Juan Manuel Villasuso Estomba COSTA RICA Y ESPAÑA EN TIEMPOS DEL PRESIDENTE MORA: UN EPISODIO SINGULAR CONTRIBUYENTES DE HONOR AL FONDO DE PUBLICACIONES Ana María Botey Sobrado Asociación Morista La Tertulia del 56 Elizabeth Fonseca Corrales Fraser Pirie Robson John Cravens Young Juan Manuel Villasuso Estomba Juan Rafael Quesada Camacho Lissette Monge Ureña Manuel Araya Incera María Eugenia Bozzoli Vargas Sebastián Vaquerano López Tomás Federico Arias Castro Vladimir de la Cruz de Lemos © Juan Manuel Villasuso Estomba Academia Morista Costarricense [email protected] 11 de enero de 2023 San José, Costa Rica COSTA RICA Y ESPAÑA EN TIEMPOS DEL PRESIDENTE MORA: UN EPISODIO SINGULAR* Juan Manuel Villasuso Estomba** El presente discurso de incorporación a la Academia Morista Costarricense que he bautizado “Costa Rica y España en tiempos del presidente Mora: un episodio singular” tiene como propósito compartir con ustedes tres eventos ocurridos en 1856 que conforman un capítulo singular de las relaciones entre estas dos naciones. Los tres eventos están estrechamente concatenados y su interpretación permite entender con mayor lucidez el papel español en la lucha contra los filibusteros de William * Discurso de ingreso a la Academia Morista Costarricense como Miembro de Número, pronunciado en San José, Costa Rica, el 27 de octubre de 2022. ** Juan Manuel Villasuso Estomba. Licenciado y Máster en Economía, UCR/Louisiana State University. Catedrático de la Universidad de Costa Rica. Director del Instituto de Investigaciones Económicas (1979-83) y del Programa de la Sociedad de la Información y el Conocimiento (2005-11), UCR. Ministro de Planificación y Política Económica y miembro director del Banco Central de Costa Rica (1983-86). Directivo de la Red LATN en Centroamérica (2001-15). Walker y su vínculo con el gobierno costarricense de Juan Rafael Mora Porras. Dicho lo anterior, queda claro que esta plática no pretende abordar de manera global las relaciones entre Costa Rica y España en el orden político, diplomático, militar o económico en esos años. Esa es una tarea que queda pendiente. Tampoco intenta discutir el rol hispano en el contexto geopolítico en que tuvo lugar la Campaña Nacional. Analizar ese papel, menos protagónico que el de los Estados Unidos, Gran Bretaña o Francia, pero no por eso irrelevante, es también una tarea diferida. Los tres eventos o momentos a los que haré referencia y que sostengo deben examinarse de manera conjunta para entender acertadamente las razones y el por qué ocurrieron de esa manera, se atribuyen a las preocupaciones y temores que la presencia en Nicaragua de una horda de mercenarios dirigidos por el norteamericano William Walker provocó, tanto en los gobernantes costarricenses como en las autoridades españolas en Madrid y La Habana. De manera esquemática y en orden cronológico mencionaré esos tres eventos para luego precisar cada uno de ellos y discernir las explicaciones pertinentes. Primer momento, la visita a Costa Rica a finales de mayo o principios de junio de 1856 del jefe del Estado Mayor del ejército español en Cuba, el brigadier Joaquín Morales de Rada y 4 Sesma, con el propósito de entrevistarse con el presidente Juan Rafael Mora y el alto mando del ejército nacional. Segundo momento, la carta enviada por el canciller de Costa Rica, Lorenzo Montúfar, el 7 de octubre de 1856 al gobernador español en Cuba, capitán general José Gutiérrez de la Concha, solicitando ayuda militar, económica y financiera a su Majestad Católica para combatir a William Walker; y tercer momento, la respuesta dada por la Junta de Autoridades de La Habana el 11 de diciembre de ese mismo año a la carta de Montúfar. Estos tres hechos, causalmente entrelazados, ocurrieron con muy poco tiempo de diferencia entre ellos en 1856. El primero, la visita de Morales de Rada, a fines de mayo o principios de junio, el siguiente, la carta de Montúfar, el 7 de octubre, o sea, cuatro meses después, y el tercero, la respuesta del gobernador Concha, a inicios de diciembre, es decir, dos meses posteriores a la solicitud de ayuda. Me tomaré la libertad de alterar la secuencia temporal e iniciar esta exposición por el segundo momento mencionado: la carta de Montúfar al gobernador de Cuba. Y para eso quisiera que me acompañaran en un corto viaje al pasado. Un recorrido en el que nos transportaremos hasta el 7 de octubre de 1856; saldremos de este edificio (Club Unión) y caminaremos hacia el sur unas 150 varas hasta la casa que fuera de Mariano Montealegre, 5 luego cruzaremos la calle hacia el oeste y entraremos al Palacio Nacional. Es el martes 7 de octubre de 1856. Son las dos de la tarde y llueve torrencialmente. Uno de esos aguaceros inclementes que empapan estas latitudes. Desde la mañana ha estado garuando y el cielo gris y espeso no ha permitido al sol calentar las calles josefinas, resbalosas por el barro y el transitar de caballos, gentes y carretas. En el Palacio Nacional el recién estrenado Ministro de Relaciones Exteriores está terminando de releer, por tercera o cuarta vez, una larga carta dirigida al capitán general y gobernador de la isla de Cuba, en la que solicita la ayuda de España para una segunda fase de la guerra contra los filibusteros de Walker, etapa que el gobierno de Costa Rica aquilataba desde hacía algunas semanas y estimaba próxima a iniciarse. Lorenzo Montúfar se puso de pie, ordenó los folios que tenía sobre la mesa y salió con ellos de la habitación. Caminó unos pasos y entró sin mayor protocolo en el despacho del Presidente de la República, Juan Rafael Mora, de pie frente a la ventana dialogando con su hermano José Joaquín. Ambos miraron al recién llegado y sin decir palabra lo invitaron a que los acompañara. Se produjo entonces la siguiente conversación entre estos tres hombres, pináculos del gobierno costarricense. 6 —Ya está revisada y corregida la carta, don Juanito, —apuntó Montúfar mostrado los papeles que llevaba en las manos. —Bien, muy bien, don Lorenzo, respondió el presidente Mora sonriendo. Ojalá esta diligencia nos permita conseguir el apoyo español, porque la Inglaterra y Francia no han sido muy condescendientes con nosotros hasta ahora. —Lorenzo —interrumpió prudente José Joaquín Mora, ¿se incluyó en la carta lo de la tripulación para la embarcación del río San Juan? Es muy importante que vengan marinos con experiencia para ese tipo de operaciones porque nosotros tendríamos muchos problemas para conseguirlos. Nuestra gente no está acostumbrada a esas maniobras. —Claro que sí, general. Yo personalmente reescribí ese párrafo con todos los detalles. —Excelente. Yo creo que los españoles sí nos van a ayudar, continuó voluntarioso José Joaquín mirando de reojo a su hermano mayor. El brigadier Rada fue bastante alentador cuando estuvo por aquí. Además, España sabe muy bien que Walker y Goicouría son una amenaza para la tranquilidad de Cuba; en cualquier momento se animan y los invaden. —Dios permita que Concha nos preste atención. Adelante, entonces, Lorenzo, —ordenó el mandatario, enviemos la carta lo antes posible para que llegue a La Habana este mismo mes. 7 —Mañana temprano la despachó para Puntarenas, presidente, y calculo que llegará a Cuba en menos de dos semanas. Tal vez tendríamos una respuesta a mediados o finales de noviembre, sino antes, sentenció el canciller. Montúfar regresó a su oficina, firmó la carta con diligencia e hizo los preparativos para que al día siguiente la misiva viajara “con un propio” hasta Puntarenas y luego a Panamá. Después atravesaría el istmo de costa a costa en el ferrocarril recién inaugurado y navegaría por el Caribe hasta llegar a La Habana para ser entregada en el Palacio de los Capitanes al gobernador español José Gutiérrez de la Concha. Volvamos ahora al presente. Debo reconocer que es a partir de esta carta que se fue estructurando y conformando este discurso. Fueron muchas las interrogantes que me surgieron cuando la leí por primera vez, hace más de seis años, a instancias del fraternal amigo Armando Vargas Araya; y muchas también las cuestiones que afloraron de su análisis posterior. Una primera pregunta que me hice, posiblemente la más obvia de todas, fue la siguiente: ¿por qué Costa Rica, que ni durante la época colonial ni después de la independencia mantuvo relaciones cercanas con España, acudió a la vieja metrópoli 8 para solicitar su auxilio en un asunto tan grave y delicado como era la colaboración para participar en una guerra?1 1. A mediados del siglo XIX, en 1850, tres décadas después de la declaración de independencia, las relaciones entre Costa Rica y España eran tan exiguas y parcas como lo habían sido durante la época colonial. La pequeña y pobre provincia de la Capitanía General de Guatemala, con reducida población autóctona y carente de minerales preciosos, no resultaba atractiva para el comercio y los negocios con la metrópoli. Al llegar la independencia en 1821 las cosas cambiaron poco. Esta región continúo siendo tierra de poco interés para los españoles y Costa Rica, que franqueó años confusos de identidad como parte de la Federación Centroamericana, tampoco se sintió atraída por una España que no vivía sus mejores momentos con Fernando VII, las guerras carlistas y las rivalidades entre los espadones isabelinos. No fue sino hasta 1848, durante el gobierno de José María Castro Madriz, cuando esta república mesoamericana comenzó a mirar hacia afuera; y el 10 de mayo de 1850, bajo la presidencia de Juan Rafael Mora Porras, Costa Rica firmó el “Tratado de Reconocimiento, Paz y Amistad” con el Reino de España. Los plenipotenciarios Felipe Molina y Pedro J. Pidal rubricaron el documento. A pesar de la formalización de las relaciones diplomáticas, “que fue muy celebrada en ambas capitales”, lo cierto es que estas tampoco aportaron mucho para estrechar vínculos. El comercio siguió siendo casi inexistente, el número de españoles residentes en el país (que era particularmente reducido y ampliamente superado por los ingleses, alemanes y franceses) no aumentó, los hijos de las familias acomodadas no viajaron a Madrid para educarse, pues preferían Londres y los Estados Unidos, y tampoco en el ámbito cultural se notó la presencia de peninsulares. En fin, que a mediados del siglo XIX España no estaba en el radar de los costarricenses, ni siquiera Cuba, que más próxima geográficamente era en verdad una extensión de la monarquía borbónica. Y desde, luego, tampoco existía en el entendimiento español una pequeña y frugal república llamada Costa Rica. “Amigos cordiales pero distantes”, podría ser la frase que mejor 9 Es cierto que seis años antes, en 1850, los dos países habían firmado un tratado de paz y amistad en el que el Reino de España reconoció la independencia de esta joven república centroamericana (Saénz Carbonell); y también era de considerar que desde el año anterior (1855) Facundo Goñi había presentado cartas credenciales en San José como Encargado de Negocios de Su Majestad Católica. ¿Pero eran esos vínculos diplomáticos argumento suficiente para explicar la solicitud costarricense? A mí me parecía que no. Y una segunda pregunta ¿por qué remitir el pedido de ayuda al gobernador español en Cuba y no directamente a las autoridades en Madrid, o en todo caso al embajador Goñi, que era el representante oficial del gobierno hispano? Dirigir la carta a Gutiérrez de la Concha y no a O’Donnell, que en ese momento presidia el gabinete peninsular, me resultaba difícil de entender. Sin embargo, concedí que los gobernantes costarricenses sabían lo que hacían y que tendrían buenos entendimientos para llevar a cabo esas gestiones ante España y, además, hacerlo utilizando como interlocutor a su más conspicuo representante en Cuba. ¿Pero cuáles eran esas razones? ¿Cuáles las premisas y supuestos? ¿Existían circunstancias o hechos que yo desconocía que justificaran ese curso de acción? caracterizara la relación prevaleciente entre ambas naciones en aquellos tiempos. 10 Después de revisar una serie de publicaciones y de indagar con versados en la materia, finalmente llegué a una conclusión que me satisfizo. Reconocí un hecho que me persuadió explicaba el por qué los gobernantes costarricenses acudieron a España en búsqueda de ayuda, y por qué lo hicieron por intermedio del gobernador de Cuba: la visita a San José, a finales de mayo o principios de junio de 1856, es decir, cuatro meses antes de que se redactara la carta de Montúfar, de un alto oficial del ejército español destacado en la isla. Ese militar conferenció con el presidente Mora y esa plática tuvo secuelas. De ese viaje existen diversos testimonios, todos ellos bastante lacónicos y parcos, pero hemos logrado precisar pormenores inéditos que hacen posible justipreciar la importancia que verdaderamente tuvo. A eso nos referiremos posteriormente. Prestemos ahora atención a la epístola de Montúfar. Digamos en primer término que aunque la carta no es desconocida en la historiografía nacional, esta no ha merecido, por parte de los estudiosos del período morista y de la guerra contra los filibusteros, toda la atención que presumimos merece. Hasta el momento en la bibliografía revisada y en las obras consultadas hemos encontrado muy escasas referencias a esa misiva (Vargas, 2017) aunque su texto íntegro aparece en el primer número de la Revista del Archivo General de la Nación de Nicaragua del año 1964. (Año 1, No 1. Enero-marzo, 1964). 11 Es por ello que estimamos provechoso examinarla, aunque sea tan solo para comentar tres aspectos: primero, lo que el gobierno de Juan Rafael Mora pidió concretamente a los españoles, segundo, las justificaciones empleadas para convencer a los funcionarios coloniales de prestar la ayuda, y tercero, la situación que se vivía en el país cuando fue escrita y que originó la petición de auxilio. Escuchemos al Licenciado Montúfar en cuanto a lo solicitado a España: “El gobierno de Costa Rica por decreto de 26 de agosto de este año, como verá V.E. por el ejemplar que acompaño, autorizó al gobierno plenamente para contratar en el exterior un empréstito que no esceda de quinientos mil pesos. Este gobierno cree que V.E. podrá procurar que se obtenga esta suma con el interés que se convenga a vista de la contestación de V.E. y bajo la garantía de la hipoteca de las rentas públicas de Costa Rica. El plazo para devolver diez años o cualquier otro que se acuerde con presencia de los que V.E. diga. También se espera que V.E. se sirva de las amplias facultades de que está investido, o dando previamente cuenta a Madrid, se sirva proporcionarnos un buque de guerra que impida la entrada de los filibusteros por el puerto y rio de San Juan. [También] Necesitamos en particular un vapor pequeño plano capaz de navegar el 12 rio San Juan que venga armado y tripulado, los gastos que se hagan en estos buques los pagará el gobierno oportunamente y cuando las circunstancias lo permitan.” Financiamiento y ayuda militar fue lo solicitado. Quinientos mil pesos, autorizados por el Congreso desde el mes de agosto, y dos embarcaciones, una para impedir que Walker siguiera recibiendo refuerzos y abastecimientos desde los Estados Unidas y la otra para perseguirlo y atacarlo en la vía fluvial. Es muy posible que en la redacción de estos temas el novel canciller recibiera indicaciones y asesoramiento de los altos mandos militares y de los responsables del manejo de la hacienda pública, incluso del propio presidente Mora.2 2. Es de rigor comentar que esta solicitud de ayuda internacional no fue la primera que hizo Costa Rica. El 8 de noviembre de 1855, o sea, algunos meses antes de declarar la guerra a los filibusteros y casi un año previo a la carta de Montúfar, el canciller Joaquín Bernardo Calvo se dirigió al ministro de relaciones exteriores del emperador de los franceses y a lord Clarendon, ministro de negocios extranjeros de Su Majestad Británica, con el fin de pedirles que “estacionaran alternativamente un buque de guerra inglés o francés, por algún tiempo, en nuestro magnífico Golfo de Nicoya, tan seguro y saludable… Esto “unido a las fuerzas interiores de que puede disponer este Gobierno, serían lo bastante para ahuyentar todo recelo, toda intentona filibustera, y mantener en plena seguridad las propiedades, no tan sólo costarricenses sino muy particularmente francesas y británicas”. Del 10 de noviembre de 1855 hay otra nota, de Luis Molina, Encargado de Negocios de Costa Rica en Washington, dirigida a los representantes de los países de Europa en los Estados Unidos en la que, después de 13 Como observación a tener en cuenta debo precisar que esta solicitud se produjo tres semanas antes de que Nazario Toledo y Gregorio Escalante partieran para Chile y Perú respectivamente (30 octubre 1856) para requerir el auxilio de esos países latinoamericanos; ayuda que consistía en la concesión de empréstitos pero que no contemplaba respaldo militar o la intervención de las fuerzas armadas de esas repúblicas en la conflagración centroamericana, como era el caso español. Ahora bien, desde el punto de vista del argumentario, ¿cuáles fueron las razones que el gobierno de Mora utilizó para tratar de persuadir a los hispanos de prestar su ayuda tanto económica como bélica? ¿A qué reflexiones apelaron los redactores de la carta para inducir a un militar y político ducho y experimentado como Gutiérrez de la Concha a brindar su colaboración a un país con el que no tenía mayores vínculos, ni móviles ulteriores, y en un asunto que podía generarle graves e imprevisibles consecuencias en las relaciones con la emergente potencia norteamericana? explicar el peligro que enfrenta la región por la presencia de los filibusteros, expresa lo siguiente: “La justa causa de los Estados Centro Americanos parece pues, íntimamente unida con los intereses políticos y comerciales de las Grandes Potencias Europeas. Costa Rica, Guatemala y el Salvador defenderán sus derechos y su existencia. Mas no deben disimularse las dimensiones que la lucha podrá tomar; y solicitan de la magnanimidad de S. M... el apoyo moral y material, que estimare conveniente otorgar a la justicia que les asiste.” 14 Concurren al menos tres planteamientos sustentados a lo largo de la epístola que en nuestro criterio tienen como propósito convencer al destinatario de que tanto por razones prácticas como por valoraciones éticas, históricas e ideológicas debería prestar su colaboración. El primero de ellos es pragmático. Concierne al peligro que representaba para Cuba la presencia de Walker y sus huestes en Nicaragua, particularmente la llamada “brigada cubana” liderada por Domingo Goicouría. Había evidencias notorias de que las ambiciones del filibustero no se constreñían a los países mesoamericanos sino que se extendían hasta incluir a la mayor de las Antillas; y que existían acuerdos firmados que lo atestiguaban.3 “La prensa de los Estados Unidos y de otras naciones, escribe Montúfar, denuncian el proyecto de invadir a Cuba, luego que esté consumada la 3. De manera específica la contrata entre Goicouría y Walker (firmada por el cabecilla filibustero y por Francisco Lainé, enviado personal del connotado anexionista) señalaba textualmente lo siguiente: “… que el general G. Walker da su palabra de honor de que ayudará y cooperará con su persona y recursos, como son hombres y demás, a la causa de Cuba y a su libertad, después de haber consolidado la paz y el gobierno de la República de Nicaragua.” Además, “el general G. Walker propone y admite la idea de que los recursos materiales y pecuniarios de Nicaragua, lo mismo que los que están en poder del partido revolucionario de Cuba, se amalgamarán, haciendo causa común para derrocar a la tiranía española en la Isla y asegurar la prosperidad de Centroamérica, identificando de este modo los intereses de ambos países.” 15 ocupación de Centroamérica. De manera que el peligro es común y los esfuerzos que España haga por salvar hoy estos pueblos, librarán también esa importante isla, objeto predilecto de los anexionistas y blanco de sus tiros.” Ayudarnos es una forma de prevenir, parece decir el canciller costarricense. La segunda argumentación corresponde a un silogismo asociado a los conceptos de “raza” y “madre patria”, que en esos momentos había adquirido una especial connotación en la esfera intelectual de ambos continentes. Esos dos conceptos aparecen de manera explícita y se repiten en el texto epistolar. Montúfar alude reiteradamente a los “pueblos hispanoamericanos”, “nuestra raza”, la “raza latina”, como progenie contrapuesta a los anglosajones. Luego entremezcla esos vocablos con los de Madre Patria, asentada con mayúscula ”. Veamos. “…todo anuncia hoy que la raza latina que puebla el mundo de Colón está en inminente peligro”, sentencia en uno de los párrafos. Mas adelante añade: “Sin embargo, como muy poco puede esperarse de los Estados pequeños y sin recursos, el gobierno de Costa Rica ha creído dirigirse a V.E. con el fin de que si fuese posible V.E. se digne prestar su apoyo a nuestra causa y cooperar a la defensa de nuestra raza.” 16 Y antes de concluir agrega: “…mi gobierno cree necesario estrechar las relaciones que felizmente existen ya con la Madre Patria.” No cabe duda que esta redacción tiene un indudable trasfondo emocional y doctrinario y responde a una visión descollante en la época, casi seguro compartida por el presidente Mora y sus colaboradores, el llamado pensamiento hispanoamericanista o pan-hispanista. El historiador López-Ocón de la Universidad Complutense de Madrid y del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España señala que: “Ante las tendencias expansionistas de los Estados Unidos, muchos españoles e hispanoamericanos asumieron las ideas desarrolladas por Gobineau entre 1853-1855, y se esforzaron en demostrar la existencia de una dialéctica racial en el Nuevo Mundo expresada en el enfrentamiento entre la raza latina y la raza anglosajona. Para los panhispanistas sólo el retorno a la solidaridad hispánica podría prevenir la aniquilación de la raza española por los depredadores anglosajones”. No debo dejar de mencionar, como asunto relacionado, la comunicación No 30 del Encargado de Negocios de España en Costa Rica y Nicaragua, Facundo Goñi, de fecha 30 de junio de 1856 dirigi17 da al Primer Secretario de Estado en Madrid en la que el diplomático se explaya y profundiza sobre el tema de la raza latina, la avaricia territorial estadounidense y el futuro poco afortunado que le espera a hispano américa si España no actúa en su defensa frente a los anglosajones. ¿Habrán tenido conocimiento nuestros gobernantes de ese despacho del embajador Goñi? Hay conceptos e incluso párrafos específicos que parecen reproducirse en lo escrito por Montúfar. Y, por otra parte, ¿estuvo informado don Facundo de la carta del canciller?, ¿Le consultaron al respecto? No abundo en el tema en esta ocasión. Un tercer razonamiento empleado con el propósito de conseguir la ayuda española incluye dos ideas que reclaman ser articuladas: Primera idea. Los ingleses y los franceses nos favorecen pero no nos están ayudando. La cita textual de Montúfar asevera: “Costa Rica ha dado cuenta de todo a las naciones de ambos mundos… y muy particularmente a los gobiernos de Inglaterra y Francia, los cuales han manifestado sus simpatías por estos pueblos reprochando la conducta de los invasores, pero hasta aquí ni el gabinete de San James, ni el de las Tullerías han dado ninguna disposición eficaz que corte radicalmente el mal.” 18 Segunda idea. Walker es un aventurero que no tiene representación oficial de ningún país. Las palabras exactas son las siguientes: “el gobierno de Patricio Rivas en Nicaragua declaró traidor a Walker y le exhoneró de todos los cargos públicos que ejercía [por lo que] aparece hoy sin ninguna misión legal en la tierra ni en el mar y deben considerarse sus procedimientos como actos de piratería.” Es de suponer que las autoridades costarricenses pretendían que el gobernador Concha, después de leer estos párrafos, llegara a la conclusión de que no existía ningún impedimento para apoyar a Costa Rica y que el auxilio que brindara no tendría repercusiones negativas por cuanto ningún país (Estados Unidos incluido) le reconocía rango oficial al filibustero americano. Además, Inglaterra y Francia seguramente verían con buenos ojos la presencia española en estos suelos. Sobre el contexto en que se escribió la carta, es decir, las circunstancias objetivas que se vivían en el país y que motivaron el pedido de colaboración, podrían resumirse como lo hace un destacado historiador nacional: “Después de la brillante campaña militar librada desde marzo contra el filibustero William 19 Walker y de las meritorias victorias logradas en Santa Rosa, Sardinal y Rivas, las tropas costarricenses se habían replegado con el fin de sanar heridas y enfrentar la mortal plaga del cólera que atacó a la población, especialmente durante el mes de mayo y hasta julio y agosto. Desde finales de septiembre de 1856 Costa Rica había decidido reincorporarse a la guerra contra los filibusteros. A principios de octubre el presidente Juan Rafael Mora ordenó iniciar los preparativos para una segunda campaña contra William Walker y eso incluía no solo reclutar y apertrechar de nuevo el ejército sino también enfrentar la oposición política interna y conseguir los recursos económicos que permitieran financiar los gastos que toda contienda bélica demanda. Llegaba así el momento de reagrupar fuerzas, rearmar al ejército, recuperar el apoyo popular y la aprobación del Congreso y conseguir la colaboración monetaria de los países amigos para afrontar los gastos que este empeño exigía”. En resumen, es evidente que la carta de Montúfar formaba parte integral de una visión y de una estrategia política, militar y diplomática desarrollada por el presidente Juan Rafael Mora que pretendía no solo respaldo moral y declara20 ciones de simpatía sino también apoyo y ayuda material “efectiva”. Llega ahora la ocasión de abordar el segundo capítulo de este episodio en las relaciones hispano-costarricense en tiempos del presidente Mora: la misión del brigadier Joaquín Morales de Rada a Costa Rica. Este acontecimiento, como ya lo hemos indicado, fue previo y es explicativo de la carta de Montúfar. Veamos detalles y antecedentes de esta inusual visita. De acuerdo con tres fuentes fidedignas: el periódico El Nicaraguense, publicado por los filibusteros, el propio Walker en su libro La Guerra de Nicaragua, y el canciller Montúfar en su obra de 1887; a finales del mes de mayo o principios de junio de 1856 el Jefe del Estado Mayor español en Cuba el brigadier Joaquín Morales de Rada y Sesma viajó a Costa Rica desde La Habana para entrevistarse con el presidente Mora. La primera información que tenemos sobre este viaje fue publicada el jueves 22 de mayo de 1856 en el periódico Times Picayune de Nueva Orleans: “El Gral. Concha ha enviado un alto oficial militar a Costa Rica. Partió en el último vapor. Nada concreto se sabe de su misión, pero todos sospechan que ofrecerá sus servicios al Gobier21 no costarricense, y probablemente se desembarquen algunas armas y municiones.” Al día siguiente, 23 de mayo, el Daily Herald de Nueva York relata con cierta sorna lo siguiente: “El general Morales de Rada ha desaparecido extrañamente de La Habana. Es uno de los mejores y mas inteligentes oficiales. Una persona que se le parecía mucho subió a bordo del vapor Illinois en su último viaje a Aspinwall y no lo vimos volver al muelle. No usaba su nombre en el pasaporte; pero el bigote era muy parecido al del galante general. Fácilmente podría alquilar una goleta para ir a donde quiera desde Aspinwall, y Costa Rica se beneficiaría de sus consejos.”4 4. Es pertinente destacar que el viaje de Morales de Rada recibió considerable atención por parte de la prensa, no sólo de los Estados Unidos sino también de España y otros países. La curiosidad se mantuvo hasta el regreso del militar a Cuba en agosto, como lo atestigua, entre otros medios el Times Picayune del 23/6/1856: “Pronto tendremos noticias del Brig. Gral. Morales de Rada, que fuera enviado a Costa Rica, como ya saben. Se le espera aquí [Cuba] en el próximo vapor de California. A su regreso habrá una consulta sobre los asuntos centroamericanos y Concha decidirá entonces cuáles medidas tomar para frustrar los objetivos de los “filibusteros”. Será bueno que el General reflexione que Nicaragua, en manos de su actual líder [Walker] sería un formidable enemigo para enfrentar.” Y la edición del 31/8/1856, que de manera escueta da a conocer una nota de La Habana: “El Brigadier Morales de Rada ha regresado a esta Isla.” Por su parte, los periódicos españoles transcribieron muchas de esas noticias con el fin de desmentir la ayuda bélica y negar la 22 Algunas semanas después el periódico de los filibusteros El Nicaraguense en la sección española del sábado 19 de julio de 1856 se hizo eco de la información del Daily Herald y en un apartado que titula “Intervención de España en los asuntos Centro Americanos”, añade lo siguiente: “El General Morales de Rada tiene orden de presentarse al General Mora y ofrecer las simpatías de la España. También se ha informado que dinero, armas y municiones de guerra serán enviados a San Juan del Norte tan luego que los costarricenses los necesitasen.” misión a Costa Rica. De seguido algunos ejemplos: La Nación, Madrid, 11/6/1856: “De una estensa carta que hemos recibido de la Habana con fecha 11 de mayo, tomamos los siguientes párrafos que creemos de interés para aquella provincia ultramarina… Termina esta carta con la noticia de la marcha del señor brigadier jefe de estado mayor de esta plaza, don Joaquín Morales de Rada, que esta mañana se ha embarcado para Lima, donde piensa pasar unos meses por asuntos de familia”. La Época, Madrid, 12/6/1856: “Los periódicos anglo-americanos dan la falsa noticia de que el gobierno español ha resuelto enviar una expedición a Costa Rica para operar contra el general Walker. Según El Herald de Nueva York, el brigadier Morales de Rada se ha embarcado de incógnito para Aspinwall, con encargo de hacer presente al presidente Mora la seguridad de las simpatías de España, y ofrecerle dinero, armas y municiones.” La Esperanza, Madrid, 12/6/1856: “El Norte reproduce otras noticias que tienen traza de apócrifas, y tomadas de los poco escrupulosos diarios angloamericanos entre ellas la de que el general Morales de Rada había salido de Cuba de incógnito para ofrecer a los contrarios de Walker las simpatías de España, dinero, armas y municiones, y que «los periódicos de la Habana anunciaban que el gobierno español estaba a punto de enviar tropas en auxilio de los de Costa Rica.” 23 Walker, a su vez, escribió en su libro: “A principios del año el elemento cubano de Nicaragua había llamado la atención de las autoridades españolas de la Isla, y en junio de 1856 el general Morales de Roda, quien malquería a los llamados “filibusteros”, fue enviado a San José para entenderse con el presidente Mora sobre la guerra contra los americanos de Nicaragua. Los cubanos que estaban con Walker eran bien conocidos por su devoción a la causa de la independencia. De aquí el interés con que España vigilaba los asuntos de Nicaragua.” Montúfar, por su parte, se refirió a la visita del militar español en los siguientes términos (Reseña Histórica de Centroamérica, Vol. VII, 1887): “En este mes [junio] llegó a la capital de Costa Rica el general español Morales de Rada. Iba a ese país, según se dice, con el objeto de cumplir una comisión de su Gobierno. España no podía soportar las tendencias de la falange. Walker tenía a su lado cubanos influyentes y resueltos, cuya norma era la independencia de la isla de Cuba. Se asegura que el general Morales fue a ofrecer al Gobierno de Costa Rica, en nombre del Gobierno español, apoyo para que continuase luchando en el campo de batalla contra los 24 invasores de Nicaragua. Este apoyo debe de haber quedado en ofertas porque nunca se le vio.” Pero ¿quién era Joaquín Morales de Rada?, ¿cuáles eran sus antecedentes y atestados? Hay dos fuentes biográficas que nos permiten conocer bastante bien la trayectoria de este oficial. Una es la semblanza escrita por el militar retirado e historiador salmantino José Luis Isabel Sánchez, publicada en la página web de la Real Academia de la Historia de España y la otra la “Necrología del Excelentísimo señor Mariscal de Campo D. Joaquín Morales de Rada”, escrita por el brigadier José Ignacio de Echavarría publicada en el periódico Asamblea del Ejército y Armada, Madrid, 1861. De manera muy abreviada diré que Morales de Rada nació en Corella, Navarra el 14 setiembre 1813 y murió en Zaragoza el 2 de julio de 1861. Casualmente tenía 42 años, la misma edad que Juan Rafael Mora cuando se conocieron en San José. Ingresó como cadete en 1829, luchó en la primera Guerra Carlista y en 1840 fue nombrado jefe de Estado Mayor. Participó en una malograda revuelta con el General O´Donnell y tuvo que abandonar España. Pasó un tiempo con un pariente en Perú (este dato es importante como antecedente de su viaje) y luego regresó a la península para embarcarse a Cuba acompañando a Gutiérrez de la Concha desde su primer mandato como gobernador (1850). Enfrentó 25 a Narciso López en la invasión de 1851. Permaneció en la isla hasta 1859 desempeñando diferentes puestos de importancia hasta su retorno definitivo. Murió dos años después en 1861 no sin antes tener una participación destacada en la guerra de África y en particular en la defensa de Tetuán. Esta resumidísima reseña nos permite deducir que la persona que se presentó en Costa Rica cumpliendo una misión especial no era sólo un oficial curtido que ocupaba un elevado puesto en la jerarquía castrense de la colonia española, sino que también era persona de la mayor confianza y proximidad del gobernador Concha, lo cual avala que la tarea encomendada no era trivial o intrascendente. Ahora bien, ¿qué calificativos podrían aplicarse a la visita de Morales de Rada al presidente Mora? ¿cuáles sus particularidades y avenencias? Yo la califico con tres adjetivos: excepcional, discreta y circunstancial. Excepcional porque no hallamos indicios de que existieran, previo al encuentro, contactos o comunicaciones entre los jerarcas de la isla y los costarricense sobre algún tipo de colaboración o asistencia, a pesar de las preocupaciones y recelos que ambos compartían por la presencia de los filibusteros en Nicaragua. Tampoco encontramos otros acercamientos de esta naturaleza posteriores a la estancia de don Joaquín en San José. Y en los canales diplomáticos no hay alusiones con un contenido similar. 26 Discreta porque el militar navarro abordó el vapor Illinois rumbo a Panamá con identidad falsa, como lo reportó El Herald de Nueva York; los periódicos habaneros y españoles procuraron reiteradamente negar que el militar viajara a Costa Rica, atribuyéndole como único destino el Perú; Manuel Cañas, comandante de Plaza de Puntarenas y cuñado del presidente Mora, muy meticuloso en sus informes diarios sobre movimiento de barcos y personas en esa población, en ningún momento informó sobre la llegada o salida del oficial español, señal presumible de que no se quería divulgar su presencia en el país. Tampoco la prensa costarricense hizo alusión a su estadía en la capital. Así las cosas, parece evidente que la intención era que la visita pasara desapercibida. Y, por último, el viaje tiene trazas de haber sido circunstancial. Tres factores se conjuntaron en abril de 1856 para que la llegada a San José tuviera lugar: uno de carácter privado concerniente a los intereses del propio brigadier Morales de Rada, y los otros dos de naturaleza oficial, el primero de mayor calado por el interés hispano en los sucesos de Centroamérica y el segundo, totalmente coyuntural, asociado a las relaciones con Nueva Granada y los eventos ocurridos en Panamá en esas fechas. El factor personal. José María Galdeano, jurista destacado y figura política prominente en el 27 Perú era pariente del brigadier Morales de Rada, quien compartió con él algunos meses en Lima a principio de los años cuarenta. De edad avanzada, soltero y sin descendencia, Galdeano decidió dejar parte de su herencia al familiar residente en Cuba, para lo cual era conveniente que este se trasladara al antiguo virreinato para solventar cuestiones legales. Don Joaquín, por supuesto, se mostró muy anuente a la petición. En cuanto a la preocupación de los españoles respecto a Walker, era indiscutible que lo veían como una amenaza real,5 más peligroso aún por su asociación con Domingo Goicouría, ya mencionado como uno de los “sediciosos” cubanos que intentaba acabar con el dominio colonial en la isla. Es por eso que Gutiérrez de la Concha se mantenía muy bien informado de lo que ocurría en Centroamérica, incluso reclutando espías. El irlandés John Shean fue uno de ellos en San Juan del Norte.6 5. Tal y como lo expresa Guzmán-Stein, “los antecedentes de Walker, tanto como periodista a favor de una política estadounidense anexionista respecto a Cuba, como por su carácter de invasor del Estado de Sonora y Baja California (donde se declaró presidente de la nueva República por él fundada, para luego ser expulsado), fueron motivos sobrados para la alarma española”. 6. Resulta interesante anotar que en una minuta reservada del mes de febrero de 1856 el departamento de ultramar le ordenó a Concha: “…es preciso, por tanto vigilar con exquisito cuidado e inquirir prudentemente todos los pasos que por parte del gabinete de Washington se den ya en favor o en contra del establecimiento de Kinney y Walker en Centro América, ya también respecto de los planes ulteriores de estos dos aventureros…” 28 Desde diciembre de 1855 el gobernador de la isla alertó a sus superiores en Madrid sobre la gravedad que atribuía a los hechos que estaban ocurriendo en Nicaragua y el riesgo que representaban para Cuba.7 Además, se mostró proclive a una intervención armada, siempre y cuando se realizara de manera coordinada con Gran Bretaña y Francia. La acción conjunta de las tres potencias europeas la consideraba primordial a fin de evitar posibles represalias de la Unión Americana.8 En respuesta a esas inquietudes en Madrid también ponderaron la 7. El gobernador español en Cuba, envió al ministro de Estado encargado de los negocios de ultramar un despacho fechado 2 de diciembre de 1855 en el que dice: “Los graves sucesos que están ocurriendo en las repúblicas del centro-américa me hacen considerar indispensable llamar sobre ellos la atención de V.E. por la influencia que como desde luego se comprende pueden ejercer en la suerte y vicisitudes de esta parte de los Dominios Españoles. Refiérome Exmo. Señor, al término que ha tenido la expedición del coronel Walker y a la colonización de Kinney en Nicaragua.” “Mas el peligro que lleva consigo la ocupación de dichos territorios, si bien común a todas las naciones que tienen posesiones en estos mares en un plazo más o menos remoto, lo es para nosotros inmediato e inminente por la facilidad que una vez invadido aquél, prestaría geográfica y políticamente considerada la cuestión, a las expediciones filibusteras contra esta Isla y Puerto Rico…” 8. En la misma comunicación antes citada del general Concha a las autoridades en Madrid del 2 de diciembre de 1855 expresa lo siguiente: “…conforme a las opiniones que he tenido el honor de esponer a V.E., debo manifestarle que en el caso de que las escuadras francesas e inglesas llegasen a recibir órdenes e instrucciones de sus Gobiernos para presentarse en San Juan de Nicaragua y oponerse de una manera más o menos decidida a los proyectos filibusteros, dispondría que una parte de las fuerzas navales de esta Isla obrase en combinación con aquellas.” 29 posibilidad de enviar una flota a la región y coincidieron en que cualquier acción debía ser concertada y evitando provocar una contestación violenta de los Estados Unidos.9 La llegada de Goicouría a territorio nicaragüense en el mes de marzo con un contingente de 250 hombres para reforzar las tropas filibusteras (aproximadamente 50 de ellos cubanos) elevó sin duda el nivel de alarma en la capital cubana y en el gobierno bicéfalo de Espartero y O’Donnell. Al declarar Costa Rica la guerra a Walker el escenario geopolítico cambió radicalmente. Ya no era una contienda interna en un país, donde dos fuerzas políticas, una de ellas apoyada por mercenarios extranjeros, se enfrentaban en una refriega doméstica, sino un conflicto armado de índole internacional. El abanico de opciones para la intervención de otros actores se ampliaba considerablemente y seguramente el experimentado gobernador 9. El Ministerio de Estado español transmitió al Gobernador Capitán General de Cuba con fecha 8 de febrero de 1856 las siguientes instrucciones: “Si las circunstancias exigieran, con arreglo a las instrucciones, enviar algunas fuerzas navales a Nicaragua, el jefe que las mande tenga entendido que uno de los objetos de su misión es dar fuerza moral a los gobiernos de aquellas repúblicas oprimidas hoy por una turba de filibusteros y contribuir de una manera indirecta a que salgan de una dominación tan irritante. Pero este resultado debe tenderse con la mayor circunspección y reserva y aparentando solo proteger nuestros intereses y los de nuestros nacionales, sin comprometernos en cuestiones que diplomáticamente no pueden ser ahora de nuestra incumbencia o en conflicto con la Unión Americana.” 30 de la “perla de las Antillas” así lo percibió con gran lucidez. Es por eso que cuando los periódicos dieron a conocer, en un primer momento de manera confusa, imprecisa y hasta sesgada, el resultado de las batallas de Santa Rosa y Rivas,10 el futuro marqués de La Habana estimó conveniente no solo informarse de manera fidedigna de la verdad de los hechos sino también establecer contacto directo con aquellos gobernantes, con quienes hasta ese momento no había interactuado pero que eventualmente podrían llegar a ser sus aliados. El envío de un emisario a Costa Rica era una sugestiva posibilidad a considerar, pero sin asumir compromisos específicos y preferiblemente sin que trascendiera. Como factor adicional, en el mes de abril de 1856 sobrevino un hecho, absolutamente coyuntural 10. Sobre la información que circulaba en la prensa de la época se pueden hacer dos acotaciones: la primera, que los periódicos del sur de los Estados Unidos, en su mayoría partidarios de Walker, casi siempre exageraban e incluso tergiversaban los hechos para que se vieran favorables al filibustero, al tiempo que paliaban las noticias negativas; y segundo, que el propio Walker, con su experiencia como periodista “maquillaba” los eventos en su beneficio, como se comprueba con lo ocurrido después de la batalla de Rivas en que a pesar de la derrota informó lo siguiente: “Walker, pues, se retiró con su gente sin ser molestado, por lo cual fue recibido de triunfo en Granada, que también celebró el Gobierno en León, hasta el extremo de participarlo a los demás de Centro América por despachos oficiales, en que les manifestaba que la victoria alcanzada sobre los costarricenses era un suceso feliz para todos los Estados.” Hoy día tildaríamos de posverdad, bulos y fake news estas informaciones. 31 y fortuito, que igualmente contribuyó a alterar el contexto regional y también influyó para que Morales de Rada realizara el viaje que analizamos. Fue el llamado “incidente de la tajada de sandía”, ocurrido el 15 de abril, es decir, tan solo cuatro días después de la batalla de Rivas, en la ciudad de Panamá. Esta reyerta, que devino en revuelta popular, se produjo de manera inesperada cuando un norteamericano borracho de apellido Oliver se negó a pagar un trozo de sandía comprado a un vendedor ambulante. El comerciante exigió el pago, se inició una discusión a la cual se sumaron otras personas, aparecieron las armas de fuego y después de varias horas de enfrentamiento el saldo fue de 18 muertos, muchos heridos y la destrucción de la estación del ferrocarril inaugurado el año anterior. Este altercado tuvo repercusiones muy serias en las relaciones entre los Estados Unidos y Nueva Granada, de la que formaba parte el istmo panameño; las discusiones entre ambas naciones se fueron agriando con el paso de los días y dieron lugar a la primera invasión norteamericana a ese territorio. Es de suponer que estos eventos no fueron tomados a la ligera por España, que no mantenía los mejores entendimientos con Bogotá y seguramente quería estar al tanto de lo que sucediera para tratar de sacar provecho. La presencia de un agente calificado que pudiera percatarse de primera mano de lo que estaba pasando era una iniciativa a tomar en cuenta. 32 Así las cosas, me atrevo a plantear que el viaje del brigadier Joaquín Morales de Rada fue el resultado de la confluencia de estos tres factores: el personal que lo llevó al Perú para las cuestiones testamentarias, el oficial que lo trajo a Costa Rica para entrevistarse con el presidente Mora y miembros de su gabinete respecto a la guerra contra Walker, y el que lo hizo permanecer en Panamá algunos días para empaparse del ambiente y llegar a tener una visión prospectiva de su evolución futura. El primer motivo brindaba una excelente cobertura para encubrir los otros dos. Ahora bien, una vez constatada la visita de Morales de Rada a Costa Rica, revisada su biografía y analizados los factores que influyeron en su viaje, corresponde entonces perfilar, hasta donde es posible con la información disponible, las características del periplo y los objetivos de la misión asignada. Lo haremos con base en los hechos confirmados y cavilando sobre cómo pudieron ocurrir los que desconocemos. No obstante, conviene advertir que el auténtico recorrido del navarro “podría” estar relatado en una memoria que el propio militar escribió al regresar a Cuba, y que de acuerdo con su compañero de armas y necrólogo, el brigadier Echavarría, “obtuvo muchos y muy competentes elogios”. De tal suerte que ciertos párrafos que he resuelto incluir de seguido deben tomarse como 33 verosímiles, mas no incuestionables, de esa travesía. Lamentablemente hasta el momento no he podido encontrar la memoria aludida, a pesar de múltiples intentos.11 A continuación, entonces, y sin ánimo de hacer “historia especulativa”, expongo lo que considero una “crónica factible” del periplo del militar español: Joaquín Morales de Rada partió de La Habana con licencia real concedida el 11 de mayo y hasta el 13 de agosto de 1856. Ignoramos si viajó solo o acompañado por algún subordinado. Abordó el vapor Illinois, cuyo capitán era Charles Stewart Boggs, rumbo a Aspinwall (Colón/Panamá) donde desembarcó tres o cuatro días después. Se trasladó desde el puerto caribeño hasta la ciudad de Panamá en el ferrocarril inaugurado en enero de 1855, trayecto de 77 kilómetros que dura11. La mención a la memoria escrita por Morales de Rada aparece en la “Necrología del Excelentísimo señor Mariscal de Campo Don Joaquín Morales de Rada (J. Y. de Echavarría, 26 de noviembre de 1861, publicada en el periódico La Asamblea del Ejercito y Armada, Madrid, 1861). Señala lo siguiente: “Al verificar su viaje por el istmo de Panamá [Morales de Rada] recogió interesantes datos de las repúblicas del Sur de América, que le permitieron redactar una importante Memoria expositiva de su situación y porvenir, la cual obtuvo muchos y muy competentes elogios.” Debo admitir que la búsqueda de esta Memoria me ha impuesto numerosas diligencias durante varios años en distintos países, pero hasta el momento los resultados han sido estériles. No he logrado localizar el documento. No obstante, declaro mi empeño de continuar con las pesquisas hasta dar con el lugar donde se oculta este anhelado testimonio. 34 ba aproximadamente 5 horas y contaba con varias estaciones, entre ellas Gatún, Cerro Mono, Barbacoas, Matachín y Emperador. Desconocemos el tiempo que permaneció don Joaquín en Panamá después de su llegada y lo que hizo en ese lapso desde mediados de mayo hasta finales de ese mes o principios de junio cuando se constata su presencia en San José. Para ese intervalo de dos o tres semanas pensamos que existen al menos dos posibilidades: (a) que permanecieran en Panamá indagando sobre los sucesos recientes del istmo y de la región (este era un territorio de paso en ambas direcciones donde confluían toda clase de personas de las más variopintas raleas que podían proporcionar información valiosa), o (b) que decidiera navegar por el Pacífico hacia el norte hasta Guatemala, haciendo escala en los puertos centroamericanos para ponerse al corriente y luego regresar y desembarcar en Puntarenas, travesía parecida a la que hiciera Juan Rafael Mora cuando fue desterrado en agosto de 1859 (Luko Hilje). En esta segunda alternativa no habría que descartar un posible encuentro con el plenipotenciario español Goñi en Guatemala. No sabemos si la visita de Morales de Rada fue anunciada con anticipación a las autoridades costarricenses y de qué modo, sin embargo, es de suponer que así fuera, por lo que el comandante de Puntarenas, Manuel Cañas, debe haberlo recibido, 35 notificado de manera encubierta o codificada a sus superiores y ayudado a organizar el traslado a la capital, incluso con una escolta. El lugar de estancia en San José también lo ignoramos. Pudo haber sido en alguno de los hoteles o pensiones de la ciudad, pero también en alguna residencia particular de los miembros del gobierno o de la cúpula del ejército nacional. Posiblemente la visita no se prolongó más de cuatro o cinco días, máximo una semana, tiempo suficiente para conversar ampliamente con el presidente Mora, el canciller Joaquín Bernardo Calvo (Montúfar todavía no ocupaba ese cargo) y los otros ministros de gobierno, así como con los jefes militares y tal vez con españoles que vivían en el país y apoyaban al presidente, entre ellos Manuel Giberga del Bosque.12 12. Cito específicamente a Manuel Giberga del Bosque porque este militar nacido en España, que combatió en Nicaragua antes de la llegada de los filibusteros (legitimistas) y participó en la primera batalla de Rivas el 29 de junio de 1855 (en la que derrotó a Walker y logró hacerse con su espada) fue posteriormente un destacado coronel del ejército patrio que intervino activamente en la Campaña Nacional y en la del Tránsito. Colaboró estrechamente con los generales José Joaquín Mora y José María Cañas; y Walker lo menciona en dos ocasiones en su libro La Guerra en Nicaragua. Considero labor obligada profundizar en la biografía de tan distinguido soldado del cual no se ha escrito casi nada. Otros dos españoles dignos de ser recordados son Emilio Segura, periodistas que fuera secretario del presidente Mora, con el que viajó a Nicaragua, y el menorquín Alejandro Cardona y Llorens, músico que escribió el Himno Patriótico y participó con el grado de capitán en la lucha contra Walker. 36 Una eventualidad que amerita ser comentada es que al llegar Morales de Rada a San José se encontró en la ciudad con la presencia de Pedro Alcántara Herrán, Ministro Plenipotenciario de Nueva Grada en Washington y Costa Rica, que vino al país a finales de marzo para negociar un tratado de límites entre las dos naciones.13 Es probable que en algún momento coincidieran los dos personajes lo cual, vistas las circunstancias del istmo, conferiría especial interés a ese posible encuentro (una pena no disponer de la memoria para una veraz elucidación). En cuanto a lo sustantivo de la entrevista con Juan Rafael Mora, estoy persuadido de que el emisario español tenía un doble propósito. Por una parte, pretendía enterarse de primera mano del ambiente prevaleciente y de lo que estaba ocurriendo, tanto en lo militar como en lo político: resultado de las batallas, operaciones en marcha, planes futuros del ejército, compromiso y apoyo de los otros gobiernos, capacidad de combate, disponibilidad de recursos, estado de ánimo de la población, en fin, 13. Pedro Alcántara Herrán fue un militar colombiano que llegó a la presidencia de Nueva Granada (1841-45) y posteriormente fue embajador de su país en Estados Unidos y Costa Rica. Le correspondió “negociar” con el gobierno norteamericano lo relativo al “incidente de la sandía” que concluyó con el tratado Herrán-Cass. Visitó Costa Rica desde marzo hasta junio de 1856, es decir, en momentos cruciales de la Campaña Nacional y en los más crudos de la epidemia del cólera. El mismo contrajo la enfermedad que “curó con ron”. Ofreció su apoyo en la guerra contra los filibusteros y el 11 de junio firmó un acuerdo limítrofe con el canciller costarricense Calvo Rosales. 37 todos aquellos elementos que pudieran inclinar la balanza hacia la victoria o la derrota. Así mismo, escuchar sobre los socorros que Costa Rica necesitaba para iniciar una segunda fase de su lucha contra Walker. Y por otra parte, “dar apoyo moral” y dejar constancia de las simpatías de la “Madre Patria” hacia los costarricenses “herederos de su raza”. Pero sobre todo quería trasmitir al presidente Mora y su gabinete que el gobierno español, desde Cuba, “podría prestar a Costa Rica ayuda material para la guerra, si fuese necesario”. Esto, desde luego, dicho en “modo condicional” y con todas las reservas del caso. Es casi seguro que el enviado de Gutiérrez de la Concha en ningún momento se comprometió de manera categórica a enviar armas y material bélico, asesores militares, soldados o barcos de guerra, aunque tal vez sí insinuó que el gobernador de Cuba no descartaba esas posibilidades. La interpretación de sus palabras imprecisas y posiblemente ambiguas por parte de los jerarcas costarricenses probablemente transmitieron un mensaje cargado de lo que en inglés llaman wishfull thinking (ilusiones).14 14. La actitud de “no compromiso” atribuida a Morales de Rada en este párrafo responde a la política española de no hacer nada que pudiera irritar a los Estados Unidos y no tomar la iniciativa, ateniéndose en todo a lo que determinaran Francia e Inglaterra. Este comportamiento ha sido calificado como “blandengue” o “sinuoso” (Vargas, 2017, p. 207) pero era congruente con la 38 También el emisario debió explicar en sus conversaciones que las eventuales acciones de España precisaban coordinarse con Inglaterra y Francia por lo que las gestiones costarricenses para conseguir el respaldo de esas potencias eran indispensables. Por el comentario de Montúfar sobre la visita de Morales de Rada de que “el apoyo ofrecido nunca se vio”, así como por la falta de menciones en contrario, podría afirmarse que el militar español no trajo consigo dinero, armas o pertrechos para apoyar al gobierno costarricense, como afirmaban los periódicos usamericanos . Al terminar su visita a San José, Morales de Rada regresó a Puntarenas para embarcarse hacia Callao, trayecto que pudo realizar directamente o recalando nuevamente en Panamá. La permanencia en Lima debe haber superado el mes y seguramente sirvió para precisar lo relativo a la herencia ya que aproximadamente un año después, el 25 de junio de 1857, José María Galdeano emitió su testamento.15 También en Perú debió informarse realidad de una monarquía que había dejado de ser potencia de primer orden, que estaba sometida a fuertes presiones norteamericanas para apropiarse de la isla de Cuba, la cual la Corona española no quería perder, y que se reconocía incapaz de enfrentar a la Unión Americana sin el respaldo de sus aliados europeos. Otro término usado para designar esta política ha sido el de “diplomacia defensiva.” 15. José María Galdeano y Mendoza (sobrino de la abuela paterna de Morales de Rada) estableció en su testamento lo siguiente: Cláusula veintiuna. “Declaro soy poseedor de varias viñuelas y mayorazgos fundados por mis ascendientes en las ciudades 39 sobre lo que ocurría en ese país y los vecinos para incluirlo en la memoria que posteriormente escribió. El regreso a la Cuba se produjo el 13 de agosto siguiendo la ruta panameña, donde actualizó la información recopilada con anterioridad. Luego de su retorno el militar permaneció en la isla hasta finales de 1859 ocupando puestos importantes como la jefatura de la jurisdicción de Puerto Príncipe, entre otros.16 de Calahorra, Olite, Peralta, Burgos y antiguos señoríos de las villas de Quel y Ordollo en el Reino de España, de los que puedo disponer de la mitad, por las leyes vigentes: Y que a más tengo seis mil pesos que mi padre dio a mi tío para una transacción con el Marqués de Benameji y que así mismo existen en poder de mi apoderado el señor Don Juan Bautista Llano, residente en Madrid, una cantidad de vales reales y algunos pesos de sobrantes de mis rentas, de que no he dispuesto; y a más una joya de diez y siete mil pesos que regaló a uno de mis ascendientes el Rey de Francia y éste agregó al mayorazgo de la casa. Todo lo que declaro para que conste. Cláusula veinticinco. Declaro es mi voluntad que los bienes que me corresponden en España y que son los enumerados en la cláusula veintiuna los haya y perciba en propiedad mi sobrino Don Joaquín Morales de Rada, Brigadier de los reales ejércitos de Su Majestad Católica, Jefe de Estado Mayor y secretario de la dirección general de armas en el ejército de la Habana gravándolo con la pensión de doscientas misas al año, las ciento por el alma de mi señora madre y las ciento restantes por la mía. Todo lo que se verificará de la suma disponible por mí; pues la otra mitad de los mayorazgos y la joya obsequiada por el rey de Francia pertenece a mi otro sobrino Don Jacobo Morales de Rada, del Orden de San Juan como inmediato sucesor. 16. Conviene reiterar que lo expresado en los párrafos precedentes sobre las particularidades del viaje de Morales de Rada se basa en datos fehacientes y en conjeturas y presunciones derivada de los diversos expedientes examinados, así como en una valoración informada del contexto geopolítico que se vivía en esos momentos. 40 Llegamos ahora al tercer momento de este singular episodio de las relaciones entre Costa Rica y España en tiempos del presidente Mora. Es el que atañe a la respuesta dada por las autoridades hispanas en Cuba. Para conocerla, los invito a un segundo recorrido al pasado, pero ahora iremos a La Habana, el día 11 de diciembre de 1856. La Habana. 11 de diciembre de 1856. Vientos del este refrescan las primeras horas de la capital cubana. En el Palacio de los Capitanes, sede del gobierno de la isla, se observa mayor actividad que de costumbre. Habrá una reunión de la Junta de Autoridades en la cual estarán presente los miembros prominentes de la cúpula militar y administrativa de la colonia. El primero en llegar es el comandante general de marina del apostadero de La Habana, don Manuel de Quesada. Después se presentan don Ignacio González Olivares, regente de la Real Audiencia y don Joaquín Campuzano, Intendente general del Ejército y Hacienda, que aparecen juntos andando por la calle Obispo y entran al edificio comentando la llegada de la Ópera Italiana, que hará varias presentaciones en la ciudad ese fin de año, incluyendo en su repertorio La Traviata, de Verdi y El Barbero de Sevilla. Ambos ansiaban ver y escuchar a la soprano Anna de Lagrange. 41 Luego de ascender por las escalinatas del Palacio, ingresaron al salón de reuniones donde ya los esperaba el Capitán General Gutiérrez de la Concha. —Caballeros, —les dijo— estamos aquí reunidos para conocer la nota que nos ha enviado el Gobierno de Costa Rica, de la cual todos están enterados, en la que piden nuestro auxilio para arrojar a Walker de Centroamérica. Desearía saber la opinión de cada de uno de ustedes, para mi propia ilustración y para elevarla al gobierno de Su Majestad. Los invito a manifestar sus pareceres. No fue larga la introducción. En verdad este asunto ya se había conversado de antemano y la reunión era un mero trámite, una formalidad que serviría para elaborar un acta que oficializara lo que ya se había debatido y decidido. El primero en hablar fue el intendente Campuzano, le siguió el regente, y por último el Comandante General de la Marina Manuel de Quesada. Las intervenciones también fueron breves y los tres coincidieron en los siguientes puntos: primero, que no era competencia de las autoridades destacadas en Cuba decidir sobre un asunto tan delicado como el que se les planteaba, segundo, que la solicitud debía elevarse a la ilustrada apreciación del gobierno supremo en Madrid, tercero, que si las autoridades de la isla juzgasen conveniente alguna ayuda indirecta, que no era el caso, esta tendría que darse de 42 acuerdo con otras naciones y sin comprometer las amistosas relaciones que reinaban entre España y los Estados Unidos, y cuarto, que lo más apropiado sería responder a Costa Rica de un modo evasivo indicándole que el mejor medio para tramitar su petición sería directamente con el nuevo encargado de negocios español acreditado en el país. El general Concha agradeció las opiniones y comentarios y dio por concluida la sesión. Permanecieron algunos minutos en el recinto y antes de despedirse intercambiaron nuevos comentarios sobre la ópera, tema que tanto entusiasmaba a Olivares y a Campuzano. Pocas horas después de finalizada la Junta de Autoridades, después del almuerzo, en un pequeño salón de la segunda planta del Palacio de los Capitanes, sentados cómodamente, el general Concha y el brigadier Joaquín del Manzano, Segundo Cabo y oficial de mayor rango en la isla después del propio capitán general bebían un café y fumaban sendos puros. Manzano había venido a enterarse de lo acontecido durante la reunión de la mañana. —Entonces, Pepe, —preguntó el Segundo Cabo— ¿cómo estuvo la Junta? —Muy bien Joaquín, muy bien. Conforme a lo convenido. Todos de acuerdo. Mejor no involucrarnos en la cuestión de los americanos en Costa Rica. Nada ganamos y mucho podemos perder; 43 aparte de que las tropas de Mora ya están peleando de nuevo sin necesidad de nuestra ayuda.17 —Tienes razón, en este momento en que las cosas aquí están tranquilas y en Madrid Narváez no parece inclinado a grandes cambios, no hay que provocar apremios ni alborotar el avispero.18 Manzano hizo una breve pausa y luego añadió a media voz y en tono reflexivo. —Como cambian las cosas en tan poco tiempo, general. Recuerdas como era la situación hace un año. Parecía inevitable nuestra intervención en Centroamérica. La información que teníamos era alarmante. Y a principio de este año peor, porque apareció Goicouría juntándose con Walker para adueñarse de Nicaragua y después venir a por nosotros. 17. Después de algunos meses no combativos a causa del cólera (inmediatamente posterior a la batalla de Rivas), Costa Rica se incorporó de nuevo a la lucha contra Walker los primeros días de noviembre de 1856. En esta ocasión el presidente Mora no estuvo al frente del ejército como en la primera campaña. Asumieron esa responsabilidad José María Cañas y José Joaquín Mora, quienes tuvieron que coordinar con los jefes militares de Guatemala, El Salvador y Honduras, algo que no fue tarea fácil debido a las disputas personales. 18. El 12 de octubre de 1856 se produjo un cambio en el gobierno español. Leopoldo O’Donnell, amigo personal y político de José Gutiérrez de la Concha y de su hermano Manuel, dejó la presidencia del gabinete y la asumió Ramón Narváez, con quien la relación no era tan cercana. Se comentó entonces, en la prensa, que el gobernador en Cuba posiblemente sería sustituido, algo que Concha no deseaba. No obstante, la decisión final fue la de mantenerlo en su cargo, en el que continuó hasta finales de 1859. 44 —Claro que lo recuerdo. La llegada de ese “anexionista” reforzó a Walker. Además, ninguno de los países vecinos parecía estar dispuesto a desafiar al yanki. Afortunadamente las cosas cambiaron: no solo los costarriqueños decidieron combatirlo, sino que los otros países entraron en razón y se unieron en su contra, y los propios nicaragüenses hicieron las paces para enfrentarlo. Nosotros fuimos precavidos.19 —Aunque tú al principio estabas decido a mandar la flota, también hay que decirlo. —Hombre, era mejor prevenir que lamentar. Y no te olvides que desde la península apoyaron mi posición, —argumentó el capitán general con un dejo de orgullo. —Eso es cierto. Y después ayudó mucho la misión de Rada, que nos permitió tener una mejor idea de lo que ocurría en esos países, —comentó Manzano. —Es verdad. Cuando Joaquín viajó, a mediados de mayo, no teníamos muy claro lo que estaba 19. En verdad Concha fue más que precavido. Desde el inicio de su segundo mandato como gobernador de la isla en 1854 y luego en 1855 como consecuencia de la emergencia provocada por la frustrada conspiración encabezada por Ramón Pintó y la anunciada invasión dirigida por Quitman desde los Estados Unidos, el capitán general tuvo como objetivo, y así lo hizo, “incrementar el poder militar (en Cuba) para evitar amenazas coyunturales y para reasegurar la dominación española” (Cayuela, Bahía de Ultramar). El aumento del número de efectivos y la creación del Cuerpo de Voluntarios fueron parte de las medidas tomadas. 45 pasando. Había informes confusos, datos contradictorios y los periódicos discrepaban en las noticias, —añadió Concha recordando aquellos primeros meses del 56. —Ahora ya las cosas parecen encaminadas a la derrota de los yankis. El enfado de Goicouría con Walker me parece que será decisivo en su contra.20 —Yo pienso lo mismo. Es cuestión de tiempo para que lo sometan, concluyó el gobernador dando una calada al Partagás que paladeaba. Este diálogo entre las máximas autoridades responsables del gobierno y la seguridad de Cuba acredita el cambio que de manera gradual se fue dando en la postura española, igual en la isla como en la península, durante el año 1856. Esa variación fue el resultado de los acontecimientos que a lo largo de los meses, se fueron presentando tanto en la dinámica de la horda filibustera como en la irrupción de los ejércitos centroamericano en los campos de batalla, los acuerdos entre nicara20. Después de permanecer cerca de tres meses en Nicaragua luchando en las filas filibusteras Goicouría regresó en junio de 1856 a los Estados Unidos con el propósito de dirigirse a Londres como embajador de Walker. Sin embargo, esa misión no llegó a cumplirse porque sobrevino un distanciamiento con el norteamericano por discrepancias respecto a la derogatoria de la ley antiesclavista en el país centroamericano, la apropiación de los vapores de la Vía del Tránsito pertenecientes a Vanderbilt y ópticas contrapuestas sobre el porvenir de Cuba. La ruptura definitiva se produjo varias semanas antes pero la disputa salió a la prensa con todo detalle y acritud en noviembre de ese año (Daily Herald). 46 güenses (legitimistas y demócratas) y la conducta de otros actores implicados, como era el caso ya reiterado de Goicouría o de Vanderbilt, incluso del recién electo presidente de los Estados Unidos James Buchanan. Una referencia bibliográfica del año publicada en Madrid respalda esta valoración sobre el cambio en las circunstancias y explica el por qué el gobernador Gutiérrez de la Concha modificó sus opiniones y criterios anteriores, lo que resultó determinante en la decisión final soslayando la ayuda a Costa Rica: “Era pues la situación política de Cuba en 1856 muy distinta y mucho más ventajosa que la de 1848; época de grandes esperanzas para los conspiradores porque no había recibido ningún desengaño; muy distinta y mucho más ventajosa que la de 1850 y 1854, en que fue indispensable mantener en las filas mayor número de soldados; y muy diversa por fin de la de 1855, en que teniendo que luchar frente a frente con la revolución, le fue preciso al General Concha elevar al Gobierno propuesta de nueva organización del ejército. Pero la situación interior de la Isla había variado, y la exterior igualmente. Aunque el General Concha había llamado la atención del Gobierno acerca de los sucesos de Centro-América, y de creer en un principio que tenían inmediata 47 relación las expediciones de Walker con proyectos sobre la Isla, la marcha de los sucesos y la confianza que después debió adquirir el General Concha en el buen espíritu y tranquilidad de los ánimos de aquellos habitantes le dieron la convicción profunda de que la paz de la Isla estaba asegurada contra cualquiera consecuencia de los sucesos de Centro-América.” Carlos de Sedano y Cruzat. Ministerio de Ultramar. Madrid, Imprenta Nacional, 1873. En ese mismo sentido también resultan categóricas las manifestaciones de Antonio Pirala, que en su obra Anales de la Guerra de Cuba publicado en 1895 hace referencia específica a la ayuda solicitada por Costa Rica al gobernador de Cuba. Después de comentar sobre la disolución de la Junta Cubana y de las intenciones de su presidente Betancourt de establecerse en Europa, califica como “política acertada el no dar el auxilio material que pedía el gabinete de Costa Rica para arrojar a Walker de Centroamérica. Opinaba [Concha] que los costariqueños debían confiar a sus propios recursos y al sentimiento de la raza, la empresa de libertarse de tan audaces invasores; pues el socorro que pretendían de Cuba, pudiera ocasionar la cooperación de los Estados Unidos en favor de los aventureros.” 48 Como cierre de este discurso quisiera añadir dos glosas que pueden servir como complemento y colofón a lo expuesto hasta el momento. La primera es que la decisión tomada por la Junta de Autoridades de La Habana de no apoyar la solicitud de ayuda de Costa Rica contó con el respaldo de las autoridades madrileñas. Seguramente coincidían en que Walker y los filibusteros (a inicios de 1857) ya no eran un peligro para Cuba y que era mejor no indisponerse nuevamente con los Estados Unidos. Existían suficientes antecedentes de discordia entre los dos países como para generar nuevos enfrentamientos.21 La orden del 2 de febrero de 1857 expedida por el Ministerio de Estado español en respuesta a la comunicación del gobierno de La Habana transmitiendo el contenido de la carta de Montúfar y dando a conocer el acta de la reunión de la Junta de Autoridades del 11 de diciembre anterior, dice textualmente: “se aprueba la conducta del gobernador 21. Las relaciones entre los Estados Unidos y España a mediados del siglo XIX, aunque diplomáticamente normales, fueron reiteradamente tensas no solo porque la Unión Americana tenía como “designio manifiesto” incorporar Cuba a su territorio sino también porque colaboraba con los conspiradores cubanos que buscaban la emancipación del dominio español. Incidentes como el del Black Warrior, el manifiesto de Ostende y la conducta de Pierre Soulé como embajador norteamericano en Madrid son testimonio de esa conflictividad, que ambas naciones modulaban para que no desembocara en una guerra, pero que creaba situaciones incómodas y delicadas. 49 capitán general de Cuba con motivo de la solicitud del Gobierno de Costa Rica de ayuda para expulsar al filibustero William Walker del territorio de dicha República”. La segunda tiene que ver con el trámite dado por el gobierno costarricense a la respuesta recibida desde La Habana. El ministro Joaquín Bernardo Calvo incluyó en la memoria presentada al Congreso Nacional el 22 de setiembre de 1857, en el apartado Europa, lo siguiente: “Se dirigió una comunicación detallada al Exmo. Sr. Don José de la Concha, Capitán General de la Isla de Cuba, sobre los acontecimientos que afectaban a Centroamérica con motivo de la guerra que se hacía para destruir al filibustero dominante en Nicaragua. El caballero Concha manifestó sus simpatías en favor de la República y ofreció dar cuenta al Gobierno de S.M.C. con el contenido de dicha comunicación”. Llama la atención que no se informara a los congresistas sobre la ayuda solicitada ni se detallaran las razones “evasivas” que Concha debe haber incluido en su contestación para no concederla. Quizás como los filibusteros ya habían sido derrotados en esa fecha Calvo Rosales consideró innecesario ahondar en la gestión hecha por Montúfar ante España. 50 BIBLIOGRAFIA Cayuela Fernández, José G. (1993). Bahía de Ultramar. Siglo Veintiuno de España Editores S.A., Madrid. Chacón Méndez, Euclides. (2002). Índice cronológico de la Campaña Nacional. Museo Histórico Cultural Juan Santamaría/Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes. Alajuela, Costa Rica. De Sedano y Cruzat, Carlos. (1873). Cuba desde 1850 a 1873. Ministerio de Ultramar, Madrid. J. Jiménez, Manuel y Faustino Víquez. (Eds.). (1914). 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Se fundó el 25 de marzo de 2015, al concluir la vigencia de la Comisión Nacional del Bicentenario del Nacimiento del Presidente Juan Rafael Mora, comisión creada por la Asamblea Legislativa. Su misión principal es auspiciar la investigación, la enseñanza, la difusión de la vida, el pensamiento y la obra del Libertador y Héroe Nacional Juan Rafael Mora y su época, así como el ascendiente de su legado en el devenir de Costa Rica. Es objetivo de la Academia apoyar al sistema educativo nacional en la enseñanza del ejemplo del Héroe Mora, como fuente de valores para robustecer la ciudadanía, especialmente entre la niñez y la juventud. La Academia está compuesta por Académicos de Número, Miembros Correspondientes, Miembros Asociados y una honrosa red de amistades. La Colección “José Joaquín Mora” tiene el objetivo de dar a conocer los discursos de posesión de silla pronunciados por los académicos de número. 55 Permitido reproducir el texto. Copiarlo del sitio web de la Academia