Contents Una traducción de Ciudad del Fuego Celestial Estimado lector Sinopsis Staff Dedicatoria Prólogo Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19 Capítulo 20 Capítulo 21 Capítulo 22 Capítulo 23 Capítulo 24 Capítulo 25 Capítulo 26 Capítulo 27 Capítulo 28 Capítulo 29 Capítulo 30 Capítulo 31 Capítulo 32 Capítulo 33 Capítulo 34 Capítulo 35 Capítulo 36 Capítulo 37 Capítulo 38 Capítulo 39 Capítulo 40 Capítulo 41 Capítulo 42 Capítulo 43 Capítulo 44 Capítulo 45 Capítulo 46 Agradecimientos Guía del grupo de lectores de la galería Introducción Temas y preguntas para el debate Potencie su club de lectura Sobre las autoras También por Christina Lauren Ciudad del Fuego Celestial Notes Una traducción de Ciudad del Fuego Celestial Estimado lector: La presente traducción fue posible gracias al trabajo desinteresado de lectores como tú, es una traducción hecha por fans para otros fans, por lo tanto, la traducción distará de alguna hecha por una editorial profesional. Este trabajo fue hecho sin fines de lucro, por lo cual nadie obtiene un beneficio económico del mismo, por eso mismo te instamos a que ayudes al autor comprando su obra original, ya sea en formato electrónico, audiolibro, copia física e incluso comprar la traducción oficial al español si es que llega a salir. También te instamos a no compartir capturas de pantalla de nuestras traducciones en redes sociales o simplemente subir nuestras traducciones en plataformas como Wattpad, Ao3 y Scribd, al menos no hasta que haya salido una traducción oficial por parte de alguna editorial al español, esto para evitar problemas con las editoriales. Las personas partícipes en esta traducción se deslindan de cualquier acto malintencionado que se haga con la misma. Gracias por leer y disfruta la lectura. Sinopsis La historia del corazón nunca se puede dejar de escribir. Macy Sorensen se está adaptando a una rutina ambiciosa aunque emocionalmente tibia: trabajar duro como nueva residente de pediatría, planificar su boda con un hombre mayor y económicamente seguro, mantener la cabeza gacha y el corazón escondido. Pero cuando se encuentra con Elliot Petropoulos, el primer y único amor de su vida, la cuidadosa burbuja que ha construido comienza a disolverse. Érase una vez, Elliot era el mundo entero de Macy, pasando de ser su desgarbado amigo estudioso a ser el hombre que hizo que su corazón se abriera de nuevo después de la pérdida de su madre... solo para romperlo la misma noche en que declaró su amor. Contados en líneas de tiempo alternas entre el pasado y el presente, los adolescentes Elliot y Macy pasan de ser amigos a mucho más: pasan los fines de semana y veranos perezosos juntos en una casa en las afueras de San Francisco devorando libros, compartiendo sus palabras favoritas y hablando sobre sus dolores de crecimiento y sus triunfos. De adultos, se han vuelto extraños el uno para el otro hasta su oportunidad de reunirse. Aunque sus recuerdos están oscurecidos por la agonía de lo que sucedió esa noche hace tantos años, Elliot llegará a comprender la verdad detrás del silencio de una década de Macy, y tendrá que superar el pasado y a sí mismo para revivir su fe en la posibilidad de un futuro amor que todo lo consume. Staff Traducción: Dani Fray Haze ♡Herondale♡ Lilu Lyn♥ Nea Nicola♡ Tati Oh Lovelace Corrección: Banana_mou Haze ♡Herondale♡ Lyn♥ Nea Edición: Banana_mou Lyn♥ Mrs.Carstairs~ Nea Roni Turner Diseño: Arrocito EPUB: jackytkat Para Erin y Marcia, y la casa junto al arroyo del bosque. Prólogo Traducido por Lyn♡ Corregido por Haze Editado por Banana_mou Mi padre era mucho más alto que mi madre, y me refiero a bastante. Él medía un metro noventa y cinco y mi madre medía un poco más de un metro sesenta. Danés alto y brasileña pequeña. Cuando se conocieron, ella no hablaba ni una palabra de inglés. Pero para cuando ella murió, cuando yo tenía diez años, era casi como si ellos hubieran creado su propio lenguaje. Recuerdo la forma en que la abrazaba cuando llegaba a casa del trabajo. Él envolvía sus brazos alrededor de sus hombros, presionando la cara contra su cabello mientras su cuerpo se curvaba sobre el de ella. Sus brazos se convirtieron en un conjunto de paréntesis entre corchetes con la frase secreta más dulce. Desaparecía en el fondo cuando se tocaban así, sintiendo que estaba presenciando algo sagrado. Nunca se me ocurrió que el amor podía ser algo más que absorbente. Incluso cuando era niña, sabía que nunca querría nada menos. Pero luego, lo que comenzó como un grupo de células malignas, mató a mi madre, y no quería nada de eso, nunca más. Cuando la perdí, sentí que me estaba ahogando en todo el amor que aún tenía y que nunca podría ser dado. Me ahogó, me ahogó como un trapo rociado de queroseno1, derramado en lágrimas y gritos, y en un silencio pesado y palpitante. Y, de alguna manera, por mucho que me doliera, sabía que era aún peor para papá. Siempre supe que nunca volvería a enamorarse después de mamá. En ese sentido, mi padre siempre fue fácil de entender. Era directo y callado: caminaba en silencio, hablaba en voz baja; incluso su ira era silenciosa. Era su amor el que estaba en auge. Su amor era un bramido rugiente y vociferante. Y después de que él amó a mamá con la fuerza del sol, y después de que el cáncer la mató con un suave jadeo, pensé que estaría afónico por el resto de su vida y que nunca querría a otra mujer de la manera que la había querido a ella. ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ Antes de que mamá muriera, le dejó a papá una lista de cosas que quería que recordara cuando me viera en la edad adulta: 1. 2. 3. 4. No la consientas con juguetes; consiéntela con libros. Dile que la amas. Las niñas necesitan palabras. Cuando ella esté callada, tú hablas. Dale a Macy diez dólares a la semana. Haz que guarde dos. Enséñale el valor del dinero. 5. Hasta los dieciséis años, su toque de queda debe ser a las diez en punto, sin excepciones. La lista seguía y seguía, hasta lo profundo de los cincuenta. No era que ella no confiara en él, sino que ella solo quería que sintiera su influencia incluso después de que ella se hubiera ido. Papá lo releía con frecuencia, tomando notas a lápiz, resaltando ciertas cosas, asegurándose de que no se estaba perdiendo un acontecimiento o haciendo algo mal. A medida que crecía, la lista se convirtió en una especie de biblia. No necesariamente un libro de reglas, sino más bien una garantía de que todas estas cosas con las que papá y yo luchábamos eran normales. Una regla en particular era grande para papá. 25. Cuando Macy se vea tan cansada después de la escuela que ni siquiera pueda formar una oración, aléjala del estrés de su vida. Encuentra una escapada de fin de semana que sea fácil y cercana que le permita respirar un poco. Y aunque mamá probablemente nunca tuvo la intención de que realmente compráramos una casa de fin de semana, mi papá, un tipo literal, ahorró, planeó e investigó todos los pequeños pueblos al norte de San Francisco, preparándose para el día en que necesitara invertir en nuestro retiro. En el primer par de años después de que mamá murió, él me observaba, sus ojos azul hielo de alguna manera suaves e inquisitivos. Hacía preguntas que requerían respuestas largas, o al menos más largas que «sí», «no» o «no me importa». La primera vez que respondí a una de esas preguntas detalladas con un gemido vacío, demasiado cansada de la práctica de natación y la tarea, y la aburrida monotonía de tratar con amigos persistentemente dramáticos, papá llamó a un agente de bienes raíces y le exigió que nos encontrara la casa de fin de semana perfecta en Healdsburg, California. La vimos por primera vez en una jornada de puertas abiertas, mostrada por el agente de bienes raíces local, quien nos dejó entrar con una amplia sonrisa y una pequeña inclinación crítica de sus ojos hacia nuestro agente de la gran ciudad de San Francisco. Era una cabaña de cuatro dormitorios con tejas de madera y un ángulo pronunciado, crónicamente húmeda y potencialmente mohosa, escondida a la sombra del bosque y cerca de un arroyo que continuamente burbujeaba fuera de mi ventana. Era más grande de lo que necesitábamos, con más tierra de la que podíamos mantener, y ni papá ni yo nos dimos cuenta en ese momento de que la habitación más importante de la casa sería la biblioteca que él haría para mí dentro de mi amplio armario. Papá tampoco podría haber sabido que todo mi mundo terminaría en la puerta de al lado, en la palma de un nerd flaco llamado Elliot Lewis Petropoulos. Capítulo 1 Presente Martes, 3 de octubre Traducido por Nea Corregido por Lyn♡ Editado por Banana_mou Si se trazara una línea recta desde mi apartamento en San Francisco hasta Berkeley, solo serían diez millas y media, pero incluso en la mejor ventana de desplazamiento se tarda más de una hora sin coche. —He cogido un autobús a las seis de la mañana —digo—. Dos líneas de BART2 y otro autobús. —Miro mi reloj—. Las siete y media. No está mal. Sabrina se limpia una mancha de leche espumosa del labio superior. Por mucho que entienda mi rechazo a los coches, sé que hay una parte de ella que piensa que debería superarlo y comprar un Prius o un Subaru, como cualquier otro residente respetable del Área de la Bahía. —No dejes que nadie te diga que no eres una santa. —Realmente lo soy. Me hiciste salir de mi burbuja. —Pero lo digo con una sonrisa y miro a su pequeña hija en mi regazo. Solo he visto a la princesa Vivienne dos veces, y parece haber doblado su tamaño—. Menos mal que tú lo vales. Sostengo bebés todos los días pero nunca se siente así. Sabrina y yo solíamos vivir al otro lado de un dormitorio en Tufts. Luego nos mudamos a un apartamento en el campus antes de mudarnos a una casa en ruinas durante nuestros respectivos programas de posgrado. Por arte de magia, ambas acabamos en la costa oeste, en el Área de la Bahía, y ahora Sabrina tiene un bebé. Que seamos lo suficientemente mayores como para hacer esto –dar a luz a niños, criar–, es la sensación más extraña que existe. —Anoche me levanté a las once con ella —dice Sabrina, mirándonos con cariño. Su sonrisa se vuelve irónica en los bordes—. Y a las dos. Y a las cuatro. Y a las seis... —Vale, tú ganas. Pero para ser justos, ella huele mejor que la mayoría de la gente del autobús. —Le doy un pequeño beso en la cabeza a Viv y la arrimo más firmemente a mi brazo antes de coger con cuidado mi café. La taza se siente extraña en mi mano. Es de cerámica, no una taza de papel reciclable ni la enorme taza de viaje de acero inoxidable que Sean llena hasta el borde cada mañana, asumiendo, no incorrectamente, que se necesita una enorme dosis de cafeína para prepararme para el día. Hace una eternidad que no tengo tiempo para sentarme con una taza real y beber cualquier cosa. —Ya pareces una mamá —dice Sabrina, observándonos desde el otro lado de la pequeña mesa del café. —El beneficio de trabajar con bebés todo el día. Sabrina se queda callada durante un instante y me doy cuenta de mi error. Regla básica número uno: nunca hacer referencia a mi trabajo cerca de las madres, especialmente de las madres primerizas. Prácticamente puedo oír su corazón tartamudear al otro lado de la mesa. —No sé cómo lo haces —susurra. La frase es un estribillo que se repite en mi vida ahora mismo. Parece que a mis amigos les desconcierta una y otra vez que haya tomado la decisión de estudiar pediatría en la UCSF3, en la rama de cuidados intensivos. Sin falta, capto un destello de sospecha de que tal vez me falte un hueso tierno e importante, algún freno maternal que debería impedirme ser testigo rutinario del sufrimiento de los niños enfermos. Le doy a Sabrina mi habitual estribillo de «Alguien tiene que hacerlo», y luego añado: —Y soy buena en eso. —Apuesto a que lo eres. —Ahora, ¿neuropediatría? Eso no lo podría hacer —digo y luego jalo mis labios entre mis dientes, conteniéndome físicamente para decir más. «Cállate, Macy. Cierra tu loca boca de balbuceo». Sabrina hace un pequeño gesto con la cabeza, mirando a su bebé. Viv me sonríe y da patadas con entusiasmo. —No todos los cuentos son tristes. —Le hago cosquillas en la barriga—. Todos los días ocurren pequeños milagros, ¿no es así, cariño? El cambio de tema sale de Sabrina, lo suficientemente fuerte como para ser un poco chocante: —¿Cómo va la planificación de la boda? Gimoteo, presionando mi cara contra el dulce olor a bebé del cuello de Viv. —Así de bien, ¿eh? —Riendo, Sabrina alcanza a su hija como si fuera incapaz de compartirla por más tiempo. No puedo culparla. Es un bulto tan cálido y moldeable en mis brazos. —Es perfecta, cariño —digo en voz baja, entregándola—. Una niña tan sólida. Y, como si todo lo que hago estuviera de alguna manera conectado a mis recuerdos de ellos... la vida ruidosa de la puerta de al lado, la gigantesca y caótica familia que nunca tuve, tengo un golpe de nostalgia, del último bebé no relacionado con el trabajo con el que pasé algún tiempo real. Es un recuerdo de mí cuando era adolescente, mirando a la bebé Alex mientras dormía en su mecedora. Mi cerebro salta a través de un centenar de imágenes: la señorita Dina cocinando la cena con el bulto de Alex envuelto en pañales y apoyado en su pecho. El señor Nick sosteniendo a Alex en sus brazos fornidos y peludos, mirándola con la ternura de todo un pueblo. George, de dieciséis años, intentando y fracasando, en la acción de cambiar un pañal sin incidentes en el sofá de la familia. La inclinación protectora de Nick Jr., George y Andreas mientras miraban a su nueva y más querida hermana. Y luego, invariablemente, mi mente se desplaza a Elliot justo detrás o más allá, esperando tranquilamente a que sus hermanos mayores se dedicaran a jugar o a correr o a hacer el tonto, dejándole a él la tarea de recoger a Alex, de leerle, de prestarle toda su atención. Me duele, los echo tanto de menos a todos, pero especialmente a él. —Mace —me dice Sabrina. Parpadeo. —¿Qué? —¿La boda? —Claro. —Mi estado de ánimo decae; la perspectiva de planear una boda mientras hago malabares con cien horas a la semana en el hospital nunca deja de agotarme—. Todavía no hemos avanzado. Todavía tenemos que elegir una fecha, un lugar, un… todo. A Sean no le importan los detalles, lo cual, supongo, es bueno. —Por supuesto —dice con falso brillo, cambiando a Viv para que la atienda disimuladamente en la mesa—. Y, además, ¿cuál es la prisa? En su pregunta, el pensamiento gemelo está enterrado muy superficialmente: «Soy tu mejor amiga y sólo he visto al hombre dos veces, por el amor de Dios. ¿Cuál es la prisa?». Y tiene razón. No hay prisa. Sólo hemos estado juntos durante unos meses. Es solo que Sean es el primer hombre que he conocido en más de diez años con el que puedo estar y no sentir que me estoy conteniendo de alguna manera. Es fácil y tranquilo, y cuando su hija de seis años, Phoebe, preguntó cuándo nos íbamos a casar, pareció que algo cambió en él, impulsándolo a preguntarme él mismo, más tarde. —Te juro —le digo—, que no tengo ninguna actualización interesante. Espera, no. Tengo una cita con el dentista la semana que viene. —Sabrina se ríe—. A eso hemos llegado, es lo único, aparte de ti, que romperá la monotonía en el futuro inmediato. Trabajar, dormir, repetir. Sabrina ve esto como la invitación para hablar libremente de su nueva familia de tres, y desenrolla una lista de logros: la primera sonrisa, la primera carcajada, y justo ayer, un pequeño puño disparando con precisión y firmeza y agarrando el dedo de su madre. Escucho, amando cada detalle normal reconocido como lo que realmente es: un milagro. Ojalá pudiera escuchar todos sus «detalles normales» cada día. Me encanta lo que hago, pero echo de menos simplemente... hablar. Estoy programada para hoy al mediodía y probablemente estaré en la unidad hasta la mitad de la noche. Volveré a casa y dormiré unas horas, y lo haré todo de nuevo mañana. Incluso después del café con Sabrina y Viv, el resto de este día se mezclará con el siguiente y, a menos que ocurra algo realmente horrible en la unidad, no recordaré nada de ello. Así que mientras ella habla, yo intento absorber todo lo que puedo de este mundo exterior. Me gusta el aroma del café y las tostadas, el sonido de la música que retumba bajo el bullicio de los clientes. Cuando Sabrina se agacha para sacar un chupete de su bolsa de pañales, miro hacia el mostrador, observando a la mujer de las rastas rosadas, el hombre más bajo con un tatuaje en el cuello que toma los pedidos de café, y, frente a ellos, el largo torso masculino que me hace tomar conciencia. Su pelo es casi negro. Es grueso y desordenado y le cae por encima de las orejas. Tiene el cuello de la camisa doblado por debajo de un lado y el faldón de la camisa desprendido de unos vaqueros negros desgastados. Sus Vans son slip-on 4y tienen un estampado de cuadros de la vieja escuela descolorido. Una bolsa de mensajería bien usada se cuelga de un hombro y se apoya en la cadera opuesta. De espaldas a mí, se parece a otros mil hombres de Berkeley, pero yo sé exactamente de qué hombre se trata. Es el libro pesado y con las páginas dobladas que lleva bajo el brazo lo que lo delata: solo conozco a una persona que relee Ivanhoe cada octubre. Ritualmente y con adoración absoluta. Incapaz de apartar la mirada, estoy encerrada esperando el momento en que se gire y pueda ver lo que casi once años le han hecho. Apenas pienso en mi propio aspecto: uniforme verde menta, zapatillas deportivas, pelo recogido en una coleta desordenada. Por otra parte, nunca se nos ocurrió a ninguno de los dos considerar nuestros propios rostros o el grado de unión antes. Siempre estábamos demasiado ocupados memorizándonos el uno al otro. —¿Mace? Parpadeo hacia ella. —Lo siento. Yo… Lo siento. El… ¿qué? —Solo estaba balbuceando sobre la dermatitis del pañal. Estoy más interesada en lo que te tiene tan... —Se gira para seguir hacia donde yo había estado mirando—. Oh. Su «oh» aun no contiene comprensión. Su «oh» es puramente sobre cómo el hombre se ve desde atrás. Es alto, eso ocurrió de repente, cuando cumplió quince años. Y sus hombros son anchos; eso también ocurrió de repente, pero más tarde. Recuerdo haberlo notado la primera vez que se cernió sobre mí en el armario, con los pantalones a la altura de las rodillas, su ancha figura tapando la débil luz del techo. Su pelo es grueso, pero eso siempre ha sido así. Sus pantalones se apoyan en las caderas y su trasero tiene un aspecto increíble. Yo... no tengo ni idea de cuándo ocurrió eso. Básicamente, se ve exactamente como el tipo de hombre que miraríamos en silencio antes de volverse hacia la otra para compartir la cara de «lo sé, ¿verdad?». Es una de las realizaciones más surrealistas de mi vida: se ha convertido en el tipo de desconocido que yo admiraba soñadoramente. Es bastante extraño verle de espaldas y le observo con tal intensidad que, por un segundo, me convenzo de que no es él después de todo. Tal vez podría ser cualquiera, y después de una década de diferencia, ¿qué tan bien conozco su cuerpo, de todos modos? Pero entonces se gira y siento que todo el aire es aspirado de la habitación. Es como si me hubieran golpeado en el plexo solar, mi diafragma se paraliza momentáneamente. Sabrina oye el sonido chirriante y polvoriento que proviene de mí y se vuelve y se da la vuelta. Siento que empieza a levantarse de la silla. —¿Mace? Respiro, pero lo hago de forma superficial y agria, haciendo que me ardan los ojos. Su rostro es más estrecho, la mandíbula más afilada, la barba de la mañana más gruesa. Sigue llevando el mismo estilo de gafas de montura gruesa pero ya no le empequeñecen la cara. Sus brillantes ojos color avellana siguen siendo magnificados por los gruesos cristales. Su nariz es la misma, pero ya no es demasiado grande para su cara. Y su boca es la misma, demasiado recta, suave, capaz de la más perfecta sonrisa sardónica del mundo. No puedo ni imaginar qué expresión pondría si me viera aquí. Podría ser una que nunca le he visto hacer antes. —¿Mace? —Sabrina se acerca con la mano agarrando mi antebrazo—. Cariño, ¿estás bien? libre, Trago, y cierro los ojos para romper mi propio trance. —Sí. Suena poco convencida. —¿Estás segura? —Quiero decir... —Tragando de nuevo, abro los ojos y me propongo mirarla, pero mi mirada es atraída de nuevo por encima de su hombro—. Ese tipo de ahí…. Es Elliot. Esta vez, su «Oh» es significativo. Capítulo 2 Pasado Viernes, 9 de agosto Quince años atrás Traducido por Nea Corregido por Lyn♡ Editado por Banana_mou Vi por primera vez a Elliot en la jornada de puertas abiertas. La cabaña estaba vacía; a diferencia de los «productos» inmobiliarios meticulosamente escenificados en el Área de la Bahía, esta peculiar casa en venta en Healdsburg estaba sin muebles. Aunque de mayor aprendería a apreciar el potencial de los espacios sin decorar, a mis ojos de adolescente el vacío me parecía frío y hueco. Nuestra casa de Berkeley estaba desordenada de forma inconsciente. Mientras ella vivía, las tendencias sentimentales de mamá se impusieron al minimalismo danés de papá, y después de que ella muriera, él no fue capaz de reducir la decoración. Aquí, las paredes tenían manchas más oscuras donde habían colgado cuadros antiguos durante años. Se podía apreciar un camino en la alfombra, revelando la ruta preferida de los anteriores habitantes: desde la puerta principal hasta la cocina. El piso superior estaba abierto a la entrada, el pasillo que daba al primer piso con solo una vieja barandilla de madera en el borde. En el piso superior, las puertas de las habitaciones estaban cerradas, lo que daba al largo pasillo una sensación ligeramente embrujada. —Al final —dijo papá, levantando la barbilla para indicar a dónde quería que fuera. Había mirado la casa en internet y sabía un poco más de lo que podía esperar—. Tu habitación podría ser esa de ahí abajo. Subí las oscuras escaleras, pasando por el dormitorio principal y el baño, y continué hasta el final del profundo y estrecho pasillo. Pude ver una luz verde pálida que salía de debajo de la puerta, lo que pronto sabría que era el resultado de la pintura verde primaveral iluminada por el sol de la tarde. El pomo de cristal estaba frío pero despejado y giraba con un gemido oxidado. La puerta se atascaba, los bordes deformados por la humedad crónica. Empujé con el hombro, decidida a entrar, y casi caigo en la cálida y luminosa habitación. Era más larga que ancha, tal vez incluso el doble. Una enorme ventana ocupaba la mayor parte de la pared, con vistas a una ladera llena de árboles cubiertos de musgo. Como un mayordomo paciente, una ventana alta y delgada estaba en el extremo, en la pared estrecha, con vistas al río ruso en la distancia. Si la planta baja era poco impresionante, los dormitorios, al menos, eran prometedores. Sintiéndome animada, me volví para ir a buscar a papá. —¿Has visto el armario ahí dentro, Mace? —preguntó justo cuando salí—. Pensé que podríamos convertirlo en una biblioteca para ti. —Él estaba saliendo de la habitación principal. Escuché a uno de los agentes llamarlo y, en lugar de venir a mí, volvió a bajar las escaleras. Volví al dormitorio y me dirigí al fondo. La puerta del armario se abrió sin ninguna protesta. El pomo estaba incluso caliente en mi mano. Como todos los demás espacios de la casa, estaba sin decorar. Pero no estaba vacío. La confusión y el leve pánico hicieron que mi corazón palpitara con fuerza. Sentado en el espacio profundo, había un niño. Había estado leyendo, metido en la esquina, con la espalda y el cuello curvados en forma de C para meterse en el punto más bajo del techo inclinado. No podía tener más de trece años, como yo. Flaco, con pelo grueso y oscuro que necesitaba ver las tijeras, enormes ojos avellana detrás de gafas de pasta. Su nariz era demasiado grande para su cara, sus dientes demasiado grandes para su boca, y una presencia demasiado grande para una habitación que debía estar vacía. La pregunta brotó de mí, bordeada de inquietud: —¿Quién eres? Me miró fijamente, con los ojos muy abiertos por la sorpresa. —No me había dado cuenta de que alguien vendría a ver este lugar. Mi corazón aún latía con fuerza. Y algo en su mirada, tan fija y con los ojos enormes detrás de los lentes, me hizo sentir extrañamente expuesta. —Estamos pensando en comprarla. El chico se puso de pie, desempolvando su ropa, revelando que la parte más ancha de cada pierna estaba en la rodilla. Sus zapatos eran de cuero marrón pulido, su camisa planchada y metida dentro de unos pantalones cortos de color caqui. Parecía completamente inofensivo... pero en cuanto dio un paso adelante, mi corazón se aceleró por el pánico, y solté: —Mi padre tiene un cinturón negro. Me miró con lo que parecía una mezcla de miedo y escepticismo. —¿De verdad? —Sí. Sus cejas se juntaron. —¿En qué? Dejé caer mis puños desde donde habían descansado en mis caderas. —Vale, no es un cinturón negro. Pero es enorme. Esto pareció creerlo y miró junto a mí con ansiedad. —¿Qué estás haciendo aquí de todos modos? —pregunté, mirando a mi alrededor. El espacio era enorme para un armario. Un cuadrado perfecto, por lo menos doce pies en cada lado, con un techo alto que se inclinaba dramáticamente en la parte posterior de la habitación, donde era probablemente de solo un metro de altura. Podía imaginarme sentada aquí, en un sofá con almohadas y libros, y pasar la perfecta tarde de sábado. —Me gusta leer aquí. —Se encogió de hombros y algo latente se despertó en mi interior ante la simetría mental, un zumbido que no había sentido en años—. Mi madre tenía una llave cuando la familia Hanson era dueña del lugar, y nunca estuvieron aquí. —¿Tus padres van a comprar esta casa? Parecía confundido. —No. Yo vivo al lado. —¿Entonces estás invadiendo la casa? Sacudió la cabeza. —Es un open house, ¿recuerdas? Lo miré de nuevo. Su libro era grueso, con un dragón en la portada. Él era alto y tenía todos los ángulos posibles: codos afilados y hombros puntiagudos. Llevaba el pelo revuelto pero peinado. Las uñas estaban recortadas. —¿Así que solo pasas el rato aquí? —A veces —dijo—. Lleva un par de años vacío. Entrecerré los ojos. —¿Estás seguro de que deberías estar aquí? Pareces sin aliento, como si estuvieras nervioso. Se encogió de hombros, con un hombro puntiagudo levantado hacia el cielo. —Tal vez acabo de volver de correr una maratón. —No parece que puedas correr hasta la esquina. Hizo una pausa para respirar y luego se echó a reír. Sonaba como una risa que no se daba libremente muy a menudo, y algo dentro de mí floreció. —¿Cómo te llamas? —le pregunté. —Elliot. ¿Cuál es el tuyo? —Macy. Elliot me miró fijamente, empujando sus gafas hacia arriba con su dedo, pero inmediatamente se deslizaron hacia abajo de nuevo. —¿Sabes?, si compras esta casa no voy a venir a leer aquí. Había un desafío allí, una opción. ¿Amigo o enemigo? Me vendría muy bien un amigo. Exhalé y le regalé una sonrisa a regañadientes. —Si compramos esta casa puedes venir a leer si quieres. Él sonrió, tan ampliamente que pude contar sus dientes. —Tal vez todo este tiempo solo estaba calentándolo para ti. Capítulo 3 Presente Martes, 3 de octubre Traducido por Lyn♡ Corregido por Nea Editado por Banana_mou Elliot aun no me ha visto. Él espera por su bebida cerca de la barra de expreso con la cabeza inclinada mientras mira hacia abajo. En un mar de personas que se conectan al mundo a través del aislamiento de sus smartphones, Elliot está leyendo un libro. ¿Tiene siquiera un teléfono? Para cualquier otro sería una pregunta absurda. No para él. Hace once años lo tenía, pero fue uno heredado por su padre y el tipo de teléfono IP que le obligaba a presionar la tecla 5 veces si quería escribir una L. Rara vez lo usaba como algo más que un pisapapeles. —¿Cuándo fue la última vez que lo viste? —pregunta Sabrina. Parpadeo hacia ella, con el ceño fruncido. Sé que ella sabe la respuesta a esta pregunta, al menos en general. Pero mi expresión se relaja cuando entiendo que no hay nada más que pueda hacer en este momento además de conversar; me he convertido en una maníaca muda. —Mi último año de secundaria. Año Nuevo. Hace una mueca completa mostrando los dientes. —Correcto. Algún instinto entra en acción, alguna energía de autoconservación que me impulsa a levantarme de mi silla. —Lo siento —digo, mirando hacia abajo a Sabrina y Viv—. Voy a salir. —Por supuesto. Sí. Totalmente. —¿Te llamo este fin de semana? Tal vez podamos hacer el Golden Gate Park. Todavía asiente como si mi sugerencia robótica fuera incluso una remota posibilidad. Las dos sabemos que no he tenido un fin de semana libre desde antes de comenzar mi residencia en julio. Tratando de moverme lo más discretamente posible, me llevo mi bolso por encima del hombro y me inclino para besar la mejilla de Sabrina. —Te quiero —digo, de pie y deseando poder llevarla conmigo. Ella también huele a bebé. Sabrina asiente, devolviendo el sentimiento y luego, mientras miro a Viv y su pequeño puño gordito, ella mira hacia atrás por encima de su hombro y se congela. Por su postura, sé que Elliot me ha visto. —Uhm… —dice, dando la vuelta y levantando su barbilla como si debiera echar un vistazo—. Aquí viene. Escarbo en mi bolso, trabajando extremadamente ocupada y distraída. para parecer —Voy a correr —murmuro. —¿Mace? Me congelo, una mano en la correa de mi bolso y mis ojos en el suelo. Una punzada de nostalgia resuena a través de mí tan pronto como escucho su voz. Había sido alta y chillona hasta que se rompió. Recibió un sinfín de mierda sobre lo nasal y quejumbroso que era y entonces, un día, el universo rió por última vez, dando a Elliot una voz como la miel, cálida y rica. Dice mi nombre de nuevo, sin apodo esta vez, pero más tranquilo: —¿Macy Lea? Miro hacia arriba y, en un impulso del que estoy segura de que me reiré hasta que muera, levanto la mano y saludo con un fuerte y alegre: —¡Elliot! ¡Hey! Como si fuéramos unos conocidos casuales de orientación de primer año. Ya sabes, como si nos hubiéramos visto una vez en el tren desde Santa Bárbara. Solo cuando se saca el grueso cabello de los ojos en un gesto de incredulidad que lo he visto hacer un millón de veces, me doy la vuelta, presiono a través de la multitud y camino hacia la acera. Estoy trotando en la dirección equivocada antes de darme cuenta de mi error a mitad de la cuadra y me doy la vuelta. Dos largas zancadas hacia atrás, con la cabeza hacia abajo, el corazón martillando y me estrello contra un pecho ancho. —¡Oh! ¡Lo siento! —digo abruptamente antes de mirar hacia arriba y darme cuenta de lo que he hecho. Las manos de Elliot se dirigen alrededor de la parte superior de mis brazos, sosteniéndome firme a solo unos centímetros de él. Sé que me está mirando a la cara, esperando que me encuentre con su mirada, pero mis ojos están clavados hacia su manzana de Adán y mis pensamientos están atrapados recordando cómo solía mirar a su cuello, encubiertamente, de vez en cuando durante horas mientras leíamos juntos en el armario. —Macy. ¿En serio? —dice en voz baja, significando miles de cosas. En serio, ¿eres tú? En serio, ¿por qué acabas de huir? En serio, ¿dónde has estado durante la última década? Una parte de mí desearía poder ser el tipo de persona que simplemente pasa, huye y finge que esto nunca sucedió. Podría volver a BART, subirme al Muni5 hacia el hospital y profundizar en una ajetreada jornada laboral manejando emociones que, honestamente, son mucho más grandes y merecedoras que estas. Pero otra parte de mí ha estado esperando este momento exacto durante los últimos once años. El alivio y la angustia palpitan fuertemente en mi sangre. He querido verlo todos los días. Pero, también, nunca quise volver a verlo. —Hola. —Lo miro. Estoy tratando de averiguar qué decir; mi cabeza está llena de palabras sin sentido. Es una tormenta de blanco y negro. —Eres tú… —comienza sin aliento. Todavía no me ha soltado—. ¿Te mudaste aquí? —San Francisco. Observo cómo capta mi uniforme y mis feas zapatillas. —¿Médico? —Sí. Residente. Soy un robot. Sus cejas oscuras se levantan. —Entonces, ¿qué estás haciendo? Dios, qué lugar tan extraño para comenzar. Pero cuando hay una montaña por delante, supongo que comienzas con un solo paso hacia el punto más recto. —Me reuní con Sabrina para tomar un café. Arruga su nariz con una expresión dolorosamente familiar de incomprensión. —Mi compañera de cuarto en la universidad —aclaro—. Ella vive en Berkeley. Elliot decae un poco, recordándome que no conoce a Sabrina. Solía molestarnos cuando teníamos un mes entre actualizaciones. Ahora hay años y vidas enteras desconocidas entre sí. —Te llamé —dice—. Como un millón de veces. Y luego cambió el número. Se pasa la mano por el cabello y se encoge de hombros impotente. Y lo entiendo. Todo este maldito momento es tan surrealista. Incluso ahora es incomprensible que hayamos dejado que esta distancia sucediera. Que dejé que esto sucediera. —Lo sé. Yo, uhm, tengo un nuevo teléfono —digo con calma. Se ríe, pero no es un sonido particularmente feliz. —Sí, me lo imaginé. —Elliot —digo, empujando más allá de la obstrucción en mi garganta al sentir su nombre allí—, lo siento. Realmente tengo que correr. Necesito estar en el trabajo pronto. Se inclina para estar al nivel de mi rostro. —¿Estás bromeando? —Sus ojos se abren—. No puedo encontrarme contigo en Saul’s y decir: «Oye, Macy, qué tal», y luego vas a trabajar, y yo voy a trabajar, y no hablamos por otros 10 malditos años. Y ahí está. Elliot nunca pudo jugar el juego de la superficie. —No estoy preparada para esto —admito en voz baja. —¿Tienes que prepararte para mí? —Si hay alguien para quien tengo que prepararme, eres tú. Esto lo golpea justo donde quería, directamente en el ojo de buey de algún núcleo vulnerable, pero tan pronto como hace un guiño, me arrepiento. Maldición. —Solo dame un minuto —insta, tirando de mí al borde de la acera para que no obstruyamos el flujo constante de viajeros—. ¿Cómo estás? ¿Cuánto llevas de regreso? ¿Cómo está Duncan? Todo nos rodea, el mundo parece quedarse quieto. —Estoy bien —digo mecánicamente—. Me mudé en mayo. —Soy arrasada por su tercera pregunta y mi respuesta sale temblando—: Y, uhm… Papá murió. Elliot se tambalea ligeramente hacia atrás. —¿Qué? —Sí —digo, con la voz confusa. Me siento tonta por esto, luchando por reescribir la historia, por reconectar mis sinapsis en mi cerebro. De alguna manera, estoy logrando tener esta conversación sin perder completamente los papeles, pero si me quedo aquí por dos minutos más, todas las apuestas estarán desactivadas. Con Elliot aquí mismo preguntando por papá, durmiendo dos horas y la perspectiva de un día de dieciocho horas por delante… Necesito salir de aquí antes de derretirme. Pero cuando lo miro, veo que el rostro de Elliot es un espejo de lo que está sucediendo en mi pecho. Parece devastado. Él es el único que se vería de esa manera después de escuchar que papá murió porque él es el único que habría entendido lo que me hizo su muerte. —¿Duncan murió? —Su voz sale espesa de emoción—. Macy, ¿por qué no me lo dijiste? Mierda, esa es una pregunta enorme. —Yo… —empiezo y sacudo la cabeza—. No estábamos en contacto cuando sucedió. La náusea sube desde mi estómago hasta mi garganta. Qué escabullida. Qué evasión tan increíble. Sacude la cabeza. —No lo sabía. Lo siento mucho, Mace. Me doy tres segundos más para mirarlo y es como otro puñetazo en el estómago. Él es mi persona. Siempre ha sido mi persona. Mi mejor amigo, mi estafador, probablemente el amor de mi vida. Y he pasado los últimos once años enojada y auto justificada. Pero al final del día, abrió un agujero entre nosotros y el destino lo abrió de par en par. —Me voy a ir —digo en un abrupto estallido de incomodidad—. ¿Está bien? Antes de que pueda responder, me largo, escabulléndome por la calle hacia la estación BART. Todo el tiempo que estoy caminando lo hago a toda velocidad y, durante el viaje de regreso a la bahía, siento que él está allí mismo, detrás de mí o en un asiento del próximo auto. Capítulo 4 Pasado Viernes, 11 de octubre Quince años atrás Traducido por Dani Fray Corregido por ♡Herondale♡ Editado por Banana_mou La familia Petropoulos al completo estaba en su patio delantero cuando nos estacionamos con la camioneta de la mudanza dos meses más tarde. La camioneta solo estaba medio llena porque Papá y yo habíamos pensado, cuando estábamos en el mostrador de renta de autos, que tendríamos más cosas que traer. Pero al final, solo habíamos comprado los suficientes muebles en la mueblería para tener dónde dormir, comer, leer y nada más. Papá los llamó «muebles para acampar». No le entendí. Probablemente lo hubiera entendido si me hubiera permitido pensar sobre ello por unos segundos, pero lo único que tuve en mente durante los noventa minutos de viaje era que íbamos a una casa que Mamá nunca había visto. Sí, ella quería que nosotros hiciéramos esto, pero en realidad no lo había escogido, no la había visto. Había algo horriblemente amargo sobre esa realidad. Papá aún manejaba su ruidoso Volvo verde. Todavía vivíamos en la misma casa en Rose Street. Todos los muebles de adentro habían estado ahí cuando Mamá estaba viva. Yo tenía ropa nueva pero siempre se sentía un poco como si ella las eligiera a través de una intervención divina cuando comprábamos porque Papá tenía la tendencia de escogerme las prendas más grandes y holgadas que podía encontrar y siempre había una simpática vendedora que se abalanzaba con una gran pila de ropa más adecuada asegurándole que «sí, esto es lo que usan las chicas ahora», y «no, no se preocupe, Sr. Sorensen». Bajando de la furgoneta enderecé mi blusa sobre la cintura de mis pantalones cortos y levanté la mirada al grupo de personas que se encontraban en nuestra entrada. Primero vi a Elliot, su cara familiar en la multitud. Pero alrededor de él había otros tres chicos y dos padres sonrientes. La visión de la gran familia, esperando para ayudar, solo magnificó el dolor que se abría paso hacia mi garganta desde mi pecho. El hombre, claramente el padre de Elliot, con el cabello negro y grueso y una nariz roja, dio un paso adelante, acercándose para estrechar la mano de papá. Era más bajo que él solo por un par de centímetros, una rareza. —Nick Petropoulos —dijo, volteándose para estrechar mi mano—. Tú debes de ser Macy. —Sí, señor. —Llámame Nick. —Está bien, Se... Nick. —Nunca en la vida imaginé llamar a un padre por su nombre. Con una risa, volteó nuevamente a Papá. —Pensé que podrías necesitar una mano para bajar todo esto. Papá sonrió y habló con su característica simplicidad. —Eso es muy amable de tu parte. Gracias. —Además, pensé que a mis chicos podría serles de utilidad el ejercicio para que no se estén peleando entre ellos todo el día. —El señor Nick extendió un grueso y velludo brazo e indicó—. Por allá verás a mi esposa, Dina. Mis chicos: Nick Junior, George, Andreas y Elliot. Tres chicos fornidos… y Elliot, se encontraban parados en la base de nuestros escalones delanteros, mirándonos. Intuía que ellos tenían entre quince y diecisiete, excepto Elliot, quien era tan diferente físicamente a sus hermanos que no estaba tan segura de qué edad tenía. Su madre, Dina, era formidable, alta y curvilínea, pero con una sonrisa que mostraba profundos y amigables hoyuelos a sus mejillas. Aparte de Elliot, que era la versión delgada de su padre, todos sus hijos lucían justo como ella. Ojos adormilados, con hoyuelos y altos pómulos. Lindo. El brazo de Papá me rodeó los hombros, acercándome a él. Me pregunté si era un gesto protector o si él también estaba sintiendo lo lánguida que nuestra familia se veía en comparación. —No sabía que tenías cuatro hijos. ¿Creo que Macy ya conoció a Elliot? —Papá me miró para confirmar. En mi visión periférica podía ver a Elliot moviéndose sobre sus pies, incómodo. Le di una sonrisa ladeada. —Sí —dije, añadiendo mi mejor tono de «¿quién hace eso?»—. Estaba leyendo en mi clóset. El señor Nick señaló hacia acá. —El día de la exhibición de la casa, lo sé, lo sé. Seré honesto, ese chico ama los libros y ese clóset era su lugar favorito. Su amigo Tucker solía venir los fines de semana pero ya se ha mudado. —Mirando a Papá, añadió—: La familia se trasladó a Cincinnati, Ohio, ¿la región del vino? Una tristeza, ¿no? Pero no te preocupes, Macy. No volverá a ocurrir. —Con una sonrisa, siguió la caminata estoica de Papá hacia los escalones—. Hemos vivido en la casa de al lado los últimos diecisiete años. He estado en esta casa miles de veces. —Un escalón crujió bajo su bota de trabajo y lo pisó con el ceño fruncido—. Ese escalón siempre ha sido un problema. Incluso a mi edad, vi lo que eso le hizo a la postura de Papá. Era un tipo de la ciudad despreocupado pero la familiaridad del señor Nick con la propiedad inmediatamente empujó una rigidez de macho hacia su columna. —Lo puedo arreglar —dijo Papá, en una voz inusualmente profunda mientras se inclinaba hacia el escalón que crujía. Ansioso por asegurarse de que cualquier pequeño problema sería arreglado, añadió con calma—: No me entusiasma la puerta de entrada tampoco, pero eso es fácil de reemplazar. Y cualquier cosa que veas, dime. Quiero que sea perfecto. —Papá —dije, dándole un suave empujón—, ya es perfecto, ¿ok? Mientras los chicos Petropoulos caminaban hacia la camioneta de la mudanza, Papá tanteaba con sus llaves, buscando la correcta en un anillo pesado con llaves para otras puertas, para nuestra otra vida a ciento veinte kilómetros de aquí. —No, estoy seguro de que necesitaremos para la cocina —me murmuró papá entre dientes—. Y probablemente hay algunas renovaciones que hacer… Me miró con una sonrisa incierta y se dirigió hacia la puerta principal. Yo aún estaba evaluando el amplio porche que se extendía hacia un lado, escondiendo una vista desconocida de árboles gruesos más allá del patio lateral. Mi mente se había desviado a duendes y a trotar por el bosque buscando puntas de flechas. A lo mejor un chico me besaría en ese bosque algún día. Tal vez sería uno de los chicos Petropoulos. Mi piel se encendió con un rubor que escondí agachando mi cabeza y dejando que mi cabello cayera hacia adelante. Hasta la fecha, mi único crush había sido Jason Lee en séptimo grado. Después de habernos conocido desde el jardín de niños, habíamos bailado rígidamente una canción en la Fiesta de Primavera y luego nos separamos torpemente para nunca más volver a hablar. Aparentemente yo estaba bien para ser amiga de casi cualquier persona, pero añade una química romántica suave y me convertía en un robot de plástico. Creamos una eficiente línea de brazos pasando cajas y, rápidamente, vaciamos la camioneta, dejando los muebles a los más grandes. Elliot y yo tomamos cada uno una caja con la etiqueta «Macy» para llevar arriba. Lo seguí por el largo pasillo y dentro del vacío de mi cuarto. —Puedes poner eso en la esquina —dije—. Y gracias. Él miró hacia mí, asintiendo mientras dejaba la caja en el suelo. —¿Son libros? —Sí. Con una pequeña mirada hacía mí para asegurarse que estaba bien, Elliot levantó la solapa de la caja y miró hacia dentro. Sacó el libro de encima. Cadena de Favores. —¿Has leído esto? —preguntó dudosamente. Asentí y tomé el querido libro de sus manos y lo coloqué en el estante vacío dentro del clóset. —Es bueno —dijo él. Sorprendida, levante la mirada hacia él, preguntando. —¿También lo has leído? Él asintió, diciendo sin pena: —Me hizo llorar. Metiendo la mano, cogió otro libro y arrastró sus dedos por la cubierta. —Este también es bueno. —Sus grandes ojos parpadearon hacia mí—. Tienes buen gusto. Lo miré fijamente. —Tú lees un montón. —Usualmente un libro al día. Mis ojos se abrieron de par en par. —¿Hablas en serio? Se encogió de hombros. —Muchas personas vienen a Río Russian de vacaciones y muchas veces dejan sus lecturas de vacaciones aquí cuando se van. La librería consigue un montón y yo tengo un trato con Sue: yo consigo una primera vista a las donaciones siempre y cuando las recoja el lunes y las regrese el miércoles. —Se subió las gafas por el puente de la nariz—. Una vez, ella consiguió seis libros nuevos de una familia que estaba de visita durante la semana y los leí todos. —¿Te leíste todos en tres días? —pregunté—. Eso es una locura. Elliot frunció el ceño, entrecerrando sus ojos. —¿Crees que estoy mintiendo? —No creo que estés mintiendo. ¿Cuántos años tienes? —Catorce, desde la semana pasada. —Te ves más chico. —Gracias —dijo rotundamente—. Contaba con eso. — Exhaló, soplando su cabello de su frente. Una carcajada salió de mí garganta. —No quise decirlo así. —¿Cuántos años tienes tú? —preguntó. —Trece. Mi cumpleaños es el dieciocho de marzo. Se arregló los lentes en el puente de su nariz. —¿Estás en secundaria? —Sí, ¿tú? Elliot asintió. —También. observando. —Miró alrededor del espacio vacío, —¿Qué hacen tus padres? ¿Trabajan en la ciudad? Sacudí mi cabeza, mordiendo mi labio. Sin darme cuenta, de verdad había disfrutado hablar con alguien que no sabía que me quedé sin madre, que no me había visto rota y desmoronada después de que la perdí. —Mi papá es dueño de una compañía en Berkeley que importa y vende cerámica hecha a mano, arte y cosas por el estilo. —No agregué que todo comenzó cuando empezó a importar las piezas de cerámica de su padre y se agotaron a lo loco. —Genial. ¿Qué hay de…? —¿Qué hacen tus padres? Él entrecerró sus ojos ante mi arrebato pero respondió de todos modos. —Mi mamá trabaja medio tiempo en la sala de cata en Toad Hollow. Mi papá es el dentista de la ciudad… El dentista de la ciudad. ¿El único dentista? Supongo que no me había dado cuenta de qué tan pequeño era Healdsburg hasta que dijo eso. En Berkeley, había tres consultorios de dentistas solamente en mi camino de cuatro cuadras a la escuela. —Pero solo trabaja tres días a la semana y te puedes dar cuenta que no le gusta quedarse quieto. Hace de todo en la ciudad —dijo Elliot—. Ayuda en el mercado de la granja. Con las operaciones de algunas vitivinícolas. —Sí, el vino es un gran negocio por aquí, ¿no? —Me di cuenta mientras hablaba de cuántas bodegas habíamos pasado en el camino hacia acá. —Vino: es lo que hay para cenar —dijo Elliot con una risa. Y ahí, justo en ese segundo, se sintió como si tuviéramos una amistad normal. No había tenido una amistad normal en tres años. Tenía amigas que dejaron de saber cómo hablarme, o se cansaron de que estuviera deprimida, o estaban tan centradas en chicos que ya no teníamos nada en común. Pero luego lo arruinó. —¿Tus padres están divorciados? Aspiré un poco de aire, extrañamente ofendida. —No. Inclinó su cabeza y me miró, sin hablar. No necesitaba señalar que las dos veces que había visitado esta ciudad, había venido sin una madre. Solté el aliento en lo que se sintió como una hora después. —Mi mamá murió hace tres años. La verdad reverberó en la habitación y supe que mi admisión cambió, irrevocablemente, algo entre los dos. Las cosas simples ya no lo eran: su nueva vecina, una chica, potencialmente interesante, también potencialmente poco interesante. Ahora era la chica que había sido dañada permanentemente de por vida. Era alguien que debía ser tratada con cuidado. Sus ojos se habían abierto de par en par detrás de sus gruesos lentes. —¿En serio? Asentí. ¿Deseé no haberle dicho? Un poco. ¿Cuál es el punto de un retiro de fin de semana si no podía retirarme de la única verdad que parecía detener mi corazón cada pocos minutos? Él miró hacia sus pies, jugando con un hilo perdido en sus pantalones cortos. —No sé lo que haría. —Yo aún no sé qué hacer. Se quedó callado. Nunca he sabido cómo recuperar una conversación luego del tema de la madre muerta. Y tampoco qué era peor: tenerla con un semi desconocido como él, o tenerla de vuelta en casa con alguien que me había conocido toda mi vida y que no sabía cómo hablarme sin una sonrisa falsa o con simpatía. —¿Cuál es tu palabra preferida? Sobresaltada, levanté la mirada hacia él, insegura de haberlo escuchado bien. —¿Mi palabra favorita? Asintió con la cabeza, deslizando sus gafas por su nariz con un rápido y practicado gesto que le hizo parecer enfadado y luego sorprendido en un solo segundo. —Tienes siete cajas de libros aquí arriba. Tengo la ligera sospecha de que te gustan las palabras. Supongo que nunca había pensado que tendría una palabra favorita pero, ahora que me preguntó, me gustó un poco la idea. Dejé que mis ojos perdieran enfoque mientras pensaba. —Ranunculus —dije después de un momento. —¿Qué? —Ranunculus. Es un tipo de flor. Es una palabra tan rara pero las flores son tan bonitas, me gusta lo inesperado que es. «Eran las favoritas de mi mamá», fue lo que no dije. —Eso es algo que una chica diría. —Bueno, soy una chica. Mantuvo sus ojos en sus pies pero sabía que no estaba imaginando el brillo de interés que había visto cuando dije ranunculus. Apuesto que había esperado que dijera unicornio, margarita o vampiro. —¿Qué hay de ti? ¿Cuál es tú palabra favorita? Apuesto a que es tungsteno. O algo como anfibio. Él torció una sonrisa, respondiendo: —Regurgitar. Arrugando mi nariz, lo miré fijamente. —Es una palabra asquerosa. Eso lo hizo sonreír aún más. —Me gusta el sonido de las consonantes fuertes en ella. Suena casi exacto a lo que verdaderamente significa. —¿Una onomatopeya? Yo medio esperaba que unas trompetas hicieran sonar música reveladora desde un altavoz invisible en la pared por la forma en la que Elliot me miraba, con los labios entreabiertos y las gafas deslizándose lentamente por la nariz. —Exacto —dijo él. —No soy una completa idiota, ¿sabes? No tienes que lucir tan sorprendido porque conozco algunas palabras grandes. —Nunca pensé que fueras idiota —dijo silenciosamente, mirando hacia la caja y sacando otro libro para entregármelo. Por un largo tiempo, después de que volvimos a nuestro lento e ineficiente método de desempacar los libros, pude sentirlo levantar la mirada y mirarme, pequeños destellos de miradas robadas. Pretendí que no me daba cuenta. Capítulo 5 Presente Miércoles, 4 de octubre Traducido por Dani Fray Corregido por ♡Herondale♡ Editado por Banana_mou Siento como si me hubiera roto unos puntos durante la noche. Todo dentro de mí se siente como si estuviera en carne viva, como si me hubiera magullado un órgano interno. Sobre mí, el techo se ve soso; manchas de agua se arrastran a lo largo de las grietas de araña en el yeso que irradian desde la lámpara. El ventilador da vueltas perezosamente alrededor y alrededor del congelado globo. Al girar, las hojas cortan el aire imitando la exhalación rítmica de Sean mientras duerme a mi lado. Chh. Chh. Chh. Estaba dormido cuando llegué a casa alrededor de las dos esta mañana. Por una vez, estaba agradecida por las largas guardias; no sé cómo me hubiera sentado durante la cena con él y Phoebe cuando todo en lo que podía pensar era en Elliot apareciendo ayer en el cumpleaños de Saul. Tuve un momentáneo sentimiento de culpa anoche en el bus a casa, cuando el caos de mi turno estaba lentamente desvaneciéndose de mis pensamientos y el encuentro con Elliot se abrió camino. En una explosión de pánico, me pregunté qué tan grosero fue de mi parte el no presentarle a Elliot a Sabrina. Tan jodidamente rápido regresa, al frente y al centro. Sean se despierta cuando me muevo para frotarme la cara, rodando hacia mí, acercándome con su mano alrededor de mi cadera pero, por primera vez desde que me besó el pasado mayo, sentí como si estuviera traicionando algo. Gimiendo, me alejo y me siento, apoyando los codos en las rodillas al lado de la cama. —¿Estás bien bebé? —pregunta, acercándose por detrás y descansando su barbilla en mi hombro. Sean ni siquiera sabe sobre Elliot. Lo que es una locura cuando pienso sobre ello porque, si me voy a casar con él, debería saber todo sobre mí, ¿no? Incluso si no hemos estado juntos tanto tiempo, las cosas importantes deberían de ser habladas de frente, y gran parte de mi adolescencia no trata de nada más que de Elliot. Sean sabe que crecí en Berkeley, pasé muchos fines de semana en el país del vino de Healdsburg y tuve buenos amigos ahí. Pero no tenía idea de que conocí a Elliot cuando tenía trece, me enamoré de él cuando tenía catorce y lo empujé fuera de mi vida unos años después. Asentí. —Estoy bien. Solo un poco cansada. Lo siento voltear su cabeza a mi lado y mirar el reloj, imito su acción. Son solo las 6:40 y no necesito empezar mis rondas hasta las 9:00. Dormir es una preciosa comodidad. «¿Por qué, cerebro, por qué?». Pasa una mano por su cabello grisáceo. —Por supuesto, estás cansada. Ven, regresa a la cama. Cuando dice eso sé que en realidad quiere decir «Recuéstate y tengamos algo de sexo antes de que Phoebe se despierte». El problema es que no me puedo arriesgar a la posibilidad de que hacer eso con él se sienta incorrecto ahora. Maldito Elliot. Solo necesito un par de días de distancia de él, eso es todo. Capítulo 6 Pasado Jueves, 20 de diciembre Quince años atrás Traducido por Lilu Corregido por Nea Editado por Banana_mou Nunca había pasado la Navidad fuera de casa pero, a principios de diciembre de ese primer año en la cabaña, Papá dijo que íbamos a tener una aventura. Para algunos padres esto podría significar un viaje a París o un crucero a algún lugar exótico. Para mi papá, significaban unas fiestas a la antigua en nuestra nueva casa, encendiendo la kalendarlys danesa, una vela navideña, y disfrutando del pato asado, repollo, remolacha y patatas para la cena navideña. El día 20 llegamos alrededor de la hora de la cena con nuestro auto repleto de paquetes y adornos recién comprados, seguidos de cerca por un hombre del pueblo con un diente de oro, una pata de palo y un remolque con nuestro árbol de Navidad recién cortado. Observé mientras luchaban con el mamut que teníamos de árbol, preguntándome brevemente si incluso entraría por nuestra puerta principal. Afuera hacía frío y arrastré los pies en el suelo para mantenerme caliente. Sin pensar, miré por encima del hombro hacia la casa Petropoulos. Las ventanas brillaban, algunas de ellas empañadas por la condensación. Un flujo constante de humo se elevaba desde la chimenea torcida, rizándose como una cinta antes de desaparecer en la oscuridad. Habíamos estado en la cabaña tres veces desde octubre y, durante cada visita, Elliot se acercaba a la puerta, llamaba y Papá lo dejaba subir. Nos tumbábamos en el suelo de mi armario, convertido poco a poco en una pequeña biblioteca, y leíamos durante horas. Pero aún no había visitado su casa. Intenté adivinar qué habitación era la suya, para imaginar qué podría estar haciendo. Me pregunté cómo sería la Navidad para ellos, en una casa con un papá y una mamá, cuatro niños y un perro que parecía más caballo que canino. Apuesto a que olía a galletas y a pino recién cortado. Decidí que probablemente era difícil encontrar un lugar tranquilo para leer. Apenas llevábamos una hora cuando sonó el viejo timbre de la puerta. La abrí para encontrar a Elliot y a la señora Dina sosteniendo un plato de papel cargado con algo pesado y cubierto con papel aluminio. —Les trajimos galletas —dijo Elliot, empujando sus gafas hacia el puente de su nariz. Su boca estaba nuevamente con aparatos. Su rostro estaba cubierto por una red metálica de arneses. Lo miré con los ojos muy abiertos y él me miró con el ceño fruncido y las mejillas enrojecidas. —Concéntrate en las galletas, Macy. —¿Tenemos invitados, min lille blomst6? —preguntó Papá desde la cocina. En su voz escuché la leve desaprobación; el tácito «¿El chico no puede esperar hasta mañana?». —No me quedaré, Duncan —gritó la señora Dina—. Solo pasaba para dejar estas galletas, pero manda a Elliot a casa cuando estén listos para comer, ¿está bien? —La cena está casi lista —dijo papá en respuesta, con voz tranquila ocultando cualquier reacción externa a cualquiera que no lo conociera tan bien como yo. Caminé hacia la cocina y deslicé el plato de galletas a su lado en la isla. Una ofrenda de paz. —Vamos a leer —le dije—. ¿Está bien? Papá me miró, luego miró las galletas y cedió. —Treinta minutos. Elliot vino de buena gana, siguiéndome más allá del enorme árbol y subiendo las escaleras. La música navideña se filtró por el rellano abierto de la cocina pero se desvaneció cuando entramos al armario. En el tiempo transcurrido desde que compramos la casa, Papá había cubierto las paredes con estantes y había agregado un puf en la esquina, frente al pequeño sofá tipo futón frente a la pared. Los almohadones de la casa estaban esparcidos por todos lados y comenzaba a sentirse acogedor, como el interior de la botella de un genio. Cerré la puerta detrás de nosotros. —Así que, ¿qué pasa con los nuevos aparatos? — pregunté, señalando su rostro. Él se encogió de hombros, pero no dijo nada—. ¿Tienes que usar la máscara todo el tiempo? —Es un aparato extraoral, Macy. Usualmente solo cuando duermo, pero he decidido que quiero quitármelos pronto. —¿Por qué? Me miró fijamente y, sí, lo entendí. —¿Son molestos? —pregunté. Su rostro se torció en una sonrisa sarcástica. —¿Se ven cómodos? —No. Se ven dolorosos y nerds. —Tú eres dolorosa y nerd —bromeó. Me tumbé en el puf con un libro y lo observé mientras miraba las estanterías. —¿Tienes todos los libros de Ana de las tejas verdes? — dijo. —Sí. —Nunca los leí. —Sacó uno de la fila y se acurrucó en el futón—. ¿Palabra favorita? Ya este ritual parecía salir de él y entrar en la habitación. Esta vez ni siquiera me tomó desprevenida. Mirando hacia mi libro, pensé por un segundo antes de contestar. —Silencioso. ¿Y tú? —Caqui. Sin más conversación comenzamos a leer. —¿Es difícil? —preguntó Elliot repentinamente y levanté la vista para encontrarme con sus ojos: ámbar, profundos y ansiosos. Se aclaró la garganta torpemente—. ¿Las fiestas sin tu mamá? Me sorprendió tanto la pregunta que parpadeé rápidamente. Por dentro, le rogué que no preguntara más. Incluso tres años después de su muerte, el rostro de mi madre nadaba continuamente en mis pensamientos: sus danzantes ojos grises, el cabello negro y grueso, la piel morena y su sonrisa ladeada que me despertaba todas las mañanas hasta la primera que se perdió. Cada vez que miraba el espejo la veía a ella reflejada en mí. Así que sí, difícil no lo abarcaba. Difícil era como describir una montaña como un bulto, como describir el océano como un charco. Y ninguna de esas cosas podría contener mis sentimientos sobre la Navidad sin ella. Me observó de una manera cuidadosa. —Si mi mamá muriera, las fiestas serían duras. Sentí mi estómago apretado, mi garganta ardiendo, preguntando. —¿Por qué? —Aunque no lo necesitaba. —Porque les da mucha importancia. ¿No es lo que hacen las mamás? —Me tragué un sollozo y asentí con fuerza—. ¿Qué haría tu mamá? —No puedes preguntar cosas así. —Me puse de espaldas y miré al techo. Su disculpa salió en un repentino estallido. —¡Lo lamento! Ahora me siento como una idiota. —Además, sabes que estoy bien. —Incluso solo decirlo respaldaba el emocional camión de dieciocho ruedas. Sentí que las lágrimas bajaban por mi garganta—. Han pasado casi cuatro años. No tenemos que hablar de eso. —Pero podemos. Tragué de nuevo y luego miré la pared, duro. —Ella comenzaba la navidad de la misma manera todos los años. Hacía muffins de arándanos y jugo de naranja natural. —Las palabras salieron en un staccato de pájaro carpintero—. Comíamos frente a la chimenea, abriendo calcetines mientras ella y papá me contaban historias de su infancia hasta que finalmente comenzábamos a inventarnos historias locas. Los tres empezábamos a cocinar el pato y luego abríamos los regalos. Y después de la cena, nos acurrucábamos frente a la chimenea y leíamos. Su voz era apenas audible. —Suena perfecto. —Lo era —estuve de acuerdo, más suavemente ahora, perdida en el recuerdo—. Mamá también amaba los libros. Cada regalo era un libro, o un diario, o bolígrafos geniales, o papel. Y ella leyó de todo. Como, todos los libros que vi en las mesas de la librería, ella ya los había leído. —Parece que me hubiera gustado mucho tu mamá. —Todos la amaban —le dije—. Ella no tenía mucha familia, sus padres también murieron cuando ella era joven pero juro que todos los que conoció la reclamaron como propia. Y todos ellos ahora se tambaleaban como peces fuera del agua sin ella. Sin saber qué hacer por nosotros, sin saber cómo navegar por la tranquila reserva de papá. —¿Ella trabajaba? —preguntó Elliot. —Era compradora de Books Inc. —Wow. ¿En serio? —Parecía impresionado de que ella formara parte de un minorista tan grande de la zona de la bahía, pero por dentro sabía que ella se había cansado de eso. Siempre quiso tener su propia tienda. Solo cuando empezó a enfermar, ella y papá estuvieron en condiciones de pagarla—. ¿Es por eso que tu papá está construyendo este armario para ti? Sacudí la cabeza, pero la idea no se me había ocurrido hasta que él lo dijo. —No creo. Tal vez. —Tal vez quería un lugar donde pudieras sentirte cerca de ella. Seguía sacudiendo la cabeza. Papá sabía que no podía pensar aún más en mamá. Y tampoco quiso ayudarme a pensar menos en ella. No ayudaría. Así como contener la respiración no cambia la necesidad de oxígeno de tu cuerpo. Y como si lo hubiera dicho en voz alta, preguntó: —Pero ¿piensas más en ella cuando estás aquí? «Por supuesto», pensé, pero lo ignoré, jugueteando nerviosamente con el borde de la manta que colgaba del costado del puf. «Pienso en ella en todas partes. Ella está en todas partes, en cada momento, y también no está en ningún momento. Se perderá cada uno de mis momentos y no sé para quién es más difícil: para mí sobrevivir aquí sin ella, o para ella sin mí, existiendo donde quiera que esté». —¿Macy? —Qué. —¿Piensas en ella aquí? ¿Es por eso por lo que amas esta habitación? —Amo esta habitación porque amo leer. «Y porque cuando encuentro ese libro que me hace perderme durante una hora, quizás más, me olvido». «Y porque papá piensa en mamá cada vez que me compra un libro». «Y porque estás aquí y me siento mil veces menos sola contigo». —Pero… —Por favor, detente. —Apreté los ojos, sintiendo cómo me sudaban las manos, cómo se me aceleraba el corazón, cómo se me hacía un nudo en el estómago por todos los sentimientos que a veces me parecían demasiado grandes para mi cuerpo. —¿Alguna vez lloras por ella? —¿Estás bromeando? —jadeé y sus ojos se abrieron de par en par, pero no se echó atrás. —Es que es Navidad —dijo en voz baja—. Y cuando mi mamá horneaba las galletas antes, me di cuenta de lo familiar que era. Debe ser raro para ti, eso es todo. —Sí. Se inclinó, tratando de que lo mirara. —Solo quiero que sepas que puedes hablar conmigo. —No necesito hablar de esto. Se sentó, me observó durante unos momentos más en silencio y luego volvió a su libro. Capítulo 7 Presente Miércoles, 4 de octubre Traducido por Nicola♡ Corregido por Nea Editado por Banana_mou Dejo el cómodo calor de la cama y me arrastro hacia la cocina besando la parte superior de la cabeza de una maraña café. A estas alturas Sean ya debería saber que no podemos ser escurridizos en las mañanas: Phoebe siempre se levanta antes que nosotros de todas maneras. Phoebs es una niña de ensueño. Tiene seis años, es inteligente y cariñosa, y bulliciosa de una manera que me habla un poco de su madre, porque su padre es toda la calma contenida. Quién diablos sabe dónde está Ashley, su madre irresponsable, pero me apuñala ver a Phoebe crecer sin ella. Al menos yo tuve diez años con mamá y su desaparición de mi vida no se siente como una traición. Phoebe solo tuvo tres antes de que Ashley se fuera a un retiro de fin de semana por su trabajo en la banca de inversión y volviera a casa con un gusto por la cocaína que se convirtió en un anhelo por el crack, lo que finalmente la llevó a dejarlo todo por los speedballs7. ¿En qué momento Sean se verá obligado a decirle a su hija perfecta que su madre amaba las drogas más que a ellos? Recuerdo salir de su habitación la mañana siguiente de nuestro primer ligue achispado para encontrar a Phoebe sentada en la mesa de la cocina comiendo Rice Chex, el cabello hecho en coletas torcidas, vistiendo medias disparejas, mallas de cachorrito y un suéter de lunares. En su bruma de coqueteo, Sean no había mencionado que tenía una niña. Trato de verlo más como una prueba de cuán magníficos se veían mis pechos en ese suéter azul, que una enorme y estúpida omisión por su parte. Esa mañana, ella me miró, los ojos lo suficientemente amplios como para confirmar lo que él me dijo la noche anterior, que no había traído a una mujer a casa con él en tres años, y preguntó si era una nueva compañera de cuarto. ¿Cómo podría haberle dicho que no a unas mallas de cachorrito y coletas torcidas? He estado ahí cada noche desde entonces. No es un sacrificio en realidad. Sean es un ensueño en la cama, despreocupado y prepara una buena taza de café. A los cuarenta y dos, también es financieramente estable, lo que contribuye en gran medida cuando estás sometida a una presión por los préstamos de la escuela de medicina. Y quizás fue inicialmente el alcohol, pero el sexo con él fue solo el segundo sexo de mi vida que inmediatamente después no se sintió como si hubiese enviado algo valioso a estrellarse contra el piso. —¿Chex? —le pregunto, buscando a tientas el filtro de café sobre el lavabo. —Sí, por favor. —¿Dormiste bien? Ella da un pequeño gruñido de afirmación y luego, después de un minuto, murmura: —Estaba caliente. Así que no solo era la respuesta claustrofóbica de mi cuerpo al ver a Elliot y despertar junto a Sean; su papá ha estado peleando con el termostato de nuevo. Ese hombre nació para el clima del centro de Texas, no del Área de la Bahía. Me muevo a través de la habitación, apagando la calefacción. —Pensé que anoche estabas en el Servicio de Calentar a Papá. Phoebe se ríe. —Él se escabulló de mí. El sonido de la ducha encendiéndose llega a la cocina y siento como si me hubiesen dado un desafío en un concurso con una alarma en conteo regresivo: ¡Sal de la casa en los siguientes dos minutos! Sirvo el cereal de Phoebe, troto a la habitación, me pongo un uniforme limpio, vierto mi café, me pongo los zapatos y planto un beso más en la cabeza de Phoebe antes de salir por la puerta. Es descabellado −al menos me hace sonar loca− pero si Sean me preguntase por mi día de ayer, sé que sin duda todo saldría disparado. «Vi a Elliot Petropoulos ayer por primera vez en exactamente casi once años y me di cuenta de que todavía sigo enamorada de él y probablemente siempre lo estaré. ¿Todavía te quieres casar conmigo?». ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ Desafortunadamente, «un par de días de distancia» no parece estar en las cartas: Elliot está esperando afuera del hospital cuando camino por la colina desde la parada del bus. No es acertado decir que mi corazón se detiene porque en realidad siento su existencia intensamente, un miembro fantasma. Mi corazón se aprieta y luego cobra vida, golpeándome brutalmente desde adentro. Pauso mis pasos y trato de averiguar qué decir. La irritación estalla en mí. Él no puede ser culpado por aparecer en la casa de Saul cuando yo estaba ahí ayer, pero hoy es suya. —Elliot. Él se gira cuando digo su nombre y su postura se desinfla un poco por el alivio. —Esperaba que hoy aparecieras pronto. ¿Pronto? Lo observo mientras me acerco, ojos entrecerrados. Deteniéndome a unos pocos pies de donde él está parado, manos hundidas en los bolsillos de sus jeans negros, pregunto: —¿Cómo sabías dónde y a qué hora se supone que trabajo? La culpa vacía el color de sus mejillas. —La esposa de George trabaja en recepción ahí. — Levanta su quijada, indicando a la mujer que está sentada justo adentro de las puertas corredizas y a quién he visto cada mañana durante los últimos meses. —Su nombre es Liz —confirmo rotundamente, recordando las tres letras grabadas en su etiqueta plástica azul para nombres. —Sí —dice en voz baja—. Liz Petropoulos. Me rio con incredulidad. Bajo ninguna otra circunstancia puedo imaginarme a un trabajador administrativo dando información sobre el horario de trabajo de una médico. La gente se vuelve muy irrazonable cuando un ser querido se enferma. Haz a ese ser querido un niño y olvídate de ello. Incluso en el poco tiempo que he estado trabajando aquí, he visto a padres ir detrás de los doctores que fallaron en curar a sus hijos. Elliot me observa sin parpadear. —Liz sabe que no soy peligroso, Macy. —Ella podría estar despedida. Soy una médica en pediatría crítica. Ella no puede solo dar mi información, ni siquiera si es su propia familia. —Está bien, mierda. No debería haber hecho eso —dice, genuinamente arrepentido—. Mira. Trabajo a las diez. Yo… —Entrecerrando los ojos más allá de mi por Mariposa, dice —: Esperaba que tuviésemos tiempo para hablar un poco antes de eso. —Cuando no digo nada en respuesta, se inclina para mirarme a los ojos, presionando—. ¿Tienes tiempo? Lo miro y nuestros ojos se enganchan, cavándome en un túnel de regreso a todas las otras veces que compartimos un intenso y silencioso intercambio. Incluso muchos años después, pienso que podemos leernos tan malditamente bien. Rompiendo la conexión, echo una mirada a mi reloj. Es justo después de las siete y media. Y a pesar de que nadie arriba se quejaría si me presentase a trabajar una hora y media antes de lo que está previsto, Elliot sabría que, si digo que tengo que entrar, estaría mintiendo. —Sí —le digo—. Tengo cerca de una hora. Él ladea su cabeza, lentamente la inclina hacia la derecha y, mientras una sonrisa curva su boca, arrastra los pies para dar un paso, luego otro, como si me atrajese con su ternura. —¿Café? —Su sonrisa crece y me doy cuenta de cuán parejos están sus dientes. Un destello de Elliot a los catorce, usando una máscara extra oral, corre a través de mis pensamientos—. ¿Panadería? ¿Comida rápida? Señalo a la siguiente cuadra y al pequeño café de cuatro mesas que ya tiene que estar invadido con residentes y ansiosos miembros de familia esperando por noticias después de la cirugía. Adentro está caliente, bordeando lo demasiado caliente, el tema de mi mañana, y todavía hay dos mesas vacías enfrente de nosotros. Sentándonos, tomamos los menús y leemos detenidamente en un silencio tenso. —¿Qué es bueno? —pregunta. Me rio. —Nunca he desayunado aquí. Elliot me mira, pestañea pausadamente y algo en mi estómago se derrite en un líquido caliente que se extiende más abajo. Lo que es raro, me doy cuenta, es que Elliot y yo comimos fuera solo un puñado de veces, y nunca solos. —Usualmente devoro un pastelito o una rosquilla de la cafetería. —Rompo el contacto visual y me decido por el yogurt y la granola semi-fría antes de bajar el menú—. Apuesto a que todo es muy sabroso. Disimuladamente, lo observo leer, sus ojos rápidamente escaneando a través de las palabras. Elliot y las palabras. Mantequilla de maní y chocolate. Café y bizcocho. Ama las combinaciones hechas en el cielo. Levanta el brazo, rascándose el cuello perezosamente mientras canturrea. —¿Huevos o panqueques? ¿Huevos o panqueques? Mientras se inclina hacia adelante en un codo, el músculo de su hombro se tensa debajo de su camiseta de algodón. Frota un dedo hacia adelante y hacia atrás justo debajo de su labio inferior. Su teléfono zumba cerca de su brazo pero lo ignora. «Ten piedad». El único pensamiento que tengo, sorprendente y sin aliento, es que Elliot se ha convertido en un hombre que sabe cómo usar su cuerpo. No lo noté ayer, no pude. Mientras sonríe con su decisión, mientras desliza el menú con cuidado de vuelta en el sostenedor, mientras agarra su servilleta y la coloca cuidadosamente sobre su regazo, mientras me mira, frunciendo sus labios con un poco de felicidad, de repente me siento agradecida por los once años intermedios, porque ¿cómo habría notado todas estas pequeñas cosas de otra manera? O ¿se habrían mezclado, difuminado, conocido como la constelación de pequeños gestos que lentamente se convierten en Elliot? Parpadeo cuando nuestra mesera viene a la mesa a tomar nuestra orden. Cuando se va, él se inclina de nuevo. —¿Es posible que me pongas al corriente de una década en el desayuno? Los recuerdos se enredan en mis pensamientos: dejar el colegio en una bruma. Vivir en la residencia con Sabrina y, después, en un pequeño apartamento fuera del campus que siempre parecía estar lleno de libros y botellas de cerveza y nubes de humo de marihuana. Mudarme con ella a Baltimore para la escuela de medicina y las largas noches que pasé pseudo-rezando para quedar en la UCSF y así poder vivir cerca de casa de nuevo, incluso si la casa estaba vacía. ¿Cómo uno comprime una vida en el tiempo que toma compartir una taza de café? —Mirando hacia atrás, no se siente tan ajetreada —digo—. Universidad. Escuela de medicina. —Bueno, y amigos y amantes, alegría y pérdida, asumo — dice, dando con el clavo directamente en la cabeza. Su expresión se endereza con reconocimiento. Un silencio incómodo crece como un cañón entre nosotros. —No quise decir nosotros —dice, añadiendo en un murmullo—, necesariamente. Con una risa seca, me reclino en mi asiento. —No he estado marinando en los malos sentimientos, Ell. Wow, eso es una mentira. Cuando su teléfono vibra de nuevo junto a él, lo rechaza. —¿Por qué no llamar entonces? —Muchas cosas pasaron. —Me muevo un poco hacia atrás de nuevo en mi asiento mientras llegan nuestras bebidas. Sus cejas se inclinan hacia abajo con una confusión justificable. Le acabo de decir que mi vida era esencialmente rutinaria y sencilla, pero luego que mucho sucedió para molestarme en llamarlo. Mi mente se desplaza por un calendario de años transcurridos, y otra ácida información pasa sobre mí. Elliot cumple veintinueve años mañana. Me he perdido casi todos sus veinte. —Feliz cumpleaños adelantado, por cierto —digo en voz baja. Sus ojos se suavizan, la boca curvándose en los bordes. —Gracias, Mace. El 5 de octubre siempre ha sido un día duro para mí. ¿Qué se sentirá este año, ahora que he puesto mis ojos en él? Ahueco mis manos alrededor de mi taza caliente, cambiando el tema. —¿Qué hay de ti? ¿Qué has hecho? Se encoge de hombros y sorbe de su capuchino, pasando un dedo despreocupado a través de su labio superior cuando queda con espuma. La evidente comodidad en su propio cuerpo causa un renovado calor que ondula a través del mío. Nunca he conocido a alguien tan plenamente él mismo como Elliot. —Me gradué pronto de Cal —dice—, y me mudé a Manhattan por un par de años. Esto presiona el botón de parada en mi cerebro. Elliot personifica a Carolina del Norte con todo su caos greñudo. No lo puedo imaginar en Nueva York. —¿Manhattan? —repito. Él se ríe. —Lo sé. Locura total. Pero es el tipo de lugar que solo podía soportar en mis veinte. Después de unos pocos años ahí, me interné en una agencia literaria por un tiempo, pero no lo amaba. Volví aquí hace casi dos años y empecé a trabajar para un grupo de alfabetización sin fines de lucro. Todavía estoy ahí un par de días a la semana, pero… empecé a escribir una novela. Está yendo realmente bien. —Escribir imaginado? un libro. —Sonrío—. ¿Quién lo habría Él se ríe más fuerte esta vez, y el sonido es cálido y creciente. —¿Todos? Me encuentro mordiéndome ambos labios para refrenar mi sonrisa y su expresión lentamente se endereza. —¿Te puedo preguntar algo? —pregunta. —Seguro. —¿Qué te hizo decidir venir conmigo esta mañana? Realmente no necesito señalar que él hizo su camino en mi horario, porque sé que eso no es en realidad lo que él quiere decir. Lo que dijo sobre Liz es cierto; todos sabemos que Elliot no es peligroso. Le pude haber dicho que se fuera a casa y que no me contactase de nuevo y habría escuchado. Así que, ¿por qué no lo hice? —No tengo idea. No creo que haya sido capaz de decirte que no dos veces. Le gusta esa respuesta. Una pequeña sonrisa curva su boca y la nostalgia inunda mis venas. —Fuiste a la escuela de medicina en Hopkins —dice con un asombro silencioso en su voz—. Licenciada en Tufts. Estoy tan orgulloso de ti, Mace. Mis ojos se amplían en entendimiento. —Rata. ¿Me Googleaste? —¿Tú no me Googleaste? —replica—. Vamos, ese es el paso uno después de una guardia. —Llego a casa del trabajo a las dos de la mañana. Caigo de cara en la almohada. No sé si me he cepillado los dientes en esta semana. Su sonrisa es tan genuinamente feliz, que funciona como una chirriante bisagra dentro de mí. —¿Siempre fue tu plan mudarte de regreso aquí, o fue solo donde fuiste emparejada? —Esta fue mi primera opción. —Querías estar cerca de Duncan. —Está asintiendo con su cabeza como si esto tuviese perfecto sentido y eso me apuñala—. ¿Cuándo murió? —¿Fue siempre tú plan mudarte de regreso aquí? Lo puedo ver trabajando a través de mi desviación, pero toma una respiración profunda y la deja salir lentamente. —Mi plan siempre ha sido vivir donde sea que tú estés. Ese plan falló, pero descubrí que mis probabilidades de verte de nuevo eran muy buenas de vuelta en Berkeley. Esto me desconcierta. Como si fuese un ladrillo y hubiese sido lanzada a la ventana de vidrio. —Oh. —Sabías eso. Tenías que haber sabido que estaría aquí, esperando. Trago un sorbo de agua rápidamente para responder. —No creo que hubiese sabido que tú todavía esperabas que yo… —Te amé. Asiento rápidamente ante este bombazo de interrupción, buscando el rescate de nuestra camarera trayendo comida. Pero ella no está aquí. —Tú también me amaste, lo sabes —dice en voz baja—. Lo era todo. Me siento como si hubiese sido empujada y apartada un poco de la mesa, pero él se inclina. —Lo siento. Esto es muy intenso. Solo estoy aterrado de no tener la oportunidad de decirlo. Su teléfono salta a través de la mesa de nuevo, zumbando. —¿Necesitas atender eso? —pregunto. Elliot restriega su cara y luego se reclina en su silla, ojos cerrados, rostro inclinado hacia el techo. Es solo ahora que me doy cuenta de lo barbudo que está, cuán cansado luce. Me recuesto hacia atrás. —Elliot, ¿está todo bien? El asiente, enderezándose. —Sí, estoy bien. —Mirándome por un prolongado momento él parece decidir contarme qué está pasando en su mente—: Rompí con mi novia anoche. Está llamando. Ella cree que creo que quiere hablar, pero en realidad creo que solo quiere gritarme. No se sentirá muy bien después así que nos lo estoy ahorrando a ambos por ahora. Me trago un enorme nudo en mi garganta. —¿Rompiste con ella anoche? Él asiente, jugando con el envoltorio de la pajilla y agradeciendo a la camarera en voz baja mientras deposita nuestra comida en frente de nosotros. Cuando se va, él admite en voz baja: —Tú eres el amor de mi vida. Asumí que te superaría con el tiempo pero ¿verte ayer? —Sacude su cabeza—. No pude ir a casa con alguien más y pretender que la amaba con todo lo que tengo. Las náuseas me atraviesan. Honestamente no sé ni siquiera cómo traducir esta pesada emoción en mi pecho. ¿Es que me veo reflejada tan intensamente con lo que está diciendo pero soy mucho más cobarde? ¿O es lo contrario, que lo he superado, encontrado a alguien y no quiero la intromisión de Elliot en mi fácil y sencilla vida? —Macy —dice, más urgentemente ahora y abre su boca para continuar pero otro gatillo se ha apretado, otro desafío del concurso. Busco mi billetera, compitiendo con el zumbido, pero esta vez Elliot me detiene, atrapando mi brazo en su agarre suave, sus mejillas rosadas por la ira—. No puedes hacer esto. Solo no puedes correr constantemente de esta conversación. Han sido once años en ciernes. —Inclinándose, aprieta su mandíbula mientras añade—: Sé que metí la pata, pero ¿fue tan malo? ¿Tan malo que tú solo desapareciste? No, no lo fue. No al principio. —Esto —digo, mirando alrededor de nosotros—, es una idea terrible. Y no por tu pasado. Está bien, sí, en parte es eso, pero también son los años transcurridos desde entonces. —Me encuentro con su mirada—. Tú rompiste con tu novia anoche después de verme por dos minutos. Elliot, me voy a casar. Él suelta mi brazo, parpadeando un par de veces y parece −por primera vez he sido testigo de esto−, que no tiene palabras. —Me voy a casar… y hay mucho que tú no sabes —le digo —. Y mucho de eso no es tu culpa, pero esto… —explico y agito un dedo hacia atrás y hacia adelante en el pequeño espacio que nos separa a través de la mesa—, ¿entre nosotros? Es una mierda que se acabó y también me duele. Pero se terminó, Ell. Capítulo 8 Pasado Viernes, 21 de diciembre Hace quince años Traducido por Haze Corregido por ♡Herondale♡ Editado por Banana_mou Como si papá supiera que yo estaba sensible después de la conversación sobre «Navidad Sin Mamá» con Elliot, estuvo incluso más callado de lo habitual en la cena del jueves por la noche. —¿Quieres ir a Goat Rock mañana? —preguntó cuando terminó su pollo. Goat Rock, la playa ventosa donde el Russian River choca con el Océano Pacífico. Es notoriamente fría, con una peligrosa corriente de resaca8 que hace que la playa sea insegura para incluso meterse en el agua, y hay tanta arena en el aire que es casi imposible asar hot-dogs. Me encantó. A veces, leones marinos y focas elefante holgazaneaban en la desembocadura del río. Las algas oscuras e irrealmente translúcidas bañaban la orilla cargadas de sal. Su extravagancia era de otro mundo. Las dunas de arena salpicaban la costa y en el centro de la playa, en un estrecho istmo, estaba una solitaria roca gigante que sobresalía más de treinta metros como si hubiera sido aventada allí. —Podrías invitar a Elliot, si quieres —agregó. Lo miré y asentí. ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ Durante todo el viaje hasta allí Elliot estaba inquieto. Se movió en su asiento, tiró del cinturón de seguridad, se pasó la mano por el pelo y se tocaba la gorra. Después de unos diez minutos, dejé de intentar concentrarme en mi libro. —¿Qué tienes? —siseé desde el asiento trasero. Miró a papá en el asiento del conductor y luego a mí. —Nada. Sentí más de lo que vi a papá mirando por el espejo retrovisor para ver qué estaba pasando en el asiento trasero. Me quedé mirando las manos de Elliot, ahora tomando entre ellas la correa de su mochila para jugar. Se veían diferentes. Más grandes. Aún se veía muy delgado, pero también me sentía tan cómoda con su torpeza que ya no lo notaba a menos que realmente le pusiera atención. Papá se detuvo en el estacionamiento y salimos, sorprendidos por cómo el viento casi nos derriba. Nos pusimos los abrigos de un tirón, tapándonos las orejas con las gorras. —No bajen más allá de la roca —dijo papá, sacando su propio vicio –un paquete de cigarrillos daneses– de su bolsillo. Nunca fumó cerca de mí; oficialmente dejó de fumar tan pronto como mamá se enteró de que estaba embarazada. El viento empujó su cabello rubio sobre su rostro y él lo sacudió, mirándome con los ojos entrecerrados, diciendo sin palabras, «¿estás bien esto?». Asentí. Se metió un cigarrillo entre los labios y agregó. —Y al menos a cinco metros de distancia de las focas. Elliot y yo caminamos penosamente por una duna de arena, parados en la cima, y miramos hacia el océano. —Tu padre me intimida muchísimo. Me reí. —¿Porque es alto? —Alto —concordó—. Y callado. Tiene una presencia bastante dominante. —Simplemente dice mucho más con los ojos que con la boca. —Desafortunadamente para mí, no hablo danés ocular. Me reí de nuevo y vi el perfil de Elliot mientras observaba las olas rompiendo. —No sabía que fumaba —dijo. —Solo un par de veces al año. Supongo que es su lujo privado. Elliot asintió y soltó: —Está bien, mira. Te traje un regalo de Navidad. Gruñí. —Siempre agradecida Macy. —Con una sonrisa comenzó a caminar de regreso por el otro lado de la duna de arena hacia la playa y, en ese momento, noté un pequeño paquete envuelto debajo de su brazo. Caminamos a través de arena gruesa, madera flotante y pequeñas colinas de algas antes de llegar a un pequeño valle, protegido en su mayoría del viento. Sentado, colocó el paquete en ambas manos y lo miró fijamente. Por la forma, me di cuenta de que era un libro. —No esperaba que tú me regalaras nada —dijo, nervioso —. Siempre estoy pasando el rato en tu casa los fines de semana que estás aquí, así que siento que te debo una. —No me debes nada. —Hice mi mayor esfuerzo para aplastar la emoción que sentí de que me trajera un libro. No solo porque es lo que hacíamos juntos, leer, sino por lo que le dije anoche, sobre mamá y los regalos—. Sabes que siempre puedes venir. No tengo hermanos. Solo somos papá y yo. —Bueno —dijo, entregándome el paquete—, a lo mejor es por eso que conseguí esto. Curiosa, abrí el papel y miré hacia abajo. Casi pierdo la envoltura por culpa de una brutal ráfaga de viento. «Puente a Terabithia». —¿Lo has leído? —preguntó Elliot. Negué con la cabeza y me aparté el pelo de la cara. —He escuchado sobre él. —Lo vi exhalar tranquilamente, con alivio—. Creo. Asintió y parecía más tranquilo, se inclinó para recoger una piedra y arrojarla al oleaje. —Gracias —le dije, aunque no estaba segura de que me escuchara por encima del rugido del océano. Elliot miró hacia arriba y me sonrió. —Espero que te guste tanto como a mí. Siento que yo podría ser tu May Belle. Capítulo 9 Presente Jueves, 5 de octubre Traducido por Haze Corregido por ♡Herondale♡ Editado por Banana_mou Mi teléfono vibra en mi maletín en el autobús, despertándome, convenientemente, a solo una cuadra de mi parada. Lo saco, dándome cuenta de que, de nuevo, son casi las dos de la mañana y estoy mirando la carita de Viv en la pantalla. —¡Viv, aprendiste a usar la tecnología tan rápido! —digo, levantándome para poner mi bolso sobre mi hombro y hacer mi camino inestable por el estrecho pasillo del autobús. Sabrina se ríe al otro lado de la línea. —Robé salvajemente tu teléfono cuando fuiste a pedir comida y cambié mi foto de perfil. Tus contraseñas son tan adorablemente predecibles. Gruño, tratando de molestarme pero, en realidad, solo dos personas sabrían el pin de cuatro dígitos que uso para casi todo: Sabrina y Elliot. Es mi número de la suerte, el quince, repetido. —La cambiaré —le digo, agradeciendo al conductor del autobús con una sonrisa que ignora mientras bajo y salgo a mi calle. —No lo hagas —advierte Sabrina—. La olvidarás. —Quiero que sepas que soy genial con los números. Silencio es la respuesta al otro lado de la línea, y corrijo: —Al menos el tipo de números matemáticos, cuando están justo frente a mí y tengo un lápiz. —Miro hacia la empinada colina que todavía tengo que subir antes de poder acostarme—. ¿Llamaste solo para acosarme? ¿Qué estás haciendo despierta? —Obviamente estoy alimentando a la bebé. Supuse que estarías camino a casa. Llamé para ver cómo estabas. Huiste ayer. Asintiendo con la cabeza, comienzo mi lento camino cuesta arriba. El aire está denso por la humedad y la pendiente, después del día que tuve, se siente casi vertical. —Elliot me alcanzó en la acera. —Me lo imaginé cuando salió corriendo de allí. —No estaba muy feliz conmigo por… ya sabes, perder el contacto. —La escucho burlarse tranquilamente. —¿«Perder el contacto»? —repite—. ¿Es así como quieres decirle? Haciendo caso omiso de esto, digo: —Hoy me ha vuelto a localizar. Rompió con su novia anoche después de verme. Sabrina arrulla a través de la línea y dejo de caminar. —¿Qué es ese ruido que estás haciendo? —pregunto. —Es dulce, eso es todo. —¿Estás de su lado? Su pequeño momento de silencio comunica la magnitud de su incredulidad. —¿Me estás diciendo que realmente no sufriste un desmayo cuando te dijo eso? —Simplemente no te gusta Sean. —No seas ridícula. Él es el primer chico que se las arregló para durar más de tres citas, por supuesto que me gusta. Se merece mi estima por batir ese récord. Estoy tan cansada que puedo sentir lo irrazonable que sueno. Una tensa actitud defensiva se eleva en mi pecho, acelerando mi pulso. —Está bien, déjame ser más clara: no quieres que me case con Sean. —Macy, cariño, no quiero que te cases con Sean aún, eso es cierto. Pero eso no tiene nada que ver con que yo también quiera que vuelvas a reconectar con Elliot. Te adoro, lo sabes, pero me has contado cómo fue cuando tu mamá murió. Lo duro que trabajaste para alejar a todos; el elefante en la habitación del que claramente podríamos hablar, si tienes tiempo... —Sabrina. —Mi punto es que nunca pudiste dejar fuera a Elliot. Él es tu alma gemela. ¿Crees que no lo sé? Asiento, caminando de nuevo. He estado de pie durante tanto tiempo que mis dedos están entumecidos en mis zapatos. Básicamente estoy arrastrando los pies lentamente cuesta arriba. —Estoy tan cansada. —Oh, cariño —dice con suavidad. —Y hay algo más —digo, dudando. —¿Sí? —Él no sabía nada de mi papá. —La verdad sobre eso aún me carcome. Sabrina jadea. —¿Qué? —Lo sé. Esa parte es totalmente mi culpa, lo entiendo. — Me froto la cara—. Simplemente asumí que se habría enterado... por los rumores. Ella se queda en silencio y es el silencio lo que casi me rompe porque, mierda, soy un monstruo. Sabrina debe estar pensando por milésima vez que estoy muerta por dentro. —¿Estarías bien si sus padres murieran —comienza lentamente—, y él no tratara, al menos, de ponerse en contacto contigo? Los ojos cálidos de la señorita Dina y su rostro suave con hoyuelos profundos parpadean en mis pensamientos, enviando una punzada de dolor a través de mi cuerpo. —Lo sé, veo tu punto. Sabrina está en silencio de nuevo; odio tener esta conversación por teléfono. Quiero la presencia tranquilizadora de ella en el sofá a mi lado. —No estoy segura de que Elliot y yo podamos ser simplemente amigos. Ella exhala un suspiro. —Creo que vale la pena intentarlo. ¿Podría siquiera mantenerme alejada? Si soy honesta, ¿eso no fue parte del atractivo de mudarme aquí? Para, de alguna forma, estar más cerca de lo que él y yo alguna vez tuvimos. —¿De verdad crees que es una buena idea que me vuelva a conectar con él? —pregunto. —Siempre he pensado eso. —¿Cómo? —Escucho lo pequeña que parece mi voz y saco las llaves, colocando el teléfono entre la oreja y el hombro cuando las dejo caer en el porche oscuro—. Desayunamos y salí corriendo. No tengo su número ni su dirección. De ninguna manera tiene Facebook o Twitter ni nada. Los canales normales de búsqueda quedan descartados. Puedo oír el pensativo rumiar de Sabrina mientras busco a ciegas la llave de mi casa. —Pensarás en algo. Capítulo 10 Pasado Catorce años atrás Traducido por Nea Corregido por Banana_mou Editado por Banana_mou y ♡Herondale♡ De: Macy Lea <[email protected]> Sorensen Fecha: 1 de enero, 11:00 PM Para: Elliot P. <[email protected]> Asunto: Libro. Hola Elliot, Gracias de nuevo por «Puente hasta Terabithia», y perdona por haberte manchado de mocos la camisa cuando intentaba hablar de ello. Quizás ahora, en el ordenador, pueda explicar lo que intentaba decir. Entiendo por qué me regalaste este libro y solo quiero que sepas lo considerado que fue. Sigo pensando en el primer día que te vi en el armario y en cómo Jesse odiaba a Leslie por ganarle en una carrera. No te odiaba, pero tampoco estaba segura de que me gustaras. Supongo que no importa porque ahora siento que eres la persona que mejor me entiende. Jesse y Leslie crearon Terabithia como su santuario y, cuando ella murió, llevó a May Belle allí para que fuera la nueva princesa. Mamá creó este mundo de libros conmigo, pero sin ella puedo llevarte al armario para compartirlos en su lugar. Lo leí otra vez en el camino a casa y comencé a llorar de nuevo, y pensé que mi padre iba a perder totalmente la cabeza. Probablemente no tenía ni idea de lo que estaba pasando. Estaba todo el rato: «¿Qué te pasa, bicho raro?» Así que él se detuvo y siguió respirando profundamente y me preguntó qué había pasado. Le dije que me regalaste este libro triste. Le dije lo mucho que me hizo extrañar a mamá. Y entonces él lloró cuando llegamos a casa, al menos yo creo que lo hizo. Siempre está tan callado que nunca estoy segura. Odio estar triste delante de él porque es como si ya tuviera una gigantesca bóveda de tristeza y luego tuviera que encerrar todo eso solo para cuidar de mí. Y cuando pienso en ello, todavía lo tengo a él, pero él perdió su mundo entero. Mamá era la persona que eligió de entre todas y se ha ido. No lo sé. Creo que a él no le gusta verme llorar. Pero fue bueno hablar de ella. Tengo miedo de olvidarla. La extraño tanto que necesito un nuevo lenguaje para ella. Ahí voy de nuevo. De todos modos, ¿terminaste Ivanhoed? Ese libro era enorme, me dormía en unos cinco minutos. Leí la primera página cuando fuiste al baño y estaba todo: «¿Qué?» Entendí como una millonésima parte. ¿De qué se trata? De todos modos, hay escuela mañana. Gracias de nuevo por el libro. Y por dejarme hablar de él, supongo. xo Macy. PD: Nadie aquí entiende que solo quiero ser otra chica en la escuela, no la niña cuya madre murió y que necesita ser tratada como si pudiera romperse. Gracias por decir las cosas y no actuar como si todo fuera tabú. ───────── De: Elliot P. <[email protected]> Fecha: 2 de enero, 07:02 AM Para: Macy Lea <[email protected]> Sorensen Asunto: re: Libro. Hola Macy, De nada por el libro. A mí también me hizo llorar la primera vez que lo leí. Sé que no te lo he dicho, pero supongo que debería haberlo hecho. Estoy seguro de que tu padre se dio cuenta de por qué estabas llorando. Además, creo que probablemente hace feliz a tu padre que estés llorando por ello, incluso si está triste porque estás triste. Pero espero que no esté enfadado conmigo por haberte hecho llorar. Quiero decir, que fue el libro... No querría hacerte llorar por mi culpa. No creo que seas rara o diferente porque tu madre haya muerto. Creo que en realidad eres bastante genial, pero eso no tiene nada que ver con que tengas o no una madre. Eres genial porque eres tú. Como un aparte: lo estás llevando bastante bien por lo que veo. Ivanhoe (sin d) es bastante bueno. Está ambientado en el siglo XII después de la Tercera Cruzada. (Parte de la idea actual de Robin Hood, se basa en un personaje, Locksley. Pero no es el protagonista). Me gusta la acción y el estilo. Solía hacer juegos de rol con mi amigo Brandon en séptimo grado, así que supongo que de ahí el interés por la Inglaterra del siglo XII. Si todavía te gusta Nicholas Sparks, probablemente no te gustará Ivanhoe. Nos vemos, Elliot. PD: No quería que sonara condescendiente. Papá me dijo que puedo ser así y por eso no estoy seguro si eso era. Estoy seguro de que Nicholas Sparks es muy bueno, sólo que es diferente a Sir Walter Scott. ───────── De: Macy Lea <[email protected]> Sorensen Fecha: 2 de enero, 8:32 PM Para: Elliot P. <[email protected]> Asunto: re: Libro. Hola Elliot, Nicholas Sparks es realmente muy bueno. La madre de mi amiga Elena lo conoció en una conferencia de libros y dijo que era súper simpático y muy inteligente también. Apuesto a que ha leído Ivanhoe (sin d). ¿A qué te refieres con que Brandon y tú hicieron un juego de rol? ¿Como los chicos tontos del parque con espadas y banderas? xo Macy. ───────── De: Elliot P. <[email protected]> Fecha: 2 de enero, 08:54 PM Para: Macy Lea <[email protected]> Sorensen Asunto: re: Libro. Hola Macy, Sí. Exactamente así. Y también con cascos y caballos de cartón. Elliot. ───────── De: Macy Lea <[email protected]> Sorensen Fecha: 2 de enero, 9:06 PM Para: Elliot P. <[email protected]> Asunto: re: Libro. Te juro que me haces reír mucho. Sé que estás bromeando, pero te imagino cien por ciento en un caballo de cartón caballo tipo «¡En guardia!» e «¡Ivanhoe!». Macy. ───────── De: Elliot P. <[email protected]> Fecha: 2 de enero, 09:15 PM Para: Macy Lea <[email protected]> Sorensen Asunto: re: Libro. Lo decía en serio. Realmente hicimos un juego de rol así. En realidad, es una comunidad muy bien organizada llamada «Los Nobles» y hay batallas y realeza y es muy divertido. Pero estoy seguro de que no te gustaría porque no hay un beso de cuento de hadas al final. Elliot. ───────── De: Macy Lea <[email protected]> Sorensen Fecha: 3 de enero, 18:53 Para: Elliot P. [email protected]> Asunto: ¡Loco! Hola Elliot, Estoy bastante segura de que anoche fuiste tú el condescendiente, así que aquí estoy yo siendo madura e ignorándolo. ¿Quieres oír una locura? Mi amiga Nikki fue suspendida por besarse con un tipo en la cafetería ¡hoy! Yo estaba como: «Oh, Dios mío, ¿Qué está pasando?» Le conté a papá y me preguntó si había besado a algún chico y yo me negué. ¿A quién iba a besar en la escuela? ¡Son todos unos perdedores! De todos modos, ¡fue una locura! Macy. ───────── De: Elliot P. <[email protected]> Fecha: 3 de enero, 08:27 PM Para: Macy Lea <[email protected]> Sorensen Asunto: re: ¡Loco! Mi amigo Christian fue suspendido el año pasado por construir un cohete en la tienda. Ni siquiera estoy seguro de dónde sacó el combustible, pero salió volando por la ventana y se estrelló contra un coche en el aparcamiento. Fue increíble. ¿Así que no sales con chicos en tu escuela? Elliot. ───────── De: Macy Lea <[email protected]> Sorensen Fecha: 4 de enero, 7:32 AM Para: Elliot P. <[email protected]> Asunto: re: ¡Loco! Sí, Doug y Cody han estado en la escuela conmigo desde el primer grado, por lo que somos cercanos, pero ¿besarnos? Uh no, ellos son agradables, pero creo que probablemente conoceré a un chico de la universidad en algún momento porque a los chicos de mi escuela solo les gustan los juegos de video y patinetas, y Danny (otro amigo) trató de tocar mi trasero una vez en un baile, pero yo estaba tipo: «No lo creo». Macy. ───────── De: Elliot P. <[email protected]> Fecha: 4 de enero, 07:34 AM Para: Macy Lea <[email protected]> Asunto: re: ¡Loco! Macy, La gramática y la ortografía son tus amigos. Sorensen Elliot. Capítulo 11 Presente Jueves, 5 de octubre Traducido por Nea Corregido por Banana_mou Editado por Banana_mou y ♡Herondale♡ Liz Petropoulos, qué loco. Es de estatura media, tiene curvas y una piel increíble. Además, no menos de cuatro veces le he dicho lo mucho que codicio sus pómulos. Ella es toda sonrisas, saludando a todo el que entra por las puertas del edificio de Mission Bay y deteniendo a cualquiera que no tenga una placa, haciéndole señas para que se registre. Levanto mi placa como cada mañana. Por suerte, ayer estaba de descanso cuando irrumpí, agotada después de mí no-desayuno con Elliot, pero hoy sonríe con un pequeño brillo en los ojos, como si supiera más ahora que la última vez que la vi. —Bueno, hola, Liz Petropoulos —digo, acercándome a ella, dejando de lado cualquier pretensión. Ella vacila sólo un instante antes de decir: —Hola, Macy Sorensen. —Sin tener que comprobar mi placa. Cuando me acerco, vuelve a sonreír—. Vaya, he oído hablar mucho sobre esta persona llamada Macy en los últimos siete años. Y pensar que es la dulce Dra. Sorensen que halagaba mis pómulos. —Supongo que Elliot y George deberían rendirse y dejar que nos casemos —digo y ella se ríe. Es un sonido redondo y encantado. Su expresión se endereza rápidamente. —Lamento haberle dicho cuándo ibas a estar. —Levanta una mano cuando empiezo a hablar y añade en voz más baja—: Me dijo que se había encontrado contigo y sumamos dos y dos. Tú no puedes saber lo que significa para él que te haya visto. Sé que no es asunto mío, pero... —Sobre eso. —Apoyo los codos en el amplio mostrador de mármol de la recepción y le sonrío para que sepa que no estoy a punto de hacer que la despidan—. ¿Qué te parece si me haces un favor y después dejamos de compartir información no aprobada? —Sin duda —dice Liz, con los ojos muy abiertos—. ¿Qué puedo hacer por ti? —Su número de celular sería fantástico. Los amigos llaman a los amigos, me digo. El primer paso para arreglar las cosas es hablar, para aclarar las cosas de una vez por todas y así poder seguir adelante con mi vida. Liz saca su teléfono, abre su lista de favoritos y se inclina, garabateando su número de teléfono. Elliot está en su marcación rápida. Pero lo entiendo: Elliot, atento, considerado y emocionalmente maduro, sería el cuñado de ensueño. Por supuesto que está en contacto con él. —Pero no le digas que lo tengo —le digo mientras lo arranca y me lo entrega—. No sé cuánto tiempo pasará antes de que se me ocurra qué decir. A quién quiero engañar; esto es una mala idea. Elliot tiene una historia que contar. Yo también tengo una historia que contar. Ambos tenemos tantos secretos, que ni siquiera estoy segura de que podamos retroceder tanto. Durante todo el camino por el pasillo hasta la sala de descanso de los residentes, sigo comprobando el bolsillo de mis pantalones para asegurarme de que no he perdido el pequeño post-it doblado dentro. No es que lo necesitara en primer lugar. Me quedé mirando los números todo el camino hasta el cuarto piso. Supongo que nunca se me ocurrió que él tuviera el mismo número de teléfono todo este tiempo. Su número solía ser un ritmo que se me pegaba en la cabeza como una canción. Dejo mi bolsa en una taquilla de la sala de descanso y miro fijamente mi teléfono. Mis rondas comienzan en cinco minutos y, a donde voy, tengo que ser sensata. Si no lo hago ahora, será una piedra en el zapato durante todo el turno. Mi corazón es un trueno en mi oído. Sin pensarlo demasiado, envío un mensaje de texto: Hoy trabajo de 9 a 6. ¿Quieres que quedemos para cenar? Para hablar. Solo unos segundos después aparece una burbuja de respuesta. Está escribiendo. Inexplicablemente, mis palmas comienzan a sudar. No se me había ocurrido hasta ahora que podría decir: «No, eres demasiado idiota, olvídalo». ¿Macy? O que no tendría este número. Soy una idiota. Sí, lo siento. Debería haber dicho quién era. En absoluto. Dime dónde y allí estaré. Capítulo 12 Pasado Jueves, 13 de marzo Catorce años atrás Traducido por Nea Corregido por Banana_mou Editado por Banana_mou y ♡Herondale♡ A medida que se acercaba mi decimocuarto cumpleaños me di cuenta de que papá no estaba seguro de qué hacer. Desde que tenía uso de razón, siempre habíamos hecho lo mismo: él preparaba aebleskivers9 para el desayuno, veíamos una película por la tarde y luego yo me zampaba un helado gigante para cenar y me iba a la cama jurando que no volvería a hacerlo. Después de la muerte de mamá, la rutina no cambió. La constancia era importante para mí, un pequeño recordatorio de que ella realmente había estado aquí. Pero este era el primer año que teníamos la casa de fin de semana, y el primer año que tenía un amigo cercano como Elliot. —¿Podemos ir a la casa este fin de semana? La taza de café de papá se detuvo en el aire, sus ojos se encontraron con los míos sobre el hilo de vapor. Sopló por encima de la tapa antes de dar un sorbo, tragar y volver a dejarla en la mesa. Cogió el tenedor y pinchó un trozo de huevo revuelto, haciendo todo lo posible por actuar como si no hubiera nada que le entusiasmara o decepcionara en particular. Era la primera vez que le pedía ir, y le conocía lo suficiente como para saber lo aliviado que se sentía al poder contar continuamente con las perfectas indicacione en la lista de mamá. —¿Es eso lo que te gustaría hacer este año? ¿Para tu cumpleaños? Miré mis propios huevos antes de asentir. —Sí. —¿Te gustaría también una fiesta? ¿Podríamos traer a algunos amigos a la casa? Podrías enseñarles tu biblioteca. —No... mis amigos de aquí no lo entenderían. —No como Elliot. Tomé un bocado y me encogí de hombros despreocupadamente. —Sí. —¿Es un buen amigo? Asentí con la cabeza, mirando fijamente mi plato mientras probaba otro bocado. —Sabes que eres demasiado joven para salir con alguien —dijo papá. Levanté la cabeza y abrí los ojos con horror. —¡Papá! Se rió. —Solo me aseguro de que entiendes las reglas. Parpadeando, volví a mirar mi comida y murmuré: —No seas asqueroso. Es que me gusta estar allí, ¿de acuerdo? Mi padre no era una persona sonriente, no era una de esas personas en las que piensas inmediatamente con una gran sonrisa en la cara, pero ahora mismo, cuando miré hacia arriba, estaba sonriendo. Sonriendo de verdad. —Por supuesto que podemos ir a la casa, Macy. ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ Llegamos el sábado por la mañana temprano, el primer día de mis vacaciones de primavera. Había dos cosas que papá quería marcar en la lista esta semana, incluyendo los puntos cuarenta y cuatro y cuarenta y tres: plantar un árbol que pudiera ver crecer durante muchos años y enseñarme a cortar madera. Antes de que pudiera correr hacia mi país de las maravillas, papá sacó un pequeño árbol joven de la parte trasera del coche y lo arrastró hasta el patio lateral. —Coge la pala de atrás —dijo, arrodillándose para cortar el contenedor de plástico lejos del manzano usando una hoja de afeitar—. Trae los guantes de trabajo. En cierto modo, siempre asumí que era hija de mi madre: me gustaba el color y el desorden de nuestra casa de Berkeley. Me gustaba la música alegre y los días cálidos, y bailaba cuando lavaba los platos. Pero en la cabaña me di cuenta de que también era hija de mi padre. En el frío del viento de marzo que serpenteaba entre los árboles, cavamos un profundo pozo en silencio, comunicándonos con la punta de un dedo o la inclinación de la barbilla. Cuando terminamos, y un orgulloso arbolito de Gravenstein fue plantado en nuestro jardín lateral, en lugar de rodearme con sus brazos con entusiasmo y derramar su amor en mi oído, papá tomó mi rostro y se inclinó, presionando un beso en mi frente. —Buen trabajo, min lille blomst10. —Me sonrió—. Voy a la ciudad a buscar víveres. Con este permiso, me puse en marcha. Mis zapatos golpeaban el suelo mientras avanzaba en línea recta desde el final de nuestro camino de entrada hasta la el final del de Elliot. El timbre de la puerta sonó en toda la casa, llegando hasta mí desde las ventanas abiertas. Un fuerte ladrido llegó a mis oídos, seguido del torpe arañazo de las uñas de un perro contra las puertas de madera. —Cállate, Darcy —dijo una voz somnolienta, y el perro se calló, solo para soltar unos pequeños gemidos de disculpa. Se me ocurrió que en los casi seis meses que habíamos tenido la cabaña, no había entrado en la casa de Elliot. La señora Dina nos había invitado, por supuesto, pero papá parecía sentir que estaba mal entrometerse. Creo que también le gustaba la soledad de nuestra casa en los fines de semana, exceptuando la presencia de Elliot, por supuesto. A papá le gustaba no tener que salir de su caparazón. Di un paso atrás, con los nervios a flor de piel, cuando la puerta se abrió y, con un bostezo y con el pelo desgreñado, Andreas estaba frente a mí. El segundo hermano mayor de los Petropoulos se había levantado de la cama, pelo castaño desordenado, líneas de sueño en la cara, sin camiseta y con unos pantalones cortos de baloncesto que desafiaban la gravedad y apenas se ajustaban a sus caderas. Tenía el tipo de cuerpo que yo no había estado completamente segura hasta ese momento de que realmente existía. ¿Así se vería Elliot en un par de años? Mi mente apenas podía manejar la idea. —Hola, Macy —dijo. Sonó como un gruñido, como un pecado. Se apartó, manteniendo la puerta abierta y esperando a que le siguiera—. ¿Entras o no? Hice fuerza para que mis cejas volvieran a bajar por la frente. —Oh, claro. Sí que olía a galletas por dentro. A galletas y a niño. Andreas sonrió y se rascó perezosamente el estómago. —¿Están aquí por el fin de semana? Asentí y su sonrisa se amplió. —Y muy conversadora, por lo que veo. —Lo siento —dije y luego me quedé de pie, con los brazos a los lados, los puños tirando de mis pantalones cortos, aún sin saber qué decir—. ¿Está Elliot en casa? —Lo traeré. —Andreas sonrió y se dirigió hacia la escalera —. ¡Eh, Ell! ¡Tu novia está aquí! —Su voz resonó en la entrada de madera mientras mi cuerpo estalló en un rubor abrasador. Antes de que pudiera responder, se oyó el sonido de unos pies golpeando el piso por encima de nosotros. —¡Eres un idiota! —dijo Elliot, bajando las escaleras y chocando con su hermano. Andreas gruñó por el golpe y agarró a Elliot, haciéndole una llave de cabeza. Andreas era más alto y bastante musculoso, pero Elliot parecía tener el deseo de evitar la humillación pública. Los dos chicos lucharon, estuvieron peligrosamente cerca de derribar una lámpara, dijeron un montón de palabras que ni siquiera debía pensar y luego, finalmente, se separaron, jadeando. —Lo siento —me dijo Elliot, todavía mirando a Andreas. Se ajustó las gafas y se arregló la ropa—. Mi hermano se cree muy gracioso y, por lo visto, no sabe vestirse solo. —Señaló el pecho desnudo de Andreas. Andreas desordenó aún más el pelo de Elliot y puso los ojos en blanco. —Apenas es mediodía, imbécil. —Creo que mamá debería hacerte una prueba de narcolepsia. Con un golpe sordo en el hombro de Elliot, Andreas se volvió hacia las escaleras. —Me dirijo a casa de Amie. Me alegro de verte, Macy. —Igualmente —dije sin ganas. Andreas me guiñó un ojo por encima del hombro. —Ah, ¿y Elliot? —llamó. —¿Sí? —Puerta abierta. Su estruendosa carcajada recorrió el vestíbulo del piso superior antes de desaparecer junto con el chasquido de una puerta cerrada. Elliot se dirigió a las escaleras, pero se detuvo y frunció el ceño. —Vamos a tu casa. —¿No quieres enseñarme la casa? Con un gemido, se giró y señaló a nuestro alrededor. —Salón, comedor, cocina por allí. —Giró en su lugar, indicando cada habitación con un movimiento de su dedo índice. Subió las escaleras y yo le seguí mientras murmuraba—. Escalera, pasillo, baño, habitación de los padres. —Y una lista de etiquetas monótonas hasta que nos encontramos frente a una puerta blanca cerrada con una tabla periódica pegada a ella. —Este es mío. —Vaya, eso es... esperado —dije riendo. Estaba tan feliz de ver su espacio, que me sentí un poco mareada. —Yo no puse eso ahí, lo hizo Andreas. —Su voz adquirió un tono defensivo, como si sólo pudiera soportar que lo vieran como un nerd al noventa y ocho por ciento. —Pero no lo has quitado —señalé. —Es un buen cartel. Lo consiguió en una feria de ciencias. —Se volvió hacia mí y se encogió de hombros, bajando la mirada—. Sería un desperdicio deshacerse de él y me echaría la bronca infinita si lo pusiera en mi habitación. Abrió la puerta y no dijo nada, solo dio un paso atrás para dejarme pasar a su dormitorio. La ansiedad y la emoción me golpearon de golpe: estaba entrando en el dormitorio de un chico. Estaba entrando en la habitación de Elliot. Era escaso e inmaculado: la cama hecha, solo unas pocas prendas de ropa sucia en un cesto en la esquina, los cajones de su cómoda pulcramente cerrados. El único desorden estaba en una pila de libros apilados en su escritorio y una caja de libros en el rincón. Percibí la tensa presencia de Elliot detrás de mí, pude oír la espasmódica cadencia de su respiración. Sabía que quería alejarse del caos de su casa y adentrarse en la soledad del armario, pero no podía apartarme. Detrás de su escritorio había un tablón de anuncios con unas cuantas cintas clavadas, una fotografía y una postal con una imagen de Maui. Acercándome, me incliné, estudiando. —Solo algunas ferias de ciencias —murmuró detrás de mí, explicando las cintas. Primer puesto en su categoría en la feria de ciencias del condado de Sonoma, tres años seguidos. —Vaya. —Le miré por encima del hombro—. Eres inteligente. Su sonrisa salió torcida, sus mejillas estallaron de color. —No. Me volví, examinando la fotografía clavada en la esquina. En ella estaban tres chicos, incluido Elliot, y una chica en el extremo izquierdo. Parecía que había sido tomada hace unos años. El malestar me picó en el pecho. —¿Quiénes son? Elliot se aclaró la garganta y luego se inclinó, señalando. Traía consigo una ráfaga de desodorante, suavemente ácido y con sabor a pino, y algo más, un aroma que era completamente de chico y que me hizo un nudo en el estómago. —Hum, esos somos Christian, yo, Brandon y Emma. Había escuchado estos nombres de pasada: historias casuales sobre una clase o un paseo en bicicleta en el bosque. Con una aguda punzada de celos me di cuenta de que, aunque Elliot se estaba convirtiendo en mi persona, mi lugar seguro y el único ser humano, aparte de papá, en el que podía confiar de verdad, no conocía en absoluto su vida. ¿Qué lado de él veían estos amigos? ¿Recibieron la sonrisa que empezaba como una ceja levantada y se extendía lentamente hasta un giro divertido de sus labios? ¿Recibieron la risa que anulaba su tendencia a cohibirse y se disparó en un ruidoso jajaja? —Se ven agradables. —Me incliné hacia atrás y sentí que se alejaba rápidamente detrás de mí. —Sí. —Se quedó callado y el silencio pareció convertirse en una brillante burbuja alrededor de nosotros. Mis oídos empezaron a sonar, el corazón me latía al imaginar a Emma sentada en el suelo de la esquina, leyendo con él. Su voz llegó en un susurro detrás de mí—: Pero tú eres más agradable. Me giré y me encontré con sus ojos mientras él hacía su rápida maniobra de apretar la nariz para subirse las gafas. —No tienes que decir eso solo porque... —Mi madre está embarazada —soltó. Y la burbuja estalló. Oí el ruido de los pies en el pasillo y los ladridos del perro. Mis ojos se abrieron de par en par cuando sus palabras calaron. —¿Qué? —Sí, nos lo dijeron anoche. —Se apartó el pelo de la frente—. Al parecer, sale de cuentas en agosto. —Mierda. Tienes catorce años. Va a ser como, quince años más joven que tú. —Lo sé. —Elliot, eso es una locura. —Lo sé. —Se agachó, volviendo a atar su zapato—. En serio, sin embargo, no quiero hablar de ello. ¿Podemos ir a tu casa? Mamá ha estado mareada durante algunas semanas, papá está actuando como un loco. Mis hermanos son unos idiotas. —Señalando con la cabeza la caja de libros, añadió—: Y tengo algunos clásicos para añadir a tu biblioteca. ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ Papá nos echó una mirada cómplice mientras entrábamos y subíamos las escaleras. —¿No es tu cumpleaños el martes? —preguntó Elliot, siguiéndome por el pasillo. Sus zapatos se estaban deshaciendo, su par favorito de Vans a cuadros, y una de las suelas sonaba a cada paso. Le miré por encima del hombro. —Te lo dije una vez, como hace cinco meses. —¿No debería bastar con que me lo dijeras solo una vez? Me volví, llevándonos a mi habitación y hasta el armario. Desde que nos habíamos mudado, el espacio había cobrado lentamente vida propia y estaba completa: por supuesto, estaban las estanterías a lo largo de toda la pared, el sillón puf en la esquina más alejada y el sofá futón en la pared opuesta a la librería. Pero sólo un par de semanas antes, papá había pintado las paredes y el techo de color azul noche, con estrellas plateadas y amarillas salpicadas en constelaciones en lo alto. Dos pequeñas lámparas iluminaban el espacio, una cerca de cada uno de los asientos. En el centro del suelo había mantas y más almohadas. Era el fuerte perfecto. Elliot se acurrucó en el suelo, tirando de una manta de lana en su regazo. —¿Y estás de vacaciones de primavera? Me mordí el labio, asintiendo. —Sí. Se quedó callado y luego preguntó: —¿Te molesta no estar con amigos? —Estoy con un amigo. —Le miré, abriendo los ojos significativamente. —Me refiero a tus amigas —dijo, pero no se me escapó la forma en que se sonrojó. —Oh —dije—. No, está bien. Nikki se va a Perú a visitar a la familia. Elliot no dijo nada. Me observó elegir un libro y reacomodar mis almohadas antes de ponerse cómodo. Pensando en cómo me sentía al ver una foto de él con sus amigos, y en lo mucho que quería saber sobre su vida fuera de este armario, pensé en mis próximas palabras, dejando que dieran vueltas en mi cabeza antes de hablar. —Dejé de salir con la mayoría de mis amigos durante un tiempo cuando mamá enfermó, para poder pasar tiempo con ella. Asintió con la cabeza y, aunque sus ojos permanecían fijos en el cuaderno que tenía delante de él, me di cuenta de que su atención se centraba únicamente en mí. Ojeé la primera página y pasé al capítulo que acababa de empezar. —Y entonces, cuando se fue, no me apetecía ir a pijamadas y hablar de chicos. Es como si todos hubieran crecido mientras yo me recomponía. Nikki y yo seguimos siendo buenas amigas, pero creo que es porque ella tampoco sale a otros lugares aparte de la escuela. Tiene una familia enorme a la que ve mucho. Podía sentir que me miraba ahora, pero no me volví, sabiendo que nunca sería capaz de terminar si lo hacía. Las palabras parecían burbujear en mi pecho, cosas que nunca había hablado con nadie. —Papá intentó que saliera más —continué—. Incluso hizo arreglos para que fuera a un club de niños cerca de su trabajo. —Miré rápidamente a Elliot y luego volví a mirar hacia abajo—. Dijo que era para socializar y hacer amigos, pero no fue así. Era un grupo para niños afligidos. —Oh. —Sin embargo, todos sabíamos lo que estábamos haciendo allí —le dije—. Recuerdo entrar en esta enorme habitación blanca. Las paredes estaban cubiertas de cosas que creo que se suponía que estaban relacionadas con los adolescentes: posters de bandas de chicos, grafitis rosas y morados en tablones de anuncios, bolsas de peluche y cestas de revistas. —Me rasgué un hilo perdido en mis vaqueros—. Era como si la madre de alguien hubiera entrado y puesto todas estas cosas que creía que las adolescentes debían tener en su habitación. —Recuerdo haber mirado a mi alrededor ese primer día — continué, tirando de mi gruesa cola de caballo por encima del hombro y jugueteando con las puntas—, pensando en lo raro que era que todos estuviéramos allí para pasar el rato. Después de unos días me di cuenta de que todas las chicas tenían casi el mismo corte de pelo. Como siete chicas, todas alrededor de mi edad con esos peinados hasta la barbilla. Unas semanas después descubrí que todas esas chicas eran como yo, todas habían perdido a sus madres. La mayoría de ellas se hicieron estos cortes de pelo sencillos y fáciles. — Me detuve y empecé a enroscar las puntas de mi pelo alrededor de mi dedo—. Pero mi padre aprendió a hacerme colas de caballo, qué tipo de champú comprar, incluso hizo que alguien le enseñara a hacer trenzas y a usar el rizador para ocasiones especiales. Podría haber hecho lo más fácil para él y cortarlo todo. Pero no lo hizo. Por primera vez levanté la vista para ver a Elliot observándome. Sus ojos estaban muy abiertos de comprensión y se acercó y tomó una de mis manos. —¿Te he dicho alguna vez que tengo el pelo de mi madre? —le dije. Negó con la cabeza, pero me dedicó una sonrisa de verdad. —Creo que tienes el pelo más bonito que he visto nunca. Capítulo 13 Presente Jueves, 5 de octubre Traducido por Lyn♡ Corregido por Nea Editado por Banana_mou Me paro afuera de la entrada de Nopalito en la Novena y, sin tener que mirar demasiado adentro, sé que Elliot ya está allí. Lo sé porque son diez minutos pasadas las ocho. Acordamos reunirnos a las ocho y Elliot nunca se retrasa. Algo me dice que no ha cambiado. Al entrar, lo veo inmediatamente. Su servilleta se desliza hacia el suelo y sus muslos chocan torpemente con la mesa en su prisa por ponerse de pie. Noto dos cosas, una, lleva una chaqueta de vestir, jeans bonitos y un par de zapatos de vestir negros que se ven recién pulidos. Dos, se cortó el pelo. Todavía es largo en la parte superior, pero muy corto en los lados. Lo hace de alguna manera un poco menos hípster literario y más… patinador caliente. Es increíble que un estilo que nunca hubiera intentado en la adolescencia sea uno en el que se ve absolutamente bien a los veintinueve. Dicho esto, estoy segura de que solo tiene que dar las gracias a su estilista. El chico con el que crecí le importaba más el tipo de bolígrafo que usaría para escribir una lista de compras que cómo se veía en un día cualquiera. El cariño me aferra. Me dirijo a él, tratando de respirar a través del zumbido de la electricidad que surge en mi torrente sanguíneo. Tal vez sea el beneficio de haber tenido que arreglarme esta noche y que no esté en mi uniforme, pero esta vez, siento la forma en que sus ojos se mueven de mi cabello a mis zapatos y retrocede. Está visiblemente conmocionado cuando me acerco y me estiro para darle un rápido abrazo. —Hola. Tragando, deja escapar un «hola» estrangulado y luego saca una silla para mí. —Tu cabello está… te ves… hermosa. —Gracias. Feliz cumpleaños, Elliot. «Amigos. No una cita», repito, como una oración. «Solo estoy aquí para compensar el desayuno y despejar el aire». Intento introducirlo en mi cerebro y en mi corazón. —Gracias. —Elliot aclara su garganta, sonriendo, con los ojos apretados. Y, en serio: ¿Por dónde comenzar? El camarero vierte agua en mi vaso y desliza una servilleta sobre mi regazo. Todo el tiempo, Elliot me está mirando como si hubiera regresado de la tumba. ¿Es eso lo que se siente para él? ¿En qué momento habría renunciado a ponerse en contacto conmigo, o la respuesta sería nunca? —¿Qué tal estuvo el trabajo comenzando en un lugar seguro. hoy? —pregunta, —Estuvo atareado. Asiente, bebiendo agua y luego dejándola, dejando que sus dedos sigan las gotas a medida que fluyen desde el borde hasta la base. —Estás en pediatría. —Sí. —¿Y en cuánto comenzaste la escuela de medicina sabías que querías trabajar en eso? Me encojo de hombros. —Más o menos. Una sonrisa exasperada le arquea la boca. —Cede un poco, Mace. Esto me hace reír. —Lo siento. No estoy tratando de ser rara. —Después de una inhalación profunda, y una larga y temblorosa exhalación, admito—: Supongo que estoy nerviosa. No es que sea una cita. Quiero decir, por supuesto que no lo es. Le dije a Sean que me estaba reuniendo con un viejo amigo para cenar esta noche y me prometí a mí misma que le daría toda la historia cuando llegara a casa, lo que todavía tengo intención de hacer. Pero estaba preocupado por configurar su nuevo televisor y realmente no pareció darse cuenta cuando salí, de todos modos. —Yo también estoy nervioso —dice Elliot. —Ha pasado mucho tiempo. —Así es —dice—, pero me alegro de que llamaras. O escribieras, más bien. —Respondiste tan rápido —le digo, pensando en su viejo teléfono IP nuevamente—. No estaba preparada para eso. Emite una burla de orgullo. —Ahora tengo un iPhone. —Déjame adivinar: ¿heredado de Nick Jr.? Elliot frunce el ceño. —¡Sí, cómo no! —Toma otro sorbo de agua y agrega—: Quiero decir, Andreas cambia su teléfono con mucha más frecuencia. Nuestra risa se apaga pero el contacto visual permanece. —Bueno, en caso de que te lo estés preguntando —digo —, la puntuación es pareja en uno a uno. Liz me dio tu número. A pesar de que probablemente debería haberlo recordado. Es el mismo que siempre tuviste. Él asiente y mis ojos se inquietan reflexivamente cuando se muerde el labio inferior. —Liz es genial. —Me doy cuenta —digo—. Me gusta. —Y, aclarándome la garganta, agrego en voz baja—: Hablando de… perdón por cómo me fui en el desayuno. —Lo entiendo —responde rápidamente—. Es mucho para procesar. Es casi ridículo; un océano de información nos separa y hay un número infinito de lugares por dónde comenzar. Comenzar por el principio y seguir avanzando. Comenzar ahora y retroceder. Saltar en algún lugar en el medio. —Honestamente, ni siquiera sé por dónde comenzar — admito. —Tal vez —dice vacilante—, tal vez revisamos el menú, pedimos un poco de vino y luego nos ponemos al día. ¿Ya sabes, como lo hace la gente durante la cena? Asiento, aliviada de que parezca tan robusto mentalmente como siempre, y levanté el menú para escanearlo, pero parece que las palabras en las páginas son superadas por todas las preguntas en mi cabeza. ¿Dónde vive en Berkeley? ¿De qué trata su novela? ¿En qué ha cambiado? ¿Qué sigue siendo igual? Pero el pensamiento mezquino y traidor que acecha en las sombras culpables de mi cerebro es la valentía que le tomó terminar una relación después de verme por menos de dos minutos. Quiero decir, a menos que no estuviera muy establecido. O ya estaba saliendo. ¿Es este el peor lugar para comenzar? ¿Soy una completa maniaca? Quiero decir, al menos fue la última cosa real de la que hablamos ayer, ¿verdad? —¿Está todo bien con… con…? —pregunto, haciendo una mueca. Él levanta la mirada de su menú y tal vez sea mi expresión un poco ansiosa lo que le da una pista. —¿Con Rachel? Asiento, pero su nombre desencadena una reacción defensiva en mí: él debería estar con alguien llamada Rachel, que lee con gusto cada número del New Yorkers, y trabaja en organizaciones sin fines de lucro, y hace compostas con sus cáscaras de huevo y remolacha para que pueda cultivar sus propios productos. Mientras tanto, yo soy un desastre, con interminables préstamos de la escuela de medicina, con problemas maternales, problemas paternales, problemas de Elliot y una vergonzosa suscripción a US Weekly. —Las cosas están bien, en realidad —dice—. Eso creo. Espero que eventualmente podamos volver a ser amigos. En retrospectiva, nunca podría haber sido más. Este sentimiento se desliza en mi torrente sanguíneo, cálido y eléctrico. —Elliot. —Escuché lo que dijiste —dice con seriedad—. Estás comprometida, lo entiendo. Pero será difícil para mí ser solo tu amigo, Macy. No está en mi ADN. —Se encuentra con mis ojos y vuelve a poner el menú cerca de su brazo—. Lo intentaré, pero ya sé esto sobre mí mismo. Siento que su honestidad desarmante destroza el caparazón resistente que me rodea. Me pregunto cuántas veces podría decirme que me amaba antes de que me derritiera en un charco a sus pies. —Entonces creo que algunas reglas básicas están en orden —digo. —Reglas básicas —repite, asintiendo lentamente—. Como en, ¿no hay expectativas? Asiento. —Y, tal vez… cualquier cosa que quieras saber, te lo diré y viceversa. Si esto es una cosa por otra, tendré que ponerme mis pantalones de niña grande y superarlo. Aunque todo dentro de mí está en pánico, estoy de acuerdo. —Entonces —dice, relajando una sonrisa—, no sé lo que te gustaría saber sobre Rachel. Primero fuimos amigos. Durante años, en la escuela de posgrado y después. La idea de que sea amigo de otra mujer durante años es un cuchillo empujado lentamente en mi esternón. Tomando un sorbo de agua, me las arreglo para un seguimiento fácil. —¿Escuela de posgrado? —MFA11 de NYU —dice, sonriendo. Frotando una mano sobre su cabello como si aún no estuviera acostumbrado a la sensación de eso, agrega—: Pensándolo bien, parece que cuando llegamos a los veintiocho estamos destinados a entrar en una relación. Sé lo que quiere decir. Cumplí veintiocho años y comencé una relación con Sean. Es un lector de mente. —Cuéntame sobre este tipo con el que te vas a casar. Este es un campo minado, pero también puedo ponerlo todo en primer plano y ser honesta también. —Nos conocimos en una cena dando la bienvenida a todos los residentes entrantes —digo, y no necesita que yo haga los cálculos por él, pero yo sí—. En Mayo. Sus cejas se levantan lentamente por debajo de su desaliñado cabello. —Oh. —Nos llevamos bien de inmediato. Elliot asiente, observándome intensamente. —Supongo que tenías que hacerlo. Parpadeó hacia la mesa, aclarándose la garganta y tratando de no responder defensivamente. Elliot siempre ha sido brutalmente honesto pero nunca había salido bruscamente conmigo. Para mí, sus palabras siempre fueron suaves y adoradoras. Ahora mi corazón está latiendo tan fuerte que siento que se desliza entre nosotros, y me hace preguntarme si nuestras tristezas individuales están sacando silenciosamente esto del interior de nuestros cuerpos. —Lo siento —murmura Elliot, extendiendo la mano al otro lado de la mesa antes de pensar mejor en tocarme—. No quise que saliera así. Es rápido, eso es todo. Lo miro y le doy una débil sonrisa. —Lo sé. Sí, fue muy rápido. —¿Cómo es él? —Dulce. Agradable. —Giro mi servilleta en mi regazo, deseando poder encontrar mejores adjetivos para describir al hombre con el que planeo casarme—. Tiene una hija. Elliot escucha, casi sin pestañear. —Es un benefactor del hospital —le digo—. Bueno, en cierto modo. Es un artista. Su trabajo es… —Siento que estoy empezando a presumir y no sé por qué me deja sintiéndome inquieta—. Es bastante popular en este momento. Dona muchas de las nuevas instalaciones de arte en Benio Mission Bay. Elliot se inclina. —¿Sean Chen? —Sí. ¿Has oído hablar de él? —Los libros y el arte corren en círculos similares por aquí —explica, asintiendo—. He oído que es un buen tipo. Su arte es impresionante. El orgullo se hincha, cálido en mi pecho. —Lo es. Sí. —Y otra verdad sale de mí antes de que pueda atraparla—: Y él es el primer tipo con el que he estado que no… Mierda. Trato de pensar en una mejor manera de terminar esta oración que con la cruda verdad, pero mi mente está completamente en blanco de no ser por la expresión sincera de Elliot y la forma suave en que sus manos están ahuecando su vaso de agua. Me desentraña. Espera y pregunta: —¿Que no qué, Mace? Maldita sea. —Qué no se sintió como una especie de traición a… Elliot recoge mi frase sin adornos con un suave: —Oh. Sí. Me encuentro con sus ojos. —Nunca he tenido una de esas. En realidad, este es un campo minado. Parpadeando hacia la mesa, con el corazón en la tráquea, me quedo diciendo: —Por eso dije que sí cuando me lo propuso, impulsivamente. Siempre me he dicho a mí misma que el primer hombre con el que estuviera y no se sintiera mal, me casaría con él. —Eso parece como… algunos criterios sólidos. —Se sintió bien. —Pero en serio —dice Elliot, pasando un dedo a través de una gota de agua que se ha acercado a la mesa—, de acuerdo con ese criterio, ¿técnicamente esa persona no sería yo? El camarero es mi nuevo ser humano favorito porque se acerca con la intención de tomar nuestro pedido justo después de que Elliot dice esto, evitándome el incómodo baile de una no respuesta. Viendo hacia el menú, digo: —Voy a querer los tacos dorados y la ensalada de cítricos. Mirando hacia arriba, agrego: —Dejaré que él elija el vino. Como probablemente podría haber adivinado, Elliot pide el caldo tlalpeño, siempre le gustó la comida picante y una botella de Sauvignon Blanc Horse & Plow antes de entregar su menú al camarero con un tranquilo agradecimiento. Volteándose, me dice: —Sabía exactamente lo que ibas a pedir. ¿Ensalada de cítricos? Es como el sueño alimenticio de Macy. Mis pensamientos se tropiezan unos con otros por esto, por lo fácil que es, por lo sincronizados que todavía estamos justo al salir de la puerta. Es demasiado fácil, en serio, y se siente infiel de una manera realmente surrealista y retrógrada hacia el hombre que está a un par de millas de distancia, instalando un televisor en la pequeña casa que compartimos. Me siento, trabajando para infundir cierta distancia emocional en mi postura. —Y ella se retira… —dice Elliot, estudiándome. —Lo siento —digo. Él lee cada pequeño movimiento que hago. No puedo culparlo por ello; yo hago lo mismo—. Comenzó a sentirse un poco demasiado familiar. —Por lo del prometido —dice, inclinando la cabeza hacia atrás, señalando hacia otra parte—. ¿Cuándo es la boda? —Mi horario es bastante loco, así que aún no hemos fijado una fecha. —Es en parte verdad. La postura de Elliot me dice que le gusta esta respuesta, por falsa que sea, y despierta la ansiedad en mi vientre. —Pero, estamos pensando en el próximo otoño —agrego rápidamente, alejándose aún más de la verdad ahora. Sean y yo no hemos discutido las fechas, en absoluto. Elliot entrecierra los ojos. —Aunque si depende de mí, sucederá con lo que sea que llevemos puesto en el juzgado. Aparentemente no estoy muy interesada en planificar una boda. Elliot no dice mucho durante unos segundos, solo deja que mis palabras reverberen a nuestro alrededor. Luego me da un simple: —Ah. Me aclaro la garganta torpemente. —Entonces, dime lo que has estado haciendo. Es interrumpido brevemente cuando el camarero regresa con nuestro vino, mostrando la etiqueta a Elliot, abriéndola a un costado de la mesa y ofreciendo una degustación. Hay maneras en las que la condescendencia de Elliot me atrapa, y esta es una. Creció en el corazón de la región vinícola de California, por lo que debe sentirse cómodo con esto, pero nunca lo había visto probar vino en la mesa. Éramos tan jóvenes… —Es perfecto —le dice al camarero, luego se vuelve hacia mí mientras sirve, claramente despidiendo al hombre de sus pensamientos—. ¿Qué tan atrás debo ir? —¿Qué tal comenzar con ahora? Elliot se inclina en su silla, pensando por unos momentos antes de que parezca averiguar por dónde comenzar. Me dice que sus padres todavía están en Healdsburg –«No pudimos pagarle a papá para que se jubilara»–; que Nick Jr. es el fiscal de distrito del condado de Sonoma –«La forma en que se viste es directamente de un mal programa de crimen y solo lo diría en este espacio seguro, pero nadie debería usar piel de tiburón»–; Alex está en secundaria y es una ávida bailarina –«Ni siquiera puedo culpar a mi rubor por el orgullo fraternal, Mace. Es realmente buena»–; George, según sé, está casado con Liz y vive en San Francisco –«Es un ejecutivo, en una oficina. Honestamente, nunca puedo recordar realmente cuál es el nombre de su trabajo»–; y Andreas vive en Santa Rosa, enseña matemáticas de quinto grado y se casa a finales de este año –«De todos nosotros, para terminar trabajando con niños, él habría sido el menos probable, pero resulta que es el mejor en eso»–. Todo el tiempo que me actualiza, en todo lo que puedo pensar es en que estoy recibiendo la crema desnatada desde la parte superior. Debajo de ella todavía hay mucho. Volúmenes de pequeños detalles que me he perdido. La comida viene y es muy buena, pero la como sin prestarle atención porque parece que no puedo obtener suficiente información, y él tampoco. Los años universitarios se describen en las formas monocromáticas de la retrospectiva, las historias de terror de la escuela de posgrado se intercambian con la risa cómplice de alguien que ha sufrido y visto el otro lado. Pero no hablamos de enamorarnos de otra persona y de dónde nos deja eso ahora y, por mucho que esté con nosotros en cada respiración y en cada palabra, no hablamos de lo que pasó la última vez que lo vi, hace once años. Capítulo 14 Pasado Lunes, 28 de julio Catorce años atrás Traducido por Lyn♡ Corregido por ♡Herondale♡ Editado por Banana_mou Nuestro primer verano con la cabaña, mi padre y yo estuvimos allí casi todos los días, haciendo solo un viaje a casa a finales de julio, para una visita de su hermano, Kennet. Kennet tenía dos hijas y su esposa, Britt, cuya idea de afecto era una mano ahuecada alrededor de mi hombro. Así que cuando me acerqué a ella, susurrando con leve horror que pensaba que había comenzado mi período, ella me trató con la esterilidad emocional anticipada: comprándome una caja de toallas sanitarias y tampones y haciendo que su hija menor Karin me explicara, torpemente, el proceso de uso básico. Papá estuvo mejor, pero no por un margen muy amplio. Una vez que regresamos a la cabaña ese fin de semana, hizo referencia a la lista de mamá donde, en el punto veintitrés, había escrito: Cuando Macy comience su período, asegúrate de que no tenga preguntas sobre lo que está sucediendo con su cuerpo. Sé que es incómodo, meu amor, pero ella necesita saber que es increíble y perfecta, y si yo estuviera allí le contaría la historia del sobre marcado con el 23. Papá lo abrió, con las mejillas rosadas. —Cuando yo… —Tosió, corrigiéndose—. Tu madre la tuvo… ah… Agarré la carta de sus manos y subí las escaleras hacia la comodidad de mi biblioteca. Solía tener los peores calambres, comenzó, y la vista de su escritura hizo que mi pecho doliera. Llegaban en los momentos más inesperados. De compras con mis amigas o en una fiesta de cumpleaños. El midol12 ayudaba cuando lo descubrí, pero lo que más ayudó fue visualizar el dolor evaporándose de mi estómago. Me lo imaginaba una y otra vez, hasta que el dolor disminuía. No sé si funcionará para ti, o si necesitarás esto pero, si lo haces, imagina mi voz ayudando. Estarás tentada a odiar esto que hace tu cuerpo pero es la forma en que tu cuerpo te dice que todo está funcionando, y eso es un milagro. Pero, sobre todo, meu docinha, imagina lo orgullosa que estoy de compartir esto contigo. Estás creciendo. Comenzar mi período fue el proceso que finalmente me permitió quedar embarazada de ti, cuando estuve lista. Trata a tu cuerpo con cuidado. Cuídalo. No dejes que nadie abuse de él y no abuses de él tú misma. Cada centímetro de tu piel la hice diligentemente; meses que trabajé sin descanso por ti. Eres mi obra maestra. Te echo de menos. Te amo. Mãe. Parpadeé, sobresaltada. En algún momento mientras estaba leyendo, Elliot se había materializado en la puerta, pero no había visto mis lágrimas hasta que lo miré. Su sonrisa lentamente se desvaneció cuando dio un paso, y luego dos, más cerca de mí, arrodillándose en el suelo al lado de donde me senté en el futón. Sus ojos buscaron los míos. —¿Qué pasa? —Nada —dije, moviéndome en mi asiento cuando doblé la carta. La miró antes de verme a mí. Casi quince años, y ya era demasiado perceptivo. Cada vez me molestaba más y más que nuestra vida cotidiana fuera una extraña incógnita entre nosotros. Nos dábamos actualizaciones cada vez que nos reuníamos aquí. Con quién pasamos tiempo, qué estábamos estudiando. Hablábamos de quién nos irritaba, a quién admirábamos. Y, por supuesto, compartíamos nuestras palabras favoritas. Conocía los nombres de mis dos amigos más cercanos, Nikki y Danny, pero no sus rostros. Aunque había visto sus rostros en la fotografía de su habitación, yo tenía la misma limitada información sobre los amigos de la escuela de Elliot. Sabía que Brandon era callado y calmado, y Christian era un criminal esperando por ser atrapado. Aquí, leíamos, hablábamos y aprendíamos el uno del otro con el tiempo, pero ¿cómo podía contarle sobre lo que me estaba pasando? No era solamente que tuve mi período mucho más tarde que todas mis amigas, o que incluso papá estaba luchando para relacionarse conmigo, o que mi madre estaba muerta, o algo de eso. O tal vez era todo. Amaba a mi padre más que a nada, pero estaba muy mal equipado para todo de esto. Sin lugar a dudas, sabía que estaba abajo, caminando, escuchando el sonido de mi voz para saber si había tenido razón al dejar que Elliot subiera, o si sus instintos estaban equivocados. —Estoy bien —dije, con la esperanza de haber hablado lo suficientemente fuerte como para que las palabras llegaran al piso de abajo. Lo último que quería era tenerlos a ambos aquí, preocupándose por mí. Frunciendo el ceño, Elliot tomó mi cara con sus manos en un movimiento que me sorprendió y sus ojos buscaron los míos. —Por favor, dime qué pasa. ¿Es tu papá? ¿La escuela? —Realmente no quiero hablar de eso, Ell. —Retrocedí un poco, limpiándome la cara. Mis dedos quedaron mojados, explicando el pánico de Elliot. Debo haber estado realmente llorando cuando entró. —Nos contamos todo aquí, ¿recuerdas? —A regañadientes retrocedió—. Ese es el trato. —No creo que quieras saber esto. Me miró fijamente, sin inmutarse. —Quiero saberlo. Tentada a engañarlo, lo miré a los ojos y le dije: —Comencé con mi período. Parpadeó varias veces antes de enderezarse. El color se extendió desde su cuello hasta sus pómulos. —¿Y estás molesta por eso? —No estoy molesta. —Me mordí el labio, pensando—. Aliviada, sobre todo. Y luego leí una carta de mi madre y ahora… ¿estoy un poco triste? Sonrió. —Eso sonó muy parecido a una pregunta. —Es solo que toda tu vida escuchas sobre períodos. — Hablar de esto con Elliot en realidad… no era tan malo—. Te preguntas cuándo va a suceder, cómo será, si te sentirás diferente después. Cuando a tus amigas les llega el suyo, piensas: «¿Qué está mal conmigo?» Es como una pequeña bomba de tiempo biológica encerrada dentro de tu cuerpo. Se mordió el labio, tratando de sofocar una risa incómoda. —¿Hasta ahora? —Sí. —Bueno, ¿y entonces? ¿Sientes algo diferente? Sacudí la cabeza. —En realidad, no. No como pensé que lo haría, de todos modos. Se siente como si algo estuviera tratando de roer su camino fuera de mi estómago. Y estoy un poco irritada. Elliot levantó la manta y se arrastró a envolviendo su brazo alrededor de mis hombros. mi lado, —No voy a ser de ninguna ayuda, pero supongo que debo estar feliz por ti. —Estás siendo muy maduro y muy no chico sobre esto. Esperaba menos compasión y más torpeza. —Me aturdí por el calor de su cuerpo y la sensación de su brazo a mi alrededor. Exhaló una risa en mi cabello. —Tengo una hermanita en camino y una madre que insiste en que es mi trabajo enseñarles los pormenores, ¿recuerdas? Así que necesito que me expliques todo. Me acurruqué a su lado, cerrando los ojos contra el ardor de lágrimas que sentí. —¿Hay algo que pueda hacer? —preguntó en voz baja. Una opresión se asentó fuertemente en mi pecho. —No, a menos que puedas traer a mi mamá de vuelta. El silenció nos rodeó y preparación unas cuantas lo escuché inhalando en veces antes de hablar. Finalmente, se conformó con un simple: —Ojalá pudiera. Asentí contra él, inhalando el agudo olor de su desodorante, el persistente olor de su sudor juvenil, el olor a algodón mojado de su camiseta por la carrera de quince pies a través de la lluvia de verano desde su porche hasta el mío. Es tan raro que solo escucharlo decir eso me hizo sentir un millón de veces mejor. —¿Quieres hablar de eso? —susurró. —No. Su mano recorrió un suave camino hacia arriba y hacia abajo por mi brazo. Sabía, sin tener que buscar demasiado lejos, que no había otros chicos como Elliot en ninguna parte. —Lamento que estés de mal humor. —Yo también. —¿Quieres que te traiga una botella de agua tibia? Hago eso para mi mamá. Sacudí la cabeza. Quería que mi mamá estuviera aquí, leyéndome su carta. Se aclaró la garganta, preguntando en voz baja: —¿Porque haría que se sintiera como si fuera tu novio? Tragué saliva y mi estado de ánimo cambió en un instante. «Novio» no parecía cubrirlo. Elliot era una especie de amigo del alma. —¿Supongo? Se sentó, todavía con sus brazos flacos y las piernas largas y torcidas, pero se estaba convirtiendo en algo nuevo, algo más… hombre que niño. A los casi quince años, tenía una manzana de Adán y una incipiente barba en la barbilla, sus pantalones eran demasiado cortos. Su voz se había profundizado. —Supongo que somos demasiado jóvenes para eso. Asentí y traté de tragar, pero mi boca se había secado. —Sí. Capítulo 15 Presente Viernes, 6 de octubre Traducido por Lyn♡ Corregido por ♡Herondale♡ Editado por Banana_mou La luz del amanecer se filtra a través de las cortinas semitransparentes, volviendo todo ligeramente azul. Afuera, en Elsie Street, camiones de basura retumban por el asfalto. El chirrido de metal sobre metal, el choque de los contenedores contra el camión y el sonido de la basura cayendo en cascada en el compactador se transmite desde el exterior. A pesar de cómo el mundo parece seguir avanzando al otro lado de la ventana, no estoy segura de estar lista para comenzar el día. Mis oídos todavía resuenan con fragmentos de la conversación en la cena de anoche. Quiero aferrarme a ellos un poco más para saborear la alegría de tener a mi mejor amigo de vuelta en mi vida, antes de que todas las complicaciones que vienen junto con él hagan su camino a la superficie. Sean se vuelve hacia mí, tirando de mí hacia arriba contra su pecho, presionando su cara en mi cuello. —Buenos días —gruñe, con las manos ya ocupadas, su boca en mi garganta y mandíbula. Baja los shorts de mi pijama por mis caderas, rodando sobre mí—. ¿Realmente dormiste toda la noche? —Milagro de los milagros: lo hice. —Le meto las dos manos en el pelo, cavando en la espesa maraña canosa. El hambre me atraviesa; no hemos tenido sexo en más de una semana. Lo nuestro es tan reciente que no estoy segura de si alguna vez había pasado tanto tiempo. Cuando llega a mi boca, lo beso una vez antes de que la duda se dispare en mí, y retrocedo un poco. —Espera. —Oh. ¿El período? —pregunta, con las cejas levantadas. —¿Qué? —digo, y luego sacudo la cabeza—. No, solo quería contarte sobre anoche. —¿Sobre anoche? —repite confundido. —Sobre mi cena con Elliot. Las cejas oscuras de Sean se bajan. —¿No puede esperar hasta después...? —Presiona contra mí, significativamente. —Oh. —Supongo que sí. probablemente no debería. Pero la realidad es que Elliot y yo ni siquiera volvimos a tocarnos después del abrazo que nos dimos para saludarnos. No es que haya pasado nada pero siento que estoy mintiendo al no decirle a Sean quién es Elliot. O, más bien, quién era. —No es nada malo —digo, pero Sean se quita de mí de todos modos—. Yo solo… Uno de los desafíos más grandes que tú y yo enfrentamos es que tenemos estas enormes historias que no tuvimos tiempo de contarnos en la cantidad de tiempo que hemos estado juntos. Lo reconoce con un pequeño asentimiento. —Te dije que estaba cenando con un viejo amigo anoche, y eso es cierto. —¿Okey…? —Pero él era realmente como mi viejo… todo. Me encuentro con los ojos de Sean y me derrito un poco. Son lo primero que noté sobre él porque son muy profundos, conmovedores y brillantes. Sus ojos son increíbles: marrones, densas pestañas, y la forma en que se levantan suavemente en los bordes, fácilmente los convierte en los ojos más coquetos que he conocido. En este momento, sin embargo, son más cautelosos que juguetones. Me encojo de hombros, enmendando: —Él fue mi primer todo. —Tu primer… —Mi primer amigo de verdad, mi primer amor, mi primer… —Sexo —termina por mí. —Es complicado. —¿Qué tan complicado? —pregunta, suavemente—. Todo el mundo tiene exes. ¿Él te… lastimó? Rápidamente niego con la cabeza. —Mira, después de que mamá muriera, papá se convirtió en todo mi mundo, pero todavía no sabía cómo cuidar de mí de la misma forma que mamá. Y entonces conocí a Elliot y fue como… —Busco las palabras correctas—. Tenía a alguien de mi edad que realmente me entendía y me veía exactamente por quién era. Era como una mejor amiga y un primer novio, todo en uno. La expresión de Sean se suaviza. —Me alegro, nena. —Tuvimos una pelea una noche, y… —Ahora me doy cuenta de que voy a terminar esto prematuramente. No estoy segura de poder contar toda la historia—. Necesitaba algo de tiempo para pensar, y ese «algo de tiempo» se convirtió en once años. Los ojos de Sean se abren un poco. —¿Oh? —Nos encontramos hace unos días. —Ya veo. Y es la primera vez que hablan desde entonces. Trago espesamente. —Correcto. —Así que hay bastantes cosas que contar —dice, sonriendo un poco. Asiento, repitiendo: —Sip. —¿Y esta relación ha estado colgando sobre ti todo este tiempo? No quiero mentirle. —Sí. A excepción de la muerte de mis padres, no hay nada más grande en mi vida que Elliot. —¿Todavía lo amas? Parpadeo volteándome. —No lo sé. Sean usa un dedo suave para girar mi cara hacia la suya. —No me importa si lo amas, Mace. Incluso si crees que siempre lo amarás. Pero si te hace preguntarte qué estás haciendo aquí, conmigo, entonces tenemos que hablar de ello. —No lo hace, en realidad. Ha sido emotivo verlo. —Entiendo eso —dice en voz baja—. Trae cosas viejas. Estoy seguro de que, si volviera a ver a Ashley, tendría problemas con todo eso. Enojo, dolor y sí, el amor que todavía tengo por ella. Nunca llegué a desenamorarme. Solo tuve que seguir adelante cuando ella se fue. Es una descripción perfecta. Nunca llegué desenamorarme. Solo tenía que seguir adelante. a Me besa, una vez. —No tenemos dieciocho años, nena. No llegamos a esto sin algunas grietas en nuestra armadura. No espero que tengas espacio en tu corazón solo para mí. Estoy tan agradecida con él en este momento que casi quiero llorar. —Bueno, trabaja en esa amistad. Haz lo que tengas que hacer —dice, su peso regresando encima de mí, su cuerpo empujando contra el mío, duro y listo—. Pero en este momento, vuelve a mí. Envuelvo mis brazos alrededor de él y presiono mi cara contra su cuello pero, a medida que se mueve sobre mí, y luego dentro de mí, tengo un breve destello de honestidad desnuda. Es bueno, el sexo siempre ha sido bueno, pero esto no se siente bien. No hace sonar las alarmas en mi cabeza, claro, pero tampoco me pone la piel de gallina. No hace que me duela el pecho tan deliciosamente que casi me quedo sin aliento. No me siento urgida, ni desesperada, ni demasiado caliente en mi propia piel porque tengo mucha hambre de él. Y en un jadeo tenso que Sean interpreta como placer, me preocupa que Elliot tenga razón y yo esté equivocada y, como siempre, él esté cuidando de nuestros dos corazones mientras yo me muevo por ahí, tratando de resolver todo. Siento mis pensamientos dando vueltas alrededor de algo, lo mismo una y otra vez: cómo Elliot se fue a casa después de verme y rompió con Rachel. Solo tuvo que verme para saberlo, mientras que yo apenas puedo confiar en un solo sentimiento que tengo. Capítulo 16 Pasado Miércoles, 26 de noviembre Catorce años atrás Traducido por Nea Corregido por Lyn♡ Editado por Banana_mou Papá empujó el carro por el pasillo y se detuvo frente a un congelador lleno de enormes pavos. Los miramos juntos. Aunque papá y yo seguimos muchas tradiciones desde que murió mamá, nunca habíamos hecho Acción de Gracias solos. Por otra parte, tampoco lo hicimos nunca con ella. Con dos inmigrantes de primera generación del siglo XXI como padres, el Día de Acción de Gracias no era una festividad que nos importara mucho a ninguno de nosotros. Pero ahora teníamos la cabaña y casi una semana libre sin nada más que hacer que cortar leña y leer frente a las llamas. Nos parecía un desperdicio, de forma totalmente ilógica, no intentar al menos la comida de las fiestas. Pero estando aquí, ante la perspectiva de hacer una producción tan enorme para dos, cocinar se sentía decididamente más derrochador. —Estos son trece libras —dijo papá—, como mínimo. — Con una expresión de leve desagrado, sacó un ave de la caja y la inspeccionó. —¿No tienen el...? —Hice un gesto con la mano hacia el carnicero, hacia las pechugas expuestas allí. Papá me miró fijamente, sin entenderlo. —¿El qué? —Ya sabes, ¿las partes más pequeñas? Se quedó boquiabierto. —¿Las pechugas? Me quejé, pasando junto a él para buscar una pechuga de pavo con hueso que podríamos asar en menos de medio día. Viniendo detrás de mí, Papá dijo: —Estas son de un tamaño más apropiado. —Inclinándose, añadió con una risa reprimida—: Pechugas de tamaño decente. Mortificada, lo aparté de un empujón y me dirigí a la sección de productos para conseguir papas. Allí, con la bebé Alex en un cabestrillo, estaba la madre de Elliot, la señora Dina. Tenía un carrito lleno de comida, un teléfono en la oreja mientras charlaba con alguien, la bebé dormida contra su pecho, e inspeccionaba las cebollas amarillas como si tuviera todo el tiempo del mundo. Había dado a luz hacía tres meses y estaba aquí, preparándose para cocinar una enorme comida para su tropa de niños voraces. La miré fijamente, sintiendo una combinación retorcida de admiración y derrota. La señora Dina hacía que las cosas parecieran tan fáciles; papá y yo apenas podíamos imaginarnos cómo hacer una comida navideña para dos. Se aseguró de voltear dos veces para confirmar que era yo y quizá, por primera vez en mi vida, me imaginé a través de los ojos de otra persona: mis pantalones de deporte del equipo de natación, la sudadera holgada de Yale que papá le regaló a mamá hace años, las chanclas. Y me quedé de pie, mirando la amplitud de los productos, sin madre y claramente abrumada. La señora Dina terminó su llamada y empujó su carro hacia mí. Me miró a la cara y luego dejó que sus ojos bajaran hasta los dedos de mis pies y hacia arriba. —¿Tú y tu padre planean cocinar mañana? Le dediqué lo que esperaba que fuera una sonrisa humorística. —Vamos a intentarlo. Hizo una mueca de dolor, mirando más allá de mí y fingiendo estar preocupada. —Macy —dijo, inclinándose—, tengo más comida de la que sé qué hacer con ella, y con la pequeña Alex aquí... me ayudaría mucho si tú y tu padre vinieran a casa. Si me ayudas a pelar las patatas y a hacer los panecillos, serías mi salvadora. Ni en un millón de años habría dicho que no. ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ Olió a masa de tarta horneada, mantequilla derretida y pavo todo el día, incluso en nuestra casa. El viento llevaba los olores de la cocina a nuestra ventana y mi estómago se retorcía. La señora Dina nos había dicho que fuéramos a las tres y ni siquiera podía contar con que Elliot me entretuviera hasta entonces porque, sin duda, lo habían puesto a trabajar. Oí el cortacésped en marcha, la aspiradora funcionando dentro. Y, por supuesto, oí el rugido del fútbol en la televisión de la sala de estar, que se extendía desde su casa a la nuestra. Para cuando nos acercamos con vino y cervezas a dos minutos antes de las tres, estaba casi loca de la expectación. Papá se ganaba bien la vida y nuestra casa de Berkeley tenía todas las posesiones materiales que podíamos necesitar o desear. Pero lo que nunca pudimos comprar fue el caos y el bullicio. Nos faltaban el ruido y las disputas, y la alegría de los platos repletos porque todo el mundo insistía en que se hiciera su plato favorito. Justo al entrar en su puerta, nos arrastraron como el metal a los imanes hacia la locura. George y Andreas gritaban a la televisión. En el sillón del rincón, el Sr. Nick soplaba exuberantes frambuesas sobre la barriga de Alex. Nick Jr. pulía la mesa del comedor mientras la señora Dina vertía mantequilla derretida en los panecillos para meterlos en el horno, y Elliot estaba de pie sobre el fregadero, pelando patatas. Corrí hacia él, tratando de quitarle el pelador de la mano. —¡Le dije a tu madre que las pelaría! Parpadeó sorprendido y se levantó las gafas con un dedo cubierto de piel de patata. Sabía que ayudarla con la cena era solo una artimaña; después de todo, había estado oliendo la comida todo el día, pero, por alguna razón, era incapaz de renunciar a ello. El caso es que a los catorce años tenía la edad suficiente para comprender que muchas de las personas que habían vivido en Healdsburg durante muchos años no habrían podido permitirse vivir en Berkeley. Aunque Healdsburg había sido absorbido por el dinero del Área de la Bahía y la locura del vino de los noventa, muchas personas que vivían aquí todavía trabajaban por un salario por hora y vivían en casas más viejas y ligeramente empapadas. La riqueza aquí era lo que había dentro: la familia Petropoulos y la calidez y el conocimiento, pasado de generación en generación, de cómo cocinar una comida como esta para una familia de este tamaño. Vi cómo la señora Dina le dio a Elliot un trabajo diferente, lavar y cortar lechuga para la ensalada, que él hizo sin queja ni instrucción. Mientras tanto, yo cortaba las patatas hasta que llegó la señora Dina y me enseñó cómo pelarlas más lentamente, en tiras largas y suaves. —Bonito vestido —dijo Elliot una vez que ella se hubo marchado, con una voz cargada de delicado sarcasmo. Bajé la mirada hacia los desaliñados jersey vaqueros que llevaba. —Gracias. Era de mi madre. Sus ojos se abrieron de par en par. —Dios mío, Macy, lo siento... Le lancé un trozo de piel de patata. —Estoy bromeando. Papá me lo compró. Sentí que tenía que ponérmelo alguna vez. Parecía escandalizado, luego sonrió. —Eres malvada —siseó. —Si te metes con el toro —dije, levantando mis dedos índice y meñique—, te quedas con los cuernos. Sentí que me miraba y esperé que viera mi sonrisa. Mamá siempre tuvo un sentido del humor malvado. ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ Papá se sentó a ver el partido de los Niners con fingido interés con el señor Nick y los chicos hasta que la señora Dina nos llamó para comer. Había un ritual una vez que estábamos en la mesa, una escena coreografiada que papá y yo seguíamos cuidadosamente: todos se sentaban en sus sillas y se enlazaban las manos. El señor Nick dio las gracias y luego todos se turnaron para decir algo por lo que estaban agradecidos este año. George estaba agradecido por haber entrado en el equipo de atletismo. La señora Dina estaba agradecida por su bebé sana –que dormía tranquilamente en una silla de bebé con vibración cerca de la mesa–. Nick Jr. estaba agradecido por haber terminado su primer semestre de universidad porque, hombre, apestaba. Papá estaba agradecido por un buen año en los negocios y por una hija maravillosa. Andreas estaba agradecido por su novia, Amie. El señor Nick estaba agradecido por sus chicos y sus dos chicas. Le guiñó un ojo a su mujer. Elliot estaba agradecido por la familia Sorensen, y especialmente por Macy, a quien echaba de menos durante la semana cuando estaba en casa. Me senté, mirándole fijamente y tratando de idear algo más que decir, algo tan bueno como eso. Me concentré en un punto de la mesa mientras hablaba, mis palabras vacilaban. —Estoy agradecida de que el instituto no sea terrible hasta ahora. Agradezco que no me haya tocado el señor Syne en matemáticas. —Miré a Elliot—. Pero, sobre todo, estoy agradecida de que hayamos comprado esta casa y de que haya podido hacer un amigo que no me haga sentir rara por estar triste por mi madre, o por querer estar callada, y que siempre tenga que explicarme las cosas dos veces porque es mucho más inteligente que yo. Estoy agradecida de que su familia sea tan agradable, y de que su madre haga tan buenas cenas, y de que papá y yo no hayamos tenido que intentar hacer un pavo nosotros solos. La mesa se quedó en silencio y oí a la señorita Dina tragar saliva un par de veces antes de decir: —¡Perfecto! ¡Vamos a comer! Y la rutina se disolvió cuando el frenesí se apoderó de los cuatro adolescentes que se zambulleron en la comida. Los panecillos, el pavo y la salsa se volcaron en mi plato, y saboreé cada bocado. No era tan bueno como la cocina diaria de mamá, y a mamá le faltaba algo que le habría encantado: una habitación llena de una familia bulliciosa. Pero fue el mejor Día de Acción de Gracias que había tenido. Ni siquiera me sentí culpable por sentirme así, porque sé que mamá querría que tuviera más, y mejor, para siempre. Más tarde, de vuelta a casa, papá me acompañó arriba, poniéndose detrás de mí y cepillando mi pelo como solía hacer mientras yo me cepillaba los dientes. —Siento haber estado tan callado esta noche —dijo, entrecortado. Me encontré con sus ojos en el espejo. —Me gusta tu tipo de silencio. Tu corazón no es silencioso. Se inclinó, presionando su mejilla contra mi sien, y me sonrió en el espejo. —Eres una chica increíble, Macy Lea. Capítulo 17 Presente Viernes, 13 de octubre Traducido por Nea Corregido por Lyn♡ Editado por Banana_mou Más milagrosa –incluso más que una noche completa de sueño– es la perspectiva de un día completo de descanso en un fin de semana. Tener un sábado libre es como tener diez años y sostener un billete de veinte dólares en una tienda de caramelos. No sé ni por dónde empezar. Bueno, eso no es del todo cierto. Sé que no quiero pasar ni un segundo del día en el interior. El sitio de Mission Bay para niños de UCSF tiene ventanas por todas partes, pero cuando eres un residente de pediatría, no notas nada más que el niño que tienes delante, o tu jefe diciéndote dónde tienes que estar después. El viernes por la tarde, en un breve descanso después de las rondas, le recuerdo a Sean nuestros planes para hacer un picnic en el Parque Golden Gate. Llamo a Sabrina, confirmando que ella, Dave y Viv pueden venir. Invito a un par de viejos amigos de mi barrio de Berkeley que todavía viven en la zona: Nikki y Danny. Y entonces vuelvo al trabajo con la sensación de zumbido en mis oídos, estática en mis pensamientos. No puedo dejar esto sin terminar todo el día. Después de entregar una actualización de algunos análisis de sangre a mis actuales padres favoritos, cuya hija está ingresada en oncología, corro a la sala de descanso, escondiéndome detrás de la taquilla para coger mi teléfono y enviar un mensaje a Elliot: Algunos de nosotros vamos a ir a Golden Gate Park mañana para un picnic. ¿Crees que te gustaría venir? ¿A qué hora estabas pensando? Iba a ir a H-burg por la tarde, pero podría ser persuadido. Nos reuniremos a las once fuera del jardín botánico. No pasa nada si no puedes venir, sé que es de última hora. Solo algunos de mis amigos, y Sean, etc. Estaré allí. Me encantaría conocer a todo el mundo. Capítulo 18 Pasado Miércoles, 31 de diciembre Catorce años atrás Traducido por Nea Corregido por Lyn♡ Editado por Banana_mou —Los chicos apestan. El viento nos azotó donde estábamos acurrucados en la playa Goat Rock, preparándonos para un asado de salchichas con nuestras familias, fútbol de bandera y Año Nuevo sobre el océano. —¿Quiero saberlo? —preguntó Elliot, sin levantar la vista de su libro. —Probablemente no. Para ser justos, no tenía sentimientos fuertes por ningún chico de mi escuela, pero parecía, desde que empezamos el instituto hace cuatro meses, que ninguno de ellos tenía ningún sentimiento por mí. Danny, mi mejor amigo, me dijo que sus amigos Gabe y Tyler pensaban que yo era linda, pero, como él dijo, «Un poco demasiado, metida en los libros». No podía escapar de ello; todo el mundo empezaba a «salir» con todo el mundo. Yo ni siquiera había besado a un chico. Supongo que iría al baile de noveno grado con Nikki. Elliot me miró. —¿Puedes contarme más sobre cómo apestan los chicos? —Los chicos no quieren chicas que sean interesantes — me quejé—. Quieren chicas con tetas y que lleven ropa de zorra, y que coqueteen. Elliot dejó lentamente su libro en un trozo de hierba de la playa a su lado. —No quiero eso. Ignorando esto, continué: —Y las chicas sí quieren chicos que sean interesantes. Las chicas quieren a los tímidos que lo saben todo y tienen manos grandes y buenos dientes y dicen cosas dulces. —Me mordí los labios. Puede que haya dicho demasiado. Elliot me sonrió, el metal finalmente había desaparecido, sus dientes perfectos. —¿Te gustan mis dientes? —Eres raro. —Cambiando ¿Palabra favorita? de tema, le pregunté—: Se quedó mirando el océano durante unas cuantas respiraciones antes de decir: —Cynosure. —¿Qué significa eso? —Es un foco de admiración. ¿La tuya? Ni siquiera tuve que pensar: —Castración. Elliot dio un respingo. Se miró las manos en el regazo, dándoles la vuelta e inspeccionándolas cuidadosamente. —Bueno, si sirve de algo —susurró—, Andreas cree que eres guapa. —¿Andreas? —Oí la sorpresa en mi propia voz. Entrecerré los ojos mientras miraba a la playa, donde Andreas y George luchaban, y traté de imaginarme besando a Andreas. Su piel era buena, pero su pelo era demasiado desaliñado para mi gusto y era un poco idiota. —¿Él dijo eso? Está con Amie. Elliot frunció el ceño, recogiendo una pequeña roca y lanzándola hacia el revoltoso oleaje. —Han roto. Pero le dije que si te tocaba le daría una patada en el culo. Solté una sonora carcajada. Elliot era demasiado racional para dejarse llevar por mi reacción: lo que a Andreas le faltaba en el cerebro, lo compensaba con una gran musculatura. —Sí, así que me abordó. Luchamos. Rompimos el jarrón de mamá, ¿recuerdas el feo que estaba en el pasillo? —¡Oh no! —Mi angustia era convincente, pero sobre todo estaba eufórica de que hubiese sido por mí. —Nos castigó a los dos. Me mordí el labio, intentando no reírme. En cambio, me estiré en la arena, volviendo a mi libro, y me perdí en las palabras, leyendo una y otra vez la misma frase: «Parecía que viajaba con ella, que la arrastraba en el poder de la canción, de modo que se movía en la gloria entre las estrellas y, por un momento, ella también sintió que las palabras Oscuridad y Luz no tenían significado, y que solo esta melodía era real». Pudieron haber pasado horas antes de que escuchara un carraspeo detrás de nosotros, vi a papá aparecer. Su figura tapaba el sol y proyectaba una sombra fresca sobre el lugar donde estábamos tumbados. Solo una vez que estuvo allí, me di cuenta de que me había movido lentamente para estar acostada con la cabeza sobre el estómago de Elliot, en nuestro tramo de arena aislado. Empujé para sentarme, torpemente. —¿Qué están haciendo? —Nada —dijimos al unísono. Pude escuchar inmediatamente lo culpables que nos hacía sonar nuestra respuesta conjunta. —¿De verdad? —preguntó papá. —De verdad —respondí, pero él ya no me miraba. Él y Elliot estaban teniendo algún tipo de intercambio de agente secreto masculino que incluía contacto visual prolongado, carraspeo y, probablemente, alguna forma misteriosa de comunicación directa entre sus cromosomas Y. —Solo estábamos leyendo —dijo Elliot, con un tono de voz más grave a mitad de la frase. No sé si esta señal de su inminente virilidad era tranquilizadora o condenatoria en lo que respecta a mi padre. —En serio, papá —dije. Sus ojos parpadearon hacia los míos. —De acuerdo. —Finalmente pareció relajarse y se puso en cuclillas a mi lado—. ¿Qué estás leyendo? —Una arruga en el tiempo13. —¿Otra vez? —Es muy bueno. Me sonrió y extendió la mano para pasar su pulgar por mi mejilla. —¿Tienes hambre? —Claro. Papá asintió y se puso de pie, dirigiéndose hacia donde el señor Nick estaba ocupado encendiendo un fuego. Pasaron unos segundos antes de que pareciera que Elliot era capaz de exhalar. —En serio. Creo que sus palmas son del tamaño de toda mi cara. Me imaginé la mano de papá agarrando toda la cara de Elliot y, por alguna razón, la imagen era tan cómica que me hizo soltar una carcajada aguda. —¿Qué? —preguntó Elliot. —Es que esa imagen es divertida. —No si eres yo y te mira como si tuviera una pala con tu nombre en ella. —Oh, por favor. —Me quedé boquiabierta. —Confía en mí, Macy. Conozco a los padres y a las hijas. —Hablando de mi padre —dije, ajustando mi cabeza en su estómago para estar más cómodo—, ¿adivina lo que encontré la semana pasada? —¿Qué? —Tiene revistas sucias. Un montón de ellas. Elliot no respondió, pero sentí que se movía debajo de mí. —Están en una cesta en el estante superior en la esquina más lejana de su armario en la cabaña. Detrás del pesebre. —Esta última parte me pareció muy importante. —Eso fue extrañamente específico. —Su voz vibró a lo largo de la parte posterior de mi cabeza y la piel de gallina se extendió por mis brazos. —Bueno, ese es un lugar extrañamente específico para poner algo así. ¿No crees? —¿Por qué estabas en su armario? —preguntó. —Ese no es el punto, Elliot. —Es precisamente el punto, Mace. —¿Cómo? Colocó un marcador entre las páginas y se sentó de cara a mí, obligándome a sentarme también. —Es un hombre. Un hombre soltero. —Elliot utilizó la punta de su dedo índice para subir sus gafas y me sostuvo la mirada con severidad—. Su dormitorio es su fortaleza de soledad, su armario es su bóveda. Podrías haber estado buscando en el cajón de su mesita de noche o bajo su colchón. —Mis ojos se abrieron de par en par—. ¿Qué esperabas encontrar en el estante superior de la esquina más alejada de su armario, detrás del pesebre? —¿Álbumes de fotos? ¿Recuerdos preciados de una juventud perdida? ¿Suéteres de invierno? ¿Cosas de carácter paternal? —Hice una pausa, dedicándole una sonrisa culpable—. ¿Mis regalos de Navidad? Sacudiendo la cabeza, volvió a su libro. —El fisgoneo siempre termina mal, Mace. Siempre. Lo consideré. Papá no salía mucho... bueno, nunca, que yo supiera, pasaba la mayor parte de su tiempo en el trabajo o conmigo. Nunca había pensado en este tipo de cosas cuando se trataba de él. Encontré la esquina doblada en mi copia de Una arruga en el tiempo y me acomodé en la hierba detrás de mí. —Es simplemente... asqueroso. Eso es todo. Elliot se rio: un bufido fuerte y abrupto, seguido de un movimiento de cabeza. Le miré fijamente y le pregunté: —¿Acabas de sacudir la cabeza? —Lo he hecho. —Utilizó un dedo para mantener su lugar en el libro—. ¿Por qué es asqueroso? El hecho de que tu padre tenga las revistas o que las use para... Por reflejo, me tapé los oídos. —No. No. Te juro que si terminas esa frase te daré una patada en las pelotas, Elliot Petropoulos. No todo el mundo hace eso. Elliot no contestó, solo cogió su libro y siguió leyendo. —¿Lo hacen? —pregunté débilmente. Giró la cabeza para mirarme. —Sí. Lo hacen. Me quedé en silencio un momento mientras digería eso. —Así que... ¿tú también haces eso? El rubor que subía por su cuello delataba su vergüenza pero, tras unos segundos, asintió. —¿Mucho? —pregunté, con verdadera curiosidad. —Supongo que eso depende de tu definición de mucho. Soy un chico de quince años con una gran imaginación. Eso debería responder a tu pregunta. Me sentí como si hubiéramos descubierto una nueva puerta del pasillo que conducía a una nueva habitación, que contenía un nuevo todo. —¿En qué piensas? Cuando haces eso, quiero decir. Mi corazón era un martillo neumático bajo mis costillas. —Besar. Tocar. Sexo. Partes que no tengo y cosas que la gente hace con ellas —añadió moviendo las cejas. Puse los ojos en blanco—. Las manos. El pelo. Piernas. Dragones. Libros. Bocas. Palabras... labios... —Se interrumpió y enterró la nariz en su libro de nuevo. —Vaya —dije—. ¿Dijiste dragones? Se encogió de hombros pero no volvió a mirarme. Le miré con curiosidad. La mención de los libros y las palabras y los labios no había escapado a mi atención. —Como dije —murmuró entre las páginas—, tengo una imaginación impresionante. Capítulo 19 Presente Sábado, 14 de octubre Traducido por Tati Oh Corregido por Lyn♡ Editado por Banana_mou —Ok, ¿es posible que esté empezando a apreciar mi uniforme? —gruño. Sean asoma la cabeza en el dormitorio. —¿Cuál es el problema, nena? —Nada —le digo, arrojando otra camisa a la pila de rechazadas sobre la cama—. Es solo que no he visto a algunas de estas personas en una eternidad. Y haremos un picnic. Necesito lucir linda y coqueta porque nunca uso ropa normal. Creo que he olvidado cómo vestirme. —¿Pensé que te habías vestido para tu cena la semana pasada con él? —No me refiero solo a Elliot. La sonrisa juguetona de Sean me dice que piensa que estoy llena de mierda y me hace reír, pero luego me detengo. En realidad, no se trata de verse linda y coqueta para Elliot; me ha visto de todas las formas, desde formal o vestida con overoles desliñados hasta vestida con nada en absoluto. Y tal vez sea solo una cuestión de chicas, y explicarlo hace que suene absurdo, pero quiero lucir linda para mis amigas. Pero si Sean piensa que estoy agonizando por pensar en qué ponerme para Elliot, ¿eso no debería molestarlo? ¿Al menos un poquito? Aparentemente no, porque se agacha y regresa a la canasta de comida que está empacando para el día. Amo lo mucho que le encanta cocinar, especialmente porque está en proporción a lo mucho que odio hacerlo. Le oigo murmurar algo en voz baja y luego entra Phoebe, dando un salto y volando sobre la pila de ropa encima del edredón. —¿Cuándo vamos al jardín de Bojangles? Le doy un beso en la frente. —Al Parque Botánico. Y nos vamos en… —Miro el reloj de la mesita de noche—. Oh, veinte minutos. —Me gusta lo que llevas puesto —dice, apuntando vagamente en mi dirección—. Papá dice que es un desperdicio de tiempo cambiarme de ropa con demasiada frecuencia. Hay momentos en los que siento que es mi trabajo impartir algún tipo de sabiduría feminista a Phoebe pero, como de costumbre, Sean está muy por delante de mí. Habiendo perdido interés en mi dilema sobre la moda, se derrumba dramáticamente. —Estoy hambrienta. —¿Quieres que te traiga algo? Vi algunas fresas más temprano. Ella arruga la nariz. —No gracias, le preguntaré a papá. Se pone de pie justo cuando Sean grita desde la otra habitación, habiéndonos escuchado. —Tengo un plátano que puedes comer, Applejack. Todas las fresas han sido empacadas para el picnic. Y antes de que seguir hablando con ella, Phoebe ya ha salido por la puerta y ha entrado en la otra habitación. Cuando lo pienso, tal vez he pasado media hora con ella en toda la semana. Siempre me digo a mí misma que tener una presencia materna es un gran problema para ella, pero como acabamos de ver, ¿soy eso siquiera? ¿Y ella lo necesita? Me pregunto si lo que Sean le murmuró antes de que ella entrara fue un recordatorio de que necesita hacerme sentir bienvenida, y venir a saludar. Dios, estoy siendo ridícula. Pero, en realidad, Sean y Phoebe parecen completamente independientes, como un pequeño dúo. Nunca me sentí así con mi papá. Nos amábamos, por supuesto, pero sin mamá los dos estábamos perdidos, con los brazos extendidos mientras intentábamos encontrarnos cada día. Me pregunté millonésimas veces acerca de Ashley y qué tipo de esposa ella debe haber sido para Sean, un tiempo antes de que él se convirtiera en el nuevo artista de moda en San Francisco, cuando todavía era un artista muerto de hambre, casado con una mujer de camino al éxito con un MBA en finanzas. Sé que Phoebe llegó antes de lo que habían planeado y cuando Ashley aún estaba escalando a la cima. ¿Estaba alguna vez en casa? ¿Crio Sean a la pequeña Phoebe, sin descuidarla, hasta que entrara al colegio, de la forma en que mi mamá me crio? ¿Qué tan diferente habría sido mi vida si papá hubiera estado más en casa cuando yo era pequeña? ¿Qué tan diferente hubiera sido si él hubiera muerto cuando yo tenía diez años, y no mamá? Me siento mal de solo pensarlo, como si hubiera deseado estar en una realidad alterna en la que moriría mi padre primero. Apesadumbrada, digo con tranquilidad «No quise decirlo» al aire a mi alrededor, queriendo recoger cualquier cosa mala que haya expulsado. Aunque él haya partido también. ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ Sean y Phoebe se entretienen con un juego de veo-veo durante el corto trayecto hasta el parque. Sabrina y Dave nos esperan con la pequeña Viv adentro de un complicado artilugio tipo cochecito. Sean, Dave y los niños van al parque para encontrar un buen lugar, mientras Sabrina y yo esperamos a los demás cerca del estacionamiento. Observo a los dos hombres admirándolos desde atrás. mientras se alejan, —Son buenos hombres —digo, y luego me giro para encontrar a Sabrina mirándome intensamente—. ¿Qué? —¿Cómo estas? —dice ella—. Te ves sexy hoy. Echo un vistazo a lo que finalmente decidí usar para este inusualmente cálido día: una camiseta blanca sin mangas, unos lindos jeans arremangados y un collar de oro. Habiendo dejado mi larga cabellera en un moño artística e intencionalmente desordenado, me pregunto si tal vez no lo intenté demasiado, sabía que el collar era mucho. Sabrina está usando unos viejos pantalones rasgados y una camiseta de lactancia. —¿Me esforcé demasiado? olvidado de cómo vestirme. Me preocupa haberme —¿Estás nerviosa? Niego con la cabeza. —Emocionada. —Yo también. Nunca me lo han presentado. —Quiero decir que estoy emocionada por tener un día libre, pequeña facilitadora. Pero ya que lo mencionas tampoco has conocido a Nikki ni a Danny —le recuerdo. Sabrina se ríe, acercándose para poder poner su brazo alrededor de mis hombros. —Sé que los conoces desde la primaria, pero creo que ambas sabemos por quién siento mucha curiosidad. Miro hacia atrás, hacia donde Sean y Dave desaparecieron de la vista. —Sean parece cero extrañado por el asunto de Elliot. —¿Eso no es bueno? Me encojo de hombros. —Seguro. Pero aún me siento culpable por lo mucho que he pensado en Elliot y en el pasado, y luego, cuando hablo con Sean al respecto, él dice: «Esta bien, amor, no es gran cosa». ¿Pero tal vez sea porque no estoy siendo totalmente honesta con él acerca de lo que siento al volver a ver a Elliot? Aunque —agrego, pensando en voz alta—, Sean asumió de inmediato que era algo más que ponerme al día con un viejo amigo cuando lo mencioné, pero ni siquiera se molestó en realidad. ¿Eso es raro? Sabrina responde a mi balbuceo con una mirada de impotencia. Al menos no soy yo la única confundida. Gruño. —Probablemente lo estoy pensando demasiado. —Oh, seguramente. —Escucho el giro en su voz, la completa falta de convicción, pero no tengo tiempo para cuestionarla porque veo a Nikki y a Danny caminando hacia nosotras. Comenzando a trotar, corro hacia ellos, lanzando primero mis brazos a Nikki y luego a Danny. Aunque regresé al Área de la Bahía hace unos seis meses, no los había visto todavía, y es maravillosamente surrealista ver cómo han cambiado, e incluso más aún, ver cómo no lo han hecho. A Nikki la conocí en tercer grado cuando éramos compañeros de curso, y sus padres claramente hicieron un mejor trabajo que la mayoría al entrenarla porque su amiga perdió a su madre el año siguiente, si bien Nikki no siempre sabía qué decir, tampoco dejaba de intentarlo. Danny se mudó a Berkeley desde Los Ángeles cuando estábamos en sexto grado, por lo que se perdió lo peor de mis angustias y posteriores torpezas sociales, pero él siempre ha estado al final de los eventos de bajo dramatismo, pasando inadvertido de todos modos. Y para los ojos que no la han visto en casi siete años, Nikki luce increíble. Ambas tenemos sangre sudamericana, pero mientras yo heredé la baja estatura y la piel oscura de Mamá en vez de la estatura y tez clara de papá, Nikki tiene piel clara y ojos verdes, y ha tenido un cuerpo naturalmente curvilíneo toda su vida. Ahora parece la capitana de algún deporte competitivo de alto octanaje. Por el contrario, Danny se parece a cualquier otro chico de veintiocho años que vive en Berkeley: ligeramente delgado, sonriente, levemente desaseado. Recién estamos comenzando a ponernos al día; resulta que Nikki está entrenando chicas en baloncesto en Berkeley High, y Danny es un programador que trabaja desde casa, cuando mi atención cae sobre el hombro de Sabrina. Veo una figura que sale de un adorable Honda Civic azul, agarra un suéter desde el asiento trasero y comienza a avanzar directamente hacia nosotros con su tradicional paso largo y uniforme. Sé que me ha visto, y me pregunto si sus extremidades se tambalean al igual que las mías cuando lo veo. —Elliot llegó —digo, captando la vacilación nerviosa de mis palabras un minuto demasiado tarde para detenerlas. —Aquí vamos —se canta para sí misma, y ni siquiera puedo apartar los ojos el tiempo suficiente para mirarla. —¿Elliot-Elliot? —pregunta Nikki con los ojos muy abiertos —. ¿Como en Elliot secreto? Danny se vuelve y mira. —¿Quién? —Oh, Dios mío —susurra Nikki—. Esto es tan emocionante ahora. —¡El mismo! —Sabrina aplaude, y me doy cuenta de que ahora Elliot está frente a una pared de mujeres y Danny, todos esperando con grandes sonrisas su llegada. —¿Elliot es el novio de Macy? —pregunta Danny por un costado de su boca, y luego se vuelve hacia Sabrina, entre todos nosotros, y agrega—: Oh, espera, este es el tipo de las vacaciones. —Elliot fue su novio —confirma Sabrina con alegría y escándalo susurrado. —Durante unos diez minutos —le recuerdo. —Durante unos cinco años —me corrige—. Y considerando que solo tienes veintiocho, eso es una gran parte de tu vida amorosa. Gruño, preguntándome por primera vez si todo esto es una terrible idea. Sabrina ha visto a Sean tres veces y, aunque insiste en que sí le gusta, admite que él es extrañamente superficial para ser un artista y no le da muy buena vibra. No ayuda el hecho de que ella conoció a Dave en nuestro primer año en Tufts y salieron durante siete años antes de casarse, por lo que un período de dos meses antes del compromiso es insondable para ella. Simplemente activa su alarma. Antes de Sean, tuve algunas relaciones, pero como me recuerda Sabrina, yo era la amiga molesta que podría encontrar fallas en cualquiera. No se equivocaba. Solo por recordar: Julián era extrañamente apegado a su guitarra. Ashton besaba terriblemente y, sin importar cuán adorable o divertido llegara a ser, era imposible pasarlo por alto. Jaden tenía un problema con la bebida, Matt era demasiado loco y Rob era demasiado emocional. Después de conocer a Sean, Sabrina me preguntó qué creía que estaba mal en él. Y claro, llevando solo un par de meses juntos y en la más profunda etapa de enamoramiento, mi respuesta fue un semi-borracho: —¡Nada! Pero en el espacio privado de mis propios pensamientos, realmente no puedo culparla por pensar que Sean no es muy cálido. Él es genial cuando se trata de eventos sociales, pero sé que es algo distante. Responde preguntas usando las menos palabras posibles, muestra un interés limitado en mis amigos, deja que las conversaciones emocionales duren unos tres minutos antes de cambiar de tema y, exteriormente, no es muy afectivo con nadie más a excepción de Phoebe. Pero, no sé. Hay algo confortable en esa reserva. Tiene sentido para mí porque, por mucho que permitiera que Elliot entrara en mi espacio de emociones mentales, nunca dejé entrar a nadie más después. Fue muy difícil. Tal vez sucedió lo mismo para Sean con Ashley; estamos igual de destrozados. En el espectro de los hombres progresistas, Sean y Elliot son tan diferentes como podrían ser. Necesito un Sean en mi vida. Necesito un Elliot tanto como un agujero en la cabeza. Elliot aparece con una sonrisa que nos refleja, mirándonos por turno. —¿Asumo que este es el comité de bienvenida? Sabrina da un paso adelante con la mano extendida. Sus palabras salen fuertes y jadeantes. —Soy Sabrina. Yo era la compañera de cuarto de Macy en la universidad y he querido conocerte desde siempreeeeeee. Se echa a reír, mirándome con las cejas arqueadas. Pongo mi mano en su hombro, susurrando ante la escena: —Baja un poco las revoluciones. Elliot opta por darle un abrazo en lugar de un apretón de manos. Sabrina es alta pero Elliot la empequeñece, envolviéndola en sus brazos, que son sorprendentemente musculosos, bronceados y tonificados más allá de las mangas cortas de su negra camiseta. Acerca su cara a la de ella mientras se abrazan y me doy cuenta, con ese movimiento, de que Elliot acaba de ganarse el cariño de Sabrina por toda la eternidad. Nadie ama un buen abrazo más que ella. —Bueno —dice, retrocediendo y sonriéndole—, es un placer conocerte al fin. Sabrina parece que se va a desmayar Volviéndose, Elliot me mira con expectación. de júbilo. —Ella es Nikki —le sugiero, señalando—. Y este es Danny. Veo la reacción que se mueve a través de la expresión de Elliot, en respuesta a los nombres que ha escuchado durante tanto tiempo, pero rostros que solo ha visto en fotos. —Ah, Ok —dice, sonriendo y estrechando la mano de Danny antes de abrazar a Nikki—. He escuchado mucho acerca de ti. Me río, porque todo lo que ha escuchado es sobre los dramas de la secundaria. Me pregunto si está pensando en lo mismo que yo, en el lado salvaje de Nikki y en las incómodas erecciones de Danny. Elliot me mira a los ojos y el brillo me dice que tengo razón. Reprime una sonrisa y me muerdo el labio para hacer lo mismo. —Está bien —digo—, vamos a buscar la comida. Dave y Sean encontraron un bonito lugar a la sombra. Phoebe está dibujando tranquilamente sobre una manta, Viv está dormida en el cochecito, y ambos están conversando, pero puedo ver a Dave lanzarle a Sabrina una mirada de rescate mientras nos acercamos. Eso me hace proteger la llamarada que Sean enciende dentro de mí, pero la sensación se ve empapada por una oleada de adrenalina cuando se pone de pie, se limpia las manos en los vaqueros y se acerca a nosotros. Hacia Elliot. ¿Qué estoy haciendo? Primero le presento a Sean a Nikki y Danny, lo más simple. Danny está claramente desconcertado por lo que está pasando cuando me oye decir la palabra prometido, y mira a Elliot como si se hubiera perdido algo importante. Sean se vuelve hacia Elliot y la estática zumba a mi alrededor. La tensión es clara en Elliot también: en sus hombros y en su frente. Sean está tan relajado como siempre. —Sean, él es Elliot —digo, agregando inexplicablemente —, mi amigo más antiguo. —¡Oye! —dice Nikki, y Danny le corea el sentimiento tan pronto como entiende lo que dije. Me río. —Lo siento, no quise decir eso. Yo solo… Elliot sale a mi rescate y dice: —Encantado de conocerte, Sean. —Mientras se acerca para estrechar la mano de Sean y, Dios, esto es tan incómodo. En tantos niveles. Sean sonríe con facilidad y me guiña un ojo. —¿Pensé que yo era tu amigo más antiguo? Todo el mundo se ríe cordialmente de esto y Sean suelta la mano de Elliot, volviéndose para poner un beso enorme en mi boca. Y en serio, ¿qué diablos? ¿Sean está celoso o no? Me pilla tan desprevenida que ni siquiera cierro los ojos, los que vuelan directo a la cara de Elliot. Su pecho se mueve hacia atrás con la fuerza de una inhalación sorpresiva. Se recupera moviéndose rápidamente, sentándose junto a Phoebe y Dave, presentándose. Cuando Sean se aleja de mí, escucho el profundo tenor de la voz de Elliot preguntando a Phoebe qué está dibujando. La nostalgia borra mis pensamientos, me lleva de regreso a cuando Elliot se sentaba con la bebé Alex así, observando con gentileza, alabando en voz baja. Ahora toma un crayón y pregunta a Phoebe si le enseñará a dibujar flores como esas. —Explosión de ovario —murmura Sabrina en mi oído, fingiendo estar besando mi mejilla. —Algo así —susurro, limpiándome las manos en los jeans. Pienso que realmente estoy sudando. Desempacamos la comida, repartimos sándwiches, bebidas y fruta a todos. La conversación se calma tan pronto como Nikki comienza a hablar de baloncesto, porque Dave es un ex jugador profesional de baloncesto y, gracias a Dios, están aquí los dos, porque traen el entusiasmo necesario para cualquier buen picnic. Cuando Viv se despierta, Phoebe la abraza y la alegría en sus ojos nos convierte en un montón de adorables y aduladores murmullos. Con todo, funcional tal como debería funcionar un picnic: comer, hablar, tener pequeñas batallas de insectos y la semi-incomodidad de sentarse sobre mantas en el césped. Pero algo irreparable ha sucedido en mi corazón. Esta vacilación en mis convicciones comenzó con el sexo que apenas pude tener con Sean la otra mañana, y continúa rasgando por la mitad hoy con ambos aquí. Sé que Sabrina se da cuenta de las miradas que Elliot y yo no podemos dejar de compartir. Quizás ella también nota la forma en que Sean y yo apenas interactuamos. Me está golpeando este extraño momento en el que Elliot está aquí. Él está aquí. Está de nuevo frente a mí, accesible. Podría extender la mano y tocarlo. Podría arrastrarme hasta él, en su regazo, siento el calor de sus brazos a mi alrededor. Aún podría ser mío. ¿Por qué no tuve reacción cuando debería haberla tenido, dos semanas atrás? Recuerdo todas las cosas que me han pasado desde nuestra separación y, a excepción de la muerte de Papá, nada más se siente tan significativo. Es como si la vida estuviera en espera, estaba avanzando, haciendo cosas, pero no estaba viviendo en realidad. ¿Es terrible o fantástico? No tengo ni idea. La mano de Sabrina se posa sobre la mía en la manta de picnic y la miro a los ojos, preguntándome cuánto lee en mi cara. —¿Estás bien? —pregunta, y yo asiento, forzando una sonrisa y deseando como el infierno creer en esa afirmación. Capítulo 20 Pasado 12 años atrás Traducido por Nea Corregido por Lyn♡ Editado por Banana_mou La única razón por la que pasé el primer año, y la mayor parte del segundo, fue gracias a Elliot y a la voluntad de Papá de pasar casi todos los fines de semana en Healdsburg. Los fines de semana que pasábamos allí los dedicábamos a leer, a pasear por el bosque y en ocasionales salidas a Santa Rosa. Una vez, Elliot y yo incluso nos aventuramos juntos hasta un concierto en Oakland. Elliot era más familia que amigo pero, con el tiempo, se convirtió en más personal en algunas maneras que la familia, también. Pero lo que toda esta cercanía significaba era que cada vez que nos perdíamos un fin de semana en la cabaña, las semanas intermedias parecían interminables. A los dos nos iba bien en escuela, pero yo odiaba las posturas sociales y la política de las amistades de la escuela secundaria. Nikki y Danny pensaban lo mismo y siempre eran cero dramáticos: pasábamos el almuerzo juntos todos los días como un grupo de marginados por elección, sentados en una parcela de hierba inclinada y observando cómo se desarrollaba la mayor parte del caos. Pero después del colegio, Nikki se iba a pasar tiempo con su abuela, Danny se iba a casa a patinar con los niños de su calle, y yo llevaba a cabo mi rutina de los días de la semana que parecía casi un ritual: práctica de natación, deberes, comer, ducha, cama. El hecho de que no hiciéramos nada juntos fuera de la escuela dificultaba la formación de vínculos emocionales muy estrechos con ellos, pero los tres parecíamos extrañamente bien con ello. A medida que se acercaba la primavera del segundo año, me di cuenta de que Elliot se estaba convirtiendo en algo más. No solo intelectualmente, sino también físicamente. Verlo solo los fines de semana y durante los veranos me hacía sentir como si estuviera viendo un vídeo en time-lapse de un árbol creciendo, una flor floreciendo, un campo brotando a lo largo del año. —Palabra favorita. —Se movió en la pila de almohadas, moviendo los ojos sobre mí. Al parecer, se estaba poniendo al día. Era el 14 de mayo y no había visto a Elliot desde el fin de semana de mi decimosexto cumpleaños en marzo, el tiempo más largo que habíamos pasado separados en casi dos años. Estaba... diferente. Más grande, de alguna manera más oscuro. Tenía lentes nuevos, gruesos y negros. Su pelo era demasiado largo, la camisa le apretaba el pecho. Sus vaqueros rozaban la parte superior de sus zapatillas negras. Entonces, los vaqueros eran nuevos. —Temblar —dije—. ¿Tú? Tragó saliva y respondió: —Acerbo. —Oh, buena. ¿Actualización? —Me acomodé, recogiendo un libro de Dickinson que Papá había dejado en mi cama. —Estoy considerando aprender a patinar. Le miré con los ojos muy abiertos. —¿Como patinaje sobre hielo? Me fulminó con la mirada. —No, Macy. A andar en patineta. Me reí por el énfasis que puso en la palabra, pero me detuve cuando me fijé en su expresión. En un pulso me pregunté si estaba aprendiendo porque sabía que era algo que Danny hacía. —Lo siento, es que… tal vez solo tenías que decir «andar en patineta». Asintió con fuerza. —De todos modos. He ahorrado y estoy buscando patinetas. Me mordí una sonrisa. El chico no tenía remedio. —Tiene que haber una página web que tenga una jerga o algo así. Ladeó la cabeza y entrecerró los ojos, molesto. —Lo siento. Adelante. —Además —dijo, mirando su camisa como si estuviera absorto con el dobladillo—, estoy tomando algunas de mis clases el próximo semestre en Santa Rosa. —¿Qué? —jadeé—. ¿Santa Rosa como… en la universidad? Asintió con la cabeza. —¿Estando en el instituto? —Sabía que Elliot era inteligente, pero... seguía siendo solo alguien de segundo año, y ¿ya estaba calificado para los cursos de la universidad? —Sí, lo sé. Biología y… —Parpadeó, de repente fascinado con algo en la esquina de la habitación. —¿Biología y qué, Elliot? —Algo de matemáticas. —¿Algo de matemáticas? —Me quedé boquiabierta. ¿Ya había terminado la asignatura de Cálculo Avanzado? Miré mentalmente a mi inminente curso de Álgebra. —Así que lo de la patineta es quizá para ayudarme a establecer vínculos con algunos de los estudiantes de mi grado. La vulnerabilidad en su voz me hizo sentir como una enorme idiota. —Pero estás con ellos todos los días en la escuela. ¿Verdad? Se quedó callado, observándome. —Sí, después de la escuela. En el almuerzo. —Espera. ¿No estás en clases con niños de tu grado ahora? —Solo en el salón de clases. —Tragó saliva e intentó una sonrisa—. He estado trabajando por mi cuenta en la escuela, pero voy a empezar este semestre en el SRJC14. Miré el libro que tenía en la mano. Franny y Zooey. Estaba desgastado porque lo habíamos leído varias veces. —¿Por qué no me dijiste que eras tan especial? Se rio en voz baja ante mi pregunta y luego se convirtió en un ataque de risa. —Lo siento —dijo, recuperando lentamente el aliento—. En realidad, no lo veo de esa manera. Lo miré fijamente, tratando de entender por qué le parecía tan gracioso. —Solo ha sido este semestre —explicó—. Y, no sé. —Miró hacia arriba y, de repente, parecía más viejo. Tuve una punzada preventiva por nuestras vidas en el futuro, preguntándome si estaríamos unidos así para siempre. La posibilidad de que no lo estuviéramos me repugnaba—. No me pareció lo más adecuado para incluir en un correo electrónico porque parece una especie de alarde. —Bueno, estoy súper orgullosa de ti. Se mordió el labio a través de una sonrisa. —¿Súper? —Sí. Súper. —Levanté la cabeza, moviendo la almohada —. ¿Qué más hay de nuevo? —Hay un nuevo parque para «patinar». —Hizo comillas con los dedos y una pequeña sonrisa burlona—. Justo después del Safeway,15 aunque he estado aprendiendo en el maltrecho aparcamiento que hay detrás de la lavandería. Y, a ver... Brandon y Christian van a ir de excursión a Yellowstone durante un mes este verano con el padre de Brandon. Sus dos amigos más cercanos. —¿No vas a ir? Negó con la cabeza. —No. Christian ya está hablando de la cantidad de alcohol que va a esconder en su maleta y parece que es un desastre. No presioné. Realmente no podía ver a Elliot haciendo senderismo en Yellowstone de todos modos. —Continúa. —Fui a un baile de graduación —murmuró. El sonido de los neumáticos al detenerse resonó en mi cabeza. Tomar clases en un colegio menor parecía minúsculo comparado con la magnitud de esta omisión. —¿Un baile de graduación? Pero si eres de segundo año. —Fui con una junior. —¿Era guapa? —Me tragué mi reacción más honesta y amarga. —Ja, ja. Es de buen parecer. Se llama Emma. Hice una mueca. Él la ignoró. —«Buen parecer» —repetí—. Qué cumplido tan ruidoso. —Fue bastante aburrido. Bailar. Puñetazos. Silencios incómodos. Sonreí. —Qué pena.16 Se encogió de hombros pero devolvió la sonrisa. No era una media sonrisa desanimada, sino una sonrisa completa y ansiosa. Pero se enderezó lentamente cuando mi expresión se ensombreció. Recordé el nombre de Emma y de la linda preadolescente de mejillas sonrosadas que aparecía en la foto de su tablón de anuncios. —¿Te refieres a la misma Emma de la foto? Se encogió de hombros de forma deliberadamente despreocupada. —Sí. Nos conocemos desde siempre. Desde siempre. Se me revolvió el estómago. —¿Tuviste suerte? —pregunté, manteniendo mi tono ligero. Sus ojos se entrecerraron y negó con la cabeza. —No... No estoy seguro de que me guste así. ¿No está seguro? —¿Importa eso para los chicos? Siguió mirándome fijamente, confundido. —¿La besaste? Sus mejillas se sonrosaron y tuve mi respuesta. Elliot había besado a alguien. Tal vez había besado a muchas. Quiero decir, por supuesto que sí. No todo el mundo era tan exigente y socialmente atrofiado en el juego del romance como yo. Elliot iba a cumplir diecisiete años en cuestión de meses. Parecía casi ridículo que me imaginara que él era inocente como yo. Estaba segura de que había hecho mucho más que besar. Mi sangre parecía agriarse dentro de mi pecho y dejé escapar un pequeño gruñido en mi regazo. —¿Por qué estás tan enfadada de repente? —preguntó en voz baja. Yo mantuve la cabeza baja. —No lo sé. Después de todo, Elliot era solo mi amigo. Mi amigo de siempre. —¿Cuál es tu actualización? —preguntó. Volví a mirar hacia arriba, con los ojos brillantes. —Tuve mi primer orgasmo. Sus cejas se levantaron, su cara se puso roja y su boca formó un centenar de formas diferentes antes de hablar. —¿Qué? —Oh. Dios. Um. —Tienes... dieciséis años. —Pareció darse cuenta al mismo tiempo que yo de que esa no era realmente una edad tan escandalosa. —¿Quieres decir que es vergonzoso ser tan mayor? Dejó escapar una risa nerviosa. —Además —dije, mirándole—, has tenido uno. Probablemente muchos y muchos pensando en dragones. Su cuello se puso de un brillante rojo y se sentó, deslizando sus manos entre sus rodillas. —Pero... solo por mí mismo. Sus palabras me hicieron sentir un frío alivio, pero mi temperamento ya estaba corriendo. —Bueno, ¿qué creías que quería decir? Sus ojos se fijaron de repente en mis manos. —Oh. Así que nadie... —¿Me tocó? —Levanté la barbilla, luchando por no apartar la mirada—. No. —Oh. —Él tragó audiblemente. A nuestro alrededor, las paredes azules parecían cerrarse. —¿Es una actualización extraña? —pregunté. Se movió donde estaba sentado. —Más o menos. Me sentí mortificada. El rubor que había estado combatiendo parecía explotar bajo mi piel y quise darme la vuelta y volver a apretar la cara contra la almohada. Había estado celosa, tratando de sacarle de quicio, y básicamente acababa de ser demasiado honesta en su cara. —Lo siento. —No, es... —Elliot se rascó la ceja, se subió las gafas a la nariz, se reincorporó—. Es bueno que me lo digas. —Tú también dijiste que lo habías hecho. Se aclaró la garganta, asintió con severidad. —Es normal para los chicos de mi edad. —¿Entonces no es normal para las chicas? Con una tos, logró: —Por supuesto que lo es. Solo quería decir... —Estoy bromeando. —Cerré los ojos para respirar, trabajando para tener mi propia locura bajo control. ¿Qué me pasaba? —¿En qué pensabas? —La última palabra suya salió pegajosa, atrapada en una voz ligeramente estrangulada. Lo miré fijamente. —Pensé: «Santo cielo, esto es increíble». Se rio, pero fue incómodo y agudo. —No. Antes. Durante. Me encogí de hombros. —Ser tocada por otra persona así. ¿Todavía piensas en los dragones? Sus ojos se clavaron en cada parte de mí a la vez. —No —dijo, no riéndose de mi broma ni siquiera un poco —. Pienso en… muñecas y orejas, y piel y piernas. Partes de chicas. Chicas. —Sus palabras se juntaron y me costó un rato separarlas. ¿Chicas? Mi sangre se calentó de celos. —¿Alguna chica en particular? Abrió un libro, hojeó una página. Se quedó quieto como cuando omitía información. —A veces. Ese fue el final de la conversación. No me preguntó nada más y no ofreció más. Capítulo 21 Presente Sábado, 14 de octubre Traducido por Nea Corregido por Lyn♡ Editado por Banana_mou Soy consciente de que Elliot y yo estamos en una especie de pecera social, ya que Sabrina y Nikki están claramente al tanto del tiempo que pasamos orbitando el uno alrededor del otro. Así que, a pesar de sentirme constantemente consciente de él, no hablo mucho con Elliot en el picnic y eso me vuelve loca, preguntándome qué estará pensando sobre todo esto. Se pasa la mayor parte del tiempo hablando con Danny, mientras Nikki, Sabrina, Dave y yo nos ponemos al día. Tengo la clara impresión de que una vez que Sabrina y Dave tengan tiempo a solas en el coche en el camino de vuelta, van a explotar en un acuerdo exasperado de que Sean es realmente el más aburrido. Sin embargo, basándome en mis propias observaciones, no puedo culparles. Sean está sintonizado con Phoebe, pero por lo demás está jodiendo en su teléfono, o saltando en las conversaciones solo para añadir sus pensamientos antes de escabullirse de nuevo. Tengo la extraña conciencia de que nunca he estado en esta situación con él, sentada con un grupo de amigos y no con un grupo de entusiastas del arte o benefactores que se mueren por llamar la atención de Sean Chen. Y, aparentemente, a menos que esté siendo cortejado, se retira socialmente. Tengo un temor persistente de que él siempre ha sido así, solo que nunca ha surgido porque nunca hemos salido con amigos. ¿Tiene Sean amigos? Hacia las cuatro, las nubes se ciernen y parece que va a llover. Como California se está convirtiendo en un polvorín, limpiamos alegremente, como si fuéramos un grupo de parientes entrometidos que se quitan de en medio a unos recién casados que se quedan a dormir. Sean lleva a Phoebe sobre sus hombros hacia el aparcamiento y yo le sigo justo detrás, con Sabrina empujando a Viv en el cochecito. —Tienes que admitir que es bastante bonito —le digo, levantando la barbilla hacia el dúo que tenemos delante. La punzada de protección que sentí antes por él se ha transformado en una extraña sensación de desesperación. Sean y yo encajamos muy bien; lo hacíamos antes de Elliot y lo hacemos ahora. Estoy a la caza de pruebas. Mi afición por verle a él y a Phoebe es una prueba. Mi apreciación de su culo en esos vaqueros es la prueba. Ella se ríe. —Parece un padre realmente genial. Suspiro. —Mensaje recibido. Bajando la voz para que los demás no nos oigan, Sabrina dice: —Debemos tener una conversación seria sobre esto. Una intervención. —No empieces. —¿Cuándo te he hablado de terminar una relación? —dice ella, con los ojos muy abiertos—. ¿No tiene eso algún peso? Abro la boca para contestar cuando, por el rabillo del ojo, me doy cuenta de que Elliot está a solo unos pasos detrás de nosotros y, probablemente, ha escuchado cada palabra. Le dirijo una mirada cómplice. —Hola. Ha estado estudiando algo en su teléfono pero todo es una treta. Elliot está tan interesado en jugar con un iPhone como en meterse una cuchara en la oreja. Se pone al día con dos pasos largos y viene entre nosotras, poniendo un brazo alrededor de nuestros hombros. —Señoritas. —Has escuchado cada palabra, ¿verdad? —pregunto. Él desvía la mirada hacia mí, encogiéndose de hombros. —Sí. —Fisgón. Esto le hace reír. —Venía a agradecerte que me hayas invitado. No es que esperara atraparte discutiendo acerca de Sean. —En una voz más tranquila, cargada con significado, murmura—: Confía en mí. —La honestidad aquí es un poco arrebatadora — interviene Sabrina—. No estoy segura de si debería hacer una incómoda escapada o quedarme a escuchar más. — Hace una pausa—. Realmente quiero escuchar más. —Siempre ha sido así con nosotros —le digo. —Es cierto —dice Elliot—. Nunca hemos sido muy buenos mintiendo el uno al otro. Cuando tenía quince años Macy me dijo que me cambiara el desodorante. Insinuó que el antiguo podría no funcionar más. —Elliot me señaló el día específico en que notó que me salían pechos. Sabrina nos mira fijamente. —Hice que Elliot llevara Imodium17 cuando fuimos a ver a los Backstreet Boys, porque tenía problemas de estómago. —Lo más embarazoso de eso —dice—, es que fui a ver a los Backstreet Boys. —No —le corrijo—, lo vergonzoso fue que te atrapé bailando. Lo reconoce con un pequeño movimiento de cejas. —Tenía mis movimientos. Me río. —Sí. Movimiento es la única forma de describir lo que estabas haciendo. Sabrina resopla y, cuando Dave la llama, se adelanta trotando, pero Elliot me detiene con una mano en el brazo y recibimos algunas miradas curiosas cuando el resto del grupo pasa junto a nosotros de camino al aparcamiento. Por suerte, Sean y Phoebe están todavía por delante de nosotros. —Hola. Así que… —Elliot se mete las manos en los bolsillos. Sus hombros se levantan, presionando en su cuello. Sigue siendo tan anguloso, tan largo. —Hola. Así que… —repito. —Gracias por invitarme hoy. —Me regala una sonrisa que no sé si puedo describir. Es la sonrisa que dice, «sé que nos conocemos desde siempre, pero significa mucho para mí que me hayas incluido aquí». Nunca sabré cómo lo hace con una simple curva de sus labios y un poco de contacto visual. —Bueno —le digo—, deberías saber que he sido la anfitriona de todo esto para poder invitarte a conocer a mis amigos. —Solo cuando lo digo en voz alta me doy cuenta de que es verdad. Esto es lo que hace Elliot conmigo: saca la honestidad de esas partes revueltas de mi cerebro. Sus ojos se estrechan, los iris florecen cuando sus pupilas se convierten en puntos de luz bajo las nubes. —¿Es eso cierto? —¿Por qué me hiciste retroceder? —le pregunto en cambio. Ni siquiera sé qué quiero que diga aquí. ¿Cómo me sentiré si dice que ha entrado en razón y se da cuenta de que tengo razón, de que solo podemos ser amigos? Una parte traicionera de mí espera que no lo descubra. —Quería preguntarte algo. Mi pecho es una selva; mi corazón es el tambor. ¿Estoy emocionada o aterrorizada? —Solo me preguntaba cuándo podríamos reunirnos la próxima vez —dice. —Oh. —Parpadeo por encima de su hombro hacia los imponentes eucaliptos que se balancean en el cielo cada vez más oscuro—. Creo que tengo algo de tiempo libre cerca de Acción de Gracias. Asiente con la cabeza y mi corazón se desploma un poco. ¿Por qué he dicho eso? Acción de Gracias parece muy lejano. Se aclara la garganta y dice: —Andreas se va a casar en diciembre... —¿Diciembre? —Parece un mes extraño para una boda. Además, está mucho más lejos que el Día de Acción de Gracias, si es cuando piensa que saldremos después. —La víspera de Año Nuevo, en realidad —aclara—, y me preguntaba si querías venir conmigo. Año Nuevo. Año Nuevo. Realmente me está preguntando eso. Y, por su mirada, sé que es consciente del peso de esa cita. Pero en lugar de dirigirme a esa bestia, le pregunto: —¿No quieres salir hasta diciembre? Veo cómo la emoción de esto pasa por sus ojos color avellana. —Por supuesto que sí. —Él ríe—. Estoy libre casi siempre que quieras salir. Pero como es un día de fiesta, quería preguntarte con antelación si vendrías. —No puedo ir como tu cita. Elliot sacude la cabeza. —No voy a pedirte una cita, Macy, mientras tu prometido y tu futura hijastra están subiendo al coche allí mismo. —Entonces, solo... —Me agito, buscando palabras—. ¿Para ir contigo? —Sí —dice—, para venir conmigo. A Healdsburg. —Luego añade—: Para el fin de semana. Sus hombros vuelven a caer como si fuera tan sencillo. Acompañarlo. Compartiremos el coche. Será divertido. Pero las palabras se instalan entre nosotros y las escucho en un tono diferente cuanto más tiempo pasa sin una respuesta de mi parte. Ven conmigo el fin de semana. Cuarenta y ocho horas con Elliot. ¿Cómo serán las cosas entre nosotros en dos meses y medio, cuando ya son tan confusas ahora? Parpadeo por encima de su hombro hacia donde Sean está abrochando a Phoebe en el Prius. —A todo el mundo le gustaría verte y yo soy el padrino, así que estaría bien tener una amiga allí conmigo —dice, luchando por sacar la conversación del borde de la muerte —. Mamá y papá han preguntado por ti... se están volviendo locos sabiendo que volvemos a estar en contacto. —Tengo que preguntarle a Sean cuáles son los planes — digo sin ganas—. Él podría tener algún evento de arte ya agendado. Elliot asiente. —Por supuesto. —¿Puedo avisarte luego? —Por supuesto —dice con una pequeña sonrisa, un estruendo de truenos hace que su atención se centre en el cielo. Cuando vuelve a mirar hacia abajo, me siento tan estable como las ondulantes nubes de lluvia que se ciernen sobre mí. Por un momento me imagino abrazándolo. Rodeando su cuello con mis brazos y apretando mi cara contra él, respirándolo. Él se inclinaría más, dejando escapar ese pequeño gruñido de alivio que siempre emite. Lo deseo tan intensamente que se me hace la boca agua y tengo que obligarme a dar un paso atrás. —Mejor me... —digo, señalando por encima de mi hombro. —Lo sé —dice él, observándome, con expresión tensa. Otro trueno. —Que pases una buena noche, Elliot. Y, finalmente, me doy la vuelta para irme. Capítulo 22 Pasado Sábado, 9 de julio Doce años atrás Traducido por ♡Herondale♡ Corregido por Nea Editado por Lyn♡ y Roni Turner Estábamos acostados en el piso sobre su cochera, disfrutando del sol. Era la rutina de las vacaciones de verano que teníamos desde hacía casi dos semanas: nos encontrábamos en el techo a las diez, almuerzo a medio día, nadábamos un poco en el río y nos íbamos a casa con nuestras respectivas familias por el resto de la tarde. Por mucho que le agradara mi compañía, papá amaba el silencio que venía con la soledad. O, a lo mejor, su hija adolescente era un alien desgastante para él. De cualquier forma, parecía contento con dejarme hacer lo que yo quisiera, con los chicos Petropoulos al menos, hasta que los bichos nocturnos empezaban a cantar con el anochecer. Andreas estaba a un lado mío, Elliot al otro. Uno de los hermanos jugaba a algo en su PSP, el otro leía a Proust. —Es imposible que ustedes dos sean parientes — murmuré, pasando la página de mi libro. —Él es un perdedor —se burló Andreas—. No hay nada que hacer. —Él es un cabeza de chorlito —dijo Elliot y después me hizo una mueca—. Controlado por su… Un claxon sonó abajo en la entrada y los tres nos sentamos para ver un Pontiac destartalado rodar por el camino de entrada hasta detenerse en la grava. —Oh —dijo Elliot, me miró y se puso de pie, saltando—. Mierda, mierda. —Giró haciendo un semicírculo, acomodando su cabello y luciendo como si fuera a entrar en pánico, después trepó por la ventana hacia la sala de estar. Un minuto después apareció en la entrada. Una chica salió del coche y le entregó a Elliot un paquete con unos papeles. Era de estatura promedio, de cabello negro cortado a la altura de la mandíbula y cara usual pero bonita. Vagamente familiar. En forma, pero no marcada. Con pechos. Grité internamente. Le dijo algo a Elliot y él asintió, luego volteó a donde Andreas y yo estábamos sentados mirándolo. —¿Quién es ella? —le pregunté a Andreas. —Una chica de la escuela llamada Emma. —¿Emma? ¿La chica del baile, Emma? —Mis entrañas se congelaron—. ¿Le gusta? Andreas miró mi cara y se rio. —Oh, esto va a estar bueno. —No, Andreas, no… —siseé desesperada. —Elliot —gritó ignorándome—. ¡Trae a tu novia aquí para que pueda conocer a tu otra novia! Cerré mis ojos y gruñí. Cuando volví a mirar hacia la entrada, Emma me estaba mirando, inspeccionándome, con los ojos entrecerrados. Elliot también me estaba mirando con expresión aterrorizada, con los ojos abiertos, y después volteó a verla. Saludé. No planeaba jugar a este mezquino juego. Ella me saludó de vuelta. —Soy Emma. —Hola, soy Macy. —¿Te acabas de mudar? —No —respondí—, vivo en la casa de al lado algunos fines de semana y durante las vacaciones. —Elliot nunca te ha mencionado. Elliot volteó a verla en shock, por la expresión en su cara pude intuir que le había hablado de mí varias veces. Bueno. Aparentemente Emma sí iba a jugar a este mezquino juego. —Es mi mejor amiga, ¿recuerdas? —escuché a Elliot decirle rígidamente—. Va a la preparatoria Berkley. Emma asintió y volteó a verlo nuevamente, poniendo su mano en su brazo y riendo de algo que le susurró. Él sonrió, pero era una expresión tensa y cortés. Me recosté nuevamente en la cobija, ignorando las náuseas que sentía en mi estómago. Sus palabras de la semana pasada, cuando había estado al filo del sueño en el techo y había admitido en voz baja que conmigo se sentía él mismo más que con cualquier otra persona, rondaban por mi cabeza. Le había dicho que yo me sentía igual. Durante el año escolar, mis días eran un borrón de horas que se entrelazaban en un remolino de tareas, natación y momentos en los que me recostaba, esperando que todo lo que había introducido en mi cerebro ese día no se deslizara sobre mi almohada en la noche. De alguna forma, el tiempo que estaba lejos de él, se sentía como ir al trabajo y los fines de semana y las vacaciones eran como volver a casa, relajarme, estar con Elliot y papá, ser yo misma. Pero, cosas como estas pasaban y me hacían recordar que la mayor parte de la vida de Elliot transcurría sin mí. Varios minutos pasaron antes de que escuchara el carro encenderse y partir. Momentos después, Elliot estaba trepando por la ventana de vuelta al techo. Inmediatamente metí mi nariz en mi libro. —Relájate, Ell —dijo Andreas. —Cállate. Sus pies se hicieron visibles frente a mi libro y pretendí estar muy interesada como para darme cuenta. —Oye —dijo con calma—. ¿Quieres ir por un bocadillo? Continué con mi pseudo lectura. —Estoy bien. Se arrodilló a mi lado, contorsionándose para encontrar mis ojos. Podía ver la disculpa escrita en su cara. —Ven adentro, aquí el calor es sofocante. En la cocina, sacó una jarra de limonada y dos vasos, y procedió a hacernos unos sándwiches. Andreas no nos había seguido al interior y la casa estaba fresca, oscura y silenciosa. —Emma parece adorable —dije secamente, aventando un limón sobre la mesa. Se encogió de hombros—. Ella es a la que besaste en el baile de graduación, ¿verdad? Levantó la mirada y se acomodó los lentes sobre la nariz. —Sip. —¿Y aún la besas? Volviendo su atención a los sándwiches, esparció la mantequilla de cacahuate en el pan y puso la mermelada antes de responder. —No. —¿Estás mintiendo por omisión? Cuando encontró mi estaban entrecerrados. mirada nuevamente, sus ojos —La he besado algunas veces, sí. Pero no sigo besándola. Sus palabras llegaron a aventados desde un avión. mis oídos como ladrillos —¿La besaste en otras ocasiones aparte de la vez del baile de graduación de la primavera pasada? Se aclaró la garganta, sonrojándose. Idiota. —Sí. —Se acomodó nuevamente los lentes—. Dos veces más. Sentí como si me hubiera tragado un cubo de hielo dentado. Algo frío y pesado se alojó en mi pecho. —Pero, ¿no es tu novia? Sacudió su cabeza con calma. —No. —¿Tienes novia? —Me pregunté por qué le había preguntado eso. ¿Acaso no me habría contado? ¿O habría pasado tiempo con ella durante las vacaciones en lugar de conmigo? Siempre había sido honesto, pero ¿me contaba todo? Bajó el cuchillo y armó nuestros sándwiches antes de voltear a verme con una sonrisita. —No, Macy. He estado contigo todos los días desde que empezaron las vacaciones. No habría hecho eso de haber tenido novia. Quería aventarle el limón a la cabeza. —¿Me contarías si la tuvieras? Elliot pensó en su respuesta antes de contestarme, sus ojos fijos en los míos. —Eso creo. Pero, si te soy honesto, ese es uno de los temas de los que nunca estoy seguro de cuándo contarte. Aunque una gran parte de mí sabía a qué se refería, seguía odiando su respuesta. —¿Alguna vez has tenido novia? Parpadeando, regresó su atención a los sándwiches. —No. Al menos no técnicamente. Hice rodar nuevamente el limón y este cayó al suelo. Se agachó para recogerlo y me lo entregó. —Mira Macy, supongo que lo que estoy tratando de decir es que nunca me gustaría escuchar que me contaras que besaste a alguien, pero no significó nada, y besar a Emma no significó nada para mí. Esa es la razón por la que nunca te lo dije. —¿Y para ella, significó algo para ella? Su encogimiento de hombros dijo todo lo que su silencio no. —Probablemente no sea de mi incumbencia —dije—, pero yo sí quiero saber esas cosas. Se sintió raro no saber que tenías algo con ella. —No tenemos nada. —¡La besaste en repetidas ocasiones! Asintió. —¿Nunca has besado a alguien? —No. Se detuvo con el sándwich a medio camino entre el plato y su boca. —¿A nadie? Negué con la cabeza, dando una mordida y rompiendo el contacto visual. —Te lo habría contado. —¿De verdad? —preguntó. Asentí, con la cara hirviendo. Tenía dieciséis y nunca había besado a nadie. Su «¿a nadie?» hacía eco en mi cabeza, y me sentía completamente patética. —¿Qué hay de Donny? O… ¿Cuál es su nombre? Lo volteé a ver y le lancé una mirada tensa. Él sabía el nombre de Danny. —¿Danny? Sonrió, atrapado. —Sí, Danny. —Nop. Ni siquiera a Danny. Como dije, te habría contado. Porque eres mi MEJOR AMIGO, idiota. —Vaya. Tomó un bocado gigantesco de su sándwich y me miró mientras masticaba. Recordé todos los fines de semana que habíamos pasado juntos, todas las historias que me había contado de Christian siendo un maniático o Brandon que no tenía ninguna oportunidad con las chicas de su escuela. Recordé todas las anécdotas que me contaba de sus hermanos con sus respectivas novias y me pregunté por qué Elliot siempre era tan reservado con las suyas. Me desarmó. Me hizo pensar que a lo mejor no éramos tan cercanos como yo creía. —¿Has besado a muchas chicas? —A algunas —murmuró. Algo dentro de mí se estaba rompiendo. —¿Has hecho algo más que besarlas? Su cara se tornó de un rojo más intenso y finalmente asintió, dando otra gran mordida para no tener que agregar nada más. Mi mandíbula cayó lentamente. Esperé a que hubiera terminado de masticar y tomé un sorbo de limonada antes de preguntar: —¿Qué tan lejos has llegado? Se construyeron países, fueron a la guerra y se separaron en unos más pequeños antes de que Elliot contestara. —Elliot. —Sin brasier. —Se rascó la ceja y se acomodó los lentes nuevamente sobre la nariz con la punta de su dedo. Haciendo tiempo. Evadiendo el contacto visual—. Humm… y con una chica, que no es Emma, humm… su mano en mi bóxer. —¿Hiciste qué? —Sentí cómo mis pupilas se dilataban—. ¿Con quién? —Con Emma solamente fue sin brasier. Lo otro fue con esta otra chica, Jill. Bajé mi sándwich, había perdido oficialmente el apetito. La cocina se encontraba en la parte más oscura de la casa a esa hora y de repente se sentía muy fría. Levanté mis manos y me froté los brazos desnudos. —Macy, no te enojes. —¡No estoy enojada! ¿Por qué lo estaría? —Tomé un sorbo de limonada, tratando de calmarme—. No soy tu novia. Solo soy tu mejor amiga, quien aparentemente no sabe nada de ti. Dio un paso para rodear la barra del desayunador y se detuvo. —Macy. —¿Acaso estoy exagerando? —No… —respondió y dio otro paso más cerca—. Definitivamente tendría esta reacción si supiera que un chico ha puesto sus manos dentro de tu falda. —Creo que también tendrías esta reacción si eso hubiera pasado y yo nunca te lo hubiera contado. Pareció considerar mis palabras. —Como dije, depende. Me sacaría de onda, sí, así que definitivamente no me gustaría saberlo a menos que tú sintieras algo más que… una atracción pasajera. —¿Eso fue Emma para ti? —pregunté—. ¿Una atracción pasajera? Asintió. —Absolutamente. —¿Cuándo fue la última vez que tonteaste con alguien? Él suspiró y recargó su cadera contra la barra. —Si la situación fuera al revés, la Inquisición Española se quedaría corta contra tu interrogatorio —señalé—. Así que no me vengas con tus suspiros. —Emma y yo salimos un poco en marzo y luego fuimos al baile de graduación en mayo, nos besamos el fin de semana siguiente, no significó nada. Fue como… —Se atragantó un poco con las palabras, mirando al techo—. Si nunca has besado a nadie, entonces es un poco difícil entender a qué me refiero, pero estábamos todos en el parque, y ella vino y simplemente pasó. Hice una mueca ante sus palabras incómodamente, encogiéndose de hombros. y él se rio —Jill es la prima de Christian. Estuvo de visita en diciembre y salimos una vez. No hemos hablado desde entonces. Me deshice de la historia de Jill con un movimiento de mi mano. —¿Así que no te gusta Emma? —No de la manera que estás sugiriendo. Aparté la mirada, tomando un minuto para calmarme. Me di cuenta de que habría sido muy dramático pero quería salir corriendo de la casa y hacer que me persiguiera rogando por mi perdón durante un día entero. —Salgo con Emma porque ella está aquí —dijo calmadamente—. Tú estás en Berkeley y no estamos saliendo, además, estoy atrapado en este pequeño pueblito. ¿A quién más se supone que puedo besar? Algo cambió dentro de mí en ese momento exacto, algo que nunca podría volver a como antes. «¿A quién más se supone que puedo besar?». Le di una mirada a sus manos gigantes y a su manzana de Adán. Dejé que mi mirada recorriera sus brazos musculosos que solían ser tan delgados y finos, sus piernas musculosas y bien formadas enmarcadas por sus pantalones. Miré el botón que mantenía cerrado el frente de sus jeans. Desvié mi mirada rápidamente hacia los cajones. A cualquier lugar excepto a ese botón. Quería tocar ese botón, poner mi mano sobre él y, por primera vez, me di cuenta de que no quería que nadie más lo tocara. —No lo sé —murmuré. —Entonces ven aquí —dijo con esa voz suave y calmada —. Bésame. Mis ojos volaron a los suyos. —¿Qué? —Bésame. Pensé que estaba bromeando, pero mientras procesaba la situación con Emma y la forma en la que lucía, él estaba apoyado en la barra, mirándome. Estaba un poco caliente por la forma en la que sus manos lucían tan grandes en ese momento, su mandíbula cuadrada… y el botón de sus jeans. Caminé alrededor de la barra y me paré frente a él. —Bien. Se quedó mirándome, con una sonrisa jugueteando en sus labios, pero se enderezó cuando se dio cuenta de que hablaba en serio. Presioné mis manos sobre su pecho y me acerqué. Estaba tan cerca que podía escuchar su respiración agitada, podía ver su mandíbula apretarse. Fascinado, puso una mano sobre mis labios presionando dos dedos ahí, y me observó. Sin pensarlo, abrí mi boca y dejé que su dedo índice se deslizara dentro, entre mis dientes. Cuando gimió roncamente, pasé mi lengua sobre su yema. Sabía a mermelada. Elliot lo sacó rápidamente. Parecía como si fuera a devorarme: mirada salvaje y demandante, los labios entreabiertos, su pulso bombeando con fuerza en su cuello. Y porque quería besarlo, lo hice. Me paré de puntillas, deslicé mis manos por su cabello y presioné mi boca sobre la suya. Fue diferente a lo que había imaginado. Diferente a lo que podría —debo admitir— haber imaginado que sería. Era a la vez suave y firme, y definitivamente más atrevido. Un beso corto, otro, y después inclinó su cabeza, cubriendo mi boca con la suya. Su lengua trazó mi labio inferior y le dejé hacerlo, como por instinto abrí mi boca para que me probara. Creo que probablemente eso fue lo que lo desarmó. Era cien por ciento mío. Y después de ese momento, todo se disolvió en una sola sensación, todo lo demás desapareció. Todas las imágenes prohibidas que tenía de él, piel y fantasías, secretos que había guardado para mí misma, enterrados en mi cabeza y sabía, de alguna forma, que él estaba pensando lo mismo: lo bien que se sentía estar así de cerca… y a lo que podía llevarnos el tocarnos de esta forma. Una de sus manos se movió de mi espalda a mi cabello, y creo que fue el peso de su mano lo que me detuvo de deslizarme al suelo. Pero cuando su otra mano se deslizó a mis costillas y más arriba, di un paso atrás. —Perdón —dijo inmediatamente, como por instinto—. Mierda, Mace. Eso fue muy rápido, lo siento. —No, es solo que… —dudé, mi boca de repente se llenó con palabras sobre las que no quería pensar, mucho menos decir—. Hacer eso puede no significar nada para Emma — dije, tocando mis labios donde hormigueaban—. Pero para mí, significa todo. Capítulo 23 Presente Sábado, 14 de octubre Traducido por Nicola♡ Corregido por ♡Herondale♡ Editado por Lyn♡ y Roni Turner Sean deja sus llaves en el cuenco junto a la puerta y se saca sus zapatos, gimiendo felizmente. —¿Hambrienta, Applejack? —le pregunta a Phoebe, y los dos desaparecen en la cocina. Pongo sus zapatos uno al lado del otro en el pequeño estante cerca de la puerta y cuelgo nuestras chaquetas en los ganchos. Sus voces hacen eco en el pasillo; Phoebe está trabajando obstinadamente en que su papá le consiga una mascota, cualquier mascota: rana, hámster, pájaro, pez. Honestamente estoy muy insegura de cómo sentirme. Sean y yo tuvimos un comienzo como un huracán, y fácilmente caímos en una rutina doméstica, pero esa rutina realmente solo implica que comparta su cama y nuestros horarios rotando en torno al otro como engranajes bien engrasados. Trasladé las cosas que creí necesarias de la casa de Berkeley, pero todavía está, en su mayoría, llena y totalmente deshabitada, mientras vivo ahí. Sean dice que ama tenerme en su cama. Phoebe siempre parece feliz de verme. Pero me doy cuenta observándolo hoy, que, de hecho, no lo conozco tan bien. Él y Phoebe tienen su propia dinámica. Pero quiero ser parte de esto, necesito hacerme parte en ello. —¿Quieren que prepare la cena? —pregunto, yendo detrás de ellos. Ambos están mirando hacia arriba desde donde están, buscando en el refrigerador, contemplándome sin comprender—. Pasta —digo, fingiendo un insulto—. Creo que puedo manejar la pasta. —¿Estás segura? —Phoebe sigue sin estar convencida. —Estoy segura, cabeza de chorlito —digo, besando su mejilla. Chilla, huyendo de la habitación y Sean va a la despensa, agarrando una caja de pasta y un tarro de salsa para mí. —¿Necesitas ayuda? —Puedes hacerme compañía. —Señalo hacia la barra del desayuno, instándolo silenciosamente a que tome asiento y me hable. Para que me ayude a mitigar este sentimiento punzante en mi pecho de que él y yo nunca vamos a conseguirlo. Nunca hemos tenido en realidad tiempo libre los fines de semana, y tengo una desgarradora sospecha de que esa es la razón por la cual somos básicamente desconocidos fuera de la cama. Se sienta, leyendo a través de los correos electrónicos en su celular mientras pongo a hervir agua. «Me quiero casar con este hombre; quiero que él se quiera casar conmigo». «Me gusta estar con él». «Me gusta su trasero en esos jeans». —¿Te divertiste hoy? —pregunto, manteniendo mi voz suave. —Sí. Desliza, desliza. El tarro de salsa se abre con un satisfactorio pop y la marinara se derrama en la sartén que he puesto sobre la estufa. Sean mira hacia el sonido, ligeramente asqueado. —¿Te gustó conocer a todos? —pregunto—. Les caíste bien. Quita los ojos de la estufa y encuentra los míos, sonriendo como si supiese que estoy mintiendo. —Claro que sí, cariño, son geniales. Su tono es tan displicente, tan desinteresado, que quiero golpearlo en la frente con el bote vacío. Quiero rogarle que se encuentre conmigo a medio camino. En vez de eso, lo enjuago brevemente y lo dejo en la papelera de reciclaje. La irritación que siento por su culpa hormiguea en mi piel como un sarpullido. —Trata de no sonar tan entusiasmado. —¿Qué quieres decir? —pregunta, ligeramente brusco con tono defensivo—. Estuvo bien, Mace, pero son tus amigos, no los míos. —Bueno, eventualmente ellos se podrían convertir también en tus amigos —le digo—. ¿No es eso lo que hacen las parejas? ¿Compartir cosas? ¿Fusionar sus vidas? Me doy cuenta, en este momento, de que nunca habíamos discutido. Ni siquiera sé cómo luce estar en desacuerdo. Coincidimos por un total de aproximadamente una hora despiertos por día. ¿Cuán desastroso sería calcular el número de horas que hemos pasado juntos? ¿Nos importa lo suficiente como para discutir? Mi teléfono vibra en la encimera, y lo tomo, leyendo el mensaje de Sabrina. Hola linda, siento si fui muy dura sobre ya sabes qué. Me doy cuenta de que no debería estar respondiendo ahora pero, si no tomo este pequeño respiro, soy propensa a decirle a Sean algo de lo que me podría arrepentir. Inhalo profundamente y tipeo una respuesta. Está bien. ¿Quizá podríamos almorzar la siguiente semana? Puedo traer a Viv a la ciudad. ¿Así puedes organizar una intervención? Contesta con una serie de emoticonos de ojos de corazones y me doy cuenta de que su disculpa de apertura solo era una artimaña para ablandarme para poder tener más de la misma conversación. El momento es, como siempre, perfecto. Dejando mi celular boca abajo en la encimera, miro hacia Sean, determinada a salvar esto, hacer planes, hacer algo. —¿Qué tan ocupada va a estar tu semana? —pregunto. —Bastante tranquila. Quizás lleve a Phoebe al Exploratorium. Pensaba en acampar un par de noches, quizá. —Se encoge de hombros, señalando la estufa—. El agua está hirviendo. —No necesito refuerzos aquí, señor —digo, intentando bromear—. Puedo con esto. —¿Quieres que haga una ensalada o algo? —Dirige su atención al refrigerador, indicando que hay cosas que se pueden encontrar ahí. —¿Te tranquilizaría hacerlo? —Da igual —dice, mirando nuevamente a su celular—. Solo que no quiero puros espaguetis y una salsa simple para cenar, eso es todo. Lo contemplo por unos silenciosos segundos. Quiero decir, un «gracias» haría maravillas ahora. —Claro que no. Con eso, me giro para conseguir la lechuga y vegetales del refrigerador. ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ En la cama más tarde, Sean se acurruca más cerca, murmurando en mi cuello. —Mmm, cariño, hueles bien. Miro al techo, intentando descifrar lo que quiero decir. Organicé un picnic en mi día libre, dándole una oportunidad para que conociera a mis amigos, y él apenas habló con alguno de ellos sobre sus vidas, sus trabajos, sus intereses. Regresamos a casa y me ofrecí para cocinar, comió en silencio, acurrucado al otro extremo de la mesa con Phoebe, ayudándola a dibujar un unicornio. Phoebe me lo mostró orgullosa después de la cena, pero aparte de eso, fue como si ni siquiera estuviera ahí. ¿Siempre había sido así, y simplemente no lo noté porque estaba tan feliz de ser incluida en su dúo, y estaba tan ocupada que no había nada más apremiante en qué pensar? ¿Era un gran alivio tener algo solucionado, no sentir nada, ni culpa o amor, miedo o incertidumbre, que solo dejé que esta rutina se convirtiera en mi futuro? ¿O algo había cambiado desde que Elliot regresó al panorama, y no importa cuánto lo niegue Sean, eso ha creado un surco en nuestra fácil, simple y pequeña vida? Sean deja un camino de besos en mi clavícula y sube hasta mi cuello. Está duro, empuja sus calzoncillos, listo para empezar, y quizá nos hayamos dicho tres palabras el uno al otro en las últimas dos horas. —¿Te puedo preguntar algo? —digo. Él asiente, pero no detiene su avance hacia mi quijada, a mi boca. —Lo que sea —dice, hablando en un beso. —¿Estás emocionado de casarte nuevamente? Él toca el espacio entre nosotros, persuadiendo a mis piernas a separarse como si planease responder a esta pregunta después de que empiece a tener sexo conmigo. Pero me alejo y él suspira, recostándose en mi cuello. —Claro, cariño. Me frustro un poco ante esto. —¿Claro, cariño? Con un quejido, Sean se gira a mi lado. —¿No es eso lo que quieres? Quiero decir —dice—, he estado casado. Sé las cosas buenas y las cosas malas que vienen con ello. Pero si es lo que quieres… Lo detengo, levantando una mano. —¿Recuerdas cómo pasó? Piensa por un instante. —¿Quieres decir la noche en la que lo hablamos? Asiento, aunque «la noche en la que lo hablamos» no es la descripción más apropiada. Después de una noche divertida en el cine con Phoebe, nos habíamos arropado en su cama, luego Sean me llevó a su habitación, hizo de mí una mujer satisfecha y entonces murmuró «Phoebe piensa que deberíamos casarnos» antes de dormirse entre mis senos. Él lo recordó a la mañana siguiente y me preguntó si lo había escuchado. Confundida al principio, finalmente dije: —Te oí. —Por Phoebe —dijo él—. Si vamos a hacer esto, quiero hacerlo bien. No tuvimos tiempo para hablar de ello entonces porque tenía que irme para el hospital, pero las palabras parecían hacer un bucle en mi mente como una canción todo el día. «Si vamos a hacer esto, quiero hacerlo bien». Mirando en retrospectiva, todo lo que puedo recordar es el alivio abrumador que sentí ante la perspectiva de tener un poco de mi vida resuelta con tanta conveniencia. No había nada caótico o turbulento en ello. No había máximos maníacos con Sean, pero tampoco había mínimos llenos de angustia. Sean era sencillo, y él y Phoebe eran una familia a la que podía… unirme. Pero en retrospectiva y con el fuerte contraste a la intensidad de emociones que siento alrededor de Elliot, casi parece descabellado que viniese a casa más tarde y le dijese a Sean un entusiasta sí. Ciertamente no hemos hecho muchos planes desde entonces. Todavía no hemos escogido un anillo, probablemente porque ambos nos dimos cuenta de que, después de todo, Phoebe no parecía estar tan preocupada por la mujer en su casa, y en si esa mujer se iba a convertir en su nueva mami. La única persona que constantemente pregunta en qué etapa estamos con la boda es Sabrina, y ella es la única persona que ha dicho directamente que cree que todo esto es una farsa. Sean pasa una mano sobre mi cadera. —Cariño, creo que necesitas averiguar qué es lo que quieres. Lo miro a los ojos. —¿Lo que yo quiero? —Sí —dice, asintiendo—. Yo, Elliot, ninguno de los dos. ¿Y quién hace esto? ¿Quién está tan inalterado por la potencial pérdida de su prometida que puede sugerir que reflexione muy bien sobre esto mientras casualmente acaricia mi cadera, sugiriendo que nuestra relación puede terminar pero el sexo puede seguir? —¿Te importa que las cosas estén tan raras entre nosotros? Sean aleja su mano, cerrando sus ojos con otro largo suspiro. —Por supuesto que me importa. Pero he pasado por estos vaivenes y no puedo dejar que me dominen. No puedo controlar lo que estás sintiendo. Y entiendo que lo que él está diciendo es la reacción ideal a la situación en la que estamos, es la versión de libro de texto equilibrada de esta conversación tan difícil, ¿pero es así como en realidad funciona el corazón humano? Le dices que se relaje y, ¿se relaja? Lo contemplo, con su brazo sobre sus ojos, y estoy tratando de encontrar un destello de algo más grande, de una emoción que me consuma. Hago lo que solía hacer con Elliot algunas veces: imagino a Sean de pie, saliendo por la puerta y sin regresar jamás. Con Elliot, mi estómago reaccionaría como si hubiese sido golpeado. Con Sean, siento un vago alivio. Pienso nuevamente en el rostro de Elliot cuando le dije que estaba comprometida. Pienso en su rostro ahora: el anhelo ahí, el diminuto aguijón de dolor que veo en sus ojos cuando giramos para dirigirnos cada uno a una dirección contraria. Once años después y él aún siente dolor por lo que tuvimos. Estoy aterrada por lo que estoy sintiendo: me siento como si acabara de despertar. Pensé que no quería intensidad pero la verdad es que estoy desesperada por ella. Miro a Sean y se siente como si estuviera en cama con un ligue de una noche. Levantándome, salgo. —¿A dónde vas? —pregunta. —Al sofá. Me sigue afuera. —¿Estás enojada? Dios, esta es la situación más extraña en la historia de las situaciones extrañas, y Sean está tan… calmado. ¿Cómo terminé aquí? —Creo que tienes razón —digo—. Quizás sí necesito averiguar qué es lo que quiero. Capítulo 24 Pasado Sábado, 10 de septiembre Doce años atrás Traducido por Nicola♡ Corregido por ♡Herondale♡ Editado por Lyn♡ y Roni Turner Elliot estaba desparramado en el suelo, contemplando el techo. Había estado de esa forma por un rato, con su copia usada de Los viajes de Gulliver abandonada en la almohada junto a él. Parecía tan concentrado en lo que estaba pensando que ni siquiera había notado la forma en la que mis ojos se movían sobre su cuerpo cada vez que pasaba una página. Estaba empezando a preguntarme si alguna vez dejaría de crecer. Tenía casi diecisiete, hoy llevaba puestos unos pantalones cortos y sus largas piernas parecían continuar por siempre. Estaban más peludas de lo que recordaba. No demasiado, solo una ligera pelusa café sobre su piel bronceada. Era masculino, decidí. Me gustaba. Una de las cosas más extrañas de tener períodos largos de tiempo sin ver a alguien, son todos los cambios que te habrías perdido si lo vieras todos los días. Como los pelos en las piernas. O los bíceps. O las manos grandes. En su actualización, había dicho que su mamá le había preguntado si quería tener una cirugía láser, para así ya no tener que usar lentes. Intenté imaginarlo sin sus lentes, ser capaz de ver en sus ojos dorados verdosos sin contar con los armazones negros entre nosotros. Amaba los lentes de Elliot, pero el pensamiento de estar tan cerca de él sin ellos hizo cosas calientes y raras en mi estómago. De alguna forma, en mi cabeza, eso lo hacía sentir como si estuviera desnudo. —¿Qué quieres para Navidad? —preguntó. Salté ligeramente, sorprendida. Estaba bastante segura de que lucía exactamente como luce alguien cuando es atrapado contemplando a su mejor amigo con nada más que pensamientos inocentes. No nos habíamos besado de nuevo. Pero en realidad lo deseaba. Su pregunta hizo eco en mi cabeza. —¿Navidad? Sus cejas oscuras se juntaron, serias. —Sí, Navidad. Traté de evadirlo. —¿Es eso en lo que has estado pensando todo este tiempo? —No. Esperé a que lo elaborase, pero no lo hizo. —No lo sé en realidad —le dije—. ¿Alguna razón en particular por la que me estás preguntando esto en septiembre? Elliot rodó sobre su costado para mirarme a la cara, con su cabeza apoyada en su mano. —Solo me gustaría darte algo lindo. Algo que de verdad quieras. Bajé el libro y giré mi rostro para verlo también. —No tienes que darme nada, Ell. Hizo un sonido frustrado y se sentó. Empujándose hacia arriba fuera de la alfombra, se movió para ponerse de pie. Estiré mi mano y la envolví alrededor de su muñeca. La atmósfera ligera y lujuriosa entre nosotros había sido solo por mi parte, aparentemente. —¿Estás enojado por algo? Elliot y yo no peleábamos realmente, y la idea de que algo entre nosotros se estaba apagando movió mi balance interno, haciéndome sentir inmediatamente ansiosa. Podía sentir su pulso como un tambor constante bajo su piel. —¿Piensas en mí cuando vuelves allá? —Sus palabras salieron bruscamente, exhaladas con rudeza. Me tomó un segundo procesar lo que quería decir. Cuando estaba de vuelta en casa. Lejos de él. —Por supuesto que lo hago. —¿Cuándo? —Todo el tiempo. Eres mi mejor amigo. —Tu mejor amigo —repitió. Mi corazón se sumergió en mi pecho, casi dolorosamente. —Bueno, tú eres más. Eres mi todo. —Me besaste este verano y luego actuaste como si nada hubiese pasado. Eso me llegó como una puñalada a mis pulmones. Cerré mis ojos y cubrí mi rostro con mis manos. Había pasado así. Después de besarlo en la cocina, hice todo para regresar a lo de antes: leer en el tejado en la mañana, almuerzo en la sombra, nadar en el río. Había sentido sus ojos en mí, el control contenido de sus manos. Recordaba cuán calientes habían estado sus labios, y la forma en la que me sentí, como una mecha encendida cuando él gruñó en mi boca. —Lo siento —dije. —¿Por qué lo sientes? —preguntó con cuidado, agachándose a mi lado—. ¿Lo sientes porque no te gustó besarme? Siento mis manos volverse frías, mirándolo escandalizada. —¿Se sintió como si no me gustara? —No lo sé —dijo él, encogiéndose de hombros impotente —. Se sintió como que te gustó. Mucho. Y a mí también. No puedo dejar de pensar en ello. —¿En serio? —Sí, Mace, y luego tú solo… —Me frunció el ceño, un gesto duro—. Te pusiste rara. Mis pensamientos se enredaron, el recuerdo de Emma junto a él en la estación de servicio y el pánico que siempre sentía cuando lo imaginaba saliendo de mi vida para siempre. —Quiero decir, está Emma… —A la mierda Emma —dijo, su voz agitada, y me sorprendió tanto que me incliné hacia atrás sobre mis manos, alejándome de él. Elliot inmediatamente pareció arrepentido y alcanzó a apartar un mechón de cabello de mi rostro. —En serio, Mace. No hay nada entre Emma y yo. ¿Esa es la razón por la que no quieres hablar de lo que pasó entre nosotros en la cocina? —Creo que también me asusta pensar en arruinar esto. — Mirando hacia abajo, añadí—: Nunca he tenido novio… o alguna otra cosa. Tú eres, aparte de mi papá, la única persona que en verdad me importa y, honestamente, no estoy segura de que pudiera soportar no tenerte en mi vida. Cuando cerraba mis ojos por la noche, la única cosa que podía ver era a Elliot. La mayoría de las noches estaba desesperada por llamarlo justo antes de dormir, para poder oír su voz. Odiaba pensar más allá del fin de semana, porque no estaba segura de cómo nuestros futuros se iban a alinear. O imaginar a Elliot yéndose a Harvard, y yo yendo a algún lugar en California, y lentamente convirtiéndonos en unos desconocidos. La idea era horrible. Cuando encontré sus ojos de nuevo, noté que la dura línea de su boca se había suavizado. Se sentó frente a mí, con sus rodillas tocando las mías. —No voy a ningún lado, Mace. —Tomó mi mano—. Te necesito de la misma manera en la que tú me necesitas a mí, ¿está bien? —Sí. Elliot miró mi mano y la suya y acomodó nuestras palmas para que se presionaran juntas, entrelazando nuestros dedos. —Y tú, ¿piensas en mí? —pregunté. Ahora que él lo había sacado a colación, la pregunta me carcomía. —A veces se siente como si pensara en ti cada minuto — susurró. Una burbuja de emoción se infló fuertemente bajo mis costillas, golpeando un punto sensible. Observé nuestras manos entrelazadas por un largo tiempo antes de que él hablase de nuevo. Me esforcé por mantener mis ojos alejados de su cuerpo. —¿Palabra favorita? —susurró —Cremallera —respondí sin pensar, sintiendo más que mirando su sonrisa en respuesta—. ¿Tú? —Crujido. —¿Tienes novia? —pregunté, y las palabras sonaron como una explosión de viento en una habitación, como una incómoda ventana abierta. Levantó la mirada de nuestras manos unidas, frunciendo el ceño. —¿Estás preguntando en serio? —Solo corroboraba. Dejó ir mi mano y regresó a su libro. No lo estaba leyendo; parecía como si quisiera lanzármelo. Me deslicé un poco más cerca de él. —No puedes estar sorprendido de que te lo preguntara. Me miró boquiabierto, dejando el libro. —Macy. Te acabo de preguntar si pensabas en mí. Pregunté por qué te pusiste rara después de que nos besáramos. ¿En verdad crees que impulsaría este asunto si tuviera novia? Mordí mi labio, sintiéndome avergonzada. —No. —¿Tú tienes novio? Le di una sonrisa. —Unos cuantos por aquí y por allá. Dejó salir una risa irónica, sacudiendo su cabeza mientras tomaba de vuelta su libro. Obviamente, cada vez que me imaginaba besando a alguien, ese alguien era Elliot. Y ya habíamos tratado eso: la perfecta fantasía, la sublime realidad, consecuencias potencialmente traicioneras. Incluso la idea de besarlo llevaba mis pensamientos a una desagradable e incómoda ruptura y eso causaría que mi estómago tuviera espasmos dolorosos. A pesar de todo… no podía dejar de mirarlo. ¿Cuándo perdió toda su torpeza y se volvió completamente perfecto? ¿Qué haría con él, si alguna vez tengo la oportunidad? El Elliot de casi diecisiete años era una obra de líneas largas y definidas. No tendría idea de cómo tocar su cuerpo. Conociéndolo, él me lo diría. Probablemente me daría una guía de la anatomía masculina y me dibujaría un par de diagramas. Mientras miraba mis senos. Resoplé. Él levantó la mirada. —¿Por qué me estás contemplando? —preguntó. —Yo no… lo hacía. Dejó salir un corto y seco sonido de escepticismo. —Está bien. —Estirando su cuello, bajó la mirada—. Todavía me estás mirando. —Solo me estoy preguntando cómo funciona —cuestioné. —¿Cómo funciona qué? —Cuando tú… —Hice un gesto elocuente con mi mano—. Con los chicos y el… tú sabes. Levantó sus cejas, esperando. Pude ver el momento exacto en el que entendió de lo que estaba hablando. Sus pupilas se dilataron tan rápido que sus ojos parecían negros. —¿Me estás preguntando cómo funcionan los penes? —¡Ell! No tengo hermanas… Necesito que alguien me diga estas cosas. —Ni siquiera puedes soportar hablar sobre besarme, ¿y ahora quieres que te diga cómo funciona cuando me masturbo? Tragué el oleaje de emociones en mi garganta. —Está bien, no importa. —Macy —dijo, más gentilmente ahora—, ¿por qué no sales con nadie de Bercleky? Lo miré con la boca abierta, le dije lo que pensé que era obvio. —No estoy interesada en otros chicos. —¿Otros chicos? —Quiero decir —dije, recuperándome de mi desliz—, cualquier persona. —«Otro» implica que hay un chico. —Levantó la palma de una mano y luego levantó la otra—. Y hay otros chicos. Pero en este caso, dijiste que no estás interesada en ningún otro. Así que, ¿solo hay un chico en el que estás interesada? —Deja de rebatirme haciendo asociaciones. Él sonrió de lado. —¿Quién es él? Lo observé por un largo momento. Inhalé profundamente, decidí que esto no tenía por qué ser tan malo. —Sabes que comparo a cada chico contigo. Eso no es nada nuevo. Su sonrisa se amplió. —¿Lo haces? —Por supuesto que lo hago. ¿Cómo podría no hacerlo? ¿Recuerdas? Eres mi todo. —Tu todo, al que le preguntaste sobre la masturbación. —Exactamente. —Tu todo, con el que ningún otro chico se compara y cuya lengua dejas que toque tu lengua. —Correcto. —No me gustó hacia dónde se estaba dirigiendo todo esto. Esto se estaba dirigiendo a confesiones, y las confesiones cambiaban cosas. Las confesiones intensificaban los sentimientos solamente porque les daba espacio para respirar. Las confesiones llevan al amor, y admitir el amor es como atarte a ti misma a las vías del tren. —Así que quizás tu todo debería ser tu novio. Lo miré y él me devolvió la mirada. Hablé sin pensar. —Quizás. —Quizás —concordó en un susurro. Capítulo 25 Presente Jueves, 26 de octubre Traducido por Tati Oh Corregido por Nea Editado por Lyn♡ y Roni Turner Fiel a su promesa, Sabrina trae a Viv a la ciudad y se reúne conmigo para almorzar. La primera vez que nos juntamos fue casi dos semanas después del picnic. Durante ese tiempo, me he sumergido principalmente en el trabajo. Es extraño decirlo, pero he visto a Sean despierto solo tres veces. Eso podría deberse a que estoy durmiendo en el sofá. No sé por qué no puedo dar ese último paso, empacar mis maletas y volver a Berkeley. Puede ser la carga de viajar diariamente o los fantasmas de mi pasado que todavía viven allí: mamá y papá están en cada partícula de aire de aquella casa. Solo he regresado siete días desde que me fui a la universidad. Podría ser como entrar en una cápsula del tiempo. La cara de Sabrina cuando entra en Wooly Pig me dice todo lo que necesito saber sobre lo exitosa que fui cubriendo las ojeras bajo mis ojos esta mañana. —Jesucristo —murmura mientras me siento frente a ella —. Te ves como si te hubieran criado en el cementerio de mascotas. Me río, agarrando el agua frente a mí. —Gracias. —Si hubiera sabido que estabas así, habría tenido un espresso esperándote. —No quiero café —digo, levantando mi mano—. Ha sido la única fuente de calorías que he consumido esta semana y necesito algo… delicioso. Un batido o algo por el estilo. La veo inspeccionando el menú. —Está bien, dime qué pasa —dice, inclinándose más cerca —. Te vi hace dos semanas, pero hoy eres una persona diferente. —He estado trabajando mucho. Es una época muy demandante, está comenzando la temporada de resfríos. — Sin pensarlo, miro a Viv, dormida en su cochecito junto a la mesa—. Y las cosas con Sean no están tan bien. —¿Ah sí? —pregunta Sabrina, y no la miro a la cara después de que lo dice porque no estoy segura de cómo me sentiré si su expresión coincide con el tono agudo de sus palabras—. ¿Qué sucede? La miro a los ojos, dejando la visión disponible de mi cara. —Sabrina. —¿Qué? —¿Tenemos que hacer esto? —Siento que voy a romper en llanto—. Tú sabes lo que está pasando. —Levantando una mano, comienzo a contar los eventos en mis dedos—: Apenas conozco a Sean. Nos comprometimos después de dos meses. Me encuentro con Elliot en casa de Saul y verlo es como… No sé, una patada en mi alma. Y luego, ¿qué sucede? Elliot ha vuelto a mi vida y, ¡sorpresa! Pienso que las cosas con Sean tal vez no son tan geniales. Sabrina asiente, pero no dice nada. —¿Estás en silencio? Pensé que te alegraría escuchar esto —El punto es que quiero que tú seas feliz. Quiero ver esa chispa que vi el otro día. Quiero ver cómo te sonrojas cuando alguien te mira. —Sabrina, he sido feliz con Sean. Solo porque me siento más en casa cuando Elliot está cerca, no significa que esos sentimientos sean más válidos o más felices. —¿En serio? ¿Sabes siquiera cómo luce la felicidad? Me preguntaba esto el otro día, en realidad. ¿Te había visto feliz antes del picnic? Esto se siente como un violento empujón de alguien que me conoce desde hace diez años. —Estás bromeando. Ella sacude su cabeza. —Cuando Elliot se acercó a nosotros… Te juro que fue la primera vez que te vi sonreír de esa manera, con todo tu cuerpo, y eso me hizo cuestionar todo sobre tu personalidad de antes. —Vaaaya —digo lentamente. Eso se siente… enorme. —Crees que eres feliz, pero apenas vives. —Sabrina, eso es por el internado y trabajar más de ochenta horas a la semana. —No —dice con un firme movimiento de cabeza. Se recuesta en su silla llevándose su taza de café con ella—. ¿Recuerdas el primer año? Siento la fría sombra de esa época arrastrándose sobre mí. —Apenas. —Desde que te conocí, Elliot ha sido una tercera persona con nosotros, a cada segundo. A veces sentía que las cosas que me decías, solo me las decías porque él no estaba allí. —Levanta una mano cuando empiezo a responder—. No es una queja, por cierto. Yo tenía a Dave y te tenía a ti. Y tú me tenías a mí… pero también lo tenías a él en tus pensamientos, en cada una de las cosas que hacías. Cuando saliste con otros chicos, fue como… escabullirte volviendo a hurtadillas por la noche, como si hubiera alguien que pudiera enojarse porque habías tenido una cita. Dejando escapar un largo suspiro, la estudio, odiando que haga esto, por poner estas verdades, que hasta ahora vivían solamente en las polvorientas profundidades de mi memoria, en el espacio público. —¿La primera vez que te acostaste con Julian? ¿Recuerdas eso? Dejé escapar un gemido de risa. Me acuerdo. Estaba a la mitad del primer año. Julián, tocaba la guitarra y tenía el pelo largo, era un semidiós en el campus y de tercer año. Hermoso, levemente vanidoso, no era tan profundo como él pensaba que era, o tal vez esa es solo mi opinión en retrospectiva. Por alguna razón, comenzó a perseguirme en octubre, eso era mucho para los acalorados celos de las groupies de su banda. Finalmente accedí a salir con él; en ese momento pensé que tal vez si me sumergía en algo con otra persona haría desaparecer todo lo que había pasado en California. Tuvimos sexo en su casa después de nuestra primera cita. Realmente no recuerdo mucho, más que mientras sucedía, al menos había otras quince mujeres que querrían estar en esa cama ahora mismo, y que él probablemente estaba haciendo un trabajo bastante bueno al respecto. Pero todo lo que quería era que él terminara para que yo pudiera ir a casa y arrullarme. Regresé al dormitorio que compartía con Sabrina, y antes de que pudiera decir una sola palabra, vomité sobre su par de botines morados favoritos antes de romper en un charco de histeria y contarle todo sobre Elliot. —Pobre Julian —digo. —Era lindo —dice ella—. Y funcionó durante un tiempo porque no estabas interesada. Nunca has estado interesada, Macy. Solo tienes un puñado de personas a las que llamas amigos y mantienes a todos los demás alejados en la superficie. Me muevo para objetar y ella levanta una mano de forma atrevida para detenerme. —Déjame terminar, he estado trabajando en este discurso desde el picnic. Sonrío a pesar de mi enfado —Vale. —Estoy segura de que Sean es un gran tipo, pero es otra versión de ti y Julian, todo está en la superficie. Nunca sentiste lo que sentías por Elliot, pero es conveniente: no quieres volver a sentir eso de todos modos. Asiento con la cabeza con fuerza. Realmente no se puede culpar a Sabrina por decir en voz alta las cosas que también comienzo a preguntarme. —Pero, mierda, Mace —dice con suavidad—, ¿no te parece un poco egoísta? Das solo en la medida que estés dispuesta. Afortunadamente, esta vez, Sean está contento con las sobras. Me recuesto en mi silla. —Dios mío —digo—. Dime lo que piensas realmente. Se muerde el labio inferior, estudiándome. —¿Estás diciendo que estoy equivocada? Me froto la cara con las manos, sintiéndome más cansada de lo que he estado en toda la semana. —No es tan simple, y lo sabes. Sabrina cierra los ojos, inhala y exhala lentamente. Mirándome de nuevo, dice con suavidad: —Lo sé, cariño. El asunto es… estás fingiendo que puedes simplemente alejarte de Elliot. ¿Puedes? Si la respuesta es no, ¿qué haces comprometiéndote con otro hombre? —Lo sé, lo sé —digo, sintiendo un hervor en mi estómago. Su expresión se suaviza. —¿No quieres saber hasta dónde podría llegar Elliot? Lo peor que podría suceder es que no funcione y él no esté en tu vida nunca más. —Ella se inclina hacia atrás y dice en voz más baja—. Sabes que puedes sobrevivir a eso. Al menos, mínimamente. Giro mi tenedor sobre la mesa. —¿Qué te retiene con Sean? Sé que quiere una respuesta seria, pero ya basta con la intensidad de esta conversación. —Su casa está ubicada en un lugar muy conveniente. Deja escapar una carcajada que sobresalta a Viv mientras duerme. —Están arrastrando tus almohadas al infierno, Macy Lea Sorensen. —No creo que uno tenga almohadas en el infierno —le digo, sonriéndole de vuelta—. Y no estoy bromeando. Estoy teniendo dificultades para confiar en estas nuevas dudas, porque hasta hace algunas semanas era perfectamente feliz con Sean. ¿Qué pasa si esto es una alarma? Ella deja escapar un escéptico «Mm-hmm». Parpadeo hacia ella. —Vamos. —Vamos. Sabes que tengo razón. Sean es fácil, lo entiendo. Él es un cactus y Elliot es una orquídea. Lo entiendo. Solo… —¿Solo que…? —No seas un testículo sobre esto —dice. Sabrina odia usar la palabra vagina para decir que alguien es débil18, especialmente después de dar a luz a su bebé de cuatro kilos y medio a la antigua—. Cuando piensas en besar a Elliot, ¿qué te hace sentir? Todo mi cuerpo explota en calor, y sé que se nota inmediatamente en mi cara. Sé lo que es besar a Elliot. Sé cómo suena cuando acaba. Sé cómo sus manos se vuelven salvajes y vagan cuando está caliente. Sé cómo aprendió a tocar, a besar y a dar placer, porque aprendió conmigo. Sé lo bueno que fue, incluso por el poco tiempo que duró. —Ni siquiera necesito que respondas. —Se inclina hacia atrás cuando llega la camarera para tomar nuestros pedidos. Cuando se va de nuevo, mi teléfono vibra en mi bolso y lo saco, riendo. Es un mensaje de Elliot, con quien no he hablado desde el picnic. ¿Has hablado con Sean sobre el Año Nuevo? Me encantaría que lo pasaras conmigo. Piensa en ello como una oportunidad de investigar para la boda que no pareces estar planificando. Doy la vuelta a mi teléfono, mostrándolo a Sabrina, y ella se ríe, sacudiendo la cabeza. —Intervención terminada. Capítulo 26 Pasado Sábado, 14 de enero Once años atrás Traducido por Tati Oh Corregido por Nea Editado por Lyn♡ y Roni Turner Elliot se echó en el suelo, sacando una almohada nueva y peluda del futón y poniéndola debajo de su cabeza. Eran casi las dos de la tarde, y papá y yo apenas habíamos logrado llegar hasta aquí debido a un horrible traqueteo bajo el capó del Volvo. Mientras papá y el señor Nick trabajaban en el auto, Elliot y yo devoramos algunas sobras de pollo frío en los escalones de la entrada. De vuelta al calor del hogar, yo tenía más ganas de tomar una siesta que leer un capítulo entero. La voz de Elliot parecía ser más profunda de lo que era el fin de semana anterior: —¿Tu palabra favorita? Cerré los ojos, pensando. —Enloquecedor. —Guau. —Elliot hizo una pausa, y cuando lo miré, me observaba con curiosidad—. Eso es una locura. ¿Me actualizas? Me quité los zapatos de una patada y uno de ellos cayó al costado de su cabeza. Pasamos la última hora juntos, pero algo sobre estar encerrados, entre paredes azules, estrellas, y la cálida masa del cuerpo de Elliot cerca, parecía haber aflojado algo dentro de mí. Las cosas habían sido difíciles en noveno y décimo grado, Definitivamente era el peor. ¿pero el undécimo? —Las chicas apestan. Son chismosas, mezquinas y apestan —dije. Elliot marcó el lugar en su libro y lo cerró, colocándolo a su lado. —Explícame. —¿Mi amiga Nikki? —dije—. A ella le gusta este tipo, Ravesh. Pero Ravesh me invitó al baile de gala de primavera y le dije que no porque solo es un amigo, pero Nikki está enojada conmigo de todos modos, como si hubiera podido evitar que Ravesh me lo pidiera a mí y no a ella. Entonces ella le dijo a nuestra amiga… —Respira. Respiré profundamente. —Ella le dijo a nuestra amiga Elyse que yo le dije a la amiga de Ravesh, Astrid, que quería ir con Ravesh solo para que él me lo pidiera y luego rechazarlo. Elyse le creyó y ahora ni Nikki no Elyse me hablan. —Ni Nikki ni Elyse te están hablando —corrigió, y luego, ante mi mirada, se disculpó en voz baja antes de agregar—. Claramente, Elyse y Nikki son unas perras. Me reí y luego me reí más fuerte. Todo se sentía tan fácil encerrados. ¿Por qué no podríamos siempre sentirnos así? Se rascó la mandíbula, mirándome. —Deberías llevarme a mí a tu baile de gala. —¿Irías? Odias esas cosas. Elliot asintió y se humedeció los labios distraídamente. —Iría. —Todo el mundo quiere conocerte. —Me encontré incapaz de apartar la mirada de su boca, imaginando saborearla. —Bueno, eso es perfectamente desequilibrado. No tengo ningún deseo de conocerlos a todos. —Sonrió—. Pero quiero verte vestida con algo más que no sea pijama, jeans, o pantalones cortos. —¿Realmente conmigo? irías al baile de gala de primavera Inclinó la cabeza, frunciendo el ceño. —¿Es tan difícil aceptar que quiero ser la única persona que has considerado llevar a un estúpido baile de gala? —¿Por qué? —Porque eres mi mejor amiga, Macy, a pesar de tu ridícula reticencia... —Buena aliteración. —…eres la chica que quiero. Quiero que estemos juntos. Mi estómago se encogió de emoción y ansiedad. —Pero tú te besas con otras chicas. —Casi nunca. —Uh, nunca. —Obviamente no lo haría si pudiera besarte. Suspiré, me mordí el labio y me detuve. —¿Por qué no todos pueden ser como tú? —Puedo ser tu mundo lo suficiente como para que sientas que todos lo son. Le sonreí, suavemente, presionando la familiar burbuja de la necesidad. Era cada vez más difícil de ignorar que realmente amaba a Elliot. —¿Cuál es tu palabra favorita? —le pregunté. Se chupó el labio inferior por un momento, pensando. —Fastidiar —dijo en voz baja. Capítulo 27 Presente Miércoles, 8 de noviembre Traducido por Tati Oh Corregido por ♡Herondale♡ Editado por Lyn♡ y Roni Turner Después de ese mensaje de texto durante el almuerzo con Sabrina, las cosas con Elliot rodaron como una bola de nieve y estamos haciendo algo que no hicimos ni siquiera durante la preparatoria: hablar casi todos los días. A veces es solo por unos minutos. Otras solo es un mensaje de texto. Pero siento su presencia casi constante, y no importa cuánto quiera negarlo, sé que el suave zumbido de alivio en mis pensamientos se debe a él. Quizás es debido a esto, que las cosas con Sean son algo... extrañas, en el mejor de los casos. No hemos tenido ninguna discusión. De hecho, ni siquiera conversamos sobre lo que hemos estado haciendo. Cuando los encuentro despiertos, Phoebe parece feliz de verme, Sean parece feliz de verme. Estoy segura de que, si planeara una gran boda para mañana, Sean estaría feliz de aparecer. Y estoy segura de que, si dejo de planearla indefinidamente, Sean nunca preguntaría al respecto. También estoy segura de que podría irme y él también estaría de acuerdo con eso. Es la cosa más extraña de la que he sido parte y, sin embargo, podría ser tan jodidamente fácil. No demanda nada de mí, no requiere la participación de mi corazón, y sé, sin lugar a duda, que no me necesita. Podríamos tener una relación que nos provea a ambos de sexo, seguridad financiera, un techo sobre nuestras cabezas y conversación estimulantes en la cena, pero en general tener vidas completamente separadas. Pero la cruda verdad es: que no estamos enamorados, en realidad nunca lo hemos estado, y es la ausencia de ese amor lo que me preocupa, no parece venir en pequeños rayos de conciencia. Simplemente aparecen, en blanco y negro, gritando «Esta relación está acabada» cuando nos sonreímos con cortesía mientras cambiamos de lugar en el baño. Estoy harta de eso. Estoy desesperada por encontrar la mejor forma de terminar esto. Desafortunadamente, me preocupa que la reacción principal de Sean sea decepción. Le convengo como novia, tanto como él me conviene a mí; pero en su caso él probablemente no necesite nada más: ya tiene al amor de su vida, en forma de una hija de seis años. Un buen comienzo sería asegurarme de que puedo vivir por mi cuenta en la ciudad. Me tomo un día libre y conduzco hasta El Cerrito para hacer algo que he estado posponiendo durante meses: reunirme con mi asesor financiero. Daisy Milligan es la antigua genio de finanzas de papá, y me quedé con ella más por sentimentalismo y pereza que por conocimiento particular sobre sus habilidades. Dicho esto, aunque se acerca a los setenta, apenas necesita mirar mi archivo para informarme sobre lo que tengo en mis activos (suficiente para cubrir las reparaciones de la casa y los impuestos, pero no mucho más) y explicarme el por qué debería vender una de mis casas (necesito tener una cuenta para mi retiro más de lo que necesito dos propiedades). No me atrevo a mencionar que estoy viviendo en San Francisco y ni siquiera obtengo ingresos de alquiler por la casa de Berkeley. Odio hablar de dinero. Pero odio aún más ver lo mucho que necesito organizarme financieramente. Después de todo, me encuentro entre nerviosa y animada, y cuando Elliot me envía un mensaje de texto preguntando cómo va mi día, y le digo que estoy de su lado de la Bahía… vernos parece una elección bastante obvia. Sugiere que lo hagamos en Fatapple, en Berkeley, sin saber lo cerca que está de mi casa. En cambio, sugiero que nos encontremos en la cima de las colinas de Berkeley, en el parque Tilden, a la entrada del sendero del río Wildcat. Llego antes que él, y saliendo de mi auto levanto mi capucha para luchar contra el viento. La niebla rueda sobre las colinas, haciendo que parezca un horizonte gris que se hunde en el valle, un centímetro a la vez. Amo Tilden, y tengo tantos recuerdos de venir aquí con mamá, a montar ponis, alimentar a las vacas de la Pequeña Granja. Papá y yo veníamos casi todos los fines de semana después de que mamá muriera para alimentar a los patos en el estanque. Nos sentábamos en silencio, tirando trozos de pan al agua, y observando a los patos arrebatárselos, graznando entre sí competitivamente. La nostalgia de Tilden parece mezclarse con la nostalgia de Elliot y forma una potente mezcla en mi sangre, desangrándome. Aunque él y yo nunca habíamos estado aquí juntos, se siente como si lo hubiéramos hecho. Se siente como si fuera parte de mis células, como si estuviera entrelazado con mi ADN. Así que, verlo salir entre la niebla del estacionamiento y moverse hacia mí con sus largas zancadas y sus ajustados vaqueros negros… hace que mi ansiedad… se evapore. En un pulso de obvia epifanía, me doy cuenta de que Sabrina tenía razón: no he estado viviendo sin él. Solo he estado sobreviviendo. Quiero compartir mi vida con él de alguna manera. Solo que… no tengo idea de cómo hacerlo. Parece leer mi estado de ánimo mientras se sienta en el banco junto a mi deslizando su brazo por el respaldo. —Oye. ¿Todo bien? El impulso de abrazarlo es casi debilitante. —Sí, solo… Fue un largo día. Se ríe, extendiendo su mano para alcanzar suavemente mi cola de caballo y jalarla. —Y apenas es mediodía —Me reuní con la antigua asesora financiera de papá. — Con la otra mano, se rasca la ceja. —¿Sí? ¿Y cómo salió eso? —Quiere que venda una de las casas. Elliot se queda en silencio, digiriéndolo. —¿Cómo te hace sentir eso? —No tan bien. —Lo miro—. Pero, sé que tiene razón. Tampoco vivo en ellas. Es tan solo que no quiero deshacerme de ninguna de ellas. —Ambas tienen muchos recuerdos. Buenos y malos. Con eso, abarca todo. Desde la primera vez que preguntó por mamá, es obstinadamente gentil. Doblo una pierna y me giro para mirarlo. Estamos tan cerca, y aunque estamos afuera, en un parque público, no hay nadie a nuestro alrededor y se siente tan íntimo. Sus ojos son más verdes que café hoy; tiene una barba incipiente, como si no se hubiera afeitado esta mañana. Deslizo mi mano entre mis rodillas para evitar extenderla y ahuecar su mandíbula. —¿Puedo hacerte una pregunta? Los ojos de Elliot se posan brevemente en mi boca y luego en mis ojos otra vez. —Siempre. —¿Crees que mantengo cosas reprimidas? Enderezándose, mira a su alrededor, como si necesitara un testigo. —¿Es una pregunta seria? Lo empujo jugando y él finge estar herido. —Sabrina sugirió que tengo el hábito de mantener a la gente a distancia. —Bueno —dice, eligiendo sus palabras con cuidado—, siempre conversábamos, pero yo tuve la sensación de que no hacías eso con nadie más. Así que, tal vez, ¿sea cierto? Un automóvil pasa y su motor diésel resopla ruidosamente alrededor del estacionamiento, alejando momentáneamente nuestra atención en nosotros y dirigiéndola hacia el pastizal. Los débiles ruidos de la vida animal nos llegan desde la Pequeña Granja, por el camino de grava. Cuando no respondo, continúa. —Quiero decir, tal vez estoy sesgado por nuestras circunstancias actuales, pero siento que tal vez tú no… hablas de ciertas cosas. Y podría estar abusando de mi suerte aquí, pero tengo la sensación de que Sean también es así. Elijo ignorar esa parte, queriendo evitar completamente una conversación sobre Sean con Elliot. Ahora sé lo que tengo que hacer, pero le debo a Sean al menos discutirlo con él primero. —Solía hablar con papá —le digo, cambiando de tema—. A lo mejor no como lo hacía contigo, pero sí sobre la escuela y mamá. —Sí, pero estamos hablando del ahora —dice—. Siempre fuiste bastante reservada, pero, ¿tienes a alguien? ¿Además de Sabrina? —Te tengo a ti. —Después de un incómodo momento, agrego—: Quiero decir… ahora. —Otra pausa—. De vuelta. Su expresión se alinea y toma una ramita del suelo, descansando con los codos sobre las rodillas y haciéndola girar entre los dedos. Con inquietud. Lo sé… Lo sé… Sé lo que viene… —¿Macy? —Me mira por encima del hombro—. ¿Amas a Sean? Sabía que vendría, sí, pero el peso de su pregunta me impulsa fuera del banco, dos pasos más allá. —Te he visto enamorada —dice suavemente, sin ponerse de pie—. No parece que estés enamorada de él. No contesto, pero me interpreta de todos modos. —No entiendo —gruñe—. ¿Por qué estás con él? Me doy la vuelta para ver su expresión, con el ceño fruncido, la boca fuertemente apretada. Me toma unas cuantas respiraciones juntar las palabras de una manera que no se sienta sumamente melodramático. —Porque —le digo— tenemos un jodido acuerdo de personas destruidas emocionalmente, es un acuerdo tácito supongo, o lo era hasta hace poco, solo entregamos una fracción de nosotros mismos. Perderlo no me afectaría. — Sacudo mi cabeza y miro mis zapatos, poniendo los pies en la tierra. Siento que mi epifanía sobre una vida sólida y compartida comienza a desvanecerse cuando Elliot hurga en mis instintos de autopreservación. Odio decir que Sabrina tenía la razón. Odio el hecho de que retirarme a mi capullo sea mi primera reacción—. Me doy cuenta de lo cobarde que eso suena, pero no creo que pueda soportar el volver a perder a alguien que amo. —Fue muy doloroso… —dice en voz baja, y no es realmente una pregunta—. Lo que hice. ¿Cuándo hablaremos sobre eso? —No solo te perdí a ti —le recuerdo. Me detengo, necesito un segundo para respirar. Los recuerdos de la última vez que vi a Elliot solían enfermarme psicológicamente. Ahora solamente me dan una fuerte estocada. Puedo ver que está procesando esto. Estudia mi rostro, rumiando las palabras en su mente y viéndolas desde diferentes ángulos, como si supiera que falta algo. O tal vez solo estoy siendo paranoica. —¿Cuál es su historia? —pregunta. —¿Te refieres a Sean? Elliot asiente, tomando otra ramita. —¿Estaba casado? —Sí. Ella trabajaba en finanzas y se volvió adicta a la cocaína en un viaje de trabajo. Su cabeza se dispara hacia arriba, en sus ojos se lee el shock. —¿En serio? —Sí. Es terrible, ¿verdad? —Miro más allá de él, hacia el estacionamiento—. Por eso pienso que la parte que lo mantiene es su hija, y nunca llegó realmente a superar a Ashley. Realmente ha sido… Es tan fácil, para nosotros, mantener algo permanente sin necesitarnos realmente el uno al otro. Elliot se inclina hacia adelante. —Macy. —Elliot. —¿Te estás quedando por Phoebe? Lo miro, genuinamente confundida. —¿Qué? —Phoebe. —No, o sea escuché el nombre. Simplemente no entiendo cómo... Oh. —De repente entiendo lo que está diciendo—. No. —Quiero decir, ella es una dulce niña sin su mamá… —Lo dice como si fuera obvio por qué me quedaría, y está bien, desde el exterior puedo ver por qué él piensa así. Pero él no los conoce. —Ella no me necesita —le aseguro—. Ella tiene un increíble e involucrado papá. Yo soy… —Agito mi mano alrededor, insegura—. Soy un accesorio. Quiero decir, seamos honestos: realmente no sé cómo ser una… «Mamá». De todos modos, ella no parece necesitar nada de mí. Gruñe un poco, mirando hacia la ramita que está triturando lenta y metódicamente. —Bien. Lo miro. —¿Qué significa eso? —Significa que está bien. —No puedes pensar tanto para luego solo darme un bien. Eso es un bien condescendiente. Se ríe y tira el palo al suelo antes de mirarme. —Bien. Un reto. Quiere involucrarme, lo sé. —Maldita sea. —Me doy la vuelta y miro hacia la escuela y el color gris de las nubes rodando detrás de ella. —Puede que necesite una madre cuando le llegue su periodo —dice en voz baja—. O cuando sus amigas sean unas idiotas. —Tal vez tiene replico y volteo siente como si quedarme con inversa? una amiga en el armario que la escucha — a mirarlo, con sospecha—. ¿Por qué se estuvieras intentando convencerme de Sean? ¿Me estás haciendo psicología Sonriendo, cede. —Vamos, hablemos de otra cosa. ¿Palabra favorita? El calor recorre mi piel. Estoy tan no preparada para esto que mi mente se estanca y de repente, no hay palabras, en ningún lugar. —Necesito pensar… ¿Tú? Su risa llega como un bajo retumbar. —Melifluo. Arrugo mi nariz. —Eso es un trabalenguas. —Ciertamente lo es, señorita —gruñe, con un tono significativo en sus palabras. Le arrojo una pequeña piedra por eso. —Tu voz es meliflua —murmura, empujándose del banco para pararse y acercarse a mí—. Ahora, vamos. Es tu turno. No puedes pensar demasiado en esto tramposa. Conoces las reglas. Veo sus labios modular mientras él observa mi boca. Veo a su lengua asomarse. —Limerencia. No hay ninguna palabra como esta: la sensación de estar enamorado de otra persona. Los ojos de Elliot se disparan hacia los míos, sus pupilas se dilatan como una gota de tinta en un estanque. —Eres terrible. —No estoy intentando serlo. Me indica con la cabeza hacia la ruta del sendero, haciendo señas para que lo siga. Caminamos por el sendero y recuerdo caminar junto a él por el bosque Armstrong, o por el lecho seco del arroyo en verano. Es tan extraño cómo se siente como si fuera otra vida, y a la vez como si hubiera sucedido dos semanas atrás. Lentamente, nuestros pasos convergen en un crujir… crujir…crujir de nuestras pisadas sobre la grava, moviéndose al unísono. Ha acortado sus pasos para que coincidan con los míos. —¿Eres feliz? —le pregunto. La pregunta es tan abrupta que espero que vacile un poco, pero no lo hace. —He tenido momentos de eso, sí. No me gusta esta respuesta. Quiero que sea feliz, amado, adorado, lleno de todo, siempre. —Tengo que admitir —agrega—, me siento más feliz cerca de ti. Es embriagador saber que tengo el poder de lograrlo. —Tú, ¿eres feliz? —pregunta —No lo he sido —le digo, y siento que se vuelve para mirar mi perfil—. Y estar cerca de ti de nuevo me ha hecho darme cuenta de eso. —Nos detenemos en un diminuto y resbaladizo puente en medio del bosque, mirándonos—. Me haces sentir tantas cosas —admito en silencio. Extiende la mano, tirando suavemente de mi cola de caballo a través de su mano. —También me siento así. Eso siempre fue cierto. — Moviendo su mano para pasar la palma sobre mi cabello, murmura—. Por cierto, no estaba tratando de convencerte de que te quedaras con Sean. Solo pensé que estabas siendo demasiado dura contigo misma. Mis ojos se entrecierran con escepticismo. —¿Yo? Asintiendo, dice: —Creo que estás castigándote por estar con Sean. Por eso pregunté por Phoebe y… —¿Ashley? —Sí. Ashley. —Utiliza la punta de su dedo índice para levantar sus gafas y mira los frondosos árboles frente a nosotros—. Actúas como si estuvieras con él solo porque es fácil. Pero, de alguna manera, él es tu papá en este escenario, y tú eres la mujer que vino después de tu mamá. Sean no tiene mucho que entregar, pero tú entiendes por qué. Después de todo, no quieres intentar reemplazar a nadie. Lo miro en estado de shock. En solo unas pocas frases, Elliot acaba de explicar por qué tiene sentido para mí estar con Sean y, al mismo tiempo, demostrar que él, Elliot, es la única persona que realmente me entiende. Ni siquiera yo había notado esta verdad hasta ahora. —¿Por qué eres tan bueno conmigo? ¿Después de todo? Elliot inclina la cabeza mientras me mira. Por supuesto que no ve las cosas retorcidas desde su punto de vista. Solo sabe de su traición, no de la mía. —¿Porque te amo? La emoción obstruye mi garganta y tengo que tragar saliva un par de veces para soltar las palabras. —No creo que realmente me haya dado cuenta de lo aturdida que estaba. O quizás no me importaba. Veo la forma en que esto lo golpea, físicamente. —Mace… Me río oscuramente de esto, de lo jodidamente horrible que suena. —Es horrible, ¿verdad? Da un paso adelante abruptamente, empujándome contra su pecho. Una mano acuna mi cabeza, la otra se envuelve alrededor de mis hombros, y siento como si realmente no hubiera llorado en diez años. Capítulo 28 Pasado Sábado, 3 de junio Once años atrás Traducido por Nea Corregido por ♡Herondale♡ Editado por Lyn♡ y Roni Turner Papá y yo empacamos nuestras vidas para pasar un verano en Healdsburg. Los nervios se apoderaron de mi estómago. Este verano todo se sentía diferente: habíamos terminado el segundo año y estábamos a punto de entrar al último curso. La escuela parecía más interesante, los amigos parecían menos dramáticos. Y aunque Elliot y yo no habíamos ido juntos al baile de primavera, en realidad no habíamos ido, el verano siempre era el momento en que las cosas entre nosotros cambiaban monumentalmente. Yo tenía diecisiete años. Elliot tenía casi dieciocho. El verano pasado nos habíamos besado. Habíamos admitido nuestros sentimientos. Y, desde entonces, me miraba de forma diferente, más como algo para ser devorado que algo para ser protegido. Por mucho que intentara pensar que podíamos seguir siendo el tipo de amigos que siempre habíamos sido, sabía que yo también quería algo más. Él ya era una de las dos personas más importantes de mi vida. En cambio, de preocuparme por perderlo, tenía que centrarme en cómo conservarlo. Estaba recostada en las almohadas de la esquina cuando entró en la habitación el sábado siguiente a nuestra llegada. —Hola, tú —dijo. Al oír su voz, me levanté de un salto y corrí hacia él, echándole los brazos al cuello. Fue un tipo de abrazo diferente; en lugar de crear el cuidadoso abrazo en triángulo que siempre habíamos logrado, solo tocando nuestros hombros, presioné mi pecho a lo largo de su cuerpo, desde mi pecho hasta mi estómago y mis caderas. Por supuesto, sabía que era el mismo Elliot de hace unas semanas, de la última vez que habíamos estado en la casa, pero después de toda mi obsesión nerviosa sobre cómo sería el verano, de repente no me sentía la misma Macy. Se quedó parado un momento y luego reaccionó con un pequeño y perfecto gruñido de alivio. Se inclinó, me rodeó con sus brazos y exhaló un silencioso «Ey» contra la parte superior de mi cabeza. Durante unas cuantas respiraciones, todo se quedó quieto y todo mi mundo fue la sensación del corazón de Elliot latiendo contra el mío y la forma en que su mano se extendió a través de mi espalda baja. —Estoy tan emocionada de que al fin sean las vacaciones —le dije en su cuello. Se apartó, todavía sonriendo. —Yo también. —Ahí estaba de nuevo, el silencio sin aliento entre nosotros. Y entonces lo rompió, blandiendo dos libros en la mano—. Te he traído algo para leer. —¿Algo para nuestra biblioteca? Se rio secamente. —La verdad es que no. Puede que no quieras dejar esto fuera. Sus palabras me confundieron hasta que miré las portadas: Delta de Venus de Anaïs Nin y Trópico de Cáncer de Henry Miller. Era lo suficientemente nerd como para saber que estos no eran libros que encontraría en la biblioteca de mi instituto. —¿Qué son confirmación. estos? —pregunté, buscando una Se encogió de hombros. —Literatura erótica. —¿Cuándo los conseguiste? —Hace un par de años. Los leí en enero. Tragué con fuerza. Después de mi revelación de que las cosas estaban cambiando definitivamente entre Elliot y yo, estos libros se sentían como rocas abrasadoras en mis manos. Elliot se tumbó en el futón. —Tienes curiosidad por los chicos y el sexo, he pensado que quizás querrías leerlos. Sentí que toda mi cara se calentaba y le devolví los libros, evitando su mirada. —Oh, está bien. Estaba preparada para dar un paso adelante. Pero la idea del sexo, y de Elliot, me hizo entrar en territorio desconocido. —¿Estás bien? —preguntó, incrédulo. —No estoy segura de que me gusten. —Mi voz era gruesa; la mentira no quería salir de mi lengua. Él sonrió. —Está bien. De todos modos, ya he terminado con ellos. Si te parece bien, los dejaré aquí. ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ Una semana de vacaciones y he cedido. Los nada descriptivos lomos de los libros me habían mirado fijamente, retándome. Los había colocado en la estantería entre La guía del autoestopista galáctico y El arte del mantenimiento de la motocicleta, es decir, directamente en el territorio de Elliot, como una indicación de que podía llevárselos a casa si quería. No es que no sintiera curiosidad. No es que no me picara el gusanillo de tomarlos. Pero con Elliot despatarrado delante de mí todos los días, estirándose distraídamente para rascarse el estómago o cruzando las piernas por el tobillo, el movimiento de alguna manera redefiniendo y enfatizando lo que había debajo de los botones de sus pantalones… no estaba segura de que realmente necesitara más erotismo. Por desgracia, Delta de Venus fue el primero. Lo empecé al amanecer, según yo, horas antes de que Elliot apareciera. Pero, como siempre, fue como si lo supiera. —Oooh. ¿Qué estás leyendo? —preguntó desde la puerta. La luz del día iluminaba débilmente mi dormitorio detrás suyo; él bloqueaba la mayor parte con la anchura de sus hombros. Ignoré el creciente calor en mis mejillas y volví a la portada como si necesitara recordármelo. —Oh. Solo uno de los libros que me regalaste. —Ah —dijo, y escuché la sonrisa de satisfacción en su voz —. Tú también te has levantado temprano. ¿Qué lees? Sin querer decir el nombre, simplemente levanté el libro y lo agité, luchando por parecer despreocupada, aunque sabía que mi cara era de un rojo intenso y maduro. —¿Te importa si te acompaño en el armario? —Como quieras. —Me puse boca abajo y continué leyendo. Vaya. Las palabras eran casi demasiado incluso para la intimidad de mis pensamientos. Yo siempre había pensado en las cosas sexuales de forma tan abstracta, no con el lenguaje sino con imágenes. ¿Y más intensidad? Me di cuenta mientras leía esto... yo siempre imaginaba a Elliot. Me lo imaginaba acercándose y tocándome, lo que podría decir o cómo podría mirar. Pero nunca había pensado en palabras como temblando, y atormentada por el deseo, y succionando hasta que se corriera. Podía sentir que me observaba, pero me esforcé por mantener una expresión neutra. —Em —dije pensativa—. Interesante. Elliot exhaló una carcajada. —¿Qué acabas de leer? —preguntó un rato después, con voz burlona—. Se te van a salir los ojos. —Es literatura erótica —dije, encogiéndome de hombros —. Puedes apostar que leí algo erótico. —Comparte. —No. —Sí. —Ni hablar. —Está bien si te da vergüenza —dijo, volviendo a su libro —. No voy a presionarte. Estaba increíblemente avergonzada por ello. Pero, al mismo tiempo, me emocionaba y me irritaba. Era sexual, pero tan impersonal. Quería infundirlo con más sentimiento. Las manos de él se convirtieron en las de Elliot. Las de ella se convirtieron en las mías. Imaginé el sentimiento que no estaba plasmado en la página. Me pregunté si a Elliot le ocurría lo mismo cuando lo leía, y si se daría cuenta de lo distante que parecía todo. Inspiré con dificultad y leí: —«Así nació Venus del mar con este pequeño grano de miel salada en ella, que solo las caricias podían sacar de los rincones más oscuros de su cuerpo». Elliot miraba su libro, con las cejas fruncidas, mientras asentía sabiamente. Su voz salió un poco ronca: —Es una buena frase. —¿Una buena frase? —repetí, incrédula—. Es... En realidad, no tenía un final para la frase. Era un nivel de pensamiento que no tenía la capacidad o la experiencia para articular, pero algo en él me resultaba familiar, en una especie de forma antigua. —Lo sé —murmuró—. ¿Te gusta el resto? —Está bien. —Volví a hojear las páginas—. Es un poco impersonal y… algunas de las historias son un poco tristes. Elliot se rio y yo me quedé boquiabierta. —¿Qué? —pregunté. —¿Leíste el prólogo, Macy? Fruncí el ceño. —¿Quién lee el prólogo de los libros eróticos? Volvió a reírse y negó con la cabeza. —No, deberías. Las historias fueron encargadas por un hombre rico. Solo quería sexo. Sin sentimientos, sin emoción. —Oh —dije, mirando el libro que de repente tenía mucho más sentido—. Sí, no. No me gusta. No así. Asintió con la cabeza, ajustando el puff debajo de él. —¿Has leído esto? —le pregunté. Murmuró un ruido afirmativo. —¿Te gustó? —Creo que tuve la misma reacción que tú. —Con un pequeño gruñido, estiró sus piernas, poniendo las manos detrás de la cabeza. No miré los botones de sus jeans. Desde luego, no dos veces—. Es sexy, pero también distante. —¿Por qué lo leíste? —¿Por qué? —repitió incrédulo mientras levantaba la cabeza para mirarme—. No lo sé. ¿Porque me encanta leer? Me encanta que puedas usar las palabras para convencer a la gente, o enfadar a la gente, o entretener a la gente. Pero puedes usarlas para... —Se encogió de hombros, y se sonrojó un poco—. Para excitar a la gente. Volví a mirar el libro sin saber qué más decir. —No te he visto desde abril —dijo—. ¿Qué pasó con el baile de primavera? Riendo, le dije: —Nikki fue con Ravesh. —Por supuesto que lo hizo. El drama siempre se resuelve con el resultado más aburrido posible. Pero me refería a ti. —Oh. —Dejé caer el libro y levanté una mano para morderme la uña—. Sí, me quedé en casa. Pude sentir que me miraba y se levantó sobre un codo. —Habría ido, lo sabes. Mirándolo, traté de enseñarle con mis ojos que realmente no había querido ir. —Lo sé. —¿No quieres que conozca a tus amigos? —preguntó, y su tono era juguetón, pero en el borde distante había una preocupación sincera. Rápidamente, negué con la cabeza. —No es eso. —Le miré, su cara, que ahora era casi perfecta en proporción, sus ojos expresivos, su boca llena, su mandíbula angulosa—. Bueno, supongo que en parte es eso. Quiero que los conozcas, pero en realidad no quiero que te conozcan a ti. Arrugó la nariz. —¿De acuerdo? —Quiero decir —dije, queriendo disipar el insulto que vi en su cara—, realmente no confío en Nikki y Elyse en este momento, y sentí que si te conocían podrían coquetear contigo, especialmente en ese baile, y yo habría sido una bola de rabia. Sus cejas se comprensión. alzaron hacia el cielo en señal de —Oh. —Y también... —Volví a mirar hacia abajo, encontrando más fácil decir estas cosas a mi regazo—. Esta es nuestra pequeña burbuja. —Señalé vagamente alrededor de la habitación—. Y cuando conocí a Emma, eso cambió para mí. Antes, ella era solo un nombre, y podía fingir que no pasabas más tiempo con ella cada semana que conmigo. —Pero Mace, yo no… —Solo estoy usando ese ejemplo —expliqué, volviendo a mirar hacia arriba—. No estaba segura de que realmente quisieras poner una cara a los nombres con los que estoy pasando tiempo. Algo de claridad lo invadió. —Oh. Creo que lo entiendo. Creo que lo hizo. —Hay un tipo al que le gustas. Asentí con la cabeza. —Sí. —Hay unos cuantos chicos. Y estaban en el baile. Y tú y yo somos una extraña no-pareja, y no estabas segura de cómo... —Dejó que sus palabras se desvanecieran antes de decir—: No querías que acabara sintiéndome como un extraño. Me puse de rodillas en el futón. —Sí. Solo creo que podría haber sido raro. No eres un extraño para mí, eres mi todo. Pero en ese momento, tú podrías no haberlo visto así, o no haberme creído. —Levanté la vista hacia él, añadiendo apresuradamente—: Solo... hablo desde mi experiencia con el asunto de Emma. —De acuerdo —murmuró. —Te quiero en toda mi vida —dije con cuidado, poniendo un pie en el vasto paisaje de más—. Pienso todo el tiempo en que mi verdadero miedo no son otras chicas, sino perderte a ti. Me aterra lo que sentiría si desaparecieras de mi vida. Sus ojos se tensaron. —Eso nunca sucederá —dijo con voz reverente —Y si empezamos... y de alguna manera sale mal... — Tuve que tragar saliva un par de veces después de decir esto, apaciguando la tormenta que ocurrió dentro de mí ante la perspectiva de esto—. De todos modos. No creo que el baile fuera el primer lugar para hacer eso. Para llevar esta vida a aquella. Habría sido demasiado para la primera vez. —Lo entiendo. —Se puso de pie, caminando hacia el futón y sentándose a mi lado—. Ya te lo he dicho, Mace. Quiero ser tu novio. Alargando la mano, me atrajo hasta que me apoyé en él y, finalmente, recosté mi cabeza en su regazo. Volvió a coger su libro y yo el mío, y escuché el ritmo uniforme de su respiración. —¿Sabes? —dije mirando al techo, mientras él arrastraba una mano lentamente, una y otra vez, por mi pelo—, estos libros fueron una especie de regalo perfecto. —¿Cómo? —El número cuarenta y siete de la lista de mamá era para decirme que no tenga sexo hasta que pueda hablar de sexo. Debajo de mí, Elliot se quedó muy quieto. —¿En serio? —Creo que es un buen consejo, supongo. Algo como… si no puedes hablar de ello, no deberías hacerlo. Una pequeña y nerviosa risa brotó de él. —¿Quieres hablar sobre sexo hoy? Riendo, le di un suave puñetazo en el muslo y él fingió dolor. Yo también quería que fuera mi novio. Pero ya sabía, incluso entonces, que necesitaba dar pasos chiquititos. Quería una transición lenta. No quería perder ni una sola parte de él. Capítulo 29 Presente Miércoles, 8 de noviembre Traducido por Tati Oh Corregido por ♡Herondale♡ Editado por Mrs. Carstairs~ Sean está en el sofá esperándome cuando llego a casa después de medianoche. A excepción de mi caminata con Elliot, mi día fue una mierda. Sabiendo lo que tenía que hacer, pero evitando hacerlo de todos modos, fui al trabajo alrededor de las tres de la tarde, fue una terrible decisión. Terminé dando dos diagnósticos de enfermos terminales y suspendiendo la quimioterapia de una tercera porque la niña no podía tolerar otra dosis (aunque su cáncer sí podría). Estoy en una situación mental donde sé que lo estoy haciendo bien, pero no parece que fuera así, y ver a Sean en el sofá intensifica la autoflagelación. —Hola bebé. —Da palmaditas al cojín a su lado. Me arrastro, para caer su lado. No sobre él, o en una posición afectiva. Primero, porque estoy en ropa de trabajo y quiero ducharme. Y segundo, porque sería raro acurrucarme con él. Hay un campo de fuerza invisible que me repele. Como si leyera mi mente. —Probablemente deberíamos hablar —dice Sean. —Sí, deberíamos. Toma mi mano izquierda entre las suyas, masajeando la palma con sus pulgares. El contacto es una maravillosa distracción y me recuerda a todas las maravillosas distracciones que Sean puede hacer con el resto de su cuerpo. —Estoy bastante seguro de que no eres feliz —dice. Me vuelvo y lo miro. Su rostro tarda unos segundos en enfocarse. porque está muy cerca y yo estoy demasiado cansada, pero cuando lo hace, puedo ver cuánto lo está desgastando esta situación. El hecho de que no hable sobre el tema, no significa que no piense en él. Sean y yo somos exactamente iguales. —¿Y tú? —pregunto. Encogiéndose de hombros, admite: —En realidad no. —¿Puedo preguntarte algo? Su sonrisa es genuina. —Claro que sí, bebé. Su respuesta no cambiará mis sentimientos, pero tengo que saberlo. —¿Me amas? La sonrisa desaparece y examina mi expresión por un par de segundos. —¿Qué? —¿Me amas? —pregunto de nuevo—. En serio. Puedo decir que se lo está tomando con seriedad. Y que no está tan sorprendido por mi pregunta como lo está por su respuesta instintiva. —Está bien —digo en voz baja—. Solo responde. —Creo que necesito una palabra entre me gustas y te amo, lo que significa… —…que me estimas —digo con una sonrisa. Nunca, en la historia de los tiempos, una ruptura había sido tan tranquila. Es apenas una leve onda en el agua. Así que a lo mejor apenas estábamos lo suficientemente juntos como para terminar. —¿Me amas? —pregunta, frunciendo el ceño. —No estoy segura —Lo que significa que no —dice, sonriendo. —Te quiero… como amigo —digo—. Amo a Phoebs. Me encanta lo fácil que es esto y lo poco que exige de mí en este momento. Asiente. Lo entiende. —¿Pero tratar de imaginar esto? —Hago un gesto entre nosotros—. ¿Que viviré así por el resto de mi vida? —digo, besando su frente—. Es algo deprimente. Se siente como si ambos nos dirigiéramos por el camino menos complicado. —¿Mace? —¿Mmmm? —¿Elliot no es el camino menos complicado para ti? — pregunta. Me quedo quieta, pensando en la mejor respuesta. De alguna manera, sí, por supuesto, entrar en la cama de Elliot sería la ruta más fácil, y Sean lo sabe. No hay razón para no ser honesta. Pero una parte de mí cree que Elliot y yo siempre estuvimos destinados a ser mejores amigos. Tenía tanto miedo de dar el siguiente paso con él cuando éramos adolescentes, que apenas lo hicimos, terminamos. —Tenemos historia —digo con cuidado—. No es una mala historia, la mayor parte del tiempo. Pero él la jodió. Yo la jodí. Y realmente no hemos hablado de eso. —¿Por qué no? Dios. La pregunta más simple y obvia. —Porque… —empiezo—. Porque no sé… ese momento de mi vida fue realmente difícil, y tomé algunas malas decisiones. No sé cómo explicarlo. Aparentemente, estoy muerta, por dentro y no soy muy buena expresando mis emociones. Se sienta y me mira con seriedad. —¿Sabes qué? Si Ashley hubiese vuelto a casa, totalmente limpia, y me hubiese dicho: «Sean, tomé algunas malas decisiones. No sé cómo explicarlas», creo que eso habría sido suficiente. —¿En serio? —pregunto. Asiente. —La extraño. Envuelvo mis brazos a su alrededor, apretándolo contra mi pecho. No creo que Sean alguna vez haya llorado por la partida de Ashley, o por la posibilidad de que ya no volverá. O la horrible posibilidad, de que algún día suene el timbre y sea ella pidiendo dinero. O, lo que es peor, que aparezca un policía allí diciéndole a Sean que se ha ido para siempre. —¿Seguiremos siendo amigos? —pregunto. —Sí —susurra, presionando su rostro contra mi cuello—. Sí, yo también necesito eso. ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ Me mudo unos días después. Realmente solo es empacar las dos maletas que traje hace un par de meses y mudarme a unas seis cuadras de distancia. Por menos de setecientos al mes, estoy alquilando una amplia habitación en casa de Nancy Eaton, una doctora de la unidad, su hija acaba de irse a la universidad en el este. Es una situación temporal; no porque Nancy no me haya ofrecido la habitación de forma indefinida, sino porque así lo siento. Soy dueña de una casa en Berkeley, podría venderla fácilmente y comprar un lugar para mí en la ciudad, pero el solo pensarlo se siente como una traición. Podría poner la casa en renta y alquilar mi propio espacio en la ciudad, pero eso requeriría revisar todas las cosas de mis padres, y aun no estoy lista para eso. —Eres un desastre —dice Elliot al final de la línea, después de haberle detallado lo que hay que hacerle a la casa de Berkeley. No lo sabe: ni siquiera le he dicho que terminé mi relación con Sean. Si supiera que Sean y yo rompimos, habría venido a la ciudad de inmediato y se habría quedado mirándome hasta que cediera, y lo besara. Sean es el único obstáculo. Es la excusa, que me da tiempo para pensar. No quiero que Elliot me envuelva y me enamore nuevamente, o me presione para tomar una decisión. Necesito tiempo. Algo se quiebra a la distancia y murmura un frustrado «Mierda». —¿Qué fue eso? —pregunto. —Acabo de tirar una olla del fregadero. Debería lavar la loza. —Deberías. —¿Cómo está Sean? —pregunta. El cambio de tema es tan brusco que me sorprende. —Bien —digo, agregando sin pensar—. Creo. Siento la forma en que Elliot se queda quieto en el otro extremo. —¿Crees? —Sí —esquivo—. He estado ocupada. —¿Estás siendo evasiva conmigo? —No —digo, haciendo una mueca mientras busco la mejor verdad a medias. Miro a mi alrededor mi nuevo dormitorio, como si la respuesta correcta se fuera a materializar en una pared en alguna parte—. Es solo que no lo he visto mucho en los últimos días. —¿Qué harán para Acción de Gracias? —pregunta—. Esta será su primera celebración juntos, ¿verdad? «Mierda». —Creo que trabajo. —¿Crees? —pregunta de nuevo, y se oye como si estuviera comiendo—. ¿No tienen los residentes el horario estipulado con antelación? —Sí —le digo, pellizcando el puente de mi nariz. Odio mentirle—. Voy a negociar para no tener que trabajar en Navidad, pero no me he organizado al respecto. Probablemente estaré libre. Elliot hace una pausa, probablemente porque sabe que estoy mintiendo y está tratando de averiguar por qué. —Ok, entonces, ¿tienes planes o no? —Sean va con Phoebe a la casa de sus padres. —Vacilo, aguantando la respiración—. Yo no. —Espero que se crea esto, para evitar que haga un tipo de investigación estilo «¿Y eso qué significa?», pero no lo hace. Solamente se aclara la garganta y dice: —Ok, entonces vendrás. Será mejor que lave los platos antes de ese día. Capítulo 30 Pasado Miércoles, 12 de julio Once años atrás Traducido por Tati Oh Corregido por ♡Herondale♡ Editado por Mrs. Carstairs~ El verano de Healdsburg había pasado del cálido y húmedo zumbido de las abejas, bayas, y la luz solar a la presencia de arroyos secos de superficie quebradiza e incesante calor. A medida que pasaban los días, también parecía que empezábamos a avanzar más lentamente. Ningún lugar era lo suficientemente fresco, a excepción del río o el armario. Pero incluso nuestro azul y estrellado santuario había comenzado a sentirse claustrofóbico. Elliot era tan alto; que parecía ocuparlo en toda su extensión. Y a sus casi dieciocho años, vibraba con intensidad sexual: me sentía demasiado llena de energía tratando de no tocarlo. Pasaríamos las mañanas vagando por el bosque cerca de nuestras casas, y las tardes caminando por la carretera o en bicicleta en busca de un helado… pero siempre terminábamos en el armario de todos modos, tirados en el suelo, mirando las estrellas pintadas. —La escuela comenzará pronto —dije, mirándolo—. ¿Estás emocionado? Elliot se encogió de hombros —Seguro. —¿Te gustan tus clases en Santa Rosa? Me miró con el ceño fruncido. —¿Por qué preguntas eso ahora? Estaba justo pensando en ello. Sobre la escuela que comenzaba en otoño y en cómo se acercaba el fin del bachillerato. En lo que él y yo haríamos cuando eso sucediera, y si terminaríamos viviendo más cerca el uno del otro. Viviendo el uno con el otro. —Solo estaba pensando, es todo —dije. —Sí, supongo que estoy emocionado de estar mucho más cerca de terminar. —dijo—. Y las clases en SRJC están bien. Ojalá hubiera decidido en su lugar asistir a California por un par de días de a semana. —¿Tenías esa opción? —pregunté, sorprendida. Se encogió de hombros. Un obvio Sí. —¿Vas al baile de graduación de otoño con Emma? — pregunté, volviendo a garabatear en mi cuaderno. —Macy. ¿Qué? —Pareció desconcertado y luego se rio con fuerza—. No. —Bien. —¿Quieres ir conmigo? —preguntó. —¿Quieres que yo vaya a un baile de la escuela contigo? —¿Sí? ¿No? Después de toda nuestra charla sobre la forma correcta de combinar nuestras vidas de fin de semana con nuestra vida cotidiana, no estoy seguro de cuál es la respuesta correcta —dijo, haciendo una mueca de dolor—. Pero si no vas conmigo al baile, probablemente no iré. —¿En serio? —pregunté, con el corazón latiendo fuertemente—. Porque no quiero ir en busca de la mirada asesina de todas las chicas a las que les gustas, pero no quiero que vayas y te vean sin mí tampoco. Sacudió la cabeza, riendo. —No es así. —¿Entonces Emma ya no te envía correos electrónicos todo el tiempo? —Ya no. —Mentira. —No lo hace. —Sostuvo mi mirada fijamente—. Ella no me gusta, es solo algo que imaginó. Le ofrecí un tímido movimiento de pestañas —No estoy celosa. —Claro que no. Justo en ese momento, su teléfono sonó, lo miró, leyó un mensaje de texto y luego lo empujó de vuelta a su bolsillo. Se veía muy culpable. —Esa era Emma —supuse. —Sí. —Recogió una pelusa inexistente de sus pantalones —. Es como si el universo quisiera que justo ahora me viera como un mentiroso. —¿Qué decía? —Nada interesante. —Se rio ante mi expresión de escepticismo—. Te juro que nunca me envía mensajes de texto —Si no es interesante, ¿por qué no me cuentas? Me miró. —Me preguntó si quería pasar un rato con ella —¿Eso es todo? —Sí. —Bueno, entonces pásame tu teléfono. Le diré que estás ocupado Él sonrió con suficiencia. —¿Incluirás la parte en la que estás actuando como una loca celosa? Le di la espalda y cerré los ojos. —Como quieras. —O podríamos tomar un par de fotos de tus bubis y, accidentalmente enviárselas. —Jesucristo. Dame el teléfono. Intenté alcanzarlo, pero su brazo largo como el de un mono, lo mantuvo fácilmente alejado de mí y terminé cayendo encima de él en su lugar, mis bubis completamente sobre su cara. Hizo un sonido de silenciosa felicidad y soltó una serie de palabras inentendibles, empujando toda su cara contra mi pecho. Grité, retrocedí y lo empujé para escapar. —¡Pervertido! Elliot me agarró de la cintura y me giró mientras se sentaba, tirando de mí hacia su regazo y haciéndome cosquillas con sus largos y juguetones dedos, hurgando entre mis costillas. Jadeé y sonreí, me retorcí mientras me hacía cosquillas, reí y apreté su brazo alrededor de mi cintura hasta que rodó sobre mí. Me sujetó suavemente; sus perfectamente entre mis piernas. caderas encajaban Nos quedamos paralizados, sin aliento, mirándonos el uno al otro. Tenía diecisiete años, pero nunca antes había sentido algo así. Él estaba excitado, presionándose contra mí. De pronto, el ambiente se sentía completamente diferente al juguetón de hacía un minuto. Elliot miró mi boca y luego mi cara otra vez. Quería decir algo, bromear sobre la erección en sus pantalones, cualquier cosa. Pero mi garganta se sentía apretada, mi cara ardía. Con un codo apoyado en mi cabeza, susurró quietamente «perdón» y comenzó a separarse de mi cuerpo. Lo detuve con mi pierna alrededor de su muslo, y sus ojos volvieron a los míos. —Quédate —susurré. Creo. …Creo que debe haber sido mi subconsciente quien habló, porque realmente no quería que se levantara. Estaba obsesionada con lo que había debajo de los botones de sus jeans, y más que eso, quería saber si… bueno, quería saber qué podría ocurrir. Tragó saliva audiblemente. —Está bien. Rodé mis caderas hacia arriba, viendo cómo su boca se abría y sus ojos se cerraban. Se movió hacia adelante y hacia atrás, presionando su dura longitud contra mí, una y otra vez. Su respiración era más intensa, soplando sobre el pelo en mi cuello, y luego su mano agarró mi pierna y contuvo la respiración, comenzamos a frotarnos fervientemente… al mismo tiempo. Mi cuerpo era todo instinto, a la caza de algo familiar, a la distancia. Dios mío, ¿qué estábamos haciendo? Pasé mis manos por su espalda. Si lo pensaba demasiado, lo arruinaría. Este era Elliot. Este era mi Elliot. Puse mis manos alrededor de su camiseta, pensé las cosas más extrañas, cómo se sentía su peso sobre mí, quería besarlo, pero no quería alejar mi atención ni un poco del sentimiento que se acumulaba en mi interior… y luego di un giro preguntándome si estaba imaginando todo esto. Estábamos teniendo sexo con la ropa puesta. Él estaba tan callado, aunque supongo que yo también lo estaba, atenta a alguna pista que me diera un indicio de lo que estaba pensando. Necesitaba más. Lo necesitaba. Nunca antes había sentido ese tipo de calor en mí, ni siquiera cuando pensaba en él. Era una fiebre que recorría toda mi piel y una fuerte urgencia en mi vientre. El calor de su boca aterrizando en mi cuello sacaba pequeños e indefensos sonidos de mí. No estaba chupando ni lamiendo, solo presionando su boca allí, poniendo su respiración más cerca de mi oído para que pudiera escuchar su reacción con cada aguda exhalación. Dejó escapar un gruñido, y me apreté contra él, frotándome, más cerca. Escuché el sonido que hice, la apretada súplica que exigía más rapidez desgarrándome. Con un fuerte agarre, se detuvo con una mano en mi cadera. —Mierda —dijo—. Espera. Mierda. De repente se apartó, se puso de pie. Me senté, emanando palabras torpes por mis labios, pero Elliot ya estaba en la puerta. ¿Qué acababa de suceder? ¿Él…? ¿O simplemente se dio cuenta de lo que yo había comenzado a sentir y se asustó? Al final, ¿Elliot realmente quería ser mi novio, o estaba equivocado al respecto? Me precipité con pánico. «Así es como empieza. Así pasa la amistad, de ser perfectos y mejores amigos, a nada más que extrañas y sucias miradas de un extremo al otro en el patio». Me senté sola en el armario durante una hora, mirando las páginas de algún libro que deslicé desde la gran estantería y no leí una sola palabra. Contaría hasta mil, luego iría a su casa y le pediría disculpas. «Uno… dos… Tres…». «Veintiocho… veintinueve…». «Doscientos trece…». —¿Qué estás leyendo? —Su voz vino desde la puerta, pero en lugar de entrar y sentarse a mi lado, se quedó allí, apoyado contra el marco. —¡Hola! —dije demasiado alegremente, mis ojos miraban a cualquier lado menos a los suyos. Noté que se cambió de ropa. Mi cara se encendió y baje la mirada, observando el libro en mis manos. Las letras del título nadaron lentamente hasta formar una sola palabra y la señale sin convicción—. Um, empecé a leer Ivanhoe. Cuando alcé la mirada, la confusión cruzó su rostro como un parpadeo, y dio un paso al interior. —¿En serio? —Sí —dije lentamente, mirándolo entrar en la habitación. Su labio se curvó en una sonrisa casi burlona—. ¿Por qué lo dices así? Lo has leído al menos unas cincuenta veces. —Es solo que parece que ya estás a la mitad. — Rascándose la sien, añadió en voz baja—. Eso es impresionante Parpadeé ante la página que había abierto al azar. —Oh. El ambiente era tenso e incómodo entre nosotros y eso me dolía. Quería preguntarle si lo había avergonzado o alguna otra tontería. ¿Le había hecho daño? —¿Macy…? —comenzó, y yo conocía ese tono de voz. Esa voz era una voz de decepción. Traté de reír, pero salió algo como un grito ahogado, intentando ser casual, pero perdiendo por kilómetros de distancia. —Me siento mortificada, Elliot, en serio. Lo siento mucho. No hablemos sobre esto. Elliot asintió con la cabeza, con los ojos fijos en el suelo. —Seguro. —Siento haberlo hecho, ¿Está bien? —susurré con la mirada gacha. —¿Qué? Macy, no... —Nunca volverá a suceder, lo juro. Solo estaba jugando. Sé que he sido partidaria de no estemos juntos porque eso podría arruinar las cosas, y luego hice esto. Lo siento mucho. Sacó un libro del estante y volví a mirar Ivanhoe, ahora desde el comienzo, y leí durante dos horas, pero apenas entendí una palabra. Culpé a mi estado de ánimo. La sola idea de que pude haberlo herido, o avergonzado, o haberlo hecho enojar, me carcomía como una gota de ácido en las entrañas. Aumentó, me mordió y, finalmente, me causo un retorcijón por dentro que me hizo sentir enferma. —¿Ell..? Miró hacia arriba, su mirada se suavizó de inmediato. —¿Sí? —¿Te lastimé? Una esquina de su labio se arqueó en una sonrisa mientras luchaba por no reír. —No. Exhalé, por lo que se sintió la primera vez en las últimas horas —De acuerdo, está bien. Abrí la boca y la volví a cerrar, sin saber qué más decir. Dejó su libro y se acercó. —No me hiciste daño. —Buscó mi mirada, expectante—. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo? Vi como sus cejas se levantaban lentamente, y luego sonreía con esa astuta y sexy sonrisa… —Quieres decir que tú… —Hice un movimiento circular con la mano y él se rio. —Sí… —Imitó el movimiento, sus ojos se burlaban. Mi corazón se convirtió en un victorioso monstruo en mi pecho, agitado por salir. Lo había hecho acabar. —Estaba tratando de asegurarme de que acabaras primero —admitió en voz baja—, pero el sonido que hiciste… cuando me pediste que me moviera más rápido… —Tragó saliva, levantando un hombro en un silencioso «Oh, bueno». —Oh. —Lo miré, luchando por no sonrojarme—. Lo siento. —Macy, no te sientas así. Te digo que fue muy sexy. — Miró mis labios y su expresión se volvió seria otra vez—. Es difícil para mí, a veces, que no estemos juntos. Nunca sé dónde están los límites. Quiero cruzarlos todo el tiempo. Nos hemos besado y tocado, pero luego volvemos a ser solo amigos y es confuso. ¿Lo que hicimos hoy? No sentí que fuera suficiente para mí. —Alzó sus manos, con los ojos muy abiertos—. No quiero decir que tengas que hacer más. Solo que, quiero todo contigo. Pienso en eso todo el tiempo. Pensé en lo mucho que yo también quería eso. Y como, antes, quería mucho más que su cuerpo sobre el mío, nuestra ropa entre nosotros. Le habría dado todo, hoy. Y, aun así, las palabras que salieron fueron —Pero moriría sin tu amistad. Sonrió y se inclinó para besar mi mejilla. —También yo. Capítulo 31 Presente Jueves, 23 de noviembre Traducido por Tati Oh Corregido por Haze Editado por Mrs. Carstairs~ El edificio de Elliot es estrecho, de un descolorido estuco turquesa, alguna vez debió haber sido una hermosa casa victoriana antes de que fuera descuidadamente dividida en cuatro angostos apartamentos. La entrada da a un estrecho pasillo al costado derecho y una empinada escalera conduce a los apartamentos de más arriba. Elliot vive en el número cuatro. Arriba y a la derecha, dijo. Cada escalón resuena bajo mis botas. Su puerta de entrada es de color marrón claro, y delante de ella hay una alfombra delgada con una Cita de Dickinson, El alma siempre debe estar entreabierta. Levanto mi puño y llamo a su puerta. ¿Es posible que reconozca el peso de sus pisadas y su ritmo al andar? ¿O es solo que sé que es el único que está dentro… porque llegué temprano? De cualquier manera, mi pulso se acelera tanto que cuando gira la perilla y abre la puerta, me siento mareada. En algún momento de la última década, Elliot descubrió cómo peinar su cabello y vestirse solo. Lleva jeans negros y una adorable, original o artificial, camisa de mezclilla oscura enrollada hasta los codos. Está descalzo. Descalzo. En su apartamento. Adentro, en algún lugar, está la cama de Elliot. Si no tengo cuidado, ni siquiera llegaré a casa esta noche. Mierda, soy un desastre. —Macy —dice, llevándome hacia adentro con un brazo alrededor de mis hombros, luego se aleja, cerrando la puerta detrás de mí. La sonrisa que veo en su rostro podría dar energía a una pequeña ciudad—. Estás aquí. ¡Estás en mi apartamento! Inclinándose, besa mi mejilla, inocentemente. —¡Tienes la cara tan helada! —Caminé desde BART. Hace frío afuera. —El calor irradia desde el punto donde sus labios presionan contra mi piel, y pongo sobre la mesa el pastel que traje para poder quitarme la chaqueta. Retrocede un poco, sorprendido. —¿No manejaste? —No soy fan de los autos —digo, sonriendo. Toma mi abrigo, en silencio. —Podría haberte recogido. Presionando una palma contra su pecho, le susurro: —Vives a seis cuadras de la estación. Estoy bien. —Lo siento, estoy nervioso. —Sacude un poco los hombros, como si se relajara—. Voy a tratar de ser genial sobre esta... sobre esta noche. Probablemente fracasaré. Me río y le entrego el pastel de nueces que compré esta mañana. —No es la receta tu mamá, lamentablemente. ¿Viene tu familia? Niega con la cabeza y luego la inclina, invitándome a adentrarme. Lo sigo a través de una pequeña sala de estar, hacia una cocina aún más pequeña. —Ellos irán a la casa de los futuros suegros de Andreas, en Mendocino. No queríamos que todo el clan Petropoulos descendiera sobre ellos; su novia, Else, es hija única y no creo que supieran qué hacer con todos nosotros. Por lo que solo mamá, papá, Andreas, y Alex se dirigieron hasta allá. —¿Quién viene hoy? —pregunto, mirándolo mientras desliza el pastel sobre el mostrador. Se las arregló para organizar todo lo que necesita en el pequeño espacio, y es meticuloso a pesar del tamaño. Elliot se da vuelta, apoyándose contra la encimera y agarrándola con suavidad. Su camisa se extiende a lo largo de su pecho, abriéndose en el cuello, revelando el borde de su clavícula, el toque de sus vellos en el pecho. Mi corazón late fuerte. —Mi amigo Desmond —dice, y extiende una mano para rascarse la barbilla—. Y Rachel. Me congelo, mirándolo con los ojos muy abiertos. Instintivamente miro mi vestimenta y luego vuelvo a mirarlo. —¿Rachel viene? Él asiente, mirándome con atención. —¿Eso te hará sentir incómoda? Estoy tratando de no reaccionar con mucha exageración, pero siento que mis cejas se bajan, dejando un ceño fruncido en mi frente. —¿No creo? —Eso suena a una pregunta —dice en voz baja. Apagando el contador, da dos pasos hacia mí—. Debería haberlo mencionado. Ella no tiene familia en esta ciudad. O… amigos en los alrededores Miro alrededor de la habitación en la que estamos. —¿Vivió ella aquí contigo? —No —dice—. Pero se quedó aquí por un tiempo. «Oh». Miro la cocina y veo imágenes de esta desconocida Rachel parada allí, huevos revueltos en ropa interior mientras Elliot se duchaba. Me lo imagino vertiendo café para ella después, besando su hombro pálido y desnudo. Me pregunto si estos celos son los que él sintió al verme con Sean y saber que yo dormía en la misma cama con él. Dejándolo tocarme en formas que Elliot acababa de empezar a hacer. Lo miro, y digo: —Estoy tratando de que no me de un ataque porque tu ex novia viene hoy. Elliot levanta un hombro. —Entiendo. Puede que no haya sido un buen plan. —¿No fue intencional tenerlos a ambos aquí para hacerme sentir. . . celos? ¿Ni siquiera un poco? —Te juro que no lo fue. Una mirada a su rostro y le creo. A Elliot generalmente, no le ha importado cómo otras chicas en su vida me han afectado, pero no es cruel. Asiento y bajo la mirada—. ¿Ella sabe quién soy? —Sí. Otro pensamiento viene a mi mente. —¿Sabe ella que estaré aquí? Él duda, y la culpa se esparce rápidamente por su cuello. —Sí. —¿Entonces ella sabía, pero yo no? Elliot, ¿en serio? Levanta una mano y se rasca la parte superior de la cabeza. —Yo quería que vinieras. —Sus ojos se vuelven cálidos y suaves, tal como lo hacen cuando sienten una urgencia por algo—. En serio, realmente quería que vinieras. Y no quería que ella estuviera sola hoy, pero me preocupaba que si te lo decía te arrepintieras. Probablemente lo hubiera hecho. Nada suena más incómodo que una cena navideña con la ex novia de Elliot. —Ella cree que estamos... ¿de nuevo juntos? —No sé lo que piensa —dice—. Pero es algo discutible, ¿no? —Me mira atentamente—. Estás comprometida. La culpa me atraviesa bruscamente, enviando una sacudida de dolor a mis costillas. No estoy lista para decirle a Elliot que estoy soltera, pero no me siento bien dejando que piense que soy crónica y emocionalmente infiel, tampoco. —Las cosas son… complicadas Parece marinar en estas palabras durante unos segundos antes de alcanzar mi mano, y tirar de ella. —Vamos. Déjame darte un recorrido La sala de estar es más larga que ancha, y en el extremo hay una alta ventana de vidrio emplomado con vista a un patio trasero sorprendentemente hermoso. Hay árboles frondosos, ciruelos y un abundante césped bien cortado, una rareza en el Área de la Bahía. —El césped es falso —explica—. El propietario insiste en que mantengamos este espacio al aire libre. Miro alrededor de la sala de estar, a las estanterías que van desde el piso hasta el techo, con una escalera corrediza conectada al lado superior. Su sofá es de un azul vibrante y limpio, con brillantes cojines multicolores repartidos. Al final de la habitación, más cerca de la puerta principal, ha colocado una mesa de juego plegable y encima un mantel de lino, individuales y un pequeño centro de mesa de calabazas y arándanos Debo haber pasado por delante cuando entré, tan emocionada y nerviosa, que ni siquiera lo noté. —Tu hogar es muy agradable —le susurro, metiendo mi cabello detrás de mi oreja. Elliot lo ve deslizarse hacia adelante, y traga saliva. Probablemente sepa que lo dejo suelto para él—. Háblame de tu novela. —Mucha fantasía —dice, mirando a su alrededor en sus estanterías. Luego vuelve a mirarme y sus ojos brillan con moderada diversión—. Hay dragones. —¿Entonces estás escribiendo porno? —bromeo y él se echa a reír. —No exactamente. —¿Eso es todo lo que me dirás? Sonriendo, toma mi mano de nuevo. —Terminemos el recorrido. A través de una puerta al otro lado de la sala de estar, hay un pequeño pasillo. A la izquierda está su dormitorio. A la derecha está su baño. El baño tiene una pequeña bañera sin ducha, solo una manguera levemente conectada al grifo, colgando flácida hacia abajo, un cuello doblado ante la derrota. —No tienes una ducha —digo, saliendo y sintiendo una repentina intimidad por estar en su espacio. Todo es tan esencialmente él: muebles escasos, a no ser por las estanterías que van desde el piso al techo llenas de libros. Elliot me mira mientras me apoyo contra la pared del pasillo. El espacio es diminuto y él parece llenarlo con su altura y el sólido ancho de su pecho. —No sé si podría arreglármelas con solo una bañera — balbuceo. —Yo lo llamo un shath19 —dice. —Eso suena sucio. Estoy mirando su pecho, pero escucho la sonrisa en su voz: —Creo que es por eso que la llamo así. Da otro paso más cerca. —Todavía se siente surrealista tener mi propio lugar. Como si fuera un pequeño milagro vivir aquí solo. Es tan diferente del lugar en el que crecí. —¿Te gusta vivir solo? —pregunto. Duda por el tiempo que toma a mi corazón latir tres veces. —¿Qué tan honesto debo ser al responder esta pregunta? Lo miro. «Oh». Creo que lo que viene probablemente no me gustará, pero pregunto de todos modos. —Siempre quiero que seas honesto —De acuerdo —dice—. En ese caso, me gusta vivir solo, pero preferiría vivir contigo. Me gusta dormir solo, pero preferiría tenerte en mi cama. —Levanta un dedo y lo pasa por sus labios, pensando en sus próximas palabras, y su voz es más suave y silenciosa—. Me gusta invitar amigos para el Día de Acción de Gracias, pero preferiría que fuéramos solo nosotros dos, celebrando nuestro primer Día de Acción de Gracias como pareja, comiendo pavo hasta los huesos, juntos, abrazados en el suelo —En ropa interior —digo sin pensar. Su primera reacción es quedar en shock, pero lentamente se derrite en una sonrisa que calienta mi sangre, poniendo algo a hervir bajo mi piel. —Dijiste que las cosas eran complicadas, ¿ah? Me salvó mi decisión de guardar silencio sobre Sean, cuando alguien llama a la puerta tras él. Elliot me mira fijamente, con una luz urgente en sus ojos, como si supiera que estoy a punto de decirle algo importante. Levanto la barbilla apuntando hacia la puerta después de que nos hemos quedado ahí, mirándonos el uno al otro, durante casi diez segundos en silencio. —Probablemente deberías atender eso. Con un pequeño gruñido de derrota, se gira y abre la puerta para dejar que los otros dos invitados entren. Desmond entra primero. Es más bajo que Elliot, pero más musculoso, con piel suave y oscura, y una sonrisa que parece estar fija en sus ojos. Le entrega a Elliot un recipiente con una colorida ensalada dentro y le da una palmada en la espalda, agradeciéndole por invitarlo. Rachel entra después, pero Desmond me distrae de ver su entrada, acercándose a mí y presentándose con un marcado acento australiano. —Soy Des. Un gusto conocerte. —Macy —le digo, estrechando su mano y agregando torpemente— Sí, me alegro de que finalmente nos estemos conociendo. En verdad, no tengo idea desde hace cuánto tiempo Elliot lo conoce. Mi boca se siente seca y mis manos, húmedas. Miro hacia arriba y encuentro a Rachel observándome. Parpadea, sonriendo tensamente a Elliot mientras espera una presentación. —Rachel —dice Elliot, guiándola hacia adelante—. Ella es Macy. Tiene el pelo corto y oscuro, brillantes ojos azules y una capa de pecas en el puente de su nariz y mejillas. Cuando sonríe, al menos parece ser honesta, y revela un conjunto de dientes brillantes y uniformes. Es completamente encantadora. —Hola Rachel. —Extiendo la mano y me devuelve el apretón, sin fuerzas. —Es un placer conocerte —dice, y vuelve a sonreír. Las palabras salen antes de darme cuenta de lo que estoy haciendo: —Gracias por venir Como si hubiera estado aquí un millón de veces. Como si viviera aquí, como si fuera la anfitriona. Se vuelve hacia Elliot, con los ojos cerrados otra vez. Él se agacha, mostrándole una sonrisa levemente tranquilizadora. Mi pecho se retuerce de celos y posesividad. No me gusta su intercambio de miradas. No me gusta la sensación de que tienen un pasado, un ritmo, un idioma tácito. —¿Dónde debería poner esto? —pregunta, levantando una bolsa de lona con algunas botellas de vino en el interior. —En el refrigerador —dice Elliot, apretándole el hombro y dándole otra persistente mirada alentadora antes de soltarla y volver a mi lado. Rachel desaparece y Elliot mira a Des, quien sacude su cabeza cuando ella se ha ido. —Ella está bien, amigo —dice Des en voz baja—. Adelante. —Y luego se vuelve hacia mí desatando una sonrisa—. Y tú. Aquí estás. En carne y hueso Evito esta posible conversación con una pregunta: —¿Cómo se conocieron ustedes dos? —Rugby —dice Des. Mi risa sale más fuerte de lo que esperaba, y los ojos de Des se abren con emoción. —No te conozco, Macy, pero creo que seremos mejores amigos. —¡Oye! —protesta Elliot, riendo. Volviendo su atención a mí, Des agrega: —En realidad, es bastante bueno —Imposible —digo, conteniendo una sonrisa mientras miro a Elliot en toda su libresca gloria—. ¿Este chico? ¿Rugby? —Vamos —dice Elliot, juguetonamente herida. dándome una mirada —Solo recuerdo haberte visto aprendiendo a patinar —le digo. Los ojos de Desmond se entrecierran. —¿Patinaje sobre hielo? Una fuerte carcajada estalla en mí, y Elliot me empuja hacia un desbloqueo mental, gruñendo «Patineta, idiota» en mis oídos. Luchamos por un segundo y luego nos detenemos al unísono, mirando el sonido del silencio. Rachel está de pie junto a la puerta de la cocina, sosteniendo una botella de vino abierta. Los ojos de Des parpadean entre ella y Elliot. —¿Alguien quiere un poco de vino? —pregunta ella—. O… ¿solo yo? Des deja escapar una risa divertida ante esto, pensando que ella está bromeando, pero Rachel permanece sin sonreír, inclinando la botella hacia sus labios y tomando algunos tragos. Aleja la botella y se limpia la boca con el dorso de su mano. Elliot me libera lentamente del bloqueo mental, alisando su camisa mientras arreglo mi cabello. Siento que nos acaban de arrestar por un delito leve. Aquí estamos, de pie en su sala de estar espartana, con esta cruda verdad presentándose ante nosotros: nunca antes nos hemos enfrentado a las consecuencias. Las partes más desorganizadas de nuestras vidas siempre se han dividido entre la semana escolar o mantenernos alejados durante una década. No tengo idea de cómo él reaccionará. —Rach —dice en voz baja—. Vamos. Es un castigo leve y no puedo imaginarlo dándomelo a mí, pero, aun así, hay algo seductor ahí, una tranquilidad que se siente un poco evasiva, demasiado íntima. —¿Vamos qué? —dice ella. —Pensé que querías hacer esto —dice. —Resulta que no es tan fácil como esperaba. ¿Por qué diablos ella pensaría que esto iba a ser fácil? —No necesito quedarme —empiezo a decir, pero tanto Des como Elliot intervienen rápidamente. —No, no, no —dice Elliot, volviéndose hacia mí. —No seas tonta —dice Des—. Está bien. Miro a Rachel, que me mira con tanta furia que sé exactamente lo que está pensando: «No estoy para nada bien». —Le hiciste ese número a él —dice en voz baja. —Rachel —dice Elliot, en voz baja a modo de advertencia —. No lo hagas. —¿Qué no haga qué? —Sus ojos se vuelven hacia el rostro de Elliot—. ¿Hablaron ustedes ya? ¿Tiene ella alguna idea? Des parece encontrar un motivo por el que necesita ir al baño en este preciso momento, y siento celos de que pueda desligarse mientras yo tengo que pararme aquí y ver cómo la incómoda metralleta dispara sobre nosotros. Pero al mismo tiempo, quiero saber qué es lo que ella piensa que yo necesito escuchar. —¿Alguna idea de qué? —le pregunto. Elliot niega con la cabeza. —No haremos esto ahora. Ella responde, apoyándose en la puerta de la cocina. —¿Qué tan jodido lo dejaste? Cómo nadie... —Rachel. —La voz de Elliot es una cuchilla que atraviesa la habitación. Nunca, nunca antes lo he escuchado usar ese tono, y me pone la piel de gallina. Sigo mirándolo, y requiero de un esfuerzo monumental para no desmoronarme pensando en qué es lo que me he perdido aquí. Sé cómo se veía mi vida después de que nos separamos, pero no podía soportar pensar en la suya también. —Estoy bastante segura de que nos jodimos el uno al otro —digo—. Creo que eso es lo que estamos tratando de arreglar ¿no es así? —Miro a Rachel nuevamente—. Pero nada de esto es asunto tuyo. —Fue mi asunto durante cinco años —dice. «Cinco años». Eso fue lo que duró para mí también—. Y fue realmente mi asunto durante al menos un año. —¿Qué diablos significa eso? Elliot se estira y se frota la cara. —¿Tenemos que hacer esto? —No. —Rachel lo mira, luego a mí, y atraviesa la habitación para recoger su bolso y salir por la puerta. Capítulo 32 Pasado Viernes, 25 de agosto Hace once años Traducido por Tati Oh Corregido por Haze Editado por Mrs. Carstairs~ Las vacaciones de verano terminaron en un día abrasador de agosto. Papá, Elliot y yo empacamos las cosas y las llevamos al auto, y luego Elliot se hizo formalmente a un lado, esperando nuestras tradicionales despedidas. Esta era la cuarta vez que lo hacíamos: separarnos después de un verano de largas tardes juntos, pero esta vez era, por mucho, la más difícil. Todo había cambiado. Como era costumbre entre nosotros, dos pasos hacia adelante, dos pasos hacia atrás, no nos habíamos vuelto a besar, y ciertamente no habíamos pasado más tiempo frotándonos en el suelo. Pero había algo tierno en eso. Su mano encontraría la mía mientras leíamos. Me podía dormir en su hombro, despertar con sus dedos enredados en mi cabello y su cuerpo relajado por el sueño a mi lado, mi pierna sobre su cadera. Sentíamos, finalmente, como si estuviéramos juntos. Papá parecía sentirlo también, y después de cerrar la escotilla de su nuevo Audi con un firme clic, nos sonrió y regresó a la casa. —Deberíamos hablar de esto —dijo Elliot en voz baja. Realmente no tuvo que explicar a lo que se refería. —Está bien. Me tomó de la mano y me llevó hacia la sombra entre nuestras casas. Allí nos sentamos, con nuestras espaldas a un costado y nuestras manos entrelazadas, en un parche de hierba debajo de las ventanas de mi comedor, fuera de la vista de cualquiera que estuviera en alguna de las casas. —Pasamos tiempo juntos —susurró—. Y… nos tocamos como… somos más que amigos. —Lo sé. —Nos hablamos y nos miramos como si fuéramos más que amigos, también… —Se alejó y lo miré, captando la ternura en su expresión—. No quiero que vayas a casa y pienses que estoy haciendo estas cosas con alguien más. Mi boca se torció y levanté una gran mechón de pasto. —No quiero pensar en ti haciéndolo con cualquier otra persona. —¿Qué vamos a hacer? Sabía que estaba preguntando por algo más que un asunto de novio-novia besándose y tocándose. Hablaba en un sentido más amplio, cuando nuestras vidas comenzaron a existir más allá del armario o su techo, y cuando debimos conformarnos con solo uno o dos fines de semana al mes juntos. Tracé las líneas de los tendones en el dorso de su mano izquierda. Pasé el dedo de su mano derecha lentamente de arriba abajo en mi pierna, desde mi rodilla hasta la mitad de mi muslo. —¿Cuál es tu palabra favorita? —pregunté sin levantar la vista. —Maduro20 —respondió, sin dudarlo, su voz era baja y ronca. Mi rubor estalló a través de mi piel, un rastro abrasador de lo que sentí aparecer en mis mejillas mucho después de que dejara de intentar llamar mi atención. —¿La tuya? Lo miré, sus ojos color avellana estaban muy abiertos y curiosos, había algo más salvaje adentro del oscuro anillo alrededor de su iris. Bajo la superficie, había un mensaje bajo la palabra «¿Tuya?» había algo más seductor: mordidas de piel, rasguños, el sonido de su voz gruñendo mi nombre. Elliot era sexy. ¿Qué chico de nuestra edad usaba la palabra maduro? No había nadie más en el mundo como él. —Epifanía —dije en voz baja. Se humedeció los labios y sonrió. Ese algo bajo la superficie se volvió más oscuro, más insistente. —Esa también es buena Miré su mano, sobando su dorso con el pulgar y dije: —Creo que deberíamos dejar de fingir que no estamos juntos. Cuando lo miré, su sonrisa creció. —Estoy de acuerdo. —Bien. —Voy a darte un beso de despedida —dijo. Incliné mi rostro hacia él, diciendo «Bien», otra vez, mientras sentía su aliento en mi boca, su mano ahuecando mi mandíbula. Mis labios se separaron de los suyos, y tal como antes, se sintió natural la inmersión, dejar que su lengua tocara la mía, saborear su sonidos. Sus dedos se deslizaron por mi cabello, ambas manos ahora ahuecando mi cabeza, su boca urgente. ¿Y por qué hicimos esto en este lugar, donde no podíamos tumbarnos y besarnos hasta que nuestras bocas estuvieran entumecidas y nuestros cuerpos encendidos? Incluso este pequeño toque, me dejó adolorida. Lo quería sobre mí otra vez, quería recordar su peso y la dura presencia de su necesidad presionando entre mis piernas. Dejé escapar un pequeño y oprimido grito ahogado y él se echó hacia atrás, sus ojos parpadeando hacia los míos. —Lo tomaremos con calma —dijo. —No quiero tomarlo con calma. —Esa es la única forma de asegurarnos de que lo estamos haciendo bien. Asentí entre sus manos ahuecadas y me besó una vez más. —Te veré en dos semanas. Capítulo 33 Presente Jueves, 23 de noviembre Traducido por Tati Oh Corregido por Lyn♡ Editado por Mrs. Carstairs~ Des sale del baño, limpiándose las manos en los jeans como si hubiese entrado allí por un motivo casual, y no para esconderse de la batalla de los ex en la sala de estar. Él nos mira con una brillante sonrisa que pronto se derrite al darse cuenta de que Rachel ya no está con nosotros. —¿En serio? —le pregunta a Elliot, quien se encoge de hombros con impotencia. —No sé qué decirle —dice Elliot—. Ella dijo que estaría bien. Pero claramente no fue así Elliot da la vuelta y se dirige a la cocina. Puedo decir que le molesta que Rachel se haya marchado, y quiero pensar que es porque es tierno y cariñoso, y no porque esté preocupado de haber arruinado algo con ella a largo plazo. Pero, Jesús, ¿quién no podría haberlo visto venir a una milla de distancia? Se para en el pequeño espacio, inclinándose para revisar el pavo y luego sujeta con ambas manos a los costados de la estufa, respirando profundo un par de veces. Miro a Des, y él levanta la barbilla, indicándome que entre allí. —Se siente pésimo por esto Lo que me incentiva a avanzar. Estoy segura de que Des está absolutamente en lo cierto, pero es una unión en la que tengo que tener fe realmente: la de nosotros dos. Elliot fue siempre mejor en el manejo de emociones complicadas. Aunque está muy bien iluminada, por una ventana enorme en su extremo, la cocina se siente diminuta. Deslizo mis manos por la espalda de Elliot, sintiendo sus tensos músculos hasta sus hombros, masajeando. El toque es tan íntimo, sé que no puedo mentirle por mucho tiempo más sobre Sean sin que parezca un engaño. Me mira por encima del hombro, con curiosidad. —Lo siento —digo—. Creo que tal vez no debería haber venido. Se vuelve hacia mí, apoyándose contra la estufa. —Realmente te quiero aquí. Que fueras mi invitada no era tema de discusión. Ella tenía la opción de venir o no. —Lo sé, pero han sido amigos durante tanto tiempo Haciéndose a un lado, mira por la ventana, su mandíbula se tensa mientras piensa. Su perfil es tan… adulto. Mi cerebro aún tiene una abrumadora cantidad de imágenes de un joven Elliot. Verlo ahora es como mirar a través de un telescopio hacia el futuro. Es tan extraño estar tan cerca de él e imaginar todos los momentos que ha tenido sin mí. —Realmente necesitamos hablar, en algún momento — susurra. —¿Sobre Rachel? Él frunce el ceño. —Sobre todo esto, Mace. Sé que necesito escuchar lo que tiene que decir, y Dios, también le debo mi historia, pero hoy definitivamente no es el día para que otra mujer se derrita en su departamento. —Entonces —digo, con la misma tranquilidad, consciente de que Des está en la habitación contigua—, busquemos un momento. Quizás… ¿después de la boda de Andreas? —¿Qué? —Se vuelve hacia mí con las cejas bajas—. Eso es en un mes más. —Creo que un mes es una buena cantidad de tiempo. — Un estridente temporizador terminó su conteo en el mostrador, pero ambos lo ignoramos. Elliot mueve la cabeza. —Ya no tenemos once años —El temporizador —grita Des desde la sala de estar. —Como me tomé el día libre, tengo que trabajar en Navidad. —Miro más allá de él, hacia la campana extractora sobre la estufa—. Me tomaré cuatro días en Año Nuevo para asistir a la boda, por lo que estoy trabajando todos los días, ahora y después, y necesito… —Necesito tiempo fuera del trabajo para pensar en cómo voy a decirle todo lo que tengo que decirle. Sobre Sean, y sobre la última noche que lo vi hace once años atrás, y sobre todo lo que sucedió después. Des se asoma a la cocina y nos grita antes de agacharse otra vez: —Eh, ¡algo está sonando! Elliot se acerca, silenciando bruscamente el ruido con una palmada. Volviendo a mí, se agacha, mirándome a los ojos, buscándome. —Macy, tú sabes que cualquier día haría tiempo para ti. Cualquier poco de tiempo que tengo es tuyo Esta verdad dicha tan fácilmente, paraliza mis deseos de autocontrol, de tomar un respiro entre el final de mi compromiso y volver con Elliot. Mi primera admisión se desliza: —Sean y yo rompimos. Veo el pulso acelerarse en su garganta. —¿Qué? Acabo de lanzar una bomba desde una nube. —Nunca fue, lo que realmente quería… —¿Dejaste a Sean? Trago mis ganas de llorar ante la esperanza que veo reflejada en sus ojos. —Me mudé, sí. La mano de Elliot encuentra la parte delantera de mis jeans, su dedo índice los engancha por el interior, deslizándose contra mi ombligo, y los usa de palanca para acercarme. —¿A dónde? —Estoy alquilando una habitación en la ciudad. La sangre sube a la superficie de mi piel, hambrienta por lo que imagino que sigue, su boca alcanzando a la mía, un abrumador alivio, la sensación de su lengua deslizándose sobre mis labios, la vibración de sus sonidos. Cierro los ojos y por un segundo me entrego a la fantasía: el deslizamiento de sus manos por mi camisa, hacia mi cintura, lo que él sentiría al levantarme, ponerme sobre el mostrador, ponerse entre mis piernas y pegarse a mí. Así es que retrocedo, temblando en señal de restricción. —Recuerdas lo que te dije en Tilden —comienzo—, ¿sobre sentir demasiado contigo? Él asiente, con su mirada fija en mi boca, respirando entrecortadamente. —No quiero apresurarme a tener algo a ciegas. —Trago, haciendo una mueca—. Especialmente contigo. Ya lo arruinamos una vez. Parpadeando, su expresión se aclara un poco. —Lo hicimos. Hay algo intenso entre nosotros que siempre ha estado ahí. Solía hacerme pensar que él es mío y yo soy suya. Y ahora, él dejó a su novia por eso, y yo dejé a mi prometido, pero la verdad es que nos hemos vuelto a poner en contacto durante un mes después de once años de desolación. Su mejor amigo en la otra habitación es un extraño para mí, y la mujer que acaba de irse sabe más sobre el corazón roto de Elliot que yo. Todavía estamos tan desorientados. —Comamos un poco de pavo —digo, sacando suavemente su dedo de mis jeans—. Me tomará un poco de trabajo poner mis palabras en orden, ¿de acuerdo? Elliot desliza su mano por mi cadera, murmurando: —Está bien. Por supuesto. Lo que necesites. Me permito un toque íntimo y lo uso para presionar mi mano sobre su salvaje corazón palpitante. Capítulo 34 Pasado Once años atrás Traducido por Tati Oh Corregido por Lyn♡ Editado por Mrs. Carstairs~ De: Macy Lea <[email protected]> Sorensen Fecha: 1 de septiembre, 6:23 a. M. Para: Elliot P. <[email protected]> Asunto: Te extraño Como loca. ───────── De: Elliot P. <[email protected]> Fecha: 1 de septiembre, 6:52 a.m. Para: Macy Lea <[email protected]> Sorensen Asunto: re: te extraño Solo han pasado unos días, preguntando cuándo volverás. pero ya me estoy ───────── De: Macy Lea <[email protected]> Sorensen Fecha: 1 de septiembre, 8:07 p.m. Para: Elliot P. <[email protected]> Asunto: re: te extraño Creo que este fin de semana. Fui a casa de Nikki esta tarde y Danny estaba allí. Estaban viendo videos deportivos, y nos estábamos divirtiendo mucho, y todo lo que podía pensar era que quería que estuvieras allí. ───────── De: Macy Lea <[email protected]> Sorensen Fecha: 1 de septiembre, 8:12 p.m. Para: Elliot P. <[email protected]> Asunto: re: te extraño Tonterías. Papá dice que no podemos este fin de semana, pero tal vez sí el siguiente. La escuela comienza el martes y él quiere dejar listas algunas cosas aquí este fin de semana. ───────── De: Elliot P. <[email protected]> Fecha: 1 de septiembre, 9:18 p.m. Para: Macy Lea <[email protected]> Sorensen Asunto: re: te extraño Creo que probablemente sea una buena idea tratar de mantener la cabeza gacha durante la semana. Será difícil, por otra parte. Me estoy volviendo loco. ───────── De: Macy Lea <[email protected]> Sorensen Fecha: 1 de septiembre, 9:22 p.m. Para: Elliot P. <[email protected]> Asunto: re: te extraño ¿Crees que es una mala idea? ¿Estar juntos? ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ Mi teléfono sonó mientras estaba en mi mano, con la foto de Elliot parpadeando en la pantalla. La había tomado solo una semana atrás, cuando estaba de pie sobre una roca cubierta de musgo, en el bosque, detrás de nuestras casas y mirando hacia los árboles, tratando de identificar un pájaro que había visto. En esa foto, el sol lo pilló de perfil, acentuando su mandíbula y la definición de su pecho bajo la camisa. Mi corazón estaba latiendo tan fuerte, y cuando respondí, mi voz salió áspera. —¿Hola? —Macy, no —dijo de inmediato—. Eso no es lo que quería decir. Asentí con la cabeza, mirando la pared, y al brillante póster de unicornio que colgaba allí, lo hice cuando tenía ocho años y nunca me molesté en quitarlo —Está bien. —Solo quiero decir —dijo en voz baja—, que nos volveremos locos enviándonos correos electrónicos cada diez minutos todos los días de la semana. Me senté en mi cama y me quité las zapatillas deportivas. —Tienes razón, claro que sí. Es solo que, se siente diferente ahora. Más aterrador el estar separados —No es diferente. —Parecía estar sin aliento, como si estuviera corriendo escaleras arriba—. Siempre nos hemos sentido así. Yo estoy aquí. Tú estás allá. Igual que antes, nos pertenecemos el uno al otro. —Está bien. —Y cuando vuelvas —dijo, y escuché una puerta cerrarse en el fondo—, pasaremos tanto tiempo juntos como podamos. Me acurruqué en mi almohada, acercando más el teléfono. —Solo quiero besarte esta noche —susurré—. Te quiero aquí, a mi lado, besándome. Él gimió y luego se quedó en silencio, y sentí cómo mi corazón se retorcía dentro de mi pecho, adolorido. —Mace —dijo—. Es todo lo que quiero hacer también. Entonces nos quedamos en silencio y me pregunté si me dejaría dormir con él al teléfono, hasta tarde. Mi mano se deslizó debajo de mi camisa, sintiendo el calor en mi estómago, imaginando la palma de su mano allí. —Tendrá que ser así solo por un año más —dijo finalmente —. Piénsalo. Nos graduamos en primavera. Nuestras vidas ya no estarán separadas. Pasará muy rápido, y entonces podremos estar juntos, de verdad. Capítulo 35 Presente Domingo, 31 de diciembre Traducido por Tati Oh Corregido por Lyn♡ Editado por Mrs. Carstairs~ Estoy aquí. Ya salgo. Salgo de mi habitación en el modesto Motel L&M y me dirijo hacia la intensa luz solar invernal sobre el asfalto. Cubriéndome los ojos con una mano, logro ver a Elliot a solo diez pies de distancia, apoyado contra la puerta del conductor y sosteniendo un pequeño y escuálido ramo de flores silvestres. Inmediatamente se vienen a mi mente todos los héroes románticos adolescentes mientras veo cómo se endereza. Después de treinta y siete días, mis ojos también están sedientos, resoplando por cada centímetro de él en esmoquin, con el cabello cuidadosamente peinado, y su cara con un leve afeitado. Nos hemos enviado mensajes de texto un par de veces desde el Día de Acción de Gracias y hemos hablado por teléfono un poco aquí y otro poco allá cuando tenía alguna duda sobre el atuendo para la boda, o cuando quiso comprobar dónde recogerme hoy, pero no lo había visto desde que se inclinó para besarme en la mejilla en su puerta principal, con nuestros estómagos llenos de pavo y vino, mirándome de forma significativa por lo que duran tres latidos. —Dame una oportunidad —había dicho. Le había prometido que lo haría. La pregunta era si todavía querría una, después de escuchar lo que tenía que decir. Celebré mi Navidad el 22 de diciembre con Sabrina, Dave y Viv. Solo observándolos desde un taburete en la cocina, mientras bebía mi vino, era fácil ver sus rituales tomando forma: el álbum de la Orquesta Navideña de Canadá reproducido en bucle; Dave horneó unas galletas navideñas que trajo desde la tienda; Sabrina fue a la sala de estar a colocar pequeñas luces blancas alrededor de su enorme árbol. Fue solo una más de las pequeñas punzadas que tuve durante todo el mes, escuchando a mis colegas compartir planes en sus horas libres: fiestas, reuniones, galletas horneadas y vuelos fuera de la ciudad. Después de perder a Elliot y, por supuesto, después de perder a papá, también perdí lo que me amarraba a las tradiciones. Estoy hambrienta por recuperarlas. Quiero hacer muffins de arándanos en la mañana de Navidad y encender cirios por la noche. Quiero buñuelos y libros para los cumpleaños y un perrito caliente en la playa en Año Nuevo. Pero también quiero que Acción de gracias sea el día en que Elliot y yo nos sentamos en el suelo, solo los dos, en ropa interior, comiendo pavo agarrado por el hueso. Quiero celebrar los aniversarios quedándonos en cama todo el día, teniendo conversaciones con nuestras bocas a solo una pulgada de distancia. Estoy lista. Entonces, salgo al agrietado estacionamiento, inestable en mis tacones, tratando de caminar con gracia hasta él. Lo que en realidad quiero hacer es saltar a sus brazos, pero logro mantenerme en mi lugar, deteniéndome a un pie de distancia. Huele tan bien y cuando levanta sus gafas, sus ojos se ven casi ámbar bajo el sol. Las palabras para nuestro encuentro que he estado ensayando una y otra vez durante el último mes: «Cuando salí de la casa de Christian, fui a la cabaña. Me quedé dormida en el suelo, y allí es donde papá me encontró», se desvanecieron en un eco distante. Él pone las flores en mi mano y se inclina, besándome justo debajo de la mandíbula, donde mi pulso es más salvaje. Me inclino y las inhalo; en realidad no huelen a nada, pero son flores de colores tan brillantes que son casi fluorescentes. —Flores. ¿No eres tú la cita perfecta para una boda? —Las recogí de allá —admite, indicando con la cabeza una pequeña parcela de rebeldes malezas en el borde de la propiedad. Cuando se da la vuelta y sonríe, se ve de dieciocho años otra vez—. Mamá no me dejaría tomar una rosa de la suite. Me mira, su mirada se agita mientras recorre mi pecho, mi cuello, mi cara. Llevo un vestido nuevo y admito que me siento bastante deslumbrante. Es ajustado y de seda: un resplandor de naranja y rojo con pequeñas tiras como espaguetis con cuentas. Hace que mi piel morena luzca dorada. Nuestras miradas se encuentran y siento que una sonrisa estalla en mi rostro. Hablaremos de todo más tarde. La proximidad de esa liberación me hace sentir ingrávida. —¿Lista? —pregunta. —Lista. ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ Elliot aparca el coche frente a una enorme mansión victoriana, y el motor hace tic tac en medio del silencio. Volviéndose hacia mí, me pregunta en voz baja: —¿Estás bien? Fue un viaje de diez minutos; no hay posibilidad de que se haya perdido mi agarre mortal en la manija de la puerta todo el tiempo. —Estoy bien. —De acuerdo —dice ahora exhalando, y me impide salir con una mano sobre mi pierna desnuda, justo encima de mi rodilla. El toque se siente cargado, y al parecer se da cuenta al mismo tiempo que yo, arrastrando sus dedos. —Déjame. Sale de un salto, corre alrededor de la parte delantera de su destartalado Honda Civic y abre mi puerta con un gesto caballeroso. Detrás de él, la Mansión Madrona se alza como algo sacado de un cuento de hadas, con amplios prados que enmarcan la extensa propiedad. Está a un grito de distancia del Motel L&M. Obviamente, podría haberme quedado en la casa Healdsburg que en realidad es de mi propiedad, no hay gente vacacionando en estos momentos, pero, aunque nos desahoguemos más tarde, la idea de quedarnos allí, solos, sin papá, parecía un poco deprimente. Elliot se pone de pie, esperando a que salga y finalmente avancemos de la mano. —¿Estás atascada? «No, solamente estoy derritiéndome en silencio al verte». Me levanto, dejándolo tomar mi mano una vez que estoy de pie. —Estoy bien. Solo… Es hermoso todo esto. Estoy usando un tapado alrededor de mis hombros porque hace frío, y Elliot da un paso hacia adelante, ajustándolo donde se deslizó, hacia abajo, por mi brazo. —Listo. —Pasa un dedo sobre la curva de mi hombro debajo del tapado. Su piel es más clara que la mía y el contraste de color es perfecto—. ¿Estarás lo suficientemente abrigada? Asiento con la cabeza, enganchando mi brazo con el suyo mientras nos dirigimos hacia el edificio. Es mediodía y el sol brilla sobre las copas de los árboles, dejando ver los bordes entre colores miel y dorados. Ubicada entre las colinas sobre el condado de Sonoma, la Mansión Madrona se encuentra rodeada de acres y acres de bosques y el dominio de vastos campos de vid. Los jardines parecen extenderse en todas las direcciones. En realidad, debería sentir más curiosidad por este lugar sagrado, pero estar cerca de Elliot después de tomarnos un mes para pensar en todo, tener su cuerpo apretado contra el mío y sabiendo que en cualquier segundo podría detenerlo, voltearlo, besarlo… Me hace sentir como si estuviera mirando por encima del borde de un cañón y a los pies hay un pozo de pelotas gigantes, en el cual solo quiero sumergirme y jugar. Dentro de la mansión, el pasillo se extiende hacia adelante, con habitaciones que dan hacia la entrada principal. Elliot planea subir las escaleras y ver a Andreas en la habitación del novio. Le dije que estaba conduciendo desde Berkeley anoche, cuando en realidad, llamé un taxi, tomé un Xanax y dormí todo el viaje. Llegué al motel, tropecé en mi habitación y dormí hasta que mi alarma biológica me despertó exactamente a las seis de esta mañana. Lo que todo esto significa, es que, en realidad, aún no he visto a nadie de su familia, y estoy un poco ansiosa al respecto. Pero, aunque estaría feliz de explorar los terrenos por mi cuenta, dejando al clan Petropoulos a solas antes de la ceremonia, Elliot no lo aceptará. —Ven conmigo —dice, dirigiéndose hacia la amplia escalera. Las vacaciones tendrán que esperar, desterradas hacia una caja y encerradas hasta el diciembre próximo, y las guirnaldas permanecerán envueltas festivamente alrededor de la barandilla. Un pequeño árbol dorado de Navidad ilumina el piso en la parte superior—. Están aquí arriba. —No quiero interrumpir el proceso de preparación —digo, retrocediendo, vacilando. —Para. —Él ríe—. Estás bromeando, ¿no? Si subo hasta allá sin ti simplemente me enviarán de vuelta Un enjambre de pájaros explota en mi pecho cuando escucho al señor Nick gritar a George para que suba una maleta desde el coche, Nick Jr. se burla de Alex por alguna cosa. Puedo oír la risa amplia y rotunda de la señorita Dina, y su voz, siempre igual, diciéndole a Andreas que debería dejar que alguien más le amarre el corbatín porque luce como un flácido moño alrededor de su cuello. Empujamos la puerta para abrirla, crujiendo hacia adentro, y toda la habitación se queda en silencio ante un «cállate». Andreas se vuelve desde donde se encontraba jugando con su corbata en el espejo. Nick Jr. y Alex se levantan desde donde parecen haber estado luchando, cerca del sofá. La señorita Dina se congela con la mano en un alfiler de su cabello. —¡Macy! —jadea ella. Sus ojos se llenan de inmediato. Deja caer el alfiler, ahuecando sus manos sobre su boca. Levanto la mano en un saludo tembloroso. Ver sus caras me hace retroceder una década como si estuviera en casa por primera vez en tanto tiempo. —Hola a todos. Elliot me acerca a su lado. —¿No se ve hermosa? Lo miro en estado de shock, pero su sonrisa perezosa me dice que no es en absoluto consciente de sí mismo bajo el escrutinio de los demás. —Deslumbrante —coincide el señor Nick. Alex corre, hombros. lanzando sus brazos alrededor de mis —¿Te acuerdas de mí? No la he visto desde que tenía tres años y no podía decirle que he pensado en ella todos los días desde entonces. Riendo, la rodeo con mis brazos, su cuerpo es largo y esbelto, le pregunto: —¿Te acuerdas tú de mí? —No —dice la señorita Dina, sacudiendo la cabeza—. Voy a llorar Nick Jr. la mira y gime. —Ma, ya estás llorando. Elliot me deja ir, pero no se aleja mientras todos se acercan a abrazarme. Cuando Andreas me alcanza, susurra un suave «Gracias por venir» y le respondo con mi propio «Enhorabuena, idiota». La escena estalla de nuevo en ruido cuando Alex se lanza a un debate con su papá acerca de por qué debería permitírsele llevar el pelo recogido, y George discute con la señorita Dina sobre dónde puede encontrar la maleta. Elliot ayuda a Andreas con su corbatín, y Liz entra con una bandeja de bocadillos para la fiesta. Ella lleva un vestido azul brillante, claramente es una de las damas de honor. —¡Oye, Macy! —dice, acercándose a mí. Ante la mirada confusa del resto de la familia de Elliot. Ella les recuerda que nos vemos todos los días en el trabajo, y la habitación explota de nuevo, ya que todos recuerdan lo que esto significa: la pequeña Macy ¡Es médico ahora! Y me abrazan de nuevo. Sirven vino, Alex se suelta el pelo y lo vuelve a recoger ante la consternación de su padre y sus hermanos mayores, y todo el tiempo, Elliot está allí, con su brazo a mi lado, los latidos de mi alma gemela, una presencia reconfortante. —Papá —dice finalmente Elliot, con una risa silenciosa y retumbante—. Tiene catorce años. Está usando un vestido largo hasta el suelo con mangas. No quedará embarazada si alguien ve la parte de atrás de su cuello. El señor Nick mira a Elliot por unos segundos y luego niega con la cabeza a su hija y esposa. —Llévalo recogido. No me importa. Es mucha piel. —¡Es mi cuello! —llora Alex, frustrada—. Diles a los chicos que no miren si les molesta tanto. —Amén —le digo, sonriéndole. Su sonrisa en señal de agradecimiento es como un rayo de sol atravesando la ventana. Cuando la discusión se reanuda, Elliot se inclina y pregunta, en voz baja, directo a mi oído —¿Quieres caminar por los jardines? Asiento, temblando por su proximidad, y me guía hacia la puerta con su mano en mi espalda baja antes de alcanzar mis dedos. Siento la atención de todos en la habitación cuando nuestras manos se unen mientras nos vamos, y Alex está confundida. —¿Pensé que ella tenía novio? Seguido por el agudo silbido de la señorita Dina: —¡Shhhh! Y la novia de Andreas: —Se separaron, ¿recuerdas? —Ante nuestra sorpresa. Elliot me mira con una sonrisa. —¿Es tal como lo recordabas? Me apoyo en su hombro. —Mejor. Capítulo 36 Pasado Sábado, 9 de septiembre Once años atrás Traducido por Lilu Corregido por Nea Editado por Banana_mou El primer viaje después del verano, después de nuestra declaración de que estábamos juntos, después de ese dulce y doloroso beso, fue a mediados de septiembre. El aire estaba espeso con el implacable calor del verano indio y lo usé como excusa para pasar todo el fin de semana en bikini. Elliot… lo notó. Desafortunadamente, papá también lo notó y directamente nos obligó a pasar nuestro tiempo leyendo abajo, o afuera, y no en el armario. Ese sábado, extendimos una manta en el desaliñado césped delantero de Elliot, bajo el enorme roble negro, y nos pusimos al día sobre amigos, escuela y palabras favoritas, pero tenía un significado diferente. Ahora susurrábamos, tumbados cara a cara, con los dedos de Elliot jugando con las puntas de mi cabello o rozando mi cuello, con su mirada bailando por las curvas de mis pechos. Según la regla número veintinueve, «cuando Macy tenga más de dieciséis años y tenga su primer novio serio, asegúrate de que se esté cuidando», Papá me hizo tomar la píldora casi inmediatamente después de esa visita. Todavía me faltaban varios meses para cumplir los dieciocho años y papá me dijo que pensaba llamar a mi médico de mujer, pero solo después de darme un sermón rebuscado y torpe de que no era un permiso para tener sexo con Elliot, esencialmente, sino que estaba tratando de proteger nuestro futuro. No es que tuviera que preocuparse. A pesar de vernos todos los fines de semana de octubre, Elliot y yo nunca nos acercamos a lo sexual. No desde ese día en el suelo del armario, su cuerpo sobre el mío, funcionando por instinto. Era Elliot el que se tomaba las cosas con calma, no yo. Me decía que era porque cada pequeño paso era una primera vez, todo lo que haríamos juntos sería por primera vez, con la única persona del resto de nuestras vidas. Parecía una conclusión inevitable que estaríamos juntos para siempre. No habíamos dicho la palabra amor todavía. Tampoco habíamos hecho promesas. Pero era tan imposible imaginar el desenamoramiento de Elliot como imaginarme conteniendo la respiración durante una hora. Así que nos abrimos paso cuidadosamente a través de la exploración. Besándonos por horas. Nadando juntos en el río: mis piernas resbaladizas y frías alrededor de su cintura, mi vientre cubierto de piel de gallina, sensible a la sensación de su torso desnudo presionando contra mí. Los días de la semana en la escuela se impregnaron de esta desesperada anticipación. Acordamos usar Skype una vez a la semana, los miércoles, lo que hizo que fuera doloroso asistir a clases ese día. Esas noches, me miraba a través de su cámara con los ojos muy abiertos. Yo pensaba en besarlo. Incluso le decía lo que estaba pensando, y él gemía y cambiaba de tema. Después, me metía en la cama e imaginaba que mis dedos eran los suyos, sabiendo que él estaba haciendo lo mismo. Y los fines de semana, siempre que teníamos el más pequeño tiempo, eran un borrón de besos en el suelo, nuestras bocas moviéndose juntas hasta que nuestros labios se sentían en carne viva, nuestras respiraciones entrecortadas por el esfuerzo del deseo. Pero eso era todo. Nos besábamos. La ropa se quedaba, las manos no se movían. Hasta que no lo hicieron. ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ A finales de octubre, estaba lloviendo a cántaros y estaba horrible afuera. Papá tomó el auto para ir a la ciudad a comprar víveres, dejándonos a Elliot y a mí solos en casa. No fue premeditado. Ni siquiera nos miró, leyendo en la sala de estar junto a la estufa a leña. Simplemente gritó que nos habíamos quedado sin leche y que compraría las cosas para la cena. La puerta se cerró con un clic silencioso. Los neumáticos del auto crujieron sobre la grava hasta que el sonido desapareció. Miré a Elliot al otro lado de la habitación y mi piel se acaloró. Ya se estaba arrastrando por el suelo hacia mí y luego se cernió sobre mí en las sombras del fuego crepitante. Todavía recuerdo la forma en que me levantó la camisa, besando un camino desde mi ombligo hasta mi clavícula. Recuerdo cómo, por primera vez, descubrió el cierre de mi sujetador, riéndose en mi boca mientras luchaba con el elástico. Recuerdo la reverencia de su mano mientras se deslizaba desde el cierre abierto, alrededor de mis costillas, por debajo de los aros. Su mano se acercó a mi pecho desnudo, sus dedos se cerraron sobre el pezón. Parecía que la luz brotaba de cada uno de mis poros; el placer y la necesidad eran casi cegadores. Siguió con su lengua, húmeda, sus labios se cerraron sobre mí, chupando, y yo tiré de su muslo entre mis piernas, enloqueciendo por el alivio, meciéndome contra él hasta que corriéndome delante de él por primera vez. me derretí, Me miró fijamente, con las pupilas enormes y negras y la boca abierta. —¿Tuviste…? Asentí, sonriendo, drogada. Los neumáticos del auto volvieron a crujir en el camino de grava y Elliot soltó una risa aguda y frustrada, alejándose. —Debería irme a casa de todos modos. —Asintió, mirando abajo. Yo también miré hacia abajo, a la palma de su mano presionando la parte delantera de sus jeans, buscando alivio. Comenzó a levantarse pero se detuvo, todavía arrodillado entre mis piernas, pero ahora mirando mis pechos desnudos. Era la primera vez que realmente los veía, y la intensidad de su mirada fue como una cerilla en el combustible de mis venas. Le tomé la mano libre. La puerta del auto se cerró de golpe. —Macy —advirtió Elliot, pero sus ojos permanecieron sin pestañear y su brazo se movió sin resistencia cuando bajé su mano hasta mi piel. —Todavía tiene que sacar los víveres. —Puse sus dedos en mi estómago y los recorrí por mi cuerpo. El maletero también se cerró de golpe y Elliot apartó el brazo de repente. Me senté lentamente, me abroché el sujetador y me bajé la camisa. Las llaves de Papá desbloquearon la cerradura y entró, mirándonos en la sala de estar. Yo estaba exactamente donde me había dejado. Elliot se quedó cerca del otro extremo del sofá, con las manos metidas en los bolsillos. —Hola, papá —dije. Se detuvo con los brazos cargados de víveres. —¿Todo bien? Elliot asintió. —Estaba esperando hasta que volvieras para ir a casa. Lo miré sonriendo. —Eso fue dulce. —Gracias, Elliot —dijo papá sonriéndole—. bienvenido si te quieres quedar a cenar. Eres Papá fue hacia la cocina y yo miré la bragueta de Elliot con una necesidad casi obsesiva de sentir lo que había debajo del jean. Se inclinó, de modo que tuve que mirarlo al rostro. —Veo lo problema. que estás mirando —susurró—. Me estiré, besándolo. —Pronto —dije en voz baja en respuesta. Eres un Capítulo 37 Presente Domingo, 31 de diciembre Traducido por Lilu Corregido por Nea Editado por Banana_mou Hay más de ocho acres de terreno en Madrona Manor, y juro que caminamos todos y cada uno de ellos. Pasamos dos horas paseando, poniéndonos al día, hablando ociosamente sobre cosas pequeñas: nuestros restaurantes favoritos, nuestras obsesiones tardías con las aceitunas Castelvetrano, los libros que hemos amado y odiado, los miedos y esperanzas políticas, los destinos vacacionales soñados. Y, aun así, el último año nuevo que nos encontramos se siente como un trozo de meteorito radiactivo guardado en un frasco en la palma de mi mano. Lo siento cada segundo. Estoy haciendo todo lo posible para evitar abrirlo hasta más tarde. El sol de la tarde se esconde detrás de los árboles y desciende un escalofrío. Las llantas de los autos crujen en el camino de grava en la distancia, atrayéndonos de regreso al gran césped que está decorado con guirnaldas de flores y salpicado de lámparas de calor, mesas de cóctel y camareros que circulan entremeses antes de la ceremonia. —Necesito subir para prepararme. ¿Estás bien? Asiento y Elliot se inclina mientras toma mi rostro, besando mi frente y luego mi mejilla aparentemente por instinto. No registra lo que ha hecho mientras se aleja, sonriéndome. Ni una sola vez, en su viaje a la casa para reunirse con los padrinos de bodas, se vuelve con los ojos muy abiertos al darse cuenta de que acaba de besarme como lo hizo tantas veces cuando era mío. Una vez que se ha ido, miro a mi alrededor y me doy cuenta de que no conozco a nadie aquí. Toda la familia Petropoulos está adentro y aunque en ocasiones he visto a primos, tías y tíos, no conozco a ninguno de ellos lo suficiente como para acercarme y entablar una conversación. «Tal vez por eso tu círculo de amistades es tan pequeño», la voz de Sabrina suena en mi oído. «Un círculo pequeño es un círculo de calidad», gruño en respuesta, alcanzando un camarón envuelto en tocino mientras pasa una bandeja. Me lo estoy llevando a la boca cuando una mano me toma del codo. Volviéndome, sorprendida, suelto: —Oh, ¡perdón! —Y empiezo a devolver el entremés hasta que me doy cuenta de que solo es Alex, y acabo de dejar caer el camarón en su mano. Ella lo mira y luego me mira antes de encogerse de hombros y llevárselo a la boca. —Ven conmigo —murmura con la boca llena—. Estamos sentados al frente. —¿Qué? —digo, resistiéndome cuando ella me tira hacia adelante—. No, yo… —No discutas —dice, marchando hacia el frente—. Tengo estrictas instrucciones de mamá: tú eres familia. Esto se atora en mi garganta, una bola de emoción algodonosa queda atrapada allí. Tirando de mi abrigo alrededor de mis hombros, la sigo hasta un asiento en el lado del novio, en la primera fila. Alex se sienta en el tercer asiento, tirándome a su lado en el cuarto. —Comenzará pronto —dice—. Mamá me dijo que me sentara para que la gente se acercara. ¿Lo hacen? Miro detrás de ella y veo que sí, la gente empieza a caminar hacia los acomodadores que esperan en la entrada del pasillo. Los asientos se llenan, el sol se pone y la escena es impresionante. —Desde hace años que quiero conocerte —dice Alex mirando el altar: un pequeño arco de madera decorado con flores tan exuberantes que quiero extender mi mano y pellizcar un pétalo para ver si son reales—. Bueno… conocerte de nuevo. —¿A mí? —Ella solo tenía tres años cuando Elliot y yo tuvimos nuestra discusión. Discusión. Dios, qué palabra tan rara. Otras personas tienen discusiones. Lo que tuvimos se sintió como una ruptura. ¿Pero realmente lo fue? Una brecha separó la falla. Un mazo quebró nuestro punto débil. Y el destino entró como un martillo neumático. Alex asiente, volviéndose hacia mí. Se parece tanto a Elliot a los catorce años que mi respiración se paraliza por un segundo, como si me hubieran golpeado en el plexo solar. Sus ojos son de color avellana, muy abiertos detrás de sus gafas. Su cabello es espeso y oscuro, apenas domesticado por las flores prendidas alrededor de su rostro ovalado. Su cuello es largo, como el de un cisne, y sus manos delicadas y huesudas. En Alex, de alguna manera, se ve elegante; probablemente porque baila y ha aprendido a usar su delgada complexión a su favor. El cuerpo de Elliot siempre parecía un poco como una caja llena de herramientas: ángulos afilados, huesos largos, peligrosos cuando se manejaban con torpeza. —Él te ama tanto —dijo—. Juro que no trajo una chica a casa desde nunca. Mi corazón se frena. Ella asiente. —En serio. Mis padres pensaron que era gay. Estaban como: «Elliot, sabes que te amamos sin importar nada. Solo queremos que seas feliz…», y él estaba como: «Realmente aprecio eso, chicos», y entonces todos lo miramos como: «Bueno, ¿cuándo traerás a tu novio a casa?». Me río ligeramente, sin saber qué decir. Vacilante, murmuro: —Pero finalmente trajo a alguien a casa. Estoy segura de que les gustaba. Ella se encoje de hombros. —Rachel era agradable. Mi corazón se frena ¿Rachel fue la primera novia que llevó a casa? Eso fue… ¿Hace un año atrás? Alex mira por encima de su hombro para comprobar el avance de los asientos. Se ha llenado un poco así que se inclina más cerca, mientras el guitarrista y el vocalista comienzan a prepararse para tocar la procesión. —Mamá la llamó Macy como tres veces la primera vez que vino a cenar. —Uhhh —digo—. Incómodo. —Soy adicionalmente comprensiva ahora que he conocido a Rachel. Muchas más cosas tienen sentido sobre ese primer encuentro. —De todos modos —dice Alex, sonriéndome—, acabó admitiendo que estaba enamorado de ti desde secundaria. Me alegro de que estés de vuelta en su vida. —Rápidamente levanta las manos y añade—. Incluso si solo son amigos. Está bien, me voy a callar ahora. —Se muerde el labio y añade apresuradamente—: Y realmente lamento lo de tu papá, Macy. No lo recuerdo, pero mamá dice que fue un hombre realmente bueno. —Gracias, dulzura. —Le paso el brazo por los hombros, tirando de ella para abrazarla—. Los he extrañado mucho. Un silencio se apodera del público cuando el guitarrista comienza a rasgar un sencillo y sentido preludio antes de que el vocalista cante suavemente la versión de Jeff Buckley de Hallelujah. Las primeras personas en el pasillo son una pareja mayor, presumiblemente los abuelos de Else. Se sientan en la sección frente a nosotros mientras la Sra. Dina y el Sr. Nick pasan por el pasillo con Andreas entre ellos. La sonrisa de la Sra. Dina es tan brillante que me atrapa el aliento en la garganta y siento el escozor de las lágrimas en la superficie de mis ojos. No es solo que sea una boda, aunque siempre lloro en las bodas. Es la canción, el escenario, estar de vuelta en los brazos de las personas que más amo en el mundo. Es no sentirse sola por primera vez desde hace mucho tiempo. Andreas se para en el extremo del pasillo, mirando con anticipación por su novia. La Sra. Dina se sienta al lado de Alex pero se inclina sobre su regazo, toma mi mano y la aprieta con tanta fuerza que siento su amor, su confusión y, sobre todo, su alivio en ese toque único y tembloroso. El siguiente es Nick Jr. con una de las damas de honor. Está relleno, tiene el pecho de barril como su padre, tan alto como ambos padres. Con una barba completa, parece más leñador que fiscal de distrito. No me lo imagino en la piel de tiburón, si soy sincera. Siguen George y Liz, del brazo, todas sonrisas fáciles. Son tal combinación perfecta de rostros felices y pasos seguros que me sorprendo a mí misma sonriendo, con los ojos llenos de lágrimas. Alex me pasa un pañuelo. —Dos lloronas a cada lado mío. —Shhh —susurra la Sra. Dina—. Solo espera. Pronto te afligirás. No estoy preparada para ello, de alguna manera, había olvidado que Elliot estaría caminando por el pasillo, y la visión de él con la pequeña dama de honor rubia en su brazo, su sonrisa tranquila mientras hace contacto visual con los invitados reunidos, es un golpe a las emociones envueltas fuertemente en mis entrañas. La calidez se desprende. Se ve tan bien. Sonriente, con más de un metro ochenta de altura ahora, cómodo en su piel. Me mira después de dejar a la dama de honor cerca del altar y nuestras miradas se cruzan y se sostienen. Hace horas que no pienso en mi ex-prometido, pero ver a Elliot ahora, en el altar y con su esmoquin, me hace dar cuenta de lo monumentalmente mal que se sentía todo con Sean. Lo mal que se sentiría con cualquiera que no fuera Elliot. Retrocediendo, se coloca a la cabeza de los padrinos y consigue apartar los ojos de mí cuando la música cambia y la guitarra comienza a rasgar las primeras notas de She de Elvis Costello. La multitud se pone de pie. Sé que debería estar mirando a la novia pero mi cabeza es la única que mira hacia adelante, incapaz de dejar de mirar a Elliot. Estoy segura de que siente mi atención porque parpadea, gira la cabeza un poco y se encuentra con mis ojos. Hay una pregunta ahí en los suyos, la juguetonamente obvia: «¿qué demonios te pasa?». No sé qué más hacer, así que simplemente digo la palabra «Sí». Sí, soy tuya. Sí, estoy lista. Sí, te amo. Capítulo 38 Pasado Viernes, 8 de diciembre Once años atrás Traducido por Nicola♡ Corregido por Nea Editado por Banana_mou —Dios, este libro es asombroso —susurró Elliot, pasando de página. Por dentro, me regodeaba. Finalmente, el Señorito Pantalones Aburridos estaba leyendo a Wally Lamb. Giré sobre mi estómago, mirando arriba hacia él en el sofá cama. —Te dije que lo amarías. —Lo hiciste —dijo—. Y lo hago. Finalmente nos permitieron regresar al armario juntos, con la puerta abierta, porque estaba demasiado frío afuera y Papá no nos quería escuchar susurrar bajo las gradas todo el día. El último año ya era completamente descabellado y la mayoría de fines de semana de noviembre las había pasado en casa en Berkeley, preparándome para las aplicaciones de la universidad, SATs, y tesis de honor. Intentábamos aplicar para universidades en la misma ciudad, si no eran exactamente las mismas universidades, y la intensidad en nuestra necesidad de coordinar nos tenía constantemente revisando el uno con el otro. Este era el primer fin de semana que en verdad había estado con Elliot en cinco semanas, y había un poderoso trasfondo empujándonos más y más y más cerca juntos, incluso con la puerta abierta. —Me deberías adorar —le dije. Él me miró por encima de los bordes de sus lentes, cejas levantadas. —Lo hago. Sonreí. —O ser mi esclavo. —Me gustaría. —Cerró el libro, apoyando sus codos en sus amplios muslos—. Lo soy. —Ahora tenía su total atención. —Abanicarme con hojas de palma y alimentarme con pequeñas uvas suculentas. Se sintió como si el aire dejara de moverse entre nosotros. —Dí esa palabra de nuevo —pidió Elliot con voz ronca. —Abanicarme. —No. —Pequeñas. Él suspiró, exasperado. —Macy. —Uvas. Regresó a su libro, soltando un gruñido cansino. —Grano en el culo. Sonreí, lamí mis labios y le di lo que él quería: —Suculento. Él alzó la vista, ojos oscuros. Puerta abierta. —Suculento —susurré de nuevo y él gateó al suelo, inclinándose para besar mi cuello, haciéndome cosquillas. Me retorcí, dando un vistazo a la puerta—. Eres un friki de las palabras. Su lengua siguió el camino de mi garganta y oí su sonrisa cuando dijo: —Pon tu mano bajo mis pantalones. Me reí, susurrando bruscamente: —¿Qué? No. Mi papá está literalmente a seis metros. Nuestros ojos se ampliaron al unísono ya que, justo entonces, arrancó el motor del carro en el camino de entrada, las llantas crujieron abajo, abajo, abajo y entonces desaparecieron. —Está bien. Creo que está a más de seis metros — murmuré. Elliot retrocedió y me observó, ojos oscuros y carnívoros, y se sintió como un interruptor, burbujeando dentro de mí. Extendí la mano y finalmente finalmente puse mi mano sobre los botones de sus jeans, sentí lo que en verdad, en verdad, había deseado sentir ahí. —¿Ahora qué? —pregunté. Esto estaba pasando. Esto estaba pasando. Estaba tocando. Eso. A él–eso. Las cejas de Elliot se dispararon al nacimiento de su pelo. —¿No lo sabes? —¿No estoy segura? —dije, me dejó sin más preguntas cuando sacó una sonrisa y cubrió mi boca con la suya. Caímos al suelo, piernas y brazos entrelazados, labios magullándose contra dientes, desordenado y desesperado y completamente perfecto. Después de toda la distancia física forzada y discusiones sobre todo lo que queríamos hacernos el uno al otro, y nunca sabiendo cuándo o cómo tendríamos tiempo a solas, esta pequeña ventana se sintió como el Diamante Hope, dejado en nuestras manos. Nunca había conocido este sentimiento, este dolor que florece en mi estómago y se extiende, más abajo y caliente, conduciéndome más allá de mis sentidos y localizando mi universo entero bajo esta sensación única, y luego la siguiente. Y luego queriendo lo que viniese después. Mi camiseta se desprendió. Mis pantalones desabrochados y removidos. Me empujé más cerca, temerosa de que, incluso desnudos, no estuviésemos lo suficientemente cerca para satisfacer esta nueva hambre. Él se inclinó, lamiendo mi cuello, mis pechos, y luego regresó a mí, labios ávidos succionando los míos y luego regresando abajo a mi pecho. Su mano adherida contra mi estómago y dedos vacilaban en el dobladillo de mi ropa interior. —¿Demasiado rápido? —preguntó, respirando con dificultad, y sacudí mi cabeza aún cuando él no podía verme desde donde su boca exploraba mis pechos. —No —dije en voz alta. Era muy lento. No muy rápido, demasiado lento. El fuego crepitó arriba y abajo de cada terminación nerviosa y quería más, incluso si no sabía exactamente qué era eso. —Mierda, Macy, estoy… esto es una locura. Una buena locura. Te sientes increíble debajo de mí. Me reí porque la incoherencia poco común de Elliot era extrañamente reconfortante, y luego sus labios estaban en mi boca, tragándose mi risa y haciéndola suya, su lengua deslizándose sobre la mía y su mano ahuecando mi pecho, apretándolo, nuestros sonidos amortiguados por la forma en la que apenas podíamos levantarnos para tomar aire. Sus dedos bajaron de nuevo, deslizándose sobre mis costillas, a través de mi ombligo, debajo del algodón donde exactamente los necesitaba, y él hizo un sonido ahogado al mismo tiempo que yo gritaba algo incomprensible. Sus caderas se desplazaron sobre mí, buscando el mismo ritmo mientras las puntas de sus dedos se deslizaban a través de mi piel. En un instante se estaba moviendo hacia abajo, sacando mi ropa interior y besando mi vientre, caderas, y luego más abajo, casi salvaje con el deseo que reflejaba el mío. Se estremeció por debajo de mí, entre mis muslos, hombros temblando bajo mi agarre, y extrañé su peso encima pero cualquier cosa que había decidido hacer con su boca me distrajo de cualquier otro pensamiento coherente. Era una cálida succión suave, manos en mis piernas resistiendo la forma en que parecían querer cerrarse alrededor de su cabeza y la enloquecedora sensación de lengua y labios y sus bocanadas de aire. Él estaba haciendo esa cosa que apenas me dejaría imaginar a mí misma. Se movió hacia atrás cuando empecé a jadear, mordiendo y besando a lo largo de mi piel, más salvaje de lo que alguna vez lo habría imaginado, pero entonces, en el momento, me di cuenta de que nunca podría ser de otra manera con nosotros. —Lo siento —dijo—. Quería continuar, pero… —Cerró sus ojos, mordiendo su labio inferior y gruñendo como si estuviese intentando mantenerse unido. —Está bien, ven aquí. —Quería su peso sobre mí. Quería verlo cerniéndose sobre mi cuerpo y luego grabar la imagen en mi cerebro. —En serio pensé que me iba a venir —añadió con una risa contra mis labios, su boca todavía húmeda de mí, y con una urgencia detrás de su toque que me hizo un poco salvaje. Empujé inútilmente en su cinturón y después mis dedos recordaron cómo funcionar, tiraron a través de las presillas, deshaciendo un fascinante botón a la vez, y luego mis manos sintieron la piel desnuda de su estómago plano, sus caderas estrechas, el suave pelo detrás de sus muslos mientras le bajaba sus pantalones alrededor de sus rodillas. Él estaba pesado sobre mí, duro y grueso contra mi cadera, me arqueé hacia él, queriendo frotarme a lo largo de él ahí. —Quiero —empecé, alcanzándolo y encontrándolo. Mi mente se convirtió en papilla ante el sonido que hizo, ante la sensación de él, tan cálido y duro en mi mano—. ¿Tú quieres? —¿Tener sexo? —preguntó, la cabeza moviéndose en un frenético asentimiento, ojos ensimismados—. Sí. Sí. Lo quiero. Lo quiero, lo quiero, lo quiero, Macy, pero mierda, no tengo ninguna protección. —Píldora —jadeé mientras se movía y lo sentí deslizarse a través de mi muslo. Piel tersa y suave sobre algo que no era suave en lo absoluto. Elliot levantó su quijada por la sorpresa. —¿Estás tomando la píldora? —Era una de las reglas de Mamá. Papá me llevó en octubre. Se metió entre los dos y, cuando se frotó a sí mismo a lo largo de mí, yo ya estaba completamente ida. Apenas lo escuché preguntar: —¿Estás segura, Mace? Mírame. Ante el suave compás de su voz, moví mi mirada del fascinante lugar donde él estaba por entrar en mí, a sus ojos, los cuales estaban casi negros, con hambre, pero también pacientes y esperando. —Por favor —dije. Se sentía tan bien si se mantenía frotando sobre mí así—. Estoy segura. Él miró hacia abajo y se guió a sí mismo al lugar correcto antes de inclinarse sobre mí y apoyar sus codos cerca de mis hombros. Esto se sentía como la cosa más natural en el mundo: mis piernas se deslizaron hacia arriba y sobre sus caderas, sus labios encontraron los míos. Se movió hacia adelante, una pulgada. No adentro todavía pero ahí. —Esto no va a ser un maratón —gimió—. Apenas estoy aguantando. —Solo quiero sentirte. Empujó hacia adelante una pulgada más pero se detuvo cuando grité ante la conmoción en mi cuerpo, ante la cohesión de sensaciones y estimulación. Sus ojos se clavaron en mi rostro y luego se echaron hacia atrás en su cabeza mientras usaba mi pierna curvada alrededor de su muslo para jalarlo rápida, y rudamente, todo el camino dentro de mí. Mordí su hombro ante la afilada punzada de dolor, su cuerpo amortiguando mis gritos. Las caderas de Elliot se movieron hacia atrás con cuidado y luego hacia adentro de nuevo, y sentí el placentero y a la vez doloroso desgarro de él, una y otra vez él empezó a moverse con ahínco, entrando y saliendo de mí de nuevo, de nuevo, más rápido. —¿Estás bien? —jadeó. Conseguí un estrangulado: —Sí. —Oh, Dios, estoy… Lo agarré hacia mí, con brazos y piernas unidos alrededor de él, mis ojos cerrados contra el apretado pellizco de eso, mi corazón queriendo mantenerlo dentro más de lo que mi cuerpo lo necesitaba afuera. —Me estoy viniendo —jadeó, y entonces se sacudió bajo mis manos, su respiración se mantuvo alta y fuerte en sus hombros mientras caía. Sentí lo que le hizo. Sentí cada cambio dentro de mí. En un eco en algún lugar oí un sonido, pies, una voz. El deseo todavía hacía eco a través de mí, rebotando contra el fuerte dolor entre mis piernas. De repente el toque de Elliot se había ido, toda la parte delantera de mi cuerpo estaba fría sin él sobre mí, y me sentí extraña, inmediatamente vacía. Con la mente abotargada, me di cuenta de que él estaba volviendo a la carrera y levantándome. —¿Macy? —llamó Papá desde la planta baja. O debajo del agua, no podía estar segura. El rostro de Elliot flotó para enfocarse sobre mí, su frente mojada, ojos amplios, labios rojo brillante y todavía húmedos de mis besos. —Levántate, Mace. Di una sacudida al darme cuenta, de alguna manera encontré mi voz, apremiando un ronco: —¿Sí, Papá? Elliot tiró hacia arriba sus pantalones y tiró su camisa sobre su cabeza mientras mis propios torpes dedos forcejeaban para tirar de mis pantalones. Hice una pausa ante el brillante reguero de sangre en mi muslo, parpadeando hacia Elliot, cuyos ojos se atraparon con los míos mientras se abotonaba sus jeans. —¿Estás bien? —susurró él. Pasos hicieron eco abajo en el largo pasillo de la planta baja. —Sí. —Me paré en piernas débiles y temblorosas para encontrar mi camisa, tirar de ella, y meter mi brasier bajo la almohada con mi pie justo mientras Papá entraba. Se detuvo en la puerta, contemplando la escena. Elliot, habiéndose lanzado a sí mismo sobre las almohadas en la esquina, estaba leyendo mi copia usada de El club de la Buena Estrella sin sus lentes puestos. Su rostro estaba rojo, su respiración irregular. Me paré cerca de la puerta, y me di cuenta de que no tenía idea de cómo lucía mi cabello, pero me imaginé que no podría ser bueno. Elliot había clavado sus dedos en él, deshecho mi trenza, y deslizado sus manos sobre y en mi cabello una y otra vez. Mi cuerpo se sacudió con el recuerdo. Papá me repasó con la mirada y sonrió. —Hola —dije. Y para crédito suyo, él simplemente respondió: —Hola, chicos. —¿Qué pasa? —pregunté, intentando no jadear en busca de aire. —Mace, corazón, lo siento pero ¿crees que puedas estar lista para irnos en una hora? Justo tuve que correr a la ciudad para recibir un fax, entre otras cosas. Necesitamos regresar esta noche. —Lucía genuinamente arrepentido. Tenemos dos noches más aquí, pensé, pero incluso mientras una abrumadora decepción se extendía a través de mí, asentí fuertemente. —No hay problema, Papá. Saludó a Elliot, quien le saludó de vuelta, y entonces se fue. Lentamente me giré. Los ojos de Elliot estaban cerrados, sus manos sobre su rostro mientras finalmente jadeaba por aire, sin necesidad de seguir pareciendo relajado. Me moví hacia él, gateando a su regazo, queriendo desesperadamente sentirlo contra mí. —Mierda, eso estuvo cerca —susurró. Asentí. No quería irme. La adrenalina me atravesó, haciendo a mis extremidades temblar. Quería acurrucarme con él y hablar de lo que apenas habíamos hecho. Giró su cabeza, besando mi sien. —Estabas sangrando. Sé que es… normal, pero solo quiero estar seguro: ¿te lastimé? Miré al techo, tratando de encontrar una respuesta que se sintiera a la vez verdadera y tranquilizadora. —No más de lo que esperaba. Sus labios encontraron los míos. Besos lentos y cuidadosos desperdigados sobre mi boca, mi quijada, mis mejillas. —Necesitas empacar —dijo a regañadientes, alejándose. —Sí. Se puso de pie, levantándome con él y luego bajándome. —¿Me envías un correo electrónico esta noche? Asentí. Todavía estaba temblando. Por lo que habíamos hecho… y porque casi fuimos atrapados haciéndolo. Ahuecó mi rostro con ambas manos, buscando mis ojos. —¿Estuvo… bien? —Sí. —Reprimí una risa nerviosa—. Quiero decir… definitivamente quiero hacerlo de nuevo. —La adrenalina me estaba haciendo sentir rápida y conectada. —Bien. —Él asintió frenéticamente—. Bien, ¿así que hablaremos? ¿Estás bien? —Sí. —Sonreí—. ¿Tú? Soltó una respiración controlada. —Voy a ir a casa y tomar una ducha larga y rememorar todo excepto el minuto en el que tu papá estaba ahí de pie y yo todavía estaba más o menos duro. Me recosté contra él, mi frente en su pecho. —No me quiero ir. Sus labios descansaron sobre mi coronilla. —Lo sé. —¿Acabamos de tener sexo? —pregunté quedamente. Con sus pulgares, él ladeó mi cabeza, así lo miraría. —Sí. Lo hicimos. Se inclinó hacia adelante, me besó una vez, dos veces, suavemente en los labios y luego una tercera vez, un beso profundo. Finalmente se separó, besó la punta de mi nariz, y se escabulló del closet. Y pensé, mientras oía sus pasos trotar hacia abajo en las escaleras, cuán extraño y maravilloso era que nunca nos habíamos dicho te amo. Y no lo habíamos necesitado. Capítulo 39 Presente Domingo, 31 de diciembre Traducido por Nicola♡ Corregido por Nea Editado por Banana_mou —A pesar de haber nacido de los mismos padres y criados en la misma casa, Andreas y yo no podríamos haber sido más diferentes —dice Elliot, abriendo su brindis de boda y deslizando una mano en el bolsillo de sus pantalones del esmoquin. Él está de pie en frente de la extensión de mesas y flores y luz de velas, y una diminuta sonrisa labrándose en su boca. —Yo era estudioso, él era… —Elliot rasca su ceja—. Bueno, él era deportista. Los invitados se ríen a sabiendas. —Yo era obsesivo, él era descuidado. —Otro rugido de apreciación—. Aprendí latín, él se comunicaba con gruñidos y ceños fruncidos, sobre todo. —En esto, me uno en la genuina carcajada—. Pero cualquiera que nos conozca sabe que tenemos una cosa importante en común. —Elliot echa una breve mirada hacia mí, de reojo, casi como si no pudiese evitarlo, y luego de regreso a Andreas—. Cuando amamos, amamos para siempre. Un murmullo emocional onduló a través de la habitación y mi corazón se disolvió en un charco de miel caliente. —Andreas conoció a Else cuando tenía veintiocho años. Sin duda, él había tenido novias antes, pero nada como esto. Caminó a la casa de mamá y papá un sábado y parecía físicamente arrastrado por el viento. Ojos amplios, boquiabierto, Andreas había perdido la capacidad de hablar con normalidad, incluso para un vocabulario tan elemental. —Las carcajadas se elevan de nuevo, exultantes—. Él la llevó a casa para cenar, y tú habrías pensado que había invitado a la Reina de Inglaterra. —Elliot sonrió a su madre —. Él molestaba a mamá sobre lo que cocinaría. Molestaba a papá acerca de no tener puesto el juego de los Niners todo el tiempo. Me molestaba a mí con respecto a no hacer algo raro como citar a Kafka o interpretar un truco de magia con mis judías verdes. Para un hombre que nunca había limpiado su habitación voluntariamente, este meticuloso comportamiento era notable. Mi sonrisa de expande ampliamente a través de mi rostro; un vertiginoso y enamoradizo punto débil. —Y él ha sido tan atento y leal y devoto cada día desde entonces. Por cuatro años te he observado enamorarte más profundamente. Decir que Else es ideal para Andreas es quedarse corto. Aparentemente, ella ama a cabezas cuadradas. —Risas—. Y aparentemente a ella le gustamos lo suficiente. Elliot levanta sus lentes, sonriendo calurosamente hacia su hermano y nueva cuñada. —Else, bienvenida a nuestra familia. No puedo prometer que siempre será tranquilo, pero puedo prometer que nunca serás tan amada como cuando vengas a casa con nosotros. Aplausos resuenan, copas tintinean. Elliot se agacha para abrazarlos a ambos y entonces regresa a su asiento junto a mí. Debajo de la mesa, él toma mi mano. La suya está temblando. —Eso estuvo asombroso —le digo. Él se inclina, sonriendo mientras toma un bocado de su salmón con su mano libre. —¿Sí? Me inclino, está caliente papel de lija. mis dientes y presionando mis labios en su mejilla. Su piel y un poco áspera ahora, como el más leve Es todo lo que puedo hacer para no enseñar morderle un poquito. —Sí. Cuando mis labios se separan de él, han dejado pétalos gemelos de lápiz labial. Levanto el brazo, quitando la mancha con mi pulgar a regañadientes. En cierto modo me gustaba ahí. Elliot continúa comiendo, sonriéndome mientras lo molesto, y nunca en mi vida entera me he sentido tan dichosa como la esposa de alguien. El sentimiento es burbujeante, como estar borracho por un chupito, la forma en la que calienta el camino desde la garganta al estómago. Pero aquí, todo se siente cálido. Aprieto su mano en la mía más cerca, sobre mi regazo, a gran altura en mi muslo. Se detiene con su tenedor de camino a su boca, lanzándome una sonrisa maliciosa, pero entonces toma el bocado y mastica, inclinándose a su izquierda para escuchar cuando Andreas toca su hombro. La música empieza para el primer baile y Andreas y Else se levantan, moviéndose al centro del salón, bailando a solas solo por unos cuantos compases antes de que el DJ llame a todos. Y entonces la señora Dina y el señor Nick están ahí afuera, y luego los padres de Else también. Elliot me mira, la ceja levantada en una pregunta obvia… y ahí vamos. Él me lleva a un punto cerca del centro de la pista de baile, apretándome con un brazo alrededor de mi cintura hasta que estoy justo contra él: pecho contra pecho, estómago contra estómago, caderas contra caderas. Nos balanceamos. En realidad, no estamos ni siquiera bailando. Pero nuestra proximidad enciende mi cuerpo y puedo sentir lo que le hace a él, también. De inmediato, contra mí, él está medio duro, su postura exponiendo el hambre que siente. Quiero más cercanía también. Con una mano apretada en la suya, la otra en su hombro se desliza alrededor de su cuello, luego, lentamente, en su cabello. Elliot esconde nuestras manos unidas contra su pecho y luego se agacha, presionando su mejilla a la mía. —Te amo —dice—. Siento que no pueda evitar la reacción de mi cuerpo por ti. —No hay problema. —Cuento quince latidos cardíacos antes de que sea capaz de añadir—: También te amo. Él reacciona ante esto con una pequeña respiración entrecortada, un ligero estremecimiento en sus hombros, es la primera vez que me ha escuchado decirlo. —¿Me amas? Mis mejillas se ruborizan junto a las suyas cuando asiento. —Siempre lo he hecho. Lo sabes. Sus labios están lo suficientemente cerca de mi oído como para rozar contra la concha de la oreja cuando pregunta: —¿Entonces por qué me dejaste? —Estaba herida —le digo—. Y luego estaba rota. Ahora él reacciona. Sus pies se detienen en el piso. —¿Qué te rompió? —No quiero hablar de ello aquí. Retrocede, ojos parpadeando entre los míos como si pudiese haber diferentes mensajes ahí transmitidos. —¿Te quieres ir? No lo sé. Quiero irme… pero no para hablar. —Cuando puedas —digo—. Más tarde está bien. —¿A dónde? A cualquier parte. Todo lo que sé es que quiero estar a solas con él. Necesito entrar en esta forma inquieta y tensa. Quiero estar a solas con él. Lo deseo. —No me importa a donde vayamos. —Deslizo mi otra mano a su pecho, alrededor de su cuello y a su cabello. La respiración de Elliot se entrecorta cuando se da cuenta de lo que estoy haciendo: tirándolo hacia abajo para que me bese. Sus labios se acercan a los míos en una fiebre, manos moviéndose para ahuecar mi rostro, para sostenerme cerca, como si mi beso fuese una cosa delicada y fugaz. Su beso es una dolorosa súplica, devoción se derrama de él. Él chupa mi labio inferior, el superior, inclinando su cabeza para más y más profundo, antes de que retroceda recordándole, con un pequeño parpadeo de mis ojos, dónde estamos y cuánta gente lo ha notado. Elliot no se interesa por ellos. Toma mi mano, guiándome bajo los escalones de la pista de baile iluminada a los jardines. Nuestros zapatos silban a través del pasto húmedo. Pongo mi vestido en un puño, trotando detrás de él. Más profundo en el camino que vamos, a la oscuridad, donde todo lo que oigo es el zumbido de los insectos y el ondulante aire a través de las hojas. Las voces desaparecen en la luz detrás de nosotros. Capítulo 40 Pasado Domingo, 31 de diciembre Once años atrás Traducido por Lilu Corregido por Lyn Editado por Banana_mou Papá se materializó a mi lado, sosteniendo una copa de champán para él y una copa de lo que olía sospechosamente a ginger ale para mí. —¿Ni siquiera un vaso de licor? —pregunté, fingiendo fruncir el ceño—. Esta fiesta apesta. Papá se lo tomó con calma con un barrido inexpresivo de su atención por el salón, porque esta fiesta, evidentemente, no apestaba. Fue en el Garden Court del hotel Palace y estaba repleto de gente hermosa que exudaba joyas y que, afortunadamente, estaba sorprendentemente animada. Todo el salón había sido decorado con miles, tal vez incluso un millón, de pequeñas luces blancas. Estábamos pasando el Año Nuevo en el corazón de una constelación. Aunque estaba lejos de Elliot, no podía quejarme. Faltaban pocos minutos para la medianoche y la multitud crecía a nuestro alrededor, acercándose a la barra para que todo el mundo pudiera tener una copa en la mano antes de que empezara el Año Nuevo. Metido debajo de mi brazo, mi bolso de mano comenzó a vibrar. Miré a papá, que me dio un único asentimiento de permiso, y salí al pasillo. Miré mi teléfono. Eran las once cincuenta y cinco y Elliot me estaba llamando. —Hola —dije, sin aliento. —Hola. Mace. —Su voz era grave y alegre. Me mordí el labio para no reírme. —¿Hemos tomado un par de cócteles, señor Petropoulos? —Uno o dos. —Se río—. Aparentemente soy un peso ligero. —Porque no eres bebedor. —Adentrándome en el silencioso pasillo, me apoyé contra la pared. El clamor de la fiesta se desvanecía en un conjunto de ruidos de fondo: voces, tintineo de vasos, música—. ¿Dónde estás? —En una fiesta. —Se quedó callado y oí en el fondo el sonido de un timbre en la distancia—. En, um… la casa de alguien. —¿Alguien? Él dudó y por la respiración que pude escuchar al otro lado de la línea, la forma en que la sostuvo, supe lo que venía. —En lo de Christian. Me quedé callada un momento. Solo sabía lo suficiente sobre Christian como para sentirme un poco incómoda por su influencia. Las cosas siempre se volvían demasiado salvajes cuando Christian estaba cerca, al menos así es como Elliot lo hacía ver. —Ah. —No me diga «Ah», señorita —dijo, con voz baja y lenta—. Es una casa de fiesta. Es una fiesta con mucha gente en una casa grande. —Lo sé —dije, respirando profundamente—. Solo ten cuidado. ¿Te estás divirtiendo? —No. Sonriendo ante eso, le pregunté. —¿Quién más está allí? —Personas —murmuró—. Brandon. Christian. —Una pausa —. Emma. —Mi estómago se apretó—. Otras personas de la escuela —añade rápidamente. Escuché algo caer y estrellarse de fondo, Elliot se quedó en silencio. —Ay, detente —dice una chica riendo su nombre antes de que él pareciera moverse a un lugar más tranquilo. —Y, no sé, Mace. Tú no estás aquí. Así que realmente no me importa una mierda quiénes están. Me reí con fuerza. Esta llamada se sintió como un empujón hacia adelante, hacia una vida en la que tomamos cerveza juntos, un dormitorio, y hora tras hora a solas. Sentí que nuestro futuro se avecinaba, provocando. Tentando. —¿Dónde estás? —preguntó. —Estoy en la velada de la luz. —Cierto, cierto. Corbata negra. Sociedad. Miré por encima del hombro hacia el amplio salón de baile. —Todo el mundo a mi alrededor está borracho. —Suena horrible. —Suena como tu fiesta —le respondí, mirando a papá al otro lado de la habitación, hablando con una bonita rubia—. Papá parece estar pasando un buen momento. —¿Estás usando algo elegante? Bajé la mirada a mi reluciente vestido verde. —Sí. Un vestido de lentejuelas verde. Me veo como una sirena. —¿Cómo la princesa de Disney? Me reí. —No. —Pasando mi mano por mi estómago, agregué—: Pero creo que te gustaría. —¿Es corto? —Realmente no. ¿A la altura de las rodillas? —¿Ajustado? Mordiéndome el labio, bajé la voz. Innecesariamente seguro: la fiesta estaba ruidosa. —No ceñido a la piel. Algo… apretado. —Eh —gruñó—. ¿No preferirías llevar unos jeans y una sudadera conmigo? ¿En mi regazo? Me reí de su falta de filtro. —Definitivamente. —Te amo. Me quedé helada, cerrando los ojos al oír estas palabras. «Dilo de nuevo», pensé e inmediatamente me pregunté si era realmente así como quería oírle confesar esto: mientras estaba borracho, por primera vez, hasta donde yo sabía, y a muchos kilómetros de distancia. —Lo hago —gruñó—. Te amo tanto, carajo. Te amo, te deseo y te quiero. Te amo como la persona con la que quiero estar para siempre. Solo… ¿Macy? ¿Quieres casarte conmigo? El tiempo se detuvo. Los planetas se alinearon y luego se separaron. Pasaron años. Las voces, la música y el tintineo de las copas a mí alrededor se desvanecieron y lo único que pude oír fue el eco de su propuesta. Tartamudeé varios sonidos antes de poder hablar. Desafortunadamente, coherente que salió. «¿Qué?» fue la primera cosa —Mierda —gimió—. Mierda, lo he estropeado todo. —¿Elliot…? Su voz salió apagada cuando dijo. —¿Vendrás a verme? Quiero pedirte que te cases conmigo. En persona. Miré alrededor de la agitadísimo en mi pecho. habitación, con el corazón —Yo… Ell… No estoy segura de poder ir esta noche. Esto es algo grande. —Esto es algo grande. Pero es real. —Está bien. Te entiendo —dije, cerrando los ojos. Me dijo que me amaba y me preguntó si me quería casar con él en la misma frase. A través del teléfono—. Es que… no hay manera de que papá me deje conducir en la carretera con toda la gente alcoholizada. Se quedó en silencio tanto tiempo que miré mi teléfono para asegurarme de que no había perdido la llamada. —¿Elliot? —¿Me amas? Exhalo, parpadeando las lágrimas. No era así como quería esta conversación, como quería discutir nuestro futuro, pero aquí estaba, en mi cara, exigiendo pasar así. —Sabes que sí. No quiero hacer esto a través del teléfono. —Yo sé que no, pero, ¿sabes lo que quiero decir? ¿Quieres casarte conmigo? ¿Quieres que sea para siempre? En Goat Rock, y la biblioteca, y caminar a todos lados, y viajar. ¿Quieres tocarme y estar conmigo y despertarte con mi boca sobre ti, y quieres que sea yo quien te dé orgasmos o… joder, ver como los tienes o lo que sea? ¿Piensas en una vida conmigo o en casarte conmigo? —Ell… —Yo lo hago —dijo con un jadeo—. Todo el tiempo la hago, Macy. Casi no podía hablar, mi pulso se disparó fuertemente. —Sabes que también lo hago. —Ven conmigo esta noche, por favor, Macy, por favor. Los silbatos empezaron a sonar y el confeti cayó de contenedores invisibles de algún lugar por encima de mi cabeza, pero todo lo que oí fue el crujido de la línea. —Iré el próximo fin de semana, ¿está bien? Él suspiró: el peso del universo en ese sonido. —¿Lo prometes? —Claro que lo prometo. —Miré al otro lado de la habitación y vi a papá caminando hacia mí, una rara y amplia sonrisa iluminaba su rostro. El ruido llenó el otro extremo del teléfono y ya casi no podía escuchar a Elliot. —¿Macy? ¡No puedo escucharte! Está súper ruidoso aquí. —Ell, ve a divertirte, pero ten cuidado, ¿sí? Puedes darme mi beso de Año Nuevo el próximo sábado. —Bien. —Hizo una pausa y supe lo que estaba esperando que dijera, pero no lo iba a decir por teléfono. Especialmente no cuando tenía que gritarlo y ni siquiera estaba segura de si él lo recordaría. —Buenas noches —dije. Se quedó en silencio y miré el teléfono brevemente antes de llevármelo a la oreja—. ¿Ell? —Buenas noches, Mace. La línea se cortó. ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ No creo que hubiera podido describir una sola cosa sobre la fiesta después de esa llamada telefónica. Después de un abrazo y un baile con mi papá, caminé por el pasillo fuera del salón de baile durante aproximadamente media hora. Odiaba no estar con Elliot para esa conversación. Odiaba que hubiéramos cruzado esta enorme línea, que hubiéramos reconocido un futuro para nosotros, fuera del armario, en el mundo real, con una relación real, y él hubiera estado a kilómetros y kilómetros lejos de mí, y borracho. Odiaba cómo se había escuchado cuando se despidió. —Macy, ¿por qué estás aquí afuera? —preguntó papá. Sus zapatos resonaron en el mármol mientras se dirigía hacia mí y el rugido de la fiesta se sintió como agua fría derramándose por mi piel—. ¿Te quieres marchar? Lo miré, asentí y me eché a llorar. ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ —No entiendo cuál es el problema —dijo papá, maniobrando en un giro brusco. Lo miré para asegurarme de que estaba realmente sobrio. No lo había visto beber, pero parecía tan sereno como yo—. ¿Tuviste una buena conversación con Elliot y estás molesta por eso? —Simplemente no me gustó cómo terminó esa llamada — admití—. Sentí que realmente me quería allí. —Me doy cuenta de que están más en casa que en cualquier otro lado, pero así es como lo han hecho siempre. ¿Cuál es el problema? —preguntó Papá, siempre lógico. Para ser justos, no tenía todos los detalles. No le dije que Elliot dijo que me amaba. Y ciertamente no le había dicho que Elliot me propuso matrimonio. —Es que se sintió… raro. A diferencia de Elliot, Papá rara vez presionaba. Después de veinte minutos de silencio, Papá dobló en nuestro camino de entrada y detuvo lentamente el auto. Volviéndose hacia mí, me dijo en voz baja: —Ayúdame a entender. —Él es mi mejor amigo —comencé, sintiendo la opresión de las lágrimas en mi garganta—. Creo que estamos nerviosos por lo que pasará cuando averigüemos lo que haremos en la universidad y lo que haremos después de esto, después de que nuestras vidas no sean solo marcadas por viajes de fin de semana. Me sentí mal esta noche, por la forma en que terminó la llamada, y no sé qué haría si algo malo sucediera entre nosotros. —Me senté, mirando el tablero del auto que hacía un tic tac silencioso—. A veces me pregunto si deberíamos ser solo amigos, para no tener que preocuparme por perderlo. Papá frunció los labios, pensando. —Así que él es tu Laís. Mis ojos se llenaron de lágrimas de nuevo al oír el nombre de mi madre. No le había escuchado decirlo en años. —Ambos son jóvenes, pero… si es esa persona para ti — continuó Papá—, no podrán ser solo amigos. Querrás darlo todo, mostrarle todas las formas en que lo amas. Las lágrimas se derramaron, corriendo por mis mejillas. —Aprovecharía cualquier cantidad de tiempo con ella — susurró, volviéndose para mirarme—. Habría tomado cualquier cosa que pudiera conseguir. No me arrepiento ni un momento de haberla amado, a pesar de que aún duela su partida. Asentí, con la garganta apretada. —Realmente siento que estoy desperdiciando mucho tiempo lejos de él. —No siempre será así. —¿Puedo conducir hasta allá esta noche? —le pregunté. Me miró fijamente durante un largo y silencioso momento. —¿Hablas en serio? —Sí. Cerrando los ojos, respiró profundo varias veces. —¿Tendrás cuidado? El alivio inundo mis extremidades. —Lo prometo. Papá miró hacia adelante por el parabrisas a nuestro camino de entrada y hacia su viejo auto estacionado justo al lado de este nuevo. —Llené el Volvo esta mañana. Puedes tomarlo. Me incliné sobre la consola, envolviendo mis brazos alrededor de él. —¿Me llamarás tan pronto llegues allá? Asintiendo en su cuello, lo prometí. Capítulo 41 Presente Domingo, 31 de diciembre Traducido por Lilu Corregido por Lyn Editado por Banana_mou Elliot se detiene en un espeso matorral de olivos y se vuelve para mirarme. A esta distancia el sonido de los grillos es ensordecedor; la fiesta de bodas es un zumbido lejano. Me imagino que caminamos cerca de un kilómetro, por un camino ancho que iba desde lo cuidado, hasta lo polvoriento, hasta las tierras de cultivos. Jesucristo, ¿por dónde empezamos? Yo quiero empezar tocando. Él podría empezar con palabras y explicaciones, y disculpas, las mías y las suyas. Todavía hay muchas cosas que tengo que decirle. Su pecho sube y baja con la fuerza de su respiración, y mis propios pulmones parecen agitarse dentro de mí, luchando por tomar aire. Espero que diga algo pero, en lugar de eso, se arrodilla frente a mí, rodeando mis caderas con sus brazos y presionando su rostro contra mi estómago. Helada por un momento, miro fijamente la parte superior de su cabeza, tratando de saber qué quiere decir el temblor de sus hombros. Él está llorando. —No, no —susurro. Mis manos van hacia su cabello, inclinando su rostro hacia mí; y me agacho, lo empujo contra un árbol, me arrastro hacia él, sobre él hasta que su rostro está justo contra el mío, tan cerca que se ve borroso. Tan cerca que es lo único que puedo ver. Deslizo sus gafas sobre su frente y fuera de su rostro, colocándolos cuidadosamente en la hierba. —¿Qué estamos haciendo? —susurra. —Te extrañé. mandíbula. —Me inclino, besando su cuello, su Me empuja por los hombros y veo dos pesadas lágrimas rodar por sus mejillas. —Creí que nunca volvería a tocarte. —Yo también lo creí. Se muerde el labio inferior con los ojos muy abiertos. —Tomaré todo lo que me des. ¿Eso es patético? Me inclino, mis labios tocan los suyos, inhalando el olor limpio de su loción para después de afeitar, el olor penetrante de la hierba, necesitando oxígeno para estar consciente con todo esto. Su boca se abre contra la mía y se sienta con una fuerte inhalación, con las manos ahuecando mi mandíbula de nuevo. Con urgencia, vuelve por más, inclina la cabeza, muerde y chupa, y necesito más, más profundo. Lo necesito todo de él. Sus gemidos son silenciados por mis labios, dientes y aliento. Sus manos suben por debajo de mi vestido, empujándolo hasta mi cintura, mientras yo deshago su corbata de moño, desabotonando su camisa. Dedos fríos se deslizan por el interior de mi muslo. Sin embargo, su pecho está cálido bajo mis manos, y me aferro a él, deslizando mis palmas sobre su clavícula y bajando hasta su estómago, queriendo sentir cada centímetro. Gruñe unas palabras ininteligibles cuando me toca a través de la ropa interior. Y entonces sus dedos se deslizan por mi ombligo, escarbando con cuidado dentro del encaje, y yo me pongo de rodillas por encima de él, ayudándole a acceder al lugar en el que necesito su tacto más que cualquier otra cosa en la galaxia. —¿Estás así de mojada por mí? —me pregunta, echándose hacia atrás para mirarme. Sus dedos empujan dentro de mí, acariciando con el pulgar—. ¿Esto soy yo? Asiento y su incredulidad es contagiosa; es lo que hace que cada toque se sienta amplificado, me hace moverme con él, mordiéndole mientras me toca. Es lo que envía mi cuerpo a una apretada escalera en espiral, un destino, justo ahí, solo dos caricias más fuertes. Dos más. —Ell. —Sí. —Me voy a venir. Su sonrisa curva la única palabra: —Bien. Busco a tientas su cinturón, su cremallera. —Espera —le digo a mi cuerpo—. Oh, Dios, estoy cerca. «Espera». «Aguanta. Espera». Él no deja de hacer lo que está haciendo cuando se aparta y me mira al rostro. —¿Quieres…? Sus dedos se deslizan en mí, más fuerte, más rápido. Torpemente, me meto dentro de sus pantalones, encontrando su duro calor, cerrando mi mano alrededor de él, moviéndome para estar allí, inclinándolo hacia arriba, haciendo que se moje conmigo. Gime mientras se hunde y el sonido me golpea en un lugar salvaje y primitivo. El alivio de eso, de él grueso y hambriento, finalmente deslizándose dentro y fuera de mí, es una estrella que se derrite, esparciendo fuego en mi torrente sanguíneo. Jadea porque no quiere correrse, nunca quiere correrse, nunca quiere parar. Ya estoy en el borde, y nuestra cogida instantánea y frenética me lleva allí a través de una serie de embestidas irregulares. Él boca arriba, yo encima. Los grillos y Elliot se quedan en silencio ante los agudos y llorosos gritos que brotan de mí. En el silencio que sigue, puedo sentir el bombo de su pulso donde mis labios se encuentran con su garganta. Pero luego sus manos llegan a mi mandíbula, ahuecándola, inclinando mi rostro hacia el suyo. —¿Si? —susurra. Asiento en sus manos, sintiendo su peso dentro de mí—. Santa madre de Dios —dice con un beso—, esto es increíble. Todo se reduce a los pequeños movimientos de mis caderas sobre las suyas y los suaves besos de succión. Apenas me muevo. Simplemente meciéndome, apretando. Significa que no espero la forma ajustada en que me dice que está cerca. Presiono la pregunta contra sus caderas: —¿Quieres que me detenga? —Solo si no estás en algo. —Su lengua encuentra la mía y gime—. Macy, cariño, estoy tan cerca. No estoy segura de por qué es este momento el que hace que la realidad se hunda, que estamos haciendo el amor, todavía mayormente vestidos, en algún lugar de los jardines en la boda de su hermano. Pero cuando se corra Elliot, quiero sus manos y el aire fresco y húmedo en mi piel, no en la seda arrugada de mi vestido. Cada vez que nos hemos tocado, hemos estado casi siempre vestidos. Me echo la mano a la espalda, abro la cremallera, me quito los tirantes de los hombros y me deshago rápidamente del sujetador sin tirantes, y mi vestido cae hasta mi cintura. Su boca está ahí, y sus palabras de aprobación, por el calor y mi dulzura, por la sensación de mis pechos en su lengua. Contra mi vientre está la abertura de su camisa almidonada, y en mi interior siento que va creciendo, siento que necesita más que el suave movimiento que está recibiendo, y sus manos encuentran mis pechos, sujetándolos para su boca abierta. Volvemos a ir in crescendo, más rápido ahora, estoy rebotando sobre él tres, «Oh». Cuatro, cinco, seis veces. —Mierda. Me muerde. Salvajemente. —Sí. Elliot me calma cuando su agarre de hierro desciende hasta mis caderas y se sacude dentro de mí, con la boca abierta y los dientes desnudos sobre mi pecho. Esto dejará una marca. Pero incluso después de haber acabado, roza con sus dientes de un lado a otro, con la lengua acariciando el endurecido pico, calmando el lugar de su gentil ataque. Siento todavía sus espasmos. Su aliento son apretadas bocanadas de aire contra mi pecho. Mis dedos se enredan en su cabello, sujetándolo hacia mí. Se me pone la piel de gallina cuando sus manos se deslizan por mi espalda y me aprietan contra él. Se corrió dentro de mí. Aún sigue dentro de mí. ¿Qué acabamos de hacer? ¿Y cómo he estado tanto tiempo sin él? Hacer el amor con él de repente se siente vital, como el aire, el agua y el calor. Vuelve su rostro al mío, expectante, y es solo un pequeño desplazamiento hacia adelante para que mi boca se encuentre con la suya en este nuevo y perezoso alivio. Es a la vez familiar y extraño. Su piel está más áspera con la barba incipiente, sus labios más fuertes. Dentro de mí, lo sé, es más grueso. Empiezo a moverme para alejarme de él, preocupada por hacer un desastre con su esmoquin, pero él me mantiene firme, sus caderas contra las mías. —Aún no —dice contra mi boca—. Quiero quedarme aquí. Todavía no puedo creer que esto esté pasando. —Yo tampoco. —Estoy perdida en el perezoso movimiento de su lengua, los pequeños besos que se funden en otros más profundos. —Podría querer hacer esto de nuevo. Sonrío. —Yo también. Mueve su boca a mi cuello, siento su mano que se acerca a mi pecho. —¿Es extraño —comienzo—, que sienta que tuve sexo con un conocido y un extraño al mismo tiempo? Esto lo hace reír y se inclina, besando mi pecho. Reclinándose, susurra: —¿Quieres saber algo aún más extraño? Mis ojos se cierran. —Quiero saber todo. Y por primera vez en más de una década, realmente lo hago. —Pasaron años antes de que estuviera con alguien más después de ti. Fuiste la única mujer con la que estuve hasta… bueno, durante mucho tiempo. Sus palabras golpean la pared en blanco de mi neblina sexual, y entonces el pavor cae sobre mí como la oscuridad. —Te he amado toda mi vida —continúa Elliot, sus labios moviéndose contra mi clavícula. Lentamente, abro lo ojos y él me mira—. Al menos desde el momento en que pensé en el amor, el sexo y las mujeres. Todavía está dentro de mí. Sonríe, y la luz de la luna capta el ángulo agudo de su mandíbula. —Nunca he querido a nadie del modo que te quiero a ti. Pasó mucho tiempo antes de que quisiera a alguien más, físicamente, por lo menos. Es un poco como estar en el ojo de un tornado. A mi alrededor, las cosas están sucediendo, pero dentro de mi cabeza, es tan silencioso. Ante mi silencio, sus ojos se abren primero y luego se cierran. —Oh, Dios mío. Acabo de darme cuenta de lo que he dicho. Capítulo 42 Pasado Lunes, 1 de enero Once años atrás Traducido por Dani Fray Corregido por ♡Herondale♡ Editado por Mrs. Carstairs~ Justo al lado del puente de Richmond, llamé a Elliot, escuchando por el altavoz cómo el teléfono sonaba y sonaba, hasta que saltó el buzón de voz. A los diez minutos de mi viaje me di cuenta de que no sabía en qué parte de la ciudad vivía Christian, y no sabía cuánto tiempo estaría Elliot allí. Era más de la una de la mañana, incluso podría estar en casa, en la cama, y yo no podría llegar a él sin despertar al resto de la casa. La autopista 101 se extendía a oscuras delante de mí, salpicada por las ocasionales luces traseras de otro coche. Por lo demás, estaba vacía, con grupos de conductores entrando y saliendo de la autopista alrededor de los pequeños pueblos dispersos: Novato, Petaluma, Rohnert Park... En Santa Rosa, intenté llamar de nuevo, y esta vez respondió una voz masculina desconocida. —Teléfono de Elliot. —Se escuchaba ruido, ebrios y estridentes, de fondo. Una agria combinación de alivio e irritación se retorció en mí ¿Eran casi las dos de la mañana y él, o al menos su teléfono, seguía en la fiesta? —¿Está Elliot por ahí? —pregunté. —¿Quién está llamando? Hice una pausa. —¿Quién contesta? El tipo inhaló, y su respuesta salió tensa, como si acabara de tomar un gran trago de algo. —Christian. —Christian —dije—, soy Macy. Dejó escapar una respiración larga y controlada. —¿La Macy de Elliot? Alguien en el fondo dejó escapar un agudo Weey. —Sí —confirmé—, su novia, Macy. —Oh, mierda. —La línea se quedó en silencio, muda, como si alguien estuviera sosteniendo una mano allí. Cuando volvió, dijo simplemente. —Elliot no está aquí. —¿Se fue a casa sin su teléfono? —pregunté. —No. Confundida, presioné: —Entonces, ¿cómo es que no está si sabes que no fue a casa? —Macy. —Una carcajada lenta y borracha, y luego—: Estoy demasiado drogado para seguir eso. —Vale —dije con calma—. ¿Puedes darme tu dirección? Dijo una dirección en Rosewood Drive y añadió: —La segunda casa a la izquierda. La oirás. —Chris —protestó alguien en el fondo—, no lo hagas. Christian soltó otra risa baja. —¿Y a mí qué mierda me importa? Y luego colgó. ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ La casa de Christian era nueva, y por lo tanto grande para el ambiente modesto de Healdsburg, situada en una colina y con vistas a un viñedo. Tenía razón: podía escucharla en cuanto giré en su calle. Los coches se agolpaban en el largo camino de entrada, alineados hacia el borde de la acera. Aparqué en el primer tramo vacío de la calle, varias casas más abajo. Me abroché la chaqueta sobre el vestido y dejé los tacones en el coche, cogí unas sandalias del maletero y subí la colina a duras penas. Parecía una tontería molestarse siquiera en llamar a la puerta. La puerta estaba ligeramente entreabierta, era ruidoso, así que entré a empujones, pasando por encima de un montón de zapatos que parecían paradójicamente cuidadosos dado el estado del resto de la casa. Había latas, botellas y cigarrillos apagados en casi todas las superficies. La música y la televisión sonaban a todo volumen en el pasillo. En el sofá del salón, dos tipos estaban desmayados, y un tercero estaba sentado con un mando en la mano, jugando al Call of Duty. —¿Han visto a Elliot? —pregunté, gritando por encima del martilleo del arma de fantasía. El tipo levantó la vista, miró hacia la cocina y se encogió de hombros. Me dirigí a la cocina. La habitación era enorme, y un completo desastre. Bebidas preparadas se habían servido y abandonado. Una pirámide de latas de cerveza se encontraba en una robusta isla de mármol, rodeada de una corona de patatas fritas rotas, manchas de salsa, rastros de M&M's. El fregadero estaba lleno de cristalería manchada y una jarra alta de agua. —Está arriba —dijo alguien detrás de mí. Me giré y reconocí a Christian por las fotos del escritorio de Elliot. Era alto, no tanto como Elliot, pero sí más ancho, con una barba de chivo poco aconsejable y una mancha de cerveza en su camiseta de los Wildcats de Chico State. Tenía los ojos inyectados en sangre y dilatados casi hasta el negro. A su lado, otro tipo me miraba con los ojos muy abiertos, parecía que iba a vomitar. Era Brandon. Los dos mejores amigos de Elliot. —¿Arriba? —repetí. Christian levantó la barbilla asintiendo, rodando un palillo de dientes de un lado de su boca al otro. —Está muy perdido —dijo Brandon, siguiéndome cuando me di la vuelta para salir de la cocina y subir las escaleras. Su voz se volvió cada vez más desesperada cuando mi pie golpeó el primer escalón. —Macy, yo no lo haría. Creo que ha estado enfermo. —Entonces lo llevaré a casa. —Incluso para mí, mi voz sonaba hueca, metálica, como si fuera proyectada desde altavoces en los rincones más lejanos de la escalera abovedada. —Lo llevaremos a casa. —Brandon me rodeó el codo con una mano suave—. Déjalo dormir. El pulso me latía en la garganta, en las sienes. No estaba segura de lo que iba a encontrar... pero no, eso no es del todo correcto. Creo que lo sabía. Entendí la sonrisa lacónica de Christian y la ansiedad de Brandon. Mirando hacia atrás, es difícil saber si fui evidente al dirigirme allí, o si simplemente era tan obvio. —Yo me iría a casa, Macy —suplicó Brandon—. Cuando se despierte, le diré que te llame. Su voz continuó como un zumbido de fondo, siguiéndome todo el camino hasta las escaleras y hasta la única puerta cerrada, al final del pasillo. Empujé dentro y me detuve. Una pierna larga colgaba sobre el lado de la cama deshecha. Los zapatos de Elliot aún estaban puestos, todavía atados, pero sus pantalones vaqueros y bóxer estaban en sus rodillas y su camisa estaba empujada hacia arriba bajo las axilas, dejando al descubierto las líneas de su pecho, el rastro oscuro de pelo en su ombligo. Brandon tenía razón: Elliot estaba desmayado. Pero también lo estaba Emma, que yacía desnuda sobre su torso. Di un paso atrás, justo en el pecho de Brandon. —Dios mío —susurré. Sabía cómo se sentía un corazón roto, pero esta era una sensación diferente, como un fósforo encendido sobre el órgano ensangrentado desde el interior, manteniéndose firme, esperando pacientemente a que se apagara, se convirtiera en carbón, se prendiera. «Te quiero tanto, joder». «Te quiero, y te deseo y te quiero». «Te quiero como la persona con la que quiero estar para siempre». «¿Quieres casarte conmigo?». —Oh, Dios mío. —Macy, realmente no es lo que piensas —dijo Brandon, poniendo sus manos sobre mis hombros—. Por favor, confía en mí. —Parece que se ha acostado con ella —dije insensiblemente, sacudiendo sus manos de mis hombros. Por mucho que la escena me horrorizara, no podía apartar la mirada. La boca de Emma estaba abierta sobre su pecho mientras roncaba. El pene de Elliot colgaba flácido a lo largo de su muslo. Nunca lo había visto realmente desnudo, nunca había... solo mirado. Brandon se movió con ansiedad. —Es ella, Macy. Elliot no... —Oh, mierda —dijo Christian, acercándose a mí—. No tiene buena pinta, Ell. Hice un sonido jadeante y ahogado que él pareció interpretar como una pregunta. —No, tienen una historia. Solo... déjalo ir —dijo Christian, y luego contuvo un eructo estruendoso y se golpeó el pecho con su puño—. No son nada. Solo cogen a veces. Me di la vuelta, pasando por delante de ellos por el pasillo, mis pies tanteando las escaleras, a través de la cocina y luego por la puerta principal al aire frío y descarnado donde no podía respirar. Intenté respirar, pero era como si me hubieran golpeado una y otra vez en el diafragma. ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ Eran las dos y media de la mañana en Año Nuevo, y yo era la conductora más sobria, pero menos segura de la carretera. A través de un muro de lágrimas, navegué torpemente por la carretera sinuosa, subiendo en zigzag la estrecha colina y bajando la pendiente de grava de la calzada. Le grité al parabrisas y estuve a punto de regresar un par de veces porque casi no podía creer en mi propia memoria. Los dos acostados allí. No miré a la casa de Elliot mientras subía los escalones de la entrada, temiendo que golpearía la puerta y le exigiría que bajara, aunque sabía que no estaba allí. No sabía mucho en este momento, pero sabía que no podría volver a Berkeley en una pieza. Dentro, la casa estaba helada. Había madera cuidadosamente apilada en el estante de atrás, podía hacer un fuego, comer algo para asentar el rechinar de mis tripas, pero apenas pude llegar al sofá. Saqué una manta del respaldo del sillón y me acurruqué en el suelo. Sinceramente, no recuerdo nada más que la sensación del frío suelo en el lado derecho de mi cuerpo. Creo que mi cerebro debió apagarse inmediatamente. Algún instinto de autoconservación no quería que siguiera viendo sus caderas desnudas, ver la familiar presión de su mano sobre su ombligo. Una parte protectora de mi mente no quería recordar el espeso olor de esa habitación, la nube de cuerpos, sudor, cerveza, y sexo, o la forma casual en que Christian se refería a su íntima historia. ¿Pero tenía razón? ¿Ha sido así durante toda la semana, y durante la mayor parte de sus vidas? ¿Emma y Elliot, conectando casualmente, llenando el tedio de sus días el uno con el otro? Enviando mensajes de texto para pasar el rato cuando no había nada más que hacer. Salir al parque porque... ¿por qué no? No tenía ninguna duda de que Elliot me amaba, sabía que lo hacía, lo sentía en la médula de mis huesos, pero yo estaba allí apenas un tercio del tiempo, y los otros dos tercios, estaba Emma. Todos los días en la escuela, todo el año: accesible, conveniente, familiar. No tenía ni idea de quién era el Elliot de la vida real. Mi Elliot solo existía en ciertos días, solo entre las paredes de nuestra biblioteca en el armario. «No lo conozco en absoluto. No lo conozco en absoluto». Ese era el horrible pensamiento que se enhebraba en mis sueños, sueños en los que me encontraba con él en un autobús y no lo reconocía, sueños en los que me cruzaba con él en el pasillo y sentía el incómodo eco de que, de alguna manera, me había perdido algo importante pero no sabía qué era. Capítulo 43 Presente Domingo, 31 de diciembre Traducido por Lovelace Corregido por Lyn♡ Editado por Mrs. Carstairs~ Muevo mis caderas hacia arriba, sintiendo el apretón en mi pecho cuando el cuerpo de Elliot se desliza del mío. Lo siento retirarse debajo de mí, sus ojos se llenan de un dolor que parece aumentar mientras el silencio se sigue extendiendo. —Nunca me dejas explicar lo que pasó —dice. No puedo mirarlo a los ojos. Es mucho más grande que esto y, a pesar de que estos detalles parecen pequeños ahora, sé que es donde debemos de empezar. —Dijiste que me amabas esa noche —le recuerdo—, por primera vez. Asiente con impaciencia. —Lo sé. —Me pediste que me casara contigo. Elliot alcanza mi brazo, enrollando sus dedos alrededor de mi muñeca. —Lo dije en serio. Tenía un anillo. Lo miro con sorpresa. —Si hubiera dicho que sí, ¿aun así te hubieras cogido a Emma? —De acuerdo. —Se levanta, subiéndose los pantalones, abrochándose el cinturón—. De acuerdo. —Su camisa cuelga desabrochada, su cabello sigue hecho un desastre gracias a mis dedos. Elliot baja su mirada hacia mí, iluminados por la luna y el lejano resplandor de la fiesta. Se inclina para recuperar sus gafas y se las pone—. ¿Sabes cuántas veces te he contado esta historia en mi cabeza? —Probablemente las mismas veces que yo he tratado de pretender que no vi lo que vi. Se agacha. —No supe lo que pasó hasta unos días después. —¿Qué? —Le mencioné a Christian que no me habías llamado de vuelta, y él dijo: «Probablemente porque vio a Emma desnuda sobre ti». Parpadeo desviando la mirada. Aun puedo ver la imagen con demasiada claridad. —Y la peor parte de eso —dice en voz baja—, es que fue hasta que él lo dijo que no supe que había estado con Emma. No estaba ahí en la mañana. Necesito digerir respiraciones. esto por una, dos, tres, cuatro —Despertaste con los pantalones en tus rodillas, Ell. ¿Eso no te indicó nada? —Esa es la parte que no puedo comprender —susurra—. En mi cabeza, eras tú. En mi cabeza, tú viniste a la fiesta, tú me encontraste desmayado en la cama de Chris. En mi cabeza, tú te deslizaste sobre mí, estabas sobre mí. No recuerdo haber tenido sexo con Emma esa anoche. Recuerdo estar teniendo sexo contigo. —¿Te puedes escuchar a ti mismo? —Lo miro boquiabierta. Dentro de mi caja torácica, mi corazón es un trueno cuando las palabras caen sobre mí. Yo nunca me deslicé sobre él, ¿pero ella lo hizo?—. ¿Escuchas el medidor de mierda chillando en el fondo? Me estás diciendo que esa noche tuviste sexo con Emma ¿pensando que era yo? Elliot gime, pasando una mano a través de su cabellera. —Ahora me doy cuenta de lo loco que suena eso. Incluso en su momento, no podía unir los pedazos de esa noche y he tenido once años para tratar de hacer que tenga sentido. Estaba muy ebrio, Mace. Recuerdo despertar con la sensación de tu boca sobre la mía. Recuerdo haber tocado tu cabello, hablar contigo, animándote. Y cuando miro hacia atrás, aún sigo viendo tu rostro cuando se acostó sobre mí. Sacude su cabeza, cerrando los ojos con fuerza y cuando dice esto, recuerdo que Brandon comenzó a decir algo acerca de que Elliot no lo haría. —Desperté —continúa—, y tuve un momento de abrumadora vergüenza porque la puerta de la habitación de Chris estaba abierta y unas personas estaban caminando por ahí limpiando. Estaba solo con mi pene colgando. Te envié un mensaje preguntándote a dónde te habías ido. Los siguientes dos días estuve bien con ellos, pensando que había tenido sexo borracho con mi novia en una fiesta. Pensé que estabas avergonzada o enojada conmigo por estar tan ebrio y que ese era el porqué del que no llamaras. ¿Esta es su verdad? ¿Un silencioso y doloroso error? A una parte de mí le duele su versión de las cosas, realmente queriendo creerle, lo que hace que mis dientes rechinen. La otra parte de mí quiere gritar que este pequeño lloriqueo de un malentendido mientras estaba borracho lo deshizo todo. Debería haber sido algo intencional, algo enorme. Algo que valiera la pena de lo que vino después. —Si me hubieras dejado explicar… —dice en voz baja, mirándome con desconcierto—. Te llamé una y otra… —Sé que lo hiciste. Estaba consciente de que Elliot llamaba varias veces al día, por meses. Nunca revisé mi viejo correo electrónico después de eso, pero si lo hubiera hecho, ahí también habría un gran número de mensajes sin leer. Sabía que su arrepentimiento era enorme. Pero ese no era el problema. —Lo jodí —dice—, pero Macy, incluso tan malo como eso es, y sé que lo fue, ¿realmente valió la pena esto? —Nos señala a ambos—. ¿De verdad fue suficiente para hacer que me… dejaras? ¿Después de todo? ¿Para que no volvieras a hablarme nunca más? Lo miro, sacando palabras de las masas y ordenándolas y reorganizándolas en oraciones. El asunto de Emma parece tan pequeño ahora. Solo fue el primer dominó. —Teníamos esta profunda, inquebrantable confianza, sabes, y rompiste eso, lo hiciste, pero no es solo eso. Soy… soy yo. También he sido yo. —¿No crees que merecía la oportunidad de explicarme? — pregunta, malinterpretando mi incoherencia, emociones restringidas tensando su voz. Puedo ver que está esperando por una respuesta. Y la respuesta es sí, por supuesto que merecía una oportunidad para explicarse. Por supuesto que lo hacía. En una realidad alterna, me habría llamado más tarde ese día y yo le habría contestado. —Te amaba —dice—. Siempre te he amado. Nunca hubo nadie más para mí, sabías eso. Busco a tientas mis palabras. —Fue realmente malo… fue una mala noche… —Sé que fue mala, Mace. —Su voz se hace más dura, casi incrédula—. Fuimos el primer amor del otro, primera vez, primer todo. Pero vamos. Ese era un derribe, una pelea prolongada. Eso no… desaparece por una década. —No fue solo eso. —Mi corazón y boca parecen estar de acuerdo en que no podemos, evidentemente, hacer esto ahora. El metal rechina contra el asfalto en mis oídos. Cierro los ojos, negando con la cabeza para aclararlo. —¿Tienes alguna idea de cómo ha sido? —pregunta, cada vez más frustrado ante mi inarticulado nerviosismo—. Cada día, me levantaba y me preguntaba si ese día te vería otra vez. Y si lo hacía, ¿cómo sería? Te extrañaba tanto. Tengo veintinueve años y nunca he amado a otra mujer. —Me mira, parpadeando—. Y cada mujer con la que he estado lo sabe, a su pesar. Abro mi boca para responder, pero nada sale. Me mira, desconcertado. —¿Quieres saber lo que Rachel quería decir sobre lo jodido que estaba? Bueno, aquí hay un ejemplo: la primera persona que se acostó conmigo después de que te fueras tuvo que sentarse allí mientras yo me derrumbaba como un puto maníaco —dice—, tratando de explicar por qué no quería que me la chupara. —Lo siento. —Me tapo la cara, inspirando, exhalando. El punto veintisiete en la lista de mamá era recordarme que debía respirar. Inhalar y exhalar, diez veces, cuando estoy estresada. Uno... Dos... —Yo también lo siento. Quiero esto —susurra—. Te quiero a ti. Tres... «Yo también te quiero», pienso. «Pero no sé ni cómo decirte que Emma es lo de menos. Otra mujer chupándotela es lo de menos». —Háblame, Mace —me insiste—. Por favor. Cuatro... Cinco... —Te quiero —repite, y su voz lleva una extraña distancia —. Pero me estoy dando cuenta ahora de que tal vez no debería. Seis... Siete... Al llegar al diez, ya no me tiemblan las manos cuando las bajo. Pero como no esperaba que Elliot se fuera, nunca le oí alejarse. ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ En la noche oscura, la recepción en el porche exterior es un faro de pequeñas luces y estrellas lanzadas por la luz de las velas que viajan a través de las copas de champán. Las lámparas de calor colocadas a intervalos regulares son lo suficientemente cálidas en el frío de la noche para hacer que el húmedo aire se envuelva alrededor de las parejas que bailan lentamente. Localizo a George a la izquierda de la pista de baile, cerca de la tarta de boda, la cual ya se ha cortado y repartido. Sus mejillas están rojas, su sonrisa es amplia, sus ojos están llorosos de una embriaguez de felicidad. —¡Mace! —grita, tirando de mí en un torpe abrazo—. ¿Dónde está mi hermano? —Iba a preguntarte lo mismo. Se levanta, tirando de una pequeña ramita de mi pelo y, dios mío, solo se me ocurre ahora que no tengo ni idea de mi aspecto al salir de los jardines después de follar con Elliot. George sonríe. —Sospecho que tienes una idea mejor que la mía. Liz se acerca a su lado, sonriéndole a su marido achispado. —¡Macy! Oh, luces... —La comprensión aparece en sus ojos y lanza una carcajada. —¿Dónde está Elliot? —La pregunta del momento —murmura George. —Estoy aquí. Nos giramos y lo vemos de pie, justo al lado, con una copa de champán a medio terminar. La calidez que sentí en su mejilla, contra mis labios, se ha ido. En su lugar hay una mirada pálida, un ceño fruncido. Su corbata ha desaparecido, la camisa está desabrochada en el cuello y manchada de suciedad y labial. Mirándolo ahora, es doblemente obvio lo que hemos estado haciendo. Le sonrío, tratando de comunicarle con mis ojos que hay algo más que discutir aquí, pero él ya no me mira. Inclinando la copa de champán hacia sus labios, se toma el resto, lo pone en la bandeja de un camarero pasando y dice: «Macy, ¿necesitas que te deje en tu motel?». La sorpresa hace que una ola de frío me atraviese. George y Liz se callan y se alejan bajo una bruma de indirecta mortificación. El corazón se me acelera, un redoble de tambor que desemboca en un choque de platillos cuando me doy cuenta de que me pide que me vaya. —Está bien —le digo—, puedo coger un Lyft. Asiente con la cabeza. —Genial. Doy un paso adelante, alcanzándolo, y él se queda mirando mi mano en su brazo con el ceño fruncido, como si estuviera cubierto de barro. —¿Podemos hablar mañana? —le pregunto. Su cara se tuerce y coge otra copa de champán, que se bebe en el tiempo en que tarda el camarero en ofrecerme una y yo en rechazarla. Elliot coge otra antes de que el ansioso camarero se aleje. —Claro que podemos hablar mañana —dice, agitando la copa—. Podemos hablar del tiempo. ¿Tal vez de nuestro tipo de pastel favorito? O-oh no hemos hablado todavía sobre las ventajas de una Crock-Pot frente a una olla a presión. ¿Podemos hacerlo? —Me refiero a terminar lo que hemos empezado — susurro, dándome cuenta de que hemos llamado la atención de algunos miembros de la familia—. No hemos terminado. Alex nos observa a la distancia con ojos amplios y preocupados. —¿No hemos terminado? Creía que habíamos tenido el gran final. Hiciste lo que mejor se te da —dice, sonriendo de forma macabra—. Te cerraste. —Te alejaste —replico. Se ríe con dureza, sacudiendo la cabeza y repite en un murmullo: —Yo me alejé. Con más calma, digo: —Mañana... Me pasaré por aquí. Elliot levanta el vaso, traga cuatro tragos y se limpia la boca con el dorso de la mano. —Claro, Macy. ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ A la una de la madrugada, el cielo parece embrujado en su oscuridad. Subo el porche a mi antigua casa de verano, saltando el previsible escalón roto. Utilizando la llave olvidada en mi llavero, me introduzco en el interior, donde hace aún más frío que en el bosque; el aislamiento mantiene el frío almacenado dentro de las oscuras paredes de yeso. Enciendo las luces a medida que avanzo, y me arrodillo para encender un pequeño fuego en la estufa de leña. Obviamente, si solo he estado aquí una vez en los últimos diez años, debería recordar las fechas exactas, pero no lo hago. Solo sé que fue una semana, tal vez dos, antes de que me fuera a mi segundo año en Tufts, condujimos por la noche para buscar nuestras posesiones y mover todas las cosas preciadas en armarios que podíamos cerrar con llave, para evitar que los curiosos inquilinos en las vacaciones se llevaran algo. El recuerdo de esa noche se siente como un borrón de color acuoso atravesando la niebla. En el piso de arriba, busco entre las demás llaves de mi llavero, encuentro la más pequeña y la introduzco en la cerradura de la puerta del armario de papá. Entra a pasos agigantados, atascándose a mitad de camino, requiriendo un pequeño meneo antes de que haga clic y gire con una oxidada protesta. Su armario se abre con un silbido de aire mohoso, y se me cae el estómago cuando el olor y la comprensión emergen: Tendré que tirar casi todo esto. Guardaba algunas camisas y pantalones aquí arriba. Botas de montaña, un chaleco de Yshing. Hay álbumes de fotos en el estante de arriba, un diorama navideño que hice en cuarto grado. Cartas de mamá. Y, al fondo, la pila de revistas dudosas. Mi trasero aterriza en el suelo antes de darme cuenta de que me he deslizado por el marco de la puerta. Bajo el olor a moho, está el inconfundible olor de él: los cigarrillos daneses, su loción de afeitar, el olor a lino brillante de la colada. Saco una camisa de una percha; el cable sube por la barra y golpea la puerta al bajar. Presionando la franela contra mi cara, inhalo ahogando un sollozo. Hacía mucho tiempo que no me sentía así. O tal vez nunca he sentido esta emoción: Quiero llorar. Quiero sollozar de verdad. Le doy acceso total, dejando que me desgarre en estos horribles aullidos que resuenan en los altos techos y sacuden mi torso, curvándome hacia delante. Mocos, saliva: Soy un desastre. Lo siento justo ahí, detrás de mí, pero sé que no está. Quiero llamarlo, preguntarle qué hay de desayuno. Quiero oír la cadencia uniforme de sus pasos, el chasquido intermitente del periódico mientras lee. Todos estos instintos parecen vivir tan cerca de la superficie que se deforman y entretejen en la tela de la posibilidad. Tal vez esté abajo, leyendo. Tal vez esté saliendo de la ducha. Son estos pequeños recordatorios los que duelen, los pequeños momentos en los que piensas... solo déjame llamarlo. «Ah, claro. Está muerto». Y te preguntas ¿cómo sucedió? ¿Dolió? ¿Puede verme aquí en un charco empapado de sollozos en su piso? Esto es lo único que interrumpe el torrente, soltando una ronca risa de mi garganta. Si papá me encontrara llorando así dentro de su armario, se quedaría mirando antes de ponerse lentamente en cuclillas y estirar la mano, pasándola suavemente por el suelo, extendiendo su mano por mi brazo. —¿Qué pasa, Mace? —Te echo de menos —le digo—. No estaba preparada. Todavía te necesitaba. Él lo entendería, ahora. —Yo también te extraño. Yo también te necesitaba. —¿Estás herido? ¿Te sientes solo? —Me paso un brazo por la nariz—. ¿Estás con mamá? —Macy. Cierro los ojos, sintiendo que más lágrimas se deslizan por mis sienes y por mi pelo. —¿Se acuerda de mí? —Macy. —¿Alguno de ustedes recuerda que tuvo una hija? No soy yo misma, sé que no lo soy, pero tampoco me avergüenza ser encontrada así, especialmente no por papá. Al menos así verá lo amado que era. Unos brazos fuertes pasan por debajo de mis piernas, alrededor de mi espalda y me sacan de la niebla del moho y de papá, llevándome por el pasillo. —Lo siento —digo una y otra vez—. Siento no haber llamado. Lo siento, papá. Es mi culpa. Sigo en su regazo cuando se sienta en mi cama. Es tan cálido, tan sólido. No he sido tan pequeña en años. —Mace, cariño, mírame. Mi visión es borrosa, pero sus rasgos son fáciles de distinguir. Ojos dorados y verdosos, pelo negro. No es papá, es Elliot. Todavía con su esmoquin, los ojos inyectados en sangre tras sus gafas. —Ahí estás —dice—. Vuelve a mí. ¿A dónde has ido? Deslizo mis brazos alrededor de su cuello, acercándolo, cerrando los ojos. Huelo la hierba en él, la corteza del olivo. —Eres tú. —Soy yo. Él también necesita mis disculpas. —Lo siento, Ell. Arruiné todo porque olvidé de llamar. —Vi las luces encendidas —susurra—. Vine y te encontré así... Macy Lea, dime qué pasa. —Me necesitabas y no estaba allí. Se calla y me besa la cabeza. —Mace... —Te necesitaba aún más —digo, y empiezo a sollozar de nuevo—. Pero no podía encontrar la manera de perdonarte. Elliot me aparta el pelo de la cara, sus ojos buscando algo. —Cariño, me estás asustando. Háblame. —Sabía que no era tu culpa. —Me ahogo—. Sin embargo, durante mucho tiempo sentí que lo era. Veo las lágrimas confusas en sus ojos. —No entiendo lo que... —Me atrae hacia su pecho, con una mano en mi cabello mientras se le quiebra la voz—. Por favor, dime qué está pasando. Y eso hago. Capítulo 44 Pasado Lunes, 01 de enero Once años atrás Traducido por Nea Corregido por ♡Herondale♡ Editado por Mrs. Carstairs~ Me desperté con el fuerte portazo de la puerta, el golpeteo de los pasos sobre las baldosas de la entrada. —¿Macy? Me quejé, agarré mi cuello rígido y me senté justo cuando papá dobló la esquina de la sala de estar. Un presentimiento de padre lo recorrió, y corrió a mi lado, agachándose. —¿Te ha hecho daño? —Su acento empujó las palabras en una bola de ira. —No. —Hice un gesto de dolor, estirándome. Recordando. Mi estómago se derritió—. En realidad, sí. Las manos de papá hicieron un cuidadoso recorrido por mis hombros y por mis brazos, tomando mis manos entre las suyas. Volteo mis manos, inspeccionando mis palmas, y luego presiono las yemas de sus pulgares en el centro de mis manos. Recuerdo ese contacto como si fuera ayer. Unimos nuestros dedos. La comprensión se abrió paso a través de la niebla y me di cuenta de que estaba en la cabaña, y que papá también estaba aquí, en la fría mañana, a más de setenta millas de casa. —¿Qué estás haciendo aquí? Me dirigió una mirada dura con bordes suaves. —Nunca me llamaste para decirme que habías llegado aquí bien. No contestaste el teléfono. Me dejé caer sobre él y murmuré: —Lo siento. —Contra su amplio pecho—. Lo apagué. Suspiró con un sonido de preocupación. —¿Qué ha pasado, min lille blomst21? —Cometió un error —le dije—. Uno grande. Papá se apartó para encontrarse con mis ojos. —Otra chica. Asentí, y un grueso sollozo se escapó al recordar el cuerpo de Elliot, desnudo, simplemente... tirado allí. Desparramado. Papá dejó escapar un lento suspiro. —No vi venir eso. —Ya somos dos. Me ayudó a levantarme, rodeando mis hombros con un brazo protector. —Vendremos a buscar el Volvo este fin de semana. «Vendremos a buscar el Volvo este fin de semana». Me pregunto qué habrá pasado con él. ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ Papá mantenía una mano gigante en el volante y la otra enroscada en mis dedos. Me miraba más o menos cada cinco segundos, sin duda deseando tener la lista de mamá allí mismo, en el salpicadero, para consultar el apartado de «La primera vez que un chico le rompe el corazón» ...consejos. Sabía dónde encontrarlo. Número treinta y dos. Sus ojos estaban preocupados, las cejas fruncidas... Por mucho que odiara lo que había pasado con Elliot, me encantaba la calidez de la atención de papá hacia mí, el contacto tranquilizador de su mano, las preguntas silenciosas: ¿qué quería cenar? ¿Quería ir al cine o quedarme en casa? Pero su atención hacia mí significaba que no estaba en el camino. Ni siquiera estoy segura de que haya visto el coche. Era un Corvette azul, que se incorporaba desde la rampa de acceso e iba demasiado rápido. Cien, tal vez ciento veinte. Se metió delante de nosotros en el carril lento, chillando en el espacio estrecho entre nosotros y el camión de dieciocho ruedas de delante. Los neumáticos del Corvette patinaron, su parte trasera se movió hacia lado, y sus luces de freno se volvieron de un rojo brillante, justo ahí. Justo delante de nosotros. ¿Hubo un momento en el que no fue demasiado tarde? Esto es lo que siempre me he preguntado. ¿Podría haber comunicado algo más que un confuso «¡Papá!» y un dedo señalando? Los testigos dijeron a la policía que creían que todo había ocurrido en menos de cinco segundos, pero en mi memoria siempre ocurrió a cámara lenta: todavía siento los ojos preocupados de papá sobre mí, no sobre el Corvette. Por eso ni siquiera tocó los frenos. Llegamos a él tan rápido, con un ensordecedor choque de metales, y nuestros cuerpos se sacudieron hacia adelante, las bolsas de aire estallaron, y pensé por una fracción de segundo que estaba bien. El impacto había terminado. Excepto que aún no habíamos aterrizado. Cuando lo hicimos, fue un golpe del lado del conductor contra el asfalto, un grito de seis metros de metal chispeante. Nos detuvimos de lado. Mi frente acabó cerca del volante. Mi asiento había aplastado el de papá, con él todavía dentro. Más tarde, me enteré de que el otro conductor era un estudiante de Santa Rosa Junior College. Su nombre era Curt Anderssen, y salió con una ligera abrasión en el cuello. No por el cinturón de seguridad, ni siquiera llevaba uno, sino de la tela del asiento del pasajero, donde fue lanzado cuando su coche giró de lado a través de tres carriles de tráfico. Curt estaba inconsciente al principio, creo, y la mayor parte de la actividad se centró en la realidad mucho más espantosa de nuestro coche. Yo ya estaba en la camilla con un brazo roto cuando Curt salió, drogado y riéndose de su supervivencia, hasta que la escena que tenía ante sí y la policía con sus esposas le devolvieron la sobriedad. He oído a la gente decir que no recuerdan lo que pasó inmediatamente después de que les comuniquen la muerte de un ser querido, pero yo lo recuerdo todo. Recuerdo, de forma aguda, la forma en que mi brazo roto colgaba como un saco de huesos a mi lado. Recuerdo la sensación de querer arrancarme la piel, de querer correr, porque correr desharía de alguna manera lo que los paramédicos me dijeron. «Sí, lo hemos perdido». «Cariño, necesito que te calmes». «Lo siento mucho. Vamos a llevarte a Sutter, cariño. Necesitas un médico. Necesitas respirar». Recuerdo haber pedido una y otra vez que se retractaran, que hicieran más RCP, que me dejaran intentar reanimarlo. —Espera. —Macy, necesito que intentes respirar. ¿Puedes respirar por mí? —¡Deja de hablar! —grité—. ¡Todos dejen de hablar! «Tengo una idea: Podemos empezar de nuevo». «Volvamos al coche, volvamos a la casa. Solo necesito un segundo para pensar». «Nos quedaremos allí esta noche». «O, no, retrocedamos más». «No me olvidaré marcarle en primer lugar». «Quiero volver a ese otro corazón roto, no a este». «Hoy no era un buen día para conducir. Si conducimos hoy, pierdo a todos». «Si conducimos hoy, ya no seré una hija». Uno de los agentes de policía me alcanzó fácilmente cuando rodé torpemente de la camilla, corriendo por la autopista, lejos de las luces y el ruido y el horrible desastre de mi padre en el coche. Todavía puedo sentir la forma en que el policía me rodeó con sus brazos por detrás, teniendo en cuenta mi brazo roto, y me rodeó con su cuerpo mientras yo me desplomaba. Todavía lo recuerdo diciendo una y otra vez que lo sentía, que lo sentía mucho, que había perdido a su hermano de la misma manera, que lo sentía mucho. ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ Después, hubo un entumecimiento intrusivo. El tío Kennet vino a Berkeley desde Minnesota. Parecía amargado mientras repasábamos el testamento y la herencia de papá. Me palmeó la espalda y carraspeó mucho. La tía Britt limpiaba la casa mientras yo me sentaba en el sofá y la miraba fijamente. Se puso de rodillas y sumergió una esponja en un cubo con jabón para madera, y fregó los suelos de madera durante horas. No parecía un gesto de amor. Se sentía como si hubiera querido limpiar la casa durante años, y finalmente tuvo la oportunidad. Mis primos no vinieron, ni siquiera para el funeral. «Tienen escuela», dijo Britt. «Esto será demasiado molesto para ellos. Se están quedando con mis padres en Edina». Recuerdo que deseaba encontrar al policía que me persiguió y lloró conmigo y traerlo al funeral, porque parecía entenderme mejor que cualquiera de la pequeña familia que me quedaba. Pero incluso esa petición me parecía imposible. El esfuerzo que suponía comer y vestirme era ya tan intenso, recordar un nombre, llamar a la comisaría estaba más allá de mi capacidad. O llamar a Elliot. Estaba entumecida, pero debajo había también una rabia abrasadora. Incluso en ese momento, yo sabía que no era del todo correcto, no podía conectar los puntos, pero el pequeño núcleo de dolor por lo de Elliot con Emma se vio envuelto en papá y por qué vino a buscarme en primer lugar. Necesitaba a Elliot, lo quería allí. Vi los primeros frenéticos mensajes, su insistencia en que era un error. Pero luego vacilé entre querer que supiera que estaba destrozada, y querer que supiera que había sido él quien había levantado el mazo. Y entonces me sentí mejor al pensar que él no lo sabría. Podía tener cualquier otra parte de mi corazón, pero no esto. Como dije, recuerdo lo que sentí, y me pareció una locura. Kennet y Britt me llevaron con ellos a Minnesota durante cuatro meses. Me jalé las cutículas hasta que sangraron. Me corté el pelo con tijeras de cocina. Me despertaba al mediodía y contaba los minutos hasta que podía volver a la cama. No discutí cuando Kennet me envió a terapia, ni cuando él y Britt se sentaron en la mesa del comedor, revisando mis cartas de aceptación de la universidad y pensando si enviarme a Tufts o a Brown. Recuerdo todo hasta el decisivo golpeteo de Britt con los papeles, su doble toma cuando me vio parada al pie de la escalera, y su satisfecho: —Lo tenemos todo resuelto, Macy. Después de eso, no hay nada. No recuerdo cómo se las arreglaron para conseguir mi diploma. No recuerdo haber dormido durante el verano. No recuerdo haber hecho las maletas para ir a la universidad. Tengo que creer que la administración preparó a Sabrina de alguna manera, aunque ella insiste en que no lo hicieron. Seguro que la eligieron especialmente: ella había perdido a su hermano en un accidente de coche dos veranos antes. También tengo que creer que dejar Berkeley me salvó. En diciembre, podía pasar minutos sin pensar en papá. Y luego una hora. Y luego el tiempo suficiente para hacer un examen. Mi mecanismo para afrontarlo era envolver mis pensamientos, cuando venían, en un trozo de papel, y luego desecharlos como un chicle. Sabrina dejaba que el dolor la desgarrara. Yo me acurrucaba y dormía hasta que estuviera segura de que el pensamiento podía envolverse bien. El tiempo. Sabía muy bien que el tiempo adormecía ciertas cosas, incluso la muerte. Capítulo 45 Presente Lunes, 1 de enero Traducido por Nea Corregido por ♡Herondale♡ Editado por Mrs. Carstairs~ Elliot se sienta, con los ojos vidriosos, y mira fijamente por la ventana de mi habitación. Veo que todo pasa por encima de él: el horror, la culpa, la confusión, la realización de que mi padre murió el día después de que Elliot me engañara, que papá venía a buscarme porque había estado muy alterada y no había llamado, que el último día que vi a mi padre fue hoy hace once años... y durante muchos años, he culpado a Elliot por ello. Sus fosas nasales se agitan y parpadea, con la mandíbula tensa. —Oh, Dios mío. —Lo sé. —Esto... explica. —Elliot sacude la cabeza, clavando una mano en la parte delantera de su cabello—. Por qué no me llamaste. En voz baja, le digo: —No estaba pensando con mucha claridad, después de… no podía... separarte a ti. Y a eso. Soy tan mala con las palabras. —Mierda, Macy. —Se da la vuelta y me atrae de nuevo a sus brazos, pero es diferente. Más fuerte. He tenido más de una década para lidiar con esto; Elliot ha tenido dos minutos. —Cuando me paraste fuera de Saul’s —le digo en su camisa—, ¿y me preguntaste cómo estaba Duncan? Él asiente contra mí. —No tenía ni idea. —Pensé que lo sabías —le dije—. Pensé que te habrías enterado... de alguna manera. —No teníamos a nadie más en común —dice en voz baja —. Fue como si hubieras desaparecido. Asiento con la cabeza y él se tensa. Parece que se le ocurre algo. —Todo este tiempo no anduviste por ahí pensando que yo me acosté intencionalmente con Emma, sabía que tu padre había muerto, y no me importaba, ¿verdad? Intento explicar lo mejor posible la confusión de mi lógica en ese momento. —No creo que realmente lo haya pensado así: que no te importaba. Sabía que estabas tratando de llamarme. Sabía, racionalmente, que me querías. Pero pensé que tal vez tú y Emma tenían algo más de lo que me habías contado. Me sentí avergonzada y con el corazón roto... —No tuvimos nada —dice con urgencia. —Creo que fue Christian quien dijo que ustedes dos se enrollaban a veces... —Macy —dice Elliot en voz baja, cogiendo mi cara para que le mire—. Christian es un idiota. Sabías todo lo que pasaba entre Emma y yo. No había ninguna otra cosa secreta. Quiero decirle que, en verdad, todo esto no significa nada ahora, pero puedo ver que, para él, no lo es. Su intención lo es todo. Entrecierra los ojos, todavía se esfuerza por comprender todo esto. —Andreas dijo que te vio el siguiente verano. Viniendo aquí con tu padre. Sacudo la cabeza, hasta que me doy cuenta de lo que quiere decir. —Era mi tío Kennet. —Sorbo, limpiando mi nariz de nuevo —. Fuimos a empacar nuestras cosas y a guardarlas. —Miro a nuestro alrededor, a la familiar pintura, ahora raída, de las paredes, recordando cómo no quería mover ni una sola cosa. Quería dejarlo exactamente como era, un museo—. Esa fue la última vez que estuve aquí. —Estuve en casa ese verano —susurra—. Todo el verano. Pasé todos los días buscándote. Me pregunté cómo podía haberme perdido el momento en que viniste. —Llegamos tarde. Dejamos las luces apagadas. —Incluso ahora, suena completamente ridículo cómo nos colamos como ladrones, usando luces de linternas para conseguir lo que lo que necesitábamos. Kennet pensó que había perdido la cabeza de nuevo—. Me preocupaba encontrarme contigo. Elliot se retira, con la boca hacia abajo. Odio que esto esté abriendo viejas heridas, pero odio aún más que esté creando nuevas. —Quizá «preocupada» no sea la palabra adecuada — corrijo, aunque sé que incluso en retrospectiva no lo es, tuve un ataque de pánico la noche antes de que Kennet y yo nos montáramos al coche para venir aquí, y no podía soportar la idea de que Elliot me viera así—. En el primer año después de la muerte de papá, en Tufts había encontrado esta especie de lugar tranquilo y calmado — digo murmurando—. Quizá habría corrido a tus brazos. Pero me preocupaba que estuviera enfadada o triste. En cambio, era mucho más fácil no sentir nada. Se inclina, apoyando los codos en los muslos, con la cabeza entre las manos. Alcanzándolo, froté su espalda, haciendo pequeños círculos entre sus omóplatos. —¿Estás bien? —pregunto. —No. —Se da la vuelta y me mira por encima del hombro, dedicándome una débil sonrisa para quitarle importancia a su respuesta, y luego su rostro palidece mientras me mira fijamente. Puedo ver la comprensión que le invade de nuevo. —Mace. —Su cara cae—. ¿Cómo puedo decir que lo siento? ¿Cómo puedo...? —Elliot, no… Se levanta como un rayo y sale corriendo de la habitación. Me levanto para seguirlo, pero la puerta del baño se cierra de golpe seguido del sonido de las rodillas de Elliot aterrizando en el suelo y vomitando. Aprieto mi frente contra la puerta, escuchando la cisterna, el grifo abierto, su silencioso gemido. —¿Elliot? —Mi corazón se siente como si lo hubieran apretado dentro de un puño. —Solo necesito un minuto, Mace, lo siento, ¿solo dame un minuto? Me deslizo por la pared, haciendo guardia fuera del baño, escuchándolo, vomitando de nuevo. ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ Me despierto bajo las sábanas, en mi cama, sin recordar cómo he llegado hasta aquí. La única respuesta es que me quedé dormida en el suelo del pasillo y Elliot me llevó a la habitación, pero el otro lado de la cama parece intacto, y a él no se le ve por ningún lado. Una tos apagada proviene del closet, y el alivio me calienta las extremidades. Todavía está aquí. Hace frío, y arrastro el edredón conmigo fuera de la cama, espiando dentro. Elliot está tumbado en el suelo, con las manos detrás de la cabeza y las piernas cruzadas a la altura de los tobillos, mirando las estrellas agrietadas y descoloridas. Todavía se abarca todo el largo de la habitación. Hace años que no entro aquí, y me parece diminuto. Me asombra cómo solía sentirse como un mundo entero, un planeta dentro. —Hola, tú —dice, sonriendo hacia mí. Sus ojos están inyectados en sangre, la nariz roja. —Hola. ¿Te sientes mejor? —Supongo. Aunque todavía me siento mal. —Da unas palmaditas en el suelo a su lado—. Ven aquí. —Su voz es un gruñido tranquilo—. Ven aquí conmigo. Me acuesto junto a él, acurrucándome en su pecho cuando me rodea con un brazo y me aprieta. —¿Cuánto tiempo estuve dormida? —Le pregunto. —Un par de horas. Siento que podría dormir durante otra década, pero al mismo tiempo, no quiero perder un solo segundo con él. —¿Hay algo más que tengamos que contarnos? — pregunto, levantando la vista hacia él. —Estoy seguro de que lo hay —dice—, pero ahora mismo estoy como... reconectando todo dentro de mi cabeza. —Quiero decir... eso es comprensible. He tenido once años para procesarlo, tú has tenido solo un momento. Quiero que sepas que está bien si te duele algo aquí. —Froto mi mano sobre su esternón—. Sé que no va a ser inmediato como todo se esclarece. Se toma unos segundos antes de responder, y cuando lo hace, su voz es ronca. —Perderte fue lo peor que me ha pasado, y todavía siento el eco de ello, fueron años muy duros, pero ayuda saber el porqué. Por horrible que suene, saber. —Me mira, y sus ojos se vuelven a llenar—. Siento mucho no haber estado allí cuando Duncan murió. —Siento mucho no habértelo dicho. Siento haberme desvanecido. —Le beso el hombro. Él levanta la mano libre y se limpia la cara con la palma. —Cariño, tú perdiste a tu madre a los diez años y a tu padre a los dieciocho. Es una mierda que hayas desaparecido, pero no es como que no lo entienda. Mierda, tu vida… se desmoronó ese día. Muevo mi mano por debajo de su camisa, por encima de su estómago, llegando a descansar sobre su corazón. —Fue terrible. —Presiono mi cara en el lugar donde su cuello se une a su hombro, tratando de alejar esos recuerdos e inhalando su olor familiar—. ¿Cómo fueron esos años para ti? Tararea, pensando. —Me centré en la escuela. Y si te refieres a lo romántico, tenía tanta culpa que no me involucré con nadie hasta más tarde. Me duele el corazón ante esto. —Alex dijo que no trajiste a nadie a casa hasta Rachel. —¿Podemos tener clara una cosa? —dice, besando mi pelo—. ¿Definitivamente, y sin preguntas? —¿Qué? —Me encanta la sensación de solidez que tiene a mi lado. Creo que nunca podré tener suficiente. —Que te amo —susurra, inclinando mi barbilla para que lo mire—. ¿De acuerdo? —Yo también te amo. —La emoción me llena el pecho, haciendo que mis palabras salgan estranguladas. Siempre echaré de menos a mis padres, pero tengo a Elliot de vuelta. Juntos fuimos capaces de resucitar algo. Sus labios presionan mi frente. —¿Crees que podemos hacer esto? —pregunta, manteniendo sus labios ahí—. ¿Tenemos ahora la oportunidad de estar juntos? —Sin duda nos la hemos ganado. Se aparta, mirándome. —He estado aquí tumbado, pensando. En cierto modo, debí haberme dado cuenta. Debí haberme preguntado por qué Duncan nunca volvió. Solo asumí que ambos estaban demasiado enojados conmigo. —Con el tiempo me permití confiar más en mis recuerdos. —Levanto la mano, apartando su cabello fuera de sus ojos —. Me di cuenta de que, independientemente de que tuvieras algo casual y consistente con Emma, realmente me querías. —Por supuesto que sí. —Se queda mirando, con los ojos apretados—. Odio que Duncan haya muerto pensando lo contrario. No hay realmente nada que pueda decir a eso. Simplemente lo aprieto más, presionando mis labios en el punto de pulso bajo su mandíbula. —Sigo amando esta habitación —susurro. A mi lado, Elliot se queda quieto. —Es curioso que digas eso... a mí también me encanta. Pero yo he venido a despedirme. Mi corazón se asoma al precipicio, cayendo. —¿Qué significa eso? Se levanta sobre un codo, mirándome. —Significa que no creo que pertenezcamos a este lugar. —Bueno no, no estaremos aquí todo el tiempo. Pero ¿por qué no mantener la cabaña, y… —Quiero decir, mira obviamente es tuyo, y deberías hacer con él lo que quieras. —Pasa la punta de su dedo por debajo de mi labio y se inclina, besándome una vez. Cuando se aleja, persigo su boca, queriendo más—. Pero quiero que dejemos atrás este armario —dice suavemente—. El armario no es la razón por la que nos enamoramos. Nosotros hicimos esta habitación especial, no al revés. Sé que mi expresión parece devastada, y no sé cómo cambiarla. Me encanta estar aquí con él. Los mejores años de mi vida fueron aquí, y nunca me he sentido más segura que en el armario. Y es entonces cuando sé que Elliot ya va dos pasos por delante de mí. —Apuesto a que, tal como lo ves, todo se vino abajo cuando intentamos vivir fuera —dice, y se inclina besándome de nuevo—. Pero eso es solo muy mala suerte. No va a ser así esta vez. —¿No? —pregunto, conteniendo una sonrisa de alivio y tirando de sus hombros para que se sitúe sobre mí. —No. —Sonríe, acomodándose entre mis piernas, sus ojos se desenfocan un poco. —¿Cómo va a ser esta vez? —Le quito las gafas y las coloco en uno de los estantes vacíos. Elliot hace un camino de besos, lento, por mi cuello. —Va a ser lo que queríamos antes. —¿Acción de Gracias en el suelo, en ropa interior? Gruñe una pequeña carcajada, presionando sus caderas hacia adelante cuando yo bajo la mano, bajando su cremallera. —Y tú en mi cama, todas las noches. —Tal vez tú estés en mi cama. Cuando se retira, sus ojos se entrecierran. —Para eso, tienes que ir realmente a tu maldita casa, mujer. Me río, y él también se ríe, pero la verdad de esto se interpone entre nosotros, haciendo que se quede quieto. Me observa, y puedo decir que se ha convertido en una pregunta durante nuestro silencio; no me está dejando. —¿Vendrías conmigo? ¿A acondicionarlo? —Hago una mueca, admitiendo—. No he ido en mucho tiempo. Elliot me besa una vez, y luego se agacha, besando mi pecho sobre mi corazón. —He estado esperando que vuelvas a casa durante once años. Iré a cualquier lugar al que vayas. Capítulo 46 Presente Miércoles, 10 de enero Traducido por Nicola♡ Corregido por Nea Editado por Banana_mou Soy golpeada con un poderoso estallido de nostalgia tan pronto como abrimos la puerta. Adentro, la casa de Berkeley huele tal como siempre, como a casa, pero no creo que me haya dado cuenta antes de «como casa» olía al tronco de cedro de Mamá que usábamos como mesa de café, y cigarrillos daneses de Papá, aparentemente él los sacaba más de lo que sabía. Un rayo de sol irrumpiendo a través de la ventana de la sala captura unas cuantas diminutas estrellas de polvo, girando. Tengo una mujer que viene y limpia la casa una vez al mes pero, aunque las cosas lucen ordenadas, el lugar todavía se siente abandonado. Un dolor de culpabilidad atraviesa hasta mi cintura. Elliot viene detrás de mí, dando un vistazo por encima de mi hombro y a la sala. —¿Crees que lograremos entrar hoy? Suaviza su broma con un beso en mi hombro y exactamente no le puedo culpar por el golpe suave: por ahora, hemos conducido dos veces a la casa, a altas horas de la noche después de mis turnos en el hospital. He estado demasiado drenada mentalmente para tener ganas de reincorporarme a mi hogar de la infancia. Pero no trabajo hasta esta noche y hoy me levanté sintiéndome… lista. Nuestro plan ahora es vender la casa de Healdsburg y limpiar a fondo la casa de Berkeley para tenerla lista para la visita del cuerpo docente de Cal, quienes quieren un alquiler amueblado. Pero limpiarlo significa tomar todos los recuerdos importantes conmigo, álbumes de fotos, obras de arte, cartas, pequeños recuerdos esparcidos por todos lados. Doy un paso adentro, y luego otro. El piso de madera cruje donde siempre lo hizo. Elliot me sigue, mirando alrededor. —Esta casa huele a Duncan. —¿Verdad? Él tararea, pasándome para caminar hacia la chimenea donde están fotos de los tres de nosotros, de Kennet y Britt, de los padres de Mamá, quienes murieron cuando ella era joven. —¿Sabes?, solo he visto una foto de ella. La que Duncan tenía al lado de su cama. Ella. Mi madre, Laís para todos los demás. Mãe, para mí. Elliot arrastra sus dedos sobre unos pocos marcos y entonces toma uno, estudiándolo, antes de mirarme. Sé cuál está sosteniendo. Es una foto que papá tomó de mí y mamá en la playa. El viento está soplando su largo cabello negro a través de su cuello y yo estoy recostada contra ella, sentada entre sus piernas, con sus brazos envueltos alrededor de mi pecho. Su sonrisa estaba tan amplia y brillante; en ella puedes ver, sin que tengan que decirlo, que ella era una absoluta fuerza de la naturaleza. Él parpadea de nuevo hacia ella. —Te pareces mucho a ella, es asombroso. —Lo sé. —Estoy tan agradecida por el paso del tiempo que puedo ver su cara y alegrarme de haberla heredado de ella, en lugar de aterrorizarme de que mirarme en el espejo fuera una tortura mayor cada día a medida que envejecía y empezaba a parecerme más a cómo la recordaba. Me arrodillo por el tronco de cedro, donde todas nuestras fotos, cartas, y recuerdos viven. —Este debería ir a nuestro apartamento. La tapa del tronco está abierta a mitad del camino cuando Elliot dice esto y lo bajo sin mirar. La calidez se extiende tan rápidamente a través de mis extremidades que me mareo. —¿Nuestro apartamento? Él mira hacia arriba desde la foto. —Estaba pensando que deberíamos mudarnos a algún lugar juntos. En la ciudad. Han pasado solo diez días desde que regresamos, pero incluso en ese tiempo, el viajar a diario entre nosotros, es una bestia. Alquilar una habitación a Nancy significa que tener «compañía» quedándose es lo suficientemente incómodo como para ser imposible. Y para mí, Elliot está simplemente demasiado lejos del hospital para quedarme con él, de cualquier forma. La mayoría de noches él se reúne conmigo para una cena tardía en la ciudad y luego conduce a casa, y yo caigo en la cama. El único día que tuve libre en ese tiempo, hace dos días, ni siquiera dejamos su apartamento. Hicimos el amor en su cama, en el piso, en la cocina. Por un breve pulso, imagino tener acceso a él, a su voz y manos y risa y peso sobre mí cada vez que venga a casa, y el deseo de eso se convierte en un segundo pulso en mi pecho. —¿Te mudarías a la ciudad? —pregunto. Elliot deja la foto y se sienta junto a mí en la usada alfombra persa. —¿En verdad cuestionas eso? —Detrás de sus lentes, sus ojos prácticamente lucen de color ámbar en la luz del sol entrando por la ventana. Sus pestañas son tan largas. Quiero besarlo tanto ahora mismo que se me hace agua la boca. Sé que tenemos trabajo que hacer pero estoy distraída por la barba incipiente en su quijada, y cuán fácil sería trepar a su regazo y hacerle el amor ahora mismo. —¿Macy? —dice sonriendo bajo la fuerza de mi atención. Parpadeo hacia su rostro. —Es un gran desplazamiento para ti. —Mis horas son más flexibles que las tuyas —dice, y entonces una malvada luz cubre sus ojos—. Y tenerte en la cama cada noche podría ayudar a inspirar ideas para mi pornografía de dragón. Me río. —Lo sabía. ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ Nos mudamos juntos el primero de marzo. Está lloviendo a cántaros y nuestro apartamento es de una habitación pequeña, pero tiene un inmenso ventanal y está solo a una cuadra de la línea de bus que me lleva directamente al trabajo. Elliot y sus tres hermanos construyen una pared de estanterías y, quizás un poco incómodamente, el señor Nick y la señora Dina nos traen una cama nueva. Habría protestado pero es una hermosa cama con dosel, hecha a mano por uno de los pacientes del señor Nick de hace mucho tiempo. Alex, Else y Liz conducen a Nest Bedding para comprar toda clase de ropas de cama, porque ninguno, ni Elliot ni yo, nos preocupamos por cómo lucen nuestras sábanas, y la señora Dina hace la cena mientras todos desempacamos, atestando el pequeño lugar. A las siete, todo el apartamento huele a hojas de laurel y pollo asado, y la lluvia afuera se convierte de un aguacero, a una rara y violenta tormenta eléctrica, relámpagos rompiendo en brillantes destellos de luz. Alex baila mientras desliza libros en las estanterías, y todos la observamos disimuladamente, impresionados de que algo tan extremadamente grácil pudiese haber surgido de esta reserva genética. En un momento de tranquilidad, Liz y George anuncian que van a tener un bebé, y la habitación irrumpe en ruidos y movimiento. Else sube el volumen de la música y la energía se bate en un frenesí de risas y bailes. Elliot me jala hacia un lado, apretujándose junto a mí. Nunca lo he visto hacer esta expresión antes. Es más que una sonrisa; es una alegría aliviada. —Oye —dice, y apoya su sonrisa en la mía. Me estiro por otro beso cuando él se aleja. —Oye, ¿estás bien? —Sí, estoy bien. —Él mira alrededor de la habitación como si dijese: «Mira a este asombroso lugar»—. Acabamos de mudarnos juntos. —Finalmente, ¿verdad? —Muerdo mi labio, sintiendo la urgencia de gritar, soy tan feliz. Nunca me he sentido de esta manera antes. Esta noche vamos a dormir juntos, en nuestro apartamento, en nuestra cama. Cuando todos se hayan ido, nos olvidaremos de las cajas que todavía tenemos que desempacar. Él me seguirá debajo del cobertor con esa tensión hambrienta en sus ojos, su piel desnuda deslizándose sobre la mía hasta que estemos sin respiración, tumbados y sudorosos. Nos dormiremos entrelazados, sin siquiera darnos cuenta. Y me despertaré antes de que salga la luz, y lo desearé de nuevo. En la mañana, él estará aquí. Su ropa estará aquí, y sus libros, y su cepillo de dientes. Serviré cereal mientras él se baña. Quizás él vendrá a encontrarme en la cocina sosteniendo una taza de café y no sabré que él está ahí hasta que sienta la presión de sus labios en la parte superior de mi cabeza. La anticipación que siento por esta vida cotidiana, de estar alrededor de él, es tan inmensa que me llena con un calor brillante y pesado. En verdad no estamos ni siquiera bailando; de nuevo, solo estamos balanceándonos en el lugar, como lo hicimos en la boda. Pero esta noche no tenemos secretos pendientes, ni escalofriantes conversaciones inminentes. La década pasada parece una niebla borrosa, como si hiciéramos un largo viaje por carretera desde un punto en el planeta y de regreso, viajando en un amplio círculo, destinados a terminar aquí. La mano de Elliot se desliza más abajo en mi espalda, su cabeza se inclina cerca de la mía. George hace una broma sobre nosotros necesitando una habitación. Andreas responde que George es el que tiene una esposa embarazada. Y entonces la señora Dina está llorando en la cocina hablando de bebés, y quizás más bodas, y observo a Elliot luchar para ignorar todo. Hace una mueca, subiéndose sus lentes por la nariz, y me estudia de la forma en la que siempre lo hizo, como si pudiese leer mi mente en un parpadeo a la vez. Quizás si pudiese. —¿Palabra favorita? —susurra. Ni siquiera dudo: —Tú. Agradecimientos Algunos de nuestros libros tienen pequeñas partes de nuestra historia, algunos tienen partes de personas que conocemos, y algunos tienen pequeñas partes de nosotros. Y entonces están libros como Love and Other Words que tienen grandes partes de los tres. Yo (Lauren) fui criada en el Norte de California y pasé la mayoría de mis fines de semana desde la edad de siete años en adelante en el Río Ruso con mi familia, en una de las tres pequeñas cabañas raras que teníamos a lo largo de los años. No eran elegantes, no eran remilgadas, eran pequeñas, de vez en cuando húmedas, sombreadas por árboles y rodeadas por el borboteante Río Ruso, o un pequeño arroyo afuera. Al igual que Duncan hizo por Macy, mis padres tuvieron un retiro de fin de semana como una forma de mantenernos fuera del estrés de nuestras vidas por un par de días cada semana, y en el momento en el que comprar una casa modesta en una pequeña ciudad no era excesivamente cara para una familia de medianos ingresos. El área de Jenner a Guenerville, a Healdsburg, a Santa Rosa, han sido constantes en mi vida. Mi hermana y yo, ambas nos casamos en Healdsburg. Mis padres pasaron algunos de sus momentos más felices juntos en el valle del Río Ruso. Vamos allá para vacaciones, reuniones, viajes de chicas. Algunas veces pienso sobre los fines de semana de mi niñez ahora, y cuán suertudas éramos de tener un lugar así. Pienso, también, sobre cómo ser una madre con niños pequeños, quienes incluso a los siete y once años, algunas veces todavía parecen tan conectados al mundo digital. Me pregunto cómo será esto para ellos, y si será difícil para mí no darles el mismo tipo de retiro, donde puedan leer por horas en un closet, o hacer un amigo como Elliot, o simplemente desconectarse por dos días completos. Pero, en su mayoría, me he quedado destrozada, porque mucha de esta área ha sido quemada en los recientes incendios dentro y alrededor de Santa Rosa. Una casa que renté cuando estábamos editando este libro no es más que escombros y cenizas. Pero eso me hace exponencialmente más agradecida de que escribimos este libro, que los recuerdos de esas áreas y espacios todavía están frescos en la historia de Elliot y Macy. Esta es nuestra primera incursión en ficción para mujeres, y escribir fue una completa alegría. Fuimos alentadas por nuestras dos personas de libros más influyentes: nuestro editor, Adam Wilson, y nuestra agente, Holly Root, quien esperó a que surgiera la idea correcta antes de instarnos a intentar una voz diferente. Gallery Books / Simon & Schuster es un lugar increíblemente solidario y estamos agradecidas con todos por leer y amar y ayudar a promover este libro tanto como ellos han hecho: Carolyn Reidy, quien encabeza S&S; Jen Bergstrom, quien dirige Gallery Books; nuestros amores de marketing, Liz Psaltis, Diana Velasquez, Abby Zidle y Mackenzie Hickey. Gracias, Laura Walters, por mantenernos organizadas, a tiempo, y por darle a Adam basura regularmente desde que no estamos por ahí para hacerlo en persona. Gracias al departamento de publicidad y particularmente a Theresa Dooley y a nuestra propia valiosa Kristin Dwyer quien, casi todos los días, se siente como la Tercera Mosquetera. Adoramos la portada, John Vairo y Lisa Litwack. Y al equipo de venta de S&S: la siguiente vez en la ciudad de Nueva York, las bebidas corren por nuestra cuenta, por el meñique. Gracias, Erin Sevice, no solo por leer esto una y otra vez, buscando cada pequeño error, sino también, como hermana de Lo, por vivir tantos de esos Momentos de Cabaña. Gracias, Marcia y James Billings, por llevarnos allá. Perdimos una casa en una inundación y mantuvimos la siguiente durante más de una década, pero cada centímetro de ese mundo siempre me será muy valioso. Gracias, Christina, por escribir este libro conmigo, por aprender y preocuparte por este lugar tanto como yo lo hago, por hacerme un túnel de regreso en el tiempo para descubrir quiénes eran estos niños. Se nos ocurrieron estos personajes hace siete años, y estoy tan contenta de que encontramos el mejor lugar para ponerlos. Somos tan afortunadas de hacer esto y maravillarnos cada vez que, cuando las personas nos preguntan qué hacemos en nuestro tiempo libre, podemos decir: —Pensamos en lo siguiente que vamos a escribir. Guía del grupo de lectores de la galería Love and other words Christina Lauren Esta guía para grupos de lectores de Love and other words incluye una introducción, preguntas para el debate e ideas para mejorar su club de lectura. Las preguntas sugeridas pretenden ayudar a su grupo de lectura a encontrar nuevos e interesantes temas para su discusión. Esperamos que estas ideas enriquezcan la conversación y aumenten el disfrute del libro. Introducción Cuando Macy y su padre se mudan a su casa de fin de semana en la región vinícola de San Francisco, no se dan cuenta del impacto que esta decisión tendrá sobre el resto de sus vidas. Es en esta casa donde Macy se enamora por primera vez de su vecino Elliot y llega a comprender la complejidad del amor y la angustia. La novela está narrada en dos líneas temporales: en el pasado, cuando la madre de Macy acaba de morir y su padre está buscando una casa de fin de semana para ayudar a sanar la fractura de su familia. Y en el presente, cuando Macy y Elliot se encuentran repentinamente después de estar distanciados durante casi once años. Emocionante y desgarrador a la vez, Love and other words es una celebración de la fragilidad del amor, la belleza de la literatura y la fuerza de la verdadera amistad para superar cualquier cosa. Temas y preguntas para el debate 1. En el prólogo, Macy recuerda cómo veía a sus padres interactuar cuando era de niña, notando la forma en que se abrazaban, notando la totalidad de su amor: «Nunca se me ocurrió que el amor pudiera ser otra cosa que lo consuma todo. Incluso de niña, sabía que no quería nada menos». ¿Cree que el matrimonio de los padres de Macy es una especie de paradigma para las futuras relaciones de Macy? ¿Este deseo de un amor «que lo consuma todo» influye en su decisión de decisión de tomarse las cosas con calma con Elliot al principio? ¿Crees que influye en su decisión de casarse con Sean? ¿De qué manera? 2. Cuando Macy y Elliot se encuentran en la tienda de café, Macy siente emoción y temor simultáneamente, afirmando «He querido verle todos los días. Pero también, no quería volver a verlo». ¿Cómo la contradicción de esta afirmación se relaciona con el tema del amor de la novela? ¿Crees que el enamoramiento también podría describirse como algo maravilloso y terrible a la vez? 3. Discuta la estructura de la novela. ¿Cómo influye el hecho de que la novela pase del pasado al presente en su comprensión de Macy y Elliot? ¿Entiende mejor la decisión de Macy a la luz de verla como una niña al comienzo de una relación y como una adulta después? ¿Por qué sí o por qué no? 4. En un primer intercambio de correos electrónicos, Macy escribe a Elliot la siguiente posdata: «Nadie aquí entiende que sólo quiero ser una chica más en la escuela y no la niña cuya madre ha muerto y que necesita ser tratada como si pudiera romperse. Gracias por decir las cosas y no actuar como si fuera un tabú». Conecta esta noción con el título. ¿Cómo las palabras dan forma a la relación entre Elliot y Macy? ¿Estás de 5. 6. 7. 8. 9. 10. acuerdo en que es a través del poder de las palabras que los dos descubren lo que significa amar? A pesar de que la madre de Macy ha fallecido durante toda la novela, su presencia es muy importante. Para empezar, es su lista la que inspiró la compra de la casa de Healdsburg, el catalizador que pone a Macy y a Elliot en su viaje. Discutan a la madre de Macy como personaje. ¿En qué sentido te parece que está presente en las páginas de la novela? ¿Puedes encontrar otros casos en los que en los que ella influye en las decisiones de los personajes? Discuta la elección de la carrera de Macy. ¿Crees que su decisión de cuidar a niños enfermos es el resultado de haber perdido a sus padres tan jóvenes? ¿De la pérdida del amor de su vida? Cuando Macy tiene la regla por primera vez, lee una carta de su madre, que escribe: «Eres mi obra maestra». ¿De qué manera hace caso Macy de los consejos de su madre y cuida su cuerpo? ¿De qué manera hace caso omiso del deseo de su de su madre de que se cuide a sí misma? Macy reflexiona en la página 136 que su padre «se ganaba bien la vida... pero lo que nunca pudo comprar fue el caos y el bullicio». ¿Por qué crees que Macy se siente tan atraída por la familia Petropoulos? ¿Es que los opuestos se atraen, o es algo más? Una posible definición del amor surge en la página 205 después de que Macy comience a reconsiderar su vida con Sean. «—Estoy aterrada de lo que siento —dice—. Siento como si acabara de despertar.» Como alguien que ama las palabras, ¿por qué crees que Macy tiene tanta dificultad para articular lo que siente? La pérdida desempeña un papel central en Love and other words. Discuta los diferentes tipos de pérdida que se producen en la novela. ¿Todos los personajes manejan la pérdida de forma similar, o ¿parece que 11. 12. 13. 14. «mantener la burbuja familiar» es algo exclusivo del personaje de Macy? Responde a la pregunta de Elliot a Macy en la página 236: «¿Te quedas por Phoebe?» Si no es así, ¿por qué Macy mantiene una relación con Sean durante tanto tiempo? La escena en la que entra Macy en aquella fatídica Nochevieja contrasta con la que se produce años después en la boda del hermano de Elliot, cuando los dos amigos se dicen «te quiero» cara a cara por primera vez. ¿Qué otros ejemplos de contrastes puedes pensar en la novela? Piensa en la familia de Macy, en la de Elliot, Sean, Elliot, y el pasado vs al presente en tu respuesta. Revisa la escena en la que Macy revela lo que ocurrió en las horas posteriores a encontrar a Elliot desmayado con Emma. ¿Por qué crees que le llevó tanto tiempo encontrar las palabras para contarle a Elliot esta historia, la historia que él necesitaba tan desesperadamente escuchar? ¿Por qué quiere Elliot «dejar atrás este armario»? ¿Estás de acuerdo con Elliot que no se puede retroceder y que la clave de la felicidad es avanzar? Potencie su club de lectura 1. La historia de amor de Macy y Elliot comienza por una inocente afición a la literatura. La pareja pasa horas en el armario de Macy, devorando libros y compartiendo ese silencio de la lectura juntos. Con tu club de lectura, lee Pay It Forward libro con el que la pareja se unió de niños y que alienta la esperanza. Comparte con tu grupo de lectura por qué crees que a Macy y Elliot les gustó esta novela. ¿Qué razones tienen Macy y Elliot para encontrar esperanza en el mundo? ¿La encuentran, finalmente? ¿Te ves a ti mismo más esperanzado, como Elliot, o más desesperanzado, como Macy? 2. Podría decirse que el momento en que Macy admite que está enamorada de Elliot es en la boda de su hermano cuando el músico toca una interpretación de Jeff Buckley "Hallelujah". Organiza una cena con tu club de lectura. Durante la cena y las bebidas, escucha esta canción e imagina que estás allí con Macy. ¿Por qué crees que esta canción en particular le hizo sentir que no estaba sola? ¿Puede señalar un momento específico de la canción que pueda haber contribuido a los sentimientos de Macy? Mientras escuchas, piensa si es la letra o la música, o la combinación, lo que cree una sensación de confort. Comparte tu experiencia escuchando la canción con tu grupo. ¿Tienes alguna canción que te recuerde de un momento en el que te enamoraste? 3. Organiza una noche de juegos con tu club de lectura. Como parte de la diversión, juega al juego de palabras favorito de Elliot y Macy. Asegúrate de imitar las reglas con las que la pareja jugaba. Es decir, ¡no pienses demasiado! Di la palabra de que se te ocurra primero. Después de unas cuantas rondas, discute los resultados. ¿Cómo reflejan los tipos de palabras que te vienen a la cabeza lo que eres? ¿Estás de acuerdo en que dejar entrar a alguien en tu subconsciente de esta manera es un acto íntimo? Sobre las autoras CHRISTINA LAUREN es el seudónimo de Christina Hobbs y Lauren Billings, compañeras de escritura y gemelas de cerebro desde hace mucho tiempo, autoras del New York Times, del USA Today y del número uno de los bestsellers internacionales de las series Beautiful and Wild Seasons, Dating You / Hating You, Roomies, Sublime, The House y Autoboyography. Puedes encontrarlas en línea en ChristinaLaurenBooks.com, Facebook.com/ChristinaLaurenBooks, o @ChristinaLauren en Twitter. También por Christina Lauren Dating You / Hating You Roomies Love and Other Words Saga The Beautiful Beautiful Bastard Beautiful Stranger Beautiful Bitch Beautiful Bombshell Beautiful Player Beautiful Beginning Beautiful Beloved Beautiful Secret Beautiful Boss Beautiful Saga Wild Seasons Sweet Filthy Boy Dirty Rowdy Thing Dark Wild Night Wicked Sexy Liar Juvenil Sublime The House Autoboyography Ciudad del Fuego Celestial ¡Gracias por leer nuestra traducción! No olvides seguirnos en nuestras redes sociales para más información de libros y futuras traducciones. Si quieres unirte a Ciudad del Fuego Celestial, mándanos un correo a [email protected] con el asunto “CDFC: Traducciones”, solamente tienes que decir que deseas unirte como traductor y nosotros te daremos más información. También puedes escribirnos si te interesa ser corrector, editor o editor de PDF. 1. N. del T. El queroseno es un líquido inflamable. 2. N. del T. Sistema de transporte metropolitano que sirve a varios distritos del Área de la Bahía de San Francisco en California, incluyendo las ciudades de San Francisco, Oakland, Berkeley, Daly City, Richmond, Fremont, Hayward, Walnut Creek, y Concord. 3. N. del T. Universidad de California, San Francisco. 4. N. del T. Son los que no tienen agujetas y solo se meten. 5. N. del T. Es el sistema de transporte público de la ciudad y el condado de San Francisco. 6. N. del T. Min lille blost: (danés) Mi pequeña flor. 7. N. del T. Es una mezcla de Heroína y Cocaína. Normalmente, se inyectan esta sustancia. 8. N. del T. Corriente de resaca o de retorno es una fuerte corriente superficial de agua que retrocede desde la costa hacia el mar, este tipo de corrientes puede arrastrar a las personas mar adentro. 9. N. del T. Son frutas de sartén tradicionales danesas que tienen una distintiva forma esférica. Las æbleskiver son sólidas pero ligeras y esponjosas. Se ven bien ricas -Nea 10. N. del T. Al español: mi pequeña flor. 11. N. del T. Master of Fine Arts / Maestría en Bellas Artes. 12. N. del T. Medicamento para tratar el síndrome pre-menstrual. 13. N. del T. En inglés A Wrinkle in Time es una novela de fantasía de Madeleine L'Engle. 14. N. del T. Siglas del Santa Rosa Junior College. 15. N del T. Es como un supermercado. 16. N. del T. Macy siendo celosa mi religión. 17. N. del T. Es un fármaco contra la diarrea. 18. N. del T. «Pussy» en inglés, aparte de vagina, significa alguien débil. De ahí el juego de palabras. Lo hemos decidido traducir literalmente porque no hay una referencia directa en español. 19. N. del T. Combinación de baño y ducha. En Ingles shower y bath. 20. N. del T. En inglés «Ripe» que puede ser traducido como: maduro, listo, perfecto. 21. Mi pequeña flor, traducción del danés.