Subido por Valentina guerrero gomez

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Contents
Una traducción de Ciudad del Fuego Celestial
Estimado lector
Sinopsis
Staff
Dedicatoria
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Agradecimientos
Guía del grupo de lectores de la galería
Introducción
Temas y preguntas para el debate
Potencie su club de lectura
Sobre las autoras
También por Christina Lauren
Ciudad del Fuego Celestial
Notes
Una traducción de Ciudad del Fuego
Celestial
Estimado lector:
La presente traducción fue posible gracias al trabajo
desinteresado de lectores como tú, es una traducción
hecha por fans para otros fans, por lo tanto, la
traducción distará de alguna hecha por una editorial
profesional.
Este trabajo fue hecho sin fines de lucro, por lo cual
nadie obtiene un beneficio económico del mismo, por
eso mismo te instamos a que ayudes al autor
comprando su obra original, ya sea en formato
electrónico, audiolibro, copia física e incluso comprar
la traducción oficial al español si es que llega a salir.
También te instamos a no compartir capturas de
pantalla de nuestras traducciones en redes sociales o
simplemente subir nuestras traducciones en
plataformas como Wattpad, Ao3 y Scribd, al menos
no hasta que haya salido una traducción oficial por
parte de alguna editorial al español, esto para evitar
problemas con las editoriales.
Las personas partícipes en esta traducción se
deslindan de cualquier acto malintencionado que se
haga con la misma.
Gracias por leer y disfruta la lectura.
Sinopsis
La historia del corazón nunca se puede dejar de
escribir.
Macy Sorensen se está adaptando a una rutina
ambiciosa aunque emocionalmente tibia: trabajar
duro como nueva residente de pediatría, planificar su
boda con un hombre mayor y económicamente
seguro, mantener la cabeza gacha y el corazón
escondido.
Pero cuando se encuentra con Elliot Petropoulos, el
primer y único amor de su vida, la cuidadosa burbuja
que ha construido comienza a disolverse. Érase una
vez, Elliot era el mundo entero de Macy, pasando de
ser su desgarbado amigo estudioso a ser el hombre
que hizo que su corazón se abriera de nuevo después
de la pérdida de su madre... solo para romperlo la
misma noche en que declaró su amor.
Contados en líneas de tiempo alternas entre el
pasado y el presente, los adolescentes Elliot y Macy
pasan de ser amigos a mucho más: pasan los fines
de semana y veranos perezosos juntos en una casa
en las afueras de San Francisco devorando libros,
compartiendo sus palabras favoritas y hablando
sobre sus dolores de crecimiento y sus triunfos. De
adultos, se han vuelto extraños el uno para el otro
hasta su oportunidad de reunirse. Aunque sus
recuerdos están oscurecidos por la agonía de lo que
sucedió esa noche hace tantos años, Elliot llegará a
comprender la verdad detrás del silencio de una
década de Macy, y tendrá que superar el pasado y a
sí mismo para revivir su fe en la posibilidad de un
futuro amor que todo lo consume.
Staff
Traducción:
Dani Fray
Haze
♡Herondale♡
Lilu
Lyn♥
Nea
Nicola♡
Tati Oh
Lovelace
Corrección:
Banana_mou
Haze
♡Herondale♡
Lyn♥
Nea
Edición:
Banana_mou
Lyn♥
Mrs.Carstairs~
Nea
Roni Turner
Diseño:
Arrocito
EPUB:
jackytkat
Para Erin y Marcia,
y la casa junto al arroyo del bosque.
Prólogo
Traducido por Lyn♡
Corregido por Haze
Editado por Banana_mou
Mi padre era mucho más alto que mi madre, y me refiero
a bastante. Él medía un metro noventa y cinco y mi madre
medía un poco más de un metro sesenta. Danés alto y
brasileña pequeña. Cuando se conocieron, ella no hablaba
ni una palabra de inglés. Pero para cuando ella murió,
cuando yo tenía diez años, era casi como si ellos hubieran
creado su propio lenguaje.
Recuerdo la forma en que la abrazaba cuando llegaba a
casa del trabajo. Él envolvía sus brazos alrededor de sus
hombros, presionando la cara contra su cabello mientras su
cuerpo se curvaba sobre el de ella. Sus brazos se
convirtieron en un conjunto de paréntesis entre corchetes
con la frase secreta más dulce.
Desaparecía en el fondo cuando se tocaban así, sintiendo
que estaba presenciando algo sagrado.
Nunca se me ocurrió que el amor podía ser algo más que
absorbente. Incluso cuando era niña, sabía que nunca
querría nada menos.
Pero luego, lo que comenzó como un grupo de células
malignas, mató a mi madre, y no quería nada de eso, nunca
más. Cuando la perdí, sentí que me estaba ahogando en
todo el amor que aún tenía y que nunca podría ser dado. Me
ahogó, me ahogó como un trapo rociado de queroseno1,
derramado en lágrimas y gritos, y en un silencio pesado y
palpitante. Y, de alguna manera, por mucho que me doliera,
sabía que era aún peor para papá.
Siempre supe que nunca volvería a enamorarse después
de mamá. En ese sentido, mi padre siempre fue fácil de
entender. Era directo y callado: caminaba en silencio,
hablaba en voz baja; incluso su ira era silenciosa. Era su
amor el que estaba en auge. Su amor era un bramido
rugiente y vociferante. Y después de que él amó a mamá
con la fuerza del sol, y después de que el cáncer la mató
con un suave jadeo, pensé que estaría afónico por el resto
de su vida y que nunca querría a otra mujer de la manera
que la había querido a ella.
❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿
Antes de que mamá muriera, le dejó a papá una lista de
cosas que quería que recordara cuando me viera en la edad
adulta:
1.
2.
3.
4.
No la consientas con juguetes; consiéntela con libros.
Dile que la amas. Las niñas necesitan palabras.
Cuando ella esté callada, tú hablas.
Dale a Macy diez dólares a la semana. Haz que guarde
dos. Enséñale el valor del dinero.
5. Hasta los dieciséis años, su toque de queda debe ser a
las diez en punto, sin excepciones.
La lista seguía y seguía, hasta lo profundo de los
cincuenta. No era que ella no confiara en él, sino que ella
solo quería que sintiera su influencia incluso después de que
ella se hubiera ido. Papá lo releía con frecuencia, tomando
notas a lápiz, resaltando ciertas cosas, asegurándose de
que no se estaba perdiendo un acontecimiento o haciendo
algo mal. A medida que crecía, la lista se convirtió en una
especie de biblia. No necesariamente un libro de reglas, sino
más bien una garantía de que todas estas cosas con las que
papá y yo luchábamos eran normales.
Una regla en particular era grande para papá.
25. Cuando Macy se vea tan cansada después de la
escuela que ni siquiera pueda formar una oración, aléjala
del estrés de su vida. Encuentra una escapada de fin de
semana que sea fácil y cercana que le permita respirar un
poco.
Y aunque mamá probablemente nunca tuvo la intención
de que realmente compráramos una casa de fin de semana,
mi papá, un tipo literal, ahorró, planeó e investigó todos los
pequeños pueblos al norte de San Francisco, preparándose
para el día en que necesitara invertir en nuestro retiro.
En el primer par de años después de que mamá murió, él
me observaba, sus ojos azul hielo de alguna manera suaves
e inquisitivos. Hacía preguntas que requerían respuestas
largas, o al menos más largas que «sí», «no» o «no me
importa». La primera vez que respondí a una de esas
preguntas detalladas con un gemido vacío, demasiado
cansada de la práctica de natación y la tarea, y la aburrida
monotonía de tratar con amigos persistentemente
dramáticos, papá llamó a un agente de bienes raíces y le
exigió que nos encontrara la casa de fin de semana perfecta
en Healdsburg, California.
La vimos por primera vez en una jornada de puertas
abiertas, mostrada por el agente de bienes raíces local,
quien nos dejó entrar con una amplia sonrisa y una pequeña
inclinación crítica de sus ojos hacia nuestro agente de la
gran ciudad de San Francisco. Era una cabaña de cuatro
dormitorios con tejas de madera y un ángulo pronunciado,
crónicamente húmeda y potencialmente mohosa, escondida
a la sombra del bosque y cerca de un arroyo que
continuamente burbujeaba fuera de mi ventana. Era más
grande de lo que necesitábamos, con más tierra de la que
podíamos mantener, y ni papá ni yo nos dimos cuenta en
ese momento de que la habitación más importante de la
casa sería la biblioteca que él haría para mí dentro de mi
amplio armario.
Papá tampoco podría haber sabido que todo mi mundo
terminaría en la puerta de al lado, en la palma de un nerd
flaco llamado Elliot Lewis Petropoulos.
Capítulo 1
Presente
Martes, 3 de octubre
Traducido por Nea
Corregido por Lyn♡
Editado por Banana_mou
Si se trazara una línea recta desde mi apartamento en
San Francisco hasta Berkeley, solo serían diez millas y
media, pero incluso en la mejor ventana de desplazamiento
se tarda más de una hora sin coche.
—He cogido un autobús a las seis de la mañana —digo—.
Dos líneas de BART2 y otro autobús. —Miro mi reloj—. Las
siete y media. No está mal.
Sabrina se limpia una mancha de leche espumosa del
labio superior. Por mucho que entienda mi rechazo a los
coches, sé que hay una parte de ella que piensa que
debería superarlo y comprar un Prius o un Subaru, como
cualquier otro residente respetable del Área de la Bahía.
—No dejes que nadie te diga que no eres una santa.
—Realmente lo soy. Me hiciste salir de mi burbuja. —Pero
lo digo con una sonrisa y miro a su pequeña hija en mi
regazo. Solo he visto a la princesa Vivienne dos veces, y
parece haber doblado su tamaño—. Menos mal que tú lo
vales.
Sostengo bebés todos los días pero nunca se siente así.
Sabrina y yo solíamos vivir al otro lado de un dormitorio en
Tufts. Luego nos mudamos a un apartamento en el campus
antes de mudarnos a una casa en ruinas durante nuestros
respectivos programas de posgrado. Por arte de magia,
ambas acabamos en la costa oeste, en el Área de la Bahía, y
ahora Sabrina tiene un bebé.
Que
seamos
lo
suficientemente mayores como para hacer esto –dar a luz a
niños, criar–, es la sensación más extraña que existe.
—Anoche me levanté a las once con ella —dice Sabrina,
mirándonos con cariño. Su sonrisa se vuelve irónica en los
bordes—. Y a las dos. Y a las cuatro. Y a las seis...
—Vale, tú ganas. Pero para ser justos, ella huele mejor
que la mayoría de la gente del autobús. —Le doy un
pequeño beso en la cabeza a Viv y la arrimo más
firmemente a mi brazo antes de coger con cuidado mi café.
La taza se siente extraña en mi mano. Es de cerámica, no
una taza de papel reciclable ni la enorme taza de viaje de
acero inoxidable que Sean llena hasta el borde cada
mañana, asumiendo, no incorrectamente, que se necesita
una enorme dosis de cafeína para prepararme para el día.
Hace una eternidad que no tengo tiempo para sentarme con
una taza real y beber cualquier cosa.
—Ya pareces una mamá —dice Sabrina, observándonos
desde el otro lado de la pequeña mesa del café.
—El beneficio de trabajar con bebés todo el día.
Sabrina se queda callada durante un instante y me doy
cuenta de mi error. Regla básica número uno: nunca hacer
referencia a mi trabajo cerca de las madres, especialmente
de las madres primerizas. Prácticamente puedo oír su
corazón tartamudear al otro lado de la mesa.
—No sé cómo lo haces —susurra.
La frase es un estribillo que se repite en mi vida ahora
mismo. Parece que a mis amigos les desconcierta una y otra
vez que haya tomado la decisión de estudiar pediatría en la
UCSF3, en la rama de cuidados intensivos. Sin falta, capto
un destello de sospecha de que tal vez me falte un hueso
tierno e importante, algún freno maternal que debería
impedirme ser testigo rutinario del sufrimiento de los niños
enfermos.
Le doy a Sabrina mi habitual estribillo de «Alguien tiene
que hacerlo», y luego añado:
—Y soy buena en eso.
—Apuesto a que lo eres.
—Ahora, ¿neuropediatría? Eso no lo podría hacer —digo y
luego jalo mis labios entre mis dientes, conteniéndome
físicamente para decir más.
«Cállate, Macy. Cierra tu loca boca de balbuceo».
Sabrina hace un pequeño gesto con la cabeza, mirando a
su bebé. Viv me sonríe y da patadas con entusiasmo.
—No todos los cuentos son tristes. —Le hago cosquillas en
la barriga—. Todos los días ocurren pequeños milagros, ¿no
es así, cariño?
El cambio de tema sale de Sabrina, lo suficientemente
fuerte como para ser un poco chocante:
—¿Cómo va la planificación de la boda?
Gimoteo, presionando mi cara contra el dulce olor a bebé
del cuello de Viv.
—Así de bien, ¿eh? —Riendo, Sabrina alcanza a su hija
como si fuera incapaz de compartirla por más tiempo. No
puedo culparla. Es un bulto tan cálido y moldeable en mis
brazos.
—Es perfecta, cariño —digo en voz baja, entregándola—.
Una niña tan sólida.
Y, como si todo lo que hago estuviera de alguna manera
conectado a mis recuerdos de ellos... la vida ruidosa de la
puerta de al lado, la gigantesca y caótica familia que nunca
tuve, tengo un golpe de nostalgia, del último bebé no
relacionado con el trabajo con el que pasé algún tiempo
real. Es un recuerdo de mí cuando era adolescente, mirando
a la bebé Alex mientras dormía en su mecedora.
Mi cerebro salta a través de un centenar de imágenes: la
señorita Dina cocinando la cena con el bulto de Alex
envuelto en pañales y apoyado en su pecho. El señor Nick
sosteniendo a Alex en sus brazos fornidos y peludos,
mirándola con la ternura de todo un pueblo. George, de
dieciséis años, intentando y fracasando, en la acción de
cambiar un pañal sin incidentes en el sofá de la familia. La
inclinación protectora de Nick Jr., George y Andreas mientras
miraban a su nueva y más querida hermana. Y luego,
invariablemente, mi mente se desplaza a Elliot justo detrás
o más allá, esperando tranquilamente a que sus hermanos
mayores se dedicaran a jugar o a correr o a hacer el tonto,
dejándole a él la tarea de recoger a Alex, de leerle, de
prestarle toda su atención.
Me duele, los echo tanto de menos a todos, pero
especialmente a él.
—Mace —me dice Sabrina.
Parpadeo.
—¿Qué?
—¿La boda?
—Claro. —Mi estado de ánimo decae; la perspectiva de
planear una boda mientras hago malabares con cien horas a
la semana en el hospital nunca deja de agotarme—. Todavía
no hemos avanzado. Todavía tenemos que elegir una fecha,
un lugar, un… todo. A Sean no le importan los detalles, lo
cual, supongo, es bueno.
—Por supuesto —dice con falso brillo, cambiando a Viv
para que la atienda disimuladamente en la mesa—. Y,
además, ¿cuál es la prisa?
En su pregunta, el pensamiento gemelo está enterrado
muy superficialmente: «Soy tu mejor amiga y sólo he visto
al hombre dos veces, por el amor de Dios. ¿Cuál es la
prisa?».
Y tiene razón. No hay prisa. Sólo hemos estado juntos
durante unos meses. Es solo que Sean es el primer hombre
que he conocido en más de diez años con el que puedo
estar y no sentir que me estoy conteniendo de alguna
manera. Es fácil y tranquilo, y cuando su hija de seis años,
Phoebe, preguntó cuándo nos íbamos a casar, pareció que
algo cambió en él, impulsándolo a preguntarme él mismo,
más tarde.
—Te juro —le digo—, que no tengo ninguna actualización
interesante. Espera, no. Tengo una cita con el dentista la
semana que viene. —Sabrina se ríe—. A eso hemos llegado,
es lo único, aparte de ti, que romperá la monotonía en el
futuro inmediato. Trabajar, dormir, repetir.
Sabrina ve esto como la invitación para hablar libremente
de su nueva familia de tres, y desenrolla una lista de logros:
la primera sonrisa, la primera carcajada, y justo ayer, un
pequeño puño disparando con precisión y firmeza y
agarrando el dedo de su madre.
Escucho, amando cada detalle normal reconocido como lo
que realmente es: un milagro. Ojalá pudiera escuchar todos
sus «detalles normales» cada día. Me encanta lo que hago,
pero echo de menos simplemente... hablar.
Estoy programada para hoy al mediodía y probablemente
estaré en la unidad hasta la mitad de la noche. Volveré a
casa y dormiré unas horas, y lo haré todo de nuevo mañana.
Incluso después del café con Sabrina y Viv, el resto de este
día se mezclará con el siguiente y, a menos que ocurra algo
realmente horrible en la unidad, no recordaré nada de ello.
Así que mientras ella habla, yo intento absorber todo lo
que puedo de este mundo exterior. Me gusta el aroma del
café y las tostadas, el sonido de la música que retumba bajo
el bullicio de los clientes. Cuando Sabrina se agacha para
sacar un chupete de su bolsa de pañales, miro hacia el
mostrador, observando a la mujer de las rastas rosadas, el
hombre más bajo con un tatuaje en el cuello que toma los
pedidos de café, y, frente a ellos, el largo torso masculino
que me hace tomar conciencia.
Su pelo es casi negro. Es grueso y desordenado y le cae
por encima de las orejas. Tiene el cuello de la camisa
doblado por debajo de un lado y el faldón de la camisa
desprendido de unos vaqueros negros desgastados. Sus
Vans son slip-on 4y tienen un estampado de cuadros de la
vieja escuela descolorido. Una bolsa de mensajería bien
usada se cuelga de un hombro y se apoya en la cadera
opuesta.
De espaldas a mí, se parece a otros mil hombres de
Berkeley, pero yo sé exactamente de qué hombre se trata.
Es el libro pesado y con las páginas dobladas que lleva
bajo el brazo lo que lo delata: solo conozco a una persona
que relee Ivanhoe cada octubre. Ritualmente y con
adoración absoluta.
Incapaz de apartar la mirada, estoy encerrada esperando
el momento en que se gire y pueda ver lo que casi once
años le han hecho. Apenas pienso en mi propio aspecto:
uniforme verde menta, zapatillas deportivas, pelo recogido
en una coleta desordenada. Por otra parte, nunca se nos
ocurrió a ninguno de los dos considerar nuestros propios
rostros o el grado de unión antes. Siempre estábamos
demasiado ocupados memorizándonos el uno al otro.
—¿Mace?
Parpadeo hacia ella.
—Lo siento. Yo… Lo siento. El… ¿qué?
—Solo estaba balbuceando sobre la dermatitis del pañal.
Estoy más interesada en lo que te tiene tan... —Se gira para
seguir hacia donde yo había estado mirando—. Oh.
Su «oh» aun no contiene comprensión. Su «oh» es
puramente sobre cómo el hombre se ve desde atrás. Es
alto, eso ocurrió de repente, cuando cumplió quince años. Y
sus hombros son anchos; eso también ocurrió de repente,
pero más tarde. Recuerdo haberlo notado la primera vez
que se cernió sobre mí en el armario, con los pantalones a
la altura de las rodillas, su ancha figura tapando la débil luz
del techo. Su pelo es grueso, pero eso siempre ha sido así.
Sus pantalones se apoyan en las caderas y su trasero tiene
un aspecto increíble. Yo... no tengo ni idea de cuándo
ocurrió eso.
Básicamente, se ve exactamente como el tipo de hombre
que miraríamos en silencio antes de volverse hacia la otra
para compartir la cara de «lo sé, ¿verdad?». Es una de las
realizaciones más surrealistas de mi vida: se ha convertido
en el tipo de desconocido que yo admiraba soñadoramente.
Es bastante extraño verle de espaldas y le observo con tal
intensidad que, por un segundo, me convenzo de que no es
él después de todo.
Tal vez podría ser cualquiera, y después de una década de
diferencia, ¿qué tan bien conozco su cuerpo, de todos
modos?
Pero entonces se gira y siento que todo el aire es aspirado
de la habitación. Es como si me hubieran golpeado en el
plexo solar, mi diafragma se paraliza momentáneamente.
Sabrina oye el sonido chirriante y polvoriento que
proviene de mí y se vuelve y se da la vuelta. Siento que
empieza a levantarse de la silla.
—¿Mace?
Respiro, pero lo hago de forma superficial y agria,
haciendo que me ardan los ojos. Su rostro es más estrecho,
la mandíbula más afilada, la barba de la mañana más
gruesa. Sigue llevando el mismo estilo de gafas de montura
gruesa pero ya no le empequeñecen la cara. Sus brillantes
ojos color avellana siguen siendo magnificados por los
gruesos cristales. Su nariz es la misma, pero ya no es
demasiado grande para su cara. Y su boca es la misma,
demasiado recta, suave, capaz de la más perfecta sonrisa
sardónica del mundo.
No puedo ni imaginar qué expresión pondría si me viera
aquí. Podría ser una que nunca le he visto hacer antes.
—¿Mace? —Sabrina se acerca con la mano
agarrando mi antebrazo—. Cariño, ¿estás bien?
libre,
Trago, y cierro los ojos para romper mi propio trance.
—Sí.
Suena poco convencida.
—¿Estás segura?
—Quiero decir... —Tragando de nuevo, abro los ojos y me
propongo mirarla, pero mi mirada es atraída de nuevo por
encima de su hombro—. Ese tipo de ahí…. Es Elliot.
Esta vez, su «Oh» es significativo.
Capítulo 2
Pasado
Viernes, 9 de agosto
Quince años atrás
Traducido por Nea
Corregido por Lyn♡
Editado por Banana_mou
Vi por primera vez a Elliot en la jornada de puertas
abiertas.
La cabaña estaba vacía; a diferencia de los «productos»
inmobiliarios meticulosamente escenificados en el Área de
la Bahía, esta peculiar casa en venta en Healdsburg estaba
sin muebles. Aunque de mayor aprendería a apreciar el
potencial de los espacios sin decorar, a mis ojos de
adolescente el vacío me parecía frío y hueco. Nuestra casa
de Berkeley estaba desordenada de forma inconsciente.
Mientras ella vivía, las tendencias sentimentales de mamá
se impusieron al minimalismo danés de papá, y después de
que ella muriera, él no fue capaz de reducir la decoración.
Aquí, las paredes tenían manchas más oscuras donde
habían colgado cuadros antiguos durante años. Se podía
apreciar un camino en la alfombra, revelando la ruta
preferida de los anteriores habitantes: desde la puerta
principal hasta la cocina. El piso superior estaba abierto a la
entrada, el pasillo que daba al primer piso con solo una
vieja barandilla de madera en el borde. En el piso superior,
las puertas de las habitaciones estaban cerradas, lo que
daba al largo pasillo una sensación ligeramente embrujada.
—Al final —dijo papá, levantando la barbilla para indicar a
dónde quería que fuera. Había mirado la casa en internet y
sabía un poco más de lo que podía esperar—. Tu habitación
podría ser esa de ahí abajo.
Subí las oscuras escaleras, pasando por el dormitorio
principal y el baño, y continué hasta el final del profundo y
estrecho pasillo. Pude ver una luz verde pálida que salía de
debajo de la puerta, lo que pronto sabría que era el
resultado de la pintura verde primaveral iluminada por el sol
de la tarde. El pomo de cristal estaba frío pero despejado y
giraba con un gemido oxidado. La puerta se atascaba, los
bordes deformados por la humedad crónica. Empujé con el
hombro, decidida a entrar, y casi caigo en la cálida y
luminosa habitación.
Era más larga que ancha, tal vez incluso el doble. Una
enorme ventana ocupaba la mayor parte de la pared, con
vistas a una ladera llena de árboles cubiertos de musgo.
Como un mayordomo paciente, una ventana alta y delgada
estaba en el extremo, en la pared estrecha, con vistas al río
ruso en la distancia.
Si la planta baja era poco impresionante, los dormitorios,
al menos, eran prometedores.
Sintiéndome animada, me volví para ir a buscar a papá.
—¿Has visto el armario ahí dentro, Mace? —preguntó justo
cuando salí—. Pensé que podríamos convertirlo en una
biblioteca para ti. —Él estaba saliendo de la habitación
principal. Escuché a uno de los agentes llamarlo y, en lugar
de venir a mí, volvió a bajar las escaleras.
Volví al dormitorio y me dirigí al fondo. La puerta del
armario se abrió sin ninguna protesta. El pomo estaba
incluso caliente en mi mano.
Como todos los demás espacios de la casa, estaba sin
decorar. Pero no estaba vacío.
La confusión y el leve pánico hicieron que mi corazón
palpitara con fuerza.
Sentado en el espacio profundo, había un niño. Había
estado leyendo, metido en la esquina, con la espalda y el
cuello curvados en forma de C para meterse en el punto
más bajo del techo inclinado.
No podía tener más de trece años, como yo. Flaco, con
pelo grueso y oscuro que necesitaba ver las tijeras, enormes
ojos avellana detrás de gafas de pasta. Su nariz era
demasiado grande para su cara, sus dientes demasiado
grandes para su boca, y una presencia demasiado grande
para una habitación que debía estar vacía.
La pregunta brotó de mí, bordeada de inquietud:
—¿Quién eres?
Me miró fijamente, con los ojos muy abiertos por la
sorpresa.
—No me había dado cuenta de que alguien vendría a ver
este lugar.
Mi corazón aún latía con fuerza. Y algo en su mirada, tan
fija y con los ojos enormes detrás de los lentes, me hizo
sentir extrañamente expuesta.
—Estamos pensando en comprarla.
El chico se puso de pie, desempolvando su ropa,
revelando que la parte más ancha de cada pierna estaba en
la rodilla. Sus zapatos eran de cuero marrón pulido, su
camisa planchada y metida dentro de unos pantalones
cortos de color caqui. Parecía completamente inofensivo...
pero en cuanto dio un paso adelante, mi corazón se aceleró
por el pánico, y solté:
—Mi padre tiene un cinturón negro.
Me miró con lo que parecía una mezcla de miedo y
escepticismo.
—¿De verdad?
—Sí.
Sus cejas se juntaron.
—¿En qué?
Dejé caer mis puños desde donde habían descansado en
mis caderas.
—Vale, no es un cinturón negro. Pero es enorme.
Esto pareció creerlo y miró junto a mí con ansiedad.
—¿Qué estás haciendo aquí de todos modos? —pregunté,
mirando a mi alrededor. El espacio era enorme para un
armario. Un cuadrado perfecto, por lo menos doce pies en
cada lado, con un techo alto que se inclinaba
dramáticamente en la parte posterior de la habitación,
donde era probablemente de solo un metro de altura. Podía
imaginarme sentada aquí, en un sofá con almohadas y
libros, y pasar la perfecta tarde de sábado.
—Me gusta leer aquí. —Se encogió de hombros y algo
latente se despertó en mi interior ante la simetría mental,
un zumbido que no había sentido en años—. Mi madre tenía
una llave cuando la familia Hanson era dueña del lugar, y
nunca estuvieron aquí.
—¿Tus padres van a comprar esta casa?
Parecía confundido.
—No. Yo vivo al lado.
—¿Entonces estás invadiendo la casa?
Sacudió la cabeza.
—Es un open house, ¿recuerdas?
Lo miré de nuevo. Su libro era grueso, con un dragón en la
portada. Él era alto y tenía todos los ángulos posibles: codos
afilados y hombros puntiagudos. Llevaba el pelo revuelto
pero peinado. Las uñas estaban recortadas.
—¿Así que solo pasas el rato aquí?
—A veces —dijo—. Lleva un par de años vacío.
Entrecerré los ojos.
—¿Estás seguro de que deberías estar aquí? Pareces sin
aliento, como si estuvieras nervioso.
Se encogió de hombros, con un hombro puntiagudo
levantado hacia el cielo.
—Tal vez acabo de volver de correr una maratón.
—No parece que puedas correr hasta la esquina.
Hizo una pausa para respirar y luego se echó a reír.
Sonaba como una risa que no se daba libremente muy a
menudo, y algo dentro de mí floreció.
—¿Cómo te llamas? —le pregunté.
—Elliot. ¿Cuál es el tuyo?
—Macy.
Elliot me miró fijamente, empujando sus gafas hacia
arriba con su dedo, pero inmediatamente se deslizaron
hacia abajo de nuevo.
—¿Sabes?, si compras esta casa no voy a venir a leer
aquí.
Había un desafío allí, una opción. ¿Amigo o enemigo?
Me vendría muy bien un amigo.
Exhalé y le regalé una sonrisa a regañadientes.
—Si compramos esta casa puedes venir a leer si quieres.
Él sonrió, tan ampliamente que pude contar sus dientes.
—Tal vez todo este tiempo solo estaba calentándolo para
ti.
Capítulo 3
Presente
Martes, 3 de octubre
Traducido por Lyn♡
Corregido por Nea
Editado por Banana_mou
Elliot aun no me ha visto.
Él espera por su bebida cerca de la barra de expreso con
la cabeza inclinada mientras mira hacia abajo. En un mar de
personas que se conectan al mundo a través del aislamiento
de sus smartphones, Elliot está leyendo un libro.
¿Tiene siquiera un teléfono? Para cualquier otro sería una
pregunta absurda. No para él. Hace once años lo tenía, pero
fue uno heredado por su padre y el tipo de teléfono IP que le
obligaba a presionar la tecla 5 veces si quería escribir una L.
Rara vez lo usaba como algo más que un pisapapeles.
—¿Cuándo fue la última vez que lo viste? —pregunta
Sabrina.
Parpadeo hacia ella, con el ceño fruncido. Sé que ella sabe
la respuesta a esta pregunta, al menos en general. Pero mi
expresión se relaja cuando entiendo que no hay nada más
que pueda hacer en este momento además de conversar;
me he convertido en una maníaca muda.
—Mi último año de secundaria. Año Nuevo.
Hace una mueca completa mostrando los dientes.
—Correcto.
Algún instinto entra en acción, alguna energía de
autoconservación que me impulsa a levantarme de mi silla.
—Lo siento —digo, mirando hacia abajo a Sabrina y Viv—.
Voy a salir.
—Por supuesto. Sí. Totalmente.
—¿Te llamo este fin de semana? Tal vez podamos hacer el
Golden Gate Park.
Todavía asiente como si mi sugerencia robótica fuera
incluso una remota posibilidad. Las dos sabemos que no he
tenido un fin de semana libre desde antes de comenzar mi
residencia en julio.
Tratando de moverme lo más discretamente posible, me
llevo mi bolso por encima del hombro y me inclino para
besar la mejilla de Sabrina.
—Te quiero —digo, de pie y deseando poder llevarla
conmigo. Ella también huele a bebé.
Sabrina asiente, devolviendo el sentimiento y luego,
mientras miro a Viv y su pequeño puño gordito, ella mira
hacia atrás por encima de su hombro y se congela.
Por su postura, sé que Elliot me ha visto.
—Uhm… —dice, dando la vuelta y levantando su barbilla
como si debiera echar un vistazo—. Aquí viene.
Escarbo en mi bolso, trabajando
extremadamente ocupada y distraída.
para
parecer
—Voy a correr —murmuro.
—¿Mace?
Me congelo, una mano en la correa de mi bolso y mis ojos
en el suelo. Una punzada de nostalgia resuena a través de
mí tan pronto como escucho su voz. Había sido alta y
chillona hasta que se rompió. Recibió un sinfín de mierda
sobre lo nasal y quejumbroso que era y entonces, un día, el
universo rió por última vez, dando a Elliot una voz como la
miel, cálida y rica.
Dice mi nombre de nuevo, sin apodo esta vez, pero más
tranquilo:
—¿Macy Lea?
Miro hacia arriba y, en un impulso del que estoy segura de
que me reiré hasta que muera, levanto la mano y saludo
con un fuerte y alegre:
—¡Elliot! ¡Hey!
Como si fuéramos unos conocidos casuales de orientación
de primer año.
Ya sabes, como si nos hubiéramos visto una vez en el tren
desde Santa Bárbara.
Solo cuando se saca el grueso cabello de los ojos en un
gesto de incredulidad que lo he visto hacer un millón de
veces, me doy la vuelta, presiono a través de la multitud y
camino hacia la acera. Estoy trotando en la dirección
equivocada antes de darme cuenta de mi error a mitad de la
cuadra y me doy la vuelta. Dos largas zancadas hacia atrás,
con la cabeza hacia abajo, el corazón martillando y me
estrello contra un pecho ancho.
—¡Oh! ¡Lo siento! —digo abruptamente antes de mirar
hacia arriba y darme cuenta de lo que he hecho.
Las manos de Elliot se dirigen alrededor de la parte
superior de mis brazos, sosteniéndome firme a solo unos
centímetros de él. Sé que me está mirando a la cara,
esperando que me encuentre con su mirada, pero mis ojos
están clavados hacia su manzana de Adán y mis
pensamientos están atrapados recordando cómo solía mirar
a su cuello, encubiertamente, de vez en cuando durante
horas mientras leíamos juntos en el armario.
—Macy. ¿En serio? —dice en voz baja, significando miles
de cosas.
En serio, ¿eres tú?
En serio, ¿por qué acabas de huir?
En serio, ¿dónde has estado durante la última década?
Una parte de mí desearía poder ser el tipo de persona que
simplemente pasa, huye y finge que esto nunca sucedió.
Podría volver a BART, subirme al Muni5 hacia el hospital y
profundizar en una ajetreada jornada laboral manejando
emociones que, honestamente, son mucho más grandes y
merecedoras que estas.
Pero otra parte de mí ha estado esperando este momento
exacto durante los últimos once años. El alivio y la angustia
palpitan fuertemente en mi sangre. He querido verlo todos
los días. Pero, también, nunca quise volver a verlo.
—Hola. —Lo miro. Estoy tratando de averiguar qué decir;
mi cabeza está llena de palabras sin sentido. Es una
tormenta de blanco y negro.
—Eres tú… —comienza sin aliento. Todavía no me ha
soltado—. ¿Te mudaste aquí?
—San Francisco.
Observo cómo capta mi uniforme y mis feas zapatillas.
—¿Médico?
—Sí. Residente.
Soy un robot.
Sus cejas oscuras se levantan.
—Entonces, ¿qué estás haciendo?
Dios, qué lugar tan extraño para comenzar. Pero cuando
hay una montaña por delante, supongo que comienzas con
un solo paso hacia el punto más recto.
—Me reuní con Sabrina para tomar un café.
Arruga su nariz con una expresión dolorosamente familiar
de incomprensión.
—Mi compañera de cuarto en la universidad —aclaro—.
Ella vive en Berkeley.
Elliot decae un poco, recordándome que no conoce a
Sabrina. Solía molestarnos cuando teníamos un mes entre
actualizaciones. Ahora hay años y vidas enteras
desconocidas entre sí.
—Te llamé —dice—. Como un millón de veces. Y luego
cambió el número.
Se pasa la mano por el cabello y se encoge de hombros
impotente. Y lo entiendo. Todo este maldito momento es tan
surrealista. Incluso ahora es incomprensible que hayamos
dejado que esta distancia sucediera. Que dejé que esto
sucediera.
—Lo sé. Yo, uhm, tengo un nuevo teléfono —digo con
calma.
Se ríe, pero no es un sonido particularmente feliz.
—Sí, me lo imaginé.
—Elliot —digo, empujando más allá de la obstrucción en
mi garganta al sentir su nombre allí—, lo siento. Realmente
tengo que correr. Necesito estar en el trabajo pronto.
Se inclina para estar al nivel de mi rostro.
—¿Estás bromeando? —Sus ojos se abren—. No puedo
encontrarme contigo en Saul’s y decir: «Oye, Macy, qué
tal», y luego vas a trabajar, y yo voy a trabajar, y no
hablamos por otros 10 malditos años.
Y ahí está. Elliot nunca pudo jugar el juego de la
superficie.
—No estoy preparada para esto —admito en voz baja.
—¿Tienes que prepararte para mí?
—Si hay alguien para quien tengo que prepararme, eres
tú.
Esto lo golpea justo donde quería, directamente en el ojo
de buey de algún núcleo vulnerable, pero tan pronto como
hace un guiño, me arrepiento.
Maldición.
—Solo dame un minuto —insta, tirando de mí al borde de
la acera para que no obstruyamos el flujo constante de
viajeros—. ¿Cómo estás? ¿Cuánto llevas de regreso? ¿Cómo
está Duncan?
Todo nos rodea, el mundo parece quedarse quieto.
—Estoy bien —digo mecánicamente—. Me mudé en mayo.
—Soy arrasada por su tercera pregunta y mi respuesta sale
temblando—: Y, uhm… Papá murió.
Elliot se tambalea ligeramente hacia atrás.
—¿Qué?
—Sí —digo, con la voz confusa. Me siento tonta por esto,
luchando por reescribir la historia, por reconectar mis
sinapsis en mi cerebro.
De alguna manera, estoy logrando tener esta
conversación sin perder completamente los papeles, pero si
me quedo aquí por dos minutos más, todas las apuestas
estarán desactivadas. Con Elliot aquí mismo preguntando
por papá, durmiendo dos horas y la perspectiva de un día
de dieciocho horas por delante… Necesito salir de aquí
antes de derretirme.
Pero cuando lo miro, veo que el rostro de Elliot es un
espejo de lo que está sucediendo en mi pecho. Parece
devastado. Él es el único que se vería de esa manera
después de escuchar que papá murió porque él es el único
que habría entendido lo que me hizo su muerte.
—¿Duncan murió? —Su voz sale espesa de emoción—.
Macy, ¿por qué no me lo dijiste?
Mierda, esa es una pregunta enorme.
—Yo… —empiezo y sacudo la cabeza—. No estábamos en
contacto cuando sucedió.
La náusea sube desde mi estómago hasta mi garganta.
Qué escabullida. Qué evasión tan increíble.
Sacude la cabeza.
—No lo sabía. Lo siento mucho, Mace.
Me doy tres segundos más para mirarlo y es como otro
puñetazo en el estómago. Él es mi persona. Siempre ha sido
mi persona. Mi mejor amigo, mi estafador, probablemente el
amor de mi vida. Y he pasado los últimos once años enojada
y auto justificada. Pero al final del día, abrió un agujero
entre nosotros y el destino lo abrió de par en par.
—Me voy a ir —digo en un abrupto estallido de
incomodidad—. ¿Está bien?
Antes de que pueda responder, me largo, escabulléndome
por la calle hacia la estación BART. Todo el tiempo que estoy
caminando lo hago a toda velocidad y, durante el viaje de
regreso a la bahía, siento que él está allí mismo, detrás de
mí o en un asiento del próximo auto.
Capítulo 4
Pasado
Viernes, 11 de octubre
Quince años atrás
Traducido por Dani Fray
Corregido por ♡Herondale♡
Editado por Banana_mou
La familia Petropoulos al completo estaba en su patio
delantero cuando nos estacionamos con la camioneta de la
mudanza dos meses más tarde. La camioneta solo estaba
medio llena porque Papá y yo habíamos pensado, cuando
estábamos en el mostrador de renta de autos, que
tendríamos más cosas que traer. Pero al final, solo habíamos
comprado los suficientes muebles en la mueblería para
tener dónde dormir, comer, leer y nada más.
Papá los llamó «muebles para acampar». No le entendí.
Probablemente lo hubiera entendido si me hubiera
permitido pensar sobre ello por unos segundos, pero lo
único que tuve en mente durante los noventa minutos de
viaje era que íbamos a una casa que Mamá nunca había
visto. Sí, ella quería que nosotros hiciéramos esto, pero en
realidad no lo había escogido, no la había visto. Había algo
horriblemente amargo sobre esa realidad. Papá aún
manejaba su ruidoso Volvo verde. Todavía vivíamos en la
misma casa en Rose Street. Todos los muebles de adentro
habían estado ahí cuando Mamá estaba viva. Yo tenía ropa
nueva pero siempre se sentía un poco como si ella las
eligiera a través de una intervención divina cuando
comprábamos porque Papá tenía la tendencia de escogerme
las prendas más grandes y holgadas que podía encontrar y
siempre había una simpática vendedora que se abalanzaba
con una gran pila de ropa más adecuada asegurándole que
«sí, esto es lo que usan las chicas ahora», y «no, no se
preocupe, Sr. Sorensen».
Bajando de la furgoneta enderecé mi blusa sobre la
cintura de mis pantalones cortos y levanté la mirada al
grupo de personas que se encontraban en nuestra entrada.
Primero vi a Elliot, su cara familiar en la multitud. Pero
alrededor de él había otros tres chicos y dos padres
sonrientes.
La visión de la gran familia, esperando para ayudar, solo
magnificó el dolor que se abría paso hacia mi garganta
desde mi pecho.
El hombre, claramente el padre de Elliot, con el cabello
negro y grueso y una nariz roja, dio un paso adelante,
acercándose para estrechar la mano de papá. Era más bajo
que él solo por un par de centímetros, una rareza.
—Nick Petropoulos —dijo, volteándose para estrechar mi
mano—. Tú debes de ser Macy.
—Sí, señor.
—Llámame Nick.
—Está bien, Se... Nick. —Nunca en la vida imaginé llamar
a un padre por su nombre.
Con una risa, volteó nuevamente a Papá.
—Pensé que podrías necesitar una mano para bajar todo
esto.
Papá sonrió y habló con su característica simplicidad.
—Eso es muy amable de tu parte. Gracias.
—Además, pensé que a mis chicos podría serles de
utilidad el ejercicio para que no se estén peleando entre
ellos todo el día. —El señor Nick extendió un grueso y
velludo brazo e indicó—. Por allá verás a mi esposa, Dina.
Mis chicos: Nick Junior, George, Andreas y Elliot.
Tres chicos fornidos… y Elliot, se encontraban parados en
la base de nuestros escalones delanteros, mirándonos.
Intuía que ellos tenían entre quince y diecisiete, excepto
Elliot, quien era tan diferente físicamente a sus hermanos
que no estaba tan segura de qué edad tenía. Su madre,
Dina, era formidable, alta y curvilínea, pero con una sonrisa
que mostraba profundos y amigables hoyuelos a sus
mejillas. Aparte de Elliot, que era la versión delgada de su
padre, todos sus hijos lucían justo como ella. Ojos
adormilados, con hoyuelos y altos pómulos.
Lindo.
El brazo de Papá me rodeó los hombros, acercándome a
él. Me pregunté si era un gesto protector o si él también
estaba sintiendo lo lánguida que nuestra familia se veía en
comparación.
—No sabía que tenías cuatro hijos. ¿Creo que Macy ya
conoció a Elliot? —Papá me miró para confirmar.
En mi visión periférica podía ver a Elliot moviéndose sobre
sus pies, incómodo. Le di una sonrisa ladeada.
—Sí —dije, añadiendo mi mejor tono de «¿quién hace
eso?»—. Estaba leyendo en mi clóset.
El señor Nick señaló hacia acá.
—El día de la exhibición de la casa, lo sé, lo sé. Seré
honesto, ese chico ama los libros y ese clóset era su lugar
favorito. Su amigo Tucker solía venir los fines de semana
pero ya se ha mudado. —Mirando a Papá, añadió—: La
familia se trasladó a Cincinnati, Ohio, ¿la región del vino?
Una tristeza, ¿no? Pero no te preocupes, Macy. No volverá a
ocurrir. —Con una sonrisa, siguió la caminata estoica de
Papá hacia los escalones—. Hemos vivido en la casa de al
lado los últimos diecisiete años. He estado en esta casa
miles de veces. —Un escalón crujió bajo su bota de trabajo y
lo pisó con el ceño fruncido—. Ese escalón siempre ha sido
un problema.
Incluso a mi edad, vi lo que eso le hizo a la postura de
Papá. Era un tipo de la ciudad despreocupado pero la
familiaridad
del
señor
Nick
con
la
propiedad
inmediatamente empujó una rigidez de macho hacia su
columna.
—Lo puedo arreglar —dijo Papá, en una voz inusualmente
profunda mientras se inclinaba hacia el escalón que crujía.
Ansioso por asegurarse de que cualquier pequeño problema
sería arreglado, añadió con calma—: No me entusiasma la
puerta de entrada tampoco, pero eso es fácil de reemplazar.
Y cualquier cosa que veas, dime. Quiero que sea perfecto.
—Papá —dije, dándole un suave empujón—, ya es
perfecto, ¿ok?
Mientras los chicos Petropoulos caminaban hacia la
camioneta de la mudanza, Papá tanteaba con sus llaves,
buscando la correcta en un anillo pesado con llaves para
otras puertas, para nuestra otra vida a ciento veinte
kilómetros de aquí.
—No, estoy seguro de que necesitaremos para la cocina
—me murmuró papá entre dientes—. Y probablemente hay
algunas renovaciones que hacer…
Me miró con una sonrisa incierta y se dirigió hacia la
puerta principal. Yo aún estaba evaluando el amplio porche
que se extendía hacia un lado, escondiendo una vista
desconocida de árboles gruesos más allá del patio lateral.
Mi mente se había desviado a duendes y a trotar por el
bosque buscando puntas de flechas. A lo mejor un chico me
besaría en ese bosque algún día.
Tal vez sería uno de los chicos Petropoulos.
Mi piel se encendió con un rubor que escondí agachando
mi cabeza y dejando que mi cabello cayera hacia adelante.
Hasta la fecha, mi único crush había sido Jason Lee en
séptimo grado. Después de habernos conocido desde el
jardín de niños, habíamos bailado rígidamente una canción
en la Fiesta de Primavera y luego nos separamos
torpemente para nunca más volver a hablar. Aparentemente
yo estaba bien para ser amiga de casi cualquier persona,
pero añade una química romántica suave y me convertía en
un robot de plástico.
Creamos una eficiente línea de brazos pasando cajas y,
rápidamente, vaciamos la camioneta, dejando los muebles a
los más grandes. Elliot y yo tomamos cada uno una caja con
la etiqueta «Macy» para llevar arriba. Lo seguí por el largo
pasillo y dentro del vacío de mi cuarto.
—Puedes poner eso en la esquina —dije—. Y gracias.
Él miró hacia mí, asintiendo mientras dejaba la caja en el
suelo.
—¿Son libros?
—Sí.
Con una pequeña mirada hacía mí para asegurarse que
estaba bien, Elliot levantó la solapa de la caja y miró hacia
dentro. Sacó el libro de encima. Cadena de Favores.
—¿Has leído esto? —preguntó dudosamente.
Asentí y tomé el querido libro de sus manos y lo coloqué
en el estante vacío dentro del clóset.
—Es bueno —dijo él.
Sorprendida, levante la mirada hacia él, preguntando.
—¿También lo has leído?
Él asintió, diciendo sin pena:
—Me hizo llorar.
Metiendo la mano, cogió otro libro y arrastró sus dedos
por la cubierta.
—Este también es bueno. —Sus grandes ojos parpadearon
hacia mí—. Tienes buen gusto.
Lo miré fijamente.
—Tú lees un montón.
—Usualmente un libro al día.
Mis ojos se abrieron de par en par.
—¿Hablas en serio?
Se encogió de hombros.
—Muchas personas vienen a Río Russian de vacaciones y
muchas veces dejan sus lecturas de vacaciones aquí cuando
se van. La librería consigue un montón y yo tengo un trato
con Sue: yo consigo una primera vista a las donaciones
siempre y cuando las recoja el lunes y las regrese el
miércoles. —Se subió las gafas por el puente de la nariz—.
Una vez, ella consiguió seis libros nuevos de una familia que
estaba de visita durante la semana y los leí todos.
—¿Te leíste todos en tres días? —pregunté—. Eso es una
locura.
Elliot frunció el ceño, entrecerrando sus ojos.
—¿Crees que estoy mintiendo?
—No creo que estés mintiendo. ¿Cuántos años tienes?
—Catorce, desde la semana pasada.
—Te ves más chico.
—Gracias —dijo rotundamente—. Contaba con eso. —
Exhaló, soplando su cabello de su frente.
Una carcajada salió de mí garganta.
—No quise decirlo así.
—¿Cuántos años tienes tú? —preguntó.
—Trece. Mi cumpleaños es el dieciocho de marzo.
Se arregló los lentes en el puente de su nariz.
—¿Estás en secundaria?
—Sí, ¿tú?
Elliot asintió.
—También.
observando.
—Miró
alrededor
del
espacio
vacío,
—¿Qué hacen tus padres? ¿Trabajan en la ciudad?
Sacudí mi cabeza, mordiendo mi labio. Sin darme cuenta,
de verdad había disfrutado hablar con alguien que no sabía
que me quedé sin madre, que no me había visto rota y
desmoronada después de que la perdí.
—Mi papá es dueño de una compañía en Berkeley que
importa y vende cerámica hecha a mano, arte y cosas por el
estilo. —No agregué que todo comenzó cuando empezó a
importar las piezas de cerámica de su padre y se agotaron a
lo loco.
—Genial. ¿Qué hay de…?
—¿Qué hacen tus padres?
Él entrecerró sus ojos ante mi arrebato pero respondió de
todos modos.
—Mi mamá trabaja medio tiempo en la sala de cata en
Toad Hollow. Mi papá es el dentista de la ciudad…
El dentista de la ciudad. ¿El único dentista? Supongo que
no me había dado cuenta de qué tan pequeño era
Healdsburg hasta que dijo eso. En Berkeley, había tres
consultorios de dentistas solamente en mi camino de cuatro
cuadras a la escuela.
—Pero solo trabaja tres días a la semana y te puedes dar
cuenta que no le gusta quedarse quieto. Hace de todo en la
ciudad —dijo Elliot—. Ayuda en el mercado de la granja. Con
las operaciones de algunas vitivinícolas.
—Sí, el vino es un gran negocio por aquí, ¿no? —Me di
cuenta mientras hablaba de cuántas bodegas habíamos
pasado en el camino hacia acá.
—Vino: es lo que hay para cenar —dijo Elliot con una risa.
Y ahí, justo en ese segundo, se sintió como si tuviéramos
una amistad normal.
No había tenido una amistad normal en tres años. Tenía
amigas que dejaron de saber cómo hablarme, o se cansaron
de que estuviera deprimida, o estaban tan centradas en
chicos que ya no teníamos nada en común.
Pero luego lo arruinó.
—¿Tus padres están divorciados?
Aspiré un poco de aire, extrañamente ofendida.
—No.
Inclinó su cabeza y me miró, sin hablar. No necesitaba
señalar que las dos veces que había visitado esta ciudad,
había venido sin una madre.
Solté el aliento en lo que se sintió como una hora
después.
—Mi mamá murió hace tres años.
La verdad reverberó en la habitación y supe que mi
admisión cambió, irrevocablemente, algo entre los dos. Las
cosas simples ya no lo eran: su nueva vecina, una chica,
potencialmente interesante, también potencialmente poco
interesante. Ahora era la chica que había sido dañada
permanentemente de por vida. Era alguien que debía ser
tratada con cuidado.
Sus ojos se habían abierto de par en par detrás de sus
gruesos lentes.
—¿En serio?
Asentí.
¿Deseé no haberle dicho? Un poco. ¿Cuál es el punto de
un retiro de fin de semana si no podía retirarme de la única
verdad que parecía detener mi corazón cada pocos
minutos?
Él miró hacia sus pies, jugando con un hilo perdido en sus
pantalones cortos.
—No sé lo que haría.
—Yo aún no sé qué hacer.
Se quedó callado. Nunca he sabido cómo recuperar una
conversación luego del tema de la madre muerta. Y
tampoco qué era peor: tenerla con un semi desconocido
como él, o tenerla de vuelta en casa con alguien que me
había conocido toda mi vida y que no sabía cómo hablarme
sin una sonrisa falsa o con simpatía.
—¿Cuál es tu palabra preferida?
Sobresaltada, levanté la mirada hacia él, insegura de
haberlo escuchado bien.
—¿Mi palabra favorita?
Asintió con la cabeza, deslizando sus gafas por su nariz
con un rápido y practicado gesto que le hizo parecer
enfadado y luego sorprendido en un solo segundo.
—Tienes siete cajas de libros aquí arriba. Tengo la ligera
sospecha de que te gustan las palabras.
Supongo que nunca había pensado que tendría una
palabra favorita pero, ahora que me preguntó, me gustó un
poco la idea. Dejé que mis ojos perdieran enfoque mientras
pensaba.
—Ranunculus —dije después de un momento.
—¿Qué?
—Ranunculus. Es un tipo de flor. Es una palabra tan rara
pero las flores son tan bonitas, me gusta lo inesperado que
es.
«Eran las favoritas de mi mamá», fue lo que no dije.
—Eso es algo que una chica diría.
—Bueno, soy una chica.
Mantuvo sus ojos en sus pies pero sabía que no estaba
imaginando el brillo de interés que había visto cuando dije
ranunculus. Apuesto que había esperado que dijera
unicornio, margarita o vampiro.
—¿Qué hay de ti? ¿Cuál es tú palabra favorita? Apuesto a
que es tungsteno. O algo como anfibio.
Él torció una sonrisa, respondiendo:
—Regurgitar.
Arrugando mi nariz, lo miré fijamente.
—Es una palabra asquerosa.
Eso lo hizo sonreír aún más.
—Me gusta el sonido de las consonantes fuertes en ella.
Suena casi exacto a lo que verdaderamente significa.
—¿Una onomatopeya?
Yo medio esperaba que unas trompetas hicieran sonar
música reveladora desde un altavoz invisible en la pared por
la forma en la que Elliot me miraba, con los labios
entreabiertos y las gafas deslizándose lentamente por la
nariz.
—Exacto —dijo él.
—No soy una completa idiota, ¿sabes? No tienes que lucir
tan sorprendido porque conozco algunas palabras grandes.
—Nunca pensé que fueras idiota —dijo silenciosamente,
mirando hacia la caja y sacando otro libro para
entregármelo.
Por un largo tiempo, después de que volvimos a nuestro
lento e ineficiente método de desempacar los libros, pude
sentirlo levantar la mirada y mirarme, pequeños destellos
de miradas robadas.
Pretendí que no me daba cuenta.
Capítulo 5
Presente
Miércoles, 4 de octubre
Traducido por Dani Fray
Corregido por ♡Herondale♡
Editado por Banana_mou
Siento como si me hubiera roto unos puntos durante la
noche. Todo dentro de mí se siente como si estuviera en
carne viva, como si me hubiera magullado un órgano
interno. Sobre mí, el techo se ve soso; manchas de agua se
arrastran a lo largo de las grietas de araña en el yeso que
irradian desde la lámpara. El ventilador da vueltas
perezosamente alrededor y alrededor del congelado globo.
Al girar, las hojas cortan el aire imitando la exhalación
rítmica de Sean mientras duerme a mi lado.
Chh.
Chh.
Chh.
Estaba dormido cuando llegué a casa alrededor de las dos
esta mañana. Por una vez, estaba agradecida por las largas
guardias; no sé cómo me hubiera sentado durante la cena
con él y Phoebe cuando todo en lo que podía pensar era en
Elliot apareciendo ayer en el cumpleaños de Saul.
Tuve un momentáneo sentimiento de culpa anoche en el
bus a casa, cuando el caos de mi turno estaba lentamente
desvaneciéndose de mis pensamientos y el encuentro con
Elliot se abrió camino. En una explosión de pánico, me
pregunté qué tan grosero fue de mi parte el no presentarle
a Elliot a Sabrina.
Tan jodidamente rápido regresa, al frente y al centro.
Sean se despierta cuando me muevo para frotarme la
cara, rodando hacia mí, acercándome con su mano
alrededor de mi cadera pero, por primera vez desde que me
besó el pasado mayo, sentí como si estuviera traicionando
algo.
Gimiendo, me alejo y me siento, apoyando los codos en
las rodillas al lado de la cama.
—¿Estás bien bebé? —pregunta, acercándose por detrás y
descansando su barbilla en mi hombro.
Sean ni siquiera sabe sobre Elliot. Lo que es una locura
cuando pienso sobre ello porque, si me voy a casar con él,
debería saber todo sobre mí, ¿no? Incluso si no hemos
estado juntos tanto tiempo, las cosas importantes deberían
de ser habladas de frente, y gran parte de mi adolescencia
no trata de nada más que de Elliot. Sean sabe que crecí en
Berkeley, pasé muchos fines de semana en el país del vino
de Healdsburg y tuve buenos amigos ahí. Pero no tenía idea
de que conocí a Elliot cuando tenía trece, me enamoré de él
cuando tenía catorce y lo empujé fuera de mi vida unos
años después.
Asentí.
—Estoy bien. Solo un poco cansada.
Lo siento voltear su cabeza a mi lado y mirar el reloj, imito
su acción. Son solo las 6:40 y no necesito empezar mis
rondas hasta las 9:00. Dormir es una preciosa comodidad.
«¿Por qué, cerebro, por qué?».
Pasa una mano por su cabello grisáceo.
—Por supuesto, estás cansada. Ven, regresa a la cama.
Cuando dice eso sé que en realidad quiere decir
«Recuéstate y tengamos algo de sexo antes de que Phoebe
se despierte».
El problema es que no me puedo arriesgar a la posibilidad
de que hacer eso con él se sienta incorrecto ahora.
Maldito Elliot.
Solo necesito un par de días de distancia de él, eso es
todo.
Capítulo 6
Pasado
Jueves, 20 de diciembre
Quince años atrás
Traducido por Lilu
Corregido por Nea
Editado por Banana_mou
Nunca había pasado la Navidad fuera de casa pero, a
principios de diciembre de ese primer año en la cabaña,
Papá dijo que íbamos a tener una aventura. Para algunos
padres esto podría significar un viaje a París o un crucero a
algún lugar exótico. Para mi papá, significaban unas fiestas
a la antigua en nuestra nueva casa, encendiendo la
kalendarlys danesa, una vela navideña, y disfrutando del
pato asado, repollo, remolacha y patatas para la cena
navideña.
El día 20 llegamos alrededor de la hora de la cena con
nuestro auto repleto de paquetes y adornos recién
comprados, seguidos de cerca por un hombre del pueblo
con un diente de oro, una pata de palo y un remolque con
nuestro árbol de Navidad recién cortado.
Observé mientras luchaban con el mamut que teníamos
de árbol, preguntándome brevemente si incluso entraría por
nuestra puerta principal. Afuera hacía frío y arrastré los pies
en el suelo para mantenerme caliente. Sin pensar, miré por
encima del hombro hacia la casa Petropoulos.
Las ventanas brillaban, algunas de ellas empañadas por la
condensación. Un flujo constante de humo se elevaba desde
la chimenea torcida, rizándose como una cinta antes de
desaparecer en la oscuridad.
Habíamos estado en la cabaña tres veces desde octubre
y, durante cada visita, Elliot se acercaba a la puerta,
llamaba y Papá lo dejaba subir. Nos tumbábamos en el suelo
de mi armario, convertido poco a poco en una pequeña
biblioteca, y leíamos durante horas.
Pero aún no había visitado su casa. Intenté adivinar qué
habitación era la suya, para imaginar qué podría estar
haciendo. Me pregunté cómo sería la Navidad para ellos, en
una casa con un papá y una mamá, cuatro niños y un perro
que parecía más caballo que canino. Apuesto a que olía a
galletas y a pino recién cortado. Decidí que probablemente
era difícil encontrar un lugar tranquilo para leer.
Apenas llevábamos una hora cuando sonó el viejo timbre
de la puerta. La abrí para encontrar a Elliot y a la señora
Dina sosteniendo un plato de papel cargado con algo
pesado y cubierto con papel aluminio.
—Les trajimos galletas —dijo Elliot, empujando sus gafas
hacia el puente de su nariz. Su boca estaba nuevamente
con aparatos. Su rostro estaba cubierto por una red
metálica de arneses.
Lo miré con los ojos muy abiertos y él me miró con el ceño
fruncido y las mejillas enrojecidas.
—Concéntrate en las galletas, Macy.
—¿Tenemos invitados, min lille blomst6? —preguntó Papá
desde la cocina. En su voz escuché la leve desaprobación; el
tácito «¿El chico no puede esperar hasta mañana?».
—No me quedaré, Duncan —gritó la señora Dina—. Solo
pasaba para dejar estas galletas, pero manda a Elliot a casa
cuando estén listos para comer, ¿está bien?
—La cena está casi lista —dijo papá en respuesta, con voz
tranquila ocultando cualquier reacción externa a cualquiera
que no lo conociera tan bien como yo.
Caminé hacia la cocina y deslicé el plato de galletas a su
lado en la isla. Una ofrenda de paz.
—Vamos a leer —le dije—. ¿Está bien?
Papá me miró, luego miró las galletas y cedió.
—Treinta minutos.
Elliot vino de buena gana, siguiéndome más allá del
enorme árbol y subiendo las escaleras.
La música navideña se filtró por el rellano abierto de la
cocina pero se desvaneció cuando entramos al armario. En
el tiempo transcurrido desde que compramos la casa, Papá
había cubierto las paredes con estantes y había agregado
un puf en la esquina, frente al pequeño sofá tipo futón
frente a la pared. Los almohadones de la casa estaban
esparcidos por todos lados y comenzaba a sentirse
acogedor, como el interior de la botella de un genio.
Cerré la puerta detrás de nosotros.
—Así que, ¿qué pasa con los nuevos aparatos? —
pregunté, señalando su rostro. Él se encogió de hombros,
pero no dijo nada—. ¿Tienes que usar la máscara todo el
tiempo?
—Es un aparato extraoral, Macy. Usualmente solo cuando
duermo, pero he decidido que quiero quitármelos pronto.
—¿Por qué?
Me miró fijamente y, sí, lo entendí.
—¿Son molestos? —pregunté.
Su rostro se torció en una sonrisa sarcástica.
—¿Se ven cómodos?
—No. Se ven dolorosos y nerds.
—Tú eres dolorosa y nerd —bromeó.
Me tumbé en el puf con un libro y lo observé mientras
miraba las estanterías.
—¿Tienes todos los libros de Ana de las tejas verdes? —
dijo.
—Sí.
—Nunca los leí. —Sacó uno de la fila y se acurrucó en el
futón—. ¿Palabra favorita?
Ya este ritual parecía salir de él y entrar en la habitación.
Esta vez ni siquiera me tomó desprevenida. Mirando hacia
mi libro, pensé por un segundo antes de contestar.
—Silencioso. ¿Y tú?
—Caqui.
Sin más conversación comenzamos a leer.
—¿Es difícil? —preguntó Elliot repentinamente y levanté la
vista para encontrarme con sus ojos: ámbar, profundos y
ansiosos. Se aclaró la garganta torpemente—. ¿Las fiestas
sin tu mamá?
Me sorprendió tanto la pregunta que parpadeé
rápidamente. Por dentro, le rogué que no preguntara más.
Incluso tres años después de su muerte, el rostro de mi
madre nadaba continuamente en mis pensamientos: sus
danzantes ojos grises, el cabello negro y grueso, la piel
morena y su sonrisa ladeada que me despertaba todas las
mañanas hasta la primera que se perdió. Cada vez que
miraba el espejo la veía a ella reflejada en mí. Así que sí,
difícil no lo abarcaba. Difícil era como describir una montaña
como un bulto, como describir el océano como un charco.
Y ninguna de esas cosas podría contener mis sentimientos
sobre la Navidad sin ella.
Me observó de una manera cuidadosa.
—Si mi mamá muriera, las fiestas serían duras.
Sentí mi estómago apretado, mi garganta ardiendo,
preguntando.
—¿Por qué? —Aunque no lo necesitaba.
—Porque les da mucha importancia. ¿No es lo que hacen
las mamás? —Me tragué un sollozo y asentí con fuerza—.
¿Qué haría tu mamá?
—No puedes preguntar cosas así. —Me puse de espaldas
y miré al techo.
Su disculpa salió en un repentino estallido.
—¡Lo lamento!
Ahora me siento como una idiota.
—Además, sabes que estoy bien. —Incluso solo decirlo
respaldaba el emocional camión de dieciocho ruedas. Sentí
que las lágrimas bajaban por mi garganta—. Han pasado
casi cuatro años. No tenemos que hablar de eso.
—Pero podemos.
Tragué de nuevo y luego miré la pared, duro.
—Ella comenzaba la navidad de la misma manera todos
los años. Hacía muffins de arándanos y jugo de naranja
natural. —Las palabras salieron en un staccato de pájaro
carpintero—. Comíamos frente a la chimenea, abriendo
calcetines mientras ella y papá me contaban historias de su
infancia hasta que finalmente comenzábamos a inventarnos
historias locas. Los tres empezábamos a cocinar el pato y
luego abríamos los regalos. Y después de la cena, nos
acurrucábamos frente a la chimenea y leíamos.
Su voz era apenas audible.
—Suena perfecto.
—Lo era —estuve de acuerdo, más suavemente ahora,
perdida en el recuerdo—. Mamá también amaba los libros.
Cada regalo era un libro, o un diario, o bolígrafos geniales, o
papel. Y ella leyó de todo. Como, todos los libros que vi en
las mesas de la librería, ella ya los había leído.
—Parece que me hubiera gustado mucho tu mamá.
—Todos la amaban —le dije—. Ella no tenía mucha familia,
sus padres también murieron cuando ella era joven pero
juro que todos los que conoció la reclamaron como propia.
Y todos ellos ahora se tambaleaban como peces fuera del
agua sin ella. Sin saber qué hacer por nosotros, sin saber
cómo navegar por la tranquila reserva de papá.
—¿Ella trabajaba? —preguntó Elliot.
—Era compradora de Books Inc.
—Wow. ¿En serio? —Parecía impresionado de que ella
formara parte de un minorista tan grande de la zona de la
bahía, pero por dentro sabía que ella se había cansado de
eso. Siempre quiso tener su propia tienda. Solo cuando
empezó a enfermar, ella y papá estuvieron en condiciones
de pagarla—. ¿Es por eso que tu papá está construyendo
este armario para ti?
Sacudí la cabeza, pero la idea no se me había ocurrido
hasta que él lo dijo.
—No creo. Tal vez.
—Tal vez quería un lugar donde pudieras sentirte cerca de
ella.
Seguía sacudiendo la cabeza. Papá sabía que no podía
pensar aún más en mamá. Y tampoco quiso ayudarme a
pensar menos en ella. No ayudaría. Así como contener la
respiración no cambia la necesidad de oxígeno de tu cuerpo.
Y como si lo hubiera dicho en voz alta, preguntó:
—Pero ¿piensas más en ella cuando estás aquí?
«Por supuesto», pensé, pero lo ignoré, jugueteando
nerviosamente con el borde de la manta que colgaba del
costado del puf. «Pienso en ella en todas partes. Ella está en
todas partes, en cada momento, y también no está en
ningún momento. Se perderá cada uno de mis momentos y
no sé para quién es más difícil: para mí sobrevivir aquí sin
ella, o para ella sin mí, existiendo donde quiera que esté».
—¿Macy?
—Qué.
—¿Piensas en ella aquí? ¿Es por eso por lo que amas esta
habitación?
—Amo esta habitación porque amo leer.
«Y porque cuando encuentro ese libro que me hace
perderme durante una hora, quizás más, me olvido».
«Y porque papá piensa en mamá cada vez que me
compra un libro».
«Y porque estás aquí y me siento mil veces menos sola
contigo».
—Pero…
—Por favor, detente. —Apreté los ojos, sintiendo cómo me
sudaban las manos, cómo se me aceleraba el corazón,
cómo se me hacía un nudo en el estómago por todos los
sentimientos que a veces me parecían demasiado grandes
para mi cuerpo.
—¿Alguna vez lloras por ella?
—¿Estás bromeando? —jadeé y sus ojos se abrieron de
par en par, pero no se echó atrás.
—Es que es Navidad —dijo en voz baja—. Y cuando mi
mamá horneaba las galletas antes, me di cuenta de lo
familiar que era. Debe ser raro para ti, eso es todo.
—Sí.
Se inclinó, tratando de que lo mirara.
—Solo quiero que sepas que puedes hablar conmigo.
—No necesito hablar de esto.
Se sentó, me observó durante unos momentos más en
silencio y luego volvió a su libro.
Capítulo 7
Presente
Miércoles, 4 de octubre
Traducido por Nicola♡
Corregido por Nea
Editado por Banana_mou
Dejo el cómodo calor de la cama y me arrastro hacia la
cocina besando la parte superior de la cabeza de una
maraña café. A estas alturas Sean ya debería saber que no
podemos ser escurridizos en las mañanas: Phoebe siempre
se levanta antes que nosotros de todas maneras.
Phoebs es una niña de ensueño. Tiene seis años, es
inteligente y cariñosa, y bulliciosa de una manera que me
habla un poco de su madre, porque su padre es toda la
calma contenida. Quién diablos sabe dónde está Ashley, su
madre irresponsable, pero me apuñala ver a Phoebe crecer
sin ella. Al menos yo tuve diez años con mamá y su
desaparición de mi vida no se siente como una traición.
Phoebe solo tuvo tres antes de que Ashley se fuera a un
retiro de fin de semana por su trabajo en la banca de
inversión y volviera a casa con un gusto por la cocaína que
se convirtió en un anhelo por el crack, lo que finalmente la
llevó a dejarlo todo por los speedballs7. ¿En qué momento
Sean se verá obligado a decirle a su hija perfecta que su
madre amaba las drogas más que a ellos?
Recuerdo salir de su habitación la mañana siguiente de
nuestro primer ligue achispado para encontrar a Phoebe
sentada en la mesa de la cocina comiendo Rice Chex, el
cabello hecho en coletas torcidas, vistiendo medias
disparejas, mallas de cachorrito y un suéter de lunares. En
su bruma de coqueteo, Sean no había mencionado que
tenía una niña. Trato de verlo más como una prueba de
cuán magníficos se veían mis pechos en ese suéter azul,
que una enorme y estúpida omisión por su parte.
Esa mañana, ella me miró, los ojos lo suficientemente
amplios como para confirmar lo que él me dijo la noche
anterior, que no había traído a una mujer a casa con él en
tres años, y preguntó si era una nueva compañera de
cuarto.
¿Cómo podría haberle dicho que no a unas mallas de
cachorrito y coletas torcidas? He estado ahí cada noche
desde entonces.
No es un sacrificio en realidad. Sean es un ensueño en la
cama, despreocupado y prepara una buena taza de café. A
los cuarenta y dos, también es financieramente estable, lo
que contribuye en gran medida cuando estás sometida a
una presión por los préstamos de la escuela de medicina. Y
quizás fue inicialmente el alcohol, pero el sexo con él fue
solo el segundo sexo de mi vida que inmediatamente
después no se sintió como si hubiese enviado algo valioso a
estrellarse contra el piso.
—¿Chex? —le pregunto, buscando a tientas el filtro de
café sobre el lavabo.
—Sí, por favor.
—¿Dormiste bien?
Ella da un pequeño gruñido de afirmación y luego,
después de un minuto, murmura:
—Estaba caliente.
Así que no solo era la respuesta claustrofóbica de mi
cuerpo al ver a Elliot y despertar junto a Sean; su papá ha
estado peleando con el termostato de nuevo. Ese hombre
nació para el clima del centro de Texas, no del Área de la
Bahía. Me muevo a través de la habitación, apagando la
calefacción.
—Pensé que anoche estabas en el Servicio de Calentar a
Papá.
Phoebe se ríe.
—Él se escabulló de mí.
El sonido de la ducha encendiéndose llega a la cocina y
siento como si me hubiesen dado un desafío en un concurso
con una alarma en conteo regresivo: ¡Sal de la casa en los
siguientes dos minutos!
Sirvo el cereal de Phoebe, troto a la habitación, me pongo
un uniforme limpio, vierto mi café, me pongo los zapatos y
planto un beso más en la cabeza de Phoebe antes de salir
por la puerta.
Es descabellado −al menos me hace sonar loca− pero si
Sean me preguntase por mi día de ayer, sé que sin duda
todo saldría disparado.
«Vi a Elliot Petropoulos ayer por primera vez en
exactamente casi once años y me di cuenta de que todavía
sigo enamorada de él y probablemente siempre lo estaré.
¿Todavía te quieres casar conmigo?».
❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿
Desafortunadamente, «un par de días de distancia» no
parece estar en las cartas: Elliot está esperando afuera del
hospital cuando camino por la colina desde la parada del
bus.
No es acertado decir que mi corazón se detiene porque en
realidad siento su existencia intensamente, un miembro
fantasma. Mi corazón se aprieta y luego cobra vida,
golpeándome brutalmente desde adentro. Pauso mis pasos
y trato de averiguar qué decir. La irritación estalla en mí. Él
no puede ser culpado por aparecer en la casa de Saul
cuando yo estaba ahí ayer, pero hoy es suya.
—Elliot.
Él se gira cuando digo su nombre y su postura se desinfla
un poco por el alivio.
—Esperaba que hoy aparecieras pronto.
¿Pronto?
Lo observo mientras me acerco, ojos entrecerrados.
Deteniéndome a unos pocos pies de donde él está parado,
manos hundidas en los bolsillos de sus jeans negros,
pregunto:
—¿Cómo sabías dónde y a qué hora se supone que
trabajo?
La culpa vacía el color de sus mejillas.
—La esposa de George trabaja en recepción ahí. —
Levanta su quijada, indicando a la mujer que está sentada
justo adentro de las puertas corredizas y a quién he visto
cada mañana durante los últimos meses.
—Su nombre es Liz —confirmo rotundamente, recordando
las tres letras grabadas en su etiqueta plástica azul para
nombres.
—Sí —dice en voz baja—. Liz Petropoulos.
Me rio con incredulidad. Bajo ninguna otra circunstancia
puedo imaginarme a un trabajador administrativo dando
información sobre el horario de trabajo de una médico. La
gente se vuelve muy irrazonable cuando un ser querido se
enferma. Haz a ese ser querido un niño y olvídate de ello.
Incluso en el poco tiempo que he estado trabajando aquí, he
visto a padres ir detrás de los doctores que fallaron en curar
a sus hijos.
Elliot me observa sin parpadear.
—Liz sabe que no soy peligroso, Macy.
—Ella podría estar despedida. Soy una médica en
pediatría crítica. Ella no puede solo dar mi información, ni
siquiera si es su propia familia.
—Está bien, mierda. No debería haber hecho eso —dice,
genuinamente arrepentido—. Mira. Trabajo a las diez. Yo…
—Entrecerrando los ojos más allá de mi por Mariposa, dice
—: Esperaba que tuviésemos tiempo para hablar un poco
antes de eso. —Cuando no digo nada en respuesta, se
inclina para mirarme a los ojos, presionando—. ¿Tienes
tiempo?
Lo miro y nuestros ojos se enganchan, cavándome en un
túnel de regreso a todas las otras veces que compartimos
un intenso y silencioso intercambio. Incluso muchos años
después, pienso que podemos leernos tan malditamente
bien.
Rompiendo la conexión, echo una mirada a mi reloj. Es
justo después de las siete y media. Y a pesar de que nadie
arriba se quejaría si me presentase a trabajar una hora y
media antes de lo que está previsto, Elliot sabría que, si
digo que tengo que entrar, estaría mintiendo.
—Sí —le digo—. Tengo cerca de una hora.
Él ladea su cabeza, lentamente la inclina hacia la derecha
y, mientras una sonrisa curva su boca, arrastra los pies para
dar un paso, luego otro, como si me atrajese con su ternura.
—¿Café? —Su sonrisa crece y me doy cuenta de cuán
parejos están sus dientes. Un destello de Elliot a los catorce,
usando una máscara extra oral, corre a través de mis
pensamientos—. ¿Panadería? ¿Comida rápida?
Señalo a la siguiente cuadra y al pequeño café de cuatro
mesas que ya tiene que estar invadido con residentes y
ansiosos miembros de familia esperando por noticias
después de la cirugía.
Adentro está caliente, bordeando lo demasiado caliente,
el tema de mi mañana, y todavía hay dos mesas vacías
enfrente de nosotros. Sentándonos, tomamos los menús y
leemos detenidamente en un silencio tenso.
—¿Qué es bueno? —pregunta.
Me rio.
—Nunca he desayunado aquí.
Elliot me mira, pestañea pausadamente y algo en mi
estómago se derrite en un líquido caliente que se extiende
más abajo. Lo que es raro, me doy cuenta, es que Elliot y yo
comimos fuera solo un puñado de veces, y nunca solos.
—Usualmente devoro un pastelito o una rosquilla de la
cafetería. —Rompo el contacto visual y me decido por el
yogurt y la granola semi-fría antes de bajar el menú—.
Apuesto a que todo es muy sabroso.
Disimuladamente, lo observo leer, sus ojos rápidamente
escaneando a través de las palabras. Elliot y las palabras.
Mantequilla de maní y chocolate. Café y bizcocho. Ama las
combinaciones hechas en el cielo.
Levanta el brazo, rascándose el cuello perezosamente
mientras canturrea.
—¿Huevos o panqueques? ¿Huevos o panqueques?
Mientras se inclina hacia adelante en un codo, el músculo
de su hombro se tensa debajo de su camiseta de algodón.
Frota un dedo hacia adelante y hacia atrás justo debajo de
su labio inferior. Su teléfono zumba cerca de su brazo pero
lo ignora.
«Ten piedad». El único pensamiento que tengo,
sorprendente y sin aliento, es que Elliot se ha convertido en
un hombre que sabe cómo usar su cuerpo. No lo noté ayer,
no pude.
Mientras sonríe con su decisión,
mientras desliza el menú con cuidado de vuelta en el
sostenedor,
mientras agarra su servilleta y la coloca cuidadosamente
sobre su regazo,
mientras me mira, frunciendo sus labios con un poco de
felicidad,
de repente me siento agradecida por los once años
intermedios, porque ¿cómo habría notado todas estas
pequeñas cosas de otra manera? O ¿se habrían mezclado,
difuminado, conocido como la constelación de pequeños
gestos que lentamente se convierten en Elliot?
Parpadeo cuando nuestra mesera viene a la mesa a tomar
nuestra orden.
Cuando se va, él se inclina de nuevo.
—¿Es posible que me pongas al corriente de una década
en el desayuno?
Los recuerdos se enredan en mis pensamientos: dejar el
colegio en una bruma. Vivir en la residencia con Sabrina y,
después, en un pequeño apartamento fuera del campus que
siempre parecía estar lleno de libros y botellas de cerveza y
nubes de humo de marihuana. Mudarme con ella a
Baltimore para la escuela de medicina y las largas noches
que pasé pseudo-rezando para quedar en la UCSF y así
poder vivir cerca de casa de nuevo, incluso si la casa estaba
vacía. ¿Cómo uno comprime una vida en el tiempo que
toma compartir una taza de café?
—Mirando hacia atrás, no se siente tan ajetreada —digo—.
Universidad. Escuela de medicina.
—Bueno, y amigos y amantes, alegría y pérdida, asumo —
dice, dando con el clavo directamente en la cabeza. Su
expresión se endereza con reconocimiento.
Un silencio incómodo crece como un cañón entre
nosotros.
—No quise decir nosotros —dice, añadiendo en un
murmullo—, necesariamente.
Con una risa seca, me reclino en mi asiento.
—No he estado marinando en los malos sentimientos, Ell.
Wow, eso es una mentira.
Cuando su teléfono vibra de nuevo junto a él, lo rechaza.
—¿Por qué no llamar entonces?
—Muchas cosas pasaron. —Me muevo un poco hacia atrás
de nuevo en mi asiento mientras llegan nuestras bebidas.
Sus cejas se inclinan hacia abajo con una confusión
justificable. Le acabo de decir que mi vida era
esencialmente rutinaria y sencilla, pero luego que mucho
sucedió para molestarme en llamarlo.
Mi mente se desplaza por un calendario de años
transcurridos, y otra ácida información pasa sobre mí. Elliot
cumple veintinueve años mañana. Me he perdido casi todos
sus veinte.
—Feliz cumpleaños adelantado, por cierto —digo en voz
baja.
Sus ojos se suavizan, la boca curvándose en los bordes.
—Gracias, Mace.
El 5 de octubre siempre ha sido un día duro para mí. ¿Qué
se sentirá este año, ahora que he puesto mis ojos en él?
Ahueco mis manos alrededor de mi taza caliente,
cambiando el tema.
—¿Qué hay de ti? ¿Qué has hecho?
Se encoge de hombros y sorbe de su capuchino, pasando
un dedo despreocupado a través de su labio superior
cuando queda con espuma. La evidente comodidad en su
propio cuerpo causa un renovado calor que ondula a través
del mío. Nunca he conocido a alguien tan plenamente él
mismo como Elliot.
—Me gradué pronto de Cal —dice—, y me mudé a
Manhattan por un par de años.
Esto presiona el botón de parada en mi cerebro. Elliot
personifica a Carolina del Norte con todo su caos greñudo.
No lo puedo imaginar en Nueva York.
—¿Manhattan? —repito.
Él se ríe.
—Lo sé. Locura total. Pero es el tipo de lugar que solo
podía soportar en mis veinte. Después de unos pocos años
ahí, me interné en una agencia literaria por un tiempo, pero
no lo amaba. Volví aquí hace casi dos años y empecé a
trabajar para un grupo de alfabetización sin fines de lucro.
Todavía estoy ahí un par de días a la semana, pero…
empecé a escribir una novela. Está yendo realmente bien.
—Escribir
imaginado?
un
libro.
—Sonrío—.
¿Quién
lo
habría
Él se ríe más fuerte esta vez, y el sonido es cálido y
creciente.
—¿Todos?
Me encuentro mordiéndome ambos labios para refrenar
mi sonrisa y su expresión lentamente se endereza.
—¿Te puedo preguntar algo? —pregunta.
—Seguro.
—¿Qué te hizo decidir venir conmigo esta mañana?
Realmente no necesito señalar que él hizo su camino en
mi horario, porque sé que eso no es en realidad lo que él
quiere decir. Lo que dijo sobre Liz es cierto; todos sabemos
que Elliot no es peligroso. Le pude haber dicho que se fuera
a casa y que no me contactase de nuevo y habría
escuchado.
Así que, ¿por qué no lo hice?
—No tengo idea. No creo que haya sido capaz de decirte
que no dos veces.
Le gusta esa respuesta. Una pequeña sonrisa curva su
boca y la nostalgia inunda mis venas.
—Fuiste a la escuela de medicina en Hopkins —dice con
un asombro silencioso en su voz—. Licenciada en Tufts.
Estoy tan orgulloso de ti, Mace.
Mis ojos se amplían en entendimiento.
—Rata. ¿Me Googleaste?
—¿Tú no me Googleaste? —replica—. Vamos, ese es el
paso uno después de una guardia.
—Llego a casa del trabajo a las dos de la mañana. Caigo
de cara en la almohada. No sé si me he cepillado los dientes
en esta semana.
Su sonrisa es tan genuinamente feliz, que funciona como
una chirriante bisagra dentro de mí.
—¿Siempre fue tu plan mudarte de regreso aquí, o fue
solo donde fuiste emparejada?
—Esta fue mi primera opción.
—Querías estar cerca de Duncan. —Está asintiendo con su
cabeza como si esto tuviese perfecto sentido y eso me
apuñala—. ¿Cuándo murió?
—¿Fue siempre tú plan mudarte de regreso aquí?
Lo puedo ver trabajando a través de mi desviación, pero
toma una respiración profunda y la deja salir lentamente.
—Mi plan siempre ha sido vivir donde sea que tú estés.
Ese plan falló, pero descubrí que mis probabilidades de
verte de nuevo eran muy buenas de vuelta en Berkeley.
Esto me desconcierta. Como si fuese un ladrillo y hubiese
sido lanzada a la ventana de vidrio.
—Oh.
—Sabías eso. Tenías que haber sabido que estaría aquí,
esperando.
Trago un sorbo de agua rápidamente para responder.
—No creo que hubiese sabido que tú todavía esperabas
que yo…
—Te amé.
Asiento rápidamente ante este bombazo de interrupción,
buscando el rescate de nuestra camarera trayendo comida.
Pero ella no está aquí.
—Tú también me amaste, lo sabes —dice en voz baja—.
Lo era todo.
Me siento como si hubiese sido empujada y apartada un
poco de la mesa, pero él se inclina.
—Lo siento. Esto es muy intenso. Solo estoy aterrado de
no tener la oportunidad de decirlo.
Su teléfono salta a través de la mesa de nuevo,
zumbando.
—¿Necesitas atender eso? —pregunto.
Elliot restriega su cara y luego se reclina en su silla, ojos
cerrados, rostro inclinado hacia el techo. Es solo ahora que
me doy cuenta de lo barbudo que está, cuán cansado luce.
Me recuesto hacia atrás.
—Elliot, ¿está todo bien?
El asiente, enderezándose.
—Sí, estoy bien. —Mirándome por un prolongado
momento él parece decidir contarme qué está pasando en
su mente—: Rompí con mi novia anoche. Está llamando. Ella
cree que creo que quiere hablar, pero en realidad creo que
solo quiere gritarme. No se sentirá muy bien después así
que nos lo estoy ahorrando a ambos por ahora.
Me trago un enorme nudo en mi garganta.
—¿Rompiste con ella anoche?
Él asiente, jugando con el envoltorio de la pajilla y
agradeciendo a la camarera en voz baja mientras deposita
nuestra comida en frente de nosotros. Cuando se va, él
admite en voz baja:
—Tú eres el amor de mi vida. Asumí que te superaría con
el tiempo pero ¿verte ayer? —Sacude su cabeza—. No pude
ir a casa con alguien más y pretender que la amaba con
todo lo que tengo.
Las náuseas me atraviesan. Honestamente no sé ni
siquiera cómo traducir esta pesada emoción en mi pecho.
¿Es que me veo reflejada tan intensamente con lo que está
diciendo pero soy mucho más cobarde? ¿O es lo contrario,
que lo he superado, encontrado a alguien y no quiero la
intromisión de Elliot en mi fácil y sencilla vida?
—Macy —dice, más urgentemente ahora y abre su boca
para continuar pero otro gatillo se ha apretado, otro desafío
del concurso. Busco mi billetera, compitiendo con el
zumbido, pero esta vez Elliot me detiene, atrapando mi
brazo en su agarre suave, sus mejillas rosadas por la ira—.
No puedes hacer esto. Solo no puedes correr
constantemente de esta conversación. Han sido once años
en ciernes. —Inclinándose, aprieta su mandíbula mientras
añade—: Sé que metí la pata, pero ¿fue tan malo? ¿Tan malo
que tú solo desapareciste?
No, no lo fue. No al principio.
—Esto —digo, mirando alrededor de nosotros—, es una
idea terrible. Y no por tu pasado. Está bien, sí, en parte es
eso, pero también son los años transcurridos desde
entonces. —Me encuentro con su mirada—. Tú rompiste con
tu novia anoche después de verme por dos minutos. Elliot,
me voy a casar.
Él suelta mi brazo, parpadeando un par de veces y parece
−por primera vez he sido testigo de esto−, que no tiene
palabras.
—Me voy a casar… y hay mucho que tú no sabes —le digo
—. Y mucho de eso no es tu culpa, pero esto… —explico y
agito un dedo hacia atrás y hacia adelante en el pequeño
espacio que nos separa a través de la mesa—, ¿entre
nosotros? Es una mierda que se acabó y también me duele.
Pero se terminó, Ell.
Capítulo 8
Pasado
Viernes, 21 de diciembre
Hace quince años
Traducido por Haze
Corregido por ♡Herondale♡
Editado por Banana_mou
Como si papá supiera que yo estaba sensible después de
la conversación sobre «Navidad Sin Mamá» con Elliot,
estuvo incluso más callado de lo habitual en la cena del
jueves por la noche.
—¿Quieres ir a Goat Rock mañana? —preguntó cuando
terminó su pollo.
Goat Rock, la playa ventosa donde el Russian River choca
con el Océano Pacífico. Es notoriamente fría, con una
peligrosa corriente de resaca8 que hace que la playa sea
insegura para incluso meterse en el agua, y hay tanta arena
en el aire que es casi imposible asar hot-dogs.
Me encantó.
A veces, leones marinos y focas elefante holgazaneaban
en la desembocadura del río. Las algas oscuras e
irrealmente translúcidas bañaban la orilla cargadas de sal.
Su extravagancia era de otro mundo. Las dunas de arena
salpicaban la costa y en el centro de la playa, en un
estrecho istmo, estaba una solitaria roca gigante que
sobresalía más de treinta metros como si hubiera sido
aventada allí.
—Podrías invitar a Elliot, si quieres —agregó.
Lo miré y asentí.
❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿
Durante todo el viaje hasta allí Elliot estaba inquieto. Se
movió en su asiento, tiró del cinturón de seguridad, se pasó
la mano por el pelo y se tocaba la gorra. Después de unos
diez minutos, dejé de intentar concentrarme en mi libro.
—¿Qué tienes? —siseé desde el asiento trasero.
Miró a papá en el asiento del conductor y luego a mí.
—Nada.
Sentí más de lo que vi a papá mirando por el espejo
retrovisor para ver qué estaba pasando en el asiento
trasero.
Me quedé mirando las manos de Elliot, ahora tomando
entre ellas la correa de su mochila para jugar. Se veían
diferentes. Más grandes. Aún se veía muy delgado, pero
también me sentía tan cómoda con su torpeza que ya no lo
notaba a menos que realmente le pusiera atención.
Papá se detuvo en el estacionamiento y salimos,
sorprendidos por cómo el viento casi nos derriba. Nos
pusimos los abrigos de un tirón, tapándonos las orejas con
las gorras.
—No bajen más allá de la roca —dijo papá, sacando su
propio vicio –un paquete de cigarrillos daneses– de su
bolsillo. Nunca fumó cerca de mí; oficialmente dejó de fumar
tan pronto como mamá se enteró de que estaba
embarazada. El viento empujó su cabello rubio sobre su
rostro y él lo sacudió, mirándome con los ojos
entrecerrados, diciendo sin palabras, «¿estás bien esto?».
Asentí. Se metió un cigarrillo entre los labios y agregó.
—Y al menos a cinco metros de distancia de las focas.
Elliot y yo caminamos penosamente por una duna de
arena, parados en la cima, y miramos hacia el océano.
—Tu padre me intimida muchísimo.
Me reí.
—¿Porque es alto?
—Alto —concordó—. Y callado. Tiene una presencia
bastante dominante.
—Simplemente dice mucho más con los ojos que con la
boca.
—Desafortunadamente para mí, no hablo danés ocular.
Me reí de nuevo y vi el perfil de Elliot mientras observaba
las olas rompiendo.
—No sabía que fumaba —dijo.
—Solo un par de veces al año. Supongo que es su lujo
privado.
Elliot asintió y soltó:
—Está bien, mira. Te traje un regalo de Navidad.
Gruñí.
—Siempre agradecida Macy. —Con una sonrisa comenzó a
caminar de regreso por el otro lado de la duna de arena
hacia la playa y, en ese momento, noté un pequeño
paquete envuelto debajo de su brazo. Caminamos a través
de arena gruesa, madera flotante y pequeñas colinas de
algas antes de llegar a un pequeño valle, protegido en su
mayoría del viento.
Sentado, colocó el paquete en ambas manos y lo miró
fijamente. Por la forma, me di cuenta de que era un libro.
—No esperaba que tú me regalaras nada —dijo, nervioso
—. Siempre estoy pasando el rato en tu casa los fines de
semana que estás aquí, así que siento que te debo una.
—No me debes nada. —Hice mi mayor esfuerzo para
aplastar la emoción que sentí de que me trajera un libro. No
solo porque es lo que hacíamos juntos, leer, sino por lo que
le dije anoche, sobre mamá y los regalos—. Sabes que
siempre puedes venir. No tengo hermanos. Solo somos papá
y yo.
—Bueno —dijo, entregándome el paquete—, a lo mejor es
por eso que conseguí esto.
Curiosa, abrí el papel y miré hacia abajo. Casi pierdo la
envoltura por culpa de una brutal ráfaga de viento.
«Puente a Terabithia».
—¿Lo has leído? —preguntó Elliot.
Negué con la cabeza y me aparté el pelo de la cara.
—He escuchado sobre él. —Lo vi exhalar tranquilamente,
con alivio—. Creo.
Asintió y parecía más tranquilo, se inclinó para recoger
una piedra y arrojarla al oleaje.
—Gracias —le dije, aunque no estaba segura de que me
escuchara por encima del rugido del océano.
Elliot miró hacia arriba y me sonrió.
—Espero que te guste tanto como a mí. Siento que yo
podría ser tu May Belle.
Capítulo 9
Presente
Jueves, 5 de octubre
Traducido por Haze
Corregido por ♡Herondale♡
Editado por Banana_mou
Mi teléfono vibra en mi maletín en el autobús,
despertándome, convenientemente, a solo una cuadra de
mi parada.
Lo saco, dándome cuenta de que, de nuevo, son casi las
dos de la mañana y estoy mirando la carita de Viv en la
pantalla.
—¡Viv, aprendiste a usar la tecnología tan rápido! —digo,
levantándome para poner mi bolso sobre mi hombro y hacer
mi camino inestable por el estrecho pasillo del autobús.
Sabrina se ríe al otro lado de la línea.
—Robé salvajemente tu teléfono cuando fuiste a pedir
comida y cambié mi foto de perfil. Tus contraseñas son tan
adorablemente predecibles.
Gruño, tratando de molestarme pero, en realidad, solo dos
personas sabrían el pin de cuatro dígitos que uso para casi
todo: Sabrina y Elliot. Es mi número de la suerte, el quince,
repetido.
—La cambiaré —le digo, agradeciendo al conductor del
autobús con una sonrisa que ignora mientras bajo y salgo a
mi calle.
—No lo hagas —advierte Sabrina—. La olvidarás.
—Quiero que sepas que soy genial con los números.
Silencio es la respuesta al otro lado de la línea, y corrijo:
—Al menos el tipo de números matemáticos, cuando
están justo frente a mí y tengo un lápiz. —Miro hacia la
empinada colina que todavía tengo que subir antes de
poder acostarme—. ¿Llamaste solo para acosarme? ¿Qué
estás haciendo despierta?
—Obviamente estoy alimentando a la bebé. Supuse que
estarías camino a casa. Llamé para ver cómo estabas.
Huiste ayer.
Asintiendo con la cabeza, comienzo mi lento camino
cuesta arriba. El aire está denso por la humedad y la
pendiente, después del día que tuve, se siente casi vertical.
—Elliot me alcanzó en la acera.
—Me lo imaginé cuando salió corriendo de allí.
—No estaba muy feliz conmigo por… ya sabes, perder el
contacto. —La escucho burlarse tranquilamente.
—¿«Perder el contacto»? —repite—. ¿Es así como quieres
decirle?
Haciendo caso omiso de esto, digo:
—Hoy me ha vuelto a localizar. Rompió con su novia
anoche después de verme.
Sabrina arrulla a través de la línea y dejo de caminar.
—¿Qué es ese ruido que estás haciendo? —pregunto.
—Es dulce, eso es todo.
—¿Estás de su lado?
Su pequeño momento de silencio comunica la magnitud
de su incredulidad.
—¿Me estás diciendo que realmente no sufriste un
desmayo cuando te dijo eso?
—Simplemente no te gusta Sean.
—No seas ridícula. Él es el primer chico que se las arregló
para durar más de tres citas, por supuesto que me gusta. Se
merece mi estima por batir ese récord.
Estoy tan cansada que puedo sentir lo irrazonable que
sueno. Una tensa actitud defensiva se eleva en mi pecho,
acelerando mi pulso.
—Está bien, déjame ser más clara: no quieres que me
case con Sean.
—Macy, cariño, no quiero que te cases con Sean aún, eso
es cierto. Pero eso no tiene nada que ver con que yo
también quiera que vuelvas a reconectar con Elliot. Te
adoro, lo sabes, pero me has contado cómo fue cuando tu
mamá murió. Lo duro que trabajaste para alejar a todos; el
elefante en la habitación del que claramente podríamos
hablar, si tienes tiempo...
—Sabrina.
—Mi punto es que nunca pudiste dejar fuera a Elliot. Él es
tu alma gemela. ¿Crees que no lo sé?
Asiento, caminando de nuevo. He estado de pie durante
tanto tiempo que mis dedos están entumecidos en mis
zapatos. Básicamente estoy arrastrando los pies lentamente
cuesta arriba.
—Estoy tan cansada.
—Oh, cariño —dice con suavidad.
—Y hay algo más —digo, dudando.
—¿Sí?
—Él no sabía nada de mi papá. —La verdad sobre eso aún
me carcome.
Sabrina jadea.
—¿Qué?
—Lo sé. Esa parte es totalmente mi culpa, lo entiendo. —
Me froto la cara—. Simplemente asumí que se habría
enterado... por los rumores.
Ella se queda en silencio y es el silencio lo que casi me
rompe porque, mierda, soy un monstruo. Sabrina debe estar
pensando por milésima vez que estoy muerta por dentro.
—¿Estarías bien si sus padres murieran —comienza
lentamente—, y él no tratara, al menos, de ponerse en
contacto contigo?
Los ojos cálidos de la señorita Dina y su rostro suave con
hoyuelos profundos parpadean en mis pensamientos,
enviando una punzada de dolor a través de mi cuerpo.
—Lo sé, veo tu punto.
Sabrina está en silencio de nuevo; odio tener esta
conversación
por
teléfono.
Quiero
la
presencia
tranquilizadora de ella en el sofá a mi lado.
—No estoy segura de que Elliot y yo podamos ser
simplemente amigos.
Ella exhala un suspiro.
—Creo que vale la pena intentarlo.
¿Podría siquiera mantenerme alejada? Si soy honesta,
¿eso no fue parte del atractivo de mudarme aquí? Para, de
alguna forma, estar más cerca de lo que él y yo alguna vez
tuvimos.
—¿De verdad crees que es una buena idea que me vuelva
a conectar con él? —pregunto.
—Siempre he pensado eso.
—¿Cómo? —Escucho lo pequeña que parece mi voz y saco
las llaves, colocando el teléfono entre la oreja y el hombro
cuando las dejo caer en el porche oscuro—. Desayunamos y
salí corriendo. No tengo su número ni su dirección. De
ninguna manera tiene Facebook o Twitter ni nada. Los
canales normales de búsqueda quedan descartados.
Puedo oír el pensativo rumiar de Sabrina mientras busco a
ciegas la llave de mi casa.
—Pensarás en algo.
Capítulo 10
Pasado
Catorce años atrás
Traducido por Nea
Corregido por Banana_mou
Editado por Banana_mou y ♡Herondale♡
De:
Macy
Lea
<[email protected]>
Sorensen
Fecha: 1 de enero, 11:00 PM
Para: Elliot P. <[email protected]>
Asunto: Libro.
Hola Elliot,
Gracias de nuevo por «Puente hasta Terabithia», y
perdona por haberte manchado de mocos la camisa
cuando intentaba hablar de ello. Quizás ahora, en el
ordenador, pueda explicar lo que intentaba decir.
Entiendo por qué me regalaste este libro y solo
quiero que sepas lo considerado que fue. Sigo
pensando en el primer día que te vi en el armario y
en cómo Jesse odiaba a Leslie por ganarle en una
carrera. No te odiaba, pero tampoco estaba segura
de que me gustaras. Supongo que no importa porque
ahora siento que eres la persona que mejor me
entiende. Jesse y Leslie crearon Terabithia como su
santuario y, cuando ella murió, llevó a May Belle allí
para que fuera la nueva princesa. Mamá creó este
mundo de libros conmigo, pero sin ella puedo llevarte
al armario para compartirlos en su lugar.
Lo leí otra vez en el camino a casa y comencé a llorar
de nuevo, y pensé que mi padre iba a perder
totalmente la cabeza. Probablemente no tenía ni idea
de lo que estaba pasando. Estaba todo el rato: «¿Qué
te pasa, bicho raro?» Así que él se detuvo y siguió
respirando profundamente y me preguntó qué había
pasado. Le dije que me regalaste este libro triste. Le
dije lo mucho que me hizo extrañar a mamá. Y
entonces él lloró cuando llegamos a casa, al menos
yo creo que lo hizo. Siempre está tan callado que
nunca estoy segura.
Odio estar triste delante de él porque es como si ya
tuviera una gigantesca bóveda de tristeza y luego
tuviera que encerrar todo eso solo para cuidar de mí.
Y cuando pienso en ello, todavía lo tengo a él, pero él
perdió su mundo entero. Mamá era la persona que
eligió de entre todas y se ha ido. No lo sé. Creo que a
él no le gusta verme llorar. Pero fue bueno hablar de
ella. Tengo miedo de olvidarla. La extraño tanto que
necesito un nuevo lenguaje para ella.
Ahí voy de nuevo. De todos modos, ¿terminaste
Ivanhoed? Ese libro era enorme, me dormía en unos
cinco minutos. Leí la primera página cuando fuiste al
baño y estaba todo: «¿Qué?» Entendí como una
millonésima parte. ¿De qué se trata?
De todos modos, hay escuela mañana. Gracias de
nuevo por el libro. Y por dejarme hablar de él,
supongo.
xo
Macy.
PD: Nadie aquí entiende que solo quiero ser otra
chica en la escuela, no la niña cuya madre murió y
que necesita ser tratada como si pudiera romperse.
Gracias por decir las cosas y no actuar como si todo
fuera tabú.
─────────
De: Elliot P. <[email protected]>
Fecha: 2 de enero, 07:02 AM
Para:
Macy
Lea
<[email protected]>
Sorensen
Asunto: re: Libro.
Hola Macy,
De nada por el libro. A mí también me hizo llorar la
primera vez que lo leí. Sé que no te lo he dicho, pero
supongo que debería haberlo hecho.
Estoy seguro de que tu padre se dio cuenta de por
qué
estabas
llorando.
Además,
creo
que
probablemente hace feliz a tu padre que estés
llorando por ello, incluso si está triste porque estás
triste. Pero espero que no esté enfadado conmigo
por haberte hecho llorar. Quiero decir, que fue el
libro... No querría hacerte llorar por mi culpa.
No creo que seas rara o diferente porque tu madre
haya muerto. Creo que en realidad eres bastante
genial, pero eso no tiene nada que ver con que
tengas o no una madre. Eres genial porque eres tú.
Como un aparte: lo estás llevando bastante bien por
lo que veo.
Ivanhoe (sin d) es bastante bueno. Está ambientado
en el siglo XII después de la Tercera Cruzada. (Parte
de la idea actual de Robin Hood, se basa en un
personaje, Locksley. Pero no es el protagonista). Me
gusta la acción y el estilo. Solía hacer juegos de rol
con mi amigo Brandon en séptimo grado, así que
supongo que de ahí el interés por la Inglaterra del
siglo XII. Si todavía te gusta Nicholas Sparks,
probablemente no te gustará Ivanhoe.
Nos vemos,
Elliot.
PD: No quería que sonara condescendiente. Papá me
dijo que puedo ser así y por eso no estoy seguro si
eso era. Estoy seguro de que Nicholas Sparks es muy
bueno, sólo que es diferente a Sir Walter Scott.
─────────
De:
Macy
Lea
<[email protected]>
Sorensen
Fecha: 2 de enero, 8:32 PM
Para: Elliot P. <[email protected]>
Asunto: re: Libro.
Hola Elliot,
Nicholas Sparks es realmente muy bueno. La madre
de mi amiga Elena lo conoció en una conferencia de
libros y dijo que era súper simpático y muy
inteligente también. Apuesto a que ha leído Ivanhoe
(sin d).
¿A qué te refieres con que Brandon y tú hicieron un
juego de rol? ¿Como los chicos tontos del parque con
espadas y banderas?
xo
Macy.
─────────
De: Elliot P. <[email protected]>
Fecha: 2 de enero, 08:54 PM
Para:
Macy
Lea
<[email protected]>
Sorensen
Asunto: re: Libro.
Hola Macy,
Sí. Exactamente así. Y también con cascos y caballos
de cartón.
Elliot.
─────────
De:
Macy
Lea
<[email protected]>
Sorensen
Fecha: 2 de enero, 9:06 PM
Para: Elliot P. <[email protected]>
Asunto: re: Libro.
Te juro que me haces reír mucho. Sé que estás
bromeando, pero te imagino cien por ciento en un
caballo de cartón caballo tipo «¡En guardia!» e
«¡Ivanhoe!».
Macy.
─────────
De: Elliot P. <[email protected]>
Fecha: 2 de enero, 09:15 PM
Para:
Macy
Lea
<[email protected]>
Sorensen
Asunto: re: Libro.
Lo decía en serio. Realmente hicimos un juego de rol
así. En realidad, es una comunidad muy bien
organizada llamada «Los Nobles» y hay batallas y
realeza y es muy divertido. Pero estoy seguro de que
no te gustaría porque no hay un beso de cuento de
hadas al final.
Elliot.
─────────
De:
Macy
Lea
<[email protected]>
Sorensen
Fecha: 3 de enero, 18:53
Para: Elliot P. [email protected]>
Asunto: ¡Loco!
Hola Elliot,
Estoy bastante segura de que anoche fuiste tú el
condescendiente, así que aquí estoy yo siendo
madura e ignorándolo.
¿Quieres oír una locura? Mi amiga Nikki fue
suspendida por besarse con un tipo en la cafetería
¡hoy! Yo estaba como: «Oh, Dios mío, ¿Qué está
pasando?» Le conté a papá y me preguntó si había
besado a algún chico y yo me negué. ¿A quién iba a
besar en la escuela? ¡Son todos unos perdedores!
De todos modos, ¡fue una locura!
Macy.
─────────
De: Elliot P. <[email protected]>
Fecha: 3 de enero, 08:27 PM
Para:
Macy
Lea
<[email protected]>
Sorensen
Asunto: re: ¡Loco!
Mi amigo Christian fue suspendido el año pasado por
construir un cohete en la tienda. Ni siquiera estoy
seguro de dónde sacó el combustible, pero salió
volando por la ventana y se estrelló contra un coche
en el aparcamiento. Fue increíble.
¿Así que no sales con chicos en tu escuela?
Elliot.
─────────
De:
Macy
Lea
<[email protected]>
Sorensen
Fecha: 4 de enero, 7:32 AM
Para: Elliot P. <[email protected]>
Asunto: re: ¡Loco!
Sí, Doug y Cody han estado en la escuela conmigo
desde el primer grado, por lo que somos cercanos,
pero ¿besarnos? Uh no, ellos son agradables, pero
creo que probablemente conoceré a un chico de la
universidad en algún momento porque a los chicos de
mi escuela solo les gustan los juegos de video y
patinetas, y Danny (otro amigo) trató de tocar mi
trasero una vez en un baile, pero yo estaba tipo: «No
lo creo».
Macy.
─────────
De: Elliot P. <[email protected]>
Fecha: 4 de enero, 07:34 AM
Para:
Macy
Lea
<[email protected]>
Asunto: re: ¡Loco!
Macy,
La gramática y la ortografía son tus amigos.
Sorensen
Elliot.
Capítulo 11
Presente
Jueves, 5 de octubre
Traducido por Nea
Corregido por Banana_mou
Editado por Banana_mou y ♡Herondale♡
Liz Petropoulos, qué loco.
Es de estatura media, tiene curvas y una piel increíble.
Además, no menos de cuatro veces le he dicho lo mucho
que codicio sus pómulos. Ella es toda sonrisas, saludando a
todo el que entra por las puertas del edificio de Mission Bay
y deteniendo a cualquiera que no tenga una placa,
haciéndole señas para que se registre.
Levanto mi placa como cada mañana. Por suerte, ayer
estaba de descanso cuando irrumpí, agotada después de mí
no-desayuno con Elliot, pero hoy sonríe con un pequeño
brillo en los ojos, como si supiera más ahora que la última
vez que la vi.
—Bueno, hola, Liz Petropoulos —digo, acercándome a ella,
dejando de lado cualquier pretensión.
Ella vacila sólo un instante antes de decir:
—Hola, Macy Sorensen. —Sin tener que comprobar mi
placa. Cuando me acerco, vuelve a sonreír—. Vaya, he oído
hablar mucho sobre esta persona llamada Macy en los
últimos siete años. Y pensar que es la dulce Dra. Sorensen
que halagaba mis pómulos.
—Supongo que Elliot y George deberían rendirse y dejar
que nos casemos —digo y ella se ríe. Es un sonido redondo
y encantado.
Su expresión se endereza rápidamente.
—Lamento haberle dicho cuándo ibas a estar. —Levanta
una mano cuando empiezo a hablar y añade en voz más
baja—: Me dijo que se había encontrado contigo y sumamos
dos y dos. Tú no puedes saber lo que significa para él que te
haya visto. Sé que no es asunto mío, pero...
—Sobre eso. —Apoyo los codos en el amplio mostrador de
mármol de la recepción y le sonrío para que sepa que no
estoy a punto de hacer que la despidan—. ¿Qué te parece si
me haces un favor y después dejamos de compartir
información no aprobada?
—Sin duda —dice Liz, con los ojos muy abiertos—. ¿Qué
puedo hacer por ti?
—Su número de celular sería fantástico.
Los amigos llaman a los amigos, me digo. El primer paso
para arreglar las cosas es hablar, para aclarar las cosas de
una vez por todas y así poder seguir adelante con mi vida.
Liz saca su teléfono, abre su lista de favoritos y se inclina,
garabateando su número de teléfono.
Elliot está en su marcación rápida.
Pero lo entiendo: Elliot, atento, considerado y
emocionalmente maduro, sería el cuñado de ensueño. Por
supuesto que está en contacto con él.
—Pero no le digas que lo tengo —le digo mientras lo
arranca y me lo entrega—. No sé cuánto tiempo pasará
antes de que se me ocurra qué decir.
A quién quiero engañar; esto es una mala idea. Elliot tiene
una historia que contar. Yo también tengo una historia que
contar. Ambos tenemos tantos secretos, que ni siquiera
estoy segura de que podamos retroceder tanto.
Durante todo el camino por el pasillo hasta la sala de
descanso de los residentes, sigo comprobando el bolsillo de
mis pantalones para asegurarme de que no he perdido el
pequeño post-it doblado dentro. No es que lo necesitara en
primer lugar. Me quedé mirando los números todo el camino
hasta el cuarto piso. Supongo que nunca se me ocurrió que
él tuviera el mismo número de teléfono todo este tiempo.
Su número solía ser un ritmo que se me pegaba en la
cabeza como una canción.
Dejo mi bolsa en una taquilla de la sala de descanso y
miro fijamente mi teléfono. Mis rondas comienzan en cinco
minutos y, a donde voy, tengo que ser sensata. Si no lo
hago ahora, será una piedra en el zapato durante todo el
turno. Mi corazón es un trueno en mi oído.
Sin pensarlo demasiado, envío un mensaje de texto:
Hoy trabajo de 9 a 6. ¿Quieres que quedemos para cenar? Para hablar.
Solo unos segundos después aparece una burbuja de
respuesta. Está escribiendo. Inexplicablemente, mis palmas
comienzan a sudar. No se me había ocurrido hasta ahora
que podría decir: «No, eres demasiado idiota, olvídalo».
¿Macy?
O que no tendría este número. Soy una idiota.
Sí, lo siento. Debería haber dicho quién era.
En absoluto.
Dime dónde y allí estaré.
Capítulo 12
Pasado
Jueves, 13 de marzo
Catorce años atrás
Traducido por Nea
Corregido por Banana_mou
Editado por Banana_mou y ♡Herondale♡
A medida que se acercaba mi decimocuarto cumpleaños
me di cuenta de que papá no estaba seguro de qué hacer.
Desde que tenía uso de razón, siempre habíamos hecho lo
mismo: él preparaba aebleskivers9 para el desayuno,
veíamos una película por la tarde y luego yo me zampaba
un helado gigante para cenar y me iba a la cama jurando
que no volvería a hacerlo.
Después de la muerte de mamá, la rutina no cambió. La
constancia era importante para mí, un pequeño recordatorio
de que ella realmente había estado aquí. Pero este era el
primer año que teníamos la casa de fin de semana, y el
primer año que tenía un amigo cercano como Elliot.
—¿Podemos ir a la casa este fin de semana?
La taza de café de papá se detuvo en el aire, sus ojos se
encontraron con los míos sobre el hilo de vapor. Sopló por
encima de la tapa antes de dar un sorbo, tragar y volver a
dejarla en la mesa. Cogió el tenedor y pinchó un trozo de
huevo revuelto, haciendo todo lo posible por actuar como si
no hubiera nada que le entusiasmara o decepcionara en
particular.
Era la primera vez que le pedía ir, y le conocía lo
suficiente como para saber lo aliviado que se sentía al poder
contar continuamente con las perfectas indicacione en la
lista de mamá.
—¿Es eso lo que te gustaría hacer este año? ¿Para tu
cumpleaños?
Miré mis propios huevos antes de asentir.
—Sí.
—¿Te gustaría también una fiesta? ¿Podríamos traer a
algunos amigos a la casa? Podrías enseñarles tu biblioteca.
—No... mis amigos de aquí no lo entenderían.
—No como Elliot.
Tomé un bocado y me encogí de hombros
despreocupadamente.
—Sí.
—¿Es un buen amigo?
Asentí con la cabeza, mirando fijamente mi plato mientras
probaba otro bocado.
—Sabes que eres demasiado joven para salir con alguien
—dijo papá.
Levanté la cabeza y abrí los ojos con horror.
—¡Papá!
Se rió.
—Solo me aseguro de que entiendes las reglas.
Parpadeando, volví a mirar mi comida y murmuré:
—No seas asqueroso. Es que me gusta estar allí, ¿de
acuerdo?
Mi padre no era una persona sonriente, no era una de
esas personas en las que piensas inmediatamente con una
gran sonrisa en la cara, pero ahora mismo, cuando miré
hacia arriba, estaba sonriendo. Sonriendo de verdad.
—Por supuesto que podemos ir a la casa, Macy.
❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿
Llegamos el sábado por la mañana temprano, el primer
día de mis vacaciones de primavera. Había dos cosas que
papá quería marcar en la lista esta semana, incluyendo los
puntos cuarenta y cuatro y cuarenta y tres: plantar un árbol
que pudiera ver crecer durante muchos años y enseñarme a
cortar madera.
Antes de que pudiera correr hacia mi país de las
maravillas, papá sacó un pequeño árbol joven de la parte
trasera del coche y lo arrastró hasta el patio lateral.
—Coge la pala de atrás —dijo, arrodillándose para cortar
el contenedor de plástico lejos del manzano usando una
hoja de afeitar—. Trae los guantes de trabajo.
En cierto modo, siempre asumí que era hija de mi madre:
me gustaba el color y el desorden de nuestra casa de
Berkeley. Me gustaba la música alegre y los días cálidos, y
bailaba cuando lavaba los platos. Pero en la cabaña me di
cuenta de que también era hija de mi padre. En el frío del
viento de marzo que serpenteaba entre los árboles,
cavamos un profundo pozo en silencio, comunicándonos con
la punta de un dedo o la inclinación de la barbilla. Cuando
terminamos, y un orgulloso arbolito de Gravenstein fue
plantado en nuestro jardín lateral, en lugar de rodearme con
sus brazos con entusiasmo y derramar su amor en mi oído,
papá tomó mi rostro y se inclinó, presionando un beso en mi
frente.
—Buen trabajo, min lille blomst10. —Me sonrió—. Voy a la
ciudad a buscar víveres.
Con este permiso, me puse en marcha. Mis zapatos
golpeaban el suelo mientras avanzaba en línea recta desde
el final de nuestro camino de entrada hasta la el final del de
Elliot. El timbre de la puerta sonó en toda la casa, llegando
hasta mí desde las ventanas abiertas. Un fuerte ladrido
llegó a mis oídos, seguido del torpe arañazo de las uñas de
un perro contra las puertas de madera.
—Cállate, Darcy —dijo una voz somnolienta, y el perro se
calló, solo para soltar unos pequeños gemidos de disculpa.
Se me ocurrió que en los casi seis meses que habíamos
tenido la cabaña, no había entrado en la casa de Elliot. La
señora Dina nos había invitado, por supuesto, pero papá
parecía sentir que estaba mal entrometerse. Creo que
también le gustaba la soledad de nuestra casa en los fines
de semana, exceptuando la presencia de Elliot, por
supuesto. A papá le gustaba no tener que salir de su
caparazón.
Di un paso atrás, con los nervios a flor de piel, cuando la
puerta se abrió y, con un bostezo y con el pelo desgreñado,
Andreas estaba frente a mí.
El segundo hermano mayor de los Petropoulos se había
levantado de la cama, pelo castaño desordenado, líneas de
sueño en la cara, sin camiseta y con unos pantalones cortos
de baloncesto que desafiaban la gravedad y apenas se
ajustaban a sus caderas. Tenía el tipo de cuerpo que yo no
había estado completamente segura hasta ese momento de
que realmente existía.
¿Así se vería Elliot en un par de años? Mi mente apenas
podía manejar la idea.
—Hola, Macy —dijo. Sonó como un gruñido, como un
pecado. Se apartó, manteniendo la puerta abierta y
esperando a que le siguiera—. ¿Entras o no?
Hice fuerza para que mis cejas volvieran a bajar por la
frente.
—Oh, claro.
Sí que olía a galletas por dentro. A galletas y a niño.
Andreas sonrió y se rascó perezosamente el estómago.
—¿Están aquí por el fin de semana?
Asentí y su sonrisa se amplió.
—Y muy conversadora, por lo que veo.
—Lo siento —dije y luego me quedé de pie, con los brazos
a los lados, los puños tirando de mis pantalones cortos, aún
sin saber qué decir—. ¿Está Elliot en casa?
—Lo traeré. —Andreas sonrió y se dirigió hacia la escalera
—. ¡Eh, Ell! ¡Tu novia está aquí! —Su voz resonó en la
entrada de madera mientras mi cuerpo estalló en un rubor
abrasador.
Antes de que pudiera responder, se oyó el sonido de unos
pies golpeando el piso por encima de nosotros.
—¡Eres un idiota! —dijo Elliot, bajando las escaleras y
chocando con su hermano. Andreas gruñó por el golpe y
agarró a Elliot, haciéndole una llave de cabeza. Andreas era
más alto y bastante musculoso, pero Elliot parecía tener el
deseo de evitar la humillación pública.
Los dos chicos lucharon, estuvieron peligrosamente cerca
de derribar una lámpara, dijeron un montón de palabras que
ni siquiera debía pensar y luego, finalmente, se separaron,
jadeando.
—Lo siento —me dijo Elliot, todavía mirando a Andreas. Se
ajustó las gafas y se arregló la ropa—. Mi hermano se cree
muy gracioso y, por lo visto, no sabe vestirse solo. —Señaló
el pecho desnudo de Andreas.
Andreas desordenó aún más el pelo de Elliot y puso los
ojos en blanco.
—Apenas es mediodía, imbécil.
—Creo que mamá debería hacerte una prueba de
narcolepsia.
Con un golpe sordo en el hombro de Elliot, Andreas se
volvió hacia las escaleras.
—Me dirijo a casa de Amie. Me alegro de verte, Macy.
—Igualmente —dije sin ganas.
Andreas me guiñó un ojo por encima del hombro.
—Ah, ¿y Elliot? —llamó.
—¿Sí?
—Puerta abierta.
Su estruendosa carcajada recorrió el vestíbulo del piso
superior antes de desaparecer junto con el chasquido de
una puerta cerrada.
Elliot se dirigió a las escaleras, pero se detuvo y frunció el
ceño.
—Vamos a tu casa.
—¿No quieres enseñarme la casa?
Con un gemido, se giró y señaló a nuestro alrededor.
—Salón, comedor, cocina por allí. —Giró en su lugar,
indicando cada habitación con un movimiento de su dedo
índice. Subió las escaleras y yo le seguí mientras
murmuraba—. Escalera, pasillo, baño, habitación de los
padres. —Y una lista de etiquetas monótonas hasta que nos
encontramos frente a una puerta blanca cerrada con una
tabla periódica pegada a ella.
—Este es mío.
—Vaya, eso es... esperado —dije riendo. Estaba tan feliz
de ver su espacio, que me sentí un poco mareada.
—Yo no puse eso ahí, lo hizo Andreas. —Su voz adquirió
un tono defensivo, como si sólo pudiera soportar que lo
vieran como un nerd al noventa y ocho por ciento.
—Pero no lo has quitado —señalé.
—Es un buen cartel. Lo consiguió en una feria de ciencias.
—Se volvió hacia mí y se encogió de hombros, bajando la
mirada—. Sería un desperdicio deshacerse de él y me
echaría la bronca infinita si lo pusiera en mi habitación.
Abrió la puerta y no dijo nada, solo dio un paso atrás para
dejarme pasar a su dormitorio. La ansiedad y la emoción me
golpearon de golpe: estaba entrando en el dormitorio de un
chico.
Estaba entrando en la habitación de Elliot.
Era escaso e inmaculado: la cama hecha, solo unas pocas
prendas de ropa sucia en un cesto en la esquina, los cajones
de su cómoda pulcramente cerrados. El único desorden
estaba en una pila de libros apilados en su escritorio y una
caja de libros en el rincón.
Percibí la tensa presencia de Elliot detrás de mí, pude oír
la espasmódica cadencia de su respiración. Sabía que
quería alejarse del caos de su casa y adentrarse en la
soledad del armario, pero no podía apartarme. Detrás de su
escritorio había un tablón de anuncios con unas cuantas
cintas clavadas, una fotografía y una postal con una imagen
de Maui.
Acercándome, me incliné, estudiando.
—Solo algunas ferias de ciencias —murmuró detrás de mí,
explicando las cintas.
Primer puesto en su categoría en la feria de ciencias del
condado de Sonoma, tres años seguidos.
—Vaya. —Le miré por encima del hombro—. Eres
inteligente.
Su sonrisa salió torcida, sus mejillas estallaron de color.
—No.
Me volví, examinando la fotografía clavada en la esquina.
En ella estaban tres chicos, incluido Elliot, y una chica en el
extremo izquierdo. Parecía que había sido tomada hace
unos años.
El malestar me picó en el pecho.
—¿Quiénes son?
Elliot se aclaró la garganta y luego se inclinó, señalando.
Traía consigo una ráfaga de desodorante, suavemente ácido
y con sabor a pino, y algo más, un aroma que era
completamente de chico y que me hizo un nudo en el
estómago.
—Hum, esos somos Christian, yo, Brandon y Emma.
Había escuchado estos nombres de pasada: historias
casuales sobre una clase o un paseo en bicicleta en el
bosque. Con una aguda punzada de celos me di cuenta de
que, aunque Elliot se estaba convirtiendo en mi persona, mi
lugar seguro y el único ser humano, aparte de papá, en el
que podía confiar de verdad, no conocía en absoluto su
vida. ¿Qué lado de él veían estos amigos? ¿Recibieron la
sonrisa que empezaba como una ceja levantada y se
extendía lentamente hasta un giro divertido de sus labios?
¿Recibieron la risa que anulaba su tendencia a cohibirse y
se disparó en un ruidoso jajaja?
—Se ven agradables. —Me incliné hacia atrás y sentí que
se alejaba rápidamente detrás de mí.
—Sí. —Se quedó callado y el silencio pareció convertirse
en una brillante burbuja alrededor de nosotros. Mis oídos
empezaron a sonar, el corazón me latía al imaginar a Emma
sentada en el suelo de la esquina, leyendo con él. Su voz
llegó en un susurro detrás de mí—: Pero tú eres más
agradable.
Me giré y me encontré con sus ojos mientras él hacía su
rápida maniobra de apretar la nariz para subirse las gafas.
—No tienes que decir eso solo porque...
—Mi madre está embarazada —soltó.
Y la burbuja estalló. Oí el ruido de los pies en el pasillo y
los ladridos del perro.
Mis ojos se abrieron de par en par cuando sus palabras
calaron.
—¿Qué?
—Sí, nos lo dijeron anoche. —Se apartó el pelo de la
frente—. Al parecer, sale de cuentas en agosto.
—Mierda. Tienes catorce años. Va a ser como, quince años
más joven que tú.
—Lo sé.
—Elliot, eso es una locura.
—Lo sé. —Se agachó, volviendo a atar su zapato—. En
serio, sin embargo, no quiero hablar de ello. ¿Podemos ir a
tu casa? Mamá ha estado mareada durante algunas
semanas, papá está actuando como un loco. Mis hermanos
son unos idiotas. —Señalando con la cabeza la caja de
libros, añadió—: Y tengo algunos clásicos para añadir a tu
biblioteca.
❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿
Papá nos echó una mirada cómplice mientras entrábamos
y subíamos las escaleras.
—¿No es tu cumpleaños el martes? —preguntó Elliot,
siguiéndome por el pasillo. Sus zapatos se estaban
deshaciendo, su par favorito de Vans a cuadros, y una de las
suelas sonaba a cada paso.
Le miré por encima del hombro.
—Te lo dije una vez, como hace cinco meses.
—¿No debería bastar con que me lo dijeras solo una vez?
Me volví, llevándonos a mi habitación y hasta el armario.
Desde que nos habíamos mudado, el espacio había cobrado
lentamente vida propia y estaba completa: por supuesto,
estaban las estanterías a lo largo de toda la pared, el sillón
puf en la esquina más alejada y el sofá futón en la pared
opuesta a la librería. Pero sólo un par de semanas antes,
papá había pintado las paredes y el techo de color azul
noche, con estrellas plateadas y amarillas salpicadas en
constelaciones en lo alto. Dos pequeñas lámparas
iluminaban el espacio, una cerca de cada uno de los
asientos. En el centro del suelo había mantas y más
almohadas. Era el fuerte perfecto.
Elliot se acurrucó en el suelo, tirando de una manta de
lana en su regazo.
—¿Y estás de vacaciones de primavera?
Me mordí el labio, asintiendo.
—Sí.
Se quedó callado y luego preguntó:
—¿Te molesta no estar con amigos?
—Estoy con un amigo. —Le miré, abriendo los ojos
significativamente.
—Me refiero a tus amigas —dijo, pero no se me escapó la
forma en que se sonrojó.
—Oh —dije—. No, está bien. Nikki se va a Perú a visitar a
la familia.
Elliot no dijo nada. Me observó elegir un libro y
reacomodar mis almohadas antes de ponerse cómodo.
Pensando en cómo me sentía al ver una foto de él con sus
amigos, y en lo mucho que quería saber sobre su vida fuera
de este armario, pensé en mis próximas palabras, dejando
que dieran vueltas en mi cabeza antes de hablar.
—Dejé de salir con la mayoría de mis amigos durante un
tiempo cuando mamá enfermó, para poder pasar tiempo
con ella.
Asintió con la cabeza y, aunque sus ojos permanecían fijos
en el cuaderno que tenía delante de él, me di cuenta de que
su atención se centraba únicamente en mí.
Ojeé la primera página y pasé al capítulo que acababa de
empezar.
—Y entonces, cuando se fue, no me apetecía ir a
pijamadas y hablar de chicos. Es como si todos hubieran
crecido mientras yo me recomponía. Nikki y yo seguimos
siendo buenas amigas, pero creo que es porque ella
tampoco sale a otros lugares aparte de la escuela. Tiene
una familia enorme a la que ve mucho.
Podía sentir que me miraba ahora, pero no me volví,
sabiendo que nunca sería capaz de terminar si lo hacía. Las
palabras parecían burbujear en mi pecho, cosas que nunca
había hablado con nadie.
—Papá intentó que saliera más —continué—. Incluso hizo
arreglos para que fuera a un club de niños cerca de su
trabajo. —Miré rápidamente a Elliot y luego volví a mirar
hacia abajo—. Dijo que era para socializar y hacer amigos,
pero no fue así. Era un grupo para niños afligidos.
—Oh.
—Sin embargo, todos sabíamos lo que estábamos
haciendo allí —le dije—. Recuerdo entrar en esta enorme
habitación blanca. Las paredes estaban cubiertas de cosas
que creo que se suponía que estaban relacionadas con los
adolescentes: posters de bandas de chicos, grafitis rosas y
morados en tablones de anuncios, bolsas de peluche y
cestas de revistas. —Me rasgué un hilo perdido en mis
vaqueros—. Era como si la madre de alguien hubiera
entrado y puesto todas estas cosas que creía que las
adolescentes debían tener en su habitación.
—Recuerdo haber mirado a mi alrededor ese primer día —
continué, tirando de mi gruesa cola de caballo por encima
del hombro y jugueteando con las puntas—, pensando en lo
raro que era que todos estuviéramos allí para pasar el rato.
Después de unos días me di cuenta de que todas las chicas
tenían casi el mismo corte de pelo. Como siete chicas, todas
alrededor de mi edad con esos peinados hasta la barbilla.
Unas semanas después descubrí que todas esas chicas eran
como yo, todas habían perdido a sus madres. La mayoría de
ellas se hicieron estos cortes de pelo sencillos y fáciles. —
Me detuve y empecé a enroscar las puntas de mi pelo
alrededor de mi dedo—. Pero mi padre aprendió a hacerme
colas de caballo, qué tipo de champú comprar, incluso hizo
que alguien le enseñara a hacer trenzas y a usar el rizador
para ocasiones especiales. Podría haber hecho lo más fácil
para él y cortarlo todo. Pero no lo hizo.
Por primera vez levanté la vista para ver a Elliot
observándome. Sus ojos estaban muy abiertos de
comprensión y se acercó y tomó una de mis manos.
—¿Te he dicho alguna vez que tengo el pelo de mi madre?
—le dije.
Negó con la cabeza, pero me dedicó una sonrisa de
verdad.
—Creo que tienes el pelo más bonito que he visto nunca.
Capítulo 13
Presente
Jueves, 5 de octubre
Traducido por Lyn♡
Corregido por Nea
Editado por Banana_mou
Me paro afuera de la entrada de Nopalito en la Novena y,
sin tener que mirar demasiado adentro, sé que Elliot ya está
allí. Lo sé porque son diez minutos pasadas las ocho.
Acordamos reunirnos a las ocho y Elliot nunca se retrasa.
Algo me dice que no ha cambiado.
Al entrar, lo veo inmediatamente. Su servilleta se desliza
hacia el suelo y sus muslos chocan torpemente con la mesa
en su prisa por ponerse de pie. Noto dos cosas, una, lleva
una chaqueta de vestir, jeans bonitos y un par de zapatos
de vestir negros que se ven recién pulidos. Dos, se cortó el
pelo.
Todavía es largo en la parte superior, pero muy corto en
los lados. Lo hace de alguna manera un poco menos hípster
literario y más… patinador caliente. Es increíble que un
estilo que nunca hubiera intentado en la adolescencia sea
uno en el que se ve absolutamente bien a los veintinueve.
Dicho esto, estoy segura de que solo tiene que dar las
gracias a su estilista. El chico con el que crecí le importaba
más el tipo de bolígrafo que usaría para escribir una lista de
compras que cómo se veía en un día cualquiera.
El cariño me aferra.
Me dirijo a él, tratando de respirar a través del zumbido
de la electricidad que surge en mi torrente sanguíneo. Tal
vez sea el beneficio de haber tenido que arreglarme esta
noche y que no esté en mi uniforme, pero esta vez, siento la
forma en que sus ojos se mueven de mi cabello a mis
zapatos y retrocede.
Está visiblemente conmocionado cuando me acerco y me
estiro para darle un rápido abrazo.
—Hola.
Tragando, deja escapar un «hola» estrangulado y luego
saca una silla para mí.
—Tu cabello está… te ves… hermosa.
—Gracias. Feliz cumpleaños, Elliot.
«Amigos. No una cita», repito, como una oración. «Solo
estoy aquí para compensar el desayuno y despejar el aire».
Intento introducirlo en mi cerebro y en mi corazón.
—Gracias. —Elliot aclara su garganta, sonriendo, con los
ojos apretados. Y, en serio: ¿Por dónde comenzar?
El camarero vierte agua en mi vaso y desliza una
servilleta sobre mi regazo. Todo el tiempo, Elliot me está
mirando como si hubiera regresado de la tumba. ¿Es eso lo
que se siente para él? ¿En qué momento habría renunciado
a ponerse en contacto conmigo, o la respuesta sería nunca?
—¿Qué tal estuvo el trabajo
comenzando en un lugar seguro.
hoy?
—pregunta,
—Estuvo atareado.
Asiente, bebiendo agua y luego dejándola, dejando que
sus dedos sigan las gotas a medida que fluyen desde el
borde hasta la base.
—Estás en pediatría.
—Sí.
—¿Y en cuánto comenzaste la escuela de medicina sabías
que querías trabajar en eso?
Me encojo de hombros.
—Más o menos.
Una sonrisa exasperada le arquea la boca.
—Cede un poco, Mace.
Esto me hace reír.
—Lo siento. No estoy tratando de ser rara. —Después de
una inhalación profunda, y una larga y temblorosa
exhalación, admito—: Supongo que estoy nerviosa.
No es que sea una cita. Quiero decir, por supuesto que no
lo es. Le dije a Sean que me estaba reuniendo con un viejo
amigo para cenar esta noche y me prometí a mí misma que
le daría toda la historia cuando llegara a casa, lo que
todavía tengo intención de hacer. Pero estaba preocupado
por configurar su nuevo televisor y realmente no pareció
darse cuenta cuando salí, de todos modos.
—Yo también estoy nervioso —dice Elliot.
—Ha pasado mucho tiempo.
—Así es —dice—, pero me alegro de que llamaras. O
escribieras, más bien.
—Respondiste tan rápido —le digo, pensando en su viejo
teléfono IP nuevamente—. No estaba preparada para eso.
Emite una burla de orgullo.
—Ahora tengo un iPhone.
—Déjame adivinar: ¿heredado de Nick Jr.?
Elliot frunce el ceño.
—¡Sí, cómo no! —Toma otro sorbo de agua y agrega—:
Quiero decir, Andreas cambia su teléfono con mucha más
frecuencia.
Nuestra risa se apaga pero el contacto visual permanece.
—Bueno, en caso de que te lo estés preguntando —digo
—, la puntuación es pareja en uno a uno. Liz me dio tu
número. A pesar de que probablemente debería haberlo
recordado. Es el mismo que siempre tuviste.
Él asiente y mis ojos se inquietan reflexivamente cuando
se muerde el labio inferior.
—Liz es genial.
—Me doy cuenta —digo—. Me gusta. —Y, aclarándome la
garganta, agrego en voz baja—: Hablando de… perdón por
cómo me fui en el desayuno.
—Lo entiendo —responde rápidamente—. Es mucho para
procesar.
Es casi ridículo; un océano de información nos separa y
hay un número infinito de lugares por dónde comenzar.
Comenzar por el principio y seguir avanzando. Comenzar
ahora y retroceder. Saltar en algún lugar en el medio.
—Honestamente, ni siquiera sé por dónde comenzar —
admito.
—Tal vez —dice vacilante—, tal vez revisamos el menú,
pedimos un poco de vino y luego nos ponemos al día. ¿Ya
sabes, como lo hace la gente durante la cena?
Asiento, aliviada de que parezca tan robusto mentalmente
como siempre, y levanté el menú para escanearlo, pero
parece que las palabras en las páginas son superadas por
todas las preguntas en mi cabeza.
¿Dónde vive en Berkeley?
¿De qué trata su novela?
¿En qué ha cambiado? ¿Qué sigue siendo igual?
Pero el pensamiento mezquino y traidor que acecha en las
sombras culpables de mi cerebro es la valentía que le tomó
terminar una relación después de verme por menos de dos
minutos. Quiero decir, a menos que no estuviera muy
establecido.
O ya estaba saliendo.
¿Es este el peor lugar para comenzar? ¿Soy una completa
maniaca? Quiero decir, al menos fue la última cosa real de
la que hablamos ayer, ¿verdad?
—¿Está todo bien con… con…? —pregunto, haciendo una
mueca.
Él levanta la mirada de su menú y tal vez sea mi
expresión un poco ansiosa lo que le da una pista.
—¿Con Rachel?
Asiento, pero su nombre desencadena una reacción
defensiva en mí: él debería estar con alguien llamada
Rachel, que lee con gusto cada número del New Yorkers, y
trabaja en organizaciones sin fines de lucro, y hace
compostas con sus cáscaras de huevo y remolacha para que
pueda cultivar sus propios productos. Mientras tanto, yo soy
un desastre, con interminables préstamos de la escuela de
medicina, con problemas maternales, problemas paternales,
problemas de Elliot y una vergonzosa suscripción a US
Weekly.
—Las cosas están bien, en realidad —dice—. Eso creo.
Espero que eventualmente podamos volver a ser amigos. En
retrospectiva, nunca podría haber sido más.
Este sentimiento se desliza en mi torrente sanguíneo,
cálido y eléctrico.
—Elliot.
—Escuché lo que dijiste —dice con seriedad—. Estás
comprometida, lo entiendo. Pero será difícil para mí ser solo
tu amigo, Macy. No está en mi ADN. —Se encuentra con mis
ojos y vuelve a poner el menú cerca de su brazo—. Lo
intentaré, pero ya sé esto sobre mí mismo.
Siento que su honestidad desarmante destroza el
caparazón resistente que me rodea. Me pregunto cuántas
veces podría decirme que me amaba antes de que me
derritiera en un charco a sus pies.
—Entonces creo que algunas reglas básicas están en
orden —digo.
—Reglas básicas —repite, asintiendo lentamente—. Como
en, ¿no hay expectativas?
Asiento.
—Y, tal vez… cualquier cosa que quieras saber, te lo diré
y viceversa.
Si esto es una cosa por otra, tendré que ponerme mis
pantalones de niña grande y superarlo. Aunque todo dentro
de mí está en pánico, estoy de acuerdo.
—Entonces —dice, relajando una sonrisa—, no sé lo que te
gustaría saber sobre Rachel. Primero fuimos amigos.
Durante años, en la escuela de posgrado y después.
La idea de que sea amigo de otra mujer durante años es
un cuchillo empujado lentamente en mi esternón. Tomando
un sorbo de agua, me las arreglo para un seguimiento fácil.
—¿Escuela de posgrado?
—MFA11 de NYU —dice, sonriendo. Frotando una mano
sobre su cabello como si aún no estuviera acostumbrado a
la sensación de eso, agrega—: Pensándolo bien, parece que
cuando llegamos a los veintiocho estamos destinados a
entrar en una relación.
Sé lo que quiere decir. Cumplí veintiocho años y comencé
una relación con Sean.
Es un lector de mente.
—Cuéntame sobre este tipo con el que te vas a casar.
Este es un campo minado, pero también puedo ponerlo
todo en primer plano y ser honesta también.
—Nos conocimos en una cena dando la bienvenida a
todos los residentes entrantes —digo, y no necesita que yo
haga los cálculos por él, pero yo sí—. En Mayo.
Sus cejas se levantan lentamente por debajo de su
desaliñado cabello.
—Oh.
—Nos llevamos bien de inmediato.
Elliot asiente, observándome intensamente.
—Supongo que tenías que hacerlo.
Parpadeó hacia la mesa, aclarándose la garganta y
tratando de no responder defensivamente. Elliot siempre ha
sido brutalmente honesto pero nunca había salido
bruscamente conmigo. Para mí, sus palabras siempre fueron
suaves y adoradoras. Ahora mi corazón está latiendo tan
fuerte que siento que se desliza entre nosotros, y me hace
preguntarme si nuestras tristezas individuales están
sacando silenciosamente esto del interior de nuestros
cuerpos.
—Lo siento —murmura Elliot, extendiendo la mano al otro
lado de la mesa antes de pensar mejor en tocarme—. No
quise que saliera así. Es rápido, eso es todo.
Lo miro y le doy una débil sonrisa.
—Lo sé. Sí, fue muy rápido.
—¿Cómo es él?
—Dulce. Agradable. —Giro mi servilleta en mi regazo,
deseando poder encontrar mejores adjetivos para describir
al hombre con el que planeo casarme—. Tiene una hija.
Elliot escucha, casi sin pestañear.
—Es un benefactor del hospital —le digo—. Bueno, en
cierto modo. Es un artista. Su trabajo es… —Siento que
estoy empezando a presumir y no sé por qué me deja
sintiéndome inquieta—. Es bastante popular en este
momento. Dona muchas de las nuevas instalaciones de arte
en Benio Mission Bay.
Elliot se inclina.
—¿Sean Chen?
—Sí. ¿Has oído hablar de él?
—Los libros y el arte corren en círculos similares por aquí
—explica, asintiendo—. He oído que es un buen tipo. Su arte
es impresionante.
El orgullo se hincha, cálido en mi pecho.
—Lo es. Sí. —Y otra verdad sale de mí antes de que pueda
atraparla—: Y él es el primer tipo con el que he estado que
no…
Mierda.
Trato de pensar en una mejor manera de terminar esta
oración que con la cruda verdad, pero mi mente está
completamente en blanco de no ser por la expresión sincera
de Elliot y la forma suave en que sus manos están
ahuecando su vaso de agua. Me desentraña.
Espera y pregunta:
—¿Que no qué, Mace?
Maldita sea.
—Qué no se sintió como una especie de traición a…
Elliot recoge mi frase sin adornos con un suave:
—Oh. Sí.
Me encuentro con sus ojos.
—Nunca he tenido una de esas.
En realidad, este es un campo minado. Parpadeando hacia
la mesa, con el corazón en la tráquea, me quedo diciendo:
—Por eso dije que sí cuando me lo propuso,
impulsivamente. Siempre me he dicho a mí misma que el
primer hombre con el que estuviera y no se sintiera mal, me
casaría con él.
—Eso parece como… algunos criterios sólidos.
—Se sintió bien.
—Pero en serio —dice Elliot, pasando un dedo a través de
una gota de agua que se ha acercado a la mesa—, de
acuerdo con ese criterio, ¿técnicamente esa persona no
sería yo?
El camarero es mi nuevo ser humano favorito porque se
acerca con la intención de tomar nuestro pedido justo
después de que Elliot dice esto, evitándome el incómodo
baile de una no respuesta.
Viendo hacia el menú, digo:
—Voy a querer los tacos dorados y la ensalada de cítricos.
Mirando hacia arriba, agrego:
—Dejaré que él elija el vino.
Como probablemente podría haber adivinado, Elliot pide
el caldo tlalpeño, siempre le gustó la comida picante y una
botella de Sauvignon Blanc Horse & Plow antes de entregar
su menú al camarero con un tranquilo agradecimiento.
Volteándose, me dice:
—Sabía exactamente lo que ibas a pedir. ¿Ensalada de
cítricos? Es como el sueño alimenticio de Macy.
Mis pensamientos se tropiezan unos con otros por esto,
por lo fácil que es, por lo sincronizados que todavía estamos
justo al salir de la puerta. Es demasiado fácil, en serio, y se
siente infiel de una manera realmente surrealista y
retrógrada hacia el hombre que está a un par de millas de
distancia, instalando un televisor en la pequeña casa que
compartimos. Me siento, trabajando para infundir cierta
distancia emocional en mi postura.
—Y ella se retira… —dice Elliot, estudiándome.
—Lo siento —digo. Él lee cada pequeño movimiento que
hago. No puedo culparlo por ello; yo hago lo mismo—.
Comenzó a sentirse un poco demasiado familiar.
—Por lo del prometido —dice, inclinando la cabeza hacia
atrás, señalando hacia otra parte—. ¿Cuándo es la boda?
—Mi horario es bastante loco, así que aún no hemos fijado
una fecha. —Es en parte verdad.
La postura de Elliot me dice que le gusta esta respuesta,
por falsa que sea, y despierta la ansiedad en mi vientre.
—Pero, estamos pensando en el próximo otoño —agrego
rápidamente, alejándose aún más de la verdad ahora. Sean
y yo no hemos discutido las fechas, en absoluto. Elliot
entrecierra los ojos.
—Aunque si depende de mí, sucederá con lo que sea que
llevemos puesto en el juzgado. Aparentemente no estoy
muy interesada en planificar una boda.
Elliot no dice mucho durante unos segundos, solo deja
que mis palabras reverberen a nuestro alrededor. Luego me
da un simple:
—Ah.
Me aclaro la garganta torpemente.
—Entonces, dime lo que has estado haciendo.
Es interrumpido brevemente cuando el camarero regresa
con nuestro vino, mostrando la etiqueta a Elliot, abriéndola
a un costado de la mesa y ofreciendo una degustación. Hay
maneras en las que la condescendencia de Elliot me atrapa,
y esta es una. Creció en el corazón de la región vinícola de
California, por lo que debe sentirse cómodo con esto, pero
nunca lo había visto probar vino en la mesa. Éramos tan
jóvenes…
—Es perfecto —le dice al camarero, luego se vuelve hacia
mí mientras sirve, claramente despidiendo al hombre de sus
pensamientos—. ¿Qué tan atrás debo ir?
—¿Qué tal comenzar con ahora?
Elliot se inclina en su silla, pensando por unos momentos
antes de que parezca averiguar por dónde comenzar. Me
dice que sus padres todavía están en Healdsburg –«No
pudimos pagarle a papá para que se jubilara»–; que Nick Jr.
es el fiscal de distrito del condado de Sonoma –«La forma en
que se viste es directamente de un mal programa de crimen
y solo lo diría en este espacio seguro, pero nadie debería
usar piel de tiburón»–; Alex está en secundaria y es una
ávida bailarina –«Ni siquiera puedo culpar a mi rubor por el
orgullo fraternal, Mace. Es realmente buena»–; George,
según sé, está casado con Liz y vive en San Francisco –«Es
un ejecutivo, en una oficina. Honestamente, nunca puedo
recordar realmente cuál es el nombre de su trabajo»–; y
Andreas vive en Santa Rosa, enseña matemáticas de quinto
grado y se casa a finales de este año –«De todos nosotros,
para terminar trabajando con niños, él habría sido el menos
probable, pero resulta que es el mejor en eso»–.
Todo el tiempo que me actualiza, en todo lo que puedo
pensar es en que estoy recibiendo la crema desnatada
desde la parte superior. Debajo de ella todavía hay mucho.
Volúmenes de pequeños detalles que me he perdido.
La comida viene y es muy buena, pero la como sin
prestarle atención porque parece que no puedo obtener
suficiente información, y él tampoco. Los años universitarios
se describen en las formas monocromáticas de la
retrospectiva, las historias de terror de la escuela de
posgrado se intercambian con la risa cómplice de alguien
que ha sufrido y visto el otro lado. Pero no hablamos de
enamorarnos de otra persona y de dónde nos deja eso
ahora y, por mucho que esté con nosotros en cada
respiración y en cada palabra, no hablamos de lo que pasó
la última vez que lo vi, hace once años.
Capítulo 14
Pasado
Lunes, 28 de julio
Catorce años atrás
Traducido por Lyn♡
Corregido por ♡Herondale♡
Editado por Banana_mou
Nuestro primer verano con la cabaña, mi padre y yo
estuvimos allí casi todos los días, haciendo solo un viaje a
casa a finales de julio, para una visita de su hermano,
Kennet.
Kennet tenía dos hijas y su esposa, Britt, cuya idea de
afecto era una mano ahuecada alrededor de mi hombro. Así
que cuando me acerqué a ella, susurrando con leve horror
que pensaba que había comenzado mi período, ella me
trató con la esterilidad emocional anticipada: comprándome
una caja de toallas sanitarias y tampones y haciendo que su
hija menor Karin me explicara, torpemente, el proceso de
uso básico.
Papá estuvo mejor, pero no por un margen muy amplio.
Una vez que regresamos a la cabaña ese fin de semana,
hizo referencia a la lista de mamá donde, en el punto
veintitrés, había escrito:
Cuando Macy comience su período, asegúrate de que no
tenga preguntas sobre lo que está sucediendo con su
cuerpo. Sé que es incómodo, meu amor, pero ella necesita
saber que es increíble y perfecta, y si yo estuviera allí le
contaría la historia del sobre marcado con el 23.
Papá lo abrió, con las mejillas rosadas.
—Cuando yo… —Tosió, corrigiéndose—. Tu madre la
tuvo… ah…
Agarré la carta de sus manos y subí las escaleras hacia la
comodidad de mi biblioteca.
Solía tener los peores calambres, comenzó, y la vista de
su escritura hizo que mi pecho doliera.
Llegaban en los momentos más inesperados. De compras
con mis amigas o en una fiesta de cumpleaños. El midol12
ayudaba cuando lo descubrí, pero lo que más ayudó fue
visualizar el dolor evaporándose de mi estómago.
Me lo imaginaba una y otra vez, hasta que el dolor
disminuía.
No sé si funcionará para ti, o si necesitarás esto pero, si lo
haces, imagina mi voz ayudando. Estarás tentada a odiar
esto que hace tu cuerpo pero es la forma en que tu cuerpo
te dice que todo está funcionando, y eso es un milagro.
Pero, sobre todo, meu docinha, imagina lo orgullosa que
estoy de compartir esto contigo. Estás creciendo. Comenzar
mi período fue el proceso que finalmente me permitió
quedar embarazada de ti, cuando estuve lista.
Trata a tu cuerpo con cuidado. Cuídalo. No dejes que
nadie abuse de él y no abuses de él tú misma. Cada
centímetro de tu piel la hice diligentemente; meses que
trabajé sin descanso por ti. Eres mi obra maestra.
Te echo de menos. Te amo.
Mãe.
Parpadeé, sobresaltada. En algún momento mientras
estaba leyendo, Elliot se había materializado en la puerta,
pero no había visto mis lágrimas hasta que lo miré. Su
sonrisa lentamente se desvaneció cuando dio un paso, y
luego dos, más cerca de mí, arrodillándose en el suelo al
lado de donde me senté en el futón.
Sus ojos buscaron los míos.
—¿Qué pasa?
—Nada —dije, moviéndome en mi asiento cuando doblé la
carta. La miró antes de verme a mí.
Casi quince años, y ya era demasiado perceptivo.
Cada vez me molestaba más y más que nuestra vida
cotidiana fuera una extraña incógnita entre nosotros. Nos
dábamos actualizaciones cada vez que nos reuníamos aquí.
Con quién pasamos tiempo, qué estábamos estudiando.
Hablábamos de quién nos irritaba, a quién admirábamos. Y,
por supuesto, compartíamos nuestras palabras favoritas.
Conocía los nombres de mis dos amigos más cercanos, Nikki
y Danny, pero no sus rostros. Aunque había visto sus rostros
en la fotografía de su habitación, yo tenía la misma limitada
información sobre los amigos de la escuela de Elliot. Sabía
que Brandon era callado y calmado, y Christian era un
criminal esperando por ser atrapado. Aquí, leíamos,
hablábamos y aprendíamos el uno del otro con el tiempo,
pero ¿cómo podía contarle sobre lo que me estaba
pasando?
No era solamente que tuve mi período mucho más tarde
que todas mis amigas, o que incluso papá estaba luchando
para relacionarse conmigo, o que mi madre estaba muerta,
o algo de eso. O tal vez era todo. Amaba a mi padre más
que a nada, pero estaba muy mal equipado para todo de
esto. Sin lugar a dudas, sabía que estaba abajo, caminando,
escuchando el sonido de mi voz para saber si había tenido
razón al dejar que Elliot subiera, o si sus instintos estaban
equivocados.
—Estoy bien —dije, con la esperanza de haber hablado lo
suficientemente fuerte como para que las palabras llegaran
al piso de abajo. Lo último que quería era tenerlos a ambos
aquí, preocupándose por mí.
Frunciendo el ceño, Elliot tomó mi cara con sus manos en
un movimiento que me sorprendió y sus ojos buscaron los
míos.
—Por favor, dime qué pasa. ¿Es tu papá? ¿La escuela?
—Realmente no quiero hablar de eso, Ell. —Retrocedí un
poco, limpiándome la cara. Mis dedos quedaron mojados,
explicando el pánico de Elliot. Debo haber estado realmente
llorando cuando entró.
—Nos contamos todo aquí, ¿recuerdas? —A regañadientes
retrocedió—. Ese es el trato.
—No creo que quieras saber esto.
Me miró fijamente, sin inmutarse.
—Quiero saberlo.
Tentada a engañarlo, lo miré a los ojos y le dije:
—Comencé con mi período.
Parpadeó varias veces antes de enderezarse. El color se
extendió desde su cuello hasta sus pómulos.
—¿Y estás molesta por eso?
—No estoy molesta. —Me mordí el labio, pensando—.
Aliviada, sobre todo. Y luego leí una carta de mi madre y
ahora… ¿estoy un poco triste?
Sonrió.
—Eso sonó muy parecido a una pregunta.
—Es solo que toda tu vida escuchas sobre períodos. —
Hablar de esto con Elliot en realidad… no era tan malo—. Te
preguntas cuándo va a suceder, cómo será, si te sentirás
diferente después. Cuando a tus amigas les llega el suyo,
piensas: «¿Qué está mal conmigo?» Es como una pequeña
bomba de tiempo biológica encerrada dentro de tu cuerpo.
Se mordió el labio, tratando de sofocar una risa incómoda.
—¿Hasta ahora?
—Sí.
—Bueno, ¿y entonces? ¿Sientes algo diferente?
Sacudí la cabeza.
—En realidad, no. No como pensé que lo haría, de todos
modos. Se siente como si algo estuviera tratando de roer su
camino fuera de mi estómago. Y estoy un poco irritada.
Elliot levantó la manta y se arrastró a
envolviendo su brazo alrededor de mis hombros.
mi
lado,
—No voy a ser de ninguna ayuda, pero supongo que debo
estar feliz por ti.
—Estás siendo muy maduro y muy no chico sobre esto.
Esperaba menos compasión y más torpeza. —Me aturdí por
el calor de su cuerpo y la sensación de su brazo a mi
alrededor.
Exhaló una risa en mi cabello.
—Tengo una hermanita en camino y una madre que
insiste en que es mi trabajo enseñarles los pormenores,
¿recuerdas? Así que necesito que me expliques todo.
Me acurruqué a su lado, cerrando los ojos contra el ardor
de lágrimas que sentí.
—¿Hay algo que pueda hacer? —preguntó en voz baja.
Una opresión se asentó fuertemente en mi pecho.
—No, a menos que puedas traer a mi mamá de vuelta.
El silenció nos rodeó y
preparación unas cuantas
lo escuché inhalando en
veces antes de hablar.
Finalmente, se conformó con un simple:
—Ojalá pudiera.
Asentí contra él, inhalando el agudo olor de su
desodorante, el persistente olor de su sudor juvenil, el olor a
algodón mojado de su camiseta por la carrera de quince
pies a través de la lluvia de verano desde su porche hasta el
mío. Es tan raro que solo escucharlo decir eso me hizo sentir
un millón de veces mejor.
—¿Quieres hablar de eso? —susurró.
—No.
Su mano recorrió un suave camino hacia arriba y hacia
abajo por mi brazo. Sabía, sin tener que buscar demasiado
lejos, que no había otros chicos como Elliot en ninguna
parte.
—Lamento que estés de mal humor.
—Yo también.
—¿Quieres que te traiga una botella de agua tibia? Hago
eso para mi mamá.
Sacudí la cabeza. Quería que mi mamá estuviera aquí,
leyéndome su carta.
Se aclaró la garganta, preguntando en voz baja:
—¿Porque haría que se sintiera como si fuera tu novio?
Tragué saliva y mi estado de ánimo cambió en un
instante. «Novio» no parecía cubrirlo. Elliot era una especie
de amigo del alma.
—¿Supongo?
Se sentó, todavía con sus brazos flacos y las piernas
largas y torcidas, pero se estaba convirtiendo en algo
nuevo, algo más… hombre que niño. A los casi quince años,
tenía una manzana de Adán y una incipiente barba en la
barbilla, sus pantalones eran demasiado cortos. Su voz se
había profundizado.
—Supongo que somos demasiado jóvenes para eso.
Asentí y traté de tragar, pero mi boca se había secado.
—Sí.
Capítulo 15
Presente
Viernes, 6 de octubre
Traducido por Lyn♡
Corregido por ♡Herondale♡
Editado por Banana_mou
La luz del amanecer se filtra a través de las cortinas
semitransparentes, volviendo todo ligeramente azul. Afuera,
en Elsie Street, camiones de basura retumban por el asfalto.
El chirrido de metal sobre metal, el choque de los
contenedores contra el camión y el sonido de la basura
cayendo en cascada en el compactador se transmite desde
el exterior. A pesar de cómo el mundo parece seguir
avanzando al otro lado de la ventana, no estoy segura de
estar lista para comenzar el día.
Mis oídos todavía resuenan con fragmentos de la
conversación en la cena de anoche. Quiero aferrarme a ellos
un poco más para saborear la alegría de tener a mi mejor
amigo de vuelta en mi vida, antes de que todas las
complicaciones que vienen junto con él hagan su camino a
la superficie.
Sean se vuelve hacia mí, tirando de mí hacia arriba contra
su pecho, presionando su cara en mi cuello.
—Buenos días —gruñe, con las manos ya ocupadas, su
boca en mi garganta y mandíbula. Baja los shorts de mi
pijama por mis caderas, rodando sobre mí—. ¿Realmente
dormiste toda la noche?
—Milagro de los milagros: lo hice. —Le meto las dos
manos en el pelo, cavando en la espesa maraña canosa. El
hambre me atraviesa; no hemos tenido sexo en más de una
semana.
Lo nuestro es tan reciente que no estoy segura de si
alguna vez había pasado tanto tiempo.
Cuando llega a mi boca, lo beso una vez antes de que la
duda se dispare en mí, y retrocedo un poco.
—Espera.
—Oh. ¿El período? —pregunta, con las cejas levantadas.
—¿Qué? —digo, y luego sacudo la cabeza—. No, solo
quería contarte sobre anoche.
—¿Sobre anoche? —repite confundido.
—Sobre mi cena con Elliot.
Las cejas oscuras de Sean se bajan.
—¿No puede esperar hasta después...? —Presiona contra
mí, significativamente.
—Oh. —Supongo que sí.
probablemente no debería.
Pero
la
realidad
es
que
Elliot y yo ni siquiera volvimos a tocarnos después del
abrazo que nos dimos para saludarnos. No es que haya
pasado nada pero siento que estoy mintiendo al no decirle a
Sean quién es Elliot.
O, más bien, quién era.
—No es nada malo —digo, pero Sean se quita de mí de
todos modos—. Yo solo… Uno de los desafíos más grandes
que tú y yo enfrentamos es que tenemos estas enormes
historias que no tuvimos tiempo de contarnos en la cantidad
de tiempo que hemos estado juntos.
Lo reconoce con un pequeño asentimiento.
—Te dije que estaba cenando con un viejo amigo anoche,
y eso es cierto.
—¿Okey…?
—Pero él era realmente como mi viejo… todo.
Me encuentro con los ojos de Sean y me derrito un poco.
Son lo primero que noté sobre él porque son muy profundos,
conmovedores y brillantes. Sus ojos son increíbles:
marrones, densas pestañas, y la forma en que se levantan
suavemente en los bordes, fácilmente los convierte en los
ojos más coquetos que he conocido. En este momento, sin
embargo, son más cautelosos que juguetones.
Me encojo de hombros, enmendando:
—Él fue mi primer todo.
—Tu primer…
—Mi primer amigo de verdad, mi primer amor, mi
primer…
—Sexo —termina por mí.
—Es complicado.
—¿Qué tan complicado? —pregunta, suavemente—. Todo
el mundo tiene exes. ¿Él te… lastimó?
Rápidamente niego con la cabeza.
—Mira, después de que mamá muriera, papá se convirtió
en todo mi mundo, pero todavía no sabía cómo cuidar de mí
de la misma forma que mamá. Y entonces conocí a Elliot y
fue como… —Busco las palabras correctas—. Tenía a alguien
de mi edad que realmente me entendía y me veía
exactamente por quién era. Era como una mejor amiga y un
primer novio, todo en uno.
La expresión de Sean se suaviza.
—Me alegro, nena.
—Tuvimos una pelea una noche, y… —Ahora me doy
cuenta de que voy a terminar esto prematuramente. No
estoy segura de poder contar toda la historia—. Necesitaba
algo de tiempo para pensar, y ese «algo de tiempo» se
convirtió en once años.
Los ojos de Sean se abren un poco.
—¿Oh?
—Nos encontramos hace unos días.
—Ya veo. Y es la primera vez que hablan desde entonces.
Trago espesamente.
—Correcto.
—Así que hay bastantes cosas que contar —dice,
sonriendo un poco.
Asiento, repitiendo:
—Sip.
—¿Y esta relación ha estado colgando sobre ti todo este
tiempo?
No quiero mentirle.
—Sí.
A excepción de la muerte de mis padres, no hay nada más
grande en mi vida que Elliot.
—¿Todavía lo amas?
Parpadeo volteándome.
—No lo sé.
Sean usa un dedo suave para girar mi cara hacia la suya.
—No me importa si lo amas, Mace. Incluso si crees que
siempre lo amarás. Pero si te hace preguntarte qué estás
haciendo aquí, conmigo, entonces tenemos que hablar de
ello.
—No lo hace, en realidad. Ha sido emotivo verlo.
—Entiendo eso —dice en voz baja—. Trae cosas viejas.
Estoy seguro de que, si volviera a ver a Ashley, tendría
problemas con todo eso. Enojo, dolor y sí, el amor que
todavía tengo por ella. Nunca llegué a desenamorarme. Solo
tuve que seguir adelante cuando ella se fue.
Es
una
descripción
perfecta.
Nunca
llegué
desenamorarme. Solo tenía que seguir adelante.
a
Me besa, una vez.
—No tenemos dieciocho años, nena. No llegamos a esto
sin algunas grietas en nuestra armadura. No espero que
tengas espacio en tu corazón solo para mí.
Estoy tan agradecida con él en este momento que casi
quiero llorar.
—Bueno, trabaja en esa amistad. Haz lo que tengas que
hacer —dice, su peso regresando encima de mí, su cuerpo
empujando contra el mío, duro y listo—. Pero en este
momento, vuelve a mí.
Envuelvo mis brazos alrededor de él y presiono mi cara
contra su cuello pero, a medida que se mueve sobre mí, y
luego dentro de mí, tengo un breve destello de honestidad
desnuda. Es bueno, el sexo siempre ha sido bueno, pero
esto no se siente bien.
No hace sonar las alarmas en mi cabeza, claro, pero
tampoco me pone la piel de gallina. No hace que me duela
el pecho tan deliciosamente que casi me quedo sin aliento.
No me siento urgida, ni desesperada, ni demasiado caliente
en mi propia piel porque tengo mucha hambre de él. Y en
un jadeo tenso que Sean interpreta como placer, me
preocupa que Elliot tenga razón y yo esté equivocada y,
como siempre, él esté cuidando de nuestros dos corazones
mientras yo me muevo por ahí, tratando de resolver todo.
Siento mis pensamientos dando vueltas alrededor de
algo, lo mismo una y otra vez: cómo Elliot se fue a casa
después de verme y rompió con Rachel.
Solo tuvo que verme para saberlo, mientras que yo
apenas puedo confiar en un solo sentimiento que tengo.
Capítulo 16
Pasado
Miércoles, 26 de noviembre
Catorce años atrás
Traducido por Nea
Corregido por Lyn♡
Editado por Banana_mou
Papá empujó el carro por el pasillo y se detuvo frente a un
congelador lleno de enormes pavos.
Los miramos juntos. Aunque papá y yo seguimos muchas
tradiciones desde que murió mamá, nunca habíamos hecho
Acción de Gracias solos.
Por otra parte, tampoco lo hicimos nunca con ella. Con
dos inmigrantes de primera generación del siglo XXI como
padres, el Día de Acción de Gracias no era una festividad
que nos importara mucho a ninguno de nosotros. Pero ahora
teníamos la cabaña y casi una semana libre sin nada más
que hacer que cortar leña y leer frente a las llamas. Nos
parecía un desperdicio, de forma totalmente ilógica, no
intentar al menos la comida de las fiestas.
Pero estando aquí, ante la perspectiva de hacer una
producción tan enorme para dos, cocinar se sentía
decididamente más derrochador.
—Estos son trece libras —dijo papá—, como mínimo. —
Con una expresión de leve desagrado, sacó un ave de la
caja y la inspeccionó.
—¿No tienen el...? —Hice un gesto con la mano hacia el
carnicero, hacia las pechugas expuestas allí.
Papá me miró fijamente, sin entenderlo.
—¿El qué?
—Ya sabes, ¿las partes más pequeñas?
Se quedó boquiabierto.
—¿Las pechugas?
Me quejé, pasando junto a él para buscar una pechuga de
pavo con hueso que podríamos asar en menos de medio
día.
Viniendo detrás de mí, Papá dijo:
—Estas son de un tamaño más apropiado. —Inclinándose,
añadió con una risa reprimida—: Pechugas de tamaño
decente.
Mortificada, lo aparté de un empujón y me dirigí a la
sección de productos para conseguir papas. Allí, con la bebé
Alex en un cabestrillo, estaba la madre de Elliot, la señora
Dina.
Tenía un carrito lleno de comida, un teléfono en la oreja
mientras charlaba con alguien, la bebé dormida contra su
pecho, e inspeccionaba las cebollas amarillas como si
tuviera todo el tiempo del mundo. Había dado a luz hacía
tres meses y estaba aquí, preparándose para cocinar una
enorme comida para su tropa de niños voraces.
La miré fijamente, sintiendo una combinación retorcida de
admiración y derrota. La señora Dina hacía que las cosas
parecieran tan fáciles; papá y yo apenas podíamos
imaginarnos cómo hacer una comida navideña para dos.
Se aseguró de voltear dos veces para confirmar que era
yo y quizá, por primera vez en mi vida, me imaginé a través
de los ojos de otra persona: mis pantalones de deporte del
equipo de natación, la sudadera holgada de Yale que papá
le regaló a mamá hace años, las chanclas. Y me quedé de
pie, mirando la amplitud de los productos, sin madre y
claramente abrumada.
La señora Dina terminó su llamada y empujó su carro
hacia mí.
Me miró a la cara y luego dejó que sus ojos bajaran hasta
los dedos de mis pies y hacia arriba.
—¿Tú y tu padre planean cocinar mañana?
Le dediqué lo que esperaba que fuera una sonrisa
humorística.
—Vamos a intentarlo.
Hizo una mueca de dolor, mirando más allá de mí y
fingiendo estar preocupada.
—Macy —dijo, inclinándose—, tengo más comida de la
que sé qué hacer con ella, y con la pequeña Alex aquí... me
ayudaría mucho si tú y tu padre vinieran a casa. Si me
ayudas a pelar las patatas y a hacer los panecillos, serías mi
salvadora.
Ni en un millón de años habría dicho que no.
❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿
Olió a masa de tarta horneada, mantequilla derretida y
pavo todo el día, incluso en nuestra casa. El viento llevaba
los olores de la cocina a nuestra ventana y mi estómago se
retorcía.
La señora Dina nos había dicho que fuéramos a las tres y
ni siquiera podía contar con que Elliot me entretuviera hasta
entonces porque, sin duda, lo habían puesto a trabajar.
Oí el cortacésped en marcha, la aspiradora funcionando
dentro. Y, por supuesto, oí el rugido del fútbol en la
televisión de la sala de estar, que se extendía desde su casa
a la nuestra. Para cuando nos acercamos con vino y
cervezas a dos minutos antes de las tres, estaba casi loca
de la expectación.
Papá se ganaba bien la vida y nuestra casa de Berkeley
tenía todas las posesiones materiales que podíamos
necesitar o desear. Pero lo que nunca pudimos comprar fue
el caos y el bullicio. Nos faltaban el ruido y las disputas, y la
alegría de los platos repletos porque todo el mundo insistía
en que se hiciera su plato favorito.
Justo al entrar en su puerta, nos arrastraron como el
metal a los imanes hacia la locura. George y Andreas
gritaban a la televisión. En el sillón del rincón, el Sr. Nick
soplaba exuberantes frambuesas sobre la barriga de Alex.
Nick Jr. pulía la mesa del comedor mientras la señora Dina
vertía mantequilla derretida en los panecillos para meterlos
en el horno, y Elliot estaba de pie sobre el fregadero,
pelando patatas.
Corrí hacia él, tratando de quitarle el pelador de la mano.
—¡Le dije a tu madre que las pelaría!
Parpadeó sorprendido y se levantó las gafas con un dedo
cubierto de piel de patata. Sabía que ayudarla con la cena
era solo una artimaña; después de todo, había estado
oliendo la comida todo el día, pero, por alguna razón, era
incapaz de renunciar a ello.
El caso es que a los catorce años tenía la edad suficiente
para comprender que muchas de las personas que habían
vivido en Healdsburg durante muchos años no habrían
podido permitirse vivir en Berkeley. Aunque Healdsburg
había sido absorbido por el dinero del Área de la Bahía y la
locura del vino de los noventa, muchas personas que vivían
aquí todavía trabajaban por un salario por hora y vivían en
casas más viejas y ligeramente empapadas.
La riqueza aquí era lo que había dentro: la familia
Petropoulos y la calidez y el conocimiento, pasado de
generación en generación, de cómo cocinar una comida
como esta para una familia de este tamaño.
Vi cómo la señora Dina le dio a Elliot un trabajo diferente,
lavar y cortar lechuga para la ensalada, que él hizo sin
queja ni instrucción.
Mientras tanto, yo cortaba las patatas hasta que llegó la
señora Dina y me enseñó cómo pelarlas más lentamente, en
tiras largas y suaves.
—Bonito vestido —dijo Elliot una vez que ella se hubo
marchado, con una voz cargada de delicado sarcasmo.
Bajé la mirada hacia los desaliñados jersey vaqueros que
llevaba.
—Gracias. Era de mi madre.
Sus ojos se abrieron de par en par.
—Dios mío, Macy, lo siento...
Le lancé un trozo de piel de patata.
—Estoy bromeando. Papá me lo compró. Sentí que tenía
que ponérmelo alguna vez.
Parecía escandalizado, luego sonrió.
—Eres malvada —siseó.
—Si te metes con el toro —dije, levantando mis dedos
índice y meñique—, te quedas con los cuernos.
Sentí que me miraba y esperé que viera mi sonrisa.
Mamá siempre tuvo un sentido del humor malvado.
❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿
Papá se sentó a ver el partido de los Niners con fingido
interés con el señor Nick y los chicos hasta que la señora
Dina nos llamó para comer.
Había un ritual una vez que estábamos en la mesa, una
escena coreografiada que papá y yo seguíamos
cuidadosamente: todos se sentaban en sus sillas y se
enlazaban las manos. El señor Nick dio las gracias y luego
todos se turnaron para decir algo por lo que estaban
agradecidos este año.
George estaba agradecido por haber entrado en el equipo
de atletismo.
La señora Dina estaba agradecida por su bebé sana –que
dormía tranquilamente en una silla de bebé con vibración
cerca de la mesa–.
Nick Jr. estaba agradecido por haber terminado su primer
semestre de universidad porque, hombre, apestaba.
Papá estaba agradecido por un buen año en los negocios
y por una hija maravillosa.
Andreas estaba agradecido por su novia, Amie.
El señor Nick estaba agradecido por sus chicos y sus dos
chicas. Le guiñó un ojo a su mujer.
Elliot estaba agradecido por la familia Sorensen, y
especialmente por Macy, a quien echaba de menos durante
la semana cuando estaba en casa.
Me senté, mirándole fijamente y tratando de idear algo
más que decir, algo tan bueno como eso.
Me concentré en un punto de la mesa mientras hablaba,
mis palabras vacilaban.
—Estoy agradecida de que el instituto no sea terrible
hasta ahora. Agradezco que no me haya tocado el señor
Syne en matemáticas. —Miré a Elliot—. Pero, sobre todo,
estoy agradecida de que hayamos comprado esta casa y de
que haya podido hacer un amigo que no me haga sentir
rara por estar triste por mi madre, o por querer estar
callada, y que siempre tenga que explicarme las cosas dos
veces porque es mucho más inteligente que yo. Estoy
agradecida de que su familia sea tan agradable, y de que su
madre haga tan buenas cenas, y de que papá y yo no
hayamos tenido que intentar hacer un pavo nosotros solos.
La mesa se quedó en silencio y oí a la señorita Dina tragar
saliva un par de veces antes de decir:
—¡Perfecto! ¡Vamos a comer!
Y la rutina se disolvió cuando el frenesí se apoderó de los
cuatro adolescentes que se zambulleron en la comida. Los
panecillos, el pavo y la salsa se volcaron en mi plato, y
saboreé cada bocado.
No era tan bueno como la cocina diaria de mamá, y a
mamá le faltaba algo que le habría encantado: una
habitación llena de una familia bulliciosa. Pero fue el mejor
Día de Acción de Gracias que había tenido. Ni siquiera me
sentí culpable por sentirme así, porque sé que mamá
querría que tuviera más, y mejor, para siempre.
Más tarde, de vuelta a casa, papá me acompañó arriba,
poniéndose detrás de mí y cepillando mi pelo como solía
hacer mientras yo me cepillaba los dientes.
—Siento haber estado tan callado esta noche —dijo,
entrecortado.
Me encontré con sus ojos en el espejo.
—Me gusta tu tipo de silencio. Tu corazón no es silencioso.
Se inclinó, presionando su mejilla contra mi sien, y me
sonrió en el espejo.
—Eres una chica increíble, Macy Lea.
Capítulo 17
Presente
Viernes, 13 de octubre
Traducido por Nea
Corregido por Lyn♡
Editado por Banana_mou
Más milagrosa –incluso más que una noche completa de
sueño– es la perspectiva de un día completo de descanso en
un fin de semana. Tener un sábado libre es como tener diez
años y sostener un billete de veinte dólares en una tienda
de caramelos. No sé ni por dónde empezar.
Bueno, eso no es del todo cierto. Sé que no quiero pasar
ni un segundo del día en el interior. El sitio de Mission Bay
para niños de UCSF tiene ventanas por todas partes, pero
cuando eres un residente de pediatría, no notas nada más
que el niño que tienes delante, o tu jefe diciéndote dónde
tienes que estar después. El viernes por la tarde, en un
breve descanso después de las rondas, le recuerdo a Sean
nuestros planes para hacer un picnic en el Parque Golden
Gate. Llamo a Sabrina, confirmando que ella, Dave y Viv
pueden venir. Invito a un par de viejos amigos de mi barrio
de Berkeley que todavía viven en la zona: Nikki y Danny. Y
entonces vuelvo al trabajo con la sensación de zumbido en
mis oídos, estática en mis pensamientos. No puedo dejar
esto sin terminar todo el día.
Después de entregar una actualización de algunos análisis
de sangre a mis actuales padres favoritos, cuya hija está
ingresada en oncología, corro a la sala de descanso,
escondiéndome detrás de la taquilla para coger mi teléfono
y enviar un mensaje a Elliot:
Algunos de nosotros vamos a ir a Golden Gate Park mañana para un
picnic.
¿Crees que te gustaría venir?
¿A qué hora estabas pensando?
Iba a ir a H-burg por la tarde, pero podría ser persuadido.
Nos reuniremos a las once fuera del jardín botánico.
No pasa nada si no puedes venir, sé que es de última hora.
Solo algunos de mis amigos, y Sean, etc.
Estaré allí.
Me encantaría conocer a todo el mundo.
Capítulo 18
Pasado
Miércoles, 31 de diciembre
Catorce años atrás
Traducido por Nea
Corregido por Lyn♡
Editado por Banana_mou
—Los chicos apestan.
El viento nos azotó donde estábamos acurrucados en la
playa Goat Rock, preparándonos para un asado de
salchichas con nuestras familias, fútbol de bandera y Año
Nuevo sobre el océano.
—¿Quiero saberlo? —preguntó Elliot, sin levantar la vista
de su libro.
—Probablemente no.
Para ser justos, no tenía sentimientos fuertes por ningún
chico de mi escuela, pero parecía, desde que empezamos el
instituto hace cuatro meses, que ninguno de ellos tenía
ningún sentimiento por mí. Danny, mi mejor amigo, me dijo
que sus amigos Gabe y Tyler pensaban que yo era linda,
pero, como él dijo, «Un poco demasiado, metida en los
libros».
No podía escapar de ello; todo el mundo empezaba a
«salir» con todo el mundo. Yo ni siquiera había besado a un
chico.
Supongo que iría al baile de noveno grado con Nikki.
Elliot me miró.
—¿Puedes contarme más sobre cómo apestan los chicos?
—Los chicos no quieren chicas que sean interesantes —
me quejé—. Quieren chicas con tetas y que lleven ropa de
zorra, y que coqueteen.
Elliot dejó lentamente su libro en un trozo de hierba de la
playa a su lado.
—No quiero eso.
Ignorando esto, continué:
—Y las chicas sí quieren chicos que sean interesantes. Las
chicas quieren a los tímidos que lo saben todo y tienen
manos grandes y buenos dientes y dicen cosas dulces. —Me
mordí los labios. Puede que haya dicho demasiado.
Elliot me sonrió, el metal finalmente había desaparecido,
sus dientes perfectos.
—¿Te gustan mis dientes?
—Eres raro. —Cambiando
¿Palabra favorita?
de
tema,
le
pregunté—:
Se quedó mirando el océano durante unas cuantas
respiraciones antes de decir:
—Cynosure.
—¿Qué significa eso?
—Es un foco de admiración. ¿La tuya?
Ni siquiera tuve que pensar:
—Castración.
Elliot dio un respingo. Se miró las manos en el regazo,
dándoles la vuelta e inspeccionándolas cuidadosamente.
—Bueno, si sirve de algo —susurró—, Andreas cree que
eres guapa.
—¿Andreas? —Oí la sorpresa en mi propia voz. Entrecerré
los ojos mientras miraba a la playa, donde Andreas y
George luchaban, y traté de imaginarme besando a
Andreas. Su piel era buena, pero su pelo era demasiado
desaliñado para mi gusto y era un poco idiota.
—¿Él dijo eso? Está con Amie.
Elliot frunció el ceño, recogiendo una pequeña roca y
lanzándola hacia el revoltoso oleaje.
—Han roto. Pero le dije que si te tocaba le daría una
patada en el culo.
Solté una sonora carcajada.
Elliot era demasiado racional para dejarse llevar por mi
reacción: lo que a Andreas le faltaba en el cerebro, lo
compensaba con una gran musculatura.
—Sí, así que me abordó. Luchamos. Rompimos el jarrón
de mamá, ¿recuerdas el feo que estaba en el pasillo?
—¡Oh no! —Mi angustia era convincente, pero sobre todo
estaba eufórica de que hubiese sido por mí.
—Nos castigó a los dos.
Me mordí el labio, intentando no reírme. En cambio, me
estiré en la arena, volviendo a mi libro, y me perdí en las
palabras, leyendo una y otra vez la misma frase: «Parecía
que viajaba con ella, que la arrastraba en el poder de la
canción, de modo que se movía en la gloria entre las
estrellas y, por un momento, ella también sintió que las
palabras Oscuridad y Luz no tenían significado, y que solo
esta melodía era real».
Pudieron haber pasado horas antes de que escuchara un
carraspeo detrás de nosotros, vi a papá aparecer. Su figura
tapaba el sol y proyectaba una sombra fresca sobre el lugar
donde estábamos tumbados.
Solo una vez que estuvo allí, me di cuenta de que me
había movido lentamente para estar acostada con la cabeza
sobre el estómago de Elliot, en nuestro tramo de arena
aislado. Empujé para sentarme, torpemente.
—¿Qué están haciendo?
—Nada —dijimos al unísono.
Pude escuchar inmediatamente lo culpables que nos hacía
sonar nuestra respuesta conjunta.
—¿De verdad? —preguntó papá.
—De verdad —respondí, pero él ya no me miraba. Él y
Elliot estaban teniendo algún tipo de intercambio de agente
secreto masculino que incluía contacto visual prolongado,
carraspeo y, probablemente, alguna forma misteriosa de
comunicación directa entre sus cromosomas Y.
—Solo estábamos leyendo —dijo Elliot, con un tono de voz
más grave a mitad de la frase. No sé si esta señal de su
inminente virilidad era tranquilizadora o condenatoria en lo
que respecta a mi padre.
—En serio, papá —dije.
Sus ojos parpadearon hacia los míos.
—De acuerdo. —Finalmente pareció relajarse y se puso en
cuclillas a mi lado—. ¿Qué estás leyendo?
—Una arruga en el tiempo13.
—¿Otra vez?
—Es muy bueno.
Me sonrió y extendió la mano para pasar su pulgar por mi
mejilla.
—¿Tienes hambre?
—Claro.
Papá asintió y se puso de pie, dirigiéndose hacia donde el
señor Nick estaba ocupado encendiendo un fuego.
Pasaron unos segundos antes de que pareciera que Elliot
era capaz de exhalar.
—En serio. Creo que sus palmas son del tamaño de toda
mi cara.
Me imaginé la mano de papá agarrando toda la cara de
Elliot y, por alguna razón, la imagen era tan cómica que me
hizo soltar una carcajada aguda.
—¿Qué? —preguntó Elliot.
—Es que esa imagen es divertida.
—No si eres yo y te mira como si tuviera una pala con tu
nombre en ella.
—Oh, por favor. —Me quedé boquiabierta.
—Confía en mí, Macy. Conozco a los padres y a las hijas.
—Hablando de mi padre —dije, ajustando mi cabeza en su
estómago para estar más cómodo—, ¿adivina lo que
encontré la semana pasada?
—¿Qué?
—Tiene revistas sucias. Un montón de ellas.
Elliot no respondió, pero sentí que se movía debajo de mí.
—Están en una cesta en el estante superior en la esquina
más lejana de su armario en la cabaña. Detrás del pesebre.
—Esta última parte me pareció muy importante.
—Eso fue extrañamente específico. —Su voz vibró a lo
largo de la parte posterior de mi cabeza y la piel de gallina
se extendió por mis brazos.
—Bueno, ese es un lugar extrañamente específico para
poner algo así. ¿No crees?
—¿Por qué estabas en su armario? —preguntó.
—Ese no es el punto, Elliot.
—Es precisamente el punto, Mace.
—¿Cómo?
Colocó un marcador entre las páginas y se sentó de cara a
mí, obligándome a sentarme también.
—Es un hombre. Un hombre soltero. —Elliot utilizó la
punta de su dedo índice para subir sus gafas y me sostuvo
la mirada con severidad—. Su dormitorio es su fortaleza de
soledad, su armario es su bóveda. Podrías haber estado
buscando en el cajón de su mesita de noche o bajo su
colchón. —Mis ojos se abrieron de par en par—. ¿Qué
esperabas encontrar en el estante superior de la esquina
más alejada de su armario, detrás del pesebre?
—¿Álbumes de fotos? ¿Recuerdos preciados de una
juventud perdida? ¿Suéteres de invierno? ¿Cosas de
carácter paternal? —Hice una pausa, dedicándole una
sonrisa culpable—. ¿Mis regalos de Navidad?
Sacudiendo la cabeza, volvió a su libro.
—El fisgoneo siempre termina mal, Mace. Siempre.
Lo consideré. Papá no salía mucho... bueno, nunca, que yo
supiera, pasaba la mayor parte de su tiempo en el trabajo o
conmigo. Nunca había pensado en este tipo de cosas
cuando se trataba de él. Encontré la esquina doblada en mi
copia de Una arruga en el tiempo y me acomodé en la
hierba detrás de mí.
—Es simplemente... asqueroso. Eso es todo.
Elliot se rio: un bufido fuerte y abrupto, seguido de un
movimiento de cabeza.
Le miré fijamente y le pregunté:
—¿Acabas de sacudir la cabeza?
—Lo he hecho. —Utilizó un dedo para mantener su lugar
en el libro—. ¿Por qué es asqueroso? El hecho de que tu
padre tenga las revistas o que las use para...
Por reflejo, me tapé los oídos.
—No. No. Te juro que si terminas esa frase te daré una
patada en las pelotas, Elliot Petropoulos. No todo el mundo
hace eso.
Elliot no contestó, solo cogió su libro y siguió leyendo.
—¿Lo hacen? —pregunté débilmente.
Giró la cabeza para mirarme.
—Sí. Lo hacen.
Me quedé en silencio un momento mientras digería eso.
—Así que... ¿tú también haces eso?
El rubor que subía por su cuello delataba su vergüenza
pero, tras unos segundos, asintió.
—¿Mucho? —pregunté, con verdadera curiosidad.
—Supongo que eso depende de tu definición de mucho.
Soy un chico de quince años con una gran imaginación. Eso
debería responder a tu pregunta.
Me sentí como si hubiéramos descubierto una nueva
puerta del pasillo que conducía a una nueva habitación, que
contenía un nuevo todo.
—¿En qué piensas? Cuando haces eso, quiero decir.
Mi corazón era un martillo neumático bajo mis costillas.
—Besar. Tocar. Sexo. Partes que no tengo y cosas que la
gente hace con ellas —añadió moviendo las cejas. Puse los
ojos en blanco—. Las manos. El pelo. Piernas. Dragones.
Libros. Bocas. Palabras... labios... —Se interrumpió y enterró
la nariz en su libro de nuevo.
—Vaya —dije—. ¿Dijiste dragones?
Se encogió de hombros pero no volvió a mirarme. Le miré
con curiosidad. La mención de los libros y las palabras y los
labios no había escapado a mi atención.
—Como dije —murmuró entre las páginas—, tengo una
imaginación impresionante.
Capítulo 19
Presente
Sábado, 14 de octubre
Traducido por Tati Oh
Corregido por Lyn♡
Editado por Banana_mou
—Ok, ¿es posible que esté empezando a apreciar mi
uniforme? —gruño.
Sean asoma la cabeza en el dormitorio.
—¿Cuál es el problema, nena?
—Nada —le digo, arrojando otra camisa a la pila de
rechazadas sobre la cama—. Es solo que no he visto a
algunas de estas personas en una eternidad. Y haremos un
picnic. Necesito lucir linda y coqueta porque nunca uso ropa
normal. Creo que he olvidado cómo vestirme.
—¿Pensé que te habías vestido para tu cena la semana
pasada con él?
—No me refiero solo a Elliot.
La sonrisa juguetona de Sean me dice que piensa que
estoy llena de mierda y me hace reír, pero luego me
detengo. En realidad, no se trata de verse linda y coqueta
para Elliot; me ha visto de todas las formas, desde formal o
vestida con overoles desliñados hasta vestida con nada en
absoluto. Y tal vez sea solo una cuestión de chicas, y
explicarlo hace que suene absurdo, pero quiero lucir linda
para mis amigas. Pero si Sean piensa que estoy agonizando
por pensar en qué ponerme para Elliot, ¿eso no debería
molestarlo? ¿Al menos un poquito?
Aparentemente no, porque se agacha y regresa a la
canasta de comida que está empacando para el día. Amo lo
mucho que le encanta cocinar, especialmente porque está
en proporción a lo mucho que odio hacerlo.
Le oigo murmurar algo en voz baja y luego entra Phoebe,
dando un salto y volando sobre la pila de ropa encima del
edredón.
—¿Cuándo vamos al jardín de Bojangles?
Le doy un beso en la frente.
—Al Parque Botánico. Y nos vamos en… —Miro el reloj de
la mesita de noche—. Oh, veinte minutos.
—Me gusta lo que llevas puesto —dice, apuntando
vagamente en mi dirección—. Papá dice que es un
desperdicio de tiempo cambiarme de ropa con demasiada
frecuencia.
Hay momentos en los que siento que es mi trabajo
impartir algún tipo de sabiduría feminista a Phoebe pero,
como de costumbre, Sean está muy por delante de mí.
Habiendo perdido interés en mi dilema sobre la moda, se
derrumba dramáticamente.
—Estoy hambrienta.
—¿Quieres que te traiga algo? Vi algunas fresas más
temprano.
Ella arruga la nariz.
—No gracias, le preguntaré a papá.
Se pone de pie justo cuando Sean grita desde la otra
habitación, habiéndonos escuchado.
—Tengo un plátano que puedes comer, Applejack. Todas
las fresas han sido empacadas para el picnic.
Y antes de que seguir hablando con ella, Phoebe ya ha
salido por la puerta y ha entrado en la otra habitación.
Cuando lo pienso, tal vez he pasado media hora con ella en
toda la semana. Siempre me digo a mí misma que tener una
presencia materna es un gran problema para ella, pero
como acabamos de ver, ¿soy eso siquiera? ¿Y ella lo
necesita? Me pregunto si lo que Sean le murmuró antes de
que ella entrara fue un recordatorio de que necesita
hacerme sentir bienvenida, y venir a saludar.
Dios, estoy siendo ridícula. Pero, en realidad, Sean y
Phoebe parecen completamente independientes, como un
pequeño dúo. Nunca me sentí así con mi papá. Nos
amábamos, por supuesto, pero sin mamá los dos estábamos
perdidos, con los brazos extendidos mientras intentábamos
encontrarnos cada día.
Me pregunté millonésimas veces acerca de Ashley y qué
tipo de esposa ella debe haber sido para Sean, un tiempo
antes de que él se convirtiera en el nuevo artista de moda
en San Francisco, cuando todavía era un artista muerto de
hambre, casado con una mujer de camino al éxito con un
MBA en finanzas. Sé que Phoebe llegó antes de lo que
habían planeado y cuando Ashley aún estaba escalando a la
cima. ¿Estaba alguna vez en casa? ¿Crio Sean a la pequeña
Phoebe, sin descuidarla, hasta que entrara al colegio, de la
forma en que mi mamá me crio?
¿Qué tan diferente habría sido mi vida si papá hubiera
estado más en casa cuando yo era pequeña? ¿Qué tan
diferente hubiera sido si él hubiera muerto cuando yo tenía
diez años, y no mamá?
Me siento mal de solo pensarlo, como si hubiera deseado
estar en una realidad alterna en la que moriría mi padre
primero. Apesadumbrada, digo con tranquilidad «No quise
decirlo» al aire a mi alrededor, queriendo recoger cualquier
cosa mala que haya expulsado. Aunque él haya partido
también.
❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿
Sean y Phoebe se entretienen con un juego de veo-veo
durante el corto trayecto hasta el parque. Sabrina y Dave
nos esperan con la pequeña Viv adentro de un complicado
artilugio tipo cochecito. Sean, Dave y los niños van al
parque para encontrar un buen lugar, mientras Sabrina y yo
esperamos a los demás cerca del estacionamiento.
Observo a los dos hombres
admirándolos desde atrás.
mientras
se
alejan,
—Son buenos hombres —digo, y luego me giro para
encontrar a Sabrina mirándome intensamente—. ¿Qué?
—¿Cómo estas? —dice ella—. Te ves sexy hoy.
Echo un vistazo a lo que finalmente decidí usar para este
inusualmente cálido día: una camiseta blanca sin mangas,
unos lindos jeans arremangados y un collar de oro.
Habiendo dejado mi larga cabellera en un moño artística e
intencionalmente desordenado, me pregunto si tal vez no lo
intenté demasiado, sabía que el collar era mucho. Sabrina
está usando unos viejos pantalones rasgados y una
camiseta de lactancia.
—¿Me esforcé demasiado?
olvidado de cómo vestirme.
Me
preocupa
haberme
—¿Estás nerviosa?
Niego con la cabeza.
—Emocionada.
—Yo también. Nunca me lo han presentado.
—Quiero decir que estoy emocionada por tener un día
libre, pequeña facilitadora. Pero ya que lo mencionas
tampoco has conocido a Nikki ni a Danny —le recuerdo.
Sabrina se ríe, acercándose para poder poner su brazo
alrededor de mis hombros.
—Sé que los conoces desde la primaria, pero creo que
ambas sabemos por quién siento mucha curiosidad.
Miro hacia atrás, hacia donde Sean y Dave desaparecieron
de la vista.
—Sean parece cero extrañado por el asunto de Elliot.
—¿Eso no es bueno?
Me encojo de hombros.
—Seguro. Pero aún me siento culpable por lo mucho que
he pensado en Elliot y en el pasado, y luego, cuando hablo
con Sean al respecto, él dice: «Esta bien, amor, no es gran
cosa». ¿Pero tal vez sea porque no estoy siendo totalmente
honesta con él acerca de lo que siento al volver a ver a
Elliot? Aunque —agrego, pensando en voz alta—, Sean
asumió de inmediato que era algo más que ponerme al día
con un viejo amigo cuando lo mencioné, pero ni siquiera se
molestó en realidad. ¿Eso es raro?
Sabrina responde a mi balbuceo con una mirada de
impotencia. Al menos no soy yo la única confundida.
Gruño.
—Probablemente lo estoy pensando demasiado.
—Oh, seguramente. —Escucho el giro en su voz, la
completa falta de convicción, pero no tengo tiempo para
cuestionarla porque veo a Nikki y a Danny caminando hacia
nosotras. Comenzando a trotar, corro hacia ellos, lanzando
primero mis brazos a Nikki y luego a Danny.
Aunque regresé al Área de la Bahía hace unos seis meses,
no los había visto todavía, y es maravillosamente surrealista
ver cómo han cambiado, e incluso más aún, ver cómo no lo
han hecho. A Nikki la conocí en tercer grado cuando éramos
compañeros de curso, y sus padres claramente hicieron un
mejor trabajo que la mayoría al entrenarla porque su amiga
perdió a su madre el año siguiente, si bien Nikki no siempre
sabía qué decir, tampoco dejaba de intentarlo. Danny se
mudó a Berkeley desde Los Ángeles cuando estábamos en
sexto grado, por lo que se perdió lo peor de mis angustias y
posteriores torpezas sociales, pero él siempre ha estado al
final de los eventos de bajo dramatismo, pasando
inadvertido de todos modos.
Y para los ojos que no la han visto en casi siete años,
Nikki luce increíble. Ambas tenemos sangre sudamericana,
pero mientras yo heredé la baja estatura y la piel oscura de
Mamá en vez de la estatura y tez clara de papá, Nikki tiene
piel clara y ojos verdes, y ha tenido un cuerpo naturalmente
curvilíneo toda su vida. Ahora parece la capitana de algún
deporte competitivo de alto octanaje.
Por el contrario, Danny se parece a cualquier otro chico de
veintiocho años que vive en Berkeley: ligeramente delgado,
sonriente, levemente desaseado.
Recién estamos comenzando a ponernos al día; resulta
que Nikki está entrenando chicas en baloncesto en Berkeley
High, y Danny es un programador que trabaja desde casa,
cuando mi atención cae sobre el hombro de Sabrina.
Veo una figura que sale de un adorable Honda Civic azul,
agarra un suéter desde el asiento trasero y comienza a
avanzar directamente hacia nosotros con su tradicional paso
largo y uniforme. Sé que me ha visto, y me pregunto si sus
extremidades se tambalean al igual que las mías cuando lo
veo.
—Elliot llegó —digo, captando la vacilación nerviosa de
mis palabras un minuto demasiado tarde para detenerlas.
—Aquí vamos —se canta para sí misma, y ni siquiera
puedo apartar los ojos el tiempo suficiente para mirarla.
—¿Elliot-Elliot? —pregunta Nikki con los ojos muy abiertos
—. ¿Como en Elliot secreto?
Danny se vuelve y mira.
—¿Quién?
—Oh, Dios mío —susurra Nikki—. Esto es tan emocionante
ahora.
—¡El mismo! —Sabrina aplaude, y me doy cuenta de que
ahora Elliot está frente a una pared de mujeres y Danny,
todos esperando con grandes sonrisas su llegada.
—¿Elliot es el novio de Macy? —pregunta Danny por un
costado de su boca, y luego se vuelve hacia Sabrina, entre
todos nosotros, y agrega—: Oh, espera, este es el tipo de las
vacaciones.
—Elliot fue su novio —confirma Sabrina con alegría y
escándalo susurrado.
—Durante unos diez minutos —le recuerdo.
—Durante unos cinco años —me corrige—. Y considerando
que solo tienes veintiocho, eso es una gran parte de tu vida
amorosa.
Gruño, preguntándome por primera vez si todo esto es
una terrible idea.
Sabrina ha visto a Sean tres veces y, aunque insiste en
que sí le gusta, admite que él es extrañamente superficial
para ser un artista y no le da muy buena vibra. No ayuda el
hecho de que ella conoció a Dave en nuestro primer año en
Tufts y salieron durante siete años antes de casarse, por lo
que un período de dos meses antes del compromiso es
insondable para ella. Simplemente activa su alarma.
Antes de Sean, tuve algunas relaciones, pero como me
recuerda Sabrina, yo era la amiga molesta que podría
encontrar fallas en cualquiera. No se equivocaba. Solo por
recordar: Julián era extrañamente apegado a su guitarra.
Ashton besaba terriblemente y, sin importar cuán adorable
o divertido llegara a ser, era imposible pasarlo por alto.
Jaden tenía un problema con la bebida, Matt era demasiado
loco y Rob era demasiado emocional.
Después de conocer a Sean, Sabrina me preguntó qué
creía que estaba mal en él. Y claro, llevando solo un par de
meses juntos y en la más profunda etapa de
enamoramiento, mi respuesta fue un semi-borracho:
—¡Nada!
Pero en el espacio privado de mis propios pensamientos,
realmente no puedo culparla por pensar que Sean no es
muy cálido. Él es genial cuando se trata de eventos sociales,
pero sé que es algo distante. Responde preguntas usando
las menos palabras posibles, muestra un interés limitado en
mis amigos, deja que las conversaciones emocionales duren
unos tres minutos antes de cambiar de tema y,
exteriormente, no es muy afectivo con nadie más a
excepción de Phoebe.
Pero, no sé. Hay algo confortable en esa reserva. Tiene
sentido para mí porque, por mucho que permitiera que Elliot
entrara en mi espacio de emociones mentales, nunca dejé
entrar a nadie más después. Fue muy difícil. Tal vez sucedió
lo mismo para Sean con Ashley; estamos igual de
destrozados. En el espectro de los hombres progresistas,
Sean y Elliot son tan diferentes como podrían ser.
Necesito un Sean en mi vida.
Necesito un Elliot tanto como un agujero en la cabeza.
Elliot aparece con una sonrisa que nos refleja, mirándonos
por turno.
—¿Asumo que este es el comité de bienvenida?
Sabrina da un paso adelante con la mano extendida. Sus
palabras salen fuertes y jadeantes.
—Soy Sabrina. Yo era la compañera de cuarto de Macy en
la
universidad
y
he
querido
conocerte
desde
siempreeeeeee.
Se echa a reír, mirándome con las cejas arqueadas.
Pongo mi mano en su hombro, susurrando ante la escena:
—Baja un poco las revoluciones.
Elliot opta por darle un abrazo en lugar de un apretón de
manos. Sabrina es alta pero Elliot la empequeñece,
envolviéndola en sus brazos, que son sorprendentemente
musculosos, bronceados y tonificados más allá de las
mangas cortas de su negra camiseta. Acerca su cara a la de
ella mientras se abrazan y me doy cuenta, con ese
movimiento, de que Elliot acaba de ganarse el cariño de
Sabrina por toda la eternidad. Nadie ama un buen abrazo
más que ella.
—Bueno —dice, retrocediendo y sonriéndole—, es un
placer conocerte al fin.
Sabrina parece que se va a desmayar
Volviéndose, Elliot me mira con expectación.
de
júbilo.
—Ella es Nikki —le sugiero, señalando—. Y este es Danny.
Veo la reacción que se mueve a través de la expresión de
Elliot, en respuesta a los nombres que ha escuchado
durante tanto tiempo, pero rostros que solo ha visto en
fotos.
—Ah, Ok —dice, sonriendo y estrechando la mano de
Danny antes de abrazar a Nikki—. He escuchado mucho
acerca de ti.
Me río, porque todo lo que ha escuchado es sobre los
dramas de la secundaria. Me pregunto si está pensando en
lo mismo que yo, en el lado salvaje de Nikki y en las
incómodas erecciones de Danny. Elliot me mira a los ojos y
el brillo me dice que tengo razón. Reprime una sonrisa y me
muerdo el labio para hacer lo mismo.
—Está bien —digo—, vamos a buscar la comida.
Dave y Sean encontraron un bonito lugar a la sombra.
Phoebe está dibujando tranquilamente sobre una manta, Viv
está dormida en el cochecito, y ambos están conversando,
pero puedo ver a Dave lanzarle a Sabrina una mirada de
rescate mientras nos acercamos. Eso me hace proteger la
llamarada que Sean enciende dentro de mí, pero la
sensación se ve empapada por una oleada de adrenalina
cuando se pone de pie, se limpia las manos en los vaqueros
y se acerca a nosotros. Hacia Elliot.
¿Qué estoy haciendo?
Primero le presento a Sean a Nikki y Danny, lo más
simple. Danny está claramente desconcertado por lo que
está pasando cuando me oye decir la palabra prometido, y
mira a Elliot como si se hubiera perdido algo importante.
Sean se vuelve hacia Elliot y la estática zumba a mi
alrededor. La tensión es clara en Elliot también: en sus
hombros y en su frente. Sean está tan relajado como
siempre.
—Sean, él es Elliot —digo, agregando inexplicablemente
—, mi amigo más antiguo.
—¡Oye! —dice Nikki, y Danny le corea el sentimiento tan
pronto como entiende lo que dije.
Me río.
—Lo siento, no quise decir eso. Yo solo…
Elliot sale a mi rescate y dice:
—Encantado de conocerte, Sean. —Mientras se acerca
para estrechar la mano de Sean y, Dios, esto es tan
incómodo. En tantos niveles.
Sean sonríe con facilidad y me guiña un ojo.
—¿Pensé que yo era tu amigo más antiguo?
Todo el mundo se ríe cordialmente de esto y Sean suelta
la mano de Elliot, volviéndose para poner un beso enorme
en mi boca. Y en serio, ¿qué diablos? ¿Sean está celoso o
no? Me pilla tan desprevenida que ni siquiera cierro los ojos,
los que vuelan directo a la cara de Elliot. Su pecho se
mueve hacia atrás con la fuerza de una inhalación
sorpresiva.
Se
recupera
moviéndose
rápidamente,
sentándose junto a Phoebe y Dave, presentándose. Cuando
Sean se aleja de mí, escucho el profundo tenor de la voz de
Elliot preguntando a Phoebe qué está dibujando.
La nostalgia borra mis pensamientos, me lleva de regreso
a cuando Elliot se sentaba con la bebé Alex así, observando
con gentileza, alabando en voz baja. Ahora toma un crayón
y pregunta a Phoebe si le enseñará a dibujar flores como
esas.
—Explosión de ovario —murmura Sabrina en mi oído,
fingiendo estar besando mi mejilla.
—Algo así —susurro, limpiándome las manos en los jeans.
Pienso que realmente estoy sudando.
Desempacamos la comida, repartimos sándwiches,
bebidas y fruta a todos. La conversación se calma tan
pronto como Nikki comienza a hablar de baloncesto, porque
Dave es un ex jugador profesional de baloncesto y, gracias
a Dios, están aquí los dos, porque traen el entusiasmo
necesario para cualquier buen picnic. Cuando Viv se
despierta, Phoebe la abraza y la alegría en sus ojos nos
convierte en un montón de adorables y aduladores
murmullos. Con todo, funcional tal como debería funcionar
un picnic: comer, hablar, tener pequeñas batallas de
insectos y la semi-incomodidad de sentarse sobre mantas
en el césped.
Pero algo irreparable ha sucedido en mi corazón. Esta
vacilación en mis convicciones comenzó con el sexo que
apenas pude tener con Sean la otra mañana, y continúa
rasgando por la mitad hoy con ambos aquí. Sé que Sabrina
se da cuenta de las miradas que Elliot y yo no podemos
dejar de compartir. Quizás ella también nota la forma en
que Sean y yo apenas interactuamos.
Me está golpeando este extraño momento en el que Elliot
está aquí. Él está aquí. Está de nuevo frente a mí, accesible.
Podría extender la mano y tocarlo. Podría arrastrarme hasta
él, en su regazo, siento el calor de sus brazos a mi
alrededor.
Aún podría ser mío.
¿Por qué no tuve reacción cuando debería haberla tenido,
dos semanas atrás?
Recuerdo todas las cosas que me han pasado desde
nuestra separación y, a excepción de la muerte de Papá,
nada más se siente tan significativo. Es como si la vida
estuviera en espera, estaba avanzando, haciendo cosas,
pero no estaba viviendo en realidad. ¿Es terrible o
fantástico? No tengo ni idea.
La mano de Sabrina se posa sobre la mía en la manta de
picnic y la miro a los ojos, preguntándome cuánto lee en mi
cara.
—¿Estás bien? —pregunta, y yo asiento, forzando una
sonrisa y deseando como el infierno creer en esa
afirmación.
Capítulo 20
Pasado
12 años atrás
Traducido por Nea
Corregido por Lyn♡
Editado por Banana_mou
La única razón por la que pasé el primer año, y la mayor
parte del segundo, fue gracias a Elliot y a la voluntad de
Papá de pasar casi todos los fines de semana en
Healdsburg. Los fines de semana que pasábamos allí los
dedicábamos a leer, a pasear por el bosque y en
ocasionales salidas a Santa Rosa. Una vez, Elliot y yo incluso
nos aventuramos juntos hasta un concierto en Oakland.
Elliot era más familia que amigo pero, con el tiempo, se
convirtió en más personal en algunas maneras que la
familia, también.
Pero lo que toda esta cercanía significaba era que cada
vez que nos perdíamos un fin de semana en la cabaña, las
semanas intermedias parecían interminables. A los dos nos
iba bien en escuela, pero yo odiaba las posturas sociales y
la política de las amistades de la escuela secundaria. Nikki y
Danny pensaban lo mismo y siempre eran cero dramáticos:
pasábamos el almuerzo juntos todos los días como un grupo
de marginados por elección, sentados en una parcela de
hierba inclinada y observando cómo se desarrollaba la
mayor parte del caos.
Pero después del colegio, Nikki se iba a pasar tiempo con
su abuela, Danny se iba a casa a patinar con los niños de su
calle, y yo llevaba a cabo mi rutina de los días de la semana
que parecía casi un ritual: práctica de natación, deberes,
comer, ducha, cama. El hecho de que no hiciéramos nada
juntos fuera de la escuela dificultaba la formación de
vínculos emocionales muy estrechos con ellos, pero los tres
parecíamos extrañamente bien con ello.
A medida que se acercaba la primavera del segundo año,
me di cuenta de que Elliot se estaba convirtiendo en algo
más. No solo intelectualmente, sino también físicamente.
Verlo solo los fines de semana y durante los veranos me
hacía sentir como si estuviera viendo un vídeo en time-lapse
de un árbol creciendo, una flor floreciendo, un campo
brotando a lo largo del año.
—Palabra favorita. —Se movió en la pila de almohadas,
moviendo los ojos sobre mí. Al parecer, se estaba poniendo
al día.
Era el 14 de mayo y no había visto a Elliot desde el fin de
semana de mi decimosexto cumpleaños en marzo, el
tiempo más largo que habíamos pasado separados en casi
dos años. Estaba... diferente. Más grande, de alguna
manera más oscuro. Tenía lentes nuevos, gruesos y negros.
Su pelo era demasiado largo, la camisa le apretaba el
pecho. Sus vaqueros rozaban la parte superior de sus
zapatillas negras. Entonces, los vaqueros eran nuevos.
—Temblar —dije—. ¿Tú?
Tragó saliva y respondió:
—Acerbo.
—Oh, buena. ¿Actualización? —Me acomodé, recogiendo
un libro de Dickinson que Papá había dejado en mi cama.
—Estoy considerando aprender a patinar.
Le miré con los ojos muy abiertos.
—¿Como patinaje sobre hielo?
Me fulminó con la mirada.
—No, Macy. A andar en patineta.
Me reí por el énfasis que puso en la palabra, pero me
detuve cuando me fijé en su expresión. En un pulso me
pregunté si estaba aprendiendo porque sabía que era algo
que Danny hacía.
—Lo siento, es que… tal vez solo tenías que decir «andar
en patineta».
Asintió con fuerza.
—De todos modos. He ahorrado y estoy buscando
patinetas.
Me mordí una sonrisa. El chico no tenía remedio.
—Tiene que haber una página web que tenga una jerga o
algo así.
Ladeó la cabeza y entrecerró los ojos, molesto.
—Lo siento. Adelante.
—Además —dijo, mirando su camisa como si estuviera
absorto con el dobladillo—, estoy tomando algunas de mis
clases el próximo semestre en Santa Rosa.
—¿Qué? —jadeé—. ¿Santa Rosa como… en la universidad?
Asintió con la cabeza.
—¿Estando en el instituto? —Sabía que Elliot era
inteligente, pero... seguía siendo solo alguien de segundo
año, y ¿ya estaba calificado para los cursos de la
universidad?
—Sí, lo sé. Biología y… —Parpadeó, de repente fascinado
con algo en la esquina de la habitación.
—¿Biología y qué, Elliot?
—Algo de matemáticas.
—¿Algo de matemáticas? —Me quedé boquiabierta. ¿Ya
había terminado la asignatura de Cálculo Avanzado? Miré
mentalmente a mi inminente curso de Álgebra.
—Así que lo de la patineta es quizá para ayudarme a
establecer vínculos con algunos de los estudiantes de mi
grado.
La vulnerabilidad en su voz me hizo sentir como una
enorme idiota.
—Pero estás con ellos todos los días en la escuela.
¿Verdad?
Se quedó callado, observándome.
—Sí, después de la escuela. En el almuerzo.
—Espera. ¿No estás en clases con niños de tu grado
ahora?
—Solo en el salón de clases. —Tragó saliva e intentó una
sonrisa—. He estado trabajando por mi cuenta en la
escuela, pero voy a empezar este semestre en el SRJC14.
Miré el libro que tenía en la mano. Franny y Zooey. Estaba
desgastado porque lo habíamos leído varias veces.
—¿Por qué no me dijiste que eras tan especial?
Se rio en voz baja ante mi pregunta y luego se convirtió
en un ataque de risa.
—Lo siento —dijo, recuperando lentamente el aliento—.
En realidad, no lo veo de esa manera.
Lo miré fijamente, tratando de entender por qué le
parecía tan gracioso.
—Solo ha sido este semestre —explicó—. Y, no sé. —Miró
hacia arriba y, de repente, parecía más viejo. Tuve una
punzada preventiva por nuestras vidas en el futuro,
preguntándome si estaríamos unidos así para siempre. La
posibilidad de que no lo estuviéramos me repugnaba—. No
me pareció lo más adecuado para incluir en un correo
electrónico porque parece una especie de alarde.
—Bueno, estoy súper orgullosa de ti.
Se mordió el labio a través de una sonrisa.
—¿Súper?
—Sí. Súper. —Levanté la cabeza, moviendo la almohada
—. ¿Qué más hay de nuevo?
—Hay un nuevo parque para «patinar». —Hizo comillas
con los dedos y una pequeña sonrisa burlona—. Justo
después del Safeway,15 aunque he estado aprendiendo en
el maltrecho aparcamiento que hay detrás de la lavandería.
Y, a ver... Brandon y Christian van a ir de excursión a
Yellowstone durante un mes este verano con el padre de
Brandon.
Sus dos amigos más cercanos.
—¿No vas a ir?
Negó con la cabeza.
—No. Christian ya está hablando de la cantidad de alcohol
que va a esconder en su maleta y parece que es un
desastre.
No presioné. Realmente no podía ver a Elliot haciendo
senderismo en Yellowstone de todos modos.
—Continúa.
—Fui a un baile de graduación —murmuró.
El sonido de los neumáticos al detenerse resonó en mi
cabeza. Tomar clases en un colegio menor parecía
minúsculo comparado con la magnitud de esta omisión.
—¿Un baile de graduación? Pero si eres de segundo año.
—Fui con una junior.
—¿Era guapa? —Me tragué mi reacción más honesta y
amarga.
—Ja, ja. Es de buen parecer. Se llama Emma.
Hice una mueca. Él la ignoró.
—«Buen parecer» —repetí—. Qué cumplido tan ruidoso.
—Fue bastante aburrido. Bailar. Puñetazos. Silencios
incómodos.
Sonreí.
—Qué pena.16
Se encogió de hombros pero devolvió la sonrisa. No era
una media sonrisa desanimada, sino una sonrisa completa y
ansiosa. Pero se enderezó lentamente cuando mi expresión
se ensombreció. Recordé el nombre de Emma y de la linda
preadolescente de mejillas sonrosadas que aparecía en la
foto de su tablón de anuncios.
—¿Te refieres a la misma Emma de la foto?
Se encogió de hombros de forma deliberadamente
despreocupada.
—Sí. Nos conocemos desde siempre.
Desde siempre. Se me revolvió el estómago.
—¿Tuviste suerte? —pregunté, manteniendo mi tono
ligero.
Sus ojos se entrecerraron y negó con la cabeza.
—No... No estoy seguro de que me guste así.
¿No está seguro?
—¿Importa eso para los chicos?
Siguió mirándome fijamente, confundido.
—¿La besaste?
Sus mejillas se sonrosaron y tuve mi respuesta.
Elliot había besado a alguien.
Tal vez había besado a muchas.
Quiero decir, por supuesto que sí. No todo el mundo era
tan exigente y socialmente atrofiado en el juego del
romance como yo. Elliot iba a cumplir diecisiete años en
cuestión de meses. Parecía casi ridículo que me imaginara
que él era inocente como yo. Estaba segura de que había
hecho mucho más que besar. Mi sangre parecía agriarse
dentro de mi pecho y dejé escapar un pequeño gruñido en
mi regazo.
—¿Por qué estás tan enfadada de repente? —preguntó en
voz baja.
Yo mantuve la cabeza baja.
—No lo sé.
Después de todo, Elliot era solo mi amigo.
Mi amigo de siempre.
—¿Cuál es tu actualización? —preguntó.
Volví a mirar hacia arriba, con los ojos brillantes.
—Tuve mi primer orgasmo.
Sus cejas se levantaron, su cara se puso roja y su boca
formó un centenar de formas diferentes antes de hablar.
—¿Qué?
—Oh. Dios. Um.
—Tienes... dieciséis años. —Pareció darse cuenta al
mismo tiempo que yo de que esa no era realmente una
edad tan escandalosa.
—¿Quieres decir que es vergonzoso ser tan mayor?
Dejó escapar una risa nerviosa.
—Además
—dije,
mirándole—,
has
tenido
uno.
Probablemente muchos y muchos pensando en dragones.
Su cuello se puso de un brillante rojo y se sentó,
deslizando sus manos entre sus rodillas.
—Pero... solo por mí mismo.
Sus palabras me hicieron sentir un frío alivio, pero mi
temperamento ya estaba corriendo.
—Bueno, ¿qué creías que quería decir?
Sus ojos se fijaron de repente en mis manos.
—Oh. Así que nadie...
—¿Me tocó? —Levanté la barbilla, luchando por no apartar
la mirada—. No.
—Oh. —Él tragó audiblemente. A nuestro alrededor, las
paredes azules parecían cerrarse.
—¿Es una actualización extraña? —pregunté.
Se movió donde estaba sentado.
—Más o menos.
Me sentí mortificada. El rubor que había estado
combatiendo parecía explotar bajo mi piel y quise darme la
vuelta y volver a apretar la cara contra la almohada. Había
estado celosa, tratando de sacarle de quicio, y básicamente
acababa de ser demasiado honesta en su cara.
—Lo siento.
—No, es... —Elliot se rascó la ceja, se subió las gafas a la
nariz, se reincorporó—. Es bueno que me lo digas.
—Tú también dijiste que lo habías hecho.
Se aclaró la garganta, asintió con severidad.
—Es normal para los chicos de mi edad.
—¿Entonces no es normal para las chicas?
Con una tos, logró:
—Por supuesto que lo es. Solo quería decir...
—Estoy bromeando. —Cerré los ojos para respirar,
trabajando para tener mi propia locura bajo control. ¿Qué
me pasaba?
—¿En qué pensabas? —La última palabra suya salió
pegajosa, atrapada en una voz ligeramente estrangulada.
Lo miré fijamente.
—Pensé: «Santo cielo, esto es increíble».
Se rio, pero fue incómodo y agudo.
—No. Antes. Durante.
Me encogí de hombros.
—Ser tocada por otra persona así. ¿Todavía piensas en los
dragones?
Sus ojos se clavaron en cada parte de mí a la vez.
—No —dijo, no riéndose de mi broma ni siquiera un poco
—. Pienso en… muñecas y orejas, y piel y piernas. Partes de
chicas. Chicas. —Sus palabras se juntaron y me costó un
rato separarlas.
¿Chicas? Mi sangre se calentó de celos.
—¿Alguna chica en particular?
Abrió un libro, hojeó una página. Se quedó quieto como
cuando omitía información.
—A veces.
Ese fue el final de la conversación. No me preguntó nada
más y no ofreció más.
Capítulo 21
Presente
Sábado, 14 de octubre
Traducido por Nea
Corregido por Lyn♡
Editado por Banana_mou
Soy consciente de que Elliot y yo estamos en una especie
de pecera social, ya que Sabrina y Nikki están claramente al
tanto del tiempo que pasamos orbitando el uno alrededor
del otro. Así que, a pesar de sentirme constantemente
consciente de él, no hablo mucho con Elliot en el picnic y
eso me vuelve loca, preguntándome qué estará pensando
sobre todo esto. Se pasa la mayor parte del tiempo
hablando con Danny, mientras Nikki, Sabrina, Dave y yo nos
ponemos al día. Tengo la clara impresión de que una vez
que Sabrina y Dave tengan tiempo a solas en el coche en el
camino de vuelta, van a explotar en un acuerdo exasperado
de que Sean es realmente el más aburrido.
Sin embargo, basándome en mis propias observaciones,
no puedo culparles. Sean está sintonizado con Phoebe, pero
por lo demás está jodiendo en su teléfono, o saltando en las
conversaciones solo para añadir sus pensamientos antes de
escabullirse de nuevo. Tengo la extraña conciencia de que
nunca he estado en esta situación con él, sentada con un
grupo de amigos y no con un grupo de entusiastas del arte
o benefactores que se mueren por llamar la atención de
Sean Chen. Y, aparentemente, a menos que esté siendo
cortejado, se retira socialmente. Tengo un temor persistente
de que él siempre ha sido así, solo que nunca ha surgido
porque nunca hemos salido con amigos.
¿Tiene Sean amigos?
Hacia las cuatro, las nubes se ciernen y parece que va a
llover. Como California se está convirtiendo en un polvorín,
limpiamos alegremente, como si fuéramos un grupo de
parientes entrometidos que se quitan de en medio a unos
recién casados que se quedan a dormir.
Sean lleva a Phoebe sobre sus hombros hacia el
aparcamiento y yo le sigo justo detrás, con Sabrina
empujando a Viv en el cochecito.
—Tienes que admitir que es bastante bonito —le digo,
levantando la barbilla hacia el dúo que tenemos delante. La
punzada de protección que sentí antes por él se ha
transformado en una extraña sensación de desesperación.
Sean y yo encajamos muy bien; lo hacíamos antes de Elliot
y lo hacemos ahora. Estoy a la caza de pruebas. Mi afición
por verle a él y a Phoebe es una prueba.
Mi apreciación de su culo en esos vaqueros es la prueba.
Ella se ríe.
—Parece un padre realmente genial.
Suspiro.
—Mensaje recibido.
Bajando la voz para que los demás no nos oigan, Sabrina
dice:
—Debemos tener una conversación seria sobre esto. Una
intervención.
—No empieces.
—¿Cuándo te he hablado de terminar una relación? —dice
ella, con los ojos muy abiertos—. ¿No tiene eso algún peso?
Abro la boca para contestar cuando, por el rabillo del ojo,
me doy cuenta de que Elliot está a solo unos pasos detrás
de nosotros y, probablemente, ha escuchado cada palabra.
Le dirijo una mirada cómplice.
—Hola.
Ha estado estudiando algo en su teléfono pero todo es
una treta. Elliot está tan interesado en jugar con un iPhone
como en meterse una cuchara en la oreja. Se pone al día
con dos pasos largos y viene entre nosotras, poniendo un
brazo alrededor de nuestros hombros.
—Señoritas.
—Has escuchado cada palabra, ¿verdad? —pregunto.
Él desvía la mirada hacia mí, encogiéndose de hombros.
—Sí.
—Fisgón.
Esto le hace reír.
—Venía a agradecerte que me hayas invitado. No es que
esperara atraparte discutiendo acerca de Sean. —En una
voz más tranquila, cargada con significado, murmura—:
Confía en mí.
—La honestidad aquí es un poco arrebatadora —
interviene Sabrina—. No estoy segura de si debería hacer
una incómoda escapada o quedarme a escuchar más. —
Hace una pausa—. Realmente quiero escuchar más.
—Siempre ha sido así con nosotros —le digo.
—Es cierto —dice Elliot—. Nunca hemos sido muy buenos
mintiendo el uno al otro. Cuando tenía quince años Macy me
dijo que me cambiara el desodorante. Insinuó que el antiguo
podría no funcionar más.
—Elliot me señaló el día específico en que notó que me
salían pechos.
Sabrina nos mira fijamente.
—Hice que Elliot llevara Imodium17 cuando fuimos a ver a
los Backstreet Boys, porque tenía problemas de estómago.
—Lo más embarazoso de eso —dice—, es que fui a ver a
los Backstreet Boys.
—No —le corrijo—, lo vergonzoso fue que te atrapé
bailando.
Lo reconoce con un pequeño movimiento de cejas.
—Tenía mis movimientos.
Me río.
—Sí. Movimiento es la única forma de describir lo que
estabas haciendo.
Sabrina resopla y, cuando Dave la llama, se adelanta
trotando, pero Elliot me detiene con una mano en el brazo y
recibimos algunas miradas curiosas cuando el resto del
grupo pasa junto a nosotros de camino al aparcamiento. Por
suerte, Sean y Phoebe están todavía por delante de
nosotros.
—Hola. Así que… —Elliot se mete las manos en los
bolsillos. Sus hombros se levantan, presionando en su
cuello. Sigue siendo tan anguloso, tan largo.
—Hola. Así que… —repito.
—Gracias por invitarme hoy. —Me regala una sonrisa que
no sé si puedo describir. Es la sonrisa que dice, «sé que nos
conocemos desde siempre, pero significa mucho para mí
que me hayas incluido aquí». Nunca sabré cómo lo hace con
una simple curva de sus labios y un poco de contacto visual.
—Bueno —le digo—, deberías saber que he sido la
anfitriona de todo esto para poder invitarte a conocer a mis
amigos. —Solo cuando lo digo en voz alta me doy cuenta de
que es verdad. Esto es lo que hace Elliot conmigo: saca la
honestidad de esas partes revueltas de mi cerebro.
Sus ojos se estrechan, los iris florecen cuando sus pupilas
se convierten en puntos de luz bajo las nubes.
—¿Es eso cierto?
—¿Por qué me hiciste retroceder? —le pregunto en
cambio. Ni siquiera sé qué quiero que diga aquí. ¿Cómo me
sentiré si dice que ha entrado en razón y se da cuenta de
que tengo razón, de que solo podemos ser amigos? Una
parte traicionera de mí espera que no lo descubra.
—Quería preguntarte algo.
Mi pecho es una selva; mi corazón es el tambor. ¿Estoy
emocionada o aterrorizada?
—Solo me preguntaba cuándo podríamos reunirnos la
próxima vez —dice.
—Oh. —Parpadeo por encima de su hombro hacia los
imponentes eucaliptos que se balancean en el cielo cada
vez más oscuro—. Creo que tengo algo de tiempo libre
cerca de Acción de Gracias.
Asiente con la cabeza y mi corazón se desploma un poco.
¿Por qué he dicho eso? Acción de Gracias parece muy
lejano.
Se aclara la garganta y dice:
—Andreas se va a casar en diciembre...
—¿Diciembre? —Parece un mes extraño para una boda.
Además, está mucho más lejos que el Día de Acción de
Gracias, si es cuando piensa que saldremos después.
—La víspera de Año Nuevo, en realidad —aclara—, y me
preguntaba si querías venir conmigo.
Año Nuevo.
Año Nuevo.
Realmente me está preguntando eso.
Y, por su mirada, sé que es consciente del peso de esa
cita.
Pero en lugar de dirigirme a esa bestia, le pregunto:
—¿No quieres salir hasta diciembre?
Veo cómo la emoción de esto pasa por sus ojos color
avellana.
—Por supuesto que sí. —Él ríe—. Estoy libre casi siempre
que quieras salir. Pero como es un día de fiesta, quería
preguntarte con antelación si vendrías.
—No puedo ir como tu cita.
Elliot sacude la cabeza.
—No voy a pedirte una cita, Macy, mientras tu prometido
y tu futura hijastra están subiendo al coche allí mismo.
—Entonces, solo... —Me agito, buscando palabras—. ¿Para
ir contigo?
—Sí —dice—, para venir conmigo. A Healdsburg. —Luego
añade—: Para el fin de semana.
Sus hombros vuelven a caer como si fuera tan sencillo.
Acompañarlo.
Compartiremos el coche.
Será divertido.
Pero las palabras se instalan entre nosotros y las escucho
en un tono diferente cuanto más tiempo pasa sin una
respuesta de mi parte.
Ven conmigo el fin de semana.
Cuarenta y ocho horas con Elliot.
¿Cómo serán las cosas entre nosotros en dos meses y
medio, cuando ya son tan confusas ahora?
Parpadeo por encima de su hombro hacia donde Sean
está abrochando a Phoebe en el Prius.
—A todo el mundo le gustaría verte y yo soy el padrino,
así que estaría bien tener una amiga allí conmigo —dice,
luchando por sacar la conversación del borde de la muerte
—. Mamá y papá han preguntado por ti... se están volviendo
locos sabiendo que volvemos a estar en contacto.
—Tengo que preguntarle a Sean cuáles son los planes —
digo sin ganas—. Él podría tener algún evento de arte ya
agendado.
Elliot asiente.
—Por supuesto.
—¿Puedo avisarte luego?
—Por supuesto —dice con una pequeña sonrisa, un
estruendo de truenos hace que su atención se centre en el
cielo. Cuando vuelve a mirar hacia abajo, me siento tan
estable como las ondulantes nubes de lluvia que se ciernen
sobre mí. Por un momento me imagino abrazándolo.
Rodeando su cuello con mis brazos y apretando mi cara
contra él, respirándolo. Él se inclinaría más, dejando escapar
ese pequeño gruñido de alivio que siempre emite. Lo deseo
tan intensamente que se me hace la boca agua y tengo que
obligarme a dar un paso atrás.
—Mejor me... —digo, señalando por encima de mi
hombro.
—Lo sé —dice él, observándome, con expresión tensa.
Otro trueno.
—Que pases una buena noche, Elliot.
Y, finalmente, me doy la vuelta para irme.
Capítulo 22
Pasado
Sábado, 9 de julio
Doce años atrás
Traducido por ♡Herondale♡
Corregido por Nea
Editado por Lyn♡ y Roni Turner
Estábamos acostados en el piso sobre su cochera,
disfrutando del sol. Era la rutina de las vacaciones de
verano que teníamos desde hacía casi dos semanas: nos
encontrábamos en el techo a las diez, almuerzo a medio
día, nadábamos un poco en el río y nos íbamos a casa con
nuestras respectivas familias por el resto de la tarde.
Por mucho que le agradara mi compañía, papá amaba el
silencio que venía con la soledad. O, a lo mejor, su hija
adolescente era un alien desgastante para él. De cualquier
forma, parecía contento con dejarme hacer lo que yo
quisiera, con los chicos Petropoulos al menos, hasta que los
bichos nocturnos empezaban a cantar con el anochecer.
Andreas estaba a un lado mío, Elliot al otro. Uno de los
hermanos jugaba a algo en su PSP, el otro leía a Proust.
—Es imposible que ustedes dos sean parientes —
murmuré, pasando la página de mi libro.
—Él es un perdedor —se burló Andreas—. No hay nada
que hacer.
—Él es un cabeza de chorlito —dijo Elliot y después me
hizo una mueca—. Controlado por su…
Un claxon sonó abajo en la entrada y los tres nos
sentamos para ver un Pontiac destartalado rodar por el
camino de entrada hasta detenerse en la grava.
—Oh —dijo Elliot, me miró y se puso de pie, saltando—.
Mierda,
mierda.
—Giró
haciendo
un
semicírculo,
acomodando su cabello y luciendo como si fuera a entrar en
pánico, después trepó por la ventana hacia la sala de estar.
Un minuto después apareció en la entrada. Una chica salió
del coche y le entregó a Elliot un paquete con unos papeles.
Era de estatura promedio, de cabello negro cortado a la
altura de la mandíbula y cara usual pero bonita. Vagamente
familiar. En forma, pero no marcada. Con pechos.
Grité internamente.
Le dijo algo a Elliot y él asintió, luego volteó a donde
Andreas y yo estábamos sentados mirándolo.
—¿Quién es ella? —le pregunté a Andreas.
—Una chica de la escuela llamada Emma.
—¿Emma? ¿La chica del baile, Emma? —Mis entrañas se
congelaron—. ¿Le gusta?
Andreas miró mi cara y se rio.
—Oh, esto va a estar bueno.
—No, Andreas, no… —siseé desesperada.
—Elliot —gritó ignorándome—. ¡Trae a tu novia aquí para
que pueda conocer a tu otra novia!
Cerré mis ojos y gruñí.
Cuando volví a mirar hacia la entrada, Emma me estaba
mirando, inspeccionándome, con los ojos entrecerrados.
Elliot también me estaba mirando con expresión
aterrorizada, con los ojos abiertos, y después volteó a verla.
Saludé. No planeaba jugar a este mezquino juego.
Ella me saludó de vuelta.
—Soy Emma.
—Hola, soy Macy.
—¿Te acabas de mudar?
—No —respondí—, vivo en la casa de al lado algunos fines
de semana y durante las vacaciones.
—Elliot nunca te ha mencionado.
Elliot volteó a verla en shock, por la expresión en su cara
pude intuir que le había hablado de mí varias veces. Bueno.
Aparentemente Emma sí iba a jugar a este mezquino juego.
—Es mi mejor amiga, ¿recuerdas? —escuché a Elliot
decirle rígidamente—. Va a la preparatoria Berkley.
Emma asintió y volteó a verlo nuevamente, poniendo su
mano en su brazo y riendo de algo que le susurró. Él sonrió,
pero era una expresión tensa y cortés.
Me recosté nuevamente en la cobija, ignorando las
náuseas que sentía en mi estómago. Sus palabras de la
semana pasada, cuando había estado al filo del sueño en el
techo y había admitido en voz baja que conmigo se sentía él
mismo más que con cualquier otra persona, rondaban por
mi cabeza.
Le había dicho que yo me sentía igual. Durante el año
escolar, mis días eran un borrón de horas que se
entrelazaban en un remolino de tareas, natación y
momentos en los que me recostaba, esperando que todo lo
que había introducido en mi cerebro ese día no se deslizara
sobre mi almohada en la noche. De alguna forma, el tiempo
que estaba lejos de él, se sentía como ir al trabajo y los
fines de semana y las vacaciones eran como volver a casa,
relajarme, estar con Elliot y papá, ser yo misma. Pero, cosas
como estas pasaban y me hacían recordar que la mayor
parte de la vida de Elliot transcurría sin mí.
Varios minutos pasaron antes de que escuchara el carro
encenderse y partir. Momentos después, Elliot estaba
trepando por la ventana de vuelta al techo. Inmediatamente
metí mi nariz en mi libro.
—Relájate, Ell —dijo Andreas.
—Cállate.
Sus pies se hicieron visibles frente a mi libro y pretendí
estar muy interesada como para darme cuenta.
—Oye —dijo con calma—. ¿Quieres ir por un bocadillo?
Continué con mi pseudo lectura.
—Estoy bien.
Se arrodilló a mi lado, contorsionándose para encontrar
mis ojos. Podía ver la disculpa escrita en su cara.
—Ven adentro, aquí el calor es sofocante.
En la cocina, sacó una jarra de limonada y dos vasos, y
procedió a hacernos unos sándwiches. Andreas no nos había
seguido al interior y la casa estaba fresca, oscura y
silenciosa.
—Emma parece adorable —dije secamente, aventando un
limón sobre la mesa. Se encogió de hombros—. Ella es a la
que besaste en el baile de graduación, ¿verdad?
Levantó la mirada y se acomodó los lentes sobre la nariz.
—Sip.
—¿Y aún la besas?
Volviendo su atención a los sándwiches, esparció la
mantequilla de cacahuate en el pan y puso la mermelada
antes de responder.
—No.
—¿Estás mintiendo por omisión?
Cuando encontró mi
estaban entrecerrados.
mirada
nuevamente,
sus
ojos
—La he besado algunas veces, sí. Pero no sigo besándola.
Sus palabras llegaron a
aventados desde un avión.
mis
oídos
como
ladrillos
—¿La besaste en otras ocasiones aparte de la vez del
baile de graduación de la primavera pasada?
Se aclaró la garganta, sonrojándose.
Idiota.
—Sí. —Se acomodó nuevamente los lentes—. Dos veces
más.
Sentí como si me hubiera tragado un cubo de hielo
dentado. Algo frío y pesado se alojó en mi pecho.
—Pero, ¿no es tu novia?
Sacudió su cabeza con calma.
—No.
—¿Tienes novia? —Me pregunté por qué le había
preguntado eso. ¿Acaso no me habría contado? ¿O habría
pasado tiempo con ella durante las vacaciones en lugar de
conmigo? Siempre había sido honesto, pero ¿me contaba
todo?
Bajó el cuchillo y armó nuestros sándwiches antes de
voltear a verme con una sonrisita.
—No, Macy. He estado contigo todos los días desde que
empezaron las vacaciones. No habría hecho eso de haber
tenido novia.
Quería aventarle el limón a la cabeza.
—¿Me contarías si la tuvieras?
Elliot pensó en su respuesta antes de contestarme, sus
ojos fijos en los míos.
—Eso creo. Pero, si te soy honesto, ese es uno de los
temas de los que nunca estoy seguro de cuándo contarte.
Aunque una gran parte de mí sabía a qué se refería,
seguía odiando su respuesta.
—¿Alguna vez has tenido novia?
Parpadeando, regresó su atención a los sándwiches.
—No. Al menos no técnicamente.
Hice rodar nuevamente el limón y este cayó al suelo. Se
agachó para recogerlo y me lo entregó.
—Mira Macy, supongo que lo que estoy tratando de decir
es que nunca me gustaría escuchar que me contaras que
besaste a alguien, pero no significó nada, y besar a Emma
no significó nada para mí. Esa es la razón por la que nunca
te lo dije.
—¿Y para ella, significó algo para ella?
Su encogimiento de hombros dijo todo lo que su silencio
no.
—Probablemente no sea de mi incumbencia —dije—, pero
yo sí quiero saber esas cosas. Se sintió raro no saber que
tenías algo con ella.
—No tenemos nada.
—¡La besaste en repetidas ocasiones!
Asintió.
—¿Nunca has besado a alguien?
—No.
Se detuvo con el sándwich a medio camino entre el plato
y su boca.
—¿A nadie?
Negué con la cabeza, dando una mordida y rompiendo el
contacto visual.
—Te lo habría contado.
—¿De verdad? —preguntó.
Asentí, con la cara hirviendo. Tenía dieciséis y nunca había
besado a nadie. Su «¿a nadie?» hacía eco en mi cabeza, y
me sentía completamente patética.
—¿Qué hay de Donny? O… ¿Cuál es su nombre?
Lo volteé a ver y le lancé una mirada tensa. Él sabía el
nombre de Danny.
—¿Danny?
Sonrió, atrapado.
—Sí, Danny.
—Nop. Ni siquiera a Danny. Como dije, te habría contado.
Porque eres mi MEJOR AMIGO, idiota.
—Vaya.
Tomó un bocado gigantesco de su sándwich y me miró
mientras masticaba.
Recordé todos los fines de semana que habíamos pasado
juntos, todas las historias que me había contado de
Christian siendo un maniático o Brandon que no tenía
ninguna oportunidad con las chicas de su escuela. Recordé
todas las anécdotas que me contaba de sus hermanos con
sus respectivas novias y me pregunté por qué Elliot siempre
era tan reservado con las suyas. Me desarmó. Me hizo
pensar que a lo mejor no éramos tan cercanos como yo
creía.
—¿Has besado a muchas chicas?
—A algunas —murmuró.
Algo dentro de mí se estaba rompiendo.
—¿Has hecho algo más que besarlas?
Su cara se tornó de un rojo más intenso y finalmente
asintió, dando otra gran mordida para no tener que agregar
nada más.
Mi mandíbula cayó lentamente. Esperé a que hubiera
terminado de masticar y tomé un sorbo de limonada antes
de preguntar:
—¿Qué tan lejos has llegado?
Se construyeron países, fueron a la guerra y se separaron
en unos más pequeños antes de que Elliot contestara.
—Elliot.
—Sin brasier. —Se rascó la ceja y se acomodó los lentes
nuevamente sobre la nariz con la punta de su dedo.
Haciendo tiempo. Evadiendo el contacto visual—. Humm… y
con una chica, que no es Emma, humm… su mano en mi
bóxer.
—¿Hiciste qué? —Sentí cómo mis pupilas se dilataban—.
¿Con quién?
—Con Emma solamente fue sin brasier. Lo otro fue con
esta otra chica, Jill.
Bajé mi sándwich, había perdido oficialmente el apetito.
La cocina se encontraba en la parte más oscura de la casa a
esa hora y de repente se sentía muy fría. Levanté mis
manos y me froté los brazos desnudos.
—Macy, no te enojes.
—¡No estoy enojada! ¿Por qué lo estaría? —Tomé un sorbo
de limonada, tratando de calmarme—. No soy tu novia. Solo
soy tu mejor amiga, quien aparentemente no sabe nada de
ti.
Dio un paso para rodear la barra del desayunador y se
detuvo.
—Macy.
—¿Acaso estoy exagerando?
—No… —respondió y dio otro paso más cerca—.
Definitivamente tendría esta reacción si supiera que un
chico ha puesto sus manos dentro de tu falda.
—Creo que también tendrías esta reacción si eso hubiera
pasado y yo nunca te lo hubiera contado.
Pareció considerar mis palabras.
—Como dije, depende. Me sacaría de onda, sí, así que
definitivamente no me gustaría saberlo a menos que tú
sintieras algo más que… una atracción pasajera.
—¿Eso fue Emma para ti? —pregunté—. ¿Una atracción
pasajera?
Asintió.
—Absolutamente.
—¿Cuándo fue la última vez que tonteaste con alguien?
Él suspiró y recargó su cadera contra la barra.
—Si la situación fuera al revés, la Inquisición Española se
quedaría corta contra tu interrogatorio —señalé—. Así que
no me vengas con tus suspiros.
—Emma y yo salimos un poco en marzo y luego fuimos al
baile de graduación en mayo, nos besamos el fin de semana
siguiente, no significó nada. Fue como… —Se atragantó un
poco con las palabras, mirando al techo—. Si nunca has
besado a nadie, entonces es un poco difícil entender a qué
me refiero, pero estábamos todos en el parque, y ella vino y
simplemente pasó.
Hice una mueca ante sus palabras
incómodamente, encogiéndose de hombros.
y
él
se
rio
—Jill es la prima de Christian. Estuvo de visita en
diciembre y salimos una vez. No hemos hablado desde
entonces.
Me deshice de la historia de Jill con un movimiento de mi
mano.
—¿Así que no te gusta Emma?
—No de la manera que estás sugiriendo.
Aparté la mirada, tomando un minuto para calmarme. Me
di cuenta de que habría sido muy dramático pero quería
salir corriendo de la casa y hacer que me persiguiera
rogando por mi perdón durante un día entero.
—Salgo con Emma porque ella está aquí —dijo
calmadamente—. Tú estás en Berkeley y no estamos
saliendo, además, estoy atrapado en este pequeño pueblito.
¿A quién más se supone que puedo besar?
Algo cambió dentro de mí en ese momento exacto, algo
que nunca podría volver a como antes.
«¿A quién más se supone que puedo besar?».
Le di una mirada a sus manos gigantes y a su manzana de
Adán. Dejé que mi mirada recorriera sus brazos musculosos
que solían ser tan delgados y finos, sus piernas musculosas
y bien formadas enmarcadas por sus pantalones. Miré el
botón que mantenía cerrado el frente de sus jeans. Desvié
mi mirada rápidamente hacia los cajones. A cualquier lugar
excepto a ese botón. Quería tocar ese botón, poner mi
mano sobre él y, por primera vez, me di cuenta de que no
quería que nadie más lo tocara.
—No lo sé —murmuré.
—Entonces ven aquí —dijo con esa voz suave y calmada
—. Bésame.
Mis ojos volaron a los suyos.
—¿Qué?
—Bésame.
Pensé que estaba bromeando, pero mientras procesaba la
situación con Emma y la forma en la que lucía, él estaba
apoyado en la barra, mirándome. Estaba un poco caliente
por la forma en la que sus manos lucían tan grandes en ese
momento, su mandíbula cuadrada… y el botón de sus jeans.
Caminé alrededor de la barra y me paré frente a él.
—Bien.
Se quedó mirándome, con una sonrisa jugueteando en sus
labios, pero se enderezó cuando se dio cuenta de que
hablaba en serio.
Presioné mis manos sobre su pecho y me acerqué. Estaba
tan cerca que podía escuchar su respiración agitada, podía
ver su mandíbula apretarse.
Fascinado, puso una mano sobre mis labios presionando
dos dedos ahí, y me observó. Sin pensarlo, abrí mi boca y
dejé que su dedo índice se deslizara dentro, entre mis
dientes. Cuando gimió roncamente, pasé mi lengua sobre su
yema. Sabía a mermelada.
Elliot lo sacó rápidamente. Parecía como si fuera a
devorarme: mirada salvaje y demandante, los labios
entreabiertos, su pulso bombeando con fuerza en su cuello.
Y porque quería besarlo, lo hice. Me paré de puntillas,
deslicé mis manos por su cabello y presioné mi boca sobre
la suya.
Fue diferente a lo que había imaginado. Diferente a lo que
podría —debo admitir— haber imaginado que sería. Era a la
vez suave y firme, y definitivamente más atrevido. Un beso
corto, otro, y después inclinó su cabeza, cubriendo mi boca
con la suya. Su lengua trazó mi labio inferior y le dejé
hacerlo, como por instinto abrí mi boca para que me
probara.
Creo que probablemente eso fue lo que lo desarmó. Era
cien por ciento mío. Y después de ese momento, todo se
disolvió en una sola sensación, todo lo demás desapareció.
Todas las imágenes prohibidas que tenía de él, piel y
fantasías, secretos que había guardado para mí misma,
enterrados en mi cabeza y sabía, de alguna forma, que él
estaba pensando lo mismo: lo bien que se sentía estar así
de cerca… y a lo que podía llevarnos el tocarnos de esta
forma.
Una de sus manos se movió de mi espalda a mi cabello, y
creo que fue el peso de su mano lo que me detuvo de
deslizarme al suelo. Pero cuando su otra mano se deslizó a
mis costillas y más arriba, di un paso atrás.
—Perdón —dijo inmediatamente, como por instinto—.
Mierda, Mace. Eso fue muy rápido, lo siento.
—No, es solo que… —dudé, mi boca de repente se llenó
con palabras sobre las que no quería pensar, mucho menos
decir—. Hacer eso puede no significar nada para Emma —
dije, tocando mis labios donde hormigueaban—. Pero para
mí, significa todo.
Capítulo 23
Presente
Sábado, 14 de octubre
Traducido por Nicola♡
Corregido por ♡Herondale♡
Editado por Lyn♡ y Roni Turner
Sean deja sus llaves en el cuenco junto a la puerta y se
saca sus zapatos, gimiendo felizmente.
—¿Hambrienta, Applejack? —le pregunta a Phoebe, y los
dos desaparecen en la cocina.
Pongo sus zapatos uno al lado del otro en el pequeño
estante cerca de la puerta y cuelgo nuestras chaquetas en
los ganchos. Sus voces hacen eco en el pasillo; Phoebe está
trabajando obstinadamente en que su papá le consiga una
mascota, cualquier mascota: rana, hámster, pájaro, pez.
Honestamente estoy muy insegura de cómo sentirme.
Sean y yo tuvimos un comienzo como un huracán, y
fácilmente caímos en una rutina doméstica, pero esa rutina
realmente solo implica que comparta su cama y nuestros
horarios rotando en torno al otro como engranajes bien
engrasados.
Trasladé las cosas que creí necesarias de la casa de
Berkeley, pero todavía está, en su mayoría, llena y
totalmente deshabitada, mientras vivo ahí. Sean dice que
ama tenerme en su cama. Phoebe siempre parece feliz de
verme. Pero me doy cuenta observándolo hoy, que, de
hecho, no lo conozco tan bien. Él y Phoebe tienen su propia
dinámica. Pero quiero ser parte de esto, necesito hacerme
parte en ello.
—¿Quieren que prepare la cena? —pregunto, yendo detrás
de ellos. Ambos están mirando hacia arriba desde donde
están, buscando en el refrigerador, contemplándome sin
comprender—. Pasta —digo, fingiendo un insulto—. Creo
que puedo manejar la pasta.
—¿Estás segura? —Phoebe sigue sin estar convencida.
—Estoy segura, cabeza de chorlito —digo, besando su
mejilla.
Chilla, huyendo de la habitación y Sean va a la despensa,
agarrando una caja de pasta y un tarro de salsa para mí.
—¿Necesitas ayuda?
—Puedes hacerme compañía. —Señalo hacia la barra del
desayuno, instándolo silenciosamente a que tome asiento y
me hable. Para que me ayude a mitigar este sentimiento
punzante en mi pecho de que él y yo nunca vamos a
conseguirlo. Nunca hemos tenido en realidad tiempo libre
los fines de semana, y tengo una desgarradora sospecha de
que esa es la razón por la cual somos básicamente
desconocidos fuera de la cama.
Se sienta, leyendo a través de los correos electrónicos en
su celular mientras pongo a hervir agua.
«Me quiero casar con este hombre; quiero que él se
quiera casar conmigo».
«Me gusta estar con él».
«Me gusta su trasero en esos jeans».
—¿Te divertiste hoy? —pregunto, manteniendo mi voz
suave.
—Sí.
Desliza, desliza.
El tarro de salsa se abre con un satisfactorio pop y la
marinara se derrama en la sartén que he puesto sobre la
estufa. Sean mira hacia el sonido, ligeramente asqueado.
—¿Te gustó conocer a todos? —pregunto—. Les caíste
bien.
Quita los ojos de la estufa y encuentra los míos, sonriendo
como si supiese que estoy mintiendo.
—Claro que sí, cariño, son geniales.
Su tono es tan displicente, tan desinteresado, que quiero
golpearlo en la frente con el bote vacío. Quiero rogarle que
se encuentre conmigo a medio camino. En vez de eso, lo
enjuago brevemente y lo dejo en la papelera de reciclaje. La
irritación que siento por su culpa hormiguea en mi piel como
un sarpullido.
—Trata de no sonar tan entusiasmado.
—¿Qué quieres decir? —pregunta, ligeramente brusco con
tono defensivo—. Estuvo bien, Mace, pero son tus amigos,
no los míos.
—Bueno, eventualmente ellos se podrían convertir
también en tus amigos —le digo—. ¿No es eso lo que hacen
las parejas? ¿Compartir cosas? ¿Fusionar sus vidas?
Me doy cuenta, en este momento, de que nunca
habíamos discutido. Ni siquiera sé cómo luce estar en
desacuerdo. Coincidimos por un total de aproximadamente
una hora despiertos por día. ¿Cuán desastroso sería calcular
el número de horas que hemos pasado juntos? ¿Nos importa
lo suficiente como para discutir?
Mi teléfono vibra en la encimera, y lo tomo, leyendo el
mensaje de Sabrina.
Hola linda, siento si fui muy dura sobre ya sabes qué.
Me doy cuenta de que no debería estar respondiendo
ahora pero, si no tomo este pequeño respiro, soy propensa a
decirle a Sean algo de lo que me podría arrepentir. Inhalo
profundamente y tipeo una respuesta.
Está bien.
¿Quizá podríamos almorzar la siguiente semana?
Puedo traer a Viv a la ciudad.
¿Así puedes organizar una intervención?
Contesta con una serie de emoticonos de ojos de
corazones y me doy cuenta de que su disculpa de apertura
solo era una artimaña para ablandarme para poder tener
más de la misma conversación. El momento es, como
siempre, perfecto. Dejando mi celular boca abajo en la
encimera, miro hacia Sean, determinada a salvar esto,
hacer planes, hacer algo.
—¿Qué tan ocupada va a estar tu semana? —pregunto.
—Bastante tranquila. Quizás lleve a Phoebe al
Exploratorium. Pensaba en acampar un par de noches,
quizá. —Se encoge de hombros, señalando la estufa—. El
agua está hirviendo.
—No necesito refuerzos aquí, señor —digo, intentando
bromear—. Puedo con esto.
—¿Quieres que haga una ensalada o algo? —Dirige su
atención al refrigerador, indicando que hay cosas que se
pueden encontrar ahí.
—¿Te tranquilizaría hacerlo?
—Da igual —dice, mirando nuevamente a su celular—.
Solo que no quiero puros espaguetis y una salsa simple para
cenar, eso es todo.
Lo contemplo por unos silenciosos segundos. Quiero decir,
un «gracias» haría maravillas ahora.
—Claro que no.
Con eso, me giro para conseguir la lechuga y vegetales
del refrigerador.
❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿
En la cama más tarde, Sean se acurruca más cerca,
murmurando en mi cuello.
—Mmm, cariño, hueles bien.
Miro al techo, intentando descifrar lo que quiero decir.
Organicé un picnic en mi día libre, dándole una oportunidad
para que conociera a mis amigos, y él apenas habló con
alguno de ellos sobre sus vidas, sus trabajos, sus intereses.
Regresamos a casa y me ofrecí para cocinar, comió en
silencio, acurrucado al otro extremo de la mesa con Phoebe,
ayudándola a dibujar un unicornio.
Phoebe me lo mostró orgullosa después de la cena, pero
aparte de eso, fue como si ni siquiera estuviera ahí.
¿Siempre había sido así, y simplemente no lo noté porque
estaba tan feliz de ser incluida en su dúo, y estaba tan
ocupada que no había nada más apremiante en qué pensar?
¿Era un gran alivio tener algo solucionado, no sentir nada, ni
culpa o amor, miedo o incertidumbre, que solo dejé que
esta rutina se convirtiera en mi futuro?
¿O algo había cambiado desde que Elliot regresó al
panorama, y no importa cuánto lo niegue Sean, eso ha
creado un surco en nuestra fácil, simple y pequeña vida?
Sean deja un camino de besos en mi clavícula y sube
hasta mi cuello. Está duro, empuja sus calzoncillos, listo
para empezar, y quizá nos hayamos dicho tres palabras el
uno al otro en las últimas dos horas.
—¿Te puedo preguntar algo? —digo.
Él asiente, pero no detiene su avance hacia mi quijada, a
mi boca.
—Lo que sea —dice, hablando en un beso.
—¿Estás emocionado de casarte nuevamente?
Él toca el espacio entre nosotros, persuadiendo a mis
piernas a separarse como si planease responder a esta
pregunta después de que empiece a tener sexo conmigo.
Pero me alejo y él suspira, recostándose en mi cuello.
—Claro, cariño.
Me frustro un poco ante esto.
—¿Claro, cariño?
Con un quejido, Sean se gira a mi lado.
—¿No es eso lo que quieres? Quiero decir —dice—, he
estado casado. Sé las cosas buenas y las cosas malas que
vienen con ello. Pero si es lo que quieres…
Lo detengo, levantando una mano.
—¿Recuerdas cómo pasó?
Piensa por un instante.
—¿Quieres decir la noche en la que lo hablamos?
Asiento, aunque «la noche en la que lo hablamos» no es
la descripción más apropiada. Después de una noche
divertida en el cine con Phoebe, nos habíamos arropado en
su cama, luego Sean me llevó a su habitación, hizo de mí
una mujer satisfecha y entonces murmuró «Phoebe piensa
que deberíamos casarnos» antes de dormirse entre mis
senos.
Él lo recordó a la mañana siguiente y me preguntó si lo
había escuchado.
Confundida al principio, finalmente dije:
—Te oí.
—Por Phoebe —dijo él—. Si vamos a hacer esto, quiero
hacerlo bien.
No tuvimos tiempo para hablar de ello entonces porque
tenía que irme para el hospital, pero las palabras parecían
hacer un bucle en mi mente como una canción todo el día.
«Si vamos a hacer esto, quiero hacerlo bien».
Mirando en retrospectiva, todo lo que puedo recordar es el
alivio abrumador que sentí ante la perspectiva de tener un
poco de mi vida resuelta con tanta conveniencia. No había
nada caótico o turbulento en ello. No había máximos
maníacos con Sean, pero tampoco había mínimos llenos de
angustia. Sean era sencillo, y él y Phoebe eran una familia a
la que podía… unirme. Pero en retrospectiva y con el fuerte
contraste a la intensidad de emociones que siento alrededor
de Elliot, casi parece descabellado que viniese a casa más
tarde y le dijese a Sean un entusiasta sí.
Ciertamente no hemos hecho muchos planes desde
entonces. Todavía no hemos escogido un anillo,
probablemente porque ambos nos dimos cuenta de que,
después de todo, Phoebe no parecía estar tan preocupada
por la mujer en su casa, y en si esa mujer se iba a convertir
en su nueva mami.
La única persona que constantemente pregunta en qué
etapa estamos con la boda es Sabrina, y ella es la única
persona que ha dicho directamente que cree que todo esto
es una farsa.
Sean pasa una mano sobre mi cadera.
—Cariño, creo que necesitas averiguar qué es lo que
quieres.
Lo miro a los ojos.
—¿Lo que yo quiero?
—Sí —dice, asintiendo—. Yo, Elliot, ninguno de los dos.
¿Y quién hace esto? ¿Quién está tan inalterado por la
potencial pérdida de su prometida que puede sugerir que
reflexione muy bien sobre esto mientras casualmente
acaricia mi cadera, sugiriendo que nuestra relación puede
terminar pero el sexo puede seguir?
—¿Te importa que las cosas estén tan raras entre
nosotros?
Sean aleja su mano, cerrando sus ojos con otro largo
suspiro.
—Por supuesto que me importa. Pero he pasado por estos
vaivenes y no puedo dejar que me dominen. No puedo
controlar lo que estás sintiendo.
Y entiendo que lo que él está diciendo es la reacción ideal
a la situación en la que estamos, es la versión de libro de
texto equilibrada de esta conversación tan difícil, ¿pero es
así como en realidad funciona el corazón humano? Le dices
que se relaje y, ¿se relaja?
Lo contemplo, con su brazo sobre sus ojos, y estoy
tratando de encontrar un destello de algo más grande, de
una emoción que me consuma. Hago lo que solía hacer con
Elliot algunas veces: imagino a Sean de pie, saliendo por la
puerta y sin regresar jamás. Con Elliot, mi estómago
reaccionaría como si hubiese sido golpeado.
Con Sean, siento un vago alivio.
Pienso nuevamente en el rostro de Elliot cuando le dije
que estaba comprometida. Pienso en su rostro ahora: el
anhelo ahí, el diminuto aguijón de dolor que veo en sus ojos
cuando giramos para dirigirnos cada uno a una dirección
contraria. Once años después y él aún siente dolor por lo
que tuvimos.
Estoy aterrada por lo que estoy sintiendo: me siento como
si acabara de despertar. Pensé que no quería intensidad
pero la verdad es que estoy desesperada por ella.
Miro a Sean y se siente como si estuviera en cama con un
ligue de una noche.
Levantándome, salgo.
—¿A dónde vas? —pregunta.
—Al sofá.
Me sigue afuera.
—¿Estás enojada?
Dios, esta es la situación más extraña en la historia de las
situaciones extrañas, y Sean está tan… calmado. ¿Cómo
terminé aquí?
—Creo que tienes razón —digo—. Quizás sí necesito
averiguar qué es lo que quiero.
Capítulo 24
Pasado
Sábado, 10 de septiembre
Doce años atrás
Traducido por Nicola♡
Corregido por ♡Herondale♡
Editado por Lyn♡ y Roni Turner
Elliot estaba desparramado en el suelo, contemplando el
techo. Había estado de esa forma por un rato, con su copia
usada de Los viajes de Gulliver abandonada en la almohada
junto a él. Parecía tan concentrado en lo que estaba
pensando que ni siquiera había notado la forma en la que
mis ojos se movían sobre su cuerpo cada vez que pasaba
una página.
Estaba empezando a preguntarme si alguna vez dejaría
de crecer. Tenía casi diecisiete, hoy llevaba puestos unos
pantalones cortos y sus largas piernas parecían continuar
por siempre. Estaban más peludas de lo que recordaba. No
demasiado, solo una ligera pelusa café sobre su piel
bronceada. Era masculino, decidí. Me gustaba.
Una de las cosas más extrañas de tener períodos largos
de tiempo sin ver a alguien, son todos los cambios que te
habrías perdido si lo vieras todos los días. Como los pelos en
las piernas. O los bíceps. O las manos grandes.
En su actualización, había dicho que su mamá le había
preguntado si quería tener una cirugía láser, para así ya no
tener que usar lentes. Intenté imaginarlo sin sus lentes, ser
capaz de ver en sus ojos dorados verdosos sin contar con
los armazones negros entre nosotros. Amaba los lentes de
Elliot, pero el pensamiento de estar tan cerca de él sin ellos
hizo cosas calientes y raras en mi estómago. De alguna
forma, en mi cabeza, eso lo hacía sentir como si estuviera
desnudo.
—¿Qué quieres para Navidad? —preguntó.
Salté ligeramente, sorprendida. Estaba bastante segura
de que lucía exactamente como luce alguien cuando es
atrapado contemplando a su mejor amigo con nada más
que pensamientos inocentes. No nos habíamos besado de
nuevo.
Pero en realidad lo deseaba.
Su pregunta hizo eco en mi cabeza.
—¿Navidad?
Sus cejas oscuras se juntaron, serias.
—Sí, Navidad.
Traté de evadirlo.
—¿Es eso en lo que has estado pensando todo este
tiempo?
—No.
Esperé a que lo elaborase, pero no lo hizo.
—No lo sé en realidad —le dije—. ¿Alguna razón en
particular por la que me estás preguntando esto en
septiembre?
Elliot rodó sobre su costado para mirarme a la cara, con
su cabeza apoyada en su mano.
—Solo me gustaría darte algo lindo. Algo que de verdad
quieras.
Bajé el libro y giré mi rostro para verlo también.
—No tienes que darme nada, Ell.
Hizo un sonido frustrado y se sentó. Empujándose hacia
arriba fuera de la alfombra, se movió para ponerse de pie.
Estiré mi mano y la envolví alrededor de su muñeca. La
atmósfera ligera y lujuriosa entre nosotros había sido solo
por mi parte, aparentemente.
—¿Estás enojado por algo?
Elliot y yo no peleábamos realmente, y la idea de que algo
entre nosotros se estaba apagando movió mi balance
interno, haciéndome sentir inmediatamente ansiosa. Podía
sentir su pulso como un tambor constante bajo su piel.
—¿Piensas en mí cuando vuelves allá? —Sus palabras
salieron bruscamente, exhaladas con rudeza.
Me tomó un segundo procesar lo que quería decir. Cuando
estaba de vuelta en casa. Lejos de él.
—Por supuesto que lo hago.
—¿Cuándo?
—Todo el tiempo. Eres mi mejor amigo.
—Tu mejor amigo —repitió.
Mi corazón se sumergió en mi pecho, casi dolorosamente.
—Bueno, tú eres más. Eres mi todo.
—Me besaste este verano y luego actuaste como si nada
hubiese pasado.
Eso me llegó como una puñalada a mis pulmones. Cerré
mis ojos y cubrí mi rostro con mis manos. Había pasado así.
Después de besarlo en la cocina, hice todo para regresar a
lo de antes: leer en el tejado en la mañana, almuerzo en la
sombra, nadar en el río. Había sentido sus ojos en mí, el
control contenido de sus manos. Recordaba cuán calientes
habían estado sus labios, y la forma en la que me sentí,
como una mecha encendida cuando él gruñó en mi boca.
—Lo siento —dije.
—¿Por qué lo sientes? —preguntó con cuidado,
agachándose a mi lado—. ¿Lo sientes porque no te gustó
besarme?
Siento mis manos volverse frías, mirándolo escandalizada.
—¿Se sintió como si no me gustara?
—No lo sé —dijo él, encogiéndose de hombros impotente
—. Se sintió como que te gustó. Mucho. Y a mí también. No
puedo dejar de pensar en ello.
—¿En serio?
—Sí, Mace, y luego tú solo… —Me frunció el ceño, un
gesto duro—. Te pusiste rara.
Mis pensamientos se enredaron, el recuerdo de Emma
junto a él en la estación de servicio y el pánico que siempre
sentía cuando lo imaginaba saliendo de mi vida para
siempre.
—Quiero decir, está Emma…
—A la mierda Emma —dijo, su voz agitada, y me
sorprendió tanto que me incliné hacia atrás sobre mis
manos, alejándome de él.
Elliot inmediatamente pareció arrepentido y alcanzó a
apartar un mechón de cabello de mi rostro.
—En serio, Mace. No hay nada entre Emma y yo. ¿Esa es
la razón por la que no quieres hablar de lo que pasó entre
nosotros en la cocina?
—Creo que también me asusta pensar en arruinar esto. —
Mirando hacia abajo, añadí—: Nunca he tenido novio… o
alguna otra cosa. Tú eres, aparte de mi papá, la única
persona que en verdad me importa y, honestamente, no
estoy segura de que pudiera soportar no tenerte en mi vida.
Cuando cerraba mis ojos por la noche, la única cosa que
podía ver era a Elliot. La mayoría de las noches estaba
desesperada por llamarlo justo antes de dormir, para poder
oír su voz. Odiaba pensar más allá del fin de semana,
porque no estaba segura de cómo nuestros futuros se iban a
alinear. O imaginar a Elliot yéndose a Harvard, y yo yendo a
algún lugar en California, y lentamente convirtiéndonos en
unos desconocidos. La idea era horrible.
Cuando encontré sus ojos de nuevo, noté que la dura
línea de su boca se había suavizado. Se sentó frente a mí,
con sus rodillas tocando las mías.
—No voy a ningún lado, Mace. —Tomó mi mano—. Te
necesito de la misma manera en la que tú me necesitas a
mí, ¿está bien?
—Sí.
Elliot miró mi mano y la suya y acomodó nuestras palmas
para que se presionaran juntas, entrelazando nuestros
dedos.
—Y tú, ¿piensas en mí? —pregunté. Ahora que él lo había
sacado a colación, la pregunta me carcomía.
—A veces se siente como si pensara en ti cada minuto —
susurró.
Una burbuja de emoción se infló fuertemente bajo mis
costillas, golpeando un punto sensible. Observé nuestras
manos entrelazadas por un largo tiempo antes de que él
hablase de nuevo.
Me esforcé por mantener mis ojos alejados de su cuerpo.
—¿Palabra favorita? —susurró
—Cremallera —respondí sin pensar, sintiendo más que
mirando su sonrisa en respuesta—. ¿Tú?
—Crujido.
—¿Tienes novia? —pregunté, y las palabras sonaron como
una explosión de viento en una habitación, como una
incómoda ventana abierta.
Levantó la mirada de nuestras manos unidas, frunciendo
el ceño.
—¿Estás preguntando en serio?
—Solo corroboraba.
Dejó ir mi mano y regresó a su libro. No lo estaba leyendo;
parecía como si quisiera lanzármelo.
Me deslicé un poco más cerca de él.
—No puedes estar sorprendido de que te lo preguntara.
Me miró boquiabierto, dejando el libro.
—Macy. Te acabo de preguntar si pensabas en mí.
Pregunté por qué te pusiste rara después de que nos
besáramos. ¿En verdad crees que impulsaría este asunto si
tuviera novia?
Mordí mi labio, sintiéndome avergonzada.
—No.
—¿Tú tienes novio?
Le di una sonrisa.
—Unos cuantos por aquí y por allá.
Dejó salir una risa irónica, sacudiendo su cabeza mientras
tomaba de vuelta su libro.
Obviamente, cada vez que me imaginaba besando a
alguien, ese alguien era Elliot. Y ya habíamos tratado eso: la
perfecta fantasía, la sublime realidad, consecuencias
potencialmente traicioneras. Incluso la idea de besarlo
llevaba mis pensamientos a una desagradable e incómoda
ruptura y eso causaría que mi estómago tuviera espasmos
dolorosos.
A pesar de todo… no podía dejar de mirarlo. ¿Cuándo
perdió toda su torpeza y se volvió completamente perfecto?
¿Qué haría con él, si alguna vez tengo la oportunidad? El
Elliot de casi diecisiete años era una obra de líneas largas y
definidas. No tendría idea de cómo tocar su cuerpo.
Conociéndolo, él me lo diría. Probablemente me daría una
guía de la anatomía masculina y me dibujaría un par de
diagramas. Mientras miraba mis senos.
Resoplé. Él levantó la mirada.
—¿Por qué me estás contemplando? —preguntó.
—Yo no… lo hacía.
Dejó salir un corto y seco sonido de escepticismo.
—Está bien. —Estirando su cuello, bajó la mirada—.
Todavía me estás mirando.
—Solo me estoy preguntando cómo funciona —cuestioné.
—¿Cómo funciona qué?
—Cuando tú… —Hice un gesto elocuente con mi mano—.
Con los chicos y el… tú sabes.
Levantó sus cejas, esperando. Pude ver el momento
exacto en el que entendió de lo que estaba hablando. Sus
pupilas se dilataron tan rápido que sus ojos parecían negros.
—¿Me estás preguntando cómo funcionan los penes?
—¡Ell! No tengo hermanas… Necesito que alguien me diga
estas cosas.
—Ni siquiera puedes soportar hablar sobre besarme, ¿y
ahora quieres que te diga cómo funciona cuando me
masturbo?
Tragué el oleaje de emociones en mi garganta.
—Está bien, no importa.
—Macy —dijo, más gentilmente ahora—, ¿por qué no
sales con nadie de Bercleky?
Lo miré con la boca abierta, le dije lo que pensé que era
obvio.
—No estoy interesada en otros chicos.
—¿Otros chicos?
—Quiero decir —dije, recuperándome de mi desliz—,
cualquier persona.
—«Otro» implica que hay un chico. —Levantó la palma de
una mano y luego levantó la otra—. Y hay otros chicos. Pero
en este caso, dijiste que no estás interesada en ningún otro.
Así que, ¿solo hay un chico en el que estás interesada?
—Deja de rebatirme haciendo asociaciones.
Él sonrió de lado.
—¿Quién es él?
Lo observé por un largo momento. Inhalé profundamente,
decidí que esto no tenía por qué ser tan malo.
—Sabes que comparo a cada chico contigo. Eso no es
nada nuevo.
Su sonrisa se amplió.
—¿Lo haces?
—Por supuesto que lo hago. ¿Cómo podría no hacerlo?
¿Recuerdas? Eres mi todo.
—Tu todo, al que le preguntaste sobre la masturbación.
—Exactamente.
—Tu todo, con el que ningún otro chico se compara y cuya
lengua dejas que toque tu lengua.
—Correcto. —No me gustó hacia dónde se estaba
dirigiendo todo esto. Esto se estaba dirigiendo a
confesiones, y las confesiones cambiaban cosas. Las
confesiones intensificaban los sentimientos solamente
porque les daba espacio para respirar. Las confesiones
llevan al amor, y admitir el amor es como atarte a ti misma
a las vías del tren.
—Así que quizás tu todo debería ser tu novio.
Lo miré y él me devolvió la mirada.
Hablé sin pensar.
—Quizás.
—Quizás —concordó en un susurro.
Capítulo 25
Presente
Jueves, 26 de octubre
Traducido por Tati Oh
Corregido por Nea
Editado por Lyn♡ y Roni Turner
Fiel a su promesa, Sabrina trae a Viv a la ciudad y se
reúne conmigo para almorzar. La primera vez que nos
juntamos fue casi dos semanas después del picnic. Durante
ese tiempo, me he sumergido principalmente en el trabajo.
Es extraño decirlo, pero he visto a Sean despierto solo tres
veces.
Eso podría deberse a que estoy durmiendo en el sofá.
No sé por qué no puedo dar ese último paso, empacar mis
maletas y volver a Berkeley. Puede ser la carga de viajar
diariamente o los fantasmas de mi pasado que todavía
viven allí: mamá y papá están en cada partícula de aire de
aquella casa.
Solo he regresado siete días desde que me fui a la
universidad. Podría ser como entrar en una cápsula del
tiempo.
La cara de Sabrina cuando entra en Wooly Pig me dice
todo lo que necesito saber sobre lo exitosa que fui
cubriendo las ojeras bajo mis ojos esta mañana.
—Jesucristo —murmura mientras me siento frente a ella
—. Te ves como si te hubieran criado en el cementerio de
mascotas.
Me río, agarrando el agua frente a mí.
—Gracias.
—Si hubiera sabido que estabas así, habría tenido un
espresso esperándote.
—No quiero café —digo, levantando mi mano—. Ha sido la
única fuente de calorías que he consumido esta semana y
necesito algo… delicioso. Un batido o algo por el estilo.
La veo inspeccionando el menú.
—Está bien, dime qué pasa —dice, inclinándose más cerca
—. Te vi hace dos semanas, pero hoy eres una persona
diferente.
—He estado trabajando mucho. Es una época muy
demandante, está comenzando la temporada de resfríos. —
Sin pensarlo, miro a Viv, dormida en su cochecito junto a la
mesa—. Y las cosas con Sean no están tan bien.
—¿Ah sí? —pregunta Sabrina, y no la miro a la cara
después de que lo dice porque no estoy segura de cómo me
sentiré si su expresión coincide con el tono agudo de sus
palabras—. ¿Qué sucede?
La miro a los ojos, dejando la visión disponible de mi cara.
—Sabrina.
—¿Qué?
—¿Tenemos que hacer esto? —Siento que voy a romper
en llanto—. Tú sabes lo que está pasando. —Levantando una
mano, comienzo a contar los eventos en mis dedos—:
Apenas conozco a Sean. Nos comprometimos después de
dos meses. Me encuentro con Elliot en casa de Saul y verlo
es como… No sé, una patada en mi alma. Y luego, ¿qué
sucede? Elliot ha vuelto a mi vida y, ¡sorpresa! Pienso que
las cosas con Sean tal vez no son tan geniales.
Sabrina asiente, pero no dice nada.
—¿Estás en silencio? Pensé que te alegraría escuchar esto
—El punto es que quiero que tú seas feliz. Quiero ver esa
chispa que vi el otro día. Quiero ver cómo te sonrojas
cuando alguien te mira.
—Sabrina, he sido feliz con Sean. Solo porque me siento
más en casa cuando Elliot está cerca, no significa que esos
sentimientos sean más válidos o más felices.
—¿En serio? ¿Sabes siquiera cómo luce la felicidad? Me
preguntaba esto el otro día, en realidad. ¿Te había visto feliz
antes del picnic?
Esto se siente como un violento empujón de alguien que
me conoce desde hace diez años.
—Estás bromeando.
Ella sacude su cabeza.
—Cuando Elliot se acercó a nosotros… Te juro que fue la
primera vez que te vi sonreír de esa manera, con todo tu
cuerpo, y eso me hizo cuestionar todo sobre tu personalidad
de antes.
—Vaaaya —digo lentamente. Eso se siente… enorme.
—Crees que eres feliz, pero apenas vives.
—Sabrina, eso es por el internado y trabajar más de
ochenta horas a la semana.
—No —dice con un firme movimiento de cabeza. Se
recuesta en su silla llevándose su taza de café con ella—.
¿Recuerdas el primer año?
Siento la fría sombra de esa época arrastrándose sobre
mí.
—Apenas.
—Desde que te conocí, Elliot ha sido una tercera persona
con nosotros, a cada segundo. A veces sentía que las cosas
que me decías, solo me las decías porque él no estaba allí.
—Levanta una mano cuando empiezo a responder—. No es
una queja, por cierto. Yo tenía a Dave y te tenía a ti. Y tú me
tenías a mí… pero también lo tenías a él en tus
pensamientos, en cada una de las cosas que hacías. Cuando
saliste con otros chicos, fue como… escabullirte volviendo a
hurtadillas por la noche, como si hubiera alguien que
pudiera enojarse porque habías tenido una cita.
Dejando escapar un largo suspiro, la estudio, odiando que
haga esto, por poner estas verdades, que hasta ahora vivían
solamente en las polvorientas profundidades de mi
memoria, en el espacio público.
—¿La primera vez que te acostaste con Julian? ¿Recuerdas
eso?
Dejé escapar un gemido de risa. Me acuerdo. Estaba a la
mitad del primer año. Julián, tocaba la guitarra y tenía el
pelo largo, era un semidiós en el campus y de tercer año.
Hermoso, levemente vanidoso, no era tan profundo como él
pensaba que era, o tal vez esa es solo mi opinión en
retrospectiva. Por alguna razón, comenzó a perseguirme en
octubre, eso era mucho para los acalorados celos de las
groupies de su banda. Finalmente accedí a salir con él; en
ese momento pensé que tal vez si me sumergía en algo con
otra persona haría desaparecer todo lo que había pasado en
California.
Tuvimos sexo en su casa después de nuestra primera cita.
Realmente no recuerdo mucho, más que mientras sucedía,
al menos había otras quince mujeres que querrían estar en
esa cama ahora mismo, y que él probablemente estaba
haciendo un trabajo bastante bueno al respecto. Pero todo
lo que quería era que él terminara para que yo pudiera ir a
casa y arrullarme.
Regresé al dormitorio que compartía con Sabrina, y antes
de que pudiera decir una sola palabra, vomité sobre su par
de botines morados favoritos antes de romper en un charco
de histeria y contarle todo sobre Elliot.
—Pobre Julian —digo.
—Era lindo —dice ella—. Y funcionó durante un tiempo
porque no estabas interesada. Nunca has estado interesada,
Macy. Solo tienes un puñado de personas a las que llamas
amigos y mantienes a todos los demás alejados en la
superficie.
Me muevo para objetar y ella levanta una mano de forma
atrevida para detenerme.
—Déjame terminar, he estado trabajando en este discurso
desde el picnic.
Sonrío a pesar de mi enfado
—Vale.
—Estoy segura de que Sean es un gran tipo, pero es otra
versión de ti y Julian, todo está en la superficie. Nunca
sentiste lo que sentías por Elliot, pero es conveniente: no
quieres volver a sentir eso de todos modos.
Asiento con la cabeza con fuerza. Realmente no se puede
culpar a Sabrina por decir en voz alta las cosas que también
comienzo a preguntarme.
—Pero, mierda, Mace —dice con suavidad—, ¿no te parece
un poco egoísta? Das solo en la medida que estés
dispuesta. Afortunadamente, esta vez, Sean está contento
con las sobras.
Me recuesto en mi silla.
—Dios mío —digo—. Dime lo que piensas realmente.
Se muerde el labio inferior, estudiándome.
—¿Estás diciendo que estoy equivocada?
Me froto la cara con las manos, sintiéndome más cansada
de lo que he estado en toda la semana.
—No es tan simple, y lo sabes.
Sabrina cierra los ojos, inhala y exhala lentamente.
Mirándome de nuevo, dice con suavidad:
—Lo sé, cariño. El asunto es… estás fingiendo que puedes
simplemente alejarte de Elliot. ¿Puedes? Si la respuesta es
no, ¿qué haces comprometiéndote con otro hombre?
—Lo sé, lo sé —digo, sintiendo un hervor en mi estómago.
Su expresión se suaviza.
—¿No quieres saber hasta dónde podría llegar Elliot? Lo
peor que podría suceder es que no funcione y él no esté en
tu vida nunca más. —Ella se inclina hacia atrás y dice en voz
más baja—. Sabes que puedes sobrevivir a eso. Al menos,
mínimamente.
Giro mi tenedor sobre la mesa.
—¿Qué te retiene con Sean?
Sé que quiere una respuesta seria, pero ya basta con la
intensidad de esta conversación.
—Su casa está ubicada en un lugar muy conveniente.
Deja escapar una carcajada que sobresalta a Viv mientras
duerme.
—Están arrastrando tus almohadas al infierno, Macy Lea
Sorensen.
—No creo que uno tenga almohadas en el infierno —le
digo, sonriéndole de vuelta—. Y no estoy bromeando. Estoy
teniendo dificultades para confiar en estas nuevas dudas,
porque hasta hace algunas semanas era perfectamente feliz
con Sean. ¿Qué pasa si esto es una alarma?
Ella deja escapar un escéptico «Mm-hmm».
Parpadeo hacia ella.
—Vamos.
—Vamos. Sabes que tengo razón. Sean es fácil, lo
entiendo. Él es un cactus y Elliot es una orquídea. Lo
entiendo. Solo…
—¿Solo que…?
—No seas un testículo sobre esto —dice. Sabrina odia usar
la palabra vagina para decir que alguien es débil18,
especialmente después de dar a luz a su bebé de cuatro
kilos y medio a la antigua—. Cuando piensas en besar a
Elliot, ¿qué te hace sentir?
Todo mi cuerpo explota en calor, y sé que se nota
inmediatamente en mi cara. Sé lo que es besar a Elliot. Sé
cómo suena cuando acaba. Sé cómo sus manos se vuelven
salvajes y vagan cuando está caliente. Sé cómo aprendió a
tocar, a besar y a dar placer, porque aprendió conmigo.
Sé lo bueno que fue, incluso por el poco tiempo que duró.
—Ni siquiera necesito que respondas. —Se inclina hacia
atrás cuando llega la camarera para tomar nuestros
pedidos.
Cuando se va de nuevo, mi teléfono vibra en mi bolso y lo
saco, riendo. Es un mensaje de Elliot, con quien no he
hablado desde el picnic.
¿Has hablado con Sean sobre el Año Nuevo?
Me encantaría que lo pasaras conmigo.
Piensa en ello como una oportunidad de investigar
para la boda que no pareces estar planificando.
Doy la vuelta a mi teléfono, mostrándolo a Sabrina, y ella
se ríe, sacudiendo la cabeza.
—Intervención terminada.
Capítulo 26
Pasado
Sábado, 14 de enero
Once años atrás
Traducido por Tati Oh
Corregido por Nea
Editado por Lyn♡ y Roni Turner
Elliot se echó en el suelo, sacando una almohada nueva y
peluda del futón y poniéndola debajo de su cabeza. Eran
casi las dos de la tarde, y papá y yo apenas habíamos
logrado llegar hasta aquí debido a un horrible traqueteo
bajo el capó del Volvo. Mientras papá y el señor Nick
trabajaban en el auto, Elliot y yo devoramos algunas sobras
de pollo frío en los escalones de la entrada. De vuelta al
calor del hogar, yo tenía más ganas de tomar una siesta que
leer un capítulo entero.
La voz de Elliot parecía ser más profunda de lo que era el
fin de semana anterior:
—¿Tu palabra favorita?
Cerré los ojos, pensando.
—Enloquecedor.
—Guau. —Elliot hizo una pausa, y cuando lo miré, me
observaba con curiosidad—. Eso es una locura. ¿Me
actualizas?
Me quité los zapatos de una patada y uno de ellos cayó al
costado de su cabeza. Pasamos la última hora juntos, pero
algo sobre estar encerrados, entre paredes azules, estrellas,
y la cálida masa del cuerpo de Elliot cerca, parecía haber
aflojado algo dentro de mí. Las cosas habían sido difíciles en
noveno
y
décimo
grado,
Definitivamente era el peor.
¿pero
el
undécimo?
—Las chicas apestan. Son chismosas, mezquinas y
apestan —dije.
Elliot marcó el lugar en su libro y lo cerró, colocándolo a
su lado.
—Explícame.
—¿Mi amiga Nikki? —dije—. A ella le gusta este tipo,
Ravesh. Pero Ravesh me invitó al baile de gala de primavera
y le dije que no porque solo es un amigo, pero Nikki está
enojada conmigo de todos modos, como si hubiera podido
evitar que Ravesh me lo pidiera a mí y no a ella. Entonces
ella le dijo a nuestra amiga…
—Respira.
Respiré profundamente.
—Ella le dijo a nuestra amiga Elyse que yo le dije a la
amiga de Ravesh, Astrid, que quería ir con Ravesh solo para
que él me lo pidiera y luego rechazarlo. Elyse le creyó y
ahora ni Nikki no Elyse me hablan.
—Ni Nikki ni Elyse te están hablando —corrigió, y luego,
ante mi mirada, se disculpó en voz baja antes de agregar—.
Claramente, Elyse y Nikki son unas perras.
Me reí y luego me reí más fuerte. Todo se sentía tan fácil
encerrados. ¿Por qué no podríamos siempre sentirnos así?
Se rascó la mandíbula, mirándome.
—Deberías llevarme a mí a tu baile de gala.
—¿Irías? Odias esas cosas.
Elliot asintió y se humedeció los labios distraídamente.
—Iría.
—Todo el mundo quiere conocerte. —Me encontré incapaz
de apartar la mirada de su boca, imaginando saborearla.
—Bueno, eso es perfectamente desequilibrado. No tengo
ningún deseo de conocerlos a todos. —Sonrió—. Pero quiero
verte vestida con algo más que no sea pijama, jeans, o
pantalones cortos.
—¿Realmente
conmigo?
irías
al
baile
de
gala
de
primavera
Inclinó la cabeza, frunciendo el ceño.
—¿Es tan difícil aceptar que quiero ser la única persona
que has considerado llevar a un estúpido baile de gala?
—¿Por qué?
—Porque eres mi mejor amiga, Macy, a pesar de tu
ridícula reticencia...
—Buena aliteración.
—…eres la chica que quiero. Quiero que estemos juntos.
Mi estómago se encogió de emoción y ansiedad.
—Pero tú te besas con otras chicas.
—Casi nunca.
—Uh, nunca.
—Obviamente no lo haría si pudiera besarte.
Suspiré, me mordí el labio y me detuve.
—¿Por qué no todos pueden ser como tú?
—Puedo ser tu mundo lo suficiente como para que sientas
que todos lo son.
Le sonreí, suavemente, presionando la familiar burbuja de
la necesidad. Era cada vez más difícil de ignorar que
realmente amaba a Elliot.
—¿Cuál es tu palabra favorita? —le pregunté.
Se chupó el labio inferior por un momento, pensando.
—Fastidiar —dijo en voz baja.
Capítulo 27
Presente
Miércoles, 8 de noviembre
Traducido por Tati Oh
Corregido por ♡Herondale♡
Editado por Lyn♡ y Roni Turner
Después de ese mensaje de texto durante el almuerzo
con Sabrina, las cosas con Elliot rodaron como una bola de
nieve y estamos haciendo algo que no hicimos ni siquiera
durante la preparatoria: hablar casi todos los días. A veces
es solo por unos minutos. Otras solo es un mensaje de
texto. Pero siento su presencia casi constante, y no importa
cuánto quiera negarlo, sé que el suave zumbido de alivio en
mis pensamientos se debe a él.
Quizás es debido a esto, que las cosas con Sean son
algo... extrañas, en el mejor de los casos. No hemos tenido
ninguna discusión. De hecho, ni siquiera conversamos sobre
lo que hemos estado haciendo. Cuando los encuentro
despiertos, Phoebe parece feliz de verme, Sean parece feliz
de verme. Estoy segura de que, si planeara una gran boda
para mañana, Sean estaría feliz de aparecer. Y estoy segura
de que, si dejo de planearla indefinidamente, Sean nunca
preguntaría al respecto.
También estoy segura de que podría irme y él también
estaría de acuerdo con eso.
Es la cosa más extraña de la que he sido parte y, sin
embargo, podría ser tan jodidamente fácil. No demanda
nada de mí, no requiere la participación de mi corazón, y sé,
sin lugar a duda, que no me necesita. Podríamos tener una
relación que nos provea a ambos de sexo, seguridad
financiera, un techo sobre nuestras cabezas y conversación
estimulantes en la cena, pero en general tener vidas
completamente separadas.
Pero la cruda verdad es: que no estamos enamorados, en
realidad nunca lo hemos estado, y es la ausencia de ese
amor lo que me preocupa, no parece venir en pequeños
rayos de conciencia. Simplemente aparecen, en blanco y
negro, gritando «Esta relación está acabada» cuando nos
sonreímos con cortesía mientras cambiamos de lugar en el
baño.
Estoy harta de eso. Estoy desesperada por encontrar la
mejor forma de terminar esto. Desafortunadamente, me
preocupa que la reacción principal de Sean sea decepción.
Le convengo como novia, tanto como él me conviene a mí;
pero en su caso él probablemente no necesite nada más: ya
tiene al amor de su vida, en forma de una hija de seis años.
Un buen comienzo sería asegurarme de que puedo vivir
por mi cuenta en la ciudad. Me tomo un día libre y conduzco
hasta El Cerrito para hacer algo que he estado posponiendo
durante meses: reunirme con mi asesor financiero. Daisy
Milligan es la antigua genio de finanzas de papá, y me
quedé con ella más por sentimentalismo y pereza que por
conocimiento particular sobre sus habilidades.
Dicho esto, aunque se acerca a los setenta, apenas
necesita mirar mi archivo para informarme sobre lo que
tengo en mis activos (suficiente para cubrir las reparaciones
de la casa y los impuestos, pero no mucho más) y
explicarme el por qué debería vender una de mis casas
(necesito tener una cuenta para mi retiro más de lo que
necesito dos propiedades). No me atrevo a mencionar que
estoy viviendo en San Francisco y ni siquiera obtengo
ingresos de alquiler por la casa de Berkeley.
Odio hablar de dinero. Pero odio aún más ver lo mucho
que necesito organizarme financieramente. Después de
todo, me encuentro entre nerviosa y animada, y cuando
Elliot me envía un mensaje de texto preguntando cómo va
mi día, y le digo que estoy de su lado de la Bahía… vernos
parece una elección bastante obvia.
Sugiere que lo hagamos en Fatapple, en Berkeley, sin
saber lo cerca que está de mi casa. En cambio, sugiero que
nos encontremos en la cima de las colinas de Berkeley, en
el parque Tilden, a la entrada del sendero del río Wildcat.
Llego antes que él, y saliendo de mi auto levanto mi
capucha para luchar contra el viento. La niebla rueda sobre
las colinas, haciendo que parezca un horizonte gris que se
hunde en el valle, un centímetro a la vez.
Amo Tilden, y tengo tantos recuerdos de venir aquí con
mamá, a montar ponis, alimentar a las vacas de la Pequeña
Granja. Papá y yo veníamos casi todos los fines de semana
después de que mamá muriera para alimentar a los patos
en el estanque. Nos sentábamos en silencio, tirando trozos
de pan al agua, y observando a los patos arrebatárselos,
graznando entre sí competitivamente.
La nostalgia de Tilden parece mezclarse con la nostalgia
de Elliot y forma una potente mezcla en mi sangre,
desangrándome. Aunque él y yo nunca habíamos estado
aquí juntos, se siente como si lo hubiéramos hecho. Se
siente como si fuera parte de mis células, como si estuviera
entrelazado con mi ADN.
Así que, verlo salir entre la niebla del estacionamiento y
moverse hacia mí con sus largas zancadas y sus ajustados
vaqueros negros… hace que mi ansiedad… se evapore.
En un pulso de obvia epifanía, me doy cuenta de que
Sabrina tenía razón: no he estado viviendo sin él. Solo he
estado sobreviviendo.
Quiero compartir mi vida con él de alguna manera. Solo
que… no tengo idea de cómo hacerlo.
Parece leer mi estado de ánimo mientras se sienta en el
banco junto a mi deslizando su brazo por el respaldo.
—Oye. ¿Todo bien?
El impulso de abrazarlo es casi debilitante.
—Sí, solo… Fue un largo día.
Se ríe, extendiendo su mano para alcanzar suavemente
mi cola de caballo y jalarla.
—Y apenas es mediodía
—Me reuní con la antigua asesora financiera de papá. —
Con la otra mano, se rasca la ceja.
—¿Sí? ¿Y cómo salió eso?
—Quiere que venda una de las casas.
Elliot se queda en silencio, digiriéndolo.
—¿Cómo te hace sentir eso?
—No tan bien. —Lo miro—. Pero, sé que tiene razón.
Tampoco vivo en ellas. Es tan solo que no quiero
deshacerme de ninguna de ellas.
—Ambas tienen muchos recuerdos. Buenos y malos.
Con eso, abarca todo. Desde la primera vez que preguntó
por mamá, es obstinadamente gentil.
Doblo una pierna y me giro para mirarlo. Estamos tan
cerca, y aunque estamos afuera, en un parque público, no
hay nadie a nuestro alrededor y se siente tan íntimo. Sus
ojos son más verdes que café hoy; tiene una barba
incipiente, como si no se hubiera afeitado esta mañana.
Deslizo mi mano entre mis rodillas para evitar extenderla y
ahuecar su mandíbula.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
Los ojos de Elliot se posan brevemente en mi boca y luego
en mis ojos otra vez.
—Siempre.
—¿Crees que mantengo cosas reprimidas?
Enderezándose, mira a su alrededor, como si necesitara
un testigo.
—¿Es una pregunta seria?
Lo empujo jugando y él finge estar herido.
—Sabrina sugirió que tengo el hábito de mantener a la
gente a distancia.
—Bueno —dice, eligiendo sus palabras con cuidado—,
siempre conversábamos, pero yo tuve la sensación de que
no hacías eso con nadie más. Así que, tal vez, ¿sea cierto?
Un automóvil pasa y su motor diésel resopla
ruidosamente alrededor del estacionamiento, alejando
momentáneamente nuestra atención en nosotros y
dirigiéndola hacia el pastizal. Los débiles ruidos de la vida
animal nos llegan desde la Pequeña Granja, por el camino
de grava.
Cuando no respondo, continúa.
—Quiero decir, tal vez estoy sesgado por nuestras
circunstancias actuales, pero siento que tal vez tú no…
hablas de ciertas cosas. Y podría estar abusando de mi
suerte aquí, pero tengo la sensación de que Sean también
es así.
Elijo ignorar esa parte, queriendo evitar completamente
una conversación sobre Sean con Elliot. Ahora sé lo que
tengo que hacer, pero le debo a Sean al menos discutirlo
con él primero.
—Solía hablar con papá —le digo, cambiando de tema—.
A lo mejor no como lo hacía contigo, pero sí sobre la escuela
y mamá.
—Sí, pero estamos hablando del ahora —dice—. Siempre
fuiste bastante reservada, pero, ¿tienes a alguien? ¿Además
de Sabrina?
—Te tengo a ti. —Después de un incómodo momento,
agrego—: Quiero decir… ahora. —Otra pausa—. De vuelta.
Su expresión se alinea y toma una ramita del suelo,
descansando con los codos sobre las rodillas y haciéndola
girar entre los dedos. Con inquietud.
Lo sé…
Lo sé…
Sé lo que viene…
—¿Macy? —Me mira por encima del hombro—. ¿Amas a
Sean?
Sabía que vendría, sí, pero el peso de su pregunta me
impulsa fuera del banco, dos pasos más allá.
—Te he visto enamorada —dice suavemente, sin ponerse
de pie—. No parece que estés enamorada de él.
No contesto, pero me interpreta de todos modos.
—No entiendo —gruñe—. ¿Por qué estás con él?
Me doy la vuelta para ver su expresión, con el ceño
fruncido, la boca fuertemente apretada. Me toma unas
cuantas respiraciones juntar las palabras de una manera
que no se sienta sumamente melodramático.
—Porque —le digo— tenemos un jodido acuerdo de
personas destruidas emocionalmente, es un acuerdo tácito
supongo, o lo era hasta hace poco, solo entregamos una
fracción de nosotros mismos. Perderlo no me afectaría. —
Sacudo mi cabeza y miro mis zapatos, poniendo los pies en
la tierra. Siento que mi epifanía sobre una vida sólida y
compartida comienza a desvanecerse cuando Elliot hurga
en mis instintos de autopreservación. Odio decir que
Sabrina tenía la razón. Odio el hecho de que retirarme a mi
capullo sea mi primera reacción—. Me doy cuenta de lo
cobarde que eso suena, pero no creo que pueda soportar el
volver a perder a alguien que amo.
—Fue muy doloroso… —dice en voz baja, y no es
realmente una pregunta—. Lo que hice. ¿Cuándo
hablaremos sobre eso?
—No solo te perdí a ti —le recuerdo.
Me detengo, necesito un segundo para respirar. Los
recuerdos de la última vez que vi a Elliot solían enfermarme
psicológicamente. Ahora solamente me dan una fuerte
estocada.
Puedo ver que está procesando esto. Estudia mi rostro,
rumiando las palabras en su mente y viéndolas desde
diferentes ángulos, como si supiera que falta algo.
O tal vez solo estoy siendo paranoica.
—¿Cuál es su historia? —pregunta.
—¿Te refieres a Sean?
Elliot asiente, tomando otra ramita.
—¿Estaba casado?
—Sí. Ella trabajaba en finanzas y se volvió adicta a la
cocaína en un viaje de trabajo.
Su cabeza se dispara hacia arriba, en sus ojos se lee el
shock.
—¿En serio?
—Sí. Es terrible, ¿verdad? —Miro más allá de él, hacia el
estacionamiento—. Por eso pienso que la parte que lo
mantiene es su hija, y nunca llegó realmente a superar a
Ashley. Realmente ha sido… Es tan fácil, para nosotros,
mantener algo permanente sin necesitarnos realmente el
uno al otro.
Elliot se inclina hacia adelante.
—Macy.
—Elliot.
—¿Te estás quedando por Phoebe?
Lo miro, genuinamente confundida.
—¿Qué?
—Phoebe.
—No, o sea escuché el nombre. Simplemente no entiendo
cómo... Oh. —De repente entiendo lo que está diciendo—.
No.
—Quiero decir, ella es una dulce niña sin su mamá… —Lo
dice como si fuera obvio por qué me quedaría, y está bien,
desde el exterior puedo ver por qué él piensa así. Pero él no
los conoce.
—Ella no me necesita —le aseguro—. Ella tiene un
increíble e involucrado papá. Yo soy… —Agito mi mano
alrededor, insegura—. Soy un accesorio. Quiero decir,
seamos honestos: realmente no sé cómo ser una…
«Mamá». De todos modos, ella no parece necesitar nada de
mí.
Gruñe un poco, mirando hacia la ramita que está
triturando lenta y metódicamente.
—Bien.
Lo miro.
—¿Qué significa eso?
—Significa que está bien.
—No puedes pensar tanto para luego solo darme un bien.
Eso es un bien condescendiente.
Se ríe y tira el palo al suelo antes de mirarme.
—Bien.
Un reto. Quiere involucrarme, lo sé.
—Maldita sea. —Me doy la vuelta y miro hacia la escuela y
el color gris de las nubes rodando detrás de ella.
—Puede que necesite una madre cuando le llegue su
periodo —dice en voz baja—. O cuando sus amigas sean
unas idiotas.
—Tal vez tiene
replico y volteo
siente como si
quedarme con
inversa?
una amiga en el armario que la escucha —
a mirarlo, con sospecha—. ¿Por qué se
estuvieras intentando convencerme de
Sean? ¿Me estás haciendo psicología
Sonriendo, cede.
—Vamos, hablemos de otra cosa. ¿Palabra favorita?
El calor recorre mi piel. Estoy tan no preparada para esto
que mi mente se estanca y de repente, no hay palabras, en
ningún lugar.
—Necesito pensar… ¿Tú?
Su risa llega como un bajo retumbar.
—Melifluo.
Arrugo mi nariz.
—Eso es un trabalenguas.
—Ciertamente lo es, señorita —gruñe, con un tono
significativo en sus palabras.
Le arrojo una pequeña piedra por eso.
—Tu voz es meliflua —murmura, empujándose del banco
para pararse y acercarse a mí—. Ahora, vamos. Es tu turno.
No puedes pensar demasiado en esto tramposa. Conoces
las reglas.
Veo sus labios modular mientras él observa mi boca. Veo
a su lengua asomarse.
—Limerencia.
No hay ninguna palabra como esta: la sensación de estar
enamorado de otra persona.
Los ojos de Elliot se disparan hacia los míos, sus pupilas
se dilatan como una gota de tinta en un estanque.
—Eres terrible.
—No estoy intentando serlo.
Me indica con la cabeza hacia la ruta del sendero,
haciendo señas para que lo siga. Caminamos por el sendero
y recuerdo caminar junto a él por el bosque Armstrong, o
por el lecho seco del arroyo en verano. Es tan extraño cómo
se siente como si fuera otra vida, y a la vez como si hubiera
sucedido dos semanas atrás. Lentamente, nuestros pasos
convergen en un crujir… crujir…crujir de nuestras pisadas
sobre la grava, moviéndose al unísono. Ha acortado sus
pasos para que coincidan con los míos.
—¿Eres feliz? —le pregunto.
La pregunta es tan abrupta que espero que vacile un
poco, pero no lo hace.
—He tenido momentos de eso, sí.
No me gusta esta respuesta. Quiero que sea feliz, amado,
adorado, lleno de todo, siempre.
—Tengo que admitir —agrega—, me siento más feliz cerca
de ti.
Es embriagador saber que tengo el poder de lograrlo.
—Tú, ¿eres feliz? —pregunta
—No lo he sido —le digo, y siento que se vuelve para
mirar mi perfil—. Y estar cerca de ti de nuevo me ha hecho
darme cuenta de eso. —Nos detenemos en un diminuto y
resbaladizo puente en medio del bosque, mirándonos—. Me
haces sentir tantas cosas —admito en silencio.
Extiende la mano, tirando suavemente de mi cola de
caballo a través de su mano.
—También me siento así. Eso siempre fue cierto. —
Moviendo su mano para pasar la palma sobre mi cabello,
murmura—. Por cierto, no estaba tratando de convencerte
de que te quedaras con Sean. Solo pensé que estabas
siendo demasiado dura contigo misma.
Mis ojos se entrecierran con escepticismo.
—¿Yo?
Asintiendo, dice:
—Creo que estás castigándote por estar con Sean. Por eso
pregunté por Phoebe y…
—¿Ashley?
—Sí. Ashley. —Utiliza la punta de su dedo índice para
levantar sus gafas y mira los frondosos árboles frente a
nosotros—. Actúas como si estuvieras con él solo porque es
fácil. Pero, de alguna manera, él es tu papá en este
escenario, y tú eres la mujer que vino después de tu mamá.
Sean no tiene mucho que entregar, pero tú entiendes por
qué. Después de todo, no quieres intentar reemplazar a
nadie.
Lo miro en estado de shock. En solo unas pocas frases,
Elliot acaba de explicar por qué tiene sentido para mí estar
con Sean y, al mismo tiempo, demostrar que él, Elliot, es la
única persona que realmente me entiende. Ni siquiera yo
había notado esta verdad hasta ahora.
—¿Por qué eres tan bueno conmigo? ¿Después de todo?
Elliot inclina la cabeza mientras me mira. Por supuesto
que no ve las cosas retorcidas desde su punto de vista. Solo
sabe de su traición, no de la mía.
—¿Porque te amo?
La emoción obstruye mi garganta y tengo que tragar
saliva un par de veces para soltar las palabras.
—No creo que realmente me haya dado cuenta de lo
aturdida que estaba. O quizás no me importaba.
Veo la forma en que esto lo golpea, físicamente.
—Mace…
Me río oscuramente de esto, de lo jodidamente horrible
que suena.
—Es horrible, ¿verdad?
Da un paso adelante abruptamente, empujándome contra
su pecho. Una mano acuna mi cabeza, la otra se envuelve
alrededor de mis hombros, y siento como si realmente no
hubiera llorado en diez años.
Capítulo 28
Pasado
Sábado, 3 de junio
Once años atrás
Traducido por Nea
Corregido por ♡Herondale♡
Editado por Lyn♡ y Roni Turner
Papá y yo empacamos nuestras vidas para pasar un
verano en Healdsburg. Los nervios se apoderaron de mi
estómago. Este verano todo se sentía diferente: habíamos
terminado el segundo año y estábamos a punto de entrar al
último curso. La escuela parecía más interesante, los
amigos parecían menos dramáticos. Y aunque Elliot y yo no
habíamos ido juntos al baile de primavera, en realidad no
habíamos ido, el verano siempre era el momento en que las
cosas entre nosotros cambiaban monumentalmente.
Yo tenía diecisiete años. Elliot tenía casi dieciocho. El
verano pasado nos habíamos besado. Habíamos admitido
nuestros sentimientos. Y, desde entonces, me miraba de
forma diferente, más como algo para ser devorado que algo
para ser protegido. Por mucho que intentara pensar que
podíamos seguir siendo el tipo de amigos que siempre
habíamos sido, sabía que yo también quería algo más. Él ya
era una de las dos personas más importantes de mi vida. En
cambio, de preocuparme por perderlo, tenía que centrarme
en cómo conservarlo.
Estaba recostada en las almohadas de la esquina cuando
entró en la habitación el sábado siguiente a nuestra llegada.
—Hola, tú —dijo.
Al oír su voz, me levanté de un salto y corrí hacia él,
echándole los brazos al cuello. Fue un tipo de abrazo
diferente; en lugar de crear el cuidadoso abrazo en triángulo
que siempre habíamos logrado, solo tocando nuestros
hombros, presioné mi pecho a lo largo de su cuerpo, desde
mi pecho hasta mi estómago y mis caderas. Por supuesto,
sabía que era el mismo Elliot de hace unas semanas, de la
última vez que habíamos estado en la casa, pero después
de toda mi obsesión nerviosa sobre cómo sería el verano, de
repente no me sentía la misma Macy.
Se quedó parado un momento y luego reaccionó con un
pequeño y perfecto gruñido de alivio. Se inclinó, me rodeó
con sus brazos y exhaló un silencioso «Ey» contra la parte
superior de mi cabeza.
Durante unas cuantas respiraciones, todo se quedó quieto
y todo mi mundo fue la sensación del corazón de Elliot
latiendo contra el mío y la forma en que su mano se
extendió a través de mi espalda baja.
—Estoy tan emocionada de que al fin sean las vacaciones
—le dije en su cuello.
Se apartó, todavía sonriendo.
—Yo también. —Ahí estaba de nuevo, el silencio sin
aliento entre nosotros. Y entonces lo rompió, blandiendo dos
libros en la mano—. Te he traído algo para leer.
—¿Algo para nuestra biblioteca?
Se rio secamente.
—La verdad es que no. Puede que no quieras dejar esto
fuera.
Sus palabras me confundieron hasta que miré las
portadas: Delta de Venus de Anaïs Nin y Trópico de Cáncer
de Henry Miller.
Era lo suficientemente nerd como para saber que estos no
eran libros que encontraría en la biblioteca de mi instituto.
—¿Qué
son
confirmación.
estos?
—pregunté,
buscando
una
Se encogió de hombros.
—Literatura erótica.
—¿Cuándo los conseguiste?
—Hace un par de años. Los leí en enero.
Tragué con fuerza. Después de mi revelación de que las
cosas estaban cambiando definitivamente entre Elliot y yo,
estos libros se sentían como rocas abrasadoras en mis
manos.
Elliot se tumbó en el futón.
—Tienes curiosidad por los chicos y el sexo, he pensado
que quizás querrías leerlos.
Sentí que toda mi cara se calentaba y le devolví los libros,
evitando su mirada.
—Oh, está bien.
Estaba preparada para dar un paso adelante. Pero la idea
del sexo, y de Elliot, me hizo entrar en territorio
desconocido.
—¿Estás bien? —preguntó, incrédulo.
—No estoy segura de que me gusten. —Mi voz era gruesa;
la mentira no quería salir de mi lengua.
Él sonrió.
—Está bien. De todos modos, ya he terminado con ellos.
Si te parece bien, los dejaré aquí.
❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿
Una semana de vacaciones y he cedido. Los nada
descriptivos lomos de los libros me habían mirado
fijamente, retándome. Los había colocado en la estantería
entre La guía del autoestopista galáctico y El arte del
mantenimiento de la motocicleta, es decir, directamente en
el territorio de Elliot, como una indicación de que podía
llevárselos a casa si quería.
No es que no sintiera curiosidad. No es que no me picara
el gusanillo de tomarlos. Pero con Elliot despatarrado
delante de mí todos los días, estirándose distraídamente
para rascarse el estómago o cruzando las piernas por el
tobillo, el movimiento de alguna manera redefiniendo y
enfatizando lo que había debajo de los botones de sus
pantalones… no estaba segura de que realmente necesitara
más erotismo.
Por desgracia, Delta de Venus fue el primero. Lo empecé
al amanecer, según yo, horas antes de que Elliot apareciera.
Pero, como siempre, fue como si lo supiera.
—Oooh. ¿Qué estás leyendo? —preguntó desde la puerta.
La luz del día iluminaba débilmente mi dormitorio detrás
suyo; él bloqueaba la mayor parte con la anchura de sus
hombros.
Ignoré el creciente calor en mis mejillas y volví a la
portada como si necesitara recordármelo.
—Oh. Solo uno de los libros que me regalaste.
—Ah —dijo, y escuché la sonrisa de satisfacción en su voz
—. Tú también te has levantado temprano. ¿Qué lees?
Sin querer decir el nombre, simplemente levanté el libro y
lo agité, luchando por parecer despreocupada, aunque sabía
que mi cara era de un rojo intenso y maduro.
—¿Te importa si te acompaño en el armario?
—Como quieras. —Me puse boca abajo y continué
leyendo.
Vaya.
Las palabras eran casi demasiado incluso para la
intimidad de mis pensamientos. Yo siempre había pensado
en las cosas sexuales de forma tan abstracta, no con el
lenguaje sino con imágenes. ¿Y más intensidad? Me di
cuenta mientras leía esto... yo siempre imaginaba a Elliot.
Me lo imaginaba acercándose y tocándome, lo que podría
decir o cómo podría mirar. Pero nunca había pensado en
palabras como temblando, y atormentada por el deseo, y
succionando hasta que se corriera.
Podía sentir que me observaba, pero me esforcé por
mantener una expresión neutra.
—Em —dije pensativa—. Interesante.
Elliot exhaló una carcajada.
—¿Qué acabas de leer? —preguntó un rato después, con
voz burlona—. Se te van a salir los ojos.
—Es literatura erótica —dije, encogiéndome de hombros
—. Puedes apostar que leí algo erótico.
—Comparte.
—No.
—Sí.
—Ni hablar.
—Está bien si te da vergüenza —dijo, volviendo a su libro
—. No voy a presionarte.
Estaba increíblemente avergonzada por ello. Pero, al
mismo tiempo, me emocionaba y me irritaba. Era sexual,
pero tan impersonal. Quería infundirlo con más sentimiento.
Las manos de él se convirtieron en las de Elliot. Las de ella
se convirtieron en las mías. Imaginé el sentimiento que no
estaba plasmado en la página. Me pregunté si a Elliot le
ocurría lo mismo cuando lo leía, y si se daría cuenta de lo
distante que parecía todo.
Inspiré con dificultad y leí:
—«Así nació Venus del mar con este pequeño grano de
miel salada en ella, que solo las caricias podían sacar de los
rincones más oscuros de su cuerpo».
Elliot miraba su libro, con las cejas fruncidas, mientras
asentía sabiamente. Su voz salió un poco ronca:
—Es una buena frase.
—¿Una buena frase? —repetí, incrédula—. Es...
En realidad, no tenía un final para la frase. Era un nivel de
pensamiento que no tenía la capacidad o la experiencia
para articular, pero algo en él me resultaba familiar, en una
especie de forma antigua.
—Lo sé —murmuró—. ¿Te gusta el resto?
—Está bien. —Volví a hojear las páginas—. Es un poco
impersonal y… algunas de las historias son un poco tristes.
Elliot se rio y yo me quedé boquiabierta.
—¿Qué? —pregunté.
—¿Leíste el prólogo, Macy?
Fruncí el ceño.
—¿Quién lee el prólogo de los libros eróticos?
Volvió a reírse y negó con la cabeza.
—No, deberías. Las historias fueron encargadas por un
hombre rico. Solo quería sexo. Sin sentimientos, sin
emoción.
—Oh —dije, mirando el libro que de repente tenía mucho
más sentido—. Sí, no. No me gusta. No así.
Asintió con la cabeza, ajustando el puff debajo de él.
—¿Has leído esto? —le pregunté.
Murmuró un ruido afirmativo.
—¿Te gustó?
—Creo que tuve la misma reacción que tú. —Con un
pequeño gruñido, estiró sus piernas, poniendo las manos
detrás de la cabeza. No miré los botones de sus jeans.
Desde luego, no dos veces—. Es sexy, pero también
distante.
—¿Por qué lo leíste?
—¿Por qué? —repitió incrédulo mientras levantaba la
cabeza para mirarme—. No lo sé. ¿Porque me encanta leer?
Me encanta que puedas usar las palabras para convencer a
la gente, o enfadar a la gente, o entretener a la gente. Pero
puedes usarlas para... —Se encogió de hombros, y se
sonrojó un poco—. Para excitar a la gente.
Volví a mirar el libro sin saber qué más decir.
—No te he visto desde abril —dijo—. ¿Qué pasó con el
baile de primavera?
Riendo, le dije:
—Nikki fue con Ravesh.
—Por supuesto que lo hizo. El drama siempre se resuelve
con el resultado más aburrido posible. Pero me refería a ti.
—Oh. —Dejé caer el libro y levanté una mano para
morderme la uña—. Sí, me quedé en casa.
Pude sentir que me miraba y se levantó sobre un codo.
—Habría ido, lo sabes.
Mirándolo, traté de enseñarle con mis ojos que realmente
no había querido ir.
—Lo sé.
—¿No quieres que conozca a tus amigos? —preguntó, y su
tono era juguetón, pero en el borde distante había una
preocupación sincera.
Rápidamente, negué con la cabeza.
—No es eso. —Le miré, su cara, que ahora era casi
perfecta en proporción, sus ojos expresivos, su boca llena,
su mandíbula angulosa—. Bueno, supongo que en parte es
eso. Quiero que los conozcas, pero en realidad no quiero
que te conozcan a ti.
Arrugó la nariz.
—¿De acuerdo?
—Quiero decir —dije, queriendo disipar el insulto que vi
en su cara—, realmente no confío en Nikki y Elyse en este
momento, y sentí que si te conocían podrían coquetear
contigo, especialmente en ese baile, y yo habría sido una
bola de rabia.
Sus cejas se
comprensión.
alzaron
hacia
el
cielo
en
señal
de
—Oh.
—Y también... —Volví a mirar hacia abajo, encontrando
más fácil decir estas cosas a mi regazo—. Esta es nuestra
pequeña burbuja. —Señalé vagamente alrededor de la
habitación—. Y cuando conocí a Emma, eso cambió para mí.
Antes, ella era solo un nombre, y podía fingir que no
pasabas más tiempo con ella cada semana que conmigo.
—Pero Mace, yo no…
—Solo estoy usando ese ejemplo —expliqué, volviendo a
mirar hacia arriba—. No estaba segura de que realmente
quisieras poner una cara a los nombres con los que estoy
pasando tiempo.
Algo de claridad lo invadió.
—Oh. Creo que lo entiendo.
Creo que lo hizo.
—Hay un tipo al que le gustas.
Asentí con la cabeza.
—Sí.
—Hay unos cuantos chicos. Y estaban en el baile. Y tú y
yo somos una extraña no-pareja, y no estabas segura de
cómo... —Dejó que sus palabras se desvanecieran antes de
decir—: No querías que acabara sintiéndome como un
extraño.
Me puse de rodillas en el futón.
—Sí. Solo creo que podría haber sido raro. No eres un
extraño para mí, eres mi todo. Pero en ese momento, tú
podrías no haberlo visto así, o no haberme creído. —Levanté
la vista hacia él, añadiendo apresuradamente—: Solo...
hablo desde mi experiencia con el asunto de Emma.
—De acuerdo —murmuró.
—Te quiero en toda mi vida —dije con cuidado, poniendo
un pie en el vasto paisaje de más—. Pienso todo el tiempo
en que mi verdadero miedo no son otras chicas, sino
perderte a ti. Me aterra lo que sentiría si desaparecieras de
mi vida.
Sus ojos se tensaron.
—Eso nunca sucederá —dijo con voz reverente
—Y si empezamos... y de alguna manera sale mal... —
Tuve que tragar saliva un par de veces después de decir
esto, apaciguando la tormenta que ocurrió dentro de mí
ante la perspectiva de esto—. De todos modos. No creo que
el baile fuera el primer lugar para hacer eso. Para llevar esta
vida a aquella. Habría sido demasiado para la primera vez.
—Lo entiendo. —Se puso de pie, caminando hacia el futón
y sentándose a mi lado—. Ya te lo he dicho, Mace. Quiero
ser tu novio.
Alargando la mano, me atrajo hasta que me apoyé en él
y, finalmente, recosté mi cabeza en su regazo. Volvió a
coger su libro y yo el mío, y escuché el ritmo uniforme de su
respiración.
—¿Sabes? —dije mirando al techo, mientras él arrastraba
una mano lentamente, una y otra vez, por mi pelo—, estos
libros fueron una especie de regalo perfecto.
—¿Cómo?
—El número cuarenta y siete de la lista de mamá era para
decirme que no tenga sexo hasta que pueda hablar de sexo.
Debajo de mí, Elliot se quedó muy quieto.
—¿En serio?
—Creo que es un buen consejo, supongo. Algo como… si
no puedes hablar de ello, no deberías hacerlo.
Una pequeña y nerviosa risa brotó de él.
—¿Quieres hablar sobre sexo hoy?
Riendo, le di un suave puñetazo en el muslo y él fingió
dolor.
Yo también quería que fuera mi novio. Pero ya sabía,
incluso entonces, que necesitaba dar pasos chiquititos.
Quería una transición lenta. No quería perder ni una sola
parte de él.
Capítulo 29
Presente
Miércoles, 8 de noviembre
Traducido por Tati Oh
Corregido por ♡Herondale♡
Editado por Mrs. Carstairs~
Sean está en el sofá esperándome cuando llego a casa
después de medianoche. A excepción de mi caminata con
Elliot, mi día fue una mierda. Sabiendo lo que tenía que
hacer, pero evitando hacerlo de todos modos, fui al trabajo
alrededor de las tres de la tarde, fue una terrible decisión.
Terminé dando dos diagnósticos de enfermos terminales y
suspendiendo la quimioterapia de una tercera porque la
niña no podía tolerar otra dosis (aunque su cáncer sí
podría). Estoy en una situación mental donde sé que lo
estoy haciendo bien, pero no parece que fuera así, y ver a
Sean en el sofá intensifica la autoflagelación.
—Hola bebé. —Da palmaditas al cojín a su lado.
Me arrastro, para caer su lado. No sobre él, o en una
posición afectiva. Primero, porque estoy en ropa de trabajo
y quiero ducharme. Y segundo, porque sería raro
acurrucarme con él. Hay un campo de fuerza invisible que
me repele.
Como si leyera mi mente.
—Probablemente deberíamos hablar —dice Sean.
—Sí, deberíamos.
Toma mi mano izquierda entre las suyas, masajeando la
palma con sus pulgares. El contacto es una maravillosa
distracción y me recuerda a todas las maravillosas
distracciones que Sean puede hacer con el resto de su
cuerpo.
—Estoy bastante seguro de que no eres feliz —dice.
Me vuelvo y lo miro. Su rostro tarda unos segundos en
enfocarse. porque está muy cerca y yo estoy demasiado
cansada, pero cuando lo hace, puedo ver cuánto lo está
desgastando esta situación. El hecho de que no hable sobre
el tema, no significa que no piense en él.
Sean y yo somos exactamente iguales.
—¿Y tú? —pregunto.
Encogiéndose de hombros, admite:
—En realidad no.
—¿Puedo preguntarte algo?
Su sonrisa es genuina.
—Claro que sí, bebé.
Su respuesta no cambiará mis sentimientos, pero tengo
que saberlo.
—¿Me amas?
La sonrisa desaparece y examina mi expresión por un par
de segundos.
—¿Qué?
—¿Me amas? —pregunto de nuevo—. En serio.
Puedo decir que se lo está tomando con seriedad. Y que
no está tan sorprendido por mi pregunta como lo está por
su respuesta instintiva.
—Está bien —digo en voz baja—. Solo responde.
—Creo que necesito una palabra entre me gustas y te
amo, lo que significa…
—…que me estimas —digo con una sonrisa.
Nunca, en la historia de los tiempos, una ruptura había
sido tan tranquila. Es apenas una leve onda en el agua. Así
que a lo mejor apenas estábamos lo suficientemente juntos
como para terminar.
—¿Me amas? —pregunta, frunciendo el ceño.
—No estoy segura
—Lo que significa que no —dice, sonriendo.
—Te quiero… como amigo —digo—. Amo a Phoebs. Me
encanta lo fácil que es esto y lo poco que exige de mí en
este momento.
Asiente. Lo entiende.
—¿Pero tratar de imaginar esto? —Hago un gesto entre
nosotros—. ¿Que viviré así por el resto de mi vida? —digo,
besando su frente—. Es algo deprimente. Se siente como si
ambos nos dirigiéramos por el camino menos complicado.
—¿Mace?
—¿Mmmm?
—¿Elliot no es el camino menos complicado para ti? —
pregunta.
Me quedo quieta, pensando en la mejor respuesta. De
alguna manera, sí, por supuesto, entrar en la cama de Elliot
sería la ruta más fácil, y Sean lo sabe. No hay razón para no
ser honesta.
Pero una parte de mí cree que Elliot y yo siempre
estuvimos destinados a ser mejores amigos. Tenía tanto
miedo de dar el siguiente paso con él cuando éramos
adolescentes, que apenas lo hicimos, terminamos.
—Tenemos historia —digo con cuidado—. No es una mala
historia, la mayor parte del tiempo. Pero él la jodió. Yo la
jodí. Y realmente no hemos hablado de eso.
—¿Por qué no?
Dios. La pregunta más simple y obvia.
—Porque… —empiezo—. Porque no sé… ese momento de
mi vida fue realmente difícil, y tomé algunas malas
decisiones. No sé cómo explicarlo. Aparentemente, estoy
muerta, por dentro y no soy muy buena expresando mis
emociones.
Se sienta y me mira con seriedad.
—¿Sabes qué? Si Ashley hubiese vuelto a casa,
totalmente limpia, y me hubiese dicho: «Sean, tomé
algunas malas decisiones. No sé cómo explicarlas», creo
que eso habría sido suficiente.
—¿En serio? —pregunto.
Asiente.
—La extraño.
Envuelvo mis brazos a su alrededor, apretándolo contra
mi pecho. No creo que Sean alguna vez haya llorado por la
partida de Ashley, o por la posibilidad de que ya no volverá.
O la horrible posibilidad, de que algún día suene el timbre y
sea ella pidiendo dinero.
O, lo que es peor, que aparezca un policía allí diciéndole a
Sean que se ha ido para siempre.
—¿Seguiremos siendo amigos? —pregunto.
—Sí —susurra, presionando su rostro contra mi cuello—.
Sí, yo también necesito eso.
❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿
Me mudo unos días después. Realmente solo es empacar
las dos maletas que traje hace un par de meses y mudarme
a unas seis cuadras de distancia. Por menos de setecientos
al mes, estoy alquilando una amplia habitación en casa de
Nancy Eaton, una doctora de la unidad, su hija acaba de irse
a la universidad en el este. Es una situación temporal; no
porque Nancy no me haya ofrecido la habitación de forma
indefinida, sino porque así lo siento. Soy dueña de una casa
en Berkeley, podría venderla fácilmente y comprar un lugar
para mí en la ciudad, pero el solo pensarlo se siente como
una traición. Podría poner la casa en renta y alquilar mi
propio espacio en la ciudad, pero eso requeriría revisar
todas las cosas de mis padres, y aun no estoy lista para eso.
—Eres un desastre —dice Elliot al final de la línea,
después de haberle detallado lo que hay que hacerle a la
casa de Berkeley.
No lo sabe: ni siquiera le he dicho que terminé mi relación
con Sean. Si supiera que Sean y yo rompimos, habría venido
a la ciudad de inmediato y se habría quedado mirándome
hasta que cediera, y lo besara. Sean es el único obstáculo.
Es la excusa, que me da tiempo para pensar. No quiero que
Elliot me envuelva y me enamore nuevamente, o me
presione para tomar una decisión. Necesito tiempo.
Algo se quiebra a la distancia y murmura un frustrado
«Mierda».
—¿Qué fue eso? —pregunto.
—Acabo de tirar una olla del fregadero. Debería lavar la
loza.
—Deberías.
—¿Cómo está Sean? —pregunta.
El cambio de tema es tan brusco que me sorprende.
—Bien —digo, agregando sin pensar—. Creo.
Siento la forma en que Elliot se queda quieto en el otro
extremo.
—¿Crees?
—Sí —esquivo—. He estado ocupada.
—¿Estás siendo evasiva conmigo?
—No —digo, haciendo una mueca mientras busco la mejor
verdad a medias. Miro a mi alrededor mi nuevo dormitorio,
como si la respuesta correcta se fuera a materializar en una
pared en alguna parte—. Es solo que no lo he visto mucho
en los últimos días.
—¿Qué harán para Acción de Gracias? —pregunta—. Esta
será su primera celebración juntos, ¿verdad?
«Mierda».
—Creo que trabajo.
—¿Crees? —pregunta de nuevo, y se oye como si
estuviera comiendo—. ¿No tienen los residentes el horario
estipulado con antelación?
—Sí —le digo, pellizcando el puente de mi nariz. Odio
mentirle—. Voy a negociar para no tener que trabajar en
Navidad, pero no me he organizado al respecto.
Probablemente estaré libre.
Elliot hace una pausa, probablemente porque sabe que
estoy mintiendo y está tratando de averiguar por qué.
—Ok, entonces, ¿tienes planes o no?
—Sean va con Phoebe a la casa de sus padres. —Vacilo,
aguantando la respiración—. Yo no. —Espero que se crea
esto, para evitar que haga un tipo de investigación estilo
«¿Y eso qué significa?», pero no lo hace.
Solamente se aclara la garganta y dice:
—Ok, entonces vendrás. Será mejor que lave los platos
antes de ese día.
Capítulo 30
Pasado
Miércoles, 12 de julio
Once años atrás
Traducido por Tati Oh
Corregido por ♡Herondale♡
Editado por Mrs. Carstairs~
El verano de Healdsburg había pasado del cálido y
húmedo zumbido de las abejas, bayas, y la luz solar a la
presencia de arroyos secos de superficie quebradiza e
incesante calor. A medida que pasaban los días, también
parecía que empezábamos a avanzar más lentamente.
Ningún lugar era lo suficientemente fresco, a excepción del
río o el armario. Pero incluso nuestro azul y estrellado
santuario había comenzado a sentirse claustrofóbico. Elliot
era tan alto; que parecía ocuparlo en toda su extensión. Y a
sus casi dieciocho años, vibraba con intensidad sexual: me
sentía demasiado llena de energía tratando de no tocarlo.
Pasaríamos las mañanas vagando por el bosque cerca de
nuestras casas, y las tardes caminando por la carretera o en
bicicleta en busca de un helado… pero siempre
terminábamos en el armario de todos modos, tirados en el
suelo, mirando las estrellas pintadas.
—La escuela comenzará pronto —dije, mirándolo—. ¿Estás
emocionado?
Elliot se encogió de hombros
—Seguro.
—¿Te gustan tus clases en Santa Rosa?
Me miró con el ceño fruncido.
—¿Por qué preguntas eso ahora?
Estaba justo pensando en ello. Sobre la escuela que
comenzaba en otoño y en cómo se acercaba el fin del
bachillerato. En lo que él y yo haríamos cuando eso
sucediera, y si terminaríamos viviendo más cerca el uno del
otro.
Viviendo el uno con el otro.
—Solo estaba pensando, es todo —dije.
—Sí, supongo que estoy emocionado de estar mucho más
cerca de terminar. —dijo—. Y las clases en SRJC están bien.
Ojalá hubiera decidido en su lugar asistir a California por un
par de días de a semana.
—¿Tenías esa opción? —pregunté, sorprendida.
Se encogió de hombros. Un obvio Sí.
—¿Vas al baile de graduación de otoño con Emma? —
pregunté, volviendo a garabatear en mi cuaderno.
—Macy. ¿Qué? —Pareció desconcertado y luego se rio con
fuerza—. No.
—Bien.
—¿Quieres ir conmigo? —preguntó.
—¿Quieres que yo vaya a un baile de la escuela contigo?
—¿Sí? ¿No? Después de toda nuestra charla sobre la
forma correcta de combinar nuestras vidas de fin de
semana con nuestra vida cotidiana, no estoy seguro de cuál
es la respuesta correcta —dijo, haciendo una mueca de
dolor—. Pero si no vas conmigo al baile, probablemente no
iré.
—¿En serio? —pregunté, con el corazón latiendo
fuertemente—. Porque no quiero ir en busca de la mirada
asesina de todas las chicas a las que les gustas, pero no
quiero que vayas y te vean sin mí tampoco.
Sacudió la cabeza, riendo.
—No es así.
—¿Entonces Emma ya no te envía correos electrónicos
todo el tiempo?
—Ya no.
—Mentira.
—No lo hace. —Sostuvo mi mirada fijamente—. Ella no me
gusta, es solo algo que imaginó.
Le ofrecí un tímido movimiento de pestañas
—No estoy celosa.
—Claro que no.
Justo en ese momento, su teléfono sonó, lo miró, leyó un
mensaje de texto y luego lo empujó de vuelta a su bolsillo.
Se veía muy culpable.
—Esa era Emma —supuse.
—Sí. —Recogió una pelusa inexistente de sus pantalones
—. Es como si el universo quisiera que justo ahora me viera
como un mentiroso.
—¿Qué decía?
—Nada interesante. —Se rio ante mi expresión de
escepticismo—. Te juro que nunca me envía mensajes de
texto
—Si no es interesante, ¿por qué no me cuentas?
Me miró.
—Me preguntó si quería pasar un rato con ella
—¿Eso es todo?
—Sí.
—Bueno, entonces pásame tu teléfono. Le diré que estás
ocupado
Él sonrió con suficiencia.
—¿Incluirás la parte en la que estás actuando como una
loca celosa?
Le di la espalda y cerré los ojos.
—Como quieras.
—O podríamos tomar un par de fotos de tus bubis y,
accidentalmente enviárselas.
—Jesucristo. Dame el teléfono.
Intenté alcanzarlo, pero su brazo largo como el de un
mono, lo mantuvo fácilmente alejado de mí y terminé
cayendo encima de él en su lugar, mis bubis
completamente sobre su cara. Hizo un sonido de silenciosa
felicidad y soltó una serie de palabras inentendibles,
empujando toda su cara contra mi pecho.
Grité, retrocedí y lo empujé para escapar.
—¡Pervertido!
Elliot me agarró de la cintura y me giró mientras se
sentaba, tirando de mí hacia su regazo y haciéndome
cosquillas con sus largos y juguetones dedos, hurgando
entre mis costillas.
Jadeé y sonreí, me retorcí mientras me hacía cosquillas,
reí y apreté su brazo alrededor de mi cintura hasta que rodó
sobre mí.
Me
sujetó
suavemente;
sus
perfectamente entre mis piernas.
caderas
encajaban
Nos quedamos paralizados, sin aliento, mirándonos el uno
al otro.
Tenía diecisiete años, pero nunca antes había sentido algo
así. Él estaba excitado, presionándose contra mí.
De pronto, el ambiente se sentía completamente diferente
al juguetón de hacía un minuto.
Elliot miró mi boca y luego mi cara otra vez. Quería decir
algo, bromear sobre la erección en sus pantalones,
cualquier cosa. Pero mi garganta se sentía apretada, mi cara
ardía.
Con un codo apoyado en mi cabeza, susurró quietamente
«perdón» y comenzó a separarse de mi cuerpo.
Lo detuve con mi pierna alrededor de su muslo, y sus ojos
volvieron a los míos.
—Quédate —susurré.
Creo.
…Creo que debe haber sido mi subconsciente quien
habló, porque realmente no quería que se levantara. Estaba
obsesionada con lo que había debajo de los botones de sus
jeans, y más que eso, quería saber si… bueno, quería saber
qué podría ocurrir.
Tragó saliva audiblemente.
—Está bien.
Rodé mis caderas hacia arriba, viendo cómo su boca se
abría y sus ojos se cerraban.
Se movió hacia adelante y hacia atrás, presionando su
dura longitud contra mí, una y otra vez. Su respiración era
más intensa, soplando sobre el pelo en mi cuello, y luego su
mano agarró mi pierna y contuvo la respiración,
comenzamos a frotarnos fervientemente… al mismo tiempo.
Mi cuerpo era todo instinto, a la caza de algo familiar, a la
distancia.
Dios mío, ¿qué estábamos haciendo?
Pasé mis manos por su espalda. Si lo pensaba demasiado,
lo arruinaría.
Este era Elliot.
Este era mi Elliot.
Puse mis manos alrededor de su camiseta, pensé las
cosas más extrañas, cómo se sentía su peso sobre mí,
quería besarlo, pero no quería alejar mi atención ni un poco
del sentimiento que se acumulaba en mi interior… y luego
di un giro preguntándome si estaba imaginando todo esto.
Estábamos teniendo sexo con la ropa puesta.
Él estaba tan callado, aunque supongo que yo también lo
estaba, atenta a alguna pista que me diera un indicio de lo
que estaba pensando.
Necesitaba más. Lo necesitaba. Nunca antes había
sentido ese tipo de calor en mí, ni siquiera cuando pensaba
en él. Era una fiebre que recorría toda mi piel y una fuerte
urgencia en mi vientre. El calor de su boca aterrizando en
mi cuello sacaba pequeños e indefensos sonidos de mí. No
estaba chupando ni lamiendo, solo presionando su boca allí,
poniendo su respiración más cerca de mi oído para que
pudiera escuchar su reacción con cada aguda exhalación.
Dejó escapar un gruñido, y me apreté contra él,
frotándome, más cerca. Escuché el sonido que hice, la
apretada súplica que exigía más rapidez desgarrándome.
Con un fuerte agarre, se detuvo con una mano en mi
cadera.
—Mierda —dijo—. Espera. Mierda.
De repente se apartó, se puso de pie. Me senté,
emanando palabras torpes por mis labios, pero Elliot ya
estaba en la puerta.
¿Qué acababa de suceder?
¿Él…? ¿O simplemente se dio cuenta de lo que yo había
comenzado a sentir y se asustó? Al final, ¿Elliot realmente
quería ser mi novio, o estaba equivocado al respecto?
Me precipité con pánico.
«Así es como empieza. Así pasa la amistad, de ser
perfectos y mejores amigos, a nada más que extrañas y
sucias miradas de un extremo al otro en el patio».
Me senté sola en el armario durante una hora, mirando las
páginas de algún libro que deslicé desde la gran estantería
y no leí una sola palabra.
Contaría hasta mil, luego iría a su casa y le pediría
disculpas.
«Uno… dos… Tres…».
«Veintiocho… veintinueve…».
«Doscientos trece…».
—¿Qué estás leyendo? —Su voz vino desde la puerta,
pero en lugar de entrar y sentarse a mi lado, se quedó allí,
apoyado contra el marco.
—¡Hola! —dije demasiado alegremente, mis ojos miraban
a cualquier lado menos a los suyos. Noté que se cambió de
ropa. Mi cara se encendió y baje la mirada, observando el
libro en mis manos. Las letras del título nadaron lentamente
hasta formar una sola palabra y la señale sin convicción—.
Um, empecé a leer Ivanhoe.
Cuando alcé la mirada, la confusión cruzó su rostro como
un parpadeo, y dio un paso al interior.
—¿En serio?
—Sí —dije lentamente, mirándolo entrar en la habitación.
Su labio se curvó en una sonrisa casi burlona—. ¿Por qué lo
dices así? Lo has leído al menos unas cincuenta veces.
—Es solo que parece que ya estás a la mitad. —
Rascándose la sien, añadió en voz baja—. Eso es
impresionante
Parpadeé ante la página que había abierto al azar.
—Oh.
El ambiente era tenso e incómodo entre nosotros y eso
me dolía. Quería preguntarle si lo había avergonzado o
alguna otra tontería. ¿Le había hecho daño?
—¿Macy…? —comenzó, y yo conocía ese tono de voz. Esa
voz era una voz de decepción.
Traté de reír, pero salió algo como un grito ahogado,
intentando ser casual, pero perdiendo por kilómetros de
distancia.
—Me siento mortificada, Elliot, en serio. Lo siento mucho.
No hablemos sobre esto.
Elliot asintió con la cabeza, con los ojos fijos en el suelo.
—Seguro.
—Siento haberlo hecho, ¿Está bien? —susurré con la
mirada gacha.
—¿Qué? Macy, no...
—Nunca volverá a suceder, lo juro. Solo estaba jugando.
Sé que he sido partidaria de no estemos juntos porque eso
podría arruinar las cosas, y luego hice esto. Lo siento
mucho.
Sacó un libro del estante y volví a mirar Ivanhoe, ahora
desde el comienzo, y leí durante dos horas, pero apenas
entendí una palabra. Culpé a mi estado de ánimo. La sola
idea de que pude haberlo herido, o avergonzado, o haberlo
hecho enojar, me carcomía como una gota de ácido en las
entrañas. Aumentó, me mordió y, finalmente, me causo un
retorcijón por dentro que me hizo sentir enferma.
—¿Ell..?
Miró hacia arriba, su mirada se suavizó de inmediato.
—¿Sí?
—¿Te lastimé?
Una esquina de su labio se arqueó en una sonrisa
mientras luchaba por no reír.
—No.
Exhalé, por lo que se sintió la primera vez en las últimas
horas
—De acuerdo, está bien.
Abrí la boca y la volví a cerrar, sin saber qué más decir.
Dejó su libro y se acercó.
—No me hiciste daño. —Buscó mi mirada, expectante—.
¿Entiendes lo que te estoy diciendo?
Vi como sus cejas se levantaban lentamente, y luego
sonreía con esa astuta y sexy sonrisa…
—Quieres decir que tú… —Hice un movimiento circular
con la mano y él se rio.
—Sí… —Imitó el movimiento, sus ojos se burlaban.
Mi corazón se convirtió en un victorioso monstruo en mi
pecho, agitado por salir.
Lo había hecho acabar.
—Estaba tratando de asegurarme de que acabaras
primero —admitió en voz baja—, pero el sonido que
hiciste… cuando me pediste que me moviera más rápido…
—Tragó saliva, levantando un hombro en un silencioso «Oh,
bueno».
—Oh. —Lo miré, luchando por no sonrojarme—. Lo siento.
—Macy, no te sientas así. Te digo que fue muy sexy. —
Miró mis labios y su expresión se volvió seria otra vez—. Es
difícil para mí, a veces, que no estemos juntos. Nunca sé
dónde están los límites. Quiero cruzarlos todo el tiempo. Nos
hemos besado y tocado, pero luego volvemos a ser solo
amigos y es confuso. ¿Lo que hicimos hoy? No sentí que
fuera suficiente para mí. —Alzó sus manos, con los ojos muy
abiertos—. No quiero decir que tengas que hacer más. Solo
que, quiero todo contigo. Pienso en eso todo el tiempo.
Pensé en lo mucho que yo también quería eso. Y como,
antes, quería mucho más que su cuerpo sobre el mío,
nuestra ropa entre nosotros. Le habría dado todo, hoy. Y,
aun así, las palabras que salieron fueron
—Pero moriría sin tu amistad.
Sonrió y se inclinó para besar mi mejilla.
—También yo.
Capítulo 31
Presente
Jueves, 23 de noviembre
Traducido por Tati Oh
Corregido por Haze
Editado por Mrs. Carstairs~
El edificio de Elliot es estrecho, de un descolorido estuco
turquesa, alguna vez debió haber sido una hermosa casa
victoriana antes de que fuera descuidadamente dividida en
cuatro angostos apartamentos.
La entrada da a un estrecho pasillo al costado derecho y
una empinada escalera conduce a los apartamentos de más
arriba. Elliot vive en el número cuatro. Arriba y a la derecha,
dijo. Cada escalón resuena bajo mis botas.
Su puerta de entrada es de color marrón claro, y delante
de ella hay una alfombra delgada con una Cita de Dickinson,
El alma siempre debe estar entreabierta.
Levanto mi puño y llamo a su puerta.
¿Es posible que reconozca el peso de sus pisadas y su
ritmo al andar? ¿O es solo que sé que es el único que está
dentro… porque llegué temprano? De cualquier manera, mi
pulso se acelera tanto que cuando gira la perilla y abre la
puerta, me siento mareada.
En algún momento de la última década, Elliot descubrió
cómo peinar su cabello y vestirse solo. Lleva jeans negros y
una adorable, original o artificial, camisa de mezclilla oscura
enrollada hasta los codos. Está descalzo.
Descalzo. En su apartamento. Adentro, en algún lugar,
está la cama de Elliot.
Si no tengo cuidado, ni siquiera llegaré a casa esta noche.
Mierda, soy un desastre.
—Macy —dice, llevándome hacia adentro con un brazo
alrededor de mis hombros, luego se aleja, cerrando la
puerta detrás de mí. La sonrisa que veo en su rostro podría
dar energía a una pequeña ciudad—. Estás aquí. ¡Estás en
mi apartamento!
Inclinándose, besa mi mejilla, inocentemente.
—¡Tienes la cara tan helada!
—Caminé desde BART. Hace frío afuera. —El calor irradia
desde el punto donde sus labios presionan contra mi piel, y
pongo sobre la mesa el pastel que traje para poder
quitarme la chaqueta.
Retrocede un poco, sorprendido.
—¿No manejaste?
—No soy fan de los autos —digo, sonriendo.
Toma mi abrigo, en silencio.
—Podría haberte recogido.
Presionando una palma contra su pecho, le susurro:
—Vives a seis cuadras de la estación. Estoy bien.
—Lo siento, estoy nervioso. —Sacude un poco los
hombros, como si se relajara—. Voy a tratar de ser genial
sobre esta... sobre esta noche. Probablemente fracasaré.
Me río y le entrego el pastel de nueces que compré esta
mañana.
—No es la receta tu mamá, lamentablemente. ¿Viene tu
familia?
Niega con la cabeza y luego la inclina, invitándome a
adentrarme. Lo sigo a través de una pequeña sala de estar,
hacia una cocina aún más pequeña.
—Ellos irán a la casa de los futuros suegros de Andreas,
en Mendocino. No queríamos que todo el clan Petropoulos
descendiera sobre ellos; su novia, Else, es hija única y no
creo que supieran qué hacer con todos nosotros. Por lo que
solo mamá, papá, Andreas, y Alex se dirigieron hasta allá.
—¿Quién viene hoy? —pregunto, mirándolo mientras
desliza el pastel sobre el mostrador. Se las arregló para
organizar todo lo que necesita en el pequeño espacio, y es
meticuloso a pesar del tamaño.
Elliot se da vuelta, apoyándose contra la encimera y
agarrándola con suavidad. Su camisa se extiende a lo largo
de su pecho, abriéndose en el cuello, revelando el borde de
su clavícula, el toque de sus vellos en el pecho. Mi corazón
late fuerte.
—Mi amigo Desmond —dice, y extiende una mano para
rascarse la barbilla—. Y Rachel.
Me congelo, mirándolo con los ojos muy abiertos.
Instintivamente miro mi vestimenta y luego vuelvo a
mirarlo.
—¿Rachel viene?
Él asiente, mirándome con atención.
—¿Eso te hará sentir incómoda?
Estoy tratando de no reaccionar con mucha exageración,
pero siento que mis cejas se bajan, dejando un ceño
fruncido en mi frente.
—¿No creo?
—Eso suena a una pregunta —dice en voz baja. Apagando
el contador, da dos pasos hacia mí—. Debería haberlo
mencionado. Ella no tiene familia en esta ciudad. O…
amigos en los alrededores
Miro alrededor de la habitación en la que estamos.
—¿Vivió ella aquí contigo?
—No —dice—. Pero se quedó aquí por un tiempo.
«Oh». Miro la cocina y veo imágenes de esta desconocida
Rachel parada allí, huevos revueltos en ropa interior
mientras Elliot se duchaba. Me lo imagino vertiendo café
para ella después, besando su hombro pálido y desnudo. Me
pregunto si estos celos son los que él sintió al verme con
Sean y saber que yo dormía en la misma cama con él.
Dejándolo tocarme en formas que Elliot acababa de
empezar a hacer.
Lo miro, y digo:
—Estoy tratando de que no me de un ataque porque tu ex
novia viene hoy.
Elliot levanta un hombro.
—Entiendo. Puede que no haya sido un buen plan.
—¿No fue intencional tenerlos a ambos aquí para hacerme
sentir. . . celos? ¿Ni siquiera un poco?
—Te juro que no lo fue.
Una mirada a su rostro y le creo. A Elliot generalmente, no
le ha importado cómo otras chicas en su vida me han
afectado, pero no es cruel. Asiento y bajo la mirada—. ¿Ella
sabe quién soy?
—Sí.
Otro pensamiento viene a mi mente.
—¿Sabe ella que estaré aquí?
Él duda, y la culpa se esparce rápidamente por su cuello.
—Sí.
—¿Entonces ella sabía, pero yo no? Elliot, ¿en serio?
Levanta una mano y se rasca la parte superior de la
cabeza.
—Yo quería que vinieras. —Sus ojos se vuelven cálidos y
suaves, tal como lo hacen cuando sienten una urgencia por
algo—. En serio, realmente quería que vinieras. Y no quería
que ella estuviera sola hoy, pero me preocupaba que si te lo
decía te arrepintieras.
Probablemente lo hubiera hecho. Nada suena más
incómodo que una cena navideña con la ex novia de Elliot.
—Ella cree que estamos... ¿de nuevo juntos?
—No sé lo que piensa —dice—. Pero es algo discutible,
¿no? —Me mira atentamente—. Estás comprometida.
La culpa me atraviesa bruscamente, enviando una
sacudida de dolor a mis costillas. No estoy lista para decirle
a Elliot que estoy soltera, pero no me siento bien dejando
que piense que soy crónica y emocionalmente infiel,
tampoco.
—Las cosas son… complicadas
Parece marinar en estas palabras durante unos segundos
antes de alcanzar mi mano, y tirar de ella.
—Vamos. Déjame darte un recorrido
La sala de estar es más larga que ancha, y en el extremo
hay una alta ventana de vidrio emplomado con vista a un
patio trasero sorprendentemente hermoso. Hay árboles
frondosos, ciruelos y un abundante césped bien cortado,
una rareza en el Área de la Bahía.
—El césped es falso —explica—. El propietario insiste en
que mantengamos este espacio al aire libre.
Miro alrededor de la sala de estar, a las estanterías que
van desde el piso hasta el techo, con una escalera corrediza
conectada al lado superior. Su sofá es de un azul vibrante y
limpio, con brillantes cojines multicolores repartidos. Al final
de la habitación, más cerca de la puerta principal, ha
colocado una mesa de juego plegable y encima un mantel
de lino, individuales y un pequeño centro de mesa de
calabazas y arándanos Debo haber pasado por delante
cuando entré, tan emocionada y nerviosa, que ni siquiera lo
noté.
—Tu hogar es muy agradable —le susurro, metiendo mi
cabello detrás de mi oreja. Elliot lo ve deslizarse hacia
adelante, y traga saliva. Probablemente sepa que lo dejo
suelto para él—. Háblame de tu novela.
—Mucha fantasía —dice, mirando a su alrededor en sus
estanterías. Luego vuelve a mirarme y sus ojos brillan con
moderada diversión—. Hay dragones.
—¿Entonces estás escribiendo porno? —bromeo y él se
echa a reír.
—No exactamente.
—¿Eso es todo lo que me dirás?
Sonriendo, toma mi mano de nuevo.
—Terminemos el recorrido.
A través de una puerta al otro lado de la sala de estar,
hay un pequeño pasillo. A la izquierda está su dormitorio. A
la derecha está su baño. El baño tiene una pequeña bañera
sin ducha, solo una manguera levemente conectada al grifo,
colgando flácida hacia abajo, un cuello doblado ante la
derrota.
—No tienes una ducha —digo, saliendo y sintiendo una
repentina intimidad por estar en su espacio. Todo es tan
esencialmente él: muebles escasos, a no ser por las
estanterías que van desde el piso al techo llenas de libros.
Elliot me mira mientras me apoyo contra la pared del
pasillo. El espacio es diminuto y él parece llenarlo con su
altura y el sólido ancho de su pecho.
—No sé si podría arreglármelas con solo una bañera —
balbuceo.
—Yo lo llamo un shath19 —dice.
—Eso suena sucio.
Estoy mirando su pecho, pero escucho la sonrisa en su
voz: —Creo que es por eso que la llamo así.
Da otro paso más cerca.
—Todavía se siente surrealista tener mi propio lugar.
Como si fuera un pequeño milagro vivir aquí solo. Es tan
diferente del lugar en el que crecí.
—¿Te gusta vivir solo? —pregunto.
Duda por el tiempo que toma a mi corazón latir tres
veces.
—¿Qué tan honesto debo ser al responder esta pregunta?
Lo miro. «Oh». Creo que lo que viene probablemente no
me gustará, pero pregunto de todos modos.
—Siempre quiero que seas honesto
—De acuerdo —dice—. En ese caso, me gusta vivir solo,
pero preferiría vivir contigo. Me gusta dormir solo, pero
preferiría tenerte en mi cama. —Levanta un dedo y lo pasa
por sus labios, pensando en sus próximas palabras, y su voz
es más suave y silenciosa—. Me gusta invitar amigos para el
Día de Acción de Gracias, pero preferiría que fuéramos solo
nosotros dos, celebrando nuestro primer Día de Acción de
Gracias como pareja, comiendo pavo hasta los huesos,
juntos, abrazados en el suelo
—En ropa interior —digo sin pensar.
Su primera reacción es quedar en shock, pero lentamente
se derrite en una sonrisa que calienta mi sangre, poniendo
algo a hervir bajo mi piel.
—Dijiste que las cosas eran complicadas, ¿ah?
Me salvó mi decisión de guardar silencio sobre Sean,
cuando alguien llama a la puerta tras él. Elliot me mira
fijamente, con una luz urgente en sus ojos, como si supiera
que estoy a punto de decirle algo importante.
Levanto la barbilla apuntando hacia la puerta después de
que nos hemos quedado ahí, mirándonos el uno al otro,
durante casi diez segundos en silencio.
—Probablemente deberías atender eso.
Con un pequeño gruñido de derrota, se gira y abre la
puerta para dejar que los otros dos invitados entren.
Desmond entra primero. Es más bajo que Elliot, pero más
musculoso, con piel suave y oscura, y una sonrisa que
parece estar fija en sus ojos. Le entrega a Elliot un
recipiente con una colorida ensalada dentro y le da una
palmada en la espalda, agradeciéndole por invitarlo.
Rachel entra después, pero Desmond me distrae de ver su
entrada, acercándose a mí y presentándose con un marcado
acento australiano.
—Soy Des. Un gusto conocerte.
—Macy —le digo, estrechando su mano y agregando
torpemente— Sí, me alegro de que finalmente nos estemos
conociendo.
En verdad, no tengo idea desde hace cuánto tiempo Elliot
lo conoce. Mi boca se siente seca y mis manos, húmedas.
Miro hacia arriba y encuentro a Rachel observándome.
Parpadea, sonriendo tensamente a Elliot mientras espera
una presentación.
—Rachel —dice Elliot, guiándola hacia adelante—. Ella es
Macy.
Tiene el pelo corto y oscuro, brillantes ojos azules y una
capa de pecas en el puente de su nariz y mejillas. Cuando
sonríe, al menos parece ser honesta, y revela un conjunto
de dientes brillantes y uniformes. Es completamente
encantadora.
—Hola Rachel. —Extiendo la mano y me devuelve el
apretón, sin fuerzas.
—Es un placer conocerte —dice, y vuelve a sonreír.
Las palabras salen antes de darme cuenta de lo que estoy
haciendo:
—Gracias por venir
Como si hubiera estado aquí un millón de veces. Como si
viviera aquí, como si fuera la anfitriona.
Se vuelve hacia Elliot, con los ojos cerrados otra vez. Él se
agacha,
mostrándole
una
sonrisa
levemente
tranquilizadora.
Mi pecho se retuerce de celos y posesividad. No me gusta
su intercambio de miradas. No me gusta la sensación de
que tienen un pasado, un ritmo, un idioma tácito.
—¿Dónde debería poner esto? —pregunta, levantando una
bolsa de lona con algunas botellas de vino en el interior.
—En el refrigerador —dice Elliot, apretándole el hombro y
dándole otra persistente mirada alentadora antes de
soltarla y volver a mi lado.
Rachel desaparece y Elliot mira a Des, quien sacude su
cabeza cuando ella se ha ido.
—Ella está bien, amigo —dice Des en voz baja—.
Adelante. —Y luego se vuelve hacia mí desatando una
sonrisa—. Y tú. Aquí estás. En carne y hueso
Evito esta posible conversación con una pregunta:
—¿Cómo se conocieron ustedes dos?
—Rugby —dice Des.
Mi risa sale más fuerte de lo que esperaba, y los ojos de
Des se abren con emoción.
—No te conozco, Macy, pero creo que seremos mejores
amigos.
—¡Oye! —protesta Elliot, riendo.
Volviendo su atención a mí, Des agrega:
—En realidad, es bastante bueno
—Imposible —digo, conteniendo una sonrisa mientras
miro a Elliot en toda su libresca gloria—. ¿Este chico?
¿Rugby?
—Vamos
—dice
Elliot,
juguetonamente herida.
dándome
una
mirada
—Solo recuerdo haberte visto aprendiendo a patinar —le
digo.
Los ojos de Desmond se entrecierran.
—¿Patinaje sobre hielo?
Una fuerte carcajada estalla en mí, y Elliot me empuja
hacia un desbloqueo mental, gruñendo «Patineta, idiota» en
mis oídos.
Luchamos por un segundo y luego nos detenemos al
unísono, mirando el sonido del silencio. Rachel está de pie
junto a la puerta de la cocina, sosteniendo una botella de
vino abierta. Los ojos de Des parpadean entre ella y Elliot.
—¿Alguien quiere un poco de vino? —pregunta ella—. O…
¿solo yo?
Des deja escapar una risa divertida ante esto, pensando
que ella está bromeando, pero Rachel permanece sin
sonreír, inclinando la botella hacia sus labios y tomando
algunos tragos. Aleja la botella y se limpia la boca con el
dorso de su mano.
Elliot me libera lentamente del bloqueo mental, alisando
su camisa mientras arreglo mi cabello. Siento que nos
acaban de arrestar por un delito leve. Aquí estamos, de pie
en su sala de estar espartana, con esta cruda verdad
presentándose ante nosotros: nunca antes nos hemos
enfrentado a las consecuencias. Las partes más
desorganizadas de nuestras vidas siempre se han dividido
entre la semana escolar o mantenernos alejados durante
una década. No tengo idea de cómo él reaccionará.
—Rach —dice en voz baja—. Vamos.
Es un castigo leve y no puedo imaginarlo dándomelo a mí,
pero, aun así, hay algo seductor ahí, una tranquilidad que se
siente un poco evasiva, demasiado íntima.
—¿Vamos qué? —dice ella.
—Pensé que querías hacer esto —dice.
—Resulta que no es tan fácil como esperaba.
¿Por qué diablos ella pensaría que esto iba a ser fácil?
—No necesito quedarme —empiezo a decir, pero tanto
Des como Elliot intervienen rápidamente.
—No, no, no —dice Elliot, volviéndose hacia mí.
—No seas tonta —dice Des—. Está bien.
Miro a Rachel, que me mira con tanta furia que sé
exactamente lo que está pensando: «No estoy para nada
bien».
—Le hiciste ese número a él —dice en voz baja.
—Rachel —dice Elliot, en voz baja a modo de advertencia
—. No lo hagas.
—¿Qué no haga qué? —Sus ojos se vuelven hacia el rostro
de Elliot—. ¿Hablaron ustedes ya? ¿Tiene ella alguna idea?
Des parece encontrar un motivo por el que necesita ir al
baño en este preciso momento, y siento celos de que pueda
desligarse mientras yo tengo que pararme aquí y ver cómo
la incómoda metralleta dispara sobre nosotros.
Pero al mismo tiempo, quiero saber qué es lo que ella
piensa que yo necesito escuchar.
—¿Alguna idea de qué? —le pregunto.
Elliot niega con la cabeza.
—No haremos esto ahora.
Ella responde, apoyándose en la puerta de la cocina.
—¿Qué tan jodido lo dejaste? Cómo nadie...
—Rachel. —La voz de Elliot es una cuchilla que atraviesa
la habitación. Nunca, nunca antes lo he escuchado usar ese
tono, y me pone la piel de gallina.
Sigo mirándolo, y requiero de un esfuerzo monumental
para no desmoronarme pensando en qué es lo que me he
perdido aquí. Sé cómo se veía mi vida después de que nos
separamos, pero no podía soportar pensar en la suya
también.
—Estoy bastante segura de que nos jodimos el uno al otro
—digo—. Creo que eso es lo que estamos tratando de
arreglar ¿no es así? —Miro a Rachel nuevamente—. Pero
nada de esto es asunto tuyo.
—Fue mi asunto durante cinco años —dice. «Cinco años».
Eso fue lo que duró para mí también—. Y fue realmente mi
asunto durante al menos un año.
—¿Qué diablos significa eso?
Elliot se estira y se frota la cara.
—¿Tenemos que hacer esto?
—No. —Rachel lo mira, luego a mí, y atraviesa la
habitación para recoger su bolso y salir por la puerta.
Capítulo 32
Pasado
Viernes, 25 de agosto
Hace once años
Traducido por Tati Oh
Corregido por Haze
Editado por Mrs. Carstairs~
Las vacaciones de verano terminaron en un día abrasador
de agosto. Papá, Elliot y yo empacamos las cosas y las
llevamos al auto, y luego Elliot se hizo formalmente a un
lado, esperando nuestras tradicionales despedidas.
Esta era la cuarta vez que lo hacíamos: separarnos
después de un verano de largas tardes juntos, pero esta vez
era, por mucho, la más difícil. Todo había cambiado.
Como era costumbre entre nosotros, dos pasos hacia
adelante, dos pasos hacia atrás, no nos habíamos vuelto a
besar, y ciertamente no habíamos pasado más tiempo
frotándonos en el suelo. Pero había algo tierno en eso. Su
mano encontraría la mía mientras leíamos. Me podía dormir
en su hombro, despertar con sus dedos enredados en mi
cabello y su cuerpo relajado por el sueño a mi lado, mi
pierna sobre su cadera. Sentíamos, finalmente, como si
estuviéramos juntos.
Papá parecía sentirlo también, y después de cerrar la
escotilla de su nuevo Audi con un firme clic, nos sonrió y
regresó a la casa.
—Deberíamos hablar de esto —dijo Elliot en voz baja.
Realmente no tuvo que explicar a lo que se refería.
—Está bien.
Me tomó de la mano y me llevó hacia la sombra entre
nuestras casas. Allí nos sentamos, con nuestras espaldas a
un costado y nuestras manos entrelazadas, en un parche de
hierba debajo de las ventanas de mi comedor, fuera de la
vista de cualquiera que estuviera en alguna de las casas.
—Pasamos tiempo juntos —susurró—. Y… nos tocamos
como… somos más que amigos.
—Lo sé.
—Nos hablamos y nos miramos como si fuéramos más
que amigos, también… —Se alejó y lo miré, captando la
ternura en su expresión—. No quiero que vayas a casa y
pienses que estoy haciendo estas cosas con alguien más.
Mi boca se torció y levanté una gran mechón de pasto.
—No quiero pensar en ti haciéndolo con cualquier otra
persona.
—¿Qué vamos a hacer?
Sabía que estaba preguntando por algo más que un
asunto de novio-novia besándose y tocándose. Hablaba en
un sentido más amplio, cuando nuestras vidas comenzaron
a existir más allá del armario o su techo, y cuando debimos
conformarnos con solo uno o dos fines de semana al mes
juntos.
Tracé las líneas de los tendones en el dorso de su mano
izquierda. Pasé el dedo de su mano derecha lentamente de
arriba abajo en mi pierna, desde mi rodilla hasta la mitad de
mi muslo.
—¿Cuál es tu palabra favorita? —pregunté sin levantar la
vista.
—Maduro20 —respondió, sin dudarlo, su voz era baja y
ronca.
Mi rubor estalló a través de mi piel, un rastro abrasador
de lo que sentí aparecer en mis mejillas mucho después de
que dejara de intentar llamar mi atención.
—¿La tuya?
Lo miré, sus ojos color avellana estaban muy abiertos y
curiosos, había algo más salvaje adentro del oscuro anillo
alrededor de su iris. Bajo la superficie, había un mensaje
bajo la palabra «¿Tuya?» había algo más seductor: mordidas
de piel, rasguños, el sonido de su voz gruñendo mi nombre.
Elliot era sexy. ¿Qué chico de nuestra edad usaba la palabra
maduro?
No había nadie más en el mundo como él.
—Epifanía —dije en voz baja.
Se humedeció los labios y sonrió. Ese algo bajo la
superficie se volvió más oscuro, más insistente.
—Esa también es buena
Miré su mano, sobando su dorso con el pulgar y dije:
—Creo que deberíamos dejar de fingir que no estamos
juntos.
Cuando lo miré, su sonrisa creció.
—Estoy de acuerdo.
—Bien.
—Voy a darte un beso de despedida —dijo.
Incliné mi rostro hacia él, diciendo «Bien», otra vez,
mientras sentía su aliento en mi boca, su mano ahuecando
mi mandíbula. Mis labios se separaron de los suyos, y tal
como antes, se sintió natural la inmersión, dejar que su
lengua tocara la mía, saborear su sonidos. Sus dedos se
deslizaron por mi cabello, ambas manos ahora ahuecando
mi cabeza, su boca urgente.
¿Y por qué hicimos esto en este lugar, donde no podíamos
tumbarnos y besarnos hasta que nuestras bocas estuvieran
entumecidas y nuestros cuerpos encendidos? Incluso este
pequeño toque, me dejó adolorida. Lo quería sobre mí otra
vez, quería recordar su peso y la dura presencia de su
necesidad presionando entre mis piernas.
Dejé escapar un pequeño y oprimido grito ahogado y él se
echó hacia atrás, sus ojos parpadeando hacia los míos.
—Lo tomaremos con calma —dijo.
—No quiero tomarlo con calma.
—Esa es la única forma de asegurarnos de que lo estamos
haciendo bien.
Asentí entre sus manos ahuecadas y me besó una vez
más.
—Te veré en dos semanas.
Capítulo 33
Presente
Jueves, 23 de noviembre
Traducido por Tati Oh
Corregido por Lyn♡
Editado por Mrs. Carstairs~
Des sale del baño, limpiándose las manos en los jeans
como si hubiese entrado allí por un motivo casual, y no para
esconderse de la batalla de los ex en la sala de estar. Él nos
mira con una brillante sonrisa que pronto se derrite al darse
cuenta de que Rachel ya no está con nosotros.
—¿En serio? —le pregunta a Elliot, quien se encoge de
hombros con impotencia.
—No sé qué decirle —dice Elliot—. Ella dijo que estaría
bien. Pero claramente no fue así
Elliot da la vuelta y se dirige a la cocina. Puedo decir que
le molesta que Rachel se haya marchado, y quiero pensar
que es porque es tierno y cariñoso, y no porque esté
preocupado de haber arruinado algo con ella a largo plazo.
Pero, Jesús, ¿quién no podría haberlo visto venir a una
milla de distancia?
Se para en el pequeño espacio, inclinándose para revisar
el pavo y luego sujeta con ambas manos a los costados de
la estufa, respirando profundo un par de veces.
Miro a Des, y él levanta la barbilla, indicándome que entre
allí.
—Se siente pésimo por esto
Lo que me incentiva a avanzar. Estoy segura de que Des
está absolutamente en lo cierto, pero es una unión en la
que tengo que tener fe realmente: la de nosotros dos. Elliot
fue siempre mejor en el manejo de emociones complicadas.
Aunque está muy bien iluminada, por una ventana
enorme en su extremo, la cocina se siente diminuta. Deslizo
mis manos por la espalda de Elliot, sintiendo sus tensos
músculos hasta sus hombros, masajeando.
El toque es tan íntimo, sé que no puedo mentirle por
mucho tiempo más sobre Sean sin que parezca un engaño.
Me mira por encima del hombro, con curiosidad.
—Lo siento —digo—. Creo que tal vez no debería haber
venido.
Se vuelve hacia mí, apoyándose contra la estufa.
—Realmente te quiero aquí. Que fueras mi invitada no era
tema de discusión. Ella tenía la opción de venir o no.
—Lo sé, pero han sido amigos durante tanto tiempo
Haciéndose a un lado, mira por la ventana, su mandíbula
se tensa mientras piensa. Su perfil es tan… adulto. Mi
cerebro aún tiene una abrumadora cantidad de imágenes de
un joven Elliot. Verlo ahora es como mirar a través de un
telescopio hacia el futuro. Es tan extraño estar tan cerca de
él e imaginar todos los momentos que ha tenido sin mí.
—Realmente necesitamos hablar, en algún momento —
susurra.
—¿Sobre Rachel?
Él frunce el ceño.
—Sobre todo esto, Mace.
Sé que necesito escuchar lo que tiene que decir, y Dios,
también le debo mi historia, pero hoy definitivamente no es
el día para que otra mujer se derrita en su departamento.
—Entonces —digo, con la misma tranquilidad, consciente
de que Des está en la habitación contigua—, busquemos un
momento. Quizás… ¿después de la boda de Andreas?
—¿Qué? —Se vuelve hacia mí con las cejas bajas—. Eso es
en un mes más.
—Creo que un mes es una buena cantidad de tiempo. —
Un estridente temporizador terminó su conteo en el
mostrador, pero ambos lo ignoramos.
Elliot mueve la cabeza.
—Ya no tenemos once años
—El temporizador —grita Des desde la sala de estar.
—Como me tomé el día libre, tengo que trabajar en
Navidad. —Miro más allá de él, hacia la campana extractora
sobre la estufa—. Me tomaré cuatro días en Año Nuevo para
asistir a la boda, por lo que estoy trabajando todos los días,
ahora y después, y necesito… —Necesito tiempo fuera del
trabajo para pensar en cómo voy a decirle todo lo que tengo
que decirle. Sobre Sean, y sobre la última noche que lo vi
hace once años atrás, y sobre todo lo que sucedió después.
Des se asoma a la cocina y nos grita antes de agacharse
otra vez:
—Eh, ¡algo está sonando!
Elliot se acerca, silenciando bruscamente el ruido con una
palmada.
Volviendo a mí, se agacha, mirándome a los ojos,
buscándome.
—Macy, tú sabes que cualquier día haría tiempo para ti.
Cualquier poco de tiempo que tengo es tuyo
Esta verdad dicha tan fácilmente, paraliza mis deseos de
autocontrol, de tomar un respiro entre el final de mi
compromiso y volver con Elliot. Mi primera admisión se
desliza:
—Sean y yo rompimos.
Veo el pulso acelerarse en su garganta.
—¿Qué?
Acabo de lanzar una bomba desde una nube.
—Nunca fue, lo que realmente quería…
—¿Dejaste a Sean?
Trago mis ganas de llorar ante la esperanza que veo
reflejada en sus ojos.
—Me mudé, sí.
La mano de Elliot encuentra la parte delantera de mis
jeans, su dedo índice los engancha por el interior,
deslizándose contra mi ombligo, y los usa de palanca para
acercarme.
—¿A dónde?
—Estoy alquilando una habitación en la ciudad.
La sangre sube a la superficie de mi piel, hambrienta por
lo que imagino que sigue, su boca alcanzando a la mía, un
abrumador alivio, la sensación de su lengua deslizándose
sobre mis labios, la vibración de sus sonidos.
Cierro los ojos y por un segundo me entrego a la fantasía:
el deslizamiento de sus manos por mi camisa, hacia mi
cintura, lo que él sentiría al levantarme, ponerme sobre el
mostrador, ponerse entre mis piernas y pegarse a mí.
Así es que retrocedo, temblando en señal de restricción.
—Recuerdas lo que te dije en Tilden —comienzo—, ¿sobre
sentir demasiado contigo?
Él asiente, con su mirada fija en mi boca, respirando
entrecortadamente.
—No quiero apresurarme a tener algo a ciegas. —Trago,
haciendo una mueca—. Especialmente contigo. Ya lo
arruinamos una vez.
Parpadeando, su expresión se aclara un poco.
—Lo hicimos.
Hay algo intenso entre nosotros que siempre ha estado
ahí. Solía hacerme pensar que él es mío y yo soy suya. Y
ahora, él dejó a su novia por eso, y yo dejé a mi prometido,
pero la verdad es que nos hemos vuelto a poner en contacto
durante un mes después de once años de desolación. Su
mejor amigo en la otra habitación es un extraño para mí, y
la mujer que acaba de irse sabe más sobre el corazón roto
de Elliot que yo. Todavía estamos tan desorientados.
—Comamos un poco de pavo —digo, sacando suavemente
su dedo de mis jeans—. Me tomará un poco de trabajo
poner mis palabras en orden, ¿de acuerdo?
Elliot desliza su mano por mi cadera, murmurando:
—Está bien. Por supuesto. Lo que necesites.
Me permito un toque íntimo y lo uso para presionar mi
mano sobre su salvaje corazón palpitante.
Capítulo 34
Pasado
Once años atrás
Traducido por Tati Oh
Corregido por Lyn♡
Editado por Mrs. Carstairs~
De:
Macy
Lea
<[email protected]>
Sorensen
Fecha: 1 de septiembre, 6:23 a. M.
Para: Elliot P. <[email protected]>
Asunto: Te extraño
Como loca.
─────────
De: Elliot P. <[email protected]>
Fecha: 1 de septiembre, 6:52 a.m.
Para:
Macy
Lea
<[email protected]>
Sorensen
Asunto: re: te extraño
Solo han pasado unos días,
preguntando cuándo volverás.
pero
ya
me
estoy
─────────
De:
Macy
Lea
<[email protected]>
Sorensen
Fecha: 1 de septiembre, 8:07 p.m.
Para: Elliot P. <[email protected]>
Asunto: re: te extraño
Creo que este fin de semana. Fui a casa de Nikki esta
tarde y Danny estaba allí. Estaban viendo videos deportivos,
y nos estábamos divirtiendo mucho, y todo lo que podía
pensar era que quería que estuvieras allí.
─────────
De:
Macy
Lea
<[email protected]>
Sorensen
Fecha: 1 de septiembre, 8:12 p.m.
Para: Elliot P. <[email protected]>
Asunto: re: te extraño
Tonterías. Papá dice que no podemos este fin de
semana, pero tal vez sí el siguiente. La escuela comienza el
martes y él quiere dejar listas algunas cosas aquí este fin de
semana.
─────────
De: Elliot P. <[email protected]>
Fecha: 1 de septiembre, 9:18 p.m.
Para:
Macy
Lea
<[email protected]>
Sorensen
Asunto: re: te extraño
Creo que probablemente sea una buena idea tratar de
mantener la cabeza gacha durante la semana. Será difícil,
por otra parte. Me estoy volviendo loco.
─────────
De:
Macy
Lea
<[email protected]>
Sorensen
Fecha: 1 de septiembre, 9:22 p.m.
Para: Elliot P. <[email protected]>
Asunto: re: te extraño
¿Crees que es una mala idea? ¿Estar juntos?
❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿
Mi teléfono sonó mientras estaba en mi mano, con la foto
de Elliot parpadeando en la pantalla. La había tomado solo
una semana atrás, cuando estaba de pie sobre una roca
cubierta de musgo, en el bosque, detrás de nuestras casas
y mirando hacia los árboles, tratando de identificar un
pájaro que había visto. En esa foto, el sol lo pilló de perfil,
acentuando su mandíbula y la definición de su pecho bajo la
camisa.
Mi corazón estaba latiendo tan fuerte, y cuando respondí,
mi voz salió áspera.
—¿Hola?
—Macy, no —dijo de inmediato—. Eso no es lo que quería
decir.
Asentí con la cabeza, mirando la pared, y al brillante
póster de unicornio que colgaba allí, lo hice cuando tenía
ocho años y nunca me molesté en quitarlo
—Está bien.
—Solo quiero decir —dijo en voz baja—, que nos
volveremos locos enviándonos correos electrónicos cada
diez minutos todos los días de la semana.
Me senté en mi cama y me quité las zapatillas deportivas.
—Tienes razón, claro que sí. Es solo que, se siente
diferente ahora. Más aterrador el estar separados
—No es diferente. —Parecía estar sin aliento, como si
estuviera corriendo escaleras arriba—. Siempre nos hemos
sentido así. Yo estoy aquí. Tú estás allá. Igual que antes, nos
pertenecemos el uno al otro.
—Está bien.
—Y cuando vuelvas —dijo, y escuché una puerta cerrarse
en el fondo—, pasaremos tanto tiempo juntos como
podamos.
Me acurruqué en mi almohada, acercando más el
teléfono.
—Solo quiero besarte esta noche —susurré—. Te quiero
aquí, a mi lado, besándome.
Él gimió y luego se quedó en silencio, y sentí cómo mi
corazón se retorcía dentro de mi pecho, adolorido.
—Mace —dijo—. Es todo lo que quiero hacer también.
Entonces nos quedamos en silencio y me pregunté si me
dejaría dormir con él al teléfono, hasta tarde. Mi mano se
deslizó debajo de mi camisa, sintiendo el calor en mi
estómago, imaginando la palma de su mano allí.
—Tendrá que ser así solo por un año más —dijo finalmente
—. Piénsalo. Nos graduamos en primavera. Nuestras vidas
ya no estarán separadas. Pasará muy rápido, y entonces
podremos estar juntos, de verdad.
Capítulo 35
Presente
Domingo, 31 de diciembre
Traducido por Tati Oh
Corregido por Lyn♡
Editado por Mrs. Carstairs~
Estoy aquí.
Ya salgo.
Salgo de mi habitación en el modesto Motel L&M y me
dirijo hacia la intensa luz solar invernal sobre el asfalto.
Cubriéndome los ojos con una mano, logro ver a Elliot a solo
diez pies de distancia, apoyado contra la puerta del
conductor y sosteniendo un pequeño y escuálido ramo de
flores silvestres. Inmediatamente se vienen a mi mente
todos los héroes románticos adolescentes mientras veo
cómo se endereza.
Después de treinta y siete días, mis ojos también están
sedientos, resoplando por cada centímetro de él en
esmoquin, con el cabello cuidadosamente peinado, y su
cara con un leve afeitado.
Nos hemos enviado mensajes de texto un par de veces
desde el Día de Acción de Gracias y hemos hablado por
teléfono un poco aquí y otro poco allá cuando tenía alguna
duda sobre el atuendo para la boda, o cuando quiso
comprobar dónde recogerme hoy, pero no lo había visto
desde que se inclinó para besarme en la mejilla en su
puerta principal, con nuestros estómagos llenos de pavo y
vino, mirándome de forma significativa por lo que duran tres
latidos.
—Dame una oportunidad —había dicho.
Le había prometido que lo haría. La pregunta era si
todavía querría una, después de escuchar lo que tenía que
decir.
Celebré mi Navidad el 22 de diciembre con Sabrina, Dave
y Viv. Solo observándolos desde un taburete en la cocina,
mientras bebía mi vino, era fácil ver sus rituales tomando
forma: el álbum de la Orquesta Navideña de Canadá
reproducido en bucle; Dave horneó unas galletas navideñas
que trajo desde la tienda; Sabrina fue a la sala de estar a
colocar pequeñas luces blancas alrededor de su enorme
árbol. Fue solo una más de las pequeñas punzadas que tuve
durante todo el mes, escuchando a mis colegas compartir
planes en sus horas libres: fiestas, reuniones, galletas
horneadas y vuelos fuera de la ciudad.
Después de perder a Elliot y, por supuesto, después de
perder a papá, también perdí lo que me amarraba a las
tradiciones. Estoy hambrienta por recuperarlas. Quiero
hacer muffins de arándanos en la mañana de Navidad y
encender cirios por la noche. Quiero buñuelos y libros para
los cumpleaños y un perrito caliente en la playa en Año
Nuevo. Pero también quiero que Acción de gracias sea el día
en que Elliot y yo nos sentamos en el suelo, solo los dos, en
ropa interior, comiendo pavo agarrado por el hueso. Quiero
celebrar los aniversarios quedándonos en cama todo el día,
teniendo conversaciones con nuestras bocas a solo una
pulgada de distancia.
Estoy lista.
Entonces, salgo al agrietado estacionamiento, inestable
en mis tacones, tratando de caminar con gracia hasta él. Lo
que en realidad quiero hacer es saltar a sus brazos, pero
logro mantenerme en mi lugar, deteniéndome a un pie de
distancia. Huele tan bien y cuando levanta sus gafas, sus
ojos se ven casi ámbar bajo el sol. Las palabras para
nuestro encuentro que he estado ensayando una y otra vez
durante el último mes: «Cuando salí de la casa de Christian,
fui a la cabaña. Me quedé dormida en el suelo, y allí es
donde papá me encontró», se desvanecieron en un eco
distante.
Él pone las flores en mi mano y se inclina, besándome
justo debajo de la mandíbula, donde mi pulso es más
salvaje.
Me inclino y las inhalo; en realidad no huelen a nada, pero
son flores de colores tan brillantes que son casi
fluorescentes.
—Flores. ¿No eres tú la cita perfecta para una boda?
—Las recogí de allá —admite, indicando con la cabeza una
pequeña parcela de rebeldes malezas en el borde de la
propiedad. Cuando se da la vuelta y sonríe, se ve de
dieciocho años otra vez—. Mamá no me dejaría tomar una
rosa de la suite.
Me mira, su mirada se agita mientras recorre mi pecho, mi
cuello, mi cara. Llevo un vestido nuevo y admito que me
siento bastante deslumbrante. Es ajustado y de seda: un
resplandor de naranja y rojo con pequeñas tiras como
espaguetis con cuentas. Hace que mi piel morena luzca
dorada.
Nuestras miradas se encuentran y siento que una sonrisa
estalla en mi rostro. Hablaremos de todo más tarde. La
proximidad de esa liberación me hace sentir ingrávida.
—¿Lista? —pregunta.
—Lista.
❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿
Elliot aparca el coche frente a una enorme mansión
victoriana, y el motor hace tic tac en medio del silencio.
Volviéndose hacia mí, me pregunta en voz baja:
—¿Estás bien?
Fue un viaje de diez minutos; no hay posibilidad de que se
haya perdido mi agarre mortal en la manija de la puerta
todo el tiempo.
—Estoy bien.
—De acuerdo —dice ahora exhalando, y me impide salir
con una mano sobre mi pierna desnuda, justo encima de mi
rodilla. El toque se siente cargado, y al parecer se da cuenta
al mismo tiempo que yo, arrastrando sus dedos.
—Déjame.
Sale de un salto, corre alrededor de la parte delantera de
su destartalado Honda Civic y abre mi puerta con un gesto
caballeroso.
Detrás de él, la Mansión Madrona se alza como algo
sacado de un cuento de hadas, con amplios prados que
enmarcan la extensa propiedad. Está a un grito de distancia
del Motel L&M. Obviamente, podría haberme quedado en la
casa Healdsburg que en realidad es de mi propiedad, no hay
gente vacacionando en estos momentos, pero, aunque nos
desahoguemos más tarde, la idea de quedarnos allí, solos,
sin papá, parecía un poco deprimente.
Elliot se pone de pie, esperando a que salga y finalmente
avancemos de la mano.
—¿Estás atascada?
«No, solamente estoy derritiéndome en silencio al verte».
Me levanto, dejándolo tomar mi mano una vez que estoy
de pie.
—Estoy bien. Solo… Es hermoso todo esto.
Estoy usando un tapado alrededor de mis hombros porque
hace frío, y Elliot da un paso hacia adelante, ajustándolo
donde se deslizó, hacia abajo, por mi brazo.
—Listo. —Pasa un dedo sobre la curva de mi hombro
debajo del tapado. Su piel es más clara que la mía y el
contraste de color es perfecto—. ¿Estarás lo suficientemente
abrigada?
Asiento con la cabeza, enganchando mi brazo con el suyo
mientras nos dirigimos hacia el edificio. Es mediodía y el sol
brilla sobre las copas de los árboles, dejando ver los bordes
entre colores miel y dorados. Ubicada entre las colinas
sobre el condado de Sonoma, la Mansión Madrona se
encuentra rodeada de acres y acres de bosques y el dominio
de vastos campos de vid. Los jardines parecen extenderse
en todas las direcciones. En realidad, debería sentir más
curiosidad por este lugar sagrado, pero estar cerca de Elliot
después de tomarnos un mes para pensar en todo, tener su
cuerpo apretado contra el mío y sabiendo que en cualquier
segundo podría detenerlo, voltearlo, besarlo… Me hace
sentir como si estuviera mirando por encima del borde de
un cañón y a los pies hay un pozo de pelotas gigantes, en el
cual solo quiero sumergirme y jugar.
Dentro de la mansión, el pasillo se extiende hacia
adelante, con habitaciones que dan hacia la entrada
principal. Elliot planea subir las escaleras y ver a Andreas en
la habitación del novio. Le dije que estaba conduciendo
desde Berkeley anoche, cuando en realidad, llamé un taxi,
tomé un Xanax y dormí todo el viaje. Llegué al motel,
tropecé en mi habitación y dormí hasta que mi alarma
biológica me despertó exactamente a las seis de esta
mañana.
Lo que todo esto significa, es que, en realidad, aún no he
visto a nadie de su familia, y estoy un poco ansiosa al
respecto. Pero, aunque estaría feliz de explorar los terrenos
por mi cuenta, dejando al clan Petropoulos a solas antes de
la ceremonia, Elliot no lo aceptará.
—Ven conmigo —dice, dirigiéndose hacia la amplia
escalera. Las vacaciones tendrán que esperar, desterradas
hacia una caja y encerradas hasta el diciembre próximo, y
las guirnaldas permanecerán envueltas festivamente
alrededor de la barandilla. Un pequeño árbol dorado de
Navidad ilumina el piso en la parte superior—. Están aquí
arriba.
—No quiero interrumpir el proceso de preparación —digo,
retrocediendo, vacilando.
—Para. —Él ríe—. Estás bromeando, ¿no? Si subo hasta
allá sin ti simplemente me enviarán de vuelta
Un enjambre de pájaros explota en mi pecho cuando
escucho al señor Nick gritar a George para que suba una
maleta desde el coche, Nick Jr. se burla de Alex por alguna
cosa. Puedo oír la risa amplia y rotunda de la señorita Dina,
y su voz, siempre igual, diciéndole a Andreas que debería
dejar que alguien más le amarre el corbatín porque luce
como un flácido moño alrededor de su cuello.
Empujamos la puerta para abrirla, crujiendo hacia
adentro, y toda la habitación se queda en silencio ante un
«cállate». Andreas se vuelve desde donde se encontraba
jugando con su corbata en el espejo. Nick Jr. y Alex se
levantan desde donde parecen haber estado luchando,
cerca del sofá.
La señorita Dina se congela con la mano en un alfiler de
su cabello.
—¡Macy! —jadea ella. Sus ojos se llenan de inmediato.
Deja caer el alfiler, ahuecando sus manos sobre su boca.
Levanto la mano en un saludo tembloroso. Ver sus caras
me hace retroceder una década como si estuviera en casa
por primera vez en tanto tiempo.
—Hola a todos.
Elliot me acerca a su lado.
—¿No se ve hermosa?
Lo miro en estado de shock, pero su sonrisa perezosa me
dice que no es en absoluto consciente de sí mismo bajo el
escrutinio de los demás.
—Deslumbrante —coincide el señor Nick.
Alex corre,
hombros.
lanzando
sus
brazos
alrededor
de
mis
—¿Te acuerdas de mí?
No la he visto desde que tenía tres años y no podía decirle
que he pensado en ella todos los días desde entonces.
Riendo, la rodeo con mis brazos, su cuerpo es largo y
esbelto, le pregunto:
—¿Te acuerdas tú de mí?
—No —dice la señorita Dina, sacudiendo la cabeza—. Voy
a llorar
Nick Jr. la mira y gime.
—Ma, ya estás llorando.
Elliot me deja ir, pero no se aleja mientras todos se
acercan a abrazarme.
Cuando Andreas me alcanza, susurra un suave «Gracias
por venir» y le respondo con mi propio «Enhorabuena,
idiota».
La escena estalla de nuevo en ruido cuando Alex se lanza
a un debate con su papá acerca de por qué debería
permitírsele llevar el pelo recogido, y George discute con la
señorita Dina sobre dónde puede encontrar la maleta. Elliot
ayuda a Andreas con su corbatín, y Liz entra con una
bandeja de bocadillos para la fiesta. Ella lleva un vestido
azul brillante, claramente es una de las damas de honor.
—¡Oye, Macy! —dice, acercándose a mí. Ante la mirada
confusa del resto de la familia de Elliot. Ella les recuerda
que nos vemos todos los días en el trabajo, y la habitación
explota de nuevo, ya que todos recuerdan lo que esto
significa: la pequeña Macy ¡Es médico ahora! Y me abrazan
de nuevo.
Sirven vino, Alex se suelta el pelo y lo vuelve a recoger
ante la consternación de su padre y sus hermanos mayores,
y todo el tiempo, Elliot está allí, con su brazo a mi lado, los
latidos de mi alma gemela, una presencia reconfortante.
—Papá —dice finalmente Elliot, con una risa silenciosa y
retumbante—. Tiene catorce años. Está usando un vestido
largo hasta el suelo con mangas. No quedará embarazada si
alguien ve la parte de atrás de su cuello.
El señor Nick mira a Elliot por unos segundos y luego
niega con la cabeza a su hija y esposa.
—Llévalo recogido. No me importa. Es mucha piel.
—¡Es mi cuello! —llora Alex, frustrada—. Diles a los chicos
que no miren si les molesta tanto.
—Amén —le digo, sonriéndole. Su sonrisa en señal de
agradecimiento es como un rayo de sol atravesando la
ventana.
Cuando la discusión se reanuda, Elliot se inclina y
pregunta, en voz baja, directo a mi oído
—¿Quieres caminar por los jardines?
Asiento, temblando por su proximidad, y me guía hacia la
puerta con su mano en mi espalda baja antes de alcanzar
mis dedos. Siento la atención de todos en la habitación
cuando nuestras manos se unen mientras nos vamos, y Alex
está confundida.
—¿Pensé que ella tenía novio?
Seguido por el agudo silbido de la señorita Dina:
—¡Shhhh!
Y la novia de Andreas:
—Se separaron, ¿recuerdas? —Ante nuestra sorpresa.
Elliot me mira con una sonrisa.
—¿Es tal como lo recordabas?
Me apoyo en su hombro.
—Mejor.
Capítulo 36
Pasado
Sábado, 9 de septiembre
Once años atrás
Traducido por Lilu
Corregido por Nea
Editado por Banana_mou
El primer viaje después del verano, después de nuestra
declaración de que estábamos juntos, después de ese dulce
y doloroso beso, fue a mediados de septiembre. El aire
estaba espeso con el implacable calor del verano indio y lo
usé como excusa para pasar todo el fin de semana en bikini.
Elliot… lo notó.
Desafortunadamente,
papá
también
lo
notó
y
directamente nos obligó a pasar nuestro tiempo leyendo
abajo, o afuera, y no en el armario.
Ese sábado, extendimos una manta en el desaliñado
césped delantero de Elliot, bajo el enorme roble negro, y nos
pusimos al día sobre amigos, escuela y palabras favoritas,
pero tenía un significado diferente. Ahora susurrábamos,
tumbados cara a cara, con los dedos de Elliot jugando con
las puntas de mi cabello o rozando mi cuello, con su mirada
bailando por las curvas de mis pechos.
Según la regla número veintinueve, «cuando Macy tenga
más de dieciséis años y tenga su primer novio serio,
asegúrate de que se esté cuidando», Papá me hizo tomar la
píldora casi inmediatamente después de esa visita. Todavía
me faltaban varios meses para cumplir los dieciocho años y
papá me dijo que pensaba llamar a mi médico de mujer,
pero solo después de darme un sermón rebuscado y torpe
de que no era un permiso para tener sexo con Elliot,
esencialmente, sino que estaba tratando de proteger
nuestro futuro.
No es que tuviera que preocuparse. A pesar de vernos
todos los fines de semana de octubre, Elliot y yo nunca nos
acercamos a lo sexual. No desde ese día en el suelo del
armario, su cuerpo sobre el mío, funcionando por instinto.
Era Elliot el que se tomaba las cosas con calma, no yo. Me
decía que era porque cada pequeño paso era una primera
vez, todo lo que haríamos juntos sería por primera vez, con
la única persona del resto de nuestras vidas.
Parecía una conclusión inevitable que estaríamos juntos
para siempre. No habíamos dicho la palabra amor todavía.
Tampoco habíamos hecho promesas. Pero era tan imposible
imaginar el desenamoramiento de Elliot como imaginarme
conteniendo la respiración durante una hora.
Así que nos abrimos paso cuidadosamente a través de la
exploración. Besándonos por horas. Nadando juntos en el
río: mis piernas resbaladizas y frías alrededor de su cintura,
mi vientre cubierto de piel de gallina, sensible a la
sensación de su torso desnudo presionando contra mí.
Los días de la semana en la escuela se impregnaron de
esta desesperada anticipación. Acordamos usar Skype una
vez a la semana, los miércoles, lo que hizo que fuera
doloroso asistir a clases ese día. Esas noches, me miraba a
través de su cámara con los ojos muy abiertos. Yo pensaba
en besarlo. Incluso le decía lo que estaba pensando, y él
gemía y cambiaba de tema. Después, me metía en la cama
e imaginaba que mis dedos eran los suyos, sabiendo que él
estaba haciendo lo mismo.
Y los fines de semana, siempre que teníamos el más
pequeño tiempo, eran un borrón de besos en el suelo,
nuestras bocas moviéndose juntas hasta que nuestros
labios se sentían en carne viva, nuestras respiraciones
entrecortadas por el esfuerzo del deseo.
Pero eso era todo. Nos besábamos. La ropa se quedaba,
las manos no se movían.
Hasta que no lo hicieron.
❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿
A finales de octubre, estaba lloviendo a cántaros y estaba
horrible afuera. Papá tomó el auto para ir a la ciudad a
comprar víveres, dejándonos a Elliot y a mí solos en casa.
No fue premeditado. Ni siquiera nos miró, leyendo en la sala
de estar junto a la estufa a leña. Simplemente gritó que nos
habíamos quedado sin leche y que compraría las cosas para
la cena.
La puerta se cerró con un clic silencioso.
Los neumáticos del auto crujieron sobre la grava hasta
que el sonido desapareció.
Miré a Elliot al otro lado de la habitación y mi piel se
acaloró.
Ya se estaba arrastrando por el suelo hacia mí y luego se
cernió sobre mí en las sombras del fuego crepitante.
Todavía recuerdo la forma en que me levantó la camisa,
besando un camino desde mi ombligo hasta mi clavícula.
Recuerdo cómo, por primera vez, descubrió el cierre de mi
sujetador, riéndose en mi boca mientras luchaba con el
elástico. Recuerdo la reverencia de su mano mientras se
deslizaba desde el cierre abierto, alrededor de mis costillas,
por debajo de los aros. Su mano se acercó a mi pecho
desnudo, sus dedos se cerraron sobre el pezón. Parecía que
la luz brotaba de cada uno de mis poros; el placer y la
necesidad eran casi cegadores. Siguió con su lengua,
húmeda, sus labios se cerraron sobre mí, chupando, y yo
tiré de su muslo entre mis piernas, enloqueciendo por el
alivio, meciéndome contra él hasta que
corriéndome delante de él por primera vez.
me
derretí,
Me miró fijamente, con las pupilas enormes y negras y la
boca abierta.
—¿Tuviste…?
Asentí, sonriendo, drogada.
Los neumáticos del auto volvieron a crujir en el camino de
grava y Elliot soltó una risa aguda y frustrada, alejándose.
—Debería irme a casa de todos modos. —Asintió, mirando
abajo.
Yo también miré hacia abajo, a la palma de su mano
presionando la parte delantera de sus jeans, buscando
alivio.
Comenzó a levantarse pero se detuvo, todavía arrodillado
entre mis piernas, pero ahora mirando mis pechos
desnudos. Era la primera vez que realmente los veía, y la
intensidad de su mirada fue como una cerilla en el
combustible de mis venas. Le tomé la mano libre.
La puerta del auto se cerró de golpe.
—Macy —advirtió Elliot, pero sus ojos permanecieron sin
pestañear y su brazo se movió sin resistencia cuando bajé
su mano hasta mi piel.
—Todavía tiene que sacar los víveres. —Puse sus dedos en
mi estómago y los recorrí por mi cuerpo.
El maletero también se cerró de golpe y Elliot apartó el
brazo de repente.
Me senté lentamente, me abroché el sujetador y me bajé
la camisa.
Las llaves de Papá desbloquearon la cerradura y entró,
mirándonos en la sala de estar. Yo estaba exactamente
donde me había dejado. Elliot se quedó cerca del otro
extremo del sofá, con las manos metidas en los bolsillos.
—Hola, papá —dije.
Se detuvo con los brazos cargados de víveres.
—¿Todo bien?
Elliot asintió.
—Estaba esperando hasta que volvieras para ir a casa.
Lo miré sonriendo.
—Eso fue dulce.
—Gracias, Elliot —dijo papá sonriéndole—.
bienvenido si te quieres quedar a cenar.
Eres
Papá fue hacia la cocina y yo miré la bragueta de Elliot
con una necesidad casi obsesiva de sentir lo que había
debajo del jean.
Se inclinó, de modo que tuve que mirarlo al rostro.
—Veo lo
problema.
que
estás
mirando
—susurró—.
Me estiré, besándolo.
—Pronto —dije en voz baja en respuesta.
Eres
un
Capítulo 37
Presente
Domingo, 31 de diciembre
Traducido por Lilu
Corregido por Nea
Editado por Banana_mou
Hay más de ocho acres de terreno en Madrona Manor, y
juro que caminamos todos y cada uno de ellos. Pasamos dos
horas paseando, poniéndonos al día, hablando ociosamente
sobre cosas pequeñas: nuestros restaurantes favoritos,
nuestras
obsesiones
tardías
con
las
aceitunas
Castelvetrano, los libros que hemos amado y odiado, los
miedos y esperanzas políticas, los destinos vacacionales
soñados.
Y, aun así, el último año nuevo que nos encontramos se
siente como un trozo de meteorito radiactivo guardado en
un frasco en la palma de mi mano. Lo siento cada segundo.
Estoy haciendo todo lo posible para evitar abrirlo hasta más
tarde.
El sol de la tarde se esconde detrás de los árboles y
desciende un escalofrío. Las llantas de los autos crujen en el
camino de grava en la distancia, atrayéndonos de regreso al
gran césped que está decorado con guirnaldas de flores y
salpicado de lámparas de calor, mesas de cóctel y
camareros que circulan entremeses antes de la ceremonia.
—Necesito subir para prepararme. ¿Estás bien?
Asiento y Elliot se inclina mientras toma mi rostro,
besando mi frente y luego mi mejilla aparentemente por
instinto. No registra lo que ha hecho mientras se aleja,
sonriéndome. Ni una sola vez, en su viaje a la casa para
reunirse con los padrinos de bodas, se vuelve con los ojos
muy abiertos al darse cuenta de que acaba de besarme
como lo hizo tantas veces cuando era mío.
Una vez que se ha ido, miro a mi alrededor y me doy
cuenta de que no conozco a nadie aquí. Toda la familia
Petropoulos está adentro y aunque en ocasiones he visto a
primos, tías y tíos, no conozco a ninguno de ellos lo
suficiente como para acercarme y entablar una
conversación.
«Tal vez por eso tu círculo de amistades es tan pequeño»,
la voz de Sabrina suena en mi oído.
«Un círculo pequeño es un círculo de calidad», gruño en
respuesta, alcanzando un camarón envuelto en tocino
mientras pasa una bandeja.
Me lo estoy llevando a la boca cuando una mano me toma
del codo. Volviéndome, sorprendida, suelto:
—Oh, ¡perdón! —Y empiezo a devolver el entremés hasta
que me doy cuenta de que solo es Alex, y acabo de dejar
caer el camarón en su mano.
Ella lo mira y luego me mira antes de encogerse de
hombros y llevárselo a la boca.
—Ven conmigo —murmura con la boca llena—. Estamos
sentados al frente.
—¿Qué? —digo, resistiéndome cuando ella me tira hacia
adelante—. No, yo…
—No discutas —dice, marchando hacia el frente—. Tengo
estrictas instrucciones de mamá: tú eres familia.
Esto se atora en mi garganta, una bola de emoción
algodonosa queda atrapada allí. Tirando de mi abrigo
alrededor de mis hombros, la sigo hasta un asiento en el
lado del novio, en la primera fila.
Alex se sienta en el tercer asiento, tirándome a su lado en
el cuarto.
—Comenzará pronto —dice—. Mamá me dijo que me
sentara para que la gente se acercara. ¿Lo hacen?
Miro detrás de ella y veo que sí, la gente empieza a
caminar hacia los acomodadores que esperan en la entrada
del pasillo. Los asientos se llenan, el sol se pone y la escena
es impresionante.
—Desde hace años que quiero conocerte —dice Alex
mirando el altar: un pequeño arco de madera decorado con
flores tan exuberantes que quiero extender mi mano y
pellizcar un pétalo para ver si son reales—. Bueno…
conocerte de nuevo.
—¿A mí? —Ella solo tenía tres años cuando Elliot y yo
tuvimos nuestra discusión.
Discusión.
Dios, qué palabra tan rara. Otras personas tienen
discusiones. Lo que tuvimos se sintió como una ruptura.
¿Pero realmente lo fue? Una brecha separó la falla. Un mazo
quebró nuestro punto débil. Y el destino entró como un
martillo neumático.
Alex asiente, volviéndose hacia mí. Se parece tanto a
Elliot a los catorce años que mi respiración se paraliza por
un segundo, como si me hubieran golpeado en el plexo
solar. Sus ojos son de color avellana, muy abiertos detrás de
sus gafas. Su cabello es espeso y oscuro, apenas
domesticado por las flores prendidas alrededor de su rostro
ovalado. Su cuello es largo, como el de un cisne, y sus
manos delicadas y huesudas. En Alex, de alguna manera, se
ve elegante; probablemente porque baila y ha aprendido a
usar su delgada complexión a su favor. El cuerpo de Elliot
siempre parecía un poco como una caja llena de
herramientas: ángulos afilados, huesos largos, peligrosos
cuando se manejaban con torpeza.
—Él te ama tanto —dijo—. Juro que no trajo una chica a
casa desde nunca.
Mi corazón se frena.
Ella asiente.
—En serio. Mis padres pensaron que era gay. Estaban
como: «Elliot, sabes que te amamos sin importar nada. Solo
queremos que seas feliz…», y él estaba como: «Realmente
aprecio eso, chicos», y entonces todos lo miramos como:
«Bueno, ¿cuándo traerás a tu novio a casa?».
Me río ligeramente, sin saber qué decir. Vacilante,
murmuro:
—Pero finalmente trajo a alguien a casa. Estoy segura de
que les gustaba.
Ella se encoje de hombros.
—Rachel era agradable.
Mi corazón se frena ¿Rachel fue la primera novia que llevó
a casa? Eso fue… ¿Hace un año atrás?
Alex mira por encima de su hombro para comprobar el
avance de los asientos. Se ha llenado un poco así que se
inclina más cerca, mientras el guitarrista y el vocalista
comienzan a prepararse para tocar la procesión.
—Mamá la llamó Macy como tres veces la primera vez
que vino a cenar.
—Uhhh —digo—. Incómodo. —Soy adicionalmente
comprensiva ahora que he conocido a Rachel. Muchas más
cosas tienen sentido sobre ese primer encuentro.
—De todos modos —dice Alex, sonriéndome—, acabó
admitiendo que estaba enamorado de ti desde secundaria.
Me alegro de que estés de vuelta en su vida. —Rápidamente
levanta las manos y añade—. Incluso si solo son amigos.
Está bien, me voy a callar ahora. —Se muerde el labio y
añade apresuradamente—: Y realmente lamento lo de tu
papá, Macy. No lo recuerdo, pero mamá dice que fue un
hombre realmente bueno.
—Gracias, dulzura. —Le paso el brazo por los hombros,
tirando de ella para abrazarla—. Los he extrañado mucho.
Un silencio se apodera del público cuando el guitarrista
comienza a rasgar un sencillo y sentido preludio antes de
que el vocalista cante suavemente la versión de Jeff Buckley
de Hallelujah. Las primeras personas en el pasillo son una
pareja mayor, presumiblemente los abuelos de Else. Se
sientan en la sección frente a nosotros mientras la Sra. Dina
y el Sr. Nick pasan por el pasillo con Andreas entre ellos. La
sonrisa de la Sra. Dina es tan brillante que me atrapa el
aliento en la garganta y siento el escozor de las lágrimas en
la superficie de mis ojos. No es solo que sea una boda,
aunque siempre lloro en las bodas. Es la canción, el
escenario, estar de vuelta en los brazos de las personas que
más amo en el mundo. Es no sentirse sola por primera vez
desde hace mucho tiempo.
Andreas se para en el extremo del pasillo, mirando con
anticipación por su novia. La Sra. Dina se sienta al lado de
Alex pero se inclina sobre su regazo, toma mi mano y la
aprieta con tanta fuerza que siento su amor, su confusión y,
sobre todo, su alivio en ese toque único y tembloroso.
El siguiente es Nick Jr. con una de las damas de honor.
Está relleno, tiene el pecho de barril como su padre, tan alto
como ambos padres. Con una barba completa, parece más
leñador que fiscal de distrito. No me lo imagino en la piel de
tiburón, si soy sincera.
Siguen George y Liz, del brazo, todas sonrisas fáciles. Son
tal combinación perfecta de rostros felices y pasos seguros
que me sorprendo a mí misma sonriendo, con los ojos llenos
de lágrimas.
Alex me pasa un pañuelo.
—Dos lloronas a cada lado mío.
—Shhh —susurra la Sra. Dina—. Solo espera. Pronto te
afligirás.
No estoy preparada para ello, de alguna manera, había
olvidado que Elliot estaría caminando por el pasillo, y la
visión de él con la pequeña dama de honor rubia en su
brazo, su sonrisa tranquila mientras hace contacto visual
con los invitados reunidos, es un golpe a las emociones
envueltas fuertemente en mis entrañas. La calidez se
desprende.
Se ve tan bien.
Sonriente, con más de un metro ochenta de altura ahora,
cómodo en su piel. Me mira después de dejar a la dama de
honor cerca del altar y nuestras miradas se cruzan y se
sostienen.
Hace horas que no pienso en mi ex-prometido, pero ver a
Elliot ahora, en el altar y con su esmoquin, me hace dar
cuenta de lo monumentalmente mal que se sentía todo con
Sean. Lo mal que se sentiría con cualquiera que no fuera
Elliot.
Retrocediendo, se coloca a la cabeza de los padrinos y
consigue apartar los ojos de mí cuando la música cambia y
la guitarra comienza a rasgar las primeras notas de She de
Elvis Costello.
La multitud se pone de pie. Sé que debería estar mirando
a la novia pero mi cabeza es la única que mira hacia
adelante, incapaz de dejar de mirar a Elliot.
Estoy segura de que siente mi atención porque parpadea,
gira la cabeza un poco y se encuentra con mis ojos. Hay una
pregunta ahí en los suyos, la juguetonamente obvia: «¿qué
demonios te pasa?».
No sé qué más hacer, así que simplemente digo la
palabra «Sí».
Sí, soy tuya.
Sí, estoy lista.
Sí, te amo.
Capítulo 38
Pasado
Viernes, 8 de diciembre
Once años atrás
Traducido por Nicola♡
Corregido por Nea
Editado por Banana_mou
—Dios, este libro es asombroso —susurró Elliot, pasando
de página.
Por dentro, me regodeaba. Finalmente, el Señorito
Pantalones Aburridos estaba leyendo a Wally Lamb.
Giré sobre mi estómago, mirando arriba hacia él en el sofá
cama.
—Te dije que lo amarías.
—Lo hiciste —dijo—. Y lo hago.
Finalmente nos permitieron regresar al armario juntos,
con la puerta abierta, porque estaba demasiado frío afuera
y Papá no nos quería escuchar susurrar bajo las gradas todo
el día.
El último año ya era completamente descabellado y la
mayoría de fines de semana de noviembre las había pasado
en casa en Berkeley, preparándome para las aplicaciones de
la universidad, SATs, y tesis de honor. Intentábamos aplicar
para universidades en la misma ciudad, si no eran
exactamente las mismas universidades, y la intensidad en
nuestra necesidad de coordinar nos tenía constantemente
revisando el uno con el otro. Este era el primer fin de
semana que en verdad había estado con Elliot en cinco
semanas, y había un poderoso trasfondo empujándonos
más y más y más cerca juntos, incluso con la puerta abierta.
—Me deberías adorar —le dije.
Él me miró por encima de los bordes de sus lentes, cejas
levantadas.
—Lo hago.
Sonreí.
—O ser mi esclavo.
—Me gustaría. —Cerró el libro, apoyando sus codos en sus
amplios muslos—. Lo soy. —Ahora tenía su total atención.
—Abanicarme con hojas de palma y alimentarme con
pequeñas uvas suculentas.
Se sintió como si el aire dejara de moverse entre
nosotros.
—Dí esa palabra de nuevo —pidió Elliot con voz ronca.
—Abanicarme.
—No.
—Pequeñas.
Él suspiró, exasperado.
—Macy.
—Uvas.
Regresó a su libro, soltando un gruñido cansino.
—Grano en el culo.
Sonreí, lamí mis labios y le di lo que él quería:
—Suculento.
Él alzó la vista, ojos oscuros.
Puerta abierta.
—Suculento —susurré de nuevo y él gateó al suelo,
inclinándose para besar mi cuello, haciéndome cosquillas.
Me retorcí, dando un vistazo a la puerta—. Eres un friki de
las palabras.
Su lengua siguió el camino de mi garganta y oí su sonrisa
cuando dijo:
—Pon tu mano bajo mis pantalones.
Me reí, susurrando bruscamente:
—¿Qué? No. Mi papá está literalmente a seis metros.
Nuestros ojos se ampliaron al unísono ya que, justo
entonces, arrancó el motor del carro en el camino de
entrada, las llantas crujieron abajo, abajo, abajo y entonces
desaparecieron.
—Está bien. Creo que está a más de seis metros —
murmuré.
Elliot retrocedió y me observó, ojos oscuros y carnívoros, y
se sintió como un interruptor, burbujeando dentro de mí.
Extendí la mano y
finalmente
finalmente
puse mi mano sobre los botones de sus jeans, sentí lo que
en verdad, en verdad, había deseado sentir ahí.
—¿Ahora qué? —pregunté. Esto estaba pasando. Esto
estaba pasando. Estaba tocando. Eso. A él–eso.
Las cejas de Elliot se dispararon al nacimiento de su pelo.
—¿No lo sabes?
—¿No estoy segura? —dije, me dejó sin más preguntas
cuando sacó una sonrisa y cubrió mi boca con la suya.
Caímos al suelo, piernas y brazos entrelazados, labios
magullándose contra dientes, desordenado y desesperado y
completamente perfecto. Después de toda la distancia física
forzada y discusiones sobre todo lo que queríamos hacernos
el uno al otro, y nunca sabiendo cuándo o cómo tendríamos
tiempo a solas, esta pequeña ventana se sintió como el
Diamante Hope, dejado en nuestras manos.
Nunca había conocido este sentimiento, este dolor que
florece en mi estómago y se extiende, más abajo y caliente,
conduciéndome más allá de mis sentidos y localizando mi
universo entero bajo esta sensación única, y luego la
siguiente. Y luego queriendo lo que viniese después.
Mi camiseta se desprendió. Mis pantalones desabrochados
y removidos. Me empujé más cerca, temerosa de que,
incluso desnudos, no estuviésemos lo suficientemente cerca
para satisfacer esta nueva hambre.
Él se inclinó, lamiendo mi cuello, mis pechos, y luego
regresó a mí, labios ávidos succionando los míos y luego
regresando abajo a mi pecho. Su mano adherida contra mi
estómago y dedos vacilaban en el dobladillo de mi ropa
interior.
—¿Demasiado rápido? —preguntó, respirando con
dificultad, y sacudí mi cabeza aún cuando él no podía verme
desde donde su boca exploraba mis pechos.
—No —dije en voz alta. Era muy lento. No muy rápido,
demasiado lento. El fuego crepitó arriba y abajo de cada
terminación nerviosa y quería más, incluso si no sabía
exactamente qué era eso.
—Mierda, Macy, estoy… esto es una locura. Una buena
locura. Te sientes increíble debajo de mí.
Me reí porque la incoherencia poco común de Elliot era
extrañamente reconfortante, y luego sus labios estaban en
mi boca, tragándose mi risa y haciéndola suya, su lengua
deslizándose sobre la mía y su mano ahuecando mi pecho,
apretándolo, nuestros sonidos amortiguados por la forma en
la que apenas podíamos levantarnos para tomar aire.
Sus dedos bajaron de nuevo, deslizándose sobre mis
costillas, a través de mi ombligo, debajo del algodón donde
exactamente los necesitaba, y él hizo un sonido ahogado al
mismo tiempo que yo gritaba algo incomprensible. Sus
caderas se desplazaron sobre mí, buscando el mismo ritmo
mientras las puntas de sus dedos se deslizaban a través de
mi piel.
En un instante se estaba moviendo hacia abajo, sacando
mi ropa interior y besando mi vientre, caderas, y luego más
abajo, casi salvaje con el deseo que reflejaba el mío. Se
estremeció por debajo de mí, entre mis muslos, hombros
temblando bajo mi agarre, y extrañé su peso encima pero
cualquier cosa que había decidido hacer con su boca me
distrajo de cualquier otro pensamiento coherente. Era una
cálida succión suave, manos en mis piernas resistiendo la
forma en que parecían querer cerrarse alrededor de su
cabeza y la enloquecedora sensación de lengua y labios y
sus bocanadas de aire. Él estaba haciendo esa cosa que
apenas me dejaría imaginar a mí misma.
Se movió hacia atrás cuando empecé a jadear, mordiendo
y besando a lo largo de mi piel, más salvaje de lo que
alguna vez lo habría imaginado, pero entonces, en el
momento, me di cuenta de que nunca podría ser de otra
manera con nosotros.
—Lo siento —dijo—. Quería continuar, pero… —Cerró sus
ojos, mordiendo su labio inferior y gruñendo como si
estuviese intentando mantenerse unido.
—Está bien, ven aquí. —Quería su peso sobre mí. Quería
verlo cerniéndose sobre mi cuerpo y luego grabar la imagen
en mi cerebro.
—En serio pensé que me iba a venir —añadió con una risa
contra mis labios, su boca todavía húmeda de mí, y con una
urgencia detrás de su toque que me hizo un poco salvaje.
Empujé inútilmente en su cinturón y después mis dedos
recordaron cómo funcionar, tiraron a través de las presillas,
deshaciendo un fascinante botón a la vez, y luego mis
manos sintieron la piel desnuda de su estómago plano, sus
caderas estrechas, el suave pelo detrás de sus muslos
mientras le bajaba sus pantalones alrededor de sus rodillas.
Él estaba pesado sobre mí, duro y grueso contra mi
cadera, me arqueé hacia él, queriendo frotarme a lo largo
de él ahí.
—Quiero —empecé, alcanzándolo y encontrándolo. Mi
mente se convirtió en papilla ante el sonido que hizo, ante
la sensación de él, tan cálido y duro en mi mano—. ¿Tú
quieres?
—¿Tener sexo? —preguntó, la cabeza moviéndose en un
frenético asentimiento, ojos ensimismados—. Sí. Sí. Lo
quiero. Lo quiero, lo quiero, lo quiero, Macy, pero mierda, no
tengo ninguna protección.
—Píldora —jadeé mientras se movía y lo sentí deslizarse a
través de mi muslo. Piel tersa y suave sobre algo que no era
suave en lo absoluto.
Elliot levantó su quijada por la sorpresa.
—¿Estás tomando la píldora?
—Era una de las reglas de Mamá. Papá me llevó en
octubre.
Se metió entre los dos y, cuando se frotó a sí mismo a lo
largo de mí, yo ya estaba completamente ida. Apenas lo
escuché preguntar:
—¿Estás segura, Mace? Mírame.
Ante el suave compás de su voz, moví mi mirada del
fascinante lugar donde él estaba por entrar en mí, a sus
ojos, los cuales estaban casi negros, con hambre, pero
también pacientes y esperando.
—Por favor —dije. Se sentía tan bien si se mantenía
frotando sobre mí así—. Estoy segura.
Él miró hacia abajo y se guió a sí mismo al lugar correcto
antes de inclinarse sobre mí y apoyar sus codos cerca de
mis hombros. Esto se sentía como la cosa más natural en el
mundo: mis piernas se deslizaron hacia arriba y sobre sus
caderas, sus labios encontraron los míos. Se movió hacia
adelante, una pulgada. No adentro todavía pero ahí.
—Esto no va a ser un maratón —gimió—. Apenas estoy
aguantando.
—Solo quiero sentirte.
Empujó hacia adelante una pulgada más pero se detuvo
cuando grité ante la conmoción en mi cuerpo, ante la
cohesión de sensaciones y estimulación. Sus ojos se
clavaron en mi rostro y luego se echaron hacia atrás en su
cabeza mientras usaba mi pierna curvada alrededor de su
muslo para jalarlo rápida, y rudamente, todo el camino
dentro de mí.
Mordí su hombro ante la afilada punzada de dolor, su
cuerpo amortiguando mis gritos. Las caderas de Elliot se
movieron hacia atrás con cuidado y luego hacia adentro de
nuevo, y sentí el placentero y a la vez doloroso desgarro de
él, una y otra vez él empezó a moverse con ahínco,
entrando y saliendo de mí de nuevo, de nuevo, más rápido.
—¿Estás bien? —jadeó.
Conseguí un estrangulado:
—Sí.
—Oh, Dios, estoy…
Lo agarré hacia mí, con brazos y piernas unidos alrededor
de él, mis ojos cerrados contra el apretado pellizco de eso,
mi corazón queriendo mantenerlo dentro más de lo que mi
cuerpo lo necesitaba afuera.
—Me estoy viniendo —jadeó, y entonces se sacudió bajo
mis manos, su respiración se mantuvo alta y fuerte en sus
hombros mientras caía.
Sentí lo que le hizo. Sentí cada cambio dentro de mí.
En un eco en algún lugar oí un sonido, pies, una voz. El
deseo todavía hacía eco a través de mí, rebotando contra el
fuerte dolor entre mis piernas.
De repente el toque de Elliot se había ido, toda la parte
delantera de mi cuerpo estaba fría sin él sobre mí, y me
sentí extraña, inmediatamente vacía. Con la mente
abotargada, me di cuenta de que él estaba volviendo a la
carrera y levantándome.
—¿Macy? —llamó Papá desde la planta baja. O debajo del
agua, no podía estar segura.
El rostro de Elliot flotó para enfocarse sobre mí, su frente
mojada, ojos amplios, labios rojo brillante y todavía
húmedos de mis besos.
—Levántate, Mace.
Di una sacudida al darme cuenta, de alguna manera
encontré mi voz, apremiando un ronco:
—¿Sí, Papá?
Elliot tiró hacia arriba sus pantalones y tiró su camisa
sobre su cabeza mientras mis propios torpes dedos
forcejeaban para tirar de mis pantalones. Hice una pausa
ante el brillante reguero de sangre en mi muslo,
parpadeando hacia Elliot, cuyos ojos se atraparon con los
míos mientras se abotonaba sus jeans.
—¿Estás bien? —susurró él. Pasos hicieron eco abajo en el
largo pasillo de la planta baja.
—Sí. —Me paré en piernas débiles y temblorosas para
encontrar mi camisa, tirar de ella, y meter mi brasier bajo la
almohada con mi pie justo mientras Papá entraba.
Se detuvo en la puerta, contemplando la escena. Elliot,
habiéndose lanzado a sí mismo sobre las almohadas en la
esquina, estaba leyendo mi copia usada de El club de la
Buena Estrella sin sus lentes puestos. Su rostro estaba rojo,
su respiración irregular. Me paré cerca de la puerta, y me di
cuenta de que no tenía idea de cómo lucía mi cabello, pero
me imaginé que no podría ser bueno. Elliot había clavado
sus dedos en él, deshecho mi trenza, y deslizado sus manos
sobre y en mi cabello una y otra vez.
Mi cuerpo se sacudió con el recuerdo.
Papá me repasó con la mirada y sonrió.
—Hola —dije.
Y para crédito suyo, él simplemente respondió:
—Hola, chicos.
—¿Qué pasa? —pregunté, intentando no jadear en busca
de aire.
—Mace, corazón, lo siento pero ¿crees que puedas estar
lista para irnos en una hora? Justo tuve que correr a la
ciudad para recibir un fax, entre otras cosas. Necesitamos
regresar esta noche. —Lucía genuinamente arrepentido.
Tenemos dos noches más aquí, pensé, pero incluso
mientras una abrumadora decepción se extendía a través
de mí, asentí fuertemente.
—No hay problema, Papá.
Saludó a Elliot, quien le saludó de vuelta, y entonces se
fue.
Lentamente me giré. Los ojos de Elliot estaban cerrados,
sus manos sobre su rostro mientras finalmente jadeaba por
aire, sin necesidad de seguir pareciendo relajado.
Me moví hacia él, gateando a su regazo, queriendo
desesperadamente sentirlo contra mí.
—Mierda, eso estuvo cerca —susurró.
Asentí. No quería irme. La adrenalina me atravesó,
haciendo a mis extremidades temblar. Quería acurrucarme
con él y hablar de lo que apenas habíamos hecho.
Giró su cabeza, besando mi sien.
—Estabas sangrando. Sé que es… normal, pero solo
quiero estar seguro: ¿te lastimé?
Miré al techo, tratando de encontrar una respuesta que se
sintiera a la vez verdadera y tranquilizadora.
—No más de lo que esperaba.
Sus labios encontraron los míos. Besos lentos y
cuidadosos desperdigados sobre mi boca, mi quijada, mis
mejillas.
—Necesitas empacar —dijo a regañadientes, alejándose.
—Sí.
Se puso de pie, levantándome con él y luego bajándome.
—¿Me envías un correo electrónico esta noche?
Asentí. Todavía estaba temblando. Por lo que habíamos
hecho… y porque casi fuimos atrapados haciéndolo.
Ahuecó mi rostro con ambas manos, buscando mis ojos.
—¿Estuvo… bien?
—Sí. —Reprimí una risa nerviosa—. Quiero decir…
definitivamente quiero hacerlo de nuevo. —La adrenalina
me estaba haciendo sentir rápida y conectada.
—Bien. —Él asintió frenéticamente—. Bien, ¿así que
hablaremos? ¿Estás bien?
—Sí. —Sonreí—. ¿Tú?
Soltó una respiración controlada.
—Voy a ir a casa y tomar una ducha larga y rememorar
todo excepto el minuto en el que tu papá estaba ahí de pie
y yo todavía estaba más o menos duro.
Me recosté contra él, mi frente en su pecho.
—No me quiero ir.
Sus labios descansaron sobre mi coronilla.
—Lo sé.
—¿Acabamos de tener sexo? —pregunté quedamente.
Con sus pulgares, él ladeó mi cabeza, así lo miraría.
—Sí. Lo hicimos.
Se inclinó hacia adelante, me besó una vez, dos veces,
suavemente en los labios y luego una tercera vez, un beso
profundo. Finalmente se separó, besó la punta de mi nariz, y
se escabulló del closet.
Y pensé, mientras oía sus pasos trotar hacia abajo en las
escaleras, cuán extraño y maravilloso era que nunca nos
habíamos dicho te amo. Y no lo habíamos necesitado.
Capítulo 39
Presente
Domingo, 31 de diciembre
Traducido por Nicola♡
Corregido por Nea
Editado por Banana_mou
—A pesar de haber nacido de los mismos padres y criados
en la misma casa, Andreas y yo no podríamos haber sido
más diferentes —dice Elliot, abriendo su brindis de boda y
deslizando una mano en el bolsillo de sus pantalones del
esmoquin. Él está de pie en frente de la extensión de mesas
y flores y luz de velas, y una diminuta sonrisa labrándose en
su boca.
—Yo era estudioso, él era… —Elliot rasca su ceja—. Bueno,
él era deportista.
Los invitados se ríen a sabiendas.
—Yo era obsesivo, él era descuidado. —Otro rugido de
apreciación—. Aprendí latín, él se comunicaba con gruñidos
y ceños fruncidos, sobre todo. —En esto, me uno en la
genuina carcajada—. Pero cualquiera que nos conozca sabe
que tenemos una cosa importante en común. —Elliot echa
una breve mirada hacia mí, de reojo, casi como si no
pudiese evitarlo, y luego de regreso a Andreas—. Cuando
amamos, amamos para siempre.
Un murmullo emocional onduló a través de la habitación y
mi corazón se disolvió en un charco de miel caliente.
—Andreas conoció a Else cuando tenía veintiocho años.
Sin duda, él había tenido novias antes, pero nada como
esto. Caminó a la casa de mamá y papá un sábado y
parecía físicamente arrastrado por el viento. Ojos amplios,
boquiabierto, Andreas había perdido la capacidad de hablar
con normalidad, incluso para un vocabulario tan elemental.
—Las carcajadas se elevan de nuevo, exultantes—. Él la
llevó a casa para cenar, y tú habrías pensado que había
invitado a la Reina de Inglaterra. —Elliot sonrió a su madre
—. Él molestaba a mamá sobre lo que cocinaría. Molestaba
a papá acerca de no tener puesto el juego de los Niners
todo el tiempo. Me molestaba a mí con respecto a no hacer
algo raro como citar a Kafka o interpretar un truco de magia
con mis judías verdes. Para un hombre que nunca había
limpiado su habitación voluntariamente, este meticuloso
comportamiento era notable.
Mi sonrisa de expande ampliamente a través de mi rostro;
un vertiginoso y enamoradizo punto débil.
—Y él ha sido tan atento y leal y devoto cada día desde
entonces. Por cuatro años te he observado enamorarte más
profundamente. Decir que Else es ideal para Andreas es
quedarse corto. Aparentemente, ella ama a cabezas
cuadradas. —Risas—. Y aparentemente a ella le gustamos lo
suficiente.
Elliot levanta sus lentes, sonriendo calurosamente hacia
su hermano y nueva cuñada.
—Else, bienvenida a nuestra familia. No puedo prometer
que siempre será tranquilo, pero puedo prometer que nunca
serás tan amada como cuando vengas a casa con nosotros.
Aplausos resuenan, copas tintinean. Elliot se agacha para
abrazarlos a ambos y entonces regresa a su asiento junto a
mí.
Debajo de la mesa, él toma mi mano. La suya está
temblando.
—Eso estuvo asombroso —le digo.
Él se inclina, sonriendo mientras toma un bocado de su
salmón con su mano libre.
—¿Sí?
Me inclino,
está caliente
papel de lija.
mis dientes y
presionando mis labios en su mejilla. Su piel
y un poco áspera ahora, como el más leve
Es todo lo que puedo hacer para no enseñar
morderle un poquito.
—Sí.
Cuando mis labios se separan de él, han dejado pétalos
gemelos de lápiz labial. Levanto el brazo, quitando la
mancha con mi pulgar a regañadientes. En cierto modo me
gustaba ahí. Elliot continúa comiendo, sonriéndome
mientras lo molesto, y nunca en mi vida entera me he
sentido tan dichosa como la esposa de alguien.
El sentimiento es burbujeante, como estar borracho por
un chupito, la forma en la que calienta el camino desde la
garganta al estómago. Pero aquí, todo se siente cálido.
Aprieto su mano en la mía más cerca, sobre mi regazo, a
gran altura en mi muslo. Se detiene con su tenedor de
camino a su boca, lanzándome una sonrisa maliciosa, pero
entonces toma el bocado y mastica, inclinándose a su
izquierda para escuchar cuando Andreas toca su hombro.
La música empieza para el primer baile y Andreas y Else
se levantan, moviéndose al centro del salón, bailando a
solas solo por unos cuantos compases antes de que el DJ
llame a todos. Y entonces la señora Dina y el señor Nick
están ahí afuera, y luego los padres de Else también. Elliot
me mira, la ceja levantada en una pregunta obvia… y ahí
vamos.
Él me lleva a un punto cerca del centro de la pista de
baile, apretándome con un brazo alrededor de mi cintura
hasta que estoy justo contra él: pecho contra pecho,
estómago contra estómago, caderas contra caderas.
Nos balanceamos. En realidad, no estamos ni siquiera
bailando. Pero nuestra proximidad enciende mi cuerpo y
puedo sentir lo que le hace a él, también. De inmediato,
contra mí, él está medio duro, su postura exponiendo el
hambre que siente.
Quiero más cercanía también. Con una mano apretada en
la suya, la otra en su hombro se desliza alrededor de su
cuello, luego, lentamente, en su cabello. Elliot esconde
nuestras manos unidas contra su pecho y luego se agacha,
presionando su mejilla a la mía.
—Te amo —dice—. Siento que no pueda evitar la reacción
de mi cuerpo por ti.
—No hay problema. —Cuento quince latidos cardíacos
antes de que sea capaz de añadir—: También te amo.
Él reacciona ante esto con una pequeña respiración
entrecortada, un ligero estremecimiento en sus hombros, es
la primera vez que me ha escuchado decirlo.
—¿Me amas?
Mis mejillas se ruborizan junto a las suyas cuando asiento.
—Siempre lo he hecho. Lo sabes.
Sus labios están lo suficientemente cerca de mi oído como
para rozar contra la concha de la oreja cuando pregunta:
—¿Entonces por qué me dejaste?
—Estaba herida —le digo—. Y luego estaba rota.
Ahora él reacciona. Sus pies se detienen en el piso.
—¿Qué te rompió?
—No quiero hablar de ello aquí.
Retrocede, ojos parpadeando entre los míos como si
pudiese haber diferentes mensajes ahí transmitidos.
—¿Te quieres ir?
No lo sé. Quiero irme… pero no para hablar.
—Cuando puedas —digo—. Más tarde está bien.
—¿A dónde?
A cualquier parte. Todo lo que sé es que quiero estar a
solas con él. Necesito entrar en esta forma inquieta y tensa.
Quiero estar a solas con él.
Lo deseo.
—No me importa a donde vayamos. —Deslizo mi otra
mano a su pecho, alrededor de su cuello y a su cabello. La
respiración de Elliot se entrecorta cuando se da cuenta de lo
que estoy haciendo: tirándolo hacia abajo para que me
bese.
Sus labios se acercan a los míos en una fiebre, manos
moviéndose para ahuecar mi rostro, para sostenerme cerca,
como si mi beso fuese una cosa delicada y fugaz.
Su beso es una dolorosa súplica, devoción se derrama de
él. Él chupa mi labio inferior, el superior, inclinando su
cabeza para más y más profundo, antes de que retroceda
recordándole, con un pequeño parpadeo de mis ojos, dónde
estamos y cuánta gente lo ha notado.
Elliot no se interesa por ellos. Toma mi mano, guiándome
bajo los escalones de la pista de baile iluminada a los
jardines.
Nuestros zapatos silban a través del pasto húmedo. Pongo
mi vestido en un puño, trotando detrás de él.
Más profundo en el camino que vamos, a la oscuridad,
donde todo lo que oigo es el zumbido de los insectos y el
ondulante aire a través de las hojas. Las voces desaparecen
en la luz detrás de nosotros.
Capítulo 40
Pasado
Domingo, 31 de diciembre
Once años atrás
Traducido por Lilu
Corregido por Lyn
Editado por Banana_mou
Papá se materializó a mi lado, sosteniendo una copa de
champán para él y una copa de lo que olía
sospechosamente a ginger ale para mí.
—¿Ni siquiera un vaso de licor? —pregunté, fingiendo
fruncir el ceño—. Esta fiesta apesta.
Papá se lo tomó con calma con un barrido inexpresivo de
su atención por el salón, porque esta fiesta, evidentemente,
no apestaba. Fue en el Garden Court del hotel Palace y
estaba repleto de gente hermosa que exudaba joyas y que,
afortunadamente, estaba sorprendentemente animada.
Todo el salón había sido decorado con miles, tal vez incluso
un millón, de pequeñas luces blancas. Estábamos pasando
el Año Nuevo en el corazón de una constelación. Aunque
estaba lejos de Elliot, no podía quejarme.
Faltaban pocos minutos para la medianoche y la multitud
crecía a nuestro alrededor, acercándose a la barra para que
todo el mundo pudiera tener una copa en la mano antes de
que empezara el Año Nuevo.
Metido debajo de mi brazo, mi bolso de mano comenzó a
vibrar. Miré a papá, que me dio un único asentimiento de
permiso, y salí al pasillo.
Miré mi teléfono. Eran las once cincuenta y cinco y Elliot
me estaba llamando.
—Hola —dije, sin aliento.
—Hola. Mace. —Su voz era grave y alegre.
Me mordí el labio para no reírme.
—¿Hemos tomado un par de cócteles, señor Petropoulos?
—Uno o dos. —Se río—. Aparentemente soy un peso
ligero.
—Porque no eres bebedor. —Adentrándome en el
silencioso pasillo, me apoyé contra la pared. El clamor de la
fiesta se desvanecía en un conjunto de ruidos de fondo:
voces, tintineo de vasos, música—. ¿Dónde estás?
—En una fiesta. —Se quedó callado y oí en el fondo el
sonido de un timbre en la distancia—. En, um… la casa de
alguien.
—¿Alguien?
Él dudó y por la respiración que pude escuchar al otro
lado de la línea, la forma en que la sostuvo, supe lo que
venía.
—En lo de Christian.
Me quedé callada un momento. Solo sabía lo suficiente
sobre Christian como para sentirme un poco incómoda por
su influencia. Las cosas siempre se volvían demasiado
salvajes cuando Christian estaba cerca, al menos así es
como Elliot lo hacía ver.
—Ah.
—No me diga «Ah», señorita —dijo, con voz baja y lenta—.
Es una casa de fiesta. Es una fiesta con mucha gente en una
casa grande.
—Lo sé —dije, respirando profundamente—. Solo ten
cuidado. ¿Te estás divirtiendo?
—No.
Sonriendo ante eso, le pregunté.
—¿Quién más está allí?
—Personas —murmuró—. Brandon. Christian. —Una pausa
—. Emma. —Mi estómago se apretó—. Otras personas de la
escuela —añade rápidamente.
Escuché algo caer y estrellarse de fondo, Elliot se quedó
en silencio.
—Ay, detente —dice una chica riendo su nombre antes de
que él pareciera moverse a un lugar más tranquilo.
—Y, no sé, Mace. Tú no estás aquí. Así que realmente no
me importa una mierda quiénes están.
Me reí con fuerza. Esta llamada se sintió como un
empujón hacia adelante, hacia una vida en la que tomamos
cerveza juntos, un dormitorio, y hora tras hora a solas. Sentí
que nuestro futuro se avecinaba, provocando.
Tentando.
—¿Dónde estás? —preguntó.
—Estoy en la velada de la luz.
—Cierto, cierto. Corbata negra. Sociedad.
Miré por encima del hombro hacia el amplio salón de
baile.
—Todo el mundo a mi alrededor está borracho.
—Suena horrible.
—Suena como tu fiesta —le respondí, mirando a papá al
otro lado de la habitación, hablando con una bonita rubia—.
Papá parece estar pasando un buen momento.
—¿Estás usando algo elegante?
Bajé la mirada a mi reluciente vestido verde.
—Sí. Un vestido de lentejuelas verde. Me veo como una
sirena.
—¿Cómo la princesa de Disney?
Me reí.
—No. —Pasando mi mano por mi estómago, agregué—:
Pero creo que te gustaría.
—¿Es corto?
—Realmente no. ¿A la altura de las rodillas?
—¿Ajustado?
Mordiéndome el labio, bajé la voz. Innecesariamente
seguro: la fiesta estaba ruidosa.
—No ceñido a la piel. Algo… apretado.
—Eh —gruñó—. ¿No preferirías llevar unos jeans y una
sudadera conmigo? ¿En mi regazo?
Me reí de su falta de filtro.
—Definitivamente.
—Te amo.
Me quedé helada, cerrando los ojos al oír estas palabras.
«Dilo de nuevo», pensé e inmediatamente me pregunté si
era realmente así como quería oírle confesar esto: mientras
estaba borracho, por primera vez, hasta donde yo sabía, y a
muchos kilómetros de distancia.
—Lo hago —gruñó—. Te amo tanto, carajo. Te amo, te
deseo y te quiero. Te amo como la persona con la que
quiero estar para siempre. Solo… ¿Macy? ¿Quieres casarte
conmigo?
El tiempo se detuvo. Los planetas se alinearon y luego se
separaron. Pasaron años. Las voces, la música y el tintineo
de las copas a mí alrededor se desvanecieron y lo único que
pude oír fue el eco de su propuesta.
Tartamudeé varios sonidos antes de poder hablar.
Desafortunadamente,
coherente que salió.
«¿Qué?»
fue
la
primera
cosa
—Mierda —gimió—. Mierda, lo he estropeado todo.
—¿Elliot…?
Su voz salió apagada cuando dijo.
—¿Vendrás a verme? Quiero pedirte que te cases
conmigo. En persona.
Miré alrededor de la
agitadísimo en mi pecho.
habitación,
con
el
corazón
—Yo… Ell… No estoy segura de poder ir esta noche. Esto
es algo grande.
—Esto es algo grande. Pero es real.
—Está bien. Te entiendo —dije, cerrando los ojos. Me dijo
que me amaba y me preguntó si me quería casar con él en
la misma frase. A través del teléfono—. Es que… no hay
manera de que papá me deje conducir en la carretera con
toda la gente alcoholizada.
Se quedó en silencio tanto tiempo que miré mi teléfono
para asegurarme de que no había perdido la llamada.
—¿Elliot?
—¿Me amas?
Exhalo, parpadeando las lágrimas. No era así como quería
esta conversación, como quería discutir nuestro futuro, pero
aquí estaba, en mi cara, exigiendo pasar así.
—Sabes que sí. No quiero hacer esto a través del teléfono.
—Yo sé que no, pero, ¿sabes lo que quiero decir? ¿Quieres
casarte conmigo? ¿Quieres que sea para siempre? En Goat
Rock, y la biblioteca, y caminar a todos lados, y viajar.
¿Quieres tocarme y estar conmigo y despertarte con mi
boca sobre ti, y quieres que sea yo quien te dé orgasmos
o… joder, ver como los tienes o lo que sea? ¿Piensas en una
vida conmigo o en casarte conmigo?
—Ell…
—Yo lo hago —dijo con un jadeo—. Todo el tiempo la hago,
Macy.
Casi no podía hablar, mi pulso se disparó fuertemente.
—Sabes que también lo hago.
—Ven conmigo esta noche, por favor, Macy, por favor.
Los silbatos empezaron a sonar y el confeti cayó de
contenedores invisibles de algún lugar por encima de mi
cabeza, pero todo lo que oí fue el crujido de la línea.
—Iré el próximo fin de semana, ¿está bien?
Él suspiró: el peso del universo en ese sonido.
—¿Lo prometes?
—Claro que lo prometo. —Miré al otro lado de la
habitación y vi a papá caminando hacia mí, una rara y
amplia sonrisa iluminaba su rostro. El ruido llenó el otro
extremo del teléfono y ya casi no podía escuchar a Elliot.
—¿Macy? ¡No puedo escucharte! Está súper ruidoso aquí.
—Ell, ve a divertirte, pero ten cuidado, ¿sí? Puedes darme
mi beso de Año Nuevo el próximo sábado.
—Bien. —Hizo una pausa y supe lo que estaba esperando
que dijera, pero no lo iba a decir por teléfono.
Especialmente no cuando tenía que gritarlo y ni siquiera
estaba segura de si él lo recordaría.
—Buenas noches —dije. Se quedó en silencio y miré el
teléfono brevemente antes de llevármelo a la oreja—. ¿Ell?
—Buenas noches, Mace.
La línea se cortó.
❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿
No creo que hubiera podido describir una sola cosa sobre
la fiesta después de esa llamada telefónica. Después de un
abrazo y un baile con mi papá, caminé por el pasillo fuera
del salón de baile durante aproximadamente media hora.
Odiaba no estar con Elliot para esa conversación.
Odiaba que hubiéramos cruzado esta enorme línea, que
hubiéramos reconocido un futuro para nosotros, fuera del
armario, en el mundo real, con una relación real, y él
hubiera estado a kilómetros y kilómetros lejos de mí, y
borracho.
Odiaba cómo se había escuchado cuando se despidió.
—Macy, ¿por qué estás aquí afuera? —preguntó papá. Sus
zapatos resonaron en el mármol mientras se dirigía hacia mí
y el rugido de la fiesta se sintió como agua fría
derramándose por mi piel—. ¿Te quieres marchar?
Lo miré, asentí y me eché a llorar.
❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿
—No entiendo cuál es el problema —dijo papá,
maniobrando en un giro brusco. Lo miré para asegurarme
de que estaba realmente sobrio. No lo había visto beber,
pero parecía tan sereno como yo—. ¿Tuviste una buena
conversación con Elliot y estás molesta por eso?
—Simplemente no me gustó cómo terminó esa llamada —
admití—. Sentí que realmente me quería allí.
—Me doy cuenta de que están más en casa que en
cualquier otro lado, pero así es como lo han hecho siempre.
¿Cuál es el problema? —preguntó Papá, siempre lógico. Para
ser justos, no tenía todos los detalles. No le dije que Elliot
dijo que me amaba. Y ciertamente no le había dicho que
Elliot me propuso matrimonio.
—Es que se sintió… raro.
A diferencia de Elliot, Papá rara vez presionaba.
Después de veinte minutos de silencio, Papá dobló en
nuestro camino de entrada y detuvo lentamente el auto.
Volviéndose hacia mí, me dijo en voz baja:
—Ayúdame a entender.
—Él es mi mejor amigo —comencé, sintiendo la opresión
de las lágrimas en mi garganta—. Creo que estamos
nerviosos por lo que pasará cuando averigüemos lo que
haremos en la universidad y lo que haremos después de
esto, después de que nuestras vidas no sean solo marcadas
por viajes de fin de semana. Me sentí mal esta noche, por la
forma en que terminó la llamada, y no sé qué haría si algo
malo sucediera entre nosotros. —Me senté, mirando el
tablero del auto que hacía un tic tac silencioso—. A veces
me pregunto si deberíamos ser solo amigos, para no tener
que preocuparme por perderlo.
Papá frunció los labios, pensando.
—Así que él es tu Laís.
Mis ojos se llenaron de lágrimas de nuevo al oír el nombre
de mi madre. No le había escuchado decirlo en años.
—Ambos son jóvenes, pero… si es esa persona para ti —
continuó Papá—, no podrán ser solo amigos. Querrás darlo
todo, mostrarle todas las formas en que lo amas.
Las lágrimas se derramaron, corriendo por mis mejillas.
—Aprovecharía cualquier cantidad de tiempo con ella —
susurró, volviéndose para mirarme—. Habría tomado
cualquier cosa que pudiera conseguir. No me arrepiento ni
un momento de haberla amado, a pesar de que aún duela
su partida.
Asentí, con la garganta apretada.
—Realmente siento que estoy desperdiciando mucho
tiempo lejos de él.
—No siempre será así.
—¿Puedo conducir hasta allá esta noche? —le pregunté.
Me miró fijamente durante un largo y silencioso momento.
—¿Hablas en serio?
—Sí.
Cerrando los ojos, respiró profundo varias veces.
—¿Tendrás cuidado?
El alivio inundo mis extremidades.
—Lo prometo.
Papá miró hacia adelante por el parabrisas a nuestro
camino de entrada y hacia su viejo auto estacionado justo al
lado de este nuevo.
—Llené el Volvo esta mañana. Puedes tomarlo.
Me incliné sobre la consola, envolviendo mis brazos
alrededor de él.
—¿Me llamarás tan pronto llegues allá?
Asintiendo en su cuello, lo prometí.
Capítulo 41
Presente
Domingo, 31 de diciembre
Traducido por Lilu
Corregido por Lyn
Editado por Banana_mou
Elliot se detiene en un espeso matorral de olivos y se
vuelve para mirarme. A esta distancia el sonido de los
grillos es ensordecedor; la fiesta de bodas es un zumbido
lejano. Me imagino que caminamos cerca de un kilómetro,
por un camino ancho que iba desde lo cuidado, hasta lo
polvoriento, hasta las tierras de cultivos.
Jesucristo, ¿por dónde empezamos?
Yo quiero empezar tocando.
Él podría empezar con palabras y explicaciones, y
disculpas, las mías y las suyas. Todavía hay muchas cosas
que tengo que decirle.
Su pecho sube y baja con la fuerza de su respiración, y
mis propios pulmones parecen agitarse dentro de mí,
luchando por tomar aire.
Espero que diga algo pero, en lugar de eso, se arrodilla
frente a mí, rodeando mis caderas con sus brazos y
presionando su rostro contra mi estómago.
Helada por un momento, miro fijamente la parte superior
de su cabeza, tratando de saber qué quiere decir el temblor
de sus hombros.
Él está llorando.
—No, no —susurro. Mis manos van hacia su cabello,
inclinando su rostro hacia mí; y me agacho, lo empujo
contra un árbol, me arrastro hacia él, sobre él hasta que su
rostro está justo contra el mío, tan cerca que se ve borroso.
Tan cerca que es lo único que puedo ver. Deslizo sus gafas
sobre su frente y fuera de su rostro, colocándolos
cuidadosamente en la hierba.
—¿Qué estamos haciendo? —susurra.
—Te extrañé.
mandíbula.
—Me
inclino,
besando
su
cuello,
su
Me empuja por los hombros y veo dos pesadas lágrimas
rodar por sus mejillas.
—Creí que nunca volvería a tocarte.
—Yo también lo creí.
Se muerde el labio inferior con los ojos muy abiertos.
—Tomaré todo lo que me des. ¿Eso es patético?
Me inclino, mis labios tocan los suyos, inhalando el olor
limpio de su loción para después de afeitar, el olor
penetrante de la hierba, necesitando oxígeno para estar
consciente con todo esto.
Su boca se abre contra la mía y se sienta con una fuerte
inhalación, con las manos ahuecando mi mandíbula de
nuevo. Con urgencia, vuelve por más, inclina la cabeza,
muerde y chupa, y necesito más, más profundo. Lo necesito
todo de él. Sus gemidos son silenciados por mis labios,
dientes y aliento. Sus manos suben por debajo de mi
vestido, empujándolo hasta mi cintura, mientras yo deshago
su corbata de moño, desabotonando su camisa.
Dedos fríos se deslizan por el interior de mi muslo. Sin
embargo, su pecho está cálido bajo mis manos, y me aferro
a él, deslizando mis palmas sobre su clavícula y bajando
hasta su estómago, queriendo sentir cada centímetro.
Gruñe unas palabras ininteligibles cuando me toca a
través de la ropa interior. Y entonces sus dedos se deslizan
por mi ombligo, escarbando con cuidado dentro del encaje,
y yo me pongo de rodillas por encima de él, ayudándole a
acceder al lugar en el que necesito su tacto más que
cualquier otra cosa en la galaxia.
—¿Estás así de mojada por mí? —me pregunta, echándose
hacia atrás para mirarme. Sus dedos empujan dentro de mí,
acariciando con el pulgar—. ¿Esto soy yo?
Asiento y su incredulidad es contagiosa; es lo que hace
que cada toque se sienta amplificado, me hace moverme
con él, mordiéndole mientras me toca. Es lo que envía mi
cuerpo a una apretada escalera en espiral, un destino, justo
ahí, solo dos caricias más fuertes. Dos más.
—Ell.
—Sí.
—Me voy a venir.
Su sonrisa curva la única palabra:
—Bien.
Busco a tientas su cinturón, su cremallera.
—Espera —le digo a mi cuerpo—. Oh, Dios, estoy cerca.
«Espera».
«Aguanta. Espera».
Él no deja de hacer lo que está haciendo cuando se aparta
y me mira al rostro.
—¿Quieres…?
Sus dedos se deslizan en mí, más fuerte, más rápido.
Torpemente, me meto dentro de sus pantalones,
encontrando su duro calor, cerrando mi mano alrededor de
él, moviéndome para estar allí, inclinándolo hacia arriba,
haciendo que se moje conmigo.
Gime mientras se hunde y el sonido me golpea en un
lugar salvaje y primitivo.
El alivio de eso, de él grueso y hambriento, finalmente
deslizándose dentro y fuera de mí, es una estrella que se
derrite, esparciendo fuego en mi torrente sanguíneo. Jadea
porque no quiere correrse, nunca quiere correrse, nunca
quiere parar. Ya estoy en el borde, y nuestra cogida
instantánea y frenética me lleva allí a través de una serie de
embestidas irregulares. Él boca arriba, yo encima.
Los grillos y Elliot se quedan en silencio ante los agudos y
llorosos gritos que brotan de mí.
En el silencio que sigue, puedo sentir el bombo de su
pulso donde mis labios se encuentran con su garganta. Pero
luego sus manos llegan a mi mandíbula, ahuecándola,
inclinando mi rostro hacia el suyo.
—¿Si? —susurra. Asiento en sus manos, sintiendo su peso
dentro de mí—. Santa madre de Dios —dice con un beso—,
esto es increíble.
Todo se reduce a los pequeños movimientos de mis
caderas sobre las suyas y los suaves besos de succión.
Apenas me muevo. Simplemente meciéndome, apretando.
Significa que no espero la forma ajustada en que me dice
que está cerca.
Presiono la pregunta contra sus caderas:
—¿Quieres que me detenga?
—Solo si no estás en algo. —Su lengua encuentra la mía y
gime—. Macy, cariño, estoy tan cerca.
No estoy segura de por qué es este momento el que hace
que la realidad se hunda, que estamos haciendo el amor,
todavía mayormente vestidos, en algún lugar de los jardines
en la boda de su hermano. Pero cuando se corra Elliot,
quiero sus manos y el aire fresco y húmedo en mi piel, no
en la seda arrugada de mi vestido. Cada vez que nos hemos
tocado, hemos estado casi siempre vestidos.
Me echo la mano a la espalda, abro la cremallera, me
quito los tirantes de los hombros y me deshago
rápidamente del sujetador sin tirantes, y mi vestido cae
hasta mi cintura.
Su boca está ahí, y sus palabras de aprobación, por el
calor y mi dulzura, por la sensación de mis pechos en su
lengua. Contra mi vientre está la abertura de su camisa
almidonada, y en mi interior siento que va creciendo, siento
que necesita más que el suave movimiento que está
recibiendo, y sus manos encuentran mis pechos,
sujetándolos para su boca abierta.
Volvemos a ir in crescendo, más rápido ahora, estoy
rebotando sobre él tres, «Oh».
Cuatro, cinco, seis veces.
—Mierda.
Me muerde.
Salvajemente.
—Sí.
Elliot me calma cuando su agarre de hierro desciende
hasta mis caderas y se sacude dentro de mí, con la boca
abierta y los dientes desnudos sobre mi pecho.
Esto dejará una marca.
Pero incluso después de haber acabado, roza con sus
dientes de un lado a otro, con la lengua acariciando el
endurecido pico, calmando el lugar de su gentil ataque.
Siento todavía sus espasmos. Su aliento son apretadas
bocanadas de aire contra mi pecho.
Mis dedos se enredan en su cabello, sujetándolo hacia mí.
Se me pone la piel de gallina cuando sus manos se deslizan
por mi espalda y me aprietan contra él.
Se corrió dentro de mí.
Aún sigue dentro de mí.
¿Qué acabamos de hacer?
¿Y cómo he estado tanto tiempo sin él?
Hacer el amor con él de repente se siente vital, como el
aire, el agua y el calor.
Vuelve su rostro al mío, expectante, y es solo un pequeño
desplazamiento hacia adelante para que mi boca se
encuentre con la suya en este nuevo y perezoso alivio.
Es a la vez familiar y extraño. Su piel está más áspera con
la barba incipiente, sus labios más fuertes. Dentro de mí, lo
sé, es más grueso.
Empiezo a moverme para alejarme de él, preocupada por
hacer un desastre con su esmoquin, pero él me mantiene
firme, sus caderas contra las mías.
—Aún no —dice contra mi boca—. Quiero quedarme aquí.
Todavía no puedo creer que esto esté pasando.
—Yo tampoco. —Estoy perdida en el perezoso movimiento
de su lengua, los pequeños besos que se funden en otros
más profundos.
—Podría querer hacer esto de nuevo.
Sonrío.
—Yo también.
Mueve su boca a mi cuello, siento su mano que se acerca
a mi pecho.
—¿Es extraño —comienzo—, que sienta que tuve sexo con
un conocido y un extraño al mismo tiempo?
Esto lo hace reír y se inclina, besando mi pecho.
Reclinándose, susurra:
—¿Quieres saber algo aún más extraño?
Mis ojos se cierran.
—Quiero saber todo.
Y por primera vez en más de una década, realmente lo
hago.
—Pasaron años antes de que estuviera con alguien más
después de ti. Fuiste la única mujer con la que estuve
hasta… bueno, durante mucho tiempo.
Sus palabras golpean la pared en blanco de mi neblina
sexual, y entonces el pavor cae sobre mí como la oscuridad.
—Te he amado toda mi vida —continúa Elliot, sus labios
moviéndose contra mi clavícula. Lentamente, abro lo ojos y
él me mira—. Al menos desde el momento en que pensé en
el amor, el sexo y las mujeres.
Todavía está dentro de mí.
Sonríe, y la luz de la luna capta el ángulo agudo de su
mandíbula.
—Nunca he querido a nadie del modo que te quiero a ti.
Pasó mucho tiempo antes de que quisiera a alguien más,
físicamente, por lo menos.
Es un poco como estar en el ojo de un tornado. A mi
alrededor, las cosas están sucediendo, pero dentro de mi
cabeza, es tan silencioso.
Ante mi silencio, sus ojos se abren primero y luego se
cierran.
—Oh, Dios mío. Acabo de darme cuenta de lo que he
dicho.
Capítulo 42
Pasado
Lunes, 1 de enero
Once años atrás
Traducido por Dani Fray
Corregido por ♡Herondale♡
Editado por Mrs. Carstairs~
Justo al lado del puente de Richmond, llamé a Elliot,
escuchando por el altavoz cómo el teléfono sonaba y
sonaba, hasta que saltó el buzón de voz. A los diez minutos
de mi viaje me di cuenta de que no sabía en qué parte de la
ciudad vivía Christian, y no sabía cuánto tiempo estaría
Elliot allí. Era más de la una de la mañana, incluso podría
estar en casa, en la cama, y yo no podría llegar a él sin
despertar al resto de la casa.
La autopista 101 se extendía a oscuras delante de mí,
salpicada por las ocasionales luces traseras de otro coche.
Por lo demás, estaba vacía, con grupos de conductores
entrando y saliendo de la autopista alrededor de los
pequeños pueblos dispersos: Novato, Petaluma, Rohnert
Park... En Santa Rosa, intenté llamar de nuevo, y esta vez
respondió una voz masculina desconocida.
—Teléfono de Elliot. —Se escuchaba ruido, ebrios y
estridentes, de fondo.
Una agria combinación de alivio e irritación se retorció en
mí ¿Eran casi las dos de la mañana y él, o al menos su
teléfono, seguía en la fiesta?
—¿Está Elliot por ahí? —pregunté.
—¿Quién está llamando?
Hice una pausa.
—¿Quién contesta?
El tipo inhaló, y su respuesta salió tensa, como si acabara
de tomar un gran trago de algo.
—Christian.
—Christian —dije—, soy Macy.
Dejó escapar una respiración larga y controlada.
—¿La Macy de Elliot?
Alguien en el fondo dejó escapar un agudo Weey.
—Sí —confirmé—, su novia, Macy.
—Oh, mierda. —La línea se quedó en silencio, muda,
como si alguien estuviera sosteniendo una mano allí.
Cuando volvió, dijo simplemente.
—Elliot no está aquí.
—¿Se fue a casa sin su teléfono? —pregunté.
—No.
Confundida, presioné:
—Entonces, ¿cómo es que no está si sabes que no fue a
casa?
—Macy. —Una carcajada lenta y borracha, y luego—:
Estoy demasiado drogado para seguir eso.
—Vale —dije con calma—. ¿Puedes darme tu dirección?
Dijo una dirección en Rosewood Drive y añadió:
—La segunda casa a la izquierda. La oirás.
—Chris —protestó alguien en el fondo—, no lo hagas.
Christian soltó otra risa baja.
—¿Y a mí qué mierda me importa?
Y luego colgó.
❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿
La casa de Christian era nueva, y por lo tanto grande para el
ambiente modesto de Healdsburg, situada en una colina y
con vistas a un viñedo. Tenía razón: podía escucharla en
cuanto giré en su calle. Los coches se agolpaban en el largo
camino de entrada, alineados hacia el borde de la acera.
Aparqué en el primer tramo vacío de la calle, varias casas
más abajo. Me abroché la chaqueta sobre el vestido y dejé
los tacones en el coche, cogí unas sandalias del maletero y
subí la colina a duras penas.
Parecía una tontería molestarse siquiera en llamar a la
puerta. La puerta estaba ligeramente entreabierta, era
ruidoso, así que entré a empujones, pasando por encima de
un montón de zapatos que parecían paradójicamente
cuidadosos dado el estado del resto de la casa. Había latas,
botellas y cigarrillos apagados en casi todas las superficies.
La música y la televisión sonaban a todo volumen en el
pasillo. En el sofá del salón, dos tipos estaban desmayados,
y un tercero estaba sentado con un mando en la mano,
jugando al Call of Duty.
—¿Han visto a Elliot? —pregunté, gritando por encima del
martilleo del arma de fantasía.
El tipo levantó la vista, miró hacia la cocina y se encogió
de hombros.
Me dirigí a la cocina.
La habitación era enorme, y un completo desastre.
Bebidas preparadas se habían servido y abandonado. Una
pirámide de latas de cerveza se encontraba en una robusta
isla de mármol, rodeada de una corona de patatas fritas
rotas, manchas de salsa, rastros de M&M's. El fregadero
estaba lleno de cristalería manchada y una jarra alta de
agua.
—Está arriba —dijo alguien detrás de mí. Me giré y
reconocí a Christian por las fotos del escritorio de Elliot. Era
alto, no tanto como Elliot, pero sí más ancho, con una barba
de chivo poco aconsejable y una mancha de cerveza en su
camiseta de los Wildcats de Chico State. Tenía los ojos
inyectados en sangre y dilatados casi hasta el negro. A su
lado, otro tipo me miraba con los ojos muy abiertos, parecía
que iba a vomitar. Era Brandon.
Los dos mejores amigos de Elliot.
—¿Arriba? —repetí. Christian levantó la barbilla
asintiendo, rodando un palillo de dientes de un lado de su
boca al otro.
—Está muy perdido —dijo Brandon, siguiéndome cuando
me di la vuelta para salir de la cocina y subir las escaleras.
Su voz se volvió cada vez más desesperada cuando mi pie
golpeó el primer escalón.
—Macy, yo no lo haría. Creo que ha estado enfermo.
—Entonces lo llevaré a casa. —Incluso para mí, mi voz
sonaba hueca, metálica, como si fuera proyectada desde
altavoces en los rincones más lejanos de la escalera
abovedada.
—Lo llevaremos a casa. —Brandon me rodeó el codo con
una mano suave—. Déjalo dormir.
El pulso me latía en la garganta, en las sienes. No estaba
segura de lo que iba a encontrar... pero no, eso no es del
todo correcto. Creo que lo sabía. Entendí la sonrisa lacónica
de Christian y la ansiedad de Brandon. Mirando hacia atrás,
es difícil saber si fui evidente al dirigirme allí, o si
simplemente era tan obvio.
—Yo me iría a casa, Macy —suplicó Brandon—. Cuando se
despierte, le diré que te llame.
Su voz continuó como un zumbido de fondo, siguiéndome
todo el camino hasta las escaleras y hasta la única puerta
cerrada, al final del pasillo. Empujé dentro y me detuve.
Una pierna larga colgaba sobre el lado de la cama
deshecha. Los zapatos de Elliot aún estaban puestos,
todavía atados, pero sus pantalones vaqueros y bóxer
estaban en sus rodillas y su camisa estaba empujada hacia
arriba bajo las axilas, dejando al descubierto las líneas de su
pecho, el rastro oscuro de pelo en su ombligo.
Brandon tenía razón: Elliot estaba desmayado.
Pero también lo estaba Emma, que yacía desnuda sobre
su torso.
Di un paso atrás, justo en el pecho de Brandon.
—Dios mío —susurré.
Sabía cómo se sentía un corazón roto, pero esta era una
sensación diferente, como un fósforo encendido sobre el
órgano ensangrentado desde el interior, manteniéndose
firme, esperando pacientemente a que se apagara, se
convirtiera en carbón, se prendiera.
«Te quiero tanto, joder».
«Te quiero, y te deseo y te quiero».
«Te quiero como la persona con la que quiero estar para
siempre».
«¿Quieres casarte conmigo?».
—Oh, Dios mío.
—Macy, realmente no es lo que piensas —dijo Brandon,
poniendo sus manos sobre mis hombros—. Por favor, confía
en mí.
—Parece que se ha acostado con ella —dije
insensiblemente, sacudiendo sus manos de mis hombros.
Por mucho que la escena me horrorizara, no podía apartar la
mirada. La boca de Emma estaba abierta sobre su pecho
mientras roncaba. El pene de Elliot colgaba flácido a lo largo
de su muslo.
Nunca lo había visto realmente desnudo, nunca había...
solo mirado.
Brandon se movió con ansiedad.
—Es ella, Macy. Elliot no...
—Oh, mierda —dijo Christian, acercándose a mí—. No
tiene buena pinta, Ell.
Hice un sonido jadeante y ahogado que él pareció
interpretar como una pregunta.
—No, tienen una historia. Solo... déjalo ir —dijo Christian,
y luego contuvo un eructo estruendoso y se golpeó el pecho
con su puño—. No son nada. Solo cogen a veces.
Me di la vuelta, pasando por delante de ellos por el
pasillo, mis pies tanteando las escaleras, a través de la
cocina y luego por la puerta principal al aire frío y
descarnado donde no podía respirar. Intenté respirar, pero
era como si me hubieran golpeado una y otra vez en el
diafragma.
❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿
Eran las dos y media de la mañana en Año Nuevo, y yo era
la conductora más sobria, pero menos segura de la
carretera. A través de un muro de lágrimas, navegué
torpemente por la carretera sinuosa, subiendo en zigzag la
estrecha colina y bajando la pendiente de grava de la
calzada. Le grité al parabrisas y estuve a punto de regresar
un par de veces porque casi no podía creer en mi propia
memoria. Los dos acostados allí.
No miré a la casa de Elliot mientras subía los escalones de
la entrada, temiendo que golpearía la puerta y le exigiría
que bajara, aunque sabía que no estaba allí.
No sabía mucho en este momento, pero sabía que no
podría volver a Berkeley en una pieza.
Dentro, la casa estaba helada. Había madera
cuidadosamente apilada en el estante de atrás, podía hacer
un fuego, comer algo para asentar el rechinar de mis tripas,
pero apenas pude llegar al sofá. Saqué una manta del
respaldo del sillón y me acurruqué en el suelo.
Sinceramente, no recuerdo nada más que la sensación del
frío suelo en el lado derecho de mi cuerpo. Creo que mi
cerebro debió apagarse inmediatamente. Algún instinto de
autoconservación no quería que siguiera viendo sus caderas
desnudas, ver la familiar presión de su mano sobre su
ombligo. Una parte protectora de mi mente no quería
recordar el espeso olor de esa habitación, la nube de
cuerpos, sudor, cerveza, y sexo, o la forma casual en que
Christian se refería a su íntima historia.
¿Pero tenía razón? ¿Ha sido así durante toda la semana, y
durante la mayor parte de sus vidas? ¿Emma y Elliot,
conectando casualmente, llenando el tedio de sus días el
uno con el otro? Enviando mensajes de texto para pasar el
rato cuando no había nada más que hacer. Salir al parque
porque... ¿por qué no? No tenía ninguna duda de que Elliot
me amaba, sabía que lo hacía, lo sentía en la médula de mis
huesos, pero yo estaba allí apenas un tercio del tiempo, y
los otros dos tercios, estaba Emma. Todos los días en la
escuela, todo el año: accesible, conveniente, familiar.
No tenía ni idea de quién era el Elliot de la vida real. Mi
Elliot solo existía en ciertos días, solo entre las paredes de
nuestra biblioteca en el armario.
«No lo conozco en absoluto. No lo conozco en absoluto».
Ese era el horrible pensamiento que se enhebraba en mis
sueños, sueños en los que me encontraba con él en un
autobús y no lo reconocía, sueños en los que me cruzaba
con él en el pasillo y sentía el incómodo eco de que, de
alguna manera, me había perdido algo importante pero no
sabía qué era.
Capítulo 43
Presente
Domingo, 31 de diciembre
Traducido por Lovelace
Corregido por Lyn♡
Editado por Mrs. Carstairs~
Muevo mis caderas hacia arriba, sintiendo el apretón en
mi pecho cuando el cuerpo de Elliot se desliza del mío. Lo
siento retirarse debajo de mí, sus ojos se llenan de un dolor
que parece aumentar mientras el silencio se sigue
extendiendo.
—Nunca me dejas explicar lo que pasó —dice.
No puedo mirarlo a los ojos. Es mucho más grande que
esto y, a pesar de que estos detalles parecen pequeños
ahora, sé que es donde debemos de empezar.
—Dijiste que me amabas esa noche —le recuerdo—, por
primera vez.
Asiente con impaciencia.
—Lo sé.
—Me pediste que me casara contigo.
Elliot alcanza mi brazo, enrollando sus dedos alrededor de
mi muñeca.
—Lo dije en serio. Tenía un anillo.
Lo miro con sorpresa.
—Si hubiera dicho que sí, ¿aun así te hubieras cogido a
Emma?
—De acuerdo. —Se levanta, subiéndose los pantalones,
abrochándose el cinturón—. De acuerdo. —Su camisa cuelga
desabrochada, su cabello sigue hecho un desastre gracias a
mis dedos. Elliot baja su mirada hacia mí, iluminados por la
luna y el lejano resplandor de la fiesta. Se inclina para
recuperar sus gafas y se las pone—. ¿Sabes cuántas veces
te he contado esta historia en mi cabeza?
—Probablemente las mismas veces que yo he tratado de
pretender que no vi lo que vi.
Se agacha.
—No supe lo que pasó hasta unos días después.
—¿Qué?
—Le mencioné a Christian que no me habías llamado de
vuelta, y él dijo: «Probablemente porque vio a Emma
desnuda sobre ti».
Parpadeo desviando la mirada. Aun puedo ver la imagen
con demasiada claridad.
—Y la peor parte de eso —dice en voz baja—, es que fue
hasta que él lo dijo que no supe que había estado con
Emma. No estaba ahí en la mañana.
Necesito digerir
respiraciones.
esto
por
una,
dos,
tres,
cuatro
—Despertaste con los pantalones en tus rodillas, Ell. ¿Eso
no te indicó nada?
—Esa es la parte que no puedo comprender —susurra—.
En mi cabeza, eras tú. En mi cabeza, tú viniste a la fiesta, tú
me encontraste desmayado en la cama de Chris. En mi
cabeza, tú te deslizaste sobre mí, estabas sobre mí. No
recuerdo haber tenido sexo con Emma esa anoche.
Recuerdo estar teniendo sexo contigo.
—¿Te puedes escuchar a ti mismo? —Lo miro
boquiabierta. Dentro de mi caja torácica, mi corazón es un
trueno cuando las palabras caen sobre mí. Yo nunca me
deslicé sobre él, ¿pero ella lo hizo?—. ¿Escuchas el medidor
de mierda chillando en el fondo? Me estás diciendo que esa
noche tuviste sexo con Emma ¿pensando que era yo?
Elliot gime, pasando una mano a través de su cabellera.
—Ahora me doy cuenta de lo loco que suena eso. Incluso
en su momento, no podía unir los pedazos de esa noche y
he tenido once años para tratar de hacer que tenga sentido.
Estaba muy ebrio, Mace. Recuerdo despertar con la
sensación de tu boca sobre la mía. Recuerdo haber tocado
tu cabello, hablar contigo, animándote. Y cuando miro hacia
atrás, aún sigo viendo tu rostro cuando se acostó sobre mí.
Sacude su cabeza, cerrando los ojos con fuerza y cuando
dice esto, recuerdo que Brandon comenzó a decir algo
acerca de que Elliot no lo haría.
—Desperté —continúa—, y tuve un momento de
abrumadora vergüenza porque la puerta de la habitación de
Chris estaba abierta y unas personas estaban caminando
por ahí limpiando. Estaba solo con mi pene colgando. Te
envié un mensaje preguntándote a dónde te habías ido. Los
siguientes dos días estuve bien con ellos, pensando que
había tenido sexo borracho con mi novia en una fiesta.
Pensé que estabas avergonzada o enojada conmigo por
estar tan ebrio y que ese era el porqué del que no llamaras.
¿Esta es su verdad? ¿Un silencioso y doloroso error? A una
parte de mí le duele su versión de las cosas, realmente
queriendo creerle, lo que hace que mis dientes rechinen. La
otra parte de mí quiere gritar que este pequeño lloriqueo de
un malentendido mientras estaba borracho lo deshizo todo.
Debería haber sido algo intencional, algo enorme. Algo que
valiera la pena de lo que vino después.
—Si me hubieras dejado explicar… —dice en voz baja,
mirándome con desconcierto—. Te llamé una y otra…
—Sé que lo hiciste.
Estaba consciente de que Elliot llamaba varias veces al
día, por meses. Nunca revisé mi viejo correo electrónico
después de eso, pero si lo hubiera hecho, ahí también
habría un gran número de mensajes sin leer.
Sabía que su arrepentimiento era enorme.
Pero ese no era el problema.
—Lo jodí —dice—, pero Macy, incluso tan malo como eso
es, y sé que lo fue, ¿realmente valió la pena esto? —Nos
señala a ambos—. ¿De verdad fue suficiente para hacer que
me… dejaras? ¿Después de todo? ¿Para que no volvieras a
hablarme nunca más?
Lo miro, sacando palabras de las masas y ordenándolas y
reorganizándolas en oraciones. El asunto de Emma parece
tan pequeño ahora. Solo fue el primer dominó.
—Teníamos esta profunda, inquebrantable confianza,
sabes, y rompiste eso, lo hiciste, pero no es solo eso. Soy…
soy yo. También he sido yo.
—¿No crees que merecía la oportunidad de explicarme? —
pregunta, malinterpretando mi incoherencia, emociones
restringidas tensando su voz.
Puedo ver que está esperando por una respuesta. Y la
respuesta es sí, por supuesto que merecía una oportunidad
para explicarse. Por supuesto que lo hacía. En una realidad
alterna, me habría llamado más tarde ese día y yo le habría
contestado.
—Te amaba —dice—. Siempre te he amado. Nunca hubo
nadie más para mí, sabías eso.
Busco a tientas mis palabras.
—Fue realmente malo… fue una mala noche…
—Sé que fue mala, Mace. —Su voz se hace más dura, casi
incrédula—. Fuimos el primer amor del otro, primera vez,
primer todo. Pero vamos. Ese era un derribe, una pelea
prolongada. Eso no… desaparece por una década.
—No fue solo eso. —Mi corazón y boca parecen estar de
acuerdo en que no podemos, evidentemente, hacer esto
ahora.
El metal rechina contra el asfalto en mis oídos. Cierro los
ojos, negando con la cabeza para aclararlo.
—¿Tienes alguna idea de cómo ha sido? —pregunta, cada
vez más frustrado ante mi inarticulado nerviosismo—. Cada
día, me levantaba y me preguntaba si ese día te vería otra
vez. Y si lo hacía, ¿cómo sería? Te extrañaba tanto. Tengo
veintinueve años y nunca he amado a otra mujer. —Me
mira, parpadeando—. Y cada mujer con la que he estado lo
sabe, a su pesar.
Abro mi boca para responder, pero nada sale. Me mira,
desconcertado.
—¿Quieres saber lo que Rachel quería decir sobre lo
jodido que estaba? Bueno, aquí hay un ejemplo: la primera
persona que se acostó conmigo después de que te fueras
tuvo que sentarse allí mientras yo me derrumbaba como un
puto maníaco —dice—, tratando de explicar por qué no
quería que me la chupara.
—Lo siento. —Me tapo la cara, inspirando, exhalando. El
punto veintisiete en la lista de mamá era recordarme que
debía respirar. Inhalar y exhalar, diez veces, cuando estoy
estresada.
Uno...
Dos...
—Yo también lo siento. Quiero esto —susurra—. Te quiero
a ti.
Tres...
«Yo también te quiero», pienso. «Pero no sé ni cómo
decirte que Emma es lo de menos. Otra mujer chupándotela
es lo de menos».
—Háblame, Mace —me insiste—. Por favor.
Cuatro...
Cinco...
—Te quiero —repite, y su voz lleva una extraña distancia
—. Pero me estoy dando cuenta ahora de que tal vez no
debería.
Seis...
Siete...
Al llegar al diez, ya no me tiemblan las manos cuando las
bajo.
Pero como no esperaba que Elliot se fuera, nunca le oí
alejarse.
❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿
En la noche oscura, la recepción en el porche exterior es
un faro de pequeñas luces y estrellas lanzadas por la luz de
las velas que viajan a través de las copas de champán. Las
lámparas de calor colocadas a intervalos regulares son lo
suficientemente cálidas en el frío de la noche para hacer
que el húmedo aire se envuelva alrededor de las parejas
que bailan lentamente.
Localizo a George a la izquierda de la pista de baile, cerca
de la tarta de boda, la cual ya se ha cortado y repartido. Sus
mejillas están rojas, su sonrisa es amplia, sus ojos están
llorosos de una embriaguez de felicidad.
—¡Mace! —grita, tirando de mí en un torpe abrazo—.
¿Dónde está mi hermano?
—Iba a preguntarte lo mismo.
Se levanta, tirando de una pequeña ramita de mi pelo y,
dios mío, solo se me ocurre ahora que no tengo ni idea de
mi aspecto al salir de los jardines después de follar con
Elliot.
George sonríe.
—Sospecho que tienes una idea mejor que la mía.
Liz se acerca a su lado, sonriéndole a su marido
achispado.
—¡Macy! Oh, luces... —La comprensión aparece en sus
ojos y lanza una carcajada.
—¿Dónde está Elliot?
—La pregunta del momento —murmura George.
—Estoy aquí.
Nos giramos y lo vemos de pie, justo al lado, con una
copa de champán a medio terminar. La calidez que sentí en
su mejilla, contra mis labios, se ha ido. En su lugar hay una
mirada pálida, un ceño fruncido. Su corbata ha
desaparecido, la camisa está desabrochada en el cuello y
manchada de suciedad y labial. Mirándolo ahora, es
doblemente obvio lo que hemos estado haciendo.
Le sonrío, tratando de comunicarle con mis ojos que hay
algo más que discutir aquí, pero él ya no me mira.
Inclinando la copa de champán hacia sus labios, se toma el
resto, lo pone en la bandeja de un camarero pasando y dice:
«Macy, ¿necesitas que te deje en tu motel?».
La sorpresa hace que una ola de frío me atraviese.
George y Liz se callan y se alejan bajo una bruma de
indirecta mortificación. El corazón se me acelera, un redoble
de tambor que desemboca en un choque de platillos cuando
me doy cuenta de que me pide que me vaya.
—Está bien —le digo—, puedo coger un Lyft.
Asiente con la cabeza.
—Genial.
Doy un paso adelante, alcanzándolo, y él se queda
mirando mi mano en su brazo con el ceño fruncido, como si
estuviera cubierto de barro.
—¿Podemos hablar mañana? —le pregunto.
Su cara se tuerce y coge otra copa de champán, que se
bebe en el tiempo en que tarda el camarero en ofrecerme
una y yo en rechazarla. Elliot coge otra antes de que el
ansioso camarero se aleje.
—Claro que podemos hablar mañana —dice, agitando la
copa—. Podemos hablar del tiempo. ¿Tal vez de nuestro tipo
de pastel favorito? O-oh no hemos hablado todavía sobre las
ventajas de una Crock-Pot frente a una olla a presión.
¿Podemos hacerlo?
—Me refiero a terminar lo que hemos empezado —
susurro, dándome cuenta de que hemos llamado la atención
de algunos miembros de la familia—. No hemos terminado.
Alex nos observa a la distancia con ojos amplios y
preocupados.
—¿No hemos terminado? Creía que habíamos tenido el
gran final. Hiciste lo que mejor se te da —dice, sonriendo de
forma macabra—. Te cerraste.
—Te alejaste —replico.
Se ríe con dureza, sacudiendo la cabeza y repite en un
murmullo:
—Yo me alejé.
Con más calma, digo:
—Mañana... Me pasaré por aquí.
Elliot levanta el vaso, traga cuatro tragos y se limpia la
boca con el dorso de la mano.
—Claro, Macy.
❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿
A la una de la madrugada, el cielo parece embrujado en
su oscuridad. Subo el porche a mi antigua casa de verano,
saltando el previsible escalón roto. Utilizando la llave
olvidada en mi llavero, me introduzco en el interior, donde
hace aún más frío que en el bosque; el aislamiento
mantiene el frío almacenado dentro de las oscuras paredes
de yeso. Enciendo las luces a medida que avanzo, y me
arrodillo para encender un pequeño fuego en la estufa de
leña.
Obviamente, si solo he estado aquí una vez en los últimos
diez años, debería recordar las fechas exactas, pero no lo
hago. Solo sé que fue una semana, tal vez dos, antes de
que me fuera a mi segundo año en Tufts, condujimos por la
noche para buscar nuestras posesiones y mover todas las
cosas preciadas en armarios que podíamos cerrar con llave,
para evitar que los curiosos inquilinos en las vacaciones se
llevaran algo. El recuerdo de esa noche se siente como un
borrón de color acuoso atravesando la niebla.
En el piso de arriba, busco entre las demás llaves de mi
llavero, encuentro la más pequeña y la introduzco en la
cerradura de la puerta del armario de papá. Entra a pasos
agigantados, atascándose a mitad de camino, requiriendo
un pequeño meneo antes de que haga clic y gire con una
oxidada protesta.
Su armario se abre con un silbido de aire mohoso, y se me
cae el estómago cuando el olor y la comprensión emergen:
Tendré que tirar casi todo esto. Guardaba algunas camisas y
pantalones aquí arriba. Botas de montaña, un chaleco de Yshing. Hay álbumes de fotos en el estante de arriba, un
diorama navideño que hice en cuarto grado. Cartas de
mamá. Y, al fondo, la pila de revistas dudosas.
Mi trasero aterriza en el suelo antes de darme cuenta de
que me he deslizado por el marco de la puerta. Bajo el olor
a moho, está el inconfundible olor de él: los cigarrillos
daneses, su loción de afeitar, el olor a lino brillante de la
colada. Saco una camisa de una percha; el cable sube por la
barra y golpea la puerta al bajar. Presionando la franela
contra mi cara, inhalo ahogando un sollozo.
Hacía mucho tiempo que no me sentía así. O tal vez
nunca he sentido esta emoción: Quiero llorar. Quiero
sollozar de verdad. Le doy acceso total, dejando que me
desgarre en estos horribles aullidos que resuenan en los
altos techos y sacuden mi torso, curvándome hacia delante.
Mocos, saliva: Soy un desastre. Lo siento justo ahí, detrás de
mí, pero sé que no está. Quiero llamarlo, preguntarle qué
hay de desayuno. Quiero oír la cadencia uniforme de sus
pasos, el chasquido intermitente del periódico mientras lee.
Todos estos instintos parecen vivir tan cerca de la superficie
que se deforman y entretejen en la tela de la posibilidad. Tal
vez esté abajo, leyendo. Tal vez esté saliendo de la ducha.
Son estos pequeños recordatorios los que duelen, los
pequeños momentos en los que piensas... solo déjame
llamarlo. «Ah, claro. Está muerto». Y te preguntas ¿cómo
sucedió? ¿Dolió? ¿Puede verme aquí en un charco
empapado de sollozos en su piso?
Esto es lo único que interrumpe el torrente, soltando una
ronca risa de mi garganta. Si papá me encontrara llorando
así dentro de su armario, se quedaría mirando antes de
ponerse lentamente en cuclillas y estirar la mano,
pasándola suavemente por el suelo, extendiendo su mano
por mi brazo.
—¿Qué pasa, Mace?
—Te echo de menos —le digo—. No estaba preparada.
Todavía te necesitaba.
Él lo entendería, ahora.
—Yo también te extraño. Yo también te necesitaba.
—¿Estás herido? ¿Te sientes solo? —Me paso un brazo por
la nariz—. ¿Estás con mamá?
—Macy.
Cierro los ojos, sintiendo que más lágrimas se deslizan por
mis sienes y por mi pelo.
—¿Se acuerda de mí?
—Macy.
—¿Alguno de ustedes recuerda que tuvo una hija?
No soy yo misma, sé que no lo soy, pero tampoco me
avergüenza ser encontrada así, especialmente no por papá.
Al menos así verá lo amado que era.
Unos brazos fuertes pasan por debajo de mis piernas,
alrededor de mi espalda y me sacan de la niebla del moho y
de papá, llevándome por el pasillo.
—Lo siento —digo una y otra vez—. Siento no haber
llamado. Lo siento, papá. Es mi culpa.
Sigo en su regazo cuando se sienta en mi cama. Es tan
cálido, tan sólido.
No he sido tan pequeña en años.
—Mace, cariño, mírame.
Mi visión es borrosa, pero sus rasgos son fáciles de
distinguir.
Ojos dorados y verdosos, pelo negro.
No es papá, es Elliot. Todavía con su esmoquin, los ojos
inyectados en sangre tras sus gafas.
—Ahí estás —dice—. Vuelve a mí. ¿A dónde has ido?
Deslizo mis brazos alrededor de su cuello, acercándolo,
cerrando los ojos. Huelo la hierba en él, la corteza del olivo.
—Eres tú.
—Soy yo.
Él también necesita mis disculpas.
—Lo siento, Ell. Arruiné todo porque olvidé de llamar.
—Vi las luces encendidas —susurra—. Vine y te encontré
así... Macy Lea, dime qué pasa.
—Me necesitabas y no estaba allí.
Se calla y me besa la cabeza.
—Mace...
—Te necesitaba aún más —digo, y empiezo a sollozar de
nuevo—. Pero no podía encontrar la manera de perdonarte.
Elliot me aparta el pelo de la cara, sus ojos buscando
algo.
—Cariño, me estás asustando. Háblame.
—Sabía que no era tu culpa. —Me ahogo—. Sin embargo,
durante mucho tiempo sentí que lo era.
Veo las lágrimas confusas en sus ojos.
—No entiendo lo que... —Me atrae hacia su pecho, con
una mano en mi cabello mientras se le quiebra la voz—. Por
favor, dime qué está pasando.
Y eso hago.
Capítulo 44
Pasado
Lunes, 01 de enero
Once años atrás
Traducido por Nea
Corregido por ♡Herondale♡
Editado por Mrs. Carstairs~
Me desperté con el fuerte portazo de la puerta, el
golpeteo de los pasos sobre las baldosas de la entrada.
—¿Macy?
Me quejé, agarré mi cuello rígido y me senté justo cuando
papá dobló la esquina de la sala de estar. Un presentimiento
de padre lo recorrió, y corrió a mi lado, agachándose.
—¿Te ha hecho daño? —Su acento empujó las palabras en
una bola de ira.
—No. —Hice un gesto de dolor, estirándome. Recordando.
Mi estómago se derritió—. En realidad, sí.
Las manos de papá hicieron un cuidadoso recorrido por
mis hombros y por mis brazos, tomando mis manos entre
las suyas. Volteo mis manos, inspeccionando mis palmas, y
luego presiono las yemas de sus pulgares en el centro de
mis manos.
Recuerdo ese contacto como si fuera ayer.
Unimos nuestros dedos.
La comprensión se abrió paso a través de la niebla y me
di cuenta de que estaba en la cabaña, y que papá también
estaba aquí, en la fría mañana, a más de setenta millas de
casa.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Me dirigió una mirada dura con bordes suaves.
—Nunca me llamaste para decirme que habías llegado
aquí bien. No contestaste el teléfono.
Me dejé caer sobre él y murmuré:
—Lo siento. —Contra su amplio pecho—. Lo apagué.
Suspiró con un sonido de preocupación.
—¿Qué ha pasado, min lille blomst21?
—Cometió un error —le dije—. Uno grande.
Papá se apartó para encontrarse con mis ojos.
—Otra chica.
Asentí, y un grueso sollozo se escapó al recordar el
cuerpo de Elliot, desnudo, simplemente... tirado allí.
Desparramado.
Papá dejó escapar un lento suspiro.
—No vi venir eso.
—Ya somos dos.
Me ayudó a levantarme, rodeando mis hombros con un
brazo protector.
—Vendremos a buscar el Volvo este fin de semana.
«Vendremos a buscar el Volvo este fin de semana».
Me pregunto qué habrá pasado con él.
❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿
Papá mantenía una mano gigante en el volante y la otra
enroscada en mis dedos.
Me miraba más o menos cada cinco segundos, sin duda
deseando tener la lista de mamá allí mismo, en el
salpicadero, para consultar el apartado de «La primera vez
que un chico le rompe el corazón» ...consejos. Sabía dónde
encontrarlo. Número treinta y dos.
Sus ojos estaban preocupados, las cejas fruncidas... Por
mucho que odiara lo que había pasado con Elliot, me
encantaba la calidez de la atención de papá hacia mí, el
contacto tranquilizador de su mano, las preguntas
silenciosas: ¿qué quería cenar? ¿Quería ir al cine o
quedarme en casa?
Pero su atención hacia mí significaba que no estaba en el
camino.
Ni siquiera estoy segura de que haya visto el coche. Era
un Corvette azul, que se incorporaba desde la rampa de
acceso e iba demasiado rápido. Cien, tal vez ciento veinte.
Se metió delante de nosotros en el carril lento, chillando en
el espacio estrecho entre nosotros y el camión de dieciocho
ruedas de delante. Los neumáticos del Corvette patinaron,
su parte trasera se movió hacia lado, y sus luces de freno se
volvieron de un rojo brillante, justo ahí. Justo delante de
nosotros.
¿Hubo un momento en el que no fue demasiado tarde?
Esto es lo que siempre me he preguntado. ¿Podría haber
comunicado algo más que un confuso «¡Papá!» y un dedo
señalando?
Los testigos dijeron a la policía que creían que todo había
ocurrido en menos de cinco segundos, pero en mi memoria
siempre ocurrió a cámara lenta: todavía siento los ojos
preocupados de papá sobre mí, no sobre el Corvette. Por
eso ni siquiera tocó los frenos. Llegamos a él tan rápido, con
un ensordecedor choque de metales, y nuestros cuerpos se
sacudieron hacia adelante, las bolsas de aire estallaron, y
pensé por una fracción de segundo que estaba bien. El
impacto había terminado.
Excepto que aún no habíamos aterrizado. Cuando lo
hicimos, fue un golpe del lado del conductor contra el
asfalto, un grito de seis metros de metal chispeante. Nos
detuvimos de lado. Mi frente acabó cerca del volante. Mi
asiento había aplastado el de papá, con él todavía dentro.
Más tarde, me enteré de que el otro conductor era un
estudiante de Santa Rosa Junior College. Su nombre era Curt
Anderssen, y salió con una ligera abrasión en el cuello. No
por el cinturón de seguridad, ni siquiera llevaba uno, sino de
la tela del asiento del pasajero, donde fue lanzado cuando
su coche giró de lado a través de tres carriles de tráfico.
Curt estaba inconsciente al principio, creo, y la mayor
parte de la actividad se centró en la realidad mucho más
espantosa de nuestro coche. Yo ya estaba en la camilla con
un brazo roto cuando Curt salió, drogado y riéndose de su
supervivencia, hasta que la escena que tenía ante sí y la
policía con sus esposas le devolvieron la sobriedad.
He oído a la gente decir que no recuerdan lo que pasó
inmediatamente después de que les comuniquen la muerte
de un ser querido, pero yo lo recuerdo todo. Recuerdo, de
forma aguda, la forma en que mi brazo roto colgaba como
un saco de huesos a mi lado. Recuerdo la sensación de
querer arrancarme la piel, de querer correr, porque correr
desharía de alguna manera lo que los paramédicos me
dijeron.
«Sí, lo hemos perdido».
«Cariño, necesito que te calmes».
«Lo siento mucho. Vamos a llevarte a Sutter, cariño.
Necesitas un médico. Necesitas respirar».
Recuerdo haber pedido una y otra vez que se retractaran,
que hicieran más RCP, que me dejaran intentar reanimarlo.
—Espera.
—Macy, necesito que intentes respirar. ¿Puedes respirar
por mí?
—¡Deja de hablar! —grité—. ¡Todos dejen de hablar!
«Tengo una idea: Podemos empezar de nuevo».
«Volvamos al coche, volvamos a la casa. Solo necesito un
segundo para pensar».
«Nos quedaremos allí esta noche».
«O, no, retrocedamos más».
«No me olvidaré marcarle en primer lugar».
«Quiero volver a ese otro corazón roto, no a este».
«Hoy no era un buen día para conducir. Si conducimos
hoy, pierdo a todos».
«Si conducimos hoy, ya no seré una hija».
Uno de los agentes de policía me alcanzó fácilmente
cuando rodé torpemente de la camilla, corriendo por la
autopista, lejos de las luces y el ruido y el horrible desastre
de mi padre en el coche. Todavía puedo sentir la forma en
que el policía me rodeó con sus brazos por detrás, teniendo
en cuenta mi brazo roto, y me rodeó con su cuerpo mientras
yo me desplomaba. Todavía lo recuerdo diciendo una y otra
vez que lo sentía, que lo sentía mucho, que había perdido a
su hermano de la misma manera, que lo sentía mucho.
❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿
Después, hubo un entumecimiento intrusivo. El tío Kennet
vino a Berkeley desde Minnesota. Parecía amargado
mientras repasábamos el testamento y la herencia de papá.
Me palmeó la espalda y carraspeó mucho. La tía Britt
limpiaba la casa mientras yo me sentaba en el sofá y la
miraba fijamente. Se puso de rodillas y sumergió una
esponja en un cubo con jabón para madera, y fregó los
suelos de madera durante horas. No parecía un gesto de
amor. Se sentía como si hubiera querido limpiar la casa
durante años, y finalmente tuvo la oportunidad.
Mis primos no vinieron, ni siquiera para el funeral. «Tienen
escuela», dijo Britt. «Esto será demasiado molesto para
ellos. Se están quedando con mis padres en Edina».
Recuerdo que deseaba encontrar al policía que me
persiguió y lloró conmigo y traerlo al funeral, porque parecía
entenderme mejor que cualquiera de la pequeña familia que
me quedaba. Pero incluso esa petición me parecía
imposible. El esfuerzo que suponía comer y vestirme era ya
tan intenso, recordar un nombre, llamar a la comisaría
estaba más allá de mi capacidad.
O llamar a Elliot.
Estaba entumecida, pero debajo había también una rabia
abrasadora. Incluso en ese momento, yo sabía que no era
del todo correcto, no podía conectar los puntos, pero el
pequeño núcleo de dolor por lo de Elliot con Emma se vio
envuelto en papá y por qué vino a buscarme en primer
lugar. Necesitaba a Elliot, lo quería allí. Vi los primeros
frenéticos mensajes, su insistencia en que era un error. Pero
luego vacilé entre querer que supiera que estaba
destrozada, y querer que supiera que había sido él quien
había levantado el mazo. Y entonces me sentí mejor al
pensar que él no lo sabría. Podía tener cualquier otra parte
de mi corazón, pero no esto.
Como dije, recuerdo lo que sentí, y me pareció una locura.
Kennet y Britt me llevaron con ellos a Minnesota durante
cuatro meses. Me jalé las cutículas hasta que sangraron. Me
corté el pelo con tijeras de cocina. Me despertaba al
mediodía y contaba los minutos hasta que podía volver a la
cama. No discutí cuando Kennet me envió a terapia, ni
cuando él y Britt se sentaron en la mesa del comedor,
revisando mis cartas de aceptación de la universidad y
pensando si enviarme a Tufts o a Brown.
Recuerdo todo hasta el decisivo golpeteo de Britt con los
papeles, su doble toma cuando me vio parada al pie de la
escalera, y su satisfecho:
—Lo tenemos todo resuelto, Macy.
Después de eso, no hay nada. No recuerdo cómo se las
arreglaron para conseguir mi diploma. No recuerdo haber
dormido durante el verano. No recuerdo haber hecho las
maletas para ir a la universidad.
Tengo que creer que la administración preparó a Sabrina
de alguna manera, aunque ella insiste en que no lo hicieron.
Seguro que la eligieron especialmente: ella había perdido a
su hermano en un accidente de coche dos veranos antes.
También tengo que creer que dejar Berkeley me salvó. En
diciembre, podía pasar minutos sin pensar en papá. Y luego
una hora. Y luego el tiempo suficiente para hacer un
examen. Mi mecanismo para afrontarlo era envolver mis
pensamientos, cuando venían, en un trozo de papel, y luego
desecharlos como un chicle. Sabrina dejaba que el dolor la
desgarrara. Yo me acurrucaba y dormía hasta que estuviera
segura de que el pensamiento podía envolverse bien.
El tiempo. Sabía muy bien que el tiempo adormecía
ciertas cosas, incluso la muerte.
Capítulo 45
Presente
Lunes, 1 de enero
Traducido por Nea
Corregido por ♡Herondale♡
Editado por Mrs. Carstairs~
Elliot se sienta, con los ojos vidriosos, y mira fijamente por
la ventana de mi habitación.
Veo que todo pasa por encima de él: el horror, la culpa, la
confusión, la realización de que mi padre murió el día
después de que Elliot me engañara, que papá venía a
buscarme porque había estado muy alterada y no había
llamado, que el último día que vi a mi padre fue hoy hace
once años... y durante muchos años, he culpado a Elliot por
ello.
Sus fosas nasales se agitan y parpadea, con la mandíbula
tensa.
—Oh, Dios mío.
—Lo sé.
—Esto... explica. —Elliot sacude la cabeza, clavando una
mano en la parte delantera de su cabello—. Por qué no me
llamaste.
En voz baja, le digo:
—No estaba pensando con mucha claridad, después de…
no podía... separarte a ti. Y a eso.
Soy tan mala con las palabras.
—Mierda, Macy. —Se da la vuelta y me atrae de nuevo a
sus brazos, pero es diferente.
Más fuerte.
He tenido más de una década para lidiar con esto; Elliot
ha tenido dos minutos.
—Cuando me paraste fuera de Saul’s —le digo en su
camisa—, ¿y me preguntaste cómo estaba Duncan?
Él asiente contra mí.
—No tenía ni idea.
—Pensé que lo sabías —le dije—. Pensé que te habrías
enterado... de alguna manera.
—No teníamos a nadie más en común —dice en voz baja
—. Fue como si hubieras desaparecido.
Asiento con la cabeza y él se tensa. Parece que se le
ocurre algo.
—Todo este tiempo no anduviste por ahí pensando que yo
me acosté intencionalmente con Emma, sabía que tu padre
había muerto, y no me importaba, ¿verdad?
Intento explicar lo mejor posible la confusión de mi lógica
en ese momento.
—No creo que realmente lo haya pensado así: que no te
importaba. Sabía que estabas tratando de llamarme. Sabía,
racionalmente, que me querías. Pero pensé que tal vez tú y
Emma tenían algo más de lo que me habías contado. Me
sentí avergonzada y con el corazón roto...
—No tuvimos nada —dice con urgencia.
—Creo que fue Christian quien dijo que ustedes dos se
enrollaban a veces...
—Macy —dice Elliot en voz baja, cogiendo mi cara para
que le mire—. Christian es un idiota. Sabías todo lo que
pasaba entre Emma y yo. No había ninguna otra cosa
secreta.
Quiero decirle que, en verdad, todo esto no significa nada
ahora, pero puedo ver que, para él, no lo es. Su intención lo
es todo.
Entrecierra los ojos, todavía se esfuerza por comprender
todo esto.
—Andreas dijo que te vio el siguiente verano. Viniendo
aquí con tu padre.
Sacudo la cabeza, hasta que me doy cuenta de lo que
quiere decir.
—Era mi tío Kennet. —Sorbo, limpiando mi nariz de nuevo
—. Fuimos a empacar nuestras cosas y a guardarlas. —Miro
a nuestro alrededor, a la familiar pintura, ahora raída, de las
paredes, recordando cómo no quería mover ni una sola
cosa. Quería dejarlo exactamente como era, un museo—.
Esa fue la última vez que estuve aquí.
—Estuve en casa ese verano —susurra—. Todo el verano.
Pasé todos los días buscándote. Me pregunté cómo podía
haberme perdido el momento en que viniste.
—Llegamos tarde. Dejamos las luces apagadas. —Incluso
ahora, suena completamente ridículo cómo nos colamos
como ladrones, usando luces de linternas para conseguir lo
que lo que necesitábamos. Kennet pensó que había perdido
la cabeza de nuevo—. Me preocupaba encontrarme contigo.
Elliot se retira, con la boca hacia abajo. Odio que esto esté
abriendo viejas heridas, pero odio aún más que esté
creando nuevas.
—Quizá «preocupada» no sea la palabra adecuada —
corrijo, aunque sé que incluso en retrospectiva no lo es,
tuve un ataque de pánico la noche antes de que Kennet y yo
nos montáramos al coche para venir aquí, y no podía
soportar la idea de que Elliot me viera así—. En el primer
año después de la muerte de papá, en Tufts había
encontrado esta especie de lugar tranquilo y calmado —
digo murmurando—. Quizá habría corrido a tus brazos. Pero
me preocupaba que estuviera enfadada o triste. En cambio,
era mucho más fácil no sentir nada.
Se inclina, apoyando los codos en los muslos, con la
cabeza entre las manos. Alcanzándolo, froté su espalda,
haciendo pequeños círculos entre sus omóplatos.
—¿Estás bien? —pregunto.
—No. —Se da la vuelta y me mira por encima del hombro,
dedicándome una débil sonrisa para quitarle importancia a
su respuesta, y luego su rostro palidece mientras me mira
fijamente. Puedo ver la comprensión que le invade de
nuevo.
—Mace. —Su cara cae—. ¿Cómo puedo decir que lo
siento? ¿Cómo puedo...?
—Elliot, no…
Se levanta como un rayo y sale corriendo de la
habitación. Me levanto para seguirlo, pero la puerta del
baño se cierra de golpe seguido del sonido de las rodillas de
Elliot aterrizando en el suelo y vomitando.
Aprieto mi frente contra la puerta, escuchando la cisterna,
el grifo abierto, su silencioso gemido.
—¿Elliot? —Mi corazón se siente como si lo hubieran
apretado dentro de un puño.
—Solo necesito un minuto, Mace, lo siento, ¿solo dame un
minuto?
Me deslizo por la pared, haciendo guardia fuera del baño,
escuchándolo, vomitando de nuevo.
❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿
Me despierto bajo las sábanas, en mi cama, sin recordar
cómo he llegado hasta aquí. La única respuesta es que me
quedé dormida en el suelo del pasillo y Elliot me llevó a la
habitación, pero el otro lado de la cama parece intacto, y a
él no se le ve por ningún lado.
Una tos apagada proviene del closet, y el alivio me
calienta las extremidades. Todavía está aquí. Hace frío, y
arrastro el edredón conmigo fuera de la cama, espiando
dentro. Elliot está tumbado en el suelo, con las manos
detrás de la cabeza y las piernas cruzadas a la altura de los
tobillos, mirando las estrellas agrietadas y descoloridas.
Todavía se abarca todo el largo de la habitación. Hace años
que no entro aquí, y me parece diminuto. Me asombra cómo
solía sentirse como un mundo entero, un planeta dentro.
—Hola, tú —dice, sonriendo hacia mí. Sus ojos están
inyectados en sangre, la nariz roja.
—Hola. ¿Te sientes mejor?
—Supongo. Aunque todavía me siento mal. —Da unas
palmaditas en el suelo a su lado—. Ven aquí. —Su voz es un
gruñido tranquilo—. Ven aquí conmigo.
Me acuesto junto a él, acurrucándome en su pecho
cuando me rodea con un brazo y me aprieta.
—¿Cuánto tiempo estuve dormida? —Le pregunto.
—Un par de horas.
Siento que podría dormir durante otra década, pero al
mismo tiempo, no quiero perder un solo segundo con él.
—¿Hay algo más que tengamos que contarnos? —
pregunto, levantando la vista hacia él.
—Estoy seguro de que lo hay —dice—, pero ahora mismo
estoy como... reconectando todo dentro de mi cabeza.
—Quiero decir... eso es comprensible. He tenido once
años para procesarlo, tú has tenido solo un momento.
Quiero que sepas que está bien si te duele algo aquí. —Froto
mi mano sobre su esternón—. Sé que no va a ser inmediato
como todo se esclarece.
Se toma unos segundos antes de responder, y cuando lo
hace, su voz es ronca.
—Perderte fue lo peor que me ha pasado, y todavía siento
el eco de ello, fueron años muy duros, pero ayuda saber el
porqué. Por horrible que suene, saber. —Me mira, y sus ojos
se vuelven a llenar—. Siento mucho no haber estado allí
cuando Duncan murió.
—Siento mucho no habértelo dicho. Siento haberme
desvanecido. —Le beso el hombro.
Él levanta la mano libre y se limpia la cara con la palma.
—Cariño, tú perdiste a tu madre a los diez años y a tu
padre a los dieciocho. Es una mierda que hayas
desaparecido, pero no es como que no lo entienda. Mierda,
tu vida… se desmoronó ese día.
Muevo mi mano por debajo de su camisa, por encima de
su estómago, llegando a descansar sobre su corazón.
—Fue terrible. —Presiono mi cara en el lugar donde su
cuello se une a su hombro, tratando de alejar esos
recuerdos e inhalando su olor familiar—. ¿Cómo fueron esos
años para ti?
Tararea, pensando.
—Me centré en la escuela. Y si te refieres a lo romántico,
tenía tanta culpa que no me involucré con nadie hasta más
tarde.
Me duele el corazón ante esto.
—Alex dijo que no trajiste a nadie a casa hasta Rachel.
—¿Podemos tener clara una cosa? —dice, besando mi
pelo—. ¿Definitivamente, y sin preguntas?
—¿Qué? —Me encanta la sensación de solidez que tiene a
mi lado. Creo que nunca podré tener suficiente.
—Que te amo —susurra, inclinando mi barbilla para que lo
mire—. ¿De acuerdo?
—Yo también te amo. —La emoción me llena el pecho,
haciendo que mis palabras salgan estranguladas. Siempre
echaré de menos a mis padres, pero tengo a Elliot de
vuelta. Juntos fuimos capaces de resucitar algo.
Sus labios presionan mi frente.
—¿Crees que podemos hacer esto? —pregunta,
manteniendo sus labios ahí—. ¿Tenemos ahora la
oportunidad de estar juntos?
—Sin duda nos la hemos ganado.
Se aparta, mirándome.
—He estado aquí tumbado, pensando. En cierto modo,
debí haberme dado cuenta. Debí haberme preguntado por
qué Duncan nunca volvió. Solo asumí que ambos estaban
demasiado enojados conmigo.
—Con el tiempo me permití confiar más en mis recuerdos.
—Levanto la mano, apartando su cabello fuera de sus ojos
—. Me di cuenta de que, independientemente de que
tuvieras algo casual y consistente con Emma, realmente me
querías.
—Por supuesto que sí. —Se queda mirando, con los ojos
apretados—. Odio que Duncan haya muerto pensando lo
contrario.
No hay realmente nada que pueda decir a eso.
Simplemente lo aprieto más, presionando mis labios en el
punto de pulso bajo su mandíbula.
—Sigo amando esta habitación —susurro.
A mi lado, Elliot se queda quieto.
—Es curioso que digas eso... a mí también me encanta.
Pero yo he venido a despedirme.
Mi corazón se asoma al precipicio, cayendo.
—¿Qué significa eso?
Se levanta sobre un codo, mirándome.
—Significa que no creo que pertenezcamos a este lugar.
—Bueno no, no estaremos aquí todo el tiempo. Pero ¿por
qué no mantener la cabaña, y…
—Quiero decir, mira obviamente es tuyo, y deberías hacer
con él lo que quieras. —Pasa la punta de su dedo por debajo
de mi labio y se inclina, besándome una vez. Cuando se
aleja, persigo su boca, queriendo más—. Pero quiero que
dejemos atrás este armario —dice suavemente—. El armario
no es la razón por la que nos enamoramos. Nosotros
hicimos esta habitación especial, no al revés.
Sé que mi expresión parece devastada, y no sé cómo
cambiarla. Me encanta estar aquí con él. Los mejores años
de mi vida fueron aquí, y nunca me he sentido más segura
que en el armario.
Y es entonces cuando sé que Elliot ya va dos pasos por
delante de mí.
—Apuesto a que, tal como lo ves, todo se vino abajo
cuando intentamos vivir fuera —dice, y se inclina
besándome de nuevo—. Pero eso es solo muy mala suerte.
No va a ser así esta vez.
—¿No? —pregunto, conteniendo una sonrisa de alivio y
tirando de sus hombros para que se sitúe sobre mí.
—No. —Sonríe, acomodándose entre mis piernas, sus ojos
se desenfocan un poco.
—¿Cómo va a ser esta vez? —Le quito las gafas y las
coloco en uno de los estantes vacíos.
Elliot hace un camino de besos, lento, por mi cuello.
—Va a ser lo que queríamos antes.
—¿Acción de Gracias en el suelo, en ropa interior?
Gruñe una pequeña carcajada, presionando sus caderas
hacia adelante cuando yo bajo la mano, bajando su
cremallera.
—Y tú en mi cama, todas las noches.
—Tal vez tú estés en mi cama.
Cuando se retira, sus ojos se entrecierran.
—Para eso, tienes que ir realmente a tu maldita casa,
mujer.
Me río, y él también se ríe, pero la verdad de esto se
interpone entre nosotros, haciendo que se quede quieto. Me
observa, y puedo decir que se ha convertido en una
pregunta durante nuestro silencio; no me está dejando.
—¿Vendrías conmigo? ¿A acondicionarlo? —Hago una
mueca, admitiendo—. No he ido en mucho tiempo.
Elliot me besa una vez, y luego se agacha, besando mi
pecho sobre mi corazón.
—He estado esperando que vuelvas a casa durante once
años. Iré a cualquier lugar al que vayas.
Capítulo 46
Presente
Miércoles, 10 de enero
Traducido por Nicola♡
Corregido por Nea
Editado por Banana_mou
Soy golpeada con un poderoso estallido de nostalgia tan
pronto como abrimos la puerta. Adentro, la casa de Berkeley
huele tal como siempre, como a casa, pero no creo que me
haya dado cuenta antes de «como casa» olía al tronco de
cedro de Mamá que usábamos como mesa de café, y
cigarrillos daneses de Papá, aparentemente él los sacaba
más de lo que sabía. Un rayo de sol irrumpiendo a través de
la ventana de la sala captura unas cuantas diminutas
estrellas de polvo, girando. Tengo una mujer que viene y
limpia la casa una vez al mes pero, aunque las cosas lucen
ordenadas, el lugar todavía se siente abandonado.
Un dolor de culpabilidad atraviesa hasta mi cintura.
Elliot viene detrás de mí, dando un vistazo por encima de
mi hombro y a la sala.
—¿Crees que lograremos entrar hoy?
Suaviza su broma con un beso en mi hombro y
exactamente no le puedo culpar por el golpe suave: por
ahora, hemos conducido dos veces a la casa, a altas horas
de la noche después de mis turnos en el hospital. He estado
demasiado drenada mentalmente para tener ganas de
reincorporarme a mi hogar de la infancia. Pero no trabajo
hasta esta noche y hoy me levanté sintiéndome… lista.
Nuestro plan ahora es vender la casa de Healdsburg y
limpiar a fondo la casa de Berkeley para tenerla lista para la
visita del cuerpo docente de Cal, quienes quieren un alquiler
amueblado. Pero limpiarlo significa tomar todos los
recuerdos importantes conmigo, álbumes de fotos, obras de
arte, cartas, pequeños recuerdos esparcidos por todos
lados.
Doy un paso adentro, y luego otro. El piso de madera
cruje donde siempre lo hizo. Elliot me sigue, mirando
alrededor.
—Esta casa huele a Duncan.
—¿Verdad?
Él tararea, pasándome para caminar hacia la chimenea
donde están fotos de los tres de nosotros, de Kennet y Britt,
de los padres de Mamá, quienes murieron cuando ella era
joven.
—¿Sabes?, solo he visto una foto de ella. La que Duncan
tenía al lado de su cama.
Ella. Mi madre, Laís para todos los demás. Mãe, para mí.
Elliot arrastra sus dedos sobre unos pocos marcos y
entonces toma uno, estudiándolo, antes de mirarme.
Sé cuál está sosteniendo. Es una foto que papá tomó de
mí y mamá en la playa. El viento está soplando su largo
cabello negro a través de su cuello y yo estoy recostada
contra ella, sentada entre sus piernas, con sus brazos
envueltos alrededor de mi pecho. Su sonrisa estaba tan
amplia y brillante; en ella puedes ver, sin que tengan que
decirlo, que ella era una absoluta fuerza de la naturaleza.
Él parpadea de nuevo hacia ella.
—Te pareces mucho a ella, es asombroso.
—Lo sé. —Estoy tan agradecida por el paso del tiempo
que puedo ver su cara y alegrarme de haberla heredado de
ella, en lugar de aterrorizarme de que mirarme en el espejo
fuera una tortura mayor cada día a medida que envejecía y
empezaba a parecerme más a cómo la recordaba.
Me arrodillo por el tronco de cedro, donde todas nuestras
fotos, cartas, y recuerdos viven.
—Este debería ir a nuestro apartamento.
La tapa del tronco está abierta a mitad del camino cuando
Elliot dice esto y lo bajo sin mirar. La calidez se extiende tan
rápidamente a través de mis extremidades que me mareo.
—¿Nuestro apartamento?
Él mira hacia arriba desde la foto.
—Estaba pensando que deberíamos mudarnos a algún
lugar juntos. En la ciudad.
Han pasado solo diez días desde que regresamos, pero
incluso en ese tiempo, el viajar a diario entre nosotros, es
una bestia. Alquilar una habitación a Nancy significa que
tener «compañía» quedándose es lo suficientemente
incómodo como para ser imposible. Y para mí, Elliot está
simplemente demasiado lejos del hospital para quedarme
con él, de cualquier forma. La mayoría de noches él se
reúne conmigo para una cena tardía en la ciudad y luego
conduce a casa, y yo caigo en la cama.
El único día que tuve libre en ese tiempo, hace dos días,
ni siquiera dejamos su apartamento. Hicimos el amor en su
cama, en el piso, en la cocina. Por un breve pulso, imagino
tener acceso a él, a su voz y manos y risa y peso sobre mí
cada vez que venga a casa, y el deseo de eso se convierte
en un segundo pulso en mi pecho.
—¿Te mudarías a la ciudad? —pregunto.
Elliot deja la foto y se sienta junto a mí en la usada
alfombra persa.
—¿En verdad cuestionas eso? —Detrás de sus lentes, sus
ojos prácticamente lucen de color ámbar en la luz del sol
entrando por la ventana. Sus pestañas son tan largas.
Quiero besarlo tanto ahora mismo que se me hace agua la
boca. Sé que tenemos trabajo que hacer pero estoy
distraída por la barba incipiente en su quijada, y cuán fácil
sería trepar a su regazo y hacerle el amor ahora mismo.
—¿Macy? —dice sonriendo bajo la fuerza de mi atención.
Parpadeo hacia su rostro.
—Es un gran desplazamiento para ti.
—Mis horas son más flexibles que las tuyas —dice, y
entonces una malvada luz cubre sus ojos—. Y tenerte en la
cama cada noche podría ayudar a inspirar ideas para mi
pornografía de dragón.
Me río.
—Lo sabía.
❀~✿ ❀~✿ ❀~✿ ❀~✿
Nos mudamos juntos el primero de marzo. Está lloviendo
a cántaros y nuestro apartamento es de una habitación
pequeña, pero tiene un inmenso ventanal y está solo a una
cuadra de la línea de bus que me lleva directamente al
trabajo. Elliot y sus tres hermanos construyen una pared de
estanterías y, quizás un poco incómodamente, el señor Nick
y la señora Dina nos traen una cama nueva. Habría
protestado pero es una hermosa cama con dosel, hecha a
mano por uno de los pacientes del señor Nick de hace
mucho tiempo. Alex, Else y Liz conducen a Nest Bedding
para comprar toda clase de ropas de cama, porque ninguno,
ni Elliot ni yo, nos preocupamos por cómo lucen nuestras
sábanas, y la señora Dina hace la cena mientras todos
desempacamos, atestando el pequeño lugar.
A las siete, todo el apartamento huele a hojas de laurel y
pollo asado, y la lluvia afuera se convierte de un aguacero,
a una rara y violenta tormenta eléctrica, relámpagos
rompiendo en brillantes destellos de luz. Alex baila mientras
desliza libros en las estanterías, y todos la observamos
disimuladamente, impresionados de que algo tan
extremadamente grácil pudiese haber surgido de esta
reserva genética. En un momento de tranquilidad, Liz y
George anuncian que van a tener un bebé, y la habitación
irrumpe en ruidos y movimiento. Else sube el volumen de la
música y la energía se bate en un frenesí de risas y bailes.
Elliot me jala hacia un lado, apretujándose junto a mí.
Nunca lo he visto hacer esta expresión antes. Es más que
una sonrisa; es una alegría aliviada.
—Oye —dice, y apoya su sonrisa en la mía.
Me estiro por otro beso cuando él se aleja.
—Oye, ¿estás bien?
—Sí, estoy bien. —Él mira alrededor de la habitación como
si dijese: «Mira a este asombroso lugar»—. Acabamos de
mudarnos juntos.
—Finalmente, ¿verdad? —Muerdo mi labio, sintiendo la
urgencia de gritar, soy tan feliz.
Nunca me he sentido de esta manera antes.
Esta noche vamos a dormir juntos, en nuestro
apartamento, en nuestra cama. Cuando todos se hayan ido,
nos olvidaremos de las cajas que todavía tenemos que
desempacar. Él me seguirá debajo del cobertor con esa
tensión hambrienta en sus ojos, su piel desnuda
deslizándose sobre la mía hasta que estemos sin
respiración, tumbados y sudorosos. Nos dormiremos
entrelazados, sin siquiera darnos cuenta.
Y me despertaré antes de que salga la luz, y lo desearé de
nuevo.
En la mañana, él estará aquí. Su ropa estará aquí, y sus
libros, y su cepillo de dientes. Serviré cereal mientras él se
baña. Quizás él vendrá a encontrarme en la cocina
sosteniendo una taza de café y no sabré que él está ahí
hasta que sienta la presión de sus labios en la parte
superior de mi cabeza. La anticipación que siento por esta
vida cotidiana, de estar alrededor de él, es tan inmensa que
me llena con un calor brillante y pesado.
En verdad no estamos ni siquiera bailando; de nuevo, solo
estamos balanceándonos en el lugar, como lo hicimos en la
boda. Pero esta noche no tenemos secretos pendientes, ni
escalofriantes conversaciones inminentes. La década
pasada parece una niebla borrosa, como si hiciéramos un
largo viaje por carretera desde un punto en el planeta y de
regreso, viajando en un amplio círculo, destinados a
terminar aquí.
La mano de Elliot se desliza más abajo en mi espalda, su
cabeza se inclina cerca de la mía. George hace una broma
sobre nosotros necesitando una habitación. Andreas
responde que George es el que tiene una esposa
embarazada. Y entonces la señora Dina está llorando en la
cocina hablando de bebés, y quizás más bodas, y observo a
Elliot luchar para ignorar todo. Hace una mueca, subiéndose
sus lentes por la nariz, y me estudia de la forma en la que
siempre lo hizo, como si pudiese leer mi mente en un
parpadeo a la vez.
Quizás si pudiese.
—¿Palabra favorita? —susurra.
Ni siquiera dudo:
—Tú.
Agradecimientos
Algunos de nuestros libros tienen pequeñas partes de
nuestra historia, algunos tienen partes de personas que
conocemos, y algunos tienen pequeñas partes de nosotros.
Y entonces están libros como Love and Other Words que
tienen grandes partes de los tres.
Yo (Lauren) fui criada en el Norte de California y pasé la
mayoría de mis fines de semana desde la edad de siete
años en adelante en el Río Ruso con mi familia, en una de
las tres pequeñas cabañas raras que teníamos a lo largo de
los años. No eran elegantes, no eran remilgadas, eran
pequeñas, de vez en cuando húmedas, sombreadas por
árboles y rodeadas por el borboteante Río Ruso, o un
pequeño arroyo afuera. Al igual que Duncan hizo por Macy,
mis padres tuvieron un retiro de fin de semana como una
forma de mantenernos fuera del estrés de nuestras vidas
por un par de días cada semana, y en el momento en el que
comprar una casa modesta en una pequeña ciudad no era
excesivamente cara para una familia de medianos ingresos.
El área de Jenner a Guenerville, a Healdsburg, a Santa
Rosa, han sido constantes en mi vida. Mi hermana y yo,
ambas nos casamos en Healdsburg. Mis padres pasaron
algunos de sus momentos más felices juntos en el valle del
Río Ruso. Vamos allá para vacaciones, reuniones, viajes de
chicas.
Algunas veces pienso sobre los fines de semana de mi
niñez ahora, y cuán suertudas éramos de tener un lugar así.
Pienso, también, sobre cómo ser una madre con niños
pequeños, quienes incluso a los siete y once años, algunas
veces todavía parecen tan conectados al mundo digital. Me
pregunto cómo será esto para ellos, y si será difícil para mí
no darles el mismo tipo de retiro, donde puedan leer por
horas en un closet, o hacer un amigo como Elliot, o
simplemente desconectarse por dos días completos.
Pero, en su mayoría, me he quedado destrozada, porque
mucha de esta área ha sido quemada en los recientes
incendios dentro y alrededor de Santa Rosa. Una casa que
renté cuando estábamos editando este libro no es más que
escombros y cenizas. Pero eso me hace exponencialmente
más agradecida de que escribimos este libro, que los
recuerdos de esas áreas y espacios todavía están frescos en
la historia de Elliot y Macy.
Esta es nuestra primera incursión en ficción para mujeres,
y escribir fue una completa alegría. Fuimos alentadas por
nuestras dos personas de libros más influyentes: nuestro
editor, Adam Wilson, y nuestra agente, Holly Root, quien
esperó a que surgiera la idea correcta antes de instarnos a
intentar una voz diferente. Gallery Books / Simon & Schuster
es un lugar increíblemente solidario y estamos agradecidas
con todos por leer y amar y ayudar a promover este libro
tanto como ellos han hecho: Carolyn Reidy, quien encabeza
S&S; Jen Bergstrom, quien dirige Gallery Books; nuestros
amores de marketing, Liz Psaltis, Diana Velasquez, Abby
Zidle y Mackenzie Hickey. Gracias, Laura Walters, por
mantenernos organizadas, a tiempo, y por darle a Adam
basura regularmente desde que no estamos por ahí para
hacerlo en persona. Gracias al departamento de publicidad
y particularmente a Theresa Dooley y a nuestra propia
valiosa Kristin Dwyer quien, casi todos los días, se siente
como la Tercera Mosquetera. Adoramos la portada, John
Vairo y Lisa Litwack. Y al equipo de venta de S&S: la
siguiente vez en la ciudad de Nueva York, las bebidas corren
por nuestra cuenta, por el meñique.
Gracias, Erin Sevice, no solo por leer esto una y otra vez,
buscando cada pequeño error, sino también, como hermana
de Lo, por vivir tantos de esos Momentos de Cabaña.
Gracias, Marcia y James Billings, por llevarnos allá. Perdimos
una casa en una inundación y mantuvimos la siguiente
durante más de una década, pero cada centímetro de ese
mundo siempre me será muy valioso.
Gracias, Christina, por escribir este libro conmigo, por
aprender y preocuparte por este lugar tanto como yo lo
hago, por hacerme un túnel de regreso en el tiempo para
descubrir quiénes eran estos niños. Se nos ocurrieron estos
personajes hace siete años, y estoy tan contenta de que
encontramos el mejor lugar para ponerlos.
Somos tan afortunadas de hacer esto y maravillarnos
cada vez que, cuando las personas nos preguntan qué
hacemos en nuestro tiempo libre, podemos decir:
—Pensamos en lo siguiente que vamos a escribir.
Guía del grupo de lectores de la galería
Love and other words
Christina Lauren
Esta guía para grupos de lectores de Love and other
words incluye una introducción, preguntas para el debate e
ideas para mejorar su club de lectura. Las preguntas
sugeridas pretenden ayudar a su grupo de lectura a
encontrar nuevos e interesantes temas para su discusión.
Esperamos que estas ideas enriquezcan la conversación y
aumenten el disfrute del libro.
Introducción
Cuando Macy y su padre se mudan a su casa de fin de
semana en la región vinícola de San Francisco, no se dan
cuenta del impacto que esta decisión tendrá sobre el resto
de sus vidas. Es en esta casa donde Macy se enamora por
primera vez de su vecino Elliot y llega a comprender la
complejidad del amor y la angustia. La novela está narrada
en dos líneas temporales: en el pasado, cuando la madre de
Macy acaba de morir y su padre está buscando una casa de
fin de semana para ayudar a sanar la fractura de su familia.
Y en el presente, cuando Macy y Elliot se encuentran
repentinamente después de estar distanciados durante casi
once años. Emocionante y desgarrador a la vez, Love and
other words es una celebración de la fragilidad del amor, la
belleza de la literatura y la fuerza de la verdadera amistad
para superar cualquier cosa.
Temas y preguntas para el debate
1. En el prólogo, Macy recuerda cómo veía a sus padres
interactuar cuando era de niña, notando la forma en
que se abrazaban, notando la totalidad de su amor:
«Nunca se me ocurrió que el amor pudiera ser otra cosa
que lo consuma todo. Incluso de niña, sabía que no
quería nada menos». ¿Cree que el matrimonio de los
padres de Macy es una especie de paradigma para las
futuras relaciones de Macy? ¿Este deseo de un amor
«que lo consuma todo» influye en su decisión de
decisión de tomarse las cosas con calma con Elliot al
principio? ¿Crees que influye en su decisión de casarse
con Sean? ¿De qué manera?
2. Cuando Macy y Elliot se encuentran en la tienda de
café, Macy siente emoción y temor simultáneamente,
afirmando «He querido verle todos los días. Pero
también, no quería volver a verlo». ¿Cómo la
contradicción de esta afirmación se relaciona con el
tema del amor de la novela? ¿Crees que el
enamoramiento también podría describirse como algo
maravilloso y terrible a la vez?
3. Discuta la estructura de la novela. ¿Cómo influye el
hecho de que la novela pase del pasado al presente en
su comprensión de Macy y Elliot? ¿Entiende mejor la
decisión de Macy a la luz de verla como una niña al
comienzo de una relación y como una adulta después?
¿Por qué sí o por qué no?
4. En un primer intercambio de correos electrónicos, Macy
escribe a Elliot la siguiente posdata: «Nadie aquí
entiende que sólo quiero ser una chica más en la
escuela y no la niña cuya madre ha muerto y que
necesita ser tratada como si pudiera romperse. Gracias
por decir las cosas y no actuar como si fuera un tabú».
Conecta esta noción con el título. ¿Cómo las palabras
dan forma a la relación entre Elliot y Macy? ¿Estás de
5.
6.
7.
8.
9.
10.
acuerdo en que es a través del poder de las palabras
que los dos descubren lo que significa amar?
A pesar de que la madre de Macy ha fallecido durante
toda la novela, su presencia es muy importante. Para
empezar, es su lista la que inspiró la compra de la casa
de Healdsburg, el catalizador que pone a Macy y a Elliot
en su viaje. Discutan a la madre de Macy como
personaje. ¿En qué sentido te parece que está presente
en las páginas de la novela? ¿Puedes encontrar otros
casos en los que en los que ella influye en las decisiones
de los personajes?
Discuta la elección de la carrera de Macy. ¿Crees que su
decisión de cuidar a niños enfermos es el resultado de
haber perdido a sus padres tan jóvenes? ¿De la pérdida
del amor de su vida?
Cuando Macy tiene la regla por primera vez, lee una
carta de su madre, que escribe: «Eres mi obra
maestra». ¿De qué manera hace caso Macy de los
consejos de su madre y cuida su cuerpo? ¿De qué
manera hace caso omiso del deseo de su de su madre
de que se cuide a sí misma?
Macy reflexiona en la página 136 que su padre «se
ganaba bien la vida... pero lo que nunca pudo comprar
fue el caos y el bullicio». ¿Por qué crees que Macy se
siente tan atraída por la familia Petropoulos? ¿Es que los
opuestos se atraen, o es algo más?
Una posible definición del amor surge en la página 205
después de que Macy comience a reconsiderar su vida
con Sean. «—Estoy aterrada de lo que siento —dice—.
Siento como si acabara de despertar.» Como alguien
que ama las palabras, ¿por qué crees que Macy tiene
tanta dificultad para articular lo que siente?
La pérdida desempeña un papel central en Love and
other words. Discuta los diferentes tipos de pérdida que
se producen en la novela. ¿Todos los personajes
manejan la pérdida de forma similar, o ¿parece que
11.
12.
13.
14.
«mantener la burbuja familiar» es algo exclusivo del
personaje de Macy?
Responde a la pregunta de Elliot a Macy en la página
236: «¿Te quedas por Phoebe?» Si no es así, ¿por qué
Macy mantiene una relación con Sean durante tanto
tiempo?
La escena en la que entra Macy en aquella fatídica
Nochevieja contrasta con la que se produce años
después en la boda del hermano de Elliot, cuando los
dos amigos se dicen «te quiero» cara a cara por primera
vez. ¿Qué otros ejemplos de contrastes puedes pensar
en la novela? Piensa en la familia de Macy, en la de
Elliot, Sean, Elliot, y el pasado vs al presente en tu
respuesta.
Revisa la escena en la que Macy revela lo que ocurrió en
las horas posteriores a encontrar a Elliot desmayado con
Emma. ¿Por qué crees que le llevó tanto tiempo
encontrar las palabras para contarle a Elliot esta
historia,
la
historia
que
él
necesitaba
tan
desesperadamente escuchar?
¿Por qué quiere Elliot «dejar atrás este armario»? ¿Estás
de acuerdo con Elliot que no se puede retroceder y que
la clave de la felicidad es avanzar?
Potencie su club de lectura
1. La historia de amor de Macy y Elliot comienza por una
inocente afición a la literatura. La pareja pasa horas en
el armario de Macy, devorando libros y compartiendo
ese silencio de la lectura juntos. Con tu club de lectura,
lee Pay It Forward libro con el que la pareja se unió de
niños y que alienta la esperanza. Comparte con tu grupo
de lectura por qué crees que a Macy y Elliot les gustó
esta novela. ¿Qué razones tienen Macy y Elliot para
encontrar esperanza en el mundo? ¿La encuentran,
finalmente? ¿Te ves a ti mismo más esperanzado, como
Elliot, o más desesperanzado, como Macy?
2. Podría decirse que el momento en que Macy admite que
está enamorada de Elliot es en la boda de su hermano
cuando el músico toca una interpretación de Jeff
Buckley "Hallelujah". Organiza una cena con tu club de
lectura. Durante la cena y las bebidas, escucha esta
canción e imagina que estás allí con Macy. ¿Por qué
crees que esta canción en particular le hizo sentir que
no estaba sola? ¿Puede señalar un momento específico
de la canción que pueda haber contribuido a los
sentimientos de Macy? Mientras escuchas, piensa si es
la letra o la música, o la combinación, lo que cree una
sensación de confort. Comparte tu experiencia
escuchando la canción con tu grupo. ¿Tienes alguna
canción que te recuerde de un momento en el que te
enamoraste?
3. Organiza una noche de juegos con tu club de lectura.
Como parte de la diversión, juega al juego de palabras
favorito de Elliot y Macy. Asegúrate de imitar las reglas
con las que la pareja jugaba. Es decir, ¡no pienses
demasiado! Di la palabra de que se te ocurra primero.
Después de unas cuantas rondas, discute los resultados.
¿Cómo reflejan los tipos de palabras que te vienen a la
cabeza lo que eres? ¿Estás de acuerdo en que dejar
entrar a alguien en tu subconsciente de esta manera es
un acto íntimo?
Sobre las autoras
CHRISTINA LAUREN es el seudónimo de Christina Hobbs y
Lauren Billings, compañeras de escritura y gemelas de
cerebro desde hace mucho tiempo, autoras del New York
Times, del USA Today y del número uno de los bestsellers
internacionales de las series Beautiful and Wild Seasons,
Dating You / Hating You, Roomies, Sublime, The House y
Autoboyography. Puedes encontrarlas en línea en
ChristinaLaurenBooks.com,
Facebook.com/ChristinaLaurenBooks, o @ChristinaLauren en
Twitter.
También por Christina Lauren
Dating You / Hating You
Roomies
Love and Other Words
Saga The Beautiful
Beautiful Bastard
Beautiful Stranger
Beautiful Bitch
Beautiful Bombshell
Beautiful Player
Beautiful Beginning
Beautiful Beloved
Beautiful Secret
Beautiful Boss
Beautiful
Saga Wild Seasons
Sweet Filthy Boy
Dirty Rowdy Thing
Dark Wild Night
Wicked Sexy Liar
Juvenil
Sublime
The House
Autoboyography
Ciudad del Fuego Celestial
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“CDFC: Traducciones”, solamente tienes que decir que
deseas unirte como traductor y nosotros te daremos más
información. También puedes escribirnos si te interesa ser
corrector, editor o editor de PDF.
1.
N. del T. El queroseno es un líquido inflamable.
2.
N. del T. Sistema de transporte metropolitano que sirve a varios distritos
del Área de la Bahía de San Francisco en California, incluyendo las ciudades de
San Francisco, Oakland, Berkeley, Daly City, Richmond, Fremont, Hayward,
Walnut Creek, y Concord.
3.
N. del T. Universidad de California, San Francisco.
4.
N. del T. Son los que no tienen agujetas y solo se meten.
5.
N. del T. Es el sistema de transporte público de la ciudad y el condado de
San Francisco.
6.
N. del T. Min lille blost: (danés) Mi pequeña flor.
7.
N. del T. Es una mezcla de Heroína y Cocaína. Normalmente, se inyectan
esta sustancia.
8.
N. del T. Corriente de resaca o de retorno es una fuerte corriente
superficial de agua que retrocede desde la costa hacia el mar, este tipo de
corrientes puede arrastrar a las personas mar adentro.
9.
N. del T. Son frutas de sartén tradicionales danesas que tienen una
distintiva forma esférica. Las æbleskiver son sólidas pero ligeras y esponjosas.
Se ven bien ricas -Nea
10.
N. del T. Al español: mi pequeña flor.
11.
N. del T. Master of Fine Arts / Maestría en Bellas Artes.
12.
N. del T. Medicamento para tratar el síndrome pre-menstrual.
13.
N. del T. En inglés A Wrinkle in Time es una novela de fantasía de
Madeleine L'Engle.
14.
N. del T. Siglas del Santa Rosa Junior College.
15.
N del T. Es como un supermercado.
16.
N. del T. Macy siendo celosa mi religión.
17.
N. del T. Es un fármaco contra la diarrea.
18.
N. del T. «Pussy» en inglés, aparte de vagina, significa alguien débil. De
ahí el juego de palabras. Lo hemos decidido traducir literalmente porque no hay
una referencia directa en español.
19.
N. del T. Combinación de baño y ducha. En Ingles shower y bath.
20.
N. del T. En inglés «Ripe» que puede ser traducido como: maduro, listo,
perfecto.
21.
Mi pequeña flor, traducción del danés.
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