1 2 Staff Traducción: Corrección y Lectura Final: Lady Red Rose Lady Red Rose 3 Diseño: Fassy Contenido Sinopsis Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19 Capítulo 20 Capítulo 21 Capítulo 22 Capítulo 23 Capítulo 24 Capítulo 25 Epílogo 4 Sinopsis No tenía corazón... pero quería el suyo. Todo lo que sabía de la vida era ira y violencia. Dolor y sufrimiento. Matar o ser asesinado. Yo era un “Ejecutor 1” de “La Ruina”, un sindicato de la Bratva, la Cosa Nostra, el Cártel y cualquier otra facción del crimen organizado que se dedicara a los aspectos más oscuros y crueles de la humanidad. Un agente libre al que se le pedía que hiciera cosas para las que los hombres más débiles no tenían estómago. Y cuando te rodeas de la muerte durante el tiempo suficiente, pronto no recuerdas lo que se siente al estar vivo. Y entonces la vi. Era una cosita frágil que intentaba ser fuerte. Pero me di cuenta que había visto demasiado horror en el mundo, demasiado de lo feo dentro de la gente. Debería alejarme. Sólo la hundiría más en la oscuridad. Pero por primera vez en mi vida, sentí una agitación en mi pecho, esta protección y posesividad hacia otra persona viva. Y fue doloroso. Me hizo sentir vivo. Lina trató de ocultar lo rota que estaba, pero yo era un viejo amigo de estar arruinado. Ella tenía secretos que yo descubriría. Porque por primera vez en mi miserable vida, quería algo para mí. Sentí algo más que apatía e indiferencia. Quería poseer la inocencia a la que ella se aferraba. Quería abrirla y consumirla para mí. Podía mirar sus ojos azules, demasiado confiados, y sabía que la mutilaría. Mataría por ella. Y eso se convirtió en nuestra verdad cuando su pasado volvió por ella, cuando mi presente intentó destruirla. Creyeron que podían llevarse la única cosa que siempre quise para mí. Se equivocaron. Cuando la miré, sentí que parte del monstruo que me hizo ser quien era volvía a mi alma negra. Nunca se iría... pero compartiría el espacio. Para ella. 1 Una persona que hace arreglos para otras personas, especialmente de un tipo ilícito o tortuoso. 5 1 Galina Hace dos meses Me empujaron por detrás con tanta fuerza que perdí el equilibrio y caí hacia delante, mis manos se extendieron instintivamente para detener el impacto. Las rodillas y las palmas de las manos chocaron con el sucio suelo, desgarrando la piel, el dolor subiendo por mis brazos y piernas. Me llevaron a un almacén abandonado. Aquí podría ser donde muriera. Oí las risitas de los dos hombres que estaban detrás de mí, los que me sacaron a la fuerza de la cama. Apreté la mandíbula, y la ira familiar que sentía cada vez que pensaba en mi padre y en la mierda a la que me arrastró me recorrió. Estaba aquí por su culpa. Mi padre. El drogadicto de poca monta que tenía un problema de juego y que hizo una apuesta de la que no pudo salir. Y finalmente me incluyó personalmente en su infierno. Debería haber dejado Las Vegas hace mucho tiempo, pensé. No debería convencerme que era más fuerte que toda esta mierda, que no tenía que irme para hacer una vida por mí misma. Maldita sea, debería dejar atrás a él y todo lo que representaba para siempre. Habría, podría, debería, y toda esa mierda. 6 Por un segundo contemplé la posibilidad de quedarme sobre las manos y las rodillas. No estaba segura de si me iban a volver a patear si intentaba levantarme, pero no quería parecer débil. Me negaba a que esos imbéciles pensaran que era una presa fácil. Hice acopio de mi orgullo y me impulsé hacia arriba, el sonido de las risas de los hombres de la habitación me hizo apretar los dientes e ignorarlos. Como era medianoche, sólo llevaba una camiseta blanca de tirantes y unos pantalones holgados. Ni siquiera me dieron tiempo a ponerme zapatos o una chaqueta, y siendo octubre, aunque estuviéramos en Las Vegas, la temperatura bajaba de los 15. Junto con este viejo y húmedo almacén y el temor que probablemente moriría esta noche, o algo peor, empecé a temblar. Me envolví con los brazos, queriendo conservar el calor, y también porque podía sentir lo duros que estaban mis pezones y no quería que los malditos enfermos se empalmaran al verlos. No miré detrás de mí a los dos hombres que seguían allí, bloqueando la entrada. Había un puñado de hombres frente a mí, y me sorprendió que necesitaran tantos cuerpos sólo para mí. El almacén al que me llevaron estaba claramente abandonado, con los suelos sucios, la edad y el óxido cubriendo cada centímetro del lugar. El olor a suciedad, moho y algo podrido llenaba el aire. Dado el hecho que estaba rodeada por un grupo de delincuentes, el olor de lo que se estaba pudriendo bien podría ser un cuerpo por lo que yo sabía. Oí un ruido a mi lado y giré la cabeza para ver a mi padre saliendo de una puerta. Mi padre. El hombre al que escribí hace más de un año, al que eché de mi vida porque estaba cansada que me arrastrara constantemente al vórtice de su mierda. La puerta de acero colgaba de las bisagras oxidadas y se apoyaba a medias en la pared mientras él despejaba la entrada. Al principio me confundió por qué no tenía a nadie arrastrando su lamentable culo hacia delante. ¿Estaba aquí por su propia voluntad? Parecía poco probable, dado su historial. Pero entonces vi el cañón de una pistola que apuntaba justo detrás de su cabeza. El hombre que salió de detrás de mi padre era alto y muy musculoso, con un rostro inexpresivo. Cuando mi padre y el pistolero se alejaron de la puerta, vi a otro hombre atravesando la puerta. El maestro de estas malditas marionetas. Henry Taedoni. Era el único al que conocía en este agujero de mierda, pero de nuevo, eso era sólo por mi padre y todos los problemas que constantemente traía a nuestras vidas. Henry era lo que mucha gente de nuestro círculo llamaría un gángster, aunque “mucha gente de nuestro círculo” consistía en adictos a la metanfetamina, al juego y a cualquiera que le debiera dinero. Henry no era más que un prestamista de bajo nivel, un traficante de drogas y un pedazo de mierda en general. 7 No era parte de ninguna facción del crimen organizado. Yo los coloca ría en la categoría de la basura blanca, el tipo de “líder” que mantenía en su nómina y como clientela a adictos, criminales y degenerados de la variedad más basura. Porque eran fácilmente manipulables y no se defendían. Henry y su gente no eran organizados ni inteligentes. Utilizaban tácticas de fuerza y miedo hacia una población ya débil para conseguir lo que querían. —Galina Michone —dijo de una manera que me hizo sentir un escalofrío de conciencia y asco. Se acercó y se detuvo cuando estaba a unos metros de mí. Una sonrisa desagradable se extendió por su cara, con un diente de oro en un lado de la boca bajo la luz sucia y apagada. La forma en que dejaba que su mirada subiera y bajara por mi cuerpo me hacía sentir viscosa y desnuda. —Esta vez sí que Leo se metió en un lío —murmuró Henry y metió las manos en los bolsillos delanteros de sus pantalones, unos que parecían hechos de poliéster rebajado. Para todo el dinero que Henry estafo a la gente, parecía tan barato como un billete de dos dólares. —No estoy seguro que lo que Leo haga o dejé de hacer tenga que ver conmigo . —Debería mantener la boca cerrada. Enfadar a Leo y a sus matones no me iba a hacer ningún favor. Pero me sorprendió, y me enorgullece, que sonara tan fuerte como lo hice. Por dentro estaba aterrada, por supuesto. Sabía que la situación no iba a ser favorable para mí. —Leo y yo no nos hablamos. Me denunció como su hija hace bastante tiempo, cuando me negué a darle dinero y le dije lo rastrero que era. Henry volvió a sonreír, esta vez más como un tiburón. —Y aunque tuviera el dinero, que no lo tengo, seguro que no lo usaría para sacar a Leo de apuros. Está por su cuenta. —No me molesté en mirar al hombre que no era más que un donante de esperma. Que se joda por meterme en esta mierda. Volví a mirar a Henry rápidamente, sabiendo que no podía confiar en él hasta donde pudiera lanzarlo. Noté cómo miraba por encima de mi hombro a los dos hombres que estaban detrás de mí, algo en sus ojos hizo que se acercaran. Oí el ruido de sus pies, olí el sudor sucio que se pegaba a ellos mientras me llenaba la nariz. Me puse en tensión, mis músculos se tensaron. Aunque tomé algunas clases de defensa personal en el pasado, no era una tonta pensando que era rival para ellos. —No es dinero lo que quiero de ti, Galina. Mi corazón se detuvo, luego comenzó a acelerarse con el tiempo. —Leo ofreció una compensación por su deuda que me satisface. —La sonrisa de Henry no podía calificarse más que de perversa—. Y esa eres tú, o más bien tu cuerpo y esa dulce cereza que aún tienes entre las piernas. Sentí que mis ojos se abrían de par en par un segundo antes que el horror puro me bañara. Miré a Leo, pero el cabrón no me miraba, no se atrevía a mirarme a la cara después del acto atroz que acababa de hacer. 8 —Y no intentes decir que no eres tan inocente como dijo Leo. Te estuve observando, Galina. Sé que no aceptas compañía de nadie. Conozco tus hábitos diarios, sé que duermes sola todas las noches. —Henry paseó su mirada de ojos saltones por mi cuerpo y dio un paso hacia mí—. De hecho, me paré sobre tu cama y te vi dormir, sé que guardas una pistola bajo la almohada —murmuró como si eso le excitara—. Incluso me incliné y olí tu pelo en más de una ocasión, preguntándome si tu coño huele igual de dulce. Oh, Dios. Di un paso atrás, el miedo me recorría, pero mi espalda se estrelló contra uno de sus matones. Las manos me rodearon los brazos y luché salvajemente, con la auto preservación a flor de piel. Pateé y grité, pero sólo recibí un agarre contundente y las risas que me rodeaban. Pronto me sentí agotada y derrotada, y las lágrimas brotaron de mis ojos... unas que me negué a dejar caer. No confirmé ni negué lo que dijo Henry. No le daría la satisfacción de derrumbarse. Miré a Leo una vez más. Me miraba con lo que podía suponer que era culpa, pero también parecía tan drogado como una cometa. —Se suponía que ibas a protegerme —susurré. Esas palabras no eran más que una quimera de una niña que antes era vulnerable. No tenía madre, ni padre, a pesar que él estaba delante de mí. Y vendió mi virginidad para saldar su deuda. Me vendió como si fuera una mercancía. —Creo que dejaré que algún cabrón compre tu cereza por un precio exorbitante. No se ven muchas mujeres todavía tan inocentes a tu edad. Como si mi edad de veintiún años significara que era una solterona. —Y después que hayas sido domada, entonces te llevaré a dar un paseo antes que te acostumbres de verdad. —Volví a centrarme en Henry—. Pero tienes un aspecto tan dulce y delicioso que puede que no me canse de ti durante algún tiempo. Puede que te tenga como mi mascota personal durante un tiempo, Galina . —Volvió a mirarme con desprecio, como un jodido enfermo. —¿Y luego qué? —me burlé. Que se joda. Que viera mi rabia y mi ira, aunque no sirviera de nada. Su sonrisa se amplió. Estaba bastante seguro que le gustaba que le devolviera la jugada, probablemente le gustaba. —Y entonces te venderé o por la noche, recuperaré mi dinero y algo más. Volví a forcejear, logrando patear la pierna del bastardo que me sujetaba. Gruñó y me clavó los dedos con tanta fuerza que supe que me quedarían marcas negras y azules en el cuerpo. Siseé de dolor y me acercó a él, de espaldas a su pecho, antes de rodear mi cintura con un brazo de acero para inmovilizarme. —Si no te detienes, te dejaré inconsciente con un golpe en la cara —dijo, y me quedé paralizada. Su aliento olía a humo de cigarrillo rancio y a licor barato. —Brutus, no recurramos a tácticas de miedo. —Henry cacareó y se acercó hasta situarse justo delante de mí. Me miró fijamente, y las miradas lascivas y suger entes desaparecieron de repente al ponerse serio. Y eso fue lo que más me aterró de toda la situación. 9 —Podría ser peor, Galina. Mucho peor. Me mordí la lengua para no decir algo que no pudiera retirar. Todavía estaba tratando de pensar en cómo salir de esto, aunque pareciera imposible. —Y oye —dijo y sonrió una vez más, extendiendo las manos como si fuera una especie de mártir—. No soy un tipo tan malo. Incluso voy a dejar que vuelvas a casa y que recojas todo lo que quieras que pueda caber en una bolsa. Quiero que estés cómoda... hasta que no lo estés. —Me guiñó un ojo, y mi vientre se apretó de miedo. No pregunté por qué me hacía ese pequeño “regalo”, porque me permitió tener más tiempo para pensar en cómo escapar, en cómo huir. Lo que Leo y Henry no sabían, lo que nadie sabía, era que siempre sentí que algo malo iba a suceder. Que el otro zapato iba a caer. El fin del mundo... mi mundo. Y fue por eso que ya hice una maleta, tenía dinero para escapar, ningún plan real, sino un medio para irme a la primera de cambio. Si podía llegar a donde escondí mi bolsa y mis provisiones, tenía una oportunidad. Era escasa, pero seguía siendo una oportunidad. Así que me aflojé en los brazos del imbécil hasta que aflojó su agarre lo suficiente como para que pudiera respirar cómodamente. Henry ladeó la cabeza, tal vez pensando que estaba aceptando demasiado mi situación, pero no me importó. Tenía que ser inteligente si quería tener una oportunidad de sobrevivir. Le lancé una última mirada de odio a mi despreciable padre, jurando que, si alguna vez tenía la oportunidad, acabaría con él, borrando su miserable vida como él hizo tan fácilmente con la mía. Luego me sacaron de allí, me arrastraron por el sucio almacén y me metieron en la parte trasera del auto en el que me trajeron. Los siguientes veinte minutos mientras conducíamos por Las Vegas y de vuelta a mi asqueroso apartamento pasaron como un borrón. No me pregunté por qué no se limitaron a agarrar mis cosas cuando me sacaron de mi apartamento. No me pregunté por qué me estaban dando este pequeño “acto de bondad”. No pregunté ni me importó porque al final no les importaba. Demonios, por lo que yo sabía todo esto era un acto para hacerme más complaciente, para hacer parecer que las cosas no eran tan malas como eran. Al final, mis sentimientos, deseos y necesidades, mis comodidades, no importaban. No podía pensar con claridad, estaba sudando y temblando, y sentí las miradas fulminantes de los dos hombres que se sentaban a ambos lados de mí. Antes de darme cuenta, me sacaron de la parte trasera del auto y me llevaron a mi apartamento. Como mi casa era una mierda, todos los que se cruzaban con nosotros, incluso a esa hora, se ocupaban de sus propios asuntos. O bien eran adictos y no eran lo suficientemente coherentes como para preocuparse, o bien sabían para quién trabajaban los hombres que me seguían y tenían demasiado miedo como para intervenir. —Toma tus cosas —dijo uno de los hombres con dureza mientras me empujaba al interior de mi apartamento una vez abierta la puerta. Se cerró tras de mí y empecé a dirigirme hacia mi habitación, cuando sentí que un fuerte agarre en mi antebrazo me detenía. 10 —Si haces alguna estupidez, te daré una puta paliza y te diré que al diablo con agarrar tu mierda. ¿Entendido? No miré al idiota que decía las palabras, sólo asentí y tiré de mi brazo para liberarlo. —Tengo que ir al baño. —Hazlo rápido. —Sus palabras fueron cortadas mientras me seguía de cerca. Antes que pudiera entrar, se abrió paso por delante y examinó el baño. Era pequeño y viejo, con óxido y depósitos de calcio y manchas en la bañera y el lavabo, y una pequeña ventana sobre la bañera. Se acercó a la ventana y trató de abrirla, y yo contuve la respiración, rezando para que aguantara. Era vieja y destartalada, pero la manipulé de cierta manera para poder abrirla donde los demás la verían sellada. Y cuando se mantuvo fuerte, se alejó y yo exhalé. Revisó bajo el fregadero, presumiblemente en busca de armas, pero todo lo que encontró fue un par de artículos de limpieza, que retiró. ¿Qué creía que iba a hacer con ellos? —Hazlo rápido —Volvió a decir y me dejó sola, y me sorprendió que me permitiera cerrar la puerta. Quise dar las gracias a quienquiera que estuviera escuchando, pero no tuve tiempo. Nadie me ayudaría más que yo misma . Abrí la puerta bajo el fregadero y, tan silenciosamente como pude, levanté la tabla de madera suelta donde estaba mi bolsa. Una vez que la tuve, cogí las zapatillas baratas que había dentro, me puse una camiseta de manga larga y me aseguré que el dinero y la pistola seguían guardados. Luego me acerqué al retrete y tiré de la cadena, y después me acerqué rápidamente a la ventana para hacer palanca. Esperaba que el sonido del inodoro enmascarara el sonido de mi apertura del cristal. Una vez abierta la ventana, tiré mi bolsa, ya que mi apartamento estaba lo suficientemente cerca del suelo como para no romperme una pierna al saltar. Estaba a medio camino cuando uno de los imbéciles golpeó la puerta y ladró: —Date prisa, joder. —Y justo cuando sacaba el cuerpo por la ventana, vi que la puerta del baño se abría y el imbécil entraba. Su mirada se clavó en mí al instante, sus ojos se entrecerraron y sonó una maldición. Aterricé en el suelo y cogí mi bolso, luego corrí como si mi vida dependiera de ello. Porque así era. 11 2 Arlo Presente Mi madre fue llamada puta. Mi padre fue un boyevik, un soldado, para la Bratva. Yo era huérfano a los once años. Un criminal a los doce años. Era un asesino cuando cumplí dieciséis años. Y aquí estaba, quince años después, un bastardo de corazón frío. Podría resumir mi vida en esos detalles. Los detalles no importaban. La gente con la que entré en contacto era intrascendente. Era fácil fingir que tenía interés. Era inútil actuar como si tuviera corazón. Me dijeron muchas cosas a lo largo de mi vida, mentiras para hacerme caer en la trampa. —Tu madre no era más que una puta barata. Las mujeres así no duran mucho. Se usan y se tiran. Sirven a su propósito de esa manera. Esa fue una de las conversaciones más largas y “sentidas”, a ojos de mi padre, que tuvo conmigo. La verdad, como supe más tarde, distaba mucho de lo que me dijo. Me arrebataron de los brazos de mi madre poco después que la obligaran a darme a luz, y me arrojaron a la casa de unos desconocidos asociados a la Bratva, la mafia rusa. Desde el momento en que respiré por primera vez, me adoctrinaron en la vida de un criminal. De muerte y odio y lealtad a una sola entidad. 12 Mi madre fue una joven rusa que tenía esperanzas y sueños. Esa era la fantasía que yo inventaba. Esa era la fantasía que, sin duda, le dijeron para que se mantuviera dócil y sumisa. La esperanza podía hacer que cualquiera hiciera lo que quisiera. No la conocía, no sabía nada de ella por experiencia perso nal. La sacaron de su cama en medio de la noche, la llevaron a Estados Unidos y la vendieron como un trozo de carne a los que tenían poder y dinero. Aquellos para los que trabajaba. Y a veces a los que mataba. A los que les gustaba romper cosas. Arruinarlas. Esos hombres que destruían a una persona hasta que no quedaba nada más que la oscuridad, esa esperanza que antes no era más que una resignación sin esperanza. La ira familiar que sentía al pensar en el destino de mi madre era como un ácido en mis venas. No dejaba que las emociones fueran un factor en mi vida. Nunca lo hicieron, excepto por el pensamiento de una madre que nunca conocí, una chica demasiado joven, que fue violada y golpeada innumerables veces, obligada a dar a luz a un bebé que probablemente no quería, y luego utilizada de nuevo. Ella fue lo único por lo que me dejé llevar por mi apatía. Y una parte de mí odiaba eso, la odiaba por sentirme algo más que la nada con la que estaba tan familiarizada. La sombría oscuridad que abrazaba. No tenía que conocer su amor para saber que fue inocente, como tantas otras jóvenes arrojadas a esta vida. Durante un segundo me miré las manos, unas manos que se cubrieron de sangre muchas veces a lo largo de mis treinta y un años. Manos que pronto se empaparían de la fuerza vital de otra persona. Eran dedos y palmas que mataron sin piedad. Las que acabaron con la vida de mi padre una vez que descubrí que fue él quien violó a mi madre, me engendró a mí y finalmente la mató. No tenía que conocer a la mujer que me dio a luz para vengarme en su honor. Nunca corregiría los errores cometidos contra ella, o contra cualquiera de las otras víctimas indefensas, pero seguro que me haría mejor. Parricidio. ¿Quién iba a saber que nací para eso? ¿Quién sabía que era mi propia terapia personal? Y fue el acto de matar a mi padre lo que me elevó a la posición en la que estaba ahora con la Ruina y la Bratva. Al parecer, la Bratva pensó que les hice un favor al eliminar a mi padre, un traidor que estuvo dando información a la Cosa Nostra. Nunca los corregí, nunca les dije que lo que hice, lo hice por mí y por Sasha, esa chica que no era más que una niña y a la que sólo le dieron un infierno en la tierra. Que los Bratva piensen que hice lo que hice por ellos. No importaba el resultado final. —Oí que todo lo que el pobre cabrón hizo fue mirar a la hija del Pakhan, y eso le valió esa mierda. 13 El mero hecho de oír hablar del Pakhan, Leonid Petrov, líder de la Bratva de la Costa Este, me erizó la piel. No respondí ni reconocí lo que dijo Maksim. Lo miré y observé cómo señalaba al hijo de puta que estaba a punto de ser desmembrado y disuelto. Maksim maldijo en ruso, pero lo ignoré y me concentré en el trabajo. Se oyó el sonido de un encendedor, seguido del dulce y ahumado aroma de los cigarros que Maksim conseguía de una conexión que tenía con el cártel. Todo eso lo aprendí en el lapso de los primeros cinco minutos de estar en su presencia esta noche. Me llamaron y vine. Hice mi trabajo, me deshice de los cadáveres y seguí con mi miserable vida. —Una maldita mirada, Arlo —murmuró Maksim en voz baja, y le oí dar otra calada—. ¿Te imaginas...? —No, porque no me importan una mierda las circunstancias. —Lo fulminé con la mirada—. Un trabajo es un trabajo cuando la Ruina me llama. —Incliné la barbilla hacia el barril negro o a un lado—. Te dejan venir y aprender algo, así que cierra la boca y escucha. Deja de hablar. —Sostuve su mirada con la mía—. Mi trabajo es ser efectivo y rápido. Deja de cotillear y coge el puto barril. Normalmente hacía mi trabajo solo. Era más fácil. Tranquilo. No quería hablar del puto tiempo, y mucho menos de cómo uno de estos imbéciles estiraba la pata. Hacía lo que se me encomendaba y luego lo dejaba atrás. Porque eso es lo que tenías que hacer cuando eras un ejecutor de la Ruina. Pero Maksim era todavía joven y tonto, sin mucha experiencia, y desde luego no en lo que respecta a la Ruina o a la Bratva. Pero como era pariente consanguíneo de uno de los altos cargos de la mafia rusa, le permitían colarse en situaciones que deberían estar reservadas a hombres más controlados y hábiles. Y esta era una de esas situaciones. Pero cabrear a alguien de mayor rango en la cadena alimentaria de la Bratva o la Ruina no era mi estilo, ni inteligente, así que mantuve la boca cerrada y dejé que el mierdecilla aprendiera un par de cosas. Porque ser un agente libre del sindicato conocido como la Ruina, que se dedicaba a todo lo ilegal y clandestino, significaba que si querías conservar tus pelotas, no cuestionabas una mierda. Cuando la Ruina me llamó, acepté el trabajo y lo hice jodidamente bien. Me daba igual si era para la Cosa Nostra, la Bratva o el puto Cártel. Me importaba una mierda para quién era el trabajo, mientras me pagaran. Así que cuando miré la cara hundida del cuerpo del que iba a deshacer me, todo lo que vi fue un medio para conseguir un fin. —He oído que le dieron un balazo en los putos ojos. Exhalé y sentí que mis músculos se tensaban con fastidio. —Por el amor de Dios, Maksim —dije con rabia irrefrenable y le lancé una mirada fulminante. Levantó las manos y se colocó el fino cigarrillo marrón entre los labios. —Ya me callo —murmuró con rapidez y se dirigió a la esquina del almacén donde estaba guardado el bidón de cuarenta y cinco litros. Me agaché y abrí la gran 14 bolsa de lona, rebuscando los suministros que necesitaría para este trabajo en particular. Maksim trajo los dos utensilios más importantes que necesitaría y los puso a mi lado. Sierra de carnicero. La lejía. Esta última la traje antes en cantidad. Maksim arrastró el barril hasta el cuerpo que estaba tendido sobre la lona de plástico. —Realmente le ensuciaron la cara… —Maksim —gruñí y le dirigí una mirada. No necesité decir nada más para que cerrara el pico y asintiera con fuerza—. Apaga eso. Se sacó el cigarrillo de entre los labios y lo desairó en la suela del zapato antes de meterse la colilla en el bolsillo trasero de sus vaqueros negros. Durante largos minutos hubo silencio. Hice el trabajo rápido y eficazmente, y tuve que reconocer que Maksim, al ser la primera vez que veía una limpieza, no perdió la cabeza. Tal vez tenía pelotas después de todo. —¿Quieres ir a Yama? ¿Podríamos ver los agujeros de abajo en el Foso? Oí que hay un par de brutos reservados esta noche. Y oí que tienen algunas chicas nuevas en Nino's. Terminé de limpiarme y miré a Maksim. —No —Fue todo lo que dije. No tenía nada en contra de ninguno de los dos lugares y, de hecho, luché muchas veces a lo largo de los años en Yama, el ring de lucha clandestino de Bratva. Y Nino's, uno de los muchos clubes de striptease propiedad de la Ruina, no era mi estilo. —Como quieras —murmuró Maksim—. Voy a ir a Nino's entonces. Esas chicas están ansiosas por complacer a la gente adecuada, si sabes lo que quiero decir. La gente adecuada significaba que Maksim podía conseguir un culo gratis porque estaba asociado con la Bratva. Si no lo reconocían sólo por la cara, en cuanto se quitara la camisa, verían sus tatuajes y sabrían con quién estaba relacionado. Lo mismo que yo. Un grupo de hombres jodidamente malos. Pero donde algunos de ellos podrían ser redimibles... yo era un monstruo que tenía un boleto de primera clase directo al infierno. Además, tenía planes para esta noche, planes que incluían ir a un lugar que no debía, porque quería ver a alguien a quien no debía mirar. La morena demasiado inocente que trabajaba en la cafetería nocturna de Sal, una cafetería que era propiedad de los Bratva para blanquear su dinero. Y de esto último no tenía ni puta idea. Probablemente lo veía como otro restaurante de veinticuatro horas que abastecía a los borrachos, los adictos y los que llegaban a 15 trompicones después de estar de fiesta toda la noche, buscando comida de mala calidad cuando todo lo demás estaba cerrado. No debería pensar en ella, no mientras estaba solo y tumbado en la cama, y desde luego no mientras estaba descuartizando al bastardo esparcido por el suelo. Pero, joder, llevaba meses pensando en ella, y para un hombre que no tenía miedo a nada... quererla me aterraba. 16 3 Galina Si te sentías lo suficientemente solo, era casi como si nunca lo estuvieras. Era una presencia constante y pesada que pesaba sobre ti casi como una compañía, otra persona. Era una amiga con la que me familiaricé mucho a medida que pasaban los años, sobre todo después de mudarme a Desolation y dejar Las Vegas detrás. Cuando hui. Escapé. Y estuve viviendo con ese oscuro compañero durante los últimos dos meses. Qué apropiado fue que cree una nueva vida en Desolation, NY. Un nuevo nombre. Un nuevo fondo. La mentira de mi vida. Pero no podía odiar Desolation, especialmente esta parte de mierda de la ciudad, especialmente Sal's diner, donde trabajaba de camarera. Era el único lugar que no me hizo ninguna pregunta, que no comprobó mis antecedentes y que me pagaba por debajo de la mesa. Me quedé mirando el viejo y descolorido reloj de aspecto industrial que colgaba de la pared de la cafetería a mi derecha. No me cabía duda que si lo tiraba, estaría cubierto de una capa de mugre de un centímetro de grosor. Lo mismo ocurría con cualquier cosa en este restaurante de mierda. 17 La hora indicaba que era muy tarde, o muy temprano, según se quiera ver. Eran poco más de las tres de la mañana y, afortunadamente, sólo me quedaban un par de horas de turno. No me importaba el horario de mierda ni la estética deprimente de Sal's. Me daban todas las horas que quisiera, las propinas eran decentes cuando trabajaba en la hora punta, a primera hora de la mañana, y estar aquí me evitaba tener que sentarme sola en mi apartamento de mala muerte, preguntándome si me encontrarían, si mi pasado me alcanzaría. Laura, una de las camareras que trabajaba conmigo en el turno de noche, me contó la historia de Sal's. Me dijo que Sal's estuvo funcionando durante los últimos cuarenta años y que una vez fue propiedad de un matrimonio de inmigrantes sicilianos que consiguieron su sueño americano de tener su propio negocio. Pero, por desgracia, cuando Marianna, la esposa, falleció, su marido Sal le siguió poco después. Y entonces, sorpresa, una organización privada , SIN DUDA un negocio turbio que probablemente utilizaba este lugar co mo fachada para el blanqueo de dinero, se abalanzó sobre él muy rápidamente y se hizo con la propiedad. Yo misma monté esto último, teniendo en cuenta mis antecedentes con relaciones poco notables. Y aquí estaba yo, dos meses después de huir de Henry y de sus enfermizos planes para que yo pagara la deuda de mi padre. Estaba viviendo un sueño, pero vender hamburguesas grasientas, refrescos de cola y trozos de tarta de manzana de hace tres días a drogadictos, trabajadores del sexo, borrachos y a cualquiera que quisiera un lugar para salir de la calle, ya que abríamos las veinticuatro horas todos los días del año, era mejor que la alternativa. Ya no era Galina Michone. Era Lina Michaels. La identificación falsa fue bastante fácil de conseguir en Las Vegas, y mi vida aquí en Desolation era inquietantemente parecida a la de “casa”, así que me adapté bien. —¿Pueden atenderme aquí, joder? Exhalé con cansancio y me froté los ojos antes de dirigirme al cliente claramente borracho que acababa de entrar. Ya lo vi muchas veces, y siempre era odioso y exigente, por no hablar que estaba borracho. Estaba claro que pensaba que las mujeres estaban por debajo de él por el tono de su voz y la mirada que ponía cuando se dirigía al sexo opuesto. Era como todos los idiotas con los que estuve en contacto a lo largo de mi vida. Podía oler la bebida que se derramaba sobre él incluso antes de llegar a su mesa, pero traté de poner una sonrisa profesional, aunque sabía que sin duda parecía forzada y que no ayudaría con las propinas de este imbécil. Porque nunca lo hacía. Me miró fijamente y saqué mi libreta y mi bolígrafo del delantal. —¿Qué puedo hacer por usted? Durante un segundo se quedó mirándome con los ojos inyectados en sangre y brillantes y con una ligera capa de sudor cubriéndole la frente, lo que hacía que su pelo estuviera húmedo a la altura del nacimiento del cabello. También olía como si no se hubiera lavado en un tiempo y sólo hubiera consumido alcohol en las últimas veinticuatro horas. 18 —Hamburguesa y patatas fritas. Cerveza. Y que esté fría. —Escupió la última palabra, y yo no respondí, sólo asentí y me di la vuelta para irme. Alargó la mano y me agarró de la muñeca, con un agarre inflexible. Al instante mis defensas subieron aún más y mi cuerpo se tensó. —Asegúrate que mi cerveza esté jodidamente fría. —Sus palabras eran arrastradas y descuidadas, al igual que su aspecto. —Suéltame —dije en voz baja, fingiendo una fuerza que no sentía tener realmente. Sorprendentemente, lo hizo sin rechistar. Quería frotarme la muñ eca pero no quería que supiera que me molestaba tanto como lo hacía —. Te traeré tu cerveza pronto. Pero la próxima vez, mantén las manos quietas. —Me fui rápidamente, sin darle la oportunidad de responder. Después de hacer el pedido, me puse detrás de la pared, la única privacidad que tendría durante mi turno. Los idiotas como él no me molestaban tanto, no cuando vivía en Las Vegas y trataba con idiotas a diario. Pero a veces se me metían en la piel, ahora más que nunca, y me sentía más vulnerable que en mucho tiempo. Apoyé la cabeza en la pared, con la mirada fija en la estantería que contenía algunos suministros. Oí que se abría la puerta trasera y miré a un lado para ver a Laura entrando, con su cartera hecha jirones colgando del hombro. Su larga cola de caballo rubia oscura estaba un poco torcida, como si hubiera corrido, y cuando miré la hora, me di cuenta que probablemente lo hizo, ya que llegaba unos minutos tarde. Laura, al igual que yo, trabajaba principalmente en el turno de noche, pero estuvo haciendo más horas para ahorrar para las clases en el colegio comunitario. Si tuviera amigos, ella sería probablemente la más cercana a la que pondría esa etiqueta. Levantó la vista y se fijó en mí, con una sonrisa genuina en su rostro. —Siento llegar tarde. Me encogí de hombros. ¿Qué me importaba? Las cosas no estaban ocupadas ahora, y aparte del imbécil borracho, no hubo mucha “emoción”. Se encogió de hombros para quitarse la chaqueta y la colgó junto a su mochila en el gancho que estaba clavado en la pared manchada de grasa. Cogió un delantal “limpio”, se lo puso y se detuvo frente a mí. —La noche ya es así de mala, ¿eh? Me reí y negué con la cabeza. —La verdad es que no. Sólo el típico borracho idiota. Ella enroscó la nariz. —¿Cuál de ellos? Tenemos muchos de ellos cada noche. Muy cierto. Me dio otra sonrisa antes de exhalar y miró hacia el frente, su nariz se arrugó de nuevo. 19 —Hoy tengo que trabajar un doble. No puedo quejarme, porque las propinas probablemente serán buenas, pero Lina... odio a la gente. Me reí, el sonido salió disparado antes que pudiera detenerlo. —Lo mismo. Las dos nos dimos la vuelta y nos dirigimos de nuevo al frente. L a seguí por detrás, viendo si el borracho seguía ahí fuera... optimista que una de estas veces saliera a trompicones y no volviera a entrar. Pero allí estaba, mirando a la pared, probablemente pensando en todas las formas de vengarse de alguien que le hizo daño hace años. Porque los hombres como él eran malos cuando estaban borrachos, pero sobrios... probablemente era un bastardo desagradable. Estaba comprobando si su comida estaba lista cuando oí que se abría la puerta principal del restaurante. Miré por encima de mi hombro y mi corazón se aceleró inmediatamente antes de tomar una nota errática al ver quién entraba. Era un hombre que vio aquí muchas veces en los últimos dos meses. Y era un hombre que al instante puso en marcha todos mis instintos de supervivencia. No conocía, ni su nombre, ni su edad, ni su ocupación. Siempre pagaba en efectivo, era reservado. Nunca hablaba más que lo necesario para pedir su comida. Y su expresión nunca delataba nada. Ni frustración, ni cansancio. Ni placer ni odio. Nada. Era como si no tuviera ninguna emoción, esa pizarra en blanco que no veía nada pero que lo asimilaba todo. Era alto, con el pelo corto y oscuro, y tenía un aire que no podía ser confundido con nada más que peligro. El poder que ejercía era impresionantemente claro en su forma de caminar, en su manera de sostenerse. Y la fuerza de su cuerpo era evidente a pesar de la ropa oscura que lo ocultaba. Pero no tenía que conocerlo, no tenía que hablar con él para reconocer el tipo de hombre que era. Peligroso. Mortal. Alguien por quien no debía sentir curiosidad. Estuve cerca de muchos hombres como él en mi vida, hombres que mataban con sus manos y pasaban a la siguiente tarea. Era su naturaleza. Lo vi tomar el mismo asiento de siempre, el que estaba al fondo de la cafetería y que daba a la entrada. Siempre se aseguraba que la pared estuviera a su espalda. Esa era otra señal del tipo de hombre que era... uno que vio suficiente violencia como para que nunca lo pillaran desprevenido. El sonido del cocinero tocando la campanilla, indicando que la comida de mi cliente estaba lista, me sacó de mis pensamientos. Después de coger el plato con la hamburguesa y las patatas fritas, cogí otra cerveza, notando que el borracho ya se bebió la primera, lo cual no es sorprendente. Puse el plato delante de él y la botella de cerveza a continuación. No dijo nada, sino que empezó a hincarle el diente con sonidos asquerosos y descuidados. En cuanto me giré y me enfrenté al hombre oscuro y peligroso que estaba sentado en 20 la esquina, se me apretó la barriga, esa advertencia interna que me instaba a correr en dirección contraria, levantándose casi con violencia. Pero conocía esa vocecita, ese sexto sentido, y la rechacé y me acerqué. Porque aunque sabía que ese hombre era alguien con quien no quería involucrarme, tampoco podía mentir y decir que mi enfermiza curiosidad no era mucho más fuerte. —Bienvenido a Sal's —dije automáticamente—. ¿Lo de siempre? —Siempre pedía lo mismo. Sándwich de jamón y queso suizo en masa fermentada. Guarnición de patatas fritas. Taza de café. Negro. Sin azúcar. Asintió con la cabeza, sus ojos oscuros clavados en los míos, su cara no daba señales de vida. Me sentí como un animal atrapado en una trampa y enfrentado a un depredador hambriento. Asentí débilmente con la cabeza y sonreí aún más débilmente en su dirección antes de darme la vuelta y dirigirme a la cocinera para hacer el pedido, pero sentí que su mirada seguía clavada en mí, como si estuviera alargando la mano y arrancando mi ropa, desnudando mi rostro antes de coger ese frío cuchillo de sierra y abrirme. Era aterrador. Entonces, ¿por qué anhelaba más? 21 4 Arlo Era recatada, inocente, con una voz suave que resultaba agradable a mis oídos, una sonrisa que me oprimía el pecho y un cuerpo que me hacía desear apuñalar a cualquier otro hombre que la mirara. Era peligrosa para mí, el oscuro deseo que sentía, la forma en que me hacía desear cosas que un bastardo como yo no tenía por qué desear. Y sin embargo, no sabía nada de ella. Pero cuando la miré a los ojos, vi a una superviviente que me devolvía la mirada. Se me daba bien leer a la gente sin conocer su historia. Ella vio la fealdad y la violencia que el mundo repartía libremente... del tipo que yo daba en abundancia. Lina, decía su etiqueta, un nombre hermoso en una ciudad fea. Vine a Sal muchas veces mientras vivía en Desolation, pero no podía mentir y decir que no venía aquí casi todas las putas noches porque quería mirarla. Quería estar cerca de ella. Lo más probable es que ella experimentó personalmente la brutalidad de este mundo, que la marcó desde dentro. Sentí que se me apretaban las tripas ante la extraña sensación de querer protegerla, de salvarla de más dolor. ¿Pero quién diablos era yo para salvar a alguien? Yo tomé la vida. Limpié la muerte. Fui un monstruo envuelto en la apariencia de un hombre. Y no debería querer protegerla de nada ni de nadie más que de mí. 22 Me aseguré de pagarle ya, queriendo que ella recibiera su propina y no dependiera de otra persona para entregar el dinero de Lina. Sal's no era conocido por su sistema de honor. Terminé mi sándwich y mi café, y luego esperé. Observé. Deseaba a Lina como un lobo hambriento que ve un cordero vulnerable. Cada parte de mí la miraba y exigía que la llevara a las partes más oscuras conmigo, que la destruyera de la mejor de las maneras... que la desgarrara hasta que obtuviera mi saciedad. No estaba seguro de qué era lo que me llamaba de Lina... una parte más noble de mí, una que nunca existió. Una que nunca nacería. Todo lo que sabía con una dura verdad era que ella no se iba de mi mente. Era una compañera constante en mi jodida cabeza, una luz en la sangre y el asesinato que se instalaban allí. Observé cómo le entregaba la cuenta al pedazo de mierda que hizo ruido desde que entré en la cafetería, su único otro cliente. Lo vi antes y siempre podía reconocerlo por el olor a licor que le salía por los poros. Entrecerró los ojos al ver la cuenta y luego arrojó unos cuantos billetes sobre la mesa a pesar que la camarera le tendía la mano para que le diera el dinero. Podía ver la frustración y casi la resignación en su rostro mientras recogía el dinero, murmuraba algo y se daba la vuelta para marcharse. Una vez más, la rabia me invadió en su nombre. Tenía las manos apretadas sobre la vieja mesa de dos plazas, y la necesidad de derramar sangre se movía vorazmente por mis venas, todo por la forma en que él la miraba... le faltaba el respeto. Y cuanto más lo miraba, más reconocía la clase de hombre que era. Ya vi innumerables bastardos como él, los que miraban a las mujeres atrapadas por el sindicato del crimen, los que estaban enfermos y necesitaban que les cortaran la polla por las cosas perversas que pensaban. Y pude ver que el maldito borracho estaba hambriento de Lina, pero el único tipo de saciedad que un hombre como él obtendría sería el de una mujer suplicante. Seguí a Lina con la mirada una vez más, y me di cuenta que se esforzaba por no mirarme por la tensión de sus hombros y la forma en que sus manos se enroscaban con fuerza. Tal vez la fascinaba de un modo enfermizo. Tal vez la asusté tanto que se sintió atraída por mí, una chica que fue lo suficientemente dañada en su vida como para que yo fuera el único tipo de hombre que pudiera sacarla de esa oscuridad. Porque yo era tan negro y frío como la noche. Sentí una peligrosa bobina de... deseo moverse a través de mí. Pero sabía que sentimientos como esos no harían más que destruirme. Mi vida, el mundo en el que vivía, no tenía nada que hacer con algo así. Observé sus gestos, pude ver que la armadura que llevaba estaba marcada y con cicatrices, y eso me hizo querer meterme más profundamente bajo su piel y averiguar quién era. ¿De dónde venía? ¿De quién huía? Conseguí la información básica sobre ella. Dirección. Nombre. Edad. Lo s dos últimos eran fáciles de falsificar, ya que se mudó a Desolation en los últimos dos meses. Podría ser bastante fácil reunir toda la información sobre ella que estaba 23 enterrada en lo más profundo... la información real que algunas personas se tomaban muchas molestias en enterrar. Yo definitivamente tenía las conexiones y los recursos. Pero algo me impedía buscar información sobre esta mujer. Otra sensación incómoda e inusual para mí. Sentí que sería una invasión de su privacidad para profundizar, algo que nunca me importó. Sentí que mi ceño se fruncía, odiando que se hubiera metido en mi piel tan rápido y fuertemente como lo hizo. Nunca me importó una mierda lo que pensasen los demás o el resultado. No me importaba cómo me vieran mientras supieran que era yo quien debía temer. Justo antes que doblara la esquina y desapareciera en la habitación trasera, me miró por encima del hombro. Nuestros ojos se cruzaron y los suyos se iluminaron ligeramente, porque sin duda no esperaba que la observara tan de cerca. Prácticamente pude oír la inhalación de sorpresa, quizá de miedo, que hizo. Tenía miedo, y con razón. Podría decirle que no le haría daño, pero sabría que era mentira. Y yo también. Desapareció tras la puerta y volví a centrar mi atención en el borracho. Podía imaginarme matándolo de diez maneras diferentes. La sola idea de acabar con su vida me producía una inmensa satisfacción. Fantaseé con sacarle los ojos por el simple hecho de mirar a la camarera. Era el tipo de hombre que merecía la muerte diez veces más por los atroces crímenes que cometió en vida. Debería saberlo, porque también lo merecía. Lina salió unos minutos después, con la chaqueta que llevaba de color azul claro, descolorida y vieja, con una mano metida en un bolsillo. Llevaba la mochila colgada sobre los hombros, la cabeza inclinada hacia abajo, la larga caída de su cabello ocultando su perfil de mí. Se abrió paso rápidamente por la cafetería antes de abrir la puerta y salir, sin volver a mirarme. Un movimiento a mi izquierda me hizo mirar lentamente al borracho. Sacó su trasero tambaleante de la cabina, con la mirada puesta en la puerta por la que Lina acababa de salir. Cada músculo de mi cuerpo se tensó en preparación para ir tras él, sabiendo exactamente lo que estaba haciendo, sabiendo la oportunidad que veía en este momento. Salí de la cafetería, manteniéndome en las sombras una vez fuera, e inmediatamente divisé a Lina delante. Se movía rápidamente y estaba escudriñando sus alrededores. Definitivamente no es una extraña para estar en guardia. Pero no estaba sola. Todavía no podía verlo, pero sentí que se me tensaba la piel, una sensación familiar que me cubría cuando tenía que estar en alerta. Y entonces lo vi, el maldito se mantenía cerca de los edificios, permaneciendo entre las sombras. La acechaba, e incluso desde mi punto de vista, pude ver una tensión en los hombros de Lina. Sabía que no estaba sola. Podía sentirlo. No sabía si podía ver al bastardo que la seguía, pero me fijé en la forma en que guardaba la mano en el bolsillo de su abrigo. Sabía que tenía un arma escondida. Una chica inteligente. 24 Me acerqué sigilosamente, con los músculos aún más tensos y el cuerpo preparado para atacar. Sentí que la conocida sed de sangre me recorría. La sed de sangre... él y yo éramos viejos amigos. Y entonces el idiota atacó, abalanzándose sobre Lina y rodeando rápidamente su cintura con los brazos mientras la arrastraba a un rincón o scuro. Aceleré el paso para comerme la distancia y me detuve al doblar la esquina del edificio. Lo vi a pocos metros, con la mano alrededor de su garganta, con los ojos muy abiertos mientras ella arañaba con una mano el lugar donde él la agarraba. Estaba a punto de golpearle el cráneo contra el lateral del edificio de ladrillo cuando ella sacó un pequeño bote, le apuntó a la cara y roció al cabrón en los ojos con spray de pimienta. Maldijo por lo bajo, una retahíla de blasfemias mientras la soltaba y retrocedía a trompicones, con las manos limpiándose frenéticamente la cara. Estaba a punto de atacar, cuando ella echó la pierna hacia atrás y le dio una patada en las pelotas, haciendo que se desplomara en el suelo. Un deseo feroz y oscuro se disparó a través de mí al ver la lucha que había en ella, al ver cómo se defendía. Sentí la agitación de ese placer en mi polla, mi respiración aumentó, mi corazón se aceleró. Dios, era preciosa mientras miraba al cabrón con esa dureza y necesidad de supervivencia cubriendo su cara. Y entonces se lanzó en la otra dirección, corriendo rápido y con fuerza, sus pasos resonando en los altos edificios, hasta que sólo quedamos la polla y yo en el callejón. Apreté las manos y luego las relajé. Lo hice una y otra vez mientras me acercaba a él. Se esforzó por levantarse, con una mano cubriendo sus pelotas y la otra limpiando sus ojos. Mi bota apartó de una patada un trozo de cristal, y él se quedó quieto, mirando en la dirección de la que procedía el sonido, con el cuerpo congelado. —¿Quién está ahí? —Intentó sonar más fuerte de lo que era. Metió la mano en su chaqueta para sacar un cuchillo, moviéndolo de un lado a otro delante de él como si eso fuera a impedirme lo que iba a hacer. Mantuve una distancia suficiente para que su hoja no pudiera tocarme, pero no importaría si me alcanzaba. No haría mucho daño. Mi tolerancia al dolor era tan alta que ni siquiera sentiría la hoja hundiéndose en mi carne, no me lo pensaría dos veces para rodear el filo con las manos hasta que se clavara en mi piel, me rebanara y cubriera el suelo de sangre. De hecho... me anticipé a cualquier dolor que él pensara que podía infligir. Miré su mano, que rodeaba con fuerza el mango, y recordé cómo enroscó sus dedos alrededor del esbelto cuello de Lina. No me cabía duda que tendría una marca por la mañana. Y eso hizo que mi rabia se intensificara. Ya decidí matarlo, pero ahora haría que su muerte fuera insoportable. En un movimiento tan rápido que no podría detenerme aunque lo hubiera visto, tuve su cuchillo en la mano y mis dedos rodearon su gruesa garganta. Era fuerte, incluso en su estado de embriaguez. Pero yo era más fuerte. 25 Su hedor era abrumador, pero apoyé todo mi peso en su cuerpo, acercándonos, cortando su flujo de aire hasta que empezó a arañar mi mano, desesperado por aspirar oxígeno a sus pulmones. No dije nada. No había palabras que necesitaran ser pronunciadas. Iba a quitarle la vida tan fácilmente como si apagara una vela, y no había nada que pudiera hacer al respecto. Firmó su sentencia de muerte en el momento en que miró a Lina. Aceptó este hecho en el momento en que puso una mano sobre ella. Y no traté de analizar por qué sentía tanto por esto, por ella. Era simplemente este sentimiento que necesitaba consumirme, o nada era correcto y bueno en mi vida. Era este poderoso impulso de eliminar cualquier amenaza que se presentara para ella. Yo sería su defensor. Sería su asesino. Empezó a forcejear menos, su cuerpo se relajó más a medida que se debilitaba, mientras la asfixia reclamaba su gélido y oscuro dominio sobre él. Levanté el cuchillo y miré la hoja, el filo dentado brillante y afilado. No era una simple arma. Era un cuchillo de caza, uno destinado a aderezar un animal en la naturaleza. Y lo iba a usar con él de la forma más brutal que se pueda imaginar. Sus jadeos eran débiles pero dolorosos, su miedo era tangible en el aire. Le solté la garganta y dejé que se desplomara en el suelo. Jadeó más fuerte, aspirando ya copiosas cantidades de oxígeno. Me agaché frente a él, agarré su carnos o antebrazo y lo presioné contra el ladrillo del edificio. Y cuando lo miré a la cara, con los ojos hinchados por el spray de pimienta, las lágrimas cubriendo sus mejillas y el sudor cubriendo su frente, tomé la hoja y comencé a serrar su muñeca. Sus gritos eran fuertes y llamarían la atención si no estuviéramos en Desolation. Pero no encontraría esperanza ni rescate en esta ciudad. Oirían sus súplicas y gritos de dolor y se irían en otra dirección. El sonido de los huesos al crujir por la hoja, de la carne desgarrada, llenó mis oídos. El olor de la sangre cobriza llenó mi nariz, rodeándome en una representación gris de lo que era mi vida. De quién era yo. Su mano cayó al sucio suelo del callejón con un golpe, chorros de sangre brotando del muñón que coronaba su antebrazo, salpicando mi mano y mi brazo. Lloraba como si fuera la víctima. Le solté la muñeca y me levanté, dando un paso atrás y apreciando mi trabajo. Acunó el brazo contra su pecho, sus lágrimas ahora eran de dolor y miedo. Pero aún no terminé con él. Me agaché y volví a enroscar mis dedos alrededor de su cuello, levantándolo fácilmente del suelo. Ya no luchó, demasiado débil, demasiado asustado. Seguía suplicando, seguía gimiendo. Y a mí me daba igual. Deseé poder mirarle a los ojos y ver cómo se desvanecía la luz. Pasé la hoja por el centro de su pecho, haciendo que se callara, que jadeara. Sería tan fácil, me sentí tan bien, hundir el cuchillo en su vientre y tirar hacia arriba, abriéndolo para que sus intestinos cubrieran el suelo. Pero en lu gar de eso, 26 coloqué la punta justo sobre su entrepierna y lo vi contener la respiración y quedarse inmóvil. Una lenta sonrisa cubrió mi rostro mientras la adrenalina me recorría aún más rápido. Le clavé la hoja en la polla y dejé que se hundiera lo suficie nte antes de girar el mango y la empujé hacia arriba, abriendo la parte que utilizó para maltratar a Lina. Gritó y se agitó, con una ráfaga de energía de supervivencia moviéndose a través de él. Saqué el cuchillo y lo solté antes de dar un paso atrás, deja ndo que se hundiera en el suelo. Pronto se desangraría por la herida del brazo y ahora por lo que le hice en la polla. Me agaché para limpiar la sangre de su hoja en su camisa, pero me quedé con el arma. No necesitaba esperar para asegurarme que muriera. L as heridas que le infligí eran suficientes, y mis conocimientos sobre cómo asestar un golpe mortal eran precisos. El cabrón sería encontrado en algún momento, mañana sin duda, pero sólo sería otro cuerpo encontrado en Desolation sin ninguna pista. Cuando salí del callejón, debería ir a casa a bañarme de muerte y violencia, pero me encontré yendo en la dirección contraria, hacia la única mujer a la que debía dejar sola. Cinco minutos más tarde, me paré frente al edificio de apartamentos de Lina en las sombras y me quedé mirando lo que sabía que era la ventana de su habitación. Cuando averigüé su dirección y en qué apartamento vivía, pasé por allí más de una vez. Me convertí en el acosador que nunca fui. El bajo de la música provenía de una de las muchas casas en ruinas, el olor a humo rancio y a tubo de escape de auto era un obstáculo en el aire. Me acerqué a un árbol de aspecto ralo a punto de morir en el “patio trasero” del edificio. Me dirigí hacia el árbol, sin dejar de mirar la ventana de la habitación de Lina. La luna era lo suficientemente brillante como para arrojar luz sobre la parte trasera del edificio, permitiéndome ver su diminuta forma moviéndose detrás de la sábana. Todavía tenía el cuchillo en la palma de la mano, y la sangre del cabrón se estab a secando en mis manos y en mi ropa. La adrenalina zumbaba por mis venas, un subidón por el que un adicto mataría. Y lo hicieron. Lo hice. No tenía por qué estar aquí, estar cerca de ella. No debería seguirla, pero quería protegerla. Quería asegurarme que su casi asalto no la dañó más de lo que yo sabía. No sabía lo que me estaba pasando, y debería dejarla atrás con la misma facilidad con la que hice todo lo demás. Pero entonces esta vulnerable y diminuta mujer se metió en mi vida sin saberlo, cruzándose con el lobo hambriento. Y mientras estaba allí, sin querer nada más que ir hacia ella, para decirle que era mía, sabía lo peligroso que era eso para ella. Para mí. Sabía lo peligrosa que era ella para mí. Y aunque debería dejarla sola, sacarla de mi cabeza y de mi vida, sabía que el resultado sería siempre el mismo. 27 Iría a la cafetería mañana por la noche. La observaría, hablaría con ella. No p odía evitarlo, porque la verdad era que, por primera vez en mi maldita y miserable existencia, tenía una debilidad... y era Lina. Y, que Dios la ayude, no quería ser fuerte. 28 5 Galina Estaba familiarizada con el miedo y el subidón de adrenalina. Era una compañera en mi vida desde que podía recordar. Entonces, ¿por qué estaba temblando después de mi ataque? ¿Por qué me costaba respirar al recordar sus manos en mi garganta? ¿Por qué mi visión pasaba de clara a borrosa, dificultando la concentración? Exhalé, sacudí la cabeza para despejarla y me encontré caminando por mi habitación, incapaz de quedarme quieta, sintiendo como si me faltara algo, como si hubiera una parte integral de mí que dejé allá en ese callejón. En Las Vegas. Me detuve en el centro de mi dormitorio y miré mis manos. Seguían temblando ligeramente, y fruncí el ceño, encorvando los dedos con fuerza hasta que el pinchazo de las uñas presionando la palma de la mano hizo que la rabia que llevaba dentro se aflojara. Dejar que el miedo y la sensación de no tener control se apoderaran de mi vida no era algo que permitiría nunca, no si tenía el poder de ser fuerte. Tragué, el dolor y la aspereza en mi garganta me recordaron que el imbécil tenía sus gruesos dedos clavados en mi piel, sus uñas casi desgarrando mi piel. Solté los dedos, entré en el cuarto de baño y encendí la lu z; la bombilla fluorescente que había sobre mí chirrió antes de asentarse y quedarse encendida. 29 Podía oír la electricidad que se movía a través de la bombilla, casi lo suficientemente fuerte como para ahogar mis pensamientos beligerantes. Rodeé el lavabo de color amarillo con los dedos, y todo el baño parecía sacado de un catálogo de interiores de los años setenta. Me incliné hacia delante, el espejo que tenía encima estaba roto en una esquina y las arañas vasculares serpenteaban por los bordes. La mujer que me devolvía la mirada me resultaba familiar, pero también era una extraña. Estaba acostumbrada a los horrores de la vida. Pero al mirar mis ojos azules, pude ver la verdad. Estaba vacía. Estuve así durante mucho tiempo. Por alguna razón pensé en el hombre de pelo oscuro de la cafetería. Su mirada hizo que algo cálido e inusual creciera dentro de mí, su enfoque tan fuerte que sentí como si estuviera alcanzando a través de la distancia y tirando de mí. Era una locura, irreal y muy peligrosa. No podía contemplar la idea de establecer ningún tipo de conexión como aquella. No podía permitir que me conocieran así. Mi mirada bajó hasta mi garganta, donde empezaban a formarse cuatro moratones del tamaño de un dedo en un lado, y una marca de un pulgar en el otro. Me miré las manos, odiando que siguieran temblando, y levanté los dedos para tocar las marcas. Aunque tenía la garganta en carne viva y sensible, no sentía nada más. ¿Estaba muerta por dentro? ¿Era esto lo que significaba sólo sobrevivir, no vivir? Me preparé para ir a la cama antes de salir del baño y volver a mi habitación. Aunque no comí nada desde las primeras horas de la tarde, no tenía apetito, mi estómago se sentía como si tuviera una piedra alojada en el centro. Me paré en la puerta del dormitorio y me quedé mirando el colchón sin marco apoyado en la pared de la esquina. Este apartamento era asqueroso, mucho peor que el último agujero en la pared en el que estuve cuando estaba en Las Vegas. Pero era este tipo de lugar el que me protegería de la gente de la que huía. Era un lugar para mantenerme oculta. Eran lugares como este, lugares que estaban en partes de mierda de las ciudades, que no requerían verificación de antecedentes o aprobación de crédito. Aceptaban el dinero en efectivo en la palma de la mano y no hacían preguntas cuando les entregaba mi documento de identidad falso. Mientras pagara a tiempo cada mes, me dejaban en paz. Aparte del colchón, la habitación estaba vacía, ni siquiera había una cómoda. Pero yo no necesitaba ni quería muebles. No quería instalarme, porque este lugar no era un hogar. Guardé mi ropa en la mochila, llevándola siempre conmigo por si tenía que volver a huir. Me acerqué a la ventana y aparté la vieja sábana de color amarillo pálido. Era lo único que había en el dormitorio, además del colchón, y la utilizaba como una cortina improvisada, aunque estaba segura que la gente podía ver a través de ella en el ángulo adecuado. 30 El aroma de la edad y el almizcle me llenó la nariz, un incómodo cosquilleo en los senos nasales. Mi apartamento sólo estaba a un piso de altura, algo que agradecí mucho por si tenía que volver a correr, por si mi única salida era esta ventana. Me quedé mirando el barrio. Era tan deprimente y sucio, lúgubre y oscuro como cabía esperar en una ciudad que estaba filtrada de adictos y delincuencia. Las casas que había en esta parte de la ciudad eran pequeñas casas de dos pisos, tipo bungalow, pero no eran casas en absoluto. Eran cuatro paredes y un techo, privacidad para que la gente se inyectara y esnifara, violara y asesinara. Había algunos negocios a poca distancia de mí. Una charcutería que vendía carne dudosa y ofrecía un ambiente aún peor. Había una lavandería justo al final de la manzana, y un cajero automático en el otro extremo de la calle. Tambié n había una pizzería cerca y una pequeña tienda de comestibles enfrente. Así que, aunque el barrio estaba deteriorado y apenas prosperaba, me ofrecía suficientes servicios para sobrevivir. Dejé que mi mirada recorriera lo que podría ser una exuberante extensión de césped para que los niños jugaran, pero que hacía tiempo que murió y ahora no era más que parches amarillos y crujientes que intentaban aferrarse a esa última esperanza de seguir vivos. Había un árbol, pero era aún más triste que el decrépito barr io, con apenas hojas colgando de las esqueléticas ramas, su sed evidente en el nudoso tronco. Estaba tan muerto como todo lo demás en Desolation. Las sombras eran oscuras y espesas en la parte trasera del edificio, y las pocas farolas que bordeaban la calle hacía tiempo que se rindieron. Y, por supuesto, a la ciudad no le importaba nada fijarlas, así que seguía dejando que la depresión se derrumbara alrededor de la gente. Sentí un cosquilleo en la nuca, algo que me resultaba muy familiar, una sensación que me decía que me estaban observando. Debería alejarme de la ventana, permitir que esta sábana sucia me diera una apariencia de privacidad que deseaba desesperadamente en la vida, pero me encontré arraigada al lugar. Miré, buscando quién estaba ahí fuera. Pero no había nada que ver más que la tristeza, la fealdad y la oscuridad de siempre. Un día sería capaz de sentirme segura. Un día sería capaz de formar un hogar y ser feliz. Pero ese día no era hoy. 31 6 Galina Estuve en el trabajo durante las últimas dos horas, y había un ajetreo inusual a esta hora de la noche que me mantenía ocupada, lo cual agradecía. Me ayudó a mantener mi mente fuera de la noche anterior y lo que sucedió. Sentí que alguien se acercaba por detrás de mí antes que el aroma del perfume demasiado fuerte y perfumado de Laura se colara en mi nariz. —Hola —dijo, y había algo en el tono de su voz. Me di la vuelta de reponer los vasos de polietileno para mirarla. —¿Todo bien? —La expresión de su rostro respondió a mi pregunta. Tenía las cejas bajas y sacudió lentamente la cabeza como si aclarara sus pensamientos. Cuando levantó la vista hacia mí, pude ver las ojeras antes que su mirada captara mi garganta. Sus ojos se abrieron de par en par y se acercó un paso más. —Oh, Dios mío. ¿Qué pasó? Instintivamente me toqué el cuello donde sabía que estaban las marcas. Compré un corrector barato, pero el tono no coincidía y hacía que los moratone s parecieran aún peores. Sacudí la cabeza y dije: —No es nada. Es alguien demasiado susceptible. Le rocié con mi spray de pimienta y le di una patada en las pelotas para darle una lección. —Le dediqué una 32 sonrisa que sentí vacilar y que no llegó a mis ojos. Parecía que quería discutir, pero negué con la cabeza—. Estoy bien. Te lo juro. Ahora dime qué te pasa. Después de un momento, cuando estaba claro que no iba a ceder en esto, ella exhaló y se ató el delantal alrededor de la cintura antes de inclinarse h acia atrás y apoyar las manos detrás de ella en el mostrador astillado. —Bueno, si no cuentas el hecho que apenas me alcanza el dinero, o que mis sueños de obtener una educación universitaria se me escapan poco a poco, entonces sí, me va muy bien, considerando todas las cosas. —Se rio sin humor y, aunque sabía que debía consolarla, nunca tuve experiencia en eso. Le puse la mano en el hombro y ella me miró, sus ojos marrones claros me mostraron lo cansada que estaba. Me gustaría poder decirle que las cosas irían bien, pero la verdad era que nada iba bien en el mundo en el que vivíamos. Me gustaría poder ayudarla con el tema del dinero, pero apenas ganaba lo suficiente para mantenerme y ahorrar para irme. Estaba luchando tanto como ella, y eso sin contar la tormenta de mierda de mi pasado que me alcanzaría eventualmente. Laura ni siquiera sabía quién era yo realmente. Lo que no gastaba en comida y necesidades, lo guardaba. La Desolation no era mi objetivo. No quería pasar el resto de mi vida aquí. Quería poder ir a un lugar que estuviera lleno de vida. Porque tal vez entonces me sentiría realmente como si tuviera una. Pero la guinda del helado de mierda que era la historia de mi vida era que encontraron un cuerpo justo en la calle de donde yo trabajaba. Aunque encontrar cadáveres en esta ciudad no era precisamente una noticia de primera línea, había un cosquilleo en mi piel que me decía que no era una muerte cualquiera. — ¿Entonces ese cuerpo que encontraron? —¿Sí? —Esperé a ver si daba más información o si tenía que presionar un poco más. No veía las noticias y no quería deprimirme más de lo que estaba. Y las noticias que solían aparecer en toda Desolation eran siempre las mismas. Facciones criminales enfrentadas, guerras de bandas, muertes por asesinato o por adicción a las drogas. Y, por supuesto, había violaciones y agresiones sexuales. Se acercó y miró a su alrededor como si temiera que alguien la oyera, aunque a nadie de los que frecuentaban les importaba. De hecho, probablemente tenían que ver con muchas de las noticias que salieron a lo largo de los años. —Esto no es de dominio público, al menos no todavía, pero tengo un amigo que trabaja en el periódico local que tiene conexiones co n un tipo que trabaja en la comisaría. Al parecer, el cuerpo que encontraron no sólo tenía la mano cortada, sino que también tenía una herida en su... —Señaló la región de su entrepierna—. La herida era tan importante que se desangró por la ingle antes que por la mano que le faltaba. Mi corazón dio un salto en la garganta ante la brutalidad de su muerte. La puerta principal se abrió y ambos miramos hacia la entrada. Mi corazón, que estuvo latiendo rápido y errático por el relato de Laura, se aquietó en mi p echo al 33 ver al hombre que entró. El mismo hombre que consumía mis pensamientos y me hacía cuestionar lo que pasaba con mi cuerpo durante los últimos dos meses. Tomó su asiento habitual, pero no me extrañó que mantuviera su mirada fija en la mía. —¿Por qué te mira tanto? —Sí —dije antes que pudiera terminar—. Es intenso. —Aparté la mirada, porque sus ojos sobre mí eran pesados, tan pesados que eran como un manto sobre mí. Pero me encontré con que le devolvía la mirada. No me perdí cómo su mirada bajaba hasta mi garganta, no me perdí cómo su mandíbula se tensaba al ver, sin duda, las marcas. Me obligué a no tocarme el cuello, que se sentía desnudo incluso desde el otro lado del restaurante. —Sí, grita: “No te acerques”. Dirigí mi atención hacia Laura y vi que lo miraba fijamente, pero rápidamente apartó la mirada. No me extrañó que se estremeciera y luego negara con la cabeza, concentrada en sus manos. —Te mira como si quisiera comerte hasta que no quede nada —susurró antes de aclararse la garganta y apartarse del mostrador—. Hay algo en él que me asusta. —Su voz era suave, y por fin levantó la vista hacia mí antes de esbozar una sonrisa, que pude comprobar que era forzada—. Pero los hombres con los que estuve y esta ciudad de mierda lo arruinaron para todos los demás. Sería un buen momento para estrechar lazos, para decirle que no estaba sola, que yo también lo sabía todo sobre los hombres malos. Pero ella se fue antes que pudiera decir algo. Ni siquiera sabía si sería capaz de decir algo. Conectar con la gente no era mi fuerte. Volví a mirarlo y reuní fuerzas. Me acerqué a él, sin que sus ojos se apartaran de mí, como si él fuera el extremo negativo de un imán y yo el positivo. Me sentí atraída por él, por ese hilo invisible que se iba enrollando cuanto más me acercaba. Cuando estuve frente a su mesa, sostuve la libreta en una mano y el bolígrafo en la otra. Me temblaron los dedos y los apreté alrededor de los objetos. Su mirada bajó, y supe que veía mi nerviosismo físico. Tenía la sensación que podía leerme mejor que yo misma. Cuando me devolvió la mirada, sentí que se me hinchaba la lengua, que se me hacía un nudo en la garganta, que el dolor por ser estrangulada la noche anterior se hacía notar una vez más. Como si supiera esto último, su mirada se detuvo una vez más en mi cuello. Aunque su aspecto exterior parecía estoico, casi indiferente, noté un ligero y sutil apretón de su mandíbula, lo mismo que cuando miró por primera vez el hematoma. Me encontré jugueteando con mi pelo, tirando de él sobre mis hombros para ocultar las marcas. No había nada que pudiera hacer al respecto, pero desde luego tampoco quería que nadie se fijara en las marcas. —¿Lo de siempre? —Odiaba que mi voz fuera tan baja, ligeramente temblorosa. Y no tenía nada que ver con la ansiedad. 34 ¿Por qué estaba tan nerviosa con él ahora? Todas las demás veces, pude al menos fingir que su presencia no me ponía nerviosa. Tal vez fuera la forma en que me miraba, sus ojos oscuros tan atentos y curiosos, como si pudiera escudriñar mis secretos más oscuros y descubrir exactamente quién era yo sin que yo dijera una palabra. —Lina, ¿verdad? —Miró la etiqueta con mi nombre y yo asentí, relamiéndome los labios. Ahora me miraba fijamente a la boca, y sentí que un intenso calor me cubría la cara por el hecho que me observara con tanta intensidad. Había algo detrás de su mirada, algo que no era apático. Algo que era... acalorado. Y sentí una llamada de respuesta de mi cuerpo. Era incómodo e inusual. Fue estimulante. Fue la primera vez que sentí algo más que la desesperación solitaria que siempre me aplastó. —Sí —dije con una voz más fuerte esta vez—. Eso es lo que dice la etiqueta con el nombre —bromeé y le dirigí una sonrisa, pero no me devolvió ninguna. Lo que hizo que la mía tuviera una muerte lenta y embarazosa—. Entonces. —Me aclaré la garganta de nuevo—. ¿Lo de siempre? Se quedó en silencio durante tanto tiempo que me pregunté si me oyó. ¿Dije las palabras en voz alta o las pensé? Desde luego, no quería volver a preguntar y avergonzarme aún más. Quizás debería girarme y darle el espacio que claramente necesitaba. —Soy Arlo —dijo finalmente, y sentí que mis ojos se abrían de par en par ante el dato que me daba. Porque por alguna razón parecía un hombre que no daba a nadie ninguna parte de sí mismo—. Arlo Malkovich. Asentí lentamente, sin saber qué decir, pero entonces el sentido común hizo acto de presencia y respondí: —Lina Michaels. Se recostó en la silla y me miró. —Lina Michaels. La forma en que lo dijo me hizo sentir como si me hubieran pillado evadiendo la verdad. Por supuesto que era mentira, pero si me estaba llamando la atención, no lo hacía descaradamente. Me volví a relamer los labios y asentí, sin confiar en mi voz. Él inclinó la barbilla en mi dirección. —¿Qué te pasó en el cuello? Había un tono extraño en su voz, como si ya supiera la respuesta a esa pregunta. Pero estaba claro que no podía saber la verdad. Me marché mientras él aún estaba terminando su comida, y mi asaltante me llevó a un callejón. Fuimos sólo él y yo hasta que lo dejé agarrado a sus joyas familiares y corrí. Me aseguré que mi pelo seguía cubriendo mi cuello antes de sacudir la cabeza. —Nada. Sólo un evento desafortunado. —Me aclaré la garganta y empecé a moverme sobre mis pies, no me gustaba cómo me hacía sentir su mirada. 35 Pero, afortunadamente, no presionó para obtener más respuestas. No sabía por qué preguntó por mi cuello en primer lugar. Estaba muy claro por su expresión estoica que no le importaba de una manera u otra. —Vienes aquí con bastante frecuencia. —Podría taparme la boca con una mano ante lo que acababa de decir. Una de sus oscuras cejas se levantó ligeramente, como si le sorprendiera que me hubiera adelantado tanto. —Sí, lo sé —dijo lentamente, de manera uniforme. Esta noche llevaba una chaqueta oscura y una camisa blanca planchada debajo. Parecía más un hombre de negocios que alguien que debería estar cenando a media noche en Sal's. Pude ver los tatuajes que subían por debajo del cuello de la camisa a lo largo de la base de su garganta. Incluso pude ver algunos en sus muñecas que también marcaban el dorso de sus manos. Me pregunté cuánto más de él estaría cubierto de tinta. —Sí, lo de siempre, Lina. La forma en que dijo mi nombre me produjo un visible escalofrío. Y estaba muy claro, por su expresión, que no se lo perdió. El pulso se me aceleraba en los oídos, así que no podía pensar con claridad, y mucho menos hablar. Me obligué a darme la vuelta y a caminar hacia la parte de atrás para hacer su pedido, y una vez más, todo el tiempo, sentí su mirada sobre mí. ¿Quién era este hombre? ¿Qué era para mí? ¿Y cómo iba a manejarlo? 36 7 Arlo Después de salir de Sal's, supe exactamente a dónde tenía que ir. Yama, o el Foso como se llamaba en inglés, era como una doble personalidad. Una en la que, en la superficie, tenías algo bonito, algo tolerable. Socialmente aceptable. Mujeres hermosas, bebidas exóticas, un ambiente caro y agradable a la vista. Un hombre podía hacer realidad sus fantasías más salvajes en las habitaciones de arriba. Pero luego estaban las entrañas de Yama. El pozo del infierno mismo. Y en su interior era tan profundo y oscuro que ni siquiera la luz penetraba. Y durante mucho tiempo la Fosa fue la única forma de disminuir parte de la oscuridad que vivía en mi interior. La matanza, la limpieza y la limpieza para la Ruina, para la Bratva, ayudaban a saciar toda la mierda atroz que sentía en el fondo. Tener a alguien a quien enfrentarme, alguien que tuviera la fuerza y la agilidad, la misma maldad que les acecha y la voluntad de devolvérsela multiplicada por diez, era un tipo de lucha totalmente diferente. Fueron los golpes en mi cuerpo, ese dolor envuelto en la brutalidad, lo que me hizo sentir algo más que la ruptura que dio forma al hombre que era hoy. Y fue en esta esfera donde afloró la ira sanguinaria de lo que hacía que una persona sobreviviera. Cobraba vida, crecía hasta que amenazaba con tragarte entero. Y entonces la desataste dentro de la jaula de metal, dejando que esa sangre 37 y carne cubrieran tu pecho y empaparan el suelo, una imagen que eras fuerte, que estabas aquí, que nadie ni nada podía derribarte. Significaba que eras real. Me senté en un pequeño banco de madera manchado de sangre en una esquina de la jaula y me concentré en mis manos encintadas, mis dedos se extendían y se contraían mientras los ejercitaba. Hacía varios meses que no iba a la Fosa, que no sentía que la oscuridad me invadía. Pero desde que surgió ese deseo omnipresente por Lina, sentí que empezaba a deshacerse, a deshilacharse por los bordes mientras se extendía hacia afuera hasta que no fuera más que jirones en el suelo. La necesidad de poseerla empezó a controlarme. Y esa era una situación muy peligrosa. Nunca entregué ninguna parte de mí a otra persona, nunca permití que nadie tuviera ese tipo de control sobre mí. Así que esto era lo que necesitaba, destruir brutalmente, sentir dolor... permitir que alguien me lo diera. Y entonces mi oponente entró en la jaula, una bestia de dos metros y medio que respondía al nombre ruso de Razoreniye. O simplemente era conocido como Ruin en inglés. Un asesino de la Bratva, un hombre más oscuro y mortal que yo. No tenía piedad, ni empatía... nada le impedía ser tan oscuro como quería. Y era exactamente el hombre con el que quería luchar esta noche. Sería tan violento conmigo como yo lo sería con él. Y ahora mismo necesitaba eso más que nada. Se acercó, con el tatuaje de una cabeza de lobo que cubría toda la parte delantera de su pecho y otras insignias de Bratva tatuadas en su gran cuerpo. Los sonidos de los bastardos sedientos de la sangre que se derramaría resonaron en la sala. Las pujas por quién ganaría esta pelea se gritaban en ruso, las palabras “encadenadas” para que todas sonaran como la misma cadena de notas en mi cabeza. Me puse de pie, girando la cabeza alrededor de mi cuello, la adrenalina hacía que mis músculos se sintieran más grandes, más poderosos. Si Razoreniye hubiera podido sonreír con placer sádico, estaba seguro que lo haría ahora. Tal y como estaba, los dos nos enfrentamos, sin que ninguno de los dos diera su brazo a torcer. Y cuando sonó la campana, se desató el infierno. Éramos dos tornados chocando el uno contra el otro, los puños eran un borrón, los golpes coordinados, el dolor un bienvenido retroceso. Lo absorbí todo, dejando que Razoreniye me golpeara más veces de las que jamás permitiría a otra persona. Y es que esa era la única forma de domar mi guerra interior. La única forma en que podía reunir algún tipo de maldito control. 38 TENÍA UN LABIO PARTIDO, un corte sobre el ojo, y el oscuro placer del alivio que anhelé recorriéndome cuando dejé Yama y salí a la noche, la fría noche de otoño de Desolation, Nueva York. La sensación que mi móvil vibraba en el bolsillo del abrigo me hizo meter la mano en él y sacarlo mientras me dirigía a mi Mercedes. No reconocí el número que aparecía en la pantalla, pero sólo podía tratarse de alguien cercano a mí, o de la Ruina, ya que ninguna otra alma podía tener ese número. Pulsé Aceptar y me acerqué el teléfono a la oreja, sin decir nada. Quienquiera que fuera podía empezar a hablar o colgar después que todo lo que oyera fuera aire muerto. —Necesitamos tu ayuda, Arlo. —La voz profunda era reconocible al instante—. Necesitamos tu ayuda con una limpieza. Veinte minutos después, me detuve frente a Carnicería e Hijo, un matadero abandonado desde hace décadas en las afueras de Desolation. Aparqué mi Mercedes y dejé que los faros iluminaran las grandes puertas de la nave. Aunque no vi ningún otro vehículo, sabía lo que me esperaba dentro. Después de apagar el motor y salir, exploré los alrededores, con la mano metida en el bolsillo interior de la chaqueta y los dedos rodeando la empuñadura de mi pistola. Cuando me convencí que estaba solo, me dirigí al maletero, cogí mi bolso que contenía los suministros básicos que necesitaría para limpiar el cadáver, y me dirigí hacia el matadero. Una vez dentro, el olor de la edad y el moho me golpeó la nariz. Mi visión se adaptó a la oscuridad y busqué en el amplio interior de Carnicería e Hijo. Divisé el cadáver en la esquina, pero la forma oscura no muy lejos de él hizo que mi cuerpo se pusiera aún más alerta. Con la mano de nuevo en la empuñadura del arma, me dirigí hacia los dos cuerpos. Fue cuando estaba a unos metros de distancia que me detuve y centré mi atención en uno de los hombres que yacía en po sición supina sobre el piso del matadero. Stone. Otro asociado de la Ruina. Y estaba vivo. Un giro jodidamente interesante de los acontecimientos. Si fuera un hombre que pudiera sorprenderse, esta sería una de esas veces. Tal y como estaba, no sentí más que fastidio por el hecho que esto no fuera un fix fácil y rápido como planee, y en su lugar tuviera que lidiar con dos cuerpos en lugar de uno. Stone era un hombre del que no sabía mucho, pero que estaba tan relacionado con la Ruina como yo. Aunque él y yo no éramos amigos y no teníamos más conexión que el mismo sindicato del crimen, nos cruzamos profesionalmente más de una vez, y por eso le tenía un ligero respeto. No lo veía ni siquiera como un conocido, pero tampoco era mi enemigo, y por esto último, ayudaría a sacarlo de aquí en vez de matarlo. Porque si fuera cualquier otro, cualquier otro pobre desgraciado que estuviera en el lugar equivocado en el 39 momento equivocado y se permitiera ser vulnerable, me desharía de él para que no hubiera más retroceso. Stone estaba tirado en el suelo, el cadáver no muy lejos de él. Si no hubiera visto el pecho de Stone subir y bajar, podría tomar su cuerpo, por lo demás inmóvil, como si estuviera muerto desde hace tiempo. Cuando estuve a su lado, me agaché y me quedé mirándolo un momento. No sabía qué coño pasó aquí para que Stone estuviera en esta situación, ni me importaba. Necesitaba salir para que yo pudiera hacer mis cosas. Le dije en voz baja y profunda: —Despierta, idiota. —No respondió, y dije más alto—: Abre los ojos. —Stone gimió, y un momento después obedeció, sus ojos se abrieron y la borrosidad en las oscuras profundidades se desvaneció a medida que pasaban los segundos y se orientaba—. Vamos, es hora que te vayas a la mierda, Stone. —¿Arlo? —gimió antes de toser, la sangre brotó de sus labios y cubrió mi camisa con gotas rojas. Miré la sangre en mi camisa blanca que se veía negra en el material por la ominosa iluminación. Jodidamente perfecto. —Vamos —dije de nuevo y le ayudé a levantarse del suelo—. Vamos a sacarte de aquí para que pueda hacer mi trabajo. Stone no dijo nada mientras me miraba a la cara, con la mirada fija en el labio roto y el corte sobre el ojo. —¿Qué mierda? —gruñó. No me molesté en responder al hecho evidente que me metí en una pelea. Si eras parte de la Ruina, sabías que no debías hacer demasiadas preguntas . Apoyó su peso contra mí. —¿Pero cómo? ¿Por qué? No sabía si le dieron un golpe en la cabeza y por eso no paraba de hablar, pero le ayudé a salir del almacén. Quizá un poco de aire fresco le despejaría la mente. —Ves, esas son preguntas. Y no quiero putas preguntas. —No entiendo. No estaba seguro de lo que estaba diciendo, lo más probable es que sea un asunto privado. En cualquier caso, no es de mi incumbencia. Stone se apoyó en el lateral del matadero y yo cogí mi móvil. Tras una rápida llamada a la Ruina para que lo recogieran, desconecté la llamada y volví a meter el móvil en el bolsillo. Sabía que quien quisiera a Stone muerto querría una confirmación, pero eso no era mi maldita preocupación. Diez minutos después, los faros de un auto se encendieron y el vehículo se detuvo junto a nosotros. —Lárgate de aquí, Stone. ¿Quieres sobrevivir? Vete. Asintió con la cabeza. 40 —Pero, ¿y tú? Sacudí la cabeza y no dije nada. Lo miré fijamente a los ojos, viendo que era un bastardo testarudo. Me pasé una mano por la cara, sintiendo una ráfaga de placer cuando mi palma rozó mi labio roto. —Gracias. —Abrió la puerta trasera del lado del pasajero. Incliné la cabeza en señal de agradecimiento. Afortunadamente no dijo nada más, sólo se sentó en la parte trasera y cerró la puerta. Me quedé mirando cómo se iba, cabreado porque mi “normalidad” de un fix se encontró con hilos extra esta noche. Cuando el auto se alejó, la oscuridad que me envolvía se cerró una vez más, me di la vuelta y me dirigí de nuevo al interior, a punto de hacer lo que mejor sabía hacer. Rodearme de todo lo jodido. 41 8 Galina Enrosqué los dedos alrededor del borde del periódico, tratando de evitar que me temblaran las manos, pero era una batalla perdida. La foto en blanco y negro y el titular empezaron a coincidir cuanto más tiempo los miraba. Era como si lo que estaba viendo se burlara de mí, recordándome que mi vida nunca fue fácil, que nunca tendría el “felices para siempre” que leí en los libros. Michael Boyd. Treinta y nueve años. Condenado por asalto sexual y violación. Múltiples cargos por drogas. Dos violaciones de la libertad condicional. Por ahora no se dieron detalles, pero se está investigando un homicidio. La foto que miré en ese momento era la del mismo borracho que me abordó en el callejón. Era una foto de la ficha policial, en la que parecía tan desquiciado como cada vez que lo vi en la cafetería. Cerré los ojos y exhalé lentamente mientras los recuerdos de aquella noche en el callejón. Como sólo pasaron un par de días desde el ataque, todavía estaba muy fresco, pero toda mi vida aprendí a enterrar esos sentimientos, ese miedo y esa ansiedad, el pesado peso que podía hacerte su ocasión. —Es una locura, ¿verdad? Abrí los ojos y parpadeé un par de veces para mirar a Laura, que estaba a mi lado. Estaba mirando el periódico, con las cejas fruncidas. 42 —¿Una locura? —¿Se refería al hecho que se tratara de un asesinato tan cercano, o porque lo reconocía? Sabía que ella lo vio acosarme. Era difícil no verlo cuando era ruidoso y odioso y no ocultaba precisamente que era un idiota cada vez que entraba. Inclinó la barbilla hacia el periódico. —Es el mismo idiota que entró aquí y se portó como un idiota contigo. Recuerdo lo cabrón que era. No puedo decir que no recibiera su merecido. —Señaló los cargos por los que fue condenado. —Sí —dije en voz baja y doblé el papel antes de meterlo debajo del mostrador. No quería seguir mirándolo. Laura parpadeó un par de veces, como si saliera de sus propios pensamientos. —Realmente odio esta puta ciudad la mayoría de los días. Resoplé. —¿La mayoría de los días? Ella asintió con fuerza. —El 99% del tiempo, vale. Me reí suavemente. Sólo llevaba un par de meses aquí y ya despreciaba todo lo que representaba Desolation. Lo único positivo de este infierno era que me ayudaba a mantenerme oculta. —De todos modos —dijo—. Que te vaya bien. No pude evitar sonreír con recelo. Estaba cansada, muy cansada. Quería ahorrar todo lo que pudiera para poder mudarme a un lugar mejor, un lugar donde me reinventara, un lugar donde el pasado no me persiguiera siempre. Pero eso parecía una quimera y nada realista. La verdad era que probablemente estaría muerta antes de cumplir los veinticinco años, y eso era ser optimista. —Entonces... La forma en que hizo una pausa me hizo pensar que dudaba en preguntarme lo que fuera que tuviera en mente. —Cambio total de tema, pero ¿quieres hacer un poco de dinero extra? Mi interés se despertó al instante, como si hubiera leído mi mente sobre la necesidad de dinero para salir de aquí. Pero mis dudas aumentaron al instante. Ganar dinero nunca fue fácil. —No tendrías que hacer nada ilegal, nada depravado o que vaya en contra de tu brújula moral. —Se rio un poco, pero no fue forzada. —Te escucho —dije lentamente, con cautela. —Así que soy camarera en este bar a veces, y están buscando un par de manos extra. —Como no dije nada, continuó—: Es ese bar ruso llamado Sdat'sya. —Me encogí de hombros, nunca oí hablar de él—. Son de corta duración, y básicamente se trata de servir bebidas a un montón de viejos, ricos y hombres de negocios rusos. 43 Viejos, ricos y hombres de negocios, todo en la misma frase, siempre haría saltar las alarmas. —Las propinas son increíbles, sobre todo cuanto más borrachos se ponen — bromeó—. Una vez gané más de quinientos en sólo una noche. Diría que no de inmediato, simplemente porque se me disparaban las alertas rojas al pensar en ir a algún bar oscuro y servir bebidas a hombres viejos y ricos. Pero el aspecto del dinero me hizo no declinar de inmediato. —Entonces, ¿cuál es la trampa? Hizo una mueca. —A veces, pueden ser un poco manitas. Pero tienen personal, supongo que de guardia, que siempre se asegura que nada se salga de control. No, a menos que quieras ganar un poco de dinero extra. —Levantó las cejas. Sexo por dinero era lo que insinuaba. Sacudí lentamente la cabeza. —No soy una prostituta, Laura. Ella negó con la cabeza. —Yo tampoco lo soy. Sólo digo que eso es algo de lo que se puede ver: intercambio de dinero y... sí, todo eso. Ahora me tocó a mí hacer una mueca al pensar que unos viejos malhumorados trataran de tocarme o, peor aún, que pensaran que me podían usar. —No quiero presionarte, pero sé que necesitas el dinero igual que yo . —Ante mi mirada sin duda sorprendida, resopló y negó con la cabeza—. Vamos, no hace falta que me digas realmente que necesitas dinero para que lo sepa. Vives en Desolation. Ya está dicho. Es cierto. Aunque ella menciono en algún momento la posibilidad que viviéramos juntas, no sabía lo que me deparaba el futuro. Y con Henry y sus matones sin duda viniendo a por mí en algún momento, no quería que Laura se viera envuelta en esa mezcla y arrastrada. No podía negarlo. Ella tenía razón, por supuesto. Pero tenía que sopesar los pros y los contras de ponerme en una posición en la que las cosas pudieran escalar y empeorar. —Sólo quería decírtelo. Estamos ahí para servir bebidas, no para hacer pajas... a no ser que quieras —dijo entre risas, y no pude evitar que mis labios se movier an divertidos. Un poco de realidad se interpuso en mis pensamientos porque sabía que no podía dejar pasar una oportunidad como ésta. Nunca tenía la oportunidad de complementar mis ingresos. Y para ser sincera, cualquier ingreso extra era mejor que nada. Estaría más cerca de dejar la Desolation. Y tal vez, si hacía un trabajo lo suficientemente bueno, me dejarían trabajar otras noches allí. —Vale —dije, y ella sonrió más—. Pero no tengo nada bonito que ponerme. Hizo un gesto con mis palabras. 44 —No te preocupes. Tienen un guardarropa, porque prefieren que las camareras lleven ciertas cosas para mantener la estética del local. Me sentía un poco menos segura de esto. ¿Qué clase de lugar era este en el que tenían ropa prescindible porque querían mantener las apariencias? Entendía los uniformes, pero dudaba que este lugar diera a todo el mundo la misma ropa monótona, especialmente si atendían a hombres ricos y poderosos. Debería asumir que la noche en cuestión probablemente acabaría volviéndose en mi contra. Así solían ser los acontecimientos de mi vida. Pero los mendigos no pueden elegir. Y yo era absolutamente una mendiga en este momento. Hacía veinte minutos que salí del trabajo, haciendo tiempo rápido mientras caminaba por las oscuras y sépticas calles de Desolation. Estaba convencida que alguien volvería a atacarme, pero afortunadamente, aparte de algunos gritos, me quedé relativamente sola. Una vez en el interior de mi edificio, no solté el bote de gas pimienta. Pronto saldría el sol, me dolían los pies y la cabeza, pero no podía quejarme del todo. Conseguí unas propinas decentes e incluso conseguí algo de comida en la cafetería para no irme a la cama con hambre y no tener que parar en la tienda de comestibles para comprar alguna mierda envasada. Y tenía un trabajo que, con suerte, ganaría un dinero decente. Empecé a subir las escaleras estrechas y llenas de basura, con el olor a humo de cigarrillo rancio, a licor viejo y a los restos de lo que probablemente era orina y vómito en el aire. Una pareja se peleaba a gritos, y en otro se oía el sonido de cristales rompiéndose, algo normal en este edificio. Una vez que llegué al rellano del piso en el que estaba mi apartamento, me tomé un momento para recuperar el aliento antes de dirigirme a la puerta principal. Doblé la esquina y mis pasos vacilaron ligeramente cuando vi a mi vecino apoyado en el marco interior de su puerta. Una nube de humo llenaba su apartamento y se extendía por el pasillo, una bruma sucia que hacía que mi visión fuera ligeramente borrosa. Se llevó el cigarrillo a los labios y le dio una larga calada mientras me miraba fijamente, la pequeña nube de humo salía de su boca al exhalar. Llevaba una camiseta manchada, probablemente blanca, con manchas oscuras bajo los brazos, un anillo marrón pintando el cuello y una ligera tripa que sobresalía por debajo del material, por lo demás estirado. Sus vaqueros parecían no haber sido lavados desde que los recibió, y sus pies estaban descalzos, con las uñas de los pies demasiado largas y amarillas. Y todo el tiempo tenía su foco de atención pegado a mí como una maldita sanguijuela, negándose a soltarlo. Desvié la mirada rápidamente y me detuve en mi puerta, tanteando la llave durante un segundo antes de introducirla en la cerradura y abrir la puerta. La cerré detrás de mí, giré el cerrojo y coloqué la cadena de cierre en su sitio, y luego me apoyé en ella. 45 Los gritos domésticos sonaban más fuertes y justo en el pasillo, y cerré los ojos y pensé en cómo sería ser otra persona. Pero las fantasías no eran reales. Eran buenas cuando creías que podías escapar, pero una vez que la realidad volvía a golpear, ese dolor era aún más fuerte que antes. 46 9 Galina El taxi se detuvo frente al bar donde Laura me dijo que me reuniera con ella. Me dijo que llegara a las diez, lo que podía parecer muy tarde para empezar un turno, pero cuando uno estaba en la ciudad, era cuando la oscuridad se instalaba realmente cuando la oscuridad se instalaba, la vida empezaba a cobrar vida. —Ya llegamos —dijo el taxista con un marcado acento de Europa del Este. Le entregué la cantidad que costaba el viaje, un gasto que normalmente no haría, dado que estaba intentando ahorrar, pero no estaba dispuesta a atravesar la ciudad a estas horas. Ir unas manzanas desde Sal's hasta mi apartamento era una cosa. Caminar hasta este bar sería un suicidio. Me bajé, y tan pronto como la puerta del taxi se cerró, se alejó. Ya no podía cambiar de opinión. Incliné la cabeza hacia atrás y contemplé los tres pisos del edificio que tenía delante. Toda la estructura era de ladrillo negro, con dos puertas negras de vinilo situadas delante y en el centro y una pequeña luz que la iluminaba. En comparación con todos los demás edificios de la manzana, parecía totalmente fuera de lugar. El letrero sobre la puerta era de neón rojo y decía Sdat'sya. 47 Saqué mi teléfono móvil y envié un mensaje rápido a Laura para informarle que estaba aquí. Aparte de quedar en este lugar a las diez, no me dio ninguna otra instrucción. No era lo suficientemente valiente como para atravesar esas puertas delanteras, que por cierto estaban sin vigilancia. Una parte de mí sentía un poco de inquietud por lo que había al otro lado, como si fuera a entrar en el mismísimo infierno. No fui estúpida al no suponer que gran parte de Desolation estaba controlada y era propiedad del sindicato del crimen. Sabía que en Las Vegas la mafia italiana tenía una gran mano en las cosas. De hecho, muchas ciudades de los Estados Unidos probablemente funcionaban de la misma manera. Era simplemente cómo funcionaba el mundo, cómo se hacían las cosas. Y por eso traté de mantener la cabeza baja y mis asuntos para mí. Por supuesto, a veces esa mierda te golpea en la cara de todos modos, y no había manera de salir sin quedar marcado. Porque los poderosos controlaban a los impotentes. Así que el hecho que este edificio en particular, que gritaba dinero y tenía un aire ilícito, por no mencionar que era obviamente de propiedad rusa, me decía que probablemente estaba controlado por la mafia rusa. La Bratva. Miré por la calle a mi izquierda, luego a mi derecha. Un auto de policía se dirigió lentamente hacia mí, y di un paso atrás, la fría pared de piedra del edificio detuvo mi retirada. Sabía lo suficiente sobre la aplicación de la ley en ciudades como ésta, corruptas y retorcidas, donde los delincuentes tenían la palabra final y el dinero podía comprar a cualquiera y cualquier cosa. Así que los hombres, la ley, que serían la perspectiva probable cuando necesitaras algo o cuando huyeras o te escondieras o pidieras refugio, no eran a los que pedirías ayuda. Eran el tipo de hombres que aceptaban dinero en efectivo en los callejones y miraban para otro lado. Eran el tipo de hombres de los que se huía de ellos. Rápido y sin mirar por encima del hombro, porque estarían justo detrás de ti. Y cuando el auto de policía redujo la velocidad al pasar junto a mí, el conductor miró en mi dirección, su sonrisa era grande, con todos los dientes blancos en un interior sombrío. Un escalofrío me recorrió a pesar del aire quieto. Me abroché la chaqueta con más fuerza y vi cómo el auto desaparecía por la calle. Un segundo después, mi teléfono vibró con un mensaje de texto entrante, y bajé la vista para ver el mensaje de Laura. Dame un segundo. Te traeré. Volví a meter el teléfono en el bolsillo de la chaqueta, y un momento después oí unos pasos que venían de un lado. Laura salió de la esquina del edificio y buscó a su alrededor antes de posar su mirada en mí. Sonrió y me hizo un gesto para que la siguiera. Una vez a su lado, nos dirigimos a un callejón apenas iluminado. 48 —¿Estás segura de esto? —No pude evitar preguntar mientras miraba el callejón lleno de basura. —Es seguro. No te preocupes. El crimen por aquí es inexistente —resopló como si supiera por qué. Desde luego, sabía la respuesta a por qué nadie jodía en este lugar. La mafia. Hasta los delincuentes sabían cuándo no debían joder a los grandes. Sólo caminamos un puñado de segundos antes que ella se detuviera frente a una puerta de metal color óxido. La golpeó un par de veces antes de dar un paso atrás. Se abrió, las bisagras metálicas crujieron con fuerza y resonaron en los edificios. Un tipo grande y corpulento, con poco cuello y una cicatriz dentada en un lado de la cara, sostenía la puerta abierta. Lo miré con duda, con una expresión cerrada y ligeramente peligrosa. Rápidamente miré hacia delante y seguí a Laura al interior. Cuando entramos en la antesala, la puerta se cerró tras nosotros con un fuerte golpe, lo suficientemente fuerte como para que yo diera un pequeño respingo. Culpé de mis nervios agotados al terreno extraño en el que me estaba embarcando, pero la verdad estaba más cerca del hecho que toda esta situación no me gustaba. Y eso era probablemente porque sabía que la persona o personas que poseían este lugar no eran hombres buenos. Y de esos es de los que trato de alejarme. —No te preocupes por Boris —dijo Laura y miró por encima del hombro—. El portero. —Inclinó la barbilla hacia el tipo corpulento y con cara de cicatriz—. Es inofensivo. Al menos, supongo que lo es. Rara vez habla y se queda en el fond o. O lo hace siempre que trabajé. Miré por encima del hombro a Boris, una sombra grande y corpulenta detrás de nosotros. Miré rápidamente hacia delante, sin duda que este hombre era lo más alejado de “no peligroso” que había. La antesala y el pasillo se abrieron a una sala más grande, donde un puñado de chicas buscaba entre los estantes de ropa. Laura se detuvo y se giró para mirarme tan repentinamente que retrocedí a trompicones. —¿Qué? —Miré a mi alrededor, pensando que cometí algún paso en falso y no me di cuenta. Ella no habló enseguida y empezó a morderse el labio —. Laura, sólo dilo. —Así que tienes el trabajo de camarera, pero el dueño del bar quiere conocerte para decidir en qué habitación te va a meter esta noche. Fruncí el ceño. —¿En qué habitación ponerme por la noche? —Sí. —Ella seguía mordiéndose el labio—. Así es como funciona. Tal y como está montado este bar, hay varias salas, algo así como escalones en los que cae la clientela. Cuanto más alto es el nivel, más importantes son lo s clientes. Asentí lentamente. 49 —De acuerdo. Así que si no estás a la altura física del dueño, no tienes suerte y te toca un nivel inferior. Por lo menos tuvo la decencia de sonreír mientras asentía. —Sé lo que parece, pero pase lo que pase, las camareras siguen llevando a casa un buen dinero, incluso en el nivel más bajo. —¿Así que puede que ni siquiera trabajemos en la misma sala? Ella negó con la cabeza y pareció disculparse. No es que importara que estuviéramos en la misma sala, pero preferiría una cara conocida. Por no mencionar que actué como si fuéramos a estar juntas porque no quería hacerlo sola. Me pareció un poco extraño, pero no me iba a quejar de cómo era un negocio. Esto me hizo sentir que, si me daban una habitación de menor categoría, claramente al dueño no le gustaba mi aspecto. Me dije que a la larga no importaba. El dinero era dinero, y yo lo necesitaba desesperadamente. Laura me dedicó una sonrisa tranquilizadora y me miró de arriba abajo. —Vamos a cambiarte primero y a peinarte y maquillarte. ¿Peluquería y maquillaje? Antes que pudiera quejarme de la necesidad de estar arreglada para servir bebidas, me dije a mí misma que ponerme guapa me ayudaría con las propinas. Los viejos ricos, especialmente los que bebían grandes cantidades de alcohol, solían dar dinero a las mujeres que les llamaban la atención. No es que me gustara, pero era un hecho en el mundo, y lo utilizaría en mi beneficio. Me limité a seguir los pasos mientras me quedaba de pie y dejaba que Laura eligiera un vestido para mí. Era blanco y ceñido, cubriendo las partes importantes pero mostrando lo suficiente como para no dejar mucho a la imaginación. —¿En serio? —pregunté mientras me lo entregaba—. ¿Y blanco? —Se encogió de hombros pero sonrió—. Confía en mí, todo el asunto del blanco, joven e inocente, ayudará con las propinas. Estamos hablando de ricos de los que estamos hablando. —Ya me estaba arrepintiendo. Diez minutos después estaba vestida, con el pelo peinado en un suave recogido, pequeños mechones enmarcando mi cara, y una ligera capa de maquillaje puesta. Me miré en el espejo y, aunque reconocí a la mujer que me devolvía la mirada, también me pareció una extraña. Esto no era lo que yo era. Esto es para el final. Ahorrar dinero y salir de aquí. Exhalé y me entregaron un par de tacones de aguja, que cogí de mala gana y me puse. Me miré los pies, rezando para poder no sólo caminar sino tambié n llevar las bebidas al mismo tiempo. —Preciosa —dijo Laura, y miré su reflejo en el espejo—. ¿Lista? Me giré para mirarla. Ella también era hermosa, con un vestido rojo sangre que terminaba a medio muslo y tenía una abertura lateral. Estaba bien dotada de pecho, a diferencia de mí, y el vestido acentuaba sus pechos. 50 Salimos del probador y caminamos por un corto pasillo antes que ella se detuviera frente a una puerta cerrada. No me extrañó que Boris nos siguiera, una sombra incómoda justo detrás de mí. Después de tres fuertes golpes, una voz profunda llamó en otro idioma desde el otro lado de la puerta. Boris se puso delante de Laura y abrió la puerta antes de apartarse y dejarnos entrar. Laura entró primero, yo la seguí y me sentí muy desnuda de repente, lo cual no tenía nada que ver con lo que llevaba puesto. La habitación no era demasiado grande, pero estaba exquisitamente decorada. Cuero negro, elegantes maderas oscuras y una decoración de temática rusa muy evidente. Había un enorme e intimidante escritorio frente a la puerta, y el hombre que estaba detrás y la mirada en su rostro hicieron que las campanas de alarma se volvieran locas en mi cabeza. Se me hizo un nudo en la garganta al ver el poder oscuro que claramente le rodeaba. A su derecha había una gran chimenea, con las llamas parpadeando sobre los troncos de imitación. Frente a ella había un sofá de cuero negro ocupado por dos hombres que parecían de mi edad. Tenían un aspecto y una complexión similares, por lo que podía suponer que estaban emparentados no sólo entre sí, sino también con el hombre que estaba detrás del escritorio. Uno de los hombres, el mayor de los dos, se llevó un vaso cuadrado a la boca, con los ojos clavados en mí mientras daba un lento sorbo. Un escalofrío me recorrió la columna vertebral y traté de reprimirlo antes de dirigir mi atención al hombre que estaba detrás del escritorio. Boris no dijo nada y se hizo a un lado para que el hombre detrás del escritorio pudiera vernos bien a Laura y a mí. Ella parecía bastante relajada, pe ro yo sentí una presión incómoda que me rodeaba de repente. El hombre no ocultó que nos miraba descaradamente. Sus ojos parecían muy oscuros, y no en el aspecto del color. Simplemente parecían cerrados al mundo, tal vez incluso a su humanidad. Se inclinó lentamente hacia atrás, y su silla de cuero emitió un suave sonido por el cambio de peso. Durante un largo segundo no habló mientras miraba entre Laura y yo. Y entonces empezó a hablar en ruso, con un timbre de voz suave y profundo. Cuando el hombre detrás del escritorio se puso de pie, di un paso atrás involuntario ante su tamaño. Inmediatamente me arrepentí de mostrar esa debilidad y ese miedo, porque no pasó desapercibido para él, no en la forma en que ese brillo de diversión llenó sus ojos. Oí una pequeña risa de uno de los hombres sentados en el sofá, pero no miré. Un instinto de supervivencia me decía que debía mantener la mirada fija en el hombre que avanzaba hacia Laura y hacia mí. Se detuvo primero frente a Laura, pero no se me escapó que su mirada s e dirigía hacia mí. No la tocó, pero tampoco lo necesitó por la fuerza de su mirada al recorrer su cuerpo. Laura miraba al frente, con los ojos clavados en algo que tenía delante. Estaba claro que ya pasó por este proceso antes. ¿Era algo que él hacía con todas las mujeres que trabajaban aquí? Parecía tan... equivocado. —Svetlana —dijo al detenerse frente a Laura. Asintió a Boris, y Laura dio un paso atrás, con una máscara de indiferencia. O quizás era miedo. 51 En este lugar tenía una imagen completamente diferente a la de Sal. Por otra parte, Sal era como los jugos del fondo de un contenedor de basura en comparación con este lugar. Se acercó a mí y mi cuerpo se tensó involuntariamente. La comisura de sus labios se inclinó hacia arriba como si lo encontrara divertido... o le complaciera. —¿Cómo te llamas, dorogoy2? Me sentí mareada, con el corazón tan acelerado que me preocupó la posibilidad de desmayarme. Me lamí los labios y susurré: —Lina. —No mostró ninguna expresión facial, sólo me observó con fría indiferencia. —¿Sabes quién soy? —Su voz tenía un acento grueso, pero las palabras eran suaves y claras, su inglés impecable. Negué lentamente con la cabeza, y eso hizo que una sonrisa se extendiera por su boca, pero no era el tipo de sonr isa que tranquiliza a alguien. Si un depredador en la naturaleza pudiera sonreír, sabía que sería así. —Siempre es tan emocionante cuando alguien no sabe quién soy. —La arrogancia de sus palabras me aterrorizó—. Soy Leonid, cariño. No me rodeó como a Laura, no al principio. Se quedó a medio metro de mí y me miró fijamente, sin hablar más, como si hubiera cumplido su cuota del día. El peso de su mirada era inquietante. No sabía qué buscaba, o si veía la respuesta a su propia pregunta, pero después de un segundo empezó a caminar a mi alrededor en el mismo proceso que hizo con Laura. Podía sentir su mirada recorriendo cada parte de mi cuerpo, como si sus ojos fueran dedos y estuviera tocando mis pantorrillas, la parte posterior de mis muslos, mi culo, y subiendo por la longitud de mi columna vertebral. Volvía a estar frente a mí, con su mirada puesta en mi pecho, y luego más abajo. Me contuve de cubrir mis pechos y la unión entre mis piernas, porque aunque estaba completamente vestida, sentía que este hombre podía ver a través del material. —¿Svetlana3? —preguntó uno de los hombres del sofá. Negó lentamente con la cabeza. —No. El hombre que tenía ante mí me enfocó como si supiera quién era realmente, como si pudiera ver mis secretos más profundos. Era como Arlo en ese sentido. Peligroso. —Nevinovnyy4. —La voz de Leonid era baja y profunda. Pero aguda... muy aguda—. Da —dijo como si respondiera a su propia pregunta—. Anastasia. 2 Querida en ruso. es un nombre femenino eslavo ortodoxo común, que se traduce como "ligero", "brillante", "luminiscente", "puro", "bendito" o "santo" 4 Inocente 3 52 Abrí la boca para preguntar qué pasaba, pero Laura me cogió de la mano y me llevó fuera de la habitación y de vuelta a donde estaban las otras mujeres y los estantes de ropa. —¿Qué está pasando? —pregunté finalmente cuando nos detuvimos, y ella me encaró—. Esa fue la maldita entrevista más extraña, o lo que sea que fue, que experimenté. ¿Quién era ese hombre? —Leonid Petrov —dijo, pero no se me escapó la ligera tensión en su voz—. Es el dueño del bar. —Sus hombros se relajaron—. Y estoy seguro que un montón de otros lugares, y grandes conexiones, sin duda. —No enfatizó lo que quería decir, pero entendí lo esencial. Conexiones en el mundo del crimen. Miré a mi alrededor, y sentí que la presión que nos rodeó cuando estábamos frente a Leonid se disipaba lentamente cuanto más tiempo estábamos lejos de él—. Maldita sea, ojalá hubiéramos conseguido la misma habitación juntas, pero nos colamos en los dos primeros pisos, así que buen dinero a pesar de todo. Sacudí la cabeza. —Esta es la noche más extraña que tuve en mucho tiempo. Ella resopló, y ambas sonreímos genuinamente. —Es confuso la primera vez —dijo finalmente—. Cada habitación tiene el nombre de una mujer. Puse los ojos en blanco. Claro que sí. —Yo tengo a Svetlana. Tú tienes a Anastasia... que es el nivel más alto. Es el que se quedan los clientes más importantes. Así que, en todos los sentidos, le diste a la madre del premio mayor de las propinas. Por un momento pensé en decir “no importa” e irme. Todo esto era tan extraño, y yo era definitivamente una extraña. Las mujeres que me rodeaban hablando en ruso y el ambiente elitista lo solidificaban. Abrí la boca para dar las gracias a Laura por conseguirme el trabajo, pero cambié de opinión cuando las palabras se me congelaron en la garganta al ver entrar a una mujer. Sostenía un montón de billetes doblados y procedía a desenrollarlos y a contar el dinero de las propinas muy claro. Vaya mierda. Hay billetes de cien dólares ahí. Tomé aire y volví a mirar a Laura. Pude ver por su expresión que esperaba que yo me retirara. Sólo por esta vez. Si hago lo suficiente, esta noche cambiará el juego. —De acuerdo. Hagámoslo. —Incluso yo podía oír lo vacilante que sonaba. 53 10 Arlo Petrov quiere reunirse contigo esta noche en Sdat'sya. A medianoche. En punto. Ése era el mensaje que recibí hacía una hora, y mientras aparcaba el auto en el parking lateral de Sdat'sya, comprobé el reloj del salpicadero. Faltaban diez minutos para la medianoche. Cuando Leonid quería verte personalmente, nunca era algo bueno. Siempre quería algo. Siempre trataba de exprimir la última gota de sangre de tu cuerpo antes de arrojar tu cadáver a un lado. Y yo sabía de qué se trataba. Sabía que Leonid iba a intentar convencerme que me uniera a la Bratva en lugar de ser un agente libre, incluso un mercenario, de la Ruina. Lo intenté antes, pero con hombres como él, nunca estaban satisfechos si no conseguían exactamente lo que querían. Leonid era un bastardo persistente. Me dirigí a la entrada principal, abrí la pesada puerta negra y enseguida escuché los suaves sonidos de la música tradicional rusa. Había un soldado de la Bratva situado en la esquina de la habitación, su larga chaqueta de cuero ocultaba las numerosas pistolas y cuchillos que llevaba pegados al cuerpo. 54 Esta sala de entrada no era más que la primera capa de Sdat'sya. Era el maquillaje antes de llegar a la carne y el corazón de lo que realmente era este establecimiento. Había un bar frente a mí, con algunos clientes descansando en los sofás de cuero marrón oscuro situados alrededor de la sala. La mayoría de la gente estaba en las otras habitaciones, cada una de ellas bloqueada de ojos y oídos indiscretos, todas ellas albergando una clientela poderosa, influyente y rica. No se trataba sólo de un bar, sino de un lugar donde muchos de los Bratva y los poderosos a sociados y aliados que trabajaban para ellos y con ellos hacían tratos, hablaban de negocios y utilizaban las comodidades que los Bratva de la Desolation tenían en abundancia. Drogas, alcohol y mujeres. Detrás del bar iluminado con luz roja y negra había un dicho por el que vivían muchos de los hombres de Leonid Petrov. Мы грешим, так как бы беспечны и не думаем об этом PECAMOS PORQUE SOMOS DESCUIDADOS Y NO PENSAMOS EN ELLO. O así se tradujo vagamente al castellano. Pero la verdad era que eso era una mentira. Cualquier persona involucrada en nuestro mundo sabía lo que estaba haciendo. Eran conscientes de sus “pecados”, unos que ni siquiera veían como tales porque los cabrones se dedicaban a dar dolor a los demás. Como yo. Como cualquiera asociado con la Ruina. Nadie me molestó. Nadie intentó detenerme. Algunos incluso me miraron con claro temor y vacilación en sus ojos. Cualquiera que trabajara en Sdat'sya era parte de la Ruina y, por tanto, sabía exactamente quién era yo. Me vieron en Yama, me vieron destruir a mis oponentes. Conocían mi reputación... el hecho que era un asesino de padres. Llevaba esa insignia de parricida como un maldito honor. Pasé el bar y me dirigí al pasillo. Había un soldado de Bratva parado al final, junto al ascensor. Se enderezó desde la pared y me hizo un gesto de reconocimiento. No dijo nada mientras pulsaba el botón del ascensor para subir, y un segundo después se abrieron las puertas del ascensor. Entré, y el soldado me siguió. Una vez que ascendimos, me puse a pensar en lo que iba a pasar esta noche. La única vez que hablé personalmente con Leonid fue justo después de matar a mi padre. Entonces quiso que me uniera a la Bratva. Me negué profesionalmente. No me presiono, pero conocía a los hombres como él. Lo conocía específicamente. La forma en que trabajaba, las cosas que exigía. Cómo esperaba que el mundo cayera a sus pies. Y en su mayor parte, lo hizo. Pero yo no era como la mayoría del mundo. Nunca me sometería a cualquier hombre. Leonid Petrov era peligroso y violento. Era un sociópata que mataba simplemente porque era domingo o porque acababa de terminar una comida familiar. Y sus dos hijos, Dmitry y Nikolai, siguieron perfectamente sus pasos. Malditos psicópatas en ciernes. 55 —Está en su habitación, esperándote —dijo el soldado en ruso. Me dirigí a la oficina de Leonid, pasando por las puertas cerradas que conducían a las habitaciones privadas de su clientela. Había un soldado de pie al la do de la oficina de Leonid. Me hizo un gesto con la cabeza antes de girarse para abrirme la puerta. Entré y enseguida me fijé en el entorno. Había que conocer la disposición de cualquier lugar para estar preparado. Vi a Dmitry y a Nikolai sentados en el so fá frente a la chimenea. Dmitry, hijo mayor de Leonid y heredero del imperio del hampa Desolation Bratva, me observaba con el mismo brillo sociópata en sus ojos que yo sabía que se reflejaba en los míos. Oí las historias de Dimitry, de su iniciación, de cómo masacro a cinco hombres con una claridad y fuerza brutales que incluso me impresionaron momentáneamente. Sin duda, algún día sería el pakán perfecto, un líder que haría que Satanás se acobardara en la oscuridad. Nikolai, el hijo menor de Petrov, dejó que una sonrisa lenta y sardónica se extendiera por su rostro. Puede que fuera el más “ligero” de los dos en cuanto a brutalidad, pero su actitud despreocupada y lo que otros podrían ver como “blando” no era más que la retorcida fachada de un hombre que sabía que una vez arrancó las uñas de los pies y de los dedos de los pies a un pobre bastardo que le cortó en el camino. Nikolai no se molestó en coger el vaso para el alcohol, sino que levantó la botella de whisky y la inclinó en mi dirección a modo de saludo, antes de lanzarme un guiño mientras se la llevaba a los labios y daba un largo trago. Leonid estaba en medio de una conversación por el móvil. Mis hombros se tensaron y mis dedos se movieron para ir a por mi pistola por el mero hecho de estar en la misma habitación que ese cabrón. Una vez que terminó al teléfono, se inclinó hacia atrás y juntó las manos para apoyarlas sobre su abdomen. Me dedicó una sonrisa lenta, una que era cualquier cosa menos agradable. El cabrón no conocía la felicidad, no si no implicaba degollar a alguien y bañarse en su sangre. Dmitry y Nikolai iniciaron una conversación entre ellos, el ruso demasiado bajo para que yo lo oyera. Leonid se levantó y recorrió su escritorio antes de apoyarse en el borde y mirarme fijamente con ojos oscuros y poco penetrantes. —Quería agradecerte personalmente el manejo del... pequeño problema que tuvimos la otra noche con Maksim. —Las palabras de Leonid hicieron que la conversación de sus hijos se detuviera. Aunque mantenía la mirada en el paquistaní, percibía que sus hijos se levantaban y caminaban hacia él antes que rodearan a su padre. Sus expresiones eran la misma compostura pétrea del líder de la Bratva. —No hay que dar las gracias —dije, centrándome en Leonid. Las otras dos mierdas no eran algo que me diera miedo—. Es lo que hago. Leonid inclinó la cabeza en señal de acuerdo. —No puedes entender lo difícil que fue para mí no deshacerme de esa basura yo mismo. —Sacó las manos del bolsillo y las alisó sobre su corbata, una que era de seda y de color rojo sangre, el mismo tono que se filtraba por las cien heridas 56 diferentes del hombre que acabó con Leonid—. Pero verás, no quedaría bien en nuestro negocio. No nos ocupamos de ese lado sucio de las cosas . —Sonrió y extendió las manos—. Es malo para los negocios, entiendes. Tenemos que mantener las apariencias. No estaba seguro de por qué me estaba contando todo esto. Él le dio un puto golpe en los ojos al pobre. Le cortaron los dedos y arrancaron parte del cuero cabelludo. Sin mencionar los otros veinte actos brutales que noté cubriendo su cuerpo. O que faltaban en él. Y todo porque el bastardo miró a la hija de dieciocho años de Leonid. Su preciosa Tatiana. Aunque a Leonid y a sus hijos se les podría llamar psicóticos, y eso sería quedarse corto, estaba bastante seguro que el cabrón que acabó con su vida de forma jodidamente violenta probablemente hizo algo más que mirar. La clase de muerte que el hombre consiguió fue por un acto de agresión hacia ella, un insulto susurrado en su dirección o incluso una mirada obscena. El cabrón probablemente se tiró encima de Tatiana. Su polla seguía intacta, o eso es lo que desgraciadamente noté, ya que estaba desnudo cuando me enviaron a deshacerme del cuerpo, así que sabía que no toc ó a Tatiana. Si lo hubiera hecho, le habrían cortado la polla y se la habrían metido en la boca para que quedara claro. Esperé a que Leonid dijera qué más quería. La verdadera razón por la que me llamó aquí esta noche no era para darme las gracias personalmente por el trabajo que hice. —Ven, tómate una copa conmigo. Antes que pudiera decir nada, no es que rechazara la invitación, lo que sería de mala educación, Leonid y sus hijos pasaron junto a mí y salieron por la puerta. Seguí a la manada fuera de su oficina, el soldado venía detrás de mí mientras nos dirigíamos a una de las habitaciones de élite. En la puerta, una hermosa letra en ruso estaba escrita en pan de oro. Aнастасия. Anastasia. Las puertas dobles se abrieron por sí solas y seguí a Leonid al interior. Se dirigió directamente hacia la barra que se extendía a lo largo de toda la pared del fondo, la decoración de Anastasia, toda ella lacada en negro y con acentos dorados. Me fijé en un hombre ebrio y bullicioso que se encontraba a un lado, con los tatuajes de la Bratva visibles en sus brazos, lo que lo convertía en un miembro de alto rango. Su voz era arrastrada mientras gritaba en ruso a las trabajadoras sexuales que fueron traídas como entretenimiento. Sus palabras eran crudas y sexuales, y su fuerte intoxicación dejaba claro que probablemente era un borracho violento. Curvé el labio con disgusto cuando empezó a maltratar a una de las mujeres, cuya risa aguda era practicada, aunque no forzada. Había un puñado de otros hombres rusos en la sala, sus voces demasiado excitadas y ruidosas, los cigarros ilegales que fumaban y los vasos de licor constantemente llenos creaban una atmósfera peligrosa y descuidada. Demasiados manoseos, malditas folladas y mucho dinero intercambiado por “extras”. 57 El mobiliario estaba dispuesto en varios círculos sueltos de sofás y sillas, con hombres sentados en el cuero y mujeres apenas vestidas sentadas en sus regazos. Una elaborada araña de cristal colgaba del centro del techo, con prismas de luz que atravesaban la sala y daban una calidad casi nebulosa al entorno. Un fuego rugía entre dos grandes y oscuros sofás; la luz baja y titilante proyectaba sombras, pero no podía ocultar el desenfreno que se estaba produciendo. Las mujeres empezaban a quedarse a medio vestir cuando sus pechos quedaban al descubierto, las manos desaparecían en los regazos y a través de los pantalones desabrochados. El olor del humo de los puros cubanos llenaba el aire, y las risas femeninas de tono sexual sonaban en mis oídos. Cuando estuvimos en la barra, mantuve mi cuerpo de lado para poder ver toda la sala y tener la entrada a la vista. Mantuve la mano derecha libre por si la necesitaba para sacar mi pistola. Y me quedé mirando a Leonid mientras pedía cuatro vasos de whisky. Mientras llenaban las copas, Leonid me dedicó otra sonrisa de tiburón, con sus dientes blancos y rectos, los incisivos un poco demasiado afilados. —Estaba hablando con mis hijos de la tensión que está surgiendo en la Bratva y la Cosa Nostra, así como con la 'Ndrangheta, que acaba de reclamar territo rio en el oeste. La presión es muy alta en este momento, muchas muertes ya que se están disputando territorios. No dije nada. El camarero deslizó las bebidas delante de nosotros. Cogí la mía, sin dejar de mirar a Leonid, y me la llevé a la boca. Él cogió su vaso y lo inclinó en mi dirección antes de llevárselo a la boca y beber lentamente del líquido de color ámbar. Le seguí la corriente. Sus hijos estaban detrás de él como sombras vigilantes, con sus oscuras miradas clavadas en mí como si me vieran como una amenaza. Eran inteligentes en ese sentido. Pero no tenía intención de acabar con Leonid esta noche, aunque pensara que era un maldito baboso y que a la Bratva le vendría bien un pakán más fuerte, más racional y menos psicótico. Como dije antes... sería malo para el negocio. —Por la creciente violencia —dijo y dejó su vaso en la barra, sus dedos permaneciendo envueltos en el cristal—, voy a necesitar un poderoso ejército detrás de mí. —La Bratva es más fuerte que nunca —respondí. —Lo es, pero tú y yo sabemos con qué facilidad puede astillarse antes de romperse irremediablemente. —Miró alrededor de la habitación, pero ni una sola vez aparté mi atención de él—. Y tú y yo tenemos una historia, ¿no es así? —Me miró fijamente a los ojos una vez más. Dejé mi vaso en el suelo, y el suave ruido que hizo sobre la madera pulida me pareció demasiado fuerte en ese momento. —El hecho que mataras a tu padre, un traidor entre los Bratva, el mismo que estuvo yendo a nuestras espaldas y vendiendo información a la mafia italiana, me demostró lo leal que eres, Arlo. Te quiero totalmente de nuestro lado. Necesito a los más poderosos a mi espalda, a los hombres más fuertes como armas . — 58 Extendió las manos, con las palmas hacia arriba, con su sonrisa actual, lenta y satisfecha, como si fuera un gato que acaba de atrapar al ratón—. Ser un agente libre no te da, ni te dará, la seguridad y la estabilidad que te da la Bratva. —No necesito protección. Yo creo la mía. —Noté un ligero cosquilleo bajo la suave mejilla de Leonid porque le señalé la verdad—. Me gusta donde estoy, Pakhan. No deseo cambiar nada. —La mierda por la que me hizo pasar mi padre, el hecho que maté a Sasha, a mi madre, y la sangre y los cuerpos que tuve que vadear para llegar a la superficie, no era algo que volvería a hacer. Llegué a un punto en mi vida en el que ya no tenía que trabajar para nadie. Trabajaba para mí mismo, tenía la Ruina como un conglomerado de otros negocios que podía elegir. Mi reputación y mi habilidad me precedían, y por eso no tenía q ue estar atado a un lado. Podía aceptar o rechazar lo que quisiera. No conseguiría eso con Leonid. Esperaría una obediencia y sumisión completas, sin hacer preguntas. Un perro leal. Y mientras decía esas palabras, pude ver en el rostro de Leonid que la agr adable fachada que puse se estaba desvaneciendo. El sonido de los hombres gritando “Na zdorovie” antes de beber llenó el repentino silencio. Pero no sirvió para aliviar la tensión que había entre Leonid y yo. Y entonces su expresión estoica se quebró, y so nrió, pero no fui un tonto al pensar que simplemente renunciaría a intentar ponerme de su lado por completo. Porque un hombre como él, un Bratva Pakhan, estaba acostumbrado a salirse con la suya en todo. Y si eso significaba que tenía que robar, violar o matar para conseguirlo, era lo suficientemente cabrón como para hacerlo. Varias mujeres salieron del fondo, con bandejas negras en las manos, cada una con bebidas. No les presté demasiada atención, sólo noté el cambio en el aire. Pero entonces todo a mi alrededor se detuvo cuando salió la última mujer, con su vestido blanco destacando entre el rojo y el negro de las demás, su larga melena negra amontonada en lo alto de la cabeza, la elegante línea de su cuello y la delicada longitud de su columna vertebral a la vista. Cada músculo de mi cuerpo se tensó hasta el punto de ser incómodo y difícil de ocultar. Este era el último lugar en el que esperaría ver a Lina, el último lugar en el que querría que estuviera. Y cuando Leonid dirigió su atención para ver lo que yo estaba mirando, supe que cometí un maldito error. Un brillo interesado y curioso entró en sus ojos cuando se fijó en Lina y luego volvió a mirarme lentamente. —Preciosa, ¿verdad? —murmuró en ruso, y la forma en que dijo esas palabras me dijo que la estuvo desnudando con sus ojos. Enrosqué una de mis manos en un puño apretado, mi otra mano flexionando y relajándose con la necesidad de sacar mi pistola y colocar la punta justo entre sus malditos ojos, exigiendo que mirara lejos de ella. No tenía derecho a mirar a Lina, no cuando sabía toda la mierda depravada en la que estaba metido, no cuando también sabía que se dedicaba a la trata de personas. —¿La conoces? —El tono de su voz me dijo que ya sabía la respuesta. No me molesté en responder—. Tiene esa inocencia, una que te hace querer hacer las cosas más sucias... —murmuró la última parte, y sus malditos hijos se rieron. 59 Si hubiera querido, podría sacar mi arma y dispararles a los tres antes que cualquiera de las otras personas en esta habitación pudiera detenerme. Por supuesto, me matarían a tiros justo después, pero al menos Leonid y sus pequeños hijos bastardos estarían bajo tierra conmigo. Se giró para mirarme, con una sonrisa devoradora de mierda en la cara. Odiaba que hubiera visto algún tipo de reacción en mí, porque los hombres como él lo utilizarían en su beneficio. Lo verían como una debilidad. Y no podía mentir y decir que estaba equivocado. Lina era una debilidad, una adicción, y ni siquiera la probé. Ella hacía que todos los pensamientos racionales abandonaran mi cabeza, y ni siquiera tenía que estar en la misma habitación para conseguirlo. Todo lo demás se desvaneció cuando vi que Lina empezaba a repartir las bebidas. Podía sentir la mirada de Leonid sobre mí, podía imaginar al bastardo sonriendo, como si acabara de encontrar una grieta en mi armadura cuidadosamente colocada. Ella aún no se fijó en mí mientras caminaba. Los hombres la miraban como si fuera un trozo de carne, deslizando su dinero, inclinándose hacia delante y susurrando cosas que la hacían sonrojarse, pero también le hacían estrechar los ojos. Puso una copa al lado de un viejo cabrón, cuya sonrisa era amplia y lasciva mientras ignoraba a la mujer semidesnuda que tenía en su regazo, con los pechos lo suficientemente cerca de su boca que podría lamerlos. Le tendió un billete de cien dólares, añadiendo un guiño a la mezcla, y cuando ella lo cogió con una suave sonrisa, pude ver cómo su otra mano serpenteaba como si planeara tocarle el culo. Curvé la mano con tanta fuerza en un puño que las uñas se clavaron en mi carne, abriendo la piel, el dolor se sentía bien. Ella se apartó antes que pudiera tocarla. El afortunado bastardo se libró que le destrozara el apéndice por atreverse a poner sus putas manos sobre ella. Pero debería mandarlo a la mierda sólo por pensar que podía tocar a Lina. Ella fluía por la habitación como un delicado colibrí, y todo el tiempo, todos los ojos masculinos estaban clavados en ella, como si pudieran oler la inocencia que derramaba Lina y quisieran destruirla. Entendía perfectamente por qué Leonid eligió esta habitación para ella. Estos hombres eran los más poderosos, los más ricos... los que pagarían una pequeña fortuna si la virginidad de una mujer estuviera en subasta. Esta era también la única habitación a la que Leonid venía. Me obligué a mirarlo, viendo que ya tenía una expresión calculadora en su rostro mientras me observaba. Veía demasiado, sabía demasiado sólo por mi reacción. Y no importaba cuánto intentara -y fallara- ocultar lo que sentía hacia Lina. El cabrón lo vio todo. Un hombre no se convertía en Pakhan si no sabía cómo manipular y controlar... si no podía mirar a alguien y ver toda su historia flash frente a sus ojos. Y entonces rompió la mirada y miró a un lado. Seguí su línea de visión y vi cóm o Lina se acercaba al hombre excesivamente borracho que estaba en la esquina, el 60 que era demasiado manoseador con las chicas. El que sabía que era un borracho violento sólo por su forma de comportarse. No lo conocía, pero si estaba en esta sala, o era muy poderoso o estaba estrechamente relacionado con Leonid. No me extrañó que mirara al borracho casi con recelo, su instinto le decía que no era un buen hombre. Era peligroso. Le entregó su vaso de licor. Sus ojos estaban entrecerrados y brillantes mientras la miraba fijamente. Era un gran imbécil, ancho de hombros y alto. Apenas tenía cuello. Tenía una ligera capa de sudor que le cubría la frente, sus ojos enrojecidos se concentraban en Lina, observando su vestido blanco, recorriendo los pocos mechones de pelo ondulado que enmarcaban su rostro. Podía imaginar el olor a alcohol que se colaba por sus poros. Sentí que Leonid me devolvía la mirada, pero no pude apartar mi atención de la escena que tenía delante. Todo lo demás se desvaneció aún más hasta que tuve u na visión de túnel, hasta que todo se ralentizó. El cabrón dejó su bebida en el suelo y, justo cuando Lina se dio la vuelta para marcharse, le rodeó la cintura con las manos y tiró de ella hacia él con tanta fuerza que la bandeja que llevaba se le volcó de las manos y cayó al suelo, y el vaso que colocó encima se estrelló contra el suelo, rompiéndose la copa y mezclándose con el licor derramado. Vi el color rojo mientras él deslizaba lentamente sus manos hacia arriba, sus dedos justo bajo sus pechos. Ella se apartó con la suficiente fuerza como para tropezar un paso adelante. Y entonces él le tocó el culo. No me di cuenta que me moví hasta que estuve justo delante de él. Volvió su atención hacia mí, sus oscuras y gruesas cejas tirando hacia abajo, como si estuviera jodidamente cabreado por atreverme a interrumpir lo que estaba haciendo. Su boca se movía, y pude suponer que me estaba preguntando qué coño quería, tal vez amenazando con matarme. Sin quitarle la vista de encima, estiré la mano y aparté a Lina de él, pude sentir que me miraba, podría suponer que sus ojos estaban muy abiertos y una expresión de shock cubría su rostro. La boca del cabrón seguía moviéndose, ahora más rápido, su ira cubría su cara de un tono rojo, sus ojos se entrecerraban, una vena salía de su frente por la rabia. Fui consciente que las palabras salían de mi boca y se dirigían a Lina. Palabras que se acercaban a ”Quédate cerca de mí. Todo irá bien”. Pero mi mente estaba demasiado confusa por la ira y la posesividad como para captar cu alquier tipo de cordura en este momento o para asegurarme que siquiera dije las palabras en voz alta. Y entonces sentí un gran peso en la mano: una de las bolas de granito decorativas que había en algunas mesas, cuyo diseño recordaba el detallado trabajo de los huevos de Fabergé. Sentí un zumbido de bajo nivel que me invadió mientras todo lo demás se desdibujaba. Golpeé la bola de granito contra el costado de la cabeza del cabrón y, cuando retrocedió, con la sangre formando un rastro por la sien desde la gr ieta hasta el cráneo, le agarré la muñeca, la golpeé contra la pared y le retorcí el brazo para que su palma quedara al ras del papel pintado de damasco con hilos dorados. Le golpeé la piedra en el centro de la mano con tanta fuerza que pude oír el chasquido del hueso astillándose por la fuerza y atravesando el zumbido de mi cabeza. Le golpeé la mano una y otra vez hasta que todo lo que vi fue sangre y 61 hueso roto, hasta que todo lo que saboreé fue el sabor cobrizo que cubría mi lengua, hasta que sentí el calor en mi cuello y cubriendo mis manos. Su boca estaba abierta, y podía imaginar que estaba gritando ahora mismo, pero sólo oí el ruido en mis oídos. Sentí que la gente se acercaba, pero nadie me tocó, nadie me detuvo. Le solté la mano y él fue a cogerla con la que no estaba herida, quizá para acunar el nudoso apéndice contra su pecho. Lo detuve agarrando su gruesa muñeca y procedí a hacer lo mismo con aquella, empleando tanta fuerza que el hueso se convirtió en nada más que astillas y polvo. Lo solté y di un paso atrás, dejando que la bola de granito cayera de mi alcance. Sentí que las vibraciones viajaban desde mis pies hasta mis piernas por el impacto de la misma contra el piso. El cabrón cayó de rodillas y mantuvo los brazos pegados al pecho, con las manos irreconocibles por lo mal que se las destrocé. Ahora el cabrón no podía tocar a ninguna hembra. No puede tocar lo que es mío. Me encontré mirando a Lina, con ese poderoso y embriagador zumbido recorriendo mi cuerpo, un subidón que siempre sentía cuando la violencia se apoderaba de mí. Ella estaba de pie a mi lado con el shock reflejado en su rostro. Ojos enormes, más blancos que azules y negros. Labios rosados entreabiertos. Una piel tan pálida que parecía una muñeca de porcelana. Extendí la mano y le pasé el pulgar por la mejilla, limpiando la salpicadura de sangre que estropeaba su perfecta piel después que le rompiera las manos al cabrón. Por ella. Aquella sangre se extendía a lo largo de su mejilla, como una bella y violenta pincelada. No lo admití antes, no dejé que creciera realmente dentro de mí hasta este mismo momento, pero mientras miraba fijamente los ojos horrorizados de Lina, supe sin duda que quemaría Desolation, el puto mundo entero, si eso significaba tenerla como mía. Porque nunca la dejaría ir, y la mirada de sus ojos me decía que ella también se daba cuenta. 62 11 Galina —Dasvidaniya5. Esa palabra se repetía una y otra vez en mi cabeza, la palabra que Leonid dijo en voz baja y burlona con ese marcado acento ruso. Y me observo todo el tiempo mientras Arlo me sacaba del bar. Ahora estaba sentada en el asiento del copiloto de un Mercedes qu e aparcó en un lateral del edificio. El corazón me latía tan rápido y con tanta fuerza que mi pulso era un constante golpeteo en mis oídos. Miré mi mochila, sin saber cómo estaba sentada en mi regazo, sin saber quién la tomó. La llevaba conmigo cuando entré, mi ropa se quedó dentro cuando me cambié, y cuando enrosqué mis dedos alrededor del viejo y manchado nylon, todo lo que vi fue sangre y violencia. —Dejaste a Dima fuera de combate —dijo Leonid con diversión controlada—. Me lo debes, Arlo. Te llamaré y vendrás. Recuerda que ahora conozco tu debilidad — dijo esa última parte mientras su mirada se fijaba en mí. —¿Qué quiso decir? —Mi voz era sorprendentemente fuerte dado el hecho que me sentía como si estuviera teniendo una experiencia extracorporal. La violencia 5 Adiós. 63 no me era ajena. Todo era brutal. Pero lo que presencie de Arlo, la forma en que usó esa bola de piedra decorativa... fue diferente a todo lo que vi antes. Parecía completamente en su elemento, tranquilo mientras la hacía caer sobre las manos de ese hombre una y otra vez con una fuerza y precisión que aplastaba los huesos. Y su cara... Dios, su cara estaba tan vacía de nada. Se me atascó la respiración en la garganta mientras repetía esas imágenes una y otra vez. Y lo hizo porque ese hombre me tocó. Lo sabía tan bien como sabía que estaba sentada en su auto, dejando que me llevara a un lugar desconocido. Ni siquiera opuse resistencia cuando me sacó del bar, cuando abrió la puerta y me colocó en el asiento de cuero del auto. Dejé que me abrochara el cinturón de seguridad, su olor picante y masculino con matices oscuros me llenó la nariz, borrando el olor cobrizo de la sangre que consumió mis sentidos hasta ese momento. No hablaba, pero no tenía que hacerlo, para darme las respuestas que necesitaba. Podía mirarlo y saber exactamente el tipo de hombre que era, quién era hasta su alma. Un asesino. Aparte de la sutil tensión de sus dedos sobre el volante, su expresión era cerrada. Me quedé mirando sus manos, cubiertas de sangre ya seca. Quería preguntarle de nuevo qué quiso decir Leonid, aunque podía sumar dos y dos. Tendría que estar ciega para no ver que Leonid y Arlo eran la misma cosa. Incluso peor que los hombres con los que crecí en Las Vegas. Entonces, ¿por qué no tengo miedo de Arlo? ¿Por qué siento que mataría a un hombre para protegerme... que casi lo hizo? —¿A dónde me llevas? Permaneció en silencio durante tanto tiempo que supuse que no respondería. —A mi apartamento —dijo finalmente, y mi corazón se aceleró en mi pecho. Algo profundo y oscuro en mi cuerpo cobró vida. Me dirigió una rápida mirada antes de volver a centrarse en la calle, con los puños apretados una vez más sobre el volante. —Si quisiera hacerte daño, no tendría que llevarte a mi apartamento para hacerlo —dijo esas palabras con tanta naturalidad que fue como si leyera mi mente—. Estás a salvo. —Pasó un largo momento antes que dijera en voz tan baja que casi no le oí—: Incluso de mí. Veinte minutos más tarde estábamos fuera de los límites de la ciudad de Desolation y entrábamos en un garaje subterráneo. Aparcó, salió y dio la vuelta a la parte delantera para abrir la puerta del pasajero antes que yo pudiera hacerlo. Por un segundo me quedé mirándolo, con la respiración entrecortada por la mirada fría y distante de su rostro. —Vamos, Lina. —Su tono era duro y cortante. Era peligroso. 64 Puse mi mano en la suya y reprimí un escalofrío, pero no sabía si era de asco por lo que le vi hacer, o porque me gustaba la sensación de su mano ligeramente callosa envolviendo con fuerza la mía y ayudándome a salir de su auto. Lo seguí hacia un ascensor y pasó una tarjeta de llave plateada por un sensor. Las puertas se abrieron inmediatamente. Y entonces nos vimos encerrados juntos mientras ascendía. Debería asustarme. Debería exigir que me llevara a mi apartamento. No debería mirarme las manos mientras las apretaba aún más alrededor de las correas de mi mochila y las veía temblar. No debería mantener la boca cerrada y dejar que mi mirada recorriera sobre mi vestido, que ahora notaba que estaba cubierto de manchas oscuras del tamaño de un alfiler. La sangre... la sangre me cubría. No sabía nada de Arlo, salvo su nombre y lo que comía en la cafetería cada vez que entraba. Su expresión era siempre tan fría como la piedra, como si fuera tan intocable por todo y por todos que no podía molestarse en preocuparse. Y cuando lo miré, con su perfil severo y recortado en líneas masculinas y rasgos fuertes, no pude encontrar las palabras para decir nada. No pude encontrar mi voz para decirle que me llevara a mi apartamento, aunque ese era el último lugar al que quería ir. Porque no quiero estar sola. Estaba agitada y sacudida, sin saber qué demonios acababa de pasar. Golpeó a un hombre, le pulverizó las manos, ¿y todo por qué? El hombre me metió mano, sí, pero Arlo actuó con tanta rabia que ahora me costaba respirar sólo de pensarlo. Tal vez todo esto fuera una venganza personal entre los dos hombres, porque seguramente yo no tendría nada que ver con lo que Arlo hiciera o dejara de hacer. Antes que mis pensamientos se enredaran aún más, el ascensor se detuvo y las puertas se abrieron. Él salió primero, y por un momento me quedé allí, sin saber si debía seguirlo. Una parte de mí sintió que estaba atravesando las puertas del mismísimo infierno. Pero me encontré moviéndome por mi cuenta, el ascensor se cerró silenciosamente detrás de mí. Enseguida sentí el olor a limón de los productos de limpieza, y con las luces completamente apagadas, lo único que pude distinguir fue lo que tocaban las luces de la ciudad que entraban por las enormes ventanas. Oh. Vaya. Mi mirada estaba clavada en aquellas ventanas, que ocupaban toda una pared de su apartamento, la ciudad y el cielo se extendían hasta donde se podía ver. Parecía que podría ser recortado de una postal, lo perfecto que parecía todo, lo limpio y dócil... tan poco peligroso. Volví a centrarme en Arlo, diciéndome que probablemente no debería apartar mi atención de él. Con las sombras y la luz que brillaba a través de los grandes ventanales que formaban toda una pared, pude distinguir ciertas partes de su casa. Un gran sofá a la izquierda. Un enorme televisor en la pared frente al mueble. La cocina estaba a la derecha, con mostradores oscuros y lisos y elegantes electrodomésticos de acero inoxidable. 65 Esperaba que se volviera hacia mí, que dijera algo ahora que estábamos en sus dominios, pero seguía sin decir nada, simplemente se adelantaba a mí, el suave sonido de sus zapatos al golpear el suelo parecía más fuerte de lo que probablemente debería. —¿Estás bien? —pregunté finalmente, aunque me pareció tan estúpido hacer una pregunta así. Apoyó las manos en la barra y colgó la cabeza durante un segundo antes de soltar una risa baja, corta y sin humor. —Tú eres la que fue agredida sexualmente esta noche, ¿y me preguntas si estoy bien? —Giró sólo la cabeza para poder mirarme, las sombras del oscuro apartamento y los hilos de luz que entraban por todas las ventanas desde la ciudad justo detrás del cristal le hacían parecer casi siniestro. —Sí. Supongo que lo estoy. —Nos miramos fijamente durante tanto tiempo que empezó a ser incómodo. Mi cuerpo no debería sentir calor, tanto que sentí un hilillo de sudor que bajaba entre mis pechos. Sus ojos eran duros, oscuros. Intensos. —Estás en shock. Tal vez lo estaba. Pero nunca me sentí tan lúcida como ahora. Y el hecho de sentirme como si me estuviera quemando viva no tenía nada que ver con la temperatura y sí con el hombre que estaba a unos metros de mí. —¿Por qué me trajiste aquí? —Estaba inquieta mientras me pasaba las manos por los muslos, cogía un hilo invisible en el dobladillo del vestido, y seguía moviéndome sobre mis pies, el clac-clac de mis tacones sonaba ensordecedor. No respondió mientras se daba la vuelta y se servía una copa. Extendió el brazo e inclinó la botella en mi dirección, y me encontré asintiendo antes de aclararme la garganta y pedirle un trago también, aunque el alcohol era lo último que necesitaba ahora. Una vez llenado el vaso, se dio la vuelta y volvió a acercarse a mí, tendiéndolo, y nuestros dedos se rozaron mientras yo lo cogía con una mano temblorosa. No me perdí cómo sus ojos seguían el movimiento mientras yo apretaba los dedos alrededor de la suavidad del vaso con la esperanza de poder recuperar el control. No dejó de seguir mis movimientos con la mirada mientras me llevaba el borde a la boca y daba un largo trago. El adormecimiento se desvaneció y el miedo y la ansiedad me recorrieron con tanta fuerza que me ahogué en el licor, inhalándolo sin darme cuenta, el ardor ácido de éste se instaló en mi vientre como una piedra en la boca del estómago. No mostró ninguna emoción mientras se llevaba su propio vodka a la boca y daba un largo y lento trago. Lo tragó tan suavemente que podría ser agua. Luego se dio la vuelta y se dirigió a la barra para volver a llenarlo. El silencio se prolongó, lo más fuerte que oí nunca. Me quedé allí, en el centro de su lujoso y caro apartamento, con un vaso de vodka en la mano y llevando la sangre de otro hombre encima como un accesorio. 66 —Te traje aquí porque es el único lugar donde no pueden tocarte. Es el único lugar en el que estás realmente a salvo ahora mismo. Sus palabras hicieron que mi corazón se alojara en mi garganta. No dije nada mientras terminaba mi alcohol, el ardor ya estaba haciendo un camino cálido y adormecedor de placer a través de mis venas, mis ojos llorosos, pero parpadeé antes que las lágrimas se deslizaran por mis mejillas. Se dio la vuelta para mirarme, bebiendo su segundo vaso y observándome por encima del borde. —¿Por qué querrían hacerme daño? —Mi voz era demasiado baja, demasiado fina. Estaba aterrada, no sólo por lo que sucedió en aquel bar, con aquel hombre, sino por lo que Leonid quiso decir con sus palabras de despedida. Tu debilidad. Pero sobre todo, la razón más importante por la que estaba aterrada era porque, mientras estaba frente a Arlo, lo único que sentía era la necesidad de ir hacia él, de apretar mi cuerpo contra el suyo y dejar que nuestras oscuridades coexistieran. —¿Por qué iba a estar en el radar de un hombre así? —Esas palabras fueron susurradas, y aun así Arlo no habló aunque sabía que me oyó. Pero no necesité que dijera las palabras para saber la respuesta a la pregunta que le hice. Sin embargo, volví a susurrarlas, ahora más que nunca queriendo que mintiera, que negara, lo que dijo, lo que sentía. —Es mi culpa —dijo finalmente, pero no había culpa en su voz. No había... nada. Volvió a inclinar su vaso para terminar su vodka antes de dejarlo en la barra detrás de él—. No debería dejarle ver mi reacción. —La última parte la dijo casi como si hablara consigo mismo. —No sé qué demonios está pasando —admití en voz baja antes de terminar también mi licor. Tosí y me tapé la boca con el dorso de la mano mientras el ardor se instalaba profundamente. Era fuego en mi garganta y se aglutinaba en mi vientre. Era un mareo que hacía que la situación fuera un poco menos espantosa. Me aparté de Arlo y me dirigí hacia las ventanas, los cristales que empezaban en el piso y llegaban hasta el techo, un metro tras otro por encima de mí, nada más que rascacielos y luces parpadeantes hasta donde alcanzaba la vista. Abajo, no había más que luces rojas y blancas moviéndose de un lado a otro. ¿Conocía la gente de allí el mundo en el que vivían? ¿Conocían a los hombres malvados que se escondían tras los trajes de diseño y las sonrisas amables? ¿Sabían que la muerte estaba justo delante de ellos y que abrían los brazos para abrazarla como a un cálido amigo? Podía ver a Arlo venir a situarse detrás de mí en el reflejo del cristal, pero no podía encontrar en mí ningún tipo de miedo. Y aunque en mi interior existía la conciencia que ese hombre era peligroso, nunca sentí que su violencia o su agresividad se dirigieran hacia mí. Era ilógico. Era jodidamente estúpido. No sabía nada de Arlo, pero si miraba lo suficiente, podía ver toda su historia escrita en la superficie. —Eres un hombre malo —dije mientras miraba fijamente su reflejo. Me miraba con las cejas fruncidas. Levantó una mano y se la pasó por la boca, el sonido de su 67 palma moviéndose sobre la barba incipiente que creaba una ligera sombra a través de sus mejillas y su mandíbula sonó justo al lado de mi oído. Era masculino. Excitante. No debería excitarme, pero lo hizo. —Lo soy. —Esa palabra era final. Tan final que sentí un escalofrío recorrer mi espina dorsal cuando la dijo en esa voz baja. —¿Hay hombres peores que tú? —No sabía por qué hice la pregunta. Porque la verdad es que sabía la respuesta. —No. Quería decir que no le creía, pero estaría mintiendo a los dos. —Pero hay hombres ahí fuera que te dañarían, Lina... simplemente porque estás asociada con alguien. —Sabía que quería decir asociados con él— Te lastimarían para hacer un punto, para tomar una debilidad percibida y sacarla . —Su mirada era tan feroz. Mi corazón tenía hipo. ¿Estaba diciendo que yo era su debilidad? Ni siquiera lo conocía. ¿Cómo podía controlar tanto a alguien? Pero mis palabras me fueron devueltas porque los sentimientos que tenía cuando estaba en la presencia de Arlo me quemaban el alma. Lo que Arlo, sin saberlo, me hacía sentir era lo suficientemente caliente como para quemar las alas de un ángel. Me quedé sin aliento ante el frío cálculo, lo que insinuaba. Lo que está diciendo. —Y me está costando cada gramo de autocontrol que ni siquiera poseo para no volver allí y matar a cualquier cabrón que te quite la vida como si no significara nada. No supe por qué me di la vuelta, no supe por qué me enfrenté al depredador de frente. Pero cuando me quitó el vaso, ahora vacío, de la mano y lo dejó a un lado, sin que sus ojos se apartaran de mí, no había nada en este mundo que pudiera obligarme a apartar la mirada. Moví los brazos hacia atrás y presioné las palmas de las manos contra la ventana. El cristal estaba frío y liso bajo ellas. Duro. Apoyé los dedos en él, aunque sabía que no me serviría de apoyo. Me quedé mirando sus ojos que parecían tan oscuros con las sombras acariciándolo suavemente como un amante. Y supe la verdad absoluta cuanto más tiempo me miraba, despegando poco a poco, exponiéndome centímetro a centímetro. —¿Mataste a ese hombre en el callejón? —Sabía que no tendría que especificar a qué y a quién me refería. Uno. Dos. Pasaron tres segundos antes que se acercara un centímetro. —Sí. 68 Dijo esa palabra como si fuera lo más fácil de admitir. Como si matar fuera la forma más simple de placer. Contuve la respiración, su verdad como un mazo en mi pecho. —Pregúntame por qué lo hice. —Voz baja. Palabras profundas. Desgarrándome por dentro. —¿Por qué lo mataste? —Hubo un quiebre en mi voz que sabía que no podía pasar desapercibido. Se inclinó hasta que sus labios estuvieron lo suficientemente cerca de mi oído como para que su respuesta rozara la cáscara. —Por ti. Mi corazón corrió una carrera en mi pecho. Bu-bump. Bu- bump. —¿Quién eres? Su sonrisa era lenta. Malvada. Retrocedió un paso, y yo aspiré un suspiro. —Te lo dije. —Uno. Dos. Tres segundos—. El tipo malo. 69 12 Arlo No quería asustarla. Quería atraerla contra mi cuerpo y sostener su cabeza contra mi pecho, enredar mis dedos en la larga caída de su pelo, y susurrarle todas las palabras que le hicieran saber lo segura que estaba. Quería saberlo todo sobre ella. Quería que ella confiara en mí. Ella ocultaba cosas sobre su vida, su pasado, su presente y su futuro. Quería arrancarle esos secretos hasta que se sintiera tan vulnerable ante mí como me hizo ante ella. Ni siquiera sabía cómo, ni por qué, ni una mierda, pero esta mujer cambió algo monumental en mi vida. La odiaba. No podía vivir sin ella. Meses. Sólo necesite un momento para mirar sus inocentes ojos y saber que había algo ligero y diferente que el mundo podía hacer... algo que podía moldearme. Sólo un puñado de meses para poner mi mundo patas arriba sin que ella tuviera que pronunciar una palabra. A. Joder. Mira. Eso fue todo lo que necesité para bajar a esta madriguera donde, por primera vez en mi miserable vida, me cuestioné mi propia cordura. Por primera vez en mi vida, quiero algo sólo para mí. Y mientras miraba fijamente sus ojos azules que parecían tan oscuros ahora, no por las sombras o la falta de luz sino porque era vulnerable en mi presencia, me dije que no había vuelta atrás. 70 Perdí la cabeza delante de Leonid, le mostré una debilidad en su propia puta casa. No lo olvidaría. Lo usaría en mi contra. Lo retorcería y lo usaría en su beneficio. Es lo que hacen los hombres como él. Es lo que yo hacía. Lo vi en la forma en que me miró cuando saqué a Lina de allí. Cuando la miró fijamente. Me di la vuelta y volví al bar, sirviéndome más vodka. Demasiado. Lo tiré hacia atrás y fui por el cuarto vaso. El ardor ya no estaba allí, y el alcohol era lo último que necesitaba. Mi cabeza ya estaba jodida sin la tentación de Lina en mi apartamento y la nubosidad del alcohol en mis venas. No debería decirle que maté a ese cabrón en el callejón. Pero la provoqué, necesitaba que me preguntara para poder demostrarle hasta dónde estaba dispuesto a llegar un hombre como yo por ella. —¿Quiénes son ustedes? ¿Quiénes son esos hombres? ¿Qué está pasando realmente? No me giré para mirarla. Me quedé mirando la pared de frente, con el vaso en la mano, con los dedos lo suficientemente apretados alrededor del vaso como para esperar que se rompiera y me destrozara la mano. Eso me daría algo más que sentir. —Soy un ba... —Lo sé. Eres un hombre malo. No pregunté qué ve la gente cuando te mira, no lo que ves en el espejo. Quiero saber qué pasa, porque si lo que dices es cierto. —Lo es —dije, cortándola. —Entonces, con mi vida en peligro, me debes la verdad. ¿Cómo podía esta mujer pronunciar unas pocas palabras y tener algo apretado e incómodo dentro de mi pecho y apretando mis órganos vitales? Ahora me arrepentía de no indagar en su pasado, de no obtener toda la información posible sobre Lina. No tenía una brújula moral y, sin embargo, cuando se trataba de ella y de descubrir quién era exactamente Lina Michaels quién era en realidad, me encontraba reprimiendo, queriendo que fuera ella la que confíe en mí. Fue una jodida estupidez. Un error. Me pasé una mano por la cara. Me di la vuelta y la miré. Ella seguía pegada a la ventana, pero su mirada era firme mientras me observaba. Sería tan fácil acercarme a ella y apretar nue stros cuerpos, enroscar mis dedos en su cuello y hacer que me mirara a los ojos mientras le decía que era mía. Joder, me imaginé enterrando mi cara en su pelo e inhalando profundamente antes de recorrer con mi nariz la longitud de su garganta, arrastrando mi lengua por su suave piel. Prácticamente podía saborearla en mi boca. Dulce. Tan dulce. Quería sentir lo rápido que latía su pulso contra mi lengua, demostrando que estaba tan afectada por mí como yo por ella. —No hagas preguntas de las que no quieras saber las respuestas. —¿Quería que admitiera que estaba involucrado en el sindicato del crimen? ¿Quería saber que todo lo que me tocaba, todo lo que poseía, se debía al dinero de la sangre? 71 Se apartó de la ventana y dio un paso hacia mí, pero no me extrañó e l temblor que recorrió su cuerpo. Intentaba ser más fuerte de lo que sentía. Era una cualidad admirable, pero también débil. Una cualidad humana que no le serviría de nada. Lina siguió acercándose, observándome con cautela. ¿Cuánto se acercaría? ¿Se acercaría tanto como para que yo pudiera rodear su cintura con mis dedos? ¿Lo suficientemente cerca como para que pudiera apretar su cuerpo contra el mío y dejar que sintiera la reacción física que provocaba en mí? —¿Eres parte de ese...? —Ella no terminó la pregunta, pero no lo necesitaba. Ella sabía lo que yo diría si pudiera hacerlo. Sólo quería que lo verificara. Yo no podía. No lo haría. Ni siquiera se trataba de una brújula moral, no era por la Bratva o la Cosa Nostra. En este momento no me importaba nada de eso. Nunca se lo diría, porque la pondría en más peligro. No dije nada. No había palabras que pudiera decir. Ella apartó la mirada cuando estaba muy claro que lo entendía, cuando sabía que no obtendría de mí las respuestas que buscaba. Terminé mi vodka y dejé el vaso. Intenté acallar mis emociones, lo que sentía. Eran desordenadas y no hacían más que causar problemas. Hacen que la conciencia se levante en alguien como yo. —¿Y qué? —Ella me miró de nuevo—. ¿No puedes llevarme a casa porque ahora estoy en peligro? —Se burló y miró hacia otro lado. Tan valiente. Tratando de ser tan fuerte. Me excitaba—. No sabes nada de mí. —Volvió a mirarme entonces, tratando de ocultar el miedo en sus ojos. Pero no era por mí. Tenía miedo de otra cosa. Su pasado. Quería encontrar a quien le hizo daño, a quien la traicionó, y hacer que me rogara la muerte. —Conocí hombres malos toda mi vida. Sé cómo sobrevivir. No necesito que nadie me proteja. Algo oscuro y posesivo se desplegó en mi pecho, apretando mi corazón, haciéndolo crecer, el órgano palpitando tan fuerte que estaba seguro que se desgarraría y rompería mis costillas. Quería ser yo quien la protegiera. Quería ser el que matara todo lo que la amenazara. —¿Por qué haces esto? —susurró, y odié que tuviera un temblor en la voz. Tú sabes por qué. O tal vez no lo sepas. Pero lo sabrás, y me tendrás aún más miedo, porque verás que no te dejaré ir. Pero no dije nada de eso. Me acerqué un paso más y observé su cue rpo tenso, sus ojos brillaron. —Te cause problemas con gente con la que no quieres tener problemas. — Sostuve su mirada con la mía—. Y hasta que lo arregle, hasta que pueda asegurarme que estás a salvo, te quedarás aquí. —Abrió la boca, probablemente para protestar, pero un lento movimiento de mi cabeza y un adelgazamiento de mis labios la detuvieron—. Te quedarás aquí. —Me acerqué un paso más. No estaba mintiendo sobre Leonid ni sobre el peligro que representaba, pero tampoco estaba siendo sincero sobre la situación. La quería aquí por razones totalmente egoístas. 72 —No sabes nada de mí —susurró de nuevo. No respondí—. Mi trabajo. Mi apartamento. —Ella miró hacia otro lado—. El apartamento es una mierda. Ella movió la cabeza en mi dirección y entrecerró los ojos. Su molestia fue un acelerador de mi lujuria. —Puede ser, pero es donde vivo —dijo en voz baja, casi burlándose de mí—. Y necesito trabajar. Necesito el dinero. —La forma en que apretó la mandíbula me dijo que necesitar el dinero no era sólo para mantener ese apartamento de mierda. Necesitaba el dinero por otras razones. No dije nada mientras la miraba fijamente a los ojos. Me acerqué un paso más hasta que nuestros pechos casi se rozaron. Tuve que admitir que me dio por el hecho que no retrocediera, que se mantuviera firme y respondiera a mi mirada con una apenas velada. —Lo que necesites, te lo proporcionaré. Sacudió la cabeza. —No me gusta estar en deuda con nadie. —No es negociable, joder. —Crucé los brazos sobre el pecho, sabiendo que ella tenía mucho más que decir—. Además, por muy terca que seas, no pareces el tipo de humano que se sacrifica a sí mismo. Seguro que quieres vivir, ¿no es así? Ella frunció aún más los labios. —¿Y si me voy cuando no estás aquí? ¿Huyendo... de ti? —Había un desafío en su voz que hizo que mi sangre se convirtiera en fuego. Dejé que una sonrisa peligrosa cubriera mis labios. —Te encontraría. No importa a dónde vayas. —Entonces cerré cualquier emoción, me giré y empecé a caminar hacia el pasillo—. Te mostraré dónde puedes dormir. —Sabía que ella me seguiría. Era fuerte, pero no era estúpida. Lina sintió el peligro en lo que respecta a Leonid, y aunque sabía que yo no era mejor que el bastardo, el aura desquiciada que Leonid ni siquiera intentaba ocultar era demasiado fuerte para que ella la ignorara. Y por la maldita razón que fuera, la pequeña Lina confiaba más en mí que en ella misma para mantenerse a salvo. Debería temerme tanto como a Leonid sólo por principio. Pero no lo hacía, y eso hizo que ese brillo posesivo en mí en lo que a ella se refiere se multiplicara por diez. Un día nos consumiría a los dos. Un día, pronto. 73 13 Galina Estaba en el centro de lo que era claramente una habitación de invitados. Estaba bastante segura que nadie estuvo nunca en esta habitación, aparte del ama de llaves. Estaba vacía de vida. Podría ser una habitación de hotel por lo “cálida y acogedora” que era. Observé la habitación y me di cuenta de lo escaso que era todo. La cama de matrimonio estaba pegada a la pared en el centro de la habitación. Una cómoda enfrente. Un televisor sentado encima. Había una silla acolchada junto a la única ventana, con cortinas transparentes que dejaban pasar una luz tenue. Había un pequeño cuarto de baño adjunto a la habitación y un pequeño cuadro de un paisaje que colgaba de la pared junto a la cama. Me acerqué al cuadro y me puse delante de él. No me molesté en encender las luces. Ya estaba inmersa en la oscuridad, así que más valía que me acostumbrara a ella. Me quedé mirando aquel cuadro, una serena escena de playa con la hierba alta congelada en un movimiento de vaivén por el viento, las olas golpeando contra la orilla y provocando picos blancos, una larga extensión de tierra arenosa que conducía al paraíso. Incluso había un pequeño puente que bajaba hasta el agua. Era genérico, probablemente vino con el apartamento. 74 Me giré y miré mi mochila que estaba sobre el edredón o scuro en el centro del colchón. Me acerqué a ella al mismo tiempo que me quitaba el vestido, sintiendo que el material estaba permanentemente pegado a mí por la sangre. Lo dejé caer al piso sin miramientos mientras buscaba en mi mochila y sacaba una camise ta y unos pantalones cortos. Una vez en el cuarto de baño, no me sorprendió ver un cepillo de dientes y una pasta de dientes, jabón, champú, incluso un limpiador de maquillaje en la encimera. Todo sin usar. Podría imaginar que esto era una estancia en un hotel de lujo si no me hubieran retenido aquí contra mi voluntad. Pero no era estúpida. Sabía que ese hombre, Leonid, era malo. Muy malo. Y por alguna razón, Arlo quería protegerme. No era nadie especial, no tenía nada que hacer, pero no iba a mirar a caballo regalado en mi situación. No podía pagarle por mantenerme a salvo. Apenas podía ni siquiera una ordenanza para mantenerme viva y a salvo de los hombres de los que huía. Puse mi ropa sobre la encimera de granito del baño y apoyé las manos en el borde, cerrando los ojos y limitándome a respirar. No quería mirar mi refle jo. No quería ver sangre en mi piel, un recordatorio de esta noche. Así que ignoré el espejo y cogí el champú y el gel de baño, me metí en la ducha y la puse tan caliente como pude. Me restregué durante veinte minutos hasta que mi piel estuvo en carne viva y roja, hasta que se entumeció, y me lavé los restos de la muerte. Con la camisa y los pantalones cortos puestos, me metí en la cama, me tapé con la manta y dejé que la oscuridad me llevara. ALGO FUERTE ME DESPERTÓ con un sobresalto, mis ojos se abrieron de golpe, mi corazón se aceleró. No soñé anoche. No vi rostros aterradores rodeándome en la oscuridad, no sentí que alguien me perseguía cuando miré por en cima del hombro. No soñé que me sujetaban y me cubrían de sangre. No recordaba la última vez que dormí tan profundamente, en la que las pesadillas no me arrastraban e intentaban mantenerme allí. Me quité la manta del cuerpo y me senté, con una mueca de dolor en el cuello por dormir en la misma posición toda la noche. La luz del sol de la mañana entraba por la ventana. Aunque sabía que la vida agitada del día estaba en plena marcha justo fuera del cristal y el acero, no oí el ruido de los autos ni la espesa vida del tráfico. Oí otro sonido procedente del exterior de la habitación, y me quedé mirando la puerta cerrada del dormitorio durante un momento antes de obligarme a salir de la cama y entrar en el baño. Después de ir al baño, me cepillé los dientes y me lavé la cara. Me miré en el espejo. Mi largo cabello oscuro estaba en ondas revueltas y caía en cascada por mis hombros y espalda, los enredos tocaban mis mejillas. Mi pelo estaba aún más alocado porque dormí con él mojado, y tratar de domarlo era una batalla perdida. Me di por vencida, cogí una goma de pelo de la mochila y volví a ponerme delante del espejo, recogiendo la larga caída de mis hombros y haciéndome una coleta. 75 Las bolsas bajo mis ojos eran horribles y destacaban como un letrero de neón en mi rostro demasiado pálido. Pero no importaba. No iba a participar en un concurso de belleza. Estaba intentando, literalmente, seguir viva. Así que a la mierda si parecía un muerto viviente. Salí del baño y cerré la luz, me dirigí a la puerta del dormitorio y agarré el pomo, con los nervios a flor de piel. Abrí la puerta y salí al pasillo, pero no me moví de inmediato, sino que me quedé de pie tratando de controlar mi respiración. No oí nada, sólo la quietud del apartamento, lo cual fue un poco desconcertante. Pero luego sacudí la cabeza para despejarla, sintiéndome estúpida. Una casa silenciosa debería ser lo menos desconcertante de mi vida en este momento. Me detuve al final del pasillo y vi parte de la cocina y el salón. El corazón me retumbaba en el pecho con tanta fuerza que me preguntaba si podría oírse fuera de mi cuerpo. Se oyó un ligero sonido de algo que se depositaba, y me incliné hacia un lado y miré hacia la cocina. Allí, sentado en la pequeña mesa del comedor, estaba Arlo. Se me cortó la respiración al verlo sentado sin camisa, con tatuajes que cubrían su cuerpo, algunos claramente rusos. Bratva. Todo encajó cuando vi las estrellas en sus hombros, la catedral de estilo ruso tatuada con gran detalle en el centro del pecho y una muñeca rusa tatuada en todo el costado derecho. Tenía una infinidad de otras tintas oscuras y coloridas a lo largo de sus anchos hombros, bíceps, antebrazos y un pecho muy definido. Sentí un flujo que me recorrió con tanta fuerza que me costó recuperar el aliento por un momento. Mi mirada se posó en la pistola que estaba junto a su mano en la mesa del comedor. Sin levantar la vista del papel que tenía delante, dijo en voz baja y profunda: —Si eres bebedora de café, hay un poco en la olla. Si no, sólo tengo agua. —Pasó una página del papel—. Acaban de entregar los pasteles y están en una caja sobre el mostrador. No me moví durante un segundo, y él me miró, con una mirada oscura que subía y bajaba lentamente por mi cuerpo. Los pantalones cortos me llegaban hasta los muslos y la camiseta era lo suficientemente larga como para cubrirlos. Probablemente parecía que no llevaba nada debajo. Aunque estaba completamente vestida, no podía evitar sentir que estaba totalmente desnuda delante de él. Tiré del dobladillo de la camisa antes de desviar la mirada y dirigirme a la cocina. Podía oler el café y, aunque no me gustaba mucho, pensé que era el mejor momento para tomar un poco de café. Después de servirme una taza, sin preocuparme por el azúcar o la leche porque no quería rebuscar entre sus cosas, abrí la caja y cogí el primer bollo que pude ver. Todavía podía sentir que Arlo me miraba, pero me negaba a encontrar su mirada. Aunque tenía muchas más preguntas, no sabía si él estaría dispuesto a responderlas. Pero, de nuevo, no lo sabría a menos que le preguntara. 76 Después de engullir un bocado de bollería y beber un poco de café, dejé la taza sobre la encimera de granito y lo miré. Volvió a leer el periódico, y desde la distancia pude ver que estaba en otro idioma, de Europa del Este si tuviera que adivinar por las letras. Aunque no tenía un acento notable, algunas veces oí una diferencia en la forma en que pronunciaba ciertas palabras. —No sabía que se podían conseguir papeles internacionales en Desolation. —La verdad es que no sabía si se podía o no se podía conseguir algo en esta ciudad olvidada de Dios. No estuve aquí el tiempo suficiente, y no era como si hubiera comprobado la disposición del terreno. Se inclinó hacia atrás en la silla, y me obligué a no mirar la forma en que los músculos bajo su piel dorada y tatuada se agitaban con ese pequeño movimiento. Arlo era un hombre grande, de hombros anchos, pecho amplio y abdomen ridículamente definido. Podía ver el pantalón de chándal gris que llevaba desde este punto de vista, una V muy perfilada de músculo cortado que empezaba a cada lado de su cintura y desaparecía bajo el material. Cogí mi vaso y bebí un trago. En cuanto tragué demasiado líquido, me arrepentí. Escupí y me limpié la boca con el dorso de la mano, con los ojos llorosos y la lengua ardiendo porque el café estaba muy caliente. Le di la espalda a Arlo y tosí un par de veces más, dándome palmaditas en el pecho, y sólo me di la vuelta cuando pude volver a respirar. Él seguía concentrado en mí, pero la comisura de su boca estaba ligeramente inclinada hacia arriba, como si le pareciera divertido. Una chispa de ira y molestia me recorrió, pero no dije nada. —Desolation puede conseguir lo que quieras, Lina. —Levantó su taza de café a la boca y bebió un largo y lento trago mientras me observaba. No mires ese bíceps abultado. No mires la forma en que se contrae y se relaja sólo por el hecho que coja una maldita taza de cerámica. —Italiano, ruso, español. Cualquier idioma que quieras... lo que quieras, puedes conseguirlo por un precio. —Dejó la taza en el suelo, pero mantuvo los dedos enroscados en el asa. Su otro brazo seguía apoyado en el respaldo de la silla que tenía a su lado. Su posición era fácil y relajada, y Dios, la hacía parecer sexy. ¿Quizás estaba sufriendo un síndrome de Estocolmo instantáneo? Pero sabía que no era cierto. Sentí este oscuro deseo por él desde el momento en que lo vi meses atrás. Ahora que estaba en su casa... obligada a quedarme aquí por mi “propio bien”, sentía que estaba perdiendo la cabeza lentamente. —¿Sabes cómo luchar? Su pregunta me tomó desprevenida, y lo miré mientras tragaba otro bocado de danés. —¿Creo? —Sentí que se me calentaba la cara por las estúpidas palabras que acababan de salir de mi boca—. Bueno, tomé un par de clases de defensa personal y siempre llevo conmigo un spray de pimienta. Puedo defenderme si es necesario . —Me pregunté si me vio en el callejón después de rociar al idiota en la cara con mi spray de pimienta antes de darle un rodillazo en las pelotas y salir corriendo. 77 Aunque la verdad era que tuve mucha suerte en ese caso, al poder irme. El cabrón fue más fuerte, más grande. Sólo habría hecho falta que me inmovilizara las manos y me tirara el bolso, y habría estado a su merced. No era fuerte en el sentido físico, y los pocos movimientos de defensa personal que conocía no me servirían si alguien quisiera hacerme daño de verdad. —Te enseñaré a luchar. Sentí que mis cejas se elevaban hasta la línea del cabello ante sus palabras. ¿Enseñarme a luchar? Tenía en la punta de la lengua decirle que no, que la lucha y la violencia eran lo último que quería. Pero, ¿lo era realmente? Tenía que aprender a protegerme, no sólo de la mierda de Las Vegas, sino también de todas estas otras cosas. —No es negociable, Lina. No sabía si el hecho que lo desafiara lo cabreaba o lo divertía. Era difícil leer las expresiones de Arlo la mayor parte del tiempo, porque se mantenía tan cerrado. —De acuerdo —dije sin ningún tipo de calor. Habría tomado más clases de defensa personal en Las Vegas antes de huir, pero los fondos y el tiempo no me lo permitieron. Y mientras lo miraba fijamente, sabía sin duda que Arlo podría matar a alguien con sus propias manos si fuera necesario —. ¿Pero puedes decirme por qué estás haciendo esto? Entiendo el aspecto de la seguridad, pero ¿por qué te importa? No soy nadie. Se limitó a mirarme, sin hablar, pero había una dura tensión a su alrededor. Sabía que seguiría sin obtener respuestas de él. Bien, si quería hacerme pasar un mal rato, entonces le mostraría lo terca que era. —Tengo que trabajar en mi próximo turno. —La dureza de su mandíbula me indicó que estaba a punto de discutir, pero negué con la cabeza—. Escucha —dije antes que pudiera entrar en la perorata que estaba a punto de decirme—. No sé en qué lío me metí, porque no me lo dices, pero sé que si quisieras dañarme, no estaría ahora mismo en tu apartamento, comiendo un danish de fresa y bebiendo café amargo. —Sus labios se movieron ligeramente como si se divirtiera—. Pero tengo que ir a trabajar. No puedo simplemente no hacerlo. Está claro que a ti no te sobra el dinero, dije y miré con atención su lujoso ático, pero yo no tengo ese lujo ni ese privilegio. Yo... —Me detuve antes de poder decir que estaba huyendo y que necesitaba todos los fondos que pudiera conseguir. Sus ojos se entrecerraron ligeramente cuando no quise continuar. Estaba muy claro que este hombre conseguía lo que quería sin que nadie le echara una mierda encima, pero yo ya estaba en un agujero bastante profundo con mis propios problemas, y además estaba todo este otro talego que ahora se me echaba encima. Sólo quería averiguar cómo iban a ir las cosas y si podían mejorar en este momento. Pero no estaba dispuesta a renunciar a esto. Si él quería ”mantenerme a salvo ” y obligarme a quedarme, entonces había una cosa que aprendería de mí, y era que no me rendía fácilmente cuando me proponía algo. Estuvimos en este silencio durante un par de segundos, y cuando no habló, exhalé y seguí adelante. 78 —Tengo que trabajar —dije, más suave esta vez, odiándome a mí misma por escuchar la derrota en mi voz—. Sé que dijiste que no es seguro, y no soy estúpida, pero no lo entiendes, tengo que ganar dinero. —Si tienes problemas, sólo tienes que decírmelo y puedo ayudarte. —Su voz era baja y profunda, pero no se me escapó el filo, no se me escapó el peligro que había debajo. —Quizá no quiera la ayuda de nadie. —Las palabras eran tan suaves que ni siquiera sabía si él oyó, pero cuando habló, supe que lo hizo. —Quizá a veces tengamos que pedir ayuda, aunque no la queramos. Sacudí la cabeza antes que terminara, pero no pude encontrar las palabras para decir nada. Miré a su increíble apartamento, observé la luz natural que llenaba el espacio, me fijé en los caros y elegantes electrodomésticos, y no me extrañó que todo gritara riqueza. —Es imposible que sepas lo que se siente al luchar. —Estaba asumiendo, y no debería. No sabía nada de Arlo, de dónde venía o cómo creció. Cuando volví a mirarlo, pude ver la dureza de nuevo en sus ojos. —Hice que te entregaran algo de ropa. Cambió de tema tan rápido que mi cabeza dio vueltas. Miró fijamente mi camisa y mis pantalones cortos. No me molesté en preguntarle cómo sabía mi talla para pedirme algo. —No puedes hacer ejercicio con eso. —Levantó su mirada de nuevo a mi cara—. Saldremos en una hora para enseñarte a defenderte, moy svet 6. No sabía lo que acababa de decir en ruso, pero podía suponer que era algo así como “perra desagradecida”. Exhalé y terminé mi danés y mi café, enjuagué mi taza y la puse en el fregadero. Quería preguntarle una y otra vez por qué hacía todo esto, por qué me dejaba quedarme en este elegante apartamento, por qué me alimentaba, por qué me vestía... por qué me protegía. Sólo quería tomar su cara entre mis manos y... besarlo. En lugar de eso, recogí la bolsa que señaló en el suelo junto a la barra del desayuno y me alejé, sumando mentalmente cuánto le debería a Arlo cuando todo estuviera dicho y hecho. Y mientras volvía a la habitación de invitados para cambiarme, sentí que me observaba todo el tiempo. 6 Mi luz 79 14 Galina Me sentía como si fuera una muy mala idea mientras estaba de pie frente a Arlo en un ring de boxeo cuestionablemente manchado, posiblemente una vez blanco. Hacía casi dos horas que salimos de su apartamento. Contemplé la parte acomodada de la ciudad, recordando los relucientes rascacielos que parecían tocar el cielo, donde la gente caminaba por las calles sin el temor de verse arrastrada a un callejón oscuro. Miré por la ventanilla de su auto y vi cómo la opulencia se convertía lentamente en esa fealdad por la que era tan conocida Desolation. No necesité preguntar si este gimnasio era ruso. Eso quedó claro cuando entramos y vi la enorme bandera rusa colgada detrás del ring de boxeo, junto con el hecho que todo lo que oía eran hombres gritando y hablando en otro idioma. Al principio, tuve un extraño momento de asombro mientras seguía a Arlo dentro, con la bolsa de deporte colgando de sus fuertes y anchos hombros. Aunque todo el ruido sonaba como si hubiera un centenar de hombres apiñados dentro, probablemente sólo había un puñado, todos ellos tan grandes y ruidosos que me hacían zumbar los oídos. Pero en cuanto se dieron cuenta de la presencia de Arlo, la conversación se detuvo y todos los ojos se centraron en nosotros. 80 Dijo algo en voz baja pero lo suficientemente alto como para que se escuchara en el pequeño interior. Y entonces observé confundida y un poco hipnotizada cómo los hombres se iban. Como si se hubieran ido del gimnasio. Miré a mi alrededor. El lugar parecía deteriorado, con décadas de antigüedad. El propio ring de boxeo estaba maltrecho, con cinta oscura sujetando algunas de las cuerdas que nos rodeaban, el blanco bajo mis pies manchado en tonos marrones y oxidados. Volví a mirar a Arlo, la camiseta blanca que llevaba ocultaba casi todos los tatuajes de su pecho, aunque podía distinguir la tinta oscura y las formas bajo el fino material de color claro. —¿Este lugar es propiedad de la mafia rusa? —No tenía ni idea de por qué esas palabras salían de mi boca. Sentí que mis ojos parpadeaban con sorpresa y un poco de miedo. No quería caer en su lado malo, aunque no sabía si Arlo tenía un lado bueno. Tampoco tenía ni idea de si hablar descaradamente de la Bratva lo enfadaría. No es que supiera nada de lo primero, pero si tuviera que adivinar, suponía que este lugar era territorio de la mafia dura. —Es propiedad de Iván. —Sonrió. Me relamí los labios y empecé a mover las manos arriba y abajo de mis muslos. —Iván, ¿eh? Asintió una vez con la cabeza. Lentamente. No dije nada más, sólo seguí pasando mis palmas sudorosas por mis muslos. La ropa de entrenamiento que Arlo me consiguió no era más que un par de leggings negros, unos calcetines de tobillo, zapatillas de tenis y una camiseta de manga corta ajustada. Estaba completamente cubierta, incluso modesta, pero cada vez que Arlo me miraba, me sentía tan desnuda. —¿Qué les dijiste a todos para que se fueran del gimnasio? —Supuse que ese era un cambio de conversación bastante seguro, pero cuando negó lentamente con la cabeza, tuve la sensación que esta podría ser otra situación “no negociable”. —Les dije —dijo finalmente— que no eras un espectáculo secundario, así que les informé amablemente que el gimnasio estaba cerrado para una clase privada. Un escozor fuerte me recorrió ante sus palabras, porque sabía lo que eran. Una mentira. Observé el modo en que su mirada recorría mi cuerpo, cómo sus ojos se mov ían a lo largo de mi forma, deteniéndose en las largas líneas de mis piernas, volviendo a subir para patinar sobre la parte más íntima de mí que estaba totalmente cubierta, así que no era como si pudiera ver nada, y sin embargo sentí mucho calor en ese momento. Luego subió su mirada por mi vientre, por los pequeños montículos de mis pechos, y finalmente me miró a la cara. Mis pezones se endurecieron bajo el sujetador deportivo y la fina licra de mi camiseta. Intenté controlar mi respiración, pero sabía que fracasé. ¿Cómo podía una mirada hacerme sentir así? 81 —Tengo la sensación que no es eso lo que les dijiste —dije con un toque de burla en mi voz. —Es una pena que no hables ruso —dijo, profundo y bajo—. Entonces sabrías si estoy diciendo la verdad. Era exasperantemente testarudo, y eso me excitaba como ninguna otra cosa. —Interesno, kak by vy otreagirovali, yesli by uznali, chto ya skazal im, chto pererezhu im glotku, yesli oni khotya by posmotryat na vas. 7—Habló en voz baja y profunda, y sus palabras resonaron a mi alrededor. No tenía ni idea de lo que dijo, pero por alguna razón provocó un escalofrío que consumió todo mi cuerpo. La más mínima inclinación de sus labios me demostró que sabía el efecto que tenía sobre mí. —¿Qué dijiste? Se acercó un paso más, y otro más hasta rodearme. —Deberías aprender ruso, moy svet. Era la segunda vez que me llamaba así, pero estaba demasiado nerviosa para preguntar qué significaba. —¿Tal vez podrías enseñarme? —No tenía ni idea de por qué o cómo salieron esas palabras de mi boca, pero no las retiré. Era presuntuoso pensar que este hombre me ayudaría más de lo que ya lo hacía. Pero cuando se detuvo frente a mí y yo incliné la cabeza hacia atrás para mirar sus ojos demasiado oscuros, me pregunté ociosamente cuánto me daría. Arlo era muy alto. Con un metro y medio, yo no era precisamente baja, pero al estar frente a él, mi cabeza sólo alcanzaba sus músculos pectorales. Era tan alto, tan grande que fácilmente doblaba mi peso. Me hizo sentir más segura que nunca. Me abstuve de estremecerme al pensarlo y de preguntarme si era así de grande... en todas partes. Extendió la mano y mi cuerpo se tensó, pero su dedo apenas rozó mi cuello. —Gorlo 8 —dijo mientras rodeaba mi cuello con sus dedos. Parpadeé y un segundo después me hizo girar hasta que mi espalda quedó apoyada en su duro pecho. Su mano en mi garganta era firme, pero se aseguró de no cortarme el aire. —Plecho 9—murmuró, con su voz junto a mi oído, mientras colocaba su otra mano en mi hombro. Deslizó sus dedos por mi brazo y los enroscó alrededor de mi muñeca—. Zapyast'ye10. —Arlo bajó sus dedos para enroscarlos alrededor de mi mano—. Ruka.11 Dios, me estaba quemando mientras sentía que todo su cuerpo permanecía al ras del mío, mientras sentía su tacto caliente rozando lo que no deberían ser zonas 7 Me pregunto cómo reaccionarías si supieras que les dije que les cortaría el cuello si siquiera te miraran. Garganta 9 Hombro 10 Muñeca 11 Mano 8 82 erógenas pero que muy claramente lo eran mientras me mojaba y me ponía necesitada. Sentí que un gemido me subía por la garganta, pero en el siguiente segundo él apretó su agarre sobre mí y me tiró del brazo a la espalda. Co n los dedos de una mano envueltos alrededor de mi garganta y su otra mano manteniendo mi muñeca en la parte baja de mi espalda, me sentí atrapada. Y entonces se fue, mi cuerpo se inclinó hacia delante antes de enderezarse. —Menos mal que voy a enseñarte a defenderte, porque en ese momento podría hacer lo que quisiera, Lina. Me giré para mirarlo fijamente, con la cara caliente, lo que esperaba que él interpretara como vergüenza y no como excitación. Porque era totalmente lo segundo. Mi respiración era tan superficial y rápida, pero él estaba completamente sereno. Cualquier idea que este hombre pudiera sentirse atraído por mí y que por eso estuviera ayudando se esfumó al recordar cuando tenía su cuerpo apretado contra el mío. No sentí ninguna señal clara que estuviera excitado. No como yo. Y ese pensamiento hizo que me subiera aún más el calor a la cara por la vergüenza. —Vamos, Lina. Enséñame lo que aprendiste. Una parte de mí, una que debería quemar hasta los cimientos si fuera inteligente, quería que me llamara por mi verdadero nombre. Sólo di Galina. Llámame Galina mientras me tocas. El corazón me latía a mil por hora mientras lo miraba fijamente. Arlo era enorme, pero ¿no era ese el objetivo de la defensa personal, derribar a alguien que era más grande que tú, que era una amenaza? Pero mis dos míseras clases no me servirían en este caso. Tuve suerte con el borracho del callejón. Estaba ebrio. Lo pillé con la guardia baja y luego corrí como un demonio. No se podía huir de Arlo. Estábamos enjaulados dentro de estas cuerdas de boxeo, pero sabía que incluso si salía, él me atraparía. Me encontraría, me atraparía... haría lo que quisiera. —No quiero hacerte daño. —Mis palabras fueron bajas y casi risible incluso para mis propios oídos. Y entonces él sonrió lentamente, era la primera que lo veía hacerlo en mi presencia. Me pregunté si era la primera que lo hacía. Era aterrador... y tan atractivo. Él curvó su dedo hacia mí en esa señal universal de “ven aquí”. Mis piernas eran como gelatina, mis manos temblaban. Sentí que una gota de sudor se deslizaba lentamente por mi sien. Volví a las clases que tomé, obligándome a mirar a Arlo como si fuera la amenaza que representaba para mí ahora mismo... la amenaza que era para todos los demás. Cargué contra él, apuntando a sus piernas para derribarlo, pero sólo conseguí dar unos pasos antes que me rodeara la cintura con un brazo grueso y musculoso y me levantara del suelo. Jadeé con la repentina ráfaga de aire y el movimiento del suelo debajo de mí, y luego, una vez más, me puso de espaldas a su pecho y sus brazos mantuvieron los míos inmovilizados a mis lados. —Enséñame otra vez —dijo en tono oscuro contra mi oído y me soltó. 83 Avancé a trompicones y traté de recuperar el aliento. Me di la vuelta de nuevo, sin saber qué demonios estaba haciendo, pero tratando de buscar un punto débil. Volví a ir tras él, pero esta vez me agaché al ver la sutil tensión de su brazo. Sabía que estaba a punto de agarrarme de nuevo. Conseguí dar una patada a mi pierna y darle en la pantorrilla, pero su pierna era como el cemento, dura e inflexible. Me tenía en el suelo y giraba tan rápido que me mareaba. Y entonces mi pecho estaba presionado contra la cuerda del ring de boxeo, el enorme cuerpo de Arlo contra el mío, cada centímetro de él quemándome donde tocaba. —Deberías recuperar tu dinero si esto es lo que te enseñaron. —Pude oír la nota burlona y molesta en su voz, y mi propia irritación aumentó. —Eres más grande que yo, más fuerte. —Giré la cabeza hacia un lado para poder mirarlo, pero fue un movimiento tonto, ya que acercó peligrosamente nuestras bocas—. No tengo mi spray de pimienta, y no tengo el beneficio añadido de temer por mi vida y recibir ese chute de adrenalina. Me quedé sin aliento, con los pulmones apretados, cuando esa mirada oscura y extraña cubrió su rostro. —Deberías tener miedo ahora mismo, moy svet. —Sus palabras eran bajas... mortales—. Deberías tener más miedo de mí que de cualquier otra cosa en la oscuridad. —Se inclinó un centímetro—. Si supieras quién soy realmente, no estarías tan cerca de mí. Miré hacia abajo, donde su mano agarraba la cuerda a ambos lados de mí, los tatuajes de sus finales que se colaban por el dorso de la mano desapareciendo y subiendo por la muñeca y el antebrazo. Nunca pensé que los tatuajes fueran atractivos, pero en Arlo, lo hacían brutalmente hermoso para mí. —Eres tan pequeña, moy svet. —Hizo un sonido bajo y gruñón y se apartó de mí. Cerré los ojos y exhalé justo cuando dijo—: Otra vez. Y así, durante las siguientes horas, luché y forcejeé con Arlo hasta que estuve sudorosa y dolorida, más cansada que nunca, pero nunca me sentí más liberada en toda mi vida. 84 15 Galina Al día siguiente, la rutina era la misma. Pero cancelé mi turno, sabiendo que era lo más inteligente hacer aunque me pareciera mal con mi objetivo final. Desayunamos antes que Arlo me llevara al gimnasio, donde ladró en ruso a los hombres que estaban allí, lo que hizo que se dispersaran, y luego procedió a ayudarme a entrenar durante unas horas. Después de un almuerzo ligero, volvimos a su apartamento, donde me duché y procedí a desmayarme hasta la cena. Me dolía el cuerpo, incluso me dolía la piel por la forma casi brutal en que Arlo me presionó con la defensa personal. Y aunque nunca estuve tan cansada, tampoco me sentí más fuerte ni más segura de protegerme. Nunca me sentí tan... segura. Hacía una hora que se había puesto el sol y Arlo pidió comida italiana, que acababa de ser entregada. Las bolsas eran elegantes y negras, con letras doradas estampadas en el frente. Nunca comí en un lugar que tuviera bolsas de entrega tan elegantes como éstas o, diablos, bolsas de entrega en absoluto. Hice todo lo posible para no mirarlo. Sentía sus ojos sobre mí, tan magnéticos que estaba hiperconsciente de cada pequeño movimiento que hacía. No fue a trabajar, o a lo que fuera que hiciera para ganarse la vida, desde que me llevó a su apartamento, y la curiosidad empezaba a apoderarse de mí, pero me 85 abstuve de preguntar. Yo tenía esta noche libre pero estaba programada para Sal's mañana, y no iba a faltar. No importaba lo que él dijera. Llevé el tenedor al pollo a la parmesana que tenía en el plato y corté un trozo, concentrándome demasiado en él. Era eso o mirar a Arlo. Los sabores estallaron en mi boca, la salsa era rica y todo se combinaba como si el cocinero hubiera creado una obra maestra. Pero en lugar que sus herramientas fueran un lienzo y pinturas, utilizó tomates, albahaca y otros condimentos. Y fue el hecho que me esforzara tanto por no centrarme en Arlo, que estaba sentado frente a mí y sin embargo lo sentía tan cerca, que estaba comparando la comida con la pintura. Por el amor de Dios. La tensión de mi cuerpo se tensó demasiado, pero finalmente levanté la vista hacia él. Estaba inclinado hacia atrás y su cuerpo se desplazó ligeramente hacia un lado, con un vaso en la mano que contenía un líquido claro, un líquido que yo sabía que no era agua. Tenía un brazo doblado en el codo y apoyado en el respaldo de la silla, con la mirada puesta en mí. Me estremecí. No tenía ni idea de por qué ese hombre tenía ese tipo de interés en mí, pero no podía apartarlo. No podía ignorarlo ni tratar de actuar como si tuviera control de algo. No lo tenía. Mi vida estaba tan desordenada en ese momento que cualquier tipo de relación, incluyendo la sexual, no debería ser ni siquiera un parpadeo en mi mente. —Tengo que salir después de la cena para hacer algo de trabajo . —Dejó esas palabras suspendidas en el aire, y yo no respondí porque sabía que no terminó. Bebió lentamente un largo trago de su vodka y luego dejó el vaso sobre la mesa, manteniendo su mano alrededor de él, su dedo índice golpeando lentamente contra el lado de una manera casi hipnótica. —De acuerdo —dije sin aliento y sentí cómo se me calentaban las mejillas. Alcancé la mesa para coger mi vaso de vino tinto, exactamente lo contrario de lo que debería beber. Después de dar un trago y dejar la copa sobre la mesa, un pesado silencio se interpuso entre nosotros. —No tengo que pedirte que te quedes en el apartamento mientras estoy fuera, ¿verdad? —Su voz era baja y firme, como si tratara de ser lo menos amenazante posible. Y aunque este hombre era peligroso en todos los niveles, sabía que no me dañaría. Estúpida, estúpida chica. —Me quedaré en la casa, porque sé que es peligroso, pero tenemos que discutir si voy a trabajar mañana. No se movió, no dijo nada, pero vi la sutil tensión de su mandíbula después que hablara. —Lo hablaremos —dijo, y ahora me tocó a mí apretar los dientes, porque su tono se sentía extrañamente como si sólo hubiera dicho las palabras para aplacarme. 86 Quise arremeter al instante. No necesitaba otro padre. Y aunque el mío no valía nada y el mundo no lo echaría de menos si se fuera, tampoco necesitaba que nadie me cuidara. Podía hacerlo yo misma. Nadie podía cuidar de mí mejor que yo. Así que, aunque quería seguir con el tema, porque eso era lo que hacía , sufrir, tenía que elegir mis batallas. No tenía ningún lugar donde estar esta noche, y me sentía segura aquí. Con Arlo. Él me ayudaba entrenando conmigo, enseñándome a protegerme. Pero repetí en mi cabeza un mantra que dije una y otra vez, que obtendría respuestas de él de una forma u otra. Al final. Pasaron otros veinte minutos antes que terminara mi cena. Nunca comí tan bien como cuando estaba con Arlo, eso era seguro. Nunca me llené, siempre sentía esa pizca de hambre mordiendo el borde. Y durante todo el tiempo que comí, Arlo me observó. Como si no pudiera dejar de mirarme. No sabía si estar asustada o si pensaba que había algo malo en mí, pero opté por lo primero, porque lo que sentía hacia él con sólo una mirada, lo que hacía que mi vientre se apretara y mi corazón se agitara, no podía soportar el rechazo, no con la forma en que mi vida había ido. Terminé mi vino, el alcohol me dio una sensación de calor, mis miembros se sentían un poco más pesados de lo normal. —Ven aquí, quiero mostrarte algo. —Se levantó y pasó junto a mí, y no tuve más remedio que seguirlo. Nos abrimos paso por el salón hasta el otro lado, donde las sombras parecían más espesas, donde la iluminación no penetraba. Se detuvo ante una puerta corredera de cristal en la que yo ni siquiera reparé, ya que era tan uniforme con el resto de las ventanas. Cuando la abrió, el aire de la noche entró en la habitación, acariciando los mechones de mi pelo alrededor de los hombros. Hacía frío, pero se sentía bien, mi temperatura corporal parecía aumentar cada vez que estaba cerca de él. Salimos al balcón y sentí que se me escapaba el aliento ante la vista panorámica. Aunque la ciudad era preciosa al otro lado de las ventanas, al acercarme al balcón y enroscar las manos alrededor del frío y duro borde, ahora me parecía tan surrealista. La barandilla era de cristal grueso con un marco de acero, lo que daba la impresión de estar más cerca de caer por el borde de lo que realmente estaba. Me hormigueaban las piernas y me temblaban las rodillas. Me sentía viva. A esta altura, el viento era despiadado, arremetiendo contra ti como si estuviera enfadado por atreverte a salir y experimentarlo. Sentí la presencia de Arlo cuando se puso a mi lado, pero no pude apartar la mirada del paisaje urbano. Incluso a tanta altura, podía oír los débiles sonidos de la vida de abajo. Podía visualizar a la gente gritándose unos a otros, tocando el claxon y agitando sus puños en su ira. Imaginé que los amantes se susurraban cosas suaves al oído y que los niños lloraban para que sus madres les compraran más dulces. Prácticamente podía oler los perritos calientes de los vendedores ambulantes, el olor a levadura del pan fresco que se filtraba por las puertas abiertas de los cafés y las panaderías. Si cerraba los ojos, podía imaginar que era otra persona, en otro 87 lugar donde nada podía tocarme. Y al estar historias sobre historias por encima de todo, era una sensación casi tangible que era verdad. —Sé que quieres respuestas —dijo finalmente tras un largo momento de silencio. Giré la cabeza para mirarle, con la parte superior del cuer po apoyada en la barandilla, el viento ahora más como una caricia íntima. —Pero el hecho que te arrastre a esto, a una oscuridad que no perdona, tiene un precio. —Sus ojos parecían tan oscuros bajo la luz de la luna y a contraluz del paisaje urbano—. No creo que entiendas cómo... —¿Es peligroso? —Todos los porqués rebotaron en mi cabeza, pero no pasaron de mis labios. Descubrí que mi mirada se desviaba hacia abajo. Su boca se inclin ó ligeramente hacia arriba en las esquinas cuando lo corté, pero aun así terminó su frase. —Algo así. —Su voz me envolvió, tirando de ese hilo invisible que nos separaba hasta que temí que se rompiera antes que hiciéramos contacto o que me mantuviera irremediablemente atrapada. Me obligué a volver a mirarlo a los ojos, intentando atravesar la niebla que me llenó la cabeza de repente. —Puedo manejar las precauciones. Incluso puedo manejar la violencia. —Ya vi suficiente—. Sólo que no quiero mentiras. —No sabía lo que quería decir con esas palabras, pero su expresión me decía que tal vez lo entendía. Pero aun así no dijo nada, y sentí que el temblor de sus ojos me decía que no podía prometerme la verdad a pesar de todo. Me aclaré la garganta y volví a encarar la ciudad, un escalofrío se apoderó de mí con fuerza. —¿Sería posible ir a mi apartamento y coger el resto de mis cosas? —No sé si esperaba que me dijera que volvería allí pronto para que no hubiera necesidad de coger mis cosas, pero se quedó callado durante tanto tiempo que le devolví la mirada. Seguía observándome, pero la mirada que tenía era conflictiva. —Dime lo que quieres y pasaré a buscar lo que necesitas. Ahora me tocó a mí permanecer en silencio durante largos momentos. —No te ofendas, pero suelo esperar hasta la tercera cita antes de hacer que el chico rebusque en mi cajón de la ropa interior —bromeé, pero la forma en que sus pupilas se dilataron después que hablara me hizo abandonar cualquier humor. Su expresión era tan intensa que sentí que se me ponía la piel de gallina a lo largo de los brazos y las piernas. Volví a estremecerme. Cuando levantó la mano y me pasó el pulgar por la mejilla, cerré los ojos y me incliné hacia su contacto. Se sentía tan bien, su piel caliente, su mano grande. —Ya by ubil lyubogo, kto pytalsya zabrat' tebya u menya 12. 12 Mataría a cualquiera que intentara apartarte de mi 88 Sentí que mi corazón se aceleraba ante sus palabras. No sabía lo que dijo, pero lo susurró tan profundamente, con tanta posesividad en su interior, que supe que lo que acababa de decir era la pura verdad. —¿Acabas de decir que no valía la pena todo este problema? —Mi voz era ligera, o al menos intentaba quitarle importancia a la repentina pesadez que sentía. Él no sonrió, no hizo nada más que mirar fijamente mis labios, unos que de repente me dieron ganas de lamer. —Hazme saber lo que necesitas y me aseguraré que lo consigas. Lo que necesites —dijo profundamente, con su mirada todavía en mi boca. Y entonces se dio la vuelta y me dejó allí, y una parte de mí supo que se obligó a irse, porque si no lo hubiera hecho, estaba bastante segura que esta noche terminaría de una manera muy diferente. Por ejemplo, conmigo en su cama. 89 16 Arlo Recibí el mensaje de Dmitry esta mañana. Carnicero e Hijo. Medianoche. Una parte de mí no iba a ir. No le debía nada al bastardo. No trabajaba para él ni para su padre, pero una oscura curiosidad me hacía pensar por qué el mayor de Leonid querría hablar conmigo. Y si lo hacíamos en el viejo matadero, estaba claro que no quería un testigo. No quería que el pakán lo supiera. Llevé mi auto a la parte trasera del viejo edificio y apagué el motor. Cogí dos pistolas, una GLOCK y una Beretta, y me metí una en la cintura del pantalón y la otra en la parte delantera. Me ajusté la chaqueta y salí, teniendo ya tres cuchillos atados a mi cuerpo, ocultos pero fácilmente accesibles. No me fiaba de ninguno de estos cabrones. En cuanto entré en el almacén, sentí que me miraban y encontré a Dmitry apoyado en una de las paredes oxidadas de los laterales. Las sombras lo abrazaban como a un viejo amigo, dándole la bienvenida a la lucha. Unos rizos de humo se enroscaron a su alrededor, el extremo de su cigarrillo se encendió en la oscuridad, con un color naranja brillante al inhalar. Al exhalar, esos espirales se convirtieron en una espesa nube frente a su cara antes de disiparse. Aunque sólo veía a Dmitry, sabía que su hermano estaba cerca. Nunca estaban lejos el uno del otro. Con sólo un año de diferencia de edad, actuaban más como 90 gemelos que como hermanos, sabiendo lo que el otro pensaba, lo que el otro sentía, cómo reaccionaría. Era jodidamente inquietante. —Tu hermano puede salir de cualquier agujero oscuro que esté ocupando en cualquier momento. —Mantuve la voz baja, pero sabía que era lo suficientemente fuerte como para que Nikolai lo oyera. Me dirigí hacia Dmitry, observando cualquier cambio sutil en su postura, escuchando los sonidos a mi alrededor para calibrar dónde estaba su hermano. Los hermanos Petrov eran jóvenes, tenían poco más de veinte años, pero sabía que experimentaron la misma depravación de los bajos fondos que yo. L os endureció, los hizo carecer de cualquier sentimiento humano y empático normal hacia los demás. Alejó por completo esa luz que podría crecer en ellos hasta que no había posibilidad que la captaran. Así fue, así sentí. Siempre asumí que moriría en un agujero oscuro en el que estaría siempre solo, con la suciedad cubriéndome para no tener nunca la oportunidad de arrastrarme fuera de él. Pensé en Lina en mi apartamento. Moy svet. Mi luz. Ella hizo que esa luz fuera asequible, alcanzable. Real. Y por eso haría cualquier cosa, todo lo posible, para que mi mundo no la tocara. Podía oír la risa baja de Nikolai en algún lugar cercano, que resonaba en las paredes oxidadas y debilitadas, pero me mantuve concentrado en Dmitry. Cuando estuve a unos pasos de él, lo vi inhalar de nuevo, ese humo que lo rodeaba, nublando su rostro. Sin embargo, sus ojos brillaban positivamente mientras me miraba fijamente. Se apoyó en la pared con una pierna cruzada sobre la otra, una mano metida en el bolsillo del pantalón. Quitó la ceniza de su cigarrillo, le dio una calada más y lo apartó de un manotazo antes de empujar la pared y ponerse de pie ante mí. Sus labios se despegaron de sus dientes, todos rectos, blancos y brillantes en la oscuridad. —Mi padre estuvo hablando sin parar de la escena que provocaste el otro día. — Dejó que esas palabras quedaran suspendidas en el aire entre nosotros. Y yo también—. Te juro que está constantemente empalmado por eso. Hacía mucho tiempo que no le veía tan excitado por algo. No me cabía duda que Leonid estaba obsesionado por el hecho que hubiera expresado tanta emoción, especialmente por una mujer. Por eso estaba en mi ático, porque sabía que el cabrón no se rendiría hasta encontrar la forma de llevársela, de utilizarla para que yo hiciera lo que él quería. Y eso era unirse a su ejército en la Bratva y convertirme en otro soldado, otro de sus peones. Era lo suficientemente retorcido como para herirla para forzar mi mano. Y la quería tanto que haría cualquier cosa para mantenerla a salvo. Oí un par de pasos detrás de mí. Sabía que era Nikolai. Era una amenaza aún menor para mí que su hermano y su padre, aunque sólo porque yo era más hábil, más mortífero y peligroso. Lo vi en mi periferia mientras se abría paso a mi alrededor y se ponía al lado de Dmitry. 91 — "No sé si ofenderme o mejorar mi juego por el hecho que ni siquiera te inmutaste en mi presencia —dijo Nikolai, y miré en su dirección. —Probablemente sea seguro asumir ambas cosas. Nikolai hizo una mueca en mi dirección pero mantuvo la boca cerrada. Los dos chicos Petrov eran unos imbéciles enormes, tan altos y musculosos como yo. Con el pelo y los ojos oscuros a juego, parecían más aptos para adornar una revista de moda o salir en la gran pantalla que para deslizarse en la oscuridad, matando y mutilando en nombre de la mafia rusa. Si su padre era el arma, ellos eran las balas. —Tu padre tiene que fijar un pasatiempo si mi vida le consume tanto . —Me dirigí a Dmitry en referencia a lo que dijo sobre Leonid. Volví a mirar a Dmitry y vi algo parpadear en sus ojos, un duro cálculo. Pero desapareció tan pronto como lo vi, borrado por una sonrisa de tiburón. Los largos momentos de silencio se prolongaron y mi paciencia se agotó, mi fastidio aumentó. Quería volver con Lina. Quería volver a sentir la suavidad de sus mejillas. Quería sentirla inclinarse hacia mi tacto. Y estos pequeños cabrones me estaban quitando el tiempo de ella. —Tienes que ponerte a ello y dejar de hacerme perder el tiempo . —Mi voz se endureció, mi mandíbula se tensó. Mis dedos se movieron para agarrar mi pistola y apuntar a la cabeza de Dimitry, para apretar el gatillo y meterle una bala en el cráneo sólo para enviar un mensaje a Leonid. Siempre fui un bastardo de gatillo fácil. —Me gustaría darte un trabajo. No dudé en responder de inmediato. —Ya tengo un trabajo con la Ruina. —Pude ver el gruñido en los labios de Dimitry, pero no me importó que al cabrón no le gustara mi respuesta —. Y aunque no lo tuviera, no aceptaría un trabajo de alguien que apenas tiene pelo en las pelotas. —Fue un golpe bajo, pero estaba agitado por la situación de Lina y por estos imbéciles que me alejaban de ella. Dmitry se rio, profundo y bajo. —Hombre, Arlo, si fueras otro, ya te habría metido una bala entre los ojos por tus insultos. Curvé el labio. —Podrías intentarlo. —Puede que Dmitry sólo fuera una década más joven que yo, y estaba lejos de ser un niño, pero yo vi más en mis años en este puto submundo de lo que él probablemente experimentó en su vida, incluso siendo el hijo del Pakhan. —Te voy a dar un pase por la falta de respeto. —Levantó un dedo—. Pero sólo por esta vez, Arlo. Apreté los dedos contra la palma de la mano y enseñé los dientes. 92 —¿Es así? —Di un paso adelante y vi que Nikolai se ponía tenso. Pero Dmitry levantó la mano, deteniendo lo que fuera que su hermano estuviera a punto de hacer. —Creo que estamos empezando con el pie izquierdo. —Dmitry inclinó la cabeza hacia un lado como si tratara de examinarme, intentando descubrirme. Buena suerte—. Creo que esto es algo que te va a gustar, Arlo, algo que saciará esa malvada, manchada de alquitrán y jodida alma tuya. Nikolai soltó una pequeña risa como respuesta. Y entonces el aire cambió, se cargó de algo enfermizo y vicioso. El ambiente ya no era alegre, no era la suave risa de un demente con sonrisas falsas y una mente retorcida. Era una súbita seriedad que se encubría, una presencia robusta como un cuarto cuerpo en la habitación. —Queremos que mates a nuestro padre. —Dmitry lo dijo con tanta naturalidad que realmente me sorprendió, sus palabras eran tan finales que no me cab ía duda que hablaba en serio—. Sé, antes que lo digas o incluso lo pienses, que te estás preguntando si esto es una trampa. —Extendió las manos, con las palmas hacia arriba—. Este es mi hermano y yo ofreciéndote una rama de olivo. Te estamos dando la oportunidad de eliminar la amenaza que se dirige a tu mujer, sin condiciones, sin repercusiones con la Bratva. Sin represalias. Los miré a los dos, midiendo su lenguaje corporal, examinando para ver si daban alguna señal. Sudoración, movimiento de los ojos, movimientos del cuerpo. Pero los dos estaban tranquilos y calmados, con la respiración tranquila y concentrados en mí. Bueno, que me jodan. Hablaban muy serios. Sabía que no sentían verdadero amor por el hombre que los engendr ó, oí muchas historias sobre su educación y toda la mierda viciosa que Leonid hacía para “endurecer” a sus hijos. Mientras que a su hija la trataba como una princesa, un pajarito en una jaula dorada, sus hijos recibían la fuerza bruta de su brutalidad. Me reí, pero sin humor. —¿Creen que pueden acabar con Leonid ustedes solos? —Levanté una ceja mientras los miraba a ambos—. Les reconozco el mérito a los dos; tienen unos cojones de acero, conspirando para derribar a uno de los Pakhans más fuertes de la Bratva. —Se desorganizó, su venganza con la Cosa Nostra se volvió volátil. Está cometiendo demasiados errores y jodiendo las cosas. Va a acabar trayendo mucho fuego y muerte a esta organización y arruinará muchas conexiones que tenemos en marcha. —Nikolai fue el que habló, y me sorprendió la respuesta tan meditada. Sonaba realmente lúcido y no como un lunático. Siempre oí que Nikolai era más fiestero en el trío de Petrov, el que menos le importaba seguir los pasos de su padre. Las responsabilidades recaían más en Dmitry por razones obvias de “hijo mayor”. —No estoy seguro que esto sea mi problema —respondí, sintiendo la necesidad de ir a Lina aún más fuerte que antes. 93 Dmitry me dedicó una dura sonrisa. —Es tu problema, porque mi padre tiene planes para tu mujer. Todo mi cuerpo se tensó, aunque ya sabía que Leonid no dejaría esto en paz. Vi el brillo excitado en sus ojos mientras sacaba a Lina de su bar. —No necesito que tú o tu hermano interfieran. Nikolai resopló y se apoyó en la pared, cruzando los brazos sobre el pecho y mirando fijamente. —Está como un perro con un puto hueso por unirte a las filas. —Sacudió la cabeza—. No entiendo su obsesión contigo, pero te tiene en alta estima y utilizará cualquier medio necesario para traerte. —Y planea tratar de usarla como garantía para forzar mi mano . —No lo expresé como una pregunta, porque sabía que ese era el resultado que Leonid veía. Sabía cómo funcionaba la mente del maldito. Dmitry se quedó callado durante tan to tiempo que empezó a sentir un picor bajo mi piel. —Creo que no entiendes la obsesión que tiene mi padre con esa mujer. Como sabe que la deseas, porque no pudiste controlarte, no parará hasta hacerte ver su forma de pensar. —Vi cómo un músculo de la mandíbula de Dimitri se crispaba, como si el mero hecho de hablar de lo jodido que estaba su padre casi le hiciera entrar en cólera—. Quiere hacerla suya, Arlo. Esa es la puta verdad del asunto . — Dmitry dio otro paso adelante, y todo mi cuerpo se tensó. Con disposición. Ya estaba caminando sobre el filo de la navaja y tratando de controlarme después de escuchar la noticia, la maldita amenaza, de lo que Leonid quería con Lina. Moví mi mano repentinamente hacia mi espalda para tener mejor acceso a mi pistola. —¿Entiendes lo que quiero decir, Arlo? ¿Entiendes lo que mi padre le hace a las mujeres? Apreté los dientes. Lo sabía. —Es un salvaje con el sexo débil. Jodidamente deplorable. —Me sorprendió escuchar el veneno en la voz de Nikolai al hablar de su padre. Aunq ue puede que no se preocuparan por el hombre en un sentido de padre/hijo, siempre asumí que tenían algún tipo de respeto por él. Estaba muy claro que no lo tenían. —La destruirá, Arlo, y no me refiero a acabar con su vida de la manera más humana e indolora posible. La machacará mental y emocionalmente hasta que no sea más que masa que él pueda formar en cualquier visión que crea conveniente. Y cuando él sea lo único a lo que ella pueda aferrarse, cuando te tenga justo donde qu iere, te destruirá a ti también. Estaba hirviendo de rabia, y no había forma de ocultar la reacción de mi cuerpo. Ni siquiera lo intenté mientras un profundo gruñido de agresión y advertencia me abandonaba. Dmitry sonrió, pero no con la diversión o la satisfacción que supuse que tendría al verme perder el control. La sola idea que alguien le pusiera una mano encima a Lina me hacía desear profanar toda la ciudad de Desolation. Pensar que alguien la tocaría o le haría daño, que apagaría esa luz, me hacía desear una matanza. 94 —Nuestro padre necesita ser eliminado, Arlo. Y como ahora tienes un vínculo directo con él a través de tu mujer, porque ella es una amenaza y sabes que mi padre no parará hasta conseguir lo que quiere, que ahora son ustedes dos, ella no estará a salvo. Curvé mi labio hacia él. —No actúes como si me estuvieras dando una especie de puto regalo, como si me estuvieras haciendo un favor. Lo haces porque quieres el poder, Dmitry. Estás haciendo esto porque tu padre es psicótico y destructivo, volviéndose demasiado volátil aparentemente. No actúes como si estuvieras dando una limosna simplemente porque tienes un buen corazón. Es tan jodidamente negro y sin alma como el mío. Dmitry se rio y miró por encima del hombro, lo que hizo que Nikolai se riera también. —Por mucho que nos gustaría eliminar al viejo cabrón nosotros mismos, mostrarle el tipo de amor familiar que nos mostró mientras crecíamos, ya sabes cómo funciona nuestro mundo. —Volvió a mirarme—. Sería una mala forma de tener una mano personal en ello. Pero tú eres lo mejor de lo mejor. Un verdadero bastardo de corazón frío, ¿no es así? Podrías eliminarlo y hacer que parezca que desapareció. Puf —dijo mientras enroscaba la mano en un puño delante de su cara. Me aparté de ellos y me paseé, sabiendo lo que tenía que hacer pero sin querer trabajar con Dmitry o Nikolai. No quería hacer tratos clandestinos con ellos. Ni siquiera se trataba de la Bratva o de su Pakhan. Me importa una mierda sobre Leonid y su jodida moral. Mi única preocupación y prioridad era Lina. Me giré hacia ellos y gruñí: —Es mía. Dmitry se echó a reír. —Sí, creo que lo dejaste bien claro cuando Dima tocó a tu chica y le pulverizaste las putas manos. —Nikolai empezó a reírse aún más esta vez después que su hermano hablara—. Aunque se lo tenía merecido el cabrón. Era un cabrón susceptible y no sabe lo que significa la palabra 'no'. Apreté la mandíbula con tanta fuerza que no me sorprendería que me partiera algún diente. Mientras miraba la suciedad y la basura esparcidas por el suelo, el hedor de la decadencia y la edad rodeándome, supe lo que tenía que hacer. —Tú y yo sabemos que vas a acabar con él. —La confidencia en la voz de Dimitri me hizo desear instantáneamente romperle el cuello, pero no dije nada, sólo miré con odio al capullo—. Mi hermano y yo no necesitamos más guerra. Queremos una alianza entre la Cosa Nostra y la Bratva. Necesitamos hacernos más fuertes y crear no sólo acuerdos nacionales, sino internacionales. Y encontramos una manera de hacerlo. Pero si nuestro padre sigue en el poder, destruirá los progresos que estamos haciendo. —Dmitry miró a Nikolai y sonrió, como si compartieran una conversación silenciosa sobre lo que realmente estaba pasando. —¿No lo sabías? —Nikolai se puso en marcha y se empujó de la pared, acercándose a mí—. Me voy a casar. Tengo un matrimonio concertado con una 95 sexy italiana de dieciocho años recién cumplidos. —Movió las cejas y sonrió lascivamente. —¿Ese es tu plan? ¿Un matrimonio concertado entre la Petrov Bratva y la Cosa Nostra? —Me pasé una mano por la cara y negué con la cabeza—. Están más locos de lo que pensaba. Dmitry sonrió y no dijo nada más. Bien. No me interesaba toda la política que acompañaba al submundo del crimen. Y no quería detalles y logística sobre lo que iba a pasar. —Así que llegamos a un padre asesino para manejar esto. Mantuve mi expresión compuesta mientras miraba fijamente a Dmitry. Querían a su padre fuera de la escena, querían atarse a la puta mafia italiana, así que esa era su figura a tratar. Pero ahora Lina estaba en la mezcla por mi culpa y mi cagada. Tenía que terminar esto. Tenía que ir al redil, quisiera o no, pero cuando se trataba de ella, me di cuenta que haría cualquier cosa para protegerla. Tenía secretos, unos que me contaría eventualmente, unos de los que me encargaría por ella, para que nunca más tuviera que preocuparse de nada más que de estar conmigo. Haría cualquier cosa para hacerla mía. Y esta noche iba a hacer le ver, y sentir, precisamente eso. 96 17 Galina Me desperté con la sensación de no haber dormido durante mucho tiempo, el peso del cansancio intentaba hundirme, pero algo me despertó, así que me obligué a abrir los ojos. Me quedé mirando el techo, una pizca de la luz ambiental de la ciudad que entraba por la cortina de la ventana del dormitorio. Cuando mi mente se aclaró y me desperté más, me di cuenta de lo que me despertó. No estaba sola. Sentí que alguien me observaba y mi mirada se dirigió a mi lado de la cama, donde vi un gran cuerpo masculino sentado, con los antebrazos apoyados en los muslos, la cabeza ladeada y los ojos clavados en mí. Me quedé sin aliento y me incorporé, sabiendo que era Arlo cuando la niebla de mi mente se despejó. Con una mano en el corazón acelerado, me lamí los labios y dejé que el silencio se extendiera entre nosotros. —Moye serdtse bolit, kogda ya smotryu na tebya. 13—Su voz era profunda y baja, pero seguía teniendo el intenso efecto de recorrer cada centímetro de mi cuerpo y encenderlo. 13 Me duele el corazón cuando te miro. 97 —¿Arlo? —susurré su nombre en la oscuridad—. ¿Qué pasa? —No era por la forma en que me miraba, sino por la tensión en sus hombros, la forma en que apretaba la mandíbula con tanta fuerza que podía oír el rechinar de sus dientes —. ¿Está todo bien? —Cada pequeño movimiento que hacía en la cama era seguido por sus ojos, como si me estuviera rastreando y se negara a dejar ir a su presa. —Lo estará —fue su respuesta. Mi corazón tronó ante esas palabras que sonaban casi amenazantes. Pero no para mí. Nunca para mí, pensé con certeza. Me recogí el pelo en un moño suelto después de la ducha y un mechón me hizo cosquillas en un lado de la cara. Me aparté el mechón de la mejilla y vi que Arlo observaba el acto con una claridad sorprendente. Después que se marchara por la noche, me quedé en el patio dur ante tanto tiempo que sentí los dedos como si fueran de hielo antes de entumecerse. Me duché durante demasiado tiempo y con demasiado calor, y luego me metí en la cama, donde estaba segura que no podría dormirme porque me sentía demasiado excitada, mis pensamientos estaban demasiado consumidos por Arlo. Estuvo en mi mente muchas veces antes que ocurriera todo este drama, pero ahora estando en su casa, rodeada por la constante visión de él, la forma masculina en que olía, y unido a nuestras casi íntimas clases de defensa personal, no podía dejar de pensar en él. Miré el pequeño reloj de la mesita de noche y me di cuenta que sólo llevaba una hora durmiendo, y aunque estuve aturdida al despertarme y todavía estaba muy cansada, mi cuerpo se despertó como un fuego que explota en el cielo con cada momento que pasaba en su presencia. Estaba confundida por qué Arlo estaba aquí... tan cerca y observándome tan intensamente. —Me gustaría invitarte a cenar mañana por la noche —dijo finalmente tras un largo momento de silencio. Mi corazón se aceleró más de lo debido ante una afirmación tan inocente, y me encontré relamiéndome los labios. Estaba tan cerca que podía estirar la mano y tocar la barba de su cincelada y cuadrada mandíbula. —¿Cena? ¿Cómo una cita? —Me sentí estúpida justo después que las palabras salieran de mi boca, y la forma en que sus labios se movieron me dijo que pensaba que era divertido, o tal vez lindo de una manera infantil—. Por supuesto que no me refería a una... —Sí, Lina. Me gustaría llevarte a cenar para tener una cita. Todo mi cuerpo zumbó de placer. Ir a una cita para cenar con Arlo no debería hacer que mi cuerpo se estremeciera de la manera en que lo hizo, pero aquí estaba, sintiendo que un rubor me cubría la cara. —De acuerdo —susurré y agaché la cabeza, esta repentina timidez me reclamaba. Un segundo después sentí que la cama se movía mientras él se acercaba a mí; entonces su dedo estaba bajo mi barbilla, levantando mi cara para que lo mirara una vez más. 98 Le miré a los ojos, que parecían demasiado oscuros en la habitación en penumbra. Y cuanto más tiempo nos mirábamos, más sentía que mi respiración se volvía superficial. —Dlya tebya ya sdelayu eto bezopasnym. Casi gimoteé por la forma en que su profunda voz se movía sobre mí mientras decía las palabras en ruso. Y como si acabara de darse cuenta que habló en un idioma que yo no entendía, murmuró: —Haré que estés segura, Lina. —Galina —Mi verdadero nombre salió de mis labios casi al instante, y debería tener miedo de darle esa parte de mí misma. No era seguro, no con la huida y la ocultación, pero al mirar a los ojos de Arlo, esta parte inherente de mí sabía que este hombre cumpliría su promesa de protegerme. Incluso de mí misma—. Por favor, llámame Galina. Es mi nombre completo. —No es una mentira, pero tampoco es totalmente la verdad. Sí, era mi nombre completo, pero lo hice sonar como si Lina fuera un apodo en lugar de lo que realmente era. Un alias. Las cosas empezaron a sentirse extrañas entonces, más electrizadas, una carg a en el aire que hizo que mi respiración se volviera aún más frenética hasta el punto de sentirme mareada. Cuando la mirada de Arlo bajó hasta mi boca, movió su pulgar a lo largo de mi labio inferior, una caricia lenta y constante que hizo que la presión y el calor se instalaran entre mis piernas. —Galina —murmuró de la forma más sexy que se pueda imaginar. Mis párpados empezaron a caer, a cerrarse por sí solos, mientras mis pezones se agolpaban bajo mi fina camiseta, mientras mi coño se humedecía. Me dolía de la mejor manera posible allí abajo. —Mírame, moy svet. No pude evitar obedecer su orden mientras abría los ojos, mis párpados revoloteando. Contuve la respiración cuando nuestras miradas se cruzaron. Sabía lo que venía. Un beso. No quise detenerlo, aunque probablemente debería hacerlo . Sólo complicaría las cosas a largo plazo. Pero llevaba un par de meses pensando en sus labios sobre los míos, e incluso de forma obsesiva desde que estaba en su casa. Me preguntaba si su beso sería suave o fuerte, suave o agresivo. No me importaba cómo fuera. Quería lo que fuera que me diera, maldita sea la virginidad. —Deberías detenerme —dijo, pero se estaba inclinando lentamente, tal vez para darme la oportunidad de cambiar de opinión. No lo haría. —Pero no lo haré. El sonido profundo y primario que surgió del centro de su pecho hizo que se derramara más humedad entre mis muslos y que mis pechos se sintier an sensibles y pesados. Quería que me tocara, que sus manos recorrieran cada centímetro desnudo de mí. Quería su boca en mi cuerpo, sacando todo el oscuro placer con el que sólo fantasee. 99 Deslizó su mano a lo largo de mi mandíbula para enroscar sus dedos a lrededor de mi cuello, tirando de mí hasta que nuestros labios se tocaron. El beso fue suave, sin apenas presión, pero Dios, se sentía tan bien. Y cuando un pequeño gemido salió de mí, sentí que la tensión aumentaba en el cuerpo de Arlo. Gimió, y sus dedos se apretaron en mi nuca un segundo antes que profundizara el beso, inclinando la cabeza hacia un lado mientras utilizaba el agarre que tenía en mi cuello para mover el mío en la otra dirección. Separé los labios en un suspiro, y él aprovechó la oportunidad para deslizar su lengua a lo largo de la costura antes de adentrarse en mi boca. Su beso fue apasionado y profundo, su sabor embriagador y picante. Podía saborear una pizca de vodka procedente de él, y me encontré chupando su lengua, extrayendo no sólo la esencia de ese licor de él, sino también todo lo que era Arlo. Un sonido áspero salió de él y luego me arrastró hacia él hasta que me senté a horcajadas sobre su cintura, con los muslos separados mientras apoyaba las rodillas a ambos lados de sus muslos musculosos. Le rodeé los hombros con los brazos, acercando mis pechos a su duro pecho. ¿Podía sentir mis pezones? Las puntas duras y gemelas dolían mucho, pero de la mejor manera. Los sonidos que hacíamos al besarnos eran húmedos y sucios, necesitados y desesperados. Ciertamente, sentí que me ahogaba. Pero qué manera de morir. Sus manos estaban en mi cintura, y sus dedos se clavaban en mi cuerpo de una manera que me excitaba aún más. Me senté completamente sobre él, y un jadeo me abandonó al sentir lo duro que estaba justo contra la parte más íntima de mí. Su áspero gemido sonó más animal que humano, y el beso se hizo más profundo. Deslizó una mano por mi columna vertebral, enredó sus dedos en mi pelo y, un momento después, tiró de las hebras, tirando de mi cabeza hacia atrás y rompiendo el beso. Gemí por el placer y el dolor que me causó ese acto dominante. Arlo tenía su boca en mi garganta al instante, sus labios en mi punto de pulso, chupando y lamiendo, sus dientes raspando mi piel sensible mientras mordía suavemente. Me estremecí encima de él, sentí el rítmico tirón de sus labios en mi cuello y supe que habría marcas allí por la mañana. Su boca estaba en todas partes, a lo largo de mi mandíbula, bordeando mis labios, su lengua lamiendo lentamente mi mejilla antes de deslizarse por el lado de mi cuello. Era un acto tan primario, como si fuera una criatura salvaje que intentaba reclamar su derecho sobre mi cuerpo. —Dime lo que quieres —refunfuñó en voz baja, su voz sonaba más gruesa, como si no la hubiera usado en mucho tiempo. No creí que pudiera encontrar mi voz en ese momento, así que surgió otro gemido. Sus puños se apretaron en el moño de hebras enmarañadas de mi cabeza, y gruñó cuando empecé a balancearme hacia adelante y hacia atrás sobre su regazo. —Dime lo qué quieres, a quién quieres dárselo. 100 Jadeé ante la contundencia de sus palabras, pero fue tan excitante que sentí cómo se deslizaba aún más humedad dentro de mí, la barrera de algodón que llevaba pegada a mi hendidura. Su erección era dura y gruesa entre nosotros, moviéndose sobre mi coño cubierto por mis bragas. Sólo llevaba una camiseta fina y ningún sujetador, mi ropa interior y sus pantalones eran lo único que le impedía empujar dentro de mí y darme lo que realmente quería: Arlo dentro de mí. —Te deseo. —Las palabras salieron antes que pudiera censurarlas, pero ahora que las oí, me alegré de no intentar retenerlas—. Sólo te deseo, Arlo. Sus dedos volvieron a apretar mi pelo mientras gemía, y entonces soltó los mechones y volvió a acercar mi boca a la suya. El beso se volvió profundo y apasionado, como si tratáramos de respirar el uno al otro. Y todo el tiempo me apoyé en él, meciéndome de un lado a otro, retorciéndome encima de Arlo mientras él deslizaba sus manos por detrás de mí para cubrir la parte baja de mi espalda. Me levantó la camiseta y me cogió las nalgas con sus grandes palmas, dándoles un ligero apretón que pronto se volvió más fuerte. —Tan jodidamente perfecto. —Esta vez apretó aún más fuerte hasta que sentí que mis ojos se cerraban solos mientras el oscuro placer se disparaba dentro de mí—- Estás tan jodidamente caliente. —Me besó con más fuerza, gruñendo contra mi boca hasta que me tragué los sonidos, dándole un gemido a cambio. Arlo enroscó sus dedos con más fuerza en mi culo, y yo empecé a moverme hacia adelante y hacia atrás, deslizando mi raja a lo largo de su enorme erección. Sentí como si tuviera una barra de acero metida detrás de sus pantalones. Podía imaginar lo bien que se sentiría... lo mucho que le dolería empujar todos esos duros centímetros dentro de mí. Me tiró del labio inferior con los dientes, lamiendo el escozor que me causaba, y fue entonces cuando exploté. Dejé que mi cabeza cayera hacia atrás sobre mi cuello, sus dedos ahora arrancando el lazo del pelo, dejando que mis mechones me hicieran cosquillas en la base de la columna vertebral, sintiendo mi piel demasiado sensible. —Joder, sí. —Tenía mi pelo ahora suelto enredado alrededor de su puño, tirando de él lo suficientemente fuerte como para que yo gritara mientras el placer se volvía imposiblemente más fuerte. El escozor de su tirón de pelo, junto con el orgasmo que me recorría, me hizo gritar con fuerza. V ergonzosamente—. Dios, dame más de esos sonidos. No quería que el placer terminara. Y cuando empezó a desvanecerse y me hundí contra su pecho, esperé que Arlo se tensara, tal vez que se cerrara de nuevo. Lo que no esperaba era que me rodeara con sus brazos y simplemente... me abrazara. Me hizo sentir que él tampoco quería que este momento terminara. —Qué bonito —murmuró mientras deslizaba su mano por debajo de mi camisa y empezaba a frotarme la espalda con suavidad, tranquilizándome. Apoyé la cabeza en el pliegue de su cuello, con el aroma de Arlo, tan oscuro y picante. Inhalé profundamente, queriendo tomar otro trozo de él dentro de mí. Los profundos sonidos de sus suaves cariños rusos me hicieron hundirme aún más contra él. 101 Sus palabras recorrieron suavemente mi cuerpo antes de lamerlas en cuanto aterrizaron en mi piel. Movió suavemente sus labios a lo largo del otro lado de mi cuello, chupando la carne, tirando de ella entre sus dientes antes de dejarla ir. Sentí que esos espirales de placer volvían a surgir a pesar que acababa de bajar. —Arlo. —Su nombre fue un maullido estrangulado de mis labios separados. Nunca supe que podía sonar tan deseosa y necesitada. —Sé lo que necesitas, cariño. El mundo se inclinó cuando de repente me dieron la vuelta y ahora estaba de espaldas, con Arlo flotando sobre mí. Sus manos estaban apoyadas a ambos lados de mi cuerpo, y las sombras ocultaban la mayor parte de su rostro. Eso me pareció oscuramente atractivo. Lo único que vi fue la mirada estruendo sa y tormentosa de pura lujuria que me devolvió. Se inclinó y empezó a besarme profundamente. —Qué dulce. —Arlo respiraba muy fuerte—. S toboy ya teryayu kontrol. Pasé mi lengua a lo largo de su labio inferior, presionando contra la costura antes de ahondar en su interior y batirme en duelo con su lengua. —Me haces perder el control, Galina. Solté un pequeño grito de placer al oírle decir mi nombre completo. —Eres peligrosa para mí. Mi única debilidad. —La última parte fue tan baja que casi no la oí. Nos besamos con más fuerza, mis manos suavizando sus grandes bíceps, mi coño mojado, mi clítoris palpitando al ritmo de mi pulso. Los sonidos que hacíamos eran incomprensibles, ásperos y guturales. Nunca me sentí tan descontrolada. Nunca antes necesité algo tan instantáneo y consumido como lo hacía ahora mismo con Arlo. —Arlo, por favor. —No me importaba que estuviera suplicando, suplicando cualquier cosa.... por todo lo que él pudiera darme. Sentí que sus manos se deslizaban por mi costado, más allá del borde de mi camisa, y que las yemas de sus dedos patinaban sobre la piel desnuda de mis muslos. Sentí que se me ponía la piel de gallina cuando agarró la camiseta y la subió. Me levanté lo suficiente como para ayudarle a quitarme la camiseta, y el aire frío me hizo fruncir los pezones al instante. Gimió profundamente, pasando la lengua por un pico y arrastrándola hacia arriba y alrededor. Una y otra vez. Dejé que mi cuerpo cayera de nuevo sobre el colchón, mi pelo sin duda un nudo enredado en las ligeras sábanas. Agarré el edredón a ambos lados de mí, tirando de él mientras él trabajaba en un pezón y luego iba al otro, de un lado a otro, una y otra vez. Tiró y pellizcó el pezón con los dientes, la punzada de dolor aumentó mi deseo aún más. —No puedo pensar cuando estoy cerca de ti. Sentí las vibraciones de sus palabras crecer dentro de mí. Empujé mis pechos más lejos, gimiendo cuando lo sentí deslizarse por mi cuerpo. Eché de menos su boca en mis pezones, pero él ahuecó los montículos como si supiera a dónde 102 fueron a parar mis pensamientos, masajeándolos, pellizcando las puntas con sus dedos y pulgares. —Abre para mí. —Fue una exigencia apenas velada que cumplí rápidamente. Separé los muslos, el aire fresco me bañó, mi coño estaba tan caliente, tan húmedo que mis bragas estaban pegadas a mis pliegues. Debería avergonzarme que Arlo fuera el primer hombre en ver esa parte de mí, que viera lo excitada que estaba. Cerré los ojos mientras seguía tirando de mi labio inferior, el dolor de aquel pequeño corte y mis constantes tirones de la carne aumentaban aún más mi placer. Pasó sus manos por mis pantorrillas, por encima de mis rodillas, y movió sus dedos por el interior de mis muslos hasta enmarcar mi coño. —Mírame. Abrí los ojos y miré al techo durante un segundo antes de levantar la parte superior de mi cuerpo sobre los codos y miré a Arlo. Se me cortó la respiración al verle entre mis piernas, la oscuridad de sus ojos y la necesidad carnal se reflejó hacia mí, haciendo que mi corazón diera un vuelco. Pasó un dedo por el borde de la tela, con tanta suavidad, con tanta delicadeza que era enloquecedoramente erótico. Y cuando apartó el material, dejándome al descubierto, me mordí el labio con suficiente fuerza como para saborear el sabor cobrizo de mi sangre cubriendo mi lengua. —Oh, joder, Galina. —Podía sentir el suave soplo de su aliento moviéndose sobre mi cuerpo desnudo. Levantó lentamente su mirada hacia mi cara —. ¿Vas a dejar que te toque aquí, que te lama este punto dulce? —Deslizó un dedo por el borde de mi ropa interior. Era un roce casi inocente, pero parecía tan sucio, tan erótico. —Sí —exhalé al instante. Gimió y se inclinó hacia mí, el sonido de su nariz presionando el material hizo que mis labios se separaran aún más. Y cuando inhaló profundamente, un sonido de gruñido saliendo de él, una puñalada de deseo me atravesó con tanta fuerza que levanté las caderas y me apreté contra él. —Hueles tan bien. La cosa más adictiva que tuve cerca. —Sus dedos estaban apretados en la piel de mis muslos—. Me pregunto si este coño es tan jodidamente dulce como hueles. Estaba casi hiperventilando ante sus sucias palabras. Y mientras mantenía su mirada clavada en mi cara, se inclinó ese último centímetro, con mis bragas aún apartadas, y aplanó su lengua en mi hendidura, lamiéndome de forma narcotizante. Hice un sonido agudo en mi garganta al sentir todo ese calor húmedo y caliente, al ver cómo seguía lamiéndome desde la entrada hasta el clítoris. Una y otra vez hasta que sentí un cosquilleo en la superficie de mi cuerpo y de mi conciencia, a punto de explotar. Mi vientre se ahuecaba por la fuerza de mi respiración, y mis brazos temblaban por sostenerme. Pero no podía parar. Tenía que mirar. 103 —Mmm —tarareó y succionó mi clítoris en su boca, haciendo que mi espalda se arqueara de verdad, casi obligando a mis ojos a cerrarse mientras el placer me golpeaba—. Tenía razón. Tu coño es mucho más dulce de lo que podría imaginar. —Volvió a bajar y rodeó mi agujero, presionando ligeramente el grueso músculo antes de retirarse y volver a mi clítoris—. Es adictivo. Nunca tendré suficiente. — Chupó mi abertura y gemí—. Necesitaré tener mi cara enterrada entre estos bonitos y pálidos muslos todas las putas noches sólo para conseguir mi fix. Oh, Dios. Iba a explotar sólo con sus palabras. —¿Quién está lamiendo este pequeño coño? Mi mente estaba en una nebulosa mientras dejaba que sus palabras se filtraran. —¿Quién es el único que te besará aquí? —Enfatizó esa única palabra haciendo precisamente eso, un suave y casi dulce beso contra mi clítoris— ¿Quién es el único hombre que sabrá lo dulce que es tu coño? Me dolían las manos de lo fuerte que tiraba de la colcha. No podía pronunciar palabras mientras lo miraba lamiéndome, una y otra vez, hasta que me perdí en la visión de cómo hacía esas cosas carnales en mi cuerpo. Este era el mejor tipo de tormento. —Dime, moy svet. —Esas tres palabras fueron una exigencia justo antes que succionara mi clítoris en su boca y diera un fuerte tirón que me llevó al límite. —Tú, Arlo. Sólo tú —grité mientras me corría. —Joder, sí. —Sus palabras se agitaron contra mi cuerpo mientras chupaba y lamía, mordía y acariciaba. Gemí cuando sentí que me acariciaba un dedo a lo largo del agujero de mi coño, mi cuerpo se tensó cuando lo deslizó suavemente dentro de mí—. Tan jodidamente apretado. —Parecía que apretaba esas palabras con los dientes apretados. Volvió a chuparme el clítoris mientras metía y sacaba su dedo lentamente. Y cuando añadió un segundo, el estiramiento y el ardor, la incomodidad de tener algo dentro de mí por primera vez aumentaron mi lujuria. Incliné la espalda, con los pechos sobresaliendo, los pezones apretados y doloridos. Enterré mis manos en su pelo corto y oscuro y tiré de los mechones con tanta fuerza como él tiró de los míos. Tenía en la punta de la lengua decirle que era mi primera vez... para cualquier cosa, pero estaba tan perdida en el momento que todo pensamiento consciente desapareció. Salió de mi cabeza como si nunca hubiera tenido un lugar allí. Me corrí de nuevo, mis brazos cedieron mientras caía de espaldas en la cama, mis manos se soltaron de su pelo, mi respiración se entrecortaba. Dejé que el placer me inundara hasta que estuve demasiado agotada para moverme, y mucho menos para pedirle a Arlo que me abrazara. —Mírame —dijo en voz baja, profundamente. Me obligué a abrir los ojos y levanté la cabeza para ver cómo sacaba sus dedos de mí, mi excitación brillando en sus dedos. Los extendió por el interior de mis muslos, y el calor de los jugos de mi coño se refrescó casi instantáneamente a lo 104 largo de mi carne. Se inclinó y arrastró su lengua a lo largo de toda esa crema, lamiéndola como si estuviera hambriento de ella. Se echó hacia atrás, se aseguró que mis bragas estuvieran en su sitio, me ajustó la camiseta para que estuviera cubierta y luego me atrajo hacia sus brazos. Mi pecho estaba justo sobre el suyo, y el sonido de su corazón latiendo frenéticamente me hizo sonreír. Podía actuar exteriormente como si estuviera bien, controlado, pero no podía ocultar esto. Me acerqué y sentí lo duro que estaba. Me aparté y lancé la cabeza en su dirección. —¿Y tú? —Me tocó un lado de la cara y su pulgar me acarició la mejilla. Arlo no dijo nada durante largos segundos, y cuando se inclinó hacia abajo y me besó lenta y suavemente, me derretí en él, saboreándome en sus labios y su lengua. —Esto no es por mí. No hice esto para que me correspondas. —Me besó en la frente y susurró—: Además, comerme ese dulce coño me produce más placer del que nunca sabrás. Me estremecí, y él apretó su agarre y me acercó más a él. —Eres mía, Galina. —Sus palabras sonaron finalmente—. Ya ub'yu lyubogo, kto popytayetsya zabrat' tebya u menya. —Eso ya lo dijiste antes. ¿Qué significa? Permaneció en silencio durante largos momentos, y pude imaginar que intentaba pensar en una mentira, pero lo que pronunció me dijo que era la verdad absoluta. —Significa... que mataré a cualquiera que intente apartarte de mí. 105 18 Galina A la mañana siguiente me encontré sola en la cama, con las sábanas por encima, el otro lado de la cama frío, diciéndome que probablemente Arlo se fue en cuanto me dormí. No quería que eso me molestara tanto como lo hizo, pero lo que compartimos anoche, lo que me hizo y lo que dijo, me hizo sentirme aún más conectada a Arlo que antes. Me preparé para el día. Nuestra rutina matutina era la misma, con un bollo y una taza de café, pero noté que la mirada de Arlo sobre mí era aún más intensa que antes. No podía dejar de pensar en sus manos y sus labios sobre mí... en lo que hizo entre mis piernas, en su boca chupando y lamiendo como si estuviera tan hambriento de mí que nunca tendría suficiente. Me pregunté si él pensó lo mismo. Y mientras estaba de pie a unos metros de él en el ring de boxeo, con el corazón retumbando y el sudor cubriéndome la sien, mi reacción física no tenía nada que ver con lo que estábamos a punto de hacer y sí con el lugar al que llegó mi mente. Estaba muy excitada, y él ni siquiera me tocó hoy. —No estás concentrada esta mañana —retumbó en voz baja, con la misma expresión de máscara estoica que hacía imposible ver en qué podía estar pensando. —Estoy bien. —Mentira. Menuda mentira. 106 Sonrió y se acercó un paso más, y mi corazón se me aceleró en la garganta. —¿Así es? —Asentí con la cabeza pero no confié en mi voz. Su sonrisa se desvaneció—. No me gustan las mentiras, Galina. Y los hombres adultos saben que sólo deben decirme la verdad. Di un paso atrás mientras él avanzaba. —¿Sí? —Esa única palabra fue un chillido de mi parte—. ¿Y si mienten? —¿Por qué estaba jugando con el fuego? Me iba a quemar mucho. Las cuerdas detuvieron mi retirada y me agarré a ellas por detrás, enroscando los dedos sobre su grosor, rezando para que no me cayera al suelo. Se detuvo a medio metro de mí, con sus ojos recorriendo mi cuerpo. Se me cortó la respiración porque estaba segura que ahora podía leer su expresión. Arlo se acercó aún más hasta que sentí el calor de su cuerpo penetrar en mí. Saqué los pechos y su mirada bajó para observar mi pecho. Levantó una mano y se la pasó por la boca, el sonido de la palma de la mano rozando su barba incipiente me excitó. —¿Quieres la verdad? —Había un desafío en sus palabras, y asentí—. Si quieres la verdad de mí, espero lo mismo de ti. —Se acercó como un depredador y las cuerdas se clavaron aún más en mi espalda. Ese dolor aumentó mi placer y me recordó la noche anterior y lo bien que se sintió el orgasmo cuando esa agonía y el éxtasis me golpearon. Extendió la mano y enroscó sus grandes dedos alrededor de las cuerdas justo al lado de las mías, rozando nuestra piel peligrosamente. Apreté los muslos mientras un dolor palpitante se instalaba en mi interior—. Lo que digo podría asustarte. — Su mirada estaba puesta en mi boca, y yo quería besarlo desesperadamente. —Ya me asusté bastantes veces en mi vida, y ninguna de ellas fue cuando estaba contigo. Juré que vi un gesto de sorpresa en su cara antes que desapareciera. Se inc linó y apoyó su frente contra la mía, y por un segundo ambos respiramos el mismo aire. —Yo mato, Galina. —Sus palabras eran bajas—. Mato a los hombres que me mienten. —Retrocedió un paso, tal vez asumiendo que después de pronunciar las palabras, yo le cerraría el paso. Que levantaría un muro entre nosotros de miedo y odio. —¿Son hombres malos? —susurré. —Sí. Son iguales a mí. Tragué saliva, teniendo de nuevo la sensación que Arlo decía esas cosas para hacerse pasar por un villano, y aunque nunca lo vería como un héroe, el caballero que llega montado en un corcel blanco y salva el día, también sabía que el hombre que estaba frente a mí me salvó simplemente porque no quería que me dañaran. Y seguía protegiéndome. Di un paso hacia él y puse mis manos en su pecho. Me quedé mirando donde lo toqué, queriendo ser sincera por primera vez en mi vida, queriendo confiar en alguien. Y aunque no hacía mucho tiempo que conocía a Arlo, un paso de tiempo si 107 era realista, podía decir sinceramente que nunca me sentí tan segura con nadie más. —Solía vivir en Las Vegas —dije finalmente, sin encontrar su mirada, sólo mirando mis manos, porque sabía que si le miraba a la cara, perdería el valor para contarle algo de esto—. Nunca tuve un hogar estable. Mi padre tenía problemas con las drogas y el juego, uno tan grave que se metió en problemas con algunos hombres bastante peligrosos. —Resoplé internamente ante ese pensamiento. Henry parecía tan inofensivo comparado con Arlo—. Hace un par de meses —dije, más suave esta vez, y sentí que Arlo se tensaba bajo mis manos— me sacaron de la cama en medio de la noche y me llevaron con este hombre al que mi padre le debía. —Me lamí mis labios, odiando que cualquier tipo de debilidad o miedo saliera a través de mi voz, pero me hizo retroceder a esa noche. Arlo levantó sus manos y las colocó sobre las mías, sin apartarlas de su pecho, simplemente abrazándome. Me estaba dando un apoyo silencioso para continuar, me di cuenta. —Mi padre, el pedazo de mierda que era, me entregó a este hombre a cambio de saldar su deuda. —El oscuro sonido que salió de Arlo me hizo apretar los ojos con fuerza. No quería su compasión ni su ira. Sólo quería empezar de nuevo. Quería escapar de eso—. Mi padre renunció a mi virginidad para hacer borrón y cuenta nueva. El aire se movió a nuestro alrededor, tenso, mientras Arlo dejaba que esas palabras calaran realmente. Entonces levanté la vista hacia él, y la expresión tormentosa y violenta de su rostro casi me hizo dar un paso atrás. Pero sabía que nunca me dañaría. Lo sabía por la forma en que seguía manteniendo mis manos pegadas a su pecho, con sus pulgares acariciándolos de forma suave y tranquilizadora. No iba a entrar en todas las cosas repugnantes que Leo me habría hecho antes de venderme a otros enfermos. —Pero pude escapar cuando volvimos a mi apartamento. Y entonces corrí... corrí a Desolation y me convertí en alguien nuevo. —Exhalé—. No sé si alguna vez estaré a salvo, no cuando no veo que mi padre o su deudor me dejen ir . —Miré a los ojos de Arlo—. Y esa es una de las razones por las que te lo cuento, porque quiero que entiendas que mi vida viene con mucho equipaje, y lo último que quiero es que tengas que lidiar con más mierda de la que ya está pasando. Arlo me cogió la mejilla y se quedó mirándome durante lar gos segundos. Se inclinó y me besó la frente. Cerré los ojos y me hundí en su abrazo. —Lo siento. Sentí que mis cejas se fruncían. —¿Por qué lo sientes? No hiciste nada malo. Me besó de nuevo antes de atraerme hacia la dureza de su pecho. Apoyé mi mejilla contra su corazón y escuché su constante latido mientras él pasaba su mano por mi espalda. —Siento que experimentaras la oscuridad de lo que ofrece este mundo. Ojalá nunca tuvieras que formar parte de eso. —Había tanta sinceridad en sus palabras 108 que sentí el pinchazo de lágrimas no derramadas en mis ojos—. Nadie te hará nunca daño. Nunca lo permitiría, moy svet. Le creí. Que Dios me ayude, pero le creí. Por eso dije algo sobre mi pasado. —¿Qué significa eso? Te oí llamarme así varias veces. Por favor, no me digas que significa que soy demasiado problemática. —Intenté un enfoque burlón después de un tema tan pesado porque no quería hablar más del pasado de mierda. Deseaba poder arrancarlo todo de mi mundo y no tener que preocuparme nunca de nada más que de disfrutar de esta única vida que tenía. Arlo permaneció en silencio durante tanto tiempo que me pregunté si alguna vez respondería. Pero entonces me cogió la cara y se inclinó para besarme casi con dulzura en los labios. —Significa 'mi luz'. Eso es lo que eres para mí, Galina. Eres mi luz en toda la oscuridad que me rodea. 109 19 Galina Después de confiar en Arlo esta mañana, el resto del día estuvo lleno de esta extraña energía. Nos ejercitamos con más entrenamiento de defensa personal, pero la energía se apagó. Arlo parecía tenso, un poco distante, y estaba claro que tenía algo grande en mente. No quería pensar que se trataba de lo que le dije. No quería obsesionarme y preocuparme que lo alejé con lo que me seguía, sin importar lo que dijera o los cariños que me llamara. Me llevó a su apartamento cuando terminamos de entrenar, donde me dijo que me relajara hasta la cena, pero que tenía asuntos que atender y que volvería más tarde. Se marchó dándome otro beso en la frente antes de dejarme de pie en el vestíbulo, mirando una puerta cerrada y con la horrible sensación de aleja r al primer hombre del que me enamoré. Y me... enamoré de él. Ahora miraba por la ventanilla de su Mercedes, la noche cayó hace una hora, mi preocupación seguía en primer plano. Lo miré, pero de nuevo era difícil de leer. Se cerró ante mí, levantó ese muro que era demasiado sólido para que yo lo atravesara. Una parte de mí quería cancelar esta noche, porque el vínculo que sentía que empezamos a compartir, la intimidad que ansiaba, se me estaba escapando de las manos. El restaurante al que me iba a llevar Arlo estaba a poca distancia de su apartamento y todavía en el corazón del barrio rico de la ciudad. Me alegré que no 110 me llevara a mi lado de Desolation. Se detuvo en la acera, donde un joven vestido de aparcacoches me ayudó a salir del lado del pasajero, y otro hombre con el mismo uniforme ocupó el asiento del conductor antes de apartarse de la acera para aparcar el coche. Arlo me puso una mano cálida y firme en la parte baja de la espalda y me llevó al interior. Sentí ese contacto en todo mi cuerpo y miré hacia abajo para asegurarme que mi excitación no me delataba a través de la ropa en forma de pezones duros. Afortunadamente, por el momento estaba a salvo. Arlo me dijo que me pusiera algo más formal para esta noche, así que elegí uno de los vestidos que me consiguió. Era un vestido negro, grueso, de punto acanalado y manga larga que me llegaba a las rodillas. La chaqueta de lana gris que estaba entre las prendas que él compró para mí, y las medias oscuras que cubrían mis piernas me protegían del aire gélido y casi invernal de Nueva York. El Vasyli's parecía uno de los muchos rascacielos de esta parte de la ciudad, pero el ladrillo y el aire artístico eran muy rusos. La representación de la catedral grabada en las enormes puertas dobles rojas era tan detallada que se n otaba que quien la creo puso su corazón y su alma en ella. Las ventanas rectangulares se encontraban a intervalos uniformes a lo largo de la fachada del edificio, con hierro forjado dorado que cubría la mayor parte de los cristales para que no se pudiera ver el interior. Pero el trabajo metálico era tan delicado y bello que era casi más bonito de ver que el propio cielo abierto. Arlo me abrió la puerta y entré; el calor del restaurante y las vistas y los olores me bombardearon de la mejor manera. La música tradicional rusa sonaba suavemente en el techo, y el aroma de la comida salada y dulce me llenaba la nariz cada vez que inhalaba. Un señor mayor se acercó, con una gran sonrisa que añadía aún más arrugas a su rostro. Parecía más un abuelo que otra cosa, sobre todo con su gruesa chaqueta de punto sobre su camisa blanca abotonada. Tenía la cabeza llena de pelo blanco y sus ojos eran tan azules y claros que casi parecían transparentes. El hombre mayor y Arlo empezaron a hablar en ruso, pero nunca me sentí excluida aunque no pudiera entenderles, no con la mano de Arlo todavía apoyada en la parte baja de mi espalda, su cuerpo apretado contra el mío. Después de un largo momento, el hombre mayor se volvió hacia mí y se presentó como Akim, dándome la bienvenida a su restaurante. Mantuvo una distancia respetuosa, y me pregunté si sería por la forma en que su mirada bajó hasta donde la mano de Arlo descansaba posesivamente alrededor de mi cintura. Nos condujeron por el restaurante y observé las vibrantes cabinas rojas que había a ambos lados. Una fila de mesas cuadradas de cuatro plazas se alineaba en el centro de la sala y entre las cabinas. Sólo había unas pocas personas cenando, y supuse que la razón era el retraso y que ya pasó la hora normal de la cena. Pero me gustó que fuera más íntimo. No creo que me sintiera tan cómoda si el restaurante estuviera lleno. Me quedé paralizada por la decoración, por la temática rusa, muy tradicional y culturalmente estética. Un águila imperial rusa dorada estaba en el centro de la pared, con colores vibrantes que salpicaban las alas y se extendían por la pared. 111 Una lámpara de araña roja y dorada colgaba del techo y proyectaba un suave resplandor ambiental en el interior. Nos condujeron a un reservado del fondo y, una vez en la mesa, el señor mayor me preguntó con voz muy acentuada si quería que me llevara el abrigo. Una vez que estuvo colgado en la pared junto a nosotros, me senté en el reservado frente a Arlo. Me sentía nerviosa por esta cita para cenar, o tal vez no era por la cita en sí, sino por todo lo que le confesé esta mañana y por el hecho que estuvo actuando de forma extraña todo el día. No me di cuenta que estuve tan tensa, pero el hecho que se tratara de una cita me hacía sentir ansiosa incluso cuando no debería, especialmente teniendo en cuenta todas las cosas que Arlo y yo hicimos la noche anterior y las cosas personales que compartí con él. Pero, por alguna razón, esta noche se sentía más íntima que cuando tenía su cara enterrada entre mis muslos. Fue ese pensamiento, y el recuerdo que le siguió, lo que provocó una oleada de todos los sentimientos que él evocaba dentro de mí, que a su vez hicieron que mi cuerpo se calentara. Miré a Arlo y vi cómo sus ojos se entrecerraban, como si supiera exactamente a dónde fue mi mente. Por otra parte, mi cuerpo me traicionaba y me hacía sentir en todo momento. Y entonces el tiempo transcurrió con tanta fluidez, con tanta facilidad, que me dejé caer en el mero disfrute. Las horas pasaron mientras comíamos todas las comidas rusas y hablábamos de todas las cosas maravillosas. No pedimos menús en el sentido tradicional, sino que el chef creó platos para nosotros, y todo lo que probé era delicioso y totalmente nuevo para mí. Probé las sabrosas albóndigas rusas, pelmeni. También había sopa de remolacha. Me gustó especialmente el pirozhki, que era un pan horneado con carne, champiñones, arroz y cebollas. Todo esto se comía entre sorbos de vodka y una increíble conversación con la única persona que me hizo sentir cómoda. Me olvidé de todas las rarezas que surgieron de Arlo durante todo el día. Me olvidé de todos mis problemas y la mierda que me seguía de cerca... las cosas de las que huía. Todo se sentía tan... normal. Para cuando tomamos los postres, sí, en plural, estaba saciada y llena y no creía sonreír nunca tanto. Me dolían las mejillas y tenía la cara caliente por el vodka y la sonrisa. Miré a mi alrededor y me di cuenta que estuvimos aquí tanto tiempo, perdidos en el disfrute de la compañía del otro, que el r estaurante se vació. Lo que significaba que éramos literalmente Arlo y yo. Me recosté en el reservado y me quedé mirándolo, sintiendo que el corazón se me agitaba de forma extraña en el pecho. Podría culpar al alcohol por el calor que había en mí, o por la forma en que no podía dejar de sonrojarse y sonreír. Pero esa no era la verdad. Me estaba enamorando de mi ruso, y no quería parar, ni siquiera si el suelo se precipitaba para saludarme dolorosamente. Ni aunque me matara al final. —Esta noche fue maravillosa. Gracias. —Su sonrisa era lenta y muy satisfecha — . Nunca lo pasé tan bien. —Era la triste verdad, pero una que poseía. 112 —Tendré que asegurarme que experimentes tantos momentos maravillosos que te quiten todos los malos. Se me hizo un nudo en la garganta por las emociones que no debía pensar demasiado. No sabía qué decir, pero aunque encontrara palabras para transmitir lo que me hacía sentir, el sonido de la puerta principal abriéndose y la ráfaga de aire frío entrando en el restaurante que se dirigía a nuestra mesa me habrían cortado. Miré perezosamente hacia ella, preguntándome quién vendría a comer tan tarde. Tenía que ser ya medianoche. El corazón se me atascó en la garganta y me enderecé, sintiendo que Arlo prestaba toda su atención a mi repentino cambio de comportamiento. Lo miré y vi que esa dureza aparecía en sus ojos cuando miraba a quien acababa de entrar. Leonid. Tenía dos mujeres apenas legales a su lado, y cuando se fijó en nosotros, mi respiración se volvió superficial. Era el temor familiar que sentía cuando sabía que estaba en compañía de alguien verdaderamente malvado. Sus ojos fríos y muertos se deslizaron hacia mí, y sonrió lentamente. Apenas tuve interacción con este hombre, sólo la pequeña “entrevista” que hicimos antes de ser camarera en su bar. Pero al mirar el rostro del mal mismo, supe sin duda que Arlo tuvo razón. Este hombre era malo y oscuro hasta el alma, y haría cualquier cosa para salirse con la suya. Los siguientes minutos sucedieron a cámara lenta. Pude ver cómo todo el cuerpo de Arlo se puso tenso cuando Leonid pasó por delante de nuestra mesa, pero su expresión era sorprendentemente estoica, como si estuviera enmascarando sus verdaderos sentimientos aunque su cuerpo reaccionara por sí mismo. Leonid sólo miró a Arlo un momento antes de volver a centrarse en mí. No me perdí cómo rodeó con sus manos la cintura de las mujeres con más fuerza, tan fuerte que no me perdí los leves gestos de dolor que cubrían sus rostros perfectamente maquillados. La forma en que recorría su mirada por mi cuerpo me hacía sentir sucia, como si me derramara un barril de aceite encima y nunca me lo fuera a quitar. Me picaba la piel, me punzaba, y las ganas de rascarme, de desgarrarme, eran demasiado fuertes para ignorarlas. Y justo antes de perderse de vista, me guiñó un ojo como si fuera una promesa de lo que estaba por venir. —Creo que quiero irme ya —dije en voz baja en cuanto volvimos a estar solos. Arlo no dijo nada mientras pagaba la cuenta y me ayudaba a ponerme el abrigo antes de llevarme fuera. Su gran palma era cálida y firme contra la parte baja de mi espalda. Una vez sentada en el asiento del copiloto, se puso en cuclillas, sorprendiéndome. Su mano en mi muslo era caliente y pesada, y me dio la sensación de estar a salvo. Porque sabía que esas manos mataron a muchos. —¿Te ganas la vida matando gente? —susurré las palabras, sin saber por qué le preguntaba eso aquí y ahora. Pero salieron de mí como una herida que se abre y se desangra. 113 Arlo no habló durante tanto tiempo que temí arruinar la noche, que nunca respondiera. Las cosas fueron tan mal hoy después de confiar en él; luego se sintieron bien de nuevo durante la cena, como si lo que estuvo pensando se hubiera alejado y fuera capaz de relajarse. —Creo que ya sabes la respuesta a eso —fue su respuesta. Asentí lentamente. Sí, sabía la respuesta, y no me hizo sentir miedo, no me hizo mirarlo de otra manera. —Y matarás a alguien que quiera hacerme daño. —No lo formulé como una pregunta porque sabía que mató al borracho por mí, para mantenerme a salvo, para asegurarse que no volviera a ocurrir. Así que ya sabía la respuesta, pero quería verificarlo, que me lo dijera de nuevo... que me demostrara que era tan retorcido como él, porque quería esa confirmación. Me acarició la mejilla con tanta suavidad, con tanta delicadeza, que iba en contra de lo que era, de lo que yo veía que era por fuera. Una parte de mí sabía que este hombre era bueno, no de forma inherente, no hasta su alma, y sin embargo era amable conmigo, incluso amable. Me trató mejor de lo que nadie lo hizo nunca. —Nunca dejaré que nadie te haga daño de nuevo. —De un lado a otro, su pulgar en mi mejilla me arrullaba. Nos quedamos allí durante mucho tiempo, con esa extraña y confortable sensación que me llenaba. Era como si este fuera el lugar donde siempre estuve destinada a estar. —Olvidé algo dentro. Vuelvo enseguida. —Su voz sonaba demasiado baja y tranquila... demasiado contenida. Me dio las llaves del auto—. Arranca y mantente caliente. Mantén las puertas cerradas, aunque nadie te molestará. —Lo dijo con tanta seguridad y convicción que no pude evitar creerle. Me miró durante un largo segundo y luego alargó la mano para acariciar mi cara. Instintivamente me incliné hacia su contacto y dejé que mis ojos se cerraran. —Todo irá bien. —Abrí los ojos, sin saber a qué se refería, porque había muchas cosas que no estaban bien—. Me aseguraré de ello. —Su mirada era dura—. ¿Me crees? Estaba asintiendo antes de darme cuenta que lo hice. Mi cuerpo ya sabía sin duda que la palabra de este hombre era cierta. Se inclinó hacia mí y me besó apasionadamente, plenamente. Me arruinó en el mejor de los sentidos. Y cuando rompió el beso y se puso de pie, cerrando la puerta y mirando a través del cristal tintado como si viera directamente en mi alma, lo supe todo con tanta claridad que me quedé sin aliento. Siempre estaría a salvo con él, y eso debería aterrarme, porque sólo significaba que Arlo era aún más peligroso que los monstruos que me perseguían. 114 20 Arlo No eliminé a Leonid momentos antes, ya que estuve demasiado cerca de Galina, y la miró como si la estuviera desnudando con sus ojos, me quitó hasta el último gramo de mi maldita fuerza de voluntad. No quería dejarla en el auto, aunque sabía que estaba a salvo. Nadie se metería con ella en esta parte de la ciudad. Nadie se atrevería a mirar en su dirección, sabiendo que estaba conmigo. Esta parte de Desolation era territorio de la Bratva. Lo que significaba que el crimen que no tenía que ver con los rusos era casi nulo. Volví a entrar en Vasyli's y vi a Akim hablando en voz baja con el camarero. Akim miró por encima de su hombro para ver quién entró, y al ver mi mirada, la orden silenciosa que le di, asintió lentamente y se dirigió a las puertas delanteras, deslizando la cerradura e inclinando la barbilla hacia el fondo, indicando al camarero que era hora de irse. Aunque él no sabía por qué estaba aquí, le dejé mi expresión jodidamente clara. La mierda iba a caer, y si no quería estar en el punto de mira, era el momento de desaparecer. Después de reunirme con Dmitry y Nikolai en Carnicería e Hijo y escuchar completamente su plan en lo que respecta a su padre, no necesite pensar en lo que había que hacer. No había elección en el asunto. Planeé eliminar a Leonid incluso antes de hablar con sus hijos. El cómo no fue planeado todavía. 115 Había que eliminar a Leonid para mantener a Galina a salvo. Me importaba un carajo la lucha interna por el poder de la familia Petrov o lo que estuvieran haciendo entre bastidores con los italianos. Mi única preocupación era asegurarme que la mujer que era mía, a la que protegería con mi vida, nunca se pusiera en peligro. Especialmente por mi culpa. Dmitry me dijo que su padre venía a Vasyli's todas las semanas a la misma hora y que siempre tomaba el salón trasero privado para comer. Después de la comida , y de un par de actos sexuales forzados con las mujeres que traía consigo, volvía a su apartamento, que estaba fuertemente vigilado y tenía demasiados testigos, y les hacía cosas indecibles a las mujeres hasta que a la mañana siguiente volvían cojeando a casa, magulladas y doloridas y desamparadas de un modo que nunca imaginaron. Pero aquí, en casa de Vasyli, estaba sin vigilancia, demasiado arrogante al sentirse seguro en esta parte de la ciudad. Y eso era cierto en su mayor parte. Pero no esta noche. No quise que Galina se acercara a Leonid, porque eso aumentaría aún más mi rabia. Odiaba tenerla cerca de él, pero esta era la ruta más rápida y conveniente para acabar con esta mierda de Leonid. No quería esperar, y tampoco Dmitry o Nikolai. Esperar sólo haría que el riesgo que Leonid lo descubriera fuera aún mayor... si es que no lo sabía ya. No hay mucho que se le escape al sádico bastardo. Al pensar en derribar a Leonid, sentí que me llenaba de satisfacción. Me aseguraría que fuera el asesinato más sangriento y brutal posible. No se merecía menos. Mi ira creció tan rápido y tan alto que me ahogaba. El recuerdo de Leonid mirándola, el fuego en sus ojos mientras pensaba sin duda en todas las formas en las que rompería a Galina, me hizo encoger las manos con fuerza. Recordé la forma en que me confió la verdad de su pasado: una que yo manejaría por ella, lo quisiera o no, una que sacaría una vez que todo estuviera dicho y hecho. Perseguiría a los hijos de puta que pensaron en degradarla y herirla. Les haría llorar y suplicar la muerte antes de darles el golpe final. Me aseguraría que Galina nunca más tuviera que vivir con miedo. El camarero se esfumó como si se hubiera encendido un fuego bajo su culo. Akim también desapareció. El pesado peso del silencio era ahora lo único que dejaba pasar por mi conciencia. Tenía varias armas atadas a mi cuerpo, todas ocultas pero fácilmente accesibles. Pero no era eso lo que iba a utilizar esta noche. Esta noche, y sólo para Leonid, reservada para los cabrones que me perjudicaron personalmente, o en este caso, la única cosa importante en mi vida a la que perjudicaron y amenazaron, Galina, usaría mis putas manos. Haría esto íntimo. Quería ver, sentir, la sangre salir del cuerpo de Leonid mientras me miraba a los ojos. Quería que mi cara fuera lo último que viera antes de tomar su último aliento. Sólo pensar en ello me dio una erección. Pude oír algunos susurros elevados procedentes de la cocina, el ruido de las ollas y sartenes antes que el silencio total me rodeara de nuevo. Me dirigí hacia la parte de atrás, donde se encontraba el salón privado, con el corazón latiendo de 116 forma constante y tranquila en mi pecho, la sed de sangre rodeándome como la caricia de un amante. La puerta tras la que estaba Leonid estaba cerrada, y me detuve frente a ella, oyendo el sonido de un suave llanto femenino al otro lado, seguido del inconfundible ruido de los cubiertos golpeando un plato. Sabía la mierda enfermiza que le gustaba a Leonid, cómo se ponía con las lágrimas de una mujer. Desenvainé uno de mis cuchillos y enrosqué los dedos con fuerza alrededor de la empuñadura, el peso era considerable, la hoja estaba lo suficientemente afilada como para atravesar la carne sin problemas. Con la otra mano, alcancé el picaporte de la puerta y la abrí silenciosamente, las bisagras engrasadas, todo tan silencioso aún aparte de los ruidos sin obstáculos que ahora provenían de la habitación. El interior tenía la misma disposición que el restaurante principal, con la estética rusa, pero sólo había una mesa cubierta de lino blanco en el centro, con platos llenos de diferentes productos. Nadie oyó abrir la puerta, no con el sonido de una mujer llorando y la otra haciendo los inconfundibles sonidos de dar una mamada. Leonid se sentó de cara a la puerta, sin dar la espalda y siendo vulnerable. Tenía la cabeza inclinada hacia el techo, los ojos cerrados y una mano enredada en el pelo de la mujer que le hacía la mamada. Su agarre era tan fuerte en los mechones que sus nudillos estaban blancos, y no cabía duda que la mujer debía sentir ese dolor por toda la columna vertebral. Volví mi atención a la otra mujer, que estaba sentada en el otro extremo de la mesa, con los ojos muy abiertos clavados en mí, la cara llena de lágrimas y un moratón que ya le marcaba la mejilla. La sangre salió de su nariz y no se molestó en limpiarla, un rastro carmesí, una imagen del tipo de placer que Leonid recibía. —Sosi eto, gryaznaya shlyukha. —Chúpala, sucia puta. Para enfatizar lo que quería, levantó sus caderas con la suficiente fuerza como para que la chica se amordazara, arañando sus muslos. Ella se apartó lo suficiente como para aspir ar una bocanada de aire antes de volver a chuparle la polla. Leonid abrió los ojos y enderezó la cabeza, y nuestras miradas se cruzaron. No se sorprendió de verme aquí; eso quedó claro por la falta de emoción en su rostro, pero de nuevo, eso era lo que yo quería. No lo mataría sin saberlo. Quería que supiera que su vida terminaba esta noche. Eso me daría aún más placer. Sonrió lentamente y apartó a la mujer, su pequeño cuerpo se tambaleó antes de enderezarse y apresurarse hacia el otro lado de la habitació n. Se metió la polla en los pantalones y se subió la cremallera, sin dejar de mirarme. En ruso, dijo: —Es una pobre puta que realmente quiero que me chupe la polla. —Alargó la mano y cogió una aceituna, metiéndosela en la boca antes de masticarla y beber un trago de vodka directamente de la botella. Hizo ademán de mirar detrás de mí—. No veo ese dulce pedazo de culo virgen para darme esa visión, pero … —levantó la mano y se golpeó el dedo en la sien— tengo su imagen grabada aquí mismo. Hace que follar con estas putas sea más divertido. 117 Me mantuve tranquilo, no mostré ninguna reacción. No necesitaba no tenía que dejar que mi rabia, que era primordial y tangible en este momento, me controlara. Eso era lo que él quería. Leonid quería que dejara que las emociones no utilizadas me volvieran descuidado. —Ubiraysya14. —Las chicas salieron rápidamente de la habitación, y una vez que estuvimos solos, me acerqué a mi espalda y cerré la puerta con un suave chasquido, sin dejar de concentrarme en él. —¿Quieres acompañarme a tomar una copa? —Cogió la botella de vodka y la inclinó en mi dirección—. Ya que uno de nosotros va a morir esta noche... —No vine a tomar una copa. Dio un largo trago y me observó antes de tragar y dejar la botella en el suelo. —No, no lo hiciste. —Pasó un largo y terso momento de silencio, en el que sentí que las cosas empezaban a intensificarse—. Mis hijos creen que no reconozco la traición cuando puedo olerla como un sabueso persiguiendo a un conejo. Mantuve mi cara sin emoción. —Los pequeños bastardos siempre fueron una decepción. La culpa la tiene la débil puta de su madre. —Su sonrisa era como el destello de los dientes de un tiburón—. Viniste aquí por la chica. —No lo formuló como una pregunta. Se inclinó hacia atrás en su silla, la madera crujiendo por el desplazamiento de su peso —. Sí, viniste aquí por la chica. —Se rio por lo bajo y profundamente, y supe que se me escapo la máscara por la forma en que se rio más fuerte e inclinó la botella de vodka en mi dirección—. No eres de los que comparten, ¿eh? —Se encogió de hombros—. Nunca fui de los que se encariñan. Me gusta mantener mis opciones abiertas, y con tantos coños disponibles, es un mercado de compradores. —Traficar, obligando a las mujeres a follar contigo, o el hecho que tengan demasiado miedo a tu ira como para decir que no, no es un coño dispuesto . —Me acerqué un paso, los pensamientos de Leonid obligando a Galina a hacer cualquier cosa pasaron por mi cabeza con asquerosa y vil claridad. Leonid no habló, sólo mantuvo esa estúpida y jodida sonrisa en su cara. Extendió los brazos, con el traje de tres piezas extendiéndose sobre el pecho. —¿Crees que puedes derribarme? —Se levantó lentamente hasta alcanzar su máxima altura. Su mirada se dirigió al cuchillo que tenía en mis manos—. Mano a mano, ¿eh? —Me quedé completamente quieto y tranquilo. Estaba preparado para esto. Aparté a Galina de mi mente, la sola idea de ella no tenía cabida en lo que estaba a punto de suceder. Sin dejar de mirarme, Leonid empezó a desa brocharse la chaqueta antes de quitársela y colgarla en el respaldo de la silla. Se movió alrededor de la mesa y dio varios pasos hacia mí, deteniéndose cuando estaba a un brazo de distancia. Durante unos largos momentos no hablamos, sólo nos miramos, la a gresión y la testosterona, la asfixiante densidad, llenando el aire. Y entonces atacó como una cobra, con su mano buscando mi cuello. No me cabía duda que planeaba aplastarme la tráquea, arrancármela de cuajo. 14 Váyanse 118 Me agaché y esquivé justo antes que pudiera rodear mi cuello con sus gruesos dedos. Lo empujé con el brazo, intentando clavar la hoja en uno de sus riñones, pero se apartó rápidamente y el cuchillo le rozó la camisa. L o oí sisear y supe que al menos le hizo un corte al hijo de puta. Ambos retrocedimos a trompicones antes que yo cargara hacia delante, chocando mi cuerpo contra el suyo. Aproveché el impulso para empujarlo hacia atrás y contra la mesa. Los platos y las tazas cayeron al suelo, los vasos se rompieron y mis botas crujieron sobre los escombro s. Luchamos por la supremacía, y yo intenté apuñalarle, pero el cabrón era más fuerte de lo que parecía, con los brazos llenos de músculos, así que pudo bloquear cualquier golpe. —Me voy a divertir jodiendo la inocencia de Galina. Sentí que esta bestia se despertaba aún más Leonid decir su nombre completo. No debería hubiera desenterrado información sobre ella, querría cubrir todos los ángulos en lo que a permitiría que fuera de otra manera. dentro de mí cuando escuché a enfurecerme por el hecho que debería saber que el bastardo ella se refiere. Su obsesión no Le golpeé con el codo en un lado de la cara con la suficiente fuerza como para que su cabeza se inclinara hacia atrás y saliera sangre. Aproveché ese momento para apuñalarlo en el costado, su gruñido de dolor hizo que mi sed de sangre aumentara. Justo cuando estaba a punto de subir el cuchillo hasta el corazón del hijo de puta, me clavó su puño en las tripas con tanta fuerza que el aire me abandonó y le dio la oportunidad de empujarme un paso atrás. —Podrías ser mi mejor soldado, podrías ser mi mano derecha —rugió mientras cargaba hacia delante, pero yo me tensé, esperando absorber el golpe, con los dedos crispados sobre el mango que estaba cubierto de su sangre —. Qué maldito desperdicio. —Su rostro se retorció de rabia, y yo sonreí lentamente, dejándole ver el placer y la oscuridad que me consumían. Por eso me quería como arma para la Bratva... porque sabía que mataría cualquier cosa que se interpusiera en mi camino, y ahora, eso era él. Justo antes que me embistiera con el hombro, me giré y levanté la rodilla, conectando con su costado y girando para rodear su cuello con mi brazo. Lo empujé hacia delante con tanta fuerza que cuando se estrelló contra la pared, un cuadro se agitó y luego cayó al suelo. —No volverás a hacer daño a otra mujer —grité, con mi boca junto a su oreja. Él echó la cabeza hacia atrás y su cráneo chocó con mi mejilla. El fuego me recorrió el costado de la cara, pero no le di importancia. El dolor era jodidamente bueno. Se echó hacia atrás y pudo girar, pero le di una patada en la rodilla que le hizo aullar de dolor antes de caer al suelo. Al segundo siguiente estaba sobre él, con una mano alrededor de su cuello y la otra sosteniendo mi cuchillo. Sonreí aún más mientras le daba un codazo en la cabeza. Vi cómo sus ojos se nublaban por el dolor y la desorientación, y aproveché ese momento para inclinarme para que nuestras caras estuvieran lo suficientemente cerca como para darle un beso de muerte antes de terminar con esto. —Galina es mía, y acabaré con todo lo que intente arrebatármela. —Mostré los dientes en lo que sabía que era una muestra aterradora del demonio que había en 119 mí—. Eso incluye a ti, maldito enfermo. Voy a conseguir que te abran la garganta de oreja a oreja. —Luchó, pero el golpe en la cabeza seguía presente, la mirada brillante en sus ojos. La sangre goteaba de una de sus orejas, pero el cabrón tenía los cojones de seguir sonriendo, con el rojo cubriendo sus dientes. —Me la habría follado hasta dejarla hecha polvo. Llevé mi cuchillo al punto blando justo debajo de su oreja y lo arrastré lenta y profundamente por todo el camino hasta que llegué a su otra oreja, su piel se abrió como una cinta que es arrancada de un regalo. La sangre me salpicó el pecho y me cubrió las manos, y las gotas me salpicaron el cuello. Me coloqué a horcajadas sobre su cintura y lo miré fijamente, directamente a los ojos, observando cómo la vida se desvanecía mientras luchaba. Llevaba las manos a la garganta como si pudiera sellar la herida, como si eso frenara la sangre y lo salvara. Mantuve la sonrisa en su sitio, porque aunque Leonid sabía que se estaba muriendo, aunque tratara de usar sus últimas fuerzas para empujarme, todo por lo que trabajó ya no era nada. —Tu legado termina aquí y ahora, Leonid. Tus hijos se moverán en la dirección opuesta a la que tú querías. —Me acerqué para que su sangre fuera lo único que oliera, ese aroma metálico que llenaba mi nariz y hacía que la adrenalina me recorriera—. ¿Sabías que están formando una alianza con la Cosa Nostra? —Los ojos de Leonid se abrieron de par en par, y luchó débilmente contra la noticia —. Sí, parece que Nikolai se va a casar con una italiana para unir a las dos familias . —Me reí por lo bajo ante la expresión de la cara cenicienta de Leonid—. Seguro que eso te despelleja vivo, ¿verdad? Sus ojos se entrecerraron en un último arrebato de agresividad, y gruñó en un siseo apenas audible: —Joder. Tú. Me reí con fuerza y le toqué un lado de la cara antes de decir: —No. Parece que eres tú el que está siendo jodido. Empezó a jadear, abriendo y cerrando la boca, y el flujo de sangre del cuello se hizo más lento. Y entonces miró algo por encima de mi hombro justo cuando todo lo que solía ser Leonid Petrov se desvanecía. Me quedé donde estaba mientras lo miraba fijamente, la pesadez de mi pecho se disipó ligeramente al saber que Galina estaba a salvo de ese cabrón. Me puse en pie y retrocedí unos pasos, y sin dejar de mirar al cabrón muerto, cogí mi teléfono del bolsillo y marqué el número que se encargaría del resto de esto. En cuanto oí la profunda voz al otro lado, dije: —Necesito reservar un billete de viaje para uno. Sí, necesito ayuda con el equipaje extra. —Me quedé mirando la forma ahora sin vida de Leonid mientras ponía en marcha la limpieza. Una vez que todo estuvo listo y mi teléfono volvió a estar en el bolsillo de mi abrigo, me acerqué y tomé una servilleta de lino blanco, frotándola sobre mis manos mientras miraba la tela mientras cambiaba a rojo y rosa. La sangre de mi 120 enemigo se extendía por aquella tira de tela, y su pegajosidad me cubría los dedos y las palmas de las manos. Dejé caer la servilleta mientras salía de la habitación, cerrando la puerta tras de mí. Si las mujeres eran inteligentes, ya se habían ido. Caminé por el pasillo y vi a Akim de pie en la entrada de la cocina. Su mirada se fijó en la sangre que cubría mi ropa y mis manos. Le hice un gesto con la cabeza y él me lo devolvió. Salí del restaurante y me dirigí a Galina. Moy svet. Mi luz. 121 21 Galina Vi la sangre en las manos y la ropa de Arlo, la olí llenando el interior del auto mientras no decía nada y nos llevaba de vuelta a su apartamento. No necesitaba preguntar qué pasó... lo que hizo. Lo sabía. Mató a Leonid. Lo hizo para ponerme a salvo. Arlo no dijo una palabra en todo el viaje de vuelta, y ni una sola sílaba una vez que estuvimos dentro de su ático. Se dirigió directamente a su habitación, y un momento después oí cómo se abría la ducha. Quería ir hacia él, tocarlo, abrazarlo , aunque probablemente no lo quisiera, y demostrarle a Arlo que estaba aquí para él. Pero en lugar de eso me fui a mi habitación y me duché. Todavía podía sentir la mirada aceitosa de Leonid en mi cuerpo, y quería limpiar mi piel hasta que no quedara ningún recuerdo de esta noche. Ahora estaba aquí, sentada en mi cama con las manos entrelazadas en el regazo, las piernas desnudas y la única prenda que llevaba era una camisa que caía hasta medio muslo. Me quedé mirando la puerta parcialmente abierta, después de oír el ruido de la ducha en la habitación de Arlo y de quedarme congelada en este lugar, con miedo a salir y hablar con él, a enfrentarme a él... a consolarlo. Pero entonces me encontré empujando la cama y poniéndome de pie, dirigiéndome al pasillo y a su habitación. 122 La puerta estaba abierta, pero él no estaba allí, la cama hecha, la habitación vacía de vida. Oí un suave sonido procedente del pasillo y caminé descalza hacia la cocina. Me detuve cuando vi la enorme figura de Arlo apoyada en la encimera de granito del desayuno, vistiendo sólo un par de pantalones de chándal oscuros, con el pecho desnudo, tan ancho y grande, tan musculoso y poderoso. Esta noche mató a un hombre con ese cuerpo, con esas manos. Sentí que el corazón se me agitaba en el pecho y caminé hacia él antes de darme cuenta que lo estaba haciendo. No me miró, aunque sabía que era plenamente consciente que estaba avanzando. Se llevó una botella de licor a la boca y dio un largo trago antes de dejarla sobre la encimera, el vaso golpeó el granito con un fuerte ruido metálico. Estaba a unos metros de él y contuve la respiración cuando giró la cabeza, y nuestras miradas chocaron, sostenidas con tanta fuerza que lo sentí en la boca del estómago. —Acércate —dijo en voz tan baja que me pareció una caricia íntima contra mi cuerpo. No había duda en su tono que no debía desobedecer. Pero no me moví. No podía. Algo me retenía, tal vez el miedo a esos sentimientos dentro de mí, tal vez lo desconocido de lo que sucedería a continuación—. Ven aquí. Le obedecí al instante después que esas dos palabras salieran de su boca, un ancla que me envolvía y me ataba a Arlo de una forma que me aseguraba que no volvería a ir a la deriva. Su mano salió disparada tan rápido que no tuve tiempo de reaccionar, de jadear... de correr. Me rodeó la cintura con la mano y me empujó hacia él, luego me hizo girar y me apretó contra el mostrador, con el pecho al ras del frío e implacable granito. La sensación de su cuerpo acercándose al mío, su calor abrasándome desde dentro, era eufórica. El sonido de las palmas de sus manos golpeando el mostrador a ambos lados de mí era fuerte, lo que hacía que me zumbara el oído y que mi cuerpo temblara. Su cálido aliento me hizo cosquillas en la oreja, me estremecí y cerré los ojos. —Deberías correr —gruñó—. Deberías huir tan lejos y tan rápido de mí que pensaras que no habría ninguna posibilidad que te encontrara . —Utilizó su pie para separar mis piernas, y me tambaleé contra el mostrador para es tabilizarme. Entonces emití un sonido, de sorpresa y excitación por su contundencia, por el hecho que estuviera tan claramente desquiciado. —Me encontrarías. —Las palabras eran tan finas, como una brizna de hierba en el viento, una que apenas eres capaz de agarrar mientras se desliza entre tus dedos. Apretó su cuerpo contra el mío, y abrí los ojos al sentir lo duro que estaba, la gruesa vara encajada justo entre las mejillas de mi culo, mi camisa amoldada a mi cuerpo y una barrera para lo que realmente quería. 123 —Así es, carajo, Galina. Te encontraría. —Presionó contra mi culo lentamente, con firmeza, mostrándome lo que estaba trabajando —. No hay ningún lugar en este puto planeta donde puedas esconderte de mí. —Me golpeó tan fuerte contra el culo que me empujó ligeramente hacia delante sobre el granito, con las palmas de las manos sudorosas, resbalando contra la parte superior lisa. No podía recuperar el aliento. Mi coño estaba empapado. Esta contundencia de Arlo, la dominación y la forma en que hablaba como si fuera mi dueño y como si nadie fuera a tenerme más que él, era un fuego entre mis piernas que se extendía hacia fuera y amenazaba con quemar todo el apartamento. —Me pregunto cómo estás de mojada ahora mismo. Me pregunto si deslizo mis manos entre tus piernas, si empaparías mis dedos. No hablé, no pude, así que en su lugar levanté el culo y aplasté las mejillas contra su erección. El material de sus pantalones de chándal y mi camiseta de algodón, y el hecho que no llevara bragas, dejaban poco a mi imaginación sobre lo que lucía entre las piernas, no cuando podía sentir cada centímetro duro, cada cresta definida. Siseó contra mi oreja, empujando la larga caída de mi pelo por encima de un hombro y enroscando los mechones alrededor de su pecho, sacudiendo mi c abeza más hacia un lado, manteniéndome inmóvil. Se inclinó para lamerme el cuello como una especie de criatura que probara su comida. —Debe gustarte jugar con animales salvajes, nena. Debe gustarte el riesgo que te muerdan. Cerré los ojos y gemí, una señal no verbal que quería cualquier cosa que me diera. —Así que dime... dime lo jodidamente húmedo que está tu coño para mi polla. Dime cuánto llora tu cuerpo para que me lo folle. —¿Por qué no lo averiguas? —Dios, realmente quería que me mordieran mientras me burlaba de Arlo, mientras levantaba el culo y lo volvía a bajar, una y otra vez, machacándome contra él como si tuviera alguna idea de qué demonios estaba haciendo. No tenía ni idea de cómo seducir a un hombre, pero la falta de control y contención que podía sentir de Arlo me decía que mi falta de experiencia no importaba. Me deseaba fervientemente. Estaba quieto y tenso detrás de mí, como si mis palabras lo impactaran, tal vez incluso lo hubieran cabreado porque iba en su contra. No me cabe duda que no mucha gente lo hacía, no si valoraba su vida. Pero cuando un profundo sonido de pura lujuria salió de él, supe que gane. Sabía que no me negaría, porque cualquier pensamiento en el que se hubiera perdido antes que yo entrara en la cocina, antes que mi presencia lo arrastrara fuera de la sangre que cubría su visión y su mente, en ese momento era más poderoso que esa voluntad de hierro forjado se desvaneciera. Empujó esa agitación hacia abajo para que el hombre que estaba detrás de mí fuera uno que me cogiera para hacerme saber que los dos estábamos aquí y vivos y nada podía cambiar eso. Porque aunque ambos tuviéramos alguna parte de maldad en nuestras vidas que se enconaba, aquí y ahora, Arlo era mío tanto como yo siempre sería suyo. 124 Y mientras deslizaba sus manos por mis brazos y bajaba por mi cintura para agarrarme las caderas en un magullado abrazo, supe sin equivocarme que nunca desee que me rompieran tanto como ahora. Durante un largo momento no hizo nada más que abrazarme, con sus manos como vísceras a mi alrededor. Me pregunté si estaba tratando de disuadirse, de decirse a sí mismo que era una mala idea, que cruzar esta línea acabaría cambiándolo todo. Quería gritar y chillar, mirarle a los ojos y decirle que las cosas ya cambiaron. Yo ya cambié. Y era por su culpa. Gruñó. —Siempre me enorgullecí de ser un hombre con control, que nada podía ponerme de rodillas, figurativa y literalmente. Pero en lo que a ti respecta... —Pasó la punta de su nariz por el lado de mi cuello, y yo incliné la cabeza para d arle mejor acceso—. En lo que a ti respecta, nunca fui más irracional ni estuve más loco en mi puta vida. Sentí que me subía la camisa y no lo detuve. No lo detendría por nada del mundo. El aire fresco se movía sobre mi culo desnudo, y cuando se inclinó ha cia atrás y gimió por el hecho que no llevaba bragas, sentí un chorro de humedad deslizarse entre mis muslos. ¿Podría ver lo empapado que estaba mi coño? —Dios mío, Galina. —Pasaron más segundos largos en los que él no se movió, pero pude sentir su mirada sobre mí, pude sentir cómo trazaba las líneas y curvas de mi culo con sus ojos como si las estuviera memorizando. Miré por encima de mi hombro y vi que su mirada se deslizaba hacia el pequeño tatuaje de colibrí que tenía en la cadera, una cosa diminuta con las alas desplegadas y la espalda arqueada. Arlo alargó un dedo grueso y calloso para pasar por la tinta. —Los colibríes pueden mostrar sus colores, pero también ocultarlos —dije en voz baja, con un nudo en la garganta. No sabía por qué sentía la necesidad de decirle eso a Arlo, pero las palabras salieron de mí antes que tuviera tiempo de detenerlas. Conecté con el pequeño pájaro que tenía un pulso de mil doscientos latidos por minuto, una cosa diminuta que seguía siendo poderosa, que podía esconderse pero ser vista... rápida e inteligente. Me gustaba compararme con una criatura así, compleja aunque por fuera pareciera frágil. Mi cuerpo se estremeció cuando Arlo deslizó su dedo a lo largo de mi piel antes de dejar caer su mano de nuevo a su lado. Su mirada, tan oscura y penetrante, hizo que todos los pensamientos me abandonaran, aparte de las cosas perversas que quería que me hiciera. —Más —dijo con una voz tan baja que era casi amenazante. Respiré entrecortadamente e hice lo que me dijo, abriendo las piernas un centímetro más, queriendo que me mirara el interior de los muslos, que viera cómo estaban brillantes porque estaba empapada. Dejó escapar un zumbido de aprobación que sonó casi malvado. Me puso más caliente. 125 —¿Te gusta burlarte de mí, provocarme? Sabía que no era una pregunta real, no por la forma en que la formuló. Puso una mano en una de las nalgas desnudas y sus uñas romas rozaron la piel hasta que jadeé por la sensación. Me acerqué más al borde del mostrador y enrosqué los dedos alrededor de la dura piedra, haciendo palanca, dándome impulso y compra. Me levanté sobre las puntas de los pies para acercarme más a él, con todo el pecho pegado al mostrador y los dedos de los pies apenas sobre el suelo. Le hice una invitación silenciosa. —¿Quieres que pierda el control, moy svet? ¿Quieres que un caballero o un puto monstruo te folle por primera vez? —Sus palabras eran gasolina para el infierno que había dentro de mí. Lo quería, como sea que me lo diera. —Quiero al verdadero tú. —Miré por encima de mi hombro para poder mirarle a los ojos. Sabía lo que quería. Sabía cómo quería dármelo. No me importaba el dolor. Lo quería—. Quiero al monstruo. Sus ojos se entrecerraron, sus labios se despegaron de sus dientes en una muestra salvaje de agresión alfa y pura lujuria. Sin dejar de mirarme, me pasó una gran palma por el culo, su mano era tan grande que me sentí diminuta bajo él, una muñequita para esta bestia rusa. —Ábrete más. Déjame ver este pequeño coño tan húmedo y listo para recibir mi polla. —Agarró el otro lado de mi culo, abriendo mis mejillas al mismo tiempo que ampliaba mi postura. Podía sentir el aire frío a lo largo de mi acalorado coño y no tenía ninguna duda que podía ver mi raja. —Tan jodidamente jugoso, rosado e hinchado. —Sus palabras eran bajas, y me di cuenta que las decía para sí mismo—. Dime a quién pertenece esto. —Enfatizó lo que quería decir dándome una palmada en el culo, no lo suficientemente fuerte como para que me doliera, pero lo suficientemente fuerte como para que hubiera una oscura promesa de lo que iba a pasar—. Dímelo, joder. —Tú —dije sin aliento, en voz demasiado baja para que me o yera claramente, lo sabía. —Dilo más fuerte, joder. —Esta vez me dio un golpe más fuerte en el culo, y gemí por el escozor. —Tú, Arlo. Tarareó en señal de aprobación y calmó el escozor pasando la palma de la mano en lentos círculos por mi culo. —Así es. Este puto culo me pertenece. —Acercó su mano cada vez más a la parte de mi cuerpo que más me dolía. Mi clítoris palpitaba al ritmo de mi pulso, mis músculos internos se apretaban para algo sustancial que sólo Arlo podía darme, y mis piernas temblaban por la adrenalina que corría por mis venas. La necesidad de sentir sus grandes y callosos dedos deslizándose entre mis labios, acariciando el manojo de nervios en el vértice de mis muslos, de ahuecar mi coño con su mano masculina, era tan fuerte, tan firme que casi le rogué con lágrimas cayendo por mis mejillas. 126 —¿Y esto? —se burló mientras deslizaba finalmente sus dedos por mi hendidura, ronroneando como un felino satisfecho —. Tan jodidamente húmedo. Me estás empapando la mano, nena, los jugos de tu coño se deslizan por mis dedos hasta la muñeca. ¿No es jodidamente asqueroso? —Gemí y me estremecí. Se inclinó para que su boca estuviera de nuevo junto a mi oreja y dijo con dureza —: Qué niña tan sucia eres, ocultándome este dulce coño. Oh, Dios, pensé mientras me mordía el labio, con los dientes clavados en el inferior con tanta fuerza que sentí que la piel se rompía y saboreé el sabor ácido y cobrizo de la sangre a lo largo de mi lengua. —¿A quién pertenece este dulce coño, Galina? —Sus dedos patinaron sobre mis labios, masajeando la tierna piel, enviando ondas de choque a mi interior. Movió esos grandes dedos hacia mi clítoris, frotando movimientos lentos y constantes a su alrededor hasta que me estremecí, tan cerca del orgasmo que pude saborearlo—. Dime de quién es esto, a quién perteneces, Galina, y te daré lo que quieres. —Añadió más presión a mi clítoris, y un sonido bajo y desgarrador salió de mí—. Te daré el mundo, cada puta cosa que soy, nena. —Arlo, oh Dios. Tú, Arlo. Todo lo que soy te pertenece. Nunca fue tan libre con mis palabras y mi cuerpo, nunca significó nada tanto como al decir las palabras que salían de mis labios. Pero con Arlo, era como si se hubiera roto un dique dentro de mí, un torrente de emociones y sentimientos, sensaciones y deseos que caían libremente. No había forma de detener el torrente de lujuria carnal que estallaba en mí. —¿Así que estás diciendo que este coño virgen es todo mío? ¿Mío para lamerlo, chuparlo... para follarlo tan fuerte como quiera? Eché la cabeza hacia atrás y volví a gemir con fuerza, asintiendo antes de pasar la lengua por la herida del labio inferior, saboreando continuamente ese sabor metálico. —Porque este es mi coñito virgen, ¿no? —Sí —grité mientras él frotaba mi clítoris con más fuerza—. Es tu coñito virgen. — En cualquier otra ocasión, me habría sentido humillada por decir tales cosas, pero me sentí liberada cuando las palabras salieron de mi boca y cuando Arlo me dio un gruñido de aprobación como respuesta. —Khristos. —Su voz era baja, esa única palabra era dura—. Nunca seré el mismo por tu culpa. No tuve tiempo de pensar en lo que quería decir con eso, porque un segundo después su cuerpo estaba sobre el mío, y la sensación de su cálido aliento recorriendo mi coño expuesto me hizo abrir los ojos de golpe. Miré por encima de mi hombro y lo vi arrodillado detrás de mí, con sus grandes manos cubriendo cada una de mis nalgas, abriéndolas de par en par, con su mirada clavada en el lugar privado que había revelado. —Ningún otro cabrón te mirará aquí, excepto yo. —Era una advertencia, como si pensara que le iba a decir lo contrario, como si quisiera a alguien más. Sacudí la cabeza porque no podía encontrar mi voz de repente. 127 —Pídemelo. —Su voz era gruñida, y juré que sentía las vibraciones directamente en mi clítoris. Tampoco necesité preguntar a qué se refería. Sabía los pensamientos sucios que pasaban por su mente. Eran los mismos que pasaban por la mía. —Yo… —Dios, ¿podría realmente decir las palabras? Una sonora bofetada seguida de un dolor punzante en la nalga mientras me azotaba me hizo arquear la espalda involuntariamente—. Lame mi coño. —Las palabras salieron gimiendo, arrancadas de mí como si yo supiera qué darle a Arlo para que me diera más. Pero eso no impidió que mi cara se calentara más que el sol mientras las sucias palabras salían de mí. Sus dedos estaban apretados en mi trasero, relajándose y flexionando, como si sólo se tomara su tiempo para mirar lo que estaba anidado entre ellos. —Voy a ahogarme en ti —dijo un segundo antes que su boca estuviera entre mis piernas y su lengua empujara mis pliegues hinchados. Jadeé y gemí, con los dedos dolorosamente apretados alrededor del mostrador mientras me entregaba a Arlo, mientras me llevaba más cerca del borde. —Nunca es suficiente. —Sus palabras se agitaron contra mi coño resbaladizo —. Tan caliente y dulce. Estarás tan jodidamente apretada agarrando mi polla mientras te follo, mientras reclamo este coño intacto . —Me dio una palmada en el culo, y yo encorvé los dedos de los pies, con los ojos en blanco, mi cuerpo no era mío ahora. No era humano. No podía serlo por los sonidos que emitía mientras me comía, los gruñidos, la forma en que atraía los labios de mi coño entre sus labios, chupándolos, mordiendo suavemente la carne antes de dejar que volviera a su sitio mientras iba al otro lado y repetía la acción. Y cuando apretó su lengua y se movió desde mi clítoris hasta mi hendidura, lamiéndome lentamente, saboreándome hasta llegar a mi culo, sentí el familiar espiral de mi orgasmo precipitarse. —Quiero verte tan desquiciada que vueles tan alto que soy la única puta cosa que puede mantenerte con los pies en la tierra. —Movió un dedo alrededor del agujero de mi coño antes de empujarlo suavemente. Mi cuerpo cedió, aceptando el grueso dígito, llorando por más. Oí los sonidos descuidados mientras mi cuerpo se aferraba a ese dedo, sintiendo cómo mis músculos internos se tensaban alrededor de él. Bombeó dentro de mí una vez, dos veces, y luego deslizó otro dedo en el tercer empuje, haciendo una tijera hasta que el estiramiento y el ardor dieron paso a más placer. Y mientras empezaba a bombear dentro y fuera de mi coño, me frotó el clítoris con el pulgar, enviándome a las estrellas hasta que me consumió la luz y el calor y supe que nunca volvería a estar cuerda. —Necesito... —No sabía cómo decir lo que quería, aunque debería ser tan sencillo. Volví a empujar sobre él, deslizando mi coño sobre sus dedos, follándome de una manera gratuita y desinhibida. Siempre tuve el control de mí misma y de lo que me rodeaba, pero dejarme llevar era liberador, y hacerlo con Arlo también lo era—. Necesito correrme, Arlo. —Mi voz era un ronroneo ronco, grueso y drogado. 128 —¿Mi chica quiere correrse? —Sí —grité—. Dios, sí. —En este momento no necesité nada más. Me moriría sin ella, me dije. El empuje perezoso dentro y fuera de mí. Círculos lentos contra mi clítoris. Me estaba torturando, prolongando esto, cuando todo lo que quería era explotar y darle a Arlo, el único hombre de la historia, mi placer. —Entonces, córrete para mí —gruñó al mismo tiempo que hundía sus dientes en la mejilla de mi culo y empezaba a penetrarme con el dedo más rápido, frotando mi clítoris con más fuerza. El dolor y el placer me atravesaron como un rayo que cayera sobre un árbol, una explosión de luz y calor que me envolvió por completo. Me corrí, con la espalda arqueada y las tetas temblando mientras todo mi cuerpo se estremecía con un orgasmo que me hizo doblar las rodillas. Me dolían los pezones porque estaban muy apretados, la sangre corría por debajo de mi piel, sin duda rosándola, haciéndola ultrasensible. Me corrí tanto que sólo pude jadear. Y cuando me desplomé contra el mostrador, cuando la sensibilidad fue demasiado, maullé mi protesta. Arlo retiró sus dedos de mí y le oí chupar. Mirando por encima de mi hombro con lo que sabía que era una mirada somnolienta y saciada, vi como él lamía mi humedad de su mano mientras me miraba fijamente a los ojos. —Podría vivir de tus putos orgasmos. Mis ojos brillaron mientras él seguía lamiendo mis jugos. Dios, su mano es taba empapada desde la punta de los dedos hasta la muñeca. Eso debería avergonzarme, pero... no lo hizo. Apoyé la frente en la encimera, con los ojos cerrados, respirando entre las secuelas de mi clímax. Pero al instante siguiente, Arlo me levantó, de espaldas a su pecho, con uno de sus gruesos brazos alrededor de mi cintura. —Acabamos de empezar. —Me hizo girar y casi me arrancó la camiseta del cuerpo hasta que me quedé ante él totalmente desnuda, con los pechos pesados, los pezones tensos y el coño todavía muy mojado. No trató de ocultar que me miraba de arriba a abajo y que su atención se centraba en la unión entre mis piernas durante tanto tiempo que me sentí cohibida. —Aunque esté oscuro aquí —dijo con voz gruesa y me miró— puedo ver esa dulce rajita, puedo ver tu brillante excitación cubriendo tus muslos. —Se inclinó unos centímetros y apoyó las manos en el mostrador a ambos lados de mí, encerrándome una vez más—. Y es gracias a mí. —Murmuró—. Eso le hace algo malo a un hombre, Galina, algo primario y posesivo. —Cuando se inclinó para que nuestros labios estuvieran a un pelo de distancia, quise su beso, lo necesitaba —. ¿Sabes lo que le haría a cualquier hombre que te tocara o te mirara? Asentí lentamente, sintiendo que mi pulso se aceleraba. —Dilo. Di las palabras en voz alta para que puedas escuchar la verdad. Mi pecho subía y bajaba por la fuerza de mi respiración. —Los matarás. Su sonrisa era lenta, autocomplaciente. 129 —Los desgarraría miembro por miembro hasta que no quedara nada . — Retrocedió tan repentinamente que exhalé tan rápido que me mareé. Y entonces no pude evitar mirar la pesada longitud de su erección que cubría sus pantalones. —¿Quieres más? Levanté la mirada y me lamí los labios. No necesité responder porque él vio mi respuesta en mis ojos. Enganchó los pulgares en la cintura de sus pantalones y los bajó, su polla brotó de los confines de sus pantalones, su polla se sacudió dos veces antes de asentarse y apuntar hacia mí. Su longitud y su grosor hicieron que mis ojos se abrieran de par en par, porque aunque sentí lo grande que era, verlo lo llevó a un nuevo nivel de realidad. Su polla debía tener la longitud de mi antebrazo y ser igual de gruesa, demasiado ancha para que mis dedos pudieran rodearla por completo. Apreté los muslos mientras la humedad brotaba de mí y, a pesar de mi anterior , muy potente, orgasmo, quería mucho más. Alargó la mano y me tocó la cadera. Al principio fue suave, pero luego añadió presión, sus dedos se clavaron en mis nalgas y me empujaron hacia abajo hasta que caí de rodillas. Con la cabeza echada hacia atrás y la mirada puesta en su rostro, no podía respirar por su sorprendente belleza, no del tipo clásico y suave, sino más bien de Lucifer... un ángel caído. —Míralo. Bajé la mirada hacia su polla, tan gruesa y larga mientras la sostenía en su palma justo delante de mi cara. La cabeza era más grande que el tronco, más ancha y roja, la raja burlándose de mí. Se me hizo un nudo en la garganta y se me hizo agua la boca ante su enorme tamaño. Agarró con fuerza la base de su polla y empezó a acercar lentamente la palma de la mano hacia mí, con el puño apretado alrededor de la circunferencia. Su mano era enorme, y su polla coincidía con la del hombre que la sostenía. Una vez en la punta, se acarició perezosamente hasta la base. Lo hizo dos veces más, y mi respiración se hizo más aguda mi respiración se volvía más agitada con cada momento que él me provocaba eróticamente. Y entonces volvió a deslizar la palma de la mano hasta la punta, sacando una gota perlada de pre-cum de la raja. —Vamos —me dijo—. Lame como una buena chica. Apoyé las manos en los muslos y me incliné hacia delante, con los ojos fijos en Arlo todo el tiempo mientras arrastraba la lengua por la raja. Su salado y muy masculino sabor explotó en mi lengua, y no pude evitar gemir. Y aparte de la tensión de su mandíbula y la forma en que sus músculos pectorales se agitaron, se quedó quieto, con una expresión de piedra. —Nunca hice esto —susurré, preocupada por no poder darle placer. Y Dios, lo deseaba tanto, tanto como él a mí. —¿Sabes lo jodidamente excitante que es saber que seré tu primera? —Pasó la corona de su polla por mis labios, usándola como un tubo de pintalabios, cubriendo 130 mis labios con su pre-cum. Pintándome—. ¿Sabes lo posesivo que me hace saber que seré el único puto hombre que te vea así? Puede que no supiera lo que estaba haciendo, pero eso no me impidió mirarle a los ojos y separar los labios para llevarme su gruesa corona a la boca. Los músculos de su cuello se resaltaron, él apretó los dientes y luego se deslizó lentamente, centímetro a centímetro, hasta que me vi obligada a apoyar mis manos en sus muslos para evitar que entrara demasiado rápido. —Ahueca tus mejillas —apretó—. Mueve la lengua. —Agradecí sus indicaciones—. Sí... joder, sí. Eso es... oh Cristo, sí, Galina, eso es. Su estímulo me animó, y moví mi boca sobre su polla, pasando mi lengua a lo largo de la punta enrojecida, sumergiéndola en la raja y lamiendo el sedoso precum que se formó. Parecía que estaba hambrienta de Arlo, porque no tenía suficiente. Estaba tan perdida en lo bien que me hacía sentir chupársela que no escuché su gruñido bajo ni cómo me decía que parara. Un segundo estaba chupándosela y disfrutando de su salado sabor, y al siguiente estaba sentada con el culo desnudo sobre la encimera, con las piernas lo suficientemente abiertas como para que Arlo pudiera meterse entre ellas. Seguía haciendo esos ruidos profundos y crecientes, y lo sentí hasta mi clítoris. —Cuando me corra, será con mi polla dentro de ti y tú tomando hasta la última gota. Miré hacia abajo para ver cómo se acariciaba a sí mismo, su polla mojada por mi boca, la punta con tanto pre-cum que empezó a gotear sobre el suelo, un hilo de líquido transparente colgando de la corona antes de aterrizar en la baldosa a sus pies. —Si no estás preparada para esto, deberías decírmelo ahora. Sacudí la cabeza y apoyé las manos detrás de mí en la encimera, inclinándome hacia atrás y sacando los pechos. Le di una aprobación silenciosa. Murmuró con placer y se acercó a mí, su calor corporal se mezcló con el mío, el aroma picante y oscuro de él invadió mis sentidos. —No creo que hubiera podido parar de todos modos, moy svet. —Su punta estaba clavada en mi agujero, sus ojos clavados en los míos. Contuve la respiración cuando empezó a empujar hacia dentro, rompiendo mi virginidad, desgarrando mi inocencia, deslizándose profundamente dentro de mí y estirándome hasta que el dolor y el placer fueron tan intensos que sentí una sola lágrima resba lar por mi mejilla. Se inclinó hacia delante, con una mano en el mostrador junto a mi culo, la otra apoyada en el interior de mi muslo para mantenerme abierta. Y cuando apretó su lengua y lamió mi mejilla, llevándose esa lágrima, cerré los ojos y gemí. —Incluso tus lágrimas son lo más dulce que probé, joder. —Empujó otro centímetro—. Dame más. Déjame lamerlas, tomar un pedazo de ti en mí. Mi cabeza se echó hacia atrás, mi pelo colgando sobre el borde del mostrador, y mis ojos se cerraron mientras le daba lo que pedía. El dolor era frontal y central, el estiramiento tan monumental que sentí que me partía en dos. Pero él fue 131 implacable mientras se abría paso dentro de mí, clavándose en mi cuerpo y en mi corazón centímetro a centímetro. —Joder, sí. —Volvió a lamerme la mejilla, sacando cada lágrima que resbalaba de mis ojos. Y cuando estuvo completamente dentro de mí, ambos exhalamos con fuerza—. Tan apretado. Tan jodidamente caliente y apretado para mí. Me estás estrangulando la polla, nena. Levanté la cabeza y me obligué a abrir los ojos. Apoyó su frente contra la mía y empezó a sacarla. Jadeé contra su boca y él me besó, tragándose el sonido, dejando que la cabeza de su polla se quedara justo en mi entrada antes de volver a introducirla. Los dos nos estremecimos por la fuerza, gimiendo por las sensaciones. —Te mereces algo lento y fácil para tu primera vez. —Te quiero a ti y cómo quieras estar conmigo, Arlo. —Había convicción en mi voz cuando él se apartó, y nos miramos fijamente a los ojos—. No quiero una idea de cómo debe ser mi primera vez. —Se quedó quieto un segundo, sólo un movimiento de sus dedos en mi cadera, antes de gruñir y volver a penetrarme con tanta fuerza que mis ojos se abrieron de par en par y grité. Se retiró y miró su polla. Seguí su mirada y vi su longitud cubierta por mi excitación y manchada con mi sangre. —Joder —gritó—. Mira cómo te destrocé, te quité la inocencia... y la hice mía . — Me agarró de la otra cadera y me golpeó, mi culo se deslizó por el mostrador, mi piel chirriando por la superficie. Sólo pude aguantar y ver cómo me follaba con abandono, tan feroz e indómito... exactamente como quería que fuera con él. Los sonidos de su polla haciendo un túnel en mi coño eran tan fuertes, mi humedad lo hacía sucio y obsceno, pero tenía aún más crema goteando de mí, un lío resbaladizo bajo mi culo y haciendo que su empuje fuera tan fluido que toda esa incomodidad se transformara en un espiral deliciosamente oscuro. —Mira qué bien me tomas, tu pequeño coño chupando mi polla, apretándose a mi alrededor, ordeñando mi semen. —Sus palabras eran casi indiscernibles, y con cada una de ellas me elevaba más—. Tócate; juega con tu clítoris. Deslicé una mano temblorosa por mi vientre y pasé mis dedos por mi manojo de nervios. Estaba mojada, tan empapada que cuando levanté los dedos ligeramente, un hilo de humedad se aferró a la punta de mi dedo y se conectó con mi coño. —Mierda, eso está caliente. Levanté los ojos hacia su cara y vi que miraba donde estaba mi mano. Volví a mover mis dedos hacia mi clítoris y empecé a frotarlo de un lado a otro, un sonido roto me abandonó ante el placer que me recorría. —Cariño, ya estoy tan jodidamente cerca. —Su cuerpo estaba cubierto de sudor, brillando bajo el telón de fondo de las luces de la ciudad, sus músculos flexionando y relajándose mientras golpeaba dentro de mí—. Me voy a correr tan jodidamente fuerte, y tú vas a tomar cada una de las gotas que te dé y pedirás más, joder . — Acercó la parte inferior de mi cuerpo al borde del mostrador y empezó a follarme de verdad. 132 —Sí. —Trabajé mis dedos sobre mi clítoris mientras dejaba caer la cabeza sobre mi cuello y cerraba los ojos mientras me entregaba a todo. —Córrete para mí. Y lo hice. Grité largo y tendido, sin importarme quién escuchara en los otros apartamentos, sin importarme si sonaba como un animal herido. Sentí lo fuertes que eran mis contracciones, cómo mi coño chupaba y se aferraba a su polla. Él gruñía y se movía con más fuerza, sus empujones eran cada vez más erráticos. Sabía que estaba cerca, y cuando entró profundamente y se calmó, rugió cuando sentí que su polla se movía dentro de mí mientras bañaba cada centímetro de mí con su semilla. Su semen era caliente y espeso y provocó otro orgasmo que me robó el aliento y tenía mis brazos cediendo debajo de mí. Pero antes que mi espalda se estrellara contra el mostrador, la mano de Arlo estaba presionada en el centro de mi espalda, su fuerte brazo me mantenía en pie. Finalmente se calmó y apoyó su frente en mi pecho, su cálido aliento recorrió mis pechos mientras ambos suspirábamos y jadeábamos. Levanté una mano y hundí los dedos en su pelo corto, con los mechones húmedos en la sien. Me besó uno de los pechos, luego se acercó y presionó suavemente el otro con los labios. Parecía tan íntimo, quizá incluso más que lo que acabábamos de compartir. No sé cuánto tiempo permanecimos así, con Arlo todavía semiduro dentro de mí, pero mi culo se entumeció desde entonces y no me importaba lo más mínimo. Nunca me sentí tan viva y contenta. Se levantó para mí y se retiró, y al instante sentí que nuestros fluidos combinados empezaban a salir de mí en un goteo cálido. Arlo me miraba entre los muslos, y yo fui a cerrarlos con vergüenza, sabiendo que podía ver su semen resbalando de mí, pero me retuvo con sus manos en mis rodillas. —No —susurró, gruñó y se inclinó para dar un beso a mi clítoris, arrancando un agudo jadeo de mí. Sentí su dedo moverse a lo largo de mi entrada mientras decía —: ¿Qué tan adolorida estás? Tragué y respiré un poco antes de responder. —Sólo un poco. —Ya lo creo. —Siguió frotando suavemente a lo largo de mi entrada, me dio otro beso en el clítoris y luego sentí que empujaba su semen de nuevo en mi cuerpo —. Te follé fuerte. —Intenté disimular mi gemido, pero salió a pesar de todo —. Mi sitio está aquí. —Levantó sólo sus ojos hacia mi cara mientras permanecía entre mis muslos—. Siempre. Me encontré asintiendo antes de poder asimilar sus palabras por completo. Se puso de pie, y no lo forcejeé ni me quejé cuando me levantó para abrazarme, con mis piernas sobre su brazo, mi costado sobre su pecho y mi cabeza sobre su hombro. Me abrazó con suavidad, como si me apreciara. Cerré los ojos y acomodé mi peso contra él, dolorida y adolorida entre los muslos, el frío del aire y la experiencia que acabábamos de compartir hacían que se me pusiera la piel de gallina en brazos y piernas. 133 Arlo me tumbó en la cama y me acomodó para poder tirar de la manta sobre mi cuerpo desnudo. Y entonces se deslizó a mi lado y me acercó, el calor de su piel desnuda sobre la mía alejó toda la frialdad que sentí y cualquier preocupación o incertidumbre que se hubiera manifestado hasta que sólo hubo euforia. Durante largos minutos no hablamos, pero no sé qué podríamos decir. Hablamos con nuestros cuerpos y dijimos tantas cosas durante ese tiempo que sentí que sabía todo lo que necesitaba saber sobre Arlo sin que él tuviera que decir una sola sílaba. Alcancé su mano que descansaba sobre su abdomen. Entrelacé mis dedos con los suyos, observando el contraste, cómo su mano era mucho más grande que la mía, sus dedos mucho más largos. Su piel era de un tono oscuro y dorado en comparación con mi tez pálida. Era fuerte donde yo siempre fui débil. Era intrépido donde yo siempre tuve miedo de lo que me acechaba. —Voy por ellos, Galina —dijo, con su voz profunda y envolviéndome como otra manta de protección. Cerré los ojos porque sabía a quién se refería. Ya mató a Leonid, aunque no hubiera dicho las palabras. Sabía que intentaba protegerme aún más. Nunca le dije el nombre completo de Henry, nunca le dije dónde podía encontrarlo, pero también sabía que si Arlo quería encontrar a alguien, no me necesitaba para lograrlo. Tenía recursos que yo nunca podría comprender al alcance de su mano. Pensé en ese hombre que me abrazaba tan estrechamente, que recorría con sus dedos mi columna vertebral, siempre tocándome, como si eso lo centrara a él como a mí. Arlo prometió que me pondría a salvo, y eso significaba que iría a Las Vegas y por Henry. Sabía sin duda que Arlo lo mataría. —No quiero ninguna venganza, Arlo. —Apoyé la cabeza en su pecho y pasé los dedos por uno de sus muchos tatuajes. Podía ver las cicatrices que cubrían su cuerpo bajo la tinta oscura. Permaneció en silencio durante largos segundos antes de decir: —Voy a hacer que sea seguro para ti, incluso si tengo que matar a todo el mundo para hacerlo realidad. —Su brazo alrededor de mí se apretó como si necesitara saber que todavía estaba aquí. —No tienes que pedir, necesitar o querer mi venganza, Galina. La tienes de mí sin falta. La tienes desde el principio. Debería tener miedo de él, pero no lo tenía, y sabía que nunca tendría motivos para tenerlo. Discutir con él cualquier cosa, especialmente algo como esto que provocaba que el hombre que claramente nació de la sangre y la violencia se aferrara a él como una bestia hambrienta, sería como tratar de separar a dos perros en lucha. Al final sólo saldría herido, aunque fuera sin querer. 134 22 Arlo El sueño nunca llegaría esta noche, no después de matar a Leonid, y no después de reclamar a Galina. La abracé durante horas, con su suave cuerpo amoldado al mío, el dulce aroma que se aferraba a su pelo me llenaba la nariz cada vez que inhalaba. Su excitación y la sangre virgen que se secaba en mi polla me recordaban que no la merecía, pero que no la dejaría ir. La toqué constantemente, moviendo mis dedos contra su brazo, bajando por su espalda, apartando mechones de sedoso pelo oscuro de su cara sólo para poder mirarla y ver cómo dormía. Nunca me consideré un hombre afortunado. Eso no era algo que te diera la vida. Raspé el fondo del barril para poder sobrevivir, me abrí paso desde una tumba enterrada con tierra bajo las uñas y sangre cubriendo mi cuerpo sólo para poder llegar al día siguiente. Pero mientras miraba el rostro dormido de Galina, contando cada pestaña larga y gruesa que formaba medias lunas oscuras a lo largo de su piel de alabastro, supe por primera vez en mi vida que era afortunado. Porque ella era mía. Temí que mis emociones turbulentas y la tensión de mi cuerpo la despertaran, así que durante la última hora estuve sentado en la mesa, limpiando mi arma, el 135 meticuloso trabajo era bueno para mis pensamientos, ayudando a calmar las furiosas emociones de mi interior. Eran extrañas, no eran algo que hubiera experimentado o deseado nunca, y todo se debía a Galina. Ahora que las probaba, no quería que desaparecieran. Podía oírla moverse, imaginaba las sábanas deslizándose contra su piel suave y desnuda. Ya estaba empalmado, lo estaba desde que se durmió en mis b razos, con su cabeza sobre mi pecho, su sedoso pelo abanicado sobre mi pecho. Mi polla palpitaba; me dolían los huevos. La deseaba de nuevo. Y otra vez y otra vez. Sentí que mis músculos se tensaban aún más cuando la necesidad de follar de nuevo con Galina se apoderó de mí. Quería enredar mi mano en su pelo y tirar de su cabeza hacia atrás mientras enterraba mi cara en la grácil línea de su garganta. Y como si mis pensamientos la llamaran, salió del pasillo, con la sábana blanca envolviendo las ágiles curvas de su cuerpo. Llevaba la sábana enrollada justo por encima de los pechos y una mano la sujetaba con lo que imaginé que era un apretón de nudillos blancos. Su visión me hizo sentir algo en el pecho, algo poderoso y peligroso. Irreversible. Dejé la pieza que estuve limpiando y empujé la silla hacia atrás. Lo suficiente. —Ven aquí. Vi la tensión de sus pezones bajo la sábana demasiado fina cuando mis palabras la afectaron. No habló mientras se acercaba, el material arrastrándose suavemente contra la madera dura, el ruido del swoosh-swoosh llenando el espeso silencio. Se detuvo a un par de metros de mí, el pulso en la base de su oreja me dijo cómo respondía su cuerpo a mí. Rápido. Errático. —Acércate, malen'koye solnyshko. Pequeño sol. Eso es lo que era. Luz para mi oscuridad. Calor para mi frío. Sus ojos bajaron a mi polla, y vio lo duro que estaba ya para ella. Acércate, Galina. Acércate al lobo que está tan hambriento que te devorará sin pensarlo. Y entonces dejó caer la sábana, su cuerpo desnudo y suave, las luces de la ciudad justo fuera de la ventana susurrando sobre su piel, las sombras jugando a lo largo de las líneas y curvas perfectas de su forma. Ven aquí y deja que te consuma como ya lo hiciste conmigo. Deja que te arruine tanto como tú hiciste que cada parte de mí se desmorone hasta el piso. Dio otro paso hacia mí, y otro más. No pude detenerme, ni siquiera traté de actuar como si tuviera algún control en lo que a ella se refiere. Estiré la mano y la rodeé por la cintura, clavando mi dedo en su suave carne. Demasiado fuerte, con demasiada fuerza. Mañana habría marcas. Pero no pude encontrar ninguna razón para preocuparme. Quería que esos moretones cubrieran su cuerpo suave y pálido. Quería poder mirarlos y saber que los tenía por mi culpa... porque era mía. La empujé hacia delante hasta que tropezó conmigo, con sus piernas a ambos lados de mis muslos. Se sentó a horcajadas sobre mí, con su coño presionado 136 contra mi polla. Jadeó y deslicé mi mano por su cintura, susurrando a lo largo de la curva de su pecho antes de rodear su garganta con mis dedos. Añadí un poco de presión, un recordatorio que era mía. Un recordatorio físico y visceral para ella. —Dilo. Di las palabras. Jadeó y la atraje aún más hacia mí, nuestros labios apenas se rozaron, su a liento se mezcló con el mío. Inhalé profundamente, llevándola a mis pulmones, necesitando sobrevivir con ella. —Fóllame, Arlo. Gemí y cerré mi boca sobre la suya, la bestia cobrando vida una vez más y bañándome en ella. Solté su garganta y la agarré por la cintura, instándola a levantarse ligeramente. Agarré la base de mi polla, alineando la punta con su entrada, y entonces tiré de ella hacia abajo, con ambas manos en sus caderas, clavando los dedos en su piel. Incliné la cabeza hacia atrás y gemí con fuerza, el ruido se mezcló con sus jadeos de placer y dolor. Sabía que estaba dolorida y me dije a mí mismo que fuera suave. Que fuera suave. Pero cuando empezó a cabalgar sobre mí, vi una bruma de placer y necesidad. Levanté las caderas y la atraje hacia mí, la follé como si ella fuera el aire y yo me estuviera ahogando. Quería volver a correrme dentro de ella. Quería dejar una pequeña parte de mí dentro de ella como ella hizo conmigo. Galina se abrió camino en mi cuerpo, arrancó capa tras capa, me desolló vivo hasta que fui lo más vulnerable que jamás fui. Y ella ni siquiera lo sabía. Nunca entendería lo desnudo que estaba. —Mío —gruñí justo antes de tomar su boca en un beso amoroso. Se aferró a mí como si tuviera miedo que la dejara ir. Nunca. Sin Leonid, sólo quedaba una amenaza de la que deshacerse, y era ir a Las Vegas y encontrar a los hombres de los que Galina huyo, que la amenazaron, que pensaban que podían herirla y utilizarla. No iba a esperar. Lo haría de inmediato, llevaría a Galina conmigo, porque no podría soportar no tenerla a mi lado, mi preocupación por ella y la necesidad de protegerla eran demasiado fuertes para ignorarlas. Nunca estaría más segura que cuando estuviera conmigo. Yo era un hombre fuerte. Un hombre malvado. Pero por ella, deseaba ser bueno y amable. Deseaba ser alguien completamente diferente. 137 23 Galina Pasaron un puñado de días desde que Arlo me reclamó, desde que me entregué a un hombre por primera vez. Desde que me arruinó para todos los demás y me puso una marca invisible que me consideraba sólo suya. Incluso ahora seguía pensando en esa primera vez... y en los días siguientes, en cómo me tomó cada noche en su cama, en la ducha, por detrás, mientras lo montaba. Estar con Arlo era indomable, como si fuéramos dos animales en celo juntos, sudorosos y desesperados, ambos necesitados de conseguirlo porque sería la culminación final de unirnos. Fue salvaje y sucio. Fue agresivo y violento. Fue perfecto. Y aunque lo único que quería era seguir envuelta en ese cuento de hadas en el que el villano me hizo suya y nunca tenía que preocuparme por los “y si”, la realidad volvía a golpearme. Contemplé la vista de Las Vegas. Tenía la misma sensación de siempre. Desesperación, anhelo... hambre. Era una sensación espesa y pegajosa que cubría a una persona de la cabeza a los pies, tratando de absorberla con las luces centelleantes, la promesa de euforia y placer, la mentira que si te quedabas un poco más, te enamorarías. 138 Una hermosa mentira. Al menos para mí. Pero sabía que había estúpidos en el mundo que lo abrazaban todo, aunque sólo fuera por un momento. Se perdían en lo bonitas que eran las cosas por fuera, sin saber que si cavaban un poco más profundo, llegarían al centro podrido. Pero a mí nunca me engañaron, no cuando me pasé toda la vida enclavada en los barrios bajos, donde la belleza de lo que podía ser nunca te tocaba. Tomamos un jet privado de Desolation a Las Vegas casi dos noches después que Arlo matara a Leonid. Quería decirle que era demasiado pronto, que me dejara pensar en esto, que tratáramos de idear otra cosa. No es que yo sea reacia a que se cargue a Henry. De hecho, cuando pensaba en ello, esa sensación que todo estaba bien me llenaba. Y eso me asustaba, me aterrorizaba que me sintiera cómoda con la arenilla y la destrucción que conllevaba el hombre que amaba. Porque la verdad era que estaba mal de la cabeza porque quería que Henry se fuera. Quería que mi padre viera las repercusiones de lo que pasaría si intentaba hacerme daño. Quería que Arlo mostrara a todos de lo que era capaz. No quería parecer débil, nunca lo fui en toda mi vida, pero por primera vez, me sentía como si estuviera encerrada en una burbuja, como si viviera otra vida. Las feministas de todo el mundo probablemente me desollarían viva al ver lo mucho que Arlo se esforzaba por garantizar mi seguridad. —Es la hora —dijo Arlo con su característica voz profunda y grave desde detrás de mí. Me di la vuelta pero no me acerqué, pies sobre pies nos separaban mientras él permanecía envuelto en sombras en el otro extremo de la habitación del hotel. Era magnífico y bello, y me fijé en el traje que llevaba, una imagen oscura y cara de lo que realmente era. Un asesino profesional. Un asesino violento sin remordimientos. Un sociópata tal vez. El hombre que amo. Me dirigí hacia él hasta que sólo unos centímetros fueron lo único que nos separó. —Lo diré de nuevo... Creo que es mejor que no vengas para que no veas lo que va a pasar. Me lamí los labios y negué con la cabeza. Intente decirme que no iba a ir con él esta noche; me exigió que me quedara a salvo en la habitación del hotel, más exactamente. Pero si esto realmente iba a ocurrir, tenía que estar allí. Para mi tranquilidad y para cerrar este capítulo de mi vida. —Ya voy —dije con firmeza, finalmente, y levanté la barbilla desafiante, lo que hizo que la comisura de su boca se levantara divertida a pesar de la seriedad de la situación. Levantó la mano y me tocó un lado de la cara. Su expresión se suavizó. —Los hombres adultos no tienen ni siquiera los cojones de desafiarme . —Se inclinó hacia mí y me besó lenta y profundamente, y yo me fundí con él como siempre—. Tu fuerza es una de las razones por las que te quiero tanto. —Sus 139 palabras fueron bajas y profundas y murmuradas contra mi boca, y mi pulso hizo un vuelco en mi pecho. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho ante sus palabras. —Te quiero —dije, las palabras sonaron como si me arrancaran y partieran por la mitad. Se apartó y enseguida apoyé la frente en el centro de su pecho, respirando su aroma. Quería tanto a este hombre que me dolía físicamente, y aunque sabía que nada le pasaría nada porque era tan fuerte y obstinado, tan peligroso que hasta la muerte le temía, mi respiración seguía agitada al pensar en perderlo. —No hay necesidad de temer —dijo suavemente y besó la coronilla de mi cabeza—¿No sabes que soy el monstruo al que todos los demás monstruos temen? Sonreí aunque no sentí ninguna gracia en su forma de burlarse, aunque sabía que lo hacía por mi beneficio. —Vamos. Acabemos con esto. Me aparté y le miré. Quería que los demonios permanecieran firmemente en las sombras. Sin embargo, no quería mirar nunca por encima del hombro y preocuparme que alguien me alejara de Arlo. Y la única forma de asegurar nuestro futuro y que nuestra relación fuera más fuerte que nunca era derramar más sangre y enterrar los cadáveres del pasado. Dios, ¿quién era la mujer en la que me convertí, una que estaba bien con matar para asegurar mi vida? Una superviviente. Soy una superviviente, y haré lo que sea para asegurarme de estar al lado de Arlo. Después de un beso más, me sacó de la habitación del hotel y me lle vó al BMW que nos esperaba en la pista de aterrizaje. No tuve que darle a Arlo ninguna información sobre Henry o mi padre, y él nunca me lo pidió. Independientemente de los contactos que tuviera, era evidente que Arlo consiguió los detalles que necesitaba, y eso quedó claro cuando salimos del Strip y nos dirigimos a Fremont Street. La parte más antigua de Las Vegas aparecía, una reliquia del pasado que seguía siendo popular entre los turistas por la forma en que se aferraban a un recuerdo de una época diferente. Pero pronto esa fachada empezó a desvanecerse cuanto más avanzábamos, cuanto más nos adentrábamos en la parte arenosa de lo que era la ciudad, donde los edificios estaban en ruinas, los negocios destartalados, las ventanas rotas y las vidas destrozadas, con mujeres semidesnudas de pie en la esquina de las calles, fumando cigarrillos y pidiendo sugestivamente “compañía esta noche”. Me sentí arrastrada de nuevo al único lugar que llamé “hogar”, y lo odié. Sentí náuseas por la forma en que pesaba dentro de mí, como esa otra presencia que intentaba echar raíces en mi alma. Estaba mirando por la ventanilla del copiloto cuando sentí que la mano de Arlo cubría la mía que estaba apoyada en mi muslo. Miré hacia él, pero estaba firmemente concentrado en la calle. No me sorprendió que fuera capaz de percibir 140 mis turbulentas emociones. Estábamos conectados de una manera que nunca entendería pero que agradecería para siempre. Apretó sus dedos en mi mano y levanté la otra para colocar la palma sobre la suya; el calor y la fuerza que emanaban de Arlo fueron suficientes para que una apariencia de calma me invadiera. Pero ni siquiera esa sensación tranquilizadora pudo apagar del todo mi miedo profundo a lo que iba a ocurrir a continuación. La parte rota de Las Vegas era como otro mundo en sí mismo con el funcionamiento de las cosas. Era como Desolation en ese sentido, con la vida perdida en las partes más profundas, engullida y en decadencia en los bajos fondos de lo que solía ser una sociedad próspera. No supe cuánto tiempo condujimos, pero lo hicimos en silencio. Volví a mirar a Arlo, viendo y percibiendo el cambio en él cuanto más nos acercábamos a nuestro destino. Su cuerpo estaba más tenso, su concentración más aguda. Se retiró a alguna parte oculta de sí mismo donde las emociones no podían tocarse, donde era una máquina sin sentimientos y sólo tenía el cálculo frío y muerto como brújula. Volví a concentrarme en el parabrisas, porque si pensaba demasiado en esto, tendría que replegarme en mí misma para superarlo. Pasaron otros cinco minutos antes que Arlo redujera la velocidad y metiera el BMW en el estacionamiento agrietado e irregular... donde se encontraba un viejo casino. Ni siquiera parecía que siguiera funcionando, pero había una luz parpadeante sobre la puerta de entrada, marcada y descolorida, como una alfombra de bienvenida para cualquiera que fuera lo bastante valiente , o estúpido , para entrar. Maniobró el auto hacia la parte trasera del edificio, donde no había luz, antes de dar la vuelta para mirar hacia la calle. Apagó el motor y nos quedamos en silencio durante largos segundos mientras él miraba la parte trasera del casino, ambos sumidos en la oscuridad, de modo que las formas se distorsionaban y la realidad no se veía cómo debería. —¿Arlo? —susurré su nombre pero no sabía lo que le estaba preguntando. —Te quedarás en el auto, Galina. —Me miró entonces, por primera vez desde que salimos del hotel. Se acercó y abrió la guantera, una tenue luz del pequeño interior rompía la densidad de la negrura. Sacó una pistola y me la acercó, con el cañón hacia el parabrisas. Miré el arma y lo miré a él. Su silencio era fuerte, su mensaje claro. Usa esto si alguien te jode. Extendí la mano y cogí el arma, nuestros dedos se rozaron durante una fracción de segundo antes que se rompiera el contacto. El peso del arma era considerable mientras la miraba, el metal frío pero cálido cuanto más la sostenía. Sabía disparar, tuve que aprender a una edad temprana. Pero esta arma pesaba en la palma de la mano, más grande que la que tenía, y sentí que una ligera capa de sudor me cubría la frente. —Arlo, vámonos —dije de repente y centré mi atención en su rostro —. Sólo quiero que estés a salvo. Vámonos y olvidemos esto . —Estaba divagando, mi miedo era tan fuerte ahora que no podía controlarme. Y me sentí avergonzada por eso. 141 Ahora mismo necesito ser fuerte. Nunca deje que el miedo me controlara, pero ante la idea que Arlo saliera herido, o algo peor, este frío terror me envolvía. —Moy svet —murmuró—. No tienes nada que temer. No dejaré que nadie te haga daño. —Su mandíbula se tensó—. No dejaré que nadie te aleje de mí. Sacudí la cabeza porque me malinterpretó. —Yo no me preocupo por mí. No puedo perderte —dije y me sentí inmediatamente avergonzada. No quería aferrarme a lo que teníamos, dejar que fuera una debilidad, pero aquí estaba, rogándole que se fuera conmigo para que no hubiera una amenaza que me lo quitaran. —Mi dulce Galina —susurró y me cogió la cara mientras se inclinaba y me besaba suavemente los labios, luego la punta de la nariz y finalmente se posó en mi frente. Cerré los ojos y dejé que la sensación y el olor de él me rodearan hasta que ese duro pánico empezó a disminuir. —Ni siquiera la muerte podrá apartarme de tu lado. —Se apartó y me miró a los ojos—. Ni siquiera la muerte —volvió a decir, y yo asentí, aunque quise decirle que no podía garantizar eso. Nadie era inmortal ni invencible. Nadie podía predecir cuándo o cómo moría, ni impedirlo. Pero cuando Arlo lo decía con una determinación y una finalidad tan pétreas en su voz, era difícil no creer que si alguien podía desafiar a la propia muerte, era él. —Dime que lo entiendes. —Su voz era dura, como si esperara que obedeciera a toda costa, que creyera mis palabras aunque fueran mentira. Me costaba respirar, no digamos ya hablar, pero me las arreglé para decir: —Vale, entiendo que estás loco. —Esta vez fui yo quien se inclinó para besarlo y sentí que sus labios se inclinaban en una sonrisa contra los míos. —U nas yest' vsya nasha zhizn', chtoby byt' pravymi. —Se apartó y me pasó un dedo por el labio inferior—. Tenemos toda la vida para estar juntos. —Y entonces salió del auto, las cerraduras encajando, sellándome, la pistola en mi mano un recordatorio que tenía que usarla. Porque aunque le dije que me quedaría en el auto, de ninguna manera iba a dejarle ir en esa situación solo. De ninguna manera iba a dejar que le hicieran daño porque él estaba poniendo las cosas a salvo para mí. Con una reserva de acero, haría lo que tenía que hacer, como siempre hice. Yo luché por mi vida, y Arlo estaba ahora firmemente incrustado en ella. Lucharía hasta la muerte por los dos si fuera necesario. 142 24 Galina La noche parecía más fría de lo que debería para esta época del año, o tal vez era el peor miedo que sentí en mi vida. Llevaba mucho tiempo de pie frente a la puerta trasera de este casino en quiebra, con la espalda apoyada en el ladrillo, con la respiració n tan rápida y errática que temía que alguien que pasara por allí me oyera. El sonido de la música que sonaba a lo lejos, la risa chillona de una mujer que estaba demasiado cerca para ser cómoda, el ruido de los cristales que se rompían y una serie de ruidos desagradables que intentaban desconcentrarme en veinte direcciones distintas. El hombre que amas está ahí dentro luchando por ti. Entra ahí y ponte a su lado. Él lo odiaría, se enojaría conmigo. Pero no me importaba. No ahora, no cuando no hacer nada no era una opción. Con una respiración más tranquila, me aparté de la pared, haciendo acopio de toda la concentración que podía reunir, y me acerqué a la puerta trasera que vi atravesar a Arlo. Enrosqué la mano alrededor de la manilla y tiré de ella para ab rirla, el metal emitió un fuerte crujido que me dejó helada y la respiración se me atascó en los pulmones, con el corazón en la garganta, mientras rezaba a quien estuviera 143 dispuesto a escuchar para que nadie me oyera. Tras un segundo en el que nadie se abalanzó sobre mí con el arma en alto, entré. Cerré la puerta tan silenciosamente como pude tras de mí, el olor a moho y a edad me hizo cosquillas en la nariz de una manera incómoda. El cuarto trasero en el que entré tenía cajas pegadas a las paredes a ambos lados. El suelo estaba lleno de basura, mugre y suciedad por todas partes. El techo parecía a punto de derrumbarse, inclinado en una esquina, y el resto de los paneles, antes blancos, mostraban daños por el agua que creaban grandes círculos marrones y amar illos sobre mi cabeza. Podía oír voces de los niños a través de la puerta cerrada frente a mí, y me dirigí silenciosamente hacia ella, agarré la manilla y tiré de ella para abrirla. Inmediatamente percibí el aroma del humo de los cigarros, pero no podía enmascarar el fuerte olor a moho y podredumbre que se respiraba en el aire. Cuando salí al pequeño pasillo, seguí la luz apagada que provenía de mi izquierda, que era también de donde provenían las voces. Me sorprendió no estar temblando, mis manos firmes, mi dedo recorriendo lentamente el arma como un recordatorio de lo que tendría que hacer. Porque no me cabía duda que tendría que usarla con alguien para protegerme a mí y a Arlo. Me detuve antes de llegar al borde del pasillo que se abría a la parte princip al del edificio, y miré a un lado, observando la gran sala que claramente fue el casino principal. Las máquinas tragaperras rotas y medio desmontadas estaban arrinconadas contra las paredes. Pude ver una mesa de blackjack con el fieltro roto y manchado tumbada en el suelo y a la izquierda. Había una ventana junto a las puertas delanteras, con el cristal pintado de negro, un trozo de cartón pegado en la esquina, presumiblemente para tapar un agujero. Y entonces el corazón se me subió a la garganta cuando vi dónde estaban los hombres, de dónde procedían las voces, y cómo Arlo estaba de pie detrás de Henry con una pistola apuntándole a la nuca. Sólo había otros dos hombres sentados en la mesa de juego, uno a cada lado de Henry, ambos con aspecto de estar a punto de cagarse encima. Arlo tenía la otra mano levantada, con otra pistola apuntando a uno de los hombres. —Adelante —dijo Arlo con calma mientras miraba al hombre que estaba sentado a su derecha, el único que no tenía un arma apuntando a un cráneo —. Alcánzalo, coge tu arma y veremos lo rápido que eres. —Arlo sonrió lentamente, y era una sonrisa que nunca vi antes. Era absolutamente aterradora —. Todos ustedes son hombres de juego aquí. ¿Quieren apostar a que les meto una bala en el cráneo a los tres antes que desenfunden? Pasó un grueso momento de silencio en el que nadie habló. Creo que ni siquiera respiraron. El hombre se sentó tieso en su silla mientras miraba fijamente a Arlo. No me cabía duda, dada su expresión, que no aceptaría esa apuesta. —Estás cometiendo un grave error —se atrevió a decir Henry. 144 Arlo rio suavemente, pero no había nada de humor en ello. Era oscura e insidiosa, como si fuera un precursor de todos los “errores” que vendrían. —¿Es así? Eres un pez gordo, ¿eh? Henry entrecerró los ojos a pesar que Arlo no lo miraba. —Normalmente son los hombres que están a punto de morir los que dicen que es un error —dijo Arlo con una voz engañosamente tranquila. Pude oír el sonido de un goteo, algo húmedo golpeando el suelo. Mi posición ventajosa me permitió ver que uno de los hombres se orinó en sus pantalones, la orina se deslizaba por su pierna y creaba un charco en el suelo. —Maldito imbécil débil —se mofó Henry al darse cuenta claramente que una de sus arañas perdió la vejiga. Arlo apretó con más fuerza la pistola contra el cráneo de Henry, que se enderezó en su asiento, apretando los dientes—. No tienes ni idea de con quién te estás metiendo. No, Henry no tenía ni idea de con quién se estaba metiendo. —Estúpido. —La voz baja que vino de detrás de mí y la sensación de una pistola presionando en el centro de mi espalda hizo que todo mi cuerpo se congelara. Pero no fue el arma presionada entre mis omóplatos lo que me hizo tensar. Era la voz... la voz de mi padre—. Deberías mantenerte alejada. No como si Henry no fuera a encontrarte. —Su aliento era cálido y espeso con el aroma de la bebida—. Él te encontró, iba a traerte de vuelta. Hiciste de mi vida un infierno al escaparte. Miré a mi padre por encima del hombro. Su cara estaba golpeada hasta el infierno, negro y azul e hinchado. Estaba claro que mi marcha provocó que Henry utilizara al hombre que fue mi donante de esperma como su saco de boxeo personal. Sin embargo, no sentí nada. Ninguna simpatía. Ni empatía. Me dio un codazo en la espalda con la pistola hasta que me tambaleé hacia delante. Arlo levantó los ojos en mi dirección, pero aparte de un sutil tic en la mandíbula, no mostró ninguna emoción. Puede que mantuviera esa férrea compostura, pero yo sabía que estaba enfadado porque yo estaba aquí, porque no le hice caso. Seguramente sabía que no podía permitirle hacer esto por su cuenta. Tenía que saber que yo estaría a su lado para hacer esto bien. Esta era mi lucha, y no lo haría en la seguridad de un auto con un arma en mi regazo mientras otra persona se jugaba la vida por mí. Henry comenzó a reírse, y ni siquiera la pistola que tenía en la cabeza pudo detenerlo. —¿Así que esto es obra tuya, Galina? Un ruido sordo llenó la habitación y me di cuenta que procedía de Arlo. Se inclinó para que sus labios estuvieran cerca de la oreja de Henry y dijo algo en una voz demasiado baja para llegar a mí. Pude ver que la piel de Henry palidecía, que sus ojos brillaban de miedo, pero luego cambiaron a algo maligno mientras me miraba fijamente. Cuando Arlo se puso en pie, sus ojos se fijaron en mi padre, que estaba de pie detrás de mí. Ahora me agarraba fuertemente del brazo, como si pensara que iba a 145 intentar huir. Pero ya terminé de huir. Estaba harta de esconderme. Estaba aquí para enfrentarme a esto sin importar las consecuencias. Cuando nos separamos un metro de la mesa de juego y nos apartamos, los otros dos hombres sentados me miraron con un claro terror en sus rostros. Eran lacayos, peones en cualquier juego enfermizo que jugara Henry. —Henry, dales lo que quieren. No está jugando. Henry miró a un lado y enseñó los dientes al hombre que habló. —Maldito cobarde. —No era inteligente, ni siquiera con una pistola apuntando a su cabeza. Mantenía su miedo cubierto de trajes de diseño de imitación y demasiada colonia barata. Mi padre me arrancó la pistola de la mano, pero él seguía con la suya apuntando a mi espalda. Pero mientras miraba la cara de Arlo, no tenía miedo de morir. En ese momento no tenía miedo de nada. Toda mi vida y todas las situaciones que viví hasta entonces cerraron el círculo. A partir de ese momento supe que nunca permitiría que nada me controlara. No permitiría que alguien me asustara lo suficiente como para que huyera. De todos modos, siempre te alcanzaba. Henry me miró de arriba abajo, con una mirada lasciva y tan babosa como la que yo recordaba. Sonrió y escupió: —Estás tan perfecta como la última vez que te vi, Galina. Me pregunto si ese pequeño y apretado coño virgen sigue sin ser tocado, o si te convertiste en la puta a la que yo mismo imaginé darle forma. Pop. Parpadeé una vez, con los oídos zumbando, con ese estruendo de un arma descargada resonando en toda la habitación, pareciendo que sacudía la única ventana y la agrietaba aún más. Me quedé mirando donde estaba sentado Henry, con el agujero de bala en la cabeza dejando un rastro de color rojo justo entre los ojos y por el puente de la nariz. Se desplomó hacia delante y su cráneo se estrelló contra la mesa de juego con tanta fuerza que el endeble mueble tembló por la fuerza. —Mierda. —¡Joder! —gritaron los dos hombres que estaban a su lado, con los ojos muy abiertos, su miedo saturando la habitación. —Tío, no tenemos nada que ver con lo que sea que esté metido Henry —divagó un tipo, con las manos por delante. —Sólo le ayudamos ocasionalmente —gritó el otro hombre—. Oh, joder. Por favor, no nos mate. Arlo me miró y, sin apartar su mirada de la mía, apuntó con una pistola al tipo de la derecha y mantuvo la otra apuntando al hombre de la izquierda. Entonces apretó los gatillos y les disparó a ambos perfectamente en la cabeza. Todo ocurrió en cuestión de segundos, aunque también pareció ir tan lento que fue como vadear el agua. 146 Tres cuerpos ahora desplomados sobre la mesa de juego, la sangre filtrándose en el fieltro verde, mi padre detrás de mí maldiciendo, la pistola a mi espalda temblando por los nervios. El olor de la sangre que llenaba la habitación se hizo tan fuerte que mi estómago se retorció, devolviéndome al presente, el tiempo se aceleró hasta que pude recordar que debía respirar de nuevo. —Suéltala —dijo Arlo y apuntó la pistola justo sobre mi hombro. Era un buen tirador, pero ¿qué tan bueno era cuando me usaban como escudo? —Baja el arma y déjame ir. No tengo nada que hacer en esto —murmuró el cobarde de mi padre desde detrás de mí. Era por él que todo esto sucedía. Mi padre tenía el brazo levantado y apuntaba con la pistola a Arlo mientras empezaba a retroceder lentamente, con un brazo alrededor de mi pecho mientras me mantenía firmemente en su sitio para que, si alguien recibía un disparo, fuera yo. —Lo digo en serio. Déjame ir o ella muere. —¿Dispararías a tu hija para salvar tu propio culo? —preguntó Arlo con calma mientras se alejaba de la mesa y se acercaba, manteniéndose lo suficientemente lejos como para que mi padre no se asustara más de lo que ya estaba. —Ella no es nada para mí. Y no era esa la verdad. Nada más que una herramienta de negociación. Nada más que alguien a quien vender para ser violado y torturado sólo para poder pagar sus deudas. Nunca signifiqué nada para él, y por eso cuando dobló la esquina conmigo, saqué los movimientos de defensa personal que me enseñ ó Arlo y me incliné hacia él. Al principio le cogí desprevenido y su agarre se aflojó un poco, lo que me dio la suficiente ventaja para girar en su agarre, girar bruscamente y poner mi rodilla en su ingle. Gruñó y levantó el brazo. Sabía que estaba a punto de disparar y vi que lo hacía a cámara lenta. Me agaché y cargué todo mi peso so bre su cuerpo, lanzándonos contra la pared. Su espalda se estrelló contra ella, el aire lo abandonó, mi cabeza resonó cuando su cráneo se rompió contra el mío por el impacto. Sabía que la única razón por la que lo tomé desprevenido era porque estaba borracho y me subestimó. Luchamos con la pistola durante sólo un segundo, con el arma entre nosotros y nuestros ojos fijos en los del otro. Vi su desesperación, supe que me mataría si eso significaba salvar su propio pellejo. Si tuviera algún valor sentimental h acia este hombre, lo perdí hace mucho tiempo. Tal como estaba, todo lo que veía era mi supervivencia o que él me llevara al infierno con él. El arma estalló entre nosotros, y el calor, el humo y el dolor abrasador me envolvieron física y emocionalmente. Los dos nos quedamos paralizados, mirándonos con los ojos muy abiertos, con las dos manos en el arma. Retrocedí y miré hacia abajo, con el cañón apuntando al pecho de mi padre. La sangre se filtró a través de su camisa y se extendió tan rápido que di otro paso atrás. Me estrellé contra una pared dura: el pecho de Arlo. Él me quitó el arma con cuidado, me rodeó la cintura con un brazo protector y luego levantó el suyo. 147 Mi padre sacudía la cabeza y mantenía las manos extendidas, suplicando, rogando mientras se desangraba, pero todo cayó en oídos sordos y en la apatía. Arlo levantó su pistola y le disparó una bala en uno de sus ojos. La cabeza de mi padre crujió contra la pared antes de deslizarse hacia el suelo, manchando de sangre su descenso. No sé cuánto tiempo permanecí allí, pero cuando Arlo me envolvió en sus brazos, con mi cabeza sobre su corazón, las lágrimas brotaron con rapidez y fuerza. No eran de tristeza ni de miedo. Eran de puro y absoluto alivio. Por fin era libre, aunque estuviera cubierta de sangre. 148 25 Galina Ambos estaban muertos, ese capítulo de mi vida terminó. No más huida. No más esconderse. Fue suficiente para que una lágrima resbalara inesperadamente por mi mejilla. Me rodeé la cintura con los brazos y contemplé las brillantes luces de Las Vegas. Las vistas y los sonidos, el bullicio de la vida que siempre fue una constante en mi mundo parecían estar a kilómetros de distancia. Un recuerdo lejano. Ya no era mi pasado ni mi presente. Porque mi futuro era muy diferente ahora. —No más lágrimas. Cerré los ojos al oír a Arlo y sentí que otra lágrima bajaba por mi mejilla como si mi cuerpo intentara desafiar sus propias palabras. —Se acabó —susurré y abrí los ojos al mismo tiempo que me daba la vuelta para mirarle. Inmediatamente me envolvió en sus brazos y me abrazó, apoyando su barbilla en la coronilla de mi cabeza, mi fuerte protector que no pedía nada a cambio pero me daba tanto de sí mismo. —Te quiero. —Pronuncié las palabras, sin darme cuenta que salieron hasta que sentí que su cuerpo se tensaba contra el mío—. Te quiero tanto —sollozaba, sintiendo cada parte de mí. 149 Enredó su mano en mi pelo, los mechones húmedos de la ducha que tomamos juntos nada más llegar al hotel hacía horas. Me lavé tan suavemente, limpiando la violencia de la noche, como si necesitara hacerlo tan desesperadamente que fuera su única misión en la vida. Me inclinó la cabeza hacia atrás para obligarme a mirarle a la cara, la luz de la ciudad unida a la oscuridad de la habitación proyectaba una presencia ominosa sobre él. Le miré fijamente a los ojos y me perdí en su profundidad. —Te quiero —susurré, queriendo decir las palabras una y otra vez hasta que se grabaran en nuestras caras, tatuadas para siempre en nuestras almas. Levanté las manos y ahuequé sus mejillas, una ligera escara que empezaba a crecer, arañando la sensible piel de mis palmas. Era brutalmente hermoso, mi ángel oscuro y vengador. Me hacía sentir cosas que nunca creí posibles, que nunca imaginé para mí. Nunca pensé que podría entregar mi corazón a alguien, que alguna vez me sentiría realmente segura o sería feliz. Pero al mirar las oscuras y turbulentas emociones que cubrían el rostro de Arlo, supe sin duda que todas las cosas que me llevaron a este punto de mi vida, todas las cosas feas me trajeron a este hermoso momento. Me llevaron a él. —Moy svet. Te amo tanto como mi muerto, oscuro y retorcido corazón puede amar algo tan ligero y hermoso. Te amaré hasta que no pueda amar más, y sólo entonces será porque esté muerto y me pudra en la tierra. Me puse de puntillas y apreté mis labios contra los suyos, impidiéndole d ecir nada. Arrastré mi lengua por la costura de su boca, amando el picante y masculino sabor que lo cubría, que era él, antes de ahondar en su interior. Todavía estaba muy tenso, pero apretó sus dedos en mi pelo, manteniéndome en su sitio mientras inclinaba mi cabeza hacia un lado y profundizaba. Un duro gemido salió de su garganta, y no pude evitar ablandarme contra él, deseando ese peligro y esa oscuridad que se filtraba de su alma y me rodeaba. —Te necesito —supliqué contra su boca, sin darme cuenta hasta ese momento que nunca necesité nada más que sentir el cuerpo de Arlo apretado contra el mío, su polla en lo más profundo de mi coño, su poder sujetándome para que me viera obligada a soportarlo todo. La sensación que sus brazos me rodeaban hizo que una emoción recorriera todo mi cuerpo. Me encontré desgarrando su ropa, rasgando la mía, necesitando estar desnuda, sentir piel sobre piel, saber que Arlo me deseaba tanto como yo a él. Necesitaba saber que estaba viva en ese momento. Y cuando los restos de nuestra ropa no eran más que jirones en el suelo, me levantó, con sus bíceps apretando con fuerza. Rodeé su cintura con mis piernas, mis brazos alrededor de su cuello, profundizando el beso, desesperado y hambriento, hambriento como un animal desatado en nuestro interior. —Necesito follarte —gruñó contra mi boca y no esperó a que accediera, a que aceptara... a que suplicara que me llenara y me estirara. 150 Nos dirigió hacia el dormitorio y yo repetí: —Te necesito. —Arlo me besó y gruñó entre lamidas y chupadas, con sus manos agarrando las mejillas de mi culo, sus palmas tan grandes y fuertes, tan masculinas. El aire me abandonó cuando mi espalda chocó contra el colchón, cuando el enorme cuerpo de Arlo cubrió el mío. Utilizó sus rodillas para abrirme las piernas, empujándolas con fuerza para que no tuviera más remedio que estirarme para él, para desnudar mi coño y esperar a que me lo diera como yo quería. Y cuando se acomodó completamente sobre mí, la gruesa y pesada longitud de su polla se deslizó justo entre los labios de mi coño, Hice un túnel con mis manos en su pelo y tiré de las hebras mientras me arrancaba un gemido. —Tan jodidamente húmeda para mí. —Empujó contra mí, su longitud se deslizó por mi raja antes de retroceder. Una y otra vez, se deslizó a travé s de mi coño, mis labios enmarcados alrededor de su circunferencia, la raíz de su eje frotando mi clítoris con cada movimiento ascendente. —Arlo. Dios, sí. —Podría ponerme en marcha sólo con esto, el movimiento de balanceo, la sensación de su peso sobre mí, empujándome hacia abajo en la cama, haciéndome tomar lo que tenía que darme. Estaba tan mojada, empapada, con el interior de mis muslos embadurnado de mi excitación por él. —Tan preparada para mí —gruñó contra el costado de mi cuello, mordiéndome la carne con la suficiente fuerza como para que gritara de placer y dolor, sabiendo que por la mañana habría moratones, del tamaño de la punta de un dedo en mi cintura, chupetones en mi cuello. Clavé mis manos en su pelo, manteniéndolo justo donde estaba, pidiendo más, más fuerte... todo. Levanté las caderas, exigiendo en silencio. Lo necesitaba dentro de mí tan profundamente que no sabía dónde terminaba yo y dónde empezaba él. Y entonces la punta rozó el agujero de mi coño un segundo antes que él levantara ligeramente la cabeza y me mirara a los ojos. —Moya. —Los míos. Me metió todos esos centímetros con tanta fuerza que mi espalda se arqueó, mis pechos se agitaron y un sonido dolorosamente excitado salió de mi boca—. Eres mía —gruñó mientras volvía a penetrarme con fuerza, deslizándose hacia fuera hasta que la punta se alojó en mi entrada, y luego volvió a empujar hacia dentro. —Sí —grité. Me folló con golpes rápidos, que me hicieron sentir que estaba reclamando su derecho de forma irrevocable, que me estaba mostrando con su cuerpo que nunca me escaparía, que era suya. Sus caderas golpeaban contra mí, el sonido húmedo y descuidado de nuestra follada, tan sucio, tan lascivo, que casi estuve a punto de correrme sólo por eso. Fue brutal, los movimientos me empujaron hacia la cama por la fuerza. Arlo deslizó su mano por debajo de mí y por la espalda, enroscando sus dedos sobre un hombro, manteniéndome en su sitio mientras metía y sacaba su polla de mí. 151 Esto no era hacer el amor. Esto era una follada cruda y dura. Era una bestia salvaje, su cuerpo estaba lleno de fuerza y precisión mortal. Era como si estuviera perdiendo el control tanto como yo me sentía dentro. Y lo único que podía hacer era aferrarme a él, con mis piernas rodeando su cintura y mis manos aún enredadas en su pelo. Me mordía y lamía el cuello, emitiendo sonidos inhumanos que me acercaban peligrosamente al orgasmo. Sus gruñidos, mis gemidos y el ruido de nuestro sexo húmedo golpeando juntos rodearon mi cabeza y llenaron la habitación. —Eres mía, y nunca te dejaré ir. —Él golpeó tan fuerte dentro de mí, golpeando un punto secreto que hizo que mis ojos giraran hacia atrás en mi cabeza y el aire fuera forzado de mis pulmones—. Ahora córrete para mí. Me corrí, mi cuerpo obedeció a Arlo instantáneamente. —Joder, sí. Eso es. Hasta tu cuerpo sabe que eres mía. Las vibraciones de su voz se dirigieron directamente a mi clítoris, engordando aún más el pequeño bulto hasta que no fui más que un fin sin sentido, moviendo la cabeza de un lado a otro, tratando de mantenerme consciente. Sabía que Arlo era lo único que podía darme el sexo que necesitaba. Él era lo único que dio vida a cada parte de mí. Me agarró las dos muñecas con una de sus manos y me empujó los brazos por encima de la cabeza, añadiendo presión e inmovilizándome para que quedara extendida como una ofrenda. Y entonces Arlo se inclinó hacia atrás, con su otra mano agarrando mi cintura, sus dedos apretándose y relajándose mientras miraba hacia abajo, donde nuestros cuerpos estaban conectados. —Nunca he visto nada más caliente que la visión de mi polla en tu coño . —Se metió y sacó, lenta y fácilmente, como si disfrutara del espectáculo —. Mi polla está tan húmeda y brillante porque estás goteando para mí. —Su mirada se negó a moverse de donde la observaba, y yo levanté la cabeza para mirar a lo largo de mi cuerpo para observar también. Mis labios se separaron al ver que la gruesa y corpulenta longitud de su eje salía de mi cuerpo, húmeda y brillante bajo el resplandor de las luces exteriores que entraban por la ventana. —Mira qué mojada estás, nena. Mira lo jodidamente empapada que está mi polla. —Sí, Arlo. Oh, Dios, sí. Fóllame. —Y lo hizo. Deslizó sus manos a lo largo del interior de mis muslos, y luego enganchó sus dedos bajo mis rodillas, empujando mis piernas tan lejos y tan ancho que mis músculos protestaron de la mejor manera. La nueva posición era obscena, mis piernas casi en posición de apertura, mi coño exhibido lascivamente, pero Dios, nunca encontré nada más caliente. Me penetró con tanta fuerza y rapidez que perdí la cabeza. Arlo era despiadado, mi cuerpo dolía maravillosamente. Mis pechos se agitaban de un lado a otro, mis pezones tenían picos duros, dolorosos, suplicando silenciosamente por su boca de nuevo. Como si conociera mis pensamientos, supiera lo que necesitaba, se inclinó y se llevó una punta tensa a la boca, haciendo subir el capullo, pasando sus dientes suavemente por él una y otra vez hasta que 152 mi coño se apretó con fuerza alrededor de su polla por sí solo con mi inminente orgasmo. —Tan dulce. Mi sabor favorito del mundo eres tú. —Arrastró su lengua por mi pecho, subiendo por mi cuello, y rodeó mi oreja antes de gruñir —: Ahora córrete para mí. Y lo hice. Exploté en un espectáculo de luces y fuegos artificiales, dolor y placer. Todo lo que podía hacer era tomar lo que él me daba. Cada toque, cada vista, cada olor y cada sonido me llevaron a lo más alto. Los sonidos que hacía contra mi garganta cuando entraba y salía de mí. La forma en que sus pelotas golpeaban el pliegue de mi culo. La forma en que la raíz de su vástago se frotaba contra mi clítoris cada vez que lo hacía. Me sentía muy bien, lamiendo el cielo, sintiendo ese éxtasis desde la punta de los dedos de los pies hasta las puntas de los cabellos. Y no quería que terminara nunca. Sentí su polla pateando dentro de mí, haciéndose más gruesa antes que rugiera, los fuertes y calientes chorros de su semen llenándome, echando raíces para que siempre estuviera marcada desde dentro por el hombre que tenía mi corazón, mi cuerpo y mi alma. Cuando los dos estábamos agotados y exhaustos, se llevó una de mis manos a la boca, me besó el centro de la palma y luego apoyó los antebrazos en la cama a ambos lados de mi cabeza. Nuestras respiraciones eran ásperas e idénticas, nuestra piel estaba sudada. Sentí las gotas de su sudor aterrizar en mi pecho, caliente y pegajoso... tan malditamente sexy. Se retiró y sentí la pérdida de inmediato. Sentí que la combinación de mi excitación y su semen se deslizaba por mi coño y bajaba por el pliegue de mi culo hasta formar una mancha húmeda en el colchón. Arlo me acercó a él y me acurruqué contra su cuerpo, con la cabeza mareada y la visión borrosa por las secuelas de mi orgasmo, de mi pura felicidad y amor por este hombre. Levantó mi mano y la colocó sobre su pecho, justo sobre su corazón. Incliné la cabeza hacia atrás para mirarle a la cara, notando que ya me observaba, sabiendo que había algo en su mente. Había una expresión extraña en su rostro, una que no podía ubicar. Me acerqué a él y le pasé el dedo por el pliegue de los ojos. —Nunca tuve un corazón para regalar, Galina —dijo suavemente en la oscuridad, su mirada sosteniendo la mía—. Nunca conocí el amor, nunca lo di ni lo recibí. Ni siquiera sabía lo que era hasta que llegaste tú. Mi corazón se detuvo en mi pecho al oírle decir esas palabras, mi respiración se detuvo en mis pulmones mientras esperaba que continuara. —No soy un buen hombre. Tú lo sabes. Y me aceptas a pesar de todo. —Tomó mi mano y la colocó sobre su pecho, justo sobre el corazón—. Pero todo lo que pueda crecer en este oscuro y muerto corazón mío, cualquier amor del que sea capaz, quiero que lo poseas. Quiero que seas la única persona que tenga esa parte de mí, moy svet. 153 —Arlo… —Quiero darte todo lo que soy, Galina. Quiero darte lo malo, lo bueno... incluso las partes que son aterradoras, porque eso es lo real; eso es lo que soy . —Deslizó su mano por el lado de mi cuello para acariciar mi cara, su pulgar suavizando mi sien—. No sabía lo que era estar enamorado, y hasta que llegaste tú, nunca supe lo mucho que quería vivir. Por ti. —Te quiero. —Volví a decir esas tres palabras, con lágrimas en los ojos, que salían de lo mejor de mí. —Sin ti, no existo, Galina. Y si eso es amor, entonces te quiero tanto que me arrancaría el corazón y te lo daría de regalo sólo para que pudieras ver mi lealtad, mi determinación... que dentro de este monstruo, sólo soy un hombre que necesita a la persona más importante de su vida. Tú. Cerré los ojos y sentí que una sonrisa recorría mi rostro. —Te quiero. Haces que la vida duela de la mejor manera, moy svet. Y así fue como me dormí, sabiendo que ya no tendría que temer a lo que vivía en la oscuridad, porque tenía al monstruo más peligroso abrazándome con fuerza. 154 Epílogo Arlo Cinco años después 155 Nunca puedes dejar atrás del todo la oscuridad. Te sigue como una sombra, siempre ahí, mirando e imponiendo. Pero mientras tengas luz, siempre estará un paso por detrás, sin poder tocarte. Y mientras tuviera a Galina en mi vida, nunca sería realmente el villano de mi propia historia. Ella me dio esa humanidad que siempre me faltó. Me quedé de pie en el porche y la miré fijamente, con su silueta ensombrecid a por el sol que se ponía en el horizonte y las olas que rompían contra la orilla. Después de contemplar el rostro de Galina, verla así, con la playa y el océano como telón de fondo, era una de las cosas más hermosas que vi nunca. Durante tres años vivimos en la costa de un pequeño pueblo francés, con la playa pegada a nuestra casa, la sal y el agua del mar en el aire. Sabía que dejar atrás la Ruina fue la mejor decisión que podría tomar. Porque hacía feliz a Galina. Espere a tener mis negocios y mis finanzas en orden y estuve poniendo todo el dinero que ganaba trabajando para la Ruina para que nadie, legítimo o no, pudiera poner sus manos en él. Tenía que asegurarme que nunca nos siguieran, que su vida no volviera a estar en el punto de mira. Odié esperar tanto tiempo para sacarla de aquella ciudad y de aquella vida olvidada, pero mereció la pena. Verla sonreír cada noche cuando le hacía el amor me lo decía sin necesidad de pronunciar palabras. Saber que hice todo lo que estaba en mi mano para garantizar que a Galina no le faltara nunca más nada en su vida me daba paz. Y me asegur é de ello desde que empecé a trabajar con la Ruina. Pero mis prioridades cambiaron en los últimos cinco años, desde que Galina llegó a mi vida. Ahora, el objetivo final y todo el ahorro era hacerla feliz y mantenerla a salvo. Hasta que diera mi último aliento, siempre me aseguraría que estuviera provista, cuidada, atendida. La quería. Tanto, carajo. Caminé hacia mi esposa, que estaba en el mismo lugar donde hicimos nuestros votos casi tres años antes. Galina tenía los brazos sueltos a los lados y el viento movía su larga falda de estilo bohemio de un lado a otro. Me puse detrás de ella y rodeé su vientre ligeramente hinchado con las palmas de las manos mientras me inclinaba y le acariciaba el cuello. Ella inclinó la cabeza hacia un lado para permitirme un mejor acceso, y yo cerré los ojos e inhalé su dulce aroma. —¿En qué estás pensando, moy svet? Me rodeó con sus brazos y prácticamente pude sentir su sonrisa. —En ti y en lo feliz que me haces. Volví a besar el costado de su cuello. No era un buen hombre. Nunca lo fui y nunca lo sería. Galina era la única gracia salvadora en mi vida, mi punto débil, mi debilidad. Ella sabía todo esto, me escuchó contarle mis partes más oscuras, mi pasado, las cosas violentas que hice. Y me amaba a pesar de todo, irremediablemente. Innegablemente. —Ya nikogda ne znal, chto znachit byt' zhivym, prezhde chem ty byl moim. Se giró y me rodeó el cuello con los brazos, poniéndose de puntillas para acercar sus labios a los míos. —Te entendí bastante bien esta vez —murmuró contra mis labios. —¿Sí? —Le mordisqueé el labio inferior. Empezó a aprender ruso y francés hacía unos años, este último algo práctico ya que ahora llamábamos a Francia casa, el primero porque decía que le apasionaba aprender cómo podía maldecirme cuando la cabreaba. Yo sonreía, sin importarme si quería insultarme en ruso todos los días. Su voz era tan encantadora que cualquier cosa que dijera era música para mis oídos. —Así es —siguió bromeando. Se apartó y su expresión se volvió sombría —. Nunca supe lo que significaba estar vivo antes que fueras mía. Dijo la frase exacta que acababa de decirle en ruso, y aunque le dije que era mía, supe que nunca entendería cuando le dije que era lo único que me hacía sentir vivo. —Te quiero —susurré y la besé lentamente. Volví a deslizar mis dedos sobre su vientre justo cuando mi pequeña, que crecía segura dentro de su mad re, pateó mi mano con fuerza. —Espero que estés preparada para ella, porque me temo que lo activa que es mientras está dentro es un precursor de lo salvaje que será una vez que esté aquí. La besé una y otra vez, sin poder evitar mi sonrisa. —No puedo esperar, carajo. Déjala ser una niña salvaje. Que experimente la vida y el mundo como quiera. Que nadie la retenga, o les meteré una bala en la cabeza. 156 Galina resopló y puso los ojos en blanco, pero yo hablaba muy en serio. A mi niña no se le diría que nunca podría lograr nada en este mundo. Nunca sería como mi padre. Le enseñaría sobre el mundo, lo bueno y lo malo y cómo podría superar cualquier obstáculo. Y lo haría con la persona en la que más confiaba: mi esposa, mi alma gemela, la madre de mis hijos, porque quería una casa llena de hijas que se parecieran a Galina e hijos que protegieran a las mujeres de sus vidas por encima de todo. Ella era mi corazón. Mi luz. Tenía suerte de tener a Galina en mi vida, y más suerte aún de ser padre. Nunca más me quejaría de nada, no cuando me dieron el mejor regalo imaginable. La felicidad, el amor y, sobre todo, saber lo que significa vivir. 157 Esperamos que hayas disfrutado del libro ♥ Puedes seguirnos en nuestras redes sociales, para mantenerte al tanto de nuestros proyectos solo selecciona el icono de la cuenta a la que quieres ir. 158 159