y significa invocación. Con la epíclesis la
Iglesia, por medio de determinadas invocaciones, implora el poder divino para que los
dones que han presentado los hombres queden consagrados, es decir, se conviertan en el
cuerpo y sangre de Cristo, y para que la Víctima inmaculada que se recibe en la
comunión sea fructuosa para salvación de quienes la reciben (cfr. OGMR 79c). Las
oraciones de consagración también contienen fórmulas epicléticas en las que se invoca la
acción del Espíritu Santo.
ETHOS . Si va escrito con la vocal griega épsilon, significa costumbres y alude a los
usos que rigen la vida comunitaria. En cambio, si se escribe con la vocal eta, se refiere al
carácter o modo habitual de ser, en sentido aristotélico. Se emparenta con la personalidad
y el hábito. Aquí entendemos por ethos el conjunto de actitudes, convicciones, creencias
morales y formas de conducta de un individuo o grupo social.
EUCOLOGÍA . Proviene del término griego euché (oración) y logia (ciencia, discurso).
Eucología es el estudio de las oraciones, pero se usa sobre todo para designar el depósito
de plegarias no bíblicas recogidas en un libro litúrgico. La eucología suele caracterizar a
una familia litúrgica. Es propio del rito hispano-mozárabe su exuberancia eucológica.
FERMENTUM. Era un fragmento del pan eucarístico consagrado por el Papa, que se
llevaba a los presbíteros de las iglesias de Roma (los títuli romani) que no habían
participado en la misa papal por tener que celebrar para sus fieles. Este fragmento,
introducido en el cáliz en el momento del Pax Domini, era signo de comunión y de
unidad con el obispo de Roma.
ICONOSTASIO. Pared que va desde la parte septentrional (norte) a la meridional (sur) en
un templo de tradición oriental, y en la cual, en un orden específico, se colocan iconos.
La palabra proviene del griego εἰκονοστάσιον, que significa exposición de iconos. Esta
pared separa el santuario de la parte central del templo. En el iconostasio hay tres
puertas, una más grande (la puerta real) y, a su derecha e izquierda, otras dos más
pequeñas.
282
IMMIXTIO. Término latino que significa mezcla. Es la acción de introducir en el cáliz,
que contiene la Sangre de Cristo, un fragmento del Pan consagrado. Este rito antiquísimo
tiene sus raíces en el fermentum, como signo de comunión con el obispo de Roma.
KAYRÓS . Significa tiempo favorable, oportuno. En contexto teológico, suele emplearse
para referir la irrupción del tiempo de Dios (kayrós) en el tiempo terreno (chronos).
KÉRYGMA. Proviene del verbo keryssein, que significa anunciar, proclamar. Suele
emplearse para referirse al núcleo esencial del mensaje evangélico. La confesión de
Cristo que hace san Pablo, tal como se recoge en su primera carta a Tito, se cita como
ejemplo clásico de kérygma: «Él (Cristo) ha sido manifestado en la carne, justificado en
el Espíritu; mostrado a los ángeles, predicado a las naciones, creído en el mundo,
ascendido en gloria» (1Tt 3, 16).
LEX ORANDI. Expresión latina que significa la ley de la oración. Alude al conjunto de
las plegarias litúrgicas. Su estilo marca la impronta de cómo ora la Iglesia. Es célebre el
adagio atribuido a Próspero de Aquitania (†c.455): que la ley de la oración establezca la
ley de la fe (legem credendi lex statuat supplicandi).
METHEXIS . Este término griego se traduce al latín por participare, que significa tomar
parte (partem-capere), y al castellano por participar. En la teoría de las ideas de Platón,
methexis indica la relación de esas ideas con el mundo sensible, que es la participación.
Participación implica el hecho de tener relación con, tener en común con, lo cual
equivale a comunicación, semejanza… El sentido de participación en contexto litúrgico
debe buscarse en el ámbito de estos significados. En las celebraciones cristianas, la
participación viene exigida tanto por la identidad de la celebración como por la identidad
de la asamblea santa. La celebración litúrgica requiere participación de la comunidad en
el misterio de Cristo. El pueblo de Dios, por su sacerdocio real, participa del sacerdocio
de Cristo y toma parte, por eso mismo, en la acción sagrada.
MISTAGOGÍA . La palabra y sus derivados (mistagogo, mistagógico) provienen de la raíz
griega mist- (que indica el misterio, lo oculto) y agein (guiar, conducir). Se refiere, por
tanto, a todo lo que conduce al misterio y, en nuestro caso, al misterio de Cristo
celebrado en la liturgia. Se suele llamar mistagogía a la dinámica y la pedagogía con que
los signos y símbolos litúrgicos llevan a celebrar en profundidad y a vivir ese misterio.
NEÓFITO. Significa recién plantado, del griego neos (nuevo) y phiton (planta). El
neófito cristiano es el recién injertado en Cristo. El término se aplica a los neobautizados.
Antes del bautismo se llaman catecúmenos, y después, durante su formación –en las
catequesis mistagógicas que impartían los Padres–, neófitos.
283
ORDENACIÓN GENERAL DEL MISAL ROMANO (OGMR). La Institutio Generalis Missalis
Romani, documento publicado en 1969, ocupa las páginas iniciales del Misal,
conformando, junto con la Constitución apostólica Missale Romanum y el Motu proprio
Mysterii Paschalis, una primera sección documental del Misal, el liber princeps del Rito
romano. La tercera edición típica de la OGMR se publicó en 2002 y consta de nueve
capítulos –uno más que la edición precedente–, en donde se describen todos los
elementos de la celebración eucarística y se exponen las principales normas de su
programa ritual. Representa un tratado dogmático, litúrgico y pastoral sobre la Eucaristía,
escrito en el estilo propio de la teología litúrgica. La OGMR no solo contiene la
normativa rubrical que guía la forma de conducir la celebración eucarística, sino que
ofrece, además, abundantes consideraciones de carácter teológico.
ORDO LECTIONUM MISSÆ (OLM). El Orden de lecturas de la Misa es un volumen
preparado por el cœtus XI del Consilium, aprobado por Pablo VI en la Constitución
apostólica Missale Romanum y publicado en 1969. El OLM no es un Leccionario, sino el
elenco de los textos bíblicos recogidos en el Leccionario de la misa: las lecturas con sus
citas completas, los títulos y el íncipit de esas lecturas, junto con las referencias a los
salmos responsoriales y a los versículos del aleluia. El OLM es una versión moderna de
los antiguos libros llamados comes y capitularia. Va precedido de una Introducción
(Prænotanda) que, en su segunda edición de 1981, contiene los elementos teológicos
necesarios para la comprensión de la palabra celebrada en la liturgia.
ORDINES ROMANI. Junto con los Sacramentarios para la eucología y los Leccionarios
para las perícopas bíblicas, encontramos en la antigüedad los libros llamados Ordines.
Contienen las rúbricas de las celebraciones litúrgicas papales. Se escribieron en varias
épocas, desde el siglo VIII al X. La edición crítica de los Ordines Romani fue obra de M.
Andrieu: Les Ordines Romani du Moyen Âge, vols. I-V, Lovaina 1931-1961, que consta
de cincuenta Ordines, subdivididos en diez secciones.
PARÉNESIS . Proviene del griego para (junto a) y aineo (alabar). Significa
recomendación, exhortación moral. Lo primero es el kérigma, o sea, la predicación del
núcleo del mensaje cristiano, y luego la didajé, o enseñanza, la cual va acompañada de la
parénesis, es decir, de la exhortación a una conducta conforme con los contenidos del
kérygma.
PERICHÓRESIS . Término griego que emplea la teología trinitaria para designar que las
tres Personas divinas existen total y compenetradamente entre sí (en latín,
circumincessio). En nuestro texto, empleamos el término no de manera estrictamente
unívoca, sino con un sentido análogo amplio.
284
P ERÍCOPA . Del griego peri-kóptô, cortar alrededor, designa el fragmento, el pasaje
recortado de un Libro de la Escritura que se proclama en una celebración litúrgica.
PRÆNOTANDA. En castellano, prenotandos. Son las páginas iniciales de los libros
litúrgicos, emanados tras la reinstauración del Concilio Vaticano II, que contienen –
digámoslo así– la lógica interna de cada una de las celebraciones. Cada libro litúrgico
lleva sus propios prenotandos. Son introducciones que importa mucho conocer, pues
contienen las categorías con las que la Iglesia presenta la teología litúrgica de los ritos, en
los cuales están inscritos los datos de la fe.
PRÓTHESIS . En el rito bizantino, es una mesa pequeña colocada en el ábside menor,
destinada a la preparación de las ofrendas para la Divina Liturgia.
RÚBRICAS. Término proveniente del latín ruber, que significa rojo. Cuando en los
siglos XI-XII la palabra entró en el lenguaje litúrgico, significó la normativa ceremonial
necesaria para el correcto desarrollo de las acciones sagradas. En los libros litúrgicos, las
normas ceremoniales van escritas en caracteres rojos.
SACRAMENTARIOS. Son los libros litúrgicos antiguos de los ritos occidentales, que
recogen las oraciones que el celebrante de la Eucaristía dirige a Dios en nombre de la
asamblea (Sacramentario Veronense, Sacramentario Gregoriano…). En las liturgias
orientales se llaman eucologios (Eucologio de Serapión). Más tarde, este libro de altar,
que recogía las oraciones presidenciales, se llamó Oracional o Misal. Después, cuando
comenzaron a incluirse en él las lecturas bíblicas –por motivos prácticos–, pasó a
llamarse Misal plenario: así, el Misal de Pío V (1570).
SANTUARIO. Parte de la iglesia situada alrededor del altar y destinada a la celebración
de la liturgia eucarística. Puede estar separado de la nave por un cancel o balaustrada. En
los espacios celebrativos orientales, el santuario posee especial relavancia. En él se
encuentra el altar, y está separado de la nave por el iconostasio.
SHEKINÁH. Término femenino hebreo que significa la radiancia o la presencia de
Yahwéh. Deriva del verbo shakán, que en el hebreo bíblico significa residir, muy
frecuente en el Antiguo Testamento (Gn 9, 27; 14, 13; Ex 40, 35; Sal 37, 3; 132, 5…).
En el hebreo rabínico antiguo, la palabra se usa para referirse a los nidos y a la
costumbre de las aves de habitar en ellos. En el pensamiento judío clásico, se refiere a la
morada de la presencia divina, hasta el punto de que en la proximidad a la shekináh se
percibe con mayor fuerza la comunión con Dios. El término parece haberse usado para
referirse a la luz del planeta Venus en su mayor esplendor, durante el solsticio de
invierno: el 21 de diciembre. Los sacerdotes establecían sus oráculos de manera que la
285
luz de Venus, la shekináh, radiara sobre ellos antes del amanecer. Más tarde, los templos
se construían de forma que esta luz penetrara por una ventana oriental a tal efecto. La
consagración de los reyes se realizaba durante este evento especial. Era una forma de
subrayar que el rey era el representante de Dios en la tierra, pues el resplandor divino
debía brillar sobre él.
SYNAXIS . Deriva de sin (con) y ago (hacer, actuar). Significa, por tanto, asamblea,
reunión de personas que actúan juntas. Es uno de los nombres dados a la santa
Eucaristía, sobre todo en el Oriente cristiano y, como tal, aparece recogido en el
Catecismo de la Iglesia Católica (CCE 1329). Con el término synaxis se designa a la
asamblea eucarística de los fieles, signo de la Iglesia universal (cfr. 1 Co 11, 17-34).
THEOSIS . Designa el proceso de transformación y divinización del bautizado, en
cuanto obra que se atribuye al Espíritu Santo.
286
BIBLIOGRAFÍA[*]
PRINCIPALES FUENTES LITÚRGICAS ROMANAS
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Ephemerides Liturgicæ 73 (1959) 249-298.
DESHUSSES, J. (ed.), Le sacramentaire Grégorien - Ses principales formes d’apres les
plus anciennes manuscrits. Edition comparativ, vols. 1-3 (Fribourg 19711982).
HANGGI, A. - P AHL, I., Prex eucharistica - Textus e variis liturgiis antiquioribus selecti
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SUBSIDIOS
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—Diccionarios
BLAISE, A., Lexicon latinitatis Medii ævi, præsertim ad res ecclesiasticas investigandas
pertinens (Turnhout 1975).
BLAISE, A., Vocabulaire latin des principaux themes liturgiques (Turnhout 1966).
CABROL, F. - LECLERCQ, H. - MARROU, H. (eds.), Dictionnaire d’Archéologie Chrétienne
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DESHUSSES, J. - DARRAGON, B., Concordances et tableaux pour l’étude des grands
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euchologicæ (Münster 1983).
SODI, M. - BAROFFIO, G. - T ONIOLO, A. (a cura di), Sacramentarium Gregorianum Concordantia (Roma 2012).
SODI, M. - BAROFFIO, G. - T ONIOLO, A. (a cura di), Sacramentarium Veronense Concordantia (Roma 2013).
SODI, M. - T ONIOLO, A., Concordantia et indices Missalis Romani - Editio typica tertia
(Vaticano 2002).
SODI, M. - T ONIOLO, A., Prænotanda Missalis Romani - Textus, concordantia, appendices
(Vaticano 2003).
288
—Otros subsidios
AROCENA , F. M., Bibliografía de la Constitución Sacrosanctum Concilium, en
ASOCIACIÓN ESPAÑOLA DE P ROFESORES DE LITURGIA , La liturgia en los inicios del
tercer milenio (Baracaldo 2004).
GIL HELLÍN, F., Concilii Vaticani II Synopsis - Constitutio de sacra Liturgia Sacrosanctum
Concilium (Vaticano 2003).
JOHNSON, M., Bibliographia liturgica (Roma 1992).
LODI, E., Liturgia della Chiesa - Guida allo studio della liturgia nelle sue fonti antiche
e recenti (Bologna 1981).
P ARDO, A., Documentación litúrgica - Nuevo Enquiridion (Burgos 2006).
SELECCIÓN DE MANUALES DE LITURGIA
ABAD, J. A., La celebración del misterio cristiano (Pamplona 1995).
ASSOCIAZIONE P ROFESSORI DI LITURGIA (dir.), Celebrare il mistero di Cristo - Manuale di
liturgia (Roma 1993).
AUGÉ, M., Liturgia - Historia, celebración, teología, espiritualidad (Barcelona 1995).
BOROBIO, D. (dir.), La celebración en la Iglesia, vols. 1-3 (Salamanca 1985-1990).
CHUPUNGCO, A. (ed.), Scientia liturgica - Manuale di Liturgia, vols. 1-5 (CasaleMonferrato 1998).
LÓPEZ MARTÍN, J., La liturgia en la vida de la Iglesia (Madrid 1987).
MARSILI, S. - SCICOLONE, I. - CHUPUNGCO, A. J. (eds.), Anamnesis, vols. 1-7 (Casale M. Genova 1974-1990).
MARTIMORT, A.-G. (dir.), La Iglesia en oración. Introducción a la liturgia (Barcelona
1987).
289
SELECCIÓN DE INTRODUCCIONES A LA LITURGIA
ANDRONIKOFF, C., El sentido de la liturgia (Valencia 1992).
BIFFI, I., Liturgia - Riflessioni teologiche e pastorali (Roma 1982).
BONACCORSO, G., Introduzione allo studio della liturgia (Padova 1990).
CASEL, O., El misterio del culto cristiano (San Sebastián 1953).
CASTRO, C., El sentido religioso de la liturgia (Madrid 1964).
COLOMBO, G., Introduzione allo studio della liturgia (Leumann-Torino 1989).
CORBON, J., Liturgia fontal (Madrid 2009).
DE CLERCK, P., L’intelligence de la liturgie (Paris 2005).
DIX, G., The Shape of the Liturgy (Westminster 1945).
FERNÁNDEZ, P., Introducción a la ciencia litúrgica (Salamanca 1992).
GUARDINI, R., El espíritu de la liturgia (Barcelona 1962).
GUTIÉRREZ MARTÍN, J. L., Liturgia (Madrid 20113).
JUNGMANN, J. A., Las leyes de la liturgia (San Sebastián 1960).
JUNGMANN, J. A., El culto divino de la Iglesia (San Sebastián 1959).
LAMERI, A., Liturgia (Assisi 2013).
RATZINGER, J., El espíritu de la liturgia - Una introducción (Madrid 2001).
ZACCARIA , G. - GUTIÉRREZ MARTIN, J. L., Liturgia - Un’introduzione (Roma 2016).
SELECCIÓN DE OBRAS
290
AROCENA , F. M., En el corazón de la liturgia (Madrid 20064).
AROCENA , F. M., Liturgia y vida, Palabra (Madrid 2011).
AROCENA , F. M. - FAGERBERG, D. W. - MIGUT, B. - SODI, M., Teología litúrgica - Métodos
y perspectivas (Barcelona 2013).
BERLANGA , A., Liturgia y teología (Barcelona 2013).
BOUYER, L., Piedad litúrgica (Cuernavaca 1957).
CONGAR, Y., La liturgia después del Vaticano II (Madrid 1969).
FEDERICI, T., La parola proclamata, celebrata e mistagogia (Roma 1979).
GONZÁLEZ COUGIL, R., La mistagogía en los Sacramentos de la Iglesia - De los
«sacramentos» a los «misterios» (Zamora 2012).
GUTIÉRREZ MARTÍN, J. L., Belleza y Misterio (Pamplona 2006).
LE GALL, R. (dir.), La liturgie de l’Eglise. Mystere, signes et figure (Chambray-lesTours 1990).
LÓPEZ MARTÍN, J., En el Espíritu y la verdad. Introducción a la liturgia, vols. 1 y 2
(Salamanca 1993-1994).
MARSILI, S., Los signos del misterio de Cristo. Teología litúrgica de los sacramentos
(Bilbao 1993).
RATZINGER, J., Obras completas de Joseph Ratzinger, vol. XI, Teología de la liturgia
(Madrid 2012).
REGO, J., El bosque simbólico - Itierarios para una reflexión sobre la acción
sacramental, (Roma 2012).
ROCCHETTA , C., Sacramentaria fondamentale - Dal mystêrion al sacramentum,
Dehoniane (Bologna 1990).
SILVESTRE, J. J., La Santa Misa - El rito de la celebración eucarística (Madrid 2015).
VAGAGGINI, C., El sentido teológico de la liturgia (Madrid 1959).
291
PUBLICACIONES PERIÓDICAS
ALEMANIA
Jahrbuch für Liturgiewissenschaft
Liturgisches Jahrbuch[1]
AUSTRIA
Heiliger Dienst
BÉLGICA
Communautés et liturgies[2]
Questions liturgiques
CIUDAD DEL VATICANO
Notitiæ
ESPAÑA
Liturgia y espiritualidad
Pastoral litúrgica[3]
Phase
ESTADOS UNIDOS
Worship
FRANCIA
La Maison Dieu
INGLATERRA
Studia Liturgica
ITALIA
Ecclesia orans
Ephemerides Liturgicæ
Rivista di Pastorale Liturgica
Rivista Liturgica
292
ALGUNOS PORTALES LITÚRGICOS EN LA RED
CENTRE DE P ASTORAL LITÚRGICA
www.cpl.es/
COMISIÓN EPISCOPAL DE LITURGIA DE LA CEE
www.conferenciaepiscopal.es/comision-episcopal-de-liturgia/
DEUTSCHES LITURGISCHES INSTITUT
www.liturgie.de/liturgie/index.php
P ONTIFICIA UNIVERSITÀ DELLA SANTA CROCE
www.pusc.it/teo/dipartimenti/istituto-liturgia/home
P ONTIFICIO ISTITUTO LITURGICO SANT’ANSELMO
www.anselmianum.com/
UNIVERSIDAD DE NAVARRA
www.unav.esbiblioteca/guias/indicegeneral.html
P ORTAL LITÚRGICO ESPAÑOL
lexorandies.blogspot.com.es
P ORTAL LITÚRGICO ITALIANO
www.liturgia.it
[*] La presente bibliografía se completa con la que aparece al final de los capítulos de
este libro.
[1] Desde 1955 lleva por título Liturgisches Jahrbuch: Vierteljahreshefte Fur
Fragen Des Gottesdienstes.
[2] Es continuación de Paroisse et Liturgie.
[3] Es continuación de Hodie, boletín del Secretario Nacional de Liturgia.
293
294
Oh Cristo,
precio de mi redención.
Por tu amor he estudiado.
Por tu amor he pasado las vigilias de las noches.
Por ti me he consumido y agotado,
te he predicado y enseñado[*].
[*] No es casualidad que los antiguos tratados de Teología terminaran con una
oración; también algunos de los modernos. El estudio de la liturgia hace esto todavía más
apremiante. De ahí la pertinencia de concluir estas páginas con esta oración (Cfr.
GUILLERMO DE T OCCO, Historia de santo Tomás, en E. Romero-Pose, La vuelta al
Misterio y la enseñanza de la Teología, en Revista Española de Teología 61 (2001) 751).
295
Índice
Siglas
Introducción
12
14
Proemio
Una justificación
Este libro
Epílogo
14
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18
Primera parte. El misterio
20
Capítulo 1. Hacia una comprensión «teológica» de la liturgia
1. Estructura de este capítulo
Primera sección. La historia de la salvación
2. La noción de historia de la salvación
3. La historia, lugar de la revelación
4. Riqueza del término salvación
5. Algunas expresiones litúrgicas de la historia de la salvación
6. Etapas de la historia de la salvación
Segunda sección. Sacrosanctum Concilium: historia de la salvación y liturgia
7. ¿Por qué comenzamos por la historia de la salvación?
8. Historia de la salvación y liturgia en Sacrosanctum Concilium
9. Sacramentalidad de la historia de la salvación
10. Los sacramentos y la historia de la salvación
11. Conclusión
Capítulo 2. Misterio de Dios – misterio de Cristo – misterio del culto
1. Estructura de este capítulo
Primera sección. El misterio del culto cristiano
2. De la historia de la salvación al misterio de Cristo
3. La noción de misterio
4. El misterio de Dios
5. El misterio de Cristo
6. Los misterios de Cristo
7. El misterio pascual de Cristo
8. El misterio del culto
9. El quod del misterio del culto
10. El quo modo del misterio del culto
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11. El ubi del misterio del culto
12. El misterio del culto como acceso al misterio de Dios ab intus
13. Fecundidad de la categoría teológica de misterio
14. Misterio pascual y liturgia
Segunda sección. Liturgia y sacerdocio de Cristo
15. La liturgia en Mediator Dei
16. La liturgia en Sacrosanctum Concilium
17. Conclusión
Segunda parte. La celebración
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Capítulo 3. La celebración litúrgica
1. La liturgia se celebra
2. Estructura de este capítulo
Primera sección. La actio litúrgica
3. La acción de celebrar está subordinada a lo que se celebra
4. La celebración como acción
5. Aproximación fenomenológica
6. Aproximación teológica
7. Celebración y rito
8. Los ritos cristianos
Segunda sección. Estructura y sujeto de la celebración
9. La estructura de la celebración
10. La anámnesis
11. El hoy litúrgico
12. Agente y objeto del memorial
13. Un parágrafo destacado del Catecismo
14. La epíclesis
15. La doxa
16. La asamblea litúrgica, sujeto de la celebración
17. Las asambleas litúrgicas en el Nuevo Testamento
18. Recuperación de la asamblea litúrgica
19. La asamblea litúrgica es cuerpo sacerdotal jerarquizado
20. Asamblea y pascua, realidades contemporáneas
21. La asamblea litúrgica es signo de la Iglesia universal
22. De la celebración a la participación
Tercera sección. El ars celebrandi
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23. De la participación al ars celebrandi
24. Del ars celebrandi a las rúbricas
25. La teología de las rúbricas
26. De las rúbricas a la belleza de la celebración
27. Conclusión
Capítulo 4. La sacramentalidad de la liturgia
1. ¿Qué significa sacramentalidad de la liturgia?
2. Doble significado del término sacramentalidad
3. Estructura de este capítulo
Primera sección. El lenguaje simbólico de la liturgia
4. Algunos relieves históricos
5. ¿Por qué los símbolos?
6. ¿Qué es un símbolo?
7. Símbolo y trascendencia
8. El símbolo, categoría universal
9. Los símbolos cristianos
10. Diversos signos y símbolos litúrgicos
11. Entre anámnesis y mímesis
12. La sacramentalidad, una clave de lectura de la fe de la Iglesia
13. Las acciones litúrgicas son diversamente sacramentales
Segunda sección. Per ritus et preces
14. La expresión per ritus et preces
15. El rito
16. Algunas dimensiones del rito
17. El gesto
18. La palabra
19. El canto
20. Del logos al iubilus
21. El canto gregoriano
22. El silencio
23. Gestos y palabras intrínsecamente conexos entre sí
24. La palabra determina el significado del gesto
25. Causalidad y significatividad
26. Todo es significante en la celebración
27. El aprecio por los signos que velan y desvelan el misterio
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28. Celebraciones que irradian el esplendor de la verdad
29. La cláusula en razón del signo
Tercera sección. La índole escatológica de la liturgia
30. Éschaton y culto cristiano
31. La co-liturgia del cielo y de la historia
32. La liturgia terrena pregusta y participa de la liturgia celestial
33. Conclusión
Capítulo 5. El memorial del misterio de cristo
1. Estructura de este capítulo
Primera sección. Zikkārôn y anámnesis en la Biblia
2. Breve nota histórica
3. Fundamentos bíblicos del memorial litúrgico
4. El Zikkārôn en el Antiguo Testamento
5. La anámnesis en el Nuevo Testamento
6. La anámnesis en los relatos de la institución de la Eucaristía
7. Molde y contenido
8. Memorial de la antigua y de la nueva pascua
9. Desde las primitivas oraciones de la cena cristiana hasta la anáfora
eclesial
Segunda sección. Algunas expresiones litúrgicas del memorial
10. La Traditio Apostolica
11. Caracterización de esta anáfora
12. Aplicación al memorial eucarístico en el Misal Romano
13. «… opus nostræ redemptionis exercetur»
14. «… te ofrecemos lo que Tú nos entregaste»
15. Conclusión
Capítulo 6. La palabra de Dios en la liturgia
1. ¿Por qué la palabra de Dios en la liturgia?
2. Estructura de este capítulo
Primera sección. La celebración litúrgica de la palabra de Dios
3. La palabra de Dios en la vida del Pueblo de la Alianza
4. La Biblia en la liturgia
5. La liturgia en la Biblia
6. La liturgia en el Antiguo Testamento
7. La liturgia en el Nuevo Testamento
8. La proclamación de la Escritura en la sinagoga
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9. La proclamación de la Escritura en la Iglesia antigua
10. Presencia de Cristo en la palabra
11. Algunos testimonios de la tradición
12. La enseñanza de Sacrosanctum Concilium
13. Los signos de veneración a la palabra, en las liturgias orientales
14. La asamblea, destinataria de la palabra
15. La Escritura crece con quien la celebra
16. El Espíritu Santo en la celebración de la palabra
17. Las epíclesis orientales sobre la palabra
18. «La celebración se convierte en nuevo acontecimiento»
19. La novedad del acontecimiento generado por la palabra
Segunda sección. La palabra de Dios en el marco celebrativo
20. La palabra de Dios en el Leccionario
21. El vértice del Evangelio
22. El ensamblaje de las lecturas
23. La afinidad de los libros inspirados con el año litúrgico
24. El contexto de una celebración sacramental
25. Importancia de cada salmo responsorial
26. La homilía
27. La Oración universal
28. El cumplimiento sacramental de la palabra
29. La liturgia de la palabra, estructura dialógica de exitus y reditus
30. Algunos símbolos de la mediación ritual
31. El lector
32. El Evangeliario
33. El ambón
34. La interacción «palabra de Dios – eucología»
35. Conclusión
Tercera parte. La vida
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Capítulo 7. Liturgia y vida
1. Estructura de este capítulo
Primera sección. La trilogía «Misterio – Celebración – Vida»
2. Origen y dinamismo de la vida en Cristo
3. El entramado «Misterio - Celebración - Vida»
4. El trenzado de los tres elementos
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Segunda sección. La proyección «Celebración → Vida»
5. El más allá de la celebración
6. Convocación y misión
7. La proyección de la celebración sobre la vida
Tercera sección. Culto espiritual y celebración litúrgica
8. La vida de Cristo como culto espiritual
9. La vida de los bautizados como culto espiritual
10. Culto espiritual y celebración litúrgica
11. Sacerdocio real y sacerdocio ministerial
12. El Sacrificio eucarístico sacramentaliza los sacrificios espirituales
13. Algunas expresiones litúrgicas de esa sacramentalización
14. Conclusión
Capítulo 8. En el horizonte de la teología espiritual
1. Estructura de este capítulo
Primera sección. Teología de los tres altares
2. Del acontecer existencial al altar del corazón
3. Del altar del corazón al altar del santuario
4. Del altar del santuario al Altar celestial
5. El equilibrio entre los momentos ritual y existencial
Segunda sección. Hacia una caracterización de la vida litúrgica
6. Un estilo sacramental
7. Algunos rasgos que perfilan el estilo sacramental
8. Conclusión
Apéndices
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199
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201
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232
Apéndice 1. Los términos liturgia y celebración
En el mundo helenístico
En el Antiguo y en el Nuevo Testamento
En las Iglesias orientales
En la Iglesia latina
Desarrollos posteriores
En el latín clásico
En los escritores cristianos
En las fuentes litúrgicas
Apéndice 2. El caminar histórico de la celebración litúrgica
Historia de la liturgia y Tradición apostólica
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1. Los tres primeros siglos. La lectura espiritual del culto cristiano
La vida cristiana como culto espiritual
La continuidad liturgia - vida
2. El siglo IV. La mistagogía
Liturgia y lectura tipológica de la Escritura
Las familias litúrgicas
3. El Medievo. Alegoría y devoción
De la mistagogía a la alegoría
La decadencia del nexo celebración – historia de la salvación
La devoción prevalece sobre la celebración
4. Los siglos XIV y XV. La devotio moderna
Caracterización de la devotio moderna
5. La reforma protestante y la reforma católica
La reforma protestante
La reforma católica
6. El movimiento litúrgico
Los orígenes del Movimiento Litúrgico
Odo Casel y la Schola Lacensis
Desarrollo ulterior
7. La liturgia durante el Concilio Vaticano II
Trascendencia de la liturgia para la vida de la Iglesia
La reinstauración litúrgica
El primer fruto del Concilio Vaticano II
La dimensión teológica de la liturgia
8. La aplicación de la reinstauración litúrgica
El Consilium
El nuevo Ordo Missæ
La crisis lefebvriana
Apéndice 3. La presencia de cristo en la palabra
De la Encíclica Mediator Dei a la Exhortación Verbum Domini
El Ordo lectionum Missæ
La Exhortación Verbum Domini
Apéndice 4. Los libros litúrgicos del rito romano
Para la celebración eucarística
Para la celebración del Oficio divino
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Para las celebraciones a lo largo del año litúrgico
Rituales
Otros
Glosario
Bibliografía
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287
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