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Algunos árboles John Ashbery tr.Zaidenwerg

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Algunos árboles
41 poemas
de John Ashbery
elegidos al azar
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg
Algunos árboles
Éstos son sorprendentes: cada uno
apareado a un vecino, como si el discurso
fuera una inmóvil representación.
Poniéndonos de acuerdo, por azar,
en encontrarnos hoy por la mañana, tan distantes
del mundo como en concordancia
con él, vos y yo
somos de repente lo que tratan los árboles
de decirnos que somos:
que su simple presencia
tiene un significado: que muy pronto
podremos tocar, amar, explicar.
Y dichosos de no haber inventado
semejante hermosura, vemos que nos rodean:
un silencio poblado ya de ruidos,
un lienzo del que emergen
un coro de sonrisas, una invernal mañana.
Bajo una luz desconcertante, en movimiento
nuestros días se visten de reticencia tal
que estos acentos parecieran defensa de sí mismos.
Hornacina
¿Será posible que la primavera
se esté acercando una vez más? Siempre nos olvidamos
de qué cosa mecánica resulta, porosa como el sueño,
a la deriva sobre el horizonte, sin querer tomar partido,“independiente
de última hora”, salvo que se le impute -¡qué horror!- una intención,
y que todo el sentido de su ser primavera se hunda
como un pozo hecho en la arena. De todos modos, tiene
una respiración entrecortada, hay que reconocérselo.
Y si otras estaciones fueran a coagularse
y convertirse en años, como pintura derramada, seca,
¿por qué? ¿quién nos podría criticar que no fuimos previsores?
En efecto, cuidamos a los otros como si fueran importantes,
y ellos, haciéndose eco de ese espíritu, vinieron a dormir
a nuestra casa, y pasaron la noche dentro de una hornacina
desde la cual podía oírse claramente su respiración.
Pero aún falta para que termine. Todos los días hay
accidentes terribles. Así es como sorteamos los obstáculos.
El desconocimiento de la ley no exime de cumplirla
Nos advirtieron sobre las arañas y la ocasional hambruna.
Agarramos el auto y nos fuimos al centro a ver a los vecinos.
Ninguno estaba en casa. Hicimos nido en los jardines
que el municipio había diseñado, nos acordamos de otros
lugares diferentes, ¿pero lo eran? ¿No sabíamos todo de antemano?
En viñedos en los que el himno de la abeja ahoga la monotonía
dormimos por la paz y nos sumamos a la gran campaña.
Él se acercó hasta mí.
Todo era como entonces,
excepto por el peso del presente,
que destruía el pacto que habíamos celebrado con el cielo.
En realidad, no había razón para alegrarse,
tampoco era imperioso regresar.
Estábamos perdidos con sólo estar ahí parados,
escuchando el zumbido de los cables encima de nosotros.
Lloramos la meritocracia, que con salvaje vehemencia,
había puesto comida en nuestra mesa y leche en nuestros vasos.
En la granja del norte
En algún lado, alguien viene hacia vos con furia,
a una velocidad extraordinaria, viajando día y noche,
por tormentas de nieve, al calor del desierto, dejando atrás torrentes
y atravesando estrechos pasadizos.
Sin embargo, ¿él sabrá dónde encontrarte,
te reconocerá cuando te vea,
te entregará lo que tenía para vos?
Acá no crece casi nada;
de todos modos, los graneros están llenos de harina,
los costales se apilan hasta el techo.
En los arroyos corre dulce el agua, engordando a los peces;
pájaros oscurecen el cielo. ¿Bastará
con sacar a la noche un platito con leche,
con pensar en él de vez en cuando,
de vez en cuando y siempre, con sentimientos encontrados?
Tiempo de locos
Es el tiempo de locos que está haciendo:
de repente tropieza hacia adelante, y luego se recuesta
entre los pastos ralos y las flores blancas, delicadas y sin nombre.
Una gente se puso a hacer ropa con eso,
cosiendo la blancura de las lilas con un rayo
en una encrucijada ignota. El cielo
llama a la tierra sorda. El desarreglo proverbial
de la mañana se corrige a sí mismo cuando vos te parás.
Estás vestido con un texto. Los versos
caen marchitos sobre tus cordones, y yo nunca querré ni necesitaré
otra literatura que esta poesía hecha de barro
y de reminiscencias ambiciosas de la época en que surgía fácilmente
de lo que por entonces eran bosques y campos arados y tenía
una sencilla dignidad inconsciente, a la que ahora nunca podríamos esperar
aproximarnos, salvo en una quebrada muy estrecha que nadie
va a ir a inspeccionar, donde quizás una última muestra de ese espécimen raro
y poco interesante esté dando algún brote, al menos por lo poco que se sabe.
Un poema adicional
¿Cuándo habrán de encontrar la esperanza y el miedo sus objetos?
El puerto, frío para los barcos apareados.
Y vos, parado en el balcón, perdiste,
con el bosque del mar debajo, calmo y gris.
Una fuerte impresión que fue arrancada de la luz descendente,
pero la culpa es de la noche. Vos sabías que la sombra
en el baúl estaba delirando,
pero te da más hambre y te olvidás.
Está abierta la caja lejana. Un ruido como de cereales
tirados en el suelo con alguna impaciencia: nos alzamos
con la noche salida de la caja de viento.
¿Qué es la poesía?
¿La ciudad medieval que tiene un friso
de boy scouts de Nagoya? ¿La nieve
que cayó cuando nosotros queríamos que nevase?
¿Imágenes hermosas? ¿Intentar evitar
las ideas, igual que en este poema? Sin embargo,
¿nosotros regresamos con ellas, como con una esposa,
abandonando a la amante deseada? Ahora
no podrán más que creerlo,
como creemos nosotros. En la escuela
le pasaron el peine a todo pensamiento:
lo que quedó era como un campo.
Cerrá los ojos, y podrás sentirlo alrededor de vos, muchos kilómetros.
Canción
La canción habla acerca de cómo acostumbrábamos vivir,
de cómo era la vida en épocas pretéritas. Del olor de las telas
estampadas con flores, de cómo simplemente las cosas terminaron
cuando terminaron, de volver a empezar con un suspiro. Luego
algunos movimientos se revierten, y las urgentes máscaras
aceleran, con rumbo a un final totalmente inesperado,
como relojes fuera de control. ¿Acaso es éste el gesto
buscado desde siempre, el curvarse hacia adentro de frustradas
negaciones, como el follaje de la selva
y la simplicidad del final, para luego dejar que todo escape
con rápida dulzura sofocante? El día
le presenta a la nada del cielo
su rústica fachada de ladrillos. Los autos se lamentan
de que, tarde o temprano, todo va a irse a pique.
Mientras tanto, nosotros nos sentamos, apenas atreviéndonos a hablar,
y a respirar, como si estar tan cerca nos costara la vida.
Las pretensiones de un pasado habrán de convertirse
algún día en progreso, un crecimiento,
hermoso como un libro de historia nuevo, con las páginas
sin cortar todavía, ilustraciones aún no vistas,
y quedará aclarado el objeto de tantas detenciones y comienzos:
volver al viejo tema de no querer crecer
hacia la noche, que se vuelve una casa, un irse cada uno por su lado
que nos interna en las profundidades del sueño. Un amor mudo.
Los vegetarianos
Frente a vos, largas mesas que llevan hacia el sol,
la construcción de un gesto grandioso. Lo aceptás, como queriendo
jugar con él y traducirlo cuando su atención se desinfla a lo largo del único
segundo de la eternidad. Se necesita extrema paciencia y persistencia,
y sin embargo todo el mundo tiene éxito en esto, antes de recibir
la cajita sorpresa del almuerzo con el resto de su vida. Pero lo que es
en verdad alarmante es que todo sucede con modestia, en la vena
de la vida real, y luego también eso se traduce en algo, que se desprende y flota
por encima, señales luminosas que la vida emitió, débiles y, a pesar de eso,
esenciales para descorchar el tono, que ahora se perdieron, hace poco pero
para siempre. Todo era puro en Zurich, y lleno de propósito, como las cabinas
rojas, colgadas de unos cables alrededor del lago, contra el cielo,
y que bajaban luego a través de la meteorología. Lo cual recuerda lo que vos
no quisieras hacer más que los troncos de los árboles negros, aunque lo pensaste.
Nuestras leyendas, siempre, en consecuencia, vuelven a parecer legendarias,
un caminito decorado con nuestras idas y venidas. O al menos eso me dijeron.
Mi doble erótico
Me dice que hoy no tiene ganas de trabajar.
Da igual. Acá en la sombra
tras la casa, amparado del ruido de la calle
puede uno revisar toda suerte de viejos sentimientos,
tirar algunos, guardar otros.
El intercambio de palabras ingeniosas
entre los dos se vuelve muy intenso cuando hay menos
sentimientos que puedan confundir las cosas.
¿Otra pelea? No, pero siempre las últimas
cosas que se te ocurren para decirme son encantadoras,
y me rescatan antes de que lo haga la noche. Flotamos
sobre nuestros sueños, en una balsa hecha de hielo,
atravesados por preguntas y fisuras por las que se cuela
la luz de las estrellas, que nos tiene despiertos, y pensamos en los sueños
mientras suceden. Qué ocurrencia. Lo dijiste vos.
Lo dije pero igual puedo ocultarlo. Pero elijo no hacerlo.
Gracias. Sos muy amable.
Gracias. Vos también.
Eco tardío
A solas con nuestra locura y nuestra flor preferida,
vemos que en realidad no queda nada sobre lo que escribir.
O que, más bien, es necesario continuar escribiendo sobre las mismas cosas
de siempre de la misma manera, repitiendo las mismas cosas una y otra vez
para que así el amor persista y se haga gradualmente diferente.
Hay que volver a examinar eternamente hormigas y colmenas,
así como el color que tomó el día
un centenar de veces, variando entre el verano y el invierno,
para que baje la velocidad, hasta alcanzar la de una verdadera zarabanda
y se acurruque allí, a descansar, con vida.
Sólo entonces la falta crónica de atención
de nuestras vidas nos envolverá, conciliadora
y con un ojo en esas largas sombras de peluche marrón
que le hablan de manera tan profunda a la consciencia improvisada que tenemos
de nosotros mismos, los motores parlantes de nuestra época.
Caminás por ahí
¿Qué nombre podría darte?
Ciertamente, no hay nombre que te quepa
de la misma manera en que les cuadran
sus nombres a los astros. Caminás por ahí,
objeto, para algunos, de curiosidad,
pero estás demasiado preocupado
por la mancha en el fondo de tu alma,
para decir gran cosa, o pasear por ahí
sonriéndote a vos mismo y a los otros.
Esto empieza a volverse un poco solitario,
pero a la vez un poco desalentador.
Es contraproducente, te das cuenta,
al ver una vez más que el camino más largo
es el más eficiente, ése que serpenteaba por las islas,
y que siempre creías recorrer en círculos.
Y ahora que el final se acerca,
el viaje y sus segmentos se abren como naranja desgajada.
Hay luz ahí, y misterio; y hay comida.
Vení a ver eso. No vengas por mí,
más bien vení por eso.
Pero si sigo ahí, permití que tal vez podamos vernos.
Este cuarto
El cuarto en el que entré era este mismo cuarto pero en sueños.
Seguramente, todos esos pies que había en el sillón eran los míos.
El retrato ovalado
de un perro era yo mismo a edad temprana.
Hay algo que reluce, y algo que se acalla.
Nos dieron macarrones de almorzar todos los días,
a excepción del domingo, que indujeron a una pequeña codorniz
a que se nos sirviera. ¿Para qué te estoy contando esto?
Vos ni siquiera estás acá.
Tapiz
Es difícil separar el tapiz
del cuarto o del telar que tienen primacía sobre él.
Puesto que siempre debe estar de frente pero hacia un solo lado.
Insiste en esta imagen de la “historia”
mientras sucede, porque no hay manera de escapar del castigo
que propone: la vista encandilada por el sol.
La visión se asimila con lo visto
en una explosión súbita de conciencia de su esplendor formal.
La vista, que se ve como interior,
registra el impacto de ella misma
al percibir fenómenos, y al hacerlo
garabatea un croquis o un boceto
de lo que estaba ahí: muerto en la línea.
Si tiene forma de frazada, es porque
estamos deseosos, aun así, de arroparnos con ella:
debe ser ésa la ventaja de no experimentarla.
Y sin embargo, en otra vida, que en cualquier caso representa la frazada,
los ciudadanos tienen dulce comercio unos con otros
y manosean la fruta sin que nadie los moleste, como les gusta a ellos,
y las palabras van llamándose a sí mismas, abandonando el sueño
tirado en algún charco,
como si “muerto” fuera sólo un adjetivo más.
El héroe
Cuya cara es ésta
tan fruncida contra los árboles azules,
levantada al futuro
¿porque no tiene fin?
Pero eso se marchitó
como las flores, como los primeros días
de buena conducta. Andá a visitar
al hombre fuerte. Pellizcalo:
no tiene fin su
desdén, el preciso.
Desconocido esperado
el moretón va a venir de visita más tarde.
Por el momento, el dolor hace una pausa en su ronda,
anota la hora, la temperatura del paciente,
deja una nota para su suplente: ¿Qué carajo
quisiste hacer? O sea…
En fin, a buen entendedor, dice la gente.
Dejo esto en recepción.
Dios va a descubrir el patrón y lo va a romper.
Glazunoviana
El hombre del sombrero rojo
y el oso polar, ¿también está acá?
La ventana que sigue dando sombra,
¿también está acá?
¿Y todas las ayuditas,
mis iniciales en el cielo,
el heno de una noche de verano ártico?
El oso
cae muerto al ver la ventana.
Unas amables tribus acaban de mudarse al norte.
En el atardecer parpadeante se agolpan los vencejos.
Nos rodean ríos de alas y una gran tribulación.
La vida es sueño
El talento para la autosuperación
no te va a llevar más lejos que al terreno baldío
al lado de la maderera, donde toman lista.
Mi apellido empieza con A,
así que es uno de los primeros que leen.
No sé bien dónde formarme: ¿será que ese grupo de tres
o cuatro personas es donde empieza la fila?
Antes de que lo pueda averiguar, un tipo que parece
un roedor me empuja de los hombros. “Es para allá”, me espeta. ¿No te enseñaron
nada en el colegio? ¿Que una fotografía
de cualquier cosa puede ser real, o tal vez no? La esquina de la hornalla,
una nube de jejenes a la hora del crepúsculo.”
Ya sé que voy a saber más
después. Mientras, hay que esperar.
Es verdad que la vida puede ser cualquier cosa, pero algunas cosas
definitivamente no son la vida. Esta mano enguantada,
por ejemplo, que se desliza
con tanta seguridad en la mía, como si quisiera quedarse.
Estas ciudades lacustres
Estas ciudades lacustres nacieron del odio
y se dieron al olvido, a pesar de su enojo con la historia.
Son producto de una idea. Pongámosle: que el hombre es horroroso.
Aunque ése es un ejemplo, nada más.
Emergieron hasta que una torre
tomó control del cielo, y artificiosamente se volvieron a hundir
en el pasado en busca de cisnes y ramas que se iban estrechando,
en llamas, hasta que todo ese odio se transformó en un amor inútil.
Después te queda una idea de vos mismo
y la sensación de vacío que sube por la tarde,
que hay que cobrársela a la vergüenza de los otros
que pasan volando al lado tuyo como faros.
La noche es un centinela.
Ocupaste gran parte de tu tiempo con juegos creativos
hasta ahora, pero tenemos planes con todo incluido.
Pensamos, por ejemplo, en mandarte al medio del desierto,
a un mar virulento, o hacer que la cercanía de los otros sea aire
para vos, empujándote de nuevo a un sueño inquieto
como la brisa del mar saluda la cara de un chico.
Pero el pasado ya llegó, y vos estás pensando en un proyecto privado.
Lo peor todavía no terminó, y sin embargo sé
que vas a ser feliz acá. Por la lógica
de tu situación, que es algo que ningún clima puede resolver.
A veces tierno y otras desenfadado, ves
que construiste una montaña de algo,
depositando toda tu energía con cuidado en este único monumento,
cuyo viento es deseo que almidona un pétalo,
cuya desilusión estalló en un arcoiris de lágrimas.
Le dije que le diera para adelante
En la estación de servicio, reinaban las sorpresas desagradables por los precios.
Las vidas de los residentes cambiaron.
Me dolía la cabeza de tantos bulevares.
La lejana ensenada
se congela cuando le corresponde.
La alimentación defectuosa se repliega como una antena,
helicópteros, vidas por centavos
entregadas también a estos placeres:
me veía a mí mismo, una porción de mezquindad
que se perdía entre el polen de la arboleda.
El derecho de estos ciudadanos a guardar silencio:
cortar cosas en pedazos, aportar evidencia, cambiarlo todo.
Hablabas como un chico
Nos sentamos los dos en el largo pasillo.
Te quería hacer una pregunta, preguntarte
por un nuevo estado de ánimo que buscaba. Algo ni posado ni casual.
Afuera, bajo la bofetada del cielo, las hojas daban en la tecla.
Son nuestros propios esqueletos. Y flojo era el informe tautológico.
No tienen camas sin cobijas. Acá los chicos son
como conejos perseguidos, y no piensan demasiado en lo que sigue.
Un príncipe ahogado llama al septeto,
las celestas suenan tenues y vivaces a lo lejos,
lo que se suponía que era lejos. Hablabas desde el margen.
La plantilla
siempre estuvo ahí, su existencia rara vez
en tela de juicio o de sospecha. Los poetas del futuro
habrían de evitarla, como hicimos nosotros. Una baranda imaginaria
se perdía internándose en el bosque. Ahí se juntaba
la vieja pandilla a intercambiar anécdotas. Era
como el Amazonas, pero a una escala muy reducida.
Después, cuando algunos nos desparramamos por el mundo
y pudimos hacer comparaciones, tanta alharaca nos pareció justificada.
No había dos poetas que estuvieran de acuerdo en nada, y eso nos divertía.
Nos parecía bien, la oscuridad en coágulos que llegaba a diario.
Idea del bosque
Disfruto todo este aparecer, tomarse de la mano:
¿qué no es mejor que tomarse de la mano? Así podemos ver
a lo lejos, lejos de los caminos que otros abrieron,
incluso un poquito de realidad, ingesta más oscura
aunque les salió un cerebro fantasma en los pezones comunes
cuando al auto se le ocurrió parar. Yo llevo los huevos rellenos.
Los mensajes sinceros son mi forma de expresión.
Seguí la casa gigante pero que no te vea. Acordate
que el pasto te va a dejar salir. Pero no te escabullas.
El interés romántico
Lo veíamos venir desde siempre,
después estaba simplemente acá, paralelo
a la marcha de los días. Para entonces éramos nosotros
los que habíamos desaparecido, en el túnel de un libro.
Al levantarnos de madrugada, entramos en la corriente
de noticias de mañana. ¿Y por qué no? A diferencia
de otros, no tenemos nada que exigir
ni que tomar prestado. Somos apenas piezas de geometría sólida:
cilindros o romboides. Nos concedieron
cierta satisfacción. Es verdad que volvemos
a buscar más: es parte del aspecto “humano”
del desfile. Y hay regiones más oscuras
apuntadas a lápiz, que habría que explorar alguna vez.
Alcanza por ahora con que el día se haya terminado.
Trajo su carga de frescura, la dejó
y se fue. En cuanto a nosotros, seguimos acá, ¿no?
Nuevas preocupaciones
Sulfúrico, el delantal del Sr. Hanratty flota
sobre el atardecer, augurando un frío extremo.
La ventaja de los invitados no socava
su juventud de ir al arco.
El viento esparce brotes de arveja por los cielos.
Todo es temblor, modestia, una espera que da qué contar.
Varios oradores impugnan a la vez
la veracidad de un arroyo tardío en agosto,
y el sentido que habría tenido el mismo día
en otro año. Los corredores ya deben haber llegado
a la frontera norte y hundido las yemas de los dedos
en el fuego. Y sí,
ésta es una de esas veces.
Por ahora
Muchas cosas habrán de perdonárseles a quienes
no se hayan dado cuenta de nada. Pero me pregunto,
¿nuestra polémica tiene eje? Y en ese caso,
¿quién se ocupa de alumbrar? No es que no me haya demorado,
hediondo, en la oscuridad. Qué tendrá
que ver conmigo todo este lío, seguro
más de uno se habrá preguntado. Y si él
o ella vieron de repente en retrospectiva
el victimismo de todos esos años, que el dolor
era tan reversible como el placer, ¿ahora no defenderían
nada que se venda en un negocio, la abundancia
de los sótanos de liquidaciones abierta a la intemperie?
Salen de la despensa y el pajar unas elegantes
piernas blancas. Se estableció una forma
de sentarse, aunque es lo mismo que antes
ya habíamos manoseado: juncos, viejos repuestos
para lancha, huevas de arenque.Trajimos otra cosa–
un esclarecimiento que creíamos que los meses
podían disfrutar en su progreso gradual por los años:
“caer en cuenta de repente”, el significado de los sueños
y los viajes, y de qué forma los cuartos de hotel
pueden volverse el espacio significativo en el que uno vive desde siempre.
Es algo muy chiquito, la verdad, un fragmento de vida
que no parecía interesarle a nadie más. Tampoco es que se lo puedan llevar:
es parte de la decoración, del baile, para siempre.
Como una fotografía
Tal vez querrías vivir en una de esas casas
más bien chicas que empiezan a subir por la colina, después
vuelven a los tumbos al principio como si no hubiera pasado nada.
Tal vez disfrutarías cenar sándwiches
con el vecino que hace concesiones.
Todo va a terminar en un minuto, me dijiste. Los dos
nos lo creímos, y el reloj está corriendo. Dale, seguí brillando.
Una especie de escalofrío
Él tenía un hermano en Schenectady
pero eso fue hace mucho. Hoy en día, los cuervos
marcan tarjeta en un terreno olvidado
que no está lejos de los Adirondacks. Se mantienen en forma
y a la moda con listas de pendientes para mañana:
graznar, arrepentirse por completo del pasado.
Eso le pone onda a la ocasión
y los motiva de maneras que nunca habían soñado.
Estuvo de racha toda la tarde,
y, como pasa con todo, se hartó.
Ningún reclamo que liquidar. Nada de merodear callejones oscuros
a la espera de un sacerdote, o de la policía,
lo cual sería más probable, si estuviéramos a fin de año fiscal.
Un sombrero perfecto
Me olvido de lo que preferiría estar haciendo.
Floral y verbal, estoy metido
en lo que preferiría estar haciendo, saltar de un precipicio,
arengar subordinados. Hay tantas cosas
que uno preferiría que lo agarraran haciendo, como medir el árbol,
cuya rauda sombra nos amenaza a nosotros y a los azulejos.
Ah el molino cantaba tantas cosas pero la rueda
no paraba de girar, te dieras cuenta o no.
La rueda que ahí sigue, pero mucho más grande.
Nos advirtió que nos fuéramos pero nos quedamos durmiendo
la exacta duración de la idea que ahora nunca nos abandona.
El príncipe negro
Podría ser una pisada en el bosque
o un antiguo mensaje del Rey de los Ratones
que dijera: Volvé a la frontera, te perdonamos todo.
Y él se había perdido, farfullando en la costa de una
isla inexplorada. Sus gestos y su discurso tenían total sentido
considerados juntos. Apenas cuando el viento los dispersaba
dejaban de importar, les importaban a unos pocos.
Una que sepamos todos
Vigilás vestido de paisano. ¿Por qué no
aceptar lo más fácil, lo que
te ofrecen? ¿Lo más amable?
Porque no es ni tan fácil ni tan amable.
Tiene que ser difícil
para habernos traído hasta acá.
En cualquier momento
vamos a lograr construir establos,
pintar, cerrar los candados, prescindir de todo
lo funesto. Así, pensamos, nos va a durar
y por bastante tiempo. Fuera
de eso, dormimos, cabeceamos
como juncos a la orilla de un estanque.
Esos lugares que quedaron sin sembrar van a ser cultivados
por otro, por otros. En retrospectiva
va a parecer que estuvo bien. La galería majestuosa.
Todos los barcos numerados.
Los setos comidos
como el otoño, o una plaga,
como la fruta.
Variedad asequible
Una cosa es que un hijo secuestre a un padre.
Otra muy distinta es que el padre se siente con el hijo,
tapando el sendero y sus musgos preferidos.
La catexis llega temprano en un carruaje de oro.
Vemos cosas encaramadas por ahí,
laberintos atrapados dentro de laberintos,
racimos de uvas en la garganta, el horizonte.
Y no podíamos seguir el paso.
Es así.
Estamos en un país invadido.
El amanecer va a abdicar todo tu libro.
Andar por ahí te va a enseñar las cosas importantes:
descuentos, barriles llenos de interruptores,
días barridos a la existencia.
El chico creció mientras crecían estas cosas,
paró la oreja y se preocupó por los momentos almidonados
que borraron del archivo oficial. Compramos pantalones
y trajes, de vez en cuando una camisa gris.
Para el fin de semana, todo era silencio e industria.
La roca de Inchcape
Enderezá el “sentido”,
sacá la basura, el perro a pasear,
rascate un poco las pelotas, para el viernes
disculpate por tres cosas: oh, callado noúmeno
de mi alma, es el fin, ¿verdad?
Perdiste la llave y la respuesta está adentro
en algún lado, ¿y dónde vas a respirar?
Está cerrado el cofre que te conocía
a vos y a todos tus amigos,
voces que podrían haber hablado en tu nombre…
¿Por qué, qué querías que hiciera con ellos?
Con medio documento alcanza para el tiempo
que hace, un momento salvaje, una excrecencia, más.
Tamiza los rumores una apología pelada.
Llegaron los pies.
La bonne chanson
No podría haber hecho otra cosa, gritó alguien.
Se asomaron y se había ido,
el cuerpo disuelto en filamentos de tungsteno.
Cuando aceleraron, fue un caos, no
creerías cuántos suplicantes se pasaron de bando,
y él listo y preparado para reescribir la historia
si por casualidad se le ofrecía una nota al pie.
Hasta trató de plastificar mi caballo,
dijo que iba a andar mejor. Ay, te digo
teníamos tantas cosas, demasiado
en nuestra época, demasiadas piedritas en la orilla.
Volvimos más tarde pero la mayoría ya no estaba.
Algunas reflejaban la luz de las severas estrellas
y eso era todo lo que tenía para decirte. Se enojaría,
nos desterraría. Nadaríamos en un delirio abrupto.
La emoción de un romance
Es distinto cuando uno tiene hipo.
Todo: tantas manos gustosas que compiten
por tu atención, una bufanda, una nube de hollín,
o tan sólo una ráfaga de silencio de una radio.
¿Qué es? Te vas a enterar para tu consternación
cuando al final de una larga fila
en el comedor, bandeja en mano, te cuenten que cerraron las puertas
después de la Segunda Guerra Mundial. Declararon a Syracuse
capital de una nación descontenta, pero el directorio
tenía otros objetivos ocultos. Proclamar a la lógica
víctima de la verdad era uno de ellos.
La soledad de todos (y la promiscuidad resultante)
perfumaban los senderos de aldeas que creíamos civilizadas.
Te vi esperando un tranvía y seguí mi camino.
¡Ay! Eras sólo un chico en armadura. Ahora que los brindis procaces
dan la vuelta a una mesa demasiado primorosa, ¿por qué las consecuencias
son sólo polvo, enfermedad y decrepitud? Los recuerdos agradables
son así. Entonces canalizo lo que puedo
hacia mi contingencia, un filón de mercurio
que no deja de subir, cada vez más
puntual. En la ciudad se vuelven a vestir trajes típicos
estampados con flores obsoletas, que promueven el debate.
Una historia de fuego
Los escribas se hundieron en su asombro.
No era el expediente jerárquico que se había
abierto al público. Era algo
mucho más maravilloso: una piedrita opaca en el pasto.
Yo casi siempre estoy buscando
temas que analizar para extender mis investigaciones
a climas retrógrados de alienación y majestad meridianas.
Uno de ellos, que se extiende un poco más lejos,
resuena hoy con inusual franqueza:
lo que pienso de la sinceridad
desaliñada que todos habitamos
en algún momento. Retirarse del sol de la tribu
para habitar un remordimiento sin dudas intacto.
La soledad
“Resuelto y empeñado”, uno le escribe una carta
a la calle, en demótico, con la esperanza de que algún amigo
la encuentre, se la guarde y la analice.
Esto es lo que el futuro
está dispuesto a revelar, con condiciones:
podrías diseñar algo en tu casa.
La paz mental de los demás no es tu problema
hasta el día en que te sale el tiro por la culata,
y te inundan las consecuencias, y te dejan salobre
y sin probar.
A ver, pruebo de vuelta:
en paz, esta vez. Por supuesto que a todos les gusta la luz
que lengüetea la puerta de la casilla de las lanchas, espolvorea
las rocas con azúcar. Es como si quedara un mensaje
por cosechar, papeleo que yo te mando a vos.
Y pensábamos que estábamos perdidos.
¿Cuántas veces nos entregamos a la desesperanza
sólo para que el tiempo nos recordase
la firmeza de su compromiso
con nuestro bienestar, o con su falta?
Se viene la lluvia
Se borra el pizarrón en el altillo,
y el viento hace brillar más fuerte la luz de las estrellas,
ahora correosas. Alguien se va a enterar, alguien va a saber.
Y si en alguna parte de este gran planeta
se descubre la verdad, una parcela de verdad, reseca,
esmaltada por el sol, ahí se va a quedar, en su propia infamia,
su humildad. No va a hacer mejor a nadie, pero las cosas no podrían
ser peores. Seguí jugando, perfeccionando el paso
hacia el desorden que entrañaba. ¿No ves
que es lo único que podemos hacer? Mientras tanto, surgen
grandes incendios, como de paja que se quema. Ajustaron el dial,
y eso es ominoso, pero la generosidad con que vivís
se complota con eso, ahora que ésta es nuestra casa:
un lugar de donde ser, por el que puedan preguntarte.
Gritos de primavera
Nuestros mayores miedos se cumplieron.
Luego, una seguidilla de éxitos; o fracasos.
Ella nos ruega que nos quedemos: “Quédense,
al menos un ratito, ¿puede ser?”.
Nos expulsan al polvo de nuestras decisiones.
Saber que sería así no lo hizo
más fácil de entender, o soportar.
Mayo está como loco. Sus recapitulaciones
dejan la tierra estéril. En el pantano, un pájaro
le erra a su presa y vuelve para atrás, piando pudoroso.
El istmo tiene un enchapado blanco. La gente vuelve
a la ensenada: nadadores adultos, todos ellos.
Un poema del malestar
Los hombres entienden puntualmente el río de la vida,
y lo malinterpretan a medida que se ensancha y sus ciudades
se hacen más oscuras y más densas, y se van alejando más y más.
Y por supuesto que esta densidad lejana nos queda bien,
igual que los corderos y los tréboles, si las cosas
se hubieran construido según otros designios.
Pero dado que no me entiendo a mí mismo, apenas segmentos
de mí mismo que no se entienden entre sí, vos no tenés
por qué querer, ni siquiera podríamos
si los dos quisiéramos. ¿Esas torres existen de verdad?
Vamos a ver las cosas más o menos de esa forma
para que así la idea se levante, como una almena de madera terciada.
Galeones de abril
Algo se incendiaba. Y además,
del otro lado de la habitación había un vals desacreditado,
vivito y contando historias de los conquistadores
y de sus azucenas: ¿toda la vida será, entonces,
una insulsa fiesta de inauguración? ¿Y de dónde viene
la chatarra del sentido? Obviamente,
era hora de irse, en otra
dirección, hacia pantanos y nombres
fríos y apergaminados de ciudades
que sonaban como si existieran
de verdad, pero no. Alcanzaba a divisar la barcaza
como una lima de uñas apuntada a los placeres
del inmenso mar abierto, que pararía a buscarme,
que vos y yo deberíamos probar lo inconexo
de una cubierta en absoluto nivelada, y luego regresar, algún día,
a través de los jirones del velo anaranjado de las primeras horas
de la tarde, que sabrá nuestros nombres aunque
los pronuncie un poco diferente, y entonces, sólo entonces,
podrá llegar el lucro de la primavera
a su debido tiempo, como dicen, con el gesto
de un pájaro que se alza en vuelo en busca de un lugar
supuestamente mejor, aunque no mayúsculo, tal vez,
en el sentido en que una guitarra con alas sería mayúscula
si la tuviéramos. Y todos los árboles parecían existir.
Después hubo un día más corto con tapices
fríos y húmedos de los que chorreaban las iniciales
de sus dueños anteriores para empujarnos al silencio
y a la espera. ¿Nos reconocería el ratón,
y si así fuera, hasta dónde la proximidad
permitiría discutir la diferencia: miga
u otra bendición menos visible? Todo iba a terminar
desparramado, de cualquier manera, tan lejos del deseo
de uno como la raíz de un árbol del centro
de la tierra, de la cual de todas formas emergió
a tiempo de informarnos de la algarabía de los retoños y del festival
de las parras de mañana. A veces, con ponerte abajo
alcanza para preguntarte cuánto sabés,
y después te despertás y sabés, pero no
cuánto. De a intervalos, en el crepúsculo, las notas
de una mandolina desafinada parecen coexistir
con su pregunta y la respuesta igual de urgente. Vengan
a vernos pero no de muy cerca, si no a su familiaridad
la va a partir un rayo, y la joven mendiga,
de rala cabellera y sollozo incomprensible,
va a ser lo único que quede de la edad de oro, nuestra
edad de oro, y las multitudes ya no van a emerger
al rayar el alba y volver con una lluvia suave
de polvillo por las noches para sacarnos de nuestra tediosa
e insatisfactoria honestidad con historias de ciudades de colores,
de cómo fue que la niebla edificó ahí, y qué direcciones
tomaron los leprosos
para huir de esos ojos, los viejos ojos del amor.
La demolición
de la catedral está programada.
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