Subido por Juan Cruz Pacheco

resumen-hobsbawm

Anuncio
lOMoARcPSD|5032430
Resumen Hobsbawm
Antropología Social y Cultural (Universidad Nacional del Chaco Austral)
Studocu no está patrocinado ni avalado por ningún colegio o universidad.
Descargado por Juan Cruz Pacheco ([email protected])
lOMoARcPSD|5032430
RESUMEN HOBSBAWM – LA ERA DE LAS REVOLUCIONES 1789-1848
EVOLUCIONES
1. El mundo. 1780-1790
I. La consecuencia más importante de la doble revolución (francesa, de carácter político, e
inglesa, de carácter industrial, fue el establecimiento del dominio del globo por parte de unos
cuantos regímenes occidentales sin paralelo en la historia. Los viejos imperio y civilizaciones
del mundo se derrumbaban y capitulaban. La India se convirtió en una provincia administrada
por procónsules británicos, los estados islámicos fueron sacudidos por terribles crisis, África
quedó vierta a la conquista directa. Incluso el gran Imperio chino se vio obligado, en 18391842,a abrir sus fronteras a la explotación occidental. En 1848 nada se oponía a la conquista
occidental e los territorios. El progreso de la empresa capitalista occidental sólo era cuestión de
tiempo. Pero en el seno de la sociedad burguesa nace una nueva ideología, contradicción de la
doble revolución. La sociedad comunista que comenzó como un fantasma, recorrió Europa y se
apoderó de gran parte de ella tiempo después.
El mundo cambió “demasiado rápido”. Entre 1760 y final de siglos, el viaje entre Glasgow y
Londres se acortó de diez días a 62 horas… aunque esto solo sucedía en zonas contadas. El
resto del globo estaba masivamente incomunicado. Las carretas eran usadas tanto para el
transporte de personas como para el de mercancías (especialmente el correo). Vivir cerca del
mar era vivir cerca del mundo: Sevilla era más accesible desde Vera Cruz que desde
Valladolid. De todos los empleados del Estado, quizá sólo los militares de carrera podían
esperar vivir una vida un poco errante, de la que sólo les consolaba la variedad de vinos,
mujeres y caballos de su país.
II. El problema agrario era por eso fundamental en el mundo de 1789, y es fácil comprender
por qué los fisiócratas consideraron indiscutible que la tierra, y la renta de la tierra, eran la
única fuente de ingresos. Y que el eje del problema agrario era la relación entre quienes
poseen la tierra y quienes la cultivan, entre los que producen su riqueza y los que la acumulan.
Las relaciones de la propiedad se pueden dividir dependiendo la zona del globo donde
estemos.
-América: destaca la importación de minerales y otras extracciones, así como esclavos,
mucho más que productos agrarios. En este período el algodón es más preciado, en
detrimento del azúcar.
-Al este del Elba, el cultivador típico no era libre, sino que realmente estaba ahogado
en la marea de la servidumbre, creciente casi sin interrupción desde finales del siglo XV o
principios del XVI. La zona de los Balcanes surgió como países campesinos, pero en ellos no
había una propiedad agrícola concentrada. Muchos estaban sometidos a límites cercanos a la
esclavitud o eran criados domésticos. En el ámbito de la producción, eran casi independientes
de Europa, en todo tipo de alimentos y materias primas.
En general esto hacía que los aristócratas explotaran cada vez más su posición económica
inalienable y los privilegios de su nacimiento y condición. Solo unas pocas comarcas habían
impulsado el desarrollo agrario dando un paso adelante hacia una agricultura puramente
capitalista, principalmente en Inglaterra. La gran propiedad estaba muy concentrada, pero el
típico cultivador era un comerciante de tipo medio, granjero-arrendatario que operaba con
trabajo alquilado. Una gran cantidad e pequeños propietarios, habitantes en chozas,
embrollaba la situación. Con el cambio, entre 1760-1830, lo que surgió fue una agricultura de
empresarios agrícolas –granjeros- y un gran proletariado agrario.
El siglo XVIII no supuso un estancamiento agrícola. Por el contrario, si bien seguía siendo
regional, una gran era de expansión demográfica, de amento de urbanización, comercio y
manufactura, impulsó y hasta exigió el desarrollo agrario. La segunda mitad del siglo vio el
principio del tremendo aumento de población.
III. La clase media de abogados, administradores de grandes fincas, cerveceros, tenderos e
incluso el industrial parecía poco más que un pariente pobre. Era el mercader el verdadero
director del desarrollo (en tanto el señor feudal lo era en Europa oriental). Por eso el sistema
más conocido era el putting-out system, por el cual un mercader compraba todos los productos
Descargado por Juan Cruz Pacheco ([email protected])
lOMoARcPSD|5032430
del artesano o del trabajo no agrícola de los campesinos para venderlo luego en los grandes
mercados; temprano capitalismo industrial.
El siglo XVIII debió toda su fuerza de desarrollo al progreso de la producción y el comercio,
y al racionalismo económico y científico, que se creía asociado a ellos de manera inevitable.
Las logias masónicas, donde no existía una diferencia de clases propagaron las ideas inglesas
bajo un tupido velo francés: la igualdad y la libertad (después la fraternidad) fueron la bandera
de su revolución. El objetivo principal de los ilustrados no fue el capitalismo, sino, a través del
humanismo y las ideas racionalistas-progresistas, la libertad de todos los ciudadanos. Las
monarquías absolutas del despotismo ilustrado encendieron la llama de la revolución
intelectual y luego de la revolución práctica.
IV. Los reyes que se llamaron “ilustrados” lo hicieron movidos menos por un interés en las
ideas generales que para la sociedad suponía la “ilustración” o la “planificación”, que por las
ventajas prácticas que la adopción de tales métodos suponía para el aumento de sus ingresos
y bienestar. La monarquía absoluta pertenecía a la feudalidad, que estaba dispuesta a utilizar
todos los recursos posibles para reforzar su autoridad y sus rentas dentro de sus fronteras. Las
únicas liberaciones del campesinado, anteriores a 1789, fueron en pequeños países como
Dinamarca y Saboya, a pesar de que todos los grandes ministros tenían en su mente, como
única solución, la abolición de la servidumbre. Las colonias rompieron el hielo, en este caso
Irlanda y Estados Unidos, por vía pacífica o revolucionaria.
El enfrentamiento entre Francia e Inglaterra significó la confrontación de dos sistemas
políticos antagónicos. Los ingleses no sólo vencieron más o menos decisivamente en todas
esas guerras excepto en una, sino que soportaron el esfuerzo de su organización,
sostenimiento y consecuencias con relativa facilidad. La doble revolución iba a hacer irresistible
la expansión europea, aunque también iba a proporcionar al mundo no europeo las
condiciones y el equipo para lanzarse al contraataque.
1
2. La Revolución Industrial
I. Si bien este acontecimiento da sus primeros pasos a principios del siglo XVIII, no será
hasta 1830 cuando la literatura de Balzac y los manifiestos de Engels y Marx se hagan cargo
del proletario y la clase trabajadora hija del capitalismo. La Revolución Industrial supone que un
día entre 1780-1790, y por primera vez en la historia humana, se liberó de sus cadenas al
poder productivo de las sociedades humanas, que desde entonces se hicieron capaces de una
constante, rápida y hasta el presente ilimitada multiplicación de hombres, bienes y servicios.
Esto es lo que ahora se denomina técnicamente por los economistas take-off, el crecimiento
autosostenido. Ninguna sociedad anterior había sido capaz de romper los muros de una
estructura en la que el hambre y la muerte se imponían periódicamente. Preguntar cuándo se
completó es absurdo, pues su esencia era que, en adelante, nuevos cambios revolucionarios
constituyeran su norma. Y así sigue siendo.
Que el estallido se diera en Inglaterra no quiere decir que fuese superior científica y
técnicamente hablando. En las ciencias naturales Francia era, con mucho, el baluarte de
Europa. Las lecturas de los economistas ingleses eran tanto Adam Smith como Dupont,
Quenay Turgot, Lavoisier y los italianos. La educación palmaria no estaba en Oxford o
Cambridge, sino en Escocia, de donde surgieron los genios de esta revolución, como Watt,
Telford, McAdam, James Mill. Hasta que Lancaster impusiera sus medidas, la educación
inglesa no despegó. Además, los inventos de estos no requerían más conocimiento que el que
se tenía a principio de siglo (excepto en química), y su aplicación fue muy posterior (unos 40
años).
Las condiciones legales eran la gran ventaja. Un puñado de terratenientes de mentalidad
comercial monopolizaba casi la tierra, que era cultivada por arrendatarios que a su vez
empleaban a gentes sin tierras o propietarios de pequeñísimas parcelas. La agricultura estaba
preparada para cumplir sus cuatro funciones fundamentales en una era de industrialización:
-aumentar la producción y la productividad para alimentar a una población no
agraria
-proporcionar un vasto y ascendente cupo de potenciales reclutar para las
ciudades
Descargado por Juan Cruz Pacheco ([email protected])
lOMoARcPSD|5032430
– suministrar un mecanismo para la acumulación de capital utilizable por los
sectores más modernos de la economía
-así como la creación de excedente para exportar material e importar capital.
El dinero no solo hablaba, sino que gobernaba. Pero hay zonas que, aunque en 1850
producían mucho más que en 1750 no habían disfrutado del salto cualitativo de Manchester o
Birmingham. Empresarios e inversores cruzaron sus actividades. Había algo que alzaba a
Gran Bretaña sobre el resto de naciones, que además tras las guerras napoleónicas quedaron
sometidas: la industria algodonera y la expansión colonial.
II. Los esclavos y el algodón fueron en paralelo. Liverpool, Bristol y Glasgow crecieron al
amparo de este tráfico de mercancías. La Revolución industrial puede considerarse, salvo en
unos cuantos años iníciales, hacia 1780-1790, como el triunfo del mercado exterior sobre el
interior: en 1814 Inglaterra exportaba cuatro yardas de tela de algodón por cada tres
consumidas en ella; en 1850, trece por cada ocho. Las guerras napoleónicas cerraron Europa
a este comercio, algo que volvió a reanudarse en 1820. Pero en las colonias, la industria
británica había establecido un monopolio a causa de la guerra, las revoluciones de otros países
y su propio gobierno imperial. Inglaterra dominó financieramente al continente sudamericano.
India se convirtió en la (forzada) clientela de Lancashire. El comercio del opio, por su parte,
lanzó los intercambios con China desde 1820-1830. Los suministros ultramarinos de lana
ganaron en importancia a partir de 1870.
La gran industria del algodón se llevó por delante el trabajo manufacturero, de gran
antigüedad. Muchos se rebelaron ante la pérdida de sus puestos de trabajo cuando y la
industria no los necesitaba para nada. Comenzaba la tiranía de las máquinas.
III. La industria como tal tiene su nacimiento en base al algodón. El textil es posterior y el
vapor no se usaba mucho fuera de la minería. Con ella arrastró a otros sectores; por eso
influyó en el progreso económico de Gran Bretaña. Se pasó de importar 11 millones de libras
de algodón bruto en 1780 a 588 millones en 1850 (su producción suponía casi el 50% del
total). La pequeña crisis entre 1830-1840 sacudió levemente el mercado del algodón y
tambaleó toda la economía británica: queremos con esto mostrar lo importante que era el
algodón para su estabilidad.
La desviación de las rentas hacia el arrendatario supuso levantamientos cartistas y otros en
1848 contra las máquinas, vistas como la raíz de los problemas. No solo proletariado, sino
granjeros fueron los protagonistas. Por eso los pequeños burgueses y los obreros se unieron a
los radicales ingleses, republicanos franceses o jacksonianos norteamericanos, dependiendo la
localización.
A los capitalistas solo les preocupaba el cómputo de sus ganancias; mientras tanto les daba
igual las acciones proletarias. Los tres fallos del sistema fueron: el ciclo comercial de alza-baja,
la tendencia de la ganancia a declinar y la disminución de las oportunidades de inversiones
provechosas. Inicialmente la industria del algodón tenía muchas ventajas. Su mecanización
aumentó mucho la productividad de los trabajadores, muy mal pagados en todo caso, y en gran
parte mujeres y niños. La inflación que suponía la diferencia entre el coste de la materia prima
y el beneficio que suponía la venta de la manufactura, quedó neutralizada (e incluso en
descenso) en 1815.
En los momentos de crisis había se ajustaba el presupuesto reduciendo los salarios de los
trabajadores: se podía comprimir directamente los jornales, sustituir los caros obreros expertos
por mecánicos más baratos o introducir máquinas en el lugar de un grupo. La medida más
racional era introducir maquinaria. Entre 1800-1820 hubo 39 patentes nuevas, 51 entre 18201830, 86 en 1830-1840 y 156 en 1840-1850. Si bien la industria se estabilizó tecnológicamente
en 1830, no sería hasta la 2/2 de siglo cuando la producción tuviera un aumento revolucionario.
IV. El problema de las producciones masivas es que necesitan un buen mercado de
consumo. La industria militar, tras Waterloo, entró en decadencia y la de productos primarios
no era excesivamente grande. Nunca falló, sin embargo, la industria del carbón: 10 millones de
toneladas (90% de producción mundial) frente a 1 millón de los franceses) en 1800. El
ferrocarril es el hijo de las minas del norte de Inglaterra: una gran producción requería una
excelente movilización de producto.
El ferrocarril constituía el triunfo del hombre mediante la técnica. Que requiriese de una gran
inversión en hierro, acero, carbón y maquinaria pesado, de trabajo e inversión de capital,
Descargado por Juan Cruz Pacheco ([email protected])
lOMoARcPSD|5032430
supuso que el ferrocarril impulsó, como ningún otro invento, el desarrollo de la segunda
industrialización. Carbón y acero triplicaron su producción. La sociedad inglesa invertía sus
riquezas y obtenía beneficios, la aristocracia y la sociedad feudal se lanzó a malgastar una
gran parte de sus rentas en actividades improductivas. Esa fue la diferencia.
Cuando el capital acumulado fue tanto que no lo pudo absorber el propio país, se decidió
invertir en el extranjero, especialmente desde la década de 1820. Pero solían ser empresas
fracasadas porque no se cumplían las expectativas: o terminaban por cobrar menos interés o el
pago de este se retrasaba unos 40 años (como el caso de los griegos).
V. El factor más crucial que hubo de movilizarse y desplegarse fue el trabajo, pues una
economía industrial significa menos población agrícola, más urbana y un aumento general de
la población, luego también se necesita mayor suministro de alimentos: una revolución
agrícola. Para eso se hubo de terminar con los comunales medievales y las caducas actitudes
comerciales del feudalismo. En 1846 se abolieron las Corn laws que retrasaban la entrada del
capitalismo en el campo.
Para que la industrialización urbana triunfara, había que hacer dos cosas: mecanizar el
campo para liberar a muchos campesinos de su actividad tradicional y tentarlos a la industria y,
después, formarlos para que estuviesen capacitados en sus puestos. En un principio, se
contrataron mayoritariamente niños y mujeres (que resultaban más rentables).
Si bien sus ciudades pronto se contaminaron y llenaron de niebla (recordad Oliver Twist!),
los ingleses supieron utilizar muy bien sus recursos. A la altura de 1780 su consumo de
algodón era dos veces el de los EE.UU y cuatro el de Francia; producía más de la mitad de
lingotes de hierro del mundo; recibía dividendos de todas sus inversiones por el mundo. Gran
Bretaña era el taller del mundo.
3. La revolución francesa
I. Si Inglaterra proporcionó la base de la Rev. Industrial, Francia lo hizo en la política. Entre
1789-1917, las políticas de todo el mundo lucharon ardorosamente en pro o en contra de los
principios de 1789 o los más radicales de 1793. Proporcionó los programas de los partidos
liberales, radicales y democráticos de la mayor parte del globo.
Ya entre 1776 y 1790 se produjo una serie de revoluciones democráticas, en EE.UU.
Bélgica, Holanda; pero fue la francesa la que más consecuencias tuvo. Fue la única verdadera
revolución de masas (hemos de saber que 1/5 europeos era francés…) y radical (tanto que los
extranjeros revolucionarios que se le unieron fueron luego moderados en Francia). Al contrario
que la Revolución americana, la francesa influyó en ámbitos geográficos muy distantes: afectó
en Sudamérica y fue el primer gran movimiento de ideas en la cristiandad occidental que
produjo algún efecto real sobre el mundo islámico –caso de la India y Turquía-.
En Francia, al contrario que en Inglaterra, el conflicto entre los intereses de antiguo régimen
y la ascensión de las nuevas fuerzas sociales era peligrosamente agudo. Una monarquía
absoluta, como la de Luis XVI, no aceptaría pequeñas dosis reformistas como las propuestas
de Turgot. Hacía falta un gran cambio. La monarquía absoluta, no obstante, introdujo, por
iniciativa propia a una serie de financieros y administrativos en la alta aristocracia, quienes
fundían los descontentos de nobles y burgueses en los tribunales.
La nobleza se granjeó numerosos enemigos: no solo ocupaba los puestos más importantes
del Estado, sino que tenía una creciente inclinación a apoderarse de la administración central y
provincial. La mayoría de la gente eran gentes pobres o con recursos insuficientes, deficiencia
ésta aumentada por el atraso técnico reinante. La miseria general se intensificaba por el
aumento de la población. Diezmos y gabelas también contribuían a ello.
La revolución americana terminó con victoria para Francia, pero el precio fue demasiado
alto: una bancarrota total. Aunque muchas veces se ha echado la culpa de la crisis a las
extravagancias de Versalles, hay que decir que los gastos de la corte sólo suponían el 6% del
presupuesto total en 1788. La guerra, la escuadra y la diplomacia consumían un 25% y la
deuda existente un 50%. Guerra y deuda –la guerra norteamericana y su deuda- rompieron el
espinazo de la monarquía.
La Revolución comenzó con la “Asamblea de notables” de 1787 y la convocatoria a Estados
Generales de 1789. Todo comenzó como un intento aristocrático de retomar el control, pero fue
un error subestimar al “tercer estado” con una crisis económica tan profunda, dejándolo a un
Descargado por Juan Cruz Pacheco ([email protected])
lOMoARcPSD|5032430
lado en los órganos representativos. La Declaración de derechos del hombre y del
ciudadano es un manifiesto contra la sociedad jerárquica y los privilegios, pero no a favor de
una sociedad democrática. No se pedía el fin de los reyes ni la conformación de una asamblea
representativa (podía haber intermediarios. Pero eso sí: la soberanía residiría en la “Nación”
(vocablo importante). Esta identificación iba más allá del programa burgués, tenía un acento
mucho más radical y peligroso para el orden social.
La crisis del trigo, que el pan duplicara su precio, el bandolerismo y los motines, hicieron de
la Asamblea “ del juego de pelota”, algo más revolucionario y crítico de lo que cabría esperar.
La contrarrevolución hizo a las masas de París una potencia efectiva de choque. La toma de la
Bastilla fue el símbolo del final del Antiguo Régimen en Francia: 14-7-1789.
La revolución fue burguesa y liberal-conservadora. El tercer estado fue liberal-radical. Por
momentos esta dicotomía oscilaba hasta que finalmente quebró. Algunos burgueses dieron un
paso más hacia el conservadurismo, al ver que los “jacobinos” llevaron la revolución
demasiado lejos para sus ideales. El tercer estado no quería una sociedad burguesa, que
progresivamente adquiría tintes aristocráticos.
De los jacobinos, solo los sans-culottes tenían cierta iniciativa política. El resto,
desarrapados y hambrientos eran incultos y seguían a líderes bien formados. Marta y Hébert
defendían los interesas de la gran masa de proletarios, el trabajo, la igualdad social y la
seguridad del pobre: igualdad, y libertad directa. Pero su utopía fue irrealizable y más fruto de
la desesperación que de un plan bien trazado. Su memoria queda unida al jacobinismo, del que
no siempre fue partidario.
II. Entre 1789 pocas concesiones se hicieron a la plebe, pero sus reformas fueron las más
duraderas. Desde el punto de vista económico, las perspectivas de la Asamblea Constituyente
eran completamente liberales: su política respecto al campesinado fue el cercado de las tierras
comunales y el estímulo a los empresarios rurales; respecto a la clase trabajadora, la
proscripción de los gremios; respecto a los artesanos, la abolición de las corporaciones.
La Constitución Civil del clero fue un mal intento, no de destruir el clero, sino de alejarlo del
absolutismo romano.
El rey sabía que la única opción de reconquistar el absolutismo sería con una intervención
desde el exterior, pero esto sería difícil debido a la buena situación del resto de países. Pero
Europa se dio cuenta de que corría peligro su derecho al trono y se pusieron en marcha. La
Asamble Legislativa pronosticaba la guerra y así fue desde 4-1792. Sin embargo fueron
derrotados y las masas se radicalizaron. Los altos mandos fueron encarcelados, incluido el rey
y la República fue instaurada.
La Convención Girondina se percató de que o vencían rotundamente o eran eliminados del
tablero de juego. Para ello movilizó el país como nunca se había hecho: economía de guerra,
reclutamiento en masa, racionamiento, y abolición virtual de la distinción entre soldados y
civiles. Por último, reclamaba sus fronteras naturales con dos propósitos: tumbar la
contrarrevolución y conseguir más territorios con los que hacer la guerra económica a Gran
Bretaña. En este clima, los jacobinos fueron ganando terreno palmo a palmo. Esto derivó en la
toma de poder por los sans-culottes el 2-6-1793.
III. La Convención jacobina se recuerda por el almidonado Robespierre, el gigante Danton, el
elegante Saint-Just, el tosco Marat y el Comité de Salud Pública –Comité de guerra-, el tribunal
revolucionario y la guillotina. Hubo 17.000 ejecuciones en 14 meses. El terror, a pesar de lo
que se dice, fue mucho menor que el de las matanzas contra la Comuna de París en 1871 o
las del siglo XX. Pero el caso es que tras ese tiempo de muerte, Francia se estaba
desintegrando por los ataque extranjeros en todos los frentes. El resultado: la contrarrevolución
vencida, un ejército mejor formado y más barato una moneda más estable (ya casi toda en
papel) y un gobierno estable (aunque con otro color) que iba a comenzar una racha de casi
veinte años de victorias militares ininterrumpidas.
El fin del programa jacobino era un Estado fuerte y centralizado –le grande nation-, las levas
en masa y una Constitución radical que prometía el sufragio universal, alimento, trabajo y
derecho a la rebelión. Se procuraría el bien común con unos derechos operantes para el
pueblo (lo que implicaba el fin total de todo lo concerniente al sistema y los privilegios
feudales).
El rígido Robespierre venció al pícaro Danton, que acaudilló a numerosos delincuentes,
especuladores, estraperlistas y otros elementos viciosos y amorales de la sociedad. La
guillotina recordaba que nadie estaba seguro. Los procesos de descristianización disgustaron a
Descargado por Juan Cruz Pacheco ([email protected])
lOMoARcPSD|5032430
algunos. El 27-7-1794, con la victoria en Fleurus y la ocupación de Bélgica, se dio paso a una
revolución termidoriana que terminó con los andrajosos sans-culottes y los gorros frigios.
Robespierre, Saint Just y Couthon, junto con otros 87 miembros, fueron ejecutados.
IV. Termidor se encontraba con el problema de enfrentarse la clase media francesa para la
permanencia de lo que técnicamente se llama período revolucionario (1794-1799). Tenían que
conseguir una estabilidad política y un progreso económico sobre las bases del programa
liberal original de 1789-1791. Los sucesivos regímenes hasta 1870 (Directorio, Consulado,
Imperio, monarquía borbónica restaurada, monarquía constitucional, República e Imperio de
Napoleón III), no fueron más que el intento de mantener una sociedad burguesa intermedia
entre dos sistemas antagónicos: la república democrática jacobina y del antiguo régimen.
El régimen civil era débil. Su constitución no fructificó como se esperaba. Precariamente, los
políticos oscilaron entre la derecha y la izquierda y tenían que hacer uso frecuente del ejército
tanto contra los agentes exteriores como contra las rebeliones internas. En este contexto, es
normal que Napoleón brotara en este clima de ambigüedad en el que los militares tenían más
poder que los gobernadores. Poco a poco el ejército fue abandonando su carácter
revolucionario y adquirió tintes de ejército tradicional y nacional, propiamente bonapartista.
La escala se configuraba por las dotes personales y la capacidad de mando. La rigidez
castrense aún no estaba definida. El ejército no contaba con un abundante armamento,
respaldado por una industria pesada efectiva. Contaba más la efectividad de actuación. Con
estos Napoleón conquistó Europa, no solo porque pudo, sino porque tenía que hacerlo. Con él
el mundo tuvo su primer mito secular: de cónsul pasó a Emperador, estableció un código civil,
un concordato con la Iglesia y hasta un Banco nacional. El Corso hizo de la revolución liberal
un régimen liberal asentado.
Napoleón fue mito y realidad. Era el hombre civilizado del siglo XVIII, racionalista, curioso,
ilustrado, pero lo suficientemente discípulo de Rousseau para ser también el hombre romántico
del XIX. Si bien construyó las estructuras de la universidad, la legislación, el gobierno, la
economía, destruyó el sueño jacobino de la libertad, igualdad y fraternidad: ascensión del
pueblo para sacudir el yugo de la opresión… Este mito revolucionario sobreviviría a la muerte
de Napoleón.
4. Guerra
I. Entre 1792 y 1815 los enfrentamientos en el mundo, ya entre Estados, ya entre sistemas
sociales, fueron continuos. Casi todos los intelectuales del momento –poetas, músicos,
filósofos- apoyaron el movimiento, al menos antes y después del terror y antes del Imperio
napoleónico. El jacobinismo solo contó con apoyo en Inglaterra –a través de los escritos de
Tomas Paine, como Los derechos del hombre-; pero en el resto de lugares solo unos cuantos
jóvenes ardorosos o iluministas utópicos apoyaron esta rebelión. En los lugares donde la
nobleza era fuerte el ideal jacobino impregnó a las clases medias, pero no se pudo llevar a
cabo acciones contra la fuerte nobleza, al contrario que en Irlanda, donde el malestar del país,
más las ideas masónicas de los United Irishmen empujaron a la gente. No porque les gustaran
los franceses, sino para buscar aliados contra los ingleses.
En realidad, PP.BB. Alemania, Suiza y algunos estados italianos creyeron en el triunfo del
proyecto jacobino (por particularidades de política exterior y economía).La tendencia del era
convertir las zonas con fuerza jacobina local, en repúblicas satélites que, más tarde, cuando
conviniera, se anexionarían a Francia (como el caso de Bélgica en 1795). Fue tal el crecimiento
que experimentaron los ramales de la revolución que, en 1798, Inglaterra era el único
beligerante… no podemos especular sobre una bien organizada actuación francoirlandesa;
pero acaso hubieran forzado un tratado de paz-subordinación para los ingleses.
En otro orden, paradójicamente, la importancia militar de la guerra de guerrillas fue mayor
para los antifranceses que la estrategia militar del jacobinismo extranjero para los franceses.
Socialmente hablando, no es descabellado afirmar que estas guerras fueron sostenidas por
Francia y sus territorios fronterizos contra el resto de Europa (Austria, Rusia, España…). Gran
Bretaña, por su parte, solo quería preponderancia económica y que en el continente unas
fuerzas quedaran sometidas por las otras mientras ellos se expandían. Su objetivo no era de
expansión territorial por Europa. Este conflicto se ganó la comparación con el romanocartaginés: destrucción total el enemigo, que nunca pudo ser porque ninguno de los dos podía
invadir con garantías las tierras del otro.
Descargado por Juan Cruz Pacheco ([email protected])
lOMoARcPSD|5032430
Quienes se enfrentaron a Francia lo hicieron de modo intermitente, pues no tenían reales
motivos políticos para chocar con ella. Los aliados franceses eran los sometidos por los
antirrevolucionarios: la enemistad de A implica la simpatía de anti-A. En este caso los príncipes
alemanes contra el emperador –Austria en este caso-, que crearon la Confederación Alemana
y Sajonia –por el contra a Prusia-. Francia no tenía militares bien formados en marina, pero
donde primaba la improvisación, la movilidad y la flexibilidad, enfrentamiento en tierra, no
tenían rival: los altos mandos rusos rondaban los sesenta años de media… los franceses no
más de treinta tres años. Esto es fruto de la revolución.
II. En 1802 se consolidó la supremacía de las zonas conquistadas en 1794-1798. Los ataque
que recibió Francia entre 1805-1807 le granjearon muchas victorias que llevaron sus dominios
aliados hasta las fronteras con Rusia. Sin embargo, Trafalgar fue el punto y final en la carrera
hacia una posible invasión a través del estrecho o el establecimiento de contactos ultramarinos.
Tras la derrota de Leipzig, las fuerzas invadieron el imperio y sometieron a Napoleón desde
todos los puntos geodésicos. El agónico intento de Waterloo terminó con todas las esperanzas
de Napoleón.
III. Debemos centrarnos en los cambios fronterizos que sobrevivieron a Napoleón: en esencia
se terminó la Edad Media y Alemania e Italia quedaban pre-configuradas. Los principados
episcopales de Colonia, Maguncia, Tréveris desaparecieron, así como las ciudades libres. Solo
los Estados Pontificios persistieron. Antes de estos cambios había Estados dentro de Estados
o regiones bajo soberanía dual, aduanas entre territorios de un mismo gobierno… “fronteras”.
El afán revolucionario de unificación y la codicia que asolaba a los pequeños condados,
señoríos y demás, favoreció el acercamiento y conformación de naciones con más
posibilidades de competencia. Pero más que las fronteras debemos destacar la constancia, el
eco que tuvieron los códigos napoleónicos en las posteriores leyes y sistemas legislativos de
Bélica, Renania e Italia. El feudalismo había sido vencido al oeste de Rusia y el Imperio
Otomano.
El congreso de Viena anduvo con ojo. Ya se sabía que una simple revolución podía saltar
las fronteras, que la revolución social era posible, que las naciones existían al margen de los
estados y los pueblos independientemente de sus dirigentes. La Revolución Francesa abrió los
ojos al mundo para hacerles ver sus posibilidades. Una fuerza universal había cambiado el
rumbo de la historia.
IV.
Prácticamente ningún país sufrió una gran variación de sus cifras de población más allá
de la merma que el ritmo de una guerra poco cruenta y las pocas epidemias y hambrunas que
hubo podía ocasionar. No más del 7% de la población francesa fue llamada a filas (en la I G.M.
fue el 21%). Los costes de la guerra no impidieron el crecimiento de Francia, pues los cubría
con el dinero saqueado de los territorios dominados; pero perdió el comercio de ultramar.
Inglaterra, por su parte, al no expandirse, sufrió más los efectos de las campañas porque,
además, debía subvencionar a sus aliados en el continente. Pero Inglaterra salió como
vencedora y estuvo a la cabeza de todos los estados, aún más de lo que lo estuvo en 1789.
5. La Paz
I. Tras veinte años de guerras las naciones se enfrentaban con la problemática de mantener la
paz. Los reyes no eran más inteligentes ni más pacifistas, pero estaban asustados ante un
nuevo brote social. Desde 1815 a 1914 no hubo en Europa (excepto la guerra de Crimea) una
guerra en Europa que enfrentara a más de dos potencias. Para que esto fuera posible la
diplomacia francesa, inglesa y rusa estuvo a la orden del día. Digamos que existió una tensa
calma entre grandes potencias por zonas no-europeas.
Francia reingresó en el concierto internacional de las monarquías. Los Borbones
regresaron, pero ya nada volvería a ser como antes de 1789. En este caso se debieron
respetar los cambios más importantes y se concedió una (moderadííiiisima) Constitución, Carta
“libremente otorgada”. Inglaterra trató en Europa, tan solo, que ninguna nación fuera
demasiado fuerte (por eso permitió la independencia de Bélgica en las revoluciones de 1830).
El principal objetivo de la Confederación de Estados alemanes era mantener a los pequeños
estados occidentales alejados de la órbita francesa. En tanto Austria haría de equilibradora de
Descargado por Juan Cruz Pacheco ([email protected])
lOMoARcPSD|5032430
las fuerzas en Centroeuropa (no le interesaba la inestabilidad). Rusia se expandió hacia
Finlandia, Polonia y Besarabia.
Para mantener el orden restablecido, se crearon los Congresos de las potencias, que solo
se convocaron entre 1818-1822. No resistieron el posterior embiste. Inglaterra no apoyó la
Santa Alianza porque de este modo el absolutismo hubiera impregnado Sudamérica, y
precisamente los ingleses querían lo contrario. De hecho firmaron la Declaración Monroe de
1823 que tenía carácter profético. La independencia de sus estados estaba cercana.
Las revoluciones de 1830 alejaron todas las tierras al oeste del Rin de las operaciones
políticas de la Santa Alianza. Entretanto, la “cuestión de Oriente” alteraba el ritmo normal de la
vida en los Balcanes. Rusia quería un acceso al Mediterráneo. G.Bretaña pugnaba por evitarlo.
El tratado de “protectorado” entre rusos y turcos en 1833 fue visto como una afrenta por los
ingleses. Desde 1840 Rusia ya estaba pensando en el fraccionamiento del Imperio islámico.
Esta cuestión y la imposible alianza con los turcos frente a los rusos, llevó a la guerra de
Crimea en 1854-1856 (único gran conflicto antes de la I G.M.).
Aparte de este capítulo bélico, el resto de crisis fueron solo diplomáticas (Egipto profrancés,
Imperio Otomano que tenía influencia sobre Egipto, Rusia que no quería guerra por
Constantinopla…). Además, ninguna de las potencias tenía motivos para entablar lucha: todas
estaban más o menos satisfechas tras 1815, excepto Francia, que no tenía aún fuerza para
“quejarse” en alta voz. Entre 1815-1848 ningún gobierno francés arriesgaría la paz general por
los interesas de su país. Solo Argelia fue la excepción en 1847.
Inglaterra solo buscaba mantener sus colonias –sobre todo la India- y establecer puntos
comerciales de esclavos en las cosas de África. Con las guerras del Opio (1839-1842) contra
China, Inglaterra llegó a controlar 2/3 del subcontinente asiático.
Más importante es la definitiva abolición de la esclavitud, por humanitarismo y por intereses
comerciales: Inglaterra y Francia la abolieron entre 1834 y 1848.
6. Las Revoluciones
I. El objetivo principal de las potencias tras 1815 era evitar una segunda Revolución francesa,
o la catástrofe todavía peor de una revolución europea general según el modelo de la francesa.
La primera oleada revolucionaria tuvo carácter mediterráneo: Grecia, España y Nápoles,
entre 1820 y 1821. La segunda reavivó los ánimos de independencia sudamericana. Bolívar,
San Martín y O’Higgins liberaron la Gran Colombia, Perú y Argentina. Iturbe hizo lo propio con
México y Brasil se separó sin más problemas de Portugal. Las grandes potencias las
reconocieron rápidamente, pero Inglaterra, además, concertando tratados económicos.
La segunda oleada fue más amplia aún. Todas las tierras al oeste de Rusia sufrieron
alzamientos. Bélgica se independizó de Holanda en 1830, Polonia fue reprimida, pero en Italia
y Alemania hubo graves convulsiones, el liberalismo triunfó en Suiza, España y Portugal
padecieron guerras civiles e Inglaterra tuvo que aceptar la secesión religiosa de Irlanda: el
catolicismo había sido legalizado. Esto derivó en la definitiva derrota de la aristocracia para dar
paso a una clase dirigente de “gran burguesía” con instituciones liberales bajo una monarquía
constitucional al estilo de 1791, pero con privilegios más restringidos. El EE.UU. de Jackson
fue más allá: extendió el voto a los pequeños granjeros y los pobres de las ciudades. Pero
hubo consecuencias aún más graves: los movimientos nacionalistas y de la clase trabajadora.
La tercera “gran ola” fue la “primavera de los pueblos” de 1848, cuando la revolución
mundial soñada por los rebeldes estuvo más cerca que nunca. Estalló y triunfo en casi toda
Europa.
II. Las revoluciones, dependiendo de su origen:
-Liberales (franco-española): con su modelo en la revolución y el sistema de 1791. La
monarquía sería parlamentaria y sus votantes restringidos por sus ganancias.
– Radicales (inglesa): cuya inspiración encuentra eco en la revolución de 1792-1793,
jacobina, cuyo ideal es una república democrática hacia el “estado de bienestar”.
-Socialista (anglo-francesa): toman las directrices de las revoluciones
postermidorianas, entre las que cabe destacar la protagonizada por Babeuf en 1796, con un
carácter comunista, en la línea de Sant-Just.
Pero todas tenían algo en común: la lucha contra la monarquía absoluta, la Iglesia y la
aristocracia… o dicho de otro modo, aborrecían los regímenes de 1815 y lucharon contra ellos
por distintas vías, como hemos visto.
Descargado por Juan Cruz Pacheco ([email protected])
lOMoARcPSD|5032430
III. Entre 1815 y 1830 aún no existía una clase trabajadora como tal. Solo las personas
reunidas en torno a las ideas owenistas o “Los seis puntos de la Carta del pueblo” (Sufragio
universal, voto por papeleta, igualdad de distritos electorales, pago a los miembros del
Parlamento, Parlamentos anuales, abolición de la condición de propietarios para los
candidatos) empezaban a mostrarse algo más radicales. Los discursos de Paine aún
insuflaban aliento y también los escritos de Bentham.
El deseo de luchar conjuntamente contra el zar y las naciones organizadas bajo su amparo
contra las posibles insurrecciones, favoreció la creación de grupos organizados de reacción
liberal. Todas tendían a adoptar el mismo tipo de organización revolucionaria o incluso la
misma organización: la hermandad insurreccional secreta. La más conocida es la de
los carbonarios, que actuaron sobre todo entre 1820-1821 y la de los decembristas. Desde
1806, de un modo latente, se reforzaron hasta que se presentó el momento apropiado: 1820.
Muchas fueron destruidas en 1823, pero una triunfó: Grecia 1821, la cual sirvió de inspiración
en los años siguientes.
Las revoluciones de 1830 mostraron abiertamente el desasosiego económico y social. Los
revolucionarios se ciñeron a los modelos de 1789 y no tanto a las sociedades secretas.
Además, el capitalismo empobrecía a los trabajadores que se comenzaron a sentir miembros
integrantes de una clase: la clase trabajadora. Un movimiento revolucionario proletariosocialista empezó su existencia. En estas fechas los liberales habían pasado de ser oposición
al Antiguo Régimen a ocupar un escalafón en la política de sus países o, al menos, a presionar
a los moderados. Esta fue la lucha que se siguió en adelante.
Como en Inglaterra y Francia los liberales se fueron moderando e incluso reprimieron a
algunos trabajadores, estos vieron en el Republicanismo social y demócrata una salida más
afín a sus peticiones… y así sería como el movimiento obrero se radicalizó. Unos soñaban en
las barricadas, otros en los príncipes convertidos al liberalismo, pero esta última apuesta era
muy complicada. En 1834 se crea la Unión aduanera alemana, con Prusia al frente.
La falta de perspectiva de una revolución europea hacía necesario, como pensó Marx, en
una Inglaterra intervencionista o una nueva Francia jacobina y eso era imposible. Románticos o
no, los radicales rechazaban la confianza de los moderados en los príncipes y los potentados,
por razones prácticas e ideológicas. Los pueblos debían prepararse para ganar su libertad por
sí mismos, por la “acción directa”, algo aún muy carbonario. Tomar la iniciativa planteaba la
duda de si estaban o no preparados para hacerlo al precio de una revolución social.
IV. En Europa y América latina este espíritu revolucionario no se consumó. En Europa el
descontento de los pobres y el proletario era creciente. El descontento urbano era universal en
Occidente. Que la política estratégica y directiva, así como las sistemáticas ofensivas de los
patronos y el gobierno, no triunfara redujo a los socialistas a grupos propagandísticos y
educativos un poco al margen de la principal corriente de agitación.
En Francia los grupos revolucionarios no eran tan proletarios como “patronos
desengañados”. Saint-Simon, Fourier, Cabet y Blanqui protagonizaron las agitaciones políticas
de las clases trabajadores al alborear la revolución de 1848. La debilidad del blanquismo era la
debilidad de la clase trabajadora francesa. Su objetivo era instaurar “la dictadura del
proletariado”.
La división de simpatías entre la extrema izquierda y los radicales de la clase media los
llenaba de dudas y vacilaciones acerca de la conveniencia de un gran cambio político. Llegado
el momento se mostrarían jacobinos, republicanos y demócratas.
V. Donde el núcleo del radicalismo lo conformaban las clases bajas y los intelectuales, el
problema era mucho más grave. El levantamiento de los campesinos en Galitzia en 1846 fue el
mayor de los movimientos campesinos desde 1789. Pero donde aún había reyes legítimos o
emperadores, estos tenían la ventaja táctica de que los campesinos tradicionalistas confiaban
en ellos más que en los señores. Por eso los monarcas aún estaban dispuestos a usas a los
campesinos contra la clase media.
Los radicales se dividieron en demócratas (que buscaban cierta armonía entre el
campesinado y la nobleza/monarquía) y la extrema izquierda (que concebía la lucha
revolucionaria como una lucha de las masas simultáneamente contra los gobiernos extranjeros
y los explotadores domésticos. Anticipándose a los revolucionarios nacional-socialistas de
nuestro siglo, dudaban de la capacidad de la nobleza y la clase media, cuyos intereses estaban
fuertemente ligados al gobierno.
Descargado por Juan Cruz Pacheco ([email protected])
lOMoARcPSD|5032430
En la Europa subdesarrollada la revolución de 1848 no triunfó bien por inmadurez política
de los campesinos o por medidas demasiado férreas de los señores y monarcas, quienes
odiaban hacer concesiones adecuadas u oportunas.
VI. La revolución de 1830 y 1848 tenían cosas en común: estaban organizadas por
intelectuales y gente de clase media a los que, una vez el estallido, se unían los campesinos y
demás gente. Además, siguieron patrones tácticos de la revolución de 1789. Pero mientras
hubo un conato de política democrática las actividades fundamentales de una política de
masas (campañas públicas, peticiones, oratoria ambulante- apenas eran posibles.
La liga alemana de los Proscritos (que más adelante se convertiría en la Liga de los Justos
y en la Liga Comunista de Marx y Engels), cuya médula la formaban jornaleros alemanes
expatriados, era una de esas sociedades ilegales. El credo general que se extendía era el que
rezaba que los aristócratas y reyes eran usurpadores de las libertades y que el gobierno debía
ser elegido por el pueblo y responsable ante él. Veían la instalación de la república
demoburguesa como un preliminar indispensable para el ulterior avance del socialismo.
En el proyecto de la “Joven Europa” de Mazzini ya reflejaba el deseo de crear una sociedad
internacional masónico-carbonaria. Respecto al exilio de los militantes de izquierdas, Francia y
Suiza acogieron a gran parte de ellos. No es extraño que la I Internacional tuviera su génesis
en la ciudad de “la gran revolución”
7. El nacionalismo
I. Desde 1830 el movimiento general a favor de la revolución se escindió. Un producto de esa
escisión merece especial atención: los movimientos nacionalistas. Los movimientos que mejor
simbolizan estas actividades fueron los llamados “Jóvenes”, fundados o inspirados por
Giuseppe Mazzini. Este apelativo (“Joven Alemania”, “Joven Turquía”) señalaba la
desintegración del movimiento revolucionario europeo en segmentos nacionales. Cada uno de
esos segmentos nacionales tenía los mismos programas políticos, estrategia y táctica que los
otros, en incluso una bandera tricolor. Aspiraban a la hermandad de todas, simultaneada con la
propia liberación.
La vanguardia de la clase media nacionalista libraba su batalla a lo largo de la línea que
señalaba el progreso educativo de gran número de “hombres nuevos” dentro de zonas
ocupadas antaño por una pequeña elite. Sin embargo, la importancia de los estudiantes en las
revueltas de 1848 nos hacen olvidar que eran poco más de 40.000 en todo el continente.
Otro factor que ayuda a comprender el nacionalismo es la adopción en documentos oficiales
y libros universitarios, del idioma nacional como preferente. El latín y el griego, si bien
continuaban enseñándose, quedaron relegados en la Dieta húngara y en Rumanía. Entre 1820
y 1840 se triplicó la publicación de libros en Alemania, lo cual nos habla de una evolución
estratosférica en Centroeuropa. Por su parte, Francia y Bélgica tenían un 50% de analfabetos,
España y Portugal llegaban al 80%. En síntesis, solo aquellos países que se habían asimilado
la doble revolución tenían buenos índices de alfabetización y progreso: escandinavos, Irlanda,
Inglaterra y EE.UU. sobre todo.
Identificar el nacionalismo con la clase letrada no es decir que las masas, por ejemplo
rusas, no se consideraran “rusas” cuando se enfrentaban con alguien de fuera. El hecho de
que el nacionalismo estuviera representado por la clases medias y acomodadas, era suficiente
para hacerlo sospechoso a los hombres pobres (si bien trataban de atraerlos con el señuelo de
una reforma agraria). Para las masas, en general, la prueba de la nacionalidad era todavía la
religión: los españoles se definían por ser católicos, los rusos por ser ortodoxos.
II. Fuera del área del moderno mundo burgués existían también algunos movimientos de
rebelión popular contra los gobiernos extranjeros (entendiendo por éstos más bien los de
diferente religión que los de nacionalidad diferente) que algunas veces parecen anticiparse a
otros posteriores de índole nacional. No podemos considerar nacionales los movimientos
de sij frente a los ingleses, la de los bereberes contra los pachás (el nacionalismo islámico
está acuñado en el siglo XX) o la de los albaneses (que no solo luchaban contra sus
gobernadores provinciales, sino que reclamaban mayor autoridad del sultán turco).
El caso de Grecia es especial. Todas las clases educadas y mercantiles de los Balcanes y el
área del mar Negro y Levante, estaban helenizadas por la naturaleza de sus actividades.
Durante el siglo XVIII esta helenización prosiguió con más fuerza que antes, debiéndose, en
gran parte, a la expansión económica en el floreciente Mar Negro. El nacionalismo griego fue
Descargado por Juan Cruz Pacheco ([email protected])
lOMoARcPSD|5032430
comparable a los movimientos de elites de Occidente, lo que explica el proyecto de promover
una rebelión por la independencia en los principados danubianos bajo el mando de magnates
locales griegos. La philiké Hetairía –sociedad secreta y patriótica, protagonista de la revuelta
de 1821- consiguió la afiliación de sectores más bajos.
La independencia griega fue la condición esencial preliminar para la evolución de otros
nacionalismos balcánicos en tanto que concentró en la Hélade a la dispersa clase ortodoxa,
balcánica y culta que se repartía por el resto de territorios bajo el Imperio turco, intensificando
el nacionalismo de los demás pueblos balcánicos.
Los ideales de “panbalcanismo” o “panamericanismo” no eran viables, primeramente por la
variedad de pequeñas repúblicas y segundo por la variedad de culturas e ideas. Sólo México,
bajo la bandera de la Virgen de Guadalupe, inició un movimiento popular agrario, indio. El resto
tan solo son embriones de una “conciencia nacional”.
En ninguna parte se descubre nada que semeje nacionalismo, pues las condiciones
sociales para ello no existen. El intelectual, el comerciante de turno tendría difícil luchar contra
un gobierno tradicional si los tradicionales gobernados no recogían sus ideas. Por eso, aunque
se tiene a simplificar el nacionalismo como resistencia antiextranjera, en Asia, los países
islámicos e incluso África, la unión entre intelectuales y nacionalismos, y entre ambos y las
masas, no se efectuaría hasta el siglo XX. Esto es porque el nacionalismo, como tantas otras
cosas del mundo moderno, es hijo de la doble revolución.
8. La tierra
I. Lo que sucediera a la tierra determinaba la vida y la muerte de la mayoría de los seres
humanos entre los años 1789-1848. Como consecuencia, el impacto de la doble revolución
sobre la propiedad, la posesión y el cultivo de la tierra, fue el fenómeno más catastrófico de
nuestro período. Los fisiócratas veían en la tierra la más básica de las formas de riqueza.
Tres medidas tratarían de reactivar la producción agraria. En primer lugar, la tierra tenía que
convertirse en objeto de comercio, ser poseída por propietarios privados con plena libertad
para comprarla y venderla. En segundo lugar, tenía que pasar a ser propiedad de una clase de
hombres dispuestos a desarrollar los productivos recursos de la tierra para el mercado guiados
por la razón: intereses y provechos, y tercer lugar, la gran masa de la población rural tenía que
transformarse en jornaleros libres y móviles que sirvieran al creciente sector no agrícola de la
economía. Terratenientes capitalistas y campesinado tradicional eran los obstáculos. Inglaterra
tomó las medidas más novedosas, Prusia las más conservadoras, montando el capitalismo
sobre la estructura feudal sin una revolución previa.
Norteamérica gozó de la mejor situación previa: el aumento de tierras libres virtualmente
ilimitado y también de la falta de todo antecedente de relaciones feudales o de tradicional
colectivismo campesino; solo los pieles rojas dificultaban esta tarea. En general todos los que
tenían un pensamiento conservador aborrecían el liberalismo burgués.
Mayorazgos y bienes eclesiásticos había que secularizarlos y venderlos para ponerlos en
activo. A esto seguiría la pérdida del vínculo que el campesino poseía con la tierra y todo lo
demás: su siguiente destino era la ciudad. Esto ocurrió parcialmente en las zonas no-europeas
controladas por estos.
En Inglaterra no hubo abolición del feudalismo. Terratenientes y campesinos estaban en
armonía por la burguesía intermedia. El verdadero conflicto llegó con la inflación de los precios
tras las guerras napoleónicas y la “Ley de pobres” de 1834 que arremetía contra los últimos
campesinos, haciéndoles la vida realmente insoportable: así llegó el gran éxodo a la ciudad
desde 1840. Dinamarca, por su parte, hizo algo similar, pero en vez de enriquecerse los
terratenientes lo hicieron los propietarios rurales independientes.
II. En Francia, la abolición del feudalismo, los diezmos y los derechos señoriales fue asunto de
la revolución, sobre todo jacobina que llevó las consecuencias de la política agraria más allá de
los que el mismo desarrollo capitalista hubiera deseado. Ni terratenientes, ni cultivadores…
muchos tipos de propietarios tachonaban la extensión del país galo. A partir de aquí, este ideal
se trasladó al resto de países de Europa: en algunos casos comenzó las reformas, en otros las
continuó. La vuelta de los regímenes autoritarios retrasó la cuestión.
En general, cada posterior avance del liberalismo impulsaba a la revolución legal a dar un
paso más para pasar de la teoría a la práctica y cada restauración de los antiguos regímenes lo
aplazaba, sobre todo en los países católicos, en donde la secularización y venta de las tierras
de la Iglesia era una de las más apremiantes exigencias liberales. Las tierras de la iglesia
Descargado por Juan Cruz Pacheco ([email protected])
lOMoARcPSD|5032430
fueron una excepción: tenían muy pocos defensores y demasiados lobos rondándolas.
Burgueses y nobles las adquirieron para sí. Ahora bien, la venta de las mismas no formó una
clase media burguesa y emprendedora. Muchas veces los compradores fueron los mismos
nobles y terratenientes que las codiciaban, de tal modo que el feudalismo anterior, en torno al
Mediterráneo, adquirió una base legal sobre la que sustentarse.
La influencia de la Revolución francesa, sumando al argumento económico racional de los
trabajadores libres y la codicia de la nobleza determinaron la emancipación de muchos
campesinos a lo largo de la primera mitad del siglo XIX.
III. Los campesinos deseaban tierras, pero no una economía agraria burguesa: pues solo
ofrecía derechos legales a cambio de muchas pérdidas. Perderían los derechos comunales,
protección señorial… un silencioso bombardeo a unas estructuras en las que siempre habían
vivido. Aquellas tierras donde la revolución francesa no pudo dar las tierras a los campesinos,
estos siguieron apoyando su sistema tradicional, al rey y a los clérigos. Exceptuando el
movimiento de 1789, el resto buscaron el apoyo del emperador, rey o clérigo de turno. Que
esto sucediera en la Alemania de 1848 condenó la revolución Solo donde se carecía totalmente
de tierras había una tendencia más revolucionaria.
El bakunismo y el marxismo iban a ser más efectivos porque iban a convencer al pueblo de
que el rey y la iglesia eran aliados de los ricos locales y que ellos les hablaban con palabras
comprensibles y cercanas. Antes de 1848 la burguesía era mal vista y su modelo solo se
dejaría sentir pasada la primera mitad del siglo.
IV. En muchos sitios de Europa, como hemos visto, la revolución legal vino como algo
impuesto desde fuera y desde arriba, como una especie de terremoto artificial más bien que
como el desmoronamiento de una tierra hacía tiempo reblandecida. Esto fue más evidente
todavía donde se impuso a una economía enteramente no burguesa conquistada por
burgueses, como en África y en Asia, sobre estructuras firmemente establecida de carácter
feudal.
La propiedad de la tierra en la India prebritánica era tan compleja como suele serlo en
sociedades tradicionales, pero no incambiables, sometidas periódicamente a conquistas
extranjeras, pero apoyadas siempre sobre dos firmes pilares: la tierra pertenecía a
colectividades autónomas. Los tributos solían cobrarse por comisionistas, por un lado,
o ryotwari (que trataba de hacer individual la tasa de tributación de cada campesino,
considerándolo propietario o arrendatario. En cualquier caso, los intereses de la Compañía de
las Indias Orientales estaban cada vez más subordinados a los intereses generales de la
industria británica. La aplicación del liberalismo económico a la tierra india ni creó un cuerpo de
propietarios ilustrados ni un modesto campesinado vigoroso: solo incertidumbre. Si bien
actualizó las estructuras político-administrativas, las hambrunas seguían azotando aquellas
tierras de Asia. A pesar del Parlamento, las elecciones, las leyes… el contenido seguía siendo
el mismo que antes.
V. La revolución en la propiedad rural fue el aspecto político de la disolución de la tradicional
sociedad agraria; su invasión por la nueva economía rural y el mercado mundial, su aspecto
económico. La agricultura local estaba muy al margen de las competencias internacionales.
Solo un gran cataclismo en la sociedad agraria. Esto sucedió en Irlanda y en la India. Los
campesinos solían ser sometidos a un altísimo tributo, mientras que solo la patata y la leche
proporcionaban un aporte de hidratos y vitaminas suficiente. Eran grandes bolsas de pobreza.
Pero ahora bien: cuando la población creciera más allá del límite de producción de patatas, se
produciría una catástrofe. Y así fue en Irlanda, 1847: más de un millón de muertos.
En Inglaterra, entre 1790-1800, la situación no era mucho mejor. El liberalismo económico
proponía resolver el problema de los campesinos obligándoles a aceptar trabajo con jornales
bajísimos o a emigrar. La ley de pobres, 1834, terminó por agudizar el problema. Su mísera
situación no mejoraría hasta después de 1850.
El campesinado francés, generalmente, estaba en mejores condiciones. En un nivel
superior, los americanos.
9. Hacia un mundo industrial
Descargado por Juan Cruz Pacheco ([email protected])
lOMoARcPSD|5032430
I. Solo una economía estaba industrializada efectivamente en 1848, la británica, y, como
consecuencia, dominaba al mundo. Probablemente entre 1840 y 1850, los Estados Unidos y
una gran parte de la Europa central habían cruzado o estaban ya en el umbral de la Revolución
industrial. Salvo en las zonas angloparlantes, la realidad social de 1840 no era muy diferente
de la de 1788.
Una revolución continental sin un correspondiente movimiento británico estaba condenada
al fracaso, como preveía Marx. Lo que no pudo prever, en cambio, fue que el desnivel del
desarrollo industrial entre la Gran Bretaña y el continente hacía inevitable que éste se alzara
solo.
El notabilísimo aumento de población estimulaba mucho, como es natural, la economía,
aunque debemos considerar esto como una consecuencia, más que como una causa exógena
de la revolución económica, pues sin ella no se hubiera mantenido un ritmo tan rápido de
crecimiento de población más que durante un período limitado. También producía más trabajo,
joven, sobre todo, y más consumidores.
Otros factores clave son la expansión del ferrocarril y las carreteras, al tiempo que los
canales y el paso de la navegación de vela a la de vapor y mayor tonelaje. Esto derivó en
grandes movimientos migratorios (hasta cinco millones de personas abandonaron sus tierras
de origen) y en que el comercio internacional se multiplicara por cuatro entre 1780 y 1850.
II. A partir de 1830 –el momento crítico que el historiador de nuestro período no debe perder
de vista cualquier que sea su particular campo de estudio- los cambios económico y sociales
se aceleran visible y rápidamente. Los cimientos de una gran parte de la futura industria se
habían puesto en la Europa napoleónica, pero no sobrevivieron mucho al fin de las guerras,
que produjo una gran crisis en todas partes. Después de esa fecha todo cambió, tanto que
hacia 1840 los problemas propios del industrialismo eran objeto de serias discusiones en
Europa occidental y constituían la pesadilla de todos los gobernantes y economistas.
Con la excepción de Bélgica y quizá Francia, el monótono período de verdadera
industrialización en masa no se produjo hasta después de 1848. El período 1830-1840 señala
el nacimiento de las zonas industriales, y los famosos centros del mundo. Los artículos de
consumo estaban dejando paso al hierro, acero, carbón, etc… Mientras Inglaterra aún
practicaba masivamente la explotación de los primeros, Bélgica y Suecia se aferraban a los
segundos.
Las grandes ciudades apenas estaban industrializadas, aunque mantenían una gran
población que cubría este déficit. De las ciudades del mundo con más de 100.000 habiatantes,
aparte de Lyon, sólo las inglesas y norteamericanas tenían verdaderos centros industriales:
Milán, en 1841, sólo tenía dos pequeñas máquinas de vapor.
En Inglaterra, tras 200 años, no había una escasez real de ningún factor de producción para
el desarrollo del capitalismo. En Alemania, por ejemplo, existía una falta manifiesta de capital:
la gran modestia del nivel de vida de las clases medias lo corrobora. La multiplicidad de
pequeños estados, cada uno con sus peculiares intereses y sus controles, contribuía a impedir
el desenvolvimiento racional. La unión aduanera constituyó el triunfo de la mano de Prusia:
garantía de inversiones y otorgamiento de condiciones favorables eran algunos de los planes.
Los proyectos de financiación industrial de los hermanos Pererire fueron bien recibidos en el
extranjero. Los banqueros, desde 1850, actuaron más como inversores que como banqueros
propiamente.
III. Sobre el papel ningún país tendría que haber avanzado más: tenían ingenio, inventiva, gran
desarrollo capitalista, sistemas de grandes almacenes, publicidad y ciencia. Sus financieros
eran los más importantes, como hemos visto. Fundaron las compañías de gas e invirtieron en
el ferrocarril de toda Europa. La clave para entender lo siguiente se debe a la misma
Revolución francés, que perdió con Robespierre mucho de lo que ganara con la Asamblea
Constituyente de 1790. Se prefería la inversión, la venta, el despilfarro en el extranjero en
busca de la acumulación de capital.
En tanto Estados Unidos crecía desorbitadamente. Solo un obstáculo ralentizó el proceso:
el conflicto entre el norte (industrial, granjero y proteccionista frente al extranjero) y el sur
(semicolonial, aliado comercial de Inglaterra). Rusia estaba llamada a ser otra de las grandes:
por su tamaño, población y recursos naturales. El sistema feudal ya estaba decayendo en su
seno. Pero donde no había independencia política, no había opción de desarrollo. Los mejores
ejemplos son Egipto e India.
Descargado por Juan Cruz Pacheco ([email protected])
lOMoARcPSD|5032430
De todas las consecuencias económicas de la era de la doble revolución , la más profunda y
duradera fue aquella división entre países “avanzados” y “subdesarrollados”. El abismo entre
los “atrasados” y los “avanzados” permaneció inconmovible, infranqueable y cada vez más
ancho.
10. La carrera abierta al talento
I. Las instituciones oficiales derribadas o fundadas por una revolución son fácilmente
discernibles, pero nadie mide los efectos que de ahí se siguen. El resultado principal de la
revolución en Francia fue el de poner fin a una sociedad aristocrática… no al a “aristocracia” en
el sentido de jerarquía de estatus social distinguida con títulos. Una cultura tan profundamente
formada por la corte y la aristocracia como la francesa no perdería sus huellas. Sin embargo, la
Restauración borbónica no restauró el antiguo régimen: cuando Carlos X quiso hacerlo fue
derribado.
Los periódicos modernos, la moda, los grandes almacenes, los escaparates públicos y el
teatro abierto a la sociedad fueron inventos franceses. Balzac lo refleja bien en sus novelas. El
efecto de la revolución industrial sobre la estructura de la sociedad burguesa fue menos
drástico en la superficie, pero de hecho fue más profundo. El arado de la industrialización
multiplicaba sus cosechas de hombres de negocios bajo las lluviosas nubes del norte. La
sociedad, dice J.S. Mill, estaba dividida en señores, burgueses y obreros. Unitarios, baptistas,
cuáqueros e independientes dio fuerza a los hombres nuevos que luchaban contra los inútiles
aristócratas. Había un solo dios cuyo nombre era vapor y hablaba con la voz de Malthus.
Dickens, en Tiempos difíciles, nos habla de la sociedad puramente burguesa y trabajadora
que concatenó la época de la fábrica “georgiana” y la “victoriana”. Los pequeños empresarios
tenían que volver a invertir en sus negocios gran parte de sus beneficios, pero al menos existía
esa opción. Las masas de nuevos proletarios tenían que someterse al ritmo industrial del
trabajo y a la más draconiana disciplina laboral o pudrirse si no querían aceptarla. La belleza
era funcional: ferrocarriles, puentes, almacenes, un romántico horror en las interminables
hileras de casitas grises o rojizas, que, ennegrecidas por el humo, se extendían en torno a la
fortaleza de la fábrica.
II. Puede afirmarse que el resultado más importante de las dos revoluciones fue, por tanto, el
de que abrieran carreras al talento, o por lo menos a la energía, la capacidad de trabajo y la
ambición. Con toda probabilidad, en 1750 el hijo hubiera seguido el negocio de su padre.
Cuatro caminos eran la alternativa: negocios, estudios universitarios, arte y milicia. Pero
también es cierto que sin algunos recursos iniciales resultaba casi imposible dar los primeros
pasos hacia el éxito… el camino de los estudios llegó a ser más respetable que el de los
negocios.
El hombre culto no cambiaba ni se separaba automáticamente de los demás como el
egoísta mercader o empresario. Con frecuencia, sobre todo si era profesor, ayudaba a sus
semejantes a salir de la ignorancia y oscuridad que parecían culpables de sus desventuras. El
talento representaba la competencia individualista, la “carrera abierta al talento” y el triunfo del
mérito sobre el nacimiento y el parentesco. La ciencia y la competencia en los exámenes eran
el ideal de la escuela de pensadores; en otras palabras, estaba naciendo la meritocracia. En
las sociedades donde se retrasaba el desarrollo económico, el servicio público constituía por
eso una buena oportunidad para la clase media en franca ascensión.
El liberalismo era hostil a la burocracia ineficaz, a la intromisión pública en cuestiones que
debían dejarse a la iniciativa privada, y a las contribuciones excesivas. La administración
extendía sus brazos al tiempo que las ciudades y la población crecían: más problemas
requerían mayor eficacia. Pocos de esos puestos burocráticos equivalían a la carrera de un
mariscal, además, pocos eran los que alcanzaban un nivel social equivalente a una clase
media. Para quienes los caminos de la mejora social estaban cerrados, como las familias
aledañas, la burocracia, el magisterio y el sacerdocio eran, teóricamente al menos, himalayas
que sus hijos podían intentar alcanzar. La primera enseñanza seglar y religiosa era una salida
eficaz.
En cuanto a los negocios, la condición más importante era crear más deprisa jornaleros que
patronos. Por otro lado, la independencia económica requería condiciones técnicas, disposición
mental o recursos financieros que no poseen la mayor parte de los hombres y las mujeres.
Descargado por Juan Cruz Pacheco ([email protected])
lOMoARcPSD|5032430
III. Ningún grupo de la población acogió con mayor efusión la apertura de las carreras al
talento de cualquier clase que fuese, que aquellas minorías que en otros tiempos estuvieron al
margen de ellas no sólo por su nacimiento, sino por sufrir una discriminación oficial y colectiva.
La gran masa judía que habitaba en los crecientes guetos de la zona oriental del antiguo
reino de Polonia y Lituania continuaba viviendo su vida recatada y recelosa entre los
campesinos hostiles. Pero en el oeste la cosa era distinta. Los Rothschild, reyes del judaísmo
internacional, no sólo fueron ricos. También los hubo entre los intelectuales: Karla Marx,
Benjamin Disraeli. La doble revolución proporcionó a los judíos lo más parecido a la igualdad
que nunca habían gozado bajo el cristianismo. Los que aprovecharon la oportunidad no podían
desear nada mejor que ser “asimilados” por la nueva sociedad, y sus simpatías estaban, por
obvias razones, del lado liberal. La situación de los judíos los hacía excepcionalmente aptos
para ser asimilados por la sociedad burguesa.
El resto de las masas encontraban más difícil acomodarse a la nueva sociedad: el hombre
que no mostrara habilidad para llegar a propietario de algo no era un hombre completo y, por
tanto, difícilmente sería un completo ciudadano. El mundo de la clase media estaba abierto
para todos. Los que no lograban cruzar sus umbrales demostraban una falta de inteligencia
personal, de fuerza moral o de energía que automáticamente los condenaba. Además, se
esperaba que, por ley malthusiana, los pobres restringieran su procreación por el hecho de
tener pocos recursos. Sólo había un paso desde tal actitud al reconocimiento formal de la
desigualdad que, como decía Henri Baudrillart en 1853, era, junto a la propiedad y la herencia
uno de los pilares fundamentales de la sociedad humana.
Los deberes estaban claros: trabajar. La convicción social de los derechos, de que el mérito
era el calibre correcto y no la virtud eran residuos de una revolución que había enterrado la
tolerancia de otros días más utópicos.
11. El trabajador pobre
I. Tres posibilidades se abrían al pobre que se encontraba al margen de la sociedad burguesa
y sin protección efectiva en las regiones todavía inaccesibles de la sociedad tradicional. Podía
esforzarse en hacerse burgués, podía desmoralizarse o podía rebelarse.
El tejedor Hauffe decía que todo el mundo había inventado métodos para debilitar y minar
las vidas de los demás. Ya nadie se acordaba del “No robarás a tu prójimo” ni de los consejos
que Lutero daba al mundo en nombre del mundo. El pobre de la Edad Media solo necesitaba
alimentarse, el del siglo XIX necesitaba comprar ropas y otros menesteres.
Además, las dudas y vacilaciones con las que, fuera de las ciudadelas de la confianza
liberal burguesa, empezaban los nuevos empresarios su histórica tarea de destruir el orden
social y moral, fortalecía las convicciones del hombre pobre: no al individualismo. Samuel
Smiles instruyó con su literatura moral a la clase media radical. Muchos, enfrentados a la
catástrofe social, empobrecidos, explotados, hacinados en suburbios en donde se mezclaban
el frío y la inmundicia, o en los extensos complejos de los pueblos industriales en pequeña
escala, se hundían en la desmoralización. El alcoholismo era la “salida más rápida”, tanto que
se expandió una “pestilencia de fuertes licores” por toda Europa.
El crecimiento desmesurado de las ciudades y la falta de supervisión en las nuevas zonas
industriales, favorecían el abandono urbano, el alcoholismo, la prostitución, la violencia, el
suicidio, la desmoralización, el desequilibrio mental y la aparición de la peste (que dio paso a
nuevos movimientos religiosos). La casi universal división de las grandes ciudades europeas
en un “hermoso” oeste y un “mísero” este, se desarrolló en este período. Solo cuando las
enfermedades tocaron a los ricos se procuraron sistematizar las mejoras de salubridad y
control civil-policial.
Esa apatía de la masa representó un papel mucho más importante de lo que suele
suponerse en la historia de nuestro período. Estos mismos fueron los que –no es de extrañarmenos votaron en las elecciones de 1848.
II. La situación de los trabajadores pobres, y especialmente del proletariado industrial que
formaba su núcleo, era tal que la rebelión no sólo fue posible, sino casi obligada. Ningún
observador razonable negaba que la condición de los trabajadores pobres, entre 1815 y 1848,
era espantosa. En 1840 esto comenzó a percibirse con mayor claridad. Por eso parece
inevitable que surgieran los movimientos obrero y socialista. La primavera de los pueblos es
consecuencia directa.
Descargado por Juan Cruz Pacheco ([email protected])
lOMoARcPSD|5032430
Que no se cumplieran las expectativas malthusianas, sumado a las gravísimas carestías en
que derivaban las malas cosechas, derivó en pérdidas de trabajo y mala alimentación… en una
lucha por la vida: “el pan se comía de forma voraz; tanto que si hubiese estado cubierto de
fango, lo habrían devorado igual” (McCord, The Anti-Corn Law League). Hasta la llegada del
vapor y el ferrocarril a todas las ciudades, la situación general en estas no era mucho mejor
que en el campo, donde el autoabastecimiento proporcionaba, por lo general, mejor nutrición.
En torno a los pocos sectores mecanizados y de producción en gran escala, se multiplicaba
el número de artesanos preindustriales, de cierta clase de trabajadores expertos y del ejército
de trabajadores domésticos, mejorando a menudo su condición. Sin embargo, entre 1820-1830
el avance imperioso e impersonal de la máquina y del mercado los empezó a dejar de lado.
Entrar en una factoría como “mano” era entrar en algo poco mejor que la esclavitud. En la
década siguiente la situación material del proletariado industrial tendió a empeorar. Lo más
lógico es que toda esta masa de trabajadores protestara.
El rico se hacía más rico mientras el pobre se hacía más pobre. Y el pobre sufría porque el
rico se beneficiaba: “si la vida fuera algo que pudiera comprarse con dinero, el rico viviría y el
pobre moriría…” (decía el trabajador rural).
III. El movimiento obrero proporcionó una respuesta al grito del hombre pobre. No debe
confundirse con la huelga, que es anterior a la Revolución Industrial. Lo verdaderamente nuevo
en el movimiento obrero de principios del siglo XIX era la conciencia de clase y la ambición de
clase. Una clase específica, la clase trabajadora, obreros o proletariado, se enfrentaba a otra,
la del capitalista o patrono.
Esto derivó en una supervisión continua de las condiciones de trabajo: sindicatos,
sociedades mutuas, cooperativas, periódicos, instituciones, agitación. En fin, sería una
cooperativa “socialista” (no en los términos que hoy entendemos). Fuera de Francia e
Inglaterra, países que habían experimentado la doble revolución) no se conocía el término
“clase trabajadora”.
El movimiento y la conciencia proletaria estaba combinada con y reforzada por la jacobina,
conjunto de aspiraciones, métodos y actitudes morales de la Revolución francesa. Deseaban
respeto, reconocimiento e igualdad. La solidaridad y la huelga eran las mejores armas. Bajo el
movimiento “cartista” se intentaron poner en práctica estos ideales. Las campañas políticas
jacobinas se usaron para ello: periódicos, folletos, mítines y manifestaciones, motines e
insurrecciones, si eran necesarios. Sin esto no habría podido ser posible la Carta del Pueblo ni
el Acta de Reforma de 1832.
(El rompehuelgas o esquirol era el Judas de la comunidad: la solidaridad era el primer
requisito).
IV. El movimiento obrero de aquel período no fue ni por su composición ni por su ideología y
su programa un movimiento estrictamente “proletario”, es decir, de trabajadores industriales o
jornaleros. Fue, más bien, un frente común de todas las fuerzas y tendencias que
representaban a los trabajadores pobres, principalmente a los urbanos. El frente común se
dirigía contra reyes, aristócratas y clase media liberal.
Los primeros sindicatos fueron las trade unions. Quienes adoptaron las doctrinas
cooperativistas de Owen eran, en su mayor parte artesanos, mecánicos y trabajadores
manuales. En Inglaterra, incluso, se comenzaban a organizar bajo sus propios jefes (por
ejemplo, John Doherty, de los algodoneros irlandeses). Artesanos, deprimidos trabajadores y
obreros integraban los batallones del cartismo.
El movimiento obrero era una organización de autodefensa, de protesta de revolución, pero
también un instrumento de combate, un modo de vida. Nada debían a los ricos, excepto sus
jornales. Todo lo demás que poseían era su propia creación colectiva.
V. Sin embargo, cuando volvemos la vista sobre aquel período, advertimos una gran y
evidente discrepancia entre la fuerza del trabajador pobre temido por los ricos y su real fuerza
organizada, por no hablar de la del nuevo proletariado industrial. Era más un “movimiento” que
una organización. Si no fue posible el intento más ambicioso de sistematizar las protestas, se
debió a que los pobres de 1848 carecían de la sincronía y la madurez necesaria para ser capaz
de hacer de una rebelión algo más peligroso para el orden social.
12. Ideología religiosa
Descargado por Juan Cruz Pacheco ([email protected])
lOMoARcPSD|5032430
I. Lo que los hombres piensan del mundo es una cosa, y otra muy distinta los términos en
que lo hacen. Durante gran parte de la historia y en la mayor parte del mundo (quizá China sea
una excepción), los términos generales en los que se concebía el mundo eran los de la religión
tradicional. La religión comenzó a ser algo de lo que uno podía escapar. Este es el cambio más
inaudito y sin precedentes: la secularización de las masas.
El ateísmo declarado era bastante raro, pero entre los señores, escritores y eruditos
ilustrados, era más raro todavía el franco cristianismo. Más floreciente fue la masonería
racionalista, iluminista y anticlerical, sobre todo entre el sexo masculino. Pero el campesinado
permanecía completamente al margen de cualquier lenguaje ideológico que no les hablara con
las lenguas de la Virgen, los santos y la Sagrada Escritura. En síntesis, ni en el campo ni en la
ciudad era popular la abierta hostilidad a la religión.
Los filósofos no se cansaban de repetir que una moral “natural” y el alto nivel personal del
individuo librepensador eran mejores que el cristianismo. Pero la superstición era propia del
ignorante, el ignorante era quien no tenía una mínima educación y la educación brillaba por su
ausencia entre la población campesina. Era complicado que vencer la religión tradicional.
La burguesía estaba dividida ideológicamente entre los librepensadores, la mayoría de
creyentes, católicos, protestantes o judíos; pero el primero era el más eficaz y dinámico. La
prueba más evidente de esta decisiva victoria de la ideología secular sobre la religiosa es
también su resultado más importante. El secularismo de la revolución demuestra la notable
hegemonía política de la clase media liberal, que impuso sus particulares formas ideológicas
sobre un vastísimo movimiento de masas. Si el liderazgo intelectual de la Revolución francesa
hubiera venido sólo de las masas que en realidad la hicieron su ideología nos mostraría más
señas de tradicionalismo. Por eso las revoluciones posteriores son seculares. Por eso la
ideología de los modernos movimientos obreros está basada en el racionalismo del siglo XVIII,
entre otras muchas cosas porque la cavidad de las parroquias en las ciudades se adaptaban,
como en el campo, a la gran cantidad de población.
Además, la ciencia se encontraba en abierto y creciente conflicto con las Escrituras al
aventurarse por el campo evolucionista. Además, desacreditaban la Biblia cotejando con
documentos históricos: Lachmann (Novum Testamentum) o David Strauss (Leben Jesu). La
sociedad media, sin saberlo, se estaba preparando para las teorías de Darwin.
II. El crecimiento de la población hacía aumentar el número de fieles, pero no era
proporcional. Solo el Islam y protestantismo sectario se expandieron a expensas de otras en
inminente decadencia. Cuando las sociedades tradicionales cambian algo tan fundamental
como su religión, es evidente que deben enfrentarse con nuevos y mayores problemas.
El Islam se extendía con facilidad por África, ofreciendo una especie de sistema semifeudal
a cambio de la esclavitud a la que estaban condenados en el mundo blanco. Sin embargo, el
avance de la religión mahometana era mucho más complejo y trastabillado por el suroeste de
Asia. El aumento de comercio y navegación que forjaba íntimos eslabones entre los
musulmanes del sureste asiático y La Meca servía para aumentar el número de peregrinos y
hacerlos más ortodoxos. Estos movimientos de reforma se ven favorecidos por la crisis de los
imperios turco y persa. Los wahhabistas tuvieron mucho que ver en la extensión por Argelia y
el Sahara. Por su parte el movimiento “bab” de Mohamed Alí era tan revolucionario que trataba
de quitar el velo a las mujeres y volver a las prácticas del zoroastrismo.
El arco temporal 1789-1848 también puede llamarse de “resurrección del mundo islámico”.
Pero los movimientos religiosos fueron muchos, aunque en menor dimensión: el Brahmo
Samaj en la India; de las tribus indias derrotadas por los blancos en EE.UU. Los movimientos
milenarios se producirían a partir del siglo XX.
Solo en el mundo capitalista encontramos el movimiento expansionista del sectarismo
protestante. El renacimiento religioso de los países católicos tendía a tomar la forma de algún
nuevo culto emocional, de algún santo milagroso o de alguna peregrinación dentro del armazón
existente de la religión católica romana. En el este destacan las sectas de los dukhobor y los
skptsi. Sin embargo, no eran tan numerosos como para producir un cisma. En cualquier caso,
podemos hablar de una descristianización en masa, sobre todo entre los hombres.
En los países protestantes el sectarismo ya estaba bastante asentado: la comunicación
individual con Dios y la austeridad moral. Su implacable teología del infierno y la condenación y
de una austera salvación personal la hacía atractiva también para los hombres que vivían unas
vidas difíciles. El salvacionismo personal de John Wesley expresaba el antiesclavismo y la
Descargado por Juan Cruz Pacheco ([email protected])
lOMoARcPSD|5032430
morigeración de las costumbres… pero de carácter antirrevolucionario, de ahí que lo
absorbieran más fácilmente los ricos y poderosos, así como las masas tradicionales.
Curioso es el caso del “Gran Despertar” de 1800 en los Apalaches. Cuarenta predicadores
reunían entre 10.000 y 20.000 personas con un grado de histerismo orgiástico difícil de
concebir: hombres y mujeres delirantes bailaban hasta la extenuación, entraban en trance a
millares, “hablaban distintas lenguas” o aullaban como perros. La lejanía y el duro entorno
estimulaban este tipo de “religiones”.
III. Por todo ello, desde el punto de vista puramente religioso, nuestro período fue de una
creciente secularización y de indiferencia religiosa, combatidas por ramalazos de religiosidad
en sus formas más intransigentes, irracionales y emocionales. Paine y Feuerbach son dos
extremos antagónicos.
La religión anticuada, decía Marx era el “corazón de un mundo sin corazón, como el espíritu
de un mundo sin espíritu… el opio del pueblo”. Su literatlismo, emocionalismo y superstición
protestaban a la vez contra doa una sociedad en la que dominaba el cálculo racional y contra
las clases elevadas que deformaban la religión a su propia imagen.
A las monarquías y las aristocracias, como a todos los que se encontraban en el vértice de
la pirámide social, la religión proporcionaba la estabilidad anhelada. Habían aprendido de la
Revolución francesa que la Iglesia es el más fuete apoyo del trono. Para la mayor parte de los
gobiernos establecidos era evidente que el jacobinismo amenazaba a los tronos y que las
iglesias los defendían. (Curiosidad: Sören Kierkegaard fue el primero en explorar las
profundidades del corazón humano).
La fuerza de la Santa Alianza de Rusia, Austria y Prusia, destinada a mantener el orden en
Europa después de 1815, residía no en su apariencia de cruzada mística, sino en su firme
decisión de contener cualquier movimiento subversivo con las armas rusas, prusianas o
austríacas, pues una vez aceptado el principio de que valía más pensar que obedecer, el fin no
podía tardar mucho.
¿No había sido el protestantismo el precursor directo del individualismo, el racionalismo y el
liberalismo? Sí. De hecho, toda la Revolución francesa y hasta la peor revolución que está a
punto de estallar sobre Alemania, proceden de esta misma fuente. El fenómeno más familiar
para los anglosajones de este período es “El Movimiento de Oxford”, un grupo de jóvenes
fanáticos que expresaban un espíritu oscurantista.
A pesar de ello, incluso dentro de la religión organizada –al menos dentro de la religión
católica romana, la protestante y la judía- trabajaban los zapadores y minadores del
liberalismo. En la Iglesia romana su principal campo de acción era Francia, y su figura más
importante Hugues-Felicité-Robert de Lamennais (1782-1854).
Por otro lado, también en Italia la poderosa corriente revolucionaria entre 1830-1850
envolvió en sus remolinos a algunos pensadores católicos como Romini y Gioberti. Los judíos,
por su parte, estaban expuestos a la fuerza de la corriente liberal. Al fin y al cabo, a ella debían
su completa emancipación política y social… pues los judíos nunca dejan de sr judíos, al
menos para el mundo exterior, aunque dejen de frecuentar la sinagoga).
13. Ideología secular
I. Con muy pocas excepciones, todos los pensadores importantes de nuestro período
hablaban el idioma secular, cualesquiera que fueran sus creencias religiosas particulares. El
tema principal surgido de la doble revolución fue la naturaleza de la sociedad y el camino por el
que iba o debía ir; entre los que creían en el progreso y los otros.
Los burgueses liberales y el proletariado revolucionario creían, resumidamente, en el
progreso continuo y ascendente. Este pensamiento era racionalista y secular. El hombre tenía
capacidad de pensar y resolver los problemas de su mundo mediante esa capacidad.
Filosóficamente se inclinaban al materialismo o al empirismo, muy adecuada para una
sociedad que debía su progreso a la ciencia: cada hombre estaba”naturalmente” poseído de
vida, libertad y afán de felicidad, como afirmada los Declaración de Independencia de
Norteamérica. La felicidad era el supremo objetivo de cada individuo; la mayor felicidad del
mayor número era el verdadero designio de la sociedad. Más que el soberbio Thomas Hobbes,
el filosófciamente tenue John Locke era el pensador favorito del liberalismo vulgar, pues
declaraba a la propiedad privada el más fundamental de los “derechos naturales”. Y los
Descargado por Juan Cruz Pacheco ([email protected])
lOMoARcPSD|5032430
revolucionarios franceses encontraron magnífica esta declaración: cada cual podría vender sus
brazos y su trabajo libremente, sin ataduras.
La época de apogeo de la economía política tuvo su nacimiento con Hobbes y siguió con
Adam Smith y David Ricardo. Las actividades, dejadas libremente, podían regirse por sí solas:
la economía se autoregulaba y traía la “riqueza de las naciones”. Smith decía que
“Podía probarse que la sociedad económicamente muy desigual que resultaba inevitablemente
de las operaciones de la naturaleza humana, no era incompatible con la natural igualdad de
todos los hombres ni con la justicia. Eran hombres que creían, con justificación histórica, que el
camino hacia delante de la humanidad pasaba por el capitalismo.
Per los resultados sociales del capitalismo demostraron ser menos felices de lo que se
había pronosticado. La miseria de los pobres estaba condenada a prolongarse hasta el borde
de la extenuación, o a padecer por la introducción de la maquinaria, decían Malthus y Ricardo.
Las sólidas realizaciones de Smith y de Ricardo, respaldadas por las de la industria y el
comercio británicos, convirtieron la economía política en una ciencia inglesa, dejando reducidos
a los economistas franceses al ínfimo papel de simples predecesores. Entre 1818 y 1813 se
introdujo en Sudamérica la cátedra de economía política, dato importante para percibir la
expansión de esta materia.
El liberalismo, no obstante, estaba fraccionado entre el utilitarismo, la ley natural y el
derecho natural, con predominio de estas. La Revolución trajo la creación de un ala izquierda
con un programa anticapitalista, implícito en ciertos aspectos de la dictadura jacobina. Los
liberales prácticos del continente se asustaban y preferían una monarquía constitucional con
sufragio adecuado que garantizara sus intereses. John Stuart Mill ya trataría de defender los
derechos de las minorías frente a las mayorías: Sobre la libertad (1859).
II. Mientras la ideología liberal perdía su confianza original, el socialismo, basado en la razón,
la ciencia y el progreso, se alzaba como nueva ideología. Saint-Simon (1760-1850), primer
“socialista utópico” hizo de la industrialización materia sine qua non de sus teorías y sus
proyectos. La solución estaba más allá de la industria, algo que entendieron Owen, Engels y
Fourier. El más importante objeto de la existencia es la felicidad, pero esta no se puede obtener
individualmente. Por eso, si el capitalista se apropiaba en forma de beneficio del excedente que
producía el trabajador por encima de lo que recibía como salario, el trabajador jamás podría
acceder, por el trabajo, hacia los méritos… solo la abolición de los capitalistas aboliría la
explotación.
Si el capitalismo hubiera llevado a cabo lo que de él se esperaba en los días optimistas,
tales críticas no habrían tenido resonancia. Se podía demostrar no sólo que el capitalismo era
injusto, sino que, al parecer, funcionaba mal y daba unos resultados contrarios a los que
habían predicho sus panegiristas.
El socialismo no defendía que la sociedad fuera un conjunto de átomos individuales con
propio interés en la competencia. El hombre, por naturaleza, es un ser comunal. La sociedad
era el “hogar” del hombre –decía Marx- y no tanto el lugar de las libres actividades del
individuo. Además, ahora que el progrso y la ilustración habían demostrado a los hombres lo
que era racional, todo lo que había que hacer era barrer los obstáculos que impedían al sentido
común seguir su camino. Algún déspota ilustrado apoyó los proyectos de Saint Simon, como
Mohamed Alí.
Pero solamente cuando Karl Marx (1818-1883) trasladó el centro de gravedad de la
argumentación socialista desde su racionalidad, el socialismo adquirió su más formidable arma
intelectual. Economía política inglesa, socialismo francés y filosofía alemana se combinaban en
sus teorías. El capitalismo creaba fatalmente su propio sepulturero, el proletariado, cuyo
número y descontento crecía a medida que la concentración del poder económico en unas
pocas manos lo hacía más vulnerable, más fácil de derribar. No era una sombra extensa sin
predecesores: su madre era la revolución, su padre el capitalismo.
III. La resistencia al progreso no era más que un sistema de pensamiento, actitudes faltas de
un método intelectual. El anarquismo de la competencia de todos contra todos y la
deshumanización del mercado atentaba contra el liberalismo. Los hombres eran desigualmente
humanos, pero no mercancías valoradas según el mercado. Sus integrantes solían buscar una
edad de oro en el pasado, corrompida ahora por la Revolución Industrial.
Los pensadores conservadores no tenían el sentido del progreso histórico, tenían en cambio
un sentido agudísimo de la diferencia entre las sociedades formadas y estabilizadas natural y
gradualmente por la historia y las establecidas de pronto por “artificio”. Edmund Burke en
Descargado por Juan Cruz Pacheco ([email protected])
lOMoARcPSD|5032430
Inglaterra y la “escuela histórica” alemana de juristas legitimaron un antiguo régimen en función
de su continuidad histórica.
IV. Falta por considerar un grupo de ideologías extrañamente equilibradas entre el
progresismo y el antiprogresismo, o en término sociales, entre la burguesía industrial y el
proletariado de un lado, y las clases aristocráticas y mercantiles y las masas feudales del otro.
No estaban preparados para seguirlo hasta sus lógicas conclusiones liberales o socialistas.
El primer grupo: Jean-Jacques Rousseau fue el más importante de estos pensadores; pero
ya había muerto en 1789. Su influencia intelectual fue penetrante en los jacobinos del año II,
sobre todo en Robespierre. También influyó en personas más borrosas como Mazzini; pero
también en Jefferson y Thomas Paine. Algunos lo consideran el precursor directo del
totalitarismo de izquierdas, pero lo cierto es que, a lo largo de cuarenta años de epístolas, Marx
y Engels solo lo nombran tres veces, casual y negativamente.
En realidad Rousseau fue más decisivo para los jacobinos, jeffersonianos y mazzinianos,
fanáticos de la democracia , el nacionalismo y un estado de gentes modestamente
acaudaladas, propiedad equitativamente repartida y algunas actividades de beneficencia. En
síntesis: fue el verdadero paladín de la igualdad.
El segundo grupo Puede ser también llamado “de la filosofía alemana”. Wilhelm von
Humboldt (1767-1835), hermano del gran científico, fue uno de los más notables. Creían que
era inevitable el progreso y el avance científico y económico. También Goethe es un buen
ejemplo de esta actitud. Pretendían organizar el progreso económico y educativo, y el de que
un completo laissez faire no fuera una política particularmente ventajosa para los negociantes
alemanes no disminuye la importancia de esta actitud.
A estos pensadores no les atraía Newton y el cartesianismo, sino más bien el misticismo y el
simbolismo. Su expresión más monumental fue la filosofía clásica alemana (1760-1830):
Goethe, Schiller, Kant, Hegel. Pero debemos recordar que este pensamiento es puramente
burgués y si bien no estaban totalmente a favor de 1789, lo veían necesario. Se sentían
convencidos, no obstante, por las teorías de Adam Smith.
En estos, el contenido social de los ingleses y franceses se reduce a una gran abstracción:
la abstracción moral de la “voluntad”. Rechazaban el empirismo y, por supuesto, el
materialismo. Kant ve al individuo como unidad básica, para Hegel el punto de partida es el
colectivo, fragmentado por el mismo desarrollo histórico. El resultado de la revolución de 18301848 no fue un girondino o un filósofo radical, sino Karl Marx, quien trató ser el economista y
filósofo del siglo XIX, el arquitecto de una sociedad bastante distinta a la ilustrada del siglo
XVIII.
14. Las artes
I. Lo primero que sorprende a quien intente examinar el desarrollo de las artes en el período
de la doble revolución es su extraordinario florecimiento. Medio siglo que comprende a
Beethoven y Schubert, al maduro y anciano Goethe, a los jóvenes Dickens, Dostoievski, Verdi
y Wagner, lo último de Mozart y toda o la mayor parte de Goya, Pushkin y Balzac, por no
mencionar a un regimiento de hombres. (p.258 largo párrafo con obras y autores de todas las
artes).
La literatura rusa y la americana eclosionaron. El arte floreció por toda Europa. Los poetas
nacionales alcanzan éxitos inconmensurables: Pushkin en Rusia, Mickiewicz en Polonia,
Petoefi en Hungría. Además, ningún siglo cuenta con tal cantidad de buenos novelistas:
Stendhal, Balzac, Austen, Dickens, Thackeray, Gogol, Dostoievski, Turgueniev, Tolstoi… Pero
el género rey de este período fue la ópera de Donizetti, Bellini, Verdi, Weber y Wagner. Sin
embargo, la escultura estaba a un nivel inferior que en el siglo XVII.
En muchos cases el arte casa con la política. Mozart escribió La flauta mágica como
propaganda de la francmasonería, Beethoven la Heroica en honor a Napoleón. Goethe era
funcionario de Estado. Wagner y Goya conocieron el destierro político y La comedia de
Balzac es un alegato a la conciencia social. El arte tuvo especial importancia en los países
liberales, enfrentado a un arte aristocrático. Pero no es menos cierto que ninguna de las
grandes producciones llegaron a los más pobres, si bien literatura y música fueron usados
Descargado por Juan Cruz Pacheco ([email protected])
lOMoARcPSD|5032430
como panfletos legibles. Además, tanto la National Gallery como el Louvre –abiertos desde
1826-, se dedicaban más al arte de ayer que al de “hoy”.
II. El romanticismo es más difícil de definir que el resto de movimientos. Ni los propios
románticos, como Victor Hugo, Nodier, Novalis o Hegel supieron dar luz a este oscuro término.
Sí podemos decir que fue precedido por lo que se ha llamado el “prerromanticismo” de JeanJacques Rousseau, y el Sturm und Drang, “tempestad y empuje”, de los jóvenes poetas
alemanes. El acercamiento al arte y a los artistas se convirtió en norma de la clase media del
siglo XIX y todavía conserva mucha de su influencia.
Aunque no está claro lo que el romanticismo quería, sí lo está qué combatía: el término
medio. Todos sus “componentes” eran de extrema, izquierda o derecha. Ninguno era un
racionalista de centro. Napoleón se convirtió en uno de sus héroes míticos, como Satán,
Shakespeare, el Judío Errante y otros pecadores más allá de los límites ordinarios de la vida.
Pero no es antiburgués.
Ninguno de nuestros artistas, ni Musset, ni Byron, ni Delacroix, ni Potoefi…. Legaron a los
treinta sin haber producido una gran obra, y muchos lo hicieron antes de los veinticinco. El
artista puede ser genio, pero nunca se comporta como tal. Se comportaban como simples
profesionales: no se consideraban privilegiados, buscaban crear una novela que pudiera
venderse por entregas o una ópera muy comercial que atrajera al público. En el mejor de los
casos eran recompensados con esplendidez por príncipes habituados a los caprichos, como el
caso de Liszt, pero no de Wagner. Pero la mayoría era pobre y revolucionaria.
El fuerte de estos creadores no fue el análisis social preciso, aunque algo parecido se
envolvía en el místico manto de la “filosofía de la naturaleza” y las rizadas nubes de la
metafísica.
III. Nunca es prudente desdeñar las razones del corazón de las que la razón nada sabe.
Muchos estadistas, por muy racionalistas y minuciosos que fuesen en su análisis, no
alcanzaban a ver la profundidad moral y social de los problemas. La crítica romántica de
Goethe y de Coleridge nunca deben desdeñarse. La pérdida de armonía entre el hombre y el
mundo tiene dos tipos de canto: el del Manifiesto Comunista y el del resto de obras.
Tres fuentes mitigaron la sed del pasado: La Edad Media, el hombre primitivo y la
Revolución francesa.
–Edad Media: el feudalismo, los bosques, las hadas, el cielo cristiano… algo mucho más
fuerte en Alemania que fuera de ella. Fue el medievalismo la divisa de los conservadores y
especialmente de los religiosos antiburguess en todas partes. Tenemos el caso del ya citado
“Movimiento de Oxford”. Walter Scott también alimentaba la imaginación con estas historias.
El ala izquierda de esta visión está representado por los poemas de Jules Michelet y Victor
Hugo. William Jones, al descifrar el sánscrito, contribuyó a que los ojos tornaran hacia
oriente.
–Hombre primitivo: fue la edad de oro del comunismo y de la igualdad. El pueblo –
campesino, labrador- representaba todas las virtudes incontaminadas y su lenguaje era el
verdadero tesoro espiritual de una nación. Scott, Arnim, Tegner, Grimm… son algunos de los
grandes escritores. El ala conservadora podía dar una visión alternativa: el burgués, el
capitalista iba destruyendo día a día la viejísima tradición del país. El noble salvaje
representó más para el romanticismo norteamericano que en el europeo (Moby Dick). En
Alemania, si bien la figura del romántico surge como oposición a la revolución, pero tras las
guerras napoleónicas, el corso se convirtió en un fénix casi místico y liberador.
Llegó el momento en el que la revolución palidecía bajo el capitalismo. Byron, Shelley y
Keats se percataron de ello. Tras 1830 nace la visión romántica de la revolución: La libertad
guiando al pueblo, de Delacroix. Las características teóricas estéticas surgidas y
desarrolladas durante aquel período ratificaron esta unidad de arte y preocupación social: La
teoría del arte por el arte no podía competir con “el arte por la humanidad, por la nación o
por el proletariado”.
V. El romanticismo es la moda más característica en el arte y en la vida del período de la
doble revolución, pero no la única. El estilo fundamental de la vida aristocrática seguía
enraizado en el siglo XVIII, aunque muy vulgarizado por la inyección de algunos “nuevos ricos”
ennoblecidos, y sobre todo en el estilo “Imperio” napoleónico, feo y pretencioso. La cultura de
Descargado por Juan Cruz Pacheco ([email protected])
lOMoARcPSD|5032430
las clases media y baja no era mucho más romántica. Su tónica era la sobriedad y la modestia.
Solo entre los grandes banqueros y especuladores se dio el seudobarroquismo de finales del
siglo XIX. Los Rothschild, monarcas por derecho propio, ya se lucían como príncipes.
El hogar de la clase media era, después de todo, el centro de la cultura mesocrática. El
estilo del Biedermayer creó uno de los más bellos y habitables estilos de mobiliario que se han
inventado: cortinas blancas lisas sobre paredes mates, suelos desnudos, sillas y mesas de
despacho sólidas pero elegantísimas, pianos, gabinetes de trabajo y jarrones con flores.
Goethe y las protagonistas de las novelas de Jane Austen pueden servir como ejemplo. El
romanticismo entró en la cultura de la clase media, quizá principalmente a través del aumento
en la capacidad de ensueño de los miembros femeninos de la familia burguesa… y su tibia
esclavitud al estar mantenidas y encerradas en casa.
Pero el alborozo del progreso técnico impedía el romanticismo ortodoxo en los centros
industriales avanzados. Las artes, en su conjunto, ocupaban un segundo plano con respecto a
las ciencias. La ciencia y la técnica fueron las musas de la burguesía, y celebraron su triunfo, el
ferrocarril, en el gran pórtico neoclásico de la estación de Euston.
VI. Entretanto, fuera del radio de las clases educadas, la cultura del vulgo seguía su rumbo.
En las partes no urbanas y no industriales del mundo cambió poco. Las canciones y fiestas de
las década de 1840, los trajes, las costumbre, eran poco más o menos los mismos que en
1789. Pero una canción de campo –la cantada en la siega- no podía sobrevivir a la
industrialización. Sí sobrevivieron, desde el siglo XVIII el teatro popular, la commdia dell’arte y
las pantomimas ambulantes.
Las genuinas formas nuevas de pasatiempo urbano en la gran ciudad se derivaban de la
taberna o establecimiento de bebidas. El music-hall y la sala de baile habían salido de la
taberna. Otros lugares de recreo fueron la barraca, el teatro, los bulevares… pero la creación
de la ciudad moderna y la forma popular del urbanismo tendrían que esperar hasta bien
entrada las segunda mitad del siglo XIX.
15. La ciencia
I. El más antimundano de los matemáticos, vive en un mundo más ancho que el de sus
especulaciones. El progreso de la ciencia no es un simple avance lineal, pues cada etapa
marca la solución de problemas previamente implícitos o explícitos en ella, planteando a su vez
nuevos problemas. Nuestro período supuso nuevos puntos de partida radicales en algunos
campos del pensamiento (matemáticas), contribuyó al despertar de algunas ciencias
aletargadas (químicas) creó otras (geología) e inyectó nuevas ideas revolucionarias en otras
(biológicas y sociales).
Lavoisier preparó los cálculos de la renta nacional. George Stephenson, más que científico
era un hombre muy sensato y práctico, que supo hacerse un nombre en Inglaterra. En general
hubo un gran estímulo a la investigación durante nuestro período (Escuela Normal Superior,
Museo Nacional de Historia Natural, Real Academia…). Entre Alemani y Francia forjaron los
modelos educativos de casi toda Europa. Inglaterra ni los legó ni los adoptó. Allí se fundó la
Asociación Británica para el Avance de la Ciencia (1831) y la Universidad de Londres,
contrapeso de Oxford y Cambridge.
El comercio y la exploración dio talentos científicos como Alexander von Humboldt. Pero lo
cierto es que la época de las ambulantes celebridades pasó con el Antiguo Régimen. Ahora
será el periódico regular o el especializado quien viaje por las personas.
II. El único de los campos verdaderamente abierto de las ciencias físicas fue el del
electromagnetismo. Galvani, Volta, Oersted y Faraday, entre 1786 y 1831 descubrieron los
fundamentos esenciales de la electricidad. Las leyes de la termodinámica, la mayor novedad.
Lavoisier en la química abrió la puerta a otros mucho experimentos, como los del oxígeno o la
teoría atómica. Woehler descubrió que un cuerpo que antes se encontraba sólo en las cosas
vivas podía ser sintetizado en el laboratorio, con lo que se abrió el campo de la química
orgánica.
Pero las matemáticas fue la más privilegiada de las ciencias: Teoría de las funciones de
complejos variables (Gauss, Cauchy, Abel, Jacobi), Teoría de los grupos (Cauchy, Galis) o la
Teogría de los vectores (Hamilton). Pero sobre todo hay que destacar a Bolyai y a Lobachevski
que desmontaron la geometría euclidiana.
Descargado por Juan Cruz Pacheco ([email protected])
lOMoARcPSD|5032430
III. Para que naciera el marxismo tuvo que nacer la economía política y descubrirse la
evolución histórica. En ambos se apoyó el capitalismo para hacer cálculos racionales sobre las
rentas, los gastos, los beneficios, la construcción de viviendas, los puestos de trabajo… Aquí
cabe encajar el estudio de Malthus, Estudio sobre el principio de población humana (1798).
El descubrimiento de la historia como un proceso de evolución lógica y no sólo como una
sucesión cronológica de acontecimientos fue otro de los grandes logros. Los lazos de esta
innovación con la doble revolución son tan obvios que no necesitan ser explicados. Acto
seguido, hizo su aparición la historiografía: Michelet, Guizot, Thierry…
La recogida de vestigios del pasado, escritas o no escritas, se convirtió en una pasión
universal. Quizá fuese, en parte, un intento para salvaguardarlas de los rudos ataques del
presente, aunque probablemente su estímulo más importante fuera el nacionalismo: en
algunas naciones todavía dormidas, muchas veces serían el historiador, el lexicógrafo y el
recopilador de canciones folklóricas los verdaderos fundadores de la conciencia nacional.
El nacimiento de la filología surgió al compás de las conquistas. Conocer nuevas zonas del
mundo llevó a estudiar sus lenguas: Jones (1786) comienza a estudiar el sánscrito cuando se
conquista Bengala por los ingleses; el desciframiento de Champollion de los jeroglíficos egipcio
se debe a la expedición de Napoleón a Egipto, el cuneiforme de Rawlinson (1835) a las
campañas inglesas en las colonias… Durante aquellas exploraciones iniciales, nunca dudaron
los filólogos de que la evolución del lenguaje era no sólo una cuestión de establecer
secuencias cronológica o registra variantes, sino que debía explicarse por leyes lingüísticas
generales, análogas a las científicas.
IV. El problema histórico de la geología era, pues, cómo explicar la evolución de la tierra, el
de la biología el doble de cómo explicar la formación de la vida desde el huevo, la semilla o la
espora, y cómo explicar la evolución de las especies. En 1809 el francés Lamarck presentó la
primera gran teoría sistemática moderna de la evolución, basada en la herencia de las
características adquiridas. Cuvier, el fundador del estudio sistemático de los fósiles, rechazaba
la evolución en nombre de la Providencia. El infeliz doctor Lawrence, que contestó a Lamarck
proponiendo una casi darwiniana teoría de la evolución por selección natural, se vio obligado,
ante el griterío de los conservadores, a retirar de la circulación su Natural History of Man
(1819).
Sólo a partir de 1830 –cuando la política gira hacia la izquierda- se abieron paso las teorías
evolucionistas en la geología, con la publicación de la famosa obra de Lyell Principios de
geología.
El fosilismo del hombre prehistórico no fue aceptado hasta el descubrimiento del primer
Neanderthal en 1856. Aunque las teorías evolucionistas habían hecho muchos progresos,
ninguna estaría lo suficientemente madura –excepto la economía política, la lingüística y la
estadística-. Lo mismo ocurría con la antropología o la etnografía.
Por otro lado, con funestas consecuencias, comenzó a debatirse entre los monogenistas y
poligenistas; en otras palabras, entre aquellos que pensaban que todos los hombres tenían las
misma raza y, por tanto, eran iguales, y los que percibían acusadas diferencias.
V. Los efectos indirectos de los acontecimientos contemporáneos fueron más importantes.
Nadie podía dejar de observar que el mundo se estaba transformando más radicalmente que
nunca antes de aquella era. Apenas sorprende que los patrones de pensamiento derivados de
los rápidos cambios sociales, las profundas revoluciones, resultaran aceptables. Una vez que
decidimos que no son ni más ni menos racionales todo es cose y cantar, pero eso no sucedió
hasta después de la revolución.
Charles Darwin dedujo el mecanismo de la “selección natural” por analogía con el modelo
de la competencia capitalista, que tomó de Malthus (la “lucha por la existencia”). La afición por
las teorías catastrofistas en geología pudo también deberse en parte a lo familiarizada que
estuvo aquella generación con las convulsiones de la sociedad. Pero no hay que dar mucha
importancia a los agentes externos: el mundo del pensamiento es autónomo y sus movimientos
se producen dentro de la misma longitud de onda histórica que los de fuera.
Es fácil subestimar la “filosofía natural” –como competidora de la ideología científica clásica,
porque pugna con la razón como ciencia. La “filosofía natural” era especulativa e intuitiva.
Trataba de expresar el espíritu del mundo o de la vida, la misteriosa unión orgánica de todas
Descargado por Juan Cruz Pacheco ([email protected])
lOMoARcPSD|5032430
las cosas con las demás, y muchas más cosas que resistían una precisa medida cuantitativa
de claridad cartesiana. Pero en conjunto, el camino “romántico” sirvió de estímulo para nuevas
ideas y puntos de partida, desapareciendo en seguida de las ciencias. Los románticos, más
que crear un nuevo cuadro del mundo, diferente al del s. XVIII, lo idearon, buscaron los
términos. La alternativa romántica no daba soluciones, pero mostraba problemas reales.
16. Conclusión: Hacia 1848
I. Fue el medio siglo más convulso de la historia hasta ese momento. Fue una época de
superlativos. En términos de beneficios fue la mejor de las épocas, pero acaso la peor en
creciente pobreza… acaso por los residuos de la monarquía, feudalismo y aristocracia. Eso sí,
la trata de esclavos se había abolido entre 1814 y 1834, en Inglaterra.
Entre 1840-1850 los progresos fueron más modestos. Aunque mucha población era urbana,
la mayoría seguía trabajando en el campo. La situación de los agricultores fue la misma antes
que después en Sicilia, Andalucia y el este de Europa. De hecho la mayor sublevación fue la de
Galitzia en 1846.
La monarquía seguía siendo la forma corriente de gobierno. La solidez aristocrática
dependía cada vez más de la industria y la actividad que en ella se desarrollaba. También las
“clases medias” habían crecido rápidamente, pero su número no era todavía abrumadoramente
grande. Por su parte, las clases trabajadoras crecían naturalmente. Eran pocos y
desorganizados, pero tenían su importancia política.
Brasil y EE.UU. tenían dos cosas en común: no tenían rivales que impidieran su extensión y
poseían mucha riqueza mineral. La diferencia estaba en que los del sur no la habían explotado.
El ritmo industrial de EE.UU. era desorbitado y eso en Europa no se tuvo tan en cuenta.
Sólo había habido un gran conflicto internacional en este período: la guerra del opio (18391842) demostró que la única gran potencia no europea estaba recibiendo la agresión militar y
económica de Occidente. Inglaterra practicaba el colonialismo económico, pues invirtió todo lo
que pudo en aquellos lugares donde había desarrollo económico. Pero los estadistas británicos
advertían sobre el poder potencial de EE.UU., Rusia y Alemania.
Todo ello, sumado a la inquietud y el desorden, debería ser suficiente para anticipar una
inminente transformación, revolución social. Entre 1840-1850 no encontramos el sueño de los
socialistas: la desaparición del capitalismo, sino todo lo contrario, pues su quiebra se
transformó en expansión y triunfo. Pero, de todas formas, la Revolución francesa había
enseñado que el pueblo llano no tiene por qué sufrir injusticias mansamente: “las naciones
nada sabían antes, y los pueblos pensaban que los reyes eran dioses. Dicho de otro modo, los
industriales, ceñidos al poder político, solo podían ser vencidos por medio de una revolución.
Statu quo o revolución eran las únicas soluciones.
Ampliar los derechos políticos en Francia podía introducir a los jacobinos en potencia, los
radicales en toda regla, en el poder (ya de hecho, con sufragio restringido, las elecciones de
1846 dieron un resultado adverso al gobierno). Depresión industrial, la pérdida de la cosecha
de la patata… la disposición del ánimo de las masas, siempre dependiente del nivel de vida,
tensa y apasionada. El alzamiento campesino en Galitzia en 1846 coincidió con la elección de
un papa “liberal”, una guerra civil entre radicales y católicos en Suiza y otra en Palermo en
1848.
Victor Hugo: “oía el ronco son de la revolución, todavía lejano, en el fondo de la tierra,
extendiendo bajo cada reino de Europa sus galerías subterráneas desde el túnel central de la
mina, que es París”. En 1847 el sonido era estentóreo y cercano. En 1848 se produjo la
explosión.
FIN
Descargado por Juan Cruz Pacheco ([email protected])
Descargar