ORDENACIÓN DIACONAL DE FERNANDO CONTARINO, sdb Parroquia N. S. del Carmen, Río Gallegos, 20 de junio de 2008 Queridos hermanos y hermanas: La Parroquia Nuestra Señora del Carmen y la Laboral Domingo Savio están de fiesta. Fernando será ordenado diácono y será servidor de ustedes con el estilo inconfundible de Don Bosco. Este es un nuevo regalo que Dios hace a la Iglesia, a nuestra Diócesis de Río Gallegos y a la Congregación Salesiana. Las lecturas que Fernando ha elegido para esta celebración nos ayudan a entender con mayor claridad algunas dimensiones de esta vocación diaconal a la que ha sido llamado. En la primera lectura del libro del Éxodo, Dios le dice a Moisés: “Ahora ve, yo te envío al Faraón para que saques de Egipto a mi pueblo”. Pero Moisés dijo a Dios: “¿Quién soy yo para presentarme ante el Faraón y hacer salir de Egipto a los israelitas?”. El diácono experimenta en sí mismo simultáneamente la fragilidad humana y la fuerza de Dios. El que sigue a Jesús es frágil y fuerte a la vez. Es conciente de sus miserias y de sus debilidades, pero, al mismo tiempo, sabe que es todo de Dios y que es Dios quien obra y actúa a través de él. Es necesario vivir la experiencia del miedo y de la inseguridad. No es fácil. La experiencia de Dios quema adentro. Dios entra en la vida del que lo sigue convirtiéndolo, quemándolo. El diácono siempre correrá el riesgo de decir cosas que serán mal interpretadas. Los profetas fueron perseguidos. El verdadero profeta es un hombre que depende de Dios, el que tiene permanentemente en lo más profundo de su corazón la sensación del miedo. Así le pasó a Jesús, el profeta por excelencia. Cuando tiene que dar el gran testimonio de fe en la cruz, le grita al Padre: “si es posible, aparta de mí este cáliz”. Así le pasa a Juan Bautista, lo malinterpretan y le cuesta la vida. Lo mismo a Esteban, el primer diácono de la Iglesia... y a tantos otros. Pero esto lo llevará a tener la exigencia de poner toda su seguridad en el Señor. “Yo estaré contigo, le dijo Dios, y esta es la señal de que yo soy el que te envía: después que hagas salir de Egipto al pueblo, ustedes darán culto a Dios en esta montaña.” (3,12) Esa es la única y gran seguridad. “Yo estaré contigo”. Por eso, el diácono recibirá algo nuevo, que lo identificará más con Jesús. Será el profeta que verá y oirá los padecimientos y sufrimientos del pueblo y proclamará el amor y las maravillas de Dios. Fernando lo hará en el corazón de los jóvenes y según sus distintas necesidades, profundamente fiel a las necesidades de los pibes y de los jóvenes de hoy, con sus códigos y lenguajes, en la defensa sus derechos, en el deseo sincero de liberar sus esclavitudes, escuchando sus gritos y sus angustias... para que ellos también puedan tener su propio encuentro personal con Jesús Resucitado. Fernando ha sido llamado por Dios a seguirlo más de cerca y Dios le ha regalado la vocación salesiana, justamente para que sea signo y portador de su amor a los jóvenes, especialmente a los más pobres y necesitados. El diácono no se elige a sí mismo. Nadie asume para sí esta misión. Es Dios quien elige. Cada uno después responde con un acto libre si sigue o no sigue a Jesús. Y esto es sentir, dentro tuyo, la necesidad de servir a los demás y de proclamar su Palabra. Es entregar y predicar la Palabra no como algo propio, sino como Palabra pronunciada por Dios. En segundo lugar, el texto evangélico de hoy, nos asegura que la liberación llega a través del amor. Lo que salva o condena a unos y otros es el amor o el desamor. En ese juicio de Dios se realiza lo esencial de la Buena Noticia que Jesús vino a establecer en el mundo de los hombres: amar o no amar. La cuestión es esa. Ese es el punto que nos califica definitivamente ante Dios. No cuentan tanto los sentimientos o las intenciones, la ideología o las palabras, el decir “Señor, Señor”, lo que uno fue o hizo, valió o representó, trabajó o sufrió, creó u organizó, sino lo que amó o desamó a los hermanos. Porque ésta es la Voluntad de Dios: que nos amemos los unos a los otros como Jesús nos ha amado. Y así Fernando quiere mirar su diaconado: una manera nueva de ayudar a liberar a los jóvenes a través del amor. Por eso eligió como lema para esta etapa de su vida, la misma frase de Jesús que dice:“Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hijos, conmigo lo hicieron.” (Mt 25,40) “Conmigo lo hicieron”. El amor auténtico requiere que se vea a Jesús en cada prójimo, que se crea que detrás de cada hermano está presente Jesús, que el rostro de Jesús ahora tiene nombre y apellido, porque El considera hecho a sí mismo el bien o el mal hecho a uno de estos pequeños hijos suyos. Y si Jesús está en todos, no se pueden hacer discriminaciones, no puede haber preferencias. Ya no tienen sentido los conceptos humanos con los que clasificamos a los hombres por nacionalidad, edad, condición social, cualidades personales, riquezas u otra cosa: Jesús está en cada uno. Y cada hermano es realmente “otro Cristo”. En tercer lugar, Fernando eligió una foto de Don Bosco para hacernos la invitación. Es una foto especial. Don Bosco tenía 46 años y no le gustaba que le sacaran fotos. Aceptó solamente para dejar contentos a sus jóvenes. Para esto llamaron a Francisco Serra, un exalumno del Oratorio que era fotógrafo. Y fue el mismo Don Bosco el que eligió la pose y el lugar que cada uno debería tener en la foto. De hecho la escena expresa lo que más tenía en su corazón: el bien de las almas de sus hijos. Por eso, Don Bosco quiso fotografiarse escuchando. Don Bosco está en medio de los jóvenes en actitud de escucha, de comprensión, de atención extrema a las necesidades de sus muchachos. Así es nuestro Dios. En la primer lectura Dios le dice a Moisés: “Yo he visto la opresión de mi pueblo ... y he oído sus gritos de dolor.” (Ex 3,7). Fernando está llamado a ser otro Don Bosco en medio de sus muchachos. Hoy, los de Río Gallegos. Ahora, como diácono. Su misión será escuchar y amar. Por eso, la carta de San Pablo es para él la respuesta que Dios le da para que pueda liberar a sus muchachos de sus esclavitudes: el amor paciente y servicial, el amor que no tiene en cuenta el mal recibido y que se alegra con la verdad. El amor que todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. (1 Cor 13, 4.7) Es el amor de Dios que se hace carne, toma cuerpo, en el diácono, en la vida de Fernando, y que le permite al mismo Dios, amar a través de él a cada uno de sus pibes y muchachos. La Santísima Virgen, a quien aquí honramos como Nuestra Señora del Carmen, es la maestra y el modelo del diácono. Es la mujer de servicio que nos ama hasta las últimas consecuencias, porque sabe ver y escuchar nuestros gritos y necesidades. Ella hoy, Fernando, te acompaña en esta nueva misión que Dios te confía. Tené la misma seguridad que tenía Don Bosco: la Virgen nunca te va a abandonar. Ella siempre está. Le volvemos a agradecer a Dios este regalo que hoy hace a la Iglesia y a la Congregación Salesiana. Que así sea. Juan Carlos Romanin Padre obispo de Río Gallegos