Universidad Juárez Autónoma de Tabasco División Académica de Ciencias Sociales y Humanidades “Garantías individuales.” Alumno: Luis Daniel Gaspar Villarreal Profesor: Dr. Jorge Abdo Francis Derechos de los hombres El concepto de los derechos humanos. En la actualidad los derechos humanos están caracterizados por su trascendencia, ya que a lo largo de la historia la libertad humana y la dignidad humana ha tenido un fin supremo ante todo derecho. Existen corrientes del pensamiento que los consideran como “derechos naturales”, son principios universalmente validos que tienen todas las personas que existen. También se les denomina como “derechos innatos u originales” son aquellos derechos que no requieren condición alguna para su existencia. Durante muchos siglos el respeto a esos derechos humanos ha sido inexistente, sobre todo durante las épocas, entre ellas el colonialismo, a los ciudadanos se les consideraba como súbditos, sin derecho alguno. Dentro de esta misma ideología, también se les denomina como derechos innatos u originales, los cuales son aquellos derechos que no requieren condición alguna para su existencia, ya que nacen con el individuo mismo. Desde la perspectiva iuspositi1•ista, los derechos humanos son los que están reconocidos por la ley, principalmente por la constitución de un Estado. Sin el reconocimiento de estos valores por el orden jurídico, no serían más que enunciados de principios filosóficos v morales, pero carentes de validez real. El término “los derechos del hombre y del ciudadano” son términos que surgieron en la época de la revolución francesa en 1789 con la declaración del mismo nombre. Se habla de derechos naturales e innatos, distinguiéndose de los derechos ciudadanos que son aquellos que se adquieren, realizan y ejercen dentro de una comunidad social, como son los derechos políticos. Al triunfo del liberalismo, surge la concepción de los “derechos individuales”, sobre la base de que la capacidad de los hombres para decidir su libre albedrio y que sea respetado por el estado. “Los derechos humanos”, ha sido un término redundante que acuña a la comunidad internacional en 1945, desde el tiempo de la firma de la carta fundacional de las naciones unidas, en san francisco. Hablar de derechos fundamentales, parte de que los derechos del hombre son los primeros, la base y el fundamento de donde emergen los otros derechos existentes. “los derechos fundamentales” tiene hoy un cierto carácter oficial. Las últimas tendencias, han preferido utilizar la idea de derechos fundamentales del hombre, ya que esta denominación tiende a una concepción filosófica más precisa La idea de la dignidad humana es definida como “la capacidad abstracta y potencial del ser humano para realizarse como tal” se ha convertido en un factor indisoluble del concepto de los derechos fundamentales. La dignidad del ser humano es una exigencia cualitativa en la aplicación y ejercicio de sus derechos. Su libertad individual únicamente será posible ejercerla y disfrutarla dentro de una comunidad libre. La concepción de un estado social viene a ser la respuesta al individualismo. El estado ya no es visto como un enemigo en potencia de la libertad sino como su defensor y protector. Los derechos fundamentales constituyen actualmente la más la más amplia gama de valores universalmente aceptados. Nunca ha existido una concepción similar, respecto a la igualdad, la libertad, la equidad, la democracia, soberanía popular, entre otros, como la que afortunadamente ahora se disfruta. En otro concepto “los derechos humanos” son aquellos que corresponden al hombre por su propia naturaleza, como fundamentales e innatos, tales como los de propiedad, libertad, seguridad y resistencia a la opresión. La revolución francesa tiene un especial significado en la evolución de los derechos del hombre. En la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano compuesta por 17 artículos, en los que se reconocen un conjunto de derechos. El artículo 1°, se sostiene que los hombres nacen libres e iguales. El artículo 2°, declara que el objeto de toda sociedad política es “la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre” e inmediatamente enuncia: la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión. El artículo 3°, completa a los dos primeros. El artículo 4°, define que la libertad “consiste en poder hacer todo aquello que no dañe a otro”; establece que el límite de los derechos naturales de un hombre termina donde empiezan los derechos de los demás. El artículo 5° establece limitaciones a la ley, cuando sostiene que la legislación solo puede prohibir las acciones nocivas a la sociedad. El artículo 6° que señala que la ley es la expresión de la voluntad general. El artículo 7° establece el principio de legalidad en materia penal: nadie puede ser “acusado, arrestado ni detenido sino en los casos determinados en la ley y con las formalidades prescriptas por ella”. Principio que se complementa con los numerales 8° y 9°, que señalaban el principio de no retroactividad de la ley y el principio de todos somos inocentes, en tanto seamos declarados culpables. Los artículos 10 y 11, establecieron la libertad de opinión y la libertad de imprenta. El artículo 12° se indica que la fuerza pública se encuentra al servicio de la sociedad, por lo que debe ser sostenida por las contribuciones de los ciudadanos. Los artículos 14 y 15, reconocen derechos a los ciudadanos, para verificar la aplicación de las contribuciones y pedir cuenta a todos los empleados públicos sobre sus manejos administrativos. El artículo 16, establecía dos principios: por un lado, el que los derechos debían estar asegurados mediante garantía; y por otro, la existencia de la división de poderes. Por último, el artículo 17, establecía el principio de la inviolabilidad de la propiedad privada y el extremo de lo que hoy conocemos como expropiación, por causa de utilidad pública con la condición de "justa y previa indemnización". Hoy en día, queda en clara la existencia de una crisis del concepto estadonación como atributo de las entidades soberanas, y las grandes potencias, al amparo de la concepción de que los derechos humanos son universales. La declaración universal de los derechos del hombre cumple un cometido histórico claramente determinado, la universalización de los derechos humanos y su protección. En los primeros años del siglo XXI tenemos la oportunidad de replantear una serie de postulados doctrinales que no cuentan con un verdadero sustento documental y cuyas afirmaciones se han transformado en creencias que se repiten de un autor a otro, sin el menor análisis crítico. Es habitual escuchar que la gran mayoría de la doctrina sostiene que, en la constitución federal de 1824, no existió un catálogo de derechos humanos y que simplemente se expresaron. Si observamos el contenido de cada una de las constituciones de los estados de esa época, podremos observar porqué todas ellas, sin excepción, cuentan con un capítulo relativo a los derechos humanos. En las siete leyes constitucionales de 1836, encontramos un escenario diferente. Es menester señalar que todos los documentos constitucionales de la primera mitad del siglo xix se encuentran inspirados en la teoría iusnaturalista, corriente que inspiró la declaración francesa de los derechos del hombre y del ciudadano. En la constitución centralista de 1836 la primera ley constitucional, hablaba de "derechos y obligaciones de los mexicanos y habitantes de la república" y su contenido especificaba los derechos del mexicano por un lado y los derechos del ciudadano mexicano por otro; también se hacía referencia a que los extranjeros gozaban de todos los derechos naturales. La vida de la constitución del 36 fue efímera, desde 1840 se le impugnó fuertemente. En la constitución federal de 1857, el título 1° se refiere a los "derechos del hombre" y el contenido del artículo 1° o nos menciona que "el pueblo mexicano, reconoce que los derechos del hombre, son la base y objeto de las instituciones sociales. En consecuencia, declara que todas las leves y todas las autoridades de país, deben respetar y sostener las garantías que otorga la presente constitución". El derecho constitucional desde sus orígenes surgió como un intento de limitar la actuación de los poderes públicos frente al individuo. Correspondió a México el honor de generar una verdadera revolución jurídica mundial en el campo de los derechos humanos, puesto que en 1917 incorporó un nuevo impulso al derecho al sumar a los tradicionales derechos humanos un nuevo conjunto de elementos llamados derechos sociales. Cabe advertir que a principios del siglo XXI existen diversas tendencias, por un lado, autores como giovanni Sartori, sostienen que resulta superfluo introducir en el texto constitucional un conjunto de postulados relativos a los derechos humanos, puesto que en la medida que avanza el derecho internacional, en esta época de mundialización o globalización del derecho, cada día existen más países que han firmado una gran cantidad de tratados internacionales y convenciones sobre derechos humanos. El avance que ha tenido la concepción de los derechos fundamentales al considerarlos como derechos núcleo. Ha llevado a considerar como indispensables algunos valores modernos como el derecho a disfrutar de un medio ambiente adecuado, el derecho a la salud, el respeto a los patrimonios históricos, arquitectónicos y culturales, el respeto al derecho de los consumidores, etcétera. El concepto de interés común, viene a revolucionar la idea del interés general que anteriormente correspondía a la administración pública defender como única y legítima representante. Las constituciones de muchos países han abierto espacio para la consagración jurídica de estos nuevos valores sociales, denominados nuevos derechos" o "derechos de la tercera generación" o "derechos de solidaridad". Se distinguen de los derechos llamados sociales o colectivos, por el hecho de que no existe una relación jurídica de grupo ni de clase. Se ha cuestionado, no obstante estar insertos en los textos constitucionales, si estas nuevas concepciones son verdaderos derechos o se trata simplemente de compromisos políticos, filosóficos y dogmáticos, debido a la problemática de la posibilidad de su accionar jurídico, esto es, de la dificultad que se tiene para ejercer acciones jurisdiccionales para recurrir, de acuerdo a los criterios individualistas tradicionales, cuando se presenta una afectación directa a la esfera jurídica de determinada persona; así como también, por la falta de legitimación procesal de la colectividad para hacer valer el interés particular. El estado y por ende todas las instancias de gobierno son los primeramente obligados a respetar y a hacer valer un derecho difuso constitucionalmente tutelado, por ser de interés general la observancia del precepto. Las sociedades modernas han venido aceptando la habilitación legal de las llamadas organizaciones no gubernamentales que pueden instar de manera jurídica y procesa en la defensa de derechos o intereses difusos, como si se tratara de potestades propias. La constitución mexicana recoge actualmente una variedad de derechos difusos, como el derecho a la salud, el derecho a disfrutar a un medio ambiente adecuado para su desarrollo y bienestar o el que tiene toda familia a disfrutar de vivienda digna y decorosa. En el pasado, la clasificación de estos derechos se enfocaba de manera esencial y única, al aspecto individual del ser humano y procuraba agrupar a las garantías que las constituciones establecían en base grandes rubros: igualdad, libertad, propiedad y seguridad. La tendencia que existe actualmente hacia la inclusión constitucional de los derechos llamados de 'tercera generación" o "derechos difusivos", ha obligado en consecuencia, a modificar los criterios para la catalogación de los derechos fundamentales. Los derechos humanos se clasifican principalmente en esos rubros de derecho, pero vale la pena aclarar que son a la vez conectados y complementarios entre sí. A. Derechos de igualdad. Goce de las garantías que establece la constitución para todo individuo (art. 1 °.); prohibición de toda discriminación motivada por origen étnico o nacional, género, edad, capacidades diferentes, condición social, condiciones de salud, etc.; igualdad jurídica del hombre y la mujer (art. 4".); derecho a la información (art. 6°.); proscripción de títulos de nobleza o cualquier prerrogativa u honores hereditarios (art. 12°.); restricción al sometimiento de juicios con apoyo a leyes privativas y en tribunales especiales (art. 13".); el impedimento a la existencia de fueros (mismo art.13".); el derecho a la nacionalidad, así como, el de adquirir la ciudadanía (arts. 30°. Y 34°., respectivamente). B. Derechos de libertad. En este apartado, nuestra constitución contempla un amplio catálogo de garantías: prohibición de la esclavitud (art. 1 "., segundo párrafo); derecho a decidir libremente el número y espaciamiento de los hijos (art. 4"., párrafo segundo); libertad de trabajo (art. 5".); prohibición de cualquier contrato, pacto o convenio que menos cabe la libertad, proscripción o destierro (art. 5"., párrafos quinto y sexto); libertad de pensamiento y expresión de las ideas (art. 6".); libertad de imprenta (art. 7".); libertades de asociación y reunión, con fines pacíficos (art. 9".); derecho a poseer armas en el domicilio, no reservadas para las fuerzas armadas (art. 1 0".); libertad de tránsito y del establecimiento del domicilio (art. 11 °.); "libertad de intimidad, que corresponde a dos aspectos: inviolabilidad de la correspondencia e inviolabilidad del domicilio (art. 16".)";21 libertades de conciencia y de culto (art. 24°.); la prohibición de monopolios y estancos (art. 28°.); las prerrogativas de votar, ser votado y para tomar las armas en defensa de la república (fracciones 1, ii, y iv del art. 35".); así como, la potestad de afiliarse libre e individualmente a los partidos políticos (arts. 35°., fracción III y 41 ".). C. Derechos de seguridad jurídica. En este aspecto, las garantías constitucionales son: derecho de petición (arts. 8". Y 35°. Fracción v); irretroactividad de la ley, privación de derechos únicamente mediante proceso seguido conforme a las formalidades legales, prohibición de aplicación de analogía o mayoría de razón en juicios penales (garantías previstas en el artículo 14".); la prohibición de extradición de reos políticos (art. 15".). Las luchas sociales a finales del siglo XVII y de todo el siglo XIX, se cifraron en alcanzar un principio: la igualdad. En muchas latitudes subsistía aún la esclavitud, el coloniaje, la discriminación de derechos políticos a la mujer y muchas otras diferencias. El constitucionalismo logró algo que se veía difícil de consolidar: el cambio de titular del principio de la soberanía, para arrebatárselo a los monarcas y sus gobiernos, y trasladarlo a la potestad popular. El gobierno dejó de ser un mandamás, para transformarse en simple mandatario y representante de los designios del pueblo. El gobierno dejó de ejercer el poder de manera discrecional y autoritaria; y, a partir de la aparición de las constituciones, se sometió a lo dispuesto en ellas, pudiendo hacer sólo aquello que les está expresamente autorizado. Se ocuparon las constituciones del principio del siglo pasado por aminorar las injusticias surgidas del exacerbado tratamiento igualitario, puesto que se concluyó que el estado debería crear normas e instituciones que dieran tratamiento desigual y compensatorio a los desiguales sociales. Además de las garantías sociales en materia de educación y las cuestiones agrarias y laborales consagradas en los artículos antes mencionados, se debe adicionar a ellas a las garantías dispuestas por los artículos 1° y 2° constitucionales. El estado, no sólo reconoce el derecho ciudadano de asociarse en pos de la defensa de sus derechos políticos y participar en las cuestiones públicas, sino que está obligado legalmente a respetar su campo de acción. A partir de la segunda década del siglo XX, se perfilaron dentro del constitucionalismo "nuevos afluentes de la relación estado-sociedad y el reconocimiento de otras responsabilidades". Existen dos formas generalmente concebidas para interrumpir la vigencia de las garantías y, en su caso, de los derechos humanos: la dictadura constitucional y los llamados estados de excepción o estados excepcionales. Existen diversas técnicas para decretar la suspensión de garantías y para regular los estados excepcionales. En algunos sistemas, se hace intervenir al parlamento o cuerpo legislativo. En un estado de cosas normal, las libertades nunca deben ser afectadas por medidas de suspensión. Solamente cuando sobrevengan sucesos extraordinarios, que pongan en grave conflicto a la sociedad, que no puedan dichos acontecimientos ser afrontados satisfactoriamente por el estado haciendo uso de sus recursos y de sus medios ordinarios, se podrá hacer uso de las facultades especiales que previene la propia constitución. Tales suspensiones de los derechos humanos, pueden ser decretadas para todo el territorio nacional o para una región o parte circunscripta del mismo. Los casos, en particular, en los que se justifique declarar los estados excepcionales, por regla general, se deberían encontrar enunciados, uno a uno, en las propias constituciones. Esto es lo que sucede en el caso mexicano. En efecto, las previsiones del artículo 29, que se ocupa de regular esta materia, son muy amplias, genéricas e indeterminadas. Dicho artículo menciona los casos: A) de invasión del territorio nacional; B) de perturbación grave de la paz pública; y E) el de cualquier otro caso que ponga a la sociedad en grave peligro o conflicto. Pese a la apertura de los supuestos previstos en el artículo 29, queda muy claro cuál es el procedimiento a seguir para poder suspender las garantías que fuesen obstáculo para hacer frente, rápida, fácilmente, a la situación. Dicha suspensión solamente podrá hacerse por iniciativa exclusiva del presidente de los estados unidos mexicanos, de acuerdo con los titulares de todas y cada una de las secretarías de estado y también con el procurador general de la república. Para precisar los pormenores de la suspensión de garantías, así como de las medidas a emplear, se deberá tomar en cuenta cada caso. La suspensión será siempre por tiempo limitado y solamente afectará a las garantías absolutamente indispensables para hacer frente a la situación. Dice que en "caso de epidemias de carácter grave o peligro de invasión de enfermedades exóticas en el país", la secretaría de salud podrá dictar las medidas preventivas indispensables, a reserva de ser después sancionadas por el presidente de la república. Aunque no siempre se aclara explícitamente, los reconocimientos legales de derechos del hombre siempre han venido acompañados de la aprobación de diferentes medios, también legales, para su protección. Los medios para proteger los derechos enunciados en dichas declaraciones, ahora mismo todavía pueden ser considerados medios o sistemas de protección insuficientes. Los derechos humanos son sagrados, deben ser inviolables. Su violación debe ser combatida siempre. Y dicha violación proviene, por principio de cuentas, de las mismas autoridades, las cuales están obligadas a respetar aquellos derechos que exigen respeto, como es el caso de las libertades de la personalidad, de las garantías de la libertad, de la integridad física, inviolabilidad de domicilio, de correspondencia y demás derechos de posesión y de propiedad. El individuo, para hacer respetar estas libertades, cuando la autoridad las quebrante; o para obtener la acción positiva de satisfacción, que la autoridad no le ha proporcionado oportunamente; se disponen de ciertos sistemas de medios de protección administrativa. Los sistemas de recursos formales ante los tribunales administrativos han alcanzado un rápido y muy perfeccionado desarrollo en los países europeos como Francia, Alemania, Italia, España. Se trata del desarrollo de una muy bien elaborada doctrina del derecho administrativo, que tiene por objeto general el estudio de la administración pública, la regulación de las relaciones entre administración pública y los particulares, se ha ocupado de desarrollar la justicia administrativa, como un conjunto de recursos de protección del particular frente a los descuidos o los abusos de dicha administración. Ciertamente el desarrollo del derecho administrativo comenzó hacia mediados del siglo XIX, de manera parecida a como se fueron impulsando los estudios sobre esta misma materia en España y varios otros países europeos. En nuestro país, aparece la obra clásica de Teodosio lares; incluso aparecen otras obras de derecho constitucional. Que siguen una metodología muy parecida a la metodología empleada en las obras sobre derechos administrativos. Los sistemas de protección del tipo de juicios de amparo se han desarrollado, tanto en épocas históricas del pasado, cómo en la etapa del estado moderno, o estado de derecho. Esta clase de sistemas se adscriben más propiamente al derecho constitucional que al derecho administrativo. Los sistemas de las procuradurías sociales también tienen orígenes remotos, como la procuraduría de indígenas del derecho indiano; la procuraduría de pobres; las procuradurías agrarias y las laborales a favor de los trabajadores del estado. Incluso, dentro de estos sistemas cabría enumerar a las comisiones de derechos humanos, así como a las magistraturas del tipo del ombudsman. Hemos mencionado también otros medios muy especiales de protección administrativa, como son las visitas de cárceles, los indultos y, más en general, los sistemas de supervisión y de contraloría; o los recientes sistemas de protección de los derechos políticos de votar y poder ser votados para cargos de elección popular y la protección de los mismos derechos de los militantes al interior de los partidos políticos. La protección administrativa abarca un sin número de sistemas y de medios que pueden usarse a favor de los derechos humanos. Vemos que ciertos sistemas de protección. Como los juicios de amparo, como las comisiones de derechos humanos, de hecho, pueden usarse con mucha eficacia en el campo de la protección administrativa, conjuntamente con el uso de los recursos administrativos; en sustitución de estos e, incluso, para pedir la revisión de las resoluciones emitidas por dichos tribunales administrativos, en México se puede hacer uso del juicio de amparo. En México predominó históricamente la protección jurisdiccional de los derechos humanos y esto se originó en función del papel que jugó el amparo como instrumento jurídico, para garantizar la constitucionalidad y legalidad de los actos de autoridad, sin embargo, la historiografía de esta evolución dejó de lado algunos aspectos del proyecto originalmente planteado por otero y sus vinculaciones con el amparo. Tradicionalmente la doctrina mexicana reduce el papel de mariano otero al de "Federalizador del amparo" o al de patrocinador de la relatividad de la sentencia de amparo, nada más parcial y distorsionado, pues basta fijar la vista en dos documentos: el voto particular del diputado mariano otero, y su consecuencia, el acta de reformas de 1847, para percatarnos que la posición e tan insigne jurista, frente al problema de los derechos humanos es totalmente distinta a la que comúnmente se considera. El acta de reformas de 1847 es en suerte, el más formidable sistema de protección que la constitución y los mexicanos hayan tenido jamás, el sistema se dividía en cuatro subsistemas; a) de protección al federalismo, b) de protección de los derechos humanos y ciudadanos e) de protección constitucional y d) de responsabilidades. Por la naturaleza de nuestro trabajo me concretare a explicar dos, el relativo a los derechos del hombre y el relativo a la protección constitucional. Hemos dicho y ahora reiteramos, que la explicación básica de la naturaleza del acta de reformas de 1847 se encuentra en el intento de establecer un sistema de protección jurídica para la nación mexicana, hemos dicho y ahora reiteramos, que la explicación básica de la naturaleza del acta de reformas de 1847 se encuentra en el intento de establecer un sistema de protección jurídica para la nación mexicana. El artículo 4° se regulan los derechos ciudadanos o políticos, el artículo 5°. Se refería a los derechos del hombre: Para asegurar los derechos del hombre que la constitución reconoce, una ley fijará las garantías de libertad, seguridad, propiedad e igualdad, de que gozan todos los habitantes de la república y establecerá los medios para hacerlas efectivas. En la actualidad se ha generalizado la idea de la existencia del amparo, como un sistema de protección jurisdiccional de los derechos del hombre, si Ieemos con atención los artículos 4° y 5° del acta de reformas, se verá que esta apreciación era parcialmente distinta en 1847: A) por el artículo 4° se ordenaba la creación de una ley constitucional, para arreglar el ejercicio de los derechos ciudadanos. B) por el artículo 5° del acta de reformas, se pensaba en un sistema legal que: • fijara las garantías de libertad, seguridad e igualdad. • estableciera los medios para hacerlas efectivas. C) por el artículo 25 del acta de reformas se estableció el amparo en materia administrativa y contra leyes. El problema que agrava la interpretación correcta del diseño de otero, es que jamás se reglamentaron los artículos 4° y so del acata de reformas y el amparo. El sistema ideado por otero, era muy amplio y ambicioso, sin embargo, las circunstancias de la guerra lo hicieron imposible. Los constituyentes de 18s7 contaron con más tiempo para elaborar la constitución, lo que les permitió elaborar un catálogo de derechos humanos, cuya protección se confió al amparo, una vez que se desecharon las acciones de inconstitucionalidad y los sistemas específicos de protección de los derechos humanos y ciudadanos, que se encontraban en el acta de reformas de 1847. El amparo recibió una doble responsabilidad, ser instrumento de protección de los derechos humanos y medio de control para que las autoridades se mantengan en el ámbito de sus competencias constitucionales y legales. Se redactó el amparo de los artículos 101 y 102 de la constitución de 1857, no deja de sorprendernos, a primera vista, la complejidad de los artículos correlativos que en la constitución de 1917 fueron el artículo 103 y el artículo 107, que regulaban las controversias constitucionales y el amparo respectivamente. Las circunstancias para 1917 eran totalmente diferentes, por principio, se abandonó la concepción constitucional liberal clásica y se adoptó el pensamiento de un constitucionalismo social que dejaba atrás no sólo los grandes principios individualista aislados, para combinarlos con un conjunto de postulados sociales, de igual forma varió la técnica constitucional. El texto del artículo 103 de la constitución de 1917, es prácticamente el mismo que el artículo 101 de la Constitución de 1857, la diferencia luego está, en el texto específico del amparo que para 1917 ya contenía diversos principios que se consagraron a lo largo de los años de evolución que existen entre uno y otro texto: El artículo 107 en 1917 establecía los siguientes principios: • Los juicios se seguirían a instancia de parte agraviada. • La sentencia es relativa, es decir, sólo se protege a quien se ampara, sin que se permitan efectos generales al amparo. • El amparo casación sólo procedía por violaciones al procedimiento cuando se afectaran las partes substanciales del mismo y se dejara sin defensa al quejoso. • En caso de amparo contra sentencias definitivas en materia civil, sólo procedía cuando la sentencia fuera "contraria a la letra de la ley aplicable al caso o a su interpretación jurídica, cuando comprendía personas, acciones, excepciones o casas que no han sido objeto de juicio, o cuando no las comprenda todos por omisión o negativa expresa". • En los juicios penales procedía la suspensión provisional de la sentencia definitiva. • En los juicios civiles sólo procedía la suspensión provisional si el quejoso daba fianza. • El amparo contra sentencias definitivas se interponía directamente ante la suprema corte. • La autoridad responsable sería consignada en caso, de no acatar la suspensión del acto ordenado por el juez. • En caso de que se conceda el amparo y la autoridad responsable repitiese el acto o tratar de eludir su ejecución, sería separado de su cargo y consignada ante el juez de distrito correspondiente. • Cuando los alcaldes y carceleros no recibieran copia autorizada del auto de formal prisión, debían informar al juez y en caso de no recibirla en las siguientes 3 horas, tenían obligación de poner en libertad al detenido. Y es así como los derechos de los hombres es la mayor representante, han formado una asamblea nacional, considerando la ignorancia, la negligencia o desprecio de los derechos humanos son las únicas causas de calamidades publicas y de la corrupción de los gobiernos, han resuelto exponer en una declaracion solemne de los derechos naturales, imprescriptibles e inalienables; para que estando esta declaracion continuamente presente en la mente de los miembros de la corporación social, puedan mostrarse siempre atentos a sus derechos y a sus deberes; para que los actos de los poderes legislativo y ejecutivo del gobierno, pudiendo ser confrontados en todo momento para los fines de las instituciones políticas, puedan ser más respetados, y también para que las aspiraciones futuras de los ciudadanos, al ser dirigidas por principios sencillos e incontestables, puedan tender siempre a mantener la Constitución y la felicidad general. La presente Declaración Universal de Derechos del Hombre como ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse, a fin de que tanto los individuos como las instituciones, inspirándose constantemente en ella, promuevan, mediante la enseñanza y la educación, el respeto a estos derechos y libertades, y aseguren, por medidas progresivas de carácter nacional e internacional, su reconocimiento y aplicación universales y efectivos, tanto entre los pueblos de los Estados Miembros como entre los de los territorios colocados bajo su jurisdicción: Artículo 1: Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros. Artículo 2: Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición. Artículo 3: Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona. Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos; sin embargo, tuvieron que suceder horrores masivos e indiscriminados para que el mundo se diera cuenta de la necesidad de proteger de alguna manera esos derechos. En su acepción más simple, los derechos humanos reconocen la dignidad inalienable de todas las personas, al igual que sus derechos inherentes y libertades fundamentales. El debate en torno a las relaciones entre Sociedad, Educación y Desarrollo se lleva a cabo en momentos en que la humanidad requiere de la toma de decisiones para asumir una actitud proactiva y de preparación para la construcción de un futuro colectivo. En la búsqueda del conocimiento y de los acontecimientos; nos vamos dando cuenta que el hombre en su propio espíritu ha encontrado respuestas y verdades en el tiempo. En estos conflictos en que se ve envuelto el hombre; la determinación del bien o del mal siempre debe estar apuntando hacia la estabilidad social, haciendo que ésta genere un bienestar común. Es por ello y sin mas que agregar, los derechos de los hombres no solo es un privilegio, sino que también van de la mano a nuestras obligaciones y es responsabilidad de cada ciudadano seguir las reglas que actualmente nuestra constitución nos enseña diariamente. Universidad Juárez Autónoma de Tabasco División Académica de Ciencias Sociales y Humanidades 100 ENSAYOS PARA EL CENTENARIO. Alumno: Luis Daniel Gaspar Villarreal Profesor: Dr. Jorge Abdo Francis LA NOCION DE DERECHOS HUMANOS Y GARANTIAS EN LA CONSTITUCION MEXICANA. Se analiza la reforma de 2011 al artículo 1o. de la Constitución Política, en la que se hace la distinción entre los derechos humanos y las garantías para su protección; se señala que los derechos humanos tienen una doble fuente: la propia Constitución y los tratados internacionales de los que el Estado mexicano sea parte, y se establecen como principios para la interpretación de las normas sobre derechos humanos, los de pro persona, universalidad, interdependencia, indivisibilidad y progresividad. Previamente, el autor examina la regulación de los derechos humanos y las garantías individuales en las Constituciones mexicanas de los siglos XIX y XX. El artículo concluye con el estudio de los cambios fundamentales que la reforma de 2011 ha producido en la jurisprudencia sobre el sistema de control de la constitucionalidad de las normas jurídicas generales, así como sobre la adopción del control de la convencionalidad de las leyes y actos dentro de los tribunales mexicanos. La noción de derechos humanos se corresponde con la afirmación de la dignidad de la persona frente al Estado. El poder público debe ejercerse al servicio del ser humano: no puede ser empleado lícitamente para ofender atributos inherentes a la persona y debe ser vehículo para que ella pueda vivir en sociedad en condiciones cónsonas con la misma dignidad que le es consustancial. La sociedad contemporánea reconoce que todo ser humano, por el hecho de serlo, tiene derechos frente al Estado, derechos que este, o bien tiene el deber de respetar y garantizar o bien está llamado a organizar su acción a fin de satisfacer su plena realización. Estos derechos, atributos de toda persona e inherentes a su dignidad, que el Estado está en el deber de respetar, garantizar o satisfacer son los que hoy conocemos como derechos humanos. En esta noción general, que sirve como primera aproximación al tema, pueden verse dos notas o extremos, cuyo examen un poco más detenido ayudará a precisar el concepto, en primer lugar, se trata de derechos inherentes a la persona humana; en segundo lugar, son derechos que se afirman frente al poder público, ambas cuestiones serán examinadas sucesivamente en este capítulo. Aun cuando la presencia de los derechos humanos se considera obvia en los ordenamientos jurídicos y en el ámbito internacional, en el discurso social y en el debate político, al grado de justificar incluso golpes de Estado lo que es un uso extremo del término, no necesariamente de la esencia-, no siempre ha sido así. Los derechos humanos, como figura jurídica, datan del siglo XVIII americano y europeo, si no es que antes, de plena Edad Media. El recurso a los mismos como fundamento, proceso y objetivo del Estado moderno contemporáneo, como ya se apuntó, de la segunda mitad del siglo XX y su generalización, de la última década del mismo siglo, recién concluido. Una de las características resaltantes del mundo contemporáneo es el reconocimiento de que todo ser humano, por el hecho de serlo, es titular de derechos fundamentales que la sociedad no puede arrebatarle lícitamente. Estos derechos no dependen de su reconocimiento por el Estado ni son concesiones suyas; tampoco dependen de la nacionalidad de la persona ni de la cultura a la cual pertenezca. Son derechos universales que corresponden a todo habitante de la tierra. La expresión más notoria de esta gran conquista es el artículo 1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos: todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros. Un origen identificable de reconocimiento de derechos humanos –“garantías” una vez exigibles a la autoridad con base en un mecanismo apropiado- son los diversos fueros que protegían algunos derechos de un estamento social, incluso en una población específica, como es el caso de los fueros hispánicos o en Inglaterra, la carta magna, hacia los siglos XII y XIII y, con un alcance más general, la carta de derechos del siglo XVII, también en Inglaterra. En el siglo XVIII, la constitución norteamericana de 1776 y, en Francia, la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano y posteriormente la constitución de 1791. A partir del siglo XIX se inicia el proceso de incorporación a los ordenamientos constitucionales nacionales conforme se extiende el individualismo liberal como formación político-jurídica dominante en el mundo occidental e incluso más allá donde el capitalismo metropolitano y periférico necesitan de una estructura política y jurídica uniforme para su afianzamiento como base económica, también dominante. Así, el marco jurídico mínimo que se requiere es aquél que “garantice” la libertad individual frente al poder público, como una reacción de la burguesía triunfante contra el corporativismo medieval y el control monárquico del Estado. Este marco jurídico, desglosado en un catálogo de derechos individuales identificados también como “derechos naturales del hombre” es decir, con los que se nace, da el reconocimiento y soporte necesarios para la libertad de empresa y, junto con ésta, otras libertades que complementan la personalidad jurídica del individuo en el estado moderno. Desde luego, junto con la sociedad, el estado, que es su organización político jurídica, y el sistema jurídico respectivo, también evolucionan, o dicho con mayor precisión, se adaptan a los cambios y deben responder a las exigencias sociales a riesgo de quedar obsoletos, rebasados e inaplicables. La propia sociedad, en este caso, crea “su” Derecho. Primero como costumbre o práctica y después, mediante la presión de los hechos, como normas positivas ya legisladas a través de los mecanismos y procesos constitucionalmente establecidos para ese fin. Esto es significativamente apreciable en el campo de los derechos humanos, donde inclusive se identifican “generaciones” de éstos: los civiles y políticos; los económicos, sociales y culturales y los más recientes que podrían llamarse de “bienestar” como el derecho a un ambiente no contaminado y los gestados por “la sociedad civil” impulsados sobre todo por organizaciones no gubernamentales, y que se refieren a una mejor calidad de vida y a una mejor convivencia social. Inclusive, a una mejor gestión gubernamental. El camino seguido por los derechos humanos como figura jurídica presente en nuestros ordenamientos constitucionales inicia desde la constitución federal de 1824, que hace referencia a la protección, por las leyes, de los derechos de los ciudadanos. Además, señala que esas leyes deben ser “justas y sabias” continúa con las siete leyes de 1835 -1836, de las cuales la primera ley constitucional está dedicada a “Los derechos y obligaciones de los mexicanos y habitantes de la República”. Lo cierto es que la historia universal lo ha sido más de la ignorancia que de protección de los derechos de los seres humanos frente al ejercicio del poder. El reconocimiento universal de los derechos humanos como inherentes a la persona es un fenómeno más bien reciente. En efecto, aunque en las culturas griega y romana es posible encontrar manifestaciones que reconocen derechos a la persona más allá de toda ley y aunque el pensamiento cristiano, por su parte, expresa el reconocimiento de la dignidad radical del ser humano, considerado como una creación a la imagen y semejanza de Dios, y de la igualdad entre todos los hombres, derivada de la unidad de filiación del mismo padre, la verdad es que ninguna de estas ideas puede vincularse con las instituciones políticas o el derecho de la antigüedad o de la baja edad media. Las Bases Orgánicas de 1843, por su parte, contienen disposiciones sobre las garantías de igualdad, libertad y seguridad jurídica. Después, en el acta constitutiva y de reformas de 1847 se establece el amparo como el recurso del gobernado para hacer valer sus garantías individuales. Por último, en ese mismo siglo, está la Constitución Política de 1857 donde se contemplan en su título I “Los derechos del Hombre”, que ocupan los primeros veintinueve artículos de ese texto constitucional. En cuanto a una definición legal de “derechos humanos”, tampoco existe como tal, pero se maneja el término y queda quizá al sentido común la comprensión del mismo. Inclusive la declaración universal de los derechos humanos, de 1948, dispone en su artículo 2.1 que “Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta declaración”, sin intentar su definición. De acuerdo con lo anterior, en la legislación no se ha hecho indispensable la definición precisa de lo que son los derechos humanos, pues las propia evolución social y el progreso en general, así como sus consecuencias por ejemplo, cada vez sectores más amplios desean participar en la toma de decisiones públicas, o los efectos nocivos de la industria en el ambientecrean determinados espacios para reivindicar uno u otro derecho que, por ser otras las circunstancias, antes no se consideraba como tal. Así es como se puede apreciar la aparición de las sucesivas “generaciones” de derechos humanos. En el momento en que era urgente abrir la participación política, no se priorizó el aspecto cultural, o bien, al considerarse situaciones sociales no se discutió la conservación del planeta para las futuras generaciones. Cada uno de estos derechos tiene, desde luego, una proyección social y colectiva a todo el género humano, pero no es posible comprenderlos aislados del elemento estatal, es más, del elemento “Comunidad Internacional” ahora que en el contexto de mundialización de fórmulas y modelos económicos y comerciales también se globalizan las diversas reacciones a los mismos, en cualquier sentido que puedan ser éstas. Así es como se aprecian ciertas tendencias en materia humanitaria, una de las cuales es la del derecho a la información. Las primeras manifestaciones concretas de declaraciones de derechos individuales, con fuerza legal, fundadas sobre el reconocimiento de derechos inherentes al ser humano que el estado está en el deber de respetar y proteger, las encontramos en las revoluciones de independencia norteamericana e iberoamericana, así como en la revolución francesa. Por ejemplo, la declaración de Independencia del 4 de julio de 1776 afirma que todos los hombres han sido creados iguales, que han sido dotados por el creador de ciertos derechos innatos; que entre esos derechos debe colocarse en primer lugar la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; y que para garantizar el goce de esos derechos han establecido entre ellos gobiernos cuya autoridad emana del consentimiento de los gobernados. En el mismo sentido la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano del 26 de agosto de 1789, reconoce que los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos y que las distinciones sociales no pueden estar fundadas sino en la utilidad común. Es de esta forma que el tema de los derechos humanos, más específicamente el de los derechos individuales y las libertades públicas, ingresó al derecho constitucional. Se trata, en verdad, de un capítulo fundamental del derecho constitucional, puesto que el reconocimiento de la intangibilidad de tales derechos implica limitaciones al alcance de las competencias del poder público. Desde el momento que se reconoce y garantiza en la constitución que hay derechos del ser humano inherentes a su misma condición en consecuencia, anteriores y superiores al poder del Estado, se está limitando el ejercicio de este, al cual le está vedado afectar el goce pleno de aquellos derechos. Así, pues, cualquiera sea el fundamento filosófico de la inherencia de los derechos humanos a la persona, el reconocimiento de la misma por el poder y su plasmación en instrumentos legales de protección en el ámbito doméstico y en el internacional, han sido el producto de un sostenido desarrollo histórico, dentro del cual las ideas, el sufrimiento de los pueblos, la movilización de la opinión pública y una determinación universal de lucha por la dignidad humana, han ido forzando la voluntad política necesaria para consolidar una gran conquista de la humanidad, como lo es el reconocimiento universal de que toda persona tiene derechos por el mero hecho de serlo. LA SUSPENSIÓN DE DERECHOS HUMANOS Y GARANTÍAS. UNA PERSPECTIVA DE DERECHO COMPARADO Y DESDE LA CONVENCIÓN AMERICANA SOBRE DERECHOS HUMANOS. Las constituciones liberales latinoamericanas, que empezaron a abrirse paso desde finales del siglo XIX, enseñan distintas regulaciones de «suspensión de garantías a consecuencia de una declaración oficial de excepción o de emergencia. Debido a la diversidad terminológica de los ordenamientos, la doctrina a menudo ha incurrido en confusión al aproximarse a esta problemática desde una perspectiva comparada. Con frecuencia, se hace referencia a la «situación de emergencia», el «estado de excepción» o al «estado de sitio», sin separarlas conceptualmente de la «suspensión de garantías» o la «suspensión de derechos», como si todas estas instituciones fueran equivalentes desde un punto de vista dogmático. En realidad, una cosa es la situación fáctica de grave riesgo para el orden constitucional, que da lugar a la declaración de excepción o de emergencia, y otra cosa diferente es la suspensión de derechos y de sus garantías, que sólo puede ser una consecuencia de aquella primera declaración. En perspectiva histórica, la región latinoamericana ha visto con lamentable frecuencia cómo el propósito del estado de excepción se ha tergiversado por gobiernos de índole autoritario. Con recurrencia, en lugar de utilizarse como medio de defensa del estado democrático, terminaba por socavarlo, en lastimoso detrimento de los derechos humanos de la población y, en general, en perjuicio del propio orden constitucional. El único entendimiento lícito posible del estado de excepción es el favorable a su noción de garantía del sistema democrático. El estado de excepción sólo puede admitirse al servicio de la defensa del Estado democrático, el orden constitucional y los derechos y libertades de las personas. La suspensión del goce y ejercicio de estos derechos y libertades es solamente un costoso precio que hay que pagar para conseguir su propia subsistencia y mantenimiento. Cualquier otra versión diferente del estado de excepción debe considerarse incompatible y, por tanto, contraria no sólo a la lógica constitucional de la institución, sino, en el ámbito que aquí interesa, contraria también a las obligaciones contraídas por los Estados partes de la convención americana sobre derechos humanos. Más allá de los abusos en que riesgosamente pudiera incurrirse, como lo sostiene la Corte Interamericana, la suspensión de garantías es un instrumento cuya previsión es necesaria bajo determinados extremos lícitos para afrontar, con posibilidades de éxito, la propia supervivencia de la sociedad democrática. Es exclusivamente en este sentido que las constituciones latinoamericanas contemporáneas prevén en su práctica totalidad los lineamientos y el procedimiento a seguir para decretar un estado de excepción, de manera que pueda hacerse frente rápida y eficazmente a la situación. Así, el estado de excepción cobra su sentido esencial: erigirse en garantía de la constitución frente a eventuales situaciones de crisis. Los textos constitucionales latinoamericanos lógicamente difieren en las condiciones que debe colmar la procedencia de una declaración de excepción, empezando por su denominación, los motivos en los cuales se justifica, las autoridades autorizadas para emitirla y aplicarla, los derechos susceptibles de suspensión, los límites de las medidas adoptadas, o los efectos y temporalidad de las propias medidas. También es variable la posibilidad y, en su caso, las eventuales condiciones del control judicial de constitucionalidad de estas medidas. Con todo, como decíamos, no obstante, su creciente aproximación a los estándares internacionales e interamericanos, las regulaciones que ofrecen las constituciones latinoamericanas distan de ser uniformes en la materia. Sólo a efecto de evidenciar las diferencias que en el plano terminológico se presentan al calificar estas situaciones constátese. Esta diversidad terminológica y conceptual, se evidencia con la nueva constitución de república dominicana de enero de 2010 (arts. 262-266), que prevé como «estados de excepción» tres categorías: 1) «estado de defensa» (agresiones de armadas externas). 2) «estado de conmoción interior» (grave perturbación del orden público). 3) «estado de emergencia» (hechos diferentes a los dos anteriores que amenacen o perturben de manera grave el orden económico, social, medioambiental o que constituyan calamidad pública). Sin perjuicio de la influencia que sobre varias de estas constituciones latinoamericanas indudablemente ha tenido el sistema interamericano de derechos humanos, no debe pasarse por alto que en los últimos años éstas también se han inspirado en el derecho internacional general y el derecho internacional de los derechos humanos en particular, en materia de estado de excepción y suspensión de garantías. Las normas internacionales han tenido una importante repercusión especialmente en el perfeccionamiento de la situación normativa interna de los derechos fundamentales en las situaciones de emergencia. Ello ha venido siendo posible en la medida en que los gobiernos de la región han ratificado y aprobado importantes instrumentos internacionales de los que derivan un conjunto de principios básicos en este ámbito, que son, por tanto, obligatoriamente observables por las normas de derecho interno. En la Convención Americana sobre Derechos Humanos, el capítulo IV de su primera parte lleva por denominación: «Suspensión de garantías, interpretación y aplicación». Como se puede observar, la dicción de la Convención resulta ambigua en la medida en que parece introducir al menos cuatro nociones diferentes de suspensión: A) la suspensión «de garantías» (al que se alude por tres ocasiones: el rubro del capítulo IV, el rubro del artículo 27 y la parte final de segundo párrafo, en donde sin embargo se alude a las «garantías judiciales indispensables»). B) La suspensión «de las obligaciones contraídas» (párrafo primero del art. 27) C) La «suspensión de derechos» (segundo párrafo del art. 27) D) El derecho de «suspensión» (tercer párrafo del propio art. 27) El primer interrogante que interesa resolver es entonces el del concepto de suspensión que la convención hace suyo, y que es, por tanto, el aplicable en sede interamericana de derechos humanos. En primer lugar, la expresión «suspensión de garantías» que emplea la convención no resulta técnicamente apropiada porque lo que prevé el capítulo IV y, dentro de él, el artículo 27, es sólo la posibilidad de suspender momentáneamente el goce y ejercicio efectivo de algunos de los derechos y libertades consagrados en la convención. Las garantías, como sostiene la corte, sirven para proteger, asegurar o hacer valer la titularidad o el ejercicio de un derecho. El artículo 27 no trata de la suspensión de «garantías» propiamente dichas sino de la suspensión temporal del pleno y efectivo ejercicio de ciertos derechos y libertades. El mismo concepto de «suspensión de derechos» está necesitado de precisión doctrinal con respecto a otras instituciones con las que puede confundirse, como la «restricción» o la «limitación» de los derechos. Las limitaciones y restricciones de los derechos y libertades están previstas en sus artículos 29 y 30, así como en los preceptos que en particular consagran los derechos humanos en la convención, que contienen previsiones específicas al respecto. No obstante, la gran diversidad terminológica que, en general, emplea la convención y, en específico, el mismo artículo 27, la corte interamericana continúa utilizando la expresión «suspensión de garantías» para referirse al contenido normativo de este precepto 24, sin perjuicio de todas las aclaraciones conceptuales que ella misma ha explicitado en su propia jurisprudencia 25. A esta semejante lógica nos adscribimos, por lo cual, ésa es la expresión que en lo sucesivo genéricamente invocaremos en el presente análisis. LEY SUPREMA Y SISTEMA PENAL: ALGUNOS DESARROLLOS DE LA CONSTITUCIÓN MEXICANA Por "ley suprema" entiendo una categoría normativa que constituye el criterio supremo de carácter axiológico con el cual se califica la legitimidad de las normas positivas del ordenamiento jurídico. Está formada por el conjunto total de los derechos humanos incorporados al ordenamiento vía la Constitución, los tratados internacionales sobre la materia de los que México es parte, la jurisprudencia de la SCJN y demás fuentes reconocidas en la tesis de este órgano jurisdiccional. El contenido de esa ley, el conjunto de los derechos humanos, se identifica extensionalmente, por enumeración. En un momento determinado, digamos, la ley suprema es el conjunto de los derechos humanos. Por lo regular, quien realiza el control de convencionalidad de la norma no toma en cuenta el listado completo de derechos humanos, sino sólo una pequeña parte. Porque para llevar a cabo este control, el órgano judicial identifica los derechos humanos en juego, dependiendo del contenido de la norma que califica. De suerte que es decisión de dicha autoridad ampliar o estrechar el parámetro de legitimidad, siempre dentro de los márgenes constituidos por la totalidad de los derechos humanos de la ley suprema. Señalé que dicha ley es el criterio supremo axiológico de legitimidad jurídica. Como tal, se encuentra en una posición jerárquicamente superior respecto de cualquier norma positiva, incluida la constitución. Sin embargo, esta idea podría causar desconcierto pues parece ser contraria al principio de supremacía constitucional. En el siguiente apartado explicaré que en este punto no sólo no hay contradicción alguna, sino que además es perfectamente posible defender tanto la primacía de la ley suprema, como la supremacía constitucional al interior del ordenamiento jurídico. Para ello será preciso examinar los distintos tipos de jerarquías entre normas o jerarquías normativas. Una idea ampliamente aceptada entre los juristas es la de que el derecho constituye un sistema de normas ordenadas jerárquicamente; es decir, estratificadas o dispuestas en diversos niveles o estratos. Sin embargo, las relaciones jerárquicas entre normas son de diferente naturaleza. Simplificando mucho las cosas, diríase que hay al menos cuatro tipos de jerarquías normativas: 1. 2. 3. 4. Jerarquía formal o estructural. Jerarquía material. Jerarquía lógica. Jerarquía axiológica. Los cuatro criterios de ordenación jerárquica descritos pueden aplicarse separadamente respecto de las normas de un mismo ordenamiento, pero es probable que el resultado de aplicar alguno de esos criterios no sea coincidente con el resultado que se obtenga de la aplicación de otro criterio. El primer aspecto supone que la ley suprema da forma sustancial a todo el ordenamiento jurídico, determinando su contenido. El segundo de los aspectos se refiere a la exigencia de que la norma jurídica en cuestión (aunque sería más preciso hablar de la disposición jurídica como enunciado de la norma) se interprete para hacerla congruente o conforme con los derechos humanos de la ley. Si esto no fuera posible y la norma resultara incompatible con ella, entonces debería ser desaplicada o anulada, según el caso. Y el tercer aspecto señalado puede ser visto justamente como la consecuencia natural de que la norma que se califica resulte ilegítima: el sistema entonces contempla algún tipo de remedio que puede ser la desaplicación de esa norma, su derogación o su enmienda. El papel que las reformas penales constitucionales determinadas, a su turno, por factores sociales y políticos diversos, así como asociadas a la misión contemporánea del federalismo mexicano han jugado en lo que pudiera denominarse la “etapa actual del federalismo” en nuestro país. Son diversas vías por las que se reconstruye, al tenor de los tiempos. En las constituciones centrales hubo disposiciones concentradoras de la legislación ordinaria: habría un sólo código penal y otro, también único, de procedimientos. Al amparo de la normativa constitucional, en el territorio mexicano se encontraron vigentes treinta y dos códigos penales locales, un número igual de códigos de procedimientos penales, a los que se sumaron los códigos penales federales tanto en su vertiente sustantiva como adjetiva, así como múltiples leyes que destinaron alguno de sus preceptos a la tipificación de delitos. El artículo 73 atribuye al Congreso de la Unión la facultad de establecer, “los delitos y las faltas contra la federación y fijar los castigos que por ellos deban imponerse”. Muchas propuestas que buscaron prosperaron; otras han avanzado, en final consagración de la unidad concentradas en el congreso de procedimiento penal. dar remedio a esta situación no ocasiones a tambor batiente, hasta la legislativa penal, con facultades la unión en lo que se refiere al La citada reforma constitucional de 2009 previó la existencia de una ley general en materia de secuestro, que sería publicada en el Diario Oficial de la Federación el 30 de noviembre de 2010. Este ordenamiento continúa la tendencia iniciada por la ley federal contra la delincuencia organizada, que parte de la idea de que el “Derecho penal tradicional” es insuficiente para hacer frente a delitos de mayor impacto social, por lo que es necesario recurrir a técnicas excepcionales. La necesidad de una ley general se motivó en el impacto generado por el delito de secuestro, así como en su incremento en los últimos años. Fue entonces que se deploró la disparidad legislativa, tanto por lo que hace a los tipos penales y a las sanciones, como en lo que respecta a los instrumentos de investigación, la falta de coordinación entre las autoridades de los distintos fueros, la ausencia de una política criminal en la materia y la incompatibilidad con diversos estándares internacionales. Si en algún espacio debiera atenderse con rigor y convicción, sin licencia perniciosa, la regla platónica sobre el gobierno de las leyes superior al de los hombres, es en el ámbito penal. De ahí que el principio de legalidad marcase el destino y el camino del sistema penal, que aborreció el absolutismo del monarca y del juzgador y entregó al parlamento la encomienda de administrar la “voluntad general”, formulando las descripciones de la conducta ilícita y fijando sus consecuencias jurídicas, en calidad y cantidad. La legalidad penal se despliega en diversas actividades de la autoridad y tiene distintas vertientes: sustantiva, procesal, ejecutiva. Toda norma jurídica positiva debe respetar la ley suprema. Si no lo hiciere, la norma sería ilegítima. La legitimidad es un concepto relacional: depende de que la norma en cuestión sea conforme al contenido de la ley suprema. La ley suprema es axiológica y materialmente superior a toda norma jurídica, incluida la Constitución. A su vez, la Constitución es formal y lógicamente superior a todas las demás normas del ordenamiento jurídico, incluidos los tratados internacionales sobre derechos humanos y otras materias. El juicio de convencionalidad es resultado de un control de convencionalidad dividido en varias etapas sucesivas. Todas involucran las valoraciones del tribunal que lleva a cabo el control. Por eso, el juicio de convencionalidad es, en esencia, un juicio valorativo. Las etapas del control de convencionalidad son tres: en la primera, el tribunal realiza una interpretación conforme de la disposición legal para adecuar su contenido con el de la ley suprema; en la segunda, el tribunal comprueba que la disposición legislativa (siempre que su significado no haya podido adecuarse al de la ley) es proporcional, esto es, supera el test de proporcionalidad; y en la tercera (la cual se sigue sólo en caso de que la norma que expresa la disposición no sea proporcional), el tribunal aplica el remedio previsto por el derecho para combatir dicha norma. La desaplicación de la norma positiva que vulnera los derechos humanos de la ley es uno de esos remedios. La desaplicación la lleva a cabo un tribunal ordinario y consiste en suspender la aplicación de la norma violatoria y en aplicar en su lugar la ley suprema. Pero la figura de la desaplicación de leyes entraña serios problemas que invitan a reflexionar más en la conveniencia de adoptarla. En resumidas cuentas, la desaplicación de leyes comporta dos problemas. Uno es el ya mencionado: la norma es desaplicada en el caso individual pero no pierde su vigencia; de ahí que sea perfectamente posible que otro juez la use en un caso similar o idéntico. El Sistema de justicia penal mexicano, es un mecanismo jurídico con el cual se reacciona contra el problema de la delincuencia; y que dicho sistema ha retomado el modelo acusatorio, donde los derechos humanos son la base de la actuación de las autoridades, en un procedimiento igualitario, público y oral que se lleva ante un Juez imparcial. El principio de efectividad tiene la finalidad de resolver realmente el problema del delito, sin llegar necesariamente a un juicio, por lo que se crean mecanismos alternos de solución del conflicto, para asegurar el pago integral y rápido de la reparación del daño a las víctimas. Luego tenemos la imparcialidad, que implica la existencia de un Juez que actúe sin intereses en el proceso, y que no haya conocido el caso previamente, con el fin de que no haya prejuzgado y eso influya en sus sentencias. Por otro lado, la oralidad obligará que las pruebas y argumentos se presenten verbalmente y no por escrito, para que la prueba le hable directamente al Juez, y tenga la certeza de la existencia de los hechos. Otros de los principios esenciales son la igualdad y la contradicción, por lo que tanto el Ministerio Público, la víctima, el imputado y su defensor tendrán las mismas oportunidades, facultades y trato digno, por lo que el Juez será la única autoridad con poder para afectar derechos. Así mismo, para lograr la transparencia en la toma de decisiones, los casos se llevarán a cabo y analizarán públicamente; por lo que ninguna actuación podrá ser oculta a las partes, y además la sociedad podrá vigilar la actuación de la autoridad. Un aspecto fundamental de este nuevo proceso penal acusatorio es que la protección a la víctima es mayor, pues deja de ser un mero objeto de investigación, y se convierte en una persona que auxiliará en investigar, y buscará que se le repare el daño en forma integral, puede impugnar todo lo que estime le perjudica. Lo anterior significa que el sistema de justicia penal supone una serie de derechos otorgados a todas las personas, pero también un permiso legal de afectar a un individuo que provoque daños a los demás, pero siempre garantizando el respeto a sus derechos humanos. PODERES SALVAJES, LEX MERCATORIA Y DERECHOS SOCIALES: REPENSAR LA CONSTITUCIÓN DE 1917 A CIEN AÑOS DE SU PROMULGACIÓN. A cien años de su promulgación, el proyecto social de la Constitución mexicana de 1917 está desfondado; a lo largo de las últimas cuatro décadas ha perdido gran parte de su contenido social y de su sentido original. Durante ese periodo se han venido desplegando de forma paralela dos fenómenos jurídicos interconectados, que han conducido a una transformación radical del marco constitucional y legal en nuestro país. Por un lado, en el ámbito interno, ha tenido lugar un proceso de ruptura constitucional desde arriba, muy poco democrático, en clara sintonía con intereses de poderes privados, que puede calificarse como proceso de constituyente para la acumulación. Por otro lado, en el ámbito exterior, un proceso de fortalecimiento de un conjunto de normas e instituciones diseñadas para dar garantía y seguridad a las inversiones privadas transnacionales. Con base en ellas las empresas logran superar algunos de los pocos instrumentos de control que aún perviven y que podrían suponer límites a las fuerzas económicas nacionales y multinacionales. Ese consenso neoliberal iría imponiendo una nueva lex mercatoria supraestatal: un derecho económico transnacional que, pese al frustrado acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI), tiene en el Acuerdo de Marrakech de 1995, con la creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC), su momento constituyente, desarrollándose con ella una legislación autónoma que se va insertando en el derecho de los Estados y a la que se subordinan los derechos contenidos en las mencionadas declaraciones de la OIT y de la ONU, así como los posteriores pactos internacionales sobre derechos civiles, políticos, sociales o culturales. Ese momento había sido precedido por un proceso que iría conduciendo a un nuevo ensamblaje de autoridad, derechos y territorio. Tres rasgos principales: 1. El auge de la autoridad privada no es una fuerza externa que limita al Estado, sino que también es, en parte, un factor endógeno. 2. Este tipo de autoridad privada representa un nuevo orden normativo; sus elementos clave ingresan en la esfera pública 3. El territorio nacional y la autoridad estatal asumen un nuevo significado, en el contexto específico de los mercados globales de capitales. 4. Se va construyendo así u nuevo «campo de poder bipolar: por un lado, soberano privado supraestatal difuso; por otro sistema de estados permeables. 5. Por esas vías se va imponiendo un derecho corporativo global frente al derecho internacional de los derechos humanos y al derecho Internacional del trabajo, conformando así una nueva constitución material transnacional que va condicionando la legislación estatal, principalmente en los Estados periféricos. 6. Como se ha recordado repetidamente, el constitucionalismo social de posguerra apareció como un pacto interclasista en el que, en el contexto de la derrota del nazismo y del fascismo y de la necesaria reconstrucción del capitalismo occidental en competencia con el bloque soviético en expansión, los nuevos regímenes tuvieron que garantiza una seguridad material y unas libertades políticas a las mayorías sociales a cambio de la renuncia de estas a cuestionar el sistema. 7. Luigi Ferrajoli es un filósofo que en todas sus obras ha propugnado la existencia de una democracia constitucional, concebida como un complejo sistema de reglas, separaciones y contrapesos, garantías y funciones e instituciones de garantías destinada a permitir el desarrollo de la sociedad y de todos sus habitantes. 8. A pesar de ser un filósofo siempre dispuesto a postular el logro de una democracia sustancial más que formal, no deja por ello de advertirnos de los peligros que acechan al sistema democrático, para avizorarnos que nos encontramos en la actualidad en una etapa de crisis. 9. De la mirada atenta y crítica a la realidad política de su país, pero pese a ello no proyectable con otros matices hacia otras realidades, nos señala que nos encontramos respecto a la democracia política con una crisis por arriba, esto es, que mira a los representantes, y una crisis por abajo, esto es, que mira a los representados, y por lo tanto a la sociedad. 10. La crisis por arriba nos señala que está configurada por cuatros factores: 11. A) verticalización y personalización de la representación 12. B) los procesos de progresiva confusión entre la esfera pública y privada y concentración de poderes políticos y económicos, donde resulta cada vez más fuerte la relación entre dinero, información y política 13. C) la integración de los partidos políticos en las instituciones y la pérdida de su papel de mediación representativa. 14. D) el control de la información. La crisis por abajo estaría representada por la concurrencia de cuatro factores: A) La homologación de los que consienten y la denigración de los discrepantes y de los diferentes. B) La despolitización masiva, y la disolución de la opinión pública, por la desinformación de la mentira y la propaganda, sobre todo televisiva, y la pérdida del sentido cívico y las virtudes políticas. C) La quiebra de la participación de los ciudadanos en la vida pública. D) La manipulación de la información y la decadencia de la moral pública. Al existir un nexo entre los factores de la crisis de la representación por abajo y por arriba, propone como remedios: A) el método electoral proporcional. B) configurar un sistema de incompatibilidades y de separación bastante más compleja y eficiente que el actual. C) Refundación de los partidos políticos y las formas de democracia participativa. D) Reforzar la libertad de información y las garantías de su independencia. Cada uno de los factores de la crisis de la democracia política como de los remedios que se postulan por el destacado filósofo son de por sí merecedores de una profunda reflexión y análisis en cada uno de los países que postulan un modelo democrático para el mejor desarrollo personal y convivencia de sus ciudadanos. En la sociedad actual, resulta imprescindible hacer frente a los problemas que se denuncian, puesto que como nos indica Ferrajoli, siguiendo las enseñanzas de Montesquieu, “es un dato de experiencia eterna que los poderes, libres de límites y controles, tienden a concentrarse y acumularse en formas absolutas: a convertirse, a falta de reglas, en poderes salvajes. De ahí la necesidad no solo de defender, sino también de repensar y refundar el sistema de garantías constitucionales”. Durante los últimos años, las grandes sociedades transcontinentales, en su ofensiva por acceder a nuevos nichos de mercado, han logrado controlar la mayoría de los sectores estratégicos de la economía. Es así que en la actualidad son los actores más relevantes en los campos de la energía, las finanzas, las telecomunicaciones, la salud, la agricultura, el agua, la infraestructura, la alimentación o el armamento. Ese avance sobre los sectores les ha permitido a las 500 empresas más poderosas del mundo, controlar el 52.8% de la riqueza total producida en el planeta. Esta acumulación de poder económico, no ha ocurrido al margen del derecho internacional. Estructuras legales logran someter y alinear los intereses de los Estados nación a los de los grandes capitales transnacionales debido a que el incumplimiento de las mismas acarrea graves consecuencias económicas para los países que las firman. Es por ello que en la literatura, este conjunto normativo ha sido caracterizado como “arquitectura jurídica de la impunidad”. Si bien no hay acuerdos teóricos definitivos en relación a cuáles son los elementos precisos y los límites que definen la nueva Lex Mercatoria, puede decirse de forma general que se trata de aquellas normas escritas y no escritas que incluyen desde los usos y prácticas que llevan a cabo las empresas a nivel internacional, pasando por los tratados y convenios multilaterales o mega regionales firmados por los Estados en materia comercial, los acuerdos para la protección de las inversiones, las políticas de ajuste y préstamos condicionados impulsadas por órganos centrales como la Organización Mundial del Comercio (OMC), el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), así como toda la estructura de laudos arbitrales emanadas de los sistemas de solución de diferencias (OMC) y los sistemas de arbitraje internacional incluidos en los tratados de comercio e inversión. En primer lugar, los países del norte, propusieron, desde la década de los noventa del siglo pasado, la firma de tratados de libre comercio con países del sur, siendo el TLCAN el primero en su género que sirvió como modelo para las decenas de tratados firmados con posterioridad dentro de lo que se denomina regionalismo abierto y la integración de mercados. Todos estos tratados incluyen liberalización del comercio internacional de servicios, mayor protección a la propiedad intelectual (OMC-Plus) así como protección de la inversión extranjera, apertura de compras del sector público a empresas extranjeras y política de competencia (OMC-extra). Otro instrumento que otorga un inmenso poder a los grupos económicos transcontinentales es la estructura de medios alternativos para la resolución de disputas entre inversores extranjeros y Estados receptores de la inversión. Con base en el argumento esgrimido por los poderes privados de que los aparatos judiciales de los Estados no son confiables, o son lentos, dichas fuerzas económicas han venido protegiendo sus inversiones exigiendo a los Estados que firmen acuerdos de inversión que incluyen la posibilidad de plantear demandas inversor-Estado en instancias arbitrales, supranacionales. La idea no es nueva, surgió a finales de la década de los sesenta,19 y se estableció por primera ocasión en el Convenio de la OCDE para la protección de la propiedad extranjera de 1967. En esta justicia privada son siempre las ETN las que demandan a los Estados (nunca al revés), no opera el principio de definitividad (es decir que no es necesario que se agoten los recursos internos), pueden convertirse en instancias de apelación de sentencias de tribunales locales ordinarios, y los fallos arbitrales no pueden ser recusados. México ha firmado varios acuerdos bilaterales con este tipo de instrumentos y está sometido a la jurisdicción del CIADI. El constitucionalismo político ve a su contraparte como “cuatro paredes”, una homologación conceptual del brocardo: “en Derecho público solo es posible hacer aquello expresamente permitido”. Todo esto, en referencia a la labor del juez y la subsunción normativa. El constitucionalismo político se articula en dos principios: nosotros mantenemos desacuerdos razonables sobre los resultados sustantivos que ha de alcanzar una sociedad comprometida con los ideales democráticos de igualdad de consideración y respeto y el proceso democrático posee mayor legitimidad y resulta más eficaz que el proceso judicial a la hora de resolver tales desacuerdos. La idea de que una libertad como no dominación debe imperar en un sistema que esté permeado por elementos del constitucionalismo político, de modo que los ciudadanos tengan confianza en la estructura, y esta no se vea socavada por sus propios errores internos. GARANTÍAS CONSTITUCIONALES Y DEBIDO PROCESO Se analiza la reforma de 2011 al artículo 1o. de la Constitución Política, en la que se hace la distinción entre los derechos humanos y las garantías para su protección; se señala que los derechos humanos tienen una doble fuente: la propia Constitución y los tratados internacionales de los que el Estado mexicano sea parte, y se establecen como principios para la interpretación de las normas sobre derechos humanos, los de pro persona, universalidad, interdependencia, indivisibilidad y progresividad. Previamente, el autor examina la regulación de los derechos humanos y las garantías individuales en las Constituciones mexicanas de los siglos XIX y XX. El artículo concluye con el estudio de los cambios fundamentales que la reforma de 2011 ha producido en la jurisprudencia sobre el sistema de control de la constitucionalidad de las normas jurídicas generales, así como sobre la adopción del control de la convencionalidad de las leyes y actos dentro de los tribunales mexicanos. El binomio derechos humanos y garantías estuvo presente en la mayoría de las Constituciones y proyectos constitucionales del siglo XIX. Es en los proyectos de Constitución de 1842 en donde aparece la pareja de derechos del hombre (como se les llamaba entonces) y las garantías. En el artículo 7°. del primer proyecto, el proyecto de la mayoría, bajo el rubro de “garantías individuales”, se reconoció a los habitantes de la República “el goce perpetuo de los derechos naturales de libertad, igualdad, seguridad y propiedad”. En el artículo 4o. del segundo proyecto, el de la minoría, consideró a “los derechos del hombre como la base y el objeto de las instituciones sociales”. La Constitución a la que aludía este precepto era la Constitución Federal de 1824, pero ésta no hizo un reconocimiento expreso de los derechos humanos. En la sección séptima del título V (artículos 145 a 146) se establecieron algunas reglas generales a las que debía sujetarse la administración de justicia en los estados y territorios federales. En cambio, la Constitución Política de 1857 empieza con la manifestación categórica de que los derechos del hombre son la base y el objeto de las instituciones sociales, en términos similares a los establecidos en el artículo 24 de la Constitución de Apatzingán y tal como se había propuesto en el segundo proyecto, el de la minoría, de 1842. No sólo reconoce a los diversos derechos humanos que conforman nuestra cultura constitucional, sino que los erige como la base y el objeto de las instituciones sociales. En el dictamen de la comisión de Constitución del Congreso Constituyente de 1856-1857 se afirma que es del todo punto indispensable que “los derechos del hombre sean escuchados y reconocidos en el templo de las leyes, y formen parte de la constitución de un pueblo”. Las garantías constitucionales son el conjunto de medios que la Constitución Nacional, entendida como la cumbre de las Leyes que un estado establece, pone a disposición de los habitantes a efectos de sostener y defender sus derechos frente a las autoridades, y frente a otros individuos o grupos sociales. Son el mecanismo por el que se limita y se pone un freno a la arbitrariedad y al carácter unilateral de las acciones del Estado. Las garantías constitucionales están también relacionadas con las garantías procesales, que son las instituciones y los procedimientos de seguridad creados a favor de las personas, precisamente para que dispongan de los medios para hacer efectivo el goce de sus derechos. En general, las primeras partes de las Constituciones se orientan a las declaraciones, los derechos y las garantías y se consagran cuáles son las que tienen aseguradas todas las personas. Las garantías constitucionales contienen precauciones procesales, así como limitaciones al poder público, y constituyen una protección de la libertad. En este sentido, uno de los ámbitos que mayores garantías constitucionales ofrece es el de los procesos jurídicos, en la medida que se observa que incumplir con ellas sería exponer a una persona a ser privada de su libertad en forma injusta. En este último sentido es que existe una corriente de pensamiento dentro del derecho que se denomina garantismo, que asume que las garantías establecidas por las constituciones están lejos de practicarse en los hechos, en la mayoría de los casos. En rigor de verdad, los pactos y las convenciones sobre Derechos Humanos que sientan las bases sobre estas garantías muchas veces están lejos de ser un reflejo de lo que ocurre en la realidad, y más bien los sistemas jurídicos y penales tienden a reproducir las desigualdades de la sociedad. El garantismo pretende partir del reconocimiento de los derechos fundamentales de los individuos, y de su efectiva protección y tutela como piedra fundamental en el estado. El garantismo asume la existencia de poderes más allá de la interacción individual de los individuos, y por lo tanto abarca una dimensión jurídica a la vez que una política. Esto último constituye una típica fuente de crítica hacia los garantistas, que también son cuestionados por la tendencia a la relativización del delito que su teoría conlleva. Cuando los regímenes de gobierno totalitarios alcanzan el poder, una de las acciones típicas es la de suspender las garantías constitucionales, precisamente para evitar tener límites en esa práctica. Es por esto que suele entenderse a la garantía como una herramienta de la sociedad para protegerse a sí misma. Ejemplos de Garantías Constitucionales: 1) El Habeas Corpus, una institución jurídica que busca evitar arrestos y detenciones arbitrarias. 2) El Habeas Data, el derecho a acceder a la propia información en cualquier registro o banco de datos. 3) El recurso de amparo, como demanda jurídica realizada cuando ciertos derechos no se cumplen. 4) La igualdad ante la Ley, garantía fundamental en el Estado de derecho. 5) Una persona no puede ser condenada dos veces por el mismo hecho, ni ser expuesto al riesgo de ser perseguido por una acción por la cual ya fue sobreseído. 6) El derecho a la jurisdicción, a una sentencia justa y motivada. 7) Todas las personas tienen derecho a no declarar contra sí mismos. 8) La presunción de inocencia. 9) El derecho fundamental a la defensa durante el juicio. 10) El derecho a ser juzgado por jueces competentes e imparciales. 11) Nadie puede ser privado de su libertad sino en virtud de una orden emanada por una autoridad competente. 12) La sanción de las Leyes tiene vigencia para el futuro, no pudiendo tener efecto sobre hechos pasados. 13) La acción de cumplimiento, el proceso por el que se protege a las personas cuando las autoridades se encuentras renuentes a cumplir su función. 14) La preeminencia de la Constitución Nacional por sobre todas las Leyes. 15) En este último sentido, cuando una norma jurídica contradice disposiciones constitucionales, se puede recurrir a la justicia para pedir que quede sin efecto. 16) Todas las cuestiones relativas a evitar la discriminación racial. 17) Todas las cuestiones relativas a evitar la violencia de género. 18) Para los niños, la totalidad de los derechos consagrados en la Convención sobre los Derechos del Niño. 19) Todas las personas están protegidas contra la tortura y otros tratos crueles, inhumanos o degradantes. 20) La totalidad de los derechos consagrados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Al referirse a la Constitución y la ley orgánica del poder judicial, nuestro autor sostuvo que de la elección de los jueces depende la suerte de la justicia: “Será buena si la ley permite elegir hombres buenos; será mala si la ley autoriza elegir hombres malos. Sin la garantía de independencia el juzgador no puede cumplir su misión fundamental de impartir justicia; deja de ser juez y se convierte en simple ejecutor de decisiones ajenas. Sin la garantía de autoridad, las resoluciones de los juzgadores devienen simples recomendaciones o sugerencias; y sin la garantía de responsabilidad, los actos de los juzgadores pueden ingresar, sin ningún obstáculo ni sanción, en el terreno de la arbitrariedad y de la corrupción. Estimo que resulta muy difícil hacer una clasificación de las garantías constitucionales del proceso, sobre todo si se toma en cuenta que todas ellas son derechos fundamentales de los justiciables, por lo que finalmente, en un sentido amplio, son garantías de las partes. Tanto las garantías judiciales como el proceso equitativo y razonable son condiciones que hacen posible a los justiciables el ejercicio de sus derechos. La competencia, la independencia y la imparcialidad del juez, el derecho al proceso, son condiciones que se establecen para tutelar los derechos de los justiciables. “El ‘debido proceso’ como tutela de los derechos humanos”, Couture expuso el concepto de debido proceso y sus orígenes en el derecho inglés y en el derecho norteamericano. LA SUSPENSIÓN DE GARANTÍAS EN LA CONSTITUCIÓN DE 1917 AYER Y HOY: LECCIONES DEL PASADO Y DEL PRESENTE PARA EL FUTURO INMEDIATO El texto original de dicho artículo permaneció intacto desde la promulgación de nuestra Constitución en 1917 hasta el año de 1981, año en el que se le hicieron pequeñas modificaciones de carácter semántico para hacerlo coincidir con otras modificaciones hechas a través de los años a nuestra Carta Magna. Por ejemplo, en el texto que perduró hasta 1981, el artículo hablaba de ministros de Gabinete, y se modificó tal expresión por la de secretarios de Estado, además de incluir a los Departamentos Administrativos y al procurador General de la República. Luego, en el año 2007 se realizó otra reforma a este artículo mediante la cual se suprimió la injerencia de los Departamentos Administrativos, suprimiendo así la opinión de éstos para que el presidente pudiera decretar la suspensión de garantías. Así, durante todos estos años, la Constitución exigía para que el presidente de la República pudiera ordenar la suspensión de garantías que se tratara de una invasión o de otra realidad que pusiera en grave peligro o conflicto a la población, que estuvieran de acuerdo los Secretarios de Estado y el Procurador y que el Congreso de la Unión la aprobara. La única ocasión en que se ha decretado una suspensión de garantías en nuestro país fue con la forzada incursión de México en la Segunda Guerra Mundial, misma que en realidad no trajo consecuencias en nuestro territorio. Sin embargo, para el 2011 se realizaron modificaciones de fondo, dentro de las cuales se formalizó una referencia directa a múltiples garantías que resultaría absurdo siquiera considerar que pudieran ser objeto de ser suspendidas como es el derecho a la vida, al nombre, a la nacionalidad, a la niñez o a la libertad, pero dentro de éstos se enlistan también los derechos políticos, que quizá sí deban considerarse dentro de la posibilidad de ser suspendidos. En efecto, en dicha reforma se incluyeron conceptos valiosos, tales como la facultad del congreso de la unión para poder determinar la terminación de la suspensión de garantías o que la Suprema Corte de Justicia tenga la facultad para revisar y determinar la legalidad de cualquier decreto emitido por el presidente estando en suspensión de garantías, pero con la prohibición de suspender los derechos políticos se impide que el Gobierno pueda suspender el próximo proceso electoral en un estado de caos como el que se vive en buena parte del país. Los estudiosos del derecho constitucional contemporáneo han invertido la mayor parte de sus esfuerzos en el estudio de los derechos en situaciones de normalidad. Sin embargo, también es importante el análisis de estos derechos en situaciones de emergencia, cuando se tiene que hacer uso de herramientas excepcionales como la suspensión de garantías, que en la Constitución mexicana se encuentra formalmente contemplada en su artículo 29. En este artículo con motivo del centenario de la Constitución en un primer apartado se hace una reflexión en torno al concepto de “suspensión de garantías”. Después, un breve recorrido histórico desde la antigüedad hasta nuestros días en torno a esta figura, así como su funcionamiento en distintos regímenes y tradiciones jurídicas. La suspensión de las garantías constitucionales es, pues, un mecanismo previsto en la Constitución, que prevé la posibilidad de suspender, por un tiempo determinado, y bajo ciertas bases y lineamientos establecidos en la propia Carta Magna, algunos de los derechos fundamentales reconocidos y protegidos por ésta, que constituyan un obstáculo para hacer frente, pronta y eficazmente, a una situación de emergencia. Tal suspensión se encuentra regulada en el artículo 29 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, dentro del Título Primero denominado "De los Derechos Humanos y sus Garantías". El citado precepto, establece las bases para la suspensión de garantías: *Las garantías constitucionales pueden suspenderse en casos de invasión, perturbación grave de la paz pública, o de cualquier otro que ponga a la sociedad en grave peligro o conflicto. *La suspensión deberá ser por tiempo limitado, por medio de convenciones generales y sin la restricción o suspensión se contraiga a determinada persona. En efecto, nuestro sistema constitucional otorga diversos derechos fundamentales que forman parte toral del ordenamiento jurídico, y dada su importancia, son normados al máximo nivel de la estructura jurídica del Estado, es decir, en la propia constitución. El primer problema que plantea dicha disposición es el relativo al grado de modificación que pueden sufrir las normas constitucionales que contienen las garantías individuales. Parece claro que pueden ser objeto de adición o reforma la ampliación de su ámbito de protección respecto del gobernado; pero ha sido más discutida la posibilidad de reforma que limite el alcance de dichos preceptos o, más aún, la derogación de los mismos. En efecto, de conformidad con el artículo 135 constitucional, el "Constituyente Permanente" se encuentra facultado para reformar o adicionar los preceptos constitucionales, sin existir disposición expresa que excluya de entre dichos preceptos a las garantías individuales. Además del discutible tema de modificación de garantías individuales mediante el procedimiento establecido en el artículo 135 del pacto federal, la Constitución establece en su artículo 29 un procedimiento tendiente a la suspensión de las mismas. Es también a este procedimiento al que refiere el artículo 1o. constitucional. Como hemos indicado, las garantías individuales a que se refieren los artículos 1o. y 29 constitucionales son, en primer término, normas constitucionales en virtud de su pertenencia a la norma suprema. Sin embargo, se diferencian de otras normas del mismo rango en virtud de ser consideradas como: A) derechos públicos subjetivos,8 en la medida en que son otorgados a la persona en su calidad de gobernado y oponibles al Estado. B) disposiciones que determinan los contenidos necesarios, excluidos o potestativos de las normas jurídicas secundarias. Desde luego que ambas definiciones pueden encontrar relación en la medida en que para algunos autores la constitución es una norma que limita al poder y garantiza los derechos de los gobernados, encontrando una íntima relación entre los derechos emanados de éstas y el modo de organizar y ejercer las funciones estatales por los órganos de gobierno. No obstante, aunque pueda parecer que ambas concepciones respecto de las garantías individuales (como derechos del gobernado o como obligaciones y límites a respetar por los órganos del Estado) se encuentran en una relación bilateral, observamos que no es así, inclinándonos por considerar más apropiado identificar a las garantías individuales como normas que establecen los límites del poder. Los criterios indicados adquieren relevancia teórica para el presente trabajo, además, en virtud de que conforme al primero, el artículo 29 constitucional suspende derechos de los gobernados, despojándolos (aunque temporalmente) de lo ya otorgado; desde la segunda perspectiva, la suspensión de garantías es el levantamiento de las limitantes establecidas a los órganos de gobierno, permitiéndole con esto a los mismos una actuación más efectiva. Los diversos estados de emergencia, pueden a su vez revestir formas más o menos amplias, pudiendo ir desde medidas de policía (por ejemplo, la prohibición de reuniones, que normalmente son lícitas), hasta la suspensión de ciertos derechos y garantías constitucionales. La suspensión de garantías, en sus diversas modalidades, en los estados democráticos, siempre conlleva un marcado rasgo de temporalidad, es decir, la prohibición de que estas restricciones a los derechos puedan prolongarse más allá del tiempo necesario para hacer frente a la emergencia. Actualmente, en la mayor parte de las constituciones modernas no se establece ningún plazo especifico, pero sí la mención de que dichas medidas deben ponerse en marcha sólo por el tiempo que dure la emergencia. Con estos elementos y con el fin de proporcionar una definición general de esta figura jurídica, que nos pueda servir para comprenderla dentro de cualquier ordenamiento jurídico, y como marco referencial para este estudio, proponemos definir a la suspensión de garantías como una: “Institución jurídica de carácter excepcional, que tiene como objetivo restringir y limitar el ejercicio de ciertos derechos fundamentales o de sus garantías por un tiempo limitado en un país o en parte de él, para hacer frente a una situación de grave peligro para la existencia y supervivencia de la población y del Estado democrático”. En 2006, con el arranque de la denominada “Guerra contra el narcotráfico”, la idea de una permanente suspensión de garantías individuales con carácter de facto se popularizó entre académicos y periodistas. Los estudios de Montes, de Rabasa y de Tena Ramírez fueron actualizados de inmediato. Hoy día es posible afirmar que las reformas al artículo 29 constitucional, que empezaron a cristalizarse en 2011 con motivo de la crisis nacional en materia de derechos humanos, hallan su paroxismo en la Ley Reglamentaria. Junto con la Ley de Seguridad Interior, cuya expedición también se figura inevitable, la Ley Reglamentaria del Artículo 29 Constitucional zanja el camino, quizá irreversible, hacia la nulidad del Estado de derecho, donde el respeto por las garantías individuales supondría la excepción y no la regla. CIEN AÑOS DEL DERECHO A LA PRIVACIDAD EN LA CONSTITUCIÓN Hoy en día, la privacidad es un tema de agenda global, porque la proliferación de las nuevas tecnologías digitales nos expone cotidianamente a la mirada de todos y, peor aún, a un eventual mal uso de nuestra información, poniendo en riesgo nuestra seguridad. La amenaza a la privacidad, como espacio propio de la persona individual que debe estar libre de la intervención de cualquier corporación, autoridad, no sólo se desprende de los grandes avances informáticos que permiten el flujo de información a velocidades y en cantidades antes impensables, sino de problemas de distinta índole que nuestras sociedades enfrentan en la actualidad. La globalización ha hecho que el interés de las empresas por vender sus productos y servicios al mayor número de usuarios se vuelque en cómo tener una lista amplia de posibles consumidores con sus perfiles personales. Definir la privacidad no es una labor sencilla. Requiere tomar en cuenta los valores que tanto un individuo como la propia sociedad le conceden. Las definiciones pueden articularse desde la perspectiva antropológica, sociológica o jurídica. Para algunos, resultarán excesivas; para otros, incompletas o confusas. Sin embargo, a pesar de que no existe un acuerdo unánime sobre su definición, la privacidad es un elemento consustancial a la dignidad humana y, por esa misma razón, precisa ser protegida por el Derecho. En cambio, el derecho a la privacidad sí podría definirse como aquél que todo individuo tiene a separar aspectos de su vida privada del escrutinio público. El derecho a la protección de los datos personales se encuentra vinculado a este segundo componente, pues protege un aspecto importante de nuestra privacidad: los datos personales. Los orígenes de este derecho se remontan a 1983, cuando el tribunal constitucional alemán determinó que: …el libre desarrollo de la personalidad presupone, en las modernas condiciones para el procesamiento de datos, la protección de los individuos frente a la ilimitada recolección, archivo, empleo y retransmisión de sus datos personales. Así pues, se trata de un derecho que surgió en Europa, concretamente, en Alemania, a partir de una interpretación del derecho al libre desarrollo de la personalidad y del principio de protección de la dignidad humana previstos en la Ley Fundamental de la República Federal de Alemania. En sí mismo, el derecho a la protección de los datos personales no agota el derecho a la privacidad, pues únicamente comprende el segundo de las dos componentes descritos líneas arriba. Esto es importante aclararlo, pues existen aspectos de la privacidad, como podrían ser los relacionados con los espacios, las decisiones o los comportamientos, que no pueden ser reducidos simplemente a ‘información’ o ‘datos’ y, por ende, escapan del ámbito del derecho a la protección de los datos personales. Sin embargo, como política pública, la protección de la privacidad se ha enfocado a salvaguardar, a través de las leyes, los aspectos de la vida privada que pueden ser reducidos a términos informacionales, en el entendido de que los tribunales de cada país protegerán los no informacionales. Por lo tanto, la protección de la privacidad no sólo puede ser confiada a las autoridades administrativas, sino que requiere también la actuación de los jueces, pues se encuentran mejor facultados para dirimir la posible colisión entre el ejercicio del derecho a la privacidad y algún otro derecho o libertad fundamental. Es por ello que: La revolución de la información que han propiciado las diversas tecnologías en materia de comunicaciones, como el teléfono, la radio, la televisión, lo satélites, el fax, el teléfono móvil y sobre todo la Internet, sin duda alguna han modificado los patrones de conducta de la sociedad moderna, y la mexicana no ha sido la excepción. Las nuevas tecnologías han venido a poner al alcance de un gran número de personas información de todo tipo a un bajo costo e inclusive han rebasado las fronteras; hoy cualquiera puede acceder a información de otros países sin salir de su casa, oficina o escuela y relacionarse con ciudadanos de otras latitudes como nunca antes. “Una generación entera de personas de todo el mundo ya ha empezado a pensar que la facilidad de acceder a la información a través de la Internet es virtualmente un derecho tan natural como respirar el aire circundante” En nuestra sociedad pareciera que hay un apetito desenfrenado por todo tipo información, ya sea para fines académicos, culturales, políticos o simplemente por diversión o morbo. Así, por ejemplo, cada día es más común que las personas exijan conocer sobre los asuntos del gobierno, pero al mismo tiempo demandan tener acceso a aspectos de la vida privada de las figuras públicas o de otras no tan conocidas; sin duda ello ha influido inclusive en la manera de hacer televisión. El acceso a la información es una tendencia a la que también se han sumado las instituciones públicas y privadas, especialmente en lo relativo a la información sobre aspectos personales de los ciudadanos; las primeras, bajo el argumento de requerirla para la aplicación de la ley (por ejemplo, con fines electorales) o con fines de seguridad; y las segundas, para fines que van desde los laborales hasta cuestiones relacionadas con el otorgamiento de créditos. Es por ello, que ante la irreversible y en muchos casos positiva tendencia de la apertura de la información pública y privada, surge la ineludible interrogante de ¿Cuáles son los límites del derecho a la información? Sin duda, la respuesta va relacionada con el derecho de los ciudadanos a preservar su intimidad; en esta tesitura, el presente trabajo, por su brevedad, aspira a marcar algunos lineamientos generales del derecho a la información en México y cómo consideramos que debería ser tutelado por nuestro sistema jurídico el derecho a la intimidad de las personas. El tema de la intimidad ha cobrado mayor relevancia en nuestro país a partir de la modernización de las comunicaciones especialmente las relacionadas con la informática y el avance democrático; empero, en algunos caso pareciera una paradoja, pues por un lado existe una mayor libertad de expresión y facilidad para acceder a la información, pero por el otro, el uso indiscriminado e irresponsable de esas libertades también ha menoscabado el derecho de los individuos a que se respete su privacidad, por ello nos atrevemos a afirmar que hoy día tenemos menos privacidad de la que tuvieron nuestros abuelos. Es por todos conocido que una amplia variedad de nuestros datos personales se encuentra en poder de diversas agencias gubernamentales, ya sean nacionales e incluso extranjeras o entre particulares. Así, por ejemplo, cuando solicitamos una licencia de conducir, un visado, una tarjeta de crédito o simplemente acudimos al médico, proporcionamos información cuyo manejo posterior desconocemos. Anteriormente había mayor control de nuestros datos personales, quizás porque éstos se registraban en documentos, lo que hacía que estuvieran un poco más seguros, pero ahora con el uso de la informática existe la posibilidad de que cualquier persona tenga acceso a ellos y que los usos que se le den puedan afectarnos directamente. Es un hecho que el 34% de las personas que utilizan la Internet en nuestro país desconfían de dar su número de tarjeta de crédito para realizar compras en línea. Con la revolución de la Internet se ha abierto la posibilidad de que desde cualquier parte del mundo alguien pueda tener acceso a nuestra información. Es más, aunque ni siquiera tengamos una computadora o hayamos utilizado una, con toda seguridad nuestro nombre y diversos datos personales ya forman parte de alguna base de datos. Muchos de nosotros hemos recibido llamadas telefónicas de promotores comerciales, que conocen cada uno de los detalles de nuestra vida, como la actividad profesional, ingresos, domicilio, estado civil, número de hijos, etc., sin que se los hubiéramos proporcionado previamente, lo que nos permite inferir que de alguna otra parte los obtuvieron y muy probablemente sin nuestro consentimiento. Hoy día nuestra intimidad se ve afectada como nunca antes. Las agencias gubernamentales en casos justificados la requieren para conformar el padrón electoral o el censo de población, en otros resulta cuestionable. Actualmente existen compañías en todo el mundo que se dedican a recabar nuestra información personal para comercializarla y obtener con ella un beneficio económico, cuantas veces no hemos recibido correos electrónicos no deseados e incluso inapropiados, sin saber de dónde vienen, inclusive hay empresas que ofrecen el servicio de distribución de publicidad a través del correo postal o electrónico y en donde desde luego se incluye nuestra dirección, pero ¿Se nos ha hecho participes de las ganancias?, ¿Se nos pidió nuestro consentimiento? En nuestro concepto, si la información que hoy en día se comercializa se refiere a nosotros, entonces es nuestra y por consiguiente nos corresponde dar nuestro consentimiento para ello, y por qué no hasta ser partícipes de las ganancias. A nadie le es ajeno el hecho de que la intimidad ya no es lo que era antes, lo que incluso ha modificado nuestros hábitos de conducta y en cierta forma estamos más alertas y renuentes a facilitar nuestra información, hoy casi todos sabemos que una llamada telefónica puede ser intervenida o que proporcionar el número de la tarjeta de crédito a un desconocido nos puede acarrear consecuencias económicas. Si bien es cierto que el acceso a la información, especialmente la pública, abre una nueva arista para el desarrollo de nuestra democracia, dado que nos permitirá advertir el desempeño de un significativo número de instituciones de la administración pública. Estamos convencidos de que, por la naturaleza del derecho a la información, el Estado y la sociedad deben cooperar conjuntamente para consolidarlo, pero al mismo tiempo privilegiando la privacidad de las personas. Ante este panorama surge la necesidad de que se tutele nuestro derecho a la intimidad en todos los aspectos, para lo cual primeramente se debería establecer con claridad en que consiste este derecho para así estar en aptitud de preservarlo. LOS EFECTOS DE LA REFORMA EN DERECHOS HUMANOS EN EL CONSTITUCIONALISMO LOCAL La lucha moderna por el respeto de los derechos humanos se concreta a través de distintos procesos constitucionales, ejemplo de ello es la reforma constitucional en materia de derechos humanos de 2011 en México, la cual dio paso a la construcción de un nuevo paradigma base de todo el sistema jurídico mexicano, que se funda en la obligación de todas las autoridades para promover, respetar y garantizar los derechos humanos a todas las personas conforme a los principios de universalidad, interdependencia, indivisibilidad, progresividad e interpretación conforme, así como asegurar que la protección a las personas sea siempre la más amplia, y esto conlleva a la creación de nuevas leyes o reforma de éstas para fortalecer la cultura de los derechos humanos en México. El fin de la Segunda Guerra Mundial trajo consigo una revalorización de las ideas de libertad, justicia y democracia, y, por ende, un proceso de consolidación de los derechos humanos tanto a nivel internacional, con proclamación de la Declaración Universal de Derechos Humanos y la posterior creación y desarrollo de los sistemas de protección universal y regionales de derechos humanos, como a nivel interno de los Estados, particularmente a partir de la Re constitucionalización en Europa, que influiría posteriormente de manera decisiva en América Latina. A lo largo de la segunda mitad del siglo XX se redefinió el papel que ocupaba la Constitución dentro de las sociedades, y creció la influencia del derecho constitucional sobre las instituciones contemporáneas, particularmente a partir de la aproximación de las ideas del constitucionalismo con los ideales democráticos. El principal referente de esta nueva forma de entender el derecho constitucional es sin duda la Ley Fundamental de Bonn de 1949 (Constitución alemana) y el surgimiento del Tribunal Constitucional Alemán en 1951, no obstante, algunos otros textos constitucionales merecen ser tomados en cuenta como las Constituciones italiana (1947) y francesa (1946). En nuestro ámbito iberoamericano ejercieron fuerte influencia las Constituciones portuguesa (1976) y española (1978), surgidas ambas en la transición de regímenes autoritarios a sistemas democráticos. Este nuevo constitucionalismo adquirió una singularidad tan acusada que dio lugar al surgimiento de una nueva cultura jurídica que propició el alumbramiento de una teoría del derecho que, en palabras de PRIETO SANCHÍS, "puede resumirse en una idea de escueta formulación, pero de profundas y fecundas consecuencias: constitucionalismo de los derechos o, si se prefiere, Constituciones materiales y garantizadas". En efecto, a partir de este nuevo constitucionalismo europeo, reflejado posteriormente en el iberoamericano, los derechos fundamentales juegan un papel relevante en las sociedades y se les dota de un complejo sistema de garantías de carácter normativo, jurisdiccional e institucional. Todo ello reforzado con el reconocimiento de la competencia de la comunidad internacional para participar de forma subsidiaria en la protección de los derechos humanos. Los derechos fundamentales adquieren una posición preferente en el ordenamiento jurídico y, por tanto, una fuerza expansiva en el actual Estado constitucional, esto es, tales derechos deben extenderse tanto en la actuación de los poderes públicos, como en la elaboración, aplicación e interpretación del resto de las normas del ordenamiento jurídico. Este sentido trasversal adquiere vigencia tanto en el deber de los sujetos obligados por los derechos fundamentales para asegurar su cumplimiento, como en la capacidad de los titulares de tales derechos para exigirlos. Otra cuestión relevante del constitucionalismo desarrollado a partir de la segunda mitad del siglo XX es el reconocimiento o positivización de los valores en el texto constitucional, los cuales incluso imponen a los operadores jurídicos, particularmente a las autoridades, la obligación de procurarlos, garantizarlos y desarrollarlos, lo que implica un límite al poder y discrecionalidad en sus funciones, en virtud que son derechos directamente aplicables que subsanan, corrigen, remueven y eliminan las violaciones y ataques de los que pudieran ser objeto. Asimismo, las Constituciones plantean un nuevo esquema de relación entre el derecho interno y el derecho internacional, particularmente aquel que se refiere a la protección de los derechos humanos, lo que hace variar los modelos de recepción del segundo en el primero, e incluso se revalora en muchos casos la jerarquía de las normas internacionales en el sistema jurídico de los Estados. Esta nueva concepción del constitucionalismo, que tuvo como origen Europa, se extendió después a distintos países de Iberoamérica, muchos de los cuales promulgaron nuevas Constituciones, una vez superados largos y dolorosos periodos de autoritarismo y en la transición hacia esquemas de organización más democráticos La evolución constitucional en México ha tenido un desarrollo particular, la Constitución mexicana de 1917 es una de las más antiguas del mundo, en virtud de que, según lo señala el maestro Jorge CARPIZO, "ha tenido la capacidad de reformarse porque se ha ido adecuando a la realidad; si no lo hubiera hecho así, le hubiera quedado muy estrecha a esa realidad y ésta la hubiera hecho añicos". Desde luego, en la realidad no se trató de una simple reforma, sino que se elaboró una nueva Constitución, que fue incluso la primera en incluir derechos sociales, pero conservó en buena medida la estructura de la Constitución de 1857. En materia de derechos fundamentales la Constitución mexicana ha ido actualizándose a partir de diversas reformas, y de esta forma se han ido reconociendo en su texto cada vez más derechos, que se adaptan a las nuevas condiciones de la sociedad mexicana, a los avances científicos y tecnológicos, así como a los postulados del derecho internacional de los derechos humanos. Las reformas a la carta magna en materia de derechos fundamentales han recogido aspectos que ponen al día a nuestro país en cuanto a su respeto, protección y garantía. Cuestiones tales como el reconocimiento de la composición pluricultural de la nación mexicana, la prohibición de discriminación por cualquier motivo, la protección del interés superior de las niñas y niños, el derecho de acceso a la información en poder de los poderes públicos, o el reconocimiento de la cultura y el deporte como derechos, son tan sólo algunos de los ejemplos de la evolución constitucional de México en la materia. El 10 de junio de 2011, después de un largo proceso de análisis y discusión en las cámaras de Diputados y Senadores, que se originó con la presentación de treinta y tres iniciativas de reforma constitucional y un primer proyecto de decreto en abril de 2009, se publicó, en el Diario Oficial de la Federación, la reforma constitucional que modificó la denominación del Capítulo I, Título Primero, de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y reformó diversos artículos de ésta. Dicha reforma constitucional, conocida comúnmente como "Reforma constitucional de derechos humanos",9 se refiere a cuestiones relacionadas con derechos fundamentales, que indudablemente traerá como consecuencia una forma distinta de entender, aplicar e interpretar tales derechos en el sistema jurídico mexicano. Concretamente la modificación del párrafo primero, y la adición de los párrafos segundo y tercero10 del artículo 1o. incorpora a nuestro texto constitucional figuras del constitucionalismo contemporáneo que a nuestro entender inciden de manera definitiva en la protección, defensa y garantía de los derechos fundamentales, y los extiende a las actuaciones de los poderes públicos y en la aplicación e interpretación del resto de las normas del ordenamiento jurídico. El principio de progresividad contenido en el artículo primero de la carta magna obliga al Estado mexicano a propiciar en forma constante la evolución en el respeto de todos los derechos humanos. Sin lugar a dudas, todos estos instrumentos jurídicos de tinte humanista han sido un gran paso en lo que respecta a la visibilizacion y reconocimiento de los derechos fundamentales. No obstante, el reto que tiene la nación de hacer efectivas las disposiciones en ellas plasmadas no es menor, pues el transformar la cultura de una sociedad que estigmatiza y margina es la primera tarea a la que debemos abocarnos no sólo las autoridades, sino toda la sociedad en su conjunto. Bajo la obligación y acorde con los principios que consagra el artículo 1o. constitucional, se impone a todos los que desarrollan una función de carácter público, la máxima atención al respeto, tutela y reparación de los derechos humanos, desempeñando, desde mi particular punto de vista, un papel esencial las autoridades estatales en esta honorable tarea. La importancia y trascendencia que tienen los poderes locales, en torno a los derechos humanos, radica en la inmediatez que tienen con el ciudadano; son las autoridades del orden estatal las que se encuentran más próximas a la persona que sufre una vulneración o se han violentado sus derechos fundamentales. Actualmente ningún operador jurídico puede tomar de manera aislada la norma relativa o que estime aplicable al caso, y limitarse únicamente a aplicarla llanamente en su literalidad. La justicia es un valor supremo de la humanidad, pero también sumamente complejo, y el derecho un entramado de reglas, principios y valores, que integran un sistema y un orden, que se interrelacionan, en aras de la aspiración de que cada quien tenga y logre lo que en justica le corresponde. La promoción, respeto, protección y garantía de los derechos humanos, no es una tarea aislada, o únicamente a cargo del Estado, tampoco se trata de una cuestión eminentemente técnica. Se requiere de la participación y sensibilidad de todos y cada uno de nosotros, no sólo en el sector público, sino de la sociedad en general: funcionarios, académicos, organismos no gubernamentales, grupos empresariales, asociaciones de trabajadores y sociedad civil. Tenemos una responsabilidad frente a los demás dentro del marco democrático que vivimos y al que aspiramos consolidar como país. Es fundamental la labor de los poderes del Estado, tanto a nivel federal, como local, para la implementación de políticas públicas, legislativas y judiciales, encaminadas a un marco incluyente y plural, en el que el matiz de quienes se encuentran en condiciones desventajosas no sea contrastante, en el que no se trate de dividir, sino al contrario, se trata de que sumemos como país. LA CONSTITUCIÓN DESDE LA PERSPECTIVA DE LA TEORÍA DEL DERECHO La principal afirmación que valida la teoría del Proceso en sede subconstitucional es la de que las partes comprometidas en una controversia jurídica no disponen del derecho en base al cual ella se solucionará. Pueden. en algunos casos. disponer del objeto de pretensión material. pero no alterar la base sobre la cual se decidirá su pretensión procesal. La autonomía reconocida a las partes para configurar sus obligaciones no obsta a esta afinación. en el sentido que su misma eficacia jurídica se encuentra supeditada a un ordenamiento que no está a disposición de las partes. Dentro del Derecho Procesal es la Teoría de la Cosa Juzgada la que sintetiza la idea de que la resolución jurisdiccional de una controversia agota en forma definitiva lo que jurídico hay en ella. Esto sólo es posible si se admite por sobre las partes en conflicto la existencia de criterios indisponibles en base a los cuales se alcanzará esa decisión. Este aspecto fundamental de la Teoría del Proceso, y cuya vigencia es indiscutida en la casi totalidad l del ámbito jurídico subconstitucional es precisamente el primero en echarse en falta en la mayor parte de los casos comprendidos dentro de la jurisdicción constitucional. Esto sólo puede explicarse sobre la base de un concepto de constitución en el sentido del constitucionalismo, y de su función en ese contexto. Tradicionalmente se ha destacado que la constitución es un instrumento para limitar el poder. Este cambio, que hace de las reglas del gobierno el objeto consciente de una decisión política, va a tener como principal consecuencia el hecho de que sólo se reconocerá como poder legítimo a aquel basado en esta decisión, y ella. a su vez. Se plasma en un documento escrito y único. que -y esta es la diferencia del énfasis con la visión de la Constitución como limitación del poder- da origen y es el criterio de legitimidad del poder público. No se trata ya de un poder monárquico existente al cual debemos limitar -esto no es, propiamente, Constitucionalismo- sino al establecimiento de la base de legitimidad para el ejercicio de cualquier poder público. Esto va íntimamente asociado a la idea de racionalización del proceso político: su juridización implica o supone la renuncia al uso de la fuerza como criterio válido de la resolución del conflicto político y ésta es la base del pensamiento de Hobbes y Locke; y esta renuncia, expresa o tácita. sólo es posible sobre la base de su reemplazo por un criterio sustitutivo que permita resolver las controversias políticas y que en la teoría democrática y de la soberanía popular. De este concepto se deriva entonces también la función de la Constitución para el constitucionalismo: ser, como texto, la base de institucionalización del poder político institucionalizado. incluyendo dentro de éste la facultad de modificar esa base (poder constituyente derivado). O, en otras palabras, ser una norma reguladora de un proceso político que puede tenerla como objeto de controversia. Ahora bien: para terminar de entender esta idea hay que hacer explícita otra, que por ser obvia suele preterirse: el hecho de el proceso político, aun el civilizado a través de la constitución, es un proceso infinito, ya que corresponde al propio desarrollo de la Historia. Es infantil pensar que los consensos transitorios alcanzados en algunas materias puedan tener un carácter definitivo. Por el contrario, las bases de la controversia política que dinamizan el proceso político se encuentran en permanente cambio, existiendo siempre la posibilidad de que se manifiesten, en el lenguaje de Easton, como demandas sobre la alocación autoritaria de valores (regulación de la libertad de los individuos, distribución o aplicación de los bienes) dirigidas al sistema político; incluyendo las bases para el ejercicio del poder político. De lo que va a tratar entonces es que. a par1ir del consenso fundamental, las fuerzas políticas puedan resolver la controversia política dentro de los cauces de disenso programados en la constitución. Esto se va a expresar en una distinción política que es el correlato de las diferencias del rango normativo existentes entre constitución y normas subconstitucionales (dentro del esquema del constitucionalismo). y que se refiere a la constitución como definición del disenso a ser asumido por los actores políticos, dentro del consenso fundamental. Todo precepto relativo a la modificación de la constitución, y que establezca para dicha modificación requisitos distintos. agravados en relación a la producción legislativa ordinaria, va a suponer que. supuesto el consenso fundamental, los actores políticos. en aras de permanecer bajo la vigencia de la constitución como principio legitimador del poder, están dispuestos a aceptar, a asumir, un mayor grado de disenso respecto de la constitución. Sin que éste se encuentre legitimado para producir un cambio en su contenido. De lo dicho anteriormente se desprenden directas consecuencias para una teoría de la jurisdicción constitucional. Por lo pronto, y en el esquema de una constitución reformable pero rígida, la función de esta jurisdicción va a consistir esencialmente en la definición de los límites de disenso aceptables (o. mejor: ¡que tienen que ser asumidos!) dentro de la constitución, y de los niveles de consenso necesarios para tomar medidas normativas incluyendo a la propia constitución. Bajo el nivel del consenso fundamental. las distintas posibilidades de la dinámica del proceso político dentro de la constitución sólo se encuentran vinculadas a las distintas formas y límites de la relación entre consenso y disenso. El cómo están configuradas esas formas y límites es una cuestión que se contesta teniendo a la vista el respectivo texto constitucional. o bien, observando el sistema político. En la práctica, estas cuestiones tienen una importancia trascendental para las preguntas relativas a la supremacía constitucional y para la teoría de la jurisdicción constitucional obviamente, sin agotar su riqueza temática. Este ensayo tiene por objeto la construcción del concepto de la constitución de un Estado con base en los rendimientos de la teoría general del derecho. Es un fenómeno digno de ser observado la manera como la teoría capta y transforma los hechos históricos en modelos manejables de manera económica intelectualmente, de forma tal que de los modelos que construye, con la variación y manejo de sus elementos, puede deducir de manera puramente abstracta otros elementos, cuya validez empírica puede comprobar. Se trata de una labor constructiva, tanto del modelo principal como de los fenómenos obtenidos por la variación y manejo de sus elementos. Uno de los problemas a los que debe enfrentarse la teoría del derecho político es el de establecer el concepto específico del Estado moderno. El Estado moderno se diferencia radicalmente del antiguo en que se ha encontrado combatido desde sus comienzos por diferentes lados, y de esta suerte ha necesitado afirmar su existencia mediante fuertes luchas. Tres poderes han combatido su sustantividad en el curso de la edad media: primero la iglesia, que quiso poner al Estado a su servicio; inmediatamente después el imperio romano, que no quiso conceder a los Estados particulares más valor que el de provincias; finalmente, los grandes señores y corporaciones, que se sentían poderes independientes del y en frente de él. “En todas partes el desarrollo del Estado moderno comienza cuando el príncipe inicia la expropiación de los titulares ‘privados’ de poder administrativo que junto a él existen: los propietarios en nombre propio de medios de administración y guerra, de recursos financieros y de bienes de cualquier género políticamente utilizables”. Jellinek afirma en el proceso intelectual de comprender al Estado, como formación social surgida históricamente: “Determinado de una manera más concreta el Estado, diríamos que consiste en relaciones de voluntad de una variedad de hombres. Forman el sustrato de este Estado hombres que mandan y hombres que obedecen”. La concordancia entre los conceptos de Jellinek y Weber es notoria, aunque Weber adiciona un concepto muy importante del que carece su colega: el concepto de la coacción como medio específico del que se vale el Estado para conseguir el cumplimiento de sus fines. Si el Estado es concebido sociológicamente de la manera descrita, prescindiendo de cualquier concepto normativo, ello es debido a la comprensión causal de los fenómenos sociales, que desde siempre ha intentado la sociología. Sin embargo, la lectura atenta de la gran obra de Jellinek y de quienes se interesan por comprender al Estado como una entidad empírica, real, existente, que opera y actúa en la realidad social, permitirá desentrañar la necesidad de utilizar conceptos normativos, a los que se les ha cambiado su fisonomía. LOS DERECHOS SEXUALES Y REPRODUCTIVOS En el Artículo. 1° de la Constitución Política, 3er. párrafo se establece que: Queda prohibida toda discriminación motivada por origen étnico o nacional, el género, la edad, las capacidades diferentes, la condición social, las condiciones de salud, la religión, las opiniones, las preferencias, el estado civil o cualquier otra que atente contra la dignidad humana y tenga por objeto anular o menoscabar los derechos y libertades de las personas. El Artículo 4o establece que: El varón y la mujer son iguales ante la Ley. Toda persona tiene derecho a decidir de manera libre, responsable e informada sobre el número y espaciamiento de sus hijos. Toda persona tiene derecho a la protección de la salud. Por su parte, el Reglamento de la Ley General de Población, en el Artículo 16 refiere: La información y los servicios de salud, educación y demás similares, que estén relacionados con programas de planificación familiar, serán gratuitos cuando sean prestados por dependencias y organismos del sector público. Así también, el artículo 17 alude a: Los programas de planificación familiar incorporarán el enfoque de género e instruirán sobre los medios permitidos por las leyes para regular la fecundidad. Además, en el artículo 18 de este Reglamento se indica que: La educación e información sobre planificación familiar deberán dar a conocer los beneficios que genera decidir de manera libre y responsable sobre el número y espaciamiento de los hijos y la edad para concebirlos. Asimismo, deberán incluir la orientación sobre los riesgos a la salud que causan infertilidad y las estrategias de prevención y control. El Consejo pondrá especial atención en proporcionar dicha información a los jóvenes y adolescentes. Su Artículo 20 expone que: Los servicios de salud, salud reproductiva, educativos y de información sobre programas de planificación familiar garantizarán a la persona la libre decisión sobre los métodos que para regular su fecundidad desee emplear. Con la expresión "derechos reproductivos y sexuales" nos referimos de manera amplia al derecho de todas las personas, sin importar su edad, identidad de género, orientación sexual u otras características, a decidir sobre su propia reproducción y sexualidad, en el respeto a los demás. Existe una tendencia a usar la expresión "derechos reproductivos y sexuales" como si se tratara de un mismo universo de derechos, lo cual ha sido cuestionado por diversas autoras, quienes consideran que la vinculación conceptual de los derechos sexuales a los derechos reproductivos da origen a la falsa noción de que los derechos sexuales son un subconjunto de los derechos reproductivos. Esto tiene por efecto la remisión automática del discurso a la titular tradicional de los derechos reproductivos que es la mujer heterosexual en edad reproductiva, y deja fuera del marco de protección a personas LGBTTI (lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, transgénero e intersexuales), así como a los hombres adultos, a los adolescentes y a las personas de la tercera edad.1 Consideramos entonces pertinente distinguir los derechos sexuales de los derechos reproductivos en aras de extender la exigibilidad de los mismos para una mayor diversidad de personas. Los derechos reproductivos incluyen el derecho fundamental de toda persona, de determinar libremente el número y espaciamiento de los hijos, así como el derecho específico de disponer de servicios de planificación familiar. El concepto de derechos reproductivos ha conseguido cierta aceptación, si bien limitada y contestada, gracias al movimiento de mujeres que ha reivindicado la maternidad como elección y no como destino, y con ello el derecho a decidir libremente si tener o no tener hijos, a contar con la información necesaria para ello y a tener acceso a métodos anticonceptivos. En México, los derechos reproductivos están consagrados en el artículo 4°. de la constitución política de los Estados Unidos Mexicanos (en adelante "Constitución" o "CPEUM"): "Toda persona tiene derecho a decidir de manera libre, responsable e informada sobre el número y el espaciamiento de sus hijos".2 Sin embargo, las leyes vigentes aún no admiten una gama amplia de posibilidades de control de la fecundidad ni reconocen explícitamente el derecho de la mujer a decidir sobre los asuntos que afectan su reproducción, incluyendo la posibilidad de decidir tener un aborto seguro. Los derechos sexuales no están contemplados como tales en nuestra constitución, pero sí en los instrumentos internacionales adoptados por México. En el marco normativo internacional, éstos han sido referenciados sobre todo en términos negativos en torno al derecho a una sexualidad libre de coacciones, discriminación y violencia. Sin embargo, como recuerda Rosalind Petchesky, si bien es necesario identificar los derechos sexuales en términos de violaciones de derechos, también es preciso definirlos desde una óptica positiva, que ponga el énfasis en el derecho a gozar plenamente de la sexualidad. El concepto de derechos reproductivos y sexuales merece ser completado por la noción de "justicia reproductiva". Las proponentes de esta noción resaltan que el lenguaje del "derecho a decidir" usado comúnmente en el discurso de los derechos reproductivos no es el más adecuado para personas que viven en comunidades en las que las mujeres tienen poco margen verdadero de decisión. El concepto de "justicia reproductiva" une a los derechos reproductivos con la justicia social y busca transformar los desequilibrios de poder que se originan a partir de dinámicas de género, clase, raza, etnia, discapacidad, etcétera, para crear un cambio sistémico que permita a todas las personas gozar de los recursos sociales, políticos y económicos necesarios para tomar decisiones sobre su cuerpo, su sexualidad y su familia. *Salud Sexual: “es un estado de bienestar físico, mental y social en relación con la sexualidad. Requiere un enfoque respetuoso de la sexualidad y de las relaciones sexuales, así como la posibilidad de tener experiencias sexuales placenteras y seguras, libres de toda coacción, discriminación y violencia”. *Salud Reproductiva: “es un estado general de bienestar físico, mental y social, y no mera ausencia de enfermedades o dolencias, en todos los aspectos relacionados con el sistema reproductivo, y sus funciones y proceso” (Conferencia Mundial sobre Población y Desarrollo, El Cairo 1994, párrafo 7.2). México ha avanzado mucho desde las últimas décadas del siglo pasado en el control de su población por medio de la planificación familiar, ya que en 1970 la población se calculaba en 50 millones de personas y el crecimiento anual era de 3.4%, por lo que se proyectaba que en el año dos mil nuestro país contaría con 132 millones de habitantes.16 Sin embargo las políticas de planeación familiar han sido particularmente efectivas en nuestro país, de modo que en el Censo General de Población de 2010 registró una población de 112.4 millones de habitantes. Aunque es difícil concluir que la intención de este cambio de política pro natalista a una de planeación familiar se debió a un proyecto cuyos objetivos fueran el bienestar de las mujeres, no hay duda de que este resultado, sin haber sido considerado en un principio, sí fue un logro de las políticas de control natal. A pesar de ello, México sigue siendo un país donde la opresión de las mujeres sigue presente. En los últimos 15 años, de 2000 a 2014, el número de las mujeres asesinadas en México asciende a 26,267, que en promedio significa 5.1 por día. Del 2000 al 2014 la cantidad de los homicidios anuales se duplicó al pasar de 1,284 a 2,349, según el INEGI. “Los asesinatos de mujeres derivan en un patrón cultural y menos al fenómeno de la violencia social por el crimen organizado”, asegura el INEGI. La conclusión es alarmante y habla de una sociedad machista que no respeta la vida de las mujeres. Por otra parte, la violencia de género en contra de las mujeres es alarmante ya que resultados de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares ENDIREH (2011)19 realizada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) y el Instituto Nacional de las Mujeres (INMUJERES), muestran que en México 47% de las mujeres de 15 años y más sufrió algún incidente de violencia por parte de su pareja durante su última relación. Asimismo, a 14 de cada 100 mujeres en México su pareja la ha golpeado, amarrado, pateado, tratado de ahorcar o asfixiar, o agredido con un arma. Además, a 7.3% les han exigido a les han obligado a tener relaciones sexuales sus propias parejas, sin que ellas quieran, o las han obligado a hacer cosas que no les gustan. Sin embargo, no sólo las mujeres son víctimas de la violencia de género. Aunque se ha visibilizado mucho más este problema, la violencia contra los hombres también existe y debe ser estudiada y remediada. Como se señala en el estudio “Varones víctimas de violencia doméstica: un estudio exploratorio acerca de su percepción y aceptación”, realizado en México en 2009,20 “La violencia doméstica ejercida por las mujeres en contra de los varones es hoy por hoy una realidad, existe, y debemos reaccionar frente a ello. Ciertamente, los registros indican una muy superior cifra de mujeres víctimas, lo que es terrible y vergonzoso, cosa que nadie puede negar, pero el ser menos numéricamente no debería significar importar menos” Otras cuestiones que afectan particularmente a la salud de los varones son los diversos “imperativos de género” que construyen masculinidades estereotipadas, según las cuales para ser más hombre hay que beber alcohol y/o consumir drogas, manejar más rápido, atreverse a hacer cosas arriesgadas, tener relaciones sexuales de manera indiscriminada o con trabajadoras sexuales, no protegerse por medio del uso correcto y consistente del condón, y demostrar continuamente que se es “muy macho”. Como señala Patricia Tucker “El cliché de la virilidad tradicional es un elemento de autodestrucción. Los imperativos de la virilidad, la máscara que tiene que llevar constantemente, las pruebas de hombría que tiene que darse a sí mismo, el deber de alcanzar la cumbre de su ideal”. El ideal del que habla Tucker es inalcanzable, pero no, por eso hay que dejar de pasar el examen de machismo todos los días, lo cual puede ser, además una fuente de estrés e insatisfacción, generadores de violencia. Por otra parte las personas que no cumplen con los imperativos de la heteronormatividad, como son los homosexuales, las lesbianas, y las personas trans también tienen mayor riesgo de ser víctimas de violencia homofóbica, como lo muestra el INFORME ESPECIAL DE LA COMISIÓN NACIONAL DE LOS DERECHOS HUMANOS SOBRE VIOLACIONES A LOS DERECHOS HUMANOS Y DELITOS COMETIDOS POR HOMOFOBIA, mismo que cuantifica en 162 homicidios cometidos por homofobia en el período comprendido entre 1998 y 2008, mientras que una investigación posterior de la CNDH, que abarca los años 2009 a 2012, encontró 99 homicidios por el mismo motivo. EL RÉGIMEN DE APLICACIÓN DE LA PRISIÓN PREVENTIVA EN LA CONSTITUCIÓN MEXICANA, 1917-2017 De acuerdo con el mensaje que le acompañaba, el proyecto de reformas a la Constitución de 1857 enviado en 1916 por el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Venustiano Carranza, al Congreso de Querétaro, que se constituiría en Congreso Constituyente, emitiendo una nueva Carta Magna en 1917, se destacaban dos aportaciones fundamentales al constitucionalismo mexicano: se revolucionaría el sistema procesal penal terminando con muchas injusticias, y se incorporaría el municipio libre al texto constitucional. El diagnóstico del que partió la renovación del sistema penal en la Constitución mostraba el total descrédito de un sistema de justicia que había regido por mucho tiempo al país “no obstante todas sus imperfecciones y deficiencias”, y en el que se señalaba como responsables de muchas de sus atrocidades a los jueces. El mensaje de Venustiano Carranza señalaba: Los jueces mexicanos han sido, durante el periodo corrido desde la consumación de la independencia hasta hoy, iguales a los jueces de la época colonial: ellos son los encargados de averiguar los delitos y buscar las pruebas, a cuyo efecto siempre se han considerado autorizadas a emprender verdaderos asaltos contra los reos, para obligarlos a confesar… la sociedad entera recuerda horrorizada los atentados cometidos por jueces… [quienes llegaban a] desplegar un sistema completo de opresión, en muchos casos contra personas inocentes, y en otros contra la tranquilidad y el honor de las familias, no respetando, en sus inquisiciones, ni las barreras mismas que terminantemente establecía la ley. Por ello, no sorprende que las disposiciones constitucionales referentes a la justicia penal reflejen esta desconfianza. La regulación de la libertad provisional no fue la excepción. El mensaje que acompañó el proyecto refirió sobre el particular: “la ley concede al acusado la facultad de obtener su libertad bajo fianza durante el curso de su proceso; pero tal facultad quedó siempre sujeta al arbitrio caprichoso de los jueces, quienes podían negar la gracia con solo decir que tenía temor de que el acusado se fugase y se sustrajera a la acción de la justicia”. Con estos antecedentes se acuñó una de las características que fue constante desde 1917 y hasta la reforma de junio de 2008: los criterios para acordar o negar la libertad provisional se establecen por la ley, desplazando al juez, quien sólo determinaba el monto de la fianza, en caso de que ésta procediera de acuerdo con la ley. En 1917, el primer régimen sobre la libertad provisional se estableció en los siguientes términos: Artículo 20.- En todo juicio del orden criminal, tendrá el acusado las siguientes garantías: I.- Inmediatamente que lo solicite será puesto en libertad, bajo de fianza hasta de diez mil pesos, según sus circunstancias personales y la gravedad del delito que se le impute, siempre que dicho delito no merezca ser castigado con una pena mayor de cinco años de prisión y sin más requisitos que poner la suma de dinero respectiva a disposición de la autoridad, u otorgar caución hipotecaria o personal bastante para asegurarla. El artículo 20 planteaba como regla, consistente con el principio de excepcionalidad, el derecho inmediato a la libertad provisional, restringiéndose sólo en caso de que el delito del que fuera inculpado tuviera prevista una sanción mayor de cinco años de prisión. La interpretación de esta disposición fue en el sentido de que se considerara el límite máximo de la sanción prevista. En este sentido se reguló en el Código de Procedimientos Penales para el Distrito Federal (CPPDF) de 1931 (artículo 555). Sin embargo, la Suprema Corte, admitiendo el argumento de que antes de que se dictara la sentencia no se podía determinar en concreto la pena que correspondía, estableció que para la aplicación de la garantía constitucional debería considerarse el término medio aritmético de la pena. Para determinar la fianza, el juez consideraría las circunstancias personales del inculpado y la gravedad del delito que se le imputara. El límite superior del monto de la fianza, de acuerdo con el artículo transcrito, se fijaba en 10 mil pesos. Desde entonces se estableció el límite temporal para la prisión preventiva vigente hasta la actualidad. El mismo artículo 20, en su fracción décima, señalaba: “tampoco podrá prolongarse la prisión preventiva por más tiempo del que como máximo fije la ley al delito que motivare el proceso… en toda pena de prisión que imponga una sentencia, se computará el tiempo de la detención” Sobre un supuesto de procedencia de la prisión preventiva y las condiciones de reclusión de los procesados se establecieron dos normas que siguen vigentes, con ligeros cambios en la redacción que no modifican su alcance: Artículo 18. “Solo por delito que merezca pena corporal habrá lugar a prisión preventiva. El lugar de esta será distinto y estará completamente separado del que se destinare para la extinción de las penas” La reforma constitucional se publicó en el Diario Oficial de la Federación el 2 de diciembre de 1948. El texto reformado de 1948 señalaba: Artículo 20.- En todo juicio del orden criminal tendrá el acusado las siguientes garantías: I. Inmediatamente que lo solicite, será puesto en libertad bajo fianza, que fijará el juez, tomando en cuenta sus circunstancias personales y la gravedad del delito que se le impute, siempre que dicho delito merezca ser castigado con pena cuyo término medio aritmético no sea mayor de cinco años de prisión, y sin más requisito que poner la suma de dinero respectiva a disposición de la autoridad u otorgar caución hipotecaria o personal bastante para asegurarla, bajo responsabilidad del juez en su aceptación. En ningún caso la fianza o caución será mayor de $250,000.00, a no ser que se trate de un delito que represente para su autor un beneficio económico o cause a la víctima un daño patrimonial, pues en estos casos la garantía será cuando menos, tres veces mayor al beneficio obtenido o al daño ocasionado. La reforma de 1948 incluyó en el texto constitucional el principio jurisprudencial de atender al término medio aritmético de la pena privativa de libertad; se incrementó el límite superior del monto de la fianza que había quedado desfasada por la pérdida de poder adquisitivo de la moneda. El nuevo límite era de 250 mil pesos, que podía ser excedido considerando el beneficio económico obtenido “para su autor” o el daño patrimonial infligido a la víctima, pues en estos casos el monto de la garantía sería “cuando menos” tres veces mayor a dicho beneficio o daño. Se consideró la posibilidad de otorgar caución hipotecaria. 36 años después, el régimen constitucional de la libertad provisional fue modificado de nuevo. El 14 de enero de 1985 se publicó la reforma a la fracción primera del artículo 20 constitucional. El texto reformado señalaba: Artículo 20.- En todo juicio del orden criminal tendrá el acusado las siguientes garantías: I. Inmediatamente que lo solicite será puesto en libertad provisional bajo caución, que fijará el juzgador, tomando en cuenta sus circunstancias personales y la gravedad del delito que se le impute, siempre que dicho delito, incluyendo sus modalidades, merezca ser sancionado con pena cuyo término medio aritmético no sea mayor de cinco años de prisión, sin más requisito que poner la suma de dinero respectiva, a disposición de la autoridad judicial, u otorgar otra caución bastante para asegurarla, bajo la responsabilidad del Juzgador en su aceptación. La caución no excederá de la cantidad equivalente a la percepción durante dos años del salario mínimo general vigente en el lugar en que se cometió el delito. Sin embargo, la autoridad judicial, en virtud de la especial gravedad del delito, las particulares circunstancias personales del imputado o de la víctima, mediante resolución motivada, podrá incrementar el monto de la caución hasta la cantidad equivalente a la percepción durante cuatro años del salario mínimo vigente en el lugar en que se cometió el delito. Si el delito es intencional y representa para su autor un beneficio económico o causa a la víctima daño y perjuicio patrimonial, la garantía será cuando menos tres veces mayor al beneficio obtenido o a los daños y perjuicios patrimoniales causados. Si el delito es preterintencional o imprudencial, bastará que se garantice la reparación de los daños y los perjuicios patrimoniales, y se estará a lo dispuesto en los dos párrafos anteriores. Esta revisión del texto constitucional recogió algunas de las inquietudes doctrinarias y prácticas introducidas por el legislador ordinario e instrumentadas por los funcionarios de las procuradurías y tribunales. Por ejemplo, una de las transformaciones consistió en que al analizar la procedencia de la libertad provisional, debería considerarse la sanción prevista para el delito “incluyendo sus modalidades”, a esta disposición se le atribuyó el mérito de que implicaba que el juzgador debería tomar en consideración “la pena aplicable al delito efectivamente cometido y no solo la que deba imponer, conforme a la hipótesis de cada fórmula legal, al delito básico… la concesión o la negativa del beneficio se conectan a la verdadera materia del enjuiciamiento”. Se modificó la referencia al pago de una “fianza”, para sustituirla por la denominación más apropiada de “caución”. Se dejaron de establecer cifras nominales para el monto de la caución, utilizando múltiplos del salario mínimo general vigente en el lugar donde se cometió el delito. La regla general, denominada régimen ordinario por García Ramírez, era la de un máximo del equivalente a la percepción de dos años del salario mínimo, que podría incrementarse por el juez hasta la cantidad equivalente a la percepción durante cuatro años del salario mínimo, “en virtud de la especial gravedad del delito, las particulares circunstancias personales del imputado o de la víctima, mediante resolución motivada”, denominado régimen agravado o reforzado. En enero de 1991 el legislador ordinario inauguró una tercera alternativa a costa de la segunda opción, estableciendo en el artículo 399 del mismo Código. El texto decía: Artículo 399. Todo inculpado tendrá derecho a ser puesto en libertad bajo caución, si no excede de cinco años el término medio aritmético de la pena privativa de libertad que corresponde al delito imputado, incluyendo sus modalidades. En caso de acumulación se atenderá al delito cuy pena sea mayor. En los casos en que la pena del delito imputado rebase el término medio aritmético de cinco años de prisión, y no se trate de los delitos señalados en los siguientes párrafos de este artículo, el juzgador concederá la libertad provisional en resolución fundada y motivada, siempre que se cumpla con los siguientes requisitos: Que se garantice debidamente, a juicio del juez, la reparación del daño; II. Que la concesión de la liberta no constituya un grave peligro social; III. Que no exista riesgo fundado de que el inculpado pueda sustraerse a la acción de la justicia, y IV. Que no se trata de personas que por ser reincidentes o haber mostrado habitualidad, la concesión de la libertad haga presumir fundadamente que evadirían a la acción de la justicia. En 1996 se aprobaron nuevas reformas al artículo 20, fracción primera de la Constitución, publicadas en el Diario Oficial de la Federación el 3 de julio de ese año. El texto señalaba: Artículo 20. En todo proceso de orden penal, el inculpado, la víctima o el ofendido, tendrán las siguientes garantías: A. Del inculpado: I. Inmediatamente que lo solicite, el juez deberá otorgarle la libertad provisional bajo caución, siempre y cuando no se trate de delitos en que, por su gravedad, la ley expresamente prohíba conceder este beneficio. En caso de delitos no graves, a solicitud del Ministerio Público, el juez podrá negar la libertad provisional, cuando el inculpado haya sido condenado con anterioridad, por algún delito calificado como grave por la ley o, cuando el Ministerio Público aporte elementos al juez para establecer que la libertad del inculpado representa, por su conducta precedente o por las circunstancias y características del delito cometido, un riesgo para el ofendido o para la sociedad. Éstas confirmaban el régimen de delitos considerados “graves” por la legislación ordinaria y para aquellos delitos que no estaban en dicho listado se establecía la posibilidad de que el ministerio público pudiese solicitar que se impusiera prisión preventiva si dicho funcionario aportara al juez elementos para “establecer que la libertad del inculpado representa, por su conducta precedente o por las circunstancias y características del delito cometido, un riesgo para el ofendido o para la sociedad”. El 18 de junio de 2008 se publicó en el Diario Oficial de la Federación la reforma constitucional que estableció el régimen de la libertad provisional actualmente vigente. Las principales disposiciones constitucionales sobre la libertad provisional y la prisión preventiva son: Artículo 18. Sólo por delito que merezca pena privativa de libertad habrá lugar a prisión preventiva. El sitio de ésta será distinto del que se destinare para la extinción de las penas y estarán completamente separados”. Artículo 19.: El Ministerio Público sólo podrá solicitar al juez la prisión preventiva cuando otras medidas cautelares no sean suficientes para garantizar la comparecencia del imputado en el juicio, el desarrollo de la investigación, la protección de la víctima, de los testigos o de la comunidad, así como cuando el imputado esté siendo procesado o haya sido sentenciado previamente por la comisión de un delito doloso. El juez ordenará la prisión preventiva, oficiosamente, en los casos de delincuencia organizada, homicidio doloso, violación, secuestro, delitos cometidos con medios violentos como armas y explosivos, así como delitos graves que determine la ley en contra de la seguridad de la nación, el libre desarrollo de la personalidad y de la salud. La ley determinará los casos en los cuales el juez podrá revocar la libertad de los individuos vinculados a proceso”. Artículo 20: B. De los derechos de toda persona imputada: I. A que se presuma su inocencia mientras no se declare su responsabilidad mediante sentencia emitida por el juez de la causa… IX. En ningún caso podrá prolongarse la prisión o detención, por falta de pago de honorarios de defensores o por cualquiera otra prestación de dinero, por causa de responsabilidad civil o algún otro motivo análogo. La prisión preventiva no podrá exceder del tiempo que como máximo de pena fije la ley al delito que motivare el proceso y en ningún caso será superior a dos años, salvo que su prolongación se deba al ejercicio del derecho de defensa del imputado. Si cumplido este término no se ha pronunciado sentencia, el imputado será puesto en libertad de inmediato mientras se sigue el proceso, sin que ello obste para imponer otras medidas cautelares. En toda pena de prisión que imponga una sentencia, se computará el tiempo de la detención”