Nietzsche El problema de Dios “La gaya ciencia” (1882) es una obra que corresponde al período positivista o ilustrado de Nietzsche, muy influido por Voltaire. En ella, lleva a cabo una dura crítica a la metafísica, moral y la religión. El verdadero valor de la vida humana esta falseado moral e intelectualmente en Occidente: los hombres se encuentran sometidos a un falso Bien y a una falsa Verdad, que niegan la vida y afirman “otro mundo”, el de las Ideas o el de Dios. Para Nietzsche la religión nace del miedo y del horror que el hombre tiene de sí mismo y de su incapacidad de asumir uno su propio destino. El estado de ánimo que promueve el éxito de las creencias religiosas, de la invención de un mundo religioso, es el de resentimiento, el de no sentirse cómodo en la vida, el afán de ocultar la dimensión trágica de la existencia. Y es que la religión nos llevaría a la alienación del hombre, puesto que el cristianismo sólo fomenta valores mezquinos (propios de la moral de siervos, trasladados por los esclavos israelitas de la vida real a la moral) como la obediencia, el sacrificio o la humildad, sentimientos propios del rebaño, y la idea de culpabilidad. El cristianismo sería para el filósofo una moral vulgar, que se opone a todos los valores específicos de la virtud. Dios representa el invento de un transmundo, la desvalorización del verdadero mundo y la máxima hostilidad a la naturaleza y a la voluntad de vida. El Dios cristiano representa los valores negativos y contrarios a la vida, mientras que el mundo divino politeísta representa los valores afirmativos, la fidelidad a la Naturaleza. Retornar al verdadero Bien y a la verdadera Verdad pasa por la transvaloración de los valores, para la cual es necesario dar muerte a Dios (al creador de los valores), y acceder nosotros mismos a ejercer el papel que él desempañaba: crear valores. La superación del cristianismo (la “muerte de Dios”, tema del libro V de la “Gaya Ciencia”) es fundamental para la transmutación de todos los valores y la recuperación de los valores de la antigüedad perdidos tras la aparición de esta religión y de la filosofía. Pero es igualmente imprescindible la muerte al tiempo lineal que todo lo devora y, a través del instante, afirmar el continuo y eterno retorno de lo igual. Ambas muertes serán el pórtico por donde entrará el superhombre, la nueva forma de ser del hombre (más que hombre), el hombre desprejuiciado y espontáneo que juega en la vida, el verdadero creador, a cada instante, de los valores. Síntesis del resto del pensamiento Todos estos esfuerzos filosóficos de Nietzsche van dirigidos a afirmar y favorecer la vida, es un vitalista: quiere la vida tal cual es, sin enmascararla, sin huir de aquello que pueda ser temible o desagradable (que ya son valoraciones morales), y está dispuesto a experimentar con orgullo la alegría de vivir. Este impulso vital es el que le lleva a hacer una reflexión sobre todas las producciones humanas (moral, arte, lenguaje, ciencia, filosofía), pues ellas frecuentemente enmascaran, degeneran y niegan la vida. La vida es lo único que Nietzsche ama profundamente y la considera insondable e indefinible: indefinible porque se escapa a todo concepto; insondable porque no se puede conocer en sí misma, sino sólo por sus manifestaciones en la Naturaleza, en el hombre y en la cultura. En la Naturaleza (de la que el hombre es parte), la vida se manifiesta como un instinto espontáneo; como una fuerza que se enfrenta a otras fuerzas, en una constante lucha de contrarios; como continuo devenir (cambio). De aquí que podamos interpretar la vida como un acontecimiento trágico pero que a la vez se manifiesta como una alegría de vivir: las fuerzas enfrentadas son siempre creadoras, pues, ocurra lo que ocurra – la vida o la muerte, la creación o la destrucción – prolongan el proceso vital. La fuerza creadora íntima de cada ser viviente es, no sólo una voluntad de vivir o una capacidad de adaptación, sino una voluntad de poder. Desde esta perspectiva vitalista, la historia de la cultura occidental, ha sido la historia de un grave error negador de la vida: la búsqueda de una “verdad” (racional, absoluta, necesaria, eterna y única) que no existe, porque, en contra del idealismo absoluto de Hegel, la realidad no es racional. La tragedia griega había logrado captar la doble cara de la realidad, en una síntesis entre las dos fuerzas creadoras opuestas simbolizados por Apolo- el dios de la belleza, las formas perfectas y la contención (expresado en las artes espaciales y estáticas: escultura, pintura y arquitectura), y Dionisos es el dios de vino, la embriaguez, la exuberancia y la desmesura (expresado en las artes dinámicas y temporales: música y danza). Frente a la tragedia, que representa la afirmación de la vida, la filosofía y, en concreto, el socratismo será su negación: Primero, Sócrates con su absolutismo moral introduce en la realidad un espíritu lógico y dialéctico, que se opone a la espontaneidad y al instinto; el primero en identificar razón, virtud y felicidad; Platón con su idealismo completa esta negación de la vida y, rindiendo culto al lenguaje, hace una distinción metafísica entre el mundo verdadero de las ideas y el mundo aparente de los sentidos, situando en aquél el conocimiento verdadero –el Bien- alcanzable solo por la razón; El Cristianismo universaliza las nuevas moral y metafísica, proyectando los Valores y la Verdad hacia Dios - el concepto metafísico (abstracto – sin contenido real) por excelencia, negando de forma absoluta la vida y devaluado toda su esencia – instintiva, espontánea, creativa, … dionisíaca. Sin embargo, en la Edad Moderna, con el avance de la ciencia, tiene lugar un proceso secularizador y, a partir de la Ilustración, se pierde la fe en un dios trascendente: “la muerte de Dios”, pues la identificación cristiana misma “Dios-Verdad” lleva implícita la negación de Dios: en cuanto la razón sustituye la fe para descubrir esa verdad, descubre que Dios no hace falta, que la razón se basta a sí misma. Esa muerte es “el más grande de los acontecimientos recientes”, es la muerte del máximo ideal –el Ser Supremo-, y el derrumbamiento de todos los valores que en Él se sustentaban: el Bien y la Verdad. Respecto a la Verdad. Nietzsche la describe como un conjunto de: “metáforas, metonimias, antropomorfismos […] que después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado lo que son”. Según Nietzsche, la intuición - el conocimiento directo, inmediato e individual, que nos proporciona nuestro sistema perceptivo interno y externo - es la única forma de captar la vida. Supuestamente el lenguaje nos sirve para expresar nuestras intuiciones del mundo (pensamientos), pero, en verdad, falsea la realidad en dos momentos: 1. El lenguaje crea metáforas, que intentan expresar “las relaciones de las cosas respecto a los hombres” (las cosas en sí – noúmeno kantiano – son inconcebibles). 2. La metáfora, convencionalmente aceptada, se transforma en concepto: “se forma por equiparación de casos iguales”, esto es, por abstracción o abandono de las diferencias individuales. Esto es un antropomorfismo, “una comprensión del mundo en tanto que cosa humanizada”. La abstracción que hace posible el concepto es un movimiento racional, por tanto, se sustituye la realidad por el concepto, la intuición por la razón, como dice Nietzsche: “los conceptos, necrópolis de intuiciones”. Los hombres hemos olvidado este origen de los conceptos y los hemos tomado como verdaderas y exactas representaciones de la realidad, cuando en realidad son un falseamiento de la misma. Y cuanto más abstracto (universal) el concepto, más falsea la realidad, lo que tiene su máxima expresión en la metafísica tradicional (“yo”, “mundo”, “alma”, “Dios”). En definitiva, el mundo de la verdad – científica o filosófica – no es cognoscible simplemente porque es falso, porque no existe. El conocimiento es la mayor fabulación. Nietzsche acusa a la Ciencia de rechazar creencias para asentarse en otra creencia (fe): la de que la verdad es “mejor” que la falsedad. Pero, esta supremacía de la verdad no es una afirmación científica, sino moral; proviene de la diferenciación entre el Bien y el Mal. Pero ¿por qué debemos fundamentarnos en lo moral si la Vida, la Naturaleza y la Historia son inmorales? Respecto al Bien. El pensamiento de Nietzsche se inicia cuestionando ¿en qué condiciones inventó el hombre los juicios de valor “bueno” y “malo”? y sometiéndolos a crítica: ¿qué valor tienen esos juicios?, esto es: ¿han frenado o estimulado el desarrollo humano; son un signo de degeneración de la vida o manifiestan la fuerza y la voluntad de vida? En su genealogía de la moral explica que la moral tradicional, encarnada en la moral cristiana, está asentada en una inversión de valores que tiene lugar con la “rebelón de esclavos” (éxodo de los israelitas) que condujo al judaísmo: La moral del señor –noble, aristócrata- la de las individualidades poderosas que tienen superior vitalidad y vigor para consigo mismas. Es la moral de la exigencia y de la afirmación de los impulsos vitales. Originariamente, sinónimo de “bueno”, pasa a ser “malo”. La moral del esclavo –débil, cobarde- regida por la falta de confianza en la vida, porque valoran la compasión, la humildad y la paciencia. Es una moral del resentido, que se opone a todo lo superior y que por eso afirma todos los igualitarismos. Originariamente “malo”, pero que se convierte en “bueno”. El cristianismo universalizó esta rebelión de esclavos, hasta alcanzar la identificación bueno=desinteresado (del mundo, de sí mismo –no egoísta). Con ello, se establece el ideal de la vida ascética, basada en el sacrificio, la aniquilación de sí mismo, la negación de la vida, en definitiva, fundamentada en una voluntad de nada, pero al fin y al cabo en una voluntad (el hombre prefiere querer la nada a no querer). Así, la interpretación cristiano-moral del mundo se ha basado en la negación (moral, filosófica, religiosa y científica) de los auténticos valores de la vida, pasando a fundamentarse en nada - nihilismo. Ante esta situación caben dos posibilidades: permanecer en la nada -en el nihilismo- o superarlo: llenarlo con nuevos valores que afirmen la vida en su totalidad. Es necesario, según Nietzsche, llevar a cabo una no una inversión, sino una transvaloración de aquellos valores que nos llevaron al nihilismo. Se trata de una tarea de creación –propia de la Voluntad de Poder, la voluntad de vivir, de superarse- desde otra perspectiva, con la mirada puesta en un nuevo tipo de hombre –el Superhombre (Übermensch)- que supere y destruya al prototipo de hombre que hemos conocido. En “Así habló Zaratustra”, Nietzsche explica su antropología: “el hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre” - un nuevo tipo de humano; una nueva forma de ser “hombre”, más allá del hombre tal y como ha sido hasta ahora: “el hombre es algo que debe ser superado”. El superhombre será la encarnación de aquél dios Dionisos desbordante de vida, será quién por fin esté más allá del bien y del mal, porque será él quien establezca el bien y el mal, como antes lo hiciera aquel Dios muerto. Zaratustra expone este paso en las “tres transformaciones del espíritu” –el camello, el león y el niño- haciendo corresponder con el niño con el superhombre, porque el niño es inocente y olvida, es espontáneo y se mueve por instinto sin reconocer peligros, no tiene prejuicios morales, y para él la vida es algo nuevo y excitante –es sólo y todo instante. Por ello, la superación no puede, según Nietzsche, enmarcarse en una concepción lineal del tiempo, éste debe ser circular - eterno retorno: si nada se crea ni se destruye y todo se transforma, el tiempo no acaba nunca, y se repite circularmente; todos los instantes que vivimos, se repetirán iguales y en el mismo orden, así pues, cada elección actual se convierte en una elección para toda la eternidad. Así queda en nuestras manos repetir eternamente una vida cada uno de cuyos instantes lo hemos elegido nosotros mismos y todo lo que quedo sin hacer, no se realizará jamás. Es la expresión de la máxima reivindicación de la vida: la vida es fugacidad, nacimiento, duración y muerte, no hay en ella nada permanente. Con esta doctrina, lo temporal se hace eterno, lo finito infinito y lo relativo absoluto. Todas estas ideas vitalistas encuentran finalmente su reflejo en una visión de la política y sociedad antidemócrata y antimarxista, basada en un nuevo tipo de individuo social: el superhombre (superior por naturaleza). Antidemócrata, porque para Nietzsche es impensable entregar el poder a las mayorías, pues siempre son débiles y se rigen por una moral de esclavos (de rebaño). Antimarxista, porque no puede ser ni socialista ni comunista, pues ambas son versiones desacralizadas del Cristianismo al basarse en morales igualitarias e igualadoras, que pretenden eliminar las clases que, de forma natural, históricamente han dividido a los hombres entre “siervos” y “señores”, y los ha enfrentado. De hecho, el verdadero origen del Estado se remonta al triunfo violento de los fuertes (“señores”) sobre los débiles (“siervos”) y, afirma Nietzsche, que lo hemos olvidado y hemos caído en el engaño de creer otra gran mentira: que el Estado es y representa al rebaño de la mayoría. El superhombre deberá llevar a cabo la transvaloración de los valores morales y encaminarse hacia una nueva forma de organización social, a través de “la Gran Política”.