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SMITH T (1984) Los modelos del imperialismo. Estados Unidos, Gran Bretaña y el mundo tardíamente industrializado desde 1815, cap. “El siglo norteamericano

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SMITH, Tony “Los modelos del imperialismo. Estados Unidos, Gran
Bretaña y el mundo tardíamente industrializado desde 1815”, FCE,
México, 1984; cap. “El siglo norteamericano”, págs. 152 a 215.
IV. EL SIGLO NORTEAMERICANO
Si LAS interacciones más importantes de los asuntos internacionales desde
1945 han sido las establecidas entre el Este y el Oeste, las interacciones más
efímeras han tenido lugar entre el Norte, o sea los veinticuatro estados industriales de mercado agrupados desde 1960 en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, y el Sur, o sea el "Tercer Mundo" de
los países en desarrollo que ahora pasan de un centenar. Como vimos en
el capítulo anterior, durante los dos decenios siguientes a la segunda Guerra
Mundial se liberó de la dominación colonial la tercera parte de los habitantes de la Tierra, ya que por todas partes se destruyeron las redes de grupos locales que habían formado el pilar político de la dominación europea
en ultramar —las aristocracias nativas, las minorías étnicas, los comerciantes
compradores, los "évolués" locales—, o bien se convirtieron en oponentes
de la presencia extranjera. Francia terminó en 1945 su mandato sobre Siria
y Líbano. En el verano de 1947, Gran Bretaña reconoció la independencia
de la India, Paquistán y Ceilán (Sri Lanka), renunciando así a lo que durante
más de siglo y medio había sido la mayor de las posesiones imperiales europeas. Al año siguiente se fragmentó Palestina y se creó Israel, y los primeros desórdenes graves del África tropical —disturbios callejeros en Costa
de Oro (Ghana)— anunciaron la difusión del nacionalismo al sur del Sahara. Al mismo tiempo, millones de otros seres humanos, sometidos alguna
vez a la dominación europea sin caer bajo la jurisdicción colonial formal,
reafirmaron sus identidades nacionales. Con la entrada de los comunistas
chinos a Pekín en enero de 1949, terminando lo que ellos llamaban el "siglo
del deshonor", parecían surgir de las ruinas de la guerra los contornos de un
nuevo periodo de la historia mundial, que señalaba el fin de una época
prolongada de hegemonía europea indiscutida sobre las áreas preindustriales del planeta. La Guerra de Corea, la invasión de Suez, las revoluciones
de Cuba e Irán, la interminable guerra de Vietnam, el alza desaforada de
los precios del petróleo, la posibilidad de graves violencias en el Medio
Oriente y el sur de África: es el ritmo, la complejidad y las posibles repercusiones de estas cuestiones lo que ha impulsado principalmente la política
mundial desde 1945.
En efecto, podría afirmarse que dos legados del imperialismo francés y
británico a la hegemonía norteamericana de la posguerra —Indochina y el
Medio Oriente— han sido'sobre todo responsables de la creación de las
condiciones que han sacudido gravemente el sistema internacional establecido después de la segunda Guerra Mundial por las acciones deliberadas
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de los Estados Unidos. Es decir, el desafío al orden internacional de la posguerra determinado en gran medida por Washington no ha provenido principalmente del Este, como se había esperado desde hace mucho tiempo, ni
de los dinámicos amigos de este país en el terreno económico, como algunos
observadores empezaban a especular, sino de esos "espectros nocturnos en
piyamas negras" —como llamaba Lyndon Johnson a los viet cong—, los habitantes del Tercer Mundo. Así pues, si bien es cierto que el centro de
la política mundial durante los últimos treinta y cinco años han sido las
relaciones existentes entre Washington y Moscú, la dinámica de los asuntos
internacionales ha derivado en gran medida de la relación existente entre
el imperialismo norteamericano y el nacionalismo del Tercer Mundo. Esto
puede afirmarse sin negar que la política norteamericana hacia el Sur ha
reflejado sustancialmente la percepción que tiene Washington del papel internacional de Moscú. Sin embargo, lo importante es la insistencia en la realidad del nacionalismo del Tercer Mundo como una fuerza potente en
la política mundial desde 1945; una fuerza que no es el títere obsequioso de
los intereses comerciales norteños (como han alegado muchos teóricos izquierdistas) ni el peón invertebrado de los países dominantes en los asuntos
internacionales (como suponen con frecuencia los observadores más derechistas, quienes ven a los países sureños como meros escaparates en la contienda
entre el Este y el Oeste).
Ahora se ha puesto de moda criticar la política exterior norteamericana
por no haber respetado el poder del nacionalismo del Tercer Mundo. Se
afirma que Washington, obsesionado con la amenaza del comunismo internacional —de modo que contempla a los débiles países del Sur como peones
o "fichas de dominó" en el gran tablero de la confrontación Este-Oeste, o
como sociedades ansiosas por obtener favorables arreglos comerciales y de
inversión para asegurar así un flujo sostenido de materias primas y beneficios— no percibió las limitaciones impuestas a su poder por la capacidad
de actores regionales para intervenir decisivamente en los asuntos locales.
Por el contrario, los Estados Unidos se proyectaron como la potencia predominante en todas las áreas del Sur fuera de África (excepto por las acciones
de Kennedy en el Congo a principios de los años sesenta). En el proceso,
este país trató de constreñir las fuerzas locales en un molde adecuado a la
percepción que tiene Washington de un orden mundial apropiado y así se
convirtió en el centro internacional de la actividad contrarrevolucionaria
en el Sur, amigo de la riqueza y el poder establecidos allí, enemigo de la organización activa de trabajadores y campesinos que trataba de corregir injusticias de varias generaciones complicadas por las tensiones del cambio contemporáneo. Desde esta perspectiva, la derrota sufrida en Vietnam fue el
producto trágico de una política poco realista que exageró el poderío norte-
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americano al mismo tiempo que subestimaba el vigor de las fuerzas políticas
locales del Sur.
Cualquiera que sea la justicia de estas críticas, éstas olvidan a menudo
que después de la segunda Guerra Mundial, al igual que antes, los Estados
Unidos hallaron con frecuencia que el cuidado de sus intereses nacionales
en el exterior tendía a estimular la expresión del nacionalismo sureño, y
que en los veinte años que siguieron a la conclusión de la guerra, la política
más socorrida —aunque más conservadora— de Washington hacia el Tercer
Mundo tuvo gran éxito en sus propios términos. En otras palabras, las explicaciones actuales, muy ligadas a la calamidad de Vietnam, pueden subestimar el vigor inicial de la política norteamericana y suponer con excesiva
ligereza que las "lecciones de Vietnam" dictan algunas modificaciones notables del comportamiento de aquel país hacia el Sur. Sin embargo, si es
cierto que la política norteamericana no ha sido tan inflexible y poco realista
como algunos afirman, también lo es que la experiencia de Vietnam no ha
dejado a los Estados Unidos sin voluntad o capacidad para intervenir en los
asuntos del Sur si el caso parece ameritarlo (como lo ilustra su participación
en la caída del gobierno de Allende en Chile). Podemos aceptar que la
Guerra de Vietnam no fue un accidente sino el resultado de una visión particular del orden mundial mantenida por Washington durante algún tiempo, y que las lecciones de la guerra afectarán las iniciativas de este país en
el futuro. Al mismo tiempo, no debemos simplificar demasiado: la guerra
no fue el resultado inevitable de las percepciones norteamericanas y las circunstancias internacionales, como si pudiera trazarse una línea recta desde
la Doctrina Truman en 1947 hasta la intensificación de la guerra ordenada
por Johnson en 1965; y esta experiencia no ofrece ninguna indicación clara
de la política que seguirán en el futuro los Estados Unidos hacia el Sur, como
no la ofreció tampoco la experiencia de la Guerra de Corea, cuyas lecciones
aparentes fueron tan distintas y tan mal interpretadas en general.
En este capítulo trataremos de identificar ciertos patrones en la motivación y la conducción de la política norteamericana hacia Asia, América Latina, y (en menor medida) África desde fines del siglo xrx hasta cerca de
1980. En términos de la motivación de la política, el capítulo considerará
en particular el peso relativo de los intereses económicos y políticos; en términos de la conducción de la política, examinaremos algunos de los procedimientos más prominentes utilizados por los Estados Unidos para imponer
sus intereses en estas regiones del mundo. Convendrá que el lector se refiera
al capítulo i, donde tratamos de distinguir entre estos términos y procesos
respecto de la experiencia británica entre 1815 y 1914. El capítulo v se ocupará en los problemas que afronta a principios de los años ochenta la política norteamericana hacia el Tercer Mundo.
LA POLÍTICA NORTEAMERICANA EN ASIA
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v AMÉRICA LATINA, 1898-1939
Antes de la segunda Guerra Mundial, dos políticas básicas representaban la
actitud de los Estados Unidos hacia América Latina y Asia: la Doctrina
Monroe y la política de puertas abiertas. Quienes se inclinan hacia el cinismo en lo tocante a los asuntos mundiales, dirían que sus términos permitieron que Washington llegara a su preeminencia en la política internacional, en 1945, provisto con una norma doble singularmente poderosa para
actuar con respecto a las regiones preindustriales del planeta. La Doctrina
Monroe había sido utilizada con liberalidad entre 1898 y 1929 para obstruir
la persecución de los intereses extranjeros en América Latina y sancionar la
intervención directa de los Estados Unidos en la región, mientras que la política de puertas abiertas se invocaba donde la posición norteamericana era
menos segura y había necesidad de derribar las barreras erigidas por potencias rivales: en el Lejano Oriente antes de 1914, en el Cercano Oriente
después de la primera Guerra Mundial, y en las áreas coloniales y Europa
Oriental durante la segunda Guerra Mundial y después.
La política norteamericana dominante y preferida, expresada en la política de puertas abiertas y en la Doctrina Monroe antes de la guerra hispano-americana de 1898 y después del ascenso al poder de Hoover en 1929,
era un orden mundial plural tipificado por el gobierno nacional de los
pueblos, un sistema económico internacional no discriminatorio, y la hostilidad
hacia las esferas de influencia de las grandes potencias. Por interesada que
haya sido en efecto la política norteamericana en estos arreglos, esta objeción no deberá ocultar su carácter esencialmente progresista. Esta política
se oponía en realidad al colonialismo y defendía la soberanía de los gobiernos nacionales en estas regiones, asociando así a los Estados Unidos con
la fuerza creciente del nacionalismo sureño que hemos examinado en los
dos capítulos precedentes.1 Sin embargo, esta política podía ser deliberadamente imperialista en un sentido: cuando se veían amenazados los derechos de la propiedad privada norteamericana en el exterior, Washington
los defendería en ocasiones, aunque así se pusiera en peligro la estabilidad
de los gobiernos acusados. Y la conducta norteamericana podía ser impe1 En las páginas que siguen resultará inevitable cierta ambigüedad acerca de los
términos "gobiernos nacionales soberanos" y "autogobierno nacional". No debe entenderse que estos términos impliquen que tales estados se hallan constituidos en
forma democrática (como ocurre con la "autodeterminación") o que necesariamente
gobiernan una comunidad "nacional" homogénea, sino sólo que estos regímenes están
constituidos en el aspecto local y que desde el punto de vista del derecho internacional pueden considerarse soberanos.
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rialista también en otra forma, aunque esto reflejaba más la naturaleza de
la vida social en el Sur que las intenciones de 'Washington. En la medida
en que los regímenes anfitriones y las clases dominantes en el Sur, y particularmente en América Latina, empezaron a fortalecerse gracias a sus conexiones
con las empresas norteamericanas y por lo tanto a proteger sus bases de
poder local, se estaba generando una relación de imperialismo liberal.
En contraste con esta tradición liberal de antimperialismo formal dominante, se aplicaba una política de intervención directa cuando parecía imposible una política de acomodo con los regímenes sureños. Esto ocurría
sobre todo cuando la inestabilidad existente en una región débil, considerada importante para la seguridad nacional de los Estados Unidos, parecía
abrir allí el camino para la influencia de una gran potencia rival. Desde la
época de la guerra hispano-americana de 1898 hasta el gobierno de Hoover
en 1929, tal política de imperialismo de ocupación, basada en ciertas modificaciones de la Doctrina Monroe, era cosa corriente en la conducta norteamericana hacia Centroamérica. Veamos más de cerca cada una de estas
políticas y las tradiciones que generaron.
En el Lejano Oriente, donde se aplicó inicialmente la política de puertas
abiertas con gran entusiasmo (con las notas a las potencias, de 1899, y la
circular, de 1900, enviadas por el secretario de Estado Hay), los Estados
Unidos anunciaron que no tratarían de ampliar el territorio asiático bajo su
control (tras de tomar las Filipinas), sino que tratarían de limitar la lucha competitiva por la repartición de China estableciendo esferas de influencia. La propuesta norteamericana, fuertemente secundada por Gran Bretaña,
pedía que todas las naciones se comprometieran a no buscar la obtención de
ventajas territoriales o comerciales exclusivas en Pekín, y que prevaleciera
un trato igual, sin discriminación, para todos los extranjeros. (Poco después
se incluyeron las oportunidades de inversión.) Tal posición identificaba los intereses norteamericanos con la salvaguardia y el fortalecimiento de la soberanía china. Por supuesto, el apoyo norteamericano a la integridad de su
país podía parecer sospechoso desde el punto de vista chino: los Estados
Unidos participaban de los privilegios conferidos por los "tratados desiguales", se unían a veces consorcios bancarios que extendían mayor poder aún
a los extranjeros sobre la política interna de China, y aceptaban acuerdos
tales como el memorando de acuerdo Taft-Kasura de 1905 y el acuerdo
Root-Takahira de 1908, que establecían esferas de influencia extranjera sobre áreas que se encontraban bajo la autoridad nominal de Pekín (en estos
casos, la primacía japonesa en Corea y sur de Manchuria, respectivamente).
Y en efecto, no podría decirse que los intereses norteamericanos y chinos
fuesen idénticos en todos sentidos. Sin embargo, el propósito general de la
política norteamericana era la limitación de la influencia extranjera en aras
de la expansión del poder del Estado chino, con la esperanza de que tales
desarrollos estimularan también el crecimiento de los intereses norteamericanos. Así pues, los acuerdos para respetar las reclamaciones japonesas informales sobre algunas partes específicas de la tierra firme asiática no se celebraron para sancionar la partición de China sino para lograr que Tokio
consintiera la limitación de tales reclamaciones, y durante la primera Guerra Mundial modificó "Wilson su decisión de no permitir que los banqueros
norteamericanos participaran en consorcios de préstamos a Pekín cuando se
convenció de que tal participación tendría probabilidades de promover los
intereses chinos, y los norteamericanos, a expensas de los japoneses. En su impulso básico, la política norteamericana apoyaba el nacionalismo chino.
En el periodo de entreguerras prevaleció esta misma orientación general.
En la Conferencia Naval de Washington, de 1921-1922, se celebraron los
acuerdos internacionales más importantes acerca del Lejano Oriente, y todas las naciones representadas en la conferencia pidieron el respeto a la independencia china y la igualdad de la oportunidad económica para los extranjeros en el Tratado de las Nueve Potencias. Cuando Japón comenzó a
violar el tratado de 1931, fue Washington quien protestó más vehementemente. Y en última instancia fue la insistencia norteamericana en que Japón
terminara su expansión en China lo que provocó la Guerra Japonesa-norteamericana del Pacífico en 1941.2
Como lo ilustra este ejemplo de las relaciones chino-norteamericanas, el
llamado a la autodeterminación nacional que hiciera Woodrow Wilson en
sus Catorce Puntos de 1918 dotaba de un contenido democrático de manera
específica a una forma de la política exterior norteamericana existente al
parecer desde el nacimiento de la República. Aunque Wilson no intentaba
que este concepto se aplicara fuera de Europa, a Franklin Roosevelt le pareció
natural hacerlo después del estallido de la segunda Guerra Mundial, apoyándose así en una tradición de la conducción de la política norteamericana.
Una razón básica de esta política de antimperialismo liberal era económica. Al principio, corno país joven que lucha contra las restricciones comer-
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2 Mary Clabaugh Wright, The Last Stand of Chínese Conservatism; The T'ungChih Reitoration, 1862-1874, Stanford University Press, 2» ed., 1962, capítulo 3;
Dorothy Borg, American Policy and the Chínese Revolution, 1925-1928, Macmillan,
1947, y Borg, The United States and the Par Eastem Crisis of 1933-1938, Harvard
University Press, 1964; Tang Tsou, América''s Pailure in China, University of Chicago
Press, 1963, capítulo 1; Akira Iriye, The Cold War in Asia; A Historícal Introduction, Prentice-Hall, 1974, capítulo 2; Paul W. Schroeder, The Axis Alliance and
Japanese-American Relations, 1941, Cornell University Press, 1958, pp. 200 a., y
la colección de documentos útilmente reunida por Paul Hibbert Clyde en United
States Policy Toward China; Diplomarte and Public Documents, 1839-1939, Russell
and Russell, N. Y., 1964.
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ciales mercantilistas en el exterior, y más tarde como potencia comercial de
primera magnitud, los Estados Unidos descubrieron que sus intereses estarían mejor servidos por un sistema comercial internacional no discriminatorio. Aunque había habido cierto debate, los Estados Unidos firmaron un
tratado comercial con Prusia en 1785, con la cláusula de la nación más favorecida, y para 1789 había triunfado la posición de Hamilton, secretario
del Tesoro, sobre la de Jefferson y Madison en las Leyes de Aranceles y
Cuotas no discriminatorias de ese año.3 En suma, aunque el término de
"puertas abiertas" se hizo popular apenas en 1844, a resultas de la inclusión
de una cláusula no recíproca de nación más favorecida en un tratado comercial con China, el espíritu de la puerta abierta era tan antiguo como
los Estados Unidos.
Para el último cuarto del siglo XK, el rápido desarrollo económico de los
Estados Unidos hizo que el gobierno estuviese más dispuesto que nunca a
promover esta política tradicional. El volumen creciente de la producción
norteamericana, combinado con la creciente integración vertical y horizontal de su estructura económica, le prometía el triunfo en la comercialización
competitiva mientras se asegurara la igualdad del acceso a las oportunidades de comercio e inversión. La comunidad empresarial confiaba en que
podría ganar estos mercados si se derrumbaban las esferas de influencia de
las grandes potencias rivales.4 Así pues, los intereses de los Estados Unidos
fluían naturalmente hacia los canales "antimperialistas" establecidos antes,
en el mismo siglo, por Gran Bretaña cuando se encontraba en la posición
análoga de la economía más dinámica del mundo. Como lo habían descubierto los británicos, los norteamericanos vieron que sus intereses no se beneficiarían con peligrosas adquisiciones coloniales sino con gobiernos estables
3 Treaties and Conveniions Concluded between the United States of America and
Otker Pouiers since July 4, 1776, Government Printing Office, 1889, p. 907.
* Aunque esto ha sido documentado por varios historiadores "revisionistas", tales
como Walter LaFeber, The New Empire; An Interpretaron of American Expansión,
1860-1895, Cornell University Press, 1963, y Charles S. Campbell, The Transformation of American Foreign Relations, 1865-1900, Harper & Row, 1976, a menudo
se olvida hasta qué punto reconocieron estos desarrollos los historiadores más "ortodoxos". Véase, por ejemplo, a Samuel Flagg Bemis, The Latín American Policy of
the United States: An Historical Interpretation, Harcourt Brace Jovanovich, 1943,
p. 123: "Se creía generalmente [en el decenio de 1890] que estaba saturado el mercado interno de las manufacturas, que los Estados Unidos deberían competir en el
futuro por los mercados mundiales con las grandes naciones industriales, las potencias
mundiales, y que para sostener esta competencia deberían estar dispuestos a crear
una marina y bases navales suficientes para proteger su territorio continental." Véase
también a J. Fred Rippy, Brilisk Investments in Latín America, 1822-1949; A Case
Study in the Operations of Prívate Enterprise in Retardad Regions, University of
Minnesota Press, 1959, pp. 197-198.
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en la periferia, capaces de manejar los asuntos locales y de defenderse contra las demandas anexionistas de las grandes potencias en nombre de lo que
más tarde se llamaría la autodeterminación nacional.
La doctrina norteamericana de puertas abiertas en lo económico tuvo
éxito también porque correspondía a los intereses de la mayoría de los estados de la periferia. En términos económicos, la política prometía precios
justos en el mercado de las exportaciones y de las importaciones, una garantía que los estados más débiles no podían dejar de apreciar. Pero en términos políticos la puerta abierta aparecía más atractiva para estos regímenes, ya que la experiencia del trato económico preferente concedido por
gobiernos tales como el de China involucraba casi invariablemente una coerción por parte de estos extranjeros, quienes se esforzaban en forma descarada
por convertir tales ventajas económicas en un control político directo. Contando con la política de puertas abiertas para limitar la demanda de privilegios económicos especiales, los estados débiles podían tratar de proteger
su autonomía. En suma, los intereses de los Estados Unidos y de los estados
de la periferia podían coincidir en aspectos importantes.
Por supuesto, la conexión existente entre los intereses económicos de los
Estados Unidos y su apoyo al autogobierno nacional en el exterior no era
siempre tan clara como podría implicar el análisis anterior. En ciertos momentos, la correspondencia parecía ideal: así ocurrió a principios del siglo
con respecto a China, o bajo Franklin Roosevelt con su política del Buen
Vecino hacia América Latina y su concepción del futuro de los imperios
localizados en Europa Oriental después de la segunda Guerra Mundial (o en
la mente de "Woodrow Wilson, quien no pudo alcanzar sus metas). Pero
hubo otras ocasiones en que los intereses económicos de los Estados Unidos
en el extranjero no correspondían con tanta exactitud a las necesidades del
autogobierno nacional en América Latina y el Lejano Oriente. La razón
era que, como otras potencias capitalistas de la época, los Estados Unidos
insistían en la santidad de los contratos y los derechos de propiedad. Esto
resultó ser el obstáculo de la política de puertas abiertas que habría de
perturbar enormemente los asuntos internos de los países de América Latina
y el Lejano Oriente. Por ejemplo, cuando China aceptó en el tratado de
1903 que no "ofrecería ningún impedimento a la atracción de capital extranjero", Washington se unió a las otras potencias en el uso de esta cláusula para protestar por los esfuerzos de Pekín tendentes a regular las condiciones de la minería (incluidas las normas de seguridad) en 1908 y en
1914.B Y en 1925, cuando el Kuomintang de Cantón trató de gravar el que5 Departamento de Estado, Foreign Relations of the United States (mencionado
en adelante como PRUS), 1903, pp. 91 a. (Artículo 7 sobre minería), y 1914, p. 134.
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roseno, importado en gran medida de los Estados Unidos por la provincia
de Kuantung (a fin de ayudar a Sun Yat-sen), los Estados Unidos intervinieron activamente para obstruir la acción ayudando a patrocinar un boicot petrolero (incluso manejando conexiones con la autoridad marítima para
quintuplicar los impuestos que gravaban el petróleo soviético enviado para romper el embargo)." Estos son sólo dos ejemplos de los numerosos casos en que
la influencia de las concesiones extranjeras ayudó a minar la legitimidad
del Estado chino.7
También en el caso de México, los intereses económicos norteamericanos
ponían en peligro la estabilidad del gobierno nacional. La Revolución de
1910 contra el régimen de Porfirio Díaz fue también una revolución contra
los intereses económicos norteamericanos. Hacia 1914 se habían invertido
directamente en México cerca de 600 millones de dólares y se le habían
prestado otros 400 millones, sólo por los norteamericanos. Eran ciudadanos
norteamericanos los propietarios de más del 90% de las empresas mineras
del país y de cerca del 80% de la tierra que se creía dotada de yacimientos petrolíferos (aunque las concesiones británicas producían en efecto mayores
cantidades en este país antes de 1914). Además, los norteamericanos eran
propietarios de más de 13 millones de hectáreas de tierras.8 Estas transacciones, permitidas por el régimen de Porfirio Díaz, se realizaron en muchos
casos a expensas de los pueblos indios cuyas tierras y mano de obra se requerían en tales empresas y cuyo resentimiento contribuyó en última instancia a la insurgencia.8 Veamos este ejemplo de los resentimientos acumulados:
Se dificultaba conseguir la concurrencia de trabajadores para una plantación azucarera en Tehuantepec. No podía interesarse a los indios zapotecas vecinos. Entonces, la compañía [norteamericana] sobornó a un jefe
político local para que arrestara a los indios mediante acusaciones fabricadas y los entregara a la hacienda a tanto por cabeza. Las víctimas
hicieron algunos gestos corteses de modalidad rústica, pero pronto esca8 David A, "Wilson, "Principies and Profits: Standard Oil Responses to Chínese
Nationalism, 1925-1927", Pacific Historical Revieiv, XLVI, 4, 1977.
7 Eugene Staley analiza otros casos en War and the Prívate Investor: A Study in
the Relations of International Politics and International Prívate Innestment, University of Chicago Press, 1935; reproducido por Howard Fertig, N. Y., 1967, pp. 398
w., y, para el periodo posterior a la primera Guerra Mundial, véase a William
Roger Louis, British Strategy in the Far East, 1919-1939, Oxford University Press,
1978, pp. 120, 126 «.
8 Mira Wilkins, The Emergence of Multinational Enterprise; American Business
Abroad from the Colonial Era to 1914, Harvard University Press, 1970, pp. 120-121.
9 Charles C. Cumberland, México, The Struggle for Modernity, Oxford University
Press, 1968, capítulo 8.
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paran hacia su aldea. Aquí había excelentes mangos, alimento que caía
como maná del cielo. ¿Para qué trabajar en campos ardientes en beneficio de extraños? Desesperada, la compañía envió finalmente a sus hombres por la noche para que cortaran los árboles de mango, de tal modo
que la aldea se moría de hambre y tuvo que depender del empleo.10
Después de la revolución, Washington presionó constantemente en apoyo
de una compensación "plena, adecuada y pronta" a los ciudadanos norteamericanos cuya propiedad había sido dañada, requisada, o de otro modo
perjudicada por los acontecimientos. México protestó que no había ninguna
razón para que los extranjeros recibieran un trato mejor que sus propios
ciudadanos, pero los Estados Unidos lograron la satisfacción de muchas de
sus demandas. Lo hicieron amenazando con negar su reconocimiento a diversos gobiernos mexicanos (obstruyendo así los créditos económicos y las
transferencias de armas), de modo que la inestabilidad política potencia]
era el precio de la tozudez económica. A fin de cuentas, los Estados Unidos contribuyeron significativamente a la disminución de la radicalización
de la revolución.11
Dada la base económica del apoyo norteamericano al autogobierno nacional en el Lejano Oriente y América Latina, y considerando los casos
abundantes en que Washington desafió a estos mismos regímenes en aras
de las empresas norteamericanas, nos vemos tentados a concluir que sólo
los cálculos económicos influyeron sobre la política de los Estados Unidos
hacia estas regiones.18 Sin embargo, ¿podremos reducir tan fácilmente la
política norteamericana al mero interés económico? ¿Era el "antimperialismo" norteamericano sólo una piadosa estratagema ideológica que protegía
los intereses económicos capitalistas? No hay duda que había mucho más que
esto, hasta cierto punto.
El ethos político y la estructura de los Estados Unidos se oponían intrínsecamente a toda doctrina que no fuese la del autogobierno nacional para
los pueblos extranjeros. Por supuesto, fcomo lo han demostrado los europeos
(sobre todo los franceses, con su concepto de la "asimilación"), tal obstáculo a la dominación extranjera no es insuperable en las democracias occidentales, aunque algunos autores como J. A. Hobson se han destacado deStaley, War and the Prívate Investor (n. 7), p. 396.
Colé Blasier, The Hovering Giant: U. S. Responses to Revolutionary Change in
Latín America, University of Pittsburgh Press, 1976, capítulo 5 3 Karl M. Schmitt,
México and the United States, 1821-1973, Wiley, 1974, capítulo 6.
12 William Appleman Williams y el grupo de historiadores que admiten su influencia sostienen en general esta interpretación. Véase su libro The Tragedy of American
Diplomacy, Dell, 1962.
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mostrando la forma en que un gobierno autoritario puede corromper desde
el exterior un espíritu democrático. Sin embargo, el carácter democráticorepublicano de la política occidental ha influido profundamente en las relaciones de esta civilización con la del mundo preindustrial, favoreciendo
allí una forma de pluralismo social y político que alentó, por ejemplo, la
aparición del nacionalismo local aunque no se buscara tal efecto.13 Cuan
diferente habría sido la descolonización —cuando hubiese ocurrido de modo
absoluto— si los gobiernos coloniales hubieran surgido o bien de Moscú o
de Pekín.
Entre las democracias occidentales, el desinterés por la dominación extranjera, y por ende el prejuicio en favor del autogobierno de otros, han
sido particularmente pronunciados en los Estados Unidos. Al revés de lo
ocurrido en Gran Bretaña o Francia, no ha habido grupos naturales partidarios de la colonización: no ha habido ricos ociosos que, como en Gran
Bretaña, pongan sus ojos en el servicio colonial (lo que hizo observar a
James Mili que la burocracia hindú era un "vasto sistema de reposo exterior
para la clase alta"); no ha habido militares aristócratas ni una Iglesia públicamente humillada que, como en Francia, haga la paz con las instituciones republicanas dentro del país a cambio del derecho de tratar el dominio
colonial como su propia chasse privée. Por supuesto, podrá citarse el caso
de William Walker, "el hombre de ojos grises del destino", quien fraguó la
toma de Nicaragua para los Estados Unidos en el decenio de 1850, o el de
los estados esclavistas que favorecían la anexión de ciertas islas del Caribe
en aras de su propia expansión. Pero son precisamente las tendencias antidemocráticas de los esclavistas las que mejor ilustran la inmunidad del resto
del país a esta clase de operaciones. Si las cosas parecieron diferentes durante un breve periodo a principios de siglo, la perspectiva regresó pronto
a la normalidad, como ha recordado Ernest May.14 Además, las instituciones
políticas norteamericanas no sólo no compensaban esta diferencia social hacia el Imperio chino sino que, en efecto, alentaban una franca antipatía por
tal asunto. Desde la guerra con México en el decenio de 1840, cuando se
discutió la anexión de todo ese país, se ha planteado la grave objeción de
que las instituciones políticas norteamericanas no podrían tolerar la carga
de la asimilación de un pueblo tan extraño y tan numeroso. Así pues, las
estructuras culturales, sociales y en particular políticas de la república norteamericana conspiraban a favor del autogobierno soberano de otros pueblos.
La estructura del sistema internacional ofrecía a los Estados Unidos otros
incentivos políticos importantes para el apoyo al autogobierno en América
Latina y el Lejano Oriente, además de los que proporcionó el ambiente interno. Las rivalidades de las grandes potencias alientan de ordinario la acción
en favor de la integridad política de los pueblos más débiles, por lo menos
cuando estos pueblos parecen encontrarse en la esfera de influencia de un
rival. Por ejemplo, el kaiser provocó a los británicos en 1896 cuando envió
el llamado telegrama Kruger que felicitaba a los boers por su resistencia
a Londres, además de alarmarlos en 1898 cuando visitó Damasco y Jerusalén
proclamándose como defensor del mundo musulmán. Lo mismo ocurrió
con las tácticas de Lenin: inmediatamente después de la Revolución de Octubre, Moscú estableció programas de ayuda mutua con movimientos nacionalistas de Turquía, Persia, Afganistán y China. Como dijera Stalin en
1924: "La lucha que está librando por la independencia el emir de Afganistán, es objetivamente una lucha revolucionaria,^ a pesar de las concepciones monárquicas del emir y sus colaboradores, ya que debilita, desintegra
y mina el imperialismo." 1B La preocupación de los Estados Unidos por "el
reparto del melón chino" tenía una motivación similar. Apareciendo como
el protector desinteresado de la autonomía de China como Estado, Washington podía esperar que sus rivales quedaran arrinconados. Por supuesto, las
declaraciones idealistas de Washington en favor de cuestiones tales como
la integridad de China se interpretaban realistamente en Japón. Pero al
estallar la segunda Guerra Mundial adoptó Tokio la misma postura, anunciando en su idea de una esfera de coprosperidad del este asiático que
era el verdadero defensor del nacionalismo de tal región. Tal pretensión era
muy efectiva en el sudeste asiático, desde Filipinas hasta Birmania, donde
el colonialismo norteamericano, el británico, el holandés y el francés hacían
del Japón el aliado natural de los esfuerzos de liberación locales. En cambio, en el noreste asiático, en lo tocante a China y Corea, eran los Estados
Unidos quienes podían aparecer como los defensores genuinos del nacionalismo asiático.
Hemos visto que había razones políticas, internas e internacionales, para
que los Estados Unidos apoyaran genuinamente el autogobierno nacional en
América Latina y el Lejano Oriente, pero también debemos considerar un
importante punto económico adicional. Con frecuencia se olvida que, aunque los Estados Unidos estaban a favor de las puertas abiertas en el comercio internacional, fue apenas en los años treinta cuando este país se convirtió
en defensor del libre comercio mundial. Al revés de Gran Bretaña, Estados Unidos fue un país proteccionista, reacio a integrar su economía con
el sistema mundial en la medida en que lo habían hecho las Islas Británicas, de modo que no se justificaba la acusación de que hubiese tratado de
" Rupert Emerson, From Empire to Nation: The Rise to Self / Assertion of Asían
and Africon Peoples, Beacon Press, 1964.
11 Ernest R. May, American Irnperíalism: A Speculative Essay, Atheneum, 1968.
«Joseph Stalin, Foundations of Lgninism, Moscú, 1924, parte 6.
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EL SIGLO NORTEAMERICANO
EL SIGLO NORTEAMERICANO
promover deliberadamente un "imperio informal" en Asia o América Latina. Hacia 1914, Estados Unidos no era sólo la nación manufacturera más
grande del mundo sino también el mayor productor de materias primas.
Dado que invariablemente podrían encontrarse grupos de presión nacionales que se opusieran al estrechamiento de los nexos con el Sur por alguna
razón económica, los esfuerzos tendentes a integrar estas economías con la
de los Estados Unidos, como lo había hecho Gran Bretaña, estaban condenados a afrontar una fuerte oposición. Por ejemplo, los intereses ganaderos
de este país se las arreglaron para restringir "por razones sanitarias" las importaciones de carne de res argentina, impidiendo así que los Estados Unidos
desarrollaran las clases de conexiones con Argentina que habían hecho a
Gran Bretaña tan importante en este país.18
El caso de las Filipinas constituye la ilustración más notable de la resistencia norteamericana a actuar en términos de la lógica del imperio informal. Aunque las empresas norteamericanas participaron prominentemente
en el desarrollo del área para que exportara a los mercados de los Estados
Unidos —y en este sentido contrajo Filipinas una relación vulnerable, subordinada, de la que aún no puede escapar—, siempre se expresó en Washington cierta oposición proteccionista a estos desarrollos. Ante el ataque de la
depresión, se hicieron grandes esfuerzos para limitar la importación de azúcar y cordelería provenientes de Filipinas y para prohibir la corriente migratoria del mismo origen. Las presiones se hicieron tan intensas que en 1932 se
aprobó en el Congerso la Ley Hare-Hawes-Cutting que establecía condiciones y un calendario para la independencia filipina, aunque fue rechazada
por el Senado de Filipinas. Sin embargo, en los términos de la Ley TydingsMcDuffie, se convino en que las islas recibirían su independencia luego de
un periodo apropiado y bajo ciertas circunstancias. "Winston Churchill lamentó estas acciones, afirmando que la propuesta de 1932 reflejaba "las
consideraciones contables de pérdidas y ganancias" y pasaba por alto el hecho de que tal cuestión "sólo puede decidirse mediante consideraciones del
deber, la dignidad y el honor nacionales, y de sus repercusiones internacionales".17 En suma, los Estados Unidos "de puertas abiertas" no estaban organizados antes de la segunda Guerra Mundial y no actuaban corno la
Gran Bretaña "librecambista". Esta diferencia se oscurece a menudo en
la literatura que busca una motivación económica en la expansión norteamericana de ultramar, cuando el impulso del comercio y la inversión extranjeros se hace aparecer más claro, y por lo tanto más poderoso, de lo que
era en realidad. Como se hizo evidente en la promulgación de la Ley arancelaria Fordney-McCumber de 1922 y de la Ley Hawley-Smoot de 1930, que
sucesivamente elevaron los aranceles hasta su nivel más alto en la historia
de este país, el proteccionismo era una fuerza potente en los Estados Unidos, una fuerza que no se combinaba bien con las ambiciones de un imperio informal.
Con esto no se quiere negar el obvio impulso de la economía norteamericana hacia el exterior desde fines del siglo XK. Esto se debía en parte al
proceso general de industrialización, la búsqueda de cierta combinación de
insumes materiales y de cierto nivel de demanda para alcanzar las economías de escala características de toda sociedad industrial, ya sea socialista
o capitalista. Sin embargo, los Estados Unidos tenían una base de recursos
naturales y una población tan grandes que su dependencia del sistema internacional en lo tocante a estos factores productivos no fue nunca muy
grande antes de 1945. Por otra parte, ciertas características específicas del
capitalismo norteamericano alentaron un papel internacional más activo. Por
ejemplo, las depresiones del ciclo económico después de 1890 (si no es que
antes) impulsaron una búsqueda de nuevas fuentes de demanda en el exterior, y la integración vertical y horizontal en gran escala de la empresa norteamericana no significaba sólo que se dispusiera de fondos excedentes para
la inversión externa, sino sobre todo que las luchas competitivas por materias primas y mercados asumirían cada vez más un carácter mundial.
Cuando Wilson extendió los subsidios generales a la transportación marítima, firmó la Ley Edge que estimulaba la difusión externa de la banca
norteamericana; apoyaba la Ley Webb-Pomerance que trataba de permitir
que las empresas norteamericanas participaran en actividades de cártel fuera
de los Estados Unidos, y defendió todo esto con una montaña de retórica
que subrayaba la importancia del comercio exterior para los Estados Unidos, que estaba ampliando el alcance de los intereses norteamericanos en el
exterior, definidos en términos económicos.18
Sin embargo, podemos rechazar la proposición de que la política norteamericana en favor del autogobierno nacional de otros países no era más
que una fachada del interés económico propio, la que se arrojaría con facilidad en cuanto se presentara la ocasión. Por una parte, había diversas fuer-
164
"Paul A. Varg, 'The Economic Side of the Good Neighbor Policy: The Reciproca! Trade Program and South America", Pacific Historical Review, 95, 1976,
pp. 56-61.
17 Citado en Theodore Friend, Between Two Empires; The Ordeal of the Philippines, 1921-1946, Yale University Press, 1965, p. 105. Sobre el debate acerca de la
independencia, véase la parte 3 del libro de Friend. Sobre la inmigración filipina
y los problemas creados en los Estados Unidos, véase a Robert A. Divine, American
Immigration Policy, 1924-1952, Yale University Press, 1957, pp. 68-76.
165
18 El libro de William Diamond titulado Tht Economic Thought of Woodrow
Wilson, Johns Hopkins University Press, 1943, sigue siendo un análisis excelente de
las políticas económicas de Wilson.
EL SIGLO NORTEAMERICANO
EL SIGLO NORTEAMERICANO
zas políticas, así internas como internacionales, que apoyaban tal posición. Por
la otra, había sólidas razones económicas que hacían genuina tal política,
desde la postura competitiva de los Estados Unidos hasta sus alineamientos
económicos internos. Como hemos visto, había sin duda tensiones y contradicciones. Pero cuando los intereses empresariales privados lograban el respaldo de Washington en su defensa, su éxito reflejaba generalmente la importancia política periférica del área para "Washington. Las consideraciones
económicas no impulsaban las políticas porque fuesen más importantes que
los factores políticos, sino porque los intereses políticos eran débiles. Y los
factores económicos eran imperialistas en gran medida a causa de la inestabilidad política de las áreas donde ocurría tal expansión, no en virtud de
algún plan maestro de Washington. Como sucedió en la experiencia británica, los factores políticos partían de un conjunto de cálculos distintos de
los correspondientes a los factores económicos, y asumían la primacía cuando surgía algún conflicto entre ellos.19
¿Qué diremos entonces de la Doctrina Monroe, cuya implantación parecería revelar una simpatía mucho menor que la de la política de puertas
abiertas hacia el autogobierno nacional? En su comienzo, en 1823, la doctrina favorecía claramente el autogobierno latinoamericano, previniendo que
Washington "no podía dejar de considerar toda interposición con el fin
de oprimirlos, o controlar de cualquiera otra manera su destino, por parte de
cualquier potencia europea, como la manifestación de una disposición poco
amistosa hacia los Estados Unidos". Sin embargo, la garantía de Washington
de que no se permitiría que ninguna potencia de otro hemisferio reclamara
nuevas colonias en América se había convertido en un imperialismo propio
hacia fines del siglo. En 1901, en los términos de la Enmienda Platt, Cuba
se convirtió en un protectorado norteamericano. En 1903 se creó el estado
de Panamá a instancias de Theodore Roosevelt y se emprendió con entusiasmo la construcción del canal; en 1905, mediante la proclamación del
Corolario de Roosevelt a la Doctrina Monroe, los Estados Unidos se concedieron licencia para intervenir a voluntad en los asuntos de sus vecinos
sureños. Entre 1898 y 1920, los soldados norteamericanos intervinieron en
veinte ocasiones distintas en el Caribe, demostrando al mundo que el área
era el coto privado de Washington. Y de acuerdo con un informe publicado
en 1924, catorce de las veinte naciones latinoamericanas tenían entonces
alguna forma de presencia norteamericana directa, incluido el control de
sus agencias financieras.20
Como lo denota el lema "la diplomacia del dólar", de Taft, el Corolario
de Roosevelt no se invocó sin beneficios ilegales en numerosos casos, a expensas de Centroamérica, o con la fuerza usada en gran medida para la
promoción de los intereses empresariales norteamericanos.21 Sin embargo, si
atribuimos a las motivaciones económicas la inspiración única, o aun primaria, de la política norteamericana, seguramente imputaremos a estas fuerzas un poder explicativo mayor que el que pueden soportar. En realidad,
Centroamérica era el área extranjera más importante para la inversión
norteamericana antes de la primera Guerra Mundial, pero ésta distaba de
ser la única consideración determinante de la política de Washington. La
incapacidad de las instituciones políticas de la región para resolver los conflictos civiles o cumplir de forma satisfactoria con sus obligaciones internacionales libremente contraídas, hacía de estos estados presas fáciles para los designios expansionistas de los rivales de Washington. Por ejemplo, la guerra
civil se combinó con la falta de pago de préstamos extranjeros para alentar
la usurpación del poder en México, por parte de Maximiliano, en el decenio
de 1860, mientras los Estados Unidos estaban ocupados con su propia Guerra Civil. En última instancia, Maximiliano fue derrotado por los propios
mexicanos dirigidos por Benito Juárez, pero se habían revelado los planes
de dos monarquías de los Habsburgos en América Latina, una sobre la
América Española, al norte de Chile, y la otra sobre Brasil.2* De igual modo,
a fines de siglo se creía generalmente que Alemania deseaba formar un
enclave en el Caribe, muy similar al que había formado en Kiaochow, China. (En efecto, se afirmaba que el kaiser Guillermo había expresado su
preferencia por una sola colonia en América Latina, en lugar de toda el
África.)23 En suma, la preocupación estratégica de los Estados Unidos por
la seguridad de un canal ístmico (finalmente concluido en 1914) habría
dictado sin duda una participación activa de este país en la región, independientemente del carácter del régimen económico norteamericano, además
de poder afirmar que los estados bálticos tienen una importancia estratégica
para la Unión Soviética, o el control de Corea para China o Japón.81 Por
166
19 En el caso del Lejano Oriente, The Tragedy de Williams (n. 12) defiende extrañamente la importancia fundamental de la politica de puertas abiertas en el
pensamiento norteamericano a pesar de que no se recurrió a la fuerza para protegerla. Véase una interpretación contraria, y más verosímil, en Paul A. Varg, The
Making of a Myth: The United States, Britain and the War Against Japan, 19411945, Oxford University Press, 1978, pp. 22 jj.
167
2 °Bryce Wood, The Making of the Good Neighbor Policy, Columbia University
Press, 1961, p. 5; Alexander DeConde, A History of Amtriean Foreign Policy, Scribner, 1971, p. 536.
21 Benjamín H. Willianis, Eeonomic Foreign Policy o/ the United States, Howard
Fertig, N. Y., 1967; primera impresión en 1929, capítulo 3 y pajsim,
22Bemis, Latín American Policy (n. 4), pp. 108 ss.
28 Holger H. Herwig, Politics of Prustration: The United States in Germán Naval
Planning, 1889-1901, Little, Brown, 1976, p. 68.
MBemis, Latín American Poliey (n. 4), capitulo 9; Dana G. Munro, Intervention
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EL SIGLO NORTEAMERICANO
EL SIGLO NORTEAMERICANO
contraste con el antimperialismo liberal, podemos hablar aquí de un "imperialismo de ocupación" y esperar qué aparecerá en una región importante
para los Estados Unidos, cuando una gran potencia, probablemente hostil,
esté en posibilidad de crear allí su propia esfera de influencia, ya sea como
resultado de sus propias ambiciones o porque la anarquía local la atraiga a
esa área,
£1 caso de las relaciones norteamericanas con México, entre la Revolución de 1910 y la segunda Guerra Mundial, resulta especialmente interesante para todo intento de ponderación de la importancia relativa de los
factores políticos y económicos en la motivación del imperialismo de ocupación ejercido desde Washington. México es el vecino más cercano y
fuerte de los Estados Unidos, y los conflictos por cuestiones económicas
aparecieron allí más pronto, duraron más tiempo, y se refirieron a cuestiones
mucho más importantes que en cualquiera otra parte de América Latina.
No había ijazón para minimizar la oposición norteamericana a la Revolución Mexicana en cuanto se supo que, en los términos del famoso Artículo 27 de la Constitución de 1917, México trataría de nacionalizar grandes
extensiones de tierras y las concesiones minerales y petroleras en manos de
extranjeros, mayormente norteamericanos.85 Fuera de la intervención militar directa (propuesta por Theodore Roosevelt en la campaña electoral de
1921 y apoyada por muchos otros), los Estados Unidos no escatimaron
esfuerzos para combatir la expropiación de las propiedades norteamericanas
sin una compensación plena, pronta y eficaz (algo que México no podría
hacer, como todo el mundo sabía).26 En última instancia, se llegó a una
especie de modus '• vivendi que permitía a los Estados Unidos aceptar las
medidas económicas de la Revolución: se daría alguna compensación, pero
se frenaban el alcance y el ritmo de la nacionalización, y los norteamericanos
pudieron encontrar otros sectores para sus inversiones en México.
••'"
Pero aun antes de que esto se hubiese logrado, el presidente Wilson había
definido como político el principal interés norteamericano en el conflicto,
como lo indica su negativa a reconocer al gobierno de Victoriano Huerta
en 1913. Huerta era apoyado por la mayoría de los intereses empresariales
norteamericanos en México como un conservador y como un hombre capaz
de dar a México estabilidad política. Pero a Wilson le resultaba intolerable
este hombre, ya que estaba convencido de que había llegado al poder asesinando al líder principal: de la Revolución, un hombre considerablemente
más liberal que él mismo, Francisco I. Madero. En una carta de 2 de noviembre de 1913, escribió Wilson lo siguiente: "Me desvelo rogando que
pueda evitarse lo más terrible. Nadie puede saber lo que ocurrirá mientras
negociamos con un bruto desesperado como ese traidor Huerta. ¡Dios nos
salve de lo peor!"27
Si los intereses económicos hubiesen predominado en su mente, Wilson
habría temido a Madero y-favorecido a Huerta. En última instancia, quien
llegó al poder fue Venustiano Carranza, un hombre dispuesto a arriesgar
la guerra con los Estados Unidos para detener la incursión de soldados
norteamericanos en persecución de Pancho Villa; Venustiano Carranza se
convirtió en el primer presidente de México bajo la Constitución de 1917,
la que contenía disposiciones desfavorables a la presencia económica norteamericana en el país. Sin embargo, Washington reconoció de inmediato a
Carranza. No lo había hecho así con Huerta, sino que, por el contrario, había
enviado tropas a Veracruz para contribuir a derrocarlo, aparentemente persuadido de que, cualquiera que fuese su política económica, Carranza aportaría lo que más deseaban los Estados Unidos: la institucionalización de la
vigencia de la ley que diera estabilidad a México y así garantizara cierto
grado de seguridad para los Estados Unidos.28 En realidad, esto fue sólo el
preludio de una serie continua de presiones ejercidas por Washington en
defensa de los intereses económicos norteamericanos en México. Pero, como
lo ha subrayado Blasier, las consideraciones políticas siguieron siendo supremas en la determinación de la política norteamericana hacia ese país.29
Durante el gobierno de Hoover (iniciado en 1929) los Estados Unidos
dieron los primeros pasos importantes para renunciar al derecho de intervención en los asuntos de América Latina establecido con la Doctrina
Monroe. La política del Buen Vecino de Franklin Roosevelt continuó este
enfoque, de modo que antes del estallido de la segunda Guerra Mundial
había reformado Washington el significado de la Doctrina Monroe, aplicada
desde principios del siglo, y expresado su intención de respetar la soberanía
de los gobiernos de América Latina. Esto reflejaba el reconocimiento de
que ninguna otra gran potencia tenía capacidad para intervenir en la re-
and Dallar, Diplomacy in the Caríbbean, 1900-1921, Princeton University Press, 1964j
capítulos 12 y passim.
as El Artículo 27 se reproduce como un apéndice del libro de Robert Freeman
Smith titulado The United States and Revolutionary Nationalism in México, 19161932, University oí Chicago Press, 1972.
28 Véase ibid., y las fuentes citadas en la nota 11. Véanse algunos ejemplos postenores de la tenacidad norteamericana sobre estas cuestiones, por ejemplo, en las
cartas y memoranda de Cordell Hull reproducidos en FRVS, 1938, "México".
«Citado en Arthur S. Link, Wilson: The New Freedom, Princeton University
Press, 1956, p. 379.
28Stephen D. Krasner, Defending the National Interest: Raw Materials Investments
and U. S, Foreign Policy, Princeton University Press, 1978, pp. 156-178.
29 Blasier, The Hovering Giant (n. 11), capitulo 7, y Krasner, Defending the National Interest (n. 28), pp. 178-188.
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gión como podría haberlo hecho antes de 1914; sin embargo, también
representaba un paso claramente nuevo en la diplomacia de Washington
que afirmaba la autonomía política de estos estados. No se servía así a los
intereses económicos norteamericanos. En el caso de México, por, ejemplo,
cuando el gobierno de Cárdenas nacionalizó las inversiones petroleras, norteamericanas y negó la compensación por la expropiación de tierras-de propiedad norteamericana en el país, Washington protestó vigorosamente, pero
en última instancia aceptó la decisión del Gobierno mexicano (que entretanto había transigido un poco). ¿Acaso:'ataba las. manos de Roosevelt la
creciente amenaza de Hitler?, Sin dificultad podríamos formular .el argumento contrario: que la amenaza nazi incitaría la intervención. Parecería
que, en virtud de que Cárdenas era- generalmente conocido por sus fuertes
sentimientos antinazis, Roosevelt olvidaría- sus' objeciones a las iniciativas
económicas de México a cambio de conservar'una frontera sureña segura.
Dominaban las consideraciones políticas, antes que las económicas. Podríamos especular que Roqsevelt habría sido mucho más beligerante si hubiese
interpretado la expropiación de la industria petrolera norteamericana como
un indicio del apoyo de Cárdenas: a los nazis. Dieciséis años, más tarde,
cuando un problema económico mucho menos capital coincidió, con lo que
se interpretaba como una amenaza para su seguridad, los. Estados Unidos
reaccionaron con mayor vigor. Entonces,' refiriéndose a la expropiación guatemalteca de tierras propiedad de la United Fruit,. declaró John Foster
Dulles: "Si se arreglara la cuestión de la United Fruit, si dieran.! una moneda de oro por cada plátano, el problema seguiría exactamente igual en lo
tocante a la presencia de la infiltración comunista en Guatemala." 30
Tanto la política de puertas abiertas como la Doctrina Monroe eran vehículos para el imperialismo, pero su diseño era muy diferente. La de puertas abiertas era en lo esencial una doctrina económica, sensible a, las realidades del poder internacional pero con una base política relativamente
escasa antes de la segunda Guerra Mundial. Era imperialista en virtud de
la fragilidad de los países donde existía una presencia económica norteamericana más bien que por efecto de algún esfuerzo deliberadamente tendente
a asegurar la dominación efectiva de estas áreas .por parte.de los Estados
Unidos. En cambio, la Doctrina Monroe era una noción política' conscientemente calculada para influir sobre los desarrollos de regiones consideradas
importantes para la seguridad de los Estados Unidos, de acuerdo con las
consideraciones del balance internacional del poder. Sin embargo, aunque
ambas políticas decían que apoyaban el autogobierno soberano de los pueblos
de estas tierras, estaban integradas por elementos contradictorios que podrían anular .esta promesa: la política de puertas abiertas por su insistencia en la santidad de la propiedad privada; la Doctrina Monroe por su
disposición a practicar el imperialismo de ocupación si pareciera que el autogobierno no era una opción viable en un área considerada importante
para Washington. Pero cuando afirmamos que había tensiones en estas políticas no decimos que carecieran de una dirección efectiva, como no podríamos afirmar que la tensión podría desaparecer disolviendo las políticas de
alguna manera reduccionista en uno de sus' aspectos constitutivos. Por lo
tanto, podemos concluir que en conjunto era progresista la política norteamericana antes de la segunda Guerra MundiaL Independientemente de todas las limitaciones —sin duda graves— del apoyo recibido de Washington
por los gobiernos de América Latina y el Lejano Oriente en su búsqueda
de vigor y autonomía, la fuerza de los Estados Unidos se inclinaba en definitiva a su favor.
':
Pero si era progresista, la política norteamericana no era radical. La meta
de una redefinición radical de las relaciones existentes entre los estados
industriales centrales y el mundo preindustrial correspondió a la Tercera Internacional, la que declaró en su Primer Congreso, reunido en Moscú en
1919, su meta de la "revolución mundial", la que llevaría a la transformación total del carácter interno de los países y de sus relaciones internacionales: "Esclavos coloniales de África y Asia: la hora de la dictadura del
proletariado en Europa será también la hora de vuestra liberación." 91 La
primera instrucción del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista
(ECCI) al Tercer Congreso del Partido Comunista Chino, emitida en 1923,
decía que "la revolución nacional de China y la creación de un frente antimperialista coincidirán inevitablemente con la revolución agraria del campesinado contra los vestigios del feudalismo".32
.
,
El legado del periodo anterior a 1939 a los Estados Unidos triunfantes
después de 1945 fue un prejuicio claro en favor del derecho de autodeterminación de los pueblos de todo el mundo. Resulta imposible una definición
estrecha del carácter de este concepto, el que contenía algunos rasgos contradictorios de su impulso básico, pero podríamos concluir que .Washington
había trabajado con tal consistencia, durante tanto tiempo, en un número
tan diverso de ambientes, que se había creado una tradición suficientemente
30 Robert Dallek, Franklin D. Roosevelt and American Foreign Policy, 1932-1945,
Oxford University Press 1979, pp. 175 ss, Christopher 'Mitchell - cita a Dulles en
"Dominance and Fragmentation in U. S. Latín American Policy", Julio Cotler y
Richard R. Fagen, comps., Latín America and the United States: The Changing
Politieal Realities, Stanford University Press, 1974, p. .183.
"
"Jane Degras, comp., The Communist International'. Volume I, 1919-1923, Oxford
University Press, 1956, p. 43.
.
id., Volume U, 1923-1928, Oxford University Press, 1960, pp. 25-26. ""
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EL SIGLO NORTEAMERICANO
EL SIGLO NORTEAMERICANO
firme para la orientación de la acción futura. El problema era la determinación del éxito de tal orientación en un mundo de rápido cambio social
y político donde "la cuestión central de toda política es la campesina", como
señalaba insistentemente la segunda instrucción del ECCI a los comunistas
chinos.
importante de la desunión de la Gran Alianza", escribe John Gaddis. Corno
otros estudiosos de este periodo, Gaddis cree que Roosevelt habría aceptado
que la creación de una esfera de influencia en Europa Oriental se llevara
al cabo sin oposición si la opinión interna no se inflamaba demasiado, pero
se ve obligado a admitir que "el conocimiento superficial que tenía F. D. R.,
de Europa Oriental le impedía advertir la contradicción existente entre los
gobiernos libremente elegidos y los gobiernos pro rusos en esa turbulenta
parte del mundo".34 ¿Pero no sugiere tal análisis una discontinuidad entre
el gobierno de Truman y el de Roosevelt mayor que la que podría suponerse confiadamente? No hay duda de que la resuelta oposición de Roosevelt a los arreglos que Churchill estaba tratando de hacer con Stalin en la
segunda mitad de 1944, para dividir los Balcanes en esferas de influencia
—así como su insistencia, en Yalta, para que los Tres Grandes firmaran
una declaración sobre la Europa liberada que asegurara elecciones democráticas allí después de la guerra, y los mensajes que envió a Stalin y Churchill en las semanas anteriores a su muerte en los que protestaba por las
actividades soviéticas en Rumania y Polonia— indica que en última instancia podría haber actuado en una forma muy similar a la de Truman
y así habría perturbado las relaciones de la posguerra con Moscú al negar
a los soviéticos una esfera de influencia en Europa Oriental. En público y
en privado, y durante un largo periodo, Roosevelt reiteró la oposición norteamericana tradicional a las esferas de influencia en la posguerra. Por
ejemplo, cuando cedió en cierto momento ante la petición británica de apoyo para tal esfera en Grecia, Roosevelt lo limitó claramente a tres meses. Le
dijo a Churchill: "Debemos tener cuidado de dejar bien claro que no estamos estableciendo ninguna esfera de influencia en la posguerra." Un memorando del Departamento de Estado a la embajada británica prevenía
con respecto a los Balcanes, el 13 de junio de 1944:
LA POLÍTICA NORTEAMERICANA CON
EL SUR, 1940-1950
Para incomodidad de sus aliados más importantes, los Estados Unidos continuaron con su asociación, ahora tradicional, con las fuerzas del nacionalismo local durante la segunda Guerra Mundial. En los términos de la
Carta del Atlántico, Roosevelt reiteraba en efecto los aspectos principales
de los Catorce Puntos de Wilson de enero de 1918, y pedía la autodeterminación nacional y la economía de puertas abiertas después de la guerra.
Stalin sospechó de inmediato el plan norteamericano, de modo que sombríamente preguntó a Anthony Edén, cuando éste visitó Moscú en diciembre
de ese año, si la carta iba dirigida contra Alemania o contra la Unión Soviética. Insistía el jerarca soviético en que su país esperaría después de que
terminara la guerra las mismas concesiones territoriales que había recibido de
Berlín en los términos del pacto de no agresión de 1939: la recuperación de los
estados bálticos y de algunas partes de Rumania, Finlandia y Polonia. Esto
sugería también que Moscú esperaría que los estados de Europa Oriental
adyacentes a sus fronteras, sobre todo Polonia, cayeran dentro de la esfera
de influencia soviética. Por su parte, Churchill se resistía igualmente a aceptar la carta en todos sus términos. A los británicos les disgustaba el esfuerzo
unilateral de los Estados Unidos para desmantelar el sistema imperial de
preferencias, y Churchill excluía específicamente el imperio de los términos
políticos de la carta.33
Los historiadores debaten en qué medida Roosevelt llegó finalmente a
aceptar una esfera de influencia de la Unión Soviética en la posguerra. En
el momento de la Conferencia de Teherán, a fines de 1943, Roosevelt había
aceptado aparentemente la idea de las ganancias territoriales rusas, pero
difieren las opiniones acerca de su visión de las relaciones que existirían
en la posguerra entre la Unión Soviética y Europa Oriental. "La tensión
existente entre el principio norteamericano de la autodeterminación y las
necesidades de la seguridad rusa se convirtieron en la causa singular más
33 En cuanto a las relaciones anglo-norteamericanas, véanse dos estudios muy coherentes: William Roger Louis, Impeñalism at Boy; The United States and the Decolonization of the British Empire, 1942-1945, Oxford University Press, 1978, y
Thorne, Allies of a Kind (n. 19).
Se están haciendo esfuerzos especiales para realizar una acción concertada en el establecimiento de los cimientos de un sistema más amplio
de seguridad general en el que participen todos los países, grandes y
pequeños. Todo arreglo que sugiera esferas de influencia no podrá de34 John Lewis Gaddis, The United States and íhe Origins of the Cola War, 19411947, Columbia University Press, 1972, pp. 17, 173. Véase también a Daniel Yergin,
Shattered Peace: The Origins of the Cold War and the National Security State,
Houghton MifflSn, 1977, capítulo 2; Diane Shaver Clemens, Yalta, Oxford University
Press, 1970, capítulo 8; Dallek, Franklin D. Roosevelt (n. 30), pp. 436 «., 524525, y passim. Véase una reseña de las interpretaciones rivales de este periodo de
la política norteamericana, que constituye un argumento interesante por si mismo, en
Gen Lundestad, The American Non-Policy Towards Eastern Europe, 1943-1947,
Humanities Press, 1975.
174
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jar de oponerse a la creación y el funcionamiento efectivo de tal marco
amplio.3"
rían directamente acordes con los intereses norteamericanos en la posguerra.37
En suma, en nombre de un sistema general de seguridad colectiva (que en
última instancia se encarnó en las Naciones Unidas), los Estados Unidos se
opondrían a las esferas de influencia en Europa Oriental para cualquier
potencia, ya fuesen Gran Bretaña o la Unión Soviética. En el proceso se
reafirmaría y pondría al día el tradicional apoyo norteamericano a la autodeterminación nacional; no hay razón para suponer que se habría alterado
notablemente el curso de los acontecimientos si Roosevelt no hubiese muerto.
Esta conclusión se refuerza cuando consideramos la oposición norteamericana a la expansión soviética, junto con la reiterada preocupación de
Washington por el desmantelamiento del Imperio británico. Es cierto que
el secretario de Estado Cordell Hull escribió más tarde: "En ningún momento presionamos a Gran Bretaña, Francia u Holanda para que concedieran de inmediato el autogobierno a sus colonias. Creíamos que tal cosa
vendría después de un periodo adecuado, corto o largo, dependiendo del
estado de desarrollo de los respectivos pueblos coloniales, durante el cual se
adiestraría a estos pueblos para que se gobernaran solos." aa Pero si los Estados Unidos no insistían en la independencia inmediata, tenemos la palabra
del secretario acerca de que la presión norteamericana era considerable. Por
ejemplo, según Hull, se hicieron grandes esfuerzos desde el inicio de la guerra para que los británicos llevaran a la India al campo aliado garantizando la rápida independencia del país al término de la contienda. Y como
sería de esperarse, esta exigencia de la autodeterminación de la India estaba
acompañada de reiteradas demandas para que se abrieran las puertas de
la India al comercio norteamericano, por encima del sistema imperial de preferencias. En lo tocante al sudeste asiático, informa Hull que el Departamento de Estado envió en septiembre de 1944 un memorando a Roosevelt,
quien lo "aprobó calurosamente". El memorando insinuaba el valor de
Informa Hull que esta propuesta se transmitió por todo el Departamento
de Estado y a los gobiernos extranjeros implicados. La respuesta de Churchill, indicada por una nota dirigida a Anthony Edén en diciembre de 1944,
transmite claramente la reacción británica:
anuncios tempranos, dramáticos y concertados de las naciones comprometidas, en los que se hicieran compromisos definitivos acerca del futuro
de las regiones del sudeste asiático... Sería especialmente útil que tales
anuncios concertados incluyeran: 1) fechas específicas para la concesión
de la independencia o el completo autogobierno (de dominio); 2) los
pasos específicos que se darían para desarrollar la capacidad nativa de
autogobierno, y 3) la promesa de la autonomía económica y la igualdad
del trato económico para otras naciones... Además de su gran valor como
guerra psicológica [contra los japoneses a la sazón], tales anuncios parece36 FRUS, 1944, V, pp. 119-120 para el Departamento de Estado; p. 121 para FDR.
Se reitera el tema general en las pp. 113-131.
38 Cordell Hull, The Memoirs of Cordell Hull, vol. 2, Macmillan, 1948, p. 1599.
No debe haber ninguna posibilidad de que nos veamos empujados o seducidos para hacer declaraciones que afecten la soberanía británica en alguno de los dominios o colonias. Le ruego recordar mi declaración contra
la liquidación del Imperio británico. Si los norteamericanos quieren tomar
las islas japonesas que han conquistado, que las tengan con nuestra bendición y las palabras que les resulten más agradables. Pero "manos fuera
del Imperio británico" es nuestra máxima y no debe ser debilitada ni
mancillada para agradar a comerciantes melosos de nuestro país o a extranjeros de cualquier clase.38
En Irán, los Estados Unidos lograron destruir las esferas de influencia de
británicos y soviéticos al mismo tiempo, ya que Teherán tenía muchas razones para invitar a este tercero a fin de reducir las inveteradas pretensiones de Moscú y Londres para influir en la región. "Me emocionaba la
idea de utilizar a Irán como un ejemplo de lo que podríamos lograr con
una política norteamericana altruista", escribió el general Patrick Hurley
a Hull en enero de 1944. En palabras del secretario, la misión norteamericana a este país se ocupó de "las finanzas, el ingreso interno, las aduanas,
la estabilización de los precios, el racionamiento, la distribución, la recolección de las cosechas, los servicios públicos y el transporte terrestre".39 Así
se aseguraban algunos intereses norteamericanos importantes, entre los que
destacaba el control ejercido por Washington sobre el proyectado acuerdo
petrolero anglo-norteamericano. En los términos de este acuerdo, los Estados Unidos, con asistencia británica, utilizarían sus compañías petroleras privadas para controlar la producción y la distribución mundiales del petróleo.
Los calendarios de producción y comercialización destinados a desviar el
consumo del Hemisferio Occidental, al igual que los precios, se determinarían en una forma planeada, mundial, a fin de asegurar una oferta adecuada a un costo estable.40 De nuevo, la práctica norteamericana de traba37 Véase, sobre la India, en FRUS, 1941, III; sobre la independencia, por ejemplo,
pp. 176-177; sobre los arreglos económicos, por ejemplo, pp. 191 M. Sobre el sudeste
asiático véase Hull, Memoirs (n. 36), vol, 2, pp. 1600-1601.
38Iriye, The Cold War in Asia (n. 2), p. 87.
39 Hull, Memoirs (n. 36), vol. 2, capítulos 109 y 110.
40 Los planes son muy interesantes, aunque el proyecto no se haya realizado. En
176
EL SIGLO NORTEAMERICANO
EL SIGLO NORTEAMERICANO
jar con los gobiernos del Sur en una forma mutuamente benéfica había
demostrado en apariencia su valor.
Por supuesto, siempre había habido límites para la amplitud en que se
armonizaban los intereses norteamericanos con los de los gobiernos de Asia
y América Latina. Pero la cuestión decisiva del periodo posterior a 1945
consistía en saber si Washington podría acomodar sus intereses al nacionalismo de inspiración comunista que se encontraba a la cabeza de una revolución de base campesina. Antes de 1939, los movimientos comunistas
habían demostrado un poder relativamente escaso en estas regiones, y en
todo caso los Estados Unidos no se sentían directamente envueltos en el
asunto en ninguna área fuera de Centroamérica. Pero todo esto había cambiado después de la guerra. Los grupos de resistencia encabezados por los
comunistas tenían fuerza suficiente para intentar la toma del poder en países tan diversos como Francia, Yugoslavia, Grecia, Indochina, Filipinas y
China, y en la mayoría de los casos era Washington quien tenía la responsabilidad primordial en la determinación de la respuesta internacional.
El contraste ocurrido en la política norteamericana entre el nacionalismo de la Indochina francesa y el de la Indonesia holandesa constituye
un caso interesante a este respecto. Después de la guerra, Estados Unidos
tenía la certeza de que en ambas áreas había una seria resistencia nacionalista a la reimposición de la dominación europea. Un comunicado secreto
del Departamento de Estado, emitido en el verano de 1948 con respecto a
Indochina, no contenía reserva alguna: "El pueblo mayoritario del área, los
vietnamitas, ha resistido tercamente el restablecimiento de la autoridad
francesa." 41 Tampoco había ninguna duda de que esta oposición fuera genuinamente nacionalista. El secretario de Estado Marshall escribió en el
verano de 1948: "Ho parece muy capaz de conservar y aun fortalecer su
control sobre Indochina sin otra asistencia externa que una procesión continua de gobiernos títeres franceses ... [Por lo que toca a Moscú] tenemos
la impresión de que debe darse a Ho, o lo está reteniendo, un gran margen
de acción." *a Seis años más tarde, cuando el presidente Eisenhower estaba
decidiendo la intervención militar en Vietnam, informó que no tenía duda
de que Ho Chi Minh obtendría el 80% de los votos en una elección libre.43
De igual modo, Washington respetaba el vigor y los apoyos locales del
nacionalismo indonesio. En un cable dirigido al secretario Marshall desde
Batavia, el cónsul general de los Estados Unidos Charles Livengood subrayaba la "falacia esencial" de la posición holandesa, su "porfiada subestimación de la fuerza de apoyo con que cuenta la República [nacionalista] en Java, Madura, Sumatra y gran parte de Indonesia oriental, y una
determinación férrea para considerar comparables todos los distintos movimientos de la República de Indonesia. Creemos que los holandeses están
soñando si creen que los elementos constitutivos de la República no dominarán por completo una Indonesia independiente".44
Sin embargo, las reacciones de Washington ante estos dos poderosos movimientos nacionalistas fueron marcadamente diferentes. En el caso de las
Indias Orientales Holandesas, los Estados Unidos presionaron de modo inequívoco en favor de la independencia bajo el escudo del gobierno de HattaSukarno. Los documentos del Departamento de Estado tienen la claridad
del pensamiento norteamericano: las fuerzas que se agrupaban detrás de
Hatta y de Sukarno eran ferozmente anticomunistas, como lo había demostrado la guerra civil desatada por los incidentes de Madiun en el otoño de
1948; pero una confrontación prolongada con los holandeses desataría una
guerra de guerrillas y favorecería los intereses de los comunistas. Por otra
parte, una Indonesia independiente bajo Hatta y Sukarno aliviaría las preocupaciones de Washington por la seguridad al mismo tiempo que aboliría los
monopolios comerciales holandeses, de modo que pasaría a depender de
los Estados Unidos en términos comerciales en lo tocante a su desarrollo económico. Firme en estas convicciones, Washington previno a La Haya que
si desataba una campaña militar contra la República, los Estados Unidos
podrían reducir su ayuda a Holanda, retirarse del Comité de Buenos Oficios que mediaba en la disputa, plantear el caso contra Holanda ante el
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, aun reconocer a la República
y entrar en acuerdos comerciales con ella.45
Pero tocante a Indochina los Estados Unidos fueron mucho menos firmes, aunque Roosevelt había puesto en claro durante la guerra que no
estaba a favor del retorno de Francia a esta parte de Asia, y Traman rechazó las peticiones francesas de transportes norteamericanos para trasladar
tropas al área y armas para luchar contra los insurgentes en 1945.48 La
explicación tradicional de la política de Washington era que temía la nega-
particular, véase el memorando de la Comisión Petrolera Interdivisional del Departamento de Estado, reproducido en FRUS, 1944, V, pp. 27 ss., y el memorando
de entendimiento, FRUS, 1944, III, pp. 111 ss.
"FRVS, 1948, VI, p. 44.
**lbid., pp. 28-29.
*3Dwight D. Eisenhower, Mándate for Change, 1933-1956, Doubleday, 1963,
p. 372.
177
"FRUS, 1948, VI, p. 116.
*' Ibid., passim, •
46 Neil Sheehan y otros, The Pentagon Papers, Bantam Books, 1971, capítulo 1;
Walter LaFeber, "Roosevelt, Churchill arid Indochina: 1942-1945", American Histórica! Review, 80, 5, diciembre de 1975; Thorne, Atties of a Kind (n. 19),
capítulos 7, 13, 20, 27; Dállele, Franklin D, Roosevelt (n. 30), pp. 512 w.
178
EL SIGLO NORTEAMERICANO
EL SIGLO NORTEAMERICANO
tiva francesa a secundar los planes de seguridad norteamericanos para Europa Occidental si los Estados Unidos presionaban demasiado: "Nuestros
objetivos en Europa exigen que apoyemos a un gobierno francés amistoso, y
esto ha tomado precedencia sobre los objetivos de la política indochina",
declaraba el Departamento de Estado en septiembre de 1948.*7 Pero la
preocupación por la reacción de La Haya no había desviado las presiones
norteamericanas sobre Indonesia; en efecto, Washington había esperado que
cayera el gobierno holandés de resultas de sus esfuerzos, y que lo remplazara
un gobierno más razonable.48 Por supuesto, la caída del gobierno francés
era un asunto más riesgoso: una derecha más agresiva, o una izquierda
más antiyanqui, podrían recoger los pedazos. Pero no resulta convincente
la afirmación de que la política de Washington hacia Francia estaba determinada sólo por consideraciones europeas.
Más importante que la diferencia existente entre Francia y Holanda en
la determinación de las acciones de Washington en el sudeste asiático, después de 1945, era la diferencia existente entre el nacionalismo indonesio y
el indochino: el primero era seguramente anticomunista, mientras que el
segundo no lo era de ningún modo. En estas circunstancias, Washington
vacilaba, esperando —como sé expresó en un memorando gubernamental—
"el establecimiento de un gobierno verdaderamente nacionalista en Indochina que, satisfaciendo las aspiraciones de los pueblos de Indochina, sirviera como punto de atracción de los nacionalistas y debilitara a los
elementos comunistas".49 ¿Permitiría París la reunificación de Vietnam, confiriendo a su gobierno el derecho de determinar sus asuntos internos y
externos en forma soberana por completo? Como precisamente sobre estos
puntos era en los que los franceses se mostraban más reacios (como ocurría
con los holandeses en Indonesia), Washington podría actuar sólo apoyando a
Ho Chi Minh, algo que se negaba a considerar. Por el contrario, mantenía
la esperanza de que apareciera alguna solución semejante a la encontrada
en Indonesia y Filipinas: fuerzas "verdaderamente" nacionalistas dedicadas
a frenar el poder del comunismo dentro del país.
En síntesis, esta era la cuestión crucial que la experiencia norteamericana
anterior a la segunda Guerra Mundial había ayudado poco a resolver. Como
se hizo evidente después de 1945, cuando el nacionalismo del Sur pudo
encontrar diversas formas de expresión y se había modificado marcadamente el papel internacional de los Estados Unidos, se planteaba por supuesto
la cuestión de la base sobre la que podrían asociarse estas dos fuerzas
históricas cambiantes. Por una parte, el carácter mundial de la guerra y el
retiro posterior de los aliados norteamericanos de la Europa Occidental,
desde el Cercano hasta el Lejano Oriente, significaba que los intereses de
los Estados Unidos no tenían un alcance regional sino virtualmente mundial por primera vez, e incluían la responsabilidad de proteger los intereses internacionales de sus aliados principales tanto como los suyos propios. Por
otra parte, también estaba cambiando el carácter del nacionalismo sureño, en
parte como resultado de desarrollos internos y además como consecuencia
de la retracción mundial de las principales potencias imperialistas de antes de
la guerra: se estaba volviendo más poderoso y más agresivo. ¿Habría algunas variantes del nacionalismo del Sur que no pudieran concillarse con
los intereses norteamericanos sino que amenazaran con minarlos? Y si existieran tales amenazas, ¿cómo podrían manejarse mejor?
En lugar de discurrir en poner los cimientos de una relación de trabajo
con los movimientos comunistas nativos del Lejano Oriente y América Latina, donde parecían libres del control de Moscú, los Estados Unidos adoptaron una postura diferente: trataron de separar a los comunistas de los
demás nacionalistas y de ayudar a estos últimos en su lucha con los primeros. Sólo en China, donde los Estados Unidos esperaban al principio la
formación de un gobierno de coalición en el que dominara Chiang Kai-shek,
difirió marcadamente la política norteamericana. Aplicando su estrategia
de apartar a los comunistas del conjunto de otros nacionalistas, Washington
prometió una satisfacción política a estos últimos, patrocinando la participación de su país en la comunidad internacional, al mismo tiempo que los
alentaba a realizar reformas progresistas en el interior, esto es, reformas destinadas a contrarrestar la atracción del comunismo en los estratos más bajos
de la sociedad. Así pues, los Estados Unidos confirieron con gusto la independencia a las Filipinas, inmediatamente después de la segunda Guerra
Mundial, y promovieron reformas sociales y políticas en ese país para contrarrestar la rebelión hukbalahap, iniciada en 1946. Su aliado en este proceso fue Ramón Magsaysay, ministro de Defensa en 1949 y presidente en
1953, quien respondió a la intensificación de la rebelión en 1950 con promesas de reformas progresistas en materia de tenencia de la tierra. También
en Grecia, Estados Unidos apoyó plenamente la represión militar de la rebelión encabezada por los comunistas contra el gobierno establecido por los
británicos al término de la guerra, pero siempre estuvo en favor de la for- •
mación de gobiernos socialmente más progresistas en Atenas.50 Y en el caso
de China hay una historia especialmente prolongada e impresionante de ad¿> '
•
'
'
•
"
"FRVS, 1948, VI, p. 48.
*»JMd., p. 551.
**Ibid,, p. 49.
50 L. S. Stavrianos, Créete: American Dilemma and Opportunity, Henry Regnery,
Chicago, 1952, pp. 186-189 y ptusim.
180
EL SIGLO NORTEAMERICANO
moniciones norteamericanas a Chiang Kai-shek pidiéndole que rehiciera su
gobierno y reformara su país si quería salvarlo de los comunistas de Mao
Tse-tung, Trurnan escribió a Chiang el 10 de agosto de 1946:
Las esperanzas del pueblo de China están siendo frustradas por los militaristas y por un pequeño grupo de reaccionarios políticos que están obstruyendo el progreso del bien general de la nación porque no entienden
la tendencia liberal de la época. El pueblo de los Estados Unidos contempla con gran repugnancia este estado de cosas. No puede esperarse
que la opinión pública norteamericana mantenga su actitud generosa hacia la nación de usted si no le ofrece pronto una prueba convincente
de que se está avanzando realmente hacia un arreglo pacífico de los
problemas internos de China.61
En suma, Washington trabajaría para que los gobiernos del Sur fuesen progresistas en lo interno y soberanos en lo internacional. En el proceso, esperaba que tales gobiernos no se volvieran comunistas. No debe concluirse de
aquí que los Estados Unidos actuaran de acuerdo con algún diseño grandioso, cuidadosamente calculado. Por el contrario, la política fluía con naturalidad de la experiencia norteamericana anterior y de la forma política
de las circunstancias objetivas. Si había algún diseño grandioso, se observaría mejor entre los comunistas, cuyo maquiavelismo calculado en este
sentido era del dominio público y aun un motivo de orgullo (porque contrastaba con la "hipocresía" de la burguesía y los imperialistas). Fueron los
comunistas quienes elaboraron deliberadamente la estrategia del frente unido a fin de realizar la "revolución nacional-democrática" contra el imperialismo (en el caso de China, por ejemplo), sólo para acelerar el final y
volverse contra sus antiguos aliados en cuanto triunfara esta primera etapa.88
En Grecia y en Filipinas triunfaron los esfuerzos de los nacionalistas, apoyados por los norteamericanos, contra los comunistas (aunque todavía existen muchas de las condiciones que impulsaron las insurgencias locales). Pero
en China no pudo detener Chiang Kai-shek la fuerza del nacionalismo
comunista, y los Estados Unidos se vieron incapacitados por primera vez
para controlar una situación regional a través de sus aliados locales. La
respuesta de Washington ante este desarrollo resultó decisiva para la formulación de la política norteamericana hacia el Sur durante el siguiente cuarto
de siglo.
81 Departamento
de Estado, China Whtie Paper, Washington, 1949, p. 652.
The Communist International: Volurne U (n. 32), pp. 342, 460. Conviene recordar aquí la famosa frase de Stalin: El CCP tendría que abandonar finalmente al Frente Unido y "apachurrarlos (al KMT) como un limón". Véase Adam
Ulam, Expansión and Coexistence: The History of Sooiel Foreign Policy, 1917-1967,
Praeger, 1968, pp. 167 ts.
58Degras,
EL SIGLO NORTEAMERICANO
131
Durante toda la guerra, como se puso especialmente en claro en la Conferencia de El Cairo de diciembre de 1943, los Estados Unidos demostraron
su interés por ver surgir a China de la lucha bajo el liderazgo de Chiang
Kai-shek, en lo interno unida y regionalmente dominante. Ni Stalin ni Churchill tomaron en serio la petición de Roosevelt proponiendo que China
fuese tratada después de la guerra como uno de los Cuatro Grandes (simbolizada en su escaño del Consejo de Seguridad de las futuras Naciones Unidas), pero ambos concedieron que el Pacífico y una China independiente
constituirían una esfera de influencia norteamericana (a pesar de la repugnancia de los norteamericanos a pensar en tales términos). También aquí
se ponía de manifiesto el patrón general de la política norteamericana: el
nacionalismo chino y los intereses norteamericanos en el exterior podrían
establecer una relación de trabajo.53
Sin embargo, este proyecto se veía amenazado por un dilema obvio. La
guerra civil entre los comunistas y el Kuomintang podría estallar de nuevo
en cualquier momento, lo que hacía dudar de la extensión y la clase de
apoyo que debería ofrecerse a Chiang, dadas la probabilidad de los triunfos
comunistas y la posibilidad de la interferencia soviética. Por lo tanto, la
esperanza inicial era la de impedir la guerra civil. Esto podría lograrse por
una parte alentando al PCC y al KMT a formar un gobierno de coalición
bajo la autoridad de Chiang (un plan propuesto primero por el general
Hurley y más tarde por el general Marshall), y por la otra mediante el
apoyo militar al KMT (como se hizo con el envío de 113000 infantes de
marina a China, el transporte de tropas de Chiang al norte de China, y
la Orden General Número Uno que instruía a los japoneses para que sólo
se rindieran ante el comando del KMT).
Al empeorar la posición de Chiang, Washington debía escoger entre
uno de tres cursos de acción: intervenir más activamente en apoyo del
KMT; continuar esencialmente la misma política de apoyo material y de asesoría al KMT, pero sin la participación de soldados norteamericanos, con
la esperanza de que ocurriera algo imprevisto, o la sustitución de los nacionalistas por los comunistas en el plan norteamericano para tener una China
unida, regionalmente dominante. La primera opción fue apoyada por varios
miembros del Departamento de Estado y por algunos políticos y líderes públicos prominentes, casi siempre asociados al Partido Republicano, pero
el gobierno de Truman nunca consideró seriamente tal empresa. En los términos de la Doctrina Truman y el Plan Marshall, el principal compromiso
norteamericano se hallaba en Europa Occidental y el Mediterráneo; no se
03 En este párrafo y los tres siguientes sigo en gran medida el análisis que hace
Iriye en The Cold War in Asia (n. 2), capítulos 3 y 4; véase también a Tsou,
Ameríca's Failure in China (n. 2).
182
EL SIGLO NORTEAMERICANO
EL SIGLO NORTEAMERICANO
consideraba viable ninguna intervención masiva en la tierra firme asiática,
aunque Truman sólo se mostró inequívoco sobre este punto después de triunfar holgadamente en la elección de 1948.
Al mismo tiempo, fuera de un pequeño grupo de consejeros entre los
que se encontraban John Patón Davies y John Cárter Vincent, nadie prestó
mucha atención a una política de colaboración con Mao y un régimen comunista en China. El compromiso con Chiang era demasiado fuerte, los
daños potenciales de la colaboración con los comunistas eran -demasiado
grandes (en las urnas electorales y en los asuntos extranjeros) para arriesgarse a tal cambio. Por lo tanto, la política norteamericana se limitó a
contemporizar, a adoptar una actitud de cautelosa espera que a su debido
tiempo reveló sus propias dificultades terribles.
.
Dos interrogantes acerca de la Revolución china parecen haber predominado en el pensamiento de Washington: si tal revolución expresaba una
corriente profunda en la historia china, y el grado en que se identificaría
con la Unión Soviética en la política mundial. A pesar de su tendencia
a considerar el escenario político chino tan caótico que resultaba incontrolable, el secretario Acheson no dejó dudas acerca de las raíces profundas
de la revolución en su Carta de Entrega del Documento Blanco de China
en el verano de 1949:
.
de 1949 se había convencido Mao de que en los Estados Unidos tenía un
oponente irremediable. Por ejemplo, cuando Acheson explicó que el "abuso
activo" de este país por parte del PCC hacía imposible que se tratara a
Mao como Washington había empezado a tratar a Tito en 1948, intentando
separar así a los chinos de los rusos, quizá tenía en mente varios pronunciamientos de prominentes funcionarios comunistas chinos que imitaban la
bravata lanzada por Mao ante Anna Louise Strong, en agosto de 1946, según la cual "todos los reaccionarios son tigres de papel".55 O, como dijo
Mao en junio de 1949:
El hecho fue,que la declinación detectada por nuestros observadores en
Chungking a principios de la guerra había minado gravemente la resistencia del Kuomintang. Sus líderes se habían mostrado incapaces de resolver la crisis que afrontaban, sus tropas habían perdido la voluntad de
pelear, y el Gobierno había perdido el apoyo popular... Los ejércitos
nacionalistas no tenían que ser derrotados; se desintegraban... El hecho
desafortunado pero innegable es que el resultado ominoso de la guerra
civil de China estaba fuera del control del gobierno de los Estados Unidos. Nada de lo que este país hizo o pudiera haber hecho dentro de los
límites razonables de sus capacidades podría haber cambiado ese resultado; nada de lo que ha dejado de hacer este país ha contribuido al
resultado. Fue el producto de fuerzas chinas internas en las que este país
trató de influir sin poder lograrlo.54
,
Sin embargo, con una sola línea de la carta revelaba el secretario sus pensamientos sobre la otra cuestión decisiva: en qué medida los nuevos líderes
de China trabajarían con la Unión Soviética: "Los líderes comunistas han
traicionado su herencia china y han anunciado públicamente su sometimiento a una potencia extranjera, Rusia." Es posible que olvidara Acheson
los diversos esfuerzos hechos durante la guerra por el PCC para establecer
relaciones con Washington, pero de todos modos es seguro que mucho antes
54
China White Paper (n, 51), pp. xiv, xvi.
183
Es imposible sentarse en la cerca. No existe un tercer camino... no sólo
en China sino en todo el mundo, sin excepción, tenemos que inclinarnos
hacia el imperialismo o hacia el socialismo. La neutralidad es un camuflaje y no existe un tercer camino.58
En realidad, los datos que ahora poseemos sugieren fuertemente que, hasta
el verano de 1946, el PCC habría aceptado con gusto el establecimiento
de relaciones con Washington y que los Estados Unidos se resistieron activamente a estas iniciativas.57 Pero hacia 1948 se reciprocaba la hostilidad
norteamericana, lo que dificultaba mucho más una reconsideración norteamericana para establecer contacto con los comunistas, aunque hubiese sido
el comportamiento de Washington el origen del conflicto.
Sin embargo, hay buenas razones para creer que, hacia fines de 1949,
Washington estaba acorde finalmente con la idea de trabajar con una China
comunista. En diciembre, Mao viajaba a Moscú para celebrar un tratado
con la Unión Soviética, y en virtud de que su estancia se prolongó hasta
febrero siguiente, pudo suponerse lógicamente que varias diferencias graves dividían a las dos partes. En un discurso pronunciado el 12 de enero de 1950 ante el Club Nacional de la Prensa, Acheson sostuvo que los
soviéticos estaban tratando de apoderarse de Mongolia Interior y Exterior,
Manchuria y Sinkiang; y declaró:
í, No debemos desviar hacia nosotros la justa indignación y la ira y el odio
que deben desarrollarse en el pueblo chino contra los rusos. (Sería una
tontería que lo hiciéramos. Debemos asumir la posición que siempre hemos asumido: que quienquiera que viole la integridad de China es ene53 Dean Acheson, Present at the Creation: My Years in the State Department,
Norton, 1969, p. 344; Mao Tse-tung, Sehcted Readings {rom the Works of Mao
Tse-tung, Foreign Language Press, PekSn 1971, pp. 345 w.
íalbid., y China White Paper (n. 51), p. 723.
«Michael Schaller, The U. S. Crusade in China, 1938-1945, Columbia University
Press, 1978. Véase una interpretación contraria en Ulam, Expansión (n. 52), páginas 470 ss.
u ». íít
« ui íih
184
EL SIGLO NORTEAMERICANO
migo de China y está actuando contra nuestros propios intereses. Esta
tarde sugiero a ustedes que esa es la primera y más importante de las
reglas referentes a la formulación de la política norteamericana con el
Asia.88
Con el mismo espíritu, el secretario cablegrafió al mes siguiente a la embajada norteamericana en París: "En este bazar oriental, es probable que
el Kremlin regateador esté descubriendo que la delegación china es menos
sumisa que todas las que ha tratado en su experiencia con las 'democracias
populares'."59 Es posible que los norteamericanos estuviesen entendiendo
finalmente lo que los británicos habían venido diciendo desde siempre: las
diferencias chino-rusas eran tan sustanciales que las concesiones de Occidente podrían ensanchar tal brecha.80 Desde esta perspectiva, podemos entender
la gran importancia de la decisión tomada por Truman a fines de 1949
para cortar toda ayuda a Chiang en lo relacionado con Formosa.81 Si su
gobierno era destruido por los comunistas, iba a terminar automáticamente
el compromiso norteamericano, lo cual allanaría el camino para el establecimiento de relaciones entre Pekín y Washington. Por supuesto, los cabilderos de China ya estaban actuando para impedir tales desarrollos, y algunos extremistas miembros del gobierno habían preparado para la primavera
de 1950 el importante documento de política del Consejo Nacional de Seguridad número 68 que pedía una cruzada nacional para detener la "agresiva campaña expansionista" del Kremlin que pretendía "dominar al mundo".82 Pero era claro que estaban surgiendo algunas fuerzas opuestas a estos
esfuerzos, y podría sostenerse plausiblemente que, en los primeros meses de
1950, los Estados Unidos avanzaban hacia una posición desde la que podrían establecer relaciones con los mismos comunistas a quienes habían eludido durante tanto tiempo.
Pero en junio de 1950 estalló la Guerra de Corea. Es ocioso especular y
ver cuan diferente habría sido la historia si los Estados Unidos hubiesen
seguido el sabio consejo de los británicos y hubiesen reconocido a la República Popular en 1949. Lo cierto es que el conflicto volvía virtualmeníe
imposible detener, mediante un entendimiento con Pekín, la expansión de
Rusia al Asia. Por el contrario, en lo que fue seguramente el punto de in58 Departamento de Estado, Bulletin, 32, 551, p. 115.
stPRVS, 1949, IX, p. 309.
60 Véase, por ejemplo, la correspondencia británica en ibid., pp. 57-61.
81 Departamento de Estado, Bulletin, 32, 550, 16 de enero de 1950, p. 79. Véase
también, John W. Spanier, The. Truman-MacArthur Controversy and the Korean Wat,
Norton, 1965, capítulo 3.
82 James A. Nathan y James K. Oliver, Uniied States Foreign Policy and World
Order, Little, Brown, 1976, pp. 128 ss.
EL SIGLO NORTEAMERICANO
185
flexión más trascendental en los asuntos mundiales del cuarto de siglo siguiente al estallido de la Guerra Fría, la detención de Rusia vino a significar también la de China. A su vez, la detención de China parecía dictar
la supresión del comunismo en el Sur, sobre todo en Asia. En poco tiempo, el gobierno de Truman pidió el rearme de Alemania y la creciente integración de las fuerzas de defensa occidentales; celebró tratados de paz y
seguridad con Japón; firmó pactos de defensa mutua con Filipinas, Australia y Nueva Zelanda (desde el punto de vista de estos países, para contrarrestar el potencial resurgimiento de Japón); cambió su posición sobre
Formosa, disponiéndose a defender la isla, y aumentó considerablemente
la ayuda asignada a Francia para la continuación del conflicto de Indochina. Como dijo Robert W. Tucker, "el curso de la detención se convirtió
en el curso del imperio".83
LA POLÍTICA NORTEAMERICANA HACIA EL SUR, 1951-1981
No hay necesidad de documentar detalladamente el curso de la política norteamericana hacia el Sur después de Truman. Existen varias reseñas excelentes a este respecto, de modo que aquí haremos hincapié en la forma en
que gobiernos sucesivos tendieron —en su preocupación por el comunismo—
a sentirse suspicaces ante el nacionalismo del Tercer Mundo, de modo que
el apoyo inicial a la autodeterminación política de estas regiones del mundo
se llenó de reservas cada vez más grandes. Sin embargo, puede exagerarse el
cambio de la conducta norteamericana: el recuerdo de la intervención masiva en Vietnam no debe afectar nuestro entendimiento de la política norteamericana en otras partes del Tercer Mundo. En' efecto, una característica
prominente del comportamiento norteamericano antes de la trascendental decisión del presidente Johnson de intensificar la guerra en ese desdichado
país del sudeste asiático era que los Estados Unidos seguían mostrándose
sumamente reacios a comprometerse en una situación en la periferia en la
que no podrían trabajar con algunos intereses locales viables.
En el caso del gobierno de Eisenhower, por ejemplo, los Estados Unidos
pudieron evitar los encuentros desastrosos con el nacionalismo del Sur, no
por virtud de la estrecha concepción que tenía el Presidente de la amenaza
comunista ni de su renuencia a tomar medidas contrarrevolucionarias —como
lo revelan las intervenciones en Laos, Guatemala, Irán y Líbano—, sino
sobre todo por efecto de la renuencia norteamericana a actuar cuando no
fuesen invitados por una de las partes locales importantes en el conflicto. Es
83 Robert W. Tucker, The Radical Left and American Foreign Poliey, Johns Hopkins University Press, 1971, p. 109.
186
EL SIGLO NORTEAMERICANO
cierto que en Guatemala apoyaron los Estados Unidos al protegido de la
CÍA, Carlos Castillo Armas, aunque su mismo anonimato significaba que
podría negarse la intervención en caso de un fracaso. Pero en Irán cooperaron estrechamente los Estados Unidos con el Sha, así como en el Líbano
fue solicitada su intervención por el presidente Camille Chamoun, y en
Laos trabajó en asociación con un príncipe de la familia real. Quizá esto
ayude a explicar, el hecho de que Eisenhower haya eludido las trampas en
situaciones más difíciles: no había nadie que pudiera utilizar directamente
para oponerse a Kassirn en Irak, Ho Chi Minh en Indochina, o Gamal Abdel Nasser en Egipto... así que mantuvo su distancia.
No hay en las memorias de Eisenhower rastro alguno de simpatía hacia
el papel de los líderes carismáticos en el Tercer Mundo. Por ejemplo, Nasser
le parecía "completamente arrogante", "caprichoso e imprevisible", e inclinado
hacia el "heroísmo falso".04 Y Townsend Hoopes informa que el gobierno
vio las primeras entregas de armas checas a Egipto a fines de 1955, al igual
que el reconocimiento de China al año siguiente, como una señal de que
Nasser podría estarse pasando a la órbita comunista.86 Además, en vista
de la expropiación unilateral del Canal de Suez en 1956, parecía que Nasser
no sólo deseaba desafiar a los Estados Unidos por su cancelación del proyecto de la presa de Asuán sino también asestar un golpe al esfuerzo británico por debilitar la Liga Árabe y detener a Egipto. Sin embargo, aunque
el Presidente admitió que "el uso de la fuerza podría volverse necesario
bajo circunstancias extremas", previno a Gran Bretaña y Francia contra la
intervención militar en Egipto, y ordenó bruscamente su retirada cuando
ocurrió, iniciando bloqueos financieros y petroleros que aumentaron su afrenta. Como lo explicó Eisenhower, en forma no muy convincente, Nasser había
demostrado que podía administrar el canal eficazmente con sus propios pilotos, y esa era la cuestión esencial. Sin duda había la consideración mucho
más importante, como lo señaló Eisenhower, de que los Estados Unidos
debían considerar el peligro de comprometerse directamente en el Medio
Oriente, de convertirse en una "potencia ocupante en un inundo árabe en
ebullición".68 Como ha observado John Badeau, ex embajador en Egipto, el
resultado más probable del derrocamiento de Nasser habría sido el de arrojar al nacionalismo egipcio más aún en brazos de Moscú.87 Independien84 Dwight D. Eisenhower, Waging Peace, 1956-1961, Doubleday, 1965, pp. 4244, 176.
85 Townsend Hoopes, The Devil and John Foster Dalles: The Diplomacy of the
Eisenhower Era, Little, Brown, 1973, capítulos 21 y 22.
68 Eisenhower, Waging Peace, (n. 64), p. 99.
67 John S. Badeau, The American Approach to the Arab World, Harper & Row,
1968, pp. 7-8.
EL SIGLO
NORTEAMERICANO
temente de su animosidad hacia Nasser, Eisenhower podía distinguir entre
la amenaza soviética y la de Egipto y tener en cuenta los límites impuestos
a su poder por su carencia de aliados que pudieran clasificarse como nacionalistas egipcios y usarse contra Nasser.
Esta última consideración parece particularmente importante cuando se
compara la negativa a comprometerse contra Egipto con la renuencia de
Eisenhower a unirse a los franceses en su lucha contra el Viet Minh. En
sus memorias relata Eisenhower que estuvo muy cerca de ordenar la intervención militar directa en ese país. Pero un obstáculo grave fue su expectativa de que los franceses no cesaran sus interminables maniobras para
permanecer en Indochina en lugar de conceder la independencia al área.
De acuerdo con la política norteamericana tradicional, Eisenhower percibió
que las demandas francesas hacían imposible la creación de un grupo no
comunista importante en Vietnam con el que Washington pudiera negociar.
El Presidente escribió que conocía bien la enorme popularidad de Ho en
Vietnam, y que, en consecuencia, temía que resultase sumamente costosa
la intervención norteamericana en ese país, ya que podría provocar "una
sucesión de guerras asiáticas, cuyo resultado final sería la pérdida de nuestros recursos y el debilitamiento de nuestra posición defensiva global",88
Sin embargo, aunque Eisenhower parece haber obrado prudentemente
cuando evitó inmiscuir a los Estados Unidos en situaciones en las que no
tenía aliados locales razonablemente fuertes que llevaran la carga del esfuerzo, al mismo tiempo expandió en grado considerable la red internacional
de obligaciones mediante tratados norteamericanos, y así ayudó a armar una
trampa que se dispararía contra sus sucesores. La Organización del Tratado
de Asia Sudoriental (OTASO), iniciada en 1954, ayudó en gran medida a
implicar a los Estados Unidos en los asuntos de Vietnam del Sur, y el
apoyo dado por Eisenhower al Pacto de Bagdad en 1955, al que siguió
la expulsión de Francia y Gran Bretaña de sus posiciones dominantes en el
Medio Oriente tras el episodio de Suez en 1956 y la declaración de la Doctrina Eisenhower referente a esta área al año siguiente, asignó a este país
también una responsabilidad directa por los acontecimientos del Medio
Oriente. En adelante, fuera de África, estaba completa la estructura mundial de los compromisos políticos norteamericanos: el ejercicio internacional
de la Doctrina Monroe. Una vez establecida esta estructura de obligaciones, pareció. cobrar vida propia, enunciando que una amenaza para
68 Eisenhower, Mándate for Change, (n. 43), pp. 363, 373. El secretario de Estado
Dulles compartía esta opinión. Según Eisenhower, Dulles escribió en 1954: "Queríamos anotarnos un triunfo. En consecuencia, no podíamos comprometer el prestigio
de los Estados Unidos y sufrir una derrota que habría tenido repercusiones mundiales", Mándate for Change, p, 345.
188
EL SIGLO NORTEAMERICANO
cualquiera de sus partes constitutivas planteaba una amenaza para el todo.
Los Estados Unidos se habían convertido en un imperio y empezaban a
pensar cada vez más en términos imperiales,
Desde la segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos habían contemplado los desarrollos externos en una doble perspectiva: por una parte, con
una apreciación prudente del poder de los actores locales con los que tendrían que trabajar los Estados Unidos para realizar sus propios intereses
en el ámbito local; por la otra, con un sentido geopolítico en que la resolución de cuestiones locales afectaba la estructura mundial de los intereses y
obligaciones norteamericanos. Al ampliarse la red de. los vínculos norteamericanos después de 1947, la lógica aparentemente imperiosa de la visión geopolítica creció con ella, en ocasiones ocultando por completo todo
sentido lúcido de los desarrollos locales.
La virtud del presidente Kennedy en este sentido fue que, por lo menos al principio, percibió cuan distintos podrían ser estos dos campos de
acción. Por lo tanto, lo que resulta sorprendente no es que haya manejado
problemas surgidos en Guinea, el Congo, Yemen y la Guayana Británica
con tanta habilidad, sino que se haya equivocado tanto en Vietnarn y Cuba."
En ambos casos, la falla de su razonamiento fue aparentemente la creencia
de que (a pesar de la experiencia norteamericana en China) podría utilizar con relativa facilidad la tradicional asociación norteamericana con el
nacionalismo extranjero para frenar los avances comunistas en el exterior. En
1951, cuando visitó Vietnam, había escrito:
En Indochina nos hemos aliado al esfuerzo desesperado de un régimen
francés por aferrarse a los vestigios del imperio. Entre los habitantes de
esa área no hay ningún apoyo general al gobierno nativo de Vietnam.
Tiene sentido la detención del avance comunista en el Sur, pero no sólo
mediante la fuerza de las armas. Más bien debiera crearse un fuerte sentimiento no comunista nativo dentro de estas áreas y utilizarlo como
punta de lanza de la defensa, en lugar de confiar en las legiones del
general De Latiré. Estamos condenados al fracaso si hacemos esto en
desafío de los objetivos innatamente nacionalistas... Sin el apoyo de las
poblaciones nativas, no hay esperanza de éxito en ninguno de los países
del sudeste asiático.70
La misma perspectiva informaba su enfoque en el caso de Cuba. Por increíble que parezca, la razón principal de que el Presidente no haya apoyado
60 Acerca de Yemen, véase a Badeau, The American Approach (n. 87), capítulo 7;
acerca de los otros casos, véanse los relatos de Arthur M. Schlesinger Jr., en A
Thouscmd Days; John F. Kennedy in the Wkite House, Houghton Mifflin, 1965,
passim,
,
7ú john F. Kennedy, The Strategy of Peace, Harper & Row, 1960, p. 60.
EL SIGLO NORTEAMERICANO
la invasión de la Bahía de Cochinos en abril de 1961 parece ser su suposición de que habría un levantamiento masivo contra Castro en cuanto
circulara la noticia de que los "libertadores" habían llegado. Arthur Schlesinger cita indirectamente a Kennedy en el sentido de que, cuando era
evidente que la invasión había fracasado, dijo: "La prueba había sido
siempre si el pueblo cubano apoyaría una rebelión contra Castro. Si no lo
hacía, los Estados Unidos no podrían imponerles un nuevo régimen mediante la invasión." n También en el caso de Vietnam confiaba Kennedy
(como lo hicieron .muchos otros norteamericanos) en la persona de Ngo
Dinh Diem, el mandarín católico que se había resistido a los esfuerzos de
japoneses y comunistas por incluirlo en sus gobiernos de Vietnam, y quien
también había pasado algún tiempo en un seminario Maryknoll de Maryland. "Vimos que ocurría un milagro", escribió Kennedy en 1960, hablando
del surgimiento de Diem, luego de los Acuerdos de Ginebra en 1954: "Debí
haber tenido más fe en mis propias suposiciones acerca del poder potencial
del nacionalismo asiático libre."72
Pero hacia principios de 1963 era evidente que Diem no había proveído
el liderazgo esperado por Kennedy. Los éxitos del Viet Gong en el campo
habían empezado a aumentar de nuevo tras una declinación en 1962. Pero
era mucho más ominoso el hecho de que Diem no pudiera convertirse
en líder de los nacionalistas no comunistas, según indicaban claramente
las manifestaciones de los budistas contra su régimen en la primavera y el
verano de 1963. En vista del fracaso de los nacionalistas no comunistas
en Vietnam durante 1963, se ha debatido mucho si Kennedy habría intensificado la intervención norteamericana en el país como lo hiciera posteriormente el presidente Johnson. Por una parte, sé afirma que Kennedy
expresó, en el verano de 1963, que después de las elecciones de 1964 buscaría una retirada de Indochina, cualquiera que fuese el precio personal
que tuviera que pagar por la decisión.73 Tal curso de acción habría correspondido a una evaluación realista del vigor del nacionalismo no comunista
en el área y por lo tanto habría estado de acuerdo con muchos de los
prejuicios del Presidente y con la interpretación de las "lecciones de China"
en el sentido de que el comunismo asociado al nacionalismo es un oponente
especialmente poderoso.
Por otra parte, una consideración importante sugiere que Kennedy podría haberse sentido más renuente a la retirada, ya que su gobierno presenció la implantación de un enfoque nuevo e importante a la cuestión
del trato que debía darse al nacionalismo del Tercer Mundo. Desde fines de
71
Schlesinger, A Thousand Days (n. 69), p. 276.
70), p. 61.
War, Pocket Books, 1972, pp. 99-101.
72 Kennedy, Strategy for Peace (n.
73 Daniel Ellsberg, Papen on the
190
EL SIGLO NORTEAMERICANO
los años cincuenta se había sentido gran preocupación por los métodos que
estaba utilizando la "subversión interna" —las técnicas de la guerra de
guerrillas desarrolladas por Mao Tse-tung— para minar los supuestos en
los que se había basado Washington en lo tocante al nacionalismo sureño.
Ahora empezaba a observarse que los Estados Unidos necesitaban prepararse
para intervenir más directamente en "guerras limitadas" y para apoyar
mediante diversas tácticas de contrainsurgencia a los gobiernos asediados
por las rebeliones basadas en un modelo de organización exportado por China.74 En otras palabras, ya no estaba tan claro que pudiera apoyarse por
medios tradicionales a los regímenes no comunistas del Tercer Mundo. Las
•teorías de la guerra de guerrillas daban una nueva sensación de urgencia
a la visión geopolítica del mundo.
Por lo tanto, en cuanto ocupó la presidencia, alentó Kennedy marcadamente las tácticas de contrainsurgencia, incrementando en gran medida el
presupuesto destinado a las "fuerzas especiales" (la más conocida de las
cuales eran los Boinas Verdes) e insistiendo en que los civiles de los Departamentos de Estado y de Defensa estuviesen conscientes de estas nuevas
doctrinas militares.75 En consecuencia, a pesar de su reconocimiento de que
los nacionalistas no comunistas estaban desorganizados en Saigón, es posible
que el Presidente se hubiese convencido de que ahora era anticuada su propia
práctica, además de la norteamericana tradicional, de intervenir en el exterior sólo cuando hubiese una fuerza nacionalista viable a la cual apoyar;
de que Vietnam representaba una especie de terreno de prueba para las
técnicas de insurgencia y contrainsurgencia, de tal modo que debería considerarse dentro de una visión geopolítica de las obligaciones externas de
los Estados Unidos. Dijo en un discurso ante el Congreso, pronunciado en
mayo de 1961:
.
,
El gran campo de batalla para la defensa y la expansión de la libertad
es ahora toda la mitad sur del planeta —Asia, América Latina, África y
el Medio Oriente—, las tierras de los pueblos que se levantan... Y la suya
es una revolución que nosotros apoyaríamos independientemente de la
Guerra Fría... los adversarios de la libertad no crearon la revolución.,.
74 Véase una muestra de los escritos norteamericanos sobre el tema, que incluye
algunos'discursos de altos funcionarios públicos, en T. N. Greene, comp,, The Guerrilla— and How to Fight Him: Selections from the Marine Corps Gazette, Praeger,
1966. Véase una reseña del periodo en Douglas S. Blaufarb, The Counterinsurgeney
Era: U. S. Doctrine and Performance, 1950 to the Preseni, Free Press, 1977. John
Steward Ambler presenta un estudio interesante de la contrainsurgencia en el caso
francés en Soldiers Against the State: The French Army in Polities, Doubleday, 1968,
parte 3.
•
75 Blaufarb, The Counterinsurgeney Era (n. 74), capítulos 3 y 4; Schlesinger, A
Thousand Days (n. 69),'pp. 340 ss.
'' • -
EL SIGLO NORTEAMERICANO
pero están tratando de pasar la cresta de su ola, de capturarla para ellos
mismos... los adversarios de la libertad planean consolidar su territorio:
explotar, controlar, y finalmente destruir las esperanzas de las naciones
más nuevas del mundo; y tienen ambiciones de hacerlo antes del final
del decenio. Es una contienda de voluntad y propósito, al igual que de
fuerza y violencia: una batalla por las mentes y las almas, no sólo por
vidas y territorios. Y en esa contienda no podemos permanecer al margen.78
Es posible que Kennedy hubiese encontrado una salida de Vietnam si
hubiese ganado la elección de 1964. Pero en vista de que su reputación se basaba en la dureza hacia el comunismo y en su creencia de que las naciones, como los individuos, realizan lo mejor de sí mismas formulando demandas heroicas a sus ciudadanos; de su utilización de los métodos de la
contrainsurgencia; de la intensificación gradual de la intervención hasta
cerca de 17000 hombres para fines de 1963, y de su percepción de Vietnam
como algo ligado a la red más amplia de las obligaciones internacionales
de los Estados Unidos, no hay ninguna razón particular para esperar que
Kennedy se hubiese retirado y hubiese permitido una victoria comunista.
Una de las mejores indicaciones de lo que habría hecho se encuentra en
el pensamiento de los hombres que lo rodeaban. La mayoría de ellos pasaron más tarde a la posición de asesores principales del presidente Johnson y le aconsejaron en forma virtualmente unánime que intensificara la
guerra. Hay una ironía terrible en el comentario de Kennedy acerca de
los hombres de Eisenhower que había heredado junto con el plan de su
antecesor de invadir Cuba en 1961: "Dios mío, vaya caterva de asesores
que heredamos... ¿Se imaginan lo que significa ser Presidente y dejar tras
de sí todas estas gentes?"77
Fue durante el gobierno de Johnson cuando se derrumbó por fin el balance establecido entre la percepción de los eventos locales del Lejano Oriente y América Latina en sus propios términos y su percepción en un plano
geopolítico, es decir, de acuerdo con el supuesto efecto sobre las relaciones
globales de los Estados Unidos con el mundo comunista. El patrón de la política norteamericana dominante hasta ahora, que trataba de basar las
relaciones con el Sur en la esperanza de servir a los intereses recíprocos,
pasó a ocupar un lugar claramente secundario ante los argumentos del imperialismo de ocupación. En realidad, existía la afirmación familiar de que
los Estados Unidos no buscaban para sí ningún privilegio especial en el
78 Public Papers of the Presidents of the United States; John F. Kennedy, 1961,
Government Printing Office, 1962, p. 205.
77 Schlesinger, A Thousand Days (n. 69), p. 259. Véase también a Leslie H. Gelb
y Richard K. Betts, The Irony of Vietnam; The System Worked, Brookings Institution, 1979, capítulo 3.
,
192
EL "SIGLO NORTEAMERICANO
EL SIGLO NORTEAMERICANO
Sur, fuera de mantener estas áreas libres de la influencia comunista. Tampoco había nada novedoso en la colocación de las contiendas de Vietnam
y la República Dominicana dentro de un marco geopolítico. Lo nuevo era
la unilateralidad de la insistencia y la disposición correspondiente de los
Estados Unidos a unirse por primera vez en una forma directa y masiva
(en el caso de Vietnam) a un gobierno asiático carente de un apoyo politico interno verosímil o aun de los medios aparentes para obtenerlo. Pero
como había dicho el vicepresidente Johnson en 1961:
La batalla contra el comunismo deberá librarse en el sudeste asiático
con vigor y determinación para alcanzar el triunfo; de otro modo, los
Estados Unidos deberán entregar inevitablemente el Pacífico y establecer
sus defensas en sus propias costas.
La decisión básica para el sudeste asiático se encuentra aquí. Debemos
decidir entre ayudar a estos países al máximo de nuestras posibilidades o
arrojar la toalla y retraer nuestras defensas hasta San Francisco... Lo
que es más importante: diríamos al mundo que en este caso no cumplimos nuestros tratados y no defendemos a nuestros amigos,78
Así pues, la Doctrina Nixon de 1970 no era en un sentido importante un
abandono de la política tradicional norteamericana sino un retorno a la
tradición dominante: la doctrina insistía en que el terreno político local
deberá ser razonablemente receptivo antes de que los Estados Unidos vuelvan a comprometerse. "Asia es para los asiáticos —declaró el presidente Nixon el 25 de julio de 1969— y eso es lo que queremos, y ese es el papel
que debemos desempeñar. Debemos ayudar, pero no dictar... debemos evitar la clase de política que vuelve a los países de Asia tan dependientes
de nosotros que nos vemos arrastrados a conflictos como el que ahora tenemos en Vietnam."79 Era clara la esencia de su doctrina:
Su tesis central es que los Estados Unidos participarán en la defensa y
el desarrollo de aliados y amigos, pero los norteamericanos no pueden
concebir todos los planes, diseñar todos los programas, ejecutar todas las
decisiones y asumir toda la defensa de las naciones libres del mundo.80
*
"
Y al mismo tiempo que reconocían los peligros de meterse en un conflicto
sin aliados locales confiables, el Presidente y el secretario de Estado Kissin78Sheehan, The Pentagon Papen (n. 46), p. 128, y Arthur M. Schlesinger ]t.,
The Bitter Herítage: Vietnam and American Democracy, 1941-1961, Houghton Mifflin, 1966, p. 21. ,.
;.
78Public Papen of the President of the United States: Richard Nixon, 1969,
Government Printing Office, 1970, p. 548.
80 Public Papen o] the Presiden! of the United States: Richard Nixon, 1970,
Government Printing Office, 1971, pp. 116, 118.
ger parecían tener en mente los riesgos de cierta forma del pensamiento
geopolítico: "No estamos implicados en el mundo porque tengamos compromisos; los tenemos porque estamos implicados. Nuestros intereses deben determinar nuestros compromisos y no al revés." 81
Pero, sin dejar de reconocer los problemas potenciales de una perspectiva
geopolítica, el secretario Kissinger quería volverla más útil que nunca para
los líderes norteamericanos: crear, a partir de ella, una "tradición" sólida
que entregaría como legado a sus sucesores.82 Por supuesto, en el centro
de sus cálculos estaba la Unión Soviética. A través de un proceso de detente, el Secretario trataba de recordar la paridad militar soviética con los
Estados Unidos para establecer una relación entre los dos países basada en
la aceptación de que "tenemos algunos intereses paralelos y estamos obligados a coexistir. La detente alienta un ambiente donde los competidores
puedan regular y restringir sus diferencias y avanzar en última instancia
de la competencia a la cooperación".83 Además, Washington podía alentar
tal desarrollo mediante una combinación de "zanahorias", como el incremento del comercio y acuerdos de limitación de armas, y de "garrotes" tales
como la potencialidad de la nueva relación con China.
Sin embargo, surgió un problema difícil acerca de las relaciones soviéticas y norteamericanas en el Tercer Mundo. En la práctica, el arreglo de
condominio propuesto por Kissinger significaba que Moscú debería disciplinar a sus aliados en Cuba, Vietnam y Siria, sin extender el alcance de sus
compromisos. Tampoco permitiría el secretario que los desarrollos locales
del Sur contribuyeran a los avances soviéticos, como lo demostró, en 1973,
colaborando al derrocamiento del régimen de Allende por creer cuánto significaba su permanencia para otros países de América Latina y para los
movimientos comunistas de Europa Occidental y, por ende, en última instancia, para el balance del poder con la Unión Soviética. En 1976 comentó
Kissinger en estos términos su propuesta de una intervención más activa
de los Estados Unidos en Angola:
Cuando una gran potencia inclina decisivamente la balanza de las fuerzas
en un conflicto local mediante su intervención militar —y no encuentra
resistencia—, se establece un precedente ominoso, de consecuencias graves aunque la intervención ocurra en un área aparentemente remota. No
puede tolerarse tal precedente si se quiere lograr un alivio duradero de
las tensiones. Y si no se rompe ahora el patrón, afrontaremos en el futuro
elecciones más difíciles y costos más altos... Cuando se dice que Angola
., p. 120.
82 Henry
A. Kissinger, White House Years, Little, Brown, 1979, p. 915.
A. Kissinger, "Th&. Prccess of Detente" (1974), en Kissinger, American
Foreign Polisy, Norton, 1977, 3» ed., p. 147.
8S Henry
194
EL SIGLO NORTEAMERICANO
no es un país importante, o que los Estados Unidos no tienen allí intereses importantes, se elude la cuestión principal. Si se ve vacilar a los Estados Unidos frente a la masiva intervención soviética y cubana, ¿qué
pensarán los líderes de todo el mundo cuando tomen decisiones acerca
de su seguridad futura? ¿Y cuáles conclusiones sacará una superpotencia que
no encuentra oposición cuando se presente la próxima oportunidad de
una intervención?84
En suma, el pensamiento de Kissinger había evolucionado entre 1969 y
1976. Temiendo que los Estados Unidos estuviesen abandonando demasiado
sus responsabilidades mundiales a consecuencia del trauma nacional provocado por Vietnam, volvió a insistir en las consideraciones geopolíticas,
desentendiéndose relativamente del carácter del terreno político en el que
deberían poner en práctica los Estados Unidos su poderío y su prestigio.
En cambio, el gobierno de Cárter reveló hasta fines de 1979 una renuencia mucho más marcada a considerar los desarrollos del Tercer Mundo
en términos de las relaciones de Washington con Moscú. Por ejemplo, los
Estados Unidos evitaron una confrontación directa en Irán, donde no se alegaba ninguna presencia soviética; lo mismo ocurrió en Nicaragua, a pesar
de las simpatías castristas de los sandinistas triunfantes, y en Angola y el
Cuerno de África, donde la Unión Soviética estaba interviniendo directamente en los conflictos locales. La concepción predominante en Washington, expresada quizá con la mayor claridad por Andrew Young, el embajador ante las Naciones Unidas, era que la intervención destinada a insistir
en una solución norteamericana sería contraproducente en todos los casos,
ya que provocaría una oposición local y regional a los Estados Unidos, que
beneficiaría a Moscú. Al mismo tiempo, el presidente Cárter obtuvo apoyo
para la ratificación del Tratado del Canal de Panamá, en cuyos términos
se devolvería esta vía acuática a Panamá a fines del siglo; se esforzó por
obtener la paz en el Medio Oriente con la debida consideración del derecho de los palestinos a un hogar nacional, y declaró que los Estados Unidos
estaban a favor del gobierno de la mayoría en Zimbabue. En suma, Washington colaboraría con las fuerzas del nacionalismo sureño para beneficiar sus
propios intereses de estabilidad regional y el acceso a los recursos económicos del Tercer Mundo.
'
Sin embargo, la caída del sha de Irán a principios de 1979, y la incursión
soviética en Afganistán a fines de ese año, plantearon dudas graves acerca
de la viabilidad de la política de Cárter. Zbigniew Brzezinski, asesor de Seguridad Nacional, habló de asociar a los Estados Unidos con un "renacimiento islámico" para limitar la expansión soviética, manejando así el tema
Henry A, Kissinger, 'The Permanent Challenge oí Peace: U. S. Policy Toward
the Soviet Union", 1976, en ibid., pp. 317-318, 321.
84
EL SIGLO NORTEAMERICANO
tradicionalmente norteamericano de frenar la expansión de las esferas de influencia de grandes potencias rivales haciendo amistad con fuerzas nacionalistas en las áreas amenazadas, pero tal orientación parecía cada vez menos
sostenible.88 La toma de rehenes norteamericanos en Teherán en noviembre
de 1979, a la que siguió el estallido de las hostilidades entre Irak e Irán al
año siguiente y el aumento de 150% en los precios internacionales del petróleo durante el periodo terminado en diciembre de 1980, sugirió la existencia
de límites claros a las ventajas que podría obtener Washington si supusiera
que sus intereses básicos eran naturalmente compatibles con los del nacionalismo sureño. El desafío de la Unión Soviética a la hegemonía internacional
de los Estados Unidos se unía a la inestabilidad evidente del nacionalismo del
Sur para augurar otra oleada del imperialismo norteamericano de ocupación
con la llegada de Reagan a la presidencia. Se habían requerido cerca de
veinte años para olvidar las supuestas "lecciones de China"; en cambio, las
evidentes "lecciones de Vietnam" se rechazaban apenas cinco años después.
EL PATRÓN DE LA POLÍriCA NORTEAMERICANA
Desde principios de siglo, si no es que mucho antes, el patrón dominante
de la política norteamericana hacia lo que podríamos llamar en sentido
amplio el Sur ha sido la preferencia de Washington por proteger sus intereses mediante sus relaciones con gobiernos soberanos en esas regiones. Como
ocurrió anteriormente con los británicos, los norteamericanos han preferido
un mundo político plural (una preferencia indicada con claridad al principio
por la Doctrina Monroe), estrechamente unido, en lo económico, por un
sistema comercial multilateral no discriminatorio (mejor expresado por una
política de puertas abiertas). La contradicción principal dentro de esta tradición liberal ha sido la defensa hecha por Washington de los derechos de
propiedad privada norteamericanos en el exterior, aunque esto significara
la desestabilización de los gobiernos extranjeros. Sin embargo, la inclinación
norteamericana a colaborar con los gobiernos del Sur se ha descartado en
ciertas circunstancias, cuando la inestabilidad política ha surgido en una
región amenazada por una gran potencia rival y considerada importante
para la seguridad nacional de los Estados Unidos. Este país ha tendido a
practicar el imperialismo de ocupación, protegiendo sus intereses mediante
su intervención directa. Estos patrones tienen identidades separadas, pero
en algunas ocasiones el modo liberal de la política norteamericana ha logrado establecer una presencia económica norteamericana en el Sur, la que
as Discurso pronunciado por Zbigniew Brzezinski en la Universidad de Harvard, el
19 de febrero de 1980, y entrevista en el New York Times, 30 de marzo de 1980.
EL SIGLO NORTEAMERICANO
EL SIGLO NORTEAMERICANO
a su vez ha contribuido luego al surgimiento de disturbios políticos en
esa región, alentando así la intervención norteamericana por ocupación.
Podría citarse a este respecto la política de los Estados Unidos con Guatemala en 1954, o con Nicaragua, El Salvador y Guatemala después de
1979. Podría afirmarse que el mismo proceso básico ha funcionado de manera análoga durante el periodo de la hegemonía británica respecto del Imperio otomano, África Occidental y China. En ambos casos, la penetración
económica contribuye a la inestabilidad local que luego se vuelve motivo
de preocupación en términos de rivalidades entre las grandes potencias.
En lo tocante al patrón liberal dominante, el gobierno de Franklin Roosevelt realizó dos innovaciones importantes: después de 1932, Washington
defendió el libre comercio internacional contra el nacionalismo económico,
y después de 1939 pareció apoyar la autodeterminación nacional democrática por todo el mundo y no sólo para los europeos. Pero estas innovaciones
de la época de Roosevelt no carecían de concesiones a la realidad, ni constituían asombrosos alejamientos del orden mundial, político y económico,
promovido antes por este país.
La modificación extraordinaria del papel ecuménico de los Estados Unidos después de 1945 reflejaba, hasta cierto punto, estos cambios en la política de Washington, pero dependía aún más de su alcance mundial el poder relativo a su disposición, las condiciones mundiales objetivas, y la
naturaleza de la amenaza al orden internacional percibida por esa potencia.
Los Estados Unidos se habían preocupado por el balance global del poder
por lo menos desde la primera Gran Guerra, pero fue sólo hasta la segunda
Guerra Mundial cuando trató de convertir la modificación del carácter del sistema internacional en la preocupación esencial de su política exterior para
ampliar así el alcance efectivo de sus acciones. Fue en este mismo momento
cuando el poderío norteamericano no tenía paralelo, reinando en forma suprema a la terminación de la guerra. Y fue poco después cuando Washington
llegó a la conclusión que el obstáculo principal opuesto a la creación del
orden mundial que deseaba después del caos de la guerra era la difusión
internacional del comunismo.
En adelante, Estados Unidos sería una potencia imperial en el sentido de
que se convirtió en un país preocupado por dominar la conducta de pueblos
más débiles en aras de ciertos intereses internos y en nombre de un orden
internacional acorde con sus designios. Mediante su patrocinio de la seguridad
colectiva en las Naciones Unidas, acuerdos y organizaciones a través de
los cuales trataba de promover una economía mundial abierta, y mediante los
contactos bilaterales y multilaterales que establecía, Washington avanzó desde 1945 hasta 1947 hacia una posición en la que podría controlar el marco
esencial de los asuntos mundiales, tan plenamente como lo había hecho
Londres durante gran parte del siglo XK. No es que se explicaran así todos
los detalles de este orden; siempre había limitaciones importantes a lo
que podría lograr Washington. Tampoco hay razón alguna para sugerir que
estos desarrollos reflejaran un plan detallado elaborado en Washington,
ya que en gran medida derivaban de circunstancias externas, en particular
del poder relativo de los Estados Unidos en el plano internacional. Sin
embargo, después de 1945 (y antes) había en la política norteamericana
una coherencia y un impulso suficientes para distinguir en ella varios patrones diferentes.
En efecto, el poder relativo y los objetivos globales de los Estados Unidos
eran tales, después de 1945, que el país habría funcionado seguramente
como una potencia imperialista si nunca hubiese existido la Unión Soviética. Así como Gran Bretaña había dominado por sí sola los asuntos mundiales después de 1815, Washington poseía los medios y la voluntad necesarios
para imponer ciertas prácticas al orden mundial de la posguerra. Como lo
sugiere la hostilidad norteamericana hacia el imperialismo británico que analizamos antes, esto habría ocurrido independientemente de que las grandes
potencias rivales fuesen o no comunistas, ya que los Estados Unidos se oponían en cualquier caso a las esferas de influencia en los asuntos mundiales.
Si la jactancia de Patrick Hurley, embajador norteamericano en China, no
era típica de todos los norteamericanos, su oposición a la expansión europea
correspondía sin duda a un sentimiento generalizado en Washington. Hurley
escribió a Truman para protestar contra lo que creía que eran los designios de
lord Mountbatten para asumir el control de las fuerzas aliadas en China:
196
Si lord Louis, o cualquier otro almirante o general británico, recibe este
nombramiento en preferencia a un norteamericano, ello constituirá una
victoria aplastante para la hegemonía de las naciones imperialistas y los
principios del imperialismo colonial en Asia. Tal nombramiento sería también un golpe claro para los Estados Unidos y la democracia en Asia...
Durante muchos años, la cuestión política principal ha sido en Asia la
contienda entre la democracia y el imperialismo. Apoyamos las aspiraciones democráticas chinas contra el imperialismo del Japón. Ahora se trata
de saber si permitiremos que los imperialistas británicos, franceses y holandeses usen los recursos de la democracia norteamericana para restablecer el imperialismo, en Asia. Es el antiguo conflicto entre, las aspiraciones de libertad del pueblo y el deseo de dominación de las naciones
depredadoras... El nombramiento de lord Louis o de cualquiera otro
imperialista como comandante en China sería la anulación de los principios norteamericanos y de sus logros en China.88
**FRUS, 1945, VII, pp. 107, 113-114.
198
EL SIGLO NORTEAMERICANO
EL SIGLO NORTEAMERICANO
Bajo el disfraz de su oposición a las esferas de influencia de las grandes potencias, los Estados Unidos se concedían licencia para convertir al mundo
en su esfera de influencia. El antimperialismo estaba adquiriendo un matiz
propio, decididamente imperialista.
Los norteamericanos reforzaron el impulso ofensivo de este antimperialismo de inspiración política con los efectos de una innovación en la política
económica exterior de los Estados Unidos a favor del libre comercio internacional. Otra vez son claras las semejanzas con los británicos. La consecuencia de esta modificación de la política fue que, por mucho que se
conservara la simpatía de los Estados Unidos hacia la autodeterminación política de los pueblos, era mucho menor en lo tocante a las nociones del
nacionalismo económico. En efecto, ya desde el gobierno de Wilson se había
sugerido la idea de que el divisionismo político latente en el nacionalismo
podría corregirse mediante la interdependencia alentada por una economía
mundial abierta. Pero sería el secretario de Estado Cordell Hull quien aplicaría concretamente este concepto tras el ascenso de FranHin Roosevelt a la
Presidencia. Su primer éxito llegó pronto: en la Conferencia de Montevideo
de 1933, Hull persuadió a los estados latinoamericanos que aceptaran una
liberalización sustancial del comercio regional, algo que el secretario preveía
como el modelo posterior para el comercio mundial. En virtud de que los
bloques comerciales cerrados parecían ser la fuente de las rivalidades políticas en esa época, los norteamericanos sostendrían poco después que un
sistema económico internacional abierto, basado en el libre comercio, promovería la paz mundial. En su propio estilo, los norteamericanos estaban
enunciando otra vez los argumentos de los librecambistas británicos del siglo xix en contra del mercantilismo, excepto que ahora la ironía estribaba
en que el país importante que se oponía a tales proposiciones era nada
menos que la Gran Bretaña.87
Por lo tanto, podía preverse que los Estados Unidos utilizarían su gran
fuerza para promover estas metas durante la segunda Guerra Mundial. Ya
fuese en forma retórica en la Carta del Atlántico, diplomática en la búsqueda de concesiones a través de los préstamos y arriendos, o institucional
en las organizaciones y los procedimientos creados en Bretton \Voods, Washington trataba de promover su plan en favor de un orden económico liberal, multilateral, después de la guerra.
Por lo que tocaba al Tercer Mundo, estas reformas ocurrían en un momento en que estos países estaban experimentando rápidos cambios económicos y demográficos que ejercían enormes presiones sociales sobre las
instituciones políticas habitualmente inadecuadas, por la tradición o la experiencia, para afrontarlos. Por diferentes que sean los diversos países del Tercer Mundo, lo que los asemeja es el espectro constante de la guerra civil
o regional (o ambas) al que se enfrentan. En circunstancias potencialmente
tan volátiles, los actores económicos extranjeros pueden ejercer gran influencia: un préstamo negado, una inversión cancelada, un canal comercial abandonado, pueden tener repercusiones importantes para un país débil, ya sea
en términos de sus competidores regionales o en lo tocante a la balanza de
fuerzas existente entre los grupos sociales que determinan su estabilidad
política. De igual manera, la expansión del comercio, la ayuda y la inversión
en estos países pueden convertirse en la fuente de una influencia significativa
sobre los asuntos locales, la que consolidará la posición de algunos grupos
o gobiernos a expensas de sus rivales. Dada la orientación general de la
política económica exterior de los Estados Unidos en la posguerra, y en
vista del acceso relativamente fácil que tienen los empresarios a la toma
de decisiones políticas en este país, existe una tendencia intrínseca a la
intervención de Washington en esta situación.88 Por su parte, los Estados
Unidos no han dejado de percibir las oportunidades que así se les ofrecen.
Por ejemplo, en 1973 tenían los Estados Unidos el 25% de los votos
BT véase a David P. Calleo y Benjamín M. Rowland, America and the World
Political Eeonomy; Atlantic Dreams and National Realities, Indiana University Press,
1973, parte 2; Robert Gilpin, U. S, Power and the Multinational Corporation: The
Political Eeonomy of Poreign Direct Investment, Basic Books, 1975, capitules 3 y 4;
Varg, "The Economic Side of the Good Neighbor Policy" (n. 16), e Irwin F. Gelknan,
Good Neighbor Diplomacy: United States Policies in Latín America, 1933-1945,
John Hopkins University Press, 1979. Véase una comparación de las políticas británicas y norteamericanas en Stephen D. Krasñer, "State Power and the Structure of
International Trade", World Politics, 28, 3, abril de 1976. Véase también Peter J.
Katzenstein, "Conclusión: Domestic Structures and Strategies of Foreign Economic
Policy", en Katzenstein, comp., Between Power and Plenty: Poreign Economic Polides of Advanced Industrial States, University of Wisconsin Press, 1978, publicado
primero como la edición del otoño de 1977 de International Organization, 31, 34.
88 Aun el estudio que presenta el análisis más favorable de la política norteamericana, la que considera basada en los intereses del Estado más bien que en los de
grupos particulares, admite sin reservas que este país tiene un Estado hasta cierto punto
débil, profundamente afectado por los intereses empresariales. Véase Krasner, Defcnding
the National Interest (n. 28). Mientras que Krasner se concentra en la distinción
existente entre el Congreso y la presidencia acerca de la política norteamericana,
Blasier, The Hovering Giant (n. 11), capitulo'7, hace una distinción igualmente
útil al señalar los resultados diferentes cuando la política norteamericana está dirigida por el Presidente y cuando se deja en manos de funcionarios de rango intermedio, tales como los embajadores. Sobre las escisiones que pueden ocurrir dentro de
la comunidad empresarial y que dan al Estado ventajas especiales, véase á 'Joan Hoff
Wilson, American Business and Poreign Policy, 1920-1933, University Press of Kentucky, 1971, capítulo 1, y Charles H. Lipson, "Corporate Preferences and Public
Policies: Foreign Aid, Sanctions and Investment Protection", World Politics, 28, 3,
abril de 1976.
200
EL SIGLO NORTEAMERICANO
EL SIGLO NORTEAMERICANO
(mientras que los europeos tenían otro 36%) en el Banco Mundial, la principal institución internacional de préstamos para el Sur. Dos historiadores
del banco no dejan duda acerca de que el estímulo a la inversión interna,
privada y extranjera, en el Sur, es una de las metas principales de la institución, y de que "en el caso típico... el banco apoya a ciertos elementos
del gobierno o la comunidad contra otros".89 No es sorprendente entonces
que varios estudios hayan descubierto variaciones significativas en el flujo
de fondos norteamericanos de control público dirigidos hacia el Sur, de
acuerdo con la simpatía que prodigue Washington a un régimen particular.80 Así como el Plan Marshall resultó tan eficaz en Europa, podría ocurrir
lo mismo con la aplicación de la palanca económica en el Tercer Mundo.
En un informe de la Fundación Rockefeller elaborado por un grupo de
norteamericanos prominentes se expresa que "la economía provee un canal
de influencia mucho más profundo que el que le conceden los conceptos
diplomáticos tradicionales... Como exportadores de capital y de habilidades
técnicas, los Estados Unidos han desempeñado un papel cada vez más significativo. Es importante que pensemos también en el poder que se ejerce
por medios recíprocos o de absorción... A menudo se ha apreciado inadecuadamente la importancia de este papel".91 Por ejemplo, la votación de
Washington en el Banco Interamericano de Desarrollo, donde en 1974
tenía el 40.3% de los votos, está determinada por el Consejo Nacional de
Asesoría sobre Políticas Monetarias y Financieras Internacionales, entre cuyos miembros se encuentran los miembros principales del Banco de Importación y Exportación, la Reserva Federal, y los secretarios de Estado, Comercio y Finanzas.92
.
A pesar del interés norteamericano por promover un sistema económico
internacional abierto después de 1945 y del interés de muchos regímenes
del Tercer Mundo por ganarse el favor de Washington, ¿cuáles pruebas
claras existen acerca de que ésta haya sido la única meta, o aun la meta
principa], de la política norteamericana, o de que tal meta estuviese apoyada por las necesidades básicas de la industria y las finanzas norteamericanas
o por un punto de vista político claro y consistente? Gabriel y Joyce Kolko
tienen razón sin duda cuando aseguran que existía un consenso virtual acerca de que el Sur formaría parte de un nuevo orden económico internacional, pero es mucho menos claro que Washington tuviera un programa
plenamente articulado para lo que esto significaba o que las consideraciones
económicas de esta clase fuesen el objetivo principal de la política norteamericana. "Esencialmente, el objetivo de los Estados Unidos era la restructuración del mundo para que las empresas norteamericanas pudieran
comerciar, operar y lucrar sin restricciones en todas partes", escriben los
Kolko: "Sobre esto había unanimidad absoluta entre los líderes norteamericanos, y fue alrededor de este núcleo donde elaboraron sus políticas y programas." 63
Sin embargo, consideremos el caso de China, donde los Kolko basan una
parte importante de su argumento. Estos autores suponen aparentemente
que, en virtud de que los comunistas chinos no admitirían los lemas de la
puerta abierta y el libre comercio, resultaban inaceptables para Washington. Pero como ellos mismos lo reconocen, Chiang Kai-shek era un nacionalista económico, y en dos obras que publicó en 1943, China1's Destiny y
Chinas Economic Thevry, dejó en claro que planeaba reorientar las relaciones económicas externas de China para mayor ventaja del país. Sin
embargo, una consideración más importante es el hecho de que Chiang tenía
relativamente poco que dar a los Estados Unidos en términos económicos.
Los Kolko afirman que "ninguna área resultaba más atractiva que Manchuria para la expansión económica norteamericana en el Lejano Oriente—y
que— quizá en mayor medida que en cualquiera otra región, los Estados
Unidos estaban interesados en el futuro de Manchuria y el acceso económico a ella".04 Pero esto olvida que, primero en Teherán y luego más
explícitamente en Yalta, Roosevelt había concedido a los soviéticos importantes derechos en Manchuria, independientemente del régimen que tuviese China en la posguerra. Tampoco es muy obvio que, si los intereses económicos
estuviesen dictando las políticas, la mejor maniobra política hubiese sido
una firme oposición a los comunistas. Cuando los británicos señalaron insistentemente a Washington, en 1949, la urgencia del reconocimiento al
nuevo gobierno chino, dos razones predominaban en su mente: podría asegurarse que un régimen fuerte en Pekín pelearía con Moscú por Manchuria,
cualquiera que fuese su temperamento ideológico, y la salvaguardia de los intereses económicos de Occidente requería un acomodo rápido con el nuevo
régimen.95 En suma, resulta difícil percibir con claridad los intereses económicos
8B Edward S. Masón y Robert E. Asher, The World Bank sinee Bretton Woods,
Brookings Institution, 1973, p. 434.
80 Richard Stuart Olson, "Economic Coerción in World Pplitics: With a Focus on
North-South Relations", World Polities, 31, 4, julio de 1979, pp. 485 u., y Steven
J. Rosen, "The Open Door Imperativo and U. S. Foreign Policy", en Steven J.
Rosen y James R. Kurth, corops., Testing Theories of Economic Imperialism, Heath,
1974.
. . . . . . . . .
,
91 The Rockefeller Panel Reports, Prospect for America, Doubleday, 1961, p. 13.
82 R. Peter DeWitt Jr., The Jnter-American Devehpment Bank and Politicál Jnfluence: With Spedal Reference to Costa Rica, Praeger, 1977.
201
93 Gabriel Kolko y Joyce Kolko, The Limits of Power: The World and United
States Foreign Policy, 1945-1954, Harper & Row, 1972, p. 2,
**lbid., pp. 254, 263.
S, 1949, IX, pp. 57,61 y passim.
EL SIGLO NORTEAMERICANO
EL SIGLO NORTEAMERICANO
que los Estados Unidos tuviesen en China, fuera del derecho a comerciar
e invertir allí en forma no discriminatoria (no estaba a discusión un acceso
privilegiado a Manchuria), y si tales intereses no podían promoverse mejor mediante la cooperación con un gobierno comunista fuerte, dada la
debilidad del KMT.
Como lo sugiere el caso de China, aunque los proyectos norteamericanos
para el lugar que ocuparía el Sur en la economía internacional después
de la guerra concordaban con el resto del pensamiento de Washington, no
hay ninguna razón para concluir que tal planeación fuese rígida o que tuviese la máxima prioridad. Las tareas más urgentes de los Estados Unidos
se referían a Europa Occidental: el hincapié de las agencias económicas
internacionales y de los acuerdos apoyados por este país daba un lugar secundario al Sur, Las cifras del comercio y la inversión confirmaron posteriormente esta orientación: tales intercambios entre los estados industriales
norteños han aumentado a un ritmo relativamente mucho mayor que los
intercambios entre el Norte y el Sur. En efecto, la queja más frecuente
en la actualidad es que el Sur está siendo dañado por el olvido y la exclusión de las redes comerciales establecidas entre los estados norteños de mercado, más bien que por su inclusión plena en un orden económico mundial
liberalizado como el que concibiera Hull originalmente.
Es ' probable que los argumentos más potentes contra la afirmación de
que la política norteamericana hacia el Sur se basaba en consideraciones
económicas, y que estas consideraciones constituían a su vez intereses importantes para Washington, deriven de los propios datos económicos. Ya se
trate • del acceso a las materias primas, o de la búsqueda de beneficios y
mercados, resulta difícil establecer una necesidad imperiosa de la economía
norteamericana en lo tocante a una entrada garantizada al Tercer Mundo.
La excepción principal a esta generalización es la industria petrolera, donde
las tasas de beneficio eran enormes y el control norteamericano del mercado
reforzaba la preeminencia política de Washington dentro de la Alianza
Atlántica. Pero aun aquí nos queda el problema del apoyo norteamericano
a Israel y la relativa facilidad de la formación de la Organización de Países
Exportadores de Petróleo. Mira Wilkins señala una estadística ilustradora
sobre este punto cuando contrasta la dependencia británica frente al sistema
económico internacional antes de la primera Guerra Mundial con la de los
Estados Unidos en la actualidad. Según sus cálculos, este país tiene el equivalente del 7 u 8% de su producto nacional bruto invertido ahora en el
exterior, mientras que Gran Bretaña invertía anualmente esta cantidad en
el exterior antes de la primera Guerra Mundial, de modo que para 1914
tenía ese país el equivalente del 150% de su producto nacional bruto en
inversiones extranjeras. (Una razón de estos activos al PNB de Gran Breta-
ña es casi veinticinco veces mayor que en el caso de los Estados Unidos,
donde el Sur representa además una parte minoritaria y declinante de su
acervo.)98
Además, una explicación de la política norteamericana con el Tercer
Mundo basada en motivaciones económicas deberá tornar en cuenta la decisión de Washington de intervenir en Vietnam, donde no existía ningún
interés comercial, y de no intervenir donde estaban ocurriendo algunos actos
de nacionalismo económico potencialmente nocivos para los intereses norteamericanos, como los de la Organización de Países Exportadores de Petróleo. Stephen Krasner comenta, por ejemplo, la "respuesta relativamente
pasiva" de los Estados Unidos ante el nacionalismo económico después de
1965. De acuerdo con sus cifras, tres empresas de materias primas de propiedad norteamericana fueron confiscadas en el Sur entre 1951 y 1965, mientras que en el decenio siguiente se confiscaron treinta y cuatro.87 Por suspicaces que fuesen los Estados Unidos acerca del nacionalismo económico
de sus aliados o clientes después de 1945, resulta difícil creer que estas
consideraciones expliquen en forma plena o satisfactoria el patrón de la
política norteamericana • hacia el Tercer Mundo después de la guerra.
Lo que falta con mayor claridad en tal enfoque es cualquier reconocimiento de las repercusiones políticas de la contienda con la Unión Soviética
sobre la política norteamericana aplicable al Sur. Así como Gran Bretaña
examinó con mayor cuidado los asuntos sureños en el momento en que
estaba calculando algunas modificaciones en la balanza del poder europeo,
Washington estaba examinando más de cerca el nacionalismo sureño a medida que se deterioraban sus relaciones con Moscú. En realidad, es posible
que el imperialismo norteamericano basado en consideraciones económicas
hubiese sido mucho más marcado si las consideraciones políticas no hubiesen relegado la economía a una zona de importancia secundaria. Washington indicó claramente que podía distinguir entre los peligros del nacionalismo económico extranjero y los del comunismo, y que su oposición más
fuerte se refería al comunismo.
La oposición de los Estados Unidos al nacionalismo económico, en relación con sus aliados norteños y sus clientes sureños, se moderaba a la luz
de consideraciones políticas vinculadas primordialmente con las relaciones
existentes entre Washington y Moscú. Hacia 1947, la debilidad manifiesta
96 Mira Wilkins, The Maturing of Multínational Enterprises: American Business
Abroad from 1914 to 1970, Harvard University' Press, 1974, pp. 397-398.
97 Krasner, Defending the National Interest (n. 28), p. 218. Véase también a
James R. Kurth, "Testjng Theories of Economic Imperialism" (n. 90); véanse también
en Blasier, The Hovering Giant (n. 11), capítulo 7 y passim, la razón de las diferentes respuestas norteamericanas ante las expropiaciones.
204
EL SIGLO NORTEAMERICANO
EL SIGLO NORTEAMERICANO
de Gran Bretaña frenó a quienes insistían en la libre convertibilidad de la
libra, y la intensificación de la Guerra Fría hizo que los Estados Unidos
se viesen promoviendo el nacionalismo económico de sus aliados. Bajo los
auspicios del Plan Marshall, los Estados Unidos alentaron esa clase de organización económica de Europa Occidental que en última instancia condujo a la creación de la Comunidad Económica Europea. En lo tocante
a los japoneses, los norteamericanos fueron igualmente tolerantes, permitiendo que Tokio ahuyentara en efecto la inversión extranjera directa de
Japón y tomara diversas medidas restrictivas de las importaciones. En todos
estos casos, la política triunfaba sobre la economía, aunque persistía en
Washington la esperanza de que una comunidad económica multilateral, no
discriminatoria, creara con el tiempo la base de la prosperidad y la cooperación en el mundo de la posguerra. Y a pesar de estas concesiones a las
preocupaciones políticas, los Estados Unidos pudieron alcanzar sus metas en
muchos sentidos.98
En virtud de que la relación de los Estados Unidos con el Sur era menos
decisiva que la existente con sus aliados en Europa o Japón, la flexibilidad
norteamericana con respecto al nacionalismo económico del Tercer Mundo
llegó más tarde. Pero en vista del éxito de Castro en Cuba, Washington
empezó a revisar sus lazos económicos con América Latina, y en 1961 patrocinó la Alianza para el Progreso. Independientemente del fracaso final
de este plan, era evidente su apoyo al nacionalismo económico latinoamericano (si bien con un lugar reservado para las inversiones norteamericanas). La Alianza trataba de diversificar las exportaciones latinoamericanas,
alentar los programas de industrialización regional, y promover la integración
económica global del área."
Por razón de su política económica extranjera y de su posición de rivalidad
internacional con la Unión Soviética, los Estados Unidos estaban sin duda
colocados en contra de la organización socialista de las sociedades sureñas,
sobre todo cuando ello implicaba la movilización activa de trabajadores
y campesinos contra los derechos de propiedad de ciudadanos norteamericanos o bajo la bandera de los lemas de la Revolución de Octubre, pero el
giro decisivo de la política norteamericana llegó con la Guerra de Corea. Si
la guerra, iniciada en junio de 1950, no hubiese enfrentado a China con los
Estados Unidos durante más de dos decenios, es posible que Washington
hubiera podido llegar a un entendimiento con Pekin a principios del decenio
de 1950 y evitar luego la identificación de toda asociación del comunismo
y el nacionalismo del Sur con la expansión mundial del poderío soviético.
Pero una vez que el argumento contrario, incorporado en posiciones tales
como el Documento de Política del Consejo de Seguridad Nacional Número 68 pareció corroborado por el conflicto de Corea, los Estados Unidos seguían un curso que se agravaba en sí mismo y conducía con paso firme
hacia una participación más intensa en Indochina y una posición más rígida hacia el nacionalismo sureño en general. En adelante, los "gerentes
de la seguridad nacional", como los llama Richard Barnet, se pusieron a
trabajar en la elaboración de justificaciones de los programas norteamericanos de contrainsurgencia, y la opinión pública norteamericana se convencía
cada vez más que debería despedirse a los funcionarios que se mostraran
"suaves con el comunismo", como lo han descrito Daniel Ellsberg y Leslie
Gelb.100 Ahora, la inestabilidad en todo el mundo se intersectaba con los conflictos regionales en el Sur en tal forma que cada uno de ellos incrementaba
la intensidad del otro. Las rivalidades mundiales se proyectaban en conflictos
regionales, mientras que éstos alimentaban a su vez a aquéllas, en un círculo
vicioso cuyas víctimas principales eran los campesinos del Tercer Mundo.
En el proceso, los Estados Unidos se convirtieron en el bastión de la
"contrarrevolución" nacional. Como la palabra "imperialismo", el término "contrarrevolución" tiene muchas connotaciones despectivas; muchos preferirían evitarlo, si no indicara una característica prominente de la historia
contemporánea: el apoyo norteamericano para los grupos y gobiernos del
Sur que reprimieran las demandas y la organización de la clase trabajadora
y de los campesinos más pobres en una sociedad en lugar de tratar de incorporarlos en las instituciones del gobierno. Este patrón no tiene casi ninguna excepción desde la política norteamericana hacia China en los años
cuarenta hasta la política hacia Chile en los años setenta. Preferiríamos
utilizar otro término para designarlo, pero eso es menos importante que
el consenso sobre la persistencia de la política.
No hay duda de que los Estados Unidos se volvieron contrarrevolucionarios, en parte por virtud de su papel económico en el Sur. Habiéndose asociado con un régimen, los intereses económicos norteamericanos podían
llegar fácilmente a sentirse solidarios del orden establecido contra quienes
98 Richard N. Gardner, Sterling-Dollar Diplomacy: The Origins and the Prospects
of Our International Economic Order, McGraw-Hill, 1969, especialmente "Introduction: A Twenty-Five Year Perspectiva" en la segunda edición, y capítulos 15 y 16
sobre los ajustes políticos necesarios en la posguerra. Charles S. Maier, "The Politics
of Productivity: Foundations of American International Economic Policy after World
War II", en Katzenstein, Between Power and Plenty (n. 87).
09 La carta de la Alianza se reproduce en el Bulletin del Departamento de Estado,
septiembre de 1961.
205
«o Richard Barnet, Roots of War: The Men and Institutions behind U. S. Poreign
Policy, Penguin Books, 1971; Gelb y Betts, The Irony of Vietnam (n. 77); Daniel
Ellsberg, "The Myth of the Quagmire Machine", en Ellsberg, Papen on the War
(n. 73).
EL SIGLO NORTEAMERICANO
EL SIGLO NORTEAMERICANO
buscaban un cambio social básico, y luego pedirían el apoyo de Washington. Dada la fragilidad de las instituciones políticas de estos países y la profundidad de las escisiones sociales, la presencia norteamericana se habría
sentido como una acción imperialista si no hubiese existido el movimiento
comunista: la política norteamericana hacia México después de 1917 es
una prueba clara en tal sentido. Pero en los años cuarenta había movimientos comunistas nativos virtualmente en todos los países del Tercer Mundo, y
surgió la clara posibilidad de que hiciera causa común con la Unión
Soviética. Como hemos visto, el giro decisivo de la política de Washington
llegó con el agravamiento de sus relaciones con China. En adelante creció
la tendencia a pensar en el comunismo como un todo geopolítico, así como
antes se había pensado en el fascismo. En cierto sentido, Washington estaba
doblemente determinado a ser contrarrevolucionario, ya que sus prejuicios
políticos llegaron a secundar sus intereses económicos.
Dado que la contienda con la Unión Soviética incluía, en la percepción
de Washington, el orden político interno de los estados tanto como la naturaleza de sus compromisos externos, su comparación con la rivalidad
anglo-alemana de principios del siglo resulta menos válida que la comparación con la rivalidad existente entre la Francia revolucionaria y la Europa
monárquica. Como expresó Edmund Burke en su gran diatriba contra la
República jacobina, Francia estaba provocando la "guerra civil" por todas
partes: .
,. ,,
_, . .
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....
....
norteamericanos. Además, en cada caso tenía la lucha una clara base clasista: así como Gran Bretaña lucharía contra el liberalismo político de la
ascendente clase media, los Estados Unidos se oponían al socialismo favorecido por campesinos y obreros.
Aun antes del fracaso del esfuerzo de Washington por llegar a un arreglo con el comunismo en China, a fines de los años cuarenta, el gobierno
de Traman había manifestado un sentimiento similar acerca de la lucha de
la posguerra que empezaba a atenazar al mundo. Traman ayudó a Grecia
y Turquía, en 1947, no sólo por simpatía hacia estos países o para frenar
una sola manifestación de la expansión soviética, sino en términos de una
amenaza más generalizada y una inclinación norteamericana a percibir el
desafío en sus verdaderas proporciones mundiales.
206
;
Es una guerra entre los partidarios del antiguo orden civil, moral y político de Europa contra una secta de ateos fanáticos y ambiciosos... No
es que Francia esté extendiendo un imperio extranjero sobre otras naciones: es una secta que busca un imperio universal, empezando por la
conquista de Francia. Los líderes de esa secta aseguraron el centro de
Europa; y una vez asegurado eso, sabían que su causa había triunfado,
cualquiera que fuese el resultado de las batallas y los sitios... la facción
no es local o territorial. Es un mal general. Donde menos actúa, está
llena de vida. Dormida recluta su fuerza y prepara su ejercicio. Su espíritu yace profundo en las corrupciones de nuestra naturaleza común. El
orden social que la restringe la alimenta. Existe en todos los países de
Europa y entre toda clase de hombres en cada país, quienes miran a
Francia como cabeza común... fuera de ésta, la facción está activa;
en Francia ha triunfado.101
Si en lugar de Francia hablamos de la Unión Soviética (y sustituimos el
centro de Europa por el centro de Eurasia), tendremos un enunciado que
podría haber sido escrito después de 1945 por cualquiera de varios líderes
101 Edmund Burke, "Letters on a Regicide Peace", en Selected Works, comp. W. J.
Bate, Random House, 1960, pp. 478-482.
Basta echar una ojeada a un mapa para advertir que la supervivencia
y la integridad de la nación griega tienen gran importancia en una situación mucho más amplia. Si Grecia cayera en manos de una minoría armada, se generaría un efecto inmediato y grave sobre su vecino turco. Por
todo el Medio Oriente podrían cundir la confusión y el desorden. Además,
la desaparición de Grecia como un Estado independiente tendría un efecto
profundo sobre los países de Europa cuyos habitantes están luchando con
grandes dificultades para conservar su libertad.102
;
Traman limitó en forma consciente la contención a la Unión Soviética, pero
sus sucesores calcularon más ampliamente después de la Guerra de Corea.
En abril de 1954, Eisenhower comparó la posición francesa en Dien-BienPhu con las Termopilas, Batán y El Álamo, y escribió a Churchill que si
"Indochina cae en manos de los comunistas, podría ser desastroso el efecto
final sobre la posición estratégica mundial de ustedes y de nosotros, con la
modificación consiguiente de las razones del poder por toda Asia y el Pacífico".103 Dos años más tarde, el senador John Kennedy secundaba a Eisenhower: "Vietnam representa la columna vertebral del mundo libre en el
sudeste asiático, el pedestal del arco¿ el dedo en la llaga. Birmania, Tailandia, la India, Japón, Filipinas, por supuesto Laos y Camboya verían amenazada su seguridad si la marea roja del comunismo se desbordara en Vietnam." 104 Una forma de pensamiento similar informaba la evaluación que
hacía Kissinger del gobierno de Allende en Chile:
En todas las circunstancias, la elección de Allende constituía un desafío
para nuestro interés nacional. No nos resultaba fácil resignarnos a la
102 Texto reproducido en Joseph Marión Jones, The Fifteen Weeks (21 de febrero-5 de junio de 1947), Harcourt Brace Jovanovich, 1955, pp. 269 «.
, 10S Eisenhower, Mándate (n. 43), p. 347.
|.. 104 Citado en Nathan y Oliver, United States Foreign Policy (n. 62), p. 356.
208
EL SIGLO NORTEAMERICANO
presencia de un segundo Estado comunista en el Hemisferio Occidental.
Estábamos persuadidos de que pronto estaría incitando políticas antinorteamericanas, atacando la solidaridad hemisférica, haciendo causa común con Cuba, y de que tarde o temprano establecería relaciones estrechas
con la Unión Soviética,.. Su programa explícito y su meta a largo plazo
eran el establecimiento de una dictadura irreversible y el planteamiento
de un desafío permanente a nuestra posición en el Hemisferio Occidental... no era absurdo que tomáramos en serio las consecuencias militares
de la existencia de otro aliado soviético en América Latina. Nuestra preocupación por Allende se basaba en la seguridad nacional, no en la economía. No se trataba de la nacionalización de propiedades norteamericanas... Allende no sólo estaba nacionalizando propiedades: expresaba su
lealtad al marxismo-leninismo totalitario. Era un admirador de la dictadura cubana y un enemigo declarado del "imperialismo norteamericano".
Su meta explícita durante más de un decenio anterior a su presidencia
había sido el debilitamiento de nuestra posición en todo el Hemisferio
Occidental, por la violencia si fuese necesario. Por ser un país continental,
la capacidad de Chile para lograrlo era mucho mayor que la de Cuba...
Chile tenía fronteras con Argentina, Perú y Bolivia, países afectados por
movimientos radicales. El éxito de Allende habría tenido también algunas
consecuencias para el futuro de los partidos comunistas de Europa Occidental, cuyas políticas minarían inevitablemente la alianza occidental,
independientemente de sus fluctuantes pretensiones de respetabilidad.106
Así pues, el problema central de los gobernantes norteamericanos después
de 1950 parecía ser el descubrimiento de aliados entre las élites sureñas que
pudieran contener y dirigir los cambios que estaban ocurriendo en estas
tierras, al mismo tiempo que se convertían en miembros confiables de un
orden mundial en el que se respetaran ciertos intereses de la seguridad
norteamericana (incluidos los de sus aliados en Europa Occidental y Japón).
No hay razón para dudar de que la esperanza inicial de Washington fuese
el respeto de sus tradiciones progresistas y el patrocinio de élites sureñas
que fuesen genuinamente nacionalistas y dedicadas a la satisfacción de las
demandas de cambio, mientras fuesen anticomunistas. Los Estados Unidos
siguieron lamentando el nacionalismo económico, pero esta preocupación se
subordinó claramente al problema del comunismo. El Plan Marshall podría
servir como un modelo: la suficiencia de los fondos y la adecuación del
ambiente económico contribuirían en grado sustancial al resultado político deseado. En el papel parecía que la misma fórmula podría funcionar en el
Sur: se aceptaría el cambio, se alimentaría a los pobres, y así desaparecería
el apoyo local para el comunismo.109 Pero existía k objeción obvia de que la
"«Kissinger, White House Years (n. 82), pp. 655-657.
nsRobert A. Packenham, Liberal America and ihe Third Worldi Political Deve*
hpment Ideas in Foreign Aid and Soeial Setenes, Princeton University Press, 1973,
especialmente pp. 25-49.
EL SIGLO NORTEAMERICANO
209
situación social de los países sureños no era en modo alguno análoga a la de
Europa Occidental cuando empezaron a llegar los fondos del Plan Marshall,
donde ya estaban bien arraigadas las formas modernas de la organización
económica y política (y donde se había afrontado largo tiempo atrás el desafío
del socialismo interno). El dilema del Sur era que cualquier cambio amplio del sistema podría estimular la presencia comunista o podría combatirla con la misma probabilidad. En las situaciones de cambio socioeconómico
rápido y sin precedentes como las que estaban experimentando la mayoría
de los países sureños, la tarea del fortalecimiento de las instituciones políticas y el riesgo de ponerlas en peligro podrían depender de los resultados
marginalmente diferentes de varias cuestiones delicadas: la organización de
la clase trabajadora; el control de la urbanización; el debate sobre el reclutamiento y la promoción de las fuerzas militares y el éxito del control
civil; la organización constitucional del gobierno; los sistemas de la reforma
agraria. Es decir, el camino que conduce a la reforma es el mismo que conduce a la revolución en ciertas fases del cambio.
Por lo tanto, la cuestión fundamental era el grado de riesgo que los Estados Unidos estuviesen dispuestos a 'correr en relación con sus aliados
nacionalistas del Sur si el apoyo a la reforma invitara al mismo tiempo
a la revolución. En algunos lugares no aparecía el problema con matices
tan agudos. Pero el problema era que pocos paífes podían producir un hombre como Rómulo Betancourt, de Venezuela, o un partido como su Acción
Democrática, un movimiento hostil al comunismo pero también anticlerical,
partidario de la reforma agraria y la sindicalización de los trabajadores, y
capaz de ganar las elecciones.107
¿ Cuáles políticas deberían implantarse allí donde no existiesen tales mo"vimientos (como ocurría de ordinario)? Según Arthur'Schlesinger, fue el
presidente Kennedy quien expresó la respuesta en su forma clásica cuando
deliberaba sobre desarrollos alternativos en la República Dominicana luego
del asesinato de Trujillo el 30 de mayo de 1961: "Hay tres posibilidades
en orden de preferencia descendente: un régimen democrático decente, una
continuación del régimen de Trujillo o un régimen castrista. Debemos buscar
la primera, pero en realidad no podernos renunciar a la segunda mientras
no estemos seguros de que podemos evitar la tercera." loa Este era el espíritu que condenó al fracaso a la Alianza para el Progreso (y no la muerte
de Kennedy): la lucha contra la revolución sería más importante que la
lucha por la reforma en las situaciones en que ocurriera la contradicción. La
ruta que habría de seguirse al abandonar los esfuerzos de reforma aparece
r-
107 John D. Marte, Acción Democrática: Evolution of a Modern Political Party
in Venezuela, Princeton University Press, 1966.
108 Schlesinger, A Thousand Days (n. 69), p. 769.
EL SIGLO NORTEAMERICANO
EL SIGLO NORTEAMERICANO
claramente marcada en el pensamiento del propio Schlesinger, aunque siempre se presentó como partidario de la promesa de la Alianza y fue uno de
sus principales propagadores. En el caso de Cuba, por ejemplo, Schlesinger
admitió que podía advertir cierto apoyo popular para Castro, pero declaró
que también percibía "las verdades más amargas y las corrupciones más sutiles". En consecuencia, se preocupaba por el "poderío y la influencia" de
los Estados Unidos a medida que Castro se convertía en "el símbolo de la
penetración soviética y no de la revolución social", lo que podría "convertir
la revolución social latinoamericana en un ataque a los mismos Estados
Unidos".109 Podríamos discutir la lógica de los temores de Schlesinger, pero
en su pensamiento es evidente una deficiencia más importante: siempre
confía en que la reforma inhibirá la revolución en lugar de promoverla. En
esta ingenuidad de la mente liberal se encuentra una clave de la dureza
de la política norteamericana: apoyará la contrarrevolución ahora, suponiendo que la reforma de mañana corregirá el daño, olvidando todo el tiempo (al revés de los radicales o los conservadores) el papel de la reforma
como estimulante de la revolución. En suma, el liberalismo ha encontrado
un camino para hacer las paces con la contrarrevolución.
Una evaluación crítica de la clase de pensamiento que veía en el comunismo sureño una amenaza con ramificaciones mundiales para los Estados
Unidos deberá respetar los límites dentro de los cuales resulta correcta y
natural tal perspectiva. Es correcta en el sentido de que este razonamiento
percibe los desarrollos locales como parte de un movimiento histórico más
amplio y tiene en cuenta la importancia acumulativa de lo que a primera vista
pueden parecer acontecimientos fortuitos o aislados. Y es natural que adopten tal perspectiva quienes deben pensar en términos mundiales a causa
de su posición: sus intereses y sus responsabilidades no les permiten otra
cosa. Ésta fue sin duda la lección de la segunda Guerra Mundial, cuando
los Estados Unidos habían considerado legítimamente el surgimiento de la
amenaza fascista en el Lejano Oriente y en América Latina como una cuestión política relacionada en forma directa con la seguridad norteamericana.110
La segunda Guerra Mundial modificó hasta la raíz no sólo la configuración internacional de los estados sino en muchos casos también las bases
de la estabilidad interna y Tegional. Rivales en sus perspectivas y sus prácticas, poco acostumbrados a sus nuevos papeles como las potencias preeminentes en el plano internacional, los Estados Unidos y la Unión Soviética
afrontaron lo que podríamos llamar una serie de "guerras de sucesión" a
las que se veían proyectados a insistencia de intereses internos y a invita-
ción de partes rivales de los conflictos. Hasta cierto punto, toda contienda
bipolar promueve el imperialismo contra el débil, además de que estimula las
alianzas con los relativamente fuertes. Esta posibilidad se fortalece cuando
los propios débiles incitan en efecto tal intervención, ya sea por su propio
derrumbe interno, como ocurrió con el Imperio otomano y con China
antes de la primera Guerra Mundial, o por el estallido de la guerra civil, un
evento más familiar en nuestro siglo.
• Sin embargo, por natural y correcta que pueda ser esta perspectiva dentro de ciertos límites, también puede rebasarlos y en el proceso interpretar
mal la realidad y fijar metas inalcanzables a la política nacional. El peligro
más grave de esta forma de razonamiento de alcance mundial es que puede
dejar de respetar el peso de las circunstancias locales y así extrapolar con
demasiada rapidez a partir de acontecimientos cuyo significado más amplio
interpreta mal. Por ejemplo, Dean Ruslc —quien como secretario de Estado
con Kennedy y Johnson manifestó una y otra vez su predilección por la
percepción de la historia en gran escala— es justamente recordado por su comentario de 1951 (cuando era secretario de Estado asistente para asuntos
del Lejano Oriente) en el sentido de que "el régimen de Peiping puede ser
un gobierno colonial ruso: un Manchukuo eslavo en mayor escala. No es
el gobierno de China. No pasa la primera prueba. No es chino". Y Roger
Hilsman, quien en la época de Kennedy era director de la Oficina de Inteligencia e Investigación del Departamento de Estado, y más tarde fue
secretario de Estado asistente para asuntos del Lejano Oriente, negaba explícitamente todo "espíritu nacional generalizado tal como lo conocemos" en
Vietnam, comparaba al Viet Gong con la mafia de Chicago en términos
de su apoyo popular, y declaraba que el general GSap, con sus "agentes
pagados", era un "'hombre de avanzada' del poderío comunista chino".111
Tales citas podrían multiplicarse muchas veces en el mismo sentido: los líderes norteamericanos ceñían los desarrollos del Sur a los términos de la
rivalidad existente con la Unión Soviética de tal modo que los países y
los pueblos de esas ^regiones aparecían casi como peones huecos en la contienda planteada entre las superpótencias. Lo irónico es que no sólo ellos
percibían los acontecimientos en esta forma. Lenin había hablado grandilocuentemente de la "revolución mundial"; Stalin había declarado que "el
camino de la victoria de la revolución en Occidente pasa por la alianza
revolucionaria con el movimiento de liberación de las colonias y los países
dependientes contra el imperialismo", y luego el viceprimer ministro chino
210
™»Ibid., pp. 187, 195, 223.
M0 Acerca de la organización de la defensa hemisférica contra el fascismo, véase
a Dallek, Prtmklin D. Roosevelt (n. 30), pp. 175 ss.
. ü^
?" Nathan y Oliver citan a Rusk en United States Poreign Policy (n. 62), p. 182. Véase también la presentación que hace Roger Hilsman al libro de Vo Nguyen Giap, People's War, People's Army, Praeger, 1968, así como su discurso reproducido en Greene,
The Guerrilla (n. 74).
212
EL SIGLO NORTEAMERICANO
Lin Piao había formulado su famosa comparación entre la revolución mundial y la Revolución china, describiendo a Norteamérica y Europa Occidental como "las ciudades del mundo", y a Asia, África y América Latina
como "las áreas rurales del mundo".112 El hecho de que soviéticos y chinos
pudieran igualar a los norteamericanos en exagerar la importancia mundial
de los eventos locales no aproxima necesariamente a la realidad tal pensamiento.
Esta percepción errada contribuía a su vez a la elaboración de políticas '
agresivas y en última instancia condenadas al fracaso. En el informe de un
subcomité del Senado de los Estados Unidos publicado en 1971 se lee lo
siguiente:
Con entusiasmo y la filosofía del "tú puedes", los Estados Unidos expandieron su presencia militar en el exterior, hasta el punto de asumir, casi
sin quererlo y sin advertirlo, un papel que ha sido descrito como el de
policía del mundo libre. A resultas de estas políticas, para mediados de los
años sesenta estaban firmemente comprometidos los Estados Unidos con
más de 43 naciones mediante tratados y acuerdos, y tenían cerca de 375
grandes bases militares en el extranjero y 3 000 instalaciones militares
menores por todo el mundo, las que virtualmente rodeaban a la Unión
Soviética y a China comunista en apoyo a la política de la contención.118
Al declarar que el comunismo estaba ligado en todas partes con la Unión
Soviética, Washington tendía a consolidar tales alianzas obligando a los movimientos locales a buscar tal apoyo a fui de contrarrestar la hostilidad
inevitable de los Estados Unidos. Era una forma de profecía que se cumple
por sí sola, en que los Estados Unidos lograban lo peor porque suponían
lo peor, Además, al considerar la realidad de esta forma, este país perdió
su capacidad para distinguir entre los comunistas locales: cada una de sus
variedades aparecía ligada a todas las demás; y cada variedad debería ser combatida, por grande que fuese su apoyo local, porque de otro modo se generaría una crisis de confianza en toda la estructura de la contención que
los Estados Unidos habían elaborado con tantos esfuerzos. "Para entender
a Vietnam debemos entender que el problema no es Vietnam", escribió
el senador Gale McGee en 1968, en una observación característica de esta
112 Acerca de Lenin, véase a Degras, Communist Internaíionali Volume H (n. 32),
citado en p. 346; acerca de Stalin, véase Poundations oj Leninism (n. 15), parte 6;
acerca de Lin Piao, véase "Long Live the Victory oí People's War!", Foreign Language Press, Pekín, 1967, pp. 48-49.
118 Senado de los Estados Unidos, Comité de Relaciones Exteriores, Subcomité
sobre Acuerdos y Compromisos Extranjeros Relacionados con la Seguridad de los
Estados Unidos, U. S. Seeurity Agreementi and Commitments Abroad (1971), vol. 2,
p. 2417.
EL SIGLO NORTEAMERICANO
postura.11* Y el senador Frank Church, presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, dijo a propósito del destacamento de varios millares de soldados soviéticos en Cuba, en el otoño de 1979: "Es una prueba.
Los rusos instalaron secretamente en Cuba una brigada de combate, trataron
de ocultar su presencia, pero sabían que la brigada seria descubierta por
nosotros. Están poniendo a prueba nuestra resolución. Debemos decidir dónde ha de trazarse la línea divisoria del emplazamiento de tropas soviéticas de
combate. Si no es en Cuba, ¿ dónde será?"115 Pero aun si aceptamos el carácter inevitable de cierta incompatibilidad de intereses entre los Estados Unidos y el Tercer Mundo y reconocemos que hay algunas ocasiones en que
Washington deberá defender sus intereses por la fuerza, esta consideración
no constituye un apoyo irrestricto al comportamiento violento de los Estados
Unidos en el Sur. En efecto, resulta difícil eludir la conclusión de que una
combinación de ignorancia y arrogancia norteamericanas ha contribuido a
la destrucción de centenares de miles de vidas de campesinos del Tercer
Mundo y a la creación de regímenes militares en diversos países que de
otro modo quizá habrían tenido la fortuna de evitarlos.
Debemos reiterar que, dentro de ciertos límites, deberá respetarse el pensamiento de alcance global que subraya la naturaleza interrelacionada
y acumulativa de los eventos históricos. El aislacionismo anterior a la segunda
Guerra Mundial puede enseñarnos muchas lecciones a este respecto. Pero
en los últimos años hemos presenciado una política global descarriada en
la que se ha invocado la seguridad nacional para sancionar intervenciones
brutales e innecesarias en el extranjero. Al mismo tiempo, sin embargo, es
natural que este reconocimiento no debiera constituir una licencia para
pasarse al otro extremo, y creer que los Estados Unidos no debieran esforzarse por prever el efecto de los eventos o influir sobre ellos-de acuerdo
con un concepto general de sus intereses y responsabilidades en el desarrollo
del orden mundial.118 Si la clase de política global que hemos presenciado
en los últimos años revela graves deficiencias, el neoaislacionismo no ofrece
una respuesta mejor para nuestros dilemas.
En 'suma, no hay ninguna fórmula mecanicista que pueda dictar la política'norteamericana hacia el Tercer Mundo. Los liberales debieran sentirse
escépticos acerca de la validez universal de sus nociones según las cuales
el nacionalismo del Sur colaborará con los intereses norteamericanos o que el
ejercicio de la fuerza es siempre una política condenada al fracaso, así como
K^-
'
Gale W. McGee, The Responsabilices of World Power, The National Press,
1968, p. 83.
.
y 110 Citado en el New York Times, 10 de septiembre de 1979.
118 Esto se analiza con gran claridad en Stanley Hoffmann, Primacy or World
Order: American Foreign Policy since the Cold War, McGraw-Hill, 1978.
114
EL SIGLO NORTEAMERICANO
EL SIGLO NORTEAMERICANO
los conservadores debieran apreciar los peligros del muy fácil uso de las
armas o de la minimización demasiado rápida de la realidad de los movimientos de independencia del Tercer Mundo. Cada grupo descubre rápidamente los problemas de la perspectiva de sus oponentes, pero se ciega
ante sus propios supuestos dudosos. Si los liberales son tan ingenuos que
creen que los avances soviéticos en el Sur terminarán sólo cuando los
Estados Unidos dejen de intervenir, los conservadores son ingenuos en la
medida en que no perciben que la forma de la intervención política y económica de los Estados Unidos en el Tercer Mundo alienta allí una decidida
oposición nacionalista.
No hay necesidad de concluir con la lamentación ya tradicional de que los
Estados Unidos sólo pueden actuar en el exterior en términos de lo que
Kissinger ha llamado "nuestro ciclo histórico de exuberante extensión excesiva y aislacionismo gruñón".117 La experiencia del pasado no es sólo el catálogo de errores graves sino también de las políticas con sensatez concebidas
y eficazmente ejecutadas. El principal legado del pasado es una tradición
liberal de la búsqueda de colaboración con la fuerza del nacionalismo sureño
en una forma que promueva los intereses norteamericanos. La principal limitación de esta política ha derivado de la decisión de defender los
derechos de la propiedad privada norteamericana aun cuando ello amenace
la estabilidad política local. Sin embargo, tal defensa ha parecido cada vez
menos importante para Washington durante los dos últimos decenios, lo
que ha eliminado una restricción importante de la cooperación con los gobiernos del Tercer Mundo. Pero es posible que las alzas reiteradas de los
precios del petróleo implantadas por la OPEP inviertan este desarrollo y
pongan otra vez a Washington en pugna con los gobiernos del Tercer Mundo por causa de los problemas económicos.118
Sin embargo, ha habido algunas situaciones en las que no se ha operado
la política tradicional, de modo que ha nacido una tradición rival. Cuando la
inestabilidad local en una región considerada importante para los Estados
Unidos ha planteado la posibilidad de la expansión de la esfera de influencia
de otra gran potencia, Washington ha decidido intervenir directamente,
practicar un imperialismo de ocupación. Por supuesto, en los Estados Unidos se centra el debate sobre la definición precisa del grado de importancia
de una región para este país y la probabilidad de que la inestabilidad de tal
región favorezca a una gran potencia rival. A pesar de todo el "moralismo" imputado a las deliberaciones de la política exterior norteamericana,
estas preocupaciones eminentemente más realistas se han encontrado siempre en la base de este asunto. Los Estados Unidos han adquirido ya una
experiencia histérica suficiente para saber que la historia no provee respuestas seguras para los interrogantes del futuro. En general, la tradición norteamericana dominante en las relaciones con el Sur se ha distinguido por
la restricción, y sus lecciones han sido las de locuras cometidas por la intervención, pero no está claro si estas conclusiones constituyen una regla
inmutable para recomendar o pronosticar las políticas de los años venideros.
La experiencia norteamericana puede ofrecer algunas directrices generales
para el futuro, pero el mañana deberá ser entendido y manejado en sus
propios términos.
214
"'Kissinger, White House Years (n. 82), p. 65.
"«Walter J. Levy, "Oil and the Decline of the West", Foreign Affairs, 58, 5,
verano de 1980; J. B. Kelley, Arabia, the Gulf and the West, Basic Books, 1980,
capítulos 7-8.
215
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