Subido por Jesica Castañeda

Colinas negras - Nora Roberts

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Un viaje a las agrestes Colinas Negras de Dakota del Sur, en cuyos bosques se
esconden sombríos secretos, los depredadores acechan a sus presas y una
amistad de la infancia se convierte en un apasionado amor.
Nadie conoce la belleza y los peligros que encierra el paisaje indómito de las
Colinas Negras, en Dakota del Sur, como Cooper y Lillian. Lo recorrieron
juntos, palmo a palmo, durante todos aquellos veranos de la infancia, cuando
la aventura esperaba en cada recodo del sendero. Años después, esas mismas
montañas fueron el escenario de su primer beso y de ese primer amor que se
graba en el alma. Y entonces la vida separó sus caminos.
Doce años después el destino les ha traído de vuelta a las Colinas Negras. Ha
pasado el tiempo y ninguno de los dos ha conseguido olvidar el sabor de
aquellos días del pasado. Pero mientras ambos se adentran de nuevo en el
territorio familiar, y al mismo tiempo inhóspito, del amor verdadero, algo o
alguien despiadado y feroz les sigue el rastro con el único objetivo de
convertirles en su próxima presa.
Una historia de amores y odios imperecederos, de animales salvajes y de
paisajes bellos y recónditos donde únicamente rige la ley de la naturaleza.
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Nora Roberts
Colinas negras
ePub r1.0
Titivillus 28.07.2023
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Título original: Black Hills
Nora Roberts, 2009
Traducción: Bettina Blanch Tyroller
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
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Índice de contenido
Primera parte. Corazón
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8
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Segunda parte. Cabeza
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Tercera parte. Espíritu
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Sobre la autora
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Notas
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A los que protegen y defienden la naturaleza
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PRIMERA PARTE
Corazón
Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.
MATEO 6:21
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Dakota del Sur, junio de 1989
L
a vida de Cooper Sullivan tal como este la conocía había llegado a su
fin. El juez y el jurado, encarnados en las figuras de sus padres, no se
habían dejado ablandar por súplicas, razonamientos, ataques de rabia ni
amenazas, sino que lo habían condenado y desterrado de cuanto conocía y
cuanto le importaba a un mundo sin salas de videojuegos ni Big Macs.
Lo único que lo salvaba de morirse de aburrimiento o de volverse loco era
su adorada Game Boy.
Por lo que a él respectaba, el Tetris y él estarían solos durante toda la
condena, dos absurdos y espantosos meses en el Salvaje Oeste de las narices.
Sabía muy bien que el maldito juego, que su padre prácticamente había
comprado al pie de la línea de montaje en Tokio, no era más que un soborno.
Coop tenía once años y ni un pelo de tonto.
Casi nadie en Estados Unidos tenía ese juego, lo cual era guay, desde
luego. Pero ¿de qué servía tener algo que todo el mundo quería si no podías
fardar de ello delante de tus amigos?
Te convertías en una especie de Clark Kent o de Bruce Wayne, los
anodinos álter egos de los superhéroes molones.
Todos sus amigos estaban a millones de kilómetros de distancia, en Nueva
York, disfrutando del verano, yendo de excursión a las playas de Long Island
o a Jersey Shore. Sus padres le habían prometido que pasaría dos semanas de
julio en un campamento de béisbol.
Pero eso había sido antes.
Ahora sus padres se habían largado a Italia y Francia y otros de esos sitios
idiotas en una segunda luna de miel, palabra en clave para «última intentona
de salvar el matrimonio».
No. Coop no tenía un pelo de tonto.
Viajar acompañados de su hijo de once años no sería romántico en
absoluto, así que lo habían enviado a casa de sus abuelos, que vivían en las
quimbambas del maldito estado de Dakota del Sur.
Dakota del Sur, un desierto dejado de la mano de Dios. Había oído mil
veces a su madre llamarlo así… salvo el día en que sonrió y sonrió mientras le
contaba que estaba a punto de embarcarse en una gran aventura: la de conocer
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sus raíces. «Dejado de la mano de Dios» se transformó en «limpio, puro y
emocionante». Como si él no supiera que su madre había huido despavorida
de sus padres y de la granja raquítica donde vivían el día que cumplió los
dieciocho…
Y ahí estaba él, encerrado en el lugar del que ella había huido y sin haber
hecho nada para merecerlo. Él no tenía la culpa de que su padre fuera incapaz
de mantener la polla dentro de los pantalones ni de que su madre se vengara
comprando toda la avenida Madison; datos que Coop había descubierto
gracias a un espionaje regular y experto. Ellos la habían pifiado, pero era a él
a quien habían condenado a pasar un verano entero en una granja de mierda
con unos abuelos a los que apenas conocía.
Y encima eran viejísimos.
Le habían dicho que tendría que ayudar con los caballos, que olían mal y
tenían pinta de querer morderte. Y también con las gallinas, que olían mal y te
picaban.
No tenían ninguna asistenta que preparara tortillas de claras de huevo ni
recogiera sus figuras de acción. Y conducían camionetas en lugar de coches,
incluso su anciana abuela.
Hacía días que no veía un taxi.
Le habían asignado tareas y lo obligaban a ingerir comidas caseras a base
de alimentos que no había visto en toda su vida. Bueno… quizá la comida no
estaba tan mal, pero esa no era la cuestión.
El único televisor de la casa apenas tenía canales, y no había ningún
McDonald’s cerca. Como tampoco ningún restaurante chino ni pizzería con
servicio a domicilio. Ni amigos. Ni parques, ni cines, ni salas de videojuegos.
Era como estar en Rusia o algo parecido.
Alzó la vista de la Game Boy para contemplar a través de la ventanilla del
coche lo que él consideraba un montón de nada. Malditos montes, malditos
prados, malditos árboles. Por lo que a él respectaba, el mismo paisaje que
llevaba viendo por la ventanilla desde que salieron de la granja. Al menos sus
abuelos habían dejado de interrumpir su juego para contarle cosas de los
lugares por donde pasaban.
Como si a él le interesaran algo los malditos colonos, los indios y los
soldados que habían pululado por allí antes de que él naciera. Venga ya, antes
de que naciesen sus prehistóricos abuelos.
¿A quién coño le importaban el Caballo Loco y el Toro Sentado de las
narices? A él lo que le interesaba eran los X-Men y las puntuaciones de la
consola.
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En opinión de Coop, el hecho de que la población más próxima a la granja
se llamara Deadwood lo decía todo. «Madera muerta», menudo nombre.
Él pasaba de los vaqueros, los caballos y los bisontes. Le interesaban el
béisbol y los videojuegos. No podría ver un solo partido en el estadio de los
Yankees en todo el verano.
Era como si también él estuviera muerto.
Divisó un grupo de lo que le parecieron ciervos mutantes trotando por la
hierba alta, un montón de árboles y de estúpidas colinas muy verdes. ¿Por qué
las llamaban «negras» si en realidad eran verdes? Porque aquello era el
maldito estado de Dakota del Sur, donde nadie sabía una porra de nada.
Lo que no veía eran edificios, personas, calles, tenderetes callejeros… Lo
que no veía era su hogar.
Su abuela se giró en el asiento delantero para mirarlo.
—¿Ves aquellos alces, Coop?
—Supongo…
—Pronto llegaremos a las tierras de los Chance —le explicó ella—. Han
sido muy amables al invitarnos a todos a cenar. Te gustará Lil. Tiene casi tu
misma edad.
Coop conocía las reglas.
—Sí, señora —masculló.
Como si tuviera intención de andar por ahí con una niña. Una estúpida
niña de granja que probablemente apestaría a caballo. Y que tendría pinta de
caballo.
Bajó la cabeza y volvió a concentrarse en el Tetris para que su abuela lo
dejara en paz. La abuela se parecía bastante a su madre. Si su madre fuese
vieja y no se tiñera el pelo de rubio ni se lo peinara en ondas ni se maquillara.
Pero veía a su madre en aquella anciana desconocida con arrugas alrededor de
los ojos azules.
Daba un poco de repelús.
Se llamaba Lucy, y Coop debía llamarla «abuela».
La abuela cocinaba y horneaba. Mucho. Y tendía sábanas y tal en una
cuerda tensada en la parte trasera de la casa. También cosía y fregaba sin
dejar de cantar. Tenía una voz bonita si te gustaban ese tipo de cosas.
También ayudaba con los caballos, y Coop debía reconocer que le había
sorprendido e impresionado verla saltar a lomos de uno sin silla ni nada.
Era muy vieja; si al menos debía de tener cincuenta años, por el amor de
Dios. Pero aún estaba fuerte.
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Casi siempre llevaba botas, vaqueros y camisas a cuadros. Salvo ese día,
que se había puesto un vestido y llevaba suelto el cabello castaño, que por lo
general se recogía en una trenza.
Coop no advirtió que abandonaban la interminable carretera hasta que el
pavimento se tornó más irregular. Al mirar afuera vio más árboles, un terreno
menos llano y una cordillera a su espalda. Parecía un montón de colinas
verdes y agrestes cubiertas de rocas desnudas.
Sabía que sus abuelos criaban caballos y los alquilaban a turistas que
querían montar. No lo entendía. No entendía cómo alguien podía querer
sentarse encima de un caballo y cabalgar entre los árboles y las rocas.
Su abuelo siguió avanzando por la pista de tierra, y Coop vio vacas
pastando a ambos lados del coche. Esperaba que eso significara que estaban a
punto de llegar. No le apetecía cenar en la granja de los Chance ni conocer a
la tonta de Lil.
Pero se estaba meando encima.
Su abuelo tuvo que parar a fin de que la abuela bajara del coche y abriera
una cancela para el ganado, que volvió a cerrar en cuanto hubieron pasado.
Mientras seguían avanzando por el camino salpicado de baches, su vejiga
empezó a protestar.
En algunos campos crecían cosas, y en otros correteaban varios caballos
como si no tuvieran nada mejor que hacer.
Cuando por fin divisó la casa, advirtió que no era muy distinta de la de sus
abuelos. Dos plantas, ventanas, un gran porche. Solo que estaba pintada de
azul, mientras que la de sus abuelos era blanca.
Alrededor de la casa crecían muchas flores que quizá habrían parecido
bonitas a alguien que no se hubiera visto obligado a aprender a arrancar las
malas hierbas alrededor de la casa de sus abuelos.
Una mujer salió al porche y los saludó con la mano. También ella llevaba
un vestido, una de esas prendas largas que le recordaron las fotos de hippies
que había visto. Tenía el pelo muy oscuro y recogido en una cola de caballo.
Delante de la casa había dos camionetas y un coche viejo.
Su abuelo, que era un hombre de pocas palabras, se apeó.
—Hola, Jenna.
—Me alegro de verte, Sam. —La mujer le besó en la mejilla antes de
volverse hacia la abuela para darle un fuerte abrazo—. ¡Lucy! ¿No te dije que
no trajerais nada más que a vosotros mismos? —añadió al ver que Lucy
sacaba una cesta del coche.
—No he podido resistirme. Es tarta de cerezas.
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—No vamos a rechazártela, desde luego. Y este es Cooper —constató
Jenna al tiempo que alargaba la mano como haría con un adulto—.
Bienvenido.
—Gracias.
La mujer le puso una mano en el hombro.
—Entremos. Lil tiene muchas ganas de conocerte, Cooper. Está acabando
unas tareas con su padre, pero llegarán enseguida. ¿Te apetece un poco de
limonada? Seguro que tienes sed después de tanto rato en coche.
—Hum, bueno, sí. ¿Puedo ir al baño?
—Claro. Tenemos uno dentro de la casa —explicó con una carcajada y
una expresión maliciosa en los ojos oscuros que lo hizo enrojecer.
Era como si supiera que había estado pensando en lo viejo y cutre que le
parecía todo aquello.
Jenna lo condujo a través de un salón grande y otro más pequeño hasta
llegar a una cocina que olía como la de su abuela.
Comida casera.
—Ahí está el lavabo —indicó antes de darle una palmadita despreocupada
en el hombro que lo hizo enrojecer aún más—. ¿Qué tal si nos tomamos la
limonada en el porche trasero y charlamos un poco? —propuso Jenna a sus
abuelos.
Su madre lo habría llamado el aseo de cortesía. Coop orinó con alivio y se
lavó las manos en la pila diminuta instalada en el rincón. Junto a ella había
unas toallas azul celeste con una rosita bordada colgadas de una barra.
En su casa, pensó, el aseo de cortesía era el doble de grande, con jabones
carísimos dispuestos en un cuenco de cristal de Tiffany. Las toallas eran
mucho más suaves y llevaban las iniciales bordadas.
Para hacer tiempo, rozó con un dedo los pétalos de las margaritas blancas
que había en un flaco cacharro de madera junto a la pila. En casa
probablemente habrían sido rosas. Nunca hasta entonces había reparado en
esas cosas.
Tenía mucha sed. Le habría gustado poder tomarse litros de limonada,
quizá pillar una bolsa de ganchitos y tumbarse en el asiento trasero del coche
con la Game Boy. Cualquier cosa menos verse obligado a pasarse horas
sentado con un montón de gente desconocida en el porche de una vieja granja.
Aún los oía hablar y hacer el tonto en la cocina, y se preguntó cuánto
podía tardar en salir del baño.
Miró por el ventanuco y concluyó que aquello era más de lo mismo.
Corrales y establos, graneros y silos, estúpidos animales de granja, utensilios
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de pinta rarísima…
Tampoco es que le apeteciera ir a Italia y pasarse el día viendo
monumentos viejos, pero si sus padres se lo hubieran llevado de viaje, al
menos podría haber comido pizza.
La niña salió del granero. Tenía el pelo oscuro como la mujer hippie, así
que supuso que debía de ser Lil. Llevaba vaqueros arremangados, zapatillas
deportivas de caña alta y una gorra de béisbol roja sobre la melena recogida
en dos largas trenzas.
Tenía aspecto de tonta desaliñada, y le cogió manía al instante.
Al cabo de nada salió del granero un hombre. Tenía el cabello rubio y
recogido en una larga cola de caballo que consolidaba la impresión de familia
hippie. También él se cubría con una gorra de béisbol. Dijo algo a la niña que
la hizo reír y sacudir la cabeza. Fuera lo que fuese, la instó a echar a correr,
pero el hombre la atrapó.
Coop la oyó reírse a carcajadas cuando el hombre la levantó con un brazo
como si fuera un saco de patatas.
¿Alguna vez lo había perseguido su padre?, intentó recordar Coop.
¿Alguna vez lo había levantado con un brazo para luego dar vueltas y más
vueltas?
No que él recordara. Él y su padre sostenían conversaciones… si había
tiempo. Y Coop ya sabía que el tiempo siempre era un bien escaso.
Si algo tenían los paletos de campo era tiempo, se dijo Cooper. No vivían
sujetos a las exigencias del trabajo como un abogado de empresa de la
reputación de su padre. No eran un Sullivan de tercera generación como su
padre ni cargaban con las responsabilidades que el apellido conllevaba.
Por eso podían dedicar el día entero a dar vueltas con sus hijos bajo el
brazo.
Como presenciar aquella escena le provocaba un nudo en la boca del
estómago, Coop se apartó de la ventana. No le quedaba otro remedio que salir
y someterse a aquella tortura durante el resto del día.
Lil siguió riendo mientras su padre le daba otra vertiginosa vuelta. Al recobrar
el aliento intentó lanzarle una mirada severa.
—¡No será mi novio!
—Eso lo dices ahora —replicó Josiah Chance mientras le hacía cosquillas
—. Pero te aseguro que no le quitaré el ojo de encima a ese mequetrefe de
ciudad.
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—No quiero ningún novio. —Lil acompañó su afirmación con un ademán
que mostraba toda la experiencia y el desdén de sus apenas diez años—. Dan
demasiados problemas.
Joe la abrazó y restregó la mejilla contra la de su hija.
—Ya te lo recordaré dentro de unos años. Parece que ya están aquí. Será
mejor que vayamos a saludar antes de subir a cambiarnos.
Ella no tenía nada en contra de los chicos, se dijo Lil. Y sabía comportarse
delante de los demás. Pero aun así…
—¿Tendré que jugar con él aunque no me caiga bien?
—Es nuestro invitado. Además, está en un sitio nuevo para él. ¿A ti no te
gustaría que alguien de tu edad fuera amable contigo y te lo enseñara todo si
aterrizaras en Nueva York?
Lil frunció la naricita.
—Yo no quiero ir a Nueva York.
—Apuesto lo que quieras a que él tampoco quería venir aquí.
Lil no entendía por qué no. Aquí lo tenía todo. Caballos, perros, gatos, las
colinas, los árboles… Pero sus padres le habían enseñado que las personas
eran tan distintas entre sí como parecidas al mismo tiempo.
—Me portaré bien con él.
Al menos al principio.
—Pero no te escaparás para casarte con él.
—¡Papá!
Lil resopló justo cuando el niño salía al porche. Luego lo examinó como
se examina a cualquier espécimen nuevo.
Era más alto de lo que esperaba y tenía el pelo del color de la corteza de
los pinos. Parecía… enfadado o triste, no sabía bien qué. En cualquier caso,
nada prometedor. Llevaba ropa típica de ciudad: vaqueros oscuros sin lavar ni
gastar, y una camisa blanca muy tiesa y estirada. Cogió el vaso de limonada
que le ofrecía su madre y se quedó mirando a Lil con el mismo recelo con que
ella lo observaba a él.
Coop dio un respingo al oír el chillido de un halcón, y Lil contuvo una
mueca de desprecio. A su madre no le gustaría que hiciera muecas de
desprecio delante de los invitados.
—Sam —saludó Joe con una amplia sonrisa al tiempo que alargaba la
mano—, ¿cómo va todo?
—No puedo quejarme.
—Y Lucy, qué guapa estás.
—Se hace lo que se puede. Este es Cooper, nuestro nieto.
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—Encantado de conocerte, Cooper. Bienvenido a las Colinas Negras. Esta
es mi Lil.
—Hola —saludó la niña con la cabeza ladeada.
El niño tenía los ojos azules, de un azul como el reflejo de la nieve en las
cumbres. No sonreía ni con los labios ni con la mirada.
—Joe y Lil, subid a lavaros. Comeremos fuera —anunció Jenna—. Hace
un día estupendo. Cooper, siéntate a mi lado y cuéntame qué te gusta hacer en
Nueva York. Nunca he estado allí.
Lil sabía por experiencia que su madre podía hacer hablar y sonreír a
cualquiera. Pero Cooper Sullivan, de Nueva York, parecía ser la excepción.
Hablaba solo cuando le dirigían la palabra y hacía gala de buenos modales,
pero poco más. Se sentaron alrededor de la mesa de pícnic, una de las cosas
preferidas de Lil, y se pusieron morados a pollo frito, panecillos, ensalada de
patata y unas judías verdes que su madre había recogido en la última cosecha.
La conversación alternó entre los caballos, el ganado, los cultivos, el
tiempo, los libros y los vecinos, es decir, todo lo que importaba en el mundo
de Lil.
Si bien Cooper le parecía a Lil tan estirado como su camisa, el chico se las
arregló para repetir de todo, aunque fue para lo único que abrió la boca.
Hasta que el padre de Lil sacó el tema del béisbol.
—Boston romperá la maldición este año.
Cooper resopló, pero de inmediato agachó la cabeza.
Con su sencillez habitual, Joe cogió la cesta de los panecillos y se la
ofreció al chico.
—Ah, es verdad, señor Nueva York. ¿De los Yankees o de los Mets?
—De los Yankees.
—Pues ya puedes despedirte de la Liga —suspiró Joe con fingida
compasión—. Este año nada de nada, chaval.
—Tenemos un cuadro potente y buenos bateadores. Señor —añadió como
si lo hubiera recordado en el último momento.
—Baltimore ya os está machacando.
—No es más que un resbalón. El año pasado cayeron, y este año volverán
a caer.
—Pero cuando caigan, aparecerán los Red Sox.
—A rastras como mucho.
—Vaya, un listillo. —Cooper palideció un poco, pero Joe prosiguió como
si no hubiera reparado en su reacción—. Vamos a ver: nosotros tenemos a
Wade Boggs, y está también Nick Esasky, y además…
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—Nosotros contamos con Don Mattingly y Steve Sax.
—Sí, pero también con George Steinbrenner.
Coop sonrió por primera vez. Steinbrenner era el polémico propietario de
los Yankees.
—Bueno, no se puede tener todo.
—Consultaré a mi experta. ¿Sox o Yankees, Lil?
—Ninguno de los dos. Será Baltimore. Tienen la juventud y la potencia.
Tienen a Frank Robinson. Boston no juega mal, pero no lo conseguirán. ¿Y
los Yankees? No tienen la menor posibilidad, este año no.
—Mi única hija me destroza —gimió Joe, llevándose una mano al
corazón—. ¿Juegas en Nueva York, Cooper?
—Sí, señor, de segunda base.
—Lil, lleva a Cooper detrás del granero. Podéis quemar lo que habéis
comido bateando un rato.
—Vale.
Cooper se levantó del banco.
—Gracias por la cena, señora Chance. Estaba todo muy bueno.
—De nada. —Mientras los niños se alejaban, Jenna se volvió hacia Lucy
y musitó—: Pobrecillo.
Los perros atravesaron el campo ante ellos.
—Yo juego de tercera base —explicó Lil a Coop.
—¿Dónde? Si aquí no hay donde jugar.
—En las afueras de Deadwood. Tenemos un campo y una liguilla. Seré la
primera mujer que juegue en la liga profesional.
Coop volvió a resoplar.
—Las mujeres no pueden ser profesionales. Es lo que hay.
—Lo que hay ahora no es lo que tiene que haber siempre. Eso es lo que
dice mi madre. Y cuando me retire me haré representante.
Coop hizo una mueca de desprecio, y aunque el gesto la enfureció,
también hizo que le cayera un poco mejor el chico. Al menos ya no parecía
tan estirado como su camisa.
—Qué sabrás tú…
—Tururú.
Coop lanzó una carcajada, y aunque Lil sabía que se reía de ella, decidió
darle otra oportunidad antes de pasar de él por completo.
Era un invitado. Ese lugar era nuevo para él.
—¿Cómo os las arregláis para jugar en Nueva York? Creía que había
edificios por todas partes.
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—Jugamos en Central Park, y a veces en Queens.
—¿Qué es Queens?
—Una de las circunscripciones.
—¿Una suscripción?
—No, jolín. Es un sitio, como una ciudad…
Lil se detuvo con los brazos en jarras y le lanzó una mirada fulminante
con aquellos ojos tan oscuros.
—Cuando intentas que alguien se sienta como un tonto cuando te hace
una pregunta, el tonto eres tú.
Coop se encogió de hombros. Lil y él doblaron la esquina del gran
granero rojo.
Olía a animales, una mezcla de tierra y excrementos. Coop no entendía
cómo alguien podía querer vivir rodeado de ese olor o de los mugidos, balidos
y cloqueos incesantes. Se dispuso a hacer algún comentario despectivo al
respecto (a fin de cuentas, solo era una cría), pero entonces vio la jaula de
bateo.
No era a lo que estaba acostumbrado, pero tenía bastante buena pinta.
Alguien, suponía que el padre de Lil, había construido la jaula de tres paredes
con tela metálica. La parte posterior daba a un amasijo de arbustos y zarzales
que, a su vez, daba a un pasto donde varias vacas se dedicaban a no hacer
nada. Junto al granero, al abrigo de un alerón del tejado, había un baúl
gastado por la intemperie. Lil lo abrió y sacó guantes, bates y pelotas.
—Mi padre y yo practicamos casi todas las noches después de cenar. A
veces me lanza algunas, pero tiene el brazo de goma. Puedes batear primero si
quieres porque eres el invitado, pero tienes que llevar casco. Son las reglas.
Coop se puso el casco que le ofrecía Lil y sopesó un par de bates.
Sostener un bate era casi tan genial como la Game Boy.
—¿Tu padre practica contigo? —preguntó a Lil.
—Claro. Jugó un par de temporadas en ligas menores en el este, así que es
bastante bueno.
—¿En serio? —Exclamó Coop sin atisbo de desprecio—. ¿Era
profesional?
—Durante un par de temporadas. Luego se hizo algo en el manguito
rotador, y se acabó. Decidió ver país y terminó aquí. Se puso a trabajar para
mis abuelos (esta granja era de ellos) y conoció a mi madre. Y ya está.
¿Quieres batear?
—Sí.
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Coop retrocedió hasta la jaula y blandió el bate un par de veces.
Preparado. Lil le lanzó una bola recta y lenta que él golpeó con contundencia
al campo.
—Buen golpe. Tenemos seis pelotas, así que las recogeremos cuando
acabes.
Lil cogió la siguiente bola, se puso en posición y le lanzó otra fácil.
Cooper experimentó una punzada de alegría cuando la bola surcó el aire
hacia el campo de nuevo. Bateó la tercera, balanceó las caderas y esperó el
cuarto lanzamiento.
Lil le lanzó una volea que pasó volando junto a él.
—Churra —se limitó a comentar cuando Coop la miró con ojos
entornados.
El chico levantó un poco el bate y apoyó bien los talones. Lil lo engañó
con una bola curva interior baja. El siguiente lanzamiento rozó el bate y fue a
chocar contra la jaula.
—Devuélveme esas tres si quieres y te lanzo unas cuantas más —propuso
Lil.
—No, te toca —repuso él. Y ya vería entonces.
Cambiaron de posición. En lugar de empezar con bolas fáciles, Coop se
ensañó en el primer lanzamiento. Lil rozó la bola lo suficiente para invalidar
el lanzamiento. El siguiente lo sacó de la jaula, y en el tercero acertó de pleno.
Coop tuvo que reconocer que, de haber jugado en un campo de verdad, aquel
bateo habría representado una carrera completa.
—Eres bastante buena.
—Me gustan las bolas interiores altas.
Tras apoyar el bate contra la jaula, Lil echó a andar hacia el campo.
—El sábado que viene tenemos partido. Podrías venir.
Un estúpido partido de paletos. Bueno, menos daba una piedra, se dijo.
—Puede —se limitó a responder.
—¿Vas a partidos de verdad? ¿En el estadio de los Yankees o así?
—Claro. Mi padre tiene abonos de temporada. Asientos de tribuna justo
detrás de la tercera base.
—¡Qué dices!
Sentaba bien, un poquito bien, impresionarla. Y tampoco estaba mal eso
de tener a alguien, aunque solo fuera una niña de granja, con quien hablar de
béisbol. Además, manejaba bien la bola y el bate, lo cual era un gran punto a
su favor.
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Aun así, Coop se encogió de hombros y observó a Lil mientras esta se
colaba entre las hileras de alambre de espino sin hacerse daño. No se quejó
cuando se volvió y las separó para que pudiera pasar él también.
—Nosotros vemos partidos por la tele o los escuchamos por la radio. Y
una vez fuimos a Omaha para ver uno. Pero nunca he estado en un estadio de
primera división.
Y aquello recordó a Coop dónde estaba.
—Estás a un millón de kilómetros del estadio más próximo. De todo.
—Papá dice que algún día iremos de vacaciones al este. Quizá a Fenway
Park, porque él es de los Red Sox. —Lil encontró una pelota y se la guardó en
el bolsillo trasero—. Le gusta ir con el perdedor.
—Mi padre dice que es más inteligente ir con el ganador.
—Todo el mundo va con el ganador, así que alguien tiene que ir con el
perdedor. —Lil le dedicó una sonrisa radiante y agitó las largas pestañas
sobre los ojos castaños—. Que este año será Nueva York.
Coop sonrió sin poder contenerse.
—Eso lo dirás tú. —Recogió una pelota y se la pasó de una mano a otra
mientras avanzaban hacia los árboles—. ¿Qué hacéis con todas estas vacas?
—Son vacas de carne. Las criamos y luego las vendemos. La gente se las
come. Apuesto a que incluso en Nueva York coméis filetes.
A Coop le pareció repugnante la idea de que la vaca que en aquel
momento lo miraba pudiera acabar algún día en el plato de alguien… puede
que incluso en el suyo.
—¿Tienes alguna mascota? —le preguntó la niña.
—No.
Lil no imaginaba vivir sin estar rodeado de animales por todas partes y en
todo momento. La idea de no tener ninguno le provocó un nudo de auténtica
pena en la garganta.
—Supongo que en la ciudad es más difícil. Nuestros perros… —Se
detuvo para mirar a su alrededor y los vio—. Han salido a correr y ahora han
vuelto a la mesa a ver si caen sobras. Son buenos perros. Puedes venir de vez
en cuando a jugar con ellos si quieres, y también a jugar al béisbol.
—Puede. —La miró otra vez de reojo—. Gracias.
—A las niñas que conozco no les gusta mucho el béisbol. Ni salir de
excursión o a pescar. A mí sí. Papá me está enseñando a rastrear. Mi abuelo,
el padre de mi madre, le enseñó. Es muy bueno.
—¿Rastrear?
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—Sí, animales y personas. Para pasar el rato. Hay muchos caminos y
muchas cosas que hacer.
—Si tú lo dices…
Lil ladeó la cabeza al detectar el desdén en su voz.
—¿Has ido de acampada alguna vez?
—¿Por qué iba a querer ir de acampada?
Lil se limitó a sonreír.
—Pronto se hará de noche. Será mejor que recojamos la última pelota y
volvamos a casa. Si vuelves otro día, puede que papá juegue con nosotros o
que montemos a caballo. ¿Te gusta montar?
—¿A caballo? No sé montar. Parece una tontería.
Al escuchar sus palabras, Lil se irguió como se erguía para lanzar una
bola alta y larga.
—No es ninguna tontería. La tontería es decir que es una tontería solo
porque no sabes. Además, es divertido. Cuando… —Se detuvo en seco, lanzó
una exclamación ahogada y asió el brazo de Coop—. No te muevas.
—¿Qué pasa? —Al ver que la mano de Lil temblaba contra su brazo el
corazón le dio un vuelco en el pecho—. ¿Es una serpiente?
Escudriñó la hierba presa del pánico.
—Un puma —musitó ella con voz casi inaudible, el cuerpo inmóvil como
una estatua, la mano temblorosa sobre el brazo de Coop y la mirada clavada
en la maleza.
—¿Qué? ¿Dónde?
Con suspicacia, seguro de que Lil estaba de broma y solo intentaba
asustarlo, intentó apartarle la mano. No veía nada aparte de la maleza, los
árboles y las siluetas de las rocas y las colinas. Pero de repente distinguió la
sombra.
—Madre mía. ¡Joder!
—No corras —murmuró ella sin poder apartar la mirada fascinada del
animal—. Si corres, te perseguirá, y es más rápido que tú. ¡No! —Le tiró del
brazo al notar que Coop empezaba a erguirse y sujetaba la pelota de béisbol
con más fuerza—. No le tires nada, todavía no. Mamá dice… —No recordaba
todo lo que su madre le había dicho. Nunca antes había visto un felino, no en
la vida real, no tan cerca de la granja—. Hay que hacer ruido y parecer muy
grande.
Sin dejar de temblar, Lil se puso de puntillas, levantó los brazos por
encima de la cabeza y empezó a gritar:
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—¡Vete! ¡Vete de aquí! —Y dirigiéndose a Coop—: ¡Vamos, grita! ¡Has
de parecer grande y furioso!
Sus ojos oscuros y atentos midieron al puma desde la cabeza hasta la cola.
Aunque el corazón le latía desbocado por el miedo, otra emoción fluía por sus
venas al mismo tiempo.
Sobrecogimiento, respeto, admiración.
Distinguía el centelleo de sus ojos en la penumbra, un centelleo como si el
animal la mirara con fijeza. Con la garganta seca por el temor, no pudo evitar
pensar que era hermoso, muy hermoso.
El felino caminaba de un lado a otro con andar poderoso y bello,
observándolos como si intentara decidir si debía atacar o retirarse.
Junto a ella, Coop se puso a gritar con voz ronca por el pánico. Lil vio que
el gran felino se deslizaba hacia las sombras más oscuras. Al poco se alejó de
un salto, un destello de oro mate que la deslumbró.
—Se ha ido. Se ha ido.
—Se ha ido volando —puntualizó Lil en un murmullo.
Por entre el zumbido de los oídos oyó que su padre la llamaba a gritos y
se giró. Lo vio atravesar el campo a la carrera, ahuyentando a las sorprendidas
vacas que hallaba a su paso. A cierta distancia lo seguía el abuelo de Coop,
cargado con un rifle que debía de haber cogido de la casa, pensó Lil. Los
perros corrían con ellos, al igual que su madre, llevando una escopeta, y la
abuela de Coop.
—Un puma —alcanzó a balbucear antes de que Joe la alzara y la
estrechara contra su pecho—. Ahí. Ahí. Se ha ido.
—Entra en casa, Coop. —Con el brazo libre, Joe atrajo a Coop hacia sí—.
Los dos. Entrad en casa. Ya.
—Se ha ido, papá. Lo hemos ahuyentado.
—¡Entrad en casa! Un puma —explicó a Jenna cuando esta adelantó a
Sam y llegó junto a ellos.
—Dios mío. Estás bien. —Pasó la escopeta a Joe y cogió a Lil—. Estáis
bien. —Le besó la cara y el cabello antes de agacharse para hacer lo propio
con Coop.
—Llévatelos a casa, Jenna. Coge a los niños y a Lucy, y entrad en casa.
—Vamos. Vamos. —Jenna rodeó los hombros de los niños con los brazos
y miró a Sam cuando este los alcanzó—. Tened cuidado —le suplicó.
—¡No lo mates, papá! —exclamó Lil mientras su madre tiraba de ella—.
Era tan bonito… —Escudriñó con la mirada la maleza y los árboles con la
esperanza de vislumbrarlo una vez más—. No lo mates.
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2
C
oop tuvo un par de pesadillas. En una de ellas, el puma de ojos
amarillos y centelleantes entraba de un salto por la ventana de su
habitación y lo devoraba a grandes bocados sin darle tiempo a gritar siquiera.
En otra andaba perdido por las colinas, en la inmensidad verde y rocosa.
Nadie acudía a rescatarlo. Nadie, se decía, había advertido siquiera su
ausencia.
El padre de Lil no había localizado al puma. Al menos Coop no había
oído disparos. Cuando su abuelo y el señor Chance volvieron a casa,
comieron tarta de cerezas y helado casero mientras charlaban de otras cosas.
Deliberadamente. Coop conocía al dedillo aquella estratagema de los
adultos. Nadie hablaría de lo sucedido hasta que él y Lil se hubieran acostado
y no pudieran oírlo.
Resignado y harto de su cárcel, hacía sus tareas, comía y jugaba a la
Game Boy. Esperaba que si hacía todo lo que le decían, obtendría un día de
permiso y podría volver a la granja de los Chance para jugar al béisbol.
Tal vez el señor Chance también jugara, y entonces le preguntaría qué tal
era jugar al béisbol en la liga profesional. Coop sabía que su padre esperaba
que estudiara Derecho y más adelante trabajara en el bufete de la familia. Que
algún día se convirtiera en un abogado de prestigio. Pero a lo mejor… a lo
mejor podía ser jugador de béisbol profesional en lugar de abogado.
Si era lo bastante bueno.
Entre los pensamientos sobre béisbol, sobre la huida, sobre la desgracia de
su condena estival, el gran felino de ojos amarillos se antojaba un sueño más.
Sentado a la vieja mesa de la cocina, daba cuenta en silencio del desayuno
a base de panqueques, como los llamaba su abuela, mientras ella trajinaba
ante el fogón. Su abuelo ya estaba fuera haciendo alguna labor de la granja.
Pese a que la Game Boy estaba prohibida en la mesa, Cooper comía despacio
porque sabía que al acabar tendría que salir a hacer sus tareas.
Lucy vertió café en un tazón de gruesa loza blanca y se sentó frente a él.
—Bueno, Cooper, ya llevas dos semanas con nosotros.
—Ya.
—Pues se te ha acabado el tiempo para estar triste y melancólico. Eres un
chico bueno y listo. Haces lo que se te dice y no protestas. Al menos en voz
alta.
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En sus ojos se pintó una expresión… inteligente pero no maliciosa, que le
indicó que sabía que sí protestaba mentalmente. Y mucho.
—Esas son buenas cualidades. También tiendes a enfurruñarte y a no
decir ni mu y a pasearte por todas partes como un alma en pena. Esas
cualidades no son tan buenas.
Coop guardó silencio, pero deseó haber desayunado más deprisa y salir de
allí por piernas. Agachó la cabeza y concluyó que estaban a punto de sostener
«una conversación». Lo cual, según sabía por experiencia, significaba que su
abuela le enumeraría todas las cosas que hacía mal, le diría que esperaba más
de él y que estaba muy decepcionada.
—Sé que estás enfadado, y estás en tu derecho. Por eso te hemos dado
estas dos semanas.
Con la mirada clavada en el plato, Cooper pestañeó y frunció el ceño,
desconcertado.
—La cuestión es, Cooper, que yo también estoy enfadada por ti. Tus
padres han actuado de un modo muy egoísta, sin tenerte en cuenta para nada.
Cooper alzó la cabeza solo un par de centímetros, pero su mirada se
encontró con la de ella. Quizá fuera una trampa, pensó, quizá la abuela le
decía aquello para instarlo a responder algo malo y así luego poder castigarlo.
—Pueden hacer lo que quieran.
—Sí —asintió ella con ademán brusco antes de tomar un sorbo de café—,
pero eso no significa que esté bien. Me gusta tenerte aquí, y a tu abuelo
también. Sé que no habla mucho, pero puedes creerme. En eso también
nosotros somos egoístas. Queremos tenerte aquí, queremos llegar a conocer a
nuestro único nieto, pasar con él el tiempo del que nunca hemos tenido
ocasión de disfrutar. Pero tú no quieres estar aquí, y eso me da mucha pena.
La abuela lo miraba de hito en hito, y Coop no tenía la sensación de que
aquello fuera una trampa.
—Sé que quieres volver a casa —prosiguió Lucy—, con tus amigos. Sé
que querías ir al campamento de béisbol tal como te prometieron. Sí, lo sé
todo.
Volvió a asentir y a tomar otro sorbo de café mientras miraba por la
ventana con expresión muy seria. Daba la impresión de estar enfadada, tal
como había dicho. Pero no con él. Era verdad que estaba enfadada por él.
Y eso era algo que Coop no entendía. Algo que le hacía sentir una
opresión en el pecho.
—Lo sé todo —repitió la abuela—. Los niños de tu edad no tienen
muchas opciones. Ya llegará el momento, pero ahora mismo no es así. Puedes
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aprovechar al máximo lo que tienes o pasarlo fatal.
—Solo quiero irme a casa.
No había querido decirlo en voz alta, solo pensarlo. Pero las palabras
habían brotado directamente de esa opresión en el pecho.
Lucy desvió la mirada hacia él.
—Ya lo sé, cariño. Ya lo sé. Ojalá pudiera concederte ese deseo. Puede
que no me creas; no me conoces mucho, así que puede que no me creas, pero
de verdad quiero darte lo que quieres.
No se trataba de creerla o no, sino del mero hecho de que hablara con él.
De que hablara con él como si realmente le importase. Y las palabras y la
tristeza que arrastraban salieron de su boca como un torrente imparable.
—Me enviaron lejos, y yo no había hecho nada malo —farfulló con
lágrimas en la voz—. No querían que fuera con ellos. No me querían para
nada.
—Pero nosotros sí. Sé que ahora mismo eso no te consuela mucho. Pero
tienes que saberlo, tienes que creer en ello. Puede que más adelante necesites
un lugar adonde ir. Y debes saber que aquí siempre lo tendrás.
Entonces Coop soltó lo peor. Lo peor que había callado y guardado para
sí.
—Se van a divorciar.
—Sí, creo que tienes razón.
Coop pestañeó y se quedó mirándola con fijeza. Había esperado que la
abuela le dijera que eso no era cierto, que fingiera que todo iría bien.
—¿Y qué pasará conmigo?
—Lo superarás.
—No me quieren.
—Nosotros sí. Nosotros sí —aseguró ella con firmeza cuando Coop bajó
de nuevo la cabeza y la sacudió—. Primero porque eres de nuestra sangre. Y
segundo porque sí.
Cuando dos lágrimas cayeron en el plato de Coop, Lucy siguió hablando.
—No puedo hablar sobre lo que sienten o lo que piensan. Pero sí puedo
hablar sobre lo que hacen. Estoy muy furiosa con ellos. Estoy muy furiosa
con ellos porque te han hecho daño. Hay quien dirá que solo es un verano,
que tampoco es el fin del mundo, pero la gente que dice eso no recuerda lo
que es tener once años. No puedo hacer que te alegres de estar aquí, Cooper,
pero sí te voy a pedir una cosa. Una sola cosa, y puede que te resulte difícil.
Te voy a pedir que lo intentes.
—Todo es diferente aquí.
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—Desde luego. Pero puede que, dentro de lo diferente, encuentres algo
que te guste. Y el final de agosto no te parecerá tan lejano sí lo encuentras.
Hazlo, Cooper, inténtalo de verdad, y convenceré al abuelo para que compre
un televisor nuevo. Uno que no necesite esa antena de cuernos.
Cooper se sorbió los mocos.
—¿Y si lo intento y no me gusta nada?
—Me basta con que de verdad lo intentes.
—¿Y cuánto tiempo tengo que intentarlo para que compréis la tele nueva?
Lucy se echó a reír con tantas ganas que algo se relajó en el pecho de
Cooper y no pudo evitar sonreír.
—Buen chico. Digamos dos semanas. Han sido dos semanas de mal
humor, así que ahora tocan dos semanas tratando de cambiar de actitud.
Inténtalo de verdad y te prometo que tendrás una tele nueva en el salón.
¿Trato hecho?
—Sí, señora.
—Muy bien. Y ahora, ¿por qué no vas en busca del abuelo? Está metido
en no sé qué proyecto y puede que necesite ayuda.
—Vale. —Cooper se levantó. Más tarde no sabría por qué lo había dicho
—. Gritan mucho y ni siquiera se enteran de que estoy ahí. Papá se acuesta
con otra. Creo que lo hace mucho.
Lucy lanzó un largo suspiro.
—¿Los espías, muchacho?
—A veces. Pero a veces gritan tanto que no hace falta. Nunca me
escuchan cuando hablo. A veces fingen que sí, pero a veces ni siquiera se
esfuerzan en fingir. No les importa lo que piense siempre y cuando esté
calladito y no me meta en medio.
—Eso también es diferente aquí.
—Ya… Supongo.
No sabía qué pensar cuando salió de la casa. Ningún adulto le había
hablado ni escuchado jamás de aquel modo. Nunca había oído a nadie criticar
a sus padres… bueno, salvo el uno al otro.
La abuela había dicho que les gustaba tenerlo allí. Nadie le había dicho
nunca algo así. Se lo había dicho aun sabiendo que él no quería estar allí, y
tenía la sensación de que no lo había dicho para que se sintiera mal, sino
sencillamente porque era verdad.
Se detuvo y miró a su alrededor. Podía intentarlo, desde luego, pero ¿qué
podía encontrar que llegara a gustarle? Allí solo había un montón de caballos,
cerdos y gallinas. Un montón de campos, montes y nada más.
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Le gustaban las tortitas de la abuela, pero no creía que se tratara de eso.
Embutió las manos en los bolsillos y se dirigió hacia el extremo más
alejado de la casa, desde donde le llegaba el ruido de unos martillazos. Ahora
tendría que estar con su extraño y silencioso abuelo. ¿Cómo iba a gustarle
eso?
Dobló la esquina y vio a Sam junto al granero grande del silo blanco. Y lo
que Sam estaba clavando en la tierra con unas estacas metálicas dejó a Coop
boquiabierto.
Era una jaula de bateo.
Sintió deseos de echar a correr, de cruzar volando el patio de tierra, pero
se obligó a caminar.
Tal vez solo parecía una jaula de bateo. Tal vez era algo para los
animales.
Sam levantó la mirada y asestó otro golpe a la estaca.
—Llegas tarde a tus tareas.
—Sí, señor.
—Ya he dado de comer al ganado, pero tendrás que ir a recoger los
huevos enseguida.
—La abuela dice que necesitas ayuda con un proyecto.
—No, ya casi estoy. —Martillo en mano, el abuelo se irguió, retrocedió
unos pasos y examinó la valla metálica en silencio—. Los huevos no saltarán
solos al cesto —dijo al cabo de un rato.
—No, señor.
—Quizá… —masculló cuando Coop se volvió para marcharse— te lance
unas pelotas cuando acabes las tareas. —Sam fue a recoger un bate que había
apoyado contra la pared del granero—. Puedes usar esto. Lo acabé anoche.
Cooper cogió el bate con expresión atónita y acarició la madera muy lisa.
—¿Lo has hecho tú?
—No hay razón para comprarlo si puedes hacerlo.
—Lleva… lleva mi nombre —farfulló Coop mientras deslizaba el dedo
con ademán reverente por las letras grabadas en la madera.
—Así sabrás que es tuyo. ¿Vas a recoger los huevos o qué?
—Sí, señor —se apresuró a asentir al tiempo que le devolvía el bate—.
Gracias.
—¿Nunca te cansas de ser tan educado, chaval?
—Sí, señor.
Los labios de Sam amenazaron con curvarse en una sonrisa.
—Anda, vete.
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Coop echó a correr hacia el gallinero, pero a medio camino se detuvo en
seco y se giró.
—Abuelo, ¿me enseñarás a montar a caballo?
—Acaba las tareas y ya veremos.
Había algunas cosas que le gustaban, al menos un poco. Le gustaba practicar
el bateo después de cenar, el modo en que su abuelo lo sorprendía cada pocos
lanzamientos con voleas muy exageradas. Le gustaba montar a Dottie, la
pequeña yegua, dentro del cercado, al menos una vez que superó el miedo a
que lo pateara o mordiese.
Los caballos ya no olían tan mal cuando te gustaban un poco o cuando los
montabas sin estar muerto de miedo.
Le gustó contemplar la tormenta eléctrica que se desencadenó una noche
como una emboscada, rasgando y encendiendo el cielo. A veces incluso le
gustaba un poco sentarse junto a la ventana de su habitación y mirar el
paisaje. Aún echaba de menos Nueva York y a sus amigos, pero era
interesante ver tantas estrellas y escuchar los ruidos de la casa que rompían el
silencio.
No le gustaban las gallinas; ni su olor, ni sus cloqueos ni el destello
malévolo que veía en sus ojos cuando entraba a recoger los huevos. Pero sí le
gustaban los huevos, ya fuera para el desayuno o como parte de la masa de
pasteles y galletas.
Siempre había galletas en el gran tarro de vidrio de la abuela.
No le gustaba cuando venían visitas ni cuando iban al pueblo, porque
entonces todo el mundo lo miraba de arriba abajo y decían cosas como «Así
que este es el chico de Missy» (su madre, de nombre Michelle, se hacía
llamar Chelle en Nueva York). Y también añadían que era el vivo retrato de
su abuelo. Que era viejísimo.
Le gustaba ver la camioneta de los Chance acercarse traqueteando a la
granja, aunque Lil fuera una chica.
Jugaba al béisbol y no se pasaba el día riendo tontamente como casi todas
las niñas a las que conocía. No escuchaba a los New Kids on the Block sin
parar ni suspiraba por ellos. Y eso era un punto a su favor.
Montaba a caballo mejor que él, pero no lo machacaba por eso. Bueno, no
demasiado. Al cabo de un tiempo ya no tenía la sensación de estar con una
niña. Era Lil y punto.
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Y una semana, no dos sino una semana después de la conversación en la
cocina, apareció en el salón un televisor nuevo.
—No tenía sentido esperar —explicó la abuela—. Has cumplido tu parte
del trato. Estoy orgullosa de ti.
Coop no recordaba que en toda su vida nadie hubiera estado orgulloso de
él, ni se lo dijera, por el mero hecho de esforzarse en algo.
En cuanto su abuelo concluyó que ya sabía lo suficiente, Coop y Lil
obtuvieron permiso para salir a montar, siempre y cuando se quedaran en los
campos a la vista de la casa.
—¿Y bien? —preguntó Lil mientras cabalgaban por la hierba.
—¿Qué?
—¿Es una tontería?
—Puede que no. Es bastante guay —añadió, acariciando el cuello de
Dottie—. Le gustan las manzanas.
—Ojalá nos dejaran montar por las colinas. Solo me dejan ir acompañada
de uno de ellos. Menos cuando… —Miró a su alrededor como si temiera que
alguien la oyese—. Una mañana me escapé antes del amanecer. Intenté
rastrear al puma.
—¿Estás loca o qué? —exclamó él con los ojos muy abiertos.
—He leído mucho sobre ellos. He sacado libros de la biblioteca. —Ese
día llevaba un sombrero de vaquero marrón, y en aquel momento se echó una
trenza a la espalda—. Casi nunca hacen caso de la gente. Y no se acercan a
granjas como la nuestra a menos que estén migrando o algo así.
Lil exudaba emoción por todos los poros cuando se volvió hacia Coop,
que se había quedado sin habla.
—¡Fue genial! ¡Fue tan megagenial! Encontré excrementos y huellas y de
todo. Pero al final le perdí la pista. No tenía intención de estar fuera tanto
rato… Cuando volví ya se habían levantado, así que tuve que fingir que
acababa de salir. —Apretó los labios y le lanzó una mirada fiera—. No se lo
cuentes a nadie.
—No soy un chivato. —Menudo insulto—. Pero no puedes salir sola.
Joder, Lil.
—Sé rastrear. No tan bien como papá, pero se me da bastante bien. Y
conozco los caminos. Salimos mucho de excursión y vamos de acampada y
todo. Además, llevaba la brújula y el equipo.
—¿Y si te hubieras encontrado con el puma?
—Pues lo habría vuelto a ver. Aquel día me miró fijamente, muy
fijamente. Como si me conociera, y tuve la sensación de que… Bueno, tuve la
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sensación de que me conocía.
—Venga ya.
—En serio. El abuelo de mi madre era sioux.
—¿Quieres decir que era indio?
—Sí… bueno, nativo americano —corrigió—. Un sioux lakota. Se
llamaba John Aguas Rápidas, y su tribu, o sea, su gente, vivió aquí durante
generaciones y tal. Tenían espíritus animales. Puede que el puma fuera el mío.
—No era el espíritu de nadie.
Lil siguió paseando la mirada por las colinas.
—Aquella noche lo oí. La noche del día en que lo vimos. Oí su alarido.
—¿Un alarido?
—Es el sonido que hacen porque no pueden rugir. Solo los felinos
grandes, como los leones, rugen. Es por algo que les pasa en la garganta, no
me acuerdo qué. Tendré que volver a mirarlo. La cuestión es que quería
intentar encontrarlo.
Coop no pudo evitar admirarla por lo que había hecho, aunque fuera una
locura. Ninguna de las chicas que conocía se habría atrevido a escaparse para
rastrear a un puma. Solo Lil.
—Si él te hubiera encontrado a ti, a lo mejor te habrías convertido en su
desayuno.
—No se lo cuentes a nadie.
—Ya te he dicho que no, pero también te digo que no puedes volver a
hacerlo.
—Creo que a estas alturas si quisiera hacerlo ya habría vuelto. Me
gustaría saber adónde ha ido. —Se volvió de nuevo hacia las colinas—.
Podríamos ir de acampada. A papá le encanta. Tomamos una ruta y pasamos
la noche fuera. Tus abuelos te dejarían.
—¿En una tienda? ¿En los montes?
Le parecía una idea aterradora y muy atractiva al mismo tiempo.
—Sí. Pescaríamos para cenar y veríamos cascadas, bisontes y un montón
de animales salvajes más. A lo mejor incluso al puma. Desde la cima se ve
Montana. —Lil se volvió al oír la campana que anunciaba la cena—. A
comer. Iremos de acampada. Se lo pediré a mi padre. Será divertido.
Coop fue de acampada y aprendió a pescar. Conoció la emoción
estremecedora que se siente al sentarse junto a la hoguera y escuchar el
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aullido de un lobo, el asombro al ver centellear al sol un pez plateado que
había pescado más por suerte que por destreza.
Su cuerpo se fortaleció y sus manos se endurecieron. Aprendió a
distinguir un alce de un ciervo mula y a cuidar una montura.
Aprendió a galopar, y fue la emoción más fuerte que había experimentado
en su vida.
Se ganó un puesto de jugador invitado en el equipo de Lil y consiguió una
carrera con un estupendo doble.
Años más tarde, al mirar atrás, comprendió que aquel verano su vida
había cambiado para siempre. Aunque lo único que sabía a los once años era
que se sentía feliz.
Su abuelo le enseñó a tallar y, para inmensa alegría de Coop, le regaló una
navaja. Su abuela le enseñó a limpiar a un caballo, cepillarlo de arriba abajo,
comprobar si se había lesionado o había indicios de enfermedades.
Pero su abuelo le enseñó a hablar con ellos.
—Está en los ojos —le explicó—. En el cuerpo, las orejas, la cola… pero
primero de todo en los ojos. Lo que él ve en los tuyos, lo que tú ves en los
suyos.
Llevaba de la cuerda a un atolondrado potro de un año que se encabritaba
y coceaba el aire.
—Da igual lo que digas, porque sabrán lo que piensas con solo mirarte a
los ojos. Este quiere demostrar que es un tipo duro, pero en realidad está un
poco asustado. ¿Qué queremos de él? ¿Qué vamos a hacerle? ¿Le gustará?
¿Le dolerá?
Sam hablaba en voz baja y tranquilizadora, sin apartar la mirada de los
ojos del potro.
—Lo que haremos será acortar un poco la cuerda. Una mano firme no
tiene por qué ser una mano dura.
Sam se acercó y asió con firmeza la brida. El potro tembló y se encabritó
una vez más.
—Necesita un nombre —decidió Sam mientras le acariciaba el cuello—.
Piensa en uno.
Coop apartó la vista del potro para mirar a Sam con expresión asombrada.
—¿Yo?
—¿«Yo»? ¿Qué clase de nombre es «Yo» para un caballo?
—Quiero decir… Esto… ¿Jones? ¿Podría llamarse Jones, como Indiana
Jones?
—Pregúntaselo a él.
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—Creo que te llamas Jones. Jones es listo y valiente. —Con un poco de
ayuda de la mano de Sam sobre la brida, el potro asintió resuelto—. ¡Ha dicho
que sí! ¿Lo has visto?
—Sí, señor. Ahora sujétale la cabeza con firmeza, pero no demasiado
fuerte. Voy a ponerle la manta estribera. Está acostumbrado, pero
recuérdaselo.
—Esto… Bueno, solo es la manta. A ti no te molesta que te pongan la
manta, Jones. No duele. No vamos a hacerte daño. Ya estás acostumbrado a la
manta. El abuelo dice que hoy te vamos a acostumbrar a la silla. Eso tampoco
duele.
Jones miró a Coop de hito en hito, con las orejas adelantadas, y apenas si
reaccionó al contacto de la manta.
—A lo mejor puedo montarte cuando te acostumbres a la silla. Porque no
peso lo bastante para hacerte daño, ¿verdad, abuelo?
—Ya veremos. Ahora sujeta fuerte, Cooper.
Sam levantó la silla de entrenamiento y la colocó sobre el caballo. Jones
agitó la cabeza y se encabritó un poco.
—Tranquilo, tranquilo. —Cooper se dijo que no estaba enfadado ni era
malo; solo estaba un poco asustado. Lo sentía, lo veía en los ojos de Jones—.
No es más que una silla. Supongo que al principio resulta raro.
Bajo el sol de la tarde, mientras el sudor le humedecía la camiseta sin que
él apenas lo notara, Cooper siguió hablando al caballo mientras su abuelo
aseguraba la silla.
—Llévalo al prado como te enseñé. Como hiciste antes de ponerle la silla.
Se encabritará un poco.
Sam se apartó para dejar que el niño y el potro aprendieran juntos. Se
apoyó contra la valla, listo para intervenir si hacía falta. A su espalda, Lucy le
puso una mano en el hombro.
—Menudo espectáculo, ¿eh?
—Tiene talento —reconoció Sam—. Y también corazón y cabeza. Posee
un don natural para los caballos.
—No quiero que se marche. Ya lo sé… —añadió antes de que Sam
pudiera replicar—. No puede quedarse aquí. Pero me romperá el corazón.
También sé otra cosa, y es que ellos no lo quieren como nosotros. Y por eso
me rompe el corazón saber que tendrá que volver con ellos.
—Puede que quiera volver el verano que viene.
—Puede. Pero hasta entonces se me hará larguísimo —suspiró ella,
volviéndose al oír el motor de una camioneta—. Es el herrero. Iré a buscar
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una jarra de limonada.
De hecho, era el hijo del herrero, un chico de catorce años rubio y desgarbado
llamado Gull que, en las sombras del granero al atardecer, fue quien dio a
probar a Coop por primera vez (y última) el tabaco de mascar.
Aun después de vomitar el desayuno, la comida y todo lo que contenía su
organismo, Cooper seguía tan pálido como un muerto, en opinión de Gull.
Alarmada por el sonido de sus arcadas, Lucy dejó de trabajar en el huerto para
correr a la parte trasera del granero. Allí encontró a Coop a gatas, jadeando
entre vacas mientras Gull lo miraba, rascándose la cabeza por debajo del
sombrero.
—Madre mía, Coop, ¿todavía no has acabado?
—¿Qué ha pasado? —Quiso saber Lucy—. ¿Qué has hecho?
—Quería probar el tabaco de mascar, y no me ha parecido mal, señorita
Lucy… señora.
—Por el amor de… ¿Cómo se te ocurre darle tabaco a un niño de su edad?
—Pues vomitar se le da de maravilla.
Al ver que Coop parecía haber terminado, Lucy alargó la mano hacia él.
—Vamos, entremos a limpiarte.
Con rapidez y decisión, Lucy lo llevó adentro. Demasiado débil para
protestar, Coop se limitó a gruñir cuando su abuela le quitó toda la ropa salvo
los calzoncillos. Le lavó la cara y le dio un vaso de agua fresca. Después de
bajar la persiana para proteger la habitación del sol, se sentó en el borde de la
cama y le apoyó una mano en la frente. El niño abrió los ojos enrojecidos.
—Ha sido horrible.
—Pues aprende la lección. —Se inclinó sobre él y lo besó en la frente—.
Te pondrás bien, saldrás de esta.
Y no solo de esta, se dijo. Permaneció junto a él mientras Coop dormía la
lección aprendida.
Coop se tumbó junto a Lil sobre la gran roca plana a la orilla del río.
—No me gritó ni nada.
—¿A qué sabe? ¿Sabe como huele? Porque el olor es asqueroso. Y
también tiene una pinta asquerosa.
—Sabe a… a mierda —concluyó Coop.
—¿Alguna vez has comido mierda? —espetó ella con una risita.
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—Llevo todo el verano oliéndola. Mierda de caballo, mierda de cerdo,
mierda de vaca, mierda de gallina…
Lil soltó una carcajada.
—En Nueva York también hay mierda.
—Casi toda es de la gente. Y allí no tengo que recogerla con una pala.
Lil se tumbó de costado, apoyó la cabeza sobre las manos y lo miró con
aquellos grandes ojos castaños.
—Ojalá no tuvieras que irte. Ha sido el mejor verano de mi vida.
—Y el mío.
Resultaba extraño decirlo y saber que era cierto. Saber que la mejor
amistad que había trabado en el mejor verano de su vida era con una chica.
—A lo mejor puedes quedarte. Si se lo pides, a lo mejor tus padres te
dejarían vivir aquí.
—No me dejarán. —Coop miró el cielo, donde un halcón volaba en
círculos—. Ayer por la noche llamaron y dijeron que la semana que viene
estarán en casa y me irán a buscar al aeropuerto y… Bueno, que no me
dejarán.
—Pero si te dejaran, ¿te gustaría quedarte?
—No sé.
—¿Quieres volver a Nueva York?
—No lo sé. —Era horrible no saberlo—. Me gustaría vivir aquí y de vez
en cuando ir a Nueva York. Me gustaría adiestrar a Jones y montar a Dottie y
jugar al béisbol y pescar más veces. Pero también tengo ganas de ver mi
habitación, ir al salón de videojuegos y a ver un partido de los Yankees. —Se
volvió de nuevo hacia ella—. Podrías venir a verme. Podríamos ir al estadio.
—No creo que me dejen —murmuró ella con expresión triste y labios
temblorosos—. Y seguro que tú no vuelves nunca.
—Claro que volveré.
—¿Me lo juras?
—Te lo juro. —Y le tendió la mano para sellar la promesa.
—Y si te envío una carta, ¿me escribirás tú?
—Vale.
—¿Me responderás cada carta?
—Cada carta —repitió él con una sonrisa.
—Entonces volverás. Y el puma también. Lo vimos el primer día, así que
es nuestro espíritu guía. Es como… No recuerdo cómo se dice, pero da buena
suerte.
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Coop pensó en ello, en Lil hablando del puma durante todo el verano, en las
fotos que le había enseñado en los libros de la biblioteca y en los libros que se
había comprado con su asignación. Lil lo había plasmado en varios dibujos
que tenía colgados en su habitación, entre los banderines de béisbol.
La última semana que pasó en la granja, Coop trabajó con la navaja y el
utensilio de talla que su abuelo le había prestado. Se despidió de Dottie, Jones
y los demás caballos, así como de las gallinas, aunque de un modo mucho
menos afectuoso. Guardó su ropa, así como las botas y los guantes de trabajo
que le habían comprado sus abuelos. Y su adorado bate de béisbol.
Al igual que en el largo trayecto del primer día, se sentó en el asiento
trasero y se puso a contemplar el paisaje. Ahora veía las cosas de un modo
distinto: el cielo inmenso, las colinas oscuras que se alzaban en agujas rocosas
y torres serradas, ocultando bosques, riachuelos y desfiladeros.
Tal vez el puma de Lil merodeara por allí.
Enfilaron el largo camino de acceso a la granja de los Chance para
despedirse de ellos.
Lil estaba sentada en los escalones del porche, y él supo que estaba
esperándolos. Llevaba bermudas rojas, camiseta azul y el pelo pasado por la
cinta de su gorra de béisbol predilecta. Su madre salió de la casa en cuanto
detuvieron el coche, y los perros llegaron corriendo desde la parte trasera en
una cacofonía de ladridos.
Lil se levantó, y su madre le puso una mano en el hombro. En aquel
instante, Joe rodeó la esquina de la casa guardándose los guantes de trabajo en
el bolsillo trasero, y fue a situarse al otro lado de la niña.
Aquella imagen se grabó en la mente de Cooper. Madre, padre e hija…
como una isla delante de la vieja casa, sobre el fondo de colinas, valles y
cielo, con un par de perros de color hueso correteando como locos a su
alrededor.
Coop carraspeó al apearse del coche.
—Vengo a despedirme.
Joe fue el primero en moverse. Avanzó hacia él y le tendió la mano.
Estrechó la de Coop y, sin soltársela, se agachó para quedar A su altura.
—Vuelve a visitarnos, señor Nueva York.
—Lo haré. Y le enviaré una foto del estadio de los Yankees cuando
pongamos la bandera de campeones.
—Sigue soñando, chaval —rio Joe.
—Cuídate mucho —dijo Jenna al tiempo que le giraba la gorra para
besarlo en la frente—. Sé feliz. Y no nos olvides.
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—No los olvidaré. —Se volvió con cierta timidez hacia Lil—. He hecho
una cosa para ti.
—Ah, ¿sí? ¿Qué es?
Coop le alargó la caja y se removió algo avergonzado cuando Lil retiró la
tapa.
—Es una tontería… No está del todo bien —balbució el niño mientras ella
miraba asombrada el pequeño puma que Coop había tallado en nogal
americano—. No me salía la cara ni…
Enmudeció asombrado y avergonzado cuando Lil le echó los brazos al
cuello.
—¡Es precioso! Lo guardaré siempre. ¡Espera!
Lil giró sobre sus talones y entró corriendo en la casa.
—Es un buen regalo, Cooper —aseguró Jenna, observándolo—. Ahora el
puma es suyo, es lo que hay. Y tú has puesto una parte de ti en su símbolo.
Lil salió de la casa y se detuvo con un derrape ante Coop.
—Esto es lo mejor que tengo… bueno, aparte del puma. Quédatelo. Es
una moneda antigua —explicó mientras se la tendía—. La encontramos la
primavera pasada cuando excavábamos el huerto nuevo. Es muy vieja; se le
debió de caer a alguien del bolsillo hace mucho tiempo, Está muy gastada, así
que casi no se ve nada.
Cooper cogió el disco de plata tan gastado que apenas se apreciaba el
contorno de la mujer grabado en él.
—Qué guay —dijo.
—Trae buena suerte. Es un… ¿Cómo se dice, mamá?
—Un talismán —la ayudó Jenna.
—Eso, un talismán —repitió Lil—. Trae buena suerte.
—Tenemos que irnos —instó Sam, dando una palmadita a Coop en el
hombro—. Hay mucho trecho hasta Rapid City.
—Buen viaje, señor Nueva York.
—Te escribiré —prometió Lil—. Pero me tienes que contestar.
—Lo haré.
Aferrando la moneda en el puño, Coop subió al coche. Miró atrás tanto
rato como pudo mientras la isla ante la vieja casa menguaba hasta
desaparecer.
No lloró; al fin y al cabo, tenía casi doce años. Pero no soltó la vieja
moneda de plata en todo el trayecto hasta Rapid City.
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3
Las Colinas Negras, junio de 1997
L
il guiaba el caballo por el camino entre la neblina matinal. Avanzaban
por la hierba alta y cruzaron las aguas centelleantes de un riachuelo
infestado de ortigas insidiosas antes de enfilar la cuesta. El aire olía a pino,
agua y hierba, y la luz brillaba con la delicadeza del alba.
Los pájaros trinaban y parloteaban. Oyó el canto zumbante del azulejo de
las montañas, el chillido ronco de un lugano de los pinos, el reclamo
exasperado de la chara piñonera.
El bosque parecía cobrar vida a su alrededor, animado por los riachuelos y
los rayos algodonosos de luz que se filtraban por entre la marquesina de
árboles.
No existía otro lugar en el mundo donde le apeteciera más estar.
Encontraba huellas, por lo general de ciervo o alce, y registraba su
posición en la grabadora que llevaba en el bolsillo de la chaqueta. Antes había
encontrado huellas de bisonte y, por supuesto, muchos signos del ganado de
su padre.
Pero en los tres días que se había concedido no había visto rastro del
felino.
La noche anterior había oído su llamada. El alarido había perforado la
oscuridad manchada de estrellas y luna.
«Estoy aquí…».
Escudriñó la maleza mientras la robusta yegua subía la cuesta y escuchó
los trinos que resonaban en el manto de coníferas. Una ardilla roja salió
disparada de un arbusto de aronia, cruzó el claro a la carrera y trepó por el
tronco de un pino. Al levantar la mirada, Lil divisó un halcón haciendo la
ronda matutina en el cielo.
Estaba convencida de que todo aquello, en la misma medida que las
majestuosas vistas desde las cimas de los acantilados y las impresionantes
cascadas que se precipitaban cañón abajo, era la razón por la que las Colinas
Negras eran tierra sagrada.
En su opinión, si uno no sentía la magia en ese lugar, no la sentiría en
ninguna parte.
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Bastaba con estar allí, con disponer de esos días para explorar y estudiar.
Pronto se encontraría en un aula, convertida en una estudiante universitaria de
primero (¡Dios!), lejos de cuanto conocía. Y si bien estaba ansiosa por
aprender, nada podría sustituir los paisajes, los sonidos y los olores del hogar.
A lo largo de los años había visto algún puma de vez en cuando. No el
mismo de la primera vez, creía. Resultaba muy improbable que se tratara del
mismo puma que ella y Coop habían visto aquel verano ocho años atrás. Lil lo
había vislumbrado camuflado entre las ramas de un árbol, escalando una
pared de roca y, en una ocasión, mientras conducía el ganado con su padre,
había visto a través de los prismáticos un puma cazando un alce joven.
En toda su vida no había visto nada tan real, tan poderoso como ese
animal.
También iba tomando nota de la vegetación. Los nomeolvides estrellados,
los lirios de las Rocosas, el trébol color amarillo sol. A fin de cuentas, la
vegetación formaba parte del entorno, era un eslabón de la cadena
alimentaria. Los conejos, los ciervos y los alces comían hierba, hojas, bayas y
brotes… Y los lobos grises y los felinos de Lil comían conejos, ciervos y
alces.
Tal vez la ardilla roja acabara convertida en el almuerzo del halcón.
La cuesta se suavizó, abriéndose a una pradera ya verde, exuberante y
salpicada de flores silvestres. Una pequeña manada de bisontes pastaba allí,
de modo que Lil añadió al recuento el macho, las cuatro hembras y las dos
crías.
Una de las crías agachó y restregó la testuz contra el suelo, y cuando
levantó la cabeza la tenía cubierta de flores y hierba. Con una sonrisa de oreja
a oreja, Lil se paró para sacar la cámara y tomar unas cuantas fotos que
agregaría a sus archivos.
Podía titular la imagen de la cría La bestia de la fiesta.
Quizá se la enviara a Coop junto con algunas de las que había tomado por
el camino. Coop había dicho que tal vez aparecería aquel verano, pero no
había contestado a la carta que Lil le había enviado varias semanas atrás.
Aunque lo cierto era que Coop no era tan cumplidor como ella con las
cartas y los correos electrónicos. Sobre todo desde que salía con aquella chica
a la que había conocido en la universidad.
CeeCee, pensó Lil con un resoplido exasperado. Menudo nombrecito.
Sabía que Coop se acostaba con ella. Él no se lo había dicho; de hecho, se
había guardado bien de decir nada al respecto. Pero Lil no se chupaba el dedo.
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Al igual que estaba segura, o casi segura, de que se había acostado con
aquella chica de la que le había hablado cuando aún iba al instituto.
Zoe.
Por Dios, ¿qué había sido de los nombres normales?
Lil tenía la sensación de que los chicos se pasaban el día pensando en el
sexo. Aunque a decir verdad, reconoció mientras se removía en la silla,
también ella había pensado mucho en el sexo últimamente.
A buen seguro porque nunca lo había probado.
Sencillamente, no le interesaban los chicos… al menos los que conocía.
Quizá en otoño, cuando fuera a la universidad…
No es que quisiera ser virgen a toda costa, pero no creía que mereciera la
pena hacer el esfuerzo si el chico no le gustaba de verdad. Si no había algo
más, entonces el sexo no era más que una especie de gimnasia, ¿no?
Algo que tachar de la lista de experiencias imprescindibles.
Quería o creía querer algo más que eso.
Desterró aquellos pensamientos, guardó la cámara y sacó la cantimplora
para beber un trago. En la universidad seguramente andaría demasiado
ocupada estudiando para pensar en el sexo. Además, ahora mismo su máxima
prioridad era el verano, documentar las rutas y los hábitats, trabajar en las
maquetas y las fichas. Y convencer a su padre de que reservara unos cuantos
acres de tierra para el refugio de animales que esperaba construir algún día.
El Refugio para Animales Salvajes Chance. Le gustaba el nombre, no solo
porque fuera suyo, sino también porque los animales allí tendrían una
oportunidad[1]. Y la gente tendría la oportunidad de verlos, estudiarlos,
quererlos.
Algún día, pensó. Pero primero tenía tanto que aprender… Y para
aprender, debía abandonar todo lo que más amaba en el mundo.
Esperaba que Coop volviera, aunque solo fuera por unas semanas, antes
de que ella se marchase a la universidad. Había regresado, como el puma. No
todos los veranos, pero sí a menudo. Dos semanas el año siguiente a su
primera visita y luego un maravilloso verano entero el año después, cuando
sus padres se divorciaron.
Un par de semanas aquí, un mes allá, y siempre retomaban el hilo donde
lo habían dejado. Aun cuando Coop dedicara tiempo a hablar de las chicas de
Nueva York. Pero ahora habían pasado dos años enteros desde la última vez.
Ese verano Coop tenía que volver y punto.
Lil tapó la cantimplora con un suspiro.
Todo sucedió muy deprisa.
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Advirtió que la yegua se estremecía y empezaba a retroceder. Justo
cuando tiró con más firmeza de las riendas, el felino surgió como una
exhalación de la hierba alta. Un destello de velocidad, músculo y muerte
silenciosa se abalanzó sobre él ternero con la cabeza adornada de flores. La
pequeña manada se dispersó; la madre bramaba a pleno pulmón. Lil pugnó
por dominar a la yegua mientras el bisonte macho arremetía contra el felino.
El felino lanzó un grito desafiante y se irguió para proteger su presa. Lil
apretó las rodillas y sujetó las riendas con una mano mientras con la otra
sacaba de nuevo la cámara.
Garras centelleantes al otro lado del prado. Lil olió la sangre. La yegua
también la olió y giró sobre sí misma, presa del pánico.
—Tranquila, tranquila. No le interesamos, ya tiene lo que quiere.
Heridas abiertas en el costado del bisonte. Estruendo de pezuñas y
bramidos que parecían apenados. Y de repente los sonidos se alejaron y en el
prado cubierto de hierba alta tan solo quedaron el felino y su presa.
El felino dejó ir un largo y grave ronroneo, un gruñido gutural de triunfo.
Desde el otro extremo del prado, su mirada se cruzó con la de Lil. Su mano
tembló, pero no podía arriesgarse a soltar las riendas para estabilizar la
cámara. Sacó dos fotos movidas del felino, la hierba aplastada y salpicada de
sangre, la presa.
Con un siseo de advertencia, el felino arrastró el cadáver a la maleza,
entre las sombras de los pinos y los abedules.
—Tiene cachorros a los que alimentar —musitó Lil, y su voz resonó tenue
y atemorizada en el aire de la mañana—. ¡Joder! —Sacó la grabadora y a
punto estuvo de que se le cayera—. Cálmate. Cálmate ya. Vale, documento.
Vale. Avistada hembra de puma, de unos dos metros de longitud del hocico a
la cola. Buf, unos cuarenta kilos de peso. Típico color pardo. Ha tendido una
emboscada a su presa. Ha cazado una cría de bisonte de una manada de siete
ejemplares que pastaban en un prado de hierba alta y ha protegido su presa
del macho. Luego ha arrastrado el cadáver al bosque, tal vez debido a mi
presencia, aunque si la hembra tiene una camada, lo más probable es que los
cachorros sean demasiado pequeños para salir de caza con la madre. Ha
llevado el desayuno a sus pequeños, que seguramente aún no están del todo
destetados. Incidente grabado a las… siete y veinticinco de la mañana del 12
de junio. Uau.
Por muchas ganas que tuviera, sabía que no debía seguir el rastro del
puma. Si tenía cachorros, era muy posible que atacara a caballo y amazona
para defenderlos a ellos y su territorio.
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—No vamos a conseguir nada más —concluyó—. Me parece que ya es
hora de volver a casa.
Tomó el camino más corto, ansiosa por llegar y tomar notas. No obstante,
ya era media tarde cuando vio a su padre y a su ayudante a media jornada
reparando el cercado de un pasto.
Las reses se dispersaron cuando cabalgó entre ellas y detuvo el caballo
junto al viejo y destartalado jeep.
—Vaya, aquí está mi chica. —Joe se acercó para palmear la pierna de Lil
y el cuello de la yegua—. ¿De vuelta de la selva?
—Sana y salva, como te prometí. Hola, Jay.
Jay, que no creía en la necesidad de utilizar dos palabras si podía pasar
con una sola, se llevó la mano al ala del sombrero a modo de saludo.
—¿Necesitáis ayuda? —preguntó Lil a su padre.
—No, lo tenemos todo bajo control. Se nos han colado unos alces.
—Sí, he visto un par de rebaños y también bisontes. Y un puma que
cazaba una cría de bisonte en una de las praderas.
—¿Un puma?
Lil se volvió hacia Jay. Conocía aquella expresión; puma significaba
depredador problemático.
—A medio día de aquí. Con suficiente caza para alimentarse ella y la
camada que imagino que tiene, no necesitará bajar en busca de nuestras reses.
—¿Estás bien?
—No se ha interesado por mí —aseguró a su padre—. No olvides que en
los pumas el reconocimiento de la presa es una conducta adquirida. Los
humanos no somos presas.
—Esos gatos comen lo que sea si hay hambre —masculló Jay—. Unos
hijos de puta sigilosos.
—Me parece que el bisonte macho que lideraba la manada está de acuerdo
contigo. Pero no he visto rastro de la hembra de puma en el camino de vuelta.
Ningún indicio de que haya ampliado su territorio hasta aquí.
Cuando Jay alzó un hombro y se volvió de nuevo hacia el cercado, Lil
sonrió a su padre.
—En fin, si no me necesitas me voy a casa. Estoy deseando darme una
ducha y beber algo bien frío.
—Dile a tu madre que nos quedan un par de horas aquí fuera.
Después de cepillar y dar de comer al caballo, y de apurar dos vasos de té
helado, Lil se reunió con su madre en el huerto, le quitó la azada de las manos
y se puso a trabajar.
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—Ya sé que me repito, pero ha sido increíble. ¡Esa forma de moverse! Y
sé que son sigilosos y astutos, pero quién sabe cuánto tiempo llevaba ahí
escondido, acechando a la manada, eligiendo la presa, el momento… Y yo sin
enterarme. Estaba atenta, pero no me he enterado de nada. Tengo que
mejorar.
—¿No te molesta verlos matar?
—Ha sido tan rápida, tan feroz. Muy limpio, la verdad. Se limitó a hacer
su trabajo, ¿no? Creo que si me lo hubiera esperado, si hubiera tenido tiempo
de pensar en ello, habría reaccionado de un modo distinto.
Lil lanzó un suspiro y se levantó un poco el ala del sombrero.
—La cría estaba tan mona con todas esas flores pegadas a la cabeza. Pero
ha sido cuestión de segundos entre la vida y la muerte. Te… te sonará raro,
pero ha sido como una experiencia religiosa.
Lil calló un instante para enjugarse el sudor de la frente.
—Estar allí y verlo todo no ha hecho más que confirmarme lo que quiero
hacer y lo que tengo que aprender para poder hacerlo. He sacado fotos. Antes,
durante y después.
—Cariño, te parecerá remilgado, sobre todo viniendo de una ganadera,
pero creo que no me apetece ver a ese puma devorando una cría de bisonte.
Lil siguió cavando con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Sabías lo que querías… lo que querías hacer cuando tenías mi edad?
—No tenía ni idea. —Jenna se puso en cuclillas y empezó a arrancar
hierbajos alrededor de las delicadas hojas verdes de las zanahorias. Trabajaba
con manos veloces y diestras; su cuerpo era espigado y esbelto como el de su
hija—. Pero al cabo de un año más o menos apareció tu padre. Me lanzó una
sola mirada un poco chula, y supe que lo quería para mí y que él no tendría
gran cosa que decidir al respecto.
—¿Y si hubiera querido volver al este?
—Pues yo también me habría ido al este. No era la tierra lo que amaba, en
aquella época no. Lo amaba a él y creo que nos enamoramos juntos de este
lugar. —Jenna se apartó el sombrero, paseó la mirada por las hileras de
zanahorias y alubias, los tomates jóvenes y, más allá, los campos de soja y los
pastos—. Me parece que en tu caso fue amor desde que naciste.
—No sé adónde iré. Quiero aprender tantas cosas, ver tantas cosas… Pero
siempre volveré.
—Cuento con ello. —Jenna se puso en pie—. Ahora dame la azada y
entra a lavarte. Iré dentro de un ratito y podrás ayudarme a preparar la cena.
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Lil cruzó el huerto hasta la casa mientras se quitaba el sombrero y lo
golpeaba contra el muslo para quitarle parte del polvo del camino antes de
entrar. Una ducha caliente y larga sonaba de maravilla. Después de ayudar a
su madre en la cocina, podría dedicar un rato a tomar notas y apuntar
observaciones. Y al día siguiente llevaría el carrete al pueblo para que se lo
revelaran.
En su lista de cosas para las que quería ahorrar figuraba una de esas
nuevas cámaras digitales. Y un ordenador portátil, se dijo. Había conseguido
una beca que contribuiría a sufragar los gastos universitarios, pero sabía que
no lo cubriría todo.
Matrícula, alojamiento, tasas de laboratorio, libros, transporte… Un
montón de dinero.
Casi había llegado a la casa cuando oyó el rugido de un motor. Cerca,
concluyó, dentro de sus tierras. En lugar de entrar, rodeó la casa para ver
quién se acercaba con tanto estruendo.
Puso los brazos en jarras al divisar la moto que se aproximaba por el
sendero de acceso. Muchos motoristas viajaban por aquellos parajes, sobre
todo en verano. De vez en cuando, alguno paraba en la granja para pedir
indicaciones o un par de días de trabajo. Aunque casi todos llegaban
conduciendo con bastante cuidado, pensó, mientras que este iba a toda
pastilla, como si…
El casco y la visera le ocultaban el pelo y casi todo el rostro, pero le vio
sonreír y lo supo. Lanzó una carcajada y echó a correr hacia la moto. El
motorista se detuvo detrás de la camioneta de su padre y pasó una pierna
sobre el depósito mientras se soltaba la hebilla del casco. Lo dejó sobre el
sillín y se volvió justo a tiempo, cuando ella le echaba los brazos al cuello.
—¡Coop! —Gritó mientras su amigo le daba vueltas en el aire—. ¡Has
venido!
—Ya te dije que vendría.
—Dijiste que quizá.
Cuando Coop la abrazó, Lil experimentó un extraño hormigueo de calor
en su interior. Parecía distinto; más musculoso, más duro en un sentido que le
hacía pensar en la palabra hombre en lugar de chico.
—Pues quizá se ha convertido en que sí. —La dejó en el suelo y la
examinó sin dejar de sonreír—. Has crecido.
—Un poco. Creo que ahora ya está. Tú también, por cierto.
Sí, estaba más alto, parecía más duro… y esa barba de dos días, según sus
cálculos, le confería un aspecto muy sexy. Llevaba el pelo más largo que la
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última vez, y las ondas le enmarcaban el rostro de modo que sus ojos azul
hielo parecían aún más claros y penetrantes.
El calor y el hormigueo se intensificaron.
Coop la cogió de la mano al girarse para contemplar la casa.
—Está igual. Habéis pintado las contraventanas, pero por lo demás está
igual.
En cambio, él no, pensó Lil. No del todo.
—¿Cuándo has llegado? Nadie me había dicho que estabas aquí.
—Hace unos diez segundos. He llamado a mis abuelos al llegar a Sioux
Falls, pero les he pedido que no dijeran nada. —Le soltó la mano para
rodearle los hombros—. Quería darte una sorpresa.
—Pues lo has conseguido, te lo aseguro.
—He decidido pasar por aquí antes de ir a casa de los abuelos.
Y ahora, se dijo Lil, todo cuanto quería y amaba estaba con ella para el
resto del verano.
—Entra. Hay té frío. ¿Cuándo te compraste ese trasto?
Coop volvió la cabeza hacia la moto.
—Hace casi un año. Pensé que si podía venir este verano, sería divertido
cruzar el país en moto.
Se detuvo al pie de la escalera y ladeó la cabeza mientras escudriñaba el
rostro de Lil.
—¿Qué?
—Estás… muy guapa.
—No es verdad. —Se mesó el pelo, muy enredado tras tantas horas
aplastado por el sombrero—. Acabo de volver de una excursión y huelo mal.
Si hubieras llegado dentro de media hora, ya me habría adecentado.
Coop no apartaba la mirada de su rostro.
—Estás muy guapa. Te he echado de menos, Lil.
—Sabía que volverías. —Lil sucumbió y volvió a echarse a sus brazos
con los ojos cerrados—. Debería haber sabido que sería hoy, porque he visto
al puma.
—¿Qué?
—Luego te lo cuento. Entra, Coop. Bienvenido a casa.
En cuanto llegaron sus padres, saludaron a Coop y se pusieron a charlar
con él, Lil corrió arriba. La larga ducha caliente con la que había soñado se
convirtió en la ducha más rápida de la historia. A la velocidad del rayo
desenterró sus escasos productos de maquillaje. Nada demasiado evidente, se
ordenó a sí misma. Se puso un poco de colorete, algo de rímel y un toque
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discreto de brillo de labios. Si se ponía a secarse el pelo tardaría horas, así que
se lo recogió aún húmedo en una cola de caballo.
Consideró la posibilidad de ponerse pendientes, pero decidió que
resultaría demasiado llamativo. Vaqueros y camisa limpios. Informal y
natural.
El corazón le latía como una banda de música.
Era raro, extraño, inesperado. Pero se había colgado de su mejor amigo.
Tenía un aspecto tan distinto… Estaba igual pero al mismo tiempo
diferente. Aquellas mejillas un poco hundidas eran nuevas y fascinantes. El
pelo algo alborotado, sexy, surcado de reflejos causados por el sol. Ya estaba
un poco bronceado. Lil recordaba que en verano se ponía muy moreno. Y sus
ojos, aquellos lagos de color azul hielo, penetraban en zonas inexploradas de
su interior.
Ojalá lo hubiera besado. Nada, un simple beso de saludo. Así sabría cómo
era sentir sus labios sobre los de ella.
Cálmate, se ordenó. Con toda probabilidad se moriría de risa si supiera lo
que estás pensando. Respiró hondo varias veces y bajó la escalera muy
despacio.
Oyó sus voces en la cocina. La risa de su madre, el tono jocoso de su
padre… y la voz de Coop. Más grave. ¿No la tenía más grave que antes?
Tuvo que detenerse y respirar de nuevo. Luego esbozó una sonrisa afable y
entró en la cocina.
Coop se interrumpió a media frase y se quedó mirándola. Al cabo de un
momento parpadeó. Aquel instante de sorpresa que vio en sus ojos hizo que el
corazón de Lil diera un vuelco.
—¿Te quedas a cenar? —le preguntó Lil.
—Estábamos intentando convencerle. Pero Lucy y Sam lo esperan. El
domingo —le advirtió Jenna, agitando un dedo—. El domingo todos aquí para
un pícnic.
—Desde luego. Recuerdo muy bien el primero. Y podríamos batear un
rato.
—Apuesto algo a que todavía puedo ganarte.
Lil se apoyó contra el mostrador y le sonrió de un modo que lo hizo
parpadear otra vez.
—Eso ya lo veremos.
—Esperaba que me llevaras a dar una vuelta en ese trasto que te has
comprado.
—Una Harley no es un trasto —sentenció él, solemne.
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—¿Por qué no me enseñas lo que es capaz de hacer?
—Vale, el domingo te…
—Me refería a ahora. No os importa, ¿verdad? —Preguntó a su madre—.
Solo media hora.
—Eeh… ¿Tienes otro casco, Coop?
—Sí… esto… he traído dos porque me imaginaba que… Bueno, que sí.
—¿Cuántas multas te han puesto conduciendo esa cosa? —preguntó Joe.
—Ninguna en los últimos cuatro meses —aseguró Coop con una sonrisa.
—Trae a mi chica de vuelta sana y salva.
—Lo haré. Y gracias por el té —dijo al tiempo que se levantaba—. Hasta
el domingo.
Jenna los siguió con la mirada hasta que salieron y luego se volvió hacia
su marido.
—Oh —musitó.
Joe le dedicó una media sonrisa.
—Yo más bien iba a decir «Oh, mierda».
Fuera, Lil examinaba el casco que Coop le había dado.
—¿Así que vas a enseñarme a conducir este trasto?
—Puede.
Lil se puso el casco y observó a Coop mientras este se cerraba la hebilla.
—Soy perfectamente capaz.
—Estoy seguro —convino Coop al tiempo que subía a la moto—. Estuve
a punto de ponerle un sidecar, pero…
—De sidecar nada —lo interrumpió ella antes de subirse tras él.
Apretó el cuerpo contra la espalda de Coop y le rodeó la cintura con los
brazos. ¿Notaría los latidos desbocados de su corazón?, se preguntó.
—¡Dale caña, Coop!
Cuando Coop obedeció y se lanzó a buena velocidad por el sendero de
acceso, Lil profirió un grito de placer.
—¡Es casi tan genial como montar a caballo! —exclamó.
—Mejor aún en la carretera. Inclínate conmigo en las curvas —le indicó
— y agárrate bien.
A su espalda, Lil sonrió. Eso pensaba hacer.
Coop pesaba el grano en el pajar donde el sol entraba a raudales por las
ventanas. Oía a su abuela cantar mientras daba de comer a las gallinas,
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acompañada por su cloqueo. En el establo, los caballos resoplaban y
masticaban.
Qué curioso el modo en que todo acudía de nuevo a su mente. Los olores,
los sonidos, la calidad de las luces y las sombras… Hacía dos años que no
daba de comer ni limpiaba a un caballo, que no se sentaba a una gran mesa de
cocina al amanecer para comerse un plato de tortitas.
Pero bien podría haber sido el día anterior.
Aquella estabilidad constituía un consuelo cuando tantas cosas en su vida
estaban en movimiento, pensó. Recordaba haberse tumbado sobre una roca
plana junto al río con Lil varios años atrás, y darse cuenta de que ella sabía
muy bien lo que quería. Seguía sabiéndolo.
Y él seguía sin saberlo.
La casa, los campos, los montes… Todo estaba tal como lo había dejado.
También sus abuelos, pensó. ¿Realmente le habían parecido viejos aquel
primer verano? Ahora se le antojaban robustos y estables, como si los ocho
años transcurridos no les hubieran afectado en absoluto.
Pero desde luego sí habían afectado a Lil.
¿Cuándo se había vuelto tan…? Bueno, ¿tan preciosa?
Dos años antes aún era la Lil de siempre. Mona, sin duda, porque siempre
había sido guapa. Pero apenas había pensado en ella como en una chica… y
mucho menos como en una chica chica.
Una chica con curvas, labios y ojos que le hacían hervir la sangre cuando
lo miraba.
No estaba bien pensar en ella de aquel modo. Probablemente eran amigos.
Los mejores amigos. Él no podía ir por ahí notando que tenía pechos ni
mucho menos obsesionarse con la sensación que le habían producido al
apretarse contra su espalda cuando iban en moto por la carretera a toda
velocidad.
Firmes, suaves, fascinantes.
Estaba claro que no podía ir por la vida teniendo sueños eróticos en los
que tocaba esos pechos… y el resto de ella.
Pero los había tenido. Dos veces.
Embridó una potrilla de un año, tal como le había pedido su abuelo, y la
dejó salir a la caballeriza para entrenarla con una cuerda.
Lucy, tras dar de comer y abrevar el ganado, y una vez recogidos los
huevos, fue a sentarse sobre la cerca para observarlo.
—Tiene mucha energía —comentó cuando la potrilla levantó las patas
traseras.
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—De sobra. —Coop cambió de táctica para hacerla caminar en círculo.
—¿Ya has elegido un nombre para ella?
Coop sonrió. El día que bautizó a Jones se instauró la tradición según la
cual él era el encargado de poner nombre a los potros cada temporada, visitara
o no la granja.
—Tiene un pelaje moteado muy bonito. Estaba pensando en llamarla
Pecas.
—Le queda bien. Tienes talento para los nombres, Coop, y también para
los caballos. Siempre lo has tenido.
—Los echo de menos cuando estoy en el este.
—Y cuando estás aquí echas de menos el este. Es normal. —Hizo una
pausa, pero prosiguió al ver que Coop guardaba silencio—. Eres joven;
todavía no has sentado la cabeza.
—Tengo casi veinte años, abuela. Me parece que ya debería saber qué
quiero. A mi edad tú ya estabas casada con el abuelo…
—Era otra época y otro lugar. En algunos aspectos, veinte años son menos
ahora que en mis tiempos, aunque son más en otros. Tienes tiempo para sentar
la cabeza.
Coop miró a aquella mujer robusta. Tenía el cabello más corto y un poco
más rizado, las arrugas en torno a los ojos eran más profundas que antes…
pero, aun así, no había cambiado. Como tampoco había cambiado el hecho de
que podía decir lo que pensaba con la certeza de que ella le escucharía.
—¿Te gustaría haberte tomado más tiempo?
—¿A mí? No, porque he acabado aquí, sentada sobre esta cerca y mirando
a mi nieto entrenar a esa preciosa potrilla. Pero yo no soy como tú. Me casé a
los dieciocho años, tuve a mi primer hijo antes de los veinte y apenas he
salido de Mississippi en toda mi vida. Tú eres distinto, Cooper.
—No sé quién soy. ¿Primer hijo? —La miró con más atención—. Has
dicho primer hijo.
—Perdimos a dos después de tu madre. Fue muy duro. Sigue siéndolo.
Creo que por eso Jenna y yo intimamos tan deprisa. Ella tuvo un niño que
nació muerto y luego un aborto después de Lil.
—No lo sabía.
—Cosas que pasan, pero las superas y punto. Si eres afortunado, sacas
algo bueno de ello. Yo te he sacado a ti. Y Jenna y Josiah tienen a Lil.
—Desde luego, Lil parece saber muy bien lo que quiere.
—Esa niña tiene las cosas muy claras.
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—Y esto… —procuró hablar en tono casual—. ¿Sale con alguien? Me
refiero a algún chico.
—Ya te he entendido —espetó Lucy—. Nadie en especial, que yo sepa. El
chico de los Nodock estuvo rondándola bastante, pero me parece que Lil no
estaba demasiado interesada.
—¿Nodock? ¿Gull? Pero, por el amor de Dios, si debe de tener veintidós
o veintitrés años. Es demasiado mayor para Lil.
—Gull no; Jesse, su hermano. Es más joven. Debe de tener más o menos
tu edad. ¿A ti te interesa el asunto, Cooper?
—¿A mí? ¿Lil? —Mierda, pensó, mierda mierda—. Qué va. Solo somos
amigos. Es como una hermana para mí.
Con expresión inocente, Lucy golpeó el talón de la bota contra la cerca.
—Tu abuelo y yo éramos amigos de pequeños. Aunque no recuerdo que
me viera nunca como a una hermana. En fin, como te decía, Lil tiene las cosas
muy claras. Tiene planes.
—Siempre ha tenido planes.
Cuando acabó la jornada, Cooper contempló la posibilidad de ensillar uno
de los caballos y salir a cabalgar a lo bestia durante un buen rato. Le habría
gustado montar a Jones, pero el potro al que había ayudado a adiestrar se
había convertido en una de las estrellas de la empresa turística de sus abuelos.
Consideró sus alternativas y ya casi se había decantado por el ruano
castrado que se llamaba Tick cuando vio a Lil acercarse al cercado.
Le resultaba vergonzoso admitirlo, pero se le secó la boca al verla.
Llevaba vaqueros y una camisa de color rojo vivo, botas gastadas, un
raído sombrero gris de ala ancha y el pelo suelto.
Al llegar a la cerca, golpeteó la alforja que se había echado al hombro.
—Aquí dentro tengo comida que me gustaría compartir. ¿Algún
interesado?
—Puede.
—El problema es que necesito un caballo. Cambio pollo frito frío por
montura.
—Elige el que quieras.
Lil ladeó la cabeza y señaló con la barbilla.
—Me gusta el aspecto de esa yegua pía.
—Voy a buscarte una silla y a avisar a mis abuelos.
—He pasado por la casa antes de venir. Les parece bien. Queda mucho día
por delante; más vale aprovecharlo. —Colocó la alforja sobre la cerca—. Ya
sé dónde está la montura. Vamos, ensilla tu caballo.
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Amigos o no, no veía nada malo en seguirla con la mirada ni en fijarse en
el modo en que los vaqueros se le ceñían al cuerpo.
Se pusieron manos a la obra a un ritmo que ambos conocían bien. Coop
cogió la alforja e hizo una mueca.
—Uf, aquí hay un montón de pollo.
—Es que también llevo la grabadora, la cámara y… cosas. Ya sabes que
me gusta anotarlo todo cuando salgo de excursión. Estaba pensando que
podríamos ir hacia el riachuelo y luego tomar uno de los senderos que
atraviesan el bosque. Podemos galopar bastante hasta allí, y es muy bonito.
—¿Territorio de pumas? —preguntó Coop, lanzándole una mirada
intencionada.
—Los que he rastreado este año andan por esa zona, pero no lo digo por
eso —aseguró con una sonrisa mientras montaba—. Lo digo porque es una
excursión muy agradable y hay un riachuelo donde se abre el bosque. Es un
sitio genial para comer. Pero está a una hora, así que si quieres que vayamos
más cerca…
—Una hora de paseo me ayudará a abrir boca —replicó Coop al tiempo
que montaba el ruano y se ajustaba el sombrero—. ¿Por dónde?
—Hacia el sudoeste.
—Te echo una carrera.
Espoleó ligeramente al ruano, y los dos se lanzaron al galope a través del
cercado y los campos.
Antes yo montaba mejor que él, pensó Lil, mucho mejor. Ahora tenía que
reconocer que estaban al mismo nivel. La yegua le reportaba ventaja porque
era ligera y rápida, de modo que, con el cabello alborotado por el viento, Lil
llegó a la línea rala de árboles con menos de un cuerpo de ventaja.
Riendo y con los ojos brillantes, se inclinó hacia delante para felicitar a la
yegua con una palmadita en el cuello.
—¿Dónde montas en Nueva York?
—No monto.
Lil se irguió sobre la silla.
—¿Me estás diciendo que llevabas dos años sin montar?
Cooper se encogió de hombros.
—Es como montar en bici.
—No, es como montar a caballo. ¿Cómo lo…?
Dejó la pregunta sin terminar, meneó la cabeza y guio el caballo bosque
adentro.
—¿Cómo lo qué?
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—Bueno, ¿cómo soportas no hacer algo que te encanta?
—Hago otras cosas.
—¿Como cuáles?
—Voy en moto, salgo, escucho música.
—Persigues a las chicas.
—No corren mucho —señaló él con una sonrisa.
—Ya me lo imagino —bufó ella—. ¿Qué le parece a CeeCee que pases
todo el verano aquí?
Cooper se encogió otra vez de hombros mientras cruzaban una explanada
flanqueada de árboles y cantos rodados.
—No vamos en serio. Ella tiene su vida, y yo la mía.
—Creía que erais uña y carne.
—No tanto. Tengo entendido que sales con Jesse Nodock.
—¡No, por Dios! —Exclamó ella, echando la cabeza atrás con una
carcajada—. Es buen tío, pero un poco atontado. Además, lo único que de
verdad quiere hacer es luchar.
—¿Luchar? ¿Qué…? —Una sombra le surcó la mirada—. ¿Quieres decir
montárselo contigo? ¿Lo has hecho con Nodock?
—No. Salí con él un par de veces, pero no me gusta mucho cómo besa.
Un poco demasiado pastoso para mí gusto. Tiene que mejorar su técnica.
—¿Sabes mucho de técnica?
Lil lo miró de soslayo con una sonrisa maliciosa.
—Estoy haciendo un estudio informal. Mira.
Puesto que cabalgaban uno junto al otro, Lil alargó la mano para tocarle el
brazo y luego señaló algo. En el extremo más alejado de la arboleda, una
manada de ciervos se detuvo para mirarlos. Lil sacó la grabadora.
—Seis ciervos de cola blanca, dos hembras y dos cervatos. ¿A que son
monos? Por aquí también ha pasado un macho no hace mucho.
—¿Cómo lo sabes, Tonto?
—Mira la corteza. Arañazos de un ciervo macho restregando la
cornamenta contra ella. Y algunos de ellos recientes, señor Nueva York.
Pensó que también eso le resultaba familiar. Cabalgar con ella, escucharla
señalar las huellas, la fauna, los indicios. Lo había echado de menos.
—¿Qué más ves?
—Huellas de marmota y de ciervo mula. Hay una ardilla roja en ese árbol.
Tienes ojos en la cara, ¿no?
—No como los tuyos.
—También ha pasado un puma por aquí, pero ya hace bastante.
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Coop la miraba a ella, solo a ella. Por lo visto, no podía hacer otra cosa
con los rayos de sol moteando su rostro y aquellos ojos oscuros tan vivaces,
tan intensos.
—Vale, ¿cómo lo sabes?
—¿Ves esas marcas que parecen rasguños? Son de puma, pero antiguas,
probablemente de un macho marcando territorio durante el último período de
apareamiento. Se ha ido, al menos de momento. No se quedan con la hembra
ni con la familia. Follan y se largan. Muy propio de un macho.
—Respecto a lo de tu estudio informal…
Lil se echó a reír y chasqueó la lengua para azuzar la yegua.
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R
esultó fácil caer en una rutina cómoda. Días calurosos, trabajo duro y
tormentas repentinas. Lil pasaba con Coop casi todo el tiempo que tenía
libre, cabalgando o de excursión, bateando o montando en moto a toda
velocidad. Se tendía junto a él sobre la hierba y contaba estrellas, se sentaba a
orillas de un riachuelo y compartía con él la comida.
Y Coop no movía ficha.
Lil no lo entendía. En el caso de Jesse, había bastado una mirada un poco
más intensa que las demás para que el muchacho se abalanzara sobre ella. Lo
mismo había sucedido con Dirk Pleasant, y eso que se había limitado a
montar un par de veces con él en la noria de la feria el verano anterior.
Conocía la expresión que adquirían los ojos de un chico cuando pensaba
en una chica con cierta intención. Y juraría haber visto esa expresión en los
ojos de Coop al mirarla.
Así que, ¿por qué no se abalanzaba sobre ella? Estaba claro que había
llegado el momento de coger el toro por los cuernos.
Condujo la moto con cuidado casi hasta el final del camino de acceso a la
granja. Concentrada, mascullando entre dientes instrucciones al trazar la
curva y mientras regresaba al punto desde donde Coop la observaba.
Mantenía una velocidad decente solo porque, las pocas veces que había
pegado un acelerón, Coop se había enfadado mucho.
—Vale, ya he recorrido el camino de acceso seis veces. —Sintió deseos
de dar un acelerón pero se contuvo—. Tienes que dejarme sacarla a la
carretera, Coop. Venga, vamos a dar una vuelta.
—Has estado a punto de pegártela en la curva.
—«A punto» no cuenta.
—Para mi moto sí; aún la estoy pagando. Si quieres ir a dar una vuelta,
conduzco yo.
—Venga… —Lil se bajó de la moto, se quitó el casco y agitó la melena
deliberadamente antes de coger la Coca-Cola de Coop para beber un trago.
Intentó adoptar la mirada tórrida que tanto había ensayado ante el espejo—.
Solo un par de kilómetros…
Con una sonrisa, le resiguió el cuello con el dedo mientras se acercaba
más a él.
—Es una carretera muy recta…, y te prometo que me portaré bien.
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—¿Qué estás haciendo? —masculló Coop con los ojos entornados.
Lil ladeó la cabeza.
—Si me preguntas eso, significa que estoy haciendo algo mal.
No retrocedió ni apartó la mano que ahora se apoyaba liviana sobre el
pecho de Coop. El latido de su corazón se aceleró un poco; sin duda era buena
señal.
—Ten cuidado con cómo abordas a los tíos, Lil. No todos son como yo.
—Tú eres el único al que estoy abordando.
En los ojos de Coop centelleó una chispa de enfado… una reacción que
Lil desde luego no había esperado.
—No soy tu monigote de pruebas —espetó el joven.
—Esto no es ninguna prueba, pero ya veo que no estás interesado. —Con
un encogimiento de hombros, dejó la lata de Coca-Cola sobre el sillín de la
moto—. Gracias por la clase.
Agraviada y avergonzada, Lil echó a andar hacia la primera cancela del
ganado.
Suponía que a Coop solo le interesaban las chicas de ciudad con su
comportamiento de ciudad. El señor Nueva York. Bueno, pues vale, perfecto,
ella no necesitaba que…
De repente, Coop le agarró el brazo y la giró con tal rapidez que Lil chocó
contra él. El cuerpo de Coop temblaba de furia tanto como el de ella.
—Pero ¿se puede saber qué narices te pasa? —quiso saber Coop.
—¿Se puede saber qué narices te pasa a ti? No me dejas conducir tu
estúpida moto ni un par de kilómetros, no quieres besarme… Me sigues
tratando como si tuviera nueve años. Si no te intereso, deberías decírmelo en
vez de…
Coop tiró de ella hacia arriba y la besó. Tan fuerte, tan rápido… Nada que
ver con los otros, alcanzó a pensar Lil, mareada. Nada que ver con los otros
chicos.
Los labios de Coop eran ardientes, su lengua era veloz. Sintió que algo se
aflojaba en su interior, como si un nudo acabara de deshacerse, y cada
centímetro de su ser, por dentro y por fuera, relucía de luz y calor.
Era como si el corazón estuviera a punto de saltársele del pecho.
Lo apartó para poder recobrar el aliento.
—Espera, espera…
Los contornos de las cosas se veían exageradamente nítidos,
deslumbrantes. Quién necesita respirar, se dijo Lil antes de lanzarle de nuevo
a sus brazos con tal fuerza que los derribó a ambos.
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Lil le detenía el corazón. Coop habría jurado que los latidos se detenían
cuando perdió el mundo de vista y la besó. En aquel instante había sido como
la muerte, y de repente todo volvió a la vida con renovada intensidad.
Y ahora estaba rodando con ella sobre el camino de tierra y los hierbajos
espinosos que lo flanqueaban. Tenía una erección brutal, tanto que cuando Lil
apretó las caderas contra él, gimió de placer y tormento.
—¿Te duele? ¿Qué sientes? —farfulló Lil con voz entrecortada—.
Déjame tocar…
—No, por Dios.
Coop le agarró la mano para detener aquella exploración repentina e
inquieta. Si seguía por ese camino, no tardaría en correrle y avergonzarlos a
ambos.
Se incorporó hasta quedar sentado en el viejo camino, el corazón le
golpeaba entre los oídos.
—¿Qué estamos haciendo?
—Querías besarme. —Lil se sentó junto a él y lo miró con aquellos ojos
enormes, oscuros y profundos—. Y quieres más.
—Mira, Lil…
—Y yo también. Serás el primero. —Sonrió al ver que Coop se quedaba
mirándola con los ojos muy abiertos—. Contigo todo irá bien. Quería esperar
hasta asegurarme.
Coop parecía presa del pánico.
—Es algo que cuando está hecho no hay vuelta atrás.
—Tú quieres estar conmigo, y yo quiero estar contigo. Todo irá bien. —
Lil se inclinó hacia él y lo besó con cierta timidez—. Me ha gustado cómo me
has besado, así que todo irá bien.
Coop sacudió la cabeza, y la expresión de pánico se trocó en otra entre
divertida y perpleja.
—Se supone que soy yo el que tendría que intentar convencerte a ti para
que te acostaras conmigo.
—No podrías convencerme de nada que yo no quisiera.
—Eso por descontado.
Lil sonrió e inclinó la cabeza para apoyarla en su hombro. Pero de repente
se levantó de un salto.
—¡Dios mío! ¡Mira el cielo, mira hacia el norte!
El cielo se había convertido en un caldero hirviente. Coop levantó y le
tomó la mano.
—Entremos.
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—Está muy lejos. A muchos kilómetros. ¡Pero se extenderá! Es… ¡Mira!
De la masa oscura surgió un remolino en forma de embudo que se cernió
sobre la tierra como un dedo mortífero.
—Mis abuelos.
—No, está muy lejos y se dirige hacia el oeste, hacia Wyoming. Aquí
apenas hace viento.
—Pero puede dar la vuelta.
Mientras hablaba, vio que el tornado devoraba una hilera de árboles.
—Sí, pero no lo hará. Ya lo verás. Mira… Mira, Coop, ¿ves la pared de
lluvia? Es un arcoíris.
Ella veía el arcoíris, y él, el tornado negro surcando la llanura, pensó
Coop.
Suponía que esa diferencia entre ellos resultaba bastante significativa.
Delante de la puerta del dormitorio de Lil, Jenna respiró hondo varias veces
para hacer acopio de valor. La luz que se filtraba bajo la puerta indicaba que
Lil seguía despierta. Casi había deseado que, después de haber remoloneado
lo suficiente, ya hubiera apagado la luz.
Llamó y abrió cuando Lil le dijo que entrara.
Su hija estaba sentada en la cama, el cabello extendido alrededor de los
hombros, la cara lavada y un voluminoso libro en las manos.
—¿Ya estás estudiando?
—Es un libro sobre ecología y gestión de la fauna. Quiero estar preparada
para cuando empiecen las clases. Bueno…, de hecho, quiero ir por delante de
los demás —reconoció Lil—. Los estudiantes de primero tienen que ser muy
buenos para conseguir trabajos de campo como Dios manda. Así que seré
muy buena. Ya me ha entrado el gusanillo de la competitividad.
—Tu abuelo era igual. Ya se tratara de herraduras, de compraventa de
caballos, de política o de un juego de cartas, siempre quería ser el mejor.
Jenna se sentó en el borde de la cama. Es tan joven, pensó mientras
miraba a su hija. Una niña en muchos sentidos, pero al mismo tiempo…
—¿Te lo has pasado bien esta noche?
—Mucho. Ya sé que mucha gente de mi edad cree que los bailes de
pueblo son un rollo, pero a mí me parecen divertidos. Me gusta ver a todo el
mundo, y también veros bailar a papá y a ti.
—La música era buena… —Echó un vistazo al libro y vio lo que parecían
unas complicadas fórmulas algebraicas—. ¿Se puede saber qué es eso?
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—Ah, son ecuaciones para medir la densidad de población de las especies.
Mira, esta es una fórmula para determinar el cálculo combinado, y esta es la
media de cada zona. Y su varianza es la media de… —Se interrumpió y
sonrió al ver la cara de su madre—. ¿De verdad quieres saberlo?
—¿Recuerdas cuando te ayudaba con las divisiones largas?
—No.
—Pues ahí tienes la respuesta. En fin… No has bailado mucho esta noche.
—Nos apetecía escuchar la música, y se estaba tan bien fuera…
Y cada vez que entrabas, añadió mentalmente Jenna, ponías esa cara
aturdida y satisfecha propia de una chica que acaba de terminar una buena
sesión de besuqueo.
Por favor, Dios mío, que no sea más que eso.
—Tú y Cooper ya no sois solo amigos.
Lil se irguió un poco.
—No. Mamá…
—Ya sabes que lo queremos mucho. Es un chico estupendo, y sé que os
queréis mucho. También sé que ya no sois unos niños, y cuando uno siente
más que amistad, pasan cosas. Sexo —puntualizó tras obligarse a dejar de ser
una cobarde.
—No ha pasado nada… Todavía.
—Bien. Eso está muy bien, porque si pasa, quiero que los dos estéis
preparados y vayáis sobre seguro. —Metió la mano en el bolsillo y sacó una
caja de condones—. Que uséis protección.
—Oh —farfulló Lil, mirando la caja con la misma perplejidad que su
madre había experimentado ante las ecuaciones—. Oh. Uf…
—Algunas chicas consideran que es responsabilidad del chico. Pero mi
chica es inteligente y sensata, y siempre cuidará de sí misma y será
autosuficiente. Preferiría que esperaras, no puedo evitarlo. Pero si no esperas,
quiero que me prometas que tomarás precauciones.
—Lo haré, te lo prometo. Quiero estar con él, mamá. Cuando estoy con
él…, quiero decir, en su compañía, siento todas esas… cosas —dijo sin saber
cómo expresarlo—. En el corazón, en la barriga, en la cabeza. Todo tiembla y
casi no puedo respirar. Y cuando me besa es como… Uau. Así es como tiene
que ser. Quiero estar con él —repitió—. Él se contiene porque no sabe seguro
si estoy preparada. Pero lo estoy.
—Pues la verdad es que me tranquiliza mucho saber que no te está
presionando.
—Creo que más bien es al revés.
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Jenna lanzó una risita débil.
—Lil, ya hemos hablado de sexo, de tomar precauciones, de la
responsabilidad, de todas esas sensaciones. Y además te has criado en una
granja. Pero si tienes alguna duda o quieres hablar sobre cualquier cosa, ya
sabes que puedes hablar conmigo.
—Vale, mamá. ¿Sabe papá que me has dado estos condones?
—Sí, hemos hablado de ello. Ya sabes que también puedes hablar con él,
pero…
—Ya, ya…, un pero enorme. Resultaría incómodo.
—Para los dos. —Jenna le dio una palmadita en el muslo al tiempo que se
levantaba—. No te acuestes muy tarde.
—Vale. Mamá… gracias por quererme.
—No tiene mérito.
Ser autosuficiente, pensó Lil. Su madre tenía razón, como de costumbre,
concluyó mientras guardaba las provisiones. Una mujer debía tener un plan,
esa era la clave. Qué hacer, cuándo y cómo… Lil lo había dispuesto todo. Tal
vez Coop no estuviera al corriente, pero el factor sorpresa también era crucial.
Cargó las mochilas en la camioneta, agradecida por el hecho de que sus
padres hubieran ido al pueblo y por no tener que pasar por el trago de sus
advertencias, aunque fueran tácitas.
Se preguntó si los abuelos de Coop sabrían lo que pasaba, lo que
realmente pasaba. Había decidido no preguntárselo a su madre. Eso sí habría
resultado incómodo.
No importaba. Me da igual, pensó mientras conducía con las ventanillas
bajadas y el viento azotaba su rostro. Disponía de tres días libres.
Probablemente los últimos tres días libres seguidos que tendría en todo el
verano. Al cabo de unas semanas pondría rumbo al norte, a la universidad. Y
entonces daría comienzo otra fase de su vida.
No se marcharía hasta que hubiera apurado esta fase.
Había imaginado que estaría nerviosa, pero no era así. Emocionada,
contenta, eso sí, pero no nerviosa. Sabía muy bien lo que hacía…, al menos
en teoría, y estaba lista para pasar a la acción.
Subió el volumen de la radio y se puso a cantar mientras conducía a través
de las colinas, pasando por delante de granjas y pastos muy pulcros. Vio a
hombres arreglando vallas, ropa tendida al viento. No pudo evitar detenerse
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para sacar unas fotos y tomar algunas notas al divisar una manada de bisontes
bastante numerosa.
Llegó a la granja justo a tiempo para ver a Coop ensillando el caballo. Se
cargó una mochila a la espalda, cogió la segunda y lanzó un silbido.
—¿Qué es todo esto?
—Algunas sorpresas —respondió ella mientras Coop se acercaba para
ayudarla.
—Madre mía, Lil, parece suficiente para una semana entera. Pero si solo
estaremos fuera unas horas…
—Luego me darás las gracias. ¿Dónde están tus abuelos?
—Han tenido que ir al pueblo. Deben de estar a punto de llegar, pero me
han dicho que si lo teníamos todo listo no los esperáramos.
—Te aseguro que yo estoy lista —afirmó Lil, henchida por el secreto que
guardaba—. Ah, por cierto, hoy he hablado con mi compañera de habitación.
—Lil comprobó las cinchas de la silla de la yegua—. Ya tenemos compañeras
asignadas en la residencia, y me ha llamado para conocerme. Es de Chicago y
estudiará zoología y cría de animales. Creo que nos llevaremos bien. Eso
espero; nunca he compartido habitación.
—Pues ya te queda poco.
—Sí —Lil montó—, me queda poco. ¿Te cae bien tu compañero de
habitación?
—Se ha tirado dos años fumado y sin molestar.
—Espero hacer amigos. Algunas personas hacen amigos en la universidad
que les duran toda la vida. —Avanzaban a paso tranquilo, sin prisa alguna,
bajo el manto azul del cielo—. ¿Tú fumabas?
—Un par de veces, y con eso me bastó. Era lo que todo el mundo hacía, y
la marihuana estaba ahí mismo, al alcance de la mano. Y el tío se ponía en
plan «Venga, chaval, pétalo, hombre» —canturreó Coop con una voz
exagerada de fumeta que hizo reír a Lil—. Así que, ¿por qué no? Pero luego
me entró un hambre de mil demonios y mucho dolor de cabeza. No merece la
pena.
—¿Y volverás a tenerlo de compañero este semestre?
—Lo han expulsado por suspenderlas todas, qué sorpresa.
—Vaya, pues tendrás que acostumbrarte a otro.
—No voy a volver.
—¿Qué?
Lil tiró de las riendas para detener al caballo y mirar a Coop, pero él
siguió, de modo que azuzó a la yegua para darle alcance.
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—¿Cómo que no vas a volver? ¿Adónde? ¿Al este?
—No, a la universidad. Lo dejo.
—Pero si solo… pero si aún te falta… ¿Qué ha pasado?
—Nada, por eso. No me lleva a ningún lado, y eso no lo quiero. Todo el
rollo de la preparatoria para la facultad de Derecho fue idea de mi padre.
Pagará mientras haga las cosas a su manera. Pero ya no estoy dispuesto a
hacer las cosas a su manera.
Lil conocía los signos: el endurecimiento de la mandíbula y el destello en
los ojos. Conocía el genio de Coop y sabía cuándo estaba furioso.
—No quiero ser abogado, y menos aún el títere de una empresa con traje
italiano en que quiere convertirme. Maldita sea, Lil, me he pasado la primera
mitad de mi vida intentando complacerle, intentando que se fijara en mí,
intentando importarle algo, joder. ¿Y qué he conseguido? La única razón por
la que me paga la universidad es porque no le queda otro remedio, pero tiene
que ser a su manera. Y se cabreó porque no entré en Harvard. Madre mía, si
hubiera podido…
—Podrías haber entrado en Harvard si hubieras querido.
—No, Lil —replicó él, exasperado—. Tú sí que podrías haber entrado. Tú
eres el genio, la alumna brillante.
—Eres inteligente.
—Pero no tengo esa clase de inteligencia académica. No me va mal,
pero… lo odio, Lil. Lo odio, joder.
Triste y furioso, pensó Lil. De nuevo se apreciaba en su mirada la tristeza
y la furia de tiempos pasados.
—Nunca me lo habías dicho…
—¿Y para qué? Me sentía atrapado. Mi padre es capaz de hacerte creer
que no tienes elección, de que él siempre tiene razón y tú siempre estás
equivocado. Y, Dios mío, sabe muy bien cómo conseguir que te conformes.
Por eso es tan bueno en su trabajo. Pero yo no quiero hacer su trabajo. No
quiero ser como él. Empecé a pensar en todos los años que tendría que
invertir para convertirme en algo que no quiero ser y… No, se acabó.
—Ojalá me lo hubieras contado antes. Me habría gustado que me contaras
lo mal que estabas. Podríamos haber hablado de ello.
—Puede, no sé. Pero lo que sí sé es que todo este rollo tiene que ver con
él, no conmigo. Con él y con mi madre, con su eterna guerra, la eterna
búsqueda de las apariencias perfectas. Eso también se acabó.
El corazón de Lil sufría por él.
—¿Te peleaste con tus padres antes de venir?
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—Yo no lo llamaría pelea. Dije algunas cosas que quería decir y recibí un
ultimátum: o me quedaba y trabajaba en el bufete familiar durante el verano o
me cortaba el suministro. El económico, claro, igual que me ha cortado todos
los demás suministros desde que era pequeño.
Vadearon un riachuelo en silencio, solo se oía el chapoteo de los cascos
en el agua. Lil no podía imaginar a sus padres dándole la espalda en ningún
sentido.
—Por eso has venido.
—Tenía pensado venir de todos modos. Tengo bastante dinero para una
casa. No necesito gran cosa. De todas formas, no pensaba volver a vivir con
mi madre. No tengo intención de volver jamás.
En el pecho de Lil se hinchó una pequeña burbuja de esperanza.
—Podrías quedarte aquí, con tus abuelos. Eso ya lo sabes. Podrías ayudar
en la granja, ir a la universidad aquí y…
Cuando Coop se volvió hacia ella, Lil sintió que la burbuja estallaba y se
desvanecía.
—No voy a volver a la universidad, Lil. No me va. Para ti es distinto.
Desde el día que viste aquel puma sabes lo que vas a estudiar, lo que vas a
hacer. Y decidiste perseguir felinos en lugar de voleas.
—No sabía que fueras tan desgraciado. Entiendo que no querías estudiar
Derecho y que tu padre fue injusto al presionarte tanto, pero…
—No se trata de ser injusto —la interrumpió Coop con un encogimiento
de hombros, el gesto de un joven demasiado acostumbrado a la injusticia para
preocuparse por ella—. No se trata de eso y a partir de ahora, tampoco se trata
de él. Se trata de mí. Todo ese rollo de la universidad no tiene nada que ver
conmigo.
—Y quedarte aquí tampoco, ¿verdad?
—Creo que no, al menos de momento, al menos ahora. No sé con
seguridad lo que quiero. Quedarme aquí sería lo más fácil. Tengo casa, un
plato en la mesa, un trabajo que se me da bastante bien, familia, a ti…
—Pero…
—Pero sería como sentar la cabeza antes de saber lo que quiero. Antes de
hacer algo. Aquí soy el nieto de Sam y Lucy. Quiero ser yo mismo. Me he
matriculado en la escuela de policía.
—¿La escuela de policía? —Lil no se habría sorprendido más si la hubiera
tirado del caballo—. ¿Y de dónde has sacado esa idea? Nunca me habías
dicho que quisieras ser policía.
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—Hice un par de asignaturas sobre orden público y una de criminología.
Son las únicas que me han gustado en estos dos años de mierda. Lo único que
se me daba bien. He presentado la solicitud y tengo suficientes créditos para
entrar; cuando empiece, tendré veinte años. Son seis meses de formación, y
tengo la sensación de que se me dará bien, así que voy a intentarlo. Necesito
algo que sea mío. No sé cómo explicarlo.
Yo soy tuya, pensó ella, pero sin expresarlo en voz alta.
—¿Se lo has dicho a tus abuelos?
—Todavía no.
—Trabajarás en Nueva York.
—De todos modos habría seguido yendo a la universidad en el este —le
recordó Coop—. Y si todo el mundo menos yo se hubiera salido con la suya,
ahora mismo estaría trabajando en el bufete de mi padre. Y llevaría traje cada
puto día. Pero ahora voy a hacer algo para mí o al menos voy a intentarlo.
Imaginaba que lo comprenderías.
—Y lo comprendo. —Ojalá no lo comprendiera; lo quería allí con ella—.
Solo es que… está tan lejos…
—Vendré cuando pueda, en cuanto pueda. Tal vez en Navidad.
—Y yo podría ir a Nueva York, quizá en las vacaciones semestrales o…
el verano que viene.
Parte de la tristeza se esfumó del rostro de Coop.
—Te lo enseñaría todo. Hay mucho que ver y qué hacer. Y tendré mi
propio piso. No será gran cosa, pero…
—Eso no importa.
Se las apañarían, pensó Lil. No podía sentir lo que sentía por Coop, por su
relación, y no hacer lo posible por que funcionara.
—En Dakota del Sur también hay policías —prosiguió con una sonrisa
valiente—. Algún día podrías convertirte en sheriff de Deadwood.
Coop se echó a reír.
—Primero tendré que aguantar en la escuela. Mucha gente abandona.
—Tú no abandonarás. Lo harás genial. Ayudarás a la gente y resolverás
delitos, y yo estudiaré, me licenciaré y salvaré animales salvajes.
Y encontrarían el modo de estar juntos, se dijo.
Lil lo llevó al lugar que había elegido. Quería que todo fuera perfecto. El día,
el lugar, el momento… No podía permitir que la incertidumbre del futuro se
interpusiera en su camino.
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El sol se filtraba entre los árboles y centelleaba en las veloces aguas del
río, donde las julianas color violeta se balanceaban con la leve brisa. Otras
flores silvestres se mostraban en todo su esplendor al sol y a la sombra, y los
trinos de los pájaros proporcionaban la única música necesaria.
Desmontaron y ataron los caballos. Lil abrió la mochila.
—Primero deberíamos montar la tienda.
—¿La tienda?
—Quería que fuera una sorpresa. Tenemos dos días. Tus abuelos y mis
padres están de acuerdo. —Dejó la mochila en el suelo y puso ambas manos
sobre el pecho de Coop—. ¿Te parece bien?
—Hacía mucho que no salíamos de acampada. La última vez, tu padre y
yo compartimos tienda. —Escudriñó el rostro de Lil y le frotó los brazos—.
Las cosas han cambiado, Lil.
—Lo sé. Por eso estamos aquí con una sola tienda y un solo saco de
dormir. —Se acercó aún más a él y lo besó suavemente con los ojos abiertos
—. ¿Quieres estar conmigo, Cooper?
—Ya sabes que sí.
La atrajo hacia sí y la besó con una pasión repentina que le quemo el
vientre.
—Dios mío, Lil, ya sabes que sí. No tiene sentido que te pregunte si estás
segura, si estás preparada. Siempre estás segura, pero… no estamos
preparados. Una tienda no bastará para lo que estamos hablando. Al menos no
la clase de tienda que llevas en la mochila.
Aquello la hizo reír y abrazarlo con más fuerza.
—Tengo una caja de tiendas.
—¿Cómo dices?
—Condones. Llevo una caja de condones. Nunca voy de acampada sin
estar preparada.
—Una caja. Vaya, entonces el que llevo en la cartera parece que no será
necesario y…, vale, gracias, Señor, pero… ¿de dónde narices has sacado una
caja de condones?
—Me la dio mi madre.
—¿Tu…? —Coop cerró los ojos, desistió y se sentó sobre una roca—. A
ver: ¿tu madre te da una caja de condones y luego te da permiso para que
vengas aquí conmigo?
—De hecho, me los dio hace una semana y me hizo prometer que estaría
segura y que tomaría precauciones. Se lo prometí, estoy segura y tomaré
precauciones.
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Coop, un poco pálido, se restregó las manos contra las rodillas de los
vaqueros.
—¿Lo sabe tu padre?
—Claro que lo sabe. No está en casa cargando la escopeta, Coop.
—Es que me resulta muy raro. Y ahora estoy nervioso, maldita sea.
—Pues yo no. Ayúdame a montar la tienda.
Coop se levantó, y juntos montaron la tienda, pequeña y ligera, con
rapidez y eficacia.
—Para ti no es la primera vez, ¿verdad? —le preguntó Lil.
Coop se volvió hacia ella.
—Supongo que no te refieres a ir de acampada. No, no es la primera vez.
Pero nunca lo he hecho con alguien que… nunca lo ha hecho. Probablemente
te dolerá, y no sé si las chicas sienten algo la primera vez.
—Bueno, ya te contaré. —Lil alargó la mano y se la posó sobre el
corazón, pensando que sin duda latía por ella; no podía ser de otro modo—.
Podríamos empezar ahora.
—¿Ahora?
—Bueno, primero espero que me ayudes a entrar en calor. He traído una
manta de más. —La sacó de la mochila—. Y puesto que llevas un condón en
la cartera, podríamos empezar con ese. Si no lo hacemos ya, no podremos
pensar en otra cosa.
Con firmeza y sin vacilación alguna, Lil le tomó la mano.
—Podrías tumbarte aquí conmigo y besarme un rato.
—Eres única.
—Enséñame, ¿quieres? Eres el único que quiero que me enseñe.
Coop la besó de pie bajo el sol, junto a la manta, y puso lo más suave y
delicado que había en él en aquel beso.
Sabía que Lil tenía razón. Debía pasar allí, en el mundo que les pertenecía
a ambos, el mundo que los había unido para siempre.
Se arrodillaron uno frente al otro, y Lil suspiró sobre los labios de él.
Coop le acarició el pelo, la espalda, el rostro y por fin los pechos. Los
había tocado en otras ocasiones, había sentido el latido de su corazón
desbocado contra su mano al tocarla. Pero aquello ira distinto. Aquello era el
preludio.
Le quitó la camisa y vio la sonrisa en sus ojos cuando ella se la quitó a él.
Lil contuvo el aliento cuando Coop le desabrochó el sujetador. Cerró los ojos
al sentir por primera vez el contacto de Coop sobre la piel desnuda.
—Vaya, desde luego esto me está haciendo entrar en calor.
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—Eres como… —Coop buscó las palabras adecuadas mientras le
envolvía los pechos con las manos y le acariciaba los pezones con los
pulgares—. Como polvo de oro.
—Todavía no lo has visto todo. —Lil abrió los ojos para mirarlo de hito
en hito—. En mi interior están cobrando vida cosas que no sabía ni que
existían. Todo es un puro hormigueo abrasador. —Alargó las manos y las
deslizó sobre el pecho de Coop—. ¿A ti le pasa lo mismo?
—Sí, solo que yo sí sabía que existían. Lil…
Coop inclinó la cabeza y le besó el pecho. Su sabor lo inundó, su gemido
de asombro y placer le encendió la sangre.
Lil lo rodeó con los brazos para apretarlo más contra sí y no lo soltó
cuando ambos cayeron sobre la manta.
No había imaginado que sería tan intenso. Tempestades, oleadas
estremecimientos. Nada de lo que había leído, ni los libros de texto ni las
novelas la habían preparado para lo que estaba sucediendo en su cuerpo.
Su mente pareció apartarse de ella, liberarla para dar prioridad absoluta a
las sensaciones.
Deslizó los labios por el hombro de Coop, su cuello, su rostro, se rindió a
la necesidad de nutrirse de él. Cuando la mano de Coop descendió por su
vientre y forcejeó con el botón de los vaqueros, Lil se estremeció. Y pensó:
Sí. Sí, por favor.
Cuando intentó hacer lo propio con él, Coop se apartó.
—Tengo que… —farfulló con voz entrecortada mientras sacaba la cartera
—. Luego puede que me olvide, que deje de pensar.
—Vale. —Lil se tumbó de espaldas y se tocó los pechos—. Todo me
parece diferente ya. Creo que… Oh —exclamó con los ojos muy abiertos
cuando Coop se quitó los vaqueros—. Madre mía…
Coop le lanzó una mirada de soslayo, embargado por un orgullo viril
primitivo ante su reacción, mientras rasgaba el envoltorio del preservativo.
—Me irá bien.
—Ya sé cómo funciona, pero… déjame.
Lil se incorporó para tocarlo antes de que pudiera ponerse el condón.
—Joder, Lil.
—Es suave —murmuró mientras la recorría otra oleada de calor—. Dura
y suave. ¿La sentiré así dentro de mí?
—Sigue preguntándotelo, porque aún te queda un rato para descubrirlo.
Con la respiración entrecortada, Coop le agarró la muñeca y le apañó la
mano para poder concentrarse en el condón.
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—Déjame a mí —musitó al tiempo que se inclinaba sobre ella—. Déjame
hacer a mí esta primera vez.
La besó durante largo rato, besos largos, lentos y profundos, esperando
que no le fallara la intuición. Lil parecía derretirse bajo su cuerpo, y cuando
deslizó la mano hacía abajo, se estremeció entre sus brazos.
Ya estaba húmeda, y sentirla estuvo a punto de hacerle perder el control.
Rogando por conservarlo, deslizó un dedo en su interior. Lil arqueó las
caderas y le clavó los dedos en la espalda.
—Dios mío, Dios mío.
—Es bueno. —Caliente, suave, húmedo. Lil—. ¿Te gusta?
—Sí. Sí. Es…
Lil sintió que algo se elevaba y se llevaba consigo su aliento. Coop la
besaba y volvía a besarla, la atrapaba y la volvía a soltar. Arqueó la espalda
para encontrar más. Y otra vez, y otra.
Esto, pensó. Esto.
Flotando en una nube ardiente, percibió que Coop se movía y se apretaba
contra su centro. Abrió los ojos, intentó enfocar la mirada y escudriñó la
intensidad de aquellos ojos azul cristal.
Dolía. Por un instante, el dolor se impuso al placer, y Lil se puso rígida.
—Lo siento. Lo siento.
Lil no sabía si Coop tenía intención de parar o seguir, pero sí sabía que se
hallaba al borde de algo inimaginable. Lo aferró por las caderas y elevó el
cuerpo para encontrarlo, para conocerlo.
De nuevo el dolor, otra oleada punzante y abrasadora… y luego lo sintió
dentro de ella. Con ella.
—Cabe —consiguió articular.
Coop dejó caer la cabeza sobre su hombro y lanzó una risita jadeante.
—Dios mío, Lil. Dios mío. Creo que ya no puedo parar.
—¿Y quién te ha pedido que pares?
De nuevo le clavó los dedos, arqueó una vez más la espalda y lo sintió
moverse en su interior.
Coop tembló sobre ella de tal modo que tuvo la sensación de que la tierra
se estremecía. En el interior de Lil, todo se abrió, todo se llenó, y entonces lo
supo.
Gritó de placer como no había gritado de dolor y cabalgó con él en la
cresta de la ola.
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J
ugaron en el río, se lavaron en el agua fresca y se excitaron mutuamente
hasta quedar sin aliento.
Mojados y medio desnudos, se abalanzaron como un par de lobos
hambrientos sobre la comida que Lil había llevado. Luego, con los caballos
atados y dormitando, se colgaron unas mochilas pequeñas a la espalda para
hacer una pequeña excursión.
A Lil todo le parecía más brillante, más claro y más intenso.
Se detuvo bajo la protección de los pinos y señaló unas huellas.
—Manadas de lobos. Los felinos compiten con ellos por las presas. Por lo
general no se molestan unos a otros. Hay mucha caza, así que…
Coop hizo ver que le daba un puñetazo en el vientre.
—Sabía que habías elegido este camino por algún motivo.
—Quería saber si la hembra a la que vi cubre esta zona. Probablemente
está más al oeste, pero es un buen territorio, como te dirían los lobos si
pudieran. Vamos a construir un refugio.
—¿Para qué?
—Para todos ellos. Para los animales amenazados, heridos y maltratados.
Para aquellos a los que la gente compra o capturan como mascotas exóticas y
luego se dan cuenta de que no pueden quedárselos. Todavía estoy intentando
convencer a mi padre, pero al final lo conseguiré.
—¿Aquí, en las colinas?
Lil asintió con firmeza.
En «Paha Sapa», Colinas de Negro en el idioma de los indios lakota, un
lugar sagrado. Me parece el sitio ideal, sobre todo para lo que quiero hacer.
—Es tu lugar —convino él—. Así que, en efecto, parece el sitio ideal pero
también parece un proyecto muy ambicioso.
—Lo sé. He consultado cómo se han construido otros refugios, como
funcionan, qué se necesita… Me queda mucho por aprender. Parte del
territorio pertenece al Parque Nacional, lo cual podría ser una ventaja.
Necesitamos financiación, un plan y ayuda. Probablemente mucha ayuda —
reconoció.
Se detuvieron en el camino de un mundo que ambos conocían, aunque
Coop tenía la sensación de que se hallaban en una encrucijada.
—Tú también has estado pensando mucho, por lo que veo.
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—Sí. Voy a preparar el proyecto en la universidad. Espero poder construir
una maqueta y aprender lo suficiente para hacerlo realidad. Es lo que quiero
hacer. Quiero contribuir a proteger todo esto, quiero aprender y enseñar. Papá
sabe que nunca seré ganadera. Supongo que siempre lo ha sabido.
—En eso eres muy afortunada.
—Ya lo sé. —Deslizó la mano por el brazo de Coop hasta entrelazar los
dedos con los de él—. Si decides que ser policía de Nueva York no es lo tuyo,
siempre puedes volver y echarnos una mano.
Coop sacudió la cabeza.
—O hacerme sheriff de Deadwood.
—No quiero perderte, Coop —murmuró Lil al tiempo que lo abrazaba.
De modo que también ella lo sentía, pensó mientras la estrechaba con más
fuerza.
—No podrás librarte de mí.
—No quiero estar con nadie más que contigo. No quiero a nadie más que
a ti.
Coop ladeó la cabeza para descansar la mejilla sobre la cabeza de Lil y
contempló las huellas que habían dejado atrás.
—Volveré. Siempre volveré.
Lil se dijo que en ese momento estaban juntos e intentó aferrarse a ese
pensamiento con la misma fuerza con la que se aferraba a él. Haría que
volviera si era necesario. Que volviera junto a ella, al lugar donde era feliz.
Algún día, años más tarde, volverían a pasear por aquel bosque. Juntos.
Mientras regresaban al campamento, Lil desterró de su mente todo lo que
mediaba entre el presente y aquel futuro.
Aquella noche, bajo el firmamento salpicado de estrellas, oyó el alarido
del puma mientras yacía en los brazos de Coop.
Mi talismán, pensó. Mi amuleto de la buena suerte.
No entendía por qué tenía tantas ganas de llorar, así que sepultó el rostro
en el hombro de Coop y permaneció muy quieta hasta que logró conciliar el
sueño.
Jenna miraba por la ventana. El calor bochornoso y el tinte que estaba
cobrando el cielo al este, violáceo como un moratón, indicaban tormenta.
Habría otras tormentas y otros moratones, pensó mientras observaba a su hija
y al chico al que amaba volver cabalgando desde las vallas que habían
comprobado con Joe y Sam.
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Incluso a aquella distancia podía ver qué eran amantes. Amantes tan
nuevos, tan jóvenes… Lo único que veían era el cielo azul del verano, no las
tormentas inminentes.
—Le romperá el corazón.
—Ojalá pudiera decir que no es cierto.
A su espalda, Lucy le apoyó una mano en el hombro y miró con ella por la
ventana.
—Lil cree que todo saldrá como ella quiere, como planea. Que las cosas
siempre serán como son ahora. No puedo decirle que no será así; no me
creería.
—Cooper la quiere.
—Ya lo sé. Lo sé. Pero se marchará, y ella también. Tienen que
marcharse. Y Lil nunca volverá a ser la misma. Eso tampoco puede evitarse.
—Teníamos esperanzas de que Cooper se quedara. Cuando nos contó que
no pensaba volver a la universidad, me dije que… bueno, perfecto. Se podría
quedar aquí y algún día se haría cargo de la granja. Pero apenas tuve tiempo
de pensarlo, y de pensar que quizás se habría tomado los estudios de otra
forma si su padre no lo hubiera presionado tanto, cuando nos contó sus
planes.
—La escuela de policía. —Jenna dio la espalda a la ventana para observar
a su amiga—. ¿Qué opinas tú de eso, Lucy?
—Me asusta un poco, la verdad. Espero que encuentre su camino, algo de
lo que se sienta orgulloso. No puedo decirle nada más, lo mismo te pasa a ti
con Lil.
—Mi mayor temor es que Coop le pida que se vaya con él, y Lil lo haga.
Es joven, está enamorada y… bueno, no tiene miedo. Así son los chicos de su
edad. —Jenna fue a coger la jarra de limonada para ocuparse con algo—.
Podría dejarse llevar por el corazón, y aquello está tan lejos… No hablo solo
de kilómetros…
—Lo sé. Recuerdo cuando mi Missy huyó de aquí como si la tierra
quemara. —Tan a sus anchas en la cocina de Jenna como en suya, Lucy sacó
unos vasos de la alacena—. Coop no es como su madre, desde luego. Y tu
hija tampoco. Missy nunca pensó en nadie aparte de sí misma. Creo que nació
así. No era mala, ni siquiera dura, simplemente los demás le importaban un
pimiento. Lo único que quería era salir de aquí.
Se llevó la limonada a la ventana y bebió un sorbo mientras miraba
afuera.
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—Puede que nuestros chicos quieran cosas distintas, pero una parte de lo
que quieren está aquí. Tu niña tiene planes, Jenna. ¿Y mi chico? Bueno, está
intentando hacer algunos.
—No sé si uno llega a superar jamás el primer amor. Joe fue el mío, así
que nunca he tenido que sobreponerme a él. Pero detesto saber que Lil va a
sufrir. Que ambos van a sufrir.
—Nunca se separarán del todo. Los unen demasiadas cosas. Pero en fin,
de momento no podemos hacer nada más que estar aquí. Se acerca la
tormenta.
—Lo sé.
El viento soplaba con una fuerza brutal, precediendo la lluvia. Los
relámpagos surcaban las colinas en sobrecogedores latigazos azules y
blancos. Uno de ellos alcanzó un chopo en el pasto más próximo y lo partió
con la precisión de un hacha. El ozono impregnaba el aire como una poción
de brujas.
—Es potente —constató Lil husmeando el aire desde el porche trasero.
En la cocina, los perros gemían; los imaginó acurrucados bajo la mesa.
Sabía que podía pasar tan rápido como había llegado. O azotar la zona y
hacer verdaderos estragos. Granizo que golpearía los cultivos y el ganado,
vientos huracanados que los destrozarían. En las colinas y los desfiladeros, los
animales se refugiarían en madrigueras y guaridas, en cuevas, matorrales y
hierbas altas. Al igual que los humanos se refugiaban en casas y coches.
La cadena alimentaria no significaba nada para la naturaleza.
El estruendo ensordecedor de un trueno se alargó durante varios segundos,
resonó por todo el valle y lo sacudió.
—Esto no lo verás en Nueva York.
—También hay tormentas eléctricas en el este.
Lil se limitó a menear la cabeza mientras contemplaba el espectáculo.
—No como esta. Las tormentas en la ciudad no son más que un estorbo.
Esto es espectáculo y aventura.
—Intenta parar un taxi en Manhattan en medio de una tormenta. Cariño,
te aseguro que eso sí es una aventura. —Coop se echó a reír y le tomó la
mano—. Pero tienes razón. Esto son entradas de primera categoría.
—Ya llega la lluvia.
La lluvia llegó en cortinas vertiginosas. Lil la siguió con la mirada
mientras el mundo enloquecía bajo su rugido palpitante y titánico.
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Lil se volvió hacia él, lo estrechó entre sus brazos y lo besó con la furia y
potencia de la tormenta. La lluvia los golpeaba, gotas duras como guijarros
que el viento empujaba bajo el tejado del porche. Rugió otro trueno
ensordecedor. El carillón de viento colgado sobre la puerta tintineaba
enloquecido, como la campaña de llamada a las comidas.
Por fin Lil se apartó, pero no sin antes añadir al beso un mordisco
juguetón.
—Cada vez que oigas un trueno te acordarás de esto.
—Necesito estar a solas contigo. En alguna parte. En cualquier parte.
Lil se volvió hacia la ventana de la cocina. Sus padres y los Wilks
montaban guardia en el porche delantero, mientras que ella y Coop habían
elegido el trasero.
—¡Deprisa! ¡Corre!
Con una carcajada, Lil tiró de él hacia la lluvia y el viento. Empapados de
inmediato, corrieron hacia el granero.
Un relámpago dividió el cielo con un siseo eléctrico. Juntos abrieron la
puerta del granero y entraron dando tumbos y sin liento. En los establos, los
caballos se removían inquietos mientras la lluvia golpeteaba el tejado y los
truenos rugían.
En el pajar, Lil y Coop se quitaron la ropa empapada y se unieron con
frenesí.
Aquel iba a ser su último día juntos. Cuando se acercara a su fin, Coop se
despediría de Joe y Jenna, y luego, como pudiera, también de Lil.
No era la primera vez que se despedía de ella, pero sabía que esta vez
sería más difícil. Esta vez, más que nunca, tomarían rumbos distintos desde
aquella encrucijada.
Como tantas otras veces, cabalgaron hacia el lugar que se había
convertido en su rincón. El riachuelo de aguas rápidas al borde del pinar
donde bailaban las flores silvestres.
—Sigamos un poco más. Luego volveremos —propuso Lil—, pero si nos
quedamos aquí, será la última vez, así que sigamos un poco más.
—Quizá pueda venir por Acción de Gracias. No falta tanto.
—No, no falta tanto.
—En Navidad seguro.
—En Navidad seguro. Yo me voy dentro de ocho días.
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No había empezado a hacer las maletas, todavía no. Esperaría hasta que
Coop se hubiera ido. Era una especie de símbolo. Mientras él siguiera allí,
todo permanecía. Todo era sólido y conocido.
—¿Estás nerviosa? Por la universidad, quiero decir.
—No, no estoy nerviosa. Tengo curiosidad, eso sí. En parte tengo muchas
ganas de ir, de empezar, de descubrir cómo es. Pero en parte quiero detenerlo
todo. No quiero pensar en eso hoy. Dejémoslo estar.
Alargó la mano y tomó la de Coop. Siguieron caminando en un silencio
lleno de preguntas para las que ninguno de los dos tenía respuesta.
Pasaron ante una pequeña cascada crecida por las tormentas estivales y
atravesaron un prado verdeante por el verano. Resuelta a no caer en la
melancolía, Lil sacó la cámara.
—¡Eh!
Coop sonrió cuando Lil lo enfocó. Con los caballos en paralelo, extendió
el brazo para fotografiarlos a ambos.
—Seguro que nos has cortado la cabeza.
—Ya verás cómo no. Te enviaré una copia. Coop y Lil en medio de la
nada. A ver qué les parece a tus nuevos amigos policías.
—Te mirarán y pensarán que soy un tío con suerte.
Enfilaron un sendero que discurría entre árboles altos y grandes rocas, con
unas vistas que parecían abarcar hasta el fin del mundo. Lil se detuvo de
repente.
—Por aquí ha pasado el puma. Las lluvias han borrado casi todas las
huellas, pero hay marcas en los árboles.
—¿Tu hembra?
—Puede. No estamos lejos de donde la vi aquel día.
Hace dos meses, pensó. Los cachorros ya estarían destetados y serían lo
bastante grandes para que mamá los llevara con ella de caza.
—Quieres intentar rastrearla.
—Solo un poco. De todas formas, no sé si seré capaz. Ha llovido mucho
estos últimos días. Pero si tiene un territorio, podría estar en la zona donde la
vi la primera vez. Sería una señal de buena suerte —concluyó de pronto—
que los dos la viéramos el último día que pasas aquí, como pasó el primero.
Coop llevaba el rifle por si las moscas, aunque no lo mencionó; Lil no le
parecería bien.
—Vamos.
Lil iba delante y buscaba rastros mientras los caballos avanzaban a paso
lento.
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—Ojalá se me diera mejor esto de rastrear.
—Ya lo haces tan bien como tu padre. Quizá incluso mejor.
—No sé yo… Tenía intención de practicar mucho más este verano —le
dedicó una sonrisa—, pero por alguna razón no me ha dado tiempo. Los
matorrales, las rocas… Allí se escondería para cazar. Y no sé si… —Calló de
repente y guio el caballo hacia la derecha—. Excrementos. Son de puma.
—Pues a mí me parece que si eres capaz de distinguir un montón de
mierda de otro es que sabes rastrear de maravilla.
—Nociones básicas de rastreo. No son muy frescos. De ayer o anteayer.
Pero esto forma parte de su territorio, y si no del suyo, probablemente del de
otra hembra. Sus territorios pueden coincidir en parte.
—¿Y por qué no un macho?
—Porque por lo general se mantienen alejados de las hembras hasta el
apareamiento. Y entonces se ponen en plan «Eh, cariño, sabes muy bien que
me deseas. Claro que te quiero. Claro que te respetaré mañana». Se las tiran y
si te he visto no me acuerdo.
Coop entornó los ojos cuando ella sonrió.
—No respetas en absoluto a nuestro género.
—Bueno, no sé, algunos especímenes no estáis tan mal. Además, tú me
quieres.
En cuanto las palabras brotaron de sus labios, Lil se irguió en la silla.
Comprendió que no podía retirarlas y se volvió para mirarlo a los ojos.
—¿Verdad?
—Nunca he sentido por nadie lo que siento por ti —aseguró él con una
sonrisa—. Y siempre te respeto a la mañana siguiente.
En lo más hondo de la mente de Lil anidaba el pensamiento persistente de
que aquello no bastaba. Quería escuchar las palabras, sentir su poder. Pero no
estaba dispuesta a pedírselas.
Siguió adelante, en dirección a la pradera donde había visto al puma abatir
a la cría. Encontró otros indicios, más arañazos en los árboles. Puma y ciervo.
Matorrales aplastados por una manada de ciervos mula.
Pero cuando llegaron a la hierba alta comprobaron que ningún animal
deambulaba ni pastaba por allí.
—Bonito lugar —observó Coop—. ¿Seguimos estando en vuestras
tierras?
—Sí, por poco —repuso Lil mientras paseaba la mirada por el paisaje.
Avanzó entre la hierba hacia los árboles adonde el puma había arrastrado
a su presa aquel día.
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—Mi madre dice que antes había osos por aquí, pero que el hombre acabó
con ellos. Todavía hay pumas y lobos, pero cuesta encontrarlos. Las Colinas
Negras son un crisol biológico. Aquí tenemos especies que son comunes en
muchas zonas.
—Como un bar de ligoteo.
Lil lanzó una carcajada.
—Tendré que creerlo. La cuestión es que nos quedamos sin osos. Si
pudiéramos… Mira, sangre.
—¿Dónde?
—En ese árbol. Y también en el suelo. Parece seca.
Lil se dispuso a desmontar.
—Espera. Si esto es una zona de caza, la hembra podría estar cerca. Y si
tiene cachorros, no se alegrará mucho de verte.
—¿Por qué hay sangre en el árbol? ¿Y tan arriba? —Lil sacó la cámara y
se acercó—. Podría haber cazado un alce o un ciervo, supongo, y quizá la
presa se resistió o chocó contra el árbol… pero no lo parece.
—¿Y sabes qué aspecto tendría el árbol si hubiera pasado eso?
—Me lo imagino. —Lil se volvió y vio el rifle—. No quiero que le
dispares.
—Ni yo.
Nunca había disparado contra otra cosa que no fueran dianas, y no quería
disparar contra un ser vivo, mucho menos contra el puma de Lil.
Con el ceño fruncido, Lil volvió a concentrarse en el árbol, lo iluminó y
luego se fijó en el suelo.
—Parece que arrastró la presa hacia allí. ¿Ves el aspecto de los
matorrales? Y hay más sangre. —Se agachó y golpeteó el suelo—. Y hay más
sangre en el suelo y en los matorrales. Creía que se había llevado a la cría de
bisonte más hacia el este. Puede que tuviera que cambiar de guarida o tal vez
sea otro puma. Sigue hablando y mantente alerta. Mientras no la
sorprendamos ni los amenacemos, a ella o a sus cachorros, no se fijará en
nosotros.
Continuó avanzando en un intento de seguir los indicios. Tal tomo había
dicho, el camino era agreste en aquella zona, escarpado y rocoso. No le
sorprendió ver señales de excursionistas y se pregunto si el puma se habría
trasladado para rehuirlos.
—Más excrementos. Frescos —comentó antes de volverse hacia él con
una sonrisa de oreja a oreja—. La estamos rastreando.
—Genial.
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—Si pudiera hacerle una foto con las crías… —Se detuvo y husmeó el
aire—. ¿Hueles eso?
—Ahora sí. Algo muerto. —Cuando Lil echó a andar de nuevo, la asió del
brazo—. Déjame ir delante y sígueme.
—Pero…
—O vas detrás de mí y de mi rifle, o nos volvemos. Soy más fuerte que tú,
Lil, así que créeme si te digo que nos volvemos.
—Vale, si te pones en plan machote…
—Pues eso.
Coop echó a andar guiándose por el hedor.
—Hacia el oeste —indicó Lil—, un poco más hacia el oeste, fuera del
camino. —Mientras avanzaba, escudriñaba los matorrales, los árboles y las
rocas—. Dios mío, no sé cómo la puma puede aguantar algo que huele tan
mal. Tal vez abandonó a su presa aquí, empezó a comer y luego se marchó.
Un animal roído hasta los huesos no apesta así. Parece que hay mucha sangre
por aquí y en aquellos matorrales.
Lil aligeró el paso, no para adelantar a Coop, sino para situarse junto a él.
No era culpa suya que las pistas se hallaran en su lado.
—Veo algo ahí dentro. Sí, ahí hay algo. —Aguzó la vista—. Si todavía lo
considera suyo y sigue en las inmediaciones, nos lo hará saber enseguida. No
veo lo que es, ¿y tú?
—Algo muerto, desde luego.
—Ya, pero ¿qué? Me gustaría saber qué clase de… Oh, Dios mío.
Cooper. Dios mío.
Coop lo vio en el mismo instante que ella. La presa era humana.
Lil no estaba orgullosa de su reacción, de cómo las piernas le habían fallado y
casi había perdido la conciencia. Había estado a punto de desmayarse, y sin
duda así habría sido si Coop no la hubiera agarrado con fuerza.
Consiguió ayudarle a marcar el lugar, pero solo porque él le ordenó que se
mantuviera apartada. Se obligó a mirar, se obligó a ver y recordar lo sucedido
antes de volver junto al caballo y beber un largo trago de la cantimplora.
Al cabo de un rato se tranquilizó un poco y fue capaz de pensar con
claridad suficiente para marcar el camino a fin de ayudar a quienes fueran a
buscar el cadáver. Coop no guardó el rifle durante el trayecto de regreso.
No habría ocasión de retozar por última vez junto al río.
—Ya puedes guardar el rifle. No lo ha matado un puma.
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—Querrás decir «la» —puntualizó Coop—. El tamaño y el estilo de las
botas, y lo que queda de pelo… Diría que era una mujer. ¿Crees que han sido
los lobos?
—No. No he visto rastro de lobos en esa zona. Es el hábitat de la puma, y
los lobos la dejan en paz. No la ha matado un animal.
—Lil, has visto lo mismo que yo.
—Sí —asintió ella con la imagen grabada a fuego en la memoria—, pero
eso es lo que los animales le han hecho después. Se la han comido una vez
muerta. Pero la sangre en el árbol estaba demasiado arriba, y no había indicios
de puma cerca. No hemos visto una sola huella hasta diez metros más allá.
Creo que la ha matado una persona, Coop. Alguien la mató y la dejó allí. Y
entonces los animales se comieron lo que quedaba de ella.
—En cualquier caso, está muerta. Tenemos que volver.
Cuando el camino se ensanchó lo suficiente, pusieron los caballos a
galope.
Su padre les dio whisky, solo un trago a cada uno. El licor les quito las
náuseas, y cuando llegó la policía, el mareo había cesado.
—He marcado el camino.
Lil estaba sentada con Coop, sus padres y un ayudante del sheriff llamado
Bates. Con ayuda del mapa que el policía había llevado, señaló la ruta.
—¿Fuisteis por aquí?
—No, dimos el rodeo panorámico. —Lil se lo mostró—. No teníamos
prisa. Luego volvimos por aquí, y aquí es donde vi la sangre en el árbol. —
Trazó una señal en el mapa—. Marcas de arrastre, más sangre…
Probablemente la lluvia se habrá llevado mucha, pero había tanta que algo
habrá quedado. Quienquiera que la matara lo hizo aquí, junto al árbol, porque
la sangre llega hasta metro y medio del tronco… o un poco más. Luego la
arrastró fuera del camino, hasta más o menos aquí. Y aquí es donde la
encontró el puma. Debió de arrastrarla desde allí para guarecerse mejor.
La policía tomaba notas y asentía. Parecía un hombre curtido y su aspecto
era sereno, apaciguador.
—¿Algún motivo por el que crea que la han asesinado, señorita Chance?
Lo que acaba de describir parece el ataque de un puma.
—¿Cuándo fue la última vez que un puma atacó a un ser humano por
aquí? —preguntó Lil.
—Esas cosas ocurren.
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—Los pumas van a la yugular. —Bates volvió la mirada hacia Coop—.
¿No es así, Lil?
—Sí, su forma característica de matar es atacar al cuello. Eso bate a la
presa y a menudo le rompe el cuello. Rápido y limpio.
—Si le rajaras el cuello a una persona, saldría un montón de sangre. A
chorro, ¿no? Pero este no es el caso. No había… grandes salpicaduras.
Bates enarcó las cejas.
—De modo que tenemos a una experta en pumas y a un especialista
forense. —El policía sonrió al pronunciar aquellas palabras con amabilidad—.
Gracias por la información. Iremos a comprobar todo lo que me habéis
contado.
—Tendrán que hacerle la autopsia para determinar la causa de la muerte.
—Exacto —dijo Bates a Coop—. Si fue un puma, nos encargaremos del
asunto. Y si no, nos encargaremos del asunto. No os preocupéis.
—Si Lil dice que no ha sido un puma, es que no ha sido un puma.
—¿Ha desaparecido alguna mujer en los últimos días? —preguntó Lil.
—Es posible. —Bates se levantó—. Iremos a buscar el cadáver. Tendré
que volver a hablar con vosotros.
Lil permaneció sentada en silencio hasta que Bates fue a reunirse con la
otra mitad de su equipo.
—Cree que estamos equivocados. Que lo que vimos fueron los restos de
un ciervo mula o algo parecido, y que nos asustamos.
—No tardará en averiguar que no es así.
—No le has dicho que te vas mañana por la mañana.
—Puedo quedarme un día más. En cuestión de un día deberían saber
quién es y qué le ha pasado. Dos, a lo sumo.
—¿Tenéis hambre? —inquirió Jenna.
Lil negó con la cabeza, Jenna le rodeó los hombros con el brazo y la
acarició cuando la joven sepultó el rostro en su pecho.
—Ha sido horrible. Espantoso. Que te dejen allí tirada, convertida en un
pedazo de carne.
—Vamos arriba un rato. Te prepararé un baño. Ven conmigo.
Joe esperó unos instantes, se levantó y sirvió dos tazones de café. Al
volver a sentarse, miró a Coop de hito en hito.
—Has cuidado de mi pequeña. Sabe cuidarse sola, eso ya lo sé, casi
siempre y en casi todos los sentidos. Pero sé que hoy te has ocupado de ella y
la has traído de vuelta sana y salva. No lo olvidaré.
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—No quería que lo viera. Nunca he visto nada igual en mi vida y espero
que esta haya sido la primera y la última vez. Pero no he podido evitar que
ella lo viera.
Joe asintió.
—Has hecho lo que has podido, y con eso basta. Te voy a pedir algo,
Cooper: no le hagas promesas que no sepas si vas a poder cumplir. Mi niña
sabe cuidarse sola, pero no quiero que se aferré a una promesa que acabará
por romperse.
Cooper mantuvo la mirada fija en el café.
—No sé qué podría prometerle. Tengo lo bastante para alquilar un piso,
siempre y cuando sea barato, durante algunos meses. Debo intentar hacerlo lo
mejor posible en la escuela de policía, pero aunque consiga graduarme, un
policía no gana mucho. Me caerá algún dinero cuando cumpla los veintiuno.
Algo de un fondo. También cuando cumpla veinticinco, treinta y así. Mi
padre puede congelarlo, y de hecho ha amenazado con hacerlo, hasta que
tenga cuarenta.
—Y para eso falta una eternidad —comentó Joe con una sonrisa.
—La cuestión es que durante un tiempo viviré con lo mínimo, pero no me
importa. —Alzó la vista para mirar a Joe—. No puedo pedirle que me
acompañe a Nueva York. Lo he pensado, y mucho. No puedo ofrecerle nada
allí, y le arrebataría lo que más quiere. No tengo ninguna promesa que
hacerle. Y no es porque no me importe.
—No, yo diría que es porque sí te importa. Y con eso me basta. Ha sido
un día duro, ¿verdad?
—Estoy como si me hubiera atropellado un camión. No sé como me
recuperaré. Lil quería ver el puma, que lo viéramos juntos para que nos diera
buena suerte. No parece que hayamos tenido mucha. Aunque menos tuvo esa
pobre chica que está allá arriba.
Se llamaba Melinda Barrett. Tenía veinte años cuando salió de excursión por
las Colinas Negras, un regalo que había decidido hacerse a sí misma aquel
verano. Era de Oregón. Estudiante, hija, hermana… Su sueño era convertirse
en guarda forestal.
Sus padres habían denunciado su desaparición el día que la encontraron
porque llevaba fuera dos días más de lo previsto.
Antes de que el puma diera con ella, alguien le había fracturado el cráneo
y luego la había apuñalado con saña suficiente para arañarle las costillas con
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la hoja del cuchillo. Habían desaparecido su mochila, su reloj y la brújula que
le había regalado su padre, la misma que su padre le había regalado a él.
Puesto que Lil se lo había pedido, Coop condujo la moto hasta el final del
camino de los Chance al amanecer. El asesinato de Melinda Barrett había
demorado su partida dos días, y ya no podía esperar más.
La vio de pie a la luz del alba, los perros correteando a su alrededor, las
colinas como telón de fondo. Recordaría aquello, pensó. Recordaría a Lil en
aquel escenario hasta el día en que volviera a verla.
Cuando detuvo la moto y se apeó, los perros echaron a correr y saltar. Lil
se limitó a arrojarse entre sus brazos.
—¿Me llamarás cuando llegues a Nueva York?
—Sí. ¿Estás bien?
—Son demasiadas cosas. Creía que tendríamos más tiempo para estar
solos. Tú y yo. Y entonces la encontramos. No saben quién la mató, y si lo
saben, no lo dicen. Iba caminando tan tranquila por ese camino y alguien la
mató. ¿Por la mochila? ¿Por el reloj? ¿Por que sí? No puedo dejar de pensar
en eso y en que no hemos tenido suficiente tiempo para nosotros. —Levantó
la cabeza y lo besó—. Solo serán unos meses.
—Unos meses…
—Sé que tienes que irte, pero… ¿has comido? ¿Necesitas algo? —Intentó
sonreír mientras las lágrimas le inundaban la garganta—. No es que quiera
retenerte, qué va…
—He comido tortitas. La abuela conoce mis debilidades. Me han dado
cinco mil dólares, Lil. No me han dejado rechazarlos.
—Bien. —Lil volvió a besarlo—. Bien. Así no tendré que preocuparme
por la posibilidad de que te mueras de hambre bajo un puente. Te echaré de
menos. Dios… ya te echo de menos. Vete. Tienes que irte.
—Te llamaré. Te echaré de menos.
—Machácalos a todos en la academia, Coop.
Cooper se subió a la moto y la miró un buen rato por última vez…
—Volveré.
—Conmigo —murmuró ella mientras él arrancaba—. Vuelve conmigo.
Lo siguió con la mirada hasta que lo perdió de vista, hasta que estuvo
segura de que se había marchado. A la luz tenue y suave del amanecer, Lil se
sentó en el suelo, llamó a los perros y rompió a llorar.
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6
Dakota del Sur, febrero de 2009
E
l pequeño Cessna se estremeció y acto seguido dio un par de saltos
rápidos y airados mientras sobrevolaba colinas, llanuras y valles. Lil se
removió en el asiento, no porque estuviera nerviosa, había experimentado
vuelos peores que aquel y había salido ilesa, sino para ver mejor. Sus Colinas
Negras aparecían cubiertas del manto blanco de febrero, un voluptuoso perfil
nevado de laderas, crestas y mesetas surcado de riachuelos helados y pinos
temblorosos.
Imaginaba que el viento debía de ser casi tan fuerte y rabioso en tierra
como a aquella altitud, y que respirar una buena bocanada seria como tragarse
un puñado de vidrios rotos.
No podría sentirse más feliz.
Estaba a punto de llegar a casa.
Los últimos seis meses habían sido increíbles, una experiencia que jamás
olvidaría. Se había calado hasta los huesos, abrasado de calor, medio muerto
de frío, todo ello entre mordeduras y picaduras mientras estudiaba a los
pumas en los Andes.
Se había ganado hasta el último centavo de la beca de investigación y
esperaba ganar más con los informes y artículos que había escrito y escribiría.
Dejando de lado el dinero, si bien en su situación no era algo que pudiera
permitirse hacer, cada kilómetro que había caminado, cada magulladura, cada
músculo dolorido había merecido la pena solo por divisar un puma dorado
acechando a su presa en la selva o aposentado como un ídolo al borde de un
acantilado.
Pero ahora ardía en deseos de llegar a casa. A su propio hábitat.
El trabajo la aguardaba, mucho trabajo. Aquel viaje de seis meses
constituía la expedición más larga que había hecho hasta entonces. Y aun
cuando había contactado con la oficina siempre que podía, sin duda se
enfrentaría a montañas de trabajo.
A fin de cuentas, el Refugio para Animales Salvajes Chance era su bebé.
Pero antes de sumergirse en el trabajo, quería un día, un solo día para
disfrutar de su hogar.
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Estiró las piernas cuanto pudo en el limitado espacio que ofrecía la cabina
y cruzó los tobillos enfundados en botas de montana. Llevaba un día y medio
viajando en distintos medios de transporte, pero el último tramo había
conseguido disipar todo rastro de cansancio.
—Esto va a ponerse movidito.
Lil miró a Dave, el piloto.
—Y eso que hasta ahora ha estado más tranquilo que un estanque.
David sonrió y le guiñó el ojo.
—Dentro de un momento te lo parecerá.
Lil se ajustó un poco más el cinturón de seguridad, pero no estaba
preocupada. No era la primera vez que Dave la llevaba a casa.
—Gracias por desviarte para traerme.
—De nada.
—Te invito a comer antes de que te vayas a Twin Forks.
—Te tomo la palabra para otro día. —Se colocó la gorra de los Minnesota
Twins al revés, como siempre hacía para que le diera suerte—. Me parece que
volveré a despegar en cuanto haya repostado. Llevas mucho tiempo fuera;
seguro que te mueres de ganas de llegar a casa.
—Cierto.
El viento azotó la pequeña avioneta durante el descenso. El aparato se
agitaba y pataleaba como un niño en plena rabieta. Lil sonrió al divisar la
pista del aeropuerto municipal.
—Llámame cuando vuelvas por aquí, Dave. Mi madre te preparara la
comida casera más pistonuda que hayas probado en tu vida.
—Hecho.
Lil se apartó la gruesa trenza y escudriñó la tierra con sus ojos oscuros.
Por fin divisó la mancha roja. El coche de su madre, pensó. Tenía que serlo.
Se agarró fuerte para afrontar las turbulencias sin apartar la vista del punto
rojo.
El tren de aterrizaje bajó con un rugido sordo, el punto rojo se convirtió en
un Yukón, y el avión descendió hacia la pista. Cuando las ruedas tocaron
tierra, el corazón de Lil dio un vuelco de alegría.
En cuanto Dave le hizo una seña con la cabeza, se desabrochó el cinturón,
cogió la bolsa de lona, la mochila y el maletín con el portátil. Cargada con
todo su equipaje, se volvió hacia el piloto, consiguió llevar la mano a su
rostro barbudo y lo besó con firmeza en los labios.
—Casi tan bueno como una comida casera —comentó Dave.
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Mientras bajaba ruidosamente por la corta escalinata del avión, Jenna
salió corriendo de la diminuta terminal. Lil dejó caer sus bártulos y corrió a su
encuentro.
—Ya estás aquí, por fin —murmuró Jenna mientras se abrazaban con
fuerza—. Bienvenida a casa, bienvenida a casa. ¡Cómo te he echado de
menos! Deja que te mire.
—Espera —pidió Lil sin soltar a su madre, empapándose de aquella
fragancia a limón y vainilla tan propia de ella—. Vale, ahora sí.
Se apartó un poco, y las dos mujeres se examinaron.
—Estás preciosa. —Lil alargó la mano y acarició el cabello de su madre
—. Sigo sin acostumbrarme a que lo lleves tan corto. Estás muy moderna.
—Y tú estás… impresionante. ¿Cómo puedes estar impresionante después
de seis meses pululando por los Andes? ¿Después de pasarte casi dos días
metida en aviones, trenes y sabe Dios qué otros medios de transporte para
llegar a casa? Pero sí, estás impresionante y con aspecto de poder con
cualquier cosa. Cojamos tus bártulos y subamos al coche, que hace frío.
¡Dave!
Jenna corrió hacia el piloto, le aferró la cara como había hecho Lil y lo
besó en los labios como había hecho Lil.
—Gracias por traer a mi niña a casa.
—Es el mejor rodeo que he dado en mi vida.
Lil levantó la mochila y la bolsa de lona, dejó que su madre se cargara del
portátil.
—Buen viaje, Dave.
—Me alegro tanto de verte —suspiró Jenna, rodeando los hombros de Lil
con el brazo mientras caminaban contra el viento—. Papá quería venir, pero
uno de los caballos está enfermo.
—¿Es grave?
—Creo que no. Espero que no, pero papá quería estar allí por si acaso. Así
te tendré para mí sola durante un rato.
Cargaron el equipaje y subieron al coche. El híbrido de sus ecologistas
padres estaba como los chorros del oro y era más espacioso que el Cessna. Lil
estiró las piernas y lanzó un largo suspiro.
—Me muero por un baño de espuma interminable, una copa de vino sin
fondo y luego el filete más grande a este lado del Misuri.
—Pues te informo que tenemos todo eso en stock.
Lil sacó las gafas de sol para protegerse del resplandor de la nieve.
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—Pensaba quedarme en casa esta noche para que pudiéramos ponernos al
día antes de subir a la cabaña y empezar a trabajar.
—Te daría un buen cachete si no lo hicieras.
—Ya. Bueno, cuéntamelo todo —pidió Lil mientras salían del
aparcamiento—. Quiero saber cómo está todo el mundo, qué ha pasado, quién
va ganando en el Torneo Interminable de Ajedrez de Joe contra Farley, quién
se ha peleado, quién se acuesta con quien… Fíjate que hago esfuerzos por no
preguntarte por el refugio, porque una vez que empiece ya no podré parar.
—En tal caso te diré que todo va bien en los ámbitos por los que no me
preguntas. Quiero que me cuentes todas tus aventuras. Las entradas de diario
que enviabas por correo electrónico eran tan interesantes y amenas… Tienes
que escribir ese libro, cariño.
—Algún día. De momento ya tengo suficiente para escribir un par de
buenos artículos más. Traigo fotos geniales, más que las que os envié. Una
mañana me asomé a la tienda, todavía medio dormida, y de repente vi a una
hembra de puma en un árbol, a unos veinte metros de distancia. Ahí sentada,
paseando la mirada por el campamento, como si pensara «Pero ¿qué se
creerán que hacen aquí?». La bruma empezaba a disiparse, y los pájaros
acababan de empezar a cantar. Todos los demás dormían. Solo estábamos ella
y yo. Me dejó sin aliento, mamá. No le hice ninguna foto. Tuve que
obligarme a meter la cabeza en la tienda y sacar la cámara. No tardé más que
unos segundos, pero cuando volví a girarme, ya no estaba. Se había
desvanecido como el humo. Pero nunca olvidaré el aspecto que tenía.
Lil lanzó una carcajada y sacudió la cabeza.
—¿Lo ves? Ya he vuelto a empezar. Quiero que me cuentes todo lo que
ha pasado aquí. —Se abrió la vieja chaqueta de piel de oveja cuando la
calefacción del coche empezó a desprender un agradable calor—. ¡Cuánta
nieve! Hace solo dos días me estaba derritiendo en Perú, y ahora… Cuéntame
algo nuevo.
—No quise contártelo mientras estabas fuera, para no preocuparte, pero
Sam se cayó y se rompió una pierna.
—¡Dios mío! —Exclamó Lil mientras la expresión de deleite se borraba
de su rostro—. ¿Cuándo? ¿Está muy mal?
—Hace unos cuatro meses. Su caballo se encabritó y… No sabemos
exactamente qué pasó, pero la cuestión es que se cayó, y el caballo le pisó la
pierna. Se la rompió por dos sitios. Estaba solo, Lil. El caballo volvió sin él, y
eso fue lo que alertó a Lucy.
—¿Está bien? Mamá…
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—Está mejor. La verdad es que durante un tiempo estuvimos bastante
asustados. Está en buena forma, pero tiene setenta y seis años, y las fracturas
eran bastante complicadas. Le pusieron clavos, y pasó más de una semana en
el hospital. Lo escayolaron, y después tuvo que hacer rehabilitación. Acaba de
empezar a moverse con bastón. Si no fuera tan fuerte… Los médicos dicen
que es impresionante que se recuperará. Pero, desde luego, ha quedado algo
tocado.
—¿Y Lucy? ¿Cómo está? ¿Cómo va la granja, el negocio? Si Sam no ha
podido ocuparse del trabajo…, ¿cómo se las han arresglado?
—Sí, al principio fue difícil, pero se las apañan. —Jenna respiró hondo, lo
cual indicó a Lil que aún faltaba alguna noticia difícil—. Cooper ha vuelto,
Lil.
Fue como un puñetazo directo al corazón. Un simple reflejo, le dijo.
Viejos recuerdos asestándole un puñetazo insidioso.
—Genial, eso es genial. Seguro que los ayuda mucho. ¿Cuánto tiempo se
va a quedar?
—Ha vuelto, Lil —repitió Jenna al tiempo que alargaba la mano para
restregar el muslo de su hija en un gesto tan delicado como su voz—. Está
viviendo en la granja.
—Ah, vale. —Algo se removió en su interior, pero hizo caso omiso de la
sensación—. Claro, claro, ¿dónde iba a vivir si no mientras les echa una
mano?
—Volvió en cuanto Lucy lo llamó, y se quedó unos días, hasta que quedó
claro que no tendrían que volver a operar a Sam. Luego se volvió al este,
arregló sus asuntos y volvió para quedarse.
—Pero… Tiene la empresa en Nueva York. —Algo se removió en su
interior, le oprimió el esternón y la dejó casi sin aliento—. Quiero decir que
después de dejar la policía y abrir la empresa… Creía que le iba bien.
—Me parece que sí, pero… Lucy me contó que vendió la agencia,
empaquetó sus cosas y le dijo que volvía aquí para quedarse. Y así ha sido.
No sé cómo se las habrían arreglado, la verdad. Todo el mundo habría echado
una mano, ya sabes cómo son estas cosas, pero no hay nada como la familia.
No quería contártelo por teléfono ni por correo electrónico. Cariño, sé que
puede ser difícil para ti.
—No, claro que no.
En cuanto el corazón dejara de dolerle, en cuanto pudiera respirar hondo
sin sentir una punzada, todo iría bien.
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—Aquello pasó hace mucho tiempo. Seguimos llevándonos bien. Lo vi
hace… tres o cuatro años, cuando vino a visitar a Sam y a Lucy.
—Lo viste durante menos de una hora y luego te largaste a Florida y ahí te
quedaste las dos semanas que él pasó aquí.
—Tenía que irme… surgió la ocasión. Las panteras de Florida están en
peligro de extinción. —Lil miró por la ventanilla, agradecida por las gafas de
sol, aunque incluso con ellas todo se le antojaba demasiado brillante,
demasiado… excesivo—. No tengo ningún problema con Coop. Me alegro de
que haya venido a ayudar a Sam y Lucy.
—Le querías.
—Sí, le quería. En pasado. No te preocupes.
No iba a toparse con él cada cinco minutos ni a verlo en todas partes. Ella
tenía su trabajo, su casa. Y él, por lo visto, también. Además, sin
resentimientos, se recordó. Por aquel entonces no eran más que unos críos;
habían crecido.
Se ordenó a sí misma desterrar el asunto, desterrar todos los asuntos
ajenos, en cuanto su madre enfiló el camino de la granja. Divisó una columna
de humo surgiendo de la chimenea, una visión muy cálida, y un par de perros
saliendo a la carrera de la parte trasera de la casa para averiguar qué ocurría.
La asaltó el recuerdo fugaz pero doloroso del día en que había llorado
junto a otros dos perros una calurosa mañana de verano. Hacía doce años de
aquella primera despedida tan triste, se recordó a sí misma. Y en verdad, si
era sincera consigo misma, aquello había sido el final. Doce años eran tiempo
suficiente, más que suficiente, para sobreponerse.
Vio a su padre salir del granero para ir a su encuentro y desterró por
completo a Cooper Sullivan de su mente.
Recibió abrazos, besos, chocolate caliente, galletas y numerosos lametazos de
dos sabuesos a los que sus padres habían llamado Lois y Clark. Desde la
ventana de la cocina se divisaba el paisaje de siempre. Los campos, las
colinas, los pinos, el centelleo del río. Jenna insistió en lavar la ropa que
llevaba en la bolsa de viaje.
—Déjame hacerlo. Me sentiré como una mamá por una vez.
—Nada más lejos de mi intención que impedírtelo, mamá.
—Ya sabes que no soy una tiquismiquis —comentó Jenna mientras cogía
la ropa sucia que Lil le tendía—, pero no sé cómo te la apañas con tan pocas
cosas durante tanto tiempo.
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—Es cuestión de planificar bien y de estar dispuesta a llevar calcetines
sucios cuando no queda otro remedio. De hecho, esta limpia… —aseguró
cuando su madre sacó otra camisa de la bolsa a lo que Jenna se limitó a
enarcar las cejas—. Bueno, más que limpia, está poco sucia.
—Te traeré un jersey y unos vaqueros. Con eso te apañarás hasta que todo
esto esté limpio y seco. Tú date ese baño y tómate esa copa de vino. Relájate.
Lil se sumergió en el baño que su madre le había preparado. Qué
agradable que alguien la mimara un poco para variar, se dijo con un suspiro
largo y casi orgásmico. Trabajar sobre el terreno solía significar vivir con lo
mínimo, en ocasiones de forma casi primitiva. No le importaba, pero desde
luego tampoco le importaba que su madre le preparara su baño de espuma
especial Jenna Chance ni saber que podía permanecer en él hasta que el agua
se enfriara.
Ahora que estaba a solas y tenía todo el tiempo del mundo, se permitió
volver a pensar en Coop.
Había vuelto cuando sus abuelos lo necesitaban, eso no podía negárselo.
De hecho, su amor y lealtad en esa dirección no podía cuestionarse.
¿Cómo iba a odiarlo? ¿Cómo odiar a un hombre que, por lo visto, había
puesto su vida patas arriba para proteger el hogar y el negocio de sus abuelos?
Además, no tenía motivo alguno para odiarlo.
Solo porque le hubiera roto el corazón y hubiese pisoteado los pedazos
antes de alejarse de ella… ¡bah, ese no era motivo para odiar a nadie!
Se sumergió un poco más y bebió un sorbo de vino.
Pero Coop no le había mentido, eso tampoco podía negarse.
Había vuelto. No por Acción de Gracias, pero sí en Navidad. Solo dos
días, pero había vuelto. Y el verano siguiente, al saber que no podría ir a
verla, Lil aceptó una oferta para trabajar en un refugio de California. Había
aprendido mucho durante aquellas semanas, y Coop y ella se habían
mantenido en contacto todo lo posible.
Pero las cosas ya habían empezado a cambiar. ¿Acaso no lo había
percibido ya entonces?, se preguntó. ¿Acaso una parte de ella no lo sabía?
Coop no había podido ir la Navidad siguiente, y Lil acortó las vacaciones
de invierno para participar en un trabajo de campo.
Cuando se vieron en un lugar intermedio la primavera siguiente, aquel
encuentro fue el fin. Coop había cambiado, Lil lo advirtió de inmediato. Se
había vuelto más duro y… sí, también más frío. No obstante, no podía afirmar
que se hubiera comportado de un modo cruel con ella. Solo fue muy claro.
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Ella tenía su vida en el oeste, y él tenía la suya en el este. Había llegado el
momento de dejarlo correr y reconocer que jamás conseguirían que lo suyo
funcionara.
«Tu amistad me importa mucho. Tú me importas mucho, pero tenemos
que ser lo que somos, Lil. Tenemos que aceptar quiénes somos».
No, no había sido cruel, pero la había destrozado. Lo único que le
quedaba era el orgullo. Ese orgullo gélido que le había permitido contestar
que era cierto sin dejar de mirarlo a los ojos.
—Menos mal que lo hice —masculló.
De lo contrario, su regreso habría sido la peor de las mortificaciones.
El mejor modo de afrontar la situación y llevarla con buen pie era hacerlo
de cara. En cuanto tuviera ocasión, iría a ver a Sam, Lucy y Coop. Incluso lo
invitaría a una cerveza para ponerse al día.
Ya no era una adolescente de corazón agitado y hormonas alborotadas.
Desde el verano anterior era la doctora Lillian Chance, sí señor. Era la
cofundadora del Refugio para Animales Salvajes Chance, situado en sus
propias tierras.
Había viajado, estudiado y trabajado en otros rincones del mundo. Había
tenido una relación larga, monógama y seria con un hombre. También otras
menos largas y menos serias, pero básicamente había vivido con Jean-Paul
durante casi dos años. Sin contar las épocas en que ella o él habían tenido que
viajar en direcciones opuestas.
Así pues, podía afrontar la tarea de compartir su rincón del mundo con un
amor de adolescencia. Porque eso había sido, nada más. Algo sencillo,
entrañable incluso, concluyó.
Y así seguiría siendo.
Se puso el jersey y los vaqueros que su madre le había dejado y,
amodorrada por el baño, el vino y su antigua habitación, decidió echar una
siesta de campeonato. Veinte minutos, se dijo al tumbarse.
Durmió como un tronco durante tres horas.
A la mañana siguiente se despertó antes del amanecer, descansada y dispuesta
a todo. Bajó a la cocina antes que sus padres y preparó el desayuno, su
especialidad. Cuando su padre llegó en busca de un café, Lil ya estaba friendo
beicon y patatas en una sartén, y tenía los huevos batidos en un cuenco.
Joe, todavía apuesto y con una espesa cabellera, husmeó el aire como un
sabueso y la señaló con el dedo.
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—Sabía que había una razón por la que me alegraba de que hubieras
vuelto. Pensaba que desayunaría gachas de avena instantáneas.
—No mientras yo ande por aquí. ¿Y desde cuándo se come algo
instantáneo en esta casa?
—Desde que tu madre y yo llegamos hace un par de meses al acuerdo de
que comería gachas de avena dos veces por semana —replicó su padre con
mirada afligida—. Se supone que son muy sanas.
—Ah, y hoy tocaba avena.
Joe sonrió de oreja a oreja y le tiró de la cola de caballo.
—No mientras tú andes por aquí.
—Vale, pues aquí tienes un plato lleno de colesterol. Cuando acabes te
ayudaré con el ganado antes de ir al refugio. He hecho suficiente comida para
Farley; imaginaba que andaría por aquí. ¿O es que las gachas de avena lo
ahuyentan?
—Nada ahuyenta a Farley, pero seguro que se alegrará de zamparse unos
huevos con beicon. Te acompañaré al refugio.
—Genial. Según cómo vayan las cosas, tengo intención de ir al ver a Sam
y Lucy más tarde. Si necesitas algo del pueblo, puedo encargarme yo.
—Te haré una lista.
Lil sacó el beicon para escurrirlo justo cuando su madre entraba en la
cocina.
—Llegas justo a tiempo.
Jenna echó un vistazo al beicon y luego a su marido.
—Ha sido ella —acusó Joe a Lil—. No querrás que le haga un feo.
—Mañana gachas de avena —amenazó Jenna, clavándole un dedo en la
barriga.
Lil oyó pisadas de botas en el porche trasero. Farley, pensó.
Ella iba a la universidad cuando sus padres lo contrataron… o, mejor
dicho, lo acogieron. Por aquel entonces tenía dieciséis años y estaba solo
desde que su madre lo abandonó, dejando a deber dos meses de alquiler en
Abilene. Ni Farley ni su madre sabían nada del padre del chico. Farley solo
había conocido a la retahíla de hombres con los que su madre se acostaba.
Con la vaga idea de llegar a Canadá, el joven Farley Pucket se escaqueó
sin pagar el alquiler pendiente, salió a la carretera y se puso a hacer autoestop.
Cuando Josiah Chance se detuvo para llevarlo en una carretera a las afueras
de Rapid City, el chico solo llevaba encima treinta y ocho centavos y una
cazadora fina de los Houston Rockets para protegerse de los gélidos vientos
de marzo.
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Le dieron comida, le asignaron algunas tareas para pagarla y una cama
para pasar la noche. Le escucharon, hablaron con él, verificaron sus
explicaciones lo mejor que pudieron y al final le dieron trabajo y una
habitación en el viejo barracón hasta que pudiera arreglárselas solo.
Casi diez años después seguía allí.
Desgarbado, con el cabello de color pajizo asomando por los bordes de la
gorra y los ojos azul claro aún adormilados, Farly entró en la cocina trayendo
consigo una ráfaga de aire frío.
—¡Uf! Hace un frío de cojo… —Se detuvo en seco al ver a Jenna, y sus
mejillas, ya sonrosadas por el frío, enrojecieron aún más—. No te había visto.
—Husmeó el aire—. ¿Beicon? Pero si hoy toca avena.
—Bula papal —explicó Joe.
Farley vio a Lil y esbozó una amplia sonrisa.
—¡Eh, Lil! Creía que todavía estarías dormida por el jet lag y todo eso…
—Buenos días, Farley. El café está caliente.
—Huele de maravilla. Hoy hará buen tiempo, Joe. La borrasca se ha
desplazado hacia el este.
Como sucedía a menudo por la mañana, la conversación se centró en el
tiempo, el ganado, el trabajo por hacer. Lil se sentó a desayunar y se dijo que,
en cierto modo, era como si nunca se hubiera marchado.
Menos de una hora después cabalgaba junto a su padre en dirección al
refugio.
—Tansy me ha contado que Farley ha estado trabajando muchas horas de
voluntario en el refugio.
—Todos intentamos echar una mano, sobre todo cuando tú estás fuera.
—Papá, Farley está colado por ella —explicó Lil, refiriéndose a su
compañera de cuarto en la universidad y zoóloga del refugio.
—¿De Tansy? Venga ya —resopló Joe—. ¿En serio?
—Lo pensé cuando Farley empezó a aparecer regularmente por el refugio
el año pasado. En ese momento no le di importancia. Tansy tiene mi edad.
—Uy, sí, un vejestorio.
—Bueno, tiene unos cuantos años más que él. La verdad es que entiendo a
Farley. Tansy es guapa, inteligente y divertida. Lo que no esperaba fue leer
entre líneas en los correos de Tansy que tal vez ella también esté colada por
él.
—¿Que Tansy está interesada en Farley? ¿Nuestro Farley?
—Puede que me equivoque, pero me da que así es. Nuestro Farley —
repitió antes de respirar hondo para empaparse del aire unido de nieve—.
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¿Sabes? A los veinte años, cuando estaba de vuelta de todo, me pareció una
locura que lo acogieseis. Estaba convencida de que os robaría hasta la
camisa… como mínimo… que se llevaría la camioneta y si te he visto no me
acuerdo.
—Sería incapaz de robar un centavo. Farley no es así, eso lo vimos ya el
primer día.
—Lo viste tú y lo vio mamá. Y teníais razón. Y yo creo que tengo razón
respecto a que mi amiga de la universidad, la eminente zoóloga, está colada
por nuestro querido y entrañable Farley.
Siguieron cabalgando por el camino a paso tranquilo. Los caballos
levantaban nieve y exhalaban grandes bocanadas de vaho.
Al acercarse a la verja que separaba la granja del refugio, Lil soltó una
carcajada. Sus compañeros habían colgado una enorme pancarta en la verja:
¡BIENVENIDA A CASA, LIL!
También distinguió las huellas de motos de nieve, caballos, animales y
personas. En enero y febrero, el refugio recibía pocos visitantes y turistas,
pero el personal siempre andaba muy atareado.
Lil desmontó para abrir la verja. En cuanto pudieran permitírselo,
instalarían una puerta automática, se dijo. Pero por el momento tenía que
conformarse con hundirse en la nieve para correr el pestillo. La verja chirrió
cuando la abrió para que su padre pudiera entrar con el caballo.
—No os habrán estado molestando, ¿verdad? —Preguntó Lil en cuanto
volvió a montar—. Me refiero a visitantes.
—Bueno, de vez en cuando aparece alguien que no encuentra la entrada
principal. Los mandamos para allá y ya está.
—Tengo entendido que en otoño hubo muchas visitas escolares y con
muy buenos resultados.
—A los niños les encanta este sitio, Lil. Has conseguido algo genial.
—Hemos.
Lil olió los animales aun antes de verlos, una fragancia salvaje que
impregnaba el aire. En la primera sección divisó un lince canadiense tumbado
sobre una roca. Tansy lo había traído de Canadá, donde lo habían capturado y
herido. En libertad, su pata lesionada constituía una sentencia de muerte,
mientras que el refugio se había convertido en su santuario. Lo llamaban
Rocco; el animal irguió las orejas peludas al verlos pasar.
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El refugio era el hogar de linces rojos y pumas, de un viejo tigre de circo
al que llamaban Boris, de una leona que había sido, inexplicablemente, la
mascota de alguien… Había también osos y lobos, zorros y leopardos.
En una sección más pequeña había un zoo infantil que Lil había creado
como zona educativa para niños. Albergaba conejos, corderos, una cabra
pigmea y un asno.
Y a los humanos envueltos en ropa de abrigo que trabajaban para
alimentarlos, cobijarlos y tratarlos.
Tansy fue la primera en verla: profirió un grito de alegría y echó a correr
desde la zona de grandes felinos. Su bonito rostro color caramelo se ruborizó
por el frío y la alegría.
—Ya estás aquí —exclamó al tiempo que oprimía la rodilla de Lil—. Baja
para que pueda darte un abrazo. Hola, Joe. Seguro que te alegras de tener a tu
niña de vuelta.
—Ni te lo imaginas.
Lil desmontó y abrazó a su amiga, que se balanceó con ella mientras
emitía ruiditos de alegría.
—Me alegro tanto, tanto, tanto de verte…
—Lo mismo digo.
Lil hundió la mejilla en los suaves tirabuzones oscuros de Tansy.
—Oímos que te topaste con Dave y que llegarías un día antes de lo
previsto, así que hemos estado muy ocupados —Tansy se apartó un poco y
sonrió— escondiendo las pruebas de las juergas que nos hemos corrido
mientras estabas fuera.
—Ajá, lo sabía. ¿Por eso eres la única que anda por aquí?
—Claro, los demás están durmiendo la mona —explicó Tansy con una
carcajada al tiempo que volvía a abrazarla—. Vale, ahora en serio. Matt está
en la enfermería. Bill ha intentado comerse una toalla.
Bill, un joven lince rojo, era famoso por su ecléctico apetito.
Lil se volvió hacia las dos cabañas, una de las cuales era su casa, mientras
que la otra albergaba las oficinas y la enfermería.
—¿Se ha puesto muy mal?
—No, pero Matt quería echarle un vistazo. Lucius está encadenado al
ordenador, y Mary ha ido al dentista. O va a ir. Eh, Eric, ven a por los
caballos, ¿quieres? Eric es uno de nuestros estudiantes en prácticas del
semestre de invierno. Luego te lo presento. Vamos a… —Se detuvo en seco,
interrumpida por el alarido penetrante de un puma—. Huele a mamá —
constató—. Venga, nos vemos en la enfermería cuando termines.
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Lil dio media vuelta y siguió el sendero formado por las pisadas en la
nieve.
El puma la esperaba paseándose de un lado a otro, observando, gritando.
Al verla acercarse, restregó el cuerpo contra la valla y acto seguido levantó
las patas delanteras y las apoyó contra ella entre ronroneos.
Hacía seis meses que no la veía, que no la olía, se dijo Lil. Pero no la
había olvidado.
—Hola, Baby.
Introdujo la mano entre los alambres de la valla para acariciar el pelaje
ambarino, y el puma entrechocó la cabeza contra la de ella en un gesto
afectuoso.
—Yo también te he echado de menos.
Tenía cuatro años, un ejemplar ya adulto, esbelto y magnífico. Todavía no
estaba del todo destetado cuando los encontró a él y a sus dos hermanos,
huérfanos y medio muertos de hambre. Los alimentó, los cuidó, los protegió.
Y cuando fueron lo bastante mayores y fuertes, los llevó de nuevo a su hábitat
natural.
Pero él regresaba una y otra vez.
Lil lo llamó Ramsés por su fuerza y dignidad, pero al poco lo apodó Baby.
Y era su verdadero amor.
—¿Te has portado bien? Claro que sí. Eres el mejor. ¿Has tenido a todo el
mundo a raya? Sabía que podía contar contigo.
Mientras le hablaba y lo acariciaba, Baby siguió ronroneando y la miraba
con sus ojos dorados llenos de amor.
De pronto oyó algo a su espalda y se volvió. El estudiante al que Tansy
había llamado Eric observaba la escena.
—Me habían dicho que se comportaba así contigo, pero… no lo creía, la
verdad.
—¿Eres nuevo?
—Esto…, sí. Estoy en prácticas. Me llamo Eric, Eric Silverstone, doctora
Chance.
—Llámame Lil. ¿A qué quieres dedicarte?
—A la gestión de fauna.
—¿Y estás aprendiendo algo aquí?
—Mucho.
—Pues voy a darte una pequeña clase. Este macho de puma adulto, Felis
concolor, mide unos dos metros cuarenta del hocico a la cola y pesa unos
setenta kilos. Puede saltar más que un león, un tigre o un leopardo, tanto
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vertical como horizontalmente. Pese a ello, no se lo considera un «gran
felino».
—Carece de laringe especializada y de hueso hioides, y por eso no puede
rugir.
—Exacto. Ronronea como un gato doméstico, pero no es un animal
doméstico. No se puede domesticar lo salvaje, ¿verdad, Baby? —El puma
emitió un sonido de asentimiento—. Me adora. Se pegó a mí de cachorro,
cuando tenía unos cuatro meses de edad, y desde entonces vive en el refugio,
entre seres humanos. Es una conducta adquirida, no es que esté domesticado.
Nosotros no somos presas para él, pero si hicieras un movimiento que le
pareciera de ataque, reaccionaría en consecuencia. Son hermosos y
fascinantes, pero no son mascotas, ni siquiera este.
Pese a ello, para complacer a Baby y a sí misma, deslizó los labios por
una de las pequeñas aberturas de la valla, y el animal apretó el hocico contra
ellos.
—Hasta luego.
Se volvió y caminó con Eric en dirección a la cabaña.
—Tansy y yo los encontramos a él y a otros dos huérfanos. Su madre se
enfrentó a un lobo solitario, o al menos eso es lo que me pareció. Sin duda lo
mató, de lo contrario el lobo se habría llevado la camada. Pero ella no
sobrevivió. Encontré los cadáveres y la camada. Fueron los primeros
cachorros de puma que tuvimos aquí.
Lil tenía una cicatriz cerca del codo derecho, recuerdo del otro macho de
la camada.
—Les dimos comida y cobijo durante unas seis semanas, hasta que fueron
lo bastante mayores para cazar solos. Limitamos el contacto humano lo
máximo posible. Los identificamos, los pusimos en libertad y los hemos
estado rastreando desde entonces. Pero Baby quería quedarse. —Se volvió
para verlo reunirse con sus compañeros de hábitat—. Sus hermanos se
reaclimataron a la vida salvaje, pero él volvía una y otra vez. —A mí, pensó
—. Son solitarios, furtivos y cubren un territorio muy amplio, pero él decidió
volver. Así son las cosas. Puedes pasarte la vida estudiando, aprendiendo los
patrones, la biología, la taxonomía, las conductas…, pero nunca lo sabrás
todo.
Volvió a mirar a Baby, que en aquel instante se encaramó a una de las
rocas y profirió un largo alarido de triunfo.
Una vez dentro de la cabaña, Lil se quitó la ropa de más abrigo. Oyó a su
padre hablar con Matt a través de la puerta abierta de la enfermería. En la
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oficina, un hombre con gafas de culo de vaso y sonrisa contagiosa tecleaba
como un loco ante el ordenador.
—¡Aquí estás! —Exclamó Lucius Gamble al alzar la vista de la pantalla
—. De vuelta de las trincheras.
Se levantó para darle un abrazo, y Lil percibió en su aliento el olor del
regaliz rojo al que era adicto.
—¿Qué tal, Lucius?
—Bien. Estaba actualizando la página web. Tenemos algunas fotos
nuevas. Hace un par de semana nos trajeron una loba herida. La había
atropellado un coche. Matt la salvó. Tenemos muchas visitas a las fotos y a la
columna que Tansy escribió sobre el tema.
—¿Hemos conseguido ponerla en libertad?
—Todavía no está del todo recuperada. Matt no cree que pueda
apañárselas ahí fuera. Es bastante vieja. La llamamos Xena porque parece una
guerrera.
—Le echaré un vistazo. Todavía no lo he visto todo.
—También he colgado tus fotos del viaje.
Lucius golpeteó la pantalla del ordenador. Llevaba unas deportivas de
caña alta viejísimas, en lugar de las botas que preferían casi los empleados, y
vaqueros que pendían holgados sobre su inexistente trasero.
—Las Maravillosas Aventuras de la doctora Chance. Hemos recibido un
montón de visitas.
Mientras Lucius hablaba, Lil paseó la mirada por aquel espacio tan
familiar. Las paredes de troncos, los pósteres de animales salvajes, las baratas
sillas de plástico para las visitas, las pilas de folletos a todo color. La segunda
mesa, la de Mary, constituía una isla pulcra y organizada entre el caos que
generaba Lucius.
—¿Y alguna de las visitas incluía…?
Lil levantó la mano y se frotó el pulgar contra el índice.
—Los ingresos han sido bastante estables. Hemos añadido una nueva
webcam, como querías, y Mary ha estado preparando un folleto actualizado.
Esta mañana tenía hora en el dentista, pero intentará pasarse esta tarde.
—A ver si podemos reunirnos esta tarde. Todo el personal, incluidos los
estudiantes en prácticas y todos los voluntarios que puedan asistir.
Lil asomó la cabeza a la enfermería.
—¿Dónde está Bill?
Matt se volvió.
—Le he dado el alta. Tansy se lo ha llevado. Me alegro de verte, Lil.
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No se abrazaron —ese no era el estilo de Matt—, pero se estrecharon la
mano con gran afecto. Matt tenía más o menos la edad de su padre, cabello
escaso veteado de gris, gafas de montura metálica y ojos castaños.
No era un idealista, como sospechaba Eric, pero sí un veterinario de
primera dispuesto a trabajar por un sueldo mísero.
—Será mejor que vuelva a la granja. Intentaré darle a Farley unas horas
libres mañana para que pueda venir a echar una mano —anunció Joe al
tiempo que golpeteaba la nariz de Lil con un dedo—. Si necesitas algo,
llámame.
—Vale. Luego iré a comprar las cosas de la lista y os las dejaré en casa.
Joe salió por la puerta trasera.
—Reunión más tarde —dijo Lil a Matt mientras se apoyaba contra un
mostrador lleno de bandejas y contenedores de suministros médicos.
Como de costumbre, el aire olía a antiséptico y animal.
—Quiero que nos informes, a mí y al resto, de la salud y las necesidades
médicas de los animales. Creo que lo mejor sería a la hora de comer. Por la
tarde puedo ir por suministros.
—Vale.
—Háblame de la nueva residente… ¿Xena?
Matt sonrió, y la alegría iluminó su rostro, tan a menudo serio.
—Lucius le puso el nombre, y parece que así se quedará. Es muy mayor;
como mínimo tiene ocho años.
—Eso es mucho para un animal salvaje —comentó Lil.
—Es una chica dura, tiene cicatrices que lo demuestran. Se llevó un buen
golpe. La conductora hizo más de lo que suele hacer la gente. Nos llamó, se
quedó en el coche hasta que llegamos, e incluso nos siguió hasta aquí. Xena
estaba demasiado mal para moverse. La inmovilizamos, la transportamos y la
metimos en quirófano. —Meneó la cabeza y se quitó las gafas para
limpiárselas con la bata blanca—. Dada su edad, era cuestión de suerte.
—Pero se está recuperando…
—Ya te he dicho que es una chica dura. A su edad, y puesto que su pata
nunca se recuperará al cien por cien, no recomendaría ponerla en libertad. No
creo que durara ni un mes ahí fuera.
—Bueno, pues puede considerar esto su residencia geriátrica.
—Oye, Lil, ya sabes que al menos uno de nosotros siempre ha pasado la
noche aquí mientras estabas fuera. A mí me tocó hace un par de noches. Y
menos mal, porque aquella misma mañana le había tenido que arrancar un
diente a la reina madre.
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Lil pensó en su vieja leona.
—Pobre abuelita. A este paso no le quedará ni uno. ¿Cómo está?
—Es el conejito de Duracell de los leones. Pero la cuestión es que había
algo ahí fuera.
—¿Cómo dices?
—Había algo o alguien ahí fuera, rondando por los habitáis. Comprobé la
webcam y no vi nada. Pero, claro, a las dos de la madrugada está bastante
oscuro incluso con las luces de seguridad. Algo agitó a los animales. No
paraban de gritar, rugir y aullar.
—¿No serían los típicos sonidos de la noche?
—No. Salí, pero no encontré nada.
—¿Alguna huella?
—No tengo tu experiencia, pero a la mañana siguiente echamos un
vistazo. No había nuevas huellas de animales. Creímos… y todavía creemos
que eran huellas humanas. Y no nuestras. No hay forma de saberlo con
seguridad, pero había huellas alrededor de algunas jaulas, y después de la
cena nevó, así que no sé cómo podría haber pisadas frescas…
—¿Ninguno de los animales resultó herido? ¿Encontrasteis algún cerrojo
forzado? —preguntó, pero Matt negó con la cabeza.
—No encontramos nada, no tocaron ni se llevaron nada. Sé que parece
una locura, Lil, pero cuando salí tuve la sensación de que había alguien.
Observándome. Quiero que estés alerta y que cierres con llave.
—Vale. Gracias, Matt. Todos debemos tener cuidado.
Había gente muy rara por ahí, pensó Lil mientras volvía a ponerse el
chaquetón. Desde los Ningún Animal Debería Estar en la Cárcel (como
algunos consideraban el refugio) hasta la facción Los Animales Están Hechos
para Cazarlos. Y muchos más entre ambos extremos.
Recibían llamadas, cartas y correos electrónicos de ambas puntas del
espectro. Algunas amenazas y un par de intrusos, pero hasta entonces no
habían tenido problemas serios.
Lil quería que siguiera siendo así.
Tendría que echar un vistazo personalmente. Lo más probable es que no
encontrara nada, pues ya habían transcurrido un par de días. Pero tenía que
comprobarlo.
Saludó con la mano a Lucius y abrió la puerta.
Y a punto estuvo de chocar con Cooper.
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R
esultaba difícil determinar quién de los dos se sorprendió más, pero fue
Lil quien se apartó de un salto, si bien se recuperó con rapidez, esbozó
una sonrisa y lanzó una carcajada amigable.
—¡Vaya! Hola, Coop.
—Lil, no sabía que habías vuelto.
—Ayer —repuso Lil, incapaz de leer su rostro, sus ojos, aquel paisaje tan
conocido que ya no le hablaba—. ¿Entras?
—Esto…, no. Has recibido un paquete. Bueno, tu familia —se corrigió al
tiempo que se lo entregaba.
No llevaba guantes, observó Lil, y tenía el chaquetón abierto pese al frío.
—He ido a enviar algo para mi abuela y, como volvía a la granja, en
correos me pidieron que lo llevara a tu casa.
—Gracias.
Lil lo dejó sobre una mesa, salió de la cabaña y cerró para que el calor no
escapara. Se caló el sombrero, el modelo de ala plana que siempre le había
gustado, y de pie en el porche se puso un guante para tener algo que hacer
mientras él la observaba en silencio.
—¿Cómo está Sam? Ayer me enteré de que se había caído.
—Físicamente está bien. Le está costando aceptar que no puede hacer
todo lo que quiere, moverse como antes.
—Pasaré a verlo más tarde.
—Se alegrará. Los dos se alegrarán. —Coop deslizó las manos en los
bolsillos sin apartar aquellos ojos azul hielo de su rostro—. ¿Qué tal por
Sudamérica?
—Mucho trabajo, fascinante —respondió ella, poniéndose el otro guante
mientras bajaban los escalones—. Mamá me ha contado que has vendido tu
agencia de investigación.
—Ya estaba cansado de ella.
—Has hecho mucho, has dejado atrás muchas cosas para ayudar a dos
personas que te necesitan —constató Lil, afectada por la monotonía y la
dureza de su tono—. Eso está muy bien, Cooper.
—Necesitaba un cambio —explicó él con un encogimiento de hombros—.
Y esto es un cambio —prosiguió, mirando a su alrededor—. Has hecho
mejoras desde la última vez que estuve aquí.
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Lil le lanzó una mirada perpleja.
—¿Y cuándo estuviste aquí?
—Pasé por aquí el año pasado. Tú estabas… en alguna parte. —Coop
parecía a sus anchas mientras el viento frío le alborotaba su cabello castaño ya
desordenado—. Me enseñaron todo esto.
—Tansy no me comentó nada.
—No fue ella, sino un tipo francés. Me dijeron que estabais prometidos.
—No exactamente —masculló ella con un sentimiento de culpabilidad en
la boca del estómago.
—Bueno… Tienes buen aspecto, Lil.
Se obligó a sonreír y a responder con la misma despreocupación que él
mostraba.
—Tú también.
—Será mejor que me vaya. Les diré a mis abuelos que intentarás pasar
más tarde.
—Hasta luego.
Y con una sonrisa afable, Lil se volvió para encaminarse hacia la zona de
felinos pequeños. Siguió andando hasta que oyó que la camioneta se ponía en
marcha y se alejaba. Entonces se detuvo.
Bueno, pensó, no ha estado tan mal. La primera vez debe de ser la más
difícil, y no ha estado tan mal.
Un par de baches, un par de sacudidas… Nada mortífero.
Desde luego, tenía buen aspecto. Mayor, más fuerte, más anguloso, de
ojos más duros… Más sexy.
Sobreviviría. Tal vez pudieran volver a ser amigos. No como lo eran antes
de convertirse en amantes. Pero podían llevarse bien. Los abuelos de Coop y
los padres de Lil eran amigos, buenos amigos. Ella y Coop nunca podrían
evitarse con elegancia, de modo que tendrían que llevarse lo mejor posible.
Congeniar.
Podía hacerlo si Coop podía.
Satisfecha, empezó a escudriñar los alrededores de los hábitats en busca
de huellas, fueran animales o humanas.
Coop miró por el retrovisor mientras se alejaba, pero Lil no se volvió, sino
que siguió andando.
Así estaban las cosas. Y no pretendía cambiarlas.
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La había sorprendido con la guardia baja. De hecho, ambos se habían
sorprendido con la guardia baja, se corrigió, pero a ella se le había visto la
sorpresa en la cara, tan solo durante un par de segundos, pero con claridad.
Sorpresa y un atisbo de irritación.
Ambas expresiones habían desaparecido en un abrir y cerrar de ojos.
Lil se había convertido en una mujer hermosa.
A sus ojos siempre lo había sido, pero objetivamente ahora podía mirar
atrás y reconocer que aquella belleza ya se le adivinaba a los diecisiete años.
A los veinte, la belleza era una posibilidad más cercana aún, pero por
entonces aún no había cruzado la línea de meta como ahora.
Por un instante, aquellos ojos grandes, oscuros y sensuales lo habían
dejado sin aliento.
Por un instante.
Entonces, Lil había sonreído y el corazón de Coop había dado un vuelco
durante otro instante al recordar lo que habían sido. Lo que ya no eran.
Todo fácil y natural entre ellos. Como debía ser. Coop no quería nada de
ella y no tenía nada que ofrecerle. Resultaba tranquilizador saberlo ahora que
había vuelto para quedarse.
Curiosamente, llevaba tiempo considerando la idea de regresar. Incluso
había averiguado los pasos que tendría que dar si se decidía vender la agencia
de investigación privada, cerrar el despacho y vender el piso. No había hecho
nada al respecto, había continuado con su trabajo, con su vida… porque eso
era más fácil que cambiar.
Y entonces lo llamó su abuela.
Puesto que ya conocía todo el proceso que debía seguir y lo tenía
archivado en la carpeta de «Pendientes», le resultó muy fácil dar el paso. Tal
vez si lo hubiera hecho antes, su abuelo no habría estado solo y no lo habría
pasado tan mal después de la caída.
Pero aquellos pensamientos no servían de nada, lo sabía.
Las cosas pasaban porque tenían que pasar. Eso también lo sabía.
La cuestión era que había vuelto. Le gustaba el trabajo, siempre le había
gustado, y sabía Dios que no le venía mal un poco de serenidad. Días largos,
mucha actividad física, los caballos, la rutina. Y el único hogar que había
conocido en su vida.
Quizá habría despachado la carpeta de «Pendientes» antes de no ser por
Lil. El obstáculo, el remordimiento, la incertidumbre de Lil. Pero eso se había
acabado, y ambos podían seguir adelante con su vida.
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En aquel refugio había creado algo tan sólido y real, tan propio de ella…
Coop no había sabido cómo decírselo, cómo decirle que también para él era
un motivo de orgullo. Que recordaba el día en que le había dicho que
construiría ese lugar, que recordaba la expresión de su rostro, su luz, el sonido
de su voz.
Lo recordaba todo.
Habían pasado años, pensó. Toda una vida. Lil había estudiado, trabajado,
planificado hasta conseguirlo. Había hecho exactamente lo que se había
propuesto.
Siempre había sabido que lo haría, que no se conformaría con menos.
Él también había hecho algo. Le había llevado mucho tiempo y muchos
errores, pero había hecho algo con su vida y para sí mismo. Y ahora podía
apartarse de ello porque el objetivo había consistido en hacerlo.
Y ahora el objetivo estaba allí. Enfiló el camino de la granja. En este
lugar, pensó, en este momento.
Al entrar encontró a Lucy en la cocina.
—Huele bien.
—He pensado que podría hacer un par de pasteles —explicó Lucy con
una sonrisa algo tensa—. ¿Han salido todos bien?
—Sí, un grupo de cuatro. Los lleva Gull.
El hijo del herrero no había seguido los pasos de su padre, pero trabajaba
como guía y mozo en la hípica de los Wilks.
—Hace buen tiempo, y los llevará por caminos fáciles. —Puesto que
estaba preparado, se sirvió un café—. Voy a salir a echar un vistazo a los
potros y a sus madres.
Lucy asintió y comprobó los pasteles, aunque ambos sabían que era capaz
de controlar la cocción instintivamente.
—Si no te importa, podrías pedirle a Sam que te acompañe. Hoy está de
un humor de perros.
—Vale. ¿Está arriba?
—Ahí estaba la última vez que he ido a verlo. —Se pasó los dedos por el
cabello, que ahora llevaba corto como un chico y con deslumbrantes destellos
plateados—. Creo que el que haya ido a ver cómo estaba es una de las cosas
que lo ha puesto de mal humor.
Coop no dijo nada. Le pasó un brazo por los hombros y la besó en la
frente.
Pensó que seguro que había subido varias veces. Como también habría
salido a los establos a ver cómo estaban los potros. Y que se habría encargado
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de las gallinas y los cerdos, así como de todas las demás tareas posibles antes
de que Sam tuviera ocasión de intentar hacerlas.
Y le habría preparado el desayuno, al igual que había preparado el de
Coop. Y se habría ocupado de la casa, la colada…
Seguía agotándose pese a la presencia de Coop.
Subió la escalera.
Los dos primeros meses después de recibir el alta, su abuelo se había
instalado en el saloncito de la planta baja que habían acondicionado como
dormitorio. Por aquel entonces iba en silla de ruedas y necesitaba ayuda con
los asuntos más personales.
Cosa que había detestado.
En cuanto pudo subir la escalera, por mucho rato que le llevara y por
mucho que le costara, insistió en volver al dormitorio que compartía con su
esposa.
La puerta estaba abierta. Coop vio a su abuelo sentado en un sillón;
miraba ceñudo la televisión mientras se frotaba la pierna.
En su rostro se advertían arrugas que no existían dos años antes, surcos
grabados por el dolor y la exasperación más que por la edad. Y tal vez
también por el miedo, se dijo Coop.
—Hola, abuelo.
Sam volvió su mirada ceñuda hacia Coop.
—No hacen nada decente en la tele, maldita sea. Si te ha enviado para que
compruebes cómo estoy, si quiero beber algo, comer algo, leer algo o a
alguien que me haga eructar como a un bebé, la respuesta es no.
—Voy a salir a ver a los caballos y he pensado que podrías echarme una
mano. Pero si prefieres mirar la tele…
—No creas que esa clase de psicología te funcionará conmigo; no me
chupo el dedo. Dame las botas, maldita sea.
—Sí, señor.
Cogió uno de los pares de botas alineadas con pulcritud en el suelo del
vestidor. No le ofreció ayuda, algo que su práctica y solicita abuela por lo
visto no podía evitar. Pero Coop creía que también eso se debía al miedo.
En lugar de ayudarlo, se puso a hablar de la empresa, de las rutas actuales
y por último de su visita al refugio.
—Lil dice que pasará a veros más tarde.
—Me encantará verla, siempre y cuando no venga a visitar a un interino.
—Sam se incorporó y apoyó una mano en el respaldo del sillón para coger el
bastón—. ¿Qué cuenta de sus viajes por esas… montañas lejanas?
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—No se lo he preguntado. Solo he estado allí un par de minutos.
Sam meneó la cabeza. Coop pensó que se movía bastante bien para
haberse destrozado la pierna hacía tan solo cuatro días, aunque había cierta
rigidez y torpeza en sus movimientos y no pudo evitar recordar lo ágil que
siempre había sido Sam.
—No sé qué tienes en la cabeza, chaval.
—¿Cómo dices?
—Una chica tan guapa, por la que todo el mundo sabe que estuviste
colado hace tiempo, ¿y no eres capaz de dedicarle más que un par de
minutos?
—Estaba ocupada —se justificó Coop cuando se dirigían hacia la escalera
—. Y yo también. Además, eso pasó hace mucho tiempo. Y además, está con
alguien.
Sam resopló mientras bajaba la escalera con dificultad, Coop se había
colocado de modo que pudiera agarrarlo si perdía el equilibrio.
—Ya, un extranjero.
—¿Desde cuándo tienes prejuicios contra los extranjeros?
Aunque el esfuerzo le hacía apretar los labios, un destello de humor brilló
en los ojos de Sam.
—Soy viejo. Tengo derecho… no… La obligación de ser un cascarrabias.
Además, «estar» con alguien no significa nada. Los jóvenes de hoy en día no
tenéis agallas para ir tras una mujer que «está» con alguien.
—¿Los jóvenes de hoy en día? ¿Eso forma parte de tu nueva y obligatoria
conducta de cascarrabias?
—Tonterías —masculló Sam, pero no se quejó cuando Coop le ayudó a
ponerse la ropa de abrigo—. Saldremos por delante; está en la cocina, y no
quiero que me agobie con todas sus preocupaciones y advertencias.
—Vale.
Sam lanzó un suspiro y se puso el viejo sombrero de ala doblada.
—Eres un buen chico, Cooper, aunque te comportes como un idiota con
las mujeres.
—¿Me comporto como un idiota con las mujeres?
Coop llevó a Sam afuera. Había despejado de nieve el porche, la
escalinata, había abierto un camino hasta las camionetas y otros en dirección a
los edificios anexos.
—No soy yo al que su mujer agobia todo el santo día. Quizá si por las
noches hicieras algo más en la cama que roncar, la abuela no se pasaría el día
tocándote las narices.
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—Tonterías —repitió Sam, aunque no pudo contener una risita ahogada
—. Debería darte una buena tunda con el bastón.
—En tal caso, tendría que ayudarte a levantarte cuando te cayeras de culo.
—Podría mantenerme en pie el rato suficiente para acabar contigo. Eso es
lo que Lucy no consigue meterse en la cabeza.
—Te quiere. Le has dado un susto de muerte. Y ninguno de los dos
parecéis capaces de ser un poco más comprensivos. Estás cabreado porque no
puedes hacer todo lo que quieres y como quieres. Tienes que caminar con
bastón, y es posible que siempre sea así. ¿Y qué? —Espetó sin pizca de
compasión—. Al menos puedes caminar, ¿no?
—No me deja salir de mi propia casa a mis propias tierras. No necesito
una enfermera.
—No soy tu enfermera —replicó Coop—. La abuela se preocupa y está
encima de ti porque está asustada. Y tú a cambio la tratas fatal. Antes no lo
hacías.
—Antes no me trataba como si fuera un bebé —se sulfuró Sam.
—Te destrozaste la pierna, maldita sea, abuelo, y la verdad es que no
puedes caminar solo por la nieve. Algún día podrás, porque eres demasiado
testarudo para no salirte con la tuya, pero tardarás un tiempo. Tendrás que
aceptarlo.
—Eso es más fácil de decir cuando tienes treinta que cuando estás
llamando a la puerta de los ochenta.
—Razón de más para aprovechar el tiempo y dejar de perderlo quejándote
de la mujer que ama cada centímetro del cascarrabias que eres.
—Vaya labia tienes de repente.
—Llevaba tiempo reservándome este rollo para soltártelo.
Sam alzó el rostro curtido al aire.
—Todo hombre tiene su orgullo.
—Ya lo sé.
Siguieron avanzando despacio y con esfuerzo hacia el granero. Una vez
dentro, Coop hizo caso omiso del hecho de que Sam estaba sin aliento. Lo
recobraría mientras examinaban los caballos.
Aquel invierno habían nacido tres potros. Dos de los partos habían sido
fáciles; el tercero nació de nalgas. Coop y su abuela habían ayudado a traer al
mundo a este último, y Coop había pasado las dos primeras noches en el
granero.
Se detuvo ante el compartimiento donde estaban la yegua y su potra y
abrió la puerta para entrar. Ante la atenta mirada de Sam, Coop murmuró unas
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palabras a la yegua y la acarició para comprobar si tenía fiebre o estaba tensa.
Acto seguido examinó con cuidado la ubre y las tetillas. La yegua sobrellevó
con calma la exploración de aquellas manos conocidas, mientras la potrilla
golpeteaba la cabeza contra el trasero de Coop para captar su atención.
Coop se volvió y acarició su bonito pelaje, suave como gamuza.
—Esta potra es tan tuya como de ella —aseguró Sam—. ¿Ya le has puesto
nombre?
—Podría llamarse Fortuna, Dios sabe por qué, pero no le pega. —Coop
examinó la boca y el dentado de la potra antes de escudriñar sus enormes ojos
de bebé—. Suena a tópico, pero esta potrilla es una princesa. Seguro que ella
lo piensa de sí misma.
—Pues llámala así. Princesa de Cooper. Todo lo demás también es tuyo,
ya lo sabes.
—Abuelo…
—En este asunto mando yo. Tu abuela y yo hemos hablado muchas veces
de esto. No sabíamos con seguridad si lo querrías o no, pero al final
legalizamos la situación. Cuando nosotros faltemos, todo será tuyo. Quiero
que me digas si lo quieres o no.
Cooper se levantó, y la potrilla se alejó de inmediato para mamar.
—Sí, lo quiero.
—Bien —murmuró Sam con un gesto de asentimiento—. Bueno, ¿vas a
pasarte el día entero jugando con estas dos o piensas ir a ver a los demás?
Cooper salió del compartimiento, cerró la puerta y se dirigió al contiguo.
—Y otra cosa —añadió Sam mientras lo seguía, golpeando el suelo con el
bastón—. Un hombre de tu edad necesita una casa propia. No puede vivir con
un par de viejos.
—Últimamente utilizas mucho la palabra «viejo».
—Es lo que toca. Sé que has venido para ayudarnos. Eso es lo que hace la
familia y te lo agradezco. Pero no puedes quedarte en nuestra casa.
—¿Me echas?
—Pues eso parece. Podemos construirte algo. Elige un sitio que te guste.
—No me parece bien utilizar la tierra para construir una casa cuando
podríamos emplearla como terreno de cultivo o como pasto para los caballos.
—Piensas como un granjero —lo alabó Sam, orgulloso—. Pero, aun así,
un hombre necesita una casa propia. Puedes elegir un terreno y construir algo.
O, si no es eso lo que quieres, o todavía no, puedes reformar el barracón.
Tiene un buen tamaño, levantas un par de tabiques, cambias el suelo… Tal
vez convenga instalar un tejado nuevo. Podemos hacerlo.
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Coop echó un vistazo a la siguiente yegua y su potro.
—El barracón me iría de maravilla. Ya lo reformaré yo; no pienso aceptar
tu dinero, abuelo. Todo hombre tiene su orgullo —citó—. Tengo dinero, más
del que necesito ahora mismo. —Quería hablar de ello con sus abuelos, pero
todavía no—. Así que yo me encargo.
—Perfecto. —Sam se apoyó en el bastón y alargó la mano para acariciar
el carrillo de la yegua—. Hola, Piruleta, buena chica. Nos has dado tres
buenos potros en estos años. Eres más dulce que un caramelo, ¿a que sí?
Nacida para ser mamá y para cabalgar tranquila y suavemente.
Piruleta resopló con expresión afectuosa.
—Tengo que volver a montar, Cooper. No poder montar hace que me
sienta como si hubiera perdido la pierna en lugar de solo habérmela roto.
—Vale. Voy a ensillar un par de caballos.
Sam alzó la cabeza con un destello de asombro y esperanza en los ojos.
—Tu abuela nos desollará vivos.
—Primero tendrá que pillarnos. Pero iremos al paso, abuelo. Ni siquiera al
trote, ¿vale?
—Vale —convino Sam con voz temblorosa antes de añadir en tono más
firme—: Sí, me parece perfecto.
Coop ensilló dos de los caballos más viejos y tranquilos. Creía que había
entendido lo difícil que resultaba aquella convalecencia forzosa para su
abuelo, pero la expresión que vio en sus ojos cuando le dijo que montarían le
reveló que no era así. Ni de lejos.
Si estaba cometiendo un error, lo cometía por las razones correctas. Y no
sería la primera vez.
Ayudó a Sam a montar y percibió que el movimiento le causaba dolor.
Pero lo que vio en los ojos de su abuelo fue alegría y alivio.
Acto seguido subió al segundo caballo.
Sería un paseo aburrido a paso lento, pensó Coop. Un par de caballos
viejos caminando por la nieve sin rumbo fijo. Pero desde luego Sam Wilks
había nacido para montar. Los años se desvanecieron de repente… Coop vio
cómo se borraban del rostro de su abuelo. Sobre la silla, sus movimientos eran
elegantes y ágiles, volvió a decirse Coop.
Sobre la silla, Sam se sentía en casa.
El manto blanco se extendía reluciente bajo el sol, festoneando los
bosques que ascendían por las colinas y abrazando los salientes de roca con
sus gélidos brazos.
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El mundo se hallaba sumergido en un silencio absoluto, quebrado tan solo
por el susurro del viento y el tintineo de las bridas.
—Estas tierras son preciosas, Cooper.
—Sí que lo son, señor.
—He vivido en este valle toda la vida, trabajando la tierra, trabajando con
caballos. Es lo que único que he deseado jamás aparte de a tu abuela. Es lo
que conozco. Tengo la sensación de haber conseguido algo al poder dejártelo
todo a ti.
Cabalgaron durante casi una hora, sin ningún rumbo en particular y casi
siempre en silencio. Bajo el azul intenso del cielo, las colinas, las llanuras y el
valle se veían blancos y fríos. Coop sabía que llegaría el deshielo y el barro.
Las lluvias de primavera, el granizo… Pero con ellos llegaría también el
verde, y los potros retozarían en los pastos.
Y eso era lo que quería ahora, se dijo Coop. Ver de nuevo el verde y
contemplar los potros retozar. Vivir aquella vida.
Cuando se acercaban a la casa, Sam silbó entre dientes.
—Ahí está tu abuela, de pie en el porche trasero con los brazos en jarras.
Nos las vamos a cargar.
—¿Nos? Lo siento, colega, pero esta vez estás solo ante el peligro.
Sam guio deliberadamente el caballo hacia el patio.
—Vaya, menudo aspecto de idiotas satisfechos tenéis los dos cabalgando
con el frío que hace. Supongo que ahora, como recompensa, querréis café y
tarta.
—A mí me apetece mucho un trozo de tarta. Nadie hace las tartas como
mi Lucille.
Lucy resopló con gesto malhumorado y les dio la espalda.
—Si se rompe la pierna al desmontar, lo cuidarás tú, Cooper Sullivan.
—Sí, señora.
Coop esperó hasta que su abuela hubo entrado en la cocina, desmontó y
ayudó a Sam a hacer lo propio.
—Ya me ocupo yo de los caballos; tú ve con ella. Te ha tocado la peor
parte.
Ayudó a Sam a llegar hasta la puerta y a continuación abandono el campo
de batalla.
Se encargó de los caballos y los aperos. Puesto que carecía de un buen
motivo para volver al pueblo, decidió ponerse con algunas reparaciones
menores que habían quedado pendientes. No era tan hábil como su abuelo,
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pero sí bastante competente. Al menos casi nunca se aplastaba el dedo con el
martillo.
Cuando acabó fue a echar un vistazo al barracón. No era más que una
cabaña alargada, de techo bajo y aspecto primitivo, con vistas a la casa
principal y los prados.
Pero se hallaba lo bastante lejos para que todos pudieran disponer de
intimidad, pensó. Y debía reconocer que echaba de menos tener un poco de
intimidad.
En ese momento se utilizaba sobre todo como almacén, aunque se
empleaba de forma estacional o bien cuando surgía la necesidad o había
dinero suficiente para contratar a un par de jornaleros a tiempo completo.
Desde su punto de vista, ahora había más dinero (el suyo) y más
necesidad (la de sus abuelos). Después de reformar el barracón, tal vez llegara
el momento de considerar la posibilidad de rehabilitar el cuarto de aperos del
granero para alojar a un empleado permanente.
Coop sabía que tendría que acometer aquellos cambios con lentitud. Cada
cosa a su tiempo.
Entró en el viejo barracón. Dentro hacía casi tanto frío como fuera, y se
preguntó cuándo se habría encendido por última vez la panzuda estufa. Había
un par de literas, una mesa vieja, algunas sillas… La cocina serviría para
preparar alguna comida sencilla y poco más. El suelo estaba lleno de
arañazos, y las paredes eran irregulares y rugosas. Olía a grasa y a algo que
posiblemente era sudor.
Nada que ver con su piso en Nueva York, pensó. Claro que eso pertenecía
al pasado. Tendría que ver cómo se las apañaba para convertir el barracón en
un lugar habitable.
Podía funcionar; incluso dispondría de espacio suficiente para un pequeño
despacho. Necesitaría uno allí y otro en el pueblo. No quería tener que ir a la
casa principal y compartir el despacho de sus abuelos cada vez que tuviera
algo que hacer.
Dormitorio, un baño que necesitaba una reforma integral, cocina pequeña,
despacho. Con eso bastaría. Al fin y al cabo, no tenía intención de recibir
invitados.
Cuando terminó de examinar el lugar e imaginar los planos básicos,
empezó a pensar en la tarta. Esperaba que por entonces su abuela se hubiera
tranquilizado un poco.
Se dirigió a la casa, se limpió la nieve de las botas y entró.
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Y ahí estaba Lil. Maldita sea. Sentada a la mesa de la cocina y comiendo
un trozo de tarta. Su abuela le lanzó una mirada asesina, pero se levantó para
buscarle un plato.
—Siéntate. Da igual si comes ahora y luego no tienes hambre para la
cena. Tu abuelo ha subido a echar la siesta porque estaba agotado después de
montar. Lil ha tenido que conformarse con mi compañía, y eso que ha venido
hasta aquí para ver a Sam.
—Bueno… —se limitó a farfullar Coop mientras se quitaba el chaquetón
y el sombrero.
—Haz compañía a Lil mientras subo a ver cómo está.
Dejó el plato de tarta y la taza de café sobre la mesa con brusquedad y
salió de la cocina a grandes zancadas.
—Mierda.
—No está tan enfadada como parece. —Lil pinchó un trozo de tarta—.
Me ha dicho que a Sam le ha sentado de maravilla montar, pero está cabreada
porque habéis salido sin avisarla. En fin, la tarta está buenísima.
Coop se sentó y comió el primer bocado.
—Sí.
—Parece cansada.
—Es que no para. Ni siquiera se toma las cosas con un poco más de
calma. Si tiene diez minutos para sentarse, se busca alguna actividad. Se
pelean todo el santo día como un par de críos de diez años. Y además…
Coop se interrumpió al darse cuenta de que estaba conversando con ella
como lo hacía años atrás.
Antes del final.
Se encogió de hombros y ensartó otro trozo de tarta.
—Lo siento.
—No pasa nada. Yo también los quiero mucho. Así que vas a reformar el
barracón.
—Vaya, las noticias vuelan; solo hace un par de horas que lo he decidido.
—Llevo aquí casi media hora, lo suficiente para ponerme al día. ¿De
modo que piensas quedarte?
—Sí. ¿Algún problema?
Lil arqueó las cejas.
—¿Por qué iba a ser un problema?
Coop se encogió de hombros una vez más y volvió a concentrarse en la
tarta.
—No pretendes convertirte en el sheriff de Deadwood, ¿verdad?
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Coop alzó la vista y la miró a los ojos.
—No.
—Nos sorprendió que dejaras el cuerpo de policía. —Lil hizo una pausa,
pero él permaneció en silencio—. Imagino que ser investigador privado es
más emocionante y lucrativo que el trabajo policial.
—Es más lucrativo. Casi siempre.
Lil apartó el plato y cogió la taza de café; se preparaba para charlar,
concluyó Coop. Sus labios se curvaron un poco. Conocía a la perfección su
sabor, la sensación de notarlos contra los suyos.
Y ese conocimiento resultaba casi insoportable.
—Debía de ser un trabajo interesante.
—A veces.
—¿Es como en la tele?
—No.
—Vaya, Coop, antes eras capaz de sostener una conversación.
—Me he trasladado aquí —espetó él con sequedad—. Estoy ayudando a
llevar la granja y la hípica. Y punto.
—Si no quieres que me meta en tus asuntos me lo dices.
—No te metas en mis asuntos.
—Muy bien. —Lil dejó de golpe la taza sobre la mesa y se levantó—.
Antes éramos amigos. Creía que podríamos volver a serlo, pero por lo visto
me equivocaba.
—No pretendo volver a ser nada.
—Está clarísimo. Dale a Lucy las gracias de mi parte por la tarta y dile
que vendré a ver a Sam cuando pueda. Intentaré evitar encontrarme contigo.
Cuando salió de la cocina como una exhalación, Coop comió otro bocado
de tarta, contento de volver a estar a solas.
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8
L
il no tardó mucho en adaptarse a la rutina. Tenía cuanto quería: su casa,
su trabajo, compañeros de trabajo afines a ella, animales… Se puso al
día en cuanto a la correspondencia y las llamadas que le convenía contestar
personalmente y dedicó algunas horas a preparar propuestas para solicitar
subvenciones.
Nunca había dinero suficiente.
Necesitaba tiempo para conocer mejor a la nueva hornada de estudiantes
en prácticas que habían llegado mientras ella estaba en los Andes, así como
para revisar los informes de los animales a los que habían acogido y liberado,
los ejemplares heridos que llegaban al centro.
Daba de comer a los animales, los limpiaba a ellos y sus jaulas, ayudaba a
Matt a cuidarlos. Los días estaban llenos de actividad física, mientras que
reservaba las noches para escribir artículos, informes, solicitudes y demás
documentos necesarios para que quienes navegaban por la web hicieran clic
en la pestaña Donaciones.
Cada noche examinaba el territorio en busca de los hermanos de Baby y
de otros felinos y ejemplares de otras especies a los que habían identificado a
lo largo de los años.
Habían perdido algunos durante la temporada de caza, por ataques de
otros animales, por accidente o a causa de la vejez. Pero en la actualidad tenía
seis pumas originarios de las Colinas Negras, identificados por ella o por
alguno de los empleados. Uno de los pumas, un macho joven en el momento
de su identificación, había viajado hasta Iowa, mientras que otro se había
adentrado en Minnesota. La hembra de la camada de Baby se había asentado
en el sudoeste de las Colinas Negras y en ocasiones cruzaba a Wyoming en la
época de apareamiento.
Señalaba ubicaciones, calculaba distancias de dispersión y especulaba
acerca de las conductas y la elección de territorio.
Decidió que había llegado el momento de comprarse un caballo nuevo y
salir a rastrear. Antes de primavera le quedaba bastante tiempo para capturar y
evaluar, marcar y liberar.
En cualquier caso, quería pasar algún tiempo en su territorio.
—Deberías llevarte a alguno de los estudiantes —insistió Tansy.
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Debería, debería. La formación y el entrenamiento eran los pilares del
refugio. Pero…
—Iré más deprisa si voy sola —replicó al tiempo que comprobaba un
radiotransmisor y lo guardaba en la mochila—. He esperado hasta finales de
la estación y no quiero entretenerme más. Aquí todo está bajo control —
añadió—. Además, alguien tiene que comprobar qué le pasa a la cámara
externa. Es un buen momento para que me tome algunos días libres y me
ocupe de la cámara. A lo mejor consigo capturar y liberar algún ejemplar.
—¿Y si el tiempo empeora?
—No voy a ir tan lejos, Tansy. Con la cámara estropeada estamos
perdiendo datos; hay que averiguar qué le pasa. Si el tiempo empeora, me
vuelvo o espero a que mejore.
Añadió un segundo transmisor. Quizá tuviera suerte.
—Me llevo el radioteléfono —anunció.
Se colgó la pistola de dardos tranquilizantes al hombro y levantó la
mochila.
—¿Te vas ahora?
—Quedan muchas horas de luz. Con un poco de suerte conseguiré
capturar un ejemplar esta noche o mañana, lo marcaré y volveré a toda mecha.
—Pero…
—Deja de preocuparte. Ahora me voy a comprar un buen caballo a un
antiguo amigo mío. Si todo va bien, saldré desde allí estaremos en contacto.
Esperaba que el antiguo amigo en cuestión estuviera en el pueblo,
ocupándose del ganado, de ruta con los clientes de la hípica o lo que fuera a lo
que se dedicara en la actualidad. Prefería comprar el caballo a Sam o Lucy, y
evitarse el fastidio de hacer negocios con Coop.
Sobre todo porque él le había dejado muy claro que no quería que se
metiera en sus asuntos.
Y pensar que había hecho un esfuerzo sincero por mostrarse amable y
olvidar el pasado. Bueno, pues a la mierda. Si quería ir de Cabreado por la
vida, ella le pagaría con la misma moneda.
Pero necesitaba un buen caballo. Estar cabreada no significaba correr
riesgos en ruta, y su caballo habitual empezaba a ser demasiado viejo para
aquellas expediciones.
Con toda probabilidad, se dijo Lil mientras conducía hacia la granja
vecina, en aquella breve excursión no lograría más que examinar el territorio
y la actividad de la fauna. Tal vez avistara algún ejemplar, pero de ahí a
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capturar uno y marcarlo había un gran trecho. Sin embargo, merecía la pena
añadir cualquier exploración a la propuesta de estudio a diez años.
Y le daría la oportunidad de ver qué actividad humana había, si es que
había alguna.
Al llegar a la granja oyó el estruendo de martillos y sierras procedente del
barracón. Advirtió que una de las camionetas aparcadas junto al edificio
pertenecía a un carpintero de la zona. Movida por la curiosidad, se encaminó
hacia allí.
Craso error, pensó al ver salir a Coop del barracón.
Caballo, se recordó. Limítate a hablarle del caballo.
—Vengo a comprar un caballo.
—¿Le ha pasado algo al tuyo?
—No. Necesito uno con experiencia en el monte. El mío empieza a ser
demasiado viejo. Busco un caballo entre cinco y ocho años. Estable, maduro y
sano.
—No vendemos caballos que no estén sanos. ¿Te vas a alguna parte?
Lil ladeó la cabeza.
—¿Quieres venderme un caballo o no, Cooper? —preguntó en tono
gélido.
—Por supuesto. Pero imagino que los dos queremos que te venda el
caballo adecuado. No es lo mismo si lo quieres para montar por diversión o
por trabajo.
—Yo trabajo, así que necesito un caballo que trabaje conmigo. Y lo
quiero para hoy.
—¿Tienes intención de salir hoy?
—Exacto. Mira, he decidido intentar capturar y marcar algún ejemplar.
Necesito una montura fiable capaz de apañárselas en terreno agreste y que
tenga brío.
—¿Has visto felinos cerca del refugio?
—Para querer que me ocupe de mis propios asuntos, la verdad es que no
te cuesta nada meterte en los míos.
—Es mi caballo —le recordó Coop.
—No he visto ningún felino en el recinto del refugio. Tenemos instalada
una cámara externa y quiero comprobarla. Y ya que voy, pondré una trampa y
a ver si hay suerte. Tengo pensado estar fuera dos días, tres como mucho.
¿Contento?
—Creía que salíais a marcar en equipo.
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—Cuando marcar es el objetivo principal, sí. No es la primera vez que
salgo sola. Cooper, si no te importa me gustaría comprar el caballo antes de
primavera…
—Tengo un castrado de seis años que te puede ir muy bien. Lo sacaré
para que le eches un vistazo.
Lil estuvo a punto de decir que lo acompañaba, pero se contuvo. Se
quedaría donde estaba; de ese modo habría menos necesidad de conversar,
menos ocasión de sucumbir y preguntarle qué estaba haciendo en el barracón.
El castrado le gustó a primera vista. Era un hermoso pío castaño y blanco
con una larga línea hasta el hocico. Caminaba con las orejas erguidas y los
ojos atentos mientras Coop lo guiaba hacia la valla del cercado.
La constitución robusta del caballo le indicó que cargaría con ella y su
equipo sin problema.
No retrocedió ni se apartó cuando Lil le examinó las patas y los cascos.
Agitó un poco la cabeza cuando le examinó la boca, los dientes, pero no
intentó morderla.
—Se porta muy bien. Tiene bastante nervio, así que en la hípica solo lo
usamos cuando viene algún cliente experto. Le va la marcha. —Coop lo
acarició—. Es estable, pero se aburre si no hace más que avanzar al paso en
fila. Tiende a armar follón y le gusta ir en cabeza.
—¿Cuánto pides por él?
—Veo que te has traído la silla. Ensíllalo y ve a dar una vuelta. Tómate tu
tiempo. Tengo que encargarme de un par de cosas.
Lil siguió su consejo. El castrado le lanzó una mirada curiosa, como si
dijera: «Esto no es nada habitual». Acto seguido permaneció pacientemente
inmóvil mientras ella lo ensillaba y cambiaba la montura. Cuando montó, el
animal se removió inquieto.
¿Nos vamos? ¿Sí?
Lil chasqueó la lengua para ponerlo al trote. Empleó sonidos, las rodillas,
los talones y las manos para comprobar cómo respondía a las órdenes. Estaba
bien adiestrado, concluyó, pero no esperaba menos de los caballos de Wilks.
Calculó mentalmente la cifra máxima que estaba dispuesta a ofrecer y el
precio que le gustaría pagar mientras repasaba con el caballo los distintos
pasos y giros.
Le iría de perlas, concluyó. Era ideal.
Puso el caballo al paso al ver que Coop regresaba guiando una yegua baya
ya ensillada.
—¿Tiene nombre?
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—Lo llamamos Rocky porque es como una apisonadora.
Aquello la hizo reír.
—Es perfecto. ¿Cuánto quieres por él?
Coop le dio un precio muy próximo a su cifra máxima y se acercó a la
casa para recoger una mochila que había dejado en el porche.
—Es un poco más de lo que quería gastarme.
—Podemos negociar por el camino.
—Te daré… ¿Qué has dicho?
—Que voy contigo.
—Ni hablar —alcanzó a farfullar Lil, perpleja.
—Es mi caballo.
—Oye, Cooper… —Lil se detuvo un instante para tomar aire—. ¿Se
puede saber qué te hace pensar que vas a acompañarme?
—A mis abuelos les conviene pasar algún tiempo a solas, sin mí. Estoy
cansado de las obras. Ahora mismo hay poco trabajo, Gull puede encargarse
de todo durante un día o dos. Y me apetece ir de acampada.
—Pues vete a acampar a otra parte.
—Iré a donde vaya el caballo. Será mejor que cojas tus cosas.
Lil desmontó y ató las riendas a la valla.
—Te pagaré un precio justo por él, y entonces ya será mío.
—Me pagarás un precio justo por él cuando volvamos. Tómatelo como
una salida de prueba. Si al volver no quedas satisfecha, no te cobraré el
alquiler.
—No quiero compañía.
—No voy para hacerte compañía. Solo quiero ir con el caballo.
Lil masculló un juramento entre dientes y se caló el sombrero hasta los
ojos. Se dio cuenta de que, cuanto más duraba aquello, más quería aquel
maldito caballo.
—Muy bien. O vas a mi ritmo o te dejo atrás. Más vale que lleves tienda,
equipo y comida, porque no pienso compartir nada contigo. Y las manos
quietas, que esto no es una incursión en el baúl de los recuerdos.
—Lo mismo digo.
Cooper no sabía por qué lo hacía. Todas las razones que había aducido eran
ciertas, pero no eran la razón principal. Lo cierto era que no le apetecía nada
pasar ni una hora con ella, y mucho menos un día o dos… Habría sido mucho
más fácil mantenerse al margen.
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Pero no le hacía gracia la idea de que saliera sola.
Una razón absurda, reconoció mientras cabalgaban en silencio. Lil podía
ir a donde quisiera cuando le viniera en gana. Coop no podía detenerla aunque
quisiese. Y ella podría haberse marchado sin que él se enterara, y si no se
hubiera enterado, no habría pensado en el asunto. No se habría preguntado si
ella estaba bien.
Así que, desde ese punto de vista, resultaba más fácil ir que quedarse.
En cualquier caso, aquella excursión impulsiva reportaba alguna ventaja
clara. La primera era el bendito silencio. Tan solo oía el susurro del viento
entre los árboles, el golpeteo de los cascos sobre la nieve, el crujido del cuero.
Durante un par de días no tendría que pensar en las nóminas, los gastos
generales, el cuidado de los caballos, la comida de los animales, la salud de su
abuelo, los estados de ánimo de su abuela…
Podría hacer lo que no había tenido tiempo ni tal vez la inclinación de
hacer desde que había vuelto a Dakota del Sur.
Podría limitarse a ser.
Cabalgaron una hora entera sin mediar palabra, hasta que Lil detuvo el
caballo y él le dio alcance.
—Esto es una estupidez. Tú eres estúpido. Vete.
—¿Te crea algún problema respirar el mismo aire que yo?
—Puedes respirar todo el aire que quieras —replicó Lil, trazando un
círculo en el aire con la mano—. Hay kilómetros y kilómetros de aire. Pero no
le veo el sentido a esto.
—Es que no lo tiene. Sencillamente vamos en la misma dirección.
—Tú no sabes adónde voy.
—Vas a los prados donde viste al puma abatir a la cría de bisonte. Más o
menos el lugar donde encontramos el cadáver.
—¿Cómo lo sabes? —masculló ella con los ojos entornados.
—La gente me cuenta cosas lo quiera yo o no. Me hablan de ti lo quiera
yo o no. Ahí es donde sueles ir cuando sales sola.
Lil se removió en la silla como si librara una batalla interior.
—¿Has vuelto alguna vez allí desde aquel día?
—Sí.
Lil chasqueó la lengua para poner en marcha a Rocky.
—Supongo que sabes que no encontraron al culpable.
—Puede que matara a otras.
—¿Qué? ¿A qué otras?
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—Dos en Wyoming, una en Idaho. Excursionistas jóvenes y solas. La
segunda, dos años después de Melinda Barrett. Otra, trece meses después, y la
última, seis meses después de la segunda.
—¿Cómo lo sabes?
—Era policía. —Coop se encogió de hombros—. Investigué un poco.
Verifiqué delitos similares, indagué… Golpe en la cabeza, apuñalamiento,
zonas aisladas… Se lleva la mochila, el carnet de identidad, las joyas, y deja a
la víctima para que los animales acaben con ella. Los otros casos siguen
abiertos y sin resolver. Después de cuatro asesinatos se acabó. Lo que
significa que, o se dedica a otro tipo de asesinatos o lo pillaron por otra cosa y
está en la cárcel. O ha muerto.
—Cuatro —repitió Lil—. Cuatro mujeres. Debe de haber sospechosos o
alguna pista.
—Nada sólido. Yo creo que está en la cárcel o muerto. Ha pasado mucho
tiempo sin que se produzca ningún asesinato que concuerde con su patrón.
—Y la gente no cambia tanto, al menos en lo fundamental —añadió ella
cuando Coop la miró—. Y matar es eso, algo fundamental, básico. Si se trata
del mismo asesino, no lo hace porque conozca a la víctima, ¿verdad? No es
por eso. Es por el tipo de víctima… o de presa. Mujer, sola, en un entorno
concreto. Su territorio podía cambiar, pero sus presas no. Cuando un
depredador tiene éxito en la caza, sigue cazando.
Lil cabalgó en silencio unos instantes, pero prosiguió al ver que Coop no
intervenía.
—Creía o, mejor dicho, me convencí a mí misma de que lo de Melinda
Barrett había sido alguna clase de accidente. O como mucho un hecho
aislado. Alguien a quien conocía, alguien que la conocía decidió matarla.
—Pusiste una señal en el lugar donde la encontramos.
—Me pareció que debía de haber algo. Marqué a un macho joven allí hace
cuatro años. Se ha ido a Wyoming. Ahí es donde la cámara se estropeó hace
un par de días. Es de infrarrojos, con detector de movimientos. Recibimos un
montón de visitas. Las imágenes de los animales, tanto en el refugio como
fuera de él, son muy populares en la web. —Lil se interrumpió. No había sido
su intención entablar conversación con Coop. Claro que aquello no era una
conversación, sino más bien un monólogo—. Desde luego, te has vuelto muy
hablador con los años —comentó.
—Dijiste que no querías compañía.
—Y no quería. Ni quiero. Pero estás aquí.
Coop decidió hacer un esfuerzo.
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—¿Se estropean a menudo las cámaras?
—Requieren un mantenimiento regular. La intemperie, los animales y
algún que otro excursionista las estropean a menudo. —Se detuvo al llegar al
río. La nieve se amontonaba en pilas surcadas por huellas de animales que
acudían al lugar para cazar o beber—. Esto no es una incursión en el baúl de
los recuerdos —insistió—; solo es un buen sitio para acampar. Voy a
descargar antes de subir.
Se hallaban a cierta distancia corriente arriba del lugar donde antaño
paraban a comer a menudo. Donde se habían convertido en amantes. Coop no
lo mencionó, pues ella ya lo sabía. La doctora Lillian Chance conocía cada
centímetro de aquel territorio con la exactitud con que otras mujeres conocían
el contenido de su armario.
Probablemente mejor que la mayoría. Coop descargó sus cosas y se
apresuró a montar la tienda a más de cinco metros de la de Lil.
Tal vez la distancia entre ambas tiendas fuera el motivo de la sonrisa torva
que apareció en el rostro de Lil, pero Coop se abstuvo de hacer ningún
comentario.
—¿Qué tal va la reforma del barracón? —Preguntó Lil cuando se pusieron
de nuevo en marcha—. ¿O ese tema entra en la categoría de asuntos en los
que no debo meterme?
—Va bien. Creo que podré instalarme muy pronto.
—¿Será tu segunda residencia?
—De esta forma todos tendremos nuestro espacio.
—Te entiendo. Antes de construir la cabaña en el refugio, cada vez que
volvía a casa para pasar más de un par de días me sentía como si volviera a
tener dieciséis años. Por mucho espacio que tengas, a partir de cierta edad
vivir con tus padres… o con tus abuelos… es incómodo.
—Lo incómodo es oír que chirría la cama y saber que tus abuelos están
echando un polvo.
Lil lanzó una risita ahogada.
—Dios mío, gracias por compartir ese dato conmigo.
—Polvo de reconciliación —añadió Coop, arrancándole otra carcajada.
—Vale, para. —Lil se volvió hacia él, y aquella fugaz sonrisa de alegría
se le clavó directamente en el estómago.
—Esta vez es de verdad.
—¿El qué? ¿Lo de pedirte que pares?
—No, la sonrisa. Te has estado reprimiendo.
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—Puede. —Apartó la mirada, sus ojos oscuros y seductores miraban
fijamente al frente—. Tengo la sensación de que no sabemos cómo
relacionarnos. Pasar unos días juntos es una cosa, y la verdad es que en los
últimos años casi nunca nos hemos hallado en el mismo estado en el mismo
momento. Ahora vivimos en el mismo sitio, tratamos casi a las mismas
personas… No estoy acostumbrada a vivir y trabajar cerca de mis exnovios.
—¿Tienes muchos?
Lil le lanzó una mirada gélida desde debajo del ala del sombrero.
—Diría que ese tema entra en la categoría de asuntos en los que no debes
meterte.
—Quizá deberíamos hacer una lista.
—Quizá.
Avanzaron entre pinos y abedules, como tantos años atrás. Pero ahora el
aire cristalino soplaba helado, y ambos pensaban en el pasado, no en el futuro.
—Por aquí ha pasado algún felino.
Lil detuvo el caballo, como había hecho un rato antes. Coop tuvo un déjà
vu: Lil en vaqueros y camiseta roja, el cabello suelto bajo el sombrero, la
mano tendida hacia la suya mientras cabalgaban el uno junto al otro.
La Lil adulta de trenza y chaquetón de piel de oveja no le dio la mano,
sino que se inclinó hacia delante y escudriñó la tierra. Pero Coop percibió la
fragancia de su cabello, el aroma a bosque que desprendía.
—Y también ciervos. Es una hembra y está cazando.
—Eres buena. Sabes distinguir el sexo por las huellas.
—Pura intuición. —Con aire profesional, se irguió en la silla y siguió
observando el entorno con mirada atenta—. Hay muchos arañazos en los
árboles. Es su territorio. La captamos con la cámara varias veces, antes de que
se estropeara. Es joven. Diría que todavía no tiene edad de aparearse.
—Así que estamos rastreando a una hembra de puma virgen.
—Debe de tener alrededor de un año. —Lil se puso en marcha, pero muy
despacio—. Casi adulta. Ahora empieza a aventurarse a salir sin su madre. Le
falta experiencia. Podría tener suerte con ella. Es justo lo que ando buscando.
Tal vez sea descendiente de la que vi hace tantos años. Puede que sea prima
de Baby.
—¿Baby?
—El puma del refugio. Lo encontré con sus hermanos en este sector. Sería
interesante que sus madres fueran hermanas.
—Estoy seguro de que hay un parecido familiar.
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—ADN, Coop, lo que usa la policía. Me interesa mucho el tema. Cómo se
dispersan, cómo se cruzan sus caminos, cómo se reúnen para aparearse, cómo
las hembras a veces regresan a sus antiguas guaridas, al lugar donde
nacieron… Es muy interesante. —Se detuvo una vez más al borde del prado
—. Ciervos, alces, bisontes… Es como un bufet libre —comentó al tiempo
que señalaba las huellas en la nieve—. Razón por la cual puede que haya
suerte.
Desmontó con rapidez y se acercó a una tosca caja de madera. Coop la
oyó mascullar algún juramento mientras ataba el caballo.
—La cámara no está rota —anunció Lil mientras recogía un candado
hecho añicos de la nieve—. Y no ha sido culpa del mal tiempo ni de ningún
animal. Ha sido algún graciosillo. —Se guardó el candado en el bolsillo y se
agachó para destapar la caja—. Alguien se ha dedicado a romper el candado,
abrir la caja y apagar la cámara.
Coop examinó la caja y la cámara que contenía.
—¿Cuánto vale un trasto de estos?
—¿Una como esta? Unos seiscientos dólares. Y no, yo tampoco sé por
qué no se la ha llevado. Ya te digo, habrá sido un graciosillo.
Tal vez, pensó Coop. Pero había conseguido que Lil fuera hasta allí. Y
habría ido sola de no ser por su impulsiva decisión de acompañarla.
Se alejó un poco mientras Lil conectaba la cámara y luego llamaba al
refugio por el radioteléfono.
Coop no podía rastrear ni interpretar indicios como ella, de eso no cabía la
menor duda. Pero veía las huellas de botas en varias direcciones. Cruzando el
prado y adentrándose en el bosque que empezaba al otro lado.
A juzgar por el tamaño de la bota y la longitud de la zancada, calculaba
que el vándalo, si de eso se trataba, mediría alrededor de un metro ochenta y
calzaría entre un cuarenta y dos y un cuarenta y cuatro. Pero necesitaría algo
más que una mera inspección ocular para cerciorarse de ello.
Paseó la mirada por el prado, los árboles, los matorrales y las rocas. Sabía
que aquel territorio era inmenso, en parte privado, en parte parque natural.
Había muchos lugares donde una persona podía acampar sin toparse con
nadie.
Los felinos no eran la única especie que acechaba y tendía emboscadas.
—La cámara ya funciona —anunció Lil antes de estudiar las huellas como
había hecho Coop—. Anda por aquí a sus anchas —comentó mientras se
volvía para dirigirse hacia una raída lona verde clavada en el suelo—. Espero
que no se haya cargado la jaula.
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Soltó la lona y la retiró. La jaula estaba intacta salvo por la puerta que
llevaba cargada a lomos del caballo.
—Siempre nos llevamos la puerta por si alguien intenta usarla o un animal
es lo bastante curioso para entrar y luego no puede salir. Dejo una aquí porque
en este sector he tenido bastante suerte. Es más fácil que subir la jaula entera
cada vez. En invierno no pasa mucha gente por aquí. —Hizo una seña con la
barbilla—. El tipo vino de la misma dirección que nosotros, al menos los
últimos ochocientos metros.
—Eso ya lo veo. Se acercó a la cámara por detrás.
—Supongo que es tímido. Ya que estás aquí, podrías ayudarme a montar
la jaula.
Coop acarreó la jaula mientras Lil descargaba la puerta. Acto seguido se
quedó observándola mientras ella montaba la estructura con rapidez y
eficacia. Verificó la trampa varias veces y colocó varios pedazos de ternera
sanguinolenta como cebo. Por fin anotó la hora y asintió.
—Faltan poco más de dos horas para que se ponga el sol. Si está cazando
por aquí, el cebo debería atraerla. —Se limpió la sangre de las manos con
nieve y se puso los guantes—. Podemos mirar desde el campamento.
—¿Sí?
—Tengo la tecnología necesaria —asintió ella con una sonrisa.
Pusieron rumbo hacia el campamento, pero, tal como había sospechado
Coop, Lil se desvió para seguir las huellas humanas.
—Se dirige hacia el parque natural —dijo—. Si continúa en esta
dirección, llegará al final del camino, solo y a pie.
—Podemos seguir las pisadas, pero acabaremos perdiendo la pista por
culpa de otras huellas.
—De todas formas, no serviría de nada. No volvió por aquí, siguió
adelante. Probablemente es uno de esos fanáticos de la supervivencia o un
excursionista extremo. Los del equipo de rescate han tenido que sacar a dos
grupos pequeños este invierno. Pipa me lo contó. La gente cree que sabe lo
que es el invierno en plena naturaleza. Pero no tienen ni idea. Al menos la
mayoría, pero creo que él sí. Zancada y ritmo regulares. Sabe lo que se hace.
—Deberías denunciar lo de la cámara.
—¿Para qué? Agente, alguien me ha roto un candado de diez dólares y me
ha apagado la cámara. Envíe refuerzos.
—No está de más hacerlo constar.
—Llevas demasiado tiempo fuera. Para cuando vuelva a casa, mis
empleados se lo habrán contado al repartidor y a los voluntarios, que a su vez
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se lo comentarán a su jefe, vecino, compañero, etcétera. Ya consta… al estilo
de Dakota del Sur.
No obstante, se volvió en la silla para mirar atrás.
Una vez en el campamento, Lil sacó un pequeño portátil y se sentó en el
taburete plegable para ponerse manos a la obra. Coop permaneció en su
choza, encendió el hornillo y preparó café. Había olvidado el placer de
preparar una cafetera en un hornillo, el subidón adicional de sabor que
proporcionaba. Se sentó a disfrutarlo mientras contemplaba cómo luchaba el
agua del río por abrirse camino entre las rocas y el hielo.
Por lo que veía desde su tienda, Lil estaba inmersa en su trabajo. Llamó a
alguien por el radioteléfono para comentar coordenadas y datos.
—Si compartes tu café para que no tenga que prepararme una cafetera —
le dijo de repente—, compartiré contigo mi estofado. No es de lata; lo ha
hecho mi madre.
Coop siguió tomándose el café mientras la miraba de soslayo sin decir
nada.
—Ya sé lo que dije, pero es una estupidez. Además, ya he dejado de estar
cabreada contigo. Al menos de momento. —Se levantó, dejó el portátil sobre
el taburete y sacó una bolsa sellada de estofado de la alforja—. Es un buen
trato —advirtió.
Coop no podía discutírselo. En cualquier caso, quería ver lo que estaba
haciendo en el ordenador. Sirvió una segunda taza de café, lo aguó como
recordaba que a ella le gustaba y se dirigió a su sector del campamento.
Se tomaron el café de pie en la orilla nevada del riachuelo.
—El ordenador está conectado a la cámara. Cuando se active, si es que se
activa, me llegará una señal.
—Qué sofisticado.
—Obra de Lucius. Es nuestro genio informático. Si quieres, puede hacer
llegar un mensaje a tus abuelos. Pero le dije que los llamara o que le dijera a
Tansy que llamase para hacerles saber dónde habíamos acampado. El tiempo
aguanta, así que no deberíamos tener ningún problema.
Lil volvió la cabeza. Sus miradas se encontraron y las sostuvieron. Algo
sacudió con fuerza el corazón de Coop antes de que ella apartara la vista.
—El café está bueno —dijo Lil—. Voy a ocuparme de mi caballo y luego
calentaré el estofado.
Se alejó y dejó a Coop en la orilla.
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Lil no quería sentirse de aquel modo. Le fastidiaba, le exasperaba ser incapaz
de bloquear lo que no quería, de desterrarlo de su mente.
¿Qué demonios le pasaba con Coop? Esa combinación de tristeza y furia
seguía allí, bajo la superficie, tirando de ella.
Eran sus sentimientos, se recordó. Su problema, no el de Coop.
¿Era así como se sentía Jean-Paul?, se preguntó. ¿Siempre anhelante,
necesitando más y sin conseguirlo nunca del todo? Lil se dijo que merecía
unos cuantos azotes por haber hecho que alguien se sintiera tan desvalido
como se sentía ella.
Tal vez saber que seguía enamorada de Cooper Sullivan fuera su castigo.
Desde luego, era muy doloroso.
Era una lástima que no pudiera desaparecer como Jean-Paul. Su vida
estaba allí, sus raíces, su trabajo, su corazón. Tendría que afrontarlo y
aprender a vivir con ello.
Una vez abrevado y alimentado el caballo, calentó el estofado.
El crepúsculo se abatía sobre el paisaje cuando llevó un plato a Coop.
—Me parece que está lo bastante caliente. Tengo trabajo, así que…
—Vale, gracias.
Coop cogió el plato y siguió leyendo un libro a la luz agonizante del día y
el fulgor del hornillo.
Al anochecer, varios ciervos mula bajaron al río para beber. Lil distinguía
sus movimientos y sus sombras, oía el susurro de las hojas y el golpeteo de
los cascos. Echó un vistazo a la pantalla del ordenador, pero no había
movimiento alguno… todavía… en el prado.
Cuando salió la luna, cogió el ordenador y el farolillo y entró en su tienda.
Sola, pues se sentía más sola con Coop cerca que si hubiera estado sola de
verdad, escuchó los sonidos de la noche y de la naturaleza. A la sinfonía
nocturna se unieron la llamada del cazador y los gritos de las presas. Oyó a su
caballo resoplar y relinchar flojito al caballo de Coop.
El aire estaba lleno de sonidos, pensó. Pero los dos humanos que lo
poblaban no se dirigían la palabra.
Despertó justo antes del amanecer, convencida de que el ordenador había
emitido una señal. Pero de inmediato comprobó que la pantalla seguía en
blanco. Se incorporó despacio y aguzó el oído. Oyó algo fuera de la tienda,
parecían movimientos sigilosos y humanos. En la oscuridad, Lil localizó
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mentalmente el rifle y la pistola de dardos tranquilizantes. Finalmente se
decidió y alargó la mano para coger la pistola.
Abrió la tienda lentamente y asomó la cabeza. Pese a la oscuridad,
reconoció que la sombra pertenecía a Cooper. No obstante, se deslizó al
exterior sin soltar la pistola.
—¿Qué pasa?
Coop alzó una mano en señal de que callara y le indicó con un gesto que
volviera a entrar en la tienda. Lil hizo caso omiso y se acercó a él.
—¿Qué pasa? —repitió.
—Había alguien aquí fuera. Por allí.
—Podría haber sido un animal.
—No lo era. Debe de haberme oído moverme dentro de la tienda y abrirla.
Se ha largado a toda velocidad. ¿Para qué narices es eso?
Lil bajó la mirada hacia la pistola de dardos tranquilizantes.
—Para administrar vacunas. También a humanos, en caso necesario. Te
he oído aquí fuera, pero no estaba segura de que fueras tú.
—Podría haber sido un animal.
Lil lanzó un bufido.
—Vale, sí, probablemente conoces la diferencia tan bien como yo. ¿Para
qué narices es eso? —inquirió mientras señalaba la nueve milímetros que
Coop tenía en la mano.
—Para administrar vacunas.
—Por el amor de Dios, Cooper.
En lugar de responder, Coop entró en su tienda, salió con una linterna y se
la tendió.
—Interpreta las huellas.
Lil alumbró la nieve.
—Vale, estas son tuyas, probablemente de cuando te alejabas del
campamento para orinar.
—Cierto.
—Y aquí hay otro grupo de huellas que vienen de la otra orilla en esta
dirección. Caminando. Hacia el norte, aquí corriendo, o al menos a buen paso.
—Lanzó un suspiro—. Un cazador furtivo, quizá. Alguien en busca de un
punto de observación para cazar que se ha topado con nuestro campamento.
Pero espera… estas pisadas se parecen mucho a las de la jaula. Podría ser un
cazador furtivo de todos modos. Uno al que le gusta hacerse el graciosillo.
—Puede.
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—Supongo que sigues pensando como un policía o como un detective
privado, lo que significa que todo el mundo es sospechoso. Y probablemente
crees que, si no te tuviera aquí conmigo, estaría en apuros.
—Vaya, ahora resulta que lees el pensamiento.
—Sé cómo funcionan estas cosas. Créeme, no te haría ninguna gracia que
te pinchara con uno de estos dardos tranquilizantes. Y, créeme, sé cuidarme
sólita. Llevo mucho tiempo cuidándome sólita. —Calló el tiempo suficiente
para que Coop asimilara sus palabras—. Pero entiendo la ventaja de ir
acompañada; no soy lenta.
—Entonces te preguntarás cómo ha podido moverse tan deprisa e ir
directamente al camino en plena oscuridad. Ahora empieza haber luz, pero
hace un rato estaba oscuro como boca de lobo.
—O su vista se ha acostumbrado, o tiene gafas de visión nocturna.
Probablemente lo segundo si busca un punto de caza en la oscuridad. Sabe lo
que hace. Daré parte, pero…
Se interrumpió al oír el pitido de su ordenador dentro de la tienda.
Olvidando todo lo demás, corrió como una exhalación y se zambulló en la
tienda.
—¡Ahí está! Joder, debes de ser mi amuleto de la suerte. No esperaba
verla, la verdad. Qué belleza —murmuró mientras contemplaba a la joven
hembra de puma husmear el aire en el extremo más alejado del prado—.
Coop, ven a ver esto, venga.
Cuando él entró, Lil se apartó un poco para dejarle ver la pantalla.
—Ha olido el cebo. Está acechando desde las sombras, entre los
matorrales. Furtiva. Tiene una vista excelente y ve en la oscuridad. No
distingue la jaula, pero dentro… ese olor. Dios, es una preciosidad. Mírala.
La hembra parecía nadar agazapada en la nieve.
De repente se irguió, y Lil contuvo el aliento al presenciar aquella
velocidad, aquella potencia. Salto, rebote, ataque. El puma se hizo con el cebo
en el instante en que la trampa se cerraba.
—¡La tenemos! ¡La tenemos! —Gritó Lil con una carcajada triunfal,
asiendo el brazo de Coop—. ¿Has visto cómo…?
Volvió la cabeza, y su boca estuvo a punto de chocar contra la de Coop en
el reducido espacio de la tienda. Sintió el calor que desprendía su cuerpo, el
destello en sus ojos, aquellos ojos azul hielo. Por un instante, el más breve de
los instantes, la inundó el recuerdo de él. De ellos.
Al poco se apartó de la zona de peligro.
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—Tengo que recoger mi equipo. Está amaneciendo. Pronto habrá luz
suficiente para ver el camino. —Cogió el radioteléfono—. Perdona, tengo que
hacer una llamada.
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9
P
uesto que Lil tenía más cosas que recoger y resolver, Coop frio un poco
de beicon y preparó café. Cuando Lil terminó de hacer llamadas y
recoger el equipo, Coop había preparado un desayuno frugal y levantado su
parte del campamento. Estaba ensillando el caballo cuando Lil se acercó para
ensillar el suyo.
—¿Qué vas a hacer con ella?
—Inmovilizarla. Con la pistola de dardos tranquilizantes puedo acercarme
a medio metro de ella e inyectarle un dardo sin hacerle daño. Tomaré
muestras de sangre y pelo, calcularé su peso, edad, tamaño, etcétera, y le
colocaré un collar de radiofrecuencia. Gracias —añadió distraída cuando
Coop le alargó una taza de café—. Tengo intención de administrarle una dosis
baja, pero estará inconsciente un par de horas, así que tendré que quedarme
con ella hasta que recobre el conocimiento y se recupere. Será vulnerable
hasta que se le pase por completo el efecto del narcótico. Son muchas horas
de trabajo, pero, si todo va bien, a mediodía podrá ponerse en marcha y yo
tendré lo que quería.
—¿Y qué ganas con todo esto?
—¿Quieres decir aparte de la satisfacción? —Replicó Lil mientras
montaba en la silla a la luz rosada del alba—. Pues información. El puma es
una especie casi en peligro de extinción. La mayoría de la gente, y me refiero
a personas que viven y viajan por territorios donde habitan pumas, nunca
llegan a ver uno.
—La mayoría de la gente no es como tú.
Coop montó y le tendió uno de los panecillos de beicon que había
preparado.
—Cierto. —Se quedó mirando el panecillo y luego a él—. Has hecho el
desayuno. Ahora me siento culpable por haberme quejado de que vinieras.
—Ya solo por eso merece la pena.
—En fin… —prosiguió Lil, dando un bocado al panecillo mientras
guiaban a los caballos hacia el camino—, casi todos los avistamientos
comunicados resultan ser de linces y algún que otro animal doméstico.
Algunas personas compran felinos exóticos (cada mes recibimos la llamada
de alguien que lo ha hecho) y no sabe qué demonios hacer cuando su peluche
deja de ser un dulce cachorrito. —Dio otro bocado—. Pero por lo general la
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gente ve un lince y piensa Mierda, un puma. E incluso las pocas veces que
resulta ser Mierda, un puma, la mayoría de la gente no entiende que el puma
no busca carne humana.
—Hace un año o así, un puma estuvo a punto de meterse en un jacuzzi
con la mujer que había dentro.
—Sí, eso fue genial —asintió Lil antes de acabarse el panecillo—. Lo que
la gente no entiende es que el puma no estaba interesado en ella; no la atacó.
Estaba acechando a un ciervo y acabó en el jardín de aquella mujer mientras
ella se daba un baño. Le echó un vistazo, probablemente pensó Hum, esta no
es mi cena, y se largó. Nosotros somos los invasores, Coop, y te aseguro que
no te conviene que empiece con mi rollo conservacionista. Pero es que es
verdad, y por tanto tenemos que aprender a convivir con ellos y protegerlos.
No quieren estar cerca de nosotros. Los pumas ni siquiera quieren estar juntos
si no es para procrear. Son solitarios, y si bien interactúan hasta cierto punto
en algunos hábitats, nosotros somos sus únicos depredadores una vez
alcanzan la madurez.
—Lo pensaría dos veces antes de meterme en un jacuzzi.
—No creo que ningún puma se bañara contigo —rio Lil—. Saben nadar,
pero no les gusta mucho el agua. La hembra de allá arriba se preguntará cómo
demonios ha podido quedar atrapada. Si vive la media que alcanzan las
hembras en libertad, le quedan unos ocho o nueve años de vida. Se apareará
cada dos años, tendrá un promedio de tres crías por camada. Dos de las tres
probablemente morirán antes de cumplir un año. Ella las alimentará, las
defenderá a muerte y les enseñará a cazar. Puede que cubra un territorio de
doscientos kilómetros cuadrados a lo largo de su vida.
—Y tú la rastrearás gracias al collar.
—Sabré adónde va, cuándo va, cómo va, cuánto tarda. Y cuándo se
aparea. Estoy haciendo un estudio generacional. Ya he marcado dos
generaciones a través de los hermanos de Baby y un macho casi adulto que
capturé y marqué el año pasado en el cañón. Empezare otra con este ejemplar.
Aceleraron a un trote rápido en cuanto el camino lo permitió.
—¿No sabes ya todo lo que hay que saber sobre los pumas?
—Nunca se sabe todo. Biología, comportamiento, rol ecológico,
distribución, hábitat, incluso mitología… Todo suma, y cuanta más
información tengamos, más capaces seremos de proteger las especies. Y
luego están los fondos. A los donantes les gusta ver, oír y saber cosas guays.
Le pongo nombre a la hembra de la jaula, cuelgo una foto suya en la web y la
añado a la sección «Apadrina un felino». Ergo, fondos. Y al explotarla en
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cierto modo, engrosó la cuenta destinada a proteger, estudiar y comprenderlos
tanto a ella como al resto de su especie. Además, quiero saber. —Lil se volvió
hacia él—. Y para serte sincera, es una forma genial de empezar el día.
—Desde luego.
—Aire puro, un buen caballo, kilómetros y kilómetros de lo que la gente
paga a precio de oro en libros de arte, y un trabajo interesante. No está nada
mal. —Ladeó la cabeza—. Ni siquiera para un urbanita.
—La ciudad no es mejor ni peor. Simplemente es diferente.
—¿La echas de menos? ¿Echas de menos tu trabajo allí?
—Estoy haciendo lo que quiero. Como tú.
—Eso es importante. Ser capaz de hacer lo que uno quiere. Y a ti se te da
bien. Me refiero a los caballos —añadió—; siempre se te han dado bien. —Se
inclinó para acariciar el cuello del castrado—. Seguiré intentando regatear el
precio, pero tenías razón; Rocky es ideal para mí. —De repente frunció el
ceño y aminoró el paso—. Ahí está otra vez nuestro amigo. —Señaló con un
gesto las huellas—. Cruzó por aquí y tomó el camino. Zancada larga. Sin
correr pero caminando deprisa. ¿Qué demonios tramará? —El corazón le dio
un vuelco—. Se dirige a la pradera. Hacia el puma.
Mientras hablaba, un alarido desgarró el aire.
—Está allí. ¡Está arriba! —exclamó mientras ponía el caballo al galope.
El alarido volvió a resonar lleno de furia. Y luego un tercero, agudo y
penetrante, interrumpido por el chasquido de un disparo.
—¡No!
Lil cabalgaba casi a ciegas, tirando de las riendas para sortear los árboles,
aferrada al caballo y azuzándolo por la nieve. Con una mano intentó apartar a
Coop cuando este le dio alcance y se situó junto a ella.
—¡Suéltame! ¡Que me sueltes! ¡Le ha disparado!
—Si le ha disparado, ya no puedes hacer nada. —Coop asió las riendas de
Rocky y siguió hablando en voz baja para calmar a los caballos—. Allí arriba
hay alguien armado. No permitiré que cabalgues como una loca y te
arriesgues a romperle una pata al caballo y romperte el cuello tú. Para y
piensa.
—Nos lleva al menos quince o veinte minutos de ventaja. La pobre puma
está atrapada. Tengo que…
—Para y piensa. Usa el teléfono. Llama y da aviso.
—Si crees que me voy a quedar cruzada de brazos mientras…
—Lo que vas a hacer es dar aviso por teléfono —insistió Coop con una
voz tan fría como su mirada—. Y luego seguiremos las huellas. Cada cosa a
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su tiempo. Llama a tu gente, comprueba si la cámara sigue funcionando. Que
den parte del disparo. Luego te quedarás detrás de mí, porque yo soy quien
lleva un arma de verdad. Y punto. Llama ya.
Lil podría haberle discutido el tono o la orden, pero sabía que tenía razón
respecto a la cámara. Sacó el teléfono mientras Coop se colocaba delante de
ella.
—Tengo un rifle por si lo necesito —le recordó Lil.
Tansy contestó al teléfono con voz adormilada.
—Eh, Lil, ¿dónde…?
—Comprueba la cámara. La número once, la que reparé ayer.
Compruébala ya.
—Vale. He estado vigilando desde que llamaste. Salí para echar un
vistazo a los animales y me llevé a Eric para que… Maldita sea, vuelve a estar
apagada. ¿Estás…?
—Escúchame. Cooper y yo estamos a unos veinte minutos de la cámara.
Hay alguien allí arriba. Hemos oído un disparo.
—Dios mío. ¿No creerás qué…?
—Quiero que pongas sobre aviso a la policía y a los guardabosques. Lo
sabremos dentro de unos veinte minutos. Avisa también a Matt. Si la hembra
está herida, la llevaré al centro. Puede que necesitemos un transporte aéreo.
—Me ocuparé de ello. Mantente en contacto y ten cuidado, Lil.
La comunicación se cortó antes de que Lil pudiera responder.
—Podemos ir más deprisa —insistió Lil.
—Sí, y ponernos en la línea de fuego. No es así como quiero pasar la
mañana. No sabemos quién hay allá arriba ni qué pretende. Lo que sí sabemos
es que lleva un arma y que ha tenido tiempo de escapar o de encontrar un
escondite y acecharnos.
O de dar la vuelta, añadió mentalmente Coop, y convertirnos en dianas
humanas. No podía saberlo con certeza, de modo que se resistió al impulso de
inmovilizar a Lil y atarla a un árbol para continuar sin ella.
—Será mejor que sigamos a pie. —Se volvía para mirarla—. Haremos
menos ruido y seremos dianas más pequeñas. Llévate el cuchillo, la pistola de
dardos y el teléfono. Si pasa algo, echa a correr. Conoces la zona mejor que
nadie. Te largas, pides ayuda y te mantienes alejada hasta que lleguen
refuerzos, ¿queda claro?
—Esto no es Nueva York y tú ya no eres policía.
—Y esto ha dejado de ser una de tus expediciones —replicó Coop con
mirada gélida—. ¿Cuánto tiempo más quieres perder discutiendo con alguien
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más grande que tú?
Lil desmontó porque Coop tenía razón y preparó una mochila pequeña
con lo que consideró necesario. Decidió llevar la pistola de dardos
tranquilizantes en la mano.
—Detrás de mí —ordenó Coop—. En fila india.
Coop avanzaba rápido. Como había previsto, Lil no se quedó rezagada. Al
rato se detuvo, sacó los prismáticos, se protegió entre los matorrales y
escudriñó la pradera.
—¿Ves la jaula? —preguntó Lil.
—Espera.
Coop veía nieve pisoteada, la línea de árboles, la cresta de rocas… Un
sinfín de lugares donde esconderse.
Desvió los prismáticos en otra dirección. El ángulo no era bueno, pero
divisaba parte de la jaula y parte del puma. Y sangre en la nieve.
—No veo bien desde aquí, pero la hembra está tumbada.
Lil cerró los ojos un instante, pero Coop distinguió el dolor en su
expresión.
—Daremos un rodeo y llegaremos a la jaula por detrás. Es más seguro.
—Vale.
Era un camino más largo, más escarpado y más difícil a causa de la nieve,
que les llegaba a la rodilla y los hacía resbalar.
Lil avanzaba entre los matorrales sepultados en la nieve; aceptó la mano
de Coop en un tramo particularmente complicado.
Y al poco olió la sangre en el aire frío y prístino. Olió la muerte.
—Voy con ella —anunció con calma—. Si ese tipo estaba por aquí, nos
habría oído llegar. Habría tenido tiempo de dar la vuelta, ponerse a cubierto y
pegarnos un tiro si hubiera querido. Ha disparado contra un animal enjaulado.
Es un cobarde y se ha largado.
—¿Puedes ayudarla?
—No lo creo, pero voy con ella. El tipo podría haberte disparado anoche
en cuanto saliste de la tienda.
—Voy yo primero, y no quiero discusiones.
—Ve delante, me da igual. Tengo que llegar a ella.
Qué estupidez, se dijo Coop. Era un riesgo que no serviría de nada. Pero
la había ayudado a montar la jaula, había compartido con ella el momento en
que la trampa había saltado…
No podía dejar al puma allí.
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—Quizá deberías disparar un par de veces para que sepa que nosotros
también vamos armados.
—Podría tomarlo como una provocación. —Coop se volvió hacía ella—.
Crees que matar a un animal enjaulado o a cualquier animal es más fácil que
matar a un ser humano. Pero te equivocas. Depende de quién dispare. Quédate
aquí agachada hasta que te avise.
Coop se aventuró a la pradera, desprotegido. Por un instante sintió los
músculos tensos y un hormigueo le recorrió la piel. En una ocasión había
recibido un disparo, y no era una experiencia que le apeteciera repetir.
Sobre su cabeza, un halcón volaba en círculos y chillaba. Coop escudriñó
los árboles. Al distinguir un movimiento levantó el arma. Un ciervo mula
avanzaba por la nieve, a la cabeza de la manada que lo seguía.
Se volvió y caminó hacia la jaula.
No había esperado que Lil siguiera sus indicaciones y aguardara su señal,
y por supuesto, no se equivocó. Lil pasó a su lado y se arrodilló en la tierra
helada.
—¿Puedes volver a encender la cámara? Si es que no la ha destrozado,
claro. Tenemos que grabar esto.
Dentro de la jaula, la hembra de puma yacía de costado. La sangre y los
tejidos desgarrados por el disparo manchaban el suelo. Lil contuvo el impulso
de abrir la jaula, acariciar al animal, llorar. En lugar de eso, llamó a la base.
—Tansy, vamos a poner de nuevo en marcha la cámara. La hembra ha
recibido un disparo en la cabeza. Está muerta.
—Oh, Lil.
—Haz las llamadas necesarias y una copia del vídeo. Necesitamos que
vengan las autoridades y transporte para sacarla de aquí.
—Ahora mismo me ocupo. Lo siento muchísimo, Lil.
—Y yo.
Colgó y se volvió hacia Coop.
—¿Qué hay de la cámara?
—Estaba apagada, como antes.
—La veda del puma es muy corta, y ahora no es época. Además, estas
tierras son privadas. No tenía ningún derecho…
Si bien su voz sonaba firme, Lil estaba muy pálida y sus ojos relucían
como pozos negros.
—Aunque no hubiera estado enjaulada e indefensa, no tenía ningún
derecho. Entiendo la caza. Para alimentarse, como deporte… Entiendo los
argumentos a favor del equilibrio ecológico necesario a medida que los
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humanos ocupamos más y más hábitats naturales… Pero esto no es caza. Esto
es un asesinato. Ha matado a un animal enjaulado. Y la he enjaulado yo. Soy
yo quien la ha metido aquí dentro.
—No serás tan idiota como para echarte la culpa.
—No. —Tenía los ojos encendidos de pura ira—. El cabrón que se ha
acercado a la jaula y le ha metido un balazo en la cabeza es el culpable. Pero
yo he contribuido. Yo soy la razón por la que ha podido hacerlo.
Lil se puso en cuclillas y respiró hondo.
—Parece que ha llegado por el camino hasta la cámara y la ha apagado.
Luego ha rodeado la jaula, ha echado un vistazo a la hembra, la ha puesto
nerviosa. La hembra ha chillado. El tipo la ha mantenido inquieta; quizá así le
resultaba más excitante. Luego le ha disparado, creo que casi a quemarropa,
aunque no lo sé con seguridad. Le haremos la autopsia y recuperaremos la
bala. La policía la examinará y nos dirá qué tipo de arma ha utilizado.
—Un revólver, a juzgar por el sonido del disparo. Y de calibre pequeño, a
juzgar por el tamaño de la herida.
—Supongo que tú sabes más de estas cosas.
Acto seguido, Lil hizo lo que necesitaba hacer en ese momento, y Coop
no comentó nada acerca de la integridad de la escena del crimen cuando ella
abrió la jaula. Posó la mano sobre la cabeza destrozada de la joven hembra
que según sus cálculos no había vivido más de un año. Que había aprendido a
cazar y a vivir en libertad. Que se había refugiado en sus escondrijos secretos
y rehuido toda compañía.
Lil la acarició. Y cuando los hombros empezaron a temblarle, se levantó
para salir del encuadre de la cámara. Puesto que no tenía nada más que
ofrecerle, Coop se acercó a ella, le dio la vuelta y la abrazó mientras lloraba.
Y lloraba.
Cuando llegaron las autoridades, tenía los ojos secos y había recuperado
su conducta más profesional. Coop conocía de pasada al sheriff del condado,
pero suponía que Lil lo conocía de toda la vida.
Aparentaba treinta y pocos años, calculó Coop. Cuerpo fornido, rostro
curtido, sólido como un roble mientras examinaba la escena del crimen. Se
llamaba William Johannsen, pero, como casi todos los que lo conocían, Lil lo
llamaba Willy.
Mientras el sheriff hablaba con Lil, Coop observó a un ayudante que
sacaba fotografías del lugar, la jaula, las huellas… También vio que Willy
apoyaba una mano en el hombro de Lil y le daba una palmadita; luego se
apartó y se dirigió hacia él.
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—Señor Sullivan —saludó antes de detenerse junto a Coop y observar en
silencio al felino muerto—. Qué cobardía… ¿Es usted cazador?
—No, nunca me ha gustado.
—Yo cazo un ciervo macho cada temporada. Me gusta estar al aire libre y
medirme con sus instintos. Mi mujer prepara un estofado de ciervo
buenísimo. Nunca he cazado pumas. Mi padre solo caza para comer y me
enseñó a hacer lo mismo. Y desde luego no me gusta comer puma. Qué frío
hace. Y se está levantando viento. Lil dice, que tienen caballos allá abajo.
—Sí, y me gustaría ir a buscarlos.
—Lo acompañaré un trecho. Lil dice que ha llamado a su padre y que
viene de camino para encontrarse con usted donde acamparon anoche. Le
ayudará a llevar las cosas.
—Lil tiene que ir con el puma.
—Sí —asintió Willy—. Lo acompañaré un trecho y así podrá contarme
cosas. Si necesito más información, me pondré en contacto con usted más
tarde, cuando ya esté en casa y haya entrado en calor.
—Vale. Dame un segundo.
Sin esperar la aprobación del sheriff, Coop volvió junto a Lil. A diferencia
de Willy, no le dio ninguna palmadita en el hombro. Los ojos de Lil estaban
secos cuando se encontraron con los suyos. Secos y un poco distantes.
—Voy a buscar los caballos; me encontraré con Joe en el campamento.
Recogeremos tus cosas.
—Te lo agradezco, Coop. No sé qué habría hecho de no haber sido por ti.
—Te las habrías apañado. Luego pasaré a verte.
—No hace falta que…
—Luego pasaré a verte.
Dicho aquello, Coop se alejó, y Willy le dio alcance.
—Así que era policía en el este.
—Sí.
—Y luego se dedicó a la investigación privada, según tengo entendido.
—Cierto.
—Recuerdo cuando de pequeño venía a visitar a sus abuelos. Buena
gente.
—Sí que lo son.
Los labios de Willy se curvaron en una leve sonrisa mientras seguía por el
camino con paso firme.
—Me contaron que Gull Nodock, que ahora trabaja para usted, un día le
dio tabaco de mascar y vomitó hasta la primera papilla.
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Coop apenas pudo contener una sonrisa.
—Gull nunca se cansa de contar esa historia.
—Es que es buena. ¿Por qué no me cuenta algunas cosas, señor Sullivan?
Ya que fue policía, no hace falta que le diga lo que necesito saber.
—Llámame Cooper o Coop. Lil y yo salimos ayer por la mañana hacia las
ocho, quizá un poco más tarde. Descargamos algunas cosas en el campamento
junto al río y subimos aquí antes de las once. Cerca de las once, diría yo.
—No tardasteis mucho.
—Los caballos son buenos, y Lil conoce el camino. Tiene una cámara
instalada aquí arriba. Alguien rompió el candado de la caja y la apagó. Lil me
contó que hacía un par de días que no funcionaba. La volvió a encender, y
entonces vimos las huellas que había dejado el que la apagó. Diría que calza
un cuarenta y tres.
Willy asintió y se ajustó el sombrero.
—Lo comprobaremos.
—Montamos la jaula, pusimos el cebo y volvimos al campamento antes
de las dos. Ella se puso a trabajar, yo leí, más tarde cenamos y nos acostamos.
A las cinco y veinte de la mañana oí a alguien merodeando por el
campamento. Cogí mi arma, pero el tipo ya había echado a correr cuando salí
de la tienda. Más que verlo lo oí, pero distinguí algo. Diría que medía
alrededor de metro ochenta y era hombre. Por la forma de moverse y la
constitución, casi seguro que era hombre. Llevaba mochila y gorra. No sabría
decirte la edad, la raza ni el color de pelo. Solo distinguí una forma que corría
y que desapareció entre los árboles. Se movía muy deprisa.
—A esa hora está muy oscuro.
—Sí, quizá llevaba gafas de visión nocturna. Solo lo vi de espaldas, pero
se movía como una gacela, joder. Deprisa, ágil. Lil se despertó por el ruido.
Poco después, el ordenador avisó de que la trampa había saltado. Tardamos
media hora, quizá cuarenta minutos, en recoger las cosas y en que ella llamara
a la base. Y también estuvimos unos minutos mirando al puma en la pantalla
del ordenador. El tipo nos llevaba bastante ventaja. Ninguno de los dos
consideró la posibilidad de que subiera a la jaula e hiciera lo que ha hecho.
—¿Cómo ibais a pensar en eso?
Habían llegado junto a los caballos; Willy acarició la yegua de Coop con
afecto.
—Para entonces ya había amanecido, pero no nos dimos demasiada prisa.
Entonces Lil vio las huellas. Estábamos a medio camino entre el campamento
y la jaula cuando las vio.
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—Tiene buen ojo para eso —constató Willy con su suavidad habitual.
—El tipo había dado un rodeo, vuelto al camino y subido hacia la jaula.
En cierto momento oímos gritar al puma.
—Es un sonido impresionante.
—Al tercer alarido, oímos el disparo.
Coop detalló el resto de los acontecimientos indicando las horas exactas.
—No hay herida de salida —añadió—. Sin duda es un revólver de calibre
pequeño. Compacto, quizá un treinta y ocho. La clase de arma que puede
llevarse fácilmente bajo la chaqueta. Ligera para que no le entorpeciera el
avance y lo bastante pequeña para poder disimularla si se cruzaba con alguien
por el camino. Pasaría por un excursionista cualquiera disfrutando de la
naturaleza.
—Por aquí nos tomamos muy en serio estas cosas, te lo aseguro. En fin,
no te entretengo más. Si necesito volver a hablar contigo, sé dónde
encontrarte. Ten cuidado en el camino de vuelta, Coop.
—Lo tendré. —Coop montó y cogió las riendas del caballo de Lil que
Willy le tendía.
Durante el trayecto de vuelta tuvo tiempo para pensar.
No era casualidad que alguien hubiera manipulado la cámara, que un
intruso hubiera elegido su campamento, que el puma de Lil hubiera recibido
un disparo.
¿El denominador común? Lillian Chance.
Tenía que dejárselo muy claro para que tomara las precauciones
necesarias.
Lil suponía que era más fácil matar a un animal enjaulado que a un ser
humano. Coop no estaba de acuerdo.
Apenas conocía a Willam Johannsen y hasta entonces no había tenido
trato profesional alguno con él, pero le daba la impresión de que era un
policía competente y con sangre fría. Esperaba que hiciera cuanto estuviera en
su mano para esclarecer el asunto.
Pero Coop estaba convencido de que, a menos que tuviera un golpe de
suerte, Willy no conseguiría nada.
El asesino del puma de Lil sabía muy bien lo que hacía y cómo hacerlo.
La cuestión era por qué.
¿Alguien que guardaba rencor a Lil o quería vengarse del refugio? Tal vez
ambas cosas, ya que, para casi todo el mundo, Lil era el refugio. Cabía la
posibilidad de que se tratara de un extremista de cualquier ámbito del espectro
ecologista conservacionista.
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Alguien que conocía la zona, capaz de sobrevivir en plena naturaleza
durante períodos más o menos largos sin llamar la atención. Alguien del
lugar, pensó, o alguien con lazos en el lugar.
Quizá echara mano de antiguos contactos para averiguar si se habían
producido incidentes similares en los últimos años. O también podía
preguntárselo a Lil, se dijo. Sin lugar a dudas, Lil lo sabría o podría
averiguarlo más deprisa que él.
Claro que eso daría al traste con la idea de guardar las distancias. De
hecho, ya se había ocupado él de acortarlas al decidir acompañarla en su
expedición, así que ¿a quién pretendía engañar?
No iba a mantenerse alejado de ella. Por mucho que intentara negarlo, lo
sabía desde el instante en que Lil abrió la puerta de aquella cabaña, desde el
instante en que la vio.
Tal vez fuera un asunto pendiente, y a Coop no le gustaban los asuntos
pendientes. Lil era… un cabo suelto, concluyó. Si no podía cortarlo, tendría
que atarlo. Y a la mierda el tipo con el que no estaba exactamente
comprometida.
Entre ellos todavía había algo. Lo había notado en la reacción de Lil. Lo
había visto en sus ojos. Por mucho tiempo que llevara sin verla, sin estar con
ella, conocía sus ojos.
Soñaba con ellos.
Sabía lo que había visto en ellos aquella misma mañana en la tienda,
mientras la joven hembra de puma bufaba en la pantalla del ordenador. Si en
aquel momento la hubiera tocado, Lil habría sido suya. Así de sencillo.
No superarían aquella nueva fase de sus vidas, fuera cual fuese, hasta que
lograran sobreponerse a los antiguos sentimientos, a la conexión, a las
necesidades de entonces. Tal vez así pudieran volver a ser amigos. O no. Pero
quedarse quieto no era la solución.
Y Lil estaba en apuros. Quizá ella no lo creyera o no quisiera reconocerlo,
pero alguien quería hacerle daño. Fueran lo que fuesen o no fuesen el uno
para el otro, Coop no permitiría que eso sucediera.
Al divisar el campamento, aflojó el paso, se abrió la chaqueta y apoyó la
mano en el arma.
Alguien había rajado ambas tiendas en líneas largas y precisas. Los sacos
de dormir yacían empapados en el riachuelo helado, junto con el hornillo que
había usado por la mañana para freír el beicon y preparar el café. La camisa
que Lil llevaba el día anterior estaba tirada en la nieve llena de manchas de
sangre. Coop habría apostado cualquier cosa a que la sangre era del puma.
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Desmontó, ató a los caballos y abrió la alforja de Lil para sacar la cámara
que le había visto guardar en ella por la mañana.
Documentó la escena desde diversos ángulos; sacó algunos primeros
planos de la camisa, las tiendas, los objetos tirados en el agua y las pisadas de
botas que no eran ni suyas ni de Lil.
No podía hacer más, pensó antes de sacar una bolsa de plástico que le
serviría para guardar pruebas. Con los guantes puestos, guardó la camisa de
Lil, selló la bolsa y deseó tener un rotulador o un bolígrafo para anotar la
fecha, la hora y sus iniciales.
En aquel momento oyó acercarse un caballo y pensó en Joe. Metió la
camisa en su alforja y volvió a apoyar la mano en el arma, pero la apartó al
divisar al caballo y su jinete.
—¡Lil está bien! —se apresuró a exclamar—. Está con el sheriff del
condado. Está bien, Joe.
—Vale. —Joe, sin desmontar, paseó la mirada por el campamento—.
Supongo que todo esto no será consecuencia de una juerga vuestra, ¿verdad?
—Por lo visto el tipo dio media vuelta y volvió aquí mientras nosotros
estábamos ahí arriba. Ha sido algo rápido y se ha ensañado. No creo que
tardara más de diez minutos.
—¿Y por qué lo ha hecho?
—Buena pregunta.
—Una pregunta que te hago a ti, Cooper. —Joe desmontó sujetó las
riendas con una mano cuyos nudillos Coop imagino blancos bajo los guantes
de montar—. No soy un idealista. Sé que la gente hace de todo, pero esto no
lo entiendo. Tú sabes más de estas cosas. Te lo habrás preguntado, ¿no?
Coop sabía que, en ocasiones, mentir podía ser muy útil. Pero no mentiría
a Joe.
—Alguien se la tiene jurada a Lil, pero no tengo las respuestas.
Probablemente tú o ella sabéis más que yo. Hace mucho tiempo que no formo
parte de su vida. No sé qué le está pasando más allá de lo evidente.
—Pero lo averiguarás.
—La policía está en ello, Joe. Willy me parece una persona eficiente. He
sacado fotos de todo esto y se las entregaré.
Pensó en la camisa ensangrentada, pero decidió callárselo. Un padre
asustado, muerto de preocupación, no necesitaba más problemas.
—Willy hará su trabajo y lo hará lo mejor que pueda. Pero no dedicará el
día entero a pensar en esto, en Lil. Te lo pido a ti, Coop. Te pido que me
ayudes, que ayudes a Lil. Que cuides de ella.
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—Hablaré con ella. Haré lo que pueda.
Joe asintió satisfecho.
—Bueno, será mejor que limpiemos todo esto.
—No. Daremos parte y no tocaremos nada. Lo más probable es que ese
tipo no haya dejado nada, pero la policía debe examinar el lugar.
—Lo dejo en tus manos. —Joe lanzó un suspiro tembloroso, se quitó el
sombrero y se pasó la mano enguantada un par de veces por el pelo—. Dios
mío, Cooper. Dios mío… Estoy preocupado por mi niña.
Y yo, pensó Coop. Y yo.
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10
L
il desconectó sus emociones para asistir a Matt en la autopsia. Uno de
los ayudantes del sheriff también la presenció y, a medida que avanzaba
el procedimiento, se iba poniendo más pálido. En otras circunstancias, la
reacción de aquel pobre hombre le habría hecho cierta gracia.
Pero la sangre que le manchaba las manos era en parte responsabilidad
suya, y nadie podría convencerla de lo contrario.
No obstante, la científica que llevaba dentro extrajo muestra de sangre y
pelo del cadáver, tal como había querido hacer con el animal vivo. Analizaría
los tejidos y archivaría los datos para sus artículos y para el programa.
Cuando el veterinario extrajo la bala, Lil le acercó la bandeja de acero
inoxidable. El proyectil chocó contra el metal con un tintineo casi alegre. El
ayudante del sheriff la metió en una bolsa que selló e identificó en su
presencia.
—Parece del calibre treinta y dos —aventuró antes de tragar saliva—.
Voy a llevársela al sheriff Johannsen. Esto… ¿Confirma que esta bala es la
causa de la muerte, doctor Wainwright?
—Una bala en el cerebro suele serlo. No se aprecian otras heridas, ni
tampoco lesiones. La voy a abrir para completar la exploración, pero ya le
adelanto que lo que tiene en la mano es lo que la mató.
—De acuerdo, señor.
—Enviaremos un informe completo a la oficina del sheriff —terció Lil—.
Con toda la documentación.
—Bueno, pues me voy —dijo el policía antes de salir disparado.
Matt cambió los fórceps por el bisturí.
—Teniendo en cuenta el peso, la estatura y los dientes, calculo que esta
hembra tenía entre doce y quince meses —constató Matt, mirando a Lil en
busca de confirmación.
—Sí. No está preñada, aunque tendrás que verificarlo, ni parece haber
parido recientemente. No es probable que se apareara este otoño, seguramente
era demasiado joven para estar en celo. A primera vista parece que gozaba de
buena salud.
—Lil, no tienes por qué hacer esto, no tienes por qué quedarte.
—Sí que tengo por qué.
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Lil se obligó a desterrar sus emociones y observó cómo Matt practicaba
una precisa incisión en Y.
Cuando todo terminó, cuando los datos quedaron registrados y las
conclusiones anotadas, Lil sintió que le dolían los ojos y la garganta. El estrés
y la pena formaban una combinación nauseabunda en su estómago. Se lavó
las manos concienzudamente varias veces antes de pasar a la oficina.
En cuanto la vio, los ojos de Lucius se llenaron de lágrimas.
—Lo siento. Es que no puedo parar de llorar.
—No pasa nada. Está siendo un día horrible.
—No sabía si querías que escribiera algo en la web. Algún tipo de
comunicado o…
—No lo sé. —Lil se restregó el rostro; no había tenido ocasión de pensar
en ello—. Quizá sea conveniente. Sí, creo que sí. La han matado. La gente
debe saber lo que ha pasado.
—Puedo escribir algo y dártelo para que lo revises.
—De acuerdo, Lucius.
Mary Blunt, de cuerpo robusto y mente sensata, se levantó de su mesa
para verter agua caliente en un tazón.
—Es té. Bébetelo —ordenó al tiempo que se lo daba—. Y luego te vas a
casa un rato. Aquí no puedes hacer nada más; ya casi es hora de cerrar. Si
quieres, luego te preparo algo de comer.
—No podría probar bocado, pero gracias, Mary. Matt se está ocupando
del papeleo y de preparar el informe. ¿Podrías llevárselo a Willy de camino a
casa?
—Claro —asintió Mary, cuyos ojos color avellana la observaban
preocupados por encima del borde de las gafas para leer—. Encontrarán a ese
cobarde desalmado, no te preocupes.
—Cuento con ello.
Lil se tomó el té porque lo tenía delante y porque Mary la vigilaba para
asegurarse de que se lo bebía.
—La semana que viene tenemos una visita de los Boy Scouts. Si quieres
puedo aplazarla.
—No, intentemos que todo funcione como siempre.
—De acuerdo. He investigado algunas alternativas de subvención y hecho
una lista. Puedes echarle un vistazo, mira a ver si quieres que profundice en
alguna.
—Vale.
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—Pero mañana —insistió Mary con firmeza antes de coger el tazón vacío
—. Ahora vete a casa. Ya cerraremos nosotros.
—Primero voy a ver cómo están los demás.
—Tansy, los estudiantes en prácticas y algunos voluntarios se han
ocupado de dar de comer a los animales.
—Bueno, voy a ver… cómo están. Luego me iré a casa. —Se volvió hacia
Lucius—. En cuanto Matt termine, cerrad y marchaos también a casa.
Al salir, vio que Farley se acercaba a ella desde los establos. El joven la
saludó con la mano.
—Te he traído el caballo nuevo y tus cosas. Lo he limpiado y he dado de
comer.
—Eres un cielo, Farley.
—Tú harías lo mismo por mí. —Se detuvo ante ella y le frotó el brazo—.
Es horrible lo que ha pasado, Lil.
—Desde luego.
—¿Necesitas algo? —preguntó Farley, volviéndose hacia el crepúsculo
con los ojos entornados—. Tu padre dice que me quede todo el rato que me
necesites. De hecho, cree que debería quedarme a pasar la noche.
—No hace falta, Farley.
—Bueno, más bien ha dicho que me quede, no que debería quedarme —
puntualizó Farley con una de sus entrañables sonrisas—. Dormiré en el
camastro del establo.
—Hay una cama mucho más cómoda en la oficina. Duerme allí. Ya
hablaré yo con tu jefe, pero por esta noche sigámosle la corriente.
—Seguro que dormirá más tranquilo.
—Por eso vamos a seguirle la corriente. La verdad es que probablemente
yo también dormiré más tranquila sabiendo que andas cerca. Te prepararé
algo de cena.
—No hace falta; tu madre me ha dado un montón de comida. Por cierto,
no estaría de más llamarlos. —Apoyó el peso alternativamente en cada una de
sus botas gastadas—. Digo yo…
—Los llamaré.
—Esto… ¿Tansy está dentro?
—No, debe de estar fuera, en alguna parte.
El destello que advirtió en los ojos de Farley le dio ganas de lanzar un
suspiro. Era tan mono…
—Podrías dar una vuelta a ver si la encuentras, y dile que cerraremos un
poco antes. Si los animales ya están atendidos, puede irse a casa.
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—Se lo diré. Tómalo con calma, Lil. Si necesitas algo esta noche me
llamas.
—Lo haré.
Lil se volvió hacía la zona de felinos pequeños. Se detuvo junto a cada
jaula para recordarse por qué hacía todo aquello y qué esperaba conseguir.
Casi todos los animales a los que cobijaban y estudiaban estarían muertos sin
su intervención. Sus dueños los habrían sacrificado o abandonado, y aquellos
que eran demasiado viejos o estaban discapacitados para sobrevivir habrían
muerto en libertad. En el refugio tenían una vida, protección y toda la libertad
posible. Servían para educar, fascinar y recaudar fondos que contribuían a
conservar la naturaleza en su totalidad.
Aquel proyecto era importante. Intelectualmente, Lil lo sabía, pero tenía el
corazón tan herido que no era su intelecto lo que necesitaba reafirmarse.
Baby la esperaba con un ronroneo digno de una potente máquina. Lil se
agachó y apoyó la cabeza contra la jaula para que el puma la empujara con la
suya a modo de saludo.
Miró más allá de su protegido, donde los otros dos pumas a los que
albergaban estaban dando cuenta de la cena. Solo Baby abandonó su plato de
pollo favorito para ir a saludarla.
Y Lil encontró solaz en sus ojos relucientes.
Farley tardó un rato en encontrarla, pero el corazón se le aceleró al verla.
Tansy estaba sentada en uno de los bancos, y por una vez estaba sola,
contemplando al viejo tigre (¡un tigre viviendo en el valle!) mientras este se
lavaba la cara.
Se lamía las patas antes de pasárselas por la cara como un gato doméstico,
pensó Farley.
Le habría gustado decir algo ingenioso, algo inteligente y divertido, pero
no se consideraba nada ingenioso cuando se trataba de palabras. Además, la
lengua se le trababa cuando se hallaba cerca de Tansy Spurge.
Era la cosa más bonita que había visto en su vida; la deseaba tanto que le
dolía la barriga.
Sabía que aquella melena oscura y rizada era suave y delicada. En cierta
ocasión había conseguido tocarla. Sabía que la piel de sus manos era fina, y se
preguntaba si la de su rostro sería igual al tacto. Aquel precioso rostro dorado.
De momento no se había atrevido a tocarlo.
Pero estaba en ello.
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Sin lugar a dudas, Tansy era más lista que él. Farley había terminado el
instituto porque Joe y Jenna se habían empeñado, pero Tansy tenía un montón
impresionante de estudios y de títulos. También eso le gustaba de ella, el
hecho de que la inteligencia se le notara en los ojos, siempre de la mano de la
bondad.
Había visto cómo se comportaba con los animales. Con delicadeza. Farley
no soportaba que alguien hiciera daño a un animal.
Y, para colmo, era tan sexy que la sangre le bullía en la cabeza (y otros
lugares) cada vez que se acercaba a tres metros de ella.
Como ahora.
Irguió los hombros y deseó no ser tan flaco.
—Le gusta ir limpio, ¿eh?
Mientras hacía acopio de valor para sentarse junto a ella, Farley
permaneció de pie junto a la jaula, contemplando las abluciones del viejo
tigre.
También había tocado a Boris en una ocasión, cuando Tansy lo durmió
para ayudar a Matt a arrancarle los dientes que le quedaban. Desde luego,
había sido una experiencia increíble acariciar a un felino salvaje.
—Hoy se encuentra bien. Ha comido muy bien. No sabía si el pobre
aguantaría el invierno después de la infección de riñón que tuvo. Pero no se
rinde.
Las palabras de Tansy brotaron en un tono ligero, pero Farley conocía
cada una de sus inflexiones porque las había estudiado a fondo. Oyó las
lágrimas aun antes de que aparecieran.
—Vamos, vamos…
—Lo siento —farfulló Tansy, agitando una mano—. Todos hemos tenido
un día espantoso. Hasta hace un rato solo estaba cabreada, pero en cuanto me
he sentado aquí…
Se encogió de hombros y volvió a agitar la mano.
Farley ya no necesitaba armarse de valor para sentarse junto a ella, le
bastaron sus lágrimas.
—Hace unos cinco años atropellaron a mi perro. No hacía mucho que lo
tenía, solo unos meses, pero lloré como un niño junto a la carretera.
Le rodeó los hombros con el brazo y permaneció sentado junto a ella,
mirando al tigre.
—No quería ver a Lil hasta que se me pasara. No necesita que llore en su
hombro.
—Puedes llorar en el mío.
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Si bien se había ofrecido con intenciones puramente amistosas, el corazón
le dio un vuelco cuando Tansy apoyó la cabeza en su hombro.
—He visto a Lil —prosiguió a toda prisa, antes de que la mente le quedara
bloqueada por la emoción—. Me ha dicho que te diga que piensa cerrar un
poco antes y enviar a todo el mundo a casa.
—No debería quedarse aquí sola.
—Voy a pasar la noche aquí, en la segunda cabaña.
—Bien, eso está muy bien. Me tranquiliza saberlo. Es muy amable por tu
parte, Farley…
Tansy levantó la cabeza al tiempo que Farley inclinaba la suya. Y en
aquel momento, perdido en los ojos de ella, el gesto de consuelo se convirtió
en un abrazo.
—Dios mío, Tansy —farfulló antes de besarla.
Suave. Dulce. Le pareció que Tansy olía a cerezas calientes, y ahora que
estaba tan cerca de ella, olía su piel, y ese olor también era cálido.
Se dijo que un hombre que pudiera besar a Tansy no pasaría un solo día
de frío en su vida.
Tansy se dejó caer contra él, y aquel movimiento lo hizo sentirse fuerte y
seguro de sí mismo.
Pero de repente ella se apartó con brusquedad.
—Farley, esto no… No podemos hacer esto.
—No era mi intención, al menos no así. —Sin poder contenerse, le
acarició el cabello—. No pretendía aprovecharme de la situación.
—Vale, vale. No pasa nada —espetó Tansy con los ojos tan abiertos que
Farley no pudo reprimir una sonrisa.
—Ha estado muy bien. Llevo tanto tiempo pensando en besarte que ya no
recuerdo cuando empecé. Y ahora supongo que no dejaré de pensar en volver
a besarte.
—Pues no lo hagas —le espetó ella, como si Farley la hubiera pinchado
—. No puedes hacerlo. No podemos hacerlo.
Tansy se levantó, y Farley siguió su ejemplo, pero más despacio.
—Creo que te gusto.
Ella se ruborizó (por Dios, qué guapa era) y empezó a retorcerse los
botones del chaquetón.
—Pues claro que me gustas.
—Lo que quiero decir es que creo que a veces tú también piensas en
besarme. Estoy pero que muy colado por ti, Tansy. Puede que tú no lo estés
tanto de mí, pero creo que un poco sí lo estás.
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Tansy se arrebujó en el chaquetón sin dejar de retorcer los botones.
—Yo no… Esto no es…
—Es la primera vez que te veo tan nerviosa. A lo mejor debería besarte
otra vez.
La mano que retorcía botones se estrelló contra el pecho de Farley.
—Eso no va a pasar. Tienes que aceptarlo. Deberías buscar a… deberías
colarte por chicas de tu edad.
La sonrisa de Farley se ensanchó.
—No has dicho que no estés colada por mí. Lo que hay que hacer es
invitarte a cenar. Y a bailar. Hacer las cosas bien.
—No vamos a hacer nada —dijo Tansy con voz firme. Entre sus cejas se
había formado una línea vertical que a Farley le habría encantado besar. Se
limitó a seguir sonriendo.
—Lo digo en serio.
Exasperada, Tansy lo señaló con los dos dedos índices.
—Voy a ver a Lil y luego me marcho a casa. Y… por el amor de Dios,
deja de sonreír de una vez.
Tansy giró sobre sus talones y se alejó a grandes zancadas.
Su arranque de genio solo consiguió que Farley siguiera sonriendo de
oreja a oreja.
He besado a Tansy Spurge, pensó. Y antes de ponerse hecha una fiera,
ella también me ha besado a mí.
Lil se tomó tres analgésicos extrafuertes para combatir la jaqueca debida al
estrés y la remató con una ducha larga y muy caliente. Vestida con pantalones
de franela, calcetines gruesos y una raída y cómoda sudadera de la
Universidad de Dakota del Norte, añadió unos cuantos leños a la chimenea
compacta que caldeaba la cabaña.
Calor, pensó. Necesitaba mucho calor. También dejó las luces encendidas.
Todavía no estaba lista para afrontar la oscuridad, consideró la posibilidad de
comer algo, pero no logró reunir el apetito ni la energía suficientes.
Había llamado a sus padres y tachado aquella tarea de la lista. Los
tranquilizó, les prometió que cerraría todas las puertas con llave y les recordó
que el refugio estaba lleno de alarmas.
Trabajaría. Tenía artículos que escribir y solicitudes de subvención que
cumplimentar. No, haría la colada. No tenía sentido que se acumulara.
Tal vez pudiera cargar las fotos. O verificar las cámaras.
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O, o, o.
Se paseaba por la cabaña como un animal enjaulado.
El sonido de la camioneta la hizo girarse con brusquedad hacia la puerta.
Los empleados se habían marchado hacía casi dos horas, y Mary sin duda
había cerrado la verja de la carretera de acceso. Todos tenían llave, pero…
dadas las circunstancias, si alguien hubiera olvidado algo o necesitado algo
del refugio, ¿no habría llamado primero para avisarla?
Baby profirió un alarido de advertencia, y en la zona de grandes felinos la
vieja leona rugió. Lil cogió el rifle y salió. Farley se le adelantó por poco.
—¿Por qué no entras, Lil? —En contraste con su corazón desbocado, la
voz de Farley era serena como una brisa de primavera—. Voy a ver quién…
Ah, vale. —Bajó el cañón de la escopeta que había cogido—. Es la camioneta
de Coop.
Farley levantó la mano a modo de saludo cuando la camioneta se detuvo y
Coop salió de ella.
—Menudo comité de bienvenida. —Coop miró las armas y luego desvió
la vista hacia la zona donde los animales advertían al recién llegado que
sabían que estaba allí.
—Menudo follón arman —dijo Farley—. Cuando esos felinos enormes se
ponen así impresiona, ¿verdad? Bueno —añadió con un gesto de la cabeza—.
Nos vemos, Coop.
—¿Cómo has atravesado la verja? —preguntó Lil cuando Farley
desapareció en el interior de la cabaña.
—Tu padre me ha dado la llave. Por lo visto, hay un montón de llaves
pululando por ahí. Las cerraduras no sirven de gran cosa si todo el mundo
tiene llave.
—Los empleados tienen llave —puntualizó Lil, consciente de que su voz
sonaba agresiva a causa del miedo que había experimentado por un instante
—. De lo contrario alguien tendría que venir a abrir cada mañana para que los
demás pudieran entrar. Deberías haber llamado. Si has venido para ver cómo
estoy, te lo podía haber dicho por teléfono y te habrías ahorrado el viaje.
—No está tan lejos. —Coop subió los escalones del porche y le tendió una
fuente cubierta—. De parte de mi abuela. Pollo con empanadillas.
Cogió el rifle que Lil había apoyado contra la barandilla y entró en la
cabaña por iniciativa propia.
Lil apretó los dientes y lo siguió.
—Muy amable de su parte haberse tomado la molestia, y te agradezco que
me hayas traído la comida, pero…
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—Madre mía, Lil, esto parece un horno.
—Tenía frío —se justificó Lil.
En efecto, dentro de la cabaña hacía mucho más calor de lo necesario,
pero al fin y al cabo era su casa, maldita sea.
—Mira, no hace falta que te quedes —añadió al ver que Coop se quitaba
el chaquetón—. Estoy bien, ya lo ves. Ha sido un día muy largo para los dos.
—Sí, y tengo hambre.
Coop le quitó la fuente de las manos y se dirigió hacia la cocina, situada al
fondo de la cabaña.
Lil masculló un juramento entre dientes, pero la hospitalidad era una
cualidad que le habían inculcado desde pequeña. A los visitantes, incluso a
los indeseados, se les debía ofrecer comida y bebida.
Coop ya había encendido el horno y estaba deslizando la fuente en su
interior cuando Lil llegó junto a él. Como si ella fuera la invitada.
—Aún está tibio. Tardará poco en calentarse. ¿Tienes cerveza?
Y en teoría los visitantes, pensó Lil con resentimiento, debían esperar a
que se les ofreciera comida y bebida. Abrió la nevera de un tirón y sacó dos
botellas de Coors.
Coop abrió una y se la dio.
—Qué casa tan agradable.
Echó la cabeza atrás y saboreó el primer sorbo helado mientras paseaba la
mirada a su alrededor. Pese a que la cocina era pequeña, contaba con muchos
armarios con puerta de vidrio, estantes abiertos y una amplia encimera de
color pizarra. Una mesita colocada en la esquina ante un banco empotrado
proporcionaba espacio para comer.
—¿Cocinas?
—Cuando tengo hambre.
Coop asintió.
—A mí me pasa lo mismo. La cocina del barracón será más menos de este
tamaño.
—¿Qué estás haciendo aquí, Cooper?
—Me estoy tomando una cerveza y dentro de unos veinte minutos me
comeré un plato de pollo con empanadillas.
—No te hagas el tonto.
Coop la observó un instante y levantó la cerveza.
—Dos cosas. O quizá tres. Después de lo que ha pasado hoy, quería saber
cómo estabas y cómo era tu casa. En segundo lugar, Joe me ha pedido que
cuide de ti, y le he prometido que lo haría.
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—Por el amor de Dios.
—Le prometí que lo haría —repitió Coop—, así que los dos tendremos
que aceptarlo. Y por último… tal vez por último puede que creas que por el
modo en que acabaron las cosas entre nosotros has dejado de importarme. Si
piensas eso, te equivocas.
—No se trata de cómo acabaron las cosas entre nosotros, sino de cómo
son las cosas ahora —replicó Lil, diciéndose que era esencial recordar eso—.
Si pensar que cuidas de mí tranquiliza a mis padres, está bien, muy bien. Pero
no necesito que cuides de mí. El rifle de ahí fuera está cargado y sé usarlo.
—¿Alguna vez has apuntado a una persona?
—Hasta ahora no. ¿Y tú?
—Es distinto cuando lo has hecho —explicó Coop a modo de respuesta
—. Es distinto cuando sabes que puedes llegar a apretar el gatillo. Estás en
apuros, Lil.
—Lo que ha pasado no significa que…
—Ese tipo volvió al campamento mientras nosotros estábamos con el
puma. Rasgó las tiendas con un cuchillo y tiró parte del equipo al río.
Lil respiró despacio y hondo para que el miedo no se le colara en la voz.
—Nadie me lo había dicho.
—Les he dicho que te lo contaría yo. También ha cogido la camisa que
llevabas ayer y la ha manchado de sangre. Eso denota algo personal.
Lil sintió que las piernas le fallaban, de modo que retrocedió y se dejó
caer en el banco.
—Eso es absurdo.
—Da igual. En fin, ahora vamos a comernos el famoso pollo con
empanadillas de Lucy mientras te hago algunas preguntas y me contestas.
—¿Por qué no me las hace Willy?
—Ya te las hará, pero esta noche te las hago yo. ¿Dónde está el francés?
—¿Quién? —En un intento por asimilar lo que estaba sucediendo, Lil se
pasó los dedos por el cabello—. ¿Jean-Paul? Está… la India. Creo. ¿Por qué?
—¿Algún problema entre vosotros?
Lil se quedó mirándola con fijeza. Tardó unos instantes en comprender
que Coop no se lo preguntaba por interés personal, sino con mentalidad de
policía.
—Si estás pensando que Jean-Paul puede tener algo que ver con este
asunto, más vale que lo dejes correr. Él nunca mataría a un animal enjaulado
ni me haría nada. Es un buen hombre y me quiere. O me quería.
—¿Te quería?
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—Ya no estamos juntos. —Lil se recordó que aquella conversación no era
personal y se apretó los ojos con los dedos—. Rompimos justo antes de que
me fuera a Sudamérica. No fue una ruptura amarga, y ahora él está trabajando
en la India.
—Vale. —Sería fácil comprobarlo—. ¿Hay alguien más? ¿Alguien con
quien tengas una relación o que quiera tener una relación contigo?
—No me acuesto con nadie —repuso ella con voz monótona—, y nadie
ha intentado enrollarse conmigo últimamente. De todas formas, no veo por
qué esto tiene que ser algo personal.
—Porque se trata de tu cámara, tu puma y tu camisa.
—La cámara es propiedad del refugio y el puma no me pertenecía; se
pertenecía a sí mismo. En cuanto a la camisa, podría haber sido tuya.
—Pero no lo era. ¿Has cabreado a alguien últimamente?
Lil ladeó la cabeza y arqueó las cejas.
—Solo a ti.
—Tengo una coartada a toda prueba. —Cooper se volvió para coger dos
platos hondos.
El modo en que Coop campaba a sus anchas en su territorio la irritaba, así
que decidió permanecer sentada y no ayudarle a buscar las manoplas ni las
cucharas. Desde luego, él no parecía molesto, se dijo. Se limitó a encontrar lo
que buscaba y a servir la comida en los dos platos.
—Seguro que tuviste que hacer un montón de papeleo para abrir el
refugio —continuó—. Licencias, permisos, recalificación de terrenos…
—Sí, mucha burocracia, politiqueo y cánones. Tenía las tierras gracias a
mi padre y pude comprar un poco más de terreno después de inaugurar el
refugio.
—No todo el mundo quería que lo consiguieras. ¿Quién se puso en
contra?
—Hubo reticencias a todos los niveles, tanto local como en el condado y
el estado. Pero había hecho los deberes. Llevaba años preparándolo todo.
Daba charlas en plenos municipales, iba a Rapid City, a Pierre… Hablaba con
representantes del parque nacional y con agentes forestales. Sé cómo
enjabonar al personal cuando toca, y te aseguro que se me da bien.
—No lo dudo. —Coop dejó los platos sobre la mesa y se sentó junto a ella
en el banco—. Pero…
—Tuvimos que tratar con personas preocupadas por la posibilidad de que
uno de los felinos exóticos escapara y también por las enfermedades.
Toreamos la cuestión invitándolos a venir y seguir el proceso de diseño y
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construcción del refugio. Y les dimos la oportunidad de hacer preguntas.
Trabajamos con escuelas, con la organización de jóvenes agricultores y con
otras asociaciones de juventud, y ofrecemos programas educativos
presenciales y por internet. Además de incentivos. Y funciona.
—No te lo discuto. Pero…
Lil lanzó un suspiro.
—Siempre hay alguien, extremistas del color que sea. Gente convencida
de que los animales o son domésticos o son presas. Y gente que cree que los
animales en libertad son dioses. Intocables. Que está mal interferir en lo que
ellos consideran el orden natural.
—La directriz principal de Star Trek.
Lil esbozó la primera sonrisa de la velada.
—Sí, en cierto modo. Los hay que consideran los zoológicos como
cárceles en lugar de hábitats. Y algunos lo son. He visto sitios en condiciones
pésimas. Animales viviendo rodeados de porquería, enfermos y terriblemente
maltratados. Pero la mayor parte de los zoos están bien gestionados y sujetos
a protocolos muy estrictos. Esto es un refugio, y un refugio tiene que ser
exactamente eso: un lugar seguro. Y eso significa que las personas que lo
dirigen son responsables de la salud y el bienestar de los animales que
alberga, así como responsables de su seguridad y de la seguridad de la
comunidad.
—¿Recibís amenazas?
—Damos parte y archivamos algunos de los correos electrónicos y cartas
más radicales. Cribamos la web. Y sí, a lo largo de los años hemos tenido
algunos incidentes aquí causados por personas decididas a armarla.
—¿Documentados?
—Sí.
—En tal caso, podrás darme una copia del expediente.
—A ver, Coop, ¿estás haciendo de policía pese a que ya no eres policía?
Coop volvió la cabeza hasta que sus miradas se encontraron.
—Yo también contribuí a meter a ese puma en la jaula.
Lil asintió y pinchó una empanadilla.
—Tenías razón respecto al arma. Parece que era una treinta y dos. Y la
verdad es que en su momento no hice mucho caso, pero Matt, nuestro
veterinario, me contó que le parecía que una noche, mientras yo estaba en
Perú, alguien había estado merodeando por el refugio. Siempre se queda
alguien a dormir en el refugio; cuando yo estaba fuera, se iban turnando, y esa
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noche le tocó a él. Los animales se pusieron nerviosos en plena noche. Matt
salió a comprobar qué pasaba, pero no vio nada.
—¿Cuándo fue eso?
—Un par de noches antes de que yo volviera. Pudo ser un animal, es lo
más probable. Las vallas existen sobre todo para contener a nuestros
animales, pero también mantienen fuera a otros animales. Podrían ser causa
de contaminación, así que vamos con cuidado.
—Vale, pero entran en contacto con otros animales en libertad y…
—No viven en libertad —lo interrumpió Lil con sequedad—. Recreamos
su vida en libertad, pero están encerrados. Hemos modificado su entorno.
Otros animales, como pájaros, roedores e insectos, pueden ser portadores de
parásitos o enfermedades. Por eso procesamos la comida con mucho cuidado
antes de dársela, por eso limpiamos y desinfectamos los hábitats, por eso
efectuamos revisiones médicas regulares, por eso tomamos muestras con
frecuencia. Los vacunamos, los tratamos, añadimos nutrientes a su dieta… No
viven en libertad —repitió—. Y eso nos convierte en responsables de ellos en
todos los sentidos.
—Vale. —Coop había creído entender lo que Lil intentaba conseguir en el
refugio, pero ahora veía que solo comprendía los aspectos más evidentes—.
¿Averiguaste algo acerca de la noche en que al veterinario le pareció que
alguien… o algo merodeaba por aquí?
—No. No habían tocado los animales, el equipo ni las jaulas. Eché un
vistazo, pero había nevado y mi gente lo había pisoteado todo, así que
resultaba casi imposible encontrar huellas o pisadas… tanto humanas como
animales.
—¿Tienes una lista de todos tus empleados y los voluntarios?
—Por supuesto, pero no ha sido ninguno de los nuestros.
—Lil, has estado fuera seis meses. ¿Conoces personalmente a todos los
voluntarios que vienen a arrojar carne cruda a los felinos?
—No arrojamos… —Lil se detuvo en seco y sacudió la cabeza—.
Hacemos comprobaciones. Recurrimos a voluntarios de la zona en la medida
de lo posible y tenemos un programa de voluntariado. En cuanto a las
tareas… —siguió explicando—, casi todos los voluntarios se dedican a cosas
muy básicas. Ayudan con la comida, la limpieza, el almacenaje de
suministros… A menos que tengan experiencia demostrada y puedan
desempeñar tareas más específicas, los únicos animales a los que manejan son
los del zoo infantil, como mucho. La única excepción son los asistentes de
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veterinaria, que trabajan sin cobrar y ayudan en las exploraciones y algunas
cirugías.
—He visto a algunos chavales por aquí con los animales.
—Esos son estudiantes en prácticas, no voluntarios. Contratamos a
universitarios, estudiantes que van a dedicarse a esta profesión. Ayudamos a
formar y a enseñar. Están aquí para obtener experiencia práctica.
—Tenéis fármacos.
Lil se frotó la nuca con gesto fatigado.
—Sí, en la consulta médica, guardados bajo llave en la farmacia. Matt,
Mary, Tansy y yo tenemos llave. Ni siquiera los asistentes de veterinaria
tienen acceso a la farmacia. Aunque habría que estar muy colgado para querer
meterse algo de lo que guardamos ahí dentro, hacemos inventario cada
semana.
Con aquello bastaba, pensó Coop. Lil ya había aguantado suficiente.
—El pollo está muy bueno —comentó antes de comer otro bocado.
—Muy bueno.
—¿Quieres otra cerveza?
—No.
Coop se levantó y sirvió dos vasos altos de agua.
—¿Eras un buen policía? —le preguntó Lil.
—No lo hacía mal.
—¿Por qué lo dejaste? Y no me digas que no me meta en tus asuntos
cuando tú te estás metiendo a saco en los míos.
—Necesitaba un cambio. —Hizo una pausa y luego decidió continuar—:
Había una mujer en mi escuadrón. Dory. Era una buena policía y una buena
amiga. Amiga —repitió—. Nunca hubo nada más entre nosotros. Para
empezar estaba casada, y además no era la clase de relación que teníamos y
punto. Pero cuando su matrimonio empezó a hacer aguas, a su marido se le
metió en la cabeza que estábamos liados.
Hizo otra pausa y, al ver que Lil no decía nada, bebió un sorbo de agua y
prosiguió.
—Estábamos trabajando en un caso, y una noche al acabar el turno nos
fuimos a cenar para comentarlo. Supongo que él nos espiaba, a la espera del
momento adecuado. No lo vi venir —musitó—. No tuve ninguna corazonada,
y ella nunca hablaba de lo mal que les iban las cosas, ni siquiera conmigo.
—¿Qué pasó?
—El marido dobló la esquina disparando. Dory se desplomó al instante
sobre mí. Posiblemente me salvó la vida al caer encima de mí. Uno de los
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disparos me alcanzó en el costado, pero no fue gran cosa.
—¿Te pegó un tiro?
—Una herida limpia de entrada y salida, apenas un rasguño. —No le
quitaba importancia, nunca lo hacía, porque un par de centímetros más y la
cosa habría terminado de un modo muy distinto—. El cuerpo de Dory me
empujaba hacia el suelo. La gente gritaba, se dispersaba para ponerse a
cubierto. Cristales rotos por todas partes… una bala había hecho añicos el
escaparate del restaurante. Recuerdo el sonido de las balas al entrar en el
cuerpo de Dory, al destrozar el cristal. Conseguí sacar el arma mientras
caíamos, mientras Dory me arrastraba con ella al suelo. Ya estaba muerta,
pero él seguía acribillándola. Le pegué cinco tiros.
En aquel momento miró a Lil; el color y la expresión de sus ojos eran
puro hielo. Esto es lo que ha cambiado, pensó Lil. Esa experiencia lo ha
marcado más que ninguna otra cosa.
—Recuerdo cada uno de ellos. Dos en el torso mientras caía, tres más…,
cadera derecha, pierna, abdomen…, cuando ya estaba en el suelo. No fueron
más de treinta segundos. Algún capullo lo grabó con el móvil.
A él le pareció más largo, muchísimo más largo. Y el vídeo casero no
había captado el modo en que el cuerpo de Dory se había agitado
espasmódico contra el suyo ni la sensación de la sangre empapándole las
manos.
—Vació el cargador. Dos balas atravesaron el vidrio y una se me incrustó
en el costado. Las demás fueron a parar al cuerpo de su mujer.
Coop se detuvo y bebió otro trago de agua.
—Así que necesitaba un cambio.
Lil sintió el pecho a punto de estallar mientras le cubría la mano con la
suya. Lo veía con tanta claridad… Lo oía incluso… los disparos, los gritos, el
escaparate hecho añicos.
—Tus abuelos no lo saben. Nunca han hablado de ello, o sea que no lo
saben.
—No, no era una herida grave. Me curaron y me dieron el alta con unos
cuantos puntos. Los abuelos no conocían a Dory, así que ¿por qué iba a
contárselo? No pasó nada. No tuve problemas a causa del tiroteo. Dory estaba
muerta en la acera, y contaba con todos aquellos testigos y el vídeo de aquel
capullo… Pero ya no podía ser policía. Ya no podía trabajar en la unidad, no
podía. Además —añadió con un encogimiento de hombros—, se gana más
como detective privado.
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Era ella quien había dicho eso el primer día. Como si nada, en tono
despreocupado. De buen grado se habría tragado aquellas palabras.
—¿Tenías a alguien? Cuando pasó… ¿tenías a alguien que cuidara de ti?
—En aquel momento no quería a nadie.
Lil lo comprendió, asintió en silencio. Al poco, Coop giró la mano y
entrelazó los dedos con los de ella.
—Y cuando por fin quise tener a alguien, pensé en llamarte.
Lil tensó la mano a causa de la sorpresa.
—Podrías haberlo hecho.
—Tal vez.
—Nada de tal vez, Coop. Te habría escuchado. Habría ido a Nueva York
para escucharte si lo hubieras necesitado o querido.
—Sí, supongo que por eso no te llamé.
—Eso no tiene sentido.
—Hay muchas contradicciones en lo tocante a nosotros dos, Lil. —Coop
le acarició la cara interior de la muñeca con el pulgar—. Había pensado
quedarme aquí esta noche y convencerte para que te acuestes conmigo.
—No lo conseguirías.
—Los dos sabemos que sí lo conseguiría. —Incrementó la presión sobre
la mano de Lil hasta que ella lo miró—. Tarde o temprano lo conseguiré. Pero
ahora no es el momento. El momento es muy importante.
Al oír aquellas palabras, Lil recuperó su tono de voz más duro.
—No estoy a tu disposición para cuando te convenga, Cooper.
—Tú nunca haces lo que conviene, Lil.
La mano libre de Coop aferró la nuca de Lil, y su boca, ardiente,
desesperada y tan conocida, se apoderó de la suya.
Mientras duró el beso, el pánico, la emoción y el deseo libraron una cruel
batalla en el interior de Lil.
—Desde luego, esto no ha sido nada conveniente —masculló Coop al
soltarla.
Acto seguido, se levantó y llevó los platos vacíos al fregadero.
—Cierra con llave cuando me vaya —le ordenó antes de irse.
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SEGUNDA PARTE
Cabeza
El entendimiento es siempre engañado por el corazón.
LA ROCHEFOUCAULD
Página 155
11
M
arzo atacó como un tigre, acechando desde el norte para luego
abalanzarse en un salto letal sobre montes y valles. La nieve y el hielo
caían a plomo del cielo, quebrando ramas de árboles con su peso, derribando
cables eléctricos y transformando las carreteras en toboganes mortíferos.
En el refugio, Lil y los empleados o voluntarios que conseguían llegar
hasta allí se abrían paso por la nieve y despejaban caminos mientras el viento
implacable barría montañas blancas sobre los prados helados.
Los animales se resguardaban en sus guaridas; solo salían cuando tenían
ganas de contemplar a los humanos tiritar y soltar tacos. Envuelta en ropa de
abrigo, Lil se cruzó con Tansy.
—¿Qué tal anda nuestra amiga? —le preguntó, refiriéndose a la leona.
—Pues lo lleva mejor que yo. Quiero una playa tropical. Quiero olor a
mar y a loción solar. Quiero un mai tai.
—¿Te conformas con un café calentito y una galleta?
—Hecho.
Mientras avanzaban con esfuerzo hacia la cabaña de Lil, Tansy miro de
reojo a su amiga.
—Tú no hueles a mar ni a loción solar.
—Tampoco tú olerías a eso si hubieras estado limpiando nieve y mierda.
—Y eso que nosotras somos chicas inteligentes —señaló Tansy—. Da que
pensar, ¿verdad?
—Incluso las chicas inteligentes limpian mierda. Deberían hacer una
pegatina con esta frase. —Lil pateó el suelo para desprenderse la nieve de las
botas y sintió un estremecimiento cuando la azotó la primera ráfaga de calor
en el interior de la cabaña—. Ya hemos limpiado lo peor —dijo mientras ella
y Tansy se quitaban guantes, gorros, abrigos y bufandas—. Nos llevaremos
los excrementos a la granja en cuanto podamos. La mierda es lo mejor para la
agricultura. E insisto en que esta es la última tormenta de nieve del año. La
primavera, con sus inundaciones sorpresa y sus aludes de barro, no puede
andar lejos.
—Qué bien.
Lil fue a la cocina para preparar café.
—Llevas varios días ejerciendo de científica cascarrabias.
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—Estoy harta del invierno. —Con el ceño fruncido, Tansy sacó una barra
de cacao labial y se la aplicó.
—Ya lo sé, pero intuyo que hay algo más. —Lil abrió un armario, sacó
sus provisiones de galletas Milano y se las pasó a Tansy—. Y llámame
chiflada, pero sospecho que ese algo más tiene pene.
Tansy le lanzó una mirada divertida y cogió una galleta.
—Conozco muchos algos con pene.
—Y yo. Están por todas partes, joder. —Contenta por el calor y el
descanso, Lil se apoyó contra la encimera mientras se hacía el café—. Tengo
una teoría. ¿Te interesa escucharla?
—Me estoy comiendo tus galletas, así que imagino que no me queda otro
remedio.
—Genial. Los penes no desaparecerán, así que las que carecemos de él
debemos aprender a apreciarlos, explotarlos, ignorarlos y/o usarlos según
nuestras necesidades y metas.
Tansy adelantó el labio inferior y asintió.
—Es una buena teoría.
—Sí que lo es. —Lil sacó tazas y sirvió café para las dos—. Puesto que
hemos elegido trabajar en una profesión dominada por hombres, la proporción
de nosotras contra ellos puede exigir que apreciemos, explotemos, ignoremos
y/o usemos dichos penes con frecuencia que las representantes de nuestro
género que no han elegido trabajar en esta profesión.
—¿Es una correlación de datos concluyentes o vas a realizar un estudio
empírico?
—De momento me encuentro en la fase de observación/especulación. Sin
embargo, gracias a una fuente fiable, dispongo de la identidad del pene que, si
no me equivoco, está contribuyendo a que ejerzas de científica cascarrabias.
—Ah, ¿sí? —Tansy cogió una cuchara y se puso tres cucharadas de
azúcar en el café—. ¿Y se puede saber quién es esa fuente fiable?
—Mi madre. No se le escapa una. Me ha informado de que durante mi
ausencia ha aumentado la química entre tú y un tal Farley Pucket.
—Farley apenas tiene veinticinco años.
—Eso te convierte en una puma —señaló Lil con una sonrisa.
—Cierra el pico. No salgo con él, no me acuesto con él ni le doy
esperanzas.
—¿Porque tiene veinticinco años? De hecho, creo que tiene veintiséis. O
sea… ¡Dios mío! ¡Cuatro años menos que tú! —Con ademán teatral, Lil se
llevó el dorso de la mano a los labios—. ¡Qué horror! ¡Eres una infanticida!
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—No tiene gracia.
Lil se calmó y arqueó las cejas. No le preocupaba el rubor que teñía las
mejillas de Tansy (¿para qué estaban las amigas sino para hacer ruborizar a
las amigas?), pero sí le preocupaba, y mucho, la desdicha que vio en sus
grandes ojos oscuros.
—No, ya lo veo. Tansy, ¿de verdad te molesta que tenga algunos años
menos que tú? Si fuera al revés ni te lo plantearías.
—Pero no lo es, y me da igual si no tiene sentido. Yo soy mujer, soy
mayor que él y soy negra, por el amor de Dios. En Dakota del Sur, Lil. Ni
hablar.
—¿O sea que si Farley tuviera treinta y tantos y fuera negro no habría
problema?
Tansy la señaló con un dedo acusador.
—Ya te he dicho que me da igual si no tiene sentido.
Lil le respondió con el mismo gesto.
—Genial, porque no lo tiene. Dejemos de lado un momento esta cuestión.
—Es el quid de la cuestión.
—Pues dejemos de lado un momento el quid de la cuestión. ¿Sientes algo
por él? Porque reconozco que creía que no era más que un calentón. El largo
invierno, siempre juntos, dos adultos sanos y libres… Creía que entre
vosotros no había más que un rollete. Y estaba decidida a machacarte viva,
porque al fin y al cabo se trata de Farley… Es como mi hermano peque…
como mi hermano, vaya.
—¿Lo ves? Ibas a decir «hermano pequeño» —espetó Tansy agitando las
manos—. ¡Hermano pequeño!
—Dejemos eso un momento, Tansy. Evidentemente, aquí hay algo más
que el clásico «tienes un culo estupendo, vaquero, y me apetece un revolcón».
—Pues claro que le he mirado el culo. Es un derecho inalienable que
tengo como mujer. Pero nunca con la intención de darme un revolcón con él.
Qué palabra tan horrorosa.
—Ah, ya. Osea que nunca te has planteado darte un… insertar palabra
horrorosa… con Farley. Y yo voy y me lo creo.
—Puede que alguna vez haya fantaseado con la idea de darme un…
insertar palabra horrorosa… con Farley, pero nunca con la intención de hacer
realidad la fantasía. Ese es otro derecho inalienable que tengo como mujer. —
Tansy levantó las manos con gesto exasperado—. Las dos le miramos el culo
a Greg el Estudiante Alias Adonis cuando estuvo aquí de voluntario un mes el
verano pasado. Pero no nos abalanzamos sobre ese glorioso culo.
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—Sí que era glorioso —rememoró Lil—. Y venía acompañado de unos
abdominales modelo tableta de chocolate. Y los hombros…
—Sí, los hombros…
Por un momento, las dos guardaron un reverente silencio.
—Dios, cómo echo de menos el sexo —suspiró Lil.
—¿Me lo dices o me lo cuentas?
—¡Ajá! ¿Y por qué no lo haces con Farley?
—Por ahí no me vas a pillar, doctora Chance.
—Ah, ¿no? No te lo montas con Farley porque él no es solo un cuerpo
divino como Greg el Estudiante Alias Adonis. No te lo montas con Farley
porque sientes algo más por él.
—Yo… —Tansy abrió la boca y resopló—. Maldita sea. Vale, vale, siento
algo por él. Ni siquiera sé cómo empezó. A veces venía a ayudar y, claro, yo
pensaba qué mono. Es mono y encantador. Mono, encantador y divertido. Así
que charlábamos, o me echaba una mano, y en algún momento empecé a
notar el hormigueo. Se me acercaba, y el hormigueo se ponía frenético. Y…,
bueno, no soy tonta, soy una mujer experimentada de treinta años.
—Ya… Sigue.
—Notaba cómo me miraba, y así supe que él también tenía hormigueos
varios. Al principio no le di mucha importancia, solo pensé Mira por dónde,
estoy coladita por este vaquero tan mono. Pero el hormigueo no se me pasaba,
sino que iba a más. Y la semana pasada, el día horrible —aclaró, y Lil asintió
—, estaba triste y desconsolada, y Farley vino a sentarse conmigo. Y me besó.
Y yo le bese antes de darme cuenta de lo que estaba haciendo. Y paré y le dije
que aquello no volvería a repetirse. Y él no hacía más que sonreír. Y va y me
dice, y cito textualmente, que está «pero que muy colado por mí». ¿Se puede
saber quién habla así? Me puse de los nervios.
Cogió otra galleta.
—No consigo olvidar aquella maldita sonrisa.
—Vale. No te gustará lo que voy a decirte, pero…
Lil juntó el dedo índice con el pulgar y lo soltó con fuerza contra la frente
de Tansy.
—¡Ay!
—Boba. Estás haciendo el burro, así que para ya. Un par de años y el
color de piel no son razones válidas para alejarte de alguien que te importa y a
quien le importas.
—La gente que dice que el color de piel no importa suele ser blanca.
—Eso duele.
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—Lo digo en serio, Lil. Las relaciones interraciales siguen siendo un
problema en gran parte del mundo.
—Tengo noticias frescas para ti: las relaciones en general siguen siendo
un problema en todo el mundo.
—Exacto. Así que, ¿por qué complicarlas aún más?
—Porque el amor es algo muy valioso. Lo otro es fácil. Pero encontrar
amor y mantenerlo es lo difícil. Nunca has tenido una relación sería.
—Eso no es justo. Estuve con Thomas durante más de un año.
—Os gustabais, os respetabais y os deseabais. Hablabais el mismo
lenguaje, pero nunca fuisteis en serio, Tansy. No en serio, en serio. Sé lo que
es estar con un buen tío con el que te sientes cómoda pero sabes que no es el
hombre de tu vida. Y sé lo que es conocer al que lo es. Lo viví con Coop, y
me rompió el corazón. Pero prefiero tener el corazón roto a no haberlo vivido
nunca.
—Es fácil decirlo, pero no eres la única que tiene una teoría. La mía es
que nunca has llegado a superar lo de Coop.
—Es cierto.
Tansy levantó las manos.
—¿Y cómo puedes soportarlo?
—En eso estoy. Por lo visto, el día de marras fue el día en que cambió la
situación. Me trajo un plato de pollo con empanadillas y me besó. Lo mío no
es un hormigueo, Tansy. Es una auténtica marea que me inunda y me llena
por completo. —Se llevó una mano al corazón y se frotó el pecho—. No sé
qué pasará. Si vuelvo a acostarme con él, ¿me ayudará eso a salir a flote y
tocar de nuevo tierra firme? ¿O, por el contrario, acabará de hundirme? No lo
sé, pero no te voy a engañar; hay muchas probabilidades de que acabe
averiguándolo.
Más tranquila después de haber expresado sus pensamientos en voz alta,
Lil dejó la taza y sonrió.
—Estoy pero que muy colada por él.
—Estás… ¿Cómo se diría? En carne viva. En carne viva por el hombre
que te dejó y te rompió el corazón. Y yo estoy en carne viva por un mozo de
labranza de sonrisa bobalicona.
—Y eso que somos chicas inteligentes.
—Sí, somos pero que muy inteligentes —convino Tansy—, incluso
cuando somos idiotas.
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Coop estaba trabajando con la hermosa yegua de pelaje de gamuza la que
había entrenado durante todo el invierno. En su opinión era un animal de
corazón bondadoso, lomo fuerte y carácter perezoso. Le habría encantado
dormitar todo el santo día en el establo y solo salir al prado para pastar. Hacía
ejercicio si insistías, si estaba segura de que tus intenciones eran serias.
No mordía, no coceaba y comía las manzanas de tu mano con una
delicadeza cortés e innegablemente femenina.
Se dijo que sería ideal para los niños. La llamó Hermanita.
La hípica vegetaba aquellas últimas semanas de crudo invierno, lo cual le
dejaba mucho tiempo, demasiado, para ocuparse del papeleo, limpiar los
establos, organizar su nueva casa…
Y pensar en Lil.
Sabía que andaba muy ajetreada. Recibía noticias suyas a través de sus
abuelos, de los padres de ella, de Farley y de Gull.
Se había enterado de que había pasado una vez por la granja para
devolverle la fuente a su abuela y charlar un rato. Y había ido cuando él
estaba trabajando en la oficina que tenían en el pueblo.
No sabía si era casualidad o si lo había hecho adrede.
Le había dado espacio, pero empezaba a estar harto. Los cabos sueltos
seguían sueltos. Se acercaba el momento de atarlos.
Empezó a guiar a Hermanita hacia el establo.
—Hoy lo has hecho muy bien —la alabó—. Te cepillaré, y puede que te
caiga una manzana.
Habría jurado que la yegua erguía las orejas al oír la palabra «manzana».
Al igual que habría jurado que suspiraba cuando cambió de dirección y la
condujo hacia la casa al ver al sheriff salir por la puerta trasera.
—Es preciosa.
—Sí que lo es.
De pie con las piernas separadas, Willy miró el cielo con ojos entornados.
—Si el viento sigue mejorando, no tardaréis en tenerlos a ella y los demás
caballos muy ocupados con los turistas.
Coop no pudo contener una sonrisa.
—Este es uno de los pocos sitios que conozco donde medio metro de
nieve y ventisqueros más altos que yo se consideran una mejoría del tiempo.
—Bueno, no ha caído nada desde la última tormenta. Eso quiere decir que
está mejorando. ¿Tienes un momento, Coop?
—Por supuesto.
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Coop desmontó y ató las riendas de la yegua a la barandilla del porche.
Casi innecesario, pensó. La yegua no iría a ninguna parte si no la obligaban.
—Vengo de ver a Lil en el refugio y he pensado que te debía una visita.
Coop supo leer en el rostro del sheriff.
—Para decirme que estás en un callejón sin salida.
—Exacto. A decir verdad, solo tenemos un puma muerto, un casquillo del
treinta y dos, un montón de huellas en la nieve y una vaga descripción de
alguien a quien viste en plena noche. Hemos hecho todo lo posible, pero no
tenemos gran cosa para seguir adelante.
—¿Tienes copias de la lista de personas que la han amenazado?
—Sí, y hemos hecho indagaciones. Fui a ver en persona a un par de tipos
que estuvieron en el refugio hace algunos meses y causaron problemas. Pero
ninguno de los dos encajaba con la descripción. Uno de ellos está casado, y su
mujer jura que estuvo en casa aquella noche y a la mañana siguiente…, y a las
nueve en punto llegó al trabajo en Sturgis. Lo hemos confirmado. El otro pesa
unos ciento cincuenta kilos, y no creo que te equivocaras tanto.
—No.
—También he hablado con un par de forestales a los que conozco. Estarán
atentos y correrán la voz. Pero te digo lo mismo que le he dicho a Lil:
necesitamos un auténtico golpe de suerte para esclarecer esto. Supongo que el
culpable se ha largado. Ninguna persona con dos dedos de frente se habría
quedado allá arriba cuando empezó la tormenta. Seguiremos haciendo lo que
podamos, pero quería ser sincero con ella. Y también contigo.
—Hay muchos lugares donde una persona podría resguardarse hasta el
final de la tormenta, tanto en los montes como en el valle. Con experiencia,
provisiones y un poco de suerte…
—Es verdad. Hemos hecho algunas llamadas para averiguar si un hombre
con aspecto de acabar de llegar del monte se había instalado en alguno de los
moteles u hoteles de la zona, pero no hemos sacado nada. La cámara funciona
bien desde aquel día, y nadie ha notado a ningún extraño ni en los alrededores
del refugio ni de la casa de los Chance.
—Parece que has dado todos los pasos necesarios.
—Pero el caso sigue abierto, y los casos abiertos me ponen nervioso. —
Willy contempló la nieve y el cielo durante unos instantes mies de proseguir
—: Me alegro de ver a Sam en forma. Espero ser tan fuerte como él a su edad.
Si se te ocurre cualquier otra cosa que deba saber, ya sabes dónde
encontrarme.
—Gracias por pasarte.
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Willy asintió y palmeó el flanco de Hermanita.
—Es preciosa. Cuídate, Coop.
Lo haré, pensó Coop. Pero aquello de lo que realmente debía cuidar
estaba en el refugio.
Se ocupó del caballo, de modo que Hermanita obtuvo el cepillado y la
manzana prometidos. También se encargó de las demás tareas, algunas de
ellas ya tan automáticas como vestirse cada mañana. Al acabar, puesto que
sabía que habría café recién hecho, se dirigió a la cocina de su abuela.
Su abuelo entró sin el bastón. Coop reprimió el impulso de mencionarlo,
sobre todo al ver que Sam le dedicaba una mirada huraña.
—Seguiré usándolo cuando salga o si la pierna me da problemas. Solo
estoy haciendo pruebas.
—Viejo testarudo —masculló Lucy al salir del lavadero con una cesta
repleta de ropa blanca.
—Ya somos dos.
Sam cojeó hacia ella, cogió la cesta y, mientras Coop lo observó
conteniendo el aliento, se alejó de nuevo cojeando para dejarla sobre una silla.
—Ya está —exclamó con las mejillas ruborizadas de alegría al volverse
hacia Coop y guiñarle un ojo—. ¿Por qué no nos sirves un poco de café,
mujer?
Lucy frunció los labios, pero no pudo evitar que se le escapara una
sonrisa.
—Venga, sentaos.
Sam lanzó un leve suspiro al sentarse.
—Huele a pollo asado —constató mientras husmeaba el aire como un
lobo—. Y algo me dice que viene acompañado de puré de patatas. Deberías
echarme una mano, Coop, antes de que esta mujer me cebe como a un
cochinillo.
—A decir verdad, tengo algo que hacer. Pero si esta noche oís a alguien
merodeando por la casa, es que he venido en busca de las sobras.
—Si quieres te preparo un plato y te lo dejo en la casa de al lado —se
ofreció Lucy.
El barracón se había convertido en «la casa de al lado».
—No te preocupes. Ya me las apaño.
—De acuerdo. —Lucy les puso delante sendas tazas de café y luego
apoyó una mano en el hombro de Coop—. La casa ha quedado muy bien,
pero me gustaría que echaras otro vistazo al desván. Seguro que te iría bien
tener más muebles.
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—No puedo sentarme en más de una silla a la vez, abuela. Quería decirte
que la yegua, Hermanita, está progresando mucho.
—Te he visto trabajar con ella —repuso Lucy mientras vertía agua en el
hervidor para prepararse la taza de té que prefería a aquella hora del día—.
Tiene un temperamento muy tranquilo.
—Creo que será ideal para los niños, sobre todo si no quieres correr.
¿Podrías montarla para ver qué te parece, abuela?
—Mañana saldré con ella —prometió Lucy, y vaciló un instante antes de
girarse hacia su marido—. ¿Por qué no me acompañas Sam? Hace tiempo que
no salimos a cabalgar juntos.
—Si el chaval puede apañárselas sin los dos…
—Creo que me las arreglaré —le aseguró Coop antes de apurar el café y
levantarse—. Bueno, voy a lavarme. ¿Necesitáis algo antes de que me vaya?
—Creo que nos las arreglaremos —dijo Lucy con una sonrisa—. ¿Vas a
salir?
—Sí, tengo que ocuparme de un asunto.
Lucy arqueó las cejas cuando la puerta se cerró tras Coop.
—Te apuesto algo a que ese asunto tiene un par de grandes ojos castaños.
—Lucille, nunca apuesto al perdedor.
Trazos y manchas rojizas surcaban el cielo de poniente, y la luz empezaba a
teñirse de crepúsculo. El mundo era un inmenso desierto blanco, tierra
atrapada en el puño del invierno.
Había oído hablar a la gente acerca de la llegada inminente de primavera.
Sus abuelos, Gull, gente en el pueblo…, pero nada lo que veía parecía indicar
que las flores y los petirrojos estuvieran a la vuelta de la esquina. Por otro
lado, pensó mientras paraba ante la verja del refugio, era el primer invierno
que pasaba en las Colinas Negras.
Unos cuantos días por Navidad no tenían nada que ver con pasar allí un
invierno entero, concluyó al tiempo que se apeaba para abrir la verja con la
copia de la llave que había hecho con la de Joe. El viento silbaba a lo largo
del camino y alborotaba los pinos. Para él la fragancia de pino, nieve y
caballo siempre equivaldría al invierno en las colinas.
Subió de nuevo a la camioneta, cruzó la verja abierta, volvió apearse y
cerró. Y se preguntó cuánto podía costar una maldita puerta automática con
combinación. Además de un par de cámaras de seguridad adicionales para la
entrada.
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Tendría que comprobar qué clase de alarma tenía instalada Lil.
Si él podía hacer una copia de la llave, lo mismo podía hacer la mitad del
condado. La otra mitad solo tenía que rodear el perímetro y entrar por el otro
lado como Pedro por su casa.
Las vallas y las verjas no amilanaban a una persona decidida a entrar.
Siguió el camino y aminoró la velocidad en la primera curva, tras la cual
se divisaban las cabañas. De la chimenea de Lil salía humo, y se veía luz en
las ventanas. Había varios senderos que conducían de la cabaña de troncos a
la segunda cabaña, a las jaulas al centro educativo, al economato y hacia lo
que, si no se equivocaba, era el cobertizo donde guardaban el material, el
pienso y los demás suministros.
Suponía que Lil habría tomado la precaución de cerrar con llave, al igual
que suponía que era lo bastante lista y consciente para entender que había un
sinfín de modos de entrar en el recinto, cruzar cualquier puerta para alguien lo
bastante hábil y paciente para recorrer a pie aquellos montes y caminos.
Rodeó el pequeño aparcamiento para las visitas y se detuvo junto a la
camioneta de Lil.
Los animales anunciaron su presencia, pero sus llamadas se le antojaron
casi despreocupadas. Todavía no era noche cerrada y, por lo que veía, casi
todos los residentes de las jaulas habían decidido cobijarse en sus guaridas.
Despreocupadas o no, Lil abrió la puerta antes de que Coop hubiera
subido los escalones del porche. Llevaba un jersey negro, vaqueros raídos,
botas gastadas y el cabello recogido en una espesa cascada negra. Coop no
habría dicho que su expresión era precisamente amistosa.
—Vas a tener que devolverle la llave a mi padre.
—Ya se la he devuelto —replicó Coop con la mirada fija en aquellos ojos
de expresión fastidiada—. Lo cual debería hacerte comprender la poca
seguridad que te proporciona esa verja.
—Ha ido bien hasta ahora.
—Hasta ahora. Necesitas una puerta mucho más segura, automática, con
código de acceso y cámara de vigilancia.
—Ah, ¿sí? Vaya, me pondré a ello en cuanto me sobren unos cuantos
miles de dólares y no tenga otra cosa que hacer que comprar una puerta que
en esencia no es más que un símbolo disuasorio. A menos que pretendas que,
ya que me pongo, construya un muro de seguridad alrededor de veinticinco
acres de tierra. Ah, y con unos cuantos centinelas.
—Si vas a instalar algo disuasorio, más vale que disuada. El hecho de que
esté delante de ti significa que tu sistema no sirve de mucho que digamos.
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Mira, llevo fuera casi todo el día y estoy harto de congelarme.
Avanzó un paso y, puesto que Lil no se apartó del umbral, la cogió por
debajo de los codos, la levantó y volvió a dejarla en el suelo ya dentro de la
cabaña.
—Joder, Cooper —farfulló, casi incapaz de articular palabra a causa del
asombro—. ¿Se puede saber qué te pasa?
—Quiero una cerveza.
—Seguro que tienes cervezas en tu casa. Y si no, hay un montón de sitios
en el pueblo donde comprar, así que ya puedes irte.
—Y a pesar de que estás de lo más antipática, también quiero hablar
contigo. Tú estás aquí y probablemente tienes cerveza, así que… —Se volvió
hacia la cocina—. ¿Por qué estás sola?
—Porque esta es mi casa y porque quería estar sola.
Coop echó un vistazo a la mesa y se fijó en el ordenador portátil, los
expedientes y una copa de vino tinto. Cogió la botella que había sobre la
encimera, dio el visto bueno a la etiqueta, decidió cambiar de tercio y sacó
una copa de uno de los armarios.
—Nada, tú como en tu casa, no te cortes.
—Willy ha pasado a verme. —Coop se sirvió una copa de vino, lo probó
y lo dejó sobre la mesa para quitarse el chaquetón.
—En tal caso supongo que los dos tenemos la misma información y no
hay nada de qué hablar. Estoy muy ocupada, Coop.
—Lo que estás es frustrada y cabreada. Y no te culpo. La verdad es que
no tienen pistas, y ninguna de las líneas de investigación los lleva a ninguna
parte. Eso no significa que vayan a dejarlo, pero quizá tengan que cambiar de
perspectiva.
Volvió a coger la copa de vino y miró a su alrededor mientras bebía otro
sorbo.
—¿No comes? —preguntó.
—Sí, cuando tengo hambre. Digamos que te agradezco que hayas venido
para decirme que las ruedas de la justicia siguen girando, y añado que sé que
Willy está haciendo y hará todo lo que pueda. Ya está. Ya hemos hablado.
—¿Tienes algún motivo para estar cabreada conmigo en particular o estás
cabreada en general?
—Estos últimos días han sido muy largos y duros. Tengo un plazo de
entrega para el artículo que estoy escribiendo. Los artículos contribuyen a
pagar el vino que te estás bebiendo, entre otras cosas. Me acaban de decir que
con toda probabilidad el tipo que se cargó al puma al que yo había capturado
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no será identificado ni detenido. Tú entras aquí como si nada mientras yo
intento trabajar y te sirves una copa del vino que este artículo ayudará a seguir
comprando. Así que digamos que estoy cabreada en general y en especial un
poquito contigo.
—No he entrado aquí como si nada. —Coop se volvió y abrió la nevera
—. Joder, Lil —espetó tras una breve inspección—, eres peor que yo.
—¿Se puede saber qué haces?
—Buscar algo para preparar la cena.
—Haz el favor de dejar en paz mi nevera.
Por toda respuesta, Coop abrió el congelador.
—Lo que me imaginaba; un montón de platos preparados para chicas.
Bueno, al menos hay pizza congelada. —Le pareció oír el rechinar de dientes
desde la otra punta de la estancia, un sonido que le resultó extrañamente
satisfactorio, debía reconocerlo.
—Dentro de dos minutos como máximo sacaré el rifle y te pegaré un tiro
en el culo.
—No, dentro de unos quince minutos, según las instrucciones de esta caja,
te comerás una pizza conmigo. A lo mejor te alegra un poco. Tienes algunos
voluntarios itinerantes —cambió de tema mientras encendía el horno—.
Algunos solo han venido por aquí una o dos veces.
El fastidio no parecía hacer mella en Coop, de modo que Lil intentó
enfurruñarse.
—¿Y qué?
—Es una buena forma de echar un vistazo al sitio, al personal, las rutinas,
la disposición… Muchas granjas y empresas de la zona hacen eso. Contratan
a alguien para unos cuantos días o semanas, según lo que necesiten. Yo
mismo voy a hacerlo dentro de un mes o así.
Deslizó la pizza en el horno y programó el reloj.
—¿Y qué más da? Willy cree que se ha largado.
—Puede que tenga razón. O no. Si un hombre sabe lo que hace y quiere
hacerlo, podría prepararse un buen refugio en los montes. Hay un montón de
cuevas.
—Eso no me tranquiliza mucho.
—Quiero que tengas cuidado, y si estás demasiado tranquila, no lo
tendrás. —Coop acercó la botella y llenó la copa de Lil—. ¿De qué va tu
artículo?
Lil cogió la copa, contempló el vino con el ceño fruncido y por fin tomó
un sorbo.
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—No voy a acostarme contigo.
—¿Estás escribiendo sobre eso? ¿Puedo leerlo?
—No voy a acostarme contigo —repitió Lil— hasta y a menos que decida
lo contrario. Meter una pizza congelada en el horno no va a convertirme en un
peluche dócil.
—Si quisiera docilidad, me compraría un cachorro. Me acostaré contigo,
Lil, pero te concederé algún tiempo para que vayas haciéndote a la idea.
—Ya me tuviste una vez, Coop, y podrías haberme conservado, pero me
dejaste.
La expresión de Coop se ensombreció.
—Recordamos las cosas de forma distinta.
—Si crees que podemos volver a lo que…
—No, no quiero volver. Pero te miro y sé que lo nuestro no ha terminado,
Lil. Y tú también lo sabes.
Se sentó junto a ella en el banco, tomó otro sorbo de vino y señaló las
fotografías que Lil había distribuido alrededor de sus notas.
—¿Son de Sudamérica?
—Sí.
—¿Cómo es viajar a sitios así?
—Emocionante. Un desafío.
Coop asintió.
—Y ahora estás escribiendo un artículo sobre tu expedición a los Andes
para rastrear pumas.
—Sí.
—¿Y luego qué?
—¿Qué de qué?
—¿Adónde irás?
—No lo sé. Ahora mismo no tengo planes. Este viaje ha sido el más
importante para mí. He obtenido tantas cosas de él, en lo personal y en lo
profesional, información que puedo desarrollar a través de artículos,
conferencias, seminarios… Investigación, descubrimientos… —Relajó los
hombros—. Puedo utilizarlo todo en beneficio del refugio. El refugio es la
máxima prioridad.
Coop dejó las fotos sobre la mesa para mirarla.
—Es bueno tener prioridades.
Se acercó a ella despacio; esta vez le concedió tiempo para resistirse, para
decidir. Lil no habló, no intentó detenerlo, tan solo lo miró como quien mira a
una serpiente.
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Con cautela.
Coop le cogió la barbilla con suavidad y la besó.
Lil no habría descrito aquel beso como suave o tierno. No, no habría
calificado de suaves y tiernos ni el beso, ni el tono ni la intención. Pero
tampoco manifestaba la brusca pasión que le había mostrado la otra noche.
Esta vez la besó como un hombre que ha decidido tomarse su tiempo,
convencido de que puede permitírselo.
Y aunque sus dedos le tocaban el rostro con delicadeza, Lil sabía, como
sin duda Coop pretendía, que podían incrementar la presión en cualquier
momento. Que Coop podía saquear en lugar de seducir.
Y saberlo le provocó una oleada de excitación.
¿Acaso no había preferido siempre lo salvaje a lo doméstico?
Coop la sintió ceder un poco. Luego un poco más. Los labios de Lil se
movieron contra los suyos, cálidos y suaves, su aliento era un susurro en lo
más hondo de su garganta.
Por fin se separó de ella tan despacio como se había acercado.
—No —musitó—. Lo nuestro no ha acabado. —En aquel instante sonó la
campanilla del temporizador del horno y Coop sonrió—. Pero la pizza sí.
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12
H
abía pasado noches peores, se dijo Coop mientras añadía más troncos a
la chimenea instalada en la sala de estar de Lil. Pero hacía muchos
años que no tenía que conformarse con una habitación gélida y un sofá
incómodo. Por no hablar del fastidio adicional de saber que la mujer a la que
deseaba dormía en el piso de arriba.
Pero había sido decisión suya, se recordó. Lil le había dicho que se fuera,
y él se había negado, de modo que se había visto obligado a coger una manta,
una almohada e instalarse en un sofá al que le faltaban quince centímetros. Y
probablemente para nada.
A buen seguro, Lil tenía razón. Estaba a salvo sola en su cabaña. Las
puertas cerradas con llave y un rifle cargado constituían factores de seguridad
muy sólidos.
Pero en cuanto le anunció que tenía intención de quedarse, ya no pudo
echarse atrás.
Y qué raro, pensó mientras se dirigía hacia la cocina para preparar café,
qué raro era despertar en la oscuridad a causa del rugido de un felino salvaje.
Rarísimo.
Suponía que Lil estaba acostumbrada, porque no la había oído ni moverse,
mientras que él había sentido el impulso de ponerse las botas y salir a echar
un vistazo.
Lo único que había descubierto era que Lil necesitaba más luces de
seguridad y que, si bien sabía que las jaulas eran resistentes, los rugidos en la
oscuridad le aterrorizaban.
Ahora sí oía a Lil. Pasos en el piso de arriba y el tintineo de las tuberías
cuando abrió el grifo de la ducha.
Pronto amanecería otro día blanco y gélido. Los compañeros de Lil
empezarían a aparecer, y él tenía su propio trabajo que atender.
Encontró huevos, pan y una sartén. Tal vez Lil no estuviera de acuerdo,
pero consideraba que le debía un desayuno caliente a cambio de haberlo
tenido de guardia toda la noche. Estaba preparando un par de bocadillos de
huevo frito cuando apareció. Se había recogido el pelo y llevaba una camisa
de franela sobre una camiseta térmica. Y no parecía más contenta de verlo
que la noche anterior.
—Necesitamos algunas normas —empezó Lil.
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—Vale, hazme una lista. Tengo que ir a trabajar. He preparado dos por si
te apetecía uno —añadió mientras se envolvía el bocadillo en una servilleta.
—No puedes entrar aquí sin más e invadirme de esta manera.
—Pon eso al principio de la lista —indicó Coop mientras Lil lo seguía a la
sala de estar y él se cambiaba el bocadillo de mano para ponerse el chaquetón
—. Hueles bien.
—Tienes que respetar mi intimidad y meterte en la cabeza que no necesito
ni quiero un perro guardián.
—Vale —musitó Coop al tiempo que se calaba el sombrero—. Tendrás
que entrar más leña. Hasta luego.
—¡Maldita sea, Coop!
Coop se volvió al llegar a la puerta.
—Me importas. Entérate.
Comió un bocado mientras se dirigía hacia la furgoneta.
Lil tenía razón en cuanto a las normas, se dijo. La mayoría de las cosas
funcionaban mejor con normas, o al menos con directrices. Estaban el bien, el
mal y, en medio, todos los matices de gris. Valía la pena saber qué matiz de
gris funcionaba mejor en cada situación.
Lil tenía derecho a poner normas, siempre y cuando fuera consciente de
que Coop tenía intención de explorar la zona gris.
Se comió el bocadillo de huevo frito mientras recorría el camino
serpenteante que conducía a la verja. Desterró de su mente las normas, las
directrices y el misterio de lo que buscaba en Lil y se concentró en las tareas
del día.
Tenía que dar de comer a los caballos y al ganado, así como limpiar los
establos. Preparar a sus abuelos para el paseo a caballo sería toda una proeza.
También tenía que ir al pueblo en busca de suministros y ocuparse del
papeleo acumulado en la oficina. Si no había clientes que quisieran salir de
excursión, llamaría a Gull para que lo ayudara con los aperos.
Quería trazar un plan básico con análisis de costes y proyecto de
viabilidad para añadir al negocio paseos en poni. También para coger algunos
caballos como Hermanita y ofrecer paseos de media hora en un recinto
vallado, y entonces…
Su mente olvidó el trabajo y cambió a modo de alerta.
El cadáver estaba colgado sobre la verja. Debajo, su sangre manchaba el
manto de nieve. Un par de buitres picoteaban ya el desayuno, y varios de sus
compañeros sobrevolaban el lugar.
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Coop tocó el claxon para ahuyentar a las aves al tiempo que aminoraba la
velocidad para escudriñar los árboles, la maleza y la carretera que discurría al
otro lado de la verja. A la luz mortecina del alba, los faros de la camioneta
bañaban al lobo muerto y teñían sus ojos inertes de un verde espeluznante.
Coop se inclinó, abrió la guantera, sacó la nueve milímetros y la linterna.
Luego bajó de la camioneta y alumbró el suelo. Había pisadas, por supuesto.
Entre ellas estarían las suyas de anoche, cuando abrió la verja.
No vio ninguna que le pareciera más reciente que las suyas en el interior
del recinto. Suponía que por algo se empezaba. Sin embargo, pisó sus propias
huellas para llegar junto al lobo.
Habían hecho falta dos disparos, uno en el torso y otro en la cabeza, para
abatir al animal, dedujo Coop a primera vista. El cadáver estaba frío, y el
charco de sangre, congelado.
Eso le indicó que hacía varias horas que habían entregado el mensaje.
Puso el seguro al arma y se la guardó en el bolsillo. Cuando buscaba el
móvil oyó el motor de un coche que se acercaba. Aunque dudaba de que el
mensajero regresara tan pronto o viajara motorizado, Coop deslizó la mano en
el bolsillo y asió la empuñadura del arma.
El paisaje se había teñido del gris propio del alba, y en el cielo de levante
se abría paso el rojo del sol. Coop volvió a la camioneta, apagó los faros y
esperó junto a la verja. Al poco supo que no se había equivocado. El
todoterreno aminoró la velocidad. Alzó la mano para que se detuviera y
permaneciera lo más alejado posible de la verja.
Reconoció al hombre que se apeó del asiento del acompañante, aunque no
sabía su nombre.
—No te acerques a la verja —ordenó Coop.
Tansy se apeó por la otra puerta y se aferró a la manija como si las piernas
no la sostuvieran.
—Dios mío —musitó.
—No os acerquéis —repitió Coop.
—Lil.
—Está bien —le aseguró Coop—. Acabo de dejarla en la cabaña.
Necesito que llames al sheriff… a Willy. Vuelve a subir al coche y llámale.
Dile que alguien ha dejado un lobo muerto en la verja. Dos disparos, me
parece. Quiero que esperéis en el coche y no toquéis nada. Tú —señaló al
hombre.
—Eric. Soy un estudiante en prácticas. Yo…
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—Quédate en el coche. Si vuelven los buitres, tocad el claxon. Voy a
buscar a Lil.
—Hoy vienen algunos voluntarios. —Tansy exhaló una bocanada de aire
que generó una gran vaharada, luego otra más corta y pequeña—. Y los
demás estudiantes no tardarán en llegar.
—Si llegan antes de que yo vuelva, mantenedlos alejados de la verja.
Volvió a subir a la camioneta y retrocedió hasta llegar a uno de los
apartaderos. Allí dio media vuelta en tres maniobras y aceleró.
Lil ya estaba fuera, de pie en el camino que conducía de su cabaña a las
oficinas. Al verlo, puso los brazos en jarras y frunció el ceño.
—¿Y ahora qué? Por las mañanas tenemos mucho trabajo aquí.
—Tienes que venir conmigo.
El ceño desapareció. No hizo preguntas; el tono y la expresión la Coop la
convencieron al instante de que algo sucedía.
—Coge una cámara —le pidió Coop cuando Lil se dirigía a la camioneta
—. Digital. Deprisa.
De nuevo sin hacer preguntas, Lil corrió a la cabaña y volvió en menos de
dos minutos con la cámara y el rifle.
—Cuéntame —dijo mientras subía a la camioneta de un salto.
—Hay un lobo muerto colgado en tu verja.
Lil lanzó una exclamación ahogada, y con el rabillo del ojo Coop advirtió
que su mano se tensaba sobre el rifle, pero habló con voz serena.
—¿Le han disparado, como al puma?
—Dos disparos, por lo que he visto. No hay mucha sangre, y el cadáver
está frío. Lo ha matado en otra parte y lo ha traído hasta aquí. No parece que
haya entrado ni lo haya intentado siquiera. Pero no lo he examinado todo. Un
par de tus compañeros han llegado enseguida. Les he pedido que llamen al
sheriff.
—Qué hijo de puta. Pero ¿por qué narices…? ¡Espera! —Gritó de repente
con el rostro alarmado y muy erguida en el asiento—. Da la vuelta. Da la
vuelta. ¿Y si ha usado esta treta para alejarnos del refugio? ¿Y si ha entrado?
Los animales están indefensos. Da la vuelta, Coop.
—Ya casi estamos en la verja. Te dejo y vuelvo para echar un vistazo.
—Date prisa.
Cuando Coop frenó junto a la verja, Lil se volvió hacia él.
—Espérame… ¡Eric! —llamó al saltar de la camioneta.
Con mucha sensatez, Lil dio un amplio rodeo, y Coop vio a Eric apearse
del coche al otro lado de la verja.
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—¡Coge esto! Cógelo. Haz las mejores fotos que puedas del lobo, de la
verja, de todo. Y espera al sheriff.
—¿Adónde…?
Lil subió de nuevo a la camioneta de Coop y cerró de un portazo sin
contestar a Eric.
—¡Vamos!
Coop pisó el acelerador a fondo en marcha atrás y derrapó al dar la vuelta.
Cuando tocó el claxon, Lil dio un respingo y se quedó mirándolo.
—En el improbable supuesto de que tengas razón —dijo Coop—, nos oirá
llegar y se largará. No quiere enfrentarse. —Todavía no, pensó Coop. Todavía
no—. Se trata de tocarte las narices.
—¿Por qué dices «en el improbable supuesto»?
—No creo que sepa que he pasado la noche aquí ni que me marcharía
antes de que llegaran tus compañeros. De lo contrario, habrían sido ellos
quienes encontraran al lobo y habrían entrado para contártelo. Todo el mundo
estaría aquí en ese caso, no junto a la verja.
—Vale, vale, tienes razón.
Pero Lil no respiró tranquila hasta que divisó los primeros hábitats y oyó
los rugidos y alaridos habituales de cada mañana.
—Tengo que ir a verlos a todos. Si vas en esa dirección, sigue el camino.
Yo iré por aquí y daré la vuelta hasta que…
—No —la interrumpió Coop mientras detenía la camioneta—. He dicho
que era un supuesto improbable, pero no imposible, y no pienso correr el
riesgo de que te pille sola.
Lil levantó el rifle que descansaba sobre sus rodillas, pero Cooper sacudió
la cabeza.
—Iremos juntos.
Y cuando terminaran, pensó, examinaría las cabañas y los anexos.
—Creerán que voy a pasar un rato con ellos, así que se van a enfadar al
ver que no es así.
Oyeron siseos y gruñidos, así como algunos alaridos de protesta mientras
pasaban ante las jaulas. Lil caminaba deprisa, sentía el corazón más ligero a
medida que veía a los ocupantes de cada enclave. El pulso se le aceleró de
nuevo mientras escudriñaba la jaula en apariencia vacía de Baby. Luego alzó
la vista, buena conocedora de sus juegos, y lo vio de pie sobre una robusta
rama de su árbol.
El salto que dio fue alegre y hermoso. Cuando lo oyó ronronear, Lil
sucumbió y se agachó.
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—Pronto —murmuró—. Dentro de un rato vendré a jugar contigo.
Le acarició el pelaje a través de la valla y lanzó una carcajada cuando el
puma se levantó sobre las patas traseras y apretó la barriga contra el metal
para que Lil se la rascara.
—Pronto —repitió.
Baby emitió un gruñido de decepción cuando Lil se apartó de la jaula. Se
encogió de hombros al ver que Coop la miraba con fijeza.
—Es un caso especial.
—Me pareció entender que desapruebas e incluso desprecias a las
personas que compran mascotas exóticas.
—Él no es una mascota. ¿Acaso me has visto ponerle un collar de
diamantes y pasearlo atado a una correa?
—Este debe de ser Baby.
—Veo que me prestas más atención de lo que creía. Lleva en el refugio
desde que era un cachorro, y por voluntad propia. Bueno, están todos bien —
añadió—. Si un desconocido rondara por aquí, nos lo harían saber. Pero de
todos modos tengo que asegurarme. Esta mañana viene un grupo de niños, y
tenemos dos felinos con uñeros que hay que curar. Además, los estudiantes
tienen varios cientos de kilos de carne que procesar en la cámara. Tenemos
una rutina que cumplir, Coop. No podemos permitir que esto interfiera en la
salud de los animales ni en la gestión del refugio. Si no recibimos visitas,
nuestro presupuesto se va al garete. Y tú también tienes una empresa que
dirigir y animales que atender.
—Examina el resto de las cámaras. Vamos a echar un vistazo a las
oficinas. Si todo está despejado, podrás ir a ver a los animales.
—Willy abrirá la verja, ¿no? Para que pueda entrar mi gente.
—No creo que tarde mucho.
—No he podido examinar bien al lobo. Era bastante grande, así que
imagino que era adulto. Para abatir a un ejemplar así… Quizá no formaba
parte de ninguna jauría. Un lobo solitario es una presa más fácil. Quiere que
me enfade, que me altere y poner el refugio patas arriba… Hice algunos
cursos de psicología —explicó al observar que Coop se quedaba mirándola—.
Sé muy bien lo que hace. No sé por qué, pero sí sé qué. Podría perder
voluntarios e incluso algunos estudiantes en prácticas por culpa de un
incidente así. Nuestro programa de prácticas es muy importante, así que
tendré que mostrarme muy convincente en la reunión extraordinaria de hoy.
Abrió la cabaña que albergaba las oficinas. Coop hizo a un lado a Lil y
empujó la puerta. La estancia parecía despejada. Entró, la barrió con la mirada
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y pasó a las estancias contiguas para cerciorarse.
—Quédate aquí y comprueba las cámaras. Iré a ver los otros edificios.
Dame las llaves.
Sin decir palabra, Lil se las entregó. Cuando Coop salió, se sentó y esperó
a que el ordenador arrancara.
Sabía que había sido policía, pero nunca lo había visto actuar como tal.
Coop había creído entender la misión del refugio, pero en aquel momento
comprendió que no había captado todo su alcance pese a que Lil le había
mostrado lo esencial. La cámara constituía una revelación por sí misma, con
sus enormes congeladores y frigoríficos, las inmensas cantidades de carne y
los aparatos necesarios para procesarla, manipularla y transportarla.
En los establos había tres caballos, entre ellos el que le había vendido a
Lil. Ya que estaba allí, aprovechó para darles de comer y beber y luego marcó
ambas tareas en la lista clavada en la pared.
Comprobó el cobertizo de las herramientas, el garaje y la cabaña chata y
alargada que albergaba el centro educativo. Echó un breve vistazo a los
materiales que contenía, las fotos, las pieles, los dientes, los cráneos, los
huesos… ¿De dónde demonios habría sacado todo aquello?
Fascinante, se dijo mientras verificaba los dos servicios y cada uno de sus
cubículos. Recorrió también la pequeña tienda de regalos con sus animales de
peluche, camisetas, sudaderas, gorras, postales y pósteres. Todo ordenado y
bien organizado.
Lil había conseguido algo grande. Se había ocupado de cada detalle, hasta
el más insignificante. Y todo, todo por los animales.
Al retroceder oyó el sonido de más coches y salió al encuentro del sheriff.
—Todo en orden aquí. Lil está en la oficina —explicó a Tansy antes de
volverse hacia Willy.
—Parece que ha decidido quedarse —comentó el sheriff—. No podemos
saber con seguridad si ha sido otra persona que ha elegido la verja del refugio
por casualidad. O alguien a quien se le ha ocurrido la brillante idea al saber lo
del puma. Pero lo esencial es que aquí la caza del lobo es ilegal, y la gente lo
sabe. Saben muy bien que se meterán en un lío si lo hacen. Una cosa es que
un granjero dispare contra un lobo que amenaza directamente a su ganado
Pero conozco a todos los granjeros del condado y no me imagino a ninguno
de ellos transportando el cadáver hasta aquí. Ni siquiera a los que consideran
a Lil un poco rara.
—Las balas que le sacarán al lobo serán iguales que las que mataron al
puma.
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—Creo que tienes razón. —Willy asintió y apretó los labios—. Hablaré
con los del parque nacional y con los chicos del estado. Tú también podrías
hablar con ellos. Puede que alguien que usara el camino o pasara por aquí
viera algo o a alguien.
Se volvió cuando Lil salió de la cabaña.
—Buenos días. Siento mucho todo esto. ¿Está tu veterinario?
—No tardará en llegar.
—Dejaré a uno de mis hombres aquí, como la otra vez. Haremos todo lo
que podamos, Lil.
—Lo sé, pero no podréis hacer gran cosa —replicó ella mientras bajaba
los escalones del porche—. Un puma y un lobo. Nada agradable, pero la vida
es dura. Puede que en otras partes consideren estas especies desde una
perspectiva romántica, pero la gente de aquí no, saben que en cualquier
momento pueden bajar de los montes y cargarse el ganado de un granjero o
acabar con un gallinero entero. Lo entiendo, Willy, soy realista. Mi realidad
es que tengo treinta y seis animales, sin incluir los caballos, esparcidos en
unos treinta y dos acres de jaulas y recintos. Y me temo que ese tipo ha
decidido ir por ellos, al menos eso es lo que indica su mensaje de hoy. Y
matará a uno de los animales que viven aquí, que yo traje aquí. O peor aún, a
una de las personas que trabajan aquí, a las que yo traje aquí.
—No sé qué puedo decir para tranquilizarte.
—Nada, y esa es la ventaja de ese tipo. Nada puede tranquilizarme. Pero
tenemos mucho trabajo y seguiremos sacándolo adelante. Tengo a seis
estudiantes que deben terminar sus prácticas. Dentro de un par de horas
llegará un grupo de niños de entre ocho y doce años para la visita y una sesión
en el centro educativo. Si crees que los niños pueden correr peligro, cancelaré
la visita.
—No tengo motivos para creer que a un hombre que mata animales
salvajes vaya a darle por disparar contra unos niños, Lil.
—Vale. En tal caso haremos lo que podamos. Deberías irte —dijo a Coop
—. Tú también tienes trabajo y animales que atender.
—Volveré más tarde. A lo mejor deberías preparar esa lista.
Lil se quedó mirándolo perpleja y por fin meneó la cabeza.
—No es mi máxima prioridad ahora mismo.
—Tú decides.
—Exacto. Gracias, Willy.
Willy frunció los labios cuando Lil entró de nuevo en la oficina.
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—Tengo la sensación de que ahora mismo no hablabais del lobo muerto.
Así que imagino que pasarás la noche aquí.
—Pues sí.
—Eso me tranquiliza. Voy a enviar a algunos hombres a inspeccionar la
zona y comprobar las otras entradas, a ver si encuentran algún punto débil.
Está escondido en alguna parte —masculló mientras paseaba la mirada por las
colinas.
Lil sabía que la voz correría como un reguero de pólvora, de modo que no la
sorprendió ver llegar a sus padres. Se apartó del tigre inmovilizado y se
acercó a la valla.
—No es más que un uñero. Pasa a menudo. —Levantó la mano para rozar
los dedos que su madre pasó por las aberturas de la valla—. Siento haberos
preocupado.
—¿No decías que querías ir a Florida un par de semanas para trabajar en
ese refugio para panteras? Deberías hacerlo.
—Unos días, mamá —corrigió Lil—. Y eso es el invierno que viene. No
puedo irme ahora. Ahora menos que nunca.
—Podrías instalarte en casa hasta que lo cojan.
—¿Y a quién dejo en mi lugar? Mamá, ¿a quién le digo que se quede
porque tengo demasiado miedo?
—A cualquier que no sea mi pequeña —suspiró Jenna, oprimiendo los
dedos de Lil—. Pero no puedes hacerlo y no lo harás.
—¿Cooper ha pasado la noche aquí? —preguntó Joe.
—Ha dormido en el sofá del salón. No quería irse, y ahora me veo
obligada a estarle agradecida porque no me dejó echarle de mi casa. Puedo
pedirles a muchas personas que se queden conmigo. Tomaremos todas las
precauciones posibles, os lo prometo. Voy a encargar más cámaras para
aumentar la seguridad. También estoy investigando sistemas de alarma, pero
no podemos permitirnos un sistema que lo cubra todo. No —añadió al ver que
Joe se disponía a decir algo—. Sabes muy bien que tú tampoco puedes
permitírtelo.
—Lo que no puedo permitirme es que le pase algo a mi hija.
—Me aseguraré de que no me pase nada —prometió Lil mientras se
volvía para mirar a Matt, que seguía atendiendo al tigre—. Tengo que acabar
esto.
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—Volveremos al complejo, a ver si alguien necesita que echemos una
mano.
—Siempre hace falta.
Desde ese punto elevado, observó a través de los prismáticos al grupo
familiar. Observar a la presa era esencial, conocer sus hábitos, el territorio, la
dinámica, las fortalezas. Y las debilidades.
La paciencia era otro aspecto crucial. Debía reconocer que su falta
(ocasional) de paciencia constituía una de sus debilidades. También el mal
genio. El mal genio le había costado dieciocho meses de cárcel tras perder los
estribos y propinar una paliza descomunal a un tipo en un bar.
Pero había aprendido a dominar su mal genio, a conservar la calma y la
objetividad. A usar la caza para su satisfacción personal.
Nunca en caliente, nunca por rabia. Siempre con sangre fría.
El puma había sido un impulso. Estaba ahí, y él había querido averiguar
qué se sentía al matar a esa bestia salvaje frente a frente. Se había llevado una
decepción. La ausencia de desafío, del sentimiento de caza, no le había
proporcionado satisfacción alguna.
De hecho, tenía que reconocer que aquel episodio lo avergonzaba un
poco.
Se había visto obligado a compensar la vergüenza con un arranque de ira
(nada importante) que lo indujo a destrozar el campamento. Pero lo había
hecho con precisión, eso era lo importante. Lo había hecho de modo que
transmitiera un mensaje.
Lil. Lillian. La doctora Chance. Era tan interesante… Siempre se lo había
parecido. Al verla con su familia… Sí, aquella era una debilidad, sin lugar a
dudas.
Tal vez resultara satisfactorio utilizarla en su contra. El miedo añadía
excitación a la caza. Quería que Lil sintiera miedo. Había descubierto que la
satisfacción de la caza era mucho mayor cuando el miedo entraba en juego. Y
creía que sería aún mucho más excitante oler el de Lil, pues sabía que no se
asustaba con facilidad.
Pero él haría que sintiera miedo.
La respetaba. A ella y su linaje. Aunque ella no respetara su propia
ascendencia. La profanaba con ese lugar, esas jaulas donde los animales
salvajes y libres vivían cautivos. El lugar sagrado de sus antepasados… y los
de Lil.
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Sí, haría que sintiera miedo.
Lil constituiría un trofeo precioso para su colección. El más valioso de
todos. Guardó los prismáticos, se alejó de la cresta reptando y se levantó.
Recogió su ligera mochila y permaneció inmóvil al sol del invierno tardío,
tocándose el collar de dientes de oso que llevaba al cuello. Lo único que
conservaba de su padre.
Su padre le había enseñado todo lo que sabía acerca del linaje y la
traición. Le había enseñado a cazar y a vivir en la tierra sagrada. Le había
enseñado a apoderarse de lo que necesitaba sin remordimientos.
Se preguntaba que quedaría de Lil después de la caza.
Satisfecho con la labor realizada por aquel día, inició el camino de regreso
a su guarida, donde planificaría el siguiente paso de la cacería.
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13
L
il estaba a punto de preparar la cena de los animales cuando apareció
Farley. Llegó a caballo y con aspecto de poder pasarse el día entero
sentado sobre una silla de montar si la situación la requería.
Por primera vez en su vida se le ocurrió cuánto se parecían Farley y Coop
en aquel aspecto. Un par de chicos de ciudad transformados en vaqueros con
pinta de haber nacido sobre una silla de montar cuando cabalgaban.
Y ahí acababan las similitudes, suponía. Farley era abierto y de trato fácil.
Coop era cerrado y de trato difícil.
O quizá así era como ella los veía.
Se volvió hacia Lucius.
—¿Por qué no vas a ver cómo va todo en la cámara? Yo iré enseguida.
Fue al encuentro de Farley y acarició la mejilla de Hobo, su caballo.
—Hola, chicos.
—Hola, Lil. Te he traído algo.
Dicho aquello sacó un ramo de margaritas rosadas y blancas que
asomaban por el borde de la alforja.
Lil estaba sorprendida y complacida por igual.
—¿Me has traído flores?
—Me parecía que necesitabas un poco de alegría.
Lil examinó las flores. Bonitas, frescas y…, sí, alegres. Sonrió y con un
dedo indicó a Farley que se inclinara.
La sempiterna sonrisa del joven se ensanchó cuando Lil lo besó
ruidosamente en la mejilla.
—¿Eso que asoma a la alforja son narcisos?
—Eso parece.
Lil le dio una palmadita afectuosa en el tobillo.
—Ha salido para acompañar a una familia que ha llegado hace un rato. El
padre es un gran fan de Deadwood. Ya sabes, la serie de televisión. Así que
han hecho el viaje para visitar el pueblo después de subir al monte Rushmore,
y en el pueblo les han hablado de nosotros. Ha pensado que a sus hijos les
encantaría.
—Seguro que sí.
—Deben de haber hecho medio recorrido. Seguro que puedes alcanzarlos.
—Supongo que sí. Si quieres puedo pasar la noche aquí, Lil.
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—Gracias, Farley, pero ya lo tengo arreglado.
—Eso tengo entendido. —Se ruborizó un poco al ver que Lil lo miraba
con fijeza—. Quiero decir que Joe me ha dicho que lo más probable es que
Coop se quede. Tu padre se queda más tranquilo —añadió.
—Por eso se lo permito. Dile a Tansy que estamos a punto de darles la
cena a los animales. La familia de Omaha obtendrá un espectáculo adicional
por el precio de la entrada.
—Se lo diré.
—Farley…
Lil acarició de nuevo a Hobo y alzó la cabeza para mirar al joven de hito
en hito.
—Tú y Tansy sois dos de mis personas favoritas del mundo. Sois parte de
mi familia, así que te diré lo que pienso.
Farley la observaba con expresión cautelosa.
—Vale, Lil.
—Buena suerte.
La sonrisa de Farley vaciló un instante y luego se ensanchó.
—Creo que la necesitaré.
El joven se alejó con el ánimo más alegre. La opinión de Lil significaba
mucho para él, de modo que su aprobación… al menos eso era lo que le
habían parecido sus palabras… era muy importante. Se puso a silbar y
recorrió el sendero que salía del complejo y rodeaba las primeras jaulas.
El terreno subía y bajaba al capricho de la naturaleza. Los salientes
rocosos se erguían agresivos, algunos de ellos desde tiempos inmemoriales,
mientras que otros eran obra de Lil. Árboles por todas partes para que los
animales pudieran trepar y arañar la corteza. Al pasar ante una de las jaulas
vio a un lince desperezarse y afilarse las garras en la corteza de un pino.
Al doblar un recodo divisó el carrito que utilizaban para los grupos pero
resistió la tentación de poner a Hobo al galope. Los alcanzo cuando estaban
delante de la jaula del tigre, que en aquel momento bostezó, rodó sobre sí
mismo y se desperezó de un modo que indicó a Farley que acababa de
despertar de la siesta. Probablemente sabía que se acercaba la hora de la cena.
—Qué tal —saludó, llevándose la mano al ala del sombrero—. Lil me ha
pedido que te diga que es hora de dar de comer a los animales —dijo a Tansy.
—Gracias, Farley. A excepción de los animales del zoo infantil, todos los
animales del refugio son nocturnos. Les damos de comer por la noche porque
eso refuerza su instinto cazador.
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Tansy hablaba en lo que Farley había bautizado como su tono «oficial».
Podría pasarse días enteros escuchándola.
—Cada semana procesamos cientos de kilos de carne en nuestra cámara.
Los empleados y los estudiantes en prácticas preparaban la carne, en su mayor
parte pollo donado generosamente por Hanson’s Foods. Han venido a la
mejor hora, porque el momento de la comida es toda una experiencia.
Presenciarán en vivo y en directo el poder de los animales que viven en el
refugio Chance.
—Señor… ¿Puedo subir a su caballo?
Farley bajó la mirada hacia una niña de unos ocho años, una criatura
preciosa envuelta en un anorak rosa con capucha.
—Si tus padres te dejan puedes subir aquí conmigo y te doy una vuelta.
Hobo es un caballo muy tranquilo, señora —dijo a la madre.
—¡Por favor! ¡Por favor! Prefiero subir al caballo que ver a los leones
comer pollo.
Siguió un breve debate. Farley se mantuvo al margen y se dio el gustazo
de observar a Tansy mientras esta explicaba al hijo, que tendría unos doce
años, cómo los tigres acechaban y tendían emboscadas a sus presas.
Al final, la niña se salió con la suya y se encaramó a la silla, delante de
Farley.
—Esto es mucho más divertido. ¿Puede hacerle ir muy deprisa?
—Podría, pero seguro que si lo hiciera, tu madre me desollaría.
—¿Qué es desollaría?
—Quiero decir que me arrancaría la piel —rio Farley—. Me arrancaría la
piel si fuera muy rápido después de haberle prometido que iría despacio.
—Ojalá tuviera un caballo. —La niña se inclinó hacia delante para
acariciar la crin de Hobo—. ¿Usted monta siempre? ¿Todos los días?
—Pues sí.
La pequeña suspiró.
—Qué suerte tiene.
A su espalda, Farley asintió.
—Sí, tengo mucha suerte.
Puesto que Cassie, que así se llamaba la niña, no tenía interés alguno en la
alimentación de los animales, Farley obtuvo permiso para darle una vuelta a
caballo. Hobo, sólido como el peñón de Gibraltar, recorría plácidamente el
sendero mientras los animales chillaban, gruñían, rugían y aullaban.
Más tarde, a la luz agonizante del crepúsculo, Farley se despidió de la
familia agitando la mano.
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—Ha sido muy amable por tu parte, Farley —observó Tansy mientras el
monovolumen se alejaba por el camino—. Tomarte el tiempo y la molestia de
entretener a la niña…
—No ha sido ninguna molestia. Es más fácil montar a caballo que cargar
con toda esa carne, que es lo que habría tenido que hacer de no haber estado
con ella. —Sacó los narcisos de la alforja—. Son para ti.
Tansy se quedó mirando las radiantes trompetas amarillas. Farley se
preguntó si sabría con qué claridad se mostraban las emociones en su rostro.
Sorpresa, deleite… y preocupación.
—Oh, Farley, no deberías…
—El día ha empezado fatal. Espero que me permitas ayudarte a que
termine mejor. ¿Por qué no sales conmigo, Tansy?
—Farley, ya te dije que no vamos a enrollarnos. Somos amigos y punto.
No pienso salir contigo.
Al joven le costó contener la sonrisa, Tansy seguía empleando su tono
«oficial».
—Entonces deja que te invite a una hamburguesa, como hace un amigo
cuando alguien ha tenido un mal día. Así te despejas un poco.
—No sé si…
—Solo una hamburguesa, Tansy, para que no tengas que prepararte la
cena o pensar adónde ir a cenar sola. Nada más.
Tansy lo miró durante largo rato con aquella línea vertical entre las cejas.
—¿Solo una hamburguesa?
—Bueno, y patatas fritas. Una hamburguesa no es una hamburguesa sin
sus patatas fritas.
—Vale. Vale, Farley. Quedamos en el pueblo dentro de una hora. ¿Qué te
parece en el Mustang Sally?
—Genial. —Puesto que no quería tentar la suerte, subió al caballo sin más
—. Hasta luego.
Se alejó con una sonrisa de oreja y oreja y un grito triunfal en el corazón.
En la oficina que compartía con Tansy, Lil estaba sentada con un pie
apoyado sobre la mesa y la mirada fija en el techo. Cuando Tansy entró, se
volvió hacia ella y sonrió al ver los narcisos.
—Qué bonitos.
—No quiero ni un solo comentario —espetó su amiga con sequedad—.
No es más que un gesto amable de un amigo. Para levantarme el ánimo.
Lil dudó, un instante, pero al final se dijo que las amigas estaban para
machacarse.
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—Ya lo sé. A mí me ha traído margaritas.
Tansy cambió la cara.
—¿En serio? —Se recobró de inmediato y esbozó una sonrisa falsa—.
¿Lo ves? Un gesto amable. No significa nada más.
—Desde luego que no. Deberías ponerlas en agua. Con el papel de cocina
y el plástico no aguantarán mucho.
—Vale. Si no hay nada urgente, me voy a casa. Ha sido un día muy largo.
Los estudiantes están a punto de acabar, así que me llevo a Eric y a quien
quiera venirse en coche.
—De acuerdo. Lucius está trabajando en algo. Dice que le quedan unos
veinte minutos, lo que en el caso de Lucius significa una hora. Ya cerrará él.
—Después de lo de esta mañana, eso parece insuficiente.
—Ya, pero no podemos hacer más.
Una sombra de preocupación nubló la mirada de Tansy.
—Cooper volverá para pasar aquí la noche, ¿no?
—Por lo visto he perdido la votación. Y yo tampoco quiero oír ni un solo
comentario al respecto. Quid pro quo.
Tansy levantó la mano que tenía libre.
—Mis labios están sellados.
—Sé lo que estás pensando y no voy a hacerte ni caso. Otra cosa: Acabo
de hablar por teléfono con una mujer que vive a las afueras de Butte. Tiene un
jaguar melánico de dieciocho meses nacido en cautividad comprado como
mascota exótica.
—¿Con manchas o negro?
—Negro. Lo tiene desde que era un cachorro. Es hembra y se llama
Cleopatra. Por lo visto, hace un par días, Cleopatra estaba irritable y
hambrienta y se comió a Pierre, un caniche.
—Vaya.
—Sí, vaya para el pequeño Pierre. La dueña está histérica, y su marido,
furioso. Pierre era de la madre de él, que los había ido a ver desde Phoenix. El
hombre se ha puesto firme, así que Cleo tiene que marcharse.
—¿Y dónde la alojaríamos?
—Estoy en ello —repuso Lil antes de inclinarse y golpetear el canto de la
mesa con un lápiz—. Creo que podemos convencer a la dueña de Cleo para
que haga una donación considerable que garantice la felicidad y el bienestar
de Cleo.
—Define «considerable».
—Espero sacarle diez mil.
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—Me gusta tu definición.
—No es ninguna quimera —dijo Lil—. Acabo de buscar a los dueños en
Google. Están forrados y dispuestos a pagar todos los gastos: el transporte, el
envío de un equipo a Montana para recogerla… y me han insinuado que si
nos damos prisa habrá premio. Le he pedido un día para planificar la logística.
Lil dejó caer el lápiz sobre la mesa con los ojos centelleantes.
—Una hembra de jaguar negra, Tansy. Joven y sana. Podríamos hacerla
criar. Y seguro que aquí será mucho más feliz que en un rancho de Montana.
Tenemos casi todo el material que necesitamos para un hábitat provisional.
En primavera, después del deshielo, podemos ampliar el recinto y construirle
uno permanente.
—Estás decidida.
—¿Cómo íbamos a resistirnos? Creo que de esto podemos sacar el jaguar
y una cifra con cinco ceros. Creo que puedo hacer tan feliz a esa mujer que
acabemos con una auténtica mecenas. Voy a pensar en ello un poco más. Haz
tú lo mismo y mañana por la mañana tomamos una decisión.
—Vale. Seguro que es precioso.
Lil dio un golpecito en la pantalla del ordenador, de modo que Tansy
rodeó la mesa para ver las imágenes.
—Me ha enviado fotos. Le quitaremos el collar de piedras de imitación.
Es una preciosidad. Mira qué ojos. He visto esos ojos en libertad. Son
espectaculares, misteriosos y un poco sobrecogedores. Será una adquisición
increíble y necesita un refugio. No puede vivir en libertad. Aquí podemos
ofrecerle un buen hogar.
Tansy le palmeó el hombro.
—Sí, sí, pensaré en ello. Hasta mañana.
Era noche cerrada cuando Lil salió de la oficina. Al ver la camioneta de
Coop agachó la cabeza. No lo había oído llegar. Estaba demasiado
ensimismada, reconoció mientras cruzaba el complejo demasiado absorta en
la tarea de actualizar sus conocimientos sobre los jaguares y planeando la
logística de transporte y alojamiento. Tendría que examinarla un veterinario,
se dijo. No podía confiar tan solo en la palabra de la dueña. Pero, en cualquier
caso si el felino tenía algún problema médico, razón de más para darle
refugio.
Le sacaría una buena suma de dinero a la dueña de Cleo. Se le daba bien
conseguir donaciones. No era su parte favorita del trabajo, pero se le daba
bien.
Entró en su casa.
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En la chimenea chisporroteaba un fuego acogedor. Coop estaba sentado
en el sofá, los pies apoyados sobre la mesa y una cerveza en la mano; con la
otra tecleaba en el portátil que descansaba sobre su regazo.
Lil cerró la puerta con más fuerza de la necesaria. Coop ni siquiera se
molestó en levantar la vista.
—Tu madre te envía un trozo de jamón asado, patatas cocinadas no sé
cómo y algo que me parece que son alcachofas.
—Puedo prepararme la comida yo solita, ¿sabes? No he tenido ocasión de
hacer la compra estos últimos días.
—Ya. También he traído unas cervezas por si te apetece una.
—Coop, esto no puede… Esto es un error en muchos sentidos. —Se quitó
el abrigo y lo arrojó a un lado—. No puedes vivir aquí.
—No vivo aquí; tengo una casa propia. Solo voy a pasar unas cuantas
noches aquí.
—¿Y cuántas noches son «unas cuantas noches»? ¿Cuántas noches
piensas pasar en mi sofá?
Coop le lanzó una mirada indolente al tiempo que bebía otro trago de
cerveza.
—Hasta que te relajes y me acojas en tu cama.
—Vaya, si es eso, empecemos cuanto antes… Así los dos podremos
recuperar nuestras respectivas vidas.
—Vale. Espera a que acabe una cosa.
Lil se golpeó la cabeza con las manos y empezó a andar en círculos.
—Joder, joder, joder, joder.
—Yo lo expresaría con un poco más de delicadeza.
Lil se detuvo y se puso en cuclillas al otro lado de la mesilla de centro.
—Cooper.
Él bebió otro trago de cerveza.
—Lillian.
Lil cerró los ojos un instante para encontrar algún vestigio de cordura y
serenidad en el caos que azotaba su mente.
—Esto es incómodo, innecesario y… raro.
—¿Por qué?
—¿Por qué? ¿Por qué? Porque tenemos un pasado, porque tuvimos un…
rollo. Supongo que te das cuenta de que todo el mundo en el puñetero
condado piensa que volvemos a estar enrollados.
—No creo que todo el mundo nos conozca, ni que les importe. Además,
¿y qué?
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A Lil le costó un poco contestar a esa pregunta.
—Puede que quiera acostarme con otra persona y tú estés interfiriendo.
Esta vez Coop bebió un largo y lento trago de cerveza.
—¿Y dónde está?
—Vale, olvida eso. Bórralo.
—Encantado. Creo que te toca a ti calentar la cena.
—¿Lo ves? —Lil agitó un dedo en el aire—. A eso me refiero. ¿Cómo
que me toca a mí? Esta es mi casa. Mía, mía, mía. Y cuando llego te
encuentro sentado en mi sofá, con los pies encima de mi mesa, bebiéndote mi
cerveza…
—La cerveza la he traído yo.
—No te hagas el tonto.
—Lo he pillado, Lil. No te gusta que esté aquí. Lo que tú no entiendes es
que me da igual. No pienso dejarte sola aquí hasta que este asunto se haya
resuelto. Le prometí a Joe que cuidaría de ti. Y punto.
—Si te vas a quedar más tranquilo, puedo organizarlo para que un
estudiante en prácticas duerma en la cabaña de al lado.
En los ojos de Coop brilló un levísimo destello de impaciencia.
—¿Cuál es la media de edad entre los estudiantes? ¿Veinte años? No sé
por qué la idea de que un universitario enclenque se quede contigo no me
tranquiliza. Te ahorrarías unos cuantos disgustos si aceptaras de una vez que
voy a quedarme hasta que esto se aclare. ¿Has hecho la lista?
La palabra «hasta» era el quid de la cuestión, pensó Lil. Coop se quedaría
hasta que terminara, hasta que decidiera marcharse, hasta que encontrara otra
cosa o a otra persona.
—Lil…
—¿Qué?
—¿Has hecho la lista?
—¿Qué lista?
Recordó a qué se refería al ver su mueca burlona.
—No, no he hecho ninguna lista, joder. Tenía un par de cosas más
importantes en que pensar. —Si bien sabía que constituía una especie de
rendición, se dejó caer en el suelo—. Hemos extraído dos balas del treinta y
dos del cadáver del lobo.
—Lo sé.
—Las enviarán a balística, pero todos sabemos que son de la misma arma
y que las ha disparado el mismo hombre.
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—Esa es la buena noticia. Tendríamos más motivos de preocupación si
nos enfrentáramos a dos tiradores.
—No me lo había planteado desde ese punto de vista. Vaya, genial.
—Necesitas más seguridad.
—Estoy en ello. Más cámaras, luces, sistemas de alarma… La salud y la
seguridad de los animales es la máxima prioridad, pero no tengo dinero
suficiente para pagarlo todo.
Coop se irguió un poco, deslizó la mano en el bolsillo y sacó un talón.
—Una donación.
Lil esbozó una sonrisa. Maldita sea, Coop no hacía más que mostrarse
amable y considerado, y ella le correspondía con un humor de perros.
—Cualquier donación es bienvenida, pero he averiguado el precio de los
equipos y sistemas, así que…
Echó un vistazo al talón y se quedó estupefacta. Pestañeó un par de veces,
pero la cantidad de ceros no varió.
—¿Qué narices es esto?
—Creía que estaba claro que es una donación. ¿Piensas calentar la comida
de tu madre?
—¿De dónde demonios has sacado tanto dinero? Y en cualquier caso, no
puedes regalarlo así por las buenas. ¿Este talón es de verdad?
—Es dinero de la familia. Del fondo de fideicomiso. Mi padre lo ha
mantenido congelado tanto tiempo como ha podido, pero cada cinco años más
o menos me cae algo.
—Algo —repitió ella en un murmullo—. En mi mundo esto es mucho
más que algo.
—Tendrá que soltar otro buen pellizco cuando cumpla los treinta y cinco.
Puede congelar el resto hasta que cumpla los cuarenta y sin duda lo hará. Le
cabrea no poder cancelar el fondo y dejarme sin blanca. Le he decepcionado
en todos los sentidos, pero, puesto que el sentimiento es mutuo, nos las
apañamos.
El destello que la donación había encendido en los ojos de Lil se trocó en
una expresión de compasión.
—Lo siento. Siento que las cosas no hayan mejorado entre tu padre y tú.
Ni siquiera te he preguntado por eso, ni por tu madre.
—Mi madre se ha vuelto a casar. Por tercera vez. Esta vez parece que va
en serio. Es un buen tipo, y al menos desde fuera mi madre parece feliz.
—Sé que vinieron de visita. Yo estaba de viaje, así que no los vi, pero sé
que significó mucho para Sam y Lucy.
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—Mi madre vino cuando el abuelo se cayó. Me sorprendió, la verdad —
reconoció Coop—. De hecho, creo que nos sorprendió a todos, incluida ella
misma.
—No lo sabía. Han pasado tantas cosas desde que volví de Perú que me
he perdido un montón de detalles. ¿Así que ahora te llevas mejor con tu
madre?
—Nunca seremos una familia de cuento, pero nos las apañamos bien
cuando nos vemos.
—Me alegro. —Lil echó otro vistazo al talón—. Quiero este dinero. Me
vendría de perlas. Pero es mucho. Más de lo que iba a sacarle a la mujer del
jaguar, que ya era para tirar cohetes.
—¿La mujer del jaguar?
Lil se limitó a sacudir la cabeza.
—Es una aportación muy sustanciosa, de esas que por lo general hay que
mendigar.
—Tengo mucho dinero, más del que necesito. Serás mi exención de
impuestos, lo cual alegrará mucho a mi contable.
—Bueno, si tu contable se alegra… Gracias, de corazón. —Lil le dio una
palmadita en la bota, que aún descansaba sobre la mesa—. Tienes derecho a
unos cuantos premios fabulosos. Un puma de peluche, una camiseta oficial
del Refugio para Animales Salvajes Chance con tazón a juego, una
suscripción a nuestro boletín y entrada gratuita al refugio, al centro educativo
y a todas las instalaciones durante… por esta cantidad de dinero, para
siempre.
—Guárdamelo todo y escucha mis condiciones con atención.
—Oh, oh…
—Son muy sencillas. Quiero que uses el dinero para mejorar la seguridad.
Te ayudaré a elegir el sistema; es un campo que conozco a fondo. Si después
te queda algo, haz lo que te dé la gana. Pero quiero que instales un buen
sistema de seguridad en el complejo y en la mayor extensión posible del
refugio.
—Puesto que hace cinco minutos no tenía este dinero, creo que podré
soportar tus condiciones. También necesito un hábitat nuevo para una pantera.
Es un jaguar melánico de Butte.
—¿Qué narices significa «melánico» y desde cuándo hay jaguares en
Montana, a menos que te refieras a los que llevan motor y son de lujo?
—Melánico significa negro o casi negro, aunque los jaguares negros
pueden tener crías moteadas. Y ya no hay jaguares en libertad en Montana.
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Puede que algún día vuelvan, pero ahora mismo los jaguares se crían en
cautividad en Estados Unidos. Una mujer de Butte quiere que adoptemos al
suyo porque se ha comido al perro.
Coop observó el rostro de Lil durante un largo instante.
—Creo que necesito otra cerveza.
Lil lanzó un suspiro.
—Voy a calentar la cena y luego te lo cuento. —Se levantó, pero de
repente se detuvo y agitó el talón en el aire—. ¿Lo ves? Yo me ocupo de
calentar la cena.
—No, lo único que estás haciendo es hablar de ello.
—Tú me haces una donación de mil pares de narices y yo te caliento la
cena, por no hablar del hecho de que te has apalancado en mi casa como si
fuera tuya.
—Mis condiciones no incluyen nada de esto, Lil. Ya te he dejado claro
cuáles son.
—Hay condiciones que no hace falta mencionar para que existan. Maldita
sea.
—Venga, devuélvemelo. Lo romperé.
—Ni hablar del peluquín —exclamó ella mientras se lo guardaba en el
bolsillo—. Pero tendremos que establecer unos límites Coop. Normas básicas.
No puedo vivir así. Me estresa demasiado.
—Escríbelas y las negociaremos.
—Ahí va la primera: si vas a comer aquí, uno de los dos prepara o calienta
la comida, y el otro friega los platos. Como en cualquier casa compartida.
—Vale.
—¿Has compartido casa alguna vez? Quiero decir después de universidad
y la escuela de policía.
—Si quieres saber si he vivido con alguna mujer, la respuesta es no,
oficialmente no.
Coop la había calado al instante, así que Lil decidió callar y concentrarse
en calentar la comida que les había preparado su madre. A fin de encontrar un
tema de conversación neutral, le habló de Cleo mientras cenaban.
—Es una suerte que se haya comido al perro y no a un niño pequeño.
—Tienes razón. Puede que… de hecho es bastante probable que Cleo
empezara jugando pero que luego se apoderara de ella el instinto. A los
animales salvajes se los puede adiestrar, pueden entender, pero nunca serán
domésticos. Los collares de piedras de imitación y los almohadones de satén
no convierten a un animal salvaje en una mascota por mucho que haya nacido
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y crecido en cautividad. La traeremos aquí y la anunciaremos a bombo y
platillo en la web. Un animal nuevo siempre genera más visitas y donaciones.
—¿Mencionarás en su currículum su debilidad por las mascotas?
—Creo que no. ¿En qué estabas trabajando?
—Hojas de cálculo. Planes de viabilidad, ingresos, perspectivas…
—¿En serio?
—¿Te sorprende que sepa lo que es una hoja de cálculo? Tuve mi propia
empresa durante cinco años.
—Lo sé. Supongo que es una de mis lagunas. La investigación privada…
¿es como en la tele? Sé que ya te lo pregunté un día, pero en lugar de
contestarme me soltaste un moco.
—Solo fui sincero. No, no es como en la tele, al menos no mucho. Te
pasas el día pateando y esperando. Hablando con gente, verificando cosas,
documentando…
—Pero ¿resuelves delitos?
Aquel comentario esperanzado caldeó un poco la gélida mirada azul de
Coop.
—Eso solo pasa en la tele. Nos encargábamos de siniestros para verificar
si había fraude a las aseguradoras, divorcios, infidelidades, personas
desaparecidas…
—¿Encontrabas a personas desaparecidas? Eso es algo importante, Coop.
—No todas las personas desaparecidas quieren que las encuentren, así que
es relativo. Y además, lo he dejado. Ahora mi vida son los caballos, el pienso,
las facturas del veterinario, las del herrero, los aperos, los seguros, los
cultivos… Necesito un trabajador a jornada completa en la granja. Necesito
un Farley.
Lil lo amenazó con el tenedor.
—No puedes llevarte a Farley.
—Aunque intentara llevármelo, él no aceptaría. Está enamorado de tus
padres.
—Y no solo de mis padres. Le ha echado el ojo a Tansy.
—¿A Tansy? —Coop meditó un instante—. Bueno, es muy guapa. Y
Farley es… —hizo una pausa en busca de la palabra exacta— afable.
—Y encantador, digno de confianza y una monada. Pone nerviosa a
Tansy. La conozco desde los dieciocho años y nunca la había visto ponerse
nerviosa por culpa de un hombre.
Coop ladeó la cabeza con gesto de curiosidad.
—Estás haciendo campaña por Farley.
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—Mentalmente me estoy pateando el país con megáfono, pancartas y
hasta pins de Farley.
—Una imagen muy interesante. —Le deslizó la mano medio cerrada por
la trenza—. ¿Cuándo fue la última vez que tú te pusiste nerviosa por culpa de
un hombre?
Puesto que la respuesta era «ahora mismo», Lil se levantó del banco y
llevó los platos al fregadero.
—Estoy demasiado ocupada para ponerme nerviosa. Te toca fregar. Me
voy arriba; tengo que terminar el artículo.
Coop le asió la mano al pasar y tiró de ella con fuerza suficiente para
hacerla caer sobre su regazo. De nuevo le agarró la trenza, otra vez con
mucha más intensidad, alineó los labios con los de ella y la besó.
Molesta porque la hubiera pillado desprevenida, Lil se retorció intentó
zafarse. Pero Coop era mucho más fuerte, mucho más musculoso que cuando
era un adolescente.
Y su boca y sus manos también habían aprendido mucho desde entonces.
El deseo se mezcló con la irritación, todo ello azuzado por la llama de la
necesidad.
De repente, Coop suavizó el beso, le agregó una pizca de dulzura que le
encogió el corazón.
—Buenas noches, Lil —murmuró muy cerca de sus labios antes de
apartarse de ella.
Se levantó de un salto.
—Nada de contacto físico ni sexual. Esa es otra norma.
—Con la que no estoy de acuerdo. Elige otra.
—Esto no está bien, Coop. No es justo.
—No sé si está bien o no. Me da igual si es justo o no —espetó Coop en
tono tan indiferente como un encogimiento de hombros—. Te deseo. Sé cómo
renunciar a lo que deseo y también cómo perseguirlo. Es cuestión de
decidirse.
—¿Y qué lugar ocupo yo en esa decisión?
—Tendrás que averiguarlo por ti misma.
—No dejaré que me hagas esto. No dejaré que me vuelvas a romper el
corazón.
—Yo no te rompí el corazón.
—Si crees eso es que eres imbécil o tienes una disfunción emocional
grave. No vuelvas a molestarme esta noche. No vuelvas a molestarme y
punto.
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Se alejó, subió la escalera, entró en su dormitorio y cerró con llave.
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A
la mañana siguiente, Lil no bajó hasta que oyó que Coop había puesto
la camioneta en marcha. Llegaría un poco tarde, pero la ausencia de
estrés merecía la pena.
Había trabajado mucho y pensado mucho encerrada en su habitación
durante la noche. Y ambas cosas habían contribuido a despejarle la mente,
concluyó.
Olió el café antes de entrar en la cocina y lo consideró (con la mente
despejada) una ventaja derivada de que Coop hubiera pasado allí la noche.
Como todo, tenía sus ventajas y sus inconvenientes.
La cocina estaba limpia. Coop no era un dejado. Y el café estaba caliente
y cargado, como a ella le gustaba. Sola en la quietud de la cabaña, se preparó
un cuenco de avena instantánea y se lo comió, empezaba a despuntar el alba
cuando terminó, y al poco llegaron los empleados y los estudiantes para
acometer el trabajo del día.
Había que limpiar las jaulas y los establos, desinfectar las primeras… Los
estudiantes recogerían muestras de excrementos de cada animal para
analizarlas en busca de parásitos.
Una tarea siempre agradable, se dijo Lil mientras pasaba la manguera.
Según la gráfica, tocaba examinar la pata de Xena, lo cual significaba
inmovilizar a la vieja leona y trasladarla al centro médico. Mientras estuviera
inconsciente le harían un chequeo completo y tomarían muestras de sangre.
Los animales del zoo infantil necesitaban comida y cuidados, así como
paja fresca. Los caballos también requerían comida y agua, ejercicio,
limpieza. La actividad física de una mañana cualquiera en el refugio bastaba
para ahuyentar todas las tensiones.
A media mañana había encargado a algunos estudiantes el inventario de
las vallas, los postes y demás materiales necesarios a fin de construir una
jaula provisional decente para el jaguar. Cumplida aquella misión, volvió a la
oficina para llamar a la mujer de Butte.
Una vez hechos todos los planes y preparativos posibles, salió de nuevo
en busca de Tansy.
—Visita de una escuela primaria —explicó Tansy señalando a los niños a
los que conducían en grupo por el camino—. Eric y Jolie se ocupan de ellos;
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forman un buen equipo. De hecho, Eric es uno de los mejores estudiantes en
prácticas que hemos tenido.
—Estoy de acuerdo. Es listo, está dispuesto a trabajar y no le asusta hacer
preguntas.
—Quiere quedarse otro semestre. Ya ha preguntado a sus profesores si
pueden arreglarlo.
—Nunca hemos tenido un estudiante durante dos semestres. Podría sernos
útil —consideró Lil—. Podría ayudarnos a formar a los nuevos y refinar un
poco su formación. Si la universidad le da permiso, yo me ocuparé del resto.
—Perfecto. Esta hornada se irá pronto y llegarán los siguientes. —Tansy
ladeó la cabeza—. No parece que hayas dormido mucho.
—Es que me he pasado casi toda la noche trabajando, pensando en cosas,
haciendo planes… Dentro de un rato tengo que ir al pueblo para ingresar esto.
Se sacó el talón del bolsillo, lo sujetó por las esquinas y lo movió como si
bailara.
—¿Qué es esto? ¡Joder!
Tansy la abrazó, y juntas se pusieron a dar saltos en círculo.
—Lil, esto es increíble, genial, inesperado. ¿Coop? ¿Cuantos favores
sexuales has tenido que ofrecerle o prestarle a cambio? ¿Tanto dinero tiene?
—No le he ofrecido ni prestado ningún favor sexual, aunque por esta
pasta lo habría hecho. Y sí, por lo visto tiene un montón de dinero. No tenía ni
idea.
—¿Le queda más? Podemos ofrecerle o prestarle favores sexuales las dos.
Yo me apunto.
—Bueno, guárdate esa carta. —Lil miró una vez más la hilera de ceros,
aún incrédula—. Esta noche me lo he gastado unas diez veces. He averiguado
precios de sistemas de seguridad, luces, cámaras, verjas nuevas. Veremos
para qué nos llega esto. Y encima la mujer de Montana nos va a donar diez
mil dólares con la condición de que destinemos al menos una parte a
construirle a Cleo un hogar de lujo en primavera.
—Cuando llueve diluvia.
—Mi madre siempre dice que la vida es una sucesión de ciclos. Una hoja
de balance. Me gustaría pensar que esto es el haber después de unos cuantos
debes. Matt ha hablado con el veterinario de Butte y todo va bien. Me estoy
ocupando de los permisos, la documentación, el papeleo y la logística.
—Madre mía, Lil, tendremos un jaguar. ¡Tendremos un jaguar negro de
verdad!
—Necesito que vayas a Montana y traigas a Cleo.
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—Claro, pero siempre vas tú para echar un vistazo a los animales.
—No puedo irme ahora, Tansy, ni siquiera los dos o tres días que llevará
trasladar a Cleo. —Paseó la mirada por el complejo, los animales y los seres
humanos que lo ocupaban—. No puedo arriesgarme a que pase algo durante
mi ausencia. Y puesto que todo ha ido muy deprisa, quiero ayudar a construir
la jaula provisional y terminar los planos para la permanente. Ya he pedido el
camión y la jaula de viaje.
—El problema es que nunca he conducido un trasto de esos.
—No conducirás tú. Tú te encargarás del jaguar, de su seguridad, de la
seguridad pública y de su salud. Es un viaje de unas siete horas, ocho como
máximo. Farley conducirá el camión.
—Oh, Lil.
—No pierdas la perspectiva, Tansy. Farley sabe conducir el camión y es
un voluntario de primera. Es el más indicado y tiene suficiente experiencia
para ayudarte en todo lo que puedas necesitar, aunque no preveo problemas.
—Una perspectiva muy lógica, pero ¿y el cuelgue? ¿Qué me dices del
cuelgue?
Lil sabía exactamente cómo enfocar el asunto.
—¿Vas a decirme que no eres capaz de manejar a Farley y su cuelgue? —
exclamó con los ojos abiertos como platos.
—No. Bueno, no exactamente —farfulló Tansy antes de bufar como un
animal atrapado—. Maldita sea.
—Si todo va bien podríais llegar en seis horas —se apresuró a añadir Lil
—. Echáis un vistazo a Cleo, enjabonáis y tranquilizáis a la dueña, pasáis la
noche allí, la subís al camión a la mañana siguiente, y antes de la cena estáis
de vuelta. —Y sin vergüenza alguna disparó el cartucho definitivo—: Yo no
puedo ocuparme Tansy, así que necesito que me hagas este gran favor.
—Por supuesto que te lo haré, pero menuda faena.
—Entonces, ¿por qué cenaste con él anoche?
Tansy embutió las manos en los bolsillos del chaquetón con el ceño
fruncido.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque los estudiantes también cenan y hablan.
—Solo fuimos a comer una hamburguesa.
—Y aquí solo se trata de transportar a Cleo. Te lo prepararé todo antes de
cerrar. Pídele a Matt los suministros médicos que quieras llevarte. Podéis salir
mañana por la mañana. Si llegáis aquí a las seis, podéis poneros en marcha
temprano.
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—Ya has hablado con Farley.
—Sí, y traerá el camión esta noche.
—Dile que esté preparado para salir a las cinco, así aprovecharemos el día
al máximo.
—Hecho. Dios mío, Tansy, vas a traer un jaguar. Me voy al pueblo a
engrosar nuestras arcas antes de volver a vaciarlas.
Tenía varios recados que hacer en Deadwood. El banco, la tienda, el
contratista, la oficina de correos. Puesto que más tarde le ahorraría tiempo,
decidió cargar muchas provisiones de pienso y cereales.
Vio la camioneta de Coop aparcada delante de los establos que tenían a
las afueras del pueblo y dejó ese asunto para el final.
Cogió la carpeta con la información y las especificaciones técnicas que
había sacado de internet y se sumergió en el aire impregnado de olor a
caballo, cuero y heno.
Encontró a Coop en el tercer establo, sentado en un taburete mientras
vendaba la pata derecha de un castrado color castaño.
—¿Está bien?
Coop asintió sin dejar de trabajar con gestos seguros y competentes.
—No es más que una torcedura sin importancia.
—Tenía cosas que hacer en el pueblo, y al ver tu camioneta he decidido
traerte esto. Te lo dejo fuera, encima del banco.
—Vale. He llamado a un contacto que tengo en el negocio. Me gusta su
sistema, y me haría un descuento.
Le dio el nombre del sistema.
—Es uno de los que tengo en la carpeta.
—Es bueno. Si decides comprarlo, nos dará el contacto del comercial más
próximo. Los técnicos vendrán para ayudarte a diseñarlo e instalarlo.
—De acuerdo, pues no se hable más.
—Le llamaré en cuanto termine y le diré que se ponga en contacto
conmigo.
—Te lo agradezco. También te he traído una carta oficial de
agradecimiento del refugio por tu generosa donación. Puede que la contable
quiera conservarla. Y Farley pasará la noche en el complejo.
Coop alzó la mirada.
—Vale.
—No te entretengo más.
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—Lil, tenemos que hablar de muchas otras cosas.
—Supongo que sí, tarde o temprano.
Lil se levantó en plena madrugada para despedir a Tansy y Farley. El humor
radiante de Farley la hizo sonreír pese a las miradas fulminantes que le
lanzaba Tansy.
—Intentad evitar que os pongan una multa, sobre todo a la vuelta.
—No te preocupes.
—Y llamadme cuando lleguéis o si tenéis algún problema o…
—A lo mejor deberías recordarme que no me deje las llaves puestas y que
mastique bien la comida antes de tragármela.
Lil le pinchó la barriga con el dedo.
—No corráis… demasiado y llamadme. Es todo cuanto tengo que decir.
—Pues vámonos. ¿Lista, Tansy?
—Sí —asintió ella con una brusca inclinación de cabeza.
Farley sonrió a Lil y le guiñó un ojo.
Conociéndolos, Lil habría apostado lo que fuera a que la frialdad de Tansy
se disiparía en menos de cien kilómetros.
Agitó la mano a modo de saludo y escuchó el sonido cada vez más tenue
del motor mientras el camión se alejaba hacia la carretera principal.
De repente se le ocurrió que por primera vez desde que ella y Coop
salieron a rastrear estaba completamente sola en el complejo. Durante un par
de horas más o menos, lo tendría para ella y nadie más.
—Estamos solos, chicos —musitó.
Oyó el rugido de la vieja leona, que a menudo se manifestaba justo antes
del amanecer. En aquel santuario, los animales salvajes siempre estaban
despiertos.
Y eran suyos, pensó, en la medida en que podían ser de alguien.
Alzó la mirada, contenta al ver que el firmamento estaba salpicado de
estrellas. El aire era crujiente como una manzana, las estrellas brillaban como
diamantes, y el rugido de Boris coreó el de Sheba.
En aquel instante, nada podría haberla hecho más feliz.
Una mujer sensata habría vuelto a la cama para dormir una hora más, o al
menos habría entrado en la cabaña para tomarse otro café y quizá desayunar
tranquilamente. Pero Lil no quería cama ni el calor de la cabaña. Quería
disfrutar de la noche, las estrellas, los animales y aquel breve interludio de
soledad.
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Entró un momento para prepararse un termo de café, cogió la linterna y se
guardó el móvil en el bolsillo por la fuerza de la costumbre.
Pasearía por sus tierras, pensó, por su hogar. Deambularía por los
senderos entre las jaulas antes de que saliera el sol, antes de que otros
volvieran a compartir el lugar con ella.
En cuanto cruzó el umbral, un pitido repentino y estridente la hizo
detenerse en seco. La alarma de la puerta de una jaula, pensó con el pulso
acelerado. El café salpicó cuando lo dejó caer para bajar los escalones y
correr hacia la otra cabaña.
—¿Cuál es? ¿Cuál es?
Conectó el ordenador de Lucius sin detenerse y cogió una pistola de
dardos tranquilizantes y algunos dardos adicionales del centro médico.
Temerosa de lo que pudiera encontrar… o no encontrar… se guardó varios
dardos en el bolsillo.
Encendió las luces del sendero y las de emergencia antes de correr hacia
el ordenador para solicitar una comprobación de cámaras.
—Podría tratarse de un error, podría no ser nada. Podría… Dios mío.
La jaula del tigre estaba abierta de par en par. Bajo el deslumbrante haz de
luz amarilla de los dispositivos de emergencia, Lil vio un reguero de sangre
que recorría el camino hasta perderse entre la maleza. Y la sombra del felino,
el destello de sus ojos en la oscuridad.
Vamos, deprisa, se ordenó. Si esperaba más podía perderlo. A pesar de su
edad, el tigre podía desplazarse deprisa y lejos. Al otro lado del valle, a las
colinas, al bosque, donde había gente, excursionistas, granjeros, campistas…
Ya.
Contuvo el aliento como si estuviera a punto de zambullirse en el agua y
salió de la cabaña.
La soledad, tan atractiva hacía tan solo unos instantes, le producía ahora
estremecimientos de temor. Un temor que palpitaba en el aire al ritmo de su
corazón y se le clavaba en la garganta como pequeñas agujas maléficas a cada
respiración. El pitido incesante de la alarma alteró a los demás animales, y el
mundo no tardó en llenarse de rugidos, aullidos y alaridos. Se dijo que aquello
contribuiría a sofocar el ruido de sus pasos.
El tigre la conocía, pero eso carecía de importancia. Era un animal salvaje
y peligroso, más aún fuera de la jaula y rastreando sangre. Además, la sangre
significaba que el tigre no era el único depredador que podía atacarla. Sabía
que alguien podría estar acechándola mientras ella acechaba al felino.
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Tuvo que desterrar el miedo y obligarse a hacer caso omiso de la sangre
que le rugía en los oídos, el latido desbocado de su corazón y el sudor que
resbalaba por su espalda. Su cometido, su responsabilidad, consistía en
inmovilizar al tigre. Deprisa y con eficacia.
Recurrió a todos sus instintos, a todas las horas de experiencia y
formación acumuladas. Conocía el terreno; de hecho, lo conocía mejor que su
presa. Se obligó a avanzar con lentitud, a actuar con cautela, a escuchar.
Cambió de rumbo. Por aquel camino tardaría más pero tendría el viento a
favor. Si, tal como creía, el tigre estaba ocupado con el cebo que lo había
sacado de la jaula, aquella ruta y el ruido que haría constituirían una ventaja.
Avanzaba por detrás de las luces, desapareciendo entre las sombras para
volver a surgir de ellas, calibrando el terreno, la distancia, alejando de su
mente todo cuanto no fuera alcanzar al tigre inmovilizarlo.
Entre los ruidos procedentes de las jaulas oyó un sonido que conocía bien.
Colmillos y garras destrozando un pedazo de carne, el crujido de huesos y el
gruñido sordo que el felino emitía al desgarrar la carne.
El sudor le resbalaba ahora por las sienes y los costados mientras seguía
avanzando. El tigre estaba tendido, inmerso en el festín. Para tenerlo a tiro y
poder dispararle un dardo en un músculo grande, Lil tendría que salir a campo
abierto, donde quedaría en su línea de visión.
Cogió la pistola de dardos, se desplazó hacia un lado y surgió de entre los
árboles a apenas dos metros del animal.
El tigre alzó la cabeza y gruñó. La sangre del alce casi descuartizado le
manchaba el hocico y le goteaba de los colmillos. Aquellos ojos dorados la
observaban con expresión fiera.
Lil disparó, lo alcanzó detrás del hombro y se preparó para volver a
disparar cuando el tigre lanzó un rugido de rabia. El animal se retorció en el
intento de sacarse el dardo. Lil retrocedió un paso y luego otro, probando la
solidez del suelo antes de apoyar todo el peso.
El animal no dejó de observarla mientras bajaba la cabeza hacia la carne
ensangrentada. Lil contaba mentalmente y escuchaba el trueno que retumbaba
en la garganta del tigre.
El miedo la impulsaba a correr, pero sabía que si echaba a correr,
estimularía el instinto de caza y ataque del tigre. Así que muy despacio, con
los músculos temblorosos, siguió retrocediendo. Tengo que llegar a su jaula,
pensó sin dejar de contar los segundos, y cerrar la puerta. Dentro estaría
demasiado lejos para poder dispararle otra vez, pero quizá bastaría para
permanecer a cubierto hasta que el narcótico hiciera efecto.
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O para dispararle por segunda vez si la atacaba.
Debería caer, debería estar a punto de desmayarse. Maldita sea, desmáyate
ya. No me obligues a dispararte otra dosis. Lil oyó el siseo entrecortado de su
propia respiración mientras el tigre volvía a gruñirle; apoyó de nuevo un dedo
tembloroso en el gatillo cuando se preparaba para abalanzarse sobre ella.
El terror la acometió en un destello cegador y helado. No conseguiría
llegar hasta la jaula.
Pero cuando el tigre se disponía a saltar, las patas se le doblaron. Lil
retrocedió otros dos pasos, manteniendo las distancias, visualizando la jaula
mientras el tigre se tambaleaba. Por fin se desplomó y el fiero destello de sus
ojos se apagó. Lil siguió apuntándolo con la pistola mientras cambiaba de
posición y retrocedía hacía las sombras y la protección de los árboles.
No se metería en la jaula. El tigre ya no representaba ninguna amenaza.
Nada se movía. Las aves nocturnas habían enmudecido y las diurnas aún
no cantaban. Lil percibió el olor a animal, a sangre y a su propio sudor.
Rezaba por que el otro cazador se hubiera marchado. Pese a que estaba
agazapada para constituir un blanco más pequeño, sabía que si el hombre
andaba cerca, ella era vulnerable.
Pero ni podía ni quería dejar solo al tigre indefenso. Con la mano libre
metió la mano en el bolsillo y sacó el móvil.
Siguiendo de nuevo su instinto, llamó a Coop.
—Sí.
—Alguien ha entrado. Necesito que vengas lo antes posible. No llames a
mis padres.
—¿Estás herida?
—No, lo tengo todo bajo control, pero necesito que vengas.
—Un cuarto de hora —dijo Coop antes de colgar.
Acto seguido, Lil llamó al sheriff y luego fue a ver al felino. Tras
comprobar que respiraba con normalidad, salió de nuevo a la zona iluminada,
enfiló el camino, examinó la puerta de la jaula, el candado roto y el cebo.
Oyó un ruido que la hizo girar sobre sus talones y escudriñar el camino, la
maleza, los árboles. Al cabo de un instante comprendió que el ruido era su
propia respiración jadeante y entrecortada, y que la mano que sostenía la
pistola tranquilizante le temblaba violentamente.
—Vale, vale. Menos mal que he esperado a terminar para desmoronarme.
Dobló la cintura y apoyó las manos sobre las rodillas en un intento de
recobrar el aliento. Incluso las piernas le temblaban, advirtió, y al mirar el
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reloj comprobó con sorpresa que solo habían transcurrido dieciséis minutos
desde que había saltado la alarma.
Minutos, no horas ni días. Tan solo un puñado de minutos.
Se obligó a erguirse. Quienquiera que hubiera roto el candado y colocado
el cebo para sacar al tigre sin duda se había marchado. Era lo más lógico. Si
se había quedado a mirar, la habría visto inmovilizar al tigre y hacer las
llamadas. Si era inteligente, y lo era, sabría que Lil había pedido ayuda, que
había llamado a la policía, por lo que habría querido alejarse lo máximo
posible antes de que llegaran.
De vuelta a su guarida.
—¡Aléjate de lo que es mío! —exclamó más por furia que con la
intención de que el tirador la oyera—. Te encontraré. Juro por dios que te
encontraré.
Recorrió el camino, comprobó las jaulas cercanas y contó los minutos.
Transcurridos otros diez, decidió correr el riesgo de dejar solo al tigre
inconsciente. Corrió de vuelta al complejo, entró en el cobertizo de las
herramientas y cargó el arnés en uno de los carritos. Cuando salía en marcha
atrás oyó el ruido de la camioneta en la carretera. Se apeó de un salto y agitó
los brazos hacia Coop cuando los faros la alumbraron.
—Tengo que darme prisa. Te lo explicaré por el camino. Sube.
Coop no perdió el tiempo ni hizo preguntas hasta que los dos estuvieron
sentados en el carrito, camino de las jaulas.
—¿Qué ha pasado? —inquirió por fin.
—Alguien ha entrado, ha roto el candado de la jaula del tigre y lo ha
sacado utilizando un cebo. Está bien; lo he dormido.
—¿Que el tigre está bien?
—Sí. Ahora mismo la máxima prioridad es meterlo otra vez en la jaula y
asegurar la puerta. He llamado a Willy, pero no quiero hablar ni de los
porqués ni de los comos. Quiero haber metido al tigre en la jaula antes de que
lleguen los estudiantes, si eso es posible. No quiero tener que enfrentarme a
un montón de universitarios acojonados. —Detuvo el carrito y se apeó—. No
puedo trasladarlo sola; pesa casi doscientos cincuenta kilos. Le pondré el
arnés y luego acercaremos el carrito todo lo que podamos. Entre los dos
tendríamos que ser capaces de levantarlo.
—¿Cuánto tiempo estará inconsciente?
—Unas cuatro horas. Le he puesto una dosis bastante fuerte. Coop, será
más fácil contárselo a los estudiantes si el tigre está en una jaula que si llegan
y ven esto.
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Coop se volvió como ella hacía los restos del joven alce y la sangre que
manchaba el hocico del tigre.
—Pues venga, hagámoslo. Pero luego quiero hablar contigo de varias
cosas, Lil.
Empezaron a deslizar el arnés alrededor del tigre inconsciente.
—Seguro que nunca habías imaginado que algún día harías algo así.
—Hay muchas cosas que nunca había imaginado. Voy a buscar el carrito.
Coop dio marcha atrás sobre las plantas que flanqueaban el extremo del
camino y sobre la grava y se adentró en la maleza.
—Podríamos enganchar el arnés al carrito y arrastrarlo.
—No pienso arrastrarlo. —Lil comprobó la respiración y las pupilas del
tigre—. Es viejo, y el terreno es muy desigual. El pobre no ha hecho nada
malo y no quiero hacerle daño. No es la primera vez que utilizamos este
método para trasladar un animal al centro médico, pero hacen falta dos
personas.
Con tres o cuatro sería mucho más fácil, añadió mentalmente.
—Los tigres son los más grandes de los cuatro grandes felinos —
prosiguió mientras enganchaba los cables al arnés—. Es siberiano, una
especie protegida. Tiene doce años y pasó unos cuantos en el circo y también
en un zoo de segunda. Estaba enfermo cuando lo fuimos a buscar hace cuatro
años. Vale… ¿Estás seguro de que el freno de mano está puesto?
—No soy imbécil.
—Perdona. Haz girar esta polea mientras yo hago girar la otra. Intenta que
suba recto, Coop. Cuando esté arriba, podré meterlo en el carrito. ¿Preparado?
Cuando Coop asintió, ambos comenzaron a girar la manivela de la polea.
Mientras el arnés ascendía, Lil seguía el procedimiento con mirada atenta
para cerciorarse de que el felino estaba a salvo y el arnés aguantaba.
—Un poco más, solo un poco. Voy a bloquear mi lado y a tirar de él.
Necesito que me des un poco más de margen. Eso es, eso es —masculló
mientras guiaba el arnés sobre el carrito—. Baja un poco tu lado, Coop, unos
cuantos centímetros.
La operación requirió tiempo y destreza, pero al final consiguieron cargar
al tigre en el carrito y devolverlo a la jaula. Los primeros atisbos del alba
aparecían en el cielo cuando dejaron al animal delante de su guarida.
—Respira bien y tiene las pupilas reactivas —constató Lil tras agacharse
para realizar otra exploración rápida—. Quiero que Matt le haga un chequeo
completo; puede que ese tipo adulterara el cebo.
—Necesitas un candado nuevo, Lil.
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—He cogido uno del cobertizo de las herramientas. Lo llevo en el bolsillo;
de momento servirá.
—Vamos.
—Sí, ya voy.
Lil acarició la cabeza del tigre, deslizó la mano hacia el flanco y por fin se
levantó. Una vez fuera de la jaula, pasó el candado nuevo por la cadena que
aseguraba la puerta.
—Los estudiantes y el personal están a punto de llegar. Y seguro que la
policía también. Necesito un café como agua de mayo. Café y un momento de
respiro.
Coop guardó silencio mientras Lil aparcaba el carrito en el cobertizo.
Cuando se dirigían hacia la cabaña, alzó la mirada hacia los faros que se
acercaban por la carretera.
—Me parece que te vas a quedar sin ese respiro.
—Pero sigo necesitando un café, una decisión mucho más inteligente que
el trago de whisky que me apetece en realidad. ¿Has cerrado la verja?
—No, no era una de mis prioridades.
—Entiendo. Creo que son los agentes de la ley y el orden —señaló con un
asomo de sonrisa—. ¿Me haces otro favor? ¿Puedes esperar con ellos
mientras voy a buscar el café? Traeré otro para ti.
—Date prisa.
Qué curioso, pensó Lil de pie en la cocina. Las manos le temblaban otra
vez. Se echó agua fría en el fregadero antes de llenar las tazas térmicas de
café solo.
Cuando volvió a salir, Coop estaba junto a Wílly y dos ayudantes.
—¿Estás bien, Lil? —quiso saber Willy.
—Ahora mejor, pero joder, Willy, ese hijo de puta debe de estar loco. Si
el tigre se hubiera marchado, si se hubiera alejado de mí… Vete tú a saber…
—Tengo que echar un vistazo. ¿A qué hora saltó la alarma?
—Sobre las cinco y cuarto. Miré el reloj justo antes de salir de la cabaña,
y saltó cuando aún estaba en el porche. —Los acompañó un trecho,
caminando a la cabeza del grupo—. Tansy y Farley han salido a las cinco en
punto, quizá uno o dos minutos más tarde. Tansy estaba impaciente por
ponerse en marcha.
—¿Estás segura de eso? Eran sobre las cinco y media cuando me has
llamado, y para entonces ya habías inmovilizado al tigre.
—Estoy segura. Sabía dónde encontrarlo porque encendí el ordenador
para comprobar las cámaras cuando entré para coger la pistola tranquilizante.
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Vi la jaula abierta y el tigre, así que sabía adónde ir. He tardado poco, aunque
se me ha hecho eterno.
—¿Y en ningún momento se te ha pasado por la cabeza llamarme
primero? —espetó Willy.
—Tenía que darme prisa. No podía esperar y arriesgarme a que el tigre
escapara. Si hubiera salido del recinto… Se desplazan muy deprisa cuando se
lo proponen, y para cuando hubieras llegado… Tenía que inmovilizarlo lo
antes posible.
—Aun así, Lil, si vuelve a pasar algo, quiero que me llames antes de hacer
nada. Y Coop, creía que sabías que no hay que ir pisoteando la escena del
crimen.
—Tienes razón.
Willy resopló.
—Esto tendría más gracia si protestaras un poco. —Willy se detuvo antes
de enfilar el camino ensangrentado—. Saca algunas fotos —ordenó a uno de
sus ayudantes—. Y también del candado roto.
—Lo he dejado donde estaba —explicó Lil—. Y he procurado pisar las
huellas lo menos posible. No hemos tocado el cebo. El tigre solo llevaba fuera
unos diez minutos cuando lo alcancé, pero por lo que vi ya lo tenía casi
destrozado. Era un alce pequeño.
—Haz el favor de quedarte aquí —ordenó Willy antes de llamar por señas
a sus hombres y adentrarse en la maleza siguiendo las huellas del carrito.
—Está un poco cabreado —suspiró Lil—. Y supongo que tú también.
—Lo has adivinado.
—He hecho exactamente lo que creía que debía hacer y sigo convencida
de lo mismo. Es más, lo sé. Pero… Ahí llegan los estudiantes —cambió de
tema al oír ruido de motores—. Tengo que ir a hablar con ellos. Te agradezco
que hayas venido tan deprisa, Coop. Te agradezco todo lo que has hecho.
—Ya veremos lo agradecida que estás cuando tú y yo hayamos terminado
con esto. Me quedaré aquí para esperar a Willy.
—Vale.
He lidiado con un tigre suelto, se dijo Lil. Sin duda podré lidiar con un
hombre cabreado.
A las siete y media de la mañana, Lil se sentía como al final de un día
agotador. La reunión de personal le había dejado una buena jaqueca y un
montón de estudiantes inquietos. No le cabía duda de que, de no ser porque
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estaba a punto de terminar el semestre, algunos se habrían marchado. Si bien
quería ayudar a Matt en el chequeo de Boris y los análisis, asignó la tarea a
varios estudiantes. El trabajo los mantendría ocupados y centrados. Además,
reforzaría la sensación de que todo estaba bajo control. Encomendó a otros
estudiantes la tarea de ayudar en la construcción de la jaula provisional,
convencida de que muchos pares de ojos se pasarían el día observando con
nerviosismo las jaulas.
—Seguro que algunos llaman mañana para decir que están enfermos —
apostó Lucius cuando Lil y él se quedaron a solas.
—Sí, y los que lo hagan nunca trabajarán sobre el terreno. Podrán
dedicarse a la investigación, al laboratorio, a la docencia, pero no al trabajo de
campo.
Lucius alzó la mirada con una sonrisa tímida.
—¿Y tú tienes previsto estar enfermo mañana?
—No, pero yo me paso medía vida aquí, y te garantizo que no habría
salido armado con dardos tranquilizantes en busca de un tigre siberiano
suelto. Debías de estar cagada de miedo, Lil. En la reunión lo has contado
todo como si fuera lo más normal del mundo, pero venga ya… a mí me lo
puedes contar.
—Cagada de miedo, en efecto —admitió ella—. Pero más me asustaba la
idea de no poder inmovilizarlo y trasladarlo de vuelta a la jaula. Dios mío,
Lucius, la que podría haber armado si se hubiera escapado. Nunca habría
podido superar eso.
—No lo has soltado tú, Lil.
Da igual, pensó ella al salir de la oficina. Aquella mañana había aprendido
una lección vital. Costara lo que costase, se haría con el mejor sistema de
seguridad del mercado y lo antes posible.
Se cruzó con Willy y Coop cuando volvían de lo que sin duda
consideraban la escena del crimen.
—Hemos recogido lo que queda del cadáver y le haremos pruebas para
averiguar si estaba adulterado —anunció Willy—. He enviado a mis hombres
a seguir las huellas. Y traeré refuerzos.
—Perfecto.
—Necesitaré que los dos prestéis declaración —dijo a Coop—. ¿Podemos
hablar en tu casa, Lil?
—De acuerdo.
Cuando se sentaron alrededor de la mesa de la cocina ante sendas tazas de
café, Lil expuso lo sucedido hasta el último detalle.
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—¿Quién sabía que estarías aquí sola en cuanto Farley se marchara?
—No lo sé, Willy. Supongo que corrió la voz de que acompañaría a Tansy
a Montana esta mañana. Tuve que hacer los preparativos del viaje y no los
hice en secreto. Pero no sé si eso tiene importancia. Aunque Farley hubiera
estado aquí, habría pasado lo mismo. Solo que no tendría que haber llamado a
Coop para que me ayudara a encerrar a Boris de nuevo en su jaula.
—La cuestión es que la puerta de la jaula se abrió unos minutos después
de que Farley y Tansy se fueran y casi dos horas antes de que empezaran a
llegar tus empleados. Puede que sea una casualidad, o puede que alguien te
vigile.
Lil había llegado exactamente a la misma conclusión.
—Debe de saber que tenemos alarmas en las jaulas y que las mantenemos
activadas a menos que entremos en ellas para trabajar. De lo contrario habría
sido lo más fácil del mundo abrir la puerta y sacar a Boris con ayuda del cebo.
Habríamos tardado como mínimo dos horas en darnos cuenta, y para entonces
Boris podría haberse alejado mucho, o habría vuelto a entrar en la guarida. En
su hogar. Si yo no lo sé a ciencia cierta, y llevo tiempo trabajando con él y se
supone que soy una experta, tampoco podía saberlo el que lo ha hecho.
—Llevas trabajando aquí unos cinco años —dijo Willy—. En todo este
tiempo, nunca me has avisado de que alguien intentara dejar salir a uno de los
animales.
—Es que nunca había pasado nada parecido. No digo que sea casualidad,
solo que tal vez la intención era soltar a uno de los grandes felinos y causar
estragos.
Willy asintió, seguro de que Lil lo había comprendido.
—Voy a coordinar una partida de búsqueda con los del parque nacional.
Como sheriff no puedo decirte lo que debes hacer, Lil, pero como amigo te
digo que no te quiero aquí sola. Ni siquiera durante una hora.
—No lo estará —aseguró Coop.
—No voy a discutíroslo. No tengo intención de que nadie, yo incluida, se
quede aquí solo hasta que ese hombre esté entre rejas. Esta misma mañana
llamaré a la empresa de seguridad y encargaré el mejor sistema posible.
Willy, mis padres viven a poco más de un kilómetro de aquí. Te aseguro que
no pienso correr el riesgo de que esto se repita.
—Te creo. Pero tú estás a menos de un kilómetro de esas jaulas, y resulta
que te tengo cariño. A los dieciséis años estaba coladito por ella —explicó a
Coop—. Si alguna vez le cuentas a mi mujer que he dicho esto, te desuello
vivo. —Se levantó—. He echado un buen vistazo a todo. Las jaulas están bien
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cerradas. No voy a clausurar el refugio. Podría hacerlo —añadió cuando Lil
emitió un gemido ahogado—. Y tú podrías intentar impugnar mi decisión, y
entonces acabaríamos en bandos contrarios. Quiero que llames a una empresa
de seguridad y quiero que me mantengas informado. Te repito que te tengo
cariño, pero también tengo mucha gente a la que proteger.
—Entendido. No he quebrantado ni una sola ordenanza ni medida de
seguridad desde que trajimos al primero felino.
—Lo sé, guapa, lo sé. Y yo traigo a mis hijos aquí dos o tres veces al año.
Y quiero seguir trayéndolos —afirmó antes de darle una palmadita informal y
afectuosa en la cabeza—. Me voy. Y recuerda que, a partir de ahora, si pasa
algo, primero me llamas a mí.
Lil permaneció sentada con gesto enfurruñado.
—Supongo que ahora me vas a machacar tú —espetó cuando se quedó a
solas con Coop.
—Deberías haberte quedado en la cabaña a esperar ayuda. Dos personas
con pistolas tranquilizantes siempre son más útiles que una sola. Y ahora me
dirás que no podías esperar.
—Es que no podía. ¿Qué sabes de los tigres como especie y de los
siberianos como subespecie?
—Que son grandes, que tienen rayas y supongo que vienen de Siberia.
—De hecho, el nombre correcto de esta subespecie es tigre de Amur, pero
comúnmente se los llama siberianos, y el nombre llama a engaño porque
viven en las regiones más orientales de Rusia.
—Gracias, ahora lo tengo todo mucho más claro.
—Solo quiero que lo entiendas. Es un animal celosísimo de su territorio.
Acecha y tiende emboscadas, y puede alcanzar velocidades de hasta sesenta
kilómetros por hora. —Lil respiró hondo y exhaló muy despacio; la idea aún
la alteraba—. Incluso un ejemplar tan viejo como Boris puede correr como
una flecha cuando se lo propone. Son fuertes y capaces de salvar una valla de
metro ochenta llevando en la boca una presa de unos cincuenta kilos. Los
humanos no son sus presas habituales, pero, según los informes más fiables,
los tigres matan a más humanos que ningún otro felino.
—Pues no haces más que darme la razón, Lil.
—No, no, escúchame —insistió ella, pasándose las manos por el cabello
—. La mayor parte de los devoradores de hombres son viejos, como Boris, y a
menudo van por el hombre porque es más fácil de abatir que una presa
grande. Los tigres son solitarios y furtivos, como casi todos los felinos, y si
les apetece carne humana, cazan en zonas muy poco pobladas. Gracias a su
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envergadura y a su fuerza, son capaces de matar a una presa de menor tamaño
al instante.
Desesperada por hacérselo entender, Lil le oprimió la mano sobre la mesa.
—Si hubiera esperado, Boris podría haberse alejado varios kilómetros o
ido al jardín de mis padres. O a los pastos de tus abuelos. Podría haber ido a
merodear por la zona donde los hijos de los Silverson cogen el autobús
escolar. Y eso mientras yo me quedaba aquí dentro, esperando a que alguien
viniera a ayudarme.
—No tendrías que haber esperado de no haber estado sola.
—¿Quieres que reconozca que he subestimado a ese cabrón? Vale, lo
reconozco —exclamó con una expresión de disculpa y pasión en los ojos—.
Me he equivocado. He cometido un error espantoso que podría haber costado
vidas. No esperaba algo así. Maldita sea, Coop, ¿acaso tú lo esperabas? Sabes
muy bien que había tomado precauciones; me tomé la molestia de venir a
hablarte de los sistemas de seguridad que había buscado.
—Cierto, cuando viniste a dejarme muy claro que Farley pasaba la noche
en el refugio y por tanto no me necesitabas.
Lil sintió que el pulso se le aceleraba y bajó la mirada.
—Lo más lógico era que Farley pasara la noche aquí si iban a salir esta
mañana a primera hora.
—No me vengas con chorradas, Lil. ¿De verdad crees que me importa
más llevarte a la cama que tu seguridad?
—No, claro que no lo creo —aseguró Lil, mirándolo de hito en hito—. No
lo creo, Coop. Te he llamado. Te he llamado incluso antes de llamar a Willy.
—Porque yo estaba más cerca, más a mano, y además no querías asustar a
tus padres.
Lil detectó la amargura en su voz; no podía echárselo en cara.
—Cierto, pero también porque sabía que podía contar contigo. Sabía sin
duda alguna que podía contar con que vinieras a ayudarme.
—Y puedes contar con ello. Y para asegurarme de que no lo olvidas,
vamos a olvidarnos del sexo.
—¿Y eso?
—¿Y eso? ¿Acaso lo lamentas?
Parte del enfado, al menos sus aristas más afiladas, desapareció de los
ojos de Coop cuando se quedó mirándola sacudiendo la cabeza.
—Sí… Quiero decir no. Es que no sé a qué te refieres.
—Muy sencillo. Me refiero a que el sexo ya no forma parte de la
ecuación. No te tocaré. No intentaré convencerte. Pasaré aquí todas las
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noches, y si no puedo venir yo, enviaré a alguien en mi lugar. Tengo que irme
—anunció al tiempo que se levantaba—. Será mejor que hables con tus padres
antes de que alguien se te adelante.
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odía haberla abatido con la misma facilidad que a la cría de alce.
Apuntar y disparar. El tigre habría ido por ella entonces, sí señor. Un
disparo en la pierna, fantaseó. No un disparo a matar, sino solo para
derribarla. ¿Habría cambiado el tigre el alce por la mujer?
Habría apostado algo a que sí.
Y menudo espectáculo habría sido.
Pero ese no era el juego al que quería jugar. Además, había sido tan
interesante y entretenido observarla… Lo había sorprendido, debía
reconocerlo, pese a lo que sabía de ella. Lo que había observado de ella. No
había esperado que actuara con tanta rapidez y decisión, que acechara al tigre
con tanta habilidad.
La había dejado a ella, vida o muerte, y el resto del juego en manos del
destino. Y del tigre.
Lil había demostrado valor, lo cual admiraba, y sangre fría. Aunque solo
fuera por eso, aquellas cualidades y el interés que despertaba en él eran lo que
le permitían seguir con vida de momento.
Casi todas las demás a las que había cazado habían sido presas
patéticamente fáciles. De hecho, en realidad la primera había sido un
accidente, un impulso, fruto de las circunstancias. Pero aquel episodio lo
había marcado, le había proporcionado unas aspiraciones que nunca había
sentido y un medio para honrar a sus ancestros.
Había encontrado la vida a través de la muerte.
Ahora, la última fase de la cacería subía bastante las apuestas. Qué
excitante. Cuando llegara el momento, Lil opondría una resistencia muy
satisfactoria, de eso no había duda. Mucho más satisfactoria que esos dos
policías seudorrurales que pateaban el bosque en pos de sus huellas.
También podría abatirlos a ellos. Sería tan fácil… Había dado media
vuelta para rodearlos y observarlos como quien observa un ciervo que se ha
apartado de la manada. Podía abatirlos a ambos y poner mucha tierra de por
medio antes de que alguien se diera cuenta.
Se sintió tentado.
Los examinó a ambos a través de la mira del rifle que llevaba ese día y
emitió con la boca sonidos que emulaban disparos. No sería la primera vez
que mataba a un hombre, pero prefería a las hembras.
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En casi todas las especies, las hembras eran cazadoras más fieras.
Los dejó vivir, sobre todo porque dos policías muertos atraerían a muchos
otros, lo cual podía acabar estropeando la cacería. No quería descentrarse ni
verse obligado a abandonar su territorio antes de haber acabado.
Paciencia, se recordó antes de alejarse con tanto sigilo como una sombra
se aleja del sol.
Contarles lo sucedido a sus padres y apaciguar sus temores, o al menos
intentarlo, dejó exhausta a Lil. Cuando llamó a la empresa de seguridad desde
la cocina de sus padres en un intento de calmar las aguas, la recepcionista la
pasó de inmediato con el jefe.
Diez minutos después, colgó y se volvió hacia sus padres.
—¿Lo habéis oído?
—Alguien vendrá para ayudarte con el sistema de seguridad.
—Pero no un empleado cualquiera —puntualizó Lil—, sino el jefe en
persona. Esperaba mi llamada porque Coop lo ha llamado hace media hora
para contárselo todo. Hoy mismo coge un avión; llegará por la tarde.
—¿Y cuándo podrán instalar lo que necesitas? —quiso saber su madre.
—No lo sé, hoy lo averiguaremos. Entretanto, hay un montón de policías
y forestales buscando a ese tipo. Tendré cuidado y os prometo que no volveré
a quedarme sola en el complejo. Ni siquiera diez minutos. Lo siento. Siento
mucho no haber considerado la posibilidad de que hiciera algo así. Creía que
tal vez intentaba hacer daño a algún animal, pero nunca pensé que se
arriesgaría a soltar uno. Tengo que volver al refugio. Los estudiantes y los
empleados deben verme allí, ocupada en las tareas cotidianas.
—Ve con ella, Joe.
—Mamá…
Jenna la miró con una expresión que la hizo enmudecer de golpe.
—Mira, Lillian, hace mucho tiempo que no te digo lo que debes hacer,
pero ahora lo haré. Tu padre irá contigo y se quedará contigo hasta asegurarse
de que yo sé que estás lo más a salvo posible. Y es mi última palabra.
—Es que… Ya os he robado a Farley dos días.
—Soy perfectamente capaz de ocuparme de la granja. He dicho que es mi
última palabra. Mírame. —Entornó los ojos llameantes y se señaló la barbilla
—. Esta es la cara que pongo cuando digo mi última palabra.
—Vámonos, Lil. Cuando tu madre dice la última palabra, no hay
discusión posible, lo sabes tan bien como yo. —Joe se inclinó para besar a su
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mujer—. No te preocupes.
—Ahora me preocuparé un poco menos.
Lil desistió, espero a que su padre cogiera el chaquetón y guardó silencio
mientras él sacaba el rifle del estuche donde lo guardaba. Luego se puso al
volante de la camioneta y lo miró de soslayo antes de arrancar.
—¿Cómo es que no me has acompañado en todas mis expediciones?
¿Acaso estuviste conmigo en Nepal? Sabes muy bien que he rastreado tigres
en libertad para programas de identificación.
—Pero allí nadie intentaba que el tigre te rastreara a ti, ¿verdad?
—Vale, tienes razón. En fin, me vendrá bien que eches una mano en la
construcción de la nueva jaula. —Lil resopló, se puso las gafas de sol y cruzó
los brazos—. No creas que la comida te va salir gratis.
—Ya hablaremos de la comida a mediodía. Si estoy trabajando más vale
que me lleves un bocadillo.
Lil lanzó una carcajada y alargó la mano hacia él. Joe se la cogió y se la
apretó con cariño.
Coop ayudó a equipar a un grupo de ocho hombres para una excursión de tres
días. El grupo, procedente de Fargo, había organizado la excursión como
despedida de soltero. Un poco más original que los típicos clubes de
striptease, se dijo Coop. Los ocho tipos se tomaban el pelo constantemente,
como hacen los viejos amigos, y llevaban cerveza suficiente para nadar en
ella. Puesto que los caballos eran de Coop, este examinó su material de
camping, los equipos y los suministros para asegurarse de que todo estaba en
orden.
En compañía de Gull, los siguió con la mirada mientras trotaban hacia el
sendero y se preguntó cómo habrían reaccionado si les hubiera mencionado
que podía haber un psicópata merodeando el monte. Sospechaba que habrían
salido de todos modos, y experimentó cierto alivio al pensar que la excursión
los mantendría alejados del refugio.
—Estarán bien —le aseguró Gull—. Ese Jake ha venido cada año en los
seis años que llevo trabajando en la hípica con tu padre. Sabe lo que hace.
—Esta noche pillarán una de campeonato.
—Sííííí —asintió Gull, imitando el acento de los excursionistas—, seguro
que sííííí. La verdad es que nos vendrían de perlas más grupos así. —Gull
siguió a los hombres con la mirada por debajo del ala de su gastado sombrero
marrón—. Ahora que llega la primavera, seguro que vendrán más.
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—Puede que la primavera esté a punto de llegar, pero a esos tipos se les
congelará la polla cuando salgan a mear toda esa cerveza esta noche.
—Tienes razón —sonrió Gull—. Espero que al novio se le descongele
antes de la luna de miel. Bueno, jefe, tengo una salida dentro de una hora. Es
una familia. El padre debe de pesar ciento cuarenta kilos, así que he pensado
dejarle a Sasquash.
—Perfecto. ¿Tienes planes para esta noche, Gull?
—No. —Gull sonrió de oreja a oreja y le guiñó un ojo—. ¿Me estás
pidiendo una cita, jefe?
—Soy demasiado tímido —dijo Coop; Gull se rio—. Lil ha tenido
problemas en el refugio.
—Eso me han dicho.
—Le iría bien un poco de ayuda, si es que no te importa que se congele la
polla.
Gull se palmeó la entrepierna con suavidad.
—Las pollas de Dakota del Sur no se congelan tan fácilmente como las de
los borrachos de Fargo.
—Debe de ser por todas las pajas que se hacen —aventuró Coop, y Gull
lanzó otra carcajada—. ¿Puedes hacer guardia esta noche de dos a seis?
—Claro, no hay problema. ¿Necesitas a alguien más?
Sin vacilación alguna, pensó Coop. Sin quejas.
—Me iría bien contar con otros dos hombres capaces de no pegarse un
tiro ni pegárselo a otro.
—Veré lo que encuentro. Y ahora será mejor que me ocupe de la comida
de los clientes.
—Les tomaré los datos cuando lleguen.
Cuando se separaron, Coop se dirigió a la parte delantera de la oficina. El
viejo escritorio daba a la ventana, proporcionándole una panorámica de
Deadwood que a buen seguro poco tenía que ver con lo que Calamity Jane y
Wild Bill habían visto en su época. Aun así, el pueblo conservaba cierto sabor
del Oeste, con sus toldos, su arquitectura y sus farolas anticuadas. Cierto
ambiente, pensó Coop mientras contemplaba la población, que se extendía
hacia las laderas de las colinas. Los vaqueros se mezclaban con los turistas,
los bares se codeaban con las tiendas de recuerdos.
Y, si te apetecía jugar, podías encontrar una partida de póquer o de
blackjack a cualquier hora del día o de la noche. Aunque los propietarios de
los establecimientos con toda probabilidad no asesinaban a los jugadores en
las trastiendas ni los arrojaban a los cerdos.
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El progreso.
Se ocupó del papeleo, los formularios y los documentos de renuncia. Así
cuando la familia iniciara su excursión podría dedicar un rato a sus cosas.
Sacó un ginger ale de la nevera; aquella mañana ya había abusado del
café. Por delante de la oficina pasaba gente, y algunos sin duda miraban
dentro. En tal caso verían a un hombre ocupado en sus asuntos, tecleando en
un ordenador que, en opinión de Coop, necesitaba desesperadamente un
relevo.
Abrió el expediente de Lil. Tal vez ya no fuera investigador, pero eso no
significaba que ya no supiera investigar. Habría preferido saber a ciencia
cierta que su lista de personal, estudiantes en prácticas y voluntarios estaba
completa, pero de momento tenía suficiente para mantenerse ocupado. Los
empleados presentes y pasados no habían arrojado ningún resultado, Con toda
probabilidad, ahora sabía más de ellos de lo que querrían, pero es que sabía
más de mucha gente de lo que la mayoría querría.
Si bien Jean-Paul no había formado parte oficialmente del personal, Coop
lo había investigado. Las relaciones rotas eran autenticas placas de Petri
esperando el caldo de cultivo adecuado para crear problemas. Sabía que el
francés se había casado y divorciado a los veintipocos años. A buen seguro
Lil lo sabía y, puesto que no parecía relevante, Coop se limitó a descartarlo.
No descubrió antecedentes penales, pero sí una dirección actual en Los
Ángeles.
Quédate allí, pensó Coop.
Había desvelado algún encontronazo con la ley en el caso de varios
empleados, pero nada más violento que una pelea durante una manifestación
contra los experimentos con animales varios años atrás.
Los antiguos estudiantes en prácticas constituían un grupo mucho mayor y
muy diverso desde el punto de vista económico, geográfico y académico.
Rastreó a algunos a lo largo de la carrera universitaria, los estudios de
posgrado y los primeros años de profesión. Un vistazo rápido le reveló que un
alto porcentaje de los estudiantes a los que Lil había formado se dedicaban al
trabajo de campo.
También encontró algunos problemas con la ley en aquel grupo. Drogas,
alcohol al volante, un par de asaltos y la destrucción de la propiedad, por lo
general en combinación con drogas o alcohol.
Tendría que indagar aquellos casos con más profundidad.
Realizó el mismo procedimiento con los voluntarios… al menos con
aquellos cuyos nombres figuraban en la lista, se dijo exasperado.
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Seleccionó a todos aquellos que habían vivido en Dakota del Sur o se
habían trasladado allí. La proximidad podía constituir un factor importante, y
creía que el tipo que acosaba a Lil conocía los montes tan bien como ella.
Con toda la meticulosidad que la tarea requería, contrastó los asaltos, las
detenciones por asuntos de drogas y por conducir bajo los efectos del alcohol
con los datos geográficos, y obtuvo un solo resultado.
Ethan Richard Howe, de treinta y un años. Allanamiento en Sturgis, que
no estaba muy lejos, a los veinte años. Se retiraron los cargos. Tenencia de
arma de fuego oculta, un revólver del 22, sin licencia, dos años más tarde, en
Wyoming. Y un asalto que parecía una pelea de bar y le había costado una
condena de dieciocho meses en Montana a los veinticinco.
Libertad condicional por buena conducta. Y para dejar sitio a nuevos
presos, se dijo Coop.
Tres detenciones, meditó. Una por estar donde no debía, una por un arma
de fuego y la última por violencia. Investigaría con detenimiento al tal Howe.
Siguió trabajando, pero tuvo que dejarlo cuando llegaron los Dobson, una
familia compuesta por Tom, Sherry y sus dos hijas adolescentes.
Conocía bien su trabajo, sabía que implicaba algo más que firmar
formularios y cerciorarse de que los clientes sabían montar. Charló con el
padre y habló brevemente de cada caballo, todo ello sin prisas, como si
tuviera todo el tiempo del mundo.
—Es una excursión fácil —aseguró a Sherry, que parecía más nerviosa
que contenta—. No hay nada como ver los montes a lomos de un caballo.
—Pero estaremos de vuelta antes de que anochezca.
—Gull los traerá de vuelta antes de las cuatro.
—Es que se oyen muchas cosas de gente que se pierde.
—Gull se crio aquí —explicó Coop—. Conoce todos los caminos y
también los caballos. No podrían estar en mejores manos.
—Hace diez años que no monto —dijo Sherry mientras subía al escabel
que Coop había colocado—. Esta tarde me dolerán músculos que ni siquiera
recuerdo tener.
—Si le apetece, podría darse un buen masaje en el pueblo.
Por primera vez desde su llegada, Sherry miró a Coop con un leve destello
de alegría en la mirada.
—¿En serio?
—Puedo reservarle hora. ¿Para las cinco?
—¿Puede hacer eso?
—Por supuesto.
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—Masaje a las cinco. ¿Sería pedir demasiado un masaje con piedras
calientes?
—Eso está hecho. ¿Cincuenta minutos u ochenta?
—Ochenta. Me acaba de alegrar el día. Gracias, señor Sullivan.
—Un placer, señora. Que lo pasen bien.
Entró de nuevo en la oficina, concertó el masaje y anotó los datos de los
clientes. Recibiría una comisión por el masaje, lo cual no estaba nada mal.
Acto seguido volvió a centrarse en el expediente de Lil.
Decidió ponerse con las mujeres. Estaba bastante convencida de que el
culpable era un hombre, pero sabía que no debía descartar lo contrario. A fin
de cuentas, no había visto suficiente aquella madrugada. En cualquier caso, la
conexión relevante podía ser una mujer.
Se acabó el ginger ale y la mitad del bocadillo de jamón que le había
preparado su abuela. No podía evitar que le preparara el almuerzo, y lo cierto
era que él tampoco ponía mucho empeño en impedírselo.
Resultaba agradable que alguien se tomara el tiempo y la molestia de
hacerlo.
Bodas, divorcios, hijos, títulos… Una de las primeras estudiantes en
prácticas que se había formado en el refugio vivía ahora en Nairobi, mientras
que otra ejercía de veterinaria especializada en animales exóticos en Los
Ángeles.
Y otra, descubrió mientras se le activaban las señales de alarma, había
desaparecido.
Carolyn Lee Roderick, de veintitrés años, llevaba desaparecida ocho
meses y algunos días. La habían visto por última vez en el Parque Nacional de
Denali, donde realizaba un trabajo de campo.
Siguió su instinto y averiguó cuanto pudo de Carolyn Roderick.
En el refugio, Lil estrechó la mano a Brad Dromburg, propietario de la
empresa Safe and Secure. Era un tipo alto y desgarbado, a todas luces muy
cómodo en Levis y botas Rockport, de cabello rubio oscuro muy corto,
sonrisa fácil, mano firme y ligero acento de Brooklyn.
—Le agradezco que se haya tomado la molestia de venir hasta aquí tan
deprisa.
—Es lo que me pidió Coop. ¿Está por aquí?
—No. Yo…
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—Me ha dicho que intentaría pasarse. Menudo sitio, señora Chance —
comentó con las manos en las caderas mientras paseaba la mirada por las
jaulas y el complejo—. Menudo sitio. ¿Cuánto tiempo lleva abierto?
—En mayo hará seis años.
Brad señaló el lugar donde algunos de los estudiantes clavaban postes
para la nueva jaula.
—¿Está ampliando?
—Vamos a traer un jaguar melánico.
—Ah, ¿sí? Coop dice que ha tenido algunos problemas, que alguien abrió
una de las jaulas.
—Sí, la del tigre.
—Eso es un problema, desde luego. ¿Le importaría acompañarme a dar
una vuelta para que pueda hacerme una composición de lugar y me cuente
qué tiene pensado?
Brad le hizo preguntas, tomó notas en la PDA y no se mostro
particularmente nervioso al acercarse a las jaulas para examinar las puertas y
las cerraduras.
—Qué grandote —comentó al ver a Boris rodar sobre sí mismo para
desperezarse delante de la guarida.
—Sí que lo es; pesa casi doscientos cincuenta kilos.
—Hacen falta cojones o mucha estupidez para abrir esta jaula en plena
noche y suponer que esta bestia irá por el cebo y no por la presa viva.
—Cierto, pero un animal recién muerto le resulta más atractivo. Boris fue
capturado… ilegalmente, según he podido averiguar, cuando tenía alrededor
de un año. Desde entonces ha vivido en cautividad y está acostumbrado al
olor de los humanos. Le dan de comer por la noche, para estimular su instinto
de cazador nocturno, pero está acostumbrado a que le den de comer.
—Y no se alejó mucho.
—No, por suerte. Siguió el rastro de la sangre hasta el cadáver y se puso
cómodo para disfrutar del inesperado festín.
—También hacen falta cojones para salir y meterle un dardo.
—Cuando la necesidad aprieta, los cojones vienen solos, por así decirlo.
Brad sonrió y se apartó de la jaula.
—Me alegro de que él esté ahí dentro y yo aquí fuera. Vamos a ver, hay
cuatro entradas, incluida la de acceso público para el horario de visitas. Y
mucho territorio abierto.
—No puedo vallar toda la finca. Y aunque pudiera, sería una pesadilla
desde el punto de vista logístico. Por todo el monte hay caminos que cruzan
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mis tierras, las de mi padre, las de otros granjeros. Tenemos rótulos de
propiedad privada alrededor del recinto, y las verjas suelen frenar a la gente.
Mi máxima prioridad es la seguridad del complejo principal y de las jaulas.
Tengo que garantizar la seguridad de los animales, señor Dromburg, y
también asegurarme de que todo el mundo está a salvo de los animales.
—Llámame Brad. Tengo algunas ideas y voy a preparar un proyecto. Una
de las cosas que te recomendaré son sensores de movimiento alrededor de las
jaulas. Lo bastante alejados para que los animales no los activen, pero sí
cualquier persona que se acerque a ellas.
Lil sintió que su presupuesto hacía una mueca de dolor.
—¿Cuántos crees que necesito?
—Ya lo calcularé. También necesitas más luces. Cuando se activen los
sensores, saltará la alarma y se iluminará toda la zona. Cualquier intruso lo
pensará dos veces antes de intentar llegar hasta una jaula. Y luego están las
cerraduras, tanto para las entradas como para las jaulas. Un proyecto
interesante —añadió para sí—. Un auténtico desafío.
—Y, perdona que sea tan directa, también muy caro.
—Te haré un presupuesto de los dos o tres sistemas que considere más
adecuados para ti. No será barato, para qué te voy a engañar, pero a precio de
coste te ahorrarás un buen pico.
—¿A precio de coste? No lo entiendo.
—Es para Coop.
—No, es para mí.
—Coop es el que me ha llamado; él quiere un sistema para este sitio, y yo
se lo voy a instalar a precio de coste.
—Brad, el refugio funciona a base de donaciones, subvenciones, caridad y
generosidad. No voy a rechazar tu oferta, pero ¿por qué haces esto sin ganar
un centavo?
—Porque yo no tendría empresa de no ser por Coop. Si él me pide un
sistema, se lo instalo a precio de coste. Y hablando del rey de Roma…
El rostro de Brad se iluminó al ver a Coop acercarse a ellos por el
sendero. En vez de estrecharse la mano, se saludaron con el medio abrazo con
palmadas en la espalda que solían preferir los hombres.
—Quería llegar antes, pero me he entretenido. ¿Qué tal el vuelo?
—Largo. Joder, Coop, me alegro de verte.
—Ha hecho falta que te diera un trabajo para que vinieras. ¿Ya has dado
una vuelta?
—Sí, tu chica me lo ha enseñado todo.
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Lil abrió la boca para replicar, pero la cerró de inmediato. No valía la
pena interrumpir el reencuentro de los dos amigos para señalar que no era «la
chica» de Coop.
—Tendréis que disculparme. Es la hora de la cena.
—¿En serio? —exclamó Brad con la expresión propia de un niño al que
acaban de mostrar la galleta más grande del tarro.
—¿Qué tal si os traigo unas cervezas y venís a ver el espectáculo?
Brad se balanceó sobre los talones mientras Lil se alejaba.
—Es más sexy que en la foto.
—Era una foto antigua.
—Después de verla en persona diría que las probabilidades de que vuelvas
a Nueva York son prácticamente nulas.
—Son prácticamente nulas desde el principio, y Lil no es la razón por la
que me mudé aquí.
—Puede que no, pero no veo muchas razones mejores que ella para
quedarse. —Brad paseó la mirada por las jaulas y los montes—. Esto está
muy lejos de Nueva York.
—¿Cuánto tiempo puedes quedarte?
—Tengo que volver esta misma noche, así que tendremos que limitarnos a
una sola cerveza. He tenido que hacer lo imposible para poder venir. Pero
prepararé un par de propuestas entre mañana y pasado, te las haré llegar y
vendré cuando hagamos la instalación. Lo dejaremos perfecto, Coop.
—Cuento con ello.
Lil se mantuvo ocupada y al margen. En su opinión, los viejos amigos
necesitaban tiempo para ponerse al día.
Ella y Coop habían sido amigos. Quizá pudieran volver a serlo. Quizá la
punzada que sentía no era más que añoranza de un amigo.
Si no podían volver atrás, podrían seguir adelante. Desde luego, Coop lo
estaba intentando, así que ella le debía como mínimo lo mismo.
Terminó el trabajo en la oficina justo cuando Coop entraba.
—Brad se ha tenido que ir. Me ha pedido que te diga adiós de su parte y
que te enviará unas cuantas propuestas en los próximos días.
—Muy bien. Para haber empezado tan mal, la verdad es que el día está
terminando bastante bien. Acabo de hablar con Tansy. Cleo es tal como la
pintaban. Preciosa, sana y lista para viajar mañana mismo. Cooper, Brad me
ha dicho que me instalará el sistema a precio de coste.
—Sí, ese es el trato.
—Todos deberíamos tener amigos así de generosos.
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—Le gusta creer que me debe algo. Y a mí me gusta dejar que lo crea.
—Vaya, estás acumulando favores que te debo.
—No es verdad. No quiero llevar la cuenta —espetó Coop con el rostro
sombrío mientras avanzaba otro paso hacia la mesa—. Tú fuiste la mejor
amiga que he tenido jamás. Durante buena parte de mi vida, fuiste una de las
pocas personas con las que podía contar y en las que podía confiar. Eso me
marcó. Mucho. No, por favor… —suspiró al ver que los ojos de Lil se
inundaban de lágrimas.
—Vale, me controlaré —prometió ella, pero se levantó y se dirigió hacia
la ventana para mirar el paisaje hasta que consiguió dominarse—. Tú también
me marcaste. Te he echado de menos, he echado de menos tenerte como
amigo. Y aquí estás. Yo estoy en apuros y no sé por qué… y aquí estás.
—Puede que tenga una pista. Me refiero a los apuros.
Lil se volvió hacia él.
—¿Qué pista?
—Una estudiante en prácticas llamada Carolyn Roderick. ¿La recuerdas?
—Ah…, espera… —Lil cerró los ojos en un intento de recordar—. Sí, sí.
Creo que… Hace dos años. Casi dos años, creo. Una sesión de verano…
¿después de que se licenciara? Puede ser, no estoy segura. Era inteligente y
estaba muy motivada. Tendría que mirar en los archivos para saber más
detalles, pero recuerdo que trabajaba duro y era una conservacionista
convencida. Y guapa.
—Ha desaparecido —explicó Coop en tono neutro—. Lleva unos ocho
meses desaparecida.
—¿Desaparecida? ¿Qué pasó? ¿Dónde? ¿Lo sabes?
—En Alaska. Parque Nacional de Denali. Estaba haciendo un trabajo de
campo con un grupo de estudiantes de posgrado. Una mañana desapareció del
campamento. AI principio sus compañeros creyeron que se habría alejado un
poco para hacer fotos, pero al ver que no volvía se pusieron a buscarla.
Avisaron a los forestales y a protección civil. Pero no encontraron ni rastro de
ella.
—Yo estuve en Denali en el último curso. Es extraordinario e inmenso.
Hay muchos lugares donde puedes perderte si te descuidas.
—Muchos lugares donde te pueden atrapar.
—¿Atrapar?
—Cuando empezaron a preocuparse, sus compañeros registraron su
tienda. Encontraron su cámara, los cuadernos, la grabadora, el GPS…
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Ninguno de ellos creyó que se hubiera ido de aquel modo, sin llevarse nada
más que el anorak, las botas y la ropa.
—Crees que la raptaron.
—Tenía un novio, un tipo al que conoció cuando hacía las prácticas aquí,
en Dakota del Sur. Según los amigos a los que he podido localizar de
momento, nadie lo conocía apenas. Era muy reservado. Pero él y Carolyn
compartían la pasión por la naturaleza, el excursionismo, la acampada. Las
cosas se fueron al garete, y ella rompió con él un par de meses antes de irse a
Alaska. Por lo visto fue una ruptura bastante fea. Carolyn llegó a llamar a la
policía, y el tipo se largó. Se llama Ethan Howe y trabajó aquí de voluntario.
También pasó un tiempo en la cárcel por agresión. Lo estoy comprobando.
Todos aquellos datos martilleaban la mente de Lil, produciéndole una
jaqueca que intentó calmar masajeándose las sienes.
—¿Por qué crees que está relacionado con lo que ha pasado aquí?
—El tal Howe siempre se jactaba de que había vivido varios meses
seguidos en plena naturaleza. También le gustaba explicar que era
descendiente directo de un jefe sioux que había vivido aquí, en las Colinas
Negras. Una tierra sagrada para su pueblo.
—Si la mitad de la gente que afirma ser descendiente directo un jefe o de
una «princesa» sioux lo fuera de verdad… —Lil se frotó ahora la frente; todo
aquello le sonaba—. Me parece recordar vagamente a ese tipo, pero no
consigo ponerle cara.
—Hablaba de este lugar, de que había trabajado aquí como voluntario
cuando Carolyn hacía sus prácticas. Ella ha desaparecido, y no encuentro ni
rastro de él. Nadie lo ha visto desde que Carolyn rompió con él.
Lil dejó caer la mano y en un momento de debilidad deseó no entender lo
que Coop le estaba diciendo.
—Crees que ha muerto. Crees que ese tipo la raptó y la mató, que ahora
ha vuelto por el refugio o por mí.
Coop no se molestó en mitigar sus palabras, eso no ayudaría en nada a Lil.
—Creo que ella ha muerto y que él es el responsable. Creo que está aquí,
viviendo en los montes, en tus tierras. Es la única cosa sólida que he
encontrado. Lo localizaremos y entonces sabremos a quién nos enfrentamos.
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16
T
ansy tomó otro sorbo de un vino bastante peleón mientras, al otro lado
de la tela metálica que protegía el escenario, una banda casi tan peleona
como el vino interpretaba lo que ella calificó de «country paleto».
Los clientes, mayoritariamente moteros, vaqueros y las mujeres que los
amaban, parecían completamente capaces de arrojar al escenario botellas de
cerveza y platos de plástico llenos de nachos imposibles de digerir, pero de
momento no se habían tomado la molestia de hacerlo.
Varias personas bailaban, lo cual pensó que era un buen augurio para el
grupo y para su factura de la lavandería.
Llevaba cinco años viviendo en lo que llamaba afectuosamente el Salvaje
Oeste, sin contar los años de universidad, pero en momentos como aquel
seguía sintiéndose una turista.
—¿Seguro que no quieres una cerveza?
Tansy miró a Farley y pensó que parecía totalmente a sus anchas en aquel
lugar. De hecho, nunca lo había visto en ningún sitio donde no pareciera
sentirse totalmente a sus anchas.
—Debería haberte hecho caso y pedido la cerveza —repuso antes de
tomar otro sorbo diminuto de vino—, pero ahora ya es demasiado tarde.
Además, me voy a ir.
—Un baile.
—Has dicho una copa.
—Una copa y un baile —insistió Farley, asiéndole la mano para levantarla
del taburete.
—Vale, uno.
Tansy accedió porque ya estaban en la pista. En cualquier caso, había sido
un día muy largo para los dos, así que una copa y un baile no parecían una
petición descabellada.
Hasta que Farley la rodeó con sus brazos. Hasta que su cuerpo quedó
sellado al de él, y sus ojos sonrientes la miraron.
—Llevo tanto tiempo queriendo bailar contigo…
No te lo tomes en serio, se advirtió Tansy al tiempo que las entrañas se le
disolvían en una gelatina temblorosa. Tú tranquila.
—La verdad es que bailas muy bien.
—Me enseñó Jenna.
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—Ah, ¿sí?
—Cuando tenía unos diecisiete años me dijo que a casi todas las chicas les
gusta bailar y que un chico inteligente aprendía a moverse en la pista, así que
me enseñó.
—Pues lo hizo muy bien.
Desde luego, sabía moverse. Sus gestos eran suaves como mantequilla. El
corazón le dio un vuelco cuando la hizo girar hacia fuera antes de atraerla de
nuevo hacia sí. Se dio la vuelta, la deslizó bajo el brazo levantado y la guio
hasta situarla de espaldas y apretarse contra ella.
Tansy sabía que bailaba con torpeza en comparación con él, que no estaba
ni mucho menos a su altura, pero lanzó una risita jadeante cuando Farley la
hizo girar de nuevo para tenerla de frente.
Maldita sea, el chico sabía moverse de verdad.
—Me parece que tendré que tomar clases con Jenna.
—Es una buena profesora. Creo que bailamos bastante bien juntos para
ser la primera vez.
—Es posible.
—Sal a bailar conmigo cuando volvamos a casa, y lo haremos mucho
mejor, Tansy.
Ella respondió meneando la cabeza de forma casi imperceptible y, cuando
la música cesó, se apartó con ademán deliberado antes de que empezara la
siguiente canción.
—Tengo que volver al motel y asegurarme de que todo esa preparado.
Mañana conviene salir temprano.
—Vale. —Farley la cogió de la mano para regresar a la mesa.
—No hace falta que vuelvas conmigo. Deberías quedarte y disfrutar de la
música.
Y yo debería volver a la habitación y darme una ducha larga y muy fría,
añadió mentalmente.
—Aunque no fueras la mujer más guapa del bar, te acompañaría hasta la
puerta igual que te he acompañado hasta aquí.
El motel donde se alojaban estaba a pocos minutos a pie del bar pero
Tansy sabía que de nada serviría discutir. Sabía que Farley tenía unos
principios inquebrantables respecto a algunas cosas algo que sin duda también
había aprendido de Jenna. Los hombres acompañaban a las mujeres hasta su
puerta y punto.
Pero embutió las manos en los bolsillos del chaquetón para evitar que una
de ellas acabara enlazada con la de Farley.
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—Lil se pondrá muy contenta cuando vea ese pedazo de felino —comentó
Farley.
—Contentísima. Es una preciosidad, desde luego. Espero que aguante
bien el viaje. Lil dice que la jaula provisional estará preparada cuando
lleguemos, y ya han empezado a construir la permanente.
—Lil no se queda de brazos cruzados.
—Nunca lo ha hecho.
Tansy se arrebujó en el chaquetón; pese a la brevedad del paseo, hacía
mucho frío. Farley le rodeó los hombros con el brazo y la atrajo hacia sí.
—Estás temblando.
Y no solo de frío, pensó Tansy.
—Hum… Creo que bastará con que recojamos a Cleo, a las siete.
—Primero llenaremos el depósito, así tendremos que parar menos veces
en el trayecto de vuelta. Si salimos de aquí a las seis, tendremos tiempo de
poner gasolina y desayunar.
—Me parece perfecto —dijo Tansy en tono alegre mientras libraba una
cruenta batalla contra sus hormonas—. Podemos encontrarnos en el
restaurante. Dejamos el motel pagado y así podemos salir directos después de
desayunar, ¿te parece?
—Podríamos hacer eso. —Deslizó una mano por la espalda de Tansy
mientras cruzaban el aparcamiento del motel—. O podríamos ir al restaurante
juntos.
—Si quieres llama a mi puerta antes de ir —propuso Tansy al tiempo que
sacaba la llave de la habitación.
—No quiero llamar a tu puerta. Quiero que me dejes entrar en tu
habitación.
Cuando Tansy alzó la vista, Farley la hizo girar con la misma facilidad
que en la pista de baile y la acorraló contra la pared.
—Déjame entrar y estar contigo, Tansy.
—Farley, eso no es…
Y Farley la besó. Tenía un modo de besarla que daba al traste con todo el
sentido común, las buenas intenciones y la firmeza que había logrado reunir.
A pesar de su sentido común, sus buenas intenciones y su firmeza, Tansy le
devolvió el beso.
Maldita sea, pensó mientras lo abrazaba. Aquella boca de sonrisa
bobalicona sabía besar.
—Esto no puede ir a ninguna parte —le advirtió.
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—De momento podría ir al otro lado de esta puerta. Déjame entrar. —Le
cogió la llave y la deslizó en la cerradura sin dejar de mirarla—. Di que sí.
La palabra «no» cobró forma en la mente de Tansy, pero se negó a salir.
—Te advierto que será como la copa y el baile. Solo una vez, que te quede
muy claro.
Farley le sonrió e hizo girar el pomo.
Más tarde, después de más de una vez, Tansy se quedó mirando el techo
oscuro. Vale, se dijo, acabo de hacer el amor con Farley Pucket… dos veces.
¿Y ahora qué?
Lo mejor será tomarlo como una situación excepcional surgida a causa del
viaje. Algo que había pasado sin más. A fin de cuentas, era una mujer
madura, sofisticada y experimentada.
Lo único que tenía que hacer era pasar del hecho de que el sexo había sido
increíble las dos veces. Farley tenía la virtud de hacerla sentir como si fuera la
única mujer del planeta. Y no solo eran hormonas las que acababan de perder
la batalla, sino también corazón.
No, debía recordar que ella era mayor y más sensata, que le correspondía
a ella mostrarse juiciosa.
—Farley, tenemos que hablar de esto. Tenemos que aceptar que cuando
volvamos a casa esto no puede volver a pasar.
Farley entrelazó los dedos con los de ella y se los llevó a los labios.
—Bueno, Tansy, me parece que debo ser sincero contigo y decirte que
haré lo posible para que sí vuelva a pasar. Me han pasado muchas cosas
buenas en la vida, pero estar contigo es la mejor.
Tansy se obligó a incorporarse y procuró cubrirse con la sábana para no
darle ideas.
—No trabajamos juntos oficialmente, pero tú dedicas bastantes horas al
refugio. Y Lil es mi mejor amiga.
—Cierto —convino Farley al tiempo que se sentaba sin apartar la mirada
de ella—. Pero ¿eso qué tiene que ver con el hecho de que esté enamorado de
ti?
—Bah, no hables de amor —resopló ella, presa del pánico.
—Pero es que te quiero —insistió Farley, acariciándole el cabello—. Y sé
que tú también sientes algo por mí.
—Claro que siento algo por ti, de lo contrarío no estaríamos aquí, pero eso
no significa que…
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—Creo que sientes muchas cosas por mí.
—Vale, sí, lo reconozco. Pero, Farley, tenemos que ser realistas. Soy
varios años mayor que tú. Ni siquiera ocupamos la misma década, por el amor
de Dios.
—Dentro de unos años la ocuparemos durante un tiempo —Señaló Farley
con expresión claramente divertida—, pero no quiero esperar tanto para estar
contigo.
Con otro resoplido, Tansy alargó la mano para encender la lámpara de la
mesilla de noche.
—Mírame, Farley. Soy una mujer negra de treinta años.
Él ladeó la cabeza y la miró, tal como ella le había pedido.
—Color caramelo. Jenna hace manzanas de caramelo en otoño. Por fuera
son doradas y dulces, y por dentro un poquito ácidas. Me encantan esas
manzanas. También me encanta el color de tu piel, pero no es la razón por la
que te quiero.
Sus palabras la hicieron estremecerse y sentirse débil. Sus palabras y la
expresión de su rostro al pronunciarlas.
—Eres más inteligente que yo.
—No, Farley.
—Sí, lo eres. Es tu inteligencia lo que al principio me ponía nervioso
cuando estaba cerca de ti. Demasiado nervioso para pedirte que salieras
conmigo. Me gusta que seas inteligente, me gusta que a veces Lil y tú os
pongáis a hablar de cosas y yo no entienda ni la mitad. Pero un buen día me
dije: Oye, Farley, que tú no eres lo que se dice tonto.
—No eres nada tonto —murmuró Tansy, desarmada—. No tienes ni un
pelo de tonto. Eres listo, constante y amable. Si las cosas fueran distintas…
—Algunas cosas no pueden cambiar —la interrumpió Farley mientras le
cogía de nuevo la mano para evidenciar el contraste de colores a la luz—. Y
algunas cosas hacen que la diferencia no signifique nada, Tansy. Como esto.
La atrajo hacia sí, la besó y se lo demostró.
Le producía una sensación extraña saber que había personas armadas
patrullando el perímetro del complejo. Extraño era también saber que ella era
una de ellos. Los animales se paseaban por sus jaulas, gritando, rugiendo,
aullando. La noche era su momento. Y por añadidura, el olor a humano y las
luces los alteraban.
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Pasó un rato con Baby, lo cual encantó al felino; la adoración que vio en
sus ojos la serenó. Mientras permanecía quieta, caminaba o tomaba otra taza
de café, trazó planes a corto y largo plazo para mantener la mente ocupada y
no pensar en la razón por la que estaba ahí quieta, caminando o tomando otra
taza de café.
Superarían aquello y punto. Si el tipo que les estaba causando todos
aquellos problemas era ese tal Ethan Howe, lo encontrarían y lo detendrían.
Ya lo recordaba un poco mejor. Había tenido que buscar la ficha de
Carolyn y hacer memoria para tener una imagen clara de la estudiante. Y una
vez se la forjó, recordó también, al hombre que había trabajado algunas veces
de voluntario en el refugio y coqueteado con Carolyn.
Más alto que la media, rememoró, delgado, espalda fuerte. Ningún rasgo
fuera de lo común que ella recordara. Poco hablador salvo para repetir en
cuanto tenía ocasión que descendía no de un guerrero cualquiera sino del
mismísimo Caballo Loco.
Lil recordaba que le había hecho cierta gracia la insistencia de Ethan y
que no se la había tomado en serio. No creía haber intercambiado con él más
que un puñado de frases, pero, si no recordaba mal, la mayoría hacían
referencia a la tierra, a su esencia sagrada y al deber de todos ellos de honrarla
porque pertenecía a sus antepasados.
Tampoco aquello lo había tomado en serio, consideró que Ethan no era
más que uno de esos tipos un poco estrafalarios. Pero sí recordaba haber
sentido que él la observaba. ¿O le parecía recordarlo porque estaba nerviosa?
¿Serían imaginaciones suyas?
Quizá Tansy lo recordara con mayor claridad.
Y tal vez Ethan no tuviera nada que ver con los recientes incidentes. Pero
el instinto de Coop dictaba lo contrario, y Lil confiaba en el instinto de Coop.
Pese a los problemas que pudieran tener en su vida personal, confiaba
plenamente en su instinto.
Y eso era fruto de su propio instinto, pensó.
Cambió de postura y relajó los hombros, que tendían a agarrotarse a causa
del frío. Al menos el cielo encapotado conservaba en cierta medida calor.
Pero de todos modos habría preferido ver la luna y las estrellas.
A la luz implacable de los focos de seguridad, Lil vio a Gull caminar
hacia ella. El joven la saludó con la mano, y Lil se dijo que era una
precaución para cerciorarse de que lo reconocía.
—Hola, Gull.
—Hola, Lil. Coop me ha pedido que te releve.
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—Te lo agradezco.
—Tú harías lo mismo por mí. Nunca había estado aquí de noche. —Paseó
la mirada por las jaulas—. Es guay. Da la impresión de que los animales no
duermen gran cosa.
—Son nocturnos. Además, los tiene intrigados eso de que haya tanta gente
aquí fuera de noche. Perdiendo horas de sueño y bebiendo demasiado café.
Ese tipo no vendrá esta noche.
—Quizá no vuelva porque toda esa gente anda por aquí perdiendo horas
de sueño y bebiendo demasiado café.
—Tienes razón.
—Vamos, entra. Ya me quedo yo. A menos que quieras ir a ver a Jesse,
como en los viejos tiempos.
Lil le asestó un puñetazo juguetón en el brazo.
—No creo que a Rae le hiciera mucha gracia —comentó, refiriéndose a la
mujer de su antiguo novio.
—Lo que pasa en el refugio se queda en el refugio —declaró Gull.
Lil se alejó con una risita. Vio a otros caminando hacia sus coches o
camionetas mientras amigos y vecinos llegaban para relevarlos. Las voces se
oían más de noche, así que oyó chistes, carcajadas soñolientas y saludos.
Apretó el paso al ver a sus padres.
—Dijiste que dormiríais un poco en la cabaña —recordó a su madre.
—Te lo dije para que dejaras de darme la lata. Me voy a mi casa a dormir,
y tú deberías hacer lo mismo —advirtió al tiempo que le acariciaba la mejilla
con la mano enguantada—. Sé que no es la ocasión más propicia, pero me
alegro de ver a tanta gente echando una mano. Llévame a casa, Joe. Estoy
cansada.
—Duerme un poco —pidió Joe a Lil, golpeteándole la nariz con el dedo
—. Mañana hablamos.
Sin duda, pensó Lil cuando se separaron. La vigilarían de cerca hasta que
todo aquello terminara. Así funcionaban sus padres. Y si la situación fuera a
la inversa, así funcionaría ella también.
Una vez dentro, guardó el rifle y se quitó la ropa de abrigo. Miró hacia la
escalera y pensó en acostarse. Pero decidió que estaba demasiado inquieta.
Demasiado café en las venas.
Encendió un fuego en la chimenea. Si Coop no lo quería, que lo apagara.
Al menos proporcionaría cierta calidez y alegría al alojamiento provisional.
Volvió a la cocina y pensó en prepararse una taza de té, pero era
demasiado impaciente para esperar a que hirviera el agua, se sirvió media
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copa de vino con la esperanza de que contrarrestara el efecto de la cafeína.
Podría trabajar, se dijo. Podía pasar una hora sentada al ordenador para
tranquilizarse un poco. Pero la idea de sentarse tampoco la seducía.
De pronto oyó que la puerta se abría y supo que había estada esperando
ese momento. Esperando a Coop.
Cuando entró en el salón, lo encontró sentado, quitándose las botas.
Parecía espabilado y le dedicó una mirada muy despierta.
—Creía que habrías subido.
—He bebido demasiado café.
Coop asintió con un murmullo y se quitó la segunda bota.
—Creo que estoy tan inquieta como los animales. No estoy acostumbrada
a tener gente aquí a estas horas de la noche. No consigo calmarme —suspiró
mientras se dirigía hacia la ventana para mirar afuera.
—Te propondría una partida de cartas, pero no estoy de humor.
Lil lo miró por encima del hombro.
—Y yo te estoy molestando. Podría hacer un solitario.
—También podrías probar a apagar las luces y dormir.
—Sería lo más sensato —convino Lil antes de apurar la copa y dejarla
sobre la mesa—. Subiré y te dejaré dormir.
Echó a andar hacia la escalera, pero de pronto se detuvo y miró atrás.
Coop no se había movido.
—¿Y si no quiero olvidarme del sexo?
—¿No quieres olvidarte del sexo?
—Dijiste que nos olvidáramos del sexo. Pues a lo mejor yo no quiero. A
lo mejor no quiero dormir sola esta noche. Los dos estamos aquí. Somos
amigos. Eso ha quedado claro, ¿no? Somos amigos.
—Siempre lo hemos sido.
—Bueno, pues de eso se trata. De ser amigos y no estar solos. De darnos
el uno al otro algo que nos calme.
—Parece razonable. Pero quizá estoy demasiado cansado.
—Y una mierda —replicó ella con una leve sonrisa.
—Quizá no.
Pero Coop siguió inmóvil, observándola. Esperando.
—Dijiste que no me tocarías. Te estoy pidiendo que olvides esa norma,
disposición o como quieras llamarla. Sube conmigo, ven a la cama conmigo,
pasa la noche conmigo. Necesito desconectar, Coop, te lo digo en serio.
Necesito un poco de paz de espíritu durante algunas horas. Hazme este favor.
Coop avanzó hacia ella.
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—Hacerte un favor es montar guardia a las dos de la madrugada con el
frío que hace en tu refugio. Pero llevarte a la cama… —Levantó la mano y la
deslizó por la trenza de Lil—. Eso es otra cosa. Y no me digas que necesitas
paz de espíritu, Lil. Dime que me deseas.
—Te deseo. Lo más probable es que mañana me arrepienta.
—Sí, pero entonces ya será demasiado tarde. —Coop la atrajo hacia sí y la
besó—. Ya es demasiado tarde.
Se volvió hacia la escalera, la asió por las caderas y la levantó para que
Lil le rodeara la cintura con las piernas y el cuello con los brazos.
Tal vez siempre había sido demasiado tarde, pensó Lil mientras Coop la
llevaba arriba y ella deslizaba los labios por su rostro como había hecho
tantos años antes. Atrás en el tiempo, de nuevo aquel rostro tan conocido. Era
como cerrar el círculo, se dijo. No tenía por qué ser nada más.
Apretó la mejilla contra la de él y suspiró.
—Ya me siento mejor.
En el dormitorio, Coop se dio la vuelta y la apretó contra la puerta,
mirándola con aquellos ojos azul hielo que siempre le habían encogido el
corazón.
—Un baño caliente hace que te sientas mejor, Lil. Esto es algo más, y los
dos tendremos que asumirlo.
Cuando la besó de nuevo, no fue para ofrecerle consuelo ni tranquilizarla,
sino para incendiarla, para que aquella brasa nunca extinguida del todo se
convirtiera de nuevo en una conflagración incontrolable.
¿Paz de espíritu? ¿De verdad había creído que con él hallaría paz de
espíritu? No habría paz mientras durara aquella guerra entre ellos y en su
interior. Abrumada, Lil se abandonó a la batalla y a él.
Quizá todo terminara con aquella batalla, quizá la llama constante que
ardía en su interior se extinguiera por fin.
El deseo la invadió, apoderándose de todo su cuerpo, inundando sus
pechos y su vientre de un calor infinito. Conocido, sí, tal vez. Pero más y a la
vez menos de lo que había sido. ¿Habían sido siempre sus manos tan firmes,
sus besos tan desesperados?
Lil seguía abrazada a Coop cuando este se acercó a la cama. Las luces del
complejo se filtraban entre las persianas, finos haces de luz que caían sobre la
cama y sobre su cuerpo cuando Coop la sentó en ella. Parecía una especie de
jaula, pensó Lil. Una jaula en la que había entrado de buena gana.
Coop le cogió una bota y tiró de ella. Lil soltó una carcajada nerviosa
mientras él tiraba de la segunda. Al poco, Coop se inclinó para desabrocharle
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la camisa de franela.
—Suéltate el pelo —le pidió mientras le quitaba la camisa—. Por favor.
Lil levantó los brazos, se puso el coletero en la muñeca, como tenía por
costumbre, y se soltó la trenza mientras Coop se quitaba la camisa.
—No, déjamelo hacer a mí —le suplicó Coop cuando ella empezó a
pasarse los dedos por la cabellera suelta—. A menudo pensaba en tu pelo, en
su tacto y en su olor, en el aspecto que tenía después de habértelo tocado.
Toda esta melena negra como la noche.
Se envolvió el cabello entre los dedos y tiró de él para alzarle el rostro.
Aquel gesto, el destello ardiente que vio en sus ojos, indicaba tanta pasión
como furia.
—Te veía aunque no estabas. Como si fueras un fantasma, maldita sea.
Una visión entre la gente, atisbada con el rabillo del ojo, que desaparecía al
instante. Te veía por todas partes.
Lil quiso menear la cabeza, pero Coop tiró más fuerte. Por un momento,
la furia se intensificó, pero de repente la soltó.
—Y ahora estás aquí —prosiguió antes de quitarle la camiseta térmica por
la cabeza.
—Siempre he estado aquí.
No, pensó Coop. Pero ahora sí lo estás. Excitada, un poco molesta, igual
que él. Para complacerse y complacerla, deslizó los dedos por su clavícula y
siguió la curva sutil de sus pechos. La chica que había conocido era un brote
que había florecido sin él.
Lil se estremeció al contacto de sus manos, como él quería. De repente le
oprimió el dorso de la mano contra su frente y le dio un leve empujón para
tenderla de espaldas. Lil volvió a reír.
—Vaya, qué astuto —bromeó cuando Coop se tumbó sobre ella,
aplastándola contra el colchón—. Has engordado un poco —constató.
—Tú también.
—¿De verdad?
—Sí, en zonas muy interesantes.
Lil esbozó una sonrisa y le pasó los dedos por el pelo como él había hecho
con ella.
—Ha pasado mucho tiempo.
—Creo que recuerdo cómo funciona todo. Cómo funcionas tú.
Le rozó los labios con un beso juguetón antes de apoderarse de su boca y
sumergirla en profundidades cada vez más insondables. Las manos de Coop
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estaban por todas partes, devolviéndola al pasado, desconcertándola en el
presente.
Manos fuertes, duras, impacientes que se deslizaban por su cuerpo,
apretando y moldeando hasta acelerarle la respiración, hasta que el pasado y
el presente se fundieron en una única luz radiante que le aturdió los sentidos.
Coop le desabrochó el sujetador, lo arrojó a un lado y siguió explorándola
con las manos, la boca, los dientes, la lengua. La respiración acelerada se
convirtió en jadeos y estos dieron paso a los gemidos. Lil tiró hacia arriba de
la camiseta de Coop, impaciente por sentir su piel. Espalda fuerte, músculos
ondeantes y poderosos. Nuevos y fascinantes.
No era más que un muchacho cuando ella lo tocó de esa forma por última
vez. Ahora era un hombre, un hombre que la aprisionaba con su cuerpo.
En aquella oscuridad interrumpida por algunos haces de luz se
redescubrieron el uno al otro. Una curva, un ángulo, un nuevo punto de
placer. Los dedos de Lil rozaron una cicatriz que no conocía. Y murmuró su
nombre mientras los labios de él se deslizaban frenéticos por su cuerpo.
Lil se estremeció cuando Coop le desabrochó los tejanos; arqueó las
caderas para ayudarle a bajarlos. Rodó con él sobre la cama mientras
pugnaban por eliminar todas las barreras lo antes posible.
Fuera, uno de los felinos lanzó un rugido salvaje en la oscuridad. Y allí la
llevó Coop, a la oscuridad, y su lado salvaje también rugió, liberado en un
placer primitivo e intenso.
Se movió para él y con él, sus ojos relucientes en la penumbra. Todo lo
que Coop había encontrado y perdido, todo aquello a lo que había renunciado
estaba allí. Allí mismo. Sus sentidos fluían al ritmo de Lil, un torbellino de
mujer, toda olor y piel, mojada y caliente. El latido de su corazón contra su
boca hambrienta, la finura de su piel bajo sus manos desesperadas.
La llevó hasta lo más alto, la sintió elevarse, caer y remontar de nuevo el
vuelo.
Su nombre. Lil repetía su nombre una y otra vez.
Su nombre cuando la penetró. Se contuvo al borde peligroso del abismo,
pletórico y atrapado hasta que los dos empezaron a temblar. Y entonces todo
fue movimiento intuitivo y loco. Y cuando Lil cayó otra vez a las
profundidades, él cayó con ella.
Lil quería abrazarse a él, acoplar su cuerpo al suyo como si fueran dos
piezas del mismo rompecabezas. Pero permaneció muy quieta y se obligó a
aferrarse al placer y la paz que por fin había hecho su aparición con él.
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Podría conciliar el sueño. Si cerraba los ojos y desconectaba de todo,
podría dormir. Todo lo que hubiera que decir o afrontar podía esperar a la
mañana siguiente.
—Tienes frío.
¿Tenía frío?
Antes de que su cerebro pudiera conectar con su cuerpo, Coop la levantó
y la dejó de nuevo sobre la cama. ¿De dónde había sacado todos aquellos
músculos?, se preguntó. Coop tiró de la sábana y la manta para cubrirla y
luego la atrajo de nuevo hacia sí.
Lil empezó a ponerse tensa, intentó apartarse al menos un poco. ¿Acaso
no necesitaba un poco de espacio, de distancia? Pero Coop la retuvo
exactamente donde ella quería quedarse en realidad.
—Duérmete —murmuró Coop.
Y demasiado cansada y débil para discutir, Lil se durmió.
Al día siguiente despertó antes de que saliera el sol y se quedó muy quieta.
Los brazos de Coop seguían alrededor de su cuerpo, y los suyos también se
habían abrazado a él en las pocas horas que había durado la noche.
¿Por qué algo tan básico y humano le rompía el corazón?, se preguntó.
Consuelo, se recordó. A fin de cuentas, Coop le había proporcionado el
consuelo que necesitaba. Y quizá ella también le había dado un poco a
cambio.
No tenía por qué ser nada más.
Lo había amado toda la vida, y no tenía sentido intentar convencerse de
que sus sentimientos cambiarían alguna vez. Pero el sexo era tan solo un acto
elemental, y en su caso, un regalo entre amigos.
Amigos adultos, solteros, sanos y libres.
Ella era una mujer fuerte, inteligente y lo bastante sensata para
aceptarlo… y dejar las cosas como estaban. El primer paso era apartarse de él
y levantarse de la cama, se dijo.
Empezó a apartarse con tanto cuidado como si estuviera abrazada a una
cobra dormida, pero apenas se había separado unos centímetros cuando Coop
abrió los ojos y le sonrió.
—Lo siento —susurró Lil sin saber por qué susurraba, a no ser porque en
aquel momento le parecía lo más apropiado—. No quería despertarte. Tengo
que ponerme en marcha.
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Sin dejar de abrazarla, Coop le levantó la mano y se la giró para mirar el
reloj.
—Sí, los dos tenemos cosas que hacer… dentro de unos minutos.
Antes de que Lil pudiera reaccionar, Coop rodó sobre sí mismo y la
penetró.
Esta vez se tomó su tiempo. Después del primer arranque de posesión, fue
despacio, con caricias largas y perezosas que la sumieron en un estado entre
la debilidad y el vértigo. Indefensa ante el ataque, se sintió flotar en una
nebulosa brillante, sepultó el rostro en el cuello de él y se dejó llevar.
Luego lanzó un suspiro y permaneció tumbada más tiempo lo necesario.
—Me parece que te debo un desayuno.
—Nunca rechazo un buen desayuno.
Lil se obligó a darle la espalda y seguir hablando en tono ligero.
—Iré a preparar el café mientras te das una ducha.
—Vale.
Lil cogió un albornoz y se lo puso mientras salía a toda prisa de la
habitación.
Evitó mirarse al espejo y se concentró en cosas prácticas. Café cargado y
lo que ella consideraba un desayuno en toda regla. Tal vez no tuviera hambre,
pero a fe suya que comería. Nadie se daría cuenta de que estaba enferma de
amor. Otra vez.
Más valía centrarse en los aspectos positivos. Había descansado más en
las últimas cuatro horas que en todos los días anteriores juntos. Y a buen
seguro la tensión sexual que bullía entre ella menguaría a partir de ahora.
Ya estaba hecho. Ambos habían sobrevivido. Ambos seguirían adelante.
El beicon crepitaba en la sartén de hierro y los panecillos se calentaban en
el horno. Le gustaban los huevos fritos, lo recordaba. Al menos antes.
Cuando Coop bajó oliendo a su gel de baño, Lil estaba rompiendo huevos
contra el borde de la sartén. Coop se sirvió una taza de café, llenó la de ella y
se apoyó contra la encimera sin dejar de observarla.
—¿Qué?
—Estás muy guapa. Me encanta poder mirarte mientras me tomo el
primer café —comentó, echando un vistazo al beicon y a patatas que
chisporroteaban con los huevos—. Vaya, veo que estás hambrienta.
—Me ha parecido que te debo un desayuno como es debido.
—Gracias, pero no busco recompensa.
—Da igual. En fin, ojalá me instalen el sistema de seguridad pronto. No
puedo esperar que la gente monte guardia en el refugio como si esto fuera el
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Fuerte Apache. Todo el mundo tiene cosas que hacer, incluido tú.
—Mírame.
Lil le lanzó una mirada mientras giraba los huevos.
—¿Por qué no te sientas? Esto ya está.
—Si estás pensando en apartarte de mí, será mejor que lo pienses dos
veces.
Con mano notablemente firme, Lil sacó las patatas fritas de la sartén.
—El sexo no es una cadena, Coop. Yo me aparto y voy a donde quiero.
—No, ya no.
—¿Ya no? Nunca… —Se interrumpió y levantó la mano como si quisiera
dominarse—. No pienso hablar de esto. Hoy tengo demasiadas cosas que
hacer.
—Esto no desaparecerá, Lil, ni yo tampoco.
—Desapareciste durante más de diez años y ahora llevas aquí unos meses.
¿De verdad crees que todo sigue en el punto que a ti te da la gana y durante
todo el tiempo que te dé la gana?
—¿Quieres saber lo que pienso y lo que quiero? ¿Estás preparada para
oírlo?
—No, la verdad es que ni quiero ni estoy preparada —replicó Lil,
convencida de que su corazón no lo resistiría, al menos en aquel momento—.
No me interesa discutir, debatir ni recalentar los platos fríos… Podemos ser
amigos o puedes presionarme hasta que ya no podamos serlo. De ti depende.
Si lo que ha pasado entre nosotros destruye nuestra amistad, Cooper, lo
sentiré mucho. Muchísimo.
—No busco una compañera de cama, Lil.
Lil lanzó un suspiro.
—Pues vale.
Coop avanzó un paso hacia ella, y ella retrocedió otro. En aquel momento
se abrió la puerta.
—Buenos días. Quería deciros que… —Gull no era el tipo más rápido del
mundo, pero incluso él se dio cuenta de lo inoportuno de su entrada—. Siento
interrumpir.
—No interrumpes nada —aseguró Lil a toda prisa—. De hecho, llegas
justo a tiempo. Coop estaba a punto de desayunar. Puedes hacerle compañía y
comer algo tú también.
—Bueno, no quisiera…
—Sírvete café —lo interrumpió Lil mientras preparaba dos platos—.
Tengo que subir a vestirme. ¿Todos bien ahí fuera?
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—Sí. Sí… esto…
—Siéntate y come. Volveré dentro de unos minutos.
Cogió su taza de café y salió sin mirar atrás.
Gull carraspeó.
—Lo siento, jefe.
—No es culpa tuya —masculló Coop.
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L
il no volvió al cabo de unos minutos. De hecho, no volvió a la cocina,
sino que se duchó, se vistió y salió por la puerta delantera de la cabaña.
¿Lo evitó? Sin lugar a dudas, reconoció. Pero no podía permitirse el lujo
de atascar su mente, su corazón y su espíritu. Los estudiantes eran su
responsabilidad hasta el regreso de Tansy, y cuando Tansy volviera, tendrían
otro felino al que cuidar.
Se mantuvo ocupada comprobando la jaula provisional y ayudando al
grupo que construía la permanente.
El cielo soleado y el ascenso de temperatura significaban que por una vez
podía trabajar en mangas de camisa. También significaba más deshielo y más
barro. Marzo inconstante daría paso al caprichoso abril, que traería consigo
más clientes… y más donaciones in situ.
Durante el descanso visitó a Baby y lo agasajó con una larga sesión de
juegos, cosquillas y caricias.
—Es como un gato doméstico pero en enorme —comentó Mary
meneando la cabeza cuando Lil salió de la jaula y comprobó la cerradura—.
De hecho, no es tan arrogante como mi gato.
—Tu gato no podría arrancarte la yugular si se le cruzaran los cables.
—En eso tienes razón. No me lo imagino con los cables cruzados.
Siempre ha sido un cielo. Que día tan bonito, ¿verdad? —Con las manos en
las caderas, Mary alzó la vista hacia el azul intenso del cielo—. Tengo un
montón de plantas en el jardín que empiezan a florecer. El azafrán ya está en
flor.
—Estoy deseando que llegue la primavera…
Lil echó a andar por el sendero para ir a ver a los demás animales. Mary la
alcanzó para acompañarla.
En su recinto, los gatos monteses retozaban y se peleaban como chavales
en vacaciones; tumbado sobre una rama de su árbol, el lince los observaba
con una expresión que bien podía ser de desdén.
—Sé que el jaguar y el nuevo sistema de seguridad nos van a costar una
pasta. ¿Vamos bien de dinero, Mary?
—Vamos bien. Los donativos han bajado un poco durante el invierno,
salvo por el pastón que nos ha donado Coop, que nos pone en una situación
mucho mejor que la del primer trimestre del año pasado.
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—Ahora nos toca preocuparnos por el segundo.
—Lucius y yo estamos pensando en nuevas estratagemas para conseguir
fondos. Y el refugio se animará ahora que empieza el buen tiempo.
—Me preocupa que los problemas que hemos tenido ahuyenten a la gente
y que eso haga bajar los ingresos por entradas y por donaciones in situ. Las
noticias vuelan. —Y la realidad, se recordó, se cuenta en dólares y centavos
—. Tendremos dos animales nuevos, Xena y Cleo, que alimentar, alojar y
cuidar. Esperaba poder contratar a un asistente para Matt este verano, pero no
sé si podemos estirar más el presupuesto.
—Willy tiene que pillar a ese cabrón cuanto antes. Matt está sobrecargado
de trabajo, pero todos los demás también. Es lo que hay. Estamos bien, Lil, y
así seguiremos. ¿Y tú cómo estás?
—Bien, bien.
—Bueno, pues por si quieres saberlo, que ya sé que no pero te lo diré
igualmente, pareces bastante estresada. Y hablando de sobrecargas de trabajo,
lo que necesitas es un día libre. Un autentica día libre. Y una cita.
—¿Una cita?
—Sí, una cita —insistió Mary, visiblemente exasperada—. Ya sabes, con
cena, cine, baile… No te has tomado un solo día libre desde que volviste de
Sudamérica, y por mucho que disfrutaras del viaje, sé que allí también
trabajaste cada día.
—Me gusta trabajar.
—Puede ser, pero un día libre y una cita te vendrían de perlas. Deberías
irte con tu madre a Rapid City. Ir de compras, hacerte la manicura, volver
aquí y conseguir que ese guapetón de Cooper Sullivan te invite a un filete, te
lleve a bailar y después a lo que ya sabes.
—Mary…
—Si yo tuviera treinta años menos y fuera soltera, te aseguro que me
encargaría de que me invitara a la cena y a todo lo demás. —Mary le cogió la
mano y se la oprimió con cierta impaciencia—. Estoy preocupada por ti,
cariño.
—Pues no te preocupes.
—Tómate un día libre. Bueno, se acabó el descanso —anunció al tiempo
que miraba el reloj—. Tansy y Farley llegarán dentro de un par de horas. Qué
emocionante.
No quería un día libre, se dijo Lil mientras Mary se alejaba. No quería ir
de compras…, al menos no mucho. Ni hacerse la manicura. Se miró las uñas e
hizo una mueca. Vale, quizá no le vendría mal, pero no tenía conferencias,
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apariciones públicas ni actos benéficos a la vista. Cuando hacía falta, sabía
arreglarse como la que más.
Y si quería cenar un filete, se lo podía comprar. Lo último que necesitaba
era una cita con Coop, lo que equivaldría a complicar aún más una situación
que el sexo ya había complicado.
Culpa mía, reconoció.
Coop tenía razón en una cosa. Tenía que asumirlo.
¿Por qué no había hecho aquella lista?
Se detuvo delante de la jaula del tigre. Boris estaba tumbado delante de la
guarida con los ojos entornados. No dormitaba, todavía no, se dijo Lil. Movía
la cola con aire indolente, y Lil advirtió su mirada atenta entre los párpados
casi cerrados.
—¿Sigues enfadado conmigo? —Le preguntó mientras se apoyaba contra
la barandilla y le veía mover las orejas—. No tuve más remedio. No quería
que te pasara nada ni que le pasara nada a nadie por tu causa. No es culpa
nuestra, Boris, pero habríamos sido los responsables.
Boris emitió un rugido gutural, como si asintiera a dientes.
—Eres una preciosidad —sonrió Lil—. Grande y hermoso —añadió con
un suspiro—. Bueno, me parece que mi descanso también ha terminado.
Se irguió para mirar más allá de la jaula, hacia los árboles y los montes,
pensando que en un día como aquel nada podía ir mal en el mundo.
Se comió la segunda chocolatina. Era cierto que podía vivir de la tierra, pero
no veía razón para no permitirse de vez en cuando algún placer del Exterior.
En cualquier caso, había robado la caja de chocolatinas de un campamento, de
modo que, técnicamente, comérselas era vivir de la tierra. También había
confiscado una bolsa de patatas fritas y seis latas de Heineken.
Últimamente se limitaba a beber una cerveza cada dos días. Un cazador
no podía permitir que el alcohol le aturdiera el cerebro ni tan siquiera durante
una hora, de modo que solo bebía cerveza antes de acostarse.
El alcohol había sido su punto débil, lo reconocía, al igual que había sido
el de su padre. Al igual que era, según le había contado su padre, el punto
débil de todo su pueblo. El alcohol era otra arma que el hombre blanco había
usado contra ellos.
La bebida lo había metido en problemas y había atraído la atención de la
ley blanca hacia él.
Pero le encantaba el sabor de una cerveza bien fría.
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No se negaría ese placer; tan solo lo dominaría.
Eso lo había aprendido solo. Su padre le había enseñado muchas cosas,
pero el autodominio no era una de ellas.
Todo era cuestión de autodominio, se dijo. Dejar a los campistas con vida
había sido cuestión de autodominio y de fuerza. Matarlos habría sido como
disparar contra patos de plástico en una feria, y eso no merecía la pena. Había
contemplado la posibilidad de matar a tres y dar caza al cuarto.
Nunca estaba de más practicar.
Pero matar a cuatro campistas habría significado cientos de policías y
forestales pululando por el monte como hormigas. Podría eludirlos, como sus
antepasados habían hecho durante mucho tiempo. Algún día él sería un
ejército de un solo hombre, cazaría y mataría a voluntad a todos aquellos que
profanaran la tierra.
Algún día pronunciarían su nombre con temor y veneración.
Pero de momento tenía cosas más importantes de que ocuparse.
Sacó los prismáticos para observar el complejo. Se sentía orgulloso de su
vigilancia de los centinelas apostados en el perímetro durante toda la noche.
Estaban ahí por él.
La presa lo olía y lo temía. Nada de lo que había hecho hasta entonces le
había proporcionado tanta satisfacción.
Qué fácil y qué excitante habría sido matarlos. A todos. Desplazarse
sigiloso como un fantasma, rebanar cuellos, uno tras otro, sentir la sangre
húmeda y caliente entre los dedos.
Toda la caza abatida en una sola noche.
Y el premio, a la mañana siguiente, cuando ella saliera de la cabaña y
descubriera la matanza…
¿Echaría a correr entre gritos de terror?
Le encantaba cuando echaban a correr y gritaban. Y más aún cuando ya
no les quedaba aire para gritar.
Pero había decidido dominarse. Aún no había llegado el momento.
Podía enviarle un mensaje, pensó. Sí, podía. Algo muy personal. Cuanto
más hubiera en juego, más fiera sería la rivalidad cuando llegara el momento.
No quería solo su miedo… El miedo era fácil de conseguir.
La observó un instante más mientras ella cruzaba el complejo hacia la
cabaña que albergaba las oficinas.
No, no quería solo su miedo, se repitió mientras bajaba los primaticos y se
lamía el chocolate adherido a los dedos. Quería conseguir que se involucrara
como ninguna de las otras. Ninguna lo había merecido como ella.
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Se dio la vuelta, se cargó la mochila a la espalda y echó andar dando un
rodeo hacia su guarida mientras silbaba una melodía.
Esbozó una sonrisa al cruzarse con un excursionista solitario.
—¿Se ha perdido? —le preguntó.
—No exactamente. Pero me alegro de ver una cara amiga, estaba en Crow
Peak, subiendo hacia la cima. Creo que me he apartado un poco del camino
—explicó mientras se sacaba una bote agua del cinturón—. Supongo que
tendría que haberme quedado en uno de los caminos más fáciles. Llevaba
tiempo sin salir de excursión.
—Ajá…
Parecía un tipo sano y en forma. Y se había perdido. Un poco.
—¿Va solo?
—Sí. Mi mujer ha decidido dar la vuelta en el cruce. Habría ido con ella
de no ser porque me ha dicho que no creía que aguantara otros diez
kilómetros. Y ya sabe cómo son estas cosas. Me he picado y…
—Yo también voy hacia allí. Puedo acompañarlo hasta el camino.
—Genial. Además, me gustará tener compañía. Soy Jim Tyler —se
presentó, tendiéndole la mano—. De Saint Paul.
—Ethan Felino Veloz.
—Encantado. ¿Es de por aquí?
—Sí, soy de por aquí.
Echó a andar, apartando a Jim Tyler, de Saint Paul, cada más del camino,
de las marcas pintadas en los pinos de las señales y los postes, hacia las
profundidades del bosque inexplorado. Caminaba a paso moderado; no quería
cansar a Jim antes de que empezara el juego. Caminaba atento a la presencia
de otros excursionistas mientras el hombre le hablaba de su mujer, sus hijos,
la agencia inmobiliaria que tenía en Saint Paul…
Iba señalando huellas para entretenerlo y esperaba mientras Jim sacaba
fotos con una bonita Canon digital.
—Es usted mejor que mi guía —exclamó Jim, entusiasmado—. Ya verá
cuando enseñe las fotos y mi mujer vea lo que se ha perdido. Qué suerte
haberme topado con usted.
—Sí, mucha suerte —convino Ethan Felino Veloz con una sonrisa al
tiempo que sacaba el revólver—. Corre, conejito —musitó sin dejar de sonreír
—. Corre.
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Lil salió corriendo de la cabaña cuando Farley llegó. Empleados, voluntarios
y estudiantes dejaron lo que estaban haciendo para acercarse. Antes de que
Farley detuviera la camioneta del todo, Lil se encaramó al estribo del lado de
Tansy y sonrió a su amiga.
—¿Qué tal ha ido?
—Bien, muy bien. Ha empezado a ponerse un poco nerviosa, como si
supiera que estábamos llegando. Te va a encantar, Lil. Es preciosa.
—¿Tienes todo su historial médico? —le preguntó Matt.
—Sí, y hablé personalmente con su veterinario. Está sana como una
manzana. Tuvo algunos problemas intestinales hace algunos meses. A su
dueña le gustaba darle trufas de chocolate… Es que de verdad… Trufas
Godiva y caviar de Beluga para las ocasiones especiales. Por lo visto a Cleo le
encanta el chocolate negro relleno de nougat y el caviar con pan muy tostado.
—Por el amor de Dios —masculló Matt.
—Ha dejado atrás la buena vida, pero creo que se adaptará —comentó Lil,
conteniéndose para no pasar a la caja de inmediato echarle un vistazo—.
Llevadla a la jaula provisional, Farley. Saquémosla de la camioneta y
enseñémosle su nuevo hogar. Apuesto a que está deseando estirar las piernas.
Se volvió hacia donde dos estudiantes seguían ocupados con el pequeño
grupo de visitantes.
—Annie —pidió a la joven que estaba junto a ella—, ¿por qué no les
dices a los del grupo que vayan hacia la jaula? Creo que esto les encantará.
Sin bajar del estribo, Lil acompañó a sus amigos.
—Os esperábamos hace una hora —comentó.
Tansy se removió en el asiento.
—Ya, es que… hemos salido un poco más tarde de lo previsto.
—¿Algún problema?
—No, no. —Tansy apartó la mirada—. Ningún problema. Cleo ha
aguantado muy bien. De hecho, ha dormido casi todo el viaje. Tengo todo el
papeleo por si quieres revisarlo cuando ya esté instalada.
En cuanto Lil vio al felino, se quedó sin aliento. Elegante, musculosa, de
centelleantes ojos dorados, Cleo estaba sentada en la jaula de viaje como una
reina en su trono.
Observó a los humanos con una expresión que a Lil se le antojó de pura
superioridad y lanzó un rugido ronco por si no acababan de entender quién
mandaba allí.
Lil se acercó para que la oliera.
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—Hola, Cleo, eres una belleza. Fuerte, poderosa…, y lo sabes. Pero aquí
mando yo. Se acabaron las trufas Godiva y los caniches.
El jaguar la siguió con aquella mirada de ojos exóticos mientras Lil
rodeaba la jaula.
—Vamos a sacarla. No acerquéis las manos a los barrotes. Puede que su
forma preferida de matar sea agujerear cráneos, pero no se le caerán los
anillos por dar un buen arañazo a una mano o a un brazo errante. No quiero
ninguna visita a la enfermería. Y no os dejéis engañar por su debilidad por el
chocolate. Tiene unas mandíbulas potentes, quizá las más potentes entre todos
los felinos.
Bajaron la jaula con la plataforma y, mientras los visitantes sacaban fotos,
la posicionaron en la entrada del recinto.
Cleo emitió un gruñido gutural de fastidio. Lil concluyó que estaba
molesta con la gente, su olor, el olor de los otros animales. La leona gruñó.
Lil levantó la puerta de la jaula, la bloqueó y se apartó.
El jaguar husmeó el aire mientras escudriñaba el espacio, el árbol, las
rocas, la valla. Y a los otros animales.
Agitó la cola al ver a la leona patrullar la valla que compartían, marcando
territorio.
—Este jaguar melánico o negro no ha alcanzado la madurez —explicó a
los turistas—. Obtiene su color de un alelo dominante, un emparejamiento
único de genes. Pero tiene rosetas, es decir, manchas que pueden verse de
cerca. Es uno de los cuatro grandes felinos, junto con el león, el tigre y el
leopardo.
Mientras hablaba, estudiaba las reacciones de Cleo.
—Como ves, es joven, tiene un cuerpo compacto y musculoso.
—Parece un leopardo.
Lil asintió en dirección a uno de los hombres del grupo.
—Tiene razón. Físicamente se parece a un leopardo, aunque será más
grande y robusta cuando alcance la madurez. Etológicamente se parece más a
un tigre, y como a los tigres, le gusta nadar.
Cleo avanzó con cautela hacia la abertura de la jaula. Lil permaneció
inmóvil y siguió hablando.
—Y al igual que en el caso de los tigres, las hembras pasan de los machos
después de dar a luz.
Los integrantes del grupo rieron sin dejar de sacar fotos.
—Es una cazadora especializada en el acecho y la emboscada, ninguna
otra especie posee ni de lejos sus habilidades. En libertad es una depredadora
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excepcional y se encuentra en lo más alto de la cadena alimentaria. A causa
de la deforestación, el hacinamiento, la fragmentación de sus hábitats y la
caza furtiva, la población de jaguares están menguando. Es una especie
considerada casi en peligro de extinción. Los esfuerzos conservacionistas
contribuirán a protegerla, lo cual a su vez contribuirá a proteger a otras
especies de menor envergadura.
Cleo salió de la jaula agazapada, husmeando tanto la tierra como el aire.
En cuanto cruzó el umbral de la jaula, Lil cerró la puerta con llave.
Los presentes aplaudieron.
—Aquí estará a salvo —añadió Lil—. Los empleados, estudiantes y
voluntarios del Refugio Chance cuidarán de ella, con ayuda —agregó para
que no lo olvidaran— de las donaciones de muchos benefactores y visitantes.
Aquí tendrá una buena vida, tal vez durante más de veinte años.
Observó al felino negro avanzar agazapado por la hierba, husmeándola,
olisqueando el aire antes de erguirse para acechar. Luego se agachó para
orinar y marcar territorio, al igual que la leona había marcado el suyo.
Echó a andar en círculos; incluso cuando se detuvo para beber en el
abrevadero, Lil distinguió el movimiento ondeante de sus músculos.
Cleo siguió caminando y rugiendo con su voz ronca. Se levantó sobre las
patas traseras para afilarse las garras en el árbol, y Lil sintió un
estremecimiento ante la belleza de sus líneas y la potencia de su cuerpo.
Cuando los demás se alejaron, ella siguió observándola durante casi una
hora. Y sonrió cuando Cleo trepó al árbol de un salto para tender su cuerpo
musculoso sobre una gruesa rama.
—Bienvenida a casa, Cleo —dijo en voz alta.
Por fin dejó a solas a la nueva invitada y regresó a la oficina para ocuparse
del papeleo.
Se asomó a ver a Matt y lo encontró leyendo el historial del nuevo animal.
—¿Todo según lo previsto?
—Hembra de jaguar melánico sana que todavía no ha alcanzado el estro.
Ha sido sometida a chequeos periódicos y tiene las vacunas en orden. Su dieta
ha sido un poco sospechosa. Tansy ha traído muestras de sangre, pero quiero
examinarla otra vez.
—Vale, pero démosle un par de días para que se adapte al nuevo entorno
antes de someterla a más estrés. Si quieres puedo conseguirte muestras de
orina y heces por si te interesa empezar antes.
—Cuanto antes mejor.
—Me ocuparé de ello.
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Lil pasó a la oficina que compartía con Tansy y cerró la puerta.
Tansy alzó la mirada del teclado.
—¿Todo bien?
—Hablaremos de eso dentro de un minuto. Primero quiero saber qué te
pasa.
—Nada. No quiero hablar de ello ahora. Quiero hablar de ello más tarde
—decidió Tansy—. Con alcohol.
—Vale, después de dar de comer a los animales. Abriremos una botella de
vino y nos pondremos al día. Pero ahora tengo que contarte algo.
Lil se sentó y puso a Tansy al corriente de los acontecimientos acaecidos
durante su viaje.
—Dios mío, Lil. Dios mío, podrías haber resultado herida de gravedad.
Podrías haber muerto. —Tansy cerró los ojos—. Y si uno de los estudiantes…
—Era de madrugada; los estudiantes no estaban. Hemos tomado medidas,
todas las medidas posibles. Con el nuevo sistema de seguridad, los animales,
los empleados y todos los demás estaremos a salvo. Tendría que haber
conseguido antes el dinero para modernizar el sistema.
—Hasta ahora servía, Lil. Hasta que apareció ese loco. Hay que estar
chiflado para abrir una jaula. El que lo hizo podría haber acabado como el
alce. ¿Y la policía no lo localiza? ¿Tienen alguna pista?
—De momento no. Coop cree que tiene una pista sobre su identidad.
Tansy, ¿recuerdas a Carolyn Roderick?
—Sí. ¿Qué tiene ella que ver con todo esto?
—Ha desaparecido. Desapareció hace meses mientras estaba trabajando
con un grupo en Alaska.
—¿Que ha desaparecido? Oh, no. Su familia… Hablé con su madre un par
de veces mientras Carolyn trabajaba aquí.
—Tenía un novio… Bueno, un exnovio que venía de voluntario cuando
ella hacía las prácticas.
—Ah, sí, aquel montañés. ¿Ed? No, no se llamaba Ed.
—Ethan.
—Eso, Ethan, el que siempre soltaba el rollo de que era descendiente de
Caballo Loco.
—Te acuerdas mucho mejor que yo.
—Cené con Carolyn y algunos otros estudiantes un par de veces, y él nos
acompañaba o aparecía. Estaba enamorado de sí mismo y de su linaje, lo cual
me parecía una auténtica chorrada. Pero a ella le iba el rollo y le iba él. Ethan
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le traía flores silvestres, ayudaba de vez en cuando como voluntario, la
llevaba a bailar. Carolyn estaba deslumbrada.
—Las cosas acabaron fatal entre ellos. Carolyn rompió con él, y las
personas con las que Coop se ha puesto en contacto dicen que Ethan se puso
violento —explicó Lil mientras cogía dos botellas de agua—. Después de
repasar la ficha de Carolyn recordé que Ethan iba por ahí asegurando que era
sioux y jactándose que vivía en plena naturaleza durante largos períodos de
tiempo como…, bueno, como Caballo Loco. Se moría de ganas de entrar en el
servicio del parque nacional y afirmaba que todo esto era tierra sagrada.
—¿Crees que es él? ¿Crees que él mató al puma y al lobo? ¿Qué iba a
volver para acosarte?
—No lo sé, pero la verdad es que él también ha desaparecido. Coop no ha
podido localizarlo, al menos de momento. Si recuerdas algo más sobre él, lo
que sea, deberías decírselo a Coop y Willy.
—Vale, lo pensaré. Dios, ¿crees que le habrá hecho daño a Carolyn?
—Ojalá pudiera decir lo contrario —suspiró Lil pensar en ello hacía que
se sintiera enferma, triste y culpable—. No sé si lo recuerdo o si son
imaginaciones mías, pero tengo la sensación de era un tío un poco siniestro.
Me parece recordar que me observaba. Mucho. Y quizá entonces no le di
importancia, porque algunos de los voluntarios y los estudiantes tienden a
observarme bastante. Quieren ver lo que hago y cómo lo hago, ya lo sabes.
—Sí.
—Y ahora tengo la sensación de que no es esa la impresión que tenía
cuando me observaba él. Que quizá me parecía que algo no andaba del todo
bien, pero que no le di importancia.
—Yo no lo recuerdo tan bien. Solo recuerdo que me parecía un fantasma,
pero echaba una mano y parecía empeñado en seducir a Carolyn.
—Vale.
—¿Qué más puedo hacer?
—Hablar con los estudiantes para que no se pongan nerviosos. Les he
contado todo lo que he podido y he hablado con las universidades respecto a
los nuevos. He pensado que tenía que ponerles al corriente. No creo que
ninguno de ellos corra peligro y tenemos que seguir funcionando con
normalidad, pero aun así he contado todo, y es probable que algunos se
pongan nerviosos.
—De acuerdo. Casi todos ellos estarán en la cámara procesando la carne
para la cena. Iré a echar un vistazo.
—Perfecto.
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—Hasta luego. —Tansy se levantó—. ¿Quieres que me quede aquí esta
noche?
Cobarde, se regañó Lil, a punto de asentir. Pero si asentía no sería por
miedo al psicópata que merodeaba por los montes, sino para rehuir a Cooper
Sullivan.
—No, está todo controlado. Prefiero mantener la rutina en la medida de lo
posible.
Lucius golpeó con los nudillos la puerta cuando Tansy salió.
—Te he enviado por correo electrónico fotos de Cleo y una especie de
montaje que hemos hecho mientras la trasladábamos. Puedo colgarlo todo en
la web en cuanto lo apruebes.
—Echaré un vistazo.
Céntrate, se ordenó al tiempo que se ponía en modo trabajo.
—Escribiré un texto para acompañar el montaje. Nos interesa algo
específico sobre ella, los jaguares en general y también alguna explicación de
lo que pasa entre bastidores. Luego lo colgaremos en la página de
Adopciones. ¿Se ha ocupado Mary de buscar el jaguar negro de peluche para
la dueña y para la tienda de regalos?
—Creo que te ha enviado algunas opciones por correo.
—Vale, ahora me pongo.
—¿Quieres que cierre la puerta?
—No, déjala abierta, por favor.
Cogió un refresco para darse un chute de cafeína y puso manos la obra.
Al final de la cena de los animales todavía no estaba satisfecha. Grabó el
texto y las fotos en un lápiz de memoria y se lo guardó en el bolsillo. Le
echaría otro vistazo en casa, después de un buen descanso, para verlo con
nuevos ojos.
Sabía que los contribuyentes querían fotos, pero también historias. Un
animal nuevo generaba interés, y tenía intención de aprovechar la
circunstancia. Despachó otro papeleo mientras el crepúsculo se llenaba de los
sonidos de la cena.
Por fin salió y, en cuanto el último estudiante se marchó a casa, cerró.
Algún día tendría fondos suficientes para construir la residencia. Alojamiento
para los estudiantes, cocina propia… Dentro de dos años, calculó teniendo en
cuenta el gasto que implicaría el sistema de seguridad y la construcción de
una jaula nueva.
Encontró a Tansy en el salón con una botella de vino y una bolsa de
nachos.
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—Alcohol y sal —anunció Tansy, levantando la copa a modo de brindis
—. Justo lo que necesitaba.
—Manjar de dioses. —Lil se quitó el chaquetón y el sombrero y se sirvió
una copa—. Pareces cansada.
—Es que anoche no dormí mucho —explicó Tansy antes de beber un
generoso trago de vino—. Estuve demasiado ocupada haciéndomelo con
Farley.
—Oh —exclamó Lil y decidió que aquello requería tomar asiento—.
Vale, bueno, sí, esta noticia se digiere mejor con una bebida para adultos.
Caramba.
—Y fue genial, genial, genial —prosiguió Tansy, hincando el diente a un
nacho—. ¿Y ahora qué hago?
—Pues… ¿repetir?
—Por el amor de Dios, Lil, ¿qué he hecho? Sabía que no debía hacerlo,
pero… pasó. —Otro largo trago de vino—. Cuatro veces.
—¿Cuatro veces? Cuatro veces en una noche. Qué bárbaro. Brindo por
Farley.
—No es broma.
—Desde luego que no; cuatro veces es una proeza.
—Lil…
—Tansy, eres una mujer adulta, y Farley es un hombre adulto.
—Cree que está enamorado de mí —masculló Tansy sin dejar de comer
nachos—. ¿Sabes lo que me dijo anoche?
—¿Antes o después de las cuatro veces?
—Después, maldita sea. Y también antes. Estaba yo allí intentando ser
sensata, justa, realista…
—Y desnuda.
—Cierra el pico. Y va él y me mira. Joder, cómo me mira.
Tansy le contó todo lo que le había dicho Farley, casi al pie de la letra.
—Oh —suspiró Lil sin poder contenerse, llevándose una mano al corazón
—. Es precioso. Y tan tan propio de Farley…
—Lo sé. Lo sé, Lil, pero esta mañana, mientras desayunábamos en aquel
restaurante, yo estaba allí intentando conservar la compostura…, no sé,
tomarme las cosas con calma, ser sensata, y él venga sonreírme.
—Bueno, después de cuatro veces no me extraña que no dejara de sonreír.
—¡Basta! Va y me dice: «Tansy, voy a casarme contigo, pero… puedes
tomarte un tiempo para acostumbrarte a la idea».
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—¡Uau! —exclamó Lil, que se quedó boquiabierta durante unos instantes
hasta que logró cerrarla para beber otro sorbo—. Repito: ¡Uau!
—Da igual lo que le diga, él se limita a sonreírme y asentir, y cuando
salimos del restaurante, me coge otra vez y me besa hasta volverme
completamente loca. Creo que me he dejado medio cerebro en Montana.
—¿Ya habéis fijado la fecha?
—¿Quieres parar? No me estás ayudando.
—Lo siento, Tansy, pero es que estás aquí sentada, comiendo nachos
compulsivamente y diciéndome que un tío genial, realmente genial, te quiere
y te desea. Un hombre con el que, encima, anoche tuviste varios orgasmos…
supongo.
—Sí, varios es la palabra justa. Es muy… atento y enérgico.
—Ahora estás fardando.
—Un poco. Dios, Lil, es sincero, encantador y… un pelín aterrador. Estoy
hecha un lío.
—Lo cual es una novedad. Me gusta que estés enamorada de él y todo lo
que se me ocurre es positivo. Lo único que puedo hacer es alegrarme y estar
un poco celosa.
—No debería haberme acostado con él —continuó Tansy—. Ahora he
complicado las cosas aún más, porque antes podía pensar que simplemente
me ponía caliente, pero ahora sé que me pone caliente y que además estoy
loca por él. ¿Por qué siempre hacemos lo mismo? ¿Por qué siempre acabamos
acostándonos con ellos?
—No lo sé. Yo me he acostado con Coop.
Tansy se comió otro nacho y se lo tragó con ayuda del vino.
—Pensaba que aguantarías un poco más.
—Y yo —reconoció Lil—. Ahora estamos cabreados. Creo, al menos yo
le he echado un par de mocos esta mañana. Y mientras se los echaba tenía
clarísimo que un noventa por ciento autodefensa y un diez por ciento verdad.
—Te rompió el corazón.
—En mil pedazos. Farley es incapaz de hacerte algo así.
Los ojos oscuros y profundos de Tansy se suavizaron.
—Pero yo podría rompérselo a él.
—Sí, podrías. ¿Lo harás?
—No lo sé, ese es el problema. No quiero hacerlo. Farley no es lo que
buscaba. Cuando pensaba en el tipo de hombre que buscaba para más
adelante, desde luego no me venía a la cabeza un vaquero blanco y flaco.
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—Creo que elegimos menos de lo que creemos. —Lil, pensativa, metió la
mano en la bolsa de nachos—. Si pudiera elegir, me habría decantado por
Jean-Paul. Es mucho más adecuado para mí. Pero no es el hombre de mi vida
y no pude convertirlo en el hombre de mi vida. Así que acabé haciéndole
daño a pesar de que no era mi intención.
—Ahora estoy deprimida.
—Lo siento. Bueno, basta de hablar de corazones rotos —decretó Lil,
sacudiéndose como si se quitara un peso de encima—. Hablemos de esos
cuatro polvos con Farley. Quiero todos los detalles.
—Ni hablar —replicó Tansy divertida, señalándola con un dedo—. Al
menos no con una sola copa de vino. Y puesto que un tengo que conducir, no
pienso beber más. Me voy a casa a pensar en otra cosa. En cualquier otra
cosa. ¿Estarás bien?
—Hay media docena de hombres armados ahí fuera.
—Vale, pero me refería a Cooper.
Lil lanzó un suspiro.
—Haré la última guardia, así eludiré el problema, porque él hará la
primera. No es la solución, pero sí un parche. Una pregunta Tansy, y contesta
sin pensar. ¿Estás enamorada de Farley? No solo loca por él, sino enamorada.
—Creo que sí. Ahora estoy aún más deprimida —masculló al tiempo que
se levantaba—. Me voy a casa para estar deprimida a solas.
—Buena suerte. Hasta mañana.
Una vez a solas, Lil se preparó un bocadillo y una cafetera pequeña.
Luego se sentó a la mesa de la cocina y comió mientras leía los textos para la
web.
Tensó todos los músculos al oír la puerta, pero se relajó al ver que era su
madre.
—Te dije que no vinieras esta noche.
—Tu padre está aquí, así que yo también. Te aguantas.
Como si estuviera en su casa, Jenna abrió la nevera, suspiró al ver su
contenido y sacó una botella de agua.
—Estás trabajando; no quería interrumpirte.
—No pasa nada, solo estoy puliendo algunos artículos para la web sobre
nuestra nueva princesa.
—La he visto, Lil. Es preciosa. Tan elegante y misteriosa… traerá mucha
atención.
—Creo que sí. Y aquí será feliz. Tendrá mucho espacio cuando acabemos
su hábitat definitivo. Una dieta sana, buenos cuidados… El año que viene
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veré si puedo hacerla criar.
Jenna asintió y se sentó.
—Probablemente no sea nada, pero quería contarte…
—Oh, oh…
—Conoces a Alan Tobías, ¿verdad?, el forestal.
—Sí. A veces trae a sus hijos al refugio.
—Está echando una mano esta noche.
—Qué amable. Debería ir a darle las gracias.
—Sí, en algún momento. Nos ha dicho que ha desaparecido un
excursionista.
—¿Cuánto hace?
—Tenía que estar de vuelta sobre las cuatro. Su mujer no empezó a
preocuparse en serio hasta las cinco.
—Bueno, solo son las ocho.
—Pero ya es de noche, y el hombre no contesta al móvil.
—Hay poca cobertura por aquí, ya lo sabes —le recordó Lil con los
nervios de punta, aunque obligándose a hablar en tono sereno.
—Sí, y probablemente no sea nada. Seguro que se ha perdido y, si no
encuentra el camino muy pronto, puede que acabe pasando una noche de
perros ahí fuera. Pero estaba caminando por Crow Peak, Lil, y eso no está
lejos de donde capturaste al puma con Coop.
—Se tarda un día entero en llegar hasta la cima y volver, y no es una ruta
fácil. Si no tiene experiencia, podría tardar incluso más, más de lo que le haya
dicho a su mujer. ¿Por qué iba solo?
—No lo sé; no tengo todos los detalles —repuso Jenna, volviéndose hacia
la ventana oscura—. Lo están buscando.
—Seguro que lo encuentran.
—También han estado buscando al hombre que disparó contra tu puma, el
que vino aquí, pero no lo han encontrado.
—Él no quiere que lo encuentren —señaló Lil—, pero el excursionista sí.
—Han anunciado lluvia para la madrugada. Mucha lluvia —Jenna miró de
nuevo hacia la ventana—. Se huele en el aire, todo esto me da muy mala
espina, Lil. Tengo la impresión de que se acerca algo mucho peor que la
lluvia.
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18
L
a lluvia llegó, en efecto, y con gran violencia. Al amanecer, Lil entró en
la cabaña arrastrando los pies, colgó el chubasquero a secar y se quitó
las botas empapadas y llenas de barro.
Quería acostarse y dormir una hora más. Dos si podía, y luego pasarse un
par de días en una ducha caliente y comiendo como una loba.
A aquellas horas todavía no habían encontrado al excursionista, un tal
James Tyler, de Saint Paul, según sus fuentes. Esperaba que lo peor que
hubiera ocurrido fuera que había pasado una noche más desagradable que la
de ella.
Descalza y sigilosa, salió de la cocina y se dirigió a la escalera, pero al
asomarse al salón comprobó que el sofá no estaba ocupado. Supuso que Coop
se habría marchado a casa. No había visto su camioneta, pero a decir verdad
no habría visto gran cosa con la que estaba cayendo. Se relajó y subió la
escalera.
Pon el despertador, se dijo. Una hora y media era un buen término medio.
Y después a la cama. Una cama calentita, suave y seca.
Al entrar en el dormitorio descubrió que la cama calentita, suave y seca ya
estaba ocupada.
Apretó los dientes para contener el taco que amenazaba con escapársele,
pero cuando empezó a retroceder, Coop abrió los ojos.
—No pienso dormir en el sofá.
—Vale. Ya es de día, así que puedes levantarte y largarte. Si quieres,
prepárate café, pero no hagas ruido. Necesito dormir. —Cruzó el dormitorio
en dirección al baño y cerró con un portazo.
En fin, se ducharía antes de acostarse. Así dormiría mejor. Una buena
ducha caliente y luego a la cama. No pasaba nada. Y no había motivo para
que Coop no usara la cama después de pasarse varias horas a la intemperie en
plena noche.
Se desnudó, dejó caer la ropa en una pila y abrió los grifos con el agua
todo lo caliente que fue capaz de aguantar. Gimió de gusto al meterse bajo el
chorro y sentir el calor sobre la piel fría y los huesos helados.
Lanzó un resoplido cuando la cortina se apartó.
—¡Maldita sea!
—Quiero ducharme.
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—Es mi ducha.
Coop se limitó a entrar con ella.
—Hay mucho sitio y agua suficiente para los dos.
Lil se apartó el pelo mojado de la cara.
—Te estás pasando, Cooper.
—Pasarme sería tocarte, cosa que no voy a hacer.
—Estoy cansada, así que no voy a discutir contigo.
—Perfecto, porque no estoy de humor para discutir —replicó él mientras
cogía un poco de gel y se enjabonaba—. Esta lluvia traerá inundaciones.
Lil dejó que el agua le resbalara por la cabeza; tampoco tenía ganas de
conversación.
Salió de la ducha antes que él, se envolvió el cuerpo con una toalla y el
cabello con otra, fue al dormitorio, se puso pantalones de franela y camiseta,
y se sentó en el borde de la cama para poner el despertador.
Al poco, Coop salió del baño con el pelo húmedo, vaqueros y una camisa
que no se había molestado en abrocharse.
—¿Han encontrado al excursionista?
—No, todavía no, al menos cuando he venido.
Coop asintió y se sentó para ponerse los calcetines; la observó mientras se
metía en la cama que le había dejado caliente.
—Tienes el pelo mojado.
—Me da igual; estoy muy cansada.
—Ya lo sé.
Coop se levantó de la silla, se acercó a la cama, se inclinó sobre ella y la
besó en los labios con suavidad, como si fuera una niña adormilada.
—Hasta luego. —Le deslizó un dedo por la mejilla antes de dirigirse hacia
la puerta—. Lo nuestro no es solo sexo, Lil. Nunca lo ha sido.
Lil mantuvo los ojos cerrados mientras lo oía bajar la escalera. Esperó
hasta que oyó la puerta principal abrirse y un instante después cerrarse.
Y entonces se abandonó a la confusión que Coop le causaba. Mientras
fuera caía la lluvia, Lil lloró hasta dormirse.
Llovió toda la mañana, lo que obligó a anular las salidas y el alquiler de
caballos. Coop se ocupó de los animales de la granja y dejó de maldecir la
lluvia y el viento al cabo de una hora.
No servía de nada.
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Mientras su abuelo limpiaba y reparaba aperos, y su abuela se encargaba
de las montañas de papeleo (ambos a cubierto en la casa principal), Coop
cargó otros dos caballos en el remolque.
—Hay muchos sitios donde refugiarse en el monte —constató Lucy
mientras le empaquetaba el almuerzo—. Espero que ese pobre hombre haya
encontrado alguno. Sabe Dios cómo van a encontrarlo con este tiempo.
—Tenemos seis caballos y seis voluntarios ahí fuera. Me llevo esos dos al
pueblo por si necesitan más. Las riadas van ser un problema.
—Cuántos problemas… Demasiados. Excesivos como la lluvia.
—Ya despejará. Si necesitan más hombres para la búsqueda, os avisaré.
De lo contrario estaré de vuelta dentro de unas horas.
—Pasarás esta noche en casa de Lil.
Coop se detuvo con una mano en el picaporte.
—Sí, me quedaré allí hasta que esto esté resuelto.
—¿Y tú y Lil? —Preguntó su abuela mirándolo de hito en hito—.
¿También vais a resolverlo?
—Estoy en ello.
—No sé lo que pasó entre vosotros cuando erais unos críos y no te lo voy
a preguntar. Pero si quieres a esa chica, deja de perder el tiempo. Me gustaría
verte sentar la cabeza y ser feliz. Y qué narices, también me gustaría tener
bisnietos correteando por aquí.
Coop se frotó la nuca.
—Eso me parece un poco precipitado.
—No desde mi punto de vista. Si sales con los de la partida de búsqueda,
llévate un rifle.
Le dio la bolsa que contenía la comida y luego le puso ambos manos en
las mejillas.
—Cuida de mi chico; es muy valioso para mí.
—No te preocupes.
No hay nada de qué preocuparse, se dijo mientras recorría el difícil
trayecto hasta Deadwood. No era él el acosado ni el que se había perdido en
el monte. Lo único que hacía era dar el siguiente paso, es decir, proporcionar
caballos y dos ojos más en caso necesario. En cuanto a Lil, lo único que él
podía hacer era estar junto a ella.
¿La quería?
Siempre la había querido. También en ese sentido había dado el siguiente
paso y vivido sin ella. ¿Y dónde había acabado Lil? Justo donde quería estar,
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donde necesitaba estar. Haciendo lo que siempre había soñado hacer. Había
conseguido su meta, y en cierto modo, él también.
Y ahora estaba dando una vez más el siguiente paso. El problema era que
no sabía a qué atenerse con Lil.
¿Eran amigos? ¿Amantes ocasionales? ¿Un puerto seguro en medio de la
tormenta?
Y una mierda. Todo eso ya no bastaba, al menos para él. De modo que
seguiría intentándolo, porque ese era el siguiente paso desde su punto de
vista. Y entonces ambos sabrían a qué atenerse.
Entretanto haría cuanto estuviera en su mano para protegerla y ella tendría
que aceptarlo.
Gull salió de los establos cuando oyó llegar a Coop. El agua le resbalaba a
chorros por el ala del sombrero y por el chubasquero reluciente mientras
ayudaba a Coop a descargar los caballos.
—Todavía no lo han encontrado —gritó para hacerse oír por encima del
estruendo de la lluvia—. Es imposible rastrear con este tiempo. Entre el
deshielo y la lluvia, allá arriba está todo inundado. Un asco, jefe.
—Necesitarán más caballos.
Coop alzó la mirada hacia el cielo negro y furioso. Aunque los
helicópteros pudieran despegar, ¿qué verían con aquel tiempo? En aquellas
circunstancias, la búsqueda por tierra era la mejor opción.
—Están intentando localizar su móvil o algo así. La señal —explicó Gull
mientras conducía su caballo a un establo seco—. No sé cómo les va, pero si
no me necesitas aquí, podría subir a sustituir a alguien que lleve mucho rato
buscando.
—Llévate el caballo que quieras y llámame luego. No te me pierdas, Gull.
—Vale. Si ese tipo tiene dos dedos de frente, se habrá resguardado en
alguna cueva cerca de la cumbre. Pero no sé si tiene dos dedos de frente.
Tengo entendido que todos los demás excursionistas que andaban por allí
están localizados. Solo falta el tipo de Saint Paul.
—Mucho tiempo para andar perdido con esta lluvia.
—Cierto. Dicen que no han encontrado ni rastro de él —refirió Gull
mientras ensillaba un gran bayo castrado—. Un par de excursionistas lo
vieron e incluso charlaron un rato con él en el cruce de Crow Peak. Ellos
tomaron el sendero hacia el sur, y él se dirigía al norte, hacia la cumbre. Pero
eso fue ayer antes de mediodía.
—¿Y vieron a alguien más?
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—Sí, en el cruce y en la ruta del sur, pero no en la ruta de la cumbre. El
tipo subió solo.
—En tal caso esperemos que tenga dos dedos de frente. Si necesitan más
relevos, diles que ando por aquí. Y llámame.
Coop condujo hasta la oficina y preparó una cafetera. Mientras no lo
avisaran para la búsqueda, tenía intención de averiguar cuánto pudiera acerca
de Ethan Howe.
Pasó la hora siguiente hablando con policías e investigadores de Alaska,
Dakota del Norte y Nueva York, inmerso en el lento cometido de llenar
algunas lagunas. Habló con el agente de condicional de Howe, así como con
sus antiguos caseros, y añadió algunos nombres a la lista de personas a las que
debía telefonear.
A Howe se le conocían pocas amistades, y muy espaciadas. Era un
solitario, una especie de vagabundo que prefería las zonas pocas pobladas;
por lo que dedujo Coop, rara vez permanecía más de seis meses en el mismo
sitio. Por lo general acampaba, aunque a veces se alojaba en moteles o
habitaciones que alquilaba por semanas y pagaba en efectivo.
Un historial laboral precario: Jornalero, mozo de labranza, guía rural…
Reservado. Callado. Trabajaba duro, pero no era de fiar. Iba y venía.
Coop siguió indagando hasta dar con un bar en Wise River, Montana.
Esto es como un encaje de bolillos, pensó Coop mientras marcaba el
número. Como morderse la propia cola. Conseguiría lo mismo tirando un
dardo a un mapa y viendo dónde se clavaba.
—Bender’s.
—Quiero hablar con el propietario o con el encargado.
—Soy Charlie Bender, el dueño del bar.
—¿También era el dueño en julio y agosto de hace cuatro años?
—Hace dieciséis años que tengo este bar. ¿Qué pasa?
—Señor Bender, me llamo Cooper Sullivan y soy investigador privado
con licencia en Nueva York.
—¿Y por qué me llama desde Dakota del Sur? Tengo identificación de
llamadas, colega.
—Es que estoy en Dakota del Sur. Le daré mi número de licencia por si
quiere comprobarlo. —Había vendido la agencia, pero su licencia seguía en
vigor—. Estoy buscando a alguien que trabajó para usted un par de meses en
verano de 2005.
—¿Quién?
—Ethan Howe.
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—No me suena. Cuatro años es mucho tiempo y aquí entra y sale mucha
gente. ¿Qué quiere de él?
—Puede que esté relacionado con la desaparición de una persona, un caso
en el que estoy trabajando. Por entonces tendría veinte muchos años —
explicó Coop antes de darle una descripción.
—Podría ser cualquiera.
—Acababa de cumplir condena por agresión.
—Sigo sin ponerle cara.
—Afirma tener sangre sioux y le gusta fardar de sus habilidades como
montañista. Es reservado, pero muy amable y seductor con las mujeres. Al
menos al principio.
—Jefe. Lo llamábamos Jefe porque después de tomarse un par de
cervezas siempre contaba que estaba emparentado con Caballo Loco. Menudo
capullo. Recuerdo que llevaba un collar que según él era de dientes de oso.
Contaba que él y su padre cazaban osos y otros bichos. No trabajaba mal,
pero no se quedó mucho tiempo. Se largó con mi mejor camarera.
—¿Recuerda cómo se llamaba?
—Sí, Molly Pickens. Trabajó para mí durante cuatro años antes de que
apareciera Jefe. Luego se largó con él, y yo me quedé sin dos empleados.
Tuve que traer a mi mujer para que sirviera mesas, y recuerdo bien que me
machacó vivo por eso.
—¿Sabe cómo podría ponerme en contacto con Molly?
—No sé nada de ella desde aquel mes de agosto.
Coop sintió un hormigueo en la nuca.
—¿Tiene familia? ¿Amigos? ¿Alguien con quien pueda hablar?
—Oiga, amigo, yo no controlo a la gente, ¿vale? Llegó aquí buscando
trabajo, y le di trabajo. Se llevaba bien con los demás, con los clientes… Se
ocupaba de sus propios asuntos y yo de los míos.
—¿De dónde era?
—Joder, cuántas preguntas… Del este, creo. Una vez dijo que estaba harta
de su viejo, no sé si se refería a su padre o a su marido, y que se había largado
por eso. Nunca me dio problemas hasta que se largó con Jefe.
—Se fue sin avisar. ¿Se llevó sus cosas?
—No tenía gran cosa. Hizo una maleta con ropa y tal, vació la cuenta y se
largó en su viejo Ford Bronco.
—¿Le gustaba estar al aire libre? ¿Ir de excursión, de acampada?
—Pero ¿qué coño? ¿A quién busca, a él o a ella?
—Ahora mismo a los dos.
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Bender lanzó un ruidoso suspiro.
—Ahora que lo dice, sí que le gustaba estar al aire libre. Era una buena
chica, y fuerte. Le gustaba salir de excursión y hacer fotos en el parque
nacional en sus días libres. Me dijo que quería ser fotógrafa. Se sacaba algún
dinero extra vendiendo fotos a los turistas. Imagino que se las está apañando
bien en alguna parte.
Coop no estaba tan seguro. Siguió sonsacando detalles a Bender y
tomando notas.
Una vez recopilados todos los datos, se reclinó en la silla, cerró los ojos y
repasó mentalmente lo que sabía. Patrones, pensó. Patrones, círculos y ciclos.
Si sabías buscarlos, siempre aparecían.
Por fin cerró y fue a ver a Willy.
El rostro del sheriff era una máscara de fatiga, tenía los ojos inyectados en
sangre y la voz reducida a un susurro ronco.
—He pillado algo —masculló antes de sepultar un gran estornudo en un
pañuelo rojo—. Maldita primavera. He llegado de la búsqueda hace
aproximadamente media hora. —Cogió una gruesa taza blanca—. Sopa
instantánea. No noto el sabor de nada, pero mi madre siempre dice que
cuando tienes catarro hay que comer sopa de pollo, así que en eso estoy.
—No lo habéis encontrado.
Willy negó con la cabeza.
—Con este tiempo no nos encontraríamos ni la polla. Se supone que
mañana despejará. Si ese pobre diablo sigue vivo, debe de estar pasándolo
fatal. —Bebió un sorbo de sopa con una mueca—. Es como si me estuvieran
ligando las amígdalas. Solo ha pasado un día. Si no está herido o muerto, y si
ha podido resguardarse de la lluvia, no le pasará nada. Llevaba comida.
Barritas energéticas agua, frutos secos y tal. De hambre no se morirá. Lo que
más me preocupa es que lo sorprenda una riada y se ahogue.
—¿Necesitáis más hombres allá arriba?
—Vamos bien. De hecho, también me preocupa que alguno de los
hombres se ahogue o se caiga por un precipicio. Han tenido que traer a dos de
vuelta. Un tobillo roto y lo que primero creímos que era un infarto y resultó
no ser más que una indigestión. Si tenemos que volver a subir mañana,
necesitaremos caballos de refresco.
—Los tendrás. Willy…
Se interrumpió cuando una mujer apareció en el umbral.
—Sheriff.
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—Señora Tyler, entre y siéntese, por favor —la instó Willy mientras se
levantaba jadeando para acompañarla hasta una silla—. No debería haber
salido con este tiempo.
—No puedo quedarme sentada en la habitación del hotel. Me estoy
volviendo loca. Necesito saber lo que está pasando, sea lo que sea.
—Estamos haciendo todo lo posible. Tenemos a muchos hombres
buscando a su marido, señora Tyler; hombres que conocen los caminos, que
han participado en muchas partidas de rescate. Me dijo usted que su marido es
un hombre sensato.
—Por lo general sí.
Se llevó una mano a los ojos inundados de lágrimas. A juzgar por su
aspecto, Coop dudaba que hubiera dormido más de una hora desde que su
marido había desaparecido.
—No debería haber insistido en subir a la cima —prosiguió la señora
Tyler, meciéndose en la silla como si el movimiento la ayudara a mantener la
calma—. En los últimos cinco años prácticamente solo ha caminado en la
cinta de casa.
—Pero usted me dijo que estaba en forma.
—Sí. Debería haber ido con él —gimió la mujer, mordiéndose el labio
mientras se mecía con más fuerza—. No debería haberle dejado ir solo, pero
no me apetecía pasarme el día caminando por el monte. Yo quería alquilar
unos caballos, pero a Jim le ponen nervioso. Creí que podría convencerlo para
que volviera conmigo cuando llegamos al cruce de caminos. Me puso tan
furiosa que no me hiciera caso que le contesté mal. Lo último que hice fue
hablarle mal.
Willy la dejó llorar y pidió a Coop por señas que se quedar mientras
acercaba una silla para poder darle a la mujer unas palmaditas de consuelo en
el brazo.
—Sé que está asustada y me gustaría tener más noticias que darle, algo
que la tranquilizase.
—Su móvil. Usted me dijo que intentarían localizar su móvil.
—Sí, lo hemos intentado, pero no localizamos la señal. Puede que se
quedara sin batería.
—Habría llamado. Habría intentado llamar —aseguró con voz temblorosa
al tiempo que se enjugaba el rostro con un pañuelo de papel—. No querría
que me preocupara. Cargamos los teléfonos antes de salir del hotel por la
mañana. Dicen que habrá inundaciones. Lo han dicho en las noticias.
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—Su marido es un hombre sensato. Y un hombre sensato se quedaría en
las tierras altas. No lo hemos encontrado, señora Tyler pero tampoco hemos
encontrado indicio alguno de que le haya pasado algo. Quédese con eso de
momento.
—Lo intento.
—Buscaré a alguien para que la acompañe al hotel. Si quiere, puedo
asignar a una persona para que se quede con usted; así no tendrá que estar
sola.
—No, no hace falta. No he llamado a mis chicos, a nuestros hijos. Estaba
tan convencida de que volvería esta mañana, pero ahora… hace veinticuatro
horas que tendría que haber vuelto. Creo que tengo que llamarlos.
—Como quiera.
—A Jim se le metió entre ceja y ceja hacer este viaje. Wild Bill, Calamity
Jane, Caballo Loco, las Colinas Negras… Tenemos un nieto de tres años y
otro en camino. Jim dijo que debíamos practicar un poco para luego llevarlos
de excursión. Incluso compró equipos nuevos.
—Y dice usted que llevaba todo lo que recomiendan las guías —comentó
Willy mientras la llevaba afuera—. Mapa, linterna…
Coop se acercó a la ventana para contemplar la lluvia estrellarse contra el
suelo. Esperó a que Willy volviera y cerró la puerta del despacho.
—Otra noche allá arriba no le vendrá nada bien a Jim Tyler.
Coop se volvió.
—Si se ha topado con Ethan Howe, puede que no tenga una segunda
noche.
—¿Quién es Ethan Howe?
Coop le contó cuanto sabía en un informe rápido y conciso, tal como le
habían enseñado cuando era policía e investigador.
—No es una conexión demasiado sólida con Lil y sus animales, pero al
menos es una conexión —concedió Willy—. Pero que tú sepas o ella
recuerde, ¿ese tal Howe y Lil nunca tuvieron problemas ni conflictos?
—Lil casi no se acuerda de él, lo único que recuerda es que salía con
aquella estudiante. Es un tipo problemático, Willy. Vagabundo, solitario,
ilocalizable… salvo por la condena que cumplió. Había bebido y tuvo un
desliz. Por lo demás es muy discreto cuando está con gente. Le gusta hablar
de sus raíces indias, pero no destaca. Eso sí, tiene mala leche y es un
fantasmón; esos son sus principales puntos débiles.
—Conozco a mucha gente que tiene esos mismos puntos débiles.
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—Suficiente mala leche, según los amigos y familiares de la chica, para
asustarla —añadió Coop—. Carolyn Roderick era el mismo tipo de chica que
la de Montana. Deportista, fuerte, sin pareja. Molly Pickens vació su cuenta
bancaria y se fue con él.
Willy se reclinó con el tazón blanco de sopa y asintió mientras seguía
bebiendo.
—Por voluntad propia.
—Y eso es lo último que sé de ella, que se marchó con él por voluntad
propia. No ha usado sus tarjetas de crédito desde ese mes de agosto, y hasta
entonces había usado una Master Card con regularidad. No ha renovado su
carnet de conducir. No ha presentado ninguna declaración de la renta. Se
marchó de Columbus, Ohio, en 1996 a los dieciocho años. Al parecer su
padre era un maltratador; no denunció su desaparición. Carolyn dejó algún
rastro sobre papel. Lo he seguido, pero desde que se fue con Ethan Howe,
nada de nada. Ni rastro.
Willy respiró con expresión pensativa y exhaló el aire con pitido.
—Crees que mató a la camarera y a la estudiante.
—Pues sí.
—Y crees que es él quien ha estado causando problemas a Lil.
—Tendría sentido y da el perfil.
—Y si Tyler se topó con él…
—Puede que no quiera que lo vean, puede que no quiera que un
excursionista vuelva a casa y hable del hombre al que conoció en ruta. O
puede que Tyler diera con su campamento y lo sorprendiera en plena caza
furtiva. O puede que le guste matar y punto. Más cosas…
—Uf —suspiró Willy, pellizcándose el puente de la nariz—. Venga,
dispara.
—Melinda Barrett, veinte años.
Willy frunció el ceño.
—Es la chica a la que encontrasteis Lil y tú.
—Fuerte, guapa, deportista. Salió sola de excursión. Apuesta a que fue la
primera. Por entonces debía de tener su misma edad. Y ha habido otras. —
Coop dejó caer una carpeta sobre la mesa de Willy—. Te he hecho una copia
de mi expediente.
Willy abrió los ojos como platos, pero no para mirar la carpeta sino a
Cooper.
—Madre mía, Coop, estás hablando de un asesino en serie. Estás
hablando de un tipo que lleva unos doce años matando.
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—Menos durante el año y medio que pasó en la cárcel, según mis
cálculos. El problema de relacionar el primer asesinato con los otros que
descubrí y que se parecían a ese primero residía en el período de tiempo
transcurrido. Pero cuando añades a la lista a personas desaparecidas,
cadáveres que nunca se han encontrado, será por casualidad sea porque él se
ha encargado de que nadie los descubra… entonces todo cuadra.
Willy bajó la mirada hacia la carpeta, quiso decir algo pero se vio
interrumpido por un fuerte ataque de tos. Agitó la mano hasta que logró
recuperar el aliento.
—Maldita primavera —se quejó—. Revisaré lo que me has traído. Lo
leeré y después querré hablar contigo de ello.
Tomó un último sorbo de la sopa ya tibia.
—¿Quieres trabajar para mí?
—Ya tengo trabajo.
—Lo de ser policía se lleva en la sangre —sonrió Willy.
—Ahora mismo solo quiero mis caballos, la verdad. Pero este caso me
interesa de una forma especial. No pienso darle ocasión de ponerle la mano
encima a Lil. Ni hablar. —Coop se levantó—. Si me buscas para hablar,
probablemente estaré allí.
Volvió a casa para meter ropa limpia en una bolsa de lona. Paseó la
mirada por el reformado barracón y se dijo que había pasado menos noches
allí que en el sofá de Lil. O en su cama.
Como debe ser, concluyó antes de salir a la lluvia implacable para cargar
la bolsa en la camioneta y dirigirse a la casa principal.
Hizo sentar a sus abuelos a la mesa de la cocina y les contó todo.
Cuando terminó, Lucy fue a la alacena, sacó una botella de whisky y
sirvió tres chupitos. Luego se sentó y apuró el suyo de un trago y sin
pestañear siquiera.
—¿Se lo has contado a Jenna y a Joe?
—Iré a verlos de camino al refugio. No puedo demostrar…
—No tienes que demostrar nada —lo interrumpió Sam—. Con lo que
crees basta. Rezaremos porque te equivoques acerca del hombre al que andan
buscando. Rezaremos por que se haya perdido y salga de esta con un simple
buen susto y un catarro.
—Bien, pero rezad dentro de casa. He dado de comer y acostado a los
animales. Volveré al amanecer. Quiero que os quedéis dentro, cerréis puertas
y ventanas y tengáis la escopeta a mano. Necesito que me lo prometáis —
insistió con firmeza al observar el ángulo testarudo que formaba la mandíbula
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de su abuelo—. Si no me dais vuestra palabra, no podré ir a casa de Lil para
protegerla.
—Me estás presionando —masculló Sam.
—Sí, señor.
—Si no hay otro remedio, tienes mi palabra.
—Vale. Si oís cualquier cosa o tenéis la sensación de que algo anda mal,
me llamáis a mí y luego a la policía. No lo penséis dos veces; llamad y no os
preocupéis por si es una falsa alarma. Necesito que también me prometáis
esto, porque si no iré a buscar a dos hombres para que monten guardia delante
de la puerta.
—¿Crees que vendrá aquí? —preguntó Lucy.
—No. Lo que creo que es que tiene una misión. No creo que venga aquí,
porque este sitio no forma parte de su plan. Pero no me iré sin vuestra
promesa. Puede que necesite suministros o un sitio seco donde dormir. Es un
psicópata, así que no intentaré vaticinar lo que hará. No pienso correr riesgos
con ninguno de vosotros dos.
—Vete a casa de Lil —le dijo Sam—. Tienes nuestra palabra respecto a
todo —añadió antes de volverse hacia su mujer, que asintió—. Probablemente
Joe y Jenna van hacia allí o no tardarán en salir. Puedes hablar con ellos en el
refugio. Mientras tanto les llamaré por si todavía están en casa y se lo contaré
todo.
Coop asintió, cogió el vasito de whisky, bebió y clavó la mirada en el
fondo.
—Todo lo que me importa está aquí. En esta casa, en casa de Joe y Jenna,
en casa de Lil… Sois lo único que me importa.
Lucy alargó la mano y cubrió la suya.
—Pues díselo a ella.
Coop levantó la mirada y recordó la conversación que había sostenido con
Lil aquella mañana. Esbozó una sonrisa y contestó lo mismo que horas antes:
—Estoy en ello.
Para cuando llegó al refugio, todos estaban inmersos en el frenesí de la cena.
Ya había presenciado el procedimiento en otras ocasiones, pero nunca bajo
una lluvia como aquella. Los empleados corrían de un lado a otro envueltos
en chubasqueros negros, acarreando enormes cestos de comida, pollos
enteros, grandes pedazos de ternera, contenedores llenos de caza, todo ello
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procesado en la cámara. Cientos de kilos, calculó Coop, cada uno de ellos
lavado, preparado y transportado cada atardecer.
También toneladas de pienso enriquecido, cereales, balas de heno
cargadas, vertidas y esparcidas noche tras noche, hiciera el tiempo que
hiciese.
Contempló la posibilidad de echar una mano, pero no habría sabido ni por
dónde empezar. Además, ya había pasado muchas horas bajo la lluvia y no
tardaría en pasar algunas más.
Entró en la cabaña con la tartera de estofado de ternera que le había dado
su abuela. Decidió que sería más útil si tenía la cena preparada.
Abrió una botella de vino tinto y dejó que se aireara mientras calentaba el
estofado y los panecillos de leche.
Resultaba extrañamente relajante trabajar en la acogedora cocina mientras
la lluvia azotaba el tejado y las ventanas, envuelto en el estruendo de los
animales salvajes. Cogió dos velas del salón, las colocó sobre la mesa y las
encendió.
Cuando Lil entró en la cabaña, empapada y malhumorada, Coop ya había
puesto la mesa y calentado el estofado y los panecillos; en ese momento
estaba sirviendo una copa de vino.
—Puedo prepararme la cena yo solita.
—Adelante. Más estofado para mí.
—Van a empezar con la instalación del sistema mañana, si el tiempo lo
permite. Así podremos terminar con esta locura.
—Muy bien. ¿Quieres un poco de vino?
—Es mío.
—De hecho, lo he traído yo.
—Yo también tengo vino.
—Como quieras. —Se quedó mirándola mientras bebía el primer sorbo—.
Está muy bueno.
Lil se dejó caer en el banco y fulminó las velas con la mirada.
—¿Pretendías crear un ambiente romántico?
—No, es por si se va la luz.
—Tenemos un generador.
—Que tarda un minuto en arrancar. Pero apágalas si te molestan.
Lil resopló, pero no para apagar las velas.
—Odio que seas capaz de mantener la calma cuando yo me comporto
como una auténtica zorra.
Coop sirvió una segunda copa de vino y la dejó sobre la mesa.
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—Tómate el vino de una puñetera vez, zorra. ¿Mejor así?
Lil suspiró, conteniendo a duras penas una sonrisa.
—Algo mejor.
—Menudo trabajo dar de comer a los animales con esta lluvia.
—Tienen que comer, y sí, es un trabajo. —Lil se restregó el rostro—.
Estoy cansada e irritable. Y tengo hambre, así que ese estofado, que imagino
es obra de Lucy, me vendrá de perlas. No he escrito la lista, pero me la sé de
memoria y tenemos que hablar varias cosas. Yo cambié las reglas. Fue mi
decisión, mi movida, cosa mía. Lo siento si fue un error, si afecta nuestra
amistad, no quiero eso.
—Ya cambiaste las reglas la primera vez. Fue tu decisión, tu movida, cosa
tuya.
—Supongo que tienes razón.
—No siempre puedes hacer las cosas a tu manera, Lil.
—No estoy hablando de hacer las cosas a mi manera o a la tuya. Además,
no siempre se han hecho a mi manera, ni mucho menos. Solo quiero que
volvamos a pisar tierra firme, Coop, para que…
—Puede que tengamos que posponerlo un poco. Tengo que contarte lo
que he averiguado acerca de Ethan Howe.
—El hombre que crees que raptó a Carolyn Roderick.
—Sí, y también el hombre que creo que raptó a otras mujeres y las mató.
El hombre que creo que mató a Melinda Barrett.
Lil se quedó petrificada.
—¿Por qué crees que la mató a ella? De eso hace casi doce años.
—Te lo contaré mientras cenamos. Y Lil… si hay algo en tu lista mental
que no encaje con mi presencia aquí para asegurarme de que no te pase nada,
ya puedes ir tachándolo.
—No tengo intención de rechazar ninguna ayuda que nos proteja a mí,
mis compañeros, mi familia y mis animales. Pero no eres responsable de mí,
Cooper.
—La responsabilidad no tiene nada que ver con esto.
Coop dispuso el estofado y los panecillos sobre la mesa. La luz de las
velas danzaba entre ellos mientras comían y él le hablaba de asesinatos.
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19
L
il lo escuchó sin apenas interrumpirlo mientras Coop desgranaba los
hechos y los tejía en forma de teoría. Intentó de nuevo forjarse una
imagen clara del hombre al que se refería, pero tan solo acudían a su mente
contornos vagos, detalles borrosos, como un dibujo a lápiz muy antiguo.
Ethan Howe no había significado nada para ella, no le había causado
ninguna impresión especial. Apenas si habían hablado las veces que acudió
para trabajar de voluntario o para ver a Carolyn.
—Recuerdo que me preguntó por mi ascendencia, el linaje de los sioux
lakota. La clase de preguntas que suele hacerme la gente que no me conoce.
Lo incluimos en mi currículum porque despierta interés y muestra que mi
familia lleva varias generaciones viviendo en estos montes. Pero él quería
más detalles y me contó que él también era sioux y que descendía de Caballo
Loco.
Levantó las manos.
—Eso también pasa a menudo. Algunas personas quieren reafirmar su
ascendencia y, ya que lo hacen, ¿por qué no ir a por el premio gordo, por así
decirlo? No le presté mucha atención porque todos esos rollos de parentesco
con Toro Sentado o Caballo Loco suelen parecerme una auténtica chorrada.
—Así que pasaste de ello y de él.
—Probablemente fui cortés. No suelo mostrarme insultante con la gente, y
menos con los voluntarios y los donantes potenciales. Pero tampoco lo invité
a una cerveza para que pudiéramos hablar de nuestros antepasados.
—Pasaste de él —repitió Coop—. Cortésmente.
Lil resopló.
—Es posible. La verdad es que apenas lo recuerdo. Era un chico corriente,
un poco pesado, pero solo porque parecía más interesado en preguntarme por
esas cosas que por el refugio. Cada semana tengo docenas de conversaciones
con personas a las que conozco y a las que apenas recuerdo, Coop.
—Pero la mayoría de ellas no va por ahí matando. Haz un esfuerzo.
Lil se llevó las manos a los ojos e intentó concentrarse, remontarse en el
tiempo hasta aquel verano, aquel período tan breve. Hacía calor, pensó. Aquel
verano hizo calor, y los insectos, así como los parásitos y las enfermedades
que portaban, eran enemigos omnipresentes e implacables.
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Limpiar, desinfectar… Tenían una marmota herida. ¿O eso había sido el
verano anterior?
Los olores. Sudor, heces, protector solar.
Muchos turistas.
El verano era la mejor época para eso.
Visualizó una imagen vaga de ella de pie junto a una jaula, enjuagándola
por segunda vez después de limpiarla y desinfectarla. ¿Hablando con él? Sí,
explicándole algo acerca de los procedimientos y protocolos para
proporcionar a los animales un entono seguro, limpio y saludable.
—La jaula del puma —murmuró—. Acababa de limpiar sus juguetes. La
pelota azul que tanto le gustaba a Baby, el palo naranja la pelota roja… Todo
limpio y apilado mientras enjuagaba la jaula y le explicaba todos los pasos de
la limpieza diaria. Y…
Intentó recordar, pero no acababa de verle la cara. No era más que otro
chaval con tejanos, botas y sombrero de vaquero. Pero…
—En un momento dado me pregunto si creía estar recuperando tierra
sagrada para mi pueblo y sus espíritus…, los animales. Yo tenía mucho
trabajo. No recuerdo exactamente qué le dije, pero probablemente que me
interesaba más proteger a los animales de verdad y educar a la gente que a sus
espíritus.
—O sea que pasaste de él otra vez —señaló Coop con un gesto
asentimiento.
—Maldita sea —exclamó Lil mientras se pasaba la mano por el cabello—.
Haces que parezca una zorra, y estoy segura de que no me comporté así. Ese
chaval nos estaba echando una mano, así que seguro que fui amable con él.
Además, lo que le dije no era del todo cierto. El puma es mío. Espíritu, guía,
talismán… como quieras llamarlo. Pero es algo personal e íntimo que no
cambio por nada.
—¿Recuerdas algo más? ¿Algo que dijera o hiciera? ¿Su reacción?
—Estábamos muy ocupados. Chichi, la hembra de leopardo que perdimos
aquel otoño, estaba enferma. Era vieja y estaba enferma, de modo que yo no
estaba por la labor. La verdad, no sé si es por lo que sé ahora o si será cierto,
pero Ethan Howe no me caía demasiado bien. Aparecía de repente como de la
nada y pasaba mucho tiempo cerca de las jaulas, observando a los animales y
a mí.
—¿Particularmente a ti?
—Esa es la sensación que tengo ahora. Pero la gente me observa mucho;
el refugio es mío, yo lo dirijo y lleva mi nombre. Pero… Baby tampoco le
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gustaba. Lo había olvidado. A Baby le gusta que le presten atención, pero no
se acercaba a la valla cuando ese tipo andaba cerca. No ronroneaba. De
hecho, un par de veces se abalanzó contra la valla cuando Ethan estaba allí. Y
no es la conducta habitual de Baby. No es agresivo, y le gusta la gente.
—Pero ese tipo no.
—Creo que no. Por lo demás, Ethan no pasaba demasiado tiempo aquí, y
no hablábamos mucho. Lo que sí sé es que no llevaba ningún collar de dientes
de oso. Me habría dado cuenta y lo recordaría.
—Habría llamado la atención en un sitio como este, un refugio para
animales. Lo habrías notado y le habrías comentado algo —aseguró Coop,
escudriñándole el rostro—. Y no te habría gustado.
—Tienes razón. Coop, ¿de verdad crees que ese hombre ha matado a
todas esas personas? ¿Crees que mató a Melinda Barrett?
—No tengo pruebas, solo indicios circunstanciales y conjeturas.
—No te he preguntado eso. ¿Qué es lo que piensas?
—Que sí. ¿Por qué no estás asustada?
—Sí que lo estoy —afirmó ella con un estremecimiento que reforzaba sus
palabras—. Pero tener miedo no ayuda. Tengo que hablar con mis padres.
Tienen que saberlo.
—Mi abuelo se ha ocupado de ello. Creía que estarían aquí.
—Les he pedido que se queden en casa esta noche. Me las he ingeniado
para que se sientan culpables —añadió con una sonrisa algo tensa—. «¿Estáis
preocupados por mí? ¿Y no se os ha ocurrido que yo también estoy
preocupada por vosotros? Me preocupa que no durmáis lo suficiente» y
blablablá. Mi padre ha participado seis horas en la búsqueda. Mi madre ha
salido a patrullar. Han asignado a Jerry Tobías para acompañarla, y él llevaba
cinco años sin montar tantas horas. Ahora me arrepiento de haberles dicho
que se quedaran en casa. Si estuvieran aquí, estarían hechos polvo pero a
salvo.
—Llámalos; te quedarás más tranquila.
Lil asintió.
—Si tienes razón, Ethan Howe lleva matando desde que era casi un crío.
No entiendo lo que puede impulsar a una persona actuar así, a convertir la
muerte en la misión de su vida.
Coop se reclinó en la silla sin dejar de mirarla.
—De eso se trata exactamente, de la misión de su vida. Tal vez no
entiendas sus motivaciones, pero eso sí lo entiendes. He averiguado algunas
cosas sobre él. Pasó algún tiempo tutelado cuando era niño, rebotando entre la
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casa de sus padres y hogares de acogida. Su padre pasó un tiempo entre rejas,
no mucho. De vez en cuando les pegaba a él y a su madre. Ella nunca lo
denunció. Se mudaban a menudo. Luego desapareció durante un tiempo. Por
lo visto se dedicaban al trabajo itinerante, tanto aquí como en Wyoming y
Montana. Su viejo fue detenido por caza furtiva aquí mismo, en el parque
nacional.
—¿Aquí?
—Cuando Ethan tenía unos quince años. De esa época no se sabe nada de
la madre.
—Podría haberlo conocido —murmuró Lil—. No lo recuerdo. Pero es
posible. O haberme cruzado con él en el pueblo o en algún camino cuando
salíamos de excursión.
—O tal vez él te vio a ti. A tu familia. Puede que él y su padre vinieran a
buscar trabajo.
—No lo recuerdo.
Lil lanzó un suspiro exasperado y se levantó para buscar galletas saladas.
—Mis padres tienen por norma no contratar a trotamundos —prosiguió
mientras sacaba una cuña de queso cheddar de la nevera—. Creo que sobre
todo era por mí. Son generosos, pero también protectores. No habrían
contratado a desconocidos, y menos cuando yo tenía trece años y ellos eran
un hombre y un hijo adolescente.
Se interrumpió y esbozó una sonrisa mientras disponía el tentempié sobre
la mesa.
—Y recordaría a un chico de quince años que hubiera trabajado en la
granja cuando yo tenía esa edad. Por entonces empezaba a fijarme en los
chicos.
—En cualquier caso, por lo que he podido averiguar, Ethan se marchó
más o menos por esa época, y ahí es donde desaparece de mi radar durante un
par de años. Lo vuelvo a localizar cuando entró trabajo como guía rural en
Wyoming. Debía de tener unos dieciocho años. Duró seis meses. Un buen día
se esfumó con un caballo, algo de material y provisiones.
—Un hombre no roba un caballo si pretende viajar por carretera. Roba un
caballo cuando quiere desaparecer en el monte.
Con un gesto que bien podía ser de aprobación, Coop colocó las lonchas
de queso sobre una galleta salada y se la ofreció.
—Habrías sido una buena policía.
—Es que es lógico, pero ¿qué me dices de sus padres? Si pudiéramos
hablar con ellos, quizá sacáramos algo en claro.
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—Su padre murió hace ocho años en Oshoto. Complicaciones derivadas
de una vida marcada por el alcoholismo. No he encontrado ni rastro de la
madre en los últimos diecisiete años. Lo último que sé es que sacó el dinero
de su nómina en Cody, Wyoming, donde trabajaba de pinche de cocina en un
restaurante de carretera. Diecisiete años —repitió con un encogimiento de
hombros—. Pero hasta entonces siempre había trabajado. Unas semanas, unos
meses, con algunos intervalos entre empleos, pero siempre conseguía trabajo
dondequiera que vivieran. Y de repente, nada.
—Crees que está muerta.
—Una persona lo bastante motivada y asustada aprende a esconderse.
Podría haberse cambiado el nombre. Hasta podría haberse largado a México
para casarse con otro tipo, y quizá en este momento esté sentada con un nieto
sano y regordete en su regazo. Pero la verdad es que creo que sí, que está
muerta. Que tuvo un accidente o que a su marido se le fue la mano un buen
día.
—El tal Ethan no era más que un crío por entonces. Si pasó eso, si vio
cómo su padre mataba a su madre…
El rostro de Coop se trocó en una máscara gélida.
—Eso es lo que alegará su abogado. El pobre niño maltratado destrozado
por un padre alcohólico y una madre pasiva. Sí, mató a un montón de gente,
pero no es responsable. Y una mierda.
—Las conductas aprendidas no son solo cosa de los animales. No te
discuto lo que dices, Coop. En mi opinión, matar es una elección clara y
consciente. Pero todo lo que me has contado indica que estaba predispuesto,
que tomó una serie de decisiones que le proporcionaron esa misión vital. Si
todo esto es cierto, muchas personas han perdido la vida y muchas otras están
sufriendo por esas mismas decisiones. No me da pena.
—Bien, me alegro —espetó Coop.
—No me da pena —repitió Lil—, pero creo que ahora le entiendo un poco
mejor. ¿Crees que acechó a las otras y las acoso como está haciendo
conmigo?
—Barrett parecía un asesinato por oportunidad, impulsivo. Molly Pickens,
según su jefe, se fue con él por voluntad propia. Pero Carolyn Roderick…
creo que a ella sí la acechó y la acosó. Creo que depende de lo bien que
conozca a su presa. Y del vínculo que tenga con ella.
—Si ha matado a Jim Tyler, ese también podría considerara un asesinato
impulsivo.
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—O una especie de desahogo. Ninguna de las mujeres cuyos cadáveres se
han encontrado fue violada. No había indicios de agresión sexual, mutilación
ni tortura. Es matar lo que le pone.
—Reconozco que no sé ver la botella medio llena. En fin, lo que ha hecho
me ha puesto…, nos ha puesto en estado de alerta. Es casi imposible que
llegue hasta mí o los míos, así que… —Interpretó a la perfección la expresión
de Coop—. ¿Me he convertido en un desafío mucho más interesante?
—Tal vez. Si tengo razón, esta es al menos la cuarta vez que viene a esta
zona. Puede que haya estado más veces y que no contactara contigo o que
estuvieras fuera. Pudo encontrar trabajo por aquí, en alguna granja, en alguna
de las empresas… Conoce el territorio.
—Yo también.
—Y lo sabe. Si solo quisiera matarte, ya lo habría hecho.
El tono neutro y frío en que Coop pronunció aquellas palabras le causó
otro estremecimiento.
—Me dejas mucho más tranquila.
—Podría haberte matado la noche que soltó al tigre o en cualquier otro
momento que has pasado aquí sola. Podría haber derribado la puerta y
matarte. Podría haberte tendido una emboscada mientras cabalgabas hacia
casa de tus padres. Ha tenido muchas ocasiones, pero no ha aprovechado
ninguna de ellas. Todavía.
Lil cogió la copa de vino y muy despacio tomó un sorbo.
—Estás intentando asustarme.
—Claro que sí.
—No es necesario; ya estoy lo bastante asustada y pienso tener mucho
cuidado.
—Podrías hacer un viaje. Seguro que puedes ir a trabajar a alguna parte
un par de semanas o meses.
—Claro, con mi currículum… Y él puede descubrir dónde estoy,
seguirme y pillarme en un lugar donde no conozco el territorio. O esperar a
que vuelva, hasta que empiece a relajarme. Y tú sabes todo esto tan bien
como yo.
—Mejor que una buena policía —alabó Coop—. Sí, lo sé muy bien, pero
también he pensado en las probabilidades de dar con él mientras estás fuera.
Y me parecen más que decentes.
—No pienso irme, Coop.
—¿Y si pudiera arreglarlo para que tus padres también pasaran unas
semanas fuera?
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Lil dejó el vino sobre la mesa y tamborileó sobre ella con los dedos.
—Eso es un golpe bajo.
—Recurriré a lo que sea para mantenerte a salvo.
Lil se levantó para preparar una cafetera.
—No pienso irme —repitió—. No permitiré que me ahuyenten de mi
casa, del lugar que he construido con mis propias manos. No pienso
abandonar a mi gente ni a mis animales en una situación tan vulnerable y
esconderme. O sabes eso o no sabes nada de mí.
—Había que intentarlo.
—Estás dedicando mucho tiempo y esfuerzo a esto.
—¿Quieres factura?
Lil miró atrás.
—No pretendo que te enfades. Antes sí, esperaba que te cabrearas, te
fueras y me dejaras un poco de espacio. No sé qué hacer contigo, Coop, esa es
la cuestión. La verdad es que no lo sé. Sí que tenemos que hablarlo, pero
ahora no es el momento. Quiero decir que nunca tenemos tiempo —
puntualizó—. Tengo que llamar a mis padres y salir a hacer mi guardia.
—Hay suficientes personas ahí fuera. No tienes por qué hacer guardia.
Estás agotada, Lil, se nota.
—Primero me haces sentir segura y ahora me inflas el ego —bromeó ella
mientras cogía un termo—. Bueno, para eso están los amigos.
—Tómate la noche libre.
—¿Tú lo harías? ¿Podrías hacerlo si estuvieras en mi lugar? De todas
formas, no pegaría ojo.
—Podría dispararte un dardo tranquilizante. Así dormirías unas cuantas
horas… ¿Para qué están los amigos si no? —añadió cuando ella se echó a reír.
Lil llenó el termo y se lo llevó.
—Aquí tienes. Saldré después de llamar a mis padres.
Coop se levantó; dejó el termo sobre la mesa y le tomó los brazos.
—Mírame. Nunca dejaré que te pase nada.
—Entonces no tenemos nada de qué preocuparnos.
Coop la besó con infinita suavidad, y el corazón de Lil dio un brinco.
—Tenemos otras cosas de que preocuparnos. Llévate el café.
Coop se puso la ropa impermeable y cogió el termo.
—No pienso dormir en el sofá.
—Ya.
Lil lanzó un suspiro cuando Coop salió. Decisiones, pensó de nuevo. Por
lo visto, ella ya había tomado la suya.
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Lil eligió una zona de guardia y echó a andar a lo largo de la valla de los
felinos pequeños. Pese a la lluvia, Baby y sus compañeros jugaban a acechar
y emboscar con la gran pelota roja. Los gatos monteses se perseguían por un
árbol, gruñendo y maullando en tono burlón. Lil sospechaba que, de no ser
por los focos, los sonidos, los olores y la presencia de los humanos, los felinos
se habrían resguardado de la lluvia.
En el otro extremo del hábitat, la adquisición más reciente rugía de vez en
cuando, como si quisiera expresar que todavía no sabía dónde demonios
estaba, pero que a pesar de eso ella era un personaje muy importante.
—Menuda fiesta tienen montada.
Lil sonrió cuando Farley se situó junto a ella para contemplar a los
animales.
—Sí. Les gusta tener público. Me siento idiota aquí fuera esta noche —
confesó a su amigo—. Nadie va a acercarse aquí para tocarme las narices con
todo este jaleo.
—Pues a mí me parece que cuando hay que tener más cuidado es cuando
uno cree que está a salvo.
—En fin. ¿Quieres café? —Le tendió el termo.
—Ya he tomado, pero no te diré que no. —Se sirvió un poco—. Imagino
que Tansy te ha contado cosas.
—Sí. —Lil esperó hasta que Farley la miró—. En mi opinión es una chica
con suerte.
La sonrisa de Farley se ensanchó lentamente.
—Sienta bien oírte decir eso.
—Dos de mis personas favoritas están juntas… ¿Qué inconveniente puede
haber en eso?
—Ella cree que no es más que un capricho mío. Es lo que quiere creer. A
lo mejor sigue pensándolo hasta que tengamos un par de hijos.
Lil se atragantó con el café.
—Joder, Farley, cuando decides hacer algo, te mueves como un leopardo.
—Cuando encuentras lo que quieres, lo que de verdad es para ti, más vale
que te muevas para conseguirlo. La quiero, Lil. Está como un flan por todo
esto y por lo que siente por mí. La verdad es que no me importa demasiado;
de hecho, es bastante halagador.
Lil tomó otro sorbo de café mientras la lluvia goteaba del sombrero de
Farley.
—En fin, quería pedirte un favor.
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—He hablado con Tansy, Farley. Le he dicho que me pareces un hombre
ideal para ella.
—También me alegro de oír eso, pero no es el favor que quería pedirte.
Lo que necesito es que me acompañes a elegir un anillo. No sé nada de esas
cosas y no quiero fastidiarla.
Por un instante, Lil se quedó mirándolo sin habla.
—Farley… ¿Así, por las buenas? ¿En serio? ¿Vas a ir a comprarle un
anillo y a pedirle que se case contigo? ¿Así, sin más?
—Ya le he dicho que la quiero y que voy a casarme con ella. Me la llevé a
la cama. —Pese a la oscuridad, Lil advirtió que se ruborizaba—. No quiero
hablar más de la cuenta, pero me has dicho que Tansy te ha contado cosas.
Quiero comprarle un anillo que le guste, y seguro que tú sabrás ayudarme. ¿A
que sí?
—Supongo que sí, aunque nunca he comprado un anillo de compromiso.
Pero creo que si veo algo que le guste lo sabré. Joder, Farley.
—¿Crees que podríamos encontrarlo en Deadwood? Si no, podríamos ir a
Rapid City.
—Probemos en Deadwood. Deberíamos… Es que todavía no me lo creo.
—Lil lo observó a través de la cortina de lluvia—. Farley… —Con otra
carcajada, se puso de puntillas y le dio un ruidoso beso—. ¿Se lo has dicho a
mis padres?
—Jenna ha llorado. Pero de alegría, ¿eh? Es ella la que me ha dicho que te
pida que me acompañes a comprar el anillo. Les he hecho prometer que no
dirán nada hasta que lo tengamos. Tú tampoco dirás nada, ¿verdad, Lil?
—Soy una tumba.
—Quería hablar con ellos primero. Es como…, bueno, no sé… Te
parecerá una chorrada…
—¿El qué?
Farley se balanceó sobre sus largas piernas de saltamontes.
—Quería su bendición.
—No me parece ninguna chorrada. Eres un cielo, Farley, te lo juro. ¿Por
qué no te habrás enamorado de mí?
Farley sonrió y ladeó la cabeza.
—Pero Lil, si tú y yo somos como hermanos.
—¿Puedo preguntarte una cosa, Farley?
—Claro.
Lil echó a caminar junto a él a un paso que habría constituido un paseo
bajo la lluvia de no ser por las armas que ambos llevaban.
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—Tuviste una infancia difícil.
—Muy difícil.
—Lo sé. Creo que soy más consciente de ello precisamente porque no fue
mi caso. Tuve una infancia casi perfecta. Cuando te fuiste de casa, no eras
más que un crío.
—Pero yo no me sentía un crío.
—¿Por qué lo hiciste? Quiero decir, ¿por qué decidiste marcharte? Es un
paso de gigante y aterrador. Incluso cuando lo conocido es una mierda, al
menos es conocido.
—Convivir con mi madre era difícil y me harté de vivir con desconocidos
y sentirme mal con ella y el tipo de turno. No recuerdo muchas noches sin
gritos y peleas. A veces empezaba ella, a veces el tío con el que vivía. En
cualquier caso, antes o después siempre acababa sangrando. Una vez estuve a
punto de darle con el bate a uno de esos tíos después de que nos pegara a los
dos. Pero era un tipo enorme, y me dio miedo que me quitara el bate y me
hiciera papilla con él.
De repente, Farley se detuvo en seco.
—Lil, no estarás pensando que sería capaz de hacerle daño a Tansy,
¿verdad?
—Ni en sueños, Farley. Estoy intentando entender otra cosa. Cuando te
fuiste de casa estabas hecho polvo, tenías hambre y no eras más que un crío.
Pero no había ni una pizca de maldad en ti. Mis padres la habrían detectado.
Son un poco blandengues, pero también muy intuitivos. No llegaste aquí para
robar, pelear o engañar. Y podrías haberlo hecho.
—En ese caso no habría sido mejor que lo que dejaba atrás, ¿no crees?
—Elegiste ser mejor de lo que dejabas atrás.
—Lil, la verdad es que Jenna y Joe me salvaron. No sé donde habría
acabado ni si habría llegado entero si ellos no me hubieran acogido.
—Supongo que todos tuvimos suerte el día que mi padre decidió recogerte
cuando hacías autoestop. Ese hombre, el que creemos que anda suelto por
aquí, también tuvo una infancia difícil.
—¿Y? Ya no es un niño, ¿no?
Lil meneó la cabeza. Apreciaba la lógica sencilla y aplastante de Farley,
pero sabía que, por regla general, la gente era mucho más complicada.
Volvió a la cabaña poco después de las dos. Guardó el rifle y subió la
escalera. Todavía guardaba alguna prenda de lencería fina de la época de
Jean-Paul, pero no le parecía correcto llevar para Coop lo que había llevado
para otro hombre.
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Así pues, se puso lo que solía llevar para dormir, pantalones de franela y
camiseta, y se sentó en la cama para cepillarse el cabello.
¿Cansada?, se preguntó. Sí, estaba cansada, pero al mismo tiempo
despierta. Quería que Coop fuera a ella, quería estar con él después de un día
largo y difícil. Quería hacer el amor con él mientras la lluvia golpeaba la
cabaña y la noche reptaba hacía otra mañana.
Quería algo luminoso en su vida, y aunque fuera una luminosidad
complicada, seguiría siendo mejor que la oscuridad anodina.
Lo oyó entrar y se levantó para dejar el cepillo sobre el tocador. Dejó
vagar los pensamientos, se volvió para abrir la cama y luego para mirarlo
cuando entró en el dormitorio.
—Tenemos que hablar —dijo—. Tenemos muchas cosas que decirnos.
Pero son las dos de la mañana, y las palabras son para la luz del día. Ahora
solo quiero acostarme contigo. Solo quiero sentir, saber que hay algo bueno y
fuerte después de un día tan desolador.
—Entonces hablaremos mañana por la mañana.
Y Coop se acercó a ella, le deslizó los dedos por la cabellera y le echó la
cabeza hacia atrás. Sus labios se unieron a los de ella con una ternura, una
paciencia que Lil había olvidado que Coop pudiera dar.
He ahí la dulzura que en tiempos habían compartido.
Lil se tendió con él sobre las sábanas frescas y suaves, y abrió su cuerpo,
su mente y su corazón. Despacio y con infinita suavidad, como si Coop
supiera que necesitaba… mimos. La tensión se desvaneció para dejar paso al
placer. Las manos de Coop se pasearon por su cuerpo, las palmas duras, el
tacto delicado. Con un suspiro de satisfacción, Lil volvió la cabeza mientras
los labios de él exploraban su cuello, su mandíbula.
No había necesidad de apresurarse, de recibir y recibir, esta vez no.
Aquello era seda y terciopelo, calidez y suavidad. No solo sensaciones, no
solo deseo, sino sentimientos. Lil le quitó la camisa y rozó la cicatriz que le
surcaba el costado.
—No sé si habría soportado que…
—Chist. —Coop se llevó los dedos de Lil a los labios para besárselos y
luego besarla en la boca—. No pienses. No te preocupes.
Aquella noche podía proporcionarle paz y recibir también para ella.
Aquella noche quería mostrarle tanto amor como pasión. Más amor, de hecho.
Aquella noche se saborearían el uno al otro, piel, suspiros, olores.
Lil olía a lluvia, un olor oscuro y fresco. Sabía a lluvia. Coop le quitó la
ropa, la acarició, saboreó su piel desnuda, entreteniéndose cuando ella se
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estremecía.
También Lil tenía cicatrices. Cicatrices que no tenía cuando se
convirtieron en amantes mucho tiempo atrás. Ahora lucía las marcas de su
trabajo. Al igual que la cicatriz de bala era la marca que el trabajo le había
dejado a él.
Ninguno de los dos era ya lo que había sido. Y sin embargo Lil seguía
siendo la única mujer a la que había querido en toda su vida.
Cuántas veces había soñado con esto, con amar a Lil durante toda la
noche, con sentir las manos de ella deslizarse por su cuerpo, con acompasar
los movimientos y los cuerpos de ambos…
Lil rodó sobre sí misma para besarlo en el pecho, besarlo de nuevo en la
boca y hundirse, hundirse, hundirse en el beso mientras su melena resbalaba
alrededor de Coop como una cortina oscura. Bajo las manos de Lil, bajo sus
labios, el corazón de Coop latía enfurecido. Se incorporó para rodearla con
sus brazos, mecerla y sostenerla mientras su boca encontraba el pecho de ella.
Allí el placer era intenso; los movimientos, lentos; la piel, muy sensible…
Lil lo observó mientras lo guiaba a su interior, lo observó. Reteniendo la
respiración hasta que ella volvió a estremecerse. Sus labios, temblorosos, se
unieron en un beso. Lil arqueó la espalda y cerró los ojos.
Cabalgó sobre él suavemente, suavemente, saboreando cada gota de
placer. Lento y sedoso, tan bello que las lágrimas se le agolpaban en la
garganta. Y sintió que su cuerpo se liberaba al tiempo que su corazón se
ensanchaba.
Apoyó la cabeza en el hombro de Coop mientras descendía de la cumbre.
Él sepultó el rostro en su cuello.
—Lil —jadeó—. Dios mío, Lil.
—No digas nada. Por favor.
Si lo hacía, tal vez ella dijera más de lo que debía. Se había quedado sin
defensas. Se apartó un poco para acariciarle la mejilla.
—Las palabras son para la luz del día —repitió.
Coop se tendió con ella y la abrazó con fuerza.
—Tengo que irme antes de que amanezca —le dijo—. Pero volveré.
Necesitamos pasar algún tiempo a solas, Lil. Sin interrupciones.
—Están pasando demasiadas cosas. No puedo pensar con claridad.
—No es cierto. Eres la persona de mente más clara que conozco.
No cuando se trata de ti, se dijo Lil para sus adentros. Nunca cuando se
trata de ti.
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—Ya llueve menos. Dicen que mañana despejará. Hablaremos mañana, a
la luz del día.
Pero la luz del día trajo muerte.
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20
F
ue Gull quien encontró a Jim Tyler. Fue más una cuestión de suerte que
de habilidad que él, su hermano Jesse y uno de los ayudantes del sheriff
más novatos llegaran a aquel recinto caudaloso del arroyo Spearfish. Aquella
mañana, brumosa como una ventana empañada por el vaho de la ducha,
cabalgaban por el barro. El agua, embravecida por la lluvia y el deshielo,
retumbaba como un tambor, y sobre ella pendían gruesos lazos de niebla
grisácea.
Se habían apartado bastante de la ruta lógica que Tyler debía haber
tomado para llegar a la cima de Crow Peak y volver al inicio del camino. Pero
la búsqueda se había extendido por las laderas arboladas del cañón; divididos
en pequeños grupos, peinaban las zonas más altas y las más bajas cubiertas
por la maleza.
Gull no esperaba encontrar nada; se sentía un poco culpable por estar
disfrutando de un ocioso paseo a caballo. La primavera empezaba a asomar, y
la lluvia realzaba el verdor que tanto le gustaba contemplar en el monte. Un
arrendajo surcó la niebla como una bala azul mientras los carboneros trinaban
como críos en un parque.
La lluvia había removido las aguas, confiriéndoles vida y energía, pero
aún había rincones donde el arroyo se veía cristalino como un chupito de
ginebra.
Gull esperaba tener ocasión de guiar pronto a un grupo de turistas a los
que les gustara pescar y así poder pasar algunas horas capturando truchas. A
decir verdad, consideraba que tenía el mejor trabajo del mundo.
—Si ese tío se desvió hasta aquí desde el sendero marcado, es que no
tiene más sentido de la orientación que un pájaro carpintero ciego —comentó
Jesse—. Estamos perdiendo el tiempo.
Gull miró a su hermano.
—No hace mal día para perderlo. Además, puede que se despistara a
causa de la tormenta y la oscuridad. Pudo tomar la dirección equivocada y
continuar hasta llegar aquí.
—Pues a lo mejor si el pobre diablo tuviera el buen sentido de encontrar
una piedra, sentarse y quedarse quietecito, alguien lo encontraría. —Jesse se
removió en la silla; pasaba mucho más tiempo errando caballos que
montando, y el trasero le dolía horrores—. No creo que pueda aguantar
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cabalgando mucho más en busca de un tipo que no pone nada de su parte para
que lo encuentren.
El ayudante del sheriff, Cy Fletcher, hermano pequeño de la propietaria
del primer par de pechos que Gull había tocado en su vida, se rascó la barriga.
—¿Qué tal si seguimos el curso del arroyo un rato más y luego damos la
vuelta?
—Por mí vale —convino Gull.
—Con esta niebla no se ve una mierda —se quejó Jesse.
—El sol la despejará —aseguró Gull con un encogimiento de hombros—.
En algunos sitios ya se está disipando. ¿Tienes algo mejor que hacer, Jesse?
—Ganarme la vida, ¿no te parece? Yo no tengo un empleo que me
permita pasarme todo el puñetero día ganduleando de paseo con turistas
idiotas.
Aquel tema generaba conflicto entre los dos hermanos, que siguieron
machacándose mutuamente mientras el sol cobraba fuerza y la niebla la
perdía. Cuando se acercaron a una de las pequeñas cascadas, el estruendo del
agua consiguió que insultarse resultara demasiado engorroso.
Gull se dispuso a seguir disfrutando del paseo y pensó en las empresas de
rafting que no tardarían en iniciar la temporada. El tiempo podía volver a
cambiar, se dijo, y era tan probable que nevara otra vez como que empezaran
a brotar las flores, pero a la gente le encantaba montarse en las barcas de
goma y salir disparada corriente abajo.
Algo que él no entendía.
Montar a caballo o pescar sí tenía sentido. Si lograba encontrar a una
mujer a la que le gustaran ambas cosas y además tuviera una buena delantera,
se casaría con ella sin pensarlo ni un segundo.
Aspiró una bocanada profunda y satisfecha del aire limpio cada vez más
cálido, y sonrió como un crío mientras las truchas daban saltos en el
riachuelo. Relucían como la plata que su madre sacaba en Navidad para luego
volver a sumergirse en las aguas embravecidas.
Siguió con la mirada las ondas hasta el blanco espumoso de la cascada.
De repente entornó los ojos y sintió que se le erizaba el vello de la nuca.
—Me parece que hay algo allí abajo, en los rápidos.
—No veo una mierda.
—Que tú no veas una mierda no significa que no esté —replicó Gull, y
haciendo caso omiso de su hermano, se acercó más a la orilla.
—Si te caes al agua, no pienso sacarte.
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Debía de ser una roca, se dijo Gull, y entonces se sentiría como un imbécil
y tendría que aguantar el machaque de Jesse durante el resto del trayecto.
Pero no parecía una roca; parecía la mitad delantera de una bota.
—Creo que es una bota. ¿Lo ves, Cy?
—No sé —repuso el ayudante del sheriff con los ojos protegidos por el ala
del sombrero y mirando sin demasiado interés. Seguramente es una roca.
—Yo creo que es una bota.
—Avisa a los medios de comunicación, joder —espetó Jesse levantándose
un poco para frotarse el trasero dolorido—. Un puto excursionista ha perdido
una bota en el arroyo Spearfish.
—Si un puto excursionista ha perdido una bota en el arroyo ¿por qué
sigue ahí? ¿Cómo es que el agua no la ha empujado abajo? Capullo —
masculló Gull entre dientes mientras sacaba los prismáticos.
—Porque es una puta roca. O la bota de un puto excursionista atascada en
una puta roca. A la mierda, hombre. Me estoy meando.
En cuanto miró por los prismáticos, Gull palideció como un muerto.
—Madre mía. Por el amor de Dios. Creo que hay alguien metido en esa
bota. Joder, Jesse. Veo algo debajo del agua.
—Venga ya, Gull.
Gull bajó los prismáticos y se quedó mirando a su hermano.
—¿A ti te parece que estoy de broma?
Al ver la expresión de su hermano, Jesse apretó los dientes.
—Será mejor que vayamos a echar un vistazo.
Gull se volvió hacia el ayudante, un joven de constitución enclenque, y
deseó que no se sintiera obligado.
—Soy el que nada mejor de los tres. Iré yo.
Cy lanzó un suspiro cargado de nerviosismo y resignación.
—Es mi trabajo.
—Puede que sea tu trabajo —intervino Jesse mientras sacaba un rollo de
cuerda—, pero Gull nada como un puto pez. El agua está muy revuelta, así
que te voy a atar. Eres un capullo, Gull, pero también eres mi hermano y no
pienso dejar que te ahogues.
Intentando mantener la calma, Gull se desvistió hasta quedar en
calzoncillos y dejó que su hermano le asegurara la cuerda a la cintura.
—Seguro que el agua está helada.
—Eres tú el que quería ir a echar un vistazo.
Puesto que no podía discutir aquel punto, Gull bajó a la orilla, se abrió
camino entre las rocas y la pizarra, y observó las aguas vertiginosas. Miró por
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encima del hombro y se aseguró de que su hermano tuviera la cuerda bien
sujeta.
Se metió en el agua sin pensarlo.
—¡Qué fría está, joder! —gritó—. Suelta un poco de cuerda.
Nadó contra la fuerte corriente, imaginando que los dedos de los pies se le
ponían morados y se le caían. Pese a la cuerda, iba chocando contra las rocas,
pero una y otra vez se impulsaba para alejarse de ellas.
Se sumergió en el agua, nadando y nadando contra corriente, en el agua
cristalina como la ginebra comprobó que estaba en lo cierto. Aquellas botas
tenían ocupante.
Salió a la superficie agitando los brazos y sin resuello.
—Tira de la cuerda. ¡Por el amor de Dios, tira de la cuerda!
Su cabeza era un torbellino de pánico y empezó a sentir nauseas. Dando
manotazos, tragando agua, confió en que su hermano lo arrastrara hasta la
orilla.
Se encaramó como pudo a una roca, vomitó el desayuno con grandes
cantidades de agua hasta que se desplomó en el suelo, jadeante.
—Lo he visto. Lo he visto. Dios mío, les peces se han cebado con él. Con
su cara.
—Da parte, Cy, da parte —indicó Jesse antes de bajar resbalando hasta la
orilla para envolver a su hermano en una manta estribera.
La noticia se propagó como suelen propagarse las noticias. Coop se enteró del
hallazgo de Gull por tres fuentes antes de que Willy lo localizara en los
establos.
—Ya lo sabes.
—Sí. Voy a pasarme a ver a Gull.
Willy asintió. Seguía algo afónico, pero se encontraba mejor.
—Está bastante alterado. Si quieres acompañarme, ahora voy a su casa
para tomarle declaración. La verdad, Coop, te agradecería que vinieras
conmigo, y no solo porque trabaja para ti. No es la primera vez que me
encuentro con un homicidio, pero jamás había visto algo así. Aquí todo el
mundo va a querer meter la cuchara me gustaría que tú también…
oficiosamente.
—Te sigo en mi coche. ¿Se lo has dicho ya a la mujer de Tyler?
Willy apretó los labios.
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—Sí, ha sido la peor parte. Supongo que te verías más de una vez en esa
tesitura cuando trabajabas en Nueva York.
—Sí, y es la peor parte —corroboró Coop—. He oído distintas versiones.
¿Sabes ya la causa de la muerte?
—El forense nos lo dirá. Llevaba bastante tiempo en el agua, y sabes
cómo son estas cosas. Pero no se cayó y no fueron los peces los que le
rebanaron el cuello y le sujetaron el cuerpo con piedras. La crecida no lo hizo
aflorar a la superficie. Si Gull no tuviera vista de lince, quién sabe cuándo lo
habríamos encontrado.
—¿Con qué dices que sujetó el cadáver?
—Con cuerda de nailon y piedras. La cuestión es que, tal como estaba
posicionado el cuerpo, me pareció que el asesino tuvo que meterse en el agua
para hacerlo. Qué psicópata. Se llevó la cartera, la mochila, el anorak y la
camisa. Lo dejó en pantalones y botas.
—No debían de ser de su talla; de lo contrario se los habría llevado. No
desperdicia nada.
Gull vivía en un piso al otro extremo del pueblo, sobre una brasería. El
estrecho apartamento olía como él, a caballo y a cuero, y estaba amueblado
como una habitación de residencia universitaria, con trastos desechados por
sus padres, hermanos y cualquier otra persona deseosa de cambiar de mesa o
de sillas.
Pese a sus quejas sobre el hecho de que tenía que ganarse la vida, fue
Jesse quien les abrió la puerta. No se había apartado ni tres metros de su
hermano desde que lo sacó del Spearfish.
—Todavía está un poco hecho polvo. Estaba pensando en llevarlo a casa
de mamá para que lo mime un poco.
—Seguro que le sentaría bien —convino Willy—. Voy a tomarle
declaración. Ya tengo la tuya, pero puede que recuerdes algo más.
—He preparado café. Gull está tomando un Mountain Dew, como
siempre. No sé cómo puede tragarse ese brebaje tan fuerte, pero en fin, es lo
que hay.
—Un café me irá de perlas. —Willy se acercó a Gull, que estaba sentado
en un gastado sofá tapizado a cuadros con la cabeza apoyada en las manos.
—No dejo de verlo. No puedo quitármelo de la cabeza.
—Has hecho algo muy difícil hoy, Gull. Has hecho lo que debías.
—No puedo evitar desear que hubiera sido otro quien viera aquella
maldita bota —confesó Gull al tiempo que alzaba la cara y miraba a Coop—.
Hola, jefe. Quería ir, pero…
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—No te preocupes. ¿Por qué no se lo cuentas todo a Willy? Suéltalo todo,
seguro que te sienta bien.
—Ya te lo he contado —dijo Gull a Willy—, y también a los forestales —
añadió antes de lanzar un suspiro y restregarse la cara—. Vale. Estábamos
siguiendo el arroyo —empezó.
Coop guardó silencio, dejó que Willy formulara las preguntas necesarias.
Tomó café de vaquero mientras Gull vomitaba todo los detalles.
—Ya sabes lo transparente que es esa agua. Incluso después de la
tormenta. Me sumergí porque no veía bien por culpa de la espuma de los
rápidos. Y entonces sí que vi bien. Una de sus piernas había salido a la
superficie. Supongo que por la lluvia y la corriente No llevaba camisa, solo
los pantalones y las botas. Y los peces se habían cebado con él. Su cara…
Gull se volvió hacía Coop con los ojos inundados de lágrimas.
—Nunca he visto nada igual. No es como en las películas; no se parece a
nada. Ni siquiera sabía seguro si era él, el tipo al que estábamos buscando. No
se parecía en nada a la foto que teníamos por culpa de los peces. Salí a la
superficie, pero había tragado un montón de agua. Supongo que grité como
una nenaza debajo del agua y por eso tragué tanta. No podía mover las
piernas, Jesse y Cy tuvieron que sacarme con la cuerda. —Dedicó una leve
sonrisa a su hermano—. Luego vomité como un cabrón…, quizá no tanto
como tú cuando mascaste tabaco, jefe, pero bastante. Debía de dar bastante
pena, porque Jesse no me ha machacado.
—Yo quería volver —intervino Jesse—, y empecé a protestar y a
quejarme. Dije que ese tío, el que Gull ha encontrado muerto, era un cabrón.
Lo siento…
Una vez fuera, Willy hinchó los carrillos.
—Hay bastante distancia entre el camino y el punto donde acabó Tyler.
Muchos sitios donde pudo toparse con el asesino.
—¿Crees que se alejó tanto del camino?
—No, no lo creo. Al menos no por voluntad propia, si es eso lo que
quieres decir. Un poco sí, claro, pero llevaba un mapa y el móvil. Lo que creo
es que el asesino lo obligó a ir hasta allí.
—Estoy de acuerdo. No quería que descubriéramos el cadáver demasiado
pronto y no quería que lo encontráramos cerca de su territorio. Lo suyo es
alejar a la presa de tu… hábitat —dijo pensando en Lil—. Matar, deshacerte
del cadáver, volver a tu zona.
—Debió de llevarle un buen rato. Probablemente varias horas. Ha tenido
suerte con la lluvia.
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—No puede tener suerte eternamente.
—Ahora mismo buscamos a un sujeto no identificado. No podemos
relacionar el asesinato de Tyler con lo que pasó en el refugio de Lil ni con los
asesinatos que has investigado tú. Voy a difundir una foto de Ethan Howe
como Persona de Interés. Cy, mi ayudante, ha protegido la escena del crimen
lo mejor que ha podido. Está muy verde, pero no es tonto. Tenemos fotos, y
no creo que te moleste si te hago llegar copias.
—No.
—Los de la brigada de investigación criminal están peinando la zona.
Ellos tampoco son tontos. Si a ese cabrón se le cayó aunque solo sea un
palillo, lo encontrarán. Será útil saber más o menos la hora de la muerte; nos
permitirá reconstruir un par de escenas. Me encantará conocer cualquier idea
que tengas. No pienso permitir que nadie se dedique a acosar a mis amigos ni
a matar turistas.
—Entonces te contaré unas cuantas de mis ideas ahora mismo. Vive
escondido allí arriba. Tiene algún sitio, o probablemente más de uno, donde
guarda la mayor parte de sus cosas. No debe de tener muchas. Necesita viajar
ligero y a menudo. Cuando necesita o quiere algo, lo roba. Campistas,
segundas residencias, casas vacías… Sabemos que tiene al menos un arma,
así que necesita munición. Caza para comer o saquea campamentos. Y creo
que está muy atento a todo. Sabrá que habéis encontrado el cadáver. Lo más
sensato por su parte sería recoger todos sus trastos, largarse a Wyoming y
desaparecer durante un tiempo. Pero no creo que lo haga. Tiene un plan y
todavía no ha terminado.
—Lo buscaremos por tierra y por aire. Si asoma aunque solo sea la punta
del capullo, lo pillaremos.
—¿Te han llegado denuncias por robo de campistas, excursionistas, casas
o tiendas?
—Siempre hay algunas. Repasaré todas las de los últimos meses. Podría
nombrarte ayudante por un tiempo.
—No, no quiero volver a llevar placa.
—Un día de estos, Coop, tú y yo tendremos que ir a tomar unas cervezas
para que me cuentes por qué.
—Ya veremos. Tengo que ir a ver a Lil.
—Pásate a buscar las fotos. Lleves placa o no, pienso exprimirte.
En esta ocasión, cuando Coop llegó al refugio llevaba la nueve milímetros
bajo la chaqueta, así como el portátil, los expedientes que le había dado Willy
y tres cargadores de recambio. Entró en la cabaña de Lil y, tras pensarlo unos
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instantes, se guardó uno de los cargadores en el bolsillo y metió los otros dos
en uno de los cajones de la cómoda.
Al abrir el cajón arqueó una ceja y sacó un picardías negro muy corto con
encaje muy transparente en los sitios más interesantes.
Se preguntó por qué siempre llevaba prendas de franela.
Rozó un trapito rojo y casi transparente, meneó la cabeza y volvió a
guardar la prenda negra en el cajón.
Una vez en la cocina, colocó el portátil sobre la mesa, cogió un par de
botellas de agua de la despensa y salió para echar un vistazo a la instalación
del sistema de seguridad.
Pasó un rato con el instalador en jefe de Rapid City y se escabulló en
cuanto el hombre dedujo que sabía algo de seguridad antes de que pudiera
reclutarlo para ayudar con el cableado.
Advirtió que el buen tiempo había animado a salir a la gente. Contó tres
grupos de visitantes en el recinto, y el voluminoso autobús escolar amarillo
indicaba que había más. A buen seguro en el centro educativo, concluyó.
Lil se mantenía ocupada, lo cual estaba muy bien. También era una
lástima, o eso pensaría ella, pero quedaban pocas horas de luz… y tenían una
cita.
Enganchó el remolque a su camioneta y cargó el caballo que le había
vendido. Luego eligió al más joven y grande de los animales que quedaban en
el establo y también lo subió al remolque.
Le hizo gracia que nadie cuestionara sus acciones. O les resultaba
demasiado familiar o les imponía demasiado, pero los estudiantes siguieron a
lo suyo, y desde la otra punta del complejo, Tansy agitó la mano a modo de
saludo.
Preguntó por Lil a un empleado que pasaba por ahí y averiguó que estaba
en su despacho. Dejó el remolque delante de la cabaña entró a buscarla.
—Hola, Coop —lo saludó Mary con un gesto distraído desde la mesa—.
Está hablando por teléfono, pero creo que ya termina. —Desvió la mirada
hacia el despacho y bajó la voz—: ¿Te has enterado del asesinato? ¿Sabes si
es verdad?
—Sí, es verdad.
—Pobre hombre. Y pobre su esposa. Venir aquí para pasar las vacaciones
y volver a casa viuda. Cada vez que pienso que la gente en el fondo es buena
y decente, pasa algo que me convence de que demasiadas personas son todo
lo contrario.
—Tienes razón en las dos cosas.
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—Ese es el problema, ¿no? Ah, ha llamado tu amigo, el de la alarma.
—Ya he hablado con él. Dice que acabará la instalación en un par de días.
—Me alegro, aunque por otra parte es una lástima tener que invertir tanto
dinero y esfuerzo solo porque algunas personas tengan malas intenciones.
—Es una buena inversión.
—En fin… Mira, ya ha colgado. Será mejor que entres antes de que se líe
con otra llamada.
—Mary, ¿te importa que me lleve a Lil un par de horas?
—No si te la llevas a algún sitio que no tenga nada que ver con el trabajo
y la distraiga de sus preocupaciones, que es lo único que ha tenido durante las
últimas semanas.
—Trato hecho.
—No aceptes un no por respuesta —le ordenó Mary cuando Coop entraba
en el despacho de Lil.
Lil estaba inclinada hacia la pantalla, los dedos sobre el teclado.
Coop se preguntó si sabía lo pálida que estaba y las ojeras que tenía.
—Tengo noticias de un tigre.
—Esa no es una frase que uno oye todos los días.
—Boris está muy solo. Un club de striptease de Sioux City utilizaba una
hembra de tigre de Bengala como parte del numerito.
—¿Ella también se desnudaba?
—Ja, ja, muy gracioso. No, la tenían en una jaula o encadenada. Al final
cerraron el garito por maltrato de animales. Le arrancaron las garras, la
drogaron y sabe Dios qué más barbaridades. Vamos a adoptarla.
—Vale, ve a buscarla.
—Estoy intentando que nos la traigan. Tengo mucho papeleo que
despachar. Necesitamos donaciones; la pobre ha salido en algunos medios de
comunicación, y puedo aprovechar eso para conseguir fondos. Solo tengo
que…
—Ven conmigo.
Advirtió que Lil se ponía tensa.
—¿Pasa algo? ¿Algo más?
—No, y no pasará en las próximas dos horas. La tigresa puede esperar.
Todo puede esperar. Quedan algunas horas de luz.
—Coop, estoy trabajando. Tengo un grupo de alumnos de primaria en el
centro educativo y un montón de tíos conectando el sistema de seguridad.
Matt acaba de operar a un cervato atropellado por un coche y estoy intentando
que nos traigan a Delilah a principios de la semana que viene.
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—Deduzco que Delilah es la tigresa, no una de las bailarinas. Yo también
tengo mucho trabajo, Lil, y el trabajo seguirá aquí cuando volvamos.
Vámonos.
—¿Adónde? Dios mío, Coop, un pobre hombre ha sido asesinado y
arrojado al Spearfish. No es momento de salir a caminar y hablar de… lo que
sea.
—No vamos a caminar… y ya veo que tendremos que hacerlo por las
malas.
Rodeó la mesa, la levantó y se la cargó al hombro.
—Por el amor de Dios. —Lil le asestó un puñetazo en la espalda—.
¿Quieres parar? Esto es ridículo. ¡Para! Ni se te ocurra salir de aquí con…
Coop cogió el sombrero de Lil al pasar.
—Estaremos fuera unas horas, Mary.
Mary lo miró seria aunque sus ojos sonreían.
—De acuerdo.
—¿Te importa cerrar si no llegamos a tiempo?
—Ningún problema.
—Basta. Esta es mi empresa. No eres quién para decirles a mis
empleados… No salgas de la cabaña. Cooper, nos estás poniendo en
evidencia a los dos.
—A mí no me da ninguna vergüenza —aseguró él mientras salía y se
dirigía a la camioneta—. Pero a ti sí te dará si no te quedas sentadita donde te
deje, porque te prometo que si te mueves te cogeré y te volveré a sentar.
—Me estás cabreando.
—Me da lo mismo. —Coop abrió la puerta del acompañante y la dejó caer
en el asiento—. Lo digo en seno, Lil; te cojo y te vuelvo a sentar. —Le puso
el cinturón de seguridad y le arrojó el sombrero sobre el regazo. Sus ojos azul
hielo se clavaron en los lagos chocolate que eran los de ella—. Quédate
quietecita.
—Vale, me quedaré quietecita. Me quedaré porque no pienso dar ningún
numerito aquí fuera.
—Perfecto. —Coop cerró la puerta, rodeó la camioneta y se sentó al
volante—. Salimos a montar y no volveremos hasta que vuelvas a tener un
poco de color en la cara. —Se volvió hacia ella—. Y no me refiero a ponerte
roja de rabia.
—Pues es lo único que vas a sacar de esto.
—Ya veremos —repuso él, enfilando el camino—. Iremos en coche hasta
Rimrock; podríamos considerar que es territorio neutral.
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Y estaba muy lejos del lugar donde habían encontrado el cadáver de
Tyler.
—¿Qué pretendes con todo esto?
—Necesitas un respiro, y yo también. Además, ya hemos aplazado esto
demasiado tiempo.
—Yo decido cuándo necesito un respiro. Maldita sea, Coop, ni sé por qué
te empeñas en cabrearme tanto. Ya tengo bastante para encima pelearme
contigo… y estábamos bien. Anoche estábamos bien.
—Anoche estabas demasiado cansada para hablar. Prefiero verte cabreada
que a punto de llorar ante la perspectiva de hablar conmigo.
—He hablado mucho contigo. —Lil reclinó la cabeza y cerró los ojos—.
Por el amor de Dios, Coop, ha muerto un hombre. Muerto. ¿Y ahora tú me
vienes con estas? ¿Hablar de qué? ¿De lo que acabó hace un siglo?
—Tienes razón, ha muerto un hombre. Y el asesino te tiene en su punto de
mira. Necesitas ayuda, pero no confías en mí.
Con movimientos bruscos, Lil cogió el sombrero y se lo puso.
—Eso no es verdad.
—Confías en mí para que te ayude a proteger el refugio. Confías en mí lo
suficiente para acostarte conmigo. Pero en el fondo no confías en mí, y los
dos lo sabemos.
Coop aparcó en la zona de acampada. Juntos y en silencio, descargaron
los caballos.
—Desde aquí podemos coger el camino de abajo. Es más corto.
—No me gusta que me traten así.
—No me extraña. Y me da igual.
Lil montó y giró el caballo hasta el inicio del sendero.
—Puede que las mujeres con las que has estado toleraran este tipo de
trato, pero yo no. No me da la gana. Tendrás tus dos horas porque eres más
grande y más fuerte, y porque no estoy dispuesta a armar números delante de
mis empleados, mis estudiantes y mis clientes. Pero después se acabó,
Cooper.
—Cuando vea que te vuelve el color a la cara y que desaparezca la
preocupación de tus ojos, y cuando hayamos aclarado las cosas entre
nosotros. Si después de eso sigues diciendo que se acabo, pues se acabó.
Abrió la cancela del ganado para dejar pasar a Lil y la cerró a su espalda.
—Puedes contarme todo lo que sepas sobre el asesinato James Tyler. De
todos modos, no puedo pensar en mucho más. Me parece increíble que no lo
entiendas.
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—Vale, te lo contaré.
Y Coop se lo explicó todo, cada detalle que recordaba, mientras
cabalgaban hacia el borde del cañón. Habló de muerte y asesinato mientras el
camino se aplanaba y serpenteaba entre los pinos y los álamos temblones,
donde los carpinteros escapularios volaban como flechas de árbol en árbol.
—¿Gull está bien?
—Se pasará bastante tiempo viendo a Tyler tal como lo encontró vez que
cierre los ojos. No podrá dormir y, cuando por fin lo consiga, tendrá
pesadillas. Pero al final se le pasará.
—¿Eso es lo que te pasó a ti?
—Vi a Melinda Barrett durante mucho tiempo. La primera vez que vi un
cadáver cuando ya era policía fue igual de horrible. Y luego…
Se encogió de hombros.
—¿Te acostumbras?
—No. Se convierte en parte de tu trabajo, pero nunca te acostumbras.
—Yo a veces aún la veo. Incluso antes de que empezara todo esto.
Pensaba que ya lo había superado y de repente un día me despertaba
empapada en sudor frío y pensando en ella. —Algo más calmada, Lil se
volvió hasta que sus miradas se encontraron—. Compartimos un episodio
muy duro cuando no éramos más que unos críos. En realidad, compartimos
muchas cosas. Te equivocas en decir que no confío en ti. Y te equívocas al
pensar que tratarme de esta forma es el medio para conseguir lo que quieres.
—Lo que quiero eres tú. Eres lo que siempre he querido.
Las mejillas de Lil recuperaron el color cuando se volvió bruscamente
hacia él.
—Vete a la mierda.
Y azuzó su caballo al trote.
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TERCERA PARTE
Espíritu
Nada es singular en el mundo:
todo por una ley divina
se encuentra y funde en un espíritu.
PERCY BYSSHE SHELLEY
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21
M
ierda, pensó Coop, y la dejó marcar cierra distancia. Quizá se le
pasara el enfado o quizá no, pero prefería el enfado a la fatiga. Lil
necesitaba montar a caballo, se dijo, respirar hondo durante un rato. El aire
estaba perfumado de salvia y enebro; un águila sobrevolaba el bosque en
busca de caza. Oyó lo que le pareció el tamborileo de un urogallo procedente
de unos arbustos de lirios californianos cuyos capullos parecían a punto de
estallar en mil flores.
Estuviera enfadada o no, sabía que Lil lo estaría asimilando todo. Aunque
no alzara la cabeza para contemplar el águila, sabría que estaba allí.
Cuando por fin aflojó el paso, Coop le dio alcance. No, concluyó al
mirarla, no se le había pasado. Seguía montando como siempre montaba a
Rocky.
—¿Cómo puedes decirme algo así? —espetó ella—. ¿Cómo puedes
decirme que soy lo único que has querido en tu vida? Me dejaste. Me
rompiste el corazón.
—Lo recordamos de formas distintas, porque yo no recuerdo que nadie
dejara a nadie. Y desde luego, no parecía que tuvieras el corazón roto cuando
decidimos que la relación a distancia no funcionaba.
—Cuando tú lo decidiste. Viajé la mitad del camino a Nueva York para
verte, para estar contigo. De hecho, quería ir hasta allí, pasar tiempo contigo
en tu terreno, pero a ti no te dio la gana. —Aquellos ojos oscuros se clavaban
en él como dagas mortíferas—. Supongo que pensaste que sería más difícil
dejarme en tu piso de Nueva York.
—Joder, Lil, yo no te dejé —exclamó Coop, herido por aquellos ojos,
sangre derramada que ella no veía—. No fue así.
—¿Pues cómo fue desde tu punto de vista? Me dijiste que no podías
seguir así, que necesitabas concentrarte en tu vida, en tu carrera.
—Dije que no podíamos seguir así, que los dos necesitábamos…
—¡Y una mierda!
Rocky se encabritó un poco a causa del tono enfurecido, Lil lo controló
sin atisbo alguno de esfuerzo ni inquietud.
—No tenías derecho a hablar en mi nombre ni en el de mis sentimientos.
Ni entonces ni ahora.
—Entonces no dijiste nada de eso —replicó Coop.
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Su caballo se alteró tanto como Rocky. Coop lo tranquilizó quiso girarlo
para encararse con Lil, pero ella se alejó. Otra vez. Coop apretó los dientes y
azuzó su caballo para que la siguiera.
—Estuviste de acuerdo conmigo —prosiguió, molesto por su tono
defensivo que había cobrado su voz al llegar de nuevo junto a ella.
—¿Y qué querías que hiciera? ¿Que me arrojara en tus brazos y te
suplicara que te quedaras conmigo, que me quisieras?
—De hecho…
—Fui hasta aquel maldito motel en Illinois. Estaba tan emocionada… Era
como si hiciera años que no nos veíamos, y me preocupaba que no te gustara
mi pelo o la ropa que llevaba. Chorradas. Y tenía tantas ganas de verte que me
dolía todo. Literalmente. Me dolía hasta el dedo gordo del pie.
—Lil…
—Y en cuanto te vi supe que algo iba mal. Llegaste antes que yo…, ¿te
acuerdas? Te vi cruzar el aparcamiento desde aquel pequeño restaurante.
La voz de Lil cambió; la furia se desvaneció y dejó paso a la tristeza. La
furia lo hería, pero la tristeza lo hacía pedazos.
Guardó silencio y la dejó acabar. Aunque podría haberle dicho que sí, que
lo recordaba. Recordaba cuando cruzó el aparcamiento lleno de baches,
recordaba el primer momento en que fue consciente de su presencia.
Recordaba la emoción, el deseo, la desesperación.
Todo.
—Al principio no me viste. Y lo supe. Intenté convencerme de que solo
eran los nervios de volver a verte. Pero estabas… diferente. Más duro.
—Había cambiado. Los dos habíamos cambiado.
—Mis sentimientos no habían cambiado como los tuyos.
—Un momento. —Alargó la mano para asir la brida de Lil—. Espera un
momento.
—Hicimos el amor nada más cerrar la puerta de la habitación. Y supe que
ibas a dejarme. ¿Crees que no me di cuenta de que te habías alejado de mí?
—¿Que me había alejado de ti? ¿Cuántas veces habías hecho tú lo
mismo? ¿Por qué llevábamos tanto tiempo sin vernos? Siempre tenías entre
manos algún proyecto, algún viaje, alguna…
—¿Me estás echando la culpa?
—No hay culpa que echar —empezó Coop, pero Lil desmontó y se alejó a
grandes zancadas.
Intentando no perder la paciencia, Coop desmontó para atar ambos
caballos.
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—Tienes que escucharme.
—Te quería. Te quería. Tú eras el hombre de mi vida, el único. Y habría
hecho cualquier cosa por ti, por nosotros.
—Eso era parte del problema.
—¿Quererte era un problema?
—Que habrías hecho cualquier cosa, Lil… Estate quieta, maldita sea. —
La agarró por los hombros para impedir que volviera a alejarse de él—.
Sabías lo que querías hacer en la vida. Sabías lo que querías y lo estabas
haciendo. La mejor de tu promoción, premios, oportunidades… Cobraste
vida, Lil. Estabas exactamente donde tenías que estar, haciendo exactamente
lo que debías hacer. Yo no podía formar parte de ello y, desde luego, no podía
interponerme en tu camino.
—O sea, que me dejaste y me arrancaste el corazón por mi propio bien.
¿Así es como lo ves?
—Así es como fue y como es.
—Nunca llegué a olvidarte, cabrón —masculló Lil, arrojándole hasta la
última gota de furia y dolor con cada parte de su cuerpo rostro y voz—. Me
destrozaste la vida. Me robaste algo que nunca pude recuperar ni dar a otro.
Hice daño a un buen hombre, a un hombre excelente, porque no fui capaz de
amarlo, porque no pude darle lo que merecía tener y tú habías desechado. Lo
intente. Jean Paul era ideal para mí, y yo debería haber conseguido que lo
nuestro funcionara. Pero no lo conseguí porque Jean-Paul no eras tú. Y él lo
sabía, siempre lo supo. Y ahora pretendes hacerme creer que me dejaste por
mi propio bien.
—Éramos unos críos, Lil, solo unos críos.
—Tener diecinueve años no hizo que te quisiera menos ni que lo pasara
mejor.
—Tú tenías planes, cosas que lograr. Y yo necesitaba hacer lo mismo, de
modo que sí, lo hice por ti y también por mí. No tenía nada que ofrecerte.
—Y una mierda.
Lil intentó zafarse, pero Coop tiró de ella.
—No tenía nada. No era nada —insistió—. Estaba sin blanca viviendo al
día… si tenía suerte. Viviendo en un cuchitril porque no podía permitirme
nada más y haciendo horas extra cada vez que podía. No venía a menudo
porque no tenía dinero para el viaje.
—Decías que…
—Mentía. Te decía que estaba muy ocupado o que no pudía coger
vacaciones. En parte era cierto, porque trabajaba en dos sitios si encontraba
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un segundo empleo y hacía horas extra siempre que podía. Pero no era por eso
por lo que no venía con más frecuencia. Vendí la moto porque no me podía
permitir conservarla. Algunos meses vendía sangre para pagar el alquiler.
—Por el amor de Dios, Coop, si las cosas te iban tan mal, ¿por qué no…?
—¿Por qué no pedía dinero a mis abuelos? Porque ya me habían dado
algo para empezar y no pensaba aceptar más dinero de ellos.
—Podrías haber vuelto a casa. Podrías…
—¿Haber vuelto convertido en un fracasado, apenas con dinero suficiente
para pagarme el billete de autobús? Necesitaba convertirme en algo, y
deberías entenderlo. Debería haber recibido parte del fideicomiso al cumplir
los veintiuno. Necesitaba el dinero para buscar un piso decente y poder
desarrollarme profesionalmente sin agobios, pero mi padre me impidió
cobrarlo. Estaba tan cabreado porque había ido en contra de sus decisiones y
los planes que tenía para mí… Me quedaba algo del dinero que me habían
dado mis abuelos. Mi padre me congeló las cuentas.
—¿Cómo?
—A eso se dedica. Conoce a gente, conoce el sistema. Encima dejé la
universidad y gastaba como si el dinero creciera en los árboles. De eso solo
tengo la culpa yo, pero era joven e idiota. Estaba endeudado hasta las cejas, y
mi padre me tenía pillado por los huevos. Supongo que pensó que así me
haría entrar en razón.
—¿Me estás diciendo que tu padre te dejó sin blanca, te negó lo que era
tuyo porque quería que fueras abogado?
—No. —Tal vez Lil nunca lo entendiera—. Lo hizo porque quería
controlarme, porque no pensaba ni piensa tolerar que nadie se resista a ese
control.
Puesto que Lil lo estaba escuchando, Coop la soltó.
—El dinero es un arma, y mi padre sabe usarla. Me dijo que liberaría
algunos fondos si…, bueno, enumeró toda una serie de condiciones, pero ya
da igual. Tuve que buscar un abogado, y todo el asunto costó mucho esfuerzo
y dinero. Así que cuando cobré lo que me pertenecía, tuve que pagar gran
parte de ello en concepto de costas. No podía dejarte venir a Nueva York para
que vieras cómo vivía por aquel entonces. Tenía que concentrarme por
completo en el trabajo. Tenía que ascender a detective, demostrar que era lo
bastante bueno. Y Lil, tú habías despegado. Publicabas artículos, viajabas,
eras la mejor estudiante… Eras increíble.
—Deberías habérmelo contado. Tenía derecho a saber lo que estaba
pasando.
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—Si lo hubiera hecho, me habrías pedido que volviera, y quizá habría
vuelto. Con las manos vacías. Y lo habría odiado. Y tarde o temprano te
habría echado la culpa. O tú lo habrías dejado todo para venir a Nueva York.
Y más temprano que tarde habrías acabado odiándonos. Si te lo hubiera
contado, Lil, si te hubiera dicho que te quedaras conmigo hasta que
consiguiera hacer algo con mi vida, el Refugio para Animales Salvajes
Chance no existiría. No serías quien eres, ni yo tampoco.
—Tú tomaste todas las decisiones.
—Lo reconozco, pero tú estuviste de acuerdo.
—Porque lo único que me quedaba era el orgullo.
—Entonces deberías entender que también era lo único que me quedaba a
mí.
—Me tenías a mí.
Coop quería tocarla, rozarle el rostro con las yemas de los dedos, una
caricia que disipara el dolor que reflejaban sus ojos, pero ese no era el
camino.
—Necesitaba ser alguien por mí mismo. Necesitaba algo de que
enorgullecerme. Pasé los primeros veinte años de mi vida ansiando que mi
padre me quisiera y estuviera orgulloso de mí. Como mi madre, supongo.
Tiene un talento especial para lograr que te mueras por conseguir su
aprobación y luego negártela para que así la desees aún más y te sientas…
poca cosa, porque la verdad es que nunca te la da. No sabes lo que es eso.
—No, no lo sé.
Lil recordaba con claridad al niño al que había conocido. Aquel día tan
lejano. Aquellos ojos tristes y furiosos.
—No supe lo que era tener a alguien que me quisiera por mí mismo y se
sintiera orgulloso de mí hasta el verano que pase aquí en casa de mis abuelos.
Después de aquello, en ciertos aspectos me pareció aún más importante
obtener lo mismo de mis padres. Sobre todo de mi padre. Pero nunca lo
conseguí.
Se encogió de hombros para desterrar aquel anhelo que ya que pertenecía
al pasado y no importaba.
—Darme cuenta de eso cambió las cosas. Me cambió a mí. Quizá sí que
se me endureció el carácter, Lil, pero empecé a perseguir lo que yo quería, no
lo que quería él. Era un buen policía, y eso es importante para mí. Cuando ya
no pude seguir siendo policía, creé la agencia y me convertí en un buen
investigador. Nunca me importó el dinero, aunque te aseguro que es pero que
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muy duro no tener nada, creer que no vas a poder pagar el alquiler por
segundo mes consecutivo.
Lil paseó la mirada por el cañón, donde las rocas se alzaban con poder
silencioso hacia el azul cada vez más oscuro del cielo.
—¿Creías que no lo entendería?
—Ni siquiera yo lo entendía del todo y no sabía cómo contártelo. Te
quería, Lil. Te he querido cada día de mi vida desde los once años. —Coop se
llevó la mano al bolsillo y sacó la moneda que ella le había regalado al final
de aquel primer verano—. La he llevado conmigo cada día. Pero durante
mucho tiempo pensé que no te merecía. Puedes echármelo en cara, pero lo
cierto es que los dos teníamos que seguir nuestro camino. No habríamos
conseguido nada si no nos hubiéramos apartado el uno del otro.
—Eso no lo sabes. Y desde luego, no tenías derecho a decidir por mí.
—Decidí por mí.
—¿Y diez años más tarde vuelves a aparecer, cuando resulta que tú estás
preparado? ¿Y pretendes que te siga la corriente?
—Creía que eras feliz… y te aseguro que me rompía el corazón pensar
que seguirías adelante, haciendo lo que querías hacer, sin mí. Cada vez que
oía hablar de ti, tenía que ver con la reputación que te estabas forjando, la
construcción del refugio, alguna expedición a África o Alaska. Las pocas
veces que te vi, siempre estabas ocupada, a punto de irte a algún sitio.
—Porque no soportaba estar cerca de ti. Dolía demasiado, maldita sea.
—Estabas prometida.
—Nunca estuve prometida. La gente deducía que estábamos prometidos.
Vivía con Jean-Paul, y a veces viajábamos juntos si nuestros proyectos
coincidían. Yo quería vivir la vida, fundar una familia. Pero no conseguí que
funcionara. Ni con él ni con nadie.
—Si te consuela, cada vez que oía hablar de él o de que tú salías con otro,
me volvía loco. Pasé muchos días, noches, horas, años deseando no haber
hecho lo que consideraba y aún considero que debía hacer. Supuse que habías
seguido adelante, y muy a menudo te odiaba por ello.
—No sé qué quieres que diga o que haga.
—Yo tampoco. Pero te estoy contando quien soy ahora, lo que soy, y que
me siento a gusto en mi pellejo. Hice lo que necesitaba hacer, ¿y ahora?
Ahora estoy haciendo lo que quiero hacer. Voy darles a mis abuelos lo mejor
de mí, porque eso es lo que ellos siempre me han dado a mí. Y también te
daré a ti lo mejor de mí porque no pienso volver a dejarte marchar.
—Pero es que no me tienes, Coop.
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—Pues no pararé hasta tenerte. Si lo único que puedo hacer de momento
es ayudarte, mantenerte a salvo, acostarme contigo, asegurarme de que sabes
que no me voy a ir a ninguna parte, perfecto. Tarde o temprano volverás a ser
mía.
—No somos los que éramos.
—Somos más de lo que éramos. Y, Lil, seguimos siendo el uno para el
otro.
—Pero esta vez la decisión no depende solo de ti.
—Todavía me quieres.
—Sí, es cierto. —Lil se encaró de nuevo con él y lo miró una expresión
transparente e inescrutable al mismo tiempo—. Y he vivido mucho tiempo
sabiendo que el amor no es suficiente. Me hiciste daño, más del que nadie me
ha hecho ni me hará jamás. No estoy segura de si saber por qué mejora o
empeora las cosas. No es tan fácil.
—No busco el camino fácil. Vine aquí porque mis abuelos me
necesitaban. Además, estaba preparado para dejar aquello. Esperaba
encontrarte prácticamente casada. Me dije que tendría que aceptarlo. Había
tenido mi oportunidad. Tal como lo veo yo, tú también tuviste la tuya, Lil.
Tómate el tiempo que necesites. No pienso irme a ninguna parte.
—Eso ya lo has dicho.
Lil se apartó y echó a andar hacia los caballos, pero Coop la tomó del
brazo para darle la vuelta.
—Y lo seguiré diciendo hasta que me creas. Te voy a decir una cosa, Lil.
¿Sabes de cuántas maneras puedes tropezarte con el amor? ¿Un amor que te
haga feliz o desgraciado? Que te forme un nudo en el estómago o te encoja el
corazón. Un amor que lo hace todo más nítido y brillante, o que difumina
todos los contornos. Un amor que te hace sentir rey o bufón… Pues yo he
conocido todos esos tipos de amor contigo.
La atrajo hacia sí para besarla, para sucumbir a ese anhelo infinito
mientras el viento transportaba el perfume de la salvia.
—Quererte me convirtió en un hombre —prosiguió Coop cuando la soltó
—. Y es el hombre el que ha vuelto a buscarte.
—Aún consigues que me tiemblen las rodillas, y sigo queriendo sentir tus
manos sobre mí, pero eso es lo único que sé con certeza.
—Es un comienzo.
—Tengo que volver.
—Te ha vuelto el color a las mejillas y no pareces tan cansada.
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—Sí, hurra. Eso no significa que no esté cabreada por la forma en que me
has arrastrado hasta aquí. —Lil montó su caballo—. Ahora mismo estoy
cabreada contigo en muchos sentidos y por muchas cosas.
Coop escudriñó su rostro mientras montaba a su vez.
—Cuando empezamos a ir juntos no nos peleábamos tanto, éramos
demasiado jóvenes e íbamos demasiado calientes.
—No, no nos peleábamos tanto porque tú no eras tan capullo.
—No creo que sea por eso.
—Supongo que tienes razón. Probablemente eras igual de capullo que
ahora.
—Te gustaban las flores. Cuando salíamos de excursión a caballo o a pie,
siempre te gustaba mirar las flores silvestres. Tendré que regalarte flores.
—Oh, sí, con eso todo se arreglará. —Su voz se quebró como el enebro en
plena sequía—. No soy una de tus mujeres de ciudad a las que puedas
comprar con un elegante ramo de rosas.
—No sabes nada de mis mujeres de ciudad, lo cual probablemente te
corroe.
—¿Por qué lo dices? Muchos hombres… me han regalado flores desde
que te fuiste.
—Vale, un punto para ti.
—Esto no es un juego ni un concurso.
—No. —Pero Lil había empezado a hablarle, lo cual Coop consideraba un
tanto en la columna del haber—. A estas alturas solo puedo pensar que es
cosa del destino. Me he esforzado mucho para vivir mi vida sin ti. Y aquí
estoy, de vuelta en la casilla de salida.
Lil guardó silencio mientras los caballos avanzaban por la hierba alta de
regreso al inicio del camino.
Coop esperó a que hubieran cargado los caballos en el remolque y
aseguraron la puerta. Se sentó al volante y contempló el perfil de Lil.
—He llevado algunas cosas a tu casa. Voy a instalarme allí, al menos
hasta que hayan detenido a Howe. Mañana llevaré unas cuantas cosas más.
Necesito un cajón y un poco de espacio en el armario.
—Te daré un cajón y espacio en el armario, pero eso solo significa que
estoy dispuesta a ponerte las cosas más fáciles porque agradezco tu ayuda.
—Y por el sexo.
—Y por el sexo —reconoció ella sin inmutarse.
—Tendré que trabajar mientras esté en tu casa. Si no te parece bien que
me instale en la mesa de la cocina, necesitaré otra donde poner el portátil.
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—Puedes instalarte en el salón.
—Vale.
—¿No me has contado cómo murió Jim Tyler porque crees que no puedo
sobrellevarlo?
—Quería hablar de otras cosas.
—No soy tan frágil.
—No, pero todo esto te está afectando mucho. Habrá que esperar a la
autopsia, pero, por lo que dice Willy, le cortaron el cuello. Solo llevaba los
pantalones y las botas, así que deduzco que el asesino pensó que podría
aprovechar la camisa, el chaquetón y el gorro. También le quitó la cartera y el
reloj. Probablemente destrozó el móvil, o Tyler lo perdió por el camino. El
asesino debía de llevar encima la cuerda con que lo ató. Sumergió el cadáver
con ayuda de piedras. Se tomó bastantes molestias para sumergirlo en el río y
procurar que no saliera a flote. Pero la lluvia desplazó suficientes piedras y
agua para que Gull llegara a verlo.
—Seguro que ha tenido más suerte al desembarazarse de otros cadáveres.
—Supongo que sí.
—Así que si: él mató a Molly Pickens, no estaba ni muerto ni en la cárcel
como creías, al menos no cumpliendo una condena tan larga como pensabas.
Lo que pasa es que ha ido cambiando de método. Ha dejado algunos
cadáveres para los animales, para que los encuentren o que se han encontrado
por suerte, y otros los ha escondido.
—Eso parece.
Lil asintió despacio, como Coop sabía que hacía cuando seguía el hilo de
algún razonamiento.
—Y los asesinos que actúan así, los asesinos en serie que vagabundean y
viajan, que saben esconderse y no destacar, que son capaces de controlarse
hasta cierto punto, no siempre acaban en la cárcel.
—Veo que has hecho los deberes.
—Es lo que hago cuando necesito información. Esos tipos acaban con
algún nombre creativo… a veces incluso con una película, como Zodiac o El
asesino de Green River. Pero aun así, a menudo no pueden evitar la tentación
de provocar a la policía o echar mano de los medios de comunicación. En
cambio él no lo hace.
—En su caso no se trata de alcanzar el reconocimiento ni la gloria. Es una
misión, algo personal que le proporciona satisfacción. Cada asesinato le
demuestra que él es mejor que la víctima. Mejor que su padre. Está
demostrando algo; sé lo que es eso.
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—¿Te hiciste policía para convertirte en un héroe, Coop?
Los labios de Coop se curvaron en una sonrisa.
—Al principio… probablemente sí. Durante el poco tiempo que pasé en la
universidad estuve completamente fuera de lugar. No era que estuviese
buscando mi sitio, es que me sentía como pez fuera del agua. Lo único que
aprendí allí sobre la ley era que no quería ser abogado pero que la ley en sí
misma era fascinante. Es por lo que me decanté por la policía.
—Para luchar contra la delincuencia en los cañones urbanos.
—Me encantaba Nueva York. De hecho, aún me encanta —afirmó
convencido—. Y sí, imaginaba que cazaría a los malos y protegería a la gente.
No tardé en descubrir que me pasaría muchas horas de pie, sentado, llamando
a puertas y despachando papeles. Hay tantos días de tedio en proporción a los
escasos momentos de terror absoluto… Aprendí a ser paciente. Aprendí a
esperar y aprendí lo que significa servir y proteger. Y el 11 de septiembre
todo cambió.
Lil alargó la mano y cubrió la suya durante un instante breve pero intenso,
absoluto, lleno de consuelo, compasión y comprensión.
—Lo pasamos muy mal hasta que supimos que te encontrabas bien.
—Aquel día no estaba de servicio. Para cuando llegué a la zona, ya se
había desplomado la segunda torre. Aquel día todo el mundo hizo lo que
debía y lo que pudo.
—Estaba en clase cuando supimos que un avión se había estrellado contra
una de las torres. Al principio nadie sabía que estaba pasando. Y entonces…
fue como si el mundo se detuviera y solo existiera aquel horror.
Coop sacudió la cabeza porque, si lo permitía, volverían cobrar forma en
ella las imágenes de lo que había visto y hecho, como de lo que no había
podido hacer.
—Conocía a algunos de los policías que entraron, y también a algunos de
los bomberos. Personas con las que había trabajado salido, jugado al béisbol.
Y ya no estaban. Después de aquello nunca me planteé dejar el trabajo. Se
convirtió en una especie de misión. Mi gente, mi ciudad. Pero cuando murió
Dory ya no pude más. Fue como si alguien me hubiera desconectado, y se
acabó. Perder aquello fue lo peor que me había pasado después de perderte a
ti.
—Podrías haber pedido el traslado.
—Eso es lo que hice, pero a mi manera. Supongo que necesitaba construir
algo para compensar tanta destrucción. Crear algo a partir de la muerte y el
dolor. No sé, Lil. Hice lo que consideré oportuno y me fue bien.
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—Seguirías allí si Sam no hubiera tenido el accidente.
—No lo sé. La ciudad se recuperó, y yo también. Cerré una etapa y, de
hecho, ya había hecho planes para volver antes del accidente.
—¿Antes?
—Sí, necesitaba la tranquilidad de aquí.
—Teniendo en cuenta todo lo que ha pasado, no has encontrado mucha
que digamos.
Coop la miró.
—Aún no.
Ya era casi noche cerrada cuando enfilaron el camino del refugio. Largas
sombras al final de un día largo.
—Voy a ayudar con la cena de los animales —anunció Lil—. Y luego
tengo trabajo que hacer.
—Yo también. —Coop alargó la mano antes de que Lil pudiera abrir la
puerta y la asió por la nuca—. Podría decir que lo siento, pero no lo siento,
porque estás aquí. Podría decirte que nunca volveré a hacerte daño, pero te lo
haré. Lo que sí puedo decirte es que te querré el resto de mi vida. Puede que
eso no baste, pero es lo que tengo ahora mismo.
—Y yo te digo que necesito tiempo para pensar, para calmarme, tiempo
para averiguar qué quiero esta vez.
—Tengo tiempo. Me voy al pueblo. ¿Necesitas algo?
—No, tengo de todo.
—Volveré dentro de una hora.
Tiró de ella y la besó en los labios.
Tal vez el trabajo fuera en efecto una muleta, reconoció Lil. Algo en que
apoyarse, que la ayudaba a seguir cojeando después de un duro golpe. Pero no
quedaba más remedio que hacerlo, así que se puso a cargar kilos de carne
mientras los animales vociferaban a coro. Observó a Boris abalanzarse sobre
la comida y desgarrarla. Si las cosas van bien, pensó, en menos de una
semana tendrá compañía.
Otra muesca en el cinto del refugio, cierto, pero, más importante aún para
ella, otro animal maltratado que encontraba refugio, libertad en la medida de
lo posible y cuidados.
—¿Qué tal la aventura?
A juzgar por la sonrisa de Tansy, Lil concluyó que su amiga había
presenciado su humillante mutis. Y los que no lo habían visto sin duda ya
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estarían al corriente.
Se vengaría de Coop por aquello.
—Los hombres son imbéciles.
—A menudo es verdad, pero por eso los queremos.
—Coop ha decidido marcarse el numerito del cavernícola para poder
contarme por qué me rompió el corazón hace tantos años. Resulta que fue por
orgullo masculino, por mi propio bien y no sé qué otras gilipolleces que, claro
está, yo era demasiado joven ingenua para considerar o entender en aquella
época. Mejor hacerme pedazos que hablar conmigo, ¿no? Qué capullo.
—Uau.
—¿Alguna vez se paró a pensar en lo que me había hecho? ¿En lo que me
dolió? ¿En qué me pasé años creyendo que no era bastante buena para él, que
había encontrado a otra? Me he pasado media puñetera vida intentando
superar aquello. Y ahora vuelve y me suelta que bueno, Lil, lo hice por ti. Y
pretende que ponga a dar saltos de alegría y… ¿darle las gracias?
—Pues no sé qué decirte, y aunque supiera qué decirte, lo mal mejor sería
que no te lo dijera.
—Siempre me ha querido. Siempre me querrá y blablablá. Y va y me
lleva como si fuera un paquete que puede dejar tirado y recoger cuando le da
la gana, de nuevo por mi propio bien, y me suelta todo ese rollo. Si yo fuera
una persona menos civilizada le habría dado una patada en los huevos.
—Ahora mismo no pareces una persona demasiado civilizada.
Lil lanzó un suspiro.
—Bueno, pues lo soy, así que no puedo hacerle eso. Ademáis sería como
rebajarme a su nivel prehistórico. Soy científica. Tengo un doctorado. ¿Y
sabes qué?
—¿Qué, doctora Chance?
—Cierra el pico. Lo llevaba bien, llevaba bien lo nuestro antes de que él
apareciera. Y ahora no sé qué narices pensar.
—Te ha dicho que te quiere.
—No se trata de eso.
—Entonces, ¿de qué se trata? Tú le quieres. Me dijiste que cuando
Jean-Paul y tú lo dejasteis, fue porque seguías enamorada de Coop.
—Me hizo daño, Tansy. Y me ha vuelto a hacer pedazos al contarme por
qué lo hizo la primera vez. Y no lo ve. No lo pilla.
Tansy la rodeó con el brazo y la atrajo hacia sí.
—Yo sí que lo entiendo, cariño, yo sí.
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—Incluso yo puedo entenderlo… intelectualmente. Si me distancio un
poco y pienso en todo lo que me ha dicho, objetivamente puedo asentir con
mucha sabiduría y decir «Claro, por supuesto, una conducta muy razonable».
Pero no soy objetiva, no puedo serlo. Me da igual si soy razonable o no.
Estaba perdidamente enamorada de él.
—No tienes por qué tratar de ser razonable. Ocúpate solo de lo que
sientes. Y si le quieres, le perdonarás después de hacerlo sufrir un tiempo.
—Que sufra —declaró Lil—. No quiero ser justa y benévola.
—Hoy, no. ¿Por qué no entramos? Puedo preparar unas margaritas
versión Los Hombres Dan Asco. Si quieres me quedo esta noche; así evito a
mi propio imbécil. Nos emborracharemos y prepararemos la hegemonía
mundial de la mujer.
—Me parece una idea genial y me encantaría. Pero Coop va a volver.
Hasta que haya pasado todo, se quedará aquí. Tengo que aceptarlo. Además,
no puedo emborracharme a base de margaritas versión Los Hombres Dan
Asco, aunque desde luego tú haces las mejores del mundo, porque tengo que
trabajar. Y tengo que trabajar porque un capullo me ha secuestrado durante
dos horas.
Lil se dio la vuelta y abrazó a Tansy.
—Dios mío… Han matado a un hombre, su mujer debe de estar
destrozada, y yo aquí compadeciéndome de mí misma.
—No puedes cambiar lo que ha pasado. No es culpa tuya.
—Eso lo sé… otra vez intelectualmente. No es culpa mía, no es
responsabilidad mía… Pero, Tansy, lo que siento es diferente. James Tyler
estaba en el lugar equivocado en el momento menos indicado, y es así porque
ese psicópata está obsesionado conmigo. No es culpa mía, no. Pero…
—Cuando piensas así, él se anota un tanto —advirtió Tansy al tiempo que
la apartaba con firmeza para mirarla a los ojos—. Esto es terrorismo, guerra
psicológica. Te está acosando. Para él, Tyler no era distinto del puma o del
lobo. No era más que otro animal al que matar y utilizar en tu contra. No se lo
permitas.
—Sé que tienes razón. —A punto estuvo de volver a decir «pero». Sin
embargo, lo que hizo fue abrazar de nuevo a Tansy—. Eres un cielo, aun sin
margaritas.
—Somos chicas inteligentes.
—Lo somos. Vete a casa y ocúpate de tu propio imbécil.
—Supongo que no me queda otro remedio.
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Lil fue a ver al cervato atropellado. Atendido, alimentado y a salvo en una
zona del zoo infantil. Si se curaba del todo, lo dejaría en libertad. Si no…,
bueno, ahí tendría su refugio.
El tiempo lo diría.
Pasó una hora más en el despacho. Oyó camionetas que iban y venían.
Empleados que se marchaban a casa, centinelas voluntarios que llegaban. El
sistema de alarma no tardaría en estar instalado, y entonces podría dejar de
abusar de amigos y vecinos. De momento no podía sino estarles agradecida.
Salió y divisó a Gull de inmediato.
—Gull, no hacía falta que vinieras esta noche.
—De todas formas no habría podido pegar ojo. Mejor hacer algo. —Quizá
aún estuviera un poco afectado, pero en sus ojos se pintaba una furia muy
saludable—. Casi tengo ganas de que ese hijo de puta aparezca por aquí esta
noche.
—Sé que ha sido una experiencia horrible pero, gracias a ti su mujer sabe
lo que ha pasado. Ya no tiene que seguir preguntándose qué habrá sido de él.
Si no lo hubieras encontrado, sería todavía peor, porque su mujer seguiría en
la inopia.
—Willy me ha dicho que han llegado sus hijos. —Gull apretó los labios y
desvió la mirada—. Han venido sus hijos, así que no está sola.
—Eso está bien; no conviene que esté sola.
Lil le frotó el brazo antes de continuar andando.
Al entrar en la cabaña vio a Coop sentado en el sofá, con el portátil sobre
la mesita de centro. Al oírla llegar, giró algo con un gesto despreocupado…,
demasiado despreocupado, de hecho.
Una fotografía, adivinó ella.
—Puedo preparar unos bocadillos —se ofreció—. No tengo tiempo para
mucho más. Quiero salir a hacer mi guardia.
—He comprado una pizza en el pueblo. La estoy calentando en el horno.
—Vale, perfecto.
—Enseguida acabo con esto. Podemos comer algo juntos y hacer la
primera guardia.
—¿En qué estás trabajando?
—Un par de cosas.
Molesta por su vaguedad, Lil fue a la cocina.
Sobre la mesa había un jarrón repleto de tulipanes amarillos. Al notar que
los ojos le ardían y el corazón se le ablandaba, les dio la espalda para coger
los platos. Oyó entrar a Coop mientras se ocupaba de la pizza.
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—Las flores son muy bonitas, gracias. No arreglan nada.
—Pero son bonitas. —Había tenido que insistirle a la propietaria de la
floristería para que le abriera y se las vendiera. Pero eran bonitas—. ¿Quieres
una cerveza?
—No, beberé agua. —Se volvió con los dos platos y a punto estuvo de
chocar con él—. ¿Qué pasa?
—Mañana podríamos tomarnos la noche libre. Podría llevarte a cenar y al
cine, si quieres.
—Las citas tampoco arreglan nada. Y no me parece bien estar tanto
tiempo fuera. Ahora no.
—Vale. En cuanto el sistema esté instalado, tú puedes preparar la cena y
yo alquilaré una película.
Cogió los platos y los llevó a la mesa.
—¿No te importa que esté cabreada contigo? —le preguntó Lil.
—No, o al menos no tanto como el hecho de que te quiero. He esperado
mucho tiempo, así que puedo seguir esperando hasta que dejes de estar
cabreada conmigo.
—A lo mejor tienes que esperar mucho.
—Bueno —suspiró Coop al tiempo que se sentaba y cogía un triángulo de
pizza—. Como no dejo de repetirte, no pienso irme a ninguna parte.
Lil se sentó y cogió otro triángulo.
—Sigo enfadada, y mucho, pero ahora mismo estoy demasiada
hambrienta para pensar en ello.
—La pizza está muy buena —comentó Coop con una sonrisa.
Lo estaba, pensó ella.
Y los tulipanes eran muy bonitos, maldita sea.
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22
I
nspeccionó el botín en su cueva del monte. Supuso que el reloj, un
artilugio discreto de gama media alta, habría sido un regalo de
cumpleaños o Navidad. Le gustaba imaginar al bueno de Jim al abrirlo;
expresar su agrado y sorpresa; dar a su mujer, también muy discreta si se
parecía a la foto que Jim llevaba en la cartera, un beso de agradecimiento.
Al cabo de seis meses, tal vez un año, podría empeñarlo si necesitaba
dinero. En aquel momento, gracias al bueno de Jim, contaba con una fortuna
de 122,86 dólares que había sacado de sus bolsillos.
También se había hecho con una navaja suiza, que nunca estaba de más;
una llave magnética de hotel; medio paquete de chicles y una cámara digital
Canon Powershot.
Dedicó un rato a averiguar cómo funcionaba y a ver las fotos que Jim
había sacado ese día. Casi todas eran paisajes, aunque también había algunas
de Deadwood y un par de la elegante señora Tyler.
La apagó para ahorrar batería, aunque Jim, muy considerado él, llevaba
una de repuesto en la mochila.
Era una mochila de buena calidad y muy nueva. Le vendría de perlas.
Contenía barritas energéticas, agua y un botiquín. Imaginó a Jim leyendo una
guía del excursionista y confeccionándose una lista de lo que debía llevar
consigo. Cerillas, vendas, gasas, analgésicos, un pequeño cuaderno, un
silbato, un mapa de senderos, por supuesto, la propia guía.
Pero todo aquello no le había servido de nada porque era un aficionado.
Un intruso.
Carne de cañón.
Pero veloz, pensó mientras masticaba unos frutos secos de Jim. El cabrón
corría como una liebre. Aun así, había resultado muy fácil azuzarlo y alejarlo
del camino hacia el río.
Qué divertido.
También había conseguido una buena camisa y un anorak nuevecito.
Lástima lo de las botas. El capullo llevaba unas Timberland muy buenas, pero
tenía los pies enanos.
En suma, una buena cacería. Otorgaba a Jim un seis sobre diez. Y el botín
era de primera.
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Había pensado que la lluvia jugaría en su favor. Era imposible que
aquellos polis y forestales de pacotilla, los paletos locales encontraran algún
rastro del bueno de Jim si la lluvia borraba las huellas.
Él sí lo habría conseguido. Él y sus antepasados, los dueños de la tierra
sagrada.
La lluvia le había ahorrado el tiempo y el esfuerzo de tener que volver
para borrar las huellas y colocar algunas falsas. No lo hubiera importado
hacerlo, a fin de cuentas formaba parte del trabajo y proporcionaba cierta
satisfacción.
Pero cuando la Naturaleza te hace un regalo, lo aceptas con gratitud.
El problema era que a veces el regalo resultaba ser una trampa.
Sin la lluvia y la crecida, el bueno de Jim se habría quedado donde lo
había dejado un montón de tiempo. No había cometido ningún error, no señor.
Los errores podían costarte la vida en la naturaleza. El viejo lo había azotado
bien cada vez que cometía uno. No, no había cometido ningún error. Había
cubierto a Jim de peso y lo había atado fuerte bajo el agua. Se había tomado
su tiempo. (Quizá no suficiente, insistía aquel rincón secreto de su mente.
Quizá se había apresurado un poco porque con la caza le había entrado
hambre. Quizá…).
Desterró de su mente aquellos pensamientos. Él no cometía errores.
Pero lo habían encontrado.
Se quedó mirando con el ceño fruncido la radio que había robado hacía
algunas semanas. Los había oído comunicarse por radio, dispersos por todo el
monte. Y se había partido el pecho.
Hasta que aquel capullo tuvo un golpe de suerte.
Gull Nodock. A lo mejor le haría una visita un día de estos. Entonces ya
no tendría tanta suerte.
Lo que debía hacer era recoger sus cosas y largarse. Ir a Wyoming y
esconderse allí durante unas semanas. Dejar que la cosa se enfriara. Los
capullos de la policía se tomarían más en serio la muerte de un turista que la
de un lobo o un puma.
En su opinión, el lobo y el puma valían infinitamente más que un cabrón
de Saint Paul. La del lobo había sido una caza justa, pero el puma… Lo había
pasado mal después de lo del puma. Una y otra vez tenía pesadillas sobre el
espíritu del puma, que volvía para atormentarlo.
Solo había querido saber cómo era matar a un animal salvaje y libre
mientras estaba enjaulado. No imaginaba que se sentiría tan mal ni que el
espíritu del felino regresaría para torturarlo.
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Para cazarlo. En sus sueños, bajo la luna llena, el puma lo acechaba y
chillaba al abalanzarse contra su cuello.
En sueños, el espíritu del puma al que había matado lo miraba con una
expresión gélida que le producía sudores fríos y conseguía que se despertara
con el corazón desbocado.
Como un bebé, habría dicho su padre. Como una nenaza. Temblando y
lloriqueando y con miedo a la oscuridad.
No importaba, ya estaba hecho, se dijo. Y había conseguido asustar a la
guapa Lil, ¿verdad? Había que sopesar lo bueno y lo malo.
Lo estarían buscando con insistencia por culpa del bueno de Jim. Lo más
prudente, como decía su padre, sería alejarse lo más posible del coto de caza.
Volvería por Lil, para continuar con el torneo, al cabo de un mes, de seis
meses si el calor aguantaba. Que los polis y los forestales se dedicaran a
morderse la cola.
El problema era que él no estaría allí para verlo, y eso no tenía gracia, no
le ponía.
Le parecía absurdo.
Si se quedaba, sentiría cómo intentaban darle caza. Y quizá también él les
daría caza. Podía acabar con un par de ellos. Sí, el riesgo merecería la pena. Y
el riesgo era lo que te mantenía vivo.
Era el riesgo lo que te demostraba que no eras un bebé ni una nenaza. Que
no tenías miedo de nada, maldita sea. El riesgo, la caza, la presa… Todos
ellos te demostraban que eras un hombre.
No quería esperar seis meses a Lil. Ya había esperado mucho.
Se quedaría. Aquella tierra era suya ahora, al igual que era la tierra de sus
antepasados. Nadie lo echaría de allí. Ocuparía el territorio que le pertenecía.
Si no era capaz de derrotar a un puñado de cabrones uniformados, no era
digno del torneo.
Aquí estaba su destino y, lo supiera ella o no, él era el destino de Lil.
La instalación avanzaba con gran eficacia en el recinto, más aún, observó Lil,
desde la llegada de Brad Dromburg. No hacía restallar ningún látigo ni
señalaba a nadie con el dedo, pero todo parecía hacerse más deprisa cuando él
andaba por allí.
El único problema que Lil tenía con el sistema ya casi acabado era la
curva de aprendizaje.
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—Habrá algunas falsas alarmas —señaló Brad mientras recorría los
senderos con ella—. Te aconsejo que limites el acceso al cuadro de control a
tus colaboradores más cercanos. Cuantas menos personas conozcan los
códigos y el procedimiento, menos margen de error habrá.
—¿Y al final del día ya estará todo en marcha?
—Creo que sí.
—Habéis trabajado muy deprisa. Más de lo normal, Brad, y mejor aún
porque has venido para supervisar la instalación. Te lo agradezco mucho.
—El servicio es el servicio. Además, me ha permitido tomarme lo que
podríamos llamar unas pequeñas vacaciones de trabajo, tiempo para ponerme
al día con un amigo y el mejor pollo con empanadillas a este lado del cielo.
—La especialidad de Lucy. —Lil se detuvo para acariciar al asno de
mirada dulce que le había llamado la atención antes de seguir caminando—.
Reconozco que me sorprendió saber que te alojabas en casa de Coop y no en
un hotel.
—En un hotel puedo alojarme siempre. Demasiadas veces, la verdad. Pero
¿con qué frecuencia tiene un chico de ciudad como yo la oportunidad de
alojarse en el barracón reformado de una granja de caballos?
Lil lo miró y se echó a reír; Brad estaba más contento que un niño con
zapatos nuevos.
—Supongo que tienes razón.
—Además, he podido ver por qué mi amigo y colega urbanita decidió
cambiar los cañones de cemento por las Colinas Negras. Esto es tal como
siempre lo describía —añadió Brad, paseando la mirada por las colinas—, una
explosión de verdor primaveral.
—¿Así que hablaba de esto, de cuando venía a pasar los veranos aquí de
pequeño?
—Hablaba de los paisajes, los olores, las sensaciones. De cómo era
trabajar con los caballos y salir a pescar con tu padre. Cuando vivía en Nueva
York, estaba claro que consideraba esto su hogar.
—Qué raro. Siempre creí que para él su hogar era Nueva York.
—Si quieres mi opinión, Nueva York era para Coop algo que debía
conquistar. En cambio aquí siempre se ha sentido…, bueno, en paz. Ya sé que
suena un poco fuerte. Cuando me hablaba de este sitio, yo siempre pensaba
que lo pintaba de una forma demasiado romántica, que lo adornaba como uno
hace cuando recuerda algo de su infancia. Y debo reconocer que pensaba lo
mismo cuando hablaba de ti. Pero me equivocaba en ambos casos.
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—Bonito cumplido, pero imagino que todo el mundo hasta cierto punto
recuerda su infancia de una forma demasiado romántica o demasiado
diabólica. No creo que Coop hablara tanto de mí… Vaya, ahora parece que
soy yo la que busca cumplidos gratuitos… Uf, lo siento.
—Pues hablaba mucho de ti, de cuando erais niños… y no tan niños. Me
enseñaba los artículos que escribías.
—Vaya —musitó Lil, atónita—. Debían de ser fascinantes para un
profano en la materia.
—Pues la verdad es que sí. Me transportaban a los bosques de Alaska, a
las profundidades de los Everglades, a las llanuras de África, al Oeste
americano, a los misterios de Nepal… Has viajado por muchos sitios. Y los
artículos que has escrito sobre el refugio me han ayudado a diseñar el sistema
de seguridad. —Brad guardó silencio unos instantes antes de continuar—.
Seguro que estoy quebrantando alguna norma de la amistad masculina al
decirte esto, pero llevaba una foto tuya en la cartera.
—Fue él quien se marchó. Él tomó la decisión.
—No te lo discutiré. No conoces a su padre, ¿verdad?
—No.
—Es un cabrón desalmado. Más duro y frío que un iceberg. Yo también
tuve algún que otro conflicto con mi padre, pero siempre supe que le
importaba. En cambio Coop siempre ha sabido que la única parte de él que le
importa a su padre es el apellido. Cuesta tener autoestima cuando la persona
que debería quererte incondicionalmente no deja de machacártela.
Triste y furioso, pensó Lil. Uno acaba triste y furioso.
—Sé que fue muy difícil para él. Y también fue difícil para mí, que tengo
a los mejores padres de todo el universo de padres, entender del todo lo que
significaba aquel tormento.
Aun así, añadió mentalmente, maldita sea.
—Pero dime una cosa… ¿Es típicamente masculino eso de alejarte de las
personas que te quieren y te valoran para luchar solo y enfrentarte una y otra
vez a aquellos que no te quieren ni te valoran?
—¿Cómo sabes que mereces ser querido y valorado si no te lo demuestras
a ti mismo?
—O sea, que es cosa de tíos.
—Puede. Pero, por otro lado, aquí estoy yo, hablando con una mujer que
acaba de pasar seis meses en los Andes, bastante lejos del hogar… Ya, era por
trabajo —añadió antes de que ella pudiera replicar—. Un trabajo al que te
dedicas en cuerpo y alma. Pero no viajas con red de seguridad, ¿verdad? Me
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imagino que has hecho muchos viajes y has pasado mucho tiempo sola
porque tenías que demostrarte a ti misma que mereces el lugar que ocupas en
la vida.
—Una verdad incómoda, desde luego.
—Después de que aquel tipo matara a su compañera y le disparara, Coop
hizo un esfuerzo para reconciliarse con su madre.
Ah, vaya, pensó Lil. Claro, cómo no. Muy propio de Cooper Sullivan.
—Y salió bastante bien —prosiguió Brad—. También intentó llevarse
mejor con su padre.
—Ah, ¿sí? —Preguntó Lil—. Ya, claro, no podía ser menos.
—Pero eso no salió nada bien. Después se dedicó a levantar una empresa
muy potente. Si quieres mi opinión, era un modo de demostrar que no
necesitaba el dinero del fideicomiso para salir adelante.
—Apuesto algo a que eso es lo que le diría su padre. No lo conozco, pero
me lo imagino diciéndole a Coop, cuando intentó reconciliarse con él, que sin
el dinero no era nada. El dinero de la familia. Dinero procedente de su padre.
Sí, como si lo oyera. Y me imagino a Coop resuelto y decidido a demostrar
que su padre se equivocaba.
—Y lo demostró. Más de una vez. Pero yo diría que ese fue el momento
en que Coop dejó de necesitar la aprobación de su padre en todos los sentidos.
Nunca me lo ha dicho y seguramente no lo reconocería, pero le conozco. Y
también sé que nunca ha dejado de necesitar la tuya.
—Nunca me ha pedido opinión ni aprobación.
—¿No? —preguntó Brad en tono casual.
—No… —Lil se interrumpió en seco al oír un grito y se volvió para mirar
el furgón que estaba aparcando delante de la primera cabaña—. Es nuestra
tigresa.
—No me digas…, ¿la del club de striptease? ¿Puedo mirar?
—Sí, pero no creo que nos haga un numerito. La instalaremos en la jaula
—explicó Lil mientras se dirigían al furgón—. Al otro lado de la valla está la
jaula de Boris. Es viejo pero bastante guerrero. Ella es joven pero la han
desuñado. Además, ha pasado la toda la vida enjaulada, encadenada y
drogada. Nunca ha convivido con los de su especie. Veremos cómo
reaccionan. No quiero que ninguno de los dos resulte herido.
Se detuvo para presentarse y estrechar la mano al conductor y al vaquero.
—Esta es nuestra gerente, Mary Blunt. Ella se encargará del papeleo
mientras yo me ocupo de la tigresa.
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Lil subió a la caja del furgón y se agachó para que sus ojos quedarán a la
altura de los de la tigresa.
—Hola, Delilah. Bienvenida a un mundo completamente nuevo.
Llevémosla a casa —ordenó—. Iré con ella aquí detrás.
Se sentó con las piernas cruzadas en el suelo y apoyó la palma de la mano
con cuidado contra los barrotes. Delilah apenas se movió.
—Nadie volverá a hacerte daño ni a humillarte. Ahora tienes una familia.
Tal como habían hecho con la mimada Cleo, situaron la jaula delante de la
puerta abierta del recinto. Pero a diferencia de Cleo, la tigresa no hizo amago
alguno de salir.
Por su parte, Boris patrullaba la valla de separación y husmeaba el aire.
Marcó el límite de su territorio mientras se acicalaba, observó Lil, como no lo
había hecho en mucho tiempo. Al cabo de unos instantes sacó pecho y rugió.
Delilah se estremeció dentro de la jaula.
—Vamos a apartarnos un poco. Está nerviosa. Tiene comida y agua, y
Boris está hablando con ella. Entrará cuando esté preparada.
Lucius bajó la cámara.
—Parece muy apagada… emocionalmente, quiero decir.
—Pondremos a Tansy a trabajar con ella, y si hace falta traeremos al
psicólogo.
—¿Tenéis un psicólogo para tigres? —preguntó Brad, estupefacto.
—Es un psicólogo conductual. Ya hemos trabajado con él en casos
extremos. Podría decirse que es el hombre que susurra a los animales exóticos
—explicó con una sonrisa—. Búscalo en Animal Planet. Pero creo que
podremos ocuparnos solos de ella. Está cansada y… tiene poca autoestima.
Nos aseguraremos de que sepa que aquí la queremos, la valoramos y la
mantendremos a salvo.
—Me parece que ese grandullón está deslumbrado —comentó Brad
mientras Boris se restregaba contra la valla.
—Estaba muy solo. Los tigres macho se llevan bien con las tigresas. Son
más caballerosos que los leones. —Lil retrocedió y se sentó en un banco—.
Me quedaré a observarlos un rato.
—Yo voy a comprobar las verjas. Creo que podremos probar el sistema
dentro de un par de horas.
Al cabo de una media hora, Tansy se reunió con ella y le ofreció una de
las botellas de Pepsi light que llevaba consigo.
—La maltrataban con fustas y pistolas eléctricas —dijo.
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—Ya lo sé —repuso Lil sin dejar de mirar a la tigresa inmóvil mientras
bebía un poco de Pepsi—. Espera que la castiguen si sale de la jaula. Tarde o
temprano saldrá por la comida. Si mañana todavía no ha salido, tendremos
que sacarla, aunque espero que no haga falta. Tiene que salir sola y no recibir
ningún castigo.
—Boris ya se ha encaprichado de ella.
—Sí, qué monada. Puede que Delilah reaccione a él, el macho alfa, antes
que a la comida. Y tendrá que evacuar. Seguro que habrá tenido que evacuar
más de una vez en su jaula, pero no querrá hacerlo si tiene alternativa.
—El veterinario especializado en abusos contra animales la trató por una
infección de vejiga y tuvo que arrancarle dos dientes. Matt está revisando el
historial y quiere examinarla, pero, al igual que tú, cree que necesita que
primero la dejen un rato en paz. ¿Cómo van las cosas con Coop?
—Estamos en una especie de moratoria, me parece. Tenemos que poner
en marcha el sistema de seguridad. Además, creo que está colaborando con la
policía. Tiene unos expedientes que no quiere enseñarme. De momento lo
estoy dejando en paz.
—Como a la tigresa.
—No está mal como metáfora de mi relación con Coop. Inestable y con la
posibilidad de un ataque en cualquier momento. Encontré dos cargadores de
su revólver en mi cajón de la ropa interior. ¿Por qué narices los habrá
guardado allí?
—Supongo que para no olvidar dónde están. ¿Tu ropa interior normal o la
de «fóllame»?
—La de «fóllame». Qué vergüenza. Iba a tirar la mayoría. Se me hace
muy raro conservarla. El factor Jean-Paul. Él compró la mayoría de las cosas,
y le encantaban.
—Tíralo todo y cómprate lencería nueva.
—Ya, pero no sé si es el mejor momento para invertir en esa cuestión.
Podría enviar señales indeseadas.
—Cierto. El otro día compré dos saltos de cama rollo «arráncame esto del
cuerpo ahora mismo, machote». Me encanta comprar por internet, pero
todavía me pregunto por qué no me controlé.
—Farley se tragará la lengua de emoción.
—No paro de decirme que tengo que atajar esto antes de que se complique
todavía más, y sin darme cuenta ya estoy repasando la colección de primavera
de Victoria’s Secret. Estoy fatal, Lil.
—Estás enamorada, cariño.
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—Creo que no es más que lujuria. Y la lujuria está bien. Porque se pasa.
—Ya, solo lujuria. Y una porra.
—Vale, deja de machacarme. Sé que es más que lujuria, pero es que no sé
cómo manejarlo. Así que deja de torturarme.
—Si me lo pides así… Mira. ¡Mira! —Exclamó, oprimiendo la rodilla de
Tansy—. Se está moviendo.
Observada por ambas, Delilah avanzó un paso y luego otro, Boris emitió
un gruñido alentador. Cuando tenía ya medio cuerpo fuera, la tigresa se quedó
de nuevo inmóvil como una estatua, y Lil temió que fuera a retroceder. Al
cabo de unos instantes, Delilah se estremeció, se agazapó y se abalanzó sobre
el pollo que le habían dejado en la plataforma de hormigón.
Lo atenazó entre las patas mientras miraba a derecha, a izquierda y hacia
delante. Por fin sus ojos se encontraron con los de Lil.
Vamos, come, pensó Lil. Venga.
La tigresa ladeó la cabeza y sin dejar de vigilar a Lil hincó los dientes en
el pollo.
Mientras desgarraba la carne, Lil apretó la mano de Tansy.
—Está esperando a que alguien la castigue. Dios, ojalá pudiera usar una
fusta con esos cabrones de Sioux City.
—Desde luego. Pobrecilla. Acabará vomitando.
Pero Delilah no vomitó. Cuando acabó, en lugar de limpiarse las patas se
dirigió al abrevadero y bebió como si le fuera la vida en ello.
Al otro lado de la valla, Boris se alzó sobre las patas traseras y la llamó.
Delilah permaneció agazapada en actitud sumisa, pero se acercó a la valla
para husmearlo. Cuando Boris descendió hacia ella, la tigresa regresó
corriendo a la entrada de la jaula.
Donde creía que estaría a salvo, pensó Lil. Boris volvió a llamarla con
insistencia hasta que Delilah reptó de nuevo hacia la valla y, sin dejar de
temblar, dejó que el macho le oliera el hocico y las patas delanteras.
Cuando la lamió, Lil sonrió.
—Deberíamos haberlo llamado Romeo. Saquemos la jaula y encerrémosla
dentro. Boris se ocupará de ella a partir de ahora. —Miró el reloj al levantarse
—. Qué oportuno. Tengo que ir al pueblo.
—Creía que ya habían ido por suministros.
—Tengo que hacer algunos recados y quiero pasar a ver a mis padres.
Volveré antes de que se ponga el sol.
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No tenía intención de pasar por los establos de los Wilks, pero llegó con
tiempo y allí estaban… En cualquier caso, la tentación fue irresistible cuando
divisó a Coop conduciendo por el cercado a una niña pequeña montada en un
robusto poni bayo.
Cualquiera habría dicho que la niña tenía en sus manos la llave de la
mayor juguetería del mundo. Daba saltitos sobre la silla, a todas luces incapaz
de estarse quieta, y su cara, protegida por un sombrerito de vaquero de color
rosa, relucía como el sol en verano.
Al apearse de la camioneta, Lil oyó a la pequeña charlar con Coop
mientras la madre reía a carcajadas y el padre sacaba fotos. Embelesada, se
dirigió hacia la valla y se apoyó contra ella para observarlos.
Coop también parecía encantado de la vida. Estaba por completo
concentrado en la niña, respondiendo a un sinfín de preguntas mientras el
caballito daba vueltas con una paciencia propia de un santo.
¿Cuántos años debía de tener la pequeña? ¿Cuatro? Dos coletas doradas
asomaban bajo el sombrero, y en el dobladillo de sus tejanos relucían flores
bordadas en muchos colores.
Una auténtica monada, concluyó Lil. Y de repente sintió que su corazón le
daba un vuelco al ver a Coop levantar los brazos para ayudar a la niña a
desmontar.
Nunca había pensado en él como padre. En una época se había limitado a
suponer que tendrían una familia, pero siempre de un modo vago,
difuminado. Hermosos sueños de «algún día».
Pensó en todos los años transcurridos. Podrían haber tenido una niña.
Coop dejó que la pequeña acariciara el caballo, sacó una zanahoria de una
bolsa, le enseñó a sujetarla y puso la guinda al maravilloso día de la niña al
permitirle que se la diera al poni.
Lil esperó mientras Coop hablaba con los padres y lo vio sonreír de oreja
a oreja cuando la niña se abrazó a sus piernas.
—Se acordará de ti toda la vida —señaló cuando Coop se acercó a ella.
—Más bien del poni. Nadie olvida su primer caballo.
—No sabía que ofrecías paseos en poni.
—No estaba previsto, pero la niña se moría de ganas de probar. De todos
modos, hace tiempo que me lo planteo. Pocos gastos y beneficios
considerables. El padre ha insistido en darme diez dólares de propina —
explicó con otra sonrisa mientras se sacaba el billete del bolsillo—. ¿Quieres
ayudarme a gastarlos?
—Muy tentador, pero he quedado. Has estado encantador con la niña.
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—Me lo ha puesto muy fácil, y sí, yo también he pensado en ello. —Al
ver que Lil levantaba las cejas a modo de pregunta, Coop posó las manos
sobre las de ella por encima de la valla—. He pensado en la clase de niños
que podríamos haber tenido. —Le apretó las manos con más fuerza para
evitar que Lil las apartara—. Tus ojos. Siempre me han perdido tus ojos.
También me he preguntado qué clase de padre sería. Y creo que no lo haría
mal. Ahora.
—No pienso ponerme romanticona por unos hijos imaginarios, Coop.
—Este es el lugar perfecto para criar a los hijos, los dos lo sabemos.
—Te estás precipitando de lo lindo. Me acuesto contigo porque quiero
acostarme contigo. Pero tengo muchas cosas que resolver, mucho en que
pensar antes de que esto pueda ir más allá de lo que está resultando ser una
amistad un poco tambaleante.
—Te dije que esperaría y esperaré. Pero eso no significa que no vaya a
hacer cuanto esté en mi mano para recuperarte. Se me ha ocurrido que nunca
he tenido que esforzarme por ti, Lil. Podría resultar interesante.
—No he venido para hablar de esto. Me pones de los nervios. —Apartó
las manos con ademán brusco—. Quería decirte que Brad cree que podremos
poner el sistema en marcha esta misma tarde.
—Vale, genial.
—Voy a decirles a todos que ya no necesitaremos centinelas. Eso te
incluye a ti.
—Me quedaré contigo hasta que Howe esté encerrado en una celda.
—Allá tú. Y no te niego que prefiero pasar las noches acompañada.
Puedes quedarte el cajón y el espacio del armario. Y me acostaré contigo. En
cuanto a lo demás, no sé. —Echó a andar, pero al poco se detuvo—. Quiero
saber todo lo que te ha contado Willy, porque sé que te tiene al corriente de la
investigación, de la búsqueda. Quiero ver esos expedientes que con tanto
cuidado me ocultas. Si quieres tener alguna oportunidad conmigo, Coop, será
mejor que entiendas que espero que me respetes y confíes en mí. En todos los
sentidos. Con buen sexo y tulipanes amarillos no hay ni para empezar.
Farley se paseaba nervioso por la acera delante de la joyería cuando Lil llegó.
—No quería entrar sin ti.
—Siento llegar tarde. Me han entretenido.
—No pasa nada —dijo Farley, haciendo sonar las monedas que llevaba en
los bolsillos—. No llegas tarde, es que yo he llegado pronto.
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—¿Estás nervioso?
—Un poco. Quiero tener la seguridad de que elijo el anillo perfecto.
—Vamos a ello.
En el interior de la joyería había bastantes clientes y muchas piezas
centelleantes. Lil saludó con la mano a la dependienta que conocía y luego se
colgó del brazo de Farley.
—¿Qué tenías pensado? —preguntó Lil.
—Para eso estás tú aquí.
—No, primero dime lo que tenías pensado.
—Bueno, yo… Tiene que ser algo especial, diferente. Ni llamativo ni…
—Algo único, vaya.
—Sí, único, como ella.
—En eso, en opinión de su mejor amiga, tienes toda la razón del mundo.
—Lil tiró de él hacia la vitrina de anillos de compromiso—. ¿Oro blanco o
amarillo?
—Joder, Lil —jadeó Farley con expresión aterrada, como si le hubiera
preguntado si prefería cianuro o arsénico en el café.
—Vale, era una pregunta trampa. Teniendo en cuenta su colorido natural
y su personalidad… además de su predilección por las cosas únicas, creo que
deberías decantarte por el oro rosado.
—¿Y eso qué narices es?
—Algo así. —Lil señaló un anillo—. ¿Lo ves? Es cálido y suave. Reluce
pero no centellea.
—Pero es oro, ¿no? Quiero decir que es bueno, que no es menos…, ya
sabes, importante, ¿verdad? Tiene que ser un anillo importante.
—Es oro. Si no te gusta, entonces yo tiraría por el oro amarillo.
—Sí que me gusta. Es diferente y…, sí, cálido. Rosado. Ah, claro, es que
se llama oro rosado.
—Tranquilízate, Farley, todo va bien.
—Ya.
—Echa un vistazo y elige el primero que te atraiga.
—Ah… ¿Este? Lleva un diamante redondo muy bonito.
—Es precioso, el problema es que el diamante sobresale mucho. —Lil
separó el pulgar y el índice para indicarle a qué se refería—. Tansy trabaja
mucho con las manos, con los animales. Se le engancharía en todas partes.
—Claro, tienes razón. O sea que tiene que ser algo que no sobresalga
tanto. —Se apartó el sombrero para rascarse la cabeza—. No hay muchos de
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este color, pero aun así cuesta decidir. Este tiene un aro muy bonito, pero el
diamante es un poco raquítico. No quiero que parezca barato.
Mientras Lil se inclinaba para verlo mejor, la dependienta se acercó a
ellos.
—Vaya, ¿tenéis algo que contarme?
—Ya no podemos seguir guardando el secreto de nuestro amor —bromeó
Lil, a lo que Farley se ruborizó—. ¿Cómo estás, Ella?
—Muy bien. ¿Así que has arrastrado a Farley hasta aquí para disimular?
Si ves el anillo que quieres, estaré encantada de enseñárselo a Coop cuando
venga.
—¿Qué? ¡No! No, no.
—Todo el mundo está esperando a que lo anunciéis.
—No habrá ningún anuncio. Todo el mundo… se equivoca. —Alterada,
Lil sintió que también ella se ruborizaba—. Solo he venido en calidad de
asesora. Es Farley el que se casa.
—¿De verdad? —casi chilló Ella—. Los más callados siempre son los
más profundos. ¿Y quién es la afortunada?
—Es que todavía no se lo he pedido, así que…
—¿No será por casualidad una belleza exótica con la que te he visto bailar
un par de veces? ¿La que vive a un par de manzanas de aquí, en un edificio
delante del cual he visto tu camioneta aparcada en varias ocasiones estas
últimas semanas?
—Bueno… —Farley se removió inquieto.
—¡Dios mío, es ella! Qué notición. Espera a que se lo cuente a…
—No puedes contárselo a nadie, Ella. Aún no se lo he pedido.
Ella se llevó una mano al corazón y levantó la otra a modo juramento.
—Ni una palabra. Aquí somos expertos en guardar secretos aunque en
este caso me costará no hacerme pis encima de impaciencia si tardas mucho
en pedírselo. Bueno, manos a la obra. Dime lo que tienes en mente.
—Lil cree que lo mejor es el oro rosado.
—Es ideal para ella.
Ella abrió la vitrina y dispuso una pequeña selección sobre una alfombrilla
de terciopelo.
Comentaron y discutieron la jugada mientras Lil se probaba cada
candidato. Después de bastante rato y preocupación, Farly lanzó a Lil una
mirada angustiada.
—Si me equivoco, me lo dices, pero me gusta este. Me gusta el aro ancho,
le da sustancia, ¿no crees? Y la forma en que los diamantes pequeños se
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dirigen hacia el redondo del centro. Sabrá que lo lleva y sabrá que se lo he
puesto yo.
Lil se alzó de puntillas y lo besó en la mejilla mientras Ella lanzaba un
suspiro desde detrás del mostrador.
—Esperaba que eligieras este. Le va a encantar, Farley. Es perfecto.
—Gracias a Dios, porque empezaba a desesperarme.
—Es precioso, Farley. Original, contemporáneo y al mismo tiempo
romántico.
Ella guardó los demás anillos.
—¿Cuál es su talla?
—Uf, yo qué sé.
—Creo que una seis —dijo Lil—. Yo llevo una cinco, y a veces nos
hemos intercambiado anillos. Los suyos me van un pelo grandes y suelo
llevarlos en el dedo corazón. Creo que… —Cogió el anillo y se lo puso en el
dedo corazón—. Creo que este le irá bien.
—Debe de ser el destino. Si necesita que se lo ajustemos, la traes, y nos
ocuparemos de ello. O también puede cambiarlo por otro si ve alguno que le
guste más. Voy a ocuparme del papeleo, Farley. —Ella dobló un dedo para
indicarle que se acercara— como una vez te dejé que me besaras detrás de las
gradas, te haré un quince por ciento de descuento. Solo te pido que vengas a
comprar las alianzas cuando llegue el momento.
—No se me ocurriría ir a otro sitio. —Farley se volvió hacia Lil con
expresión aturdida—. Acabo de comprarle un anillo a Tansy. No hagas eso —
suplicó al advertir que los ojos de Lil se llenaban de lágrimas—. Si no yo
también me pondré a llorar.
Lil lo abrazó y apoyó la cabeza en su pecho mientras él le daba palmaditas
en la espalda. Decisiones, pensó Lil. Y oportunidades. Algunos tomaban las
decisiones correctas y aprovechaban al máximo las oportunidades.
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arley la siguió hasta la granja, de modo que Lil tuvo ocasión de
presenciar una escena conmovedora cuando el joven mostro el anillo a
sus padres. Hubo palmadas en la espalda, algunas lágrimas y la promesa de
traer a Tansy para una celebración familiar en cuanto hubiera aceptado su
proposición.
Cuando Farley pidió a Joe que salieran a dar un paseo, sin duda para
pedirle algún consejo de hombre a hombre, Lil se sentó con su madre.
—Dios mío, pero si hace nada era un crío —suspiró Jenna.
—Vosotros habéis hecho de él un hombre.
Jenna se enjugó las lágrimas. Otra vez.
—Le dimos acceso a las herramientas para que pudiera convertirse en un
hombre por sí solo. Si Tansy le rompe el corazón, le daré tal patada que la
mandaré a la otra punta del planeta.
—Ponte a la cola. Pero no creo que lo haga. No creo que Farley se lo
permita. Farley tiene un plan, parte del cual imagino que le estará contando a
papá ahora mismo. Tansy está perdida.
—Imagina los hijos que tendrán. Ya lo sé, ya lo sé —rio Jenna agitando la
mano—. Típica reacción. Pero es que me encantaría tener niños correteando
por aquí. Guardo la cuna que tu abuelo hizo para mí y que usé para ti en el
desván. Pero tengo que aparcar todo eso y pensar en los planes de boda.
Espero que nos dejen pagarla. Me encantaría encargarme de todo. Flores,
vestidos, tartas y…
Jenna dejó la frase sin terminar.
—Yo no te he dado ocasión de hacerlo por mí.
—Ha sonado así, pero no era mi intención. No hace falta que te diga lo
orgullosos que estamos de ti, ¿verdad?
—No. En una época hice planes que no salieron bien. Así que tracé otro, y
ese sí salió bien. Y ahora me encuentro en una situación extraña y
complicada. No me iría mal tu opinión.
—Cooper.
—Siempre ha sido Cooper. Pero hace mucho tiempo que no es tan
sencillo.
—Te hizo mucho daño —musitó Jenna, envolviendo la mano de Lil entre
las suyas—. Lo sé, cariño.
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—Me arrancó una parte de mí. Y ahora quiere arreglarlo, pero no sé si eso
es posible.
—No, no lo es —afirmó Jenna, oprimiéndole la mano antes de reclinarse
en la silla—. Pero eso no significa que no pueda encajar de otra manera. Una
manera mejor. Le quieres, Lil. Eso también lo sé.
—El amor no bastó en su momento. Me explicó… y te aseguro que se
tomó todo el tiempo del mundo para explicármelo, por qué no bastó.
Mientras contaba la historia, Lil tuvo que levantarse de la mesa, acercarse
a la ventana y abrir la puerta principal para dejar pasar el aire. Moverse,
simplemente moverse mientras su madre permanecía sentada, escuchando.
—Por mi propio bien, porque tenía algo que demostrar, porque estaba sin
blanca, porque se sentía un fracasado. ¿Y qué? Además, en cualquier caso, yo
merecía conocer sus razones. Yo formaba parte de esa relación. No hay
relación si uno de los dos toma todas las decisiones, ¿no?
—Cierto, o al menos no hay una relación equilibrada. Entiendo lo que
sientes y por qué estás enfadada.
—Pero es que estoy más que enfadada. Una de las decisiones más
importantes de mi vida no la tomé yo. Y en cuanto a los motivos por los que
me lo ocultó todo… ¿Cómo voy a estar segura de que no volverá a pasar? No
puedo construir mi vida con alguien capaz de hacer algo así. No puedo.
—No, precisamente tú no puedes. Y ahora te voy a decir algo que quizá te
decepcione. Lo siento, siento muchísimo que sufrieras tanto. Yo también sufrí
mucho por ti, Lil, te lo aseguro. Sentía tu dolor como si fuera mío. Pero al
mismo tiempo le estoy muy agradecida por hacer lo que hizo.
Lil se encogió como si acabara de recibir un golpe.
—¿Cómo puedes decir eso? ¿Lo dices en serio?
—Si no lo hubiera hecho, tú habrías renunciado a todo, a todas tus
pasiones salvo a él. Si hubieras tenido que decidir entre él y tus metas
personales y profesionales… estabas demasiado enamorada para elegir otra
cosa que no fuera él.
—¿Y quién dice que no podía haberlo tenido todo? ¡Maldita sea! ¿Por qué
se trataba de elegir y renunciar?
—Quizá lo habrías conseguido, pero las probabilidades eran pocas. Oh,
Lil —dijo con tanta compasión que Lil sintió que los ojos le ardían de
lágrimas—. Tú no tenías ni veinte años, y el mundo entero se abría ante ti.
Coop tenía casi dos años más y un mundo difícil y estrecho. Él tenía que
luchar, y tú tenías que crecer.
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—Vale, éramos jóvenes. Papá y tú también erais jóvenes cuando os
casasteis.
—Sí, y tuvimos suerte. Y además queríamos lo mismo, ya entonces. Lo
que queríamos estaba aquí, y eso mejoraba nuestras posibilidades.
—O sea que crees que debo pasar de los últimos diez años. Perdonarlo
todo y decirle a Coop que soy suya para siempre.
—Lo que creo es que debes tomarte todo el tiempo que necesites y
averiguar si puedes perdonarle.
Lil lanzó un profundo suspiro cuando parte de la presión que le atenazaba
el pecho se disolvió.
—Y creo que, así como entonces tenía algo que demostrarse a sí mismo,
ahora tiene algo que demostrarte a ti. Que lo haga. Y mientras te tomas el
tiempo que necesitas, pregúntate si quieres vivir los próximos diez años sin él.
—Ha cambiado, y la persona en la que se ha convertido… Si acabara de
conocerlo, si no tuviéramos un pasado… Caería en sus brazos como una
tonta. Y eso me asusta. Saber que, si me dejo llevar, le daré el poder para que
me arranque otra parte de mí.
—¿No estás cansada de acercarte a hombres que no pueden hacerlo,
cariño?
—Sinceramente, no sé si lo hice adrede o porque él es el único que puede
hacerlo. —Lil se frotó los brazos como si quisiera entrar en calor—. En
cualquier caso, es otra decisión aterradora. Y hay muchas cosas en que
pensar. Tengo que volver; no tenía intención de pasar tanto rato fuera.
—Asuntos importantes. —Jenna se levantó y le apoyó las manos en los
hombros—. Encontrarás tu camino, Lil, estoy convencida. Y ahora quiero que
me asegures que no necesitas que pasemos allí esta noche.
—El sistema estaba casi listo cuando me he marchado. Si han encontrado
algún problema, os llamaré, te lo prometo. Puede que esté confundida
respecto a mis sentimientos y a Coop, pero tengo muy clara la importancia de
la seguridad en el refugio. No pienso correr ningún riesgo.
—De acuerdo. Casi todos creen que se ha ido, que no se habrá quedado en
esta área ahora que todo el mundo lo busca.
—Espero que tengan razón. —Lil apoyó la mejilla en la de su madre—. Y
sé que no nos vamos a relajar, al menos del todo, hasta que lo detengan.
Tampoco quiero que tú corras riesgos.
Salió al porche y vio a Farley y a su padre rodear uno de los edificios
anexos con los perros brincando a su alrededor.
—Dale a Farley muchos ánimos de mi parte.
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Echó a andar hacia la camioneta, se dio la vuelta para seguir caminando
de espaldas y observó lo guapa que estaba su madre de pie en el porche de la
vieja casa.
—Me regaló un ramo de tulipanes amarillos —dijo.
Y más guapa aún cuando sonríe, pensó Lil.
—¿Y han servido de algo?
—Más de lo que le he dado a entender. Hablando de reacciones típicas…
Llegó al refugio antes de la hora de cierre y encontró abierta la verja nueva.
Pese a ello, echó un vistazo a la cámara de seguridad. La cerradura y el
teclado de codificación. Evitarían que alguien entrara en vehículo después de
cerrar, pero resultaba imposible proteger las colinas.
Condujo por el camino de acceso muy despacio mientras escudriñaba el
terreno y los árboles.
Yo encontraría la forma de entrar, se dijo. Lil conocía cada centímetro del
recinto; sin duda hallaría un modo de eludir el sistema de seguridad si se
tomaba el tiempo y las molestias suficientes.
Saberlo la hacía estar más alerta.
Alzó la mirada. Más cámaras colocadas estratégicamente para cubrir el
complejo y la carretera. No sería fácil evitarlas todas. Y los focos nuevos lo
iluminarían todo. Imposible esconderse en la oscuridad una vez dentro.
Paró delante de la cabaña; se alegró al ver tres grupos de visitantes. Divisó
a Brad en el extremo más occidental del complejo, hablando con uno de los
instaladores. Pero su mirada no tardó en desviarse hacia el miembro más
reciente de la familia Chance.
Su humor mejoró de inmediato. Delilah estaba tumbada junto a la valla de
separación y, al otro lado, Boris yacía pegado a ella. Lil hizo la primera
parada allí.
La hembra no levantó la cabeza cuando Lil se acercó. Estaba tendida pero
con los ojos abiertos. Todavía desconfiaba, se dijo Lil. Quizá nunca llegara a
superar aquella desconfianza hacia los humanos. Pero por otro lado había
encontrado consuelo en un ejemplar de su propia especie.
—Me parece que quitaremos la valla de separación antes de lo que
creíamos —comentó en voz más bien baja y sin hacer movimientos bruscos
—. Buen trabajo, Boris. Necesita un amigo, así que cuento contigo para que la
pongas al corriente.
—Perdone, señorita.
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Lil se volvió hacia el grupo de cuatro personas apostada al otro lado de la
barandilla de seguridad.
—¿Sí?
—No debería pasar la barandilla.
Lil se irguió y se dirigió al hombre que le había hablado.
—Soy Lil Chance —se presentó al tiempo que le tendía la mano—, la
propietaria del refugio.
—Oh, lo siento.
—No pasa nada. Estaba echando un vistazo a nuestra adquisición más
reciente. Todavía no hemos podido poner la placa. Se llama Delilah, y este es
su primer día en el refugio. Es una tigresa de Bengala —empezó antes de
dejarse enredar en una de las pocas visitas guiadas que hacía.
Cuando terminó y dejó al grupo en manos de dos estudiantes, Brad la
estaba esperando.
—Todo en marcha, Lil, y completamente operativo. Quiero repasar todo
el sistema contigo y con tus colaboradores más cercanos.
—Les he dicho que tal vez tengan que quedarse más rato esta noche.
Prefiero esperar a después del cierre, si no te importa.
—En absoluto…, sobre todo porque Lucius me ha dicho que podía ayudar
con la cena de los animales…, si a ti te parece bien.
—Es mucho trabajo.
—Me gustaría poder volver a Nueva York contando que he dado de
comer a un león. Me servirá de gancho durante mucho tiempo.
—En tal caso, trato hecho. Yo te enseño a dar de comer a los animales y
luego tú me enseñas cómo funciona el sistema de seguridad —propuso antes
de volverse hacia las jaulas—. Aunque ya había visto el diseño, tenía miedo
de que fuera demasiado llamativo, demasiado sofisticado y…, bueno, cantón.
Pero no lo es. Está muy bien disimulado y no estorba en absoluto.
—La estética es importante, pero también lo es la eficiencia. Creo que
verás que te hemos proporcionado las dos cosas.
—Ya lo veo ahora. Vamos, te acompaño a la cámara.
Después de la cena, Lil aprendió todos los controles del sistema de seguridad
bajo la supervisión de Brad. Para la tardía reunión de personal, sacó cerveza,
una bandeja de pollo frito y algo para picar. Aquello era un asunto serio, pero
eso no significaba que no pudieran pasarlo bien.
Ya estaban bastante estresados.
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Lil repasó los sectores y los elementos, encendió luces, activó alarmas y
cerraduras, las volvió a desactivar, cambió la imagen de las cámaras en los
monitores…
—Muy bien —alabó Brad—. Aunque no tanto como Lucius. Sigue
teniendo el récord.
—Empollón —lo acusó Tansy.
—Y a mucha honra. Pantalla dividida en cuatro imágenes, —dijo el
aludido mientras mordía un muslo de pollo y se subía las gafas—. A ver de
qué eres capaz.
—¿Crees que no lo conseguiré?
—Apuesto un dólar a que no te sale a la primera.
—Yo apuesto dos a que sí —replicó Tansy.
Lil se frotó las manos y repasó mentalmente los códigos y la secuencia.
Cuando aparecieron cuatro imágenes en la pantalla, hizo una reverencia.
—Pura churra. Apuesto cinco a que Mary no se aclara con la secuencia.
Mary se limitó a suspirar.
—Yo apuesto en mi contra. Tarjetas magnéticas, códigos de seguridad…
Lo próximo que pondremos serán escáneres de retina. —Pese a todo, se
acercó al ordenador como una valiente. En menos de treinta segundos había
hecho saltar la alarma—. ¡Maldita sea!
—Gracias a Dios —suspiró Matt, pasándose la mano por la frente—.
Menos presión para mí.
Mientras Brad repasaba el procedimiento con la exasperada Mary, Lil se
acercó a Tansy.
—Tú ya lo dominas. Vete cuando quieras.
—Quiero repasarlo una vez más. Además… —levantó el plato de plástico
— ensalada de patatas. No tengo ninguna prisa. ¿Qué? —preguntó al ver que
Lil la miraba con el ceño fruncido.
—Nada. Lo siento, estaba pensando en otra cosa. —Concretamente en el
anillo que le quemaba el bolsillo a Farley—. Estará muy silencioso esta noche
sin los centinelas.
—Bueno —repuso Tansy, haciendo aletear las pestañas cuando Coop
entró—. No sé qué decirte. A lo mejor te convendría sacar la lencería sexy y
darle otra oportunidad.
Lil le propinó un codazo.
—Cállate.
Sofocó una carcajada cuando Mary consiguió dejar la pantalla en blanco.
—Le llevará su tiempo.
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—Si lo tuviera todo en una hoja de cálculo, lo haría de la hostia.
—Pero mientras…
Lil apoyó la cadera contra la mesa de Lucius y tomó un sorbo de cerveza.
Ya era noche cerrada y en el cielo brillaba una luna de tres cuartos cuando
despidió a sus últimos empleados. Esperaba que todos se aclararan con la
tarjeta magnética para entrar a la mañana siguiente. Por su parte, ella quería
encargarse de las tareas que había tenido que aparcar durante el día.
—Mañana me paso —anunció Brad en el porche mientras Coop se
sentaba sobre la barandilla—. Quiero repasar el sistema otra vez con Mary y
asegurarme de que no hay fallos.
—Te agradezco todo lo que has hecho —dijo Lil, paseando la mirada por
las jaulas, los focos y el parpadeo rojo de los detectores de movimiento—. Es
un alivio saber que los animales están a salvo.
—Tienes el número del instalador local por si surge algún problema. Y
también el mío.
—Espero que vuelvas algún día aunque no surjan problemas.
—No lo dudes.
—Hasta mañana.
Lil entró en su cabaña. Al ver la hora, decidió prepararse una tetera y
trabajar alrededor de una hora.
Sobre la gastada mesa de la cocina había un jarrón de margaritas con
pintas. Eran preciosas.
—Maldita sea.
¿Era débil y simplona por conmoverse ante unas flores? Pero ¿acaso
existía un ataque más directo que unas flores colocadas por un hombre sobre
la mesa de una mujer?
Limítate a disfrutarlas, se ordenó al tiempo que ponía agua a hervir.
Acéptalas por lo que son, un gesto amable y punto.
Preparó el té, sacó un par de galletas y se sentó a la mesa con el portátil y
las flores.
Primero revisó el correo del refugio, divertida como siempre al leer las
cartas de los niños y encantada con las de donantes potenciales que pedían
más detalles acerca de algún proyecto en concreto.
Les contestó a todos por orden y con igual mimo.
Al abrir uno de los correos, se quedó sin aliento y tuvo que leerlo dos
veces.
Hola lil. cuanto tiempo sin vernos al menos tu, que movida en
el refugio i que bien me lo e pasado mirando, me parece que
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nos bolveremos a ver. qeria que fuera una sorpresa pero parece
que la poli sabe que estoi aqui. me lo estoi pasando muy bien
viendo como pasean el culo gordo por el monte i pronto les
dejare un regalo. siento lo del puma pero no tenias que metelo
en una jaula asi que es culpa tulla que este muerto. los
amimales son espíritus libres i nuestros antepsados lo sabían i tu
has biolado la confianza sagrada pense matarte por eso ace
mucho tiempo pero entonces me lie con carolyn y estava mui
bien i fue un juego estupendo i murió bien. es importante morir
bien i creo que tu moriras bien. cuando acabe contigo soltare a
todos los animales que tienes en la carsel. si me das un buen
juego lo aré en tu onor. cuidate asi cuando nos encontremos
seremos iguales. el bueno de jim estubo bien para practicar pero
tu seras el plato fuerte. espero que esto te llege no se me dan
bien los ordinadores i solo he cojido este prestado para enbiarte
este mensaje. un avrazo ethan felino veloz.
Lil guardó el correo e hizo una copia. Luego esperó unos instantes a recobrar
el aliento y la tranquilidad, y salió en busca de Coop.
Vio los faros traseros del coche de alquiler de Brad y a Coop volviendo al
porche de la cabaña.
—Brad quería llegar a la granja a tiempo para birlarle a mi abuela un
trozo de tarta. Dice que… —Se interrumpió en seco al ver la expresión de Lil
a la luz de los focos—. ¿Qué ha pasado?
—Me ha enviado un correo electrónico. Tienes que verlo.
Coop la hizo a un lado, entró en la cabaña y fue directo a la cocina, donde
inclinó la pantalla del portátil para poder leer el mensaje de pie.
—¿Has hecho una copia?
—Sí, en el disco duro y en el lápiz de memoria.
—También necesitaremos copias impresas. ¿Reconoces la dirección del
correo electrónico?
—No.
—No creo que sea difícil seguirle la pista. —Se apartó de la mesa para
coger el teléfono. Al cabo de un instante, Lil lo oyó poner a Willy en
antecedentes con una voz neutra que se ajustaba bien con su expresión—. Te
lo reenvío. Dame tu dirección. —La garabateó en el cuaderno colocado junto
al teléfono—. Ya la tengo.
Pasó el teléfono a Lil y volvió junto al ordenador.
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—¿Willy? Sí, estoy bien. ¿Podrías enviar una patrulla a casa de mis
padres? —Se volvió hacia Coop, que tecleaba a toda velocidad—. Y a casa de
los abuelos de Coop. Me quedaré más tranquila si… Gracias. Sí, no te
preocupes. Vale.
Colgó y a duras penas evitó retorcerse las manos.
—Dice que rastreará la dirección enseguida. Nos llamará o pasará por
aquí en cuanto sepa algo.
—Sabe que cometió un error con Tyler —masculló Cooper como si
hablara solo—. Sabe que lo hemos identificado. ¿Cómo lo sabe? Tiene algún
modo de conseguir información. Tal vez una radio. O se arriesga a ir al
pueblo para enterarse de los chismes. —Releyó el correo con los ojos
entornados—. Hay varios sitios en el pueblo donde conectarse a internet,
pero… sería demasiado arriesgado. Encontraríamos el sitio, luego a alguien
que lo hubiera visto o hablado con él… Eso nos proporcionaría mucha
información. Es más probable que haya entrado en alguna casa. Lo ha
enviado a las diecinueve treinta y ocho. Ha esperado a que fuera de noche.
Luego ha buscado una casa, tal vez una en la que viva un niño o un
adolescente, que son los que suelen dejar el ordenador encendido.
—Puede que haya matado a alguien más. Puede que haya asesinado a
alguien, incluso a más de una persona, solo para enviar esto. Dios mío, Coop.
—No pensaremos en eso a menos que sea estrictamente necesario.
Olvídalo —le ordenó con frialdad—. Concéntrate en lo sabemos, y lo que
sabemos es que ha cometido otro error. Ha salido de las sombras porque ha
sentido el impulso de comunicar contigo. Ha descubierto que sabemos quién
es y se ha sentido libre para contactar contigo.
—Pero no se comunica conmigo, sino con una idea distorsionada que
tiene de mí. Se comunica consigo mismo.
—Exacto. Sigue.
—Es…, oh… —Lil se llevó una mano a la frente y se mesó cabello—.
Tiene poca cultura y no sabe gran cosa de ordenadores. Sin duda ha tardado
bastante en escribir el mensaje. Quiere que yo…, mejor dicho su versión de
mí, sepa que me está observando. Quiere fantasmear un poco. Dice que lo ha
pasado muy bien viendo lo que hemos hecho aquí. El nuevo sistema de
securidad. La cacería. Está convencido de que ninguna de las dos cosas le
impedirá lograr su objetivo. El juego. Dice que Carolyn fue un juego
estupendo.
—Y que Tyler le fue bien para practicar. Todo apunta a que alejó a Tyler
del camino, mucho, y lo empujó hacia el río. Tyler era un hombre sano y
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estaba en forma. Y era más alto y corpulento que Howe, lo que nos lleva a
concluir que Howe llevaba un arma. Un cuchillo no habría servido si Tyler
hubiera conseguido alejarse lo suficiente. ¿Dónde está el juego si te limitas a
obligar a un tipo a caminar delante de ti varios kilómetros?
Lil veía los distintos pasos y capas con más claridad. Y verlo la ayudó a
mantener la calma.
—Sabemos que tiene un arma y que conoce las colinas. Sabe rastrear y…
caza.
—Sí, y tú no se lo has puesto nada fácil. Ese es el juego, la caza en sí.
Elige una presa, la acecha y la caza.
—Y me ha elegido a mí porque cree que, al construir el refugio aquí, he
profanado una tierra sagrada y la confianza sagrada de los Antepasados.
Porque, según él, ambos compartimos al puma como espíritu guía. Es una
locura.
—También te ha elegido a ti porque conoces el terreno. Sabes rastrear,
cazar y esconderte, lo cual te convierte en un trofeo extraordinario.
—Quizá vino por mí hace un par de años, pero Carolyn lo distrajo. Era
joven y guapa, y se sentía atraída por él. Escuchaba sus teorías, sin duda se
acostaba con él… Y cuando empezó a conocerlo lo suficiente para asustarse,
preocuparse o cuando menos cortar con él, el tipo fue por ella. Carolyn se
convirtió en su presa.
Consternada, Lil se sentó en el banco.
—No es culpa tuya, Lil.
—Ya lo sé, pero eso no quita que Carolyn esté muerta. Casi con toda
seguridad. Y puede que esta misma noche haya muerto alguien más solo para
que él pudiera llegar a un ordenador y enviarme esto. Si va por alguien más,
por alguno de los míos, no sé qué haré. No lo sé.
—Eso no me preocupa tanto como antes… Te ha enviado una advertencia
—prosiguió Coop cuando Lil lo miró—. Ya no tiene que demostrarte nada
más. No le hace falta atraerte ni provocarte.
Lil respiró hondo antes de hablar.
—Una cosa… ¿Brad se aloja en casa de tus abuelos solo porque le gusta
la cocina de Lucy, o se lo pediste para que echara una ojeada por allí?
—La cocina de mi abuela es un plus.
Coop cogió una botella de agua, la abrió y se la ofreció.
—Es un buen amigo —constató Lil tras beber un trago.
—Lo es.
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—Creo que… —Lil intentó tranquilizarse con otra profunda bocanada de
aire—. Creo que puedes hacerte una idea bastante precisa de las personas a
través de sus amigos.
—¿Necesitas hacerte una idea de mí, Lil?
—Necesito hacerme una idea de tus últimos diez años.
Lil miró el teléfono, deseó que sonara, que Willl llamara y les dijera que
todos estaban bien, que no había habido más muertes.
—¿Cómo soportas esta espera?
—Es lo que toca. El refugio está seguro. Si intenta venir, la alama saltará.
Estás a salvo. Estás conmigo. Y por eso puedo esperar.
En un intento de mantener la calma, Lil alargó la mano y deslizó un dedo
sobre los pétalos de una margarita.
—Me has traído más flores. ¿Por qué?
—Porque te debo alrededor de una década de flores. Por peleas,
cumpleaños, etcétera.
Lil escudriñó su rostro y decidió ceder a un impulso.
—Dame tu cartera.
—¿Por qué?
Lil tendió la mano.
—¿Quieres volver a caerme bien? Pues dámela.
Divertido y desconcertado al mismo tiempo, Coop se sacó la cartera del
bolsillo posterior. Y en ese momento, Lil atisbó el arma que llevaba a la
cadera.
—Llevas un revólver.
—Tengo licencia —señaló él al tiempo que le pasaba la cartera.
—Guardaste unos cargadores en mi cajón, pero ya no están.
—Porque ahora tengo un cajón para mí solo. Bonita lencería por cierto.
¿Cómo es que nunca te la pones?
—Porque me la compró otro hombre —replicó ella con una sonrisa algo
sarcástica al ver la expresión de fastidio de Coop—. Una parte al menos. No
me parece apropiado llevarla para ti.
—Yo estoy aquí. Él no.
—Y si ahora me pusiera ese trapito rojo, por ejemplo, ¿no se te pasaría
por la cabeza, mientras me lo quitaras, que otro hombre había hecho lo
mismo?
—Tíralo todo.
Por razones mezquinas, aquella petición brusca le arrancó una sonrisa.
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—Si algún día tiro todas esas cosas, sabrás que estoy preparada para
volver a ser tuya… del todo. ¿De qué te desprenderás tú por mí, Coop?
—De lo que quieras.
Lil sacudió la cabeza y abrió la cartera. Durante un rato, para su propia
satisfacción, examinó el carnet de conducir y la licencia de investigador
privado.
—Siempre has sido muy fotogénico. Con esos ojos de vikingo algo
atormentados. ¿Echas de menos Nueva York?
—El estadio de los Yankees. Algún día te llevaré a ver un partido;
entonces verás béisbol de verdad.
Con un encogimiento de hombros, Lil revisó el contenido de la cartera
hasta dar con la fotografía. Recordaba el día en que Coop la sacó, el verano
que se convirtieron en amantes. Dios mío, qué joven, pensó. Qué total y
absurdamente feliz. Estaba sentada junto al riachuelo, rodeada de flores
silvestres, a su espalda las colinas verdeantes como telón de fondo. Las
rodillas dobladas, los brazos alrededor de ellas, el cabello suelto y derramado
sobre los hombros.
—Es una de mis favoritas. El recuerdo de un día perfecto, un lugar
perfecto, la chica perfecta. Te quería, Lil, con toda mi alma. Pero no tenía
suficiente para darte.
—A ella le bastaba —murmuró Lil.
Y en aquel momento sonó el teléfono.
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D
espués de llamarla, Willy le hizo una visita. Lil le abrió la verja con el
mando a distancia y tuvo un momento para pensar que aquello era más
seguro y fácil. Había pasado del té al café y sirvió una taza a Willy mientras
Coop le abría la puerta.
Llevó la taza al salón y se la ofreció.
—Gracias, Lil. Suponía que querrías oír los detalles en persona. Ha
utilizado la cuenta de Mac Goodwin. Ya conoces los Goodwin. Tienen la
granja en la 34.
—Sí, fui a la escuela con Lisa.
Lisa Greenwald por entonces, una animadora a la que había detestado
porque siempre estaba alegre como unas castañuelas. Le revolvía el estómago
recordar la multitud de veces que había criticado a Lisa a sus espaldas.
—Mac me ha llamado a los cinco minutos de llamar tú para anunciar que
habían entrado en su casa.
—¿Están…?
—Están bien —se anticipó Willy—. Habían salido a cenar y al concierto
de primavera de su hijo mayor. Al volver se han encontrado la puerta trasera
forzada. Han hecho lo más prudente, es decir, quedarse fuera y llamarme por
el móvil. En fin, me ha parecido demasiada casualidad, así que le he
preguntado si tenían una cuenta de correo electrónico con la dirección que me
has dado. Y bingo.
—No estaban en casa. No les ha pasado nada —farfulló Lil, sintiendo que
las piernas le fallaban.
—Están bien. Tienen un cachorro nuevo porque su perro murió hace
algunos meses, y estaba encerrado en el lavadero. Él también está bien. He
pasado por ahí para hablar con ellos y echar una ojeada. He dejado a uno de
mis hombres para ayudar a Mac a asegurar la puerta. Parece que la forzó y fue
en busca del ordenador. Mac no lo había apagado antes de salir. Dice que con
el jaleo de los niños se le olvidó. Suele pasar.
—Sí, suele pasar. Salieron juntos durante todo el instituto. Mac y Lisa,
Lisa y Mac. Y se casaron la primavera después de la graduación. Tienen dos
niños y una niña. La niña aún es un bebé.
Qué curioso, pensó Lil, aturdida, recordar tantos detalles de la antes
odiada Lisa.
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—Cierto, y están todos bien. Lo único que me han podido decir a primera
vista es que se ha llevado comida. Pan, latas, pastelillos, cerveza y zumos. Ha
dejado la cocina hecha un asco. También se ha llevado los doscientos dólares
que Mac guardaba en el escritorio, el dinero de las huchas de los niños y los
cien pavos que Lisa escondía en el congelador.
Observó el rostro de Lil y Coop y luego siguió hablando en el mismo
tono.
—La gente no se da cuenta de que esos son los primeros sitios donde mira
cualquier ladrón que se precie. Tendrán que revisarlo todo cuando estén más
tranquilos para saber si les ha robado algo más.
—¿Armas? —quiso saber Coop.
—Mac guarda la suya en una caja fuerte cerrada a cal y canto, así que
hemos estado de suerte. Hemos tomado huellas. Descartaremos las de los
Goodwin y me apuesto la gorra a que las demás coincidirán con las de Ethan
Howe. Mañana llamaré al FBI.
Ladeó la cabeza al advertir la expresión que se dibujaba en el rostro de
Coop.
—No me hace demasiada gracia la idea de trabajar con los federales ni de
que se hagan cargo de la investigación. Pero parece que tenemos pruebas de
que se trata de un asesino en serie, y Lil ha recibido un correo amenazador, lo
cual es un ciberdelito. Y encima está claro que el territorio de ese
cabronazo…, perdona, Lil, incluye el parque nacional. Voy a luchar por
conservar mi sitio en la investigación, pero no pienso preocuparme por
cuestiones jerárquicas.
—Cuando tengas claro lo de las huellas, deberías sacar la foto de Howe en
todos los medios de comunicación —aconsejó Coop—. Cualquier persona
que venga a la zona de excursión y toda la gente de aquí tienen que ser
capaces de identificarlo nada más verlo.
—Ya lo tengo apuntado en la lista.
—Si usa ese alias, Felino Veloz, puede que encontremos sobre ello.
—Cincuenta kilómetros por hora —masculló Lil, y sacudió la cabeza
cuando Coop se volvió hacia ella—. Es la velocidad punta de un puma
cuando esprinta. No pueden correr a esa velocidad durante mucho rato. Hay
felinos mucho más rápidos que el puma, lo que quiero decir es que… —Hizo
una pausa y se llevó las manos a los ojos en un intento de ordenar sus
pensamientos—. Que no conoce bien al animal que según él es su espíritu
guía. Y creo que me ha revelado su sobrenombre porque está convencido de
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que compartimos ese espíritu. No creo que lo haya usado antes, al menos a
menudo.
—De todos modos lo comprobaremos —insistió Willy, dejando el café
sobre la mesita de centro—. Lil, ya sé que tienes alarmas nuevas y al
exdetective de Nueva York, pero puedo proporcionarte protección.
—¿Dónde? ¿Cómo? Willy, ese tipo viaja deprisa. Si me voy puede
esconderse y esperar a que vuelva. Vigila el refugio y sabe lo que pasa aquí.
La única forma de rastrearlo es mantenerme accesible.
—Lil tiene voluntarios y estudiantes en prácticas —intervino Coop—.
Podrías asignar a un par de agentes de paisano para que trabajen en el refugio.
—Puedo arreglarlo —asintió Willy—. Me pondré en contacto con los del
estado y los del servicio del parque. Creo que podremos proporcionarte a un
par de hombres.
—Trato hecho —accedió Lil de inmediato—. No pretendo hacerme la
valiente, Willy. Lo que pasa es que no quiero esconderme y tener que
enfrentarme a esto otra vez dentro de seis meses, un año o cuando sea.
—Tendrás a dos hombres aquí mañana por la mañana. Esta misma noche
me ocuparé de todo lo que pueda. Mañana te llamo.
Lil advirtió la mirada que intercambiaban los dos hombres.
—Te acompaño afuera —dijo Coop.
—No. —Lil lo cogió del brazo—. Si tenéis algo más que decir sobre este
asunto, tengo derecho a saberlo. Ocultarme información no me protege, solo
me cabrea.
—He situado a Howe en Alaska en la época en que desapareció Carolyn
Roderick —explicó Coop con la mirada clavada en ella—. Un tanto más a
nuestro favor. Localicé una tienda de material deportivo cuyo dueño lo
recordaba, y lo identificó en cuanto le envié la foto por fax. Lo recuerda
porque Howe compró una ballesta Stryker, el modelo más completo con mira,
dardos de carbono, una correa y munición para una treinta y dos. Se gastó casi
dos mil dólares y pagó en efectivo. Dijo que quería llevar a su chica de caza.
Lil emitió un gemido al pensar en Carolyn.
—Después de lo de Tyler amplié la búsqueda de crímenes parecidos —
prosiguió Coop—. Cuatro meses más tarde apareció un cadáver en Montana,
varón de veintitantos años abandonado a los animales y en muy mal estado.
Pero la autopsia reveló una herida en la pierna, profunda, hasta el hueso, y el
forense determinó que era un dardo de ballesta. Si Howe todavía tiene esa
ballesta…
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—Podríamos relacionarlo con la desaparición de Roderick y el asesinato
de Montana —concluyó Willy—. Lo más probable es que la conserve. Vale
un montón de pasta.
—Anoche se llevó más de trescientos dólares, y también tiene lo que le
quitó a Tyler. Tal como trabaja, no debe de tardar mucho en reunir cantidades
considerables.
—Añadiré la ballesta y los dardos a la orden de busca y captura. Buen
trabajo, Coop.
—Si haces las llamadas suficientes, acabas teniendo suerte.
En cuanto estuvieron a solas, Lil fue a avivar el fuego. Vio que Coop
había llevado el bate de béisbol que Sam le hizo tantos años atrás. Estaba
apoyado contra la pared.
Porque este es su hogar ahora, pensó. Al menos hasta que esto termine,
este es su hogar.
Y Lil no podía pensar en ello, aún no.
—Es más difícil esconder una ballesta que una pistola —señaló mientras
contemplaba las llamas cada vez más altas—. Es más probable que lleve la
ballesta cuando sale específicamente a cazar. Al atardecer o antes del
amanecer.
—Puede.
—No mató al puma con la ballesta. De haberla tenido y haberla usado,
habría tenido más tiempo para huir y ocultar sus huellas. Pero no lo mató con
la ballesta.
—Porque entonces no habrías oído el disparo —observo Coop—, razón
por la que seguramente eligió la pistola.
—Para que yo oyera el disparo y temiera por el puma —prosiguió Lil,
dando la espalda al calor y a la luz—. ¿Cuántas cosas más sabes que no me
has contado?
—No son más que conjeturas.
—Quiero ver los expedientes, esos que escondes cada vez que aparezco.
—No te servirá de nada.
—Sí que me servirá.
—Maldita sea, Lil, ¿de qué te servirá ver fotos de Tyler antes y después
de que lo sacaran del río, después de que los peces se cebaron con él? ¿O leer
los detalles de una autopsia? ¿De qué te servirá grabarte todo eso en la
memoria?
—Tyler estuvo bien para practicar, pero yo soy el plato fuerte —dijo Lil,
citando el correo electrónico—. Si te preocupa mi sensibilidad, deja ya de
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preocuparte. No, nunca he visto fotos de un cadáver. Pero ¿tú has visto un
león saltar desde la maleza y abatir a un antílope? No son humanos, pero te
aseguro que no es un espectáculo para cardíacos. Deja de protegerme, Coop.
—Nunca dejaré de protegerte, Lil, pero te enseñaré los dientes.
Abrió un maletín y sacó las fotos.
—Las fotos no te ayudarán. El forense situó la hora de la muerte entre las
quince y las dieciocho.
Lil se sentó, abrió la carpeta y observó la impresionante fotografía en
blanco y negro de James Tyler.
—Espero que su mujer no haya tenido que verlo así.
—Supongo que hicieron cuanto pudieron para evitarlo.
—Le cortó el cuello… Eso es muy personal, ¿no? Lo dice una gran
experta en CSI y demás series.
—Implica acercarte mucho, tocar a tu víctima, mancharte las manos de
sangre. Por regla general, un cuchillo es mucho más íntimo que una bala.
Atacó a Tyler por detrás y cortó de izquierda a derecha. El cadáver presentaba
cortes y magulladuras previas a la muerte, probablemente causadas por
tropezones y caídas. Rodillas, manos, codos…
—Dices que murió entre las tres y las seis. En pleno día o, como muy
tarde, cerca de la puesta de sol. Llegar desde el camino donde vieron a Tyler
por última vez hasta ese punto del río debe de llevar varias horas.
Seguramente más si estamos de acuerdo en que el asesino obligó a Tyler a ir
por un terreno muy escarpado, la ruta donde fuera más improbable cruzarse
con ayuda. Tyler llevaba una mochila. Si corres para salvar la vida, te quitas
la mochila, ¿no?
—No han encontrado la mochila.
—Pero apuesto a que Ethan sí.
—Estoy de acuerdo.
—Y cuando tiene a Tyler en el sitio elegido, no le dispara. No tendría
gracia. Se acerca a él para matarlo de una forma mucho más personal.
Lil repasó la lista de los objetos que, según la esposa, Tyler llevaba
consigo cuando emprendió el ascenso a la cumbre.
—Bastantes cosas —constató—. Un botín considerable. No necesitará el
reloj. Sabe calcular la hora mirando el cielo y husmeando el aire. Puede que
lo conserve como un trofeo y algún día lo empeñe en otro estado si necesita
dinero. —Se volvió hacia Coop—. Se lleva algo, efectos personales de cada
una de las víctimas de las que lo consideras responsable, ¿verdad?
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—Eso parece. Joyas, dinero, provisiones, ropa… Es un carroñero, pero no
es lo bastante estúpido para usar las tarjetas de crédito ni los carnets de
identidad de las víctimas. No ha habido actividad en las tarjetas de crédito de
ninguna de las personas desaparecidas desde el momento de su desaparición.
—No deja rastro. Además, considera que las tarjetas de crédito son un
invento del hombre blanco, una debilidad del hombre blanco. Me pregunto si
sus padres tendrían tarjetas de crédito. Apuesto algo a que no.
—Seguro que tienes razón. Eres lista, Lil.
—Somos chicas inteligentes —musitó ella con aire ausente—. Pero va y
compra una ballesta, que no es precisamente la clásica arma india. O sea, que
va cambiando de método. En suma, un engreído. Habla de tierras sagradas,
pero las profana cazando a un hombre desarmado. Por puro deporte. Para
practicar. Si realmente tiene sangre sioux, también la ha profanado. No tiene
ni pizca de honor.
—Los sioux consideraban las Colinas Negras el centro sagrado del
mundo.
—Axis mundi —confirmó Lil—. Consideraban y aún consideran que las
Colinas Negras son el corazón de cuanto existe. Paha Sapa. Los rituales
sagrados empezaban en primavera. Seguían a los bisontes por los montes,
formando un camino en forma de cabeza de bisonte. En un tratado les
prometieron sesenta millones de acres en las colinas. Pero luego encontraron
oro, y el tratado quedó en papel mojado, porque el hombre blanco quería la
tierra y el oro que contenía. El oro valía más que el honor, que el tratado, que
la promesa de respetar lo sagrado.
—Pero el litigio sigue pendiente.
—Veo que has estudiado un poco de historia —comentó Lil—. Sí,
Estados Unidos se apropió de la tierra en 1877, violando el Tratado de Fort
Laramie, algo que los sioux teton, los lakota, nunca aceptaron. Cien años más
tarde, el Tribunal Supremo decretó que Estados Unidos se había apropiado de
las Colinas Negras ilegalmente y que el gobierno debía pagar el precio inicial
prometido más intereses. Más de cien millones de dólares, pero los indios
rechazaron el acuerdo. Querían la tierra.
—Desde entonces, los intereses se han ido acumulando, por lo que la
tierra vale ahora más de setecientos millones de dólares. Lo he investigado.
—No quieren el dinero. Es una cuestión de honor. Mi bisabuelo era sioux,
y mi bisabuela, blanca. Soy fruto de esa mezcla, aunque las siguientes
generaciones han ido diluyendo mi sangre sioux.
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—Pero entiendes lo que significa el honor, entiendes por qué se pueden
rechazar setecientos millones de dólares.
—El dinero no es tierra, y lo que sucedió es que el hombre blanco les
arrebató la tierra. —Lil entornó los ojos—. Si crees que Ethan hace todo esto
como venganza por una promesa rota, por el robo de una tierra sagrada, yo no
estoy de acuerdo. No creo que se trate de nada tan profundo. No es más que
una excusa que quizá le permita verse a sí mismo como un guerrero o un
rebelde. Dudo que conozca toda la historia. Algunos fragmentos tal vez, y
probablemente adulterados.
—No, mata porque le gusta. Pero te ha elegido a ti y este lugar porque
encaja con su idea de venganza. Eso lo hace más emocionante, más
satisfactorio. Tiene un concepto del honor completamente distorsionada, pero
tiene su propia versión. No te matará cuando estés cruzando el complejo. Ese
no es el juego, no es satisfactorio y no cumple el objetivo.
—Qué tranquilizador.
—Si no lo creyera, te aseguro que estarías encerrada en algún sitio a mil
kilómetros de aquí. Solo intento ser sincero —añadió al ver que Lil lo miraba
con el ceño fruncido—. Tengo una foto suya y una especie de perfil, lo cual
me asegura que quiere que le entiendas, que te encares con él, que opongas
resistencia de verdad. Esperará su oportunidad, pero se está impacientando. El
correo electrónico lo demuestra.
—Es un desafío.
—Sí, y una declaración. Necesito que me prometas que no responderás a
ese desafío, Lil.
—Te lo prometo.
—¿Sin discusión? ¿Sin condiciones?
—Sí. No me gusta cazar y sé que no me gustaría que me cazaran. No
necesito demostrarle nada ni desde luego demostrarme nada a mí misma
enfrentándome a un psicópata asesino. —Siguió hojeando el expediente—.
Mapas. Vale, vale, esto ya me gusta más. —Se levantó y despejó la mesita de
centro—. Veo que has estado muy ocupado —comentó al advertir que había
marcado en el mapa los sucesos atribuidos a Ethan Howe—. Intentas
determinar los lugares donde podría estar su guarida.
—Ya se han registrado los sectores que parecían más probables.
—Es casi imposible registrar cada metro cuadrado, sobre todo cuando
buscas a alguien que sabe moverse y ocultar su rastro. Aquí encontramos a
Melinda Barrett hace casi doce años. En aquel caso no había indicios de que
la hubiera cazado. Ninguna señal de que hubiera corrido o la hubieran
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perseguido. Todo señalaba a que Howe la siguió camino arriba. Acechándola
quizá. O tal vez se cruzó con ella. ¿Qué fue lo que lo impulsó a matarla?
—Si su objetivo no era matarla, quizá quería dinero o sexo, encontraron
algunos cardenales en su bíceps, la clase de moratones que te deja alguien
cuando te agarra con fuerza y tú intentas soltarte. La estrelló contra el árbol
con fuerza suficiente para hacerle una brecha en la cabeza.
—Sangre. Quizá bastaba con la sangre. Los animales salvajes huelen la
sangre. La sangre los azuza. —Lil asintió: visualizaba la posible escena—.
Ella se resiste, tal vez grita, quizá lo insulta o insulta su virilidad de algún
modo. Él la mata con el cuchillo, de cerca, muy personal. Si era su primera
víctima, sin duda el subidón debió de ser tremendo, y él era entonces tan
joven… Subidón y pánico. La arrastra, la deja para que los animales acaben
con ella. Quizá pensó, probablemente pensó que atribuirían su muerte a un
puma o a un lobo.
—La siguiente vez que apareció de forma confirmada fue aquí en el
refugio —señaló Coop en el mapa—. Estableció contacto contigo e intentó
jugar la carta del legado común.
—Y conoció a Carolyn.
—A ella le parece atractivo e interesante, le alimenta el ego. Y
probablemente podía contarle cosas de ti y del refugio, ella satisface una serie
de necesidades en el terreno del sexo y del orgullo así que Ethan se introduce
en su mundo. Pero no encaja, y Carolyn empieza a ver cómo es cuando no
está en su elemento. Ethan la sigue a Alaska para cerrar esa puerta, para
satisfacer esa necesidad más fuerte que el sexo, y luego vuelve aquí.
—Y resulta que yo estoy en Perú. Así que tiene que esperar.
—Mientras espera, viene de noche al menos una vez.
—La noche que Matt pasó aquí solo. Sí. Y apagó la cámara. Pocos días
antes de que yo volviera.
—Porque sabía que volvías. Si otra persona hubiera salido a comprobar la
cámara, la habría apagado otra vez. Hasta dar contigo.
—Suponía que iría sola —prosiguió Lil—. Me gusta ir sola a las colinas y
acampar. Era lo que tenía pensado hacer. Si lo hubiera hecho, habría
empezado el juego y él habría ganado. Así que te debo una.
—Probablemente, al ver que ibas acompañada, pensó que podría
matarme. Me elimina a mí y te caza a ti. Por lo tanto, creo que los dos
debemos mucho a ese sinfín de noches de guardia y al sueño ligero. Viene al
campamento. —Coop se centró de nuevo en el mapa—. Vuelve a donde está
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la cámara y baja otra vez al campamento. Luego a la entrada principal del
refugio para dejar el lobo. Y otra visita al refugio para soltar al tigre.
—Y en algún momento va al camino de Crow Peak, donde intercepta a
Tyler, y lo lleva al punto del río donde lo encontraron. Va a la granja de los
Goodwin, que está más o menos aquí. Son muchos kilómetros. La mayor
parte del terreno pertenece a Spearfish, así que está en su casa. Bueno, y en la
mía.
Lil se quedó mirando su taza de café vacía, deseando que se llenara por
arte de magia.
—Muchas cuevas —añadió—. Necesita un refugio, y no me lo imagino
montando una tienda. Necesita una guarida. Hay mucha caza y pesca. El
mejor lugar para esconderse sería este. —Lil trazó con el dedo un círculo
sobre el mapa—. Llevaría semanas registrar tanto territorio, tantas cuevas y
escondrijos.
—Si estás pensando en ir allí como cebo para pescarlo, ya puedes
olvidarte.
—Lo he pensado durante unos dos minutos. Creo que puedo rastrearlo o
al menos tener tantas posibilidades como cualquiera de los que lo buscan —
aseguró Lil mientras se frotaba la nuca donde se acumulaba gran parte de la
tensión—. Y muchas posibilidades de que los que me acompañen acaben
muertos. Así que no voy a servir de cebo.
—Tiene que haber alguna manera de saber cuál será su siguiente paso o
adónde irá cuando termine. Tiene que haber un patrón, pero no lo veo.
Lil cerró los ojos.
—Tiene que haber un modo de engañarlo para que salga y caiga en una
trampa en lugar de al revés. Pero yo tampoco sé verlo.
—A lo mejor no lo ves porque has tenido un día muy duro.
—Y tú estás dispuesto a distraerme.
—No voy a negarlo.
—En honor a la verdad, a mí también se me ha ocurrido —convino Lil
mientras se volvía hacia él—. Estoy bastante empanada Coop. Tendrás que
esforzarte mucho.
—Creo que me las apañaré.
Cuando Lil alargó la mano hacia él, Coop se levantó y esquivó.
—¿Así que nos vamos derechos arriba? Creía que querrías hacerme entrar
un poco en calor aquí abajo.
—No vamos arriba. —Coop apagó las luces para que solo las llamas
iluminaran la estancia, se dirigió al pequeño equipo de música y pulsó el
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botón del CD. Una música suave y emotiva llenó el salón.
—No sabía que tuviera un disco de Percy Sledge.
—Es que no lo tenías —repuso Coop al tiempo que se volvía hacia ella y
le cogía la mano para levantarla—. Me ha parecido que podría venirnos bien.
—La atrajo hacia sí y empezó a mecerla—. Hemos bailado muy pocas veces.
—Sí… —Lil cerró los ojos mientras la voz mágica de Percy le decía lo
que hacía un hombre cuando amaba a una mujer—. Muy pocas.
—Habrá que hacerlo más a menudo. —Coop volvió la cabeza para besarla
en la sien—. Como con las flores. Te debo varios años de bailes.
Lil apretó la mejilla contra la de él.
—No podemos recuperarlos, Coop.
—No, pero sí compensarlos. —Deslizaba las manos arriba y abajo, arriba
y abajo, por los tensos músculos de la espalda—. Algunas noches me
despertaba y te imaginaba tendida en la cama junto a mí. A veces era tan real
que te oía respirar, olía tu pelo. Ahora, algunas noches me despierto y te veo
en la cama junto a mí, y por un momento, cuando te oigo respirar y huelo tu
pelo, me entra el pánico de que todo sean imaginaciones mías.
Lil cerró los ojos con fuerza. ¿Era su propio dolor el que experimentaba o
el de Coop?
—Quiero que vuelvas a creer en nosotros. En mí. En esto. —Se inclinó
hacia ella hasta encontrar sus labios y sumergirla en un beso arrebatado
mientras se mecían al fulgor dorado de las llamas—. Dime que me quieres.
Solo eso.
El corazón de Lil tembló.
—Sí, pero…
—Solo eso —repitió él antes de volver a besarla—. Solo eso. Dímelo.
—Te quiero.
—Te quiero, Lil. Aún no crees mis palabras, pero seguiré
demostrándotelo hasta que me creas.
Las manos de Coop se deslizaban ahora por sus costados mientras sus
bocas seguían unidas, saboreándose. Y el corazón que temblaba por él
empezó a latir por él, lento y espeso.
Seducción. Besos suaves y manos firmes. Movimientos líquidos entre
luces doradas y sombras de terciopelo. Palabras dulces susurradas contra su
piel.
Abandono. El cuerpo de Lil dócil bajo el suyo. Sus labios rendidos a un
asalto suave y paciente. Un suspiro de placer largo, interminable.
Se arrodillaron en el suelo sin dejar de abrazarse y mecerse.
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Coop le quitó la camisa y se llevó sus manos a los labios, que oprimió
contra sus palmas. Todo, pensó, Lil tenía en sus manos todo lo que él era.
¿Cómo podía no saberlo?
Se llevó aquella mano al corazón y la miró a los ojos.
—Es tuyo. Cuando estés preparada para aceptarlo, para aceptarme a mí, es
tuyo.
La atrajo hacia sí de modo que sus manos quedaran atrapadas entre ambos
cuerpos, y esta vez su boca ya no fue dulce ni paciente.
El deseo se apoderó de Lil con fiereza mientras el corazón de Coop latía
desbocado contra la palma de sus manos. Coop le quitó los vaqueros y la
estrechó con gestos salvajes, sin dejar de hacerlo cuando ella gritó.
Cuando el cuerpo de Lil se relajó como si quisiera fundirse en el suelo,
Coop se tendió sobre ella y siguió tomándola.
Manos y labios desnudándola, dejándola expuesta, débil, aturdida. Aliento
entrecortado, otro grito cuando Coop la penetró con fuerza. Le agarró las
manos y las apretó con fuerza cuando Lil entrelazó los dedos con los de él.
—Mírame, Lil. Mírame.
Lil abrió los ojos y vio su rostro bañado por los tonos rojos y dorados del
fuego. Fieros y feroces como los latidos de su corazón. Coop siguió
cabalgando en ella hasta que la visión se le nubló, hasta que el roce de sus
cuerpos empezó a sonarle a música.
Hasta entregarse por completo a él.
No protestó cuando Coop la llevó en brazos al dormitorio. No protestó
cuando se tendió con ella en la cama y la abrazó con fuerza.
Cuando la besó una vez más, fue como el primer beso de la noche. Suave,
dulce, seductor.
Cerró los ojos y se permitió soñar.
A la mañana siguiente, Lil se levantó de la cama cuando Coop salía del baño
con el pelo empapado.
—Creía que dormirías más —dijo él.
—No puedo. Tengo un día muy apretado.
—Yo también. Algunos de tus empleados llegarán dentro de media hora,
¿no?
—Más o menos. Siempre y cuando todos recuerden cómo funciona la
verja nueva.
Coop se acercó a ella y le acarició la mejilla con el pulgar.
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—Puedo quedarme hasta que lleguen los primeros.
—Creo que, por media hora, me las apañaré sola.
—Me quedaré.
—¿Porque estás preocupado por mí o porque esperas que dedique la
media hora a prepararte el desayuno?
—Por las dos cosas —confesó Coop, bajando el pulgar hacia el contorno
de su mandíbula—. Traje beicon y huevos.
—¿Nunca piensas en el colesterol?
—No después de convencerte para que me prepares huevos con beicon.
—Vale, prepararé unos bocadillos.
—Y yo haré unos filetes a la barbacoa esta noche.
—Genial. Huevos, beicon, carne roja. Pobres arterias.
Coop la aferró por las caderas y la levantó para darle un contundente beso
de buenos días.
—Así habla la hija de un granjero.
Lil bajó a la cocina pensando que parecía casi normal charlar del
desayuno, planes para la cena, agendas apretadas… Pero no era normal. Nada
estaba dentro de la zona segura de la normalidad.
No necesitaba ver la ropa desparramada por el suelo del salón para
recordar la noche anterior.
La recogió y la dejó en el lavadero.
Cuando el café empezó a salir, puso una sartén al fuego. Dejó el beicon
chisporroteando en ella, abrió la puerta trasera y salió al porche para respirar
el aire de la mañana.
El amanecer despuntaba al este, convirtiendo las colinas en siluetas
delicadas contra las primeras luces del cielo. Más arriba, las últimas estrellas
se extinguían como velas.
El aire olía a lluvia. Sí, era hija de un granjero, sin duda. La lluvia traería
más flores silvestres, abriría más hojas y ella pensaría que tenía que comprar
algunas plantas para el complejo.
Cosas normales.
Contempló la salida del sol y se preguntó cuánto esperaría él. Cuánto
tiempo observaría, esperaría y soñaría con la muerte.
Entró de nuevo en la cabaña, cerró la puerta, escurrió el beicon y rompió
los huevos contra el borde de la sartén.
Cosas normales.
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T
ansy no llevaba el anillo. Lil sintió que su ánimo caía en picado; había
contado con recibir alguna buena noticia. Pero cuando Tansy llegó
corriendo a donde Lil y Baby sostenían su habitual conversación matutina, el
dedo anular de su mano izquierda estaba desnudo.
Con los ojos relucientes de consternación, Tansy abrazó con fuerza a su
amiga.
—Hum… —farfulló Lil.
—Anoche estuve a punto de llamarte. Estaba tan alterada… Pero pensé
que ya tendrías bastantes preocupaciones y que no hacía falta que yo añadiera
más.
—¿Alterada? Oh, Tans. —Su ánimo se precipitaba ahora en caída libre, y
lo único que alcanzó a hacer fue devolver el abrazo de oso de su amiga—. Sé
que una no puede evitar sentir lo que siente y que debe ser fiel a esos
sentimientos, pero detesto la idea de que te haya alterado.
—Pues claro que me ha alterado —exclamó Tansy al tiempo que se
apartaba y la zarandeaba con suavidad—. De hecho, «alterada» no expresa ni
de lejos lo que siento cuando mi mejor amiga recibe amenazas. A partir de
ahora controlaremos tu correo. De hecho, todos los correos.
—¿Correos?
—¿Has tomado alguna droga, cariño?
—¿Qué? ¡No! Los correos. ¡El correo! Lo siento, ¡pero él! Acabo de verte
llegar y no creía que lo supieras.
—Entonces, ¿de qué narices creías que hablaba?
—Esto… —Acorralada, Lil consiguió lanzar una risita—. Me has pillado.
Es que todavía estoy un poco aturdida. ¿Cómo es que te has enterado tan
deprisa?
—Farley y yo nos topamos con el sheriff anoche justo después de que le
llamaras. Willy sabía que estabas preocupada por tus padres y quería que
Farley estuviera al corriente. Farley se fue derecho a casa.
—¿Farley se fue derecho a casa?
—Sí, Farley. Lil, quizá deberías acostarte un rato.
No se lo ha pedido, comprendió Lil mientras Tansy le tocaba la frente
para comprobar si tenía fiebre. No había tenido ocasión de pedírselo.
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—No, no, estoy bien. Es que tengo muchas cosas en la cabeza y estoy
intentando no trastocar la rutina. Creo que eso ayudará.
—¿Qué decía? No. —Tansy sacudió la cabeza—. Lo leeré yo misma.
Debería haberte dicho enseguida que todo el mundo está bien en casa de tus
padres. Farley me ha llamado esta mañana para decírmelo.
—Ya he hablado con ellos, pero gracias. Qué bien, tú y Farley.
—Dirás qué raro, yo y Farley. Bien y raro, supongo.
Observó a Lil mientras esta recogía la pelota azul brillante la lanzaba en
una alta volea al interior del recinto. Baby y sus compañeros se lanzaron en su
persecución entre alaridos de alegría.
—Lo encontrarán, Lil. Lo encontrarán muy pronto, y todo esto habrá
terminado.
—Eso espero. Tansy, menciona a Carolyn en el correo.
—Oh —balbució Tansy, con los oscuros ojos brillantes por lágrimas—.
Dios mío.
—Se me hace un nudo aquí cada vez que lo pienso. —Lil se llevó el puño
al esternón—. Bueno, rutina. —Se volvió hacia Baby y sus compañeros, que
retozaban por el recinto en un intento de hacerse con la pelota—. Y consuelo.
—Rutina siempre hay para dar y vender.
—¿Sabes lo que me gustaría, Tansy? ¿Sabes lo que sería un auténtico
consuelo?
—¿Un helado con chocolate caliente?
—Eso nunca falla, pero no. Me gustaría estar allá arriba participando en la
cacería. Me consolaría poder subir a las colinas y rastrearlo.
—No.
—No, no puedo hacerlo. —Lil se encogió de hombros sin apartar la
mirada de las colinas—. Pondría en peligro a otras personas. Pero lo peor es
esta espera mientras otros van en busca del responsable de todo. —Suspiró
profundamente—. Voy a ver a Delilah y a Boris.
—Lil —la llamó Tansy cuando se alejaba—. No harás ninguna tontería,
¿verdad?
—¿Yo? ¿Y arriesgarme a perder el estatus de chica inteligente? No.
Rutina —repitió—. Solo rutina.
Tenía un plan, un plan estupendo. Creía haberlo descubierto en estado de
trance y se convenció de que su gran antepasado lo guiaba en forma de puma.
Llevaba tanto tiempo afirmando que descendía de Caballo Loco que la
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conexión se había convertido en realidad para él. Cuanto más tiempo pasaba
en las colinas, más real era.
El plan requeriría meticulosidad y precisión, pero él no era un cazador
chapucero.
Conocía el terreno, tenía su campamento base. Prepararía el camino y el
cebo.
Y cuando llegara el momento, haría saltar la trampa.
Primero realizó una expedición de reconocimiento; consideró y descartó
varios lugares antes de decidirse por aquella cueva poco profunda.
Convendría para sus propósitos a corto plazo. La ubicación era buena, una
especie de cruce entre los dos puntos principales.
Haría las veces de jaula.
Satisfecho, regresó serpenteando hacia el territorio del parque hasta que
pudo incorporarse a un camino transitado. Llevaba una de las chaquetas que
había robado, así como unas gafas de aviador y una gorra del Refugio para
Animales Salvajes Chance. Un buen detalle, pensó. Aquellos accesorios y la
barba que se había dejado crecer no engañarían a ningún policía atento
durante mucho tiempo, pero le permitía experimentar la emoción de pasearse
en libertad mientras sacaba fotos con la pequeña Canon del bueno de Jim.
Se movía entre ellos, pero ellos no lo conocían. Incluso se tomaba la
molestia de charlar con otros excursionistas. Otros capullos que pisoteaban
aquella tierra sagrada como si tuvieran todo el derecho del mundo.
Antes de que terminara, todo el mundo sabría quién era y que
simbolizaba. Lo que era capaz de hacer. Se convertiría en una leyenda.
Había llegado a la conclusión de que había nacido para eso. Nunca hasta
entonces lo había comprendido con tanta claridad. En todos los años
transcurridos, nadie había conocido su rostro ni su nombre. Sabía que eso
debía cambiar para que él pudiera abrazar su destino de forma absoluta.
No podía ni quería huir como había hecho en el pasado, cuando había
sentido muy cerca a sus perseguidores y había temido (ahora ya podía
reconocer el miedo) que lo capturaran. Su lugar estaba allí, en aquella tierra,
en aquellos montes.
Vida o muerte.
Era fuerte, sabio y justo. Estaba convencido de que viviría. Vencería, y la
victoria añadiría su nombre a los de sus predecesores.
Caballo Loco, Toro Sentado, Nube Roja.
Años atrás, antes de comprender, había ofrecido sacrificios a la tierra.
Todo empezó cuando la sangre de la mujer, derramada por él, se fundió con la
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tierra. No fue un accidente como había creído en un principio. Ahora
comprendía que su mano había seguido un camino guiado. Y el puma, su
espíritu guía, había bendecido el sacrificio. Lo había aceptado.
Y ella había profanado aquel sacrificio. Lillian Chance. Había ido al lugar
del sacrificio, su tierra sagrada, donde él se había convertido en un hombre,
en un guerrero, al derramar la sangre de la mujer. Había ido acompañada del
gobierno, encarnado en la policía.
Lo había traicionado.
Ahora todo tenía sentido, todo encajaba.
Había llegado el momento de derramar su sangre.
Se unió a un pequeño grupo de excursionistas mientras un helicóptero
sobrevolaba la zona. Lo buscaban a él, pensó con una punzada de orgullo.
Cuando los demás excursionistas tomaron uno de los muchos caminos que
cruzaban un riachuelo, se despidió de ellos.
Había llegado el momento de escabullirse.
Si cumplía su destino, al gobierno no le quedaría más remedio que
desvelar a la opinión pública lo que había robado. Y tal vez algún día el
pueblo verdadero erigiría una estatua suya en aquella tierra, como habían
hecho con Caballo Loco.
Por el momento, la caza y la sangre serían su recompensa.
Avanzaba deprisa, recorría a buen paso el terreno, las cuestas, los llanos,
la hierba alta, los riachuelos poco profundos… Pese a su destreza y velocidad,
dedicó la mayor parte del día en dejar un rastro falso hacia el oeste, en
dirección a la frontera con Wyomíng, dejando indicios que hasta un ciego
sería capaz de seguir, pensó con desprecio. Como toque final, añadió la
cartera de Jim Tyler antes de dar media vuelta.
Y de nuevo se dirigió hacia el este por el paisaje perfumado de pino.
Pronto habría luna llena, y bajo aquella luna llena empezaría la cacería.
Lil plantó pensamientos en el parterre situado frente al recinto de Cleo.
Soportarían las heladas, que no eran solo probables sino inevitables, así como
las nevadas primaverales, también más que probables a lo largo de las
semanas siguientes.
Sentaba bien hundir las manos en la tierra y contemplar la explosión de
color. Puesto que el jaguar la observaba con avidez, Lil se acercó a su jaula.
—¿Qué te parece?
Pero Cleo parecía mostrarse indiferente ante los pensamientos.
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—Si todavía estás esperando a que te dé chocolatinas Godiva, lo llevas
claro.
El felino apretó el flanco contra la valla y se restregó. Interpretando sus
intenciones, Lil pasó por debajo de la barrera sin dejar de observar los ojos de
Cleo, que se entornaron de placer cuando la acarició a través de la valla.
—Lo echabas de menos, ¿eh? Nada de chocolate ni caniches pero sí te
podemos prestar atención personalizada de vez en cuando.
—Por muy a menudo que te vea hacer eso, nunca me entran ganas de
probar.
Lil se volvió para mirar a Farley con una sonrisa.
—Tú acaricias a los caballos.
—Un caballo puede darme una coz brutal, pero no me arrancará la
yugular.
—Cleo está acostumbrada a que la toquen y le hablen, a los olores y las
voces de los humanos. No solo las personas necesitan contacto físico.
—Eso díselo a más de un domador de circo, que ha acabado con un
zarpazo.
—Esas cosas pasan solo de cuando en cuando —señaló Lil al tiempo que
pasaba de nuevo por debajo de la barrera para reunirse con Farley—. Incluso
un gatito te araña y te muerde si está enfadado o aburrido. Nadie que trate con
felinos se queda sin su ración de cicatrices. ¿Buscas a Tansy?
—También quería verte a ti. Solo quería decirte que me quedaré cerca de
casa, así que no tienes por qué preocuparte.
—Eso te fastidió los planes anoche.
—Esperaba poder llevarla de pícnic. Eso es romántico, ¿no?
—Cumple todos los requisitos.
—Pero en primavera hay mucho trabajo tanto aquí como en la granja.
—Ve a saquear la despensa de mi cabaña. Podéis ir a la zona de pícnic.
—¿Aquí? —Exclamó Farley con los ojos como platos—. ¿Ahora?
—Apuesto mi presupuesto de los próximos cinco años a que llevas el
anillo en el bolsillo.
—No puedo aceptar la apuesta; tengo que ahorrar —suspiró Farley antes
de mirar a su alrededor con una expresión entre emocionada e inquieta—.
¿Crees que puedo pedírselo aquí?
—Hace una tarde preciosa, Farley. A Tansy le gusta este sitio tanto como
a mí, de modo que sí, creo que puedes pedírselo aquí. Procuraré que los
demás os dejen en paz.
—Pero no puedes explicarles por qué.
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—Ten un poco de fe en mí.
Farley tenía mucha fe en Lil, y cuanto más lo pensaba, más acertada la
parecía la idea. A fin de cuentas, Tansy y él se habían conocido en el refugio.
Se había enamorado de ella en el refugio. Y ella de él, algo que, en su
opinión, Tansy estaba casi preparada para reconocer.
Lil no tenía gran cosa para preparar un pícnic, pero Farley encontró
provisiones suficientes para hacer un par de bocadillos. También cogió
manzanas, una bolsa de patatas fritas y dos Coca-cola light, ya que no tenía
ninguna otra bebida.
Luego le tocó convencer a Tansy para que lo acompañara a una mesa de
pícnic.
—No puedo tomarme demasiado rato para comer.
—Ni yo, pero quiero pasar contigo el poco rato que tengo.
Advirtió que Tansy se ablandaba al escuchar sus palabras.
—Ay, Farley, es que me matas.
—Anoche te eché de menos. —Farley le levantó la barbilla para darle un
beso y luego señaló el banco que ya había limpiado.
—Yo también —suspiró Tansy—. De verdad. Pero me alegro de que
volvieras a casa. Era lo que tocaba. Todo el mundo intenta no ponerse
nervioso, y eso me pone todavía más nerviosa. Paso mucho tiempo en lo que
la mayoría de la gente considera una zona peligrosa. Y hay riesgos, por
supuesto. Pero son riesgos calculados, respetados y comprendidos. Pero esto
no lo entiendo. Creo que los humanos son los animales más imprevisibles del
mundo.
—Tienes esta cicatriz —musitó Farley, alargando la mano para reseguir la
marca que le surcaba el antebrazo.
—De un guepardo que consideró que era una amenaza. Culpa mía más
que suya. Nada de esto es culpa de Lil. Nada.
—No dejaremos que le pase nada. Ni a ti tampoco.
—Ese tipo no está interesado en mí —aseguró Tansy mientras posaba una
mano sobre la de Farley—. En fin, estoy estropeando el pícnic relámpago.
¿Qué tenemos aquí? —Cogió un bocadillo se echó a reír—. ¿Crema de
cacahuete y mermelada?
—Lil no tenía demasiados platos en la carta.
—Siempre tiene crema de cacahuete y mermelada —contestó Tansy antes
de dar un bocado—. ¿Qué tal las cosas en la granja?
—Mucho trabajo. Pronto empezaremos la labranza de primavera. Y
también convertiremos algunos terneros en bueyes.
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—Eh… Ah. —Tansy levantó la mano e hizo un gesto de tijeras con los
dedos—. ¿Ris, ras?
—Sí. Siempre me duele un poco.
—No tanto como al ternero.
—Es una de esas cosas que hay que hacer por narices —sonrió Farley—.
Vivir en una granja…, bueno, se parece bastante a esto. Ves las cosas como
son. Trabajas al aire libre, te sientes parte del conjunto. A ti te gustaría vivir
en una granja.
—Puede. Cuando vine aquí para ayudar a Lil, estaba convencida de que
sería algo temporal. La ayudaría a poner en marcha el refugio y a formar al
personal, y luego me iría para trabajar en un zoológico de los grandes para
forjarme una reputación. Pero este sitio me enganchó.
—Y ahora es tu hogar.
—Eso parece.
En aquel momento, Farley sacó el anillo.
—Forma un hogar conmigo, Tansy.
—Farley… Oh… —balbució Tansy al tiempo que levantaba una mano y
se llevaba la otra al corazón—. No puedo respirar No puedo respirar.
Farley atacó el problema dándole la vuelta y colocándole la cabeza entre
las rodillas.
—Tranquila.
—Esto es una locura —jadeó ella sin aliento.
—Respira unas cuantas veces.
—¿Qué has hecho, Farley? ¿Qué has hecho?
—Comprar un anillo para la mujer con la que me voy a casar. Respira un
par de veces más.
—¡Pero casarse es un paso brutal! Si apenas hemos salido un par de
veces.
—Hace mucho que nos conocemos y llevamos un tiempo acostándonos
con cierta regularidad. Estoy enamorado de ti —declaró Farley mientras le
frotaba la espalda con firmeza para ayudarla a calmarse—. Y si tú no
estuvieras enamorada de mí, ahora mismo no tendrías la cabeza entre las
rodillas.
—¿Así mides el amor? ¿Por el hecho de que estoy mareada y no puedo
respirar?
—Es buena señal. Bueno, ¿estás preparada para levantar la cabeza y echar
un vistazo al anillo? Lil me ayudó a escogerlo.
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—¿Lil? —Tansy se levantó de inmediato—. ¿Lil lo sabe? ¿Y quién más lo
sabe?
—Tuve que contárselo a Joe y Jenna. Son mis padres a todos los efectos.
Y a Ella, la de la joyería. Es casi imposible comprar un anillo sin que ella se
entere. Y nadie más. Quería darte una sorpresa.
—Y me la has dado. Pero…
—¿Te gusta?
Tal vez algunas mujeres habrían resistido la tentación de examinar el
anillo con detenimiento, pero Tansy no era una de ellas.
—Es precioso. Es…, oh…, es una maravilla. De verdad. Pero…
—Como tú. No podría pedirte que llevaras un anillo que no lo fuera. Es de
oro rosado, y eso lo hace diferente. Tú eres diferente de todas las demás, así
que quería regalarte algo especial.
—Farley, tú sí que eres diferente de todos los demás.
—Por eso estamos hechos el uno para el otro. Escúchame un momento
antes de decir nada. Sé trabajar y ganarme bien la vida. Tú también. Los dos
hacemos lo que sabemos hacer y lo que nos gusta. Creo que eso es muy
importante. Este es nuestro hogar, el tuyo y el mío. Eso también es
importante. Pero lo más importante es que te quiero.
Le cogió la mano sin apartar de su rostro aquellos ojos transparentes y
ahora tan serios.
—Nadie te querrá nunca como te quiero yo. Joe y Jenna hicieron de mí un
hombre. Cada vez que te miro, entiendo por qué. Lo que más deseo en este
mundo, Tansy, es construir una buena vida contigo y hacerte feliz cada día.
Bueno, casi cada día, porque a veces te enfadarás conmigo. Quiero construir
un hogar y formar una familia contigo. Creo que lo haré bien. Si no estás
preparada todavía puedo esperar. Todo el tiempo que haga falta.
—Tengo la cabeza llena de argumentos razonables y sensatos. Pero
cuando te miro, cuando me miras, pierden fuerza. Como si fueran excusas. Tú
no tenías que ser el hombre de mi vida, Farley. No sé por qué lo eres, pero lo
eres.
—¿Me quieres, Tansy?
—Sí, Farley.
—¿Y te casarás conmigo?
—Sí —asintió antes de lanzar una carcajada nerviosa—. ¡Sí, me casaré
contigo!
Tansy alargó la mano, y Farley le puso el anillo.
—Me va perfecto —musitó ella en un susurro ronco y tembloroso.
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Farley paseó una mirada deslumbrada entre el anillo y ella.
—Acabamos de prometernos.
—Sí —convino Tansy, y esta vez rio del todo liberada y le arrojó los
brazos al cuello—. Acabamos de prometernos.
Lil mantuvo al personal trabajando en la otra punta del complejo todo el
rato posible. En un momento dado, cuando unos estudiantes guiaban a un
grupo de visitantes por las jaulas, tuvo que cambiar de posición para no
perder de vista la mesa de pícnic.
Se dijo a sí misma que no estaba espiando, sino tan solo… supervisando
la situación. Y cuando vio que Tansy se arrojaba a los brazos de Farley, no
ahogó una exclamación de alegría.
—¿Cómo dices? —preguntó Eric.
—Nada, nada. Esto… ¿te importaría asegurarte de que todo está listo para
la visita escolar de mañana? En el centro educativo. Llévate a un par de
estudiantes más.
—Vale. Matt examinará a la tigresa esta tarde. Me gustaría poder estar
presente y ayudar, si es posible.
—Si Matt está de acuerdo…
—Se rumorea que vas a quitar la valla de separación entre los recintos.
—Sí, cuando Matt termine de examinarla. Delilah sigue enjaulada, Eric.
Es una jaula más grande, está limpia y es segura… Una vez quitemos la
separación, tendrá libertad para interactuar con otro ejemplar de su especie y,
cuando esté preparada, recorrer su hábitat, caminar por la hierba, correr…
Jugar, espero.
—Quería asegurarme de que no era solo un rumor. No soporto pensar en
lo que le han hecho. El caso de Cleo es diferente. Es tan fina y elegante…
Pero la tigresa solo parece triste y cansada. Supongo que me da pena.
—Por eso haces cada vez mejor tu trabajo, porque sientes compasión por
ellos.
—Gracias —dijo Eric, encantado.
¿Alguna vez había sido ella tan joven?, se preguntó Lil. ¿Hasta tal punto
que el cumplido de un profesor o formador le pusiera esa expresión en los
ojos y le diera ese brío en los andares? Creía que sí.
Pero siempre había estado tan centrada, tan completamente decidida a
seguir su camino… No solo a alcanzar su objetivo, sino también compensar lo
que había perdido. Compensar la pérdida de Coop.
Respiró hondo mientras paseaba la mirada por el complejo. En términos
generales, las cosas le habían salido bien. Ahora dependía de ella decidir si
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quería volver a abrirse y recuperar lo que había perdido.
Oyó pasos sobre la grava, pasos lentos, y giró sobre sus talones para
defenderse. Matt retrocedió con tal brusquedad, que resbaló y a punto estuvo
de caer.
—¡Madre mía, Lil!
—Perdona, perdona. —¿Llevaba todo el día así de tensa?—. Me has
asustado.
—Bueno, tú acabas de quitarme cinco años de vida, así que estamos en
paz. Venía para preparar la revisión de la tigresa.
—Claro. Eric quiere ayudarte.
—Estupendo. —Matt le dio una levísima palmada en el hombro, lo que en
su caso equivalía a un abrazo—. Hay mucho trabajo dentro. Podrías
encargarte tú.
—Quiero que me vea. Si ese tipo está ahí fuera, observándome, quiero
que me vea, que vea que sigo haciendo lo de siempre. Esto es un duelo de
poder —afirmó, recordando lo que Coop le había dicho—. Cuanto más me
esconda, más poder le otorgo. Además, Matt —añadió al ver a Farley y Tansy
besarse junto a la camioneta—, hoy es un buen día.
—Ah, ¿sí?
—Espera y verás.
Lil se embutió las manos en los bolsillos traseros y caminó hacia Tansy
mientras Farley se alejaba en la camioneta.
—Tú lo sabías.
—Déjame ver cómo te queda. —Lil le cogió la mano—. Es fabuloso.
Perfecto. Qué buena soy. Aunque de hecho lo eligió él, a menos que mi
empujoncito mental funcionara.
—Por eso decías esas cosas tan raras esta mañana. Creías que me refería a
que Farley me había pedido que me casara con él, no al correo electrónico.
—Tuve un lapsus —admitió Lil—, pero de ahí a decir raras…
—Me acaba de decir que pensaba pedírmelo anoche. Había comprado
velas y una botella de champán, e iba a prepararlo todo en mi casa.
—Pero tuvo que ocuparse de la familia.
—Sí —musitó Tansy con los ojos inundados de lágrimas—. Así es él, y
esa es una de las razones por las que ahora mismo llevo este anillo. Ya lo
tengo claro. Vale, es más joven y de piel más clara que yo. Pero es un buen
hombre, un gran hombre. Mi hombre. Voy a casarme con Farley, Lil.
Con una risotada, Lil agarró a Tansy y se puso a bailar con ella en
círculos.
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—¿Qué demonios pasa aquí? —quiso saber Matt.
—Ya te he dicho que hoy es un buen día.
—¿Y por eso estáis dando saltos y gritando como energúmenas?
—Sí —exclamó Tansy mientras corría y se abalanzaba sobre él en un
abrazo que estuvo a punto de derribarlo—. Me he prometido. ¡Mira, mira mi
anillo!
—Muy bonito. —Matt la apartó de su espacio personal y sonrió—.
Felicidades.
—Tengo que enseñárselo a Mary. Y a Lucius. Pero sobre todo a Mary.
Lil siguió sonriendo de oreja a oreja mientras Tansy se alejaba a la
carrera.
—¿Lo ves? Un día genial.
La familia es lo primero, se recordó Lil, e intentó alejar las preocupaciones de
la mesa del comedor de sus padres. Su madre había querido…, insistido en
una cena familiar de celebración, de modo que Lil estaba donde debía. Con
sus padres, con Farley y Tansy, con Lucy y Sam, que se habían erigido en
abuelos oficiosos de Farley, y por supuesto con Coop.
Pero sus pensamientos no dejaban de vagar hacia el refugio. El sistema de
seguridad estaba en marcha, se recordó. Matt, Lucius y dos estudiantes se
habían quedado allí.
Todo iba bien. Ellos estaban bien, sus animales estaban bien. Pero si les
pasaba algo durante su ausencia…
Mientras la conversación fluía a su alrededor, Coop se inclinó hacia ella.
—Deja de preocuparte —le susurró al oído.
—Lo intento.
—Pues esfuérzate más.
Lil alzó la copa de vino y procuró sonreír.
Boda a finales de verano. Intentó prestar atención. Ya estaban en abril, y
quedaban tantas cosas por hacer… Se abrió un debate en torno al lugar. La
granja o el refugio. También en torno a la hora, a mediodía o por la noche.
¿Sabía él que no estaba en el refugio?, se preguntó Lil. ¿Intentaría hacer
daño a alguien solo para demostrar que podía hacerlo?
Bajo la mesa, Coop le oprimió la mano, pero no en señal de apoyo y
amor, sino para advertirle que lo dejara de una vez.
Lil le propinó un puntapié pero salió de su ensimismamiento.
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—Si puedo votar, voto por la granja y por la tarde. Así podemos alargar la
fiesta hasta la noche. Cerraremos el refugio por un día. Aquí hay más sitio, y
si el tiempo no acompaña…
—No seas pájaro de mal agüero —la interrumpió Jenna.
—Bueno, en cualquier caso la casa es más espaciosa que las cabañas.
—¿Cerrar el refugio por un día? —Exclamó Tansy—. ¿De verdad?
—Venga, Tans. No todos los días se casa mi mejor amiga.
—¡Madre mía!, tenemos que ir de compras. —Jenna guiñó un ojo a Lucy
—. Vestidos, flores, comida, la tarta…
—Estábamos pensando en una boda sencilla —terció Farley.
—Buena suerte, hijo —masculló Joe.
—Ningún problema, pero aunque sea sencilla, tendrá que ser bonita y
perfecta —afirmó Jenna, y subrayó sus palabras clavado un dedo en el brazo
de Joe—. Espero que tu madre pueda venir pronto, Tansy, así podremos
empezar a hacer planes juntas.
—Ni un huracán la detendría —aseguró Tansy—. Me ha llamado tres
veces desde que se lo dije y ya tiene un montón de revistas de bodas.
—Saldremos de compras cuando venga. ¡Será genial! Lucy, iremos de
safari consumista.
—Estoy más que a punto. Jenna, ¿te acuerdas de las flores de la boda de la
hija de Wendy Rcarder? Estoy segura de que podemos hacerlo mejor.
—Sencillo. —Sam miró a Farley y puso los ojos en blanco—. Antes de
que a las mujeres se os vaya la pinza y empecéis a hablar de soltar cien
palomas y seis caballos blancos…
—Caballos. —Jenna interrumpió a su marido dando palmadas de emoción
—. Podríamos tener un carruaje tirado por caballos. Podríamos…
—Para, Jenna, para. Farley se está poniendo pálido.
—Lo único que tiene que hacer es aparecer. Deja todo lo demás en
nuestras manos —aconsejó Jenna a Farley.
—Entretanto —dijo Joe, señalando a su esposa con el dedo para
silenciarla—, Jenna y yo hemos hablado de algunos aspectos prácticos. Puede
que vosotros tengáis otras intenciones o que todavía no hayáis pensado en
ello, pero queremos regalaros tres acres de tierra. Será suficiente para que os
construyáis una casa y tengáis un espacio propio. Lo bastante cerca para que a
los dos os resulte fácil desplazaros al trabajo. Es decir, si tú tienes intención
de quedarte en la granja, Farley, y si Tansy tiene pensado seguir con Lil.
—Pero… —farfulló Farley con los ojos muy abiertos—, las tierras deben
pasar a Lil por derecho.
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—No seas burro, Farley —resopló Lil.
—No…, no sé qué decir ni cómo decirlo.
—Tendrás que comentarlo con tu prometida —señaló Joe—. La tierra es
tuya si decides que la quieres. Y si no la quieres, no pasa nada.
—La prometida tiene algo que decir —anunció Tansy antes de levantarse
y besar primero a Joe, luego a Jenna—. Gracias. Me habéis tratado como a
una más de la familia desde que Lil y yo compartíamos habitación en la
universidad. Ahora formo parte de la familia, y no se me ocurre nada mejor
que vivir cerca de vosotros y de Lil —aseguró, dedicando una sonrisa a
Farley—. Soy la mujer más afortunada del mundo.
—Así pues, asunto resuelto. —Joe alzó la mano para cubrir la que Tansy
le había apoyado en el hombro—. En cuanto tengamos ocasión iremos a
inspeccionar esos acres.
Demasiado abrumado para articular palabra, Farley se limitó a asentir. Por
fin carraspeó.
—Voy a…
Se levantó de un salto y se escabulló a la cocina.
—Ahora tenemos un tema de conversación muy interesante. —Sam se
frotó las manos—. Tenemos que construir una casa.
Jenna intercambió una mirada con Tansy y se dispuso a seguir a Farley a
la cocina.
Farley la había atravesado para salir al porche, donde estaba con las
manos apoyadas sobre la barandilla. La lluvia que Lil había olido por la
mañana golpeteaba el suelo, empapando los campos que aguardaban la
labranza. Farley se irguió al sentir la mano de Jenna en su espalda, se volvió y
la abrazó con todas sus fuerzas.
—Mamá.
Jenna emitió un sollozo de felicidad mientras lo abrazaba aún más fuerte.
Casi nunca la llamaba así, y cuando lo hacía solía decirlo en tono de broma.
Pero ahora aquella única palabra lo decía todo.
—Mi niño…
—No sé qué hacer con toda esta felicidad. Tú siempre me decías
«Encuentra la felicidad y no la sueltes, Farley». Ahora tanta que no puedo con
toda, y no sé cómo darte las gracias.
—Acabas de hacerlo de la mejor forma posible.
—Cuando era pequeño, siempre me decían que nunca tendría nada, que
nunca sería nada. Era fácil creerles, mucho más que creer lo que me decíais tú
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y Joe. Una y otra vez. Que pudía ser lo que quisiera. Que podía tener cuanto
me ganara. Pero al final conseguisteis que lo creyera.
—Tansy ha dicho que es la mujer más afortunada del mundo, la verdad es
que tiene mucha suerte. Pero yo no me quedo atrás. Tengo a mis dos hijos
cerca y puedo verlos construir su vida. Y encima puedo planificar una boda.
—Jenna se apartó un poco le acarició las mejillas—. Voy a ser una auténtica
pesadilla.
—Y yo lo estoy deseando —sonrió Farley.
—Eso lo dices ahora, pero espera a que te toque las narices hasta sacarte
de quicio. ¿Estás preparado para entrar? Si te quedas demasiado rato aquí
fuera, Sam y Joe habrán diseñado tu casa antes de que puedas decir ni mu.
—Ahora mismo estoy preparado para cualquier cosa —afirmó Farley al
tiempo que le rodeaba los hombros con el brazo.
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26
U
na tormenta cargada de vientos enfurecidos descargó durante toda la
noche, y por la mañana la situación no hizo más que empeorar.
El primer granizo cayó del cielo en forma de innumerables guijarros que
rebotaban en los senderos y golpeteaban los tejados. Acostumbrada a las
inclemencias de la primavera, Lil ordenó que se pusiera a cubierto el mayor
número posible de vehículos y maniobró su camioneta por el barro mientras
los guijarros se convertían en pelotas de golf.
Los animales habían tenido el buen juicio de cobijarse, pero Lil vio a
algunos de los estudiantes corretear entre risas, cogiendo puñados de granizo
y arrojándoselos unos a otros. Como si fuera una fiesta, pensó, y los destellos
de los relámpagos que surcaban el cielo plomizo no fueran más que parte de
un sofisticado espectáculo de luces.
Sacudió la cabeza al ver a Eric haciendo malabares con tres bolas de
granizo, como un artista callejero mientras retumbaba el luego cruzado de los
truenos.
Alguien se llevaría un buen golpe, auguró.
Masculló un juramento cuando un pedazo de hielo del tamaño de un
melocotón se estrelló contra el capó de la camioneta. Mientras aparcaba bajo
el techado del almacén, resopló al pensar en la nueva abolladura.
Advirtió que los estudiantes habían dejado de reír y corrían en busca del
refugio más cercano. Había más abolladuras y rasguños, lo sabía. Plantas
destrozadas y una cantidad tremenda de hielo que apañar y limpiar. Pero de
momento estaba a salvo en la camioneta y decidió esperar allí a que la
tormenta amainara un poco.
Hasta que vio que una pelota de hielo colisionaba contra la espalda de una
de las estudiantes con fuerza suficiente para hacerla caer de bruces en el
barro.
—Mierda.
Se apeó y corrió como una exhalación hacia la chica mientras un par de
estudiantes más se acercaban también para levantarla.
—Entradla. ¡Vamos!
Era como sufrir el ataque de un equipo de béisbol enfurecido.
Agarró a la chica y medio la arrastró, medio la cargó hasta el porche de su
cabaña. Llegaron empapadas y sucias, y la estudiante estaba tan pálida como
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el hielo que asolaba el complejo.
—¿Te ha hecho daño?
La chica meneó la cabeza y apoyó las manos en las rodillas para recobrar
el aliento.
—Me ha dado un susto de muerte —jadeó.
—Me lo imagino. —Lil repasó los datos desordenados que se agolpaban
en su mente en busca de los nombres de los dos estudiantes de la nueva
hornada mientras los truenos rugían en los montes como leones al acecho—.
Tranquilizare. Reed, entra y dale a Lena un poco de agua. Limpiaos los
zapatos —añadió, aunque sabía que no serviría de nada.
—Ha sido tan de repente… —explicó Lena con un estremecimiento y el
rostro manchado de barro—. No caían más que virutas, luego pelotas de ping
pong y de pronto…
—Bienvenida a Dakota del Sur. Le pediré a Matt que te eche un vistazo.
¿Seguro que no te duele?
—Humm… No, solo estoy un poco… alucinada. Gracias, Reed. —Lena
cogió la botella de agua y bebió un largo trago—. Me he asustado, pero al
mismo tiempo… —Miró más allá de Lil, donde las pelotas de hielo atacaban
la tierra y un tridente de relámpagos surcaba las nubes—. Es… extraño pero
guay.
—Piensa en eso cuando nos toque limpiar. El granizo no durará mucho.
—De hecho, ya empezaba a amainar—. La tormenta se dirige hacia el oeste.
—¿De verdad? —Lena parpadeó sorprendida—. ¿Cómo lo sabes?
—Por el viento. Sube a ducharte; te dejaré algo de ropa. Cuando deje de
granizar, los demás presentaos en la cabaña. Habrá mucho que hacer. Vamos,
Lena.
Llevó a la chica arriba y le enseñó el baño.
—Puedes dejar aquí la ropa sucia; la meteré en la lavadora.
—Siento causarte tantas molestias. No era con un pelotazo de granito
como quería que te fijaras en mí.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Lil, volviéndose hacia ella desde la
cómoda, de la que acababa de sacar unos vaqueros y un jersey limpios.
—Solo que desde que llegué casi siempre he trabajado con Tansy y Matt.
No he tenido casi ocasión de trabajar contigo directamente con todo lo que ha
pasado.
—Ya habrá ocasión.
—Es que tú eres la razón por la que estoy aquí. La razón por la que
estudio biología animal y conservación.
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—¿De verdad?
—Ya sé que suena a empollona total. —Lena se sentó en el retrete para
quitarse las botas—. Es que un día vi aquel documental sobre el trabajo que
haces aquí. Aquella serie de tres capítulos. Estaba en casa enferma y aburrida.
Haciendo zapping, ya sabes. Y di con el capítulo sobre ti y el refugio. No
pude ver los otros dos capítulos porque me curé y volví a la escuela. Pero me
compré el DVD, el mismo que vendemos en la tienda de regalos. Y me gustó
muchísimo lo que hacías y lo que dijiste y lo que estabas construyendo aquí.
Y pensé: Esto es lo que quiero ser de mayor. A mi madre le pareció genial y
creyó que cambiaría de idea veinte veces antes de ir a la universidad. Pero no
cambié de idea.
Intrigada, Lil dejó los vaqueros, el jersey y unos calcetines gruesos sobre
la repisa del baño.
—Vaya, no está mal para un solo documental.
—Es que hablabas con tanta pasión… —prosiguió Lena al tiempo que se
levantaba para bajarse la cremallera de la sudadera embarrada—. Con tanta
claridad y compromiso… Hasta entonces nunca me había interesado la
ciencia, pero tú hacías que pareciera… no sé… excitante, inteligente,
importante. Y ahora creerás que te estoy haciendo la pelota.
—¿Cuántos años tenías?
—Dieciséis. Hasta entonces siempre había querido ser estrella de rock —
confesó Lena con una sonrisa mientras se retorcía para quitarse los pantalones
mojados—. No me preocupaba en absoluto no saber cantar ni tocar ningún
instrumento. Pero entonces te vi en la tele y pensé: Ella sí que es una estrella
de rock. Y aquí estoy desnudándome en tu cuarto de baño.
—Tus profesores te dieron una puntuación muy alta cuando solicitaste
hacer las prácticas aquí.
Sin pudor alguno, Lena se quedó en ropa interior y la miró con expresión
esperanzada.
—¿Has leído mi expediente?
—Este refugio es mío. He observado que trabajas duro y escuchas con
atención. Llegas a tu hora cada mañana y te quedas hasta más tarde si hace
falta. No te quejas del trabajo sucio y tus informes escritos son muy
meticulosos…, aunque un poco ingenuos todavía. He notado que te molestas
en hablar a los animales y que haces preguntas. Cierto, últimamente están
pasando muchas cosas, y eso ha restringido bastante el tiempo que me gusta
dedicar a cada uno de los estudiantes en prácticas, pero me había fijado en ti
antes de que te cayeras de bruces en el barro.
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—¿Crees que tengo lo que hace falta para este trabajo?
—Te lo diré al final de tu período de prácticas.
—Uf, qué miedo, pero me parece justo.
—Ve a lavarte. —Lil se dispuso a marcharse pero lo pensó mejor—.
Lena, ¿qué dice la gente sobre lo que está pasando? ¿Cómo lo lleváis? Sé que
habláis —dijo—. Yo también fui estudiante en prácticas y lo recuerdo.
—Todos estamos un poco nerviosos, pero al mismo tiempo no parece real.
—Convendría que estuvierais juntos lo máximo posible. Ve a la otra
cabaña cuando acabes.
Lil bajó para meter la ropa sucia en la lavadora y se ordenó a sí misma
recordar que más tarde debía ponerla en la secadora. Mientras los truenos,
ahora más lejanos, retumbaban en el cielo, pensó en la chica que se estaba
duchando en el piso de arriba y de repente comprendió que le recordaba a
Carolyn.
La idea le produjo un estremecimiento antes de salir para empezar a
limpiar los estragos de la tormenta.
En la granja, Coop y Sam sacaron los caballos al pasto. Sam cojeaba un poco
y quizá siempre cojearía, pero por lo demás se lo veía robusto y fuerte. Lo
suficiente para que Coop no sintiera la necesidad de vigilar cada uno de sus
pasos.
Juntos contemplaron a los potros jugar mientras los adultos pastaban.
—Menos mal que todavía no teníamos lista la cosecha de primavera.
Podría haber sido peor. —Sam se agachó para recoger un pedazo de hielo del
tamaño de una pelota de béisbol—. ¿Qué tal tu brazo?
—Aún lo tengo.
—Eso habrá que verlo.
Divertido, Coop cogió la bola de hielo y lanzó una volea alta y larga.
—¿Y el tuyo?
—Creo que a estas alturas ya está preparado para los lanzamientos al
cuadro, pero sigo teniendo puntería. —Sam cogió otra bola, apuntó a un pino
y estrelló el hielo en el centro del tronco—. Y buena vista.
—El corredor en segunda base hace una carrera larga. El bateador amaga
un toque y acepta el strike. El corredor sigue. —Coop cogió otra bola de hielo
y la lanzó al imaginario tercera base—. Y queda eliminado.
Mientras Sam reía y alargaba la mano para coger más hielo, les llegó la
voz de Lucy desde la casa.
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—¿Vais a quedaros ahí tirando bolas de hielo como unos idiotas o pensáis
hacer algo de provecho?
Estaba apoyada sobre la azada con la que había estado limpiando el hielo
del huerto.
—Nos ha pillado —dijo Coop.
—Está enfadada porque el granizo se ha cargado toda la col rizada. Yo
estoy encantado; detesto esa verdura. ¡Ya vamos, Lucy! —Sam se limpió las
manos en los pantalones mientras se dirigían hacia la casa—. He estado
pensando en lo que dijiste de contratar a alguien más. Lo voy a hacer.
—Me alegro.
—No es que no pueda apañármelas solo.
—No, señor.
—Es que deberías dedicar más tiempo al negocio. Si contratamos a
alguien para que ayude en los trabajos de la granja, tendrás más tiempo para
el alquiler de caballos y las excursiones con guía. Es lo más práctico.
—Estoy de acuerdo.
—Y no creo que vayas a vivir en el barracón mucho tiempo más. Bueno,
eso sí tienes dos dedos de frente. Si tienes dos dedos de frente y redaños, lo
que harás es ampliar la cabaña de Lil. Necesitaréis más espacio cuando
forméis una familia.
—¿Me estás echando?
—El pájaro tiene que abandonar el nido —refunfuñó Sam con una sonrisa
—. Te daremos un poco de tiempo, pero procura no perderlo.
—Las cosas están muy complicadas, abuelo.
—Las cosas siempre están muy complicadas, chico. Lo mejor que podéis
hacer es intentar deshacer algunos entuertos juntos.
—Creo que lo estamos haciendo, o al menos empezando hacerlo. Ahora
mismo, mi máxima prioridad es mantenerla a salvo.
—¿Y crees que eso cambiará? —Sam sacudió la cabeza—. Si Dios quiere,
las cosas no siempre serán como ahora, pero te pasaras el resto de tu vida
intentando mantenerla a salvo. Y, con un poco de suerte, intentando mantener
a salvo a los hijos que tengáis juntos. Acostarte con ella no es un problema,
¿no?
Coop reprimió a duras penas el impulso de agachar la cabeza.
—No.
—Pues entonces…
Sam siguió andando como si aquello zanjara el asunto.
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—Volviendo al tema de la empresa —dijo Coop—. Quería hablar de ello
contigo y con la abuela. Estoy pensando en invertir.
—¿Invertir qué?
—Dinero, abuelo. Tengo mucho.
Sam volvió a detenerse.
—La empresa funciona bien. No necesita ninguna… ¿Cómo se dice?
Ninguna inyección.
—Pero la necesitará si ampliamos. Más establos, paseos en poni y una
pequeña tienda.
—¿Una tienda de qué? ¿De recuerdos?
—No exactamente. Más bien de material de senderismo y provisiones.
Muchos de nuestros clientes compran esas cosas en otros sitios. ¿Por qué no
intentar que compren en nuestra tienda los frutos secos, las botellas de agua,
las guías y las cámaras desechables cuando se den cuenta de que se les ha
acabado la batería de la suya? Si actualizáramos el ordenador y la impresora,
podríamos imprimir fotos y convertirlas en postales. A las madres les gustará
tener una postal de su pequeña vaquera montada en un poni. De hecho, les
gustará tener una docena.
—Todo eso son palabras mayores.
—Plantéatelo como una expansión orgánica.
—Una expansión orgánica —bufó Sam—. Eres increíble, Coop. Supongo
que podríamos pensar en ello. Postales —masculló, sacudiendo la cabeza.
De repente frunció el ceño y se protegió los ojos del sol que asomaba tras
la tormenta.
—Viene Willy.
Lucy también lo había visto y había dejado el trabajo para quitarse los
guantes de jardinería y pasarse las manos por el pelo que el viento le
alborotaba.
—Señorita Lucy. —Willy se llevó la mano al sombrero—. Menudos
destrozos le ha causado el granizo en el huerto.
—Podría haber sido peor. Por lo visto no ha dañado el tejado, y eso ya es
mucho.
—Sí. Sam, Coop…
—Hola, Willy. ¿Te ha pillado el granizo? —preguntó Sam.
—Me he librado de lo peor. El hombre del tiempo no dijo nada de que
hoy granizaría. La mitad de las veces no sé ni por qué escucho el parte.
—Eso es más o menos lo que acierta, la mitad de las veces.
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—Si llega. Pero parece que la temperatura ha subido un poco con la
tormenta. Puede que siga así unos días. Coop, ¿podría hablar contigo un
momento?
—William Johannsen, si tienes algo que decir acerca de esos asesinatos,
dilo delante de nosotros —advirtió Lucy con los brazos en jarras—. Tenemos
derecho a saberlo.
—Supongo que tiene razón. Voy a pasar a hablar con Lil, así que de todas
formas se enterarán. —Se subió un poco el sombre con un golpecito en el ala
—. Hemos encontrado la cartera de Tyler. O lo que creemos que es la cartera
de Tyler. Tenía su carnet de conducir y otros documentos de identificación.
Nada de dinero ni fotografías, que según su mujer también llevaba. Pero sí las
tarjetas de crédito que nos dijo.
—¿Dónde? —quiso saber Coop.
—Eso es lo curioso. Muy al oeste de aquí, solo a unos ocho kilómetros de
la frontera con Wyoming. Como si se dirigiese hacía Carson Draw. La lluvia
borró parte de su rastro, pero en cuanto los hombres volvieron a encontrarlo,
fue bastante fácil seguirlo.
—Eso está muy lejos de aquí —comentó Lucy—. Muy lejos.
Fuera de su territorio actual, pensó Coop. Fuera de su coto de caza.
—Se llevó las fotos pero dejó los documentos.
—Exacto. Una teoría es que considerara que estaba lo bastante lejos del
equipo de búsqueda para deshacerse de la cartera. La otra es que se le cayó.
—Si hubiera querido deshacerse de ella, podría haberla tirado al río o
haberla enterrado.
Willy asintió.
—Cierto.
—Pero es una buena noticia, ¿no? Si está tan al oeste y sigue viajando,
eso significa que se va —volvió a intervenir Lucy, alargando la mano para
tocar el brazo de Coop—. Sé que hay que encontrarlo y detenerlo, pero no
lamentaré que lo detengan a muchos kilómetros de aquí. Es una buena noticia.
—Puede.
—Desde luego, mala no es —espetó Lucy a Willy.
—En circunstancias como estas, señorita Lucy, debo ser prudente.
—Pues sé prudente, pero te aseguro que esta noche dormiré más tranquila.
Entra y siéntate un momento. Tengo té helado y café bien caliente.
—Me encantaría, de verdad, pero debo irme. Quiero que esta noche
duerman más tranquilos, pero también que sigan cerrando las puertas con
llave. No se cansen demasiado. Señorita Lucy, Sam…
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—Ahora vuelvo —anunció Coop antes de alejarse con Willy—. ¿Cuánto
tardaréis en verificar que es la cartera de Tyler y en cotejar las huellas?
—Espero que lo tengamos todo mañana. Pero apuesto algo a que es la
cartera de Tyler y a que las huellas que encontraremos en ella serán las de
Howe.
—¿Y también apuestas algo a que se deshizo de ella adrede o crees que se
le cayó?
—No me atrevería a asegurarlo.
—Yo apuesto algo a que se deshizo de ella adrede.
Willy volvió a asentir con los labios apretados.
—Diría que estamos de acuerdo. Parece demasiado fácil. No encontramos
casi ninguna pista de ese tipo durante días, y de repente deja un rastro que,
incluso después de la lluvia, hasta mi abuela miope podría seguir. Seré un
policía de pueblo, pero no soy tan idiota como cree.
—Quiere tiempo y espacio para preparar lo que sea que tiene en mente.
Házselo entender a Lil. Yo haré lo mismo cuando la vea, pero quiero que
primero se lo digas tú.
—Lo haré —prometió Wílly mientras abría la puerta del coche patrulla—.
Coop, los federales se están centrando en Wyoming. A lo mejor tienen razón.
—No.
—Las pistas apuntan hacia allí, así que las siguen. Lo único que tengo yo
es la intuición de que nos está tomando el pelo. Eso es lo que le diré a Lil.
Subió al coche, saludó a Coop con la mano y se alejó por el sendero de
acceso.
Cuando Coop llegó al complejo, los focos nocturnos ya estaban encendidos.
Por los sonidos supo que era la hora de la cena. Un grupo de estudiantes que
habían terminado su jornada subían a una furgoneta. De inmediato se oyó la
música ensordecedora de Weezer.
Un vistazo a la cabaña que albergaba las oficinas le indicó que ya habían
cerrado. Aun así, hizo la ronda sobre la grava, los senderos de hormigón y el
barro, hacia las oficinas, los cobertizos, los establos, el centro educativo y la
cámara para asegurarse de que todos los edificios estaban vacíos y cerrados.
En las ventanas de la cabaña de Lil se veía luz. Al dirigirse hacia ella la
vio: el cabello recogido en una trenza, el azul intenso del jersey de algodón,
incluso el destello de los pendientes de plata que oscilaban en sus orejas. La
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contempló a través del vidrio: sus movimientos mientras se servía una copa
de vino y tomaba un sorbo al tiempo que vigilaba algo que tenía al fuego.
Vio el vapor que brotaba de la cacerola y, a través de él, las marcadas
líneas de su perfil.
Sintió que una oleada de amor intensa, casi violenta, lo embargaba.
Debería estar acostumbrado, pensó. Debería estar acostumbrado a ella
después de tanto tiempo, incluso teniendo en cuenta todos los años que no nos
hemos visto. Pero no lograba acostumbrarse. No lograba superar la emoción
que sentía al verla.
Tal vez su abuelo tuviera razón. Estaba perdiendo el tiempo.
Subió al porche y abrió la puerta.
Lil giró sobre sus talones al tiempo que cogía un enorme cuchillo de
sierra. En aquel instante, Coop detectó miedo y valentía en su mirada.
Levantó las manos.
—Vengo en son de paz.
Lil volvió a dejar el cuchillo en el soporte con un levísimo temblor en la
mano.
—No he oído la camioneta y no esperaba que entraras por la puerta
trasera.
—Entonces deberías asegurarte de que la puerta esté cerrada con llave.
—Tienes razón.
Quizá estuviera perdiendo el tiempo, pensó Coop, pero en ese momento
no tenía ningún derecho a presionar.
—¿Ha venido Willy? —le preguntó mientras sacaba una segunda copa.
—Sí.
Coop volvió la mirada hacia el fogón y vio la botella de vino blanco
bueno.
—Lil, si estás pensando en celebrarlo…
—¿Desde cuándo soy idiota? —lo atajó ella con sequedad. Destapó la
cacerola y vertió el excelente vino sobre el pollo que estaba salteando en ella
—. Es evidente que Ethan no está en Wyoming. Ha procurado dejar
suficientes pistas para que la policía las siga. Solo le ha faltado pegar a la
cartera una «Pista».
—Vale.
—No vale. Nos está tomando el pelo.
—¿Y eso es peor que intentar matarnos?
—Es un insulto más. Me siento insultada. —Lil cogió la copa y bebió un
trago de vino.
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—¿Por eso estás guisando el pollo con una botella de vino de veinticinco
dólares?
—Si supieras algo de cocina, sabrías que si un vino no es lo bastante
bueno para beberlo, tampoco lo es para cocinar. Y tenía ganas de cocinar. Ya
te dije que sabía cocinar. Nadie te obliga a comerlo.
En cuanto Lil tapó de nuevo la cacerola, Coop se acercó a ella y la abrazó
en silencio, apretándola más cuando ella intentó zafarse. La mantuvo entre sus
brazos sin decir palabra.
—Está allá arriba, riéndose de nosotros. Y eso lo empeora. Me da igual si
suena mezquino, pero lo empeora. Así que estoy cabreada.
—Me parece perfecto que estés cabreada. Pero puedes mirarlo desde otro
punto de vista. Cree que somos idiotas, que tú no eres idiota. Cree que nos
hemos tragado su jueguecito, pero no es así. Te ha subestimado, y eso es un
error. Le ha costado mucho tiempo y esfuerzo dejar ese rastro, colocar la
cartera. Tiempo y esfuerzo desperdiciados.
Lil se relajó un poco.
—Visto así…
Coop le alzó el rostro y la besó.
—Hola.
—Hola.
Deslizó la mano a lo largo de su trenza, deseando poder pedir, exigir,
suplicar. Y por fin la soltó.
—¿Ha causado muchos estragos el granizo?
—Nada del otro mundo. ¿Y en la granja de tus abuelos?
—Para secreta satisfacción de mi abuelo, han perdido casi toda la cosecha
de col rizada.
—A mí me gusta la col rizada.
—¿Por qué?
—No tengo ni idea —rio ella—. Esta noche dan partido de béisbol por la
tele. ¿Te apetece verlo?
—Desde luego.
—Vale, pues pon la mesa.
Coop sacó platos y puso la mesa envuelto en la fragancia de la comida y
de ella. Al poco decidió que formular una simple pregunta no equivalía a
presionar.
—¿Sigue la lencería sexy en tu cajón?
—Sí.
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—Vale —masculló él, abriendo el cajón de los cubiertos—. Quiero que
elijas una fecha para este verano. Te daré el calendario de los Yankees, y
escogerás el partido que te vaya mejor. Puedo pedirle a Brad que envíe el
avión. Nos tomaremos un par de días, nos alojaremos en el Palace o en el
Waldorf.
Lil echó un vistazo a las patatas con romero que se asaban en el horno.
—Aviones privados, hoteles elegantes…
—Todavía conservo mi abono de temporada. Asientos en tribuna.
—Vaya, y encima asientos en tribuna. ¿Cuánto dinero tienes, Cooper?
—Mucho.
—A lo mejor debería convencerte para que hicieses otra donación.
—Te doy cinco mil si tiras el trapito rojo que guardas en el cajón de tu
cuarto.
—Soborno… Lo pensaré.
—Nueva York y los Yankees han sido el primer soborno, ¿no te has dado
cuenta?
Lil se dijo que había echado de menos aquello, ese tomarse el pelo.
—¿Cuánto me das por tirar toda la lencería?
—Di tú un precio.
—Hum…, podría ser bastante. Quiero construir una residencia para los
estudiantes.
Coop se volvió hacia ella y ladeó la cabeza.
—Es buena idea. Así pasarían más tiempo en el refugio. Dispondrían de
más horas, probablemente llegarían a conocerse mejor y a conocer mejor al
personal… Y habría varias personas en el recinto a todas horas.
—Esto último ni me lo había planteado hasta hace poco, pero la verdad es
que ahora no me apetece nada hablar de ello. El alojamiento y el transporte no
son problemas graves, pero siempre dan bastante trabajo. Quiero construir
una residencia de seis dormitorios, con cocina y salón comunes. Así
tendríamos espacio para doce estudiantes. Si donas una cantidad suficiente, le
pondré tu nombre.
—Soborno. Lo pensaré.
Lil sonrió de oreja a oreja.
—¿Qué se siente al estar forrado?
—Es mejor que estar sin blanca. Me crie con dinero, así que nunca pensé
en él; ese fue parte de mi error cuando llegué a la universidad. Nunca había
tenido que preocuparme por de dónde salía la comida o por cómo me pagaría
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el siguiente par de zapatos y ese tipo de cosas. Me gasté todos los ahorros y
más.
—Eras un crío.
—Tú también eras una cría, pero tenías un presupuesto y te atenías a él.
Me acuerdo de eso.
—Yo no me crie con dinero. Tú te gastabas mucho en mí en aquella
época. Y yo te dejaba.
—En cualquier caso, fue muy duro cuando caí en el hoyo, y la cosa
empeoró cuando fui y le dije a mi padre que dejaba la universidad y que
quería ser policía. Pero, pese a todo, creía que saldría adelante.
Se encogió de hombros y tomó un sorbo de vino como si aquello ya no le
importara. Pero Lil sabía que no era cierto.
—Pronto recibiría la primera parte del fideicomiso, así que no importaba
si tenía que apretarme el cinturón durante un tiempo. No sabía lo que era
apretarse el cinturón de verdad, pero lo averigüé.
—Debías de estar muerto de miedo.
—A veces. Me sentía derrotado y estaba cabreado. Pero al mismo tiempo,
estaba haciendo lo que debía, y se me daba bien. Empezaba a dárseme bien.
Cuando mi padre bloqueó el pago del fideicomiso y me congeló las cuentas
con lo poco que tenía en ellas, la situación se hizo desesperada. Tenía trabajo,
no tendría que irme debajo de un puente, pero el cinturón siguió apretándose.
Necesitaba un abogado, uno bueno, y los abogados buenos cobran buenos
honorarios. Tuve que pedir dinero. Brad me lo prestó.
—Ya sabía yo que me caía bien.
—Tardé meses, casi un año en poder devolvérselo. Pero no solo se trataba
del dinero, Lil, ni de acabar con el control que mi padre ejercía sobre los
pagos del fideicomiso. Por fin conseguí acabar con el control que ejercía
sobre mí.
—Él se lo perdió. Y no me refiero al control. Te perdió a ti.
—Y yo te perdí a ti.
Lil sacudió la cabeza y se volvió de nuevo hacia el fogón.
—Tenía que demostrarme a mí mismo que era alguien antes de poder
estar contigo, y eso significaba que no podía estar contigo.
—Pero aquí estamos.
—Y ahora tengo que volver a demostrarte algo.
—No es eso —protestó ella con una nota de exasperación en la voz—.
Eso no está bien.
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—Claro que está bien. Es lo justo. Una putada, pero justo. Cuando
trabajas con caballos, tienes mucho tiempo para pensar. Y he dedicado gran
parte de ese tiempo a pensar en esto. Me tienes en libertad condicional, y eso
es una putada. Quieres asegurarte de que no volveré a marcharme y de que
quieres que me quede. Pero mientras tanto puedo acostarme contigo y de vez
en cuando me encuentro con una comida caliente que no he tenido que
preparar yo. Y te puedo contemplar a través de la ventana. No está mal.
—¿Sexo, comida y un poco de voyerismo?
—Y te puedo mirar a los ojos y ver en ellos que me quieres. Sé que no te
resistirás eternamente.
—No me estoy resistiendo. Es que…
—Te estás asegurando —terminó Coop por ella—. Es lo mismo.
Se acercó a Lil con un movimiento rápido y ágil para atraparla en un beso
cargado de calidez y deseo. Luego la soltó despacio, no sin antes morderle el
labio inferior con infinita delicadeza.
—El pollo huele bien.
Lil lo apartó un poco más.
—Siéntate; creo que ya está listo.
Comieron y por acuerdo tácito centraron la conversación en temas
livianos. El tiempo, los caballos, el saludo de la nueva tigresa. Fregaron los
platos juntos y, después de que Coop comprobara las cerraduras, el único
indicio externo de problemas, se sentaron a ver el partido. Más tarde hicieron
el amor mientras la luna plateada bañaba la estancia a través de las ventanas.
Pese a todo, aquella noche Lil soñó que corría. Una carrera terrorífica por
un bosque iluminado por la luna, el corazón desbocado por el miedo y la
respiración entrecortada. Sentía el sudor causado por el esfuerzo y la piel
empapada por el terror. La maleza desgarraba esa piel mientras intentaba
salvarse, y percibía el olor de su propia sangre.
Y él también lo percibiría.
Se había convertido en su presa.
La hierba alta le golpeó las piernas cuando alcanzó la pradera. Oía a su
perseguidor cerca, cada vez más cerca por muy deprisa que ella corriera y por
mucho que cambiara de dirección. La luna era un foco implacable, negándole
todo escondrijo. Solo la huida podría salvarla.
Pero su sombra cayó sobre ella como si quisiera abatirla con su peso. Y
cuando se volvió para encararse con su cazador y luchar, el puma surgió de
entre la hierba alta y se abalanzó sobre ella mostrándole los colmillos.
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asó un día y luego otro. Se recibieron informes de personas que
afirmaban haber visto a Ethan en Wyoming, desde su extremo más
meridional, en Medicine Bow, hasta la punta norte de Shoshoni. Pero ninguno
de ellos arrojó resultados positivos.
El equipo de búsqueda de Spearfish fue perdiendo integrantes, y en el
pueblo y las granjas circundantes empezaron a hablar de otros temas. La
labranza de primavera, la siembra, el nacimiento de los corderos, el puma que
había trepado a un manzano en un jardín a menos de quinientos metros del
centro de Deadwood.
Delante de un plato de tarta en la cafetería, en la oficina de correos y entre
tragos de cerveza en el bar, la gente convenía en que el tipo que había matado
al pobre diablo de Saint Paul había huido. El rastro se había enfriado.
Pero Lil recordaba el sueño y sabía que se equivocaban.
Mientras los que la rodeaban bajaban la guardia, ella se dedicó a
reforzarla. Tomó por costumbre guardarse un cuchillo en la bota cada
mañana. Su peso le otorgaba paz de espíritu aun si le disgustaba el hecho de
necesitar un arma.
El buen tiempo atrajo a los turistas, y los turistas significaban más
donaciones. Mary comunicó que el aumento del siete por ciento alcanzado en
el primer trimestre se había mantenido durante las primeras semanas del
segundo. Lil sabía que eran buenas noticias, pero no lograba entusiasmarse.
Cuanto más tranquilos y rutinarios eran los días, más inquieta se sentía
ella. ¿A qué esperaba Ethan?
Se hacía esa pregunta cuando cargaba con cestas de comida, cuando
regaba las jaulas, cuando almacenaba suministros. Cada vez que hacía la
ronda por los recintos se preparaba para un ataque que no llegaba.
Casi quería que llegara. Prefería ver a Ethan abalanzarse sobre ella desde
el bosque, armado hasta los dientes, que esperar y esperar hasta caer en una
trampa invisible.
Podía contemplar a Boris y Delilah acurrucados, o ver al macho guiar y a
la hembra seguirlo vacilante y sentir placer y orgullo. Pero debajo de aquella
sensación siempre acechaban la preocupación y el estrés.
Debería ayudar a Mary y a Lucius a planificar la jornada de puertas
abiertas que organizaban cada verano, o esforzarse de verdad por ayudar a
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Tansy en los preparativos de la boda. Pero lo único que ocupaba sus
pensamientos era ¿Cuándo? ¿Cuándo aparecerá? ¿Cuándo acabará todo esto?
—La espera me está volviendo loca.
Siguiendo otra costumbre recién adquirida, Lil hacía la ronda de las jaulas
con Coop cuando todos los demás se habían marchado.
—Lo que toca ahora es esperar.
—Pero no por eso tiene que gustarme.
Lil llevaba una de las nuevas sudaderas con capucha del Refugio para
Animales Salvajes Chance debajo de su chaqueta más vieja, y no podía dejar
de manosear los cordeles del cuello.
—No es como pasarte media noche sentada en un jeep esperando a que
una manada de leones se acerque a beber, ni siquiera como pasarte horas
sentada delante del ordenador, siguiendo a un puma con collar para redactar
un informe. Por lo menos haces algo.
—Quizá estábamos equivocados. Quizá sí que se ha ido al oeste.
—Sabes muy bien que no.
Coop se encogió de hombros.
—Willy hace lo que puede, pero cuenta con unos recursos muy limitados.
Los montes son inmensos, y hay un montón de campistas y excursionistas a
pie y a caballo que van dejando huellas.
—Willy no va a encontrarlo. Creo que los dos lo sabemos.
—A veces hay suerte, Lil, y existen más probabilidades de tener suerte si
uno persevera. Y Willy persevera como el que más.
—Y también existen más probabilidades de tener suerte si uno se arriesga.
Me siento atrapada aquí, Coop, peor aún, como si corriera sin moverme del
sitio. Necesito moverme, necesito actuar. Necesito ir allá arriba.
—No.
—No te estoy pidiendo permiso. Si decido hacerlo, no podrás
impedírmelo.
—Sí que podré. —Coop clavó la mirada en ella—. Y lo haré.
—No quiero discutir ni pelearme contigo. Tú has subido. Sé que has
hecho excursiones guiadas estos últimos días. Y los dos sabemos que le
encantaría hacerte daño aunque solo fuera para jorobarme.
—Es un riesgo calculado. Mira —le pidió antes de que ella pudiera rebatir
sus palabras—. Si intentara matarme, la búsqueda se reanudaría con su fuerza
original. Ha dedicado mucho tiempo y esfuerzo en colocar una flecha hacia el
oeste para que el FBI la siga. ¿Por qué traerlos de vuelta? Y en segundo lugar,
si fuera lo bastante idiota e impulsivo para intentarlo, llevo una radio que
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enseño a usar a todos los integrantes de las excursiones guiadas, por si hay un
accidente. Así que tendría que matarme a mí y a todo el grupo. Riesgo
calculado —repitió.
—Y encima puedes montar y respirar aire puro.
Coop le acarició el pelo, un gesto sutil de compasión.
—Cierto.
—Sé que vas allá arriba con la esperanza de encontrar algún indicio,
alguna pista. Pero no encontrarás nada. Tienes algunos conocimientos, pero
bastante oxidados. Y nunca fuiste tan bueno como yo.
—Lo cual nos devuelve a la cuestión de la suerte y la perseverancia.
—Podría acompañarte, guiar a un grupo contigo.
—Y si Ethan nos viera o te viera, podría matarme, secuestrarte a punta de
pistola y, para cuando cualquier superviviente avisará por radio, a saber dónde
estarías. Muy lejos, si te llevara a caballo. Si esperamos, lo obligamos a
mover ficha, a exponerse.
Lil se paseaba por delante de la jaula. Dentro de ella, Baby imitaba sus
movimientos, lo cual arrancó una sonrisa a Coop.
—Este puma te adora.
Lil se volvió y casi sonrió.
—Nada de pelota esta noche, Baby. Mañana jugaremos.
Baby profirió un alarido. Coop habría dicho que era un gemido, si es que
los pumas eran capaces de gemir.
Lil pasó por debajo de la barrera de protección para acariciarlo a través de
la valla, dejar que le empujara la cabeza y le lamiera la mano.
—¿Se enfadará si me acerco?
—No. Te ha visto muchas veces conmigo. Te ha olido en mí y a mí en ti.
El olfato de los pumas no es el mejor del mundo, pero Baby conoce mi olor.
Acércate.
Cuando Coop se situó junto a ella, Lil le cubrió la mano y la apoyó sobre
el pelaje de Baby.
—Te asociará conmigo. Sabe que no te tengo miedo ni me siento
amenazada por ti. Y le encanta que lo acaricien. Junta tu frente con la mía.
Inclínate y junta tu frente con la mía.
—Huele tu pelo —murmuró Coop mientras descansaba la frente contra la
de Lil—. Como yo. Huele como el monte. Limpio y un poco silvestre.
—Y ahora apoya la frente en los barrotes. Es una muestra de afecto, de
confianza.
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—Confianza —masculló Coop, intentando no pensar en lo que podían
hacer esos dientes tan afilados—. ¿Estás segura de que no es celoso?
—No le hará daño a alguien a quien quiero.
Coop apoyó la frente en los barrotes. Baby lo observó unos instantes,
luego se alzó sobre las patas traseras y apoyó la cabeza contra la frente de
Coop.
—¿Esto ha sido como estrecharnos la mano o como darnos un beso con
lengua? —preguntó Coop.
—Algo entre una cosa y la otra. Intenté dejarlo en libertad tres veces. La
primera cuando los llevé a él y a sus hermanos a las colinas. Me siguió hasta
casa de mis padres. Había ido a verlos a caballo. Imagínate la sorpresa que
nos llevamos cuando lo oímos y al abrir la puerta trasera lo vimos sentado en
el porche.
—Siguió tu olor.
—A lo largo de muchos kilómetros, y en teoría no debería ser capaz de
hacerlo, ni debería quererlo.
—Capacidad combinada con amor, diría yo, y con deseo.
—Nada científico, pero… La segunda vez siguió mi rastro hasta el
refugio, y la tercera hice que Tansy y un estudiante se lo llevaran. Me sentía
culpable. No quería dejarlo marchar, pero pensé que debía intentarlo. Baby
llegó aquí antes que ellos. Volvió a casa. Fue su decisión. Buenas noches,
Baby.
Lil se dirigió de nuevo hacia el camino.
—La otra noche soñé que me perseguían. Corría y corría, pero el cazador
se hallaba cada vez más cerca. Y cuando supe que estaba perdida, que no me
quedaba más remedio que encararme con él y luchar, un puma salió de un
salto de la maleza para atacarme.
Coop le pasó el brazo por los hombros y Lil se apoyó en él.
—Nunca había soñado que me atacaba un felino. Nunca. Ni siquiera
después de que me mordiera uno o de salir airosa de una situación arriesgada.
Pero esta historia lo ha conseguido. No puedo seguir viviendo con miedo. No
puedo seguir encerrada aquí.
—Hay otras formas de salír.
—¿Cuáles? ¿Ir de compras a la ciudad?
—Por ejemplo.
—Pareces mi madre. Me sentará bien, me distraerá… Eso cuando no me
suelta que Tansy quiere que su mejor amiga y dama de honor la acompañe a
elegir el vestido de novia.
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—O sea que irás.
—Claro que iré —suspiró Lil—. La madre de Tansy ha llegado hoy, y
mañana toca safari consumista. Y me siento culpable porque no me apetece
nada.
—Podrías comprarte lencería sexy.
Lil lo miró de soslayo.
—Eres un obseso.
—No te agobies y al final llegarás a la línea de meta.
—Necesito subir a las colinas, Coop —insistió ella, retorciendo una vez
más los cordeles de la sudadera—. ¿Cuánto tiempo más tengo que permitir
que me las robe?
Coop se inclinó y le besó el cabello.
—Llevaremos los caballos a Custer y cabalgaremos por las colinas un día
entero.
Lil quiso decirle que esas no eran sus colinas, pero habría sido una
mezquindad señalarlo.
Alzó la mirada hacia su silueta negra y lisa contra el firmamento. Pronto,
pensó. Tiene que ser pronto.
Lil se recordó, otra vez, que le gustaba ir de compras. Por cuestiones
geográficas y logísticas, casi siempre compraba por internet, de modo que
cuando tenía ocasión de sumergirse en los colores, las formas, las texturas y
los olores de las tiendas en tres dimensiones, lo hacía con entusiasmo.
Y también le gustaba la compañía de las mujeres, sobre todo de aquellas
mujeres. Sueanne Spurge era encantadora y divertida, y congenió al instante
con Jenna y Lucy.
También le gustaba la ciudad. Casi siempre. Le gustaba el cambio de
ritmo, los monumentos, las tiendas, las muchedumbres. Desde que era
pequeña, una excursión a Rapid City siempre había sido algo especial, un día
de diversión y ajetreo.
Pero ahora el ruido le molestaba, la gente se interponía en su camino y lo
único que quería era volver al refugio… que la noche antes se le había
antojado casi una cárcel.
Sentada en el bonito probador de la boutique de trajes de novia y bebiendo
un agua con gas adornada con una fina rodaja de limón, Lil repasaba
mentalmente las rutas que tomaría si tuviera ocasión de salir a cazar a Ethan.
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Empezaría por la pradera, donde el asesino había desconectado la cámara.
La partida de búsqueda había cubierto aquella zona, pero daba lo mismo. Tal
vez habían pasado por alto algún detalle. Ethan había matado allí al menos
dos veces. A un ser humano y a su puma. Ese lugar pertenecía a su coto de
caza.
Desde allí avanzaría hasta la pista de Crow Peak, donde con toda
probabilidad había interceptado a James Tyler. Y luego en dirección al río,
donde habían descubierto su cadáver. Y a continuación…
—¡Lil!
Lil dio un respingo tan brusco que a punto estuvo de derramar el agua
sobre su regazo.
—¿Qué?
—El vestido.
Tansy abrió los brazos para exhibir el modelito color marfil de hombros
descubiertos y grandes cantidades de seda y encaje.
—Estás preciosa.
—Todas las novias están preciosas —replicó Tansy con un dejo de
impaciencia—. Quiero opiniones sobre el vestido.
—Hum…
—¡A mí me encanta! —Terció Sueanne con las manos juntas mientras se
le llenaban los ojos de lágrimas—. Pareces una princesa, cariño.
—Ese color te sienta muy bien, Tansy —añadió Jenna—. Es un blanco
muy cálido.
—Y las líneas —agregó Lucy, acariciando la espalda de Sueanne—. Es
muy romántico.
—Es un vestido espectacular —logró decir Lil por fin.
—Y es una boda en el campo y al aire libre. ¿Solo yo pienso que sí, que es
espectacular, pero excesivo para una sencilla boda en el campo?
—Pero serás la estrella principal —insistió Sueanne.
—Mamá, sé que tienes grabada en la mente la imagen de la princesa
Tansy y te quiero por eso. A mí también me gusta el vestido, pero no es lo
que tenía pensado para mi boda.
—Ah, bueno… —balbució Sueanne, a todas luces decepcionada y con
una sonrisa temblorosa—. Eres tú la que tiene que estar convencida.
—¿Por qué no buscamos un poco más? —Propuso Lucy—. Lil puede
ayudarla a quitarse este y ponerse uno de los otros que tenemos aquí. Pero
quizá se nos haya pasado por alto el vestido perfecto.
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—Buena idea. Vamos, Sueanne. —Jenna asió del brazo a la madre de la
novia para sacarla del probador.
—Me gusta, de verdad —afirmó Tansy, girando sobre sí misma ante el
espejo de tres lunas—. ¿Cómo no me va a gustar? Si la boda fuera más
formal, me lo compraría sin pensarlo, pero… ¡Lil!
—Hum… Maldita sea. Lo siento, lo siento —se disculpó Lil antes de
dejar el vaso y levantarse para desabrochar la espalda del vestido—. Soy la
peor de las amigas. La peor dama de honor del toda la historia de las damas
de honor. Merezco llevar organdí bermellón con dos docenas de volantes y
mangas abombadas. No me obligues a llevar organdí bermellón, por favor.
—Me reservo esa posibilidad —masculló Tansy—, así que cuidado con lo
que haces. Sé que no querías venir.
—No es eso; es que no conseguía concentrarme. Pero ahora sí, te lo
prometo. Te lo juro.
—Entonces ayúdame a ponerme el vestido que he escondido detrás de ese
que tiene una falda inmensa. Sé que mamá quiere verme con un enorme
vestido blanco, y mejor aún si tuviera una cola de siete metros y seis millones
de lentejuelas, pero me he enamorado de este nada más verlo. Creo que es el
vestido ideal.
Era de un cálido color miel, con un escote corazón festoneado con perlas
minúsculas y delicadas. Descendía hasta una cintura pronunciada para luego
abrirse en un discreto vuelo. Unas cintas se cruzaban por toda la espalda hasta
el intrincado lazo que marcaba la parte posterior de la cintura.
—Oh, Tansy, estás… para comerte. Si no fuera por Farley, me casaría
contigo.
—Me sienta muy bien —afirmó Tansy mientras giraba ante el espejo con
expresión radiante—. Eso es lo que quiero. Irradiar por fuera lo mismo que
siento desde dentro.
—Pues con este vestido lo consigues. No es espectacular. El hermoso y
tan tan… tú.
—Es mi vestido de boda. Tienes que ayudarme a convencer a mi madre.
No quiero decepcionarla, pero es mi vestido.
—Creo que…
Lil se detuvo en seco cuando Sueanne regresó a la cabeza de la pequeña
comitiva. Se quedó mirando a su hija y se llevó las manos a la boca, esta vez
ya no pudo contener las lágrimas.
—Oh, pequeña. Mi pequeña…
—Creo que no hará falta convencerla de nada —concluyó Lil.
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Las compras empezaron a distraerla en cuanto se lo permitió. Y no había
nada comparable a la diversión de un día entero de tiendas entre chicas.
Vestidos bonitos, zapatos bonitos, bolsos bonitos. Innumerables compras
realizadas sin sentimiento de culpabilidad alguno gracias a la boda de Tansy.
El intermedio consistió en una elegante comida que a instancias de
Sueanne incluyó una botella de champán. Con un humor tan chispeante como
el vino, volvieron a ponerse manos a la obra, entrando en floristerías y
pastelerías en busca de ideas e inspiración.
Con aire triunfal y una montaña de bolsas, se apretaron por fin en el
monovolumen de Jenna. Para cuando dejaron a Tansy y a su madre en
Deadwood, las farolas ya estaban encendidas.
—Debemos de haber caminado unos treinta kilómetros —dijo Lucy,
estirando las piernas con un gemido—. Voy a rematar el día con un baño bien
largo.
—Yo estoy muerta de hambre. Ir de compras siempre me da hambre. Y
me duelen los pies —reconoció Jenna—. ¿Qué podría comer dentro de la
bañera?
—Te duelen porque has salido de la zapatería con los zapatos nuevos
puestos.
—No he podido resistir la tentación. —Jenna extendía y flexionaba sus
doloridos dedos—. No puedo creer que me haya comprado tres pares de
zapatos en un solo día. Eres una mala influencia para mí.
—Estaban de oferta.
—Uno de los tres pares estaba de oferta.
—Bueno, uno de los pares te ha salido gratis, así que es como si no te lo
hubieras comprado.
—Ah, ¿sí?
—Claro —afirmó Lucy en tono tranquilo—. Es como si no te lo hubieras
comprado, así que míralo desde este punto de vista solo te has comprado dos
pares. Y uno de ellos es para la boda; esos no te quedaban más remedio que
comprártelos. Así que en realidad solo te has comprado un par.
—Una lógica aplastante. Y confusa.
En el asiento trasero, Lil escuchaba con una sonrisa a las dos amigas de
siempre disfrutando de su mutua compañía.
No he dedicado el tiempo suficiente a esto, reconoció. Tiempo para
sentarme a escuchar a mi madre, estar con ella, con Lucy. He permitido que
ese cabrón me robara también esto, estos pequeños momentos de placer. Pero
se acabó.
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—Pasemos un día en un spa.
Jenna la miró por el retrovisor.
—¿En un qué?
—En un spa. No me he hecho una limpieza de cutis ni la manicura desde
antes de irme a Sudamérica. Busquemos un día que todas podamos tomarnos
libre y reservemos un montón de tratamientos decadentes en un spa urbano.
—Lucy, en el asiento trasero hay una mujer que finge ser Lil.
Lil se inclinó hacia delante y le dio un golpecito en el hombro.
—Le diré a Mary que llame y reserve hora en cuanto haya revisado mi
agenda y la de Tansy, así que ya podéis decirle si hay algún día de la semana
que viene que no os va bien. Si no, mala suerte.
—Creo que podré hacer un hueco en mi agenda. ¿Y tú, Lucy?
—Tendré que cambiar un par de cosas, pero creo que sí. Será divertido.
—Se giró y sonrió a Lil.
—Sí, será divertido.
Y ya era hora.
En cuanto llegaron a la granja de Lucy, Lil se apeó para estirar las piernas
y sentarse delante.
—Déjame que te ayude con las bolsas.
—Todo esto lo he comprado yo, así que también puedo cargarlo yo —
replicó Lucy.
Las tres rebuscaron entre las bolsas del maletero del monovolumen.
—Esta es mía —declaró Lucy—. Esta es de tu madre. Esta… sí, esta es
mía. Y esta. Y… madre mía, creo que me he pasado un poco.
Con una carcajada, Lucy besó a Jenna en la mejilla.
—No recuerdo la última vez que lo pasé tan bien. Buenas noches, cariño
—se despidió de Lil, besándola también en la mejilla—. Me voy a casa, a oír
a Sam preguntándome por qué me he comprado otro par de zapatos si solo
tengo dos pies, y luego sumergiré mis viejos huesos en la bañera.
—Hasta mañana —dijo Jenna y esperó a que Lucy entrara en la casa antes
de enfilar de nuevo el camino.
—¿Y tú? ¿Baño o cena?
—Creo que me quitaré los zapatos, me relajaré y me comeré un bocadillo
enorme.
—Has tenido un buen día y serás una dama de honor preciosa.
—El vestido es muy bonito —afirmó Lil antes de reclinarse en el asiento
con un suspiro—. Hace siglos que no salía así de compras. Siglos.
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—Sé que no te ha resultado fácil ausentarte un día entero. Y ahora vas a
organizar otro día en el spa urbano. Eres una buena amiga.
—Ella haría lo mismo por mí. Además, he sacado un vestido precioso,
unos zapatos fabulosos y un montón de accesorios que en realidad no
necesitaba.
—Es más divertido cuando no los necesitas.
—Qué gran verdad. —Lil jugueteó con los pendientes que se había
comprado y que, al igual que su madre había hecho con los zapatos, se había
llevado puestos de la tienda—. ¿Por qué será? —se preguntó en voz alta.
—Porque comprarte las cosas que necesitas es fruto del trabajo duro,
mientras que comprarte lo que no necesitas es la recompensa por el trabajo
duro. Trabajas muy duro, cariño. Me alegro de que te hayas tomado el día
libre. Ha sido genial ver a Sueanne tan contenta y emocionada, ¿verdad? Está
encantada con Farley.
—Y tú te sientes orgullosa.
—Sí. Es tan gratificante que otras personas te digan lo buena persona que
es tu hijo. Me hace sentir bien saber que lo acogerán con tanto cariño en esa
familia. Y a ti también te gustará que viva tan cerca.
—Apuesto algo a que papá y Farley han pasado de la partida de ajedrez y
se han dedicado toda la tarde a pensar en el diseño de la casa.
—Seguro que sí. Probablemente lamentarán verme.
Cuando llegaron a la verja, Jenna se detuvo para que Lil pudiera pasar la
tarjeta e introducir el código.
—No sabes cuánto me tranquiliza saber que tienes este sistema de
seguridad nuevo. Casi tanto como saber que no estarás sola en casa.
—Es raro tener a Coop. Quiero que esté conmigo, pero al mismo tiempo
intento no acostumbrarme a su presencia.
—Tienes miedo.
—Sí. Una parte de mí cree que quizá lo estoy castigando por algo que
hizo o no hizo, que dijo o no dijo, cuando yo tenía veinte años. Y no quiero
hacer eso. Otra parte de mí se pregunta si estamos juntos aquí por lo que ha
pasado, porque yo tengo problemas y él necesita ayudarme.
—¿Dudas de que te quiera?
—No, no lo dudo.
—¿Pero?
—Pero si no tengo cuidado y vuelve a marcharse, no sé si lo superaré.
—No puedo decirte lo que tienes que hacer. Bueno, podría, pero no lo
haré. Solo te diré que nada en el mundo viene con garantía. En el caso de las
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personas y del amor, una promesa tiene que bastar. Y cuando te basta, te dejas
llevar.
—Cuesta pensar con claridad o sentir con claridad teniendo en cuenta lo
que está pasando. No quiero tomar ninguna decisión ni dar un paso
importante cuando todo a mí alrededor está patas arriba.
—Una actitud muy sensata.
Lil entornó los ojos mientras Jenna frenaba delante de la cabaña.
—¿Y equivocada?
—Yo no he dicho eso.
—Sí que lo has dicho, pero no en voz alta.
—Lil, eres mi hija. Mi tesoro. —Alargó la mano para apartarle un mechón
de cabello y deslizarlo entre los dedos—. Quiero que estés a salvo y que seas
feliz. No me sentiré satisfecha hasta que esté segura de las dos cosas, al
menos en la medida de lo posible. Quiero a Cooper, así que me encantaría que
decidieras que él forma parte de tu seguridad y felicidad. Pero sobre todo
quiero seguridad y felicidad por y para ti, decidas lo que decidas. De
momento me gusta ver su camioneta aparcada aquí, las luces encendidas en tu
cabaña, y… verlo salir al porche para recibirte.
Jenna bajó del coche.
—Hola, Coop.
—Señoras —las saludó Coop mientras bajaba los escalones—. ¿Cómo ha
ido?
—Puedes hacerte una idea viendo la cantidad de bolsas que llevamos en el
maletero. Hemos considerado la posibilidad de alquilar una furgoneta de
mudanzas, pero al final hemos conseguido meterlo todo y volver. A duras
penas, eso sí.
Jenna abrió el maletero y empezó a pasarle bolsas.
—¿Habéis dejado algo para el resto del estado?
—Lo mínimo. Toma. Lo demás es mío, únicamente mío. —Jenna se
volvió y abrazó a Lil—. Deberíamos hacer esto más a menudo.
—Tendría que subirme el sueldo.
—Llámame mañana.
—Vale.
—Cuida de mi pequeña, Cooper.
—Es mi máxima prioridad.
Lil la despidió agitando la mano mientras seguía con la mirada los faros
que se alejaban.
—¿Todo bien por aquí?
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—Sí.
—Debería comprobar si alguien me ha dejado algún mensaje.
—Matt y Lucius todavía estaban aquí cuando he llegado. Me han pedido
que te diga que todo ha ido bien sin ti. Aunque no te haga ninguna gracia
saberlo.
—Claro que me hace gracia saberlo.
—¿Y por qué frunces el ceño? Voy a entrar las bolsas.
—No estoy acostumbrada a pasar un día entero fuera.
Y ahora que estaba de vuelta, se preguntaba qué mosca le habría picado
para proponer otra salida.
—Pasaste seis meses en Perú.
—Eso es diferente. Ya sé que no tiene sentido, pero es diferente. Tengo
que hacer la ronda por las jaulas.
—Ya lo he hecho yo —anunció Coop mientras dejaba las bolsas al pie de
la escalera—. Baby se ha conformado conmigo.
—Ah, muy bien. Supongo que no hay noticias de Ethan ni nada parecido.
—Te lo habría dicho. —Coop se inclinó para besarla—. ¿Por qué no te
relajas? Se supone que a las mujeres vaciar tiendas las relaja, ¿no?
—Eso ha sido un comentario muy sexista y acertado. Me muero de
hambre.
—Me he comido las sobras.
—Quiero un bocadillo. Enorme.
—Pues menos mal que he ido a comprar —dijo Coop mientras entraba
con ella en la cocina—. Porque no tenías pan ni nada para poner dentro salvo
crema de cacahuete.
—Ah, gracias. —Lil abrió la nevera y se quedó mirando el contenido con
los ojos muy abiertos—. Caramba. Cuánta comida.
—No es tanta si dos personas comen aquí dos veces al día.
Lil se encogió de hombros y sacó algunos envases de embutido.
—Hemos ido a comer a un restaurante muy elegante, lo cual significa que
siempre acabas pidiendo ensalada. Una ensalada elegante, eso sí. He estado a
punto de pedir una cerveza, pero no pegaba. Sobre todo porque hemos pedido
una botella de champán. Creo que está prohibido tomar cerveza y champán en
la misma mesa.
Coop se sentó en el banco y la observó.
—Lo has pasado bien. Se te nota.
—Sí. Me ha llevado un buen rato cambiar de chip, ponerme en situación o
como quieras llamarlo. Pero por suerte lo he conseguido y no me veré
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obligada a llevar organdí bermellón con volantes en la boda de Tansy.
—¿Qué color es el bermellón exactamente? —preguntó Coop con la
cabeza ladeada.
—La peor pesadilla de cualquier dama de honor. Tansy se ha comprado
un vestido increíble. Es brutal, y el mío lo complementará a la perfección. Y
los zapatos… Ver a Lucy y a mi madre en la sección de zapatería es
apasionante y muy educativo. Comparada con ellas, no soy más que una
aficionada. Y los bolsos…
Charló sobre los bolsos y las floristerías, reviviendo pequeñas anécdotas
del día mientras se servía un vaso de leche.
—Hemos saqueado las tiendas como una manada de ciervos hambrientos.
Creo que al final del día mi tarjeta de crédito sacaba humo. —Llevó el
bocadillo a la mesa y se dejó caer en el banco—. ¡Dios, cómo me duelen los
pies! —Dio el primer bocado al tiempo que se quitaba los zapatos—. Es un
gran esfuerzo esto de ir de compras. Tanto como limpiar establos.
—Ya.
Coop apoyó los pies de Lil sobre su regazo y empezó a masajearle la
planta con los nudillos.
Lil sintió que un estremecimiento la recorría de pies a cabeza.
—Oh… Así debe de ser el paraíso. Un bocadillo enorme, un vaso de leche
fría y un masaje en los pies.
—Sales muy barata, Lil.
Ella sonrió y dio otro bocado.
—¿En qué parte de mi día de compras has desconectado?
—En la zapatería.
—Lo sospechaba. Por suerte para ti, das unos masajes de pie de muerte.
Más tarde, mientras colgaba el vestido nuevo en el armario, se dijo que
había sido un día excepcional. Sin estrés en cuanto a desterrarlo de su mente,
y salpicado de momentos de auténtica felicidad y de maravillosa frivolidad.
Y su madre tenía razón, comprendió mientras oía a Coop encender la
radio para escuchar los resultados del béisbol. Era agradable tener a alguien
que saliera a recibirte al porche.
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il notó que la tocaba, el roce más delicado, una caricia suavísima en el
hombro y brazo abajo, como si quisiera asegurarse de que estaba allí
antes de levantarse en la oscuridad previa al alba.
Permaneció tumbada, ahora muy despierta, en el calor de la cama, el calor
que Coop había dejado para ella, y escuchó el sonido de la ducha, el salpicar
del agua contra los azulejos y la bañera.
Consideró la posibilidad de levantarse, preparar el café y empezar el día.
Pero había algo tan reconfortante, tan encantadoramente sencillo en el hecho
de quedarse en la cama y escuchar el agua correr en el baño…
Las tuberías protestaron una vez, y Lil sonrió al escuchar la palabrota de
Coop amortiguada por la puerta cerrada del baño. Le gustaba darse duchas
largas, lo bastante largas para que el pequeño calentador se quejara.
Ahora se afeitaría… o no, según le diera. Se cepillaría los dientes con la
toalla enrollada alrededor de las caderas y el cabello aún empapado. Se lo
frotaría impacientemente con la toalla y quizá se pasaría un par de veces los
dedos por el pelo.
Menuda suerte no tener que dedicar tiempo ni esfuerzo en el pelo. En
cualquier caso, la vanidad no formaba parte de la naturaleza de Coop. Ya
estaría pensando en las cosas que tenía que hacer durante el día y qué tarea de
la lista acometería primero.
Tenía muchas obligaciones, se dijo Lil. La granja, la hípica y por ser
como era, la responsabilidad de seguir implicando a sus abuelos en los
quehaceres cotidianos, cerciorándose al mismo tiempo de que no trabajaban
demasiado.
Y luego ella. No solo se trataba de recuperarla, sino también de ayudarla a
afrontar la amenaza muy real que los acechaba a ella y, los suyos. Eso
significaba más horas, más preocupaciones y más trabajo en su día ya de por
sí apretado.
Y le regalaba flores.
Coop volvió al dormitorio con sigilo. Lil sabía que era al mismo tiempo
una habilidad innata y un gesto considerado. A fin de no despertarla, se vistió
en la penumbra y no se puso las botas.
Olía a agua y jabón, una fragancia que también la reconfortaba. Lo oyó
abrir un cajón y volver a cerrarlo.
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Más tarde, pensó, bajaría la escalera y percibiría el aroma del café y de la
compañía. Alguien la quería lo suficiente para pensar en ella. Con toda
probabilidad encendería el fuego para mitigar el frío de la casa pese a que él
ya no disfrutaría de su calor.
Si lo necesitaba en cualquier momento del día, no tenía más que llamarle,
y él siempre hallaba el modo de ayudar.
Coop se acercó a la cama, se inclinó hacia ella y la besó en la mejilla. Lil
estuvo a punto de decir algo, pero decidió que las palabras estropearían el
momento, le arrebatarían lo que sucedía en su interior, de modo que guardó
silencio mientras él abandonaba el dormitorio.
La noche anterior había salido al porche para recibirla. Se había comido
las sobras y había hecho la compra. Luego la había acompañado a hacer la
ronda nocturna.
La estaba esperando, reconoció Lil. Pero ¿qué esperaba ella?
¿Promesas, garantías, certeza? Coop le había roto el corazón, y la había
sumido en una soledad innombrable. No importaba que hubiera actuado
movido por las mejores intenciones; aun así, le había hecho mucho daño. Y el
dolor seguía allí. Lil tenía casi tanto miedo de ese dolor como de Ethan.
De hecho, Coop era el único hombre capaz de romperle el corazón o
intimidarla. ¿Quería vivir sin ese riesgo? Porque nunca se libraría de él si
estaba con Coop. Al igual que nunca se sentiría tan absolutamente a salvo,
feliz y emocionada con ningún otro hombre.
Lo oyó marcharse cuando el amanecer empezaba a filtrarse por las
ventanas. La puerta se cerró tras él y al cabo de unos instantes oyó el motor de
la camioneta.
Se levantó y fue a abrir el último cajón de la cómoda. Hundió la mano en
varias capas de jerséis hasta desenterrar el puma que él le había tallado
cuando eran niños.
Sentada en el suelo con las piernas cruzadas, deslizó los dedos por las
líneas del animal como había hecho innumerables veces a lo largo de los
años. Lo había guardado, cierto. Pero siempre lo llevaba consigo cuando
viajaba y lo conservaba en aquel cajón cuando estaba en casa. Su talismán. Y
un pedazo tangible de Coop del que nunca había logrado desprenderse.
A través de aquel símbolo de talla tosca, Coop la había acompañado a
Perú, Alaska, África, Florida y la India. Había sido su acompañante en cada
uno de sus expediciones de campo.
Veinte años, pensó. Habían transcurrido casi veinte años desde que Coop
cogió un trozo de madera y talló lo que ya entonces sabía que era sumamente
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valioso para ella.
¿Cómo iba a vivir sin eso? ¿Por qué iba a querer vivir sin eso?
Se levantó, dejó el puma sobre la cómoda y abrió otro cajón.
Sintió una punzada de remordimientos por Jean-Paul. Esperaba que
estuviera bien y que fuera feliz. Le deseaba todo el amor que merecía. Y
luego vació el cajón.
Llevó la lencería a la planta baja. El fuego chisporroteaba en la chimenea,
y el aroma del café impregnaba el aire. Una vez en la cocina, metió las
prendas en una bolsa y con una leve sonrisa la llevó al lavadero.
Podía esperar hasta que Coop volviera a casa, se dijo, porque esa era su
casa ahora. La de los dos. El hogar era el lugar donde uno amaba si era
afortunado. Donde alguien encendía el fuego y esperaba a que volvieras.
Era el lugar donde conservabas lo más valioso. Un bate de béisbol, un
puma tallado.
Se sirvió una taza de café, subió con ella al dormitorio y se vistió para
empezar el día. Sería un buen día, pensó, porque en él se abriría a las alegrías
y los riesgos del amor.
Coop transpiró el primer sudor del día limpiando los establos. Ese día tenían
tres excursiones de grupo, dos de ellas guiadas, de modo que necesitaba un
par de caballos más y ultimar todos los preparativos. También tenía que pedir
hora al veterinario y al herrero, tanto para los establos como para la granja. Y
pasar por el despacho para echar un vistazo a la web y ver si había más
solicitudes de excursiones.
Además, quería una hora entera sin interrupciones para estudiar los
expedientes, sus notas y el mapa en busca de una nueva perspectiva para
rastrear a Ethan Howe.
La había, él sabía que la había. Pero no alcanzaba a verla. El puñado de
hombres no podían cubrir los centenares de acres que comprendían colinas,
bosques, cuevas y llanos. Los perros no podían seguir ningún rastro si no
había ningún rastro que seguir.
Necesitaban un señuelo. Algo que sacara a Ethan de su escondrijo, lo
suficiente para atraparlo. Pero, puesto que el único cebo lo bastante atractivo
parecía ser Lil, tenía que encontrar otro camino.
Otra perspectiva.
Arrojó otra brazada de heno en la carretilla y se apoyó en la horca al ver
entrar a su abuelo. Apenas cojeaba, observó, aunque la cojera se acentuaba si
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pasaba muchas horas en pie.
En aquel aspecto, la idea consistía en conseguir que Sam se tomará varios
descansos sin que parecieran descansos.
—Justo el hombre al que quería ver. —Coop se interpuso entre su abuelo
y la carretilla antes de que a Sam se le ocurriera cargar con el estiércol—.
¿Me haces un favor? Necesitamos hora con el veterinario y el herrero tanto
aquí como en los establos. Si te encargas tú, me ahorrarás un buen rato.
—De acuerdo. Te dije que los establos los limpiaría yo.
—Ah, pues lo había olvidado. En fin, ya casi he terminado.
—Chaval, tú no te olvidas de nada. Ahora dame la horca.
—Sí, señor.
—Si te estás devanando los sesos para encontrar otras formas de quitarme
trabajo y atarme a la mecedora, te lo pondré fácil. —Con el garbo que da la
experiencia, Sam se puso a limpiar el último establo—. Joe y Farley me han
pedido que los ayude a comprobar las vallas. Voy a contratar al hijo de los
Hossenger para que se ocupe de algunas cosas aquí antes y después de la
escuela. Si lo hace bien, se quedará todo el verano. Se le ha metido en la
cabeza que quiere trabajar con caballos. Le daremos una oportunidad.
—Vale.
—Es fuerte y no tiene un pelo de tonto. Ayer hablé con Bob Brown. Dice
que su nieta busca trabajo. La chica sabe montar y está pensando en
preguntarte si necesitas otro guía.
—No me iría mal, sobre todo ahora que está a punto de empezar la
temporada. ¿Conoce los caminos?
—Bob dice que sí. Y por lo visto es muy sensata. Habla tú con ella y
decide.
—De acuerdo.
Sam hinchó los carrillos.
—Jessie Climp da clases en la escuela primaria y busca un trabajo de
verano. Podrías hablar con ella. Se ha criado entre caballos y se le dan bien
los niños. Podría ser ideal para esos paseos en poni que vamos a ofrecer.
Coop sonrió. De modo que había estado comentando los cambios que
quería introducir.
—Hablaré con ella.
—En cuanto a los ordenadores nuevos y demás, lo dejo en tus manos y en
las de Lucy. No quiero tocarlos más de lo estrictamente necesario.
—Nos pondremos a ello en cuanto podamos.
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—Y por lo que respecta a la ampliación, a lo mejor hablo con Quint para
que nos diseñe algo. He hablado con Mary Blunt sobre el tema de la tienda, y
dice que en la tienda de Lil venden postales y cosas así.
—No has parado.
—Ayer fui al médico. Dice que estoy bien y en forma. La pierna está
curada. —Para demostrarlo, Sam se dio un cachete en el muslo—. A mi edad
tendré que mimarla un poco, pero puedo caminar, estar de pie, montar a
caballo y conducir el tractor. Así que volveré a ocuparme de algunas de las
excursiones guiadas. No has venido para matarte a trabajar; no es eso lo que
queremos tu abuela y yo.
—Estoy bastante lejos de matarme a trabajar.
Sam se apoyó en la horca, como había hecho Coop.
—Me ha costado bastante decidirme a contratar a más gente. No me
gustan los cambios. Pero las cosas cambian nos guste o no, y la verdad es que
la hípica va bien. Mejor de lo que esperábamos. Tenemos que contratar a más
gente aquí y también en la granja para que puedas hacer lo que has venido a
hacer, y si eso significa añadir algunas cosas y cambiar otras, así se hará.
—Que contrates a más personal no herirá mis sentimientos, pero estoy
haciendo lo que vine a hacer, ampliemos o no la empresa.
—Viniste para ayudar a tu abuelo lisiado. —Sam dio un salto y una
patada, y Coop se rio—. ¿A ti te parece que estoy lisiado?
—No, pero tampoco es que seas Fred Astaire.
Sam blandió la horca.
—Viniste a excavar las raíces que plantaste cuando eras un crío. Para
llevar la hípica y ayudar en la granja.
—Como te he dicho, estoy haciendo lo que vine a hacer.
—No del todo —puntualizó Sam, señalándolo con el dedo—. ¿Estás
casado con esa chica? ¿Acaso olvidaste invitarme a la boda?
—No vine para casarme con Lil. De hecho, creía que ella iba a casarse
con otro.
—En tal caso, habrías buscado la manera de quitársela al francés a los
diez minutos de volver a verla.
—Puede.
Sam asintió con aire satisfecho.
—Lo habrías hecho. En fin, voy a contratar a más personal y vamos a
ampliar la empresa. Tu abuela y yo lo hemos decidido.
—Vale. Haré que funcione, abuelo.
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—Si funciona para ti, seguro que también funcionará para mí. Y tendrás
tiempo para hacer todo lo que viniste a hacer. Voy a terminar esto. Tú ve a
convencer a tu abuela para que te prepare el desayuno antes de irte. Tiene
pensado empezar hoy la limpieza de primavera, así que estamos apañados. En
la cocina encontrarás los nombres y los números de teléfono de las personas
que te he dicho.
—Me llevo la carretilla.
—¿Crees que no tengo suficiente fuerza para cargarla yo?
—Abuelo, estoy seguro de que puedes cargar tu mierda y la del resto del
mundo, pero me viene de camino.
Coop empujó la carretilla mientras Sam reía a carcajadas. Se dirigió hacia
el estercolero con una sonrisa de oreja a oreja.
En la cocina de los Chance era la hora del desayuno. Farley engullía tortitas
sin dar crédito a su suerte, pues iban acompañadas de salchichas y patatas
fritas. Un desayuno propio de un rey para un día entre semana.
—Jenna nos llena el estómago para compensar el hecho de que ayer me
vació la cartera —dijo Joe.
Jenna le dio un codazo en el hombro y volvió a llenarle la taza de café, un
gesto que alivió solo un poco la cantidad que había sacado de la tarjeta de
crédito.
—Nuestra cartera, señor mío.
—Pero sigue estando vacía.
Jenna se echó a reír y se sentó para repasar la lista de la compra, la de la
tienda de piensos y otros recados.
—Es día de mercado, así que voy a vaciar un poco más la lata de monedas
que tienes enterrada en el jardín.
—Yo antes creía que de verdad tenías una —dijo Farley entre dos
bocados.
—¿Y qué te hace pensar que no la tengo? Si quieres un consejo, Farley,
agénciate una lata de esas y entiérrala bien hondo. Un hombre casado necesita
fondos de emergencia.
En los ojos de Jenna apareció un destello divertido pese a que los entornó
para mirar a su marido.
—Estoy al corriente de todo lo que hay enterrado en esta casa. Y también
sé dónde enterrar tu cadáver para que nadie lo encuentre si no te andas con
cuidado.
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—Una mujer capaz de amenazarte de muerte a la hora del desayuno es el
único tipo de mujer que merece la pena tener —aseguró Joe a Farley.
—Tengo una de esas; soy un tipo con suerte.
—Pues más vale que estos dos tipos con suerte acaben y salgan de aquí si
quieren hacer algo de provecho antes de ir a ayudar a Sam.
—Estaremos fuera casi todo el día. Llevaremos la radio por si necesitas
algo.
—Yo también tengo un día muy ocupado. Lucy os preparará la comida, o
sea que no os moriréis de hambre ni tendréis que volver antes de terminar el
trabajo. Más tarde iré al pueblo y luego pasaré a ver a Lucy. Ella ha empezado
hoy la limpieza de primavera, así que me encargaré de comprarle en el
mercado las provisiones que necesita.
—¿Puedes pasar por la ferretería? Necesito un par de cosas.
—Ponlas en la lista.
Joe anotó lo que necesitaba mientras apuraba el café.
—Si quieres tener cerca a los perros, podemos entrarlos.
—No, de todos modos me iré dentro de un par de horas. Deja que salgan a
correr con vosotros. ¿Vendrás a cenar, Farley?
—Bueno, la madre de Tansy se va hoy, así que había pensado…
—Sé perfectamente lo que habías pensado. Entonces hasta mañana.
Añadió un par de cosas más a la lista mientras Farley quitaba la mesa.
—Iré a cargar las herramientas —anunció el joven al acabar—. Gracias
por el desayuno, Jenna.
Una vez se quedaron a solas, Joe guiñó un ojo a su mujer.
—Parece que esta noche tendremos la casa para nosotros solos, así que
había pensado…
Jenna se echó a reír.
—También sé perfectamente lo que tú habías pensado. —Se acercó para
recibir su beso—. Vete ya, así podrás volver temprano. Y no te canses
demasiado, no vaya a ser que no te quede energía suficiente para lo que tienes
pensado.
—Siempre me queda energía suficiente para eso.
Mientras completaba las listas en la cocina, ahora silenciosa, Jenna sonrió;
Joe había dicho la pura verdad.
Lil ayudó a limpiar y regar las jaulas antes de ir a las oficinas. Era día de
higiene dental, de modo que Matt y varios estudiantes estarían muy ocupados
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sedando animales y limpiando dientes. Asimismo, aquella mañana debía
llegar un cargamento de pollo, lo cual significaba que otros estudiantes se
dedicarían a descargar y almacenar la carne. El torno de la puerta de la jaula
de la leona había hecho un ruido muy desagradable aquella mañana cuando lo
bajó para mantener a Sheeba fuera del recinto mientras otros la limpiaban y
desinfectaban. Necesitaba mantenimiento, pensó, y algunas plegarias para que
no hubiera que cambiarlo.
Tal vez algún día podría permitirse el lujo de comprar sistemas
hidráulicos, pero ese día aún no había llegado.
—Esta mañana pareces más contenta que unas pascuas —comentó Mary.
—Ah, ¿sí?
—Sí —asintió Mary, mirándola por encima de las gafas de leer—.
¿Buenas noticias?
—Ninguna noticia, lo cual supongo que es bueno. La temperatura llegará
a los veintiún grados, una auténtica ola de calor. El hombre del tiempo dice
que seguirá así hasta mañana y que luego bajará de golpe unos seis grados.
Necesitamos más pienso para el zoo infantil.
—Lo encargué ayer.
—Tengo noticias —anunció Lucius, agitando su sempiterna barrita de
regaliz—. Acabo de consultar la web; ya hemos recibido cinco mil dólares en
donaciones por Delilah. La gente está emocionadísima con ella, con ella y con
Boris. Supongo que es por la historia de amor entre ellos.
—En tal caso, generaremos una historia de amor para todos los animales.
—Esos dos han recibido más visitas que ningún otro animal esta semana a
través de la webcam, y también más comentarios. Estaba pensando que
podríamos actualizar las biografías de todos los animales, hacerlas un poco
más interesantes. Y cambiar algunas fotos, e incluso colgar un par de vídeos.
—Buena idea. ¿Sabes qué, Lucius? Podrías hacer un par de vídeos de
Matt y los estudiantes haciendo limpiezas dentales. No es que sea muy sexy,
pero muestra el tipo de cuidados que les damos y el trabajo que supone. Es
didáctico y además podría generar donaciones de personas que no saben la
cantidad de trabajo que representa cuidar de ellos.
—Sí, pero creo que funcionaría mejor si los acompañaras con algún texto.
Algo gracioso que hablara de que la gente odia a los dentista y cosas así.
—A ver si se me ocurre algo.
Entró en su despacho para trabajar en un artículo que esperaba poder
vender para sufragar el rescate de Delilah. Lo aderezaría con el toque
romántico de su relación con Boris. La buena alimentación, los cuidados
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adecuados y el alojamiento eran importantes, pero la conexión con otro ser
vivo era lo que hacía que la vida mereciera realmente la pena.
Con un gesto de asentimiento, Lil se sentó y se puso manos a la obra
mientras se decía que, en efecto, el amor flotaba en el ambiente.
Estaba preparado, del todo listo. Le había llevado horas y horas de trabajo,
pero ahora creía que cuanto necesitaba estaba dispuesto. El momento era una
incógnita, un factor de riesgo, pero merecía la pena. De hecho, todo sería más
emocionante, más importante gracias a esa incertidumbre.
Estaba preparado para matar aquí y ahora, y también para correr el riesgo.
Pero mientras vigilaba desde su escondite, bajó la ballesta. Tal vez no tuviera
que matar para atraer a su presa. Quizá fuera mejor hacerlo de forma limpia.
Le costaría menos tiempo y energía.
Y de ese modo la auténtica cacería resultaría mucho más satisfactoria.
Míralos, pensó, ahí están, ocupados en sus tareas, esas tareas inútiles, sin
tener ni idea de que él andaba tan cerca. Ni idea de que los estaba observando.
Podría matarlos tan fácilmente… Sería tan fácil… más fácil incluso que
matar un ciervo que estuviera bebiendo en el río.
Pero ¿no se esforzaría ella más, no correría más, no lucharía con más
encono si les perdonaba la mísera vida? Si derramaba demasiada sangre, tal
vez ella dejara de luchar.
Y no era eso lo que él quería. Había esperado demasiado tiempo y
trabajado demasiado duro.
Así que siguió observándolos mientras cargaban los rollos de tela
metálica. Putos granjeros, empeñados en compartimentar la tierra. Su tierra.
Encerrando a las reses descerebradas, animales ni tan siquiera dignos de
convertirse en presas.
Venga, venga, los apremió, apretando los dientes mientras oía sus voces y
sus risas. Marchaos. Para cuando volváis, todo habrá cambiado. Sí, mejor
dejarlos con vida, dejarlos sufrir cuando se dieran cuenta de lo que había
hecho justo delante de sus narices.
Sus lágrimas serían más dulces que su sangre.
Sonrió mientras los perros corrían y saltaban de emoción. Ya se había
resignado a matar a los perros, pero no le había hecho ni pizca de gracia. Y
ahora, por lo visto, incluso podría evitar derramar su sangre.
Los hombres se fueron, los alegres perros los siguieron. Y la pequeña
granja del valle entre las colinas se sumió en el silencio. Pero siguió
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esperando. Quería que estuvieran lejos, fuera de su vista y del alcance de su
oído antes de salir de su escondrijo.
Había observado a las mujeres tantas veces… había estudiado la rutina de
la granja como estudiaba a los animales a los que acechaba. Ella era fuerte, y
sabía que tenían armas en la casa. Cuando se la llevara, tendría que hacerlo
deprisa.
Rodeó el granero a paso rápido y sigiloso. En su imaginación llevaba
pieles de gamuza y mocasines, así como el rostro pintado con los símbolos
del guerrero.
Los pájaros trinaban, y algunas vacas mugían. Oyó el cloqueo de los
pollos y, al acercarse a la casa, la voz de la mujer cantando.
Su madre nunca cantaba. Había vivido con la cabeza gacha y la boca
cerrada, haciendo lo que se le ordenaba para evitar recibir otra paliza. Al
final, su padre no había tenido más remedio que matarla. Le explicó que su
madre le había robado. Se había quedado las propinas. Había escondido
dinero. Mentido.
Zorra blanca de mierda, espetó su padre mientras la enterraban muy
hondo. Un error. Las mujeres no servían para nada, y las blancas eran las
peores de todas.
Una lección importante.
Se acercó a la ventana lateral; recordaba la disposición de la cocina de las
veces que la había espiado. Oía el golpeteo de cacharros. Estaba fregando los
platos, se dijo, y al asomarse con cuidado a la ventana, descubrió con
satisfacción que la mujer estaba de espaldas a él mientras cargaba el
lavavajillas. Sobre el mostrador se amontonaban sartenes y cacerolas, y la
mujer balanceaba las caderas y cantaba.
Se preguntó cómo sería violarla, pero de inmediato descartó la idea. La
violación no era digna de él. Tampoco ella era digna de él. No se ensuciaría
tocándola.
Era el cebo. Nada más.
El agua corría en el fregadero. Oía el golpeteo de las cacerolas. Bajo la
protección del ruido procedente de la cocina, se deslizó hasta la puerta trasera
y probó el picaporte.
Sacudió la cabeza algo decepcionado al ver que no estaba cerrada con
llave. Se había imaginado derribándola, había visualizado el horror en el
rostro de la mujer cuando lo viera. Pero dadas las circunstancias, bajó el
picaporte, la abrió y entró.
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La mujer se volvió bruscamente, sartén en mano. Cuando la levantó para
golpearlo con ella o arrojársela, Ethan se limitó a levantar la ballesta.
—Preferiría no hacerlo, pero si quieres que te clave este dardo en la
barriga, allá tú.
Estaba tan pálida, que sus ojos relucían muy negros en contraste con la
piel. Recordó que por sus venas corría una parte de su sangre. Pero ella había
permitido que se diluyera. Había hecho caso omiso de su legado. Bajó la
sartén muy despacio.
—Hola, Jenna —la saludó.
Observó que la garganta de Jenna se movía espasmódica y disfrutó de su
miedo.
—Hola, Ethan.
—Fuera —le ordenó mientras separaba el móvil de Jenna del cargador y
se lo guardaba en el bolsillo trasero—. Puedo dispararte un dardo en el pie y
arrastrarte —añadió al ver que no se movía—, o puedes salir por tu propio
pie. Tú decides.
Alejándose lo más posible de él, Jenna fue a la puerta y salió al porche.
Ethan cerró la puerta a sus espaldas.
—Sigue andando. Harás exactamente lo que yo te diga y exactamente
cuándo te lo diga. Si intentas escapar, averiguarás que un dardo es mucho más
rápido que tú.
—¿Adónde vamos?
—Lo sabrás cuando lleguemos.
Consideró que no caminaba lo bastante aprisa y la empujó.
—Ethan, te están buscando. Tarde o temprano te encontrarán.
—Son imbéciles. Nadie me encontrará si no quiero que me encuentren. —
La obligó a andar en dirección a los árboles.
—¿Por qué haces esto?
Vio que la mujer movía la cabeza de un lado a otro y supo que buscaba
algún lugar al que correr, que estaba calibrando sus posibilidades. Casi deseó
que lo intentara. Como Carolyn. Aquello sí había sido interesante.
—Es lo que soy. Es lo que hago.
—¿Matar?
—Cazar. Matar es el final del juego. Apóyate de cara al árbol —ordenó al
tiempo que la empujaba.
Jenna extendió las manos para mantener el equilibrio y se las arañó con la
corteza.
—Muévete o te haré daño.
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—¿Qué hemos hecho?
Jenna intentó pensar, encontrar una salida, pero no lograba superar el
temor. El miedo reptaba por sus entrañas y sobre su piel hasta invadir cada
poro.
—¿Qué te hemos hecho?
—Esto es tierra sagrada —replicó Ethan mientras le pasaba una cuerda
por la cintura y apretaba lo suficiente para dejarla sin aliento—. Es mía. Y
tú… tú eres aún peor que los demás. Llevas sangre sioux en tus venas.
—Amo la tierra. —¡Piensa, piensa, piensa!—. Yo… Mi familia siempre la
ha honrado y respetado.
—Mentirosa.
Le empujó la cabeza contra el árbol, haciéndole sangre, y cuando Jenna
lanzó un grito, le tiró del cabello con fuerza.
—Ponte esto y súbete la cremallera. —Le arrojó un anorak azul marino—.
Y ponte la capucha. Nos vamos de excursión, Jenna. Escúchame con
atención. Si nos cruzamos con alguien, mantén la boca cerrada y la cabeza
baja. Y limítate a hacer lo que te ordene. Si mueves un solo músculo, si
intentas conseguir ayuda, mataré a cualquier persona con la que hables. Y su
muerte te pesará en la conciencia. ¿Entendido?
—Sí. ¿Por qué no me matas ahora?
Ethan sonrió de oreja a oreja.
—Porque tenemos cosas que hacer.
—Pretendes utilizarme para llegar hasta Lil, pero no te lo permitiré.
Ethan volvió a agarrarla del pelo y tiró hasta que Jenna vio las estrellas.
—Me sirves tanto viva como muerta. Es más divertido si estás viva, pero
muerta también me sirves. —Dio una palmadita al cuchillo que llevaba
envainado en el cinturón—. ¿Crees que reconocería tu mano si te la corto y se
la envío? Podemos probar. ¿Que te parece?
—No —balbució ella con las mejillas empapadas de lágrimas de
impotencia y dolor—. Por favor.
—Entonces haz lo que digo. Ponte esto. —Le tendió una mochila gastada
—. Somos dos excursionistas —señaló, tirando de la cuerda—, y uno de ellos
va atado con una correa. Y ahora camina. Date prisa o me las pagarás.
Ethan evitó el camino en la medida de lo posible; avanzaban a buen paso
por terreno muy agreste. Si Jenna tropezaba, tiraba de ella o la arrastraba. Y
puesto que parecía disfrutar de ello, Jenna dejó de intentar entorpecer su
avance.
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Sabía que estaban recorriendo los márgenes de las tierras de su hija, y el
corazón se le desbocó.
—¿Por qué quieres hacer daño a Lil? Mira lo que ha hecho aquí. Protege
la tierra y da refugio a animales salvajes. Tú eres sioux, respetas a los
animales.
—Los mete en jaulas para que la gente pueda mirarlos. Por dinero.
—No, ha dedicado su vida a salvarlos y a educar a la gente.
—Les da de comer como si fueran mascotas —prosiguió él, empujándola
al ver que se detenía—. Atrapa a los que deberían ser libres y los enjaula. Eso
es lo que quieren hacer conmigo. Enjaularme por hacer lo que está escrito en
mi destino.
—Todo lo que ha hecho ha sido para proteger la tierra y la fauna.
—¡Esta tierra no le pertenece! ¡Ni los animales tampoco! Cuando acabe
con ella, los dejaré a todos en libertad para que puedan cazar como yo.
Quemaré el refugio hasta los cimientos, luego tu casa y todo lo demás. —En
su rostro brillaba un destello de auténtica locura—. Purificación.
—Entonces, ¿por qué mataste a los demás? ¿A James Tyler? ¿Por qué?
—La caza. Cuando cazo para comer, lo hago con respeto. Pero por lo
demás… es un deporte. Aunque en el caso de Lil son las dos cosas. La
respeto. Estamos unidos. Por la sangre, por el destino. Ella descubrió a mi
primera víctima. Sabía que algún día nos enfrentaríamos.
—Ethan, eras un niño. Podemos…
—Era un hombre. Al principio pensé que había sido un accidente. Me
gustaba esa chica. Quería hablar con ella, tocarla. Pero ella me rechazó. Me
maldijo. Me pegó. No tenía ningún derecho. —Tiró de la cuerda, y Jenna
cayó dando tumbos sobre él—. Ningún derecho.
—No —musitó Jenna con el pulso acelerado—. Ningún derecho.
—Y cuando vi mis manos manchadas con su sangre, tuve miedo, lo
reconozco. Tuve miedo. Pero era un hombre y supe lo que debía hacer. La
dejé como ofrenda para los animales, y fue la hembra de puma la que acudió a
por ella. Mi espíritu guía. Y fue hermoso. Devolví a la tierra lo que se le había
arrebatado. Fue entonces cuando me convertí en un hombre libre.
—Ethan, necesito descansar. Tienes que dejarme descansar.
—Descansarás cuando yo lo diga.
—No soy tan fuerte como tú. Tengo edad suficiente para ser tu madre. No
puedo ir tan deprisa.
Ethan se detuvo, y Jenna advirtió un destello de vacilación en su mirada.
Pese a que tenía la garganta reseca, intentó tragar saliva.
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—¿Qué le pasó a tu madre, Ethan?
—Recibió su merecido.
—¿La echas de menos? ¿La…?
—¡Cierra el pico! No hables de ella. No la necesitaba. Soy un hombre.
—Todo hombre empieza siendo un niño y…
Enmudeció cuando Ethan le cubrió la boca con la mano mientras
escudriñaba los árboles.
—Viene alguien. Baja la cabeza y cierra la boca.
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J
enna sintió el brazo de Ethan rodeándole la cintura, para inmovilizarla,
supuso, y para ocultar la cuerda que asomaba por debajo del anorak.
Rezó por la vida de la persona con la que se habían topado y al mismo tiempo
rezó porque esa persona advirtiera algo extraño. No se atrevía a hacerle una
señal, pero sin duda percibiría su miedo y la locura en el hombre que la
sujetaba contra su costado.
Estaba en sus ojos. ¿Cómo podía alguien pasar por alto la demencia
asesina que centelleaba en sus ojos?
Esa persona podría buscar ayuda. Había alguna posibilidad de conseguir
ayuda. Y entonces Ethan jamás podría llegar hasta Lil.
—¡Buenos días!
Oyó el alegre saludo y se arriesgó a alzar la mirada unos centímetros. El
pulso se le aceleró cuando vio las botas y los pantalones de uniforme. No era
un excursionista, pensó, sino un guarda forestal.
Y por tanto iría armado.
—Buenos días —repuso Ethan—. ¡Hace una mañana preciosa!
—Ideal para salir de excursión. Se han apartado bastante del camino.
—Sí, queríamos explorar un poco. Hemos visto unos ciervos y hemos
decidido seguirlos un rato.
—No les aconsejo que se alejen demasiado. Es muy fácil perderse si uno
se aparta de las pista señalizadas. No se quedarán a pasar la noche, ¿verdad?
—No, señor.
«Pero ¿no oye la locura en su voz? ¿No la oye en esa alegría forzada? Si
se nota a la legua…».
—Bueno, han recorrido bastante trecho desde el comienzo del camino. Si
siguen en esta dirección, la cuesta se hace bastante escarpada, pero las vistas
merecen la pena.
—Por eso estamos aquí.
—Si retroceden hasta el camino señalizado lo pasarán mejor.
—Así lo haremos, gracias.
—Disfruten del día y del tiempo. Vayan hacia… —El forestal se
interrumpió con expresión vacilante—. ¿Jenna? ¿Jenna Chance?
Jenna contuvo el aliento y negó con la cabeza.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí en…?
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Jenna percibió el instante de comprensión. Por puro instinto levantó la
cabeza y se apretó contra el cuerpo de Ethan, pero en ese mismo momento él
sacó la ballesta que llevaba escondida tras la espalda.
Jenna profirió un grito e intentó abalanzarse hacia delante, pero Ethan
tenía razón. El dardo era mucho más rápido que ella. Lo vio dar en el blanco
con tanta fuerza que el forestal casi salió despedido.
—No, no, no…
—Tú tienes la culpa. —El bofetón que le propinó Ethan la hizo caer de
bruces—. ¡Mira lo que has hecho, imbécil! Mira toda la porquería que tengo
que limpiar. ¿No te he dicho que mantuvieras el pico cerrado?
Le dio una patada, y la puntera de la bota se le clavó en las lumbares.
Jenna se aovilló en un intento de protegerse.
—No he dicho nada. No he dicho nada. Dios mío. Dios mío…, tiene
mujer e hijos.
—Pues que no se hubiera metido donde no le llamaban, Capullos. Son
todos unos capullos.
Mientras se acercaba a grandes zancadas al cadáver para extraer el dardo
que tenía clavado en el pecho, Jenna sucumbió a las arcadas.
—Mira. Aprende algo. —Ethan sacó el revólver de la pistolera y lo alzó
—. Botín de guerra.
Luego giró el cadáver y le quitó la cartera. Volvió a guardar el revólver en
la pistolera, la soltó y se la prendió al cinturón; luego metió la cartera en la
mochila.
—Levántate y ayúdame a arrastrarlo.
—No.
Ethan se le acercó, sacó el arma y apretó el cañón contra su sien.
—O te levantas o te mando con él al otro barrio. Seréis la cena de los
lobos. Vivir o morir, Jenna. Tú decides.
Vivir, pensó ella. Quiero vivir. Pugnando por contener las náuseas y sin
resuello a causa del dolor que le atenazaba la espalda y la cara, Jenna se
levantó. Quizá no estuviera muerto. Quizá alguien lo encontrara y le ayudara.
Se llamaba Derrick Morganston. Su mujer era Cathy. Tenían dos hijos, Brent
y Lorna.
Repitió una vez su nombre y los de su familia mientras obedecía las
órdenes de Ethan, levantaba a Derrick por los pies y lo arrastraba más lejos
aún del camino.
No dijo nada cuando Ethan la ató a un árbol para poder ir a coger la radio
de Derrick y registrarle los bolsillos en busca de cualquier otro objeto útil.
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También guardó silencio cuando echaron a andar de nuevo. No quedaba
nada que decir, pensó. Había intentado en vano hallar algún resquicio humano
al que apelar. Pero no existía tal resquicio. Ningún rincón.
Ethan no cubría su rastro, y Jenna se preguntó qué significaría eso. Se
preguntó si sobreviviría a aquel día tan hermoso de primavera. Si volvería a
ver a su marido, su casa. Si volvería a abrazar a sus hijos, a charlar con sus
amigos. Si llegaría a estrenar los zapatos nuevos.
Estaba fregando la sartén cuando su vida cambió de repente. ¿Alguna vez
volvería a freír beicon?
Le ardía la garganta y le dolían las piernas. Los rasguños de las manos le
palpitaban… Pero todas aquellas molestias significaban que estaba viva. De
momento.
Si surgía la posibilidad de matarlo y escapar, ¿la aprovecharía? Sí. Sí, lo
mataría para salvar la vida. Se bañaría en su sangre si eso significaba proteger
a Lil.
Si pudiera hacerse con su cuchillo, con la pistola, con una piedra
siquiera… Si pudiera encontrar la manera de usar las manos para acabar con
él…
Se concentró en aquellos pensamientos, en el rumbo, el ángulo del sol, las
marcas del paisaje. Mira, pensó, mira el azafrán silvestre en flor. Delicado
pero valiente y esperanzado. Y vivo.
Ella sería el azafrán silvestre. De aspecto delicado y de espíritu valeroso.
Siguió caminando, un pie delante del otro, la cabeza siempre gacha, pero
los ojos y el cuerpo atentos a cualquier ocasión para escapar.
—Ya estamos en casa —anunció él por fin.
Desconcertada, Jenna parpadeó para apartarse el sudor de los ojos.
Apenas veía la entrada de la cueva. Era tan baja, tan estrecha, como un ojo
entornado, como la muerte.
Se volvió como un rayo para encararse con él y luchar. Sintió dolor y
satisfacción cuando su puño se estrelló contra el rostro de Ethan. Sin dejar de
gritar, usó uñas y dientes para arañarlo y morderlo como un animal. Y cuando
percibió el sabor de la sangre, se emocionó.
Pero cuando el puño de Ethan se le hundió en el vientre, Jenna quedó sin
respiración. Y cuando al poco chocó contra su rostro, el sol se convirtió en
una confusa esfera de color rojo oscuro.
—¡Puta! ¡Maldita zorra de mierda!
Jenna oyó a lo lejos la respiración jadeante de Ethan. Le había hecho
daño. Algo era algo. Le había hecho daño.
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Ethan tiró de la cuerda para obligarla a recorrer los últimos metros de
terreno agreste y sumergirse en la negrura.
Jenna se resistió cuando la ató de pies y manos. Gritó, escupió y lo
maldijo hasta que él la amordazó. Luego Ethan encendió un pequeño farol y
con la mano libre la arrastró hasta las profundidades de la cueva.
—Podría matarte. Hacerte pedazos y enviárselos a ella. ¿Qué te parece la
idea?
Lo único que alcanzó a pensar Jenna era que le había dejado marcas. La
sangre brotaba de los arañazos que le había abierto en las mejillas y en las
manos.
Entonces Ethan le dedicó una amplia sonrisa de loco, y Jenna recordó que
tenía miedo.
—Los montes están llenos de cuevas. Tengo localizadas varias que uso
regularmente. Esta es la tuya.
Dejó el farol en el suelo, sacó el cuchillo y se puso en cuclillas. Hizo girar
la hoja para que la tenue luz la alumbrara.
—Necesito un par de cosas de ti.
Joe, pensó Jenna. Joe. Lil. Mi pequeña.
Y cerró los ojos.
Tardó más de lo previsto, pero aun así seguía dentro del horario. Las prisas, la
presa imprevista y la resistencia inesperada que había ofrecido la zorra madre
no eran más que factores que acrecentaban la emoción. Lo mejor fue entrar en
el refugio como cualquier otro cliente. Era el mayor riesgo y el momento más
excitante.
Pero no le cabía duda de que Lil le proporcionaría momentos aún mejores.
Sonrió a la bonita estudiante por entre la barba que se había dejado crecer
durante el invierno. El vello disimulaba casi todos los arañazos que aquella
puta le había hecho. Llevaba unos viejos guantes de montar para ocultar lo
que le había hecho en las manos.
—¿Le pasa algo a la leona?
—No, nada. Le están haciendo una limpieza dental. Los felinos en
especial necesitan una buena higiene dental; tienden a perder piezas.
—Será porque viven enjaulados.
—De hecho, conservan los dientes más tiempo en el refugio que en
libertad. Les damos huesos una vez a la semana, un elemento importante para
la higiene dental. Los felinos suelen tener la boca llena de bacterias, pero con
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limpiezas periódicas, una buena alimentación y los huesos semanales,
podemos ayudarlos a conservar la sonrisa —explicó con una sonrisa propia—.
Nuestro veterinario y su asistente están velando por la salud de la dentadura
de Sheba.
Aquello lo ponía enfermo, lo enfurecía. Limpiar los dientes de un animal
salvaje como si fuera un niño que hubiera comido demasiados caramelos. Le
entraron ganas de llevarse a la chica sonriente y clavarle el cuchillo en el
estómago.
—¿Se encuentra bien? —le preguntó la joven.
—Estupendamente. Creía que esto era una reserva natural. ¿Cómo es que
no permiten que sea natural?
—Parte de nuestra responsabilidad consiste en que los animales que viven
aquí reciban buenos cuidados médicos, lo cual incluye su dentadura. Casi
todos los animales del refugio Chance han sido rescatados de situaciones de
maltrato o traídos aquí cuando estaban enfermos o heridos.
—Viven enjaulados. Como delincuentes.
—Es cierto que viven en jaulas, pero hacemos todo lo posible para
proporcionarles un hábitat natural que cubra sus necesidades. Con toda
probabilidad, estos animales no sobrevivirían en libertad.
Ethan advirtió en el rostro de la joven cierta preocupación rayana en la
suspicacia, y supo que se había excedido. No había ido allí para eso.
—Claro, claro. Ustedes saben mucho más del tema que yo.
—Me encantará contestar a cualquier otra pregunta que tenga acerca del
refugio o de los animales. También puede visitar nuestro centro educativo.
Allí se proyecta un vídeo sobre la historia del refugio y el trabajo que ha
realizado la doctora Chance.
—Quizá lo haga.
Decidió seguir su camino antes de soltar algo que preocupara a la joven lo
suficiente para pedir ayuda. O antes de ceder al impulso de propinarle una
paliza.
Entendía el impulso. Se había lavado con meticulosidad, pero todavía
podía oler la sangre del guarda forestal. Y de la zorra madre. Más dulce, una
dulzura que lo inquietaba.
Tenía que hacer lo que había ido a hacer y largarse antes de cometer algún
error.
Deambuló por el refugio, deteniéndose ante cada jaula con un
estremecimiento de furia. Al llegar a la zona de los pumas esperó reencontrar
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su centro, ver los ojos de su espíritu guía y hallar en ellos aprobación. Una
bendición.
Pero el felino gruñó y empezó a pasearse inquieto.
—Llevas demasiado tiempo enjaulado, hermano. Algún día volveré a
buscarte, te lo prometo.
Al oír sus palabras, el puma lanzó un alarido de advertencia y arremetió
contra los barrotes. En el complejo, varios empleados y visitantes se volvieron
hacia ellos. Ethan se alejó a toda prisa, seguido por los alaridos del puma.
Lil lo había corrompido, pensó consumido por la rabia. Lo había
convertido en una mascota, en un mero perro guardián. El puma le pertenecía,
pero se había acercado a él como un enemigo.
Otro pecado por el que Lil no tardaría en pagar.
Eric cruzó el complejo a la carrera para ir a ver a Baby. El puma, por lo
general tan juguetón, seguía paseándose con nerviosismo. Al poco se
encaramó a una rama sobre el tejado de su casa, saltó de nuevo al suelo y se
levantó sobre las patas traseras junto a la puerta trasera de la jaula.
—Eh, Baby, tranquilo. ¿Por qué estás tan alterado? No puedo dejarte salir
a correr; primero tenemos que limpiarte los dientes.
—Es por ese tío —explicó Lena, corriendo hacia él—. Juraría que es por
ese tío.
—¿Qué tío?
—Ese. Va hacia el centro educativo, ¿lo ves? Gorra de béisbol, pelo largo,
barba. Lleva la cara llena de arañazos. Desde aquí no se ve, pero debajo de
esa barba asquerosa tiene unos cuantos arañazos considerables. Hace unos
minutos he estado hablando con él y he notado algo, no sé, siniestro. Algo
raro en su expresión.
—Iré a echar un vistazo.
—Quizá deberíamos decírselo a Lil.
—¿Decirle qué? ¿Que un tipo de mirada siniestra está visitando el
refugio? No lo perderé de vista.
—Ten cuidado.
—Siempre tengo cuidado —aseguró Eric mientras se alejaba caminando
de espaldas—. Hay un par de grupos en el centro educativo, y también
algunos estudiantes. No creo que el tipo de mirada siniestra cause problemas
allí.
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Ethan no fue al centro, sino que se desvió y dio media vuelta para dejar el
regalo que llevaba consigo sobre la mesa del porche trasero de Lil.
Para cuando Eric cruzó el complejo, Ethan ya había desaparecido entre los
árboles. A partir de ahí se desplazó con rapidez. La siguiente fase del juego
estaba a punto de comenzar. En cuanto llegó al puesto de vigilancia, se
acomodó y sacó los prismáticos. Acto seguido se puso a comer frutos secos y
a jugar con el móvil de Jenna.
Nunca había tenido móvil ni querido tenerlo. Pero sí había practicado con
algunos que había robado o quitado a sus víctimas. Pulsó teclas y buscó hasta
dar con la agenda. Sonrió al ver la entrada «Lil móvil».
Pronto, pensó, Lil recibiría una llamada que jamás olvidaría.
Sentada en su despacho, Lil contestó el último correo de la lista. Quería pasar
por la cámara y asegurarse de que la carne estaba bien almacenada antes de ir
a ver a Matt. Miró la hora y se sorprendió al comprobar que eran casi las tres.
Había pedido a Matt que dejara a Baby y los otros pumas para el final,
cuando ella tuviera un rato libre para ayudarle. Baby detestaba los días de
limpieza dental. Así pues, primero iría a ver a Matt.
Cuando se levantó, Lena dio unos golpecitos en la puerta.
—Siento molestarte, Lil, pero es que… Baby está nervioso.
—Probablemente sabe que estamos a punto de sedarlo y limpiarle la
dentadura.
—Puede ser, pero… Había un tío… raro, y Baby ha empezado a ponerse
nervioso cuando ha llegado. Eric lo ha seguido al centro educativo, pero me
ha dado mala espina y quería contártelo.
—¿Raro en qué sentido? —preguntó Lil al tiempo que salía del despacho.
—Siniestro… en mi opinión. Decía cosas como que aquí enjaulamos a los
animales como si fueran criminales.
—A veces pasa. ¿Qué aspecto tenía?
—Pelo largo, barba, gorra de béisbol, cazadora tejana. Varios arañazos
recientes en la cara. No dejaba de sonreír, pero a mí me ha puesto los pelos de
punta.
—Vale, iré al centro por si acaso. ¿Puedes hacerme un favor? Dile a Matt
que he ido a ocuparme de esto y que iré a ayudarle con Baby y los demás
pumas en cuanto acabe.
—De acuerdo. Seguro que no es nada, pero ha activado mis alarmas
antitipos siniestros.
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Se separaron. Mientras Lil se dirigía hacia el centro, su móvil sonó. Lo
sacó con aire ausente y, al ver el número de su madre, descolgó.
—Hola, mamá. ¿Puedo llamarte dentro de un rato? Es que tengo que…
—Ella tampoco puede hablar ahora mismo.
Un estremecimiento la recorrió de pies a cabeza. Sintió que las manos le
temblaban con violencia y agarró el teléfono con más fuerza.
—Hola, Ethan.
—Qué curioso, ella ha dicho lo mismo. De tal palo, tal astilla.
El terror la hacía tiritar como si acabara de sumergirse en un río helado,
pero hizo lo posible por mantener un tono sereno. Domínate, se ordenó.
Domínate como te dominarías ante cualquier fiera.
—Quiero hablar con ella.
—Y yo quiero que te detengas. Si das un solo paso más hacia las oficinas,
le corto un dedo.
Lil se detuvo en seco.
—Buena chica. No olvides que te veo. Llevas una camisa roja y estás
mirando hacia el este. Un solo movimiento en falso y tu madre pierde un
dedo. ¿Entendido?
—Sí.
—Ve hacia tu cabaña y entra por detrás. Si alguien se te acerca o te llama,
evítalo. Estás ocupada.
—De acuerdo. Pero ¿cómo sé que no le has robado el teléfono a mi
madre? Tendrás que darme alguna prueba más, Ethan. Déjame hablar con
ella.
—He dicho que ahora mismo no puede hablar. Sigue andando. Te he
dejado algo en el porche trasero. Encima de la mesa. Eso es, corre.
Lil había echado a correr, rodeó la cabaña y subió los escalones del
porche. Y de repente, durante un instante terrible, todo se paralizó en su
interior, corazón, pulmones, cerebro… Por fin se obligó a coger la pequeña
bolsa de plástico.
Contenía un mechón de cabello de su madre y su alianza manchada de
sangre.
—Me imaginaba que los reconocerías y sabrías que no te estoy vacilando.
Lil cedió a la debilidad de sus piernas y se dejó caer en el sucio del
porche.
—Déjame hablar con ella. ¡Déjame hablar con ella, maldita sea!
—No.
—¿Cómo sé que sigue viva?
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—No lo sabes, pero te garantizo que dentro de dos horas, si no la
encuentras, no seguirá viva. Ve hacia el oeste. Te he dejado un rastro. Si lo
sigues, la encontrarás. Si no… Si se lo cuentas a alguien, si intentas buscar
ayuda, la mato. Y ahora tira el teléfono al jardín. Ponte en marcha ya.
Ethan la veía, pensó Lil, pero la barandilla del porche le proporcionaba
cierta protección. Se acurrucó hecha un ovillo e inclinó el cuerpo hacia la
casa.
—No le hagas daño, por favor. No hagas daño a mi madre. Por favor, por
favor. Haré lo que quieras, todo lo que me pidas pero no…
Lil colgó sin terminar la frase.
—Por favor, Dios mío —musitó antes de marcar el número de Coop. Se
balanceó y empezó a temblar mientras las lágrimas afloraban a sus ojos—.
Contesta, contesta, contesta.
Cerró los ojos con fuerza cuando saltó el contestador.
—Tiene a mi madre. Me voy hacia el oeste desde la parte trasera de mi
cabaña. Puede verme y solo tengo unos segundos. Me ha dado dos horas para
encontrarla. Te dejaré un rastro. Ven a buscarme. Por el amor de Dios, ven a
buscarme.
Colgó, se levantó y se volvió hacia el oeste, esperando que Ethan viera sus
lágrimas y su miedo. Luego tiró el teléfono y echó a correr.
Encontró el rastro enseguida. Maleza pisoteada, ramas rotas, huellas en el
terreno blando. Ethan no quería que se perdiera, pensó. Quizá la estuviera
llevando a muchos kilómetros de distancia de su madre, pero no tenía
elección.
La alianza manchada de sangre. Un mechón de aquel cabello tan hermoso.
Se obligó a aminorar el paso y a respirar. Si se precipitaba podía pasar por
alto una señal o seguir una pista falsa. Cabía la posibilidad de que Ethan
siguiera observándola, de modo que le convenía ir con cuidado al dejar las
señales para Coop.
Le había dado dos horas. ¿Habría raptado a su madre en casa? Parecía lo
más lógico. Esperar hasta que estuviera sola y llevársela. ¿A pie o a caballo?
Seguramente a pie. Un rehén era más fácil de controlar a pie. A menos
que la hubiera obligado a subir al coche y… No, eso ni lo pienses, se ordenó
mientras el pánico le atenazaba la garganta. Piensa de forma simple. Bajo
toda esa fachada, Ethan es simple.
Dos horas desde la cabaña… y sin duda quería apretarla, quería que le
costara conseguirlo. Lil visualizó un mapa. Algún lugar solitario y accesible
desde la cabaña y desde la granja. Si estaba viva… Estaba viva, tenía que
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estar viva. En tal caso tenía que esconderla. Una cueva sería la mejor
solución. Si él…
Se detuvo, examinó las huellas, las flores silvestres aplastadas. Había
retrocedido. Lil respiró hondo una vez y luego otra para calmar su
nerviosismo, y siguió el retroceso de Ethan hasta encontrar el punto donde
empezaba el falso rastro.
Borró las huellas falsas e hizo una marca en la corteza de un árbol con la
navaja para que Coop no cometiera el mismo error. Luego volvió al camino y
apretó el paso. Creía saber adónde la había llevado y sabía que tardaría casi
dos horas en llegar hasta allí.
Jenna se retorcía y giraba sobre sí misma. Había perdido todo sentido de la
orientación, solo podía esperar que estuviera acercándose a la salida de la
cueva. Antes de irse, Ethan le había vendado los ojos, de modo que la
oscuridad era completa. Cada vez que se veía obligada a descansar,
permanecía inmóvil e intentaba decidir si el aire era algo más fresco. Pero
solo olía el polvo, su propio sudor y su propia sangre.
Lo oyó acercarse, gritó detrás de la mordaza y forcejeó para intentar
liberarse de las ataduras.
—Vaya, Jenna, estás hecha un desastre. ¿Qué dirán las visitas?
Cuando le arrancó la venda de los ojos, la luz del farolillo le quemó los
ojos.
—No tardará en llegar, así que no te preocupes. Voy a asearme un poco.
Se sentó en el suelo de la cueva con las piernas cruzadas y, con una navaja
de viaje y un trozo de espejo, empezó a afeitarse.
En el refugio, Lena llamó a Eric por señas.
—¡Eh! ¿Qué te ha parecido tipo Siniestro?
—No he llegado a verlo. Debe de haber cruzado el centro en un santiamén
o cambiado de opinión.
—Ah. Vaya. ¿Qué ha dicho Lil?
—¿Sobre qué?
—Sobre ese tipo. Cuando ha ido al centro.
—A ella tampoco la he visto.
—Pero… si iba hacia allí. No entiendo cómo puedes haberte cruzado con
ella sin verla.
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—A lo mejor la han entretenido. —Eric se encogió de hombros—. Quería
ayudar a Matt cuando se pusiera con los pumas. Mira, tengo que volver a…
Lena lo agarró por la manga de la camiseta.
—Acabo de hablar con Matt. Lil tampoco está allí, y Matt la está
esperando.
—En alguna parte estará. Vale, vamos a echar un vistazo. Yo miraré en la
cámara, y tú mira en su casa.
—Sabe que Matt la espera —insistió Lena.
Pero corrió hacia su cabaña, llamó a la puerta y por fin abrió.
—¡Lil! ¿Lil?
Perpleja, cruzó la casa y salió por la puerta de atrás. Tal vez en el
despacho, pensó.
Al bajar los escalones del porche oyó la musiquilla del móvil de Lil. Con
un suspiro de alivio, miró atrás con la esperanza de que la vería aparecer con
el móvil pegado a la oreja. Pero allí no había nadie. Se giró de nuevo y siguió
el sonido.
Recogió el móvil del suelo y lo abrió.
—Hola, Lil. Acabo de acompañar a mi madre al aeropuerto y…
—Tansy, Tansy, soy Lena. Creo que está pasando algo —explicó mientras
corría hacia las oficinas—. Creo que tenemos que avisar a la policía.
En un tramo de carretera entre la granja y los establos, Coop apretaba los
tornillos del neumático de repuesto de un monovolumen. Los dos niños
sentados en el vehículo lo observaban mientras bebían de sus vasos biberón.
—Le estoy muy agradecida. Podría haberlo cambiado yo misma, pero…
—Creo que con los de ahí dentro ya tiene bastante —comentó Coop,
señalando las ventanillas con la cabeza—. Lo he hecho encantado.
—Me ha ahorrado un montón de palabrotas —aseguró la joven madre con
una sonrisa radiante—. Y probablemente lo ha cambiado en la mitad de
tiempo que habría tardado yo, sin contar con las peleas de las que me habría
tenido que encargar ahí dentro. Llevamos todo el día fuera haciendo recados,
así que se han saltado la siesta. —Rio con una mirada divertida—. Y yo
también.
Después de guiñarles el ojo a los niños, Coop empujó el neumático
pinchado hacia el maletero para guardarlo y sacudió la cabeza cuando la
mujer le ofreció diez dólares por las molestias.
—No, pero gracias.
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La mujer metió la cabeza en el maletero y rebuscó entre las bolsas de la
compra.
—¿Y un plátano?
Coop se echó a reír.
—Vale, eso sí. —Guardó las herramientas, saludó a los pequeños con el
plátano, lo que los hizo reír, y cerró la puerta—. Ya puede marcharse.
—Gracias otra vez.
Coop volvió a su camioneta y esperó a que la mujer se alejara con el
coche. Luego hizo un giro de ciento ochenta grados para volver a enfilar la
dirección que llevaba cuando vio el monovolumen parado en el arcén. Al
cabo de menos de un kilómetro, el teléfono sonó para avisarle de que tenía un
mensaje de voz.
—Ya tengo tus bolsas para congelar y el bote de limpiacristales
superahorro, abuela —masculló entre dientes.
Aun así, pulsó la tecla para escuchar el mensaje.
«Tiene a mi madre».
Coop frenó de golpe y derrapó hasta el arcén.
Tras el primer golpe de calor, todo su ser se convirtió en hielo. Pisó el
acelerador a fondo y marcó el número del sheriff.
—Pásame con él ahora mismo.
—El sheriff Johannsen no está.
—Pues ponme con él dondequiera que esté, joder. Soy Cooper Sullivan.
—Hola, Coop, soy Cy. No puedo hacerlo. Es que no tengo autorización
para…
—Escúchame. Ethan Howe tiene a Jenna Chance.
—¿Qué? ¿Qué?
—Puede que a estas alturas también tenga a Lil. Localiza a Willy y dile
que vaya al refugio. Ahora. Ahora mismo, joder.
—Voy, Coop. Por el amor de Dios. Ahora mismo voy. ¿Qué quieres
qué…?
—Voy hacia el refugio. Quiero que Willy vaya allí con todos los hombres
que pueda. Nada de helicópteros. —Se apresuró añadir, desesperado por no
perder la perspectiva—. Si ve helicópteros las matará. Dile que Lil me ha
dicho que me dejará un rastro y que lo seguiré. Hazlo.
Colgó y condujo como una exhalación hacia el refugio.
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Lil lo vio sentado en la entrada de la cueva con las piernas cruzadas y la
ballesta en el regazo. Tenía el rostro hecho un desastre, surcado de feos
arañazos bajo las líneas de pintura de guerra que se había trazado. Pensó en el
hombre barbudo que había disparado las alarmas de Lena.
Llevaba una correa de cuero trenzada alrededor de la cabeza, adornada
con una pluma de halcón. Calzaba botas de caña alta de cuero muy suave, y al
cuello lucía un collar de dientes de oso.
Aquel ridículo intento de jugar a los indios le habría parecido gracioso de
no haber sabido que sus intenciones eran mortíferamente serias.
Ethan alzó la mano a modo de saludo y se adentró en la cueva. Lil
ascendió el último tramo, contuvo el aliento y lo siguió al interior.
Al cabo de unos metros, la cueva se agrandaba, aunque seguía siendo
demasiado baja para caminar erguida. Pero era profunda, pensó mientras
contemplaba la luz tenue del farolillo.
Ethan estaba sentado bajo aquella luz con un cuchillo pegado al cuello de
su madre.
—Ya estoy aquí, Ethan. No tienes por qué hacerle daño. Si le haces daño,
no conseguirás nada de mí.
—Siéntate, Lil. Te explicaré lo que vamos a hacer.
Lil se sentó, conteniendo a duras penas el temblor. El rostro y las manos
de su madre eran un mapa de arañazos y cardenales.
—Quiero que apartes el cuchillo del cuello de mi madre. He hecho lo que
me has ordenado y seguiré haciéndolo, pero no si le haces más daño del que
ya le has hecho.
—Casi todo se lo ha hecho ella misma. ¿A que sí, Jenna?
Los ojos de Jenna lo decían todo. «Corre, corre. Te quiero».
—Te estoy pidiendo que apartes el cuchillo del cuello de mi madre. No lo
necesitas. Estoy aquí y he venido sola. Eso es lo que querías.
—Esto no ha sido más que el principio —puntualizó Ethan, aunque apartó
el cuchillo un par de centímetros—. Todo lo demás no ha sido más que el
principio. Ahora llega el final. Tú y yo.
—Tú y yo —asintió Lil—. Así que déjala marchar.
—No seas tonta. No pienso perder el tiempo con tonterías. Te doy diez
minutos de ventaja. No está mal para una persona que conoce las colinas.
Luego saldré a cazarte.
—Diez minutos. ¿Me darás un arma?
—Eres la presa.
—Los pumas y los lobos tienen colmillos y garras.
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—Tú también tienes dientes —sonrió él—, si te acercas lo suficiente para
usarlos.
Lil señaló la ballesta.
—El juego está muy sesgado a tu favor.
—El juego es mío, así que yo pongo las reglas.
Lil probó otro enfoque.
—¿Es así como un guerrero sioux demuestra su honor, su valor?
¿Cazando a mujeres?
—Tú eres más que una mujer. Esta… —Tiró a Jenna del pelo, y Lil
estuvo a punto de abalanzarse sobre él—. Esta mestiza de pacotilla… ahora es
mía por derecho. La he capturado, al igual que nuestros antepasados
capturaban a blancos para convertirlos en esclavos. Puede que me la quede un
tiempo. O…
Sabe muy poco de los que afirma son sus antepasados, pensó Lil.
—Los sioux cazaban bisontes, ciervos, osos. Cazaban para comer y para
vestirse. ¿Cómo puedes honrar a tus ancestros matando a una mujer atada e
indefensa?
—¿Quieres que viva? Pues entonces empecemos la cacería.
—¿Y si gano yo?
—No ganarás. —Ethan se inclinó hacia delante—. Has deshonrado a los
de tu sangre, a tu espíritu. Mereces morir. Pero te concederé el honor de la
caza. Morirás en tierra sagrada. Si juegas bien, puede que le perdone la vida a
tu madre.
Lil sacudió la cabeza.
—No jugaré si no la dejas marchar. Ya has matado y volverás a matar.
Así eres tú. Juegue como juegue yo, no creo que le perdones la vida. Así que
primero tendrás que dejarla marchar.
Ethan volvió a acercar el cuchillo al cuello de su madre.
—La mataré ahora mismo.
—Entonces tendrás que matarme aquí mismo a mí también. No jugaré a tu
juego ni respetaré tus reglas a menos que la dejes marchar. Y entonces habrás
desperdiciado todo este tiempo y esfuerzo.
Ardía en deseos de mirar a su madre, de tocarla, pero se obligó a no
apartar la mirada de Ethan.
—Y tú no serás más que un carnicero. No un guerrero. El espíritu de
Caballo Loco te dará la espalda.
—Las mujeres no son nada. Menos que perros.
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—Un auténtico guerrero honra a la madre, pues toda vida surge de ella.
Deja marchar a mi madre. No terminarás esto, Ethan. Nunca terminará a
menos que tú y yo nos enfrentemos, ¿verdad? No la necesitas. Pero yo sí la
necesito a ella para ser digna de tu juego. Te proporcionaré la cacería de tu
vida, te lo juro.
Los ojos de Ethan brillaron al escuchar aquella promesa.
—De todos modos no sirve para nada.
—Pues entonces déjala marchar, así solo quedaremos tú y yo. Eso es lo
que quieres. Es un trato digno de un guerrero, digno de la sangre de un gran
jefe.
Ethan cortó las cuerdas que ataban las muñecas de Jenna, que lanzó un
gemido al levantar los brazos doloridos para quitarse la mordaza.
—No, Lil. No te dejaré aquí.
—Qué conmovedor —espetó Ethan, escupiendo al cortarle las ataduras de
los tobillos—. Seguro que esta zorra no puede ni andar.
—Andará.
—No, no te dejaré aquí con él. Cariño…
—No pasa nada —musitó Lil acercándose a Jenna—. No pasa nada.
Apártate de ella —ordenó a Ethan—. Te tiene miedo. Apártate para que
pueda consolarla y despedirme de ella. No somos más que dos mujeres
desarmadas. No puedes tenernos miedo.
—Treinta segundos —advirtió Ethan al tiempo que retrocedía tres pasos.
—Lil, no. No puedo dejarte aquí.
—Vienen a ayudarme —le susurró Lil al oído—. Necesito que te vayas,
saber que estás a salvo, si no seré incapaz de concentrarme para ganar. Sé lo
que tengo que hacer. Tienes que irte; si no, nos matará a las dos. Dale un poco
de agua —exigió a Ethan en tono disgustado—. ¿Qué clase de hombre
honorable pega a una mujer o le niega un trago de agua?
—Que se beba su propia saliva.
—Dale agua a mi madre y podrás quitarme cinco minutos de ventaja.
Ethan le acercó una botella con el pie.
—No necesito tus cinco minutos para ganarte.
Lil destapó la botella y la llevó a los labios de su madre.
—Despacio, tranquila. ¿Podrás encontrar el camino de vuelta?
—Creo que… Lil.
—¿Podrás?
—Sí. Sí, creo que sí.
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—No te servirá de nada. Para cuando ella llegue, si es que llega, y
empiecen a buscarte, ya estarás muerta. Y yo me habré esfumado.
—Coge el agua y vete.
—Lil.
—Si no te vas, nos matará a las dos. La única posibilidad que tengo de
sobrevivir es que te vayas. Tienes que creer en mí. Tienes que darme esa
posibilidad. Voy a ayudarla a salir de la cueva, Ethan. Puedes apuntarme con
la ballesta. No pienso salir huyendo.
Lil ayudó a su madre a levantarse y masculló un juramento cuando Jenna
rompió a llorar de dolor y de pena. Agazapada en el exiguo espacio, ayudó a
Jenna a llegar cojeando hasta la salida.
—Vendrán por mí —repitió en un susurro—. Puedo entretenerlo hasta que
lleguen. Vuelve a casa lo más deprisa que puedas. Prométemelo.
—Oh, Lil. Dios mío, Lil.
Mientras el sol proseguía su camino hacia los montes, Jenna la abrazó con
todas sus fuerzas.
—Lo llevaré hasta la pradera que hay sobre el río —murmuró Lil con el
rostro sepultado en el hombro de su madre, como si estuviera abrumada por la
tristeza—. Donde vi al puma. Recuérdalo. Envíalos allí.
—¡Cierra el pico! O cierras el pico y ella se va, o la mato ahora mismo y a
ti detrás.
—Vete, mamá —apremió Lil, apartando de sí los brazos arañados y
amoratados de Jenna—. Vete o me matará.
—Cariño. Te quiero, Lil.
—Yo también te quiero.
Siguió con la mirada a su madre mientras esta se alejaba cojeando y dando
tumbos. Advirtió la agonía de las emociones en su rostro magullado cuando
se volvió para mirarla. Ya solo por eso, Ethan pagaría. Costara lo que costase.
—Empieza a correr —ordenó Ethan.
—No. La caza no empezará hasta que ella se haya alejado más. Hasta que
sepa con seguridad que no irás por ella. ¿Qué prisa tienes, Ethan? —Preguntó
al tiempo que se sentaba en una roca—. Has esperado este momento durante
mucho tiempo. Seguro que puedes esperar un poco más.
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E
l complejo estaba sumido en el caos. Una docena de personas acudió
corriendo desde todas partes cuando Coop se apeó de un salto, y todos
se pusieron a hablar a la vez.
—¡Basta! Tú —señaló a Matt—, hazme un resumen, deprisa.
—No encontramos a Lil. Lena ha encontrado su móvil en el jardín que
hay detrás de la cabaña. Y al ir a ver he encontrado esto. —Matt le mostró la
bolsa de plástico que contenía el mechón de Jenna y su alianza—. Había un
tipo aquí, un cliente. A Lena le ha dado mala espina, y a Baby tampoco le ha
caído bien. Nadie ha vuelto a verlo. Nos tememos que se ha llevado a Lil.
Mary está dentro, llamando a la policía.
—Ya los he llamado yo.
—Creo que es la alianza de Jenna —intervino Tansy con las mejillas
empapadas de lágrimas.
—Sí, es de Jenna. Ese cabrón la tiene, y Lil ha ido a rescatarla. Callaos y
escuchad —ordenó cuando todos empezaron a hablar al unísono otra vez—.
Necesito a todos los que sepan manejar un arma sin peligro de dispararse un
tiro. Lil nos lleva como mínimo una hora de ventaja, pero ha dejado un rastro.
Lo seguiremos.
—Yo sé disparar —se ofreció Lena—. Sé manejar una escopeta. Fui
campeona de tiro al plato tres años seguidos.
—Ve a la cabaña de Lil. La escopeta está en el armario de la entrada, y la
munición, en el estante de arriba. Venga.
—Yo nunca he disparado un arma, pero…
—Quédate aquí —interrumpió Coop a Matt—. Espera a la policía y luego
cierra el refugio. Tansy, ve a la granja de los Chance. Si Joe no sabe nada,
tiene que enterarse. Escúchame. Dile que lo más probable es que Ethan se
llevara a Jenna de allí. Que él, Farley y todos los hombres que pueda reunir
salgan de allí. Fue él quien enseñó a Lil a rastrear. Seguro que encuentra el
camino. Necesitamos radios.
Mary salió de la cabaña mientras dos estudiantes entraban a toda prisa en
busca de radios.
—La policía está de camino. Tardarán un cuarto de hora.
—Diles que nos sigan cuando lleguen; no vamos a esperarlos. Tú, arriba,
dormitorio, cajón superior izquierdo de la cómoda. Tres cargadores. Cógelos.
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Espera —exclamó de repente con la mano levantada y la mirada vuelta hacia
las jaulas—. Necesito algo de Lil, alguna prenda suya.
—Su jersey está en el despacho —anunció Mary—. Espera.
—Ese puma la adora. ¿La rastrearía?
—¡Sí! Por Dios, claro que sí —exclamó Tansy, llevándose la mano a la
boca—. La siguió hasta aquí cada vez que intentó dejarlo en libertad.
—Vamos a soltarlo.
—La última vez que salió de su hábitat tenía seis meses —terció Matt,
escéptico—. Aunque salga del refugio, es imposible predecir qué hará.
—La adora —insistió Coop, cogiendo el jersey que le tendía Mary.
—Tendremos que separar a los demás. —Tansy corría hacia la jaula con
él.
—Haz lo que tengas que hacer, pero hazlo deprisa.
Coop sostuvo el jersey junto a los barrotes. Baby se acercó y emitió un
gruñido; luego restregó la cara contra la prenda y ronroneó.
—Sí, eso es. Tú la conoces y vas a encontrarla.
Varios estudiantes colocaron cebo para los demás mientras Eric abría la
puerta exterior. Baby irguió la cabeza y miró a su alrededor al tiempo que sus
compañeros se lanzaban hacia la comida. Al poco volvió a sepultar el hocico
en el jersey.
—Qué locura —suspiró Matt, pero se quedó cerca con la pistola de dardos
tranquilizantes—. Apartaos. Apartaos mucho, Tansy.
Tansy descorrió el cerrojo de la puerta interior.
—Busca a Lil, Baby. Busca a Lil.
Utilizando la propia puerta como barrera, Tansy la abrió.
El puma salió muy despacio hacia lo desconocido, atraído por el olor de
Lil. Coop levantó una mano en dirección a Matt cuando el puma se le acercó.
—Me conoce. Sabe que soy de Lil.
Una vez más, Baby se restregó contra el jersey y empezó a rastrear.
—Su olor está por todas partes, ese es el problema. Está por todas partes.
Baby subió de un salto al porche de Lil y profirió varios alaridos. Luego
bajó de nuevo para seguir rastreando.
—Te he preparado un kit —explicó Mary poniéndoselo en las manos—.
Mete el jersey en esta bolsa de plástico; de lo contrario, el pobre se hará un
lío. Tráela de vuelta, Coop.
—Lo haré. —Observó cómo el felino avanzaba sigiloso por el jardín y se
preparaba para echar a correr hacia los árboles—. En marcha.
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Lil calculó el tiempo y planeó rutas mientras permanecía sentada en la roca a
la luz mortecina del atardecer ante el hombre que quería matarla.
Sus nervios se iban calmando a cada minuto que pasaba. Cada minuto
alejaba más a su madre y acercaba más a Coop. Cuanto más rato pudiera
retenerlo allí, más posibilidades tendría.
—¿Te enseñó tu padre a matar? —preguntó en tono despreocupado, con
la mirada fija en el oeste, en el sol poniente.
—Me enseñó a cazar.
—Llámalo como quieras, Ethan. Abriste en canal a Melinda Barrett y
dejaste su cadáver a merced de los animales.
—Vino un puma. Una señal. Mi señal.
—Los pumas no cazan por deporte.
—Yo soy un hombre —replicó él con un encogimiento de hombros.
—¿Dónde dejaste a Carolyn?
Ethan esbozó una sonrisa.
—Ah, un banquete para los osos pardos. Pero la caza fue estupenda.
Aunque creo que tú lo harás aún mejor. Puede que aguantes casi toda la
noche.
—¿Y adónde irás después?
—A donde me lleve el viento. Y después volveré. Mataré a tus padres y
prenderé fuego a su granja. Y haré lo mismo con tu zoo. Cazaré en estos
montes y viviré libre, como tendría que haber vivido mi pueblo.
—Me pregunto qué porcentaje de tu visión de los sioux es real y qué
porcentaje es la versión adulterada de tu padre.
Ethan enrojeció de ira y con un gesto le advirtió que no lo provocara.
—Mi padre no era un adúltero.
—No quería decir eso. ¿Crees que los lakota aprobarían lo que haces? ¿El
modo en que cazas y matas a personas inocentes?
—No son inocentes.
—¿Qué hizo James Tyler para merecer la muerte?
—Venir a esta tierra. Su pueblo mató a mi pueblo. Se lo arrebató todo.
—Era un agente inmobiliario de Saint Paul. Estamos solos, Ethan, así que
no hace falta fingir que esto es más de lo que es. Te gusta matar. Te gusta
aterrorizar, acechar. Te gusta sentir la sangre caliente en las manos. Por eso
utilizas un cuchillo. Cualquier otra cosa, como decir que mataste a Tyler por
un puñado de tratados incumplidos, mentiras, codicia y el deshonor
perpetrado por personas que llevan más de cien años muertas, es una locura.
Y tú no estás loco, ¿verdad, Ethan?
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Un destello, una especie de chispa maliciosa se encendió en los ojos de
Ethan y se apagó casi al instante. Descubrió los dientes en una mueca
desagradable.
—Vinieron a esta tierra. Mataron. Sacrificaron. Y ahora su sangre
alimenta la tierra como la alimentó la nuestra. Levántate.
Una gélida oleada de miedo la embargó. Diez minutos, se recordó, si es
que Ethan respetaba sus propias reglas. Podía avanzar un buen trecho en diez
minutos. Se puso en pie.
—Corre.
Se moría de ganas de hacerlo.
—¿Para que veas en qué dirección voy? ¿Así es como rastreas? Creía que
esto se te daba bien.
Ethan sonrió.
—Diez minutos —le recordó antes de meterse en la cueva.
Lil no perdió ni un segundo. Sus máximas prioridades eran la velocidad y
la distancia. La estrategia tendría que esperar. La granja estaba más cerca,
pero tenía que alejarlo lo más posible de su madre. Cooper llegaría por el este.
Descendió dando tumbos por la pendiente, obligándose a tener cuidado y no
correr el riesgo de romperse un tobillo. El miedo la instaba a tomar la ruta
más recta y corta hacia el refugio, pero entonces pensó en la ballesta. De ese
modo la rastrearía con demasiada facilidad, y con esa ballesta podría abatirla
desde bastante lejos.
Además, Ethan podría seguir cualquier rastro que dejara para Coop.
Giró hacia el norte y corrió por delante de la oscuridad.
En la granja de los Chance, Joe se embutió más munición en los bolsillos.
—Apenas queda luz. Usaremos linternas hasta que salga la luna.
—Quiero ir contigo, Joe —Sam lo cogió por el hombro—, pero sé que eso
te retrasaría.
—No nos apartaremos de la radio —prometió Lucy mientras le daba una
mochila ligera—. Esperaremos tus noticias. Tráelas a casa.
Joe asintió y salió seguido de Farley.
—Tened cuidado —le suplicó Tansy al tiempo que le daba un abrazo
corto pero fuerte—. Tened mucho cuidado.
—No te preocupes.
Una vez fuera, Farley se situó junto a Joe a la cabeza de los tres hombres
armados que los acompañarían. Los perros husmeaban el aire y aullaban.
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—Sí les ha hecho daño… —musitó Joe a Farley—. Si le ha hecho daño a
cualquiera de las dos, lo mataré.
—Lo mataremos.
A varios kilómetros de distancia, Coop examinaba las señales que Lil le había
dejado. No veía al puma desde que se había adentrado en el bosque. Lo
acompañaban dos estudiantes, y estaba oscureciendo muy deprisa.
Debería haber ido solo, pensó. No debería haber perdido los valiosos
minutos que habían dedicado a llenar la mochila y soltar al puma.
Los demás iban diez minutos o más por detrás de él. Algunos se dirigían
hacia el norte, y otros hacia el sur. Gracias a la radio sabía que Joe
encabezaba otro grupo que se acercaba desde el oeste.
Pero aun así, la superficie que debían cubrir era inmensa.
—Esperad a que lleguen los demás.
—Te preocupa que la caguemos o que acabemos heridos. No nos pasará
nada —sentenció Lena, mirando a su compañero—. ¿A que no, Chuck?
Chuck la miró con los ojos como platos, pero asintió.
—Claro que no.
—Si os quedáis rezagados, volved. Informa de nuestro nuevo rumbo —
ordenó Coop a Chuck antes de dirigirse hacia el sudoeste.
Lil había dejado señales muy claras, pensó mientras se obligaba a no
correr para no pasar por alto ninguno de los indicios. Lil contaba con él. Si no
se hubiera parado en la carretera para hacer de buen samaritano, habría
recibido su llamada enseguida y la habría convencido para que esperara y así
poder acompañarla. Habría…
No servía de nada. La encontraría.
Pensó en Dory. Una buena policía y una buena amiga. Y en los largos y
pegajosos segundos que había tardado en desenfundar el arma.
Esta vez no llegaría demasiado tarde. No para Lil.
Lil dejó un rastro hasta un riachuelo y retrocedió. Al ponerse el sol, la
temperatura descendió. Pese a estar sudando por el esfuerzo y el miedo, tenía
frío. Mientras se quitaba las botas y los calcetines, pensó en el cálido jersey
que había dejado en el despacho aquella tarde.
Borrando las huellas a medida que avanzaba, bajó de nuevo hasta el
riachuelo y apretó los dientes al vadear el arroyo por el agua helada. Tal vez
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el falso rastro lo engañara, o tal vez no. Pero merecía la pena intentarlo.
Vadeó unos diez metros corriente abajo y luego otros diez antes de empezar a
escudriñar las orillas. Tenía los pies entumecidos cuando divisó un montón de
rocas. Servirían.
Salió del agua, volvió a ponerse los calcetines y las botas, y trepó por las
rocas hasta que llegó a un terreno blando. Echó a correr para alejarse del
agua; rodeó la maleza hasta que no le quedó más remedio que adentrarse en
ella. Sus botas golpeaban la tierra mientras subía por una cuesta pronunciada.
Buscó el cobijo de los árboles para descansar y escuchar.
La luna se elevaba como un foco por encima de los montes. La ayudaría a
no tropezar con rocas o raíces en la oscuridad.
Su madre ya debía de estar a medio camino de la granja, calculó. La
ayuda llegaría de esa dirección. Tenía que creer que su madre lo conseguiría y
enviaría al grupo de búsqueda al lugar que había elegido para el
enfrentamiento.
Tenía que volver a dirigirse hacia el este. Se frotó los brazos helados,
haciendo caso omiso de las magulladuras y los cortes que se había hecho al
correr. Si la maniobra junto al río le permitía ganar un poco de tiempo,
contaba con ventaja suficiente para conseguirlo. Solo necesitaba la energía.
Apretó de nuevo los dientes, se levantó y ladeó la cabeza al oír un leve
chapoteo.
Algo de tiempo, pensó mientras giraba hacia el este, pero no tanto como
había esperado.
Ethan se aproximaba. Y estaba cada vez más cerca.
Coop volvió a detenerse. Vio el rasguño reciente en la corteza del pino. La
señal de Lil. Pero examinó las huellas y… eran huellas de puma. La señal
indicaba el oeste, mientras que las huellas señalaban hacia el norte.
Nada demostraba que se tratara del puma de Lil. Y a todas luces, Lil se
había dirigido al oeste. Siguiendo el rastro de Ethan, en busca de su madre.
Pero después, Ethan habría querido experimentar la emoción de la caza.
La cabeza le decía que siguiera hacia el oeste, pero el corazón…
—Id hacia el oeste. Id despacio y sin hacer ruido. Seguid las marcas de los
árboles. Avisad por radio a los demás de que yo me voy hacia el norte.
—Pero ¿por qué? —Quiso saber Lena—. ¿Adónde vas?
—Voy a seguir al puma.
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¿No habría intentado Lil alejar a Ethan de su madre?, se preguntó Coop.
El corazón se le aceleraba cada vez que pensaba que le había perdido el
rastro. ¿Qué le hacía creer que sería capaz de rastrear al puma? Puto señor
Nueva York. Ahora no encontraría ninguna señal de Lil. Ninguna de esas
marcas tan prácticas, ningún montoncito de piedras. No podía dejar señales
porque Ethan la perseguía.
Ven a buscarme, le había suplicado. No podía sino rezar por haber tomado
el rumbo correcto.
En dos ocasiones perdió la pista del puma, y el terror y la desesperación lo
empaparon de sudor. El corazón le daba un vuelco cada vez que volvía a
encontrarla.
Y entonces descubrió las huellas de botas. Las botas de Lil. Se agachó y
con un estremecimiento rozó la impresión que habían dejado en la tierra.
Estaba viva. Viva y en movimiento. Vio otras pisadas, las de Ethan,
cruzándose con las suyas. La seguía, pero ella aún le llevaba cierta ventaja. Y
el puma los seguía a ambos.
Siguió avanzando. Al oír el murmullo de agua sobre rocas, apretó el paso.
Lil habría ido hacia el agua para despistar a su perseguidor.
Llegó al riachuelo y se detuvo, desconcertado. Las huellas de Lil se
perdían en el agua, pero las de Ethan avanzaban un poco más y luego daban
media vuelta. Coop cerró los ojos e intentó pensar con claridad.
¿Qué haría Lil?
Dejar un rastro falso, retroceder. Él no sabía lo suficiente para hacer algo
así. Si Lil se había metido en el agua, podía haber salido en cualquier punto.
El puma se había metido, de eso no cabía duda. Tal vez solo para cruzar el
riachuelo, o quizá para seguirla. ¿En qué dirección?
Apretó los puños a lo largo de los costados mientras intentaba con todas
sus fuerzas ver el territorio como lo vería ella. Corriente arriba y por la orilla
opuesta, podía atravesar la zona en dirección a la granja de sus abuelos u otras
casas. Un trayecto largo, pero Lil lo conseguiría. Abajo y al otro lado, la
granja de sus padres, más próxima.
Tenía que saber que los refuerzos llegarían desde allí.
Siguiendo su instinto, se metió en el agua y, de repente, se detuvo.
Corriente abajo y hacia el este. La pradera. La cámara de Lil. Su rincón.
Retrocedió y echó a correr. Ya no seguía huella alguna, sino los
pensamientos y patrones de una mujer a la que conocía y amaba desde su
niñez.
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Joe bajó la mirada hacia la sangre que manchaba la tierra. Relucía muy negra
a la luz de la luna. Sintió que las piernas le fallaban y que se mareaba, de
modo que se arrodilló y posó la mano sobre la sangre. Jenna, fue lo único que
alcanzó a pensar.
—¡Aquí! —Gritó entonces uno de los ayudantes—. Es Derrick
Morganston. Maldita sea, es Derrick. Está muerto.
No era Jenna. No era su Jenna. Más tarde, en algún momento, tal vez
lamentara no haber pensado en ese hombre, en su familia, haberse
concentrado tan solo en sus propios seres queridos. Pero ahora el temor y una
furia renovada lo impulsaron a levantarse como un resorte.
Echó a andar de nuevo sin dejar de buscar huellas.
Como un milagro, Jenna apareció entre las sombras y la luna. Caminaba
dando tumbos y cayó al suelo mientras Joe corría hacia ella.
De nuevo se arrodilló, la incorporó, la meció y lloró al tiempo que le
acariciaba el rostro magullado.
—Jenna…
—La pradera —farfulló ella.
—Aquí tienes agua, mamá. Agua.
Más lágrimas afloraron a los ojos de Joe cuando Farley acercó una botella
de agua a los labios de Jenna.
Jenna bebió para calmar la sed que la atormentaba mientras Farley le
acariciaba el cabello y Joe seguía meciéndola.
—La pradera —repitió.
—¿Qué? —Preguntó Joe, cogiendo la botella de manos de Farley—. Bebe
un poco más. Estás herida. Él te ha hecho daño.
—No. Lil. La pradera. Lo está llevando hacia allí. A su rincón.
Encuéntrala, Joe. Encuentra a nuestra pequeña.
Sin duda ya sabía hacia dónde se dirigía, pero ya no podía remediarlo. Lo
único que debía hacer era situarse un momento en el campo de visión de la
cámara con la esperanza de que alguien la viera y luego esconderse.
Llevaba el cuchillo en la bota. Ethan no lo sabía. No estaba del todo
indefensa. Cogió una piedra y la sujetó con fuerza. No, no estaba indefensa,
maldita sea.
Necesitaba descansar. Recuperar el aliento. Habría vendido su alma por
un sorbo de agua. Deseó que la luna se ocultara tras las nubes aunque tan solo
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fuera por unos minutos. Ahora ya podía orientarse en la oscuridad, y la
oscuridad le proporcionaría refugio.
Los músculos de las piernas protestaron una vez más mientras subía por la
siguiente cuesta, y los dedos que sujetaban la piedra estaban entumecidos. El
aliento le brotaba de la boca en pequeñas vaharadas fantasmales mientras se
esforzaba hasta la extenuación.
Dio un traspié, se odió por su torpeza y apoyó la mano en un árbol hasta
recobrar el equilibrio.
El dardo se incrustó en el tronco a escasos centímetros de sus dedos. Lil se
tiró al suelo y rodó sobre sí misma para protegerse detrás del árbol.
—¡Podría haberte dejado clavada como una polilla!
La voz de Ethan viajaba clara como el agua. ¿A qué distancia estaba?
¿Cómo de cerca? Imposible saberlo. Lil se levantó y corrió agazapada de
árbol en árbol. Cuando el terreno se tornó más llano, incrementó la velocidad
mientras imaginaba el dolor de uno de esos maléficos dardos en la espalda. Se
maldijo por pensar en aquellas cosas. Había llegado muy lejos, casi a la meta.
Los pulmones le ardían y respiraba entre silbidos mientras corría por la
maleza y se despertaba la piel helada a base de nuevos cortes.
Ahora Ethan olería su sangre.
Salió de los matorrales y porque alguien la viera cuando entró en el campo
de visión de la cámara. Acto seguido se dejó caer entre la hierba alta. Con los
dientes apretados, se sacó el cuchillo de la bota. El corazón le latía desbocado
contra el suelo. Contuvo el aliento y esperó.
Qué silencio, qué absoluta quietud. El aire apenas rozaba la hierba.
Cuando su torrente sanguíneo se tranquilizó un poco, oyó los sonidos de la
noche, leves susurros, la llamada indolente de un búho. Y luego a él
acercándose entre la maleza.
Acércate, pensó. Acércate más.
El dardo surcó la hierba treinta centímetros a su izquierda. Lil contuvo el
grito que amenazaba con escapársele y permaneció inmóvil.
—Eres buena. Sabía que lo serías. La mejor que he tenido. Es una pena
que se acabe. Aunque estoy pensando en darte otra oportunidad. ¿Quieres otra
oportunidad, Lil? Pues echa a correr.
El siguiente dardo se clavó en la tierra a su derecha.
—Tienes el tiempo justo mientras recargo. Unos treinta segundos.
No está lo bastante cerca para el cuchillo.
—¿Qué te parece? Empieza la cuenta atrás. Treinta, veintinueve…
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Lil se levantó como un rayo, giró sobre sí misma y lanzó la piedra con el
entusiasmo propio de una chica convencida de que puede jugar en primera
división. El proyectil se estrelló contra la sien de Ethan con un golpe sordo.
Ethan se tambaleó y, cuando dejó caer la ballesta, Lil profirió un grito y se
abalanzó sobre él.
Ethan sacó el arma que había robado al guarda forestal y disparó una bala
a los pies de Lil.
—De rodillas, zorra —ordenó, y aunque seguía tambaleándose y la sangre
salía a borbotones de la herida, la mano que sostenía el arma no vacilaba.
—Si piensas dispararme, dispárame ya, maldita sea.
—Puede que lo haga. En el brazo o en la pierna. No a matar —explicó al
tiempo que desenvainaba el puñal—. Ya sabes lo que va a pasar. Pero lo has
hecho muy bien. Incluso me has herido.
Se enjugó la sangre con el dorso de la mano en la que llevaba el cuchillo y
se quedó mirándola.
—Me inclino ante ti, Lil. Nos has traído hasta aquí, al lugar idóneo para
terminar con esto. Es el destino. El tuyo y el mío. El círculo se cierra, Lil. Lo
has entendido siempre y mereces morir de una forma limpia.
Echó a andar hacia ella.
—Quieto. Suelta el arma. Apártate de él, Lil —ordenó Coop desde el
margen de la pradera.
El sobresalto hizo temblar la mano en la que Ethan llevaba la pistola, pero
el cañón siguió apuntando a Lil.
—Si se mueve, le disparo. Tú me dispararás a mí, pero yo le dispararé a
ella. Tú eres el otro. —Ethan se detuvo un instante y luego asintió—. Es
lógico que estés aquí.
—Baja el arma de una puta vez o te mato.
—Le estoy apuntando a la barriga. Podré disparar una vez, quizá dos.
¿Quieres verla desangrarse? ¿No? Pues apártate. Apártate tú de una puta vez.
Lo dejaremos en tablas. Ya habrá otra ocasión. Si no bajas el arma, le meto
una bala en la barriga. Si la bajas, me iré, y ella vivirá.
—Está mintiendo —dijo Lil, convencida. Había advertido de nuevo aquel
destello fugaz de maldad en su mirada—. Pégale un tiro a este cabrón —
apremió a Coop—. Prefiero morir a dejar que se marche.
—¿Podrías soportarlo? —Preguntó Ethan—. ¿Podrías soportar verla
morir?
—Lil —dijo Coop, confiando que ella supiera interpretar su mirada
mientras bajaba el arma un par de centímetros.
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El puma surgió de la maleza, una llama dorada de colmillos y garras a la
intensa luz de la luna. Su alarido desgarró la noche como una espada de plata.
Ethan se quedó mirándolo con expresión aturdida, boquiabierto.
Y entonces fue su grito el que se oyó cuando el puma le hundió los dientes
en el cuello y lo abatió.
Lil retrocedió dando un traspié.
—¡No corras! ¡No corras! —Advirtió a Coop—. ¡Podría ir por ti!
¡Quédate quieto!
Pero Coop siguió acercándose. Acercándose a ella, pensó Lil, sin
entenderlo y con la mirada borrosa. Acercándose para sostenerla cuando las
rodillas por fin se negaron a seguir haciéndolo.
—Te hemos encontrado —musitó Coop antes de besarla en los labios, las
mejillas, el cuello—. Te hemos encontrado.
—Tenemos que alejarnos. Estamos demasiado cerca de la presa.
—Es Baby.
—¿Qué? No… —farfulló ella, volviéndose hacia los ojos relucientes del
felino sentado en la hierba y viendo aquel hocico manchado de sangre.
Y entonces el puma caminó hacia ella y le empujó el brazo con la cabeza
mientras ronroneaba.
—Ha matado. —Por mí, pensó, por mí—. Pero no se lo ha comido. Eso
no es… Eso no debería…
—El artículo ya lo escribirás más tarde —la interrumpió Coop al tiempo
que sacaba la radio—. La tengo. —Se llevó la mano de Lil a los labios—. Te
tengo.
—Mi madre. ¿Está…?
—Está a salvo. Las dos estáis a salvo. Vamos a llevarte a casa. Quiero que
te quedes aquí sentada mientras voy a echar un vistazo a Ethan.
—Se le lanzó a la yugular —murmuró Lil sepultando la cabeza entre las
rodillas—. Instinto. Siguió su instinto.
—Te siguió a ti, Lil.
Más tarde, cuando lo peor hubo pasado, Lil se sentó en el sofá delante del
fuego. Se había dado un baño caliente y tomado una copa de brandy. Pero aun
así no lograba entrar en calor.
—Debería ir a ver a mi madre.
—Lil, está durmiendo. Sabe que estás bien; ha oído tu voz por la radio.
Está deshidratada, magullada y agotada. Déjala dormir. Ya la verás mañana.
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—Tenía que ir, Coop. No podía esperar. Tenía que ir a buscarla.
—Ya lo sé. No tienes que volver a decírmelo.
—Sabía que vendrías a buscarme. —Lil se llevó la mano de Coop a la
mejilla y cerró los ojos para absorber su calor—. Pero Matt y Tansy
cometieron una locura al soltar a Baby.
—Todos estábamos como locos. Pero ha funcionado, ¿no? Ahora se está
poniendo morado de pollo y disfrutando de su nuevo estatus de héroe.
—En teoría no debería haber sido capaz de rastrearme, no como lo ha
hecho. No debería haber sido capaz de encontrarme.
—Te ha encontrado porque te quiere. Igual que yo.
—Lo sé —asintió Lil, tomándole el rostro entre las manos—. Lo sé.
Sonrió cuando Coop se inclinó para besarla con infinita suavidad.
—No voy a irme a ninguna parte. Ya es hora de que lo creas.
Lil apoyó la cabeza en su hombro mientras contemplaba el fuego.
—Si Ethan se hubiera salido con la suya, habría vuelto en busca de mis
padres. Los habría matado, o al menos lo habría intentado. Y habría venido
aquí para matar. Le gustaba matar. Cazar a seres humanos lo excitaba. Hacía
que se sintiera importante, superior. El resto, todo ese rollo de la tierra
sagrada, la venganza, el linaje…, no eran más que chorradas. Creo que había
llegado a creérselo, o al menos en parte, pero no eran más que chorradas.
—Pero no se ha salido con la suya —señaló Coop.
Se preguntó cuántos cadáveres no llegarían a descubrirse nunca. A
cuántos habría cazado y matado con completo desconocimiento del mundo.
Pero decidió que no era el momento de pensar en aquellas cosas.
Tenía a Lil, la tenía a salvo entre sus brazos.
—Ibas a dispararle.
—Sí.
—Has bajado la pistola lo suficiente para que se convenciera de que ibas
en serio y se girara hacia ti. Y entonces lo habrías matado. Y suponías que yo
sería lo bastante lista para quitarme de en medio.
—Sí.
—Pues tenías razón. Estaba a punto de tirarme al suelo cuando ha
aparecido Baby. Confiamos el uno en el otro, a vida o muerte, sin
condiciones. Eso es muy importante. —Lil lanzó un largo suspiro—. Dios,
estoy agotada.
—Pues no entiendo por qué.
—Un día de estos te lo explicaré. ¿Me haces un favor? Esta mañana he
dejado la basura en el lavadero. ¿Te importaría sacarla?
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—¿Ahora?
—Sí, por favor. Ya sé que es poca cosa en comparación con salvarme la
vida, pero te lo agradecería.
—Vale.
Lil contuvo una sonrisa cuando Coop salió a grandes zancadas, a todas
luces molesto. Tomó otro sorbo de brandy y esperó.
Coop volvió, se situó delante de ella y la miró.
—¿Has dejado esto en el lavadero esta mañana?
—Sí.
—¿Antes de que te salvara la vida… o ayudara a salvarte la vida?
—Sí.
—¿Por qué?
Lil sacudió la melena y lo miró de hito en hito.
—Porque he llegado a la conclusión de que no te irás a ninguna parte, y
puesto que te he amado durante casi toda mi vida, quiero que te quedes aquí
conmigo. Eres el mejor amigo que he tenido jamás, y el único hombre al que
he amado. ¿Debería vivir sin ti solo porque a los veinte años eras un idiota?
—Eso es discutible… Me refiero a lo de que era idiota —replicó Coop,
acariciándole el pelo—. Eres mía, Lil.
—Sí. —Lil se levantó con una pequeña mueca de dolor—. Y tú eres mío
—añadió, refugiándose entre sus brazos—. Esto es lo que quiero —murmuró
—. Mucho de esto. ¿Sales a dar un paseo conmigo? Sé que es una cursilada,
pero me apetece pasear a la luz de la luna, sintiéndome a salvo, querida y
feliz. Contigo.
—Coge la chaqueta —le aconsejó Coop—. Hace frío.
La luna los iluminaba pura y blanca mientras paseaban. A salvo, queridos
y felices.
La llamada del puma rompió el silencio de aquella noche fresca de
primavera en el valle. Luego se perdió en las colinas, que se alzaban muy
negras en la oscuridad.
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NORA ROBERTS (Silver Spring, Maryland, 1950). Eleanor Marie Robertson
fue la menor de cinco hermanos, la única niña. Fue educada durante un
tiempo en una escuela católica antes de casarse muy joven con Ronald
Aufem-Brinke y establecerse en Keedysville, Maryland. Durante un tiempo
trabajó como secretaria legal pero permaneció en casa después del nacimiento
de sus dos hijos. El matrimonio Aufem-Brinke se divorció.
Comenzó a escribir durante una tormenta en febrero de 1979, y su primera
novela, Irish Thoroughbred, apareció en 1981, publicada por Silhouette. Para
firmar sus novelas románticas ha utilizado el seudónimo de Nora Roberts,
diminutivo de su nombre y apellido.
Bajo el seudónimo de J. D. Robb, Robertson también escribe la serie «In
Death» de ciencia ficción sobre temas policíacos. Las protagonizan la
detective de Nueva York Eve Dallas y su marido Roarke y tienen lugar a
mediados del siglo XXI en Nueva York. Las iniciales «J. D.» son de sus hijos,
Jason y Dan, mientras que «Robb» es una forma apocopada de Robertson.
Robertson es famosa por ser muy prolífica. En 1996 superó el listón de las
100 novelas con Montana Sky. Escribe ocho horas cada día, todos los días, e
incluso trabaja durante las vacaciones.
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Muchos lectores y estudiosos de la ficción romántica atribuyen la
transformación hacia una heroína romántica más fuerte en parte a la habilidad
de Robertson para desarrollar personajes y narrar una buena historia.
Otras autoras de novela romántica se refieren a ella humorísticamente como
«The Nora».
Se han rodado más de una docena de telefilmes basándose en sus novelas.
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Notas
Página 432
[1] Chance significa «oportunidad» en inglés. (N. de la T.) <<
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