DP 179 I .868 i THOMAS J. BATA LIBRARY TRENT UNIVERSITY me Osterc Berlan Quijote, la Iglesia Inquisición FACULTAP DE FILOSOFIA Y LETRAS CUADERNOS Digitized by the Internet Archive ¡n 2019 with funding from Kahle/Austin Foundation \ https://archive.org/details/elquijotelaiglesOOOOoste EL QUIJOTE, LA IGLESIA Y LA INQUISICION FACULTAD DE FILOSOFIA Y LETRAS Colección: Cuadernos COLEGIO DE LETRAS LUDOVIK OSTERC BERLAN El Quijote, la Iglesia y la Inquisición un nm UNIVERSIDAD NACIONAL AUTONOMA México, 1972 DE MEXICO Primera edición: 1972 D R © 1972, Universidad Nacional Autónoma Ciudad Universitaria. México 20, D. F. Dirección General de Publicaciones Impreso y hecho en México de México EL QUIJOTE, LA IGLESIA Y LA INQUISICION El tema que escogimos por título tiene visos de trivial, pues se ha debatido y discutido tanto, que parece no dejar tela de donde cor¬ tar. Sin embargo, con el Quijote sucede lo mismo que con las pie¬ dras preciosas: cuanto más se pule, tanto más brilla. “■* La crítica cervantina tradicional sigue sosteniendo que Cervan¬ tes respetaba el sistema social y político-religioso existente en « aquel entonces: la Monarquía y la Iglesia Católica. Leamos lo que al respecto dicen algunos de los más conocidos cervantistas espa¬ ñoles y extranjeros^‘Cervantes era un hombre de su nación y de su época.'7. . con todas las pasiones, preocupaciones y creencias de un español de entonces declara Juan Valera en su discurso aca¬ démico sobre las diferentes maneras de comentar y juzgar el Qui¬ jote.1 P. Savj-López escribe :0“Sigue la fe de sus mayores, respeta el orden establecido y las verdades reconocidas: el trono y el al¬ tar”;^ y J. Moneva y Puyol apunta: . .estrechareme á decir sola¬ mente cual es el trato que da Cervantes á clérigos y religiosos, 1 Obras completas, Madrid, Aguilar, 1947, t. III, p. 1079. 2Cervantes, Madrid, 1917, p. 38. 260109 pues hq sido, siempre buena medida del respeto y amor á Cristo y á su Gremi&ty respeto y el amor á sus sacerdotes ”. 3 — Ahora bien, para ver si -y en qué grado— tales aserciones co¬ rresponden a la verdad, y para desentrañar la verdadera posición que Cervantes fija ante la Iglesia Católica, es preciso situarlo en la realidad de su tiempo y en el marco de su vida privada, y ver có¬ mo esta realidad y las peripecias de su existencia, en sumo grado azarosa, se espejan en su obra. A Cervantes, renacentista por su formación literaria y expe¬ riencia italiana, y humanista, así por su filiación ideológica como por su espíritu sobradamente abierto, ajeno a cualquier embeleco, y por la nobleza de su corazón, le tocó vivir en una atmósfera político-cultural del todo adversa: la España de la Contra¬ rreforma. El panorama que presentaba la patria del ilustre escritor se ca¬ racterizaba por una gran crisis económica, social y moral. Según J. Vicens Vives,4 una exigua minoría, representada por el rey, la aristocracia y el alto clero, poseía el 97 o 98 por ciento del suelo hispánico. De tal suerte, alrededor de un millón de individuos, pertenecientes a la nobleza y al clero, vivía del trabajo de los siete millones de habitantes, cuya mayoría se debatía en la más espan¬ tosa miseria. La expulsión de los judíos, primero, y de los moris¬ cos, después, agudizó hasta lo extremo la depresión económica del país. Los caudalosos ríos de oro y plata que afluían a España de sus numerosas colonias y feudos del Nuevo Mundo paraban, en ausencia de una burguesía joven y emprendedora, en manos del monarca y de las clases ociosas, que se rodeaban de un lujo inau¬ dito. Las consecuencias sociales eran el bandolerismo, el hampa y un sinnúmero de pordioseros. La desastrosa situación económica interior de España estaba en flagrante contraste con la pompa y esplendor exteriores del impe¬ rio, que bajo Felipe II se extendía a cuatro continentes en cuyos confines no se ponía el sol. El sostén principal del poder político lo constituía, fuera de la aristocracia, la Iglesia Católica; formando parte integrante de la sociedad feudal, era en aquel entonces un gran señor terratenien¬ te. Las altas dignidades eclesiásticas procedían comúnmente de las clases nobiliarias y seguían siendo, al propio tiempo, señores tem¬ porales; es decir, aparte de tener el poder espiritual, poseían enor¬ mes superficies de tierra y ejercían derechos jurisdiccionales. El 3 El clero en el Quijote, Zaragoza, 1905, p. 13. 4 Historia social y económica II, p. 418. 6 de España y América, Barcelona, 1957, t. poderío económico de la Iglesia era inmenso. Según Lucio Mari¬ neo, citado por Vicens Vives, sólo las rentas de las posesiones te¬ rritoriales eclesiásticas se elevaban, hacia mediados del siglo XVI, a la mitad total de las del reino.5 Estas, empero, no eran las únicas fuentes de las riquezas clericales. La Iglesia solía abusar de las creencias religiosas del pueblo, aprovechando las prácticas del cul¬ to para enriquecerse aún más. Pero, sobre todo, representaba una fuerza política que en Es¬ paña, a diferencia de otros países europeos, jugaba un papel por todo extremo importante. A ella le incumbía cuidar la unidad y la seguridad del Estado, con lo cual asumía una gran porción de fun¬ ciones del mismo. Para sus fines políticos se servía del Santo Ofi¬ cio de la Inquisición, una de las más crueles instituciones policía¬ cas de todos los tiempos. Además, habiéndose fundido con el feu¬ dalismo en la Edad Media, la Iglesia extendió los dominios de su religión sobre las demás formas de la conciencia social, sobre el resto de la superestructura ideológica, y con sus óleos santificaba el orden político secular del feudalismo. Mediante su doctrina, ba¬ sada en dogmas, ejercía la dictadura espiritual e ideológica sobre las mayorías, y por medio de la Inquisición reprimía cualquier in¬ tento, no sólo de rebelión sino de simple disentimiento. El enriquecimiento y el interés material se han convertido en el principal móvil, tanto de la nobleza como del clero, en su mayo¬ ría. Todo se vendía y todo se compraba. A nadie se nombraba ya canónigo o arcediano en premio de sus virtudes; todo era asunto de favor, de intriga, de dinero. Los canónigos y los arcedianos exi¬ gían inexorablemente los diezmos, vendían el trigo de la Iglesia más caro que los usureros sin entrañas, sólo afanosos de enrique¬ cerse, y pasaban en sus muías bien enjaezadas y abastecidas. En estos términos se expresaba el vicario del arzobispado de Burgos, Juap Maldonado, en su obra El buen pastor, 1529.6 /"Cervantes, en varias partes de su obra suprema, hace hincapié con cierto dejo satírico en la opulencia de los hombres de la Igle¬ sia. En el encuentro de Don Quijote con los frailes benedictinos, por ejemplo, nuestro escritor describe a los monjes corpulentos como dos bultos y montados en muías enormes como camellos (1,8). Asimismo, destaca la exuberancia de las provisiones que lle¬ vaban los clérigos durante la procesión nocturna (1,19). Recorde¬ mos, también, a aquel ermitaño que, según lo explica el caballero andante a su escudero, no se vestía precisamente de hojas de pal¬ ma, ni se alimentaba con las raíces de la tierra como los de antaño 5Vicens, Vives, obr. cit., t. II, p. 84. 6Citada por M. Batailton: Erasmo y España, I, p. 390. 7 en Egipto, sino que criaba gallinas y vivía bien acompañado. . . (11,24). El sacerdocio fue entonces, como lo sigue siendo hoy, una de las profesiones que eran asequibles al sector popular. El refrán truncado “Iglesia, mar o casa real”, que menciona el cautivo en el relato de su borrascosa vida (1,39), expresa brevemente las únicas posibilidades que quedaban a la gente del pueblo si quería vivir con cierta holgura; es decir: o seguir a la Iglesia, o navegar ejer¬ ciendo el oficio de mercader, o servir al rey en su casa. Notemos, también, que la mujer de Sancho, Teresa Panza, advertía a su ma¬ rido que Sanchico, su hijo, contaba ya 15 años y que era razón que fuese a la escuela si su tío, el abad, había de dejarle “hecho de la Iglesia” (11,5). La clerecía constituía una verdadera sociedad con sus clases, que correspondían a las de la sociedad laica: la aristocracia, las capas medias y los estamentos populares, según los medios de que provenían. El alto clero era dueño de enormes rentas y vivía, en gran parte, con el mismo tren de vida que los poderosos tempora¬ les. De éstos se diferenciaba por una mayor cultura y por una ma¬ yor cooperación con la Monarquía y participación en la alta polí¬ tica del Estado. Un ejemplo típico de tales príncipes de la Iglesia, ostentosos y ricos, lo ofrece el cardenal Pedro González de Men¬ doza, quien en una ocasión ofrendó a la Virgen un pontifical con su aparador de oro valuado en ochenta mil ducados, o sea las ren¬ tas de un año de su arzobispado.7 Traigamos a colación el episo¬ dio del yelmo de Mambrino, en el que Cervantes en tono burlón llama al trueque de aparejos asnales por parte de Sancho mutatio capparum (cambio de capas cardenalicias), el día de Resurrección, agregando que el burro escuderil quedaba así mejorado a mil ma¬ ravillas. Al comparar las vestiduras de los prelados con los arreos de los asnos, el autor se mofa de estos altos dignatarios eclesiásti¬ cos, censurando al mismo tiempo el lujo con que se vestían, ya que dichas capas estaban ricamente forradas de seda o de pieles (1,21). Muchos de estos prelados eran consejeros de los reyes u ocupaban altos cargos políticos y diplomáticos. Pero la mayor fuerza económica estaba concentrada en manos de los capítulos catedralicios, los canónigos, los beneficiados y otras dignidades eclesiásticas. Al decir de Damián Goes,8 las ren¬ tas conjuntas de esta pequeña aristocracia clerical eran tres veces mayores que las de los prelados. La mentalidad de esta clase jerár¬ quica tan poderosa económicamente era parecida a la de las clases 7Vicens, Vives, obr. cit., I, pp. 177-178. 8Ibidem. 8 pudientes laicas. Por ello, estos capítulos y monasterios eran ba¬ luarte del más obstinado espíritu de reacción social y de defensa a todo trance de los viejos privilegios de la Iglesia. Los choques en¬ tre los cabildos y las autoridades eran continuos. Los conflictos surgían, por regla general, con motivo de guerras interiores y exte¬ riores, cuando los soberanos y los jefes militares habían echado mano del tesoro de las iglesias y monasterios. Para defenderse de tales medidas del poder real o militar, la Iglesia se valía de un re¬ curso muy eficaz: la excomunión. Es de sumo interés aquí, agre¬ gar que el clero, según las mismas fuentes (Vicens Vives), empleó este medio con mayor frecuencia contra los que afectaban sus pri¬ vilegios e intereses materiales que contra los herejes y desobedien¬ tes 9 Para probarlo, no es necesario buscar ejemplos en la historia social y político-eclesiástica de la España de aquellos tiempos, da¬ do que nos los ofrece la propia vida de Cervantes. En efecto, fue éste dos veces rudamente atropellado por las autoridades eclesiás¬ ticas a quienes había embargado el trigo en cumplimiento de su deber. El primer choque con la Iglesia ocurrió en 1587, cuando en calidad de acopiador de vituallas, llevando poder, facultad y comi¬ sión del rey, embargó a la catedral de Sevilla cuatrocientas setenta y cinco fanegas y media de trigo para la Armada Invencible. Ape¬ nas llevada a cabo la saca de dicha cantidad, se armó un escándalo enorme, y mientras los particulares afectados por las mismas dis¬ posiciones protestaron con moderación, el cabildo de la catedral puso el grito en el cielo: ¡Se habían tocado los bienes de la Igle¬ sia!, tal acto no podía ser impune. Y el insigne escritor fue obje¬ to de excomunión que el provisor del arzobispado de Sevilla ful¬ minó contra él, a pesar de haberse atenido estrictamente a las ór¬ denes dimanantes del rey. Para colmo, el mencionado arzobispado ordenó que el vicario de Ecija pusiera en tablillas al excomulga¬ guiente, al embargar en Castro del Río doscientas fanegas de trigo añejo que estaban en manos del licenciado Tomás de Arroyo, y pertenecientes a una prestamera del licenciado Pedro de Toledo, canónigo de la iglesia de Coria. Y exactamente a como había acontecido en Ecija, el proveedor del obispado de Córdoba fulmi¬ nó censuras contra Cervantes, escribe Astrana Marín.11 No es ex¬ traño, por ende, que en su obra máxima —en la cual aludió a no pocos sucesos de su época y de su vida— aludiese también a éstos 9Ibidem. 10Astrana Marín, Feo.: Vida ejemplar y heroica de M. de Cervantes S., Madrid, 1948-1958, t. IV, pp. 175-176. ^Obr. cit., IV, p. 182. 9 tan importantes, dado que no pudo ser otro el momento autobio¬ gráfico en que tenía puesta la memoria en la aventura de los cléri¬ gos que escoltaban el cadáver de un difunto caballero, cuando ha¬ ce decir a Don Quijote que estaba excomulgado por haber puesto las manos violentamente en cosa sagrada (1,19). El poderío económico del clero aportó en gran medida al au¬ mento del número de eclesiásticos, y éste por su parte influyó en el nivel moral y cultural de la clerecía. En el límite del siglo XVII, o sea durante la vida del autor manchego, seguía aumentando el número de los eclesiásticos, a pesar de la petición del Consejo de Castilla de poner coto a la fundación de nuevos monasterios. Con¬ forme a los datos recopilados por Astrana Marín, algunos historia¬ dores valoran el número de curas, frailes y clérigos de órdenes me¬ nores, por aquellos años, a una décima parte de toda la población de España; en tanto los conventos de monjas pasaban de nueve mil.12 De esta gran multitud de religiosos hace referencia Don Quijote en uno de los más notables diálogos con su escudero: “—Sí —respondió Sancho—; pero yo he oído decir que hay más frailes en el cielo que caballeros andantes. —Eso es —respondió Don Quijote— porque es mayor el número de los religiosos que el de los caballeros” (11,8). Las consecuencias de esta manera de vivir del clero y su menta¬ lidad, fueron la relajación general de la disciplina, la inmoralidad y la falta de vocación. En el siglo anterior al de Cervantes la co¬ rrupción de los eclesiásticos llegó a su apogeo. Juzgando por las disposiciones del Concilio de Santiago, escribe Vicens Vives, entre el clero compostelano era costumbre común y corriente vivir co¬ mo simples seglares, vistiendo trajes llamativos, frecuentando ta¬ bernas, jugando a los dados en público, andando armados, hacien¬ do vida nocturna y sosteniendo frecuentes reyertas con soldados y civiles. El mismo Concilio prohibía también al clero santiagués el mantenimiento de mancebas públicas, y ejercitar la práctica de adivinaciones y presagios. El estado de inmoralidad más lamenta¬ ble reinaba, empero, en los conventos. Un gran número de ellos no eran más que lugares de buena vida y de diversión; algunos monasterios femeninos habían caído tan bajo que, si no eran ver¬ daderos lupanares, estaban muy cerca de serlo.13 En 1563, el em¬ perador mandó inspeccionar los conventos de su nación y los en¬ contró llenos de concubinas y de hijos de los monjes. Por ello, leemos en el Quijote el picante cuento de la hermosa viuda que estaba prendada de un motilón a despecho de su fealdad e igno^Obr. cit., VII, p. 499. ^Vicens, 10 Vives, obr. cit., II, pp. 169-170. rancia y pese a que en el mismo monasterio había tantos hombres doctos, ya que para lo que ella le quería, “sabía tanta filosofía y más que el mesmo Aristóteles” (1,25). Para decirlo en dos palabras, la Iglesia Católica española tenía muchísimo más de humana que de divina. Nunca antes sus institu¬ ciones habían estado tan divorciadas del fin para el cual fueron creadas, nunca antes las palabras de sus ministros habían estado en contradicción tan completa con sus hechos, como en la época que nos ocupa. Tanto fue así, que la misma Nave de San Pedro se vio obligada a tratar de apretar, en el famoso Concilio de Trento, sus cabos morales, para evitar de tal modo el naufragio. Sin em¬ bargo, sus medidas no lograron cambiar la situación general. Tal estado de cosas ha encontrado su expresión más genuina y verídica en los refranes y dichos del pueblo español referentes al gremio eclesiástico y sus representantes. Vox populi, vox Dei —la voz del pueblo es la voz de Dios— decían los antiguos romanos, y tenían razón, pues el pueblo rara vez se equivoca cuando es unáni¬ me en sus apreciaciones o juicios, sobre todo cuando se trata de sus gobernantes o mentores espirituales. En realidad, entre más de medio millar de proverbios respectivos que contiene la mayor re¬ copilación paremiológica española hecha hasta la fecha,14 la gran mayoría es despectiva e irrespetuosa para con los servidores de Dios. A título de ejemplo, aduciremos los más característicos: Sobre la Iglesia y sus ministros en general Cabe igreja, no pongas teja Quien entra en religión, se hace regalón Grandes males encubren faldas, de mantos y ropas largas Gente de sotana, nunca pierde y siempre gana Con gente ensotanada, no hagas jomada Bueno está el cura para sermones El cura de mi lugar es tan pronto para recibir como tardo para dar Los bienes del clérigo, entran por la puerta y salen por el humero Lo que Dios al clérigo dio, el diablo se lo llevó La muía del clérigo bien mantenida y mal cabalgada Teólogos son embudos: para ellos lo ancho y para los demás lo agudo Ni comunicanda bien cantada, ni manceba del clérigo mal tocada Clérigo, fraile o judío, no lo tengas por amigo Vivir junto al cura, es gran locura Sobre varios rangos de eclesiásticos a) Sacristanes y monaguillos Sacristán y devoto, ni siquiera uno conozco 14 Martínez Kleiser, L.: Refranero Real Academia Española, 1953. general ideológico español, Madrid, 11 Las lechuzas no beben aceite: es el sacristán quien se lo bebe Si quieres un hijo pillo, mételo a monaguillo Sacristán que cera vende, que es hurtada bien se entiende b) Abades, canónigos y obispos El abad y el gorrión dos malas aves son Ni abad por vecino, ni fraile maitino Al abad y al judío, daldes el güevo y pedirán tochuelo (tozuelo) Buenos canónigos, mal capítulo Obispos y abriles, los más son ruines A caballo va el obispo Obispo de anillo, el caudal en el dedillo c) Frailes y monjas Quien dice frade, dice fraude En el fraile y la muía, la coz segura Ladrillazo al fraile que le descalabre Ni fraile en bodas, ni perro tras ollas Fraile, agua y fuego se encuentran muy luego Fraile o zorra al principio de cazadero, mal agüero ¿Quieres pasar bien esta vida miserable? Hazte fraile Fraile pidón y gato ladrón, ambos cumplen su misión Fray Pedir, Fray Tomar y Fray Nodar Los frailes tienen ocho manos: siete para tomar y una para dar Dos cosas no se pueden saciar: los frailes y el mar De clérigo hecho de fraile, no se fíe ni su madre Frailes en clausura, piojos en costura Del fraile toma el consejo, no el ejemplo Confesar a monjas, espulgar a perros y predicar a niños, tiempo perdido Si votos, ¿para qué rejas? Si rejas, ¿para qué votos? ¿Quieres saber todo lo que pasa en tu pueblo?, pregúntalo a las monjas de un convento A abadesa de poca edad, viejo abad Cuando Amor una monja da un bizcocho, es porque ha recibido ocho de monja, y fuego de estopa, y viento de culo, todo es uno Monjas y frailes, y pájaros pardales, no hay peores aves Amistad de monja o fraile, puñado de aire Suspiro de monja y pedo de fraile, todo es aire ' En vista de lo expuesto, ¿cómo esperar que Cervantes, uno de los más grandes escritores realistas y la cumbre del Renacimiento español, sea respetuoso con los eclesiásticos? ¿Puede asombrar¬ nos si en el episodio de la pastora Marcela nuestro autor, por boca del cabrero, para encarecer las virtudes del único buen sacerdote de la novela, quien por muerte de los padres de ella la crió y edu¬ có, profiera estas palabras: “Y tened para vos como yo tengo para 12 mí, que debía de ser demasiadamente bueno el clérigo que obliga a sus feligreses a que digan bien dél especialmente en las aldeas ”? (1,12) Reseñemos, ahora, algunos de los pasajes más típicos del Qui¬ jote que reflejan la postura de Cervantes frente a la Iglesia, su cul¬ to externo y sus ministros. En el capítulo 6,1, el cura y el barbero expurgan la biblioteca de Don Quijote. Ya habían entregado bue¬ na parte de ellos al brazo seglar del ama, cuando al abrir uno para reconocerlo, vieron que tenía por título El caballero de la cruz. Topar con dicho título a la sazón, dada la hipocresía del ambien¬ te, era lo mismo que diputarlo por bueno, aunque fuera un engen¬ dro literario. Pero el ilustre autor no pensaba así. Opinaba que por respetable que fuese el marbete, no debía consentirse que a su amparo se ocultara cosa falsa, y así dice: “Por nombre tan santo como tiene este libro se podía perdonar su ignorancia, mas tam¬ bién se suele decir, tras de la cruz está el diablo, vaya al fuego.” Evidentemente Cervantes no se paga de apariencias y llama el pan, pan y el vino, vino, y cuando la obra es mala, la rechaza, aunque como esta vez se escude con la cruz. Después de las lucubraciones de los eruditos hispanistas, Américo Castro y Nlarcel Bataillon,15 no cabe ya duda sobre la orien¬ tación básicamente erasmista de la gran obra. Fuerza es decir que Cervantes, no sólo en los pasajes citados por estos dos letrados, sino a manos llenas, siembra burlas dirigidas contra la Iglesia, sus ceremonias rituales e instituciones. Así ironiza sobre el ayuno, ri¬ diculiza las oraciones externas, pone en solfa a los santos, se mofa de los milagros, supersticiones y reliquias, como también de las prácticas rituales en general. Hay más aún, injuria a los eclesiás¬ ticos atacándolos, tanto con palabras como con sus armas. Y, co¬ mo sobre el particular ya hemos escrito con lujo de pormenores16 y para muestra basta un botón, no mencionaremos sino unos cuantos ejemplos: Don Quijote, llegado a la venta que tomó por castillo, e informado que siendo aquel día viernes no había en ella otra cosa de comer que carne de pescado, dijo: Como haya muchas eso se me truchuelas. . . podrán servir de una trucha; porque da que me ocho. Cuanto den ocho reales en sencillos que una pieza de a más, que podría ser que fuesen estas truchuelas como la ternera que es mejor que la vaca, y el cabrito que el cabrón. Pero, sea lo que fuere, venga luego. . . (1,2). 15 El pensamiento de Cervantes, Madrid, 1925, y Erasmo y España, Mé¬ xico, 1950, 2 tomos. 16 Ver nuestro ensayo: El pensamiento xico, 1963, pp. 159 y ss. social y político del Quijote, Mé¬ 13 i Esta perspicaz frase pretende aparentemente llamar la atención sobre la poca importancia que tiene la diferencia cuantitativa en¬ tre un todo y sus partes, aludiendo de hecho a la ninguna trans¬ cendencia que existe, desde el punto de vista naturalista y anti¬ eclesiástico de Cervantes, entre un plato de pescado y uno de car¬ ne de res. A juzgar por este pasaje, no podemos afirmar que el autor fuese un ardoroso observante de los preceptos eclesiásticos que ordenan no comer carne en días de vigilia. En el episodio de la cueva de Montesinos, éste aparece con un rosario de cuentas. . . “ mayores que medianas nueces, y los dieces asimismo como huevos medianos de avestruz ” (11,23). Aún mayor irreverencia hacia el rosario se manifiesta en el uso del mismo, pa¬ ra contar los azotes que Sancho debería darse en las asentaderas, pero que él aplicó contra un árbol, engañando a su amo (II, 71). La befa de los santos ocurre en el encuentro de la pareja andantesca con los hombres vestidos de labradores que llevaban las imágenes de algunos santos cubiertas de lienzos. Don Quijote, des¬ tapando la de San Martín, montado a caballo, apunta en tono irónico: Este caballero también fue de los aventureros cristianos y creo que fue más liberal que valiente, como lo pueden echar de ver, Sancho, en que está partiendo la capa con el pobre, y le da la mitad; y sin duda debía de ser entonces invierno; que si no, él se la diera toda, según era de caritativo (11,58). Tal flecha satírica lanzada contra el culto a este santo, que no siendo muy valiente tampoco era suficientemente caritativo para ser santo, da de lleno en el blanco con la socarrona observación de Sancho: “No debió de ser eso. . . sino que debió de atenerse al refrán de que dicen: que para dar y tener seso es menester ” (ihidem). Respecto a los milagros expresó Cervantes su actitud con oca¬ sión de las bodas de Camacho el rico: Cuando el taimado Basilio, el pobre, consiguió arrebatar por medio de un fingido suicidio a su querida Quiteria que su rival había logrado apartar de él con sus riquezas y por complicidad de su suegro, los invitados, al ver a Basilio levantarse sano y salvo, “quedaron. . . admirados, y algu¬ nos de ellos más simples que curiosos en altas voces comenzaron a decir: -¡Milagro, milagro! Pero Basilio replicó: -No milagro, milagro, sino industria, industria! ” (11,21). Y Cervantes se apre¬ sura a aclarar que el cura, “atónito, acudió con ambas manos a tentar la herida, y halló que la cuchilla había pasado no por la carne y costillas de Basilio, sino por un cañón hueco de hierro 14 que, lleno de sangre, en aquel lugar bien acomodado tenía. . ” (ibidem ). Las supersticiones, que tanto arraigo tienen en España incluso en nuestros días, son blanco de Don Quijote en la plática que éste tuvo con su escudero después de su encuentro con los labradores que portaban las imágenes de los santos: Y esto que el vulgo suele llamar comúnmente agüeros, que no se fundan sobre natural razón alguna, del que es discreto han de ser tenidos. . . por buenos acontecimientos. Levántase uno destos agoreros por la mañana, sale de su casa, encuéntrase con un fraile de la orden. . . de San Francis¬ co, y como si hubiera encontrado se a su casa (11,58). con un grifo, vuelve espaldas y vuélve¬ Por lo visto, la andanada va también, en este caso, contra los monjes franciscanos, puesto que no es casual el que nuestro escri¬ tor parangonara al fraile nada menos que con un monstruo. El tema de las reliquias, que se relaciona con el de las supersti¬ ciones, está aludido en el mismo pasaje que se refiere —en forma muy velada— a la posible salvación de los paganos, que fue una de las preocupaciones cardinales de la doctrina erasmista. Cervantes presenta el problema en forma de reservas que pugnan por mani¬ festarse explícitamente; pero que, por razones obvias, sólo queda¬ ron sugeridas en el simple hecho de su planteamiento. Sancho Panza lleva la conversación al escabroso problema: “Dígame se¬ ñor. . . esos Julios o Agostos y todos esos caballeros hazañosos que ha dicho, que ya son muertos, ¿dónde están ahora? ” Y tras de recibir la contestación de Don Quijote según la cual los gentiles estaban en el infierno y los cristianos, si fueron buenos cristianos, en el purgatorio o en el cielo, Sancho pregunta: “. . .esas sepultu¬ ras donde están los cuerpos de esos señorazos, tienen delante de sí lámparas de plata, o están adornadas las paredes de sus capillas de muletas, de mortajas, de cabelleras, de piernas y de ojos de cera? , y si de esto no, ¿de qué están adornadas? ” Cervantes por boca de Don Quijote, describiendo los sepulcros de los hombres ilustres de la gentilidad, hace hincapié en su desmesurado tamaño, precisan¬ do que las cenizas de Julio César se pusieron sobre una gigantesca pirámide a la que hoy llaman la Aguja de San Pedro, etcétera, pa¬ ra tirar indirectas contra las reliquias que adornaban las tumbas de los cristianos: . .pero ninguna de estas sepulturas, ni otras mu¬ chas que tuvieron los gentiles, se adornan con mortajas, ni con otras ofrendas ni señales que mostrasen ser santos los que en ellas estaban sepultados” (11,8). De vivir en los tiempos modernos, nuestro autor hubiera podi¬ do hacer morirse de risa a la gente del más elemental sentido co¬ ló y catedrales en Francia, de San Blas, otros ocho sesenta dedos y veinte seis glándulas de Santa Agueda, una pluma de un ala del arcángel San Gabriel, una gota de leche de la Virgen María, y. . . hasta el aliento de Jesucristo en un relicario.17 Para que la bodega de cachivaches eclesiásticos fuese completa, en dicho registro faltaban las gotas de leche de la burra en que montaba la Virgen. . . Con todo, la burla que da quince y raya a todas las demás relativas a las ceremonias rituales es, sin duda, la que se halla en la escena del armarse caballero el hidalgo manchego. En ella, remedando tales prácticas de la mane¬ ra que, haciendo del corral capilla, de la pila del pozo altar, del libro de paja y cebada misal, del ventero ladrón maestre, de las meretrices caballeros asistentes, y de las bestias de los arrieros el capítulo de la orden, Cervantes descarga un golpe arrasador a toda mún, si leyera los inventarios de templos publicados hace no mucho: ocho brazos de Santa Teresa, dieciocho de Santiago, mandíbulas de San Juan de Bautista, la caballería como institución feudal consagrada por la Iglesia Ca¬ tólica. En la retahila de argumentos que hablan en pro de nuestra te¬ sis, no podemos omitir el hecho de que nuestro caballero andante a lo largo de todas sus aventuras y correrías jamás entra en un templo, ni hace una sola práctica religiosa de importancia, y cuan¬ do la realiza, la hace en son de befa. Recordemos la penitencia que Don Quijote lleva a cabo en Sierra Morena, donde no hay ni confesión, ni misa, ni cosas sagradas, pero sí un rosario hecho de las partes más bajas de su camisa. Por lo contrario, la única vez que en su camino él y su escudero encuentran un templo, sus pa¬ labras revelan todo menos respeto y reverencia. Realmente, por el capítulo 9 de la segunda parte nos roe y su escudero llegan al Toboso ras, en busca del imaginario alcázar do, ¡qué. fatalidad!, lo que hallan enteramos de que nuestro hé¬ de noche, de aquellas entrecla¬ de su adorada Dulcinea, cuan¬ hace exclamar a Don Quijote, quien marcha delante: “Con la Iglesia hemos dado, Sancho ” (11,9). Tanto los términos en que se expresa Don Quijote, como la descripción que el autor hace del ambiente nocturno: “. . .dio con el bulto que hacía la sombra. . .”, confieren a la escena un tono de profunda decepción y tristeza, ya que nuestro caballero, afano¬ so de ver realizado por fin su sueño dorado, en lugar de encontrar la mansión de su elevado ideal, topa con aquella mole de piedra, símbolo del oscurantismo medieval —de ahí las expresiones “bul¬ to” y “sombra”—; de la hipocresía, de la mentira y de la opresión material y espiritual, encarnadas en la Iglesia Católica de aquel en17 Cerrejón, Simón, Anticlericalismo 16 del Quijote, Madrid, 1916, p. 55. tonces. Y para que no cupiera ninguna duda al respecto, el inge¬ nioso autor no vacila en poner en boca de Sancho las siguientes palabras inequívocas: “Ya lo veo. . . y plegue a Dios que no de¬ mos con nuestra sepultura .” Es tan clara la mordaz observación de Cervantes en este trozo del texto que huelgan mayores comen¬ tarios. Con ella dio a entender que dar con la Iglesia en aquella época era lo mismo que arriesgar la vida. Corrobora nuestro punto de vista la circunstancia de que la palabra “iglesia” está escrita en la edición príncipe con mayúscula, circunstancia respetada sólo por la Academia de la Lengua. Cúmplenos, aquí, examinar brevemente los textos en los que el autor describe al clero y sus jerarcas, y ver cuál es su actitud hacia ellos bajo el prisma de la de sus principales personajes. El cura de aldea, personificado en la figura del licenciado Pe¬ dro Pérez, es el encargado de expurgar primero, y destruir des¬ pués, la biblioteca quijotil, fuente de las energías que inspiraron la vida del caballero andante. Lo busca, además, en las entrañas de Sierra Morena y, disfrazado, logra apresarlo, maniatarlo y enjau¬ larlo en un carro de bueyes, para así obligarlo a regresar a la estre¬ cha vida de una aldea, donde todo vuelo de la imaginación resulta imposible. Esta medida, no muy piadosa y aún menos propia de un pastor de almas, provoca esa reacción tan violenta por parte de Sancho, quien, dándose cuenta de que las personas que se encu¬ brían los rostros y que Don Quijote tomó por encantadores eran el mismo cura y sus amigos, dijo: “ ¡Ah, señor cura! señor curaá ¿Pensaba vuestra merced que no lo conozco, y pensará que yo no calo y adivino a dónde se encaminan estos encantamentos? Pues sepa que lo conozco, por más que se encubra el rostro, y sepa que le entiendo, por más que disimule sus embustes. . .” (1,47). Según se desprende de lo anterior, la figura del cura está lejos de ser sim¬ pática como suele sostener la crítica conservadora. Tampoco el canónigo sale bien librado de la pluma de Cervan¬ tes, si tomamos en cuenta que, durante la escena en que Don Qui¬ jote y el cabrero Eugenio se propinaban golpes, él y el cura reven¬ taban de risa, y en vez de ponerles en paz, como debían hacerlo siendo ministros de Dios, “ zuzaban los unos y los otros, como hacen a los perros cuando en pendencia están trabados’’'’ (1,52). Para emprenderla contra los arzobispos, Cervantes se vale del sentido práctico de Sancho en forma de su constante preocupa¬ ción por el gobierno de la ínsula o el condado, a fin de encubrir su descarga satírica enderezada contra los prelados. Acontece esto en el primer viaje de dido, cuando dejando el cura y el barbero Toboso. También les Sancho al Toboso, frustrado apenas empren¬ a su amo en Sierra Morena, se encontró con a. quienes habló del mensaje que llevaba al platicó acerca de la intención de su amo de 17 ponerse en camino para procurar cómo ser emperador. Al decirle el cura, con el propósito de divertirse, que su amo, si ya no empe¬ rador bien podría llegar a ser arzobispo, Sancho se inmuta a tal grado, que no deja de preguntar al párroco por los escuderos de los arzobispos, sus sueldos y recompensas. Enterado de que estos prelados no solían premiar a sus asistentes ni con ínsulas ni con¬ dados, se impacienta más, rogando al licenciado tratase de persua¬ dir a Don Quijote de hacerse emperador y no arzobispo, que “era lo menos que podía ser” (1,29). El superlativo neutro de esta últi¬ ma frase tiene su sentido doble: el directo relativo a las jerarquías sociales de aquella época, y el despectivo en la inteligencia de “lo menos” que podía ser en general, dada la corrupción y despresti¬ gio de las dignidades eclesiásticas. Asimismo la máxima autoridad de la Iglesia, el pontífice, se lleva su parte. En el episodio del encuentro de Don Quijote y San¬ cho con la farándula de Angulo el Malo, que Cervantes aprovecha para ridiculizar a las cabezas coronadas, hay una referencia a los papas que no es fortuita. Cuando Sancho contesta afirmativamen¬ te la pregunta de su amo, acerca de si ha visto alguna pieza teatral en que se introducen reyes, emperadores, pontífices, caballeros, damas y otros personajes, Don Quijote comenta: “—Pues lo mesmo. . . acontece en la comedia y trato deste mundo, donde unos hacen los emperadores, otros los pontífices, y, finalmente, todas cuantas figuras se pueden introducir en una comedia” (11,12). Pero Don Quijote, como lo apuntamos arriba, no ataca a los eclesiásticos sólo con palabras, sino también con sus armas. Así sucede en la ya referida aventura del encuentro con los monjes benitos. Viendo llegar a los frailes, precediendo a un coche en que iba una señora vizcaína camino de Sevilla, a pesar de la adverten¬ cia de Sancho de que mirara lo que hacía porque aquéllos eran frailes y no encantadores, nuestro hidalgo detiene el cortejo, exige la liberación inmediata de la supuesta princesa y, después de tildar a los monjes de gente endiablada y fementida canalla, arremete físicamente contra ellos (1,8). Se nos podría objetar que en lo su¬ cedido no ha de verse nada de extraño, ya que se trata de una de tantas confusiones que padecía Don Quijote, el cual ajustaba to¬ das las cosas y sucesos según por donde le daba su insania. Pero, ¿por qué el airado caballero usa expresiones tan ultrajantes preci¬ samente en las embestidas contra los eclesiásticos, y no contra los laicos?, y, ante todo, ¿por qué no se detiene siquiera después de haber sido avisado de que la gente ensotanada eran frailes y no monstruos, dado que el loco por la pena es cuerdo? Pues porque Cervantes sabía perfectamente bien que atacar a las claras el pode¬ roso elemento monacal era lo mismo que condenarse a la hoguera. 18 De ahí los insultos puestos en labios de un loco a cuyo amparo todo se podía expresar. Nuestro hidalgo embiste, por segunda vez, contra los clérigos, en el episodio de los encamisados que acompañaban un cadáver de Baeza a Segovia para enterrarlo. La escena se asemeja mucho a la aventura de los monjes benedictinos. En una y otra, Don Quijo¬ te se desata en denuestos contra los eclesiásticos, en una' y otra, éstos ponen pies en polvorosa originando situaciones por extremo cómicas. No obstante, hay ciertos aspectos en que difieren entre sí. En tanto, por ejemplo, que en la primera aventura hay más invectivas, en la segunda las pocas que lanza contra ellos son más fuertes y ofensivas, pues les trata, ni más ni menos, que de satanases del infierno. Sobre esto, el autor acentúa el tono burlesco en el segundo episodio al llamar a los sacerdotes “encamisados”, pa¬ rangonándolos de tal suerte con los cómicos que durante las enca¬ misadas, especie de mojigangas o fiestas nocturnas, iban de noche cubiertos con camisas blancas y con hachas encendidas haciendo mil locuras, para diversión y regocijo de la gente: “Todos los en¬ camisados era gente medrosa y sin armas, y así. . . comenzaron á correr por aquel campo, con las hachas encendidas, que no pare¬ cían sino a los de las máscaras que en noche de regocijo y fiesta corren” (1,19). Cervantes, además, en el diálogo que sigue a la aventura, por boca de su héroe comenta el episodio, aludiendo a los eventos rea¬ les de su vida relacionados con el clero que lo excomulgó por ha¬ ber embargado bienes de la Iglesia, como lo señalamos antes: Yo entiendo, Sancho, que quedo descomulgado, por haber puesto las manos violentamente en cosa sagrada, juxta illud, si quis suadente diabolo, etcétera, aunque sé bien que no puse las manos, sino este lanzón; cuanto más que yo no pensé que ofendía á sacerdotes ni á cosas de la Iglesia, á quien respeto y adoro como católico y fiel cristiano, sino á fantasmas y á vestiglos del otro mundo. Y cuando así fuese; en la me¬ moria tengo lo que le pasó al Cid Rui Díaz, cuando quebró la silla del embajador de aquel rey delante de su Santidad del Papa, por lo cual lo descomulgó, y anduvo aquel día el buen Rodrigo de Vivar como muy honrado y valiente caballero (ibidem). En este lugar cabe destacar cuatro momentos: la alusión ala excomunión de que fue objeto el propio autor, el significado del > vocablo cosa en el diálogo, la protesta de ortodoxia, y la referen¬ cia a la excomunión del Cid. En cuanto a la primera, ella es tan clara y directa que no deja lugar a dudas. Pruébalo la primera par¬ te de la afirmación, en que Don Quijote dice que fue excomulga19 do por haber puesto las manos en cosa sagrada, aunque respectivo decreto del Concilio de Trento, cuyo comienzo en latín aduce, preveía la aplicación de la excomunión sólo a aquellos que hayan puesto las manos en persona sagrada. En la novela, al revés, el hi¬ dalgo manchego maltrata a las personas y no las cosas de la Igle¬ sia. ¿Cómo explicarlo? A nuestro juicio, Cervantes juega aquí con dos de las acepciones que tiene, entre otras, la palabra “co¬ sa”. Aludiendo al suceso real de su vida, tiene en mente su sentido de “objeto”, dado que en aquella ocasión echó mano, a nombre del Estado, de los bienes eclesiásticos que él no consideraba ni eran sagrados, pues dicho decreto no se extendía a ellos, pero que el clero en su codicia de riquezas materiales, recurriendo a la in¬ terpretación casuística de la disposición, presentó como tales para justificar la excomunión de nuestro autor vejándole injustamente; y refiriéndose al episodio novelesco, piensa en su significado de “ser”, reconociendo haber puesto las manos en las personas sagra¬ das, aunque disculpándose sofística y socarronamente que no pu¬ so las manos, sino el lanzón, pagando a la clerecía apaleada y ven¬ cida con la misma moneda. Siendo los vilipendios sumamente in¬ juriosos, Cervantes estimó necesario protegerse mediante la pro¬ testa de fidelidad religiosa, según resalta del pasaje copiado. Sin embargo, ello no fue óbice para que en el mismo pasaje tornara a increpar a los clérigos diciendo que los atacaría aunque no le pare¬ ciesen vestiglos del otro mundo, cotejando su satisfacción por la paliza que les dio con la de Cid Campeador, cuando fue excomul¬ gado por haber roto la silla del embajador francés en la iglesia de San Pedro en Roma; lo cual quiere decir en buen castellano que, para el héroe de Lepanto, la excomunión papal y la carabina de Ambrosio eran la misma cosa. Pues bien, el ataque verbal más virulento que Cervantes lanza contra la Iglesia es, ciertamente, la rotunda y colérica réplica dada por Don Quijote al eclesiástico que regía espiritualmente la casa de los duques. Era dicho clérigo, inconcusamente, hombre de po¬ cos quilates y defensor de lo que creía ser buena dirección espiri¬ tual de la familia en cuyo seno vivía como parásito. Mas cedamos la palabra a la mejor pluma española, que nos describe su retrato con mano maestra, como sólo ella sabía hacerlo: La Duquesa y el Duque salieron a la puerta de la sala a recibirle y con ellos un grave eclesiástico destos que gobiernan las casas de los prínci¬ pes; destos que, como no nacen príncipes, no aciertan a enseñar cómo lo han de ser los que lo son; destos que quieren que la grandeza de los grandes se mida con la estrecheza de sus ánimos; destos que queriendo mostrar á los que ellos gobiernan bles. . . (11,31). 20 á ser limitados, les hacen misera¬ Tan aniquiladora miagen del religioso anuncia un tempestuoso choque entre los representantes de dos mundos por entero opues¬ tos: el humanístico de Cervantes y el reaccionario del eclesiástico, choque que no se hizo esperar. El religioso, que ya antes había censurado a los duques por su afición a la historia de Don Quijo¬ te, manifestándoles que era desacertado leer tales dislates, al oír hablar al caballero manchego de gigantes y encantadores, cayó en la cuenta que el extraño huésped era Don Quijote en persona, por lo cual volviéndose al Duque dijo: — Vuestra excelencia, señor mío, tiene que dar cuenta a Nuestro Señor de lo que hace este buen hombre. Este don Quijote, ó don Tonto, ó como se llama, imagino yo que no debe de ser tan mentecato como Vuestra excelencia quiere que sea, dándole ocasiones á la mano para que lleve adelante sus sandeces. . . —y dirigiéndose a Don Quijote, pre¬ cisó—. Y á vos, alma de cántaro, ¿quién os ha encajado en el cerebro que sois caballero andante y que vencéis gigantes y prendéis malandri¬ nes? . . . volveos á vuestra casa y criad a vuestros hijos, si los tenéis, y curad de vuestra hacienda, y dejad de andar por el mundo, papando viento y dando que reír á cuantos os conocen. . . (ibidem ). Está claro que, en este episodio, por labios del eclesiástico ha¬ bla el funesto fanatismo del clero medieval español, todo el oscu¬ rantismo de la Iglesia de aquellos tiempos, así como el negro po¬ der de las órdenes monacales sobre la conciencia humana. Hay más aún: en la voz del arrogante religioso habla el mismo gremio eclesiástico desatando su ira, no sólo contra los disparatados li¬ bros caballerescos sino, ante todo, contra la moral de la caballería y, en el fondo, contra los conceptos humanísticos de Cervantes, los cuales se ocultaban detrás de ella. A esto se debe el descomedi¬ miento insólito en la cortesía de Don Quijote que estaba a punto de sacarle de sus quicios, y con el que nuestro hidalgo, temblando como un azogado, respondió terminantemente al apasionado ecle¬ siástico: . . .dígame Vuestra merced: ¿por cuál de las mentecaterías que en mí ha visto me condena. . . y me manda que me vaya á mi casa á tener cucnta en el gobierno della y de mi mujer y de mis hijos, sin saber si la tengo ó los tengo? ¿No hay más sino á trochemoche entrarse por las casas ajenas á gobernar sus dueños, y habiéndose criado algunos en la estrecheza de algún pupilaje, sin haber visto más mundo que el que pue¬ de contenerse en veinte ó treinta leguas de distrito, meterse de rondón á dar leyes á la caballería y á juzgar de los caballeros andantes? ¿Por ven¬ tura es asumpto vano ó es tiempo mal gastado el que se gasta en vagar por el mundo, no buscando los regalos dél, sino las asperezas por donde los buenos suben al asiento de la inmortalidad? Si me tuvieran por ton¬ to los caballeros, los magníficos, los generosos, los altamente nacidos, tuviéralo por afrenta irreparable, pero que me tengan por sandio los es- 21 tudiantes, que nunca entraron ni pisaron las sendas de la caballería, no se me da un ardite: caballero soy y caballero he de morir, si place al Altísimo. Unos van por el ancho campo de la ambición soberbia; otros por el de la adulación servil y baja; otros por el de la hipocresía engaño¬ sa, y algunos por el de la verdadera religión; pero yo inclinado de mi estrella, voy por la angosta senda de la caballería andante, por cuyo ejercicio desprecio la hacienda, pero no la honra (11,32). Esta formidable catilinaria desencadenada contra uno de los más fanáticos servidores de la Iglesia, quien so capa de religión se metía en camisa de once varas, no más que por disfrutar del favor del duque, amén del plato opíparo de su mesa, que convertía en desquite del comistrajo con que consoló el hambre durante el pu¬ pilaje, no tiene por fin sólo arremeter contra aquéllos, sino tam¬ bién defender y enaltecer la moral caballeresca, que aquí repre¬ senta la moral humanística y reviste una importancia transcedental que rebasa por mucho su significado literal. En su contundente réplica Don Quijote sale de facto en categórica defensa de su alta y noble misión social y humanista de restablecer la felicidad y el bien en la tierra, y reprende resueltamente el fanatismo, la estre¬ chez de miras y la falsedad de la ética eclesiástica. La tradición literaria cervantina refiere que el ilustre escritor quiso censurar en la persona de aquel aciago religioso a un fraile que gobernaba la casa del duque de Béjar por haberse empeñado en disuadirlo de admitir la dedicatoria de la primera parte del Qui¬ jote dirigídale por Cervantes. Si bien dicho monje no pudo salirse del todo con la suya, sí pudo lograr que el Duque olvidase y des¬ atendiese el mérito de Cervantes, quien, por esta razón, no volvió a dedicarle ninguna de sus demás obras. Y no falta quien diga que este eclesiástico era fray Luis de Aliaga, comensal entonces del susodicho duque y confesor luego del rey Felipe III. No negamos la posibilidad de que Cervantes, al escribir este episodio, haya te¬ nido en la mente al mencionado fraile, pero no creemos que lo haya increpado directamente, dado que nuestro autor tomaba a las personas de la vida real sólo como tipos pertenecientes a deter¬ minadas clases sociales euya mentalidad se manifestaba a través de la actuación de los tales modelos, pues la obra inmortal de Cer¬ vantes es una novela satírica de alcances universales, y no un libe¬ lo o un pasquín. Por último, el profundo desprecio que el autor sentía hacia aquellos poderes político y religioso, que se confundían en un apretado haz, llega a su apogeo en el capítulo 45,11, durante la contienda sobre el baci-yelmo y la albarda-jaez, habida en la ven¬ ta. Al querer los cuadrilleros prender a Don Quijote, contra quien traían la orden de prisión por haber liberado a los galeotes, el hi22 dalgo manchego monta en gran cólera con las siguientes palabras extremadamente violentas: Venid acá, ladrones en cuadrilla, que no cuadrilleros, salteadores de ca¬ minos con la licencia de la Santa Hermandad ; decidme: ¿Quién fue el ignorante que firmó mandamiento de prisión contra un tal caballero co¬ mo yo soy? ¿Quién el que ignoró que son esentos de todo judicial fue¬ ro los caballeros andantes, y que su ley es su espada, sus fueros sus bríos, sus premáticas su voluntad? He aquí otro ejemplo como el del libro El caballero de la cruz : a pesar de la santidad de la tal Hermandad, el autor no titubea en censurarla acremente. Y para entender todo el alcance de esta tre¬ menda cartilla leída a los guardianes del orden de aquel entonces, diremos que la Santa Hermandad a que se refiere Don Quijote fue creada por los Reyes Católicos, en 1470, para combatir los delitos que se cometieran en despoblado. Pero en tiempos de Cervantes fueron tales los abusos que hizo de sus facultades dicho organis¬ mo, vejando, atropellando y persiguiendo a la gente injustamente, que los pueblos aterrados clamaron por su desaparición, prefirien¬ do habérselas con los bandoleros. De ahí lo fuerte de sus expresio¬ nes y la extraordinaria furia de nuestro caballero. Pero mucho mayor importancia que el lenguaje tan franco y directo, revisten los conceptos que el autor tenía acerca de los órganos del poder judicial y policíaco, pues del pasaje transcrito se desprende claramente que el caballero andante, portavoz de Cervantes, no respetaba ninguna ley ni norma convencional de la sociedad feudal en que vivía y actuaba. ¿Dónde está, por lo tanto, la tan decantada conformidad de Cervantes con las instituciones y creencias eclesiástico-feudales? Por lo visto y leído, en la cabeza de los que la tomaron. . . ¡no del Quijote sino de su propio ma¬ gín! Una vez más, queda demostrado que Cervantes dice lo que quiere decir —si bien disimuladamente—, defiende siempre al débil y desvalido, ataca abusos e injusticias allí donde se encuentren, y en todo momento protesta con valentía insuperable contra las de¬ masías de los poderosos. * De acuerdo con otra aserción, muy traída y llevada por los co¬ mentadores tradicionales y —lo que es más grave— también por algunos progresistas, Cervantes no habría atacado en su novela al Tribunal de la Santa Inquisición, lo cual constituye otro dispara23 te. Mas, antes de refutar dicha aserción, echemos algunos incidentes biográficos del egregio autor. una mirada a “La semblanza de un autor no siempre ayuda a comprender mejor sus obras. La poesía lírica de un Góngora o Mallarmé, por ejem¬ plo, debe ser entendida, primero, en su forma tradicional que ellos trataron de superar o renovar. De todos modos, los hechos biográficos tienen la mínima importancia en estos casos. . . Para la explicación de la obra en conjunto de Cervantes, en cambio, el conocimiento del decurso de su vida tiene por completo otra sig¬ nificación y trascendencia. En los prólogos a sus obras, encontra¬ mos una serie de rasgos autobiográficos: Cervantes revela que con¬ cibió el Quijote en una cárcel, constantemente vuelve a hablar de su participación en la batalla naval de Lepanto, etcétera. Nuestro autor está en todo caso persuadido de la continuidad interna e inmanencia de la experiencia vital. Vida y obra se entrelazan en la unidad de un mismo proceso. . .”18 Aplaudimos tan acertadas pa¬ labras del moderno hispanista alemán, ya que la vida de Cervantes fue tal que por sí sola y sencillamente narrada formaría un drama interesantísimo, la historia de continuas peregrinaciones, más si¬ niestras y aventuradas que podamos imaginarnos. La posteridad progresista, con razón impaciente por conocer los actos como las ideas del genio que venera, halla un nuevo tesoro cada vez que penetra en lo íntimo de los conceptos, sentimientos, inclinaciones y aspiraciones de Cervantes, y toma por ellas un interés en pro¬ porción al noble y elevado fin que le sirvió de acicate. El más grande escritor español no es de aquellos entre cuyo cerebro y corazón, entre cuyas creencias y prácticas, medie un abismo. Por el contrario: leer sus obras es conocer su vida, y leer su vida es entender sus obras. En efecto, las peripecias de la vida del gran alcalaíno ofrecen un amplísimo cuadro en que hay rudos contrastes de color. Preva¬ lecen en él los tonos oscuros: unos meses de contento pasados en Italia, en el bullicioso vivir de soldado, y un imborrable primer amor, cuyas castas delicias se vislumbran en las páginas de La Ca¬ latea, alternan, por excesivo contrapeso, con un sinnúmero de ma¬ laventuras: en la niñez, las constantes penurias de la casa paterna, movediza como un campamento de tribu nómada, siempre en busca de lo más necesario; en sus mocedades, el hospital de Mesina, para sanar de las famosas heridas recibidas en Lepanto, no sin 18 Krauss, Werner, Miguel de Cervantes, Leben pp. 12-13. (La traducción del pasaje es nuestra.) 24 und Werk, Berlín, 1966, quedarle estropeada la mano izquierda; cuatro años después, el prolongado y penoso cautiverio en Argel; más tarde, ya hombre maduro, el trajinado ir y venir de apoderado de los proveedores Valdivia, Guevara e Isunza, ora excomulgado en Ecija y Castro del Río, ora preso en esta villa y en la cárcel de Sevilla; y todavía en los umbrales de la vejez, el nuevo encarcelamiento en Valladolid, obra de un alcalde inicuo. Entre las figuras de este cuadro hay una de todo punto negra y asquerosa, en comparación con la cual parece simpática aun la del cruelísimo rey de Argel. Nos referimos al embustero, rahez y per¬ verso clérigo, también cautivo, enemigo de Cervantes. Son noto¬ rias las bajezas de aquel individuo: primero delató a Cervantes y a sus camaradas malográndoles un atrevido plan de evasión, urdido por el intrépido Miguel, para recibir por recompensa de Judas. . .: ¡un escudo de oro y una jarra de manteca! Y después, cuando Cervantes con justa razón se quejaba de su alevosía, le amenazó con tomar informaciones contra él para hacerle perder toda “pre¬ tensión que tenía de su magestad de hazerle merced de sus servi¬ cios y cosas que hizo en Argel”.19 A fin de poder justipreciar toda la infamia de este vil religioso, vamos a pormenorizar la traición: Imaginémonos a Cervantes en Argel, esperanza de los cautivos cristianos, padre de los desdicha¬ dos, expuesto a la muerte por amor del prójimo, rebosando de ese quijotismo sublime que le dio el tema de su célebre creación, ala¬ bado de todos por la práctica de tantas virtudes y hechos históri¬ cos, pero vendido, odiado y traicionado. . . ¡sólo por un despre¬ ciable fraile! Recordemos, a guisa de contraste, las nobilísimas palabras proferidas por nuestro autor al enterarse de que había sido traicionado, palabras según las cuales ningunos tormentos ni la misma muerte serían bastantes para que él condenase a ningu¬ no, sino a él mismo, porque él tomaría sobre sí todo el peso de la trama de la fuga —como lo ha hecho en realidad— aunque tenía por cierto morir por ello. . . Y, ¿quién fue ese inverecundo delator? ¡Nada menos que el doctor en teología Juan Blanco de Paz, fraile profeso de la orden de Santo Domingo y comisario del Santo Oficio de la Inquisi¬ ción! Dos morales y dos teologías antípodas, frente a frente: la noble, sincera y humana de Cervantes, y la hipócrita, santurrona y traidora de un ministro de Dios y agente de la Inquisición. Aquí no hay conjeturas ni suposiciones, sino hechos históricos, pues se queja la misma víctima,20 hechos reconocidos hasta por los cer19 In formación de A rgel, 1578. 20 Ib ídem. 25 vantistas conservadores y serios, entre los que destaca F. Rodrí¬ guez Marín. Este dato auténtico caracteriza perfectamente la índole de los asuntos aparentemente personales, pero de hecho públicos, pues¬ to que no se trataba sólo de lucha individual entre Cervantes y su enemigo, sino de reproducción de la lucha nacional en miniatura, la lucha entre dos mundos: el humanista y renacentista de Cervan¬ tes y el contrarreformista y ultrarreaccionario del monje. Comple¬ ta este dato el hecho de que Cervantes haya vivido la atmósfera de terror imperante, en especial en los años 1558-1570, en que se persigue a ilustres humanistas, acusados de protestantismo, como a los hermanos Alfonso y Juan de Valdés, o se les quema en la hoguera, como a Agustín Cazalla; y aparecen los índices de libros prohibidos, que tan poderosamente habían de influir en el rumbo que estaba tomando la vida espiritual española. También a este respecto la sabiduría popular refleja, a través de algunos de sus refranes, el temor al Santo Oficio, como por ejemplo: “Líbrete Dios del delito contra las tres santas, Inquisición, Hermandad y Cruzada."21 Así las cosas, ¿pudo Cervantes dejar de fijar su posición con respecto a la institución que desempeñaba una función tan impor¬ tante y funesta en la sociedad española de aquella época? Ni so¬ ñarlo, ya que el héroe de Lepanto era todo menos pusilánime, y gracias a su gran ingenio supo enlazar su causa privada con la co¬ lectiva, la particular con la común. En efecto, nuestro autor alude varias veces a la Inquisición a lo largo de las páginas del Quijote, asumiendo una actitud del todo hostil y burlesca ante ella. Repasemos una por una. La primera alusión, si bien leve, la suelta Sancho en su conver¬ sación con la duquesa en el jardín ducal durante el episodio con la primera Dueña Dolorida. Luego de pasar los tres carros alegóricos, con sus respectivos encantadores, anocheció, y en medio de las hogueras que iluminaban el jardín, empezó a oírse una suave mú¬ sica que causó alegría en Sancho y el siguiente cambio de comen¬ tos entre él y la duquesa: “—Señora, donde hay música no puede haber cosa mala. —Tampoco donde hay luces y claridad —respon¬ dió la duquesa. A lo que replicó Sancho: — Luz da el fuego y clari¬ dad las hogueras. . .” (11,34). En esta última frase Cervantes usa la voz “claridad” en doble sentido: etimológico y figurado. En el primer caso significa “luz”, y en el segundo “ilustración”, con lo cual insinuó que la cultura llevaba la gente a la hoguera. Compruébanlo los términos en que Sancho finaliza su réplica a la duquesa: “. . .y bien podría ser que nos abrasasen. . . las hogueras. . .” (ibi21 Alemán, Mateo: Guzmán 26 de Alfarache, Libro I, cap. 7. dem). A este propósito traigamos a la memoria la respuesta que Humillos, uno de los candidatos a la alcaldía de Daganzo en el entremés del mismo nombre, da a la pregunta del bachiller de si sabía leer: No por cierto ni tal se probará que en mi linaje haya persona tan de poco asiento que se ponga a aprender esas quimeras, que llevan a los hombres al brasero, y a las mujeres a la casa llana. (Elección de los alcaldes de Daganzo) Evidentemente, Humillos expresa la misma idea cervantina conforme a la cual, en aquellos tiempos, el saber llevaba a los hombres a la hoguera, ya que el brasero22 no era sino el sinónimo de la misma. Otro pasaje en que menciona, esta vez directamente, al Santo Oficio es el de la simulada muerte de Altisidora. Los mismos co¬ mentadores que se niegan a ver en el Quijote otra cosa que una obra literaria sin más alcances que combatir los libros de caballe¬ rías, aceptan el encantamiento de Altisidora y las grotescas cere¬ monias descritas en el capítulo 64,11, como una burlesca crítica de los autos de fe en general 23 Por razones obvias, el método literario que el autor usa para llevarla al cabo es de los más caute¬ losos. En realidad, Cervantes escalona la aventura por espacio de varios capítulos, aludiendo en cada una de sus fases al procedi¬ miento inquisitorial durante los autos de fe, acentuando las insi¬ nuaciones a medida que va desarrollándose la acción e intercalan¬ do en él, para fines de diversión, los elementos de la Eneida de Virgilio sobre la muerte de Dido. Describiremos a continuación el auto de fe, cuando fueron llevados Don Quijote y Sancho Panza al patio del castillo ducal, alrededor del cual ardían casi cien an¬ torchas puestas en sus candeleras, y en los pasillos del patio más de quinientas luminarias. Acto seguido, Cervantes explica la dis¬ posición de la plaza y distribución de asientos de los que concu¬ rren al auto. Luego describe el lugar que con visos de soberano ocupa el tribunal, y junto con él las autoridades que lo acom¬ pañan: A un lado del patio estaba puesto un teatro y dos sillas, sentados dos personajes que por tener coronas en la cabeza y ceptros en las manos, 22 Ver el Diccionario gunda acepción. de la Real Academia Española, 1956, p. 203, se¬ 23 Valera, Juan, “Sobre el Quijote y las diferentes maneras de comentar¬ le y juzgarle”, Obr. completas, Madrid, Aguilar, 1947, t. III. 27 daban señales de ser algunos reyes, ya verdaderos, ó ya fingidos. Al lado deste teatro. . . estaban otras dos sillas, sobre las cuales los que trujeron los presos sentaron á don Quijote y á Sancho. . . Subieron, en esto, al teatro con mucho acompañamiento, dos principales personajes, que lue¬ go fueron conocidos de don Quijote ser el Duque y la Duquesa, sus huéspedes. . . (11,69). Según los historiadores expertos en materia inquisitorial, los inculpados que comparecían ante un auto de fe debían llevar hᬠbitos especiales comúnmente denominados sambenitos. Estos eran, por lo general, negros con estampados dibujos de pavorosas llamas o de diablos empujando al impío hacia el infierno. Ade¬ más, los sayones solían poner en la cabeza de los reos la coroza, especie de capirote de figura cónica en señal afrentosa, y asimis¬ mo, pintada de dibujos alusivos a su delito. Igual ocurre con San¬ cho, quien está obligado a servir de víctima propiciatoria. El autor llega hasta a comparar nominalmente las dos prendas de vestir de Sancho con las de los penitentes del Santo Oficio durante los au¬ tos de fe. Veamos cómo lo representa Cervantes: Salió, en esto, de través, un ministro, y llegándose á Sancho, le echó una ropa de bocací negro encima, toda pintada con llamas de fuego, y qui¬ tándole la caperuza, le puso en la cabeza una coroza, al modo de las que sacan los penitenciados por el Santo Oficio, y díjole al oído no desco¬ siese los labios, porque le echarían una mordaza ó le quitarían la vida (;ibidem ). La pena que en el proceso el juez Radamanto hizo caer sobre Sancho, por haber supuestamente causado la muerte de Altisidora, hace pensar en las torturas a que eran sometidos los acusados: Ea. ministros desta casa, altos y bajos, grandes y chicos, acudid unos tras otros, y sellad el rostro de Sancho con venticuatro ma¬ monas y doce pellizcos y seis alfilerazos en brazos y lomos; que en esta ceremonia consiste la salud de Altisidora” {ibidem). Para mayores detalles de la escena, remitimos al lector curioso a nues¬ tro ensayo precitado,24 y pasamos a las opiniones respectivas opuestas a las nuestras. Así escribe Diego Clemencín: Esta mención del Santo Oficio con la del sambenito pintado de llamas y la coroza suscitó quizá la idea de que Cervantes quiso representar y aun sindicar las cosas de aquel tribunal en el pasaje de la resurrección de Altisidora como alguno ha pretejndido, aunque sin fundamento, pues siempre que Cervantes tuvo ocasión en sus obras de hablar acerca del S. 24 Pp. 194-196. 28 Oficio, manifestó bien claramente que participaba del respeto general que se le profesaba y de las ideas comunes de su tiempo.25 Aquí, y como siempre en casos delicados, Clemencín pone el dedo en la llaga, y acto continuo, se sale por la tangente, ya que sus supuestos argumentos de tipo general no tienen nada que ver con el episodio concreto, y tampoco corresponden a la verdad en cuanto a los pasajes de la misma índole en las demás obras cervan¬ tinas. Además, ¿por qué y para qué vestir de aquellas prendas in¬ quisitoriales al pobre Sancho y mofarse de él haciéndole mamonas y dándole pellizcos? ¿Y por qué rotula Cervantes el capítulo con este epígrafe: discurso desta balo también tor hace en lo “Del más raro y más nuevo suceso que en todo el grande historia avino a don Quijote ”? Comprué¬ dos momentos más: primero, el hincapié que el au¬ parecido de la escena a un auto de fe, cuando en el capítulo 70,11, o sea el siguiente, escribe: “El Duque. . . mandó encender las hachas y las luminarias del patio y poner a Altisidora sobre el túmulo con todos los aparatos que-.se han contado, tan al vivo y tan bien hechos que de la verdad a ellos había bien poca diferencia"-, y segundo, la circunstancia de servirse del presunto autor árabe Cide Hamete Benengeli, como protección para profe¬ rir las siguientes palabras demoledoras dirigidas contra la pareja ducal: “Y dice más Cide Hamete: que tiene para sí ser tan locos los burladores como los burlados, y que no estaban los duques dos dedos de parecer tontos, pues tanto ahinco ponían en burlar¬ se de dos tontos ” (ibidem ). ¿Podría escribirlas sin el disfraz del supuesto autor arábigo? La respuesta se impone por sí misma. Entre las tesis contrarias las hay también conservadoras mili¬ tantes que pasaríamos por alte —dado que mueven no sólo a risa sino a carcajadas—, si no se tratara de un asunto tan serio e impor¬ tante. Dichas opiniones quieren convertir a Cervantes y sus ideas. . . ¡ni más ni menos que en reaccionarios! El típico repre¬ sentante de tales pareceres fue el hispanista italiano Cesare de Lollis, quien en su trabajo Cervantes reazionario, en punto al Santo Oficio escribe: Ma credo si farebbe del sentimentalismo sua continuita la preoccupazione letterario se considerando nella che Cervantes) ebbe di non dispiacere in tutta la distesa della sua opera letteraria al Sant’Uffizio, si gridasse al genio vittima della superstizione —bel motivo romántico! - al libero pensiero ottenebrato dall’oscurantismo.26 25 El comentario nota. 26 Roma, al capít. 69 de su edición del Quijote, t. VI, p. 377, 1924, p. 64. 29 Afirmar que Cervantes se preocupó a lo largo de toda su obra literaria por no disgustar al S. Oficio es lo mismo que soñar des¬ pierto, y lo único que este señor prueba es su propia ideología ultrarreaccionaria que trata de colgar a Cervantes. Tales juicios, de cabo a rabo gratuitos y traídos por los cabellos, son por completo arbitrarios y sólo sirven a determinados intereses creados, identifi¬ cados con el fascismo, al que dicho literato italiano no quiso “dispiacere” durante el último período de su vida. Pero dejemos sus desvarios y leamos el ataque más virulento desatado por Cervantes contra esa terrible autoridad eclesiástica. Ocurre aquél en el instante en que Don Quijote y Sancho Panza, de regreso a su pueblo, encuentran en un prado al cura y al bachi¬ ller Carrasco, que estaban rezando, escena que Cervantes describe como sigue: Y es de saber que Sancho Panza había echado sobre el rucio y sobre el lío de las armas, para que sirviera de repostero, la túnica de bocací pin¬ tada de llamas de fuego que le vistieron en el Castillo de los Duques en la noche que volvió en sí Altisidora. Acomodóle cabeza, que fue la más nueva transformación jamás jumento en el mundo (11,73). también la coroza en la y adorno con que se vio ¡El asno ataviado con la vestimenta inquisitorial! ¿Puede ha¬ ber una befa más despiadada y aniquiladora de aquella institución policíaca que se llamaba cristiana, pero que, en realidad, se regía por un sistema salvaje de represión y de odio? Escribir, después de leer esta tremenda sátira contra el Santo Oficio, que no “es posible, a menos de forzar los textos, ver ata¬ ques a la Inquisición”, o que “Cervantes era respetuoso de la In¬ quisición”, equivale a cerrar los ojos para no ver la claridad. Si los doctos hispanistas, ante los cuales nos quitamos el sombrero en señal de reconocimiento de sus notables méritos para la moderna ciencia cervantina, hubiesen dedicado un poco más de tiempo y atención a los problemas socio-económicos y políticos que pulu¬ lan en el Quijote, y un poco menos a las lucubraciones filosófico -religiosas, a veces demasiado abstractas, no habrían emitido jui¬ cios tan superficiales y desacertados al respecto.27 Cervantes te¬ nía, a pesar de su gran idealismo, los pies bien plantados en el suelo y, por ello, conocía a fondo y a la perfección la verdad de su patria; sobre todo, sabía muy bien que los males que la acongo¬ jaban eran fundamentalmente de orden material, porque los había experimentado en carne viva. Es posible que algún lector nos haga la siguiente pregunta: 27 Castro, Américo, obr. cit., p. 206, y Bataillon, M., obr. cit., II, p. 422. 30 Siendo Cervantes tan adverso a la Iglesia como ustedes han pre¬ tendido demostrar, ¿cómo pudo pertenecer a la Congregación de indignos esclavos del Santísimo Sacramento? , y, a más de esto, ¿cómo, pocos días antes de morir, pudo profesar en la Orden Ter¬ cera de San Francisco? A este respecto, hemos de poner los puntos sobre las íes: Nos¬ otros no negamos el cristianismo de Cervantes, ni su sinceridad como creyente; lo que sí negamos es que fuese un partidario in¬ condicional de la Iglesia Católica como organización, no tanto religiosa cuanto social y política, en su etapa histórica más decaden¬ te, ya que confundir las dos cosas sería lo mismo que confundir la religión con el gremio eclesiástico, o, como diría Sancho, mezclar berzas con capachos. Por lo que toca a lo segundo, para entenderlo debemos partir de los hechos, que son éstos: En aquella época, la Iglesia mortifi¬ caba cuanto podía a los escritores que descollaban del montón de los mediocres y sumisos, haciéndoles la vida poco menos que im¬ posible con sus zanganadas y persecuciones, hasta el extremo que comprendieron que para poder escribir con relativa libertad y tranquilidad, no había más remedio que acogerse a sagrado, y de ral modo pagar el tributo mínimo que la Iglesia ha exigido siem¬ pre a falta de mayor ofrenda. Por añadidura, no había entonces, en la corte, arte, profesión ni oficio que no tuviera su correspon¬ diente congregación, cofradía, hermandad o corporación similar. Era, por así decirlo, la moda impuesta por la Iglesia, y no había otra alternativa: o con ELLA, o contra ELLA. De ahí que los lite¬ ratos y artistas, en general, no fuesen la excepción; máxime si se toma en consideración que la gente de letras, a los ojos de la Igle¬ sia, fue siempre propensa y, por lo tanto, sospechosa de la herejía. Por este motivo y la necesidad que tenían, si no querían seguir escribiendo otra cosa que sermones y libros devotos, de cubrirse con el sagrado pabellón, apoyaron la iniciativa tomada al efecto por el trinitario Fray Alonso de la Purificación y el gentilhombre de cámara Antonio Robles y Guzmán, naciendo de ella la susodi¬ cha Congregación. A ésta pertenecieron, además de Cervantes, Sa¬ las Barbadillo, Vicente Espinel, Lope de Vega, Quevedo y muchos más. Una vez sabido esto, ¿qué significa el que Cervantes, como otros tantos, perteneciese a esa Congregación? Además, la Iglesia ponía particular cuidado en que murieran profesos en cualquier orden religiosa todos aquellos que por su fama o sapiencia pudie¬ ran dar brillo y renombre a la religión; así es que Cervantes no había de escapar a este dilerna; y él, como lo vimos, tuvo otra razón especial y poderosa: el temor a la Inquisición, no tanto por 31 su vida cuanto por su libro, con el fin de salvarlo para la posteri¬ dad. Agotadas sus fuerzas y rendido de cuerpo y espíritu por las amarguras y desilusiones sufridas, moribundo y siempre agradeci¬ do, ¿qué de extraño pueda haber si profesó, en los últimos días de su existencia, mas no en la orden de los dominicos, benedicti¬ nos o jesuítas, sino en la Venerable Orden Tercera, cuyos votos eran la humildad y la pobreza? * Así y todo, la crítica tradicional insiste en su punto de vista, valiéndose para ello con frecuencia del siguiente razonamiento: Si Cervantes, en su obra máxima, de veras atacaba a la Iglesia y a la Inquisición, ¿por qué esta última prácticamente no ha tocado el Quijote ? El notable cervantista cubano José de Armas y Cárde¬ nas, por ejemplo, escribe: La Inquisición no fue, en verdad, severa con Cervantes ni con el Quijo¬ te. Nada tachó en la primera parte y cuatro años después de impresa la segunda, mandó solamente borrar, según el Indice expurgatorio de 1619, estas palabras en el capítulo 36: “Y advierte Sancho que las obras de caridad que se hacen tibia y flojamente no tienen mérito ni valen nada.”28 Realmente, nos sorprende el que tal cosa haya podido afirmar un cervantista de ideas avanzadas como fue este literato que ha contribuido no poco al esclarecimiento histórico de la época de Cervantes, como también al de uno que otro pasaje oscuro de la genial obra cervantina. Sin embargo, la verdad del caso nos obliga a probar que dicha afirmación carece de fundamento, puesto que la Inquisición portuguesa ordenó expurgar por lo menos doce pa¬ sajes de la primera parte, según consta en la primera edición lisbo¬ nesa (en español, la de J. Rodríguez, de 1605), y en el Indice ex¬ purgatorio del obispo Mascareñas del año 1624. En vista de este hecho irreversible, el más autorizado y moder¬ no comentador del Quijote, en lo que atañe a la fijación e inteli¬ gencia del gran texto en su sentido literal, el conservador Francis¬ co Rodríguez Marín, recurre a otro método. Aprovechando los errores cometidos por los esoteristas españoles que, a veces, acer¬ taron en sus apreciaciones de varios episodios de carácter social o político, pero que no probaron sus asertos documentalmente, es decir, sin citar los pasajes ni capítulos correspondientes o aducién28 Cervantes y el Quijote , La Habana, 1905, p. 125. 32 dolos mal, como tampoco otros documentos mediante los cuales procurarían fundamentarlos en forma científica, Rodríguez Ma¬ rín, con bombo y platillos, alega los pasajes expurgados por la In¬ quisición portuguesa, para desviar la atención del lector hacia los aspectos técnicos y formales de la investigación, pasando por alto, de tal modo, los del fondo. He aquí las palabras respectivas del mencionado cervantista: Tales seudocervantistas -dije— hablan mucho de la Inquisición; pero hasta hoy, con la prueba al canto, ¿qué citaron de ella que ataña a las obras de Cervantes? , y es el caso que algo pudieran citar, a ser hombres más amantes de los libros que de la conversación populachera. Veámoslo. Yo voy a suplir por ellos; yo voy a sacar de la inexhausta cantera de los libros viejos ese material que tanto precio ha de ser, sin duda, para los que nos pintan un CERVANTES que jamás existió sino en sus de¬ saforadas imaginaciones.29 A continuación, tras de manifestar que el Indice de libros pro|hibidos y expurgados del cardenal Sandoval y Rojas (1612) no Intenciona el Quijote, prosigue: Años después, por los de 1624, se publicó en Lisboa el Indice del obis¬ po Mascareñas, Inquisidor General de Portugal, y en él sí se mandan tachar en la Primera parte de el Ingenioso Hidalgo ciertos pasajes de los capítulos XIII, XVI, XVII, XX, XXVI y XXVIII. Demás de que este Indice, naturalmente, nunca tuvo fuerza legal en España, va en él Cer¬ vantes muy bien acompañado con personas sabias y piadosas, tales co¬ mo el doctísimo Arias Montano, Malón de Chaide, fray Luis de León y muchos otros escritores cuyas obras igualmente se expurgan. Y siendo esto así, ¿a qué queda reducida la ojeriza que la Inquisición española, la de la patria de CERVANTES, tuvo a este autor famosísimo? Queda reducida no más que a las alharacas. . . (ibidem ). Al fin y a la postre, aduce íntegro el único trozo del texto de la segunda parte expurgado por la Inquisición española, ya men¬ cionado por Armas y Cárdenas y referido más arriba, concernien¬ te a la caridad, y continúa: “Ahora, para satisfacer a los curiosos que deseen conocer los pasajes que en el Quijote mandó expurgar la Inquisición portuguesa, copiaré todo lo referente a ellos” (ibi¬ dem). Luego transcribe el capítulo del Indice de Mascareñas rela¬ tivo a la primera parte del Quijote, en el que se indican los limites de los pasajes expurgados, pero no se cita el texto de los mismos in extenso, ni siquiera en parte. Y, en lugar de —cuando menosexplicar los episodios a que se refieren dichos pasajes, a excepción 29 Su edición del Quijote, Madrid, 1947-49, 10 ts., t. X., pp. 57-58. 33 poj Libr. Expnrg, Mi Cap- ?l- DeClfricís, §. Cum quídam clericus , & 0. Quídam clericus portans, delcantur toti. Cap.54.Dc AbbatibuJ, Quídam tib¬ ias intrauit , tí Cum quídam {_vibbas tn capitulo, delcantur toti. Cap.35.Dc Pnoríbus, $. Quídam Prior fccit, tí §. Prior quídam vm, tí §.¿Quí¬ dam monachut, deleantut toti. Cap. 36. De Monachís , $. Quídam monachtts ducens , tí §. Quídam Rcltgiofut vertirás, tí §.Quídam monachut Carlhufenfts, toú delcantur. Ex locis, O- Salibus, &-c. ab Othomaro Lujcimo SelefUií. Numer.y. ad médium Numerí , poft, Concubitus interijffent , dele vfque ad fincm Numeri. Num.11.pag.fub inítíum, poft, Cogeré mura Venere , dele vfque ad finen Numeri. Cap.}7.DcPrrdicacoríbus,dclc §.Cum quídam fratcr frequenter. Cap. 38. De Mínoribus, Quídam frattr minorar. totum deleátur. Cap. 39. De Nouitijs, dele §. Quídam nouitius intrauit, vfque ad fineta capitis. Cap. 40. De Conuerfis, Conuerfus quí¬ dam, drc.tocam deleátur. Cap. 41. De Moniahbus, cJMoniales in qt¡odam,&c. totum deleátur. Cap 41. De Beguinís, $. Quídam volens ofendere,tí § Quadam Beguina in vna, tí § .Ccmigit in quadam domo, toti dc- icantur. Num.47. ad finem ibi , non modo otiopungatur. fam ejfe, dele, non modo. Ec mox poft, ejfe, dele vfque ad , Hit igttur verba, exeluf. Nura. 58. poft , comparatum habes , dele vfque ad finem Numeri. Num.70. expungaturtotusnumerus, Indulgentiat Pontificias , drc. Deindo delcantur íntegri numeri fequen- tes. 71. Epifcopus quídam. 71. ( erraté 81. ) Alius Epifcopus. 73- Quídam ex eorum. 83. (erraté 9}.)ln Pannonia inferior i . 89. c^ígebamus ahquando. yj.Scurra quídam. 105. Elufdcm generit. uq.Sacerdos quadam Vefalis. Miguel deCeruantes. OLíuro de Miguel de Ceruantcs intitulado, El ingeníofo Hi¬ dalgo Don Quixote de la <JM an¬ cha, impreffocm Lisboa anno 6 05. ou de qualquer outra impreííam, e contem quntro partes, fe emende da mancira feguintc. a parte. Cap.13.foi.73. pag. 1. logo dcpois do meyo rifqucfe,^ las partes , ate, etlmaje, excluí. 3 PARTE.Cap.1cr fol. 94. pag.i.pouco depois do principio rifquefc to¬ do o pallo que cometa, auia el arrie¬ ro concertado <¿-c ate as palauras.y fue le bueno que al ventero, &c. exeluf, que eftam na fol.97 pag.1- pouco ante! dofim. Cap. 17- fol íoi.pagin. z. depois do meyo, tifqueí c, y luego dixo [obre, drc. ate, a todo lo qual fe hallaron, exeluf E na fol íoj. pagin . 1. logo depois do meyo nfquefe a palauta , /an tifimo. Cap. 10. fol. íji- pag. 1. no mevo depois de , encomcndandofe de todo coraron, rífquefe ate, a Dios que, excluí. Cap. t6 . fol. 190. pagin. z. pouco antes do fim depois das palauras, Titfigo vn.t /»4,rifqucfe ato, 7 diole er.zl ñudos, exeluf Hlihhz 4. PARTE» de uno, pasa sobre ellos como sobre ascuas, y se va por los cerros de Ubeda, discurriendo de cosas que con el problema en cuestión tienen muy poco o nada que ver. El porqué de tal proceder lo veremos más adelante, pero antes transcribamos y examinemos la parte del Indice de Mascareñas referente a los pasajes expurgados de la primera parte de la obra. Dice como sigue: Libr. Expurg. Mi. 905-906 “Miguel de Ceruantes O Líuro de Miguel de Ceruantes intitulado, El ingenioso Hidal¬ go Don Quixote de la Mancha, impresso em Lisboa anno 1605 (! ), ou de qualquer outra impressam, e contení quatro partes, se emende da maneira seguinte. ate el linaje, exclus. o passo que comeca, auia el arriero concertado & ate as palauras, y fue lo bueno que el ventero ; &. exclus, que estam na fol. 97.pag.2.pouco antes do fim. Cap.l7.fol.l01.pagin. 2. depois do meyo, risquese, y luego dixo so¬ bre, &. ate, a todo lo qual se hallaron, exclus. E na fol,105.pagin.2. logo depois do meyo risquese a palaura, santissimo. Cap.20.fol.l32.pag.I no meyo depois de, encomendándose de todo coraron, risquese ate, a Dios que, exclus. Cap.26.fol.l90.pagin.2.pouco antes do fim depois das palauras, ras¬ go una tira, risquese ate, y diole onze ñudos, exclus. ra oyreis, risquese ate aquellas, estos dias, exclus. que estam na fol. 223. pag. I. no fim.” El primer pasaje borrado se refiere a la plática que se entabla entre Don Quijote y el gentilhombre Vivaldo, cuando los dos, en . PARTE. Ca compañía p.l3 de.fol los.73. pastores pag.I.logoen cuya majada pasaron la noche el Hi¬ depois do meyo donde dalgo y su escudero, se dirigían al lugar de ser ente¬ risquesehabía , ylaspart es rrado Grisóstomo. Al tocar el tema de la Dulcinea, Vivaldo pre¬ 3 . gunta al caballero andante, entre otras cosas, por su hermosura, y PARTE. 2 Cap. 16. fol. 94.pag.I.p Don Quijote, describiéndola superlativos, pasa a las partes ba¬ ouco endepo is do pr inportuguesa cipio risq jas en términos que según la Inquisición uese merecían el todo expurgo. He aquí el texto entero: “Y las partes que a la vista hu¬ mana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entien¬ do, que sólo la discreta consideración puede encarecerlas, y no superarlas” (1,1 3; palabras subrayadas son las expurgadas). 35 Mirada a la luz del estado de extrema corrupción que ostenta¬ ba el clero de la época, como lo vimos arriba, la borradura de este pasaje por razones de pudibundez revela la extrema hipocresía y mezquindad del Santo Oficio, ya que la cita a pesar de referirse a las partes inferiores del cuerpo humano, tanto los vocablos como las ideas que envuelven, son del todo decentes e inclusive elegan¬ tes. Como el segundo pasaje tachado abarca cerca de diez páginas, nos limitaremos a su resumen. Se trata del suceso nocturno en la venta, en donde Maritornes debería cumplir la voluntad del arrie¬ ro, según lo habían concertado, pero en el cual interfiere la ro¬ mántica locura de nuestro hidalgo. Este, al topar con la moza, a la que en sus alucinaciones caballerescas tomó por alguna señora del castillo que se había enamorado de él y había venido para acostar¬ se con él un rato, provoca una riña tumultuaria en que se ven en¬ vueltos todos: Maritornes, Don Quijote y el ventero con Sancho Panza. La escena, en honor de la verdad, está pintada con tintes realis¬ tas, pero en términos decorosos, si exceptuamos una sola palabra vulgar, sinónimo de ramera; además, la intromisión del hidalgo la adecenta en seguida; y teniendo presente lo que comentamos res¬ pecto al primer pasaje, tampoco éste era merecedor del expurgo desde el punto de vista de la moral cristiana. El tercer expurgo se refiere a la irrespetuosidad que Cervantes patentiza hacia las prácticas litúrgicas. Ocurre esto en el episodio del bálsamo de Fierabrás. La preparación de dicho bálsamo acon¬ tece cuando la pareja andantesca, después de la paliza recibida por parte de los arrieros yangüeses, toda quebrantada y de mal hu¬ mor, llegó a la ya referida venta, donde se llevó otra golpiza du¬ rante la conocida gresca nocturna con el arriero de Arévalo. Tras de haber pedido Sancho un poco de romero, aceite, sal y vino, que eran los ingredientes del bálsamo, Don Quijote hizo un com¬ puesto mezclándolos todos: “Pidió un recipiente y luego dijo so¬ bre la alcuza más de ochenta paternostres y otras tantas avema¬ rias, salves y credos, y a cada palabra acompañaba una cruz, á modo de bendición'1'' (1,17. Los vocablos subrayados están expur¬ gados).30 El cuadro se asemeja al oficio de la misa y, por ende, constitu¬ ye una caricatura de ella: la alcuza sustituye al cáliz, el bálsamo al vino y los rezos a las oraciones del sacerdote. La cita borrada está enderezada en forma señaladamente satírica contra toda clase de 30 Las citaciones corresponden a la versión moderna hecha por R. Ma¬ rín, a menos que se trate de las citadas por otros autores expresamente. 36 oraciones, puesto que nuestro hidalgo las dice tantas y de tal ma¬ nera, que se parecen a rezos maquinales del mismo jaez que la función fisiológica de rumiar los alimentos. El motivo de la tacha¬ dura de este pasaje se comprenderá mejor si se tiene en cuenta que, según la leyenda, con este bálsamo fue ungido el cadáver de Cristo. En el mismo capítulo, un poco más adelante, está borrado el superlativo “santísimo” , porque Cervantes lo aplica en son de burla a ese menjurje que Don Quijote en su fantasía confundía con el bálsamo de Fierabrás. La aventura de los batanes ofrece al genial autor otra oportuni¬ dad para volver a la carga contra los rezos. Describiendo la haza¬ ña, dice el autor: Alborotóse Rocinante con el estruendo del agua y de los golpes, y sose¬ gándole Don Quijote, se fue llegando poco a poco a las casas, encomen¬ dándose de todo corazón á su señora suplicándole que en aquella teme¬ rosa jornada y empresa le favoreciese, y, de camino, se encomendaba también a Dios (1,20). Está claro que el expurgo obedece al hecho de que Don Quijo¬ te pusiera el éxito de su lance primero en manos de su Dulcinea, y solamente después en las de Dios. Asimismo, el sexto expurgo concierne al tema de las plegarias. En efecto, durante el retiro de Sierra Morena, nuestro hidalgo hi¬ zo penitencia casi desnudo imitando a Amadís, viéndose éste des¬ deñado por su señora Oriana. Pensó Don Quijote que, como pre¬ texto para su propia penitencia, la simple ausencia de Dulcinea era equivalente al desdén de Oriana, y que con solo orar podía bien reemplazar las lágrimas de su modelo Amadís. Pero se acordó de que no tenía el rosario, y el autor prosigue: “En esto le vino al pensamiento cómo le haría, y fue que rasgó una gran tira de las faldas de la camisa que andaban colgando, y diole once ñudos, el uno más gordo que los demás, y esto le sirvió de rosario el tiempo que allí estuvo, donde rezó un millón de avemarias” (1,26). Las palabras tachadas (subrayadas) se deben, evidentemente, a la improvisación del rosario con las tiras de la parte más baja de su camisa, por cierto no muy limpia, así como al número desmesura¬ do de las plegarias que, también en este caso, debieron ser mur¬ muradas sin recogimiento piadoso de rigor. Este es el único pasaje a que alude explícitamente Rodríguez Marín, porque la sustitución de los ñudos de camisa por algunas agallas en la segunda edición de Cuesta, le dio ocasión para otra aseveración infundada, según la cual Cervantes habría hecho ese cambio motu proprio mucho antes que la tachara la Inquisición 37 portuguesa. No obstante, le falló la cronología, ya que la segunda edición española, de Cuesta, fue posterior a la primera de Portu¬ gal. Evidéncialo el cambio de la portada que dicho editor se vio obligado a introducir en la segunda para atajar eventuales edicio¬ nes piratas nuevas, añadiendo al Privilegio de Castilla el de Aragón y Portugal, del que la primera, o sea la edición príncipe, care¬ cía.31 Sobre esto, cabe preguntar: ¿por qué habría de cambiar, Cervantes, sólo este pasaje, si en la misma obra abundan otros igualmente o más irreverentes con las cosas de la Iglesia? Siendo el séptimo y último expurgo del susodicho Indice muy largo —comprende más de ocho páginas— lo reproduciremos en forma abreviada. El episodio describe las circunstancias en que don Fernando, el segundo hijo del duque aragonés, so pretexto de matrimonio, seduce a la bella Dorotea, la deshonra y deja planta¬ da. A pesar del lenguaje sumamente refinado, pulido y atildado, netamente cortesano, la Inquisición —guiada por su falsa moral eclesiástica— no dejó de borrar el pasaje. Con esto hemos agotado los pasajes tachados por el Indice del obispo Mascareñas, pero no todos los expurgos hechos por la In¬ quisición portuguesa. Esta ordenó borrar otros fragmentos ya en la primera edición lisbonense, la de Jorge Rodríguez (1605), frag¬ mentos que el erudito cervantista español silenció con olímpico desprecio, como si no existieran. ¿Pudo no conocerlos? De nin¬ gún modo, ya que los aduce su contemporáneo Leopoldo Rius de Llosellas en su obra capital: Bibliografía crítica de las obras de Cervantes, Madrid, 1895-1905, en 3 tomos, la más extensa biblio¬ grafía de su género, la que Rodríguez Marín no sólo conocía sino se la sabía casi al dedillo. Como, a pesar de nuestro esfuerzo, no hemos podido consultar en persona dicha edición portuguesa, nos valdremos de los extractos hechos y publicados por el citado bi¬ bliógrafo español (t. III, p. 6), circunscribiéndonos a los pasajes que vienen al caso. Escribe así Leopoldo Rius: EDICION PRINCIPE EDICION DE LISBOA RODRIGUEZ Cap. XIII. — Fol.48 Todo “Pareceme, señor cauallero andante, que v.m. ha professado una de las más estrechas professiones que ay en la tie- 31 Rius, Leopoldo: p. 3. 38 este expresivo diálogo entre Vivaldo y D. Quijote es¬ tá suprimido; de modo que el texto salta á las palabras que sin duda es muy trabajoso, et- Bibliografía crítica de las obras de Cervantes , t. III, rra: y tengo para mí, que aun la de los frayles Cartuxos no es tan estrecha. Tan estrecha bien podía ser, respondió nuestro D. Quixote. . . pero tan necessaria en el mundo no cétera, las cuales parece que las dice Vivaldo en lugar de D. Quijote; y suprimido el ra¬ zonamiento anterior, queda el pasaje falto completamente de sentido. estoy en dos dedos de ponello en duda. Porque”, etcétera, etcétera, hasta “solo quiero inferir por lo que yo padezco, que sin duda es más trabajo¬ so, y más aporreado, y más hambriento, y sediento, mise¬ rable, tera. roto, y piojoso ”, etcé¬ Cap. XIV. - Fol.53: “El rigor del León, del Lobo fiero .” Cap. XIV. — Fol.53: “Del ya vencido toro, el implaca¬ Cap.ble.” XLVIII. - Falta todo el terceto. Falta toda esta quintilla, la si¬ guiente y los dos tercetos que siguen. Fol.292: “que de milagros falsos fingen. . Cap. LII. — Fol. 310: “enlle¬ gar a los ensauanados .” “que de milagros maltratan. “en llegar á los clérigos .” Con respecto al primer fragmento que, mutilado y enmendado por fray Antonio Freyre, comisionado de la Inquisición, resultó sin sentido, añade L. Rius, en su comentario a la segunda edición lisbonesa, la de Crasbeeck (1605), lo siguiente: “Para ligar el pasa¬ je del capítulo XIII, que quedó completamente cercenado y trun¬ cado en la impresión anterior, conservó Freyre en la presente las primeras palabras de Vivaldo y arregló el pasaje de este modo: “Pareceme, señor cauallero andante, que vuestra merced ha professado una de las más estrechas professiones que ay en la tierra, porque no ay duda, sino que caualleros andantes passados, passaron mucha malaventura en el discurso de su vida” (Rius,III,p.7). Cabe aclarar que el episodio se refiere a la ya mencionada pláti¬ ca de nuestro caballero andante con don Vivaldo, que cabalgaban rumbo al lugar del entierro de GríSostomo. Así, departiendo los dos sobre la severidad y disciplina de los caballeros andantes, de¬ cía Vivaldo que la tal orden de caballeíía le parecía más rígida y estrecha que la de los cartujos, a lo que replicó Don Quijote: “Tan estrecha bien podía ser, pero tan necesaria en el mundo, no 39 estoy en dos dedos de ponello en duda” (1,13). De esto a decir que los frailes nunca han hecho falta, y que, por ende, son innece¬ sarios, hay poco trecho. No obstante haber acompañado, Cervantes, esta frase atrevida con otra cautelosa: “No quiero yo decir, ni me pasa por pensa¬ miento, que es tan buen estado el de caballero andante como el del encerrado religioso. . .”, vuelve al ataque contra las órdenes monásticas prosiguiendo la frase: "sólo quiero inferir, por lo que yo padezco, que, sin duda, es más trabajoso y más aporreado, y más hambriento y sediento, miserable y piojoso" , poniendo de tal manera el estado del caballero andante, de hecho, por encima del de los religiosos, muy en contra de la escala jerárquica en vigor a la sazón. Por lo visto, el autor usa, como en varios otros episodios, el siguiente procedimiento: primero da un paso decidido adelante, para descubrir su pensamiento respectivo, luego da otro para atrás, con el fin de ampararse en él, y, por fin, vuelve a dar un medio paso adelante por si alguien dudara de su verdadero sentir. Por este motivo la Inquisición portuguesa mutiló en la primera, y enmendó este pasaje en la segunda edición de Lisboa, de modo que lo transcribió Leopoldo Rius. Por lo que toca a la enmienda del segundo fragmento, no nece¬ sita de glosa especial. Como se desprende del contexto, la frase enmendada la profiere el cura en el famoso debate entre éste, Don Quijote y el canónigo, sobre la literatura de aquella época, en ge¬ neral, y sobre los libros de caballerías y comedias, en especial, cuando habla de las comedias divinas: “ ¡Qué de milagros falsos fingen en ellas. . .! ” Manifiestamente dicha frase molestó al San¬ to Oficio, ya que según él, no había milagros falsos y, por lo tan¬ to, cualquier milagro era auténtico, ¡aunque fuese simulado! (1,48). La tercera enmendadura sí precisa de una explicación más por¬ menorizada. Se remite a la última arremetida con armas de Don Quijote contra los eclesiásticos, la cual acaece en la aventura con la procesión de los disciplinantes. Como sabemos, el caballero an¬ dante les maltrata, primero de insultos, como en otras embestidas semejantes, y después con la espada. El momento nuevo consiste en tildarles de “ensabanados”, variante de los encamisados que, enmascarados y envueltos en sábanas, andaban por las calles de noche haciendo sinnúmero de payasadas. Sin embargo, en tauro¬ maquia se denota con la misma palabra a los toros que tienen ne¬ gras y oscuras la cabeza y las extremidades, y blanco el resto del cuerpo. La probabilidad de que Cervantes comparara a los clérigos con los toros viene apoyada por la circunstancia de que las ensa¬ banadas solían efectuarse de noche, en tanto que la procesión de 40 los disciplinantes iba de día. En todo caso, la escena y las expre¬ siones en ella usadas respecto a los eclesiásticos son irrespetuosos para con la Iglesia y sus servidores, razón por la cual la Inquisición portuguesa tachó la palabra “ensabanados” sustituyéndola por la de “clérigos” (11,52). A la luz de lo analizado, resulta patente que Rodríguez Marín, so color de presentarnos con gran fausto y pompa la verdad de los hechos reduciendo los expurgos del Indice de Mascareñas a las pri¬ meras y últimas palabras de los mismos, sin explanación alguna de su contenido, y omitiendo las expurgaciones de la primera edición lisbonense con el fin de restarles importancia y no contradecir su propia tesis, en realidad no ha hecho más que relatarnos el famoso cuento del portugués; dicho en otras palabras: fue por lana y vol¬ vió trasqudado. . . El renombrado cervantista andaluz se dejó lle¬ var por prejuicios religiosos, sociales y políticos, incursionando, en su argumentación, en el campo del conservadurismo militante, ya que hablar de anarquistas en materia de crítica literaria cervan¬ tina viene al caso como las nubes de antaño. Su afirmación de que las expurgos de la Inquisición portuguesa nunca han tenido validez en España, no merece el honor de ser rebatida, porque no guarda relación con este problema y queda en ridículo, pues equivale a decir que el curandero, habiendo causa¬ do la muerte de su cliente con la medicina falsa, no tuvo la culpa de la muerte de su paciente, porque éste había tomado la droga en Lisboa y no en Madrid, como él se lo había recetado. . . tanto más que, estando Portugal en esa época bajo la corona de España (1580-1640), la Inquisición portuguesa dependía de la española, si bien con cierta autonomía.32 Con todo, nos queda por esclarecer por qué la Inquisición es¬ pañola ha dejado casi intacto el gran texto, a pesar de su carácter señaladamente antieclesiástico y antifeudal. ¿Cómo es posible que el clero español, la clase más culta de aquella época, que penetró más en el conocimiento de las dilogías del Quijote y de ciertos pasajes y episodios, haya podido pasar por alto tales y tantas li¬ bertades? ¿Podemos acaso atribuirlo a su mayor indulgencia para con el autor, o a un descuido? Ni a lo uno ni a lo otro, sino a una serie de causas especiales que trataremos de explicar a continua¬ ción. Una de ellas, sin lugar a dudas la más importante, es el arte genial con que Cervantes supo disfrazar su pensamiento con la re¬ gocijada parodia de los libros caballerescos, escudado en la pre¬ sunta locura de su protagonista, y protegido por Cide Hamete Be- ^Kamen, Henri, Inquisición española, México, 1967, p. 160. 41 nengeli, el supuesto “autor arábigo y primero”, según suele lla¬ marlo su verdadero creador. Evidéncialo el hecho de que la novela haya sido considerada durante todo el siglo XVII como mera imi¬ tación de las estrambóticas aventuras caballerescas, o sea, como pura obra de esparcimiento, y sigue siéndolo hoy todavía por una gran parte de la crítica cervantina. Otra la constituye la simplici¬ dad de Sancho Panza, a cuyo amparo lanza el autor sátiras contra los poderosos —tanto laicos como religiosos— de su tiempo. Otra más, es el frecuente uso de contradicciones aparentes mediante las cuales encubre sus ideas íntimas. Además, el único pasaje de la segunda parte expurgado por la Inquisición española y referente a la caridad, no es tan insignifi¬ cante como parece a los cervantistas tradicionales: Rodríguez Ma¬ rín y Astrana Marín, para mencionar a los más conocidos. En la frase mandada borrar, “Las obras de caridad que se hacen tibia y flojamente no tienen mérito ni valen nada” (11,36), no trasvemos nosotros solamente “los grandes debates sobre la fe y las obras, la idea tan erasmiana de la unidad de la fe y de la caridad”, como escribe Marcel Bataillon,33 o la “preocupación erasmista y pauli¬ na por la oposición entre “ser” y “parecer”, según lo apunta el discípulo de A. Castro,34 sino también, y en primer lugar, la men¬ ción de una institución que se vinculaba con la existencia misma de aquel sistema socio-político de opresión y explotación. Y, para explicarlo más a fondo, es preciso remontamos al origen de la ca¬ ridad. La historia objetiva nos enseña que los primeros cristianos vi¬ vieron en comunidades. Su régimen se distinguía por un espíritu democrático y el modo igualitario de vida. La estricta observación de la comunidad de bienes llegó al extremo de que toda tentativa de ocultar, al ingresar en la comunidad, una parte de la propiedad, era castigada severamente. La riqueza se consideraba un oprobio y la pobreza tenía un carácter sagrado.35 Pero la multiplicación del número de cristianos y el desarrollo de las comunidades paulinas debilitaron, paso a paso, el elemento colectivista del cristianismo. Y, poco a poco, se manifestaron antagonismos de clase en el pro¬ pio seno del cristianismo. Entre los cristianos surgieron ricos y po¬ bres, contratistas y obreros, y la antigua comunidad de bienes fue reemplazada por la caridad. Esta se ha convertido, por consi¬ guiente, en el arma ideológica con que las clases explotadoras tra33 Obr. cit., t. II, p. 420. 34 Gilman, Stephen, Cervantes y Avellaneda, México, 1951, p. 55. 35 Beer, Max, Historia general del socialismo y de las luchas sociales, Mé¬ jico, 1940, 1. 1, p. 120. 42 tan de justificar su predominio económico, social y político sobre las clases oprimidas y explotadas. El antagonismo de clases vino a expresarse ideológicamente en el conflicto entre la fe y las buenas obras. Dicha frase tenía, por lo tanto, un significado fundamental¬ mente social y político de cuyo alcance se percató el cardenal Za¬ pata, inquisidor general, consejero de Estado y virrey de Nápoles, por lo que la hizo expurgar, pues para él era buena cualquier cari¬ dad, aunque se redujese a mera y miserable limosna incompatible con la dignidad humana. Sobre esto, el meollo del problema no consiste en si —y có¬ mo— ha reaccionado a la aparición de la novela sólo el Santo Ofi¬ cio, sino, en si —y cómo— han reaccionado a ella las clases dirigen¬ tes dominadas por la ideología de la Iglesia, contra las cuales esta¬ ba dirigida, pues aquélla no era el único instrumento de que se servían estas clases para combatir a los adversarios de pluma o es¬ pada disconformes con el orden social, político y religioso vigen¬ te. Para ello, disponían también de otros recursos cuyo arsenal era harto variado, y su uso dependía de las circunstancias. Ahora bien, como el pensamiento de Cervantes es embozado y la gran mayoría de los lectores no lo comprendía, la obra, por una parte, no constituía un peligro inmediato para el régimen existente y, por la otra, no se prestaba a un ataque directo. Al ver el enorme éxito del libro —en un lustro se publicaron en total 9 ediciones de la primera parte, éxito que no alcanzaron con sus obras Milton, Racine, Moliere, ni siquiera Shakespeare—, y que el pueblo reía a mandíbula batiente los graciosos disparates del héroe manchego, las clases dominantes y sus lacayos, ateniéndose a lo de “mejor no meneallo”, optaron por hacerse el tonto riéndose con el vulgo, para así no llamar la atención sobre su verdadero sentido. En tan¬ to, el grupo más reaccionario del clero, furioso porque la genial novela no le daba asidero para acusar a su autor de hereje, proce¬ dió a la acometida indirecta. De ahí la aparición del Quijote apó¬ crifo. Este es, en nuestra opinión, el verdadero motivo de su salida a luz, y no la presunta continuación a la primera parte de la obra auténtica, por mucho que lo reitere el propio Avellaneda. Indícanlo el seudónimo bajo el cual se ocultaba su autor, la refundi¬ ción obscena de la primera parte de la novela cervantina, y su orientación contrarreformista. En efecto, hoy por hoy, para la mayoría de los críticos —inclu¬ sive los conservadores— que se han ocupado de la identidad del autor del falso Quijote, ése era, si no dominico, a buen seguro eclesiástico y representante activo de la Contrarreforma. Por ello, lo primero que hace Avellaneda en su obra, es dar de leer libros devotos a Don Quijote, hacerle entrar en la iglesia, bautizarlo y 43 hacerlo oír misa, colgarle el rosario y sustituir a Dulcinea con la Virgen María. En cuanto a la supuesta continuación de la primera parte, “el Quijote espurio no tiene de común con estas continua¬ ciones sino el hecho de su usurpación. El ataque a Cervantes, la necesidad misma de hacer referencia a continuaciones anteriores, ponen de manifiesto que había un propósito distinto”, escribe acertadamente el notable discípulo de A. Castro, Stephen Gilman.36 Todo esto, so pretexto de que no se trataba más que de atacar a la caballería andante. Por lo visto, el usurpador fingió se¬ guir el mismo camino que Cervantes, pero con distintos fines. Es¬ tos consistían en neutraÜzar el Quijote y su ideología humanista, arrebatar a Cervantes las ganancias y obligarlo a darse por rendi¬ do. Obró, en rigor, como cabecilla de bien protegidas mayorías que da un paso al frente para reprender con dureza al atrevido escritor alcalaíno y reducirlo al orden y sumisión. Y precisamente porque Avellaneda escribía desde el punto de vista de los intereses creados, era conveniente que su nombre quedara oculto. Sin embargo, la obra, en vez de una continuación digna de la primera parte genuina, como lo subraya el falso autor, resultó ser una reelaboración lúbrica de la misma, dicho con otras palabras, un almodrote indecoroso. Señálalo el prominente crítico francés Paul Hazard en los siguientes términos: Le fait est que son procede est scandaleux. II copie tout, les personnages, leurs traits, leurs maníes, leur langage, ü leur préte des aventures analogues; ilimite jusq’á la disposition du récit. . .11 ne lui manque que le génie. Car sa maniere est lourde et si grossiére qu’elle sent involontairement la caricature ,37 La obra, por ello, no cosechó más que repudio y desprecio ge¬ nerales. A esto contribuyó ía contundente respuesta de Cervantes en el prólogo a la segunda parte. Hela aquí: Había en Sevilla un loco que dio en el más gracioso disparate y tema que dio loco en el mundo. Y fué que hizo un cañuto de caña puntiagu¬ do en el fin, y en cogiendo algún perro en la calle, o en cualquiera otra parte con el un pie le cogía el suyo, y el otro le abrazaba con la mano; y como mejor podía le acomodaba el cañuto en la parte que, soplándole, le ponía redondo como una pelota, y teniéndole de esta suerte, le daba dos palmaditas en la barriga, y le soltaba, diciendo á los circunstantes, que siempre eran muchos: —¿Pensarán vuesas mercedes ahora que es poco trabajo hinchar un per rol ^Gilman, Stephen, obr. cit., p. 81. 37 Don Quichotte de Cervantes, París, 1931, p. 54. 44 Pensará vuestra merced que es poco trabajo hacer un libro? Claro está que después de esta réplica demoledora el autor del falso Quijote no descosió más los labios, quedando su obra y nombre en la oscuridad y desdén que justamente se merecía. Y, para resguardar su obra y proveer cualquier eventualidad, dedicó al propio tiempo, su poesía El viaje del Parnaso a Rodrigo de Tapia, “Caballero del Hábito de Santiago, hijo del Señor Don Pedro de Tapia, Oidor del Consejo Real y Consultor del Santo Oficio apoyo je del 1614, de la Inquisición Suprema ”, como él mismo lo llama. En de nuestra aserción aduciremos los siguientes datos: El via¬ Parnaso salió a luz el mismo año que el Quijote apócrifo, en y juzgando por las fechas de aprobación de una y otra obra —el 16 de septiembre para la primera, y el 4 de julio para la segun¬ da— aquélla había aparecido unos cuantos meses más tarde que ésta; además, dicha poesía cervantina es la única obra que Cervan¬ tes de facto dedicó a un ministro del Tribunal de la Inquisición, ya que el hijo de Pedro de Tapia, Rodrigo, era en aquel entonces un niño de quince años;38 y por último, teniendo los Tapias, tan¬ to el hijo como el padre, la fama de ser tan tacaños como adinera¬ dos,39 Cervantes no pudo buscar en ellos la ayuda material, sino la protección moral y política. A consecuencia del fracaso sufrido por el Anti-Quijote de Ave¬ llaneda arreció la guerra sorda contra Cervantes y su obra, guerra iniciada por aquel malo eclesiástico. Primero, aislarlo en medio del descrédito y del ridículo, después negarle cargos dignos de su talla y honradez, reduciéndolo a una existencia precaria llena de penurias y contrariedades, para así hacerle la vida imposible y aca¬ llar su ingeniosa pluma. Y, una vez muerto, a sepultarle en el más profundo olvido, lo que se hizo tan bien, que hasta fines del siglo pasado o principios del en curso, se ignoró donde había nacido, como también el lugar donde descansaban sus restos mortales. Al leer los documentos sobre la vida de Cervantes, ¡qué tristes reflexiones nos asaltan! ¡Cuánto sufre todo corazón noble al ob¬ servar la estrechez, el infortunio, y la aflicción que rodeó siempre a Cervantes y su familia! ¡Qué hombre tan desdichado y a la vez tan eximio! El solo, sin protección de nadie, antes bien con bur¬ las de casi todos, predicaba la verdad contra la mentira, y la since¬ ridad y rectitud contra la hipocresía, la lisonja y la farsa; y él solo tuvo que luchar contra la maldad, contra el odio, contra la envi¬ dia; él solo tuvo que soportar las vejaciones y atropellos. Nadie lo 38 Fitzmaurice-Kelly , J M. de Cervantes S. Reseña vida, B. Aires, 1944, p. 183. 39 Ibidem. documentada de su 45 comprendió en su época. Aquella mente privilegiada estaba con¬ denada a sufrir toda suerte de penalidades antes que la humanidad le hiciese justicia. Ni sus merecimientos de soldado, ni su gran talento de escritor, ni su virtud de excelso patriota, le conferían importancia alguna a los ojos de la sociedad en que vivía. Esta en su mayor parte creyó que las obras de Cervantes no serían apreciadas por la posteridad, y no se preocupó por dejar a las generaciones sucesivas siquiera un bosquejo de la vida de un escritor tan eminente y colosal. Si algu¬ nos alababan sus escritos, los más de los autores, sus coetáneos, los menospreciaban y aun motejaban. Las figuras predilectas del mundo literario de aquel tiempo, Lope de Vega y Quevedo, hallaron elogiadores que ponderaban sus excelencias y primores en Pérez de Montalbán y Antonio de Tarsia, mientras que Cervantes vivía en el abandono más comple¬ to, a pesar de haber superado a todos con su arte inimitable. Ja¬ más podrá perdonarse a la sociedad letrada de la época filipina, a los que se hacíah pasar por amigos del insigne autor, a los escrito¬ res a quienes él estimó y ensalzó en vida, a los poetas a quienes él había noblemente encomiado, la glacial indiferencia con que vie¬ ron bajar al sepulcro a aquel gigante cuya nobleza de corazón sólo era comparable con la grandeza de su obra y de su genio. Finaba Calderón o Lope de Vega, o cualquier otro luminar de las letras españolas, y todos se disputaban el honor de elogiarlos, y aun ponerlos por las nubes. —Hemos perdido una gloria nacio¬ nal— parecía escucharse entonces por todas partes. — ¡Honremos su memoria! , repetían todos los labios. Emperadores, príncipes, aristócratas, clero, escritores, poetas, pueblo, todos animados de idénticos sentimientos, rendían el homenaje de sus respetos y sus loores a la fama de aquel ídolo que fallecía y que había ilustrado a su patria en el campo literario. La muerte de esos hombres céle¬ bres era un evento señalado, 'sus exequias, casi un duelo nacional. Pero fenecía Cervantes y ¡qué frialdad, qué desprecio, qué se¬ pulcral silencio se notaba! Parece que todos, los sabios y los igno¬ rantes, la nobleza y el pueblo, los religiosos y los laicos, los poetas y los simples mortales, se confabularon a fin de hacer pasar inad¬ vertida la muerte de Cervantes, como si todos lo desdeñasen, co¬ mo si todos hubieran olvidado que aquél era soldado que había combatido heroicamente en Lepanto, como si todos hubiesen bo¬ rrado de la memoria que aquel hombre había sido escritor, poeta, crítico y el primer novelista de la nación. Así lograron sus enemigos lo que anhelaban. Así consiguieron que el más grande genio que ha engendrado España muriese en una pobre vivienda, sumido en la indigencia más espantosa, rodea46 do sólo de una esposa apesadumbrada, de un sacerdote virtuoso y de algún amigo sincero; así fueron conducidos sus despojos mor¬ tales, casi de limosna, sin pompa ni cortejo, a las Trinitarias de Madrid. Ninguna ofrenda floral adornaba su sepulcro, ninguna placa que señalara modestamente: Aquí yace Cervantes. Sólo Francisco Urbina y Luis Francisco Calderón, ingenios medianos, pero almas sinceras, cantaron sus alabanzas y pusieron humildes flores sobre su tumba. ¡Qué vergüenza indeleble para aquella so¬ ciedad podrida que tenía a Cristo en los labios, pero las víboras en el corazón! Merced a las circunstancias que acabamos de exponer, fue ne¬ cesario que los ingleses, que estudiaron bien el Quijote, reivindica¬ sen a Cervantes, llamando la atención, tanto de los españoles co¬ mo del mundo entero, sobre su grandeza. Efectivamente, a estas alturas históricas, constituye un dato comprobado e incontrover¬ tible el hecho de que los dos primeros comentadores del Quijote fueron ingleses: Edmond Gayton, con sus notas intituladas Pleasent notes upon don Quixote de 1674, y John Bowle, quien ela¬ boró sus Anotaciones a la historia de Don Quijote de la Mancha, de 1781. De tal manera, estos dos anotadores pueden considerarse como los fundadores del cervantismo, o bien, de la erudición cer¬ vantina. Otro inglés, lord Carteret, se adelantó a España en glorifi¬ car a Cervantes, dando al mundo a sus expensas la primera biogra¬ fía del autor —la de Mayáns y Sisear- y la primera edición monu¬ mental del Quijote, de 1738. Con razón escribe este último, el más distinguido erudito español de aquella época y el primer bió¬ grafo de Cervantes: “Lo cierto es que Cervantes, mientras vivió, debió mucho a los extranjeros y muy poco a los españoles; aqué¬ llos le alabaron y honraron sin tasa ni medida, éstos le desprecia¬ ron y aun le ajaron con sátiras privadas y públicas”, palabras que hallaban eco todavía ochenta y dos años más tarde en la cuarta edición del Quijote publicada por la Real Academia Española (Madrid, 1819), en cuyo prólogo se lee: “El intento de la Acade¬ mia fue desagraviar la memoria del ilustre Cervantes, poco honra¬ da hasta entonces entre sus compatriotas. . (t. I, pról., p. 3). Con motivo del tercer centenario de la muerte del gran escri¬ tor, los cervantistas sinceros preparaban esta conmemoración. Se reunieron juntas, algunos diarios publicaron encomiables artícu¬ los, y, sobre todo los de Mariano Cavia, despertaron mucho inte¬ rés y entusiasmo. Las repúblicas hispanoamericanas se prestaron para solemnizar dignamente el evento. De todas partes del mundo se recibían cartas de personalidades adhiriéndose a la celebración del centenario. Se abrió un concurso para la erección de un gran monumento digno de la talla de Cervantes. Apoyaron la iniciativa 47 las universidades, institutos y escuelas de todo tipo. En suma, no iba a quedar rincón de España sin honrar a Cervantes. Pero inútil. Cuando todo estaba dispuesto, he aquí que, de la noche a la ma¬ ñana, ante el asombro del mundo, el gobierno español aplazó ad calendas graecas la celebración del centenario so pretexto de la guerra europea. Y mientras que España, patria de Cervantes y na¬ ción neutral, dejaba de celebrar esta fecha conmemorativa de su mayor ingenio, las naciones que tomaban parte en la guerra ren¬ dían su fervoroso tributo a la memoria del Príncipe de los Inge¬ nios Españoles. . . escribe el autor de su mayor y más moderna biografía,!? y agrega: “Efectivamente, en tanto aquí se aplazaba hasta la creación del monumento, en un parque de Nueva York, alzábase uno en honra del autor del Quijote. . . y las ciudades ar¬ gentinas de Buenos Aires y Panamá acuñaban medallas.” Lo mismo que ocurría con Cervantes y su monumento, suce¬ día con su novela inmortal. Primero, trataron de anularla con otra, la falsa, y una vez frustrada la treta, la ignoraron e inclusive intentaron hacerla desaparecer. Así, su coetáneo, ex-eclesiástico Diego Saavedra de Fajardo (1584-1648), diplomático de ascen¬ dencia aristocrática, no la menciona para nada en su obra de eru¬ dición La república literaria, y tampoco a Cervantes. El sabio crítico fray Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), monje benedic¬ tino, en su vastísima obra consistente en más de 14 volúmenes que constituyen su Teatro crítico y sus Cartas eruditas, donde se nombran centenares de autores y libros, no halló un modesto lu¬ gar para citar una sola vez a Cervantes y su gran libro, ni tan si¬ quiera para recordar una frase o un pensamiento de él. Los jesuítas en sus escuelas tronaban contra Cervantes tildán¬ dole de hereje. El padre Miguel Mir, quien abandonó la Compañía de Jesús en 1891, pero conservó su calidad de sacerdote, refiere en su libro Los jesuítas de puertas adentro o un barrido hacia fue¬ ra en la Compañía de Jesús que, en cierto colegio, se celebró un auto de fe o quema de libros heréticos. Uno de los arrojados a las llamas fue el Quijote, y al lanzarlo se pronunció el anatema: ¡Por hereje, por impío, por. . . liberal! 41 Más o menos al mismo tiempo que la Compañía de Jesús arre¬ metía contra la obra señera de la literatura española, el ala radical de los liberales, representada por los así llamados esoteristas, co¬ mo Polinous, Baldomero Villegas y el patriarca de ellos, Nicolás Díaz de Benjumea, reaccionaron vehementemente contra ella, ini¬ ciando una nueva corriente interpretativa de la novela. Ellos pres- 40 Astrana, Marín, obr. cit., 1. 1, p. CIX. 41 Aducido por Cerrejón, obr. cit., p. 1 1. 48 taron más atención al espíritu que a la letra de la misma. La labor que emprendieron era muy loable, pero los métodos usados por ellos eran del todo acientíficos y la mayor parte de sus conclusio¬ nes desaforadas y arbitrarias. Para ellos, todas las aventuras eran, o alusiones a la vida del autor o entapujaban un simbolismo social y político. En la obra veían, además, un sinfín de misterios, claves y anagramas que había que descifrar como un enigma. Sin embar¬ go, los esoteristas y, en primer lugar, el más inteligente entre ellos, Díaz de Benjumea, tienen el mérito de haber vislumbrado y llama¬ do la atención sobre el verdadero sentido del Quijote, localizado algunas alusiones a los sucesos de la vida de su autor que hay en aquél, alusiones comprobadas más tarde por la investigación, y, por fin, son ellos los que han destruido la absurda tesis de un Qui¬ jote como mera y pobre sátira de los libros de caballerías. Con todo, sus exageraciones simbolísticas y cabalísticas eran tantas y tan grandes, que el mismo nombre de esoterista llegó a ser, con el tiempo, el sinónimo de fantasías cervantófilas. Esta circunstancia fue aprovechada por la crítica conservadora, que a partir de entonces procuró desprestigiar todo intento de terpretar la obra de una manera más realista, sobre todo en aspectos político y social, colgando a sus autores el sambenito esoteristas. De tal modo, se urdió una verdadera conspiración torno al pensamiento trascendental de la obra. in¬ sus de en Tocó en suerte descubrir este complot al docto español Américo Castro que, en el curso de la tercera década del siglo en curso, cuando durante el auge relativo de la cultura, surgido hacia los años 30 y 40 a raíz del cambio de régimen político, se inició un proceso de revisión en los estudios cervantinos, en su penetrante monografía,42 desentrañó las huellas renacentistas y humanistas en la obra del genial escritor complutense. Con ella sentó sólidas bases para una investigación científica de la misma. Ante el peso y la evidencia de los argumentos de los nuevos enfoques, la crítica conservadora se vio impotente, pero no se dio por vencida. Recurrió a todo género de artimañas, para desvirtuar y tergiversar el sentido del gran texto cervantino. Para ello se sir¬ vió de forzamiento del texto (J. Cejador y Frauca), sus enmenda¬ ciones arbitrarias (J. E. Hartzenbusch), y mutilaciones del mismo en forma de citas truncadas (Moneva y Puyol). A título de ejem¬ plo aduciremos dos pasajes muy elocuentes en los que concurren las tres formas de tergiversación. Se trata del ya referido episodio con un cuerpo muerto que fue conducido por un cortejo noctur¬ no de clérigos desde Baeza a Segovia, episodio que Don Quijote 42 El pensamiento de Cervantes, obr. cit. 49 tomó por otra de las aventuras caballerescas que, según él, reque¬ ría su intervención. Esta no tarda en producirse, pues nuestro hi¬ dalgo, pensando que el cadáver era el de un caballero muerto cuya venganza le incumbía sólo a él, embiste con su lanza a los eclesiás¬ ticos, derriba a uno y desbarata la procesión. En el diálogo que se entabla entre el clérigo derribado y Don Quijote, éste explica al cura los motivos de su ataque de la siguiente manera: El daño estuvo, señor bachiller Alonso López, en venir, como veníades, de noche, vestidos con aquellas sobrepellices, con las hachas encendidas, rezando, cubiertos de luto que propiamente semejábades cosa mala y del otro mundo; y así yo no pude dejar de cumplir con mi obligación acometiéndoos, y os acometiera aunque verdaderamente supiera que erades los mesmos satanases del infierno; que por tales os juzgué siempre (1,19). Como el adverbio de tiempo “siempre” supone un lapso muy largo de sucesos, que en este caso no hubo, pues apenas encontró Don Quijote el séquito del difunto, lo acometió, lo dispersó y pu¬ so en fuga, y se terminó todo, su significado no era acorde con el sentido literal del pasaje, y sólo se entendía en su sentido trascen¬ dental, es decir, como que por boca de Don Quijote hablaba el mismo Cervantes -y así fue en realidad—, J. Cejador y Frauca forzó la acepción del adverbio explicándolo con “todo el tiempo, durante toda la aventura”,43 en tanto que J. E. Hartzenbusch en¬ mendó manu propria el final del pasaje, que en su edición reza así: . .que por tales os juzgué sin duda" 44 Que el pasaje ha de entenderse en su sentido trascendental, se infiere del coloquio que sigue a la aventura, en el que Don Quijote —a guisa del comento del episodio— finge disculparse por haber atacado a los clérigos, ya que acto seguido vuelve a la carga comparando su satisfacción por la paliza que les propinó, con la del Cid Campeador, cuando según el romance, éste había roto la silla del embajador francés en presencia del Papa, por lo cual fue excomulgado. Oigamos el tex¬ to correspondiente: -Yo entiendo Sancho, que quedo descomulgado por haber puesto las manos violentamente en cosa sagrada. . . aunque sé bien que no puse las manos, sino este lanzón; cuanto más, que yo no pensé que ofendía a sacerdotes ni á cosas de la Iglesia, á quien respeto y adoro como católi¬ co y fiel cristiano que soy, [sino á fantasmas y á vestiglos del otro mun¬ do. Y cuando eso así fuese, en la memoria tengo lo que le pasó al Cid 43 La lengua de Cervantes, t. II, p. 1019. 44 Argamasilla de Alba, 1863, 1,p. 172. 50 Rui Díaz, cuando quebró la silla del embajador de aquel rey delante de su Santidad del Papa, por lo cual lo descomulgó, y anduvo aquel día el buen Rodrigo de Vivar como muy honrado y valiente caballero] (1,19). La mejor prueba de lo correcto de nuestra interpretación la te¬ nemos en el hecho de que el teólogo español, J. Moneva y Puyol,45 haya mutilado la última citación suprimiendo todas las pa¬ labras puestas entre corchetes por nosotros, o sea, todas las pala¬ bras referentes al contento que sentía Don Quijote por haber apa¬ leado a sus anchas a los eclesiásticos; con lo cual alteró a su albe¬ drío el pasaje, ajustándolo a su tesis de un Cervantes “hijo sumiso y abnegado de la Iglesia y respetuoso de sus ministros”. Por fortuna, el ilustre escritor ha sido después, con justicia, re¬ habilitado por la posteridad honrada, humanista y progresista. Se ha comprendido que sus contemporáneos fueron injustos; la in¬ vestigación objetiva ha puesto en claro muchos datos; las míseras cuestiones de personas han desaparecido; se ha arrojado clara luz sobre la vida del insigne escritor por doctos biógrafos, tanto espa¬ ñoles como extranjeros; se han hecho hermosas y costosas edicio¬ nes del Quijote , así en su patria como fuera de ella, ilustradas por grandes pintores; la admiración y curiosidad de todas las naciones cultas se ha volcado sobre sus páginas, de suerte que, hoy en día, cuenta con la mayor bibliografía en el mundo, después de la Bi¬ blia ; su brillante prosa ha sido traducida en alrededor de. . . ¡se¬ tenta lenguas! Todos, en fin, unánimes y sin discusión, admirado¬ res de Cervantes, han proclamado la superioridad del magno autor entre todos los de su patria, por la castiza frase, amenidad descrip¬ tiva, estilo elegante y fascinadoras galas de su lenguaje que embe¬ llecen sus imperecederas ideas y nobles y elevadas miras. Gracias a ello, los españoles le han otorgado merecidamente el título de Príncipe de los Ingenios Españoles, y llamado con orgullo y ra¬ zón, al hermoso idioma que hablan: La lengua de Cervantes. 45 Obr. cit., p. 59. 51 ’ V ' . Siendo Director General de Publicaciones Jorge Gurría Lacroix se termino la impresión de El Quijote , la iglesia y la Inquisición el día 15 de febrero de 1972 Su composición se hizo en Press Román 10:11, 8:10 y 8:9 en la MT72 Composer Se tiraron 2 000 ejemplares DATE DUE DATE DE RETOUR MAY 0 2 1991. APRT01M n 1 * m vi n APR 1 2 1995 38-296 CARR MCLEAN O 1163 O TRENT DP179 Osterc .088 Bérlan, El Quijote, Ludovik. la iglesia y la Inquisición DATE ISSUED TO <£60103 Uf