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Adolescer en tiempos de «selfies»

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14/5/2020
Adolescer en tiempos de «selfies» | Cristina Marchiaro | Psicoanálisis Ayer y Hoy
NÚMERO 13 | Marzo, 2016
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Adolescer en tiempos de
«selfies» | Cristina
Marchiaro
Trabajo presentado en la Mesa: «Adolescer en tiempos de
'selfies'» perteneciente al Ciclo Científico 2015: «Narcisismo,
del mito a la clinica», septiembre 2015.
Comenzaré por puntualizar algunas cuestiones generales sobre la
adolescencia, para referirme luego a las implicancias que acarrea para el
narcisismo, y finalmente me centraré en las particularidades que puede
presentar la clínica con adolescentes en nuestra época.
Acerca del autor
Cristina Marchiaro
Ese tiempo de la vida que definimos como adolescencia, toma su
importancia por el valor que le cabe en la constitución de la subjetividad, y
tiene su causa inaugural en las transformaciones del cuerpo biológico y el
empuje pulsional del segundo despertar sexual. Golpe de lo real que
conmueve la estructura, entendida por Lacan como producto de un triple
anudamiento de los registros: real, simbólico e imaginario.
En Freud ese momento segundo, es tiempo de resignificaciones que
producen nuevos enlaces del material psíquico. Se trata de una
constitución psíquica aún no cerrada donde la vida sexual, según señala
en Tres ensayos de teoría sexual (1905), debe encontrar su forma
definitiva y consumar «el hallazgo de objeto, preparado desde la más
temprana infancia» (pág.202). Pero la elección de objeto se despliega
primero en el terreno de la fantasía y como afirma: «A raíz de estas
fantasías vuelven a emerger en todos los hombres las inclinaciones
infantiles, sólo que ahora con un esfuerzo somático» (pág. 206-207).
La reedición del Edipo (1) coloca al adolescente frente a la necesidad de
una nueva renuncia que le exige poder apoyarse en el significante del
Nombre del Padre, si cuenta con su inscripción, para poder decir no al
empuje incestuoso y conformar las condiciones de posibilidad que le
permitan salir a la escena del mundo en busca de objetos sustitutivos.
Pondrá a prueba entonces la estructura en la escena exogámica y las
identificaciones logradas en el primer despertar, es decir, los «títulos» si
los tiene guardados «en el bolsillo» a partir de la salida edípica. (2)
Desde lo biológico están dadas las condiciones para hacer posible el acto
sexual, pero desde la realidad psíquica su realización comporta un proceso
de subjetivación. Se tratará de poder poner a jugar la pulsión en la trama
simbólica que el cauce del deseo pueda otorgarle, abriendo así la
posibilidad de satisfacciones parciales, acotadas por efecto de la castración
y alejadas por tanto de la búsqueda de una satisfacción plena y sin
medida, que es empuje mortífero más allá del principio de placer.
Pero el deseo requiere el sostén que el fantasma puede darle y es la
adolescencia el tiempo donde el fantasma puede completar su
construcción y consolidarse. Por ello la clínica de la adolescencia se
presenta en general más alejada de las formaciones del inconsciente y de
la tarea de desciframiento, y nos acerca en cambio a las problemáticas del
acto (inhibición, acting out, pasaje al acto) y a las derivas pulsionales que
se manifiestan como impulsiones, excesos y adicciones.
La construcción del fantasma implica el hecho de que un sujeto logre
darse una respuesta a la pregunta por el deseo del Otro, interrogante
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enigmático y siempre angustiante, que puede formularse en términos de:
¿qué quiere el Otro de mí, más allá de lo que me demanda? Por ende
contar con el fantasma es a su vez una defensa para no quedar expuesto a
la demanda inconsciente del Otro, que es demanda pulsional, y que el
sujeto puede registrar como exceso que impacta sobre su propia imagencuerpo.
El sujeto dividido por su entrada al mundo del lenguaje, por efecto del
significante, se coloca en relaciones lógicas con un objeto, el objeto a, que
en tanto perdido, caído, podrá funcionar como causa de deseo, en el
marco de una escena imaginaria con una trama simbólica (Lacan, 196263). Pero el objeto no se puede presentar como puro real despojado, sino
que requiere alguna imagen con que cubrirlo, por eso se hace necesaria la
intervención de la imagen narcisista del cuerpo. Algunos ropajes que
puedan permitir contar con una imagen amable para captar la mirada y el
interés de los otros, y a su vez depositar el objeto tras la pantalla
imaginaria que pueda ofrecer un semejante o un partenaire sexual.
El impacto que en la adolescencia sufre el narcisismo implica la
inestabilidad de la imagen del cuerpo propio y la consecuente alteración
en la economía libidinal. Necesita rearmar su imagen, como joven y
sexuado; para ello, las condiciones en que se fundó el narcisismo en la
infancia, tienen una importante incidencia. Si pudo construir un yo
alejado de la imagen de yo ideal, que es aquella que el Otro como espejo
reflejó por ser la que lo complacía; podrá sentirse entonces amado aun no
coincidiendo con la imagen infantil que la mirada del Otro convalidó, y no
tendrá que agotarse intentando alcanzar la perfección. El impacto de la
castración sobre el yo, en tanto imagen-cuerpo, hiere el narcisismo
permitiendo al niño salir de esa suerte de esfera narcisista de goce que
conformaba junto a su madre (Lacan, 1960-61).
Aun así las imágenes avaladas por los padres en la infancia, pueden no ser
vestiduras válidas para el adolescente en su salida al mundo o, por el
contrario, pueden permitirle tomar algunas cualidades, algún atributo con
el cual vestirse y poder contar entonces con una imagen digna y agradable
para ofrecer, sin requerir la permanente aprobación del Otro (Amigo,
1999).
La posibilidad del lazo con los otros, los semejantes, puede contribuir a su
vez a estabilizar el narcisismo, ante la amenaza de cierto desfallecimiento
yoico, y los sentimientos de insuficiencia o falta de recursos que el
adolescente registra cuando intenta posicionarse frente a las elecciones
que se le demandan, o que él mismo se demanda: posición sexuada y
elección del partenaire, estudios, trabajo e inclusión en grupos sociales
diversos. Igualmente siempre habrá un grado de oscilación entre la
imagen que el Otro convalidó en la infancia como yo ideal y la nueva
imagen que intenta configurar.
En tiempos de desafío, de necesaria y dolorosa confrontación con los
padres, el adolescente busca un lugar que le permita reconocerse más allá
de ellos. Por eso remarca sus diferencias, promoviendo incluso el rechazo,
poniendo en cuestión el alcance y la calidad del amor parental. A su vez,
en su ir y venir, requiere poder alejarse sin por ello perder el alojamiento
en el deseo de su Otro primordial.
La posición que asuman los padres resulta así crucial para transitar la
separación. Si sostienen con su presencia un marco estable, si sus propios
narcisismos toleran las críticas y la caída del lugar idealizado que
ocupaban para el otrora niño, si son capaces de ofertar o señalar opciones
deseantes en el mundo y transmitir ideales que sostengan en la actualidad
de sus propias vidas; todo ello compromete el devenir del adolescente.
Ahora bien: ¿Qué particularidades cobra la encrucijada adolescente en la
actualidad? Reflexionar sobre el modo en que él o los discursos
imperantes impactan en los procesos de subjetivación, puede permitirnos
pensar acerca de qué modalidades del padecer parecen estar potenciadas
en la actualidad; sin diluir lo subjetivo en lo social, se tratará entonces de
poder leer qué hace síntoma en nuestra época.
Freud (1930[1929]) no sólo intentó definir el valor que para el progreso
civilizador podía otorgar la cultura, sino también en qué medida era
fuente de malestar. Lacan (1969-70) formalizó la estructura del discurso,
para dar cuenta de la incidencia que los procesos socio-culturas podían
tener sobre la subjetividad a lo largo de la historia y de qué modo los
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discursos (3) producían diversas formas de relación entre los sujetos,
regulando la economía de los goces. Luego, en una conferencia en Milán
(1972), definió el discurso del capitalista que, rompiendo la estructura
general que primero había precisado, generaba la modificación del lazo
social, promoviendo la relación del sujeto con los objetos de consumo que
el desarrollo tecno-científico producía; y que podemos decir ha
proliferado mucho más en nuestros días. Pero ya tiempo antes señalaba
(Lacan, 1962-63) que «el deseo es cosa mercantil, que hay una cotización
del deseo que se hace subir y bajar culturalmente» (pág.207).
En nuestra época el deseo parece tener escaso valor y en cambio se
promueven distintas modalidades de satisfacción, tras la oferta de objetos
de consumo masivo que en lo inmediato proponen saciar, pero lejos de
ello abren en algunos casos un apetito voraz. Dispositivos tecnológicos,
objetos de diseño, objetos de lujo que otorgan valor a la imagen de quien
los porta y que, rápidamente, se vuelven obsoletos y desechables.
También se alienta el consumo de fármacos y psicofármacos, señalándolos
como necesarios para seguir funcionando de modo eficiente; así como de
sustancias que o bien anestesian, o bien producen el golpe de sensaciones
intensas. Todos objetos que no contribuyen a señalar la falta que causa la
pregunta por el deseo, para comprometerse subjetivamente en sus vías,
sino que por el contrario empujan a ir por más y son origen de graves
dependencias que dan lugar a la pérdida de la dignidad subjetiva. En ese
caso el sujeto, lejos de hacerse representar por el significante, cede el
mando a los objetos que prometen darle más satisfacción, y queda a
merced del superyó que como mandato de goce lo incita a demandar:
«dame más, aún quiero más».
El mercado tiene por fin homogeneizar, borrar la singularidad para ofertar
mercancías generando nuevas demandas; haciendo un culto de la imagen
muchas veces con valor fetiche, exacerbando la banalidad y la ostentación.
Hoy más que nunca el mundo parece revestir el carácter omnivoyeur con
que lo calificó Lacan (1964), una suerte de «gran hermano» omnividente,
un panóptico global que invita a vivir la vida como espectáculo.
Creo que cabe abrirnos la pregunta: ¿Con qué recursos cuenta la cultura
en nuestros días para cumplir con su función de regular y distribuir el
goce, inhibiendo los excesos que resultan gravosos para la vida y
ofertando modos de satisfacción pulsional atemperados?
Igualmente es importante distinguir que no todos los sujetos resultan
afectados en igual medida por la lógica del discurso capitalista y el empuje
del mercado, sin embargo, sabemos que los adolescentes son
especialmente vulnerables y, algunos por sus condiciones sociales y
económicas, suman a las determinaciones de su historia singular,
carencias y desamparo graves que los confinan a la marginalidad.
Colette Soler (2007) afirma que el discurso actual pone en el lugar del
deseo lo que llama el «narcinismo» (neologismo que conjuga el
narcisismo y el cinismo), en el que prima la búsqueda de realización
individual en soledad, lo que lleva a la fragmentación de los lazos sociales
dejando a cada uno con su propio goce. Al mismo tiempo, destaca que la
pérdida de los ideales colectivos, la caída de referentes valiosos y
respetables, coloca a los sujetos frente a la posible emergencia del
sinsentido, que se manifiesta «cuando la tensión libidinal de las
conquistas narcisísticas disminuye» (pág.35).
Podemos pensar que si se busca tan solo la autopromoción, si se trabaja
para la imagen sin sostén simbólico, se tratará de una imagen puramente
alienada a la mirada del Otro, que es a quien se supone satisface. Si los
logros persiguen una finalidad ególatra, no podrán ser capitalizados como
logros fálicos para el sujeto, en tanto un logro toma valor fálico cuando no
obtura la falta sino que la señaliza. A su vez buscar el éxito exclusivamente
para obtener brillo narcisista lleva a la competencia agresiva, rebajando
las relaciones con los otros a la mera rivalidad especular, por faltar la
necesaria mediación de referencias simbólicas que son las que otorga la
función del ideal del yo, permitiendo la salida de la captura narcisista.
Cuando un adolescente va en busca de una mirada de reconocimiento y
aceptación, cuando espera signos de amor, muchas veces se pierde
intentando hacer consistir imágenes que lo muestren exitoso, divertido, en
permanente disfrute, y él mismo se convierte en producto que se ofrece
para consumir. Trata de capturar el instante en la imagen que da
conformidad a las valoraciones colectivas, componiendo una suerte de
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caleidoscopio de la felicidad. Pero, por los relatos de muchos jóvenes,
sabemos cuán lejos pueden estar a veces sus vivencias subjetivas de
aquello que dan a ver.
Compartiré el recorte de un material clínico, en el cual se suman a la
problemática singular de una adolescente, algunas marcas que considero
responden a la incidencia de nuestra época.
Se trata de una jovencita de 19 años que se presentó en un estado de
significativa desorientación y gran conmoción. Con un relato acelerado y
desordenado que se interrumpía abruptamente, intentaba comunicar que
había terminado la relación con su novio, iniciada cinco años atrás. Hacía
tiempo había querido dejarlo, pero los acontecimientos se habían
precipitado de modo inesperado, por obra de un azar en donde ella no
podía situarse.
Conoció a una chica que se presentó como lesbiana y se acercó mostrando
abiertamente su interés en ella, fue a partir de ese momento que no pudo
dejar de mirarla, no pudo pensar en otra cosa; curiosidad, atracción, no
podía precisarlo. Rompió con su novio e inmediatamente inició una
relación con aquella joven, comunicó a su familia acerca de su nueva
pareja y subió fotos junto a ella en las redes sociales. Pero pronto se
encontró abrumada, dolida por la ruptura de su relación anterior, aunque
sin querer detenerse a pensar.
En el último tiempo según decía su novio no la miraba y no compartían
momentos juntos. Sumido en su propio desorden, consumía regularmente
marihuana y era descripto como un muchacho abúlico y carente de deseo.
Ella pensó que no había vivido nada aún y le faltaba experimentar muchas
cosas.
Nunca se había sentido atraída por las mujeres, pero esa chica mostró su
deseo y resultó un imán. Se trataba de una joven que se movía en
ambientes muy diversos, consumía cocaína y tenía gustos y amistades
muy diferentes a las de ella. A su vez le pedía que la acompañara a fiestas y
salidas continuas, y fue así como se encontró participando de la euforia
colectiva, como asistiendo a un gran espectáculo.
Luego de varias entrevistas y algunas intervenciones su discurso comenzó
a ordenarse, pudo pensar y armar un relato; fue posible entonces
construir relaciones causales y abrir algunos enigmas.
Transmitía un profundo desamparo. Su madre nunca había podido seguir
adelante con su vida después de haberse separado de su padre, y la
convocaba en busca de apoyo ante su propia angustia e inestabilidad. De
hecho el inicio de su noviazgo había coincidido con el tiempo de disputas y
quiebre de la relación entre sus padres, y ella parecía haber encontrado en
esa relación amorosa un precario sostén para ser uno en común-unidad
con él, encontrando a su vez un lugar en la familia de él, a la que en ese
tiempo adoptó como propia.
Su padre luego de la separación tuvo problemas laborales y económicos, y
desde entonces no se hacía presente más que de modo intermitente y
fugaz. Así fue que esta joven al finalizar la escuela, dejó su casa e intentó
iniciar dos carreras universitarias que rápidamente abandonó. Según
decía le costaba sostener todo lo que emprendía, y su madre le reclamaba
por no responder a la imagen de niña estudiosa y obediente, que no
causaba problemas en su infancia.
En el tiempo que comenzaba a transitar su adolescencia se cortaron las
amarras y afirmaba haber tenido que arreglárselas por sí sola. Estudio,
trabajo, sostén económico; librada a sus propias elecciones no podía
emprender una búsqueda deseante y tampoco sabía hacia dónde
orientarla. Querer probarlo todo no es elegir, y la diversidad del menú no
genera por sí misma el deseo.
Todo adolescente necesita convalidar la vigencia del deseo y el amor del
Otro, es ese su reaseguro para poder tejer el puente que lo lleve más allá
de los padres.
Para encontrar un lugar diferente al que le dieron en su infancia, el
adolescente precisa contar con un buen sostén narcisista. La constitución
del narcisismo, mediada por la mirada y el amor del Otro, comporta la
posibilidad de contar con la unidad de una imagen- cuerpo, para ser uno
más con los semejantes. La incorporación del rasgo unario en cambio,
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hace a un sujeto único y valioso en su singularidad. Es la inscripción de
esta marca simbólica, la que en tanto significante puede representar al
sujeto y, a su vez, comandar la organización de las identificaciones. Hacer
uso del rasgo singular hace posible cuestionar la multiplicidad de sentidos
provenientes del Otro, y versionar los ideales definiéndolos con un estilo
propio.
En la clínica se tratará del intrincado cruce entre las determinaciones
históricas siempre singulares de cada adolescente y los encuentros
afortunados o desafortunados que son obra del azar, sumados a las
transformaciones sociales que los atraviesan. Esta serie cobrará
implicancia diversa, en función de los recursos subjetivos con que se
arribe a la adolescencia. Ese tiempo de la vida, que podría mejor definir
con una estrofa de un poema de Roberto Juarroz que dice:
La ilusión de la vida por delante
se conjuga con el verbo
de la vida por detrás
(Novena Poesía Vertical)
Notas al pie
(1) Lacan centra el Edipo en la operatoria simbólica de la metáfora paterna, en la cual
el significante del Nombre del Padre sustituye al significante del Deseo de la Madre
(que resulta entonces reprimido), liberando al niño del lugar de falo imaginario de la
madre.
(2) Así se refirió Lacan en su Seminario 5 (1957/58) a los “títulos” donados por el
padre que quedan a la espera de la pubertad, el niño recibe entonces los efectos
normativos de la castración.
(3) Se trata de los cuatro discursos que definió como: discurso del amo, discurso del
analista, discurso histérico y discurso universitario.
Bibliografía
Amigo, S. (1999). Clínica de los fracasos del fantasma. Buenos Aires, Letra Viva, 2012.
Freud, S. (1905): Tres ensayos de teoría sexual, A.E., VII.
Freud, S. (1914): Introducción del narcisismo, A.E., XIV.
Freud, S. (1930 [1929]): El malestar en la cultura, A.E., XXI. .
Lacan, J. (1957-58): El Seminario. Libro 5: Las formaciones del inconsciente, Buenos
Aires, Paidós, 1999.
Lacan, J. (1960-61): El Seminario. Libro 8: La transferencia, Buenos Aires, Paidós,
2003.
Lacan, J. (1962-63): El Seminario. Libro 10: La angustia, Buenos Aires, Paidós, 2006.
Lacan, J. (1964): El Seminario. Libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1973.
Lacan, J. (1969-70): El Seminario. Libro 17: El reverso del psicoanálisis, Buenos
Aires, Paidós, 1992.
Soler, C.: ¿Qué se espera del psicoanálisis y del psicoanalista?, Buenos Aires, Letra
Viva, 2009.
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