Subido por Danny Worsnop.

1 Cold Hearted Bastard The Underworld Kings Jenika Snow 1 (1)

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2
Staff
Traducción:
Corrección y Lectura Final:
Lady Red Rose
Lady Red Rose
3
Diseño:
Fassy
Contenido
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Epílogo
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Sinopsis
No tenía corazón... pero quería el suyo.
Todo lo que sabía de la vida era ira y violencia. Dolor y sufrimiento. Matar o ser
asesinado.
Yo era un “Ejecutor 1” de “La Ruina”, un sindicato de la Bratva, la Cosa Nostra, el
Cártel y cualquier otra facción del crimen organizado que se dedicara a los
aspectos más oscuros y crueles de la humanidad.
Un agente libre al que se le pedía que hiciera cosas para las que los hombres
más débiles no tenían estómago.
Y cuando te rodeas de la muerte durante el tiempo suficiente, pronto no
recuerdas lo que se siente al estar vivo.
Y entonces la vi. Era una cosita frágil que intentaba ser fuerte. Pero me di cuenta
que había visto demasiado horror en el mundo, demasiado de lo feo dentro de la
gente. Debería alejarme. Sólo la hundiría más en la oscuridad.
Pero por primera vez en mi vida, sentí una agitación en mi pecho, esta
protección y posesividad hacia otra persona viva. Y fue doloroso. Me hizo sentir
vivo.
Lina trató de ocultar lo rota que estaba, pero yo era un viejo amigo de estar
arruinado. Ella tenía secretos que yo descubriría. Porque por primera vez en mi
miserable vida, quería algo para mí. Sentí algo más que apatía e indiferencia.
Quería poseer la inocencia a la que ella se aferraba. Quería abrirla y consumirla
para mí.
Podía mirar sus ojos azules, demasiado confiados, y sabía que la mutilaría.
Mataría por ella. Y eso se convirtió en nuestra verdad cuando su pasado volvió por
ella, cuando mi presente intentó destruirla.
Creyeron que podían llevarse la única cosa que siempre quise para mí. Se
equivocaron.
Cuando la miré, sentí que parte del monstruo que me hizo ser quien era volvía a
mi alma negra. Nunca se iría... pero compartiría el espacio.
Para ella.
1
Una persona que hace arreglos para otras personas, especialmente de un tipo ilícito o tortuoso.
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1
Galina
Hace dos meses
Me empujaron por detrás con tanta fuerza que perdí el equilibrio y caí hacia
delante, mis manos se extendieron instintivamente para detener el impacto. Las
rodillas y las palmas de las manos chocaron con el sucio suelo, desgarrando la piel,
el dolor subiendo por mis brazos y piernas.
Me llevaron a un almacén abandonado. Aquí podría ser donde muriera.
Oí las risitas de los dos hombres que estaban detrás de mí, los que me sacaron a
la fuerza de la cama. Apreté la mandíbula, y la ira familiar que sentía cada vez que
pensaba en mi padre y en la mierda a la que me arrastró me recorrió.
Estaba aquí por su culpa. Mi padre. El drogadicto de poca monta que tenía un
problema de juego y que hizo una apuesta de la que no pudo salir. Y finalmente me
incluyó personalmente en su infierno.
Debería haber dejado Las Vegas hace mucho tiempo, pensé. No debería
convencerme que era más fuerte que toda esta mierda, que no tenía que irme para
hacer una vida por mí misma. Maldita sea, debería dejar atrás a él y todo lo que
representaba para siempre.
Habría, podría, debería, y toda esa mierda.
6
Por un segundo contemplé la posibilidad de quedarme sobre las manos y las
rodillas. No estaba segura de si me iban a volver a patear si intentaba levantarme,
pero no quería parecer débil. Me negaba a que esos imbéciles pensaran que era
una presa fácil.
Hice acopio de mi orgullo y me impulsé hacia arriba, el sonido de las risas de los
hombres de la habitación me hizo apretar los dientes e ignorarlos.
Como era medianoche, sólo llevaba una camiseta blanca de tirantes y unos
pantalones holgados. Ni siquiera me dieron tiempo a ponerme zapatos o una
chaqueta, y siendo octubre, aunque estuviéramos en Las Vegas, la temperatura
bajaba de los 15. Junto con este viejo y húmedo almacén y el temor que
probablemente moriría esta noche, o algo peor, empecé a temblar.
Me envolví con los brazos, queriendo conservar el calor, y también porque podía
sentir lo duros que estaban mis pezones y no quería que los malditos enfermos se
empalmaran al verlos. No miré detrás de mí a los dos hombres que seguían allí,
bloqueando la entrada.
Había un puñado de hombres frente a mí, y me sorprendió que necesitaran
tantos cuerpos sólo para mí. El almacén al que me llevaron estaba claramente
abandonado, con los suelos sucios, la edad y el óxido cubriendo cada centímetro
del lugar. El olor a suciedad, moho y algo podrido llenaba el aire.
Dado el hecho que estaba rodeada por un grupo de delincuentes, el olor de lo
que se estaba pudriendo bien podría ser un cuerpo por lo que yo sabía.
Oí un ruido a mi lado y giré la cabeza para ver a mi padre saliendo de una
puerta.
Mi padre. El hombre al que escribí hace más de un año, al que eché de mi vida
porque estaba cansada que me arrastrara constantemente al vórtice de su mierda.
La puerta de acero colgaba de las bisagras oxidadas y se apoyaba a medias en la
pared mientras él despejaba la entrada. Al principio me confundió por qué no tenía
a nadie arrastrando su lamentable culo hacia delante. ¿Estaba aquí por su propia
voluntad? Parecía poco probable, dado su historial.
Pero entonces vi el cañón de una pistola que apuntaba justo detrás de su cabeza.
El hombre que salió de detrás de mi padre era alto y muy musculoso, con un
rostro inexpresivo.
Cuando mi padre y el pistolero se alejaron de la puerta, vi a otro hombre
atravesando la puerta. El maestro de estas malditas marionetas.
Henry Taedoni.
Era el único al que conocía en este agujero de mierda, pero de nuevo, eso era
sólo por mi padre y todos los problemas que constantemente traía a nuestras
vidas.
Henry era lo que mucha gente de nuestro círculo llamaría un gángster, aunque
“mucha gente de nuestro círculo” consistía en adictos a la metanfetamina, al juego
y a cualquiera que le debiera dinero. Henry no era más que un prestamista de bajo
nivel, un traficante de drogas y un pedazo de mierda en general.
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No era parte de ninguna facción del crimen organizado. Yo los coloca ría en la
categoría de la basura blanca, el tipo de “líder” que mantenía en su nómina y como
clientela a adictos, criminales y degenerados de la variedad más basura.
Porque eran fácilmente manipulables y no se defendían.
Henry y su gente no eran organizados ni inteligentes. Utilizaban tácticas de
fuerza y miedo hacia una población ya débil para conseguir lo que querían.
—Galina Michone —dijo de una manera que me hizo sentir un escalofrío de
conciencia y asco. Se acercó y se detuvo cuando estaba a unos metros de mí. Una
sonrisa desagradable se extendió por su cara, con un diente de oro en un lado de la
boca bajo la luz sucia y apagada. La forma en que dejaba que su mirada subiera y
bajara por mi cuerpo me hacía sentir viscosa y desnuda.
—Esta vez sí que Leo se metió en un lío —murmuró Henry y metió las manos en
los bolsillos delanteros de sus pantalones, unos que parecían hechos de poliéster
rebajado.
Para todo el dinero que Henry estafo a la gente, parecía tan barato como un
billete de dos dólares.
—No estoy seguro que lo que Leo haga o dejé de hacer tenga que ver conmigo .
—Debería mantener la boca cerrada. Enfadar a Leo y a sus matones no me iba a
hacer ningún favor.
Pero me sorprendió, y me enorgullece, que sonara tan fuerte como lo hice. Por
dentro estaba aterrada, por supuesto. Sabía que la situación no iba a ser favorable
para mí.
—Leo y yo no nos hablamos. Me denunció como su hija hace bastante tiempo,
cuando me negué a darle dinero y le dije lo rastrero que era.
Henry volvió a sonreír, esta vez más como un tiburón.
—Y aunque tuviera el dinero, que no lo tengo, seguro que no lo usaría para sacar
a Leo de apuros. Está por su cuenta. —No me molesté en mirar al hombre que no
era más que un donante de esperma. Que se joda por meterme en esta mierda.
Volví a mirar a Henry rápidamente, sabiendo que no podía confiar en él hasta
donde pudiera lanzarlo. Noté cómo miraba por encima de mi hombro a los dos
hombres que estaban detrás de mí, algo en sus ojos hizo que se acercaran. Oí el
ruido de sus pies, olí el sudor sucio que se pegaba a ellos mientras me llenaba la
nariz. Me puse en tensión, mis músculos se tensaron. Aunque tomé algunas clases
de defensa personal en el pasado, no era una tonta pensando que era rival para
ellos.
—No es dinero lo que quiero de ti, Galina.
Mi corazón se detuvo, luego comenzó a acelerarse con el tiempo.
—Leo ofreció una compensación por su deuda que me satisface. —La sonrisa de
Henry no podía calificarse más que de perversa—. Y esa eres tú, o más bien tu
cuerpo y esa dulce cereza que aún tienes entre las piernas.
Sentí que mis ojos se abrían de par en par un segundo antes que el horror puro
me bañara. Miré a Leo, pero el cabrón no me miraba, no se atrevía a mirarme a la
cara después del acto atroz que acababa de hacer.
8
—Y no intentes decir que no eres tan inocente como dijo Leo. Te estuve
observando, Galina. Sé que no aceptas compañía de nadie. Conozco tus hábitos
diarios, sé que duermes sola todas las noches. —Henry paseó su mirada de ojos
saltones por mi cuerpo y dio un paso hacia mí—. De hecho, me paré sobre tu cama
y te vi dormir, sé que guardas una pistola bajo la almohada —murmuró como si
eso le excitara—. Incluso me incliné y olí tu pelo en más de una ocasión,
preguntándome si tu coño huele igual de dulce.
Oh, Dios. Di un paso atrás, el miedo me recorría, pero mi espalda se estrelló
contra uno de sus matones. Las manos me rodearon los brazos y luché
salvajemente, con la auto preservación a flor de piel. Pateé y grité, pero sólo recibí
un agarre contundente y las risas que me rodeaban. Pronto me sentí agotada y
derrotada, y las lágrimas brotaron de mis ojos... unas que me negué a dejar caer.
No confirmé ni negué lo que dijo Henry. No le daría la satisfacción de
derrumbarse. Miré a Leo una vez más. Me miraba con lo que podía suponer que era
culpa, pero también parecía tan drogado como una cometa.
—Se suponía que ibas a protegerme —susurré. Esas palabras no eran más que
una quimera de una niña que antes era vulnerable. No tenía madre, ni padre, a
pesar que él estaba delante de mí.
Y vendió mi virginidad para saldar su deuda. Me vendió como si fuera una
mercancía.
—Creo que dejaré que algún cabrón compre tu cereza por un precio
exorbitante. No se ven muchas mujeres todavía tan inocentes a tu edad.
Como si mi edad de veintiún años significara que era una solterona.
—Y después que hayas sido domada, entonces te llevaré a dar un paseo antes
que te acostumbres de verdad. —Volví a centrarme en Henry—. Pero tienes un
aspecto tan dulce y delicioso que puede que no me canse de ti durante algún
tiempo. Puede que te tenga como mi mascota personal durante un tiempo, Galina .
—Volvió a mirarme con desprecio, como un jodido enfermo.
—¿Y luego qué? —me burlé. Que se joda. Que viera mi rabia y mi ira, aunque no
sirviera de nada.
Su sonrisa se amplió. Estaba bastante seguro que le gustaba que le devolviera la
jugada, probablemente le gustaba.
—Y entonces te venderé o por la noche, recuperaré mi dinero y algo más.
Volví a forcejear, logrando patear la pierna del bastardo que me sujetaba. Gruñó
y me clavó los dedos con tanta fuerza que supe que me quedarían marcas negras y
azules en el cuerpo. Siseé de dolor y me acercó a él, de espaldas a su pecho, antes
de rodear mi cintura con un brazo de acero para inmovilizarme.
—Si no te detienes, te dejaré inconsciente con un golpe en la cara —dijo, y me
quedé paralizada. Su aliento olía a humo de cigarrillo rancio y a licor barato.
—Brutus, no recurramos a tácticas de miedo. —Henry cacareó y se acercó hasta
situarse justo delante de mí. Me miró fijamente, y las miradas lascivas y suger entes
desaparecieron de repente al ponerse serio.
Y eso fue lo que más me aterró de toda la situación.
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—Podría ser peor, Galina. Mucho peor.
Me mordí la lengua para no decir algo que no pudiera retirar. Todavía estaba
tratando de pensar en cómo salir de esto, aunque pareciera imposible.
—Y oye —dijo y sonrió una vez más, extendiendo las manos como si fuera una
especie de mártir—. No soy un tipo tan malo. Incluso voy a dejar que vuelvas a casa
y que recojas todo lo que quieras que pueda caber en una bolsa. Quiero que estés
cómoda... hasta que no lo estés. —Me guiñó un ojo, y mi vientre se apretó de miedo.
No pregunté por qué me hacía ese pequeño “regalo”, porque me permitió tener
más tiempo para pensar en cómo escapar, en cómo huir. Lo que Leo y Henry no
sabían, lo que nadie sabía, era que siempre sentí que algo malo iba a suceder. Que
el otro zapato iba a caer. El fin del mundo... mi mundo. Y fue por eso que ya hice
una maleta, tenía dinero para escapar, ningún plan real, sino un medio para irme a
la primera de cambio. Si podía llegar a donde escondí mi bolsa y mis provisiones,
tenía una oportunidad. Era escasa, pero seguía siendo una oportunidad.
Así que me aflojé en los brazos del imbécil hasta que aflojó su agarre lo
suficiente como para que pudiera respirar cómodamente. Henry ladeó la cabeza,
tal vez pensando que estaba aceptando demasiado mi situación, pero no me
importó. Tenía que ser inteligente si quería tener una oportunidad de sobrevivir.
Le lancé una última mirada de odio a mi despreciable padre, jurando que, si
alguna vez tenía la oportunidad, acabaría con él, borrando su miserable vida como
él hizo tan fácilmente con la mía. Luego me sacaron de allí, me arrastraron por el
sucio almacén y me metieron en la parte trasera del auto en el que me trajeron.
Los siguientes veinte minutos mientras conducíamos por Las Vegas y de vuelta a
mi asqueroso apartamento pasaron como un borrón. No me pregunté por qué no
se limitaron a agarrar mis cosas cuando me sacaron de mi apartamento. No me
pregunté por qué me estaban dando este pequeño “acto de bondad”. No pregunté
ni me importó porque al final no les importaba. Demonios, por lo que yo sabía todo
esto era un acto para hacerme más complaciente, para hacer parecer que las cosas
no eran tan malas como eran.
Al final, mis sentimientos, deseos y necesidades, mis comodidades, no
importaban.
No podía pensar con claridad, estaba sudando y temblando, y sentí las miradas
fulminantes de los dos hombres que se sentaban a ambos lados de mí.
Antes de darme cuenta, me sacaron de la parte trasera del auto y me llevaron a
mi apartamento. Como mi casa era una mierda, todos los que se cruzaban con
nosotros, incluso a esa hora, se ocupaban de sus propios asuntos. O bien eran
adictos y no eran lo suficientemente coherentes como para preocuparse, o bien
sabían para quién trabajaban los hombres que me seguían y tenían demasiado
miedo como para intervenir.
—Toma tus cosas —dijo uno de los hombres con dureza mientras me empujaba
al interior de mi apartamento una vez abierta la puerta. Se cerró tras de mí y
empecé a dirigirme hacia mi habitación, cuando sentí que un fuerte agarre en mi
antebrazo me detenía.
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—Si haces alguna estupidez, te daré una puta paliza y te diré que al diablo con
agarrar tu mierda. ¿Entendido?
No miré al idiota que decía las palabras, sólo asentí y tiré de mi brazo para
liberarlo.
—Tengo que ir al baño.
—Hazlo rápido. —Sus palabras fueron cortadas mientras me seguía de cerca.
Antes que pudiera entrar, se abrió paso por delante y examinó el baño. Era
pequeño y viejo, con óxido y depósitos de calcio y manchas en la bañera y el
lavabo, y una pequeña ventana sobre la bañera. Se acercó a la ventana y trató de
abrirla, y yo contuve la respiración, rezando para que aguantara. Era vieja y
destartalada, pero la manipulé de cierta manera para poder abrirla donde los
demás la verían sellada.
Y cuando se mantuvo fuerte, se alejó y yo exhalé. Revisó bajo el fregadero,
presumiblemente en busca de armas, pero todo lo que encontró fue un par de
artículos de limpieza, que retiró. ¿Qué creía que iba a hacer con ellos?
—Hazlo rápido —Volvió a decir y me dejó sola, y me sorprendió que me
permitiera cerrar la puerta. Quise dar las gracias a quienquiera que estuviera
escuchando, pero no tuve tiempo. Nadie me ayudaría más que yo misma .
Abrí la puerta bajo el fregadero y, tan silenciosamente como pude, levanté la
tabla de madera suelta donde estaba mi bolsa. Una vez que la tuve, cogí las
zapatillas baratas que había dentro, me puse una camiseta de manga larga y me
aseguré que el dinero y la pistola seguían guardados. Luego me acerqué al retrete y
tiré de la cadena, y después me acerqué rápidamente a la ventana para hacer
palanca. Esperaba que el sonido del inodoro enmascarara el sonido de mi apertura
del cristal.
Una vez abierta la ventana, tiré mi bolsa, ya que mi apartamento estaba lo
suficientemente cerca del suelo como para no romperme una pierna al saltar.
Estaba a medio camino cuando uno de los imbéciles golpeó la puerta y ladró:
—Date prisa, joder. —Y justo cuando sacaba el cuerpo por la ventana, vi que la
puerta del baño se abría y el imbécil entraba. Su mirada se clavó en mí al instante,
sus ojos se entrecerraron y sonó una maldición.
Aterricé en el suelo y cogí mi bolso, luego corrí como si mi vida dependiera de
ello.
Porque así era.
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2
Arlo
Presente
Mi madre fue llamada puta.
Mi padre fue un boyevik, un soldado, para la Bratva.
Yo era huérfano a los once años. Un criminal a los doce años.
Era un asesino cuando cumplí dieciséis años.
Y aquí estaba, quince años después, un bastardo de corazón frío.
Podría resumir mi vida en esos detalles. Los detalles no importaban. La gente
con la que entré en contacto era intrascendente. Era fácil fingir que tenía interés.
Era inútil actuar como si tuviera corazón.
Me dijeron muchas cosas a lo largo de mi vida, mentiras para hacerme caer en la
trampa.
—Tu madre no era más que una puta barata. Las mujeres así no duran mucho. Se
usan y se tiran. Sirven a su propósito de esa manera.
Esa fue una de las conversaciones más largas y “sentidas”, a ojos de mi padre,
que tuvo conmigo. La verdad, como supe más tarde, distaba mucho de lo que me
dijo.
Me arrebataron de los brazos de mi madre poco después que la obligaran a
darme a luz, y me arrojaron a la casa de unos desconocidos asociados a la Bratva, la
mafia rusa. Desde el momento en que respiré por primera vez, me adoctrinaron en
la vida de un criminal. De muerte y odio y lealtad a una sola entidad.
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Mi madre fue una joven rusa que tenía esperanzas y sueños. Esa era la fantasía
que yo inventaba. Esa era la fantasía que, sin duda, le dijeron para que se
mantuviera dócil y sumisa. La esperanza podía hacer que cualquiera hiciera lo que
quisiera.
No la conocía, no sabía nada de ella por experiencia perso nal. La sacaron de su
cama en medio de la noche, la llevaron a Estados Unidos y la vendieron como un
trozo de carne a los que tenían poder y dinero.
Aquellos para los que trabajaba. Y a veces a los que mataba. A los que les
gustaba romper cosas. Arruinarlas.
Esos hombres que destruían a una persona hasta que no quedaba nada más que
la oscuridad, esa esperanza que antes no era más que una resignación sin
esperanza.
La ira familiar que sentía al pensar en el destino de mi madre era como un ácido
en mis venas. No dejaba que las emociones fueran un factor en mi vida. Nunca lo
hicieron, excepto por el pensamiento de una madre que nunca conocí, una chica
demasiado joven, que fue violada y golpeada innumerables veces, obligada a dar a
luz a un bebé que probablemente no quería, y luego utilizada de nuevo.
Ella fue lo único por lo que me dejé llevar por mi apatía. Y una parte de mí
odiaba eso, la odiaba por sentirme algo más que la nada con la que estaba tan
familiarizada. La sombría oscuridad que abrazaba.
No tenía que conocer su amor para saber que fue inocente, como tantas otras
jóvenes arrojadas a esta vida.
Durante un segundo me miré las manos, unas manos que se cubrieron de sangre
muchas veces a lo largo de mis treinta y un años. Manos que pronto se empaparían
de la fuerza vital de otra persona.
Eran dedos y palmas que mataron sin piedad. Las que acabaron con la vida de
mi padre una vez que descubrí que fue él quien violó a mi madre, me engendró a
mí y finalmente la mató.
No tenía que conocer a la mujer que me dio a luz para vengarme en su honor.
Nunca corregiría los errores cometidos contra ella, o contra cualquiera de las otras
víctimas indefensas, pero seguro que me haría mejor.
Parricidio. ¿Quién iba a saber que nací para eso? ¿Quién sabía que era mi propia
terapia personal?
Y fue el acto de matar a mi padre lo que me elevó a la posición en la que estaba
ahora con la Ruina y la Bratva. Al parecer, la Bratva pensó que les hice un favor al
eliminar a mi padre, un traidor que estuvo dando información a la Cosa Nostra.
Nunca los corregí, nunca les dije que lo que hice, lo hice por mí y por Sasha, esa
chica que no era más que una niña y a la que sólo le dieron un infierno en la tierra.
Que los Bratva piensen que hice lo que hice por ellos. No importaba el resultado
final.
—Oí que todo lo que el pobre cabrón hizo fue mirar a la hija del Pakhan, y eso le
valió esa mierda.
13
El mero hecho de oír hablar del Pakhan, Leonid Petrov, líder de la Bratva de la
Costa Este, me erizó la piel. No respondí ni reconocí lo que dijo Maksim. Lo miré y
observé cómo señalaba al hijo de puta que estaba a punto de ser desmembrado y
disuelto. Maksim maldijo en ruso, pero lo ignoré y me concentré en el trabajo.
Se oyó el sonido de un encendedor, seguido del dulce y ahumado aroma de los
cigarros que Maksim conseguía de una conexión que tenía con el cártel. Todo eso lo
aprendí en el lapso de los primeros cinco minutos de estar en su presencia esta
noche.
Me llamaron y vine. Hice mi trabajo, me deshice de los cadáveres y seguí con mi
miserable vida.
—Una maldita mirada, Arlo —murmuró Maksim en voz baja, y le oí dar otra
calada—. ¿Te imaginas...?
—No, porque no me importan una mierda las circunstancias. —Lo fulminé con
la mirada—. Un trabajo es un trabajo cuando la Ruina me llama. —Incliné la
barbilla hacia el barril negro o a un lado—. Te dejan venir y aprender algo, así que
cierra la boca y escucha. Deja de hablar. —Sostuve su mirada con la mía—. Mi
trabajo es ser efectivo y rápido. Deja de cotillear y coge el puto barril.
Normalmente hacía mi trabajo solo. Era más fácil. Tranquilo. No quería hablar
del puto tiempo, y mucho menos de cómo uno de estos imbéciles estiraba la pata.
Hacía lo que se me encomendaba y luego lo dejaba atrás.
Porque eso es lo que tenías que hacer cuando eras un ejecutor de la Ruina.
Pero Maksim era todavía joven y tonto, sin mucha experiencia, y desde luego no
en lo que respecta a la Ruina o a la Bratva. Pero como era pariente consanguíneo
de uno de los altos cargos de la mafia rusa, le permitían colarse en situaciones que
deberían estar reservadas a hombres más controlados y hábiles.
Y esta era una de esas situaciones. Pero cabrear a alguien de mayor rango en la
cadena alimentaria de la Bratva o la Ruina no era mi estilo, ni inteligente, así que
mantuve la boca cerrada y dejé que el mierdecilla aprendiera un par de cosas.
Porque ser un agente libre del sindicato conocido como la Ruina, que se
dedicaba a todo lo ilegal y clandestino, significaba que si querías conservar tus
pelotas, no cuestionabas una mierda.
Cuando la Ruina me llamó, acepté el trabajo y lo hice jodidamente bien. Me daba
igual si era para la Cosa Nostra, la Bratva o el puto Cártel. Me importaba una
mierda para quién era el trabajo, mientras me pagaran.
Así que cuando miré la cara hundida del cuerpo del que iba a deshacer me, todo
lo que vi fue un medio para conseguir un fin.
—He oído que le dieron un balazo en los putos ojos.
Exhalé y sentí que mis músculos se tensaban con fastidio.
—Por el amor de Dios, Maksim —dije con rabia irrefrenable y le lancé una
mirada fulminante. Levantó las manos y se colocó el fino cigarrillo marrón entre
los labios.
—Ya me callo —murmuró con rapidez y se dirigió a la esquina del almacén
donde estaba guardado el bidón de cuarenta y cinco litros. Me agaché y abrí la gran
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bolsa de lona, rebuscando los suministros que necesitaría para este trabajo en
particular.
Maksim trajo los dos utensilios más importantes que necesitaría y los puso a mi
lado.
Sierra de carnicero.
La lejía.
Esta última la traje antes en cantidad.
Maksim arrastró el barril hasta el cuerpo que estaba tendido sobre la lona de
plástico.
—Realmente le ensuciaron la cara…
—Maksim —gruñí y le dirigí una mirada. No necesité decir nada más para que
cerrara el pico y asintiera con fuerza—. Apaga eso.
Se sacó el cigarrillo de entre los labios y lo desairó en la suela del zapato antes
de meterse la colilla en el bolsillo trasero de sus vaqueros negros.
Durante largos minutos hubo silencio. Hice el trabajo rápido y eficazmente, y
tuve que reconocer que Maksim, al ser la primera vez que veía una limpieza, no
perdió la cabeza. Tal vez tenía pelotas después de todo.
—¿Quieres ir a Yama? ¿Podríamos ver los agujeros de abajo en el Foso? Oí que
hay un par de brutos reservados esta noche. Y oí que tienen algunas chicas nuevas
en Nino's.
Terminé de limpiarme y miré a Maksim.
—No —Fue todo lo que dije. No tenía nada en contra de ninguno de los dos
lugares y, de hecho, luché muchas veces a lo largo de los años en Yama, el ring de
lucha clandestino de Bratva. Y Nino's, uno de los muchos clubes de striptease
propiedad de la Ruina, no era mi estilo.
—Como quieras —murmuró Maksim—. Voy a ir a Nino's entonces. Esas chicas
están ansiosas por complacer a la gente adecuada, si sabes lo que quiero decir.
La gente adecuada significaba que Maksim podía conseguir un culo gratis
porque estaba asociado con la Bratva. Si no lo reconocían sólo por la cara, en
cuanto se quitara la camisa, verían sus tatuajes y sabrían con quién estaba
relacionado.
Lo mismo que yo.
Un grupo de hombres jodidamente malos.
Pero donde algunos de ellos podrían ser redimibles... yo era un monstruo que
tenía un boleto de primera clase directo al infierno.
Además, tenía planes para esta noche, planes que incluían ir a un lugar que no
debía, porque quería ver a alguien a quien no debía mirar.
La morena demasiado inocente que trabajaba en la cafetería nocturna de Sal,
una cafetería que era propiedad de los Bratva para blanquear su dinero. Y de esto
último no tenía ni puta idea. Probablemente lo veía como otro restaurante de
veinticuatro horas que abastecía a los borrachos, los adictos y los que llegaban a
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trompicones después de estar de fiesta toda la noche, buscando comida de mala
calidad cuando todo lo demás estaba cerrado.
No debería pensar en ella, no mientras estaba solo y tumbado en la cama, y
desde luego no mientras estaba descuartizando al bastardo esparcido por el suelo.
Pero, joder, llevaba meses pensando en ella, y para un hombre que no tenía
miedo a nada... quererla me aterraba.
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3
Galina
Si te sentías lo suficientemente solo, era casi como si nunca lo estuvieras. Era
una presencia constante y pesada que pesaba sobre ti casi como una compañía,
otra persona. Era una amiga con la que me familiaricé mucho a medida que
pasaban los años, sobre todo después de mudarme a Desolation y dejar Las Vegas
detrás.
Cuando hui. Escapé.
Y estuve viviendo con ese oscuro compañero durante los últimos dos meses.
Qué apropiado fue que cree una nueva vida en Desolation, NY. Un nuevo nombre.
Un nuevo fondo. La mentira de mi vida.
Pero no podía odiar Desolation, especialmente esta parte de mierda de la
ciudad, especialmente Sal's diner, donde trabajaba de camarera. Era el único lugar
que no me hizo ninguna pregunta, que no comprobó mis antecedentes y que me
pagaba por debajo de la mesa.
Me quedé mirando el viejo y descolorido reloj de aspecto industrial que colgaba
de la pared de la cafetería a mi derecha. No me cabía duda que si lo tiraba, estaría
cubierto de una capa de mugre de un centímetro de grosor. Lo mismo ocurría con
cualquier cosa en este restaurante de mierda.
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La hora indicaba que era muy tarde, o muy temprano, según se quiera ver. Eran
poco más de las tres de la mañana y, afortunadamente, sólo me quedaban un par
de horas de turno.
No me importaba el horario de mierda ni la estética deprimente de Sal's. Me
daban todas las horas que quisiera, las propinas eran decentes cuando trabajaba
en la hora punta, a primera hora de la mañana, y estar aquí me evitaba tener que
sentarme sola en mi apartamento de mala muerte, preguntándome si me
encontrarían, si mi pasado me alcanzaría.
Laura, una de las camareras que trabajaba conmigo en el turno de noche, me
contó la historia de Sal's. Me dijo que Sal's estuvo funcionando durante los últimos
cuarenta años y que una vez fue propiedad de un matrimonio de inmigrantes
sicilianos que consiguieron su sueño americano de tener su propio negocio.
Pero, por desgracia, cuando Marianna, la esposa, falleció, su marido Sal le siguió
poco después. Y entonces, sorpresa, una organización privada , SIN DUDA un
negocio turbio que probablemente utilizaba este lugar co mo fachada para el
blanqueo de dinero, se abalanzó sobre él muy rápidamente y se hizo con la
propiedad. Yo misma monté esto último, teniendo en cuenta mis antecedentes con
relaciones poco notables.
Y aquí estaba yo, dos meses después de huir de Henry y de sus enfermizos
planes para que yo pagara la deuda de mi padre. Estaba viviendo un sueño, pero
vender hamburguesas grasientas, refrescos de cola y trozos de tarta de manzana
de hace tres días a drogadictos, trabajadores del sexo, borrachos y a cualquiera que
quisiera un lugar para salir de la calle, ya que abríamos las veinticuatro horas
todos los días del año, era mejor que la alternativa.
Ya no era Galina Michone. Era Lina Michaels. La identificación falsa fue bastante
fácil de conseguir en Las Vegas, y mi vida aquí en Desolation era inquietantemente
parecida a la de “casa”, así que me adapté bien.
—¿Pueden atenderme aquí, joder?
Exhalé con cansancio y me froté los ojos antes de dirigirme al cliente claramente
borracho que acababa de entrar. Ya lo vi muchas veces, y siempre era odioso y
exigente, por no hablar que estaba borracho. Estaba claro que pensaba que las
mujeres estaban por debajo de él por el tono de su voz y la mirada que ponía
cuando se dirigía al sexo opuesto. Era como todos los idiotas con los que estuve en
contacto a lo largo de mi vida.
Podía oler la bebida que se derramaba sobre él incluso antes de llegar a su mesa,
pero traté de poner una sonrisa profesional, aunque sabía que sin duda parecía
forzada y que no ayudaría con las propinas de este imbécil. Porque nunca lo hacía.
Me miró fijamente y saqué mi libreta y mi bolígrafo del delantal.
—¿Qué puedo hacer por usted?
Durante un segundo se quedó mirándome con los ojos inyectados en sangre y
brillantes y con una ligera capa de sudor cubriéndole la frente, lo que hacía que su
pelo estuviera húmedo a la altura del nacimiento del cabello. También olía como si
no se hubiera lavado en un tiempo y sólo hubiera consumido alcohol en las últimas
veinticuatro horas.
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—Hamburguesa y patatas fritas. Cerveza. Y que esté fría. —Escupió la última
palabra, y yo no respondí, sólo asentí y me di la vuelta para irme.
Alargó la mano y me agarró de la muñeca, con un agarre inflexible. Al instante
mis defensas subieron aún más y mi cuerpo se tensó.
—Asegúrate que mi cerveza esté jodidamente fría. —Sus palabras eran
arrastradas y descuidadas, al igual que su aspecto.
—Suéltame —dije en voz baja, fingiendo una fuerza que no sentía tener
realmente. Sorprendentemente, lo hizo sin rechistar. Quería frotarme la muñ eca
pero no quería que supiera que me molestaba tanto como lo hacía —. Te traeré tu
cerveza pronto. Pero la próxima vez, mantén las manos quietas. —Me fui
rápidamente, sin darle la oportunidad de responder.
Después de hacer el pedido, me puse detrás de la pared, la única privacidad que
tendría durante mi turno. Los idiotas como él no me molestaban tanto, no cuando
vivía en Las Vegas y trataba con idiotas a diario. Pero a veces se me metían en la
piel, ahora más que nunca, y me sentía más vulnerable que en mucho tiempo.
Apoyé la cabeza en la pared, con la mirada fija en la estantería que contenía
algunos suministros. Oí que se abría la puerta trasera y miré a un lado para ver a
Laura entrando, con su cartera hecha jirones colgando del hombro. Su larga cola de
caballo rubia oscura estaba un poco torcida, como si hubiera corrido, y cuando
miré la hora, me di cuenta que probablemente lo hizo, ya que llegaba unos minutos
tarde.
Laura, al igual que yo, trabajaba principalmente en el turno de noche, pero
estuvo haciendo más horas para ahorrar para las clases en el colegio comunitario.
Si tuviera amigos, ella sería probablemente la más cercana a la que pondría esa
etiqueta.
Levantó la vista y se fijó en mí, con una sonrisa genuina en su rostro.
—Siento llegar tarde.
Me encogí de hombros. ¿Qué me importaba? Las cosas no estaban ocupadas
ahora, y aparte del imbécil borracho, no hubo mucha “emoción”.
Se encogió de hombros para quitarse la chaqueta y la colgó junto a su mochila
en el gancho que estaba clavado en la pared manchada de grasa. Cogió un delantal
“limpio”, se lo puso y se detuvo frente a mí.
—La noche ya es así de mala, ¿eh?
Me reí y negué con la cabeza.
—La verdad es que no. Sólo el típico borracho idiota.
Ella enroscó la nariz.
—¿Cuál de ellos? Tenemos muchos de ellos cada noche.
Muy cierto.
Me dio otra sonrisa antes de exhalar y miró hacia el frente, su nariz se arrugó de
nuevo.
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—Hoy tengo que trabajar un doble. No puedo quejarme, porque las propinas
probablemente serán buenas, pero Lina... odio a la gente.
Me reí, el sonido salió disparado antes que pudiera detenerlo.
—Lo mismo.
Las dos nos dimos la vuelta y nos dirigimos de nuevo al frente. L a seguí por
detrás, viendo si el borracho seguía ahí fuera... optimista que una de estas veces
saliera a trompicones y no volviera a entrar. Pero allí estaba, mirando a la pared,
probablemente pensando en todas las formas de vengarse de alguien que le hizo
daño hace años. Porque los hombres como él eran malos cuando estaban
borrachos, pero sobrios... probablemente era un bastardo desagradable.
Estaba comprobando si su comida estaba lista cuando oí que se abría la puerta
principal del restaurante. Miré por encima de mi hombro y mi corazón se aceleró
inmediatamente antes de tomar una nota errática al ver quién entraba. Era un
hombre que vio aquí muchas veces en los últimos dos meses.
Y era un hombre que al instante puso en marcha todos mis instintos de
supervivencia.
No conocía, ni su nombre, ni su edad, ni su ocupación. Siempre pagaba en
efectivo, era reservado. Nunca hablaba más que lo necesario para pedir su comida.
Y su expresión nunca delataba nada. Ni frustración, ni cansancio. Ni placer ni odio.
Nada. Era como si no tuviera ninguna emoción, esa pizarra en blanco que no veía
nada pero que lo asimilaba todo.
Era alto, con el pelo corto y oscuro, y tenía un aire que no podía ser confundido
con nada más que peligro. El poder que ejercía era impresionantemente claro en su
forma de caminar, en su manera de sostenerse. Y la fuerza de su cuerpo era
evidente a pesar de la ropa oscura que lo ocultaba.
Pero no tenía que conocerlo, no tenía que hablar con él para reconocer el tipo de
hombre que era.
Peligroso. Mortal.
Alguien por quien no debía sentir curiosidad.
Estuve cerca de muchos hombres como él en mi vida, hombres que mataban con
sus manos y pasaban a la siguiente tarea. Era su naturaleza.
Lo vi tomar el mismo asiento de siempre, el que estaba al fondo de la cafetería y
que daba a la entrada. Siempre se aseguraba que la pared estuviera a su espalda.
Esa era otra señal del tipo de hombre que era... uno que vio suficiente violencia
como para que nunca lo pillaran desprevenido.
El sonido del cocinero tocando la campanilla, indicando que la comida de mi
cliente estaba lista, me sacó de mis pensamientos. Después de coger el plato con la
hamburguesa y las patatas fritas, cogí otra cerveza, notando que el borracho ya se
bebió la primera, lo cual no es sorprendente.
Puse el plato delante de él y la botella de cerveza a continuación. No dijo nada,
sino que empezó a hincarle el diente con sonidos asquerosos y descuidados. En
cuanto me giré y me enfrenté al hombre oscuro y peligroso que estaba sentado en
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la esquina, se me apretó la barriga, esa advertencia interna que me instaba a correr
en dirección contraria, levantándose casi con violencia.
Pero conocía esa vocecita, ese sexto sentido, y la rechacé y me acerqué. Porque
aunque sabía que ese hombre era alguien con quien no quería involucrarme,
tampoco podía mentir y decir que mi enfermiza curiosidad no era mucho más
fuerte.
—Bienvenido a Sal's —dije automáticamente—. ¿Lo de siempre? —Siempre
pedía lo mismo. Sándwich de jamón y queso suizo en masa fermentada. Guarnición
de patatas fritas. Taza de café. Negro. Sin azúcar.
Asintió con la cabeza, sus ojos oscuros clavados en los míos, su cara no daba
señales de vida. Me sentí como un animal atrapado en una trampa y enfrentado a
un depredador hambriento. Asentí débilmente con la cabeza y sonreí aún más
débilmente en su dirección antes de darme la vuelta y dirigirme a la cocinera para
hacer el pedido, pero sentí que su mirada seguía clavada en mí, como si estuviera
alargando la mano y arrancando mi ropa, desnudando mi rostro antes de coger ese
frío cuchillo de sierra y abrirme.
Era aterrador.
Entonces, ¿por qué anhelaba más?
21
4
Arlo
Era recatada, inocente, con una voz suave que resultaba agradable a mis oídos,
una sonrisa que me oprimía el pecho y un cuerpo que me hacía desear apuñalar a
cualquier otro hombre que la mirara.
Era peligrosa para mí, el oscuro deseo que sentía, la forma en que me hacía
desear cosas que un bastardo como yo no tenía por qué desear. Y sin embargo, no
sabía nada de ella.
Pero cuando la miré a los ojos, vi a una superviviente que me devolvía la mirada.
Se me daba bien leer a la gente sin conocer su historia. Ella vio la fealdad y la
violencia que el mundo repartía libremente... del tipo que yo daba en abundancia.
Lina, decía su etiqueta, un nombre hermoso en una ciudad fea. Vine a Sal
muchas veces mientras vivía en Desolation, pero no podía mentir y decir que no
venía aquí casi todas las putas noches porque quería mirarla. Quería estar cerca de
ella.
Lo más probable es que ella experimentó personalmente la brutalidad de este
mundo, que la marcó desde dentro. Sentí que se me apretaban las tripas ante la
extraña sensación de querer protegerla, de salvarla de más dolor. ¿Pero quién
diablos era yo para salvar a alguien? Yo tomé la vida. Limpié la muerte.
Fui un monstruo envuelto en la apariencia de un hombre. Y no debería querer
protegerla de nada ni de nadie más que de mí.
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Me aseguré de pagarle ya, queriendo que ella recibiera su propina y no
dependiera de otra persona para entregar el dinero de Lina. Sal's no era conocido
por su sistema de honor. Terminé mi sándwich y mi café, y luego esperé. Observé.
Deseaba a Lina como un lobo hambriento que ve un cordero vulnerable. Cada parte
de mí la miraba y exigía que la llevara a las partes más oscuras conmigo, que la
destruyera de la mejor de las maneras... que la desgarrara hasta que obtuviera mi
saciedad.
No estaba seguro de qué era lo que me llamaba de Lina... una parte más noble de
mí, una que nunca existió. Una que nunca nacería. Todo lo que sabía con una dura
verdad era que ella no se iba de mi mente. Era una compañera constante en mi
jodida cabeza, una luz en la sangre y el asesinato que se instalaban allí.
Observé cómo le entregaba la cuenta al pedazo de mierda que hizo ruido desde
que entré en la cafetería, su único otro cliente. Lo vi antes y siempre podía
reconocerlo por el olor a licor que le salía por los poros.
Entrecerró los ojos al ver la cuenta y luego arrojó unos cuantos billetes sobre la
mesa a pesar que la camarera le tendía la mano para que le diera el dinero. Podía
ver la frustración y casi la resignación en su rostro mientras recogía el dinero,
murmuraba algo y se daba la vuelta para marcharse.
Una vez más, la rabia me invadió en su nombre.
Tenía las manos apretadas sobre la vieja mesa de dos plazas, y la necesidad de
derramar sangre se movía vorazmente por mis venas, todo por la forma en que él
la miraba... le faltaba el respeto.
Y cuanto más lo miraba, más reconocía la clase de hombre que era. Ya vi
innumerables bastardos como él, los que miraban a las mujeres atrapadas por el
sindicato del crimen, los que estaban enfermos y necesitaban que les cortaran la
polla por las cosas perversas que pensaban. Y pude ver que el maldito borracho
estaba hambriento de Lina, pero el único tipo de saciedad que un hombre como él
obtendría sería el de una mujer suplicante.
Seguí a Lina con la mirada una vez más, y me di cuenta que se esforzaba por no
mirarme por la tensión de sus hombros y la forma en que sus manos se enroscaban
con fuerza. Tal vez la fascinaba de un modo enfermizo. Tal vez la asusté tanto que
se sintió atraída por mí, una chica que fue lo suficientemente dañada en su vida
como para que yo fuera el único tipo de hombre que pudiera sacarla de esa
oscuridad.
Porque yo era tan negro y frío como la noche.
Sentí una peligrosa bobina de... deseo moverse a través de mí. Pero sabía que
sentimientos como esos no harían más que destruirme. Mi vida, el mundo en el que
vivía, no tenía nada que hacer con algo así.
Observé sus gestos, pude ver que la armadura que llevaba estaba marcada y con
cicatrices, y eso me hizo querer meterme más profundamente bajo su piel y
averiguar quién era. ¿De dónde venía? ¿De quién huía?
Conseguí la información básica sobre ella. Dirección. Nombre. Edad. Lo s dos
últimos eran fáciles de falsificar, ya que se mudó a Desolation en los últimos dos
meses. Podría ser bastante fácil reunir toda la información sobre ella que estaba
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enterrada en lo más profundo... la información real que algunas personas se
tomaban muchas molestias en enterrar. Yo definitivamente tenía las conexiones y
los recursos. Pero algo me impedía buscar información sobre esta mujer.
Otra sensación incómoda e inusual para mí. Sentí que sería una invasión de su
privacidad para profundizar, algo que nunca me importó.
Sentí que mi ceño se fruncía, odiando que se hubiera metido en mi piel tan
rápido y fuertemente como lo hizo. Nunca me importó una mierda lo que pensasen
los demás o el resultado. No me importaba cómo me vieran mientras supieran que
era yo quien debía temer.
Justo antes que doblara la esquina y desapareciera en la habitación trasera, me
miró por encima del hombro. Nuestros ojos se cruzaron y los suyos se iluminaron
ligeramente, porque sin duda no esperaba que la observara tan de cerca.
Prácticamente pude oír la inhalación de sorpresa, quizá de miedo, que hizo. Tenía
miedo, y con razón.
Podría decirle que no le haría daño, pero sabría que era mentira. Y yo también.
Desapareció tras la puerta y volví a centrar mi atención en el borracho. Podía
imaginarme matándolo de diez maneras diferentes. La sola idea de acabar con su
vida me producía una inmensa satisfacción. Fantaseé con sacarle los ojos por el
simple hecho de mirar a la camarera. Era el tipo de hombre que merecía la muerte
diez veces más por los atroces crímenes que cometió en vida.
Debería saberlo, porque también lo merecía.
Lina salió unos minutos después, con la chaqueta que llevaba de color azul claro,
descolorida y vieja, con una mano metida en un bolsillo. Llevaba la mochila colgada
sobre los hombros, la cabeza inclinada hacia abajo, la larga caída de su cabello
ocultando su perfil de mí.
Se abrió paso rápidamente por la cafetería antes de abrir la puerta y salir, sin
volver a mirarme. Un movimiento a mi izquierda me hizo mirar lentamente al
borracho. Sacó su trasero tambaleante de la cabina, con la mirada puesta en la
puerta por la que Lina acababa de salir. Cada músculo de mi cuerpo se tensó en
preparación para ir tras él, sabiendo exactamente lo que estaba haciendo, sabiendo
la oportunidad que veía en este momento.
Salí de la cafetería, manteniéndome en las sombras una vez fuera, e
inmediatamente divisé a Lina delante. Se movía rápidamente y estaba
escudriñando sus alrededores. Definitivamente no es una extraña para estar en
guardia.
Pero no estaba sola. Todavía no podía verlo, pero sentí que se me tensaba la piel,
una sensación familiar que me cubría cuando tenía que estar en alerta. Y entonces
lo vi, el maldito se mantenía cerca de los edificios, permaneciendo entre las
sombras. La acechaba, e incluso desde mi punto de vista, pude ver una tensión en
los hombros de Lina.
Sabía que no estaba sola. Podía sentirlo. No sabía si podía ver al bastardo que la
seguía, pero me fijé en la forma en que guardaba la mano en el bolsillo de su
abrigo. Sabía que tenía un arma escondida.
Una chica inteligente.
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Me acerqué sigilosamente, con los músculos aún más tensos y el cuerpo
preparado para atacar. Sentí que la conocida sed de sangre me recorría.
La sed de sangre... él y yo éramos viejos amigos.
Y entonces el idiota atacó, abalanzándose sobre Lina y rodeando rápidamente su
cintura con los brazos mientras la arrastraba a un rincón o scuro. Aceleré el paso
para comerme la distancia y me detuve al doblar la esquina del edificio. Lo vi a
pocos metros, con la mano alrededor de su garganta, con los ojos muy abiertos
mientras ella arañaba con una mano el lugar donde él la agarraba.
Estaba a punto de golpearle el cráneo contra el lateral del edificio de ladrillo
cuando ella sacó un pequeño bote, le apuntó a la cara y roció al cabrón en los ojos
con spray de pimienta.
Maldijo por lo bajo, una retahíla de blasfemias mientras la soltaba y retrocedía a
trompicones, con las manos limpiándose frenéticamente la cara.
Estaba a punto de atacar, cuando ella echó la pierna hacia atrás y le dio una
patada en las pelotas, haciendo que se desplomara en el suelo.
Un deseo feroz y oscuro se disparó a través de mí al ver la lucha que había en
ella, al ver cómo se defendía. Sentí la agitación de ese placer en mi polla, mi
respiración aumentó, mi corazón se aceleró. Dios, era preciosa mientras miraba al
cabrón con esa dureza y necesidad de supervivencia cubriendo su cara.
Y entonces se lanzó en la otra dirección, corriendo rápido y con fuerza, sus
pasos resonando en los altos edificios, hasta que sólo quedamos la polla y yo en el
callejón.
Apreté las manos y luego las relajé. Lo hice una y otra vez mientras me acercaba
a él. Se esforzó por levantarse, con una mano cubriendo sus pelotas y la otra
limpiando sus ojos. Mi bota apartó de una patada un trozo de cristal, y él se quedó
quieto, mirando en la dirección de la que procedía el sonido, con el cuerpo
congelado.
—¿Quién está ahí? —Intentó sonar más fuerte de lo que era. Metió la mano en
su chaqueta para sacar un cuchillo, moviéndolo de un lado a otro delante de él
como si eso fuera a impedirme lo que iba a hacer.
Mantuve una distancia suficiente para que su hoja no pudiera tocarme, pero no
importaría si me alcanzaba. No haría mucho daño. Mi tolerancia al dolor era tan
alta que ni siquiera sentiría la hoja hundiéndose en mi carne, no me lo pensaría dos
veces para rodear el filo con las manos hasta que se clavara en mi piel, me
rebanara y cubriera el suelo de sangre. De hecho... me anticipé a cualquier dolor
que él pensara que podía infligir.
Miré su mano, que rodeaba con fuerza el mango, y recordé cómo enroscó sus
dedos alrededor del esbelto cuello de Lina. No me cabía duda que tendría una
marca por la mañana. Y eso hizo que mi rabia se intensificara. Ya decidí matarlo,
pero ahora haría que su muerte fuera insoportable.
En un movimiento tan rápido que no podría detenerme aunque lo hubiera visto,
tuve su cuchillo en la mano y mis dedos rodearon su gruesa garganta. Era fuerte,
incluso en su estado de embriaguez. Pero yo era más fuerte.
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Su hedor era abrumador, pero apoyé todo mi peso en su cuerpo, acercándonos,
cortando su flujo de aire hasta que empezó a arañar mi mano, desesperado por
aspirar oxígeno a sus pulmones.
No dije nada. No había palabras que necesitaran ser pronunciadas. Iba a quitarle
la vida tan fácilmente como si apagara una vela, y no había nada que pudiera hacer
al respecto. Firmó su sentencia de muerte en el momento en que miró a Lina.
Aceptó este hecho en el momento en que puso una mano sobre ella.
Y no traté de analizar por qué sentía tanto por esto, por ella. Era simplemente
este sentimiento que necesitaba consumirme, o nada era correcto y bueno en mi
vida. Era este poderoso impulso de eliminar cualquier amenaza que se presentara
para ella.
Yo sería su defensor. Sería su asesino.
Empezó a forcejear menos, su cuerpo se relajó más a medida que se debilitaba,
mientras la asfixia reclamaba su gélido y oscuro dominio sobre él. Levanté el
cuchillo y miré la hoja, el filo dentado brillante y afilado. No era una simple arma.
Era un cuchillo de caza, uno destinado a aderezar un animal en la naturaleza.
Y lo iba a usar con él de la forma más brutal que se pueda imaginar.
Sus jadeos eran débiles pero dolorosos, su miedo era tangible en el aire. Le solté
la garganta y dejé que se desplomara en el suelo. Jadeó más fuerte, aspirando ya
copiosas cantidades de oxígeno. Me agaché frente a él, agarré su carnos o antebrazo
y lo presioné contra el ladrillo del edificio.
Y cuando lo miré a la cara, con los ojos hinchados por el spray de pimienta, las
lágrimas cubriendo sus mejillas y el sudor cubriendo su frente, tomé la hoja y
comencé a serrar su muñeca. Sus gritos eran fuertes y llamarían la atención si no
estuviéramos en Desolation. Pero no encontraría esperanza ni rescate en esta
ciudad. Oirían sus súplicas y gritos de dolor y se irían en otra dirección.
El sonido de los huesos al crujir por la hoja, de la carne desgarrada, llenó mis
oídos. El olor de la sangre cobriza llenó mi nariz, rodeándome en una
representación gris de lo que era mi vida. De quién era yo.
Su mano cayó al sucio suelo del callejón con un golpe, chorros de sangre
brotando del muñón que coronaba su antebrazo, salpicando mi mano y mi brazo.
Lloraba como si fuera la víctima.
Le solté la muñeca y me levanté, dando un paso atrás y apreciando mi trabajo.
Acunó el brazo contra su pecho, sus lágrimas ahora eran de dolor y miedo. Pero
aún no terminé con él.
Me agaché y volví a enroscar mis dedos alrededor de su cuello, levantándolo
fácilmente del suelo. Ya no luchó, demasiado débil, demasiado asustado. Seguía
suplicando, seguía gimiendo.
Y a mí me daba igual.
Deseé poder mirarle a los ojos y ver cómo se desvanecía la luz.
Pasé la hoja por el centro de su pecho, haciendo que se callara, que jadeara.
Sería tan fácil, me sentí tan bien, hundir el cuchillo en su vientre y tirar hacia
arriba, abriéndolo para que sus intestinos cubrieran el suelo. Pero en lu gar de eso,
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coloqué la punta justo sobre su entrepierna y lo vi contener la respiración y
quedarse inmóvil.
Una lenta sonrisa cubrió mi rostro mientras la adrenalina me recorría aún más
rápido. Le clavé la hoja en la polla y dejé que se hundiera lo suficie nte antes de
girar el mango y la empujé hacia arriba, abriendo la parte que utilizó para
maltratar a Lina.
Gritó y se agitó, con una ráfaga de energía de supervivencia moviéndose a través
de él. Saqué el cuchillo y lo solté antes de dar un paso atrás, deja ndo que se
hundiera en el suelo. Pronto se desangraría por la herida del brazo y ahora por lo
que le hice en la polla.
Me agaché para limpiar la sangre de su hoja en su camisa, pero me quedé con el
arma. No necesitaba esperar para asegurarme que muriera. L as heridas que le
infligí eran suficientes, y mis conocimientos sobre cómo asestar un golpe mortal
eran precisos. El cabrón sería encontrado en algún momento, mañana sin duda,
pero sólo sería otro cuerpo encontrado en Desolation sin ninguna pista.
Cuando salí del callejón, debería ir a casa a bañarme de muerte y violencia, pero
me encontré yendo en la dirección contraria, hacia la única mujer a la que debía
dejar sola.
Cinco minutos más tarde, me paré frente al edificio de apartamentos de Lina en
las sombras y me quedé mirando lo que sabía que era la ventana de su habitación.
Cuando averigüé su dirección y en qué apartamento vivía, pasé por allí más de una
vez. Me convertí en el acosador que nunca fui.
El bajo de la música provenía de una de las muchas casas en ruinas, el olor a
humo rancio y a tubo de escape de auto era un obstáculo en el aire. Me acerqué a
un árbol de aspecto ralo a punto de morir en el “patio trasero” del edificio.
Me dirigí hacia el árbol, sin dejar de mirar la ventana de la habitación de Lina. La
luna era lo suficientemente brillante como para arrojar luz sobre la parte trasera
del edificio, permitiéndome ver su diminuta forma moviéndose detrás de la
sábana.
Todavía tenía el cuchillo en la palma de la mano, y la sangre del cabrón se estab a
secando en mis manos y en mi ropa. La adrenalina zumbaba por mis venas, un
subidón por el que un adicto mataría.
Y lo hicieron. Lo hice.
No tenía por qué estar aquí, estar cerca de ella. No debería seguirla, pero quería
protegerla. Quería asegurarme que su casi asalto no la dañó más de lo que yo sabía.
No sabía lo que me estaba pasando, y debería dejarla atrás con la misma
facilidad con la que hice todo lo demás. Pero entonces esta vulnerable y diminuta
mujer se metió en mi vida sin saberlo, cruzándose con el lobo hambriento. Y
mientras estaba allí, sin querer nada más que ir hacia ella, para decirle que era mía,
sabía lo peligroso que era eso para ella. Para mí.
Sabía lo peligrosa que era ella para mí.
Y aunque debería dejarla sola, sacarla de mi cabeza y de mi vida, sabía que el
resultado sería siempre el mismo.
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Iría a la cafetería mañana por la noche. La observaría, hablaría con ella. No p odía
evitarlo, porque la verdad era que, por primera vez en mi maldita y miserable
existencia, tenía una debilidad... y era Lina.
Y, que Dios la ayude, no quería ser fuerte.
28
5
Galina
Estaba familiarizada con el miedo y el subidón de adrenalina. Era una
compañera en mi vida desde que podía recordar. Entonces, ¿por qué estaba
temblando después de mi ataque? ¿Por qué me costaba respirar al recordar sus
manos en mi garganta? ¿Por qué mi visión pasaba de clara a borrosa, dificultando
la concentración?
Exhalé, sacudí la cabeza para despejarla y me encontré caminando por mi
habitación, incapaz de quedarme quieta, sintiendo como si me faltara algo, como si
hubiera una parte integral de mí que dejé allá en ese callejón.
En Las Vegas.
Me detuve en el centro de mi dormitorio y miré mis manos. Seguían temblando
ligeramente, y fruncí el ceño, encorvando los dedos con fuerza hasta que el
pinchazo de las uñas presionando la palma de la mano hizo que la rabia que
llevaba dentro se aflojara.
Dejar que el miedo y la sensación de no tener control se apoderaran de mi vida
no era algo que permitiría nunca, no si tenía el poder de ser fuerte.
Tragué, el dolor y la aspereza en mi garganta me recordaron que el imbécil
tenía sus gruesos dedos clavados en mi piel, sus uñas casi desgarrando mi piel.
Solté los dedos, entré en el cuarto de baño y encendí la lu z; la bombilla
fluorescente que había sobre mí chirrió antes de asentarse y quedarse encendida.
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Podía oír la electricidad que se movía a través de la bombilla, casi lo
suficientemente fuerte como para ahogar mis pensamientos beligerantes.
Rodeé el lavabo de color amarillo con los dedos, y todo el baño parecía sacado
de un catálogo de interiores de los años setenta. Me incliné hacia delante, el espejo
que tenía encima estaba roto en una esquina y las arañas vasculares serpenteaban
por los bordes.
La mujer que me devolvía la mirada me resultaba familiar, pero también era una
extraña. Estaba acostumbrada a los horrores de la vida. Pero al mirar mis ojos
azules, pude ver la verdad. Estaba vacía. Estuve así durante mucho tiempo.
Por alguna razón pensé en el hombre de pelo oscuro de la cafetería. Su mirada
hizo que algo cálido e inusual creciera dentro de mí, su enfoque tan fuerte que
sentí como si estuviera alcanzando a través de la distancia y tirando de mí. Era una
locura, irreal y muy peligrosa. No podía contemplar la idea de establecer ningún
tipo de conexión como aquella. No podía permitir que me conocieran así.
Mi mirada bajó hasta mi garganta, donde empezaban a formarse cuatro
moratones del tamaño de un dedo en un lado, y una marca de un pulgar en el otro.
Me miré las manos, odiando que siguieran temblando, y levanté los dedos para
tocar las marcas.
Aunque tenía la garganta en carne viva y sensible, no sentía nada más.
¿Estaba muerta por dentro?
¿Era esto lo que significaba sólo sobrevivir, no vivir?
Me preparé para ir a la cama antes de salir del baño y volver a mi habitación.
Aunque no comí nada desde las primeras horas de la tarde, no tenía apetito, mi
estómago se sentía como si tuviera una piedra alojada en el centro.
Me paré en la puerta del dormitorio y me quedé mirando el colchón sin marco
apoyado en la pared de la esquina. Este apartamento era asqueroso, mucho peor
que el último agujero en la pared en el que estuve cuando estaba en Las Vegas.
Pero era este tipo de lugar el que me protegería de la gente de la que huía. Era un
lugar para mantenerme oculta.
Eran lugares como este, lugares que estaban en partes de mierda de las
ciudades, que no requerían verificación de antecedentes o aprobación de crédito.
Aceptaban el dinero en efectivo en la palma de la mano y no hacían preguntas
cuando les entregaba mi documento de identidad falso. Mientras pagara a tiempo
cada mes, me dejaban en paz.
Aparte del colchón, la habitación estaba vacía, ni siquiera había una cómoda.
Pero yo no necesitaba ni quería muebles. No quería instalarme, porque este lugar
no era un hogar. Guardé mi ropa en la mochila, llevándola siempre conmigo por si
tenía que volver a huir.
Me acerqué a la ventana y aparté la vieja sábana de color amarillo pálido. Era lo
único que había en el dormitorio, además del colchón, y la utilizaba como una
cortina improvisada, aunque estaba segura que la gente podía ver a través de ella
en el ángulo adecuado.
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El aroma de la edad y el almizcle me llenó la nariz, un incómodo cosquilleo en
los senos nasales.
Mi apartamento sólo estaba a un piso de altura, algo que agradecí mucho por si
tenía que volver a correr, por si mi única salida era esta ventana. Me quedé
mirando el barrio. Era tan deprimente y sucio, lúgubre y oscuro como cabía
esperar en una ciudad que estaba filtrada de adictos y delincuencia.
Las casas que había en esta parte de la ciudad eran pequeñas casas de dos pisos,
tipo bungalow, pero no eran casas en absoluto. Eran cuatro paredes y un techo,
privacidad para que la gente se inyectara y esnifara, violara y asesinara.
Había algunos negocios a poca distancia de mí. Una charcutería que vendía
carne dudosa y ofrecía un ambiente aún peor. Había una lavandería justo al final de
la manzana, y un cajero automático en el otro extremo de la calle. Tambié n había
una pizzería cerca y una pequeña tienda de comestibles enfrente. Así que, aunque
el barrio estaba deteriorado y apenas prosperaba, me ofrecía suficientes servicios
para sobrevivir.
Dejé que mi mirada recorriera lo que podría ser una exuberante extensión de
césped para que los niños jugaran, pero que hacía tiempo que murió y ahora no era
más que parches amarillos y crujientes que intentaban aferrarse a esa última
esperanza de seguir vivos.
Había un árbol, pero era aún más triste que el decrépito barr io, con apenas
hojas colgando de las esqueléticas ramas, su sed evidente en el nudoso tronco.
Estaba tan muerto como todo lo demás en Desolation.
Las sombras eran oscuras y espesas en la parte trasera del edificio, y las pocas
farolas que bordeaban la calle hacía tiempo que se rindieron. Y, por supuesto, a la
ciudad no le importaba nada fijarlas, así que seguía dejando que la depresión se
derrumbara alrededor de la gente.
Sentí un cosquilleo en la nuca, algo que me resultaba muy familiar, una
sensación que me decía que me estaban observando. Debería alejarme de la
ventana, permitir que esta sábana sucia me diera una apariencia de privacidad que
deseaba desesperadamente en la vida, pero me encontré arraigada al lugar. Miré,
buscando quién estaba ahí fuera. Pero no había nada que ver más que la tristeza, la
fealdad y la oscuridad de siempre.
Un día sería capaz de sentirme segura. Un día sería capaz de formar un hogar y
ser feliz.
Pero ese día no era hoy.
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6
Galina
Estuve en el trabajo durante las últimas dos horas, y había un ajetreo inusual a
esta hora de la noche que me mantenía ocupada, lo cual agradecía. Me ayudó a
mantener mi mente fuera de la noche anterior y lo que sucedió.
Sentí que alguien se acercaba por detrás de mí antes que el aroma del perfume
demasiado fuerte y perfumado de Laura se colara en mi nariz.
—Hola —dijo, y había algo en el tono de su voz.
Me di la vuelta de reponer los vasos de polietileno para mirarla.
—¿Todo bien? —La expresión de su rostro respondió a mi pregunta. Tenía las
cejas bajas y sacudió lentamente la cabeza como si aclarara sus pensamientos.
Cuando levantó la vista hacia mí, pude ver las ojeras antes que su mirada
captara mi garganta. Sus ojos se abrieron de par en par y se acercó un paso más.
—Oh, Dios mío. ¿Qué pasó?
Instintivamente me toqué el cuello donde sabía que estaban las marcas. Compré
un corrector barato, pero el tono no coincidía y hacía que los moratone s parecieran
aún peores. Sacudí la cabeza y dije:
—No es nada. Es alguien demasiado susceptible. Le rocié con mi spray de
pimienta y le di una patada en las pelotas para darle una lección. —Le dediqué una
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sonrisa que sentí vacilar y que no llegó a mis ojos. Parecía que quería discutir, pero
negué con la cabeza—. Estoy bien. Te lo juro. Ahora dime qué te pasa.
Después de un momento, cuando estaba claro que no iba a ceder en esto, ella
exhaló y se ató el delantal alrededor de la cintura antes de inclinarse h acia atrás y
apoyar las manos detrás de ella en el mostrador astillado.
—Bueno, si no cuentas el hecho que apenas me alcanza el dinero, o que mis
sueños de obtener una educación universitaria se me escapan poco a poco,
entonces sí, me va muy bien, considerando todas las cosas. —Se rio sin humor y,
aunque sabía que debía consolarla, nunca tuve experiencia en eso.
Le puse la mano en el hombro y ella me miró, sus ojos marrones claros me
mostraron lo cansada que estaba. Me gustaría poder decirle que las cosas irían
bien, pero la verdad era que nada iba bien en el mundo en el que vivíamos.
Me gustaría poder ayudarla con el tema del dinero, pero apenas ganaba lo
suficiente para mantenerme y ahorrar para irme. Estaba luchando tanto como ella,
y eso sin contar la tormenta de mierda de mi pasado que me alcanzaría
eventualmente.
Laura ni siquiera sabía quién era yo realmente.
Lo que no gastaba en comida y necesidades, lo guardaba. La Desolation no era
mi objetivo. No quería pasar el resto de mi vida aquí. Quería poder ir a un lugar que
estuviera lleno de vida. Porque tal vez entonces me sentiría realmente como si
tuviera una.
Pero la guinda del helado de mierda que era la historia de mi vida era que
encontraron un cuerpo justo en la calle de donde yo trabajaba. Aunque encontrar
cadáveres en esta ciudad no era precisamente una noticia de primera línea, había
un cosquilleo en mi piel que me decía que no era una muerte cualquiera.
— ¿Entonces ese cuerpo que encontraron?
—¿Sí? —Esperé a ver si daba más información o si tenía que presionar un poco
más. No veía las noticias y no quería deprimirme más de lo que estaba. Y las
noticias que solían aparecer en toda Desolation eran siempre las mismas.
Facciones criminales enfrentadas, guerras de bandas, muertes por asesinato o por
adicción a las drogas. Y, por supuesto, había violaciones y agresiones sexuales.
Se acercó y miró a su alrededor como si temiera que alguien la oyera, aunque a
nadie de los que frecuentaban les importaba. De hecho, probablemente tenían que
ver con muchas de las noticias que salieron a lo largo de los años.
—Esto no es de dominio público, al menos no todavía, pero tengo un amigo que
trabaja en el periódico local que tiene conexiones co n un tipo que trabaja en la
comisaría. Al parecer, el cuerpo que encontraron no sólo tenía la mano cortada,
sino que también tenía una herida en su... —Señaló la región de su entrepierna—.
La herida era tan importante que se desangró por la ingle antes que por la mano
que le faltaba.
Mi corazón dio un salto en la garganta ante la brutalidad de su muerte.
La puerta principal se abrió y ambos miramos hacia la entrada. Mi corazón, que
estuvo latiendo rápido y errático por el relato de Laura, se aquietó en mi p echo al
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ver al hombre que entró. El mismo hombre que consumía mis pensamientos y me
hacía cuestionar lo que pasaba con mi cuerpo durante los últimos dos meses.
Tomó su asiento habitual, pero no me extrañó que mantuviera su mirada fija en
la mía.
—¿Por qué te mira tanto?
—Sí —dije antes que pudiera terminar—. Es intenso. —Aparté la mirada,
porque sus ojos sobre mí eran pesados, tan pesados que eran como un manto
sobre mí.
Pero me encontré con que le devolvía la mirada. No me perdí cómo su mirada
bajaba hasta mi garganta, no me perdí cómo su mandíbula se tensaba al ver, sin
duda, las marcas. Me obligué a no tocarme el cuello, que se sentía desnudo incluso
desde el otro lado del restaurante.
—Sí, grita: “No te acerques”.
Dirigí mi atención hacia Laura y vi que lo miraba fijamente, pero rápidamente
apartó la mirada. No me extrañó que se estremeciera y luego negara con la cabeza,
concentrada en sus manos.
—Te mira como si quisiera comerte hasta que no quede nada —susurró antes
de aclararse la garganta y apartarse del mostrador—. Hay algo en él que me asusta.
—Su voz era suave, y por fin levantó la vista hacia mí antes de esbozar una sonrisa,
que pude comprobar que era forzada—. Pero los hombres con los que estuve y esta
ciudad de mierda lo arruinaron para todos los demás.
Sería un buen momento para estrechar lazos, para decirle que no estaba sola,
que yo también lo sabía todo sobre los hombres malos. Pero ella se fue antes que
pudiera decir algo. Ni siquiera sabía si sería capaz de decir algo. Conectar con la
gente no era mi fuerte.
Volví a mirarlo y reuní fuerzas. Me acerqué a él, sin que sus ojos se apartaran de
mí, como si él fuera el extremo negativo de un imán y yo el positivo. Me sentí
atraída por él, por ese hilo invisible que se iba enrollando cuanto más me acercaba.
Cuando estuve frente a su mesa, sostuve la libreta en una mano y el bolígrafo en
la otra. Me temblaron los dedos y los apreté alrededor de los objetos. Su mirada
bajó, y supe que veía mi nerviosismo físico. Tenía la sensación que podía leerme
mejor que yo misma.
Cuando me devolvió la mirada, sentí que se me hinchaba la lengua, que se me
hacía un nudo en la garganta, que el dolor por ser estrangulada la noche anterior se
hacía notar una vez más. Como si supiera esto último, su mirada se detuvo una vez
más en mi cuello. Aunque su aspecto exterior parecía estoico, casi indiferente, noté
un ligero y sutil apretón de su mandíbula, lo mismo que cuando miró por primera
vez el hematoma.
Me encontré jugueteando con mi pelo, tirando de él sobre mis hombros para
ocultar las marcas. No había nada que pudiera hacer al respecto, pero desde luego
tampoco quería que nadie se fijara en las marcas.
—¿Lo de siempre? —Odiaba que mi voz fuera tan baja, ligeramente temblorosa.
Y no tenía nada que ver con la ansiedad.
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¿Por qué estaba tan nerviosa con él ahora? Todas las demás veces, pude al
menos fingir que su presencia no me ponía nerviosa. Tal vez fuera la forma en que
me miraba, sus ojos oscuros tan atentos y curiosos, como si pudiera escudriñar mis
secretos más oscuros y descubrir exactamente quién era yo sin que yo dijera una
palabra.
—Lina, ¿verdad? —Miró la etiqueta con mi nombre y yo asentí, relamiéndome
los labios. Ahora me miraba fijamente a la boca, y sentí que un intenso calor me
cubría la cara por el hecho que me observara con tanta intensidad. Había algo
detrás de su mirada, algo que no era apático. Algo que era... acalorado.
Y sentí una llamada de respuesta de mi cuerpo. Era incómodo e inusual.
Fue estimulante.
Fue la primera vez que sentí algo más que la desesperación solitaria que
siempre me aplastó.
—Sí —dije con una voz más fuerte esta vez—. Eso es lo que dice la etiqueta con
el nombre —bromeé y le dirigí una sonrisa, pero no me devolvió ninguna. Lo que
hizo que la mía tuviera una muerte lenta y embarazosa—. Entonces. —Me aclaré la
garganta de nuevo—. ¿Lo de siempre?
Se quedó en silencio durante tanto tiempo que me pregunté si me oyó. ¿Dije las
palabras en voz alta o las pensé? Desde luego, no quería volver a preguntar y
avergonzarme aún más. Quizás debería girarme y darle el espacio que claramente
necesitaba.
—Soy Arlo —dijo finalmente, y sentí que mis ojos se abrían de par en par ante el
dato que me daba. Porque por alguna razón parecía un hombre que no daba a
nadie ninguna parte de sí mismo—. Arlo Malkovich.
Asentí lentamente, sin saber qué decir, pero entonces el sentido común hizo
acto de presencia y respondí:
—Lina Michaels.
Se recostó en la silla y me miró.
—Lina Michaels.
La forma en que lo dijo me hizo sentir como si me hubieran pillado evadiendo la
verdad. Por supuesto que era mentira, pero si me estaba llamando la atención, no
lo hacía descaradamente. Me volví a relamer los labios y asentí, sin confiar en mi
voz.
Él inclinó la barbilla en mi dirección.
—¿Qué te pasó en el cuello?
Había un tono extraño en su voz, como si ya supiera la respuesta a esa pregunta.
Pero estaba claro que no podía saber la verdad. Me marché mientras él aún estaba
terminando su comida, y mi asaltante me llevó a un callejón. Fuimos sólo él y yo
hasta que lo dejé agarrado a sus joyas familiares y corrí.
Me aseguré que mi pelo seguía cubriendo mi cuello antes de sacudir la cabeza.
—Nada. Sólo un evento desafortunado. —Me aclaré la garganta y empecé a
moverme sobre mis pies, no me gustaba cómo me hacía sentir su mirada.
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Pero, afortunadamente, no presionó para obtener más respuestas. No sabía por
qué preguntó por mi cuello en primer lugar. Estaba muy claro por su expresión
estoica que no le importaba de una manera u otra.
—Vienes aquí con bastante frecuencia. —Podría taparme la boca con una mano
ante lo que acababa de decir.
Una de sus oscuras cejas se levantó ligeramente, como si le sorprendiera que me
hubiera adelantado tanto.
—Sí, lo sé —dijo lentamente, de manera uniforme.
Esta noche llevaba una chaqueta oscura y una camisa blanca planchada debajo.
Parecía más un hombre de negocios que alguien que debería estar cenando a
media noche en Sal's.
Pude ver los tatuajes que subían por debajo del cuello de la camisa a lo largo de
la base de su garganta. Incluso pude ver algunos en sus muñecas que también
marcaban el dorso de sus manos. Me pregunté cuánto más de él estaría cubierto de
tinta.
—Sí, lo de siempre, Lina.
La forma en que dijo mi nombre me produjo un visible escalofrío. Y estaba muy
claro, por su expresión, que no se lo perdió.
El pulso se me aceleraba en los oídos, así que no podía pensar con claridad, y
mucho menos hablar. Me obligué a darme la vuelta y a caminar hacia la parte de
atrás para hacer su pedido, y una vez más, todo el tiempo, sentí su mirada sobre
mí.
¿Quién era este hombre? ¿Qué era para mí? ¿Y cómo iba a manejarlo?
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7
Arlo
Después de salir de Sal's, supe exactamente a dónde tenía que ir.
Yama, o el Foso como se llamaba en inglés, era como una doble personalidad.
Una en la que, en la superficie, tenías algo bonito, algo tolerable. Socialmente
aceptable. Mujeres hermosas, bebidas exóticas, un ambiente caro y agradable a la
vista. Un hombre podía hacer realidad sus fantasías más salvajes en las
habitaciones de arriba.
Pero luego estaban las entrañas de Yama. El pozo del infierno mismo. Y en su
interior era tan profundo y oscuro que ni siquiera la luz penetraba.
Y durante mucho tiempo la Fosa fue la única forma de disminuir parte de la
oscuridad que vivía en mi interior.
La matanza, la limpieza y la limpieza para la Ruina, para la Bratva, ayudaban a
saciar toda la mierda atroz que sentía en el fondo. Tener a alguien a quien
enfrentarme, alguien que tuviera la fuerza y la agilidad, la misma maldad que les
acecha y la voluntad de devolvérsela multiplicada por diez, era un tipo de lucha
totalmente diferente.
Fueron los golpes en mi cuerpo, ese dolor envuelto en la brutalidad, lo que me
hizo sentir algo más que la ruptura que dio forma al hombre que era hoy.
Y fue en esta esfera donde afloró la ira sanguinaria de lo que hacía que una
persona sobreviviera. Cobraba vida, crecía hasta que amenazaba con tragarte
entero. Y entonces la desataste dentro de la jaula de metal, dejando que esa sangre
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y carne cubrieran tu pecho y empaparan el suelo, una imagen que eras fuerte, que
estabas aquí, que nadie ni nada podía derribarte.
Significaba que eras real.
Me senté en un pequeño banco de madera manchado de sangre en una esquina
de la jaula y me concentré en mis manos encintadas, mis dedos se extendían y se
contraían mientras los ejercitaba. Hacía varios meses que no iba a la Fosa, que no
sentía que la oscuridad me invadía.
Pero desde que surgió ese deseo omnipresente por Lina, sentí que empezaba a
deshacerse, a deshilacharse por los bordes mientras se extendía hacia afuera hasta
que no fuera más que jirones en el suelo.
La necesidad de poseerla empezó a controlarme. Y esa era una situación muy
peligrosa. Nunca entregué ninguna parte de mí a otra persona, nunca permití que
nadie tuviera ese tipo de control sobre mí.
Así que esto era lo que necesitaba, destruir brutalmente, sentir dolor... permitir
que alguien me lo diera.
Y entonces mi oponente entró en la jaula, una bestia de dos metros y medio que
respondía al nombre ruso de Razoreniye. O simplemente era conocido como Ruin
en inglés. Un asesino de la Bratva, un hombre más oscuro y mortal que yo. No tenía
piedad, ni empatía... nada le impedía ser tan oscuro como quería.
Y era exactamente el hombre con el que quería luchar esta noche.
Sería tan violento conmigo como yo lo sería con él.
Y ahora mismo necesitaba eso más que nada.
Se acercó, con el tatuaje de una cabeza de lobo que cubría toda la parte
delantera de su pecho y otras insignias de Bratva tatuadas en su gran cuerpo.
Los sonidos de los bastardos sedientos de la sangre que se derramaría
resonaron en la sala. Las pujas por quién ganaría esta pelea se gritaban en ruso, las
palabras “encadenadas” para que todas sonaran como la misma cadena de notas en
mi cabeza.
Me puse de pie, girando la cabeza alrededor de mi cuello, la adrenalina hacía
que mis músculos se sintieran más grandes, más poderosos. Si Razoreniye hubiera
podido sonreír con placer sádico, estaba seguro que lo haría ahora. Tal y como
estaba, los dos nos enfrentamos, sin que ninguno de los dos diera su brazo a torcer.
Y cuando sonó la campana, se desató el infierno.
Éramos dos tornados chocando el uno contra el otro, los puños eran un borrón,
los golpes coordinados, el dolor un bienvenido retroceso. Lo absorbí todo, dejando
que Razoreniye me golpeara más veces de las que jamás permitiría a otra persona.
Y es que esa era la única forma de domar mi guerra interior.
La única forma en que podía reunir algún tipo de maldito control.
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TENÍA UN LABIO PARTIDO, un corte sobre el ojo, y el oscuro placer del alivio
que anhelé recorriéndome cuando dejé Yama y salí a la noche, la fría noche de
otoño de Desolation, Nueva York. La sensación que mi móvil vibraba en el bolsillo
del abrigo me hizo meter la mano en él y sacarlo mientras me dirigía a mi
Mercedes.
No reconocí el número que aparecía en la pantalla, pero sólo podía tratarse de
alguien cercano a mí, o de la Ruina, ya que ninguna otra alma podía tener ese
número.
Pulsé Aceptar y me acerqué el teléfono a la oreja, sin decir nada. Quienquiera
que fuera podía empezar a hablar o colgar después que todo lo que oyera fuera
aire muerto.
—Necesitamos tu ayuda, Arlo. —La voz profunda era reconocible al instante—.
Necesitamos tu ayuda con una limpieza.
Veinte minutos después, me detuve frente a Carnicería e Hijo, un matadero
abandonado desde hace décadas en las afueras de Desolation. Aparqué mi
Mercedes y dejé que los faros iluminaran las grandes puertas de la nave. Aunque
no vi ningún otro vehículo, sabía lo que me esperaba dentro.
Después de apagar el motor y salir, exploré los alrededores, con la mano metida
en el bolsillo interior de la chaqueta y los dedos rodeando la empuñadura de mi
pistola.
Cuando me convencí que estaba solo, me dirigí al maletero, cogí mi bolso que
contenía los suministros básicos que necesitaría para limpiar el cadáver, y me
dirigí hacia el matadero.
Una vez dentro, el olor de la edad y el moho me golpeó la nariz. Mi visión se
adaptó a la oscuridad y busqué en el amplio interior de Carnicería e Hijo. Divisé el
cadáver en la esquina, pero la forma oscura no muy lejos de él hizo que mi cuerpo
se pusiera aún más alerta.
Con la mano de nuevo en la empuñadura del arma, me dirigí hacia los dos
cuerpos. Fue cuando estaba a unos metros de distancia que me detuve y centré mi
atención en uno de los hombres que yacía en po sición supina sobre el piso del
matadero.
Stone. Otro asociado de la Ruina. Y estaba vivo. Un giro jodidamente interesante
de los acontecimientos.
Si fuera un hombre que pudiera sorprenderse, esta sería una de esas veces. Tal y
como estaba, no sentí más que fastidio por el hecho que esto no fuera un fix fácil y
rápido como planee, y en su lugar tuviera que lidiar con dos cuerpos en lugar de
uno.
Stone era un hombre del que no sabía mucho, pero que estaba tan relacionado
con la Ruina como yo. Aunque él y yo no éramos amigos y no teníamos más
conexión que el mismo sindicato del crimen, nos cruzamos profesionalmente más
de una vez, y por eso le tenía un ligero respeto.
No lo veía ni siquiera como un conocido, pero tampoco era mi enemigo, y por
esto último, ayudaría a sacarlo de aquí en vez de matarlo. Porque si fuera cualquier
otro, cualquier otro pobre desgraciado que estuviera en el lugar equivocado en el
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momento equivocado y se permitiera ser vulnerable, me desharía de él para que
no hubiera más retroceso.
Stone estaba tirado en el suelo, el cadáver no muy lejos de él. Si no hubiera visto
el pecho de Stone subir y bajar, podría tomar su cuerpo, por lo demás inmóvil,
como si estuviera muerto desde hace tiempo.
Cuando estuve a su lado, me agaché y me quedé mirándolo un momento. No
sabía qué coño pasó aquí para que Stone estuviera en esta situación, ni me
importaba. Necesitaba salir para que yo pudiera hacer mis cosas.
Le dije en voz baja y profunda:
—Despierta, idiota. —No respondió, y dije más alto—: Abre los ojos. —Stone
gimió, y un momento después obedeció, sus ojos se abrieron y la borrosidad en las
oscuras profundidades se desvaneció a medida que pasaban los segundos y se
orientaba—. Vamos, es hora que te vayas a la mierda, Stone.
—¿Arlo? —gimió antes de toser, la sangre brotó de sus labios y cubrió mi
camisa con gotas rojas.
Miré la sangre en mi camisa blanca que se veía negra en el material por la
ominosa iluminación. Jodidamente perfecto.
—Vamos —dije de nuevo y le ayudé a levantarse del suelo—. Vamos a sacarte
de aquí para que pueda hacer mi trabajo.
Stone no dijo nada mientras me miraba a la cara, con la mirada fija en el labio
roto y el corte sobre el ojo.
—¿Qué mierda? —gruñó.
No me molesté en responder al hecho evidente que me metí en una pelea. Si
eras parte de la Ruina, sabías que no debías hacer demasiadas preguntas .
Apoyó su peso contra mí.
—¿Pero cómo? ¿Por qué?
No sabía si le dieron un golpe en la cabeza y por eso no paraba de hablar, pero le
ayudé a salir del almacén. Quizá un poco de aire fresco le despejaría la mente.
—Ves, esas son preguntas. Y no quiero putas preguntas.
—No entiendo.
No estaba seguro de lo que estaba diciendo, lo más probable es que sea un
asunto privado. En cualquier caso, no es de mi incumbencia. Stone se apoyó en el
lateral del matadero y yo cogí mi móvil. Tras una rápida llamada a la Ruina para
que lo recogieran, desconecté la llamada y volví a meter el móvil en el bolsillo.
Sabía que quien quisiera a Stone muerto querría una confirmación, pero eso no era
mi maldita preocupación.
Diez minutos después, los faros de un auto se encendieron y el vehículo se
detuvo junto a nosotros.
—Lárgate de aquí, Stone. ¿Quieres sobrevivir? Vete.
Asintió con la cabeza.
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—Pero, ¿y tú?
Sacudí la cabeza y no dije nada. Lo miré fijamente a los ojos, viendo que era un
bastardo testarudo.
Me pasé una mano por la cara, sintiendo una ráfaga de placer cuando mi palma
rozó mi labio roto.
—Gracias. —Abrió la puerta trasera del lado del pasajero.
Incliné la cabeza en señal de agradecimiento. Afortunadamente no dijo nada
más, sólo se sentó en la parte trasera y cerró la puerta.
Me quedé mirando cómo se iba, cabreado porque mi “normalidad” de un fix se
encontró con hilos extra esta noche.
Cuando el auto se alejó, la oscuridad que me envolvía se cerró una vez más, me
di la vuelta y me dirigí de nuevo al interior, a punto de hacer lo que mejor sabía
hacer.
Rodearme de todo lo jodido.
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8
Galina
Enrosqué los dedos alrededor del borde del periódico, tratando de evitar que
me temblaran las manos, pero era una batalla perdida. La foto en blanco y negro y
el titular empezaron a coincidir cuanto más tiempo los miraba. Era como si lo que
estaba viendo se burlara de mí, recordándome que mi vida nunca fue fácil, que
nunca tendría el “felices para siempre” que leí en los libros.
Michael Boyd. Treinta y nueve años. Condenado por asalto sexual y violación.
Múltiples cargos por drogas. Dos violaciones de la libertad condicional. Por ahora no
se dieron detalles, pero se está investigando un homicidio.
La foto que miré en ese momento era la del mismo borracho que me abordó en
el callejón. Era una foto de la ficha policial, en la que parecía tan desquiciado como
cada vez que lo vi en la cafetería. Cerré los ojos y exhalé lentamente mientras los
recuerdos de aquella noche en el callejón. Como sólo pasaron un par de días desde
el ataque, todavía estaba muy fresco, pero toda mi vida aprendí a enterrar esos
sentimientos, ese miedo y esa ansiedad, el pesado peso que podía hacerte su
ocasión.
—Es una locura, ¿verdad?
Abrí los ojos y parpadeé un par de veces para mirar a Laura, que estaba a mi
lado. Estaba mirando el periódico, con las cejas fruncidas.
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—¿Una locura? —¿Se refería al hecho que se tratara de un asesinato tan
cercano, o porque lo reconocía? Sabía que ella lo vio acosarme. Era difícil no verlo
cuando era ruidoso y odioso y no ocultaba precisamente que era un idiota cada vez
que entraba.
Inclinó la barbilla hacia el periódico.
—Es el mismo idiota que entró aquí y se portó como un idiota contigo. Recuerdo
lo cabrón que era. No puedo decir que no recibiera su merecido. —Señaló los
cargos por los que fue condenado.
—Sí —dije en voz baja y doblé el papel antes de meterlo debajo del mostrador.
No quería seguir mirándolo. Laura parpadeó un par de veces, como si saliera de
sus propios pensamientos.
—Realmente odio esta puta ciudad la mayoría de los días.
Resoplé.
—¿La mayoría de los días?
Ella asintió con fuerza.
—El 99% del tiempo, vale.
Me reí suavemente. Sólo llevaba un par de meses aquí y ya despreciaba todo lo
que representaba Desolation. Lo único positivo de este infierno era que me
ayudaba a mantenerme oculta.
—De todos modos —dijo—. Que te vaya bien.
No pude evitar sonreír con recelo. Estaba cansada, muy cansada. Quería ahorrar
todo lo que pudiera para poder mudarme a un lugar mejor, un lugar donde me
reinventara, un lugar donde el pasado no me persiguiera siempre.
Pero eso parecía una quimera y nada realista. La verdad era que probablemente
estaría muerta antes de cumplir los veinticinco años, y eso era ser optimista.
—Entonces...
La forma en que hizo una pausa me hizo pensar que dudaba en preguntarme lo
que fuera que tuviera en mente.
—Cambio total de tema, pero ¿quieres hacer un poco de dinero extra?
Mi interés se despertó al instante, como si hubiera leído mi mente sobre la
necesidad de dinero para salir de aquí. Pero mis dudas aumentaron al instante.
Ganar dinero nunca fue fácil.
—No tendrías que hacer nada ilegal, nada depravado o que vaya en contra de tu
brújula moral. —Se rio un poco, pero no fue forzada.
—Te escucho —dije lentamente, con cautela.
—Así que soy camarera en este bar a veces, y están buscando un par de manos
extra. —Como no dije nada, continuó—: Es ese bar ruso llamado Sdat'sya. —Me
encogí de hombros, nunca oí hablar de él—. Son de corta duración, y básicamente
se trata de servir bebidas a un montón de viejos, ricos y hombres de negocios
rusos.
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Viejos, ricos y hombres de negocios, todo en la misma frase, siempre haría saltar
las alarmas.
—Las propinas son increíbles, sobre todo cuanto más borrachos se ponen —
bromeó—. Una vez gané más de quinientos en sólo una noche.
Diría que no de inmediato, simplemente porque se me disparaban las alertas
rojas al pensar en ir a algún bar oscuro y servir bebidas a hombres viejos y ricos.
Pero el aspecto del dinero me hizo no declinar de inmediato.
—Entonces, ¿cuál es la trampa?
Hizo una mueca.
—A veces, pueden ser un poco manitas. Pero tienen personal, supongo que de
guardia, que siempre se asegura que nada se salga de control. No, a menos que
quieras ganar un poco de dinero extra. —Levantó las cejas.
Sexo por dinero era lo que insinuaba. Sacudí lentamente la cabeza.
—No soy una prostituta, Laura.
Ella negó con la cabeza.
—Yo tampoco lo soy. Sólo digo que eso es algo de lo que se puede ver:
intercambio de dinero y... sí, todo eso.
Ahora me tocó a mí hacer una mueca al pensar que unos viejos malhumorados
trataran de tocarme o, peor aún, que pensaran que me podían usar.
—No quiero presionarte, pero sé que necesitas el dinero igual que yo . —Ante mi
mirada sin duda sorprendida, resopló y negó con la cabeza—. Vamos, no hace falta
que me digas realmente que necesitas dinero para que lo sepa. Vives en Desolation.
Ya está dicho.
Es cierto. Aunque ella menciono en algún momento la posibilidad que
viviéramos juntas, no sabía lo que me deparaba el futuro. Y con Henry y sus
matones sin duda viniendo a por mí en algún momento, no quería que Laura se
viera envuelta en esa mezcla y arrastrada.
No podía negarlo. Ella tenía razón, por supuesto. Pero tenía que sopesar los pros
y los contras de ponerme en una posición en la que las cosas pudieran escalar y
empeorar.
—Sólo quería decírtelo. Estamos ahí para servir bebidas, no para hacer pajas... a
no ser que quieras —dijo entre risas, y no pude evitar que mis labios se movier an
divertidos.
Un poco de realidad se interpuso en mis pensamientos porque sabía que no
podía dejar pasar una oportunidad como ésta. Nunca tenía la oportunidad de
complementar mis ingresos. Y para ser sincera, cualquier ingreso extra era mejor
que nada. Estaría más cerca de dejar la Desolation. Y tal vez, si hacía un trabajo lo
suficientemente bueno, me dejarían trabajar otras noches allí.
—Vale —dije, y ella sonrió más—. Pero no tengo nada bonito que ponerme.
Hizo un gesto con mis palabras.
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—No te preocupes. Tienen un guardarropa, porque prefieren que las camareras
lleven ciertas cosas para mantener la estética del local.
Me sentía un poco menos segura de esto. ¿Qué clase de lugar era este en el que
tenían ropa prescindible porque querían mantener las apariencias? Entendía los
uniformes, pero dudaba que este lugar diera a todo el mundo la misma ropa
monótona, especialmente si atendían a hombres ricos y poderosos.
Debería asumir que la noche en cuestión probablemente acabaría volviéndose
en mi contra. Así solían ser los acontecimientos de mi vida. Pero los mendigos no
pueden elegir.
Y yo era absolutamente una mendiga en este momento.
Hacía veinte minutos que salí del trabajo, haciendo tiempo rápido mientras
caminaba por las oscuras y sépticas calles de Desolation. Estaba convencida que
alguien volvería a atacarme, pero afortunadamente, aparte de algunos gritos, me
quedé relativamente sola.
Una vez en el interior de mi edificio, no solté el bote de gas pimienta. Pronto
saldría el sol, me dolían los pies y la cabeza, pero no podía quejarme del todo.
Conseguí unas propinas decentes e incluso conseguí algo de comida en la cafetería
para no irme a la cama con hambre y no tener que parar en la tienda de
comestibles para comprar alguna mierda envasada. Y tenía un trabajo que, con
suerte, ganaría un dinero decente.
Empecé a subir las escaleras estrechas y llenas de basura, con el olor a humo de
cigarrillo rancio, a licor viejo y a los restos de lo que probablemente era orina y
vómito en el aire. Una pareja se peleaba a gritos, y en otro se oía el sonido de
cristales rompiéndose, algo normal en este edificio.
Una vez que llegué al rellano del piso en el que estaba mi apartamento, me tomé
un momento para recuperar el aliento antes de dirigirme a la puerta principal.
Doblé la esquina y mis pasos vacilaron ligeramente cuando vi a mi vecino
apoyado en el marco interior de su puerta. Una nube de humo llenaba su
apartamento y se extendía por el pasillo, una bruma sucia que hacía que mi visión
fuera ligeramente borrosa. Se llevó el cigarrillo a los labios y le dio una larga calada
mientras me miraba fijamente, la pequeña nube de humo salía de su boca al
exhalar.
Llevaba una camiseta manchada, probablemente blanca, con manchas oscuras
bajo los brazos, un anillo marrón pintando el cuello y una ligera tripa que
sobresalía por debajo del material, por lo demás estirado. Sus vaqueros parecían
no haber sido lavados desde que los recibió, y sus pies estaban descalzos, con las
uñas de los pies demasiado largas y amarillas. Y todo el tiempo tenía su foco de
atención pegado a mí como una maldita sanguijuela, negándose a soltarlo.
Desvié la mirada rápidamente y me detuve en mi puerta, tanteando la llave
durante un segundo antes de introducirla en la cerradura y abrir la puerta. La cerré
detrás de mí, giré el cerrojo y coloqué la cadena de cierre en su sitio, y luego me
apoyé en ella.
45
Los gritos domésticos sonaban más fuertes y justo en el pasillo, y cerré los ojos y
pensé en cómo sería ser otra persona.
Pero las fantasías no eran reales. Eran buenas cuando creías que podías escapar,
pero una vez que la realidad volvía a golpear, ese dolor era aún más fuerte que
antes.
46
9
Galina
El taxi se detuvo frente al bar donde Laura me dijo que me reuniera con ella. Me
dijo que llegara a las diez, lo que podía parecer muy tarde para empezar un turno,
pero cuando uno estaba en la ciudad, era cuando la oscuridad se instalaba
realmente cuando la oscuridad se instalaba, la vida empezaba a cobrar vida.
—Ya llegamos —dijo el taxista con un marcado acento de Europa del Este. Le
entregué la cantidad que costaba el viaje, un gasto que normalmente no haría, dado
que estaba intentando ahorrar, pero no estaba dispuesta a atravesar la ciudad a
estas horas. Ir unas manzanas desde Sal's hasta mi apartamento era una cosa.
Caminar hasta este bar sería un suicidio.
Me bajé, y tan pronto como la puerta del taxi se cerró, se alejó. Ya no podía
cambiar de opinión.
Incliné la cabeza hacia atrás y contemplé los tres pisos del edificio que tenía
delante. Toda la estructura era de ladrillo negro, con dos puertas negras de vinilo
situadas delante y en el centro y una pequeña luz que la iluminaba. En
comparación con todos los demás edificios de la manzana, parecía totalmente
fuera de lugar.
El letrero sobre la puerta era de neón rojo y decía Sdat'sya.
47
Saqué mi teléfono móvil y envié un mensaje rápido a Laura para informarle que
estaba aquí. Aparte de quedar en este lugar a las diez, no me dio ninguna otra
instrucción.
No era lo suficientemente valiente como para atravesar esas puertas delanteras,
que por cierto estaban sin vigilancia. Una parte de mí sentía un poco de inquietud
por lo que había al otro lado, como si fuera a entrar en el mismísimo infierno.
No fui estúpida al no suponer que gran parte de Desolation estaba controlada y
era propiedad del sindicato del crimen. Sabía que en Las Vegas la mafia italiana
tenía una gran mano en las cosas. De hecho, muchas ciudades de los Estados
Unidos probablemente funcionaban de la misma manera. Era simplemente cómo
funcionaba el mundo, cómo se hacían las cosas. Y por eso traté de mantener la
cabeza baja y mis asuntos para mí.
Por supuesto, a veces esa mierda te golpea en la cara de todos modos, y no había
manera de salir sin quedar marcado.
Porque los poderosos controlaban a los impotentes.
Así que el hecho que este edificio en particular, que gritaba dinero y tenía un
aire ilícito, por no mencionar que era obviamente de propiedad rusa, me decía que
probablemente estaba controlado por la mafia rusa. La Bratva.
Miré por la calle a mi izquierda, luego a mi derecha. Un auto de policía se dirigió
lentamente hacia mí, y di un paso atrás, la fría pared de piedra del edificio detuvo
mi retirada. Sabía lo suficiente sobre la aplicación de la ley en ciudades como ésta,
corruptas y retorcidas, donde los delincuentes tenían la palabra final y el dinero
podía comprar a cualquiera y cualquier cosa.
Así que los hombres, la ley, que serían la perspectiva probable cuando
necesitaras algo o cuando huyeras o te escondieras o pidieras refugio, no eran a los
que pedirías ayuda. Eran el tipo de hombres que aceptaban dinero en efectivo en
los callejones y miraban para otro lado. Eran el tipo de hombres de los que se huía
de ellos. Rápido y sin mirar por encima del hombro, porque estarían justo detrás
de ti.
Y cuando el auto de policía redujo la velocidad al pasar junto a mí, el conductor
miró en mi dirección, su sonrisa era grande, con todos los dientes blancos en un
interior sombrío.
Un escalofrío me recorrió a pesar del aire quieto. Me abroché la chaqueta con
más fuerza y vi cómo el auto desaparecía por la calle.
Un segundo después, mi teléfono vibró con un mensaje de texto entrante, y bajé
la vista para ver el mensaje de Laura.
Dame un segundo. Te traeré.
Volví a meter el teléfono en el bolsillo de la chaqueta, y un momento después oí
unos pasos que venían de un lado. Laura salió de la esquina del edificio y buscó a
su alrededor antes de posar su mirada en mí. Sonrió y me hizo un gesto para que la
siguiera.
Una vez a su lado, nos dirigimos a un callejón apenas iluminado.
48
—¿Estás segura de esto? —No pude evitar preguntar mientras miraba el
callejón lleno de basura.
—Es seguro. No te preocupes. El crimen por aquí es inexistente —resopló como
si supiera por qué. Desde luego, sabía la respuesta a por qué nadie jodía en este
lugar. La mafia.
Hasta los delincuentes sabían cuándo no debían joder a los grandes.
Sólo caminamos un puñado de segundos antes que ella se detuviera frente a una
puerta de metal color óxido. La golpeó un par de veces antes de dar un paso atrás.
Se abrió, las bisagras metálicas crujieron con fuerza y resonaron en los edificios.
Un tipo grande y corpulento, con poco cuello y una cicatriz dentada en un lado
de la cara, sostenía la puerta abierta. Lo miré con duda, con una expresión cerrada
y ligeramente peligrosa.
Rápidamente miré hacia delante y seguí a Laura al interior. Cuando entramos
en la antesala, la puerta se cerró tras nosotros con un fuerte golpe, lo
suficientemente fuerte como para que yo diera un pequeño respingo. Culpé de mis
nervios agotados al terreno extraño en el que me estaba embarcando, pero la
verdad estaba más cerca del hecho que toda esta situación no me gustaba.
Y eso era probablemente porque sabía que la persona o personas que poseían
este lugar no eran hombres buenos. Y de esos es de los que trato de alejarme.
—No te preocupes por Boris —dijo Laura y miró por encima del hombro—. El
portero. —Inclinó la barbilla hacia el tipo corpulento y con cara de cicatriz—. Es
inofensivo. Al menos, supongo que lo es. Rara vez habla y se queda en el fond o. O lo
hace siempre que trabajé.
Miré por encima del hombro a Boris, una sombra grande y corpulenta detrás de
nosotros. Miré rápidamente hacia delante, sin duda que este hombre era lo más
alejado de “no peligroso” que había.
La antesala y el pasillo se abrieron a una sala más grande, donde un puñado de
chicas buscaba entre los estantes de ropa.
Laura se detuvo y se giró para mirarme tan repentinamente que retrocedí a
trompicones.
—¿Qué? —Miré a mi alrededor, pensando que cometí algún paso en falso y no
me di cuenta. Ella no habló enseguida y empezó a morderse el labio —. Laura, sólo
dilo.
—Así que tienes el trabajo de camarera, pero el dueño del bar quiere conocerte
para decidir en qué habitación te va a meter esta noche.
Fruncí el ceño.
—¿En qué habitación ponerme por la noche?
—Sí. —Ella seguía mordiéndose el labio—. Así es como funciona. Tal y como
está montado este bar, hay varias salas, algo así como escalones en los que cae la
clientela. Cuanto más alto es el nivel, más importantes son lo s clientes.
Asentí lentamente.
49
—De acuerdo. Así que si no estás a la altura física del dueño, no tienes suerte y
te toca un nivel inferior.
Por lo menos tuvo la decencia de sonreír mientras asentía.
—Sé lo que parece, pero pase lo que pase, las camareras siguen llevando a casa
un buen dinero, incluso en el nivel más bajo.
—¿Así que puede que ni siquiera trabajemos en la misma sala?
Ella negó con la cabeza y pareció disculparse. No es que importara que
estuviéramos en la misma sala, pero preferiría una cara conocida. Por no
mencionar que actué como si fuéramos a estar juntas porque no quería hacerlo
sola.
Me pareció un poco extraño, pero no me iba a quejar de cómo era un negocio.
Esto me hizo sentir que, si me daban una habitación de menor categoría,
claramente al dueño no le gustaba mi aspecto. Me dije que a la larga no importaba.
El dinero era dinero, y yo lo necesitaba desesperadamente.
Laura me dedicó una sonrisa tranquilizadora y me miró de arriba abajo.
—Vamos a cambiarte primero y a peinarte y maquillarte.
¿Peluquería y maquillaje?
Antes que pudiera quejarme de la necesidad de estar arreglada para servir
bebidas, me dije a mí misma que ponerme guapa me ayudaría con las propinas. Los
viejos ricos, especialmente los que bebían grandes cantidades de alcohol, solían
dar dinero a las mujeres que les llamaban la atención. No es que me gustara, pero
era un hecho en el mundo, y lo utilizaría en mi beneficio.
Me limité a seguir los pasos mientras me quedaba de pie y dejaba que Laura
eligiera un vestido para mí. Era blanco y ceñido, cubriendo las partes importantes
pero mostrando lo suficiente como para no dejar mucho a la imaginación.
—¿En serio? —pregunté mientras me lo entregaba—. ¿Y blanco? —Se encogió
de hombros pero sonrió—. Confía en mí, todo el asunto del blanco, joven e
inocente, ayudará con las propinas. Estamos hablando de ricos de los que estamos
hablando. —Ya me estaba arrepintiendo.
Diez minutos después estaba vestida, con el pelo peinado en un suave recogido,
pequeños mechones enmarcando mi cara, y una ligera capa de maquillaje puesta.
Me miré en el espejo y, aunque reconocí a la mujer que me devolvía la mirada,
también me pareció una extraña. Esto no era lo que yo era. Esto es para el final.
Ahorrar dinero y salir de aquí.
Exhalé y me entregaron un par de tacones de aguja, que cogí de mala gana y me
puse. Me miré los pies, rezando para poder no sólo caminar sino tambié n llevar las
bebidas al mismo tiempo.
—Preciosa —dijo Laura, y miré su reflejo en el espejo—. ¿Lista?
Me giré para mirarla. Ella también era hermosa, con un vestido rojo sangre que
terminaba a medio muslo y tenía una abertura lateral. Estaba bien dotada de
pecho, a diferencia de mí, y el vestido acentuaba sus pechos.
50
Salimos del probador y caminamos por un corto pasillo antes que ella se
detuviera frente a una puerta cerrada. No me extrañó que Boris nos siguiera, una
sombra incómoda justo detrás de mí. Después de tres fuertes golpes, una voz
profunda llamó en otro idioma desde el otro lado de la puerta.
Boris se puso delante de Laura y abrió la puerta antes de apartarse y dejarnos
entrar. Laura entró primero, yo la seguí y me sentí muy desnuda de repente, lo cual
no tenía nada que ver con lo que llevaba puesto. La habitación no era demasiado
grande, pero estaba exquisitamente decorada. Cuero negro, elegantes maderas
oscuras y una decoración de temática rusa muy evidente.
Había un enorme e intimidante escritorio frente a la puerta, y el hombre que
estaba detrás y la mirada en su rostro hicieron que las campanas de alarma se
volvieran locas en mi cabeza. Se me hizo un nudo en la garganta al ver el poder
oscuro que claramente le rodeaba.
A su derecha había una gran chimenea, con las llamas parpadeando sobre los
troncos de imitación. Frente a ella había un sofá de cuero negro ocupado por dos
hombres que parecían de mi edad. Tenían un aspecto y una complexión similares,
por lo que podía suponer que estaban emparentados no sólo entre sí, sino también
con el hombre que estaba detrás del escritorio. Uno de los hombres, el mayor de
los dos, se llevó un vaso cuadrado a la boca, con los ojos clavados en mí mientras
daba un lento sorbo. Un escalofrío me recorrió la columna vertebral y traté de
reprimirlo antes de dirigir mi atención al hombre que estaba detrás del escritorio.
Boris no dijo nada y se hizo a un lado para que el hombre detrás del escritorio
pudiera vernos bien a Laura y a mí. Ella parecía bastante relajada, pe ro yo sentí
una presión incómoda que me rodeaba de repente. El hombre no ocultó que nos
miraba descaradamente.
Sus ojos parecían muy oscuros, y no en el aspecto del color. Simplemente
parecían cerrados al mundo, tal vez incluso a su humanidad. Se inclinó lentamente
hacia atrás, y su silla de cuero emitió un suave sonido por el cambio de peso.
Durante un largo segundo no habló mientras miraba entre Laura y yo. Y entonces
empezó a hablar en ruso, con un timbre de voz suave y profundo.
Cuando el hombre detrás del escritorio se puso de pie, di un paso atrás
involuntario ante su tamaño. Inmediatamente me arrepentí de mostrar esa
debilidad y ese miedo, porque no pasó desapercibido para él, no en la forma en que
ese brillo de diversión llenó sus ojos.
Oí una pequeña risa de uno de los hombres sentados en el sofá, pero no miré. Un
instinto de supervivencia me decía que debía mantener la mirada fija en el hombre
que avanzaba hacia Laura y hacia mí.
Se detuvo primero frente a Laura, pero no se me escapó que su mirada s e dirigía
hacia mí. No la tocó, pero tampoco lo necesitó por la fuerza de su mirada al
recorrer su cuerpo. Laura miraba al frente, con los ojos clavados en algo que tenía
delante. Estaba claro que ya pasó por este proceso antes. ¿Era algo que él hacía con
todas las mujeres que trabajaban aquí? Parecía tan... equivocado.
—Svetlana —dijo al detenerse frente a Laura. Asintió a Boris, y Laura dio un
paso atrás, con una máscara de indiferencia. O quizás era miedo.
51
En este lugar tenía una imagen completamente diferente a la de Sal. Por otra
parte, Sal era como los jugos del fondo de un contenedor de basura en
comparación con este lugar.
Se acercó a mí y mi cuerpo se tensó involuntariamente. La comisura de sus
labios se inclinó hacia arriba como si lo encontrara divertido... o le complaciera.
—¿Cómo te llamas, dorogoy2?
Me sentí mareada, con el corazón tan acelerado que me preocupó la posibilidad
de desmayarme. Me lamí los labios y susurré:
—Lina. —No mostró ninguna expresión facial, sólo me observó con fría
indiferencia.
—¿Sabes quién soy? —Su voz tenía un acento grueso, pero las palabras eran
suaves y claras, su inglés impecable. Negué lentamente con la cabeza, y eso hizo
que una sonrisa se extendiera por su boca, pero no era el tipo de sonr isa que
tranquiliza a alguien. Si un depredador en la naturaleza pudiera sonreír, sabía que
sería así.
—Siempre es tan emocionante cuando alguien no sabe quién soy. —La
arrogancia de sus palabras me aterrorizó—. Soy Leonid, cariño.
No me rodeó como a Laura, no al principio. Se quedó a medio metro de mí y me
miró fijamente, sin hablar más, como si hubiera cumplido su cuota del día. El peso
de su mirada era inquietante. No sabía qué buscaba, o si veía la respuesta a su
propia pregunta, pero después de un segundo empezó a caminar a mi alrededor en
el mismo proceso que hizo con Laura.
Podía sentir su mirada recorriendo cada parte de mi cuerpo, como si sus ojos
fueran dedos y estuviera tocando mis pantorrillas, la parte posterior de mis
muslos, mi culo, y subiendo por la longitud de mi columna vertebral. Volvía a estar
frente a mí, con su mirada puesta en mi pecho, y luego más abajo. Me contuve de
cubrir mis pechos y la unión entre mis piernas, porque aunque estaba
completamente vestida, sentía que este hombre podía ver a través del material.
—¿Svetlana3? —preguntó uno de los hombres del sofá.
Negó lentamente con la cabeza.
—No.
El hombre que tenía ante mí me enfocó como si supiera quién era realmente,
como si pudiera ver mis secretos más profundos.
Era como Arlo en ese sentido. Peligroso.
—Nevinovnyy4. —La voz de Leonid era baja y profunda. Pero aguda... muy
aguda—. Da —dijo como si respondiera a su propia pregunta—. Anastasia.
2
Querida en ruso.
es un nombre femenino eslavo ortodoxo común, que se traduce como "ligero", "brillante",
"luminiscente", "puro", "bendito" o "santo"
4 Inocente
3
52
Abrí la boca para preguntar qué pasaba, pero Laura me cogió de la mano y me
llevó fuera de la habitación y de vuelta a donde estaban las otras mujeres y los
estantes de ropa.
—¿Qué está pasando? —pregunté finalmente cuando nos detuvimos, y ella me
encaró—. Esa fue la maldita entrevista más extraña, o lo que sea que fue, que
experimenté. ¿Quién era ese hombre?
—Leonid Petrov —dijo, pero no se me escapó la ligera tensión en su voz—. Es el
dueño del bar. —Sus hombros se relajaron—. Y estoy seguro que un montón de
otros lugares, y grandes conexiones, sin duda. —No enfatizó lo que quería decir,
pero entendí lo esencial. Conexiones en el mundo del crimen. Miré a mi alrededor,
y sentí que la presión que nos rodeó cuando estábamos frente a Leonid se disipaba
lentamente cuanto más tiempo estábamos lejos de él—. Maldita sea, ojalá
hubiéramos conseguido la misma habitación juntas, pero nos colamos en los dos
primeros pisos, así que buen dinero a pesar de todo.
Sacudí la cabeza.
—Esta es la noche más extraña que tuve en mucho tiempo.
Ella resopló, y ambas sonreímos genuinamente.
—Es confuso la primera vez —dijo finalmente—. Cada habitación tiene el
nombre de una mujer.
Puse los ojos en blanco. Claro que sí.
—Yo tengo a Svetlana. Tú tienes a Anastasia... que es el nivel más alto. Es el que
se quedan los clientes más importantes. Así que, en todos los sentidos, le diste a la
madre del premio mayor de las propinas.
Por un momento pensé en decir “no importa” e irme. Todo esto era tan extraño,
y yo era definitivamente una extraña. Las mujeres que me rodeaban hablando en
ruso y el ambiente elitista lo solidificaban.
Abrí la boca para dar las gracias a Laura por conseguirme el trabajo, pero
cambié de opinión cuando las palabras se me congelaron en la garganta al ver
entrar a una mujer. Sostenía un montón de billetes doblados y procedía a
desenrollarlos y a contar el dinero de las propinas muy claro.
Vaya mierda. Hay billetes de cien dólares ahí. Tomé aire y volví a mirar a Laura.
Pude ver por su expresión que esperaba que yo me retirara. Sólo por esta vez. Si
hago lo suficiente, esta noche cambiará el juego.
—De acuerdo. Hagámoslo. —Incluso yo podía oír lo vacilante que sonaba.
53
10
Arlo
Petrov quiere reunirse contigo esta noche en Sdat'sya. A medianoche. En
punto.
Ése era el mensaje que recibí hacía una hora, y mientras aparcaba el auto en el
parking lateral de Sdat'sya, comprobé el reloj del salpicadero. Faltaban diez
minutos para la medianoche.
Cuando Leonid quería verte personalmente, nunca era algo bueno. Siempre
quería algo. Siempre trataba de exprimir la última gota de sangre de tu cuerpo
antes de arrojar tu cadáver a un lado.
Y yo sabía de qué se trataba. Sabía que Leonid iba a intentar convencerme que
me uniera a la Bratva en lugar de ser un agente libre, incluso un mercenario, de la
Ruina. Lo intenté antes, pero con hombres como él, nunca estaban satisfechos si no
conseguían exactamente lo que querían.
Leonid era un bastardo persistente.
Me dirigí a la entrada principal, abrí la pesada puerta negra y enseguida escuché
los suaves sonidos de la música tradicional rusa. Había un soldado de la Bratva
situado en la esquina de la habitación, su larga chaqueta de cuero ocultaba las
numerosas pistolas y cuchillos que llevaba pegados al cuerpo.
54
Esta sala de entrada no era más que la primera capa de Sdat'sya. Era el
maquillaje antes de llegar a la carne y el corazón de lo que realmente era este
establecimiento.
Había un bar frente a mí, con algunos clientes descansando en los sofás de cuero
marrón oscuro situados alrededor de la sala. La mayoría de la gente estaba en las
otras habitaciones, cada una de ellas bloqueada de ojos y oídos indiscretos, todas
ellas albergando una clientela poderosa, influyente y rica. No se trataba sólo de un
bar, sino de un lugar donde muchos de los Bratva y los poderosos a sociados y
aliados que trabajaban para ellos y con ellos hacían tratos, hablaban de negocios y
utilizaban las comodidades que los Bratva de la Desolation tenían en abundancia.
Drogas, alcohol y mujeres.
Detrás del bar iluminado con luz roja y negra había un dicho por el que vivían
muchos de los hombres de Leonid Petrov.
Мы грешим, так как бы беспечны и не думаем об этом
PECAMOS PORQUE SOMOS DESCUIDADOS Y NO PENSAMOS EN ELLO.
O así se tradujo vagamente al castellano. Pero la verdad era que eso era una
mentira. Cualquier persona involucrada en nuestro mundo sabía lo que estaba
haciendo. Eran conscientes de sus “pecados”, unos que ni siquiera veían como tales
porque los cabrones se dedicaban a dar dolor a los demás. Como yo. Como
cualquiera asociado con la Ruina.
Nadie me molestó. Nadie intentó detenerme. Algunos incluso me miraron con
claro temor y vacilación en sus ojos. Cualquiera que trabajara en Sdat'sya era parte
de la Ruina y, por tanto, sabía exactamente quién era yo. Me vieron en Yama, me
vieron destruir a mis oponentes. Conocían mi reputación... el hecho que era un
asesino de padres. Llevaba esa insignia de parricida como un maldito honor.
Pasé el bar y me dirigí al pasillo. Había un soldado de Bratva parado al final,
junto al ascensor. Se enderezó desde la pared y me hizo un gesto de
reconocimiento. No dijo nada mientras pulsaba el botón del ascensor para subir, y
un segundo después se abrieron las puertas del ascensor.
Entré, y el soldado me siguió. Una vez que ascendimos, me puse a pensar en lo
que iba a pasar esta noche. La única vez que hablé personalmente con Leonid fue
justo después de matar a mi padre. Entonces quiso que me uniera a la Bratva. Me
negué profesionalmente. No me presiono, pero conocía a los hombres como él. Lo
conocía específicamente. La forma en que trabajaba, las cosas que exigía. Cómo
esperaba que el mundo cayera a sus pies. Y en su mayor parte, lo hizo.
Pero yo no era como la mayoría del mundo. Nunca me sometería a cualquier
hombre.
Leonid Petrov era peligroso y violento. Era un sociópata que mataba
simplemente porque era domingo o porque acababa de terminar una comida
familiar. Y sus dos hijos, Dmitry y Nikolai, siguieron perfectamente sus pasos.
Malditos psicópatas en ciernes.
55
—Está en su habitación, esperándote —dijo el soldado en ruso.
Me dirigí a la oficina de Leonid, pasando por las puertas cerradas que conducían
a las habitaciones privadas de su clientela. Había un soldado de pie al la do de la
oficina de Leonid. Me hizo un gesto con la cabeza antes de girarse para abrirme la
puerta.
Entré y enseguida me fijé en el entorno. Había que conocer la disposición de
cualquier lugar para estar preparado. Vi a Dmitry y a Nikolai sentados en el so fá
frente a la chimenea. Dmitry, hijo mayor de Leonid y heredero del imperio del
hampa Desolation Bratva, me observaba con el mismo brillo sociópata en sus ojos
que yo sabía que se reflejaba en los míos. Oí las historias de Dimitry, de su
iniciación, de cómo masacro a cinco hombres con una claridad y fuerza brutales
que incluso me impresionaron momentáneamente. Sin duda, algún día sería el
pakán perfecto, un líder que haría que Satanás se acobardara en la oscuridad.
Nikolai, el hijo menor de Petrov, dejó que una sonrisa lenta y sardónica se
extendiera por su rostro. Puede que fuera el más “ligero” de los dos en cuanto a
brutalidad, pero su actitud despreocupada y lo que otros podrían ver como
“blando” no era más que la retorcida fachada de un hombre que sabía que una vez
arrancó las uñas de los pies y de los dedos de los pies a un pobre bastardo que le
cortó en el camino.
Nikolai no se molestó en coger el vaso para el alcohol, sino que levantó la botella
de whisky y la inclinó en mi dirección a modo de saludo, antes de lanzarme un
guiño mientras se la llevaba a los labios y daba un largo trago.
Leonid estaba en medio de una conversación por el móvil. Mis hombros se
tensaron y mis dedos se movieron para ir a por mi pistola por el mero hecho de
estar en la misma habitación que ese cabrón.
Una vez que terminó al teléfono, se inclinó hacia atrás y juntó las manos para
apoyarlas sobre su abdomen. Me dedicó una sonrisa lenta, una que era cualquier
cosa menos agradable. El cabrón no conocía la felicidad, no si no implicaba degollar
a alguien y bañarse en su sangre.
Dmitry y Nikolai iniciaron una conversación entre ellos, el ruso demasiado bajo
para que yo lo oyera. Leonid se levantó y recorrió su escritorio antes de apoyarse
en el borde y mirarme fijamente con ojos oscuros y poco penetrantes.
—Quería agradecerte personalmente el manejo del... pequeño problema que
tuvimos la otra noche con Maksim. —Las palabras de Leonid hicieron que la
conversación de sus hijos se detuviera. Aunque mantenía la mirada en el
paquistaní, percibía que sus hijos se levantaban y caminaban hacia él antes que
rodearan a su padre. Sus expresiones eran la misma compostura pétrea del líder de
la Bratva.
—No hay que dar las gracias —dije, centrándome en Leonid. Las otras dos
mierdas no eran algo que me diera miedo—. Es lo que hago.
Leonid inclinó la cabeza en señal de acuerdo.
—No puedes entender lo difícil que fue para mí no deshacerme de esa basura yo
mismo. —Sacó las manos del bolsillo y las alisó sobre su corbata, una que era de
seda y de color rojo sangre, el mismo tono que se filtraba por las cien heridas
56
diferentes del hombre que acabó con Leonid—. Pero verás, no quedaría bien en
nuestro negocio. No nos ocupamos de ese lado sucio de las cosas . —Sonrió y
extendió las manos—. Es malo para los negocios, entiendes. Tenemos que
mantener las apariencias.
No estaba seguro de por qué me estaba contando todo esto. Él le dio un puto
golpe en los ojos al pobre. Le cortaron los dedos y arrancaron parte del cuero
cabelludo. Sin mencionar los otros veinte actos brutales que noté cubriendo su
cuerpo. O que faltaban en él. Y todo porque el bastardo miró a la hija de dieciocho
años de Leonid. Su preciosa Tatiana.
Aunque a Leonid y a sus hijos se les podría llamar psicóticos, y eso sería
quedarse corto, estaba bastante seguro que el cabrón que acabó con su vida de
forma jodidamente violenta probablemente hizo algo más que mirar.
La clase de muerte que el hombre consiguió fue por un acto de agresión hacia
ella, un insulto susurrado en su dirección o incluso una mirada obscena. El cabrón
probablemente se tiró encima de Tatiana.
Su polla seguía intacta, o eso es lo que desgraciadamente noté, ya que estaba
desnudo cuando me enviaron a deshacerme del cuerpo, así que sabía que no toc ó a
Tatiana. Si lo hubiera hecho, le habrían cortado la polla y se la habrían metido en la
boca para que quedara claro.
Esperé a que Leonid dijera qué más quería. La verdadera razón por la que me
llamó aquí esta noche no era para darme las gracias personalmente por el trabajo
que hice.
—Ven, tómate una copa conmigo.
Antes que pudiera decir nada, no es que rechazara la invitación, lo que sería de
mala educación, Leonid y sus hijos pasaron junto a mí y salieron por la puerta.
Seguí a la manada fuera de su oficina, el soldado venía detrás de mí mientras nos
dirigíamos a una de las habitaciones de élite. En la puerta, una hermosa letra en
ruso estaba escrita en pan de oro.
Aнастасия. Anastasia.
Las puertas dobles se abrieron por sí solas y seguí a Leonid al interior. Se dirigió
directamente hacia la barra que se extendía a lo largo de toda la pared del fondo, la
decoración de Anastasia, toda ella lacada en negro y con acentos dorados.
Me fijé en un hombre ebrio y bullicioso que se encontraba a un lado, con los
tatuajes de la Bratva visibles en sus brazos, lo que lo convertía en un miembro de
alto rango. Su voz era arrastrada mientras gritaba en ruso a las trabajadoras
sexuales que fueron traídas como entretenimiento. Sus palabras eran crudas y
sexuales, y su fuerte intoxicación dejaba claro que probablemente era un borracho
violento.
Curvé el labio con disgusto cuando empezó a maltratar a una de las mujeres,
cuya risa aguda era practicada, aunque no forzada.
Había un puñado de otros hombres rusos en la sala, sus voces demasiado
excitadas y ruidosas, los cigarros ilegales que fumaban y los vasos de licor
constantemente llenos creaban una atmósfera peligrosa y descuidada. Demasiados
manoseos, malditas folladas y mucho dinero intercambiado por “extras”.
57
El mobiliario estaba dispuesto en varios círculos sueltos de sofás y sillas, con
hombres sentados en el cuero y mujeres apenas vestidas sentadas en sus regazos.
Una elaborada araña de cristal colgaba del centro del techo, con prismas de luz que
atravesaban la sala y daban una calidad casi nebulosa al entorno.
Un fuego rugía entre dos grandes y oscuros sofás; la luz baja y titilante
proyectaba sombras, pero no podía ocultar el desenfreno que se estaba
produciendo. Las mujeres empezaban a quedarse a medio vestir cuando sus
pechos quedaban al descubierto, las manos desaparecían en los regazos y a través
de los pantalones desabrochados.
El olor del humo de los puros cubanos llenaba el aire, y las risas femeninas de
tono sexual sonaban en mis oídos. Cuando estuvimos en la barra, mantuve mi
cuerpo de lado para poder ver toda la sala y tener la entrada a la vista. Mantuve la
mano derecha libre por si la necesitaba para sacar mi pistola. Y me quedé mirando
a Leonid mientras pedía cuatro vasos de whisky. Mientras llenaban las copas,
Leonid me dedicó otra sonrisa de tiburón, con sus dientes blancos y rectos, los
incisivos un poco demasiado afilados.
—Estaba hablando con mis hijos de la tensión que está surgiendo en la Bratva y
la Cosa Nostra, así como con la 'Ndrangheta, que acaba de reclamar territo rio en el
oeste. La presión es muy alta en este momento, muchas muertes ya que se están
disputando territorios.
No dije nada. El camarero deslizó las bebidas delante de nosotros. Cogí la mía,
sin dejar de mirar a Leonid, y me la llevé a la boca.
Él cogió su vaso y lo inclinó en mi dirección antes de llevárselo a la boca y beber
lentamente del líquido de color ámbar. Le seguí la corriente. Sus hijos estaban
detrás de él como sombras vigilantes, con sus oscuras miradas clavadas en mí
como si me vieran como una amenaza. Eran inteligentes en ese sentido.
Pero no tenía intención de acabar con Leonid esta noche, aunque pensara que
era un maldito baboso y que a la Bratva le vendría bien un pakán más fuerte, más
racional y menos psicótico.
Como dije antes... sería malo para el negocio.
—Por la creciente violencia —dijo y dejó su vaso en la barra, sus dedos
permaneciendo envueltos en el cristal—, voy a necesitar un poderoso ejército
detrás de mí.
—La Bratva es más fuerte que nunca —respondí.
—Lo es, pero tú y yo sabemos con qué facilidad puede astillarse antes de
romperse irremediablemente. —Miró alrededor de la habitación, pero ni una sola
vez aparté mi atención de él—. Y tú y yo tenemos una historia, ¿no es así? —Me
miró fijamente a los ojos una vez más.
Dejé mi vaso en el suelo, y el suave ruido que hizo sobre la madera pulida me
pareció demasiado fuerte en ese momento.
—El hecho que mataras a tu padre, un traidor entre los Bratva, el mismo que
estuvo yendo a nuestras espaldas y vendiendo información a la mafia italiana, me
demostró lo leal que eres, Arlo. Te quiero totalmente de nuestro lado. Necesito a
los más poderosos a mi espalda, a los hombres más fuertes como armas . —
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Extendió las manos, con las palmas hacia arriba, con su sonrisa actual, lenta y
satisfecha, como si fuera un gato que acaba de atrapar al ratón—. Ser un agente
libre no te da, ni te dará, la seguridad y la estabilidad que te da la Bratva.
—No necesito protección. Yo creo la mía. —Noté un ligero cosquilleo bajo la
suave mejilla de Leonid porque le señalé la verdad—. Me gusta donde estoy,
Pakhan. No deseo cambiar nada. —La mierda por la que me hizo pasar mi padre, el
hecho que maté a Sasha, a mi madre, y la sangre y los cuerpos que tuve que vadear
para llegar a la superficie, no era algo que volvería a hacer.
Llegué a un punto en mi vida en el que ya no tenía que trabajar para nadie.
Trabajaba para mí mismo, tenía la Ruina como un conglomerado de otros negocios
que podía elegir. Mi reputación y mi habilidad me precedían, y por eso no tenía q ue
estar atado a un lado. Podía aceptar o rechazar lo que quisiera. No conseguiría eso
con Leonid. Esperaría una obediencia y sumisión completas, sin hacer preguntas.
Un perro leal.
Y mientras decía esas palabras, pude ver en el rostro de Leonid que la agr adable
fachada que puse se estaba desvaneciendo. El sonido de los hombres gritando “Na
zdorovie” antes de beber llenó el repentino silencio. Pero no sirvió para aliviar la
tensión que había entre Leonid y yo.
Y entonces su expresión estoica se quebró, y so nrió, pero no fui un tonto al
pensar que simplemente renunciaría a intentar ponerme de su lado por completo.
Porque un hombre como él, un Bratva Pakhan, estaba acostumbrado a salirse con
la suya en todo. Y si eso significaba que tenía que robar, violar o matar para
conseguirlo, era lo suficientemente cabrón como para hacerlo.
Varias mujeres salieron del fondo, con bandejas negras en las manos, cada una
con bebidas. No les presté demasiada atención, sólo noté el cambio en el aire. Pero
entonces todo a mi alrededor se detuvo cuando salió la última mujer, con su
vestido blanco destacando entre el rojo y el negro de las demás, su larga melena
negra amontonada en lo alto de la cabeza, la elegante línea de su cuello y la
delicada longitud de su columna vertebral a la vista.
Cada músculo de mi cuerpo se tensó hasta el punto de ser incómodo y difícil de
ocultar. Este era el último lugar en el que esperaría ver a Lina, el último lugar en el
que querría que estuviera. Y cuando Leonid dirigió su atención para ver lo que yo
estaba mirando, supe que cometí un maldito error. Un brillo interesado y curioso
entró en sus ojos cuando se fijó en Lina y luego volvió a mirarme lentamente.
—Preciosa, ¿verdad? —murmuró en ruso, y la forma en que dijo esas palabras
me dijo que la estuvo desnudando con sus ojos.
Enrosqué una de mis manos en un puño apretado, mi otra mano flexionando y
relajándose con la necesidad de sacar mi pistola y colocar la punta justo entre sus
malditos ojos, exigiendo que mirara lejos de ella. No tenía derecho a mirar a Lina,
no cuando sabía toda la mierda depravada en la que estaba metido, no cuando
también sabía que se dedicaba a la trata de personas.
—¿La conoces? —El tono de su voz me dijo que ya sabía la respuesta. No me
molesté en responder—. Tiene esa inocencia, una que te hace querer hacer las
cosas más sucias... —murmuró la última parte, y sus malditos hijos se rieron.
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Si hubiera querido, podría sacar mi arma y dispararles a los tres antes que
cualquiera de las otras personas en esta habitación pudiera detenerme. Por
supuesto, me matarían a tiros justo después, pero al menos Leonid y sus pequeños
hijos bastardos estarían bajo tierra conmigo.
Se giró para mirarme, con una sonrisa devoradora de mierda en la cara. Odiaba
que hubiera visto algún tipo de reacción en mí, porque los hombres como él lo
utilizarían en su beneficio. Lo verían como una debilidad. Y no podía mentir y decir
que estaba equivocado.
Lina era una debilidad, una adicción, y ni siquiera la probé. Ella hacía que todos
los pensamientos racionales abandonaran mi cabeza, y ni siquiera tenía que estar
en la misma habitación para conseguirlo.
Todo lo demás se desvaneció cuando vi que Lina empezaba a repartir las
bebidas. Podía sentir la mirada de Leonid sobre mí, podía imaginar al bastardo
sonriendo, como si acabara de encontrar una grieta en mi armadura
cuidadosamente colocada.
Ella aún no se fijó en mí mientras caminaba. Los hombres la miraban como si
fuera un trozo de carne, deslizando su dinero, inclinándose hacia delante y
susurrando cosas que la hacían sonrojarse, pero también le hacían estrechar los
ojos.
Puso una copa al lado de un viejo cabrón, cuya sonrisa era amplia y lasciva
mientras ignoraba a la mujer semidesnuda que tenía en su regazo, con los pechos
lo suficientemente cerca de su boca que podría lamerlos. Le tendió un billete de
cien dólares, añadiendo un guiño a la mezcla, y cuando ella lo cogió con una suave
sonrisa, pude ver cómo su otra mano serpenteaba como si planeara tocarle el culo.
Curvé la mano con tanta fuerza en un puño que las uñas se clavaron en mi carne,
abriendo la piel, el dolor se sentía bien. Ella se apartó antes que pudiera tocarla. El
afortunado bastardo se libró que le destrozara el apéndice por atreverse a poner
sus putas manos sobre ella.
Pero debería mandarlo a la mierda sólo por pensar que podía tocar a Lina.
Ella fluía por la habitación como un delicado colibrí, y todo el tiempo, todos los
ojos masculinos estaban clavados en ella, como si pudieran oler la inocencia que
derramaba Lina y quisieran destruirla. Entendía perfectamente por qué Leonid
eligió esta habitación para ella. Estos hombres eran los más poderosos, los más
ricos... los que pagarían una pequeña fortuna si la virginidad de una mujer
estuviera en subasta.
Esta era también la única habitación a la que Leonid venía.
Me obligué a mirarlo, viendo que ya tenía una expresión calculadora en su
rostro mientras me observaba. Veía demasiado, sabía demasiado sólo por mi
reacción. Y no importaba cuánto intentara -y fallara- ocultar lo que sentía hacia
Lina. El cabrón lo vio todo. Un hombre no se convertía en Pakhan si no sabía cómo
manipular y controlar... si no podía mirar a alguien y ver toda su historia flash
frente a sus ojos.
Y entonces rompió la mirada y miró a un lado. Seguí su línea de visión y vi cóm o
Lina se acercaba al hombre excesivamente borracho que estaba en la esquina, el
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que era demasiado manoseador con las chicas. El que sabía que era un borracho
violento sólo por su forma de comportarse. No lo conocía, pero si estaba en esta
sala, o era muy poderoso o estaba estrechamente relacionado con Leonid.
No me extrañó que mirara al borracho casi con recelo, su instinto le decía que
no era un buen hombre. Era peligroso. Le entregó su vaso de licor. Sus ojos estaban
entrecerrados y brillantes mientras la miraba fijamente. Era un gran imbécil, ancho
de hombros y alto. Apenas tenía cuello. Tenía una ligera capa de sudor que le
cubría la frente, sus ojos enrojecidos se concentraban en Lina, observando su
vestido blanco, recorriendo los pocos mechones de pelo ondulado que enmarcaban
su rostro.
Podía imaginar el olor a alcohol que se colaba por sus poros. Sentí que Leonid
me devolvía la mirada, pero no pude apartar mi atención de la escena que tenía
delante. Todo lo demás se desvaneció aún más hasta que tuve u na visión de túnel,
hasta que todo se ralentizó. El cabrón dejó su bebida en el suelo y, justo cuando
Lina se dio la vuelta para marcharse, le rodeó la cintura con las manos y tiró de ella
hacia él con tanta fuerza que la bandeja que llevaba se le volcó de las manos y cayó
al suelo, y el vaso que colocó encima se estrelló contra el suelo, rompiéndose la
copa y mezclándose con el licor derramado.
Vi el color rojo mientras él deslizaba lentamente sus manos hacia arriba, sus
dedos justo bajo sus pechos. Ella se apartó con la suficiente fuerza como para
tropezar un paso adelante. Y entonces él le tocó el culo. No me di cuenta que me
moví hasta que estuve justo delante de él. Volvió su atención hacia mí, sus oscuras
y gruesas cejas tirando hacia abajo, como si estuviera jodidamente cabreado por
atreverme a interrumpir lo que estaba haciendo.
Su boca se movía, y pude suponer que me estaba preguntando qué coño quería,
tal vez amenazando con matarme. Sin quitarle la vista de encima, estiré la mano y
aparté a Lina de él, pude sentir que me miraba, podría suponer que sus ojos
estaban muy abiertos y una expresión de shock cubría su rostro.
La boca del cabrón seguía moviéndose, ahora más rápido, su ira cubría su cara
de un tono rojo, sus ojos se entrecerraban, una vena salía de su frente por la rabia.
Fui consciente que las palabras salían de mi boca y se dirigían a Lina. Palabras
que se acercaban a ”Quédate cerca de mí. Todo irá bien”. Pero mi mente estaba
demasiado confusa por la ira y la posesividad como para captar cu alquier tipo de
cordura en este momento o para asegurarme que siquiera dije las palabras en voz
alta.
Y entonces sentí un gran peso en la mano: una de las bolas de granito
decorativas que había en algunas mesas, cuyo diseño recordaba el detallado
trabajo de los huevos de Fabergé.
Sentí un zumbido de bajo nivel que me invadió mientras todo lo demás se
desdibujaba. Golpeé la bola de granito contra el costado de la cabeza del cabrón y,
cuando retrocedió, con la sangre formando un rastro por la sien desde la gr ieta
hasta el cráneo, le agarré la muñeca, la golpeé contra la pared y le retorcí el brazo
para que su palma quedara al ras del papel pintado de damasco con hilos dorados.
Le golpeé la piedra en el centro de la mano con tanta fuerza que pude oír el
chasquido del hueso astillándose por la fuerza y atravesando el zumbido de mi
cabeza. Le golpeé la mano una y otra vez hasta que todo lo que vi fue sangre y
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hueso roto, hasta que todo lo que saboreé fue el sabor cobrizo que cubría mi
lengua, hasta que sentí el calor en mi cuello y cubriendo mis manos.
Su boca estaba abierta, y podía imaginar que estaba gritando ahora mismo, pero
sólo oí el ruido en mis oídos. Sentí que la gente se acercaba, pero nadie me tocó,
nadie me detuvo.
Le solté la mano y él fue a cogerla con la que no estaba herida, quizá para acunar
el nudoso apéndice contra su pecho. Lo detuve agarrando su gruesa muñeca y
procedí a hacer lo mismo con aquella, empleando tanta fuerza que el hueso se
convirtió en nada más que astillas y polvo.
Lo solté y di un paso atrás, dejando que la bola de granito cayera de mi alcance.
Sentí que las vibraciones viajaban desde mis pies hasta mis piernas por el impacto
de la misma contra el piso. El cabrón cayó de rodillas y mantuvo los brazos
pegados al pecho, con las manos irreconocibles por lo mal que se las destrocé.
Ahora el cabrón no podía tocar a ninguna hembra.
No puede tocar lo que es mío.
Me encontré mirando a Lina, con ese poderoso y embriagador zumbido
recorriendo mi cuerpo, un subidón que siempre sentía cuando la violencia se
apoderaba de mí. Ella estaba de pie a mi lado con el shock reflejado en su rostro.
Ojos enormes, más blancos que azules y negros. Labios rosados entreabiertos. Una
piel tan pálida que parecía una muñeca de porcelana.
Extendí la mano y le pasé el pulgar por la mejilla, limpiando la salpicadura de
sangre que estropeaba su perfecta piel después que le rompiera las manos al
cabrón. Por ella. Aquella sangre se extendía a lo largo de su mejilla, como una bella
y violenta pincelada.
No lo admití antes, no dejé que creciera realmente dentro de mí hasta este
mismo momento, pero mientras miraba fijamente los ojos horrorizados de Lina,
supe sin duda que quemaría Desolation, el puto mundo entero, si eso significaba
tenerla como mía.
Porque nunca la dejaría ir, y la mirada de sus ojos me decía que ella también se
daba cuenta.
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11
Galina
—Dasvidaniya5.
Esa palabra se repetía una y otra vez en mi cabeza, la palabra que Leonid dijo en
voz baja y burlona con ese marcado acento ruso. Y me observo todo el tiempo
mientras Arlo me sacaba del bar.
Ahora estaba sentada en el asiento del copiloto de un Mercedes qu e aparcó en
un lateral del edificio. El corazón me latía tan rápido y con tanta fuerza que mi
pulso era un constante golpeteo en mis oídos. Miré mi mochila, sin saber cómo
estaba sentada en mi regazo, sin saber quién la tomó. La llevaba conmigo cuando
entré, mi ropa se quedó dentro cuando me cambié, y cuando enrosqué mis dedos
alrededor del viejo y manchado nylon, todo lo que vi fue sangre y violencia.
—Dejaste a Dima fuera de combate —dijo Leonid con diversión controlada—.
Me lo debes, Arlo. Te llamaré y vendrás. Recuerda que ahora conozco tu debilidad —
dijo esa última parte mientras su mirada se fijaba en mí.
—¿Qué quiso decir? —Mi voz era sorprendentemente fuerte dado el hecho que
me sentía como si estuviera teniendo una experiencia extracorporal. La violencia
5
Adiós.
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no me era ajena. Todo era brutal. Pero lo que presencie de Arlo, la forma en que
usó esa bola de piedra decorativa... fue diferente a todo lo que vi antes.
Parecía completamente en su elemento, tranquilo mientras la hacía caer sobre
las manos de ese hombre una y otra vez con una fuerza y precisión que aplastaba
los huesos. Y su cara... Dios, su cara estaba tan vacía de nada.
Se me atascó la respiración en la garganta mientras repetía esas imágenes una y
otra vez. Y lo hizo porque ese hombre me tocó. Lo sabía tan bien como sabía que
estaba sentada en su auto, dejando que me llevara a un lugar desconocido.
Ni siquiera opuse resistencia cuando me sacó del bar, cuando abrió la puerta y
me colocó en el asiento de cuero del auto. Dejé que me abrochara el cinturón de
seguridad, su olor picante y masculino con matices oscuros me llenó la nariz,
borrando el olor cobrizo de la sangre que consumió mis sentidos hasta ese
momento.
No hablaba, pero no tenía que hacerlo, para darme las respuestas que
necesitaba. Podía mirarlo y saber exactamente el tipo de hombre que era, quién era
hasta su alma.
Un asesino.
Aparte de la sutil tensión de sus dedos sobre el volante, su expresión era
cerrada.
Me quedé mirando sus manos, cubiertas de sangre ya seca. Quería preguntarle
de nuevo qué quiso decir Leonid, aunque podía sumar dos y dos. Tendría que estar
ciega para no ver que Leonid y Arlo eran la misma cosa. Incluso peor que los
hombres con los que crecí en Las Vegas.
Entonces, ¿por qué no tengo miedo de Arlo? ¿Por qué siento que mataría a un
hombre para protegerme... que casi lo hizo?
—¿A dónde me llevas?
Permaneció en silencio durante tanto tiempo que supuse que no respondería.
—A mi apartamento —dijo finalmente, y mi corazón se aceleró en mi pecho.
Algo profundo y oscuro en mi cuerpo cobró vida. Me dirigió una rápida mirada
antes de volver a centrarse en la calle, con los puños apretados una vez más sobre
el volante.
—Si quisiera hacerte daño, no tendría que llevarte a mi apartamento para
hacerlo —dijo esas palabras con tanta naturalidad que fue como si leyera mi
mente—. Estás a salvo. —Pasó un largo momento antes que dijera en voz tan baja
que casi no le oí—: Incluso de mí.
Veinte minutos más tarde estábamos fuera de los límites de la ciudad de
Desolation y entrábamos en un garaje subterráneo. Aparcó, salió y dio la vuelta a la
parte delantera para abrir la puerta del pasajero antes que yo pudiera hacerlo. Por
un segundo me quedé mirándolo, con la respiración entrecortada por la mirada
fría y distante de su rostro.
—Vamos, Lina. —Su tono era duro y cortante. Era peligroso.
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Puse mi mano en la suya y reprimí un escalofrío, pero no sabía si era de asco por
lo que le vi hacer, o porque me gustaba la sensación de su mano ligeramente
callosa envolviendo con fuerza la mía y ayudándome a salir de su auto.
Lo seguí hacia un ascensor y pasó una tarjeta de llave plateada por un sensor.
Las puertas se abrieron inmediatamente. Y entonces nos vimos encerrados juntos
mientras ascendía.
Debería asustarme. Debería exigir que me llevara a mi apartamento. No debería
mirarme las manos mientras las apretaba aún más alrededor de las correas de mi
mochila y las veía temblar. No debería mantener la boca cerrada y dejar que mi
mirada recorriera sobre mi vestido, que ahora notaba que estaba cubierto de
manchas oscuras del tamaño de un alfiler.
La sangre... la sangre me cubría.
No sabía nada de Arlo, salvo su nombre y lo que comía en la cafetería cada vez
que entraba. Su expresión era siempre tan fría como la piedra, como si fuera tan
intocable por todo y por todos que no podía molestarse en preocuparse. Y cuando
lo miré, con su perfil severo y recortado en líneas masculinas y rasgos fuertes, no
pude encontrar las palabras para decir nada. No pude encontrar mi voz para
decirle que me llevara a mi apartamento, aunque ese era el último lugar al que
quería ir. Porque no quiero estar sola.
Estaba agitada y sacudida, sin saber qué demonios acababa de pasar. Golpeó a
un hombre, le pulverizó las manos, ¿y todo por qué? El hombre me metió mano, sí,
pero Arlo actuó con tanta rabia que ahora me costaba respirar sólo de pensarlo.
Tal vez todo esto fuera una venganza personal entre los dos hombres, porque
seguramente yo no tendría nada que ver con lo que Arlo hiciera o dejara de hacer.
Antes que mis pensamientos se enredaran aún más, el ascensor se detuvo y las
puertas se abrieron. Él salió primero, y por un momento me quedé allí, sin saber si
debía seguirlo.
Una parte de mí sintió que estaba atravesando las puertas del mismísimo
infierno. Pero me encontré moviéndome por mi cuenta, el ascensor se cerró
silenciosamente detrás de mí. Enseguida sentí el olor a limón de los productos de
limpieza, y con las luces completamente apagadas, lo único que pude distinguir fue
lo que tocaban las luces de la ciudad que entraban por las enormes ventanas.
Oh. Vaya.
Mi mirada estaba clavada en aquellas ventanas, que ocupaban toda una pared de
su apartamento, la ciudad y el cielo se extendían hasta donde se podía ver. Parecía
que podría ser recortado de una postal, lo perfecto que parecía todo, lo limpio y
dócil... tan poco peligroso.
Volví a centrarme en Arlo, diciéndome que probablemente no debería apartar
mi atención de él. Con las sombras y la luz que brillaba a través de los grandes
ventanales que formaban toda una pared, pude distinguir ciertas partes de su casa.
Un gran sofá a la izquierda. Un enorme televisor en la pared frente al mueble. La
cocina estaba a la derecha, con mostradores oscuros y lisos y elegantes
electrodomésticos de acero inoxidable.
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Esperaba que se volviera hacia mí, que dijera algo ahora que estábamos en sus
dominios, pero seguía sin decir nada, simplemente se adelantaba a mí, el suave
sonido de sus zapatos al golpear el suelo parecía más fuerte de lo que
probablemente debería.
—¿Estás bien? —pregunté finalmente, aunque me pareció tan estúpido hacer
una pregunta así.
Apoyó las manos en la barra y colgó la cabeza durante un segundo antes de
soltar una risa baja, corta y sin humor.
—Tú eres la que fue agredida sexualmente esta noche, ¿y me preguntas si estoy
bien? —Giró sólo la cabeza para poder mirarme, las sombras del oscuro
apartamento y los hilos de luz que entraban por todas las ventanas desde la ciudad
justo detrás del cristal le hacían parecer casi siniestro.
—Sí. Supongo que lo estoy. —Nos miramos fijamente durante tanto tiempo que
empezó a ser incómodo. Mi cuerpo no debería sentir calor, tanto que sentí un
hilillo de sudor que bajaba entre mis pechos.
Sus ojos eran duros, oscuros. Intensos.
—Estás en shock.
Tal vez lo estaba. Pero nunca me sentí tan lúcida como ahora.
Y el hecho de sentirme como si me estuviera quemando viva no tenía nada que
ver con la temperatura y sí con el hombre que estaba a unos metros de mí.
—¿Por qué me trajiste aquí? —Estaba inquieta mientras me pasaba las manos
por los muslos, cogía un hilo invisible en el dobladillo del vestido, y seguía
moviéndome sobre mis pies, el clac-clac de mis tacones sonaba ensordecedor.
No respondió mientras se daba la vuelta y se servía una copa. Extendió el brazo
e inclinó la botella en mi dirección, y me encontré asintiendo antes de aclararme la
garganta y pedirle un trago también, aunque el alcohol era lo último que
necesitaba ahora.
Una vez llenado el vaso, se dio la vuelta y volvió a acercarse a mí, tendiéndolo, y
nuestros dedos se rozaron mientras yo lo cogía con una mano temblorosa. No me
perdí cómo sus ojos seguían el movimiento mientras yo apretaba los dedos
alrededor de la suavidad del vaso con la esperanza de poder recuperar el control.
No dejó de seguir mis movimientos con la mirada mientras me llevaba el borde a la
boca y daba un largo trago.
El adormecimiento se desvaneció y el miedo y la ansiedad me recorrieron con
tanta fuerza que me ahogué en el licor, inhalándolo sin darme cuenta, el ardor
ácido de éste se instaló en mi vientre como una piedra en la boca del estómago.
No mostró ninguna emoción mientras se llevaba su propio vodka a la boca y
daba un largo y lento trago. Lo tragó tan suavemente que podría ser agua. Luego se
dio la vuelta y se dirigió a la barra para volver a llenarlo.
El silencio se prolongó, lo más fuerte que oí nunca. Me quedé allí, en el centro de
su lujoso y caro apartamento, con un vaso de vodka en la mano y llevando la
sangre de otro hombre encima como un accesorio.
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—Te traje aquí porque es el único lugar donde no pueden tocarte. Es el único
lugar en el que estás realmente a salvo ahora mismo.
Sus palabras hicieron que mi corazón se alojara en mi garganta. No dije nada
mientras terminaba mi alcohol, el ardor ya estaba haciendo un camino cálido y
adormecedor de placer a través de mis venas, mis ojos llorosos, pero parpadeé
antes que las lágrimas se deslizaran por mis mejillas.
Se dio la vuelta para mirarme, bebiendo su segundo vaso y observándome por
encima del borde.
—¿Por qué querrían hacerme daño? —Mi voz era demasiado baja, demasiado
fina. Estaba aterrada, no sólo por lo que sucedió en aquel bar, con aquel hombre,
sino por lo que Leonid quiso decir con sus palabras de despedida.
Tu debilidad.
Pero sobre todo, la razón más importante por la que estaba aterrada era porque,
mientras estaba frente a Arlo, lo único que sentía era la necesidad de ir hacia él, de
apretar mi cuerpo contra el suyo y dejar que nuestras oscuridades coexistieran.
—¿Por qué iba a estar en el radar de un hombre así? —Esas palabras fueron
susurradas, y aun así Arlo no habló aunque sabía que me oyó. Pero no necesité que
dijera las palabras para saber la respuesta a la pregunta que le hice. Sin embargo,
volví a susurrarlas, ahora más que nunca queriendo que mintiera, que negara, lo
que dijo, lo que sentía.
—Es mi culpa —dijo finalmente, pero no había culpa en su voz. No había... nada.
Volvió a inclinar su vaso para terminar su vodka antes de dejarlo en la barra detrás
de él—. No debería dejarle ver mi reacción. —La última parte la dijo casi como si
hablara consigo mismo.
—No sé qué demonios está pasando —admití en voz baja antes de terminar
también mi licor. Tosí y me tapé la boca con el dorso de la mano mientras el ardor
se instalaba profundamente. Era fuego en mi garganta y se aglutinaba en mi
vientre. Era un mareo que hacía que la situación fuera un poco menos espantosa.
Me aparté de Arlo y me dirigí hacia las ventanas, los cristales que empezaban en
el piso y llegaban hasta el techo, un metro tras otro por encima de mí, nada más
que rascacielos y luces parpadeantes hasta donde alcanzaba la vista. Abajo, no
había más que luces rojas y blancas moviéndose de un lado a otro. ¿Conocía la
gente de allí el mundo en el que vivían? ¿Conocían a los hombres malvados que se
escondían tras los trajes de diseño y las sonrisas amables? ¿Sabían que la muerte
estaba justo delante de ellos y que abrían los brazos para abrazarla como a un
cálido amigo?
Podía ver a Arlo venir a situarse detrás de mí en el reflejo del cristal, pero no
podía encontrar en mí ningún tipo de miedo. Y aunque en mi interior existía la
conciencia que ese hombre era peligroso, nunca sentí que su violencia o su
agresividad se dirigieran hacia mí. Era ilógico. Era jodidamente estúpido.
No sabía nada de Arlo, pero si miraba lo suficiente, podía ver toda su historia
escrita en la superficie.
—Eres un hombre malo —dije mientras miraba fijamente su reflejo. Me miraba
con las cejas fruncidas. Levantó una mano y se la pasó por la boca, el sonido de su
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palma moviéndose sobre la barba incipiente que creaba una ligera sombra a través
de sus mejillas y su mandíbula sonó justo al lado de mi oído. Era masculino.
Excitante. No debería excitarme, pero lo hizo.
—Lo soy. —Esa palabra era final. Tan final que sentí un escalofrío recorrer mi
espina dorsal cuando la dijo en esa voz baja.
—¿Hay hombres peores que tú? —No sabía por qué hice la pregunta. Porque la
verdad es que sabía la respuesta.
—No.
Quería decir que no le creía, pero estaría mintiendo a los dos.
—Pero hay hombres ahí fuera que te dañarían, Lina... simplemente porque estás
asociada con alguien. —Sabía que quería decir asociados con él— Te lastimarían
para hacer un punto, para tomar una debilidad percibida y sacarla . —Su mirada
era tan feroz.
Mi corazón tenía hipo. ¿Estaba diciendo que yo era su debilidad? Ni siquiera lo
conocía. ¿Cómo podía controlar tanto a alguien? Pero mis palabras me fueron
devueltas porque los sentimientos que tenía cuando estaba en la presencia de Arlo
me quemaban el alma.
Lo que Arlo, sin saberlo, me hacía sentir era lo suficientemente caliente como
para quemar las alas de un ángel.
Me quedé sin aliento ante el frío cálculo, lo que insinuaba.
Lo que está diciendo.
—Y me está costando cada gramo de autocontrol que ni siquiera poseo para no
volver allí y matar a cualquier cabrón que te quite la vida como si no significara
nada.
No supe por qué me di la vuelta, no supe por qué me enfrenté al depredador de
frente. Pero cuando me quitó el vaso, ahora vacío, de la mano y lo dejó a un lado,
sin que sus ojos se apartaran de mí, no había nada en este mundo que pudiera
obligarme a apartar la mirada.
Moví los brazos hacia atrás y presioné las palmas de las manos contra la
ventana. El cristal estaba frío y liso bajo ellas. Duro. Apoyé los dedos en él, aunque
sabía que no me serviría de apoyo.
Me quedé mirando sus ojos que parecían tan oscuros con las sombras
acariciándolo suavemente como un amante. Y supe la verdad absoluta cuanto más
tiempo me miraba, despegando poco a poco, exponiéndome centímetro a
centímetro.
—¿Mataste a ese hombre en el callejón? —Sabía que no tendría que especificar a
qué y a quién me refería.
Uno. Dos.
Pasaron tres segundos antes que se acercara un centímetro.
—Sí.
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Dijo esa palabra como si fuera lo más fácil de admitir. Como si matar fuera la
forma más simple de placer. Contuve la respiración, su verdad como un mazo en mi
pecho.
—Pregúntame por qué lo hice. —Voz baja. Palabras profundas. Desgarrándome
por dentro.
—¿Por qué lo mataste? —Hubo un quiebre en mi voz que sabía que no podía
pasar desapercibido.
Se inclinó hasta que sus labios estuvieron lo suficientemente cerca de mi oído
como para que su respuesta rozara la cáscara.
—Por ti.
Mi corazón corrió una carrera en mi pecho. Bu-bump. Bu- bump.
—¿Quién eres?
Su sonrisa era lenta. Malvada. Retrocedió un paso, y yo aspiré un suspiro.
—Te lo dije. —Uno. Dos. Tres segundos—. El tipo malo.
69
12
Arlo
No quería asustarla. Quería atraerla contra mi cuerpo y sostener su cabeza
contra mi pecho, enredar mis dedos en la larga caída de su pelo, y susurrarle todas
las palabras que le hicieran saber lo segura que estaba.
Quería saberlo todo sobre ella. Quería que ella confiara en mí.
Ella ocultaba cosas sobre su vida, su pasado, su presente y su futuro. Quería
arrancarle esos secretos hasta que se sintiera tan vulnerable ante mí como me hizo
ante ella. Ni siquiera sabía cómo, ni por qué, ni una mierda, pero esta mujer cambió
algo monumental en mi vida. La odiaba.
No podía vivir sin ella.
Meses. Sólo necesite un momento para mirar sus inocentes ojos y saber que
había algo ligero y diferente que el mundo podía hacer... algo que podía
moldearme. Sólo un puñado de meses para poner mi mundo patas arriba sin que
ella tuviera que pronunciar una palabra.
A. Joder. Mira. Eso fue todo lo que necesité para bajar a esta madriguera donde,
por primera vez en mi miserable vida, me cuestioné mi propia cordura. Por
primera vez en mi vida, quiero algo sólo para mí.
Y mientras miraba fijamente sus ojos azules que parecían tan oscuros ahora, no
por las sombras o la falta de luz sino porque era vulnerable en mi presencia, me
dije que no había vuelta atrás.
70
Perdí la cabeza delante de Leonid, le mostré una debilidad en su propia puta
casa. No lo olvidaría. Lo usaría en mi contra. Lo retorcería y lo usaría en su
beneficio. Es lo que hacen los hombres como él. Es lo que yo hacía.
Lo vi en la forma en que me miró cuando saqué a Lina de allí. Cuando la miró
fijamente.
Me di la vuelta y volví al bar, sirviéndome más vodka. Demasiado. Lo tiré hacia
atrás y fui por el cuarto vaso. El ardor ya no estaba allí, y el alcohol era lo último
que necesitaba. Mi cabeza ya estaba jodida sin la tentación de Lina en mi
apartamento y la nubosidad del alcohol en mis venas.
No debería decirle que maté a ese cabrón en el callejón. Pero la provoqué,
necesitaba que me preguntara para poder demostrarle hasta dónde estaba
dispuesto a llegar un hombre como yo por ella.
—¿Quiénes son ustedes? ¿Quiénes son esos hombres? ¿Qué está pasando
realmente?
No me giré para mirarla. Me quedé mirando la pared de frente, con el vaso en la
mano, con los dedos lo suficientemente apretados alrededor del vaso como para
esperar que se rompiera y me destrozara la mano. Eso me daría algo más que
sentir.
—Soy un ba...
—Lo sé. Eres un hombre malo. No pregunté qué ve la gente cuando te mira, no
lo que ves en el espejo. Quiero saber qué pasa, porque si lo que dices es cierto.
—Lo es —dije, cortándola.
—Entonces, con mi vida en peligro, me debes la verdad.
¿Cómo podía esta mujer pronunciar unas pocas palabras y tener algo apretado e
incómodo dentro de mi pecho y apretando mis órganos vitales? Ahora me
arrepentía de no indagar en su pasado, de no obtener toda la información posible
sobre Lina. No tenía una brújula moral y, sin embargo, cuando se trataba de ella y
de descubrir quién era exactamente Lina Michaels quién era en realidad, me
encontraba reprimiendo, queriendo que fuera ella la que confíe en mí.
Fue una jodida estupidez. Un error. Me pasé una mano por la cara.
Me di la vuelta y la miré. Ella seguía pegada a la ventana, pero su mirada era
firme mientras me observaba. Sería tan fácil acercarme a ella y apretar nue stros
cuerpos, enroscar mis dedos en su cuello y hacer que me mirara a los ojos mientras
le decía que era mía.
Joder, me imaginé enterrando mi cara en su pelo e inhalando profundamente
antes de recorrer con mi nariz la longitud de su garganta, arrastrando mi lengua
por su suave piel. Prácticamente podía saborearla en mi boca. Dulce. Tan dulce.
Quería sentir lo rápido que latía su pulso contra mi lengua, demostrando que
estaba tan afectada por mí como yo por ella.
—No hagas preguntas de las que no quieras saber las respuestas. —¿Quería que
admitiera que estaba involucrado en el sindicato del crimen? ¿Quería saber que
todo lo que me tocaba, todo lo que poseía, se debía al dinero de la sangre?
71
Se apartó de la ventana y dio un paso hacia mí, pero no me extrañó e l temblor
que recorrió su cuerpo. Intentaba ser más fuerte de lo que sentía. Era una cualidad
admirable, pero también débil. Una cualidad humana que no le serviría de nada.
Lina siguió acercándose, observándome con cautela. ¿Cuánto se acercaría? ¿Se
acercaría tanto como para que yo pudiera rodear su cintura con mis dedos? ¿Lo
suficientemente cerca como para que pudiera apretar su cuerpo contra el mío y
dejar que sintiera la reacción física que provocaba en mí?
—¿Eres parte de ese...? —Ella no terminó la pregunta, pero no lo necesitaba. Ella
sabía lo que yo diría si pudiera hacerlo. Sólo quería que lo verificara. Yo no podía.
No lo haría. Ni siquiera se trataba de una brújula moral, no era por la Bratva o la
Cosa Nostra. En este momento no me importaba nada de eso. Nunca se lo diría,
porque la pondría en más peligro.
No dije nada. No había palabras que pudiera decir. Ella apartó la mirada cuando
estaba muy claro que lo entendía, cuando sabía que no obtendría de mí las
respuestas que buscaba. Terminé mi vodka y dejé el vaso. Intenté acallar mis
emociones, lo que sentía. Eran desordenadas y no hacían más que causar
problemas. Hacen que la conciencia se levante en alguien como yo.
—¿Y qué? —Ella me miró de nuevo—. ¿No puedes llevarme a casa porque ahora
estoy en peligro? —Se burló y miró hacia otro lado. Tan valiente. Tratando de ser
tan fuerte. Me excitaba—. No sabes nada de mí. —Volvió a mirarme entonces,
tratando de ocultar el miedo en sus ojos.
Pero no era por mí. Tenía miedo de otra cosa. Su pasado. Quería encontrar a
quien le hizo daño, a quien la traicionó, y hacer que me rogara la muerte.
—Conocí hombres malos toda mi vida. Sé cómo sobrevivir. No necesito que
nadie me proteja.
Algo oscuro y posesivo se desplegó en mi pecho, apretando mi corazón,
haciéndolo crecer, el órgano palpitando tan fuerte que estaba seguro que se
desgarraría y rompería mis costillas.
Quería ser yo quien la protegiera. Quería ser el que matara todo lo que la
amenazara.
—¿Por qué haces esto? —susurró, y odié que tuviera un temblor en la voz.
Tú sabes por qué. O tal vez no lo sepas. Pero lo sabrás, y me tendrás aún más
miedo, porque verás que no te dejaré ir.
Pero no dije nada de eso. Me acerqué un paso más y observé su cue rpo tenso,
sus ojos brillaron.
—Te cause problemas con gente con la que no quieres tener problemas. —
Sostuve su mirada con la mía—. Y hasta que lo arregle, hasta que pueda
asegurarme que estás a salvo, te quedarás aquí. —Abrió la boca, probablemente
para protestar, pero un lento movimiento de mi cabeza y un adelgazamiento de
mis labios la detuvieron—. Te quedarás aquí. —Me acerqué un paso más. No
estaba mintiendo sobre Leonid ni sobre el peligro que representaba, pero tampoco
estaba siendo sincero sobre la situación. La quería aquí por razones totalmente
egoístas.
72
—No sabes nada de mí —susurró de nuevo. No respondí—. Mi trabajo. Mi
apartamento. —Ella miró hacia otro lado—. El apartamento es una mierda.
Ella movió la cabeza en mi dirección y entrecerró los ojos. Su molestia fue un
acelerador de mi lujuria.
—Puede ser, pero es donde vivo —dijo en voz baja, casi burlándose de mí—. Y
necesito trabajar. Necesito el dinero. —La forma en que apretó la mandíbula me
dijo que necesitar el dinero no era sólo para mantener ese apartamento de mierda.
Necesitaba el dinero por otras razones.
No dije nada mientras la miraba fijamente a los ojos. Me acerqué un paso más
hasta que nuestros pechos casi se rozaron. Tuve que admitir que me dio por el
hecho que no retrocediera, que se mantuviera firme y respondiera a mi mirada con
una apenas velada.
—Lo que necesites, te lo proporcionaré.
Sacudió la cabeza.
—No me gusta estar en deuda con nadie.
—No es negociable, joder. —Crucé los brazos sobre el pecho, sabiendo que ella
tenía mucho más que decir—. Además, por muy terca que seas, no pareces el tipo
de humano que se sacrifica a sí mismo. Seguro que quieres vivir, ¿no es así?
Ella frunció aún más los labios.
—¿Y si me voy cuando no estás aquí? ¿Huyendo... de ti? —Había un desafío en su
voz que hizo que mi sangre se convirtiera en fuego. Dejé que una sonrisa peligrosa
cubriera mis labios.
—Te encontraría. No importa a dónde vayas. —Entonces cerré cualquier
emoción, me giré y empecé a caminar hacia el pasillo—. Te mostraré dónde puedes
dormir. —Sabía que ella me seguiría. Era fuerte, pero no era estúpida. Lina sintió el
peligro en lo que respecta a Leonid, y aunque sabía que yo no era mejor que el
bastardo, el aura desquiciada que Leonid ni siquiera intentaba ocultar era
demasiado fuerte para que ella la ignorara. Y por la maldita razón que fuera, la
pequeña Lina confiaba más en mí que en ella misma para mantenerse a salvo.
Debería temerme tanto como a Leonid sólo por principio. Pero no lo hacía, y eso
hizo que ese brillo posesivo en mí en lo que a ella se refiere se multiplicara por
diez. Un día nos consumiría a los dos.
Un día, pronto.
73
13
Galina
Estaba en el centro de lo que era claramente una habitación de invitados. Estaba
bastante segura que nadie estuvo nunca en esta habitación, aparte del ama de
llaves. Estaba vacía de vida. Podría ser una habitación de hotel por lo “cálida y
acogedora” que era.
Observé la habitación y me di cuenta de lo escaso que era todo. La cama de
matrimonio estaba pegada a la pared en el centro de la habitación. Una cómoda
enfrente. Un televisor sentado encima. Había una silla acolchada junto a la única
ventana, con cortinas transparentes que dejaban pasar una luz tenue. Había un
pequeño cuarto de baño adjunto a la habitación y un pequeño cuadro de un paisaje
que colgaba de la pared junto a la cama.
Me acerqué al cuadro y me puse delante de él. No me molesté en encender las
luces. Ya estaba inmersa en la oscuridad, así que más valía que me acostumbrara a
ella. Me quedé mirando aquel cuadro, una serena escena de playa con la hierba alta
congelada en un movimiento de vaivén por el viento, las olas golpeando contra la
orilla y provocando picos blancos, una larga extensión de tierra arenosa que
conducía al paraíso. Incluso había un pequeño puente que bajaba hasta el agua.
Era genérico, probablemente vino con el apartamento.
74
Me giré y miré mi mochila que estaba sobre el edredón o scuro en el centro del
colchón. Me acerqué a ella al mismo tiempo que me quitaba el vestido, sintiendo
que el material estaba permanentemente pegado a mí por la sangre. Lo dejé caer al
piso sin miramientos mientras buscaba en mi mochila y sacaba una camise ta y
unos pantalones cortos.
Una vez en el cuarto de baño, no me sorprendió ver un cepillo de dientes y una
pasta de dientes, jabón, champú, incluso un limpiador de maquillaje en la
encimera. Todo sin usar. Podría imaginar que esto era una estancia en un hotel de
lujo si no me hubieran retenido aquí contra mi voluntad. Pero no era estúpida.
Sabía que ese hombre, Leonid, era malo. Muy malo. Y por alguna razón, Arlo quería
protegerme. No era nadie especial, no tenía nada que hacer, pero no iba a mirar a
caballo regalado en mi situación.
No podía pagarle por mantenerme a salvo. Apenas podía ni siquiera una
ordenanza para mantenerme viva y a salvo de los hombres de los que huía. Puse mi
ropa sobre la encimera de granito del baño y apoyé las manos en el borde,
cerrando los ojos y limitándome a respirar. No quería mirar mi refle jo. No quería
ver sangre en mi piel, un recordatorio de esta noche.
Así que ignoré el espejo y cogí el champú y el gel de baño, me metí en la ducha y
la puse tan caliente como pude.
Me restregué durante veinte minutos hasta que mi piel estuvo en carne viva y
roja, hasta que se entumeció, y me lavé los restos de la muerte. Con la camisa y los
pantalones cortos puestos, me metí en la cama, me tapé con la manta y dejé que la
oscuridad me llevara.
ALGO FUERTE ME DESPERTÓ con un sobresalto, mis ojos se abrieron de golpe,
mi corazón se aceleró. No soñé anoche. No vi rostros aterradores rodeándome en
la oscuridad, no sentí que alguien me perseguía cuando miré por en cima del
hombro. No soñé que me sujetaban y me cubrían de sangre. No recordaba la última
vez que dormí tan profundamente, en la que las pesadillas no me arrastraban e
intentaban mantenerme allí.
Me quité la manta del cuerpo y me senté, con una mueca de dolor en el cuello
por dormir en la misma posición toda la noche. La luz del sol de la mañana entraba
por la ventana. Aunque sabía que la vida agitada del día estaba en plena marcha
justo fuera del cristal y el acero, no oí el ruido de los autos ni la espesa vida del
tráfico.
Oí otro sonido procedente del exterior de la habitación, y me quedé mirando la
puerta cerrada del dormitorio durante un momento antes de obligarme a salir de
la cama y entrar en el baño. Después de ir al baño, me cepillé los dientes y me lavé
la cara. Me miré en el espejo. Mi largo cabello oscuro estaba en ondas revueltas y
caía en cascada por mis hombros y espalda, los enredos tocaban mis mejillas. Mi
pelo estaba aún más alocado porque dormí con él mojado, y tratar de domarlo era
una batalla perdida. Me di por vencida, cogí una goma de pelo de la mochila y volví
a ponerme delante del espejo, recogiendo la larga caída de mis hombros y
haciéndome una coleta.
75
Las bolsas bajo mis ojos eran horribles y destacaban como un letrero de neón en
mi rostro demasiado pálido. Pero no importaba. No iba a participar en un concurso
de belleza. Estaba intentando, literalmente, seguir viva. Así que a la mierda si
parecía un muerto viviente.
Salí del baño y cerré la luz, me dirigí a la puerta del dormitorio y agarré el pomo,
con los nervios a flor de piel. Abrí la puerta y salí al pasillo, pero no me moví de
inmediato, sino que me quedé de pie tratando de controlar mi respiración. No oí
nada, sólo la quietud del apartamento, lo cual fue un poco desconcertante. Pero
luego sacudí la cabeza para despejarla, sintiéndome estúpida. Una casa silenciosa
debería ser lo menos desconcertante de mi vida en este momento.
Me detuve al final del pasillo y vi parte de la cocina y el salón. El corazón me
retumbaba en el pecho con tanta fuerza que me preguntaba si podría oírse fuera de
mi cuerpo.
Se oyó un ligero sonido de algo que se depositaba, y me incliné hacia un lado y
miré hacia la cocina. Allí, sentado en la pequeña mesa del comedor, estaba Arlo. Se
me cortó la respiración al verlo sentado sin camisa, con tatuajes que cubrían su
cuerpo, algunos claramente rusos.
Bratva.
Todo encajó cuando vi las estrellas en sus hombros, la catedral de estilo ruso
tatuada con gran detalle en el centro del pecho y una muñeca rusa tatuada en todo
el costado derecho. Tenía una infinidad de otras tintas oscuras y coloridas a lo
largo de sus anchos hombros, bíceps, antebrazos y un pecho muy definido.
Sentí un flujo que me recorrió con tanta fuerza que me costó recuperar el
aliento por un momento.
Mi mirada se posó en la pistola que estaba junto a su mano en la mesa del
comedor.
Sin levantar la vista del papel que tenía delante, dijo en voz baja y profunda:
—Si eres bebedora de café, hay un poco en la olla. Si no, sólo tengo agua. —Pasó
una página del papel—. Acaban de entregar los pasteles y están en una caja sobre
el mostrador.
No me moví durante un segundo, y él me miró, con una mirada oscura que subía
y bajaba lentamente por mi cuerpo. Los pantalones cortos me llegaban hasta los
muslos y la camiseta era lo suficientemente larga como para cubrirlos.
Probablemente parecía que no llevaba nada debajo.
Aunque estaba completamente vestida, no podía evitar sentir que estaba
totalmente desnuda delante de él. Tiré del dobladillo de la camisa antes de desviar
la mirada y dirigirme a la cocina. Podía oler el café y, aunque no me gustaba mucho,
pensé que era el mejor momento para tomar un poco de café.
Después de servirme una taza, sin preocuparme por el azúcar o la leche porque
no quería rebuscar entre sus cosas, abrí la caja y cogí el primer bollo que pude ver.
Todavía podía sentir que Arlo me miraba, pero me negaba a encontrar su mirada.
Aunque tenía muchas más preguntas, no sabía si él estaría dispuesto a
responderlas. Pero, de nuevo, no lo sabría a menos que le preguntara.
76
Después de engullir un bocado de bollería y beber un poco de café, dejé la taza
sobre la encimera de granito y lo miré. Volvió a leer el periódico, y desde la
distancia pude ver que estaba en otro idioma, de Europa del Este si tuviera que
adivinar por las letras.
Aunque no tenía un acento notable, algunas veces oí una diferencia en la forma
en que pronunciaba ciertas palabras.
—No sabía que se podían conseguir papeles internacionales en Desolation. —La
verdad es que no sabía si se podía o no se podía conseguir algo en esta ciudad
olvidada de Dios. No estuve aquí el tiempo suficiente, y no era como si hubiera
comprobado la disposición del terreno.
Se inclinó hacia atrás en la silla, y me obligué a no mirar la forma en que los
músculos bajo su piel dorada y tatuada se agitaban con ese pequeño movimiento.
Arlo era un hombre grande, de hombros anchos, pecho amplio y abdomen
ridículamente definido. Podía ver el pantalón de chándal gris que llevaba desde
este punto de vista, una V muy perfilada de músculo cortado que empezaba a cada
lado de su cintura y desaparecía bajo el material. Cogí mi vaso y bebí un trago. En
cuanto tragué demasiado líquido, me arrepentí.
Escupí y me limpié la boca con el dorso de la mano, con los ojos llorosos y la
lengua ardiendo porque el café estaba muy caliente. Le di la espalda a Arlo y tosí
un par de veces más, dándome palmaditas en el pecho, y sólo me di la vuelta
cuando pude volver a respirar. Él seguía concentrado en mí, pero la comisura de su
boca estaba ligeramente inclinada hacia arriba, como si le pareciera divertido. Una
chispa de ira y molestia me recorrió, pero no dije nada.
—Desolation puede conseguir lo que quieras, Lina. —Levantó su taza de café a
la boca y bebió un largo y lento trago mientras me observaba. No mires ese bíceps
abultado. No mires la forma en que se contrae y se relaja sólo por el hecho que coja
una maldita taza de cerámica.
—Italiano, ruso, español. Cualquier idioma que quieras... lo que quieras, puedes
conseguirlo por un precio. —Dejó la taza en el suelo, pero mantuvo los dedos
enroscados en el asa. Su otro brazo seguía apoyado en el respaldo de la silla que
tenía a su lado. Su posición era fácil y relajada, y Dios, la hacía parecer sexy.
¿Quizás estaba sufriendo un síndrome de Estocolmo instantáneo? Pero sabía
que no era cierto. Sentí este oscuro deseo por él desde el momento en que lo vi
meses atrás. Ahora que estaba en su casa... obligada a quedarme aquí por mi
“propio bien”, sentía que estaba perdiendo la cabeza lentamente.
—¿Sabes cómo luchar?
Su pregunta me tomó desprevenida, y lo miré mientras tragaba otro bocado de
danés.
—¿Creo? —Sentí que se me calentaba la cara por las estúpidas palabras que
acababan de salir de mi boca—. Bueno, tomé un par de clases de defensa personal
y siempre llevo conmigo un spray de pimienta. Puedo defenderme si es necesario .
—Me pregunté si me vio en el callejón después de rociar al idiota en la cara con mi
spray de pimienta antes de darle un rodillazo en las pelotas y salir corriendo.
77
Aunque la verdad era que tuve mucha suerte en ese caso, al poder irme. El
cabrón fue más fuerte, más grande. Sólo habría hecho falta que me inmovilizara las
manos y me tirara el bolso, y habría estado a su merced. No era fuerte en el sentido
físico, y los pocos movimientos de defensa personal que conocía no me servirían si
alguien quisiera hacerme daño de verdad.
—Te enseñaré a luchar.
Sentí que mis cejas se elevaban hasta la línea del cabello ante sus palabras.
¿Enseñarme a luchar? Tenía en la punta de la lengua decirle que no, que la lucha y
la violencia eran lo último que quería. Pero, ¿lo era realmente? Tenía que aprender
a protegerme, no sólo de la mierda de Las Vegas, sino también de todas estas otras
cosas.
—No es negociable, Lina.
No sabía si el hecho que lo desafiara lo cabreaba o lo divertía. Era difícil leer las
expresiones de Arlo la mayor parte del tiempo, porque se mantenía tan cerrado.
—De acuerdo —dije sin ningún tipo de calor. Habría tomado más clases de
defensa personal en Las Vegas antes de huir, pero los fondos y el tiempo no me lo
permitieron. Y mientras lo miraba fijamente, sabía sin duda que Arlo podría matar
a alguien con sus propias manos si fuera necesario —. ¿Pero puedes decirme por
qué estás haciendo esto? Entiendo el aspecto de la seguridad, pero ¿por qué te
importa? No soy nadie.
Se limitó a mirarme, sin hablar, pero había una dura tensión a su alrededor.
Sabía que seguiría sin obtener respuestas de él.
Bien, si quería hacerme pasar un mal rato, entonces le mostraría lo terca que
era. —Tengo que trabajar en mi próximo turno. —La dureza de su mandíbula me
indicó que estaba a punto de discutir, pero negué con la cabeza—. Escucha —dije
antes que pudiera entrar en la perorata que estaba a punto de decirme—. No sé en
qué lío me metí, porque no me lo dices, pero sé que si quisieras dañarme, no
estaría ahora mismo en tu apartamento, comiendo un danish de fresa y bebiendo
café amargo. —Sus labios se movieron ligeramente como si se divirtiera—. Pero
tengo que ir a trabajar. No puedo simplemente no hacerlo. Está claro que a ti no te
sobra el dinero, dije y miré con atención su lujoso ático, pero yo no tengo ese lujo
ni ese privilegio. Yo... —Me detuve antes de poder decir que estaba huyendo y que
necesitaba todos los fondos que pudiera conseguir.
Sus ojos se entrecerraron ligeramente cuando no quise continuar.
Estaba muy claro que este hombre conseguía lo que quería sin que nadie le
echara una mierda encima, pero yo ya estaba en un agujero bastante profundo con
mis propios problemas, y además estaba todo este otro talego que ahora se me
echaba encima. Sólo quería averiguar cómo iban a ir las cosas y si podían mejorar
en este momento.
Pero no estaba dispuesta a renunciar a esto. Si él quería ”mantenerme a salvo ” y
obligarme a quedarme, entonces había una cosa que aprendería de mí, y era que no
me rendía fácilmente cuando me proponía algo.
Estuvimos en este silencio durante un par de segundos, y cuando no habló,
exhalé y seguí adelante.
78
—Tengo que trabajar —dije, más suave esta vez, odiándome a mí misma por
escuchar la derrota en mi voz—. Sé que dijiste que no es seguro, y no soy estúpida,
pero no lo entiendes, tengo que ganar dinero.
—Si tienes problemas, sólo tienes que decírmelo y puedo ayudarte. —Su voz era
baja y profunda, pero no se me escapó el filo, no se me escapó el peligro que había
debajo.
—Quizá no quiera la ayuda de nadie. —Las palabras eran tan suaves que ni
siquiera sabía si él oyó, pero cuando habló, supe que lo hizo.
—Quizá a veces tengamos que pedir ayuda, aunque no la queramos.
Sacudí la cabeza antes que terminara, pero no pude encontrar las palabras para
decir nada. Miré a su increíble apartamento, observé la luz natural que llenaba el
espacio, me fijé en los caros y elegantes electrodomésticos, y no me extrañó que
todo gritara riqueza.
—Es imposible que sepas lo que se siente al luchar. —Estaba asumiendo, y no
debería. No sabía nada de Arlo, de dónde venía o cómo creció. Cuando volví a
mirarlo, pude ver la dureza de nuevo en sus ojos.
—Hice que te entregaran algo de ropa.
Cambió de tema tan rápido que mi cabeza dio vueltas. Miró fijamente mi camisa
y mis pantalones cortos. No me molesté en preguntarle cómo sabía mi talla para
pedirme algo.
—No puedes hacer ejercicio con eso. —Levantó su mirada de nuevo a mi cara—.
Saldremos en una hora para enseñarte a defenderte, moy svet 6.
No sabía lo que acababa de decir en ruso, pero podía suponer que era algo así
como “perra desagradecida”.
Exhalé y terminé mi danés y mi café, enjuagué mi taza y la puse en el fregadero.
Quería preguntarle una y otra vez por qué hacía todo esto, por qué me dejaba
quedarme en este elegante apartamento, por qué me alimentaba, por qué me
vestía... por qué me protegía. Sólo quería tomar su cara entre mis manos y...
besarlo. En lugar de eso, recogí la bolsa que señaló en el suelo junto a la barra del
desayuno y me alejé, sumando mentalmente cuánto le debería a Arlo cuando todo
estuviera dicho y hecho.
Y mientras volvía a la habitación de invitados para cambiarme, sentí que me
observaba todo el tiempo.
6
Mi luz
79
14
Galina
Me sentía como si fuera una muy mala idea mientras estaba de pie frente a Arlo
en un ring de boxeo cuestionablemente manchado, posiblemente una vez blanco.
Hacía casi dos horas que salimos de su apartamento. Contemplé la parte
acomodada de la ciudad, recordando los relucientes rascacielos que parecían tocar
el cielo, donde la gente caminaba por las calles sin el temor de verse arrastrada a
un callejón oscuro.
Miré por la ventanilla de su auto y vi cómo la opulencia se convertía lentamente
en esa fealdad por la que era tan conocida Desolation.
No necesité preguntar si este gimnasio era ruso. Eso quedó claro cuando
entramos y vi la enorme bandera rusa colgada detrás del ring de boxeo, junto con
el hecho que todo lo que oía eran hombres gritando y hablando en otro idioma.
Al principio, tuve un extraño momento de asombro mientras seguía a Arlo
dentro, con la bolsa de deporte colgando de sus fuertes y anchos hombros. Aunque
todo el ruido sonaba como si hubiera un centenar de hombres apiñados dentro,
probablemente sólo había un puñado, todos ellos tan grandes y ruidosos que me
hacían zumbar los oídos. Pero en cuanto se dieron cuenta de la presencia de Arlo,
la conversación se detuvo y todos los ojos se centraron en nosotros.
80
Dijo algo en voz baja pero lo suficientemente alto como para que se escuchara
en el pequeño interior. Y entonces observé confundida y un poco hipnotizada cómo
los hombres se iban. Como si se hubieran ido del gimnasio.
Miré a mi alrededor. El lugar parecía deteriorado, con décadas de antigüedad. El
propio ring de boxeo estaba maltrecho, con cinta oscura sujetando algunas de las
cuerdas que nos rodeaban, el blanco bajo mis pies manchado en tonos marrones y
oxidados.
Volví a mirar a Arlo, la camiseta blanca que llevaba ocultaba casi todos los
tatuajes de su pecho, aunque podía distinguir la tinta oscura y las formas bajo el
fino material de color claro.
—¿Este lugar es propiedad de la mafia rusa? —No tenía ni idea de por qué esas
palabras salían de mi boca. Sentí que mis ojos parpadeaban con sorpresa y un poco
de miedo.
No quería caer en su lado malo, aunque no sabía si Arlo tenía un lado bueno.
Tampoco tenía ni idea de si hablar descaradamente de la Bratva lo enfadaría. No
es que supiera nada de lo primero, pero si tuviera que adivinar, suponía que este
lugar era territorio de la mafia dura.
—Es propiedad de Iván. —Sonrió.
Me relamí los labios y empecé a mover las manos arriba y abajo de mis muslos.
—Iván, ¿eh?
Asintió una vez con la cabeza. Lentamente.
No dije nada más, sólo seguí pasando mis palmas sudorosas por mis muslos. La
ropa de entrenamiento que Arlo me consiguió no era más que un par de leggings
negros, unos calcetines de tobillo, zapatillas de tenis y una camiseta de manga
corta ajustada. Estaba completamente cubierta, incluso modesta, pero cada vez que
Arlo me miraba, me sentía tan desnuda.
—¿Qué les dijiste a todos para que se fueran del gimnasio? —Supuse que ese
era un cambio de conversación bastante seguro, pero cuando negó lentamente con
la cabeza, tuve la sensación que esta podría ser otra situación “no negociable”.
—Les dije —dijo finalmente— que no eras un espectáculo secundario, así que
les informé amablemente que el gimnasio estaba cerrado para una clase privada.
Un escozor fuerte me recorrió ante sus palabras, porque sabía lo que eran. Una
mentira.
Observé el modo en que su mirada recorría mi cuerpo, cómo sus ojos se mov ían
a lo largo de mi forma, deteniéndose en las largas líneas de mis piernas, volviendo
a subir para patinar sobre la parte más íntima de mí que estaba totalmente
cubierta, así que no era como si pudiera ver nada, y sin embargo sentí mucho calor
en ese momento.
Luego subió su mirada por mi vientre, por los pequeños montículos de mis
pechos, y finalmente me miró a la cara. Mis pezones se endurecieron bajo el
sujetador deportivo y la fina licra de mi camiseta. Intenté controlar mi respiración,
pero sabía que fracasé. ¿Cómo podía una mirada hacerme sentir así?
81
—Tengo la sensación que no es eso lo que les dijiste —dije con un toque de
burla en mi voz.
—Es una pena que no hables ruso —dijo, profundo y bajo—. Entonces sabrías si
estoy diciendo la verdad.
Era exasperantemente testarudo, y eso me excitaba como ninguna otra cosa.
—Interesno, kak by vy otreagirovali, yesli by uznali, chto ya skazal im, chto
pererezhu im glotku, yesli oni khotya by posmotryat na vas. 7—Habló en voz baja y
profunda, y sus palabras resonaron a mi alrededor.
No tenía ni idea de lo que dijo, pero por alguna razón provocó un escalofrío que
consumió todo mi cuerpo. La más mínima inclinación de sus labios me demostró
que sabía el efecto que tenía sobre mí.
—¿Qué dijiste?
Se acercó un paso más, y otro más hasta rodearme.
—Deberías aprender ruso, moy svet.
Era la segunda vez que me llamaba así, pero estaba demasiado nerviosa para
preguntar qué significaba.
—¿Tal vez podrías enseñarme? —No tenía ni idea de por qué o cómo salieron
esas palabras de mi boca, pero no las retiré. Era presuntuoso pensar que este
hombre me ayudaría más de lo que ya lo hacía. Pero cuando se detuvo frente a mí y
yo incliné la cabeza hacia atrás para mirar sus ojos demasiado oscuros, me
pregunté ociosamente cuánto me daría.
Arlo era muy alto. Con un metro y medio, yo no era precisamente baja, pero al
estar frente a él, mi cabeza sólo alcanzaba sus músculos pectorales. Era tan alto,
tan grande que fácilmente doblaba mi peso. Me hizo sentir más segura que nunca.
Me abstuve de estremecerme al pensarlo y de preguntarme si era así de
grande... en todas partes.
Extendió la mano y mi cuerpo se tensó, pero su dedo apenas rozó mi cuello.
—Gorlo 8 —dijo mientras rodeaba mi cuello con sus dedos.
Parpadeé y un segundo después me hizo girar hasta que mi espalda quedó
apoyada en su duro pecho. Su mano en mi garganta era firme, pero se aseguró de
no cortarme el aire.
—Plecho 9—murmuró, con su voz junto a mi oído, mientras colocaba su otra
mano en mi hombro. Deslizó sus dedos por mi brazo y los enroscó alrededor de mi
muñeca—. Zapyast'ye10. —Arlo bajó sus dedos para enroscarlos alrededor de mi
mano—. Ruka.11
Dios, me estaba quemando mientras sentía que todo su cuerpo permanecía al
ras del mío, mientras sentía su tacto caliente rozando lo que no deberían ser zonas
7
Me pregunto cómo reaccionarías si supieras que les dije que les cortaría el cuello si siquiera te miraran.
Garganta
9 Hombro
10 Muñeca
11 Mano
8
82
erógenas pero que muy claramente lo eran mientras me mojaba y me ponía
necesitada. Sentí que un gemido me subía por la garganta, pero en el siguiente
segundo él apretó su agarre sobre mí y me tiró del brazo a la espalda. Co n los
dedos de una mano envueltos alrededor de mi garganta y su otra mano
manteniendo mi muñeca en la parte baja de mi espalda, me sentí atrapada.
Y entonces se fue, mi cuerpo se inclinó hacia delante antes de enderezarse.
—Menos mal que voy a enseñarte a defenderte, porque en ese momento podría
hacer lo que quisiera, Lina.
Me giré para mirarlo fijamente, con la cara caliente, lo que esperaba que él
interpretara como vergüenza y no como excitación. Porque era totalmente lo
segundo. Mi respiración era tan superficial y rápida, pero él estaba completamente
sereno. Cualquier idea que este hombre pudiera sentirse atraído por mí y que por
eso estuviera ayudando se esfumó al recordar cuando tenía su cuerpo apretado
contra el mío. No sentí ninguna señal clara que estuviera excitado. No como yo.
Y ese pensamiento hizo que me subiera aún más el calor a la cara por la
vergüenza.
—Vamos, Lina. Enséñame lo que aprendiste.
Una parte de mí, una que debería quemar hasta los cimientos si fuera
inteligente, quería que me llamara por mi verdadero nombre. Sólo di Galina.
Llámame Galina mientras me tocas.
El corazón me latía a mil por hora mientras lo miraba fijamente. Arlo era
enorme, pero ¿no era ese el objetivo de la defensa personal, derribar a alguien que
era más grande que tú, que era una amenaza? Pero mis dos míseras clases no me
servirían en este caso. Tuve suerte con el borracho del callejón. Estaba ebrio. Lo
pillé con la guardia baja y luego corrí como un demonio. No se podía huir de Arlo.
Estábamos enjaulados dentro de estas cuerdas de boxeo, pero sabía que incluso si
salía, él me atraparía. Me encontraría, me atraparía... haría lo que quisiera.
—No quiero hacerte daño. —Mis palabras fueron bajas y casi risible incluso
para mis propios oídos. Y entonces él sonrió lentamente, era la primera que lo veía
hacerlo en mi presencia. Me pregunté si era la primera que lo hacía.
Era aterrador... y tan atractivo.
Él curvó su dedo hacia mí en esa señal universal de “ven aquí”. Mis piernas eran
como gelatina, mis manos temblaban. Sentí que una gota de sudor se deslizaba
lentamente por mi sien. Volví a las clases que tomé, obligándome a mirar a Arlo
como si fuera la amenaza que representaba para mí ahora mismo... la amenaza que
era para todos los demás.
Cargué contra él, apuntando a sus piernas para derribarlo, pero sólo conseguí
dar unos pasos antes que me rodeara la cintura con un brazo grueso y musculoso y
me levantara del suelo. Jadeé con la repentina ráfaga de aire y el movimiento del
suelo debajo de mí, y luego, una vez más, me puso de espaldas a su pecho y sus
brazos mantuvieron los míos inmovilizados a mis lados.
—Enséñame otra vez —dijo en tono oscuro contra mi oído y me soltó.
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Avancé a trompicones y traté de recuperar el aliento. Me di la vuelta de nuevo,
sin saber qué demonios estaba haciendo, pero tratando de buscar un punto débil.
Volví a ir tras él, pero esta vez me agaché al ver la sutil tensión de su brazo. Sabía
que estaba a punto de agarrarme de nuevo. Conseguí dar una patada a mi pierna y
darle en la pantorrilla, pero su pierna era como el cemento, dura e inflexible.
Me tenía en el suelo y giraba tan rápido que me mareaba. Y entonces mi pecho
estaba presionado contra la cuerda del ring de boxeo, el enorme cuerpo de Arlo
contra el mío, cada centímetro de él quemándome donde tocaba.
—Deberías recuperar tu dinero si esto es lo que te enseñaron. —Pude oír la nota
burlona y molesta en su voz, y mi propia irritación aumentó.
—Eres más grande que yo, más fuerte. —Giré la cabeza hacia un lado para poder
mirarlo, pero fue un movimiento tonto, ya que acercó peligrosamente nuestras
bocas—. No tengo mi spray de pimienta, y no tengo el beneficio añadido de temer
por mi vida y recibir ese chute de adrenalina.
Me quedé sin aliento, con los pulmones apretados, cuando esa mirada oscura y
extraña cubrió su rostro.
—Deberías tener miedo ahora mismo, moy svet. —Sus palabras eran bajas...
mortales—. Deberías tener más miedo de mí que de cualquier otra cosa en la
oscuridad. —Se inclinó un centímetro—. Si supieras quién soy realmente, no
estarías tan cerca de mí.
Miré hacia abajo, donde su mano agarraba la cuerda a ambos lados de mí, los
tatuajes de sus finales que se colaban por el dorso de la mano desapareciendo y
subiendo por la muñeca y el antebrazo. Nunca pensé que los tatuajes fueran
atractivos, pero en Arlo, lo hacían brutalmente hermoso para mí.
—Eres tan pequeña, moy svet. —Hizo un sonido bajo y gruñón y se apartó de mí.
Cerré los ojos y exhalé justo cuando dijo—: Otra vez.
Y así, durante las siguientes horas, luché y forcejeé con Arlo hasta que estuve
sudorosa y dolorida, más cansada que nunca, pero nunca me sentí más liberada en
toda mi vida.
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15
Galina
Al día siguiente, la rutina era la misma. Pero cancelé mi turno, sabiendo que era
lo más inteligente hacer aunque me pareciera mal con mi objetivo final.
Desayunamos antes que Arlo me llevara al gimnasio, donde ladró en ruso a los
hombres que estaban allí, lo que hizo que se dispersaran, y luego procedió a
ayudarme a entrenar durante unas horas.
Después de un almuerzo ligero, volvimos a su apartamento, donde me duché y
procedí a desmayarme hasta la cena. Me dolía el cuerpo, incluso me dolía la piel
por la forma casi brutal en que Arlo me presionó con la defensa personal.
Y aunque nunca estuve tan cansada, tampoco me sentí más fuerte ni más segura
de protegerme. Nunca me sentí tan... segura.
Hacía una hora que se había puesto el sol y Arlo pidió comida italiana, que
acababa de ser entregada. Las bolsas eran elegantes y negras, con letras doradas
estampadas en el frente. Nunca comí en un lugar que tuviera bolsas de entrega tan
elegantes como éstas o, diablos, bolsas de entrega en absoluto.
Hice todo lo posible para no mirarlo. Sentía sus ojos sobre mí, tan magnéticos
que estaba hiperconsciente de cada pequeño movimiento que hacía.
No fue a trabajar, o a lo que fuera que hiciera para ganarse la vida, desde que me
llevó a su apartamento, y la curiosidad empezaba a apoderarse de mí, pero me
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abstuve de preguntar. Yo tenía esta noche libre pero estaba programada para Sal's
mañana, y no iba a faltar. No importaba lo que él dijera.
Llevé el tenedor al pollo a la parmesana que tenía en el plato y corté un trozo,
concentrándome demasiado en él. Era eso o mirar a Arlo.
Los sabores estallaron en mi boca, la salsa era rica y todo se combinaba como si
el cocinero hubiera creado una obra maestra. Pero en lugar que sus herramientas
fueran un lienzo y pinturas, utilizó tomates, albahaca y otros condimentos.
Y fue el hecho que me esforzara tanto por no centrarme en Arlo, que estaba
sentado frente a mí y sin embargo lo sentía tan cerca, que estaba comparando la
comida con la pintura.
Por el amor de Dios.
La tensión de mi cuerpo se tensó demasiado, pero finalmente levanté la vista
hacia él. Estaba inclinado hacia atrás y su cuerpo se desplazó ligeramente hacia un
lado, con un vaso en la mano que contenía un líquido claro, un líquido que yo sabía
que no era agua. Tenía un brazo doblado en el codo y apoyado en el respaldo de la
silla, con la mirada puesta en mí. Me estremecí. No tenía ni idea de por qué ese
hombre tenía ese tipo de interés en mí, pero no podía apartarlo.
No podía ignorarlo ni tratar de actuar como si tuviera control de algo. No lo
tenía. Mi vida estaba tan desordenada en ese momento que cualquier tipo de
relación, incluyendo la sexual, no debería ser ni siquiera un parpadeo en mi mente.
—Tengo que salir después de la cena para hacer algo de trabajo . —Dejó esas
palabras suspendidas en el aire, y yo no respondí porque sabía que no terminó.
Bebió lentamente un largo trago de su vodka y luego dejó el vaso sobre la mesa,
manteniendo su mano alrededor de él, su dedo índice golpeando lentamente
contra el lado de una manera casi hipnótica.
—De acuerdo —dije sin aliento y sentí cómo se me calentaban las mejillas.
Alcancé la mesa para coger mi vaso de vino tinto, exactamente lo contrario de lo
que debería beber. Después de dar un trago y dejar la copa sobre la mesa, un
pesado silencio se interpuso entre nosotros.
—No tengo que pedirte que te quedes en el apartamento mientras estoy fuera,
¿verdad? —Su voz era baja y firme, como si tratara de ser lo menos amenazante
posible. Y aunque este hombre era peligroso en todos los niveles, sabía que no me
dañaría.
Estúpida, estúpida chica.
—Me quedaré en la casa, porque sé que es peligroso, pero tenemos que discutir
si voy a trabajar mañana.
No se movió, no dijo nada, pero vi la sutil tensión de su mandíbula después que
hablara.
—Lo hablaremos —dijo, y ahora me tocó a mí apretar los dientes, porque su
tono se sentía extrañamente como si sólo hubiera dicho las palabras para
aplacarme.
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Quise arremeter al instante. No necesitaba otro padre. Y aunque el mío no valía
nada y el mundo no lo echaría de menos si se fuera, tampoco necesitaba que nadie
me cuidara. Podía hacerlo yo misma. Nadie podía cuidar de mí mejor que yo.
Así que, aunque quería seguir con el tema, porque eso era lo que hacía , sufrir,
tenía que elegir mis batallas. No tenía ningún lugar donde estar esta noche, y me
sentía segura aquí. Con Arlo. Él me ayudaba entrenando conmigo, enseñándome a
protegerme. Pero repetí en mi cabeza un mantra que dije una y otra vez, que
obtendría respuestas de él de una forma u otra. Al final.
Pasaron otros veinte minutos antes que terminara mi cena. Nunca comí tan
bien como cuando estaba con Arlo, eso era seguro. Nunca me llené, siempre sentía
esa pizca de hambre mordiendo el borde.
Y durante todo el tiempo que comí, Arlo me observó. Como si no pudiera dejar
de mirarme. No sabía si estar asustada o si pensaba que había algo malo en mí,
pero opté por lo primero, porque lo que sentía hacia él con sólo una mirada, lo que
hacía que mi vientre se apretara y mi corazón se agitara, no podía soportar el
rechazo, no con la forma en que mi vida había ido.
Terminé mi vino, el alcohol me dio una sensación de calor, mis miembros se
sentían un poco más pesados de lo normal.
—Ven aquí, quiero mostrarte algo. —Se levantó y pasó junto a mí, y no tuve más
remedio que seguirlo.
Nos abrimos paso por el salón hasta el otro lado, donde las sombras parecían
más espesas, donde la iluminación no penetraba. Se detuvo ante una puerta
corredera de cristal en la que yo ni siquiera reparé, ya que era tan uniforme con el
resto de las ventanas.
Cuando la abrió, el aire de la noche entró en la habitación, acariciando los
mechones de mi pelo alrededor de los hombros. Hacía frío, pero se sentía bien, mi
temperatura corporal parecía aumentar cada vez que estaba cerca de él. Salimos al
balcón y sentí que se me escapaba el aliento ante la vista panorámica.
Aunque la ciudad era preciosa al otro lado de las ventanas, al acercarme al
balcón y enroscar las manos alrededor del frío y duro borde, ahora me parecía tan
surrealista.
La barandilla era de cristal grueso con un marco de acero, lo que daba la
impresión de estar más cerca de caer por el borde de lo que realmente estaba. Me
hormigueaban las piernas y me temblaban las rodillas. Me sentía viva.
A esta altura, el viento era despiadado, arremetiendo contra ti como si estuviera
enfadado por atreverte a salir y experimentarlo. Sentí la presencia de Arlo cuando
se puso a mi lado, pero no pude apartar la mirada del paisaje urbano.
Incluso a tanta altura, podía oír los débiles sonidos de la vida de abajo. Podía
visualizar a la gente gritándose unos a otros, tocando el claxon y agitando sus
puños en su ira. Imaginé que los amantes se susurraban cosas suaves al oído y que
los niños lloraban para que sus madres les compraran más dulces.
Prácticamente podía oler los perritos calientes de los vendedores ambulantes, el
olor a levadura del pan fresco que se filtraba por las puertas abiertas de los cafés y
las panaderías. Si cerraba los ojos, podía imaginar que era otra persona, en otro
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lugar donde nada podía tocarme. Y al estar historias sobre historias por encima de
todo, era una sensación casi tangible que era verdad.
—Sé que quieres respuestas —dijo finalmente tras un largo momento de
silencio.
Giré la cabeza para mirarle, con la parte superior del cuer po apoyada en la
barandilla, el viento ahora más como una caricia íntima.
—Pero el hecho que te arrastre a esto, a una oscuridad que no perdona, tiene un
precio. —Sus ojos parecían tan oscuros bajo la luz de la luna y a contraluz del
paisaje urbano—. No creo que entiendas cómo...
—¿Es peligroso? —Todos los porqués rebotaron en mi cabeza, pero no pasaron
de mis labios. Descubrí que mi mirada se desviaba hacia abajo. Su boca se inclin ó
ligeramente hacia arriba en las esquinas cuando lo corté, pero aun así terminó su
frase.
—Algo así. —Su voz me envolvió, tirando de ese hilo invisible que nos separaba
hasta que temí que se rompiera antes que hiciéramos contacto o que me
mantuviera irremediablemente atrapada.
Me obligué a volver a mirarlo a los ojos, intentando atravesar la niebla que me
llenó la cabeza de repente.
—Puedo manejar las precauciones. Incluso puedo manejar la violencia. —Ya vi
suficiente—. Sólo que no quiero mentiras. —No sabía lo que quería decir con esas
palabras, pero su expresión me decía que tal vez lo entendía. Pero aun así no dijo
nada, y sentí que el temblor de sus ojos me decía que no podía prometerme la
verdad a pesar de todo.
Me aclaré la garganta y volví a encarar la ciudad, un escalofrío se apoderó de mí
con fuerza.
—¿Sería posible ir a mi apartamento y coger el resto de mis cosas? —No sé si
esperaba que me dijera que volvería allí pronto para que no hubiera necesidad de
coger mis cosas, pero se quedó callado durante tanto tiempo que le devolví la
mirada. Seguía observándome, pero la mirada que tenía era conflictiva.
—Dime lo que quieres y pasaré a buscar lo que necesitas.
Ahora me tocó a mí permanecer en silencio durante largos momentos.
—No te ofendas, pero suelo esperar hasta la tercera cita antes de hacer que el
chico rebusque en mi cajón de la ropa interior —bromeé, pero la forma en que sus
pupilas se dilataron después que hablara me hizo abandonar cualquier humor. Su
expresión era tan intensa que sentí que se me ponía la piel de gallina a lo largo de
los brazos y las piernas. Volví a estremecerme.
Cuando levantó la mano y me pasó el pulgar por la mejilla, cerré los ojos y me
incliné hacia su contacto. Se sentía tan bien, su piel caliente, su mano grande.
—Ya by ubil lyubogo, kto pytalsya zabrat' tebya u menya 12.
12
Mataría a cualquiera que intentara apartarte de mi
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Sentí que mi corazón se aceleraba ante sus palabras. No sabía lo que dijo, pero lo
susurró tan profundamente, con tanta posesividad en su interior, que supe que lo
que acababa de decir era la pura verdad.
—¿Acabas de decir que no valía la pena todo este problema? —Mi voz era ligera,
o al menos intentaba quitarle importancia a la repentina pesadez que sentía.
Él no sonrió, no hizo nada más que mirar fijamente mis labios, unos que de
repente me dieron ganas de lamer.
—Hazme saber lo que necesitas y me aseguraré que lo consigas. Lo que
necesites —dijo profundamente, con su mirada todavía en mi boca.
Y entonces se dio la vuelta y me dejó allí, y una parte de mí supo que se obligó a
irse, porque si no lo hubiera hecho, estaba bastante segura que esta noche
terminaría de una manera muy diferente.
Por ejemplo, conmigo en su cama.
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16
Arlo
Recibí el mensaje de Dmitry esta mañana.
Carnicero e Hijo. Medianoche.
Una parte de mí no iba a ir. No le debía nada al bastardo. No trabajaba para él ni
para su padre, pero una oscura curiosidad me hacía pensar por qué el mayor de
Leonid querría hablar conmigo. Y si lo hacíamos en el viejo matadero, estaba claro
que no quería un testigo. No quería que el pakán lo supiera.
Llevé mi auto a la parte trasera del viejo edificio y apagué el motor. Cogí dos
pistolas, una GLOCK y una Beretta, y me metí una en la cintura del pantalón y la
otra en la parte delantera. Me ajusté la chaqueta y salí, teniendo ya tres cuchillos
atados a mi cuerpo, ocultos pero fácilmente accesibles.
No me fiaba de ninguno de estos cabrones.
En cuanto entré en el almacén, sentí que me miraban y encontré a Dmitry
apoyado en una de las paredes oxidadas de los laterales. Las sombras lo abrazaban
como a un viejo amigo, dándole la bienvenida a la lucha.
Unos rizos de humo se enroscaron a su alrededor, el extremo de su cigarrillo se
encendió en la oscuridad, con un color naranja brillante al inhalar. Al exhalar, esos
espirales se convirtieron en una espesa nube frente a su cara antes de disiparse.
Aunque sólo veía a Dmitry, sabía que su hermano estaba cerca. Nunca estaban
lejos el uno del otro. Con sólo un año de diferencia de edad, actuaban más como
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gemelos que como hermanos, sabiendo lo que el otro pensaba, lo que el otro sentía,
cómo reaccionaría. Era jodidamente inquietante.
—Tu hermano puede salir de cualquier agujero oscuro que esté ocupando en
cualquier momento. —Mantuve la voz baja, pero sabía que era lo suficientemente
fuerte como para que Nikolai lo oyera. Me dirigí hacia Dmitry, observando
cualquier cambio sutil en su postura, escuchando los sonidos a mi alrededor para
calibrar dónde estaba su hermano.
Los hermanos Petrov eran jóvenes, tenían poco más de veinte años, pero sabía
que experimentaron la misma depravación de los bajos fondos que yo. L os
endureció, los hizo carecer de cualquier sentimiento humano y empático normal
hacia los demás. Alejó por completo esa luz que podría crecer en ellos hasta que no
había posibilidad que la captaran.
Así fue, así sentí. Siempre asumí que moriría en un agujero oscuro en el que
estaría siempre solo, con la suciedad cubriéndome para no tener nunca la
oportunidad de arrastrarme fuera de él.
Pensé en Lina en mi apartamento. Moy svet. Mi luz. Ella hizo que esa luz fuera
asequible, alcanzable. Real. Y por eso haría cualquier cosa, todo lo posible, para que
mi mundo no la tocara.
Podía oír la risa baja de Nikolai en algún lugar cercano, que resonaba en las
paredes oxidadas y debilitadas, pero me mantuve concentrado en Dmitry. Cuando
estuve a unos pasos de él, lo vi inhalar de nuevo, ese humo que lo rodeaba,
nublando su rostro. Sin embargo, sus ojos brillaban positivamente mientras me
miraba fijamente.
Se apoyó en la pared con una pierna cruzada sobre la otra, una mano metida en
el bolsillo del pantalón. Quitó la ceniza de su cigarrillo, le dio una calada más y lo
apartó de un manotazo antes de empujar la pared y ponerse de pie ante mí. Sus
labios se despegaron de sus dientes, todos rectos, blancos y brillantes en la
oscuridad.
—Mi padre estuvo hablando sin parar de la escena que provocaste el otro día. —
Dejó que esas palabras quedaran suspendidas en el aire entre nosotros. Y yo
también—. Te juro que está constantemente empalmado por eso. Hacía mucho
tiempo que no le veía tan excitado por algo.
No me cabía duda que Leonid estaba obsesionado por el hecho que hubiera
expresado tanta emoción, especialmente por una mujer. Por eso estaba en mi ático,
porque sabía que el cabrón no se rendiría hasta encontrar la forma de llevársela,
de utilizarla para que yo hiciera lo que él quería. Y eso era unirse a su ejército en la
Bratva y convertirme en otro soldado, otro de sus peones.
Era lo suficientemente retorcido como para herirla para forzar mi mano. Y la
quería tanto que haría cualquier cosa para mantenerla a salvo.
Oí un par de pasos detrás de mí. Sabía que era Nikolai. Era una amenaza aún
menor para mí que su hermano y su padre, aunque sólo porque yo era más hábil,
más mortífero y peligroso. Lo vi en mi periferia mientras se abría paso a mi
alrededor y se ponía al lado de Dmitry.
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— "No sé si ofenderme o mejorar mi juego por el hecho que ni siquiera te
inmutaste en mi presencia —dijo Nikolai, y miré en su dirección.
—Probablemente sea seguro asumir ambas cosas.
Nikolai hizo una mueca en mi dirección pero mantuvo la boca cerrada.
Los dos chicos Petrov eran unos imbéciles enormes, tan altos y musculosos
como yo. Con el pelo y los ojos oscuros a juego, parecían más aptos para adornar
una revista de moda o salir en la gran pantalla que para deslizarse en la oscuridad,
matando y mutilando en nombre de la mafia rusa.
Si su padre era el arma, ellos eran las balas.
—Tu padre tiene que fijar un pasatiempo si mi vida le consume tanto . —Me
dirigí a Dmitry en referencia a lo que dijo sobre Leonid. Volví a mirar a Dmitry y vi
algo parpadear en sus ojos, un duro cálculo. Pero desapareció tan pronto como lo
vi, borrado por una sonrisa de tiburón.
Los largos momentos de silencio se prolongaron y mi paciencia se agotó, mi
fastidio aumentó. Quería volver con Lina. Quería volver a sentir la suavidad de sus
mejillas. Quería sentirla inclinarse hacia mi tacto. Y estos pequeños cabrones me
estaban quitando el tiempo de ella.
—Tienes que ponerte a ello y dejar de hacerme perder el tiempo . —Mi voz se
endureció, mi mandíbula se tensó. Mis dedos se movieron para agarrar mi pistola y
apuntar a la cabeza de Dimitry, para apretar el gatillo y meterle una bala en el
cráneo sólo para enviar un mensaje a Leonid. Siempre fui un bastardo de gatillo
fácil.
—Me gustaría darte un trabajo.
No dudé en responder de inmediato.
—Ya tengo un trabajo con la Ruina. —Pude ver el gruñido en los labios de
Dimitry, pero no me importó que al cabrón no le gustara mi respuesta —. Y aunque
no lo tuviera, no aceptaría un trabajo de alguien que apenas tiene pelo en las
pelotas. —Fue un golpe bajo, pero estaba agitado por la situación de Lina y por
estos imbéciles que me alejaban de ella.
Dmitry se rio, profundo y bajo.
—Hombre, Arlo, si fueras otro, ya te habría metido una bala entre los ojos por
tus insultos.
Curvé el labio.
—Podrías intentarlo. —Puede que Dmitry sólo fuera una década más joven que
yo, y estaba lejos de ser un niño, pero yo vi más en mis años en este puto
submundo de lo que él probablemente experimentó en su vida, incluso siendo el
hijo del Pakhan.
—Te voy a dar un pase por la falta de respeto. —Levantó un dedo—. Pero sólo
por esta vez, Arlo.
Apreté los dedos contra la palma de la mano y enseñé los dientes.
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—¿Es así? —Di un paso adelante y vi que Nikolai se ponía tenso. Pero Dmitry
levantó la mano, deteniendo lo que fuera que su hermano estuviera a punto de
hacer.
—Creo que estamos empezando con el pie izquierdo. —Dmitry inclinó la cabeza
hacia un lado como si tratara de examinarme, intentando descubrirme. Buena
suerte—. Creo que esto es algo que te va a gustar, Arlo, algo que saciará esa
malvada, manchada de alquitrán y jodida alma tuya.
Nikolai soltó una pequeña risa como respuesta.
Y entonces el aire cambió, se cargó de algo enfermizo y vicioso. El ambiente ya
no era alegre, no era la suave risa de un demente con sonrisas falsas y una mente
retorcida. Era una súbita seriedad que se encubría, una presencia robusta como un
cuarto cuerpo en la habitación.
—Queremos que mates a nuestro padre. —Dmitry lo dijo con tanta naturalidad
que realmente me sorprendió, sus palabras eran tan finales que no me cab ía duda
que hablaba en serio—. Sé, antes que lo digas o incluso lo pienses, que te estás
preguntando si esto es una trampa. —Extendió las manos, con las palmas hacia
arriba—. Este es mi hermano y yo ofreciéndote una rama de olivo. Te estamos
dando la oportunidad de eliminar la amenaza que se dirige a tu mujer, sin
condiciones, sin repercusiones con la Bratva. Sin represalias.
Los miré a los dos, midiendo su lenguaje corporal, examinando para ver si
daban alguna señal. Sudoración, movimiento de los ojos, movimientos del cuerpo.
Pero los dos estaban tranquilos y calmados, con la respiración tranquila y
concentrados en mí.
Bueno, que me jodan. Hablaban muy serios.
Sabía que no sentían verdadero amor por el hombre que los engendr ó, oí
muchas historias sobre su educación y toda la mierda viciosa que Leonid hacía
para “endurecer” a sus hijos. Mientras que a su hija la trataba como una princesa,
un pajarito en una jaula dorada, sus hijos recibían la fuerza bruta de su brutalidad.
Me reí, pero sin humor.
—¿Creen que pueden acabar con Leonid ustedes solos? —Levanté una ceja
mientras los miraba a ambos—. Les reconozco el mérito a los dos; tienen unos
cojones de acero, conspirando para derribar a uno de los Pakhans más fuertes de la
Bratva.
—Se desorganizó, su venganza con la Cosa Nostra se volvió volátil. Está
cometiendo demasiados errores y jodiendo las cosas. Va a acabar trayendo mucho
fuego y muerte a esta organización y arruinará muchas conexiones que tenemos en
marcha. —Nikolai fue el que habló, y me sorprendió la respuesta tan meditada.
Sonaba realmente lúcido y no como un lunático.
Siempre oí que Nikolai era más fiestero en el trío de Petrov, el que menos le
importaba seguir los pasos de su padre. Las responsabilidades recaían más en
Dmitry por razones obvias de “hijo mayor”.
—No estoy seguro que esto sea mi problema —respondí, sintiendo la necesidad
de ir a Lina aún más fuerte que antes.
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Dmitry me dedicó una dura sonrisa.
—Es tu problema, porque mi padre tiene planes para tu mujer.
Todo mi cuerpo se tensó, aunque ya sabía que Leonid no dejaría esto en paz. Vi
el brillo excitado en sus ojos mientras sacaba a Lina de su bar.
—No necesito que tú o tu hermano interfieran.
Nikolai resopló y se apoyó en la pared, cruzando los brazos sobre el pecho y
mirando fijamente.
—Está como un perro con un puto hueso por unirte a las filas. —Sacudió la
cabeza—. No entiendo su obsesión contigo, pero te tiene en alta estima y utilizará
cualquier medio necesario para traerte.
—Y planea tratar de usarla como garantía para forzar mi mano . —No lo expresé
como una pregunta, porque sabía que ese era el resultado que Leonid veía. Sabía
cómo funcionaba la mente del maldito. Dmitry se quedó callado durante tan to
tiempo que empezó a sentir un picor bajo mi piel.
—Creo que no entiendes la obsesión que tiene mi padre con esa mujer. Como
sabe que la deseas, porque no pudiste controlarte, no parará hasta hacerte ver su
forma de pensar. —Vi cómo un músculo de la mandíbula de Dimitri se crispaba,
como si el mero hecho de hablar de lo jodido que estaba su padre casi le hiciera
entrar en cólera—. Quiere hacerla suya, Arlo. Esa es la puta verdad del asunto . —
Dmitry dio otro paso adelante, y todo mi cuerpo se tensó. Con disposición. Ya
estaba caminando sobre el filo de la navaja y tratando de controlarme después de
escuchar la noticia, la maldita amenaza, de lo que Leonid quería con Lina.
Moví mi mano repentinamente hacia mi espalda para tener mejor acceso a mi
pistola.
—¿Entiendes lo que quiero decir, Arlo? ¿Entiendes lo que mi padre le hace a las
mujeres?
Apreté los dientes. Lo sabía.
—Es un salvaje con el sexo débil. Jodidamente deplorable. —Me sorprendió
escuchar el veneno en la voz de Nikolai al hablar de su padre. Aunq ue puede que
no se preocuparan por el hombre en un sentido de padre/hijo, siempre asumí que
tenían algún tipo de respeto por él. Estaba muy claro que no lo tenían. —La
destruirá, Arlo, y no me refiero a acabar con su vida de la manera más humana e
indolora posible. La machacará mental y emocionalmente hasta que no sea más
que masa que él pueda formar en cualquier visión que crea conveniente. Y cuando
él sea lo único a lo que ella pueda aferrarse, cuando te tenga justo donde qu iere, te
destruirá a ti también.
Estaba hirviendo de rabia, y no había forma de ocultar la reacción de mi cuerpo.
Ni siquiera lo intenté mientras un profundo gruñido de agresión y advertencia me
abandonaba.
Dmitry sonrió, pero no con la diversión o la satisfacción que supuse que tendría
al verme perder el control. La sola idea que alguien le pusiera una mano encima a
Lina me hacía desear profanar toda la ciudad de Desolation. Pensar que alguien la
tocaría o le haría daño, que apagaría esa luz, me hacía desear una matanza.
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—Nuestro padre necesita ser eliminado, Arlo. Y como ahora tienes un vínculo
directo con él a través de tu mujer, porque ella es una amenaza y sabes que mi
padre no parará hasta conseguir lo que quiere, que ahora son ustedes dos, ella no
estará a salvo.
Curvé mi labio hacia él.
—No actúes como si me estuvieras dando una especie de puto regalo, como si
me estuvieras haciendo un favor. Lo haces porque quieres el poder, Dmitry. Estás
haciendo esto porque tu padre es psicótico y destructivo, volviéndose demasiado
volátil aparentemente. No actúes como si estuvieras dando una limosna
simplemente porque tienes un buen corazón. Es tan jodidamente negro y sin alma
como el mío.
Dmitry se rio y miró por encima del hombro, lo que hizo que Nikolai se riera
también.
—Por mucho que nos gustaría eliminar al viejo cabrón nosotros mismos,
mostrarle el tipo de amor familiar que nos mostró mientras crecíamos, ya sabes
cómo funciona nuestro mundo. —Volvió a mirarme—. Sería una mala forma de
tener una mano personal en ello. Pero tú eres lo mejor de lo mejor. Un verdadero
bastardo de corazón frío, ¿no es así? Podrías eliminarlo y hacer que parezca que
desapareció. Puf —dijo mientras enroscaba la mano en un puño delante de su cara.
Me aparté de ellos y me paseé, sabiendo lo que tenía que hacer pero sin querer
trabajar con Dmitry o Nikolai. No quería hacer tratos clandestinos con ellos. Ni
siquiera se trataba de la Bratva o de su Pakhan. Me importa una mierda sobre
Leonid y su jodida moral. Mi única preocupación y prioridad era Lina.
Me giré hacia ellos y gruñí:
—Es mía.
Dmitry se echó a reír.
—Sí, creo que lo dejaste bien claro cuando Dima tocó a tu chica y le pulverizaste
las putas manos. —Nikolai empezó a reírse aún más esta vez después que su
hermano hablara—. Aunque se lo tenía merecido el cabrón. Era un cabrón
susceptible y no sabe lo que significa la palabra 'no'.
Apreté la mandíbula con tanta fuerza que no me sorprendería que me partiera
algún diente. Mientras miraba la suciedad y la basura esparcidas por el suelo, el
hedor de la decadencia y la edad rodeándome, supe lo que tenía que hacer.
—Tú y yo sabemos que vas a acabar con él. —La confidencia en la voz de Dimitri
me hizo desear instantáneamente romperle el cuello, pero no dije nada, sólo miré
con odio al capullo—. Mi hermano y yo no necesitamos más guerra. Queremos una
alianza entre la Cosa Nostra y la Bratva. Necesitamos hacernos más fuertes y crear
no sólo acuerdos nacionales, sino internacionales. Y encontramos una manera de
hacerlo. Pero si nuestro padre sigue en el poder, destruirá los progresos que
estamos haciendo. —Dmitry miró a Nikolai y sonrió, como si compartieran una
conversación silenciosa sobre lo que realmente estaba pasando.
—¿No lo sabías? —Nikolai se puso en marcha y se empujó de la pared,
acercándose a mí—. Me voy a casar. Tengo un matrimonio concertado con una
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sexy italiana de dieciocho años recién cumplidos. —Movió las cejas y sonrió
lascivamente.
—¿Ese es tu plan? ¿Un matrimonio concertado entre la Petrov Bratva y la Cosa
Nostra? —Me pasé una mano por la cara y negué con la cabeza—. Están más locos
de lo que pensaba.
Dmitry sonrió y no dijo nada más. Bien. No me interesaba toda la política que
acompañaba al submundo del crimen. Y no quería detalles y logística sobre lo que
iba a pasar.
—Así que llegamos a un padre asesino para manejar esto.
Mantuve mi expresión compuesta mientras miraba fijamente a Dmitry. Querían
a su padre fuera de la escena, querían atarse a la puta mafia italiana, así que esa era
su figura a tratar. Pero ahora Lina estaba en la mezcla por mi culpa y mi cagada.
Tenía que terminar esto. Tenía que ir al redil, quisiera o no, pero cuando se trataba
de ella, me di cuenta que haría cualquier cosa para protegerla.
Tenía secretos, unos que me contaría eventualmente, unos de los que me
encargaría por ella, para que nunca más tuviera que preocuparse de nada más que
de estar conmigo.
Haría cualquier cosa para hacerla mía. Y esta noche iba a hacer le ver, y sentir,
precisamente eso.
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17
Galina
Me desperté con la sensación de no haber dormido durante mucho tiempo, el
peso del cansancio intentaba hundirme, pero algo me despertó, así que me obligué
a abrir los ojos.
Me quedé mirando el techo, una pizca de la luz ambiental de la ciudad que
entraba por la cortina de la ventana del dormitorio. Cuando mi mente se aclaró y
me desperté más, me di cuenta de lo que me despertó.
No estaba sola.
Sentí que alguien me observaba y mi mirada se dirigió a mi lado de la cama,
donde vi un gran cuerpo masculino sentado, con los antebrazos apoyados en los
muslos, la cabeza ladeada y los ojos clavados en mí.
Me quedé sin aliento y me incorporé, sabiendo que era Arlo cuando la niebla de
mi mente se despejó. Con una mano en el corazón acelerado, me lamí los labios y
dejé que el silencio se extendiera entre nosotros.
—Moye serdtse bolit, kogda ya smotryu na tebya. 13—Su voz era profunda y baja,
pero seguía teniendo el intenso efecto de recorrer cada centímetro de mi cuerpo y
encenderlo.
13
Me duele el corazón cuando te miro.
97
—¿Arlo? —susurré su nombre en la oscuridad—. ¿Qué pasa? —No era por la
forma en que me miraba, sino por la tensión en sus hombros, la forma en que
apretaba la mandíbula con tanta fuerza que podía oír el rechinar de sus dientes —.
¿Está todo bien? —Cada pequeño movimiento que hacía en la cama era seguido
por sus ojos, como si me estuviera rastreando y se negara a dejar ir a su presa.
—Lo estará —fue su respuesta.
Mi corazón tronó ante esas palabras que sonaban casi amenazantes. Pero no
para mí. Nunca para mí, pensé con certeza.
Me recogí el pelo en un moño suelto después de la ducha y un mechón me hizo
cosquillas en un lado de la cara. Me aparté el mechón de la mejilla y vi que Arlo
observaba el acto con una claridad sorprendente.
Después que se marchara por la noche, me quedé en el patio dur ante tanto
tiempo que sentí los dedos como si fueran de hielo antes de entumecerse. Me
duché durante demasiado tiempo y con demasiado calor, y luego me metí en la
cama, donde estaba segura que no podría dormirme porque me sentía demasiado
excitada, mis pensamientos estaban demasiado consumidos por Arlo. Estuvo en mi
mente muchas veces antes que ocurriera todo este drama, pero ahora estando en
su casa, rodeada por la constante visión de él, la forma masculina en que olía, y
unido a nuestras casi íntimas clases de defensa personal, no podía dejar de pensar
en él.
Miré el pequeño reloj de la mesita de noche y me di cuenta que sólo llevaba una
hora durmiendo, y aunque estuve aturdida al despertarme y todavía estaba muy
cansada, mi cuerpo se despertó como un fuego que explota en el cielo con cada
momento que pasaba en su presencia.
Estaba confundida por qué Arlo estaba aquí... tan cerca y observándome tan
intensamente.
—Me gustaría invitarte a cenar mañana por la noche —dijo finalmente tras un
largo momento de silencio.
Mi corazón se aceleró más de lo debido ante una afirmación tan inocente, y me
encontré relamiéndome los labios. Estaba tan cerca que podía estirar la mano y
tocar la barba de su cincelada y cuadrada mandíbula.
—¿Cena? ¿Cómo una cita? —Me sentí estúpida justo después que las palabras
salieran de mi boca, y la forma en que sus labios se movieron me dijo que pensaba
que era divertido, o tal vez lindo de una manera infantil—. Por supuesto que no me
refería a una...
—Sí, Lina. Me gustaría llevarte a cenar para tener una cita.
Todo mi cuerpo zumbó de placer. Ir a una cita para cenar con Arlo no debería
hacer que mi cuerpo se estremeciera de la manera en que lo hizo, pero aquí estaba,
sintiendo que un rubor me cubría la cara.
—De acuerdo —susurré y agaché la cabeza, esta repentina timidez me
reclamaba. Un segundo después sentí que la cama se movía mientras él se acercaba
a mí; entonces su dedo estaba bajo mi barbilla, levantando mi cara para que lo
mirara una vez más.
98
Le miré a los ojos, que parecían demasiado oscuros en la habitación en
penumbra. Y cuanto más tiempo nos mirábamos, más sentía que mi respiración se
volvía superficial.
—Dlya tebya ya sdelayu eto bezopasnym.
Casi gimoteé por la forma en que su profunda voz se movía sobre mí mientras
decía las palabras en ruso.
Y como si acabara de darse cuenta que habló en un idioma que yo no entendía,
murmuró:
—Haré que estés segura, Lina.
—Galina —Mi verdadero nombre salió de mis labios casi al instante, y debería
tener miedo de darle esa parte de mí misma. No era seguro, no con la huida y la
ocultación, pero al mirar a los ojos de Arlo, esta parte inherente de mí sabía que
este hombre cumpliría su promesa de protegerme. Incluso de mí misma—. Por
favor, llámame Galina. Es mi nombre completo. —No es una mentira, pero tampoco
es totalmente la verdad. Sí, era mi nombre completo, pero lo hice sonar como si
Lina fuera un apodo en lugar de lo que realmente era. Un alias.
Las cosas empezaron a sentirse extrañas entonces, más electrizadas, una carg a
en el aire que hizo que mi respiración se volviera aún más frenética hasta el punto
de sentirme mareada. Cuando la mirada de Arlo bajó hasta mi boca, movió su
pulgar a lo largo de mi labio inferior, una caricia lenta y constante que hizo que la
presión y el calor se instalaran entre mis piernas.
—Galina —murmuró de la forma más sexy que se pueda imaginar. Mis párpados
empezaron a caer, a cerrarse por sí solos, mientras mis pezones se agolpaban bajo
mi fina camiseta, mientras mi coño se humedecía. Me dolía de la mejor manera
posible allí abajo.
—Mírame, moy svet.
No pude evitar obedecer su orden mientras abría los ojos, mis párpados
revoloteando. Contuve la respiración cuando nuestras miradas se cruzaron. Sabía
lo que venía. Un beso. No quise detenerlo, aunque probablemente debería hacerlo .
Sólo complicaría las cosas a largo plazo. Pero llevaba un par de meses pensando en
sus labios sobre los míos, e incluso de forma obsesiva desde que estaba en su casa.
Me preguntaba si su beso sería suave o fuerte, suave o agresivo.
No me importaba cómo fuera. Quería lo que fuera que me diera, maldita sea la
virginidad.
—Deberías detenerme —dijo, pero se estaba inclinando lentamente, tal vez para
darme la oportunidad de cambiar de opinión. No lo haría.
—Pero no lo haré.
El sonido profundo y primario que surgió del centro de su pecho hizo que se
derramara más humedad entre mis muslos y que mis pechos se sintier an sensibles
y pesados. Quería que me tocara, que sus manos recorrieran cada centímetro
desnudo de mí. Quería su boca en mi cuerpo, sacando todo el oscuro placer con el
que sólo fantasee.
99
Deslizó su mano a lo largo de mi mandíbula para enroscar sus dedos a lrededor
de mi cuello, tirando de mí hasta que nuestros labios se tocaron. El beso fue suave,
sin apenas presión, pero Dios, se sentía tan bien. Y cuando un pequeño gemido
salió de mí, sentí que la tensión aumentaba en el cuerpo de Arlo.
Gimió, y sus dedos se apretaron en mi nuca un segundo antes que profundizara
el beso, inclinando la cabeza hacia un lado mientras utilizaba el agarre que tenía en
mi cuello para mover el mío en la otra dirección. Separé los labios en un suspiro, y
él aprovechó la oportunidad para deslizar su lengua a lo largo de la costura antes
de adentrarse en mi boca.
Su beso fue apasionado y profundo, su sabor embriagador y picante. Podía
saborear una pizca de vodka procedente de él, y me encontré chupando su lengua,
extrayendo no sólo la esencia de ese licor de él, sino también todo lo que era Arlo.
Un sonido áspero salió de él y luego me arrastró hacia él hasta que me senté a
horcajadas sobre su cintura, con los muslos separados mientras apoyaba las
rodillas a ambos lados de sus muslos musculosos.
Le rodeé los hombros con los brazos, acercando mis pechos a su duro pecho.
¿Podía sentir mis pezones? Las puntas duras y gemelas dolían mucho, pero de la
mejor manera. Los sonidos que hacíamos al besarnos eran húmedos y sucios,
necesitados y desesperados. Ciertamente, sentí que me ahogaba.
Pero qué manera de morir.
Sus manos estaban en mi cintura, y sus dedos se clavaban en mi cuerpo de una
manera que me excitaba aún más. Me senté completamente sobre él, y un jadeo me
abandonó al sentir lo duro que estaba justo contra la parte más íntima de mí. Su
áspero gemido sonó más animal que humano, y el beso se hizo más profundo.
Deslizó una mano por mi columna vertebral, enredó sus dedos en mi pelo y, un
momento después, tiró de las hebras, tirando de mi cabeza hacia atrás y
rompiendo el beso. Gemí por el placer y el dolor que me causó ese acto dominante.
Arlo tenía su boca en mi garganta al instante, sus labios en mi punto de pulso,
chupando y lamiendo, sus dientes raspando mi piel sensible mientras mordía
suavemente. Me estremecí encima de él, sentí el rítmico tirón de sus labios en mi
cuello y supe que habría marcas allí por la mañana.
Su boca estaba en todas partes, a lo largo de mi mandíbula, bordeando mis
labios, su lengua lamiendo lentamente mi mejilla antes de deslizarse por el lado de
mi cuello. Era un acto tan primario, como si fuera una criatura salvaje que
intentaba reclamar su derecho sobre mi cuerpo.
—Dime lo que quieres —refunfuñó en voz baja, su voz sonaba más gruesa, como
si no la hubiera usado en mucho tiempo.
No creí que pudiera encontrar mi voz en ese momento, así que surgió otro
gemido. Sus puños se apretaron en el moño de hebras enmarañadas de mi cabeza,
y gruñó cuando empecé a balancearme hacia adelante y hacia atrás sobre su
regazo.
—Dime lo qué quieres, a quién quieres dárselo.
100
Jadeé ante la contundencia de sus palabras, pero fue tan excitante que sentí
cómo se deslizaba aún más humedad dentro de mí, la barrera de algodón que
llevaba pegada a mi hendidura.
Su erección era dura y gruesa entre nosotros, moviéndose sobre mi coño
cubierto por mis bragas. Sólo llevaba una camiseta fina y ningún sujetador, mi ropa
interior y sus pantalones eran lo único que le impedía empujar dentro de mí y
darme lo que realmente quería: Arlo dentro de mí.
—Te deseo. —Las palabras salieron antes que pudiera censurarlas, pero ahora
que las oí, me alegré de no intentar retenerlas—. Sólo te deseo, Arlo.
Sus dedos volvieron a apretar mi pelo mientras gemía, y entonces soltó los
mechones y volvió a acercar mi boca a la suya. El beso se volvió profundo y
apasionado, como si tratáramos de respirar el uno al otro. Y todo el tiempo me
apoyé en él, meciéndome de un lado a otro, retorciéndome encima de Arlo
mientras él deslizaba sus manos por detrás de mí para cubrir la parte baja de mi
espalda. Me levantó la camiseta y me cogió las nalgas con sus grandes palmas,
dándoles un ligero apretón que pronto se volvió más fuerte.
—Tan jodidamente perfecto. —Esta vez apretó aún más fuerte hasta que sentí
que mis ojos se cerraban solos mientras el oscuro placer se disparaba dentro de
mí—- Estás tan jodidamente caliente. —Me besó con más fuerza, gruñendo contra
mi boca hasta que me tragué los sonidos, dándole un gemido a cambio.
Arlo enroscó sus dedos con más fuerza en mi culo, y yo empecé a moverme
hacia adelante y hacia atrás, deslizando mi raja a lo largo de su enorme erección.
Sentí como si tuviera una barra de acero metida detrás de sus pantalones. Podía
imaginar lo bien que se sentiría... lo mucho que le dolería empujar todos esos duros
centímetros dentro de mí.
Me tiró del labio inferior con los dientes, lamiendo el escozor que me causaba, y
fue entonces cuando exploté. Dejé que mi cabeza cayera hacia atrás sobre mi
cuello, sus dedos ahora arrancando el lazo del pelo, dejando que mis mechones me
hicieran cosquillas en la base de la columna vertebral, sintiendo mi piel demasiado
sensible.
—Joder, sí. —Tenía mi pelo ahora suelto enredado alrededor de su puño,
tirando de él lo suficientemente fuerte como para que yo gritara mientras el placer
se volvía imposiblemente más fuerte. El escozor de su tirón de pelo, junto con el
orgasmo que me recorría, me hizo gritar con fuerza. V ergonzosamente—. Dios,
dame más de esos sonidos.
No quería que el placer terminara. Y cuando empezó a desvanecerse y me hundí
contra su pecho, esperé que Arlo se tensara, tal vez que se cerrara de nuevo. Lo que
no esperaba era que me rodeara con sus brazos y simplemente... me abrazara. Me
hizo sentir que él tampoco quería que este momento terminara.
—Qué bonito —murmuró mientras deslizaba su mano por debajo de mi camisa
y empezaba a frotarme la espalda con suavidad, tranquilizándome. Apoyé la cabeza
en el pliegue de su cuello, con el aroma de Arlo, tan oscuro y picante. Inhalé
profundamente, queriendo tomar otro trozo de él dentro de mí. Los profundos
sonidos de sus suaves cariños rusos me hicieron hundirme aún más contra él.
101
Sus palabras recorrieron suavemente mi cuerpo antes de lamerlas en cuanto
aterrizaron en mi piel. Movió suavemente sus labios a lo largo del otro lado de mi
cuello, chupando la carne, tirando de ella entre sus dientes antes de dejarla ir. Sentí
que esos espirales de placer volvían a surgir a pesar que acababa de bajar.
—Arlo. —Su nombre fue un maullido estrangulado de mis labios separados.
Nunca supe que podía sonar tan deseosa y necesitada.
—Sé lo que necesitas, cariño.
El mundo se inclinó cuando de repente me dieron la vuelta y ahora estaba de
espaldas, con Arlo flotando sobre mí. Sus manos estaban apoyadas a ambos lados
de mi cuerpo, y las sombras ocultaban la mayor parte de su rostro. Eso me pareció
oscuramente atractivo. Lo único que vi fue la mirada estruendo sa y tormentosa de
pura lujuria que me devolvió.
Se inclinó y empezó a besarme profundamente.
—Qué dulce. —Arlo respiraba muy fuerte—. S toboy ya teryayu kontrol.
Pasé mi lengua a lo largo de su labio inferior, presionando contra la costura
antes de ahondar en su interior y batirme en duelo con su lengua.
—Me haces perder el control, Galina.
Solté un pequeño grito de placer al oírle decir mi nombre completo.
—Eres peligrosa para mí. Mi única debilidad. —La última parte fue tan baja que
casi no la oí.
Nos besamos con más fuerza, mis manos suavizando sus grandes bíceps, mi
coño mojado, mi clítoris palpitando al ritmo de mi pulso. Los sonidos que hacíamos
eran incomprensibles, ásperos y guturales. Nunca me sentí tan descontrolada.
Nunca antes necesité algo tan instantáneo y consumido como lo hacía ahora mismo
con Arlo.
—Arlo, por favor. —No me importaba que estuviera suplicando, suplicando
cualquier cosa.... por todo lo que él pudiera darme.
Sentí que sus manos se deslizaban por mi costado, más allá del borde de mi
camisa, y que las yemas de sus dedos patinaban sobre la piel desnuda de mis
muslos. Sentí que se me ponía la piel de gallina cuando agarró la camiseta y la
subió. Me levanté lo suficiente como para ayudarle a quitarme la camiseta, y el aire
frío me hizo fruncir los pezones al instante.
Gimió profundamente, pasando la lengua por un pico y arrastrándola hacia
arriba y alrededor. Una y otra vez. Dejé que mi cuerpo cayera de nuevo sobre el
colchón, mi pelo sin duda un nudo enredado en las ligeras sábanas.
Agarré el edredón a ambos lados de mí, tirando de él mientras él trabajaba en
un pezón y luego iba al otro, de un lado a otro, una y otra vez. Tiró y pellizcó el
pezón con los dientes, la punzada de dolor aumentó mi deseo aún más.
—No puedo pensar cuando estoy cerca de ti.
Sentí las vibraciones de sus palabras crecer dentro de mí. Empujé mis pechos
más lejos, gimiendo cuando lo sentí deslizarse por mi cuerpo. Eché de menos su
boca en mis pezones, pero él ahuecó los montículos como si supiera a dónde
102
fueron a parar mis pensamientos, masajeándolos, pellizcando las puntas con sus
dedos y pulgares.
—Abre para mí. —Fue una exigencia apenas velada que cumplí rápidamente.
Separé los muslos, el aire fresco me bañó, mi coño estaba tan caliente, tan
húmedo que mis bragas estaban pegadas a mis pliegues. Debería avergonzarme
que Arlo fuera el primer hombre en ver esa parte de mí, que viera lo excitada que
estaba.
Cerré los ojos mientras seguía tirando de mi labio inferior, el dolor de aquel
pequeño corte y mis constantes tirones de la carne aumentaban aún más mi placer.
Pasó sus manos por mis pantorrillas, por encima de mis rodillas, y movió sus dedos
por el interior de mis muslos hasta enmarcar mi coño.
—Mírame.
Abrí los ojos y miré al techo durante un segundo antes de levantar la parte
superior de mi cuerpo sobre los codos y miré a Arlo. Se me cortó la respiración al
verle entre mis piernas, la oscuridad de sus ojos y la necesidad carnal se reflejó
hacia mí, haciendo que mi corazón diera un vuelco.
Pasó un dedo por el borde de la tela, con tanta suavidad, con tanta delicadeza
que era enloquecedoramente erótico. Y cuando apartó el material, dejándome al
descubierto, me mordí el labio con suficiente fuerza como para saborear el sabor
cobrizo de mi sangre cubriendo mi lengua.
—Oh, joder, Galina. —Podía sentir el suave soplo de su aliento moviéndose
sobre mi cuerpo desnudo. Levantó lentamente su mirada hacia mi cara —. ¿Vas a
dejar que te toque aquí, que te lama este punto dulce? —Deslizó un dedo por el
borde de mi ropa interior. Era un roce casi inocente, pero parecía tan sucio, tan
erótico.
—Sí —exhalé al instante.
Gimió y se inclinó hacia mí, el sonido de su nariz presionando el material hizo
que mis labios se separaran aún más. Y cuando inhaló profundamente, un sonido
de gruñido saliendo de él, una puñalada de deseo me atravesó con tanta fuerza que
levanté las caderas y me apreté contra él.
—Hueles tan bien. La cosa más adictiva que tuve cerca. —Sus dedos estaban
apretados en la piel de mis muslos—. Me pregunto si este coño es tan jodidamente
dulce como hueles.
Estaba casi hiperventilando ante sus sucias palabras. Y mientras mantenía su
mirada clavada en mi cara, se inclinó ese último centímetro, con mis bragas aún
apartadas, y aplanó su lengua en mi hendidura, lamiéndome de forma narcotizante.
Hice un sonido agudo en mi garganta al sentir todo ese calor húmedo y caliente,
al ver cómo seguía lamiéndome desde la entrada hasta el clítoris. Una y otra vez
hasta que sentí un cosquilleo en la superficie de mi cuerpo y de mi conciencia, a
punto de explotar.
Mi vientre se ahuecaba por la fuerza de mi respiración, y mis brazos temblaban
por sostenerme. Pero no podía parar. Tenía que mirar.
103
—Mmm —tarareó y succionó mi clítoris en su boca, haciendo que mi espalda se
arqueara de verdad, casi obligando a mis ojos a cerrarse mientras el placer me
golpeaba—. Tenía razón. Tu coño es mucho más dulce de lo que podría imaginar.
—Volvió a bajar y rodeó mi agujero, presionando ligeramente el grueso músculo
antes de retirarse y volver a mi clítoris—. Es adictivo. Nunca tendré suficiente. —
Chupó mi abertura y gemí—. Necesitaré tener mi cara enterrada entre estos
bonitos y pálidos muslos todas las putas noches sólo para conseguir mi fix.
Oh, Dios. Iba a explotar sólo con sus palabras.
—¿Quién está lamiendo este pequeño coño?
Mi mente estaba en una nebulosa mientras dejaba que sus palabras se filtraran.
—¿Quién es el único que te besará aquí? —Enfatizó esa única palabra haciendo
precisamente eso, un suave y casi dulce beso contra mi clítoris— ¿Quién es el único
hombre que sabrá lo dulce que es tu coño?
Me dolían las manos de lo fuerte que tiraba de la colcha. No podía pronunciar
palabras mientras lo miraba lamiéndome, una y otra vez, hasta que me perdí en la
visión de cómo hacía esas cosas carnales en mi cuerpo. Este era el mejor tipo de
tormento.
—Dime, moy svet. —Esas tres palabras fueron una exigencia justo antes que
succionara mi clítoris en su boca y diera un fuerte tirón que me llevó al límite.
—Tú, Arlo. Sólo tú —grité mientras me corría.
—Joder, sí. —Sus palabras se agitaron contra mi cuerpo mientras chupaba y
lamía, mordía y acariciaba. Gemí cuando sentí que me acariciaba un dedo a lo largo
del agujero de mi coño, mi cuerpo se tensó cuando lo deslizó suavemente dentro de
mí—. Tan jodidamente apretado. —Parecía que apretaba esas palabras con los
dientes apretados.
Volvió a chuparme el clítoris mientras metía y sacaba su dedo lentamente. Y
cuando añadió un segundo, el estiramiento y el ardor, la incomodidad de tener algo
dentro de mí por primera vez aumentaron mi lujuria.
Incliné la espalda, con los pechos sobresaliendo, los pezones apretados y
doloridos. Enterré mis manos en su pelo corto y oscuro y tiré de los mechones con
tanta fuerza como él tiró de los míos. Tenía en la punta de la lengua decirle que era
mi primera vez... para cualquier cosa, pero estaba tan perdida en el momento que
todo pensamiento consciente desapareció. Salió de mi cabeza como si nunca
hubiera tenido un lugar allí.
Me corrí de nuevo, mis brazos cedieron mientras caía de espaldas en la cama,
mis manos se soltaron de su pelo, mi respiración se entrecortaba. Dejé que el
placer me inundara hasta que estuve demasiado agotada para moverme, y mucho
menos para pedirle a Arlo que me abrazara.
—Mírame —dijo en voz baja, profundamente.
Me obligué a abrir los ojos y levanté la cabeza para ver cómo sacaba sus dedos
de mí, mi excitación brillando en sus dedos. Los extendió por el interior de mis
muslos, y el calor de los jugos de mi coño se refrescó casi instantáneamente a lo
104
largo de mi carne. Se inclinó y arrastró su lengua a lo largo de toda esa crema,
lamiéndola como si estuviera hambriento de ella.
Se echó hacia atrás, se aseguró que mis bragas estuvieran en su sitio, me ajustó
la camiseta para que estuviera cubierta y luego me atrajo hacia sus brazos. Mi
pecho estaba justo sobre el suyo, y el sonido de su corazón latiendo frenéticamente
me hizo sonreír. Podía actuar exteriormente como si estuviera bien, controlado,
pero no podía ocultar esto.
Me acerqué y sentí lo duro que estaba. Me aparté y lancé la cabeza en su
dirección. —¿Y tú? —Me tocó un lado de la cara y su pulgar me acarició la mejilla.
Arlo no dijo nada durante largos segundos, y cuando se inclinó hacia abajo y me
besó lenta y suavemente, me derretí en él, saboreándome en sus labios y su lengua.
—Esto no es por mí. No hice esto para que me correspondas. —Me besó en la
frente y susurró—: Además, comerme ese dulce coño me produce más placer del
que nunca sabrás.
Me estremecí, y él apretó su agarre y me acercó más a él.
—Eres mía, Galina. —Sus palabras sonaron finalmente—. Ya ub'yu lyubogo, kto
popytayetsya zabrat' tebya u menya.
—Eso ya lo dijiste antes. ¿Qué significa?
Permaneció en silencio durante largos momentos, y pude imaginar que
intentaba pensar en una mentira, pero lo que pronunció me dijo que era la verdad
absoluta.
—Significa... que mataré a cualquiera que intente apartarte de mí.
105
18
Galina
A la mañana siguiente me encontré sola en la cama, con las sábanas por encima,
el otro lado de la cama frío, diciéndome que probablemente Arlo se fue en cuanto
me dormí. No quería que eso me molestara tanto como lo hizo, pero lo que
compartimos anoche, lo que me hizo y lo que dijo, me hizo sentirme aún más
conectada a Arlo que antes.
Me preparé para el día. Nuestra rutina matutina era la misma, con un bollo y una
taza de café, pero noté que la mirada de Arlo sobre mí era aún más intensa que
antes. No podía dejar de pensar en sus manos y sus labios sobre mí... en lo que hizo
entre mis piernas, en su boca chupando y lamiendo como si estuviera tan
hambriento de mí que nunca tendría suficiente. Me pregunté si él pensó lo mismo.
Y mientras estaba de pie a unos metros de él en el ring de boxeo, con el corazón
retumbando y el sudor cubriéndome la sien, mi reacción física no tenía nada que
ver con lo que estábamos a punto de hacer y sí con el lugar al que llegó mi mente.
Estaba muy excitada, y él ni siquiera me tocó hoy.
—No estás concentrada esta mañana —retumbó en voz baja, con la misma
expresión de máscara estoica que hacía imposible ver en qué podía estar
pensando.
—Estoy bien. —Mentira. Menuda mentira.
106
Sonrió y se acercó un paso más, y mi corazón se me aceleró en la garganta.
—¿Así es? —Asentí con la cabeza pero no confié en mi voz. Su sonrisa se
desvaneció—. No me gustan las mentiras, Galina. Y los hombres adultos saben que
sólo deben decirme la verdad.
Di un paso atrás mientras él avanzaba.
—¿Sí? —Esa única palabra fue un chillido de mi parte—. ¿Y si mienten? —¿Por
qué estaba jugando con el fuego? Me iba a quemar mucho. Las cuerdas detuvieron
mi retirada y me agarré a ellas por detrás, enroscando los dedos sobre su grosor,
rezando para que no me cayera al suelo.
Se detuvo a medio metro de mí, con sus ojos recorriendo mi cuerpo. Se me cortó
la respiración porque estaba segura que ahora podía leer su expresión. Arlo se
acercó aún más hasta que sentí el calor de su cuerpo penetrar en mí. Saqué los
pechos y su mirada bajó para observar mi pecho. Levantó una mano y se la pasó
por la boca, el sonido de la palma de la mano rozando su barba incipiente me
excitó.
—¿Quieres la verdad? —Había un desafío en sus palabras, y asentí—. Si quieres
la verdad de mí, espero lo mismo de ti. —Se acercó como un depredador y las
cuerdas se clavaron aún más en mi espalda. Ese dolor aumentó mi placer y me
recordó la noche anterior y lo bien que se sintió el orgasmo cuando esa agonía y el
éxtasis me golpearon.
Extendió la mano y enroscó sus grandes dedos alrededor de las cuerdas justo al
lado de las mías, rozando nuestra piel peligrosamente. Apreté los muslos mientras
un dolor palpitante se instalaba en mi interior—. Lo que digo podría asustarte. —
Su mirada estaba puesta en mi boca, y yo quería besarlo desesperadamente.
—Ya me asusté bastantes veces en mi vida, y ninguna de ellas fue cuando
estaba contigo.
Juré que vi un gesto de sorpresa en su cara antes que desapareciera. Se inc linó y
apoyó su frente contra la mía, y por un segundo ambos respiramos el mismo aire.
—Yo mato, Galina. —Sus palabras eran bajas—. Mato a los hombres que me
mienten. —Retrocedió un paso, tal vez asumiendo que después de pronunciar las
palabras, yo le cerraría el paso. Que levantaría un muro entre nosotros de miedo y
odio.
—¿Son hombres malos? —susurré.
—Sí. Son iguales a mí.
Tragué saliva, teniendo de nuevo la sensación que Arlo decía esas cosas para
hacerse pasar por un villano, y aunque nunca lo vería como un héroe, el caballero
que llega montado en un corcel blanco y salva el día, también sabía que el hombre
que estaba frente a mí me salvó simplemente porque no quería que me dañaran. Y
seguía protegiéndome.
Di un paso hacia él y puse mis manos en su pecho. Me quedé mirando donde lo
toqué, queriendo ser sincera por primera vez en mi vida, queriendo confiar en
alguien. Y aunque no hacía mucho tiempo que conocía a Arlo, un paso de tiempo si
107
era realista, podía decir sinceramente que nunca me sentí tan segura con nadie
más.
—Solía vivir en Las Vegas —dije finalmente, sin encontrar su mirada, sólo
mirando mis manos, porque sabía que si le miraba a la cara, perdería el valor para
contarle algo de esto—. Nunca tuve un hogar estable. Mi padre tenía problemas
con las drogas y el juego, uno tan grave que se metió en problemas con algunos
hombres bastante peligrosos. —Resoplé internamente ante ese pensamiento.
Henry parecía tan inofensivo comparado con Arlo—. Hace un par de meses —dije,
más suave esta vez, y sentí que Arlo se tensaba bajo mis manos— me sacaron de la
cama en medio de la noche y me llevaron con este hombre al que mi padre le debía.
—Me lamí mis labios, odiando que cualquier tipo de debilidad o miedo saliera a
través de mi voz, pero me hizo retroceder a esa noche.
Arlo levantó sus manos y las colocó sobre las mías, sin apartarlas de su pecho,
simplemente abrazándome. Me estaba dando un apoyo silencioso para continuar,
me di cuenta.
—Mi padre, el pedazo de mierda que era, me entregó a este hombre a cambio de
saldar su deuda. —El oscuro sonido que salió de Arlo me hizo apretar los ojos con
fuerza. No quería su compasión ni su ira. Sólo quería empezar de nuevo. Quería
escapar de eso—. Mi padre renunció a mi virginidad para hacer borrón y cuenta
nueva.
El aire se movió a nuestro alrededor, tenso, mientras Arlo dejaba que esas
palabras calaran realmente. Entonces levanté la vista hacia él, y la expresión
tormentosa y violenta de su rostro casi me hizo dar un paso atrás. Pero sabía que
nunca me dañaría. Lo sabía por la forma en que seguía manteniendo mis manos
pegadas a su pecho, con sus pulgares acariciándolos de forma suave y
tranquilizadora. No iba a entrar en todas las cosas repugnantes que Leo me habría
hecho antes de venderme a otros enfermos.
—Pero pude escapar cuando volvimos a mi apartamento. Y entonces corrí...
corrí a Desolation y me convertí en alguien nuevo. —Exhalé—. No sé si alguna vez
estaré a salvo, no cuando no veo que mi padre o su deudor me dejen ir . —Miré a
los ojos de Arlo—. Y esa es una de las razones por las que te lo cuento, porque
quiero que entiendas que mi vida viene con mucho equipaje, y lo último que quiero
es que tengas que lidiar con más mierda de la que ya está pasando.
Arlo me cogió la mejilla y se quedó mirándome durante lar gos segundos. Se
inclinó y me besó la frente. Cerré los ojos y me hundí en su abrazo.
—Lo siento.
Sentí que mis cejas se fruncían.
—¿Por qué lo sientes? No hiciste nada malo.
Me besó de nuevo antes de atraerme hacia la dureza de su pecho. Apoyé mi
mejilla contra su corazón y escuché su constante latido mientras él pasaba su mano
por mi espalda.
—Siento que experimentaras la oscuridad de lo que ofrece este mundo. Ojalá
nunca tuvieras que formar parte de eso. —Había tanta sinceridad en sus palabras
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que sentí el pinchazo de lágrimas no derramadas en mis ojos—. Nadie te hará
nunca daño. Nunca lo permitiría, moy svet.
Le creí. Que Dios me ayude, pero le creí. Por eso dije algo sobre mi pasado.
—¿Qué significa eso? Te oí llamarme así varias veces. Por favor, no me digas que
significa que soy demasiado problemática. —Intenté un enfoque burlón después de
un tema tan pesado porque no quería hablar más del pasado de mierda. Deseaba
poder arrancarlo todo de mi mundo y no tener que preocuparme nunca de nada
más que de disfrutar de esta única vida que tenía.
Arlo permaneció en silencio durante tanto tiempo que me pregunté si alguna
vez respondería. Pero entonces me cogió la cara y se inclinó para besarme casi con
dulzura en los labios.
—Significa 'mi luz'. Eso es lo que eres para mí, Galina. Eres mi luz en toda la
oscuridad que me rodea.
109
19
Galina
Después de confiar en Arlo esta mañana, el resto del día estuvo lleno de esta
extraña energía. Nos ejercitamos con más entrenamiento de defensa personal, pero
la energía se apagó. Arlo parecía tenso, un poco distante, y estaba claro que tenía
algo grande en mente. No quería pensar que se trataba de lo que le dije. No quería
obsesionarme y preocuparme que lo alejé con lo que me seguía, sin importar lo que
dijera o los cariños que me llamara.
Me llevó a su apartamento cuando terminamos de entrenar, donde me dijo que
me relajara hasta la cena, pero que tenía asuntos que atender y que volvería más
tarde. Se marchó dándome otro beso en la frente antes de dejarme de pie en el
vestíbulo, mirando una puerta cerrada y con la horrible sensación de aleja r al
primer hombre del que me enamoré.
Y me... enamoré de él.
Ahora miraba por la ventanilla de su Mercedes, la noche cayó hace una hora, mi
preocupación seguía en primer plano. Lo miré, pero de nuevo era difícil de leer. Se
cerró ante mí, levantó ese muro que era demasiado sólido para que yo lo
atravesara. Una parte de mí quería cancelar esta noche, porque el vínculo que
sentía que empezamos a compartir, la intimidad que ansiaba, se me estaba
escapando de las manos.
El restaurante al que me iba a llevar Arlo estaba a poca distancia de su
apartamento y todavía en el corazón del barrio rico de la ciudad. Me alegré que no
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me llevara a mi lado de Desolation. Se detuvo en la acera, donde un joven vestido
de aparcacoches me ayudó a salir del lado del pasajero, y otro hombre con el
mismo uniforme ocupó el asiento del conductor antes de apartarse de la acera para
aparcar el coche. Arlo me puso una mano cálida y firme en la parte baja de la
espalda y me llevó al interior. Sentí ese contacto en todo mi cuerpo y miré hacia
abajo para asegurarme que mi excitación no me delataba a través de la ropa en
forma de pezones duros.
Afortunadamente, por el momento estaba a salvo.
Arlo me dijo que me pusiera algo más formal para esta noche, así que elegí uno
de los vestidos que me consiguió. Era un vestido negro, grueso, de punto acanalado
y manga larga que me llegaba a las rodillas. La chaqueta de lana gris que estaba
entre las prendas que él compró para mí, y las medias oscuras que cubrían mis
piernas me protegían del aire gélido y casi invernal de Nueva York.
El Vasyli's parecía uno de los muchos rascacielos de esta parte de la ciudad, pero
el ladrillo y el aire artístico eran muy rusos. La representación de la catedral
grabada en las enormes puertas dobles rojas era tan detallada que se n otaba que
quien la creo puso su corazón y su alma en ella.
Las ventanas rectangulares se encontraban a intervalos uniformes a lo largo de
la fachada del edificio, con hierro forjado dorado que cubría la mayor parte de los
cristales para que no se pudiera ver el interior. Pero el trabajo metálico era tan
delicado y bello que era casi más bonito de ver que el propio cielo abierto.
Arlo me abrió la puerta y entré; el calor del restaurante y las vistas y los olores
me bombardearon de la mejor manera. La música tradicional rusa sonaba
suavemente en el techo, y el aroma de la comida salada y dulce me llenaba la nariz
cada vez que inhalaba.
Un señor mayor se acercó, con una gran sonrisa que añadía aún más arrugas a
su rostro. Parecía más un abuelo que otra cosa, sobre todo con su gruesa chaqueta
de punto sobre su camisa blanca abotonada. Tenía la cabeza llena de pelo blanco y
sus ojos eran tan azules y claros que casi parecían transparentes.
El hombre mayor y Arlo empezaron a hablar en ruso, pero nunca me sentí
excluida aunque no pudiera entenderles, no con la mano de Arlo todavía apoyada
en la parte baja de mi espalda, su cuerpo apretado contra el mío. Después de un
largo momento, el hombre mayor se volvió hacia mí y se presentó como Akim,
dándome la bienvenida a su restaurante. Mantuvo una distancia respetuosa, y me
pregunté si sería por la forma en que su mirada bajó hasta donde la mano de Arlo
descansaba posesivamente alrededor de mi cintura.
Nos condujeron por el restaurante y observé las vibrantes cabinas rojas que
había a ambos lados. Una fila de mesas cuadradas de cuatro plazas se alineaba en
el centro de la sala y entre las cabinas. Sólo había unas pocas personas cenando, y
supuse que la razón era el retraso y que ya pasó la hora normal de la cena. Pero me
gustó que fuera más íntimo. No creo que me sintiera tan cómoda si el restaurante
estuviera lleno.
Me quedé paralizada por la decoración, por la temática rusa, muy tradicional y
culturalmente estética. Un águila imperial rusa dorada estaba en el centro de la
pared, con colores vibrantes que salpicaban las alas y se extendían por la pared.
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Una lámpara de araña roja y dorada colgaba del techo y proyectaba un suave
resplandor ambiental en el interior.
Nos condujeron a un reservado del fondo y, una vez en la mesa, el señor mayor
me preguntó con voz muy acentuada si quería que me llevara el abrigo. Una vez
que estuvo colgado en la pared junto a nosotros, me senté en el reservado frente a
Arlo. Me sentía nerviosa por esta cita para cenar, o tal vez no era por la cita en sí,
sino por todo lo que le confesé esta mañana y por el hecho que estuvo actuando de
forma extraña todo el día.
No me di cuenta que estuve tan tensa, pero el hecho que se tratara de una cita
me hacía sentir ansiosa incluso cuando no debería, especialmente teniendo en
cuenta todas las cosas que Arlo y yo hicimos la noche anterior y las cosas
personales que compartí con él. Pero, por alguna razón, esta noche se sentía más
íntima que cuando tenía su cara enterrada entre mis muslos.
Fue ese pensamiento, y el recuerdo que le siguió, lo que provocó una oleada de
todos los sentimientos que él evocaba dentro de mí, que a su vez hicieron que mi
cuerpo se calentara. Miré a Arlo y vi cómo sus ojos se entrecerraban, como si
supiera exactamente a dónde fue mi mente. Por otra parte, mi cuerpo me
traicionaba y me hacía sentir en todo momento.
Y entonces el tiempo transcurrió con tanta fluidez, con tanta facilidad, que me
dejé caer en el mero disfrute. Las horas pasaron mientras comíamos todas las
comidas rusas y hablábamos de todas las cosas maravillosas.
No pedimos menús en el sentido tradicional, sino que el chef creó platos para
nosotros, y todo lo que probé era delicioso y totalmente nuevo para mí. Probé las
sabrosas albóndigas rusas, pelmeni. También había sopa de remolacha. Me gustó
especialmente el pirozhki, que era un pan horneado con carne, champiñones, arroz
y cebollas. Todo esto se comía entre sorbos de vodka y una increíble conversación
con la única persona que me hizo sentir cómoda. Me olvidé de todas las rarezas
que surgieron de Arlo durante todo el día. Me olvidé de todos mis problemas y la
mierda que me seguía de cerca... las cosas de las que huía.
Todo se sentía tan... normal.
Para cuando tomamos los postres, sí, en plural, estaba saciada y llena y no creía
sonreír nunca tanto. Me dolían las mejillas y tenía la cara caliente por el vodka y la
sonrisa. Miré a mi alrededor y me di cuenta que estuvimos aquí tanto tiempo,
perdidos en el disfrute de la compañía del otro, que el r estaurante se vació. Lo que
significaba que éramos literalmente Arlo y yo.
Me recosté en el reservado y me quedé mirándolo, sintiendo que el corazón se
me agitaba de forma extraña en el pecho. Podría culpar al alcohol por el calor que
había en mí, o por la forma en que no podía dejar de sonrojarse y sonreír. Pero esa
no era la verdad.
Me estaba enamorando de mi ruso, y no quería parar, ni siquiera si el suelo se
precipitaba para saludarme dolorosamente. Ni aunque me matara al final.
—Esta noche fue maravillosa. Gracias. —Su sonrisa era lenta y muy satisfecha —
. Nunca lo pasé tan bien. —Era la triste verdad, pero una que poseía.
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—Tendré que asegurarme que experimentes tantos momentos maravillosos que
te quiten todos los malos.
Se me hizo un nudo en la garganta por las emociones que no debía pensar
demasiado.
No sabía qué decir, pero aunque encontrara palabras para transmitir lo que me
hacía sentir, el sonido de la puerta principal abriéndose y la ráfaga de aire frío
entrando en el restaurante que se dirigía a nuestra mesa me habrían cortado.
Miré perezosamente hacia ella, preguntándome quién vendría a comer tan
tarde. Tenía que ser ya medianoche. El corazón se me atascó en la garganta y me
enderecé, sintiendo que Arlo prestaba toda su atención a mi repentino cambio de
comportamiento.
Lo miré y vi que esa dureza aparecía en sus ojos cuando miraba a quien
acababa de entrar. Leonid.
Tenía dos mujeres apenas legales a su lado, y cuando se fijó en nosotros, mi
respiración se volvió superficial. Era el temor familiar que sentía cuando sabía que
estaba en compañía de alguien verdaderamente malvado. Sus ojos fríos y muertos
se deslizaron hacia mí, y sonrió lentamente. Apenas tuve interacción con este
hombre, sólo la pequeña “entrevista” que hicimos antes de ser camarera en su bar.
Pero al mirar el rostro del mal mismo, supe sin duda que Arlo tuvo razón.
Este hombre era malo y oscuro hasta el alma, y haría cualquier cosa para salirse
con la suya.
Los siguientes minutos sucedieron a cámara lenta. Pude ver cómo todo el
cuerpo de Arlo se puso tenso cuando Leonid pasó por delante de nuestra mesa,
pero su expresión era sorprendentemente estoica, como si estuviera
enmascarando sus verdaderos sentimientos aunque su cuerpo reaccionara por sí
mismo. Leonid sólo miró a Arlo un momento antes de volver a centrarse en mí. No
me perdí cómo rodeó con sus manos la cintura de las mujeres con más fuerza, tan
fuerte que no me perdí los leves gestos de dolor que cubrían sus rostros
perfectamente maquillados.
La forma en que recorría su mirada por mi cuerpo me hacía sentir sucia, como si
me derramara un barril de aceite encima y nunca me lo fuera a quitar. Me picaba la
piel, me punzaba, y las ganas de rascarme, de desgarrarme, eran demasiado fuertes
para ignorarlas. Y justo antes de perderse de vista, me guiñó un ojo como si fuera
una promesa de lo que estaba por venir.
—Creo que quiero irme ya —dije en voz baja en cuanto volvimos a estar solos.
Arlo no dijo nada mientras pagaba la cuenta y me ayudaba a ponerme el abrigo
antes de llevarme fuera. Su gran palma era cálida y firme contra la parte baja de mi
espalda. Una vez sentada en el asiento del copiloto, se puso en cuclillas,
sorprendiéndome. Su mano en mi muslo era caliente y pesada, y me dio la
sensación de estar a salvo. Porque sabía que esas manos mataron a muchos.
—¿Te ganas la vida matando gente? —susurré las palabras, sin saber por qué le
preguntaba eso aquí y ahora. Pero salieron de mí como una herida que se abre y se
desangra.
113
Arlo no habló durante tanto tiempo que temí arruinar la noche, que nunca
respondiera. Las cosas fueron tan mal hoy después de confiar en él; luego se
sintieron bien de nuevo durante la cena, como si lo que estuvo pensando se
hubiera alejado y fuera capaz de relajarse.
—Creo que ya sabes la respuesta a eso —fue su respuesta.
Asentí lentamente. Sí, sabía la respuesta, y no me hizo sentir miedo, no me hizo
mirarlo de otra manera.
—Y matarás a alguien que quiera hacerme daño. —No lo formulé como una
pregunta porque sabía que mató al borracho por mí, para mantenerme a salvo,
para asegurarse que no volviera a ocurrir. Así que ya sabía la respuesta, pero
quería verificarlo, que me lo dijera de nuevo... que me demostrara que era tan
retorcido como él, porque quería esa confirmación.
Me acarició la mejilla con tanta suavidad, con tanta delicadeza, que iba en contra
de lo que era, de lo que yo veía que era por fuera. Una parte de mí sabía que este
hombre era bueno, no de forma inherente, no hasta su alma, y sin embargo era
amable conmigo, incluso amable. Me trató mejor de lo que nadie lo hizo nunca.
—Nunca dejaré que nadie te haga daño de nuevo. —De un lado a otro, su pulgar
en mi mejilla me arrullaba.
Nos quedamos allí durante mucho tiempo, con esa extraña y confortable
sensación que me llenaba. Era como si este fuera el lugar donde siempre estuve
destinada a estar.
—Olvidé algo dentro. Vuelvo enseguida. —Su voz sonaba demasiado baja y
tranquila... demasiado contenida. Me dio las llaves del auto—. Arranca y mantente
caliente. Mantén las puertas cerradas, aunque nadie te molestará. —Lo dijo con
tanta seguridad y convicción que no pude evitar creerle.
Me miró durante un largo segundo y luego alargó la mano para acariciar mi
cara. Instintivamente me incliné hacia su contacto y dejé que mis ojos se cerraran.
—Todo irá bien. —Abrí los ojos, sin saber a qué se refería, porque había muchas
cosas que no estaban bien—. Me aseguraré de ello. —Su mirada era dura—. ¿Me
crees?
Estaba asintiendo antes de darme cuenta que lo hice. Mi cuerpo ya sabía sin
duda que la palabra de este hombre era cierta. Se inclinó hacia mí y me besó
apasionadamente, plenamente. Me arruinó en el mejor de los sentidos. Y cuando
rompió el beso y se puso de pie, cerrando la puerta y mirando a través del cristal
tintado como si viera directamente en mi alma, lo supe todo con tanta claridad que
me quedé sin aliento.
Siempre estaría a salvo con él, y eso debería aterrarme, porque sólo significaba
que Arlo era aún más peligroso que los monstruos que me perseguían.
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20
Arlo
No eliminé a Leonid momentos antes, ya que estuve demasiado cerca de Galina,
y la miró como si la estuviera desnudando con sus ojos, me quitó hasta el último
gramo de mi maldita fuerza de voluntad.
No quería dejarla en el auto, aunque sabía que estaba a salvo. Nadie se metería
con ella en esta parte de la ciudad. Nadie se atrevería a mirar en su dirección,
sabiendo que estaba conmigo. Esta parte de Desolation era territorio de la Bratva.
Lo que significaba que el crimen que no tenía que ver con los rusos era casi nulo.
Volví a entrar en Vasyli's y vi a Akim hablando en voz baja con el camarero.
Akim miró por encima de su hombro para ver quién entró, y al ver mi mirada, la
orden silenciosa que le di, asintió lentamente y se dirigió a las puertas delanteras,
deslizando la cerradura e inclinando la barbilla hacia el fondo, indicando al
camarero que era hora de irse. Aunque él no sabía por qué estaba aquí, le dejé mi
expresión jodidamente clara.
La mierda iba a caer, y si no quería estar en el punto de mira, era el momento de
desaparecer.
Después de reunirme con Dmitry y Nikolai en Carnicería e Hijo y escuchar
completamente su plan en lo que respecta a su padre, no necesite pensar en lo que
había que hacer. No había elección en el asunto. Planeé eliminar a Leonid incluso
antes de hablar con sus hijos. El cómo no fue planeado todavía.
115
Había que eliminar a Leonid para mantener a Galina a salvo. Me importaba un
carajo la lucha interna por el poder de la familia Petrov o lo que estuvieran
haciendo entre bastidores con los italianos. Mi única preocupación era asegurarme
que la mujer que era mía, a la que protegería con mi vida, nunca se pusiera en
peligro. Especialmente por mi culpa.
Dmitry me dijo que su padre venía a Vasyli's todas las semanas a la misma hora
y que siempre tomaba el salón trasero privado para comer. Después de la comida ,
y de un par de actos sexuales forzados con las mujeres que traía consigo, volvía a
su apartamento, que estaba fuertemente vigilado y tenía demasiados testigos, y les
hacía cosas indecibles a las mujeres hasta que a la mañana siguiente volvían
cojeando a casa, magulladas y doloridas y desamparadas de un modo que nunca
imaginaron.
Pero aquí, en casa de Vasyli, estaba sin vigilancia, demasiado arrogante al
sentirse seguro en esta parte de la ciudad. Y eso era cierto en su mayor parte. Pero
no esta noche.
No quise que Galina se acercara a Leonid, porque eso aumentaría aún más mi
rabia. Odiaba tenerla cerca de él, pero esta era la ruta más rápida y conveniente
para acabar con esta mierda de Leonid. No quería esperar, y tampoco Dmitry o
Nikolai. Esperar sólo haría que el riesgo que Leonid lo descubriera fuera aún
mayor... si es que no lo sabía ya. No hay mucho que se le escape al sádico bastardo.
Al pensar en derribar a Leonid, sentí que me llenaba de satisfacción. Me
aseguraría que fuera el asesinato más sangriento y brutal posible. No se merecía
menos.
Mi ira creció tan rápido y tan alto que me ahogaba. El recuerdo de Leonid
mirándola, el fuego en sus ojos mientras pensaba sin duda en todas las formas en
las que rompería a Galina, me hizo encoger las manos con fuerza. Recordé la forma
en que me confió la verdad de su pasado: una que yo manejaría por ella, lo quisiera
o no, una que sacaría una vez que todo estuviera dicho y hecho.
Perseguiría a los hijos de puta que pensaron en degradarla y herirla. Les haría
llorar y suplicar la muerte antes de darles el golpe final. Me aseguraría que Galina
nunca más tuviera que vivir con miedo.
El camarero se esfumó como si se hubiera encendido un fuego bajo su culo.
Akim también desapareció. El pesado peso del silencio era ahora lo único que
dejaba pasar por mi conciencia. Tenía varias armas atadas a mi cuerpo, todas
ocultas pero fácilmente accesibles. Pero no era eso lo que iba a utilizar esta noche.
Esta noche, y sólo para Leonid, reservada para los cabrones que me
perjudicaron personalmente, o en este caso, la única cosa importante en mi vida a
la que perjudicaron y amenazaron, Galina, usaría mis putas manos. Haría esto
íntimo.
Quería ver, sentir, la sangre salir del cuerpo de Leonid mientras me miraba a los
ojos. Quería que mi cara fuera lo último que viera antes de tomar su último aliento.
Sólo pensar en ello me dio una erección.
Pude oír algunos susurros elevados procedentes de la cocina, el ruido de las
ollas y sartenes antes que el silencio total me rodeara de nuevo. Me dirigí hacia la
parte de atrás, donde se encontraba el salón privado, con el corazón latiendo de
116
forma constante y tranquila en mi pecho, la sed de sangre rodeándome como la
caricia de un amante.
La puerta tras la que estaba Leonid estaba cerrada, y me detuve frente a ella,
oyendo el sonido de un suave llanto femenino al otro lado, seguido del
inconfundible ruido de los cubiertos golpeando un plato. Sabía la mierda enfermiza
que le gustaba a Leonid, cómo se ponía con las lágrimas de una mujer.
Desenvainé uno de mis cuchillos y enrosqué los dedos con fuerza alrededor de
la empuñadura, el peso era considerable, la hoja estaba lo suficientemente afilada
como para atravesar la carne sin problemas. Con la otra mano, alcancé el picaporte
de la puerta y la abrí silenciosamente, las bisagras engrasadas, todo tan silencioso
aún aparte de los ruidos sin obstáculos que ahora provenían de la habitación.
El interior tenía la misma disposición que el restaurante principal, con la
estética rusa, pero sólo había una mesa cubierta de lino blanco en el centro, con
platos llenos de diferentes productos. Nadie oyó abrir la puerta, no con el sonido
de una mujer llorando y la otra haciendo los inconfundibles sonidos de dar una
mamada.
Leonid se sentó de cara a la puerta, sin dar la espalda y siendo vulnerable. Tenía
la cabeza inclinada hacia el techo, los ojos cerrados y una mano enredada en el pelo
de la mujer que le hacía la mamada. Su agarre era tan fuerte en los mechones que
sus nudillos estaban blancos, y no cabía duda que la mujer debía sentir ese dolor
por toda la columna vertebral.
Volví mi atención a la otra mujer, que estaba sentada en el otro extremo de la
mesa, con los ojos muy abiertos clavados en mí, la cara llena de lágrimas y un
moratón que ya le marcaba la mejilla. La sangre salió de su nariz y no se molestó en
limpiarla, un rastro carmesí, una imagen del tipo de placer que Leonid recibía.
—Sosi eto, gryaznaya shlyukha. —Chúpala, sucia puta. Para enfatizar lo que
quería, levantó sus caderas con la suficiente fuerza como para que la chica se
amordazara, arañando sus muslos. Ella se apartó lo suficiente como para aspir ar
una bocanada de aire antes de volver a chuparle la polla.
Leonid abrió los ojos y enderezó la cabeza, y nuestras miradas se cruzaron. No
se sorprendió de verme aquí; eso quedó claro por la falta de emoción en su rostro,
pero de nuevo, eso era lo que yo quería. No lo mataría sin saberlo. Quería que
supiera que su vida terminaba esta noche. Eso me daría aún más placer.
Sonrió lentamente y apartó a la mujer, su pequeño cuerpo se tambaleó antes de
enderezarse y apresurarse hacia el otro lado de la habitació n. Se metió la polla en
los pantalones y se subió la cremallera, sin dejar de mirarme.
En ruso, dijo:
—Es una pobre puta que realmente quiero que me chupe la polla. —Alargó la
mano y cogió una aceituna, metiéndosela en la boca antes de masticarla y beber un
trago de vodka directamente de la botella. Hizo ademán de mirar detrás de mí—.
No veo ese dulce pedazo de culo virgen para darme esa visión, pero … —levantó la
mano y se golpeó el dedo en la sien— tengo su imagen grabada aquí mismo. Hace
que follar con estas putas sea más divertido.
117
Me mantuve tranquilo, no mostré ninguna reacción. No necesitaba no tenía que
dejar que mi rabia, que era primordial y tangible en este momento, me controlara.
Eso era lo que él quería. Leonid quería que dejara que las emociones no utilizadas
me volvieran descuidado.
—Ubiraysya14. —Las chicas salieron rápidamente de la habitación, y una vez
que estuvimos solos, me acerqué a mi espalda y cerré la puerta con un suave
chasquido, sin dejar de concentrarme en él.
—¿Quieres acompañarme a tomar una copa? —Cogió la botella de vodka y la
inclinó en mi dirección—. Ya que uno de nosotros va a morir esta noche...
—No vine a tomar una copa.
Dio un largo trago y me observó antes de tragar y dejar la botella en el suelo.
—No, no lo hiciste. —Pasó un largo y terso momento de silencio, en el que sentí
que las cosas empezaban a intensificarse—. Mis hijos creen que no reconozco la
traición cuando puedo olerla como un sabueso persiguiendo a un conejo.
Mantuve mi cara sin emoción.
—Los pequeños bastardos siempre fueron una decepción. La culpa la tiene la
débil puta de su madre. —Su sonrisa era como el destello de los dientes de un
tiburón—. Viniste aquí por la chica. —No lo formuló como una pregunta. Se inclinó
hacia atrás en su silla, la madera crujiendo por el desplazamiento de su peso —. Sí,
viniste aquí por la chica. —Se rio por lo bajo y profundamente, y supe que se me
escapo la máscara por la forma en que se rio más fuerte e inclinó la botella de
vodka en mi dirección—. No eres de los que comparten, ¿eh? —Se encogió de
hombros—. Nunca fui de los que se encariñan. Me gusta mantener mis opciones
abiertas, y con tantos coños disponibles, es un mercado de compradores.
—Traficar, obligando a las mujeres a follar contigo, o el hecho que tengan
demasiado miedo a tu ira como para decir que no, no es un coño dispuesto . —Me
acerqué un paso, los pensamientos de Leonid obligando a Galina a hacer cualquier
cosa pasaron por mi cabeza con asquerosa y vil claridad.
Leonid no habló, sólo mantuvo esa estúpida y jodida sonrisa en su cara.
Extendió los brazos, con el traje de tres piezas extendiéndose sobre el pecho.
—¿Crees que puedes derribarme? —Se levantó lentamente hasta alcanzar su
máxima altura. Su mirada se dirigió al cuchillo que tenía en mis manos—. Mano a
mano, ¿eh? —Me quedé completamente quieto y tranquilo. Estaba preparado para
esto. Aparté a Galina de mi mente, la sola idea de ella no tenía cabida en lo que
estaba a punto de suceder. Sin dejar de mirarme, Leonid empezó a desa brocharse
la chaqueta antes de quitársela y colgarla en el respaldo de la silla.
Se movió alrededor de la mesa y dio varios pasos hacia mí, deteniéndose cuando
estaba a un brazo de distancia.
Durante unos largos momentos no hablamos, sólo nos miramos, la a gresión y la
testosterona, la asfixiante densidad, llenando el aire. Y entonces atacó como una
cobra, con su mano buscando mi cuello. No me cabía duda que planeaba
aplastarme la tráquea, arrancármela de cuajo.
14
Váyanse
118
Me agaché y esquivé justo antes que pudiera rodear mi cuello con sus gruesos
dedos. Lo empujé con el brazo, intentando clavar la hoja en uno de sus riñones,
pero se apartó rápidamente y el cuchillo le rozó la camisa. L o oí sisear y supe que
al menos le hizo un corte al hijo de puta.
Ambos retrocedimos a trompicones antes que yo cargara hacia delante,
chocando mi cuerpo contra el suyo. Aproveché el impulso para empujarlo hacia
atrás y contra la mesa. Los platos y las tazas cayeron al suelo, los vasos se
rompieron y mis botas crujieron sobre los escombro s. Luchamos por la
supremacía, y yo intenté apuñalarle, pero el cabrón era más fuerte de lo que
parecía, con los brazos llenos de músculos, así que pudo bloquear cualquier golpe.
—Me voy a divertir jodiendo la inocencia de Galina.
Sentí que esta bestia se despertaba aún más
Leonid decir su nombre completo. No debería
hubiera desenterrado información sobre ella,
querría cubrir todos los ángulos en lo que a
permitiría que fuera de otra manera.
dentro de mí cuando escuché a
enfurecerme por el hecho que
debería saber que el bastardo
ella se refiere. Su obsesión no
Le golpeé con el codo en un lado de la cara con la suficiente fuerza como para
que su cabeza se inclinara hacia atrás y saliera sangre. Aproveché ese momento
para apuñalarlo en el costado, su gruñido de dolor hizo que mi sed de sangre
aumentara. Justo cuando estaba a punto de subir el cuchillo hasta el corazón del
hijo de puta, me clavó su puño en las tripas con tanta fuerza que el aire me
abandonó y le dio la oportunidad de empujarme un paso atrás.
—Podrías ser mi mejor soldado, podrías ser mi mano derecha —rugió mientras
cargaba hacia delante, pero yo me tensé, esperando absorber el golpe, con los
dedos crispados sobre el mango que estaba cubierto de su sangre —. Qué maldito
desperdicio. —Su rostro se retorció de rabia, y yo sonreí lentamente, dejándole ver
el placer y la oscuridad que me consumían.
Por eso me quería como arma para la Bratva... porque sabía que mataría
cualquier cosa que se interpusiera en mi camino, y ahora, eso era él.
Justo antes que me embistiera con el hombro, me giré y levanté la rodilla,
conectando con su costado y girando para rodear su cuello con mi brazo. Lo
empujé hacia delante con tanta fuerza que cuando se estrelló contra la pared, un
cuadro se agitó y luego cayó al suelo.
—No volverás a hacer daño a otra mujer —grité, con mi boca junto a su oreja. Él
echó la cabeza hacia atrás y su cráneo chocó con mi mejilla. El fuego me recorrió el
costado de la cara, pero no le di importancia. El dolor era jodidamente bueno.
Se echó hacia atrás y pudo girar, pero le di una patada en la rodilla que le hizo
aullar de dolor antes de caer al suelo. Al segundo siguiente estaba sobre él, con una
mano alrededor de su cuello y la otra sosteniendo mi cuchillo. Sonreí aún más
mientras le daba un codazo en la cabeza. Vi cómo sus ojos se nublaban por el dolor
y la desorientación, y aproveché ese momento para inclinarme para que nuestras
caras estuvieran lo suficientemente cerca como para darle un beso de muerte antes
de terminar con esto.
—Galina es mía, y acabaré con todo lo que intente arrebatármela. —Mostré los
dientes en lo que sabía que era una muestra aterradora del demonio que había en
119
mí—. Eso incluye a ti, maldito enfermo. Voy a conseguir que te abran la garganta
de oreja a oreja. —Luchó, pero el golpe en la cabeza seguía presente, la mirada
brillante en sus ojos. La sangre goteaba de una de sus orejas, pero el cabrón tenía
los cojones de seguir sonriendo, con el rojo cubriendo sus dientes.
—Me la habría follado hasta dejarla hecha polvo.
Llevé mi cuchillo al punto blando justo debajo de su oreja y lo arrastré lenta y
profundamente por todo el camino hasta que llegué a su otra oreja, su piel se abrió
como una cinta que es arrancada de un regalo. La sangre me salpicó el pecho y me
cubrió las manos, y las gotas me salpicaron el cuello.
Me coloqué a horcajadas sobre su cintura y lo miré fijamente, directamente a los
ojos, observando cómo la vida se desvanecía mientras luchaba. Llevaba las manos a
la garganta como si pudiera sellar la herida, como si eso frenara la sangre y lo
salvara. Mantuve la sonrisa en su sitio, porque aunque Leonid sabía que se estaba
muriendo, aunque tratara de usar sus últimas fuerzas para empujarme, todo por lo
que trabajó ya no era nada.
—Tu legado termina aquí y ahora, Leonid. Tus hijos se moverán en la dirección
opuesta a la que tú querías. —Me acerqué para que su sangre fuera lo único que
oliera, ese aroma metálico que llenaba mi nariz y hacía que la adrenalina me
recorriera—. ¿Sabías que están formando una alianza con la Cosa Nostra? —Los
ojos de Leonid se abrieron de par en par, y luchó débilmente contra la noticia —. Sí,
parece que Nikolai se va a casar con una italiana para unir a las dos familias . —Me
reí por lo bajo ante la expresión de la cara cenicienta de Leonid—. Seguro que eso
te despelleja vivo, ¿verdad?
Sus ojos se entrecerraron en un último arrebato de agresividad, y gruñó en un
siseo apenas audible:
—Joder. Tú.
Me reí con fuerza y le toqué un lado de la cara antes de decir:
—No. Parece que eres tú el que está siendo jodido.
Empezó a jadear, abriendo y cerrando la boca, y el flujo de sangre del cuello se
hizo más lento. Y entonces miró algo por encima de mi hombro justo cuando todo
lo que solía ser Leonid Petrov se desvanecía.
Me quedé donde estaba mientras lo miraba fijamente, la pesadez de mi pecho se
disipó ligeramente al saber que Galina estaba a salvo de ese cabrón. Me puse en pie
y retrocedí unos pasos, y sin dejar de mirar al cabrón muerto, cogí mi teléfono del
bolsillo y marqué el número que se encargaría del resto de esto.
En cuanto oí la profunda voz al otro lado, dije:
—Necesito reservar un billete de viaje para uno. Sí, necesito ayuda con el
equipaje extra. —Me quedé mirando la forma ahora sin vida de Leonid mientras
ponía en marcha la limpieza.
Una vez que todo estuvo listo y mi teléfono volvió a estar en el bolsillo de mi
abrigo, me acerqué y tomé una servilleta de lino blanco, frotándola sobre mis
manos mientras miraba la tela mientras cambiaba a rojo y rosa. La sangre de mi
120
enemigo se extendía por aquella tira de tela, y su pegajosidad me cubría los dedos
y las palmas de las manos.
Dejé caer la servilleta mientras salía de la habitación, cerrando la puerta tras de
mí. Si las mujeres eran inteligentes, ya se habían ido. Caminé por el pasillo y vi a
Akim de pie en la entrada de la cocina. Su mirada se fijó en la sangre que cubría mi
ropa y mis manos. Le hice un gesto con la cabeza y él me lo devolvió.
Salí del restaurante y me dirigí a Galina. Moy svet.
Mi luz.
121
21
Galina
Vi la sangre en las manos y la ropa de Arlo, la olí llenando el interior del auto
mientras no decía nada y nos llevaba de vuelta a su apartamento. No necesitaba
preguntar qué pasó... lo que hizo. Lo sabía.
Mató a Leonid. Lo hizo para ponerme a salvo.
Arlo no dijo una palabra en todo el viaje de vuelta, y ni una sola sílaba una vez
que estuvimos dentro de su ático. Se dirigió directamente a su habitación, y un
momento después oí cómo se abría la ducha. Quería ir hacia él, tocarlo, abrazarlo ,
aunque probablemente no lo quisiera, y demostrarle a Arlo que estaba aquí para él.
Pero en lugar de eso me fui a mi habitación y me duché. Todavía podía sentir la
mirada aceitosa de Leonid en mi cuerpo, y quería limpiar mi piel hasta que no
quedara ningún recuerdo de esta noche.
Ahora estaba aquí, sentada en mi cama con las manos entrelazadas en el regazo,
las piernas desnudas y la única prenda que llevaba era una camisa que caía hasta
medio muslo.
Me quedé mirando la puerta parcialmente abierta, después de oír el ruido de la
ducha en la habitación de Arlo y de quedarme congelada en este lugar, con miedo a
salir y hablar con él, a enfrentarme a él... a consolarlo. Pero entonces me encontré
empujando la cama y poniéndome de pie, dirigiéndome al pasillo y a su habitación.
122
La puerta estaba abierta, pero él no estaba allí, la cama hecha, la habitación vacía
de vida.
Oí un suave sonido procedente del pasillo y caminé descalza hacia la cocina. Me
detuve cuando vi la enorme figura de Arlo apoyada en la encimera de granito del
desayuno, vistiendo sólo un par de pantalones de chándal oscuros, con el pecho
desnudo, tan ancho y grande, tan musculoso y poderoso.
Esta noche mató a un hombre con ese cuerpo, con esas manos.
Sentí que el corazón se me agitaba en el pecho y caminé hacia él antes de darme
cuenta que lo estaba haciendo. No me miró, aunque sabía que era plenamente
consciente que estaba avanzando. Se llevó una botella de licor a la boca y dio un
largo trago antes de dejarla sobre la encimera, el vaso golpeó el granito con un
fuerte ruido metálico.
Estaba a unos metros de él y contuve la respiración cuando giró la cabeza, y
nuestras miradas chocaron, sostenidas con tanta fuerza que lo sentí en la boca del
estómago.
—Acércate —dijo en voz tan baja que me pareció una caricia íntima contra mi
cuerpo. No había duda en su tono que no debía desobedecer. Pero no me moví. No
podía. Algo me retenía, tal vez el miedo a esos sentimientos dentro de mí, tal vez lo
desconocido de lo que sucedería a continuación—. Ven aquí.
Le obedecí al instante después que esas dos palabras salieran de su boca, un
ancla que me envolvía y me ataba a Arlo de una forma que me aseguraba que no
volvería a ir a la deriva.
Su mano salió disparada tan rápido que no tuve tiempo de reaccionar, de
jadear... de correr.
Me rodeó la cintura con la mano y me empujó hacia él, luego me hizo girar y me
apretó contra el mostrador, con el pecho al ras del frío e implacable granito. La
sensación de su cuerpo acercándose al mío, su calor abrasándome desde dentro,
era eufórica.
El sonido de las palmas de sus manos golpeando el mostrador a ambos lados de
mí era fuerte, lo que hacía que me zumbara el oído y que mi cuerpo temblara. Su
cálido aliento me hizo cosquillas en la oreja, me estremecí y cerré los ojos.
—Deberías correr —gruñó—. Deberías huir tan lejos y tan rápido de mí que
pensaras que no habría ninguna posibilidad que te encontrara . —Utilizó su pie
para separar mis piernas, y me tambaleé contra el mostrador para es tabilizarme.
Entonces emití un sonido, de sorpresa y excitación por su contundencia, por el
hecho que estuviera tan claramente desquiciado.
—Me encontrarías. —Las palabras eran tan finas, como una brizna de hierba en
el viento, una que apenas eres capaz de agarrar mientras se desliza entre tus
dedos.
Apretó su cuerpo contra el mío, y abrí los ojos al sentir lo duro que estaba, la
gruesa vara encajada justo entre las mejillas de mi culo, mi camisa amoldada a mi
cuerpo y una barrera para lo que realmente quería.
123
—Así es, carajo, Galina. Te encontraría. —Presionó contra mi culo lentamente,
con firmeza, mostrándome lo que estaba trabajando —. No hay ningún lugar en
este puto planeta donde puedas esconderte de mí. —Me golpeó tan fuerte contra el
culo que me empujó ligeramente hacia delante sobre el granito, con las palmas de
las manos sudorosas, resbalando contra la parte superior lisa.
No podía recuperar el aliento. Mi coño estaba empapado. Esta contundencia de
Arlo, la dominación y la forma en que hablaba como si fuera mi dueño y como si
nadie fuera a tenerme más que él, era un fuego entre mis piernas que se extendía
hacia fuera y amenazaba con quemar todo el apartamento.
—Me pregunto cómo estás de mojada ahora mismo. Me pregunto si deslizo mis
manos entre tus piernas, si empaparías mis dedos.
No hablé, no pude, así que en su lugar levanté el culo y aplasté las mejillas
contra su erección. El material de sus pantalones de chándal y mi camiseta de
algodón, y el hecho que no llevara bragas, dejaban poco a mi imaginación sobre lo
que lucía entre las piernas, no cuando podía sentir cada centímetro duro, cada
cresta definida.
Siseó contra mi oreja, empujando la larga caída de mi pelo por encima de un
hombro y enroscando los mechones alrededor de su pecho, sacudiendo mi c abeza
más hacia un lado, manteniéndome inmóvil. Se inclinó para lamerme el cuello
como una especie de criatura que probara su comida.
—Debe gustarte jugar con animales salvajes, nena. Debe gustarte el riesgo que
te muerdan.
Cerré los ojos y gemí, una señal no verbal que quería cualquier cosa que me
diera.
—Así que dime... dime lo jodidamente húmedo que está tu coño para mi polla.
Dime cuánto llora tu cuerpo para que me lo folle.
—¿Por qué no lo averiguas? —Dios, realmente quería que me mordieran
mientras me burlaba de Arlo, mientras levantaba el culo y lo volvía a bajar, una y
otra vez, machacándome contra él como si tuviera alguna idea de qué demonios
estaba haciendo. No tenía ni idea de cómo seducir a un hombre, pero la falta de
control y contención que podía sentir de Arlo me decía que mi falta de experiencia
no importaba. Me deseaba fervientemente.
Estaba quieto y tenso detrás de mí, como si mis palabras lo impactaran, tal vez
incluso lo hubieran cabreado porque iba en su contra. No me cabe duda que no
mucha gente lo hacía, no si valoraba su vida. Pero cuando un profundo sonido de
pura lujuria salió de él, supe que gane. Sabía que no me negaría, porque cualquier
pensamiento en el que se hubiera perdido antes que yo entrara en la cocina, antes
que mi presencia lo arrastrara fuera de la sangre que cubría su visión y su mente,
en ese momento era más poderoso que esa voluntad de hierro forjado se
desvaneciera.
Empujó esa agitación hacia abajo para que el hombre que estaba detrás de mí
fuera uno que me cogiera para hacerme saber que los dos estábamos aquí y vivos y
nada podía cambiar eso. Porque aunque ambos tuviéramos alguna parte de maldad
en nuestras vidas que se enconaba, aquí y ahora, Arlo era mío tanto como yo
siempre sería suyo.
124
Y mientras deslizaba sus manos por mis brazos y bajaba por mi cintura para
agarrarme las caderas en un magullado abrazo, supe sin equivocarme que nunca
desee que me rompieran tanto como ahora.
Durante un largo momento no hizo nada más que abrazarme, con sus manos
como vísceras a mi alrededor. Me pregunté si estaba tratando de disuadirse, de
decirse a sí mismo que era una mala idea, que cruzar esta línea acabaría
cambiándolo todo. Quería gritar y chillar, mirarle a los ojos y decirle que las cosas
ya cambiaron. Yo ya cambié. Y era por su culpa.
Gruñó.
—Siempre me enorgullecí de ser un hombre con control, que nada podía
ponerme de rodillas, figurativa y literalmente. Pero en lo que a ti respecta... —Pasó
la punta de su nariz por el lado de mi cuello, y yo incliné la cabeza para d arle mejor
acceso—. En lo que a ti respecta, nunca fui más irracional ni estuve más loco en mi
puta vida.
Sentí que me subía la camisa y no lo detuve. No lo detendría por nada del
mundo. El aire fresco se movía sobre mi culo desnudo, y cuando se inclinó ha cia
atrás y gimió por el hecho que no llevaba bragas, sentí un chorro de humedad
deslizarse entre mis muslos. ¿Podría ver lo empapado que estaba mi coño?
—Dios mío, Galina. —Pasaron más segundos largos en los que él no se movió,
pero pude sentir su mirada sobre mí, pude sentir cómo trazaba las líneas y curvas
de mi culo con sus ojos como si las estuviera memorizando.
Miré por encima de mi hombro y vi que su mirada se deslizaba hacia el pequeño
tatuaje de colibrí que tenía en la cadera, una cosa diminuta con las alas
desplegadas y la espalda arqueada. Arlo alargó un dedo grueso y calloso para pasar
por la tinta.
—Los colibríes pueden mostrar sus colores, pero también ocultarlos —dije en
voz baja, con un nudo en la garganta. No sabía por qué sentía la necesidad de
decirle eso a Arlo, pero las palabras salieron de mí antes que tuviera tiempo de
detenerlas.
Conecté con el pequeño pájaro que tenía un pulso de mil doscientos latidos por
minuto, una cosa diminuta que seguía siendo poderosa, que podía esconderse pero
ser vista... rápida e inteligente. Me gustaba compararme con una criatura así,
compleja aunque por fuera pareciera frágil.
Mi cuerpo se estremeció cuando Arlo deslizó su dedo a lo largo de mi piel antes
de dejar caer su mano de nuevo a su lado. Su mirada, tan oscura y penetrante, hizo
que todos los pensamientos me abandonaran, aparte de las cosas perversas que
quería que me hiciera.
—Más —dijo con una voz tan baja que era casi amenazante.
Respiré entrecortadamente e hice lo que me dijo, abriendo las piernas un
centímetro más, queriendo que me mirara el interior de los muslos, que viera cómo
estaban brillantes porque estaba empapada.
Dejó escapar un zumbido de aprobación que sonó casi malvado.
Me puso más caliente.
125
—¿Te gusta burlarte de mí, provocarme?
Sabía que no era una pregunta real, no por la forma en que la formuló. Puso una
mano en una de las nalgas desnudas y sus uñas romas rozaron la piel hasta que
jadeé por la sensación.
Me acerqué más al borde del mostrador y enrosqué los dedos alrededor de la
dura piedra, haciendo palanca, dándome impulso y compra. Me levanté sobre las
puntas de los pies para acercarme más a él, con todo el pecho pegado al mostrador
y los dedos de los pies apenas sobre el suelo. Le hice una invitación silenciosa.
—¿Quieres que pierda el control, moy svet? ¿Quieres que un caballero o un puto
monstruo te folle por primera vez? —Sus palabras eran gasolina para el infierno
que había dentro de mí. Lo quería, como sea que me lo diera.
—Quiero al verdadero tú. —Miré por encima de mi hombro para poder mirarle
a los ojos. Sabía lo que quería. Sabía cómo quería dármelo. No me importaba el
dolor. Lo quería—. Quiero al monstruo.
Sus ojos se entrecerraron, sus labios se despegaron de sus dientes en una
muestra salvaje de agresión alfa y pura lujuria. Sin dejar de mirarme, me pasó una
gran palma por el culo, su mano era tan grande que me sentí diminuta bajo él, una
muñequita para esta bestia rusa.
—Ábrete más. Déjame ver este pequeño coño tan húmedo y listo para recibir mi
polla. —Agarró el otro lado de mi culo, abriendo mis mejillas al mismo tiempo que
ampliaba mi postura. Podía sentir el aire frío a lo largo de mi acalorado coño y no
tenía ninguna duda que podía ver mi raja.
—Tan jodidamente jugoso, rosado e hinchado. —Sus palabras eran bajas, y me
di cuenta que las decía para sí mismo—. Dime a quién pertenece esto. —Enfatizó lo
que quería decir dándome una palmada en el culo, no lo suficientemente fuerte
como para que me doliera, pero lo suficientemente fuerte como para que hubiera
una oscura promesa de lo que iba a pasar—. Dímelo, joder.
—Tú —dije sin aliento, en voz demasiado baja para que me o yera claramente, lo
sabía.
—Dilo más fuerte, joder. —Esta vez me dio un golpe más fuerte en el culo, y
gemí por el escozor.
—Tú, Arlo.
Tarareó en señal de aprobación y calmó el escozor pasando la palma de la mano
en lentos círculos por mi culo.
—Así es. Este puto culo me pertenece. —Acercó su mano cada vez más a la parte
de mi cuerpo que más me dolía. Mi clítoris palpitaba al ritmo de mi pulso, mis
músculos internos se apretaban para algo sustancial que sólo Arlo podía darme, y
mis piernas temblaban por la adrenalina que corría por mis venas. La necesidad de
sentir sus grandes y callosos dedos deslizándose entre mis labios, acariciando el
manojo de nervios en el vértice de mis muslos, de ahuecar mi coño con su mano
masculina, era tan fuerte, tan firme que casi le rogué con lágrimas cayendo por mis
mejillas.
126
—¿Y esto? —se burló mientras deslizaba finalmente sus dedos por mi
hendidura, ronroneando como un felino satisfecho —. Tan jodidamente húmedo.
Me estás empapando la mano, nena, los jugos de tu coño se deslizan por mis dedos
hasta la muñeca. ¿No es jodidamente asqueroso? —Gemí y me estremecí. Se inclinó
para que su boca estuviera de nuevo junto a mi oreja y dijo con dureza —: Qué niña
tan sucia eres, ocultándome este dulce coño.
Oh, Dios, pensé mientras me mordía el labio, con los dientes clavados en el
inferior con tanta fuerza que sentí que la piel se rompía y saboreé el sabor ácido y
cobrizo de la sangre a lo largo de mi lengua.
—¿A quién pertenece este dulce coño, Galina? —Sus dedos patinaron sobre mis
labios, masajeando la tierna piel, enviando ondas de choque a mi interior. Movió
esos grandes dedos hacia mi clítoris, frotando movimientos lentos y constantes a
su alrededor hasta que me estremecí, tan cerca del orgasmo que pude
saborearlo—. Dime de quién es esto, a quién perteneces, Galina, y te daré lo que
quieres. —Añadió más presión a mi clítoris, y un sonido bajo y desgarrador salió
de mí—. Te daré el mundo, cada puta cosa que soy, nena.
—Arlo, oh Dios. Tú, Arlo. Todo lo que soy te pertenece.
Nunca fue tan libre con mis palabras y mi cuerpo, nunca significó nada tanto
como al decir las palabras que salían de mis labios. Pero con Arlo, era como si se
hubiera roto un dique dentro de mí, un torrente de emociones y sentimientos,
sensaciones y deseos que caían libremente. No había forma de detener el torrente
de lujuria carnal que estallaba en mí.
—¿Así que estás diciendo que este coño virgen es todo mío? ¿Mío para lamerlo,
chuparlo... para follarlo tan fuerte como quiera?
Eché la cabeza hacia atrás y volví a gemir con fuerza, asintiendo antes de pasar
la lengua por la herida del labio inferior, saboreando continuamente ese sabor
metálico.
—Porque este es mi coñito virgen, ¿no?
—Sí —grité mientras él frotaba mi clítoris con más fuerza—. Es tu coñito virgen.
— En cualquier otra ocasión, me habría sentido humillada por decir tales cosas,
pero me sentí liberada cuando las palabras salieron de mi boca y cuando Arlo me
dio un gruñido de aprobación como respuesta.
—Khristos. —Su voz era baja, esa única palabra era dura—. Nunca seré el mismo
por tu culpa.
No tuve tiempo de pensar en lo que quería decir con eso, porque un segundo
después su cuerpo estaba sobre el mío, y la sensación de su cálido aliento
recorriendo mi coño expuesto me hizo abrir los ojos de golpe.
Miré por encima de mi hombro y lo vi arrodillado detrás de mí, con sus grandes
manos cubriendo cada una de mis nalgas, abriéndolas de par en par, con su mirada
clavada en el lugar privado que había revelado.
—Ningún otro cabrón te mirará aquí, excepto yo. —Era una advertencia, como
si pensara que le iba a decir lo contrario, como si quisiera a alguien más.
Sacudí la cabeza porque no podía encontrar mi voz de repente.
127
—Pídemelo. —Su voz era gruñida, y juré que sentía las vibraciones
directamente en mi clítoris. Tampoco necesité preguntar a qué se refería. Sabía los
pensamientos sucios que pasaban por su mente. Eran los mismos que pasaban por
la mía.
—Yo… —Dios, ¿podría realmente decir las palabras? Una sonora bofetada
seguida de un dolor punzante en la nalga mientras me azotaba me hizo arquear la
espalda involuntariamente—. Lame mi coño. —Las palabras salieron gimiendo,
arrancadas de mí como si yo supiera qué darle a Arlo para que me diera más. Pero
eso no impidió que mi cara se calentara más que el sol mientras las sucias palabras
salían de mí.
Sus dedos estaban apretados en mi trasero, relajándose y flexionando, como si
sólo se tomara su tiempo para mirar lo que estaba anidado entre ellos.
—Voy a ahogarme en ti —dijo un segundo antes que su boca estuviera entre mis
piernas y su lengua empujara mis pliegues hinchados.
Jadeé y gemí, con los dedos dolorosamente apretados alrededor del mostrador
mientras me entregaba a Arlo, mientras me llevaba más cerca del borde.
—Nunca es suficiente. —Sus palabras se agitaron contra mi coño resbaladizo —.
Tan caliente y dulce. Estarás tan jodidamente apretada agarrando mi polla
mientras te follo, mientras reclamo este coño intacto . —Me dio una palmada en el
culo, y yo encorvé los dedos de los pies, con los ojos en blanco, mi cuerpo no era
mío ahora.
No era humano. No podía serlo por los sonidos que emitía mientras me comía,
los gruñidos, la forma en que atraía los labios de mi coño entre sus labios,
chupándolos, mordiendo suavemente la carne antes de dejar que volviera a su sitio
mientras iba al otro lado y repetía la acción.
Y cuando apretó su lengua y se movió desde mi clítoris hasta mi hendidura,
lamiéndome lentamente, saboreándome hasta llegar a mi culo, sentí el familiar
espiral de mi orgasmo precipitarse.
—Quiero verte tan desquiciada que vueles tan alto que soy la única puta cosa
que puede mantenerte con los pies en la tierra. —Movió un dedo alrededor del
agujero de mi coño antes de empujarlo suavemente. Mi cuerpo cedió, aceptando el
grueso dígito, llorando por más. Oí los sonidos descuidados mientras mi cuerpo se
aferraba a ese dedo, sintiendo cómo mis músculos internos se tensaban alrededor
de él.
Bombeó dentro de mí una vez, dos veces, y luego deslizó otro dedo en el tercer
empuje, haciendo una tijera hasta que el estiramiento y el ardor dieron paso a más
placer. Y mientras empezaba a bombear dentro y fuera de mi coño, me frotó el
clítoris con el pulgar, enviándome a las estrellas hasta que me consumió la luz y el
calor y supe que nunca volvería a estar cuerda.
—Necesito... —No sabía cómo decir lo que quería, aunque debería ser tan
sencillo. Volví a empujar sobre él, deslizando mi coño sobre sus dedos, follándome
de una manera gratuita y desinhibida. Siempre tuve el control de mí misma y de lo
que me rodeaba, pero dejarme llevar era liberador, y hacerlo con Arlo también lo
era—. Necesito correrme, Arlo. —Mi voz era un ronroneo ronco, grueso y drogado.
128
—¿Mi chica quiere correrse?
—Sí —grité—. Dios, sí. —En este momento no necesité nada más. Me moriría
sin ella, me dije. El empuje perezoso dentro y fuera de mí. Círculos lentos contra mi
clítoris. Me estaba torturando, prolongando esto, cuando todo lo que quería era
explotar y darle a Arlo, el único hombre de la historia, mi placer.
—Entonces, córrete para mí —gruñó al mismo tiempo que hundía sus dientes
en la mejilla de mi culo y empezaba a penetrarme con el dedo más rápido, frotando
mi clítoris con más fuerza.
El dolor y el placer me atravesaron como un rayo que cayera sobre un árbol, una
explosión de luz y calor que me envolvió por completo. Me corrí, con la espalda
arqueada y las tetas temblando mientras todo mi cuerpo se estremecía con un
orgasmo que me hizo doblar las rodillas. Me dolían los pezones porque estaban
muy apretados, la sangre corría por debajo de mi piel, sin duda rosándola,
haciéndola ultrasensible.
Me corrí tanto que sólo pude jadear. Y cuando me desplomé contra el
mostrador, cuando la sensibilidad fue demasiado, maullé mi protesta. Arlo retiró
sus dedos de mí y le oí chupar. Mirando por encima de mi hombro con lo que sabía
que era una mirada somnolienta y saciada, vi como él lamía mi humedad de su
mano mientras me miraba fijamente a los ojos.
—Podría vivir de tus putos orgasmos.
Mis ojos brillaron mientras él seguía lamiendo mis jugos. Dios, su mano es taba
empapada desde la punta de los dedos hasta la muñeca. Eso debería
avergonzarme, pero... no lo hizo. Apoyé la frente en la encimera, con los ojos
cerrados, respirando entre las secuelas de mi clímax. Pero al instante siguiente,
Arlo me levantó, de espaldas a su pecho, con uno de sus gruesos brazos alrededor
de mi cintura.
—Acabamos de empezar. —Me hizo girar y casi me arrancó la camiseta del
cuerpo hasta que me quedé ante él totalmente desnuda, con los pechos pesados,
los pezones tensos y el coño todavía muy mojado. No trató de ocultar que me
miraba de arriba a abajo y que su atención se centraba en la unión entre mis
piernas durante tanto tiempo que me sentí cohibida.
—Aunque esté oscuro aquí —dijo con voz gruesa y me miró— puedo ver esa
dulce rajita, puedo ver tu brillante excitación cubriendo tus muslos. —Se inclinó
unos centímetros y apoyó las manos en el mostrador a ambos lados de mí,
encerrándome una vez más—. Y es gracias a mí. —Murmuró—. Eso le hace algo
malo a un hombre, Galina, algo primario y posesivo. —Cuando se inclinó para que
nuestros labios estuvieran a un pelo de distancia, quise su beso, lo necesitaba —.
¿Sabes lo que le haría a cualquier hombre que te tocara o te mirara?
Asentí lentamente, sintiendo que mi pulso se aceleraba.
—Dilo. Di las palabras en voz alta para que puedas escuchar la verdad.
Mi pecho subía y bajaba por la fuerza de mi respiración.
—Los matarás.
Su sonrisa era lenta, autocomplaciente.
129
—Los desgarraría miembro por miembro hasta que no quedara nada . —
Retrocedió tan repentinamente que exhalé tan rápido que me mareé.
Y entonces no pude evitar mirar la pesada longitud de su erección que cubría
sus pantalones.
—¿Quieres más?
Levanté la mirada y me lamí los labios. No necesité responder porque él vio mi
respuesta en mis ojos. Enganchó los pulgares en la cintura de sus pantalones y los
bajó, su polla brotó de los confines de sus pantalones, su polla se sacudió dos veces
antes de asentarse y apuntar hacia mí. Su longitud y su grosor hicieron que mis
ojos se abrieran de par en par, porque aunque sentí lo grande que era, verlo lo
llevó a un nuevo nivel de realidad.
Su polla debía tener la longitud de mi antebrazo y ser igual de gruesa,
demasiado ancha para que mis dedos pudieran rodearla por completo. Apreté los
muslos mientras la humedad brotaba de mí y, a pesar de mi anterior , muy potente,
orgasmo, quería mucho más.
Alargó la mano y me tocó la cadera. Al principio fue suave, pero luego añadió
presión, sus dedos se clavaron en mis nalgas y me empujaron hacia abajo hasta que
caí de rodillas. Con la cabeza echada hacia atrás y la mirada puesta en su rostro, no
podía respirar por su sorprendente belleza, no del tipo clásico y suave, sino más
bien de Lucifer... un ángel caído.
—Míralo.
Bajé la mirada hacia su polla, tan gruesa y larga mientras la sostenía en su palma
justo delante de mi cara. La cabeza era más grande que el tronco, más ancha y roja,
la raja burlándose de mí. Se me hizo un nudo en la garganta y se me hizo agua la
boca ante su enorme tamaño.
Agarró con fuerza la base de su polla y empezó a acercar lentamente la palma de
la mano hacia mí, con el puño apretado alrededor de la circunferencia. Su mano era
enorme, y su polla coincidía con la del hombre que la sostenía.
Una vez en la punta, se acarició perezosamente hasta la base. Lo hizo dos veces
más, y mi respiración se hizo más aguda mi respiración se volvía más agitada con
cada momento que él me provocaba eróticamente. Y entonces volvió a deslizar la
palma de la mano hasta la punta, sacando una gota perlada de pre-cum de la raja.
—Vamos —me dijo—. Lame como una buena chica.
Apoyé las manos en los muslos y me incliné hacia delante, con los ojos fijos en
Arlo todo el tiempo mientras arrastraba la lengua por la raja. Su salado y muy
masculino sabor explotó en mi lengua, y no pude evitar gemir. Y aparte de la
tensión de su mandíbula y la forma en que sus músculos pectorales se agitaron, se
quedó quieto, con una expresión de piedra.
—Nunca hice esto —susurré, preocupada por no poder darle placer. Y Dios, lo
deseaba tanto, tanto como él a mí.
—¿Sabes lo jodidamente excitante que es saber que seré tu primera? —Pasó la
corona de su polla por mis labios, usándola como un tubo de pintalabios, cubriendo
130
mis labios con su pre-cum. Pintándome—. ¿Sabes lo posesivo que me hace saber
que seré el único puto hombre que te vea así?
Puede que no supiera lo que estaba haciendo, pero eso no me impidió mirarle a
los ojos y separar los labios para llevarme su gruesa corona a la boca. Los músculos
de su cuello se resaltaron, él apretó los dientes y luego se deslizó lentamente,
centímetro a centímetro, hasta que me vi obligada a apoyar mis manos en sus
muslos para evitar que entrara demasiado rápido.
—Ahueca tus mejillas —apretó—. Mueve la lengua. —Agradecí sus
indicaciones—. Sí... joder, sí. Eso es... oh Cristo, sí, Galina, eso es.
Su estímulo me animó, y moví mi boca sobre su polla, pasando mi lengua a lo
largo de la punta enrojecida, sumergiéndola en la raja y lamiendo el sedoso precum que se formó. Parecía que estaba hambrienta de Arlo, porque no tenía
suficiente. Estaba tan perdida en lo bien que me hacía sentir chupársela que no
escuché su gruñido bajo ni cómo me decía que parara.
Un segundo estaba chupándosela y disfrutando de su salado sabor, y al siguiente
estaba sentada con el culo desnudo sobre la encimera, con las piernas lo
suficientemente abiertas como para que Arlo pudiera meterse entre ellas. Seguía
haciendo esos ruidos profundos y crecientes, y lo sentí hasta mi clítoris.
—Cuando me corra, será con mi polla dentro de ti y tú tomando hasta la última
gota.
Miré hacia abajo para ver cómo se acariciaba a sí mismo, su polla mojada por mi
boca, la punta con tanto pre-cum que empezó a gotear sobre el suelo, un hilo de
líquido transparente colgando de la corona antes de aterrizar en la baldosa a sus
pies.
—Si no estás preparada para esto, deberías decírmelo ahora.
Sacudí la cabeza y apoyé las manos detrás de mí en la encimera, inclinándome
hacia atrás y sacando los pechos. Le di una aprobación silenciosa.
Murmuró con placer y se acercó a mí, su calor corporal se mezcló con el mío, el
aroma picante y oscuro de él invadió mis sentidos.
—No creo que hubiera podido parar de todos modos, moy svet. —Su punta
estaba clavada en mi agujero, sus ojos clavados en los míos. Contuve la respiración
cuando empezó a empujar hacia dentro, rompiendo mi virginidad, desgarrando mi
inocencia, deslizándose profundamente dentro de mí y estirándome hasta que el
dolor y el placer fueron tan intensos que sentí una sola lágrima resba lar por mi
mejilla.
Se inclinó hacia delante, con una mano en el mostrador junto a mi culo, la otra
apoyada en el interior de mi muslo para mantenerme abierta. Y cuando apretó su
lengua y lamió mi mejilla, llevándose esa lágrima, cerré los ojos y gemí.
—Incluso tus lágrimas son lo más dulce que probé, joder. —Empujó otro
centímetro—. Dame más. Déjame lamerlas, tomar un pedazo de ti en mí.
Mi cabeza se echó hacia atrás, mi pelo colgando sobre el borde del mostrador, y
mis ojos se cerraron mientras le daba lo que pedía. El dolor era frontal y central, el
estiramiento tan monumental que sentí que me partía en dos. Pero él fue
131
implacable mientras se abría paso dentro de mí, clavándose en mi cuerpo y en mi
corazón centímetro a centímetro.
—Joder, sí. —Volvió a lamerme la mejilla, sacando cada lágrima que resbalaba
de mis ojos. Y cuando estuvo completamente dentro de mí, ambos exhalamos con
fuerza—. Tan apretado. Tan jodidamente caliente y apretado para mí. Me estás
estrangulando la polla, nena.
Levanté la cabeza y me obligué a abrir los ojos. Apoyó su frente contra la mía y
empezó a sacarla. Jadeé contra su boca y él me besó, tragándose el sonido, dejando
que la cabeza de su polla se quedara justo en mi entrada antes de volver a
introducirla. Los dos nos estremecimos por la fuerza, gimiendo por las
sensaciones.
—Te mereces algo lento y fácil para tu primera vez.
—Te quiero a ti y cómo quieras estar conmigo, Arlo. —Había convicción en mi
voz cuando él se apartó, y nos miramos fijamente a los ojos—. No quiero una idea
de cómo debe ser mi primera vez. —Se quedó quieto un segundo, sólo un
movimiento de sus dedos en mi cadera, antes de gruñir y volver a penetrarme con
tanta fuerza que mis ojos se abrieron de par en par y grité. Se retiró y miró su polla.
Seguí su mirada y vi su longitud cubierta por mi excitación y manchada con mi
sangre.
—Joder —gritó—. Mira cómo te destrocé, te quité la inocencia... y la hice mía . —
Me agarró de la otra cadera y me golpeó, mi culo se deslizó por el mostrador, mi
piel chirriando por la superficie. Sólo pude aguantar y ver cómo me follaba con
abandono, tan feroz e indómito... exactamente como quería que fuera con él. Los
sonidos de su polla haciendo un túnel en mi coño eran tan fuertes, mi humedad lo
hacía sucio y obsceno, pero tenía aún más crema goteando de mí, un lío resbaladizo
bajo mi culo y haciendo que su empuje fuera tan fluido que toda esa incomodidad
se transformara en un espiral deliciosamente oscuro.
—Mira qué bien me tomas, tu pequeño coño chupando mi polla, apretándose a
mi alrededor, ordeñando mi semen. —Sus palabras eran casi indiscernibles, y con
cada una de ellas me elevaba más—. Tócate; juega con tu clítoris.
Deslicé una mano temblorosa por mi vientre y pasé mis dedos por mi manojo de
nervios. Estaba mojada, tan empapada que cuando levanté los dedos ligeramente,
un hilo de humedad se aferró a la punta de mi dedo y se conectó con mi coño.
—Mierda, eso está caliente.
Levanté los ojos hacia su cara y vi que miraba donde estaba mi mano. Volví a
mover mis dedos hacia mi clítoris y empecé a frotarlo de un lado a otro, un sonido
roto me abandonó ante el placer que me recorría.
—Cariño, ya estoy tan jodidamente cerca. —Su cuerpo estaba cubierto de sudor,
brillando bajo el telón de fondo de las luces de la ciudad, sus músculos flexionando
y relajándose mientras golpeaba dentro de mí—. Me voy a correr tan jodidamente
fuerte, y tú vas a tomar cada una de las gotas que te dé y pedirás más, joder . —
Acercó la parte inferior de mi cuerpo al borde del mostrador y empezó a follarme
de verdad.
132
—Sí. —Trabajé mis dedos sobre mi clítoris mientras dejaba caer la cabeza sobre
mi cuello y cerraba los ojos mientras me entregaba a todo.
—Córrete para mí.
Y lo hice. Grité largo y tendido, sin importarme quién escuchara en los otros
apartamentos, sin importarme si sonaba como un animal herido. Sentí lo fuertes
que eran mis contracciones, cómo mi coño chupaba y se aferraba a su polla. Él
gruñía y se movía con más fuerza, sus empujones eran cada vez más erráticos.
Sabía que estaba cerca, y cuando entró profundamente y se calmó, rugió cuando
sentí que su polla se movía dentro de mí mientras bañaba cada centímetro de mí
con su semilla.
Su semen era caliente y espeso y provocó otro orgasmo que me robó el aliento y
tenía mis brazos cediendo debajo de mí. Pero antes que mi espalda se estrellara
contra el mostrador, la mano de Arlo estaba presionada en el centro de mi espalda,
su fuerte brazo me mantenía en pie.
Finalmente se calmó y apoyó su frente en mi pecho, su cálido aliento recorrió
mis pechos mientras ambos suspirábamos y jadeábamos. Levanté una mano y
hundí los dedos en su pelo corto, con los mechones húmedos en la sien. Me besó
uno de los pechos, luego se acercó y presionó suavemente el otro con los labios.
Parecía tan íntimo, quizá incluso más que lo que acabábamos de compartir.
No sé cuánto tiempo permanecimos así, con Arlo todavía semiduro dentro de
mí, pero mi culo se entumeció desde entonces y no me importaba lo más mínimo.
Nunca me sentí tan viva y contenta.
Se levantó para mí y se retiró, y al instante sentí que nuestros fluidos
combinados empezaban a salir de mí en un goteo cálido. Arlo me miraba entre los
muslos, y yo fui a cerrarlos con vergüenza, sabiendo que podía ver su semen
resbalando de mí, pero me retuvo con sus manos en mis rodillas.
—No —susurró, gruñó y se inclinó para dar un beso a mi clítoris, arrancando un
agudo jadeo de mí. Sentí su dedo moverse a lo largo de mi entrada mientras decía
—: ¿Qué tan adolorida estás?
Tragué y respiré un poco antes de responder.
—Sólo un poco.
—Ya lo creo. —Siguió frotando suavemente a lo largo de mi entrada, me dio otro
beso en el clítoris y luego sentí que empujaba su semen de nuevo en mi cuerpo —.
Te follé fuerte. —Intenté disimular mi gemido, pero salió a pesar de todo —. Mi
sitio está aquí. —Levantó sólo sus ojos hacia mi cara mientras permanecía entre
mis muslos—. Siempre.
Me encontré asintiendo antes de poder asimilar sus palabras por completo.
Se puso de pie, y no lo forcejeé ni me quejé cuando me levantó para abrazarme,
con mis piernas sobre su brazo, mi costado sobre su pecho y mi cabeza sobre su
hombro. Me abrazó con suavidad, como si me apreciara. Cerré los ojos y acomodé
mi peso contra él, dolorida y adolorida entre los muslos, el frío del aire y la
experiencia que acabábamos de compartir hacían que se me pusiera la piel de
gallina en brazos y piernas.
133
Arlo me tumbó en la cama y me acomodó para poder tirar de la manta sobre mi
cuerpo desnudo. Y entonces se deslizó a mi lado y me acercó, el calor de su piel
desnuda sobre la mía alejó toda la frialdad que sentí y cualquier preocupación o
incertidumbre que se hubiera manifestado hasta que sólo hubo euforia.
Durante largos minutos no hablamos, pero no sé qué podríamos decir.
Hablamos con nuestros cuerpos y dijimos tantas cosas durante ese tiempo que
sentí que sabía todo lo que necesitaba saber sobre Arlo sin que él tuviera que decir
una sola sílaba. Alcancé su mano que descansaba sobre su abdomen. Entrelacé mis
dedos con los suyos, observando el contraste, cómo su mano era mucho más
grande que la mía, sus dedos mucho más largos.
Su piel era de un tono oscuro y dorado en comparación con mi tez pálida. Era
fuerte donde yo siempre fui débil. Era intrépido donde yo siempre tuve miedo de
lo que me acechaba.
—Voy por ellos, Galina —dijo, con su voz profunda y envolviéndome como otra
manta de protección.
Cerré los ojos porque sabía a quién se refería. Ya mató a Leonid, aunque no
hubiera dicho las palabras. Sabía que intentaba protegerme aún más. Nunca le dije
el nombre completo de Henry, nunca le dije dónde podía encontrarlo, pero
también sabía que si Arlo quería encontrar a alguien, no me necesitaba para
lograrlo. Tenía recursos que yo nunca podría comprender al alcance de su mano.
Pensé en ese hombre que me abrazaba tan estrechamente, que recorría con sus
dedos mi columna vertebral, siempre tocándome, como si eso lo centrara a él como
a mí.
Arlo prometió que me pondría a salvo, y eso significaba que iría a Las Vegas y
por Henry. Sabía sin duda que Arlo lo mataría.
—No quiero ninguna venganza, Arlo. —Apoyé la cabeza en su pecho y pasé los
dedos por uno de sus muchos tatuajes. Podía ver las cicatrices que cubrían su
cuerpo bajo la tinta oscura.
Permaneció en silencio durante largos segundos antes de decir:
—Voy a hacer que sea seguro para ti, incluso si tengo que matar a todo el
mundo para hacerlo realidad. —Su brazo alrededor de mí se apretó como si
necesitara saber que todavía estaba aquí.
—No tienes que pedir, necesitar o querer mi venganza, Galina. La tienes de mí
sin falta. La tienes desde el principio.
Debería tener miedo de él, pero no lo tenía, y sabía que nunca tendría motivos
para tenerlo. Discutir con él cualquier cosa, especialmente algo como esto que
provocaba que el hombre que claramente nació de la sangre y la violencia se
aferrara a él como una bestia hambrienta, sería como tratar de separar a dos
perros en lucha.
Al final sólo saldría herido, aunque fuera sin querer.
134
22
Arlo
El sueño nunca llegaría esta noche, no después de matar a Leonid, y no después
de reclamar a Galina. La abracé durante horas, con su suave cuerpo amoldado al
mío, el dulce aroma que se aferraba a su pelo me llenaba la nariz cada vez que
inhalaba. Su excitación y la sangre virgen que se secaba en mi polla me recordaban
que no la merecía, pero que no la dejaría ir.
La toqué constantemente, moviendo mis dedos contra su brazo, bajando por su
espalda, apartando mechones de sedoso pelo oscuro de su cara sólo para poder
mirarla y ver cómo dormía.
Nunca me consideré un hombre afortunado. Eso no era algo que te diera la vida.
Raspé el fondo del barril para poder sobrevivir, me abrí paso desde una tumba
enterrada con tierra bajo las uñas y sangre cubriendo mi cuerpo sólo para poder
llegar al día siguiente. Pero mientras miraba el rostro dormido de Galina, contando
cada pestaña larga y gruesa que formaba medias lunas oscuras a lo largo de su piel
de alabastro, supe por primera vez en mi vida que era afortunado. Porque ella era
mía.
Temí que mis emociones turbulentas y la tensión de mi cuerpo la despertaran,
así que durante la última hora estuve sentado en la mesa, limpiando mi arma, el
135
meticuloso trabajo era bueno para mis pensamientos, ayudando a calmar las
furiosas emociones de mi interior. Eran extrañas, no eran algo que hubiera
experimentado o deseado nunca, y todo se debía a Galina. Ahora que las probaba,
no quería que desaparecieran.
Podía oírla moverse, imaginaba las sábanas deslizándose contra su piel suave y
desnuda. Ya estaba empalmado, lo estaba desde que se durmió en mis b razos, con
su cabeza sobre mi pecho, su sedoso pelo abanicado sobre mi pecho.
Mi polla palpitaba; me dolían los huevos. La deseaba de nuevo.
Y otra vez y otra vez.
Sentí que mis músculos se tensaban aún más cuando la necesidad de follar de
nuevo con Galina se apoderó de mí. Quería enredar mi mano en su pelo y tirar de
su cabeza hacia atrás mientras enterraba mi cara en la grácil línea de su garganta.
Y como si mis pensamientos la llamaran, salió del pasillo, con la sábana blanca
envolviendo las ágiles curvas de su cuerpo. Llevaba la sábana enrollada justo por
encima de los pechos y una mano la sujetaba con lo que imaginé que era un
apretón de nudillos blancos.
Su visión me hizo sentir algo en el pecho, algo poderoso y peligroso.
Irreversible.
Dejé la pieza que estuve limpiando y empujé la silla hacia atrás. Lo suficiente.
—Ven aquí.
Vi la tensión de sus pezones bajo la sábana demasiado fina cuando mis palabras
la afectaron. No habló mientras se acercaba, el material arrastrándose suavemente
contra la madera dura, el ruido del swoosh-swoosh llenando el espeso silencio.
Se detuvo a un par de metros de mí, el pulso en la base de su oreja me dijo cómo
respondía su cuerpo a mí. Rápido. Errático.
—Acércate, malen'koye solnyshko. Pequeño sol. Eso es lo que era. Luz para mi
oscuridad. Calor para mi frío.
Sus ojos bajaron a mi polla, y vio lo duro que estaba ya para ella. Acércate,
Galina. Acércate al lobo que está tan hambriento que te devorará sin pensarlo.
Y entonces dejó caer la sábana, su cuerpo desnudo y suave, las luces de la ciudad
justo fuera de la ventana susurrando sobre su piel, las sombras jugando a lo largo
de las líneas y curvas perfectas de su forma.
Ven aquí y deja que te consuma como ya lo hiciste conmigo. Deja que te arruine
tanto como tú hiciste que cada parte de mí se desmorone hasta el piso.
Dio otro paso hacia mí, y otro más. No pude detenerme, ni siquiera traté de
actuar como si tuviera algún control en lo que a ella se refiere. Estiré la mano y la
rodeé por la cintura, clavando mi dedo en su suave carne. Demasiado fuerte, con
demasiada fuerza. Mañana habría marcas. Pero no pude encontrar ninguna razón
para preocuparme. Quería que esos moretones cubrieran su cuerpo suave y pálido.
Quería poder mirarlos y saber que los tenía por mi culpa... porque era mía.
La empujé hacia delante hasta que tropezó conmigo, con sus piernas a ambos
lados de mis muslos. Se sentó a horcajadas sobre mí, con su coño presionado
136
contra mi polla. Jadeó y deslicé mi mano por su cintura, susurrando a lo largo de la
curva de su pecho antes de rodear su garganta con mis dedos. Añadí un poco de
presión, un recordatorio que era mía. Un recordatorio físico y visceral para ella.
—Dilo. Di las palabras.
Jadeó y la atraje aún más hacia mí, nuestros labios apenas se rozaron, su a liento
se mezcló con el mío. Inhalé profundamente, llevándola a mis pulmones,
necesitando sobrevivir con ella.
—Fóllame, Arlo.
Gemí y cerré mi boca sobre la suya, la bestia cobrando vida una vez más y
bañándome en ella. Solté su garganta y la agarré por la cintura, instándola a
levantarse ligeramente. Agarré la base de mi polla, alineando la punta con su
entrada, y entonces tiré de ella hacia abajo, con ambas manos en sus caderas,
clavando los dedos en su piel.
Incliné la cabeza hacia atrás y gemí con fuerza, el ruido se mezcló con sus jadeos
de placer y dolor. Sabía que estaba dolorida y me dije a mí mismo que fuera suave.
Que fuera suave. Pero cuando empezó a cabalgar sobre mí, vi una bruma de placer
y necesidad. Levanté las caderas y la atraje hacia mí, la follé como si ella fuera el
aire y yo me estuviera ahogando.
Quería volver a correrme dentro de ella. Quería dejar una pequeña parte de mí
dentro de ella como ella hizo conmigo. Galina se abrió camino en mi cuerpo,
arrancó capa tras capa, me desolló vivo hasta que fui lo más vulnerable que jamás
fui. Y ella ni siquiera lo sabía. Nunca entendería lo desnudo que estaba.
—Mío —gruñí justo antes de tomar su boca en un beso amoroso. Se aferró a mí
como si tuviera miedo que la dejara ir.
Nunca.
Sin Leonid, sólo quedaba una amenaza de la que deshacerse, y era ir a Las Vegas
y encontrar a los hombres de los que Galina huyo, que la amenazaron, que
pensaban que podían herirla y utilizarla. No iba a esperar. Lo haría de inmediato,
llevaría a Galina conmigo, porque no podría soportar no tenerla a mi lado, mi
preocupación por ella y la necesidad de protegerla eran demasiado fuertes para
ignorarlas. Nunca estaría más segura que cuando estuviera conmigo.
Yo era un hombre fuerte. Un hombre malvado. Pero por ella, deseaba ser bueno
y amable.
Deseaba ser alguien completamente diferente.
137
23
Galina
Pasaron un puñado de días desde que Arlo me reclamó, desde que me entregué
a un hombre por primera vez.
Desde que me arruinó para todos los demás y me puso una marca invisible que
me consideraba sólo suya.
Incluso ahora seguía pensando en esa primera vez... y en los días siguientes, en
cómo me tomó cada noche en su cama, en la ducha, por detrás, mientras lo
montaba. Estar con Arlo era indomable, como si fuéramos dos animales en celo
juntos, sudorosos y desesperados, ambos necesitados de conseguirlo porque sería
la culminación final de unirnos.
Fue salvaje y sucio. Fue agresivo y violento.
Fue perfecto.
Y aunque lo único que quería era seguir envuelta en ese cuento de hadas en el
que el villano me hizo suya y nunca tenía que preocuparme por los “y si”, la
realidad volvía a golpearme.
Contemplé la vista de Las Vegas. Tenía la misma sensación de siempre.
Desesperación, anhelo... hambre. Era una sensación espesa y pegajosa que cubría a
una persona de la cabeza a los pies, tratando de absorberla con las luces
centelleantes, la promesa de euforia y placer, la mentira que si te quedabas un
poco más, te enamorarías.
138
Una hermosa mentira. Al menos para mí.
Pero sabía que había estúpidos en el mundo que lo abrazaban todo, aunque sólo
fuera por un momento. Se perdían en lo bonitas que eran las cosas por fuera, sin
saber que si cavaban un poco más profundo, llegarían al centro podrido. Pero a mí
nunca me engañaron, no cuando me pasé toda la vida enclavada en los barrios
bajos, donde la belleza de lo que podía ser nunca te tocaba.
Tomamos un jet privado de Desolation a Las Vegas casi dos noches después que
Arlo matara a Leonid. Quería decirle que era demasiado pronto, que me dejara
pensar en esto, que tratáramos de idear otra cosa. No es que yo sea reacia a que se
cargue a Henry. De hecho, cuando pensaba en ello, esa sensación que todo estaba
bien me llenaba. Y eso me asustaba, me aterrorizaba que me sintiera cómoda con la
arenilla y la destrucción que conllevaba el hombre que amaba.
Porque la verdad era que estaba mal de la cabeza porque quería que Henry se
fuera. Quería que mi padre viera las repercusiones de lo que pasaría si intentaba
hacerme daño. Quería que Arlo mostrara a todos de lo que era capaz.
No quería parecer débil, nunca lo fui en toda mi vida, pero por primera vez, me
sentía como si estuviera encerrada en una burbuja, como si viviera otra vida. Las
feministas de todo el mundo probablemente me desollarían viva al ver lo mucho
que Arlo se esforzaba por garantizar mi seguridad.
—Es la hora —dijo Arlo con su característica voz profunda y grave desde detrás
de mí.
Me di la vuelta pero no me acerqué, pies sobre pies nos separaban mientras él
permanecía envuelto en sombras en el otro extremo de la habitación del hotel. Era
magnífico y bello, y me fijé en el traje que llevaba, una imagen oscura y cara de lo
que realmente era.
Un asesino profesional. Un asesino violento sin remordimientos.
Un sociópata tal vez.
El hombre que amo.
Me dirigí hacia él hasta que sólo unos centímetros fueron lo único que nos
separó.
—Lo diré de nuevo... Creo que es mejor que no vengas para que no veas lo que
va a pasar.
Me lamí los labios y negué con la cabeza. Intente decirme que no iba a ir con él
esta noche; me exigió que me quedara a salvo en la habitación del hotel, más
exactamente. Pero si esto realmente iba a ocurrir, tenía que estar allí. Para mi
tranquilidad y para cerrar este capítulo de mi vida.
—Ya voy —dije con firmeza, finalmente, y levanté la barbilla desafiante, lo que
hizo que la comisura de su boca se levantara divertida a pesar de la seriedad de la
situación. Levantó la mano y me tocó un lado de la cara. Su expresión se suavizó.
—Los hombres adultos no tienen ni siquiera los cojones de desafiarme . —Se
inclinó hacia mí y me besó lenta y profundamente, y yo me fundí con él como
siempre—. Tu fuerza es una de las razones por las que te quiero tanto. —Sus
139
palabras fueron bajas y profundas y murmuradas contra mi boca, y mi pulso hizo
un vuelco en mi pecho.
Mi corazón latía con fuerza en mi pecho ante sus palabras.
—Te quiero —dije, las palabras sonaron como si me arrancaran y partieran por
la mitad.
Se apartó y enseguida apoyé la frente en el centro de su pecho, respirando su
aroma. Quería tanto a este hombre que me dolía físicamente, y aunque sabía que
nada le pasaría nada porque era tan fuerte y obstinado, tan peligroso que hasta la
muerte le temía, mi respiración seguía agitada al pensar en perderlo.
—No hay necesidad de temer —dijo suavemente y besó la coronilla de mi
cabeza—¿No sabes que soy el monstruo al que todos los demás monstruos temen?
Sonreí aunque no sentí ninguna gracia en su forma de burlarse, aunque sabía
que lo hacía por mi beneficio.
—Vamos. Acabemos con esto.
Me aparté y le miré. Quería que los demonios permanecieran firmemente en las
sombras. Sin embargo, no quería mirar nunca por encima del hombro y
preocuparme que alguien me alejara de Arlo. Y la única forma de asegurar nuestro
futuro y que nuestra relación fuera más fuerte que nunca era derramar más sangre
y enterrar los cadáveres del pasado.
Dios, ¿quién era la mujer en la que me convertí, una que estaba bien con matar
para asegurar mi vida?
Una superviviente. Soy una superviviente, y haré lo que sea para asegurarme de
estar al lado de Arlo.
Después de un beso más, me sacó de la habitación del hotel y me lle vó al BMW
que nos esperaba en la pista de aterrizaje. No tuve que darle a Arlo ninguna
información sobre Henry o mi padre, y él nunca me lo pidió. Independientemente
de los contactos que tuviera, era evidente que Arlo consiguió los detalles que
necesitaba, y eso quedó claro cuando salimos del Strip y nos dirigimos a Fremont
Street.
La parte más antigua de Las Vegas aparecía, una reliquia del pasado que seguía
siendo popular entre los turistas por la forma en que se aferraban a un recuerdo de
una época diferente. Pero pronto esa fachada empezó a desvanecerse cuanto más
avanzábamos, cuanto más nos adentrábamos en la parte arenosa de lo que era la
ciudad, donde los edificios estaban en ruinas, los negocios destartalados, las
ventanas rotas y las vidas destrozadas, con mujeres semidesnudas de pie en la
esquina de las calles, fumando cigarrillos y pidiendo sugestivamente “compañía
esta noche”.
Me sentí arrastrada de nuevo al único lugar que llamé “hogar”, y lo odié. Sentí
náuseas por la forma en que pesaba dentro de mí, como esa otra presencia que
intentaba echar raíces en mi alma.
Estaba mirando por la ventanilla del copiloto cuando sentí que la mano de Arlo
cubría la mía que estaba apoyada en mi muslo. Miré hacia él, pero estaba
firmemente concentrado en la calle. No me sorprendió que fuera capaz de percibir
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mis turbulentas emociones. Estábamos conectados de una manera que nunca
entendería pero que agradecería para siempre.
Apretó sus dedos en mi mano y levanté la otra para colocar la palma sobre la
suya; el calor y la fuerza que emanaban de Arlo fueron suficientes para que una
apariencia de calma me invadiera. Pero ni siquiera esa sensación tranquilizadora
pudo apagar del todo mi miedo profundo a lo que iba a ocurrir a continuación.
La parte rota de Las Vegas era como otro mundo en sí mismo con el
funcionamiento de las cosas. Era como Desolation en ese sentido, con la vida
perdida en las partes más profundas, engullida y en decadencia en los bajos fondos
de lo que solía ser una sociedad próspera.
No supe cuánto tiempo condujimos, pero lo hicimos en silencio. Volví a mirar a
Arlo, viendo y percibiendo el cambio en él cuanto más nos acercábamos a nuestro
destino. Su cuerpo estaba más tenso, su concentración más aguda. Se retiró a
alguna parte oculta de sí mismo donde las emociones no podían tocarse, donde era
una máquina sin sentimientos y sólo tenía el cálculo frío y muerto como brújula.
Volví a concentrarme en el parabrisas, porque si pensaba demasiado en esto,
tendría que replegarme en mí misma para superarlo.
Pasaron otros cinco minutos antes que Arlo redujera la velocidad y metiera el
BMW en el estacionamiento agrietado e irregular... donde se encontraba un viejo
casino. Ni siquiera parecía que siguiera funcionando, pero había una luz
parpadeante sobre la puerta de entrada, marcada y descolorida, como una
alfombra de bienvenida para cualquiera que fuera lo bastante valiente , o estúpido ,
para entrar.
Maniobró el auto hacia la parte trasera del edificio, donde no había luz, antes de
dar la vuelta para mirar hacia la calle. Apagó el motor y nos quedamos en silencio
durante largos segundos mientras él miraba la parte trasera del casino, ambos
sumidos en la oscuridad, de modo que las formas se distorsionaban y la realidad
no se veía cómo debería.
—¿Arlo? —susurré su nombre pero no sabía lo que le estaba preguntando.
—Te quedarás en el auto, Galina. —Me miró entonces, por primera vez desde
que salimos del hotel. Se acercó y abrió la guantera, una tenue luz del pequeño
interior rompía la densidad de la negrura. Sacó una pistola y me la acercó, con el
cañón hacia el parabrisas. Miré el arma y lo miré a él. Su silencio era fuerte, su
mensaje claro.
Usa esto si alguien te jode.
Extendí la mano y cogí el arma, nuestros dedos se rozaron durante una fracción
de segundo antes que se rompiera el contacto. El peso del arma era considerable
mientras la miraba, el metal frío pero cálido cuanto más la sostenía. Sabía disparar,
tuve que aprender a una edad temprana. Pero esta arma pesaba en la palma de la
mano, más grande que la que tenía, y sentí que una ligera capa de sudor me cubría
la frente.
—Arlo, vámonos —dije de repente y centré mi atención en su rostro —. Sólo
quiero que estés a salvo. Vámonos y olvidemos esto . —Estaba divagando, mi miedo
era tan fuerte ahora que no podía controlarme. Y me sentí avergonzada por eso.
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Ahora mismo necesito ser fuerte. Nunca deje que el miedo me controlara, pero ante
la idea que Arlo saliera herido, o algo peor, este frío terror me envolvía.
—Moy svet —murmuró—. No tienes nada que temer. No dejaré que nadie te
haga daño. —Su mandíbula se tensó—. No dejaré que nadie te aleje de mí.
Sacudí la cabeza porque me malinterpretó.
—Yo no me preocupo por mí. No puedo perderte —dije y me sentí
inmediatamente avergonzada. No quería aferrarme a lo que teníamos, dejar que
fuera una debilidad, pero aquí estaba, rogándole que se fuera conmigo para que no
hubiera una amenaza que me lo quitaran.
—Mi dulce Galina —susurró y me cogió la cara mientras se inclinaba y me
besaba suavemente los labios, luego la punta de la nariz y finalmente se posó en mi
frente. Cerré los ojos y dejé que la sensación y el olor de él me rodearan hasta que
ese duro pánico empezó a disminuir.
—Ni siquiera la muerte podrá apartarme de tu lado. —Se apartó y me miró a los
ojos—. Ni siquiera la muerte —volvió a decir, y yo asentí, aunque quise decirle que
no podía garantizar eso. Nadie era inmortal ni invencible. Nadie podía predecir
cuándo o cómo moría, ni impedirlo. Pero cuando Arlo lo decía con una
determinación y una finalidad tan pétreas en su voz, era difícil no creer que si
alguien podía desafiar a la propia muerte, era él.
—Dime que lo entiendes. —Su voz era dura, como si esperara que obedeciera a
toda costa, que creyera mis palabras aunque fueran mentira.
Me costaba respirar, no digamos ya hablar, pero me las arreglé para decir:
—Vale, entiendo que estás loco. —Esta vez fui yo quien se inclinó para besarlo y
sentí que sus labios se inclinaban en una sonrisa contra los míos.
—U nas yest' vsya nasha zhizn', chtoby byt' pravymi. —Se apartó y me pasó un
dedo por el labio inferior—. Tenemos toda la vida para estar juntos. —Y entonces
salió del auto, las cerraduras encajando, sellándome, la pistola en mi mano un
recordatorio que tenía que usarla. Porque aunque le dije que me quedaría en el
auto, de ninguna manera iba a dejarle ir en esa situación solo. De ninguna manera
iba a dejar que le hicieran daño porque él estaba poniendo las cosas a salvo para
mí.
Con una reserva de acero, haría lo que tenía que hacer, como siempre hice.
Yo luché por mi vida, y Arlo estaba ahora firmemente incrustado en ella.
Lucharía hasta la muerte por los dos si fuera necesario.
142
24
Galina
La noche parecía más fría de lo que debería para esta época del año, o tal vez era
el peor miedo que sentí en mi vida.
Llevaba mucho tiempo de pie frente a la puerta trasera de este casino en
quiebra, con la espalda apoyada en el ladrillo, con la respiració n tan rápida y
errática que temía que alguien que pasara por allí me oyera.
El sonido de la música que sonaba a lo lejos, la risa chillona de una mujer que
estaba demasiado cerca para ser cómoda, el ruido de los cristales que se rompían y
una serie de ruidos desagradables que intentaban desconcentrarme en veinte
direcciones distintas.
El hombre que amas está ahí dentro luchando por ti. Entra ahí y ponte a su lado.
Él lo odiaría, se enojaría conmigo. Pero no me importaba. No ahora, no cuando
no hacer nada no era una opción.
Con una respiración más tranquila, me aparté de la pared, haciendo acopio de
toda la concentración que podía reunir, y me acerqué a la puerta trasera que vi
atravesar a Arlo.
Enrosqué la mano alrededor de la manilla y tiré de ella para ab rirla, el metal
emitió un fuerte crujido que me dejó helada y la respiración se me atascó en los
pulmones, con el corazón en la garganta, mientras rezaba a quien estuviera
143
dispuesto a escuchar para que nadie me oyera. Tras un segundo en el que nadie se
abalanzó sobre mí con el arma en alto, entré.
Cerré la puerta tan silenciosamente como pude tras de mí, el olor a moho y a
edad me hizo cosquillas en la nariz de una manera incómoda. El cuarto trasero en
el que entré tenía cajas pegadas a las paredes a ambos lados. El suelo estaba lleno
de basura, mugre y suciedad por todas partes. El techo parecía a punto de
derrumbarse, inclinado en una esquina, y el resto de los paneles, antes blancos,
mostraban daños por el agua que creaban grandes círculos marrones y amar illos
sobre mi cabeza.
Podía oír voces de los niños a través de la puerta cerrada frente a mí, y me dirigí
silenciosamente hacia ella, agarré la manilla y tiré de ella para abrirla.
Inmediatamente percibí el aroma del humo de los cigarros, pero no podía
enmascarar el fuerte olor a moho y podredumbre que se respiraba en el aire.
Cuando salí al pequeño pasillo, seguí la luz apagada que provenía de mi
izquierda, que era también de donde provenían las voces. Me sorprendió no estar
temblando, mis manos firmes, mi dedo recorriendo lentamente el arma como un
recordatorio de lo que tendría que hacer. Porque no me cabía duda que tendría que
usarla con alguien para protegerme a mí y a Arlo.
Me detuve antes de llegar al borde del pasillo que se abría a la parte princip al
del edificio, y miré a un lado, observando la gran sala que claramente fue el casino
principal. Las máquinas tragaperras rotas y medio desmontadas estaban
arrinconadas contra las paredes.
Pude ver una mesa de blackjack con el fieltro roto y manchado tumbada en el
suelo y a la izquierda. Había una ventana junto a las puertas delanteras, con el
cristal pintado de negro, un trozo de cartón pegado en la esquina,
presumiblemente para tapar un agujero.
Y entonces el corazón se me subió a la garganta cuando vi dónde estaban los
hombres, de dónde procedían las voces, y cómo Arlo estaba de pie detrás de Henry
con una pistola apuntándole a la nuca. Sólo había otros dos hombres sentados en la
mesa de juego, uno a cada lado de Henry, ambos con aspecto de estar a punto de
cagarse encima.
Arlo tenía la otra mano levantada, con otra pistola apuntando a uno de los
hombres.
—Adelante —dijo Arlo con calma mientras miraba al hombre que estaba
sentado a su derecha, el único que no tenía un arma apuntando a un cráneo —.
Alcánzalo, coge tu arma y veremos lo rápido que eres. —Arlo sonrió lentamente, y
era una sonrisa que nunca vi antes. Era absolutamente aterradora —. Todos
ustedes son hombres de juego aquí. ¿Quieren apostar a que les meto una bala en el
cráneo a los tres antes que desenfunden?
Pasó un grueso momento de silencio en el que nadie habló. Creo que ni siquiera
respiraron.
El hombre se sentó tieso en su silla mientras miraba fijamente a Arlo. No me
cabía duda, dada su expresión, que no aceptaría esa apuesta.
—Estás cometiendo un grave error —se atrevió a decir Henry.
144
Arlo rio suavemente, pero no había nada de humor en ello. Era oscura e
insidiosa, como si fuera un precursor de todos los “errores” que vendrían.
—¿Es así? Eres un pez gordo, ¿eh?
Henry entrecerró los ojos a pesar que Arlo no lo miraba.
—Normalmente son los hombres que están a punto de morir los que dicen que
es un error —dijo Arlo con una voz engañosamente tranquila. Pude oír el sonido de
un goteo, algo húmedo golpeando el suelo. Mi posición ventajosa me permitió ver
que uno de los hombres se orinó en sus pantalones, la orina se deslizaba por su
pierna y creaba un charco en el suelo.
—Maldito imbécil débil —se mofó Henry al darse cuenta claramente que una de
sus arañas perdió la vejiga. Arlo apretó con más fuerza la pistola contra el cráneo
de Henry, que se enderezó en su asiento, apretando los dientes—. No tienes ni idea
de con quién te estás metiendo.
No, Henry no tenía ni idea de con quién se estaba metiendo.
—Estúpido. —La voz baja que vino de detrás de mí y la sensación de una pistola
presionando en el centro de mi espalda hizo que todo mi cuerpo se congelara. Pero
no fue el arma presionada entre mis omóplatos lo que me hizo tensar. Era la voz...
la voz de mi padre—. Deberías mantenerte alejada. No como si Henry no fuera a
encontrarte. —Su aliento era cálido y espeso con el aroma de la bebida—. Él te
encontró, iba a traerte de vuelta. Hiciste de mi vida un infierno al escaparte.
Miré a mi padre por encima del hombro. Su cara estaba golpeada hasta el
infierno, negro y azul e hinchado. Estaba claro que mi marcha provocó que Henry
utilizara al hombre que fue mi donante de esperma como su saco de boxeo
personal. Sin embargo, no sentí nada. Ninguna simpatía. Ni empatía.
Me dio un codazo en la espalda con la pistola hasta que me tambaleé hacia
delante. Arlo levantó los ojos en mi dirección, pero aparte de un sutil tic en la
mandíbula, no mostró ninguna emoción. Puede que mantuviera esa férrea
compostura, pero yo sabía que estaba enfadado porque yo estaba aquí, porque no
le hice caso. Seguramente sabía que no podía permitirle hacer esto por su cuenta.
Tenía que saber que yo estaría a su lado para hacer esto bien.
Esta era mi lucha, y no lo haría en la seguridad de un auto con un arma en mi
regazo mientras otra persona se jugaba la vida por mí.
Henry comenzó a reírse, y ni siquiera la pistola que tenía en la cabeza pudo
detenerlo.
—¿Así que esto es obra tuya, Galina?
Un ruido sordo llenó la habitación y me di cuenta que procedía de Arlo. Se
inclinó para que sus labios estuvieran cerca de la oreja de Henry y dijo algo en una
voz demasiado baja para llegar a mí. Pude ver que la piel de Henry palidecía, que
sus ojos brillaban de miedo, pero luego cambiaron a algo maligno mientras me
miraba fijamente.
Cuando Arlo se puso en pie, sus ojos se fijaron en mi padre, que estaba de pie
detrás de mí. Ahora me agarraba fuertemente del brazo, como si pensara que iba a
145
intentar huir. Pero ya terminé de huir. Estaba harta de esconderme. Estaba aquí
para enfrentarme a esto sin importar las consecuencias.
Cuando nos separamos un metro de la mesa de juego y nos apartamos, los otros
dos hombres sentados me miraron con un claro terror en sus rostros. Eran lacayos,
peones en cualquier juego enfermizo que jugara Henry.
—Henry, dales lo que quieren. No está jugando.
Henry miró a un lado y enseñó los dientes al hombre que habló.
—Maldito cobarde. —No era inteligente, ni siquiera con una pistola apuntando a
su cabeza. Mantenía su miedo cubierto de trajes de diseño de imitación y
demasiada colonia barata.
Mi padre me arrancó la pistola de la mano, pero él seguía con la suya apuntando
a mi espalda. Pero mientras miraba la cara de Arlo, no tenía miedo de morir. En ese
momento no tenía miedo de nada. Toda mi vida y todas las situaciones que viví
hasta entonces cerraron el círculo. A partir de ese momento supe que nunca
permitiría que nada me controlara. No permitiría que alguien me asustara lo
suficiente como para que huyera. De todos modos, siempre te alcanzaba.
Henry me miró de arriba abajo, con una mirada lasciva y tan babosa como la que
yo recordaba. Sonrió y escupió:
—Estás tan perfecta como la última vez que te vi, Galina. Me pregunto si ese
pequeño y apretado coño virgen sigue sin ser tocado, o si te convertiste en la puta a
la que yo mismo imaginé darle forma.
Pop.
Parpadeé una vez, con los oídos zumbando, con ese estruendo de un arma
descargada resonando en toda la habitación, pareciendo que sacudía la única
ventana y la agrietaba aún más. Me quedé mirando donde estaba sentado Henry,
con el agujero de bala en la cabeza dejando un rastro de color rojo justo entre los
ojos y por el puente de la nariz.
Se desplomó hacia delante y su cráneo se estrelló contra la mesa de juego con
tanta fuerza que el endeble mueble tembló por la fuerza.
—Mierda.
—¡Joder! —gritaron los dos hombres que estaban a su lado, con los ojos muy
abiertos, su miedo saturando la habitación.
—Tío, no tenemos nada que ver con lo que sea que esté metido Henry —divagó
un tipo, con las manos por delante.
—Sólo le ayudamos ocasionalmente —gritó el otro hombre—. Oh, joder. Por
favor, no nos mate.
Arlo me miró y, sin apartar su mirada de la mía, apuntó con una pistola al tipo
de la derecha y mantuvo la otra apuntando al hombre de la izquierda. Entonces
apretó los gatillos y les disparó a ambos perfectamente en la cabeza. Todo ocurrió
en cuestión de segundos, aunque también pareció ir tan lento que fue como vadear
el agua.
146
Tres cuerpos ahora desplomados sobre la mesa de juego, la sangre filtrándose
en el fieltro verde, mi padre detrás de mí maldiciendo, la pistola a mi espalda
temblando por los nervios.
El olor de la sangre que llenaba la habitación se hizo tan fuerte que mi estómago
se retorció, devolviéndome al presente, el tiempo se aceleró hasta que pude
recordar que debía respirar de nuevo.
—Suéltala —dijo Arlo y apuntó la pistola justo sobre mi hombro. Era un buen
tirador, pero ¿qué tan bueno era cuando me usaban como escudo?
—Baja el arma y déjame ir. No tengo nada que hacer en esto —murmuró el
cobarde de mi padre desde detrás de mí. Era por él que todo esto sucedía.
Mi padre tenía el brazo levantado y apuntaba con la pistola a Arlo mientras
empezaba a retroceder lentamente, con un brazo alrededor de mi pecho mientras
me mantenía firmemente en su sitio para que, si alguien recibía un disparo, fuera
yo.
—Lo digo en serio. Déjame ir o ella muere.
—¿Dispararías a tu hija para salvar tu propio culo? —preguntó Arlo con calma
mientras se alejaba de la mesa y se acercaba, manteniéndose lo suficientemente
lejos como para que mi padre no se asustara más de lo que ya estaba.
—Ella no es nada para mí.
Y no era esa la verdad. Nada más que una herramienta de negociación. Nada
más que alguien a quien vender para ser violado y torturado sólo para poder pagar
sus deudas. Nunca signifiqué nada para él, y por eso cuando dobló la esquina
conmigo, saqué los movimientos de defensa personal que me enseñ ó Arlo y me
incliné hacia él. Al principio le cogí desprevenido y su agarre se aflojó un poco, lo
que me dio la suficiente ventaja para girar en su agarre, girar bruscamente y poner
mi rodilla en su ingle.
Gruñó y levantó el brazo. Sabía que estaba a punto de disparar y vi que lo hacía
a cámara lenta. Me agaché y cargué todo mi peso so bre su cuerpo, lanzándonos
contra la pared. Su espalda se estrelló contra ella, el aire lo abandonó, mi cabeza
resonó cuando su cráneo se rompió contra el mío por el impacto. Sabía que la única
razón por la que lo tomé desprevenido era porque estaba borracho y me
subestimó.
Luchamos con la pistola durante sólo un segundo, con el arma entre nosotros y
nuestros ojos fijos en los del otro. Vi su desesperación, supe que me mataría si eso
significaba salvar su propio pellejo. Si tuviera algún valor sentimental h acia este
hombre, lo perdí hace mucho tiempo. Tal como estaba, todo lo que veía era mi
supervivencia o que él me llevara al infierno con él.
El arma estalló entre nosotros, y el calor, el humo y el dolor abrasador me
envolvieron física y emocionalmente. Los dos nos quedamos paralizados,
mirándonos con los ojos muy abiertos, con las dos manos en el arma. Retrocedí y
miré hacia abajo, con el cañón apuntando al pecho de mi padre. La sangre se filtró a
través de su camisa y se extendió tan rápido que di otro paso atrás. Me estrellé
contra una pared dura: el pecho de Arlo. Él me quitó el arma con cuidado, me
rodeó la cintura con un brazo protector y luego levantó el suyo.
147
Mi padre sacudía la cabeza y mantenía las manos extendidas, suplicando,
rogando mientras se desangraba, pero todo cayó en oídos sordos y en la apatía.
Arlo levantó su pistola y le disparó una bala en uno de sus ojos. La cabeza de mi
padre crujió contra la pared antes de deslizarse hacia el suelo, manchando de
sangre su descenso.
No sé cuánto tiempo permanecí allí, pero cuando Arlo me envolvió en sus
brazos, con mi cabeza sobre su corazón, las lágrimas brotaron con rapidez y fuerza.
No eran de tristeza ni de miedo. Eran de puro y absoluto alivio.
Por fin era libre, aunque estuviera cubierta de sangre.
148
25
Galina
Ambos estaban muertos, ese capítulo de mi vida terminó. No más huida. No más
esconderse.
Fue suficiente para que una lágrima resbalara inesperadamente por mi mejilla.
Me rodeé la cintura con los brazos y contemplé las brillantes luces de Las Vegas.
Las vistas y los sonidos, el bullicio de la vida que siempre fue una constante en mi
mundo parecían estar a kilómetros de distancia. Un recuerdo lejano.
Ya no era mi pasado ni mi presente. Porque mi futuro era muy diferente ahora.
—No más lágrimas.
Cerré los ojos al oír a Arlo y sentí que otra lágrima bajaba por mi mejilla como si
mi cuerpo intentara desafiar sus propias palabras.
—Se acabó —susurré y abrí los ojos al mismo tiempo que me daba la vuelta
para mirarle. Inmediatamente me envolvió en sus brazos y me abrazó, apoyando
su barbilla en la coronilla de mi cabeza, mi fuerte protector que no pedía nada a
cambio pero me daba tanto de sí mismo.
—Te quiero. —Pronuncié las palabras, sin darme cuenta que salieron hasta que
sentí que su cuerpo se tensaba contra el mío—. Te quiero tanto —sollozaba,
sintiendo cada parte de mí.
149
Enredó su mano en mi pelo, los mechones húmedos de la ducha que tomamos
juntos nada más llegar al hotel hacía horas. Me lavé tan suavemente, limpiando la
violencia de la noche, como si necesitara hacerlo tan desesperadamente que fuera
su única misión en la vida.
Me inclinó la cabeza hacia atrás para obligarme a mirarle a la cara, la luz de la
ciudad unida a la oscuridad de la habitación proyectaba una presencia ominosa
sobre él. Le miré fijamente a los ojos y me perdí en su profundidad.
—Te quiero —susurré, queriendo decir las palabras una y otra vez hasta que se
grabaran en nuestras caras, tatuadas para siempre en nuestras almas.
Levanté las manos y ahuequé sus mejillas, una ligera escara que empezaba a
crecer, arañando la sensible piel de mis palmas.
Era brutalmente hermoso, mi ángel oscuro y vengador. Me hacía sentir cosas
que nunca creí posibles, que nunca imaginé para mí. Nunca pensé que podría
entregar mi corazón a alguien, que alguna vez me sentiría realmente segura o sería
feliz.
Pero al mirar las oscuras y turbulentas emociones que cubrían el rostro de Arlo,
supe sin duda que todas las cosas que me llevaron a este punto de mi vida, todas
las cosas feas me trajeron a este hermoso momento.
Me llevaron a él.
—Moy svet. Te amo tanto como mi muerto, oscuro y retorcido corazón puede
amar algo tan ligero y hermoso. Te amaré hasta que no pueda amar más, y sólo
entonces será porque esté muerto y me pudra en la tierra.
Me puse de puntillas y apreté mis labios contra los suyos, impidiéndole d ecir
nada. Arrastré mi lengua por la costura de su boca, amando el picante y masculino
sabor que lo cubría, que era él, antes de ahondar en su interior. Todavía estaba
muy tenso, pero apretó sus dedos en mi pelo, manteniéndome en su sitio mientras
inclinaba mi cabeza hacia un lado y profundizaba.
Un duro gemido salió de su garganta, y no pude evitar ablandarme contra él,
deseando ese peligro y esa oscuridad que se filtraba de su alma y me rodeaba.
—Te necesito —supliqué contra su boca, sin darme cuenta hasta ese momento
que nunca necesité nada más que sentir el cuerpo de Arlo apretado contra el mío,
su polla en lo más profundo de mi coño, su poder sujetándome para que me viera
obligada a soportarlo todo.
La sensación que sus brazos me rodeaban hizo que una emoción recorriera todo
mi cuerpo. Me encontré desgarrando su ropa, rasgando la mía, necesitando estar
desnuda, sentir piel sobre piel, saber que Arlo me deseaba tanto como yo a él.
Necesitaba saber que estaba viva en ese momento.
Y cuando los restos de nuestra ropa no eran más que jirones en el suelo, me
levantó, con sus bíceps apretando con fuerza. Rodeé su cintura con mis piernas,
mis brazos alrededor de su cuello, profundizando el beso, desesperado y
hambriento, hambriento como un animal desatado en nuestro interior.
—Necesito follarte —gruñó contra mi boca y no esperó a que accediera, a que
aceptara... a que suplicara que me llenara y me estirara.
150
Nos dirigió hacia el dormitorio y yo repetí:
—Te necesito. —Arlo me besó y gruñó entre lamidas y chupadas, con sus manos
agarrando las mejillas de mi culo, sus palmas tan grandes y fuertes, tan masculinas.
El aire me abandonó cuando mi espalda chocó contra el colchón, cuando el enorme
cuerpo de Arlo cubrió el mío.
Utilizó sus rodillas para abrirme las piernas, empujándolas con fuerza para que
no tuviera más remedio que estirarme para él, para desnudar mi coño y esperar a
que me lo diera como yo quería. Y cuando se acomodó completamente sobre mí, la
gruesa y pesada longitud de su polla se deslizó justo entre los labios de mi coño,
Hice un túnel con mis manos en su pelo y tiré de las hebras mientras me
arrancaba un gemido.
—Tan jodidamente húmeda para mí. —Empujó contra mí, su longitud se deslizó
por mi raja antes de retroceder. Una y otra vez, se deslizó a travé s de mi coño, mis
labios enmarcados alrededor de su circunferencia, la raíz de su eje frotando mi
clítoris con cada movimiento ascendente.
—Arlo. Dios, sí. —Podría ponerme en marcha sólo con esto, el movimiento de
balanceo, la sensación de su peso sobre mí, empujándome hacia abajo en la cama,
haciéndome tomar lo que tenía que darme.
Estaba tan mojada, empapada, con el interior de mis muslos embadurnado de
mi excitación por él.
—Tan preparada para mí —gruñó contra el costado de mi cuello, mordiéndome
la carne con la suficiente fuerza como para que gritara de placer y dolor, sabiendo
que por la mañana habría moratones, del tamaño de la punta de un dedo en mi
cintura, chupetones en mi cuello.
Clavé mis manos en su pelo, manteniéndolo justo donde estaba, pidiendo más,
más fuerte... todo. Levanté las caderas, exigiendo en silencio. Lo necesitaba dentro
de mí tan profundamente que no sabía dónde terminaba yo y dónde empezaba él.
Y entonces la punta rozó el agujero de mi coño un segundo antes que él
levantara ligeramente la cabeza y me mirara a los ojos.
—Moya. —Los míos. Me metió todos esos centímetros con tanta fuerza que mi
espalda se arqueó, mis pechos se agitaron y un sonido dolorosamente excitado
salió de mi boca—. Eres mía —gruñó mientras volvía a penetrarme con fuerza,
deslizándose hacia fuera hasta que la punta se alojó en mi entrada, y luego volvió a
empujar hacia dentro.
—Sí —grité.
Me folló con golpes rápidos, que me hicieron sentir que estaba reclamando su
derecho de forma irrevocable, que me estaba mostrando con su cuerpo que nunca
me escaparía, que era suya. Sus caderas golpeaban contra mí, el sonido húmedo y
descuidado de nuestra follada, tan sucio, tan lascivo, que casi estuve a punto de
correrme sólo por eso.
Fue brutal, los movimientos me empujaron hacia la cama por la fuerza. Arlo
deslizó su mano por debajo de mí y por la espalda, enroscando sus dedos sobre un
hombro, manteniéndome en su sitio mientras metía y sacaba su polla de mí.
151
Esto no era hacer el amor. Esto era una follada cruda y dura. Era una bestia
salvaje, su cuerpo estaba lleno de fuerza y precisión mortal. Era como si estuviera
perdiendo el control tanto como yo me sentía dentro. Y lo único que podía hacer
era aferrarme a él, con mis piernas rodeando su cintura y mis manos aún
enredadas en su pelo. Me mordía y lamía el cuello, emitiendo sonidos inhumanos
que me acercaban peligrosamente al orgasmo. Sus gruñidos, mis gemidos y el
ruido de nuestro sexo húmedo golpeando juntos rodearon mi cabeza y llenaron la
habitación.
—Eres mía, y nunca te dejaré ir. —Él golpeó tan fuerte dentro de mí, golpeando
un punto secreto que hizo que mis ojos giraran hacia atrás en mi cabeza y el aire
fuera forzado de mis pulmones—. Ahora córrete para mí.
Me corrí, mi cuerpo obedeció a Arlo instantáneamente.
—Joder, sí. Eso es. Hasta tu cuerpo sabe que eres mía.
Las vibraciones de su voz se dirigieron directamente a mi clítoris, engordando
aún más el pequeño bulto hasta que no fui más que un fin sin sentido, moviendo la
cabeza de un lado a otro, tratando de mantenerme consciente. Sabía que Arlo era lo
único que podía darme el sexo que necesitaba. Él era lo único que dio vida a cada
parte de mí.
Me agarró las dos muñecas con una de sus manos y me empujó los brazos por
encima de la cabeza, añadiendo presión e inmovilizándome para que quedara
extendida como una ofrenda. Y entonces Arlo se inclinó hacia atrás, con su otra
mano agarrando mi cintura, sus dedos apretándose y relajándose mientras miraba
hacia abajo, donde nuestros cuerpos estaban conectados.
—Nunca he visto nada más caliente que la visión de mi polla en tu coño . —Se
metió y sacó, lenta y fácilmente, como si disfrutara del espectáculo —. Mi polla está
tan húmeda y brillante porque estás goteando para mí. —Su mirada se negó a
moverse de donde la observaba, y yo levanté la cabeza para mirar a lo largo de mi
cuerpo para observar también. Mis labios se separaron al ver que la gruesa y
corpulenta longitud de su eje salía de mi cuerpo, húmeda y brillante bajo el
resplandor de las luces exteriores que entraban por la ventana.
—Mira qué mojada estás, nena. Mira lo jodidamente empapada que está mi
polla.
—Sí, Arlo. Oh, Dios, sí. Fóllame. —Y lo hizo.
Deslizó sus manos a lo largo del interior de mis muslos, y luego enganchó sus
dedos bajo mis rodillas, empujando mis piernas tan lejos y tan ancho que mis
músculos protestaron de la mejor manera. La nueva posición era obscena, mis
piernas casi en posición de apertura, mi coño exhibido lascivamente, pero Dios,
nunca encontré nada más caliente.
Me penetró con tanta fuerza y rapidez que perdí la cabeza.
Arlo era despiadado, mi cuerpo dolía maravillosamente. Mis pechos se agitaban
de un lado a otro, mis pezones tenían picos duros, dolorosos, suplicando
silenciosamente por su boca de nuevo. Como si conociera mis pensamientos,
supiera lo que necesitaba, se inclinó y se llevó una punta tensa a la boca, haciendo
subir el capullo, pasando sus dientes suavemente por él una y otra vez hasta que
152
mi coño se apretó con fuerza alrededor de su polla por sí solo con mi inminente
orgasmo.
—Tan dulce. Mi sabor favorito del mundo eres tú. —Arrastró su lengua por mi
pecho, subiendo por mi cuello, y rodeó mi oreja antes de gruñir —: Ahora córrete
para mí.
Y lo hice. Exploté en un espectáculo de luces y fuegos artificiales, dolor y placer.
Todo lo que podía hacer era tomar lo que él me daba.
Cada toque, cada vista, cada olor y cada sonido me llevaron a lo más alto.
Los sonidos que hacía contra mi garganta cuando entraba y salía de mí. La forma
en que sus pelotas golpeaban el pliegue de mi culo. La forma en que la raíz de su
vástago se frotaba contra mi clítoris cada vez que lo hacía.
Me sentía muy bien, lamiendo el cielo, sintiendo ese éxtasis desde la punta de
los dedos de los pies hasta las puntas de los cabellos. Y no quería que terminara
nunca.
Sentí su polla pateando dentro de mí, haciéndose más gruesa antes que rugiera,
los fuertes y calientes chorros de su semen llenándome, echando raíces para que
siempre estuviera marcada desde dentro por el hombre que tenía mi corazón, mi
cuerpo y mi alma.
Cuando los dos estábamos agotados y exhaustos, se llevó una de mis manos a la
boca, me besó el centro de la palma y luego apoyó los antebrazos en la cama a
ambos lados de mi cabeza. Nuestras respiraciones eran ásperas e idénticas,
nuestra piel estaba sudada. Sentí las gotas de su sudor aterrizar en mi pecho,
caliente y pegajoso... tan malditamente sexy.
Se retiró y sentí la pérdida de inmediato. Sentí que la combinación de mi
excitación y su semen se deslizaba por mi coño y bajaba por el pliegue de mi culo
hasta formar una mancha húmeda en el colchón.
Arlo me acercó a él y me acurruqué contra su cuerpo, con la cabeza mareada y la
visión borrosa por las secuelas de mi orgasmo, de mi pura felicidad y amor por este
hombre. Levantó mi mano y la colocó sobre su pecho, justo sobre su corazón.
Incliné la cabeza hacia atrás para mirarle a la cara, notando que ya me observaba,
sabiendo que había algo en su mente. Había una expresión extraña en su rostro,
una que no podía ubicar. Me acerqué a él y le pasé el dedo por el pliegue de los
ojos.
—Nunca tuve un corazón para regalar, Galina —dijo suavemente en la
oscuridad, su mirada sosteniendo la mía—. Nunca conocí el amor, nunca lo di ni lo
recibí. Ni siquiera sabía lo que era hasta que llegaste tú.
Mi corazón se detuvo en mi pecho al oírle decir esas palabras, mi respiración se
detuvo en mis pulmones mientras esperaba que continuara.
—No soy un buen hombre. Tú lo sabes. Y me aceptas a pesar de todo. —Tomó
mi mano y la colocó sobre su pecho, justo sobre el corazón—. Pero todo lo que
pueda crecer en este oscuro y muerto corazón mío, cualquier amor del que sea
capaz, quiero que lo poseas. Quiero que seas la única persona que tenga esa parte
de mí, moy svet.
153
—Arlo…
—Quiero darte todo lo que soy, Galina. Quiero darte lo malo, lo bueno... incluso
las partes que son aterradoras, porque eso es lo real; eso es lo que soy . —Deslizó
su mano por el lado de mi cuello para acariciar mi cara, su pulgar suavizando mi
sien—. No sabía lo que era estar enamorado, y hasta que llegaste tú, nunca supe lo
mucho que quería vivir. Por ti.
—Te quiero. —Volví a decir esas tres palabras, con lágrimas en los ojos, que
salían de lo mejor de mí.
—Sin ti, no existo, Galina. Y si eso es amor, entonces te quiero tanto que me
arrancaría el corazón y te lo daría de regalo sólo para que pudieras ver mi lealtad,
mi determinación... que dentro de este monstruo, sólo soy un hombre que necesita
a la persona más importante de su vida. Tú.
Cerré los ojos y sentí que una sonrisa recorría mi rostro.
—Te quiero. Haces que la vida duela de la mejor manera, moy svet.
Y así fue como me dormí, sabiendo que ya no tendría que temer a lo que vivía en
la oscuridad, porque tenía al monstruo más peligroso abrazándome con fuerza.
154
Epílogo
Arlo
Cinco años después
155
Nunca puedes dejar atrás del todo la oscuridad. Te sigue como una sombra,
siempre ahí, mirando e imponiendo. Pero mientras tengas luz, siempre estará un
paso por detrás, sin poder tocarte.
Y mientras tuviera a Galina en mi vida, nunca sería realmente el villano de mi
propia historia. Ella me dio esa humanidad que siempre me faltó.
Me quedé de pie en el porche y la miré fijamente, con su silueta ensombrecid a
por el sol que se ponía en el horizonte y las olas que rompían contra la orilla.
Después de contemplar el rostro de Galina, verla así, con la playa y el océano como
telón de fondo, era una de las cosas más hermosas que vi nunca.
Durante tres años vivimos en la costa de un pequeño pueblo francés, con la
playa pegada a nuestra casa, la sal y el agua del mar en el aire. Sabía que dejar atrás
la Ruina fue la mejor decisión que podría tomar. Porque hacía feliz a Galina.
Espere a tener mis negocios y mis finanzas en orden y estuve poniendo todo el
dinero que ganaba trabajando para la Ruina para que nadie, legítimo o no, pudiera
poner sus manos en él. Tenía que asegurarme que nunca nos siguieran, que su vida
no volviera a estar en el punto de mira. Odié esperar tanto tiempo para sacarla de
aquella ciudad y de aquella vida olvidada, pero mereció la pena. Verla sonreír cada
noche cuando le hacía el amor me lo decía sin necesidad de pronunciar palabras.
Saber que hice todo lo que estaba en mi mano para garantizar que a Galina no le
faltara nunca más nada en su vida me daba paz. Y me asegur é de ello desde que
empecé a trabajar con la Ruina. Pero mis prioridades cambiaron en los últimos
cinco años, desde que Galina llegó a mi vida. Ahora, el objetivo final y todo el
ahorro era hacerla feliz y mantenerla a salvo.
Hasta que diera mi último aliento, siempre me aseguraría que estuviera
provista, cuidada, atendida. La quería. Tanto, carajo.
Caminé hacia mi esposa, que estaba en el mismo lugar donde hicimos nuestros
votos casi tres años antes. Galina tenía los brazos sueltos a los lados y el viento
movía su larga falda de estilo bohemio de un lado a otro.
Me puse detrás de ella y rodeé su vientre ligeramente hinchado con las palmas
de las manos mientras me inclinaba y le acariciaba el cuello. Ella inclinó la cabeza
hacia un lado para permitirme un mejor acceso, y yo cerré los ojos e inhalé su
dulce aroma.
—¿En qué estás pensando, moy svet?
Me rodeó con sus brazos y prácticamente pude sentir su sonrisa.
—En ti y en lo feliz que me haces.
Volví a besar el costado de su cuello. No era un buen hombre. Nunca lo fui y
nunca lo sería. Galina era la única gracia salvadora en mi vida, mi punto débil, mi
debilidad. Ella sabía todo esto, me escuchó contarle mis partes más oscuras, mi
pasado, las cosas violentas que hice. Y me amaba a pesar de todo,
irremediablemente. Innegablemente.
—Ya nikogda ne znal, chto znachit byt' zhivym, prezhde chem ty byl moim.
Se giró y me rodeó el cuello con los brazos, poniéndose de puntillas para acercar
sus labios a los míos.
—Te entendí bastante bien esta vez —murmuró contra mis labios.
—¿Sí? —Le mordisqueé el labio inferior. Empezó a aprender ruso y francés
hacía unos años, este último algo práctico ya que ahora llamábamos a Francia casa,
el primero porque decía que le apasionaba aprender cómo podía maldecirme
cuando la cabreaba. Yo sonreía, sin importarme si quería insultarme en ruso todos
los días. Su voz era tan encantadora que cualquier cosa que dijera era música para
mis oídos.
—Así es —siguió bromeando. Se apartó y su expresión se volvió sombría —.
Nunca supe lo que significaba estar vivo antes que fueras mía.
Dijo la frase exacta que acababa de decirle en ruso, y aunque le dije que era mía,
supe que nunca entendería cuando le dije que era lo único que me hacía sentir
vivo.
—Te quiero —susurré y la besé lentamente. Volví a deslizar mis dedos sobre su
vientre justo cuando mi pequeña, que crecía segura dentro de su mad re, pateó mi
mano con fuerza.
—Espero que estés preparada para ella, porque me temo que lo activa que es
mientras está dentro es un precursor de lo salvaje que será una vez que esté aquí.
La besé una y otra vez, sin poder evitar mi sonrisa.
—No puedo esperar, carajo. Déjala ser una niña salvaje. Que experimente la vida
y el mundo como quiera. Que nadie la retenga, o les meteré una bala en la cabeza.
156
Galina resopló y puso los ojos en blanco, pero yo hablaba muy en serio. A mi
niña no se le diría que nunca podría lograr nada en este mundo. Nunca sería como
mi padre. Le enseñaría sobre el mundo, lo bueno y lo malo y cómo podría superar
cualquier obstáculo. Y lo haría con la persona en la que más confiaba: mi esposa, mi
alma gemela, la madre de mis hijos, porque quería una casa llena de hijas que se
parecieran a Galina e hijos que protegieran a las mujeres de sus vidas por encima
de todo.
Ella era mi corazón. Mi luz.
Tenía suerte de tener a Galina en mi vida, y más suerte aún de ser padre. Nunca
más me quejaría de nada, no cuando me dieron el mejor regalo imaginable.
La felicidad, el amor y, sobre todo, saber lo que significa vivir.
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