Algunos árboles 41 poemas de John Ashbery elegidos al azar Traducción de Ezequiel Zaidenwerg Algunos árboles Éstos son sorprendentes: cada uno apareado a un vecino, como si el discurso fuera una inmóvil representación. Poniéndonos de acuerdo, por azar, en encontrarnos hoy por la mañana, tan distantes del mundo como en concordancia con él, vos y yo somos de repente lo que tratan los árboles de decirnos que somos: que su simple presencia tiene un significado: que muy pronto podremos tocar, amar, explicar. Y dichosos de no haber inventado semejante hermosura, vemos que nos rodean: un silencio poblado ya de ruidos, un lienzo del que emergen un coro de sonrisas, una invernal mañana. Bajo una luz desconcertante, en movimiento nuestros días se visten de reticencia tal que estos acentos parecieran defensa de sí mismos. Hornacina ¿Será posible que la primavera se esté acercando una vez más? Siempre nos olvidamos de qué cosa mecánica resulta, porosa como el sueño, a la deriva sobre el horizonte, sin querer tomar partido,“independiente de última hora”, salvo que se le impute -¡qué horror!- una intención, y que todo el sentido de su ser primavera se hunda como un pozo hecho en la arena. De todos modos, tiene una respiración entrecortada, hay que reconocérselo. Y si otras estaciones fueran a coagularse y convertirse en años, como pintura derramada, seca, ¿por qué? ¿quién nos podría criticar que no fuimos previsores? En efecto, cuidamos a los otros como si fueran importantes, y ellos, haciéndose eco de ese espíritu, vinieron a dormir a nuestra casa, y pasaron la noche dentro de una hornacina desde la cual podía oírse claramente su respiración. Pero aún falta para que termine. Todos los días hay accidentes terribles. Así es como sorteamos los obstáculos. El desconocimiento de la ley no exime de cumplirla Nos advirtieron sobre las arañas y la ocasional hambruna. Agarramos el auto y nos fuimos al centro a ver a los vecinos. Ninguno estaba en casa. Hicimos nido en los jardines que el municipio había diseñado, nos acordamos de otros lugares diferentes, ¿pero lo eran? ¿No sabíamos todo de antemano? En viñedos en los que el himno de la abeja ahoga la monotonía dormimos por la paz y nos sumamos a la gran campaña. Él se acercó hasta mí. Todo era como entonces, excepto por el peso del presente, que destruía el pacto que habíamos celebrado con el cielo. En realidad, no había razón para alegrarse, tampoco era imperioso regresar. Estábamos perdidos con sólo estar ahí parados, escuchando el zumbido de los cables encima de nosotros. Lloramos la meritocracia, que con salvaje vehemencia, había puesto comida en nuestra mesa y leche en nuestros vasos. En la granja del norte En algún lado, alguien viene hacia vos con furia, a una velocidad extraordinaria, viajando día y noche, por tormentas de nieve, al calor del desierto, dejando atrás torrentes y atravesando estrechos pasadizos. Sin embargo, ¿él sabrá dónde encontrarte, te reconocerá cuando te vea, te entregará lo que tenía para vos? Acá no crece casi nada; de todos modos, los graneros están llenos de harina, los costales se apilan hasta el techo. En los arroyos corre dulce el agua, engordando a los peces; pájaros oscurecen el cielo. ¿Bastará con sacar a la noche un platito con leche, con pensar en él de vez en cuando, de vez en cuando y siempre, con sentimientos encontrados? Tiempo de locos Es el tiempo de locos que está haciendo: de repente tropieza hacia adelante, y luego se recuesta entre los pastos ralos y las flores blancas, delicadas y sin nombre. Una gente se puso a hacer ropa con eso, cosiendo la blancura de las lilas con un rayo en una encrucijada ignota. El cielo llama a la tierra sorda. El desarreglo proverbial de la mañana se corrige a sí mismo cuando vos te parás. Estás vestido con un texto. Los versos caen marchitos sobre tus cordones, y yo nunca querré ni necesitaré otra literatura que esta poesía hecha de barro y de reminiscencias ambiciosas de la época en que surgía fácilmente de lo que por entonces eran bosques y campos arados y tenía una sencilla dignidad inconsciente, a la que ahora nunca podríamos esperar aproximarnos, salvo en una quebrada muy estrecha que nadie va a ir a inspeccionar, donde quizás una última muestra de ese espécimen raro y poco interesante esté dando algún brote, al menos por lo poco que se sabe. Un poema adicional ¿Cuándo habrán de encontrar la esperanza y el miedo sus objetos? El puerto, frío para los barcos apareados. Y vos, parado en el balcón, perdiste, con el bosque del mar debajo, calmo y gris. Una fuerte impresión que fue arrancada de la luz descendente, pero la culpa es de la noche. Vos sabías que la sombra en el baúl estaba delirando, pero te da más hambre y te olvidás. Está abierta la caja lejana. Un ruido como de cereales tirados en el suelo con alguna impaciencia: nos alzamos con la noche salida de la caja de viento. ¿Qué es la poesía? ¿La ciudad medieval que tiene un friso de boy scouts de Nagoya? ¿La nieve que cayó cuando nosotros queríamos que nevase? ¿Imágenes hermosas? ¿Intentar evitar las ideas, igual que en este poema? Sin embargo, ¿nosotros regresamos con ellas, como con una esposa, abandonando a la amante deseada? Ahora no podrán más que creerlo, como creemos nosotros. En la escuela le pasaron el peine a todo pensamiento: lo que quedó era como un campo. Cerrá los ojos, y podrás sentirlo alrededor de vos, muchos kilómetros. Canción La canción habla acerca de cómo acostumbrábamos vivir, de cómo era la vida en épocas pretéritas. Del olor de las telas estampadas con flores, de cómo simplemente las cosas terminaron cuando terminaron, de volver a empezar con un suspiro. Luego algunos movimientos se revierten, y las urgentes máscaras aceleran, con rumbo a un final totalmente inesperado, como relojes fuera de control. ¿Acaso es éste el gesto buscado desde siempre, el curvarse hacia adentro de frustradas negaciones, como el follaje de la selva y la simplicidad del final, para luego dejar que todo escape con rápida dulzura sofocante? El día le presenta a la nada del cielo su rústica fachada de ladrillos. Los autos se lamentan de que, tarde o temprano, todo va a irse a pique. Mientras tanto, nosotros nos sentamos, apenas atreviéndonos a hablar, y a respirar, como si estar tan cerca nos costara la vida. Las pretensiones de un pasado habrán de convertirse algún día en progreso, un crecimiento, hermoso como un libro de historia nuevo, con las páginas sin cortar todavía, ilustraciones aún no vistas, y quedará aclarado el objeto de tantas detenciones y comienzos: volver al viejo tema de no querer crecer hacia la noche, que se vuelve una casa, un irse cada uno por su lado que nos interna en las profundidades del sueño. Un amor mudo. Los vegetarianos Frente a vos, largas mesas que llevan hacia el sol, la construcción de un gesto grandioso. Lo aceptás, como queriendo jugar con él y traducirlo cuando su atención se desinfla a lo largo del único segundo de la eternidad. Se necesita extrema paciencia y persistencia, y sin embargo todo el mundo tiene éxito en esto, antes de recibir la cajita sorpresa del almuerzo con el resto de su vida. Pero lo que es en verdad alarmante es que todo sucede con modestia, en la vena de la vida real, y luego también eso se traduce en algo, que se desprende y flota por encima, señales luminosas que la vida emitió, débiles y, a pesar de eso, esenciales para descorchar el tono, que ahora se perdieron, hace poco pero para siempre. Todo era puro en Zurich, y lleno de propósito, como las cabinas rojas, colgadas de unos cables alrededor del lago, contra el cielo, y que bajaban luego a través de la meteorología. Lo cual recuerda lo que vos no quisieras hacer más que los troncos de los árboles negros, aunque lo pensaste. Nuestras leyendas, siempre, en consecuencia, vuelven a parecer legendarias, un caminito decorado con nuestras idas y venidas. O al menos eso me dijeron. Mi doble erótico Me dice que hoy no tiene ganas de trabajar. Da igual. Acá en la sombra tras la casa, amparado del ruido de la calle puede uno revisar toda suerte de viejos sentimientos, tirar algunos, guardar otros. El intercambio de palabras ingeniosas entre los dos se vuelve muy intenso cuando hay menos sentimientos que puedan confundir las cosas. ¿Otra pelea? No, pero siempre las últimas cosas que se te ocurren para decirme son encantadoras, y me rescatan antes de que lo haga la noche. Flotamos sobre nuestros sueños, en una balsa hecha de hielo, atravesados por preguntas y fisuras por las que se cuela la luz de las estrellas, que nos tiene despiertos, y pensamos en los sueños mientras suceden. Qué ocurrencia. Lo dijiste vos. Lo dije pero igual puedo ocultarlo. Pero elijo no hacerlo. Gracias. Sos muy amable. Gracias. Vos también. Eco tardío A solas con nuestra locura y nuestra flor preferida, vemos que en realidad no queda nada sobre lo que escribir. O que, más bien, es necesario continuar escribiendo sobre las mismas cosas de siempre de la misma manera, repitiendo las mismas cosas una y otra vez para que así el amor persista y se haga gradualmente diferente. Hay que volver a examinar eternamente hormigas y colmenas, así como el color que tomó el día un centenar de veces, variando entre el verano y el invierno, para que baje la velocidad, hasta alcanzar la de una verdadera zarabanda y se acurruque allí, a descansar, con vida. Sólo entonces la falta crónica de atención de nuestras vidas nos envolverá, conciliadora y con un ojo en esas largas sombras de peluche marrón que le hablan de manera tan profunda a la consciencia improvisada que tenemos de nosotros mismos, los motores parlantes de nuestra época. Caminás por ahí ¿Qué nombre podría darte? Ciertamente, no hay nombre que te quepa de la misma manera en que les cuadran sus nombres a los astros. Caminás por ahí, objeto, para algunos, de curiosidad, pero estás demasiado preocupado por la mancha en el fondo de tu alma, para decir gran cosa, o pasear por ahí sonriéndote a vos mismo y a los otros. Esto empieza a volverse un poco solitario, pero a la vez un poco desalentador. Es contraproducente, te das cuenta, al ver una vez más que el camino más largo es el más eficiente, ése que serpenteaba por las islas, y que siempre creías recorrer en círculos. Y ahora que el final se acerca, el viaje y sus segmentos se abren como naranja desgajada. Hay luz ahí, y misterio; y hay comida. Vení a ver eso. No vengas por mí, más bien vení por eso. Pero si sigo ahí, permití que tal vez podamos vernos. Este cuarto El cuarto en el que entré era este mismo cuarto pero en sueños. Seguramente, todos esos pies que había en el sillón eran los míos. El retrato ovalado de un perro era yo mismo a edad temprana. Hay algo que reluce, y algo que se acalla. Nos dieron macarrones de almorzar todos los días, a excepción del domingo, que indujeron a una pequeña codorniz a que se nos sirviera. ¿Para qué te estoy contando esto? Vos ni siquiera estás acá. Tapiz Es difícil separar el tapiz del cuarto o del telar que tienen primacía sobre él. Puesto que siempre debe estar de frente pero hacia un solo lado. Insiste en esta imagen de la “historia” mientras sucede, porque no hay manera de escapar del castigo que propone: la vista encandilada por el sol. La visión se asimila con lo visto en una explosión súbita de conciencia de su esplendor formal. La vista, que se ve como interior, registra el impacto de ella misma al percibir fenómenos, y al hacerlo garabatea un croquis o un boceto de lo que estaba ahí: muerto en la línea. Si tiene forma de frazada, es porque estamos deseosos, aun así, de arroparnos con ella: debe ser ésa la ventaja de no experimentarla. Y sin embargo, en otra vida, que en cualquier caso representa la frazada, los ciudadanos tienen dulce comercio unos con otros y manosean la fruta sin que nadie los moleste, como les gusta a ellos, y las palabras van llamándose a sí mismas, abandonando el sueño tirado en algún charco, como si “muerto” fuera sólo un adjetivo más. El héroe Cuya cara es ésta tan fruncida contra los árboles azules, levantada al futuro ¿porque no tiene fin? Pero eso se marchitó como las flores, como los primeros días de buena conducta. Andá a visitar al hombre fuerte. Pellizcalo: no tiene fin su desdén, el preciso. Desconocido esperado el moretón va a venir de visita más tarde. Por el momento, el dolor hace una pausa en su ronda, anota la hora, la temperatura del paciente, deja una nota para su suplente: ¿Qué carajo quisiste hacer? O sea… En fin, a buen entendedor, dice la gente. Dejo esto en recepción. Dios va a descubrir el patrón y lo va a romper. Glazunoviana El hombre del sombrero rojo y el oso polar, ¿también está acá? La ventana que sigue dando sombra, ¿también está acá? ¿Y todas las ayuditas, mis iniciales en el cielo, el heno de una noche de verano ártico? El oso cae muerto al ver la ventana. Unas amables tribus acaban de mudarse al norte. En el atardecer parpadeante se agolpan los vencejos. Nos rodean ríos de alas y una gran tribulación. La vida es sueño El talento para la autosuperación no te va a llevar más lejos que al terreno baldío al lado de la maderera, donde toman lista. Mi apellido empieza con A, así que es uno de los primeros que leen. No sé bien dónde formarme: ¿será que ese grupo de tres o cuatro personas es donde empieza la fila? Antes de que lo pueda averiguar, un tipo que parece un roedor me empuja de los hombros. “Es para allá”, me espeta. ¿No te enseñaron nada en el colegio? ¿Que una fotografía de cualquier cosa puede ser real, o tal vez no? La esquina de la hornalla, una nube de jejenes a la hora del crepúsculo.” Ya sé que voy a saber más después. Mientras, hay que esperar. Es verdad que la vida puede ser cualquier cosa, pero algunas cosas definitivamente no son la vida. Esta mano enguantada, por ejemplo, que se desliza con tanta seguridad en la mía, como si quisiera quedarse. Estas ciudades lacustres Estas ciudades lacustres nacieron del odio y se dieron al olvido, a pesar de su enojo con la historia. Son producto de una idea. Pongámosle: que el hombre es horroroso. Aunque ése es un ejemplo, nada más. Emergieron hasta que una torre tomó control del cielo, y artificiosamente se volvieron a hundir en el pasado en busca de cisnes y ramas que se iban estrechando, en llamas, hasta que todo ese odio se transformó en un amor inútil. Después te queda una idea de vos mismo y la sensación de vacío que sube por la tarde, que hay que cobrársela a la vergüenza de los otros que pasan volando al lado tuyo como faros. La noche es un centinela. Ocupaste gran parte de tu tiempo con juegos creativos hasta ahora, pero tenemos planes con todo incluido. Pensamos, por ejemplo, en mandarte al medio del desierto, a un mar virulento, o hacer que la cercanía de los otros sea aire para vos, empujándote de nuevo a un sueño inquieto como la brisa del mar saluda la cara de un chico. Pero el pasado ya llegó, y vos estás pensando en un proyecto privado. Lo peor todavía no terminó, y sin embargo sé que vas a ser feliz acá. Por la lógica de tu situación, que es algo que ningún clima puede resolver. A veces tierno y otras desenfadado, ves que construiste una montaña de algo, depositando toda tu energía con cuidado en este único monumento, cuyo viento es deseo que almidona un pétalo, cuya desilusión estalló en un arcoiris de lágrimas. Le dije que le diera para adelante En la estación de servicio, reinaban las sorpresas desagradables por los precios. Las vidas de los residentes cambiaron. Me dolía la cabeza de tantos bulevares. La lejana ensenada se congela cuando le corresponde. La alimentación defectuosa se repliega como una antena, helicópteros, vidas por centavos entregadas también a estos placeres: me veía a mí mismo, una porción de mezquindad que se perdía entre el polen de la arboleda. El derecho de estos ciudadanos a guardar silencio: cortar cosas en pedazos, aportar evidencia, cambiarlo todo. Hablabas como un chico Nos sentamos los dos en el largo pasillo. Te quería hacer una pregunta, preguntarte por un nuevo estado de ánimo que buscaba. Algo ni posado ni casual. Afuera, bajo la bofetada del cielo, las hojas daban en la tecla. Son nuestros propios esqueletos. Y flojo era el informe tautológico. No tienen camas sin cobijas. Acá los chicos son como conejos perseguidos, y no piensan demasiado en lo que sigue. Un príncipe ahogado llama al septeto, las celestas suenan tenues y vivaces a lo lejos, lo que se suponía que era lejos. Hablabas desde el margen. La plantilla siempre estuvo ahí, su existencia rara vez en tela de juicio o de sospecha. Los poetas del futuro habrían de evitarla, como hicimos nosotros. Una baranda imaginaria se perdía internándose en el bosque. Ahí se juntaba la vieja pandilla a intercambiar anécdotas. Era como el Amazonas, pero a una escala muy reducida. Después, cuando algunos nos desparramamos por el mundo y pudimos hacer comparaciones, tanta alharaca nos pareció justificada. No había dos poetas que estuvieran de acuerdo en nada, y eso nos divertía. Nos parecía bien, la oscuridad en coágulos que llegaba a diario. Idea del bosque Disfruto todo este aparecer, tomarse de la mano: ¿qué no es mejor que tomarse de la mano? Así podemos ver a lo lejos, lejos de los caminos que otros abrieron, incluso un poquito de realidad, ingesta más oscura aunque les salió un cerebro fantasma en los pezones comunes cuando al auto se le ocurrió parar. Yo llevo los huevos rellenos. Los mensajes sinceros son mi forma de expresión. Seguí la casa gigante pero que no te vea. Acordate que el pasto te va a dejar salir. Pero no te escabullas. El interés romántico Lo veíamos venir desde siempre, después estaba simplemente acá, paralelo a la marcha de los días. Para entonces éramos nosotros los que habíamos desaparecido, en el túnel de un libro. Al levantarnos de madrugada, entramos en la corriente de noticias de mañana. ¿Y por qué no? A diferencia de otros, no tenemos nada que exigir ni que tomar prestado. Somos apenas piezas de geometría sólida: cilindros o romboides. Nos concedieron cierta satisfacción. Es verdad que volvemos a buscar más: es parte del aspecto “humano” del desfile. Y hay regiones más oscuras apuntadas a lápiz, que habría que explorar alguna vez. Alcanza por ahora con que el día se haya terminado. Trajo su carga de frescura, la dejó y se fue. En cuanto a nosotros, seguimos acá, ¿no? Nuevas preocupaciones Sulfúrico, el delantal del Sr. Hanratty flota sobre el atardecer, augurando un frío extremo. La ventaja de los invitados no socava su juventud de ir al arco. El viento esparce brotes de arveja por los cielos. Todo es temblor, modestia, una espera que da qué contar. Varios oradores impugnan a la vez la veracidad de un arroyo tardío en agosto, y el sentido que habría tenido el mismo día en otro año. Los corredores ya deben haber llegado a la frontera norte y hundido las yemas de los dedos en el fuego. Y sí, ésta es una de esas veces. Por ahora Muchas cosas habrán de perdonárseles a quienes no se hayan dado cuenta de nada. Pero me pregunto, ¿nuestra polémica tiene eje? Y en ese caso, ¿quién se ocupa de alumbrar? No es que no me haya demorado, hediondo, en la oscuridad. Qué tendrá que ver conmigo todo este lío, seguro más de uno se habrá preguntado. Y si él o ella vieron de repente en retrospectiva el victimismo de todos esos años, que el dolor era tan reversible como el placer, ¿ahora no defenderían nada que se venda en un negocio, la abundancia de los sótanos de liquidaciones abierta a la intemperie? Salen de la despensa y el pajar unas elegantes piernas blancas. Se estableció una forma de sentarse, aunque es lo mismo que antes ya habíamos manoseado: juncos, viejos repuestos para lancha, huevas de arenque.Trajimos otra cosa– un esclarecimiento que creíamos que los meses podían disfrutar en su progreso gradual por los años: “caer en cuenta de repente”, el significado de los sueños y los viajes, y de qué forma los cuartos de hotel pueden volverse el espacio significativo en el que uno vive desde siempre. Es algo muy chiquito, la verdad, un fragmento de vida que no parecía interesarle a nadie más. Tampoco es que se lo puedan llevar: es parte de la decoración, del baile, para siempre. Como una fotografía Tal vez querrías vivir en una de esas casas más bien chicas que empiezan a subir por la colina, después vuelven a los tumbos al principio como si no hubiera pasado nada. Tal vez disfrutarías cenar sándwiches con el vecino que hace concesiones. Todo va a terminar en un minuto, me dijiste. Los dos nos lo creímos, y el reloj está corriendo. Dale, seguí brillando. Una especie de escalofrío Él tenía un hermano en Schenectady pero eso fue hace mucho. Hoy en día, los cuervos marcan tarjeta en un terreno olvidado que no está lejos de los Adirondacks. Se mantienen en forma y a la moda con listas de pendientes para mañana: graznar, arrepentirse por completo del pasado. Eso le pone onda a la ocasión y los motiva de maneras que nunca habían soñado. Estuvo de racha toda la tarde, y, como pasa con todo, se hartó. Ningún reclamo que liquidar. Nada de merodear callejones oscuros a la espera de un sacerdote, o de la policía, lo cual sería más probable, si estuviéramos a fin de año fiscal. Un sombrero perfecto Me olvido de lo que preferiría estar haciendo. Floral y verbal, estoy metido en lo que preferiría estar haciendo, saltar de un precipicio, arengar subordinados. Hay tantas cosas que uno preferiría que lo agarraran haciendo, como medir el árbol, cuya rauda sombra nos amenaza a nosotros y a los azulejos. Ah el molino cantaba tantas cosas pero la rueda no paraba de girar, te dieras cuenta o no. La rueda que ahí sigue, pero mucho más grande. Nos advirtió que nos fuéramos pero nos quedamos durmiendo la exacta duración de la idea que ahora nunca nos abandona. El príncipe negro Podría ser una pisada en el bosque o un antiguo mensaje del Rey de los Ratones que dijera: Volvé a la frontera, te perdonamos todo. Y él se había perdido, farfullando en la costa de una isla inexplorada. Sus gestos y su discurso tenían total sentido considerados juntos. Apenas cuando el viento los dispersaba dejaban de importar, les importaban a unos pocos. Una que sepamos todos Vigilás vestido de paisano. ¿Por qué no aceptar lo más fácil, lo que te ofrecen? ¿Lo más amable? Porque no es ni tan fácil ni tan amable. Tiene que ser difícil para habernos traído hasta acá. En cualquier momento vamos a lograr construir establos, pintar, cerrar los candados, prescindir de todo lo funesto. Así, pensamos, nos va a durar y por bastante tiempo. Fuera de eso, dormimos, cabeceamos como juncos a la orilla de un estanque. Esos lugares que quedaron sin sembrar van a ser cultivados por otro, por otros. En retrospectiva va a parecer que estuvo bien. La galería majestuosa. Todos los barcos numerados. Los setos comidos como el otoño, o una plaga, como la fruta. Variedad asequible Una cosa es que un hijo secuestre a un padre. Otra muy distinta es que el padre se siente con el hijo, tapando el sendero y sus musgos preferidos. La catexis llega temprano en un carruaje de oro. Vemos cosas encaramadas por ahí, laberintos atrapados dentro de laberintos, racimos de uvas en la garganta, el horizonte. Y no podíamos seguir el paso. Es así. Estamos en un país invadido. El amanecer va a abdicar todo tu libro. Andar por ahí te va a enseñar las cosas importantes: descuentos, barriles llenos de interruptores, días barridos a la existencia. El chico creció mientras crecían estas cosas, paró la oreja y se preocupó por los momentos almidonados que borraron del archivo oficial. Compramos pantalones y trajes, de vez en cuando una camisa gris. Para el fin de semana, todo era silencio e industria. La roca de Inchcape Enderezá el “sentido”, sacá la basura, el perro a pasear, rascate un poco las pelotas, para el viernes disculpate por tres cosas: oh, callado noúmeno de mi alma, es el fin, ¿verdad? Perdiste la llave y la respuesta está adentro en algún lado, ¿y dónde vas a respirar? Está cerrado el cofre que te conocía a vos y a todos tus amigos, voces que podrían haber hablado en tu nombre… ¿Por qué, qué querías que hiciera con ellos? Con medio documento alcanza para el tiempo que hace, un momento salvaje, una excrecencia, más. Tamiza los rumores una apología pelada. Llegaron los pies. La bonne chanson No podría haber hecho otra cosa, gritó alguien. Se asomaron y se había ido, el cuerpo disuelto en filamentos de tungsteno. Cuando aceleraron, fue un caos, no creerías cuántos suplicantes se pasaron de bando, y él listo y preparado para reescribir la historia si por casualidad se le ofrecía una nota al pie. Hasta trató de plastificar mi caballo, dijo que iba a andar mejor. Ay, te digo teníamos tantas cosas, demasiado en nuestra época, demasiadas piedritas en la orilla. Volvimos más tarde pero la mayoría ya no estaba. Algunas reflejaban la luz de las severas estrellas y eso era todo lo que tenía para decirte. Se enojaría, nos desterraría. Nadaríamos en un delirio abrupto. La emoción de un romance Es distinto cuando uno tiene hipo. Todo: tantas manos gustosas que compiten por tu atención, una bufanda, una nube de hollín, o tan sólo una ráfaga de silencio de una radio. ¿Qué es? Te vas a enterar para tu consternación cuando al final de una larga fila en el comedor, bandeja en mano, te cuenten que cerraron las puertas después de la Segunda Guerra Mundial. Declararon a Syracuse capital de una nación descontenta, pero el directorio tenía otros objetivos ocultos. Proclamar a la lógica víctima de la verdad era uno de ellos. La soledad de todos (y la promiscuidad resultante) perfumaban los senderos de aldeas que creíamos civilizadas. Te vi esperando un tranvía y seguí mi camino. ¡Ay! Eras sólo un chico en armadura. Ahora que los brindis procaces dan la vuelta a una mesa demasiado primorosa, ¿por qué las consecuencias son sólo polvo, enfermedad y decrepitud? Los recuerdos agradables son así. Entonces canalizo lo que puedo hacia mi contingencia, un filón de mercurio que no deja de subir, cada vez más puntual. En la ciudad se vuelven a vestir trajes típicos estampados con flores obsoletas, que promueven el debate. Una historia de fuego Los escribas se hundieron en su asombro. No era el expediente jerárquico que se había abierto al público. Era algo mucho más maravilloso: una piedrita opaca en el pasto. Yo casi siempre estoy buscando temas que analizar para extender mis investigaciones a climas retrógrados de alienación y majestad meridianas. Uno de ellos, que se extiende un poco más lejos, resuena hoy con inusual franqueza: lo que pienso de la sinceridad desaliñada que todos habitamos en algún momento. Retirarse del sol de la tribu para habitar un remordimiento sin dudas intacto. La soledad “Resuelto y empeñado”, uno le escribe una carta a la calle, en demótico, con la esperanza de que algún amigo la encuentre, se la guarde y la analice. Esto es lo que el futuro está dispuesto a revelar, con condiciones: podrías diseñar algo en tu casa. La paz mental de los demás no es tu problema hasta el día en que te sale el tiro por la culata, y te inundan las consecuencias, y te dejan salobre y sin probar. A ver, pruebo de vuelta: en paz, esta vez. Por supuesto que a todos les gusta la luz que lengüetea la puerta de la casilla de las lanchas, espolvorea las rocas con azúcar. Es como si quedara un mensaje por cosechar, papeleo que yo te mando a vos. Y pensábamos que estábamos perdidos. ¿Cuántas veces nos entregamos a la desesperanza sólo para que el tiempo nos recordase la firmeza de su compromiso con nuestro bienestar, o con su falta? Se viene la lluvia Se borra el pizarrón en el altillo, y el viento hace brillar más fuerte la luz de las estrellas, ahora correosas. Alguien se va a enterar, alguien va a saber. Y si en alguna parte de este gran planeta se descubre la verdad, una parcela de verdad, reseca, esmaltada por el sol, ahí se va a quedar, en su propia infamia, su humildad. No va a hacer mejor a nadie, pero las cosas no podrían ser peores. Seguí jugando, perfeccionando el paso hacia el desorden que entrañaba. ¿No ves que es lo único que podemos hacer? Mientras tanto, surgen grandes incendios, como de paja que se quema. Ajustaron el dial, y eso es ominoso, pero la generosidad con que vivís se complota con eso, ahora que ésta es nuestra casa: un lugar de donde ser, por el que puedan preguntarte. Gritos de primavera Nuestros mayores miedos se cumplieron. Luego, una seguidilla de éxitos; o fracasos. Ella nos ruega que nos quedemos: “Quédense, al menos un ratito, ¿puede ser?”. Nos expulsan al polvo de nuestras decisiones. Saber que sería así no lo hizo más fácil de entender, o soportar. Mayo está como loco. Sus recapitulaciones dejan la tierra estéril. En el pantano, un pájaro le erra a su presa y vuelve para atrás, piando pudoroso. El istmo tiene un enchapado blanco. La gente vuelve a la ensenada: nadadores adultos, todos ellos. Un poema del malestar Los hombres entienden puntualmente el río de la vida, y lo malinterpretan a medida que se ensancha y sus ciudades se hacen más oscuras y más densas, y se van alejando más y más. Y por supuesto que esta densidad lejana nos queda bien, igual que los corderos y los tréboles, si las cosas se hubieran construido según otros designios. Pero dado que no me entiendo a mí mismo, apenas segmentos de mí mismo que no se entienden entre sí, vos no tenés por qué querer, ni siquiera podríamos si los dos quisiéramos. ¿Esas torres existen de verdad? Vamos a ver las cosas más o menos de esa forma para que así la idea se levante, como una almena de madera terciada. Galeones de abril Algo se incendiaba. Y además, del otro lado de la habitación había un vals desacreditado, vivito y contando historias de los conquistadores y de sus azucenas: ¿toda la vida será, entonces, una insulsa fiesta de inauguración? ¿Y de dónde viene la chatarra del sentido? Obviamente, era hora de irse, en otra dirección, hacia pantanos y nombres fríos y apergaminados de ciudades que sonaban como si existieran de verdad, pero no. Alcanzaba a divisar la barcaza como una lima de uñas apuntada a los placeres del inmenso mar abierto, que pararía a buscarme, que vos y yo deberíamos probar lo inconexo de una cubierta en absoluto nivelada, y luego regresar, algún día, a través de los jirones del velo anaranjado de las primeras horas de la tarde, que sabrá nuestros nombres aunque los pronuncie un poco diferente, y entonces, sólo entonces, podrá llegar el lucro de la primavera a su debido tiempo, como dicen, con el gesto de un pájaro que se alza en vuelo en busca de un lugar supuestamente mejor, aunque no mayúsculo, tal vez, en el sentido en que una guitarra con alas sería mayúscula si la tuviéramos. Y todos los árboles parecían existir. Después hubo un día más corto con tapices fríos y húmedos de los que chorreaban las iniciales de sus dueños anteriores para empujarnos al silencio y a la espera. ¿Nos reconocería el ratón, y si así fuera, hasta dónde la proximidad permitiría discutir la diferencia: miga u otra bendición menos visible? Todo iba a terminar desparramado, de cualquier manera, tan lejos del deseo de uno como la raíz de un árbol del centro de la tierra, de la cual de todas formas emergió a tiempo de informarnos de la algarabía de los retoños y del festival de las parras de mañana. A veces, con ponerte abajo alcanza para preguntarte cuánto sabés, y después te despertás y sabés, pero no cuánto. De a intervalos, en el crepúsculo, las notas de una mandolina desafinada parecen coexistir con su pregunta y la respuesta igual de urgente. Vengan a vernos pero no de muy cerca, si no a su familiaridad la va a partir un rayo, y la joven mendiga, de rala cabellera y sollozo incomprensible, va a ser lo único que quede de la edad de oro, nuestra edad de oro, y las multitudes ya no van a emerger al rayar el alba y volver con una lluvia suave de polvillo por las noches para sacarnos de nuestra tediosa e insatisfactoria honestidad con historias de ciudades de colores, de cómo fue que la niebla edificó ahí, y qué direcciones tomaron los leprosos para huir de esos ojos, los viejos ojos del amor. La demolición de la catedral está programada.