Subdiácono EDUARDO GOMEZ LUIGI Nació en Caracas el 1 Diciembre 1902; profesó en Colombia el 5 Enero 1922; murió en Valencia el 5 Mayo 1928, a 25 años de edad y 6 de profesión. Carta mortuoria Valencia, 6 de Mayo de 1928. Queridos Hermanos: En la mañana de ayer, primer sábado del mes de Mayo, el Ángel de la Muerte nos arrebató la preciosa vida del Subdiácono EDUARDO GOMEZ LUIGI, a 25 años de edad. Es la primera flor venezolana que del jardín salesiano de Venezuela es trasplantada al Paraíso. Hace ocho días sintió un ligero dolor en la boca, que cada vez se hizo más intenso. Llevado al dentista, se constató una infección peligrosa y le extrajeron dos dientes. Por el momento sintió alivio, pero al día siguiente la cara hinchada y el dolor lo obligaron a guardar cama. Llamado de urgencia el médico del Colegio, el Doctor Ortega, apenas lo vio, nos dijo que se trataba de un caso muy serio y pidió el consejo de otros colegas. Mientras éstos llegaban, fue trasladado al cercano Hospital de la Beneficencia, que nosotros atendemos espiritualmente. Se avisó por teléfono a su papá, el Doctor Domingo Gómez, quien vive en Caracas, quien de inmediato se puso en viaje para Valencia. La consulta de los médicos confirmó desgraciadamente el diagnóstico de nuestro Doctor. Se le aplicaron inyecciones y otras medicinas para combatir la infección. Reunidos otra vez los médicos, fue llamado también el Doctor Nouel, el cual, al examinarlo, movió tristemente la cabeza y le dijo al Director: “Esta demasiado grave, tal vez es demasiado tarde!”. Después de una animada discusión, decidieron operar, si el enfermo lo consentía. Se lo comunicaron y él se puso en manos de los médicos. Como se trataba de un joven sano y fuerte, cuya vida era realmente preciosa y utilísima, se tentó salvarlo a toda costa. Antes de comenzar la operación, el Director le advirtió que tal vez tendría que sufrir mucho. El respondió: “Que procedan, yo pensaré en Jesús Crucificado”. La operación fue terrible. Sentado en una silla, le sacaron seis dientes de seguido y le hicieron una incisión a lo largo del labio, sin anestesia, ya que así lo requería el caso. Gómez no dijo una sola palabra, ni emitió un solo lamento, ni hizo movimientos de ninguna clase. Sólo las lágrimas, rebeldes a su voluntad, nos decían el dolor tremendo que debía padecer. “Eduardo, te duele?!”, le preguntó el Director, para decirle algo. “Un poco sí, pero Jesús sufría más en la Cruz “, fue la respuesta. Los Doctores se miraron unos a otros, alguno se secó una lágrima. Los enérgicos recursos de la medicina moderna, si bien no sirvieron para curarlo, sí sirvieron para mostrarnos el sublime temple de su voluntad, su espíritu de sacrificio y su unión con Dios. Irrigaciones, baños, inyecciones de suero y anticuerpos, de todo se hizo para combatir el mal. Pero inútilmente. El mal se detuvo pero no fue vencido. Sirvió ciertamente para aumentar los méritos del enfermo, para ejercitar prácticamente la caridad fraterna y para hacer ver cómo se puede y se debe sufrir o Además nos hizo palpar cómo el Colegio Don Bosco es amado y estimado. En efecto, nuestro venerado Padre Inspector, Padre Enrique De Ferrari, de regreso de una larga y fatigosísima excursión entre los indios del Alto Orinoco, allá en los límites de Colombia y Brasil, próximo campo de las nuevas Misiones Salesianas, apenas supo por teléfono la gravedad del enfermo, vino de Caracas y con cariño de padre, se convirtió casi en su enfermero. Nuestro personal, escaso y sobrecargado de trabajo, competía para asistirlo noche y día con un amor que enternecía y hacía decir a quien estaba presente: “Cómo se quieren los Salesianos!”. Las otras Congregaciones Religiosas, masculinas y femeninas, como si se tratara de uno de sus miembros, hacían oraciones especiales, horas de adoración ante el Santísimo. El Clero Secular, a comenzar por el Excmo. Señor Obispo, pedían continuamente noticias, rezaban y luego tomaron parte en el sepelio. Nuestros muchachos se dividieron en turnos de adoración y de oración, hasta tardas horas de la noche. Las heroicas Hermanas de la Beneficencia, poquísimas en número y ya ancianas, se portaron como madres y santas! Los Doctores extremaron sus cuidados y su ciencia! Gracias a todos! Que el Señor los recompense a todos! A pesar de los cuidados humanos, las oraciones y las promesas, el Dueño de la Mies quiso llevárselo. Hay que decir que era Su expresa voluntad probarnos y premiarlo a él, ya maduro para el Cielo. Durante la semana que estuvo en cama, quizás no durmió una sola hora: la fiebre siempre era alta. Nunca un lamento. Lo recibía todo con resignación alegre. Ni siquiera por un instante perdió el conocimiento y el control de sí mismo. El penúltimo día él mismo le pidió al Director la Extrema Unción. Siguió la ceremonia con gran devoción, respondiendo a las invocaciones. La Santa Comunión no pudo recibirla porque, como decía él mismo: no tenía ya boca. Pero hacía la Comunión Espiritual y permanecía unido a Dios con su voluntad. Con verdadero fervor salesiano había preparado el mes de María Auxiliadora, que se celebra aquí con gran fervor. Precisamente: el Primero de Mayo tuvo lugar la terrible operación! Desde su cama oía los cantos que él había preparado y enseñado a los muchachos y a las socias de la Archicofradía. Su agonía fue dulce, dentro de lo terrible de los dolores. Siguió la ceremonia de Recomendación del Alma, balbuceando las jaculatorias. Minutos antes de morir, fijó su mirada en lo alto y sonrió diciendo: “María Auxiliadora! Miren a Don Bosco! Mírenlo! Sonríe… Desapareció!” Delirio de la fiebre? Habría que pedir al Señor morir como estos delirantes. Inmediatamente se esparció por la ciudad la noticia de su santa muerte. La tristeza y el duelo fueron generales. Las visitas al Santísimo Sacramento, las oraciones y el rosario continuaron, pero ya para sufragar por su alma. Al entierro participaron todo el Clero de la Ciudad, los Médicos, centenares y centenares de personas, además de los papás de los alumnos. Y pensar que muchos no lo conocían sino de nombre. Eduardo Gómez Luigi había nacido en Caracas, el 1º de Septiembre de 1902. Entró en el Colegio Salesiano de Caracas en Septiembre de 1913. Hizo el Noviciado en nuestra Casa de Mosquera (Bogotá, Colombia) en 1921. En 1922 emitió sus votos trienales y en 1925, los perpetuos. Inmediatamente fue destinado a la incipiente Casa de Medellín, donde dio pruebas de gran espíritu salesiano y de habilidad para desempeñarse en los numerosos quehaceres propios de nuestras casas americanas. Amantísimo de la Congregación, supo trabajar por las vocaciones, en el modo más práctico, que es el de la simpatía y de la inteligente llaneza. Calmo, suave, servicial, los muchachos lo querían, sin anormalidades. De inteligencia fácil y dúctil, sobresalía fácilmente en todo. Era músico de verdadero gusto artístico, le gustaban las matemáticas y la biolog1a, las observaciones microscópicas. Componía fácilmente en prosa y verso, aprendía fácilmente las lenguas. Quizás por esta prontitud, sintiendo la vocación misionera, pidió y obtuvo de los Superiores Mayores ser destinado a las Misiones del Assam. Pero circunstancias muy especiales, que se presentaron durante el viaje, lo obligaron a desembarcar en Venezuela y a quedarse aquí, donde trabajó como los buenos en Valencia y Barcelona. Nunca cesó de trabajar por sus queridas Misiones. Sabía inflamar sus muchachos en el celo por la Santa Cruzada de la Fe. Ahora que nuestro Padre Inspector habla hecho una interesante gira para fijar los Centros de las Misiones Salesianas Venezolanas, él hablaba de todo ello con entusiasmo, pero quizás no se halagaba con poder ser enviado allá, ya que tenía presagios de su pronta muerte. Cuando el 15 de Enero p.p., fue ordenado de Subdiácono y recibió las felicitaciones y los augurios de seguir adelante, le dijo a un amigo: “Hasta aquí llego!”. Y bien sabía la urgente necesidad que tenemos de sacerdotes y que obligaba a los Superiores a abreviar el tiempo entre las Ordenes. Cuando cayó enfermo le dijo a un compañero que había sido ordenado de Diácono el mismo 15 de Enero: “No me levantaré más”. Yo venía observando en él un trabajo especial en su alma, un esfuerzo sostenido para hacerse más cuidadoso en el servicio del Señor, más obediente, más humilde, más vivo en la fe, más ardiente y más práctico en la caridad, más sencillo en la vida, más unido a su Señor. A menudo recitaba conmigo el Breviario y sin caer en afectaciones, se veía cómo lo sentía y gustaba, y cómo tomaba en serio eso de representar al pueblo y a la creación toda en la adoración y culto del Supremo Señor. Querido Señor: la pérdida que hemos sufrido es muy grande. Nos consuela el hecho de que cayó como un valiente, en pleno campo, yque nuestro Padre Don Bosco dijo que los Salesianos caídos así son como semillas, como las espigas del trigo. Rezad por él, por esta Inspectoría y en modo especial por esta Casa. Orad también por quien se profesa vuestro afectísimo en Cristo Jesús, Sac. Rodolfo Fierro Torres, Director