Venezuela y China: ¿Una alianza estratégica? Por Gabriel López Investigador del Centro de Investigación para el Desarrollo Económico CIDE El mundo de hoy es distinto al de ayer, si por el de ayer entendiéramos al mundo que dejó la posguerra luego de que la cúpula del Occidente aliado hiciese estallar a los dos más grandes explosivos jamás probados sobre poblaciones enteras, sobre gente viva. Aquel mundo delegó en las manos de quienes maniobraban el poder político y militar de los Estados Unidos, fundamentalmente, la enorme tarea de reconfigurar al planeta en términos político, económico, bélico y social en general, en fin, de reordenar todo el sistema mundial acorde a algunos fines, o a algunas necesidades que cada vez se identificaron más con los intereses de las grandes corporaciones privadas y de las vértices del poder político de los principales países capitalistas. Sin embargo, y para sorpresa de muchos, al extremo de Asia fue emergiendo una importante potencia que, si bien ha debido adaptarse a las reglas del juego occidentales, caracterizadas básicamente en la economía de mercados y la instauración de las instituciones que le amoldan a la sociedad y permiten su pleno ejercicio, ha captado la atención de tantos al posicionarse como la primera economía del mundo – datos según el Fondo Monetario Internacional (FMI)–, incluso por encima de la tradicional norteamericana, y al manifestar una serie de movimientos que son sólo cotidianos de países hegemónicos, dominantes, y de preponderancia mundial. China se ha convertido en una súper potencia militar y económica que viste un destacado y consecuente poder político entre sus principales aliados, y ahora entre el mundo entero. El país oriental tragó con calma sus años de despierte económico, significando el ofrecimiento de sus pueblos y de sus habitantes a la merced del comando del capital internacional que los integró como piezas vivientes en la manufacturación y confección de los distintos ‘bienes’ y productos que le sirvieron de alimento a las ansias del consumo de la sociedad planetaria. Fueron suficiente los años en los que el sacrificio y la ultranza de niños y adolescentes, adultos y ancianos, participaron en el fortalecimiento de la maquinaria industrial y bélica que comienza a caracterizar a China durante la vigencia. Detentando un privilegiado puesto permanente dentro del Consejo de Seguridad de la ONU, aliada armamentísticamente con quién hasta hace poco estuvo en la cúspide de la carrera militar mundial, y con una aparente capacidad tecnológica y científica propia, la nación asiática ha venido nutriendo su presencia económica internacional hasta el punto de desplazar a unas cuantos actores ya importantes, y de alcanzar un punto de referencia de primer orden en cuanto a su comercio –sobre todo su comercio internacional– y su producción nacional. Así, la élite del partido comunista ha planificado la emersión de una clase capitalista nacional que oriente la expansión del capital chino delante de todo el mundo, en una labor que encuentra su sentido mediante el posicionamiento de esa nación como la nueva preponderancia planetaria, conquistando espacios que hasta la fecha le correspondían exclusivamente a los principales países de Occidente, y el desarrollo de todo su instrumental cultural, económico y político en lo que parece ser un nuevo orden mundial. China ha abierto un nuevo capítulo en el libro de la Historia imperial. Venezuela, por su parte, ha sido pionera en la relación sino-latinoamericana de los últimos tiempos, y que se ha enriquecido con la adhesión de relaciones comerciales y políticas posteriores con Chile, Argentina, Ecuador, Centroamérica y más importante con Brasil y entre otros. La presencia china se manifiesta a través de productos manufacturados, extensiones de préstamos y créditos para el desarrollo y a inversión de otros países y compañías, pero también sirve como demanda de insumos y productos latinoamericanos y lazos de coordinación política para ciertos aspectos respecto a las instituciones en el juego político global. Vale entonces preguntarse si ante semejante avance de la nación china, Venezuela se ha vinculado de la manera más conveniente dadas las necesidades internas, o si por el contrario podría perjudicarse de su situación actual respecto al país asiático. El provecho que ha sacado Venezuela de su posición ante el gigante oriental no ha ido más allá de una acumulación progresiva de pasivos que a la fecha suman alrededor de tres veces el valor de las Reservas Internacionales. La mayor parte de esos fondos, negociados bajo la bandera del desarrollo económico y social de ambas naciones, para el caso venezolano sólo ha significado la adquisición de una deuda crónica que ha cubierto parte del consumo interno mediante los traspasos y sistemas de reparto que han implicado los programas sociales deliberados desde la administración pública. Una deuda que poco tuvo que ver con desarrollo nacional, pero que sirvió mucho para aumentar los niveles de calidad de vida de los venezolanos –al menos temporalmente–, aunque siempre estuvo manejada con total sinuosidad y discreción para con el resto de la nación. Y es que las relaciones con China pudiesen ser bastante provechosas y beneficiosas, pero bajo las condiciones en las que se están llevando a cabo sólo nos colocará en circunstancias desventajosas, desde una perspectiva deudora, y con escaso margen de maniobra en nuestras sucesivas cuentas externas, además de delegar en China el inmenso poder de decidir en nuestras finanzas internas en posteriores intervenciones.