dirección editorial Jordi Iiduráin pons edición Carlos Dotres Pelaz redacción Yanet Acosta Qué, quién, cuándo y cómo se consumía vino — Las innovaciones del siglo XIX — Las grandes plagas — Siglo XX: entre la cantidad y la calidad — Grandes familias vitivinícolas — Por el contenido de azúcares — Según el color — Por la edad — Otros tipos de vinos — Clasificación por su origen — Las DO y las DOCa — Vinos de pago — Otras denominaciones españolas — La cata — Desafío para los sentidos: color, olor y sabor — Para no perderse: glosario de la cata — El papel de los críticos — Ritos y celebraciones, del mundo clásico a la actualidad — Vino y literatura — La pintura — El vino en viñetas — Vino y música: armonía de los sentidos. Regino Etxabe En la punta de la lengua: expresiones del vino en el lenguaje común. Jaume Fàbrega El primer sorbo — Custodios del vino: el vino en la Edad Media — La gran expansión: el vino en la Edad Moderna — Botellas: formas, tamaños, colores — Publicitar el vino — Una bodega en casa — La temperatura importa — Todo un arte — ¡Atención!: sirviendo el vino — Objetos imprescindibles — Deshaciendo entuertos. Àngel Garcia i Petit Investigación y búsqueda de la excelencia — La ayuda de la genética — Larga vida: los beneficios del vino — Vinoterapia — El vino como promotor de la vida social — Qué, quién, cuándo y cómo se consumirá vino — Del subsuelo a la mesa — Los secretos de la geografía — Viticultura y enología — ¿Tiene la enología algo de alquimia? José Luis Murcia El cultivo de la vid — La vendimia — Cirsion: una selección única — La vinificación — El almacenamiento del vino — Pisco y singani, destilados de la uva — Clasificación de los vinos en Latinoamérica — Otras denominaciones del mundo — El tapón, ¿de corcho? — El vino ante la cocina de autor — Vino y gastronomía en Latinoamérica — Latinoamérica: saber ancestral e innovación — Estados Unidos y Canadá — Australia y Nueva Zelanda — El resurgir de Sudáfrica — Resto de África y Oriente Medio — El vino que viene — Rutas enoturísticas por Argentina — Salta: «vinos de altura» — Rutas enoturísticas por Chile — Curicó: de la cordillera al océano — Rutas enoturísticas por México — Baja California: península de contrastes — Otras rutas del mundo — De los ultramarinos a las vinotecas — De la taberna a la renovada bodega de barrio — Sumilleres y cartas de vinos — Los museos del vino. Joan Nebot Entre el mercado global y el valor de lo local — El vino: ¿km 0?, ¿producto de proximidad? — El vino y la «slow food» — Retos en un mundo cambiante — ¿Por qué en el país del vino se bebe tanta cerveza? — Qué, quién, cuándo y cómo se consume vino — La recuperación de las variedades autóctonas — El método champenoise — La producción — El consumo — Ferias y mercados — El vino como inversión y como pasión — Francia, el referente — Italia, la «tierra del vino» — Portugal: vinos con personalidad — Alemania: originalidad y calidad — Tokaji y otros vinos húngaros — El mosaico del vino europeo — 10 bodegas españolas (o portuguesas) que deberías visitar — 10 bodegas latinoamericanas que deberías visitar — Grandes establecimientos en España y Latinoamérica — Bibliografía comentada — Glosario básico del vino. Lluís Tolosa Criaderas y solera — Bodegas centenarias — Bodegas del Marco de Jerez — Bodegas históricas de Rioja — Arquitectura modernista catalana — Arquitectura de autor para el vino de hoy — Valor y sentido del paisaje del vino — Enoturismo: un buen plan — Rutas enoturísticas por España — Ampurdán: mar y montaña — Rioja: caminos paralelos — Lanzarote: redescubrir las islas. Guzmán Urrero Peña Vino y cine. El resto de textos, así como los pies de foto de toda la obra, han sido elaborados por el equipo editorial de LAROUSSE EDITORIAL, S. L. ilustración Eva Zamora Bernuz, gestión con agencias. Jessica Van der Laan, gestión con organismos y bodegas. dibujos Enrique Flores Cepas y variedades: albariño, garnacha, macabeo, malbec, palomino, pedro ximénez, tannat, verdejo — La bodega ideal — En ruta por el mundo: mapas-rutas de Ampurdán, Rioja, Lanzarote, Salta, Curicó, Baja California. mapas Esfera, S. L. cubierta y diseño de interiores Víctor Gomollón maqueta y conversión Enric Mir y Marisa Ujja corrección Maribel Arrabal y Miguel Vándor © 2013 LAROUSSE EDITORIAL, S. L. Mallorca 45, 2ª planta 08029 Barcelona teléfono: 93 241 35 05 fax: 93 241 35 07 [email protected] www.larousse.es D. R. © MMXIII EDICIONES LAROUSSE, S. A. DE C. V. Renacimiento 180, Colonia San Juan Tlihuaca 02400 México D. F. Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes plagiaren, reprodujeren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte y en cualquier tipo de soporte o a través de cualquier medio, una obra literaria, artística o científica sin la preceptiva autorización. El editor garantiza que ha realizado todos los esfuerzos posibles para que la reproducción de las marcas comerciales y de material sujeto a copyright en la obra fuera autorizada por sus titulares. En los casos en que estos no hubieran podido ser localizados, el editor quedaría exento de responsabilidad. No obstante, para cualquier rectificación rogamos se dirijan a la dirección de correo electrónico [email protected]. ISBN: 978-84-15785-65-1 Depósito legal: B.27.055-2013 Presentación ¿De qué hablamos cuando hablamos de vino? Hablamos de una larga historia; de muchas y diversas culturas, unas vecinas, otras separadas por océanos, pero todas ellas con un profundo vínculo común; hablamos de paisajes y territorios, de climas y estaciones; hablamos de variedades de uva y de procedimientos, de nuevas técnicas en constante evolución y de otras tradicionales felizmente recuperadas; hablamos de trabajo y esfuerzo en los bancales y en las viñas, del frío de la tierra durante las madrugadas invernales y del sol inclemente cuando se acerca la vendimia; del gusto y adecuación al paladar y de su combinación gastronómica; hablamos de su importancia como sector económico, y de las expresiones de la lengua, de los ritos y celebraciones que giran alrededor del vino; también de la arquitectura de sus bodegas y de su fructífera relación con el diseño, el arte y la literatura, la música y el cine; y, sobre todo, hablamos del inigualable disfrute de su degustación en compañía. Hablar y leer de vinos propicia una conversación, un diálogo de altura en el que uno aporta pero también recibe saberes variados. Si tal conversación se establece con un viticultor, un enólogo o un bodeguero, prestémosles oídos. Las últimas tendencias sobre variedades, regiones o gustos se entreveran entonces con unos conocimientos sólidos, ancestrales, proporcionados por la dedicación diaria al cultivo de la vid o a la elaboración del vino. A la vitivinicultura se le debe, entre otras muchas cosas, la conservación tenaz de los espacios y entornos que hacen posible, cada año, el fruto que habrá de vendimiarse y transformarse hasta alcanzar su momento óptimo de consumo. Las gentes del vino vendrían a ser los garantes de unos paisajes, a la vez naturales y profundamente humanizados, que constituyen signo y huella de nuestra propia identidad como civilización. «El vino es la cosa más civilizada del mundo», dijo un célebre escritor estadounidense, personaje vital, en ocasiones desmedido, poseedor de una pluma directa y precisa de la que salieron algunas de las crónicas periodísticas, relatos y novelas más memorables del siglo xx. Nos referimos — lo habrán adivinado— a Ernest Hemingway, quien además de gran amante del vino y buen conocedor de las tierras en las que se produce, supo condensar en tan pocas palabras la condición del vino como feliz resultado de la intervención del hombre en la tierra. La cita viene al caso de la obra que tiene entre sus manos porque en ella pretendemos acercarnos al vino en sus múltiples facetas, unas prácticas y relativas a su elaboración, clasificación y degustación, y otras más teóricas sobre el pasado, presente y futuro o sobre la cultura del vino, para conformar, con todas ellas, una visión lo más completa posible del apasionante «mundo del vino». los editores Paisaje de viñedo riojano en otoño, con el castillo de Davalillo al fondo y el río Ebro en primer plano, a su paso por la localidad de San Asensio. Un pasado con solera El primer sorbo Es bien conocido que la viña (Vitis vinifera) es un cultivo eminentemente mediterráneo y que se da tanto en esta cuenca como en otras áreas del planeta con un clima similar. Pero curiosamente, según la mayoría de historiadores, su origen no es el Mediterráneo en sentido estricto, sino las tierras del Cáucaso. Algunos, sin embargo, sitúan su primer cultivo en otras tierras asiáticas, y también los hay que hablan de un origen en Europa meridional, en el centro del Mediterráneo o en el norte de África. Igualmente, se han hallado antiguas viñas chinas —que se fueron descartando— y americanas (Vitis riparia, berlandieri, muscadini, etc.), utilizadas a raíz de la filoxera como pies para regenerar la especie en el Viejo Mundo. Sea como fuere, la gran paradoja es que las evidencias arqueológicas sitúan el nacimiento del vino en un área que comprende los actuales Irán, Turquía, Turkmenistán, Uzbekistán, Tayikistán, Armenia, etc., y todas estas zonas, excepto Armenia, con la expansión del islam, son hoy en día «vinófobas». Relieve antiguo con parras y racimos, procedente de Asia. Aunque la cultura del vino se ha divulgado sobre todo en la cuenca europea del Mediterráneo, todo indica que su origen radica en tierras asiáticas. La Biblia hace numerosas alusiones a la vid, hasta unas doscientas (episodio de Noé, etc.), y el vino se convertiría en un elemento sagrado tanto del judaísmo como del cristianismo, hecho que iba a garantizar su ineludible y fabulosa expansión por todo el orbe cristiano, de Oriente a Occidente, y hasta el Nuevo Mundo. El islam, en cambio, considera haram (prohibida) la ingesta de alcohol, y con su avance la cultura del vino sufriría una gran pérdida. Las religiones judía y cristiana, al mencionar el vino en sus libros sagrados e incorporarlo a sus ritos, contribuyeron en gran medida a su divulgación. Viñedos al pie del monte Bental, en los Altos del Golán. Oriente Medio y China El vino se encuentra bien documentado en Oriente Medio y en China. La viña se cultivaba corrientemente en Mesopotamia (actual Iraq), tal como se aprecia en un panel de libación procedente de Ur, fechado en 2500 a. C. y expuesto en el British Museum. El vino era la bebida de las élites, y la cerveza, la bebida popular. También era considerado una bebida sagrada, y como tal aparece en el poema sumerio de Gilgamesh. En Egipto se documenta el vino hacia el año 3000 a. C., gracias a los ritos funerarios: los faraones se hacían enterrar, para pasar mejor a la otra vida, con sus vinos favoritos, mientras que en algunos frescos de las pirámides se representa la elaboración del vino. Conocemos incluso el nombre de una cepa, kakomet, cultivada en tiempos de Ramsés III (hacia 2000 a. C.), y los egipcios también introdujeron las etiquetas: «En el año 30, los buenos vinos del bien regado terreno del templo de Ramsés II en Para-Amón. Bodeguero, Tutmés», reza una de ellas. Pero, como en Mesopotamia, en Egipto el vino estaba reservado a los poderosos, mientras que la cerveza era la bebida del pueblo. Por su parte, en China, existen documentos de regulación de las antiguas dinastías prohibiendo su mezcla con el vino de arroz, bajo severo castigo. También en China se encuentran las primeras botellas etiquetadas (de cerámica). Expansión por el Mediterráneo Según los griegos, Dioniso enseñó a los hombres a cultivar la vid y a elaborar vino. También vincularon su origen a Ulises y Polifemo. En definitiva, relacionaron el vino con los mismos dioses. Lo consideraban un pilar y símbolo de la civilización, tanto o más que los judíos y los cristianos. La filosofía, base del saber griego, nacía en el momento del symposion (simposio), la parte del banquete, tras la comida, en la que se bebía vino. No en vano Platón titularía Symposion (El banquete) su gran obra filosófica. Egipcios, griegos, fenicios y romanos lo difundieron por el Mediterráneo, hasta el Rin y el sur de Inglaterra. Las ánforas de transporte del vino — fenicias, griegas y sobre todo romanas— muestran la importancia de este comercio en la Antigüedad: aún hoy, cuando se encuentran antiguos pecios en el Mediterráneo, el hallazgo más común son las ánforas que transportaban vino. Los griegos añadían resina, brea y especias al vino, para su conservación, y el retsina (vino con resina) sigue siendo popular en Grecia. También fueron los griegos quienes introdujeron el vino en la península Ibérica, ya que los pobladores indígenas bebían cerveza. Desde Empúries, activo puerto comercial, presumiblemente la cultura del vino se expandió, junto con las aportaciones locales de los fenicios. En la península Itálica fueron los etruscos los que introdujeron el vino, mientras que los romanos lo difundirían por todo el imperio, plantando vides desde Alemania hasta los confines de los países bálticos, Flandes, Normandía, Inglaterra, etc. El vino en Roma Grandes autores romanos como Plinio el Viejo, Virgilio, Catón o Marcial se refirieron a la cultura del vino. En el mundo antiguo, Dioniso (para los griegos) o Baco (para los romanos) es el dios del subconsciente y del instinto, pero también de la cultura. Los romanos heredaron la manera griega de beber el vino y afirmarían que en el vino está la verdad («In vino veritas»), en alusión al carácter socializante de esta bebida. El vino se mezclaba en una gran vasija o crátera, lo que era considerado un arte reservado a expertos, y se bebía en copas bajas de cerámica, en algunos casos decoradas. Los romanos conocían el arte del coupage, mezclando vinos de diversa procedencia, y el del envejecimiento (hasta 25 años). De las Galias proceden las primeras barricas de madera, primero para la cerveza y más tarde para el vino, que hasta entonces se envasaba en ánforas de barro. También se utilizaba el cuero (odres, etc.), un material empleado hasta recientemente. Los romanos importaban vinos de todo el imperio, de Grecia a Hispania (el monte Testaccio de Roma está hecho con restos de ánforas de vino, mayormente procedentes de Hispania). En Hispania, eran famosos los vinos de las actuales Tarragona, Valencia, Gerona, Baleares, así como los de la Bética y los de Valdepeñas. El poeta Marcial alababa los vinos de la Tarraconense, comparándolos con los de la Campania. De hecho, los romanos ya tenían claro el concepto posterior de «denominación de origen», y designaban y apreciaban los vinos en función de su procedencia: Falerno, Sorrento y Fornio —zonas del sur de Italia, en la actual Campania— eran consideradas las mejores tierras del vino. Hay documentos sobre vinos parecidos al jerez (vinun digatanum) y sobre vino hervido o cocido (decoctum), muy apreciado. También se le añadían numerosos aditivos, tanto para aromatizar como para conservar y, en algunos casos, para blanquear el vino: yeso, polvo de mármol, gelatina, resina, mirto, ajenjo, cola de pescado, plomo, hierbas y especias, materias animales, etc. El producto resultante era un vino denso y de alta graduación, y por eso siempre se bebía diluido en agua, excepto en las ceremonias religiosas. Para los romanos pudientes, el vino era parte integrante de la vida social, imprescindible en los ágapes. Tal como aparece en los libros de cocina de Apicio (De re coquinaria), los romanos, como grandes gourmets que eran, también utilizaron el vino para confeccionar salsas y cocinar. A la izquierda, servicio del vino en una crátera (fresco del palacio de Cnosos, Creta). Arriba a la derecha, ánforas en la isla griega de Delos (Cícladas). Sobre estas líneas, mosaico con motivo vitícola hallado en las cuevas de Amatsya (Israel), de tiempos del dominio romano en la región. Roma se convirtió en un ávido consumidor de vino procedente de los cuatro puntos de su extenso imperio. Custodios del vino: el vino en la Edad Media La Edad Media europea comienza con dos hechos que iban a interferir en la cultura del vino: de una parte, las invasiones y migraciones de los pueblos «bárbaros», paganos y bebedores de cerveza; de la otra, el avance del islam. Los preceptos religiosos islámicos prohíben la ingesta del vino —y de cualquier alcohol—, con lo que, con la rápida expansión árabe a partir del siglo viii, la cultura del vino iba a ser expulsada de amplias zonas de Asia — los actuales Iraq, Irán, etc.—, del Próximo Oriente —Líbano, Siria, Palestina, zonas tradicionales de producción vitícola—, de Egipto y el norte de África, de Sicilia y de casi toda la península Ibérica. A pesar de ello, el consumo de vino en el vasto imperio árabe no iba a desaparecer del todo, además de darse la paradoja de que la mejor poesía báquica de la época sería escrita por poetas islámicos, principalmente persas (Abu Nuwas, Omar Jayam) o hispanoárabes (Ali ibn Jalaf al-Laridi, Ibn Jafaja o Abu Bakr Muhammad). Estas dos irrupciones toparon con un cristianismo también combativo, a la sazón promotor del vino, y esta es la cultura que a la postre se consolidaría en Europa. Antiguos aperos para el cultivo de la vid, expuestos en Krasnodar (Rusia), al norte del Cáucaso. En esta región euroasiática podría encontrarse el origen de la Vitis vinifera. La Iglesia, promotora del vino La Edad Media se divide en dos periodos: Alta Edad Media —de la caída del Imperio romano al siglo xi— y Baja Edad Media —siglos xii a xiv-xv—. Varios textos de la Alta Edad Media ya se refieren a la cultura del vino. Así, el Codex Euricianus visigótico (siglo v) promulgó leyes a favor de la protección de su cultivo, como que si se arrancaba una cepa había que restituirla por otras dos. Las Regula Isidori (siglo vii) fijaban la cantidad de vino que debía tomar al día una persona. Una descripción del consumo de vino en aquella época se encuentra en la obra de Gregorio de Tours titulada Historia Francorum (Historia de los francos). Por su parte, los Usatges catalanes (siglo xi) establecían la concesión de la propiedad de una tierra repoblada si se plantaban viñas en ella, propiedad efectiva al cabo de 30 años de la plantación. Esta legislación favorable al cultivo de la vid y, en consecuencia, a la producción de vino se debió sobre todo a la intrínseca relación de la Iglesia con el vino que, como expresión de «la sangre de Cristo», constituye un ingrediente litúrgico esencial. Durante la Edad Media, los conventos y monasterios serían lugares privilegiados para el cultivo de la viña, las mejoras en su explotación, la conservación de cepas autóctonas y la vinificación. Por ejemplo, los grandes conventos benedictinos y cistercienses —extendidos desde Francia por la península Ibérica, Italia, el valle del Mosela, etc.— se comunicaban sus hallazgos y técnicas en la mejora del cultivo. También el Camino de Santiago constituiría una vía de circulación de cepas y conocimientos. Grandes conventos cistercienses, como algunos de la Borgoña —La Bussière-sur-Ouche, Cîteaux, Pontigny— o los de Piedra, Fitero, San Salvador de Cañas, Poblet o Santes Creus, en España, aún conservan sus imponentes bodegas de estilo gótico: la bodega subterránea, precisamente, es una aportación medieval. Por su parte, algunas denominaciones de los vinos recuerdan su origen monástico de entonces: clos o Kloster, denominaciones respectivas de «claustro» en francés y alemán. También entonces surgieron apelaciones geográficas: «vino griego», «picapoll de Mallorca», «Vernaccia» (garnacha; del nombre de un pueblo toscano cerca de San Giminiano), «Mnombasia» (malvasía; de la localidad griega de Monemvasia), «vinos de Madrid de Castilla» (que podría corresponderse con los actuales de Ribera del Duero), así como los de Burdeos, Borgoña, Aviñón, Córcega, Beaune (Borgoña), etc. Estas denominaciones son citadas por Francesc Eiximenis, escritor catalán del siglo xiv que aporta abundante información sobre la circulación del vino en la época: así sabemos, por ejemplo, que en Bretaña se bebía más vino alemán que francés o que el «vino griego» era uno de los preferidos. Cabe añadir que, como la Iglesia medieval y por parecidas necesidades sagradas, las comunidades judías europeas producían sus propios vinos kosher. Sala de vinificación del monasterio de Eberbach, primer monasterio cisterciense de la orilla este del Rin. De los Pirineos a las Canarias En la península Ibérica, por entonces, se cultivaba la vid en lugares hoy impensables, como los Pirineos (incluida la actual Andorra). De hecho, el primer enólogo europeo conocido es seguramente Ramon de Noves, monje de Sant Pere de Rodes, monasterio situado en el extremo oriental del Pirineo, en el Alto Ampurdán. En esta escarpada montaña, aún se pueden ver los bancales que servían para cultivar la vid. En los primeros siglos medievales el cultivo se expandió, amén del Ampurdán, por otras áreas de Cataluña, como el Penedés, Tarragona o el Bages. También sobresalieron entonces los vinos gallegos conocidos hoy como ribeiro, y empezaron a plantarse viñedos en torno al Camino de Santiago, en La Rioja y la Ribera del Duero. El ribeiro se empezó a exportar a gran escala a Inglaterra a partir de finales del siglo xiv. Otro tanto harían algunos vinos andaluces, de Jerez y Málaga, así como el oporto (nombre derivado de O Porto, el puerto de Vilanova de Gaia), el vinho verde portugués (desde el siglo xiii) o el vino de Burdeos. En esta última zona, entonces bajo dominio inglés, se establecería la denominada «policía de los vinos», que constaba de una serie de códigos comerciales establecidos en los siglos xiii y xiv que regirían el comercio de vino y el uso del puerto de Burdeos con tal fin. Aunque las islas Canarias no empezaron a poblarse con colonos europeos hasta el siglo xv, es probable que ya anteriormente algunos monjes peninsulares (de hecho, hubo dos expediciones catalano-mallorquinas, en 1242 y 1386) introdujeran las primeras vides. También hay datos acerca del cultivo del vino en lugares alejados del Mediterráneo como Irlanda y el sur de Inglaterra, gracias a las descripciones del monje Beda el Venerable en su libro Historia ecclesiastica gentis Anglorum (Historia eclesiástica del pueblo inglés). Los conocimientos sobre la vid y la elaboración del vino encontraron en los jalones que constituían los monasterios una vía de transmisión. Arriba, viñedos ante el monasterio de Poblet. Arnau de Vilanova y Francesc Eiximenis El británico Hugh Johnson, uno de los grandes expertos del mundo del vino, ha sacado a la luz la aportación de Arnau de Vilanova como autor del «primer libro impreso de vinos» —aunque en su origen fuera un manuscrito—, el Liber de vinis. El médico y dietista catalán del siglo xiii, profesor en la universidad de Montpellier, escribió en Regiment de Sanitat («régimen de sanidad») sobre el vino desde el punto de la salud y de sus características: por ejemplo, elogia el vi novell (vino joven). Johnson ha estudiado también la figura de Francesc Eiximenis, al que considera «el crítico de vino más original y apreciado en la Edad Media». En la «enciclopedia» sobre conducta moral titulada Lo crestià (El cristiano), Eiximenis dedicó un volumen a Com usar bé de beure e menjar («cómo beber y comer adecuadamente»), primero en su género de Europa, con diversos capítulos dedicados al vino. En él se formula, por primera vez, un lenguaje enológico y de cata, se dice que hay que beberlo en copas de cristal, aconseja cuáles son los mejores, sugiere ciertos maridajes, etc. También habla de las diversas formas de beber el vino, elogiando el «modo itálico» de servirlo: destinando una copa para el agua y otra para el vino, y atendiendo todos los procesos de la cata. Pan y vino En la Edad Media, el vino era considerado un alimento de primera necesidad —pan y vino— y, a diferencia de lo que ocurría en la Antigüedad, disfrutaban de él todas las clases sociales, especialmente en la cuenca mediterránea y en Francia. En esa época se hizo extensivo el almacenamiento y transporte del vino en barriles de madera, particularmente de roble y castaño. Algunos textos también narran cómo bastante a menudo se avinagraba el vino, dado que la protección contra la oxidación era muy escasa y el uso de antioxidantes prácticamente desconocido. Sin embargo, se empleaban algunas técnicas con el objeto de alargar la vida del vino: recubrimientos de brea y empleo de resinas (antimicrobianos), o el uso de saborizantes —especias, hierbas, miel— para enmascarar el sabor del vino avinagrado. El vino se seguía bebiendo mezclado con agua, salvo en Francia —según Eiximenis—, y eran apreciados los vinos de alta graduación, los dulces y los mezclados con especias, hierbas, miel, etc. (pigmentum, hipocrás y otros). Por otra parte, el vino tenía un uso importante en la cocina, como se puede ver en el Llibre de Sent Soví, primer tratado europeo de cocina, o en Le viandier, de Guillaume Tirel. Del siglo xv es otro precioso manual de cómo servir el vino, escrito por el cocinero del rey de Nápoles Mestre Robert como parte introductoria del Llibre del coc («libro del cocinero», traducido al castellano en el siglo xvi como Libro de guizados, por Ruperto de Nola). En él, se insiste en que hay que beber el vino en copas de cristal, no de plata u oro como hacían los reyes y aristócratas, y da curiosas instrucciones sobre cómo esquivar el uso de los venenos. Viñedos ante la ciudadela medieval de Carcasona, en el sur de Francia. La gran expansión: el vino en la Edad Moderna Siguiendo la clasificación general en edades de los historiadores, la Edad Moderna corresponde al período comprendido desde mediados o finales del siglo xv hasta finales del siglo xviii. Esta nueva era vino marcada por el descubrimiento de América y otras grandes colonizaciones que, en concreto dentro de la historia del vino, supusieron la plantación de viñas en nuevos y extensos territorios. También sería un período caracterizado por el avance de mejoras que redundarían en beneficio de los procesos del comercio y la distribución del vino. El puerto de Burdeos, a mediados del siglo xix. En los siglos anteriores, durante la Edad Moderna, se establecieron las grandes rutas oceánicas, que difundieron la cultura del vino por todo el mundo. El vino en América: ida y vuelta Los españoles iniciaron la mayor expansión del vino. En su testamento, Cristóbal Colón cita que había transportado vino de Ribadavia. Este vino, por tanto, documentalmente sería el primero en llegar a América. Asimismo, en 1555 se elaboraron las Ordenanzas de Ribadavia, consideradas el documento más antiguo sobre denominaciones de origen en la península Ibérica. Cortés llevó el cultivo de la vid a México en 1525, ordenando a cada colonizador plantar 10 viñas por cada nativo de su territorio. Se desarrolló así la cepa «criollo», que arraigó con éxito en el centro y el norte de México, y que pasaría al Perú y territorios adyacentes (la actual región argentina de Mendoza, etc.) durante el siglo xvi. Durante la segunda mitad del siglo xvi se establecieron tres regiones vitivinícolas en el Virreinato del Perú: la del actual Chile —destinada a tener un gran futuro—, otra en las zonas desérticas y una tercera en la región de Cuyo. La gran sobreproducción haría que los excedentes sirvieran para elaborar un aguardiente, el pisco. Pero el auge de los vinos de ultramar llegó a amenazar la producción peninsular, de modo que un edicto real prohibió el vino procedente de América, declarándolo contrabando, comportando que la mayor parte de viñas fueran arrancadas. Durante el siglo y medio que el edicto estuvo vigente, en las colonias americanas solo se podían plantar nuevas vides bajo licencias especiales otorgadas por el reino de Castilla, aunque los jesuitas estaban exentos de la concesión de tales licencias. Vinos generosos para el largo viaje Los geógrafos y escritores de los siglos xvi y xvii —Cervantes, Quevedo o Lope de Vega— citan algunos de estos vinos, mientras que Shakespeare menciona la malvasía de Canarias. Esta fue fruto de la reciente implantación por los castellanos de la vid tras la conquista del archipiélago, igual que harían los portugueses en Madeira: los vinos producidos en estas islas, junto con los de Jerez, Málaga y Burdeos, conseguirían el favor de los ingleses. A partir del siglo xvi el comercio del vino fue muy activo, tanto hacia las islas Británicas como en el trasiego entre la península Ibérica y América. Pero en esos largos periplos los vinos corrientes se agriaban, por lo que se tendería a potenciar, para el comercio, los vinos generosos. La vid también se expandió en lo que después serían los Estados Unidos. En 1769, el mallorquín franciscano Junípero Serra llevó la vid a San Diego (California), mientras que los jesuitas extendieron su cultivo por la Baja California. En la América anglosajona, Benjamin Franklin también promovió el cultivo de variedades autóctonas y la producción de vino, mientras que Thomas Jefferson (1743-1826), tras su paso como embajador de Estados Unidos en Francia, también fomentaría el cultivo de la vid al regresar a su país. Viejas barricas en una buhardilla. A partir del siglo xvi, las bodegas de los barcos irían cargadas de vinos —sobre todo, generosos— en un continuo ir y venir por las costas europeas y el Atlántico. El vino en las antípodas En 1606 el navegante neerlandés Willem Janszoon descubrió para los europeos Australia, a la que llamó Nueva Holanda. En Nueva Gales del Sur, la zona de Rose Hill —actual Parramatta, productora de algunos de los vinos más caros del mundo, en «botellas-joya»— fue una de las primeras en cultivar la vid en el nuevo e inmenso territorio. Y a pesar de las preferencias de los colonos por el ron o la ginebra, pronto se fueron cultivando vides en otras zonas de Nueva Gales del Sur, como Hunter Valley. Los Países Bajos, mientras tanto, promovieron el cultivo de la vid en su colonia de Sudáfrica desde mediados del siglo xvii. Calvinistas escapados de Francia, conocedores de las técnicas de la viticultura, se instalaron en el territorio e introdujeron nuevas cepas y técnicas. En la centuria siguiente se produjo una gran ampliación de los viñedos en el área de Groot Constantia, con uvas frontignac o moscatel de grano menudo, que produciría vinos apreciados por la realeza europea. En los países alemanes, grandes consumidores de vino —de hecho era la bebida preferida, por delante de la cerveza—, los desastres de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) arruinaron casi todos los viñedos. Al procederse a la replantación, se hizo mayoritariamente con uva riesling, muy adecuada para el clima septentrional. Difundida sobre todo por los obispos, príncipesobispos y grandes abades, esta variedad iba a conocer una prodigiosa expansión en el siglo xviii. Reproducción de una escena de interior del pintor flamenco del siglo xvii David Teniers el Joven, en la que aparecen unos campesinos bebiendo vino. Flandes y los Países Bajos fueron grandes consumidores de vino durante la Edad Moderna, impulsando su comercio con los países productores del sur de Europa. Nuevas técnicas y expansión del comercio Los vinos del siglo xvii empezaron a ser más estables —y a parecerse a los vinos actuales—, lo cual favoreció su consumo. Si bien la primera referencia documentada del uso de sulfitos data de un informe publicado en Rottenburg en 1487, su difusión fue lenta. Pero en el siglo xvii los holandeses introdujeron la técnica de quemar tiras impregnadas con azufre en las botas de Burdeos, de ahí su nombre de allumettes hollandaises (cerillas holandesas). También por entonces se consolidó el comercio internacional del vino. En el siglo xvi el área de Ribeiro era una de las principales exportadoras de vino de la Península, especialmente al Reino Unido, Flandes y Países Bajos; los holandeses también se interesaron por los vinos catalanes, y en el siglo xviii sus comerciantes merodearon por Cataluña. En general, en los siglos xvi-xvii creció exponencialmente la exportación de todo tipo de vinos (Burdeos, Canarias, Benicarló, Madeira, Jerez, Florencia, región del Miño, etc.), impulsada sobre todo por los ingleses, pero también por los holandeses: ambas naciones confluyeron en Burdeos —en medio de guerras y prohibiciones de exportar vino— y sobre todo, ya en el siglo xviii, con el comercio de vino plenamente consolidado, en los vinos de Oporto. Los ingleses, de hecho, estaban interesados en todo tipo de vinos: Oporto, Burdeos, Canarias, Madeira, pero también por los vinos italianos de la Toscana o Sicilia, los vinos renanos, griegos o incluso los de las colonias de Sudáfrica, como el mencionado Constantia. Asimismo, difundían algunos de ellos —como los de Madeira— por sus colonias, entre las que destacaba la India. Nuevos vinos En esa época aparecieron en la región de Burdeos vinos elaborados con la «podredumbre noble», como el Sauternes. Pero el hecho más relevante para la historia del vino tendría lugar en otra región francesa, la Champaña, donde un monje llamado Pierre Pérignon iba a elaborar el primer vino espumoso que posteriormente se daría a conocer mundialmente como champagne o champán. Al parecer, el monje fijó un procedimiento, denominado «método champenoise» (método clásico o tradicional), fundamentado en el efecto de la fermentación en la botella. Sin embargo, en Limoux (región de Occitania, en el sur de Francia) reclaman que su blanquette —otro vino espumoso— es anterior, del siglo xvi. Por su parte, los vinos tranquilos del norte de Francia (Borgoña, Beaune, etc.) ya tenían fama desde la Edad Media y en el siglo xvi, hasta el punto de ser considerados «vinos de Francia» o «vinos reales». Pero la irrupción del champagne supuso una auténtica revolución: a mediados del siglo xvii, la realeza y la aristocracia francesas casi solo bebían este vino espumoso, que también se convirtió en uno de los vinos preferidos de la aristocracia británica. También entonces, el cultivo de la vid y el aprecio del vino se difundieron en otras zonas fuera del área mediterránea, como Suiza, Austria y Hungría, esta última una vez liberada de los turcos, con sus vinos de Tokaj. Estatua de Dom Pérignon en Épernay (Champaña). Su invención del método champenoise daría un vuelco al tipo de vino consumido en las cortes europeas. Innovaciones y revoluciones La gran innovación, que iba a revolucionar la difusión, el almacenamiento y el comercio del vino, sería la aparición en el siglo xvii de la botella de vino de cristal, que en sus comienzos tenía una aspecto más redondo que alargado, como se puede ver, por ejemplo, en la evolución de la botella de Oporto. Hacia 1720 se empezaron a fabricar botellas más alargadas, siempre de color verde. En 1821, la empresa inglesa Ricketts & Co. Glassworks patentó una forma de elaborar mecánicamente botellas de la misma forma, y así nació la actual botella, de color blanco o verde. La segunda revolución vendría dada por el uso del tapón de corcho —que se produce en el Mediterráneo, especialmente en Cataluña, Extremadura y Portugal—, que también iba a permitir embotellar espumosos en condiciones óptimas. A partir de los siglos xviii y xix los movimientos revolucionarios o democráticos iban a redistribuir la propiedad de la viña, pasando sobre todo de manos religiosas a civiles. Así, la Revolución francesa repartió las viñas de los señores y los monasterios, y un fenómeno parecido ocurriría en España con la Desamortización de Mendizábal, ya en el siglo xix. Por otra parte, los jesuitas, hasta entonces grandes difusores del vino, serían expulsados de algunos países. La Revolución francesa, por último, iba a conllevar la desaparición de las aduanas interiores que gravaban la entrada de vino en París, con lo que se liberalizó su comercio y se acrecentó su consumo. Censo de una bodega de Borgoña durante el período napoleónico. Las revoluciones burguesas de los siglos xviii-xix supondrían importantes cambios en la estructura de la propiedad de las vides y en la comercialización del vino. Quizá la primera gran botella con historia es la de Dom Pérignon. Según la leyenda, en 1670 el monje benedictino Pierre Pérignon, encargado de la bodega en la abadía de Hautvilliers, oyó la explosión de una botella de vino; se acercó, cató el vino derramado y gritó a sus ayudantes: «Vengan, deprisa, estoy bebiendo estrellas», descubriendo así el vino espumoso que pasaría a ser el champagne. Moët & Chandon compró los viñedos de la abadía en 1794; y a finales de la década de 1920 dio nombre al vino: Dom Pérignon. Actualmente, algunas botellas de esta marca pueden alcanzar los 40 000 dólares. Y es que el champagne ha acompañado grandes momentos galantes e históricos de la realeza, la aristocracia, los grandes eventos financieros, los triunfos operísticos de Rossini, los devaneos de Marilyn Monroe —que lo utilizaba ¡como perfume!— o las recepciones de Salvador Dalí con cava rosado. Una botella de vino de Burdeos Château Lafite 1787, que se cree que perteneció al presidente estadounidense Thomas Jefferson, se vendió por 126 000 euros. Nunca antes un vino había sido tan exclusivo ni alcanzado tan alto precio. Pero no se trataba de una inversión económica: aquí se compraba historia. Block 42: vino «prehistórico» Esta cota fue superada por otro vino, el Block 42 del año 2004, del que una sola copa cuesta nada menos que 26 500 euros (en este caso, solo pagamos el vino, no la botella ni su valor añadido). Quizá solo por eso, este cabernet sauvignon elaborado por la bodega australiana Penfolds se ha ganado un puesto en la historia vitivinícola y de las grandes botellas. Aunque no es la primera botella de vino vendida por cantidades tan sustanciosas, sí es la que se ha comercializado con un precio más alto directamente por la bodega, ya que las ventas de botellas históricas suelen hacerse a través de las casas de subastas. Sin embargo, según los expertos, el vino más caro de todos los tiempos justifica su precio, al estar elaborado con uvas recogidas directamente de las vides más antiguas del planeta, trasplantadas de Francia a Australia en 1830 por el fundador de la bodega, el médico británico Christopher Penfolds. Unas viñas «arqueológicas» anteriores a la plaga de la filoxera. De nuevo, su valor es histórico, no por la posible calidad del vino. Además, el caldo se presenta en una auténtica obra de arte: un recipiente en forma de preciosa ampolla de cristal diseñado por el artista australiano Nick Mount y soplada a mano por Ray Leake. Otra botella famosa es un Château Peyre-Lebade 1998, un cru bourgeois del Haut Médoc, Burdeos, que pertenecía al barón de Rothschild. Se la bebió Bernard Pivot, el periodista presentador del programa de culto de la televisión francesa Apostrophes, con el editor Olivier Orban, de Éditions Plon, al proponerle este la redacción de un diccionario de vinos. Este mundo de botellas de vino famosas e históricas no se basa, por tanto, en la posible calidad del vino —a veces dudosa, dado el tiempo que suele haber transcurrido desde que se embotelló y a que no podemos saber casi nada sobre su estado de conservación antes de abrir la botella—, sino en otros factores, de tipo histórico, literario, sentimental, etc. De hecho, es una forma de coleccionismo —con elementos fetichistas— diferente de la inversión propiamente dicha, tal como se da en el mundo de las obras de arte. El interés por las botellas de vino famosas e históricas no se basa en la posible calidad del vino —a veces dudosa, dado el tiempo transcurrido desde que se embotelló y a que no podemos saber casi nada sobre su estado de conservación antes de abrir la botella—, sino en otros factores, de tipo histórico, literario o sentimental. El vino se asocia desde sus orígenes al lujo. Por ello, fue uno de los productos que se exportaban a través de Ugarit, ciudad de la Edad de Bronce, descubierta en 1929 en el tell de Ras Shamra, en la costa siria, cuya existencia data del segundo milenio a. C. y que fue, probablemente, el primer gran puerto internacional de la Historia. En esta ciudad, además, se creó la Marzeah, una institución semítica de la alta sociedad que gestionaba viñas, campos, almacenes y una casa —denominada bêt marzeah— donde celebrar fiestas, tal como recoge la Biblia (Jeremías 16, 5-8, y Amós 6, 4-7). En Mesopotamia, la asociación del vino al lujo se puede deducir por su precio, ya que 20 litros de vino costaban 250 veces más que el grano. Por ello, era un producto destinado al rey, quien contaba con reservas en sus almacenes vigilados y cerrados como si fueran tesoros. El vino era consumido en banquetes reales o sagrados, como consta en diversos papiros, pinturas y esculturas. En Asiria también era el presente favorito de los reyes y de los altos funcionarios, al igual que en Egipto, donde era consumido por mujeres y hombres sin restricción alguna, una circunstancia que cambiaría radicalmente en la época griega y romana. La diosa egipcia Isis sosteniendo dos jarras de vino (templo de Ramsés II, en Abydos). El consumo del vino en el mundo griego era exclusivo de los hombres y en celebraciones especiales a las que invitaba un anfitrión, denominadas «simposios». En Roma, la prohibición del consumo a mujeres y esclavos se hizo incluso por ley. Estos dos grupos solo podían tomar un tipo de vino llamado «lora», que vendría a ser un vino de aguapié, de baja calidad y sin fermentar. También se les permitía tomar el muriola o murina, que se obtenía de macerar el orujo en mosto cocido. Estos vinos, denominados «vina secundaria», eran de segunda prensada y sin fermentación. El consumo de vino por las mujeres fue delito entre los reinados de Septimio Severo y Caracalla (años 198 y 211), quizás porque se consideraba abortivo o porque, al considerarse el vino principio de vida, si lo tomaba la mujer estaba ingiriendo un principio extraño al marido, contaminando así la estirpe. Para controlar si la mujer había bebido, se practicaba el ius osculi, es decir, el «derecho de beso» ejercido por el marido o los familiares más cercanos. Si se descubría que lo había hecho, se podía repudiar a la mujer o incluso matarla. Simposio griego (fresco de Paestum, en la Magna Grecia). Popularización del consumo En Roma, el consumo del vino se extendió al pueblo, pero las diferencias entre sus consumidores se siguen constatando. Por un lado, las clases dirigentes elegían los vinos más selectos en todo el Imperio, que tomaban en copa, mientras el pueblo tomaba los vinos más comunes, en vasos de madera o piel. La popularización del consumo por todo el Mediterráneo con los romanos se puede deber a que fue habitual entre los destacamentos militares apostados en todo el Imperio, como demuestran investigaciones arqueológicas que han permitido localizar muchos toneles romanos, sobre todo a lo largo del curso de los grandes ríos de la Europa continental, en lugares que coincidían con campamentos militares. De hecho, la prohibición de Domiciano a finales del siglo i de plantar nuevos viñedos en el Imperio fue abolida dos siglos después por Marco Aurelio Probo, para asegurar el abastecimiento del vino para sus tropas en las provincias septentrionales y orientales, por lo que plantó numerosas cepas a orillas del Mosela y del Danubio (en las actuales Alemania y Austria). En adelante, el consumo del vino continuó teniendo un doble enfoque: por un lado, el pueblo, para el que el vino era un alimento más; y por el otro, la alta sociedad, responsable, por ejemplo, de poner de moda el vino espumoso y sofisticado inventado por el abad Dom Pierre Pérignon. En el siglo xvii, la sofisticación llegó hasta el punto de que la venta de una botella de champán iba siempre acompañada de una serie de instrucciones para su disfrute; entre ellas, las de conservación, para evitar la pérdida de la burbuja, así como su servicio: se debía enfriar en hielo y servir en una copa especial, llamada «flauta», por ser alta y estrecha. De la misma centuria es otra copa de champán, más abierta y que, según leyenda posterior, habría inspirado el pecho de María Antonieta, de Madame de Pompadour o incluso de Helena de Troya. Y es que son muchas las leyendas sobre esta bebida y su degustación, aunque en realidad las copas y formas de tomarla fueron dictadas por las bodegas, como un innovador estilo de marketing. Reparto de vino y cestas con comida en una mina francesa, en la segunda mitad del siglo xix. Las innovaciones del siglo XIX En 1863, el emperador francés Napoleón III pidió a Louis Pasteur que estudiara las enfermedades del vino. Tres años después, el químico publicó Études sur le vin, una obra de gran importancia para la evolución de la historia del vino. Hasta entonces, se había demostrado que la levadura era una masa de microbios vivos, y ello había hecho posible identificar y controlar los tipos de microbios que hacían el vino o lo estropeaban. Sin embargo, Pasteur fue el primero en descubrir el importante papel del oxígeno en la evolución del vino y en demostrar por qué tanto el barril como la botella son indispensables para elaborar buen vino: el barril, para aportar oxígeno al vino joven y ayudar a que madure, y la botella, para excluir el oxígeno del vino maduro y ayudar a conservarlo. En palabras del propio Pasteur extraídas de su obra: «En mi opinión es el oxígeno el que hace el vino; es por su influencia que el vino envejece; es el oxígeno el que modifica los difíciles principios del vino nuevo y hace desaparecer el mal sabor [...]». Banquete celebrado en Alejandría (Egipto) en honor de Napoleón III, en 1863. Avances científicos Tras ese descubrimiento, con el que la ciencia entraría a jugar un papel decisivo en la elaboración del vino, se crearon departamentos de enología en las universidades de Burdeos y California, que iban a propiciar nuevos descubrimientos. Desde la década de 1880, la Universidad de Burdeos se centró en el conocimiento y mejora de los métodos tradicionales franceses para producir vinos de calidad, y descubrió la naturaleza de la fermentación maloláctica. Por su parte, la Universidad de California, cuyo departamento de enología se trasladó de Berkeley a Davis en 1928, buscó la fórmula de desarrollar una industria vinícola sin que existiera una tradición local. Para ello, buscó las variedades de uva más adecuadas dependiendo de las condiciones climáticas. La clarificación del vino también se trabajó durante finales del siglo xix y principios del xx. La clarificación era un procedimiento utilizado desde antiguo para dar al vino transparencia y brillo, y, en ocasiones, para paliar el efecto de contaminaciones bacterianas y quiebras. Aumentar el grado alcohólico era práctica habitual a través del asoleo de las uvas o la adición de arrope, miel o aguardiente. En los países fríos se añadía miel y posteriormente se generalizó la adición de azúcar pura a los mostos, un proceso que se conoce como chaptalización, por ser el químico francés y también ministro de Interior de Napoleón Bonaparte Jean-Antoine Chaptal quien lo conceptualizó en 1801, en su Traité théorique et pratique sur la culture de la vigne («Tratado teórico y práctico sobre la cultura de la viña»). Hasta Pasteur se desconocía el porqué de la necesidad de realizar la limpieza y desinfección de los envases, pero Chaptal ya recomendaba frotar el interior con cal viva apagada en agua. Tradicionalmente, la clarificación se hacía por decantación natural, auxiliada por los trasiegos, como recogía el erudito español Cecilio García de la Leña en 1798. Asimismo, para la clarificación se han utilizado productos orgánicos e inorgánicos; entre los orgánicos destaca la clara de huevo, un elemento que aún hoy utilizan algunas bodegas. Durante el siglo xix también se dieron importantes pasos en la lucha contra las enfermedades de la vid, como el mildiu o la filoxera, que entonces tenían gran incidencia. En 1885, el científico francés Alexis Millardet descubrió a través de un agricultor una medida de prevención para el mildiu —una enfermedad procedente de América, y que se había detectado en Inglaterra en 1845 y extendido a Francia en 1850—, con una mezcla de cobre y cal apagada, que funcionaba como fungicida y que se conoció como caldo bordelés o mezcla bordelesa. Vendimiadores de Borgoña en el siglo xix. Hora de organizarse A estos avances científicos que se produjeron durante el siglo xix y se expandieron rápidamente por todo el mundo, hay que sumar los cambios políticos y económicos que se produjeron en España y que favorecieron también la innovación. Aunque en ese siglo en España no se produjo una revolución industrial como en Francia o Inglaterra, sí se dio una revolución liberal, gracias a la cual cambió la estructura de la propiedad de la tierra. Los nuevos propietarios impulsaron la producción agraria y el comercio interno y externo. Este incremento de la actividad se tradujo en un fortalecimiento de la estructura económica liderada por la burguesía, que impulsó la liberalización del comercio agrícola, la creación de sociedades de crédito y de entidades asociativas mediante las que simplificar los procesos comerciales y una regulación con la que se comenzó a concebir la agricultura como una actividad empresarial. Entre las actividades agrícolas de mayor importancia entonces se encuentra la exportación de vinos, impulsada por la crisis filoxérica francesa, que disparó las ventas de vino desde España, lo que a su vez hizo aumentar el cultivo, especialmente en la costa mediterránea (Cataluña y Valencia). No obstante, hacia finales de siglo cayeron las exportaciones de vino y las cotizaciones del producto. Frente a esta situación, los viticultores se organizaron, a través de la Asociación de Agricultores de España. El gobierno español, por su parte, apostó por la innovación, con la instalación de estaciones enológicas por todo el país, que funcionaban como oficinas comerciales y centros de divulgación científica. El Real Decreto de 15 de enero de 1892 creó la Estación Enológica Central de Madrid, así como estaciones en las principales comarcas vitivinícolas. Estas estaciones tenían como objetivo la producción de vinos de calidad, para lo cual se preveía estudiar y clasificar las variedades de uvas en cada comarca, analizar las condiciones de la evolución de los mostos, buscar los más aceptados por el mercado, mejorar la conservación del vino, prevenir enfermedades de la vid y formar a aprendices y capataces bodegueros. Se instalaron estaciones enológicas en lugares como Haro o Requena, entidades que hoy en día siguen funcionando como laboratorios que prestan servicios al sector vitivinícola en el control de la calidad de las uvas y de los vinos, así como asistencia técnica a organismos públicos y privados del sector enológico. Actualmente, realizan análisis de control de maduración de la uva y controles de calidad para la calificación de los vinos, entre otras actividades. También jugó una gran relevancia en la innovación vitivinícola española la publicación de artículos científicos, tanto españoles como internacionales, en las publicaciones agrarias que se comenzaron a consolidar durante ese siglo en España. Entre ellas, la financiada por el gobierno, La Gaceta Agrícola del Ministerio de Fomento, en la que los artículos sobre el vino eran habituales, o la Gaceta de Agricultura, propiedad de una sociedad de agricultores, que también daba especial atención a la innovación científica vitivinícola. Avanzado sistema de almacenamiento del vino, en un dibujo de finales del siglo xix. Las grandes plagas En el siglo xix y principios del xx florecieron la producción vitivinícola y el consumo del vino, pero también fue un periodo en el que las enfermedades de la vid —oidium, mildiu, filoxera— hicieron estragos, a la vez que se produjeron otras situaciones desfavorables, como la crisis de 1929 y las dos guerras mundiales. La temible filoxera Tras el paso de dos enfermedades devastadoras para la vid francesa como el mildiu y el oidium, llegó la filoxera, que iba a alterar toda la producción europea de vino. La filoxera es un insecto hemíptero de 0,5-2 mm que parasita plantas, entre ellas, la vid. Pertenece al género Aphidiae, y aunque existen diferentes especies, la que afectó a Europa a mediados del siglo xix procedente de América ataca las raíces, no las hojas. El insecto se reproduce por medio de huevos, que pueden alcanzar los 15 millones en 5 meses. Se propaga por aire y tierra, así como por los utensilios que utiliza el hombre. Las cepas mueren entre dos y cuatro años después de su parasitación. Los primeros focos en Europa se detectaron en Gran Bretaña y en Francia entre 1863 y 1867, pero hasta julio de 1868 no se demostró que la causa de la muerte de las vides era la filoxera. La velocidad con la que se extendió la enfermedad fue de 30 kilómetros por año, y en 1877 en Francia se registraba un 12 % de vides muertas y un 15 % infectadas. En 1874, el gobierno francés concedió un premio de 300 000 francos al mejor trabajo de investigación sobre la filoxera. Hacia 1870, el botánico francés Jules-Émile Planchon —el primero que había identificado los insectos amarillos de las raíces de las viñas como causa de la plaga— colaboró con el británico Charles Riley, entomólogo del estado de Missouri, para hallar una solución: injertar raíces de vides americanas resistentes a la filoxera en los brotes de vides europeas. En 1877, se organizó en Lausana (Suiza) una conferencia internacional sobre el asunto, y en 1878, en otro congreso celebrado en España, se propusieron ideas para acabar con la plaga, como inundar las viñas durante 40-45 días, aplicar sulfuro de carbono y sulfocarbonatos, y utilizar vides americanas como portainjertos. Ese mismo año, en Berna, se llevó a cabo una convención en la que Alemania, Austria-Hungría, España, Francia, Italia, Portugal y Suiza se obligaron a contar con una legislación unificada contra la plaga, además de regular el comercio internacional, permitiendo el libre movimiento de vino y uvas de mesa sin hojas ni sarmiento, y sometiendo plantas y arbustos al paso por aduana. Dibujos contemporáneos de la plaga de la filoxera de la vid. La filoxera en España La rapidez en la investigación y la preocupación por esta plaga dan una idea de la circunstancia doble que afectó a España. Por un lado, la filoxera supuso un aumento de las ventas de vino español debido al déficit francés y, en general, un florecimiento de la viticultura española; pero, por otro lado, una vez entró la plaga en el país, dio paso a una crisis del sector y a concluir un acuerdo comercial con Francia. A finales del siglo xix, La Rioja duplicó su extensión de viñedo, hasta alcanzar las 55174 hectáreas y los 129 millones de litros en 1881. En esa época, además, fueron creadas las principales bodegas del vino de Rioja, principalmente en el corredor del Ebro entre Haro y Logroño. Familias y capitales riojanos, asociados con franceses o vascos, o de manera autónoma, crearon pioneras bodegas, hoy centenarias, como Marqués de Murrieta y Marqués de Riscal, réplica de los châteaux bordeleses, que buscaron la mejora del viñedo, e incluso se trajeron y plantaron cepas foráneas, como la cabernet sauvignon y la merlot. Entre las décadas de 1870 y 1890 (sobre todo, hasta 1884) se multiplicaron casi por diez las exportaciones vinícolas españolas, sobre todo a Francia: de 1,4 millones de hectolitros exportados en 1870 se pasó a 9,4 millones en 1890. Sin embargo, la sobreproducción y la recuperación de los viñedos franceses truncaron el desarrollo del floreciente mercado español. Aunque, como veremos, la producción vitivinícola española también sufría la filoxera, la plaga no iba a afectar tanto a la producción como el aumento de los aranceles franceses para el vino español, tras el término del tratado comercial entre ambos países en 1892 y la reacción proteccionista general que se extendió por Europa. España hizo grandes esfuerzos por frenar el contagio de esta plaga descepando una franja de 20 km en la frontera entre Francia y Cataluña, pero fue inútil, y al igual que se extendió por Suiza, Italia, Portugal o los Imperios austro-húngaro, ruso y otomano, en la década de 1870 la filoxera también penetró en España. Las primeras provincias afectadas fueron Málaga (1878) y Gerona (1879), y en 1884 también estaban invadidas por la plaga las cepas de Barcelona, Almería, Granada y Orense. En La Rioja, se vio por primera vez en 1899, en Sajazarra. A finales del siglo ya había tenido una gran repercusión en el viñedo de la región, y en 1911 tenía 20850 hectáreas afectadas. Aunque hubo localidades —como Cornago y Valdeperillo— en las que arrasó todos los viñedos y que no han vuelto a recuperar la producción de antaño, La Rioja empezó a superar la plaga hacia 1925. En general, la filoxera en España se extendió de forma muy diferente por cada zona y tardó mucho en afectar a todo el país. La replantación se desarrolló entre 1910 y 1925, extendiéndose hasta 1930. Viñedos en La Rioja. En el último tercio del siglo xix, a medida que la filoxera avanzaba por Europa y aún era esporádica al sur de los Pirineos, la región vivió una expansión sin precedentes del área cultivada. Siglo XX: entre la cantidad y la calidad Desde sus orígenes, el vino ha estado vinculado a una imagen de lujo, y la búsqueda de la calidad por parte de los consumidores, normalmente de clase alta, ha sido una constante. Los grandes gourmets de la Antigüedad elogiaban los mejores vinos y se mofaban de los de peor calidad. Así, Arquestrato consideraba insuperable el Tasos añejo, y se alababa el vino añejo de Lesbos comparándolo al néctar de los dioses. Sin embargo, fueron las innovaciones del siglo xix en la ciencia de la enología, al modernizar el proceso de elaboración del vino, las que permitieron obtener un producto de mayor calidad en más partes del mundo que nunca. El gran paso a la calidad tal y como la entendemos hoy se dio a finales del siglo xix y principios del xx. Fue entonces cuando las cotizaciones de la uva se empezaron a basar en la calidad de la cosecha, influida por la climatología y por el saber hacer de cada bodega, y también cuando se apostó por delimitar regiones vitivinícolas con el fin de garantizar al consumidor el origen y la calidad de un vino determinado. Estas demarcaciones, no obstante, no siempre fueron garantía de calidad, pues al comienzo del siglo xx, la crisis de la filoxera había dejado tras de sí varias malas prácticas en la emblemática Francia, como la búsqueda de cantidad de uva, la producción de vides híbridas y el empleo de aditivos en la producción, como agua o azúcar, o incluso óxido de plomo para interrumpir la acidificación. Grandes empresas Durante la última parte del siglo xix, los comerciantes que hacían de intermediarios entre bodegueros y consumidores, e incluso quienes invertían en el almacenaje de botellas para su envejecimiento, comenzaron a adquirir propiedades en las principales regiones vinícolas como parte de su estrategia empresarial. Este fue el caso de firmas como la canadiense Seagram, que buscaban en el vino un negocio donde pudieran reducir costes y multiplicar las ventas a través de la cantidad. En este proceso también tuvieron un papel decisivo las tiendas de venta al público, como la creada por William Winch Hugues en Londres, Victoria Wine Co. Esta empresa aseguraba vender vinos a precios baratos para poner al alcance de todos lo que se consideraba un artículo de lujo. Sus tiendas se anunciaban en publicaciones populares como el periódico satírico Punch, y gracias a ellas el consumo de vino se extendió entre las clases trabajadoras inglesas. También tuvo mucha importancia en la extensión del consumo y la apuesta por la cantidad la firma británica Grand Metropolitan, que pasó de ser un pequeño comercio minorista a principios del siglo xx a convertirse en un conglomerado de empresas con marcas propias, como el vino de mesa Piat d’Or, que lanzó al mercado con una potente campaña publicitaria a mediados de la década de 1980 y llegaría a convertirse en el vino más exportado de Francia. En esa década, otras muchas firmas siguieron ese ejemplo del mercado de masas para el vino, incluso algunas bodegas con producción de calidad, que constituyeron segundas marcas en búsqueda de una mayor rentabilidad. El gran paso a la calidad del vino se produjo, entre otros factores, cuando se apostó por delimitar regiones vitivinícolas con el fin de garantizar al consumidor el origen y la calidad de un vino determinado. (En la imagen, embalaje de botellas de cava Codorníu, a mediados del siglo xx.) ¿Vino homogéneo o singular? Este proceso fue de la mano de la tecnología, que, sobre todo tras la década de 1960, se introdujo en la vinificación y la viticultura para reducir costes y producir vinos homogéneos idóneos para un mercado de masas. Para ello, ha sido fundamental la mecanización y el tratamiento de la viticultura: cosechadoras de uva, riego por goteo, aplicación de fertilizantes específicos y de aditivos químicos para impedir la oxidación y la entrada de bacterias. También se ha extendido en este tipo de viticultura industrial el uso de equipos de filtración y enfriamiento de los vinos, la prevención de la oxidación con gases inertes, la sustitución de la levadura natural por levaduras secas cultivadas para la fermentación y el empleo de centrifugadoras para separar el mosto del resto antes de la fermentación, así como el añadido de madera a los vinos en forma de infusión para evitar el coste de la adquisición de barricas para su envejecimiento. Las ventas de estos tipos de vino se extendieron gracias al uso de la publicidad y al impulso de modas como la de los vinos blancos de baja graduación y con aguja en las décadas de 1980 y 1990, o a través de un embalaje atractivo o distinto, como el tetra brik o el envase de plástico. El incremento del consumo también se vio favorecido por cambios sociales, como la incorporación de la mujer al consumo de vino gracias a campañas publicitarias destinadas a ellas, ahora trabajadoras e independientes, y al aburguesamiento general de la sociedad occidental a finales del siglo xx. No obstante, casi al mismo tiempo ha surgido un movimiento entre viticultores y consumidores que buscan la calidad, la artesanía y la heterogeneidad de la pequeña producción frente a los vinos industriales y homogéneos de consumo masivo. En este movimiento se enmarca la apuesta de muchos productores por el cultivo biodinámico de las viñas, un método basado en las energías del aire y la luz, desarrollado por el filósofo y científico Rudolf Steiner en la primera mitad del siglo xx. Este sistema es similar al tratamiento que se hace con la homeopatía en humanos, con dosis reducidas de metales o de otros componentes para reforzar la conexión de la vid con el suelo y la luz, y conseguir así su dinamismo y viveza. Aunque sujeto a críticas, hoy buena parte de las pequeñas producciones de calidad en el mundo siguen estos preceptos, en los que se evitan los aditivos químicos y la mecanización. En las últimas décadas, conviven la producción industrial de vinos homogéneos con otra de carácter artesanal. A la derecha, barricas de vino ecológico en una pequeña bodega del Penedés. Grandes familias vitivinícolas La elaboración de un vino está unida a la memoria de una tierra, pero también al saber hacer de una familia. Generación tras generación se trabaja para conseguir un producto final que envejece lento en bodega. A estas familias pertenece la tradición de muchos de los grandes vinos en el mundo, pero también gran parte de las innovaciones vitivinícolas. «Foto de familia» de miembros de varias generaciones de las familias viticultoras europeas agrupadas en la asociación Primum Familiae Vini, entre los que se encuentran los Torres y los Álvarez (Vega Sicilia). Francia En Francia, y en concreto en Burdeos, es indiscutible la supremacía de la familia Rothschild, propietaria del Château Mouton (Pauillac, Médoc) desde 1853, cuando el barón Nathaniel de Rothschild lo adquirió. También son propietarios del famoso Château Lafite desde 1868, aunque sus viñedos, situados de cara al estuario de la Gironda, se remontan al siglo xiv. En 1985 compraron Château Rieussec y desde 1999 poseen en solitario Château l’Évangile. El barón Philippe de Rothschild fue quien en 1945 inauguró el diseño de las etiquetas, al encargar una especial para conmemorar el final de la II Guerra Mundial con una ilustración. A partir de ese momento, la familia ha encargado la confección de una etiqueta para cada cosecha de Château Mouton-Rothschild a artistas de la talla de Jean Cocteau, Georges Braque, André Masson, Salvador Dalí, Pablo Picasso, Andy Warhol o Francis Bacon. La familia Drouhin cuenta con el viñedo blanco de Borgoña más famoso del mundo, situado en Le Montrachet, en el pueblo de Rully. Estos viticultores fueron los primeros de Borgoña en apostar por el Nuevo Mundo, con una bodega fundada en 1987 en Willamette Valley, Oregón. Otra de las grandes familias francesas es Hugel, presente en la producción de vinos en el Alto Rin desde 1639, aunque su cara más famosa ha sido la de Jean «Johnny» Hugel (1924-2009). Sus hijos Marc y Étienne son, en la actualidad, la 13.a generación de esta bodega alsaciana. En la zona de Champagne destaca la familia Pol-Roger, propietaria del champagne Pol Roger, que lleva el nombre de quien fundara la firma en 1851 en Épernay. En 1900, la familia adoptó el nombre compuesto Pol-Roger como apellido, en honor al fundador. Otras familias de renombre en la región son Bollinger o Drappier. La familia Perrin es propietaria de Château de Beaucastel, uno de los dominios más aclamados de Châteauneuf-du-Pape, en el sur del Ródano. Este dominio data del siglo xvi, pero su relevancia llegó tras la replantación provocada por la plaga de la filoxera, a comienzos del siglo xx. Actualmente, también cuenta con la bodega Tablas Creek, en California. Las etiquetas del cuello de las botellas de Domaine Jean-Louis Chave llevan la frase «Vignerons de Père en Fils depuis 1481» (viticultores de padre a hijo desde 1481). En la década de 1970, Gérard tomó el testigo de su padre y consiguió dar mayor fama a este vino que ahora hace su hijo Jean-Louis, un nombre que aparece cada dos generaciones. Entre los vinos más famosos de Francia se encuentra el Château Margaux, que, tras pasar por diversas manos (entre ellas, las del español Alejandro Aguado, marqués de las Marismas), pertenece desde 1977 a la familia griega Mentzelopoulos. Château Margaux, conocido como el «Versalles de Médoc» (Burdeos), propiedad que se remonta al siglo xvi y que actualmente pertenece a la familia de origen griego Mentzelopoulos. Italia, Alemania, Portugal En Italia, la familia Antinori ha conseguido levantar un imperio a partir de la calidad de sus vinos. Piero Antinori fue el primero en aumentar la tecnología en su producción para adaptar sus vinos al gusto internacional, para lo que contó con el enólogo Giacomo Tachis, quien inventó la mezcla sangiovese y cabernet, y enseñó cómo utilizar las barricas bordelesas. Además, esta familia apostó por ampliar su catálogo para la exportación más allá del chianti, para lo que compró Castello della Sala, en Umbría, en 1940. A partir de entonces, no ha dejado de ampliar sus propiedades por toda Italia y en el extranjero. La bodega que da el vino más reconocido de Italia, Tenuta San Guido, fue puesta en marcha por el toscano aristócrata Mario Incisa della Rocchetta, en un terreno pedregoso donde plantó la variedad cabernet sauvignon traída de Château Lafite, en Burdeos. El viñedo se llamaba Sassicaia, como se conoce el vino hoy en día, que cuenta incluso con su propia denominación de origen desde 1994 (Bolgheri Sassicaia). Durante años, solo fue destinado para el consumo de la familia, hasta que se empezó a comercializar en 1968. Entre las familias alemanas destaca la de Egon Müller-Scharzhof. Instalada en el Mosela desde 1797, no fue sino hacia 1960 cuando empezó a ser reconocida por sus vinos blancos dulces. Symington es históricamente la familia líder en la producción de oportos de calidad, y cuenta en la actualidad con siete bodegas diferentes. El fundador, Andrew James Symington, procedente de Glasgow, se introdujo en el mundo del vino de Oporto en 1894, a través de su unión con Beatrice Atkinson, descendiente de bodegueros establecidos en Portugal desde el siglo xviii, y pasó a ser socio en 1905 de Warre & Co. —fundada en 1670—, de la que en pocos años se convertiría en el único propietario. Existen otras familias portuguesas de larga tradición en Oporto, como Niepoort (cinco generaciones), y algunas que ya vendieron, como Ramos Pinto —adquirida en 1990 por la casa de champagne Louis Roederer— o Sandeman, familia de origen escocés propietaria de la bodega del mismo nombre desde 1790, ahora propiedad de Sogrape. Interior de una vieja bodega de Oporto. Entre las principales familias dedicadas a este preciado vino sobresalen varias de origen británico. Familias españolas En España, hay que hablar de la familia Torres como una de las más importantes. Jaime Torres Vendrell creó la bodega en 1870, pero fue Miguel, de la tercera generación de viticultores, quien la dio a conocer internacionalmente a través de una amplia promoción en las décadas de 1940 y 1950. Plantó variedades internacionales en Cataluña y triunfó en una cata a ciegas en París en 1970 con un cabernet sauvignon, ahora conocido como Mas la Plana, al vencer a todos los burdeos. Actualmente cuenta con bodegas en Chile y California, y con joint ventures en India y China. La familia Raventós, que se había unido a la de Codorníu, fue la que elaboró la primera botella de cava en 1872. Actualmente, el grupo Codorníu cuenta con imperio vitivinícola en el que se encuentran las bodegas Raimat o Bach, en Cataluña, o las Bodegas Bilbaínas, en La Rioja. Otra familia destacada es la del Marqués de Murrieta, en La Rioja. Luciano de Murrieta, nacido en Arequipa (Perú), era militar de profesión y ayudante de campo de Espartero. Aprendió viticultura viajando por Europa, y en 1877 adquirió su propia finca, Ygay, cerca de Logroño, donde fundó el Château Ygay (después, Castillo de Ygay). Por su parte, la dinastía del Marqués de Griñón tiene una tradición centenaria en los Montes de Toledo, pero es Carlos Falcó quien ha dado una dimensión internacional y comercial a la producción vitivinícola de su Pago de Valdepusa, desde finales del siglo xx. En la historia reciente del vino en España también hay que destacar la apuesta de los propietarios de Vega Sicilia, la familia Álvarez, que adquirió en 1982 la prestigiosa bodega de la Ribera del Duero cuyos orígenes se remontan a 1864, cuando fue fundada por Eloy Lecanda con viñas adquiridas en Burdeos. En Montilla-Moriles y en Jerez, al igual que en Oporto, son arraigadas familias las que poseen algunas de las bodegas de renombre: Alvear, creada en 1729; Domecq, que comenzó el negocio en 1730, pese a que la bodega se fundó en 1822; Lustau, fundada en 1896; o González Byass, en funcionamiento desde 1835. Milmanda, propiedad de la familia Torres, antiguo castillo del siglo ix que participó en lances de la época de la Reconquista y al que los monjes del Císter rodearon de viñedos. Hoy elabora vinos de la DO Conca de Barberà. Tradición y futuro En el Nuevo Mundo, también destacan familias como Bianchi, en Argentina; Nieuwoudt, en Sudáfrica; Phelps y Mondavi, en California, o Penfold, en Australia. Por su parte, las grandes familias de Alemania, España, Francia, Italia y Portugal constituyen desde 1991 una exclusiva asociación internacional, Primum Familiae Vini (PFV), limitada a una docena de miembros. Cabe mencionar, por último, a algunos de los productores que por sí solos ya han dejado su huella en los vinos que elaboran, impronta que probablemente prolongará su familia en el tiempo. Entre ellos, los franceses André Lurton, propietario de Château Climens (Sauternes) desde 1971, responsable de mejorar los vinos genéricos de Burdeos, y Jean-Luc Thunevin, padre del movimiento de los «vinos de garaje» o «de autor» con su Château Valandraud (Saint-Émilion). En España, Álvaro Palacios, descendiente de una familia viticultora riojana, que ha defendido el viñedo autóctono con vinos como L’Ermita o Les Terrasses, en el Priorato; Mariano García, quien fue enólogo de Vega Sicilia y que en la actualidad es propietario de Aalto; o Alejandro Fernández, responsable de dar a conocer al mundo el Ribera de Duero en 1986, con Condado de Haza. Entre los productores de cava, Agustí Torelló Mata ha apostado por cavas de reserva. El vino, hoy Entre el mercado global y el valor de lo local Desde el último tercio del siglo xx, el mercado del vino, como el de todos los bienes de consumo internacional, se ha globalizado. Pero mientras que en la mayoría de productos comerciales los atributos que los hacen atractivos y vendibles son su calidad y precio, los vinos, especialmente los elaborados en el Viejo Mundo, no se valoran solo por sus cualidades físicas mensurables, sino que tienen en su origen y tipicidad gran parte de su atractivo. Se da la paradoja de que en las últimas décadas del siglo pasado, muchas zonas vitivinícolas europeas con tradición y productoras de vinos con personalidad propia se modernizaron adaptando sus elaboraciones a los gustos internacionales, tomando ejemplo de las regiones más prestigiosas, básicamente Burdeos, Borgoña y Champagne. Así, las variedades de uva de los vinos franceses más conocidos se extendieron por Europa y el cabernet sauvignon, el merlot, el pinot noir y el chardonnay colonizaron muchas zonas productoras históricas, que dejaron de lado sus variedades autóctonas ancestrales. En ese momento fue una buena solución, porque permitió a los vinos de estas zonas acceder a los principales mercados internacionales, como Estados Unidos, un mercado entonces inmaduro, cuyos consumidores se guiaban más por el nombre y el prestigio de la variedad que por la tipicidad y originalidad de los vinos. Pero esa decisión trajo consigo un efecto indeseado: la globalización del mercado puso a estos vinos del Viejo Mundo a competir en igualdad de condiciones con los vinos de los países del Nuevo Mundo —Australia, Argentina, Chile, Nueva Zelanda o Sudáfrica—, que también habían adoptado esas variedades internacionales, aunque en su caso obligados por no disponer de otras propias. La dificultad añadida para los vinos europeos radica en unos costes de elaboración —mano de obra, precio del suelo y de la uva—por lo general más altos que en el Nuevo Mundo, y en que, además, las normativas de las denominaciones de origen que regulan la vitivinicultura europea de calidad ponen límites estrictos a la elaboración, restringiendo el riego y los kilogramos de uva que se permite producir por hectárea, los tiempos de crianza y otros parámetros que impiden abaratar la producción. Vendimia mecanizada en California. Por este motivo, actualmente muchas de estas zonas, italianas, españolas, alemanas, austriacas e incluso las menos reconocidas de Francia, hacen un esfuerzo por recuperar sus vinos ancestrales, sus variedades autóctonas, que los distingan y les aporten el valor añadido de la autenticidad y la exclusividad. En algunos de estos países, las denominaciones de origen históricas ya limitan las variedades de uva a utilizar y permiten solo o preferentemente las autóctonas. En España, el debate sigue vivo, y en zonas como Cataluña, donde más extendidas están la variedades internacionales, las dos corrientes conviven: hay elaboradores que defienden que las menciones cabernet sauvignon, merlot, syrah o chardonnay en las etiquetas siguen siendo un argumento de venta válido en los mercados internacionales, y los que, por el contrario, buscan en las variedades locales (garnacha, cariñena, xarel·lo o trepat) la forma de situar y arraigar sus vinos en el mapa mundial de los vinos de calidad. ¿Qué es realmente el «terroir»? ¿Qué es lo que diferencia el vino de una zona vitivinícola del de otra? ¿Qué intangible lo hace reconocible y lo relaciona con la tierra y el paisaje que lo ha visto nacer? A menudo se cita el terroir o terruño como único responsable de las cualidades de un vino. Se puede estar de acuerdo siempre que se defina qué es el terroir, qué significado concreto encierra esta palabra mágica que a menudo se esgrime para justificar y defender lo que a veces no tiene sentido. El terruño o terroir marca las características del vino. Cepas de garnacha en el Campo de Borja (Aragón). Una definición superficial de terroir lo haría corresponder con un territorio cuyas características del suelo y climáticas (horas de sol, precipitaciones, viento, altitud, etc.) lo diferencian de los adyacentes y, por consiguiente, también a los vinos que proceden de él, dado que la calidad del vino depende fuertemente de las condiciones locales. Pero una definición más profunda y realista añadiría, a las características puramente físicas y climatológicas, la influencia humana en el territorio, las tradiciones culturales, la elección de la variedad de uva, las técnicas de cultivo, el tipo de elaboración empleado. Es fácil de entender que un territorio de clima seco y cálido, el mediterráneo por ejemplo, producirá vinos más concentrados y maduros, de mayor contenido alcohólico que la fría y lluviosa Champagne. También se entiende que en una misma parcela, si se planta una variedad de uva foránea poco adaptada al clima, se obtendrá un vino menos acertado y representativo del entorno que si se planta uva de una variedad local, bien aclimatada y con la que se elaboran tradicionalmente los vinos locales. Y aún se puede hilar más fino: a menudo se destacan, de algunas prestigiosas zonas vitivinícolas, sus suelos característicos, pobres, que inducen bajas producciones en la viña. Si se corrige esta pobreza con abono, con una aportación de nitrógeno o potasio de la que el suelo carece, también se está desdibujando el terroir. Igual que si se riega en una zona muy seca. De ahí que no se pueda dejar al hombre fuera del terroir, menos aún cuando algunos de estos, como los de terrazas que se encaraman por las laderas, han sido creados por el propio hombre. Siempre habrá quien diga que no es igual un riesling alsaciano, ligero, perfumado y delicado, que un rotundo riesling de secano riguroso procedente del interior de Alicante, valiente y austero, atribuyendo la diferencia únicamente al terroir. Y es cierto, pero aunque ambos puedan tener una alta calidad dentro de sus profundas diferencias, solo uno, el alsaciano, tiene posibilidades de tener tipicidad, de ser un auténtico vino de terroir, de reflejar las características de su parcela y a la vez las de la tradición local que ha dado a los vinos alsacianos un carácter reconocible y reconocido en todo el mundo. Viñedo en terrazas en Alsacia, región que produce unos riesling ligeros y perfumados. Las últimas tendencias vitivinícolas se inclinan hacia la elaboración de vinos ecológicos e incluso a aplicar técnicas biodinámicas, que entienden el universo entero, y en concreto el territorio de cultivo, como un organismo único al que no hay que alterar el equilibrio, disminuyendo al máximo la dependencia del exterior y evitando la aplicación de pesticidas, herbicidas o conservantes que no sean naturales y propios de la tierra. Estas corrientes se originaron con la idea de conservar el medio ambiente, pero han tenido un efecto colateral: al limitar la intervención humana, se respeta más el carácter de la tierra y de la zona. Es por ello que los vinos elaborados por estos métodos no necesariamente son mejores pero, en general, reflejan mejor el carácter del territorio, siempre y cuando respeten también las tradiciones y variedades de uva locales. Los fenicios, procedentes del actual Líbano y con las ciudades de Tiro y Sidón como bases principales de sus operaciones comerciales, introdujeron el cultivo de la vid y la elaboración de vino en la península Ibérica al inicio del siglo viii a.C., a través de las colonias que establecieron en la costa mediterránea. La finalidad de la introducción de este y otros cultivos era crear excedentes agrícolas en las comunidades indígenas que les permitieran comerciar con ellas y exportar el vino a lo largo del Mediterráneo. El contenido de alcohol en el vino confería al producto propiedades antisépticas muy apreciadas en la época para potabilizar aguas de dudosa calidad mediante la mezcla. Pero esta introducción con fines comerciales también incorporó el vino como un alimento básico en la cultura mediterránea europea de los que aún ahora son los principales elaboradores mundiales: Francia, España e Italia. Por lo tanto, desde la antigüedad hay dos tipos de distribución y consumo de vino, el local o de proximidad, que es el que históricamente se daba en las zonas productoras de vino; y la importación de vinos en los lugares donde la producción o bien no existía o era insuficiente para abastecer el consumo local. Esto era así por una cuestión de lógica económica y de racionalización de los recursos. Pero las inmensas facilidades para el comercio a larga distancia que permiten los medios de trasporte modernos han desdibujado esta lógica, hasta el punto de que en la actualidad las mercancías viajan de un sitio a otro sin otro motivo aparente que la rentabilidad comercial. Signo de identidad Es por ello que, con el auge de las políticas de conservación del medio ambiente, ha surgido una tendencia que defiende el comercio de proximidad y que se expresa con el lema de productos de «kilómetro 0». Estrictamente, se ha definido estos productos como los cultivados y elaborados en un radio de distancia de menos de 100 km entre el productor y el consumidor, con lo que se consigue más sostenibilidad y eficiencia energética. La contención de los costes de distribución y la reducción de intermediarios tienen, además, una incidencia directa en el precio, favoreciendo así a los consumidores finales. Siendo el vino un producto con una marcada identidad local —todos los vinos de calidad hacen hincapié en su origen— es lógico que en los países productores el grueso del consumo sea de vino local. Así sucede en la gran mayoría de zonasvitivinícolas, que tienen en los vinos propios un signo de identidad, de la misma forma que la gastronomía local basada en los productos autóctonos es una de las muestras más evidentes de la cultura tradicional. En este sentido, cabe citar al escritor y gastrónomo Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003), quien consideraba que «un pueblo que no bebe su vino tiene un grave problema de identidad». Pero no solo en Europa el vino es un símbolo de identidad: la influencia cultural de España y Portugal en sus colonias creó una ya antigua tradición vitivinícola en amplias zonas de América del Sur y también en el norte de México y en California, excluyendo las zonas de América más próximas al ecuador, cuyo clima no es apto para el cultivo de la viña, y las de influencia anglosajona, donde, si bien en alguna se elabora vino, como en Washington, Oregón o Nueva York, su consumo no está muy arraigado en la gastronomía local. Transporte de uva en La Rioja. Se considera «producto de km 0» el que no supera los 100 kilómetros entre su lugar de cultivo y elaboración y el de consumo. Slow Food es una organización ecogastronómica sin ánimo de lucro y financiada por sus miembros, que ha desarrollado diversas estructuras internacionales y descentralizadas para realizar sus proyectos. Se fundó en Italia en 1989 para contrarrestar la fast food y, por ende, la fast life, impedir la desaparición de las tradiciones gastronómicas locales y combatir la falta de interés general por la nutrición, por los orígenes, los sabores y las consecuencias de nuestras opciones alimentarias. Actualmente, cuenta con más de 100 000 asociados en todo el mundo y promueve la producción alimentaria sostenible y respetuosa con el medio ambiente y las tradiciones locales, desarrolla programas de educación alimentaria y actúa a favor de la biodiversidad. Pero más allá de la organización y sus asociados, la corriente slow food está calando progresivamente en la sociedad y se extiende a otros campos, como es el caso del vino. La cultura del vino tiene una gran sintonía con la slow food: los conceptos de alimentación y gastronomía tradicional, especialmente las de origen mediterráneo, son los pilares en los que se basa la elaboración del vino de calidad. Y no solo la elaboración: el consumo del vino encuentra su espacio en íntima asociación con la gastronomía tradicional. Si la cerveza industrial —dejando de lado las cervezas artesanas y de calidad— es la bebida que, junto a los refrescos carbonatados y azucarados, se asocia a la fast food, el vino es la bebida de la reflexión, de las largas sobremesas, es la bebida de la slow food y la slow life. Sostenibilidad También la vertiente de sostenibilidad de la slow food tiene en el vino un aliado natural. La viticultura es un cultivo eminentemente de secano y cada vez más vinos se distinguen por su elaboración orgánica, respetuosa con el medio ambiente. Pero no es suficiente que un vino proceda de la agricultura ecológica para poder ser considerado un slow wine. La organización Slow Food está a favor de los principios que defiende la agricultura orgánica, de bajo impacto para el medio ambiente, y de la reducción de la cantidad de pesticidas que se utilizan en todo el mundo. No obstante, Slow Food considera que la agricultura orgánica aplicada a escala masiva y extensiva resulta muy similar a los sistemas convencionales de monocultivo, y por lo tanto la certificación orgánica por sí sola no debe ser considerada como un símbolo seguro de que un producto ha sido cultivado de forma sostenible. La primera guía Slow Wine se publicó en italiano en 2010 y en inglés en 2011, y aunque de momento solo se ocupa de los vinos elaborados en Italia, se espera que se vaya ampliando a los vinos del resto del mundo. Esta guía da un nuevo enfoque a la crítica de vinos y tiene en cuenta una amplia variedad de factores para evaluar las bodegas en su totalidad, tales como la calidad del vino, su tipicidad, el respeto por el terroir y la relación calidad-precio, pero también la sensibilidad ambiental y las prácticas vitícolas ecológicamente sostenibles usadas en su elaboración. La slow food es una corriente originada en Italia que propugna la defensa de las tradiciones gastronómicas locales y la vuelta a un ritmo de vida más pausado. Retos en un mundo cambiante El mundo cambia a una velocidad vertiginosa y un sector tan tradicional como el del vino corre el riesgo de quedarse atrás. De una parte, el mundo tiende a uniformarse gracias a que la información y los medios de comunicación, con Internet como principal fenómeno de masas, están cada día al alcance de sectores más amplios de la población, y de otra, a que la mejora en los medios de transporte tiende a unificar mercados y consumidores. En efecto, el vino, antaño un alimento característico de la cultura y la dieta mediterráneas, se convierte en elemento de prestigio en todas las culturas, excepto en las que lo excluyen por motivos religiosos. Y es que si bien la economía dominante hoy no es la europea, y menos aún la de los países mediterráneos, tanto la cultura anglosajona como la oriental, con Japón y China como exponentes, pero también las economías emergentes con tradiciones culturales tan dispares como la India, Brasil o Rusia, han adoptado como elemento de prestigio la gastronomía del sur de Europa, y el vino como símbolo más evidente. Pero si bien la incorporación al consumo del vino de estos nuevos mercados es una buena noticia para los países productores, no deja de ser preocupante que en los principales elaboradores y consumidores tradicionales, Francia, Italia y España, cada año se consuma menos. Según la edición de 2012 del Balance sobre la situación de la vitivinicultura mundial, que cada año emite la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV), el consumo global se incrementa, y ha pasado de los 226 millones de hectolitros del año 2000 a los 244 del 2011, con un crecimiento cercano al 10 %. Pero el consumo en Francia en este mismo periodo ha descendido un 13,5 %, en Italia, un 25 %, y en España, ni más ni menos, un 28 %, en total de litros consumidos. Y aún más grave es el descenso de consumo por año y habitante, que en España ha pasado de los más de 60 litros de la década de 1960 a los menos de 20 en la actualidad. Viñedos junto al Mediterráneo, en un pueblo de la costa italiana. Los países mediterráneos, productores y consumidores tradicionales de vino, se encuentran actualmente ante la paradoja de que el consumo de vino aumenta a escala mundial, pero decrece en esos países. Hay diversas explicaciones para este descenso: en primer lugar, el cambio de hábitos entre los consumidores, que a grandes rasgos han dejado de consumir vino a diario para pasar a hacerlo en ocasiones especiales, celebraciones y comidas de relevancia. A cambio, los vinos consumidos son de mayor calidad, y es por ello que el consumo de vino de mesa, sin denominación de origen, se desploma, mientras que el de los vinos amparados por su procedencia crece. Pero este motivo no explica por sí solo un descenso tan acusado, y se percibe un alejamiento de los consumidores más jóvenes, que a menudo ya no ingresan en la cultura del vino, a la que perciben como anticuada, presuntuosa y excesivamente compleja. Es en este sentido que el sector vitivinícola debe revisar su estrategia de comunicación en Europa, que actualmente se centra en la gastronomía, los medios especializados o la prensa elitista, unos sectores que, por motivos económicos y de afinidad evidentes, son poco atractivos para los más jóvenes, que en cambio sí asocian la cerveza y los combinados a base de destilados al ocio y la diversión. En Estados Unidos, donde el consumo y la elaboración de vino crecen desde hace décadas, el tratamiento que ha recibido es bien distinto, y se ha centrado en la gran difusión generalista y el entretenimiento. En series norteamericanas de las décadas de 1960 y 1970, como Perry Mason o McMillan y esposa, los protagonistas solían consumir whisky, mientras que en producciones más modernas y especialmente dirigidas a un sector del público joven y de un nivel sociocultural medio, los destilados han sido sustituidos por el vino. En Ally McBeal, emitida en Estados Unidos entre 1997 y 2002, los protagonistas se reúnen después de la jornada laboral para compartir unas copas de vino, y la presencia del vino en otras producciones norteamericanas recientes es constante, como en Sex and the City (en América Latina, Sexo en la ciudad; en España, Sexo en Nueva York). En los países anglosajones, se ha difundido en las últimas décadas la costumbre de tomar unas copas de vino al acabar la jornada laboral. Cambio climático: el enemigo ya está aquí Otro reto al que se debe enfrentar la viticultura es el cambio climático y el calentamiento global. Aún quedan escépticos que dudan de este fenómeno, pero ninguno de ellos está en el sector del cultivo de la vid. Los registros de los viticultores mediterráneos atestiguan que las temperaturas medias anuales en sus viñedos han aumentado un grado centígrado los últimos 40 años, y cómo en este periodo la vendimia se ha avanzado unos diez días por este motivo. Así lo constató Miguel A. Torres, presidente de Bodegas Torres, en una jornada sobre el calentamiento global que tuvo lugar en la Universidad de Barcelona en 2012, al explicar durante el debate: «La viña es una planta muy sensible a la temperatura. Si la temperatura sigue subiendo, los vinos que elaboraremos serán distintos». Efectivamente, los vinos serán más alcohólicos —en algunos casos, su graduación ya ha aumentado 2º—, y tendrán un pH más alto y menor acidez natural. Para evitar este aumento de graduación y la pérdida de acidez y frescura, hay que adelantar la vendimia antes de que la uva alcance niveles de contenido de azúcar demasiado altos, con la consecuencia de que la planta aún no ha completado el ciclo de maduración natural y, mientras que la pulpa de la uva ya está dulce, el hollejo, las pepitas y el raspón tienen aún taninos verdes que conferirán al vino gustos herbáceos y un tacto áspero y secante. Además, las cepas sufren una mayor exposición a enfermedades y plagas. Para evitar en lo posible este fenómeno, ya se están plantando viñedos en mayores altitudes, en las que hace unos años no se contemplaba su cultivo. Los efectos del cambio climático ya se aprecian en la viticultura: el nivel de azúcar en la uva es más elevado y algunos viñedos ya se plantan a mayor altitud en busca de las condiciones climáticas de antaño. Además, las bodegas están tomando parte activa en la lucha contra el cambio climático para disminuir la huella de carbono —la suma de gases de efecto invernadero emitidos— en la elaboración y posterior distribución de los vinos. A este efecto, se están adoptando medidas como la disminución del peso de las botellas, que conlleva menos fabricación de vidrio y un menor consumo energético en la distribución, y la sustitución de los combustible fósiles en las bodegas por calderas de biomasa que reutilizan el material vegetal residual: orujos, rapa y los restos de la poda, sarmientos y cepas muertas. Otra consecuencia del cambio climático, aunque en este caso sea bien recibida, es la mejora de la calidad de los vinos elaborados en Inglaterra y el crecimiento de las plantaciones de vid en este país. Históricamente, la industria del vino inglés ha luchado contra un clima excesivamente frío y lluvioso, poco apropiado para los viñedos, pero en los últimos años se ha visto favorecida por veranos más cálidos y secos, que han mejorado las condiciones. Entre 1999 y 2009, la superficie del viñedo inglés creció casi un 40 %, hasta superar las 1 200 hectáreas, y su producción aumentó de 1,8 millones a 3,2 millones de botellas al año, según datos de la English Wine Producers Association. Como declaraba Nick Lander, crítico del Financial Times, en un encuentro celebrado en 2012, «el mundo del vino ahora es enorme y el vino procede de cualquier sitio: ¡incluso de Inglaterra!». España es el país con mayor extensión de viñedo del mundo; además, por su costa mediterránea los fenicios introdujeron el cultivo de la viña y la elaboración de vino en Europa occidental, en el siglo viii a. C. Estos datos, sin embargo, no deben hacernos considerar la cerveza un producto ajeno a la tradición cultural mediterránea: ya en el neolítico, hace más de 5 000 años, se elaboraba cerveza en la península Ibérica, como se ha podido probar en los hallazgos del yacimiento de Can Sadurní, en Begues (Barcelona). Pero es cierto que en la tradición moderna la cultura de la cerveza ha adquirido mayor importancia en los países del norte de Europa, donde el cultivo de la vid es más difícil, cuando no imposible. Así, el consumo anual de cerveza per cápita en España es de unos 50 litros, mientras que en la República Checa, Alemania o Austria se superan los 100 litros. En los últimos años, parece como si el consumo de cerveza estuviera sustituyendo al del vino en España; pero esa percepción no es del todo cierta. El consumo de cerveza se mantiene bastante estable, con una tendencia a la baja: ha pasado de los 53,6 litros por persona y año en 1991 a los 48,2 de 2011. Lo que sucede es que en el mismo periodo el consumo de vino se ha desplomado y ha caído prácticamente a la mitad, pasando de 30,2 litros por persona en 1991 a 15,4 en 2011, a lo que hay que añadir que el consumo venía decreciendo fuertemente ya desde 1987, el primer año del que el ministerio de Agricultura y Alimentación proporciona datos. Es evidente, pues, que el consumo de bebidas alcohólicas en general desciende en España —también lo hacen los destilados—, a causa de un cambio de hábitos en la mayoría de población, que ha dejado de consumir vino a diario debido a una mayor concienciación sobre los posibles efectos adversos del consumo de bebidas alcohólicas, a la legislación más restrictiva y a controles de alcoholemia más duros. Pero, ¿por qué entonces el consumo de cerveza no se ha visto afectado de la misma forma? En primer lugar, porque tiene un contenido de alcohol más bajo. Las cervezas rubias comerciales suelen tener un contenido alcohólico que ronda el 5 % Vol, mientras que los vinos van desde los más de 10 grados de los blancos hasta los 15 de los tintos más potentes. También el hecho de que el modelo cultural y económico anglosajón sea el imperante en el gran consumo, con la proliferación de establecimientos de fast food en los que la cerveza tiene su ámbito natural, ha ayudado a mantener su consumo. Asimismo, la concentración empresarial de los elaboradores de cerveza en España —los tres grandes grupos, Mahou-San Miguel, Heineken España y Damm, controlan más del 90 % de la producción— les ha permitido establecer estrategias de comunicación y publicitarias comunes y muy agresivas, mientras que el sector vitivinícola se encuentra disgregado en miles de marcas organizadas en decenas de denominaciones de origen que compiten entre sí y que han sido incapaces de articular un mensaje común. Aun así, el sector del vino no debe perder la esperanza, puesto que tiene en la sabiduría popular un buen aliado, como se refleja en el refranero: «Quien en Jerez bebe cerveza, no anda bueno de la cabeza». Las tapas y aperitivos se acompañan cada vez más con cerveza. El consumo del vino —el momento y el lugar, cómo se consume y quién lo consume— está cambiando, y la aparición de nuevos mercados no hace más que acelerar esta transformación. Las cuatro grandes potencias emergentes, Brasil, Rusia, India y China, han aumentado los volúmenes de vino consumido en los últimos años. Estos países tienen en común una gran población —con China e India por encima de los 1 200 millones de habitantes, y Brasil y Rusia por encima de los 150 millones— y un fuerte aumento de su Producto Interior Bruto y de su participación en el comercio internacional. El principal fenómeno social derivado de este crecimiento es la creación de unas clases medias que toman como referente de prestigio el modelo cultural europeo y que, por tanto, se incorporan progresivamente al consumo de vino. China ya es el quinto país consumidor, por encima de un mercado tradicionalmente tan importante como el Reino Unido, y Rusia el séptimo, por delante de España. Pero el cambio más llamativo es que Estados Unidos ya ha igualado a Francia, el histórico primer consumidor mundial. Más allá de las cifras, la irrupción de estos mercados significa un cambio en la forma de consumir el vino. En los consumidores europeos tradicionales, el vino era un ingrediente más de la dieta mediterránea diaria, pero estos nuevos países consumidores adoptan el vino como elemento de prestigio, sin adoptar el modelo alimentario europeo al completo y de forma cotidiana, así que en su caso el consumo de vino se convierte en un hecho hedonista y social, esporádico. Paradójicamente, en estos mercados el vino tiene un prestigio y un atractivo superiores entre los consumidores jóvenes, que lo ven como un símbolo de modernidad, mientras en Europa la juventud lo asocia al pasado. Así, en los nuevos mercados, igual que sucede en Estados Unidos, el vino se consume también fuera de las comidas, a copas en los locales de ocio. «Educar» a los nuevos consumidores En estos nuevos mercados a los que de repente ha llegado en tromba gran parte de la oferta mundial, el problema radica en que los consumidores son inmaduros y no disponen ni del poso cultural sobre el vino del consumidor europeo —más entendido, al tiempo que cada vez más variable en sus elecciones— ni de las referencias de locales que genera el consumo de proximidad en los países productores. ¿Cómo pueden, pues, identificar la calidad del vino que se les ofrece? Pues a través de las puntuaciones obtenidas en las publicaciones más influyentes: The Wine Advocate, de Robert Parker, International Wine Cellar, de Stephen Tanzer, Wine Spectator o Decanter. Tanto es así que los importadores en esos países exigen puntuaciones de alguna de estas publicaciones a las bodegas candidatas a vender sus vinos, so pena de prácticamente cerrárseles las puertas en caso de no tenerlas. La importancia de estos prescriptores ha llegado a ser tan grande que al más influyente de ellos, Robert Parker, se le ha llegado a acusar de «dictador del gusto», y cierto número de bodegas han «parkerizado» sus vinos, elaborándolos al gusto de este crítico con el fin de obtener una alta puntuación y, por consiguiente, el éxito comercial inmediato. En los últimos años, se ha disparado el consumo de vino fuera de las áreas tradicionales, adoptándose el vino como elemento de prestigio. El futuro del vino Investigación y búsqueda de la excelencia La excelencia es un vago concepto asociado a la calidad que pretende ir aún más lejos, pero que más que definir sugiere una alta valoración o estimación —siempre subjetiva— de las características globales o específicas de un producto, de un proceso o de un resultado. En el caso del vino, la excelencia suele ser considerada como el mayor nivel de armonía alcanzable entre los atributos del vino y el grado de satisfacción esperado por quien va a valorar esa armonía, el profesional o el consumidor final, puesto que no existe la calidad ni la excelencia sin unas referencias técnicas o culturales de quien las percibe. Por lo tanto, la búsqueda de la excelencia ante todo debe resolver una cuestión nada banal: ¿un buen vino es aquel que los críticos y profesionales del vino (en general, con cierto grado de elitismo) consideran bueno o, por el contrario, es el vino que el consumidor medio (que valora ante todo esa subjetiva relación entre precio y satisfacción) considera como tal? De la respuesta a esa pregunta partirán los caminos de investigación y de búsqueda de esa inconcreta virtud que llamamos excelencia, porque si bien es cierto que el profesional tiene mayor conocimiento del vino, también lo es que el consumidor será quien finalmente decida qué vino comprar. A lo largo de la historia, las características del vino han evolucionado a medida que lo han hecho los procesos científicos y tecnológicos, y desde aquellos vinos —presumiblemente rudos y poco gratos a los gustos actuales— de la antigua Mesopotamia hasta ahora no se ha dejado de avanzar hacia el lejano, y por definición inalcanzable, horizonte de la excelencia. Sin embargo, cada momento histórico ha tenido sus vinos estimados de gran calidad, lo que nos lleva a considerar que el camino hacia la excelencia no es otro que el de conseguir mejorar los distintos procesos de cultivo de la viña y de elaboración del vino, para conseguir un vino más acorde a nuestras preferencias actuales o previstas para un futuro más o menos inmediato. Si en las últimas décadas del siglo xx los vinos fueron perdiendo dureza y graduación alcohólica, y ganaron sutileza y elegancia para adecuarse al gusto de los mercados, en esta segunda década del siglo xxi se ve un cambio de tendencia hacia vinos menos maderizados, con menor carga tánica (en el caso de los tintos), con mayor presencia de la fruta y más fáciles de beber. Análisis de muestras en el laboratorio de las bodegas Barbadillo (DO Jerez). La correcta formación de los responsables y empleados, pese a pasar habitualmente desapercibida, es uno de los aspectos fundamentales en la práctica diaria actual de las bodegas que han permitido conseguir en los últimos veinte años el alto grado de calidad de los vinos. Conocimiento: motor de cambio Cuando alguien visita una bodega, suele admirarse ante la modernidad y complejidad de las instalaciones y las máquinas, y presta atención a las recientes incorporaciones de equipos informáticos de control de los procesos de elaboración, la precisión con que se mantienen las temperaturas y humedades de las salas de crianza, y el alto grado de automatización de algunas operaciones. Sin embargo, pasan casi desapercibidos tres aspectos fundamentales en el trabajo de la bodega, que son los que han permitido conseguir en los últimos veinte años el alto grado de calidad de los vinos y el conocimiento preciso de las técnicas de elaboración. Nos referimos a la formación académica y práctica de los responsables de la bodega, al empleo de equipos refrigerantes —que permite controlar fermentaciones y retener aromas que antiguamente se perdían durante la elaboración del vino— y a la práctica casi obsesiva de operaciones de higiene y limpieza que eviten cualquier tipo de contaminación accidental. Viticultores entre las sinuosas hileras de los viñedos de Viña Seña (Chile). En las viñas, solo las personas de más edad observan cómo se ha ido pasando de la clásica conducción de las cepas en «vaso» a los sistemas de «semiemparrado», que forman largas hileras de cepas fijadas a unos alambres que las soportan. También aquí permanecen ocultos los grandes cambios en los utensilios y los trabajos de la viña, los estudios geológicos y climáticos de los terrenos para poder escoger convenientemente las variedades y los clones de uva más adecuados a una finca en particular, la precisión a la hora de decidir el momento óptimo para vendimiar y la cuidada selección de las uvas durante la vendimia. Un conjunto de factores y mejoras que van dirigidos hacia un único objetivo: la calidad de las uvas y de los vinos que se obtengan de ellas. En pocas décadas, hemos pasado de una viticultura y una enología tradicionales basadas en prácticas ancestrales y poco evolucionadas, a unos métodos de trabajo, diseñados con precisión y basados en conocimientos teórico-prácticos, que han permitido iniciar el camino hacia la excelencia. Un camino en el que estamos volviendo parcialmente a algunas antiguas prácticas, pero sabiendo el porqué, el cómo y el cuándo de lo que estamos haciendo. Viñedo en la DO Ribeiro (Galicia). En los campos de cultivo, solo las personas de más edad reparan en el progresivo cambio de las conducciones tradicionales de las cepas a distintos sistemas de emparrado. Innovación, experimentación e información En este camino, la innovación, la experimentación y el intercambio de información van a ser indispensables para conseguir unos estándares de calidad cada vez más elevados y para que los grandes logros de hoy sean solo el punto de partida de nuevos retos que permitan alcanzar los objetivos de calidad y de control propuestos. Ciencia y tecnología están siendo los motores de esta callada y lenta evolución que ya se observa en distintas universidades, escuelas, viñas experimentales y bodegas implicadas en la investigación y desarrollo de técnicas y procesos. Varias disciplinas académicas coinciden en este momento en estar desarrollando proyectos y estudios dirigidos a un mayor conocimiento y una mejor ejecución de los procesos de conducción de la viña y de los métodos de elaboración de los vinos. Actualmente, la bioquímica aplicada a la fisiología vegetal y a la agronomía está consiguiendo saber con mayor precisión cómo funcionan los mecanismos biológicos de las vides para actuar mejor sobre ellas: momento y tipo de poda más recomendables en función de las variedades de uva y del lugar sobre el que se halla la viña, superficie foliar óptima que debe dejarse en una zona climática determinada, tratamientos de fertilidad y de laboreo recomendables para un suelo concreto, necesidad mínima de agua que requiere la planta y en qué momentos es más necesaria, importancia de la longitud de los sarmientos, control del vigor de las cepas, etc. Operaciones todas ellas que en los últimos años han adquirido mayor importancia, pero que aún hay que afinar para conseguir uvas de mejor calidad con la menor pérdida posible de rendimiento cuantitativo y económico. La microbiología y la genética son indispensables a la hora de buscar nuevos clones o variedades de las levaduras y bacterias que intervienen en las distintas fases de vinificación, y para valorar su idoneidad en cada caso en particular. Ello permitirá tener a medio plazo una gama cada vez mayor de estos microorganismos —previamente testados en ensayos experimentales— para poder mejorar los procesos fermentativos, y evitar posibles efectos indeseados de estos procesos naturales. La biología ayuda a entender los distintos equilibrios entre todas las formas de vida presentes en una viña y la forma de aprovecharnos de ellos, buscando en ocasiones plantas o insectos que permitan evitar el desarrollo y la propagación de las plagas. Por su parte, la edafología —dedicada al estudio de los suelos—, combinada con la geología, está permitiendo conocer mucho mejor las características físico-químicas de la parte más profunda de cada suelo informando de los nutrientes que aporta a las vides, sus posibilidades de desarrollo y los suplementos nutricionales que ocasionalmente se les deba administrar. La bioquímica aplicada a la fisiología vegetal y a la agronomía está logrando saber con precisión cómo funcionan los mecanismos biológicos de las vides. (En la imagen, tronco de cepa vieja de las bodegas Roda, en Haro, Rioja Alta.) Conciencia del medio Las ciencias medioambientales ayudan a valorar el preocupante cambio climático, y a buscar el equilibrio entre la explotación de la viña y la alteración que esta explotación pueda significar en el medio ambiente. A este respecto, es preciso señalar la creciente preocupación por parte de los viticultores para preservar las características ambientales naturales del entorno de sus viñas, y se observa cada vez un mayor número de bodegas que aplican a sus viñas procedimientos respetuosos con el medio, ecológicos o biodinámicos. La tendencia a aplicar técnicas y productos menos agresivos, y a dejar que sea el propio hábitat el que busque su equilibrio, está generalizando pruebas experimentales sobre el terreno respecto a la conveniencia de dejar o no una capa de gramíneas entre las hileras de vides, el empleo de cápsulas con hormonas para luchar contra algunos insectos, el abono foliar como alternativa o complemento al abonado clásico de los suelos, el aprovechamiento de la madera resultante de la poda, y —en resumen— la optimización de los recursos asignados, la minimización del impacto sobre el medio ambiente y la consideración de la viña como un elemento más del paisaje y del entorno natural. Por otro lado, la tecnología está creando complejos sistemas de detección, evaluación y resolución de las necesidades de agua de cada cepa, permitiendo una mayor eficacia en el riego de las viñas con un menor consumo de agua, y modos de aplicación mecánica de unos productos fitosanitarios más eficaces, menos contaminantes, y que requieran una menor cantidad de producto para conseguir un mismo efecto. Si queremos alcanzar niveles de calidad más altos de los vinos es indispensable conocer el momento óptimo de maduración de la uva, puesto que la calidad del vino solo es posible con una uva sana, equilibrada y bien madurada. Para ello, la tecnología está desarrollando métodos analíticos más precisos, fiables y simples de realizar, y que ofrecen una información más concreta de los parámetros que el enólogo necesita controlar para poder tomar las decisiones más convenientes en el momento más adecuado. También en la bodega se están viviendo estos cambios que tienden a la excelencia de los procesos y los resultados, y cada vez son más las explotaciones que incorporan sistemas de trabajo que garanticen el buen uso del agua y los recursos energéticos, y la correcta gestión de los residuos generados por la bodega. Modernos depósitos de acero inoxidable para la vinificación en las bodegas Ayuso (DO La Mancha). Igual de importante, aunque menos llamativo que la modernidad y complejidad de las instalaciones y las máquinas de las bodegas actuales, es el empleo en ellas de equipos refrigerantes y su constante atención a la higiene. Hacia un sutil equilibrio Venimos de un pasado lejano en el que primaba la cantidad de producción de uva y la fuerza del vino por encima de cualquier otro objetivo; estamos en una fase en la que la calidad del vino —y consecuentemente de la uva que lo origina— es el objetivo al que se dirigen todos los esfuerzos, y entramos en un nuevo concepto basado en la armonía entre la viña y la bodega, en el que el objetivo es la racionalización de los sistemas y flujos de trabajo, la aplicación de los últimos avances científicos mediante una fluida comunicación entre la universidad y la realidad de las bodegas, el control a tiempo real de todas las fases de la producción —desde la plantación de la viña hasta que la botella de vino sale del almacén de expedición—, el empleo de nuevos materiales en las instalaciones, el estudio de lo que piden los mercados a los que se quiere llegar, y en definitiva la consecución de vinos que cubran las expectativas de satisfacción de los distintos tipos de consumidor, y finalmente la gestión más eficaz de todos los recursos disponibles, alterando tan poco como sea posible el planeta. La excelencia no es únicamente un horizonte o un nivel sobresaliente de calidad de unos vinos, sino que debe ser también una manera de entender el mundo y de ser respetuosos con la herencia ambiental y vital legada por nuestros antepasados. Este es el camino que parece que hemos decidido tomar. Sesión de cata de la DOP Ribera del Júcar en la Escuela del Vino de Madrid, en 2011. Innovación, experimentación e intercambio de información constituyen la base para avanzar en la calidad del vino. Para mejorar un cierto tipo de vino o el vino procedente de una región vinícola determinada, hay que empezar a trabajar sobre el punto de partida de ese vino, es decir, la planta que lo origina. El mundo vitivinícola está desde hace unas décadas en un proceso continuo de mejora tanto científico como tecnológico. En este contexto, la genética está trabajando en la mejora de las características de las vides, para ofrecer plantas más adecuadas a un tipo de suelo, resistentes a plagas y parásitos, que soporten un grado de sequía más elevado (el cambio climático avanza en esa dirección), que se adapten a unas condiciones climáticas concretas, que maduren con mayor o menor rapidez, o que satisfagan el nivel de vigor y de producción que el viticultor desea. Todo ello sin disminuir una calidad que el consumidor final exige cada vez más. Por consiguiente, se dispone de un abanico de posibilidades que permite escoger el tipo de cepa más adecuado a cada suelo, a sus necesidades y a cada forma de trabajar. ¿De dónde salen todas estas posibilidades? Parece ser que Mesopotamia (actual Iraq) fue hace unos 10 000 años el origen de la vid —la planta conocida botánicamente como Vitis vinifera—, que inicialmente era una liana de frutos raquíticos de los que se obtenía un zumo dulce y ácido, que después de fermentar de forma espontánea daba origen a la bebida que llamamos vino. Con la evolución de las distintas civilizaciones, el cultivo de la vid y la elaboración del vino fueron perfeccionándose, dando origen a nuevas variedades de uva a causa de sucesivas mutaciones naturales o como resultado del cruce de dos variedades existentes. Un proceso que la genética permitió sin intervención humana. En épocas más modernas, los trabajos de polinización cruzada entre variedades dieron lugar a otras nuevas, originando variedades como chardonnay, cabernet sauvignon, tempranillo, caladoc, müller-thurgau y otras muchas. En busca de clones Si bien persiste la búsqueda de nuevas variedades en los laboratorios especializados, las líneas de trabajo de los genetistas se orientan básicamente a la búsqueda de clones con características específicas que solucionen las necesidades de la industria vitivinícola, a la investigación de los orígenes de las variedades o a su identificación genética. Recientes estudios han permitido identificar tres tipos de la uva sumoll (tradicional en Cataluña) como variantes de una misma variedad, pero descartando que la sumoll blanca pertenezca a la misma variedad. En esta misma línea, se ha descubierto que la variedad tempranillo proviene de un cruce entre albillo (uva blanca castellana) y benedicto (uva tinta de Aragón) que tuvo lugar probablemente durante la Edad Media. Cepa de tempranillo (cencíbel) en la DO Ribera del Júcar. En 2012 se dio a conocer que el origen de esta variedad es un cruce de las uvas albillo y benedicto. Larga vida: los beneficios del vino Dice el refrán «Con pan y vino se anda el camino». Un vino que el antiguo Egipto reservó a los sacerdotes y al faraón, que a partir de la Roma clásica formó parte —junto con el pan y el aceite— de la alimentación mediterránea más básica, y que en la Edad Media constituyó para monjes, reyes y súbditos una fuente de alimento, de salud y de placer: beneficios, en definitiva, que el vino aún nos aporta, aunque en menor proporción, puesto que ha pasado de acompañarnos en todas las comidas a hacerlo ocasionalmente. «La más saludable de las bebidas» Todas las culturas que han disfrutado del vino han conocido y reconocido que esta bebida posee algunas propiedades salutíferas, sin llegar a ser curativas. Se engañaría quien viese en el vino una bebida para curar enfermedades o desarreglos de nuestro organismo puesto que, a pesar de sus múltiples efectos beneficiosos, no puede considerarse medicinal. Sin embargo, ha habido épocas en las que el vino se ha utilizado como medicina por sí mismo o —más frecuentemente— como líquido sobre el que incorporar las medicinas propiamente dichas. En farmacias de más de 80 años de antigüedad aún se encuentran etiquetas de papel pegadas a los frascos de medicinas con la inscripción «Vino medicinal de...». Confucio, en la lejana China del siglo v a. C., se mostraba partidario del consumo de vino siempre que fuera en cantidades razonables. Por esa misma época, en la Grecia clásica el vino era una bebida de uso corriente (siempre al final de la comida), y los médicos griegos lo usaban para tratar dolencias del cuerpo y del alma. A partir del siglo xvii el vino se usó como aperitivo, una aplicación que, en forma de «vino quinado», se mantuvo en España hasta la década de 1980 para abrir el apetito de los niños (los mayores de 50 años recordarán los anuncios de Quina San Clemente). Por otro lado, un aperitivo tan conocido como el vermut no es más que vino macerado con hierbas y endulzado. La Edad Media hizo también del vino un producto medicinal —a veces mortal, porque servía para introducir veneno en las copas de incómodos reyes y nobles—, solo o acompañado de hierbas, azúcar y especias. Los monasterios europeos fueron centros de experimentación y producción de vinos y licores medicinales, algunas de cuyas fórmulas han llegado más o menos modificadas hasta nuestros días. En el siglo xix, Louis Pasteur descubrió el secreto de la fermentación de los vinos, y sentenció: «El vino es la más higiénica y saludable de las bebidas». Despensa de un monasterio. Durante la Edad Media, los monasterios europeos fueron centros de experimentación y producción de vinos y licores medicinales. Las propiedades del resveratrol Un comunicado de la Fundación para la Investigación del Vino y la Nutrición (Fivin), fechado en enero de 2013, informaba de que el vino tinto es un gran aliado en la lucha contra el cáncer, y que investigadores de la Universidad de Missouri (Estados Unidos) han descubierto que el resveratrol, combinado con la radioterapia, tiene la capacidad de eliminar hasta un 97 % de las células tumorales en los casos de cáncer de próstata, un porcentaje mucho más elevado que en el tratamiento del tumor exclusivamente con radiación. El mismo comunicado exponía que en la Universidad de Leicester (Reino Unido) se había comprobado que el resveratrol puede reducir a la mitad la tasa de tumores en el intestino, previniendo así la aparición del cáncer. Los efectos beneficiosos del resveratrol son conocidos desde hace años, y los estudios que van concluyendo confirman esos efectos. Sus principales propiedades son: 1. Inhibición de la agregación plaquetaria, evitando así la formación de trombos, que podrían llegar a impedir el paso de la sangre en los vasos sanguíneos. 2. Disminución del riesgo de infarto cardíaco. 3. Una importante acción antiinflamatoria que permite reducir los edemas (acumulación patológica de agua en los tejidos corporales). 4. Actividad antioxidante e inhibidora de los radicales libres (sustancias que producen la degeneración de las células), ralentizando los mecanismos de envejecimiento. Este efecto antioxidante es mucho mayor que el de las vitaminas C y E. 5. Prevención de alteraciones genéticas en las células, evitando su conversión en células cancerosas. 6. Actuación sobre el metabolismo de las grasas disminuyendo la formación del «colesterol malo» y reduciendo la aparición de la arteriosclerosis. 7. Retraso o prevención de la aparición del Alzheimer. 8. Relajación de los vasos sanguíneos. 9. Tolerancia a la glucosa en los casos menos graves de diabetes. Otras sustancias beneficiosas del vino Aunque el resveratrol es el elemento más conocido y beneficioso, el vino también contiene otras sustancias de interés para el buen funcionamiento del metabolismo y de la actividad psíquica. Algunas de estas sustancias son: 1. Taninos y antocianos: sustancias del grupo de los polifenoles, que matan o inactivan un gran número de las bacterias causantes de enfermedades. Si bien sobre los virus su poder neutralizante es menor, disminuyen considerablemente su capacidad de infectar las células sanas. Asimismo, favorecen la digestión de los alimentos con alto nivel de proteínas, como la carne. 2. Procianidinas: es un tipo de tanino que inhibe la formación de histamina —responsable de la inflamación en los procesos alérgicos— y que, por lo tanto, resulta beneficioso para las personas que padecen algún tipo de alergia. También actúan sobre las grasas y el colesterol, lo que provoca una disminución de los efectos perjudiciales de estos productos en el cuerpo. 3. Minerales como hierro, potasio, calcio o magnesio, y en menor proporción, cinc y cobre: ayudan al buen funcionamiento de nuestro organismo. 4. Vitaminas, como todas las del grupo B, vitamina C y vitamina E: tienen efectos antioxidantes y protectores de la pared de venas y arterias. Otras recomendaciones Además de las propiedades benéficas mencionadas, hay que considerar también que un consumo razonable de vino tinto disminuye los estados depresivos, favorece la sociabilidad, mejora el estado de ánimo y aumenta la capacidad de raciocinio y la memoria. Estudios efectuados en residencias geriátricas francesas así lo demuestran. Sin embargo, no hay que olvidar que, junto con estas sustancias saludables, el vino contiene alcohol, un elemento que en pequeñas cantidades puede moderar la tensión arterial, pero que consumido en exceso puede causar alteraciones graves e irreversibles del organismo. Por ello, es aconsejable seguir unas pautas para que el consumo de vino sea realmente beneficioso: 1. Beber siempre el vino durante las comidas o acompañándolo de algún alimento sólido. 2. No consumir vino cuando se están tomando medicamentos. 3. No superar los 40 cl de vino al día en el caso de los hombres, ni los 30 cl en el caso de las mujeres. 4. Es preferible beber menos y mejor, que más y peor. 5. No consumir vino si hay que conducir. La OMS (Organización Mundial de la Salud) considera más adecuada una dieta con un aporte moderado de vino que una dieta totalmente exenta de vino. Pero también advierte de los peligros de la falta de moderación. Recientemente, la Unión Europea ha puesto en marcha la campaña «WINE in MODERATION» («El vino, con moderación»), a la que se han adherido las principales bodegas europeas y la mayoría de estamentos e instituciones relacionados con el vino. En el fondo, saber beber es una forma de saber vivir. Sin llegar a ser curativo, diversas culturas a lo largo de la historia han reconocido las propiedades salutíferas del vino, lo que está siendo confirmado en los últimos años por estudios científicos. La vinoterapia, tal como la entendemos actualmente, nació en Graves (zona vinícola de Burdeos) a finales del siglo xx de la mano de Mathilde Cathiard y Bertrand Thomas, quienes años antes habían creado una gama de cosméticos basada en las propiedades antioxidantes de los hollejos y las pepitas de las uvas tintas. El siguiente y lógico paso fue construir un centro de tratamiento corporal y belleza donde aplicar sus productos en un ambiente vinícola, reposado y lujoso. En España, el primer centro de vinoterapia se construyó en las bodegas Castillo de Perelada, en Cataluña, zona vinícola peninsular donde la oferta de vinoterapia es mayor —seguida de La Rioja y las islas Baleares—, aunque hoy en día en cualquier zona vinícola del mundo podemos encontrar estos servicios. Si bien la vinoterapia es en esencia la terapia a través del vino, las ofertas de vinoterapia son una mezcla equilibrada de lujo, turismo, relax, gastronomía y tratamientos de belleza, envueltos con un sugerente manto de salud. No vamos a encontrar en la vinoterapia, a pesar de su nombre, un tratamiento curativo de ningún tipo, pero a través de ella podemos cuidar la imagen corporal de una forma natural y no agresiva. La vinoterapia suele emplearse para eliminar toxinas, mantener la suavidad de la piel y retrasar en lo posible su envejecimiento. Asimismo, con la ayuda de masajes, se consigue una mejora de la circulación, se reafirma la musculatura y se reducen las arrugas faciales, por lo que se suele recomendar para reducir la flacidez muscular, las varices y el estrés. La sesión de vinoterapia suele empezar con una exfoliación de la piel, sigue con un baño de vino tinto mezclado con agua termal caliente y termina con un masaje efectuado con aceite de pepitas de uva. Durante la sesión, es frecuente ofrecer al usuario una copa de vino tinto. El vino contiene sustancias antioxidantes, especialmente el resveratrol, que captan los radicales libres causantes de la oxidación de las células y, consecuentemente, del envejecimiento. La mayor parte de esas sustancias se encuentran ya en la uva, por lo que en los últimos años se han ido comercializando distintas gamas de productos de belleza basadas en la uva y el vino. Actualmente, tenemos una amplia oferta de leches limpiadoras y corporales, cremas hidratantes y nutritivas, sales y gel de baño, champús, aceites para masaje e incluso ambientadores, basados en derivados de la uva y el vino, productos que, sin embargo, están encontrando dentro de la comunidad científica algunos investigadores que dudan de sus supuestos efectos beneficiosos, especialmente los productos que tienen un valor de pH igual o superior a 8,8, porque a ese nivel de pH los efectos del resveratrol desaparecen. Curiosamente, ninguno de esos científicos se muestra disconforme con que el consumo moderado de vino pueda ser beneficioso para nuestra salud. Piscina con decoración vitícola en Castillo de Perelada, bodega pionera en España en ofrecer servicios de vinoterapia. El vino como promotor de la vida social Dice un refrán: «Fiesta sin vino, no vale un comino». Desde que el vino empezó a formar parte de la cultura humana en su doble versión material (fiesta) y espiritual (liturgia), ha estado presente en fiestas, celebraciones, homenajes, ceremonias y ágapes, en los que la alegría y la confraternización han ido siempre de la mano de un vaso de vino. Un vino que 500 años antes de Cristo era la base del symposion, equivalente a nuestra sobremesa en la antigua Grecia, en el que después de comer se procedía —por parte del anfitrión o del invitado al que se cedía tal honor— a la cuidadosa mezcla de vino con agua en las cráteras preparadas al efecto, para agasajar a los huéspedes de la casa. Los grandes pensadores, artistas y militares griegos hicieron propuestas, discutieron y tomaron decisiones sobre filosofía, arte o campañas guerreras alrededor de las cráteras llenas de vino que iluminaban o adormecían el espíritu de los participantes en tales reuniones. En la época romana, el vino era un elemento indispensable en las celebraciones particulares y populares. No por casualidad entre las divinidades romanas se encontraba Baco (heredero del griego Dioniso), dios del vino y la fiesta, que se representaba con unas uvas maduras a modo de colgantes apoyados en las orejas, y en actitud festiva. Y aunque la embriaguez siempre ha estado mal vista, el vino no ha faltado nunca donde reina la alegría. Por algo dice otro de nuestros refranes «Sin vino no hay alegría», una sentencia matizable pero que refleja hasta qué punto el vino forma parte de nuestra manera de compartir los momentos festivos. Retrato esculpido de Baco, el joven dios romano del vino y la fiesta. Elemento cohesionador Si bien el vino ha formado parte de nuestra alimentación desde hace muchos siglos, ha sido en el ámbito social donde su presencia ha llegado a ser un elemento de comunicación y cohesión entre las personas. En la cultura mediterránea, difícilmente se concibe una reunión amistosa, especialmente si hay comida de por medio, en que no haya la posibilidad de tomar unas copas de vino. Los Evangelios recogen el episodio de las bodas de Caná, en que se habla de cómo Jesucristo convirtió el agua en vino, lo que —más allá de las creencias religiosas de cada cual— indica la importancia del vino en las celebraciones festivas de hace casi dos mil años. Tampoco el ámbito religioso es ajeno al vino, puesto que la Eucaristía hace de él la sangre de Cristo, y con él y el pan se establece la comunión entre los asistentes a la celebración religiosa. Pan y vino para la Eucaristía, y aceite para ungir reyes o moribundos, los tres pies de la alimentación mediterránea, usados por la religión para unir el ser individual a la comunidad. El vino en la calle Más allá del domicilio particular, el vino está en la calle, como constata cualquier persona que se mueva por nuestros pueblos y ciudades. Los ancianos, con ese vaso de vino que van alargando durante el espacio de tiempo dedicado a la conversación y al reencuentro; y los más jóvenes, con un consumo más acelerado —acorde a su vitalidad y prisa por vivir—, rodeados de risas, proyectos y deseos amorosos. Relaciones fraternas en las que el vino une personas y facilita la comunicación porque, como decía uno de los pensadores clásicos, «In vino veritas», en el vino está la verdad, confirmando así que el vino desata la locuacidad, desinhibe a los tímidos y muestra más cómo uno es realmente. Actualmente, el vino se ha integrado en nuestra civilización como un elemento de culto, y los jóvenes han interiorizado el vino como un producto que prestigia a quien lo conoce; si hace veinte años ser enólogo era visto con indiferencia, hoy esta profesión confiere un aura elitista a quien ostenta tal título. No es de extrañar que se haya sofisticado el consumo de vino entre las generaciones jóvenes, que suelen asociar su consumo a las reuniones sociales, y en las que —quien más, quien menos— se procura alardear de los conocimientos sobre tal o cual vino, o sobre tal o cual zona vinícola. En este orden de cosas, no sería utópico pensar en el resurgir del porrón, aquel instrumento de vidrio que todas las casas tenían sobre la mesa y que ofrecían a cualquier persona que fuera bienvenida; un porrón que las copas lujosas y sofisticadas han ido relegando al olvido, en esa a veces exagerada sofisticación del consumo del vino, pero que es el mejor instrumento para compartirlo, puesto que todos toman de él, y pasa de mano en mano estableciendo —con el cruce de miradas que suele acompañar la cesión del porrón— unos invisibles lazos de unión entre las personas: el porrón, ese olvidado compañero que hace mirar al cielo cuando se bebe de él, y que durante siglos ayudó a cohesionar la cultura mediterránea. Joven bebiendo vino de bota durante los Sanfermines. Vino y encuentro Ponga usted una botella de zumo de fruta encima de la mesa y observará un desfile de personas que no intercambian palabra alguna; ponga usted una botella de vino y verá cómo se va tejiendo una red de pequeñas conversaciones mientras se escancia o se degusta el vino. Como en la antigua Grecia, hoy se establecen o fortalecen relaciones alrededor de botellas de vino, y solo hace falta pasearse por los restaurantes frecuentados por la juventud para observar cómo difícilmente se ve una mesa sin vino, cuando en general esos mismos jóvenes suelen comer sin vino en su vida diaria. Vinos sencillos para los encuentros menos trascendentes, vinos medios para encuentros con mayor carga afectiva, y grandes vinos para las ocasiones especiales. Pero siempre el vino para compartir y ser compartido cuando el espíritu necesita comunicarse con otras personas. Es sorprendente, aunque ciertamente minoritaria todavía, la tendencia de grupos de jóvenes de reunirse para tomar botellas de vino de calidad y comentarlas. Una actitud que hace del vino el elemento integrador y el motivo de la reunión, y que abre nuevas vías de comunicación entre la gente joven, recuperando aquel espíritu del symposion. En las relaciones sociales de hace 20 años, la gente joven acudía a tascas y tabernas para compartir unos vinos de calidad y origen muy dudosos; sin embargo, actualmente los jóvenes se reúnen en lugares más selectos y comparten vinos de mayor calidad en un entorno más digno y propenso a la comunicación inteligente. El vino no solo ha mejorado en sí mismo, sino que ha hecho mejorar la vida social, puesto que quien es capaz de valorar un buen vino demuestra una sensibilidad que ciertamente mostrará en el trato con las demás personas, y que le permitirá dotarse de opiniones más maduras y matizadas, que enriquecen a todos. El vino no hace a las personas mejores ni más sociables, pero ayuda a serlo. Desde que empezó a formar parte de la cultura humana, el vino ha estado presente en fiestas, celebraciones, homenajes, ceremonias y ágapes, en los que la alegría y la confraternización han ido siempre de la mano de un vaso de vino o de una copa de champán. Hacer de profeta siempre fue arriesgado, pero la naturaleza humana sigue queriendo saber cómo será el futuro, y en la sociedad siempre hay indicios que —si se saben interpretar correctamente— indican las tendencias en los distintos aspectos del comportamiento social y personal. Quizás no podamos adivinar el futuro, pero sí entrever cómo van a evolucionar nuestros hábitos. De la observación de los últimos diez años, podemos deducir una actitud cada vez menos hostil hacia el consumo moderado de vino, valorando sus evidentes efectos beneficiosos y su papel en las relaciones sociales, especialmente entre la gente joven, lo que permite aventurar que en poco tiempo el consumo de vino alcanzará a toda la población mayor de edad. El conocimiento sobre el vino se está perfilando como un elemento de distinción social que permite conversaciones asequibles a casi todo el mundo, evitando temas potencialmente delicados, y mostrando además que se sabe disfrutar inteligentemente de las cosas buenas de la vida. El vino se está revelando como un campo en el que poder expresarse, y personas con un alto grado de sensibilidad que no habían encontrado cómo cultivarla han hallado en el vino un mundo complejo y extenso en el que desarrollar esas capacidades. Si el consumo social del vino tiende a aumentar, el doméstico retrocede, limitándose a ocasiones especiales. Por otro lado, el consumo de vino de baja calidad está cayendo, mientras que el de calidad media sube tímidamente y el de alta calidad se estabiliza. Estos hechos van muy ligados a la coyuntura económica mundial, por lo que una recuperación económica a medio plazo incrementará el consumo de vino de calidad media y media-alta, dejará como residual el consumo de vino de baja calidad y hará aumentar discretamente el consumo de vino de alta calidad. Lo que está desapareciendo es el vino de calidad media disfrazado de gran vino y vendido a precios escandalosamente elevados, aptos solo para estimular el ego de personas con alto poder adquisitivo. También algunas zonas vinícolas deberán «reinventarse» y empezar a encarar el futuro en lugar de mirar al pasado. La búsqueda de la comodidad y del consumo responsable harán que aumente el uso de envases individuales fácilmente transportables, que los vinos bajen su grado alcohólico, que aumenten los vinos ecológicos y biodinámicos, y que se consuma menos vino pero de mejor calidad. Estas tendencias cambian considerablemente en los países sin tradición vinícola, en los que el vino está entrando a través de las clases sociales altas. La tendencia en ellos es que el consumo de vino se extienda progresivamente a las clases medias, que buscarán un vino de calidad media a un precio también medio. En los países sin tradición vinícola, en los que el vino está entrando a través de las clases sociales altas, se prevé que el consumo se extienda progresivamente a las clases medias. (En la imagen, cata en Hong Kong organizada por la chilena Viña Seña.) Ciencia y vino Del subsuelo a la mesa Tomar un sorbo de buen vino suele desencadenar unas sensaciones que se van sucediendo sin interrupción durante unos minutos a través de la vista, el olfato, el gusto y el tacto, y que nos hacen apreciar las virtudes y los defectos del vino. Sin embargo, durante el proceso de la degustación nos centramos solo en dejar que el vino exprese lo mejor de sí mismo para nuestro gusto y deleite, pero no solemos reflexionar sobre los múltiples pasos y trabajos que han sido precisos para llegar a obtener ese vino. Viticultores y enólogos trabajan a lo largo del año para que, llegado el tiempo de la vendimia, la uva sea de la calidad deseada, y para que durante la vinificación de esa uva se respeten tanto como sea posible sus características particulares, intentando que el alma del suelo y el paisaje de la viña lleguen hasta la copa que vamos a tomar. Pero, ¿qué ciencias hay detrás de ese concienzudo trabajo en busca de la excelencia que permiten saber qué, cómo y cuándo hay que hacer en la viña o en la bodega? Si bien a mediados del siglo xx los conocimientos sobre el cultivo de la viña y sobre la elaboración del vino eran mayoritariamente fruto de la experiencia y la costumbre, actualmente los profesionales del vino poseen una formación académica y laboral basada en conceptos y métodos científicos, que en unas décadas han revolucionado el mundo del vino y han permitido que la ciencia y la experimentación tengan un lugar destacado tanto en las viñas como en las bodegas. La relación entre universidades y escuelas técnicas con la realidad enológica ha permitido que los vinos de hoy sean mucho mejores, más sanos y más regulares que los que bebían nuestros padres y abuelos. Elegir el lugar para plantar el viñedo es el primer paso en el camino de la elaboración del vino. En la imagen, viñedos entreverados con otros terrenos en las laderas del Campo de Borja (Aragón). Ciencias al aire libre Para comprender cómo las distintas ciencias inciden en la elaboración de un vino, imaginemos que vamos a crear una bodega de la nada y averigüemos qué ciencias pueden ayudar en nuestro proyecto. Para ser capaces de elaborar un buen vino, en primer lugar habrá que decidir dónde plantar la viña, puesto que según sea su ubicación los elementos ambientales que van a actuar sobre las cepas serán unos u otros. De esas cepas van a salir las uvas que emplearemos para la elaboración del vino, y por lo tanto todo lo que afecte a la cepa va a condicionar las características del vino. Cepas viejas de la bodega del Penedès Albet i Noya. A la hora de decidir dónde plantar una viña, en primer lugar hay que tener en cuenta la geología, para hacer un estudio del subsuelo y conocer así la profundidad cultivable, la capacidad de retención del agua y la composición mineral y granulométrica del terreno sobre el que queremos plantar.. Empezaremos recurriendo a la geología para hacer un estudio del subsuelo y conocer así la profundidad cultivable, la capacidad de retención del agua (indispensable para la vida de las cepas) y la composición mineral y granulométrica del terreno sobre el que queremos plantar. También la edafología y la ecología pueden echar una mano para saber las particularidades del suelo más superficial, los nutrientes orgánicos que las cepas van a tener a su disposición y los equilibrios entre los distintos organismos que cohabitan en un lugar determinado. Una vez sepamos cómo es el terreno, habrá que recurrir a la meteorología para que nos informe sobre la zona climática, con datos sobre la pluviometría media anual, las horas de insolación, las temperaturas medias y extremas, los vientos dominantes, riesgos de heladas, períodos del año más lluviosos y secos, y todos los detalles que permitan deducir en qué condiciones climáticas van a vivir las cepas cuando las plantemos. A partir de los datos recogidos hasta el momento, decidiremos qué variedades de uva van a dar mejor calidad en esa viña que aún no hemos plantado. Para ello, necesitamos ayudarnos de la biología, la fisiología vegetal y la ampelografía, para determinar las variedades más adecuadas al clima y al tipo de suelo de la futura viña y sobre qué portainjertos deberán injertarse aquellas. Si a ello añadimos el nivel de producción y el vigor que queremos, y algunas de las características organolépticas que deseamos en las uvas, podremos ya consultar con el ingeniero agrónomo para que recomiende las variedades de uva y los clones que mejor se van a adaptar a la viña, para poder encargar al responsable del vivero el tipo de cepas que vamos a plantar. Antes de iniciar la plantación de las cepas, habrá que realizar un ligero abonado de fondo para que las cepas recién plantadas tengan un aporte nutricional extra que les permita enraizar y desarrollarse convenientemente en los primeros dos o tres años. La química es la ciencia que permitirá adquirir abonos de composición controlada para las exigencias concretas del suelo de nuestra viña, así como fabricar los productos fitosanitarios necesarios posteriormente. En el momento en que iniciemos la plantación, la ingeniería será nuestro nuevo aliado a la hora de establecer las hileras de las cepas —que deberán ser perfectamente rectas—, escoger los materiales adecuados y diseñar los soportes de los alambres sobre los que se van a apoyar estas una vez se hayan desarrollado y empiecen a producir uva. La ingeniería y la mecánica son también la base de la maquinaria que habrá de emplearse para efectuar la plantación, realizar las tareas del cultivo de la viña y aplicar los tratamientos sanitarios que permitan proteger los viñedos de las enfermedades que puedan afectar a las cepas. Ciencias bajo techo Una vez plantada la viña, vamos a construir la bodega. Para ello recurriremos de nuevo a la ingeniería (diseño de la bodega), la mecánica (maquinarias de construcción y de elaboración del vino) y la química (pinturas y recubrimientos de los materiales y estructuras). Todo ello deberá ser considerado y seleccionado para tener una bodega limpia, práctica, eficaz, segura y rentable. Tanques de vinificación en la bodega gallega Viña Meín (DO Ribeiro). Se recurre a la química en la vinificación (mediante la aplicación de los sulfitos protectores contra la oxidación del mosto) y tras la misma, con los productos necesarios para mantener las instalaciones en las mejores condiciones higiénicas. Cuando la uva empiece a llegar a la bodega para su conversión en vino, necesitaremos de nuevo la colaboración de la química, para la aplicación de los sulfitos protectores contra la oxidación del mosto, y la microbiología, que nos permitirá escoger las levaduras más adecuadas al vino de entre una amplia gama de levaduras —seleccionadas e identificadas mediante criterios y técnicas bioquímicos en distintas industrias microbiológicas especializadas— disponible en el mercado de productos enológicos. Finalizada cada fase de elaboración del vino, deberemos efectuar una limpieza general y específica de todas las instalaciones, máquinas y utensilios auxiliares empleados. Para ello la química otra vez nos proveerá de productos adecuados para la limpieza y desinfección, y de los reactivos necesarios para los distintos controles de calidad. Y antes de proceder al embotellado del vino, la fisiología y la bioquímica de nuestros sentidos valorarán en una cata si hemos conseguido el objetivo del proyecto: hacer un vino de calidad en nuestra imaginaria bodega. Durante el proceso de la degustación, nos centramos solo en dejar que el vino exprese lo mejor de sí mismo para nuestro gusto y deleite, sin reparar en los múltiples pasos y trabajos que han sido precisos para llegar a obtener ese vino. (En la imagen, los viticultores Eduardo Chadwick y Robert Mondavi, socios de la bodega chilena Viña Seña.) Los secretos de la geografía: climas y suelos Nadie cuestiona que la geografía es uno de los mayores condicionantes a la hora de elaborar vino. ¿Por qué si no hay países productores de vino y otros que no lo son, si todos son en mayor o menor grado consumidores? Como nunca está de más refrescar conocimientos olvidados en algún rincón de la memoria, cojamos un mapa del mundo y vayamos marcando los países productores de vino que conozcamos. Si no hemos olvidado muchos, observaremos que, si se trazan unas líneas que sigan los 30 y los 50º de latitud norte, todos los países del hemisferio norte marcados como productores de vino se hallan entre esas dos líneas. Otro tanto ocurre en el hemisferio sur, con lo que habremos de concluir que fuera de las zonas delimitadas por las líneas trazadas no hay viñas plantadas en cantidad apreciable. La pregunta que se presenta entonces es: ¿qué es lo que hace que solo en esas zonas se puedan desarrollar adecuadamente las viñas? La respuesta es simple: el clima. El clima es sin duda el factor más importante para la viticultura, pero la orografía del terreno y la composición del suelo —tanto orgánica como mineral— también son determinantes para decidirse a plantar o no una viña. La ventaja sobre el clima es que estos otros factores pueden ser, hasta cierto punto, modificados por la tecnología, la ingeniería y la química. Puede resumirse el efecto del clima y el suelo sobre la vid considerando que el suelo es el almacén de nutrientes del que se aprovisiona la vid; la luz solar es la que permite la fotosíntesis y consiguientemente la elaboración de azúcares; la temperatura, el motor que mueve el metabolismo de las plantas, y la lluvia, la que aporta el agua necesaria para disolver los nutrientes del suelo y suministrar agua a la cepa. El clima es sin duda el factor más importante para la viticultura, y dentro del mismo, la no siempre predecible lluvia se encarga de disolver los nutrientes del suelo y de suministrar agua a la cepa. Clima: mediterráneo, continental y microclima Fijémonos en primer lugar en el clima. Considerando que la viña es básicamente un conjunto de vides de la especie Vitis vinifera, plantadas ordenadamente con el propósito de obtener uvas, es lógico pensar que solo en los lugares en los que estas plantas encuentren condiciones adecuadas para su desarrollo podremos obtener uvas de calidad. Solo por ello ya hay que descartar las zonas con climas extremos en las que los seres vivos tienen grandes dificultades de adaptación. Fríos gélidos, calores abrasadores, terrenos áridos y zonas inundables no son en absoluto adecuados para el cultivo de la vid. Temperatura, agua y sol son los principales factores que determinan el clima de una zona concreta, aunque también los vientos deben ser considerados. Grosso modo, se diferencian dos tipos de clima en las zonas productoras de uva: el clima continental y el mediterráneo. Por «continental» se entiende el clima que domina en el interior del continente europeo, con veranos calurosos en los que las noches son más bien frescas, e inviernos fríos con fuertes caídas de la temperatura por la noche. Se trata por lo tanto de un clima con grandes diferencias térmicas entre verano e invierno, y con contrastes acusados de temperatura entre el día y la noche. Este tipo de clima favorece una mejor maduración de los taninos y permite retener mayor cantidad de ácidos en el seno de la uva. Como contrapartida, a veces la maduración no llega a realizarse completamente, y los niveles de azúcar de la uva no suelen llegar a los conseguidos por la misma uva en un clima mediterráneo, obteniéndose por lo tanto vinos de baja graduación alcohólica, con poco cuerpo y un equilibrio frágil. El clima mediterráneo es el propio de la región mediterránea, con el mar actuando como tampón de temperaturas, suavizando el frío del invierno y refrescando las temperaturas estivales. Ello se debe a que el agua del mar (sea o no el Mediterráneo) acumula calor durante el verano y lo libera a lo largo del invierno a medida que se va enfriando, con lo cual las zonas que se encuentran bajo la influencia marina tienen unos inviernos más benignos térmicamente que las zonas continentales. Como en invierno el agua del mar se enfría, con la llegada del verano el mar cede el frío acumulado, mientras se va calentando y va moderando las altas temperaturas veraniegas. Este tipo de clima permite acabar las maduraciones de la uva, pero a veces a una velocidad excesiva, con lo que se resiente el equilibrio de los componentes de la uva, especialmente la acidez, obteniéndose con frecuencia vinos corpulentos con un alto contenido de alcohol pero poco frescos por su bajo nivel de acidez. Viñedo en otoño en Sonoma. Los viñedos se desarrollan óptimamente en las zonas comprendidas entre los 30 y los 50º de latitud, en ambos hemisferios, franja en la que se encuentran los valles vitícolas californianos. Partiendo de esos condicionantes, viticultores y enólogos aplican su saber y la tecnología adecuada para aprovechar los aspectos positivos y contrarrestar en lo posible los negativos de cada uno de esos tipos de clima. Sin embargo, cuando hay que realizar un estudio de una zona climática determinada, el binomio continental-mediterráneo se queda corto, puesto que hay muchos factores que relativizan las características de uno u otro tipo de clima. Un gran lago en medio de una llanura continental o una ladera de un monte orientado al norte a 1 000 metros de altitud en una zona mediterránea modificarán sustancialmente el comportamiento climático de aquella pequeña zona, formándose lo que se conoce como «microclima». Estudiando los datos térmicos estadísticos obtenidos de las distintas regiones vinícolas europeas, el científico A. J. Winkler confeccionó un mapa de temperaturas de toda la Europa vinícola, que permite conocer el nivel térmico de cada área geográfica en concreto. Para una mejor comprensión del mapa, Winkler estableció cinco tipos de áreas térmicas (del I al V), siendo la I la más fría y la V la más cálida. En algunas zonas de España, como Cataluña o Valencia, se encuentran áreas, a veces de pequeño tamaño, de las cinco zonas Winkler, lo que ofrece un gran abanico de posibilidades a la hora de escoger las variedades de uva que se deseen plantar. Posteriormente, Pablo J. Hidalgo hizo un mapa de los índices bioclimáticos de la península Ibérica en el que fijó unas zonas bioclimáticas en función de las temperaturas, las horas de insolación y la lluvia promedio anual. También en este caso Cataluña contiene todas las zonas bioclimáticas definidas por Hidalgo. Suelo: aporte vital En lo que concierne al suelo, por poco que se recuerden los estudios elementales sabremos que es donde se encuentran los materiales nutritivos que la planta absorbe para su sustento, mediante un complejo sistema radicular, después de ser disueltos por el agua de lluvia o, en su caso, de riego. Viejo pie de cabernet sauvignon y piedra caliza del subsuelo, en Dominio de Valdepusa (Toledo). En el suelo se encuentran los materiales nutritivos que la planta absorbe para su sustento. En el suelo hay que diferenciar la granulometría (tamaño de las partículas del suelo) de la composición química, conceptos que demasiado a menudo se mezclan sin sentido, llevando a confusión a quien no sea experto en el tema. En función del tamaño de las partículas del suelo, se encuentran los cantos rodados (más de 4 cm de longitud), las gravas (de 2 mm a 4 cm), las arenas (entre 0,05 y 2 mm), los limos (de 0,02 a 0,5 mm) y las arcillas (de tamaño inferior a 0,02 mm). El tamaño de la partícula determina la capacidad de retención del agua, siendo las arcillas casi totalmente impermeables y reteniendo toda el agua que les llega, mientras que las gravas y los cantos rodados tienen un gran drenaje y apenas retienen el agua. La profundidad del suelo es un factor que al profano le pasa inadvertido, pero es de vital importancia. Suelos con apenas 20 cm impiden un enraizamiento en profundidad y favorecen el enraizamiento superficial, de manera que las cepas se encuentran con una sujeción precaria al suelo y las raíces hallan dificultades para buscar nuevos nutrientes en el subsuelo. La composición química del suelo es sin duda el factor más conocido y el que permite suplir las carencias de determinados minerales con un aporte de abonos químicos que los contengan. En este apartado, hay que recurrir con frecuencia a análisis químicos del suelo para determinar las posibles deficiencias de micronutrientes como el boro o el zinc, que, aunque en dosis mínimas, son imprescindibles para el buen desarrollo de las cepas. Una visión más amplia del suelo también repara en la posible pendiente del terreno, que hace que el agua de lluvia erosione las capas superficiales del terreno arrastrando cuesta abajo los nutrientes orgánicos que las cepas necesitan y que quedarán acumulados al pie de la pendiente. Si se quiere que las vides tengan unas aportaciones restringidas de nutrientes, hay que plantarlas en la parte alta de las pendientes, mientras que si se opta por producciones altas de uva —a costa, sin duda, de su calidad— entonces hay que apostar por las partes bajas de las pendientes o por las más llanas. La orientación del terreno hace que a las vides les llegue mayor o menor luz solar (las del hemisferio norte orientadas al sur reciben mayor radiación solar que las orientadas al sur) y que el microclima sea más o menos cálido. También la altura sobre el nivel del mar afecta a las viñas, porque las temperaturas y los contrastes climáticos van muy ligados a este factor, además de estar frecuentemente más expuestos a los vientos. Todos estos factores deben ser considerados antes de decidir qué variedades de uva se plantarán en una viña. Viñedos de Portal del Alto, en el valle chileno de Maipo, con los Andes en segundo término. La altura sobre el nivel del mar afecta a las viñas, dado que las temperaturas y los contrastes climáticos van muy ligados a este factor. Viticultura y enología Si bien la viticultura (ciencia que trata del cultivo de la vid) puede entenderse por sí misma, la enología (ciencia que trata sobre cómo elaborar los distintos tipos de vino) tiene sentido únicamente cuando va ligada a un tipo de viticultura coherente con el vino que se quiere elaborar. En los países de religión musulmana, en los que el consumo de vino no está permitido —aunque a veces sí lo está su elaboración para la exportación — se encuentran a menudo importantes extensiones de viña dedicadas a la producción de uvas de mesa. En este caso, la viticultura se orienta a obtener uvas dulces, carnosas, con alto contenido en agua, piel crujiente y aromas fragantes de tipo frutal. Nada que ver con la viticultura destinada a la producción de uvas para la vinificación, que busca uvas menos carnosas, con un buen equilibrio entre azúcares y acidez, hollejos y pepitas bien maduros, y en los que la cantidad de piel de la uva sea mayor respecto a la cantidad de pulpa que en las uvas de mesa. Se comprende que, a excepción de variedades como la moscatel o la malvasía, las variedades de uva destinadas a vinificación sean distintas de las que van a ir destinadas al consumo de mesa. Inspección de un racimo en los viñedos de Roda (Rioja Alta). La viticultura suma diversas disciplinas científicas que se enfocan al objetivo final de obtener uvas de calidad. Hablar de viticultura en realidad es hablar de un compendio de disciplinas científicas que se enfocan al objetivo final de obtener uvas de calidad para un uso concreto. La viticultura está supeditada en su desarrollo a la climatología, el tipo de suelo, la orografía del terreno y la filosofía propia del viticultor. Así, uno de los trabajos previos a la plantación es diseñar la viña, escoger las variedades de uva que plantar, decidir sobre qué portainjertos se injertarán las variedades seleccionadas, fijar el marco de plantación y orientar las hileras como mejor convenga para su insolación y para el uso del tractor. Todos estos factores van a determinar las características de la uva resultante. Básicamente, la viticultura convencional consiste, una vez plantada la viña, en establecer y controlar la cantidad de uva que se obtendrá de cada cepa, así como las características que se desee que tenga. La poda de invierno cuando la planta está en fase de reposo determina —además de la forma de las cepas y la distancia de las uvas al suelo— la cantidad de uva que cada cepa en particular va a producir. Una poda en verde cuando la cepa ya ha brotado y está creciendo permite ajustar definitivamente la producción, eliminar aquellos elementos que pudieran impedir una correcta maduración de las uvas y hacer posible una buena aplicación de los tratamientos fitosanitarios. También entra dentro de los trabajos de la viticultura atar los sarmientos a los alambres —si la conducción de las cepas se hace en espaldera— para conseguir una buena insolación de los racimos, eliminar los brotes improductivos que quiten vigor a la planta, detectar potenciales plagas y enfermedades de la uva y aplicar el tratamiento adecuado, seguir atentamente mediante análisis visuales, químicos e instrumentales el proceso de maduración de las uvas, y determinar finalmente el momento óptimo de la vendimia en función de los objetivos de calidad fijados. Todo ello implica un buen conocimiento de botánica, fisiología vegetal, microbiología, edafología, ecología, y de uso del tractor y sus complementos. Secularmente, la enología se basó en la tradición y la repetición empírica de esquemas de trabajo. Sin embargo, la aplicación de los estudios científicos y la experimentación con nuevas variedades y técnicas de vinificación, como las de Manuel Raventós en el Penedès con la introducción del cava, ayudaron a sustentar el impulso que ha vivido la enología en las últimas décadas. Enología: actualización constante Si una viticultura bien trabajada requiere buenos conocimientos de diferentes disciplinas científicas, la enología moderna requiere además una constante actualización de los conocimientos para poder afrontar un mundo comercial cada vez más competitivo con una óptima relación entre el precio del producto y la satisfacción del consumidor. De ahí que sean las nuevas generaciones de enólogos (hombres y mujeres de 35 a 55 años, con formación académica adecuada y que procuran estar al día de las nuevas tendencias e innovaciones) las que han propiciado el gran salto cualitativo de la enología europea, y particularmente de la española. La enología, que históricamente se basó en la tradición y la repetición empírica de esquemas de trabajo, se basa actualmente en la microbiología, la tecnología y la higiene de las instalaciones. La microbiología no cesa de avanzar a la hora de buscar nuevas levaduras y bacterias que permitan al enólogo fermentaciones más acordes a las uvas que posee y al tipo de vino que desea obtener, de manera que hoy en día el mercado ofrece levaduras que soportan mayores niveles de alcohol, que desarrollan en mayor cantidad algunas gamas de aromas o que pueden trabajar en medios hostiles (temperaturas más bajas de lo habitual, menor cantidad de nutrientes, etc.). El uso cada vez menor del anhídrido sulfuroso (los famosos nitritos consignados en las etiquetas) requiere una extrema limpieza de las instalaciones, un profundo conocimiento del estado sanitario de la uva y de su punto de maduración, y saber en qué momentos del proceso de elaboración del vino —y en qué cantidades— se debe aportar ese sulfuroso, que previene de oxidaciones y de algunas indeseables contaminaciones, pero que a niveles altos puede causar molestias a algunos consumidores sensibles a este producto. Por otro lado, el enólogo debe saber detectar precozmente las posibles contaminaciones accidentales en cualquier lugar de la bodega (corchos, barricas, botellas, maquinaria, mangueras, suelos y paredes, depósitos) para neutralizar el problema sin que llegue a causar graves perjuicios, que podrían estropear incluso partidas enteras de vino. La enología, como la medicina, debe saber prevenir para evitar tener que curar posteriormente, y para ello es preciso conocer a fondo cada paso del proceso de elaboración, cada máquina y cada producto auxiliar empleado. El trabajo del enólogo consiste pues en saber qué y cuándo hay que hacer cada operación, pero sobre todo el porqué de aquella operación, para poder reaccionar al instante cuando surge algún contratiempo. La maquinaria enológica ha evolucionado lógicamente en paralelo a la de otras industrias alimentarias, y actualmente la automatización se ha incorporado en mayor o menor grado a las bodegas. Con ello, se han logrado controles de temperatura más precisos para conseguir fermentaciones mejor dirigidas, rapidez en los procesos de embotellado que evitan la exposición del vino al aire de la bodega y sistemas de climatización automática para una mejor conservación del vino en los depósitos, en las barricas o en las botellas. Si antiguamente era enólogo cualquiera que elaborara vino, actualmente el enólogo es un universitario de grado superior con formación y experiencia en este proceso. Actualmente, la profesión de enólogo está reservada a personas con formación universitaria de grado superior y experiencia en este proceso. (En la imagen, técnico evaluando la vinificación en un depósito de la bodega argentina Altos las Hormigas.) Durante la Edad Media, los monasterios de la Europa cristiana fueron los centros mundiales del conocimiento, tanto espiritual como científico. Un conocimiento que durante siglos trascendió poco a la sociedad civil y que quedó en su mayor parte recluido tras los muros de los cenobios, donde monjes y frailes desarrollaron en paralelo trabajos y experimentos sobre preparación de licores medicinales, elaboración de vinos (necesarios para la eucaristía cristiana y para su alimentación), además de ensayos alquimistas en busca de la piedra filosofal o del desciframiento de otros enigmas. Parafraseando el libro del Génesis, puede decirse que «en un principio fue el vino», puesto que ya en la Biblia se lee que Jesucristo dijo del vino a sus apóstoles: «Tomad y bebed todos de él porque esta es mi sangre», una transformación metafísica del vino en sangre conocida como «transubstanciación», que la liturgia católica sigue oficiando en cada celebración de la misa. La transformación de una cosa en otra distinta es por otra parte la base de la alquimia, entendiendo esta metamorfosis como algo espiritual, a pesar de que lo más conocido popularmente de la alquimia se refiere casi en exclusiva a la supuesta transformación del plomo en oro, que es como decir la transformación de uno de los elementos más vulgares (el plomo) en uno de los más apreciados (el oro). Si se aplica esta comparación al plano espiritual, puede entenderse la alquimia como un camino hacia la perfección personal. Esta misma transformación se observa en la enología, cuando el mosto de la uva se transforma en vino sin aparente actuación humana, desapareciendo el azúcar y apareciendo el alcohol. Actualmente, se sabe que se produce este efecto a través de la fermentación, pero hasta finales del siglo xix se consideraba que este hecho se producía por «generación espontánea». Aquí hay un punto en común entre alquimia y enología, la transformación de unas sustancias en otras. Por otro lado, los monjes alquimistas tenían en la destilación (introducida en la Europa mediterránea por Arnau de Vilanova a finales del siglo xiii) un procedimiento iniciático de perfección personal, consistente en destilaciones sucesivas de vino o de agua, con lo que se conseguía obtener alcohol puro: el «espíritu del vino». Con destilaciones más sencillas se obtenían aguardientes (otro tipo de productos relacionados con la enología), que eran llamados «aquavite» (agua de vida) y eran la base de muchas medicinas. El alcohol y la destilación son otros puntos que unen alquimia y enología. Sin embargo, el vino es algo más que un alimento o una bebida, y hay quien considera que el vino tiene «alma», entendiendo como tal el hecho de que el vino puede transmitir la tierra y el trabajo que le han dado origen, o, dicho de otro modo, nos hace «beber» un poco de la espiritualidad del viticultor y el enólogo que lo han creado. En este punto es donde quizá haya una conexión, más oculta, entre la alquimia y la enología. Barricas de crianza en la bodega Clos de l’Obac, en el Priorato. Los procesos del vino Cepas y variedades Proclama un antiguo dicho que «hay más variedades de vino que granos de arena del mundo». Exageraciones aparte, actualmente se cuentan alrededor de 6.000 variedades de uva registradas en el mundo y, como se señala en diversas partes de esta obra, la variedad es uno de los elementos constitutivos del sabor que, combinado con el suelo, la técnica de vinificación y otros factores, genera esa «infinita» diversidad de vinos. En el pasado, al menos hasta la aparición de la filoxera, las variedades por sí mismas no eran tan importantes como hoy. Eso sí, «quien de uvas buenas hace vino malo, merece una trilla de palos», advertía el refrán. Pero actualmente las variedades son puntos de referencia en el gran atlas de los vinos: conocer la variedad empleada en un vino ofrece al consumidor una información básica sobre el sabor y el carácter del vino que tiene en sus manos. Toda vid cultivada tiene como antepasado remoto la Vitis vinifera; el arbusto podado de las miles de variedades actuales se parece bien poco a esa planta silvestre, pero su patrimonio genético sigue siendo el mismo. Los viticultores eligen las cepas en función de criterios como las condiciones de cultivo y la calidad del vino que quieren producir, y algunas han acabado convirtiéndose en verdaderas «estrellas internacionales». Estas cepas más apreciadas han nacido en Europa, sobre todo en Francia, y están relacionadas con los grandes vinos clásicos. En el Viejo Continente, además, la legislación vitícola por lo general regula el empleo de las variedades. En España, en las últimas décadas, por un lado viejas cepas excesivamente productivas han sido reemplazadas por variedadas internacionales de mejor calidad, mientras que por el otro se recuperan variedades autóctonas de bajo rendimiento pero gran originalidad y expresión. Los vinos del Nuevo Mundo emplean sobre todo variedades clásicas adaptadas a sus territorios, lo que ha generado la inevitable comparación con el sabor de los correspondientes vinos varietales europeos. Sea como fuere, cabe insistir en que el carácter que aporta la variedad, pese a influir notablemente en el resultado de un vino, es un factor entre otros. La identificación de las variedades es hoy común en las etiquetas de los vinos. Sin embargo, hasta no hace mucho esto era más bien la excepción a la regla. Fueron los viticultores californianos los primeros en comercializar sus vinos bajo el nombre de la cepa correspondiente, habituando a los consumidores norteamericanos a identificar el nombre de una variedad antes con un vino que con la propia variedad. La mención de la variedad junto a la de su origen proporciona hoy un valor añadido al vino. ALBARIÑO Otros nombres: Abelleiro, alvarinho (en Portugal). Tipo y color: Uva blanca; color amarillo pajizo, brillante, con irisaciones doradas y verdes. Principal región: Propia de zonas húmedas y poco calurosas, se cultiva sobre todo en el norte de Portugal (donde se produce el vinho verde) y en Galicia (Pontevedra, principalmente): denominaciones de origen Rías Baixas (variedad principal), Ribeira Sacra y Ribeiro. Historia: El escritor, gastrónomo y defensor del albariño Álvaro Cunqueiro consideraba que «[...] las cepas del vino Albariño las trajeron del Mosela los monjes del Císter [...] Y si uno se pone a juzgar esto, pues uno se pone a juzgar casi una materia sacra, claro». Sin embargo, parece establecido que la albariño constituye una variedad originaria de Galicia, en concreto de las riberas del río Umia, donde se cultiva la vid y se produce este vino desde la Edad Media. Debido a su delicadeza y escaso rendimiento, durante mucho tiempo su producción fue artesanal y su comercialización limitada. Pero, replantada en la década de 1960, dio paso a una moderna explotación. En la década de 1990 la albariño comenzó a cultivarse en California. En la cepa: Racimo pequeño; uvas de tamaño medio y forma ligeramente elíptica, con aroma a albaricoque y sabor dulce. Brotación temprana. Crece bien en terrenos arenosos con buen drenaje. Es resistente a la Botrytis (podredumbre) pero sensible al oídio. En la cesta: Tiene un rendimiento bajo. La vendimia se realiza en septiembre, a mano, y los racimos se suelen colocar en cajas de hasta 20 kilos. En la mesa: Produce vinos blancos de alta calidad. De color amarillo verdoso y acidez elevada, son vinos ligeros, amplios, secos y equilibrados. Les caracteriza una armoniosa complejidad aromática: de frutas y flores, cuando son jóvenes, ampliada a otros matices cuando evolucionan; lo que les permite a su vez ser servidos a temperatura algo más elevada que otros blancos. En boca son frescos, sabrosos y persistentes. Muy versátiles, destacan como aperitivo (con conservas, encurtidos, escabeches) o acompañando pescados, mariscos, quesos tiernos o carnes. Búscala en: Esta variedad suele tratarse sola, pero no rechaza mezclas con variedades como las también gallegas loureira o caíño. Entre los vinos resultantes, cabe mencionar los Mar de Frades, Pazo de Señoráns o Palacio de Fefiñanes de las bodegas homónimas, Señorío de Rubiós (bodega Coto Redondo) o Sin Palabras (bodega Castro Brey), todos ellos dentro de la DO Rías Baixas, o el Abadía da Cova (bodega Adegas Moure, DO Ribeira Sacra) y el Gomariz X (bodega Coto de Gomariz, DO Ribeiro). Cambados acoge cada año, el primer domingo de agosto, la Fiesta del Albariño. CABERNET SAUVIGNON Otros nombres: Petit cabernet, sauvignon rouge, vidure. Tipo y color: Uva tinta, de color intenso. Principal región: Desarrollada en Burdeos, es la variedad tinta que ha tenido más éxito en la franja de clima mediterráneo de todo el mundo, sin por ello perder su carácter: además de en su región de origen, se extiende por otras áreas del centro y el sur de Francia; por buena parte del continente (sobre todo, la Europa sudoriental y el mar Negro), Turquía o Líbano; y entre los vinos del Nuevo Mundo: sobre todo, los valles de Maipo (Chile) y de Napa (California), la región costera de Sudáfrica y Australia. Historia: Es una variedad relativamente nueva, producto de un cruce en el siglo xvii entre la cabernet franc y la sauvignon blanc. Un siglo después ya era reconocida, como confirma una carta de los archivos del bordelés Chàteau Latour fechada en 1808, que expone el proyecto de plantar «8.000 plantones de la mejor cepa, la cabernet; serán plantados con esmero». En Chile se implantó con fuerza desde mediados del siglo xix. En la cepa: Racimos homogéneos. Bayas pequeñas y esféricas, con hollejos gruesos y pulpa firme y crujiente. En la cesta: Tiene una maduración tardía, lo que limita su cultivo a zonas templadas con otoños suaves. Su producción es regular y constante. En la mesa: Se adapta a la perfección a la crianza en barrica, confiriendo una particular virtud a los vinos de guarda: un cabernet sauvignon de una buena añada pierde aspereza y continúa mejorando durante décadas. Produce vinos elegantes, tónicos y de color característico: rojo sombrío con una nota violácea durante su primera juventud, que deriva al rojo ladrillo con el tiempo. Su aroma recuerda a las grosellas en los vinos jóvenes y a la madera (cedro, roble) en los más evolucionados, y el sabor, a la mantequilla. Es un vino ideal para ocasiones informales (picnics, barbacoas, etc.). Búscala en: Se mezcla a menudo con otras variedades, principalmente la cabernet franc y la merlot. Entre la abundante oferta, además de los genuinos burdeos, puede degustarse en los varietales Viña Ochagavía 0 Portal del Alto (Maipo) y Canepa (valle de Colchagua), de Chile; Alegoría (Navarro Correas, Mendoza, Argentina); Wakefield Wines y Howard Park (Australia); Kleine Zalze, de la bodega homónima, y Savanha Naledi, de Spier Wines (Sudáfrica), o en los penedès de Jean Leon o de Maset del Lleó. CHARDONNAY Otros nombres: Beaunois (en Francia), morillon y weisser (área germánica). Tipo y color: Uva blanca, color amarillo tendente al ámbar al madurar. Principales regiones: Borgoña y Champagne (Francia) son las regiones más conocidas y apreciadas en el cultivo de esta variedad que, no obstante, se extiende por todas las áreas vinícolas del mundo, debido a su capacidad para adaptarse a distintos climas, suelos y estilos de vino. En España se cultiva, sobre todo, en las zonas del Penedés y Costers del Segre (Cataluña), Somontano y Navarra. Historia: Su origen se remonta a la Edad Media y la pequeña localidad homónima, en el este de Francia. En 1991, un estudio genético de la Universidad de California determinó que surgió fruto del cruce de las variedades pinot y gouais blanc. Durante siglos, fue básica en la creación del estilo francés de elaboración de vino y mantuvo un gran prestigio. Del montrachet, uno de los grands crus borgoñones, el novelista Alexandre Dumas diría que hay que beberlo «de rodillas y con la cabeza descubierta». A finales del siglo xix la variedad se introdujo en el Nuevo Mundo, y durante décadas la elaboración de vino con chardonnay ha constituido una prioridad entre los nuevos países productores. En la cepa: Sarmientos vigorosos con entrenudo corto, de brotación temprana. Racimo pequeño, con uvas también pequeñas y esféricas, con hollejo delgado, pulpa consistente y sabor azucarado. Es muy resistente a la clorosis. En la cesta: La cepa es poco productiva y el período de recolección, breve. Esta debe ser cuidadosa por la escasa consistencia del hollejo. En la mesa: Produce vinos suaves, equilibrados y de gran finura. Aunque, dada su adaptabilidad a distintas vinificaciones, sus características pueden variar bastante, por lo general produce vinos de color amarillo con reflejos verdosos. Son ideales para acompañar las elaboradas salsas de pescados finos. Búscala en: En Borgoña, donde la chardonnay se vinifica en solitario, se encuentran grandes vinos blancos de alta graduación en la Côte d’Or (por ejemplo, de la bodega Joseph Drouhin). En Champagne se mezcla frecuentemente con uvas negras de pinot noir y pinot meunier, aunque en la Côte des Blancs bodegas como Paul Goerg elaboran elegantes «blanc de blancs» varietales. En el mundo, cabe destacar los reservas con chardonnay de Robert Mondavi, en California; los vinos de Monte Xanic (México) o de Giaconda, en Australia; y en España, los de Raimat, pionera en la apuesta por esta variedad, o el Uno Chardonnay, fermentado en barrica, de Enate (Somontano). CHENIN BLANC Otros nombres: Pineau de la Loire, steen (en Sudáfrica). Tipo y color: Uva blanca, color dorado. Principal región: Una sección del valle del Loira, unos 150 km, de este a oeste, desde Blois, pasando por Turena y Saumur, hasta Angers (Anjou). Dentro de esta área, algunas de las zonas de cultivo de esta variedad son Vouvray y Montlouis (al este) y Savennières y el valle del Layon (al oeste). Historia: Se tiene constancia de su cultivo en la Alta Edad Media en la abadía benedictina de Glanfeuil (Anjou). Remontando el río, en el siglo xv se implantó en la vecina Turena, en concreto por el abad de Cormery en las laderas del monte Chenin, de donde adoptaría el nombre. En el siglo xvii la salida de los hugonotes de Francia llevó consigo la difusión de esta variedad, sobre todo en África del Sur, donde ha llegado a constituir la variedad blanca más importante del país. En el siglo xix llegó a Australia y hoy se encuentra también en Nueva Zelanda, Argentina (sobre todo, región de San Rafael, en Mendoza), Chile, Estados Unidos (valle Central de California) o Canadá. En la cepa: Es una variedad robusta y se adapta a numerosos terrenos y climas, aunque posiblemente muestra sus mejores cualidades en terrenos calcáreos y zonas no muy cálidas, como el valle del Loira. Produce racimos compactos y de tamaño mediano; las bayas son igualmente de tamaño medio, brillantes, con aroma netamente frutal y sabor seco. Es de brotación temprana. En la cesta: La vendimia es tardía, puede retrasarse hasta noviembre. La podredumbre noble en años de de otoños cálidos representa una pérdida importante de rendimiento, a la vez que acentúa el contenido de azúcar y mineralidad en la uva. En la mesa: Su versatilidad le permite producir vinos completamente distintos en estilo. En general, la calidad de sus vinos está garantizada, aunque no es fácil sobrepasar un nivel medio. A la vista, suelen presentar un color amarillo verdoso tenue. Búscala en: De entre la larga lista de bodegueros del valle del Loira dedicados a la chenin blanc pueden señalarse, a modo de ejemplo, domaines como Baumard (AOC Quarts de Chaume) o Huet (vino Vouvray moelleux Le Haut-Lieu), el vino delicado y mineral de Château de Villeneuve (en Saumur), o los biodinámicos de La Coulée de Serrant, de Nicholas Joly. La apuesta sudafricana en la década de 1990 por la calidad de esta variedad la encabezó Ken Forrester. En Nueva Zelanda, destaca el vino Te Arai, de Millton Vineyard. En España puede señalarse La Calma, de Can Ràfols dels Caus (DO Penedès); y en México, el premiado chenin blanc de Casa Madero. GARNACHA TINTA Otros nombres: Alicante, garnacha, garnacha negra, tinto aragón o aragonés, tinto de Navalcarnero; garnatxa (en catalán); grenache en Francia, California o Australia; cannonau, en Cerdeña. Tipo y color: Uva tinta, color violeta púrpura. Principales regiones: Predomina en Aragón (Borja, Calatayud, Cariñena), la Ribera de Navarra, en el norte de Toledo y el suroeste de Madrid. También se extiende por otras zonas de España, por el cinturón mediterráneo (Midi francés, Cerdeña) y, en general, por regiones vitivinícolas áridas y calurosas (sobre todo en Australia, donde es la segunda variedad tinta del país, tras la syrah). Historia: Se le atribuye un origen español, en Alicante o Aragón. Su expansión por el Mediterráneo podría deberse al desarrollo del comercio marítimo de la Corona de Aragón durante la Edad Media. En el siglo xix estaba ampliamente asentada en el valle del Ródano, en Italia y Cerdeña. En el siglo xx fue la uva mayoritaria en España (representaba, por ejemplo, cerca del 90 % del viñedo navarro a finales de la década de 1970), pero en las décadas de 1980 y 1990 fue relegada en favor de otras variedades. Sin embargo, la fama que la ha acompañado de uva oxidativa que produce vinos que se estropean rápido se ha superado, en buena medida gracias a la persistencia de las DO aragonesas en la elaboración de monovarietales de garnacha. En la cepa: Es una variedad muy rústica, vigorosa y erguida, resistente a la sequía y al viento. Se adapta a distintos suelos, especialmente a los pedregosos. Produce racimos de tamaño medio y compacto, con pedúnculo corto. Las uvas son esféricas, uniformes y de hollejo fino. En la cesta: La maduración tardía le confiere un potencial alcohólico alto. El rendimiento es medio o alto, pero con cosechas irregulares. Es sensible al mildiu y a la botrytis. En la mesa: Produce vinos de atractivo color rojo, buena graduación alcohólica, acidez moderada y cuerpo medio. De gusto cálido y aroma potente, sus posibilidades enológicas son variadas. También resulta esencial su aportación en la elaboración de numerosos vinos de renombre universal: para reforzar los tempranillo riojanos, aportar mineralidad a los prioratos o aumentar la graduación alcohólica de los prestigiosos Châteauneuf-du-Pape. Búscala en: Aragón es una de las áreas con más oferta de monovarietales de garnacha; entre sus productores, cabe mencionar Alto Moncayo, Borsao o Bodegas Aragonesas (vinos Aragonia y Coto de Hayas), en la DO Campo de Borja; las bodegas Ignacio Marín o Breca (grupo Jorge Ordóñez), en Calatayud, o el Aldeya, de Pago Aylés (DO Cariñena). Entre los rosados navarros puede señalarse el clásico Gran Feudo, de Chivite. De Cataluña procede LaFou (DO Terra Alta); de Madrid, Grego. GEWÜRZTRAMINER Otros nombres: Traminer o traminer aromático (en Italia), roter traminer (Alemania y Austria). Gewürz significa «especia» en alemán, y es probable que el prefijo se le añadiera a la cepa originaria traminer al adoptar el vino un carácter más especiado fruto de las sucesivas mutaciones de la cepa. Tipo y color: Uva blanca, hollejo rosado en la madurez. Principales regiones: La variedad se encuentra en ambas orillas del Rin, en Alsacia (donde alcanza su expresión más refinada y el vino resultante es más aromático) y el sur de Alemania (Palatinado y Baden). También se extiende por el noreste de Italia (Alto Adigio, Trentino, Friuli) y Austria. Ha adquirido reputación en Nueva Zelanda, y se cultiva en Australia, Israel, Canadá o Estados Unidos. Se ha implantado con éxito en España desde la dédada de 1990 (Penedès, Extremadura y, sobre todo, Somontano, donde esta uva de montaña ha desarrollado su potencial). Historia: La traminer es originaria de las frescas laderas alpinas del Alto Adigio (Italia), concretamente del área de Tramin (o Terlano), donde consta su implantación desde el siglo xi. De allí se extendió por el valle alto del Rin hasta Alsacia, donde ya se encuentra en la Edad Media. En la cepa: Planta vigorosa, difícil de cultivar. Precisa períodos de maduración largos y climas secos y soleados, pero no demasiado cálidos. Produce pequeños racimos compactos, de forma cónica corta, con bayas pequeñas redondas y de hollejo grueso. En la cesta: Es una variedad de ciclo corto, de brotación y maduración precoces, bastante sensible a las heladas primaverales. En la mesa: El vino de gewürztraminer es uno de los más fáciles de reconocer y memorizar, por su afrutamiento pronunciado. Es de color amarillo pálido, con reflejos dorados verdosos. No es apto para la crianza. Cuesta encontrar su punto de equilibrio alcohol- acidez, pero los buenos gewürztraminer son vinos aromáticos y plenos de personalidad. Su alto nivel de azúcar natural permite producir grandes vinos dulces. Además, son vinos indicados para acompañar platos tan difíciles como los ahumados, quesos grasos o la comida asiática. Búscala en: En Alsacia, son numerosas las bodegas que muestran el potencial de esta variedad: Joseph Cattin, Domaine Zind-Humbrecht o Cave du Roi Dagobert. Miolo, en Brasil, muestra la adaptación de la variedad en los vinos de Nuevo Mundo. MACABEO Otros nombres: Alcañón, viura; macabeu (en catalán). Tipo y color: Uva blanca; color verde amarillo. Principal región: Se encuentra prácticamente en todas las áreas vitivinícolas españolas, pero cabe resaltar su presencia en el Penedès, donde interviene en la elaboración del cava, en el resto de las DO catalanas (Tarragona en especial) y en la Rioja. En Francia, se encuentra en los viñedos del Rosellón, muy emparentados con los catalanes, y recientemente se ha extendido por América, sobre todo en California y México. Historia: La hipótesis más aceptada sitúa el origen de esta variedad en Asia Menor (Turquía), como ocurre con otras variedades mediterráneas, pero está presente en la península Ibérica desde la antigüedad, y algunos especialistas señalan que es originaria de sus costas mediterráneas o de la cuenca del río Ebro. En la cepa: Los racimos son compactos y grandes; sus granos son de tamaño medio, circulares, uniformes y de piel gruesa. Debe evitarse cultivarla en zonas muy húmedas y frescas. En la cesta: Su brotación y maduración son tardías, por lo que se defiende bien de las heladas de marzo y abril. Se obtiene una buena productividad, ya que su rendimiento es elevado. En la mesa: Produce un vino de delicado aroma de hierba fresca, heno, flores blancas, y color amarillo pálido pajizo con tonos verdes, de poca graduación alcohólica. Es ideal para maridar con arroces blancos o ñoquis. A menudo se mezcla (con las variedades xarel.lo y parellada) para la elaboración del cava o con vinos tintos, jóvenes o de crianza, ya que se valora su aporte de acidez. Es apta para la fermentación en barrica. Búscala en: No se suelen hacer muchos monovarietales de macabeo, puesto que resultan muy secos, pero cabe destacar el 3 Macabeus, de Albet i Noya (DO Penedès), delicado y especial, y el Mártires, de Finca Allende, buena muestra de los blancos riojanos. Esta uva está muy presente en los cavas catalanes, entre los que puede señalarse el Reserva Barrica de Agustí Torelló, un brut nature monovarietal, aunque en general forma parte del coupage clásico del cava del Penedès, con xarel.lo y parellada. En el Rosellón (Côtes Catalanes, Rivesaltes, Maury), es habitual unir el macabeo a la garnacha o al moscatel (vino dulce natural). MALBEC Otros nombres: Auxerrois, côt, pressac. Tipo y color: Uva tinta; color negro con irisaciones azuladas. Principal región: Muy extendida por todas las zonas vitícolas de Argentina, la más reconocida internacionalmente se encuentra en la provincia de Mendoza, cuyas condiciones son óptimas para su desarrollo. Destaca también en Chile, Australia, Nueva Zelanda, Italia y Francia, aunque en este país se encuentra en regresión. Historia: Es originaria del centro-sur de Francia, en concreto de la zona de Cahors, donde se denomina côt, pero las preferencias de los consumidores y productores galos la desplazaron paulatinamente, ya que allí no cuenta con las condiciones adecuadas, produciendo vinos profundos, oscuros y con perfume de tabaco al envejecer. Fue introducida en Burdeos por monsieur Malbeck, cuyo apellido pasó a denominar esta variedad, y allí se usaba para suavizar la fuerza de la cabernet sauvignon. Tras su introducción en Argentina en 1868 por el agrónomo francés Michel Pouget, alcanzó una adaptación excelente, gracias a la que dejó de ser un mero complemento de la cabernet sauvignon para presentarse en toda su plenitud, con aromas y sabores intensos y seductores, y ha logrado ganarse un lugar de gran prestigio entre la crítica especializada. En la cepa: Sus racimos son de porte mediano y bastante sueltos, a menudo alados. Las bayas son esféricas y de tamaño pequeño o mediano; su piel es delgada y la pulpa blanda. En la cesta: Tiene una maduración tardía, por lo que soporta bien las inclemencias meteorológicas primaverales. En la mesa: Produce vino de muy buena acidez, con cuerpo aceptable y particular. La suavidad de sus taninos hace que sea un vino bebible sin necesidad de mucha estiba en bodega. Presenta aromas que recuerdan a las ciruelas maduras; es seco, estructurado y redondo, con sensación dulzona. Fino y elegante, aunque evoluciona con rapidez, soporta la guarda, y tras envejecer en madera es más complejo, con notas de roble, vainilla y cuero. El malbec joven es ideal para acompañar un asado, las típicas empanadas salteñas o los quesos de pasta cruda prensada. Búscala en: Entre los numerosos vinos de esta variedad producidos en Mendoza pueden citarse el Altos Las Hormigas Malbec Clásico, Selección Malbec de Terrazas de los Andes, el Urban Uco Malbec (vino joven elaborado para ser consumido a diario) o el Alamos Malbec. En los vinos franceses del sudoeste (Bergerac, Cahors, Burdeos) está presente en assemblage con otras variedades (merlot, cabernet sauvignon), mientras que algunos elaboradores mantienen el monovarietal (Château Lagrézette). MERLOT Otros nombres: Bégney, crabutet, merlau, sémillon rouge. Tipo y color: Uva tinta; color azul oscuro. Principales regiones: Variedad francesa, está especialmente presente en el sudoeste del país (Burdeos), pero también en Languedoc-Rosellón. Es la segunda más extendida del mundo tras la cabernet sauvignon, por lo que se encuentra en muchas zonas vitícolas españolas (DO catalanas y murcianas, Navarra, Ribera del Duero, Somontano, La Mancha, Uclés, etc.), suizas (Ticino), italianas (Toscana), neozelandesas, de Europa oriental (Hungría, Rumania) y de América (Estados Unidos [California y Nueva York], México, Chile, Argentina), al ser copiado el modelo del vino tinto de Burdeos. Historia: Originaria de la región francesa de Libourne, cercana a Burdeos, allí era denominada merlau. El nombre podría proceder del mirlo —merle, en francés—, por el aprecio de esta ave por dicha variedad o por coincidir con el color de su plumaje. Se obtuvo por un cruce de variedades que tuvo lugar en el siglo xviii y se encuentra en la base de los vinos de Burdeos, junto a la cabernet sauvignon. Algunas cepas de esta variedad fueron introducidas en Rioja en la segunda mitad del siglo xix. Hace unos años, su producción se hundió en el valle de Napa (California) por los comentarios que hace sobre ella uno de los protagonistas de Entre copas, película de 2004 dirigida por A. Payne, tras los que la variedad quedó en entredicho ante los consumidores. La fuerza de la gran pantalla condujo a muchos viticultores a plantar en su lugar pinot noir. En la cepa: El racimo es pequeño y poco denso; la baya es pequeña y de piel gruesa, con una forma elíptica ancha. La cepa necesita un cierto aporte de agua y se adapta poco a la sequía. En la cesta: Madura tempranamente, por lo que es sensible a las heladas primaverales. De buena fertilidad, las cosechas son abundantes. En la mesa: Produce vinos redondos con cuerpo, alcohol y color. Son ricos en taninos y no necesitan envejecer mucho tiempo en barrica; madura con rapidez en botella y es compañera ideal de la cabernet sauvignon. Cabe resaltar su gran adaptación para producir vinos rosados. Sus aromas son complejos y elegantes, de roble y especias, con sabor a mantequilla y ciruelas, y sensación ácida, por lo que marida bien con la caza mayor (los caldos más envejecidos), las carnes rojas, el pato y los quesos de pasta dura. Búscala en: Las zonas francesas de Saint-Émilion y Pomerol son las que producen más vinos con esta variedad, que es mezclada con otras. Destaca también en los tintos y rosados de la DO Navarra (bodega Castillo de Monjardín) y de la DO Penedès (Jean Leon). En México, cabe citar el varietal de L. A. Cetto. MOSCATEL Otros nombres: Gorda, gordo blanco, moscatel de Málaga, moscatel de Alejandría, moscatel morisco; moscatell (en catalán). Tipo y color: Uva blanca; color verde amarillo, aunque según la variedad puede ser rojizo o más oscuro. Principal región: Se trata de una familia de variedades muy extendida por toda la costa mediterránea; cabe destacar su implantación en la península Ibérica (Málaga, Valencia, Alicante, Setúbal), Italia, Israel, Chipre, Francia (Rosellón), etc., pero se extiende más allá, y llega a las islas Canarias (Gran Canaria) y hasta Sudáfrica y Australia (área de Rutherglen, en Victoria). Historia: Podría ser la más antigua de todas las familias de cepas, puesto que ya se cultivaba en la antigua Grecia, fue descrita por el naturalista romano Plinio en el siglo i e incluso se señala que fue bebida predilecta de Cleopatra, la última soberana del Egipto faraónico. Sea como fuere, la denominación de una de sus variedades la vincula a Alejandría, puerto egipcio del Mediterráneo unido al mundo helenístico por su fundador, Alejandro Magno, en el siglo iv a. C. En la cepa: Sus racimos son grandes, como también sus bayas (excepto en la variedad moscatel de grano menudo), aunque presentan irregularidades de tamaño. Su piel no es excesivamente gruesa y su pulpa es blanda. En la cesta: Necesita mucho sol y prefiere la proximidad del mar para desarrollarse bien. Requiere temperaturas elevadas durante la floración —es muy sensible a las heladas— y madura en época tardía. Su rendimiento es bajo. En la mesa: Produce vinos variados, desde el blanco espumoso hasta los vinos generosos ricos y densos del Priorat. Uno de los más apreciados es el vino dulce, muy aromático — potente, elegante, floral—, denominado genéricamente con el mismo nombre de la uva. Por las características de este vino, el maridaje con aperitivos y cremas es excelente, mientras que el vino dulce acompaña tartas, bizcochos, chocolate y frutas. Búscala en: Con moscatel de grano menudo se elaboran los caldos que generalmente se consideran más refinados, como sería el caso del Chivite Colección 125 Vendimia Tardía (DO Navarra); con moscatel morisco, por ejemplo, el Moscatel Naturalmente Dulce, de Finca Antigua (V.T. Castilla-La Mancha); el Vin de Constance, de bodega Klein Constantia (Sudáfrica), se elabora con moscatel (muscat) de Frontignac, ya alabado por Luis xvi, Federico el Grande o Napoleón; por último, destacar el moscatel de Alejandría como variedad utilizada en los vinos dulces de Alicante, Valencia, Málaga, Empordà o Rivesaltes (muscat de Rivesaltes, en el Rosellón). NEBBIOLO Otros nombres: Brunenta, chiavennasca, marchesana. Tipo y color: Uva tinta; color azul oscuro brillante, de aspecto morado. Principal región: Esta variedad tiene en el norte de Italia, en concreto en los valles del Piamonte (vertiente sur de los Alpes), su principal feudo, y es allí donde produce los vinos Barolo o Barbaresco. Fuera del Piamonte se encuentra escasamente difundida; a destacar el valle de Aosta y el norte de la isla de Cerdeña, y fuera de Italia, México, California y Australia. Historia: La denominación procede de la palabra italiana nebbia, que significa niebla, fenómeno meteorológico muy presente en la zona piamontesa de cultivo, especialmente en otoño, cuando se realiza la vendimia. El agrónomo boloñés Pietro de Crescenzi ya la describió en el siglo xiii, y los estudios genéticos actuales revelan que esta variedad desciende de la viognier, originaria del valle del Ródano, también situado al pie de la cordillera alpina. En la cepa: Los racimos son de porte medio y las bayas tienen una piel gruesa y una fuerte acidez, lo que hace prácticamente obligatoria una selección previa para aprovecharlas para el vino. En la cesta: En el Piamonte se cultiva en la parte alta de las laderas orientadas al sur, que aprovechan más el sol; las uvas maduran tarde, incluso en noviembre. En la mesa: Los vinos de nebbiolo tienen una longevidad proverbial, y deben pasar cierto tiempo en botella para reducir sus taninos y desarrollar su buqué. El resultado es un caldo de alta calidad, intenso, complejo y persistente, con un excelente equilibrio entre cuerpo, acidez, aromas y robustez alcohólica. Marida bien con platos de carne —en especial cordero — o con queso parmesano. Es un ingrediente esencial del brasato al Barolo, receta típica de la cocina piamontesa basada en carne de buey estofada con dicho vino. Búscala en: Los vinos piamonteses con denominación de origen Barbaresco y Barolo están elaborados con esta variedad en exclusiva, aunque hay otros, de la misma procedencia, en los que es el ingrediente esencial (Gattinara, Bramaterra, Ghemme). El Arborina Langhe Nebbiolo, de la bodega Elio Altare, sería un ejemplo clásico de Barolo, y los vinos de Cantina del Glicine, del Barbaresco. Fuera de Italia, reseñar los vinos con nebbiolo procedentes de California —por ejemplo, los de la bodega Due Vigne di Famiglia— o de México (Baja California), por ejemplo el Reserva Privada de L. A. Cetto. PALOMINO Otros nombres: Albar, jerez, listán blanco, manzanilla, palomino fino, tempranillo blanco. Tipo y color: Uva blanca; color verde amarillo. Principales regiones: Es la variedad propia de Jerez, aunque también está muy presente en otras DO andaluzas. Fuera de Andalucía, destaca en Rueda (Castilla y León) y en las DO gallegas y canarias. Fuera de España, se encuentra en Portugal (Setúbal, Madeira), Sudáfrica (con una significativa extensión), Argentina, Perú, Estados Unidos (California), México, Australia y algunos países mediterráneos (Chipre). Historia: De origen incierto, tal vez fenicio, todo apunta a que su lugar de asentamiento histórico se sitúa alrededor de Jerez de la Frontera. De hecho, es la variedad usada para elaborar el jerez, hasta el punto que su secular cultivo se transformó en refrán: «De la uva palomino hacen en Jerez el vino». La tradición atribuye el nombre de esta uva a Fernando Yáñez Palomino, uno de los caballeros del rey Alfonso x el Sabio, al que acompañó cuando conquistó Jerez a los sarracenos, en 1264. Siglos más tarde, se convirtió en una uva famosa allende los mares, y de hecho fue la primera variedad española conocida fuera del país. En España, hacia 1930 se plantó en Castilla (Rueda) por su rendimiento y por dar vinos semejantes a los de Jerez, muy demandados por aquel entonces. En la cepa: Los racimos son grandes, incluso frondosos; los granos, en general, también son grandes y tienen forma ovalada. En la cesta: Las cepas son productivas, y las cosechas abundantes. En la mesa: Es una uva muy indicada para elaborar vinos generosos; tiene un característico sabor fresco punzante, algo amargo. Finos —limpios y delicados—, amontillados —recios y oscuros—, olorosos —corpulentos y untuosos— y palos cortados —avellanados— son el resultado de la crianza bajo velo en flor, cultivo de levaduras que cubre los caldos, protegiéndolos y transformándolos. Son unos vinos ideales para maridar con las tapas: calamares y gambas a la plancha, boquerones, perdiz en escabeche y frutos secos. Búscala en: entre los vinos de jerez, pueden citarse Tío Pepe y Amontillado del Duque, de González Byass; La Bota de Amontillado, de Equipo Navazos; El Tresillo 1874, de Emilio Hidalgo, o los amontillados de Antonio Barbadillo, en Sanlúcar de Barrameda. En el valle de la Orotava (Tenerife), las bodegas Tajinaste proponen sus palominos secos y afrutados. PEDRO XIMÉNEZ Otros nombres: Alamis, pedro, pedro ximen, PX. Tipo y color: Uva blanca; color verde amarillo. Principales regiones: La mayor zona de producción se concentra en la cordobesa DO Montilla-Moriles, pero se extiende por toda Andalucía, Extremadura y las islas Canarias. Fuera de España, está presente en Portugal (Alentejo), Chile (valle de Elqui), Argentina, Sudáfrica, Nueva Zelanda y Australia. Historia: Las hipótesis sobre su origen son variadas —a veces cercanas a la leyenda— y relatan desde un posible origen canario hasta otro alemán. En este último caso, queda emparentada con la veriedad riesling, muy cultivada junto a los cursos fluviales de Europa central, contándose que algunas cepas de dicha variedad fueron traídas a Andalucía por un soldado de los tercios de Flandes, al servicio del emperador Carlos Quinto, llamado Peter Siemens. Curiosamente, los rusos confunden la pedro ximénez —que no conocen— con la moscatel, y a sus vinos los llaman PX Krimsky (PX Crimea). En la cepa: Sus racimos son compactos y poco uniformes, con gran cantidad de uvas menudas, de tamaño medio, circulares y de piel gruesa. Necesita mucho sol y es sensible a las enfermedades. En la cesta: Variedad vigorosa, de buena producción y muy jugosa, sus mostos son alcohólicos, con baja acidez y adecuados para la crianza biológica. En la mesa: La elaboración coincide con la jerezana a base de palomino, tanto en la clasificación de los vinos (finos, amontillados, palos cortados, olorosos, etc.) como en la crianza por el sistema de soleras y criaderas. Se trata de vinos muy azucarados, que dejan un gusto de fruta y un aroma muy característico, ideal para maridar con dulces, chocolate, helados y quesos azules. Además de estos maridajes tradicionales, se asocia bien con foie gras y arroz con leche. Búscala en: En su centro neurálgico, la DO Montilla-Moriles cordobesa, puede degustarse en los monovarietales de las bodegas Pérez Barquero (Gran Barquero, La Cañada, Los Amigos), Alvear (Pedro Ximenez 1927), Navarro o Robles, todos ellos de expresiva y potente nariz. Fuera de esta región, en Jerez de la Frontera las bodegas Lustau proponen el Viña 25 o el reserva San Emilio; en Málaga, Gomara también ofrece monovarietales; el vino Giaquinta Pedro Ximénez es uno de los emblemáticos de la bodega de la familia Giaquinta (Mendoza, Argentina), y en Australia (zona de Wilyabrup, al sur de Perth), Gralyn Estate elabora un caldo con la variedad. PINOT NOIR Otros nombres: Pinot nero; spätburgunder, blauburgunder. Tipo y color: Uva tinta; color negro azulado. Principal región: La pinot noir es la base de los grandes tintos de Borgoña, cuyo encanto y elegancia ha propagado esta variedad por el mundo entero. Reina de la Côte d’Or borgoñesa, también se emplea en la Champaña, donde da efervescentes célebres. Se cultiva intensamente en muchas zonas vitícolas de Europa: Alemania, Suiza, Italia y España (Cataluña). En Estados Unidos está muy extendida en Oregón, Nueva York y California. Cabe destacar los logros de los bodegueros del valle de Uco (Mendoza, Argentina). Historia: Su familia de variedades, llamada pinot por la semejanza con el cono de un pino, engloba también la pinot meunier, la pinot gris y la pinot blanc. La pinot noir tiene una larga historia, ya que según el folclore borgoñés se remonta a la época de la Galia romana, aunque solo está atestiguada documentalmente desde el siglo xiv. Esta larga presencia se encuentra en el origen de una cierta inestabilidad genética y de numerosas mutaciones, que a veces producen un vino de calidad inferior. En la cepa: El racimo es compacto y pequeño, y la baya es también pequeña, o incluso muy pequeña, siempre uniforme y de piel gruesa. En la cesta: Brota y madura muy pronto, por lo que gusta de los climas fríos; es sensible al sol estival demasiado fuerte, ya que produce quemaduras en las bayas. Los rendimientos son bajos, pero debe ser así si se busca la calidad. En la mesa: Produce vinos para crianza con buen cuerpo, taninos, complejos, ricos y suaves; de color rojo rubí, son ácidos, con aroma a roble y cuero, y sabor a cereza, ciruela y especias. Las versiones ligeras son más afrutadas. Es difícil definir el sabor de la pinot noir puesto que depende mucho de la región y de la vinificación. Se encuentra en la base del champán rosado. Marida bien con carnes blancas, atún y quesos semicurados. Búscala en: Borgoña ofrece infinitas propuestas, entre las que pueden citarse Bourgogne Pinot Noir de Bader-Mimeur y los vinos tintos de Domaine Bernard Delagrange. La bodega Cono Sur fue la primera de Chile en producir vino de la variedad con éxito: Pinot Noir Premium. En Cataluña se elabora cava rosado con la variedad; por ejemplo, Codorníu, Masia Vallformosa o Naveran. Otras aportaciones de gran interés son los vinos Bassus, de bodegas Hispano Suizas (DO Utiel Requena), mezcla de bobal y pinot noir, o, en las antípodas, el Calvert de Felton Road (Central Otago, Nueva Zelanda). RIESLING Otros nombres: Petracine, perle d’Alsace, gewuerztraube. Tipo y color: Uva blanca; color amarillo. Principales regiones: Se adapta perfectamente a los viñedos alemanes, situados en las laderas de los cursos fluviales (Mosela, Rin), por lo que las mejores zonas de dicho país están consagradas casi exclusivamente a esta variedad. En Francia se limita a Alsacia, que también bordea el Rin, y en Austria reina en el valle del Danubio. Fuera de Europa, da buenos resultados en California, Nueva Zelanda, Australia, Chile y Argentina (zonas más meridionales). Historia: Los estudios genéticos han revelado que la variedad procede de un cruce entre una cepa que los romanos adaptaron a la zona del Rin, originaria de la orilla del mar Adriático, y otra de origen salvaje. Descrita y conocida en Alemania desde la Edad Media, en el siglo xx tuvo una gran expansión por Europa central, y en las últimas décadas ha progresado en todas las áreas vitícolas del mundo como una de las variedades nobles a tener presente para la elaboración de vinos blancos de calidad. En la cepa: El racimo es compacto y pequeño, y las uvas son también pequeñas, circulares, de piel gruesa y de consistencia blanda. Resistente al frío invernal, supera heladas que otras variedades no resisten. En la cesta: Madura tardíamente y su rendimiento es bajo, en comparación con la media de los viñedos alemanes. En la mesa: De color verde y limpio, el vino de esta variedad es muy aromático, estructurado y elegante, y encuentra un adecuado equilibrio entre acidez y dulzor. Se pueden obtener vinos secos o dulces, vinos que se deben beber jóvenes y otros que deben envejecer varios años o incluso décadas. Las sensaciones ácidas y crujientes se mezclan agradablemente; su aroma es floral y su sabor es cítrico y dulce. Marida bien con almejas, berberechos, pescados a la plancha o guisados (merluza, lenguado, bonito, dorada), y platos de pollo y pato con salsas; en el apartado de los quesos, cabe destacar el maridaje con quesos azules (roquefort) y blandos. Búscala en: Entre la abundante oferta procedente de Alemania, puede degustarse el vino 100 % riesling de las bodegas Dönnhoff y Dr. Bürklin-Wolf (Renania-Palatinado) y Wegeler (Hesse); desde Alsacia, las bodegas Marcel Deiss y Zind-Humbrech; en el valle del Danubio austriaco se encuentra la bodega Schloss Gobelsburg, con sus afamados caldos de la variedad. Fuera de Europa, cabe destacar la bodega Felton Road, de Nueva Zelanda, y la canadiense Inniskillin (Ontario y Columbia Británica). Casi experimental, también hay riesling en las DO catalanas Penedès (Sumarroca) y Costers del Segre (Castell d’Encus). SYRAH Otros nombres: Shiraz; antournerain, candive, serine. Tipo y color: Uva tinta; color azul negro. Principal región: Se trata de una variedad de origen francés trasplantada por muchas zonas del mundo entero. Forma parte de los grandes vinos del valle del Ródano, pero en Australia la acogieron con entusiasmo. También se encuentra en España, Italia, Argentina, México, California o Sudáfrica. Historia: Hubo la creencia de que procedía de una cepa originaria de la ciudad de Shiraz, en el actual Irán, y que fue introducida en el Mediterráneo occidental por navegantes griegos de la antigüedad. Pero las investigaciones recientes demuestran que se individualizó como variedad, a partir de especies de lambruscos, en la región francesa del Delfinado. De allí se extendió al resto del valle, a otras zonas mediterráneas y a Aquitania, donde fue utilizada para reforzar el color y el sabor del burdeos tinto. Fue una de las primeras variedades plantadas en Sudáfrica. En la cepa: Sus racimos son de tamaño medio, mientras que la baya es pequeña, de tamaño uniforme y piel gruesa. Se adapta bien a los climas cálidos. En la cesta: Madura tempranamente y el periodo de recolección es relativamente corto. En la mesa: En ausencia de assemblage, esta variedad exige una vinificación meticulosa y, si es posible, un envejecimiento en barrica de roble; puede llegar a tener la longevidad y la complejidad de un gran vino de Burdeos. El vino resultante es aromático, complejo, tánico, rico, suave; tiene aromas que recuerdan a la violeta y, al envejecer, al cuero y al tabaco, con sensaciones de pimienta y especias. Es posible elaborar vinos rosados muy afrutados. Marida bien con asados de carne de ternera o carnes blancas (pollo al horno). Búscala en: De las subzonas Hermitage y Côte Rôtie (valle del Ródano) proceden las vinificaciones precisas de syrah efectuadas por las bodegas Paul Jaboulet (La Chapelle, Les Jalets) y E. Guigal (Lieu dit, Vignes de l’Hospice), aunque también la mezclan con garnacha y viognier. Descendiendo por la costa mediterránea, ya en tierras catalanas, se encuentran las bodegas Le Clos des Fées (en Vingrau, Rosellón), con un monovarietal con el sugerente nombre De Battre Mon Coeur s’est Arreté, y Castillo de Perelada y Terra Remota (DO Empordà), que proponen mezclas con garnacha o monastrell. Más al sur, cabe reseñar las bodegas Carchelo (DO Jumilla) y Pago de Villagarcía, con monovarietales. Fuera de Europa, la bodega australiana Henschke (Eden Valley) y las bodegas Viader, Shafer y Robert Mondavi, de Napa Valley (California), ofrecen esta variedad. TANNAT Otros nombres: Moustrou, harriague. Tipo y color: Uva tinta; color violáceo muy oscuro. Principal región: Originaria de Francia, está presente en el sudoeste del país, cerca de los Pirineos (Madiran, Irouléguy). Pero es en Uruguay donde tiene su máxima expansión, considerándose la variedad principal y emblemática de dicho país. Además, tiene importancia en Brasil, Argentina y Bolivia. Historia: Su origen más probable se encuentra en el sudoeste francés, en la zona de contacto entre las tierras vascas y Bearne, y su nombre procede de la palabra occitana tanat, que significa tanino. Fue introducida en Uruguay hacia 1870 por Pascual Harriague, natural del País Vasco francés. En Uruguay, la extensión cultivada con esta variedad se incrementó paulatinamente, y hoy en día es casi el único exportador de vinos monovarietales. Muy apta para elaborar vinos de calidad, diversos estudios han señalado, además, que es una de las variedades con mayor nivel de antioxidantes, superior a la cabernet sauvignon o la merlot. En la cepa: Racimo no demasiado compacto; baya esférica de tamaño mediano y piel fina. En la cesta: Es una variedad tardía pero productiva. En la mesa: Se presenta como monovarietal tinto, y más raramente rosado, aunque a menudo forma parte de coupages con cabernet sauvignon, cabernet franc o merlot. Es conocida por su gran presencia de taninos, característica que le da personalidad y gran potencial de guarda. Los vinos elaborados con tannat tienen mucho carácter: son fuertes y corpulentos, con un color muy intenso, rojo morado casi granate. Sus aromas son a frutos rojos y negros muy maduros, y cuando envejece aparecen especias y chocolate amargo. Es ideal para acompañar charcutería picante, platos principales de carnes con salsas de sabor acentuado, parrilladas o churrascos y quesos curados grasos. Búscala en: Partiendo de su zona de origen vasco-bearnesa, podemos detenernos en la bodega Domaine Arretxea (Irouléguy), cuyo vino cuvée Haitza, con tannat (89 %) y cabernet sauvignon depara una feliz entrada en materia. Pasamos luego por Maridan, donde la variedad se utiliza en general en coupage con la cabernet sauvignon, aunque se encuentran también monovarietales, como el Château Aydie, de la bodega Famille Laplace. Cruzando el Atántico, en Uruguay es la cepa nacional y los ejemplos son muy numerosos, tanto de monovarietales como de mezclas. Citemos las bodegas Los Cerros de San Juan, Leonardo Falcone, Bouza, Carrau, Juanicó o Toscanini como representantes de la gran tradición uruguaya en vinos de esta variedad. TEMPRANILLO Otros nombres: Cencibel, tinta de Toro, tinto del país, tinto fino; ull de llebre (en catalán). Tipo y color: Uva tinta; color negro azul brillante. Principal región: Presente en la mayor parte de la España septentrional, y en particular en la DOCa Rioja, donde ocupa más del 75 % de la superficie de cultivo, sobre todo en la Rioja Alta y la Rioja Alavesa. Es la primera variedad tinta de calidad riojana, fundamento de la identidad de sus vinos tintos y una de las grandes variedades nobles del mundo. Posee también gran importancia en Ribera del Duero, Toro y Cataluña. Historia: Según las investigaciones realizadas sobre su genética, está considerada como una variedad autóctona del valle del Ebro, producto de un cruce entre las variedades albillo mayor y benedicto, que habría tenido lugar hace casi mil años, hacia el siglo x u xi. Se conocen referencias escritas medievales sobre uvas denominadas tempranillo, pero no pueden relacionarse con seguridad con esta variedad, ya que podrían referirse a otras que también maduran precozmente (de ahí su nombre). La primera referencia certera data del siglo xviii. Más allá de las evidencias científicas, cabe señalar que una leyenda relata la introducción de esta variedad desde Francia por los peregrinos del Camino de Santiago. En la cepa: Los racimos son grandes y compactos, y las bayas poseen piel espesa, tamaño pequeño y forma circular. Es sensible a los vientos y a la sequía extrema. En la cesta: Variedad de ciclo corto, madura tempranamente pero tiene una productividad alta, en función del terreno. En la mesa: Utilizada sola, está indicada para la elaboración de vinos jóvenes con maceración carbónica. Sin embargo, en general se mezcla con otras variedades (cariñena, cabernet sauvignon), y gracias a ello consigue un gran potencial de envejecimiento: en ello radica la fama alcanzada por el rioja. Es muy versátil, capaz de producir vinos equilibrados, de excelente calidad. Es por todo ello que el rioja ha alcanzado su fama actual. Marida muy bien con platos de caza. Búscala en: Como muestra de un varietal riojano cabe citar el premiado Mirto, de Ramón Bilbao (Haro), elaborado a partir de cepas de más de 70 años. En la DO Ribera del Duero también existe una gran oferta de la variedad; como ejemplo, el monovarietal Fuentespina Selección, procedente de cepas de más de 50 años. En Cataluña, Castell del Remei (DO Costers del Segre) ofrece coupages con cabernet sauvignon, merlot y garnacha. Por último desde Napa Valley (California), la bodega Viader también presenta monovarietales de tempranillo. VERDEJO Otros nombres: Botón de gallo blanco, verdeja. Tipo y color: Uva blanca; color amarillo ligeramente verdoso. Principal región: Norte de la meseta castellana (Valladolid, sobre todo), base de la DO Rueda. Historia: Se considera que esta variedad procede del norte de África y que, tras un período de adaptación en el sur de la península Ibérica, fue llevada a Castilla por los mozárabes, durante la repoblación del Duero, hacia el siglo xi. Fue la materia prima de los vinos de Medina del Campo durante el esplendor mercantil de la localidad (medio millar de bodegas a inicios del siglo xvii). Estuvo a punto de desaparecer en la década de 1970, para recuperarse a partir de la concesión de la denominación de origen Rueda, en 1980. En la cepa: Variedad de porte horizontal y tronco vigoroso; racimo mediano y compacto; bayas esféricas, con pepitas grandes que destacan al trasluz; brotadura y maduración medias. Precisa podas largas. Se adapta a diversos suelos y resiste la sequía moderada, pero la afectan las heladas y el oídio. En la cesta: Tiene un rendimiento bajo pero sostenido. Es rica en mineral de hierro, lo que la hace más susceptible a la quiebra férrica de sus vinos. Por eso mismo, para reducir la oxidación del mosto, suele vendimiarse de noche, a baja temperatura. En la mesa: Produce vinos de tonos amarillos con matices dorados; en general, aroma y sabor complejos, predominantemente herbáceos (heno fresco; apuntes de anís o de hinojo); frescos, acídulos, bastante suaves y equilibrados, con notable cuerpo y un final levemente amargo, lo que permite prolongar el vino. Ideal con almejas o pescado blanco. Búscala en: Esta variedad suele tratarse sola, en vinos monovarietales. Los vinos con denominación de origen Rueda deben contener al menos un 50 % de uva verdejo, mientras que los que llevan en la etiqueta la palabra «verdejo» están compuestos al menos en un 85 % por dicha uva. Se destina sobre todo a vinos blancos jóvenes, entre los que cabe mencionar los Cuatro Rayas Verdejo y Azumbre (Agrícola Castellana), el Villa Narcisa Rueda Verdejo (Javier Sanz Viticultor); Martivillí y El perro verde (bodegas Ángel Lorenzo Cachazo), Circe (bodega Avelino Vargas), V3 (Terna Bodegas), Quintaluna (Ossian Vides y Vinos), o los verdejos de Marqués de Riscal, Yllera, José Pariente, Protos, Emina, Palacio de Bornos o Shaya. ZINFANDEL Otros nombres: Zin, ZPC (de zinfandel, primitivo [nombre de la uva equivalente cultivada en el sur de Italia] y crljenak kastelanski [presumible origen de la variedad, presente actualmente en áreas reducidas de la costa de Croacia]). Tipo y color: Uva tinta; color granate oscuro tirando a azul. Principales regiones: Valle Central de California (San Joaquín, Sonoma); Adelaida (Australia); en México, se encuentra en la Baja California (valle de Guadalupe). Historia: Aunque fue introducida por los europeos a mediados del siglo xix, la zinfandel es considerada una variedad típicamente americana. En la segunda mitad de esa centuria se desarrolló por toda California, pero durante la Ley seca (1920-1933) muchas cepas fueron sustituidas por garnacha tintorera, mejor adaptada al consumo doméstico, el único permitido entonces. Resurgió a finales del siglo xx, impulsada por el éxito del vino rosado semidulce obtenido con la zinfandel (llamado «blush» o «blanc de zinfandel»). En la cepa: Es una uva de piel fina y alto contenido en azúcar, lo que la hace apta como uva de mesa. Crece en racimos grandes y apretados. Le conviene un clima fresco, cercanía a la costa, mucho sol y cierta altitud. En la cesta: Las viñas centenarias de zinfandel requieren una cuidadosa poda y ofrecen unos reducidos rendimientos. Su recogida es temprana (de ahí el nombre «primitivo» de la cepa italiana). En la mesa: Los robustos tintos de esta variedad logran un buen balance de textura, cuerpo y acidez. De alta graduación, tienen un color rubí intenso y son afrutados (ciruela, frambuesa), con aromas complejos (vainilla, coco, especias) propiciados por las barricas de roble americano, aptos para un prolongado envejecimiento. Recomendables con carnes, moles y quesos fuertes. Búscala en: En vinos californianos como East Bench® Zinfandel (Ridge Vineyards), Mendocino Zinfandel (bodegas Ravenswood, cuyo lema es «No wimpy [blandengue] wines») o Lodi Old vines Zinfandel, o en los zinfandel de las vinícolas mexicanas Barón Balché o L. A. Cetto. La recuperación de las variedades autóctonas de uva es el tema más candente de la vitivinicultura actual. En efecto, la tendencia se ha invertido y si desde el último cuarto del siglo xx la tendencia dominante, la que se consideraba más moderna y prestigiosa, era la de adoptar las variedades de uva foráneas —básicamente las francesas más prestigiosas: cabernet sauvignon, merlot y syrah, entre las tintas; sauvignon blanc y chardonnay, entre las blancas—, actualmente las novedades más revolucionarias y que mayor eco despiertan en la prensa especializada son las que se refieren a la recuperación de una variedad de uva autóctona: a un vino elaborado con una uva local, a la recuperación de viejas cepas de un tipo de uva de nombre pintoresco o a la replantación de viñas con una variedad casi olvidada. Pero para que esto sea posible, previamente ha tenido que haber una labor de conservación de las variedades autóctonas, un trabajo de investigación y selección para disponer de material vegetal sano con el que injertar los pies americanos en las nuevas plantaciones. Además, no basta con que se trate de una antigua variedad extendida en un territorio concreto. Se trata de que con esa variedad se puedan elaborar buenos vinos, que aporten algo nuevo o distinto al ya saturado panorama vitivinícola mundial. No puede obviarse que si alguna de estas variedades está en desuso quizá es porque en su momento los agricultores o los elaboradores decidieron que no era apta para elaborar buenos vinos. Por otro lado, no solo la introducción de variedades extranjeras ha sido la causa de la desaparición o el olvido de muchas uvas locales. En primer lugar, la filoxera que arrasó las viñas europeas al final del siglo xix y principios del xx obligó a la replantación de todas las vides. Dado que el método para erradicar la plaga, plantar un pie americano resistente al insecto y posteriormente injertarlo con la variedad de Vitis vinifera europea deseada, era novedoso y caro, los primeros en aplicarlo fueron los grandes propietarios, que injertaron solo con las variedades que sus estudios revelaban como más rentables, y también fueron esas variedades las que demandaron los pequeños agricultores, así que en ese momento se dejaron de lado muchas variedades tradicionales. Ese fenómeno, por ejemplo, fue muy notorio en Cataluña, especialmente en la zona del Penedès, donde la especialización en la elaboración de cava a partir de la crisis de la filoxera propició que se replantaran gran parte de los viñedos con las tres variedades más adecuadas para la elaboración de este vino espumoso: macabeo, xarel·lo y parellada. Además, posteriormente, ya en el último tercio del siglo xx, no solo se extendió el cultivo de las variedades importadas, sino que algunas de las autóctonas más prestigiosas, como la tempranillo, desplazaron a otras, como sucedió en La Rioja, donde esa variedad desplazó en gran medida a las uvas garnacha, mazuelo y graciano. Cepa vieja de garnacha en el Campo de Borja. Muchas variedades han sufrido vaivenes a lo largo de la historia y, por motivos de rentabilidad u otros, han estado a punto de desaparecer —o en ocasiones lo han hecho— de las tierras en las que estaban tradicionalmente asentadas. Algunas se han recuperado con fuerza, dentro de un movimiento que apuesta por revalorizar las variedades locales. En la segunda mitad del siglo xix y a principios del xx, la filoxera arrasó las cepas europeas. ¿Todas? Casi todas. Hoy, en puntos dispersos se encuentran ejemplares que sobrevivieron a la catástrofe, y uno de ellos, en el centro de la ciudad eslovena de Maribor, está considerado como la cepa viva más antigua de Europa, si no del mundo. La cepa de Maribor, llamada Stara trta (Viña vieja), cubre la fachada de un caserón del siglo xvi, a orillas del río Drava. Fue plantada hace unos 400 años, probablemente más. Esta antigüedad la atestiguan pinturas del siglo xvii en las que se aprecia la casa con la parra, y fue corroborada en 1972 por el profesor de la Universidad de Liubliana Rihard Erker, que determinó que el árbol llevaba creciendo al menos 375 años. Eslovenia es un productor notable de vino. Las primeras referencias a la viticultura en el territorio se remontan a tiempos prerromanos. Maribor, la segunda ciudad del país, fue durante la Edad Media un renombrado centro comercial de vinos. En el siglo xix, el archiduque austriaco Juan de Habsburgo compró un predio y fundó allí una escuela de viticultura. La historia cuenta que el archiduque (Janez, para los eslovenos) cayó rendido ante las bondades de la región; la leyenda añade que posiblemente una lugareña tuvo que ver en ello. Sea como fuere, Janez introdujo nuevas técnicas y plantó variedades del Rin y el Mosela, aumentando la diversidad y el prestigio de los vinos de la zona, y a su dedicación se debe que hoy la región se asocie con vinos blancos de calidad muy aromáticos. Más adelante, durante la etapa comunista, se acabó de configurar la viticultura eslovena, pues el límite de 9 ha por viñedo determinó una producción artesanal que aún predomina. El país comprende tres regiones vinícolas: Podravje (al NE, lindante con Austria y Hungría), Posavje (al SE, fronteriza con Croacia) y Primorje (al SO, en el litoral). Podravje cuenta con más de 9 000 ha y es la más grande de las tres. De sus siete distritos vinícolas, el más occidental es el de Maribor. Dada su heterogénea geografía, las más de 1 800 ha de este distrito producen diferentes tipos de vinos. Maribor, ciudad vinícola Maribor, capital de la Baja Estiria, es una agradable ciudad de tamaño medio, enclavada entre la sierra de Pohorje, a un lado del Drava, y colinas con vides al otro. En una de estas, llamada Piramida, cuyas vides se escalonan sobre la ciudad, se produce un reputado vino blanco, mientras que en pleno centro se halla una bodega subterránea de 20 000 m2. Pero para el amante del vino y las curiosidades, Maribor reserva una sorpresa aún mayor: la Stara trta. La Stara trta es una de las pocas cepas que sobrevivieron a la filoxera —la plaga alcanzó Eslovenia hacia 1880—; pertenece a una variedad genéticamente europea, y además es una variedad tinta en una región donde los tintos, nunca dominantes, están en franco retroceso. Una dichosa excepción, sin duda. La variedad en cuestión recibe los nombres autóctonos de zametovka, zametna crnina o modra kavcina, y se corresponde con el internacional Blauer Kölner. Es una de las variedades domesticadas más antiguas, y hoy ocupa el sexto lugar entre las cerca de 50 presentes en el país. Si bien en tiempos se cultivaba sobre todo en Estiria, actualmente predomina en la región de Posavje. Su uva madura tarde, y desarrolla grandes racimos con granos grandes y sabrosos. A finales de la década de 1960, la Stara trta inició un serio declive; por ello, en 1970 se nombró un viticultor municipal y custodio de la cepa, y en 1981 esta quedó amparada bajo una protección especial, todo lo cual produjo una manifiesta recuperación de la Stara trta. Por su parte, el edificio que la «acoge» fue remodelado en 2007, para convertirse en un centro divulgativo de la cultura del vino. La Stara trta es motivo de celebración en Maribor. Durante la poda, la ciudad entrega esquejes de la Viña vieja a otros lugares como signo de amistad y cooperación: la capital del cava, Sant Sadurní d’Anoia, y la argentina Mendoza han recibido estas distinciones, así como el papa Juan Pablo II, en su visita a la ciudad en 1996, esqueje, este último, del que crece ya una cepa en el Vaticano. La cosecha de la Viña vieja produce unos 50 kilos de uva y se celebra, entre finales de septiembre y primeros de octubre, con un festival que incluye muestras gastronómicas y etnológicas. La zametovka no suele producir un vino monovarietal, con la excepción, claro, del vino de la Stara trta. Aunque en este no prime la búsqueda de la excelencia, al parecer se trata de un caldo con cuerpo que sorprende agradablemente. La localización de la cepa — fachada soleada, cercanía del río— contribuye al alto grado de azúcar y a la calidad del vino. La producción anual es de unos 30 litros, que se embotellan en un centenar de botellas de 0,25 litros, con número de serie y añada. Quedan a disposición del alcalde para regalar a visitantes distinguidos (entre ellos, el emperador japonés Akihito o Bill Clinton), y un pequeño lote se pone a la venta. Como un verdadero superviviente de la naturaleza, la Strara trta fue incluida en los récords Guinness en 2004 como la cepa viva más antigua del mundo. No obstante, ese mismo año un estudio del Dr. Martin Worbes, de la Universidad de Gotinga, determinó que una gran cepa de la variedad Versoaln que crece en un muro del castillo de Katzenzungen, en Prissiano (Alto Adigio, Italia), y que produce unas cien botellas al año, tendría al menos 350 años (la tradición le otorga unos 600). La discusión está servida. En cualquier caso, sea una o la otra, o tal vez alguna cepa perdida por el valle del Douro o el Priorato, la Stara trta merece su pequeño lugar en la larga historia del vino. El río Drava a su paso por Maribor; en la fachada de la casa de la izquierda puede observarse la ramificación de la Stara trta, la cepa viva considerada más antigua del mundo. El cultivo de la vid La vid es una especie de la familia de las vitáceas, con orígenes euroasiáticos y americanos, cuyo cultivo comenzó probablemente en el área transcaucásica, donde ahora se ubican Georgia y Azerbaiyán, y cuyo desarrollo ha supuesto una revolución para la humanidad, tanto en Europa como en el Nuevo Mundo, donde comenzó a plantarse después del siglo xv. Las plantas vitáceas, según señala el estudioso francés Alain Reynier, son arbustos trepadores, de tallo con frecuencia sarmentoso, pero también herbáceo en ocasiones, que portan zarcillos opuestos a las hojas y que se presentan a modo de lianas. Esta familia botánica, según el investigador galo, comprende un total de 19 géneros, entre los que destacan el conocido como Parthenocissus, al que pertenecen las viñas vírgenes, originarias de Asia y América del Norte, y Vitis, procedente de las zonas más cálidas y templadas del hemisferio norte en América, Asia y Europa. En el género Vitis, se distinguen los subgéneros Muscadinia y Vitis. En el primer caso existen tres especies originarias de las áreas de Estados Unidos y México, y de ellas solo la Vitis rotundifolia es cultivada en esas regiones. Se trata de una especie resistente a las enfermedades criptogámicas, pero de escaso valor en la elaboración de vino, aunque sí para consumo de uva fresca o fabricación de mermeladas. En el caso de las Vitis, en América del Norte existen varias especies que, con excepción de la Vitis labrusca o parra brava, no son muy aptas para la producción de uva ni de vino; sin embargo, son excelentes como portainjertos, ya que están libres de la filoxera. En Asia occidental y Europa hay una sola especie, la Vitis vinifera, que presenta grandes cualidades tanto para la elaboración de vinos como para la producción de uvas frescas y pasas, pero es muy sensible a las enfermedades criptogámicas y a la filoxera. En Asia oriental existen más de una veintena de especies, que son bastante sensibles a todo tipo de plagas y enfermedades, y poco aptas para la producción de uvas. Viñedo de Pol-Roger, histórica elaboradora de Champagne, la región vinícola más septentrional de Francia. El cultivo de la vid destinada a la elaboración del champán está detalladamente regulado por la denominación de origen establecida en 1927. El ciclo de la vid La vid es un cultivo adaptado a los climas templados y que, en general, encuentra problemas en los lugares gélidos y en aquellos otros que desprenden excesivo calor y humedad, ya que requiere veranos cálidos e inviernos fríos y su ciclo es aún mejor cuando existe diferencia térmica importante entre las temperaturas diurnas y las nocturnas. Tras la caída de las hojas en otoño, inmediatamente después de las faenas de vendimia, la planta no muestra actividad, aunque esta fase es diferente en algunas zonas tropicales donde la vid permanece verde durante todo el tiempo. Es a finales del invierno, cuando las medias de temperatura diurna rondan los diez grados, cuando se produce el lloro, un fenómeno consistente en la exudación de líquido, agua fundamentalmente, por los cortes realizados durante la poda. Poco después, con una ligera subida de la temperatura, comienza el periodo de desborre o salida de las yemas, que lleva al crecimiento de los brotes o pámpanos. Las yemas de madera ofrecen un brote sin floración, mientras las mixtas desarrollan las flores y posteriormente los frutos. Cada brote porta, además, hojas y zarcillos. Cuando las temperaturas se elevan con la llegada del verano, el crecimiento de los brotes disminuye hasta paralizarse por completo. Su reanudación se producirá en la primavera siguiente. La bajada de las temperaturas en otoño lleva al agostamiento, que endurece el tejido vegetal hasta convertirse en sarmiento. Desaparece el color verde, caen las hojas y comienza el reposo de la planta. La fase de envero en el fruto se da cuando este comienza a perder su color verdoso, a engordar y a cambiar de color en función de la variedad que se cultive, que puede ir desde el verde amarillento hasta el rojo amoratado. Las bayas poco a poco pierden consistencia y se inicia el proceso de maduración, que puede ser precoz, medio o de ciclo largo, según las variedades. Este paso supone un lento incremento del contenido en azúcares y una disminución de la acidez total. La madurez fisiológica de la planta no tiene por qué coincidir con el momento ideal de su recolección, ya que esta depende del tipo de vino que se desee elaborar. Tareas de plantación de la variedad graciano sobre mulching de cebada en los campos de Dominio de Valdepusa (Toledo). Una vid sana Una de las labores más importantes en el cultivo de la vid es la poda, que supone la eliminación de sarmientos, brazos o, incluso, parte del tronco, en alguna ocasión, para mejorar su desarrollo y crecimiento. La poda general se realiza en invierno con cortes efectuados en seco, aunque también puede realizarse una poda en verde sobre órganos herbáceos durante el periodo activo de la vid. La poda logra acomodar la cepa a su entorno, le alarga la vida y aumenta su productividad. La poda en vaso o clásica se da en muchas zonas vitícolas, especialmente en La Rioja. Consiste en dejar cuatro o cinco brazos a partir del tronco central y distribuir sobre ellos los pulgares, base de los sarmientos podados a un par de yemas. La poda en cabeza o ciega es típica de zonas con veranos tórridos y variedades muy fértiles, como la pedro ximénez en el área de MontillaMoriles. Es parecida a la poda en vaso, pero se reduce a un tronco donde faltan los brazos y los pulgares se dejan alrededor de la cabeza. Es un sistema de difícil adaptación a la mecanización y tiene riesgos por el exceso de cortes, ya que puede acortar la vida de la planta. La poda Guyot, también conocida como de daga o de vara y pulgar, se práctica desde antiguo en el área de Jerez. Este sistema exige un soporte de alambres y se obtiene podando una de las ramas a pulgar y la otra, que va al lado opuesto, a ocho o más yemas. Al año siguiente, se cambia el orden. Esta poda tiene variantes, como el Guyot doble, triple o cuádruple. Las labores de poda se realizan, habitualmente, de manera manual, pero su exigencia en mano de obra ha llevado al uso de podadoras mecánicas, especialmente en Francia. Las podadoras neumáticas son potentes y económicas, aunque tienen dependencia con respecto a la fuente de aire comprimido y sufren problemas de enfriamiento y escarcha. En el caso de las podaderas eléctricas, en las que la cuchilla es accionada por un pequeño motor alimentado por unas baterías que porta el podador, la autonomía se limita a diez horas. Las labores de abonado y fertilización son muy importantes en el viñedo, aunque la utilización de unos u otros productos estén en sintonía con el tipo de cultivo y si este se acoge o no al reglamento de cultivo ecológico o a sistemas de sostenibilidad. Los viñedos, en general, reciben inicialmente aportes de fósforo, potasio y materias orgánicas para enriquecer el suelo. El viñedo, como tal, suele recibir abonos nitrogenados, además de potasio, magnesio, hierro y boro. Las vides tienen que hacer frente durante toda su vida útil a diversos parásitos y enfermedades que pueden acabar con ellas. También aquí, como en el abonado, la aplicación va en función del lugar donde se ubica la plantación y del tipo de vitivinicultura que se quiere realizar. Los nematodos son uno de los hongos más dañinos del viñedo. Se trata de parásitos en las raíces que pueden pasar de plantas viejas a jóvenes, pero no son hoy los grandes adversarios de la viticultura. Uno de sus peores enemigos es el mildiu, que se desarrolla con virulencia cuando se mezclan calor y humedad. Otro hongo peligroso es el oídio. En cuanto al ataque de insectos, se suele circunscribir a la araña roja, la araña gallo y el cigarrero. La poda —la eliminación de sarmientos, brazos o, incluso a veces, parte del tronco, para mejorar su desarrollo y crecimiento— constituye una de las labores más importantes en el cultivo de la vid. Sistemas de conducción Para el cultivo de la vid es muy importante tener en cuenta el sistema de conducción, así como el marco y la densidad de plantación, algo que ha cambiado sustancialmente con el tiempo. En la época romana, llegaban a plantarse hasta 14 000 cepas por hectárea, algo impensable en estos momentos. Pero en algunos lugares, como Burdeos, las cepas llegan a las 10 000 por hectárea para que puedan competir entre ellas y tener un fruto menor, pero más intenso. Para las labores de arado y desbroce utilizan pequeños tractores zancudos adaptados a esa plantación. Lo más usual es que el número de cepas por hectárea se sitúe entre 3 000 y 3 500, aunque todo depende de si el terreno es llano o existen importantes pendientes donde hay que plantar en bancales. La conducción del viñedo puede hacerse en vaso, corto o largo, la forma tradicional de hacerlo en todo el mundo hasta parte de la segunda mitad del siglo xx, o en sistemas de tutores y espalderas, además de los tradicionales emparrados. Una forma simple de conducción, según el estudioso Luis Hidalgo, es el apoyo de las cepas en tutores o rodrigones, como simples soportes y guías de la planta. Los apoyos más comunes en viticultura son las espalderas verticales simples, en V o en U, que pueden ser en desarrollo ascendente de los pámpanos, con desarrollo ascendente y descendente de los pámpanos, en cortinas simples o dobles de desarrollo descendente de los pámpanos, en empalizadas horizontales o parrales, y en empalizadas inclinadas o varandas. El sistema de espaldera se está imponiendo sobre el tradicional en vaso en casi todas las instalaciones modernas, aunque requiere una mayor inversión y un mayor aporte hídrico. Los emparrados, por su parte, se reservan a regiones cálidas meridionales, en viticulturas tropicales y en vendimias muy tardías. Sistema de conducción de las cepas en Ribeiro (Galicia) mediante tutores o rodrigones, soportes de madera clavados junto a la planta para guiar su crecimiento. ¿Qué plantar? Aunque la mayoría de las variedades autóctonas son las que mejor se adaptan a cada zona, la investigación ha permitido que algunas variedades de zonas tradicionalmente frías se adapten mejor a áreas más cálidas o viceversa, por varias razones. La primera de ellas es que nunca se habían probado y la costumbre se había hecho ley con algunas variedades que no se adaptaban del todo bien a su terreno. La segunda razón es que el cambio climático está haciendo que el viñedo pueda cultivarse en áreas donde antaño era difícil que se diera bien (Inglaterra, Bélgica, Holanda, etc.). La variedad emblemática de Argentina es la malbec, originaria de la zona francesa de Cahors, donde jamás alcanzó la justa fama que ha logrado en América; algo parecido ocurre con la tannat en Uruguay, procedente del área francesa de Madiran, pero buque-insignia hoy del pequeño país rioplatense, o de la carménère chilena, prácticamente desaparecida de Burdeos, donde vio la luz. En Sudáfrica, la híbrida pinotage, surgida de un cruce de pinot noir y cinsault, ha conseguido ser la uva nacional. Las variedades más extendidas y conocidas en el mundo en blancas son la chardonnay, muy adaptada a los suelos calcáreos de Borgoña, pero también a los arcillocalcáreos de Champaña; la riesling, que ha recorrido el mundo desde su Alemania natal y podría ser heredera de la argitis minor romana; la sémillon, famosa por vinos emblemáticos de podredumbre noble como el Château d’Yquem, pero cuya mayor extensión no se produce en Francia sino en Chile, o la sauvignon blanc, asentada en el Valle del Loira, aunque algunos autores desconfían de que este sea su origen y se inclinan más por Burdeos. Da nombre a vinos de alta escuela como los de Venecia y Alto Adigio, en Italia, y se funde con la verdejo en la zona española de Rueda. En tintas, la cabernet sauvignon es la más famosa del mundo y desde Médoc ha viajado a sitios tan dispares como el sur de Nueva Zelanda o el valle de la Bekaa, en Líbano; la merlot, bordelesa por antonomasia, es la segunda en discordia donde se asienta, sobre todo en Pomerol y Saint-Émilion. La pinot noir, que encarna la sutileza frente al color, reina en Borgoña, aunque se encuentra extendida por todo el mundo, y la syrah, originaria de la ciudad persa del mismo nombre, es uno de los emblemas australianos y de medio mundo. En España, la airén, asentada en La Mancha, es la cepa blanca más cultivada; mientras la tinta tempranillo es el estandarte de España en el mercado internacional. El cultivo de la vid inunda de verdor el valle de Guadalupe, en el interior de la península de Baja California. (En la imagen, viñedos de L. A. Cetto.) La vendimia La vendimia es el momento culminante para la transformación de la uva en vino. La evolución de la uva en la vid lleva a que los técnicos de cada bodega decidan el momento idóneo para la recogida del fruto, una decisión no siempre sujeta a parámetros técnicos sino que puede venir condicionada por factores exógenos, como la incertidumbre ante posibles efectos climatológicos adversos, retrasos como consecuencia de lluvias que no cesan o disponibilidad de mano de obra o de maquinaria. Luis Hidalgo, uno de los grandes investigadores españoles de la vitivinicultura, estima que existen tres tipos diferenciados de vendimia: La vendimia fisiológica, que determina cuándo las semillas están conformadas para su germinación, y que no interesa en exceso al agricultor pero sí al genetista. La vendimia industrial, que se corresponde con el momento en el que la uva tiene un máximo contenido en azúcares. La vendimia tecnológica, que se identifica con el momento idóneo de recogida de la uva en función del destino que se le quiera dar, ya que no es lo mismo el fruto para la elaboración de vinos jóvenes que aquel otro que se va a dedicar a los vinos de guarda y larga crianza. Tanto las bodegas como los viticultores deben conocer con la máxima antelación posible sus necesidades de cosecha para adecuar cada partida al fin previsto y obtener el máximo rendimiento durante la vendimia. Ello permite gestionar los medios humanos y materiales con que es necesario contar a la hora de iniciar las labores de vendimia, establecer el programa de elaboración y estudiar el mercado. En el mundo de la vid y el vino, la vendimia es un momento no solo capital para el buen desarrollo del proceso, sino en muchos casos gozoso por lo que supone de recompensa a los desvelos de todo un año. (En la imagen, miembros de la familia Bouza, de la bodega uruguaya homónima, en plena recolección.) Decidir el momento La primera predicción de los técnicos se realiza mediante la observación de la fertilidad de las yemas antes de la brotación, para saber más o menos el número de racimos con que se cuenta por parcela. La segunda evaluación puede llevarse a cabo a través del conocimiento de la concentración polínica mediante las estaciones que portan un captador de polen durante el periodo de floración. Pero el momento idóneo para decidir el comienzo de las faenas de vendimia se establece en un cruce de la experiencia y tradición de cada zona vitícola con las variables climáticas de cada campaña. Todo ello debe ir unido al trabajo de los técnicos que toman la decisión final por el índice de maduración de la uva. Existen una serie de características externas que indican esa maduración, como son la pérdida de rigidez del racimo, el color de las bayas cuando tienen consistencia blanda pero elástica, la lignificación del raspón, la facilidad con la que los granos de uva se desprenden del pedúnculo, la separación limpia de la pulpa del hollejo y el sabor azucarado y agradable. Todas estas manifestaciones pueden cotejarse también mediante índices físicos, como rendimiento y densidad del mosto. A la par, hay índices de maduración químicos definidos por el investigador Juan Marcilla Arrazola (1886-1950): cuando el azúcar solo aumenta por desecación del fruto y la acidez total no disminuye, se llega al grado óptimo para su recogida. Existen también unos índices fisiológicos de maduración que están relacionados con la desaparición progresiva de la clorofila, la respiración de los frutos mediante una atmósfera oxigenada y el análisis de etileno, que es un gas producido durante la maduración. El muestreo Las nuevas técnicas llevadas a cabo por enólogos y técnicos de campo a la hora del inicio de la vendimia se basan sobre todo en el muestreo como forma más efectiva de lograr el punto óptimo de maduración de la uva para el destino que se le quiera dar. Pero el muestreo es toda una ciencia que requiere paciencia y experiencia. Un buen muestreo debe proporcionar los mismos resultados analíticos que tendría el conjunto de la parcela que se va a vendimiar, su volumen tiene que ser suficiente para abarcar todos los análisis que deben realizarse y lo bastante pequeño para poderse manejar sin excesivas complicaciones, la toma de muestras debe ser tan sencilla, clara y precisa que la dependencia de la persona que la realice no sea excesiva y el coste de la toma de muestras debe ser equilibrado tanto en el tiempo empleado como en la cantidad de uva utilizada. Los técnicos establecen, mediante una fórmula matemática, el número de muestreos necesarios para determinar la cantidad de antocianos y azúcares de cada parcela con un pequeñísimo margen de error. Para ello establecen normas como localización de filas, despiece de las parcelas, localización de cepas y también de racimos en función de su aireación, exposición al sol o método de poda. Desechar los bordes, despreciar las vides anormales, las que cuentan con excesivo vigor, o la recolección de muestras de podredumbre, si esta es anecdótica, son normas que se han de tener en cuenta. Y siempre debe terminar con un análisis de los mostos. De un tiempo a esta parte se ha prodigado la cata de uvas, un sistema que a la postre resulta muy interesante, especialmente cuando el técnico que la lleva a cabo se ha preparado a conciencia para realizar esta faena. ¿Vendimia manual o mecanizada? La vendimia manual, con navaja o tijeras y nunca de tirón, debe hacerse de forma escalonada de las parcelas más adelantadas a las más retrasadas. En general, deben recogerse por variedades de forma separada. Los cestos, cajas o esportones no deben ser mayores de 20-25 kilos y la uva, una vez volcada en el remolque, debe llegar a destino lo más pronto posible. A la vez, hay que evitar cargas excesivas que propicien el inicio de la fermentación en el propio remolque y realizar la recogida durante las horas más frescas del día. La vendimia manual debe realizarse con tijeras o navaja, nunca de tirón. Durante mucho tiempo se ha considerado que la vendimia manual es superior en calidad a la mecanizada, pero los investigadores actuales sostienen que esa apreciación ha cambiado en la proporción en que las vendimiadoras mecánicas han mejorado su recolección. Las máquinas actuales dañan la planta menos que los vendimiadores, dejan en la cepa las uvas verdes y las pasificadas, y apenas cortan pámpanas y sarmientos, algo que no siempre ocurre con las cuadrillas. No obstante, la vendimia mecanizada no surge de la necesidad de buscar una alternativa de mayor calidad a la que puede realizar una cuadrilla de vendimiadores. Es ante todo una respuesta a la falta de mano de obra. Durante mucho tiempo se estimó que las faenas de vendimia podía hacerlas cualquiera y eso ha redundado en la calidad de la uva. La falta de mano de obra en países como España era tal que se echaba mano de personas sin cualificación que recogían uva a su manera. Pero, a la par, las grandes bodegas bordelesas atraían y aún atraen cuadrillas de trabajadores españoles, la mayoría de ellos procedente de Andalucía, que han logrado adaptarse al trabajo que esas empresas exigen y, además, remuneran de manera adecuada. Hoy, pues, conviven ambas formas de vendimia. Las vendimiadoras son hoy de una gran precisión, pero aún tienen límites: pueden realizar su labor en las explotaciones que tienen el viñedo en espaldera, pero no en vaso. La crisis económica, por otra parte, ha hecho que la gente vuelva al campo y que trabajadores que sí saben realizar bien las faenas de vendimia estén de nuevo disponibles. En todo caso, los defensores de la mecanización de la vendimia son cada vez más numerosos, y defienden el uso de las vendimiadoras por varias razones. La temporalidad es una de las más importantes, ya que la uva goza de su punto óptimo de maduración durante un tiempo concreto. No alargar las faenas de vendimia redunda a favor de la calidad final del vino. El respeto a la planta El respeto a la planta es muy importante. El empleo de mano de obra escasamente cualificada lleva al maltrato de la planta, al arranque del racimo mediante tirón o al corte de elementos leñosos y pámpanos que luego van a perjudicar la selección de uva en su entrada a bodega o, en el peor de los casos, va a ir a parar a la tolva con el perjuicio que una uva sucia y con restos tiene en la elaboración posterior. En este sentido, las máquinas significan un importante paso adelante, ya que el uso de tecnologías como el cabezal pendular autoalineante permite que sea la vendimiadora la que se adapte a la posición de la planta, siempre que esta cumpla unos estándares mínimos en su ubicación de la espaldera, y no al revés. Las vendimiadoras poseen también un sistema de sacudidores adaptable a la edad de la planta para que esta sufra lo menos posible a la hora de recoger su fruto con las cestas flexibles que porta. Las máquinas cumplen también la función de respeto al producto al evitar la fricción entre los racimos y los elementos rígidos de la propia máquina. Para ello cuentan con cintas transportadoras regulables que permiten la entrega del racimo sin daños y exento de las uvas más verdes y de las más pasificadas, ya que una vendimiadora bien equilibrada discrimina las uvas no aptas por su peso mayor o menor que la media. La obsesión por la limpieza del racimo es tal que cada tolva de la vendimiadora incorpora un despalillador. Por si esto fuera poco, las vendimiadoras de última generación pueden utilizarse con clara precisión en otras faenas como la poda, el despuntado, la pulverización, el levantamiento de alambres o su adaptación a otras faenas de recolección como las de la aceituna. Las vendimias mejores se realizan en aquellas bodegas que se encuentran unidas al viñedo o a una distancia muy corta de él. Es importante también, cuando se juega con tecnología, contar con remolques pequeños que descarguen por vibración. Hasta hace pocas décadas, la vendimia solo podía hacerse manualmente. Hoy, las máquinas vendimiadoras constituyen una buena alternativa en muchos casos. A la izquierda, canastos con uva recién vendimiada en los campos de Viña Tondonia, en La Rioja. En la imagen central, monumento al vendimiador en Borgoña. A la derecha, cajas con racimos de las variedades pinot noir y riesling. Las cajas, cestos o esportones no deben contener más de 25 kilos de uva. Cuando el joven millonario ruso Evgeny Chichvarkin hubo de salir disparado como un cohete de Moscú en 2008 porque iba a ser detenido de un momento a otro por las autoridades del Kremlin, bajo cargos de secuestro y extorsión, se asentó en Londres, donde apostó por llevar una vida discreta. Dos años después, para celebrarlo, no buscó un imperial de La Tâche, un Château d’Yquem de añada mítica o un Petrus. Apostó por un Cirsion 2001, y no pudo conseguirlo en ningún sitio de la capital británica. El vino riojano fue la excusa que le llevó a abrir Hedonism, una enoteca londinense donde uno puede encontrar los vinos y destilados más exclusivos del mundo y servirlos allá donde los reclamen. ¿Y qué tiene Cirsion para haber sido protagonista de esta historia? Singularidad. Bodegas Roda se creó en 1987 en la localidad riojana de Haro. La pretensión de sus propietarios (Mario Rotllant y Carmen Daurella, cuyas primeras sílabas de sus apellidos dan nombre a la cava) era contar con una especie de château francés donde la uva llegara de una sola finca. Un sueño imposible en esa área. Optaron finalmente por 17 parcelas distintas que tenían en común la avanzada edad de las viñas y su enraizamiento en tierras pobres creadas para ofrecer una de las mejores uvas del mundo. En 1992 apareció el primer Roda, que se comercializó en 1996. Dos años después nació el primer Cirsion. Agustín Santolaya, alma mater de la bodega, comenta que habían detectado que algunas cepas de tempranillo de viñedos muy viejos alcanzaban una maduración muy especial, distinta a la de las vides de al lado, al lograr una polimerización de los taninos en la propia viña. De esta forma, cada cepa se convierte en una potencial bodega que ofrece un producto que se parece más al vino que a la uva. Optaron, ante esta situación, por realizar crianzas muy cortas para evitar que la madera elimine características frutales del vino. Así surge Cirsion, que debe su nombre al emblema de la bodega, el cardo, que viene del latín cirsium y del griego kirsion. Tras el Cirsion se guardan, como en torno a otros grandes vinos, algunos misterios que lo hacen todavía más atractivo. Ha trascendido que las uvas, como no podía ser de otra manera, son recogidas en el punto óptimo de maduración. Santolaya, enólogo y portador de secretos, insiste en el rigor y acierto del momento idóneo de la vendimia, y para ello selecciona no solo parcela a parcela o cepa a cepa, sino racimo a racimo y uva a uva para elegir, una entre cada mil, aquellas que son las idóneas para ofrecer este vino de leyenda. Cuando abres un Cirsion, que solo sale al mercado si las condiciones meteorológicas han acompañado al terruño, te encuentras con una explosión de notas frutales de mora, grosella y arándanos, junto a leves y sutiles recuerdos de cacao y tostados. Y en la boca se mezclan finura y sensualidad junto a una rotunda carnosidad que lo eleva a la categoría de elixir de dioses. La vendimia de cepas viejas de tempranillo en la riojana Roda se realiza con un extremo cuidado. El resultado es un vino excepcional: Cirsion. La vinificación Durante siglos, y aún perdura en algunos lugares, la entrada del primer fruto en la bodega es toda una fiesta que, en ocasiones, acompaña la pisada de uvas para recordar aquellos tiempos en que eran los pies de los hombres los que rompían los racimos. Ahora, en algunos casos, la mesa de selección da paso directamente a la molturación de la uva en las tolvas, que consisten en unos rodillos acanalados que rompen las bayas sin desgarrar el raspón ni el hollejo y sin romper las semillas. La despalilladora, un cilindro con agujeros que gira a velocidad de vértigo, se encarga de separar el hollejo y la pulpa del escobajo, para evitar que este aporte al mosto olores a pámpana y sabores astringentes. Es ahí cuando empieza a surgir el primer mosto yema. Una vez que la uva se ha molido pasa a la prensa, ahora neumática y antaño de pleita, viga y husillo. En este proceso es fundamental impedir el contacto del mosto con el aire para evitar la oxidación. Proceso de selección manual de la uva en la bodega argentina Terrazas de los Andes. Actualmente, la mesa de selección da paso directamente a la molturación de la uva en las tolvas, primero, y a la despalilladora, después. Es ahí cuando empieza a surgir el primer mosto yema. Las levaduras entran en acción A partir de ese momento, las levaduras, obtenidas directamente del viñedo o adquiridas como producto enológico, comienzan su función de convertir el mosto en vino. Las levaduras son hongos ascomicetos unicelulares que se alimentan del zumo de la uva y convierten los azúcares en alcohol etílico y anhídrido carbónico como componentes principales. Pero después de la fermentación permanecen parte de los aromas primarios, los ácidos orgánicos, la materia colorante de la uva y otros componentes. Las levaduras que intervienen en el proceso de fermentación no son siempre las mismas. Las primeras en entrar en acción son las apiculadas, que llegan a producir alrededor de 3 o 4 grados de alcohol; continúan las elipsoideas, de gran poder fermentativo, y terminan las denominadas oviformes, capacitadas para soportar grandes concentraciones de alcohol. El zumo de uva llega al depósito con multitud de acompañantes, algunos de ellos poco deseables, como pepitas, trozos de pulpa, raspón, hollejos, tierra y numerosos microorganismos. Para evitar que la fermentación se realice con ellos se hace el desfangado, que consiste, mediante decantación, en separar el mosto de las impurezas. Esta operación puede hacerse por gravedad, con ayuda de refrigeración o de anhídrido sulfuroso que evite la fermentación; mediante filtrado o a través de la centrifugación. Ácido tartárico, chaptalización y sulfuroso En los climas más cálidos, las uvas suelen aparecer muy maduras pero escasas de acidez, por lo que se hace necesaria su corrección mediante el uso del ácido tartárico, un producto natural que se extrae del raspón de la uva, con una dosis media de 150 gramos por hectolitro para incrementar en un gramo por litro la acidez total. Por el contrario, en los climas más fríos y menos soleados es frecuente que las uvas no alcancen la maduración óptima por su escasez de azúcares, por lo que los vinos resultantes, además de tener una graduación alcohólica escandalosamente baja, tendrían escasa longevidad. Para resolver el problema añaden azúcar al mosto en una proporción de 17 gramos por cada grado de alcohol, según apuntó su descubridor, el químico y político francés JeanAntoine Chaptal, que acuñó esta práctica en 1801, aunque la adición de sacarosa es una práctica tradicional que data de antiguo. También son países septentrionales y de climas fríos los que practican la desadificación, al contrario que en el arco mediterráneo. Para ello utilizan el tartrato neutro de potasa, el bicarbonato potásico y el carbonato cálcico. Aunque algunas corrientes modernas apuestan por la elaboración de vinos sin sulfuroso, bien por motivos alérgicos o por filosofías naturistas, su uso es todavía fundamental en la elaboración de vinos y se mantiene desde tiempos inmemoriales, ya que es citado en la propia Ilíada de Homero. Es un antiséptico selectivo y en nada pernicioso para la salud, salvo para aquellas personas alérgicas a este compuesto. Actúa contra las bacterias y selecciona las levaduras más correctas para la fermentación. Su efecto reductor previene la oxidación de la materia colorante del vino impidiendo que la limpidez de los blancos tienda al dorado y el rojo de los tintos al color cuero. El anhídrido sulfuroso actúa como sinergia entre el alcohol y la acidez fija para mantener estable el vino, ayuda a la extracción de color en los vinos tintos y desinfecta envases. Prueba de fermentación. Durante la etapa de la fermentación, las bodegas parecen lugares encantandos, llenos de olores y de los sonidos que produce el burbujeo del mosto en el interior de las cubas. Depósitos de fermentación Los depósitos de fermentación son muchos y variados, y su uso ha cambiado como las modas a través del tiempo. El apreciado nexo entre vino y alfarería dio paso en la década de 1970 a los tanques de acero inoxidable, que, al regular la temperatura mediante refrigeración interior o exterior, supusieron un alivio para las zonas más cálidas. Su fácil limpieza y sus cierres herméticos los han hecho casi imprescindibles. Hasta entonces, la mayor parte de las zonas vitivinícolas utilizaban tinajas de barro o cemento y conos de hormigón armado, que en algunos casos vuelven a ponerse de moda. No obstante, el acero inoxidable ha sido el invento del siglo para las zonas de mayor calor, donde el control de la fermentación redunda en una mayor calidad en la elaboración de los vinos, en unas fermentaciones que se desarrollan entre los 20 y 28 grados centígrados. Los envases de madera, desde barricas a botas, tinos o bocoyes, son también utilizados para la fermentación con la finalidad de extraer de sus duelas olores y sabores que marcan la diferencia en distintos tipos de vinos. Fermentación y tipo de vino La fermentación descrita hasta ahora vale para los blancos sin crianza, pero hay ciertas variaciones con los demás. Por ejemplo, los rosados se elaboran, casi siempre, como si se tratara de un vino blanco y el color lo obtienen con una leve maceración del zumo con el hollejo de la uva tinta. Una vez que se obtiene la tonalidad buscada, se desfanga y equilibra. Cuando se busca una mayor estructura en el rosado, parte del hollejo se fermenta con el mosto y da lugar a los vinos denominados claretes, del francés claret, muy afamados en la zona vallisoletana de Cigales, aunque la normativa comunitaria los llama también rosados. La pulpa de la uva, con excepción de la garnacha tintorera, es siempre blanca, por lo que la fijación de color se realiza mediante el contacto de los hollejos de la uva tinta con el mosto. La duración de esta maceración es proporcional a la intensidad aromática. Su temperatura de fermentación es superior a la de los blancos. La maceración carbónica es la transformación de uva en vino sin estrujado previo. Los racimos se introducen enteros en depósitos herméticos y se añade gas carbónico exógeno. Así se mantiene entre siete y diez días antes del prensado. Produce vinos de color rojo intenso y aroma frutal. Entre las bacterias que conviven con el vino están las malolácticas, que comienzan su función cuando termina la fermentación normal. Convierten el ácido málico en láctico, con lo que suavizan el carácter de los tintos, que ganan en carnosidad y sutileza. En blancos, la maloláctica no es recomendable excepto para finos y manzanillas. Vinificación en tinos de madera en CVNE (DO Rioja). Diversos envases de madera se emplean en ocasiones para la fermentación con la finalidad de extraer de sus duelas olores y sabores que distinguirán a cierto tipo de vinos. El método champenoise —que en las botellas elaboradas en la Unión Europea se denomina «método tradicional», para proteger la denominación de los espumosos procedentes de la región francesa de Champagne— es el sistema con el que se producen los más renombrados vinos espumosos, evidentemente los champagnes franceses, pero también todos los cavas españoles y algunos de los mejores vinos espumosos que se elaboran en todo el mundo. Este método consiste en provocar una segunda fermentación en un vino base anteriormente elaborado. Este vino base se mezcla con el llamado licor de tiraje, un compuesto formado por disolución de azúcar y levaduras seleccionadas en vino. Con esta mezcla de vino base y licor de tiraje se procede al llenado de botellas, que, una vez bien cerradas con un tapón metálico de tipo estrella, se trasladan a las cavas, lugar donde se producirá la segunda fermentación. La segunda fermentación En la segunda fermentación, las levaduras descomponen el azúcar añadido en dos componentes: alcohol y dióxido de carbono (CO2). Este último, al estar la botella tapada herméticamente, se disuelve en el líquido y le confiere la espuma y las burbujas características. Posteriormente, el vino permanece en crianza con las levaduras en su interior y se somete a un proceso de removido para que los posos se depositen bajo el tapón hasta que, en el momento del degüelle, estos posos se expulsan y se tapona la botella definitivamente, dejándola lista para su consumo. La crianza mínima en el caso del champagne es de 15 meses. En el cava es de nueve meses, aunque en los de la categoría Gran Reserva se prolonga hasta un mínimo de treinta. Otros métodos para elaborar vinos espumosos —dejando de lado la inyección de gas, que produce espumosos de ínfima calidad— son los que provocan la segunda fermentación en grandes recipientes —gran vas o charmat— o el método transfer, en el que la segunda fermentación se produce en botella, pero no hay clarificación por removido, sino que las botellas se vacían, se filtra el vino y se vuelve a embotellar. La ventaja del método champenoise es que el contacto del vino con las levaduras o lías es muy largo —todo el periodo de crianza— y que, además, estas levaduras se remueven para depositarlas bajo el tapón, lo que produce un proceso llamado «autolisis» en el que las levaduras van cediendo compuestos —las manoproteínas son los principales— que mejoran las características de los vinos. De una parte, ganan estructura y cuerpo. De otra, los aromas son más complejos, ya que a los matices procedentes de la uva se añaden notas de pastelería y pan caliente de las levaduras. De hecho, no es que las levaduras tengan aromas de pan caliente, sino que el pan y la pastelería comparten con los espumosos elaborados por el método tradicional los aromas de las levaduras, que en ambos casos son las responsables de su existencia, al producir la fermentación alcohólica en los vinos y la fermentación de la masa y su subsiguiente esponjado, en el caso de la pastelería y el pan. Botellas de champagne con la característica disposición en ángulo en una cava de Épernay (región de Champagne). El almacenamiento del vino Cuando el mosto ha fermentado y se ha convertido en vino, empieza una importantísima etapa en su vida que resultará decisiva hasta el momento en que llegue a la mesa del comensal. Comienza su guarda, que puede ser en depósito de acero inoxidable, en depósitos de barro, hormigón o cemento, en tinos, botas o bocoyes, en barricas de roble o en botellas. Es el almacenamiento del vino, su último paso antes de dar el salto a su comercialización en el mercado. Criar es añejar, envejecer, someter al vino a un proceso de cambio más o menos longevo para intentar frenar sus energías juveniles y canalizarlas hacia la calidad y la redondez, dos calificativos que elevan el buen vino a categoría de arte. Trasiego de barricas en una bodega de crianza de Rioja. Esta denominación de origen calificada suma en conjunto 1 300 000 barricas aproximadamente. La barrica de roble El siglo xix marca un antes y un después en la crianza del vino, en particular, y en la enología, en general. Hasta ese momento, solo los vinos que contenían una importante carga de etanol aguantaban el paso del tiempo con un proceso de enranciado mediante la oxidación de materia colorante, de alcohol y de otros componentes. La adición de sulfuroso fue un paso adelante muy importante en la conservación de algunos vinos de graduación menor. Pero el uso de las barricas de roble, especialmente las de 225 litros —las más comunes—, ha sido el avance más importante en la conservación y almacenamiento del vino. El roble aporta componentes que enriquecen el vino y, además, afina su aroma y añade taninos. La madera produce una modificación del color y una estabilización del mismo como consecuencia de las pequeñas cantidades de oxígeno que, de manera ordenada, aporta la propia madera y de las que entran a través de sus juntas y pequeños poros. Cuando la madera es nueva —menos de seis años— y el proceso de crianza correcto, el vino gana en color, en estabilidad, en aromas y en gusto, pero si la barrica es vieja —ocho años o más— y la parte interior de las duelas se encuentra colmatada, el vino apenas afianza su color y se desvirtúa hacia tonalidades marrones, sus aromas son herbáceos y animales, y en boca resulta astringente. Espectacular nave «Eiffel», de 1906, en las bodegas CVNE, en Haro (Rioja). Blancos de crianza Algunos vinos blancos realizan su crianza y envejecimiento en barrica. Tras este proceso, se aprecia un incremento del color, que tira a amarillo dorado e, incluso, ámbar; la nariz gana en complejidad de aromas, disminuyen los aromas primarios frutales a favor de los matices de roble, vainilla, frutos secos o pan tostado con mantequilla, y ofrece un tipo de vinos muy originales. Salvo que su acidez sea la adecuada para aguantar el paso del tiempo, no es recomendable que permanezcan mucho tiempo en botella. La fermentación y crianza de blancos en barrica tiene muchos seguidores en todo el mundo gracias al conocimiento de los grandes vinos de la región francesa de Borgoña, especialmente de la variedad chardonnay. Allí es práctica habitual partir de mostos de esa variedad, que previamente han macerado con los hollejos de la uva, para aumentar los aromas primarios. Generalmente usan barricas nuevas, de tostados muy tenues, que aportan, de forma conjunta, notas tostadas y de humo. Fermentan en bodegas bien ventiladas durante algo más de un mes con los envases en posición vertical. Posteriormente, se taponan de forma hermética para que el vino permanezca en contacto con las lías hasta un máximo de seis meses, con agitaciones periódicas, generalmente realizadas con bastones, en un procedimiento que se llama batonage. La crianza en botella Cuando el vino, tanto blanco como tinto o rosado, finaliza su estancia en barrica o depósito, según su destino comercial, pasa a botella tras una fase de estabilización. Comienza así una última etapa donde el producto va a perfilar y afinar todas sus cualidades. La crianza en botella, a diferencia de la crianza en madera o depósito, es anaerobia. Si la botella está tumbada y el corcho permanece húmedo los volúmenes de oxígeno que van a entrar en contacto con el vino son insignificantes. Si el cierre es con tapón sintético o rosca, las posibilidades de aireación son todavía menores. ¿Cuánto tiempo deben guardarse las botellas? Es una pregunta difícil de contestar, ya que depende del tipo de vino elaborado, si se ha hecho para guardas muy largas o en su origen cuenta con una acidez y una estructura suficientes para perdurar en el tiempo. Es cierto que los vinos blancos soportan peor la crianza en botella, con excepción de los procedentes de crianza oxidativa o que contengan una buena cantidad de azúcares, y de aquellos otros que han sido preparados para envejecer con dignidad. En la conservación de los vinos tintos embotellados influyen de manera decisiva varios factores, como luz escasa, humedad suficiente y temperatura baja y estable, en torno a los 10 grados. De esta forma, el vino vivirá el doble que si lo mantenemos a una temperatura ambiente en torno a los 20 grados. Al final, pues, todos los vinos continúan su evolución en botella. Es muy importante saber qué tipo de cerramiento se va a utilizar (corcho natural, aglomerado, sintético, rosca, cristal, etc.) en función de la finalidad del vino, ya que este es un ser vivo que continuará su evolución y envejecimiento desde el primer momento. Crianza en botella. La fase de estabilización del vino en botella varía según el tipo de vino que se ha elaborado. En el almacenamiento existen diversos tipos de crianza que los vinos han de pasar antes de salir al mercado. Andalucía, como algunos otros lugares del mundo, cuenta con un patrimonio exclusivo basado en sus originales y diferentes métodos de crianza. Cuando los vinos nuevos han fermentado, los de mayor elegancia se destinan a regar las criaderas de finos y manzanillas; el resto se dedica a las crianzas oxidativas. Los nombres de fino, amontillado y oloroso son exclusivos de Jerez y de Montilla-Moriles, con la excepción de alguna bodega del Aljarafe, en la zona norte de Sevilla, con derechos históricos adquiridos. La manzanilla es un producto singular de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). Y en Condado de Huelva los vinos se clasifican en pálido, oro y viejo, que no son sino las correspondencias con fino, amontillado y oloroso. Eso sí, mientras en Jerez los vinos se encabezan con alcohol vínico, en Montilla-Moriles consiguen su graduación de manera natural. Botas almacenadas de Tío Pepe, del grupo González Byass, en Jerez. La crianza singular de los vinos jerezanos requiere de unas condiciones específicas de temperatura, humedad y circulación del aire por el interior de las bodegas. Crianza biológica y crianza oxidativa Los vinos con crianza biológica deben permanecer en depósito alrededor de un año antes de pasar a la madera. Con el paso de los días, las levaduras que harán evolucionar el vino multiplicando su aroma y dándole su singular carácter hacen acto de presencia, formando un velo en forma de flor sobre la superficie del vino, de ahí el nombre de «crianza bajo velo de flor». Este velo evita el contacto directo del vino con el aire del interior de las botas y lo protege de la oxidación. Además, el contacto continuo con el velo permite una crianza aeróbica que enriquece el vino y consume gran cantidad de oxígeno, así que precisa de aire abundante, una temperatura moderada —alrededor de los 18 oC— y una humedad suficientemente alta, que también permite reducir las mermas de vino por evaporación. Unas condiciones de temperatura, humedad y volumen de aire necesarias para el desarrollo de esta crianza biológica y que solo garantizan las grandes «catedrales del vino». Por su parte, la crianza basada en la guarda y envejecimiento de los vinos en botas de madera es una crianza oxidativa, con características distintas, ya que el contacto continuado con el aire interior y la transpiración a través de la bota crea procesos de oxidación y reducción, además del oscurecimiento del color del vino y el desarrollo de matices sensoriales de crianza. Niveles de vejez En el sistema de criaderas y solera, los vinos más antiguos están en las botas situadas sobre el suelo, por eso se llaman «soleras». Y encima se colocan las otras botas, organizadas en sentido ascendente, según su edad, por eso se llaman «escalas» y «primeras criaderas», «segundas criaderas», etc. Este sistema permite ir mezclando vinos de diferentes niveles de vejez y se procede a sacas muy puntuales de la solera, que se repone con pequeñas cantidades de su primera criadera. Y así sucesivamente con las otras criaderas, mediante trasiegos y un proceso conocido como «correr escalas», que se realiza mediante «rocío» para no romper el velo de flor. Por eso los vinos de Jerez no son de una añada concreta, sino que se menciona el año de su solera o sus años de envejecimiento. Según el Reglamento de la Denominación de Origen, los vinos deben tener un mínimo de tres años de crianza, el equivalente a una solera y dos criaderas. Y se clasifican en diferentes categorías, la primera de ellas para los Vinos de Añada, elaborados con crianza estática, sin mezclar vinos de diferentes edades. Pero los vinos tradicionales son los elaborados con crianza dinámica, mediante el sistema de criaderas y solera, mezclando vinos con diferentes niveles de envejecimiento, algunos de ellos históricos. Los Vinos con Indicación de Edad tienen niveles medios de vejez de entre 12 y 15 años. Los VOS — abreviatura de la expresión latina Vinum Optimum Signatum, es decir, «Seleccionado como Óptimo», en inglés «Very Old Sherry»)— son los vinos de más de 20 años. Y la calificación VORS, los Vinum Optimum Rare Signatum o «Vino Seleccionado como Óptimo y Excepcional» (en inglés, «Very Old Rare Sherry»), se reserva para los vinos de más de 30 años. Grabado a fuego sobre una bota. Estas van recibiendo distintos nombres según el lugar en el que se apilen. Clasificación del vino Por el contenido de azúcares Aunque dice el refrán que «clases de vino solo hay dos: el bueno y el mejor», conviene detenerse en las diversas clasificaciones, muchas de ellas estrictamente reguladas, que rigen y orientan en el mundo del vino. Una primera clasificación puede ser entre vinos secos y dulces. Las uvas maduras contienen altos niveles de azúcar que, al fermentar, se convierten en alcohol. Pero, dependiendo de la maduración y de la variedad de uva, en el vino queda un porcentaje de azúcar, que es lo que permite distinguir entre vinos secos y dulces. Los secos son aquellos en los que las levaduras fermentan la mayor parte de los azúcares que existían al principio en el mosto. Por eso, apenas se notan trazas dulces en el paladar, sensaciones que se detectan en la punta de la lengua. Los dulces son los que se obtienen de mostos azucarados. Estos mostos proceden de uvas sobremaduradas en la propia vid —como es el caso de algunos moscateles del Mediterráneo—, de uvas pasificadas tras la vendimia —como los pedro ximénez andaluces— o de la utilización de ambos métodos a la vez, como es el caso del histórico fondillón alicantino, procedente de la uva monastrell. Los vinos dulces se obtienen también de uvas que maduran gracias al hongo de la Botrytis o podredumbre noble, como los vinos de Sauternes franceses o los Tokaj húngaros. También se pueden obtener estos mostos al endulzarlos con arropes, como ocurre con las mistelas. Secado de uvas para su «pasificación». Algunos vinos dulces —como los pedro ximénez— proceden de este método para azucarar los mostos. Vinos de licor y vinos licorosos Otro procedimiento para obtener un vino dulce se produce posteriormente, al detener la fermentación, como es el caso de los oportos. Estos son vinos de licor, que hay que diferenciar de los vinos licorosos. Así, los licorosos son vinos generosos naturales dulces sin adición de alcohol, como pueden ser los vinos de Sauternes, los Tokaj, los del Rin y el Mosela, en Alemania (conocidos popularmente como Riesling por la variedad principal que utilizan), los vinos de hielo o Eiswein —también de esta zona alemana o de Canadá, y que se cosechan con las primeras heladas—, o incluso el fondillón alicantino. En cambio, los vinos de licor proceden de mostos encabezados con adición de alcohol vínico, como los vinos de oporto, los pedro ximénez o el vino rancio de Banyuls, en Cataluña. Este último vino dulce, como el resto de vinos de postre, tiene además la particularidad de que puede ser blanco o tinto, aunque de estos últimos existen menos ejemplos. Finalmente, dependiendo del azúcar residual que queda en el vino, se puede clasificar en vinos semisecos, semidulces o dulces. Los reglamentos con respecto a los porcentajes de azúcar que deben incluir cada uno de estos tipos de vinos difiere en cada país. Muestras de dos vinos dulces: botella de la bodega mexicana L. A. Cetto, elaborada con las variedades moscatel y palomino, y botella de vino «tostado» (a partir de la casta treixadura) de la DO gallega Ribeiro. VINOS TRANQUILOS Según el contenido de azúcar residual por litro, la normativa de la Unión Europea fija las siguientes categorías: SECO Vinos con un nivel inferior a 4 gramos por litro o 9 g/l si la acidez total expresada en gramos de ácido tartárico por litro no es inferior en más de 2 gramos al contenido de azúcar residual. SEMISECO Niveles inferiores a 12 g/l o 18 g/l si la acidez no es inferior en más de 10 gramos al contenido de azúcar residual. SEMIDULCE Entre 12 y 45 g/l o entre 18 y 45 g/l cuando el contenido de acidez total expresado en gramos de ácido tartárico por litro no es inferior en más de 10 gramos al contenido de azúcar residual. DULCE Vinos con niveles de azúcar superiores o iguales a los 45 g/l. VINOS ESPUMOSOS En estos vinos, los niveles de azúcar deben aparecer en el etiquetado. La UE los clasifica de la siguiente manera: BRUT NATURE Vinos con un nivel inferior a los 3 g/l y a los que no se les ha añadido azúcar después de la fermentación secundaria. EXTRA BRUT Entre 0 y 6 g/l. BRUT Vinos con menos de 12 g/l. EXTRA DRY O EXTRA SECO Entre 12 y 17 g/l. SEC O SECO Espumosos con un contenido de azúcar entre 17 y 32 g/l. DEMI-SEC O SEMI SECO Entre 32 y 50 g/l. DOUX O DULCE Contenido de azúcar superior a los 50 g/l. Según el color El color del vino depende del tipo de uva con el que esté elaborado y del proceso de vinificación al que haya sido sometido. A grandes rasgos se pueden identificar tres tipos de vinificación: tinto, blanco y rosado. Los vinos tintos proceden de uvas de variedad tinta, cuyos pigmentos, aromas y taninos se encuentran en el hollejo de la uva; ello supone que su proceso de producción siempre incluirá la maceración. Los taninos son sustancias orgánicas de origen vegetal que se encuentran en el hollejo, las pepitas y el raspón —aunque su presencia en el vino también se debe al roble de la barrica—, y que dan cuerpo y estabilidad al color del vino. El color del vino depende no solo del tipo de uva con el que esté elaborado sino también del proceso de vinificación al que haya sido sometido. ¿Uva tinta, vino blanco? Los vinos blancos se obtienen de la fermentación de mostos blancos sin hollejos, y, por ello, sin los taninos y antocianos contenidos en ellos. Los racimos se despalillan también para evitar componentes tánicos. No obstante, los vinos blancos se pueden obtener no solo de variedades de uva blanca, sino también de uva tinta, ya que se puede manejar el proceso de la vinificación para conseguir que así sea. Ejemplos de vinos blancos hechos con variedades tintas son el Domínguez hechos con variedades tintas son el Domínguez Especial, elaborado a partir de la variedad tinta canaria negramoll, o el champán blanco elaborado con variedades tintas como la pinot noir y la pinot meunier. Rosados y claretes La elaboración de los vinos rosados se hace con variedades tintas y el color se obtiene gracias al proceso de vinificación. Hay rosados que se vinifican tratando las uvas tintas como si fueran blancas y otros siguiendo el proceso normal de la vinificación de las uvas tintas, pero con el cuidado de realizar una maceración corta de tan solo unas horas, con lo que se consigue que tanto el cuerpo como el aroma del vino sean más intensos. Este método se conoce como «sangrado». Legislación Sin embargo, no se puede denominar «rosado» a un vino procedente de la mezcla de vino tinto con vino blanco, según la normativa comunitaria (artículo 8.1 del Reglamento CE nº 606/2009). En España hay cierta confusión con las denominaciones «rosado» y «clarete». Este último se obtiene a partir de la fermentación de uvas blancas y tintas, y se vinifica como si fuera un tinto. La actual normativa prohíbe la mezcla de vinos ya fermentados tintos y blancos también para elaborar claretes. La legislación que regula en España la clasificación según el color del vino es el Real Decreto 1363/2011, a través del que se desarrolla la reglamentación comunitaria en materia de etiquetado, presentación e identificación de determinados productos vitivinícolas. Las denominaciones que recoge son: «Blanco», «Blanco de uva blanca», «Blanco de uva tinta», «Rosado», «Clarete» y «Tinto». Tono y edad La gama de tonos de los vinos tintos puede ir desde el púrpura oscuro hasta toda una variedad de rojos, e incluso llegar a adquirir una coloración teja claro con ciertos reflejos anaranjados. Por su parte, la tonalidad de los vinos blancos se mueve entre un color acerado con reflejos verdosos y un ocre muy denso. Por último, los vinos licorosos tienen una coloración pronunciada, que se oscurece con la edad. La edad también influye en el color de los vinos tintos y de los blancos: en los primeros, los aclara, mientras que los blancos, con el paso de tiempo, tienden a adoptar un color más oscuro. La variada gama de colores de los vinos de Jerez va desde la pálida manzanilla hasta el tono oscuro de los pedro ximénez. Por la edad Tras la fermentación, el vino entra en un proceso de reposado. El bodeguero elige en un primer momento si lo deposita en un contenedor de metal o en una barrica, dependiendo del tipo de vino que quiera elaborar. Cuando se opta por barrica, se elige además el tipo de madera (roble americano o francés, habitualmente). En ocasiones, la fermentación y el reposado se realizan en la misma barrica para vinos que se conocen como de crianza sobre lías, una técnica que se utiliza sobre todo en los vinos blancos a los que se quiere dar un ligero toque de madera. Lo habitual es someter al envejecimiento en barrica a los vinos tintos, ya que la acumulación de antocianos rojos o materia colorante aumenta con el tiempo (aunque superado cierto punto disminuye) y la acumulación de taninos presentes en este vino, que no deja de aumentar en el proceso de envejecimiento, lo permite. Sin embargo, no todos los vinos tintos valen para envejecer ni en barrica ni en botella, y muchos de ellos se deben tomar en el año como vinos jóvenes. Por su parte, se está apostando por crianzas breves de los vinos blancos en madera, frente a otro tipo de envejecimiento de los grandes blancos, especialmente los franceses, que se realiza en botellas. También se somete al envejecimiento en botella a ciertos vinos espumosos, mientras que para vinos especiales, como los del Marco de Jerez, se cuenta con el sistema de envejecimiento de criaderas y soleras en botas de 600 litros colocadas en forma piramidal. Las botas más cercanas al suelo contienen vinos más antiguos que las más altas y el proceso consiste en ir moviendo parte del contenido de unas botas a otras según van envejeciendo. Tras la fermentación, la primera elección que debe afrontar un bodeguero para el reposado del vino es entre contenedor de metal y barrica. (En la imagen, envejecimiento en barricas, en la bodega de L.A. Cetto, en Baja California.) Crianza, reserva, gran reserva La normativa comunitaria, recogida por la Ley española de la Viña y el Vino, especifica para los vinos con Denominación de Origen una clasificación según el tiempo de envejecimiento: Crianza para los vinos tintos si el período mínimo de envejecimiento es de 24 meses, de los que al menos seis habrán permanecido en barricas de madera de roble de capacidad máxima de 330 litros; y para los blancos y rosados con un período mínimo de envejecimiento de 18 meses, de los que al menos seis habrán permanecido en barricas de madera de roble de la misma capacidad máxima. Reserva para los vinos tintos con un período mínimo de envejecimiento de 36 meses, de los que habrán permanecido al menos 12 en barricas de madera de roble de capacidad máxima de 330 litros, y en botella el resto de dicho período; y para los blancos y rosados con un período mínimo de envejecimiento de 24 meses, de los que habrán permanecido al menos seis en barricas de madera de roble de la misma capacidad máxima, y en botella el resto de dicho período. Gran reserva para los tintos con un período mínimo de envejecimiento de 60 meses, de los que habrán permanecido al menos 18 en barricas de madera de roble de capacidad máxima de 330 litros, y en botella el resto de dicho período; y para los blancos y rosados con un período mínimo de envejecimiento de 48 meses, de los que habrán permanecido al menos seis en barricas de madera de roble de la misma capacidad máxima, y en botella el resto de dicho período. Sala de botellero en las modernas instalaciones de Protos (DO Ribera del Duero). Tras el embotellado, el vino permanece almacenado cierto tiempo para que pueda catalogarse dentro de las categorías de vino de crianza. Otras denominaciones Para los vinos de la tierra se pueden utilizar las siguientes clasificaciones: Noble cuando el período mínimo de envejecimiento es de 18 meses en total, en recipiente de madera de roble de capacidad máxima de 600 litros o en botella. Añejo para los vinos sometidos a un período mínimo de envejecimiento de 24 meses en total, en recipiente de madera de roble de capacidad máxima de 600 litros o en botella. Viejo para los vinos sometidos a un período mínimo de envejecimiento de 36 meses, cuando este envejecimiento haya tenido un carácter marcadamente oxidativo debido a la acción de la luz, del oxígeno, del calor o del conjunto de estos factores. En el caso de los vinos espumosos de calidad, pueden utilizar las denominaciones premium, reserva y gran reserva, destinada esta última a los espumosos amparados por la Denominación Cava, con un período mínimo de envejecimiento de 30 meses contados desde el tiraje hasta el degüelle. Botella del cava gran reserva Jaume Codorníu. La denominación gran reserva se destina a los cavas con un período mínimo de envejecimiento de 30 meses contados desde el tiraje hasta el degüelle. La clasificación más básica del vino según su método de producción diferencia los vinos tranquilos (sin burbuja) de los vinos espumosos o inquietos, es decir, aquellos que contienen gas carbónico natural procedente de la fermentación (ver «El método champenoise»). En realidad, ambos tipos de vino comparten poco más que la uva y el placer que provoca su cata: las diferencias se aprecian desde la copa ideal para cada uno (de boca ancha para el vino y de tipo flauta para los espumosos) hasta los platos que forman el maridaje perfecto con uno u otro. La clasificación de los vinos de Jerez En España, los vinos del Marco de Jerez cuentan también con su propia clasificación: por un lado están los vinos de crianza biológica o fermentación sin oxígeno bajo el velo de flor a los que pertenecen el fino y la manzanilla, así como los amontillados. Si se opta por una fermentación con oxígeno, pasan a ser olorosos. Además se incluye el palo cortado, que comienza siendo un amontillado y termina como oloroso. La original elaboración de estos vinos se explica en el apartado «Criaderas y solera». Otros vinos según su producción Entre las denominaciones más habituales hoy en día se puede destacar la de vinos ecológicos, orgánicos o biológicos. La normativa de la Unión Europea relativa a la producción ecológica limita al mínimo la adición de sulfitos y prohíbe ciertas prácticas, procesos y tratamientos enológicos, como la concentración parcial por frío, la eliminación del anhídrido sulfuroso mediante procedimientos físicos, el tratamiento por electrodiálisis para la estabilización tartárica del vino, la desalcoholización parcial del vino o el tratamiento con intercambiadores de cationes para la estabilización tartárica del vino. Otros vinos se producen siguiendo una Gestión Integrada de Plagas (GIP), que fomenta el uso racional de los fitosanitarios; estos vinos se denominan vinos de producción integrada. Siguiendo un modelo de producción radicalmente distinto se encuentran los vinos biodinámicos, que siguen un método similar al tratamiento que se hace con la homeopatía en humanos, al utilizar como únicos tratamientos los naturales, los que se encuentran en la propia tierra, como por ejemplo dosis reducidas de metales o de otros componentes, para reforzar la conexión de la vid con el suelo y la luz, y conseguir así su dinamismo y viveza. Siguiendo los preceptos religiosos se encuentran los vinos kosher, es decir, los aptos para tomar por la comunidad judía porque en todo su proceso de elaboración han estado presentes judíos practicantes. Siguiendo otro proceso de elaboración más mundano se encuentran los vinos aromatizados, entre los que destaca el vermut. Se trata de una bebida de aperitivo de tanta importancia en España que al lapso de tiempo antes de la comida se le denomina en muchas zonas «la hora del vermut». Es un vino encabezado con una pequeña cantidad de alcohol neutro a la que se añade sacarosa o incluso arropes aromatizados. La vitivinicultura sostenible ha cobrado auge en las últimas décadas, pudiéndose ya catalogar como tipos de vinos distintos, por su elaboración, los llamados «vinos ecológicos» y los «biodinámicos». (En la imagen, certificado de sostenibilidad otorgado al grupo Matarromera, de la Ribera del Duero.) El pisco es una bebida espirituosa de origen vínico que, al contrario que la mayoría de las de esta especie, está elaborada con la destilación del mosto fermentado en vez de con los orujos, como casi todos sus referentes. Su fama viene también precedida de la polémica por su origen, que se disputan Perú y Chile, con visiones muy contrapuestas del comercio internacional. Mientras Perú apela en su denominación de origen, que data de 1991, por las peculiaridades de una bebida que nace en la costa, y cuyo nombre se repite en el nombre de un puerto, de un valle y de un ave, Chile indica que el nombre de pisco es tan genérico como el de vino o whisky y que el valle chileno de Elqui, donde comenzó a elaborarse, también en el siglo xvi como en Perú, pertenecía entonces a ese virreinato. El pisco peruano El pisco peruano se elabora a lo largo de toda la costa en las zonas de Lima, Ica, Arequipa, Moquegua y Tacna, a menos de 2 000 metros de altitud. Con una graduación alcohólica que oscila entre los 38 y 48 grados, la denominación autoriza en su elaboración las castas quebranta, negra corriente, mollar, italia, moscatel, albilla, torontel y uvina. Considerado un producto emblemático de Perú, las bodegas comienzan su elaboración durante el mes de marzo con la pisada de la uva en cuadrillas, en los lugares más tradicionales, o con la entrada de esta en tolvas, en el resto. En la mayoría del país, fermenta en depósitos de acero inoxidable durante siete días y después pasa a los alambiques, algunos de ellos elaborados, a la antigua usanza, con una falca de ladrillo y barro con paredes de cal donde se calienta el serpentín. Perú produce anualmente 7 millones de litros, frente a los 1,6 millones del año 2000, de los que exporta 235 000 litros, sobre todo a Estados Unidos y Chile. El Pisco Puro está elaborado con un solo tipo de uva; es complejo en boca y simple en nariz; generalmente se hace de quebranta. El Pisco Mosto Verde se destila antes de que finalice la fermentación, con lo que queda algo de azúcar residual que le otorga finura. El Pisco Acholado combina varias uvas. El Pisco Aromático, muy atractivo, proviene de castas aromáticas como moscatel, italia o albilla. Botella y estuche de uno de los piscos elaborados por la bodega Tabernero, establecida en Ica, en la costa sur de Perú, principal región productora de esta bebida de origen vínico. El pisco chileno El pisco chileno, que se circunscribe a las áreas de Atacama y Coquimbo y cuya apelación data de 1985, utiliza como variedades principales las moscateles de Alejandría, rosada y de Austria, la torontel y la pedro ximénez, y otras accesorias como la chaselas y otras de la familia de las moscatel. Los chilenos producen 49 millones de litros y optan por rebajar el grado con agua desmineralizada y situarse entre los 43 grados del Gran Pisco y los 30 del Pisco Tradicional. El singani El singani es un destilado vínico boliviano, que procede de la variedad moscatel de Alejandría, y se elabora en las áreas de Tarija, Chuquisaca y Potosí. Se trata del licor nacional, que se ofrece como Gran Singani o Singani de Altura, Singani de Primera Selección o Singani de Segunda Selección. Gran Singani de la bodega Casa Real, sita en Tarija, área boliviana a casi 2 000 m de altitud en la que se elabora el espirituoso singani a partir de la variedad moscatel de Alejandría. Clasificación por su origen La legislación en el mundo del vino se puede remontar a la Antigüedad. Entre las normativas más antiguas, quizás la más conocida sea el arranque de las viñas que decretó el emperador Domiciano para remediar la escasez de trigo y el exceso de vino en el Imperio romano en el siglo I d. C. En cuanto a la clasificación de los vinos, los egipcios, griegos y romanos ya destacaron los vinos de ciertos lugares, pero la primera norma oficial que se conoce data de 1855 y se refiere a los grandes crus del Médoc, en Burdeos. El sistema fue establecido a petición de Napoleón III, quien quería conocer qué vinos se exhibían en la exposición universal de ese año en París. Para ello, los productores del Médoc dividieron los châteaux en cinco niveles, del premier al cinquième cru, lo que significa de la primera a la quinta finca, basándose en su nivel comercial. El concepto actual de las denominaciones de origen llegaría más tarde, en 1927, en Francia, con las Appellations Simples, y en 1935, con las Appellations d’Origine Contrôlée. Racimos de uva tinta en Médoc, primera zona de Burdeos en implantar un sistema de clasificación geográfica, a mediados del siglo xix. Normativa vinícola en España En España existe normativa antigua tanto respecto a la expansión del cultivo como a la comercialización del vino en América desde el siglo xvi. En el siglo xvii fue abundante la normativa para su comercialización y en el siglo xviii para resolver problemas como el que se produjo en Cataluña con los viticultores no propietarios, quienes querían perpetuar los contratos de explotación de las vides, conocidos como enfiteusis a rabassa morta (cesión de la tierra mientras vivieran las cepas plantadas). Estos conflictos rabassaires comenzaron en 1765, año en el que los magistrados dieron la razón a los propietarios prohibiendo los colgats (sistema de producción que alargaba la vida productiva de la vid) y limitando la duración del contrato a 50 años. Durante el siglo xix se publicaron en España numerosas disposiciones sobre el vino, poniendo una mayor atención en la calidad. Por ejemplo, la Real Orden de 23 de febrero de 1890, una de las primeras relativas a la elaboración de los vinos, que fue reforzada por el Real Decreto de 7 de enero de 1897, en cuyo preámbulo se hace una apuesta decisiva por la calidad. La legislación también mostró su preocupación por el comercio exterior, y bajo la regencia de María Cristina se dictó el Real Decreto de 21 de agosto de 1888 por el que el Gobierno establecía en París, Londres y Hamburgo estaciones enotécnicas, con objeto de promover, auxiliar y facilitar el comercio de vinos españoles puros y legítimos. En 1925 se otorgó en España la primera denominación de origen a Rioja, una de las regiones históricamente más ligadas al comercio del vino, aunque no se formalizó hasta 1953, y aún habría que esperar hasta 1976 para que el Ministerio de Agricultura promulgase un marco legal para las denominaciones de origen. La primera norma general para el sector vitivinícola en España fue el Estatuto del Vino de 1932, sustituido por el Estatuto de la Viña, del Vino y de los Alcoholes, de 1970. Este estuvo formalmente en vigor hasta la aprobación de la Ley de la Viña y el Vino en el año 2000. La normativa española ha sido modificada por la comunitaria a través de la Organización Común del Mercado del vino. Esta regulación surgió en la década de 1970 y se desarrolló en un reglamento de 1987. El Reglamento (CE) 1493/1999 estableció una nueva OCM vitivinícola, que fue de aplicación directa en todos los Estados miembros a partir del 1 de agosto de 2000. Esta OMC se reguló posteriormente a través del Reglamento (CE) 479/2008. Viñedo en otoño en Rioja. La normativa en España relativa a la expansión del cultivo y a la comercialización del vino en América se remonta siglos atrás, mientras que la relativa a la clasificación por el origen geográfico arranca en 1925 con la concesión de la denominación de origen a los vinos riojanos. Graduación alcohólica: norma y tendencia Esta normativa define el vino como «producto obtenido exclusivamente por fermentación alcohólica, total o parcial, de uva fresca, estrujada o no, o de mosto de uva». Determina que el grado alcohólico mínimo adquirido no debe ser inferior al 8,5 % o el 9 % vol., dependiendo de qué zona procede la uva cosechada, y fija como grado máximo el 15 % vol., aunque dispone excepcionalmente el 20 % para determinadas zonas. En el caso del vino de licor, el mínimo se sitúa entre el 15 y el 17,5 % vol. según la zona y el máximo en el 22 %. Para vinos espumosos, el mínimo es del 8,5 % vol.; del 9 % vol. para el vino espumoso de calidad, del 10 % vol. para los vinos espumosos aromáticos de calidad, del 16 % para los vinos de uvas pasificadas y del 9 % para los vinos de aguja, mientras que el mosto no ha de superar el 1 % vol. En cualquier caso, existe una tendencia actual a disminuir la graduación alcohólica de los vinos. Así lo expresa el escritor y sumiller François Chartier: «Hoy la gente quiere beber frescura, y me parece excelente que vayamos hacia una media de unos doce grados de alcohol y no los 15 a los que habíamos llegado». Además, y pese a que no se recoge en la normativa, la tecnología permite la elaboración de vinos desalcoholizados; es decir, tras la fermentación del mosto y la obtención del vino, este se somete a un proceso que permite eliminar el alcohol. Algunas firmas españolas han comenzado su elaboración, especialmente para la exportación a países musulmanes, como el Grupo Matarromera (con la marca EminaSin), el Grupo Torres (con la marca Natureo) o el Grupo Élivo (Élivo Zero Zero). Botellas de Emina 0º, del Grupo Matarromera (Ribera del Duero). La tendencia a reducir la graduación alcohólica en el vino ha alcanzado en los últimos años la máxima expresión con este y otros vinos. Los nombres geográficos de vinos En el mencionado reglamento comunitario se implantó además una nueva regulación para los nombres geográficos de vinos, con la que desaparecieron los VCPRD (vinos de calidad producidos en regiones determinadas) y se incorporaron las DOP (denominación de origen protegida) e IGP (indicación geográfica protegida). A partir de ese momento, el reconocimiento de los vinos acogidos a esas menciones no es realizado por los Estados miembros, sino por la Comisión europea. De esta manera, los vinos producidos en todos esos Estados comparten la misma clasificación. Los vinos con DOP se diferencian de los clasificados como IGP porque en las DOP sus características son exclusivamente debidas a su origen geográfico, con sus factores humanos y culturales, mientras que las IGP tienen calidad y reputación atribuibles a su origen geográfico, pero no es imprescindible que todas las fases de producción, transformación y elaboración se realicen en la misma área. En los vinos DOP la totalidad de las uvas proceden de la zona de producción y sus variedades pertenecen a la Vitis vinifera, mientras que en los de IGP la norma establece que sea el 85 % del total de las uvas las que procedan de su zona geográfica y que las variedades pueden ser del género Vitis en general. Términos en el etiquetado Tanto en las DOP como en las IGP, el etiquetado, regulado por Reglamento (CE) n.º 753/2002, puede incluir el año de cosecha (si al menos el 85 % de la uva fue cosechada en el año indicado), el nombre de las variedades de uva, las distinciones y medallas obtenidas en concursos autorizados, y otras menciones tradicionales complementarias. En España, estos términos tradicionales son los siguientes: Amontillado, Añejo, Chacolí-Txakolina, Clásico, Cream, Criadera, Criaderas y Soleras, Crianza, Dorado, Fino, Fondillón, Gran reserva, Lágrima, Noble, Oloroso, Pajarete, Pálido, Palo Cortado, Primero de Cosecha, Rancio, Raya, Reserva, Sobremadre, Solera, Superior, Trasañejo, Vendimia Inicial, Viejo, Vino de Tea y Vino Maestro. En el caso de los vinos de licor y vinos de aguja, si han sido gasificados con adición de anhídrido carbónico debe aparecer en la etiqueta. En el etiquetado también es obligatorio declarar la presencia de alérgenos, tales como los productos a base de huevo —como «huevo», «proteína de huevo», «ovoproducto», «lisozima de huevo» u «ovoalbúmina»—, empleados para la clarificación, o productos a base de leche —como «leche», «productos lácteos», «caseína de leche» o «proteína de leche»—, o el dióxido de azufre y los sulfitos en concentraciones superiores a 10 mg/kg o 10 mg/litro expresados como «SO2». Botella de Tío Pepe, con la mención destacada en la etiqueta «Fino muy seco», uno de los términos tradicionales que se permiten en el etiquetado de los vinos españoles con denominación de origen. E-Bacchus: todas las DOP e IGP Dentro de la categoría DOP se incluyen las Denominaciones de Origen, entre las que, además, si los vinos cumplen una serie de exigentes requisitos, pueden ser también Denominación de Origen Calificada (DOCa), Vinos de Pago o Vinos de Pago Calificado, así como Vinos de Calidad con Indicación Geográfica. Entre las DOP más conocidas se cuentan las francesas de Burdeos y Borgoña, la española de Rioja o la italiana de Barolo. Entre los vinos con Indicación Geográfica Protegida se encuentran los Vinos de la Tierra. Entre las numerosas IGP de la Unión Europea, se cuentan: Landwein der Mosel (Alemania), Vin de pays du Calvados y Vins de pays Cathare (Francia), vino del Peloponeso (Grecia), vinos de Calabria y de Campania (Italia), o el Vinho Regional Açores y el Vinho Regional Alentejano (Portugal). Todas estas denominaciones se encuentran en una base de datos actualizada por la Unión Europea denominada E-Bacchus, en la que también se incluyen denominaciones aprobadas para terceros países. Los vinos comunitarios no incluidos en estas indicaciones se denominan vinos de mesa. Las DO y las DOCa La Denominación de Origen (DO) hace referencia al nombre de una región, comarca, localidad o lugar determinado que haya sido reconocido administrativamente para designar vinos que se produzcan en ese territorio con uvas procedentes del mismo, que cuenten con prestigio comercial y cuya calidad y diferenciación se deban a la zona en la que se elaboran. Existen denominaciones de origen en todo el territorio peninsular e insular español, y cada una de ellas tiene asociada una variedad de uva determinada, unos tipos de vinos y un territorio, excepto la DO del Cava, que se extiende por diferentes provincias, ya que se basa no solo en la variedad de uva, sino también en un método de elaboración. La zona geográfica de la DO Cava incluye 159 municipios: 63 de la provincia de Barcelona, 52 de Tarragona, 12 de Lleida y 5 de Girona, en Cataluña; 18 de La Rioja; 2 de Zaragoza, 3 de Álava y 2 de Navarra, además de los de Requena (Valencia) y Almendralejo (Badajoz). Dentro de las denominaciones de origen reconocidas se incluyen otras menciones específicas, como Denominación de Origen Calificada (DOCa), Vinos de Pago o Vinos de Pago Calificados, así como Vino de Calidad con Indicación Geográfica (VC). Diversas botellas de Finca Los Azares, vino de las bodegas Ayuso, en La Mancha. Esta DO es la más extensa de todo el país. Comunidad a comunidad En Andalucía, las DO son: Condado de Huelva, Jerez-Xérès-Sherry, Málaga, Manzanilla de Sanlúcar de Barrameda, Montilla-Moriles y Sierras de Málaga; además de Granada y Lebrija, clasificadas como Vinos de Calidad con Indicación Geográfica. En Aragón se encuentran las DO Calatayud, Campo de Borja, Cariñena y Somontano; además de la DO Cava (tercera comunidad productora, tras Cataluña y La Rioja) y la de Aylés, que es un vino de pago. El Principado de Asturias solo cuenta con la denominación Cangas, considerado Vino de Calidad con Indicación Geográfica. Por su parte, en Baleares existen las DO Binissalem y Pla i Llevant, en la isla de Mallorca. En Canarias se encuentran numerosas denominaciones de origen, pues casi cada isla cuenta con una (El Hierro, Gran Canaria, La Gomera, Lanzarote y La Palma) y, en el caso de Tenerife, con varias: Abona, Tacoronte-Acentejo, Valle de Güímar, Valle de la Orotava e Ycoden-Daute-Isora. En Castilla-La Mancha se encuentran las siguientes DO: Almansa, La Mancha, Manchuela, Méntrida, Mondéjar, Ribera del Júcar, Uclés y Valdepeñas, una de las más afamadas históricamente. Además, cuenta con los vinos de pago Campo de la Guardia, Casa del Blanco, Dehesa del Carrizal, Dominio de Valdepusa, Finca Élez, Guijoso, Pago Calzadilla y Pago Florentino. En Castilla y León, las DO más conocidas son quizás Ribera del Duero, Rueda (con sus vinos blancos de la variedad verdejo) y Toro (famosa por sus vinos de tintilla de toro), pero también se encuentran las de Arlanza, Arribes del Duero, Bierzo, Cigales, Tierra de León y Tierra del Vino de Zamora, además de Sierra de Salamanca, Valles de Benavente y Valtiendas, que son Vinos de Calidad con Indicación Geográfica. En Cataluña se encuentran las DO Alella, Conca de Barberà, Costers del Segre, Empordà, Montsant, Penedès, Pla de Bages, Priorat (que es DOCa), Tarragona y Terra Alta, además de la genérica DO Catalunya. Extremadura cuenta con la DO Ribera del Guadiana; Galicia, con Monterrei, Rias Baixas, Ribeira Sacra, Ribeiro y Valdeorras. Estas denominaciones gallegas no solo cuentan con vinos blancos, los más conocidos de la comunidad, sino también con tintos, como los de Ribeira Sacra, que están sorprendiendo por su calidad. Diversas botellas elaboradas por el consejo regulador de Ribeiro, denominación de origen situada en la Galicia meridional, al paso del Miño por el borde noroccidental de la provincia de Orense. La Comunidad de Madrid cuenta con la DO Vinos de Madrid, cuyos viñedos se distribuyen en tres subzonas: Arganda, Navalcarnero y San Martín de Valdeiglesias. En la Región de Murcia se encuentran las DO de Bullas y Yecla, además de la de Jumilla, que, al igual que las DO Cava y Rioja, es supraautonómica, pues abarca seis municipios de Albacete y el murciano que lleva su nombre. Los potentes vinos de Jumilla se elaboran especialmente con la variedad monastrell. Navarra cuenta con la DO Navarra, conocida por sus vinos rosados procedentes de la variedad garnacha, aunque también produce interesantes vinos blancos y tintos, así como vino de licor hecho con moscatel. En esta comunidad se incluyen además los siguientes vinos de pago: Pago de Arínzano, Pago de Otazu y Prado de Irache. El País Vasco, además de albergar producción de vino de la DOCa Rioja y una pequeña parte de la DO Cava, cuenta con tres denominaciones para su fresco vino blanco conocido como txacolí, chacolí o txakolina, coincidentes con Álava, Vizcaya y Getaria. La comunidad de La Rioja prácticamente se confunde con la DO homónima, considerada DOCa y que por otro lado excede el territorio de aquella, pues se amplía al País Vasco (Álava), Navarra e incluso Burgos. Finalmente, la Comunidad Valenciana dispone de las DO Alicante, UtielRequena y Valencia, además de los vinos de pago El Terrerazo y Los Balagueses. Distintivos publicitarios de Bullas, denominación de origen establecida en 1994 para la elaboración de vino de calidad en los municipios murcianos de Bullas, Mula, Ricote, Cehegín, Lorca, Caravaca, Moratalla y Calasparra. DOCa, un rango exclusivo Los vinos con Denominación de Origen Calificada (DOCa) se encuadran dentro de las denominaciones de origen. Para conseguir ese rango, deben cumplirse unos estrictos requisitos: han de pasar al menos 10 años desde que esa zona haya sido reconocida como DO; todo el vino comercializado debe haber sido embotellado en bodegas inscritas y ubicadas en la zona geográfica; debe contar con un sistema de control; prohíbe la coexistencia en la misma bodega con vinos sin derecho a la DOCa, salvo vinos de pagos calificados ubicados en su territorio, y ha de disponer de una delimitación cartográfica, por municipios, de los terrenos aptos para producir vinos con derecho a la DOCa. Rioja se ha ganado un puesto indiscutible entre los mejores viñedos de España, y en 1991 fue la primera región en acceder al rango de DOCa. Se divide en tres subzonas: Rioja Alavesa, Rioja Alta y Rioja Baja, que abarcan territorios de La Rioja, Álava, Navarra y Burgos. Las variedades de uva tinta autorizada para elaborar los vinos de Rioja son: tempranillo (con la que se elaboran preferentemente estos vinos), garnacha tinta, mazuelo y graciano, así como las variedades autóctonas conocidas como maturana tinta, maturana parda y monastrell. Las variedades blancas permitidas son: viura (la más habitual), malvasía, garnacha blanca, chardonnay, sauvignon blanc y verdejo. También están autorizadas las variedades autóctonas maturana blanca, tempranillo blanco y turruntés. Los vinos de Rioja más conocidos son los tintos; sin embargo, hay grandes vinos blancos, incluso envejecidos en botella, como los de Viña Tondonia. La segunda DOCa española es la de Priorat, en Tarragona. Tras muchos años de dificultades para la producción del vino en esta área escarpada, se ha convertido en una de las más singulares de España por las características del suelo, muy pizarroso, y de la orografía, pues su cultivo se realiza en terrazas. Cuentan con muchas vides centenarias y en ellas se comenzaron a elaborar vinos que encerraban el carácter de esta tierra, gracias, en gran medida, al enólogo Álvaro Palacios, que comenzó a trabajar en esta zona en 1989. En esta DOCa, las variedades blancas de uva autorizadas son la garnacha blanca, la macabeo y la pedro ximénez, así como la chenin y la viogner; mientras que las tintas son la garnacha negra, cariñena, cabernet sauvignon, merlot, sirah y garnacha peluda. Sede en Logroño del consejo regulador de la Denominación de Origen Calificada Rioja. Constituido en 1953, este organismo se encarga —ateniéndose a su reglamento de 1970— de la defensa de esta DOCa y de la aplicación, control y fomento de la calidad de los vinos amparados en ella. Vinos de pago Los vinos de pago son los originarios de un «pago», entendiendo por tal el paraje o sitio rural con características edáficas y de microclima propias que lo diferencian y distinguen de otros de su entorno. La palabra «pago» procede del latín pagus, aunque asociar este tipo de heredades a grandes vinos ya lo hacían los egipcios, griegos y romanos. Entre los griegos, eran afamados, por ejemplo, los pagos de la montaña de Tmolos, en Esmirna, los de Fanes, en Quíos, o Plentia, en Alejandría. En la normativa de la Unión Europea se exige que el pago sea conocido con un nombre vinculado de forma tradicional y notoria al cultivo de los viñedos durante al menos cinco años y que su extensión máxima esté limitada. Por ejemplo, un pago no podrá ser igual ni superior a la extensión de ninguno de los términos municipales en cuyo territorio se ubique. En caso de que todo el pago se encuentre incluido en el ámbito territorial de una denominación de origen calificada, puede recibir el nombre de «pago calificado», y los vinos producidos en él se denominan entonces «de pago calificado», siempre que acredite que cumple los requisitos exigidos a los vinos de la denominación de origen calificada y que se encuentra inscrito en la misma. Entre los pagos míticos europeos se encuentran el Domaine de la Romanée Conti, en Borgoña, y el viñedo Sassicaia, de Tenuta San Guido, en la Toscana. Vista invernal de Château Smith-Haut-Lafitte, en el área bordelesa de Graves. Los pagos se conocen con otras denominaciones dependiendo de la zona vitícola; así, por ejemplo, en Burdeos se les llama grand cru o premier cru. Pagos en España y el mundo El primer pago reconocido en España fue Dominio de Valdepusa, de Carlos Falcó, marqués de Griñon, en 2002. Se trata de una extensión de 42 hectáreas de viñedos de las variedades cabernet sauvignon, merlot, petit verdot y syrah, en Malpica de Tajo (Toledo), propiedad de la familia desde 1292. Otras heredades vitícolas que han conseguido la mención oficial de Vino de Pago son: Campo de la Guardia, Casa del Blanco, Dehesa del Carrizal, Finca Élez, Guijoso, Pago Calzadilla y Pago Florentino, que, junto al mencionado Dominio de Valdepusa, hacen que Castilla-La Mancha sea la comunidad autónoma española con más denominaciones de este tipo. Otros vinos de pago españoles reconocidos oficialmente son: Pago de Arínzano, Pago de Otazu y Prado de Irache, en Navarra; El Terrerazo y Los Balagueses, ubicados en la Comunidad Valenciana; y Pago de Aylés, en Aragón. Existe una asociación denominada Grandes Pagos de España, fundada en el año 2000 con el objetivo de propagar este tipo de vinos. No obstante, no todos los vinos representados por esta asociación han conseguido de momento la mención oficial de vino de pago. Los pagos también se conocen con otras denominaciones dependiendo de la zona vitícola. Así, por ejemplo, en Burdeos se les llama grand cru o premier cru; en Borgoña se conocen como domaine, climat o clos; en Portugal, quinta, y en Italia, vignetto o sori. En California, Australia, Nueva Zelanda o Sudáfrica se denominan single vineyard. En España, la finca pionera en la elaboración de vinos de pago ha sido Dominio de Valdepusa, en Toledo, propiedad de Carlos Falcó, marqués de Griñón. (En la imagen, acceso por una avenidad de cipreses y lavandas a Casa Vacas, finca principal del dominio, que aparece reproducida en las etiquetas de los vinos de Marqués de Griñón.) Otras denominaciones españolas Los llamados Vinos de Calidad con Indicación Geográfica son los producidos y elaborados en una región, comarca, localidad o lugar determinado con uvas procedentes de los mismos, cuya calidad, reputación o características se deban al medio geográfico, al factor humano o a ambos, en lo que se refiere a la producción de la uva, a la elaboración del vino o a su envejecimiento. En la actualidad, las áreas que han recibido dicha distinción para sus vinos son: Cangas, Granada, Lebrija, Sierra de Salamanca, Valles de Benavente y Valtiendas. Vinos de la Tierra Los vinos con Indicación Geográfica Protegida o Vinos de la Tierra son vinos procedentes de regiones determinadas en las que se elabora el vino siguiendo una normativa no tan exigente como la de las DO. Entre estos vinos se encuentran los andaluces Altiplano de Sierra Nevada, Bailén, Cádiz, Córdoba, Cumbres del Guadalfeo, Desierto de Almería, Laderas del Genil, Laujar-Alpujarra, Los Palacios, Norte de Almería, Ribera del Andarax, Sierras de Las Estancias y Los Filabres, Sierra Norte de Sevilla, Sierra Sur de Jaén, Torreperogil y Villaviciosa de Córdoba. Los vinos de la tierra aragoneses son Bajo Aragón, Ribera del GállegoCinco Villas, Ribera del Jiloca, Valdejalón y Valle del Cinca. También se producen en esta comunidad autónoma junto con la de Navarra los vinos de la tierra Ribera del Queiles. En Navarra también existe la mención de vino de la tierra Tres Riberas o 3 Riberas. Los vinos cántabros están acogidos a las IGP o Vinos de la Tierra Costa de Cantabria y Liébana, mientras que para los extremeños la denominación es Vinos de la Tierra de Extremadura. También adoptan el nombre de la comunidad autónoma los vinos castellanoleoneses, con Vinos de la Tierra de Castilla y León, mientras que en Castilla-La Mancha se denominan Vinos de la Tierra de Castilla. En la Región de Murcia se encuentran las menciones Vinos de la Tierra de Murcia y Campo de Cartagena. En Galicia se han otorgado las de Barbanza e Iria, Betanzos y Valle del Miño-Orense, y en Baleares las de Formentera, Ibiza, Illes Balears, Isla de Menorca, Mallorca y Serra de Tramuntana-Costa Nord. La Rioja cuenta con Valles de Sadacia, denominación bajo la que se elaboran únicamente vinos blancos. Ni el País Vasco ni Cataluña cuentan con vinos bajo este tipo de mención. El Gobierno español intentó adscribir a estas menciones una genérica para todo el territorio nacional denominada Viñedos de España, pero fue rechazada por la Unión Europea junto con la propuesta francesa de Viñedos de Francia. Los vinos de mesa Los vinos que están fuera del ámbito de las certificaciones de calidad son conocidos como vinos de mesa. Según la Organización Común del Mercado del vino, estos vinos han de tener unas condiciones cualitativas mínimas. En el caso de los blancos, han de tener un grado alcohólico volumétrico adquirido mínimo de 10,5 % vol.; una acidez volátil máxima de 9 miliequivalentes por litro y un contenido máximo de anhídrido sulfuroso de 155 miligramos por litro. Para los vinos tintos, el grado alcohólico volumétrico adquirido mínimo es de 10,5 % vol.; la acidez volátil máxima, 11 miliequivalentes por litro, y el contenido máximo de anhídrido sulfuroso de 115 miligramos por litro. Los vinos rosados deben cumplir las condiciones citadas para los vinos tintos, excepto en lo que se refiere al anhídrido sulfuroso, cuyo contenido máximo es el establecido para los vinos blancos. En ocasiones, pequeños productores prefieren mantenerse al margen de las legislaciones ligadas a la procedencia o los métodos de producción, lo que hace que, aunque legalmente sus elaboraciones se consideren vinos de mesa, puedan llegar a ser de una altísima calidad. Sierra de Salamanca es una de las seis áreas españolas productoras dentro de la denominación de origen protegida Vinos de Calidad con Indicación Geográfica. Agrupa cinco bodegas, entre ellas Valdeáguila, a la izquierda, y Cámbrico, a la derecha. Clasificación de los vinos en Latinoamérica Aunque los países latinoamericanos han optado, en general, por una mayor libertad a la hora de clasificar sus vinos que en la Vieja Europa, al final, los fondos de comercio de algunas denominaciones de origen españolas, italianas o francesas han influido, especialmente en Argentina, a la hora de ofrecer sus propuestas, tanto a nivel nacional como internacional. Chile Como baluarte de los vinos del Nuevo Mundo, Chile ha optado claramente por las variedades a la hora de ofertar sus vinos en el comercio internacional. Sus apelaciones a carménère, merlot, cabernet sauvignon, pinot noir, chardonnay, sémillon o sauvignon blanc, por poner algunos ejemplos, son sus señas de identidad. No obstante, los cánones europeos y la competencia con vinos con tradición como los franceses les ha hecho establecer sus propias denominaciones de origen, que parten de las cinco grandes regiones vitícolas que establece el decreto 464 de 26 de mayo de 1995 del Ministerio de Agricultura chileno. Son las regiones vitícolas de Atacama, Coquimbo, Aconcagua, Valle Central y Sur. Estas cinco regiones, a su vez, se dividen en subregiones, algunas de ellas de gran predicamento, como los valles de Elqui, Casablanca, Maipo, Curicó o Maule, pero también en zonas y áreas. Entre las primeras destacan los valles de Colchagua y Tetuvén, y entre las segundas, Vicuña, San Juan, Santa Cruz, San Javier y Negrete. Las denominaciones de origen referidas a esas regiones, valles o áreas vitícolas deben tener, al menos, el 75 % de las uvas producidas en origen y de los cepajes más comunes del país, y los vinos deben ser envasados en el territorio nacional. La denominación especial Secano Interior puede utilizarse cuando las castas usadas sean la país o la cinsault y estas provengan del área comprendida entre el río Mataquito, por el norte, y Bío Bío, por el sur. Asimismo, pueden indicar añada cuando al menos el 75 % del vino sea de ese año. Los vinos sin denominación de origen pueden ser elaborados en cualquier parte del país y no solo con las uvas reconocidas en el decreto sino con otras cepas viníferas tradicionales. Por último, los vinos de mesa son los obtenidos con variedades de uvas de mesa. Panorámica de los viñedos de la bodega Caliterra, en el valle de Colchagua, una de las zonas vitícolas reconocidas dentro del sistema de clasificación geográfica del vino chileno, regulado desde 1995. Argentina La clasificación de vinos en Argentina nace de la ley 25 163 de 1999 y el Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV) es el organismo encargado de supervisarla. El país cuenta con tres categorías de designaciones: Indicación de Procedencia (IP): identifica un producto originario de un área geográfica menor que el territorio nacional y que ha de ser expresamente reconocida y definida por el INV. Puede usarse en las etiquetas de vinos de mesa o vinos regionales. Indicación Geográfica (IG): identifica un producto procedente de una región, localidad o área geográfica de producción delimitada del territorio nacional, siempre menor que la superficie provincial o interprovincial ya reconocida. El reconocimiento es otorgado solo cuando determinadas características del producto pueden atribuirse a su origen geográfico. Denominación de Origen Controlada (DOC): identifica el producto originario de una región, localidad o área de producción delimitada del territorio nacional cuyas cualidades o características particulares se deben exclusivamente al medio geográfico con el apoyo de factores naturales y humanos. Argentina cuenta en la actualidad con tres DOC. La primera de ellas nació en Luján de Cuyo a finales de la década de 1980 por su singularidad expresada, sobre todo, con la variedad emblemática argentina malbec, aunque no solo por esta. La zona, ubicada al norte de la provincia de Mendoza, es bañada por el río del mismo nombre en unos viñedos que se ubican entre los 800 y los 1 200 metros. En la misma provincia, San Rafael, al sur, es atravesada por los ríos Diamante y Atuel, que nacen en las altas cumbres andinas y que refrescan un viñedo situado entre los 500 y los 800 metros. Fue el segundo paso. El Alto Valle del Río Negro ha constituido la tercera DOC hasta el momento, como consecuencia de ser una zona geográfica con unas características singulares, ya que se ubica en la Patagonia, una zona fría donde sus vinos blancos son frescos y excelentes, mientras los tintos aportan características propias, especialmente los de las variedades pinot noir y chardonnay. Pero la división de calidad más numerosa en Argentina son las IG que parten de las grandes zonas vitivinícolas. Además de Mendoza, que supone alrededor del 75 % del viñedo del país, merece la pena también citar San Juan, la segunda en importancia, Cafayate-Valle de Cafayate, La Rioja o Córdoba. El número de IG se sitúa en unas 60. Vendimia en Altos Las Hormigas. La provincia de Mendoza cuenta con dos de las tres Denominaciones de Origen Controladas otorgadas hasta el momento en Argentina. Uruguay, Brasil, México y Perú Tampoco Uruguay ha optado por el sistema europeo de denominaciones de origen, aunque sí cuenta con Indicaciones Geográficas (IG) registradas en el Instituto Nacional de Vitivinicultura (Inavi) que parten de los departamentos de Canelones, el más importante, Colonia, Durazno, Paysandú, Rivera, San José y Maldonado. Todos ellos acogen un total de 21 IG, la mayoría de ellas con la variedad tannat como estandarte de todo el país. Algunas de las IG más famosas coinciden en nombre con el de empresas punteras del país, como el caso de Juanicó, en Canelones, o Los Cerros de San Juan, en Colonia. Otras parten de ubicaciones geográficas singulares por su belleza, como es el caso de Sierra de la Ballena, en Maldonado. En el caso de Brasil, donde la práctica totalidad del viñedo se centra en el estado de Río Grande do Sul, Vale dos Vinhedos es la única Indicación Geográfica (IG) reconocida en el país para la elaboración de vinos de calidad y como región vinícola que cuenta con un consejo regulador, a la manera de los existentes en Europa. Con cerca de 26 000 km2 ocupados por viñas, que fueron introducidas por inmigrantes procedentes de las regiones italianas de Trentino y Véneto, el valle destaca por la presencia de variedades como cabernet sauvignon, chardonnay, tannat y merlot, con las que se elaboran tanto vinos tranquilos como magníficos espumosos. Tiene una altitud media de 743 metros y se localiza en Serra Gaúcha, entre los municipios de Garibaldi, Bento Gonçalves y Monte Belo do Sul. México no cuenta con una clasificación oficial, aunque de manera oficiosa los vinos se ofrecen por su origen geográfico. Destaca Baja California, el área conocida como «la franja del vino» y con el clima más apto para su cultivo por sus oscilaciones térmicas. Esta área acapara el 80 % de la producción. El resto se reparte entre los estados de Coahuila, Aguascalientes, Zacatecas — una de las áreas en alza—, Querétaro, Guanajato y Chihuahua. Perú, otro de los países donde la popularidad del vino avanza, tampoco cuenta con una clasificación propiamente dicha. La mayor producción se concentra en Ica, la franja más meridional y de mayor tradición, pero también se extiende por Ancash, Arequipa, La Libertad, Lima y Moquegua. Inacabable extensión de viñedos de la brasileña Miolo. Con cerca de 26 000 km2, Vale dos Vinhedos es la única Indicación Geográfica reconocida en el país. Otras denominaciones del mundo En la Unión Europea, además de la normativa comunitaria, algunos Estados miembro tienen subclasificaciones específicas para sus vinos. Francia, pionera Francia cuenta con un sistema de clasificación de vinos que ha servido de base para otros países europeos. Parte de una división entre vinos de mesa, vinos del país —categoría similar a los vinos de la tierra en España— y denominaciones de origen controladas (Apellation d’Origine Contrôlée, AOC o AC), que cuentan con una clasificación particular dependiendo de la zona y que van desde las generales geográficas (como la AOC Bordeaux o la AOC Bourgogne) a las que representan un pequeño terruño, como la AOC Romanée-Conti. Una de las áreas que marca la pauta en la clasificación de vinos franceses es Burdeos. Fue allí cuando en 1855 los comerciantes decidieron la creación de una clasificación de los vinos de Burdeos que distinguiera a los mejores, tanto los tintos de Médoc como los dulces de Sauternes-Barsac. Nacieron así los grands crus classés. Toda esta pléyade de grandes vinos pertenecen a las actuales denominaciones de Saint-Émilion (con la subdivisión entre SaintÉmilion, Saint-Émilion Grand Cru y Saint-Émilion Grand Cru Classé), Pomerol, Médoc, Haut-Médoc, Margaux, Saint-Estèphe, Pauillac, SaintJulien, Graves (Graves Supérieur) y Pessac-Leognac. Burdeos clasifica sus châteaux en cinco niveles, desde el premier hasta el cinquième cru, mientras Saint-Émilion cuenta con el grand cru classé para los mejores châteaux. La clasificación oficial de 1955 de Saint-Émilion se actualiza aproximadamente cada década, siendo la última de 2006. Por su parte, los vinos de Graves cuentan con clasificación oficial desde 1953 (clasificación revisada en 1959), mientras que en 2006 fue creada la clasificación oficial de los Crus Artisans du Médoc, después de más de 130 años de historia, y que incluye a 44 productores de las regiones de Médoc y Haut-Médoc. Los vinos blancos dulces de Sauternes y Barsac se clasifican en tres categorías, estando solo como premier cru el Château d’Yquem. Existen, además, las denominaciones de origen Burdeos y Burdeos Superior, para el 25 % de los vinos de la región. Los vinos de Borgoña abarcan un total de 99 denominaciones de origen. Allí se dan cita denominaciones como Chablis, Côte d’Or (separada en Côte de Nuits y Côte de Beaune), Côte Chalonnaise y Mâconnais. En Borgoña conviven 600 viñedos con la calificación de premier cru con 33 que alcanzan el privilegio de grands crus, entre ellos algunos míticos, como Clos-Vougeot, Échezaux, Chambertin, La Tâche o Romanée-Conti. En Champaña hay dos denominaciones de origen: la DOC Champagne, para el champán, y la Coteaux-Champenois, para los vinos tranquilos. Sus viñedos también se clasifican como grand cru y premier cru, y las mejores añadas como millésime. En el Valle del Loira, región muy conocida por sus vinos blancos, que alcanzan el 75 % de la producción total, se dan cita denominaciones como la de Anjou, y las de Muscadet, Pouilly-Fumé y Sancerre, entre los blancos, y Saumur y Chinon, en los tintos. Côtes du Rhône, cuna del ensamblaje de variedades, abarca desde la denominación genérica que lleva el nombre de toda la región al ChâteauGrillet, denominación de un solo propietario, pasando por los míticos CôteRôtie o Chateauneuf-du-Pape, en tintos, los exquisitos blancos de Condrieu o los afrutados de Crozes-Hermitage. En Alsacia, la denominación de origen Alsacia marca la pauta y es frecuente que le siga en el nombre la variedad utilizada, como AOC Alsace Riesling, Klevener de Heiligenstein o Pinot Gris. Existen 51 viñedos con el apelativo grand cru, reservado para los mejores. Uno de los viñedos grand cru de Chambertin (Côte de Nuits, Borgoña). En la región conviven 600 viñedos con la calificación de premier cru con 33 que alcanzan el privilegio de grand cru. Italia Las denominaciones de origen en Italia son quizás más complejas que en Francia y, salvo alguna excepción, corresponden a nombres geográficos (Orvieto, Castelli Romani, Franciacorta, Barolo o Valpolicella) o a variedades que preceden al nombre geográfico (Brunello di Montalcino, Albana di Romagna, Sagrantino di Montefalco o Vermentino di Gallura). Existen denominaciones de origen que, como en Francia, comprenden a su vez varias subdenominaciones, que se corresponden con las distintas variedades de la zona: Trentino (Pinot Nero, Marzemino o Riesling Itálico), Colli Orientali del Friuli (Picolit, Tocai Friuliano, Pignolo) o Alto Adige (Cabernet Sauvignon, Schiava, Traminer Aromática, etc.). Pero las denominaciones de origen se dividen sobre todo en tres tipos: DOCG (denominación de origen controlada y garantizada), DOC (denominación de origen controlada) e IGT (indicación geográfica típica). Después quedan los vinos de mesa. En estos momentos existen 33 DOCG, 309 DOC y 116 IGT. Las denominaciones de origen en Italia son quizás más complejas que en Francia correspondiendo, salvo alguna excepción, a nombres geográficos o a variedades que preceden al nombre geográfico. (En la imagen, stand de la DOC Trento en la feria Vinitaly.) Alemania: calidad y madurez de la uva En Alemania, el escalón superior lo conforman los vinos de calidad de origen determinado con distinción especial (Qualitätswein mit Prädikat, QmP). Se dividen en seis grados en orden ascendente al grado de madurez en el momento de la cosecha, desde el Kabinett (azúcar natural mínimo) hasta el Trockenbeerendauslese: Kabinett: semiseco, a menos que se indique trocken o halbtrocken. Son vinos finos, generalmente ligeros, elaborados con uvas plenamente maduras. Spätlese: vino de calidad superior de cosecha tardía, vendimiada al menos una semana después de la cosecha normal. Son vinos normalmente semisecos, más concentrados y con mayor sabor. Auslese («selección»): vino dulce o semiseco, elaborado con uvas afectadas por la botritis. Beerenauslese («selección de uvas»): uvas de cosecha sobremadurada y seleccionadas una a una. Son vinos extraordinariamente ricos, dulces, ideales para acompañar postres o disfrutarlos solos. Eiswein («vino de hielo»): vino muy dulce hecho con uvas que sufrieron una helada y que son cosechadas y prensadas cuando todavía están congeladas y por debajo de -8o C. Tienen una gran concentración de azúcares y acidez acentuada. Trockenbeerenauslese (TBA) [«selección de uvas secas»]: vino muy dulce elaborado con la selección de manera individual de racimos muy maduros y con signos de concentración por deshidratación. Ricos, deliciosos y con tonos amielados, son vinos muy intensos en aroma y sabor, y pueden ser secos o dulces. El segundo nivel de clasificación en Alemania se denomina Quälitatswein bestimmter Anbaugebiet (QbA, vinos de calidad de origen determinado). En él se engloban la inmensa mayoría de los vinos provenientes de algunas de las 13 zonas especificadas y se distinguen: Landwein (equivalente al vin de pays francés) y Deutsche Tafelwein (categoría del vino de mesa producido en Alemania). Los QbA en general son vinos ligeros, refrescantes y de sabor afrutado, que se recomienda consumir jóvenes. El 90 % de los vinos alemanes están adscritos a las calificaciones de vinos finos, mientras alrededor de un 5 % son vinos del país (Landwein) y el otro 5 % vinos de mesa (Tafelwein). Desde la década de 1990, las etiquetas alemanas incluyen otra clasificación, que distingue Grosses Gewächs (vinos en los que se usa únicamente variedades autorizadas, como la riesling, especialmente en los viñedos de las regiones de Palatinado y Rheingau) de Erstes Gewächs. Portugal Las denominaciones en Portugal, donde también existen las indicaciones geográficas protegidas y los vinos de mesa, se refieren a las principales áreas geográficas vitivinícolas: Vinho Verde: vinos que, por su situación geográfica —norte del país, zona influenciada por el Atlántico y de alta humedad—, producen poco azúcar y no requieren de un proceso de envejecimiento. Son vinos ligeros, suaves y de poca complejidad. Dentro de esta demarcación se encuentra el Alvarinho, que da esplendor al área. Douro: zona que engloba los vinos de Oporto pero que también produce unos maravillosos vinos tranquilos, algunos de guarda, muy apreciados. Dao: vinos producidos en la región de Beira Alta, en el centro-norte del país, concretamente en el área montañosa de clima templado entre los ríos Mondego y Dao. Alentejo: región del centro-sur del país. Produce unos vinos concentrados, de carácter más mediterráneo, muy demandados por los portugueses. Bairrada: área vinícola en el eje de 40 km que forman las ciudades de Águeda y Coimbra, en el noroeste. Elabora los mejores vinos espumosos portugueses, tanto con uvas blancas como tintas. Otros países europeos Otros países europeos cuentan también con denominaciones específicas, como Grecia, para su vino Retsina, o Luxemburgo, con el Crémant. En Hungría es específico el sistema de clasificación del vino Tokaji. El grado de dulzor de este vino —procedente de la adición de uvas botritizadas al vino fresco original— se indica en la etiqueta como 3, 4, 5 o 6 puttonyos, es decir, los capazos de uvas pasificadas necesarios para su elaboración. Estados Unidos, Sudáfrica, Australia En Estados Unidos se permite utilizar las denominaciones clásicas de vinos de otros países, como sherry, champagne o brandy, igual que ocurre en otros países, como Japón. No obstante, a partir de 1993, cuando el vino estadounidense comenzó a tomar nombre, se crearon las AVA (American Viticultural Areas, «áreas vitícolas americanas»). En las etiquetas se especifica la variedad de uva utilizada cuando el vino cuenta con un mínimo del 75 %, y se adjudica a un AVA si al menos el 85 % de las uvas proceden de esa zona. En Sudáfrica, la legislación permite etiquetar como Wine of Origin (WO) los vinos procedentes de tres grandes zonas: sur, oeste e interior del país, y la península del Cabo y alrededores. En Australia, las zonas vitivinícolas se dividen en regiones y subregiones. No obstante, la mezcla es un símbolo de los vinos australianos, en los que los productores ensamblan diferentes cosechas de distintas zonas. En las etiquetas se destaca la variedad de la uva si alcanza el 85 % del total y si procede de la misma zona en el mismo porcentaje. En los vinos del Nuevo Mundo se encuentran denominaciones como las AVA (American Viticultural Areas) estadounidenses, otorgadas a los vinos que cuentan al menos con un 85 % de uva de esa zona. (En la imagen, racimo californiano.) CLASIFICACIÓN DE LOS VINOS DE OPORTO Los vinos de Oporto cuentan con una compleja clasificación. Se dividen en: VINTAGE Es un vino de añada excelente de la que solo hay tres o cuatro por década como máximo, y ocupa uno de los escalones más altos. Procede de una sola cosecha seleccionada, envejece en depósito de madera unos dos años y después pasa a reposar en botella 15, 20, 30 o más años. Pueden dividirse en clásicos, acreditados por la bodega, o Single Quinta Vintage, con uvas que proceden exclusivamente de la finca indicada. LATE BOTTLE VINTAGE (LBV) Se trata de un Vintage elaborado para beber a más corto plazo, entre tres y cinco años desde su comercialización. Fue un invento de la casa Taylor para evitar largas esperas de los consumidores y abaratar el precio, aunque generalmente se trata de muy buenas cosechas. TAWNY Significa «leonado», nombre que se debe al color amarronado que obtiene el vino tras una crianza en madera de entre tres y cinco años. En ocasiones contiene mezcla de Oporto blanco. TAWNY 10, 20, 30 O 40 Son vinos de largas crianzas, que vienen indicadas en botella, y pueden pertenecer a la mezcla de varias añadas, envejecidos de media 10, 20, 30 o 40 años. COLHEITA Son vinos Tawny embotellados con mención de cosecha en la etiqueta y que han sido envejecidos en madera un mínimo de siete años. Han de ser consumidos en un plazo no superior a un año tras su comercialización RUBY Es uno de los vinos más simples y baratos. Su nombre hace referencia a las piedras preciosas. Son vinos con unos tres años de permanencia en depósitos grandes y que denotan juventud en su consumo. Su estilo es más dulce y afrutado. CRUSTED Mezcla de diferentes cosechas. OPORTO BLANCO Vino dulce de aperitivo, elaborado con uvas blancas. Un desafío para el diseño Botellas: formas, tamaños, colores El mundo del vino sería impensable sin las botellas de cristal — generalmente individuales y con una capacidad de 75 cl—, que nos permiten disponer de él y servirlo de forma eficaz y eficiente. Pero no siempre fue así. En la Antigüedad y en la Edad Media —de hecho, hasta el siglo xviii—; el vino se trasegaba de otras maneras. Se utilizaban ánforas de cerámica, concebidas para facilitar su transporte y almacenamiento; y más tarde se introdujeron otros sistemas, como las barricas de madera y los contenedores de cuero (odres, etc.). Las ánforas —palabra de origen griego— aparecieron por primera vez en las costas de Líbano y Siria, durante el siglo xv a. C., y se extendieron por todo el mundo antiguo. Hubo un alto grado de tipificación en las ánforas de vino, que tenían una capacidad variable. En Egipto, solían contener unos 27 l; en Babilonia, 30 l; en Grecia, unos 26 l, mientras que las romanas, las más difundidas por todo el Mediterráneo, contenían de media un pie cúbico, aproximadamente 26,026 litros. En los siglos xvii y xviii aparecieron dos innovaciones íntimamente ligadas: la botella de vino de cristal y el tapón de corcho. Fueron los británicos los que impulsaron estas novedades, ya que les era más cómodo importar los vinos de Burdeos de esta forma. Las primeras botellas tenían una aspecto más redondo que alargado dado que, con las técnicas conocidas entonces, resultaba más fácil obtener una forma esférica al tratar el vidrio soplado. Las mejoras sobre la composición del vidrio desarrolladas en Venecia y Cataluña ya en el siglo xiii, permitieron empezar a elaborar en el siglo xvii botellas de vidrio resistentes al transporte de larga distancia, con formas homogéneas. Una botella que ha conservado su forma redondeada es la del vino italiano de Chianti, botella que sigue recubriéndose de paja, motivo hoy decorativo y que en tiempos servía de protección. Por su parte, la aparición de los vinos espumosos conllevó el desarrollode mejoras técnicas en la confección de las botellas, para que estas pudiesen resistir la presión del dióxido de carbono. Las botellas de cristal de esa época oscilaban entre los 700 y los 800 ml, debido a que esa era la cantidad más fácil para poder ser transportada por una persona. Hacia 1720 se empezaron a hacer botellas más alargadas, parecidas a las actuales. Las impurezas del vidrio las volvían de color verde o incluso oscuras, lo que por otro lado favorecía la conservación del vino, circunstancia que ha supuesto su permanencia como elemento característico hasta la actualidad, sobre todo en los tintos y en la mayoría de espumosos. En 1821, H. Ricketts & Co. Glassworks, de Bristol, patentó una forma de fabricar mecánicamente botellas del mismo tamaño y capacidad: así nació la botella de vino tal como la conocemos. Hoy, si varían la forma, el tamaño o el color de las botellas es esencialmente por motivos de mercado. Formas como la de ánfora en la botella homónima de Dehesa de los Canónigos o en el cava Kripta, de Agustí Torelló Mata; colores ya asentados, como el negro para los tintos o el transparente para los espumosos, o más rompedores (como el azul del vino blanco Mar de Frades), se eligen sobre todo para singularizar un producto. Por último, en cuanto a las nuevas tendencias, cabe señalar el reaprovechamiento de las botellas no solo como reciclaje sino como objeto de diseño (por ejemplo, en la cristalería de Wineries, confeccionada a partir de botellas cortadas), y la aparición, como posible alternativa futura al vidrio, de los más ligeros envases de plástico o incluso de latas de vino de gama alta (por ejemplo, Win, de las bodegas Matarromera, de Ribera del Duero). CAPACIDAD DE LA BOTELLA (litros) BOTELLA DE CHAMPAGNE O ESPUMOSO RESTO DE BOTELLAS DE VINO 0,187 Benjamín o Piccolo Split 0,375 Demiboite Mitad de botella o de Tres octavos 0,75 Standard Standard 1,5 Magnum Magnum 3 Jeroboam Doble magnum 4,5 Rehoboam Jeroboam o Rehoboam 5 Matusalem Box 6 Matusalem Imperial 9 Salmanzar Salmanzar 12 Baltasar Baltasar 15 Nabucodonosor Nabucodonosor 18 Melchor o Salomón Salomón 27 Primat 30 Melquíades BORDELESA Es la botella más corriente. Su forma es alta y cilíndrica. Es originaria, como su nombre indica, de la región de Burdeos. Permite el almacenamiento del vino en posición horizontal sin problema alguno. BORGOÑA Es el diseño de botella más antiguo que se conoce y toma su nombre de la región homónima. Tiene los hombros en pendiente, de modo que la botella es más ancha en la base y se va estrechando hasta el cuello. RIN Fusiona las características de los dos tipos anteriores. Su forma es muy estilizada por su altura y presenta los hombros en caída. Es originaria de la zona del río Rin. CHAMPAGNE O DE ESPUMOSO Es el tipo más empleado para la conservación de estos vinos. Se presenta con hombros bajos, paredes gruesas y cuenta con una oquedad en su base para resistir mejor la presión del gas. FRANCONIA De forma aplanada, corta, y de contorno redondeado y cuello cilíndrico. JEREZANA Se diferencia de la botella bordelesa en que en el cuello presenta un abombamiento y un gollete en dos fases. Leer la etiqueta Por lo general, las etiquetas de vino ofrecen una cantidad de datos muy superior a la de la mayoría de los demás productos. Deben ser detalladas porque el comprador necesita saber cierto número de cosas sobre el vino —de dónde viene, quién lo produce, a qué cosecha pertenece, con qué variedad está elaborado, etc.— para poder tener una noción sobre su calidad y valor, y poder decidir si se trata del tipo de vino que andamos buscando. Asimismo, las etiquetas tienen que respetar la legislación que reglamenta el mundo del vino, sobre control de calidad y autenticidad. La etiqueta principal suele ser cuadrada, de un tamaño igual o superior a los 10 cm2. En general, va acompañada de otras etiquetas: la etiqueta inferior, más pequeña y estrecha; la contraetiqueta, colocada en el lado opuesto a la etiqueta principal, y que ofrece información adicional; las etiquetas circulares para publicitar medallas y premios obtenidos; amén de la cápsula de estaño que cubre la boca y el tapón de la botella, o el collarín, faja de papel que cubre la parte inferior de la cápsula y que suele llevar impreso el nombre de la bodega. La serie de datos a primera vista complejos que figuran en una etiqueta son, sin embargo, simples de descodificar, ya que todos los países vinícolas han establecido lo que debe (o no debe) mencionarse. Diversos acuerdos internacionales han armonizado las leyes para que un vino pueda comercializarse en todo el mundo conforme a la legislación del país importador. TRADICIÓN Los dibujos que muestran extensiones de viñedos u otras partes nobles de las propiedades abundan en las etiquetas de corte clásico, sobre todo en las de los châteaux bordeleses. MODERNIDAD A partir de las décadas de 1980 y 1990, las bodegas hicieron un esfuerzo por aplicar diseños innovadores en las etiquetas de sus vinos, en una simbiosis de arte y vino en la que han participado reputados artistas y que en no pocas ocasiones ha dado excelentes resultados gráficos. PRODUCTO DE... La información sobre la procedencia no solo es obligatoria en la mayoría de casos sino que, en el vino, resulta particularmente pertinente para ofrecer una primera orientación al consumidor. PREMIOS Las distinciones obtenidas en concursos por un vino se suelen notificar junto a los márgenes superior o inferior de la etiqueta principal, y se presentan con la forma circular de las medallas. COLECCIONISMO «Se bebe para recordar, no para olvidar», decía en 2012 el escritor italiano Erri de Luca al suplemento cultural «Babelia», de «El país», desde la cocina de su casa cerca de Roma, cuya pared está completamente forrada con etiquetas de vino (de botellas que ha bebido). Junto con las placas de cava y los corchos, las etiquetas de vino constituyen un objeto apreciado por coleccionistas. Cuando la tirada es limitada debido a la producción exclusiva del vino para un evento concreto (como, en este caso, la celebración de las bodas de oro de los condes de Barcelona, en 1985, con un verdejo de Rueda de Bodegas Los Curros, del grupo Yllera), el interés aumenta. AIRE DE FAMILIA Las etiquetas de una misma bodega o grupo vinícola buscan —mediante los recursos que permiten la tipografía, los filetes, el color, los cantos de las etiquetas, etc.— un equilibrio entre elementos comunes y singulares que permitan distinguir con facilidad un vino pero al mismo tiempo adscribirlo a una bodega de un simple vistazo Publicitar el vino Aunque pueda parecer que la publicidad, y en concreto la del vino, sea una cosa actual, lo cierto es que siempre ha existido, bien que de modo distinto a como hoy la conocemos. Ya en la antigua Grecia, las bodegas anunciaban su producto poniendo una rama de pino en la entrada; esta práctica ha llegado hasta hoy en Cataluña y Baleares, donde algunas bodegas siguen haciéndolo cuando llega el vi novell (vino joven), de ahí el dicho popular «on hi ha pi, hi ha bon vi» (donde hay pino, hay buen vino). El romano Plinio habló de los vinos de la Tarraconense, pero el primer escritor «enológico» posiblemente fue el catalán Francesc Eiximenis, en el siglo xiv, con Com usar bé de beure e menjar, obra en la que elogia los vinos de Borgoña, Burdeos, Castilla, Italia, Provenza, la variedad picapoll de Mallorca, etc. Sin embargo, la publicidad gráfica moderna nació en el siglo xix, asociada al auge de la prensa y a la mejora de las técnicas tipográficas y calcográficas. La publicidad en el vino ha llegado a constituir un capítulo propio de la historia del arte y el grafismo, ya que varios renombrados artistas han sido los encargados de realizarla. El modernismo fue un estilo artístico particularmente fructífero en esta relación entre bodegas y artistas, con resultados tan brillantes como los carteles de Ramon Casas para los cavas Codorníu o las «majas» de Gaspar Camps para los rioja de Martínez Lacuesta. Con la televisión, los anuncios de Freixenet deseando felices fiestas desde la década de 1970 se han convertido en un género clásico navideño, presentados por artistas como Liza Minnelli, Antonio Banderas, Kim Bassinger, Shakira, o dirigidos por Martin Scorsese. En los últimos años, la colaboración de artistas en la promoción del vino se ha ampliado a las etiquetas y los estuches (por ejemplo, los diseños del pintor Jesús Mateo para el tinto manchego Quercus, de Bodegas Fontana; la colección «Arte, vino y emociones», del priorato Clos Galena, con la participación de 12 pintores, etc.). Y no solo pintores; diseñadores de moda como Amaya Arzuaga, Custo o Ángel Schlesser, o artistas «totales» como David Lynch, recientemente también han puesto su creatividad al servicio de una u otra bodega. En las primeras décadas del siglo xx, prestigiosas bodegas catalanas o riojanas recurrieron a artistas modernistas para publicitar sus productos. (En la imagen, cartel de Ramon Casas para Codorníu.) Internet y legislación Actualmente, aparte de los soportes habituales —prensa, cartelismo, folletos, flyers, radio, televisión—, ha crecido mucho más el sector en internet —blogs, redes sociales—, sobre todo por las estrictas normas sobre la publicidad de alcohol impuestas por las autoridades a partir de la década de 1990, por motivos de salud y de protección de menores. En Francia, la ley Evin (1991), modificada o completada por la ley Bachelot (2009), partió de la filosofía de contemplar la publicidad de los vinos y las bebidas espirituosas en función de la protección de la salud pública. Modelos de la reglamentación sobre la materia establecida en España y otros países, entre una y otra ley, la aplicación de algunas disposiciones se ha relajado —por ejemplo, en la capacidad de hacer publicidad en internet—, mientras que para otras se ha fortalecido, como la prohibición de venta de bebidas alcohólicas a menores de edad o la clasificación como bebidas alcohólicas de todas aquellas a partir de 1,2º. Así pues, en la mayoría de los países los vinos se rigen hoy por unas normas de comercialización y publicidad especialmente restrictivas. El emblemático cartel luminoso de Tío Pepe ha presidido la puerta del Sol de Madrid desde su instalación en 1936 en el antiguo hotel París. Retirado en 2011 por cambio de titularidad del edificio, se prevé su colocación en breve en otro punto de la plaza. IDEAS PARA VENDER Algunas ideas para dar publicidad al vino son obvias —«Beba el vino tal»—, pero otras no tanto. Los directivos de las bodegas y los creativos publicitarios suelen manejar los siguientes campos. BRANDING La publicidad y comercialización de la marca probablemente es la vía más directa. Aquí, el mensaje es la marca. Algunos mensajes clave en la publicidad de marcas de vino son la ubicación de la bodega (denominación de origen, territorio), los premios y las variedades empleadas. VENTAS ONLINE La mayoría de las bodegas ofrecen la posibilidad de adquirir productos en sus páginas web. En ellas, realizan campañas específicas, como la venta de la última cosecha o de cosechas vintage. Algunas, incluso, solo ofrecen sus productos a través de este sistema, con notable éxito. VINTAGES Y NUEVAS CAMPAÑAS Dirigidas a los clientes habituales, estas promociones pueden incidir en los premios obtenidos, la participación en certámenes, ferias o eventos varios, o bien en la selección del vino por una revista, un jurado o un crítico de prestigio. Constituyen una forma bastante eficaz de publicitar el producto. MERCADO DE EXPORTACIÓN Es un terreno cada vez más importante. Para ello, se procura adaptar el producto a las características y gustos locales: por ejemplo, en China se prefieren los vinos dulces, factor que determina el producto destinado a ese país. VISITAS Las visitas a bodegas, las rutas enogastronómicas y el enoturismo en general constituyen un factor cada vez más importante. CLUBES DE VINOS Muchas bodegas tienen clubes de ventas, dirigidos a los aficionados más fieles a sus marcas y para captar nuevos clientes. La economía del vino La producción La producción mundial de vino sigue teniendo en la Unión Europea su máximo exponente, con una producción total de 156,9 millones de hectolitros en 2011, que representan una cuota del 59 % del total mundial. También en extensión de viñedo, la UE lidera el ranking, con más de 3,5 millones de hectáreas, lo que supone el 47,1 % de la superficie mundial. La producción mundial se situó en 2011, según la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV), en 265,8 millones de hectolitros —excluyendo zumo y mosto—, una cifra que marca una ligera tendencia a la baja (la media de producción desde el año 2000 es de 271 millones de hectolitros). Por países, Francia, con 49,6 millones de hl (18,7 %), ocupa el primer puesto, siendo, además, el primer productor de vinos amparados por denominación de origen o indicación geográfica protegida (una clasificación menos exigente que la denominación de origen). Le siguen Italia (41,6 millones de hl, 15,6 % del total mundial) y España (34,3 millones de hl, 12,9 %). Este trío de cabeza va seguido, ya fuera de Europa, por Estados Unidos (18,7 millones de hl), Argentina (15,5 millones), Australia (11 millones), Chile (10,5 millones), Sudáfrica (9,7 millones) y, completando la lista de los 10 principales elaboradores, Alemania (9,6 millones de hl). Por lo que respecta a la extensión del viñedo mundial, este aparece en retroceso. Los datos de la OIV para el año 2011 sitúan la superficie vitícola mundial en 7,49 millones de hectáreas, un dato que indica una disminución de la misma de 94 000 ha en relación al curso anterior. El viñedo comunitario no ha escapado a esta tendencia bajista. La incidencia de varios factores, entre los que cabe destacar la reestructuración de las zonas de cultivo, el impacto de la crisis vitícola o el programa europeo de ayuda a los arranques, ha traído consigo una progresiva reducción de la superficie plantada hasta los 3,53 millones de ha. No obstante, esta rebaja se ha visto compensada con el mantenimiento de las áreas de cultivo en el resto del mundo, con variaciones a la baja en Argentina y Turquía, repuntes en China y Australia, y estabilidad en Estados Unidos y Sudáfrica. La producción de vino está encabezada por Francia, Italia y España, a las que siguen los pujantes países productores del Nuevo Mundo, Australia, Sudáfrica, etc. En hectolitros, la producción mundial asciende a más de 265 millones. España, el mayor viñedo del mundo El sector vitivinícola español tiene gran importancia, tanto por el valor económico que genera, como por la población que ocupa y por el papel que desempeña en la conservación medioambiental. Siempre según datos de la OIV, España, con unos mil millones de hectáreas destinadas al cultivo de la vid (97,4 % destinadas a vinificación, 2 % a uva de mesa, 0,3 % a la elaboración de pasas y el 0,3 % restante a viveros), sigue siendo el país con mayor extensión de viñedo de la Unión Europea y del mundo. Sin embargo, esta extensión del viñedo español no deja de descender en los últimos años. Desde las 1 229 000 hectáreas del año 2000, las últimas estimaciones oficiales apuntan a que esta superficie ha bajado hasta las 970 000 ha en 2011. Con las ayudas de la Unión Europea, en los últimos años se han eliminado unas 100 000 ha, cifra a la que deben sumarse, además, los viñedos arrancados sin ayudas oficiales y simplemente abandonados por escasa rentabilidad. En todo caso, sigue representando un 30 % de la superficie total de la UE (seguido por Francia e Italia, con aproximadamente un 22,5 % cada una) y un 13,8 % del total mundial. La vid ocupa el tercer lugar en extensión de los cultivos españoles, detrás de los cereales y el olivar, pero el vino ya es el producto agroalimentario español más exportado. La Federación Española de Industrias de la Alimentación y Bebidas (FIAB), en su Informe Anual de Exportaciones 2011, asegura que el vino fue el producto agroindustrial español que más facturó en la exportación, con 4 661 millones de euros, por delante de la carne de porcino y del aceite de oliva. Un territorio de contrastes La situación geográfica, las diferencias climáticas y la variedad de suelos hacen de la España peninsular y de las islas Baleares y Canarias lugares privilegiados para la producción de vinos de características muy distintas. Se cultiva viñedo en las 17 comunidades autónomas que conforman el país, si bien cerca de la mitad de la extensión total se encuentra en Castilla-La Mancha (473 050 ha, 48,7 % del viñedo plantado), la zona geográfica con mayor extensión del mundo dedicada a su cultivo, seguida de Extremadura (cerca de 85 000 ha, 8,7 %), Comunidad Valenciana (67 491 ha), Castilla y León (65 837 ha), Cataluña, La Rioja, Aragón, Murcia y Andalucía. Sin embargo, La Rioja es la comunidad autónoma que dedica, proporcionalmente a su superficie cultivada, mayor extensión al cultivo del viñedo. La media de explotación agraria en España es de 3,34 ha, aunque varía entre las distintas regiones; las explotaciones más pequeñas se dan en Galicia, y las mayores, en Murcia. En cuanto al reparto geográfico de la producción, y según datos de la campaña 2011/12, Castilla-La Mancha sigue siendo la principal región productora, con más de la mitad de la producción total española y casi 20 millones de hectolitros. Extremadura es la segunda comunidad, superando ligeramente los 4 millones de hl (algo más del 10 % del total), seguida de Cataluña, con 3,3 millones de hl (8,5 %). La suma de estas tres comunidades supone el 68 % de la producción total. Del resto de comunidades, destacan la Comunidad Valenciana y La Rioja, ambas por encima de los 2 millones de hl, seguidas de otras cuatro comunidades más con una producción por encima del millón de hectolitros: Castilla y León, Galicia, Andalucía y Aragón. El vino sale a presión de un grifo de las bodegas Roda, en Rioja, comunidad que produce algo más de 2 millones de hectolitros al año. Otros valores Pero la dimensión socioeconómica del cultivo de la vid se extiende más allá de la actividad agrícola en los viñedos y también abarca las actividades económicas indirectas relacionadas con la producción vitícola, tales como el comercio y la comercialización del vino, la producción de toneles de roble, botellas, cápsulas y corchos, y el desarrollo del turismo vinícola. El sector del vino contribuye, asimismo, a la conservación del medio ambiente. Los viñedos son garantes de la presencia humana en zonas frágiles que a menudo carecen de otras alternativas económicas. Las viñas plantadas en pendientes y terrazas ayudan a limitar la erosión del suelo y también son una protección contra los incendios, ya que la baja densidad de sus plantaciones impide la propagación de aquellos. Además, la viticultura, como cultivo eminentemente de secano, no consume recursos hídricos, cada vez más escasos precisamente en las zonas relativamente cálidas y secas del planeta, justamente donde la viticultura alcanza su mayor expresión. El consumo El consumo de vino en el mundo crece de forma moderada pero sostenida desde el año 2000, en que fue de 225,6 millones de hectolitros, hasta llegar a los 244,3 millones de hectolitros del 2011, con un crecimiento acumulado del 8,3 %. Pero este crecimiento no es homogéneo. De una parte, la incorporación de nuevos mercados al consumo del vino —con China y Rusia como principales exponentes—, y de otra, el crecimiento del consumo en Estados Unidos, compensan la disminución de las ventas de vino en los mercados tradicionales, con Francia, España, Italia y Argentina liderando esa tendencia a la baja. Según la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV), el consumo mundial de vino en 2011 fue de alrededor de 244,3 millones de hectolitros, aumentando respecto al año anterior en 1,7 millones. Este crecimiento se fundamenta en los países externos a la Unión Europea: China, en primer lugar, que habría subido cerca de 1,2 millones de hl hasta los 17 millones, seguida de Estados Unidos, con cerca de 1 millón más de hl que en 2010. Otros países con cifras positivas en consumo son Hungría, Brasil, Sudáfrica o Nueva Zelanda. En la Unión Europea el consumo habría bajado de 2010 a 2011 unos 864 000 hl. Los principales países consumidores presentan una tendencia decreciente de un año al otro: Italia (-1,6 millones), Reino Unido (-0,4 millones), Grecia (-155 000 hl) o Portugal (-140 000 hl). En el lado opuesto aparecen Francia, que recuperaría un millón de hectolitros consumidos, así como Bélgica, Luxemburgo o Austria, cuyos consumos también crecen. Por países, el primer consumidor mundial sigue siendo Francia, aunque Estados Unidos prácticamente la ha igualado, y de seguir la evolución inversa de ambos países (descendente en Francia y ascendente en Estados Unidos), en breve podrían intercambiar las posiciones. Les siguen Italia y Alemania. China se sitúa en quinto lugar, por encima de mercados tan tradicionales e importantes como el Reino Unido, y Rusia supera a España, que cae hasta la octava posición. Del estudio de la evolución del consumo en cada país se desprende que en los mercados con mayor tradición de consumo es donde este disminuye más, mientras que en los que tienen una cultura del vino menos consolidada es donde se producen mayores incrementos. Esto es lógico si se tiene en cuenta que en los nuevos países consumidores la tasa de consumo anual per capita aún es muy baja y hay margen para el crecimiento, mientras que en los países consumidores tradicionales, con un consumo anual per capita más alto, es donde el cambio de hábitos que ha hecho desaparecer el vino del consumo diario y lo ha relegado a las ocasiones especiales hace descender más el consumo. Evolución del consumo de vino por países PAÍS AÑO 2000 AÑO 2011 EVOLUCIÓN (%) Francia 34 500 29 936 -13,23 Estados Unidos 21 200 28 500 34,43 Italia 30 800 23 052 -26,16 Alemania 20 150 20 000 -0,74 China 10 965 17 000 55,04 Reino Unido 9 969 12 800 32,01 Rusia 4 699 11 633 147,56 España 14 046 10 150 -27,74 Argentina 12 491 9 725 -22,14 Rumania 5 215 5 350 2,59 Por millones de hectolitros España, ¿cambio de tendencia? En 2012 en España se consumió más vino, tanto en el canal de venta para el consumo doméstico como en el de hostelería. El crecimiento fue modesto: el consumo fuera del hogar, según datos del ministerio de Economía, aumentó un 0,8 %. Pero más importante que esta cifra es el hecho de que el total de visitantes a la restauración disminuyera y que, en cambio, el vino fuera la única bebida —junto con el agua no embotellada— cuyo consumo creció. Eso significa que, mientras que otras bebidas como la cerveza bajan, la demanda de vino por quienes acudieron a los restaurantes fue muy superior, ya que compensó con creces el descenso de comensales en los establecimientos. El crecimiento del consumo de vino en los hogares españoles fue de un 0,5 % en volumen, llegando hasta los 429,8 millones de litros. En cambio, la facturación descendió un 2,5 %, hasta los 1 021,7 millones de euros. Esto supone un descenso del precio medio del -3 %, hasta los 2,38 euros por litro, por caída del precio de los vinos con denominación de origen (tranquilos y espumosos) y aumento del consumo de los vinos tranquilos sin DOP, más económicos. El crecimiento en volumen se debe al aumento de los vinos tranquilos sin denominación de origen, que cerraron el año con un crecimiento del 3,6 % en volumen y del 7,2 % en valor. Este dato es significativo porque demuestra que si bien la situación de crisis de la economía española afecta al consumo del vino, lo hace en cuanto al precio medio del vino demandado, pero no respecto a la cantidad. Este cambio rompe la tendencia de los últimos veinte años de descenso en el consumo de vino, y hace vaticinar que, en una situación de fin de la crisis, el precio medio del vino consumido podría aumentar. Añadamos, para acabar, una muestra de la incidencia de las modas en las cifras del consumo de vino, con el ejemplo del auge de los vinos espumosos rosados. Así, si bien los cavas brut siguen manteniéndose con firmeza como los más consumidos (51 % del consumo de cava en España), los rosados han triplicado sus ventas en la última década, pasando de un consumo de 8 millones de botellas en 2002 a 24 millones en 2012 (y, en consonancia, a que en la actualidad ya haya alrededor de 160 bodegas españolas que lo ofrezcan). Visitantes en el pabellón habilitado para la degustación en Viña Real (Rioja). El consumo de vino en España parece estar experimentando un repunte. Ferias y mercados En un mercado global, en el que pequeñas bodegas de estructura familiar de España, California, Italia o Francia intentan vender sus vinos en mercados tan lejanos como China, Brasil, Rusia o Japón, las ferias internacionales de vino adquieren una importancia fundamental. Se estima que solo en España hay cerca de 4 600 bodegas elaboradoras de vinos. Las ferias son el medio principal (en ocasiones, único) para que estas bodegas —y también los grandes grupos vitivinícolas— puedan llegar a esos mercados para dar a conocer sus vinos y entrar en contacto con los importadores de países lejanos. Hay multitud de muestras y ferias de vino por todo el mundo. Cualquier país en el que se consuma vino en cantidades económicamente relevantes celebra por lo menos una feria, y los grandes consumidores tienen decenas o incluso centenares de ellas. Estas muestras se podrían dividir en dos tipos: por un lado, las que se celebran en los países elaboradores, y por otro, las que se llevan a cabo en países importadores. Muestras en países elaboradores Entre las muestras que se realizan en países productores, destaca la francesa Vinexpo, que se celebra el mes de junio en Burdeos; las españolas Alimentaria, en Barcelona, con su salón reservado a los vinos (Intervin), y Fenavín, en Ciudad Real, ambas de celebración alterna y bienal; Vinitaly, en Verona, Alimentaria Mexico o la argentina Vinos & Bodegas. Estas ferias, contra lo que se podría pensar, no son monográficas destinadas a los vinos elaborados en el país organizador. Todo lo contrario, el resto de elaboradores mundiales no desaprovechan la oportunidad de presentar sus productos en territorio rival ante multitud de importadores. Ferias en países compradores Entre las organizadas en países netamente compradores, destacan la feria Prowein, que se celebra en marzo en Dusseldorf; la London International Wine Fair, en mayo; las Wine Expo de Boston y Nueva York; Vinordic en Estocolmo y ViiniExpo en Helsinki; el Vancouver International Wine Festival, Foodex en Tokio, y las emergentes Expovinis Brasil en São Paulo y Prodexpo en Moscú. Caso aparte es China, donde se multiplican las muestras, con Sial y Prowine en Shanghai, Hofex y Vinexpo en Hong Kong y Top Wine en Pekín. Todo esto, sin contar las innumerables muestras locales y fiestas de la vendimia que se celebran por todo el mundo. Sin duda alguna, es posible recorrer el mundo saltando de una feria de vinos a otra, solo es necesario ajustar bien la agenda. Para muchas bodegas, las ferias y muestras son el único escaparate disponible para dar a conocer sus productos más allá de su ámbito habitual de distribución. El primer aspecto a tener en cuenta al afrontar el vino como inversión es que hay que dejar de lado la pasión. Dicho de otra forma: si se siente pasión por el vino, mejor no invertir en él, porque es muy probable que la rentabilidad acabe por ser nula —por lo menos, económicamente hablando— y que el inversor apasionado termine «bebiéndose» los beneficios. Y es que, ¿qué amante del vino podría resistirse a descorchar una botella de Château Latour para celebrar que ha ganado mil euros vendiendo una caja de ese mismo vino que compró hace dos años? El problema es que la botella que descorche puede valer mucho más que lo ganado. Un valor al alza Lo cierto es que desde finales de 2007 —cuando la crisis financiera azotó los mercados internacionales— los índices Liv-ex de valoración de los grandes vinos no han dejado de mostrar crecimientos sostenidos de más del 15 % anual. Crédit Suisse proporciona un dato para alentar a los inversores en fondos basados en el vino: una caja de 12 botellas de Château Lafite, que costó 325 libras esterlinas (unos 382 euros o 515 dólares) cuando salió por primera vez al mercado, a finales del 2010 podía venderse por 25 000 libras. De todas formas, no siempre todo es tan fácil, y en 2006 la compañía británica de inversiones e intercambio de vinos de calidad Uvine quebró con dos millones de libras de deudas. Algunos consejos Ahora bien, si lo que se desea es hacer una pequeña inversión en vino a nivel particular, comprar unas cajas, almacenarlas y venderlas un tiempo después obteniendo unas buenas ganancias, debe tenerse claro que el vino no es un producto fácilmente negociable y que tratar de conseguir liquidez rápidamente no suele ser recomendable. También hay que tener claro que, para invertir, no es válido cualquier vino, por bueno que sea —amén de que, como dijo el chef francés Alain Senderens, «es un cliché que los vinos caros deban ser buenos»—. Tiene que ser un vino prestigioso, preferentemente de una de las grandes bodegas de Burdeos, que son las que despiertan el deseo en los mercados internacionales y gozan de una «cotización» contrastada. Son solo 30 o 40 bodegas en todo el mundo, con la ventaja de una producción limitada y una demanda cada vez mayor con la entrada de inversores chinos y de otros mercados de Oriente. El problema es que para vender esos vinos suele requerirse una garantía de las condiciones de conservación. No sirve tenerlos en el garaje; lo recomendable es haberlos almacenado en un depósito especializado en guardar vinos, que emita un certificado que pueda presentarse en el momento de la venta. Y seguramente deberá acudir a brokers especialistas en vinos para conseguir una caja de los preciados premiers crus, Château Lafite Rothschild, Château Margaux, Château Latour, Château Haut-Brion Pessac-Leognan o Château Mouton-Rothschild, o alguno de los vinos más codiciados y prestigiosos de la margen derecha del río Garona, de las apelaciones St. Émilion y Pomerol, como son Pétrus, Ausone, Angélus, Cheval Blanc o Le Pin. El vino puede convertirse en una excelente inversión siempre que se deje de lado la pasión (y la tentación de beberse los grandes vinos que uno haya adquirido). Arquitectura del vino Bodegas centenarias Cuando hablamos de bodegas centenarias en España nos referimos básicamente a tres modelos de bodegas surgidas en tres momentos históricos determinados. Son las bodegas monumentales que se fundaron en el Marco de Jerez a partir del siglo xviii, las grandes bodegas que nacieron en Rioja en la segunda mitad del siglo xix y las bodegas modernistas que surgieron en Cataluña a principios del siglo xx. El salto a la bodega comercial Estas tres arquitecturas están asociadas a tres tipos de vinos diferentes, y sus edificios representan el gran salto de la bodega privada a la bodega comercial, no solo por el incremento de su volumen de producción, sino sobre todo por sus nuevos métodos de elaboración y su clara orientación comercial. Además, estas tres arquitecturas también representan los momentos de gran transformación económica del sector vitivinícola en sus respectivas regiones. En el Marco de Jerez por los fuertes vínculos con las empresas británicas, por los capitales inversores que llegaron desde Cádiz y por las nuevas fortunas españolas llegadas de las antiguas colonias americanas. En Rioja por la influencia de los comerciantes franceses, por la adopción del método de elaboración bordelés y por las sucesivas inversiones vizcaínas. Y en Cataluña, sobre todo, por el desarrollo del cooperativismo agrícola, que simboliza la voluntad de resurgir de la economía rural vinculándose al movimiento artístico del modernismo catalán. En los tres casos, la revolución técnica y socioeconómica dio lugar a tres arquitecturas del vino, tan singulares y majestuosas que en algún momento todas ellas han recibido el calificativo de «catedrales del vino». Y, con el paso del tiempo, estas bodegas y su arquitectura se han convertido en un símbolo identitario tan importante como los vinos que albergan. Desde el punto de vista arquitectónico, los estilos históricos más destacados en España en la construcción de bodegas se asocian con la arquitectura del Marco de Jerez (siglos xviii-xix), la de Rioja (siglo xix) y la modernista catalana (inicios del siglo xx). En la imagen, fachada de Barbadillo, bodega de Sanlúcar de Barrameda productora de vinos de jerez. Bodegas del Marco de Jerez El Marco de Jerez se encuentra al noroeste de la provincia de Cádiz, entre los ríos Guadalquivir y Guadalete, en un triángulo formado por las ciudades de Jerez de la Frontera, El Puerto de Santa María y Sanlúcar de Barrameda. Es una tierra con todo el sol de Andalucía y una fuerte influencia atlántica, donde el vino es una seña de identidad profundamente arraigada, como el flamenco y la cría del caballo. La fisonomía de las ciudades del Marco de Jerez se ha configurado a lo largo de tres siglos alrededor de la economía y la cultura del vino, formando un conjunto de bodegas y bienes patrimoniales de gran valor arquitectónico, cultural y etnológico. El informe Jerez, Ciudad del Vino, elaborado por Casto Sánchez Mellado para acompañar la solicitud de declaración de bien de interés cultural como paso previo para la declaración de patrimonio de la humanidad, define así la ciudad: «La geografía urbana de la ciudad, la trama urbanística del centro histórico, el hecho extraordinariamente singular de que un casco urbano medieval de origen musulmán posea un porcentaje tan elevado de suelo industrial, ha venido en buena medida determinada por el hecho de ser un ciudad que tuvo un temprano desarrollo industrial en torno al sector vitivinícola. Todo ello sin olvidar la importancia que el vino posee como referente simbólico de la ciudad.» La historia de los vinos de Jerez se remonta al año 1100 a. C., como muestran los lagares del yacimiento arqueológico fenicio del Castillo de Doña Blanca. Una tradición vitivinícola que se intensificó con las culturas griega y romana, y que perduró incluso durante los cinco siglos de dominación musulmana, pese a la prohibición del Corán sobre el consumo de bebidas alcohólicas. De hecho, fue precisamente el geógrafo árabe Al Idrisi quien en el año 1150 trazó el mapa de la región que se conserva en la biblioteca Bodleian de la Universidad de Oxford, donde consta la ciudad de Jerez con el nombre árabe de Sherish. Este documento fue clave en el pleito del año 1967 entre Jerez y el llamado British Sherry elaborado en Reino Unido. El mapa demostró que la denominación Sherry, con la que se conocen los vinos jerezanos en el mundo anglosajón, es una derivación del antiguo nombre árabe de la ciudad de Jerez, y que los británicos estaban utilizando indebidamente el nombre de la Denominación de Origen española. Además, los vinos de Jerez ya se comercializaban en Inglaterra en el siglo xii y eran conocidos precisamente con el nombre árabe de la ciudad: Sherish. Pintura del siglo xix del interior de Domecq, bodega fundada en 1730, la más antigua de Jerez y un claro ejemplo de la integración de la arquitectura del vino en el diseño urbano de la ciudad a lo largo del siglo xviii, con cinco edificios principales unidos por calles propias. Producto exportador Las exportaciones del vino de Jerez se multiplicaron a partir de 1492, con el descubrimiento de América. Entonces se inició la transformación de los pequeños negocios familiares en una primera industria vinícola, que también atrajo inversores y comerciantes italianos, que a lo largo del siglo xvi se instalaron en el Marco de Jerez. En este contexto, ingleses, irlandeses y escoceses quisieron asegurarse el abastecimiento de vinos de Jerez, así que durante los siglos xvii y xviii se inició un segundo proceso de establecimiento de negocios extranjeros en el Marco de Jerez, lo que explica el origen de tantos apellidos históricos como Osborne, Fitz-Gerald, O’Neale, Gordon, Garvey o Mackenzie, y más adelante Wisdom, Warter, Williams, Humbert o Sandeman. Unos vínculos que relajaron los aranceles británicos y multiplicaron por cuatro la demanda de vinos de Jerez entre 1825 y 1840. También se sumó otro factor inversor, por la atracción de capitales españoles al floreciente negocio del vino, principalmente procedentes de la ciudad de Cádiz, y sobre todo las nuevas fortunas que regresaron tras la independencia de las colonias españolas, de ahí la presencia de tantos apellidos vascos en el Marco de Jerez: los Goytia, Apecechea, Aizpitarte y otros. Esta suma de factores explica el surgimiento de la gran arquitectura del vino de Jerez a partir del siglo xviii. Sobre todo, por el cambio fundamental en el proceso de elaboración, disminuyendo la exportación de vinos del año que los comerciantes extranjeros acababan de elaborar en destino, y pasando a envejecer los vinos en el propio Marco de Jerez —mediante el proceso de envejecimiento vigente hasta nuestros días, el tradicional sistema de criaderas y solera—, fortificando los vinos con aguardiente vínico, no solo para estabilizarlos sino como práctica enológica sofisticada, almacenando y mezclando diferentes cosechas que garantizan una calidad estable y permiten la amplia y rica tipología de vinos de Jerez. Fueron precisamente estos nuevos sistemas de elaboración y las grandes inversiones los que permitieron crear las grandes bodegas que hoy conocemos, dedicadas exclusivamente a la crianza de vinos. Un movimiento comercial y arquitectónico tan importante en ese momento en España que hizo del vino de Jerez el primer sector de desarrollo del capitalismo en la economía española, con su punto culminante en la década de 1870. En ese momento, el vino y su producción conformaron la arquitectura de la época y la estructura urbana de la ciudad, pero también las principales relaciones sociales, económicas y de poder, los símbolos de identidad y la proyección internacional del Marco de Jerez. Técnicamente, la arquitectura de las bodegas de Jerez nació para garantizar el proceso de crianza biológica bajo velo de flor, envejeciendo el vino a partir de su singular sistema de criaderas y solera, que precisa de grandes volúmenes de aire, en un contexto de clima caluroso y vientos secos de levante. Estas condiciones climáticas y las exigencias técnicas de la elaboración son las que explican las grandes alturas en estas bodegas, las mayores de Europa. Están dotadas con gruesos muros aislantes, a menudo encalados de blanco, y grandes cubiertas de teja árabe protectoras del sol, distribuyendo necesariamente la bodega en diferentes naves separadas por arquerías sobre líneas paralelas de pilares, dispuestas sobre una planta basilical en busca del máximo volumen interior. Son bodegas de escasas ventanas, siempre altas y orientadas a poniente para captar los vientos húmedos que regulan la humedad ambiental, muchas veces cubiertas con estores de esparto para que el sol penetre tenuemente sin tocar directamente sobre las botas de envejecimiento, que se apilan en tres o cuatro alturas superpuestas. Unas ventanas que también actúan como vías de evacuación del aire caliente ascendente, regulando la temperatura y manteniendo el aire más fresco en la parte baja de la bodega, donde están los suelos de albero, arena y cal, para poder ser regados hasta tres veces al día en verano. La funcionalidad dinámica de estas bodegas también se aprecia en la orientación estratégica hacia el Atlántico, como pasa en Jerez de la Frontera con Domecq, González Byass, Garvey, José Estévez y otras bodegas; en El Puerto de Santa María con Osborne, Gutiérrez Colosía y otras; y en Sanlúcar de Barrameda con Hidalgo-La Gitana, por ejemplo. Arquería monumental Pero, en realidad, esta arquitectura trascendió lo funcional y fue mucho más allá de las necesidades técnicas de elaboración. En muchos casos, el diseño, las dimensiones y las técnicas constructivas utilizadas buscaron la belleza, la majestuosidad y la distinción de una marca de prestigio. La más alta de las bodegas de esa época es La Arboledilla, en Sanlúcar de Barrameda, hoy propiedad de Barbadillo, construida en 1876 y solo superada cien años más tarde por La Mezquita, de Domecq. Precisamente, Bodegas Domecq, fundada en 1730, es la bodega más antigua de Jerez y un claro ejemplo de la integración de la arquitectura del vino en el diseño urbano del Jerez del siglo xviii, con cinco edificios principales unidos por calles propias, a modo de una pequeña ciudad. Entre los diferentes edificios, destaca la mencionada bodega conocida como «La Mezquita», por su majestuosa arquería, sus enormes dimensiones y su semejanza monumental con la mezquita de Córdoba, con seis kilómetros de pasillos, más de 4 000 arcos de herradura y más de 40 000 botas de vino envejeciendo en su interior. Las bodegas de González Byass nacieron con las bodegas de La Sacristía (1835) y Constancia (1855), y con el tiempo han conformado un entramado de callejuelas y plazas con edificios emblemáticos, como la bodega La Concha (1870), con su característica cúpula sobre nervios de hierro, y la moderna bodega Tío Pepe (1963), que ejemplifican un siglo de crecimiento y la unión de apellidos españoles e ingleses, por la asociación de Manuel María González con su agente en Inglaterra, Robert Blake Byass. En 1790 también se fundaron las Bodegas Sandeman, por iniciativa de un comerciante de vinos de Londres, con grandes bodegas construidas en Jerez y en Oporto. El siglo de crecimiento se ejemplifica también con la fundación de Bodegas Williams & Humbert, fundada en 1877 por Alexander Williams y Arthur Humbert, con un conjunto de bodegas y edificios entre los mayores de Europa, hoy propiedad de la familia Medina y con capital 100 % andaluz. Muchas de estas bodegas centenarias cuentan con otros barrios urbanos, como Osborne en El Puerto de Santa Cruz, o Barbadillo en el Barrio Alto de Sanlúcar de Barrameda. Esta arquitectura urbana también condicionó la separación física entre las bodegas de crianza y los viñedos, una separación característica del Marco de Jerez. Tras la replantación del viñedo arrasado por la filoxera, la viña se concentró en las tierras del noroeste, junto a la línea de ferrocarril de Cádiz a Madrid, de forma que los antiguos cortijos y haciendas fueron perdiendo peso ante el nuevo capitalismo de las grandes bodegas urbanas. Por este motivo, la arquitectura rural en el Marco de Jerez es una arquitectura sencilla y funcional, con las estructuras mínimas para la recepción de uva, la extensión en redores para el tradicional soleo y la extracción de mostos, muy lejos de otras zonas vitivinícolas, donde las grandes bodegas están junto al viñedo. «Monumento al vino», estatua de Manuel María González Ángel, cofundador de González Byass, cerca de la colegiata de Jerez. A la derecha, instalaciones de Barbadillo, en Sanlúcar de Barrameda. Bodegas históricas de Rioja La bodega centenaria más representativa de España, porque es el modelo que se ha extendido por todo el país en el último siglo y medio, nació en Rioja a partir de la década de 1860, cuando Francia sufrió las plagas de oídio y mildiu, y se consolidó sobre todo en la década de 1870, cuando la plaga de la filoxera arrasó el viñedo francés y disparó la demanda de vino español. Los pioneros En aquella época, en Rioja ya se estaba ensayando con éxito la aplicación del método de elaboración bordelés, especialmente con dos iniciativas destacadas. La primera, la de Luciano de Murrieta, que en 1848 había pasado una larga estancia en Burdeos y a su vuelta elaboró los primeros vinos siguiendo las técnicas francesas. Su partida de 100 barriles destinados a La Habana y México naufragó frente al puerto de Veracruz, y Murrieta tuvo que abandonar temporalmente su actividad de elaboración de vinos. Pero, entre tanto, los pocos vinos que se recuperaron de aquel naufragio causaron una gran expectación por su gran calidad y su capacidad para viajar sin estropearse. En 1872, Murrieta reinició su actividad y sus vinos fueron distinguidos en las exposiciones universales de París de 1878 y 1879. Isabel II le concedió el título de marqués de Murrieta, que dio nombre a su nueva gran bodega, construida en la finca Ygay, a las afueras de Logroño, al más puro estilo de un château francés. Paralelamente, la Diputación Foral de Álava había contratado a Jean Pineau, prestigioso enólogo de Burdeos, para que se instalara en Laguardia y ayudara a los viticultores alaveses a perfeccionar los métodos de elaboración de sus vinos. Pero finalmente fue contratado por Camilo Hurtado de Amézaga, marqués de Riscal, que a partir de 1860 construyó su nueva bodega en Elciego, íntegramente con piedra de sillería, con todos los medios para la elaboración de vinos por el método bordelés y enormes galerías para la crianza, a imagen y semejanza de las bodegas francesas. Sus vinos obtuvieron importantes reconocimientos en la exposición de Burdeos de 1865, en Dublín en 1866, en París en 1872 y en Viena en 1873, hasta que obtuvo el diploma de honor en la exposición de Burdeos de 1895, convirtiéndose en la primera bodega no francesa en obtener el máximo galardón de la época para un vino. Era, además, la primera de una serie de bodegas riojanas que la aristocracia vizcaína iba a construir en los siguientes años a ambos lados del río Ebro. Pionera de la modernización de la vitivinicultura riojana, más de un siglo separan las sobrias instalaciones originales de Marqués de Riscal en Elciego del emblemático edificio concebido por Frank Gehry para afrontar el siglo xxi. Nuevos métodos, nueva arquitectura Pero realmente no fue hasta la llegada de los negociantes de Burdeos en busca de vinos foráneos que cubriesen la escasez de vinos franceses por la filoxera, cuando se impuso un cambio revolucionario y generalizado en la forma de elaborar los vinos riojanos. Básicamente, se eliminó el raspón de la vinificación y se introdujo la barrica, el azufrado y la clarificación mediante trasiegos periódicos, para elaborar unos vinos más finos y sanos, más perdurables y con gran capacidad para viajar. Este cambio en los métodos de elaboración modificó la arquitectura de las bodegas tradicionales para dejar paso a un nuevo tipo de arquitectura directamente asociado a las exigencias del método de elaboración francés. Se abandonaron los calados subterráneos tradicionalmente utilizados para los vinos riojanos y se construyeron grandes bodegas en la superficie, preparadas para albergar los grandes tinos de roble utilizados para la elaboración de vinos al estilo bordelés. Estas nuevas bodegas incluyeron también la construcción de grandes almacenes para acomodar centenares de barricas bordelesas de 225 litros, grandes botelleros para el envejecimiento de los vinos y en algunos casos nuevas instalaciones complementarias, como los talleres de tonelería en la propia bodega. El barrio de la Estación de Haro Esta nueva arquitectura también generó un nuevo urbanismo del vino. Entraron en decadencia los antiguos barrios de bodegas subterráneas, tradicionalmente ubicados en el casco urbano y en los bajos de las viviendas riojanas, y se desarrollaron nuevos barrios de bodegas en torno al nuevo medio de transporte de la época: el ferrocarril. El ejemplo más representativo de la nueva arquitectura y el nuevo urbanismo es el barrio de la Estación, en Haro, que concentró alrededor de la estación de ferrocarril las nuevas bodegas de la época. En 1877, Rafael López de Heredia inauguró su bodega (R. López de Heredia-Viña Tondonia), gracias a los conocimientos adquiridos en su relación con los negociantes franceses residentes en Haro. Por entonces, los empresarios franceses culminaban sus inversiones y estaban regresando a su país, y el capital vizcaíno jugó un papel muy importante en el relevo y el impulso de estas nuevas bodegas. Se fundaron las bodegas CVNE (1879), Gómez Cruzado (1886), La Rioja Alta (1890), Martínez Lacuesta (1895), Charles Serres (1896) y otras, convirtiendo a Haro en la capital de los nuevos vinos finos de Rioja. Edad de oro y cambio de ciclo El florecimiento de estas nuevas bodegas y arquitectura del vino también se extendió por otras poblaciones, con la fundación de las bodegas Berberana (Ollauri, 1877), El Romeral (Fuenmayor, 1881), Martínez Bujanda (Oyón, 1890), Bodegas Riojanas, Lagunilla y Montecillo (Cenicero, 1890), Bodegas Franco-españolas (Logroño, 1890), Bodegas Palacio (Laguardia, 1894), Paternina (Ollauri, 1896) y otras. La edad de oro del vino riojano y el momento de máxima efervescencia de esta arquitectura se vivió hacia el año 1880, pero el cambio de siglo trajo una sucesión de calamidades, entre ellas las plagas de mildiu a partir de 1885. También afectó negativamente el fraude de algunos vinos riojanos y sobre todo la recuperación del viñedo francés afectado por la filoxera, que supuso la revisión de la política francesa de aranceles y aduanas, complicando la exportación de vinos riojanos, y que culminó con el cierre de las fronteras francesas en 1892, cayendo la demanda y desplomando a la mitad los precios de los vinos riojanos. Además, entre 1900 y 1909, la plaga de la filoxera cogió sorprendentemente desprevenidos a los viticultores riojanos, que en una sola década perdieron las tres cuartas partes de sus viñedos, lo que supuso una fuerte despoblación rural y la pobreza generalizada. La posterior recuperación del viñedo riojano influyó en la fisionomía de las bodegas que sobrevivieron y también en las nuevas bodegas nacidas en el inicio de siglo. Los bodegueros aprovecharon los bajos precios de la tierra para adquirir y replantar sus propios viñedos, garantizándose así el autoabastecimiento de la uva. Así que las bodegas aún se aproximaron más al aspecto de los châteaux franceses, al contar con sus propios viñedos dispuestos alrededor de la bodega. En esta época, un grupo de familias bilbaínas adquirió una empresa francesa y creó Bodegas Bilbaínas (Haro, 1901), y se fundaron otras bodegas como Ramón Bilbao (1924) o Muga (1932), ambas también en Haro, que hoy en día se acercan en excelente estado a su centenario. Patio y edificios con elementos modernistas de Viña Tondonia, primera bodega instalada en el barrio de la Estación de Haro, en 1877. Arquitectura modernista catalana El modernismo catalán de finales del siglo xix y principios del xx representó un amplio movimiento social, político y económico, que se reflejó en un estilo artístico que tuvo en la arquitectura una de sus áreas de máxima expresión, con nombres tan relevantes como Antoni Gaudí, Lluís Domènech i Montaner y Josep Puig i Cadafalch. La corriente arquitectónica del modernismo encontró su principal aliado en la burguesía industrial catalana, como aún hoy se puede apreciar en la ciudad de Barcelona, que un siglo después tiene en la arquitectura modernista su principal atractivo turístico y una de sus señas de identidad. Pero también fue una arquitectura vinculada a la modernización del mundo rural catalán. En el cambio de siglo, los estragos dejados por la plaga de la filoxera habían comportado una crisis sin precedentes en el sector del vino. Y aunque al principio los propietarios y los agricultores se enfrentaron duramente, pronto unieron sus esfuerzos para recuperar la agricultura catalana, sobre todo a través del movimiento cooperativista, que adoptó la arquitectura modernista como estilo constructivo de muchas de las bodegas cooperativas de la época. Voluntad renovadora El modernismo fue un movimiento artístico que se desarrolló en gran parte de Europa, conocido como art nouveau, modern style o style 1900, según los países. Pero fue en Cataluña donde se desarrolló de forma más amplia y original, alcanzando unas dimensiones extraordinarias y una proyección nacional e internacional. De hecho, el modernismo se convirtió en la plataforma de expresión de la voluntad renovadora y el afán de modernidad de la época, y la arquitectura fue uno de sus campos de expresión más importantes, con cerca de un centenar de arquitectos destacados. Gaudí y las Bodegas Güell Antoni Gaudí, el más destacado arquitecto modernista, nació en Reus (Tarragona) en 1852, y de la misma población fueron algunos de sus principales colaboradores, entre ellos Francesc Berenguer. Dada la relevancia de algunas de sus grandes obras, como la basílica de la Sagrada Familia o el Park Güell de Barcelona, a veces ha pasado más desapercibida su participación en el diseño de la arquitectura del vino de la época, pero lo cierto es que en 1881 Antoni Gaudí recibió un nuevo encargo de su principal mecenas, Eusebi Güell, en esta ocasión para construir unas bodegas para la familia. Las Bodegas Güell se encuentran en las costas de Garraf, pocos kilómetros al sur de Barcelona, en un enclave privilegiado que se alza sobre las rocas frente al Mediterráneo. Gaudí se ocupó del diseño del proyecto, pero fue Francesc Berenguer quien dirigió la obra a partir de 1895. Así se alzó una singular bodega de piedra tallada, caracterizada por su frontal triangular de gran verticalidad, con fuertes pendientes en las cubiertas y originales chimeneas. La bodega forma parte de un conjunto de edificios de gran racionalidad constructiva y fuerte expresividad en el uso de los arcos parabólicos y las bóvedas de ladrillo visto. Una obra que ha sido en parte olvidada por la historia de la arquitectura del vino porque la bodega dejó de funcionar en 1936 y desde hace años alberga un restaurante. Entrada a la antigua bodega de la familia Güell, en el término de Sitges, obra con el indeleble sello de Antoni Gaudí y dirigida por su discípulo Francesc Berenguer. Cooperativas modernistas Lluís Domènech i Montaner, otro gran arquitecto de la época, también diseñó grandes obras fuera de Barcelona. En la ciudad natal de Gaudí, Reus, firmó algunos de los principales edificios modernistas del casco urbano. Y en la misma provincia de Tarragona, proyectó la bodega modernista de la cooperativa de L’Espluga de Francolí (1909), una obra que a partir de 1913 dirigió su hijo, Pere Domènech i Roura. Esta sería la primera bodega cooperativa encargada a un arquitecto de prestigio y está considerada como pionera en la relación entre el cooperativismo agrario y la arquitectura de las bodegas modernistas. Un fenómeno que en los años siguientes se extendió ampliamente por la provincia de Tarragona, con la construcción de las cooperativas modernistas de Sarral (1914), Nulles (1917), Rocafort de Queralt (1918); Vila-Rodona, Pira, Pinell de Brai, Falset y Gandesa (1919); Cabra del Camp y Aiguamúrcia (1920), Santes Creus (1921), Montblanc (1922) y otras. Gran parte de este impulso vino de la Mancomunidad de Cataluña, presidida a partir de 1917 por el tercero de los grandes arquitectos modernistas catalanes, Josep Puig i Cadafalch. La institución apoyó a la burguesía agraria reformista, organizada en aquel momento a través de los sindicatos agrarios y las cajas rurales. Estos vínculos entre arquitectura y política explican el rápido florecimiento de las cooperativas modernistas catalanas, que no nacieron de encargos ni de iniciativas privadas, sino de la voluntad política y social de recuperar la economía agrícola catalana, visualizando su resurgimiento y grandeza a través de la arquitectura modernista. Cèsar Martinell, ¿modernista o noucentista? Entre los arquitectos que participaron en este proceso, destaca especialmente Cèsar Martinell, nacido en Valls (Tarragona), que entre 1917 y 1923 intervino en más de cuarenta edificios agrarios, en su mayor parte creados bajo la tutela de la Mancomunidad y caracterizados por la racionalidad constructiva y la plasticidad de sus arcos parabólicos, decorados con la belleza del ladrillo visto y sustentados de acuerdo con las delicadas técnicas de equilibrio del maestro Gaudí. Es importante recordar que Martinell se inició en la arquitectura cuando el modernismo ya estaba en su fase de declive. A partir de 1906 se considera que nació el nuevo movimiento noucentista, que dejaba atrás el siglo xix y se proclamaba como el movimiento más representativo del naciente siglo xx, con una visión que superaba la inspiración de la grandeza medieval y se identificaba más con el renacimiento clásico, con cierta contención de la expresión gótico-ornamental y una clara aparición de las formas clásicas, muy evidentes en las bodegas cooperativas de esa época. La ironía, por tanto, es que las grandes bodegas modernistas catalanas que hoy conocemos como «catedrales del vino» abren un serio debate sobre su verdadero carácter modernista, y diferentes autores sostienen que en realidad se trata de bodegas noucentistas. Y dado que el modernismo ya era descalificado a principios de siglo, es significativo señalar que el propio Martinell renegaba del calificativo de arquitectura modernista para sus obras. Por otro lado, hay que lamentar que la mayoría de estas grandes bodegas que se extendieron sobre todo por la provincia de Tarragona no han podido mantenerse con el paso del tiempo, afectadas por las dificultades de adaptación del cooperativismo a los tiempos actuales, con graves problemas en los relevos generacionales y en la adaptación a los nuevos gustos del mercado. Así que actualmente muchas de estas cooperativas están cerradas, readaptadas a otras producciones o con muy bajas producciones de vino, y sus grandes edificios, que fueron signo de revitalización del medio rural, hoy son, salvo excepciones, grandes edificios decadentes, con dificultades para seguir funcionando y pocos recursos para su rehabilitación. La huella de Puig i Cadafalch Más allá de las bodegas cooperativas modernistas, destacan algunos proyectos privados de esa época, y muy especialmente la gran bodega que Josep Puig i Cadafalch diseñó para Codorníu en Sant Sadurní d’Anoia, la capital del cava, a unos 50 kilómetros al sur de Barcelona. En 1872, a su regreso de la región de Champagne, Josep Raventós decidió iniciar la elaboración de vinos espumosos siguiendo el método tradicional francés, pero utilizando las variedades autóctonas del Penedés, estableciendo la conocida trilogía de variedades macabeo, xarel·lo y parellada. Así nacía el cava, del cual hoy se elaboran millones de botellas que se distribuyen y comercializan por todo el mundo. Josep Raventós fue un visionario que apostó totalmente por este tipo de elaboración, hasta el punto de que su hijo Manuel decidió en 1885 que Codorníu se iba a dedicar en exclusiva a la elaboración de vinos espumosos por el método tradicional. Así concibieron la nueva bodega, que estuvo en construcción desde 1895 hasta 1915, y que fue diseñada y concebida en pleno apogeo de la arquitectura modernista. De este modo se construyó uno de los edificios más impresionantes de la arquitectura civil dedicada a la elaboración y crianza de cavas, con grandes arcos de medio punto, numerosas bóvedas de ladrillo plano, decoraciones de trencadís (mosaico de azulejos rotos) y vidrieras plomadas. Un vínculo con el movimiento modernista que fue más allá de la arquitectura y dominó también las nuevas técnicas de publicidad empleadas por esta bodega, como se deduce del concurso de carteles que organizó Codorníu para promocionar sus cavas, con la participación de los mejores artistas modernistas de la época, como Casas, Utrillo, Tubilla y Junyent. El conjunto arquitectónico fue declarado monumento histórico artístico en 1976 y aún hoy sigue siendo un símbolo del espíritu emprendedor y la visión de futuro de la empresa. Exterior nocturno de la bodega de la cooperativa Vinícola de Nulles (DO Tarragona y Cava), obra del arquitecto Cèsar Martinell, una de las más impresionantes «catedrales del vino». Arquitectura de autor para el vino de hoy La arquitectura del vino siempre ha trascendido la pura funcionalidad para la elaboración de vinos. En todas las épocas y a lo largo y ancho del planeta, las bodegas se han diseñado para adaptarse a las condiciones climáticas de cada región vitivinícola y a los métodos de elaboración específicos de cada tipo de vino. Pero sus arquitecturas también se han concebido como espacios sociales, convirtiéndose en lugares de reunión, en destinos turísticos y en símbolos de poder y prestigio, donde el espacio ha sido tan importante como el propio vino. «Efecto 2000» Este fenómeno abarca desde las bodegas españolas, portuguesas, francesas e italianas, hasta las grandes bodegas de Chile, Argentina, California, Sudáfrica o Australia. Pero esta arquitectura del vino, que tantas veces ha atraído por sí misma, alcanzó sus máximas cotas de protagonismo con la llegada del año 2000, en un contexto general de globalización y con el mito de modernidad que significó el cambio de siglo. En ese momento nació una nueva arquitectura del vino, donde el edificio se convirtió en la principal atracción, con un gran número de recursos combinados de arquitectura, ingeniería e interiorismo, superpuestos todos ellos para crear una imagen de diseño, prestigio y monumentalidad. Así nacieron varias bodegas por todo el mundo que competían con sus diseños vanguardistas, el uso de materiales innovadores y la búsqueda de la máxima espectacularidad, convirtiéndose algunas de ellas en verdaderos iconos de sus marcas de vino y de sus regiones vinícolas. Y así nació también la llamada arquitectura de autor, donde el arquitecto y el estudio de arquitectura que firman el proyecto se convierten en los principales protagonistas de la bodega. Impresionante fachada de Ysios, en Laguardia (Rioja Alavesa), con la sierra de Cantabria al fondo. Obra de Santiago Calatrava inaugurada en 2001, abrió un período en el que la arquitectura de vanguardia se ha aplicado intensamente en las bodegas. Bodegas riojanas de vanguardia El caso más espectacular y mediático en todo el mundo fue la construcción de la Ciudad del Vino, de Marqués de Riscal, inaugurada por el rey Juan Carlos I en Elciego (Rioja) en el año 2006. Se trata de un complejo turístico con restaurante gastronómico y centro de vinoterapia que incluye un hotel de lujo diseñado por el arquitecto canadiense Frank Gehry, al más puro estilo del Guggenheim de Bilbao, con sus características planchas de titanio, en este caso inspiradas en los colores más representativos de la bodega: el morado del vino tinto, el dorado de la clásica malla metálica que envuelve las botellas de Riscal y el plateado de sus cápsulas. Sin duda, esta obra constituye el proyecto que mejor representa esta arquitectura de autor, a la vez que el proyecto con más repercusión mediática internacional y el gran icono de la nueva arquitectura del vino. No obstante, la bodega de autor pionera en Rioja fue Ysios, diseñada por Santiago Calatrava e inaugurada en 2001. En su momento se convirtió en la nueva imagen de la denominación de origen Rioja en el siglo xxi y también en el punto de partida de una serie de bodegas vanguardistas construidas en Rioja hasta la llegada de la gran crisis inmobiliaria y financiera. Ese mismo año también se inauguraron las bodegas Juan Alcorta, diseñadas por el arquitecto logroñés Ignacio Quemada, cuya nave de barricas acristalada se convirtió en una imagen que ha dado la vuelta al mundo. En 2004, el arquitecto francés Phillipe Mazières construyó para el grupo CVNE una nueva bodega, Viña Real, concebida en forma de gran tino que alberga dos espectaculares naves circulares de elaboración y crianza. En 2005, R. López de Heredia Viña Tondonia celebraron su 125 o aniversario con la inauguración de una nueva tienda para la bodega, diseñada con la originalidad característica de Zaha Hadid. La arquitecta iraquí afincada en Londres encajó satisfactoriamente la antigua tienda modernista de madera con la que Viña Tondonia había concurrido a la exposición universal de Bruselas de 1910 con una futurista estructura metálica. En 2006 se inauguraron las Bodegas Baigorri, obra de Iñaki Aspiazu, con su peculiar caja de cristal alzándose sobre los viñedos y siete niveles subterráneos que funcionan por gravedad, para evitar movimientos bruscos en el proceso de elaboración del vino. Ese mismo año también se inauguró el Museo de la Cultura del Vino Dinastía Vivanco, el museo más amplio y completo del mundo dedicado a la cultura del vino, obra del arquitecto Jesús Marino Pascual, que posteriormente diseñaría también Bodegas Darien (2006), de fuerte impacto visual por su silueta cubista, y Bodegas Antión (2008), una auténtica obra de arquitectura e ingeniería del vino. La impactante silueta cubista de Bodegas Darien, cerca de Logroño, es una obra del año 2006 del arquitecto Jesús Marino Pascual, autor de varios proyectos más relacionados con la «arquitectura del vino». Abajo, la moderna sala de crianza en barricas de roble de Darien. Ribera del Duero, Somontano, etc. En Ribera del Duero hay que destacar el gran proyecto de Richard Rogers para Bodegas Protos, a imagen y semejanza de la Terminal 4 del aeropuerto de Madrid, y el espectacular diseño de Norman Foster para Bodegas Portia, con una planta en forma de trébol que distribuye en cada brazo las diferentes fases de elaboración y crianza del vino, con una nave de elaboración, otra de barricas y una tercera de botellero, ambas bodegas inauguradas en el año 2010. A estas hay que sumar numerosas bodegas de vanguardia que fueron floreciendo por toda España: Enate (1997), una de las pioneras, y más tarde Irius (2008), en el Somontano; Pago del Vicario (2000), en Ciudad Real; Stratus (2008), en Lanzarote; Ferrer Bobet (2009), en el Priorat, y muchas más. Argentina y Chile En Argentina, el fenómeno se desarrolló de la mano de Eliana Bórmida y Mario Yanzón, socios de un estudio de arquitectura que revolucionó la fisionomía de las bodegas de Mendoza. Ellos reinterpretaron la integración de las bodegas en el paisaje, a través del uso de materiales naturales, creando auténticas bodegas icono para la región, algunas de ellas con el telón de fondo de los Andes. Empezaron diseñando las bodegas Salentein (1999) para el grupo holandés Pon Holding, y luego construyeron las bodegas Séptima (2001) para el grupo español Codorníu, las bodegas O. Fournier (2005) para el empresario español José Manuel Ortega Fournier, y las bodegas DiamAndes (2009) para el mundialmente conocido Michel Rolland y cinco bodegas de capital francés, además de una veintena más de intervenciones arquitectónicas en otras bodegas. El conjunto de estas actuaciones inauguró una nueva etapa en la que la arquitectura se convirtió en la máxima expresión de la imagen de marca de estas bodegas. Una arquitectura, además, que ha sido calificada de ecléctica, ya que cualquier diseño era posible si potenciaba la notoriedad y la imagen de prestigio de la bodega. El otro pionero argentino fue Pablo Sánchez Elía, arquitecto que, entre otras, diseñó para las bodegas Catena Zapata (2001) «la pirámide maya», como se conoce la bodega, construida con piedras andinas e inspirada en las antiguas construcciones mayas. En Chile destaca el proyecto de las bodegas Viña Gracia, pertenecientes al grupo Viñedos y Bodegas Córpora, que en 1996 construyeron su moderna bodega en el valle de Cachapoal, obra del arquitecto Germán del Sol, con grandes estructuras industriales en las cubiertas y volúmenes cuadrados y coloristas en el interior. Con una concepción totalmente diferente, el mismo Germán del Sol diseñaría las bodegas Viña Seña (2009) en el valle de Aconcagua, esta vez para Eduardo Chadwick y Robert Mondavi, en una obra perfectamente integrada en el paisaje, construida con hormigón armado, piedras del lugar y rollizos para su singular mirador sobre el viñedo. Otra obra emblemática, Almaviva Winery (2000), es una bodega diseñada por Martín Hurtado para la sociedad de los chilenos Concha y Toro con los franceses Baron Phillippe de Rothschild. Una obra que combina la funcionalidad, el diseño y los recorridos enoturísticos, utilizando la madera, tan unida a la crianza del vino, como material constructivo preferente, dotando al edificio de un gran esqueleto estructural de marcos de madera laminada montados sobre zócalos de hormigón armado. Otro gran proyecto chileno es la bodega Clos Apalta (2006), con sus características veinticuatro vigas curvas de madera que brotan de la tierra para recubrir el exterior del edificio, representando los veinticuatro meses de elaboración de su vino de gama alta. La bodega es obra del arquitecto chileno Roberto Benavente, que perforó la roca madre y extrajo cincuenta toneladas de roca granítica para descender en cuatro niveles de bodega subterránea, que solo dejan a la vista un gran ventanal panorámico y las vigas de madera que se alzan verticalmente, logrando una perfecta sensación de integración en el paisaje. Por el mundo En Portugal destacan las bodegas Quinta do Encontro (2005), del arquitecto Pedro Mateo, con su característica forma cilíndrica a modo de gran barrica y su recorrido interno de rampas circulares, en analogía a la forma de un sacacorchos. Y en Italia, las bodegas Vinar (2005) y las espectaculares bodegas Antinori (2010). En Sudáfrica también se encuentran muestras de esta nueva arquitectura del vino, como el proyecto de Jean de Gastines para Vergelegen Winery (1993), con un monumental edificio de plano hexagonal de cuatro plantas, con los espacios sociales abiertos a 360 o grados de visión panorámica sobre el paisaje y pasarelas sobre el estanque de la cubierta, en cuyas aguas se reflejan las montañas de la zona. También destaca el proyecto de Johan Malherbe para Dornier Wines (2003) —uno de los primeros inversores internacionales que aprovecharon el potencial vitivinícola de Sudáfrica después del apartheid—, con una bodega de cubiertas onduladas y grandes cristaleras laterales con amplias vistas sobre el paisaje, así como el diseño de Jean-Frédéric Luscher y Serge Lansalot para Glenelly Cellars (2004). En Australia destacan Penfolds Magill Estate (1996), Yering Station Winery (2001), Shadowfax Winery (2001), De Iuliis Winery (2002), Houghton (2004), Jansz Wine Centre (2004), Moorilla Estate (2006), Primo Estate (2006) o Sam Miranda (2008). Expresión urbana en un ámbito rural Algunas de estas nuevas arquitecturas se basan en la reinterpretación de los materiales y las formas arquitectónicas tradicionales, buscando la modernidad en contacto directo con la tradición, normalmente bien integradas en la cultura y el paisaje tradicional. Otras edificaciones hacen de esa integración un objetivo tan importante que la bodega desaparece en la invisibilidad, muchas veces bajo tierra, apareciendo en superficie solo una pequeña parte de la construcción, a menudo en materiales similares al suelo o con la discreción del cristal. Un tercer modelo elige una forma especialmente simbólica y representativa de la región vinícola, como la barrica de crianza, y concibe la bodega en torno a ese objeto protagonista, recreando un icono sobredimensionado y casi escultórico. Finalmente, en el contexto de una arquitectura globalizada, se han impuesto también las bodegas autoreferenciales, fácilmente reconocibles por el estilo inconfundible de sus arquitectos y la similitud con otras de sus bodegas o edificios. En cualquier caso, estas nuevas arquitecturas del vino trascienden el ámbito rural de cada una de estas regiones vitivinícolas y buscan expresarse en un lenguaje claramente urbano, potenciando el atractivo de estas zonas vinícolas y atrayendo flujos turísticos procedentes de las grandes ciudades. Además, la globalización de estos códigos de construcción y de estas nuevas arquitecturas del vino da lugar a edificios similares en diferentes puntos del mundo, tejiendo una red internacional de lenguaje compartido y unos circuitos turísticos globales. Un fenómeno, el de la nueva arquitectura del vino, fundamental para entender el creciente mercado del turismo del vino o enoturismo, estrechamente ligado al turismo gastronómico, al agroturismo, al ecoturismo y al turismo cultural, pero con tal protagonismo que en muchos casos la arquitectura del vino es el motivo central del viaje, pudiéndose incluso hablar de un verdadero «arquiturismo del vino». La renovación arquitectónica de las bodegas es un fenómeno que ha alcanzado a casi todas las regiones vitivinícolas. En Chile, el arquitecto Germán del Sol realizó para Viña Seña una obra perfectamente integrada en el paisaje. Abajo, tasting room, mimetizada con los colores y materiales del entorno. De la bodega a la mesa Compras, añadas y ofertas Entre los numerososo refranes vinculados a los trabajos y los días, encontramos este relativo al esperado momento de probar el vino: «Por San Martín (11 de noviembre), abre la espita al tonel, y bebe de él». El fin de la vendimia trae el primer vino, y en los tiempos regidos por el calendario agrícola ello era celebrado con júbilo, por no decir desenfreno, como plasmó Bruegel el Viejo en El vino de la fiesta de San Martín (hacia 1565-1568, El Prado). Hoy, la nueva cosecha sigue siendo motivo de anuncio, pero encuadrado más en la estrategia publicitaria (por ejemplo, con el famoso eslogan «Le Beaujolais nouveau est arrivé!», acuñado en la década de 1950) que en la mera necesidad. El vino ha dejado de ser, por lo general, un producto de temporada, pues puede encontrarse en los comercios todo el año, aunque sus ventas y consumo, como la mayoría de productos, siguen oscilaciones estacionales. Esta presencia ininterrumpida ha venido acompañada de una compleja y reglamentada red comercial cuyo último eslabón es la venta al público, sea en la bodega o el colmado clásicos de barrio, una tienda especializada o una gran superficie. Este último tipo de establecimiento no es del todo bien visto por el aficionado, pero ha logrado configurar una amplia clientela gracias a la diversidad de la oferta y, sobre todo, a precios competitivos. A la venta en grandes superficies se contrapone el fenómeno de la venta directa en la propia bodega, que está cobrando auge y dando excelentes resultados en regiones como California, Saint-Émilion (Burdeos) o Rioja. Ante una oferta amplia y variada como la del vino, el consumidor no avezado se enfrenta la mayoría de los casos ante el dilema de elegir. De hecho, la duda alcanza a las propias etiquetas y descripciones, que pueden resultar poco familiares. Los vinos difieren según el origen, las variedades, la elaboración y la edad. El origen es el factor que suele dar más pistas sobre un vino; por ello, un buen punto de partida es conocer las regiones vitivinícolas del mundo, los estilos de vino que predominan en ellas y sus gustos. Pero también puede ocurrir que el consumidor no sepa qué elegir porque no logra expresar sus preferencias. Una vez se consigue establecer la conexión entre el gusto personal y su expresión oral, todo resulta más fácil. La crítica Jancis Robinson recomienda entonces: «Busca una tienda de confianza. Explícales lo que te gusta y déjate aconsejar, para ir entrando poco a poco en este mundo fascinante». Una botella de vino constituye un excelente regalo. Hoy, el vino puede comprarse todo el año y en diversos tipos de establecimientos. Las añadas «Jerez de años tres, buen vino es, y mejor de tres veces tres», dice el refrán. Pero, pese a los refranes y a todos los avances, las añadas siguen siendo imprevisibles. El resultado de la añada puede ser muy distinto de un año a otro, de una zona a otra; los elaboradores viven al albur de esa variabilidad, y en vinos como los oporto la añada resulta tan importante que solo se declara en los años excepcionales. Nunca será lo mismo un rioja del 2001 (añada calificada como excelente) que otro del año siguiente (añada solo buena, teniendo en cuenta que «buena» es la calificación más baja de entre las tres que, de facto, emplean las clasificaciones oficiales). Por otro lado, las añadas históricas de grandes burdeos, oportos o riojas se degustan en catas o celebraciones especiales. Sin embargo, como advierte la mencionada J. Robinson, conviene no idealizarlas, pues «nos olvidamos de que no eran tan buenas como lo que bebemos hoy». Sea como fuere, los datos reveladores de las añadas siempre pueden resultar útiles a la hora de decidir la compra. Así, por ejemplo, la añada 2012 en el conjunto de España ha sido considerada como irregular, pero capaz de deparar grandes sorpresas en el futuro en algunos de sus vinos. Dar con ese vino que ganará con el tiempo puede ser una grata búsqueda, amén de un placer pospuesto. Añada excelente: apuesta (casi) segura AÑADA DENOMINACIÓN DE ORIGEN 2000 Lanzarote, Montilla-Moriles, Toro 2001 Alella, Cariñena, Monterrei, Navarra, Priorato, Ribera del Duero, Rioja, Somontano, Terra Alta, Toro, Utiel-Requena, Vinos de Madrid 2002 Montilla-Moriles, Valdeorras 2003 Cigales, Ribeiro, Toro 2004 Arlanza, Binissalem-Mallorca, Cariñena, Cigales, Costers del Segre, Jumilla, La Mancha, Monterrei, Montilla-Moriles, Montsant, Navarra, Priorato, Rías Baixas, Ribera del Duero, Rioja, Toro, Valdepeñas 2005 Bierzo, Calatayud, Campo de Borja, Cariñena, Empordà, Málaga, Navarra, Priorato, Rías Baixas, Rioja, Somontano, Toro, Utiel-Requena, Valencia 2006 Alicante, Binissalem-Mallorca, Cava, Conca de Barberà, Montsant, Rías Baixas, Somontano, Uclés, Utiel-Requena, 2007 Bierzo, Binissalem-Mallorca, Cariñena, Empordà, Montsant, Rías Baixas, Ribeiro, Somontano, Tarragona, Uclés 2008 Alicante, Condado de Huelva, Ribeiro 2009 Binissalem-Mallorca, Ribera del Duero 2010 Binissalem-Mallorca, Cariñena, Ribera del Duero, Rioja 2011 Cariñena, Rioja, Utiel-Requena Fuente: Conferencia Española de Consejos Reguladores Vitivinícolas ALGUNOS CONSEJOS Ir de compras generalmente es un placer, pero si la oferta es muy amplia, no se está muy seguro de lo que se quiere y se dispone de un presupuesto limitado —como ocurre muchas veces al ir a comprar vino—, puede generar un pequeño quebradero de cabeza. He aquí algunos consejos para procurar que ello no ocurra: OJEAR LOS CATÁLOGOS Y PROSPECTOS Los catálogos y prospectos publicitarios están por doquier. Al prever la compra de vino, haga acopio de unos cuantos de estos impresos. La primera etapa de la elección (vino tinto o blanco, de guarda o joven, tranquilo o espumoso) se puede hacer repasándolos. CONSULTAR PRENSA Y GUÍAS ESPECIALIZADAS Las publicaciones especializadas, al abordar un tema en profundidad, realizan una criba y presentan solo aquellos vinos que consideran representativos del asunto (región, variedad, etc.) en cuestión. Entretanto, en internet, puede ir comparando precios. APROVECHAR LA OFERTA Las páginas web de los diversos establecimientos de venta al público o de los propios negocios de venta online proponen constantemente atractivas ofertas. Hay que fijarse en el período de las mismas y no esperar hasta el último momento si la oferta realmente merece la pena. FIJAR UN PRESUPUESTO Sea ante una cuidada disposición de las botellas en el agradable entorno de la vinacoteca o ante los interminables lineales de una gran superficie, la tentación de adquirir más vino del previsto es grande, por lo que no queda más remedio que atenerse a un presupuesto. CHEQUEAR En los vinos con numerosas referencias en frontal competencia, con unos márgenes muy reducidos, la oferta puede encontrarse en la compra de lotes. Para ello, naturalmente, hay que cotejar a qué precio sale la botella. En los vinos más exclusivos, resulta más recomendable comprar una sola botella, «para probar». Una bodega en casa La aspiración de todo aficionado a los buenos caldos es tener una bodega en casa; lo confesemos o no, no solo para nuestro propio goce, sino también para poderla enseñar a los amigos. Pero esta loable aspiración a menudo choca con dos condicionantes: por una parte, las necesidades específicas de los vinos para su conservación, y por otra, las limitaciones de las casas, especialmente de los pisos urbanos. Desde la Edad Media se sabe que el vino se conserva mejor en espacios con unas condiciones específicas de temperatura y humedad, que solo se consiguen en cuevas —naturales o artificiales—, bodegas —entonces normalmente subterráneas— o en otros espacios frescos, como podían ser los monasterios cistercienses o las casas de campo. La bodega ideal para conservar los vinos sería pues una cueva o «cava» de piedra, a cinco o seis metros de profundidad. A partir de ahí, deberían recrearse esas condiciones de la forma más parecida posible. Recordemos, a título de ejemplo, la cava subterránea de Château Belair en Saint-Émilion, con varios grados centígrados de diferencia con el exterior, las cavas de París o de la Champaña, o de algunas zonas rurales españolas. Los antiguos romanos, curiosamente, conservaban el vino en estancias altas, en ánforas selladas, un procedimiento diferente al actual; fueron los monjes quienes, a partir de la Edad Media, construyeron las primeras bodegas de piedra, bien aisladas y con una temperatura constante. Cuidada bodega casera. La bodega ideal recrea las cavas subterráneas de antaño, en las que reinaba la quietud y una temperatura y humedad constantes. Temperatura y humedad En una bodega, para la conservación del vino hay que conseguir que la temperatura sea lo más estable posible, o sea, que oscile muy poco. Tiene que rondar los 12 ºC durante todo el año. También se requieren unas condiciones de silencio, oscuridad y humedad. En las casas actuales es difícil que se den estas condiciones. Así, como regla general, si se dispone de un espacio donde la temperatura no supere en verano los 20 ºC, ya podemos pensar en construir o habilitar una pequeña bodega. El control de la temperatura tiene una explicación: cuanto más alta sea la temperatura a la que el vino está almacenado, más rápido evolucionará, y se reducirá la capacidad de ser guardado en condiciones óptimas. Otra condición a tener en cuenta es la humedad. Hay soluciones caseras, como poner un cubo de agua en el espacio destinado a bodega, pero es una solución poco eficiente: mejor instalar un humidificador. También es importante que en el interior de la bodega no haya ruidos ni vibraciones: ¡así que nada de celebrar catas o fiestas en ella! Tampoco debe albergar olores extraños: ¡nada de utilizar la bodega como almacén de pinturas o como despensa de la matanza! Un buen aislamiento Dispongámonos a ello. ¿Tiene alguna habitación subterránea? Es lo ideal, y cuanto más orientada al norte y aislada del exterior, mejor. Y si tiene ventanas, mejor sellarlas o tapiarlas. Lo más importante es lograr un buen aislamiento. En el mercado existen muchos materiales aislantes, algunos más o menos fáciles de colocar, que se venden en plafones que simplemente se encolan a las paredes o al techo. Si se trata de obra nueva, conviene construir los tabiques con materiales aislantes: existe un Pladur específico que se puede unir a estas planchas aislantes y rellenar de lana de roca u otro material similar. Cuanto mejor aislemos la bodega, menor será la oscilación de temperatura y menos energía consumirá el climatizador/refrigerador. Los fabricantes afirman que nueve centímetros de poliestireno extrusionado de alta densidad equivalen a un muro de piedra de dos metros. Si observamos que la temperatura natural no es suficiente, hay que climatizar o refrigerar. Se encuentran diversas marcas de climatizadores de bodegas. Suelen ser de una sola pieza, y tienen la ventaja de que a la vez mantienen la humedad, ya que lo que deseca el aparato se vuelve a reintroducir en la bodega por un humidificador montado en el propio aparato. El problema es que si se monta en el interior calienta el ambiente y hace ruido —dos enemigos de la conservación del vino—. Es mejor montarlos en el exterior del recinto de la bodega; suelen incluir mandos a distancia. La mejor opción es prescindir de los refrigeradores de cámaras frigoríficas y adquirir un aparato específicamente diseñado para bodega, con baja temperatura, alta humedad y ausencia de ruido y vibraciones: tendremos así la bodega perfecta, como en los restaurantes. Debe tenerse en cuenta que el problema de algunos de los aparatos industriales de menor coste es el ruido. Si vamos a tener la máquina funcionando 24 horas al día, hay que asegurarse de que el ruido no nos moleste a nosotros ni a los vecinos. En todo caso, que sea de tecnología inverter, como ya lo son la mayoría. La mínima fuerza, de unas 3 000 frigorías. Puede solicitar a un instalador profesional un estudio de las necesidades de frío para mantener una temperatura de 16 o 18 ºC en el espacio que usted dispone. Es recomendable instalar una máquina que dé el máximo de frigorías, ya que así la máquina trabaja de una forma más holgada, lo que repercute en un menor consumo. Hay que recordar que los climatizadores resecan el ambiente. En el tema de la influencia de la humedad en la conservación de los vinos hay menos unanimidad de opiniones: parece que la humedad ambiente es importante para que el corcho no se reseque y así pueda dejar entrar aire que oxide el vino. Sin embargo, almacenando las botellas tumbadas, y por tanto con el vino en contacto con el corcho, este permanece húmedo. Hay quien recomienda guardar de pie los vinos espumosos, mientras que algunos estudios recientes sugieren que la humedad no es tan importante. Los botelleros Ya solo falta escoger los botelleros. Los hay de diversas formas, materiales y capacidad: madera, plástico, metal, goma flexible o silicona, etc. Incluso hay los que podríamos clasificar de «minimalistas», con un diseño muy eficiente de una tira metálica que se fija a la pared, mientras que las botellas se aguantan por el cuello. Su ventaja, aparte del ahorro de espacio, es que permiten una visibilidad perfecta. La opción más económica, y también eficaz, son los armarios climatizados, llamados también vinotecas o frigoríficos para vinos, que han ido bajando su precio y se venden en muchos establecimientos de electrodomésticos. Los hay de diversas capacidades, formas y modelos: pueden guardar de 6 a unas 200 botellas, pasando por casi todas las posibilidades. Su ventaja es que se pueden colocar en cualquier sitio —tal como vemos en los restaurantes—: en la cocina, el salón, el comedor, un pasillo, etc., y que tienen un acceso muy cómodo y práctico, al presentar una superficie acristalada. Los mejores son de acero inoxidable, tienen un motor sin vibraciones, iluminación por lámparas led y una alarma de tiempo dilatado de apertura de puerta, muy cómoda. Hay diversos tipos de botelleros, desde modelos simples, como el de la imagen, hasta grandes botelleros que ocupan largos paños de pared. La bodega ideal Una bodega ideal podría parecerse mucho a la recreada en el dibujo; de hecho, sería aún mejor con más espacio de por medio entre los distintos botelleros, que aquí se agrupan en aras de la didáctica, para mostrar los distintos tipos en una sola imagen. En primer plano, dos botelleros, de ladrillo cerámico caravista (izquierda) y de metal ondulado (derecha), que mantiene ligeramente inclinadas las botellas. En el centro, de izquierda a derecha, armario frigorífico —botellero común en los establecimientos de hostelería, que permite regular la temperatura y mantener las botellas en distintas posiciones—, mesa para la decantación y botellero entre los peldaños de una escalera —sistema muy práctico cuando no se dispone de mucho espacio—. Al fondo, un paño de pared destinado por completo al almacenaje de botellas: los casilleros en forma de rombo pueden albergar una docena de botellas cada uno; también al fondo a la derecha, botellero de madera, con asas; los botelleros pequeños deben colocarse al abrigo de la luz. La ilustración pretende ser ser un compendio de las diferentes maneras de almacenar y tener clasificadas las botellas de vino en una dependencia. Por lo general, en las pequeñas bodegas de carácter particular se opta por un único modelo de almacenaje. La temperatura importa En el vocabulario relacionado con el servicio del vino, chambrer es un término francés que significa servir el vino tinto a la temperatura aproximada de la habitación o comedor (chambre). Hay que tener en cuenta que este término se empezó a aplicar cuando no existía la calefacción central y las estancias no subían a más de 16 ºC de temperatura, en vez de los habituales 23 ºC de hoy en día, y es que, de hecho, conviene procurar que la sensación de cualquier vino al entrar en boca sea siempre ligeramente refrescante. Hay otros dos factores a tener en cuenta: al servirlo en la copa, el vino aumenta rápidamente de temperatura, aproximadamente unos dos grados por minuto. Por otro lado, el etanal —elemento consustancial de la fermentación alcohólica, relacionado con el etanol o alcohol etílico— es el aroma dominante al beber los tintos a temperatura ambiente, y puede debilitar los matices aromáticos más sutiles. A cada vino, su temperatura El límite superior de la temperatura de servicio del vino son los 18 o 19 ºC. El límite inferior viene dado por la naturaleza de los aromas, el contenido en azúcar y la estructura tánica del vino, pero se considera que se encuentra entre los 4 y 5 ºC; por debajo de esta temperatura, los aromas pierden expresividad. Nos referimos a los blancos y espumosos, aunque algunas bodegas buscan superar ese límite, como muestra el lanzamiento en 2011 por Moët & Chandon de Champán Ice, un champán más intenso que se sirve con hielo o con la botella casi helada. Los vinos más ricos en aromas frutales y florales se pueden tomar bastante frescos, unos pocos grados por encima de ese límite. Los blancos y rosados que hayan pasado por barrica y botella deben servirse entre los 10 y 14 ºC. Por su parte, los aromas de madera, los tostados, los de crianza o madurez y los de reducción y desarrollo en botella (tintos) se perciben mejor a temperaturas superiores, para conseguir su mejor comportamiento, pues si se sirve el vino demasiado fresco, los taninos aumentan su astringencia y amargan. Por lo tanto, los tintos robustos, ricos en taninos y de complejidad aromática, con notas de crianza, deben servirse por encima de los 14-15 ºC, incluso hasta los 17-18 ºC. Los tintos menos tánicos, por contra, pueden servirse a temperaturas más bajas. Los vinos ligeros de aperitivo, como los espumosos brut y los finos y manzanillas, se sirven entre los 7 y 10 ºC. Otros vinos generosos, como los amontillados y olorosos, se sirven en torno a los 12-14 ºC. Los vinos de postre o de licor —que en Francia se suelen tomar de aperitivo— son un mundo aparte y es difícil dar consejos universales. Los más ligeros pueden servirse bastante frescos (sobre los 5 ºC), mientras que los más complejos (moscateles viejos y dorados, rancios de garnacha, banyuls, pedro ximénez, fondillón, etc.) deben servirse a una temperatura algo más alta. Para el oporto, un vintage debe ser servido como tinto tánico, mientras que un tawny de 10 o 20 años se debe tomar más fresco. El tapón, ¿de corcho? Hace algunos años pocos hubieran pensado que el corcho tendría que competir en el mercado del vino con otros tapones, especialmente sintéticos y de rosca, pero la realidad es que las empresas cubren sus necesidades en función del tipo de vino, el mercado de destino y, por supuesto, el coste del producto, y lo que resultaba impensable puede empezar a cobrar cuerpo. Parece fuera de toda duda que el corcho es un producto que, al menos, en su gama más alta estará siempre presente en los grandes vinos del mundo. Nadie se imagina un Château Margaux o un Vega Sicilia con otro cierre que no sea el de corcho natural y con la mayor calidad. ¿Pero qué ocurre cuando hablamos de vinos más jóvenes que pueden tener una incidencia por tricloroanisol (TCA), una molécula que contamina el interior del corcho, y también vigas de madera, barricas y hasta jaulones, y que provoca el desagradabilísimo olor a corcho (bouchon)? Ese ha sido y es el debate entre partidarios y detractores del corcho, en el que hasta los ecologistas han tomado parte en defensa del producto nacido del alcornoque. Sin estadísticas fiables sobre la incidencia exacta del TCA en el mundo del vino, pero conscientes de que su efecto puede alcanzar desde el Château Pétrus al más modesto vino joven de cooperativa, el Nuevo Mundo hace tiempo que dio el salto y decidió que buena parte de sus vinos iban a salir al mercado con tapones sintéticos o con tapón de rosca o de cristal ya que, en general, compiten con vinos que se consumirán en un máximo de dos o tres años, y consideran que deben tener incidencia cero en TCA y ahorro de costes en el precio. Y no queda todo ahí, ya que en estos momentos Francia utiliza cierres alternativos al corcho en un 20 % de su producción, cantidad que supera Alemania y que se dispara en otros países productores, como Australia, Chile o Estados Unidos. El corcho es ligero, elástico, con gran capacidad de recuperación, adherente, impermeable a líquidos y gases y con un reducidísimo aporte de oxígeno, además de inerte a nivel químico. Desde el punto de vista estético, ha conseguido ser el rey de reyes porque todos los grandes vinos de guarda del mundo lo utilizan. Grandes empresas como Amorim, J. Vigas o Rich Xiberta son iconos del buen hacer. Pero en el mundo del tapón sintético, la multinacional de Carolina del Norte Nomacorc ofrece regular la cantidad de oxígeno que cada enólogo quiere para sus vinos y ha convencido de ello a los propietarios de cerca de 2 500 millones de botellas en 2012, y todo ello sin la amenaza del TCA. La rosca también es defendida por algunos estudios realizados en la Universidad de Davis (California) que, sin entrar en cuál de los cierres es mejor, sí predican las virtudes de un cierre que no consideran totalmente hermético al paso del oxígeno y que es apto para muchos vinos jóvenes cuyos consumidores estiman más práctico poder abrirlos en una merienda campestre sin necesidad de un sacacorchos, aunque no haga «pop». Llamativos tapones de silicona del vino monovarietal verdejo El perro verde, elaborado por Bodegas Ángel Lorenzo Cachazo (DO Rueda). Los tapones sintéticos y los de rosca o cristal empiezan a constituir una alternativa para ciertos vinos. El servicio del vino Todo un arte Abrir una botella de vino es algo sencillo si se siguen ciertas pautas no demasiado difíciles. Sin embargo, aún puede verse en restaurantes poco profesionales a algún camarero ignorar esas mínimas reglas: mueve la botella, la balancea, la sujeta entre las piernas, no corta el plomo del gollete, sirve el vino con fragmentos de corcho, etc. Hay un principio claro: si vamos a pagar el vino elegido, tenemos derecho a que nos sea servido con un mínimo de corrección —también, claro está, en relación a su temperatura de servicio, conservación, copas, etc.—. Si se pueden admitir ciertas «licencias» en vinos de bajo coste, ante aquellos de mayor edad (crianzas, reservas) o importantes por cualquier otro motivo, hay que extremar el cuidado. El descorche En primer lugar, sobre todo en los vinos de crianza, hay que mover la botella lo menos posible. Por lo tanto, la pondremos en posición vertical e intentaremos no agitarla. De esta forma, se evita que cualquier tipo de poso o sedimento pueda enturbiar el vino con los movimientos de la botella. Con un cortacápsulas (los sacacorchos corrientes ya disponen de una pequeña navaja destinada a este uso) o, en su defecto, con un cuchillo, reseguimos todo el borde de la cápsula, trazando la circunferencia completa para dejar bien marcado el corte. La cápsula puede ser de distintos materiales —plástico, plomo, etc.—, y protege el corcho de la acción de agentes externos a la vez que «viste» la botella. Con esta acción, se trata de evitar que el vino entre en contacto con cualquier material extraño, incluido el de la propia cápsula —además, el plomo es tóxico—. A continuación, se extrae la parte cercenada de la cápsula y se accede al corcho de la botella. Con movimientos suaves, se inserta poco a poco el descorchador en el corcho de la botella hasta llegar, generalmente, al tope del tirabuzón del mismo descorchador. Con cuidado, se descorcha el vino, haciendo una ligera presión con la botella sobre la mesa y tirando del sacacorchos hacia arriba, procurando a la vez no hacer ruido. La extracción debe realizarse lentamente, y si el corcho ofrece resistencia, hay que hacerlo girar un poco pero sin cambiar de dirección, ya que podría romperse. Hay modelos de sacacorchos que ya llevan a cabo estas acciones, pero hablamos del convencional, por ejemplo, el llamado «de dos tiempos». La operación en conjunto recibe el nombre de «descorchar la botella». DECÁLOGO DEL DESCORCHE 1.- Colocar la botella en posición vertical. 2.- Cortar la cápsula por debajo del reborde de la boca de la botella. 3.- Introducir la punta del tirabuzón o espiral del sacacorchos en el centro del corcho. 4.- Girar el sacacorchos, no la botella; esta se sostiene con la mano. 5.- Procurar no atravesar completamente el corcho para que no caigan restos en el vino. 6.- Extraer el corcho con sumo cuidado para que no se rompa. 7.- Una vez extraído, oler el tapón de corcho. 8.- Limpiar con un paño limpio el cuello de la botella. 9.- Echar un poco de vino en una copa de prueba, que no se servirá. 10.- ¡Servir el vino! Oler el corcho Una vez destapado el vino, se pasa por la boca de la botella un paño limpio o una servilleta, para quitar cualquier resto del tapón de corcho que pueda quedar en ella. Se puede comprobar la textura del corcho haciendo una ligera presión sobre el mismo con los dedos, para comprobar que su elasticidad es la adecuada, y que no está seco y pasado. Es preciso oler el corcho; debe oler a vino o no tener ningún tipo de aroma extraño. Si huele a cartón húmedo, significa que está en mal estado y tiene tricloroanisol (conocido por la sigla TCA) o «enfermedad del corcho». En ese caso, hay que desechar el vino. Al oler el corcho, por tanto, nos cercioramos de que el vino conserva todas sus propiedades intactas y de que no se ha deteriorado o se encuentra en mal estado. En algunos casos, además de limpiar la boca de la botella, debe hacerse igualmente con la parte interior del cuello, especialmente con los vinos viejos, ya que pueden contener restos de moho, suciedad, etc. Por último, se suele verter una pequeña cantidad de vino en una copa auxiliar —que no se utiliza para beber— para evitar las esquirlas producidas durante el corte y que hubieran podido verterse al descorchar la botella. Abrir una botella de vino no resulta complicado; simplemente, hay que prestar atención y atenerse a unas pocas reglas. Abrir una botella de vino La dificultad para abrir una botella depende del tipo de sacacorchos, pero las fases de preparación (pasos 1 a 3) son siempre las mismas. PASO 1 Corte la cápsula por debajo del gollete, para poder retirar la parte superior. Algunos sumilleres solo cortan una parte de la cápsula, mientras que otros prefieren quitarla completamente. PASO 2 Con la ayuda de un cuchillo, quite la parte superior de la cápsula. Esto evitará el contacto del vino con el metal, conveniente sobre todo en los vinos antiguos, dado que algunas de sus cápsulas son de plomo. PASO 3 Limpie la boca de la botella y la parte superior del corcho con un paño limpio. La posible presencia de moho en la superficie del corcho no debe alarmar: solo demuestra que el vino ha estado almacenado en bodega. PASO 4 Introduzca el tirabuzón del sacacorchos justo por el centro del corcho. La rosca del sacacorchos de la imagen es una rosca con fin. Debe entrar todo el tirabuzón y mantenerse recto, con cuidado de que no quede atravesado. PASO 5 Sujete con fuerza la botella para poder sacar el corcho. PASO 6 Extraiga suavemente el corcho del cuello de la botella, haciendo palanca con la pieza articulada. PASO 7 Una vez sacado el corcho del cuello, oprímalo para verificar su elasticidad: cuanto más viejo, más rígido estará. Después, huélalo: debe contener los aromas del vino. Abrir un espumoso El champagne, el cava y los demás vinos espumosos deben servirse fríos. De este modo, resultan más agradables al paladar, pero también menos peligrosos al abrir, ya que la presión es menor. Después de sacar la botella de la cubitera, séquela cuidadosamente. Para evitar accidentes al abrir la botella, no la sacuda ni la dirija hacia una persona. PASO 1 Quite la cápsula para descubrir el morrión y el corcho, con una navaja o tenazas de sumiller, o con un cuchillo normal. PASO 2 Afloje suavemente el alambre retorcido del morrión, manteniendo el pulgar sobre el corcho. PASO 3 Siga destrenzando el morrión asiendo el cuello de la botella con la otra mano. PASO 4 Retire el morrión mientras sujeta firmemente el corcho con la otra mano. PASO 5 Agarre el corcho con una mano y la botella con la otra. Haga girar con suavidad la botella (nunca el corcho). Tenga cuidado con la dirección hacia la que orienta la botella. PASO 6 Saque el corcho con precaución, ayudándose del pulgar y del resto de dedos, cuando comience a subir por el cuello. PASO 7 Tenga a mano una copa tipo flauta para verter el líquido que pudiera derramarse, y para servir inmediatamente el espumoso. ¡Atención!: sirviendo el vino Aquí trataremos uno de los puntos álgidos de la cultura del vino: el propio servicio del vino. Empecemos por describir el orden de servicio. Si bien no se pueden establecer normas absolutas —y menos en la cocina de autor, en la que cada plato se suele servir con su copa adecuada—, hay algunas de carácter general que pueden guiar. Así, los vinos blancos se sirven antes que los tintos, salvo excepciones (como en el caso de un sauternes, un vino de Alsacia de vendimia tardía o algún vino blanco —o tinto— de postre o de licor, como un pedro ximénez, un oporto o un banyuls, que en Francia se sirven como aperitivo). También es norma aceptada que los vinos jóvenes se sirven antes que los de crianza o envejecidos. Siguiendo el mismo paradigma, se sirven antes los vinos más ligeros que los intensos. Igualmente, hay que servir antes los secos que los dulces (salvando la costumbre francesa ya aludida). También se suelen servir los vinos espumosos antes que los vinos más aromáticos. En todo caso, en contra de una costumbre persistente, los espumosos (champagne, prosecco, cava, etc.) nunca se servirán con los postres (excepto en el caso de los semisecos o dulces), y se tratarán como un vino tranquilo. De hecho, los espumosos son llamados «vinos comodín», ya que se pueden servir tanto con el aperitivo como con el último plato. Puede concretarse un poco más: en primer lugar serviremos los vinos blancos secos, a continuación los rosados, seguirán los tintos ligeros y los tintos jóvenes, después vendrán los tintos con cuerpo y por último los semidulces o dulces (por lo general, blancos). Si se sirve un solo vino, este corresponderá al del plato principal. El servicio del vino en un restaurante debe seguir determinadas reglas en beneficio de una buena degustación del vino elegido. (En la imagen, restaurante del museo del vino de París.) Pasos a seguir por un buen camarero Pongámonos por un momento en el lugar de un camarero o de un sumiller de restaurante. Cuando el cliente ha pedido su vino, el traslado a la mesa debe hacerse sin movimientos bruscos. La botella se «viste» con una servilleta — también en los vinos blancos que se sirven en un cubo con hielo y agua—. Para evitar los movimientos y mantener la horizontalidad de la botella, los vinos delicados, añejos y con sedimentos deben trasladarse en una cesta especial. Después viene la fase de «presentación» del vino. Hay que procurar que la etiqueta esté siempre a la vista del cliente; si no fuera así y este lo indica, hay que mostrarla acercando la botella. Es costumbre presentar la botella al comensal que la «ordenó» o pidió, haciéndolo por su izquierda. El camarero o sumiller puede presentar la botella describiendo la etiqueta y el vino con los siguientes datos: nombre del vino y de la bodega, cepa o variedad, denominación de origen, año o cosecha. Según la categoría del vino, se pueden añadir datos sobre el tiempo de crianza en barrica, premios que haya obtenido o alguna otra característica especial. Si el vino ha sido sugerido por el sumiller, este, además, proporcionará unas notas de cata ponderando la armonización o el maridaje con el que va a ser degustado. Descorche y escanciado A continuación viene el descorche. Se hace en una mesa auxiliar o en la misma mesa del cliente, pero siempre frente a él, con la etiqueta visible. Se procede con movimientos seguros. La cápsula se suele guardar en el bolsillo mientras que el tapón, una vez olido, se puede depositar en un plato y ofrecer al cliente. Después de limpiar el cuello o gollete con una servilleta, viene la fase de escanciado. Primero se da a degustar el vino al anfitrión, a quien ha pedido el vino o a quien aquel indique. La cantidad debe ser suficiente (1 cl) para poder captar su aroma y sabor, estar a la temperatura adecuada y libre de defectos —picado acético, descomposición en caso de los añejos, etc.—. Durante esta operación, se mantiene la botella en la mano y a la vista del anfitrión o de la persona que ha degustado el vino, para poder escuchar sus comentarios, su asentimiento o rechazo. El escanciado se inicia por las mujeres de mayor edad, siguiendo por las de menor edad, para terminar con los hombres más jóvenes y el anfitrión. Siempre se hace por la derecha y en el sentido de las manecillas del reloj. Naturalmente, hay que procurar no derramar ni una gota de vino sobre el mantel. Otros datos a tener en cuenta durante el servicio del vino son los siguientes: es conveniente que la manipulación de la botella permita ver la etiqueta en todo momento; el vino debe servirse antes que los platos a los que acompañará; la copa no debe llenarse más de un tercio cada vez que se sirva vino; la gota generada por el escanciado debe limpiarse con la servilleta entre cada servicio. Recordar, por último, que algunos vinos requieren ser decantados antes de servirlos. El escanciado se hace por la derecha del comensal y en el sentido de las manecillas del reloj. Objetos imprescindibles Para el servicio correcto del vino, nececesitamos un sacacorchos, copas adecuadas, y a veces decantadores u otros accesorios. El sacacorchos El sacacorchos es un instrumento con una espiral que se introduce en el corcho de las botellas de vino con el fin de extraerlo. El descorchador profesional por antonomasia es el llamado de tirabuzón o palanca. Es el más utilizado y el más práctico: se puede llevar en el bolsillo, ya que es plegable. Tiene una palanca con dos espacios, para abrir la botella en dos tiempos, y una navajita para cortar el plomo a la altura del gollete. El llamado sacacorchos de alas es muy útil en casa, ya que nunca falla, pero no se admite en los restaurantes. Consta de un tirabuzón, un aro para apoyar en el cuello de la botella y dos alas móviles que facilitan el trabajo de extracción del corcho. El sacacorchos de láminas se utiliza sobre todo para sacar corchos deteriorados con el paso del tiempo. Se parece al de alas, pero no tiene tirabuzón, sino dos láminas, lengüetas o cuchillas muy finas con un perfil redondeado para ajustarse en el interior del cuello de la botella. En el argot de los vinateros se le llama «de mayordomo». El sacacorchos brucart de Pulltex® es un sacacorchos que consta de un medidor para no traspasar el tapón. El sacacorchos de pared o fijo tiene un cuerpo de madera que se fija a una pared, tabla vertical, etc. Otros sacacorchos disponibles son los que llevan termómetro incorporado —más bien un gadget para impresionar a las amistades—; los de aire comprimido; los sacacorchos eléctricos; los Alluminium®, que para algunos entendidos son los mejores sacacorchos del mundo; de diseño o vintage, etc. Modernos sacacorchos en una vinoteca. Las copas La copa de vino tiene que ser de cristal, con un pie y una base, y siempre con la parte de la boca más deprimida, o sea, de forma cónica hacia el interior, para captar mejor los aromas del vino. El fondo será redondeado, para airear mejor el vino. Las hay de tipo «balón» y las de cáliz más alto. Es básico que el talle o pie de la copa sea lo suficientemente largo como para no tocar el cáliz y no calentar el vino o traspasarle posibles olores extraños. El cristal debe ser transparente y liso —sin colorear, sin dibujos ni grabados—, pues de esta manera se puede apreciar mejor la calidad, el color y la brillantez del vino. Las medidas normalizadas de una copa según la ISO (International Standard Organization) son: 5 cm de alto, 10 cm de fondo y 6,5 cm de ancho. El vino tinto requiere copas más grandes que el resto de vinos, y en función de si el vino tinto es añejo o joven, escogeremos para aquellos una copa con boca ancha y fondo pequeño, y para estos, un fondo grande y una boca cerrada. Hay copas especiales para algunos grandes vinos, para los finos, amontillados o de licor, para los espumosos, etc. Los vinos espumosos se beben en copas «flauta», que son altas, delgadas, de fondo pequeño y cónicas en la parte superior. Son adecuadas porque permiten que el vino no pierda su efervescencia y que sus aromas se aposenten. Si bien el vino blanco y el tinto pueden servirse en la misma copa, lo ideal es que la copa del vino tinto sea algo más grande, pues es un vino de sabor más fuerte y necesita agitarse. Así pues, la copa de vino blanco es un poco más pequeña y baja que la copa para vino tinto. También se puede utilizar la copa del vino blanco para los rosados. La Chardonnay es la más difundida de este tipo. Para tintos, la copa más extendida es la de tipo Burdeos, en forma de tulipán, amplia y alta; permite que los vinos muy elaborados se oxigenen y se puedan oler bien. La copa tipo Borgoña es de gran volumen, con la abertura ligeramente más cerrada que la Burdeos. Hay otros modelos para vinos del Rin, syrah, Burdeos blanco, etc. Las copas de vino tienen que ser de cristal, deben tener un pie y una base, y la parte de la boca debe adoptar una forma cónica hacia el interior, para poder captar mejor los aromas del vino. Decantadores Un decantador es una vasija o jarra de cristal de forma achatada, base ancha aunque más estrecha en la propia base y con un cuello fino, que sirve para trasvasar el vino y hacer que se exalten sus cualidades organolépticas. Los hay horizontales, tipo «pato». La decantación consiste en trasvasar delicadamente el vino desde su botella original hasta el decantador, de una forma constante pero lenta. Usar un decantador para servir un vino contribuye a evitar que los posos enturbien el pleno disfrute del vino, y así este gana en claridad y brillantez. Al decantar vinos antes de servirlos, estos «se abren», se oxigenan y muestran sus cualidades. Los vinos tintos jóvenes, concebidos para la conservación, necesitan años para desplegar su fuerza. Al decantarlos aceleramos su maduración, como si fuera un «envejecimiento» hecho en horas. Los tintos añejos, complejos y sutiles, suelen ganar si se decantan; así eliminamos el pósito de taninos y antocianos —pigmentos coloreados del vino— y permitimos que las notas de reducción se volatilicen. También se pueden decantar los vinos blancos, aunque es una práctica menos frecuente, ya que son por naturaleza delicados y «frágiles». Es este caso utilizaremos un decantador de cuello estrecho para evitar un excesivo contacto con el aire. En cuanto al tiempo de permanencia del vino en el decantador, va de media hora, aproximadamente, a cuatro horas; de 15 minutos a una hora para los blancos. Otros utensilios En el mercado encontramos otros objetos útiles para el servicio del vino. Entre los más habituales se encuentran los termómetros. Los hay de copa y de bolsillo —presentados como un bolígrafo—; también los hay en forma de aro o banda térmica que rodea la botella. Asimismo, pueden encontrarse unas pequeñas pipetas para conocer el grado alcohólico; navajas para cortar el plomo del collarino, de diversos modelos; cortacápsulas, que realizan un corte preciso; abridores especiales para vinos espumosos, en forma de pinza u otros; collarines o «ataja-gotas» para poner en el cuello de la botella y evitar el goteo. Igualmente, en el mercado se pueden encontrar toda clase de tapones especiales para guardar el vino o el espumoso ya abierto —algunos actúan al vacío—, bolsas-termo para transportar el vino; cubos, termos y «abrigos» para refrescarlo, y un sinfín de otros accesorios. Diversos utensilios prácticos para el servicio del vino. En el mercado, pueden encontrarse variados objetos que hacen más preciso el servicio del vino y que redundan en una óptima degustación del mismo. Sacacorchos, para que no se te resistan A lo largo de sus cerca de tres siglos de historia, el sacacorchos ha sido objeto de creaciones tan ingeniosas como artísticas. Uno de los más apreciados por su diseño es el sacacorchos de latón y bambú creado en la década de 1950 por el vienés formado en la Bauhaus Carl Auböck II, que se distingue por la estilizada calavera en su tirador: las dos grandes «cuencas de los ojos» son para que se agarren los dedos, y el «hueco de la nariz», más pequeño, para poder abrir refrescos. Hoy en día, se encuentran todo tipo de sacacorchos, pero aquel que tenga la intención de descorchar botellas de vino asiduamente debe procurarse uno de buena calidad. SACACORCHOS DEL SIGLO XIX Los modelos con empuñadura metálica montada sobre el engranaje estuvieron en boga durante el siglo xix. SACACORCHOS COMÚN Este modelo simple, con empuñadura en forma de T, puede resultar poco práctico al exigir un mayor esfuerzo muscular: un corcho muy ceñido al cuello se resistirá a ser extraído con este utensilio. SACACORCHOS DE CAMARERO También llamado «de tirabuzón», «de palanca» o «dos tiempos», dispone de un brazo que se apoya sobre la boca de la botella y de una navajita para cortar la cápsula. El tirabuzón debe ser suficientemente largo. Requiere cierta experiencia. SACACORCHOS DE MARIPOSA Modelo con dos brazos y un mecanismo de engranaje en el vástago que permite hacer palanca sobre el corcho. SACACORCHOS DE LÁMINAS O ALETAS Se introduce primero la lámina larga a un lado del corcho y luego la corta, al otro, y se ejerce un movimiento rotatorio. Al no perforar el corcho, resulta adecuado para vinos de edad y corchos delicados. Eso sí, conviene ser manitas. SACACORCHOS DE DOBLE EMPUÑADURA Se encuentran metálicos o de madera de boj. Disponen de una doble empuñadura: la primera hace penetrar el tirabuzón en el corcho; la segunda lo hace girar al revés para extraerlo. Diseñado para colocarse directamente sobre el cuello de la botella, es fácil centrarlo y hacer girar las roscas. SCREWPULL® CONTINUO Y DE RESORTE Concebido por el ingeniero estadounidense Herbert Allen inspirándose en un principio de la extracción de crudo, es extraordinariamente eficaz y fácil de usar pues, colocado sobre el cuello de la botella, se hace girar el tirabuzón para que penetre en el corcho y, manteniendo el mismo sentido del giro, acabe extrayéndose este (Screwpull® continuo), o, una vez insertado el tirabuzón, se saque el corcho tirando simplemente de la palanca (Screwpull® de resorte). A cada vino su copa El sabor del vino es diferente —y mejor— cuando se bebe en la copa apropiada. Por exagerada que pueda parecer, esta afirmación ha sido demostrada en la práctica, en catas comparativas. Los elementos que hay que tener en cuenta en la elección de las copas son, por orden de importancia, su forma, su tamaño y el material del que están hechas. A esto hay que agregar factores tradicionales, pues muchas regiones vinícolas poseen su propio tipo de copa. COPA COMODÍN Permite catar vinos blancos con aromas intensos, pero también tintos clásicos de aromas suaves y tintos jóvenes. COPA BURDEOS La más empleada para tomar vinos tintos. En forma de tulipán, amplia y alta, permite que los vinos intensos se oxigenen y se puedan oler bien. COPA PARA BLANCOS CON CRIANZA Copa con cáliz amplio y boca más cerrada, adecuada para los vinos blancos fermentados en barrica o para un pinot noir. COPA BORGOÑA Copa de gran volumen, con la apertura ligeramente más cerrada que la Burdeos. COPA PARA VINOS GENEROSOS De menor capacidad que el resto de copas y llenándose solo hasta la mitad, permite una adecuada percepción de estos vinos singulares (oportos, tintos dulces, olorosos, pedro ximénez). CATAVINOS Diseño especial de copa para las catas profesionales. Permite hacer girar el vino con facilidad, para liberar sus aromas. COPA DE AGUA Su boca, más recta y amplia que la de las copas de vino, permite ingerir mayor cantidad de líquido. COPA FLAUTA Indicada para espumosos como el cava o el champagne de corta crianza. De forma alargada, se llena hasta las tres cuartas partes para observar el ascenso de las burbujas y apreciar la calidad y el color del vino. COPA PARA ESPUMOSOS GRAN RESERVA Su cáliz, más amplio que el de la copa flauta, permite una mejor oxigenación de los aromas complejos de este tipo de champagnes y cavas. Decantación y decantadoras La decantación es la acción de separar un líquido de sus sedimentos o lías. Aunque la mayoría de vinos pueden servirse directamente de la botella, conviene decantar algunos de ellos, como los oportos de añada —con tendencia a generar posos—, las botellas con restos de corcho o vinos cosecheros a los que la decantación ayuda a madurar. El vino entonces se trasvasa lentamente de la botella a una garrafa o jarra, llamada «decantadora». Decantar: pros y contras La decantación no genera una respuesta unánime. Sus partidarios afirman que al cabo de una hora un vino joven decantado puede haber mejorado notablemente, aunque también es verdad que, si permanece mucho rato en la garrafa, perderá frescura y vitalidad. La decantación también puede vivificar vinos añejos, pero a su vez endurecerlos y hacerles perder algunos aromas. Otro argumento esgrimido a favor de la decantación es que permite envejecer rápidamente los vinos que no han llegado a su apogeo, al reproducir los efectos del añejamiento en botella, aunque esta afirmación también es controvertida, ya que la reacción química que se produce es compleja y mal conocida. Y, ¿cuál es el mejor momento para decantar? Tampoco aquí hay una sola respuesta pero, por si acaso, no decante el vino con mucha antelación: los que han llegado a la madurez pierden rápidamente en la garrafa. Además, el vino continúa aireándose al pasar de la garrafa a la copa. La decantación, en realidad, se trata de una operación sencilla: solo hace falta una mano firme, buena iluminación y decantar sobre una superficie clara para ver cómo pasa el vino por el cuello de la botella. La garrafa debe estar muy limpia, así como el embudo o el filtro, si se decide emplearlos. Por otro lado, hay que tener en cuenta la forma y el tamaño de la decantadora para que la superficie de vino que entre en contacto con el aire tras la decantación sea la adecuada. Además de la brusca oxigenación del vino, en las horas posteriores se producirá una evolución de los aromas, más o menos rápida según el tiempo de exposición del vino al aire. Para los vinos jóvenes se prefiere una garrafa plana y de base ancha, para favorecer el intercambio entre el vino y el aire, mientras que para los añejos, es mejor una garrafa que deje poco aire sobre el vino y que habrá que llenar hasta arriba y tapar tras la decantación. Las decantadoras En sus orígenes, las garrafas tenían una función meramente práctica, como medio de transporte del vino de la bodega de la casa a la mesa, pero hoy su papel se limita al proceso de la decantación o, dada la belleza de muchas de ellas, a una función meramente ornamental. Algunas presentan un abultamiento en la boca para poder cerrarlas herméticamente; las hay abombadas por la base y otras estilizadas. Todas las formas y capacidades ya existían en el siglo xviii, y hoy muchas reproducen esos modelos. Sin embargo, las modas y estilos también influyen en las garrafas, y las de cristal tintado o trabajado han dejado paso a formas sencillas y líneas armoniosas. El cristal transparente es necesario para apreciar el color del vino. También es natural que tenga unos tamaños mínimo (para poder decantar, al menos, el contenido de una botella de 75 cl) y máximo, para que resulte manejable. Las decantadoras (o decantadores) pueden variar bastante en la forma, desde las abombadas a las estilizadas, pero casi todas son de cristal transparente y tienen una capacidad similar. Etapas de la decantación Algunos vinos pueden mejorar al ser trasvasados a una garrafa o jarra, proceso que se conoce como «decantación». La decantación permite eliminar los eventuales restos de corcho u otro tipo de posos, a la vez que oxigena el vino y, por tanto, acelera su maduración. PASO 1 Si la botella se ha conservado en la bodega en posición horizontal, colóquela en una cesta. Dentro de la misma, corte la cápsula y descórchela. Limpie la boca de la botella con un paño. PASO 2 Sobre todo en los vinos de larga crianza en bodega, que puedan presentar más posos, encienda una vela por debajo de la botella que ilumine bien su hombro y su cuello. Empiece a verter el contenido intentando inclinar lo menos posible la botella, para no mover los posos. PASO 3 Prosiga el vertido de la botella con una cadencia regular, impidiendo que el vino refluya. La luz de la vela incidiendo en la botella permite seguir la progresión de los posos, oscuros y opacos. PASO 4 Cuando la botella está casi vacía, preste mucha atención: deje de verter cuando los posos lleguen al cuello. Estos deben permanecer en la botella, mientras que el color del vino en la garrafa debe ser claro y brillante. DECANTACIÓN DE UN VINO JOVEN Para los vinos jóvenes, es recomendable verterlo en una garrafa plana y de base ancha, para favorecer el intercambio entre el vino y el aire. Por tanto, no es necesario inclinar la garrafa; es suficiente con abrir la botella y verter directamente el líquido. Si este salpica los bordes de la jarra, se aireará incluso antes. El vino así decantado puede resultar más meloso, redondo y agradable al paladar. EMBUDO Y FILTRO En la decantación, pueden emplearse embudos específicos con filtros de tela o de metal. Los de estas imágenes son de plata y son apropiados para retener el sedimento —más espeso que la media— de los oportos vintage. Degustar y entender La cata La palabra «catar» procede del latín captare, que originariamente significaba «coger» o «buscar», pero que desde el siglo xviii pasó a significar «captar por los sentidos», y «catador», quien probaba algo para dar dictamen de su calidad. Actualmente, «catar» hace referencia a probar algún alimento examinando su sabor, textura y olor. Los primeros catadores Los orígenes de la figura del catador se remontan al siglo xiv, cuando el rey francés Carlos IV el Hermoso fundó oficialmente el cuerpo de CourtiersGourmets-Piqueurs de Vins, que hoy en día sigue activo con el nombre de Compagnie des Courtiers-Jurés Experts Piqueurs de Vins de Paris. En un inicio, la corporación agrupaba a comerciantes y tratantes del vino, así como a gourmets (que originalmente eran quienes degustaban el vino, aunque con el tiempo el término ha pasado a designar a los gastrónomos en general). Con Napoleón, este cuerpo se especializó en la cata de vinos con el objetivo de detectar adulteraciones y luchar contra el fraude. Actualmente continúa siendo una asociación de utilidad pública, aunque su principal función es elaborar un palmarés con los mejores millésimés o vinos del año. Catadores, sumilleres y enólogos Los catadores profesionales pueden ser también los responsables de la selección y el servicio del vino en restaurantes, es decir, ejercer la tarea propia de los sumilleres. El término «sumiller» procede del francés sommelier, y se utiliza en España desde el siglo xvi para designar un puesto de servicio o asistencia al rey. Conocidos como «sumillers de corps», eran hombres de confianza entre cuyas misiones estaba la de servir el vino. Para esta tarea existía también la figura del «sumiller de la cava», que llevaba las relaciones con los proveedores de vino y atendía la salubridad del agua y de las fuentes. A catadores y sumilleres se suma la figura del enólogo, al que, sin embargo, hay que distinguir de los anteriores pues el enólogo es el responsable no solo de la elaboración de los vinos en bodega, sino de la elección de las técnicas vitícolas y del análisis y la gestión de la producción. Su función comenzó a popularizarse en el siglo xx, y en 1965 se creó una asociación nacional con delegaciones regionales, hoy integrada en la Federación Española de Asociaciones de Enólogos, que, a su vez, pertenece a la Unión Internacional de Enólogos, fundada en 1965. Desde 1996 se imparte en España esta titulación universitaria y la profesión está reconocida por la ley desde 1998. Actualmente, catar consiste en probar cualquier alimento o bebida examinando su sabor, textura y olor. La cata del vino ha adquirido una dimensión profesional importante, con sus propias normas estandarizadas, aunque también se puede realizar con un fin más lúdico, con el simple propósito de disfrutar. (En la imagen, sala de catas de Viña Meín, bodega de Leiro, Orense, DO Ribeiro.) Sistematización de la cata La sistematización de la cata de vinos es relativamente moderna. Los trabajos comenzaron cuando, tras las reuniones por los problemas acaecidos por la filoxera, se impulsó por parte de ocho países —España, Francia, Grecia, Hungría, Italia, Luxemburgo, Portugal y Túnez— la Oficina Internacional del Vino en 1924, actualmente llamada Oficina Internacional del Vino y la Viña (OIV). En España se creó la Unión de Asociaciones Españolas de Sumilleres en 1964 y la Unión Española de Catadores en 1983. Los profesionales de la cata, a los que se suman laboratorios y centros de investigación, comparten las normas UNE (sigla de Una Norma Española) e ISO (normas internacionales de estandarización) sobre el análisis sensorial. Por ejemplo, en el caso de la copa en la que se debe catar el vino, estas normas dictan que debe ser de tulipán con un diámetro del borde menor al de la parte convexa. Estas normas también regulan las características de la sala de cata, que debe ser amplia, con colores claros, iluminada y libre de humos. Sin embargo, hay que recordar que las catas pueden ser realizadas por profesionales o simplemente por consumidores con el simple objetivo de disfrutar, sin tener que atenerse a esas normas. Tipos de cata Cata técnica, análisis sensorial o análisis organoléptico. Es la cata que valora un vino de forma profesional. Se trata de valorar el vino por medio de los sentidos de forma técnica, analítica y objetiva. En estas catas se rellenan fichas donde se valora numéricamente el vino. Dependiendo de cada crítico o escuela de cata, las escalas finales pueden estar entre 0-100, entre 0-10 o entre 0-20. En este tipo de cata sistematizada se incluyen también otras tipologías: Cata vertical. Consiste en la cata de varias cosechas de una misma marca de vino de una bodega para comprobar su evolución. Cata horizontal. Cata de vinos de diferentes bodegas pero de la misma añada y de la misma denominación de origen. Cata varietal. Cata de diferentes vinos hechos con la misma variedad de uva. Cata a ciegas. Es aquella en la que los catadores desconocen los vinos que deben catar, pues su etiqueta está tapada, por lo que deben acertar su zona, variedad, etc. Son las catas profesionales para sumilleres y hay concursos que se basan en este tipo de cata, como el Nariz de Oro en España. Cata doble ciega. Se agrupan las botellas en función de características comunes, añada, variedad o zona, y se trata de analizar las diferencias entre unos y otros vinos sin conocer su etiqueta. Cata doble. Se trata de una cata mixta, pues primero se catan los vinos a etiqueta descubierta y luego se repite la cata pero con la botella cubierta. La cata no profesional por parte de consumidores y aficionados es la cata amateur. Se acerca más a la degustación, puesto que la intención es analizar un vino de forma subjetiva por quien lo va a disfrutar. Se hace por placer, sin puntuar, pero profundizando en los matices que aporta el vino. Para estos aficionados la cata a ciegas puede ser un juego y de hecho hay concursos con ese fin, como el del establecimiento Vila Viniteca (Barcelona) con el premio de cata por parejas, un concurso a ciegas para aficionados en el que gana la pareja que más se acerca en descifrar de qué vino se trata. Cata celebrada en Berlín en 2004, en la que se evaluaron 16 grandes vinos de la cosecha 2000, obteniendo el primer y el segundo premios los vinos Viñedo Chadwick 2000 y Seña 2001, lo que dio un considerable espaldarazo a la vitivinicultura chilena. La hoja de cata y otros detalles En las catas profesionales o análisis sensoriales se debe evaluar la percepción sensorial a través de escalas nominales (se escoge una respuesta), ordinales (se señala el percibido por magnitud) y de intervalo. Estas valoraciones se indican en una hoja de cata. La elegida por la OIV para los concursos internacionales incluye 5 rangos y otorga puntuaciones hasta 100. Los profesionales pueden llegar a catar durante horas numerosos vinos, aunque lo aconsejable es no superar los 12 o 15 por sesión, o 7 u 8 si se trata de vinos dulces o de licor, cuya cata produce mayor cansancio. El gran número de vinos a catar es el motivo por el que los catadores escupen los vinos tras su paso por boca en una escupidera. No obstante, este punto no es necesario para las catas por placer. Tanto para profesionales como aficionados, el orden de cata de los vinos debe seguir la lógica, ya que se han de catar los vinos sencillos antes que los complejos (jóvenes antes que los de guarda), los ligeros antes que los corpulentos (los blancos antes que rosados y tintos) y los tranquilos antes que los espumosos, así como los secos antes que los dulces. En el caso de las catas profesionales, el horario recomendado es de 10 a 13 horas, justo antes de la comida. La temperatura de la muestra a catar puede influir, por lo que se debe catar a temperatura de servicio (entre 10 y 16 grados dependiendo del tipo de vino). Pasos a seguir Tanto en catas profesionales como por afición, los pasos que se realizan en la cata son: Ver el vino. Para apreciar el color del vino, se inclina la copa y esta se sitúa encima de un fondo blanco. Olerlo. Se hace primero «a copa parada», que significa que se huele el vino sin moverlo. Después se mueve la copa tomándola por el tallo o apoyándola en una mesa, haciendo girar el líquido de forma circular en sentido contrario a las agujas del reloj. Tras este movimiento, con el que se consigue la oxigenación del vino y la liberación de otros aromas, se vuelve a oler. También existe la posibilidad de agitar de forma violenta la copa tapando la abertura con la palma de la mano, lo que tiene como fin disipar algunos tufos que pudieran impedir apreciar los aromas. Esta acción se conoce como «rotura del vino». En boca. Son las sensaciones que produce el vino en boca. Las primeras sensaciones se denominan «ataque» o «entrada». Posteriormente se analizan las sensaciones que produce a la hora de la degustación («paso de boca») y las que deja justo antes de ser ingerido («presencia en boca»). Por último se observa el «final de boca», «retrogusto» o «posgusto», es decir, las sensaciones que permanecen en nariz y boca tras ser ingerido. Los catadores profesionales, cuando no quieren tragar el vino, sorben introduciendo aire una vez el líquido está en la boca. A estas sensaciones del posgusto se las denomina erróneamente «sabores» cuando realmente son aromas. Estos «sabores» permanecen una vez ya no hay vino, por lo que también se denomina «persistencia», la cual puede ser larga o corta. Estos son los pasos a seguir en una cata, aunque según el que fue sumiller de El Bulli, Ferran Centelles, cualquiera puede dar un juicio certero de un vino siguiendo sus propios pasos, y aconseja probarlo y pasearlo por la boca y, «cuando estás aburrido, lo tragas. Haces lo mismo con otro vino y comparas. El que te haya aburrido menos, el que hayas tardado más rato en tragarte, es el mejor». Para apreciar el color del vino, la copa debe colocarse sobre un fondo blanco, como el de los manteles de la sala de degustación del Museo del Vino de París, en la imagen. Las etapas de la cata Observe a un catador veterano y el proceso le parecerá simple: mira, olfatea, degusta, escupe, toma algunas notas y pasa al vino siguiente. Esta técnica se adquiere, al igual que todos los trucos que hacen más fácil el análisis. La primera etapa consiste en examinar el color, a continuación los olores y finalmente el sabor. PASO 1 El aspecto del vino dice mucho de él. Primero, coloque la copa sobre un mantel o una hoja en blanco, o delante de un fondo blanco. La limpieza del vino, la brillantez, la intensidad del color y las eventuales burbujas del gas carbónico se observan mejor mirándolo desde arriba, con la copa sobre la mesa. PASO 2 Incline la copa mientras la aleja, hasta que quede casi en posición horizontal. Esto le permitirá examinar el color, así como la anchura y los matices del «borde». PASO 3 Sostenga la copa por el fuste o por el pie, entre el pulgar y el índice, a fin de ver claramente el vino. Haga una primera tentativa de olerlo antes de hacerlo girar. PASO 4 Haga girar el vino en la copa. Para imprimir un movimiento de rotación, la mayor parte de los expertos giran suvemente la copa en el sentido inverso a las agujas del reloj. PASO 5 La apariencia y el olor constituyen dos de los principales indicios para determinar la calidad potencial del vino: examine la capa e inhale el aroma. PASO 6 Examine las «lágrimas» o «piernas»: ¿son espesas o delgadas?, ¿descienden lenta o rápidamente por las paredes interiores de la copa? Aspire el vino alternando inhalaciones cortas y profundas, suaves e insistentes. Concentre su atención en los olores y en lo que estos le evocan. PASO 7 Pruebe el vino reteniendo en la boca un sorbo razonable; «mastíquelo» durante algunos segundos y, después, entreabra los labios y aspire levemente para «airear» el vino. Desafío para los sentidos: color, olor y sabor Los principales aspectos que se pueden definir de un vino son su color, olor y sabor. Pese a las dificultades que entraña encontrar palabras adecuadas para ello, existe cierto consenso, pues se suelen utilizar términos con los que están familiarizados tanto los aficionados como los profesionales. Color La primera fase de observación del vino lleva a definirlo en dos grandes grupos según sea la intensidad del color: capa alta (intenso) y capa ligera (poco intenso). El color del vino blanco puede ser de tres familias: la de los pardos, entre los que se encuentran el caoba, el pardo o el gris acerado (de más a menos intensidad); la de los amarillos —oro viejo, dorado, paja y pajizo—, y la de los amarillo-verdosos —oro viejo verdoso, dorado verdoso, paja verdoso y pajizo verdoso—. En vinos rosados, los colores pueden ser: rosa frambuesa, rosa fresa, rosa grosella o rosa salmón, salmón y piel de cebolla (de mayor a menor intensidad). En vinos tintos, la escala cromática se mueve entre rojo violáceo, púrpura, granate, cereza, rubí, teja o castaño, y marrón. El color del vino depende de su envejecimiento y también de la variedad utilizada. Así, los tempranillos jóvenes son amoratados, mientras que los cabernet sauvignon tienden al color rubí. Contraste de color de dos vinos blancos: a la izquierda, copa de un vino del Penedès; a la derecha, copa de un vino varietal chardonnay, de un color ligeramente más oscuro. Olfato En el vino se pueden encontrar más de 800 componentes volátiles o aromas distintos, pero solo 50 pueden estar en concentraciones superiores a su valor umbral, que es a partir del que lo detecta el ser humano. En la cata de vinos se describen entre 13 —el máximo que se encuentra en un vino sencillo— y los 35 que pueden encontrarse en los vinos más complejos. Estos compuestos orgánicos tienen nombres científicos como acetato de isoamilo o eugenol, pero es más aconsejable definirlos por un nombre reconocido como, en este caso, plátano y clavo respectivamente. De forma simplificada, los aromas se clasifican en los siguientes tres grupos: Aromas primarios: proceden de la fruta y aportan notas florales, frutales y herbáceas frescas, aromas minerales o el de pasificación (aroma apropiado, por ejemplo, para un pedro ximénez, pero no para un tinto). Aromas secundarios: son provocados por la elaboración y adquiridos durante la fermentación. Entre ellos se encuentran los aromas lácteos, a productos de panadería o pastelería, así como algunos que parecen primarios —como el de plátano o el de caramelo ácido— pero que proceden de las levaduras seleccionadas o sintéticas. Aromas terciarios o bouquet: se desarrollan durante la crianza, como los frutales evolucionados, el de tinta o las notas lácteas (procedentes de la madera o del trabajo con las lías o battonnage, es decir, el removido de restos sólidos de la fermentación para conseguir una mayor cremosidad del vino). Los más habituales en este grupo son los de especias (vainilla, canela, pimienta o clavo), que aporta la barrica. La madera de roble americano proporciona además aromas a coco y a café torrefacto. La fase olfativa es vital en la cata, pues no solo hace que un vino en un primer ataque produzca atracción o rechazo, sino que, posteriormente, en la vía retronasal, e incluso tras ingerirlo, deja un posgusto que popularmente se considera como el «sabor», aunque realmente sea producto del aroma. Entre los llamados aromas primarios del vino, destacan los frutales. El origen de este aroma afrutado proviene del vínculo genético de la uva con las demás frutas. Sabor Los cuatro sabores que detecta el paladar son: Dulce: se percibe en la punta de la lengua en los primeros segundos de la cata. En los vinos secos lo aportan los alcoholes, y en los dulces, además de estos, el azúcar (glucosa, fructosa, arabinosa y xilosa). Ácido: se percibe en los bordes y debajo de la lengua, en los labios y en los dientes. Lo aportan los ácidos del vino, como el tartárico, el láctico y el cítrico. Salado: se percibe en dos carriles paralelos a lo largo de la lengua. Lo aportan las sales de los ácidos, como los carbonatos o los fosfatos. Amargo: se percibe al final de la lengua rozando la glotis, en la última fracción de cata, cuando el vino desaparece de la boca, y lo aportan sustancias amargas como los polifenoles (taninos) y algunos aminoácidos. Ni el umami ni el picante se terminan de considerar sabores, pero en cualquier caso tampoco aparecen en los vinos. Otros sentidos: tacto y oído El sentido del tacto entra en la cata de vino a través de la sensación térmica, la temperatura del vino, la real o la inducida por el propio vino, como la calidez producida por el alcohol o la frescura por la acidez. También detecta la suavidad, aspereza o astringencia, así como el volumen o cuerpo. Aunque parezca un aspecto más literario, el oído también interviene en la cata, al detectar el sonido cuando el líquido cae de la botella. Así se percibe si es un vino con más cuerpo, si va más o menos despacio, si es más rápida la caída. También se utiliza para escuchar las burbujas de los vinos que no son tranquilos. Para no perderse: glosario de la cata Abierto: dícese del vino deslavazado, sin integración del alcohol. Amable: dícese del vino con buen paso de boca. Amplio: dícese del vino con muchos matices. Anodino: dícese del vino que no deja huella. Apagado: dícese del vino amortiguado debido a la adición de anhídrido sulfuroso para parar la fermentación. Aroma: propiedad perceptible por el olfato tanto directa como indirectamente (posgusto) durante la cata. (Se utiliza para hablar de olores agradables.) Aterciopelado: dícese del vino ligeramente astringente pero elegante. Bitartratos: sales del ácido tartárico que suelen depositarse en forma de cristalitos en el fondo de la botella. Bouquet (del francés «ramillete»): notas olfativas y gustativas que caracterizan la crianza (aromas terciarios). [Se acompaña de adjetivos como «complejo».] Caldo: vino. (Algunos profesionales rehúsan el término por la posible equiparación del vino con el líquido que se obtiene de la cocción de alimentos.) Carácter: dícese del vino con marcada personalidad. Carnoso: dícese del vino con cuerpo, que da sensación de volumen y consistencia. Cerrado: dícese del vino que, nada más descorcharlo, expresa mal su carácter, pero que con la oxigenación en la copa o en el decantador se abre para mostrar sus aromas. Complejo: dícese del vino con muchos matices aromáticos imbricados. Corte: perfil o características de un vino que le hacen parecerse a un estilo de elaboración. Corto: dícese del vino poco expresivo. Cremoso: dícese del vino denso pero con cremosidad. Cuerpo: sensación percibida en la boca por la densidad, viscosidad y consistencia del vino. Definido: dícese del vino con rasgos identificables. Delicado: dícese del vino complejo y elegante, pero con poca potencia. Elegante: dícese del vino bien armonizado en nariz y en boca. (La elegancia da mejor consideración a un vino que la finura.) Ensamblaje (del francés ensamblage): mezcla de un vino con otro. Por extensión, mezclas de variedades de uva o de vinos de la propia bodega. Equilibrado: dícese del vino con todos sus componentes bien armonizados. Estructura: sensación de consistencia que transmite un vino. Fatigado: dícese del vino que acusa el paso del tiempo. Final de boca, retrogusto o posgusto: sensaciones en nariz y boca que permanecen tras ser ingerido el vino. (Estos aromas se perciben por el conducto nasofaríngeo o vía retronasal.) Fino: dícese del vino con aromas sutiles. Fresco: dícese del vino que deja sensación de frescura gracias a su nivel de acidez o burbujas de carbónico. Goloso: dícese del vino deseable, que deja buena sensación en boca. Hueco: dícese del vino que desaparece en boca, carente de cuerpo y de sabor salado. Lágrima: gota que cae en el interior de la copa al mover el vino, dejando una huella de apariencia oleosa en el cristal debido a su riqueza en alcohol, glicerol o azúcar. Largo: dícese del vino persistente, que permanece en boca tras beberlo. Maderizado (de «Madeira», isla portuguesa productora de vinos de este tipo): dícese del vino oxidado y evolucionado con aromas de maderas curtidas y alcohol. (También se ha empezado a aplicar el término a vinos cargados de sensación de roble, aunque a los vinos que tienen la madera como protagonista se les llama tradicionalmente «tablón» o «sopa de roble».) Maduro: dícese del vino que está en su momento óptimo de consumo; a partir de ahí puede desmejorar. Nota: rasgo peculiar e identificable de un olor. Olor: propiedades que se perciben con el olfato y que no son agradables. Pasado: dícese del vino que ha perdido sus cualidades por el paso del tiempo. Paso de boca: sensaciones que provoca el vino en el momento de su degustación. Persistencia: tiempo que permanece el aroma del vino una vez ingerido este. Potente: dícese del vino consistente pero no rudo, con cuerpo. Presencia en boca: sensaciones que provoca el vino antes de ser ingerido. Puede ser grato, equilibrado, amable. Recio: dícese del vino con mucho cuerpo y grado, pero no desequilibrado. Redondo: dícese del vino bien armonizado. Suave: dícese del vino con paso de boca fluido. Sucio: dícese del vino con olores desagradables. Sulfitos: sustancias que pueden ser naturales —procedentes de la fermentación alcohólica por reducción de los sulfatos— o añadidas debido a la utilización de anhídrido sulfuroso como conservante. (Su presencia se advierte por ley en las etiquetas, pero no suelen detectarse en cata, a menos que se añadan en exceso.) Sutileza: sensación de alta calidad, pero poco pronunciada. Tánico: dícese del vino que provoca una sensación astringente. Puede ser negativa o positiva; en caso de esa última se habla de «noblemente tánico». Tufo: olor desagradable, que puede desaparecer con la oxigenación. (Cuando el vino tiene problemas de tufos de reducción se denomina «atufado».) Viscosidad: propiedad de un vino denso y poco fluido, con un elevado contenido en azúcares. Sobre vinos se ha escrito desde la misma Antigüedad, pero si se acota el tema a los primeros escritores sobre gastronomía, hay que remontarse a los franceses Grimod de La Reynière, a caballo de los siglos xviii y xix, y Curnonsky (seudónimo de Maurice Edmond Saillant), a principios del siglo xx. Desde entonces, pocos críticos han tenido tanta relevancia en la historia como el estadounidense Robert M. Parker. Su afición por el vino comenzó en la década de 1960, durante un viaje a Francia con su entonces novia y hoy esposa. En 1978, Parker comenzó a publicar The Wine Advocate, una guía de tal influencia que ha llegado a acuñarse un término para identificar los vinos que siguen sus gustos: «parkerización». Junto a su enorme figura, otros críticos también han dejado huella con sus guías y escritos en la historia del gusto por el vino. Entre los españoles cabe destacar a Andrés Proensa, editor de la Guía Proensa y periodista especializado, que busca siempre definir los vinos con un lenguaje divulgativo y técnico a la vez, y transmitir la seducción que provoca un vino por encima de todo. Otro destacado crítico español es José Peñín, editor de la Guía Peñín y autor de numerosos libros, como la Historia del Vino. Entre las mujeres especializadas en la crítica de vinos, destaca la británica Jancis Robinson, colaboradora habitual del Financial Times y autora de la enciclopedia del vino The Oxford Companion to Wine. También es británico el experto Steven Spurrier, quien además de trabajar en medios como Decanter, asesora sobre vinos en diversas empresas. Uno de los críticos británicos que más contribuyó a dar a conocer los vinos españoles fue John Radford (1946-2012), gracias a su guía The New Spain. Además de escribir para varios medios de comunicación, participó en programas sobre vino como «A Question of Taste», en el canal de televisión digital Carlton Food Network. También son relevantes en la escena de la crítica de vinos el portugués João Paulo Martins, editor de la Revista de Vinhos, colaborador del semanario Expresso y autor de la guía Vinhos de Portugal, el alemán afincado en España David Schwarzwälder, que escribió una de las primeras guías de vino español en alemán, y el también alemán Jürgen Mathäss, colaborador de la revista especializada Weinwirtschaft. En Estados Unidos destacan Joshua Greene, propietario y director de Wine and Spirits, el crítico del diario The New York Times Eric Asimov o Gerry Dawes, gran conocedor de los vinos españoles. También sobresalen el francés Roberto Petronio, que escribe para La Revue du Vin de France, el italiano Terenzio Medri o el australiano James Halliday, autor de numerosos libros. El papel de los críticos de vino —igual que ocurre con otros expertos en crítica, sea gastronómica o de cine— siempre se discute. Pero, como señala acertadamente el periodista especializado británico Tim Atkin, «si un crítico de vino ayuda a que te guste más lo que está en tu copa, entonces hace un buen trabajo». El crítico de vinos desempeña un importante papel para orientar al consumidor entre la amplia oferta. Caldos y viandas Maridajes clásicos Aunque sumilleres actuales tan reputados como Linda Violago o Johan Agrell consideran que no existe el maridaje perfecto, sí cabe pensar que la alianza entre un vino y un determinado alimento se acerca a dicha meta cuando ambos salen transfigurados de la unión. Pero como, por una parte, el gusto de un vino varía enormemente en función de su origen, añada y grado de madurez, y, por otra, los platos clásicos ofrecen sutiles matices de sabor según el cocinero que los prepare, consumir repetidas veces un plato con un mismo vino puede producir una gama de sensaciones que oscilan de las más simples a las que resultan verdaderamente inolvidables. La elección del vino puede venir determinada por la estación del año o la ocasión. (En la imagen, costillas estofadas con salsa de vino merlot.) Un vino para cada ocasión La estación del año y la ocasión son datos a tener en cuenta para la elección de un vino. Así, en verano es fácil dejarse tentar por un vino blanco afrutado, mientras que en invierno se prefiere el calor de un tinto robusto o un blanco con carácter. Cuando se toma vino a secas, se suele preferir uno no muy dulce y de carácter neutro; todo lo contrario de un aperitivo, que se bebe en pequeñas cantidades y debe tener un carácter pronunciado para que el paladar se concentre en los platos que llegarán a continuación; un cava o un champagne no milesimado resultarán perfectos. Un rosado de Navarra o del Empordà, un Cigales, el cabernet de Anjou o los blancos de California son ideales para las comidas al aire libre, así como para las ensaladas, difíciles de combinar con vinos más «serios». Está claro que, para una comida simple, un buen vino del país suele ser suficiente, pero una comida elaborada permite el lucimiento de las grandes botellas. En este caso, hay que cuidar el servicio: el sabor del último vino servido no debería enterrar el gusto del anterior, al tiempo que será preferible elegir una sucesión de vinos del mismo origen. Tradicionalmente, se ha denominado «beber a la francesa» la costumbre de servir vino desde el comienzo de la comida. Armonías regionales Muchos platos tradicionales europeos tienen una afinidad natural con los vinos elaborados en la región. Los vinos blancos secos de las Rías Baixas, compuestos a partir de la variedad local albariño, se degustan con los mariscos gallegos, del mismo modo que, en otras regiones del norte de España, los riojas tintos, con aromas a roble, se sirven tradicionalmente con las carnes asadas o a la parrilla (cordero, cerdo o ternera). Fuera de España, el sabor resinoso y un tanto exótico del retsina se ajusta al ambiente de una taberna griega, en la que la comida tiene poderosos aromas de hierbas, limón, aceite de oliva y fuego de leña; en el suroeste de Francia, el cahors o el madiran se llevan perfectamente con el denso cassoulet (especie de fabada), mientras que los blancos secos y fríos de Suiza acompañan a las mil maravillas la fondue. Decía el cómico estadounidense W. C. Fields, creador de un personaje borrachín en la primera mitad del siglo xx: «Cocino con vino, a veces incluso lo añado a la comida.» Lo cierto es que existen numerosos platos en cuya preparación entra el vino. Los tradicionales coq au vin y ternera a la bourguignon franceses, a base de borgoña tinto, son dos de los más conocidos, pero casi cada región europea tiene un estofado típico en cuya salsa está presente el vino, plato que a la vez suele acompañarse con el vino que entra en su composición. Otras recetas clásicas son el consomé al jerez o las frutas (peras, melocotones, etc.) cocidas con vino. Principios básicos En los restaurantes de la mayoría de los países donde se dispone de una amplia gama de vinos, generalmente se eligen primero los platos del menú antes de seleccionar los vinos de acompañamiento. Cuando los platos exigen especial atención —un menú de degustación, por ejemplo— conviene ser cauto en lo que se refiere a la bebida. Es preferible un vino tinto ligero, no muy tánico, como un penedés suave a base de merlot o tempranillo, o un beaujolais. Si una botella resulta suficiente para toda la comida (no hay más que uno o dos comensales, o apetece un vino blanco fresco, en verano, o un reconfortante tinto en invierno), habrá que privilegiar, en cambio, la elección del vino y componer en consecuencia el menú. Con un vino tinto, casi todo está permitido; con un rosado, hay que optar por un estilo de comida más bien mediterráneo y ligero; y, con un vino blanco, orientarse hacia el pescado, el marisco o las aves. Los azares de la historia y las costumbres locales han producido matrimonios ideales entre ciertos alimentos y determinados vinos. Cuando no se puede encontrar alguno de estos vinos, hay que sustituirlo por otro siguiendo tres reglas fundamentales: color, densidad y aroma. La regla tradicional del vino blanco con los pescados y del vino tinto con las carnes obedece al más elemental sentido común: un vino tinto tánico puede dar al pescado y al marisco un gusto metálico, del mismo modo que la caza o los platos de sabores fuertes aniquilan la mayoría de los vinos blancos. Pero, atención: quien dice queso, no dice necesariamente vino tinto. En cuanto a la densidad, cabe decir que la graduación alcohólica y la concentración aromática de un vino deben acompañar el sabor de un plato: los manjares delicados merecen vinos sutiles, mientras que los alimentos fuertes requieren vinos más potentes. Por último, aunque en ocasiones un contraste de aromas entre el vino y la comida es agradable (un vino con matices de limón para acompañar un pescado frito), por lo general siempre es mejor la armonía aromática. Los vinos espumosos son ideales para acompañar cualquier tipo de postre (izquierda), mientras que los mariscos se sirven con vinos blancos jóvenes (derecha). Maridajes probados Dentro de la cocina casera, preparada de modo tradicional, los llamados «platos de cuchara» o «confort food», se dan algunas asociaciones clásicas, tanto en cuanto a variedades preferibles como a la edad de los vinos: así, los concentrados tintos elaborados con cabernet o tempranillo acompañan bien los guisos y cocidos, y alcanzan su apogeo en compañía de la carne tierna del cordero asado. Los burdeos a base de merlot o los cariñena realzan la carne del buey y se recomiendan también para platos con setas. Por su parte, las carnes rojas conviene regarlas con reservas; los estofados, con crianzas; las carnes blancas, con tintos de cuerpo medio, y la ternera con tintos ligeros o vinos rosados. Otras conocidas armonías vinculan el pescado y el marisco con vinos blancos secos o semisecos, más o menos ligeros en función de si el plato de pescado es graso o no; con vinos espumosos y con generosos (de donde el dicho, «Con el pez, vino de Jerez; con la morcilla, vino de Montilla»); las cremas y sopas con vinos blancos de crianza; verduras con blancos jóvenes y frescos, y las legumbres y chacina con tintos cosecheros o con rosados. Un vino blanco dulce no necesita otro acompañamiento que unas pastas, aunque estos vinos también son excelentes compañeros de ciertos postres de frutas y quesos. En cuanto a los postres muy dulces, como el chocolate, lo mejor es decantarse por algún vino todavía más dulce, de modo que el dulzor de la comida no mata el del propio vino. Quesos y vinos La asociación del queso con el vino puede ser difícil o, incluso, casi imposible, como ocurre con los quesos azules, solo compatibles con vinos de licor. Algunos quesos son tan fuertes que ni los más potentes vinos tintos llegan a su altura y, a la inversa, otros son tan neutros que hacen resaltar la acidez de los vinos. El estado del queso en el momento de ser consumido cuenta tanto como su variedad. Para un queso curado, solo vale un vino en su apogeo. Unir los quesos y los vinos de una misma región sigue siendo una apuesta segura, aunque hay quienes eligen en función de la materia grasa del queso, así como de la acidez, los taninos o los azúcares del vino que lo acompañará. Cuando Alain Senderens —chef y autor del libro de referencia Le vin et la table— decidió ofrecer, durante su etapa al frente del restaurante Lucas Carton (1985-2005) de París, un menú de degustación de platos «construidos» alrededor de una copa de vino, se planteó el reto de armonizar tres o cuatro quesos diferentes con sus respectivas copas de vino, y llegó a la conclusión de que los vinos blancos son los que mejor acompañan a los quesos: «No comprendo cómo se ha vivido tantos años con la convicción de que el queso es el mejor amigo del vino tinto». Según Senderens, un queso es mejor cuanto más graso; si se sirve un vino tinto tánico con un buen queso, se mata el vino. Algunos quesos de pasta cocida sin mucho carácter pueden acompañarse con vinos tintos, pero son raros. Además, con esta unión, los vinos blancos se realzan. Por último, no hay que descuidar el pan, porque desempeña un importante papel de catalizador entre el vino y el queso: tostado, aportará cierto amargor que contrastará favorablemente con la untuosidad del queso. La asociación de vinos y quesos resulta excelsa para el paladar, pero dar con el vino adecuado para cada queso no es tarea fácil. PLATOS DIFÍCILES Ciertos platos son difíciles de combinar con el vino a causa de reacciones químicas entre uno o varios de sus componentes o, sencillamente, porque los platos tienen un sabor muy fuerte que mata cualquier vino. En la práctica, son muy pocos los vinos que pueden consumirse con los siguientes platos: AHUMADOS Son los alimentos más difíciles de combinar con un vino porque sus aromas a humo tienden a predominar. No obstante, se asocian bien con vinos producidos a partir de cepas muy aromáticas, como la gewürztraminer o la riesling. ALCACHOFAS Contienen un componente químico (la cinarina) que afecta al paladar y suele dar al vino un gusto dulce o metálico. Algunas personas no son sensibles a la cinarina, pero tampoco acompaña al vino el que las alcachofas suelan servirse con vinagreta u otra salsa. En todo caso, pruebe con un verdejo de Rueda. CHOCOLATE El cacao contiene taninos semejantes a los del vino, lo que dificulta apreciar las virtudes de este. Pero un vino especialmente potente y concentrado, sobre todo si es dulce (banyuls, málaga, moscatel, oporto, etc.), puede ofrecer una armonía satisfactoria. COCINAS INDIA, TAILANDESA Y MEXICANA Son capaces de reducir a la nada una buena botella, porque los picantes anestesian el paladar. La bebida más agradable para extinguir el «fuego» de estas cocinas es el agua o la cerveza, cuanto más frías mejor. Una bebida ácida a base de yogur llamada lassi, que se toma en India, Asia Central y Turquía, también es un buen acompañante; pero si se insiste en beber vino, es mejor elegirlo blanco, meloso y corpulento (chardonnay, gewürztraminer). ESPÁRRAGOS Contienen un componente químico similar al de las alcachofas, aunque afecta a menos personas. Conviene utilizarlos con mucho cuidado si ha de servirse una buena botella de vino durante la comida. Una opción sería un blanco seco pero aromático, como un jerez o un montilla seco, un gewürztraminer, un pinot blanc o un moscatel. Ocurre lo mismo con la acedera y las espinacas. HUEVOS Como el chocolate, los huevos embotan la lengua y anestesian las papilas gustativas. Pruebe, no obstante, con un pinot noir joven o con un cabernet sauvignon. El soufflé de queso, en el que las yemas se mezclan con las claras batidas a punto de nieve, es una excepción a la regla y se puede acompañar con los mejores vinos. VINAGRETAS Su acidez suele perturbar el precario equilibrio entre los taninos, el dulzor y la propia acidez de los vinos, excepción hecha de los que tienen una buena astringencia, como los chenin blanc del Loira. La mejor solución consiste en hacer una vinagreta en la que el vinagre sea reemplazado por un vino blanco seco. El maridaje entre un vino y un plato es el proceso de armonizarlos para realzar el placer de la degustación de ambos. De ello ya hablaba el escritor catalán Francesc Eiximenis en el siglo xiv. El concepto principal del maridaje reside en ciertos elementos que se encuentran en los alimentos y en el vino, como la textura y el sabor, y en la distinta reacción de ciertas sustancias (taninos, ácidos, etc.) al mezclarse, lo que puede generar incompatibilidades — por ejemplo, con los huevos, los espárragos, el tomate, los escabeches, las ensaladas, las salazones, los ahumados, las especias fuertes y picantes, los quesos azules, etc.—. En cambio, otros alimentos —como los frutos secos, ciertos lácteos y quesos, etc.— se potencian con el vino. En estos casos se suele hablar de un «acorde mágico» o «perfecto». ¿Así de fácil? Todo el mundo habrá oído, en el arte de maridar los vinos con la comida, que el pescado armoniza con el vino blanco, y el tinto con la carne. Pero, en realidad, ¿es así de fácil? Las ideas recibidas sobre el tema suelen ser simples. Además, se suelen basar en el modelo de la cocina francesa, donde los platos de pescado «son de pescado», y los de carne, «de carne». Pero, ¿qué pasa con otros modelos culinarios que se caracterizan justamente por lo contrario? ¿Qué hacer con platos que incluyen pollo y langosta, manos de cerdo o conejo y gambas? Y, naturalmente, ya no cabe siquiera intentar armonizar los vinos con cocinas (como la china, tailandesa, mexicana, marroquí o japonesa) que no están pensadas para ellos. Algunas orientaciones Los vinos blancos casan bien con el marisco en general, con el pescado y con algunas aves. Pero, ¿y con los calamares rellenos de carne, la sepia con albóndigas, la misma paella mixta y otros platos parecidos, o con salsas muy complejas y especiadas? En estos casos, según la preferencia de cada cual, nos podemos inclinar por un blanco, un rosado o incluso un tinto. Los vinos tintos ligeros o jóvenes se recomiendan para acompañar el cordero, la carne de ternera, las aves, la pasta, los arroces, las verduras, los embutidos, el jamón (excepto el ahumado), los huevos fritos (aunque algunos rehúsan este maridaje), así como las sopas del estilo de los cocidos. Los tintos de cuerpo (crianza, reserva, gran reserva, añejos) van muy bien con los guisos y los estofados, el buey, la caza, las legumbres y los quesos fuertes y fermentados. Sin embargo, para los platos de caza —casi siempre con muchas especias— esto puede ser discutible, y así quizá sería preferible optar por un vino menos comprometido —más joven —. Los vinos dulces o de licor son excelentes para acompañar los postres y la pastelería. El foie-gras y los quesos azules obtienen su mejor maridaje con un vino blanco dulce tipo sauternes. Por último, el vino espumoso brut puede tomarse a lo largo de toda la comida, del aperitivo hasta antes del postre; por eso se le llama «vino comodín». Reservaremos los semisecos para el postre. Tradicionalmente, se asocia el vino blanco con los platos de pescado. Pero, ¿qué pasa cuando dichos platos no son exclusivamente de pescado? El vino ante la cocina de autor Tras la reconversión del famoso templo gastronómico de El Bulli (Roses, Girona) en una fundación para la investigación culinaria, alguien preguntó a Ferran Centelles, uno de sus últimos sumilleres, cuáles habían sido los vinos más servidos en el restaurante, y respondió que, frente a lo que hubiera podido pensarse por el tipo de cocina que practicaba Ferran Adrià, los vinos respondían más al prototipo de blancos de áreas septentrionales y a generosos de Jerez que a marcas singulares. Pero antes de hablar de los vinos en los que un buen sumiller y, sobre todo, un buen comensal pueden pensar para armonizar los platos en este tipo de restaurantes, sería interesante centrarnos en qué consideramos «cocina de autor». Pepe Carvalho, el detective de ficción creado por el escritor catalán de novela negra Manuel Vázquez Montalbán, lo aplicaba a aquellos jefes de cocina o restauradores que diseñaban una línea gastronómica original y renovadora, con fuerte raigambre en el gusto tradicional, pero que suponía un cambio profundo con respecto a las tendencias anteriores. Se trataba de romper los moldes —muchas veces geniales— de algunos jefes de cocina, para crear con estilo propio, y romper amarras con los corsés que habían marcado algunos tipos de cocina, como la francesa de la década de 1950. Fue precisamente en Francia en la década de 1960 cuando la alta cocina empezó a moverse de la «dictadura» impuesta por reputados chefs y críticos como Auguste Escoffier hacia un concepto más fresco y sano, en el que ganaban terreno las verduras cocinadas al dente, la sustitución de la harina por cremas para la elaboración de salsas, una menor cocción en el pescado y un uso más restringido de las grasas animales en favor de los aceites de oliva o de nuez. El chef Ferran Adrià en El Bulli, durante la etapa en que el mítico establecimiento de la Costa Brava alcanzó el reconocimiento mundial como paradigma de la cocina de autor más vanguardista. ¿Cocina de autor vs. vino de autor? La cocina de autor no tiene una filosofía propia sino que bebe en las fuentes de varias inspiraciones que van desde la nouvelle cuisine, impulsada por Michel Guèrard y Paul Bocuse, a la cocina de fusión, que no es sino una enorme mezcla de estilos propios surgida de la convergencia de emigrantes de diversos orígenes en lugares como Australia o Perú. Y es que «cocina de autor» debe ser considerada aquella que va más allá de una comida al uso y supone todo un ritual desde que el comensal llega al restaurante hasta que sale de él. Pero esa cocina de autor suele chocar frontalmente con el concepto de vino de autor, que alude a aquellos vinos que han supuesto una revolución en sí mismos, ya sea por la forma de elaborarlo, por las variedades empleadas en ello, por el terruño del que procede, por las características de la vendimia o por una mezcla de todo ello. En muchas ocasiones, cocina de autor y vino de autor pueden ser hasta conceptos antagónicos a la hora de armonizar. El tren de la modernidad Cada cocinero es un mundo. España, que cuenta con genios de la talla de Joan Roca —que con su establecimiento Celler de Can Roca, en Girona, ha tomado el relevo de Ferran Adrià como «mejor restaurante del mundo», según la revista londinense Restaurant—, del incombustible Juan Mari Arzak o de jóvenes de enorme talla como Andoni Luis Aduriz o Quique Dacosta, es un vivo ejemplo de las numerosas cocinas de autor que pueden darse cita en un mismo país. Pero eso mismo ocurre en potencias culinarias emergentes como Brasil, México o Perú, así como en el omnipresente Japón o en la siempre renacida Francia. El mencionado Celler de Can Roca tiene la enorme suerte de contar en la familia con un sumiller de lujo: Josep Roca. Este maneja en un espacio de 250 m2 alrededor de 30 000 botellas correspondientes a 2 500 referencias, que acompañan tanto los platos que elabora Joan como los postres que salen de la mano de Jordi, el tercero de los hermanos Roca. Josep asegura que los comensales de su restaurante apuestan por vinos accesibles y frescos, con respeto total a la fruta y con una filosofía de elaboración basada en la agricultura ecológica y el máximo respeto al medio ambiente. Y estos vinos no deben ser necesariamente de las denominaciones de origen más conocidas, sino que pueden proceder de áreas como Manchuela, Jumilla o Tierra de Castilla. Sin olvidar, claro está, los vinos de Jerez que, a juicio de Roca, son productos sensibles, abiertos y con enormes posibilidades en la cocina por sus variantes (amontillados, finos, manzanillas, olorosos, palos cortados, etc.). Pero mientras la cocina de autor es símbolo de modernidad, el vino en líneas generales sigue, según Roca, chapado a la antigua y necesita urgentemente estar en vanguardia, un estado en el que sí se ubican algunas bebidas refrescantes como la cerveza, que han sabido, con buenas técnicas de mercadotecnia, desplazar al vino del mundo más joven y ávido de novedades. Ante los nuevos sabores y texturas ¿En qué condiciona una cocina llena de nuevas texturas y sabores el uso del vino en la mesa? Un ejemplo claro lo tenemos en María José Huertas, sumiller de La Terraza del Casino (Madrid), donde Paco Roncero ejerce en sus fogones. Ella opta en muchos casos por vinos alemanes de la variedad riesling con algunos años de antigüedad, por blancos con un punto de oxidación en el que variedades como la viura o la garnacha blanca aportan volumen, acidez y un mundo de sensaciones gustativas que conjugan a la perfección con platos deconstruidos y con un juego de sabores donde resulta difícil explicar en qué momento termina lo dulce y comienza lo salado o al revés. Heston Blumenthal, en The Fat Duck (Bray, Berkshire, Inglaterra), es otro de los jefes de cocina que ponen a prueba el vino con sus creaciones cercanas casi siempre al concepto molecular, en el que ciencia y cocina se fusionan y dan la mano. La española Rut Cotroneo, que pasó hace algunos años por su sala, tras compartir trabajo con Adrià en el sevillano Hacienda Benazuza, dejó clara su impronta con una de las mejores cartas de vinos de Jerez del mundo. Resulta curioso que un tipo de vinos que, junto a los portugueses de Oporto y Madeira y algunos Marsala, tienen difícil venta en los mercados tradicionales tras haber sido las estrellas de muchas de las mejores mesas del orbe, sean hoy los productos más versátiles a la hora de acompañar las creaciones de los grandes de la cocina. Y es que las influencias que la cocina de autor ha tenido por parte de los grandes maestros japoneses, indios o peruanos son también un acicate favorable a los vinos generosos, especialmente los de Jerez y Manzanilla de Sanlúcar, los vinos blancos con cuerpo, sobre todo los de áreas como Alsacia, Jurançon, Friuli, Alto Adigio, Santorini o Pfalz (Palatinado), además de vinos tintos con potencia y sabor a fruta de la Toscana, La Mancha, Canarias, Baleares, Alentejo, etc. Y, como en toda armonía, aquellos en los que el comensal encuentre la recompensa de casar con las mejores sensaciones gustativas del plato que está degustando. Maridaje de un plato de perdiz con un vino tinto syrah en la finca Dominio de Valdepusa (Toledo), de Marqués de Griñón. Vinos y gastronomía en Latinoamérica La gastronomía latinoamericana hunde sus raíces en las culturas indígenas y el poso español, sin olvidar otras influencias como las llevadas por italianos, alemanes, suizos o incluso árabes desde el Descubrimiento. Buena parte de los platos típicos de Argentina, Chile, Uruguay, Brasil y, en menor medida, de México o Perú, donde la aportación indígena ha sido mayor, son de corte europeo, aunque adaptados tanto al terreno como a las riquezas naturales. Son los aportes europeos los que distinguen a las gastronomías argentina y uruguaya de las del resto del continente, ya que en aquellas la huella indígena quedó prácticamente reducida a la nada. Y son curiosamente Argentina y Uruguay, junto a Chile, los que han pilotado la revolución vitivinícola en el continente americano, pese a que la vid llegó de manos de la Iglesia a la práctica totalidad de los países. Empanadas y vino blanco torrontés de la bodega argentina Terrazas de los Andes. Asados y pizzas Argentina cuenta con materias primas como el trigo, el poroto o judía seca, el choclo o maíz, la leche y la carne de vacuno. Y es en torno a estos productos, más la enorme influencia española e italiana, que se construye una gastronomía abierta y popular en la que son protagonistas indiscutibles el asado de vacuno y los churrascos, las empanadas, además de las pizzas y la pasta. Los asados son algo más que una costumbre, y con ellos cobran fuerza los vinos tintos, entre los que destacan los de la variedad malbec, que, aunque originaria de la región francesa de Cahors, es el «buque insignia» de la vitivinicultura argentina. Las pizzas argentinas son diferentes a las italianas, y más se parecen al calzone, con aportaciones de anchoas, jamón cocido, aceitunas, pimientos morrones o salami. Y aparece la fainá, típica también en Uruguay, que es una especie de pizza elaborada con harina de garbanzos. En las pizzerías de Buenos Aires, Córdoba o Rosario, desde la segunda mitad del siglo xix se estableció la moda de pedir «moscato, pizza y fainá», dos porciones triangulares sobrepuestas de los dos productos, acompañadas de un vaso de vino moscatel. La influencia española es también amplia, con albóndigas, guisos de lentejas, empanadas, tortilla de papas, croquetas, además de churros, buñuelos, ensaimadas y alfajores. El dulce de leche, que España ha adoptado, parece ser un invento rioplatense que comparten Argentina y Uruguay. Aunque Argentina goza de una importante costa y una cierta tradición de consumo de especies pesqueras fluviales, la realidad es que se trata de un país de carnes donde los varietales de bonarda, cabernet sauvignon, merlot, cabernet franc o sangiovese se han hecho aliados de esta gastronomía. Los blancos, especialmente los del torrontés, pero también de riesling, semillón o sauvignon blanc, son fieles acompañantes de cazuelas de marisco, calamares o filetes de merluza. Uruguay comparte gastronomía en muchos productos con Argentina y el asado de vacuno es también deporte nacional, donde resaltan chorizos y morcillas, además de carne de cuadril, achuras, chinchulines o ubres. A la vaca le hace sombra el cerdo, aunque algunas zonas también cuentan con conejo, liebre, pato o jabalí. Es en Uruguay donde la variedad tannat, originaria del área francesa de Madiran, se convirtió en emblema del país. Una oferta clásica entre los vinos es la que ofrece el restaurante Roldós, en el mercado del Puerto desde 1888, denominada «medio y medio», y que consiste en ofrecer la mitad de vino blanco y la otra mitad de espumoso. Algo parecido ocurre con la «uvita», una mezcla de vino de la variedad garnacha con un tipo de Oporto añejado que sirve el bar Fun Fun, que abrió sus puertas en 1895. Barra de un restaurante tradicional de Montevideo. El asado de vacuno, en forma de chorizos, morcillas, carne de cuadril, achuras, chinchulines o ubres, forma parte fundamental de la gastronomía uruguaya. Latinoamérica es un crisol de culturas y fusiones que ofrece una de las gastronomías más ricas y variadas del mundo, gracias tanto al saber ancestral como a los cruces de tradiciones precolombinas con culturas tan diversas como la española y la italiana, la centroeuropea, la árabe, la china y la japonesa, y la africana que portaron los esclavos negros llegados, sobre todo, a Brasil, pero también a Uruguay. Perú, que cuenta con embajadores como el cocinero Gastón Acurio, ha elevado la cocina a categoría de arte merced a las fusiones que hoy presenta una gastronomía que conjuga desde la comida criolla a la nikkei, producto de la mezcla entre japonesa y criolla, o la chifa, gracias a la influencia china en la comida del lugar. Los cebiches, los mariscos, el empleo de la yuca y el choclo, carnes tan exóticas como las del conejillo de indias o la llama, dan lugar a una de las cocinas más originales del mundo. Y qué mejor armonía con esos platos de corte oriental que vinos blancos ligeros procedentes del Valle de Ica, con chenin blanc, semillon, sauvignon blanc y ugni blanc como protagonistas, amén de algún pinot noir y algún cabernet sauvignon para las carnes. México presenta otra de las grandes cocinas del mundo, patrimonio de la humanidad para la Unesco, con los moles y tamales, los frijoles y maíces, las flores de nochebuena y la calabaza, las enchiladas mineras, los tacos de pescado, etc., todos regados con vinos de la variedad zinfandel o con sus interesantes sauvignon blanc. Las nuevas cocinas de Argentina y Uruguay han optado por la sofisticación de las tradiciones italiana, francesa y española, que van desde las picadas (tapas) al uso de la mantequilla en las carnes y a la compañía de la pasta. Pero la calidad de sus carnes es una llamada perfecta a sus malbec y tannat respectivos, como lo es en Chile a su carménère, que acompaña las nuevas versiones del ají con gallina. Y en Brasil, de la mano por ejemplo del cocinero Alex Atala, por qué no probar la quinoa en dos texturas o el caldo amazónico con camarones regados con los vinos del Sur, tanto espumantes rosados de merlot como los elaborados con chardonnay o cabernet sauvignon, o con castas portuguesas como touriga nacional. Cebiche de pescado crudo, plato estrella de la gastronomía peruana. Con su fusión de influencias tan dispares como las de las cocinas asiáticas y amerindias, Perú se encuentra hoy en primera línea de la gastronomía mundial. Regiones vitivinícolas de España España es el país de la Unión Europea con mayor extensión de viñedos, unos mil millones de hectáreas, lo que a su vez representa casi un 15 % de la plantación en todo el mundo. Con más de cien variedades de uva y unas 90 regiones de vinos de calidad, las áreas vitícolas están dispersas por todo el país y delimitadas por el relieve: una extensa meseta central rodeada por cadenas montañosas horadadas regularmente por largos valles fluviales. Tradicionalmente se ha considerado el norte de España como productor vinos de calidad; el centro, de vinos comunes, y el sur, de vinos de aperitivo, como el jerez, o vinos de postre. Hoy, esa división resulta demasiado esquemática. Lo que sí es cierto, en palabras del sumiller suizo Markus del Monego, es que «los vinos españoles, que asomaban en alguna carta como algo exótico, se han hecho un hueco importante. Hoy no podría haber una buena carta de vinos sin referencias españolas». Siempre Rioja Rioja es una región fisiográfica que abarca la comunidad autónoma de La Rioja, el sur de Álava y parte de Navarra. Está situada entre las sierras de la Demanda, al sur, y las de Oberenes y Cantabria, al norte, mientras que el Ebro la cruza de oeste a este, con siete afluentes que forman valles ideales para el cultivo de la vid. Rioja es la región vitícola más conocida dentro y fuera de España. De los romanos a la DOCa Vitis vinifera llegó al interior peninsular procedente de la costa y se aclimató en tierras donde se cultivaban ya las vides silvestres. Los romanos, al establecerse en el alto valle del Ebro, propagaron y estimularon el cultivo de las variedades viníferas. Siguiendo la vocación romana de dar a conocer su sabiduría artesanal y satisfacer las necesidades de su propio consumo, las legiones enseñaron a los indígenas las técnicas de vinificación que practicaban. Se dice que las galeras llegaban por el Ebro a la antigua Varia — probablemente, el actual barrio logroñés de Varea—, donde recogían el vino, que era transportado a la metrópoli. Más tarde, el cultivo de la vid aparece claramente documentado en el medievo riojano, como atestiguan los cartularios de los monasterios de San Millán de la Cogolla, Albelda de Iregua, Valvanera, etc. Por entonces, la producción era floreciente, y la vinificación y el control de la calidad quedaban garantizados por las ordenanzas municipales de Logroño. Sin embargo, no fue hasta la segunda mitad del siglo xix, con la llegada de la filoxera a Francia a partir de 1867, cuando el vino riojano, exportado al país vecino, empezó a ser realmente cotizado y valorado, y a adoptar la personalidad que hoy posee. En este punto, la historia de la Rioja moderna se entrelaza con la de dos visionarios aristócratas: los marqueses de Riscal y de Murrieta. Camilo Hurtado de Amézaga, marqués de Riscal, había estudiado en París y Burdeos, y se instaló en la Rioja Alavesa cargado de ideas, cepas y barricas de roble nuevas. Por su parte, Luciano de Murrieta empezó su singladura exportando los primeros barriles: el éxito de sus vinos en Ultramar prosiguió en Europa, con varias medallas para sus vinos en las exposiciones universales de París de 1878 y 1879. Ambos marquesados se inspiraron en el modelo bordelés y plantaron las variedades clásicas francesas cabernet sauvignon y merlot. Sus vinos pronto alcanzaron precios inimaginables entonces en la región. Asimismo, ayudaron a viñadores que no tenían las mismas facilidades para conseguir cepas importadas, al tiempo que estos descubrían que las variedades locales tradicionales, en particular la tempranillo, daban resultados excelentes con los nuevos métodos. A lo largo de los siglos xix y xx, Rioja se ganó un puesto indiscutible entre los mejores viñedos de España. En 1925 constituyó la primera denominación de origen de España, y en 1991 la primera denominación de origen calificada, sometiéndose, por tanto, a la reglamentación más rígida y exigente del país. Al igual que Burdeos, Rioja produce una amplia gama de vinos, que abarca desde el vino joven hasta el gran reserva criado durante años en barrica de roble, e incluye toda una paleta de vinos blancos, rosados y espumosos. A la izquierda, viñedos junto a uno de los meandros del Ebro cerca de Cenicero, en la Rioja Alta. A la derecha, viticultor realizando trabajos de limpieza de la vid durante la primavera en un viñedo de tempranillo de La Rioja. Las regiones La Rioja vinícola se extiende sobre una superficie de más de 60 000 ha, con una producción media de 1 400 000 hl. El rendimiento máximo autorizado es de 70 l de vino por cada 100 kg de uva vendimiada. Con el río Ebro como eje, Rioja ocupa una franja que va, de oeste a este, desde Cellorigo, San Millán de Yécora y Leiva (en la comunidad autónoma de La Rioja), hasta Alfaro y Valverde. La región está surcada por siete afluentes del Ebro: Tirón, Oja, Najerilla, Iregua, Leza, Cidacos y Alhama, que forman valles secundarios en los que se enclavan las viñas. Está dividida en tres subzonas vitivinícolas —Rioja Alta, Rioja Baja y Rioja Alavesa—, cada una con sus peculiaridades y personalidad propias, derivadas de las distintas composiciones y orígenes de los suelos, así como de las diferencias climáticas. Los métodos de cultivo y elaboración, aun siendo comunes, también ofrecen particularidades. La Rioja Alavesa está situada al norte del Ebro. Ella y la Rioja Alta están consideradas las dos subzonas de más calidad y donde están implantadas las principales bodegas; ambas se asientan sobre unos suelos de origen miocénico, poco erosionados, aunque la zona alavesa tiene un componente dominante de tipo arcilloso-calizo, mientras que la Rioja Alta es básicamente de tipo aluvial y arcilloso-ferroso. El clima es continental, con influencias mediterráneas, algo más cálido que el de la Rioja Alta, ya que está protegida de los fríos excesivos por la sierra de Cantabria. Tiene un invierno corto y un verano templado, y sus viñas se extienden por laderas bien expuestas al sol. Como en el resto de Rioja, la cepa más cultivada es la tempranillo, que aquí da vinos fragantes, abiertos de color, más ligeros que en la Rioja Alta, muy adecuados para la mezcla con otras variedades. Es la tierra por excelencia del vino joven de cosechero, elaborado por pequeños viticultores. Son vinos producidos según la técnica tradicional de maceración carbónica, en la que las uvas fermentan en tanques cerrados sin prensado alguno. Estos vinos presentan una extraordinaria frutosidad, con aromas de grosella y frambuesa. No tienen la imagen comercial de sus primos lejanos, los beaujolais nouveaux, pero los alaveses, más suaves y finos, ganan en estructura y taninos. No faltan, sin embargo, los reservas ni los grandes reservas. Aquí se asientan algunas de las bodegas más prestigiosas y con una historia más relevante en Rioja, como la del Marqués de Riscal, otras que simbolizan las nuevas generaciones y la modernidad, y por último las de carácter más familiar que han llevado a un alto nivel de calidad el vino de cosechero. La Rioja Alta ocupa los territorios comprendidos entre Haro y Logroño, situados al sur del Ebro, excepto la zona norte de Briones, donde cruza el río dividiendo en dos la Rioja Alavesa. Sus municipios más importantes son Ollauri, San Asensio, Cenicero, Nájera y Fuenmayor. Tradicionalmente, la Rioja Alta, que representa algo más del 40% del viñedo total de Rioja, ha sido la subzona más privilegiada de la denominación, tal vez por el enorme empuje comercial ejercido por Haro. Sus vinos, de marcada personalidad, ofrecen diversas variaciones y cualidades: son más intensos en San Vicente de la Sonsierra, de colores más suaves en Haro, equilibrados en Cenicero y Fuenmayor, y más leves en Cuzcurrita. Sin embargo, los productores se esfuerzan para dotar a sus vinos de una personalidad distinta cada año y sacar así el mayor provecho a todas las variedades de sus viñedos. La Rioja Baja ocupa la parte sureste de la región y desciende hasta cerca de 300 m de altitud. Situada mayoritariamente en la comunidad autónoma de La Rioja, abarca también sectores vitícolas de Navarra. Posee unas características vinícolas muy diferenciadas según la zona, lo que viene determinado por los diversos afluentes del Ebro que la surcan. Los suelos aluviales abundan en la Rioja Baja, expuesta a los vientos cálidos del sureste, mientras que las heladas de primavera y otoño — peligrosas en la Rioja Alta— no suelen darse en sus viñedos, con lo que ofrece cosechas más constantes. Viñedos ante el reconocible perfil de San Vicente de la Sonsierra. Variedades La denominación Rioja solo admite, salvo excepciones, el uso de variedades tradicionales para la elaboración de los vinos. Por este motivo, existen pocos viñedos plantados con variedades clásicas internacionales. Una mezcla usual de vino tinto de Rioja podría ser: 70% de tempranillo, 15% de garnacha, 10% de mazuelo y 5% de graciano. La tempranillo es la principal cepa tinta de la denominación. En la mayor parte de la España septentrional, en particular en la Rioja Alta y en la Alavesa, es la primera variedad tinta de calidad. Posee una piel espesa, de un negro brillante, y debe su nombre a su maduración precoz. Utilizada sola, no envejecería tan bien ni tanto tiempo, y el rioja no habría alcanzado su fama actual; por eso se usa casi siempre en mezcla con otras variedades. La garnacha tinta también llamada garnacha riojana, es la principal cepa de la Rioja Baja y entra en casi todas las mezclas de vinos de Rioja. Necesita, sin embargo, un otoño cálido y prolongado para llegar a su madurez completa. La graciano también produce vinos de gran calidad y aporta finura a medida que el vino envejece, mientras que la mazuelo, conocida en el resto de España bajo el nombre de cariñena, aporta a los riojas taninos y acidez. El rioja blanco ha cambiado considerablemente desde que abandonó la larga crianza en barricas de roble en beneficio de vinos más aromáticos, elaborados a base de viura y vinificados a baja temperatura en estilo joven. La malvasía riojana acompaña a menudo a la viura en los riojas blancos; tiene un papel fundamental en los blancos criados o de fermentación en barrica, en los que añade una dimensión adicional a la viura, de naturaleza neutra, y casa admirablemente con el roble. Vinificación y crianza Casi todos los riojas comercializados se elaboran en bodegas poseedoras de viñas, pero que también compran uva o vino a cosecheros independientes. Los cosecheros que explotan algunas parcelas pequeñas rara vez tienen equipos de vinificación y suelen vender su uva a cooperativas que suministran los mostos y vinos a las bodegas. La tradición estipulaba que los vinos de Rioja debían vinificarse en cubas de piedra, con la uva pisada y dejando la fermentación en manos de los caprichos de la naturaleza. Sin embargo, a partir de 1856 fueron implantándose métodos de vinificación más científicos. Actualmente, la mayoría de las bodegas hacen fermentar los vinos en cubas de acero inoxidable o de materiales más modernos, a temperatura controlada. Cuando la fermentación ha concluido, los vinos permanecen un tiempo en cuba antes de ser trasegados a barricas de roble de 225 l. El añejamiento mínimo está fijado por ley, pero las bodegas pueden elegir la duración de la crianza, siempre y cuando el envejecimiento sea superior al mínimo obligatorio. En Rioja se realizan muchas pruebas de crianza con los diferentes tipos de roble: con 600 000 barricas en existencias, ¡es fácil estudiar todas las combinaciones posibles! Los vinos blancos fermentan casi siempre en cubas de acero inoxidable dotadas de sistemas de refrigeración. Unas pocas bodegas siguen practicando vinificaciones tradicionales, dejando fermentar los mostos sin control de temperatura antes de poner los vinos en la barrica. Lo que hace únicos los vinos de Rioja es el sistema de envejecimiento. La ley española ha definido criterios precisos para todos los tipos de vino, pero es aún más estricta para la DOCa Rioja. El rioja joven (antiguamente llamado sin crianza) califica vinos que no han pasado por barrica o que han estado un tiempo inferior al mínimo legal para un crianza. Algunas bodegas hacen experimentos de crianza de dos o tres meses en barrica, pero estos vinos permanecen en la categoría de joven y pueden comercializarse después de su embotellado. Los riojas de crianza son vinos comercializados en su tercer año después de haber sido criados durante por lo menos doce meses en barrica. En la práctica, suelen venderse tras un año más de envejecimiento en botella. Los riojas tintos de reserva no pueden salir al mercado antes de cumplir su cuarto año, tras pasar al menos doce meses en barrica y dos años en botella. Los blancos y rosados de este tipo deben tener seis meses de barrica antes de ser distribuidos, a partir de su tercer año. La designación «gran reserva» está circunscrita a vinos tintos producidos en añadas particularmente logradas. BODEGAS ARTADI Esta bodega, fundada en Laguardia en 1985, extrae de sus viñedos de tempranillo el frescor de la fruta y la finura de los taninos, característicos de los mejores pagos de la Rioja Alavesa. Entre sus vinos se cuentan el Grandes Añadas y el Pagos Viejos. BARÓN DE LEY Esta bodega fue fundada en 1985, en un antigua fortaleza del siglo xvi cerca de Mendavia (Rioja Baja, Navarra), siguiendo los châteaux bordeleses. Sus 14 000 barricas de roble americano o francés producen vinos de pago, como el Finca Monasterio. FINCA ALLENDE Fundada en 1995, la bodega está instalada en una casa-palacio del siglo xviii de Briones. Sus vinos exhiben potencia con tanicidades bien integradas. Entre sus destacadas creaciones se cuentan las marcas de tintos Aurus y Calvario. LUIS CAÑAS Bodega fundada en 1970 en la Rioja Alavesa, se dio a conocer con unos excelentes vinos cosecheros fruto de una conjunción de factores —buen terruño, cuidada selección manual, vinificaciones equilibradas— que la han impulsado. Su crianza fue considerado por The Wine Advocate como el mejor vino de 2012 en relación calidadprecio. MARQUÉS DE MURRIETA Alrededor de la finca Ygay, cerca de Logroño, adquirida por el fundador de la bodega en 1878, gira un proceso de vinificación a la antigua, con crianzas de más de dos años. Entre sus renombrados tintos se cuentan Castillo Ygay y Dalmau. MARQUÉS DE RISCAL Origen de la renovación de Rioja en el siglo xix y dirigida por sus herederos, a la antigua bodega (1858) se le suma hoy un edificio de Frank O. Gehry que conforma en Elciego una oferta enoturística de primer orden. Sus vinos Barón de Chirel conjugan intensidad y equilibrio. MUGA Fundada en 1932 en Haro, utiliza unas 14 000 barricas de roble de distinto origen para la fermentación, siendo una de las pocas bodegas en contar aún con toneleros y con un cubero. De entre la gama de sus vinos, destacan el Muga Crianza y el Torre Muga. RAMÓN BILBAO Bodega de origen familiar de Haro, fundada en 1924. En sus amplias instalaciones, conjuga respeto a la tradición con innovación para obtener de la variedad tempranillo tintos de gran calidad, como el reconocido Mirto. REMÍREZ DE GANUZA Empresa fundada por Fernando Remírez de Ganuza en Samaniego (Rioja Alavesa), en 1991, el empleo de cepas viejas, una selección exigente y una concepción avanzada de la elaboración del vino sustentan su prestigio. Produce tintos como Remírez de Ganuza, Trasnocho o Erre punto. R. LÓPEZ DE HEREDIA VIÑA TONDONIA Esta bodega de Haro, fundada por Rafael López de Heredia en 1 877, acoge en sus entrañas cerca de 13 000 barricas bordelesas, en las que se vinifica de forma tradicional. Destacan sus blancos (Viña Tondonia, Viña Gravonia) y sus grandes reservas. SIERRA CANTABRIA Ubicada al pie de la sierra homónima, en San Vicente de la Sonsierra, la bodega fue fundada en 1954 por la familia Eguren. Elabora vinos intensos a la vez que bien domados, desde cosecheros hasta grandes reservas, y con la marca Murmurón. VIÑEDOS DEL CONTINO Fundada en 1974 en un meandro del Ebro en Laserna (Rioja Alavesa), es, junto con Viña Real, una de las bodegas con personalidad propia dentro de CVNE (Compañía Vinícola del Norte de España). Sus 62 ha producen vinos tintos de las marcas Contino, Graciano y Viña del Olivo. Los vinos de Castilla y León Castilla y León es el núcleo histórico de España: sus ciudades están muy ligadas a la Reconquista y durante la Edad Media representaron uno de los pocos refugios peninsulares donde la cultura del vino pudo subsistir. Fruto de esa historia y del ahínco de muchos elaboradores actuales, los tintos de Ribera del Duero, la principal área vinícola de Castilla y León, son para un buen número de expertos los más sobresalientes del país. En los valles del Duero El Duero es el eje fluvial de la comunidad autónoma y a su paso se encuentran los diferentes territorios vitivinícolas. El río y sus afluentes (Pisuerga, Arlanza) influyen al mismo tiempo en sus microclimas y en la geología de ocho denominaciones de origen (Ribera del Duero, Rueda, Cigales, Toro, Arlanza, Tierra del Vino de Zamora, Arribes, Tierra de León), mientras que hay otra, Bierzo, más al norte y ya fuera de la cuenca del Duero, con un estilo que se acerca más al de la vecina Galicia. Además, existen los vinos de calidad de Valtiendas, al sur de la DO Ribera del Duero, de los valles de Benavente, al sur de la DO Tierra de León, de Sierra de Salamanca, al sur de dicha provincia, y la denominación Vinos de la Tierra de Castilla y León (indicación geográfica protegida), que abarca toda la comunidad autónoma. El temperamento castellano, apegado a sus tradiciones, se refleja en el estilo de muchos de sus vinos. Pero hoy, gracias a la iniciativa de un buen número de productores, se elaboran nuevos vinos que conjugan más elegantemente tradición y calidad. Los vinos de Castilla la Vieja y de León, que siempre se habían destinado, en primera instancia, al consumo de la nobleza castellana, de los dignatarios eclesiásticos y de la comunidad académica de la universidad de Salamanca, son ahora muy conocidos y reputados en toda España y cotizados en el mercado internacional. Los tintos y rosados de la región son poderosos, bien pigmentados y con buen cuerpo, como conviene a una zona que tiene tan exquisitos platos de caza y tan deliciosos asados. En total son 75 000 ha de viñedo que desde la década de 1990 se concentran cada vez más en las zonas delimitadas de calidad, en auge constante y con un gran dinamismo comercial, en especial la DO Ribera del Duero, punta de lanza del sector y de la proyección exterior de Castilla y León. Contribuyen decididamente a dicha prosperidad unas condiciones naturales extraordinarias: el clima continental —de inviernos rigurosos y veranos secos y calurosos, a veces moderado por la influencia atlántica—, los grandes contrastes térmicos entre el día y la noche —que permiten a las uvas retener su acidez—, las lluvias escasas —El Bierzo es un caso aparte— y la abundante insolación. La elaboración de vinos en la región secularmente ha mantenido unos principios bastante tradicionales, compatibles no obstante con un afianzamiento de la calidad de los vinos, como muestra la ampliación del número de zonas con diverso grado de protección. A la izquierda viñedo en Valdeáguila, elaboradora de vinos de calidad Sierra de Salamanca. A la derecha, vista de los viñedos e instalaciones de Fariña, bodega impulsora de la DO Toro. Las denominaciones de origen Si hasta 2005 solo existían cinco denominaciones de origen (Ribera del Duero, Toro, Rueda, Bierzo y Cigales), quizá —y todavía— las más conocidas, desde entonces se han otorgado otras cuatro (Arribes, Tierra del Vino de Zamora, Arlanza y Tierra de León), demostrando el enorme empuje de la viticultura en Castilla y León. Ribera del Duero. Desde hace varias décadas, es una de las zonas más apreciadas por los aficionados al vino españoles y los conocedores de los buenos vinos del mundo entero. Es probable que los romanos cultivasen la viña en estas tierras, pero fue durante la Reconquista cuando la vid pasó a ser cultivo de importancia de campesinos y monasterios. Ya en el siglo xix, como pasó a gran escala en Rioja, la empresa Bodega de Lecanda, situada en las proximidades de Valbuena de Duero, importó plantones de vid y técnicas procedentes de Burdeos y en 1890 cambió de propietario y se convirtió en Vega Sicilia. La heterodoxia de los vinos Vega Sicilia, con ajustadas mezclas en las que intervienen la variedad tempranillo (llamada localmente tinto fino o tinta del país) como base y las variedades malbec, merlot y cabernet sauvignon, así como las prolongadísimas crianzas a que se someten, pusieron de manifiesto que la zona podía competir en los niveles más elevados de la vinicultura mundial. Hoy, Vega Sicilia es un mito plenamente justificado y su producción, relativamente escasa, es consumida ávidamente por aficionados de todo el mundo. Al abrigo de este mito nacieron otras bodegas, como la de Alejandro Fernández, que, con su tinto Pesquera, es hoy uno de los nombres más prestigiosos de Ribera del Duero. El río Duero atraviesa las 21 000 ha de viñedos de la DO, reconocida en 1979, como eje de un territorio centrado en Aranda del Duero, que se inicia por el este en San Esteban de Gormaz y acaba por el oeste en Quintanilla de Onésimo. La orografía de laderas suaves situadas entre los 700 y 900 m de altitud es especialmente adecuada para el cultivo de la vid. Los terrenos son sueltos, abundan las calizas, son pobres en hierro y ofrecen una escasa fertilidad. La variedad tempranillo, que ocupa el 60 % de la superficie cultivada, es la principal de la DO; tiene aquí una buena acidez —una de las grandes diferencias ante otras procedencias— y otorga color, aroma y cuerpo a unos vinos concentrados y suaves. También tiene muy buena adaptación la garnacha, y a pesar del marcado carácter de terruño, algunos bodegueros no desprecian las variedades foráneas, como la cabernet sauvignon, la malbec y la merlot, destinadas en especial a mezclas con las que se producen los reservas y grandes reservas. Los tintos jóvenes de Ribera del Duero se caracterizan por su color rojo púrpura intenso y su concentrada capa cromática. Los vinos con ligera crianza ostentan un color cerrado que recuerda la frambuesa madura y la cereza picota más oscurecida, pero a medida que envejecen, evolucionan hacia un característico ribete granatoso que se abre con el tiempo hacia tonos ladrillo y teja. Sus aromas son los característicos de la variedad tempranillo, matizados en ocasiones por la mezcla con otras variedades. Son vinos muy frutales cuando son jóvenes, mientras que en la crianza gustan de la madera. Si se sabe escoger la bodega, el vino y la cosecha, son tintos ideales para una guarda más o menos prolongada en la bodega del aficionado, y se mantienen en perfecta evolución durante una media de 5 a 20 años. La gran reputación que han adquirido los vinos de Ribera del Duero ha impulsado su florecimiento en el territorio y su reconocimiento entre expertos enólogos. Un ejemplo de ello es la obtención en Estados Unidos del galardón Wine Star Award como mejor región vinícola del año 2012, que otorga la publicación Wine Enthusiast Magazine. Viñedo de Vega Sicilia en invierno, en las tierras calizas de Ribera del Duero. La altitud de los terrenos, el clima continental o los grandes contrastes térmicos entre el día y la noche son factores característicos de la zona, propicios para la elaboración de vinos de gran calidad. Rueda. Área situada al oeste de la provincia de Valladolid y al sur del Duero, está centrada aproximadamente en Medina del Campo y sus viñedos cubren unas 13 500 ha. Históricamente ha producido vinos blancos de prestigio, frescos y de fragancias intensas, caracterizados por la utilización de la verdejo —representa el 80 % del total cultivado—, posiblemente la variedad española autóctona con mejor equilibrio para producir blancos jóvenes. En la década de 1970 se introdujo la sauvignon blanc, originaria del Loira francés. Viura y palomino fino son otras dos variedades blancas utilizadas en Rueda, como también algunas tintas, amparadas desde 2008: tempranillo, cabernet sauvignon, merlot y garnacha. La singular cava subterránea «El hilo de Ariadna», un auténtico laberinto de estilo mudéjar del siglo xv en Rueda (Valladolid), propiedad del grupo Yllera. Toro. Situada en ambos márgenes del Duero, al sureste de Zamora, de sus 7 000 ha de viñedos salen unos vinos tintos de gran prestigio, robustos e intensos, que ya en época del descubrimiento de América eran llevados en las travesías por su graduación y capacidad de conservación. Entre la Tierra del Pan y la Tierra del Vino, esta DO tiene en las variedades tinta de Toro y garnacha sus máximos referentes, de las que se obtienen vinos tintos recios de reconocida fama, aunque el verdejo y la malvasía son la base de un exquisito vino blanco. Cigales. Siguiendo la especialización de las diferentes DO, la Cigales es conocida por sus vinos rosados. Con una superficie plantada de unas 2 800 ha, esta tierra, al norte de Valladolid y junto al río Pisuerga, tiene como variedad fundamental la tempranillo y produce vinos frescos, ligeros y de agradable aroma. Pero la producción de vinos tintos de calidad aumenta, y desde 2011 también se permite la elaboración de blancos, espumosos y dulces. Bierzo. Situada en pleno valle del río Sil, con centro en Ponferrada, esta DO de 5 000 ha es climáticamente más parecida a las DO de Galicia que al resto de Castilla y León. Allí se impone la uva mencía, con la que se elaboran tintos y rosados de agradable acidez frutal, fino aroma y una deliciosa estructura sensual de taninos jugosos y aterciopelados. Los blancos ganan día a día, acercándose a los conocidos caldos gallegos y experimentando con chardonnay y gewürztraminer, además de las tradicionales palomino, doña blanca y malvasía. Junto al Duero hay dos DO más, Tierra del Vino de Zamora, situada en la comarca histórica de la Tierra del Vino, y Arribes, Duero abajo, fronteriza con Portugal, que destaca por su uva autóctona Juan García, de gran personalidad y finura. Más al norte encontramos la DO Tierra de León, centrada en Valencia de Don Juan y singular por la variedad autóctona prieto picudo, y Arlanza, en el valle del río homónimo, alrededor de Lerma. Todas ellas son fruto del esfuerzo por recuperar la tradición vitivinícola y revalorizar tierras y paisajes, tras años de expansión cerealista y de éxodo rural. Cepas en Cacabelos, en El Bierzo (León). La vitivinicultura de esta comarca comparte más rasgos con la de la vecina Galicia que con la del resto de Castilla y León. BODEGAS CASTROVENTOSA El origen de esta bodega de Valtuille de Abajo (DO Bierzo) se remonta al siglo xviii. Trabaja con variedades autóctonas (mencía) y foráneas (gewürztraminer). Con un clima agreste, obtiene vinos equilibrados y redondos (marcas Airola, Valtuille, Castroventosa, Ardai). COOPERATIVA CIGALES Fundada en 1957 por un grupo de viticultores, es emblemática en la DO, puesto que su producción está decididamente orientada a la elaboración de vinos rosados (embotellados bajo las marcas Torondos y Villullas), aunque la producción de tintos aumenta. DOMINIO DE PINGUS Para Peter Sisseck, enólogo danés establecido en Quintanilla de Onésimo (Ribera del Duero), el secreto para producir vinos extraordinarios como sus Pingus tinto y Flor de Pingus es una baja producción, larga maceración, fermentación maloláctica y crianza sobre lías. FARIÑA Bodega familiar fundada en 1942, fue una de las primeras en modernizar las instalaciones, impulsar la DO Toro y cautivar a los aficionados con vinos como Gran Colegiata (elaborado con tinta de Toro) o Dama de Toro (malvasía o tempranillo). LA SETERA Esta empresa familiar de Fornillos de Fermoselle (DO Arribes) elabora quesos artesanos, producto con el que se inició en 1995, y, desde 2003, vinos tintos (con las variedades Juan García, bastardillo chico y mencía), rosados (con verdejo) y blancos (malvasía). MATARROMERA Creada en 1988, irrumpió con fuerza en la DO Ribera del Duero con las marcas Matarromera y Melior. Actualmente, también está presente en las DO Rueda (Emina), Toro (Cyan) y Cigales (Valdelosfrailes). Ha desarrollado una gran oferta enoturística. PARDEVALLES Rafael Alonso, viticultor de Valdevimbre (DO Tierra de León), fue pionero en comercializar a granel el vino de «aguja» de la zona. La posterior modernización de la bodega ha logrado grandes resultados, sin traicionar la tradición ni la uva autóctona, la prieto picudo. PESQUERA Fundada por Alejandro Fernández en 1972, revolucionó los vinos de Ribera del Duero con su tinto Pesquera. A este se añaden Condado de Haza, al estilo château francés, en Roa, y Dehesa de la Granja, en Vadillo de la Guareña (Zamora), donde se producen vinos de la tierra. PROTOS Establecida en 1927, esta bodega histórica de Ribera del Duero oculta sus barricas en un cerro, al pie del castillo de Peñafiel, junto al que ha levantado unas instalaciones de moderna y respetuosa factura. Elabora tintos con tinta del país y blancos con verdejo. VEGA SICILIA Bodega fundada en Valbuena de Duero en 1864, está en el origen de la viticultura moderna en el Duero al introducir cepas de Burdeos. Propiedad de la familia Álvarez, elabora vinos de gran prestigio, fuertes, ricos en alcohol y fruta (Valbuena, Vega Sicilia Único). VIÑAS DEL CÉNIT Bodega fundada en 2003 en Villanueva de Campeán (DO Tierra del Vino de Zamora), zona de gran tradición en cepas de tempranillo, cuyas gamas altas fermentan en unos depósitos abiertos, para obtener caldos expresivos que luego maduran en barricas de roble francés. YLLERA Grupo vinícola cuyo origen se remonta a la bodega Los Curros, en Rueda. Elabora vinos para ser bebidos de forma tranquila, tanto blancos con verdejo (DO Rueda) y espumosos, de la marca Cantosán, como tintos con tempranillo: Bracamonte (Ribera del Duero) y Garcilaso (Toro). Cataluña, en vanguardia Los vinos catalanes han fundido de manera singular la tradición mediterránea con la innovación procedente de los productores franceses. Cataluña lideró la aclimatación de cepas y procedimientos de vinificación llegados del vecino país —en el cava se encuentra el mejor ejemplo— y, en tiempos más cercanos, ha sido pionera en impulsar la recuperación de las variedades locales. Por todo ello, hoy puede decirse que la vitivinicultura catalana es una de las más variadas de Europa, que proporciona excelentes tintos de crianza, delicados vinos blancos y el espumoso cava. Viñedos adscritos a la DO Catalunya ante la inconfundible silueta del macizo de Montserrat, en el centro neurálgico de Cataluña. La vitivinicultura se practica en tierras catalanas desde tiempos remotos, y hoy constituye una genuina amalgama de tradición y modernidad. Dos mil años en tierra de contrastes Situada entre la desembocadura del Ebro y los Pirineos, junto al Mediterráneo, Cataluña está especializada en vinos desde la época romana. Ya Plinio el Viejo y Marcial apreciaron en el siglo i los caldos procedentes de Tarraco —la Tarragona romana—, y durante siglos esa dedicación a la elaboración de vinos tintos raciales continuó. En el siglo xviii, el comercio de aguardiente con América extendió el cultivo de la vid, con especial énfasis en el Campo de Tarragona, considerándose dicha especialización agrícola uno de los factores de la dinamización económica que experimentó la Cataluña de entonces, que condujo a la industrialización en el siglo xix. La producción de vinos se modernizó de manera definitiva en 1872, cuando la familia Raventós, propietaria de la empresa Codorníu en la comarca del Penedès, produjo, al comprobar la popularidad del champán, las primeras botellas de vino espumoso elaborado según el método tradicional o méthode champenoise francés. Se plantaron cepas de buena calidad y el éxito consolidó la apuesta, hasta el punto de que los productores franceses, ya en la segunda mitad del siglo xx, presionaron para que no se utilizase la denominación francesa (champagne) en las botellas, aunque la técnica de elaboración es idéntica en ambos casos. Por ello, en la década de 1980 se apostó por singularizar el vino espumoso catalán, denominándolo cava. Su personalidad, por clima y variedades de uva, está fuera de lugar y cada vez más, en el mercado internacional, mira frente a frente al producto francés. Pero volvamos a la Cataluña del siglo xix, concretamente a 1879, año en que la plaga de la filoxera traspasó los Pirineos y empezó su inexorable avance: en 1887 llegaba al Penedès, en 1890 al Campo de Tarragona y hacia 1900 a la Terra Alta, ya en el límite con Aragón. Pasada la calamidad —que ahora se recuerda en formato festivo, muy popular, en Sant Sadurní d’Anoia, la localidad del Penedès considerada capital del cava—, se replantó el viñedo, abandonándose muchas variedades tintas y perdiéndose cepas ancestrales, menos rentables ante el empuje del vino espumoso, elaborado con uvas blancas. A partir de entonces la producción se fue recuperando, pero concentrándose especialmente en el Penedès, la tierra del cava por excelencia, y favoreciéndose, entre 1900 y 1920, un importante movimiento cooperativista en muchas comarcas vinícolas, en las que se construyeron grandes bodegas modernistas. Fue en el Penedès, de nuevo, donde se produjo, en la década de 1970, un segundo cambio trascendental para entender lo que hoy es el viñedo catalán. Jean Leon, Miguel Torres y otros pioneros aclimataron variedades nobles internacionales, renovaron los equipos técnicos y seleccionaron las mejores fincas para rescatar del olvido los aromáticos vinos blancos, los alegres rosados y los grandes vinos tintos catalanes. Estas innovaciones llegaron posteriormente a otras comarcas, por lo que en la actualidad Cataluña es un gran campo de experimentación de técnicas, métodos y variedades, y sus vinos, ya sean de las denominaciones de origen más conocidas, como Penedès y Priorat, o del resto compiten a nivel internacional con gran solvencia, sin olvidar nunca su procedencia e identidad. Viñedos en Alella, localidad cerca de la costa norte de Barcelona que forma una pequeña denominación de origen. Elabora sobre todo unos fragantes vinos blancos de aguja. Las denominaciones de origen Dada su acusada variedad paisajística y climática, Cataluña se divide tradicionalmente en comarcas, ámbitos de proximidad con características fisiográficas propias. Esta división está en la base de la mayor parte de las denominaciones de origen. Existen una DOCa (Priorat) y once DO; de estas, siete se extienden por un ámbito comarcal bastante bien definido: Empordà, Pla de Bages, Penedès, Conca de Barberà, Priorat, Tarragona y Terra Alta, de norte a sur. Alella es de carácter más local, Costers del Segre se sitúa en diversas zonas de la cuenca del río homónimo y Montsant se inscribe también en la comarca del Priorato. Por último, la DO Catalunya se extiende por muy diversos municipios catalanes y la DO Cava está centrada en el Penedès, aunque otras zonas distantes forman parte de ella. Penedès. Es la principal área vitivinícola de Cataluña, situada entre Barcelona y Tarragona. Territorio admirado por sus vinos blancos, en los últimos tiempos ha experimentado una gran revolución al pasar a elaborar también tintos de gran calidad. La zona, que se convirtió en DO en 1960, adquirió un gran prestigio con las variedades internacionales que se introdujeron (cabernet sauvignon, chardonnay, riesling o sauvignon blanc), y más tarde muchos elaboradores pasaron a perfeccionar las variedades locales (xarel·lo, parellada, malvasía de Sitges —en la franja costera—) y las propias de muchos territorios mediterráneos. Las cerca de 25 000 ha dedicadas a la vid se asientan en un territorio aventajado por su clima mediterráneo, con suelos pobres en materia orgánica —predominan los suelos pardos con bastante proporción de caliza y arcilla—, que posibilita la aclimatación de diferentes variedades de uvas a distintas altitudes. En la franja costera del Penedès inferior, más cálida, se cultivan las cepas tintas mediterráneas clásicas (tempranillo —en catalán, ull de llebre—, moscatel de Alejandría, monastrell y garnacha); el Penedès central acoge las variedades internacionales y locales citadas, y en el Penedès superior, que puede llegar hasta cotas de 800 m, se aclimatan con notable éxito las variedades riesling, gewürztraminer y sauvignon blanc, así como la siempre difícil pinot noir. La diversidad territorial y las decenas de cepas autorizadas, fruto de la experimentación constante con nuevas cepas, permiten elaborar una gran variedad de vinos, desde blancos secos y aromáticos hasta tintos densos. Cava. Esta DO está fundamentalmente concentrada en el Penedès, aunque también está presente en determinados municipios del resto de Cataluña y en unos pocos de Aragón, Extremadura, País Vasco, Navarra, Comunidad Valenciana, La Rioja y Castilla y León. Esto se debe a que, cuando se constituyó, se agruparon todas las localidades que producían vino espumoso de calidad sin tener en cuenta la concepción territorial existente en el resto de denominaciones de origen. Sin embargo es en Cataluña, y en especial en el Penedès, donde se elabora el 95 % de una producción cada vez más conocida y exportada. Preparado siguiendo el sistema de la segunda fermentación natural en botella, las tres variedades por excelencia son macabeo (denominado viura fuera de Cataluña), xarel·lo y parellada, pero también se utilizan otras uvas, como las chardonnay, garnacha o pinot noir, con las que se buscan nuevas tendencias. Priorat. Si el Penedès es la zona vinícola catalana más conocida, en las últimas décadas el Priorat —DOCa desde 2000— ha conseguido situarse, por su incuestionable calidad, en la cima de la enología y de los mercados internacionales. Los vinos del Priorat proceden de una singular zona montañosa de 1 900 ha, situada en el oeste de Tarragona, de suelo característico, al estar formado por pequeñas láminas de pizarra —llamadas en catalán llicorelles— que dan un carácter mineral a sus vinos. Destacan los vinos tintos: carnosos, tánicos, cálidos y muy persistentes, que se elaboran sobre todo a partir de las variedades garnacha y cariñena. En el sur de Cataluña existen cuatro denominaciones de origen más. DO Terra Alta, la más meridional, se encuentra en el margen derecho del Ebro, con un clima de rasgos continentales y ventoso, y un suelo arcilloso y calcáreo. Con uvas de las variedades garnacha blanca o tinta se elaboran vinos blancos, recios y de alta graduación, rosados, tintos y rancios. La DO Montsant está situada en terrenos cercanos a la DOCa Priorat pero con suelos, en su mayoría, de descomposición granítica. Sus vinos más característicos, procedentes de uvas garnacha y cariñena, son los tintos, intensos y redondos, pero también produce rosados, blancos o vino rancio, y fue pionera del vino kosher, elaborado según la ley judía. Por último, las DO Conca de Barberà y Tarragona, de suelos calcáreos, elaboran vinos tintos, blancos y rosados. En la primera destaca la variedad de uva trepat, que produce vino rosado ligero y aromático, y en la segunda el vino de uva sobremadura denominado «vimblanc». Al norte de Barcelona hay otras cuatro denominaciones de origen. En el interior, la DO Costers del Segre, cercana a Lérida, en las proximidades del río Segre y sus afluentes, y la DO Pla de Bages, alrededor de Manresa. Y junto al mar, las DO Alella, un área reducida situada a escasos kilómetros de la ciudad, y Empordà, en la costa Brava. En todas ellas se elaboran vinos blancos, rosados, tintos, de «aguja» (muy conocido el de Alella, con uvas pansa blanca), espumosos, rancio, mistela y dulce natural. Los vinos dulces naturales y el moscatel de la DO Empordà son similares a los de las comarcas vecinas (ya de la Cataluña francesa), como el Banyuls y el moscatel de Rivesaltes. Por último, también existe una DO Catalunya, de vinos procedentes de una extensa área que comprende más de 300 municipios catalanes. Se caracteriza por su constante crecimiento, al favorecer la experimentación gracias al uso regulado de cepas de muchas variedades. Almacenamiento de barricas en las bodegas de Castillo de Perelada. La DO Empordà, a la que esta bodega se adscribe, ha dado en las últimas décadas un importante salto hacia los vinos de calidad. BODEGAS ABADAL Bodega familiar cerca de Manresa, impulsora de la DO Pla de Bages. Sus modernas instalaciones y grandes extensiones de viñedo producen variados vinos, siendo notable el esfuerzo para potenciar la uva picapoll. ALBET I NOYA Bodega fundada en 1978, en la masía Can Vendrell (Sant Pau d’Ordal, DO Penedès), es pionera en la elaboración de vinos ecológicos y en la investigación con variedades locales. También elabora cava. ALELLA VINÍCOLA Esta bodega de la DO Alella fue fundada en 1906 como sociedad cooperativa. En 1928 registró la marca Marfil, que llegó a tener gran prestigio y que ha llegado hasta la actualidad. ÁLVARO PALACIOS Este vinatero riojano se instaló en Gratallops (DO Priorat) a finales de la década de 1980, donde aclimató variedades internacionales con excelentes resultados (vinos Camins del Priorat o l’Ermita). CASTILLO DE PERELADA Fundada en 1923, la bodega está instalada en el espléndido castillo de Perelada (DO Empordà) y elabora desde el popular vino de «aguja» Blanc Pescador hasta vinos de gama alta (Finca Garbet etc.) monovarietales y cava. CELLER MARIOL Centenaria bodega familiar de Batea (DO Terra Alta). Desde 2007, elabora el primer vino de la variedad verdejo de Cataluña, con la etiqueta Jo! COSTERS DEL SIURANA Bodega familiar e innovadora de la DOCa Priorat, situada en Gratallops. Elabora una amplia gama de vinos tintos (Clos de l’Obac, Miserere, etc.). CODORNÍU Con un origen que se remonta a 1551, fue la primera productora de cava, en 1872. Sus instalaciones modernistas en Sant Sadurní d’Anoia están declaradas monumento nacional. Sus cavas más conocidos son Anna de Codorníu y Non Plus Ultra. FREIXENET Gigante del cava, de su central en Sant Sadurní d’Anoia dependen filiales diseminadas por todo el planeta. Entre sus marcas, destacan Cordón Negro, Carta Nevada, Castellblanch o Segura Viudas, además de cavas seleccionados. JEAN LEON Tras dirigir un restaurante en Beverly Hills, Jean Leon encontró en 1962 el lugar ideal para producir vinos con una cuidadosa crianza en unas fincas de Torrelavit (DO Penedès). RAIMAT Bodega de la DO Costers del Segre pionera en la renovación vitivinícola, al introducir en Cataluña las variedades cabernet sauvignon y chardonnay. Sus marcas son Clamor, Abadia, Castell de Raimat, etc. TORRES Al hablar del Penedès y sus tintos hay que citar a la familia Torres. Fundada en 1870, la bodega es el origen de la vitivinicultura moderna en Cataluña. Su gama de tintos incluye Gran Coronas, Mas la Plana, Atrium o Sangre de Toro. Vinos de la lluvia El cultivo de la viña encuentra en el clima mediterráneo su medio natural por excelencia. Sin embargo, también está presente en otros climas templados, como el atlántico u oceánico, propio de la franja más norteña de España. En Galicia, Asturias, Cantabria y País Vasco la viticultura progresa en el marco de un paisaje tapizado por el color verde en todos sus matices y del que inesperadamente surgen unos singulares viñedos. ¿Lluvias igual a vinos blancos? El clima lluvioso y la insolación reducida, una gran influencia atlántica y el relativo aislamiento del resto de España debido a la presencia de la cordillera Cantábrica, los montes de León y los montes Vascos caracterizan estas tierras y estos viñedos. A menudo se asimilan las tierras de lluvias abundantes a las variedades de cepas de uvas blancas y a la producción de vinos blancos: si miramos hacia otras zonas de Europa donde también hay lluvias persistentes, por ejemplo Alsacia en Francia o el valle del Mosela en Alemania, advertimos enseguida dicha especialización en el vino blanco. Por eso el norte de España también se asocia, inmediatamente, a los vinos blancos; parece que casen a la perfección con los tradicionales platos de pescado y marisco propios de la fachada atlántica. No obstante, a veces se encuentran gratas sorpresas y es preciso reseñar exquisitos tintos que matizan la afirmación general, delicados vinos que el sumiller francés afincado en España Christophe Brunet no duda en calificar de sorprendentes. El color verde despliega una amplia paleta de matices por los campos y montañas del norte de España, desde Galicia hasta el País Vasco. En la imagen, viñedos y bosque en las laderas de la DO Ribeira Sacra, en el centro de Galicia. Una historia con altibajos El cultivo de la vid está atestiguado en el extremo norte de la península Ibérica desde que los romanos se adentraron por estas tierras celtas, y durante el medioevo sus vinos se servían a los peregrinos que se hospedaban a lo largo del camino de Santiago. Los ingleses, hasta el siglo xvi, se adentraban por el río Miño para comprar toneles de vino, pero las enemistades políticas trasladaron dicho comercio hacia el Duero, en Portugal, y su vino de Oporto no dejó de florecer desde entonces. La cultura vinícola de Galicia y de la cornisa cantábrica languideció. Es solo desde hace unas decenas de años que se opera una enorme transformación en el mundo del vino atlántico. Además de lograr la celebridad interna gracias a vinos elaborados con uvas albariño —campeona entre los blancos—, gracias a los turbios gallegos —tan populares— o gracias a los chacolís vascos como ejemplos más relevantes, también ha logrado la aceptación en los exigentes mercados externos, sin dejar nunca de lado las uvas autóctonas y la tradición ancestral. Las tierras del vino atlántico Existen cinco denominaciones de origen gallegas (Rías Baixas, Ribeiro, Valdeorras, Ribeira Sacra y Monterrei) y tres vascas (chacolí de Guetaria, chacolí de Vizcaya y chacolí de Álava). Junto a ellas, cabe añadir otros territorios de contrastada tradición vitivinícola en Asturias, Galicia y Cantabria, con indicaciones geográficas protegidas. En Asturias se halla el vino de calidad de Cangas, en Cangas de Narcea, un vino —en general tinto, de las variedades carrasquín, mencía o albarín— bebido tradicionalmente en unos cuencos de madera llamados «cachos». En Galicia, hay vinos de la tierra en Betanzos, Barbanza e Iria —al norte de la ría de Arosa— y Val do MiñoOurense. Por último, en Cantabria se encuentran los vinos de la tierra Costa de Cantabria y Liébana. Rías Baixas. Es la DO más pujante de Galicia. Sus 4 000 ha, en aumento constante desde el inicio de su singladura en 1988, se dividen en cinco zonas: valle de Salnés, con Cambados como principal centro vinícola —donde se celebra cada agosto la fiesta del albariño—; O Rosal, que comprende zonas próximas a la desembocadura del Miño; el montañoso Condado del Tea, que desde Tuy sigue el Miño río arriba; Soutomaior, localidad situada en el fondo de la ría de Vigo, y la Ribera del Ulla, en ambas márgenes de este río, ya cerca de Santiago de Compostela. La base del suelo es granítica y el clima, marítimo por la proximidad del océano, se caracteriza por las lluvias abundantes. La variedad principal es la albariño, aunque se cultivan otras blancas como la caiño, la treixadura (presente en todos los vinos del Condado del Tea) y la loureira blanca (presente en los de Rosal). Además de su característico color amarillo pajizo, la gama aromática de los albariños de Rías Baixas constituye uno de sus aspectos más definidos y personales. Intensamente frutales cuando son jóvenes, se amplían hacia matices complejos cuando evolucionan. Si se trata de una vendimia de calidad y la vinificación es acertada, son frescos y muy sabrosos, sin perder delicadeza. Ribeiro. Situada en el valle medio del río Miño, esta DO está centrada en la localidad de Ribadavia, de la que dice la canción popular: «Si queres tratarme bem, dame viño de Ribeiro, pan trigo de Ribadavia, nenas de chán d’Amoeiro». De hecho, esta tierra vinícola y agropecuaria goza de gran tradición, y ya en 1932 su vino fue oficialmente reconocido. El viñedo se extiende sobre unas 2 500 ha de tierras pardas húmedas, en general ácidas. Existe una gran diversidad de variedades de cepas blancas, siendo las más características las treixadura, torrontés, albariño, albilla, lado, macabeo, godello y palomino; entre las tintas destacan las ferrón, sousón, brancellao, mencía, caiño y tempranillo. Los vinos blancos son elegantes, ligeros, muy aromáticos y de elevada acidez fija. Dependiendo de las variedades con que se elaboran, estas características son más marcadas. Existe también el Ribeiro tostado, obtenido tras someter las uvas a un proceso de secado. Debido a las características del terreno, en Galicia abundan los cultivos en terraza (como el de la imagen, en tierras de la DO Ribeiro). Valdeorras. Situada en el sureste de Galicia, esta comarca siempre ha desempeñado junto con el Bierzo un papel de puerta y pasillo entre las comunidades de Galicia y Castilla y León. Se extiende por gran parte de las cuencas de los ríos Sil y Xares y es una zona caracterizada por un clima de tendencia continental —menos húmedo y con temperaturas más extremas que en el resto de Galicia—. Sus viñedos, que cubren 1 200 ha, se alinean en las laderas de las montañas y en el fondo de los valles. La variedad más característica entre las blancas es la godello. Se trata de una uva que produce vinos blancos sumamente aromáticos, afrutados y con excelente estructura en boca. Son caldos de extrema elegancia que maridan perfectamente con las cocinas modernas de fusión. Entre las tintas destaca la mencía, con un marcado y elegante aroma frutal. Ribeira Sacra. Esta DO se encuentra situada en el valle del río Sil y en el curso medio del Miño, alrededor de la confluencia de ambos ríos. Es precisamente aquí, en una pequeña aldea rodeada de monasterios románicos, bosques de castaños y viñedos escarpados, donde nació un vino de leyenda: el Amandi, que según la tradición era ya apreciado por los romanos. Hoy, Amandi es una subzona de la DO, junto a Chantada, Quiroga-Bibei, Ribeiras do Miño y Ribeiras do Sil. En conjunto, los viñedos de esta denominación ocupan unas 1 300 ha. En la Ribeira Sacra no hay un suelo uniforme, aunque la característica más común es la elevada acidez. Otro elemento destacable son las extremas pendientes que tienen los viñedos. Las variedades más extendidas son las tintas mencía, brancellao y merenzao —los vinos tintos son aquí los más numerosos—, y las blancas godello y albariño. La uva más utilizada cuando se realiza un coupage es la mencía, verdadero tesoro de esta tierra. Monterrei. En el sur de Galicia, junto a la frontera portuguesa y centrada en el municipio de Verín, esta DO constituye una zona vitivinícola de 400 ha con un clima de tendencia continental. Es una zona histórica para la vitivinicultura, pero las viñas estuvieron a punto de desaparecer. La llegada del modisto Roberto Verino a principios de la década de 1990 supuso el inicio de un proceso de revitalización imparable. Las principales variedades blancas son dona branca (doña blanca), godello y treixadura, y las tintas, mencía y merenzao. Chacolí. El vino más septentrional de España se elabora en el País Vasco, y la palabra «chacolí», procedente de la lengua vasca (txakolin), podría significar «vino elaborado en el caserío», prueba de su ancestral arraigo. En cada uno de sus territorios históricos (Vizcaya, Guipúzcoa y Álava) existen zonas de producción —siempre inferiores a las 400 ha— con DO: chacolí de Vizcaya (Bizkaiko txakolina, en vasco), extendido por diversas zonas de Vizcaya; chacolí de Guetaria (Getariako txakolina), en el litoral de Guipúzcoa, y chacolí de Álava (Arabako txakolina), alrededor de Llodio y Amurrio, y de hecho el más sureño y más seco, al no tener ya una clara influencia oceánica. Para su elaboración se utiliza la variedad blanca hondarribi zuri, pero también la tinta hondarribi beltza, por lo que es un vino blanco que procede en parte de uvas tintas. Son vinos que se consumen jóvenes; caldos que no se trasiegan para conservar al máximo el carbónico residual de la fermentación alcohólica. Se clarifican por sedimentación en pequeños envases de madera. Debe existir un equilibrio perfecto entre acidez, puntas de aguja y graduación alcohólica para que la bebida ofrezca todas sus buenas posibilidades. La tximparta, o burbujilla, es la gracia del chacolí. Este vino, generalmente blanco, se bebe como aperitivo y para acompañar pescados y mariscos. En Vizcaya también se elabora chacolí rosado —llamado popularmente «ojo de gallo»— y vino tinto. Enjuague de botellas de albariño en la prestigiosa bodega Palacio de Fefiñanes. Los vinos gallegos, encabezados por los albariños, han vivido un espectacular despegue en las últimas décadas. BODEGAS ADEGA DA PINGUELA Bodega situada en A Rúa de Valdeorras (DO Valdeorras), en un paisaje de transición, donde conviven olivos y frutales con robles y castaños. Produce vinos con la marca Ventura de las variedades godello (blanco), mencía y garnacha (tintos), y el plurivarietal Castes Nobres. ARABAKO TXAKOLINA Empresa de Amurrio, la principal de la DO chacolí de Álava, fundada en 1992. Sus caldos se comercializan bajo las marcas Xarmant y Maskuribai, elaborados con uvas de las variedades hondarribi zuri, gross manseng y petit corbu. BODEGA VITIVINÍCOLA DEL RIBEIRO Gran cooperativa de la DO Ribeiro, nacida en 1968. En 1970 sacó al mercado el primer ribeiro embotellado y etiquetado. Produce los vinos de las marcas Pazo (con albariño), Costeira (treixadura), y Alén da Historia y Pazos de Ulloa, coupages de variedades autóctonas, además de orujos. GARGALO Bodega del modisto Roberto Verino fundada en 1996 en Pazos-Verín (DO Monterrei). Elabora los vinos Gargalo, Terra do Gargalo y Terras Rubias, con variedades blancas (godello) y tintas (mencía), así como licores. MAR DE FRADES Proyecto iniciado en 1987 por un grupo de viticultores del valle de Salnés (DO Rías Baixas) para recuperar cepas de albariño y elaborar con sus uvas vinos y orujos de calidad, obteniendo resultados espectaculares con sus Mar de Frades y Finca Valiñas. También produce un espumoso brut nature con uva 100 % albariño. MONASTERIO DE CORIAS Bodega de Cangas de Narcea (vino de calidad de Cangas), en Asturias, situada en el antiguo monasterio benedictino de San Juan Bautista de Corias, del siglo xi, y rodeada de viñedos. Elabora vinos tintos y blancos (marcas Corias y Monasterio de Corias), orujos, licores y crema de manzanas. PALACIO DE FEFIÑANES Ubicada en un palacio del siglo xvi vinculado a la elaboración de vinos desde el xvii, esta bodega de Cambados (valle de Salnés, DO Rías Baixas) obtiene unos vinos clásicos y sublimes entre los monovarietales de albariño: Albariño de Fefiñanes, 1583 (fermentación en barrica de roble) y Albariño de Fefiñanes III Año (treinta meses en depósito). PAZO DE SEÑORANS Esta bodega, situada en una casa solariega de Vilanoviña (DO Rías Baixas), elabora los vinos Albariño Pazo Señorans, Sol de Señorans y Pazo Señorans Selección, vino este último que obtiene una acidez mucho mayor para poder evolucionar elegantemente durante varios años. RECTORAL DE AMANDI Bodega situada en Santa María de Amandi (DO Ribeira Sacra). Forma parte de Vinos y Bodegas Gallegas, que también agrupa a la bodega Alanís (DO Ribeiro). Destaca su tinto Rectoral do Amandi, elaborado con la variedad mencía. TXABARRI Bodega familiar de la DO chacolí de Vizcaya, situada en Zalla, comarca de Las Encartaciones. Fundada en 1995 con voluntad de imprimir un sello de calidad al tradicional vino de la zona, produce chacolí blanco, tinto y rosado. TXOMIN ETXANIZ Bodega de Guetaria que traspasó el umbral de la tradición (está documentada en el siglo xvii) y lideró la creación de la DO chacolí de Guetaria. Además, produce espumoso (Eugenia) y vino de vendimia tardía (Uydi). VIÑA MEÍN En las laderas del valle del Avia (DO Ribeiro), rodeando el monasterio de San Clodio, las cepas de treixadura, loureira, godella o torrontés producen un vino de crianza de 6-8 meses y una selección fermentada en barrica de roble francés. Ofrece además un pequeño hotel rural rodeado de viñedos. El mayor viñedo del mundo Castilla-La Mancha es la región del mundo con mayor extensión de cultivo vitícola, con aproximadamente 600 000 hectáreas. Su clima y sus amplias llanuras han favorecido dicho cultivo extensivo, y como correlato la región ha desarrollado históricamente una importante industria vinícola. Durante mucho tiempo, esta se ha centrado en la producción masiva de vino a granel, pero hoy, confrontada a un mercado global en el que otras regiones han apostado directamente por la calidad, y con ayuda de la tecnología, la vitivinicultura castellano-manchega está abriéndose paso en una nueva etapa. Las grandes llanuras de Castilla-La Mancha y un clima óptimo para el cultivo de la vid han convertido la región en la mayor extensión de viñedo del mundo. (En la imagen, hileras de cepas hasta donde se pierde la vista de Bodegas Ayuso, Villarrobledo, DO La Mancha.) Una larga historia El vino forma parte intrínseca de la región desde tiempos remotos. En la comarca de Valdepeñas, se han hallado restos de pepitas de uva en el yacimiento ibérico del Cerro de las Cabezas (siglos vii-iv a. C.). Desde la Reconquista y hasta fines del siglo xvi, esa zona fue dominio de la orden religiosa y militar de Calatrava, que impulsó el cultivo de la vid y la elaboración de vinos, de modo que estos proveían regularmente a la corte y eran reconocidos por el mismo Felipe II. El paso de la filoxera arrasó los viñedos de la región y condujo a una replantación masiva con la variedad blanca airén. Los vinos blancos corrientes manchegos, fermentados y almacenados en enormes tinajas, de alta graduación y escasas cualidades, iban a inundar el mercado europeo tras la I Guerra Mundial, junto con los vinos del Midi francés y los del norte de África. En el mercado nacional, esta situación se mantendría hasta hace relativamente poco, sobre todo en años de vendimias cortas. Pero esta situación está cambiando, y hoy muchos bodegueros han recuperado o introducido variedades tintas e incorporado las técnicas de vinificación más modernas para elaborar vinos excelentes, mostrando el enorme potencial no solo cuantitativo de la región. Por su lado, las denominaciones de origen, que se remontan a la primera regulación de los vinos de Valdepeñas en 1932, se han ampliado en las últimas décadas a áreas más periféricas y singulares (Méntrida, Mondéjar, Ribera del Júcar, Uclés), a la vez que han proliferado como en ninguna otra comunidad la denominación Vinos de Pago —excelentes vinos de cortas tiradas elaborados en fincas a modo de los châteaux franceses—, a partir del primer reconocimiento otorgado a Dominio de Valdepusa, en Toledo, en 2002. Además, la aprobación en 1999 de la indicación geográfica protegida Vinos de Castilla para englobar todos aquellos vinos elaborados con uvas producidas en la región pero no encuadrados en alguna de las denominaciones de origen ha permitido dar mayor proyección y canalizar la salida al mercado de los cerca de 10 millones de hectolitros que la comunidad sigue produciendo como vino de mesa común. Airén y otras variedades En la Submeseta Sur predomina la cepa blanca airén. Esta es una de las variedades vitivinícolas más antiguas y tradicionalmente la más cultivada en España, ocupando alrededor de un tercio del total cultivado en el país, unas 450 000 hectáreas. En Castilla-La Mancha, su cultivo se concentra mayoritariamente en La Mancha y Valdepeñas, sobre todo en las provincias de Ciudad Real y Toledo. Se trata de una variedad vigorosa, sana y bastante resistente a las enfermedades, siendo este uno de los motivos por el que se plantó masivamente en la península Ibérica tras la plaga de la filoxera. Asimismo, es rústica y fértil, de brotación y maduración tardías, y muy resistente a la sequía, por lo que se aclimata bien al clima árido manchego. Produce vinos con un característico color amarillo, en ocasiones pálidos o con reflejos verdosos; de aromas frutales de media intensidad, con notas a fruta madura —plátano, pomelo— y vegetales frescos; en boca, son sabrosos, de fácil ingesta, sin complejidades. Entre las variedades tradicionales de la región, también sobresalen las tintas bobal y tempranillo, esta última también llamada cencibel. Por otro lado, La Mancha conserva un sistema tradicional de poda, llamado «cabeza (de) mimbrera», que se emplea en el segundo año de las viñas madres y consiste en suprimir todos los brotes del año, dejando solo el sarmiento del año anterior. Recogida manual y canasto de uva airén vendimiada en Valdepeñas. Esta variedad blanca es la más cultivada en la región. Las denominaciones de origen La región cuenta con ocho denominaciones de origen propias y con la DO Jumilla, compartida con la Región de Murcia. La Mancha es la denominación más extensa de España, y se reparte entre todas las provincias de la región, salvo Guadalajara. Al sur de La Mancha, en la provincia de Ciudad Real, se encuentra la DO Valdepeñas, una región muy tradicional y conocida de vinos de mesa que está demostrando sus posibilidades de elaborar igualmente vinos de calidad. Almansa está emplazada en Albacete, con una pequeña zona en el municipio valenciano de Ayora. Méntrida es una DO relativamente poco conocida de la provincia de Toledo, limítrofe con las provincias de Ávila y Madrid. También al norte de la comunidad se halla Mondéjar, en una parte de la Alcarria, en la provincia de Guadalajara. Finalmente, Manchuela, Ribera del Júcar y Uclés han sido las últimas denominaciones reconocidas de la zona. La Mancha y Valdepeñas La denominación de origen La Mancha es la más extensa no solo de España sino de todo el mundo, con una extensión de más de 30 o00 km2, a una altitud media de 700 m sobre el nivel del mar. En consonancia, es una de las grandes zonas productoras de vino, con alrededor del 30 % de la producción nacional. Incluye más de 180 municipios (de Cuenca, Ciudad Real, Toledo y Albacete, de mayor a menor número) y agrupa a 22 000 viticultores y casi 300 bodegas. La DO data de 1973 y tradicionalmente la mayor parte de su extensa superficie se ha dedicado al cultivo de la variedad airén. Actualmente, sin embargo, la zona está en plena transformación, con la sustitución de cepas blancas por tintas como cencibel, cabernet sauvignon, merlot o garnacha. La DO Valdepeñas fue reconocida ya en 1932. Situada en el borde meridional de la Submeseta Sur, en el centro de la provincia de Ciudad Real, en términos geográficos constituye una especie de enclave en el interior de La Mancha. Con una superficie algo inferior a las 30 000 hectáreas;, los viñedos se sitúan en las laderas orientadas al sur, protegidos de los vientos dominantes por las montañas. Sus cepas son las mismas que en La Mancha, mientras que sus vinos han mantenido tradicionalmente una fuerte personalidad. Almansa La DO Almansa fue fundada en 1966. Situada a unos 700 m de altitud, es la región vitivinícola más oriental de Castilla-La Mancha, más cercana a las comarcas vinícolas de Levante (Alicante, Valencia, Murcia) que a las regiones de Valdepeñas o La Mancha. Se halla al este de la provincia de Albacete, alrededor del eje de la autovía de Madrid-Alicante. El cultivo se conforma en torno a dos variedades: la garnacha tintorera y la monastrell. La garnacha tintorera tradicionalmente ha sido la variedad más cultivada en la zona, y en épocas anteriores solo se utilizaba como complemento, en pequeñas dosis, para reforzar otros vinos, debido al altísimo potencial de color y estructura de los vinos producidos con ella. La monastrell es la otra variedad autóctona principal, a la que se han sumado otras nuevas, como la syrah, que han demostrado una buena aclimatación y adaptación. La DO produce vinos tintos con monastrell, cencibel y garnacha, de intenso aroma y color. También elabora vinos rosados a partir de la blanca airén mezclada con variedades tintas. Alrededor del Júcar La DO Manchuela ocupa los pagos situados entre los ríos Júcar y Cabriel, en el sudeste de la provincia de Cuenca y nordeste de la de Albacete, comprendiendo un total de 70 términos municipales que tienen como centros el campo alrededor de Albacete capital y, en Cuenca, la localidad de Motilla del Palancar. La DO fue aprobada en 2000, pero la zona tiene una larga tradición vitivinícola, como muestran las cuevas-bodegas conservadas en algunos pueblos. El contraste entre el clima seco y soleado del día y los vientos frescos y húmedos procendentes del Mediterráneo de la noche comporta un período de maduración largo y el desarrollo de una uva sana, rica en taninos y antocianos. Se trata, pues, de una zona óptima para el cultivo de variedades tintas, tanto tradicionales (bobal, tempranillo) como experimentales (syrah, cabernet), cuyo ensamblaje y crianza en barrica está dando excelentes resultados. La DO Ribera del Júcar nació en 2003 por iniciativa de cooperativas y bodegas particulares del sur de la provincia de Cuenca. Se halla en una zona de clima mediterráneo continental, y las variedades que cultiva son todas tintas: las tradicionales cencibel y bobal, y las foráneas cabernet sauvignon, merlot y syrah, muchas de ellas en cepas de más de veinte años. Las DO del norte de la región Constituida en 1976, la DO Méntrida se compone de más de 10 000 ha en el norte de la provincia de Toledo, sobre terrenos principalmente arenosos situados entre el margen derecho del río Tajo y la sierra de Gredos. Entre sus variedades destaca la garnacha tinta, de baja producción. Produce buenos vinos rosados, con aromas afrutados, agradable color y excelente paladar, y tintos jóvenes, cálidos y carnosos. Las algo más de 2 000 ha de la denominación Mondéjar se encuentran al suroeste de Guadalajara capital, en los términos de Mondéjar y Sacedón. En las relaciones topográficas ordenadas por Felipe II ya se distinguía la calidad de los vinos de Mondéjar, y en 1997 se constituyó como denominación de origen. Sus vinos se elaboran de manera tradicional, a partir de variedades de uva tinta (cencibel, cabernet sauvignon) o blanca (torrontés, malvar, macabeo). La DO Uclés surgió en 2003 por iniciativa de ocho bodegas en los lindes de Cuenca y Toledo, alrededor de Uclés, una zona singular de la Meseta Sur, con gran potencial para los vinos de calidad. Sus 1 500 hectáreas reguladas cultivan variedades tintas: cencibel, cabernet sauvignon, merlot, syrah y garnacha tinta. Barricas de crianza de Estola, vino elaborado por Ayuso. Esta bodega ha sido la primera en disponer de naves de crianza y en elaborar vinos de reserva en La Mancha. BODEGAS AGRÍCOLAS SANTA ROSA Dentro de la DO Almansa, entre las localidades de Almansa y Montealegre del Castillo, esta bodega cultiva 40 ha de viejas viñas de monastrell, garnacha tintorera, cabernet y syrah, y produce desde 2001 sus vinos MataMangos en una finca colonial del siglo xviii. AYUSO Esta bodega de Villarrobledo (La Mancha) nació con carácter familiar en 1947. Presta a las innovaciones (comercialización de vino embotellado desde 1961, primera nave de crianza y primer vino de reserva de La Mancha [marca Estola]), hoy es reconocida en los mercados nacional e internacional. DOMINIO DE VALDEPUSA Propiedad de Carlos Falcó (marqués de Griñón), Dominio de Valdepusa, al pie de los Montes de Toledo, se ha convertido en un pago mítico, por su continua investigación y aplicación de nuevas tecnologías en la viticultura y su plasmación en vinos estructurados y equilibrados, de marcada identidad. FÉLIX SOLÍS Esta bodega de origen familiar se remonta a 1952. Sus instalaciones cuentan con más de 120 000 m2 de superficie, 50 000 barricas y 200 millones de litros de capacidad. Produce vinos de las DO Valdepeñas y La Mancha, así como para otras áreas. FONTANA Impulsora de la DO Uclés, Fontana fue fundada en 1997. Sus 500 ha de viñedo se hallan entre Cuenca y Toledo, a unos 800 m de altitud, lo que da frescor a sus bien elaborados vinos. Produce para las DO Uclés (Esencia), La Mancha (Fontal), vinos de la tierra, etc. INIESTA Esta bodega familiar fundada en 2010 en Fuentealbilla (Albacete), dentro de la DO Manchuela, cuenta con 120 ha de diversas variedades. Pese a su corto recorrido, sus desenfadados vinos Corazón loco y Finca el Carril ya han obtenido reconocimiento. MIGUEL CALATAYUD Acogida a la DO Valdepeñas, esta empresa de origen familiar fue fundada en 1920. En sus viñedos cultiva numerosas variedades y las instalaciones pueden procesar unos 4 millones de litros. Comercializa, sobre todo, la marca Vegaval Plata. SAN GINÉS Fundada en 1956 en Casas de Benítez (Cuenca), esta bodega cultiva viejos viñedos plantados en la misma ribera del Júcar. Opta por vinos de media crianza y colores intensos, entre los que se encuentran Las Eras Bobal y Almudes. SAN ISIDRO Cooperativa situada en Quintanar del Rey (DO Manchuela), fundada en 1950. Sus 900 socios cultivan 6 800 ha, de variedades tintas (bobal, sobre todo) y blancas (macabeo). Elabora los vinos Monte de las Mozas (blanco y rosado) y Zaino (tintos). TINTORALBA Bodega constituida por la Cooperativa de Santa Quiteria, en Higueruela (noroeste de la DO Almansa), con viñedos sobre todo de garnacha tintorera, a una altitud media de 1 000 m. Produce los vinos Tintoralba, Altitud 1.100 y BT. TORRES FILOSO Bodega familiar de Villarrobledo, fundada en 1921. Elabora vinos de corte moderno y muy sabrosos: Árboles de Castillejo (blanco y tinto) y los tintos basados en la variedad tempranillo Juan José y Ad Pater. VINÍCOLA DE CASTILLA Esta moderna bodega de la DO La Mancha, fundada en 1976, produce una gran variedad de vinos (Señorío de Guadianeja, etc.) y espumosos (Cantares), dedicados en buena parte a la exportación. Sabor mediterráneo Gracias al clima cálido y soleado propio de las tierras que rodean el mar Mediterráneo, el trigo, el olivo y la vid encuentran un medio idóneo para desarrollarse, y sus frutos forjaron en época romana una conocida trilogía alimentaria, de gran actualidad por sus saludables efectos benéficos. La dieta mediterránea se basa en los sabores del pan, del aceite y, como tercer puntal, del vino. Por eso el sur y el levante de la península Ibérica tienen en la tradición vitivinícola mucho más que un simple cultivo: se trata de un sólido hecho cultural vivido con auténtica pasión por sus habitantes. Buenos vinos cerca del mar «Me gusta el juego y el vino, tengo alma de marinero [...] Qué le voy a hacer, si yo nací en el Mediterráneo». Así canta Joan Manuel Serrat al mar que le vio nacer y crecer, y así viven sus gentes: con el vino siempre presente. Está tan arraigado que no se concibe un encuentro con los amigos sin unas tapas y unos finos; una comida cotidiana, sin un buen vino tinto de la tierra, o unos postres de hojaldre o mazapanes sin un dulce moscatel. Cerca del Mediterráneo existen extraordinarias tradiciones vitivinícolas. Allí se encuentran algunas de las áreas dedicadas a la elaboración del vino más relevantes de España: alegres moscateles de Valencia, tintos raciales de Jumilla, sabrosos vinos dulces de Málaga, mientras que, ya al borde del Atlántico, el opulento jerez emprende el vuelo y traspasa fronteras para alcanzar la fama mundial en versión inglesa (sherry) o francesa (xérès). Andalucía es el país de los vinos generosos por excelencia. Es muy interesante conocer la variedad de vinos que produce el viñedo andaluz, desde los olorosos secos, elaborados con uvas palomino, hasta los untuosos y opacos dulces de pedro ximénez. Si el jerez andaluz se convirtió, ya en el siglo xviii, en un vino apreciado en los cuatro puntos cardinales, el vino levantino también era antaño masivamente exportado desde el puerto de Valencia, aunque como vino barato, dotado de gran robustez y mucho grado, adecuado para mezclar. Esa diferencia tan drástica tiende a desaparecer y hoy en día las denominaciones de origen valencianas o murcianas producen vinos de calidad con un futuro prometedor. Por último, en las islas Baleares se elaboran unos vinos elegantes y singulares, verdaderos secretos todavía ocultos para la mayoría de los amantes de los buenos caldos. Jinete con una copa de fino en la mano, en el transcurso de una feria celebrada en Puerto Real (Cádiz), en 2009. La cultura del vino está firmemente asentada en todo el arco mediterráneo de la península Ibérica. Las denominaciones de origen Entre las cuatro comunidades autónomas existen 14 denominaciones de origen. En Andalucía hay seis (jerez, manzanilla de Sanlúcar de Barrameda, Málaga, Sierras de Málaga, Montilla-Moriles y condado de Huelva); en Murcia, tres (Jumilla, Yecla y Bullas); en la Comunidad Valenciana otras tres (Alicante, Valencia y Utiel-Requena) y dos vinos de pago (El Terrerazo y Los Balagueses, en la zona de Utiel-Requena), y en las Baleares dos (Binissalem y Pla i Llevant), ambas en la isla de Mallorca. Además, existen diversas áreas cuyos vinos están catalogados como vinos de calidad o vinos de la tierra con indicación geográfica protegida. Son, en Andalucía, los vinos de calidad de Granada y de Lebrija, y los siguientes vinos de la tierra: Altiplano de Sierra Nevada, Ribera del Andarax, Bailén, Cádiz, Córdoba, Cumbres de Guadalfeo, Desierto de Almería, Laderas del Genil, Laujar-Alpujarra, Los Palacios —zona de Dos Hermanas y Utrera—, Norte de Almería, Sierras de Las Estancias y Los Filabres, Sierra Norte de Sevilla, Sierra Sur de Jaén, Torreperogil y Villaviciosa de Córdoba. También hay vinos de la tierra en Murcia (Campo de Cartagena y Murcia), en la Comunidad Valenciana (Castelló) y en Baleares (Ibiza, Menorca, Illes Balears, Serra de Tramuntana-Costa Nord, Formentera y Mallorca). Jerez y manzanilla de Sanlúcar El jerez es posiblemente el vino generoso más universal. La DO Jerez-XérèsSherry, que comparte área con la DO manzanilla de Sanlúcar de Barrameda, está situada al oeste del río Guadalquivir, en la zona más occidental de la provincia de Cádiz, llamada el Marco de Jerez, cuyas principales localidades son Jerez de la Frontera, Sanlúcar de Barrameda y El Puerto de Santa María. Son unas 7 000 ha inscritas por el consejo regulador, creado en 1933. Sus suelos son de barro, arena y caliza. Estos últimos, fácilmente reconocibles por su color blanquecino, son llamados albarizas y son los más cotizados y típicos de Jerez. El clima es mediterráneo pero con influencia atlántica, de donde llegan los vientos ábregos o llovedores que proporcionan lluvias significativas en otoño e invierno. La variedad de uva principal es la palomino fino, que ocupa casi el 95 % de la producción, mientras que el resto se reparte en cepas de pedro ximénez y moscatel, todas ellas blancas. La elaboración del vino, compartida por el jerez y la manzanilla —un fino elaborado en Sanlúcar de Barrameda—, se basa en el sistema de soleras y criaderas, un método dinámico de envejecimiento en botas (barriles de roble). El jerez es un vino encabezado cuyo grado alcohólico se incrementa mediante la adición de aguardiente. La fermentación tiene lugar en bodegas bien aireadas. Hay barricas destinadas a dar el fino (seco y ligero, se bebe joven) y otras el oloroso o amontillado, más potente y de color más oscuro. El jerez tiene un sistema propio de envejecimiento: se disponen las barricas en varias hileras superpuestas conteniendo vinos de edades diferentes (soleras, los más viejos, y criaderas), de manera que cada vez que se retira vino viejo se compensa con la aportación de vino más joven. Jerez y manzanilla son los vinos típicos de la feria de abril de Sevilla, servidos como bebida refrescante o para acompañar tapas de jamón, «pescaíto» frito o tortilla española, y por supuesto, son ideales para celebrar con los amigos una buena corrida de toros en la Maestranza. Las bodegas de jerez suelen ser empresas de gran tamaño y antigua tradición, y muchas de ellas se engrandecieron y consolidaron gracias a la exportación de caldos a Gran Bretaña en los siglos xviii y xix. En el siglo xix, el jerez conoció su edad de oro. Los bodegueros se agruparon para controlar mejor la producción, inaugurando una nueva época de florecimiento después de la Primera Guerra Mundial. Las ventas siguieron aumentando después de 1945, en particular gracias a la expansión del mercado del norte de Europa, lo que obligó a actualizar la legislación con un exhaustivo control de la producción para salvaguardar la calidad del vino jerezano. Otras DO andaluzas La DO Málaga también tiene una considerable proyección internacional. Se trata de un vino de postre, procedente de uvas pedro ximénez, lairén y moscatel, y que también envejece por el sistema de soleras. Los viñedos se plantaron antaño en la costa próxima a Málaga, pero la presión urbanística de la industria turística acabó con muchos desde la década de 1960. Además de la costa, el área con DO, de 1 200 ha, se adentra hacia el interior en varias zonas hasta la serranía de Ronda, siendo la Axarquía (alrededor de Vélez- Málaga), la zona de principal producción, muy conocida también por sus excelentes pasas de moscatel. En esta misma área se encuentra también la DO Sierras de Málaga, que produce vinos blancos, rosados y tintos, que pueden ser envejecidos hasta ser grandes reservas (más de cinco años). La DO Montilla-Moriles, al sur de Córdoba, es una zona de unas 7 000 ha con suelos marcados por las tradicionales albarizas —al igual que los de Jerez —, donde también se elaboran vinos generosos, con uvas pedro ximénez como preferente. En la DO Condado de Huelva, extendida al este de Huelva y con un clima de gran influencia atlántica, se elaboran, con uva zalema preferentemente, vinos blancos, generosos y generosos de licor. La elaboración de los afamados vinos dulces andaluces empieza en la pasera, donde el sol hace que la uva pierda hasta el 50 % de su peso y eleve los azúcares hasta superar los 500 gramos/litro. (En la imagen, pasera de Alvear, DO Montilla-Moriles.) Murcia, Comunidad Valenciana y Baleares El clima mediterráneo alcanza en Murcia su máxima sequedad, pero sus caldos, antaño corrientes vinos de mesa, buscan asimismo su lugar para dar satisfacción a los actuales criterios de calidad. Las DO Yecla, Jumilla —con la mayor parte de su extensión en la provincia de Albacete (Castilla-La Mancha) — y Bullas destacan por sus vinos tintos, con predominio de la variedad monastrell, de color granate rubí, suaves y pálidos, aunque también cabe reseñar la presencia de variedades internacionales (cabernet sauvignon, syrah, merlot). También en las zonas vinícolas de la Comunidad Valenciana, típicamente mediterránea, hay una voluntad clara de producir vinos de calidad. La DO Alicante presenta vinos de prestigio, como los dulces y suaves moscateles o el aromático y generoso fondillón, un vino elaborado con la variedad monastrell que ha resurgido después de estar al borde de la desaparición debido a la filoxera, primero, y el turismo, después. Los vinos de la DO Valencia abarcan una amplia gama, pero es muy conocido y apreciado su moscatel. UtielRequena, más alejada del Mediterráneo y muy extensa —37 000 ha—, es una DO con tintos y rosados, procedentes de la variedad bobal. En Mallorca, la mayor de las islas Baleares, hay dos DO: Binissalem, en el centro de la isla, con vinos tintos de la variedad manto negro, aromáticos y con cuerpo, y Pla i Llevant, que se extiende por una amplia parte oriental de la isla y con singulares variedades autóctonas (callet y fogoneu). BODEGAS ALVEAR Bodega de la DO Montilla-Moriles, establecida en 1729. Produce los tradicionales vinos generosos, además de vinos jóvenes afrutados. Sus marcas principales son Alvear 2000, CB (fino), Carlos VII y Solera Fundación (amontillados), y Asunción y Pelayo (ambos olorosos). BARBADILLO Se trata de la mayor bodega de Sanlúcar de Barrameda, fundada en 1821. Sus manzanillas se distribuyen con las marcas Eva y Solear. Ha sido la primera en elaborar un vino blanco joven no fortificado (Castillo de San Diego) con uva palomino fermentada a baja temperatura. CAN MAJORAL Esta bodega de Algaida (al este de Palma de Mallorca, DO Pla i Llevant) elabora vinos ecológicos con técnicas biodinámicas. Etiqueta con las marcas Can Majoral (crianzas) y Butibalausí (vinos más jóvenes y con variedades tradicionales de Mallorca, como la callet). CASA DE LA ERMITA Bodega familiar de la DO Jumilla fundada en 1999. Situada en la zona montañosa y rocosa de El Carche, elabora vinos vigorosos con la variedad local monastrell pero también obtiene excelentes resultados con petit verdot, merlot, syrah o cabernet sauvignon. DOMECQ Bodega de la DO Jerez muy conocida, tanto por sus finos (Terry, Harveys) como por sus brandys (Fundador). Fundada en 1730, cambió de nombre en el siglo xix con la llegada del francés Pedro de Domecq. La visita a sus bodegas se completa con un museo de carruajes y una colección de caballos cartujanos. DOMINIO DE LA VEGA Situada en la localidad de San Antonio (DO Utiel-Requena), esta bodega elabora vinos tranquilos (sobre todo con la variedad bobal) y espumosos (macabeo). Presenta las etiquetas Añacal (vinos jóvenes), Arte Mayor y Dominio de la Vega. GARVEY Bodega de Jerez de la Frontera fundada en 1730 por el irlandés William Garvey, que empezó a exportar vinos a las islas Británicas. Produce el fino San Patricio, un viejo amontillado seco (Tío Guillermo), el oloroso Ochavico o el manzanilla Juncal. GONZÁLEZ BYASS Firma esencial de Jerez, fundada en 1835 por Manuel María González y consolidada por las exportaciones a Gran Bretaña —el agente Robert Blake Byass acabó siendo el socio de la empresa—. Junto a su gran marca de fino Tío Pepe, produce el oloroso Apóstoles o el Pedro Ximénez Noé. GUTIÉRREZ DE LA VEGA Bodega de la DO Alicante situada en Parcent, comarca de la Marina Alta. Entre sus elaboraciones destaca el Casta Diva Recóndita, vino tinto dulce de la variedad monastrell, con la que también elaboran un fondillón en edición limitada. JORGE ORDÓÑEZ De los viñedos de la Axarquía proceden las uvas de moscatel de Alejandría con las que estos bodegueros de Vélez-Málaga (DO Málaga) elaboran vino dulce encabezado según una antigua práctica o moscatel seco (etiqueta Botani, DO Sierras de Málaga). OSBORNE Fundada en El Puerto de Santa María en 1772, esta firma ha diversificado sus productos (finos, manzanillas, amontillados, olorosos, vinos dulces de las DO Jerez y manzanilla, etc.) y tiene una amplia presencia internacional. También es muy conocido su «toro» publicitario. VALDESPINO Es la más antigua de las bodegas jerezanas. Perteneciente en la actualidad al grupo Estévez, su vinos gozan de gran prestigio, como el fino Inocente, concentrado y elegante, único fino de jerez que procede de una sola finca, o el Palo Cortado Cardenal VORS. Aragón y Navarra Con el Pirineo a lo lejos, junto a los afluentes del Ebro, unos viñedos tenaces, atizados por el cierzo, dan sus opulentos frutos a unos vinos antaño conocidos por su robustez y rusticidad. Pero la calidad se impone hoy en estas tierras, paraíso de la garnacha, con rosados redondos en los campos de Navarra y tintos altivos en la parte de Aragón. Ambos tienen porte osado, ambos asientan su razón. De pura cepa. Tierras de secano Si desde el Pirineo viajamos hacia el sur, dejando atrás los valles de montaña y más allá de Pamplona y Jaca, el paisaje cambia por completo. El contraste es enorme: el verde cerrado de bosques y pastizales siempre empapados se transforma, pocos kilómetros después, en un paisaje áspero, reseco, de tonalidades amarronadas, casi estepario. El clima lluvioso, oceánico o de alta montaña, deja paso a otro de carácter mediterráneo con fuerte sesgo continental, en el que reina el cierzo, viento que se encauza en el valle del Ebro y produce gran sequedad. Un clima riguroso, sin contemplaciones, sin medias tintas, donde el empuje de los vegetales redunda en proeza del agricultor. Tierra de sobrias monarquías medievales, a menudo entrelazadas, en los reinos de Aragón y Navarra los campesinos siguieron el legado viticultor que les habían transmitido celtíberos y en especial romanos, asentados durante centurias en el valle del Ebro. Los caldos elaborados en la zona tuvieron posteriormente fama de ásperos y duros, usados a veces para fortalecer vinos más débiles de otras zonas, tanto españolas como extranjeras. Acaso los vinos navarros se distinguieron más, puesto que encontraban su salida entre los peregrinos del Camino de Santiago procedentes de Francia y Europa central, cuyos saberes sobre vinificación acabaron por implantarse. La tipicidad de los vinos navarros y aragoneses se centraba en las uvas de la variedad tinta garnacha, que es todavía la más cultivada. A partir de la década de 1980 el estereotipo de estos vinos, en especial los de Aragón, quedó roto por la renovación realizada en la comarca del Somontano, próxima a Huesca, que pasó a producir unos vinos ligeros, elegantes y variados, de enorme éxito comercial. Estas novedades se sustanciaron posteriormente en otras zonas, hasta conformar el actual mapa vitivinícola de Aragón y Navarra. Viñedos junto al monasterio de Irache, en la localidad de Ayegui, en el recorrido del Camino de Santiago. En el pasado, la vitivinicultura navarra aprovechó los saberes sobre vinificación de los peregrinos compostelanos procedentes de Francia y Europa central. Las tierras del vino en Navarra y Aragón En Navarra, si dejamos de lado una zona limítrofe con La Rioja, junto al río Ebro, que forma parte de la DOCa Rioja, hay una sola DO, que lleva el nombre de la comunidad foral. Además, hay tres vinos de pago (Otazu, al oeste de Pamplona; Prado de Irache, cerca de Estella, y Arínzano, un poco más al sur) y dos zonas con vinos de la tierra con indicación geográfica protegida: Ribera del Queiles —a caballo entre Navarra y Aragón, desde Tudela hasta Tarazona— y Tres Riberas —procedente de todos los municipios navarros sin DO—. En Aragón hay cuatro áreas con DO: Somontano, Cariñena, Calatayud y Campo de Borja. Además, hay el vino de pago Aylés, en Mezalocha —al sur de Zaragoza—, y las siguientes zonas que producen vino de la tierra con indicación geográfica protegida: Bajo Aragón —alrededor de Alcañiz—, Ribera del Gállego-Cinco Villas —a orillas del río Gállego, entre Ejea de los Caballeros y Huesca—, Valdejalón —junto al río Jalón, entre La Almunia de Doña Godina y Zaragoza—, Valle del Cinca —de Monzón a Fraga—, Ribera del Jiloca —de Daroca a Calamocha— y la ya citada Ribera del Queiles. Por lo que se refiere a vinos, al mencionar Navarra enseguida pensamos en sus conocidos vinos rosados. Esta DO, de 11 700 ha, está dividida en cinco áreas: Baja Montaña —alrededor de Sangüesa—, Valdizarbe —al sur de Pamplona—, Tierra Estella —alrededor de dicha localidad— y Ribera Alta y Ribera Baja —ya junto al Ebro—. Dichas áreas están ocupadas mayoritariamente por cepas de la variedad garnacha, a la que siguen la tempranillo, la merlot y la cabernet sauvignon. La especialización en vinos rosados fue una primera palanca comercial para que el aficionado tomara conciencia de la existencia de esta denominación, que también produce, en una cantidad que ya sobrepasa a los rosados, tintos nobles, de gran calidad, y excelentes blancos jóvenes de chardonnay y blancos tradicionales de viura. No hay que olvidar el moscatel, singular por la uva de grano menudo con que se elabora. Chivite es una de las principales empresas vinícolas navarras, cuya trayectoria se remonta al siglo xvii. En la imagen, bodega de Gran Feudo, marca del grupo lanzada al mercado en 1975. Situado, como su nombre indica, a los pies de la montaña pirenaica, con Barbastro como principal núcleo urbano, Somontano es una de las DO más dinámicas de España. Sus inmejorables condiciones naturales —clima con claro carácter continental, buena insolación y lluvias escasas— y sus viñedos de variedades internacionales —chardonnay, tempranillo, cabernet sauvignon, gewürztraminer— dotan a sus 4 400 ha de condiciones idóneas para producir vinos de gran calidad. Cabe señalar también la presencia de la tradicional uva tinta moristel, con la que se elaboran vinos rosados y tintos típicos. En definitiva, aquí convive la innovación y la nueva imagen de los vinos de Aragón, posiblemente la cara más conocida, con bodegas que continúan elaborando vino con un estilo más clásico. En el extremo meridional de la provincia de Zaragoza, entre los cursos de los ríos Huerva y Jalón, Cariñena fue la primera área de Aragón declarada oficialmente DO, en 1932. Sus 14 000 ha, centradas en la localidad homónima, tienen un clima continental extremo, con lluvias escasas y mucho viento. Antes de la filoxera, los viñedos eran mayoritariamente de la variedad mazuelo, tan importante en la zona que llegó a tomar el nombre de la comarca, «cariñena», pero esta uva fue sustituida por la garnacha, hoy mayoritaria, complementada con cepas de variedades internacionales. Como prueba de su voluntad por arraigarse a su tierra y a sus gentes, el consejo regulador de esta DO homenajeó con un vino gran reserva elaborado por cuatro bodegas al popular cantautor José Antonio Labordeta (1935-2010). Alrededor de la ciudad que da nombre a la DO Calatayud, junto al río Jiloca y sus afluentes, se extiende esta zona de viñedos, de unas 5 000 ha, en un entorno climático continental de tipo semiárido. Este clima influye en el rendimiento de las vides: sus frutos presentan un notable equilibrio entre acidez-alcohol, dando lugar a vinos singulares. La variedad de uva principal es la garnacha tinta, mientras que entre las blancas prima la macabeo. A los pies del majestuoso Moncayo, alrededor de la localidad que le da el nombre, las 6 800 ha de la DO Campo de Borja tienen en la tinta garnacha la variedad de cepa principal, mientras que la macabeo reina entre las blancas. En el monasterio cisterciense de Veruela se instaló, en 1994, el primer museo del vino de Aragón. Contraste entre las líneas rectas de la vanguardista sala de almacenamiento de Enate (DO Somontano) y las clásicas formas redondeadas de las barricas. Esta DO ha destacado en las últimas décadas al apostar por vinos ligeros, elegantes y variados. BODEGAS ALTO MONCAYO Bodega de Vera del Moncayo (DO Campo de Borja) con robustos monovarietales de garnacha y syrah. Su elaboración se resuelve aliando modernidad y tradición: una vez iniciada la fermentación, se realiza el pisado de las uvas para extraer el máximo potencial a todos sus granos. BORSAO Los tintos de esta bodega (DO Campo de Borja), elaborados con garnacha exclusivamente o como ingrediente fundamental, gozan de reconocimiento internacional. Además, produce vinos rosados, también con garnacha, y blancos, con uvas macabeo. CHIVITE Fundada en 1647 en Cintruénigo (DO Navarra), actualmente también elabora vinos en Rioja, Rueda, Ribera del Duero y los vinos de pago del Señorío de Arínzano. Cabe señalar su Colección 125, tinto reserva y suntuoso blanco fermentado en barrica; las etiquetas Gran Feudo y Finca Villatuerta, y sus vinos ecológicos. ENATE En la localidad oscense de Salas Bajas (DO Somontano) se encuentra esta bodega, gran exportadora, que elabora vinos blancos con chardonnay y gewürztraminer, un rosado con cabernet sauvignon y tintos con merlot, syrah y otras. Artistas como Saura, Chillida o Tàpies han ilustrado sus etiquetas. LANGA HERMANOS Bodega familiar fundada en 1982. Posee 70 ha de viñedos (DO Calatayud), repartidas en dos fincas con microclima diferenciado que dan lugar a singulares variabilidades aromáticas. Sus etiquetas son Langa y Reyes de Aragón, y también elabora espumosos. MAGANA Fundada en 1968 y situada en Barillas (DO Navarra), es una bodega emblemática por el vino de lujo de la variedad merlot con el que apostaron en sus inicios. Produce tintos de crianza con variedades internacionales, entre los que destaca el singular vino de autor Calchetas. PAGO AYLÉS Vino de pago de Aragón, procedente en exclusiva de una finca cuya tradición vitivinícola se remonta al siglo xii. Tiene dos colecciones de vinos: Aldeya, con la etiqueta Serendipia (tinto garnacha o merlot) en su gama alta, y Pago Aylés. PAGO DE CIRSUS Proyecto de Iñaki Núñez en la Do Navarra que suma vinos de pago con una oferta enoturística inspirada en el modelo de los châteaux franceses. Sus vinos blancos, rosados o tintos, fermentados en barrica, están recibiendo importantes distinciones. PANIZA Esta bodega, situada en la localidad homónima (DO Cariñena), tiene sus viñedos en cotas altas (entre los 700 y los 850 m). Sus vinos, llenos de contrastes y sorpresas, abarcan una amplia gama, incluyendo un blanco macabeo con solo 5,5 % vol. de alcohol (Esencia). PIRINEOS Desde Barbastro (DO Somontano), esta bodega elabora vinos de calidad con una base importante de variedades locales tradicionales (moristel, parraleta). Sus marcas son Señorío de Lazán, Marboré, Alquézar y Pirineos Selección. VIÑAS DEL VERO Esta empresa de Barbastro fue creada en 1987 para elaborar vinos de calidad en la DO Somontano. Cultiva cepas locales e internacionales, y la crianza se realiza en barricas de roble francés. Sus vinos se comercializan con la marca Vinos del Vero. Otras regiones de España Madrid, Canarias y Extremadura son tres comunidades autónomas con una arraigada tradición vitivinícola, pero han sido de las últimas en incorporarse al sistema de denominaciones de origen. Durante mucho tiempo, la Meseta centro-sur —comprendiendo Madrid y Extremadura, así como Castilla-La Mancha o Murcia— ha proveído de vino común a las mesas de muchos hogares, lo que ha encasillado esa área como poco propicia para elaborar vinos de calidad. Sin embargo, las regiones que la integran han dado un importante salto cualitativo en las últimas décadas y hoy ofrecen gratas sorpresas al aficionado. Por su parte, los vinos de Canarias, tras un período de esplendor siglos atrás, cayeron en un cierto olvido del que empiezan a salir desplegando todo su potencial en la elaboración de vinos singulares, bien por las variedades locales empleadas o por las características y técnicas propias de su cultivo. Madrid La historia de los vinos en la actual Comunidad de Madrid despega con fuerza durante el Siglo de Oro. La capital recién establecida comportó un notable crecimiento del consumo en Madrid y, para satisfacerlo, de la producción en los alrededores e incluso en la propia villa. Por entonces, los vinos de San Martín de Valdeiglesias ya eran conocidos y loados, y a ellos se irían sumando los de Arganda, Alcalá de Henares, Fuencarral, Alcobendas o Torrelaguna. A comienzos del siglo xx, Madrid contaba con más de 60 000 hectáreas de viñedo, pero la llegada de la filoxera en 1914 iba a arruinar en poco tiempo toda la zona. La replantación se hizo sobre todo con la variedad garnacha, pero no llegó a ser significativa hasta la década de 1950, cuando, de la mano de variedades foráneas de alto rendimiento, los viñedos de la comunidad pasaron a proporcionar vino a granel a los grandes envasadores. Este sistema de producción entró en crisis a partir de las décadas de 1970- 1980, al bajar notablemente el consumo de vinos de mesa, afectando particularmente a regiones como Madrid. El cambio de la cantidad a la calidad arrancó con el reconocimiento de la denominación de origen Vinos de Madrid, en 1984. Desde entonces, se ha ido consolidando esta tendencia, y hoy los vinos de la comunidad (tintos, rosados y blancos) pueden encontrarse en establecimientos y restaurantes de prestigio. Actualmente, esta denominación de origen abarca más de 8 000 hectáreas, distribuidas en tres subzonas, todas ellas al sur de la comunidad: Arganda, en el sudeste, cubriendo más de la mitad del viñedo inscrito en la DO y del vino producido; Navalcarnero, al sur de la comunidad, y San Martín de Valdeiglesias, al sudoeste, en un paisaje menos árido que los anteriores. Las tres subzonas comparten un clima continental seco y una alta luminosidad natural. Viñedos en semiemparrado de Licinia, una de las jóvenes bodegas que están impulsando la denominación de origen Vinos de Madrid. Canarias El cultivo de la viña en Canarias se remonta al menos a finales del siglo xv. También refiere alguna versión que la variedad pedro ximénez es propia de las islas, de donde viajaría hasta Centroeuropa para volver, esta vez al sur de la península Ibérica, de la mano de un soldado imperial (Peter Siemens, o Pedro Ximén). Sea como fuere, en pocos años los vinos canarios se introdujeron en la vecina Madeira, en Jerez y, alrededor de 1520, en Inglaterra. Cobraron tal renombre que Felipe II recabó un informe sobre ellos. El vino constituyó el principal sector económico en buena parte del archipiélago pero, al quedar vinculado a la demanda del mercado inglés, se vio expuesto a los frecuentes vaivenes en las relaciones hispano-británicas de la Edad Moderna. Por entonces, el malvasía, vino local de graduación generosa, constituía la variedad predominante en las islas, e hizo alabar el «Canary Wine» a personajes tan renombrados como Shakespeare («alegra los sentidos y perfuma la sangre»), Walter Scott o Lord Byron. En el siglo xix, sin embargo, el vino canario entró en decadencia, remachada a partir de 1848 por el virulento ataque del oídio y el mildiu. Pero, paradójicamente, la recuperación vendría de la mano de otra plaga: la filoxera, que no afectaría a los viñedos de las islas. De este modo, durante el siglo xx la actividad vitivinícola volvió a cobrar auge, sobre todo en la isla de Tenerife, aprovechando para darse a conocer, además, gracias a la difusión que ha ofrecido el flujo constante de turistas. El vino canario posee una marcada tipicidad, cuya máxima expresión sería el malvasía, vino de excelente calidad, aunque hoy menos común que antaño, dada su escasa productividad. A los factores históricos reseñados o variedades locales pueden añadirse los propios factores climáticos y geográficos, que además pueden variar de isla en isla. En la actualidad, el archipiélago cuenta con un total de diez denominaciones de origen, cinco de ellas en la isla de Tenerife, y las otras cinco para englobar la vitivinicultura de las islas de Lanzarote, La Palma, El Hierro, Gran Canaria y La Gomera, respectivamente. Viñedos semienterrados en el suelo volcánico de La Geria. La vitivinicultura de Lanzarote es la muestra más fehaciente de la singularidad de los vinos canarios. Extremadura La parte centro-sur de la comunidad de Extremadura, correspondiente en gran medida a la provincia de Badajoz, ofrece unas óptimas condiciones para el cultivo de la vid. Se trata de una tierra de suaves colinas y tierras pardas y fértiles, bañadas por el río Guadiana, que ha dado nombre a la denominación de origen que ampara la producción de la zona: Ribera del Guadiana. Esta DO, una de las más recientes (1999), se subdivide en seis comarcas vitícolas: Cañamero, Montánchez, Ribera Alta, Ribera Baja, Tierra de Barros y Matanegra. Entre las variedades de uva frecuentes en la zona se encuentran la pardina (similar a la airén de La Mancha) y la cayetana blanca. Sin embargo, son justamente la heterogeneidad en las variedades cultivadas, junto a un gran potencial (sobre todo, exportador) con unos vinos francos y afrutados, los rasgos que empiezan a distinguir la región. Racimos vendimiados en canastos, en Trujillo (Cáceres). La vinicultura extremeña ha empezado a despuntar recientemente, a raíz de la creación de la denominación de origen Ribera del Guadiana, en 1999. BODEGAS LAS MORADAS DE SAN MARTÍN Bodega propiedad de Viñedos de San Martín, empresa fundada en en San Martín de Valdeiglesias. Fue la primera de la zona en apostar por el potencial de la garnacha para elaborar vinos de calidad, como sus tintos Initio y Libro Siete-Las Luces. LICINIA Es una bodega nacida en 2005 en Morata de Tajuña, subzona de Arganda. Su joven viñedo ocupa 28 ha. Apuesta por la innovación, por ejemplo, al trabajar con la uva fría. Los vinos Licinia salen al mercado tras 12 meses de crianza oxidativa en sala de barricas. NUEVA VALVERDE Bodega situada en Villar del Prado, en las estribaciones de la Sierra de Gredos. Lafinca Tejoneras cultiva desde mediados del siglo xx garnacha tinta, complementada hoy con otras variedades. Entre sus tintos elegantes se cuentan el vino 750 y el Tejoneras Alta Selección. ORUSCO Bodega familiar fundada en 1986 en Valdilecha, en la subzona de Arganda. Actualmente su viñedo de 12 ha no cubre la amplia gama de vinos que elabora, representados bajo las marcas principales de Maín, Viña Maín o Madrileño. VINOS JEROMÍN Fundada en 1956 en Villarejo de Salvanés, área de Arganda, de las 800 barricas de esta bodega nacen vinos con un buen equilibrio en las variedades utilizadas y en la relación calidad-precio. Destacan sus Vinos de Familia o los tintos de crianza Grego y Manu. VIÑAS EL REGAJAL El Regajal es una singular finca de Aranjuez que compatibiliza la investigación entomológica con la vitivinicultura, a la que dedica 16 ha cultivadas según principios biodinámicos. De su bodega subterránea nacen tintos como El Regajal Selección Especial, Las Retamas de El Regajal o Galia. BENTAYGA Esta bodega se encuentra en el parque rural del Nublo, en una ladera de la Caldera de Tejeda, la cumbre de Gran Canaria. Sus 11 ha de viñedos, plantados a partir de 1994, son de las más altas de España (de 1 000 a 1 300 m). Los contrastes térmicos, la pureza del aire y muchas horas de sol extraen de la variedad negramoll tintos singulares, comercializados con la marca Agala. BODEGAS INSULARES TENERIFE Empresa que agrupa en la actualidad a más de 900 viticultores, de las bodegas comarcales de Tacoronte, Icod de los Vinos y Guía de Isora. Entre sus referencias, destacan El Ancón (tinto joven, negramoll), Viña Norte (tinto maceración carbónica, rosado), Humboldt (blanco) y el Tinto Dulce Negramoll. EL GRIFO Empresa familiar de San Bartolomé de Tirajana (Lanzarote), fundada en 1775, la más antigua de Canarias. Introdujo el moscatel a mediados del siglo xix, y ha sido pionera en Canarias en la vinificación en acero inoxidable o el embotellado sistemático. Cuenta con un concurrido Museo del Vino. Destacan el Malvasía Seco Colección y el tinto Ariana. SUERTES DEL MARQUÉS Esta bodega familiar fundada en 2006 se compone de la finca El Esquilón, en las medianías del valle de La Orotava (Tenerife). Sus cepas centenarias a pie franco de listán negro y blanco, cultivadas mediante el tradicional sistema de cordón múltiple, producen los vinos Suertes de Marqués y 7 Fuentes. VILAFLOR Fundada en 2003, las 370 ha de Vilaflor constituyen la mayor plantación de viñedo ecológico de Canarias. Se ubica a 1 000 m, en el sur de Tenerife (DO Abona), un área de suelos arcillosos y fértiles, clima soleado y seco todo el año, y vientos alisios, que propician la elaboración de exquisitos vinos. VINOS VEGA NORTE Marca de Bodegas Noroeste de La Palma, empresa fundada en 1998 que agrupa a unos 200 viticultores de la comarca de Tijarafe. Sus viñedos se sitúan a más de 800 m, en pequeños bancales sobre suelos volcánicos y fértiles. El cultivo de sus variedades tintas (negramoll, listán prieto, almuñeco) y blancos (listán blanco, albillo) se realiza por el sistema de vaso. Destaca el singular vino de tea. HABLA Bodega de concepción vanguardista, fundada en 2002 en las tierras pizarrosas de Trujillo. En sus 200 ha, cultiva tempranillo, cabernet sauvignon, syrah y petit verdot. Produce vinos exhuberantes y originales, tanto en su composición y elaboración como en su presentación. PAGO DE LOS BALANCINES Esta bodega de Oliva de Mérida (Badajoz), fundada en 2006, combina búsqueda de la calidad con la audacia de la presentación de sus vinos (gamas de vino joven Crash y Crash Wines), así como una excelente relación calidad-precio. Las diversas variedades cultivadas ofrecen vinos como el blanco Alunado (chardonnay) o los tintos Los Balancines, Huno Matanegra y Salitre. PALACIO QUEMADO Bodega perteneciente al grupo Alvear, fundada en 1999, en Alange, en la comarca de Tierra de Barros. Elabora desde los vinos jóvenes monovarietales de syrah, tempranillo y garnacha Alange, hasta los complejos y elaborados tintos PQ. SAN MARCOS Fundada en 1980 en Almendralejo, en la zona de Tierra de Barros, esta empresa, dedicada a la elaboración y embotellado de vinos jóvenes, crianzas y reservas, lidera las ventas de la DO Ribera del Guadiana, tanto a nivel nacional como internacional. Entre sus vinos, destaca la marca Cam-pobarro. TORIBIO Las 100 ha que proveen a esta bodega se encuentran en Matanegra, comarca de arraigada tradición vitícola, caracterizada por un microclima singular y suelos ricos en minerales. Entre sus vinos destacan los blancos Viña Puebla. VIÑA SANTA MARINA Fundada en 1999 en el término de Mérida, la bodega se encuentra en el subterráneo de un cortijo en la Ruta de la Plata, también dedicado al enoturismo. Sus depósitos de acero inoxidable y barricas de roble tienen capacidad para un millón de litros. Sus 61 ha de viñedo en espaldera acogen petit verdot, cabernet sauvignon o cabernet franc, con las que elabora tanto monovarietales como atractivos coupages (Gladiators). Regiones vitivinícolas de Latinoamérica El avance de la vitivinicultura latinoamericana ha sido espectacular. Los vinos del Nuevo Mundo copan hoy los mercados internacionales, y la cultura vinícola de toda la región está creciendo a la par que sus productores. Entre los 32 y los 36o de latitud sur, a ambos lados de los Andes, Chile y Argentina disponen de las condiciones climáticas ideales para el desarrollo de la viticultura, y lo aprovechan apostando a fondo por la calidad de sus vinos. Uruguay ha encontrado su personalidad en la variedad tannat y el sur de Brasil ha sabido domesticar la tropicalidad para producir buenos vinos tranquilos y espumosos. En Bolivia se encuentran viñedos a grandes altitudes y en el vecino Perú la vinicultura avanza de la mano de una gastronomía de vanguardia. Más al norte, México —cuna de las cepas más antiguas americanas—, sobre todo la llamada «franja del vino» (Baja California), se abre paso con renovado impulso en el mercado vinícola mundial. Argentina: altitud y calidad Argentina es posiblemente el país con mayor cultura vinícola de América y uno de los territorios con mayor consumo de vino per cápita. Además, con unos viñedos perfectamente adaptados a la climatología y una mejora exponencial de la técnica vitivinícola, ha apostado claramente por la excelencia. Constituye, por tanto, la región vinícola más importante del continente, la de mayor potencial y producción del hemisferio sur, ocupando el quinto lugar del mundo. Sus explotaciones modernizadas consiguen elaborar vinos de diferentes gamas para agradar a los distintos niveles del mercado, y es un gran exportador hacia Estados Unidos y Europa. No obstante, después de alcanzar las 320 000 ha dedicadas a la viticultura en 1980, la superficie cultivada no cesó de descender hasta las 217 000 ha en 2011, disminución que se explica en parte por el continuo retroceso del consumo nacional de vino desde la década de 1970, que en la actualidad ronda los 25 litros por habitante y año. Tras este descenso, el cultivo repunta en los últimos años, ayudado por las exportaciones, aumentando la superficie plantada un 5 % al año. Las grandes extensiones de viñedo ante la imponente presencia de las cumbres andinas nevadas constituye una estampa característica de la vitivinicultura argentina. La elevada altitud media de los viñedos y la notable insolación que reciben permiten dotar a los vinos argentinos de unas notables calidad y propiedades salutíferas. En la imagen, viñedo Vistalba, de Terrazas de los Andes (Luján de Cuyo, Mendoza). Vinos saludables Los vinos argentinos se valoran como los más saludables a nivel mundial por su capacidad antioxidante debido a la altitud donde se localizan los viñedos; esta localización les proporciona una gran exposición solar, que favorece la producción de polifenoles y confiere al vino sensaciones balsámicas y gran mineralidad. La crítica está valorando al alza los vinos de estas latitudes, lo que ha dado un nuevo impulso a sus viñedos. Las compañías apuestan tanto por nuevas zonas de producción en zonas vinícolas conocidas como por nuevos territorios. Enólogos locales son conocidos a nivel mundial y, a su vez, enólogos de fama internacional son contratados para asesorar en los nuevos proyectos vinícolas argentinos. Todo ello supone un cambio de estilo de elaboración, dirigido hacia la calidad. Los vinos excesivamente suaves, casi aguados, de antaño, han dejado paso a vinos densos, con aroma intenso de fruta aterciopelada en boca y que, añada tras añada, ocupan un lugar más destacado en la crítica especializada. Historia A mediados del siglo xvi, los colonos españoles introdujeron el cultivo de la vid en Cuzco, de allí pasó a Chile y poco después a Argentina. En 1557, los misioneros establecieron un primer viñedo cerca de Santiago del Estero. Al fundarse las ciudades de Mendoza y San Juan en la década siguiente se extendió la viña en sus alrededores. A principios del siglo xix se introdujeron las primeras cepas de origen francés, destacando la variedad malbec, que se adaptó perfectamente a las condiciones de la región. A mediados de siglo, el cultivo de Vitis vinifera importada de Europa era considerable, y desde las originarias Mendoza y San Juan, el cultivo se extendería por el país gracias, en buena medida, al desarrollo de la red ferroviaria. A principios del siglo xx se produjo una corriente inmigratoria que hizo llegar al país, procedentes de Europa, técnicos que dominaban la elaboración vinícola. A partir de ese momento, los vinos argentinos alcanzaron una calidad óptima, aunque se siguieron produciendo para el consumo interno como vino de mesa. Desde la década de 1990, la vitivinicultura argentina ha evolucionado a nivel tecnológico y en cuanto a la formación de sus técnicos. Sus vinos han adquirido personalidad propia y reconocimiento mundial. Desde el año 2001, Argentina forma parte de la OIV (Organización Internacional de la Viña y el Vino), comprometiéndose a cumplir los requisitos de calidad que marcan sus estatutos. Desde ese momento, sus vinos no pueden emplear términos como Bourgogne, Chablis o Champagne en las etiquetas, por ser denominaciones de origen francesas protegidas. Características de la viticultura argentina Aparte de la producción de vino, Argentina es uno de los primeros productores de mosto, utilizado para endulzar tanto bebidas no alcohólicas como para la elaboración de zumos de uva concentrados. También es importante en la producción de uva de mesa, obtenida en los clásicos parrales, tipo de emparrado utilizado en el país. Del mismo modo, produce uvas pasas, que se exportan a todo el mundo. En cuanto al vino propiamente, el nivel técnico y los precios competitivos han contribuido a que el vino argentino haya alcanzado un puesto privilegiado en el mercado mundial. La zona vitícola se encuentra al pie de los Andes, en altitudes que oscilan de los 500 a los 1 500 m. El clima es continental, semidesértico y con escasas lluvias a lo largo del año. Esta baja humedad favorece la sanidad de las vides y evita el desarrollo de enfermedades criptogámicas. Debido al clima, no obstante, existe el riesgo de heladas que pueden hacer peligrar la cosecha. Dada la escasez de lluvias, los viñedos tienen que ser regados. El sistema de riego mediante acequias fue implantado por los indios huarpes. Actualmente, las plantaciones modernas ya están planificadas para aprovechar al máximo los recursos hídricos de la zona. La forma característica de conducción de la viña es el parral. La viña emparrada a gran altura (hasta 2 m) confiere al viñedo argentino un aspecto diferencial. Por lo general, los suelos son aluviales y arenosos, pero la intensidad de los vinos procede del sol. Este incide directamente en las cepas, lo que favorece la maduración óptima de la uva y propicia unos caldos ricos en sabores, en color y en taninos. La mayor insolación es una característica distintiva de los vinos del cono sur. Variedades Además de las variedades importadas desde Europa (especialmente francesas), existen otras propias de cada zona, como la torrontés riojano o la criolla, implantada por los misioneros españoles. Esta última —variedad rosada también conocida como «cereza»— se encuentra de manera abundante, pero la más característica del país es la blanca torrontés, que presenta tres variedades diferentes: torrontés riojano, torrontés mendocino y torrontés sanjuanino. Las variedades tintas más plantadas son la malbec, cabernet sauvignon, merlot, syrah y bonarda. Últimamente, la viticultura argentina ha hecho hincapié en el descenso del rendimiento por hectárea para producir vinos de calidad. Hoy en día se sitúa por debajo de 80 hectolitros por hectárea, lo que se considera un buen rendimiento para conseguir vinos tintos más concentrados y estructurados, que son los que demanda el mercado mundial. La cepa autóctona criolla suministra grandes volúmenes de vinos tintos comunes. En cuanto a la malbec, constituye la reina de las variedades europeas en Argentina. Con ella se elabora un vino de color oscuro, estructurado y espirituoso, rebosante de aromas profundos de grosella negra y especias. Se suele mezclar con cabernet sauvignon u otras variedades tintas como la barbera. La cabernet sauvignon, que se mezcla habitualmente con malbec o merlot, está en segundo lugar en cuanto a resultados. Las variedades merlot y pinot noir producen vinos de calidad interesantes. Las variedades blancas que más producen son la pedro ximénez y la torrontés. Cada vez se implantan más variedades tan presentes en el panorama internacional como la chardonnay, chenin blanc y ugni blanc, que se utiliza para la destilación, y, en menor proporción, la sauvignon blanc o la viognier. Debido a las especiales características climáticas y de los suelos argentinos, todas estas variedades confieren sabores muy particulares a los vinos argentinos, diferenciados de los elaborados con las mismas variedades en otras regiones vinícolas como Europa. La variedad tinta malbec, de origen francés pero perfectamente adaptada al suelo y la climatología argentinos, constituye todo un emblema de la viticultura nacional. Vinificada como varietal (como en este vino de Terrazas de los Andes) o mezclada con cabernet sauvignon u otras tintas, acompaña numerosos platos de la sabrosa gastronomía local. Zonas vinícolas En Argentina no existe un sistema de denominaciones de origen similar al europeo. El Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV) se encarga de velar por la calidad y el control de los vinos del país. Las provincias federales también vigilan el correcto funcionamiento del mercado. Los productores no están obligados a poner ninguna mención en el etiquetado, pero muchos de ellos, preocupados por la calidad, hacen constar el origen del vino en la etiqueta, en forma de DOC (Denominación de Origen Controlada) o IG (Indicación Geográfica), que son, por orden, las dos categorías más elevadas de los caldos argentinos. Además de estas denominaciones, en las etiquetas se especifica como calidad superior los vinos finos, que se pueden subdividir en reservas, premiums o varietales. La calidad básica son los vinos comunes o de mesa. La vinicultura argentina se esfuerza en aumentar la producción de las categorías más elevadas. El cultivo se puede agrupar en tres grandes zonas: región centro-oeste, región noroeste y región sur. Cada una de ellas está compuesta por diferentes territorios. Región centro-oeste Está constituida por las provincias de Mendoza y San Juan. En esta zona se produce la mayoría del vino argentino. Estos viñedos se encuentran situados a más de 500 m sobre el nivel del mar. Mendoza. A unos 960 km al oeste de Buenos Aires, Mendoza produce cerca del 60 % de los vinos argentinos. La superficie de viñedos plantada corresponde al 10 % del total de la provincia y la viticultura representa la principal actividad económica de la región. Su clima es continental con escasa pluviometría. Abundan los suelos aluviales, profundos y, en general, muy fértiles. La mayoría de los viñedos están situados en los valles y las mesetas de los Andes, cerca de los ríos nutridos por el deshielo de las montañas. Los suelos son de francos a francos arcillosos, con buena permeabilidad, pobres en materia orgánica y sin problemas de salinidad. Los sistemas de conducción del viñedo son el emparrado alto y los parrales. Actualmente se investigan nuevos métodos de poda para extraer al máximo toda la luminosidad de la zona vitícola. La provincia tiene cinco zonas diferenciadas: norte (el área de menor altitud), este (donde predomina la producción de vinos comunes), centro, valle de Uco y sur. En el área norte se encuentran los viñedos de los departamentos de La Valle y Las Heras. El este abarca los departamentos de San Martín, Rivadavia, Junín, Santa Rosa y La Paz. En esta zona se produce alrededor de la mitad de la uva de la región. En ella crecen muy bien variedades como chardonnay, gewürztraminer, pinot noir y merlot. En la zona centro, conocida como la Primera Zona y localizada al sur de la ciudad de Mendoza, se encuentran dos departamentos a mayor altitud, que disfrutan de microclimas más frescos, Maipú y Luján de Cuyo (la primera DOC de Argentina, donde se cultivan las mejores uvas cabernet sauvignon y malbec). Aquí se vinifican los mejores vinos finos del país. También se encuentran las zonas de Guaymallén y Godoy Cruz. El valle de Uco se sitúa al sudoeste de la ciudad de Mendoza. Sus viñedos se hallan a 900 m de altitud. Es una zona donde la climatología presenta inviernos rigurosos y veranos con gran amplitud térmica, lo que permite obtener vinos con buena tanicidad y acidez equilibrada. Cabe destacar la calidad de los vinos tintos de la región, principalmente los producidos por la variedad malbec, y la de los blancos elaborados con la variedad semillón. En la zona sur, los viñedos se sitúan en los departamentos de San Rafael y General Alvear, entre los ríos Atuel y Diamante. Los productores de San Rafael se unieron para crear la DOC, que es oficial desde 2007. En general, las variedades tintas mendocinas que predominan son malbec, cabernet sauvignon, bonarda, syrah, tempranillo y pinot noir. Entre las blancas, la chardonnay, pedro ximénez, cabernet sauvignon, torrontés riojano, chenin, semillón y ugni blanc. San Juan. Al norte de Mendoza, la provincia de San Juan suministra alrededor del 20 % de la producción total argentina. Es una de las regiones con más tradición vinícola del país. El cultivo de la vid se desarrolla principalmente en el valle de Tulum, pero también en otros valles de ambos márgenes del río San Juan. Los suelos son pedregosos, arcillosos, arenosos, poco profundos y de gran fertilidad. Se trata de un territorio algo más cálido, de clima continental, pero el régimen de lluvias convierte esta parte del país en una zona semidesértica, y se debe recurrir al riego, que es aportado principalmente por el río San Juan y por perforaciones para la captación de aguas subterráneas. Los viñedos se encuentran a unos 630 m sobre el nivel del mar. Aquí se elaboran vinos de mesa (principal productor del país) y vinos finos. Las variedades más cultivadas son las blancas y rosadas, pero últimamente se han introducido variedades tintas. Se cultivan, sobre todo, la moscatel de Alejandría, pedro ximénez y torrontés, como variedades blancas; y syrah, cabernet sauvignon, bonarda y malbec, como tintas. La criolla se utiliza para la producción de jugos concentrados, uva de mesa y uvas pasas. Se vinifican también variedades blancas para la elaboración de vinos suaves. Un buen número del alrededor del millar de bodegas argentinas se encuentran en la provincia de Mendoza, como Tapiz. Región noroeste Está formada por las provincias de La Rioja, Catamarca, Tucumán y Salta. Es la zona situada más al norte de Argentina y está dominada por los Andes, con altitudes de 6 000 m. Esta cordillera asegura el abastecimiento de agua y actúa como barrera natural frente a las corrientes húmedas del Pacífico. El clima es seco, con una insolación de 320 días anuales. Estas condiciones naturales aseguran una buena maduración de la uva. La mayor parte de la producción de la zona se destina a la elaboración de mosto. En este territorio se pueden encontrar viñas hasta los 1 800 m de altitud. La Rioja. Esta región posee las condiciones óptimas para el cultivo de la vid. Su altitud, luminosidad, amplitud térmica y baja humedad ambiente, así como sus suelos de origen aluvial, favorecen el éxito de las cosechas. La Rioja es el área más importante en producción de toda la región noroeste. Dentro de esta zona destaca el departamento de Chilecito, que tiene la mayor superficie de viñedos de la provincia. Entre las variedades blancas, predominantes, sobresale la torrontés riojano, variedad característica de la zona y que goza de reconocimiento internacional. Produce vinos blancos de exquisito aroma. Entre las variedades tintas destaca la cabernet sauvignon. La zona acoge diversas indicaciones geográficas y la denominación de origen Valles de Famantina del torrontés riojano. Catamarca. En esta región se encuentran dos áreas diferenciadas: la occidental, donde se producen vinos regionales, y el valle de Catamarca u oriental. El valle de Catamarca, del que adopta la denominación toda la zona, es más húmedo y tiene unos suelos limo-arenosos. La zona occidental es más seca y sus suelos son calcáreos y pobres en materia orgánica. En general, los suelos de la región son aluviales, escasos en arcilla y de buena permeabilidad. El clima es continental y la amplitud térmica es espectacular. En Catamarca, también se producen aguardientes. Las variedades predominantes son las rosadas, como la cereza. También se cultivan las variedades blancas, como torrontés riojano y moscatel blanco, y se están introduciendo variedades tintas como cabernet sauvignon y malbec. Salta. Es la región localizada más al norte de Argentina. En ella se encuentra el valle de Cafayate, donde se localizan algunos de los viñedos más altos del mundo. Es precisamente al sur de la ciudad de Cafayate donde se encuentra la zona de producción más desarrollada de la región. El clima es templado y seco, con una buena amplitud térmica y veranos largos que favorecen la maduración óptima de la uva. La cepa de variedad blanca más plantada es la torrontés riojano. También se cosechan moscatel de Alejandría y chenin. Entre las tintas, las más plantadas son cabernet sauvignon, malbec y tannat. Los vinos blancos de la región son aromáticos y florales, destacando los vinos finos de Salta, de delicado aroma varietal. Los tintos son carnosos en boca y de buen grado alcohólico. Región sur Representa (junto a los territorios de Nueva Zelanda) la región vinícola localizada más al sur del planeta. Está formada por las provincias de Río Negro, Neuquén, La Pampa y el sur de la provincia de Buenos Aires. La zona presenta diferentes altitudes. Se trata de un territorio de escasa pluviometría (200 mm/anuales). Unas adecuadas temperaturas e insolación permiten la correcta maduración de las uvas, pero por otro lado es una zona propensa a las heladas a destiempo. Los bosques actúan como barreras naturales para proteger los viñedos de los vientos reinantes. Los suelos son aluviales de textura media a gruesa. Las variedades tintas más destacadas son la merlot, pinot noir, malbec y syrah. Para las blancas, las más cultivadas son la torrontés y pedro ximénez. Estos últimos años, bajo la indicación geográfica Patagonia, han cobrado impulso las inversiones en los valles de Neuquén y Chubut. Río Negro. Aunque solo suministra una parte muy pequeña de la producción nacional, esta zona vitícola es la más meridional, la de menor altitud (300 m sobre el nivel del mar) y una de las más frescas de Argentina, y es apreciada por su uva, que se destina a los vinos espumosos. En efecto, el país elabora grandes cantidades de espumoso para los mercados sudamericanos y para varias casas de champagne, entre ellas Moët & Chandon, Piper-Heidsieck y Mumm, que se reparten la mayor parte de esta producción. Otras regiones. La viña también se cultiva en otras zonas de Argentina, pero en proporciones más pequeñas. En el extremo norte está la provincia de Jujuy. Con intensas precipitaciones, las principales variedades plantadas son de uva de mesa, aunque se producen algunos vinos blancos interesantes. En la región central se encuentra el área vitícola de Córdoba y San Luis. Entre los valles de San Javier y San Alberto y en el departamento de Ayacucho existe un gran potencial para elaborar vinos de calidad. Las variedades más plantadas son malbec, cereza y torrontés riojano. Bodegas Argentina es un país vinícola importante, tanto como productor como consumidor. Cuenta con unas 900 bodegas, localizadas sobre todo en la región de Mendoza. En el resto de las zonas, la producción es bastante menor. Hay una tendencia clara a producir vinos de tipo premium o ultra premium. Sala de vinificación en Altos las Hormigas. Desde la década de 1990, las bodegas argentinas han apostado firmemente por la aplicación de los avances técnicos y la modernización de las instalaciones que han contribuido al extraordinario salto cualitativo de sus vinos. BODEGAS ALTOS LAS HORMIGAS Esta bodega es el proyecto mendocino de Alberto Antonini, enólogo toscano que elabora vinos en diferentes partes del mundo. En 1995 compró 265 ha en Luján de Cuyo. Sus dos vinos, Reserva Viña Hormigas y Malbec, se basan en la variedad malbec procedente de viejos viñedos. BODEGA LA RURAL Felipe Rutini inauguró en 1889 una pequeña bodega en Coquimbito (Mendoza). Hoy, Bodega La Rural dispone de viñedos en Rivadavia y Maipú. Cuenta también con el Museo del Vino San Felipe. Elabora vinos tintos finos, muchos de ellos con crianza larga en barricas de roble. Sus marcas son Pequeña Vasija, San Felipe Caramagnolas, Cepa Tradicional, La Vuelta, San Felipe y Cruz Alta. BODEGAS LÓPEZ Una de las pocas bodegas argentinas que se conserva en manos de sus fundadores. La familia López Rivas llegó a Mendoza en 1886 procedente de Algarrobo (Málaga, España). Embotella bajo diferentes marcas, englobadas en cinco tipos de vinificación: gran reserva, clásicos, varietales, champañas y —haciendo hincapié en su origen andaluz— jerez. CASA BIANCHI Una de las marcas más populares en el mercado interior, fundada por el inmigrante italiano Valentín Bianchi, que llegó a Argentina en 1910. Situada en San Rafael (Mendoza), está bien equipada para la elaboración de vinos finos de gran calidad: ultra premium (Enzo Bianchi), premium (Particular), joven (New Age, Génesis, Doc), tradicionales (Don Valentín) y espumantes. CATENA ZAPATA Bodega fundada por el italiano Nicola Catena, que se instaló en Mendoza y en 1902 plantó una viña de malbec al sospechar su óptima adaptación. Entre sus vinos, destacan Nicolás Catena Zapata (selección de los mejores cabernet sauvignon y merlot) y Catena Zapata Malbec Argentino. DOMINIO DEL PLATA Proyecto personal de la enóloga Susana Balbo emprendido en 1999 tras una dilatada carrera en diversas bodegas de calidad. En sus viñedos de Luján de Cuyo (Mendoza), pactica una viticultura de precisión. Comercializa vinos reconocidos por los expertos, con las marcas BenMarco, Susana Balbo y Nosotros. DOÑA PAULA Bodega de Luján de Cuyo, fundada en 1997. En sus viñedos, a más de 1 000 m de altitud, predominan las tintas malbec, cabernet sauvignon y merlot, y la blanca chardonnay. Su vino de prestigio es Doña Paula, selección de bodega que solo se elabora en los años de vendimias excelentes. Otras marcas son Doña Paula Estate (vinos varietales) y Los Cardos, que es su gama premium. FABRIL ALTO VERDE Uno de los primeros productores argentinos en apostar por la viticultura ecológica. Se ubica en el valle de Tulum (San Juan) y está regentada por la familia Nale. Entre sus vinos se encuentran Buenas Ondas (vinos varietales) y Semental (reserva elaborado con syrah y malbec). FINCA LA ANITA Bodega que ha despuntado desde que en 1993 presentó su primer vino. Manuel y Antonio Mas quisieron plasmar antiguos usos enológicos mendocinos y europeos tamizados por la técnica moderna, contribuyendo a la evolución hacia la calidad de los vinos argentinos: vinos de pequeña producción en busca de la máxima expresión frutal. Etiquetas: Finca y Varúa, vinos de prestigio, o Finca La Anita, varietales ultra premium. GRAFFIGNA Bodega de San Juan fundada en 1870. En los últimos años ha conseguido un merecido prestigio internacional: nombrada bodega del año 2009 en Estados Unidos por The Critics Challenge, reconocimiento de la crítica a sus vinos Graffigna Centenario y Grand Reserve Malbec. HUMBERTO CANALE Pionero en la elaboración de vinos en la zona austral, inició su actividad en 1909. Sus viñedos están situados en el alto valle del río Negro. Sus gamas de vino son: Gran Reserva, Centenium, Estate, Íntimo, Diego Murillo y un espumoso extra brut. LAVAQUE Fundada en 1889, es una de las bodegas que plantó las primeras variedades nobles en el valle de Cafayate (Salta). En 1930 fundaron su proyecto mendocino Bodegas Lavaque y actualmente Pancho Lavaque representa la quinta generación al frente de la empresa. Embotellan sus vinos bajo las marcas Félix Lavaque (marca de prestigio), Pecado, Conquista y Quara (varietales), y Cornejo Costas, su gama básica. NOEMIA DE PATAGONIA Proyecto participado por la condesa Noemi Marone Cinzano, descendiente del fundador de la marca italiana Cinzano, y el enólogo danés Hans Vinding-Diers, quienes descubrieron un antiguo viñedo de malbec en el valle del río Negro. Elaboran vinos con producciones muy limitadas: Bodega Noemia (malbec), J. Alberto (vino de corte de malbec y una pizca de merlot), y A Lisa (selección de tres viñedos). NORTON Edmund James Palmer Norton fundó en 1895 una de las primeras bodegas de la provincia de Mendoza, en el distrito de Perdriel (departamento de Luján de Cuyo). Posee un extenso viñedo y unas modernas instalaciones. Su vino de máximo prestigio es el Privada Partida Limitada, aunque su gama es muy amplia, toda embotellada bajo la marca Norton. RENACER Fundada en 2003, se inició vinificando en exclusiva con la uva malbec, a la que después añadió cabernet sauvignon y otras. Está instalada en Perdriel (Luján de Cuyo), al pie de los Andes, y produce vinos excelentes bajo las marcas Punto Final, Renacer y Enamore. SÉPTIMA Proyecto fundado por el grupo catalán Codorníu. Además de las gamas de vinos genéricos y varietales, elaboran vino espumoso con el método tradicional (María Codorníu), adaptando a Mendoza la experiencia del cava del Penedès. TAPIZ Bodega situada en la región del valle de Uco y Agrelo (Mendoza), basa su éxito en una explotación muy avanzada tecnológicamente. Los vinos de las variedades malbec y torrontés identifican a la bodega, aunque también elabora monovarietales de la mayoría de las variedades internacionales, comercializados con las marcas Tapiz y Zolo. TERRAZAS DE LOS ANDES Iniciativa de la empresa francesa Moët & Chandon para la elaboración de vinos tranquilos varietales nacidos en viñedos de altura y nutridos por el deshielo de la cordillera de los Andes. La bodega está situada en Luján de Cuyo (Mendoza) y es remarcable su vino Cheval des Andes, fusión de los mundos vinícolas de Mendoza y Burdeos. TRIVENTO Proyecto mendocino de la bodega chilena Concha y Toro. Vinifica uvas procedentes de Tupungato, Maipú, Luján de Cuyo y valle de Uco. Embotella bajo la marca Trivento en diferentes gamas: Golden Reserve (su vino de mayor calidad), Eolo, Amado Sur, Tribu, Dulce, Brisa de Otoño y Reserve. También produce vinos espumosos. Chile, potencia exportadora Chile es un lugar ideal para el cultivo de la vid por sus condiciones geográficas, climáticas y de tipos de suelos. La vinicultura chilena se caracteriza por ser muy exportadora; es el país su-damericano más exportador. Sus vinos abastecen todos los mercados mundiales, sobre todo Estados Unidos, donde ha triunfado al ofrecer vinos de calidad y gama alta de variedades conocidas y a precios asequibles. Si bien dio a conocer sus vinos a partir de la variedad cabernet sauvignon, hoy se aprecian también sus vinos elaborados con pinot noir o con carménère, variedad esta última característica de los vinos chilenos. Chile ha aprovechado unas adecuadas condiciones geográficas, climáticas y de tipos de suelo para convertirse en una gran potencia vitivinícola. En la imagen, amplia extensión de viñedos de Caliterra en el valle de Colchagua. Historia La introducción de la vid en Chile llegó de la mano del fraile español Francisco de Carabantes, que la llevó desde Perú. Muchos conquistadores plantaron cepas cerca de sus casas y el primer viticultor oficial del país fue Rodrigo de Araya, como consta en el Acta de Fundación del Vino chileno. Por su parte, la primera gran producción de vino parece ser que la obtuvo Francisco de Aguirre. El cultivo fue extendiéndose por la zona central, y a mediados del siglo xix se introdujeron cepas de origen europeo (cabernet sauvignon, merlot, sauvignon blanc, pinot noir, semillón, riesling), paso previo a la entrada de técnicos europeos en las bodegas y al inicio de la exportación de los vinos chilenos. A principios del siglo xx ya había 40 000 hectáreas cultivadas, cifra que en 1938 ascendía a 108 000. Sin embargo, en la década de 1980 la economía chilena disfrutó de una expansión fulgurante gracias a la demanda mundial de sus productos agrícolas. El aumento continuo de los precios del suelo incitó a los viticultores a dedicarse a otros cultivos, económicamente más interesantes, mientras se asistía simultáneamente a una caída del consumo de vino en todo el país. Ello coincidió, a su vez, con la búsqueda por numerosos aficionados estadounidenses y británicos de nuevos vinos de calidad a precios razonables. Todo ello configuró la coyuntura decisiva para encarar la vinicultura hacia la exportación. Un núcleo de propietarios decidió entonces realizar fuertes inversiones para modernizar sus instalaciones. Las viejas y grandes cubas de madera, hasta entonces suficientes para los vinos locales, fueron sustituidas por barricas pequeñas de roble americano o por las más caras barricas francesas. Para evitar la oxidación de los vinos blancos, instalaron cubas de acero inoxidable y sistemas de control de temperatura para la fermentación y el almacenamiento. También instalaron prensas nuevas y cadenas de embotellado modernas. Paralelamente, se introdujeron mejoras en el cultivo para limitar los rendimientos y vendimiar así uva más concentrada, con un potencial aromático superior. Estaban preparados para dirigirse al mercado de exportación. Durante la década de 1980, por tanto, la producción descendió a cerca de la mitad, pero las exportaciones se multiplicaron por ocho, alcanzando cerca de una cuarta parte de la producción total. Ese éxito propició de nuevo el incremento de la extensión agrícola dedicada a viñedos, que en 2010 alcanzó las 120 000 hectáreas. Sala de crianza en la bodega Cono Sur. A partir de las décadas de 1980 y 1990, un buen número de bodegas chilenas realizaron fuertes inversiones para modernizar sus instalaciones. Entre otros cambios, sustituyeron las viejas cubas de madera por barricas más pequeñas de roble americano o francés. Características de la vitivinicultura chilena Los productores chilenos se clasifican según sus vinos varietales, que deben contener un mínimo de la uva que contempla su etiqueta, y en muchos casos están amparados por una zona geográfica de producción. Los vinos más económicos se destinan al mercado interior y generalmente son vinos de mesa. Las mejores gamas son las denominadas premium, aunque también han aparecido los ultra premium para denominar los vinos de prestigio de cada bodega, vinos de finca que quieren remarcar las características del terruño. Otra clasificación es la legislativa: vinos con denominación de origen que se elaboran con uvas de una zona determinada; vinos sin denominación de origen, elaborados con uvas procedentes de cualquier región del país, y los vinos de mesa, obtenidos de uvas de mesa. Los vinos chilenos han ido ganando prestigio, ya que han apostado por la calidad, rebajando la producción por hectárea. Se ha mejorado también en la técnica de elaboración para extraer la máxima calidad de los frutos, favoreciendo la creación de caldos con aromas y sabores muy interesantes. Uno de los factores distintivos es que sus viñedos nunca se vieron afectados por la plaga de la filoxera, por lo que Chile todavía conserva cepas centenarias que permiten la obtención de vinos con personalidad propia y prácticamente inconfundibles. Entre las características ambientales que diferencian el cultivo en este país se encuentra la diversidad de terruños y la calidad del agua para el regadío (procedente del deshielo de la cordillera de los Andes). La ubicación geográfica también tiene su importancia, y la cercanía de glaciares, desiertos u océanos influye en el resultado final de la vinificación. Otro factor determinante en la viticultura chilena es una corriente de aire marítima procedente del Pacífico, llamada corriente de Humboldt, que refresca el ambiente, lo que permite el cultivo de variedades de zonas frías como la pinot noir, la semillón o la sauvignon blanc. Por estas características, Chile tiende a un mayor cultivo de cepas de variedades tintas, que superan a las blancas (88 700 ha de superficie cultivada de uva tinta por 28 900 ha de blanca en 2008, según el catastro vinícola del Instituto Nacional de Estadística). Las variedades Chile es una de las pocas regiones del mundo que tiene vides no injertadas y anteriores a la filoxera. A pesar de la adopción de variedades más aceptadas (pinot noir, cabernet sauvignon, merlot, sauvignon blanc y chardonnay), la que se utiliza aún en vinos domésticos es la variedad país. La cabernet sauvignon es, en superficie cultivada, la primera cepa tinta, puesto que ocupa casi la mitad del terreno dedicado a la vid. Entre las variedades blancas, la chardonnay, la sauvignon blanc y la moscatel de Alejandría representan casi la totalidad del cultivo de estas variedades. El encanto lleno de juventud de sus vinos tintos de cabernet sauvignon y merlot ha llevado a Chile al primer plano del escenario internacional. Las dos variedades nobles desarrollan un color profundo, de un púrpura intenso, y aromas de bayas, hierbas y especias, pero a menudo les falta la astringencia que confieren los taninos. La crianza en roble se introdujo para dar a esos vinos más profundidad y un mejor potencial de envejecimiento. En cuanto a las chardonnay de Chile, han mejorado su calidad al reducir los rendimientos. Para muchos expertos, la sauvignon blanc es la que tiene mayor potencial para hacer el mejor vino blanco del país. Mención especial merece la variedad carménère, también de origen francés, que se encuentra en una cantidad considerable en el país y que, aun siendo foránea, proporciona una tipicidad de zona que no consiguen otras variedades. Gran Bosque Reserva Privada, prestigioso vino de Casas del Bosque elaborado con cabernet sauvignon. Desde su implantación a mediados del siglo xix, esta variedad se ha adaptado excepcionalmente bien en los valles chilenos. Regiones vinícolas En 1995, una reglamentación sobre las denominaciones de origen estableció cinco zonas de producción, conocidas como los Valles de Chile y que están divididas en subregiones. Las cinco regiones son, de norte a sur: Atacama, Coquimbo, Aconcagua, Valle Central y Zona Sur. Atacama. Este valle nace en la cordillera de los Andes y acaba en el océano Pacífico. Debido a su situación, presenta algún problema con la salinidad de sus suelos, por lo que el pH de estos últimos es ligeramente alcalino. El cultivo se extiende desde los valles hasta las laderas a 1 500 m sobre el nivel del mar. El clima es mediterráneo preárido. En invierno hay una humedad relativa que reduce el contraste térmico y ayuda a paliar la aridez de la zona. En verano aumenta considerablemente la temperatura y la luminosidad sobre las plantas. La amplitud térmica del verano favorece la maduración de la uva con la acumulación de los azúcares. En esta región se producen principalmente vinos de mesa y pisco. Coquimbo. Esta denominación se divide en dos subregiones: el valle de Limari y el valle de Elqui. El valle de Limari es muy conocido por su producción de uva para la elaboración de pisco. Situado a 400 km al norte de Santiago, destaca por su aridez (las precipitaciones anuales son de 80-100 mm), lo que supone que no se detecten afecciones por hongos y que las cosechas sean tranquilas. El sistema de riego es por goteo y proviene de los embalses de las cordilleras. Las principales variedades que se cultivan son la cabernet sauvignon, merlot, carménère, cabernet franc, syrah, sangiovese, sauvignon blanc y viognier. Sus suelos son arcillosos, graníticos y ligeramente alcalinos, con un pH cercano a 7, lo que favorece la introducción de variedades como riesling o gewürztraminer. La cosecha se realiza una o dos semanas después que en la zona central, pues no existe riesgo de heladas o de lluvias de otoño. Sus vinos son aromáticos. El valle de Elqui es de clima desértico y arenoso. Se cultivan cepas de cabernet sauvignon, merlot, chardonnay, sauvignon blanc y syrah (muy bien aclimatada en las zonas de más altitud). Es un productor importante de pisco. Aconcagua. Dividida en dos subregiones, el valle de Aconcagua y el valle de Casablanca, acoge una tercera de más reciente creación, el valle de San Antonio. El valle de Aconcagua, entre el océano Pacífico al oeste y los Andes al este, comprende zonas muy diferenciadas por su variedad climática. La altitud del valle y la oscilación térmica influyen en el cultivo y en la vendimia (en la época de maduración, el sol llega directamente a las cepas). Sus precipitaciones anuales oscilan alrededor de los 150 mm. La brotación se produce a mediados de septiembre y se vendimia a primeros de abril, por lo que la uva permanece en la cepa durante un período más amplio que en otras regiones. El riego de los suelos proviene del río Aconcagua. Principalmente se cultivan las variedades cabernet sauvignon, merlot y syrah. Sus vinos tintos presentan una buena e integrada tanicidad, con una capa de color media-alta y una graduación alcohólica entre 13 o y 14 o. El valle de Casablanca, situado al noroeste de Santiago, ha sido recientemente descubierto para el cultivo de la vid. De clima semiárido e influencia marítima (goza de las brisas frescas del Pacífico), son habituales las heladas puntuales de la planta. Esta influencia permite una diferencia térmica entre el día y la noche, lo que favorece la maduración adecuada de la cepa y da como resultado uvas ricas en aroma y color. Las precipitaciones anuales tienen un promedio de 400 mm. El sistema de riego es por goteo. Las variedades cultivadas son la pinot noir, sauvignon blanc, chardonnay, merlot, carménère, riesling, gewürztraminer y viognier. Los suelos cretáceos y arenosos producen una chardonnay que madura lentamente y aporta aromas delicados y concentrados. La merlot y la sauvignon blanc son las otras dos cepas preferidas. En general, los vinos son altamente aromáticos, con claros matices frutales. Además de ser la mejor región chilena para la elaboración de vinos blancos, también es reconocida por la producción de vinos dulces a partir de la variedad sauvignon blanc, en ocasiones afectada por la podredumbre noble. Panorámica de los viñedos de Viña Seña, en el valle del Aconcagua. Valle Central. Es la región más importante de Chile y está dividida en las siguientes subregiones: valle del Maipo, valle de Rapel (que comprende los valles de Colchagua y Cachapoal), valle de Curicó y valle del Maule. Es una amplia región que se extiende 80 km hacia el norte de Santiago y más de 240 km hacia el sur. Se localiza desde las laderas de los Andes hasta la cordillera de la Costa. Tiene condiciones climáticas variadas. El valle del Maipo, cercano a Santiago, fue la primera región vitícola que se desarrolló en la zona y todavía tiene la mayor concentración de viñas. Disfruta de un clima mediterráneo con estaciones bien marcadas, lo que resulta ideal para el cultivo de la vid. Las precipitaciones anuales son de unos 350 mm. Sus suelos son de aluvión, planos o poco ondulados, y su textura es arcillosa con algún carbonato. El pH es muy variable. Los sistemas de riego utilizados son por surco y por goteo; procede de aguas del Maipo. Las variedades más cultivadas son: cabernet sauvignon, merlot, carménère, syrah, cabernet franc, malbec, chardonnay, sauvignon blanc y semillón. La cosecha se realiza desde finales de febrero hasta primeros de mayo. Gran parte de los cabernet sauvignon y de los merlot del país proceden de ese valle. Los tintos elaborados con su cabernet sauvignon tienen gran consistencia. El valle de Rapel se encuentra dividido en dos zonas, el valle de Cachapoal y el valle de Colchagua. El valle de Cachapoal es una de las zonas históricas de producción vinícola del país y el principal centro de turismo enológico. De clima mediterráneo, posee las condiciones ideales para la producción vinícola. Tiene unas precipitaciones medias de 610 mm anuales y el riego se realiza tanto por goteo como por surcos. La cosecha se produce de finales de febrero a mediados de abril. La cepa mejor adaptada es la merlot. Por su lado, el valle de Colchagua tiene una cantidad ligeramente superior de precipitaciones anuales y el riego se produce por los mismos sistemas que en Cachopoal. Los vinos del valle de Rapel tienen un color intenso y un suave frescor que los hace muy agradables. Las variedades que se cultivan son cabernet sauvignon, merlot, carménère, syrah, cabernet franc, malbec, chardonnay, sauvignon blanc y semillón. El valle del Curicó está localizado al pie de la cordillera de los Andes y su clima es relativamente húmedo, con precipitaciones anuales que rondan los 700-800 mm. El riego es por surcos o por goteo. Las cepas están plantadas a unas altitudes relativamente importantes y distribuidas en costas o terrazas, dadas las características accidentadas del terreno. Sus suelos son fértiles y provienen de conglomerados y tobas, y su textura es arcillosa. La cosecha se realiza desde mediados de febrero hasta principios de mayo. La amplitud térmica de la zona ayuda a que los vinos tengan una acidez y frutosidad natural. Se cultivan las variedades tintas cabernet sauvignon, merlot, carménère, pinot noir, cabernet franc y malbec. El valle del Maule es la zona situada más al sur del Valle Central y posee la mayor cantidad de cepas cultivadas. Los suelos son de origen aluvial sedimentario y con limos. Contienen abundante materia orgánica y están bien drenados. Las precipitaciones anuales son de 700 mm. El riego se produce por surcos o por goteo. Las variaciones térmicas son amplias y es bastante fresco. Desarrollado en la década de 1980, se caracteriza por el cultivo de la variedad país, aunque se están introduciendo variedades francesas. Es una zona adecuada para la cabernet sauvignon, merlot y chardonnay. También se cultivan semillón, carménère y malbec. Zona Sur. Comprende las subregiones del valle de Itata, el valle de Bío-Bío y el valle de Araucanía. Las precipitaciones anuales son las más abundantes y oscilan de los 800 a los 1 000 mm. Gran parte de las cepas cultivadas están en secano. En las más nuevas, el riego se produce por goteo. Las principales variedades que se cultivan son la moscatel de Alejandría, país, cabernet sauvignon, syrah, pinot noir y chardonnay. El valle de Itata es conocido por la calidad de sus caldos. Las principales características son la tierra de cultivo, que es de origen volcánico, y la proximidad de la costa, que le confiere un clima oceánico templado y con humedad relativa media. En esta región se cultiva la variedad de uva país ya desde la llegada de los primeros colonizadores. También se cultivan chardonnay, sauvignon blanc, cabernet sauvignon, syrah, malbec, pinot noir y merlot. El valle de Bío-Bío se caracteriza por sus bajas temperaturas, que favorecen el cultivo de la pinot noir, la riesling y la gewürztraminer. El valle de Araucanía es una región complicada para el cultivo de la vid: suelos arcillosos, frío y humedad en invierno; frecuentes heladas en primavera y mucho calor en verano. La luminosidad es muy importante y beneficiosa para la uva porque le proporciona buenos niveles de azúcar, de acidez y de graduación alcohólica. Las cepas que mejor se adaptan son la chardonnay, la pinot noir y la gewürztraminer. Bodegas El éxito de los vinos chilenos ha sido evidente en las últimas décadas. Primero se redescubrió la viticultura en la década de 1980; posteriormente se empezaron a elaborar vinos de una perfecta manufactura y con una buena relación calidad y precio. A medida que han pasado los años, se han dominado las cepas, los terruños y esta climatología tan especial entre los Andes y el océano Pacífico. Este dominio ha hecho que muchas bodegas, cuyo número total ascendía a 340 en 2011, hayan superado de largo sus gamas premium para elaborar los ultra premium, vinos de altísima calidad que destilan la idiosincrasia de la tierra y el cielo, lo que los expertos denominan el terroir. Sin embargo, la progresión todavía no ha terminado. Planta embotelladora de Santa Rita. En pocas décadas, Chile se ha convertido en uno de los principales productores del mundo, con una fuerte vocación exportadora. BODEGAS ANTIYAL Situada en el valle del Maipo, esta pequeña bodega es una de las primeras chilenas denominadas «de garaje». Elabora cortas producciones de vinos biodinámicos siguiendo el concepto de los vinos mediterráneos, en los que la madurez de la fruta está presente. CALITERRA Posee viñedos en los valles de Curicó y Casablanca. Trabaja con las variedades típicas de la zona, aunque también cuenta con pequeñas plantaciones de malbec y sangiovese. Sus vinos se embotellan bajo la marca Caliterra en sus diferentes gamas, denominadas Tribute y Reserva. El vino de mayor prestigio es Cenit. CASAS DEL BOSQUE Bodega a 30 km de Valparaíso fundada en 1993 como una viña boutique destinada a producir vinos de calidad. Destacan los Gran Estate Selection, además de los excepcionales Reserva de Familia y los Pequeñas Producciones: ediciones limitadas de cabernet sauvignon y de merlot. CONCHA Y TORO Fundada en 1883, esta bodega es la principal productora de Chile. Aparte de la finca en el valle del Maipo, posee viñedos y bodegas en otras zonas chilenas (Cono Sur) y en Argentina (Triventino). Exporta una extensa gama de vinos con diferentes marcas: Casillero del Diablo, Trío, Marqués de Casa Concha, Frontera, Amelia. Carmín de Peumo y Don Melchor son las dos marcas de prestigio. CONO SUR Esta bodega pertenece al grupo Concha y Toro y está destinada sobre todo a la producción de vinos para exportación. Sus viñedos están centrados en el valle de Colchagua, pero abarcan otras áreas de la geografía chilena. Sus vinos están perfectamente diseñados para agradar a un público experto e internacional. ERRÁZURIZ Bodega familiar fundada en 1870, está situada en el valle de Aconcagua, aunque también elabora vino en el valle de Casablanca. Utiliza roble francés para la crianza de vinos tintos (Especialidades, Max Reserva) que destacan por su elegancia y personalidad. GUILLMORE Bodega fundada en 1985 en una zona donde ya se plantaron las primeras cepas en 1694, en la emblemática viña Tambotinaja (valle del Maule). Con una producción de tipo medio, sus vinos se embotellan bajo la marca Guillmore como gama básica; su vino de prestigio, super premium, se denomina Cobre. LOS VASCOS Su famoso viñedo data de 1750. En 1988, la familia Rothschild, propietaria de Château Lafite, colaboró en la modernización de la bodega. Su influencia se plasmó con la añada de 1990 y la aparición de un reserva de la variedad cabernet. Todas las viñas de la finca son plantas no injertadas, provenientes de Burdeos. Sus gamas más prestigiosas son Le Dix y Grand Reserves. MIGUEL TORRES Esta empresa, de tradición muy innovadora, se fundó en 1979 con la compra de una vieja viña de Curicó por Torres, emblemática familia procedente del Penedès catalán. Se construyó una instalación ultramoderna con cubas de acero inoxidable con regulación de temperatura, prensas modernas y pequeñas barricas de roble francés y americano. Sus viñedos se sitúan en el valle de Curicó. Sus vinos se embotellan bajo la marca Santa Digna. También produce vinos de finca como Cordillera y Conde de Superunda, el más exclusivo. Además, produce un espumoso Brut Nature según el método tradicional. MORANDÉ Bodega fundada en 1996, fue una de las primeras en elaborar vinos de vendimia tardía a partir de granos afectados de botrytis, para la elaboración de vinos dulces tipo sauternes. Actualmente elabora vinos con uvas procedentes de los valles de Casablanca, Curicó, Maipo, Rapel, Maule e Itata. Sus vinos se embotellan bajo la marca Morandé con diferentes gamas: Pionero, Edición limitada, Late Harvest, Vigno y su vino ultra premium, House of Morandé. PORTAL DEL ALTO Bodega situada en la comuna de Buin, es continuadora del negocio vinícola familiar Los Hernández. Posee viñedos en toda la zona central: valle del Maipo, valle del Maule y valle de Itata. El vino de máxima calidad que elabora se denomina Alejandro Hernández; tiene también grandes reservas, varietales y espumosos. SAN ESTEBAN Bodega del valle del Aconcagua fundada por José Vicente y encaminada a la producción de vinos destinados a la exportación. Su hijo Horacio, formado en Burdeos, también participa en el proyecto. Embotellan vinos con las marcas In situ y Viña San Esteban. SAN PEDRO Fundada en 1865, hoy en día es una de las bodegas más importantes de Chile. En la década de 1990 renovó sus instalaciones. Situada en el valle de Curicó, también es propietaria de fincas en los valles de Lontué, Maule, Rapel y Maipo. Sus vinos se embotellan bajo las marcas Cabo de Hornos (su vino de mayor prestigio), 1865, 35 South, Kankana del Elqui, Tierras Moradas, Castillo de Molina y Gato Negro. Son vinos redondos y muy bien diseñados. SANTA RITA Es una de las bodegas chilenas más conocidas en el exterior (en 2010 abrió representación en China). Creada en 1880, fue adquirida en 1980 por un grupo empresarial liderado por Ricardo Claro Valdés. Posee viñas en los valles de Maipo, Casablanca, Rapel y Maule. Embotella en diferentes gamas: Casa Real, Pehuén, Triple C (las más valoradas), Floresta, Medalla Real, Reserva, etc. También produce vinos dulces. UNDURRAGA Es uno de los primeros productores chilenos, por su presencia en los mercados nacional e internacional. Creada en 1885, esta explotación está organizada para una gran producción. Posee viñedos en el valle del Maipo y en el valle de Colchagua. Sus vinos se embotellan bajo la marca Undurraga en diferentes gamas: Altazor (su vino de mayor prestigio), Founders Collection, Reserva, Sibaris, Aliwen y vinos espumantes. VALDIVIESO Este productor, cuyo origen se remonta a 1879, es conocido por la calidad de sus vinos espumosos. La vieja instalación de Santiago fue modernizada y en 1990 realizó una inversión considerable en Lontué (valle de Curicó), su centro de producción. Sus espumosos se producen por dos métodos de elaboración: el charmat y el tradicional. También produce vinos tranquilos embotellados bajo diferentes marcas, entre ellas Éclat y Caballo Loco. VERAMONTE Bodega del valle de Casablanca fundada por la familia Huneeus en 1990, fue una de las primeras en recuperar la variedad carménère en Chile. Sus viñas se plantaron en una zona donde nunca antes habían existido uvas. Produce vinos bajo las marcas Veramonte, Reserva y Primus (el más reconocido por los enólogos). VIÑA CARMEN Fundada en 1850, es la marca más antigua de Chile y una de las protagonistas del redescubrimiento de la variedad carménère. En 1987, cuando fue adquirida por el grupo Claro, propietario de Santa Rita, realizó un proceso de transformación para producir vinos de calidad. Durante muchos años ha sido declarada bodega del año por la revista Wine and Spirits. Sus vinos, elaborados con uvas procedentes de la agricultura ecológica y embotellados bajo las marcas Carmen y Gold, son limpios y directos en su degustación. VIÑA SEÑA Proyecto vinícola iniciado en 1996 por la chilena Viña Errázuriz y la californiana Robert Mondavi. Persigue la máxima expresión del terreno del valle del Aconcagua aplicando los respetuosos criterios con el medio ambiente de la agricultura biodinámica, para obtener así vinos de reconocido prestigio. México: pasado lejano, futuro prometedor México es el productor americano más antiguo de vino, pero ha sido durante estos últimos años cuando la industria vinícola de calidad ha tenido una gran evolución. Los productores están venciendo las dificultades apoyados por el aumento de la cultura vitivinícola de los consumidores. Han aparecido bodegas que apuestan claramente por la calidad y que poco a poco están cambiando la imagen rústica de los vinos mexicanos. No obstante, los vinos rústicos y el aguardiente todavía son parte importante de la producción, y las bodegas mexicanas sufren una fuerte competencia ante sus vecinos del norte (Estados Unidos) y del sur (Argentina y Chile). A pesar de su rico pasado y de su papel esencial en la viticultura americana, México es una paradoja en el mundo del vino. Una parte importante del país que introdujo la vid y la vinificación al norte y al sur de sus fronteras se considera demasiado calurosa para la viticultura. Al estar situada la mitad de su territorio en la zona tórrida del sur del trópico de Cáncer, su área vitícola solo ocupa el Altiplano Central, a una altitud media de 1 600 m, y la península de Baja California, en la costa del océano Pacífico. Grandes extensiones de cultivo de la bodega Monte Xanic en el valle de Guadalupe, en Baja California, estado que concentra buena parte de la vitivinicultura mexicana. La viticultura más antigua de América Aunque parezca contradictorio, la vitivinicultura mexicana es la más antigua de América y a la vez una de las más recientes. Ya en la época precolombina existían vides salvajes en la zona, pero no eran aptas para la elaboración de vino. Las primeras vides europeas que introdujeron los españoles en el continente se plantaron en México. Posteriormente, la actividad vitivinícola se vio interrumpida durante tres siglos por razones económicas hasta que resurgió con fuerza a mediados del siglo xx. Inicialmente se importaba desde España vino en barrica. Sin embargo, este vino llegaba en mal estado por el largo viaje y los escasos conocimientos de la época. Además, el transporte resultaba costoso. Por ello, en 1524 Hernán Cortés hizo importar la vid europea (Vitis vinifera). A partir de entonces, la viticultura mexicana comenzó a desarrollarse rápidamente. Las vides se adaptaron a las nuevas condiciones y fueron productivas. Posteriormente, la corona prohibió el cultivo de la vid en las posesiones españolas para proteger los intereses de los vinicultores peninsulares que exportaban su producción a América. Con la independencia de México, las medidas proteccionistas quedaron sin efecto y pronto se plantaron nuevos viñedos, donde iban a predominar las cepas de origen francés. Sin embargo, la expansión de la viticultura se vio frustrada por las turbulencias políticas. La inseguridad en el campo y la falta de conocimientos técnicos frenaron la iniciativa de los viticultores. Una excepción fueron las Bodegas de Santo Tomás, fundadas en 1888 por Francisco Andonegui en la Baja California Norte. A finales del siglo xix, la familia Concannon, pionera de la viticultura en California (Livermore Valley), persuadió al gobierno mexicano para que aprovechara el potencial vitícola del país e introdujo algunas docenas de variedades francesas de vinifera en México. James Concannon abandonó México en 1904, pero seis años más tarde otro vinificador californiano, Perelli Minetti, plantó otra gama de cepas en cientos de hectáreas cerca de Torreón (Coahuila). Hacia 1900, gran parte de los viñedos mexicanos quedó destruida por la filoxera y los problemas políticos perturbaron el país durante muchos años después de la revolución de 1910. No renació el interés por la viticultura hasta la década de 1940, cuando los granjeros sustituyeron sus campos de algodón por vides. Documento histórico relativo a la fundación de Casa Madero, bodega fundada a finales del siglo xvi en el valle de Parras (Coahuila), decana de las bodegas históricas americanas. El cultivo de Vitis vinifera en el continente se remonta a las primeras cepas plantadas por los españoles en México, en el primer tercio de esa centuria. La industria vinícola moderna A partir de 1940 se produjo un auténtico despegue de la nueva vitivinicultura mexicana, con bases más técnicas y científicas. Los espectaculares progresos que registró la calidad de sus vinos en la segunda mitad del siglo xx se debieron también a la participación de empresas extranjeras. Ante las restricciones impuestas a las importaciones de muchos productos vínicos, algunas compañías foráneas tomaron la decisión de operar en México con las consiguientes aportaciones de capital y tecnología. La primera en hacer grandes inversiones fue la familia española Domecq, que se estableció en México en 1953. Su sede se encuentra en Ciudad de México, pero sus instalaciones de producción de aguardiente están repartidas por una docena de lugares. Las empresas españolas González-Byass y Freixenet, las francesas Hennessy y Casa Martell, las italianas Martini & Rossi y Cinzano, la japonesa Suntory y la norteamericana Seagram también realizaron importantes inversiones en el país. Mediante esfuerzos importantes, consistentes en mucha dedicación a la producción de vino, Domecq (actualmente, dentro del grupo Pernod Ricard México) se confirmó como el primer productor de vino de calidad que exportó alguna de sus gamas a Estados Unidos. Actualmente, la mayor parte de la uva mexicana se destina a elaborar brandy. De hecho, la marca de brandy de mayor venta en el mundo, perteneciente al mencionado grupo Pernod Ricard México, se produce en México. Por otro lado, se ha alcanzado una importante producción de vinos de mesa. Su buena calidad les ha abierto mercados en Europa y Estados Unidos, y los ha hecho merecedores de premios en concursos internacionales, aunque los consumidores mexicanos se decantan todavía por los vinos de importación (europeos, sudamericanos y estadounidenses) en una parte nada despreciable de sus compras. Actualmente, los viñedos mexicanos cubren alrededor de 40 000 hectáreas. Una parte de la uva aún va destinada a la destilación o a la elaboración de vermut, pero la producción vinícola tradicional ha progresado desde 1980. Teniendo en cuenta el número creciente de viñas que se reconvierten a las variedades tradicionales y el desarrollo de emplazamientos costeros o de altitud, la dinámica de inversiones vitivinícolas debería mantenerse en el futuro. Modernos tanques de vinificación de Casa Madero. La vinicultura mexicana está implicada en un proceso modernizador para aumentar la calidad de sus vinos y, a la vez, para competir en pie de igualdad con vinos de otras procedencias. Clima La parte septentrional del país, en particular la Baja California, disfruta de un clima mediterráneo, idóneo para el desarrollo de la viticultura. Allí se encuentran las principales empresas productoras. Las variedades internacionales originarias de Francia, como la cabernet sauvignon, la merlot, la chardonnay o la chenin blanc, se han aclimatado perfectamente a esa parte del país. En cambio, se ha descartado la idea de plantar vides en la mitad meridional por su clima tropical muy húmedo, nada adecuado para la actividad vitivinícola. La viña se cultiva en Sierra Madre y el Altiplano Central, donde llega a una altitud de 1 600 m y el ambiente es más fresco, apto para el buen desarrollo vegetativo de la planta. Pero la zona ideal para la elaboración de vino es la Baja California, donde el clima favorece la maduración de la uva para vinos muy estructurados. En general, el clima de México es deficiente en pluviometría, tanto en volumen como en su distribución a lo largo de todo el año, motivo por el cual la viña crece en terrenos áridos o semiáridos. El tipo de suelo es muy variopinto. Se puede diferenciar entre el de ladera (terrenos de baja fertilidad y poca profundidad, sometidos a lluvias torrenciales que merman sus cualidades) y el de planicie (terrenos más profundos, debido a su situación, de fertilidad variable). Las variedades Como influencia de las tendencias globales del mercado internacional, los productores mexicanos dirigen sus cultivos hacia las cepas que garantizan la venta mundial de sus vinos: cabernet sauvignon y merlot, en tintos, y chardonnay y sauvignon blanc, en blancos. No obstante, actualmente se han introducido otras variedades, como la tempranillo y la barbera, con una mejor adaptación al clima mexicano. En cualquier caso, los cultivos abarcan una amplia extensión y diferentes condiciones climáticas, lo que se traduce en una gran variedad de tipos de uva. Entre las variedades blancas se encuentran: chardonnay, sauvignon blanc, french colombard, chenin blanc, semillón, riesling, viognier, moscatel, chasselas, st. emilion, macabeo, ugni blanc, traminer o málaga. Entre las tintas: barbera, cabernet sauvignon, merlot, pinot noir, zinfandel, cariñena, ruby cabernet, garnacha, misión, nebbiolo, cabernet franc, petite syrah, ruby red, malbec, tempranillo, uva lenoir, rosa del Perú, gamay y pinot gris. Regiones vinícolas Los vinos mexicanos más apreciados se elaboran en el estado de Baja California. El resto de zonas vitícolas destacan más por la producción de vinos destinados a la elaboración de aguardiente. También tienen importancia las parcelas que producen uva de mesa. La producción de México está dominada por grandes empresas internacionales, aunque estos últimos años las pequeñas bodegas van consiguiendo el reconocimiento de los mercados nacional e internacional. En definitiva, la vid para producción vinícola se cultiva actualmente, de manera mayoritaria, en los estados de Aguascalientes, Baja California, Coahuila, Durango, Querétaro, Sonora y Zacatecas. Aguascalientes. En esta zona se encuentran las regiones de Calvillo, Paredón y Los Romo. Su clima es templado, con altitudes de menos de 2 000 m, y semifrío por encima de esta altura. Las variedades más cultivadas son la chardonnay, muscat blanc, french colombard, y las tintas cabernet sauvignon, merlot y ruby cabernet. Localizada en la parte sur de la altiplanicie mexicana, por lo general es necesario recurrir a la irrigación para asegurar el éxito de la cosecha. Tuvo mucha importancia en la elaboración de aguardiente para brandys, pero actualmente ha reducido sensiblemente dicha producción. Baja California. Las zonas de cultivo más importantes son los valles de Guadalupe y Calafia, la zona de Tecate, el valle de Santo Tomás, San Vicente, el valle de Mexicali, Tijuana, Ensenada y Santo Domingo. La Baja California goza de un clima mediterráneo seco y templado, y su viñedo se extiende rápidamente: en la actualidad hay plantadas más de 10 000 hectáreas, alrededor del 15 % de las plantaciones mexicanas. En algunas zonas, semidesérticas, el cultivo de la vid se convierte en un oasis. La mayor parte de la uva procede del valle de Guadalupe y de los alrededores de Ensenada. Con una vitivinicultura centrada en la calidad, los vinos de Baja California son los que más se parecen a los europeos, tanto por el clima de carácter mediterráneo como por las variedades cultivadas, de origen europeo. Su producción vinícola es, con mucho, la más importante del país (90 % del total). Los arcos en el acceso a las instalaciones de Barón Balch’é enmarcan la espectacular vista de los viñedos de la propiedad, en el valle de Guadalupe. Coahuila. En esta región, dedicada durante mucho tiempo al cultivo del algodón, se encuentran las zonas de Parras, Arteaga y Saltillo. El clima, con cambios bruscos de temperatura, por lo general es caluroso para las variedades nobles, que tienen más posibilidades a una altitud mayor, a partir de unos 1 500 m de altitud. El centro de producción más importante es Torreón. También destaca el valle de Parras, al sur del estado, en plena Sierra Madre Oriental, cuna del vino americano y, desde 1986, reconocido como la primera denominación de origen mexicana. Las cepas más extendidas son la chardonnay, chenin blanc, semillón, cabernet sauvignon, merlot, syrah, tempranillo, uva lenoir y rosa del Perú. Durango. El clima de la región es seco y desértico. El destino de sus cosechas de uva es la producción de destilados (75 %), dejando el resto como uva de mesa o para vinificación. Querétaro. Incluye las zonas de San Juan del Río, Ezequiel Montes y Tequisquiapán. Favorecida por el clima (subhúmedo, con veranos muy cálidos y precipitaciones medias de alrededor de 600 mm anuales), es una de las regiones más adecuadas para el desarrollo de la vid, a la vez que un estado de gran tradición vitícola, como lo demuestra su escudo de armas, donde aparecen la vid y sus frutos. La mayoría de los viñedos está a una altitud de 1 800 m. Las variedades más producidas son: st. emilion, chenin, sauvignon blanc, macabeo, cabernet sauvignon, pinot noir, gamay, pinot gris y malbec. Sonora. En esta zona se encuentran las regiones de Hermosillo y Caborca. Cuenta con la superficie de viñedos más extensa del país, unas 20 000 hectáreas, pero se emplean principalmente para producir uva de mesa, uvas pasas y para la elaboración de aguardientes. De clima desértico con precipitaciones escasas, precisa sistemas de riego para conseguir la óptima producción de uva y prácticamente la mitad de las viñas son de regadío. En la bahía del Padre Kino, de mejor clima para el cultivo, hay viñedos nuevos que sirven para vinificar vinos tranquilos. Destaca también la zona de Hermosillo. En la mayoría de las viñas se cultiva la variedad thomson seedless. Zacatecas. En esta región se hallan las zonas de Ojo Caliente y valle de la Macarena. Con sus vides situadas a unos 2 000 m, es la región vitícola más alta y fresca del país. La viticultura se inició en la década de 1970 y muy pronto alcanzó gran importancia. Produce muy buenos vinos blancos. Las variedades más cultivadas son: french colombard, chenin blanc, ugni blanc, traminer, málaga, ruby cabernet y petite syrah. Hacia los vinos de calidad El vino en México ha dejado de ser una bebida desconocida para despertar cada vez más el interés del consumidor mexicano. En un principio, la producción estaba dominada por las grandes empresas, pero en la actualidad se encuentran también pequeños productores que elaboran vinos de calidad. La importación de vinos ha elevado la calidad de los vinos mexicanos, que han querido situarse al mismo nivel. Aunque actualmente se producen uvas para producción vínica en muchas zonas mexicanas, la península de Baja California acumula prácticamente el 95 % de la producción del país. Cava intermedia y pupitres de Freixenet México, bodega situada en el corazón de la zona vinícola de San Juan del Río, en el estado de Querétaso. Ubicada en la localidad de Ezequiel Montes, las cavas reciben unas 250 000 visitas anuales. BODEGAS BARÓN BALCH’É Bodega situada en Ensenada y en el valle de Guadalupe (Baja California). Trabaja con procesos ecológicos. Destacan sus vinos Balch’é Dos (tinto), Grenache Cabernet (tinto coupage) y Double Blanc (blanco). BODEGAS DE SANTO TOMÁS Es la bodega más antigua de la Baja California. Fundada en 1888, su origen se remonta a los misioneros jesuitas establecidos a finales del siglo xvii. Los viñedos se ubican en tres valles de microclimas diferentes: Santo Tomás, San Antonio de las Minas y San Vicente, y las instalaciones en Ensenada. Embotella con las denominaciones de calidad Premium (Duetto, Único), reserva (Alisio, Sirocco, Xaloc), el blanco Misión y sus varietales. También produce vino espumoso. CASA CACHOLA Bodega fundada por Jesús López en el valle de las Arcinas (Zacatecas). Elabora vinos de calidad a partir de las variedades ruby cabernet, chenin blanc y colombard. CASA DE PIEDRA Proyecto vinícola fundado en 1999 en San Antonio de las Minas (Baja California) para producir vinos de autor que recojan las particularidades del terruño. Sus vinos, elaborados con una base de tempranillo y cabernet sauvignon, se embotellan con las marcas Vino de Piedra, Piedra de Sol y Contraste. CASA MADERO Fundada en 1597 en el valle de Parras (Coahuila), en 1893 fue adquirida por Evaristo Madero. Los viñedos se sitúan a unos 1 500 m de altitud. Elabora vinos monovarietales (Casa Grande, Casa Madero, Monteviña), a excepción de su vino de mayor prestigio, Casa Grande Selección de Barricas. CAVAS VALMAR Establecida en 1983 en el rancho Valentín, al norte de Ensenada, esta bodega familiar representa la nueva vitivinicultura de Baja California, elaborando vinos (Valmar Cabernet Sauvignon, Valmar Tempranillo, Valmar Chenin Blanc) con mucha personalidad y siguiendo criterios modernos de producción (fermentación maloláctica en barricas, largas maceraciones). CHÂTEAU CAMOU Fundada en 1995, está situada en el valle de Guadalupe (Baja California). Su viticultura moderna emparra las vides en forma de lira para conseguir una mayor exposición foliar al sol y mejorar la producción de azúcares. Los rendimientos son bajos para conseguir la máxima calidad. Su marca más reconocida es Château Camou. FREIXENET Esta bodega perteneciente al emblemático grupo productor de cava catalán se encuentra en Ezequiel Montes (Querétaro), en el corazón de la zona vinícola de San Juan del Río, a unos 2 000 m de altitud. Elabora vinos espumosos (Petillant, Sala Vivé, Viña Doña Dolores) y tranquilos (Doña Dolores, Vivante). L. A. CETTO Destacado productor de Baja California, posee grandes extensiones de viñedos en el valle de Guadalupe con climas diferenciados y unas modernas instalaciones, inauguradas en 1999 pero cuyas raíces se remontan a la llegada a México del italiano Angelo Cetto, padre de Luis Agustín Cetto. Produce una gama básica de varietales (L. A. Cetto Línea Clásica), Reservas Privadas con uvas seleccionadas y la gama Don Luis. MOGOR BADAN Bodega fundada en 1986 por Antonio Badan, descendiente de una familia suiza establecida en México en 1930. Su viñedo El Mogor, en San Antonio de las Minas (Baja California), produce tintos de corte moderno y un singular vino blanco a partir de la uva tinta chasselas. MONTE XANIC Bodega fundada en 1987 en el valle de Guadalupe. Xanic es una palabra de los indios cora (antiguos pobladores de la Baja California) que significa «flor que brota después de la lluvia». Embotella bajo las marcas Monte Xanic, Gran Ricardo (selección de las mejores barricas) y Calixa, en la línea de los vinos modernos del nuevo mundo. PERNOD RICARD MÉXICO Empresa cuyo origen se remonta a la instalación en México de la jerezana Domecq en la década de 1950, absorbida por el grupo Pernod Ricard en 2003. Pionera en el desarrollo de la viticultura en el valle de Calafia (Baja California), su producción, primero centrada en la elaboración de vinos de mesa y de brandys (Presidente), se ha abierto a la elaboración de vinos tranquilos de calidad (Château Domecq). VINISTERRA Bodega fundada en 2002 por el empresario Guillermo Rodríguez Macouzet y el enólogo suizo Christoph Gaertner, sus viñedos en los valles de San Antonio de las Minas y Santo Tomás están plantados con variedades internacionales, incluidas tempranillo, garnacha y mourvedre (monastrell), que producen los vinos Dominó, Macouzet, Cascabel y Pedregal. VIÑA DE LICEAGA Las 20 ha de Eduardo Liceaga en San Antonio de las Minas producen siete etiquetas de vinos finos y dos sobresalientes orujos. Uruguay, territorio «tannat» Superando unas condiciones geográficas y climáticas que limitan la producción a gran escala, gracias a la gran adaptación conseguida por la variedad tannat, Uruguay se ha introducido como un productor a tener en cuenta en el mercado internacional. Las primeras cepas fueron plantadas en el territorio a principios del siglo xvii, pero debido a la inestabilidad en que se sumió el país durante buena parte del siglo xix, no fue hasta el último tercio de esa centuria que arrancó la viticultura uruguaya. Se introdujeron entonces, procedentes de Europa, las variedades tannat y folle-noire —también conocidas con los nombres de harriague y vidiella, en honor a sus introductores en el país—, así como cabernet sauvignon, merlot y malbec, y la productiva variedad americana isabella, llamada «frutilla» en Uruguay. No obstante, la llegada de la filoxera a partir de 1893 supuso un nuevo freno en la expansión del cultivo. Se contrataron técnicos europeos y se empezaron a hacer injertos. La inmigración europea (sobre todo italiana), a principios del siglo xx, acabó de configurar un nuevo tipo de viticultura. En 1903 se promulgó la primera ley vitivinícola nacional y durante la primera mitad del siglo la expansión de los viñedos fue constante, para decaer después. En 1990 la viticultura uruguaya empezó a transformarse, modernizando los procesos productivos, industriales y comerciales, lo que permitió la elaboración de vinos de contrastada calidad. Cepas de la bodega Filgueira, cerca del río Santa Lucía, principal curso fluvial del sur de Uruguay. Las variedades tintas aportan buena parte de la producción vinícola del país. Sobresale la tannat, variedad procedente del sur de Francia que, introducida en el último tercio del siglo xix en Uruguay, ha alcanzado aquí su máxima expresión. Características de la viticultura uruguaya El clima de Uruguay es subtropical y húmedo. Las brisas del océano y del Río de la Plata aseguran una buena aireación de los viñedos y la diferencia térmica suficiente entre el día y la noche. Su perfil es poco accidentado, con pequeñas lomas de apenas 300 m de altitud. La temperatura media anual es de 16o C en el sur y 20o C en el norte del país. La media de insolación supera el 60 % de las horas diarias. Las estaciones están bien diferenciadas, con inviernos fríos y veranos secos. La mayor parte de viñedos están plantados en suelos poco profundos, con texturas muy finas y compactas. Se trata de suelos arenosos o arcillosos. Tienen tendencia a ser ligeramente ácidos, con porcentajes elevados de materia orgánica. Estos suelos tan fértiles supondrían una dificultad para elaborar vinos de calidad si no se aplicaran las modernas técnicas de cultivo, destinadas a lograr rendimientos bajos. La variedad tannat, también conocida como «lorda», procedente de la región del sur de Francia de Madiran, fue la primera en adaptarse a la climatología uruguaya, y es la más cultivada. Produce vinos tánicos, de color intenso y poderoso cuerpo, los de mayor calidad y reconocimiento internacional. Alrededor del 70 % de la producción uruguaya corresponde a vino tinto. Regiones y desarrollo vinícola En total se cultivan en el país algo menos de 10 000 ha de viñas, situadas principalmente en las zonas sur y norte, regiones diferenciadas por sus características climáticas y de suelo. La zona sur comprende los departamentos de Canelones, Montevideo y San José. Es la principal zona productora del país. Con gran influencia marítima y suelos moderadamente profundos de textura franca, es un área muy fértil. La zona norte y noreste incluye los departamentos de Artigas, Salto, Paysandú, Rivera y Tacuarembó. El clima templado es un poco más cálido y los suelos son de textura liviana arcillo-arenosa, de baja fertilidad y alta acidez. El drenaje es natural y bueno. La menor producción de las bodegas uruguayas, comparada con las de Argentina o Chile, no resta un ápice de calidad a los productos nacidos de sus cosechas y vinificaciones. Muy al contrario: en el amplio espectro de los vinos del Nuevo Mundo, los caldos uruguayos compiten en pie de igualdad. El cuidado de sus productores y la pericia de sus empresarios sitúan estos vinos y sus marcas en la primera línea de los mercados destinados a la exportación. Además, su ya larga experiencia y las características de sus tierras (fértiles, pero no muy cuantiosas en hectáreas productivas) los hace aún más exigentes consigo mismos y, por tanto, más competitivos. El número de bodegas uruguayas asciende a unas 300. En general, son empresas de carácter familiar (muchas de ellas fundadas por inmigrantes europeos a principios del siglo xx) que, no obstante su tamaño, han sabido posicionarse en el mercado internacional. (En las imágenes, instalaciones de Casa Filgueira, a la izquierda, y de Bouza, a la derecha.) BODEGAS BOUZA Fundada en 1942 y restaurada y modernizada en 2002, esta bodega familiar al norte de Montevideo emplea la fermentación maloláctica en barricas de roble para la elaboración de sus vinos. Destacan un blanco de la variedad gallega albariño y el excepcional Monte Vide Eu. CARRAU Bodega fundada en 1976 en Colón (Las Violetas), heredera de una antigua tradición vinícola iniciada en el siglo xviii en Vilassar de Mar (España). Elabora diferentes marcas de vinos tranquilos (Castel Pujol, Juan Carrau, Casa de Varzi, Amat, J. Carrau Pujol) destacando sus grandes reservas y sus vinos espumosos. FILGUEIRA Bodega situada en la cuenca del río Santa Lucía. Bajo la dirección de Martha Chissoni, es la primera bodega de América del Sur en obtener el certificado de calidad ISO en todas sus áreas de producción. Sus premiados vinos chardonnay, sauvignon gris o tannat obtienen la máxima expresión de las cepas cultivadas. JUANICÓ Fundada en 1830, con su adquisición en 1980 por la familia Deicas inició su paso a la modernidad, la innovación y la exportación. Sus vinos se embotellan bajo diferentes gamas: Don Pascual (gama alta), Bodegones del Sur (monovarietales), Familia Deicas (vino elaborado con podredumbre noble) y Casa Magrez. LOS CERROS DE SAN JUAN Bodega fundada en 1854 por la familia Lahusen, de origen alemán. Modernizada en la década de 1980, produce vinos con una marcada tipicidad. Destaca la cuidada selección de los vinos Cuna de Piedra. En su expansión desde México por el continente americano, la viticultura llegó a Perú en la segunda mitad del siglo xvi. En la centuria siguiente, pasó a Brasil de la mano de los portugueses. Las vides por lo general se adaptaron, siendo lo bastante productivas para elaborar al mismo tiempo vino y aguardiente. Con la inmigración de europeos a principios del siglo xx, aumentó el interés por la viticultura, adoptándose cepas y estilos de vino según la procedencia mayoritaria de los llegados; Brasil, con una nutrida colonia italiana, adoptaría modos de la vitivinicultura transalpina. Brasil, «país de futuro» La historia del vino brasileño ha seguido un curso distinto al de sus vecinos. En la mayor parte del país, el clima es demasiado tropical para que la Vitis vinifera madure y no se vea afectada por el mildiu, de modo que los primeros ensayos en Rio Grande do Sul resultaron infructuosos. Desde la década de 1830, la importación de cepas norteamericanas de Vitis lambrusca, más resistentes a la humedad, supusieron el verdadero arranque de la vitivinicultura brasileña. En la década de 1970, la llegada de grupos internacionales (Chandon) trajo consigo tecnología y variedades nobles europeas. Pero una estrategia proteccionista relajó la relación calidad-precio de los vinos, y solo a partir de la década de 1990, con la apertura al exterior, los productores nacionales (Saldon, Vinícola Aurora o la más reciente Miolo) alcanzaron una óptima competitividad. Como otros sectores del país, la vitivinicultura brasileña posee un enorme potencial, y algunos de sus blancos y espumosos ya se han hecho un hueco en el mercado internacional. Brasil es el tercer productor de vino de América del Sur. La producción se concentra en el sur, en los estados de Santa Catarina (valle del Rio do Peixe) y Rio Grande do Sul (Serra Gaúcha, Campanha, sierra del Sudeste y valle de San Francisco). Entre las variedades, sobresalen la prolífica isabela, cabernet sauvignon, merlot y la italiana ancellotta, entre las tintas, y la americana niágara, trebbiano, chardonnay, semillón y moscatel, entre las blancas. Viñedos e instalaciones del grupo brasileño Miolo en Bento Gonçalves. Perú y Bolivia La viticultura introducida por Francisco Caravantes en 1553 en Cuzco adquirió tal envergadura en poco tiempo que a principios del siglo xvii la corona española prohibió su exportación para proteger la producción de la metrópoli. Ello comportó el florecimiento de la producción de aguardientes a base de la destilación de mostos fermentados —los renombrados piscos— en detrimento del vino. Este ya no volvería a adquirir su pasado esplendor tras el paso de la filoxera. Hoy, el sector se ha dinamizado y desarrollado tecnológicamente, aunque la producción sigue centrada en el consumo doméstico. El área de producción se concentra en la costa centro-sur, sobre todo en los valles de Pisco e Ica (donde se encuentra Tabernero, la principal bodega del país), con un clima semicálido y escasas precipitaciones, que estimulan una alta graduación alcohólica. Entre las variedades cultivadas se encuentran la quebranta, la mollar y la aromática moscatel (empleadas para los piscos), y variedades internacionales como cabernet sauvignon o garnacha. Bolivia ha llegado con cierto retraso a la vitivinicultura; sin embargo, tiene potencial como país productor. Destaca la región de Tarija, fronteriza con Argentina y Paraguay, de clima templado. Sus bodegas (entre las que sobresale la Sociedad Agroindustrial del Valle) elaboran interesantes vinos de altura —dado que los viñedos se encuentran alrededor de los 2 000 m—, vinos dulces y el destilado singani. La variedad principal es la moscatel de Alejandría. En el resto de Latinoamérica, la producción de vino tiene de momento escasa relevancia. Entrada a las instalaciones de Tabernero, principal bodega de Perú. Regiones vitivinícolas de Europa Europa ha sido durante siglos la referencia vitivinícola por excelencia. Francia, España o Italia han marcado la pauta y difundido por doquier sus variedades y vinos de prestigio. Hoy, el mundo del vino vive un proceso de cambio y globalización sin precedentes. La Unión Europea impulsa activamente el arranque de cepas con el objeto de ajustar la producción al descenso del consumo y centrarla en la producción de calidad, por un lado, mientras que, por otro, los cambios en el clima y los avances tecnológicos permiten cada vez más ampliar el cultivo de la vid hacia altitudes y latitudes hasta hace poco impensables. Francia, el referente Francia es el país más importante del mundo en lo que al vino se refiere. Es el máximo elaborador mundial, con una producción cercana a los 50 millones de hectolitros anuales, que representan alrededor del 18 % de la producción mundial, siendo, además, el primer productor de vinos amparados por denominación de origen o indicación geográfica protegida. Pero no son solo los fríos números los que conceden a Francia el puesto de honor en el mundo del vino. Es principalmente su prestigio, basado en la tradición más antigua en la elaboración de vinos modernos de calidad, que ha dibujado un mapa de zonas vitivinícolas de prestigio planetario indiscutible y que ha convertido a sus variedades de uva autóctonas en las de referencia mundial. Tanto es así que las uvas de origen francés cabernet sauvignon, merlot o syrah, en tintas, y las blancas chardonnay o sauvignon blanc, reinan por todo el mundo, e incluso han sido adoptadas en otras zonas europeas históricas y de prestigio, como España o Italia, llegando a desplazar a variedades locales de larga tradición. Las zonas vitivinícolas francesas se podrían subdividir hasta llegar a cada una de las miles de parcelas que dan carácter único a sus vinos; pero, sin llegar a este extremo, se pueden destacar trece grandes regiones con larga tradición y vinos de características diferenciadas. Mapa con las principales regiones vitivinícolas francesas, desde la más sureña, la isla de Córcega, en el Mediterráneo, pasando por el Languedoc-Rosellón —el mayor viñedo del país—, los prestigiosos valles del Ródano, Gironda (Burdeos) y Loira, y más al norte Borgoña, Alsacia o Champagne. Alsacia: influencia germánica El viñedo alsaciano es de clara influencia germánica, como así sugiere el nombre de algunas de las uvas que más se cultivan en la zona: gewürztraminer, klevener de Heiligenstein, sylvaner o riesling, junto a las de resonancias más francesas, como muscat y las pinot blanc, gris y noir. Esta tradición se confirma por el hecho de que frecuentemente se elaboran como vinos varietales, mientras que la tradición francesa tiende más a los vinos de cupaje. Los vinos de la zona son básicamente blancos, y los riesling y gewürztraminer alsacianos están entre los más apreciados del mundo. A pesar de estar situado muy al norte (solo la región de Champagne lo está más entre las zonas francesas), el territorio está resguardado de las influencias oceánicas por las montañas de los Vosgos, que le aseguran una de las pluviometrías más bajas de Francia. Con la influencia de río Rin al este, el viñedo alsaciano se beneficia de un clima semicontinental soleado, cálido y seco. Viñedo de Hugel & Fils en invierno, en Alsacia. Esta región comparte bastantes características con las zonas vinícolas alemanas al otro lado del Rin. Beaujolais: vinos fáciles de beber El Beaujolais está localizado al sur de Borgoña, en el centro-este de Francia, entre las ciudades de Mâcon y Lyon. Su producción anual se estima en unos 13 millones de cajas de vino, la mitad de las cuales se venden como Beaujolais Nouveau en pocas semanas a partir de la medianoche del tercer jueves de cada noviembre, que es el momento en que se permite su distribución. Debido a la rapidez en su elaboración, bajo la técnica de maceración carbónica, los taninos astringentes de los vinos tintos son muy escasos, dando al vino un sabor afrutado y una sensación de frescura muy similar a las de los vinos blancos. Esto y el hecho de que sabe mejor cuando está muy frío lo convierten en un vino goloso y muy fácil de beber. La singularidad de los vinos del Beaujolais es que básicamente se elaboran con una sola variedad de uva: la gamay, de jugo blanco. Mítica Borgoña Los viñedos de Borgoña están situados en el noreste de Francia, a dos horas de París y una de Lyon, y gozan de un clima semicontinental, con inviernos largos y muy fríos, y veranos cálidos, secos y soleados, esenciales para la correcta maduración de la uva. Con cerca de 28 000 ha de viñedo repartidas en cinco zonas vitivinícolas (Chablis et Grand Auxerrois, Côte Chalonnaise et Couchois, Côte de Nuits et Hautes Côtes de Nuits et le Châtillonais, Côte de Beaune et Hautes Côtes de Beaune, y Mâconnais), Borgoña es el origen de algunos de los vinos más míticos del mundo y de dos de las variedades de uva más importantes, la blanca chardonnay y la pinot noir. En la Borgoña conviven múltiples denominaciones. Las denominaciones Villages, de las que hay 44, amparan a vinos producidos en localidades que le dan su nombre (por ejemplo Chablis, Pommard). Los Premiers Crus son vinos producidos en parcelas delimitadas con precisión en una localidad llamadas climats: hay cerca de 700 clasificados. En la etiqueta, el nombre del municipio va seguido por el nombre de la parcela de la que procede el vino (por ejemplo, Nuits-Saint- Georges 1.er Cru Les Vaucrains). Y finalmente los Grands Crus, que son los vinos producidos en las mejores parcelas (climats). Hay 33 Grands Crus, que concentran y expresan la riqueza de su terroir único. En este caso, el nombre de la localidad desaparece en favor de un solo nombre de ámbito a veces muy restringido, como, por ejemplo, Montrachet. Interior de la bodega Bouchard Père & Fils, en la Côte d’Or, un área no demasiado extensa sobre la que se asienta buena parte del reconocimiento mundial de los vinos de Borgoña. Burdeos: 120 000 ha de grandes vinos La zona vitivinícola de Burdeos se sitúa en el sudoeste de Francia, donde el estuario de la Gironda se junta con los rios Garona y Dordoña y desemboca en el golfo de Vizcaya. En Burdeos, el clima es moderado por la influencia del océano Atlántico y la humedad es relativamente alta debido no solo a la proximidad del mar, sino también a los ríos que fluyen a través de la zona. Los veranos se caracterizan por una alta insolación y los inviernos son templados sin grandes heladas. Esta emblemática región francesa cuenta con 60 denominaciones de origen a lo largo de 120 000 hectáreas de viñedos, de los cuales la uva tinta ocupa el 89 % (63 % merlot, 25 % cabernet sauvigon, 11 % cabernet franc, 1 % otras) . La participación de las blancas es de 11 % (53 % sémillon, 38 % sauvignon blanc, 6 % muscadelle, 3 % otras). Una parte de los vinos bordeleses fue clasificada en 1855 con motivo de la Exposición Universal de París. En esta lista de Grands Crus Classés, los vinos se catalogaron en cinco categorías, y los mejores, los primeros crus son Château Lafite Rothschild, Château Latour, Château Margaux y Château Haut-Brion, este último el único situado en Graves en lugar de Médoc. En 1973 ascendió a esta categoría el Château Mouton Rothschild. Collage con motivos vinícolas de Burdeos, la primera región del mundo en clasificar los vinos de sus elaboradores, a mediados del siglo xix. Vinos dulces de Burdeos También son de prestigio internacional los vinos dulces de Burdeos de las AOC Sauternes y Barsac. Se elaboran con uvas sémillon, sauvignon blanc y muscadelle afectadas por la Botrytis Cinerea, también conocida como podredumbre noble. Esto hace que las uvas queden parcialmente pasificadas, de lo que resulta una mayor concentración de azúcar y vinos con un aroma distintivo. También en 1855, 21 de los mejores vinos dulces de Burdeos fueron clasificados como Grands Crus Classés en una lista separada. En la clasificación original, 9 vinos, principalmente de Sauternes y Barsac, fueron clasificados como primeros crus. Un vino, el Château d’Yquem, fue considerado tan excepcional que mereció una clasificación especial: Premier Cru Supérieur. Champagne: tipicidad inimitable Los vinos espumosos elaborados en esta zona del norte de Francia son, sin duda, los vinos con más encanto del mundo. La situación septentrional de sus poco más de 30 000 hectáreas de viñedo condiciona un clima muy frío en el límite de lo que soporta el cultivo de la vid. Este clima y las particularidades de su subsuelo calcáreo lo convierten en un terruño totalmente original, que da a los vinos de la región su tipicidad inimitable. Los viñedos de Champagne tienen una larga historia: su creación se atribuye a las abadías benedictinas de Saint-Pierre-aux-Monts, Châlons-enChampagne y, especialmente, Saint-Pierre d’Hautvillers. Esta última es famosa porque se dice que fue en ella donde el monje Dom Perignon desarrolló en el siglo xvii el método champenoise, en el que se produce una segunda fermentación del vino dentro de la botella: esta, al estar cerrada herméticamente, encierra el gas carbónico que se desprende y crea las burbujas características de este vino. La DO Champagne está muy repartida, con cerca de 4 800 pequeños productores, casi 70 cooperativas y unos 300 negociantes o grandes casas que, con una media de cinco etiquetas distintas por casa, ofrecen más de 15 000 vinos distintos. Para la elaboración de sus espumosos, en Champagne se utilizan casi exclusivamente tres variedades de uva, las negras pinot noir y pinot meunier, y la blanca chardonnay. Las subzonas de producción son cuatro: Montagne de Reims, donde la uva dominante es la pinot noir; Valle del Marne, donde predomina la pinot meunier; Côte des Blancs, donde reina el chardonnay; y Côte des Bar, donde se planta principalmente pinot noir. Botellas de champán en cavas subterráneas de Épernay, ciudad que acoge un buen número de las casas elaboradoras del vino que ha encumbrado a la región de Champagne. Córcega: variedades locales Los viñedos corsos se extienden desde el cabo Norte hasta el extremo sur de la isla, con una gran diversidad de suelos, y su clima es mediterráneo de influencia marítima. Se cultivan sobre todo variedades autóctonas, la más extendida de las cuales es la tinta nielluccio, que posiblemente comparte origen con la sangiovese italiana. También es muy apreciada —y hay quien dice que es la mejor— la sciaccarellu, una antigua variedad tinta que solo se cultiva en el sur de la isla y que da lugar a vinos finos y especiados, y a los mejores crus. Otras variedades tintas autóctonas son las aleatico, garnacha, cinsault, carcajolo noir y cariñena. Entre las blancas destacan las cordiavarta, barvarossa, ugni blanc, carcajolo blanco, vermentino (vinos aromáticos) y malvasía (malvoisie). Las variedades más internacionales, como la merlot, cabernet o chardonnay, son testimoniales. La mitad de los vinos corsos son tintos. Hay también vinos rosados de color claro, frescos y afrutados (25 %), blancos, que son una minoría (un 10 %), y también dulces. No está muy extendido el uso de de la madera para la crianza de los vinos, que se suelen orientar a un consumo rápido. Actualmente la isla posee 9 denominaciones de origen (AOC), entre las que destaca la AOC Patrimonio, la más antigua y conocida de la isla. Jura: vino amarillo y vino de paja La región vitivinícola del Jura es una de las más pequeñas de Francia, con unas 2 000 hectáreas. Está situada en el Franco Condado, entre Suiza y la Borgoña, y ocupa una franja de norte a sur de 70 km de largo y 6 de ancho, a los pies del macizo del Jura. La denominación genérica de la región vinícola de Jura es Côtes du Jura (80 % de vinos blancos), pero hay denominaciones locales como Arbois, Château-Chalon et L’Étoile, el espumoso Crémant du Jura y el Macvin. Para la producción de vinos blancos, la variedad más común es la chardonnay. Sin embargo, la cepa insignia de Jura es la savagnin, con la que, con una vendimia tardía y después de seis años de crianza, se elabora el vin jaune (vino amarillo), de prestigio mundial. Tambien es famoso el vin de paille (vino de paja), que se elabora con uvas en las que se concentra el azúcar por pasificación. También es típico de la región el Macvin, un vino fortificado (o mistela) a base de una mezcla de mosto con aguardiente de vino o de orujo envejecido en barrica de roble. Languedoc-Roussillon, el mayor viñedo francés Los viñedos de Languedoc-Roussillon se encuentran situados en el sudeste de Francia y abarcan una zona que va desde los Pirineos, bordeando el Mediterráneo, hasta la ciudad de Nimes. El viñedo es muy antiguo, introducido por los griegos hace 2 500 años, y la superficie vitícola cultivada es la mayor de Francia. Una de sus señas de identidad es el vino espumoso Blanquette de Limoux, que está reconocido como el más antiguo del mundo. En la región se elaboran todo tipo de vinos, blancos, rosados y tintos, tranquilos y espumosos, dulces y secos. Los viñedos y bodegas se clasifican en 28 denominaciones de origen (AOC-AOP) y 25 indicaciones geográficas protegidas, pero en lo que más destaca esta zona es en la elaboración de vinos dulces naturales, con los moscateles de Frontignan, Lunel, Mireval, SaintJean-de-Minervois y Rivesaltes; y las garnachas dulces de Banyuls, Rivesaltes y Maury. En esta zona se elabora casi el 80 % de los vinos dulces de Francia. Provenza: vinos rosados Esta antígua región vinícola abarca una gran área que va desde el delta del Ródano a las colinas de Niza, entre el Mediterráneo y los Alpes. El viñedo y los vinos se clasifican en tres denominacions de origen principales, que representan el 96 % del volumen de los vinos locales con indicación protegida: Côtes de Provence, con las denominaciones locales Côtes de Provence Sainte-Victoire, Côtes de Provence Fréjus y Côtes de Provence La Londe; Coteaux d’Aix-en-Provence y Coteaux Varois en Provence. En la región hay 650 elaboradores que en total producen anualmente alrededor de 170 millones de botellas (88 % rosado, 9 % tinto y 3 % blanco) sobre una superficie total de 27 000 hectáreas. Provenza es la principal zona productora de vino rosado con AOC de Francia, con un 40 % del total, algo más del 5 % del vino rosado elaborado en todo el mundo. Saboya: variedades originales Esta región se caracteriza por la originalidad de sus variedades de uva, muchas de las cuales son exclusivas, como ocurre con las blancas jacquère, roussanne, altesse (también llamada roussette) y gringet, y la tinta mondeuse. Las 1 755 hectáreas de sus viñedos se clasifican en tres denominaciones de origen principales: Vin de Savoie, que a su vez se subdivide en 16 denominaciones locales, Roussette de Savoie, un vino blanco de tacto graso y con aromas de miel y almendra que se elabora con la variedad de uva roussette, y Seyssel, donde se elaboran vinos blancos tranquilos secos o espumosos. Para los vinos blancos tranquilos se usan las variedades altesse y molette, y para los vinos espumosos, además de las anteriores, la chasselas. Suroeste: «islotes» de viñedos El Suroeste de Francia es una región vitivinícola constituida por varios islotes de viñedos que van desde Burdeos, al norte, hasta la frontera española, y se extienden por el interior por las regiones de Mediodía-Pirineos y Aquitania, a excepción de la Gironda. Fruto de regiones tan diferentes como el País Vasco, suave y húmedo, o Cahors, calcárea y seca, los vinos del suroeste forman una familia de vinos muy dispares, con grandes licorosos, blancos frutales o tintos espirituosos. Abundan las cepas autóctonas fruto de una larga tradición vitícola, que hoy en día se ha actualizado con la aplicación de la tecnología moderna. Pueden distinguirse tres grandes áreas, que son, de norte a sur: Bergeracois, Haut Pays y Pyrénées. En total, comprende cerca de 15 000 hectáreas, que producen aproximadamente 650 000 hectolitros de vino por año. Valle del Loira: frescos vinos blancos Enmarcada por el curso del río más largo de Francia, la región vitivinícola del Valle del Loira comprende un amplio territorio, desde el macizo Central hasta la desembocadura del río en el Atlántico. Con más de 50 000 hectáreas de viñedo distribuidas por catorce departamentos, la zona cuenta con más de 40 denominaciones de origen. Este territorio es conocido especialmente por sus vinos blancos, elaborados básicamente con variedades de uva chenin blanca, sauvignon blanca, melón de Borgoña —también conocida como muscadet—, y las variedades locales tressallier, romorantin y pineau, entre otras. Pero también destacan algunos de sus vinos tintos, elaborados mayormente con gamay y cabernet franc. En el Valle del Loira también se producen rosados y espumosos. De sus vinos destacan los sabores frescos en los blancos jóvenes y los afrutados en los tintos. Racimos de uva tinta muscadet en el Bajo Loira. Valle del Ródano, vinos armónicos y expresivos Las riberas de este río, el principal del sureste francés, conforman una de las principales zonas productoras de vino. Con más de 70 000 ha, comprende seis departamentos y sus principales denominaciones de origen son Côtes du Rhône y Côtes du Rhône Villages, además de otras denominaciones locales. Las variedades más utilizadas son las tintas syrah, garnacha negra, monastrell, cinsault y cariñena, y las blancas marsanne, roussanne, viognier, garnacha blanca, clairette y muscat. Dada la gran extensión de la zona vitivinícola, esta se suele dividir en las zonas norte y sur, con Valence y Montélimar en la divisoria, pues los vinos de una y otra zona suelen tener algunas diferencias. Aun así, se trata en general de vinos armónicos y muy expresivos. Abundan los tintos principalmente, aunque también son destacables sus blancos. En menor cuantía también se elaboran rosados y espumosos. Perspectiva de los viñedos del château de Beaucastel, propiedad de la familia Perrin en el valle del Ródano. BODEGAS ALPHONSE MELLOT En Sancerre, una de las denominaciones principales del Loira, este descendiente de viticultores instalados en la zona en el siglo xvi, elabora, con sauvignon blanc y pinot noir sobre todo, vinos de fuerte personalidad. BOLLINGER Prestigiosa casa de Ay, a orillas del Marne (Champagne), fundada en 1829. Sus más de 140 ha de viñedos están dominadas por la pinot noir. Sus vinos de reserva se embotellan en magnums para una mejor conservación. CHÂTEAU DE BEAUCASTEL Extensa propiedad en el valle del Ródano (Châteauneuf-du-Pape y Côtes-du-Rhône) de la familia Perrin. Elabora vinos con múltiples variedades tintas vinificadas por separado. CHÂTEAU D’YQUEM Único primer gran cru superior, este mítico château de Sauternes (Burdeos) elabora su complejo (y carísimo) vino de forma artesanal. CHÂTEAU LATOUR Uno de los tres primeros crus de la AOC Pauillac en la clasificación de los vinos de Burdeos de 1855. Unas 50 ha producen sus grandes vinos de cabernet sauvignon, concentrados y negros, que muestran todo su esplendor al cabo de más de diez años. CHÂTEAU MOUTON-ROTHSCHILD En la clasificación de 1855 fue considerado second cru, pero gracias a la tenacidad del barón Philippe de Rothschild, fue promovido a premier cru classé en 1973. Cada cosecha está realzada por una obra de arte, reproducida en la etiqueta. CHÂTEAU SIMONE Situado junto a Aix-en-Provence (Provenza), en la denominación Palette, posee cepas viejas de garnacha, mourvèdre y cinsault (para tintos), y de clairette, sémillon y muscat, para blancos, elaborados con métodos tradicionales. CLOS DE LA COULÉE DE SERRANT Bodega de Anjou, en el Loira central, obra de Nicolas Joly, promotor del cultivo biodinámico y del máximo respeto al viñedo y al entorno. Su cuvée de un solo viñedo de chenin blanc transmite toda su pasión por la tierra. DOMAINE DE LA ROMANÉE-CONTI Desde 1869, la propiedad de RomanéeConti, La Tâche, Montrachet y hasta ocho grands crus, en los dominios de la uva pinot noir en la Côte d’Or borgoñona, constituye una referencia para la elaboración de vinos tintos en la región, con millésimes de producción limitada y precios inalcanzables, que son un canto a la opulencia. HUGEL & FILS La casa más famosa de Alsacia, fundada en 1639. Sus enormes bodegas subterráneas en la localidad de Riquewihr acogen vinos centenarios. Brilla en la elaboración de selecciones de granos nobles (pinot gris, riesling). JOSEPH DROUHIN Fundada en 1880 en Beaune (Borgoña), esta bodega familiar posee más de 70 ha de viñedos por toda Borgoña —sobre todo, en Chablis—, entre ellos los reconocidos Clos des Mouches o Montrachet Marquis de Laguiche. KRUG Bodega familiar y uno de los grandes nombres de Champagne. Produce vinos espumosos únicos, ricos y amplios, que fermentan en barrica y necesitan años de botella antes de dar lo mejor de sí mismos. MOËT & CHANDON Fundada en 1743, es la marca de champagne más vendida y conocida del mundo (descorchada en los grandes premios de automovilismo desde 1950), propiedad actualmente del grupo de lujo LVMH. Posee el mayor viñedo de la región (más de 500 ha). POL ROGER Bodega familiar fundada en 1849 y situada en Épernay (Champagne), sus espumosos, sutiles y refinados, son particularmente apreciados en el mercado británico. Italia, la «tierra del vino» Italia disputa a España el segundo puesto mundial en importancia entre los países productores de vino. Es el tercer viñedo mundial en extensión, pero su producción está por encima de la española y en algunos años concretos llega a superar a la francesa. Pero lo más importante es la relación de los italianos con su vino: en ningún otro país el vino es tan importante para las personas y la economía como en Italia. «Enotria», tierra del vino No por casualidad, los antiguos griegos llamaron Enotria (tierra del vino) a la península Itálica. Se calcula que la vid ya se cultivaba hacia el año 2000 a. C., y tanto los etruscos como posteriormente los romanos perfeccionaron y difundieron nuevas técnicas de producción. En la actualidad, las 20 regiones italianas elaboran vino, y este es de todo tipo, incluidos espumosos y licorosos. Los vinos en Italia se clasifican como DOCG (Vinos con Denominación de Origen Controlada y Garantizada), DOC (Vinos con Denominación de Origen Controlada) e IGT (Indicazione Geografica Tipica, Vinos con Indicación de Origen Geográfico), que son los procedentes de una zona concreta pero cuyas características —básicamente las variedades de uva empleadas— no son las típicas de la zona. En esta categoría se incluyen la mayoría de los «supertoscanos», vinos de alta calidad pero elaborados con variedades no adaptadas a las normas de la denominación Chianti. Además, cuenta con «vinos especiales» —licorosos, espumosos, vinos con gas y vinos aromáticos— y con vinos de mesa o vinos comunes. Actualmente, existen en Italia 521 denominaciones, 330 de las cuales son DOC, 73 DOCG y 118 IGP. En cuanto a los nombres que reciben los tipos de vino, lo habitual es nombrarlos por la zona de producción o por la variedad de uva utilizada. Quesos, copas y botella clásica de chianti, sin duda el vino italiano más reconocido mundialmente. Posiblemente no exista un vínculo tan estrecho entre sus gentes y el vino como en Italia. Norte, sur, centro e islas Algo más del 40 % del total de vinos DOC, DOCG e IGP se concentra en el norte del país. Le siguen el sur, con el 25 %, el centro, con el 22, y las islas, con el 12 % de los vinos protegidos. Es destacable que cuatro de las 20 regiones italianas (Véneto, Emilia-Romaña, Apulia y Sicilia) concentran más del 60 % de la producción total, siendo la más productiva el Véneto. Las áreas más importantes en cuanto a calidad y reconocimiento internacional de sus vinos son Toscana, Piamonte, Abruzos, Véneto y Emilia-Romaña. Toscana: sangiovese y «supertoscanos» La Toscana, situada en el centro-oeste del país, es quizás la región que más reconocimiento tiene a nivel internacional gracias a subzonas como Chianti, Carmignano, Montalcino y Montepulciano. Las uvas más utilizadas son las tintas sangiovese y canaiolo. En cuanto a los denominados «supertoscanos», se trata de vinos no reconocidos como DOGC —ya que no suelen utilizar sangiovese como variedad dominante, sino más bien cabernet sauvignon y merlot— pero de alta calidad y fama mundial. Precisamente, la sangiovese es la variedad más definitoria del vino italiano. Además de su papel principal en los vinos toscanos, especialmente en los chiantis, esta uva se cultiva en 18 de las 20 regiones, ocupa aproximadamente el 10 % del viñedo global italiano y con ella se elabora el 15 % del vino con denominación de origen. Su propio nombre, además, entronca con la tradición histórica, ya que proviene del latín sanguis Jovis, es decir, «sangre de Júpiter». Regiones del norte En el Piamonte, región del noroeste fronteriza con Francia y Suiza, se utilizan variedades como bonarda, barbera y dolcetto, en los tintos, y cortese y moscato para los blancos. Entre las subzonas, destacan Asti, Gattinara, Barolo, Barbaresco y Gavi. Trentino Alto-Adigio, zona montañosa fronteriza con Austria y Suiza, es una región germanizada tanto en la lengua como en las variedades de uva utilizadas: sylvaner, müller-thurgau o riesling. Destacan sus vinos blancos secos. El Véneto, en el nordeste, es la región mas productiva de Italia de vinos con denominación de origen. Sus subzonas Soave, Bardolino, Valpolicella y Amarone son ampliamente reconocidas. Principalmente usa en la elaboración de sus vinos variedades tradicionales como corvina veronesa, rondinella, molinara y raboso. Emilia-Romaña, por debajo del Véneto, en el nordeste peninsular, es conocida sobre todo por la gran difusión de sus vinos frizzantes o de aguja de la subzona Lambrusco, aunque los más afamados son los de la subzona Albana di Romagna. Las uvas más requeridas en la elaboración de sus vinos son albana, sangiovese y trebbiano. El Valle de Aosta, en el extremo noroeste del país, es la región de menor extensión y su ubicación montañosa la impulsa al cultivo de la vid en terrazas. Por su parte, la mediterránea Liguria también es una región pequeña con una producción necesariamente limitada. Las otras dos regiones norteñas, Lombardía y Friuli-Venecia Julia, producen espumosos con pinot blanco, chardonnay y pinot negro, y tintos frescos y aromáticos, respectivamente. La cultura del vino en Italia lleva siglos conviviendo armónicamente con el arte y la historia. En la imagen, viñedos al pie del castillo medieval de Grinzane Cavour (Cuneo), en la región de Piamonte. Alrededor y al sur de Roma En el centro de la península, los vinos tintos de Umbría se elaboran mayormente con la uva autóctona sagrantino en la subzona Orvieto, mientras que en Torgiano se elaboran con sangiovese, canaiolo, ciliegiolo, montepulciano d’abruzzo y trebbiano. En Las Marcas destacan los blancos elaborados con verdicchio, mientras que en Molise y en Abruzos, dos regiones de elaboración masiva, empiezan a destacar sus vinos con la tinta montepulciano d’abruzzo y con la blanca trebbiano. Por su parte, el Lacio destaca por sus blancos de Frascati. En el sudoeste, los vinos de Campania, con capital en Nápoles, también tienen sus singularidades. Su terroir, en las faldas del Vesubio, está marcado por un suelo volcánico rico en magnesio, fósforo y potasio. Entre las variedades utilizadas destaca la falanghina, mientras que otra variedad recuerda los lazos históricos entre los reinos de Nápoles y Aragón, gracias al cultivo de la uva catalanesca, impulsado por el rey Alfonso V el Magnánimo. Ya en el extremo de la «bota italiana», en Basilicata la especialidad son los blancos dulces de moscatel, mientras que Calabria y Apulia, pese a una gran producción en cantidad, elaboran pocos vinos destacables, salvo el Ciró de Calabria y Locotorondo y Castel del Monte en Apulia. Cepas en Velletri, localidad del Lacio cercana a Roma. De norte a sur de la «bota», sin olvidar las islas, todas las regiones italianas cultivan la vid y elaboran vino. Cerdeña y Sicilia En las dos grandes islas italianas, Cerdeña y Sicilia, también se producen vinos renombrados. En el caso sardo, destacan los elaborados con cariñena y garnacha, esta última conocida en algunos casos como uva di spagna, otro recuerdo de la influencia de la Corona de Aragón sobre la isla. En cuanto a los sicilianos, destaca el Marsala, un vino dulce encabezado producido a partir de vinos blancos de vides catarratto, grillo, damaschino e inzolia. Botella de la bodega del Alto Adigio Nals Margreid en la prestigiosa muestra de vinos Vinitaly, celebrada anualmente en Verona. BODEGAS ANTINORI Familia vinculada al vino desde el siglo xiv, el actual marqués Piero de Antinori y sus hijas dirigen un emporio vinícola desde sus propiedades tradicionales en Toscana y Umbría, ampliadas por otras regiones de Italia y el extranjero. Entre sus vinos destaca el histórico Tignanello, primer sangiovese envejecido en barrica. ELIO ALTARE Este viticultor experimenta en las 5 ha de su propiedad en La Morra (Piamonte) para obtener vinos modernos, a la vez que simples y naturales, clasificados como DOCG, de la variedad barolo (Arborina, Brunate, Cerretta Vigna Bricco). FAZI BATTAGLIA Importante grupo elaborador y distribuidor, fundado en 1949 y con sede en Castelplanio (Las Marcas), estableció la imagen del vino de esta región con su Verdicchio dei Castelli di Jesi DOC Classico, con una botella en forma de ánfora. FEUDI DI SAN GREGORIO Fundada en 1986, esta empresa de la Campania constituye un símbolo del renacimiento de los vinos meridionales, revalorizando antiguos vinos como los blancos Greco du Tufo y Fiano di Avellino o el tinto Aglianico. Sus modernas instalaciones acogen restaurante y winebar. GAJA Angelo Gaja constituye un referente de la vitivinicultura de Piamonte y de toda Italia, a partir de sus viñedos en Barbaresco y Barolo, con sus reputados crus de nebbiolo Sorì San Lorenzo, Sorì Tildìn y Costa Russi, cabernet sauvignon (Darmagi) y chardonnay (Gaia & Rey), a los que ha sumado predios en Toscana. LA-VIS Cooperativa de la localidad homónima, en el Trentino, fundada en 1948, que agrupa a unos 800 socios y otras tantas hectáreas. La riqueza y variedad del terreno permite ofrecer una vasta y completamente fiable gama, que llega hasta las grappas y el vino dulce Mandolaia, y en la que destacan las líneas Autoctoni, Ritratti y Bio. LUNGAROTTI Bodega fundada en 1962 por Giorgio Lungarotti, impulsor de los vinos de calidad italianos que en 1968 logró la concesión de una DOC para Torgiano, cerca de Perugia, donde se produce sobre todo el tinto Rubesco. Desaparecido en 1999, sus hijas han tomado el relevo. MARCHESI DE’ FRESCOBALDI Familia toscana con viñedos desde el siglo xiv y primera de la región en apostar por las variedades internacionales, desde la década de 1960 elabora sus propios vinos de Chianti y de la DOC Pomino, como los tintos Mormoreto y Giramonte, o el chardonnay Pomino Benefizio. MARCO DE BARTOLI Este viticultor siciliano rescató el vino de Marsala de los fogones, a los que había quedado arrinconado como vino encabezado, y con sus secos Vecchio Samperi ha alcanzado reconocimiento, así como con su serie Bukkuram, con la que ha divulgado los vinos dulces de Pantelleria. SCHIOPETTO Impulsor desde 1965 de la mejora de calidad de los vinos blancos del Friuli (en el extremo nororiental del país), Mario Schiopetto y sus hijos producen sobre todo vinos dentro de la DOC Collio, tanto con variedades locales (tocai friulano) como con refinadas pinot blanc, pinot grigio o sauvignon blanc. TENUTA SAN GUIDO Único vino de pago en Italia (DOC Bolgheri Sassicaia), entre el mar y las primeras colinas toscanas, sus cerca de 90 ha dan el excepcional Sassicaia, vino equiparable a los premiers crus bordeleses, obra de Mario Incisa y comercializado solo a partir de 1968. UMANI RONCHI Bodega fudada en 1955, con sede en Osimo (Ancona), sus 250 ha, repartidas entre Las Marcas y Abruzos, están destinadas sobre todo a la blanca verdicchio (vino Plenio) y las tintas montepulciano y cabernet (Pelago). Portugal: vinos con personalidad Portugal es uno de los países históricos en la elaboración mundial de vinos, con una vitivinicultura establecida, como en el resto de la península Ibérica, desde la antigüedad por los comerciantes fenicios, cartagineses, griegos y romanos. En estos más de dos mil quinientos años de adaptación — sea natural, sea por la selección humana— de la Vitis vinifera a los diversos territorios portugueses, se han originado una multitud de castas autóctonas que hoy en día, con los mercados saturados de cabernet sauvignon y chardonnay de todos los orígenes imaginables, son un patrimonio muy importante para afianzar la personalidad de los vinos portugueses. Alfrocheiro preto, arinto, alvarinho, baga, castelão francês, encruzado, loureiro, maria gomes, rabigato, ramisco, tinta roriz (tempranillo), tinto cão, touriga francesa, touriga nacional o trincadeira son algunas de las variedades más destacadas de una lista que podría ser casi interminable. Portugal es uno de los países históricos en la elaboración de vinos, con una vitivinicultura que se remonta dos mil quinientos años atrás. En la imagen, azulejo con uvas en la fachada de una antigua casa portuguesa. Los oporto, joya de Portugal Una larga tradición vitivinícola ha aportado a los vinos portugueses métodos de elaboración propios, que han configurado, en combinación con las variedades, el clima y el territorio, el vino más conocido y exportado de Portugal, el oporto, el vino dulce más famoso del mundo. El origen de la elaboración de este vino se remonta al siglo xvii, cuando las guerras entre Inglaterra y Francia provocaron que los ingleses buscaran una alternativa a los vinos de Burdeos, su proveedor tradicional, hallándola en la zona del Duero, una región con una tradición de siglos en la elaboración de vinos y bien comunicada a través del puerto de Oporto, para exportarlos a las islas Británicas. Los comerciantes ingleses se suelen atribuir el mérito de haber desarrollado el método de elaboración de los vinos fortificados, a los que se añadía brandy —actualmente alcohol neutro— al principio de la fermentación alcohólica, hasta los 20o de alcohol, de forma que las levaduras dejan de estar activas, se detiene la fermentación y sobran azúcares naturales de la uva sin fermentar, lo que endulza el vino. El alto contenido de alcohol y azúcar estabiliza el vino, le confiere longevidad y evita que se enrancie o avinagre en los viajes marítimos. Pero lo cierto es que ya en el siglo xiii el médico y alquimista Arnau de Vilanova había desarrollado este método en la corte de los reyes de Aragón —probablemente aprendido de los árabes en Valencia— y que los portugueses ya lo usaban a partir del siglo xv, para los vinos embarcados en la época de los Descubrimientos. El éxito de este tipo de vino en Inglaterra y en Escocia llevó al establecimiento en Oporto de diversas empresas de origen británico donde se almacenaba y añejaba el vino antes de embarcar. De hecho, hasta 1986 era obligatorio el envejecimiento de los vinos en la localidad de Vila Nova de Gaia, al lado de Oporto. Este es el motivo por el cual el vino lleva el nombre de la ciudad portuaria, en lugar del de su verdadera zona de origen, en la zona vitivinícola interior del valle del Duero, lejos del mar. Aun ahora, muchas de las empresas de Oporto, así como las categorías en que se clasifican sus vinos, tienen nombres británicos. Los vinos de Oporto se caracterizan por una persistencia muy elevada tanto de aroma como de sabor y por un volumen alcohólico elevado, que suele estar comprendido entre el 19 y el 22 % vol. En cuanto al dulzor, el vino de Oporto puede ser muy dulce, dulce, semiseco o extraseco. El dulzor del vino se decide en la elaboración por el momento de interrupción de la fermentación. Los vinos de Oporto blancos se presentan en varios estilos, relacionados con los periodos de envejecimiento más o menos prolongados y con los diferentes grados de dulzor. Los de color rosado se obtienen por maceración poco intensa de uvas tintas y sin oxidación. Son vinos para ser consumidos jóvenes, con buena potencia aromática, con notas de cereza, frambuesa y fresa. En la boca, son suaves y agradables, y se consumen frescos. Los vinos de Oporto tintos se pueden dividir en dos categorías, Ruby y Tawny, según el tipo de envejecimiento. Los Ruby son vinos en los que se pretende mantener su color tinto, más o menos intenso, y mantener el aroma afrutado y el vigor de los vinos jóvenes. En este tipo de vinos, por orden creciente de calidad, se incluyen las categorías Ruby, Reserva, Late Bottled Vintage (LBV) y Vintage. Los vinos de las mejores categorías, principalmente el Vintage, y en menor grado el LBV, podrán ser guardados, ya que envejecen bien en botella. Los Tawny son vinos en los que el color presenta evolución, integrándose en las subclases de color tinto dorado, dorado o dorado claro. Los aromas recuerdan a frutos secos y a madera; cuanto más añejo sea el vino, estas características se acentúan más. Las categorías existentes son: Tawny, Tawny Reserva, Tawny con indicación de envejecimiento (10 años, 20 años, 30 años y 40 años) y Colheita. Todos ellos son vinos de mezclas de varias añadas, excepto los Colheita. Tradicional trayecto de los vinos de oporto por el río Duero hasta las bodegas situadas en Vila Nova de Gaia, donde podrán envejecer durante largos años. Diversas zonas, diversos vinos La variada geografía portuguesa configura diversas zonas y vinos distintos en cada una de ellas. El norte, lindando con Galicia, es tierra de vinhos verdes, frescos y con un punto de efervescencia, los mejores de los cuales son los alvarinhos. Se trata de vinos pensados para ser consumidos jóvenes, aunque se está empezando a envejecer algunos alvarinhos. Dão, Bairrada y Alentejo son las otras grandes zonas, de tintos principalmente, aunque se producen algunos blancos e incluso espumosos. El dão, uno de los vinos más conocidos de Portugal, lleva el nombre de un pequeño río que fluye entre las montañas al sur del Duero. Su suelo de granito es ideal para la vid. La mayoría de los vinos de Dão son tintos firmes, a veces algo austeros. Justo a la derecha del Dão, en Bairrada, la uva baga acapara más del 85 % del viñedo. No es una uva muy bien considerada por la dificultad de su elaboración. Es una casta tánica y temperamental, pero cuando se controlan las producciones y se vinifica correctamente, produce vinos de largo recorrido, que maduran con una marcada personalidad y una finura inusual. Pegada a la provincia de Badajoz, la región de Alentejo es una zona más cálida. La casta local por excelencia es la trincadeira, que se conoce también como tinta amarela en el norte del país. También abunda la aragonez (tempranillo). Se está experimentando con touriga nacional con buenos resultados, con syrah, e incluso con petit verdot. Madeira y Setúbal complementan a Oporto en cuanto a vinos fortificados. Los de Madeira se elaboran básicamente con la variedad tinta negra mole, con un 80 % de la producción total de la isla. En Setúbal son famosos los moscateles, que se añejan conservando la maravillosa fragancia del moscatel y, con los años, cobrando un color ámbar dorado más profundo. Otras zonas con vinos de calidad son Alenquer, Palmela, Ribatejo o Bucelas. Panorámica de un viñedo de Quinta do Carmo, tradicional finca de Alentejo, elaboradora de buenos vinos tintos, perteneciente en la actualidad al grupo Bacalhôa. BODEGAS ALVES DE SOUSA Domingos Alves de Sousa recogió la tradición vitivinícola familiar para experimentar en sus 110 ha distribuidas en cinco quintas con diversas castas hasta dar con las más aptas para producir, desde la década de 1990, vinos de gran carácter y calidad de la DOC Douro. AVELEDA El origen de esta bodega de la familia Guedes se remonta a 1870. Líder en el mercado del vinho verde y gran exportador, dispone de 160 ha en las que se cultivan las variedades loureiro, fernão pires, alvarinho, arinto y trajadura, y de dos centros de vinificación (Valongo do Vouga y Penafiel). BACALHÔA Grupo fundado en 1922 en Palmela (distrito de Setúbal). Dinámico y modernizador del sector, actualmente dispone de bodegas en Alentejo (donde destaca Quinta do Carmo), península de Setúbal (Azeitão), Lisboa, Bairrada, Dão y Duero, que ofrecen espectaculares cifras totales: 1 000 ha, 15 000 barricas, capacidad para 20 millones de litros. ESPORÃO Proyecto iniciado en 1973 por la familia Roquette, que ha promovido el reconocimiento de los vinos de Alentejo, con sus Torre, monovarietales (como el 4 Castas) o Esporão Reserva. También está asentada desde 2008 en la región del Duero (Quinta dos Murças). FONSECA Bodega elaboradora de oporto, establecida en 1815. Sus viñedos en los valles de Pinhão y Távora —en los que ha implantado la viticultura orgánica y sostenible— ofrecen unos vinos opulentos y complejos que, no obstante, conservan toda su juventud durante décadas, como el vintage Bin No.27. HENRIQUES & HENRIQUES Empresa familiar constituida en 1850, pero cuyos orígenes en el cultivo de la vid en Madeira se remontan al siglo xv. Orientada a la exportación, en su Quinta Grande, a 600-750 m de altitud, sus 10 ha constituyen el mayor viñedo continuo en una isla y el primero mecanizado en Madeira. QUINTA DO CÔTTO Bajo la dirección de Miguel Champalimaud desde 1976, las 70 ha de viñedo en el corazón de la DOC Douro proporcionan los vinhos da quinta Quinta do Côtto y Côtto Grande Escolha, a partir de las variedades touriga nacional y tinta roriz, vinos tintos especiados y concentrados, expresión del terroir, que han alcanzado una sólida reputación. RAMOS-PINTO Una de las bodegas de oporto más legendarias y hermosas, siempre por delante en materia de viticultura, vinificación y comercialización. Fundada en 1880 por el patriarca Adriano Ramos Pinto, en 1990 se integró en el grupo Roederer (Champagne). Sus vintages son particularmente elegantes. SOGRAPE VINHOS La mayor bodega portuguesa, fundada en 1942, con centro en Vila Real (al norte del Duero). Con más de 800 ha propias, distribuye una gama de vinos bien equilibrados, representativos de las principales denominaciones de origen: Mateus Rosé, Sandeman, Ferreira, Offley, Casa Ferreirinha o Gazela. SYMINGTON Grupo bodeguero cuyo origen familiar se remonta al siglo xvii, y que desde finales del siglo xix, con la adquisición de firmas como Graham’s, Warre’s, Dow’s, Cockburn’s, Quinta do Vesuvio, se ha convertido en el elaborador de oporto más galardonado. También es propietario de vinos de las DOC Douro y Madeira (Blandy’s). TAYLOR’S Bodega familiar establecida a finales del siglo xvii. Para muchos constituye el arquetipo de los más refinados vinos de oporto. Fue pionera en la creación de un Late Bottle Vintage (de la que es líder), así como en lanzar al mercado un nuevo estilo de oporto sin año (First Estate). WINE & SOUL Los enólogos Sandra Tavares da Silva y Jorge Serôdio Borges se han embarcado en la elaboración de vinos de «garaje» en el valle de Pinhao (Duero). De su viejo viñedo con numerosas variedades surgen el Pintas tinto, el Pintas vintage oporto y el blanco Guru. Alemania: originalidad y calidad La importancia de Alemania entre los países elaboradores de vino se basa más en la originalidad y calidad de su producción que en la cantidad. Su situación la convierte en una de las regiones vitivinícolas más septentrionales del mundo, en el límite climático de las zonas aptas para el cultivo de la vid. Es por ello que, con la excepción de Saale-Unstrut y Sajonia, en el este, las regiones vitícolas se concentran en el sur y el suroeste de Alemania, de clima más cálido. Los vinos alemanes, además, son muy diversos debido a los muchos tipos de suelo y de variedades de uva existentes, aunque indiscutiblemente sus mejores vinos son los elaborados con la variedad blanca riesling. En cuanto a las cifras, Alemania ocupa la décima posición mundial en cantidad de vino elaborado, pero la presencia internacional de sus vinos es menor, puesto que produce menos de lo que consume. De hecho, es el cuarto consumidor mundial de vino, con prácticamente el doble de consumo que España. Así, solo el 31 % de vino comercializado en su mercado interior es de procedencia autóctona y, según datos de 2009, Alemania, con 14,1 millones de hl, es el primer importador mundial en volumen de vino. Pero el prestigio de sus riesling hace que tengan una considerable demanda internacional, con lo cual, a pesar de que Alemania es un importador neto, alcanza el sexto puesto mundial entre los exportadores, aunque muy lejos de los tres primeros puestos, que ocupan Italia, España y Francia. La situación septentrional del viñedo alemán hace que el clima sea fresco y, por tanto, que las uvas maduren lentamente a temperaturas estivales moderadas, lo que proporciona al vino alemán su característica ligereza, frescor y aroma frutal. Las uvas blancas representan más del 80 % de los viñedos. La más célebre y la que produce vinos de mejor calidad es la riesling; otra variedad abundante es la müller-thurgau —cruce de riesling y sylvaner —, a las que les siguen la ruländer, pinot blanc, gewürztraminer y sylvaner. Debido al cambio climático, en Alemania maduran ahora también uvas que permiten producir tintos de calidad, como la spätburgunder (pinot negro), lemberger y dornfelder. Los grandes ríos del suroeste de Alemania, con el Rin a la cabeza, forman parte consustancial del paisaje vitícola del país. En la imagen, Assmannshausen, en el término de Rüdesheim am Rhein, en la región de Rheingau (Hesse). Esta localidad es conocida por sus vinos tintos elaborados con la variedad spätburgunder (pinot noir alemana). La «misteriosa» clasificación de los vinos alemanes Uno de los principales inconvenientes para comprender los vinos alemanes es su compleja clasificación. Por su situación geográfica, el mayor escollo para los vinos alemanes es conseguir una buena madurez de la uva. Por lo tanto, las clasificaciones de calidad se hacen en función de esa madurez, que se mide por el contenido de azúcar del mosto. La primera gran distinción, pues, está entre los vinos que han sido chaptalizados (reforzados con adición de azúcar externo al mosto para subir el grado alcohólico) y los que no. Estos son los llamados Prädikatswein o Qualitätswein mit Prädikat (QmP): vino de calidad con distinción. En el escalón más bajo, entre los que han sido chaptalizados, están los Deutscher Tafelwein (vino de mesa alemán), a los que solo se les exige provenir de viñas y variedades de uva autorizadas. El siguiente nivel es el de los Deutscher Landwein (vino de la tierra alemán). Los Qualitätswein bestimmter Anbaugebiete (QbA, vinos de calidad producidos en regiones determinadas) conforman el mayor grupo de calidad de los vinos alemanes. Para cada Qualitätswein se han fijado valores mínimos de contenido natural alcohólico. En la producción de Qualitätswein, al igual que en la de Tafelwein, puede añadirse azúcar al mosto para su enriquecimiento (chaptalización), aunque no puede superar un máximo legal. Prädikatswein, máxima exigencia Para el grupo Prädikatswein rigen las máximas exigencias en cuanto a variedad de uva, madurez, armonía y elegancia. A estos vinos no se les puede añadir azúcar. Existen seis calificaciones diferentes, con otras tantas concentraciones de azúcar natural en el mosto, de acuerdo con la variedad de uva y la región vinícola. Las calificaciones de estos vinos, en sucesión ascendente, son: Kabinett: vinos finos, livianos, de uvas maduras con un contenido bajo de alcohol. Spätlese: vinos maduros, elegantes, con fina fruta, de uvas cosechadas algo más tarde. Auslese: vinos nobles de uvas completamente maduras, para cuya elaboración los granos no maduros son desechados. Beerenauslese: vinos completos, de uvas muy maduras, atacadas por el hongo Botrytis Cinerea o podredumbre noble, que es un aporte a la calidad del vino. Trockenbeerenauslese: vinos producidos con uvas tipo pasa, atacadas por la podredumbre noble. Son dulces y melíferos, se cuentan entre los de mayor calidad y pueden almacenarse varias décadas. Eiswein: vinos producidos con el mismo azúcar mínimo en el mosto que los Beerenauslese, pero con uvas que se cosechan congeladas en el viñedo debido a su tardía recolección y a las inclemencias del clima alemán. Las uvas se prensan también congeladas, de forma que el agua permanece sólida y se extrae solo el mosto con los azúcares concentrados. Los Kabinett, Spätlese y Auslese pueden ser secos, semidulces o dulces, y muchas veces no hay otra forma de saberlo que catando el vino. Si no pone trocken —literalmente «seco», con menos de 9 gramos/litro de azúcar— es que es más o menos dulce. A veces especifica halbtrocken —«medio seco», menos de 18 gramos de azúcar residual por litro—, pero a menudo no tienen indicación alguna. La excepción a la sequedad de los trocken son los Trockenbeerenauslese, en que la palabra seco se refiere a que se elabora con uvas pasificadas, «secas»: en ese caso, son vinos especialmente dulces. Los Prädikatswein, tanto los secos como especialmente los dulces, tienen una gran longevidad, desconocida en los vinos de climas más cálidos, que puede ser de más de cinco años en los secos y de décadas en el caso de los dulces. Esta evolución favorable es debida a la alta acidez de la uva riesling, que produce vinos de lenta evolución. Zonas de producción En cuanto a las zonas de producción, de las trece regiones delimitadas (Ahr, Baden, Franconia, Hessische Bergstraße, Mittelrhein, Mosel-Saar-Ruwer, Nahe, Pfalz —Palatinado, región vitivinícola llamada la «Toscana alemana»—, Rheingau, Rheinhessen, Saale-Unstrut, Sajonia, Württemberg), los vinos de calidad están aglomerados en las riberas del Rin —Rhein, en alemán— y sus afluentes. Muchas de estas zonas incluyen «Rhein» en su nombre: Rheingau, Rheinhessen o Mittelrhein. Tradicionalmente, la zona considerada de mayor calidad es Mosel-Saar-Ruwer, donde los vinos alcanzan una elegancia superior, y las escarpadas laderas en las orillas de esos tres ríos les confieren unos tonos minerales muy particulares. En estas laderas inclinadas el trabajo en las viñas es extremadamente dificultoso e incluso peligroso. Es el precio que hay que pagar para poder disfrutar de estas joyas de la enología. Almacenamiento del vino en la casa Fürst, en Iphofen, una de las bodegas de la Franconia bávara que se ha encargado de desmentir la sentencia, hace dos siglos, de un gobernador de la cercana localidad de Volkach que, al referirse a la plantación de vides en la zona, dijo que la uva no podría madurar debidamente ni «aunque hubiera dos soles en el cielo». BODEGAS ANSELMANN Esta bodega familiar de Edesheim (Palatinado) se remonta al año 1541. En sus cerca de 100 ha crecen en igual proporción variedades blancas y tintas, tanto las locales riesling, dornfelder o spätburgunder, como las cabernet sauvignon, cabernet mitos o cabernet blanc. Entre sus vinos, destacan los secos dornfelder y sauvignon blanc. DÖNNHOFF En la region vinícola del Nahe (afluente del Rin), esta bodega elabora vinos riesling de alta mineralidad y sutil elegancia, entre los que sobresale el fermentado en barrica Hermannshöhle GG (seco). FRIEDRICH-WILHELM-GYMNASIUM Esta bodega establecida en Tréveris (Sarre) desde el siglo xvi practica, en sus 25 ha diseminadas en terrazas por los valles del Mosela y el Saar, una viticultura de calidad, con un 80 % de vendimia manual, que refleja la complejidad aromática de los riesling de la zona. FÜRST Bodega familiar establecida en Iphofen (Franconia) en el siglo xvii. Ha contribuido al reconocimiento internacional de los vinos alemanes basados en la variedad spätburgunder (pinot noir). MAXIMIN GRÜNHAUS Pertenecientes a la familia Von Schubert y situados junto al río Ruwer poco antes de afluir este en el Mosela, los tres singulares viñedos de esta casa (Abtsberg, Herrenberg y Bruderberg), plantados casi exclusivamente con riesling, tienen unos rendimientos bajos y una cuidada vinificación para obtener vinos de marcada personalidad. SCHLOSS JOHANNISBERG En este castillo (antigua abadía) de la región de Rheingau, situado sobre una meseta desde la que domina sus viñedos, se plantó el primer viñedo enteramente de riesling, en el siglo xviii. Su emplazamiento, hermosa bodega, la taberna (Gutsschänke) y una colección histórica de botellas dotan de encanto al lugar. Tras unas etiquetas de estilo decimonónico, produce vinos bien estructurados. Reconocido por sus vinos blancos, especialmente por el tokaji, Hungría reúne en sus más de 80 000 ha de viñedo una diversidad no suficientemente conocida, en parte, por la hegemonía de los tokaji, erigidos en símbolo nacional —tanto es así que la aszú, la uva deshidratada con la que se produce este vino, se menciona en el himno nacional—. El caso es que el país merece un sitio destacado en la geografía vitivinícola mundial máxime cuando su producción, ya de por sí singular, ha experimentado una grande y positiva evolución desde la caída del comunismo. La geografía marca los vinos húngaros, empezando por una obviedad: el país no tiene costa, lo que influye en el clima. Es más, la tradición húngara por el vino blanco —casi el 70 % de la producción— no desmerece sus tintos. Cuenta con 22 regiones vinícolas, distribuidas por toda su geografía y, como miembro de la Unión Europea —desde 2004—, aplica la normativa de esta, dividiendo los vinos en: vinos de calidad producidos en una región determinada (VCRPD) y vinos con indicación geográfica protegida (IGP). Variedades y zonas Pese a que se encuentran viñas de chardonnay, cabernet sauvignon o merlot, las variedades mayoritarias son autóctonas o, como mucho, de tradición germana. Así, destacan las blancas zala gyöngye, cserszegi fûszeres, olaszrizling y furmint, y las tintas zweigelt y kékfrankos. A ellas cabe añadir las blancas ezerjó, kövidinka y aranysárfeher, y la tinta kadarka, muy usadas en la Gran Llanura (centro-sur del país), donde, como herencia del pasado comunista, la producción es aún masiva y sin apenas personalidad. Sí son destacables, en cambio, las zonas de Eger, Villány, Székszard y Badácsony. El rey de los vinos húngaros Mención aparte merece el reputado tokaji. Elaborado en la región de Tokaj-Hegyalja, zona del nordeste declarada patrimonio de la humanidad y que cuenta con unas 7 000 ha de viñedo, fue el primer vino sujeto a restricciones para asegurar y proteger su elaboración, convirtiéndose en 1757 en la primera denominación de origen del mundo. El tokaji debe su fama a una combinación de terroir compuesto por arcillas y subsuelo volcánico, un microclima específico y, sobre todo, una vendimia tardía que favorece la podredumbre noble. Cuenta la tradición que, en una de las guerras contra los turcos, la vendimia se retrasó hasta noviembre, lo que ocasionó la infección del hongo botrytis cinerea. El vino elaborado con esa uva tardía y deshidratada, denominada aszú, no solo no salió defectuoso, sino que dio lugar a un excelente vino dulce, fino y concentrado. El tokaji se elabora exclusivamente con las variedades autóctonas furmint, hárslevelü, sárgamuskotály y zéta. Además, su elaboración añade alguna peculiaridad más, como el uso de bodegas excavadas en piedra donde los toneles se dejan recubrir de moho para mantener una humedad elevada, lo que favorece el envejecimiento y el sistema de categorización de los vinos, que mide la cantidad de uva deshidratada que se mezcla con el vino base elaborado con uva sana. Este sistema de medición se basa en los llamados «putoños» —del húngaro puttony, «capazo»—, que equivalen a la proporción de un tipo de uva y de otra. La caída del sistema comunista en 1989 revolucionó el sector, hasta entonces en manos de pequeños propietarios que aportaban su producción a bodegas colectivas, lo cual mermaba la calidad de los vinos. Con la liberalización económica, la zona fue codiciada por grandes empresas internacionales, incluida la española Vega-Sicilia, que produce uno de los mejores tokaji de la actualidad. Instalaciones de Tokaj Oremus, bodega fundada por la española Vega Sicilia en la localidad de Tolcsva (noreste de Hungría) para la elaboración del prestigioso vino tokaji. El mosaico del vino europeo Como sucede en el resto de manifestaciones culturales, en las que la diversidad es un valor importante, la riqueza de la vitivinicultura no se basa solo en las elaboraciones de los grandes países productores, sino que se ve enriquecida por unidades más pequeñas que aportan color y matices al mosaico vitivinícola europeo. Cada país del viejo continente, siempre que las condiciones climáticas lo permitan, puede presumir de siglos de tradición, de variedades de uva autóctona y de vinos especiales que conforman un conjunto que es el mayor patrimonio vitivinícola mundial. La vitivinicultura europea no se basa solo en las elaboraciones de los grandes países productores, sino que se ve enriquecida por unidades más pequeñas que aportan color y matices al mosaico continental. En la imagen, viñedos en terrazas sobre el lago Léman (Suiza). Paladar mediterráneo A pesar de la larga historia del vino en Grecia, con 35 siglos de viticultura, se da la circunstancia de que hasta la integración en la Comunidad Económica Europea, en 1981, la vitivinicultura griega no se modernizó como actividad empresarial capaz de elaborar vinos embotellados de calidad. En contrapartida, esa vitivinicultura tradicional poco industrializada ha propiciado que hayan subsistido unas 300 castas autóctonas, la mayoría de las cuales con sus cualidades por explorar. Actualmente, Grecia produce aproximadamente 4 millones de hectolitros de vino al año y cuenta con unas 30 denominaciones de origen y un centenar de vinos regionales. En los últimos veinte años, los vinos griegos han alcanzado el reconocimiento internacional y se han dejado atrás los tiempos en que el único vino griego conocido era el retsina, un vino blanco o rosado aromatizado con resina de pino, aún hoy muy popular. Las principales zonas vitivinícolas están situadas en Creta, en el Peloponeso, en Macedonia y en Grecia Central (regiones de Ática y Beocia, cerca de Atenas). Las denominaciones más importantes son Nemea, con sus vinos tintos elaborados con la uva agiorgitiko; Patras, con sus blancos secos y los tintos dulces de la variedad mavrodaphne; y Samos, con sus blancos dulces. Vinculada a la tradición griega y mediterránea del vino, Chipre tiene al menos un mérito sobre Grecia: el de tener el honor de ser la cuna del vino en el Mediterráneo. Otro mérito más es que en esta isla se elabora el vino más antiguo de los que aún hoy en día se siguen produciendo, el commandaria, que fue introducido en occidente por los cruzados. Con unas 25 000 hectáreas de viña, Chipre califica sus vinos siguiendo las directrices de la Unión Europea —a la que pertenece desde 2004—, dividiéndolos en Denominación de Origen Protegida (equivalente a las DO españolas), Vino Local (Vino de la Tierra en España) y Vino de Mesa. Aunque gracias a su clima mediterráneo casi todas las variedades se pueden cultivar, las locales mavro y xynisteri ocupan la mayoría de viñedos. Aun así, desde la década de 1980 se ha llevado a cabo una política de introducción de variedades foráneas, como cabernet sauvignon, cabernet franc, carignan noir y palomino. En cuanto a su vino más conocido, el mencionado commandaria, se trata de un blanco dulce fortificado elaborado con las citadas variedades xynisteri y mavro. Viñedos griegos (la cepa de la imagen de la derecha, cultivada sobre suelo volcánico en la isla de Santorini). La relación de Grecia con el vino se pierde en el origen de los tiempos. A orillas del mar Negro Con una antiquísima tradición vinícola, Bulgaria es aún hoy un país por descubrir en muchos aspectos. Tras la caída del comunismo en 1989 y su ingreso en la Unión Europea en 2007, Bulgaria ha potenciado su producción de vinos gracias a una gran capacidad exportadora. El país cuenta con más de 80 000 ha de viñedos divididas en cinco grandes regiones vinícolas: Llanura del Danubio, Mar Negro, Valle de las Rosas, Valle Tracio y Valle del río Strouma. En cuanto a las variedades usadas en el vino búlgaro, destacan las autóctonas mavrud, pamid, dimiat, gamza y misket, en uvas tintas, y rkatsiteli en las blancas. También hay variedades foráneas, especialmente cabernet sauvignon, merlot y chardonnay. Los vinos búlgaros son mayoritariamente tintos —cerca de los dos tercios de la producción—, aunque también se elaboran blancos, rosados y espumosos. Quizás los más reputados sean los tintos de crianza elaborados con mavrud. Rumania ocupa la quinta posición entre los elaboradores europeos en superficie de viñedo y el sexto lugar en la producción de vinos —después de Francia, Italia, España, Alemania y Portugal—, con unos 6 millones de hectolitros, cinco de ellos de vino blanco. Los vinos de calidad suponen menos del 10 % del total de vinos producidos. De hecho, la vitivinicultura rumana actual aún está condicionada por la época comunista, que promovió una agricultura colectivizada que fomentó las altas producciones a costa de las bodegas y la elaboración de alta calidad. Sin embargo, las condiciones climáticas y geográficas de Rumania favorecen la viticultura, con grandes llanuras que se extienden al sur de los Cárpatos, con insolación abundante y la influencia del mar Negro. Los mejores vinos se elaboran en Cotnari, una zona de la Moldavia rumana, con excelentes vinos licorosos, y en Murfatlar, zona del altiplano de Dobrudja, que destaca por sus chardonnay y pinot gris, así como por las variedades tamâioasa romaneasca y muscat ottonel, con las que se producen vinos licorosos y de postre. Las variedades de uva más destacadas del país son las feteasca alba, feteasca regala y la grassa de Cotnari. Viñedos a orillas del mar Negro. Países ribereños de este mar, como Bulgaria, Rumania o Moldavia, aprovechan las favorables condiciones climáticas de la zona para desarrollar la viticultura. Por el antiguo Imperio austriaco Los vinos de Austria han experimentado en los últimos veinte años una evolución extraordinaria que ha dejado atrás la fama de vinos industriales y de baja calidad de la década de 1980. En sus viñedos, que suman 46 000 hectáreas, se cultivan 35 variedades de uva —22 blancas y 13 tintas— oficialmente aprobadas para la producción de vino de calidad. Pero, sin duda, la más importante es la variedad blanca local grüner veltliner, que representa casi un tercio de los viñedos del país, y con la que se elaboran desde los vinos frescos y jóvenes que se sirven en las clásicas tabernas vienesas, hasta vinos de altísimo nivel internacional, jóvenes, con crianza o dulces. No obstante, Austria tiene muchos más vinos blancos que ofrecer. El riesling de la región de Wachau tiene también prestigio internacional, así como el sauvignon blanc de Estiria. Otros vinos de calidad son los elaborados con las variedades weissburgunder (pinot blanc) y chardonnay. Pero son las especialidades regionales, como la zierfandler o la rotgipfler, de la región termal situada al sur de Viena, o la schilcher, con la que se produce un vino rosado fresco característico de Estiria, las que dan la nota especial al país como lugar vinícola. En la zona de Burgenland, gracias a los numerosos días de sol, se elaboran buenos tintos, que se suelen consumir jóvenes. País de reducido tamaño pero de gran diversidad climática y geográfica, Eslovenia produce vinos tanto con variedades internacionales como con castas autóctonas, entre las que destacan sipon, verdoc müller-thurgau, refosc, resky resling, grigio, tocai friulano y terán, entre otras. Con una producción pequeña pero de calidad, en esta antigua república yugoslava, miembro de la Unión Europea desde 2004, se calcula que cerca del 70 % de sus vinos son calificados como vino de calidad, especialmente en vinos blancos, que conforman un 70 % de los vinos elaborados, por un 30 % de tintos. Las tres principales regiones vinícolas de Eslovenia son Podravje, en el este, destacable por sus blancos elaborados con laski rizling; Posavje, en el sureste, con el tinto de modra frankinja y el cvicek a destacar; y Primorje, en el este, donde sobresale el terán elaborado en la zona del Karst, quizás el vino más singular de cuantos se elaboran en el país. Con aproximadamente 20 000 ha de viñedo, situadas mayoritariamente en el sur del país, Eslovaquia se divide en seis regiones vinícolas: Pequeños Cárpatos, Eslovaquia Sur, Nitra, Eslovaquia Central, Eslovaquia Este y Tokaj. Miembro de la UE desde 2004, los vinos eslovacos se elaboran con unas cuarenta variedades diferentes, con preponderancia de los blancos sobre los tintos en un 60/40 %. Entre las castas más usadas, destacan por su popularidad riesling, cabernet sauvignon, sylvaner y orsay oliver. El hecho de que Eslovaquia tenga una región vinícola donde se producen vinos tokaji ha sido una fuente de conflictos con la vecina Hungría, que se opone a que se pueda hacer vino con esta denominación fuera de sus fronteras y que pretende, en el mejor de los casos, asegurar que el tokaji eslovaco cumpla con las estrictas normas de producción húngaras. Viñedos ante la abadía benedictina de Göttweig, en el valle de Wachau (Baja Austria). El riesling de esta región austriaca tiene prestigio internacional. Luxemburgo y el crémant Entre los vinos luxemburgueses cabe destacar especialmente los blancos secos elaborados con riesling y el espumoso crémant de Luxembourg. En cuanto a las variedades cultivadas en este pequeño país, además del riesling, destacan rivaner, auxerrois blanco, pinot gris, pinot blanco, elbling, pinot noir y gewürtztraminer. Respecto a la producción, la principal región es la ribera del Mosela, río que comparte tradición vinícola con Alemania y Francia. Con apenas 1 300 hectáreas de viñedos, cinco grandes cooperativas controlan los dos tercios de la producción y comercializan sus productos bajo la marca común Vinsmoselle. El espumoso crémant de Luxembourg se elabora siguiendo el méthode traditionelle, con un cupaje bastante abierto, lo que da lugar a una gran variedad de este tipo de espumoso. Otras regiones vitivinícolas del mundo Debido a su origen en la cuenca mediterránea, se suele distinguir entre vinos del Viejo y el Nuevo Mundo, englobando bajo esta denominación no solo los americanos, sino también los de África, Asia y Oceanía. Pero no vayamos a creer por ello que todos los países están en condiciones de cultivar vid para producir vino en cantidades apreciables. Más bien al contrario — como se puede apreciar de un vistazo en el mapa de las regiones vitícolas del mundo—, solo alrededor de medio centenar tienen esta capacidad, una capacidad otorgada en grandísima medida por los caprichos del clima. Para prosperar, la vid necesita de un clima de características bastante precisas. El período de maduración de la uva debe ser lo suficientemente largo para que fructifique en buenas condiciones, y el invierno lo bastante frío como para obligar a la vid a reposar. A su vez, la vid necesita cierta cantidad de luz al día, de calor y de agua. Y estas condiciones, características del clima templado, se hallan en las franjas del planeta situadas aproximadamente entre los 30 y los 50º de latitud norte y sur. Estados Unidos y Canadá Aunque la producción de vino en Estados Unidos cuenta con más de 300 años de antigüedad, es desde hace unas dos décadas que ha alcanzado su esplendor gracias al aumento paulatino del consumo, a la extensión del viñedo por casi toda la Unión y a su pujante exportación, especialmente de los vinos de California —que produce casi el doble que Australia—, estado tras el que se sitúan Washington, Oregón y Nueva York. Estados Unidos es el cuarto productor mundial de vino, con cosechas que oscilan entre 20 y 25 millones de hl en sus 400 000 ha. El consumo interno asciende a cerca de 30 millones de hl y tanto sus exportaciones como importaciones crecen a un ritmo acelerado. Viñedos en los ondulados terrenos del valle de Napa, uno de los más fructíferos para la vitivinicultura californiana. Vinland Los primeros europeos que exploraron Norteamérica llamaron Vinland a esta tierra por la cantidad de variedades nativas de uva, tales como las Vitis labrusca, riparia, rotundifolia, vulpina y amurensis, aunque fue la introducción de la Vitis vinifera europea la que supuso una auténtica revolución. Hasta ese momento, colonos como los hugonotes franceses ubicados en Jacksonville (Florida), habían elaborado vino con variedades nativas, pero en 1619 se introdujeron variedades francesas en Virginia y comenzó una nueva era del vino norteamericano, que fracasaría por una serie de devastadoras plagas. En 1863, William Penn plantó en Pennsylvania un viñedo de variedades francesas que injertó con Vitis labrusca, dando lugar a la híbrida alexander, base de la producción de vino en la costa este del país. En California, el primer viñedo fue impulsado por el misionero franciscano mallorquín fray Junipero Serra, cerca de San Diego, en 1769. Más tarde, los misioneros llevaron el viñedo hacia el norte y ya en 1805 apareció la primera plantación en Sonoma. El uso de la uva misión —llamada «país» en Chile—, de calidad modesta, no pasó de ahí. La primera bodega que marcó en Estados Unidos un antes y un después fue fundada por Nicholas Longworth en Cincinnati (Ohio) a mediados de 1830 gracias a un espumoso de la variedad catawba. Pero en 1860 se produjo un ataque de podredumbre y el viñedo se vino abajo. En Missouri, la vitivinicultura despegó impulsada por colonos alemanes, pero la filoxera pudo con ella a finales del siglo xix. La puesta en marcha de la Ley Seca acabó de frenar la expansión del viñedo y relegó el vino como bebida casera. La abolición de esta ley aumentaría la demanda de vino popular y barato, tanto es así que en 1935 más del 80 % de la producción de vino californiano se inclinaba hacia los tipos dulces. Pero la entrada de investigadores del vino en la Universidad de Davis entre las décadas de 1960 y 1980 supuso el arranque definitivo para California, que recibiría además inversión extranjera. California, a la cabeza California representa casi el 90 % de la producción total del país. Abundan un buen número de variedades, tales como las tintas zinfandel —emblema de la vitivinicultura californiana—, cabernet sauvignon, cabernet franc, garnacha, pinot noir, merlot, syrah o gamay, y las blancas chardonnay, colombard, chenin blanc, sauvignon blanc, moscatel, riesling, gewürztraminer o semillón. Napa Valley, con 150 años de tradición vitivinícola, es el área californiana más conocida. Predominan la cabernet sauvignon y la chardonnay. Sonoma da, por su extensión y un clima que permite tiempos de maduración largos, grandes vinos. California también cuenta con el Valle Central y zonas como los Lagos, Mendocino, bahía de San Francisco, Monterrey, San Benito, San Luis Obispo o Santa Bárbara. El estado de Washington posee casi 14 000 ha de viñedo y tienen fama sus blancos de chardonnay y los tintos de merlot y cabernet sauvignon. En Oregón, las vides cubren casi 2 500 ha, buena parte de ellas en la cordillera nevada de Las Cascadas, una región fresca y lluviosa con un clima parecido al de Borgoña. Cerca de la mitad del viñedo es pinot noir y el resto son chardonnay, riesling y pinot gris. El estado de Nueva York ha sido siempre el segundo en producción, pero con vinos de baja calidad realizados con uvas como la concord, la catawa y la labrusca, cepas híbridas que están siendo reemplazadas. Otras zonas son Nueva Jersey, con 260 ha de cepas híbridas francesas; y Pennsylvania, con 3 650 ha cerca de la frontera con Virginia de viñedos excelentes dedicados en un 80 % a variedades rústicas como labrusca o maryland. Canadá: vinos de hielo Aunque las condiciones climáticas no sean las más idóneas para el vino, Canadá ha encontrado su hueco en las poco más de 8 000 ha con las que elabora unos 55 millones de litros. Las regiones productoras son Ontario, Columbia Británica, Quebec y Nueva Escocia. Son lugares donde se han adaptado bien variedades como riesling, chardonnay, pinot noir, cabernet sauvignon, cabernet franc y merlot. Pero el potencial del país es la producción de vino de hielo, que se sitúa anualmente alrededor de los 300 000 litros, un 80 % del total mundial de un modo de hacer que comenzó en la Franconia alemana en el siglo xviii. Canadá empezó a elaborar vinos de hielo en 1973, y en la década siguiente, con las experimentaciones de las bodegas de la región del Niágara (Hillebrand Estates, Inniskillin; más tarde Pillitteri Estates o Jackson-Triggs) con la variedad híbrida vidal —cruce de ugni blanc y seibel— despegó su producción. Los canadienses se han adaptado perfectamente a la elaboración de este tipo de vinos cuyas uvas se recogen en situaciones extremas, con temperaturas que no sobrepasan los -8 o C y que ha de realizarse por personal cualificado en horas de madrugada. Actualmente, sus vinos de hielo copan más de un 70 % del mercado mundial. Interior de Inniskillin, en Ontario (Canadá). Esta bodega elabora distintos tipos de vino, destacando sus pinot noir y, sobre todo, los llamados «vinos de hielo», vinos artesanales hechos a partir de uva helada con una alta concentración de azúcar, en los que la producción de Canadá destaca a nivel mundial. BODEGAS BERINGER La más antigua bodega (1876) en el californiano valle de Napa. Robustos pero equilibrados cabernet sauvignon y chardonnay con aromas de barrica se degustan en una mansión en St. Helena, réplica de las renanas dejadas atrás por los hermanos fundadores. CHATEAU ST. JEAN Fundada en 1973 y abiertos sus instalaciones y jardines a las visitas y degustaciones, es la quintaesencia de las bodegas del valle de Sonoma (California). Sobresalen su chardonnay y su cabernet sauvignon Cinq Cépages. DIAMOND CREEK Esta bodega establecida en 1968 en la montaña Diamond (Napa) practica una vitivinicultura de terroir en sus pequeños viñedos que producen cuatro cabernet sauvignons muy distintos entre sí. E. & J. GALLO Con viñedos por varias zonas de California y más de 60 marcas de varios países, esta bodega familiar fundada en 1933 constituye el mayor exportador de vinos estadounidense. INNISKILLIN Fundada en 1975 en Niágara (Ontario), a cuyos viñedos sumaría después otros en Okanagan (Columbia Británica), desde 1984 elabora artesanales vinos de hielo que se han convertido en referencia mundial. PONZI Bodega familiar fundada en 1970 cerca de Portland (Oregón). Destacan sus chardonnay, pinot noir y riesling, así como sus vinos a partir de las variedades italianas arneis y dolcetto. ROBERT MONDAVI Bodega esencial para el despegue del vino californiano, fundada en 1966 en Oakville (Napa). Su Fumé Blanc con sauvignon blanc criado en barrica y sus cabernet sauvignon han marcado época. VÉRITÉ Proyecto californiano del viticultor francés Pierre Seillan. Dando prioridad absoluta a la vid, elabora vinos (La Muse, La Joie) deliciosos, profundos y armónicos. Australia y Nueva Zelanda Australia y Nueva Zelanda encarnan la modernidad y el buen hacer de los países productores del Nuevo Mundo que, gracias a una acertada política de mercadotecnia, se han colocado en primer plano del mercado internacional. Australia: larga tradición La producción vitivinícola australiana es tan antigua como el propio país, ya que fue el capitán británico Thomas Cook, su colonizador, quien llevó en barco las primeras vides, en el siglo xviii. La viticultura australiana vivió un paréntesis en su desarrollo con la llegada de la filoxera, y hubo que esperar hasta la década de 1970 para que se produjera una auténtica revolución vitivinícola. Los últimos años están siendo cuna del despertar orgánico y biodinámico. Las principales regiones vitivinícolas australianas son: Sur de Australia, cerca de Adelaida, donde se ubican áreas como Barossa Valley, Eden Valley o Claire Valley, con vinos de carácter bordelés y ensamblajes de cabernet sauvignon, merlot, syrah y cabernet franc. En blancos, destacan riesling, chardonnay y sémillon. Aquí se ubican algunas de las mejores bodegas del país, como Penfolds, Henschke, Lehmann o Paracombe. Coonawarra, cercana a Melbourne, es la referencia de vinos tintos de gran estructura con cabernet sauvignon y syrah. Otras regiones destacadas son Yarra, Hunter Valley, Mudgee, Queensland o Tasmania. Por sus peculiares y diversas condiciones climáticas, el cultivo de la vid en Australia se limita a Australia Occidental y al cuadrante suroriental de la isla-continente, desde Adelaida hasta el norte de Sydney. En la imagen, viñedo en McLaren Vale, en Australia Meridional. El despegue de Nueva Zelanda Nueva Zelanda es uno de los países que más rápidamente ha impulsado el sector vitivinícola en los últimos años, como muestra el paso de 30 000 hectáreas dedicadas a la vid en 2007 a las 40 000 actuales. El sector vinícola neozelandés se encuentra muy atomizado. El 90 % de las 530 bodegas producen menos de 200 000 litros de vino al año. Por ello, Nueva Zelanda actúa de manera genérica en el mercado internacional del vino, como marca-país, lo que se traduce en una magnífica plataforma para las bodegas más pequeñas. Desde la década de 1980, diversos críticos consideran que los sauvignon blanc neozelandeses son tan buenos o mejores que los prestigiosos Sancerre o Pouilly-Fumé, del valle del Loira. La pinot noir es otra de las variedades perfectamente adaptadas. Las principales áreas vitícolas neozelandesas son: Bahía de Hawke, la región con una tradición vitícola más antigua. Marlborough. Acapara el 50 % de la producción y en ella sobresale la sauvignon blanc. En esta área se sitúan las mejores bodegas: Cloudy Bay, Whitehaven, Fromm o Giesen Wines. También hay vino en Otago, la zona de cultivo más meridional del mundo y muy fría, con grandes vinos de las variedades pinot noir, canterbury y nelson. El despegue de los vinos neozelandeses ha sido espectacular y, en pocos años, la superficie cultivada se ha disparado. Con el lema «vinos de clima fresco», los vinos de estas dos grandes islas australes se han dotado de una personalidad fácil de recordar. BODEGAS GREENSTONE Las 40 ha de este viñedo se ubican en Heathcote, pequeña región vitícola en el centro de Victoria, al norte de Melbourne, sobre unos suelos muy antiguos. Las variedades tintas (shiraz, sangiovese, tempranillo, monastrell) ofrecen vinos bien armados y de capa profunda. HENSCHKE Bodega familiar fundada 1868. Posee viñedos en Eden Valley, Barossa Valley y Adelaida Hills (Australia Meridional). Produce un amplio abanico de vinos, entre ellos un Hill of Grace Shiraz de textura aterciopelada que procede de viejas vides centenarias. PENFOLDS Gran bodega cuyo origen se remonta a 1844. Posee viñedos en muchas áreas de Australia Meridional. Su fuerza reside en los tintos, desde el renombrado Grange hasta los Bin 389 Cabernet Shiraz, Bin 707 Cabernet Sauvignon, Bin 28 Shiraz y Bin 128 Shiraz. En la década de 1990 amplió su cátalogo a los blancos chardonnay. SHAW & SMITH Desde 1989, Michael Hill-Smith, primer Master of Wine de Australia, y Martin Shaw producen al este de Adelaida de modo biológico, en un viñedo de 70 km de largo por 30 de ancho, vinos cabernet sauvignon de gran calidad, chardonnay de carácter marcado fermentado en barrica, shiraz sabrosos y frescos, y pinot noir. TE MATA ESTATE Principal bodega de Hawke’s Bay, en la isla Norte Nueva Zelanda, y la más antigua del país, fundada en 1896. John Buck y Michael Morris, al adquirir la propiedad en 1974, modernizaron las instalaciones. Producen una amplia gama de tintos y blancos: Coleraine, Awatea (cabernet y merlot), Bullnose Syrah, Elston Chardonnay, Cape Crest Sauvignon Blanc y Zara Viognier. THE NED Brent Marris produce desde 2005 en unas 270 ha en la cuenca del río Waihopai, en Marlborough (isla Sur de Nueva Zelanda), reputados vinos sauvignon blanc frescos, elegantes e intensamente aromáticos. También produce con pinot noir y pinot gris. El resurgir de Sudáfrica sudáfrica es el primer productor vitivinícola del continente africano, con más de 130 000 hectáreas dedicadas al viñedo. La República juega mucho con la imagen «vino-país» en el exterior y todas las regiones vitivinícolas se ciñen a la sigla WO (Vino de Origen). Su uva más emblemática es la pinotage, un híbrido de pinot noir y cinsault. Una historia con altibajos La producción vitivinícola sudafricana se remonta a 1659, cuando el Constantia, un vino fortificado, empezó a ser considerado uno de los mejores vinos del mundo. En 1866, la filoxera atacó con dureza todo el país y tanto los viñedos como la industria vitivinícola quedaron diezmados. A partir de 1900, los productores replantaron viñas con variedades muy productivas, como la cinsault, e inundaron el mercado con unos precios muy competitivos. Por entonces nació la cooperativa Kooperatiewe Wynbouwers Vereniging (KWV), un monopolio encargado de fijar precios, almacenar vino, retirar partidas y controlar el mercado. Pero el boicoteo por el apartheid mantuvo al país alejado de los mercados internacionales hasta la década de 1980. En las últimas décadas, la reorganización de KWV en negocio privado y orientado a la exportación, la apertura de bodegas, las inversiones extranjeras y la introducción de variedades internacionales (cabernet sauvignon, syrah o merlot) han llevado a un nuevo escenario al sector vitivinícola sudafricano. Áreas vinícolas La mayoría de la producción del vino en Sudáfrica se realiza en torno a Ciudad del Cabo. La zona de Constantia se ubica al sur de la ciudad y en ella destaca el cultivo de sauvignon blanc. El distrito de Stellenbosch (región de El Cabo Occidental) es una zona de vino tinto, con terruños que ofrecen productos de las variedades cabernet, merlot, pinotage y syrah. En determinadas áreas, como Bottelary y Elsenburg, hay buenas plantaciones de chenin blanc. Paarl (también en El Cabo Occidental) constituyó durante todo el siglo xx el corazón de la vitivinicultura sudafricana, ya que allí se encuentra la central de KWV, y ha impulsado vinos de pago en el valle de Fanschhoek y en Wellington. Otras zonas importantes en Sudáfrica son Breede, por sus vinos de chardonnay y syrah, y Klein Karoo, con vinos fortificados, ambas al este de Ciudad del Cabo, y la costa oeste, donde predominan las variedades pinotage y sauvignon blanc. Viñedo en las colinas de Stellenbosch, una de las principales áreas vitivinícolas de Sudáfrica. BODEGAS KANONKOP Bodega fundada en 1973 en una hacienda situada al pie de la montaña de Simonsberg, en Stellenbosch. Produce reputados vinos tintos de las variedades pinotage y cabernet sauvignon. KLEIN CONSTANTIA Bodega histórica en la región costera al sur de Ciudad del Cabo. Destaca su Vin de Constance, moscatel dulce reintroducido en la década de 1980, que revive el vino de la propiedad original «Constantia», famoso en las cortes europeas de los siglos xviii y xix, y descrito por Jane Austen, Dickens o Baudelaire. También destaca su Perdeblokke Sauvignon Blanc. KWV Nacida como cooperativa estatal en 1918, actualmente constituye una sociedad privada que agrupa diversas marcas de vinos y licores (Roodeberg, Laborie, Golden Kaan, etc.), además de la suya propia. MEERLUST Bodega familiar fundada en el siglo xviii en Stellenbosch. Produce vinos de gran carácter y complejidad, como el tinto Rubicon, elaborado con cabernet sauvignon, merlot, cabernet franc y petit verdot. VERGELEGEN Bodega fundada en 1987 sobre una propiedad histórica, en el distrito de Overberg, al sur del país. Sus viñas disfrutan de las brisas del Atlántico y se asientan sobre suelos de esquisto muy aptos para el cultivo de diversas variedades. Dispone de atractivos servicios enoturísticos. Resto de África y Oriente Medio La llegada de la filoxera a Europa supuso el auge de los viñedos del norte de África, especialmente los de Marruecos, país del que comenzaron a nutrirse españoles, franceses e italianos. Ellos introdujeron las variedades principales del área: alicante, cariñena, cinsault y garnacha. Lugares como Boulaouane, Benslimane, Berkane, Meknès, Gerrouane o Gharb comenzaron a destacar. Llegaron después las variedades cabernet sauvignon, merlot y syrah, a las que empresas francesas como Castel, Gérard Gribelin o Jacques Poulin sumaron las tannat, viognier, chardonnay, chenin blanc o tempranillo. La década de 1990 supuso una revolución, con la entrada de denominaciones de calidad como Coteaux de l’Atlas Premier Cru y el primer vino de pago marroquí (Château Roslane), pero también con marcas como Eclipse, Domaine Rimal, La Gazelle de Mogador, Riad Jamil, Cuvée Première de Président o Lumière, del actor Gérard Depardieu. La producción de vino en Marruecos se sitúa en torno a 350 000 hl, en sus 10 000 ha. Argelia cuenta con unas 50 000 ha de viñedo y una producción anual de entre 300 000 y 400 000 hl, muy lejos de aquellas 400 000 ha y 20 millones de hl de la etapa de la colonización francesa. Las principales variedades blancas cultivadas son: mersseguera, moscatel, clairette, chardonnay, cinsault, garnacha, cariñena, alicante bouchet, cabernet sauvignon, merlot y syrah, sin olvidar las autóctonas aïn el lelb, aramon o farhana. Los vinos argelinos son elaborados como VCC (vinos de consumo corriente o de mesa), VAOG (vinos con denominación de origen) o Vinos de Agricultura Biológica, con su correspondiente certificado europeo. La empresa estatal ONCV cuenta con 17 bodegas, la mayoría al oeste de Argel. Les Grands Crus de l’Oranie elabora algo más de 80 000 hl, mientras el resto queda para pequeñas bodegas. Las 38 000 ha de viñedo en Túnez tienen una producción similar a la marroquí. Las cepas se ubican en zonas como Nabeul, donde apenas se sobrepasan los 20o, y las cepas más comunes son cariñena, cabernet sauvignon, cinsault, monastrell, syrah, chardonnay, moscatel y ugni blanc. La Unión Central de Cooperativas Vitícolas (UCCV) acapara dos tercios de la producción y exporta con la denominación Viñedos de Cartago. Allí se han establecido empresas como Castel. El 70 % del vino está amparado por denominaciones de origen tales como Mornag, Thibar, Teburba, Kelibia o Sidi-Salem. Egipto, Líbano y... Cabo Verde Tanto en Egipto como en Líbano, la minoría cristiana se ha encargado de preservar la vitivinicultura. En Egipto, con una producción anual de dos millones de litros, el vino no es solo una curiosidad exótica en un país musulmán, sino un producto más que digno en el que perviven tradición y calidad. Los mayores productores son Gianaclis, que elabora marcas como Château Grand Marquis, Cru des Ptolomees o Rubis d’Egipte, y Omar Khayam —en honor del poeta persa, cantor de las virtudes del vino—, propiedad compartida por la cervecera holandesa Heineken, que cuenta con las marcas Château des Rêves y Obelisk. Las dos castas más cultivadas son pinot blanc y cabernet sauvignon. Líbano cuenta con unas 2 000 ha de viñedo. Variedades como cabernet sauvignon, merlot, cinsault, cariñena o garnacha ofrecen un magnífico paisaje en el valle de la Bekaa. De entre las 35 empresas que operan en el país y producen entre cinco y seis millones de litros de excelente calidad, destacan los châteaux Ksara, Kefraya o Musar. El archipiélago de Cabo Verde se erige como un oasis vitivinícola gracias al francés Armand Montrond, que llegó en 1860 y se estableció en Fogo, donde plantó viñas alrededor del volcán Fogo. Hoy, la isla produce unas 15 000 botellas al año, de vino Cha, con uva moscatel, o de tinto con uva preto. Racimos al sol tras la vendimia en Capadocia (Turquía). En los países de mayoría musulmana, el destino principal de la vid cultivada es su consumo como uva de mesa o uva pasa; solo una pequeña parte se destina a la vinicultura. Aunque algunas cepas de la familia Vitis vinifera son originarias de la India y Japón, y la viticultura se practica desde antaño en algunas regiones de Asia del Sur y el Extremo Oriente, lo cierto es que el vino no ha formado parte de la cultura de esos países. Sin embargo, en la actualidad, constituyen mercados a tener en cuenta y en un futuro quién sabe si productores de primer orden. La superficie y producción del viñedo chino es difícil de cuantificar por la propia idiosincrasia del país, pero la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) estima que la superficie cultivada puede rondar el medio millón de hectáreas y la producción de vino superar los 13 millones de hectolitros. Aunque China es un importador neto, lo cierto es que el 75 % del consumo es de vino local. Crece a la par el consumo per capita de los chinos y la apertura de bodegas, muchas de ellas de capital extranjero, especialmente francés. El Château Reifeng-Auzias obtuvo en 2012 la primera medalla de oro otorgada a un vino chino por el concurso británico Decanter Awards. Y es que la liberalización económica china ha impulsado la participación de empresas, tanto en vinos de alta calidad como en vinos de mesa, con marcas como Dynasty o Dragon Seal. Los viñedos se extienden por todo el país, aunque la costa de Shan Dong acapara más de la mitad de la superficie vitícola. Por su parte, la zona más árida de Ninqxia, junto al río Amarillo, está cobrando fama. Pernod Ricard se ha instalado en ella, en asociación con Helan Mountain, en un viñedo de más de 30 ha. Otras empresas que han llegado al gigante asiático son Moët Chandon, cerca del Tibet, o Château Lafite. Japón, ¿próxima Nueva Zelanda? Con apenas 20 000 hectáreas de viñedo y una producción de 850 000 hectolitros, Japón es uno de los productores de vino en condiciones de imitar el modelo neozelandés de hace unos años. Para ello cuenta con cerca de un centenar de bodegas instaladas en el centro del país, alrededor del monte Fuji, que producen vinos, sobre todo blancos, muy interesantes a partir de uvas foráneas como la chardonnay, pero también con la casta autóctona koshu. Japón apuesta por la fórmula francesa de las denominaciones de origen y potencia el área geográfica de Yamanashi, donde la koshu impone su originalidad, sabor y exotismo. Esta variedad de Vitis vinifera de color púrpura pálido se ha convertido en la base de vinos destinados a acompañar platos típicos nipones como el sushi. En el país operan enólogos volantes de la talla del francés Denis Dubourdieu, cuyo vino Shizen Cuvée ha sido bendecido por críticos de todo el mundo, incluidos Robert Parker y Bernard Magrez. En la India, el vino no es una bebida tradicional por motivos culturales y religiosos, pero poco a poco va calando en una parte de la población y ha potenciado el cultivo en determinadas áreas geográficas que, en conjunto, superan las 85 000 hectáreas. El cultivo se localiza en el noroeste de Punjab, Maharashtra o Baramati, donde la irrigación es esencial y los costes de producción altos, y en ciertas áreas tropicales en las que llegan a conseguirse dos cosechas al año. El punto fuerte de la viticultura india está en variedades autóctonas como anabeshahi, arkavati o arkasyam, además de otras importadas como moscatel negra, sauvignon blanc, zinfandel, chenin blanc o clairette. Marcas como Sula o Zampa se han popularizado en los supermercados británicos. Botellero japonés. Pese a no tener una arraigada cultura del vino, la vitivinicultura japonesa tiene un futuro prometedor ante sí. Entre un mar de viñas Valor y sentido del paisaje del vino La superficie mundial de viñedo es de 7,5 millones de hectáreas. De ellas, más de la mitad aún se encuentran en Europa, a pesar de las continuas campañas de arranque de viñedo impulsadas por la Unión Europea para reducir la superficie de viña y los excedentes de vino. Según datos de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) para el año 2012, España es el país con más superficie de viñedo de Europa y también del mundo, con más de un millón de hectáreas destinadas al cultivo de la vid. El viñedo español representa el 30 % de la superficie total de la Unión Europea, seguido por los de Francia e Italia, que representan aproximadamente un 22,5 % de la superficie europea cada uno. España: ¿un millón de hectáreas? En España, la viña ocupa el tercer lugar en extensión de cultivos, tras los cereales y el olivo. Se cultiva en las 17 comunidades autónomas, pero casi la mitad de la extensión de viñedo se encuentra en Castilla-La Mancha, con cerca de medio millón de hectáreas. Es el mayor viñedo del mundo, aunque la comunidad autónoma de La Rioja es la que dedica más superficie a la viña en proporción a su superficie total. A pesar de esta posición, España es el país que más aprovecha las ayudas al arranque de viñedo, así que la superficie de su viñedo sigue descendiendo. Se estima que en los últimos años se han arrancado más de 100 000 hectáreas de viñedo, y que actualmente el viñedo español ya ha descendido por debajo del mítico millón de hectáreas. Las estimaciones rondan las 970 000 hectáreas, aunque habría que sumar también los arranques de viña que no se han acogido a ayudas y subvenciones, y entonces la cifra podría ser incluso inferior. Viñedos en expansión Esta disminución de la superficie de viñedo español y europeo, y también la reducción de las extensiones de viña en países como Argentina y Turquía, se está compensando a nivel mundial con la conservación de grandes viñedos en países como Estados Unidos y Sudáfrica, y sobre todo por las nuevas plantaciones en Asia y Australia. Especialmente relevante es la expansión de los viñedos asiáticos, que desde el año 2011 ya suponen una quinta parte de la superficie mundial, principalmente por la expansión de la viña en China, que en la última década ha duplicado su superficie de viñedo. Estados Unidos y el hemisferio sur albergan otra quinta parte de la superficie mundial de viñedo, con Nueva Zelanda como potencia emergente, ya que ha triplicado su superficie de viña en la última década. Picnic dispuesto entre unos viñedos neozelandeses. La extensión de viña ha crecido espectacularmente en Nueva Zelanda en los últimos años. Paisajes culturales Estas grandes superficies de viñedo son mucho más que tierras de cultivo, y sus paisajes deben entenderse, protegerse y disfrutarse como verdaderos patrimonios culturales. En esta línea se expresan la Convención Internacional para la protección del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural, celebrada en Nairobi en 1972, la Carta de Florencia de 1982, la declaración del Paisaje Cultural de la Unesco en la Convención del Patrimonio Mundial de 1992, la Carta del Paisaje Mediterráneo aprobada en Sevilla ese mismo año, y también la Convención Europea del Paisaje, celebrada en Florencia en el año 2000. Como explica el antropólogo riojano Luis Vicente Elías, autor del Atlas del cultivo tradicional del viñedo y sus paisajes culturales, el paisaje del vino «explica las formas de vida y las costumbres de las gentes de esa zona [...], el paisaje nos habla de la propiedad de la tierra, de la herencia, de la tipología de cultivos, de la red de comunicaciones, de las devociones, nos explica la arquitectura y nos hace entender la alimentación». Esta visión implica que no solo hay que destacar los paisajes por su espectacularidad o excepcionalidad, o proteger únicamente los paisajes amenazados, sino que también hay que poner en valor los paisajes culturales. Y entre ellos sobresalen los paisajes del vino, que integran el medio rural y las actividades humanas, convirtiendo en auténtico patrimonio sus técnicas de cultivo, los lenguajes específicos de la viña, los calendarios tradicionales del viñedo, las creencias religiosas asociadas, las estructuras de propiedad de la tierra, los modelos contractuales específicos de la viña, las relaciones familiares, laborales y sociales en torno a la viña y la vendimia, los cancioneros, los objetos propios de cada tarea y un sinfín de elementos culturales que recorren la antropología y la sociología de la viña y el vino en su sentido más amplio, con todas las implicaciones sociales, culturales, religiosas y económicas del paisaje de la viña. La prueba es que, a partir de la década de 1990, varios paisajes de la viña han entrado en la lista de candidatos de la Unesco para ser declarados paisajes culturales que forman parte del patrimonio de la humanidad. Son los casos de Saint-Émilion (Francia), Tokaj (Hungría), Alto Douro (Portugal) y, más recientemente, el paisaje cultural del vino y el viñedo de Rioja (España). Amenazas Esta revalorización del paisaje de la viña contrasta con las continuas amenazas que sufre el viñedo en su propio valor histórico, cultural e identitario. Unas veces son amenazas que vienen desde dentro del propio sector, por ejemplo con la extensión del cultivo de las variedades internacionales de uva incluso fuera de sus regiones térmicas favorables, muchas veces en contra de las propias variedades autóctonas locales. A este factor hay que sumar la expansión de los sistemas modernos de emparrado, que saturan los viñedos con estacas metálicas y kilómetros lineales de alambres, despreciando las técnicas de cultivo tradicionales, degradando el paisaje rural y despersonalizando los cultivos en favor de una mala entendida globalización que solo lleva a homogeneizar los cultivos y a perder diversidad y técnicas locales de cultivo y elaboración de vinos. Otras veces las amenazas sobre el paisaje cultural de la viña son externas, y entre ellas podemos destacar las dificultades que tienen algunas grandes bodegas riojanas para impedir que las torres de las líneas de alta tensión sean instaladas en medio de sus viñedos más preciados, algunos de ellos centenarios y reconocidos mundialmente. Y lo mismo ocurre con la lucha de algunos bodegueros de fama mundial, que luchan para que no se instalen gigantescos parques eólicos frente a sus míticos viñedos, por ejemplo en el Priorat. Por eso es tan importante el reconocimiento de estos viñedos como paisajes culturales, para preservar la historia, la cultura y la personalidad diferenciada de cada región vitivinícola; para proteger el medio rural, su valor paisajístico y su importancia para el desarrollo económico de las zonas rurales; para la difusión de la cultura de la viña y el vino, y especialmente para la promoción del enoturismo. Y en este sentido es importante entender que, además de la visita a la bodega, hay que contemplar la visita a los viñedos entre los más valiosos patrimonios culturales de una región vitivinícola, como una de sus principales señas de identidad y sobre todo como uno de sus mejores recursos enoturísticos. Espectacular atardecer ante las tierras de Viñedos del Contino, en la Rioja Alavesa. La Rioja es una de las regiones vitícolas propuestas como patrimonio de la humanidad por el valor cultural de su paisaje. Enoturismo: un buen plan El enoturismo no es un fenómeno nuevo. Los libros de visitas de las bodegas centenarias nos muestran que a mediados del siglo xix las bodegas más prestigiosas ya eran visitadas por nobles, monarcas, clérigos, escritores y profesionales del sector del vino. Hoy, el enoturismo se entiende sobre todo como una actividad lúdica, vinculada a la sociedad del ocio, la escapada de las grandes ciudades y la idea del viaje como una experiencia vivencial, muy vinculada al agroturismo, al ecoturismo y al turismo gastronómico, con los ingredientes de estatus social y hedonismo que aporta el vino. Un sector en auge El enoturismo es sobre todo una forma de turismo cultural, que va mucho más allá de las visitas a las bodegas. Aunque existen en el mundo diferentes rutas temáticas del aceite, del café, del queso, del tequila, del whisky y de muchos otros productos, ninguna otra bebida ni ningún otro alimento han adquirido la dimensión histórica, económica, social y simbólica que ha alcanzado el vino. Ningún otro producto ha desarrollado tantas rutas turísticas, tan amplias, tan diversificadas y tan extendidas por tantos países diferentes. Y ningún otro producto ha despertado tanto interés por sí mismo como para motivar la decisión del viaje como el vino. Pocos productos como el vino han centrado tantas rutas turísticas, tan amplias, tan diversificadas y tan extendidas por tantos países diferentes. En la imagen, visitantes en la terraza de la bodega canadiense Inniskillin. Una visión integral Sin duda, la visita a las bodegas ha sido y es el eje central del enoturismo, pero la visión integral de la cultura del vino que se está imponiendo implica conocer también los yacimientos arqueológicos, los lagares rupestres, las antiguas bodegas tradicionales, los viñedos, los museos del vino, las colecciones etnográficas de objetos y otros bienes materiales e inmateriales que ofrecen al viajero una vista panorámica sobre la historia del vino, la arquitectura del vino, las técnicas de viticultura, los métodos enológicos, la antropología del vino, la sociología del vino y un largo etcétera de disciplinas transversales que conforman la cultura del vino. Así, el patrimonio enoturístico incluye los espacios geográficos (denominaciones de origen, itinerarios, rutas del vino, paisajes del vino, etc.), el patrimonio material (bodegas, objetos, herramientas, etc.) y el patrimonio inmaterial (técnicas, métodos, prácticas, terminologías, festividades, creencias, etc.). A lo que hay que sumar la oferta gastronómica, los restaurantes y también el hospedaje especializado, ya sea en alojamientos de turismo rural entre viñedos, en hoteles ubicados en las propias bodegas o en hoteles temáticos del vino, muchos de ellos especializados en tratamientos de vinoterapia. Esta amplia y completa oferta enoturística ha multiplicado y diversificado el perfil del enoturista, hasta el punto que practican enoturismo, con más o menos intensidad, no solo los aficionados al vino, sino también los propios profesionales del vino, enólogos, sumilleres y arquitectos, y todo tipo de público sin ninguna afición específica por el vino, desde parejas en busca de escapadas románticas, hasta grupos de amigos con ánimo de diversión y jubilados que combinan las experiencias enoturísticas con otras actividades totalmente diferentes. Unos eligen el destino enoturístico por el prestigio y la calidad de sus vinos, como por ejemplo el destino Burdeos. Otros por alguna imagen icónica de la región, como un paisaje pintoresco de la Toscana o una gran obra de arquitectura del vino en Rioja. Y otros por su fuerte identidad cultural, como Jerez, íntimamente vinculada al arte del flamenco y el caballo andaluz. La bodega ante el enoturismo: ¿nace o se hace? Por otra parte, el auge del enoturismo también se explica por la situación de las bodegas y del propio mercado del vino. Muchas bodegas empiezan vendiendo algo de vino en la propia bodega, sobre todo al consumidor local, y si el negocio funciona van adaptando las instalaciones con una tienda y una sala de catas. Luego viene el interés por los procesos de elaboración, por conocer las instalaciones de la bodega, los viñedos y los personajes que hay detrás de cada vino, y así surge la visita más o menos organizada a la bodega. El siguiente paso será la comercialización de productos afines, como quesos, dulces o chocolates, y posteriormente el desarrollo de servicios turísticos complementarios, con comidas, maridajes y caterings. Y finalmente el alojamiento en la misma bodega o en alojamientos cercanos. En otros casos, las bodegas ya nacen y se conciben orientadas al enoturismo, alzando arquitecturas llamativas y estructurando sus espacios para favorecer la circulación de visitantes sin entorpecer los procesos de elaboración del vino. Buscando desde el principio la venta directa en bodega, la experiencia vivencial de sus clientes, el vínculo emocional con el producto, la fidelización y la posibilidad de ofrecer todos los servicios complementarios que aumenten la duración media de la estancia, el gasto medio por enoturista y, en definitiva, la facturación directa en la propia bodega. En cualquier caso, estas infraestructuras turísticas en la propia bodega atraen más enoturistas, pero también requieren de estrategias de atracción y promoción, así que las bodegas ya organizan todo tipo de actividades (catas, cursos, conciertos, etc.) y adaptan sus instalaciones para todo tipo de eventos (reuniones de empresa, bodas, banquetes, etc.). El sector alcanza de esta forma unas dimensiones enormes más allá del vino, con grandes flujos de visitantes y áreas paralelas de negocio, así que también surgen importantes instituciones de gestión, planificación y promoción. Patio de entrada al Casal, pequeño hotel rural que ofrece Viña Meín en el corazón de Ribeiro (Galicia, España). Promoción del enoturismo Entre estas instituciones se encuentra la Asamblea de las Regiones Vitícolas Europeas (AREV), con presencia en todas las instituciones relacionadas directa o indirectamente con la política vitivinícola europea o mundial, y representación, por ejemplo, en la Comisión Europea, el Parlamento Europeo y el Comité de las Regiones. Entre sus proyectos surge la idea del Espacio Europeo de Enoturismo, con el impulso de Vintur, para cohesionar las Ciudades y Regiones del Vino y coordinar su oferta común de turismo del vino, con especial atención a la calidad del producto, el desarrollo sostenible y la protección de la cultura vitivinícola y del ambiente natural de cada región. En esta línea se estructura también la Red Europea de Ciudades del Vino (Recevin), integrada por ciudades productoras de vino de la Unión Europea, con nueve países miembros —Alemania, Austria, Eslovenia, España, Francia, Grecia, Hungría, Italia y Portugal—, que agrupa casi 800 ciudades europeas y sus correspondientes asociaciones nacionales del vino. En el caso español, el proyecto Rutas del Vino de España nace en el año 2001, cuando la Asociación de Ciudades Españolas del Vino (Acevin) y la Secretaría General de Turismo establecieron la regulación de la calidad del producto enoturístico. Hoy existe una veintena de Rutas del Vino y están integradas en la oferta turística que se promociona en el extranjero a través de los canales de Turespaña. Una estructura similar se ha desarrollado con los Caminos del Vino de Argentina, con 16 caminos, 8 provincias y 170 bodegas, y también con las Rutas del Vino de Chile, en los diferentes valles que descienden desde los Andes hasta la costa. Desde 1999, la Great Wine Capitals agrupa a nivel mundial nueve ciudades-regiones vitivinícolas de ambos hemisferios, con el objetivo de promover el enoturismo, la cultura del vino y el intercambio comercial. Son Bilbao-Rioja (España), Burdeos (Francia), Christchurch-South Island (Nueva Zelanda), Ciudad del Cabo (Sudáfrica), Florencia (Italia), Mainz-Rheinhessen (Alemania), Mendoza (Argentina), Oporto (Portugal) y San Francisco-Napa Valley (Estados Unidos). Su acción más destacada es su concurso internacional «Best Of» de turismo del vino, que cada año distingue a las bodegas de estas regiones con diferentes premios y en diferentes categorías. Reencontrar un ritmo de vida más pausado constituye una posibilidad más al alcance de la mano para quienes se acerquen al entorno rural de las bodegas. En la imagen, momento de descanso durante las tareas de vendimia en la bodega uruguaya Bouza. En ruta por el mundo Rutas enoturísticas por España En España, una Ruta del Vino Certificada es aquella que periódicamente acredita el nivel de calidad establecido por la Asociación de Ciudades Españolas del Vino (Acevin) y la Secretaría de Turismo en su Manual de Producto Turístico Rutas del Vino de España. El cumplimiento de esta normativa es la garantía de calidad de servicio de todos los establecimientos adheridos a la Ruta del Vino: bodegas, restaurantes, alojamientos, comercios, vinotecas y otros. España ofrece una veintena de Rutas del Vino, distribuidas por todos los puntos de la Península y en las islas Canarias. Vista de los terrenos de Dominio de Valdepusa, en Toledo. Ampurdán: mar y montaña El Empordà (en catalán) o Ampurdán (castellano) toma su nombre de Empúries o Ampurias, caso único en la península Ibérica de convivencia de una ciudad griega, primero, y posteriormente romana. Fue aquí donde desembarcaron tanto unos como otros, y a partir del año 218 a. C. la romanización impuso los vinos itálicos en el gran comercio marítimo mediterráneo. El Ampurdán o Empordà es una región privilegiada por la naturaleza, en la que conviven con armonía mar, montaña y fértiles llanos. El cultivo de la vid en la zona se remonta a hace dos mil años, y si bien hoy en día se ha desplazado hacia el interior, algunos viñedos todavía se acercan al Mediterráneo, como este de Castillo de Perelada. Los romanos crearon ciudades para instalar sus gobiernos locales en Empúries, Girona, Blanes y otros enclaves, y en el ámbito rural fundaron villas con una pequeña zona urbana y una extensa explotación agrícola. Algunas de estas villas romanas se especializaron en la producción masiva de vino para la exportación y varias de ellas contaron con hornos propios para la fabricación de ánforas. Algunos de estos yacimientos arqueológicos romanos son hoy visitables, a pesar de que se encuentran en una zona muy turística, en la que destacan reclamos tan poderosos como el legado de Dalí por diversos puntos de la comarca (teatro-museo en Figueres, casa en Portlligat, etc.) y el pintoresco pueblo marinero de Cadaqués. La decadencia del Imperio romano hacia el siglo v y la posterior invasión musulmana acabaron con el cultivo de la viña. La recuperación se inició en el siglo viii con el dominio franco de Carlomagno y con el impulso de los monasterios medievales, especialmente desde Sant Pere de Rodes, que aún hoy conserva las bóvedas de sus grandes bodegas. La época de esplendor se vivió en los siglos xviii y xix, sobre todo a partir de 1860, cuando la filoxera arrasó el viñedo francés y disparó la demanda de estos vinos ampurdaneses. Pero en 1879 el insecto cruzó los Pirineos y arrasó el viñedo local, sembrando la ruina y la despoblación. Las cicatrices aún son visibles sobre el paisaje: la zona solo ha recuperado 2 000 de las 40 000 hectáreas de su antiguo viñedo, apenas un 5 %. En cualquier caso, el medio centenar de bodegas de la actual DO Empordà y el entorno albergan un patrimonio de 2 000 años de historia del vino: restos romanos, monasterios medievales y bodegas centenarias de aquella época de oro, además de las modernas bodegas actuales. La actual DO Empordà agrupa unas cincuenta bodegas, la mayoría en la subcomarca del Alt Empordà, al norte, en paralelo a los Pirineos y la frontera francesa, de Capmany (en el oeste) hacia la costa. En el Baix Empordà, cerca de la costa, se encuentran bodegas desde Sant Martí Vell (cerca de Ampurias) hasta Palamós y Calonge. En el interior, ya fuera del llano ampurdanés, Girona, entre bosques, cerros y ríos, presidida por su majestuosa catedral. Hoy la mayoría de bodegas están en el interior y en las estribaciones de la cordillera pirenaica. El clima es mediterráneo, con influencia de la brisa marina y aromas a hierbas mediterráneas. Existe una gran variedad de suelos y la peculiaridad de la tramontana, un viento del norte que alcanza los 120 km/h y sacude violentamente las viñas, secándolas y protegiéndolas de humedades y plagas. La ruta enoturística se divide necesariamente en dos: una primera por el Alt Empordà, donde está el mayor número de bodegas y viñedos, en la carretera de Cantallops y Capmany hasta la costa, y una segunda ruta por el Baix Empordà. La primera es una ruta de mar y montaña, en cuyo extremo occidental destacan dos bodegas: Masia Serra y Vinyes dels Aspres (en Cantallops), con variedades autóctonas y vinos muy expresivos del territorio. Capmany es el municipio con más bodegas: Cellers Santamaria, una de las bodegas históricas; Pere Guardiola, con gran presencia en hoteles y restaurantes de la zona; Vinyes d’Olivardots, a la que Robert Parker da las máximas puntuaciones; Oliveda, con una gran relación calidad-precio; y Arché Pagès, clave en la recuperación de viñas viejas de variedades autóctonas. En Sant Climent Sescebes se encuentran dos bodegas emblemáticas: Martí Fabra, que elabora vinos excelentes en su masía familiar centenaria, en depósitos de hormigón de la década de 1960, y Terra Remota, que combina la gran arquitectura del vino y las mejores tecnologías para elaborar vinos elegantes y de estilo afrancesado. En Mollet de Peralada está La Vinyeta, que representa la nueva generación de jóvenes de la DO Empordà; y Roig Parals, que en un pequeño garaje elabora vinos laureados por Parker. La gran joya de la zona es Castillo de Perelada, con un patrimonio histórico y arquitectónico impresionante y las mejores viñas del Ampurdán, entre ellas su Finca Garbet, una de las viñas más bellas del Mediterráneo y uno de los mejores vinos de España. Garriguella es la capital del vino y el aceite del Ampurdán, con la mayor superficie de viñedo y el mayor trujal de aceite de la zona. La Cooperativa de Garriguella tiene los vinos con mejor relación calidad-precio; Mas Llunes elabora vinos de alta gama en viñedos que albergan búnkeres y refugios antiaéreos de la Guerra Civil española; Bodegas Trobat elabora una amplia gama de vinos y cavas, y Masetplana elabora vinos, cavas y excelentes aceites de oliva. En Vilajuïga están Espelt y Empordàlia, dos de los grandes de la comarca, y Gelamà, uno de los proyectos más interesantes de recuperación de la tradición histórica de la zona. En el parque natural del Cap de Creus hay dos bodegas, Martín Faixó (Cadaqués), que está recuperando el pasado vitivinícola familiar y apostando por el enoturismo; y Mas Estela (La Selva de Mar), con agricultura ecológica y biodinámica basada en las variedades autóctonas. Y muy cerca, el gran proyecto de Hugas de Batlle, con viñedos espectaculares de pizarra y una nueva bodega en construcción. La ruta por el Baix Empordà pasa forzosamente por una visita a las ruinas arqueológicas de Empúries. Entre las bodegas de la zona se encuentran Eccoci (Sant Martí Vell), con vinos excelentes; Sota els Àngels (La Bisbal d’Empordà), una gran masía restaurada y rodeada de agricultura ecológica y biodinámica; Can Sais (Vall-llobrega), una de las pequeñas bodegas más experimentadoras de la zona; el Celler Brugarol (Palamós), premio de arquitectura a la invisibilidad y al uso de materiales innovadores; Clos d’Agon (Calonge), con uno de los mejores vinos blancos de España; y Mas Molla y Mas Ponsjoan (Calonge), dos masías que elaboran vinos de payés según los métodos tradicionales, en trámites para ser reconocidos como Zona de Interés Etnográfico. Rioja: caminos paralelos Rioja se ha convertido en una de las regiones vitivinícolas más reconocidas del mundo y en uno de los principales destinos enoturísticos en España. Los pioneros de los grandes vinos de Rioja fueron el Marqués de Murrieta y el Marqués de Riscal, en las décadas de 1850 y 1860, tras sus respectivos viajes a Burdeos, y el modelo bordelés de elaboración de vinos se extendió por Rioja entre finales del siglo xix y principios del xx, cuando nacieron las grandes bodegas centenarias de Rioja, muchas de las cuales siguen siendo referentes de la región. La zona dio un nuevo salto a la fama a partir de la década de 1970, cuando se multiplicó el número de bodegas riojanas y se dispararon las grandes producciones de vino. Y la región se volvió a reinventar como gran destino turístico con la explosión de la nueva arquitectura del vino a partir del año 2000, con grandes obras arquitectónicas en bodegas como Ysios, Alcorta, Viña Real, con la Ciudad del Vino de Marqués de Riscal y el Museo de la Cultura del Vino Dinastía Vivanco. Viñedos de las bodegas Roda, cerca de Haro. El barrio de la Estación de esta localidad acoge un gran número de bodegas y constituye visita obligada en las rutas enoturísticas riojanas. Las tres capitales del vino La ruta enoturística por Rioja se estructura en el triángulo que forman sus tres capitales del vino: Logroño, como capital de la comunidad autónoma de La Rioja, con la cultura del vino en cada rincón de la ciudad, especialmente en la calle Laurel, donde se va a tomar pinchos y vinos; Laguardia, como capital de la Rioja Alavesa, la gran ciudad medieval amurallada, toda ella perforada de calados subterráneos de sus antiguas bodegas tradicionales y con un gran mirador sobre los viñedos alaveses; y Haro, como capital de la Rioja Alta, con su emblemático barrio de la Estación y muchas de las grandes bodegas centenarias riojanas. Como punto de partida, el itinerario que mejor representa el paisaje del vino sale de Logroño hacia la Rioja Alavesa, pasando por Fuenmayor y cruzando el río Ebro para ascender a Elciego y Laguardia, donde un entramado de carreteras locales atraviesan grandes áreas de viñedos entre el río Ebro y la sierra de Cantabria, enlazando luego con la carretera principal que pasa por Samaniego, Ábalos y San Vicente de la Sonsierra, descendiendo de nuevo a la ribera del Ebro para llegar a Briones y finalmente a Haro. En las inmediaciones de Logroño destacan las bodegas Marqués de Murrieta, Marqués de Vargas, Darien y Bodegas Franco-Españolas. En Elciego, la majestuosa e internacionalmente conocida Ciudad del Vino de Marqués de Riscal, y también Murua y Viña Salceda. En la ciudad medieval de Laguardia se encuentran las bodegas Viña Real, Ysios, Palacio, Campillo, el centro temático Villa Lucía, Artadi y la bodega tradicional El Fabulista. En Samaniego destaca la arquitectura y la ingeniería del vino de Bodegas Baigorri y las emblemáticas bodegas de Fernando Remírez de Ganuza. En la pequeña población de Ábalos se da una gran concentración de bodegas, entre las que destacan Bodegas Puelles. Y en San Vicente de la Sonsierra, sobre todo, Bodegas Sierra Cantabria. En Briones se encuentra el epicentro de la ruta enoturística, ya que el Museo de la Cultura del Vino Dinastía Vivanco es una visita indispensable, no solo en Rioja, sino para cualquier amante de la cultura del vino. En Haro es referencia fundamental el barrio de la Estación, donde se encuentran muchas de las grandes bodegas centenarias riojanas, como Viña Tondonia, Muga, CVNE, Bodegas Bilbaínas o Roda, entre otras. Otros itinerarios Un itinerario paralelo es el que discurre desde Logroño, pasando por Fuenmayor, Cenicero y San Asensio, para llegar igualmente a Briones y finalmente a Haro. En Fuenmayor se encuentran bodegas importantes como Altanza, Marqués del Puerto, AGE, LAN y Finca Valpiedra. En Cenicero destacan Marqués de Cáceres, Lagunilla, Martínez Laorden y las emblemáticas Bodegas Riojanas. Y en San Asensio se encuentra Señorío de Villarrica, Bodegas Lecea, Bodegas Perica y otras, con restos de numerosas bodegas tradicionales en los antiguos calados subterráneos de prácticamente todas las casas. Otro itinerario complementario es el del peregrinaje del Camino de Santiago, que en el tramo riojano discurre por el eje de Logroño, Navarrete y Nájera hasta llegar a Santo Domingo de la Calzada. En Navarrete se encuentran las bodegas Bretón, Corral y Montecillo, entre otras. En las inmediaciones de Nájera, la que fuera capital del reino de Navarra, destaca Bodegas David Moreno, en el pequeño municipio de Badarán. En Santo Domingo de la Calzada, además de su famosa catedral y una veintena de monumentos civiles y religiosos, vale la pena respirar el espíritu peregrino que impregna toda la población. Y desde Nájera o Santo Domingo, resulta muy recomendable visitar, en las estribaciones del Sistema Ibérico, San Millán de la Cogolla (con sus monasterios de Yuso y Suso), donde se redactaron las Glosas emilianenses, uno de los primeros textos en romance de la península Ibérica. La ruta enoturística por Rioja, de este a oeste (o viceversa), incluye paradas tan señaladas como Logroño, Elciego o Haro, y desvíos no menos provechosos hacia Laguardia, en dirección norte, o hacia el Camino de Santiago (Nájera, Santo Domingo de la Calzada) que discurre, en paralelo, más al sur. Lanzarote: redescubrir las islas Lanzarote es la isla más oriental, más volcánica y más seca de las islas Canarias. Declarada reserva de la biosfera por la Unesco (1993), posee espacios naturales de gran interés, como el parque nacional de Timanfaya, la laguna de origen volcánico El Golfo o los acantilados también volcánicos llamados Los Hervideros, a la vez que destacan las manifestaciones artísticas imbricadas con el paisaje que dejó por toda la isla el reconocido artista local César Manrique (Jameos del Agua, Jardín de Cactus, etc.). Allí, además, se desarrolla un paisaje del viñedo único en el mundo. Las grandes erupciones sufridas entre 1730 y 1736 cubrieron de lava un tercio de la isla e inutilizaron las mejores zonas de cultivo, pero los agricultores descubrieron que escarbando en la ceniza se podía cultivar en hoyos, en ocasiones de un metro de profundidad e incluso hasta de tres metros cerca de las zonas de erupción, en La Geria. Además, el manto de arena negra resolvía el problema de la aridez extrema de la isla, ya que preserva la humedad y protege el suelo de la elevada insolación y de los vientos constantes, ante los cuales también se alzaron muros semicirculares de piedra volcánica, formando con todo ello uno de los paisajes agrícolas más bellos y singulares del mundo. Barricas ante el paisaje volcánico del centro de la isla de Lanzarote, donde se practica una singular vitivinicultura debido a las condiciones de su clima y de su suelo. El Monumento al Campesino como referencia El Parque Natural de La Geria se encuentra en el centro de la isla, y la ruta enoturística se concentra a su alrededor, entre las poblaciones de Tinajo, Mozaga, San Bartolomé, Masdache, Tías y Yaiza. Un buen acceso a la zona vitivinícola es a través de la población de Uga, en el sur de la isla, donde se impone la presencia del Parque Nacional de Timanfaya y del Parque Natural de los Volcanes. Y un punto de referencia fundamental a lo largo de toda la ruta es el Monumento al Campesino, la obra con la que César Manrique quiso rendir homenaje a la dura labor de siglos realizada por hombres y mujeres en el campo de Lanzarote. Museos En Bodegas El Grifo, la bodega histórica de referencia en la isla, situada en San Bartolomé, se puede visitar un museo que explica este tipo de cultivo de la vid y sus diferentes modalidades, y también cuenta con una importante biblioteca dedicada a la agricultura en general en la isla. Esta agricultura también se explica en el Museo Agrícola de El Patio y en el Museo Agrícola de Tiagua, donde se detalla el uso del camello como animal de tracción para las tareas de la viña, la preparación de los hoyos y el transporte de la uva. Bodegas En San Bartolomé también destaca la bodega Los Bermejos. Muy cerca del Monumento al Campesino se encuentra la bodega Mozaga, una de las más antiguas y de mayor producción en la isla. En Yaiza destacan las bodegas tradicionales La Geria, fundadas a finales del siglo xix, y las espectaculares bodegas Stratus, con una arquitectura moderna y vanguardista. En Masdache se encuentra otra de las bodegas históricas, Bodegas Barreto. En Tinajo destaca la bodega Guiguan, que conserva el espíritu de las pequeñas bodegas familiares de la isla. Y en Tías, la bodega Timanfaya, especializada en vinos artesanales. Disfrutando de los refrescantes vientos alisios sobre una moto de poca cilindrada, se puede visitar la zona vitivinícola de Lanzarote, alrededor del parque natural de La Geria. Viñedos apenas sobresaliendo de los muros de piedra volcánica dispuestos en semicírculo, pulcros edificios encalados y palmeras aquí y allá conforman una ruta del vino de especial encanto. Rutas enoturísticas por Argentina La conquista del paladar de varios países consumidores, especialmente Estados Unidos, por los vinos argentinos ha propiciado la popularización de las rutas enoturísticas, que el país sudamericano promociona con éxito cada vez mayor. Mendoza: vinoterapia junto a los Andes Mendoza, Neuquén o Salta son algunas de las áreas que apuestan por la vinoterapia, con hoteles de lujo en los que causa furor sumergirse en tanques de malbec o torrontés, sus grandes cepas, o recibir tratamientos con cremas fabricadas con hollejos o pulpa de uva. Junto a ello, Mendoza celebra la primera semana de marzo la Fiesta de la Vendimia; en esta misma área se programa el ciclo Música Clásica en los Caminos del Vino, un festival de Tango y Vino, el Rally de las Bodegas por carreteras y pistas de Mendoza y la cordillera de los Andes, o visitas a las colecciones de arte que albergan algunas cavas. San Juan: bodegas y fósiles En la provincia de San Juan hay cinco rutas enoturísticas. El circuito Centro ofrece visitas al Museo del Vino que alberga la histórica bodega Graffigna, o a la Antigua Bodega, de principios del siglo xx, convertida en un complejo con restaurante gourmet, tienda de vinos y galería de arte. En el circuito Sur pueden visitarse las bodegas de La Guardia, de diseño vanguardista; Viñas de Segisa, primera tienda de vinos de San Juan, con toneles de 1860; la bodega Fabril Alto Verde, con cultivo orgánico y un bar de vinos, y Miguel Más, una empresa de producción ecológica de vinos espumosos. En el circuito Oeste, en Rivadavia, destacan las visitas a Bodegas Merced del Estero, con tecnología punta, y a Cavas de Zonda, una bodega de espumosos en una cueva natural de roca. En el norte de la provincia, sobresale el valle de la Luna, que toma el nombre de la similitud de su paisaje con el lunar y que alberga numerosos restos fósiles. La Rioja y Patagonia La Rioja se distingue por la variedad torrontés, que vinifican una serie de bodegas artesanales situadas en la franja que va desde los Valles de Famatina a Villa Unión. Esta provincia también acoge lugares tan singulares como Chañarmuyo, a 1 720 metros de altitud, que, además de albergar la imponente bodega Chañarmuyo Estate, es el escenario donde se desarrolló la cultura precolombina Aguada, y desde el que se puede extender la visita a la zona vecina de Catamarca. Los bellos parajes de la Patagonia son un atractivo especial en una zona que cobra protagonismo vitivinícola, tanto en Neuquén como en Río Negro, gracias a las variedades tintas merlot y pinot noir, y a la sauvignon blanc. En Neuquén, con yacimientos prehistóricos, hay una ruta llamada Vinos y Saurios, por sus fósiles de dinosaurios, con restaurantes de enorme atractivo y spas entre viñas. Las rutas del vino por Argentina presentan en casi todos los casos un imponente marco de fondo: la cordillera de los Andes. En la imagen viñedo e instalaciones de Altos las Hormigas, en el departamento mendocino de Luján de Cuyo. Salta: «vinos de altura» Una de las rutas enoturísticas más impresionantes de Argentina es la que transcurre en la provincia noroccidental de Salta, entre la capital provincial, Salta, y Cafayate, en los valles Calchaquíes, al sudoeste de la provincia, lugar donde se dan cita algunos de los mejores vinos blancos de la variedad torrontés del país, además de otros con chardonnay, y tintos de malbec, cabernet sauvignon y syrah. Con poco más de medio millón de habitantes, Salta se erige como una de las ciudades más bellas de Argentina. Merece la pena visitar su catedral y la iglesia de San Francisco, ver el edificio del cabildo o los monumentos a Güemes y a la batalla de Salta, pero sobre todo dar una vuelta por su mercado artesanal, ubicado a 3 000 metros de altitud. El área cuenta también con una atracción turística única, el llamado Tren de las Nubes, que llega a una altitud de 4 200 metros después de recorrer un trecho superior a 450 kilómetros, entre ida y vuelta. Paisaje de viñedos en Cafayate, en la provincia de Salta, con los montes Calchaquíes al fondo. El volumen de producción de esta provincia es poco representativo a escala nacional; sin embargo, ciertas características singulares, como la monumentalidad de la capital provincial o la ubicación a gran altura de algunos viñedos, la convierten en un destino enoturístico muy recomendable. El viñedo más alto del mundo El área de Salta produce el 1 % del vino argentino, pero destaca como una de las más originales del mundo, con el viñedo más alto de la agrosfera, la finca El Arenal, de bodegas Colomé, a 3 111 metros, aunque la bodega se ubica en Molinos, a 2 300 m. Fundada en 1831, Colomé ofrece degustaciones, alojamiento y lugares para eventos. La superficie de viñedo es de unas 2 635 hectáreas. Tras visitar Chicoana, un pequeño pueblo de tradición gaucha con ruinas precolombinas, dejamos atrás el valle de Lerma y nos adentramos por la quebrada de Escoipe y la cuesta del Obispo hasta el valle Calchaquí, a 2 280 metros de altura. Allí se erige Cachí, la tierra de los calchaquíes, donde conviven la nieve y los viñedos. En esta localidad se elaboran vinos artesanales, así como en Payogasta y Seclantás. En Cachí, la bodega El Molino, dedicada a los tintos de malbec, cabernet sauvignon, syrah y merlot, ofrece almuerzos y degustaciones. Tras dejar este maravilloso pueblo, idóneo para la escalada, se llega a Molinos, una localidad del siglo xvii, que cuenta con una bonita hostería del siglo xix, una reserva de vicuñas y una coqueta iglesia dedicada a San Pedro Nolasco. Pueden visitarse bodegas como Animaná o La Bodeguita, en San Carlos, o Amaicha, en Molinos, hasta llegar a Cafayate, donde se ubica el grueso de bodegas de la zona, como El Esteco, que además de las uvas características del área, añade chenin blanc, tannat, tempranillo y bonarda; Etchart, que pertenece a Pernod Ricard y elabora grandes espumosos; El Porvenir de los Andes y San Pedro de Yacochuya, donde ejerce Michel Rolland, enólogo francés que ha puesto en marcha proyectos vitivinícolas por todo el mundo. Cafayate, capital de la torrontés Cafayate está considerada la capital de la uva torrontés, grande entre las grandes variedades blancas. Todos los años, durante el mes de octubre, la ciudad acoge el Festival Nacional del Vino Torrontés, que impulsa también el folclore nacional con la participación de figuras y grupos destacados. La cultura gaucha inunda durante esos días las calles de la villa gracias a las agrupaciones tradicionales que dan luz, color y alegría a un ambiente en el que abundan los asados y, por supuesto, el vino. Tanto Salta como Cafayate y el resto de ciudades que albergan viñedo en la zona han logrado acuñar el término de Vinos de Altura como sinónimo de calidad y originalidad. Este hecho ha permitido que las bodegas de Salta reciban anualmente alrededor de 200 000 enoturistas. Cada bodega tiene su propia oferta. Así, Etchart, una de las de mayor renombre del área, ofrece visitas a bodegas y degustación, igual que hace San Pedro de Yacochuya. Otras amplían la oferta, como es el caso de Colomé, que promociona la vivencia de recorrer el viñedo más alto del planeta, con alojamiento en el lugar, para el que ofrece nueve habitaciones de lujo y gastronomía andina en su restaurante, algo que hacen también El Esteco, en Cafayate, con una de las ofertas de variedades más amplias del área y un hotel de 30 habitaciones denominado Patios de Cafayate, que añade servicios de spa. Félix Lavaque, en Lorohua, propone un recorrido impresionante por una bodega museo; Vasija Secreta, en Cafayate, dispone de una oferta atractiva de platos de influencia indígena y criolla, y José Luis Mounier, en El Divisaver, acompaña la visita con la oferta de tablas de fiambres, empanadas y asados. Como hotel, merece la pena el Viña de Cafayate Wine Resort, con 22 habitaciones, degustación en las mejores bodegas del área y un restaurante excepcional. Y para comer fuera del circuito, La Recova y Terruño, ambos en Cafayate, con especialidad en rabas, empanadas y cabrito, el primero, y mariscos, queso de cabra, conejo, cordero y trucha, el segundo. Siguiendo una dirección suroeste, desde la capital Salta hacia Cafayate, en los valles Calchaquíes, la ruta del vino por la provincia de Salta depara gratas sorpresas al visitante, desde el viñedo más alto del mundo hasta la autenticidad de sus gentes. Rutas enoturísticas por Chile En Chile, un sinfín de maravillosas y confortables cabañas, con la cordillera de los Andes como mudo testigo, acogen al viajero, que puede disfrutar de un entorno paradisíaco. Y es que el país ha apostado decididamente por el enoturismo. El viñedo chileno se ubica en los apenas 483 kilómetros del Valle Central, una región que discurre entre los Andes y la costa, y que a su vez se divide en una serie de valles, cada uno con unas peculiares características que parten de la aclimatación de sus variedades de uva. Actualmente, existen 11 rutas turísticas por los valles chilenos. De valle en valle Elqui es el valle más septentrional y de más altitud de Chile, con cotas superiores a los 2 000 metros. Cabernet sauvignon y syrah son señas de una identidad también conformada por interminables cielos azules, calma en sus áreas rurales y destilerías de pisco. Merece la pena visitar Paihuano, Pisco Elqui y Vicuña. Aconcagua es otra interesante ruta que corona la montaña del mismo nombre a más de 6 700 metros de altitud. Este valle es conocido por sus tintos de syrah, y conviene darse una vuelta por las localidades de Los Andes, Panquehue, San Esteban y San Felipe. Casablanca es la puerta de salida de Santiago hacia el mar. Se parece mucho al valle californiano de Napa y cuenta con algunas de las mejores bodegas chilenas, como Lapostolle, Santa Rita o Veramonte. Produce buenos blancos de chardonnay y sauvignon blanc. Entre sus localidades, destacan Casablanca y Lo Vásquez. Maipo rodea Santiago y es la zona por excelencia del cabernet sauvignon. La arquitectura de las bodegas es muy variada y espectacular en casas como Concha y Toro, Barón de Rothschild, Santa Rita o Undarraga. Además de la capital, son interesantes los municipios de Buin, Isla de Maipo y Talagante. Cachapoal es una zona cálida donde abunda la variedad carménère, la uva chilena por excelencia. Los lugareños conservan sus sombreros tradicionales y los rodeos de caballos. Bodegas como Los Boldos o Santa Mónica son emblemas, y no hay que perderse Doñihue, Rancagua o Rengo. Más al sur se encuentra Colchagua, donde gana terreno la biodinámica. Para visitar, sobresalen Nancagua, Peralillo, Santa Cruz o San Fernando. Maule es la zona más amplia de viñedo del país, con el 43 % de la superficie total. Destaca por sus vinos tintos, y son de interés las localidades de Linares, Maule, Parral o San Javier. El valle del Bío-Bío, en la región homónima, es una zona lluviosa especialmente indicada para uvas blancas como la riesling o la gewürztraminer. Resulta aconsejable visitar Laja, Mulchén y Yumbel. Impulsado por el encanto de sus valles vinícolas, Chile ha apostado por el desarrollo del enoturismo. A la izquierda, caballos ante el espectacular paisaje que ofrecen los viñedos de Caliterra. A la derecha, paseo por los terrenos de la bodega Cono Sur. Curicó: de la cordillera al océano El valle de Curicó es el área chilena más preparada para el enoturismo, no solo por la calidad de sus bodegas sino porque las visitas pueden complementarse con actividades al aire libre en parques nacionales y paseos por las ciudades coloniales que lo circundan. La Ruta del Vino del Valle de Curicó, a la que pertenecen una docena de bodegas, es actualmente uno de los circuitos más completos del mundo en turismo del vino. Una ruta para conocer la realidad del vino chileno Ubicado unos 200 kilómetros al sur de Santiago, un recorrido por el valle de Curicó es sumamente recomendable si se quiere conocer la realidad del vino chileno. La ruta establecida incluye la visita a las bodegas de la zona, las explicaciones personalizadas de los enólogos y la historia de unas tradiciones familiares con más de cien años de historia. Aquí se celebra la Fiesta de la Vendimia durante el mes de marzo, en la que el vino mana de una fuente que los visitantes pueden degustar de manera gratuita. También es posible compaginar la maravillosa vista de los viñedos — que van desde la precordillera de los Andes hasta la cordillera de la Costa— con lugares con encanto como la misma capital provincial, Curicó. Con algo más de 150 000 habitantes, Curicó es una ciudad próspera que gana población cada año. Entre sus atractivos, cuenta con la plaza de Armas, uno de los lugares más bellos y entrañables de Chile. Entre sus 60 ejemplares de palmeras llegadas desde las islas Canarias, la plaza cuenta con un quiosco de hierro fundido de estilo «Eiffel», que data del año 1905, con una escultural fuente de agua, con un monumento a la ciudad y con la iglesia Matriz. Situada al norte de la región de Maule, la provincia de Curicó constituye el corazón vitivinícola de Chile. Su valle, entre la precordillera de los Andes y la cordillera de la Costa, alberga algunas de las principales bodegas del país. En la imagen, instalaciones mimetizadas con la naturaleza de Miguel Torres, bodega instalada en Curicó desde la década de 1980. Bellos parajes y localidades A unos 30 kilómetros de Curicó queda Potrero Grande, localidad balnearia con estero y quebradas colindantes, en los que las familias pueden disfrutar de frutas y verduras frescas en un paisaje de ensueño con saltos de agua y verdes profundos. Otro pintoresco balneario en el interior curicano se halla en Los Queñes, un poblado que es puerta de paso de ganaderos y donde se practica la pesca. En la costa, a unos 100 km al oeste de la capital provincial, destacan las populares estaciones balnearias de Iloca y Duao. Vichuquén es un pueblo de estilo colonial que se asoma al lago del mismo nombre, que cuenta con una infraestructura turística orientada a la práctica de los deportes náuticos. Cerca de allí está Laguna Torca, reserva nacional con cisnes de cuello negro, y la playa de Llico, ideal para el surf. También son aconsejables las visitas a las salinas artesanales de Boyeruca, donde además hay un buen balneario, y a Lipimávida, una apacible localidad costera a unos 20 km de Vichuquén. Sagrada Familia cuenta con originales calles en diversos niveles, mientras Romeral, con una típica arquitectura colonial de adobe y techos de tejas, destaca por sus manzanas y cerezas. Muy cerca se ubican las lagunas de Teno, cuyo entorno permanece nevado durante el invierno, y el volcán Planchón, a casi 4 000 metros de altitud. En la comuna de Molina, a la que pertenecen lugares como Lontué, se ubican los grandes viñedos como los de San Pedro, Santa Rita o Concha y Toro. Aquí se dan cita reservas nacionales como Radal-Siete Tazas y Parque Inglés. Radal, al este de Molina, es un entorno natural en el que pueden practicarse la acampada y la pesca rodeados de fuentes y arroyos de aguas cristalinas. A 7 km al este se encuentra el Parque Inglés, donde se puede acampar bajo frondosísimos árboles y comer en las riberas del río Claro, que permite el baño si uno no tiene aversión al agua fría y practicar turismo de aventura. Visitar bodegas y reponer fuerzas La bodega Miguel Torres está en Curicó y cuenta con un restaurante con grandes ventanales y decoración minimalista desde los que se pueden observar los viñedos de la propiedad. La cocina, de orientación mediterránea, se acompaña de los vinos de la cava. En Curicó, además, pueden visitarse otras grandes bodegas como Aresti, Echeverría, Inés Escobar —dedicada en buena parte a vinos a granel de excelsa calidad—, Mario Edwards, San Pedro, Santa Hortensia o Valdivieso. Y fuera de la asociación de la ruta se encuentran también otras bodegas de interés como Los Robles, Pirazzoli o San Rafael. Además del restaurante de Miguel Torres, es posible comer bien en la ciudad de Curicó en Cantares, un espacio de cocina internacional ubicado junto a la iglesia de San Francisco, en pleno centro; en Casa de la Esquina, especializado en cocina española, o en Brasas de Zapallar, especializado en carnes a la brasa, pescado y marisco. Y para alojarse, en pleno centro de Curicó puede hacerse en el hotel Raíces, junto a la plaza de Armas, o en el hotel El Descanso, en las afueras de la ciudad, donde se puede optar entre habitaciones, suites o cabañas, o combinar alojamiento y gastronomía en Mapuyampay, un hostal gastronómico en el que su chef Ruth Van Waerebeek ofrece clases de cocina. A menos de 200 km al sur de Santiago, la ruta del vino por Curicó transcurre apaciblemente, de oeste a este, entre viñedos, arquitectura colonial y frescos arroyos, hasta llegar a las lagunas, balnearios y playas de la zona costera. Rutas enoturísticas por México Aunque México no sea una potencia mundial en la producción de vino, sí lo es, desde hace algunos años, en la oferta enoturística. De hecho, el país entendió enseguida que la oferta vinícola debe ir ligada al turismo y a la rica y variada gastronomía, para aportar un mayor valor añadido a las empresas vitivinícolas y a las zonas productoras. Bajando hacia Querétaro En el noreste del país, de clima seco y caluroso, donde la lluvia no sobrepasa los 200 litros anuales, el estado de Coahuila acoge tres áreas vitivinícolas diferenciadas: Arteaga, Parras y Saltillo. A más de 1 500 m de altitud, Parras de la Fuente, al sur del estado, es conocida como el «oasis de Coahuila» por sus abundantes mantos freáticos, a la vez que constituye el corazón del vino de la región. A menos de diez kilómetros del núcleo urbano se ubica la hacienda vitivinícola Casa Madero (o «Casa Grande», como la llaman los lugareños), primera bodega de la que se tiene constancia en América Latina, ya que data de 1597, y que, al tiempo que sigue elaborando vinos, opera como hotel y centro de banquetes y convenciones. Separado de la Baja California (la principal zona vitivinícola del país) por el estrecho golfo de California (o mar de Cortés), el estado de Sonora, en el noroeste, también es caluroso y en parte desértico, si bien cuenta con maravillosas playas y con un reseñable desarrollo turístico en Puerto Peñasco. Conserva la costumbre indígena de la elaboración de bebidas alcohólicas, procedente de los higos chumbos y también de la pitahaya, y aunque no tiene tradición vitivinícola, la empresa española Pedro Domecq apostó en 1993 por la región para la producción de vinos de mesa. En Durango, estado del oeste en plena sierra Madre Occidental, el destino de la uva se divide entre la producción de destilados, a la que se dedican las tres cuartas partes, y la de vinos jóvenes y de postre, a la que van a parar el 25 % restante. En Zacatecas, en el centro del país, los viñedos se sitúan por encima de los 2 000 metros de altitud. La industria vinícola es reciente en la región, pero tanto en Ojocaliente como en Valle de la Macarena hay excelentes condiciones climáticas y de suelo para la producción. Aguascalientes, en la altiplanicie, con cotas que alcanzan los 2 000 m, es una zona de clima templado, que alberga valles donde las lluvias se concentran en verano para dar brío a sus vinos de chardonnay, moscatel, colombard, cabernet sauvignon o ruby cabernet, atractivo que complementa con su oferta de termas. Más al sur, en la ciudad de Ezequiel Montes, en el centro del estado Querétaro y a unos 200 km al noroeste de Ciudad de México, la empresa Freixenet ha impulsado el sector con un proyecto enoturístico de primer orden, que incluye visita a bodegas y eventos programados a lo largo de todo el año, entre los que destaca, cada octubre, la celebración de las Fiestas del Queso y el Vino, con presentación de añadas, degustaciones y rutas temáticas. México ha sido uno de los primeros países en darse cuenta de que la oferta vinícola debe ir ligada al turismo y a la gastronomía para aportar un mayor valor añadido a las empresas y zonas productoras. (En la imagen, viñedos de L. A. Cetto en Baja California, principal región vitivinícola mexicana y a la vez pujante destino turístico internacional.) Baja California: península de contrastes El vino mexicano es prácticamente sinónimo de Baja California, ya que en una latitud parecida a la del californiano valle de Napa, perpendicular al océano Pacífico, se extienden cuatro valles cercanos a la zona de Ensenada, que reciben brisas frescas durante gran parte del año, ideales para la viticultura. El valle de San Antonio de Minas se ubica al noroeste de Ensenada y puede considerarse el inicio del valle de Guadalupe. Con suelos homogéneos, cuenta con una importante influencia oceánica. El valle de Guadalupe extiende sus viñedos desde cerca del océano hacia tierra adentro, un área limo-arcillosa de gran fertilidad y con un mosaico de colores, propiciado por granitos y arcillas rojas, que le da vistosidad. Adobe Guadalupe es una hacienda vitivinícola con un hotel de solo seis habitaciones, restaurante privado, piscina, jacuzzi y caballerizas. Barón Balch’é tiene cava subterránea y permite degustación de vinos. Casa Pedro Domecq cuenta con tienda y sala de degustación. L. A. Cetto, la mayor hacienda vinícola mexicana, realiza recorridos guiados y degustaciones, en una ajardinada área de picnic que tiene incluso plaza de toros. La Casa de Doña Lupe ofrece vino orgánico y productos regionales como aceitunas, hierbas aromáticas, quesos, miel o mermeladas. Los valles de Santo Tomás y San Vicente quedan a 45 y 90 kilómetros, respectivamente, al sur de Ensenada. Mientras el primero se encuentra a 110 m sobre el nivel del mar, el segundo tiene una altura media de 140 m. En ellos destacan la bodega Santo Tomás, con degustación de vinos y recorridos entre viñedos, o la Cava Antigua Ruta del Vino, que agrupa a pequeños productores no solo del valle de San Vicente sino también de La Grulla. En el valle de San Rafael, Francisco Andonaegui adquirió la antigua misión Santo Tomás y la convirtió en el rancho La Dolores, primera bodega comercial de Baja California, en 1888. Importó variedades de España y de California, y ya en 1904 producía 80 000 litros de vino. Durante un siglo impulsó el vino de la zona. En toda el área merece destacar el hotel Villa del Valle, con unas impresionantes vistas al viñedo. Posee huerto orgánico, olivos, frutales, plantas aromáticas y un restaurante de ensueño, donde la huerta dicta el menú del día, para disfrutar en pareja con una cocina de corte vanguardista. Lo mejor del valle de Guadalupe. La carretera Transpeninsular, que cruza de norte a sur la península de Baja California, enseguida muestra una tierra distinta a la que se deja atrás, una lengua de tierra entre el Pacífico y el golfo de California donde la naturaleza, apenas domeñada, sigue imponiendo su ley, y los valles de viñedos constituyen oasis de verdor. Lugares singulares El enoturismo de esta área ofrece también sitios singulares, como el Centro Enoturístico Kumiai San Antonio Necu, regentado por una comunidad indígena, que cuenta con un centro ceremonial, museo y restaurante, además de una zona de acampada con servicio de asadores, o el Rancho Ecuestre El Carruaje, entre Ensenada y Tecate, con academia ecuestre y oferta de paseos a caballo. Los lugares naturales con paisajes excepcionales son también una constante de esta zona de contrastes. Merece la pena destacar la cascada del Arroyo de Guadalupe y Aguas Termales, un muro de piedra de más de 30 m de altura donde chorrea un salto de agua que forma debajo una pequeña laguna que resulta ideal para combatir los tiempos de calor. Es vistosa durante la época de lluvias y en ella pueden practicarse deportes de aventura como el rapel, además de recibir baños termales de aguas sulfurosas en estado natural. El Salto del Agua, bonita cascada en un área natural con manantiales en San José de la Zorra, está bien escondida, y se necesitan cerca de dos horas de paseo a caballo para llegar hasta ella. Algo parecido ocurre en La Tortuga Ojo de Agua, entre Tecate y Ensenada, que cuenta con restaurante y museo. Ensenada es, en sí, una ciudad con un especial atractivo turístico que puede y debe combinarse junto con el vino y la gastronomía, que cuenta además con influencias francesa e italiana. El municipio es tan diverso que ofrece desde áreas tan áridas como el desierto de la Muerte a sierras con cumbres nevadas como Sierra Juárez o Sierra de San Pedro. Posee también pequeñas islas como Guadalupe o Santo Ángel de la Guarda, hermosísimas playas y bosques de pinos. En el sur se encuentra La Bufadora, uno de los escasísimos géiseres marinos que existen en el mundo y el más alto de todos, por encima de los existentes en Hawai, Tahití, Australia o Japón. Es una cueva entre rocas al nivel del mar que, cuando sube la marea y se llena, expulsa como un bufido chorros de agua marina por encima de los 20 metros. Desde aquí se pueden avistar ballenas grises, realizar pesca deportiva, practicar el ciclismo y el surf, montar a caballo y degustar sus buenos vinos. Finca y viñedos de la bodega Santo Tomás, en el valle homónimo de la península de Baja California. La bodega dispone de una oferta enoturística que incluye degustaciones de vinos y recorridos entre los viñedos. Otras rutas del mundo El entourismo es una modalidad de viaje en alza que ofrece una variedad de destinos por todo el mundo. Entre los países con una oferta consolidada se encuentran Francia, Italia, Alemania, Estados Unidos, la República de Sudáfrica, Australia o Nueva Zelanda. La belleza paisajística constituye uno de los principales reclamos para convertir las regiones vinícolas en todo el mundo en unos destinos turísticos de primer orden. En la imagen, viñedos en otoño en el valle de Napa, en California. Francia: bistros y «châteaux» La región francesa de Borgoña cuenta con cuatro rutas de vino para los amantes de los grandes chardonnay y pinot noir que allí se elaboran: la de Yonne, la de los Grands Crus, la de los Grandes Vinos y la de los Vinos Mâconnais-Beaujolais, que comprenden en total unos 1 000 kilómetros. La zona cuenta con una oferta superior a los 600 hoteles, 200 lugares de acampada, además de alojamientos rurales. Más del 35 % de las bodegas borgoñonas están comprometidas con el enoturismo, una actividad que les ha permitido aumentar las ventas directas desde el 45 % en 1988 al 60 % en 2010. La zona de Beaune es buena para practicar el enoturismo. Uno puede alojarse en el château de Chassagne-Montrachet entre viñedos del dominio Michel Picard y cenar en el mismo escenario, aunque también puede optar por la ciudad, con el restaurante Le Caveau des Arches a la cabeza. Es aconsejable visitar los grandes crus de la zona, como Montrachet, Meursault y Volnay, pero también, hacia el norte, los 24 grandes crus de Côtes de Nuits, donde se ubican vinos míticos como Romanée-Conti. Otros restaurantes que merece la pena visitar son Chez Simon, en Flagey-Échezeaux, o Castel de Girard, en Morey Saint-Denis. En Burdeos todo es aún más fácil, ya que se puede partir desde la misma ciudad, donde existe una enorme oferta de hoteles y restaurantes. Comer y beber buenos vinos es posible en establecimientos como Le Bistro du Sommelier, La Belle Époque o Le Cochon Volant, y tomar vinos por copas en el Bar Cave de la Monnaie. Desde allí se puede hacer una excursión a SaintÉmilion, un pueblo precioso lleno de bodegas para visitar y de tiendas de vino donde degustar y comprar; ir a visitar zonas como Château Margaux o Pichon Longeville, o acercarse a la pequeña localidad de Sauternes, donde se puede visitar el mítico Château d’Yquem y comer en restaurantes típicos y populares como Auberge Les Vignes o Saprien. Italia y Alemania Italia, especialmente la Toscana, es otra de las grandes rutas enoturísticas del mundo, con propuestas tan sugestivas como visitar el Castello Banfi, uno de los hoteles más lujosos del mundo del vino, y degustar su Brunello di Montalcino, o simplemente empaparse de la belleza del paisaje toscano en el que todas las piezas (prados, colinas, bosques, olivos y viñedos) parecen encajar en una perfecta armonía. La Ruta del Chianti Clásico recorre pueblos como Castellina, Volpaia o Rada, llenos de encanto medieval y donde el vino es el modus vivendi. Lo mismo ocurre con San Gimignano, un conjunto urbano embriagador donde se cultiva la variedad blanca vernaccia. Pero, por supuesto, no todo es vino en esta región repleta de arte y de historia, ya que se pueden visitar ciudades tan atractivas como Siena —con un gran ambiente y un casco histórico maravilloso en el que sobresale la espectacular plaza del Campo y la iglesia que la preside—, Volterra, Lucca o Pisa. En Alemania es aconsejable visitar la Ruta de WeinStrasse (Calle de los Vinos), en la región del Palatinado (Pfalz, en alemán), unos 80 kilómetros de viñedos junto a Neustadt an der Weinstrasse, coqueta ciudad con una plaza y un museo dedicados al vino, amén de sus numerosas tabernas. Muchas bodegas de la zona cuentan con degustaciones y restaurantes, como Anselmann, en la localidad de Edesheim. Exquisito paisaje ondulado en la Toscana italiana. Entre copas por California Los valles de Napa y Sonoma, en California, parecen haber nacido para el enoturismo y, por ende, para el mantenimiento del paisaje y el medio ambiente, como un atractivo más. Aquí, los paseos y las degustaciones están a la orden del día en cualquiera de sus bodegas. Merece la pena destacar Darioush, un canto al glamour con estilo europeo, con baños turcos y un atrio lleno de columnas. Interesante también es la bodega ecológica Ridge Wines, en pleno centro de Napa, o Foxen, donde se filmó la famosa película Entre copas. También es recomendable visitar Anaba, una antigua granja con más de un siglo reconvertida en bodega, que ofrece unos magníficos vinos de chardonnay y pinot noir, o la bodega de Robert Sinskey, con unas magníficas instalaciones que complementa con la oferta de sus vinos por copas y magníficas tapas, algunas elaboradas con productos de su huerto ecológico. Sudáfrica, Australia, Nueva Zelanda En Sudáfrica merece la pena visitar Ken Forrester Wines, en Helderberg Mountain, distrito de Stellenbosch, una de las áreas más bonitas del país. En esta bodega se puede asistir a una degustación o comer en el increíble restaurante 96 Winery Road, propiedad de la familia y donde la gastronomía se eleva a categoría de arte. Desde allí, además de recorrer los viñedos de Paarl, es absolutamente recomendable visitar Ciudad del Cabo, una de las ciudades más cosmopolitas del mundo. En Australia, concretamente en Margaret River, no debe escaparse una visita a Leeuwin Estate, con degustación y restaurante; y en Nueva Zelanda, al Hotel du Vin, en Mangatawhiri, no lejos de Auckland, donde uno puede alojarse en el espléndido hotel, comer en el magnífico restaurante ligado a la bodega, utilizar su spa o pasear por sus viñedos en un paisaje de ensueño. Dónde saciar la sed 10 bodegas españolas (o portuguesas) que deberías visitar La riqueza vinícola de España y Portugal se refleja en sus paisajes de viñedos y también en las construcciones bodegueras que salpican la geografía ibérica. Unas instalaciones que, gracias a diferentes programas enoturísticos, permiten conocer de primera mano los procesos de elaboración del vino y al mismo tiempo catar sus vinos y disfrutar de unas edificaciones singulares. Las diez bodegas que siguen reflejan ese binomio imprescindible —vinos de calidad y entorno arquitectónico destacable— que conforma el ideal de toda visita enoturística. Codorníu Situada en la capital del cava, Sant Sadurní d’Anoia (Barcelona), las instalaciones de Codorníu son conocidas como la «catedral del cava» por el edificio modernista construido entre 1895 y 1915 a partir de un proyecto del arquitecto Josep Puig i Cadafalch, que en el año 1976 fue considerado monumento histórico artístico —actualmente está catalogado como bien cultural de interés nacional—. La bodega está formada por varias edificaciones en las que se desarrollaron diferentes técnicas modernistas, como las bóvedas de ladrillo y el mosaico trencadís. Apunte aparte merece la parte subterránea, donde se encuentra la cava propiamente dicha, diseñada con unas grandes arcadas que permiten un gran espacio para el almacenaje de los productos Codorníu. Abierta todos los días del año, la oferta enoturística de esta bodega incluye desde la visita simple hasta la exclusiva, incluyendo diferentes tipos de degustaciones. Asimismo, en sus instalaciones se pueden organizar diferentes tipos de acontecimientos privados. Uno de los edificios que conforman las bodegas de Codorníu en Sant Sadurní d’Anoia, conocidas como la «catedral del cava» por su sobresaliente arquitectura modernista. CVNE La Compañía Vinícola del Norte de España (CVNE) es un referente de la producción en la Denominación de Origen Calificada Rioja. Fundada en 1879, está compuesta por un total de 22 edificios, entre los que destaca la denominada Aldea del Vino, formada por la nave fundacional, la nave Real de Asúa, la nave Eiffel y un gran patio central que en su origen actuaba como centro neurálgico de la bodega. La bodega abre todos los días del año, el precio de la visita básica es de 8 euros y al finalizar se catan dos vinos y una tapa. Los recorridos se pueden adaptar a los gustos y necesidades del público, y las explicaciones se dan en español e inglés. También hay visitas «gourmet» para público más especializado y servicio de ludoteca para los más pequeños. Tradición y modernidad se dan cita en las instalaciones de CVNE en el barrio de la Estación de Haro. A la izquierda, edificios de acceso para las visitas; a la derecha, sala de catas. Dinastía Vivanco Situada en Briones (La Rioja), la bodega de Dinastía Vivanco forma parte de un complejo cultural y enoturístico que incluye el Museo de la Cultura del Vino, inaugurado en 2004 y que ofrece un recorrido por la historia y la cultura del vino y sus relaciones con la mitología, la religión y la sociedad, en el marco de los trabajos de la Fundación Dinastía Vivanco, dedicada a la investigación y difusión de las prácticas de la viticultura y la enología. Diseñado por el arquitecto afincado en La Rioja Jesús Marino Pascual, el museo consta de exposición permanente, sala de exposiciones temporales, aula de cata y un centro de documentación del vino con más de 5 000 volúmenes sobre viticultura, enología y otros temas relacionados con el mundo del vino. Este doble complejo, bodega más museo, puede ser visitado de forma conjunta o individualmente. La entrada combinada cuesta 15 euros. Tanto la bodega como el museo son visitables de miércoles a domingo, más los martes según temporada. Todos los sábados se realizan cursos de iniciación a la cata. Panorámica del amplio interior de la bodega de Dinastía Vivanco en Briones (Rioja Alta). Harveys-Pedro Domecq El complejo de las bodegas Fundador, Terry y Harveys conforma la gran instalación bodeguera de Pedro Domecq, que destaca tanto por la elaboración de sus famosos vinos de Jerez de la Frontera (Cádiz), como por su ubicación en un típico edificio señorial andaluz perfectamente integrado en el diseño urbanístico de la ciudad que lo acoge, convirtiéndose además en uno de los principales reclamos turísticos de Jerez. Las visitas a estas instalaciones se pueden realizar todo el año, de lunes a sábado, tanto en español como en inglés (alemán y francés requieren confirmación previa), y además de una degustación del jerez más vendido del mundo, el Harveys Bristol Cream, incluye una visita a las diversas bodegas que conforman el complejo, como la bodega de la Luz, cuna del brandy Fundador. La duración aproximada es de 75 minutos. Se contempla la posibilidad de realizar eventos privados de todo tipo en sus instalaciones. Salón Los Claustros, del siglo xiv, en el interior de las bodegas Harveys, de Pedro Domecq, en Jerez de la Frontera. Marqués de Riscal Enclavada en Elciego (Álava) y con 150 años de historia, Marqués de Riscal es una de las bodegas más antiguas de la Denominación de Origen Calificada Rioja. Pero a la vez es de las más modernas, gracias al proyecto La Ciudad del Vino, edificio diseñado por Frank O. Gehry inaugurado en 2006, que junto con la antigua bodega forma uno de los mayores complejos dedicados al vino de España. Cuenta con una superficie total de 100 000 metros cuadrados dedicados a la elaboración, cuidado y estudio del vino. Con una afluencia de más de 70 000 enoturistas anuales, las visitas se realizan todos los días de la semana, teniendo la más básica un precio de 10,25 euros por persona, incluyendo visita y cata de los vinos Marqués de Riscal Verdejo y Marqués de Riscal Reserva. Inconfundible silueta de la «ciudad del vino» alrededor del icónico edificio proyectado por Frank Gehry para Marqués de Riscal en Elciego (Rioja Alavesa). Palacio de Fefiñanes En el caso de esta bodega gallega, el término «palacio» no es en absoluto gratuito. Se refiere realmente a un pazo, una joya arquitectónica de los siglos xvi y xvii. Está situada en el centro de Cambados (Pontevedra), y en ella se elabora el reputado Albariño de Fefiñanes, registrado comercialmente en 1928, por lo que es el primero y uno de los mas destacables albariños de la Denominación de Origen Rias Baixas. La creación de la bodega data de 1904 y actualmente produce tres marcas de albariño, además de aguardientes y licores. Arquitectura y entorno se aúnan en una visita enoturística que comprende el recorrido por las instalaciones bodegueras más una cata de sus productos. La bodega abre de martes a domingo en verano y de lunes a sábado el resto del año, salvo de enero a marzo, meses en que permanece cerrada a las visitas. Estas se realizan en inglés y español. Palacio de Fefiñanes se asienta en un espectacular pazo de los siglos xvi y xvii en Cambados. Protos Esta bodega de Peñafiel (Valladolid) es pionera de los vinos con Denominación de Origen Ribera de Duero hasta el punto de que la empresa tiene en propiedad el nombre «Ribera Duero» y autoriza su uso al Consejo Regulador desde 1982. Con una cifra de visitantes cercana a los 30 000 anuales, Protos es un referente enoturístico de la zona. La visita incluye un recorrido por la bodega de crianza, que transcurre a lo largo de dos kilómetros de galerías subterráneas situadas bajo el monte donde se asienta el castillo de Peñafiel —sede del Museo Provincial del Vino—, y por la nueva bodega diseñada por Richard Rogers. Las visitas se efectúan de martes a domingo a un precio de 10 euros, que incluye, además del recorrido, cata de vinos de la misma bodega. Los cinco grandes arcos parabólicos de madera laminada de las nuevas bodegas de Protos, obra de Richard Rogers inaugurada en 2009, parecen sustentar el castillo de Peñafiel. La concepción visual de la cubierta reinterpreta los tradicionales tejados de las bodegas de Ribera del Duero. Ramos Pinto La bodega Ramos Pinto de Oporto es la más reseñable de Portugal. Fundada en 1880, destaca por sus afamados vinos de oporto, y como oferta enoturística propone, además de la visita a la bodega, un recorrido por el museo particular, que contiene una gran colección de objetos históricos. Esta bodega más que centenaria está situada en Vila Nova de Gaia, enfrente de Oporto al otro lado del Duero, en el punto de llegada donde los tradicionales barcos rabelos descargaban las uvas procedentes de los viñedos situados aguas arriba del Duero. En realidad, es una singularidad de esta zona el hecho de que el vino no se elabore próximo a los viñedos, sino en estas ciudades cercanas al mar. Las instalaciones se pueden visitar de lunes a viernes durante todo el año, más los sábados de junio a septiembre. Tío Pepe-González Byass En las bodegas Tío Pepe de González Byass, en Jerez de la Frontera, se puede seguir el proceso de elaboración de sus vinos de jerez en la Gran Bodega, un edificio que destaca por sus cuatro módulos cubiertos por bóvedas de hormigón diseñado por Eduardo Torroja Miret en 1960. Las instalaciones son visitables todos los días del año y conforman la principal atracción turística de esta localidad andaluza, con más de 240 000 visitas anuales. Destaca su extensa colección de barriles firmados por celebridades: artistas, deportistas, miembros de la realeza, etc. Existe también la posibilidad de realizar visitas VIP privadas. Real Bodega de la Concha, de Tío Pepe (González Byass), diseñada por Gustave Eiffel en 1869. Torres Empresa clave de los vinos del Penedès, Bodegas Torres desarrolla una importante función de desarrollo del enoturismo en paralelo a la elaboración de sus vinos. Su centro de visitas de Pacs del Penedès (Barcelona) centraliza una serie de actividades que incluyen visitas a sus bodegas principales así como a las cercanas bodegas Jean Leon. Unas 125 000 personas la visitan anualmente, disfrutando de una amplia oferta enológica con presentaciones disponibles en español, catalán e inglés. La visita básica, con un precio de 5,45 euros, está disponible todos los días del año e incluye un recorrido de unos 75 minutos por las instalaciones principales, en el que se utiliza un tren turístico para atravesar los viñedos y se observa el proceso de elaboración del vino, desde la viña hasta la botella. La visita concluye con una cata de algunos de los vinos de esta bodega. Además, Torres propone las llamadas «Experiencias Torres», sesiones de cata con maridaje de otros productos adaptadas a todo tipo de grupos. La familia Torres (en la imagen, en uno de sus viñedos) ha desarrollado una amplia oferta enológica para los cerca de 125 000 visitantes que acuden anualmente a sus instalaciones. 10 bodegas latinoamericanas que deberías visitar La riqueza vitivinícola latinoamericana se centra especialmente en cuatro países: Argentina, Chile, México y Uruguay. Cada uno con sus características específicas, desde el clima mediterráneo de la Baja California mexicana hasta las singularidades climáticas de los valles preandinos a lado y lado de esta cordillera en el Cono Sur, los vinos que producen merecen su posición entre los más destacados del mundo. Las diez bodegas que siguen a continuación —tres argentinas y otras tres chilenas, dos mexicanas y dos uruguayas— aúnan vinos de calidad con visitas enoturísticas con capacidad para dejar en el visitante un grato recuerdo de un recorrido por las instalaciones bodegueras culminado con degustaciones de los destacables vinos elaborados en cada propiedad. Carrau Originaria de Cataluña, la familia Carrau se instaló en Montevideo a mediados del siglo xviii. Diez generaciones más tarde, esta familia sigue ofreciendo en su bodega de Colón vinos de primera clase, entre los que destacan los apreciados tannat. En un entorno que aúna un impresionante parque natural con los viñedos de la propiedad y que combina una arquitectura de estilo colonial con las típicas casas de campo uruguayas, la bodega abre sus puertas a visitas de lunes a viernes, y ofrece varias modalidades de recorrido, en las que nunca faltan las degustaciones de los reputados vinos de la bodega. También se ofrece la posibilidad de realizar todo tipo de eventos empresariales y familiares en sus salones. Casas del Bosque Situada a 70 km de Santiago de Chile y a 30 del puerto de Valparaíso, Casas del Bosque fue concebida en 1993 con el objetivo de producir vinos de calidad. Los viñedos están situados en el valle de Casablanca, un lugar climáticamente privilegiado para la producción de vinos, donde la bodega cuenta con 232 hectáreas dedicadas al cultivo de la vid, principalmente variedades de origen francés como chardonnay, riesling, sauvignon blanc, syrah o pinot noir. La oferta enoturística de Casas del Bosque comprende un recorrido por los viñedos cercanos a las instalaciones, así como visita a la bodega y a la sala de barricas, y degustación de los vinos elaborados. Las visitas se ofrecen todos los días del año en español e inglés, y también en portugués y francés previa reserva. Interior de Casas del Bosque, bodega chilena situada en el valle de Casablanca. Su moderna sala de almacenaje acoge casi mil barricas de roble francés, con una capacidad de guarda cercana a los 225 000 litros. Cavas Freixenet de México Ubicada en Ezequiel Montes, localidad eminentemente vinícola del estado de Querétaro, 230 km al norte de México D. F., la filial de la empresa catalana Freixenet, implantada en México desde finales de la década de 1980, se ha convertido en uno de los principales reclamos turísticos de la zona gracias a sus 250 000 visitantes anuales. Dentro de sus actividades enoturísticas se incluye la visita a su cava situada a 25 metros de profundidad en la finca Sala Vivé, donde se elaboran tanto vinos espumosos como vinos tranquilos. Se trata de un recorrido por las instalaciones que explica todo el proceso de elaboración, desde el trabajo en la viña hasta la comercialización de las botellas. El precio de la visita es de unos 60 pesos por persona e incluye recorrido por las instalaciones y degustación de un vino propio. Abre todos los días del año. Las instalaciones horizontales de Cavas Freixenet de México se atisban al fondo de los viñedos de la propiedad. Ubicada en la localidad de Ezequiel Montes, las cavas reciben unas 250 000 visitas anuales. Concha y Toro En la localidad chilena de Pirque, en el valle del Maipo, se ubican la antigua bodega y los viñedos de Concha y Toro, bodega fundada en 1883 en la principal zona vinícola de Chile y convertida hoy en día en una de las de más renombre de todo el Cono Sur. Su Centro Turístico del Vino se ha convertido en la principal atracción enológica para toda el área cercana a la capital, Santiago de Chile, situada a escasos diez kilómetros al norte de la bodega. La visita a las instalaciones de Concha y Toro incluye un paseo por el parque y el exterior de la casa del fundador, un recorrido por el viñedo de Pirque Viejo, la visita a la bodega del Casillero del Diablo y una cata de vinos. Las visitas se ofrecen en español e inglés de lunes a domingo y tienen un precio que oscila entre los 8 600 y los 18 000 pesos. Establecimiento Juanicó En el departamento uruguayo de Canelones, a 38 km de Montevideo, se encuentra Establecimiento Juanicó, bodega dirigida por la familia Deicas, propietaria del 100 % de las acciones de la sociedad, que ha conseguido el reto de equilibrar tradición e innovación para elaborar vinos de gran calidad. Esta bodega propone un recorrido enoturístico que incluye la zona de los viñedos, bodega, antiguas edificaciones de piedra y cava subterránea, finalizando el paseo con una degustación de vinos. Además, y como singularidad, ofrece la posibilidad de avistar diferentes aves en una de las zonas húmedas de la finca. También está prevista la opción de celebrar eventos de tipo personal o empresarial en las instalaciones de la misma bodega. Grafiggna En la provincia de San Juan, en el oeste de Argentina y al pie de la cordillera de los Andes, se encuentra la bodega Graffigna, una de las empresas vinícolas más tradicionales del país, fundada por inmigrantes italianos, que introdujeron en Argentina diferentes variedades de uva europeas que son aún hoy la base de los vinos argentinos.Situada junto a los viñedos propios, la visita a esta bodega destaca especialmente por su museo, donde toma relevancia una colección de antiguas herramientas utilizadas para la elaboración del vino. Fundado en 2003, el Museo Santiago Graffigna preserva el patrimonio y la tradición de la familia fundadora y permite conocer los procesos de elaboración del vino y su evolución con el paso de los decenios. El recorrido finaliza con una degustación de vinos de la misma bodega. L. A. Cetto Situada en el valle de Guadalupe, en la gran región productora de vinos mexicanos de la Baja California, L. A. Cetto se encumbra como la primera productora de vinos del país. Fundada por Angelo Cetto en 1928, fue una de las pioneras en la introducción de vid foránea y actualmente, gracias a una tarea de internacionalización iniciada a principios de la década de 1980, mantiene presencia comercial en más de 25 países. Sus instalaciones son visitables todos los días del año y ofrecen recorridos gratuitos de la zona de barricas y de la planta vinícola, además de vistas panorámicas de las viñas. También son visitables, de forma gratuita, parte de sus instalaciones bodegueras en Tijuana y Ensenada, también en el estado de Baja California. Tapiz de viñedos en la propiedad de L. A. Cetto en el valle de Guadalupe (Baja California). Esta bodega, principal productora de México, abre sus puertas a los visitantes todos los días del año. Norton Fundada en 1895 por el ingeniero inglés Edmund James Palmer Norton, esta bodega fue pionera en la provincia argentina de Mendoza en la producción de vinos a partir de castas francesas. Desde 1989, pertenece al empresario austriaco Gernot Langes-Swaroski, que ha promovido la internacionalización de la marca con un gran éxito exportador. Norton propone dos tipos básicos de experiencia enoturística: la primera es una visita a la bodega durante la cual se puede degustar el vino en diferentes momentos de su proceso de elaboración, desde el tanque de fermentación hasta la barrica de roble llegando al producto finalizado, pudiendo diferenciar gustativamente los diferentes momentos del vino. La segunda experiencia permite la visita de las viñas en Finca Perdriel, incluyendo degustación de sus vinos varietales más destacables. Santa Rita Fundada en 1880 por Domingo Fernández Concha, Viña Santa Rita está ubicada en el valle del Maipo, muy cerca de Santiago de Chile. Su fundador fue pionero en la introducción de cepas francesas. Desde la década de 1980, la bodega pertenece al grupo Claro y a la empresa Owens Illinois, y ha diversificado la producción. Sus instalaciones son visitables, tanto por la bodega como por el entorno paisajístico de la cordillera preandina del Alto Jauhel. La visita básica, con un precio de 9 600 pesos, consta de recorrido por viñedos y por las bodegas de vinificación y guarda y la planta de embotellamiento, y de visitas a la Bodega 1 y a la Bodega de los 120 Patriotas, hoy en día calificada como monumento nacional chileno. También hay otras opciones enoturísticas como picnics entre viñas y recorridos con bicicleta. Terrazas de los Andes Como el mismo nombre de la bodega indica, Terrazas de los Andes está situada justo al pie de la cordillera andina, concretamente ante el paisajísticamente impresionante Cordón del Plata, en la localidad de Perdriel del estado de Mendoza, en el centro-oeste de Argentina. La bodega fue fundada en 1898 por Sotero Arizu, uno de los precursores de la vitivinicultura argentina, con un estilo arquitectónico marcadamente español. En 1999 se convirtió en sede de Terrazas de los Andes cuando se creó la actual empresa. Con motivo del cambio de propietarios, las instalaciones fueron restauradas y modernizadas, pero siempre conservando su solera histórica. La bodega es objeto de una visita con un circuito en el que se descubren los secretos de la elaboración del vino. Como es habitual, el recorrido finaliza con una degustación. Interior de la casa para huéspedes de Terrazas de los Andes, que comprende seis estancias, cada una decorada con motivos que recrean cada una de las variedades cultivadas por esta bodega argentina. De los ultramarinos a las vinotecas Las tiendas de ultramarinos, conocidas simplemente como ultramarinos, son establecimientos en desuso y caída libre en nuestras ciudades y pueblos. La mayor parte fueron absorbidas por cadenas de supermercados, otras fueron adquiridas por propietarios procedentes de la inmigración, generalmente chinos, que las convirtieron en tiendas más o menos tradicionales pero con un horario mucho más prolongado, y finalmente otras muchas cerraron sus puertas por inanición. Cafés, chocolates... y vino Los ultramarinos combinan la oferta de productos frescos a granel con otros envasados tales como pan, huevos, leche, conservas, embutidos, especias y vino. Su origen se remonta al siglo xviii, cuando comenzaron a popularizarse algunos productos llegados de las colonias de ultramar —de ahí el nombre «ultramarinos»—, como el chocolate o el café. Pero fueron abriendo unas y cerrando otras, hasta el punto de que un reciente reportaje del Herald Tribune nombra como tienda de ultramarinos más antigua de España el establecimiento «La Confianza», ubicado en el casco viejo de Huesca, cerca del monasterio románico de San Pedro el Viejo, que data de 1871. Precisamente esta tienda, que se precia desde siempre de vender cafés, chocolates, salazones, ahumados y licores franceses, se distingue también por tener una amplia bodega, instalada en el sótano de la tienda. En ella oferta vinos de Somontano, pero también de otras zonas españolas, como Rioja o Ribera del Duero, además de cavas, champanes y destilados artesanales aragoneses. La oferta fina de vinos embotellados Las tiendas de ultramarinos siempre se distinguieron por ofrecer una mezcla de olores que hacen inconfundibles nuestros recuerdos de niñez. Las épocas de la matanza del cerdo eran especiales, ya que la tienda ofrecía efluvios de los pimentones llegados de Extremadura o Murcia con las tripas naturales secas y dispuestas para hacer los embutidos, además de los olores tradicionales de sus bacalaos, chocolates, anises, ponches o brandies de su apartado de licorería y los del vino a granel. A su vez, durante muchos años los ultramarinos constituyeron la oferta fina del barrio en vinos. Por supuesto, compitieron lealmente con las tabernas populares y las bodegas de barrio en la venta de vino a granel, pero su atractivo para las clases más pudientes les llevó a ser los primeros en ofertar vinos finos embotellados. Su herencia aún es palpable en algunos de los mejores establecimientos de ciudades como Madrid o Barcelona, que han quedado como referencias en la oferta de vinos. Tal es el caso de Vila Viniteca, en la calle Agullers de la capital catalana, o de Mantequerías Bravo, en la calle Ayala de Madrid. Vila Viniteca nació al lado de su actual ubicación, en el barrio del Born, como una tienda de ultramarinos en 1932, y en 1993 cambió a vinoteca y distribuidora de vinos. Mantequerías Bravo nació en 1931 y ha mantenido las esencias de gran tienda de ultramarinos con una amplia oferta de comestibles y ultramarinos de altísimo nivel en la que podemos encontrar, en la sección de vinos, desde Vega Sicilia o Pingus a Château Haut-Brion o Château d’Yquem, además de los mejores cavas y champanes. El salto a las vinotecas Aquellas que no fueron absorbidas por la inmigración china o por las cadenas de supermercados, y supieron adaptarse al momento, tienen entre los vinos finos una de sus referencias más importantes, pero hubo también algunas, como la citada Vila Viniteca, que optaron directamente por convertirse en vinotecas o enotecas, con una amplísima oferta de vinos. Las vinotecas actuales, al modo y manera de las establecidas en Francia o Italia, son tiendas de vino, generalmente distribuidoras, que ofrecen multitud de referencias nacionales e internacionales de vinos y bebidas espirituosas y que, en no pocas ocasiones, cuentan con espacios para la degustación, la restauración rápida o, incluso, el restaurante de postín. Pasan por ser las grandes embajadoras del vino, ya que su oferta atrae a numeroso público, y entre sus empleados figuran sumilleres especializados que pueden orientar al cliente en sus compras o degustaciones. El cambio de la tienda de ultramarinos o colmado a vinoteca, sin ser una constante, sí ha propiciado los cambios en los hábitos de compra de vinos, especialmente para aquellos paladares más exigentes y con ganas de ampliar sus compras a otras zonas o países a los que hasta ahora no tenían acceso o sobre los que les faltaba la información adecuada para tomar decisiones. El despacho de vino embotellado ha ido evolucionando desde la tradicional tienda de ultramarinos a la sofisticada vinoteca actual. De la taberna a la renovada bodega de barrio No tuvo nunca buena prensa la palabra «taberna», pese a referirse a un establecimiento cuyo origen se remonta aproximadamente al año 1700 a. C. y a que haya conocido toda suerte de civilizaciones. La taberna es, en esencia, una tienda de carácter popular donde se sirven y expenden bebidas y, en ocasiones, comidas. Mala fama Pruebas de su existencia se dan en Egipto en el año 512 a. C. y, antes, en la antigua Mesopotamia. En esta, florecieron las tabernas en los cruces de caminos, en lugares equidistantes entre la ciudad y el campo, para nutrirse de una mayor clientela entre la gente que comerciaba entre los prósperos ríos Tigris y Éufrates. Eran establecimientos señalados con herraduras y siluetas de mujer, que vendían cerveza elaborada normalmente por el propietario, pero también vino importado de Siria y Cilicia (territorio que abarcaba las actuales Turquía y Chipre), así como pan, aceite y ropa. Quizás por su ubicación, no eran lugares de buena fama y hasta ellas llegaban fugitivos de la justicia, conspiradores y gentes de dudosa moral. Tal importancia adquirieron estos establecimientos que el Código de Hammurabi (1760 a. C.) conminaba a las taberneras —parece que el sexo femenino se imponía en la propiedad— a que denunciaran a los conspiradores que visitaban el lugar bajo apercibimiento de pena de muerte. En la antigua Roma se llamaban termopolios, ya que en ellas se servía el vino caliente —al uso aún vigente en lugares centroeuropeos—, además de pan, carne, pollo y pescado. Aunque en el imaginario colectivo las tabernas quedaron como locales de mala fama, llenas de piratas, marineros tatuados y prostitutas, lo cierto es que en toda Europa las tabernas han constituido siempre buenos bares de barrio, donde encontrar bebidas, especialmente vino, comidas y, en algunos casos, tomar menús. Tabernas cordobesas En España, las tabernas forman parte de su esencia, y algunas ciudades, como Córdoba, las tienen como emblema. Como en Pompeya, las tabernas cordobesas florecieron como lugares donde se adquiría el vino al por menor. Manuel López Alejandre, en su libro Las tabernas del casco histórico de Córdoba, recuerda que en la Edad Media se legisló sobre ellas en el Código de las Siete Partidas, donde se prohibía a los ilustres tomar barraganas que fuesen taberneras. Disposiciones posteriores establecían los precios de venta y calidad de los vinos (puros, legítimos, de buena calidad y sin mezcla de agua), y los arbitrios que los taberneros debían satisfacer para el mantenimiento de pobres y presos. Además de prohibir prácticas como el juego de naipes o los dados, en el siglo xvii el gobierno municipal cerraba aquellos establecimientos que entraban vino de fuera, al considerarlo contrabando. Con un pasado tan rico, las tabernas cordobesas son quintaesencia de la cultura, templos del vino y del buen comer, lugares de encuentro y tertulia: monumentos al hedonismo. Taberna o bodega A finales del siglo xix, las tabernas fueron decantándose entre las dedicadas más al servicio de bebidas y comidas, sin olvidar su condición tradicional de tiendas al por menor, y aquellas otras que optaron por la figura de la bodega de barrio. Estas, que también inicialmente servían copas de vino, derivaron más en tiendas. Hasta bien avanzada la posguerra española, las bodegas de barrio estuvieron ejerciendo su función entre taberna y bodega, pero quedaron en lo segundo, como despacho de vinos. Las bodegas de barrio se surtían casi en su totalidad de vinos a granel, pero poco a poco fueron introduciendo gaseosas, refrescos y bebidas alcohólicas como el anís y el brandy, para satisfacer las necesidades de su clientela. Y ya a finales de la década de 1950 y principios de la de 1960 comenzaron a expedir vinos embotellados, un artículo prácticamente de lujo en esa España en blanco y negro que se resistía a la modernidad. La bodega de barrio, hoy Hoy, las bodegas de barrio, con algunas excepciones donde la venta del vino a granel continúa siendo una costumbre viva para muchos de sus clientes, ofrecen un amplio surtido de vinos de todas las regiones de España e, incluso, algunos del extranjero. A la vez, ofrecen un aspecto singular, entre tradicional y moderno, que les ha hecho ganar nuevos adeptos y constituir una alternativa a las vinotecas o enotecas —de gran raigambre en Francia o Italia—. Con el renovado impulso del tapeo, además, las bodegas de barrio retoman su doble condición de antaño y se han hecho un sitio entre los establecimientos de ocio que conforman un genuino modo de ser y de disfrutar de la vida. Hasta hace pocas décadas, en España era costumbre generalizada acudir semanalmente a la taberna o a la bodega de barrio para proveerse, garrafa en mano, del vino a granel que se consumiría como vino de mesa durante las comidas. Grandes establecimientos en España y Latinoamérica La difusión de la cultura del vino tiene un aspecto comercial que no se puede obviar; al fin y al cabo, se trata de un producto de consumo. Sin embargo, la venta de vino puede ser todo un arte, como lo demuestran los establecimientos españoles y latinoamericanos que siguen a continuación, seleccionados por combinar una amplia muestra de productos con una historia en la que se suman tradición y calidad. Bodega Santa Cecilia Madrid Fundada en 1968 a partir de una bodega tradicional existente desde 1922, Santa Cecilia se convirtió en el primer autoservicio especializado en vinos y licores de Madrid. Situado en el número 74 de la calle Blasco de Garay, barrio de Chamberí, constituyó rápidamente un referente del sector del comercio vinícola del centro de España. El establecimiento ofrece actualmente más de 5 000 referencias en lo que se ha convertido en el primer espacio temático del mundo del vino en España, un concepto que trasciende la habitual tienda de vinos. Acceso a una de las dos tiendas de Bodega Santa Cecilia en Madrid, la situada en la calle Blasco de Garay, en el barrio de Chamberí. Este establecimiento comercial de gran solera ofrece un asesoramiento personalizado por sumilleres y enólogos, y también organiza cursos de cata y visitas a bodegas. CAV Santiago de Chile Iniciales de Club de Amantes del Vino, la CAV es actualmente el club de vinos más grande de Chile, con más de 15 000 suscriptores. Asimismo, cuenta con tres establecimientos en Santiago. El primero de estos está ubicado en el centro comercial Mall Alto Las Condes, en la avenida del Presidente Kennedy 9001, en Las Condes. A esta primera tienda, fundada en mayo de 2009, le siguieron dos más, también situadas en centros comerciales de la conurbación capitalina. Todas ellas abren de lunes a domingo. Celler de Gelida Barcelona Este establecimiento (celler es la palabra en catalán equivalente a «bodega») es un negocio familiar fundado en 1895 y uno de los más tradicionales de la capital catalana. Está situado en la calle Vallespir número 65, en el barrio de Sants, a poca distancia de la principal estación de trenes barcelonesa. Cuenta con una amplia selección de unas 4 000 referencias de vinos de todo el mundo, a los que cabe añadir una oferta de más de cien añadas de vinos y destilados de todo tipo. La tienda abre todos los días de lunes a sábado excepto en período vacacional. Corchos, bistro y boutique de vinos Montevideo Su lema es «Somos el punto de referencia del vino uruguayo», y, en efecto, su particularidad es que en este establecimiento se puede encontrar la más amplia selección de vinos del país. La tienda está ubicada en la calle 25 de Mayo, número 651, a escasos cien metros de la céntrica plaza de la Independencia. Como su nombre indica, el establecimiento cuenta con todo tipo de servicios relacionados con la cultura del vino, como boutique y sala de degustaciones, así como un bistro donde disfrutar de la gastronomía uruguaya. El Mundo del Vino Santiago de Chile Con cinco establecimientos, El Mundo del Vino es una importante referencia en el sector en Chile. La tienda más representativa es la situada en la calle Isidora Goyenechea 3000, en la comuna de Las Condes. Junto a una amplia selección de vinos y espumosos, ofrece todo tipo de destilados y licores, con atención especial al whisky, así como libros, guías y todo tipo de accesorios. La empresa fue fundada en 1998 por socios chilenos y franceses, y en la actualidad ofrece como su mejor baza un servicio especializado. La Europea Ciudad de México Esta cadena fundada en 1953 es una de las más destacables de México. Su tienda principal está situada en la calle Ayuntamiento 21 —a poca distancia de la plaza del Zócalo, centro neurálgico de la capital—, aunque cuenta con mas de 40 sucursales en todo el país. Con mas de cincuenta años de historia, La Europea está especializada en la venta de vinos, licores y alimentos gourmet. En 1994 modernizó su concepto comercial con la apertura de una bodega de autoservicio. También se dedica a la importación directa y exclusiva de algunas marcas de vino de prestigio internacional. Lavinia Madrid Nacida en 1999, esta cadena de tiendas especializadas cuenta con doce establecimientos en diferentes países europeos, siendo el primero de ellos el ubicado en la calle Ortega y Gasset 16, en pleno centro de la capital española. La intención de Lavinia es la de superar el modelo de enoteca tradicional abordando el vino desde una perspectiva cultural. Su almacén cuenta con más de 6 500 referencias y ofrece como valor añadido servicios como vendedoressumilleres, servicio de degustación, envío a domicilio, autoservicio y venta de objetos relacionados con el servicio del vino. López Oleaga Bilbao A partir de una tradicional tienda de ultramarinos, López Oleaga se reconvirtió en tienda especializada en vinos —sin eludir las delicatessen gastronómicas— a mediados de la década de 1990, combinando un negocio moderno con una solera centenaria, lo que la ha convertido en punto destacable del sector de la venta de vinos en el País Vasco. La tienda de López Oleaga está situada en la calle Astarloa, barrio de Abando, y ofrece una selección de vinos con especial atención a los de la zona, a destacar los txakolis de las cercanas Bakio y Getaria. Abierto de lunes a sábado. Monvínic Barcelona El objetivo básico de Monvínic es divulgar la cultura del vino a través de su establecimiento situado en la calle Diputación, 249, en el Ensanche barcelonés, a escasos cinco minutos de la plaza Cataluña. A diferencia de otros establecimientos, Monvínic no es una tienda al uso, sino un centro de divulgación del vino en el que confluyen un centro de documentación, un bar de vinos (considerado uno de los cinco mejores del mundo por la revista «Food and Wine»), un espacio culinario, una aula para catas, conferencias y presentaciones, y una bodega con vinos de los cinco continentes. Y todo ello en un espacio que quedó finalista del prestigioso premio FAD de Interiorismo 2009. Tierra Nuestra Sevilla Fundada en Sevilla en la década de 1980, Tierra Nuestra combina la venta de vinos con la charcutería selecta. La sede central está en la calle Constancia 41, en el barrio de Triana, aunque posee otras tiendas en Sevilla y en Huelva. De estirpe familiar, tiene como objetivo acercar la cultura del vino a partir de una de las mayores selecciones de vinos españoles, convirtiéndose en un referente del sector en Andalucía. La tienda abre de lunes a sábado, excepto la zona de degustación, que cierra los sábados. Entre otros servicios, ofrece venta al mayor, distribución a hostelería y tienda online. Universal de Vinos Logroño Pese a su formación reciente, ya que se constituyó como empresa en el año 2000, Universal de Vinos cuenta con una experiencia de más de 30 años en el sector de la vitivinicultura. Ubicada en el centro de la capital de La Rioja, en la calle Saturnino Ulargui número 10, esta tienda aspira a contribuir a la difusión de la cultura del vino como nexo de unión entre las personas. El establecimiento se dedica también a la exportación de vinos, especialmente los de la Denominación de Origen Calificada Rioja. Permanece abierto de lunes a sábado. Pese a su aún corta trayectoria, Universal de Vinos se ha hecho un nombre en la venta de vino desde su moderna tienda en el centro de Logroño. (En la imagen, interior del local.) Vila Viniteca Barcelona Situada en la calle Agullers número 7, en el barrio de la Ribera, en el casco viejo de Barcelona, Vila Viniteca proviene del colmado Vila, fundado en 1932 y propiedad aún hoy de la familia Vila. El establecimiento combina la venta al menor con la distribución, venta al mayor, importación y exportación. Actualmente, es una de las distribuidoras de vinos más importantes de Europa. Asimismo, Vila Viniteca participa activamente en la difusión de la cultura del vino en España con la organización de distintos acontecimientos, como concursos y muestras. La tienda está abierta al público de lunes a sábado. Vinos del Mundo Montevideo La empresa Vinos del Mundo se dedica a la selección, importación, exportación y distribución de vinos de calidad para el mercado de Uruguay. Ubicada en el centro de Montevideo, en la calle Montero, 2711, en la zona más comercial de la capital, apuesta desde su fundación por ofrecer al cliente un amplio abanico de posibilidades vinícolas. En un ambiente único y cuidado, pensado para la conservación de los grandes vinos, el establecimiento ofrece salones privados para atención personalizada, realización de catas personales y presentaciones. Vins i Licors Grau Palafrugell (Girona) Referencia de la venta de vinos en el Ampurdán y la Costa Brava, el establecimiento Vins i Licors Grau (calle Torroella, 163) cuenta con un espacio de 1 200 m2 dedicados a la venta de vinos, lo que convierten la tienda en una de las más grandes de Europa. El gran espacio permite, además, diferenciar perfectamente todos los productos a partir de sus denominaciones de origen. Asimismo, cuenta con sumilleres y enólogos para asesorar a la clientela sobre sus más de 9 000 referencias. Cuenta también con bar vinatería. Winery Buenos Aires Esta cadena argentina cuenta con 18 tiendas, la más destacable de las cuales es la de la avenida Juana Manso, en el barrio de Puerto Madero, un punto de gran interés turístico cercano a la Casa Rosada, la plaza de Mayo y la catedral. La tienda, inaugurada en enero de 2010, cuenta con una amplia variedad de vinos tanto nacionales como internacionales, así como whiskies, cristalería, espumantes, champagne, aceites de oliva y libros especialmente seleccionados. Abre de lunes a domingo. Todos los miércoles realizan tasting nights, sesiones de cata especializada. Sumilleres y cartas de vinos La figura del sumiller en España —que, contrariamente a lo que pueda pensarse, no es una palabra adaptada del francés, sino el nombre con que se designaba a un «servidor», tal como recogieron el Diccionario de Autoridades y el Covarrubias— está en constante evolución y se asemeja, pero no es equivalente, al trabajo que desarrolla el sommelier francés, de gran raigambre y tradición en la cultura francesa. La profesión nace en la antigua Roma, donde el sumiller era el encargado de probar el vino, por si estaba envenenado, y de servirlo después. Posteriormente el oficio derivó al camarlengo, que era el acompañante del rey, y de ahí pasó al camarero, palabra que tiene que ver con la de ayuda de cámara. A lo largo de la historia, pues, siempre ha sido un oficio noble y reconocido, que dio gloria a quienes lo ejercieron. El sumiller, hoy El sumiller actual no se dedica únicamente a probar el vino en el restaurante para ver si debe desechar la botella por algún defecto. Su principal misión, que en ocasiones se olvida, es la de servir de unión entre el comensal, la sala y la cocina. A partir de ahí, el sumiller tiene muchas tareas que hacer. La primera, adquirir el vino que se va a servir para tener la bodega al día; conocer las existencias con las que cuenta; comprobar su estado y encargarse de la rotación de los vinos que sirve; saber si un vino —por sus especiales características— debe ser aireado o jarreado, o si por el contrario debe ser decantado debido a su edad y fragilidad; vigilar la temperatura del almacén y adaptar sus características a una mayor o menor compra; asesorar al comensal, si así lo solicita este, sobre el vino adecuado para cada plato y para cada economía, y ocuparse también del servicio de aguas, cervezas, destilados y puros. Las cartas de vinos Pero una de las funciones más importantes del sumiller reside en la confección de la carta de vinos. Sin duda, esta tarea es una de las asignaturas pendientes en numerosos restaurantes, que no disponen de una carta coherente, explicativa y orientativa para el comensal. Muchas cartas de vinos parecen fotocopiadas unas de otras, son insulsas, carecen de información suficiente, contienen graves errores en las añadas, problemas de ubicación geográfica de los vinos y, en suma, inducen más a la confusión que a la toma de decisiones. Por eso es muy importante el papel del sumiller, que debe ser una persona versátil, culta, viajada, adaptable, con capacidad de sacrificio, con don de gentes, buena comunicadora y humilde. Una carta de vinos debe ser de todo menos estática. La carta que no cambia está «muerta», ya que siempre hay novedades que incorporar y marcas que descatalogar por selección natural de los comensales que visitan el establecimiento. Es verdad que puede haber muchos modelos de cartas, pero no es menos cierto que todas deben mantener un mínimo de coherencia. El orden de las cartas Lo lógico es comenzar con el nombre de la denominación de origen, indicación o ubicación geográfica, al que deben seguir los nombres de los vinos de esa área, de más jóvenes a más viejos, con su añada claramente especificada, el nombre del vino y de la bodega, el tipo de vino (blanco, rosado, tinto, etc.) y el precio. Las cartas pueden comenzar con los vinos nacionales divididos en blancos, tintos y rosados; continuar con la misma clasificación para los vinos extranjeros, que deben ponerse por país de origen, espumosos (cavas, champañas, sekts, prossecos, etc.), vinos de postre y vinos generosos. Las bebidas espirituosas deben formar parte de otra carta o de un anexo, con el precio de la copa o combinado. Las aguas minerales también deben ir después de los vinos. Una buena carta de vinos es una carta compensada. Es importante ofertar variedad, tanto en geografía como en tipos de vinos y precios, haciendo especial hincapié en aquellos que tienen una relación calidad/precio excepcional. Siempre es conveniente contar con una pequeña selección de vinos extranjeros. También resulta imprescindible revisar la carta a menudo y eliminar aquellos vinos que ya no se ofrecen o que momentáneamente no se tienen en existencias, ya que eso molesta especialmente a los comensales. Hoy en día, las nuevas tecnologías y la facilidad con que pueden imprimirse páginas de una carta facilitan enormemente esa labor. Es importante que la carta sea artística, pero también debe ser funcional. Llama la atención que algunos de los restaurantes más laureados aún no cuenten con las mejores cartas de vinos y simplemente se limiten a tener una colección de referencias clásicas y algunas de las zonas emergentes y más mediáticas. Se trata, sin duda, de un importante aspecto que cuidar y mejorar. Una buena carta de vinos debería clasificar los vinos de cada área de más jóvenes a viejos, con su añada claramente especificada. Vino y acervo cultural Ritos y celebraciones, del mundo clásico a la actualidad El consumo del vino ha estado vinculado desde los comienzos de la historia al rito y a la celebración, así como a la religión. En Mesopotamia, los reyes y religiosos eran los únicos que podían hacer uso de esta bebida, cuyo consumo se fue extendiendo luego entre los adinerados. En el antiguo Egipto se puede encontrar el valor ritual del vino en El libro de los muertos, que recoge las oraciones para acceder al más allá tras la muerte. En esa obra, el vino se valora como ofrenda, y por ello se han encontrado ánforas de vino en los enterramientos de esa época. Además, la fiesta del banquete funerario combinaba el recuerdo al muerto por parte de las plañideras con el placer de la comida y la bebida, especialmente del vino. En la antigua Grecia, el vino adquirió una nueva dimensión ritual fuera del ámbito religioso, a través del simposium, un encuentro que se celebraba tras el banquete con el objetivo de beber en compañía y profundizar en alguno de los temas propuestos por el anfitrión. El simposium era una ceremonia que comenzaba con la libación u ofrenda. Esta consistía en que todos los participantes dieran un trago de vino a un vaso común aún sin aguar, tras lo cual se derramaba vino por el suelo o se echaba al fuego en honor de los dioses. Esta ceremonia iba acompañada de una oración conjunta, llamada päan, lo que indica que todos los simposios —no solo los organizados por las entidades religiosas— tenían un carácter sagrado. La oración era recitada por todos al unísono, acompañada por música de flautas, y tenía un carácter de gratitud, el mismo que se encuentra en las celebraciones cristianas. De hecho, eucharistia significa en griego «dar gracias». Otra similitud entre la tradición en la antigua Grecia y la celebración cristiana es el rezo de una persona en representación de todos. En los simposios lo podía realizar el anfitrión. El vino en las celebraciones cristianas y judías En todas las confesiones cristianas, el ágape común es una parte central de la celebración litúrgica. Las Iglesias ortodoxas hablan de ofrenda, la tradición católica de la eucaristía y la protestante de la santa cena. Según la creencia católica, Jesús fundó el ágape cristiano y ordenó a sus discípulos en la última cena en Getsemaní que lo repitieran regularmente: «Haced esto en conmemoración mía», según recogen varios fragmentos del Nuevo Testamento (como en Lc. 22, 19; 1). La razón se recoge también en la Biblia: «Siempre que comáis de este pan y bebáis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor» (1 Cor: 11, 26). De manera que alzar el cáliz y posteriormente beber con vino de misa los restos de las hostias sagradas es un rito en las misas católicas. El simbolismo de la vid y el vino también se encuentra en la religión judía. Tras errar por el Sinaí cuarenta años al salir de Egipto, el pueblo judío llegó a Canaán, donde, según el Antiguo Testamento, los racimos de uva eran tan grandes que debían ser cargados por dos personas. Este símbolo es aún seña de identidad del pueblo de Israel. El vino también es parte del ritual hebreo en celebraciones tan importantes, como el Pésaj o Pascua judía. La comida festiva o Séder comienza con una bendición sobre el vino (se toman cuatro copas en toda la cena, en conmemoración de las cuatro expresiones de liberación empleadas en el Éxodo: «yo os sacaré», «os libraré», «os redimiré», «os tomaré»). Un rabino sostiene una copa en una celebración judía. Los vinos kosher se toman en las comidas festivas judías tras realizar una bendición. Celebrar la llegada del vino Los ritos alrededor del vino no solo son religiosos, y el vino forma parte de la celebración de festividades tanto paganas como religiosas. En España, cada año, con la apertura de las barricas donde se hallan las nuevas cosechas, varias localidades celebran fiestas de bienvenida. En Icod de los Vinos (Tenerife) se conmemora junto a la festividad de San Andrés, con actividades como el deslizamiento de tablas por las empinadas cuestas manipuladas por avezados corredores. En Valdepeñas también se celebra la llegada del nuevo mosto, y en regiones como Toro, Ribera de Duero, Jerez o Cigales, fiestas de la vendimia. En Galicia se festeja el vino durante todo el año en distintas zonas vitivinícolas, como Ribeira Sacra, Monterrei o Ribeiro. Sin embargo, la fiesta española en honor al vino más conocida es la de Haro, en La Rioja. Se conoce como «La batalla del vino», y consiste en arrojar vino sin descanso a todo el que te rodea o que pertenezca al bando contrario, recurriendo para ello a cualquier objeto: botas, máquinas sulfatadoras, etc. Esta fiesta se celebra cada 29 de junio, día de San Pedro, desde 1906, y cuenta con la mención de Fiesta de interés turístico nacional. En «La batalla del vino» de Haro (Rioja), fiesta de interés turístico nacional celebrada desde 1906 cada 29 de junio, el vino se erige en protagonista absoluto. También se celebran fiestas en las principales regiones vitivinícolas francesas, como Burdeos o Alsacia. En Italia sobresalen el Festival del Vino en Verona y el Festival de la Uva en Marino, donde las fuentes de la localidad derraman vino durante una hora. También en Alemania y Austria se festeja el vino, así como en Argentina, que cuenta con la Fiesta Nacional de la Uva y el Vino en la ciudad de Caucete, en la provincia de San Juan, o la Fiesta de la Vendimia, en Mendoza. Otra singular celebración estacional es la del estreno de los vinos franceses conocidos como «beaujolais nouveau», que se celebra en el mundo entero — de París a Seúl y Nueva York, y también en España— el tercer jueves de cada noviembre, con actividades específicas, sobre todo de cata y degustación en establecimientos especializados. La Fiesta de la Vendimia en Mendoza (Argentina) constituye una vistosa celebración, llena de música y color. Brindis Los vinos, pues, se ensalzan en festividades en todo el mundo, no en vano es un producto ligado a la celebración y al brindis. Según la Real Academia Española de la Lengua, «brindis» es una palabra adoptada por el español probablemente del verbo alemán bringuen. Por su lado, el escritor gastronómico español Mariano Pardo de Figueroa, conocido como Doctor Thebussem, consideraba que «los brindis son tan antiguos como el vino», pero que «brindis [...] es una palabra lejos de la philotesia griega, del propino de los romanos, del trinquis de la Edad Media y del toast inglés». Según este autor, el brindis ha ido cambiando a lo largo de la historia, y consideraba que podían determinarse tres grandes épocas: la de las libaciones o ciclo religioso, la del brindis caballeresco y la última, que se relaciona más con el brindis parlamentario o el que se refiere a la diplomacia y la conversación. En cualquier caso, el acto de brindar apurando el vaso se denomina en español «carauz», una palabra que también procede de una alemana, garauz. No obstante, este gesto ha entrado en desuso para el vino, puesto que la cultura y la sociedad han impreso un consumo lento y consciente de esta bebida. Brindis recreado en un cuadro de Peder Severin Kroyer titulado Almuerzo de los artistas escandinavos en Skagen (1883). Según el gastrónomo Mariano Pardo de Figueroa, «los brindis son tan antiguos como el vino». Usos y desusos Y es que las costumbres, igual que los ritos, se van adaptando a las sociedades. Así, se pueden identificar antiguos ritos en el servicio del vino que ya han entrado en desuso, como el de «chambrear» el vino. Este ritual, que entró en desuso en la década de 1980, procede de la costumbre francesa de guardar los vinos en las cavas de los châteaux, donde la temperatura era demasiado fría. Por ello, se subían desde la cava y se mantenían en la chambre o habitación donde iban a degustarse, para tomarlos a temperatura ambiente, que en esa época difícilmente superaba los 18 grados, debido a la falta de calefacción en las viviendas. Este rito fue mal comprendido en el resto del mundo, hasta el punto de que en muchos restaurantes se servía el vino introduciéndolo previamente en agua caliente, para que adoptara la supuesta «temperatura ambiente». Hasta hace poco, se solía oir que el vino tinto debe tomarse casi caliente. El escritor español Julio Camba, por ejemplo, recomendaba este rito en su libro La casa de Lúculo. Sin embargo, los expertos en la cata y degustación ya han desmitificado este rito y consideran que cada vino tiene su temperatura adecuada, que suele rondar entre los 10 y los 18 grados. Esta temperatura no siempre coincide con el tópico de que los vinos blancos se sirven muy fríos y los tintos según el ambiente, pues dependerá de la estructura y de los aromas de cada uno de ellos, independientemente de su color. El ritual de la mesa En la mesa, el ritual referido al vino tiene gran importancia. En las costumbres clásicas, las copas se colocan a la derecha del comensal por el orden de consumo y tamaño (la copa de vino blanco, más pequeña que la de tinto, y la del agua, la mayor de ellas, seguidas de la de los espumosos, habitualmente de tipo flauta). Sin embargo, con la nueva cocina de vanguardia abanderada por Ferran Adrià, con menús «largos y estrechos», se suele combinar cada plato con un vino, y la copa se cambia en cada pase de platos. El estudio de los vinos por parte de muchos sumilleres de grandes restaurantes también ha hecho que el ritual de cada copa para su tipo de vino se modifique con el objeto de conseguir un mejor disfrute de los aromas de cada uno de ellos. Así, por ejemplo, en ocasiones se puede presentar el champán en copas amplias que permiten que esta bebida espumosa regale sus aromas con mayor facilidad. Tanto en vinos blancos como tintos se opta también por una copa más amplia y cómoda, que invite a oler antes de beber. Entre los ritos de la mesa, se mantiene con firmeza, en cambio, el de servir el vino antes que el plato. También se conserva el de que una de las personas de la mesa —habitualmente, quien haya ordenado la bebida— cate el vino para comprobar que es el vino esperado, que está a la temperatura adecuada y que no tiene ningún problema de corcho o cualquier otro defecto por la conservación. En la mesa, algunas costumbres sobre el vino han caído en desuso, mientras que otras, como la de dar a probar el vino o servirlo antes que el plato, siguen firmemente arraigadas. Ritos vinculados a la salud La relación del vino con la salud también ha cambiado a lo largo de la historia. Desde la Edad Media, se ponían en práctica ritos para las parturientas y los recién nacidos en los que se identificaba el vino con la fuerza y la buena salud. Por ello, a las mujeres parideras se les ofrecía vino y caldos de gallina, y a los bebés se les frotaba la piel con vino, y cuando crecían se les daba elixires en los que el vino era un ingrediente importante, por su aporte de energía. En la actualidad, el consumo de vino en la infancia no está recomendado, pero sí entre los adultos como fórmula para evitar el envejecimiento o para conservar la salud del corazón, por lo que algunos cardiólogos recomiendan una copa de vino tinto al día. En la punta de la lengua: expresiones del vino en el lenguaje común Si la lengua, siguiendo al diccionario enciclopédico El Pequeño Larousse, es el «sistema de signos que utilizan los miembros de una comunidad para comunicarse», ¿cómo no iba a tener una fuerte presencia en una comunidad como la hispanohablante un elemento tan ligado a nuestra cultura como el vino? Para certificar que el vino es la bebida por excelencia de nuestra cultura, basta con acudir a las referencias básicas de nuestro acervo, la Biblia y el mundo clásico grecorromano. En la Biblia, desde el comienzo, el vino y la viña adquieren un papel de primer orden, como queda demostrado en que la viña sea el primer cultivo de Noé en la tierra recién seca tras el diluvio («Noé comenzó a cultivar la tierra y plantó una viña», Génesis 9,20). A partir de ahí, el vino se presenta en diversos relatos fundamentales, como el de las bodas de Caná, cuando Jesús, a petición de su madre, convierte en vino el agua vertida en seis tinajas de entre 70 y 100 litros. Vino, además, según el relato bíblico, de mejor calidad que el que se había servido inicialmente en el banquete (Juan 2,1-10). Por último, es también el vino, en este caso junto al pan, el alimento simbólico de la Última Cena, preludio de la Eucaristía, rito principal del cristianismo. En cuanto a la importancia del vino en la cultura grecorromana, basta con señalar la existencia de un «dios del vino», Dioniso, conocido como Baco en la época romana. Según la Teogonía de Hesíodo, «el muy risueño Dioniso» era «un inmortal», pese a ser fruto de la unión del mismísimo Zeus con la mortal Sémele. Dioniso, dios de la viña, del vino y del delirio místico, fue objeto de importantes cultos mistéricos en la Grecia clásica, y ya en época romana, bajo el nombre de Baco, fue tumultuosamente festejado en las bacanales, celebraciones en las que el vino se consumía en grandes cantidades. Pasaje de la Biblia de la conversión del agua en vino durante las bodas de Caná, en un grabado de Gustave Doré de la década de 1860. De cómo llamar al zumo de uvas La palabra más extendida para referirnos a la bebida alcohólica que se hace del zumo de las uvas fermentado es «vino». Esta palabra procede del latín vinum, de donde fue adoptada por todas las lenguas romances. Así, en catalán, la palabra es vi; en gallego, viño; vin en francés, occitano y rumano; en italiano, como en español, vino; el portugués escribe vinho; ¿y en sardo?, ¿cuál es la palabra?: pues se aleja un poco, pero todavía se intuye su raíz, pues se escribe binu. En otras lenguas occidentales de gran difusión sigue apreciándose su origen latino, como ocurre con el inglés, con la voz wine, y el alemán, en que se «bebe» wein. Podríamos extendernos en este punto, porque, debido a su éxito, el vino es nombrado en muchísimas otras lenguas, pero, para terminar, solamente diremos que, si queremos pedirlo en esperanto, habrá que pedir vinon. Y, por si acaso, también hemos consultado cómo se dice en suajili, y podemos informar de que se dice mvinyo. Por si sirve de provecho: el saber no ocupa lugar. Dejando otras lenguas a un lado, y volviendo al español, hemos dicho que «vino» es la palabra más empleada en nuestra lengua para referirse al caldo protagonista de este libro, pero no es la única. Eso sí, la palabra en cuestión tiene tal fuerza que no encuentra en la lengua española otra que pueda sustituirla en cualquier contexto, es decir, lo que se denomina un «sinónimo total». Se trata pues de una palabra contundente, que se impone para una realidad que no admite medias tintas, como queda bien reflejado en el popular refrán «Al pan, pan, y al vino, vino». En cualquier caso, sí que existen algunos sinónimos parciales, palabras o sintagmas —muchos de ellos en desuso—que se emplean —o empleaban— para referirse al vino en determinadas circunstancias, fundamentalmente en situaciones familiares y coloquiales. Un breve repaso al Diccionario de la lengua española de la Real Academia nos lleva a descubrir estas palabras que a veces pueden sustituir al vino, pero que nunca tienen su sabor. Encontramos las siguientes: «caldo», muy general; «morapio», que se emplea en contextos coloquiales y humorísticos; «mostagán» y «zumaque», coloquiales y desusadas en nuestros días; «cáramo», «pío», «tiple» y «turco», que la Academia califica como de germanía, es decir, como voces propias «de ladrones y rufianes» —pero de ladrones y rufianes del Siglo de Oro, añadiríamos nosotros—; y algunas asociaciones de palabras como «agua de cepas», «zumo de cepas» y «zumo de parras», expresiones apenas empleadas hoy en día, y de las que quedan ecos en antiguos refranes como aquel que dice «¡Aceite de cepas, marido, que me fino!», y que se empleaba para censurar a quienes exageraban sus males o necesidades y pedían en exceso. Para cerrar este apartado, ofrecemos otro sinónimo con mucho sabor, que todavía hoy recoge la Academia, «leche de los viejos», de uso coloquial, y con cierta mala leche... o mala uva. En las tabernas del Siglo de Oro podían oírse voces como «cáramo», «pío», «tiple» o «turco» para referirse al vino. Una buena cosecha de refranes Es en el refranero, reflejo de la cultura popular, donde el vino adquiere un papel protagonista, bien para referirse a sí mismo, o bien para, de modo figurado, presentar enseñanzas sobre distintos aspectos de la vida. Alabanza y defensa del vino Como no podía ser de otro modo, el vino encuentra numerosos elogios, virtudes y propiedades sanadoras entre los refranes; así, «El agua para los bueyes, y el vino para los reyes», «Fiesta sin vino no vale un comino», «Más vale vino maldito que agua bendita», «Cuando el viejo no puede beber, la sepultura le pueden hacer»; y también es presentado como inestimable compañero: «El vino, al desnudo le es abrigo». Entre los refranes que ponen el acento en las virtudes del vino, podríamos contar aquellos en los que el vino se hace presente como remedio para las enfermedades y símbolo de buena salud, sentencias populares nacidas siglos antes de que la medicina actual probara las propiedades benéficas que su uso moderado tiene para la salud: «Al catarro, con el jarro», «Si bebieres con el caldo, no darás al médico un puerco cada año», «Donde no hay vino y sobra el agua, la salud falta», «En el verano por el calor y en el invierno por el frío, es saludable el vino», «Pan de ayer y vino de antaño traen al hombre sano», «Media vida es la candela, pan y vino, la otra media» —y su variante: «Media vida es la candela, y el vino la otra media»—. Algunos sirven para señalar la necesidad de una alimentación adecuada para poder rendir y trabajar eficientemente: «Vino puro y ajo crudo hacen andar al mozo agudo», el similar «Vino crudo y ajo crudo hacen al hombre agudo»; «Ajo crudo y vino puro pasan el puerto seguro»; «Con buen vino se anda el camino», y sus variantes «Con pan y vino se anda el camino» y «Pan y vino anda camino, que no mozo garrido». También el vino sirve para reclamar o ensalzar la pureza de sabor de los buenos alimentos, en el conocido refrán «Al pan, pan, y al vino, vino», seguramente procedente de otro anterior: «Pan por pan y vino por vino». Otros refranes dan pistas sobre cómo ha de ser el buen vino, pistas que en ocasiones coinciden con las tendencias actuales, como aquel que dice «El pan con ojos, el queso sin ojos, el vino que salte a los ojos», en el que se subraya la importancia del aspecto visual en la valoración de un caldo; el ya citado «Pan de ayer y vino de antaño traen al hombre sano», y también «Amigo, viejo; tocino y vino, añejo», con los que se valora de manera especial el paso del tiempo como factor para la mejora del vino. Por último, los hay que nos hacen ver qué es lo que le pasa al buen vino, como: «Los valientes y el buen vino duran poco» u «Hombre atrevido, odre de buen vino, y vaso de vidrio, duran poquito». Anuncio de sangría en un bar de Barcelona, destinado a los turistas extranjeros. El vino, del más peleón al de mayor calidad, está asociado a la fiesta y la celebración, tal como recogen refranes como «Fiesta sin vino no vale un comino». Pautas de consumo No abundan en el refranero la críticas al vino, pero sí son numerosas las recomendaciones sobre su consumo. Podríamos decir que la sabiduría popular es consciente de las virtudes del vino, pero también de la necesidad de un consumo responsable del mismo. Entre las advertencias de carácter general sobre el consumo del vino, encontramos un refrán muy rotundo, como «Quien es amigo del vino, enemigo es de sí mismo», pero en la mayoría de los casos el ataque no es al vino, sino a su ingesta incontrolada. En algunos casos, los refranes advierten de las consecuencias inmediatas: «Días de vino, vísperas de agua»; y en otras ocasiones se recomienda la moderación: «El vino, poco, trae ingenio; mucho, se lleva el seso», «El agua, como buey, y el vino, como rey» —es decir, mientras que el agua puede beberse como un animal, el vino ha de ser consumido con la moderación y prudencia de un rey—; o «Quien bebe poco, bebe más». Tampoco faltan los refranes que mezclan churras con merinas, y que unen en una misma frase una censura del vino con prevenciones machistas más propias de tiempos pasados, como «Las mujeres y el vino hacen a los hombres renegar» y «La mujer y el vino sacan al hombre de tino», refrán este último del que existe una variante en que se aúnan las prevenciones respecto al vino y el amor: «El amor y el vino sacan al hombre de tino». E incluso un antiguo refrán, «¿Quién te hizo puta? El vino y la fruta», recogido en La lozana andaluza, obra de gran erotismo escrita en 1528 por Francisco Delicado, nos avisa de que el vino potencia de manera desmedida el deseo sexual. ¡Y también la fruta! Pero ya se sabe que no siempre se ha de hacer caso al refranero... También encontramos en el refranero extrañas recomendaciones sobre cómo y cuándo ha de ser consumido: aguado («El vino con agua es salud de cuerpo y alma»), con leche («Dijo la leche al vino: bien seáis venido, amigo»), con el caldo («Quien tras el caldo no bebe, no sabe lo que pierde», «Si bebieres con el caldo, no darás al médico un puerco cada año»), tras la miel («El vino tras la miel sabe mal, pero hace bien»), y después de comer arroz, pescado, pepino y tocino, según parece, para facilitar su digestión («El arroz, el pez y el pepino [o «el tocino»] nacen en agua y mueren en vino»). Otras enseñanzas que nos da el vino Ya hemos visto los refranes que «hablan» del vino, pero también son muchos los refranes en los que el vino sirve para dar enseñanzas, advertencias y consejos sobre los más diversos aspectos de la vida. Así, los refranes populares sirven para recordar cómo han de ser los amigos de verdad («Condición de buen amigo, condición de buen vino»), prevenir contra los desagradecidos («Desde que han bebido el vino, dicen mal de las heces»), criticar a las personas que, en cuanto alcanzan una mínima autoridad o poder, manifiestan su mal genio («Aún no es vino, y ya es vinagre»), advertir sobre la importancia de las apariencias («Cada cuba huele al vino que tiene») y sobre la imposibilidad de la perfección («En el mejor vino hay heces»), o dar toda una lección de mercadotecnia, recordando que los productos de calidad son los que menos publicidad necesitan, ya que se venden solos («El buen vino no ha menester pregonero»). En ocasiones, muchos de los refranes mencionados al referirnos a las virtudes del vino tienen también una segunda intención, una especie de retrogusto que revela un «sabor» que se esconde tras su sensación inicial. Por ejemplo, el ya citado «Al pan, pan, y al vino, vino», además de defender la necesidad de la pureza de los alimentos, entre ellos el vino, se emplea mayoritariamente para pedir a alguien que no se ande con rodeos al hablar, que se exprese con claridad. Ocurre lo mismo con otro refrán cuyo uso pervive en nuestros días, «Con pan y vino se anda el camino», que se usa para recomendar la provisión de todo lo necesario para llevar a buen término una tarea, y también, en un sentido más general, para enseñar que si las cosas se realizan en condiciones apropiadas, el resultado será siempre positivo. Otros como «Amigo, viejo; tocino y vino, añejo», además de apostar por los vinos añejos, recuerdan el valor de los amigos de toda la vida. Y algunos son útiles para recomendar prudencia y evitar el exceso de atrevimiento: «Los valientes y el buen vino duran poco», «Hombre atrevido, odre de buen vino, y vaso de vidrio, duran poquito». Un racimo de locuciones y frases hechas Pero no solo en los refranes se aprecia la presencia del vino (y de la viña y la uva) en la lengua, sino que también podemos degustar su sabor en otras expresiones del lenguaje, como las locuciones y frases hechas. Así, para decir que alguien tiene mal carácter decimos que tiene «mala uva», y a veces hasta «muy mala uva». Y cuando se quiere expresar que una persona es auténtica, genuina, y que reúne las características propias de su origen, en México se dice que es «de pura uva», y en España, para lo mismo, se emplea «de pura cepa» o «de buena cepa». Otro ejemplo de la presencia de la actividad vitivinícola en el español es la expresión «entrar por uvas», que se emplea con el sentido general de «arriesgarse», aunque también tiene usos más restringidos, como, por ejemplo, cuando se aplica al matador de toros que entra a matar con especial valentía. Pues bien, esta expresión parece tener su origen en la especial vigilancia que tenían los viñedos respecto a otros cultivos, lo que hacía más difícil adentrarse en ellos; es decir, que este celo en el cuidado de la viña obligaba a quien quería entrar en ella a arriesgarse. Otra expresión viva para paladear la presencia de la cultura del vino en la lengua es «De todo hay en la viña del Señor», que sirve coloquialmente para indicar que en todo hay cosas buenas y malas. Otras expresiones menos conocidas, pero con la frescura de un buen vino rosado, son: «De mis viñas vengo», que se emplea para dar a entender alguien que no tiene nada que ver con un determinado suceso; y «Como por viña vendimiada», que significa «fácilmente», «sin estorbo», y que ya aparece en La ilustre fregona, una de las Novelas ejemplares de Miguel de Cervantes, quien, con su gracia habitual, escribió: «Esa flecha, de la ahijada de su sobrina ha salido, que está envidiosa de verme tomar las Horas de latín en la mano y irme por ellas como por viña vendimiada». Retrato de Cervantes en la antigua taberna del León de Oro (Madrid). Sentencias con solera Dejando ya a un lado las expresiones coloquiales, los refranes y otras manifestaciones populares del lenguaje, vamos a ofrecer algunos dichos y proverbios clásicos con un intenso buqué. Empezaremos por uno de los más conocidos adagios latinos sobre el vino, el célebre «In vino veritas» («En el vino está la verdad»), atribuido al escritor y naturalista Plinio el Viejo (23-79 d.C.), que nos enseña y al mismo tiempo advierte de que el vino suelta la lengua y que bajo su influencia pueden decirse aquellas verdades que se esconden cuando se impone el control de la razón. Esta sentencia culta tiene su paralelo popular, menos refinado, en el refrán «Los niños y los borrachos nunca mienten». Esta idea del vino como agente revelador de la verdad está relacionada con otra de las virtudes del vino más reconocidas, su facilidad no solo para sacar la verdad, sino, en general, para hacer fluir las palabras. Este pensamiento es recogido por el poeta romano Horacio (65-8 a.C.), que en sus Epístolas escribió: «Fecunde calices quem non fecere disertum?» («¿A quién no harán elocuente las copas llenas de vino?»); y tiene continuidad en un aforismo medieval anónimo que dice así: «Post vinum verba, post imbrem nascitur herba» («Después de la lluvia nace la hierba; después del vino, las palabras»). Pero entre los proverbios latinos, además de advertencias y enseñanzas, también podemos encontrar elogios incondicionales del vino, como aquel que afirma «Bonum vinum laetificat cor hominis» («El buen vino alegra el corazón del hombre»), cuyo eco se encuentra en los Salmos (104,15); y aquel otro, fragmento de Las bacantes de Eurípides (480-406 a.C.), que sentencia: «Donde no hay vino no hay amor ni gozo alguno para los humanos». Cata final En definitiva, hemos visto cómo el vino, como no podía ser menos, se encuentra presente en la lengua, y hemos podido saborearlo en ella, servir las distintas maneras de nombrarlo y escanciar muchas de las frases hechas, refranes y sentencias de las que es protagonista. Vamos pues a terminar esta degustación con una cata final, una cata a ciegas, con otra viva manifestación de la lengua, una adivinanza: Soy el jugo de la uva, de la copa el contenido, de la mesa el gran señor, de todos apetecido. Seguro que, a estas alturas, tenemos la solución... en la punta de la lengua. Puesta en escena por la compañía La cuadra, de Sevilla, bajo la dirección de Salvador Távora, en 1987 de Las bacantes, obra de Eurípides en la que se sentencia: «Donde no hay vino no hay amor ni gozo alguno para los humanos». (En la imagen, la actriz Manuela Vargas, en el papel de Ágave.) Expresiones artísticas Vino y literatura La escritura es el espejo de la sociedad, y las menciones a la vid y al vino han sido una constante a lo largo de la historia de la literatura, desde las primeras manifestaciones literarias. Así, en la epopeya de Gilgamesh (1800 a. C.) aparece un viñedo mágico formado por piedras preciosas. En ese texto babilónico, en el que se buscan respuestas a la vida y a la muerte, se desciende a los infiernos y en uno de sus jardines se describe una viña en estos términos: «Sus frutos en racimos suspendidos / fascinantes de contemplar». Los egipcios también hablaron del vino, por ejemplo, en la conocida historia de Sinuhé, en la que se relata que la tierra de Iaa tenía vino abundante. Loas y advertencias en la literatura clásica En la literatura clásica griega, el vino aparece de forma constante en la Ilíada y la Odisea. En esta, el vino es el centro de la celebración en los banquetes en los que participa Ulises, pero también el arma con la que embriaga y derrota al cíclope y la poción con la que Circe convierte a sus compañeros en cerdos. En esta obra también se habla del peligro del exceso, con el ejemplo de uno de los hombres de Ulises que muere al caer de un tejado tras emborracharse. El vino es también hilo conductor en El banquete, de Platón, y el poeta Alceo ya cantaba: «No plantéis ningún árbol antes que la vid». En la literatura romana se mantuvo el interés por el vino, en obras como la Eneida o en las comedias de Plauto. En la Ars amatoria de Ovidio, el vino se ensalza como recurso para la seducción amorosa: «Para conquistar a una bella dama debéis ofrecer vino en copa de oro y posar los labios donde los suyos bebieron». Entre los poemas dedicados al vino, quizás los más famosos sean los escritos por el persa Omar Khayyám en el siglo xii, conocidos como Rubaiyat, en los que explora la naturaleza humana y el placer frente a la fugacidad de la vida: «Quiero olvidar en la embriaguez el dolor de nuestra ignorancia». Versos 41 a 44 de los Rubaiyat, de Omar Khayyám, en una traducción al inglés de mediados del siglo xix con decoración floral de William Morris. El autor persa del siglo xii cantó al vino con una sensibilidad y hondura no superados. En el siglo xiii, Gonzalo de Berceo escribió en San Millán de la Cogolla (Rioja) los conocidos versos: «Qiero fer una prosa en romanz paladino en qal suele el pueblo fablar con so vezino ca no so tan letrado por fer otro latino: bien valdra, commo creo, un vaso de bon vino». Un siglo más tarde, el Arcipreste de Hita señalaba los males del exceso en la ingesta del vino diciendo: «Donde hay mucho vino, luego viene la lujuria y todo mal después». Estas advertencias son habituales en los textos bíblicos, aunque en ellos también se recoge el vino como alimento y símbolo sagrado y curativo. En el Quijote de Cervantes también se encuentra el valor curativo del vino con el bálsamo de Fierabrás, con el que sana el caballero andante, quien, no obstante, no es consumidor de vino, frente a su escudero Sancho, bebedor de bota. Por ello, don Quijote le aconseja: «Sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado, ni guarda secreto ni cumple palabra». Escena de la segunda parte del Quijote en la que Sancho Panza entretiene con su plática la comida de la duquesa y el duque que han alojado al hidalgo y a su escudero. Este era buen bebedor de bota, mientras que don Quijote era (mayormente) abstemio. Jerez y malvasía en la obra de Shakespeare En la obra de Shakespeare el vino aparece con múltiples significados: como un brebaje que devuelve la vida y la salud en La tempestad y Antonio y Cleopatra; como motivo de fiesta en Vida y muerte del Enrique VIII, o de descanso y tranquilidad en Falstaff; inspirador de fuerza y valor en Enrique IV; y como método de olvido de las penas en Vida y muerte de Julio César, cuando Bruto y Casio beben vino para superar una pena de amores. También el vino aparece unido a traición y muerte o al engaño en Macbeth, donde se embriaga a los hombres hasta hacerles perder sus sentidos, y a la maldición del exceso, como cuando Cassio se lamenta diciendo: «Volveré a pedirle mi puesto. Me dirá que soy un borracho... Cada copa de más está maldita y su contenido es un demonio». El vino es, pues, crucial en la obra de Shakespeare. Falstaff afirma: «Si mil hijos tuviera, el primer principio humano que les enseñaría sería abjurar de toda bebida insípida y dedicarse al jerez». No obstante, el vino más citado en la obra de Shakespeare es otro vino español: el vino canario o malvasía. Lo menciona en casi todas sus obras y constituye el referente de la clase alta frente a la cerveza que bebía en las tabernas la clase baja. En las obras en inglés, el vino canario se denomina sack o, directamente, canarie. El vino desata todo tipo de pasiones en gran parte del teatro de Shakespeare. El «bardo» inglés alababa sobre todo el vino canario o malvasía. Este vino canario será habitual en otros autores más tardíos, como John Keats, que lo menciona en el poema «Lines on the Mermaid Tavern» (Versos de la taberna de la Sirena): «¿Alguna vez habéis bebido algo más exquisito / que el vino canario de mi anfitrión?». Estos versos se hicieron famosos con la película El club de los poetas muertos, título tomado de los primeros versos del poema: «Souls of poets dead and gone» («Almas de los poetas muertos y desaparecidos»). Entre tanto, los escritores españoles del siglo xvii cantaban a otros vinos. El fraile Gabriel Téllez, que firmó con el seudónimo de Tirso de Molina, enumera en su comedia La villana de la Sagra los siguientes: «Ni se vende aquí mal vino; que a falta de Ribadavia, Alaejos, Coca y Pinto, en Yepes y Ciudad Real, San Martín y Madrigal, hay buen blanco y mejor tinto». De hecho, los escritores del Siglo de Oro español eran bastante aficionados al vino como bebida y como inspiración. Lope de Vega acuñó el poema «Cleopatra a Antonio en oloroso vino» y Francisco de Quevedo escribió: «Dijo a la rana el mosquito desde una tinaja: ‘Mejor es morir en el vino que vivir en el agua’». El vino en la literatura del siglo XIX En el siglo xix, Edgar Allan Poe se inspiraría en el vino de jerez para uno de sus cuentos góticos, «El barril de amontillado», en el que el vino constituye la excusa del protagonista para vengarse cruelmente de quien se creía todo un experto. También en algunos de sus poemas, como en «El romance», el escritor nosteamericano menciona el vino. En Francia, el poeta Charles Baudelaire dedicó una sección de Las flores del mal al vino con poemas como «El vino de los asesinos», que comienza así: «¡Murió ella y yo soy libre! / Ahora puedo emborracharme». Por su parte, Paul Verlaine encontraba la belleza asociando el beso al vino del Rin, mientras que Rimbaud escribiría en Una temporada en el infierno: «Mi vida era un festín donde se abrían todos los corazones, donde todos los vinos corrían». En el ámbito hispanohablante, el poeta español Espronceda cantaba al poder del vino como escape con versos como: «Dadme vino: en él se ahoguen mis recuerdos; aturdida sin sentir huya la vida; paz me traiga el ataúd». El cubano José Martí utiliza el «vino hirviente» como metáfora del amor en su poema «Mujeres», y la chilena Gabriela Mistral, como metáfora de sabiduría en «Decálogo del artista». El vino también aparece como ofrenda en poemas de las rioplatenses Alfosina Storni y Juana de Ibarbourou. En la novela histórica Ivanhoe, del escocés Walter Scott, aparece la siguiente sentencia: «¡Vino es dicha a los mortales: vino anima los amores; vino ahoga los dolores; vino es padre del placer!». Esta aseveración puede contraponerse con La taberna, de Émile Zola, en la que se presenta la destrucción de un hombre por el alcohol. Este poder destructivo es también realzado por Dostoievski, mientras que el champán y la prostitución se unen en otra obra de Zola, Nana. En otra gran novela clásica, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson, se muestra el vino como elemento distinguido, no solo al beberlo sino al comentarlo, pues «el doctor Jekyll reunió en una de sus agradables comidas a cinco o seis viejos compañeros, todos excelentes e inteligentes personas además de expertos en buenos vinos». El también británico y coetáneo, aunque menos conocido que Stevenson, Ernest Dowson, es recordado por la frase «días de vino y rosas», incluida en su poema «Vitae Summa Brevis», que ha servido de inspiración a otros escritores, músicos y directores de cine. En «El barril de amontillado», la penumbra y el misterio envuelven la visita que hacen el narrador y el «entendido» en vinos Fortunato para cerciorarse de que una supuesta bota comprada por el primero contiene efectivamente vino amontillado. (En la imagen, interior de las bodegas Barbadillo, en Sanlúcar.) Autores del siglo XX En Ulises, de James Joyce, una de las novelas más importantes del siglo xx, se vuelve a mencionar el vino canario junto con el de Borgoña como dos de los favoritos de su personaje principal, Leopold Bloom, quien sueña, eso sí, con un vino añejo del Rin. En El lobo estepario, del alemán Herman Hesse, el vino es huida, pero también búsqueda de la belleza, en este caso a través del vino de Alsacia, en cuyo líquido el protagonista ve «verdes valles» y «gente vigorosa y buena» que cultiva las vides. Al segundo vaso, «la huella de oro había relampagueado, me había hecho recordar lo eterno, a Mozart y a las estrellas». Entre los relatos del vino en el siglo xx destaca «Caballo de pica», de Ignacio Aldecoa, en el que se narra la terrible muerte de Pepe el Trepa, un ex torero enfermo del pecho al que, en una noche de juerga, le meten un embudo en la boca y comienzan a echarle vino. El famoso relato «El perseguidor», de Julio Cortázar, ambientado en el mundo del jazz, habla de la embriaguez del vino como huida. En el célebre retrato «El perseguidor», de Julio Cortázar, el vino constituye un medio para la destructiva huida del protagonista. Poesía y teatro Entre los poetas del siglo xx, el canto al vino continuó siendo habitual. Fernando Pessoa incluyó en «Poesía y vino» un conocido verso que reza así: «Buena es la vida, pero mejor es el vino». Antonio Machado escribió: «Subiósele el amor a la cabeza como el zumo dorado de la viña»; Federico García Lorca: «Las vides son la lujuria que se cuaja en el verano», y Miguel Hernández cantó al vino campesino diciendo: «A lluvia de calor, techo de parras, a reposo de pino, actividad de avispas y cigarras en el sarmiento fino, cuerda de pompas y sostén de vino». Más recientemente, José Hierro escribió «Vino de crianza»: «Dejadme que repose aquí, en mi cuna de roble o de cristal, estoy cansado». Entre los poetas americanos que han cantado al vino se cuenta Jorge Luis Borges, quien escribió un «Soneto del vino», en el que declara: «En la noche del júbilo o en la jornada adversa exalta la alegría o mitiga el espanto y el ditirambo nuevo que este día le canto otrora le cantaron el árabe y el persa. Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia como si ésta ya fuera ceniza en la memoria». Pablo Neruda confeccionó «La oda al vino», en la que revela: «Amo sobre una mesa, cuando se habla, la luz de una botella de inteligente vino». El también chileno Nicanor Parra (premio Cervantes 2011) escribió «Coplas al vino», donde se pregunta: «¿Hay algo, pregunto yo más noble que una botella de vino bien conversado entre dos almas gemelas?». En el teatro, después de Shakespeare, el vino sigue apareciendo como recurso habitual, aunque ya no con tanta relevancia: en las obras de ValleInclán, en Tres sombreros de copa, de Miguel Mihura, o en Esperando a Godot, de Samuel Beckett. En obras actuales, el vino es motivo de celebración o agradecimiento (Un dios salvaje, de la francesa Yasmina Reza), pero también se introduce como hilo conductor de toda la obra (Cordón umbilical, del joven dramaturgo español Daniel de Vicente). Recreación de la mesa puesta en el comedor de «La Chascona», vivienda de Pablo Neruda en Santiago de Chile, hoy casa-museo. El poeta dedicó una «Oda al vino». Otros géneros y estilos Entre los escritores de la generación Beat, Jack Kerouac fue uno de los que más alabó el vino. En su novela En la carretera asocia el vino al placer: «A Major le gustaba el buen vino, lo mismo que a Hemingway. Recordaba con frecuencia su reciente viaje a Francia. Era una noche agradable, una noche caliente, una noche de beber vino, una noche de luna, una noche para abrazar a tu novia y charlar y desentenderse de todo lo demás y pasarlo bien». En el caso de Charles Bukowski, adscrito al «realismo sucio», la asociación es con la huida. En La máquina de follar afirma: «Todo aquel hotel estaba lleno de gente como nosotros, que bebían vino y jodían y no sabían después qué». Pero con Boris Vian vuelve la asociación con el placer y la ensoñación en La espuma de los días, donde describe las sensaciones que provoca tomar por primera vez un sauternes. Henry Miller también habla del vino en novelas como Trópico de Cáncer, donde dice: «Estoy echándome el jugo de la uva por el gaznate y descubro la sabiduría en él, pero mi sabiduría no procede de la uva, mi embriaguez no debe nada al vino». Entre las novelas del siglo xx y lo que llevamos del xxi dedicadas por completo al mundo del vino se encuentra el best seller La bodega (2007), de Noah Gordon, en la que el escritor estadounidense declara su amor por el vino español. La novela está ambientada en Cataluña, a fines del siglo xix, y narra la vida de un joven viticultor que regresa a su tierra desde Francia para conseguir hacer el mejor vino de sus viñas. Con el mismo título se encuentra una novela española publicada en 1905 por Vicente Blasco Ibáñez, en la que narra la lucha de clases en las bodegas de Jerez, una novela de crítica social de la que es heredera la escrita por José Manuel Caballero Bonald, Dos días de setiembre en 1962. Casi en las antípodas, La república del vino (1992) es una sátira del chino Mo Yan, premio Nobel de literatura 2012, en la que su personaje está en continuo estado de ebriedad durante una visita a la «Tierra del Vino y los Licores». La novela negra está más asociada a cócteles y destilados como el whisky, pero con Pepe Carvalho, el personaje creado por Manuel Vázquez Montalbán, el vino es crucial. De su bodega en Vallvidrera (Barcelona), elige los vinos con los que combina las cenas en casa: albariño de Fefiñanes para una caldeirada que aparece en Tatuaje (1974), y en Los mares del sur (1979) asegura que «los catalanes están aprendiendo a hacer vino». En sus novelas habla de grandes vinos, pero también del vino popular que se vendía en esa época en España a granel, y lo hace con tanto deleite como si de los más caros reservas se tratase. El escritor y periodista Manuel Vázquez Montalbán mantuvo una estrecha relación con la gastronomía y el vino, que se refleja no solo en sus obras y artículos estrictamente gastronómicos, sino también en sus novelas negras. El vino sigue siendo relevante en novelas negras del siglo xxi, especialmente las firmadas por autores mediterráneos, como las del italiano Andrea Camilleri y el griego Petros Márkaris, así como en El chef ha muerto, una novela de Yanet Acosta centrada en la alta cocina. En la literatura gastronómica, es decir, aquella que tiene como tema central la gastronomía, el vino aparece continuamente. Desde los escritos en el siglo xix de Mariano Pardo de Figueroa, que firmaba con el seudónimo Dr. Thebussem, hasta escritores del siglo xx como Julio Camba, Néstor Luján o Álvaro Cunqueiro. Por último, cabe destacar que el vino también se ha colado en las novelas de fantasía, como El señor de los anillos, de Tolkien, en la que los hobbits cultivan la vid, o en Juego de tronos, una serie de novelas del autor estadounidense George R. R. Martin, en la que aparecen vinos distintos dependiendo de cada región fantástica de la que habla: en Poniente, los dorados de El Rejo, el vino fuerte que le provocó al rey Robert una borrachera, literalmente, de muerte, y los tintos del Dominio y de Dorne, cuyo vino fuerte es «oscuro como la sangre y dulce como la venganza». La inspiración medievalista de la narrativa fantástica reciente da pie a que la vid y el vino aparezcan recurrentemente. (En la imagen, escena de la serie Juego de tronos, basada en la saga de novelas homónima.) La pintura La vid y el vino están arraigados en la cultura occidental y el mejor ejemplo de ello es que la uva se encuentra representada desde las primeras manifestaciones artísticas en el Paleolítico. La evolución de la sociedad y de los usos del vino tampoco han quedado ajenos a los diferentes movimientos artísticos a lo largo de los siglos. Es más, la vid, la uva y el vino no han constituido unos simples objetos a representar, sino que han inspirado a artistas que han diseñado etiquetas para vinos o sirven incluso como medio pictórico para artistas contemporáneos que utilizan toneles, corchos o el propio vino para hacer arte. La representación del vino Desde el Paleolítico se plasman escenas de la recolección de la uva, por ejemplo en las cuevas de Las Mallaetas y Las Calaveras (ambas en Valencia). Pero es en Sumeria donde se encuentran las primeras representaciones del vino y su valor simbólico, con el bajorrelieve de Lagash que muestra al rey de la dinastía Ur-Nanshe con una copa en la mano. La celebración del vino también aparece en diversos relieves asirios en los que se relatan las victorias de monarcas. En el antiguo Egipto, la importancia del vino llega hasta las tumbas, y su elaboración, los efectos que produce o los momentos de celebración son escenas habituales de las pinturas murales de construcciones funerarias o palacios. Una de las más destacadas es la del hipogeo de Sennefer en Tebas, conocido como «Tumba de la vid», pues el techo está cubierto con la pintura de una vid que nace de Osiris. En Grecia son numerosas las representaciones de Dioniso, dios del vino, en esculturas o relieves. Una de las más memorables es la hecha originalmente por Praxíteles (Hermes con Dioniso niño), de la que se conserva una réplica romana en el Museo Arqueológico de Olimpia. También son obras del arte griego muchos de los recipientes diseñados para los diferentes usos del vino, como jarras, cráteras y los kílix (cálices) en los que se inspiró el cristianismo para conmemorar a Jesucristo. En otros objetos como ánforas, cerámicas y mosaicos eran habituales las representaciones de los banquetes y, en especial, de los simposios, las reuniones especiales dedicadas a la ingesta de vino, tras la comida, en las que se escuchaba música y se charlaba sobre los temas propuestos por el anfitrión. Hermes con Dioniso niño, réplica romana de la escultura original de Praxíteles del siglo iv a. C. El dios griego del vino aparece reproducido en varias esculturas y relieves, pero seguramente ninguna iguala esta obra para ejemplificar el ideal griego de belleza y equilibrio. Los romanos adoptaron el nombre de Baco para el dios del vino y sus representaciones también son numerosas en objetos, cerámicas y esculturas. Sin embargo, son célebres las representaciones posteriores de este dios romano, como las realizadas por Miguel Ángel (Baco ebrio), Rubens (Ninfas y sátiros), Velázquez (Los borrachos) o Dalí (Triunfo de Dionisos). Con el cristianismo, la vid y el vino pasaron a constituir símbolos esenciales, de los que se habla en reiteradas ocasiones en la Biblia. La pintura se encarga de reproducir muchas de estas escenas, como la de Lot yaciendo ebrio con sus hijas, tema recreado, por ejemplo, por Otto Dix, ya en el siglo xx. Los clásicos Botticelli, Tintoretto y Caravaggio representaron otro pasaje bíblico en el que también se denuncian los efectos negativos de la ebriedad: cuando Judith emborracha a Holofernes para luego cortarle la cabeza. Con otro sentido festivo se reproduce el primer milagro de Jesucristo, cuando convierte el agua en vino en las bodas de Caná, episodio que el Veronés reprodujo de forma monumental en el siglo xvi. La Santa Cena, cuando el vino se torna en símbolo de la sangre de Cristo, es una de las escenas bíblicas más representadas a lo largo de la historia del arte, y entre los artistas que la han plasmado se pueden citar desde Leonardo da Vinci hasta Salvador Dalí. El simbolismo del vino para la cristiandad se ha propagado abundantemente a través de pinturas, murales, frescos, pavimentos, mosaicos, telas y relieves en edificios religiosos y también en forma de misales, calendarios y tapices, especialmente durante la Edad Media. Judith y Holofernes (1599), por Caravaggio. El conocido episodio bíblico propiciado por la ebriedad del general asirio ha sido tratado en numerosas ocasiones a lo largo de la historia del arte. Para encontrar un sentido más laico, aunque también simbólico, hay que acudir a las naturalezas muertas. El propio concepto de este modelo pictórico se inspira en una frase de Plinio el Viejo, quien hablaba del artista griego Zeuxis asegurando que «pinta uvas de manera tan real que los pájaros, confusos, se acercaban a picotearlas». Este realismo ya es buscado en frescos de Pompeya del siglo i a. C. No obstante, la naturaleza muerta adquirió el máximo esplendor en los siglos xvi y xvii, con los pintores de la escuela flamenca y holandesa, como Pieter Brueghel y Jan Davidsz de Heem, respectivamente. De Heem pintó diversas naturalezas muertas en las que las uvas y las copas de vino constituyen símbolos de la fugacidad de la vida pese a la abundancia y opulencia. En el Museo del Prado de Madrid se encuentra su obra La mesa, en la que también aparecen el vino blanco y uvas, junto a otras frutas. Bodegón fechado en 1640 de Jan Davidsz de Heem. Este pintor holandés del siglo xvii realizó suntuosas naturalezas muertas en las que la abundancia, sin embargo, lleva aparejada la fugacidad de los manjares y bebidas y, por ende, de la propia vida. En la escuela española de finales del siglo xvi destacaron los bodegones de Juan Sánchez-Cotán. Este pintor inspiró a otros en el siglo siguiente, como Felipe Ramírez, quien lo emuló con Bodegón con cardo, francolín, uvas y lirios. Su coetáneo Juan Fernández, llamado el Labrador, quiso conseguir el efecto de Zeuxis y dedicó muchos cuadros a pintar racimos de uvas, entre ellos Bodegón ochavado con racimos de uvas, uno de los más originales por su composición y formato. También reprodujo racimos de uvas Francisco de Zurbarán, aunque su obra más representativa de este género es Naturaleza muerta con jarras y tazas, también conocida como «Bodegón de los cacharros». En el siglo xviii, heredero del estilo de los anteriores, se encuentra Luis Eugenio Meléndez, que pintó obras como Naturaleza muerta con uvas y otras frutas. Entre los siglos xviii y xix se sitúa la obra de Francisco de Goya, quien reprodujo la costumbrista escena de La vendimia. Con la llegada de los impresionistas, el vino mantuvo su importancia en la representación artística, aunque el significado de su aparición cambió a la par que lo hicieron la sociedad y los propios artistas. Pasaba a formar parte de la diversión y de lo cotidiano, en obras como El bar del Folies Bergère de Manet, El almuerzo sobre la hierba de Monet, Los jugadores de cartas de Cézanne o La comida de los remeros de Renoir. En el siglo xx las naturalezas muertas se hacen cubistas con Botella, dinero y frutero, de Juan Gris, y Violín y uva, de Picasso, como principales referentes en lo que a vid y vino en la pintura se refiere. También son reconocidas las obras La botella de vino de Joan Miró y Naturaleza muerta de Dalí, así como los bodegones de Alfredo Alcaín y de Cristino de Vera. El artista catalán Antoni Miralda también es conocido por sus trabajos desde la década de 1960 en torno a la gastronomía y el vino. La vendimia (1786-1787), encantadora escena costumbrista de Francisco de Goya que realizó para una serie sobre las estaciones del año. Arte en la etiqueta Desde que el barón Philippe de Rothschild decidiera encargar el diseño de las etiquetas para conmemorar el final de la II Guerra Mundial con una ilustración, el arte también ha vestido las botellas de vino. Artistas como Jean Cocteau, Georges Braque, André Masson, Salvador Dalí, Pablo Picasso, Andy Warhol o Francis Bacon han creado etiquetas para esa bodega. Otros bodegueros también han contado con la colaboración de artistas. Solo en España, se multiplican los ejemplos, como los de Bodegas Arrayán (DO Méntrida), para las que Eduardo Arroyo ha diseñado etiquetas, o Enate (Somontano), que ha encargado etiquetas de cada uno de sus vinos a diferentes artistas, entre ellos Antonio Saura, Eduardo Chillida o Antoni Tàpies. La bodega Solar de Urbezo (Cariñena) lleva el nombre del pintor Antonio Urbezo, y la canaria Domínguez, el del pintor Óscar Domínguez, amigo de Picasso y sobrino del fundador de la bodega. Vega Sicilia también ha reproducido en las etiquetas de su mágnum «Único» obras de artistas como Benjamín Palencia, Francisco Bores o el francés Eugène Boudi, mientras que la jerezana La Gitana lleva por etiqueta una imagen pintada por el compositor Joaquín Turina. Uno de los artistas contemporáneos implicados con el vino es Miquel Barceló, quien ha creado la etiqueta para el vino Son Negre de la bodega balear AN Ànima Negre. Además, este artista ha dado nombre a un vino de Rioja creado por el enólogo Telmo Rodríguez en una edición limitada para la revista Matador y en cuya imagen, creada por el propio Barceló, sale su autorretrato. Los vinos también se han inspirado en el arte para obtener su nombre y etiqueta, como es el caso de los vinos Crash, de la bodega extremeña Pago Los Balancines, cuyo nombre y etiqueta están basados en la obra del artista pop Roy Lichtenstein. La vinculación entre arte y vino se ha visto sellada con las colecciones de bodegueros, como las de Dinastía Vivanco o Enate, así como con exposiciones, subastas y venta de etiquetas diseñadas por artistas y la promoción de las bellas artes por parte de bodegas a través de concursos y becas. Etiqueta de Vega Sicilia Único cosecha 1970 que reproduce el cuadro de Benjamín Palencia Carro de mies. La rica colección artística de esta bodega de Ribera del Duero nutre las etiquetas de sus valiosos caldos. El vino como medio pictórico El vino no solo se representa en el arte e inspira al artista; también puede formar parte del propio arte. Este concepto abarca desde los retratos realizados con corchos de botellas de vino hechos por el estadounidense Scott Gundersen hasta las series sobre barricas impulsadas por la mallorquina Bodegues Ribas, BotArt, proyecto en el que participaron en 2008 los artistas Rafael Amengual, Pep Coll, Toni Colom o Joan Vich, entre otros. También la bodega argentina Navarro Correas tuvo la misma iniciativa en 2009, en la que pintaron sus barricas artistas como María Victoria Arroyo Menéndez, Pablo Siquier o Andrés Waissman. La bodega valenciana Hoya de Cadenas cuenta incluso con un museo de arte en barricas, en el que expone una colección de 21 barricas obra de artistas como Mariscal, Miquel Navarro, Carmen Calvo, Uiso Alemany, Morea, Cari Roig o José Sanleón. Otros artistas han dado un paso más allá y han convertido al propio vino en medio para pintar o como elemento de sus performances e instalaciones. Este es el caso de Luis Casanova, Sebastián Manassero, Jorge Martorell o Wangechi Mutu. Por su parte, la neoyorquina de origen valenciano Victoria Febrer ha profundizado en el uso del vino como medio pictórico desarrollando técnicas que le permiten lograr diferentes tonalidades para conseguir plasmar paisajes y formas a través de lo que ella denomina «vinografías». Untitled Marine Vista #31 (2010), uno de los paisajes pintados con el propio vino sobre papel artesanal japonés obra de Victoria Febrer, a la que la artista ha dado el nombre de «vinografías». El vino en viñetas El término «viñeta» procede del francés vignette, diminutivo de vigne — vid, viña—, que a su vez tiene su origen en la voz latina vinea. En un principio, hacía referencia a los adornos en forma de vid que ilustraban las primeras páginas de un libro, pero en la actualidad ha pasado a designar tanto las imágenes humorísticas como cada una de las escenas de un cómic. De modo que el origen de esta expresión para nombrar un aspecto de la cultura visual de hoy aparentemente alejado del mundo del vino en realidad está firmemente enraizado con la vid y el vino. Cartel de «Entre viñetas», singular exposición celebrada en 2012-2013 en el museo de la cultura del vino Dinastía Vivanco (Briones, La Rioja), alrededor de los vínculos entre los tebeos y el vino. Barricas «multiusos» y vinos «milagrosos» Las viñetas han representado el vino a lo largo de su historia, a través de elementos como la barrica vacía, que ha servido como escondite o como lo único con lo que se puede tapar un personaje arruinado. Por otro lado, en algunos cómics clásicos se presenta el vino como bebida casi milagrosa. Este es el caso de la serie Astérix y Obélix, creada por los franceses René Goscinny (guionista) y Albert Uderzo (dibujante), en la que la pócima de fortaleza que toman los aguerridos galos tiene mucho de vino. Algunos álbumes de esta serie se dedican con mayor detalle al vino, como por ejemplo Astérix en Bretaña, en el que los legionarios romanos hacen una cata masiva de toneles de vino en busca de la poción mágica. También cobra importancia en La vuelta a la Galia por Astérix, en el que el protagonista hace una ruta gastronómica en la que prueba vinos de Reims y Burdeos. Los efectos de la ebriedad causada por el vino hacen mella en El regalo del César, cuando uno de los legionarios, tras ingerir mucho vino, vocifera contra Julio César, lo que le hace acabar en el calabozo. Conan, Tintín, Corto Maltés Si hay un personaje de cómic que no se separa del vino es Conan, el Bárbaro. El vino y los burdeles son su recompensa tras cada hazaña. En las historias de Tintín creadas por Hergé aparecen vinos rosados de Portugal o champán francés. En El cangrejo de las pinzas de oro, la ebriedad del protagonista y del Capitán Haddock se produce por los vapores aspirados dentro de una bodega. Hugo Pratt dedica una historia del Corto Maltés al vino, «Vinos de Borgoña y rosas de Picardía», incluida en el volumen Las Célticas. Aquí, dos botellas de Borgoña del aventurero y el disparo certero bajo los efectos de la ebriedad de uno de sus soldados hacen caer al aviador Manfred Von Richthofen, uno de los héroes de la I Guerra Mundial. El vino en tebeos españoles En la escuela española de la editorial Bruguera, de donde salieron tebeos como Carpanta o Zipi y Zape (del dibujante Escobar), o Mortadelo y Filemón (Ibáñez), se encuentran también referencias al mundo del vino. Por ejemplo, en el caso de Carpanta, el siempre hambriento personaje no solo sueña con pollo asado, sino también en acompañarlo con un vaso de vino. Para Mortadelo y Filemón, el tonel vacío es un recurso siempre a mano para disfrazarse o esconderse. El vino cobra protagonismo de nuevo en El sitio de Logroño 1521, de Pedro Espinosa. Este autor ha comisariado en 2013 una exposición en el museo de la cultura del vino Dinastía Vivanco, en Rioja, denominada «Entre viñetas», con 80 obras seleccionadas entre unas mil. Sin embargo, por el momento no existe ningún cómic o novela gráfica en España dedicados exclusivamente a este mundo, como sí ocurre en países como Francia o Japón. Cubierta de un tebeo de Mortadelo y Filemón reproducida en la exposición «Entre viñetas». Para los desopilantes personajes del dibujante Ibáñez, el tonel vacío es un recurso siempre a mano para disfrazarse Mangas y novelas gráficas Entre las series centradas en el vino, la que mayor impacto internacional ha tenido es el cómic manga Las gotas de Dios, publicado originalmente en japonés por Tadashi Agi —seudónimo de los hermanos Yuko y Shin Kibayashi—, en 2004. Se ha publicado también en Corea del Sur, Hong Kong y Taiwan, y en 2008 se tradujo al francés (Les gouttes de Dieu). Se trata de una historia fascinante en la que un reconocido catador de vinos japonés deja en su testamento que el heredero será quien descubra sus «gotas de Dios», sus vinos favoritos. El hijo único cree que dar con la selección es pan comido, pero el moribundo había adoptado a un reputado enólogo, que entra en competición por la herencia. En cada historia aparecen vinos reales, la mayoría franceses y de grandes casas, que son catados y explicados por los personajes, quienes a la vez experimentan giros en su vida debidos al trabajo, el amor, la venganza, el odio o la compasión. Esta serie manga no solo ha conseguido unas ventas históricas sino que ha creado un afán coleccionista que ha provocado que se agoten las existencias de muchos de los vinos de los que habla. Además, es didáctica, pues enseña palabras específicas del vino y detalles para comprender el mundo de la cata y de la viticultura. Siguiendo esta estela didáctica se encuentra Los ignorantes, una novela gráfica de 2011 del francés Étienne Davodeau (traducida al castellano por Ediciones La Cúpula al año siguiente), en la que cómic y vino se unen no solo en la forma sino en el fondo, puesto que en sus viñetas se explica la esencia de la producción vitivinícola a partir de las experiencias del bodeguero biodinámico Richard Leroy y del propio Davodeau a medida que entra en ese mundo. Las viñetas, finas y elegantes, transmiten emoción, y los textos son certeras explicaciones del complejo proceso de elaboración de un vino. Casi a la par se publicaron en Francia una serie de historias satíricas escritas por Benoist Simmat y dibujadas por Philippe Bercovici, como Robert Parker: Les Sept Pêchés capiteux, Caves du CAC 40, Les Dix Commandements du vin y Champagne: Dom Perignon Code. Como novela gráfica de pasión amorosa e intrigas familiares en el corazón del Médoc francés se encuentra Châteaux Bordeaux, una serie que comenzaron en 2011 los autores Corbeyran y Espé en la editorial Glénat y que sigue en curso. En la novela gráfica francófona se encuentran también otros guiños al mundo del vino, como por ejemplo en La gente honrada (2008), del belga Christian Durieux y el francés Jean-Pierre Gibrat (traducida por Norma Editorial), donde un librero y un abuelo en precario forjan su amistad maridando vinos y libros: Los castigos de Víctor Hugo con un Côtes de Castillon 1998, para compensar la sequedad literaria; o Proust y Flaubert con un Sauternes (Château Caillou 1989). A malos tiempos, buenos vinos y buenos libros. Dos mundos tan apreciados en Francia como los del vino y el cómic no podían sino aunarse para generar en los últimos años obras tan destacadas como Los ignorantes (traducida al castellano por Ediciones La Cúpula), minuciosa recreación del día a día de un viticultor biodinámico. Vino y cine En La soga (Rope, 1948), John Dall brinda con champán para celebrar un crimen: «El asesinato —dice— también puede ser un arte». Lo cierto es que esa copa hace prescindible cualquier otro subrayado por parte del realizador de la película, Alfred Hitchcock. Al fin y al cabo, el descorche de una botella de espumoso es una celebración que el cine ha repetido desde los tiempos del mudo, y seguramente por eso mismo, ya no reparamos en la cantidad de largometrajes que la han reiterado. Sin embargo, el caso de Hitchcock es interesante. El director, todo un sibarita, quiso que el vino tuviera una presencia singular en varios de sus trabajos. Por ejemplo, en Encadenados (Notorious, 1946), Cary Grant descubre por accidente que una botella de Pommard, cosecha de 1934, en realidad contiene uranio almacenado por espías nazis. Stanley Kramer, en El secreto de Santa Vittoria (The Secret of Santa Vittoria, 1969), volvió a relacionar el vino con la lucha antinazi. Esta vez, el protagonista es Italo Bombolini, un alcalde bebedor, encarnado por Anthony Quinn, quien se empeña en ocultar al ejército de Hitler miles de botellas del caldo que produce su pueblo. Tanto en el caso de Hitchcock como en el de Kramer, el vino es un bien valioso, que sintetiza un diálogo entre placer, cultura y civilización. No debe sorprender que otro bon vivant, Federico Fellini, plantease una unidad expresiva entre vino y cinematografía: «Un buen vino —señala— es como un buen filme: dura un instante y te deja en la boca un sabor a gloria; es nuevo en cada sorbo y, como ocurre con las películas, nace y renace en cada saboreador». ¡Una botella explosiva! En Encadenados (1946), Cary Grant e Ingrid Bergman, de etiqueta, descubren que una vieja botella de Pommard borgoñón contiene en realidad... uranio. En manos del maestro del suspense Alfred Hitchcock, todo es posible. Bodegueros de película Una copa a tiempo es lo que, muchas veces, define la elegancia en el cine. No en vano, el carnet de experto en vinos caracteriza a tipos como Hannibal Lecter (Anthony Hopkins), el exquisito asesino en serie de El silencio de los corderos (Silence of the Lambs, 1991). Casi sobra añadir que todo personaje perteneciente a un linaje de bodegueros queda identificado con ese toque de sofisticación. Es un detalle que alcanza incluso al género de ciencia-ficción, como demuestra el vino Chateau Picard que produce la familia del capitán del Enterprise en Star Trek: Nemesis (2002). La misma impresión se transmite en French Kiss (1995), de Lawrence Kasdan, donde el personaje interpretado por Kevin Kline es el hijo pródigo y buscavidas de una familia de bodegueros, perfectamente capaz de hipnotizar a la estadounidense Meg Ryan con su erudición enológica. Anthony Quinn volvió a encarnar a un amante del buen vino en Un paseo por las nubes (A Walk in the Clouds, 1995), un melodrama romántico acerca de un militar recién licenciado, Paul Sutton (Keanu Reeves), que se enamora de Victoria (Aitana Sánchez-Gijón), nieta del patriarca de la familia de vinateros al que da vida Quinn. Pese a su evidente estilización, el viñedo californiano que sirve de marco a esta película no es muy diferente del que aparece en Esta tierra es mía (This Earth is Mine, 1959), un espléndido melodrama de Henry King. Algunos clichés Hoy puede pensarse, con perspectiva, que los guionistas frecuentan dos estereotipos en torno al vino. El primero de ellos es el de la botella de enorme valor, codiciada por los villanos de turno, como sucede con ese burdeos de 1811 que aparece en El año del cometa (Year of the Comet, 1992). El segundo cliché guarda relación con buena parte de lo que llevamos dicho: el vino se sirve al espectador como el extracto de la felicidad y la sabiduría mediterráneas. Ejemplo de ello es Un buen año (A Good Year, 2006), de Ridley Scott. Dado que el propio cineasta es un buen entendido en caldos, es natural que acá sitúe a un tiburón de Wall Street, Max Skinner (Russell Crowe), como heredero inesperado de un château en la Provenza. Los viñedos franceses también proveen una idónea escenografía cinematográfica. Es algo evidente en películas como la neozelandesa The Vintner’s Luck (2009), un relato sobrenatural ambientado en el siglo xix, o Cuento de otoño (Conte d’automne, 1998), uno de los cuentos morales de Éric Rohmer. Hollywood, California Hollywood tiene todos los motivos posibles —empezando por la proximidad — para depositar su confianza en los vinos de California. En este sentido, es muy significativa la comedia dramática Guerra de vinos (Bottle Shock, 2009), en la que Alan Rickman da vida a Steven Spurrier, el famoso enólogo británico. Tomándose bastantes libertades, Guerra de vinos narra el llamado «Juicio de París», aquella memorable degustación de 1976 en la que los vinos del valle de Napa lograron batir a los franceses. La historia del vino sumó un hito en 1976, cuando en una degustación que se haría célebre (el llamado «Juicio de París») los vinos del valle de Napa, de la mano del enólogo Steven Spurrier, lograron batir a los franceses. Ese episodio fue recreado en 2009 en Guerra de vinos (Bottle Shock), en la que Alan Rickman interpreta el papel de Spurrier. Otra producción que promociona el vino californiano es Entre copas (Sideways, 2004), de Alexander Payne. Su protagonista es Miles (Paul Giamatti), un neurótico aspirante a novelista que emprende con su amigo Jack (Thomas Haden Church) un viaje para celebrar el enlace matrimonial de este último. En el valle de Santa Ynez, el contraste entre ambos se define por medio del vino: Jack acepta un merlot de segunda categoría; Miles aspira a degustar el pinot noir más perfecto, y así se lo explica a Maya (Virginia Madsen), la mujer a quien pretende seducir. No ha de asombrar a nadie que ese diálogo enológico sirviera para disparar las ventas de los pinot noir de la zona. El documental From Ground to Glass (2006) detalla los esfuerzos de Robert DaFoe por producir syrah en el mencionado valle de Santa Ynez. Menos optimista es otro documental, el francés Mondovino (2004), en el que Jonathan Nossiter refleja los problemas del sector, identificando una parte de ellos con esa globalización que tuvo su primer impacto en California. Por lo demás, la globalización se refleja en el perfil de ciertos inversores. Desde que adquirió en 1975 la propiedad de Gustave Niebaum en Rutherford, Francis Ford Coppola ha conseguido tanto respeto entre los cinéfilos como entre los entusiastas del vino. Aquella compra, realizada con los beneficios de El padrino, incitó a Coppola a probar fortuna como viticultor. En la actualidad, es dueño de las antiguas bodegas Inglenook, y con los beneficios de esa actividad financia parte de sus iniciativas audiovisuales. La faceta como viticultor de Francis Ford Coppola es menos conocida que su cine, pero ha sido esencial en varias ocasiones para poder seguir haciendo películas. En la imagen, bodega de su propiedad en Geyserville, California. Vino y música: armonía de los sentidos La música y el vino están vinculados, por un lado, a través de letras de canciones que se refieren al vino, y por otro, mediante los estímulos sensoriales que convergen para favorecer la degustación de un determinado tipo de vino, así como por la crianza armonizada con las vibraciones de diferentes músicas. El vino en la ópera La ópera es el género musical en el que el vino entra como símbolo de diversión y fiesta, dentro de la tradición tabernaria medieval, en obras como Carmina burana, de Carl Orff, Cavalleria rusticana, de Mascagni, o en el brindis de la taberna en La Bohème, de Puccini. También aparece como placer refinado y distintivo social en el brindis de La Traviata, de Verdi, en el brindis y la comida del restaurante en la mencionada La Bohème, o en Tosca, también de Puccini, donde se habla de vinos españoles. El vino también tiene función de afrodisíaco unido a la gastronomía en Pagliacci, de Ruggero Leoncavallo; en ocasiones encarna la espiritualidad, como en Serse, de Händel, o en Los cuentos de Hoffman, de Offenbach, y en otras lo satánico, como en La condenación de Fausto, de Berlioz. También puede causar desgracias, como en La flauta mágica, de Mozart, ópera en la que el vino también aparece como alimento. En la ópera de sello español se puede mencionar el brindis en Marina, de Emilio Arrieta. La escena del brindis de La Traviata, de Giuseppe Verdi, en la que el vino ejerce como símbolo del placer refinado y la distinción social. Rock, pop, reggae, etc. El vino quizá se haya asociado más a la música clásica que a los estilos modernos, pero hay muchos ejemplos que podrían desmentir esa aseveración. Así, en el rock, los míticos Rolling Stones grabaron en 1968 «Blood red wine»; «Bottle of red wine» fue un tema de Derek and the Dominos, grupo del guitarrista Eric Clapton en 1970-1971; The Who cantó al «Old red wine», y Elton John al «Elderberry wine» (vino de bayas). Nancy Sinatra y Lee Hazlewood cantaban en 1967 «Summer wine» (versionada por Demis Roussos, entre otros), y más tarde, en 1995, el heavy Bon Jovi la balada «Bitter wine». En el rock y el pop españoles, han perdurado desde el clásico «Un sorbito de champagne», de Los Brincos, hasta temas como «Chanel, cocaína y Dom Perignon» (1985), de Loquillo y los Trogloditas, «Fiesta y vino» (1989), de Duncan Dhu, «Días de vino y rosas» (1992), de Revólver, «Vino dulce» (1993), de El último de la fila, «Copa rota» (1996), de Los Rodríguez, o, más recientemente, «Vino tinto» (2001), de Estopa. En el género reggae, una conocida canción de Bob Marley es «Red wine», en la que se busca la ayuda del vino para olvidar. Por su parte, el grupo multirracial británico UB40 obtuvo su primer gran éxito en 1984 versionando «Red, red wine», un tema de Neil Diamond de 1966. Volviendo al panorama español, en la música ligera cabe citar «Vino griego», de José Vélez, o «Camarero, champagne», de Luis Aguilé; en la copla se encuentran temas como «Viva el vino y las mujeres» (Manolo Escobar), «Hasta el vino de la copa» (Juanito Valderrama) o «La copa de vino», en la que una despechada Lola Flores brinda por la muerte de su amante. En la canción de autor también el vino es protagonista en «El vino», del cantautor argentino Alberto Cortez, o en «Tus cartas son un vino», de Joan Manuel Serrat. Música y vinificación En 2008, un estudio de la Universidad de Edimburgo determinó que dependiendo del tipo de música que se escuche se favorece más el consumo de unos vinos u otros. El estudio concluía que la cabernet sauvignon es la variedad más idónea para escuchar rock, mientras que para la ópera puede ser más interesante un vino de la variedad syrah. Este estudio se hizo en colaboración con el bodeguero chileno Aurelio Montes, quien cría sus vinos con cantos gregorianos, convencido de que las vibraciones afectan al proceso de maduración. Los cantos gregorianos son también los elegidos por Beronia, en Rioja, y por Félix Callejo, en Ribera del Duero, mientras que en las instalaciones de Liberalia, en Toro, se escucha de forma permanente Bach, Händel, Mozart y Beethoven. Gramona, en el Penedès, ha dado un paso más mediante un experimento en el que se envejece un cava con música clásica, otro con heavy y otro sin música. Por último, la fecunda intersección entre audición musical e ingesta de vino y de alimentos centra la performance itinerante Somni, preparada por el prestigioso restaurante gerundense El Celler de Can Roca e inspirada en el mundo de la ópera. Interior de una cava de Gramona. Esta bodega del Penedès ha realizado un experimento con distintos estilos musicales para ver su posible influencia en la vinificación de sus espumosos. Los museos del vino Los museos del vino son más universales y se encuentran más extendidos que el propio cultivo de la vid. Desde países claramente productores como Francia, Italia o España, que cuenta con más de una treintena, hasta cunas de la historia vitivinícola como Grecia o Chipre, elaboradores del Nuevo Mundo como Australia o Sudáfrica, nuevas potencias como China, además de países consumidores como Gran Bretaña, todos ellos cuentan con edificios que dan testimonio de la vid y el vino a lo largo de la historia. De París al mundo El Museo del Vino de París, uno de los más interesantes del mundo, abrió sus puertas en 1984 por iniciativa de la cofradía denominada Conseil des Échansons (escanciadores) de France, creada en 1954, con la finalidad de llevar el nombre del vino francés por todo el mundo. El edificio, cerca de la torre Eiffel, cuenta con más de 2 200 objetos y se sustenta con actividades paralelas como cursos de cata o de formación, jornadas técnicas, eventos, restaurante y bodega con más de 400 referencias. Francia cuenta con otros museos, como el Château Mouton Rothschild, inaugurado en 1962 por el escritor y político André Malraux, el Museo del Vino de Borgoña, con objetos antiquísimos, o el Hameau Duboeuf, en Beaujolais, un enoparque muy atractivo. Interior del Museo del Vino de París. Inaugurado en 1984, constituye uno de los museos dedicados al vino más completos de todo el mundo. Museos españoles En España, quizás el museo más completo sea el de Dinastía Vivanco, en Briones (La Rioja), inaugurado en 2004. Ocupa 9 000 m2, dispone de cinco salas de exposición, una colección ampelográfica con 200 variedades de vid, una gran área ajardinada, restaurante, cafetería, centro documental y enotienda. También destacan el Museo de Valdepeñas (Ciudad Real), ubicado en una bodega de 1901, que cuenta con una amplia colección de bombas de trasiego, prensas, pisadoras y filtros desde el siglo xix, aparatos de laboratorio, aperos de labranza, envases y carros, además de tienda y material filmado; y, en el área de Ribera de Duero, el majestuoso castillo de Peñafiel (Valladolid), también dedicado al vino. Otros museos españoles ubicados en lugares destacados por su historia son el de Campo de Borja en el monasterio de Veruela, o Vinseum, emplazado en un antiguo palacio de la Corona de Aragón en Vilafranca del Penedès. El llamado «jardín de Baco», en el entorno de las instalaciones de Dinastía Vivanco, en Briones (Rioja Alta). Este moderno museo ocupa una superficie de alrededor de 9 000 metros cuadrados dedicados a la divulgación del vino. De Italia a China En Italia, el castillo de Barolo es uno de los museos más impresionantes del mundo. El edificio data del siglo xiii y en él se ubican salas de cata y otros eventos alrededor de uno de los vinos más universales de Italia. De la misma época data el Museo del Vino de San Gimignano, dedicado a la uva vernaccia, en un sitio pintoresco que cuenta con una amplia colección de utensilios. Y en el Sudtirol conviene no perderse el Museo de Caldaro. En Alemania, destaca el Museo al Aire Libre de Bad Sobernheim, en Renania Palatinado, ubicado sobre 35 hectáreas en el maravilloso valle de los Ruiseñores, junto al río Nahe. Puesto en marcha en 1973, es un viñedo-museo con vivienda que recibe más de 60 000 visitantes al año. En Grecia merece la pena visitar el Museo de Santorini, localizado cerca de Fira, en una cueva con 300 metros de recorrido laberíntico. Los objetos están datados desde 1660 hasta la actualidad, y ofrece una explicación sobre el sector del vino en la idílica isla. En la ciudad de Malagari, en Samos, se encuentra otro museo, asociado a la unión de cooperativas de la isla, que se ubica en un edificio de principios del siglo xx y que alberga documentos, botellas, así como una recreación de cultivo en terrazas. En el distrito de Limasol, en la villa de Erimi, se encuentra el Museo del Vino de Chipre. Antiguos vasos y jarras, recipientes del Medievo, viejos documentos e instrumentos del vino se dan cita en una colección muy interesante. El National Wine Centre of Australia está situado junto al jardín botánico de Adelaida y allí se exponen varios viñedos en terrazas, complementados con la experiencia interactiva de poder elaborar vino en el «Wine Discovery Journey». El complejo alberga el Concourse Cafe, donde se puede comer a la carta, tomar un menú o saborear una selección de vinos y quesos. El lugar puede almacenar hasta 38 000 botellas al mismo tiempo. Uno de los museos más espectaculares y modernos, el Vinopolis Wine Centre, se encuentra en Londres. Cuenta con cinco restaurantes diferentes en los que pueden consumirse desde tapas a selectos platos, con una amplísima selección de vinos de todo el mundo que alcanza las 6 000 referencias. También imparte clases de catas de vinos y espirituosos, y dispone de una tienda muy atractiva. Otros museos que merece la pena visitar son el Arkansas Historic Wine Museum y el Bully Hill Vineyards Museum, en Estados Unidos; el Museo de la Viña y el Vino de Aigle, en Suiza, el Wine Museum de Ehnen (Luxemburgo) o el Yantai Changyu Wine, en China. Sala del museo que la DO Campo de Borja dispone en las dependencias del monasterio de Veruela. APÉNDICES Bibliografía comentada Barba, Lluís Manel: La cata de vinos (Grijalbo Ilustrados, 2012). Guía completa para conocer y degustar los vinos. Cidon, Carlos D.: El vino uva a uva: Enología de las variedades de uva y su maridaje (Everest, 2005). Exhaustivo repaso a las distintas variedades de uva. Colmenero Larriba, Manel: Rutas del Vino (Lunwerg, 2012). Selección de las bodegas más singulares de España. Davodeau, Étienne: Los ignorantes (La Cúpula, 2012). Novela gráfica que, a través de la relación entre un autor de cómics y un viticultor, descubre los pasos de la elaboración del vino. Estrada, Alicia: Los 100 mejores vinos por menos de 10 euros (Planeta, 2012). Su título es suficientemente indicativo: selección de grandes vinos de precios reducidos. Ewing-Mulligan, Mary: Vino para dummies (McCarthy, 2011). Desenfadado y didáctico libro que acerca el mundo del vino al público inexperto. Hidalgo, José: Tratado de enología (Mundi-Prensa, 2011). Segunda edición, revisada y ampliada en dos volúmenes, de esta obra, que abarca desde la maduración de la uva hasta la comercialización del vino. Johnson, Hugh, y Robinson, Jancis: El vino. Nuevo Atlas Mundial (Blume, 2003). Manual de referencia mundial para profesionales y aficionados al vino, avalado por ventas millonarias alrededor del mundo. Joly, Nicolas: El vino del cielo a la tierra. La viticultura en biodinámica (Fertilidad de la Tierra, 2012). Todos los secretos de la agricultura biodinámica y ecológica, al descubierto. Marquinez, Jabier: La Biblia. Primer Tratado de Viticultura y Enología (Santos Ochoa Express, 2010). Recopilación e interpretación de todas las citas referentes al vino y la viña presentes en la Biblia. Melendo, Jordi: El bon cava (+Wine, 2013). Obra trilingüe —español, catalán e inglés— sobre los secretos de este espumoso y el territorio donde se elabora. Meunier, Ives, y Rosier, Alain: La cata de vinos: Introducción a los vinos franceses (Tursen-Hermann Blume, 2003). Guía de cata con especial atención a los vinos de Francia. Pardos, Arturo: Cómo quiero que me sirvan el vino (Alianza Editorial, 2012). Didáctico e irónico libro sobre el correcto servicio del vino. Peñín, José: Historia del vino (Espasa Libros, 2008). Libro de referencia en el cual su autor analiza la trascendencia histórica del vino y su papel en diversas civilizaciones y épocas históricas. Peynaud, Émile, y Blouin, Jacques: Descubrir el gusto del vino (MundiPrensa, 1999). Obra de referencia ineludible, considerada la biblia de la degustación y cata. Glosario básico del vino Abocado: dícese del vino con connotación azucarada sin llegar a ser dulce. (Se trata generalmente de vinos blancos.) Acidez: conjunto de ácidos orgánicos del mosto y el vino. Acorchado: dícese del vino con sabor y/u olor a corcho. Aguja (Vino de): Vino no espumoso pero con burbuja a causa del gas carbónico procedente de su propia fermentación o añadido. (Da sensación picante al paladar.) Airear: exponer el vino al aire para que muestre todos sus aromas. Balsámico: dícese de la sensación de frescura penetrante de algunos vinos de crianza. Bagazo: residuo de la uva tras extraer su jugo. Barrica: recipiente de madera, generalmente de roble, que se emplea para la crianza del vino. Barrica Bordelesa: barrica de 225 litros de capacidad utilizada inicialmente para la crianza del vino de Burdeos y que actualmente es la medida más utilizada. Batonage o bastoneo (del francés bâtonnage): técnica que consiste en remover las lías con el vino en el deposito de fermentación. Baumé: Escala que sirve para medir el azúcar de un vino o de un mosto. Bentonita: silicato de aluminio utilizado para operaciones de clarificación y estabilización proteica de mostos y vinos. Blanc de Blancs: vino blanco elaborado con uvas blancas. Blanc de Noirs: vino blanco elaborado con uvas tintas. Biodinámico (Vino): vino elaborado con técnicas biodinámicas, es decir, siguiendo una teoría según la cual la tierra es un ser vivo en armonía con el cosmos, y por tanto, sin utilizar ningún tipo de producto exógeno de origen sintético. Bodega: local donde se elabora y almacena el vino. Establecimiento de venta de vinos. Bota: Recipiente destinado a contener líquidos, generalmente alcohólicos, más largo que ancho, de sección transversal circular y más grande en el centro que en los extremos. Carbónico: dícese del gas generado en grandes cantidades durante la fermentación alcohólica. (Un vino ya terminado puede contener cantidades variables de carbónico, en especial los vinos de aguja, espumosos y gasificados.) Cata: acción de degustar el vino de forma técnica, analítica y objetiva. Catador: persona que cata. Clon: grupo de plantas nacidas de una única planta, que tienen exactamente el mismo código genético que la planta original y entre ellas. (Se suelen obtener en viveros especializados.) Cooperativa: conjunto de personas, generalmente pequeños propietarios, que se agrupan para obtener un mayor beneficio de su trabajo aprovechando economías de escala. Coupage: operación de mezcla de distintos tipos de vino con la intención de mejorar el producto final. Crianza: método de maduración de un vino, habitualmente en recipientes de madera, mediante el cual este desarrolla caracteres especiales. (Se suele aplicar de forma genérica a todos los vinos sometidos a envejecimiento.) Decantación: vertido del vino de la botella a otro recipiente, con el objetivo de evitar posos y/u oxigenar el vino. Decantador o decantadora: recipiente utilizado en la decantación. Degüelle o degüello: acción de abrir las botellas de vinos espumosos elaborados según el sistema tradicional para eliminar las lías procedentes de la segunda fermentación, acumuladas junto al tapón. Denominación de Origen: indicación aplicada a un producto agrícola o alimenticio que protege su sistema de producción y su localización geográfica. Depósito: recipiente para contener vino. (Su capacidad y el material del que se compone pueden ser diversos.) Desfangado: eliminación de materias sólidas del mosto tras el prensado. Duela: cada una de las tablas que forman el contorno de una bota o barrica. Dulce (Vino): vino con un contenido en azúcar superior a los 50 gr/l. Ecológico (Vino): vino producido siguiendo técnicas ecológicas y respetuosas con el medio ambiente. (La Unión Europea regula la elaboración de estos vinos.) Enología: técnica que trata del vino, su mejora, preparación y conservación. Enólogo: persona entendida en enología. Enoteca: local en el que se sirve y se comercializa vino. Enoturismo: conjunto de actividades turísticas que tienen el mundo del vino como protagonista. Envejecimiento: proceso que consiste en dejar envejecer el vino para que desarrolle todo su potencial. Envero: cambio de color de las uvas cuando empiezan a madurar. Fermentación: transformación de los azúcares del mosto en alcohol etílico. Filoxera: enfermedad de la viña causada por el insecto del mismo nombre. Fortificado (Vino): vino al que se añade alcohol durante la fermentación. Gollete: cuello de la botella. Grado: número de kilogramos de alcohol puro contenido en 100 kilogramos del producto. Hectárea: unidad de medida de superficie equivalente a 1 hectómetro cuadrado. Impureza: sustancia ajena al vino. Joven (Vino): vino sin crianza. Lagar: lugar o recipiente donde se pisa o prensa la uva para obtener mosto. Lía: sustancia sólida acumulada en el fondo de los depósitos tras la fermentación del vino. Mágnum: botella de litro y medio de capacidad. Marco de plantación: distancia entre cepas y entre hileras de cepas. Maridaje: técnica de combinación de alimentos y bebidas a fin de obtener la relación más óptima. Mosto: zumo de uva antes de fermentar y convertirse en vino. Pámpano: hoja de la vid. Pasa: uva desecada por la acción del sol. Pasificar: dejar secar las uvas para convertirlas en pasas. Pisado: acción de pisar las uvas en el lagar para extraer el mosto. Portainjerto: cepa que se planta directamente en el suelo, de origen americano y resistente a la filoxera, y que posteriormente se injerta con una variedad europea apta para la elaboración de vino. Racimo: grupo de uvas unidas procedentes de la misma inflorescencia. Resveratrol: compuesto del grupo de los polifenoles, presente de forma natural en la piel de las uvas tintas y en los vinos elaborados con estas uvas. Rima: disposición de las botellas de vinos espumosos según el método tradicional, unas sobre otras en posición horizontal, con la cual se realiza la segunda fermentación. Sacacorchos: utensilio en espiral para sacar el tapón a las botellas de vino. Seco (Vino): vino con menos de 5 gr/l de azúcares. Semiseco (Vino): vino con un contenido en azúcares de 15 a 30 gr/l. Sommelier o sumiller: experto al cargo de la elección, compra, conservación y servicio del vino en hoteles y restaurantes. Terroir o terruño: terreno donde se cultiva la vid en referencia a sus especificidades geológicas, climáticas y ambientales, y que aporta carácter a los vinos. Tranquilo (Vino): vino sin presencia aparente de carbónico. Uva: fruto comestible de la viña con el cual se elabora el vino. Varietal (Vino): vino elaborado a partir de una sola variedad de uva. Vendimia: temporada de recolección de las uvas en la viña. Vid: planta cuyo fruto es la uva. Vinicultor: profesional que se dedica a la elaboración de vinos. Viña: plantación de vides. Viticultor: agricultor que se dedica al cultivo de la vid. Vitivinicultor: profesional que se dedica al cultivo de la vid y a la elaboración de vino. Vivero: establecimiento agrícola comercial en el que se realizan los injertos y se preparan y venden las cepas para ser plantadas.