IV Certamen Literario A.C. La Mocha de Adrados. 4º Categoría TUSITALA Seudónimo: Hyde El motor del coche se para a la puerta de los abuelos y antes de que papá saque la llave del contacto, el abuelo Simón ya está llegando a mi puerta y la abre con esa sonrisa suya luminosa y franca -¡Ya está aquí mi muchachote! Exclama encantado. Justo en ese momento comienzan a sonar las campanas de la iglesia, suenan 40 toques seguidos y uno espaciado. Es domingo y “tocan primeras”. El pueblo se prepare para ir a misa. El abuelo lleva puesto el traje de siempre, el que estrenó el día de mi comunión le reserva para la Fiesta. Le siento acercarse, percibo el olor a Brummel del masaje de afeitar, cuando me estampa un beso y frota su nariz contra la mía, sabe que eso me gusta. Retira la almohadilla cervical y comienza a desabrochar los cintos de la silla de seguridad. -Papá ¡no se te vaya a ocurrir bajarle tu solo!, que pesa mucho.- le dice mamá mientras abraza a la abuela, que ha salido a recibirnos con el peine de la mano. -Los ángeles no pesan hija- la contesta el abuelo, se ríe y me mira cómplice como si bajarme del coche, él solo, fuera su mayor travesura. Me acoge en sus brazos fuertes, brazos de campo, de ordeño, de coger cañadones y lecheras, de ayudar a parir a las ovejas, de dar el biberón a los corderitos que no podían amamantar las madres, de sacar basura para tener limpia la majada, de meter pacas de paja, de salir a pastorear por el campo y de tirar piedras a Charri, su último perro pastor, para que no dejara desperdigar el ganado. Pero como él dice: -Desde que me jubilé y nació mi Angelin tengo brazos que abrazan. ¿Verdad muchachote? Y hace planes de futuro conmigo: -Ya verás mañana cuando te lleve a ver las cosechadoras, ya están segando El Páramo y el Antonio ha traído una nueva, amarilla, último modelo. Ya verás, ya verás. Yo me llamo Angel, nací el día que se jubiló el abuelo, sufrí hipoxia en el parto y como consecuencia un daño neurológico severo. Ese es el diagnóstico médico. Papá se acerca con mi silla de ruedas y ayuda al abuelo a sentarme. Colocan mi cabeza sobre el almohadón visco elástico y me abrocha los cintos para que no me resbale. La abuela se inclina sobre mí con sus ojos acuosos y me llena de besos, huele a Gotas de Mayfer y lleva puesto el vestido azulón con florecillas blancas y amarillas, como margaritas abstractas que quisieran salir volando del tejido. -Que bien cariño mío que ya estás aquí, veras que pronto se te quita ese color pálido. Te he preparado las natillas que tanto te gustan. ¿Sabes que ya han venido Miguel y Andrés y Luisito y Vicent el de la Loles, bueno y todos a preguntar cuando venías? En cuanto salgan de misa les tienes aquí a buscarte. Me gusta venir de vacaciones al pueblo porque aquí mamá se relaja y me deja salir solo con mis amigos, en Madrid son ella y papa los que me llevan a todas partes. Si vamos al parque y un niño se acerca a mí, siempre hay una mamá que le retira: -Ven, anda, no molestes. Yo le diría que no molesta, pero los sonidos de mi voz solamente les entienden los que me quieren. Aquí me quieren. Vienen a buscarme. -Tened cuidado, no empujéis la silla muy fuerte- dice mamá. Pero la verdad, no le hacen mucho caso, Vicent y Marcos se pelean por empujarla y a mí me encanta sentir la canción del viento en mi cara. En la plaza están todos los demás. Iker y Edurne, que aunque es mucho más pequeña que nosotros siempre viene con su hermano, colocan a su perro Eder sobre mi regazo, es un Shar-pei chino que me reconoce, y me lame mimoso. Montse, que es un poco más mayor, es la que más se preocupa por colocarme cuando observa que me ladeo demasiado, también cuida de Jordi, su primo. Jugamos a Bote, entonces yo soy la madre y todos vienen a mi silla para darse “vida” y salvarse, o al futbol y yo soy un aficionado que contempla el partido o a hacer competiciones con el móvil y me enseñan los triunfos conseguidos. El tiempo aquí no se mide en horas, ni en minutos, ni en segundos, sino en cómo te los estas pasando de bien. Y se acaba cuando vienen a buscarme para ir a comer o cenar o merendar o dormir. Y sabes que volverá a empezar cuando oiga una voz que abre la puerta y grite: -Señora Sofía que venimos a buscar a Ángel. A veces en mi cuerpo se genera una batalla como si un barco lleno de piratas lo abordase salvaje y convulsivamente. Entonces quedo agotado y no puedo salir. La abuela recibe a todos mis amigos en casa. La majada, reconvertida en merendero, es un lugar inmenso, fresco y acogedor. Mamá prepara zumo y madalenas y el abuelo como si de un Tusitala se tratase, empieza a contarnos como era la vida en el pueblo antes de que el Señor Juanillo trajera el primer tractor, allá por 1961. Y como la gente emigró… Solamente se quedaron unos pocos para mantener vivo el pueblo y que todos los que se fueron, puedan volver de vez en cuando, a su hogar. Tal vez, este año, el verano dure… mucho, mucho más.