Altibajos en tiempos difíciles: Uruguay 1930-1945 El legítimo sentimiento de orgullo que se percibía en varios ámbitos del país a principios de los 30 se vio sacudido por los efectos económicos y sociales de la crisis del 29. Durante la segunda mitad de los 20, la economía había entrado en una lenta recuperación, afluían los capitales norteamericanos y la sociedad había logrado asimilar las últimas grandes oleadas de inmigrantes. Pero en medio de esta tendencia alentadora, llegaron los primeros efectos de la crisis. La retracción del comercio internacional cerró mercados de exportación, lo cual produjo una importante caída de precios de los principales rubros del comercio exterior. Como consecuencia, comenzaron a escasear las divisas y el peso uruguayo se devaluó. Esto produjo una disminución de las importaciones, que eran cada vez más caras para pagar con dinero uruguayo. La caída de las importaciones tuvo repercusiones negativas para la industria, que venía afirmando lentamente su ascenso en el conjunto de la economía. Entre 1932 y 1933, la crisis se hizo sentir severamente. La inflación encarecía los productos al tiempo que los salarios bajaban, causando el empobrecimiento de amplios sectores de las clases populares y medias. Para muchos la realidad era aún peor, porque fueron despedidos de su trabajo. Pero no solo los sectores vulnerables sintieron la depresión económica. Los ganaderos se vieron afectados por la caída del volumen y el precio de las exportaciones, los comerciantes vieron reducir el monto de sus negocios, los industriales se encontraron faltos de materia prima, de máquinas y de compradores. Terra: de la presidencia a la dictadura El nuevo gobierno encaró medidas inmediatas para enfrentar la crisis. Estas estuvieron a cargo del Consejo Nacional de Administración, al que correspondían los asuntos sociales y económicos. En el Consejo eran mayoría los batllistas y la política aplicada reforzó el dirigismo estatal. Se dispuso el control de cambios y del comercio exterior, y se crearon entes, como Ancap y UTE, que tuvieran a su cargo actividades estratégicas para el país. En las elecciones de 1930 Gabriel Terra llegó a la presidencia de la República y pocos meses después cambió sus intenciones políticas para favorecer a los grupos conservadores económicamente más poderosos. Detuvo la política batllista de reformas y propuso una reforma constitucional. Como no lograba obtener la mayoría de votos que necesitaba para reformar la Constitución, en 1933 Terra dio un golpe de Estado. En marzo de 1933, el presidente avisó en el Parlamento que la crisis económica iba a aumentar. La desocupación había llegado a niveles muy altos, el Estado estaba atrasado en el pago de las jubilaciones y la Intendencia de Montevideo debía los sueldos a sus trabajadores. La falta de moneda extranjera y la escasez de petróleo paralizaban las importaciones, la industria, el transporte y gran parte del sistema productivo del país. Días después del anuncio, el presidente Terra se instaló en el cuartel de Bomberos de Montevideo con el apoyo de la policía y disolvió las Cámaras. Formó una junta de gobierno con los sectores políticos que lo apoyaban y controló a los opositores usando la represión, la cárcel y la censura. A diferencia de otras experiencias en América Latina, las Fuerzas Armadas no participaron directamente en el golpe. La mayoría de la población se mantuvo al margen, salvo por la resistencia de las Fuerzas Armadas ante la ocupación de la Universidad y algunos actos aislados, como el suicidio del expresidente Baltasar Brum. Para legitimar sus acciones, Terra convocó a elecciones de una convención constituyente para elaborar una nueva Constitución, la que fue aprobada en un plebiscito, en 1934. Esta Constitución puso fin al gobierno colegiado, creó más organismos de control estatal, aumentó el poder del presidente y otorgó, por primera vez, voto a la mujer. Junto con el plebiscito de la Constitución se eligió al presidente: Gabriel Terra, por segunda vez. La reforma constitucional le dio mayor poder de decisión, que usó para beneficiar a los estancieros, los bancos y las empresas extranjeras y detener las reformas que durante 30 años había impulsado el batllismo. La recuperación democrática Las elecciones de 1938 significaron un cambio notable respecto a las anteriores, porque en ellas votaron por primera vez las mujeres. En los demás aspectos todo parecía estar igual. Volvieron a ganar los colorados. El nuevo presidente fue Alfredo Baldomir. El general Baldomir rápidamente inició contactos con la oposición. En este giro político influyeron varios factores. La población mostraba signos de disconformidad con el régimen terrista. Por otra parte, con la segunda guerra mundial en puerta, también pesaban las simpatías de los uruguayos por uno u otro bando. La influencia anglofrancesa en la historia del país inclinaba a muchos a favor de los aliados y se miraba con desconfianza a algunas figuras cercanas al terrismo que mostraban afinidad con el fascismo o el nazismo. Estas razones llevaron a Baldomir a promover una nueva reforma constitucional. Como la vía legal requería de mayorías parlamentarias que estaban en contra de la reforma (el Senado de medio y medio), en febrero de 1942 el presidente disolvió las cámaras y convocó a una junta constituyente. Este acto fue llamado “el golpe bueno”, porque la intención fue la de propiciar la redacción de una Constitución más democrática, sin exclusiones. La nueva Constitución fue plebiscitada en noviembre, junto con las elecciones de ese año, que dieron por ganador a Juan José de Amézaga. El gobierno de Amézaga El presidente elegido confirmó el alineamiento del país con el bloque aliado en la Segunda Guerra Mundial. El episodio del Graf Spee había puesto en evidencia el peso de la influencia británica, a la que se agregó la creciente relación económica con Estados Unidos. Muchas razones permitían pensar que la mencionada neutralidad del país no era tal. Esta se abandonó oficialmente en enero de 1942, cuando Uruguay rompió relaciones con el Eje. La guerra también repercutió en el plano económico: fomentó el crecimiento de las exportaciones, que arrojaron saldos favorables en la balanza comercial. Esto a la vez permitió el aumento de las reservas de oro del BROU. Con el crecimiento de la industria aumentó el número de obreros, cuyos reclamos se hicieron sentir a través de centrales sindicales poderosas. Hubo grandes huelgas, pero la tónica general fue la de buscar acuerdos, entre otras razones porque los sindicatos de tendencia comunista no deseaban perturbar a un gobierno favorable al bloque aliado, en el que la URSS tenía un papel predominante. Esto facilitó la adopción de una legislación laboral que consagró beneficios a los trabajadores, como el establecimiento de los Consejos de Salarios (1943), leyes de indemnización por accidentes de trabajo (1941) o despido (1944), y la creación de las asignaciones familiares (1943).