Subido por Nancy Giron

Garrido, Vicente - Cómo sobrevivir a una ruptura

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Índice
Portada
Dedicatoria
Introducción
1. Psicología del divorcio
2. El síndrome del corazón roto
3. La nueva pareja
4. El hombre en el espectro de la psicopatía
5. La mujer con trastorno límite de personalidad
6. Afrontar el divorcio
7. Padres divorciados con inteligencia educacional
8. Los determinantes de la custodia: el examen de los padres
9. Los abogados en el proceso de divorcio y el tipo de custodia
Epílogo
Agradecimientos
Notas
Créditos
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A la Asociación Viktor E. Frankl de Valencia, por su ingente
labor en beneficio de los que necesitan esperanza.
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INTRODUCCIÓN
Este libro responde a la petición de varias personas que me solicitaron una guía breve
para poder comprender la ruptura de una pareja desde el plano de la experiencia personal
y desde su tramitación ante los jueces de familia (en este libro emplearemos las palabras
divorcio o ruptura de una convivencia de modo equivalente, salvo que se indique lo
contrario). Por otra parte, mi experiencia profesional acumulada durante años en juicios
de divorcios particularmente duros me había puesto ya sobre aviso de que es realmente
necesario afrontar esta situación con las ideas claras, sabiendo qué es lo mejor para
nosotros y, si es el caso, para nuestros hijos.
La ruptura de un proyecto de vida es algo muy doloroso, que puede convertirse
incluso en algo dantesco si nos empeñamos en ventilar ante el juez de familia los
problemas habidos en la relación y exigimos ganar en el pleito como respuesta a lo que
consideramos un comportamiento indigno por parte de nuestra anterior pareja. No
concibo un error más grande que éste, y sin embargo todos los años miles de personas lo
cometen, muchas veces sin ser realmente conscientes de ello —ni de las funestas
consecuencias que conlleva—, motivadas por su indignación y su autoestima heridas.
En esta obra el lector encontrará diversas razones por las que señalo la importancia
de adoptar una perspectiva mental, una filosofía, al mismo tiempo práctica y profunda.
Práctica, porque el modo en que afrontemos la ruptura puede marcar de forma indeleble
nuestro futuro y el de los niños; profunda porque cuanto más sufrimiento mal orientado
haya en dicha ruptura y en el tiempo posterior, más difícil será que salgamos a flote.
Una «filosofía práctica» exige saber, por ejemplo, qué tipo de abogado buscar, o
cómo presentarnos ante los psicólogos y otros profesionales que tienen que aconsejar al
juez acerca de la patria potestad y el régimen de visitas de los niños. Igualmente, también
resulta vital saber cuáles son las mejores estrategias y habilidades para educar a los hijos
de una familia donde los padres se han separado, atendiendo a los principios de la
moderna «inteligencia educacional», o qué tipo de custodia de los niños resulta
aconsejable en cada circunstancia.
Pero aun siendo de gran importancia todas estas cuestiones, en este libro también se
subraya que la ruptura de una relación no es sólo un camino de sufrimiento, sino también
de reorganización y de nuevas aperturas vitales. Y que la comprensión de este fenómeno
desde el inicio puede ser el primer y más importante paso para que la familia en su
conjunto pase por el trance de la separación sin que queden secuelas. En otras palabras:
aceptar el sufrimiento de la ruptura con una mentalidad positiva hacia uno mismo y —si
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es el caso— hacia los hijos lleva a querer tener la mejor relación posible con la expareja,
y eso es una oportunidad para el crecimiento personal.[1] Por ello la persona que ha roto
con otra y lleva su caso a los tribunales ha de preguntarse, desde el inicio, qué es lo que
realmente quiere para su futuro y el de sus hijos. Y a partir de ahí es importante que
conozca las consecuencias del curso de acción que vaya a tomar.
Sin embargo, determinadas personas son un peligro claro e inminente para nuestra
estabilidad mental: tanto los sujetos que he denominado «dentro del espectro» de la
psicopatía (generalmente hombres, aunque también hay mujeres), como los que
presentan rasgos notables de un «Trastorno Límite de Personalidad» (sobre todo
mujeres) no pueden tener una relación «normal» posterior a la ruptura con la expareja.
Estas personas son muy difíciles de manejar, y rara vez se avienen a razones. Muchas
veces los abogados y los jueces están perdidos porque no las identifican, y ven
perjudicada claramente su labor en la obtención del mejor resultado posible para todos
los implicados. Con ellas, los consejos dados para la mayoría de las parejas que se
separan o divorcian han de ser matizados para ajustarse mejor a estas personalidades
controladoras, vengativas e impredecibles. Creo que está más que justificado dedicar
parte de este libro a explicar tales cuadros de personalidad desajustada, que
invariablemente acuden a los juzgados todos los años en busca de «su justicia»
particular. Saber identificarlos es una prioridad para que los niños, sobre todo, no sufran
más allá de lo que el destino les haya reservado en el futuro.
Porque otro tema central en el libro es el énfasis en el bienestar de los niños. Hoy
sabemos qué cosas no hay que hacer para que la ruptura no les dañe de modo
permanente; sabemos qué elementos de protección pueden emplearse para minimizar tal
impacto y cómo proceder en el proceso de divorcio para que esa experiencia no sea
traumática. Ningún padre o madre responsable puede olvidarse de los intereses de sus
hijos para perseguir una satisfacción emocional en el juzgado a costa de su expareja.
Confío en que esta obra les sirva de ayuda en el momento de navegar por el tantas
veces inhóspito mar de la ruptura y los acuerdos judiciales. Si tenemos la vista puesta en
el horizonte correcto, llegaremos a puerto fatigados y doloridos, pero también sanos y
salvos.
VICENTE GARRIDO
Jávea, mayo de 2013
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CAPÍTULO 1
PSICOLOGÍA DEL DIVORCIO
Realidad del divorcio en España
Quizá sería lógico pensar que los divorcios o rupturas tienen que ver únicamente con la
falta de amor, de uno de los cónyuges o de los dos. Pero no sólo en la continuidad de un
matrimonio o convivencia entran en juego los aspectos afectivos o la compatibilidad de
caracteres. Los costes económicos que implican el mantenimiento de dos viviendas y la
duplicidad de gastos en caso de separación o divorcio han llevado a un descenso de las
rupturas matrimoniales en España registradas en 2011 hasta niveles de hace diez años.[2]
A pesar de ello, el divorcio sigue siendo muy común en la sociedad española; nada
menos que 117.179 rupturas matrimoniales definitivas se contabilizaron en el conjunto de
España en 2011, de las cuales 68.851 fueron de mutuo acuerdo y las 48.328 restantes
fueron no consensuadas. A estos datos hemos de sumar las separaciones de las parejas
de hecho: en 2011 hubo 7.347 separaciones, de las cuales 4.872 fueron de mutuo
acuerdo y las restantes 2.475 sin consenso.
Tenemos que concluir, entonces, que el divorcio es una realidad extraordinariamente
frecuente en nuestra sociedad.
Otra conclusión inquietante de las cifras anteriores es la gran cantidad de divorcios sin
acuerdo, es decir, donde los cónyuges van a pelear ante un juzgado por cuestiones como
pensiones, división de bienes y, sobre todo, la custodia de los hijos; aproximadamente un
cuarenta por ciento de los casos. El divorcio no consensuado es una realidad porque,
además de otras razones derivadas de los sentimientos que albergan los padres en su
relación, éstos pueden tener ideas diferentes acerca de cómo educar a los hijos, lo que se
suma a su amor hacia ellos para pedir su custodia. ¿Qué futuro desean para sus hijos y,
lo que es más importante, cómo deberían proceder ellos en su cuidado diario y
educación? Un padre puede considerar que el otro es «demasiado exigente», o
«negligente», o que no le presta atención cuando debería supervisarlo adecuadamente y
estar atento a sus conductas disruptivas o a su falta de esfuerzo... Si, como decía antes,
añadimos a lo anterior las diferencias de perspectivas sobre el reparto de bienes, la
cantidad a pagar como pensión por los hijos o por la pensión compensatoria,
entenderemos el porqué de esta cifra tan abultada de divorcios contenciosos.
Lo cual no significa que muchos de estos pleitos no se puedan evitar, por el bien de
todos, algo que constituye una de las principales conclusiones de este libro. En todo caso,
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quiero señalar que la hostilidad y la pelea que suelen acompañar al divorcio sin acuerdo
añaden más perturbación y ansiedad a todo el proceso, lo que es una lástima, porque el
cese de la convivencia ya es un trago suficientemente amargo (particularmente si hay
hijos), sin que se añada la contienda ante los tribunales.
El divorcio, un paso difícil
Para la mayoría de la gente el divorcio tiene que ver con la infelicidad o, mejor dicho,
con la necesidad de hacer algo con la frustración que se siente al no vivir la felicidad
esperada. Así, uno quiere encontrar una relación mejor, o bien otra persona que llene de
contenido una existencia que ahora, con su actual pareja, le parece vacía. La mayoría de
las parejas que se separan no se profesan una gran animadversión, después de los
habituales primeros meses perturbadores que siguen a la ruptura; simplemente quieren
ser más felices, solos o con otra persona. Esto es un modo de actuación realista, y en
circunstancias ordinarias salen adelante todos los implicados: los excónyuges, las familias
de éstos y los hijos, si los hay.
Ahora bien, eso no obsta para que reconozcamos lo duro de dar este paso. El
divorcio es una de las experiencias más difíciles que puede pasarle a alguien en la vida.
Aunque algunas veces la ruptura de la relación puede suponer unos efectos positivos
inmediatos para un miembro de la pareja que está sufriendo abuso o violencia, o quizás
para los dos si ciertamente el matrimonio es muy desgraciado, para la mayoría de la
gente el final de una relación conlleva sentimientos negativos, estrés y un profundo dolor
emocional. Es habitual que los divorciados, particularmente si se han visto obligados a
ello, mencionen una pérdida importante de autoestima y periodos de ansiedad e
incertidumbre acerca de su vida y su futuro.
Como antes mencioné, los inconvenientes del divorcio se intensifican y se alargan si
los excónyuges tienen graves discrepancias acerca de cómo encararlo, y todavía más si
las tensiones y hostilidades perduran en el tiempo. En efecto, en los divorcios suele haber
muchos puntos conflictivos, y se requiere de un temple maduro para atravesar ese campo
minado sin caer en una profunda alteración o en la agudización de una hostilidad que
quizás ya estaba bien presente antes del inicio del proceso legal. Lo normal es que uno
tienda a culpar al otro, y digo «normal» porque psicológicamente estamos programados
para seguir esta senda (atención: no digo estamos «determinados» a hacerlo). Actuar así
tiene la ventaja de proteger nuestra autoestima y, por ello, nuestro bienestar emocional.
Existe abundante investigación que indica que el atribuirse uno mismo la culpa de un
hecho traumático dificulta la recuperación, y es un elemento facilitador de la depresión.
Ahora bien, es evidente que entre considerar al otro como completamente responsable
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del naufragio de la relación y echarnos la culpa íntegra a nosotros mismos hay un término
medio, y probablemente es ese término medio la perspectiva más madura a tomar en
muchas ocasiones.
Pero, sin desdecirme de lo que acabo de escribir, sí hay ocasiones en que la culpa es
básicamente del otro: son los casos en que hemos sido víctimas de personas que desde el
principio —o durante un tiempo importante de la relación— han intentado manipularnos
y explotarnos para sus propios fines. Se trata de los sujetos que están dentro del espectro
de la psicopatía: sujetos narcisistas, egocéntricos, manipuladores y sin conciencia que
aprovechan el amor que les tenemos para utilizarnos a su servicio. Cuando más adelante
me ocupe de los psicópatas o manipuladores crónicos ejemplificaré sobre todo al marido,
porque este tipo de personalidad afecta más a los hombres (aunque sin duda también hay
mujeres así). En el caso de las mujeres, el trastorno de personalidad más capacitado para
destruir una relación es el llamado «Trastorno Límite de Personalidad», caracterizado
por un desequilibrio emocional y comportamiento contradictorio que hace imposible la
convivencia. Ya que estos dos tipos de personas no se «ven venir» con facilidad (sobre
todo el primero), dedicaré una parte de este libro a considerarlos, porque entiendo que
muchas veces los jueces y abogados que intervienen en los pleitos de divorcios
desconocen la naturaleza profunda de algunos de los cónyuges acerca de los cuales se
han de tomar decisiones muy importantes para ellos y sus hijos.
Una idea más. No tenemos que buscar en los libros de psiquiatría o psicología una
etiqueta o diagnóstico para todo tipo de comportamiento deficiente, inmoral o ruin.
Muchas veces el matrimonio o la convivencia naufragan porque, sencillamente, la otra
persona no está preparada para la relación, o no nos quiere a pesar de lo que vimos o nos
dijo en un principio, o sencillamente se comporta de modo muy egoísta porque no está a
gusto con nosotros. Lo que quiero decir es que la gente tiene libre albedrío, voluntad
propia, y es su responsabilidad decidir cómo comportarse en una relación amorosa.
Cuando describo a los sujetos en el espectro o en el ámbito de la psicopatía y a quienes
presentan un Trastorno Límite de Personalidad, lo hago porque son dos formas de ser,
dos trastornos de personalidad, que si no se identifican pueden tener graves
repercusiones en la familia antes y después del divorcio; esto es, son personas que
presentan desafíos muy notables por su capacidad de engañar y manipular. Pero no cabe
duda de que mucha gente está capacitada para ser insincera y sacar provecho de ello, sin
que llegue a la intensidad de esos dos síndromes patológicos.
¿Qué parejas tienen más probabilidad de divorciarse?
Determinadas parejas tienen más probabilidad que otras de divorciarse. Se pueden
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destacar cinco factores de riesgo:
1. Matrimonio a muy temprana edad (la adolescencia y pocos años más).
2. Ingresos económicos muy bajos.
3. Un pobre nivel educativo.
4.
Aportar un hijo al matrimonio de una anterior relación (especialmente las
madres).
5. Haber crecido en un hogar de padres que también se divorciaron.
Es obvio que estamos hablando de probabilidades, de factores que aumentan el
riesgo del divorcio, no de certezas: uno puede estar en todos esos grupos de riesgo y vivir
toda la vida felizmente con su pareja, aunque los números dicen que en tal caso es
mucho más difícil lograrlo. Hay controversia sobre si vivir juntos antes del matrimonio
aumenta el riesgo de divorcio, y en la actualidad resulta difícil dar un veredicto claro.
Quizás el mayor riesgo lo tengan aquellas parejas que se dejan llevar por la inercia, y
después de un tiempo conviviendo se acaban casando porque han invertido su tiempo en
cosas que les vinculan y en sus hijos, sin que realmente estuvieran del todo
comprometidos el uno con el otro. Una vez casados, encuentran que no tienen los
sentimientos apropiados para mantener el compromiso matrimonial y se divorcian.
Más interés tienen a mi juicio los factores o características de la relación que se
asocian con una mayor probabilidad de divorcio. La investigación ha hallado que éstas
son las siguientes:
•
•
•
•
•
Violencia en la pareja.
Conflictos frecuentes.
Infidelidad.
Un compromiso débil con el matrimonio o convivencia.
Poco amor y confianza entre la pareja.
No obstante, puede resultar poco satisfactorio quedarse solamente con esta lista de
factores. En realidad, lo que se quiere decir en ella, de forma resumida, es que la pareja
que se pelea habitualmente y que se quiere poco termina divorciándose, y ciertamente
esto no es un gran hallazgo, al igual que tampoco lo es señalar a la infidelidad y a la
violencia como causas importantes de la ruptura de una relación.
Por ello resulta mucho más interesante detenerse en detalle en el proceso de la
relación, en el trato cotidiano de la pareja, para preguntarnos si es posible averiguar en
qué medida ciertas prácticas habituales en la relación guardan el secreto de la convivencia
feliz o si, por el contrario, predicen el final de la misma.
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El psicólogo John Gottman lleva muchos años estudiando las relaciones amorosas, y
su conclusión es muy clarificadora:[3] «Lo que hace funcionar a un matrimonio es
sorprendentemente simple. Las parejas felizmente casadas no son más inteligentes, más
ricas o psicológicamente más sofisticadas que las otras: en su vida cotidiana construyen
una relación que deja los pensamientos y emociones negativos sobre el otro muy por
debajo de los positivos». Y en otro momento: «La verdad es que los matrimonios felices
se basan en una amistad profunda, y por ello yo entiendo el respeto mutuo y el disfrute
de la compañía del otro».
El mito o creencia falsa más grande acerca de por qué fracasa una relación es, de
acuerdo con Gottman, el siguiente: la mala comunicación, de tal modo que escuchar con
amor y tranquilidad el punto de vista de tu pareja «salvará» el matrimonio. Pero esto es
radicalmente falso, porque son las grandes diferencias de opinión las que se interponen
en la felicidad de una relación. La investigación de Gottman es concluyente: la mayoría
de los conflictos de pareja no pueden resolverse. Su estudio reveló que el 69 % de los
conflictos incluyen problemas no resolubles, como el que un cónyuge quiera tener hijos y
el otro no, o que uno precise mucha actividad sexual y al otro tal cosa le resulte
perturbadora. En otras palabras: las parejas gastan mucha energía y esfuerzo en resolver
sus diferencias, pero los desacuerdos importantes tienen que ver con el modo de
entender la vida, es decir, con los valores esenciales, y éstos no cambian.
Así pues, lejos de tener que «hablar todo», las parejas con éxito aprenden a mantener
«debajo de la alfombra» las tensiones ocasionales o las situaciones que molestarán
innecesariamente a la otra, y cuya discusión no va a resolver ningún problema.
Gottman es capaz de predecir con un acierto del 90 % las parejas que permanecerán
y cuáles se divorciarán después de verlas relacionarse por espacio de sólo cinco minutos.
Él sostiene que lo fundamental para hacer esa valoración no es el hecho de si discuten o
no, sino el modo en que lo hacen. Después de revisar miles de horas de grabaciones de
parejas, identificó los siguientes indicadores como los más cercanos a un divorcio futuro,
a corto o a medio plazo:
Inicios desagradables: discusiones que comienzan con sarcasmo, desprecio o
una crítica severa.
2. Crítica personal: no es lo mismo quejarse de un comportamiento de alguien que
criticar un rasgo personal.
3. Desprecio o burla: gestos (rodar los ojos, sonrisas irónicas, etc.) o palabras
(motes ofensivos) que indican la intención de que el otro se sienta mal.
4. Posición de defensa: tratar de que el otro crea que él (o ella) tiene el problema, y
que es su tarea solucionarlo; nosotros somos «inocentes», no hemos tenido
ninguna contribución.
1.
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El «muro defensivo»: es cuando un miembro de la pareja se evade de la
interacción para evitar ser herido, algo que suele hacer mucho más el hombre que
la mujer, debido a que en éste la reacción fisiológica o emocional es mucho más
intensa y tarda más en disiparse (en otras palabras, se altera más y durante mayor
tiempo). Razón por la cual son también las mujeres quienes suelen poner sobre la
mesa la necesidad de airear o tratar un conflicto, mientras que los varones tratan
de evitarlo.
6.
La «inundación» emocional: cuando un miembro de la pareja es atacado
verbalmente por el otro reacciona activándose como si sufriera una amenaza
física (por ejemplo, con mayores dosis de adrenalina), y todo ello genera un gran
desgaste y el deseo de no relacionarse.
7. El fracaso a la hora de reparar o prevenir los daños: las parejas felices saben
detenerse a tiempo, antes de que los daños sean severos, o bien después de una
discusión o conflicto saben cómo retomar el humor habitual existente entre ellos.
El sentido del perdón y de «olvidar» al que antes hice referencia tiene aquí su
lugar.
5.
Entonces, ¿qué hace una buena pareja? La amistad es la clave, y no sólo porque
favorece el romance o los gestos amorosos, sino porque protege contra las inclemencias
o dificultades que inevitablemente surgen en cualquier relación. Esa amistad se expresa
en términos de orgullo y admiración por el otro; nos sentimos afortunados de estar con
esa persona, y esa sensación lo resume todo. De acuerdo con Gottman, el propósito de la
convivencia en pareja es compartir un proyecto de vida, en el que cada miembro de la
pareja apoya los sueños y metas del otro. El fracaso se atisba cuando uno de los dos ha
de sacrificar cosas esenciales para que el otro sea feliz; los amigos auténticos disfrutan de
igualdad.
El concepto de «amistad» tiene muchos matices; supone conocer los gustos y
aficiones de la persona a quien amamos, interesarnos por compartir su mundo, no entrar
en luchas de poder y estar atentos a las necesidades de quien comparte nuestra vida...
Todo ello cabe dentro de la palabra «amistad» entre una pareja, y es la clave del éxito
amoroso.
Gottman también ha encontrado hallazgos parecidos en el caso de parejas
homosexuales y lesbianas con respecto a los predictores del éxito de la relación, tras doce
años de estudio de su comportamiento en grabaciones de vídeo. Esto coincide con lo que
sabemos sobre el modo en que los divorcios afectan a los hijos, y de nuevo no parece
haber grandes diferencias entre matrimonios heterosexuales y del mismo sexo; es decir,
unos y otros hacen cosas parecidas que tienen la virtud de influir de modo positivo o
negativo en sus hijos.[4]
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Por eso hay que dejar atrás otro mito: el de que dos personas diferentes se
complementan, y por ello «los opuestos se atraen» y tienen una mayor probabilidad de
ser felices. Acabamos de ver justamente que la verdad es lo contrario: son los valores o
principios fundamentales de una persona los que, al ser compartidos por la otra, permiten
transitar por la vida con el sentimiento de que vivimos de acuerdo con lo que creemos
más correcto o estimamos mejor. Y esto es la clave de la autoestima positiva, como nos
ha enseñado Nathaniel Branden.[5]
Finalmente, quisiera insistir en el punto de la superación de las dificultades: si nos
centramos sólo en lo malo podemos perder de vista lo bueno. Hay matrimonios que
continúan adelante porque despliegan el humor y los gestos de cariño suficientes para
mantener un clima relativamente feliz, a pesar de la presencia de heridas y decepciones
sufridas. Por otra parte, parece de sentido común considerar que en una pareja en que se
instala un patrón de violencia y de ausencia de amor la existencia de otras cualidades
positivas puede ser del todo insuficiente para que la relación funcione. Pero en todo caso
los investigadores nos dicen que no deberíamos despreciar la capacidad que tienen
muchos matrimonios para el sacrificio y el perdón si queremos comprender bien qué
hace que aquéllos se mantengan a pesar de que surjan numerosas dificultades.
Dos grupos de parejas que se divorcian
Por otra parte, es necesario decir aquí que no todas las parejas «se llevan muy mal»
antes del divorcio, es decir, que no todas discuten con frecuencia, se echan la culpa
mutuamente, se evitan e insultan y son infieles. De hecho podríamos decir que existen
dos grupos de parejas que llegan al divorcio por caminos diferentes: el primero
cumpliría las expectativas quizás más habituales, y sería aquel que reuniría ese conjunto
de hábitos de relación y de desamor comentado: violencia, infidelidad, etc. Estas parejas
llevan muchas veces su desacuerdo al propio final de la relación, y participan en un
divorcio contencioso o conflictivo, sobre todo si hay hijos por en medio. El otro grupo de
parejas sería «más civilizado», mostraría un nivel de felicidad mayor que el anterior, pero
que en todo caso no sería suficiente para mantener la unión. En otras palabras, aquí lo
relevante no sería tanto la presencia de un conflicto intenso y frecuente entre la pareja,
sino la ausencia de los alicientes suficientes como para permanecer juntos durante más
tiempo. En estos casos hay más divorcios de mutuo acuerdo. No podemos descartar que
en estos matrimonios quizás la presencia inesperada de un acontecimiento estresante
como el desempleo, una enfermedad o la existencia de un romance con un tercero
determine el final abrupto de una relación poco sólida desde el inicio.
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Las etapas del divorcio
La psicología del individuo pasa por cuatro fases en el proceso del divorcio.[6]
1. Primero viene la decisión de divorciarse.
2. A continuación, sigue la etapa más pragmática de decidir cómo se va a disolver
la relación (la negociación o disputa sobre las condiciones del divorcio).
3. Finalmente, llega la consumación del divorcio.
4. Después de la separación, se inicia la etapa de reorganización personal, en que
nos tenemos que ajustar a la nueva situación personal y familiar (sobre todo si
hay hijos) que se abre ante nosotros sin nuestra pareja.
Para entender los diferentes conflictos o tareas psicológicas con las que tenemos que
lidiar a través de esas etapas es necesario comprender la importancia del vínculo afectivo,
en este caso romántico-amoroso. Todo el mundo necesita ser querido, y sin duda para un
adulto el amor romántico es uno de los más importantes. En el amor hallamos seguridad,
un lugar en el sol donde poder disfrutar de la vida y desde el que hacer frente a sus
dificultades. Una de las claves de la felicidad personal se halla sin duda en invertir
nuestro esfuerzo en un compañero o compañera que nos apoye en esas tareas, y al que
ofrecer también nuestra asistencia para que igualmente él o ella logre esas metas. De ahí
la importancia de elegir bien, de saber discriminar qué personas son capaces de dar eso
en la relación y quiénes no.
En todo caso, se comprende que una vez que establecemos el vínculo amoroso con
alguien resulta difícil romperlo, tantas expectativas y esfuerzos hemos puesto en esa
relación. A fin de cuentas, el divorcio supone la separación de aquella persona en la que
hemos buscado esa seguridad emocional para permitirnos crecer y ser felices. Se
entiende, entonces, la gran dificultad y dolor que conlleva esa ruptura. El divorcio implica
la dura tarea de desvincularse de esa persona tan importante antes, y un nuevo proceso
de volver a reconstruir nuestro equilibrio personal y nuestra vida. Es la cuarta etapa antes
mencionada, que podemos describir de forma sumaria como de «reorganización». (En
otro capítulo volveremos con más detalle a ocuparnos de estas etapas.)
Esta etapa de reorganización puede ser complicada. Los estudiosos de la familia han
mencionado diversos elementos que ayudan a que sea más llevadera, tales como
mantener otra relación íntima amorosa, ser capaz de integrar el divorcio dentro de la
experiencia vital propia, ser capaz de perdonar las acciones del excónyuge percibidas
como ruines, centrarse en las experiencias nuevas que están por venir en vez de rumiar
sobre los hechos del pasado, y en los casos más afortunados, poder establecer una
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relación positiva con el excónyuge.
Es claro que todo esto resulta mucho más fácil decirlo que hacerlo. No es lo mismo
desear el divorcio que recibir esa decisión tomada por nuestra pareja. Por otra parte, una
vez divorciados, la otra persona, el excónyuge, puede que no colabore en absoluto en
facilitar las cosas, y eso son malas noticias. También podemos tener actitudes y tensiones
internas que saboteen nuestros esfuerzos por seguir adelante. Es decir, los problemas
pueden venir de nosotros mismos tanto como de la persona con la que estuvimos
conviviendo, y todo esto añade complejidad a la recuperación, porque hay una verdad
irrefutable: no podemos controlar la vida de los otros, así que deberíamos empezar por
hacer lo posible para que nuestro comportamiento tras el divorcio nos ayude en la
reorganización de nuestra vida.
Y lo primero que tenemos que resolver, si hemos sido los abandonados, es el ánimo
depresivo y las ideas angustiosas de lo que se conoce como el «síndrome del corazón
roto»: ya no tengo a mi amor, ya nunca podré volver a ser feliz.
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CAPÍTULO 2
EL SÍNDROME DEL CORAZÓN ROTO
Hay una única idea esencial que encierra el síndrome del corazón roto: no puedo vivir sin
este amor, la vida no merece la pena si no continúa esta relación, si no puedo volver a
tenerlo o tenerla entre mis brazos, si ya no puede continuar este proyecto de vida que
habíamos iniciado, si todo lo que había imaginado y querido no se puede realizar. Estas
ideas están detrás de muchos de los problemas de salud mental que llevan a la persona
ante el psiquiatra y el psicólogo: el corazón está roto, la esperanza de ser feliz se ha
desvanecido.
Ese ánimo desolado del corazón roto supone necesariamente que ese amor ha
existido, es decir, que la persona abandonada ha amado de veras, y se ha sentido
igualmente querida, al menos durante un tiempo, cuando ese futuro aún existía como
horizonte vital posible y deseable para ambos. Los individuos que nunca han querido a
ese alguien, y que deseaban estar con él por alguna otra razón —generalmente por deseo
de posesión o de control para compensar una autoestima baja o muy frágil, pero también
por mero deseo sexual o interés de cualquier otro tipo— no tienen el corazón roto, sino
su vanidad, o su orgullo, o sus expectativas de obtener un interés frustradas. No debemos
confundir la exigencia para que el excónyuge o expareja regrese —una exigencia, y por
eso una imposición que nos hacemos a nosotros y a quien se dirige— con el sentimiento
legítimo de que le necesitamos, en el sentido más fuerte de esa palabra; esto es, que esa
relación vuelva a nuestra vida porque no imaginamos otro futuro al de estar con ella. La
exigencia es siempre errónea, porque implica coartar la voluntad, definir una situación
que no admite opciones, y por ello está muy cerca de dar órdenes, lo que obviamente no
forma parte de una relación amorosa. El enamorado con el corazón roto puede pedir con
vehemencia, exhortar con mil razones para que se produzca el reencuentro, insistir hasta
un punto, pero no ordenar.
Queremos que vuelva, se lo suplicamos; pero al fin la otra persona es libre de decidir.
El enamorado de verdad no rebasa ese límite que figura en el intercambio de pareceres
entre esas dos personas, y que puede resumirse en esta idea: «Daría todo lo que tengo
para que volvieras conmigo, pero yo no puedo tomar esa decisión que te corresponde
sólo a ti; me hundirás en la miseria si me rechazas definitivamente, pero nada más está
en mi mano»; si vamos más allá en nuestra insistencia estamos invadiendo el terreno de
la voluntad de esa persona hasta violentarla, y el amor entonces deja paso a otra cosa. En
los casos donde hay acoso, persecución, amenazas, estamos ya pisando el terreno del
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abuso y la coacción. Para mí ésa es la prueba de que quien obra de este modo no quiere
realmente a esa persona; querrá, como he dicho antes, volver a tenerla, pero no será por
amor, sino por razones egoístas, porque no quiere verse humillado («¿quién es ella para
dejarme?») o porque su miedo a sentirse incompetente y fracasado ante la vida le impele
a desoír lo que realmente desea ese otro que no quiere volver.[7]
La exaltación espiritual y emocional de quien ama en vano incorpora, de este modo,
su propia miseria, su propio infierno, la raíz esencial de su dolor, que es siempre propio,
específico, marcado con las cicatrices de los recuerdos que acechan una y otra vez: ha de
aceptar que el objeto amado diga «no». No te quiero, o no te quiero ya, o aquello que
sentía meses o años atrás desapareció, o te quería pero tú no estuviste a la altura, o me
he dado cuenta de que realmente necesito a alguien que no eres tú. Ese dolor puede ser
más acendrado si realmente quien llora la pérdida cometió los graves errores que le
señala quien lo ha dejado: «te amé, pero tú no estuviste a la altura, ahora es tarde, lo
siento». Puede ser más llevadero, en cambio, si el ahora infeliz siempre hizo lo posible
por demostrar esa devoción, por querer hacer dichosa a esa persona; sí, puede que esa
conciencia de «haber hecho todo lo posible» limite los estragos del abandono; al fin y al
cabo uno siempre puede decirse que lo intentó hasta el límite de sus posibilidades, y que
finalmente tuvo que ceder ante la persistencia de la pareja en marcharse, en buscar otros
escenarios donde vivir y enamorarse de nuevo.
Ahora bien, he escrito «puede»: sólo es una posibilidad, porque cada uno es muy
libre de sentir el dolor del rechazo como mejor pueda o quiera. En el síndrome del
corazón roto, el que lo padece se ve incapaz de volver a enamorarse, de querer con la
profundidad con que ha querido a la otra persona que ya no está, con independencia de
que fuera capaz de demostrarlo cuando tuvo la oportunidad de hacerlo.
Sin embargo, en el núcleo de esa desesperación se encuentra la negativa a aceptar la
realidad. Es duro querer y que no nos quieran, pero ese hecho forma parte de la vida
desde el principio de los tiempos. Negarse a aceptar que una persona ya no nos quiere
es negar la propia vida tal y como es; es una de las formas que tiene una creencia que se
halla en la base de mucha angustia psíquica: las personas tienen que hacer lo que yo
quiero que hagan; o tienen que decidir lo que yo deseo que decidan. Claro que ahora el
lector puede decir: «No, no se trata de que yo quiera que todas las personas con las que
yo me relaciono hagan lo que yo deseo; yo sólo quiero que esa persona en particular,
Laura (o Andrés), comprenda cuánto la amo y lo feliz que, estoy seguro, sería conmigo».
Pero la cuestión es que ése es uno de los ejemplos o formas en que se materializa esa
idea irracional: si no podemos hacer que la gente haga lo que desearíamos que hiciera,
¿por qué ha de ser diferente cuando se trata de alguien que nos está diciendo con sus
palabras y actos que ya no desea seguir con nosotros?
Pensemos un momento: ¿podemos imaginar a alguien que conozcamos y con
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respecto al cual no sintamos nada parecido al amor proponiéndose con toda su alma que
la queramos? No, diríamos, no puedo quererte; aleja toda esperanza, olvida esos
sentimientos porque no vas a cambiar los míos con respecto a ti. Entonces, ¿qué impide
que apliquemos ese conocimiento —que no podemos cambiar los sentimientos de los
demás— a nuestro caso? La razón es simple: fuimos amados y ahora no lo somos. Es
ese abismo entre lo que tuvimos y ahora no tenemos lo que nos desespera y no
queremos aceptar. Y entonces nuestra vida se llena de miseria y, en algunos casos, nos
lleva a la depresión y la angustia.
Pero no hay ninguna ley que impida que esas cosas sucedan; de hecho, suceden todo
el tiempo. El escritor Julian Barnes señaló en una de sus novelas más personales:[8]
«Para la mayoría de nosotros, la primera experiencia del amor, aunque fracase —quizás
especialmente cuando fracasa—, promete que es eso lo que valida, lo que reivindica la
vida. Y aunque los años posteriores pueden alterar esta idea, hasta que algunos de
nosotros la repudien totalmente, cuando el amor hiere por primera vez, no hay nada
igual». Pero aunque esto sea muchas veces cierto, no siempre ese dolor es irrepetible, o
si lo es, ya no nos acordamos, y luego una o más veces (dependiendo de cada cual)
volvemos a sentirnos devastados, es decir, «el amor hiere igual» esta última vez, o al
menos así lo siento. Sea la primera vez o la segunda o la tercera, siempre está la lucha
enormemente costosa de tener que aceptar la realidad: «Ya no me quiere», y sobrevivir
mediante la conclusión inevitable: «Y tengo que seguir adelante».
El corazón roto requiere ese convencimiento, y el tránsito del tiempo, porque si bien
no siempre es cierto ese dicho tan viejo de que «el tiempo todo lo cura» (porque hay
heridas que jamás cicatrizan), sí que, al menos, en cuestión del amor no correspondido lo
amortigua, lo sofoca, lo desvanece al menos para que podamos enderezar de nuevo el
rumbo. Otro gran conocedor de la psicología humana y literato, Javier Marías, lo escribió
de modo diáfano:[9]
[Los enamoramientos] jamás terminan de golpe, ni se convierten instantáneamente en odio, desprecio,
vergüenza o mero estupor, hay una larga travesía hasta llegar a esos sentimientos sustitutorios posibles, hay
un accidentado periodo de intrusiones y mezcla, de hibridez y contaminación, y el enamoramiento nunca
acaba del todo mientras no se pase por la indiferencia, o más bien por el hastío, mientras uno piense: «Qué
superfluo volver al pasado».
¿Qué sucede si nos negamos a aceptar esa realidad, a pesar de todo? Entonces
caeremos en la depresión o nuestro futuro quedará hipotecado como siempre sucede
cuando nos aferramos a ilusiones o fantasmas. O nos llenaremos de amargura y entonces
no volveremos a confiar en nadie, solazándonos en nuestro propio dolor. Y de este modo
olvidaremos el mensaje contenido en esa cita tan conocida de C. S. Lewis:
Amar por completo es ser vulnerable. Ama lo que sea y tu corazón llorará y posiblemente se romperá. Si
quieres asegurarte de mantenerlo intacto, no debes dárselo a nadie, ni siquiera a un animal. Envuélvelo
22
cuidadosamente con pasatiempos y pequeños lujos evitando todo tipo de enredos. Guárdalo seguro en un
cofre u oculto detrás de tu egoísmo. Pero en ese cofre, seguro, oscuro, inmóvil, sin aire, cambiará. No se
romperá, sino que se convertirá en inquebrantable, impenetrable, irredimible. Amar es ser vulnerable.
Es posible que el sentimiento final logrado arduamente —porque «los
enamoramientos no terminan de golpe»— escape al catálogo de Marías, consistente «en
odio, desprecio, vergüenza o mero estupor», pero no lo es menos que la curación pasa
inevitablemente por llegar a la fase de decirse: «Qué superfluo volver al pasado». Eso es
así, porque llegar hasta aquí supone comprender que ya no podemos recuperar esa
realidad para nuestro presente, que la persona que éramos o pudimos ser si Laura o
Andrés nos hubiera amado ya no tiene sentido alguno en nuestro presente, porque, por
triste que sea, es superfluo volver al pasado.
Lo malo de un amor o enamoramiento mal solucionado se encuentra en dos de las
posibles resoluciones: el odio que señala Marías, o bien el no olvido, el recuerdo
inagotable de lo que pudo ser y no fue, por mi causa o por la suya, por causa de ambos,
quién lo sabe de verdad en la mayoría de los casos. El odio genera destrucción para
quien lo recibe pero también para quien lo emite y proyecta. Y si tal es el caso, mal
haríamos en llamar amor a eso que sintió quien ahora tanto hiere y desprecia, hasta el
punto de ser violento de obra o palabra una y otra vez. Por su parte, «no olvidar»,
insistir en seguir viviendo instalado en la herida del pasado, oponerse a que se complete
el duelo, significa no acabar nunca esa travesía de la que habla el escritor, y equivale a
renunciar a aceptar la realidad; en una palabra, a renunciar a ser responsable, porque
«amar es ser vulnerable».
Acepta que has amado; acepta que ya no lo eres; acepta que esa persona tiene la
voluntad —que tú no puedes controlar— de desaparecer de tu vida; acepta que has
vivido porque te has atrevido a amar, o al menos lo intentaste de acuerdo con tus
posibilidades. Acepta que no importa la traición o desamor que recibiste —si es el caso
—, ahora has de seguir adelante y, sobre todo, si tienes hijos, acepta que ellos no han de
ser víctimas colaterales de ese amor que ya no volverá.
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CAPÍTULO 3
LA NUEVA PAREJA
El divorcio, ¿búsqueda de la independencia?
Se dice que el divorcio puede significar una etapa a partir de la cual se abre un nuevo
camino para ser feliz y disfrutar de nuevo de una autonomía en la que podemos
realizarnos, pero está claro que no todo el mundo lo ve de este modo, inclusive aunque
haya pasado el tiempo y el duelo por la ruptura ya haya sido superado. Mi creencia es
que si bien el divorcio ha de considerarse como un mal necesario, para muchas personas
la libertad y la felicidad se encuentran dentro de una relación amorosa, dentro de una
vida comprometida por vínculos amorosos. Y no deberíamos avergonzarnos de ello, del
mismo modo que es del todo respetable la idea de que es mejor vivir solo que atado a
alguien.
Esto se conoce como la «paradoja de la dependencia», la posibilidad de que la
persona alcance la libertad y la autonomía dentro precisamente de una relación amorosa.
[10] Mi impresión es que sólo las personas que se sienten seguras de su valía y que
pueden amar de forma madura —respetando las necesidades del otro y confiando en su
honestidad— están capacitadas para hallar su libertad en la convivencia o el compromiso
amoroso. Esta idea puede parecer extraña, considerando que en nuestra época el
concepto de dependencia está asociado a la personalidad débil e incierta, y que la
autosuficiencia resulta muy valorada. Sin embargo, pienso que la decisión de construir
una relación de la que depender emocionalmente es algo perfectamente maduro, porque
el ser humano busca el amor romántico como una de sus vías de realización personal.
Esa dependencia, elegida por el individuo, no implica que su valía dependa de la otra
persona; sólo que decide poner sus expectativas emocionales en alguien con la que espera
compartir la vida.
La película Come, reza, ama
Para los que no han visto esta película, a continuación resumo brevemente su argumento.
Liz (interpretada por Julia Roberts) es una mujer de 31 años que no quiere seguir casada
con Steve; no tiene ningún deseo de ser madre, y se encuentra atada a una vida que no
desea. Así pues, le dice adiós a su sorprendido marido y se marcha a recorrer mundo.
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[11] En este viaje realiza también un crecimiento personal respecto al amor:
1. En Italia, Liz se siente culpable por haber roto su relación con Steve. Pero con el
paso de los días, llega a la conclusión de que el crecimiento personal proviene del
fracaso, de tocar fondo. Escribe a su expareja y le dice lo desgraciados que habían sido
por no haber sido capaces de hacer frente a la necesidad de cambio de sus vidas. Al final
de su estancia en Italia se siente preparada para esa transformación interior.
2. En la India, Liz consigue perdonarse a sí misma. Se imagina a sí misma pidiendo
perdón a Steve y exponiendo su propio enojo ante la miseria que la relación
proporcionaba a ambos. Es entonces capaz de comprender esa ambivalencia tan usual
ante las personas que hemos amado: ira por el fracaso, y culpa por haberlo provocado
nosotros también, o al menos por no haber sido capaces de evitarlo.
3. Es en su siguiente destino, Bali, cuando al fin es capaz de amar. Liz encuentra un
nuevo amor y teme perder la estabilidad que tanto le ha costado conseguir, por lo que
termina prematuramente con esa relación y busca el consejo de un curandero. Éste le
dice que en ocasiones es correcto perder el equilibrio personal por el amor si esto
significa alcanzar un equilibrio más amplio e importante con la vida. Entonces Liz corre
el riesgo de amar a otra persona de forma honesta y apasionada.
Come, reza, ama no es una gran película, ni siquiera una buena película; sin
embargo, me interesó porque es un ejemplo magnífico de lo que significa la «paradoja de
la dependencia» a la que antes hice referencia. Liz es consciente de que sólo puede
continuar su crecimiento dentro de la relación amorosa. Como sugiere el curandero, es el
amor en un sentido amplio lo que mantiene el equilibrio en la vida. Liz al fin comprende
que puede correr el riesgo de amar de nuevo sin que su mundo interior se resquebraje.
Los hijos y la nueva pareja
Lo cierto es que una vez que pasa el tiempo, los divorciados suelen buscar una nueva
pareja; muchos son los que, como Liz, aceptan que puede haber crecimiento dentro de
una relación de dependencia madura. Y tiene mucha lógica; la investigación ha
encontrado pruebas de que la formación de una nueva relación tras el divorcio tiene un
efecto positivo en el bienestar personal de quien la realiza, aunque, por el contrario, en
muchas ocasiones ese efecto es sólo transitorio y declina en el tiempo si la nueva pareja
no cumple con las expectativas puestas en ella.
Por otra parte, la presencia de los niños complica un poco más el cuadro completo.
En muchos casos, la nueva pareja de la madre o el padre no supone unos beneficios
relevantes para los hijos, y en ocasiones se ha observado que al principio de la nueva
convivencia los hijos incluso pueden incrementar sus problemas de actitud y de
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conducta, haciendo difícil la convivencia en el hogar. Los adultos que buscan una nueva
relación son conscientes de esas dificultades, por eso muchos de ellos dedican mucho
tiempo a pensar qué cualidades debería tener su nueva pareja para ocuparse
adecuadamente de sus hijos, y cuándo introducirles en esa nueva relación. (Como es
lógico, esas preocupaciones son mucho más frecuentes en las personas que tienen la
custodia de los niños, por razones obvias, lo que significa que se trata de la madre en
muchas ocasiones.)
Sin embargo, quiero aclarar que hasta ahora la ciencia ha estudiado poco todo este
proceso, y está claro que la negociación que lleva a cabo un progenitor con sus hijos
(dependiendo de la edad, desde luego) sobre cómo va a asimilar la familia la presencia de
una nueva persona entre sus muros es de gran importancia para determinar el éxito final
de la convivencia. De igual modo es relevante que ambos adultos tengan claro qué cosas
son esperables en el hogar de su nueva relación, lo que supone decidir los papeles que el
padre o la madre y la nueva pareja van a asumir en esa familia.
Algunos investigadores han sugerido que la formación de una nueva convivencia
cuando se tiene hijos implica hacerse cargo de dos tipos de necesidades, cada una de las
cuales proviene de una fuente distinta.[12] Por una parte está la necesidad del adulto por
vivir un romance y tener compañía, y por otra parte está el deseo del niño de gozar de
atención y afecto. ¿Cree el padre o la madre que son un pack junto con sus hijos, de tal
modo que a la hora de decidir si inician una nueva convivencia han de tomar en
consideración las opiniones y reacciones de sus hijos? ¿O, contrariamente, esperan que
sus hijos puedan adaptarse a sus necesidades amorosas? Se trata de una cuestión
importante, porque creer una cosa u otra puede influir de modo poderoso en la forma en
que el progenitor gestiona esa nueva relación frente a sus hijos.
Así, en una investigación desarrollada con madres divorciadas, se halló que las
madres que tenían más presentes las necesidades y reacciones de sus hijos ante la nueva
pareja tenían una relación más fluida y pasaban más tiempo con ellos que las madres que
esperaban que sus hijos se amoldaran a sus necesidades románticas. Se observó también
que las madres más orientadas hacia sus hijos se esforzaban más en negociar y resolver
los problemas que pudieran existir entre éstos y la nueva pareja, especialmente cuando
ellos tenían dificultades para caerse bien. Se averiguó que estas madres estaban más
dispuestas a intervenir si veían que sus hijos estaban siendo de algún modo perturbados
por sus nuevas parejas, mientras que las madres más orientadas a su nueva relación
romántica tendían a intervenir sobre todo cuando percibían que sus hijos no eran del
agrado de su nueva pareja.[13]
Podemos interpretar estos resultados atendiendo a los beneficios y costos que una
madre espera obtener de una nueva relación romántica. Si la madre está muy vinculada a
sus hijos obtendrá de ellos muchas satisfacciones, razón por la cual tenderá a ver muy
27
elevados los costos si su relación con la nueva pareja no funciona bien, ya que eso
implicará tener problemas con sus hijos, con los que se lleva muy bien, y pondrá en
peligro así una unión emocional muy poderosa entre la madre y los niños que les reporta
a todos profundas satisfacciones. Por el contrario, si la madre está menos vinculada a sus
hijos y se orienta más a obtener satisfacciones en la relación romántica, los costos que
puede implicar tener que amoldarse sus hijos a esa nueva relación no le parecerán muy
elevados, porque sus mayores satisfacciones espera obtenerlas en el amor de su nueva
pareja.
En este punto es conveniente no llegar a conclusiones precipitadas. Quizás tengamos
la tentación de calificar a las madres más orientadas a sus hijos como «mejores» en
comparación con las madres que esperan que sus hijos se adapten a su nueva pareja,
pero esta conclusión sería, a mi juicio, injusta. Una madre puede sentirse muy sola y
desafortunada si renuncia a un hombre al que ama, aun cuando al principio pueda haber
problemas de relación con sus hijos. La tarea difícil es encontrar ese punto de equilibrio
entre el esfuerzo que unos y otros tienen que hacer para llevarse bien y poder satisfacer
así las necesidades de todos los implicados. Una madre que sólo prestara atención a las
opiniones de sus hijos sin esforzarse en que éstos terminen por aceptar en sus casas a un
nuevo adulto que sinceramente se preocupa por ellos puede convertirse en una madre
manipulada, y eso no les haría ningún bien. Por otra parte, es obvio que una madre que
no duda en exponer a sus hijos a los vaivenes emocionales de sus relaciones, sin pensar
en cómo ello les puede afectar, está siendo una madre negligente.
En resumen, no hay una respuesta fácil a la pregunta de cómo gestionar una nueva
relación romántica cuando se tienen hijos. La prueba de ello es que, como decíamos al
principio, todavía no sabemos si tener una nueva pareja beneficia o perjudica a los hijos.
Probablemente la solución incluye un «depende»: en algunos casos, los beneficios serán
mayores que las dificultades, mientras que en otros casos ocurrirá lo contrario. Por
ejemplo, hoy sabemos que las probabilidades de maltrato infantil son mayores en hogares
donde hay un padrastro, y la explicación es sencilla: el vínculo sanguíneo y la
convivencia constituyen un elemento de protección frente al abuso infantil que está
ausente en padres que no guardan ninguna relación de parentesco con los chicos. Por
supuesto, la gran mayoría de los padrastros tratan bien y quieren a los hijos de su nueva
pareja, pero eso no es obstáculo para reconocer el hecho de que la probabilidad de
maltrato infantil es mayor en esos hogares reconstituidos.[14]
Por todo lo anterior quizás lo más sensato sea decir que lo más importante es que la
persona escogida sea alguien con las suficientes cualidades como para hacer feliz al otro
miembro de la pareja y para saber relacionarse con los hijos de acuerdo con las
necesidades de éstos. Es obvio que no es lo mismo formar una relación con una mujer
que tiene, por ejemplo, dos hijos pequeños, que con alguien cuyos hijos son mayores de
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edad y son casi independientes o viven ya de modo autónomo. Esta idoneidad se hace
más necesaria si hablamos de niños con necesidades especiales, como problemas de
aprendizaje o de comportamiento. Estos niños requieren más paciencia y fortaleza para
ser criados de modo adecuado, y por ello la nueva pareja debería tener las cualidades
necesarias para hacerse cargo de ellos en la medida en que sea necesario.
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CAPÍTULO 4
EL HOMBRE EN EL ESPECTRO DE LA PSICOPATÍA
Hace unos años, unos investigadores en Praga se dedicaron a examinar 101 informes
forenses solicitados por los jueces como consecuencia de pleitos de divorcio; prestaron
atención a la existencia de asociaciones entre la patología de cualquiera de los padres y el
desarrollo de los hijos. Lo que hallaron fue lo siguiente: los padres con personalidad
psicopática se destacaban por desarrollar relaciones especialmente conflictivas con sus
exparejas y sus hijos, generando numerosas interferencias en los periodos de visita al otro
padre e incitando a los hijos en contra de éste. Como consecuencia de ello, los hijos que
tenían padres psicopáticos presentaban mayor número de problemas en su adaptación al
divorcio y en el desarrollo de trastornos mentales.[15]
Estos resultados son comunes: los psicópatas suelen ser padres pésimos,
desinteresados de modo profundo y verdadero del bienestar de sus hijos, a los que
muchas veces consideran un enojo que hay que soportar, aunque se cuiden mucho de
que los demás lo vean así. Y desde luego no son mejores parejas:
Comenzó a buscar a mi sustituta, por supuesto sin decirme nada.
Se dio de alta en distintas páginas webs de contactos, chateaba continuamente con unas y con otras,
incluso con el tiempo me enteré de que había tenido numerosas citas a mis espaldas.
Yo ya no estaba tan ciega, motivo por el cual se disparó en parte la ruptura. Desde el momento en que supo
que yo «le había descubierto» y que conocía su personalidad auténtica y su baja calidad humana, ya no le
servía.
Aun así no me soltaba, al no tener «garantía» de su próxima presa, me mantenía por si acaso.
En cierta ocasión di de alta un perfil, haciéndome pasar por una admiradora suya, tuvo la cara de intentar
ligar diciendo mentiras como que yo le era infiel. ¡¡Cuánto me sonaba aquello!! Era la misma técnica que
empleó conmigo.
Su frialdad era insuperable... Simultáneamente intentaba ligarme pensando que era otra, y me enviaba sms
cariñosos al móvil como si no pasase nada y fuésemos la pareja 10.
Después de aquello y a pesar de mis reproches, seguí con él...
La cosificación llegó al punto más alto.
La situación llegó al máximo, no podía quejarme: él no me respondía; recuerdo que en ocasiones me ponía
a llorar en un hueco de la habitación sentada en el suelo, él se acercaba a mirarme; como no paraba de llorar,
lanzaba objetos hacia mí, le molestaba el ruido, no el llanto.
Estoy convencida de que «no me sentía»; al margen de su maldad, realmente él se irritaba con mi llanto
porque no lo comprendía o al menos ésa es la sensación que me quedaba.
Me tenía completamente aislada, pero él hacía lo que quería.
Ya no hacíamos el amor en un sentido real, simplemente se levantaba por las mañanas y sólo «me usaba a
su antojo» y se marchaba a trabajar. Cuando yo le recriminaba su actitud, me decía «que no era para tanto» y
que no entendía qué trabajo me costaba abrir las piernas 15 minutos.
Lo curioso es que yo misma llegué a pensar que aquello era normal y que realmente «no me costaba tanto».
De esta manera incorporé el abuso sexual a mi vida como si formara parte de mis deberes de esposa devota
y obediente.
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A veces entraba en cólera y se cortaba con una cuchilla por todo el cuerpo, me culpaba de ello y me
manipulaba con su dolor, me amenazaba con suicidarse y con esto me sometía a cualquier cosa que me
pidiese, temiendo que pudiera cumplir su amenaza.
Yo ya casi ni respiraba por no molestarle.
Éste es un buen ejemplo —de mi archivo personal— de marido psicópata. Muchas
víctimas de cónyuges manipuladores desoyen los consejos de la intuición. De forma
inconsciente sienten que están a la defensiva, que deben protegerse de algo, pero en su
consciencia no son capaces de ver la intención última (claramente ofensiva) del
manipulador; sólo ven lo que él les dice, es decir, lo que él quiere que piensen y sientan.
Sólo al final, como se relata en este caso, mediante la saturación de insultos y ofensas, se
impone el instinto de supervivencia y la necesidad de escapar.
En este capítulo me ocupo de los maridos que se incluyen dentro de lo que voy a
denominar «el espectro de la psicopatía». La psicopatía es un trastorno de la
personalidad caracterizado por un egocentrismo que domina la vida del individuo, hasta
tal punto que las personas con las que él se relaciona son sólo herramientas para
conseguir sus fines. La mayoría de los psicópatas, en contra de lo que suele creerse, no
son asesinos o criminales reincidentes; son personas que pasan desapercibidas en nuestro
lugar de trabajo, en la calle, en cualquier ámbito de la sociedad. Los llamo psicópatas
integrados,[16] porque a pesar de que su conducta es claramente inmoral y explotadora,
no transgreden la ley, o al menos no con la suficiente visibilidad para que sean
detectados. No tienen sentimiento de culpa, por eso habitualmente se dice de ellos que
«no tienen conciencia». Su capacidad para las emociones morales como la empatía, la
compasión, el amor o la justicia es muy limitada, razón por la cual no se ven frenados
por el dolor o mal ajeno cuando actúan siguiendo sus intereses. Finalmente, muchos de
ellos son hábiles manipuladores: si poseen cultura y están acostumbrados a la vida social
compleja pueden actuar imponiendo una violencia psicológica continuada, sin necesidad
de recurrir a la violencia física.
Una persona así es un grave problema durante la convivencia, y también durante la
separación. Debido a su profundo narcisismo puede sentirse herida en su amor propio y,
si su deseo de que vuelva a su pareja no se ve correspondido, pasar a exhibir un
profundo odio, ante el cual el bienestar de los hijos no es un asunto relevante. En
realidad, los sujetos que poseen rasgos propios de la psicopatía o de la falta de conciencia
tienen un ego inflado, un sentimiento de superioridad por el que se ven con derecho a
hacer cosas sin que importen las consecuencias; ven la agresión —manifiesta y oculta—
como un medio legítimo de tomarse venganza cuando sienten que se les ha faltado al
respeto o se les ha privado de alcanzar lo que desean.[17] Y si cometen errores o se los
atrapa en una falta, se creen con derecho a que de inmediato lo perdonemos o lo
olvidemos, cosa que en absoluto ellos están dispuestos a hacer.
En realidad, junto a la psicopatía, existen otros términos o síndromes psiquiátricos:
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«trastorno narcisista», «personalidad antisocial» y otros suelen estar dentro de un mismo
espectro donde lo fundamental es que uno se siente con el derecho de vivir como quiere
sin que importe el bienestar de los demás, recurriendo para lograrlo al engaño, la
manipulación, la amenaza y la violencia. Con esto quiero decir que a pesar de que
emplearé el término psicópata con frecuencia, el lector debe asumir que lo uso en un
sentido genérico y no con exactitud diagnóstica; por esa misma razón también utilizo
muchas veces la expresión «el manipulador».
Dos tipos de agresión
Existe una agresión manifiesta, visible, explícita. Aquí uno es directo, y todos podemos
ver que esa conducta, en efecto, es agresiva: hay insultos manifiestos, o empujones, o
algo peor. Pero existe otra forma de agredir: cuando uno quiere ganar a toda costa, salirse
con la suya, pero emplea medios sutiles, cuando oculta sus intenciones mediante
engaños: entonces la llamamos «encubierta» u «oculta».[18] Lo característico de esta
forma de proceder es la manipulación, por eso es tan difícil detectarla:
1.
La agresión manipuladora o encubierta no es manifiesta, no la vemos; así,
aunque la podamos intuir en ocasiones, no podemos asegurar que exista, y desde
luego es difícil de probar ante un juez.
2. Las tácticas que emplean los manipuladores son poderosas, y muchas veces
toman la ventaja de que conocen nuestros puntos débiles y debilidades, saben qué
botón pulsar para dejarnos indefensos.
3. En ese proceder nos cogen por sorpresa, porque nosotros nunca esperamos que
alguien actúe de ese modo, es decir, de modo calculado y premeditado para
obtener un beneficio a nuestra costa. Antes bien, tendemos a disculpar su
comportamiento inapropiado con mil excusas, o incluso preferimos atribuirlo a
ciertos problemas psicológicos que puedan tener; todo antes que reconocer que,
simplemente, el psicópata vive para sí mismo, sin que los demás sean otra cosa
que medios para sus fines.
Las estrategias de manipulación[19]
¿Cuáles son esas estrategias de manipulación? Su conocimiento, el saber cómo
funcionan, resulta fundamental en el largo proceso de terminar con su influencia. La idea
general es que esas estrategias sirven para ocultar las intenciones agresivas al tiempo que
33
nos ponen a la defensiva, y en ese estado pensamos con menos claridad, nuestra
confianza flaquea y estamos en mejor disposición para hacer concesiones. De modo
aislado o —más habitualmente— en combinación, aquí están las principales técnicas de
manipulación que emplean el psicópata y otras personas particularmente narcisistas.
LA MINIMIZACIÓN
Se trata de quitar hierro al asunto, de dar a entender que lo que ha hecho no es tan
dañino o irresponsable. A diferencia del sujeto que está ansioso o deprimido, que hace
una montaña de un grano de arena, el psicópata hace de una montaña un grano de arena.
Los ejemplos son numerosos: «Sólo la empujé, pero no le pegué, seguro»; «El otro día
discutimos, para nada te falté al respeto»; «Estás muy nerviosa, sólo hablaba con tu hijo
para que razonara; ni le amenacé ni le insulté... Te ha contado una mentira».
LA MENTIRA
Aquí la verdad es falseada de modo total: «Yo no vi a esa persona que dijiste que viste»;
«Nunca le pedí dinero prestado a tu hermano...». Puede afirmar que tiene un empleo o
unos estudios que no tiene; o que sus padres proceden de un país lejano y son refugiados
políticos... El psicópata es tan hábil mintiendo que muchas veces lo hace por puro placer,
sin que haya nada que realmente consiga esa mentira; la verdad hubiera sido una opción
mucho mejor y sencilla. La mentira puede tomar la forma de una explicación vaga o
ambigua de los hechos, o simplemente aparecer como omisión de algo que tendría que
ser dicho. Por ejemplo, él se puede «olvidar» de decirte que tenía un hijo de una relación
anterior; o que sí que tiene el dinero que te había comentado pero que ahora está en un
fondo de inversión y no se puede tocar, por lo que es mejor que esa cantidad la pongas
tú ahora y él te la devolverá cuando venza el plazo prefijado para liberar su dinero...
Cuando la mentira se aplica directamente a una acción reprobable que ha realizado,
hablamos de la negación del daño cometido. Él puede negar que conociera tal
información, o que hubiera pegado a su exnovia, o que amenazara a alguien que quería
denunciarle por algo que hizo en su puesto de trabajo. Su falta de ansiedad o culpa por
esas negaciones y mentiras es tan perfecta que constituyen una segunda piel para él; así
puede actuar como si él mismo lo creyera.
LA ATENCIÓN SELECTIVA
Se usa cuando el manipulador ignora las peticiones, advertencias o los deseos de los
demás, y se centra únicamente en conseguir sus objetivos. Así, él puede decir claramente
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«que no quiere oír nada más al respecto», o que «eso ya lo hemos discutido», con el
deseo expreso de no tener que hablar del tema. Sencillamente, no va a discutir nada que
le suponga meterse en problemas o conflictos que le dificulten su meta, ya sea salir con
sus amigos, dejar su trabajo por otro o requerir que alguien venga o se marche de casa.
LA RACIONALIZACIÓN
Es la táctica que emplea el manipulador para que sirva de justificación o excusa para
conseguir lo que quiere. Por ejemplo, él no puede ocuparse de los hijos porque le exigen
mucho en su trabajo; ella ha de salir todas las noches porque de lo contrario se ahoga en
el matrimonio. Si te insulto o grito es porque te amo tanto que pierdo los papeles y me
desespero... no porque quiera hacerte daño. La excusa funciona si la víctima la acepta
como una razón suficiente para disculpar su comportamiento e incluso aceptarlo como
bueno.
LA DISTRACCIÓN Y HUIDA
Un blanco que no para de moverse resulta difícil de abatir. ¿No has intentado una y otra
vez centrar una discusión en algo y encontrarte sólo con respuestas vagas o evasivas? ¿O
plantear una petición y que no sepas realmente cuál es su respuesta? Lo habitual es
cambiar de tema, decir «hablaremos luego» o «ahora no tengo ganas (o tiempo)». Los
psicópatas hacen esto por dos razones. La primera es que ellos tienen graves dificultades
para entrar en una conversación profunda sobre cualquier tema que implique relaciones
personales; debido a su falta de emociones morales, ese terreno es para ellos arenas
movedizas. La segunda es que, aun cuando pueda entrar en la discusión atendiendo sólo
a los aspectos más superficiales del asunto, teme perder el control de la situación, revelar
un acto que sabe que es negativo o quizás incurrir en contradicciones que destapen
mentiras urdidas en el pasado. En resumen, ya sea por cuestiones prácticas o por su
incomodidad cuando la discusión o la demanda tocan aspectos importantes de una
relación, nuestro hombre buscará formas para evitar entrar en una situación donde él no
lleva ventaja o para no responder de modo específico a la cuestión planteada.
Éste es un ejemplo de mi archivo personal:
A los dos meses de estar en nuestra casa, llegué un día y mi hermana Marta estaba haciendo el equipaje.
Vivía con nosotros una temporada mientras buscaba trabajo en la ciudad en la que vivíamos, ya que hacía
unos meses que había perdido el suyo donde vivía. Me dijo, enfadada, que Pedro [mi marido] le había dicho
que los dos habíamos decidido que se tenía que marchar, que la casa era muy pequeña para que viviera con
nosotros. No me lo podía creer, ¡nunca había accedido a tal cosa! Él se había quejado, desde luego, pero yo
le había dicho que era mi hermana y que ahora nos necesitaba. Cuando volvió Pedro y le dije que teníamos
que hablar de este tema, me dijo que ahora tenía prisa porque había quedado con un cliente a cenar...
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AMENAZAS VELADAS
Mientras que un agresor manifiesto amenaza de forma explícita a su pareja, es más
habitual en los ambientes ajenos a la violencia que el psicópata amenace de forma sutil, a
modo de intimidación encubierta. El resultado es que su oponente se pone de inmediato a
la defensiva, muchas veces sin reconocer con conciencia clara haber sido el objeto de esa
amenaza. La amenaza sutil tiene la ventaja añadida para él de que le permite mantener
una imagen externa impoluta. Por ejemplo, si le preguntas a tu marido dónde ha estado
toda la noche y te contesta: «Métete en tus asuntos, es mejor para ti; no he hecho nada
malo», ¿cómo interpretar ese «es mejor para ti»?
En un caso que atendí, Virginia sintió miedo cuando el padre de sus hijos, del que se
había separado, le envió por email fotos de ellos retocadas con motivos macabros: sangre
en sus camisetas, rostros deformados... No había ningún texto que acompañara a las
imágenes. Cuando ella le interrogó al respecto, él se limitó a decir que eran «imágenes
artísticas», fotos que no querían decir nada en realidad...
PROVOCAR EL SENTIMIENTO DE CULPA
Una de las estrategias preferidas del psicópata, y una paradoja, ¡ya que precisamente él
no puede tener ese sentimiento! Y sin embargo, es así: cuanto más elevada sea la
conciencia de su víctima, más eficaz será esta estrategia de manipulación. Si has decidido
dejarle, ¿cómo será la vida de vuestros hijos sin un padre? ¿Cómo puedes ser tan egoísta
al pensar sólo en tus sentimientos? ¿Acaso no recuerdas todo lo bueno que él ha hecho
por ti? ¿No ves que cuando él te impidió que volvieras a la universidad sólo lo hizo
porque quería que pasaras más tiempo con los niños? ¿Y qué va a ser de él sin ti? ¿Ya no
te importa lo que a él le suceda?
GENERAR VERGÜENZA
Ésta es la técnica consistente en emplear el sarcasmo sutil y frases despectivas como
medio para incrementar el miedo y las dudas de los otros y, como consecuencia, hacer
que se sientan incompetentes o poco útiles. El resultado es que esas personas ceden en
sus pretensiones o deseos y entonces el psicópata sigue manteniendo el control de los
acontecimientos. A veces el modo de avergonzar a la víctima es muy sutil: basta una
mirada o el tono de la voz; otras veces es el sarcasmo o las indirectas: «No creo que una
mujer casada que quiere a su familia tenga que hacer esto»; «Serás muy eficiente en tu
trabajo, pero con los niños no te luces demasiado...».
36
JUGAR EL PAPEL DE VÍCTIMA
Esta estrategia supone presentarse uno mismo como víctima, bien de las circunstancias,
bien de la conducta de otra persona, con objeto de ganarse tu simpatía o tu compasión, y
con ello obtener lo que desea. El manipulador puede realizar esta táctica basándose en su
dureza emocional y al tiempo en su conocimiento de que las otras personas reaccionan
con dolor y malestar ante el sufrimiento de los demás (lo que a él no le ocurre o le
sucede de forma muy limitada). Dicho conocimiento, por supuesto, es sólo superficial,
radica en que «sabe» ese hecho, pero no en que lo experimenta. Sencillamente, ha
aprendido a leer las emociones de los que le rodean y su influencia en las conductas que
realizan. Ellos se dicen: «Bien, si digo o hago tal cosa sé que se sentirá mal y entonces
hará esta otra cosa». En términos más precisos: «Si muestro que sufro, entonces hará
algo para que deje de sufrir». Claro está que es una pantomima, porque ese sufrimiento
no es real, o al menos no es legítimo: no hay tal sufrimiento, sino la frustración que él
siente de que la otra persona se niegue a seguir sus instrucciones u órdenes.
Esta estrategia también la emplean con frecuencia las personas aquejadas del
Trastorno Límite (ver capítulo siguiente): intentos de suicidio, grandes exhibiciones de
dolor... La diferencia con el psicópata es que ésta sufre de veras, pero aun así, ese
sufrimiento se dirige a intentar manipular a la otra persona para que ceda a sus
pretensiones, por ejemplo, que no la abandone.
Hemos de observar que la táctica de pasar por víctima generalmente se usa con la
complementaria de denigrar o atacar a la víctima real de la manipulación: así, si yo estoy
sufriendo es porque tú eres un mal padre,[20] o una mala esposa, porque te gusta
hacerme sufrir o no sabes cómo tratarme.
LA SEDUCCIÓN
¡Cuán hábiles son los psicópatas en esta estrategia! ¡Qué inmensa facilidad tienen para
halagar al otro, hacer que sea vulnerable ante su influencia, y así a continuación ganar su
lealtad y confianza! En realidad ellos saben que todos necesitamos vernos queridos y
bien considerados, así que nada más natural que atacar por ese flanco, porque pocas
cosas son más importantes que experimentar que, ante los demás, realmente somos
personas merecedoras de admiración y respeto. Entonces, detrás de frases como «eres
maravillosa, especial», o «nunca había encontrado a una persona como tú», se esconde
un mecanismo muy poderoso de manipulación: una vez seducidos, es decir, una vez que
hemos pasado a valorar de forma muy positiva a esa persona, a continuación bajamos la
guardia y le permitimos que influya en nuestra vida. Quizás nos casemos con él, o le
37
ayudemos en un negocio ruinoso, o aceptemos cambiar de ciudad donde no conocemos a
nadie y estamos más desvalidos, o que sus amigos o familiares perturben continuamente
nuestra vida privada...
CULPAR AL OTRO (PROYECTAR LA CULPA)
El manipulador es experto en buscar un chivo expiatorio en el que librarse de sus culpas,
o bien en proyectar la culpa en otro. «¿No ves cómo me alteraste cuando me acusaste de
esto? ¡Me fui porque me habías insultado!» «Sí, te controlo la vida porque sé que no me
puedo fiar de ti.» «¡Tus padres han envenenado nuestra relación, por eso a veces te digo
esas cosas!» No te apures, de cualquier cosa tú serás la culpable, o bien alguien de los
tuyos que le sabotea o le tiene manía...
FINGIR INOCENCIA O CONFUSIÓN
Fingir inocencia es decir que cualquier daño que uno ha hecho ha sido accidental, o
simplemente que no sabe nada de tal cosa de la que le acusas. Muy relacionado con esto
es mostrar confusión ante un tema que sacas a relucir: «¿De qué estás hablando?»;
«¿Cómo puedes pensar que yo soy capaz de...?»; «¿Cómo es posible que creyeras que
yo hice tal cosa...?». Y sin embargo, el psicópata tiene muy claro lo que pretende, está
focalizado en lograr su meta. Son intentos para evitar que tomes medidas para
obstaculizar sus propósitos.
MOSTRAR ENOJO
Aquí el enfado o la ira no es algo que surge de forma súbita y espontánea, sino con un
propósito deliberado. Es una suerte de «ira programada» para generar miedo y lograr
manipular a su víctima. Romper cosas, gritar, etc., son modos de provocar la sumisión.
No es la técnica más sutil, pero en algunos casos puede dar resultado. Los hijos tiranos
tienen aquí su modo favorito de arrinconar a sus padres en su búsqueda del control del
hogar. Una vez que los padres aprenden a «evitar problemas» cediendo ante las
amenazas y el miedo de que realice algo realmente grave (suicidarse, pegar fuego a la
casa, agredirles, etc.), se instala en ellos el hábito de ceder, y de modo progresivo el alivio
de que al menos cediendo evitarán algo muy grave constituye una emoción que convierte
a los padres en esclavos de sus hijos.
Cómo enfrentarse al psicópata[21]
38
ABANDONAR LAS IDEAS ERRÓNEAS
Una de las ventajas más grandes que tiene el manipulador es funcionar con unas reglas
que tú desconoces. Crees que la gente dice básicamente la verdad en las cosas
importantes, pero también generalmente en minucias si se convive con alguien, o al
menos que si no lo hace llegará un momento en que se disculpará por habernos mentido.
Esta creencia le da una enorme ventaja, porque pasa mucho tiempo antes de que
empieces a plantearte si no estás conviviendo con un mentiroso patológico.
Entonces, la idea general es que ellos no siguen los mismos códigos de conducta, no
tienen las mismas motivaciones y expectativas que el resto de los mortales. La conclusión
de esto es que hay que abandonar la idea de que esa persona con la que te has casado
o convives juega en la misma liga que tú: si piensas que te estás volviendo loca, que
tienes ataques de ansiedad recurrentes, si no sabes cómo interpretar determinados
acontecimientos porque parecen en su obrar claramente contradictorios... tómate un
respiro, reflexiona y empieza a aceptar que determinados sujetos (manipuladores,
psicópatas, camaleones) no son, en modo alguno, como tú eres.
REDEFINIR LA RELACIÓN
Es imposible enfrentarse con éxito a un manipulador si uno está en una situación de
desventaja desde el comienzo. La mejor preparación para no ser una víctima de una
relación emocional con un sujeto psicópata, o bien —si ya es tarde para evitar la
convivencia que hemos tenido con él— para evitar la futura manipulación tras el divorcio
o separación (lo que será probable si hay hijos de por medio) es volver a definir el
sentido de esa relación, o en otras palabras, saber cómo hemos de relacionarnos con esa
persona. Ello implica dos cosas fundamentales:
1.
Mayor y mejor observación. No nos alarmemos, no hace falta graduarse en
psicología amateur. Es sólo cuestión de aprender a observar. Hay veces en que es
muy útil llevar un registro de hechos, señalando tres cosas en torno a algo
perturbador que ha pasado en vuestra relación:
a) Qué fue lo que provocó el incidente (por ejemplo, la causa de que se enojara
de modo súbito y desproporcionado);
b) Cuáles fueron sus reacciones y las tuyas al mismo,
y c) Cómo se cerró o concluyó ese acontecimiento, o al menos provisionalmente.
Si te das cuenta de que tu mundo empieza a tambalearse, ésta es una buena
estrategia para aferrarte a la realidad y, de este modo, no estar sujeta a los
39
vaivenes de unos acontecimientos que nunca tendrán un sentido claro para ti.
Luego la regla es ésta: observa lo que hace. Lo que dice es importante cuando
son mensajes diáfanos, sin vuelta de hoja, y de tal modo suelen ser los
comentarios agresivos, o simplemente órdenes. Y entonces este hablar forma
parte también de las cosas que hace.
2. Conócete mejor a ti misma. Una persona es vulnerable si permite a un agresor
oculto o sutil —alguien que no parece que lo sea— averiguar y controlar sus
puntos débiles. Tal conocimiento le es de gran utilidad con objeto de determinar
cuáles son las mejores estrategias que puede emplear para el control de la
relación.
¿Qué hacer entonces, cómo prevenir que se aproveche de nuestras debilidades? La
solución sólo puede ser una: hay que establecer un programa urgente de reparación,
tendente al menos a bloquear lo más posible su influencia sobre nosotros. En especial
éstos son los errores que hay que corregir:
La ingenuidad. El mundo está lleno de lobos, no son la mayoría, pero todavía
son demasiados. Si has topado con uno, has de aceptarlo; hay gente
profundamente egoísta que emplea a los otros como medios para sus fines. Es un
hecho. Punto.
2. El exceso de escrúpulos. Tienes que preguntarte si te exiges tanto que puedes
perdonar a tu pareja cualquier cosa porque es verdad que no lo haces todo
perfecto, y por ello estás dispuesta a considerar que sus críticas están justificadas,
que quizás podrías haberte esforzado más, haberle comprendido mejor... El
remedio ante esto es colocaros en un plano de igualdad. ¿Por qué siempre ha de
ser todo tu culpa? ¿Por qué has de terminar siempre cediendo? ¿Cómo explicar
ese estado crónico de ansiedad en el que pareces sucumbir de manera
permanente? La respuesta es que al fin de cada polémica acabas a la defensiva,
sin argumentos, porque siempre dudas de ti.
3.
Baja autoestima. Los camaleones lo tienen fácil con los que se creen
incapacitados para resolver sus propios problemas, los que dudan sobre si tienen
derecho a luchar por sus propias metas y necesidades. Si estás en ese grupo,
necesitas afirmar tu yo: si no crees del todo en la idea de que tu dignidad no está
en venta, en que nadie tiene derecho a imponer su voluntad sobre ti, si cedes ante
la idea de que «él posiblemente tiene razón» entonces has de buscar apoyo en
otra gente, o en un profesional, para elevar tu sentido de estima y competencia
personal.
4. Sobreintelectualizar o «comprender» en exceso. Algunas personas necesitan
1.
40
encontrar explicaciones para todo; cuando son heridas o en algún sentido
maltratadas, intentan comprender qué razón puede tener quien realiza esas
acciones. De este modo se llega a intelectualizar o, lo que es lo mismo, justificar
lo que les ocurre: ¿Estaré actuando de forma muy egoísta? ¿Habrá sufrido mucho
en su propia familia y necesita que yo le dé mucha seguridad? Cualquier razón
puede servir para justificar lo que nos pasa, y la buscamos. Y no, ése no es el
camino. Los actos de engaño y manipulación, la amenaza velada, el comentario
injurioso —por no hablar de un acto diáfano de agresión—, cuando establecen
una pauta consistente, tienen valor en sí mismos, y responden a una incapacidad
de esa persona para amar.
5. Dependencia emocional. Si posees una personalidad con rasgos sumisos (quizás
como producto de haber tenido un apego poco seguro con tus padres), si te da
miedo la independencia y la autonomía, probablemente te atraerán las parejas que
muestran mucha seguridad pero también un carácter dominador. Esto te dejará en
una postura muy incómoda, porque tenderás a soportar muchas cosas con tal de
no sentirte abandonada. La llamada «dependencia emocional», en un sentido
negativo —y no esa dependencia voluntaria que tú construyes por amor desde tu
independencia—, no es sino la incapacidad de romper con una relación que es
dañina, es decir, que no aporta amor.
Todos estos errores de carácter que he mencionado (ingenuidad, baja autoestima,
etc.) son un grave inconveniente si la pareja o expareja es un manipulador nato, un
psicópata integrado. Pero en todo caso son importantes también tenerlos en cuenta y
hacerles frente aun cuando esa otra persona no lo sea, dado que el resultado de tenerlos
es una merma importante en la calidad de vida de quien los muestre, y particularmente
en las relaciones afectivas.
SABER QUÉ ESPERAR Y QUÉ HACER
La idea esencial es no reaccionar de forma instintiva y a la defensiva a lo que el
manipulador dice o hace. Lo que has de esperar —porque es la consecuencia lógica de
emprender una acción de dominio— es que sus movimientos le den ventaja en algún
sentido. Lo que tienes que hacer es mantenerte firme para defender tus puntos de vista y
las cosas que son importantes para ti.
Resulta de mucha importancia evitar entrar en una depresión, lo que te dejaría en una
situación de extrema vulnerabilidad. La depresión surge cuando persistimos en pelear una
batalla que no podemos ganar; entonces nos entra la desesperanza y la impotencia, y
junto a esto nos hundimos anímicamente. Esto es justamente lo que sucede cuando tratas
41
de cambiar a un psicópata; tu energía se irá consumiendo sin ningún resultado positivo.
La consecuencia es que tu capacidad para enfrentarte a él se verá muy disminuida, y así
se profundizará tu dependencia.
¿Qué es entonces lo que puedes hacer? La única manera universal de enfrentarse a
una manipulación —o en realidad, a cualquier conflicto— es poniendo nuestra energía y
tiempo en el único poder que tenemos: nuestra conducta. Esto implica que eres tú quien
tiene que cambiar, no el manipulador. Ni siquiera es una buena idea esforzarse para que
éste «pague» por sus pecados, porque te desvía de la meta esencial que es poner en
práctica nuevas formas de actuar. He aquí una lista de nuevos comportamientos que te
ayudarán a ganar poder en la relación y, como consecuencia, sentirte mejor en todos los
sentidos:
a) No aceptar excusas. Las excusas para los actos agresivos más o menos
encubiertos son sólo eso, excusas: si el comportamiento manipulador o agresivo se
produce, la razón es irrelevante. Cuando dejes de aceptarlas podrás encararlas, señalando
que esas razones no te sirven porque no «borran» el comportamiento agresivo que las ha
provocado. Y a continuación tienes que señalar que no piensas tolerarlo. Un ejemplo:
«Bien, estás bajo mucha presión, pero eso no justifica que me faltes al respeto de forma
habitual. Esto no lo pienso tolerar». El mensaje aquí es que no le vas a «comprar» esas
razones, luego su táctica de racionalizar o justificar sus hechos no le va a funcionar.
b) Juzga las acciones, no las intenciones. Un error habitual en las víctimas de los
psicópatas es tratar de leer continuamente sus «segundas intenciones», de algún modo
tratar de comprender su mente. Lo más fácil que puedo decir al respecto es que es
tiempo perdido. Primero, porque no hay manera de saber exactamente lo que piensan, y
segundo porque es algo irrelevante. ¿Por qué? Porque lo relevante es lo que hace: si sus
estrategias se dirigen a manipularte o intimidarte, todo ello tiene por objeto que no
repares en qué tipo de persona realmente es. Pero la conducta, lo que de verdad logra
con sus actos, el modo en que tú sientes el impacto de esas acciones, es lo realmente
definitivo, lo que no se puede falsear.
En otras palabras, no te centres en lo que dice que va a hacer o en cómo explica
posteriormente lo que hizo o no hizo; más bien analiza qué hizo en realidad:
•
•
•
¿A quién benefició esa conducta?
¿Esa conducta sigue un patrón, es algo habitual en él?
¿Tenía claramente otras opciones para hacer otra cosa?
c) Establece límites personales. Para obtener más presencia en las relaciones
interpersonales es necesario establecer un límite básico: debes decidir qué cosas no vas a
42
tolerar; es decir, dónde está «la línea roja» que, una vez traspasada, va a suponer una
respuesta adecuada por tu parte, o bien la declaración de abandonar la relación —o al
menos tomar medidas dirigidas a este fin, aunque el proceso pueda ser más largo—. A
continuación has de pensar de qué modo en el futuro vas a cuidarte más, o sea, vas a ser
menos vulnerable ante sus demandas o manipulaciones. Por ejemplo, puedes decidir que
retomar unos estudios abandonados es algo que no es de su incumbencia aprobar o no,
que forma parte de tu libertad personal. Ésa es una línea roja. Y luego pensar que en
adelante aquellas cosas que realmente sientes como propias de tu modo de ser las vas a
pelear igualmente.
d) Formula peticiones directas. Evita ambigüedades, emplea el pronombre «yo»:
«Yo quiero que no haya insultos por tu parte mientras discutimos algo». «Me gustaría
que no pospusiéramos más este problema.» «Quiero que comprendas que el modo de
tratar a mis amigos es muy grosero de tu parte.» Hacer peticiones directas tiene dos
ventajas: en primer lugar, da poco margen para que el psicópata distorsione el tema o
emplee la evasiva o la distracción. En segundo lugar —y quizás de la mayor importancia
—, si él no es capaz de dar una respuesta directa, razonable y clara a una petición
igualmente directa y razonable, entonces tendrás una prueba obvia de que el manipulador
está peleando contigo para no abandonar esa posición de poder sobre ti; busca algún
modo de recobrar la ventaja que le cercenas con tu conducta sencilla y franca. Esto debe
ser una información valiosa para tu proceder en el inmediato futuro.
e) Acepta sólo respuestas directas. Continuando con lo anterior: una respuesta
directa se merece una respuesta directa. Si no la obtienes, inténtalo de nuevo, sin acritud,
pero dando a entender que no vas a renunciar a ella. Si no la consigues, es claro entonces
que sigue el intento de manipulación por su parte.
f) Céntrate en el aquí y ahora. Por definición, el psicópata intenta que te pierdas en
un mar de confusión, con muchas dudas sobre ti misma, emocionalmente alterada...
Todo ello con objeto de que él pueda ir a la suya, logrando sus propósitos: cambiarse de
casa, cambiar a los chicos del colegio, alterando de modo frecuente tus rutinas, o lo que
sea. Así, si no deseas cambiar de casa, no dejes que el asunto sea sobre la «poca
confianza» que le tienes, lo «egoísta» que eres o mil razones más. No empieces a dudar
de ti; piensa en por qué esa casa es importante para ti y tus hijos.
g) Pon la responsabilidad de las agresiones en el agresor. Esto, que parece tan
fácil, no lo es en absoluto: la víctima de estos personajes, en su búsqueda de una
explicación racional a los hechos, maneja de modo angustioso todas las posibilidades para
justificar esas muestras de desprecio o desconsideración. ¿Seré yo quien realmente estaré
actuando mal y no me doy cuenta? ¿Tendrá razón él cuando me reprocha tal cosa?
Todo, antes que reconocer que nuestra pareja usa la manipulación para lograr el control,
así de fácil. Una vez más es vital recordar que el manipulador tiene otros esquemas
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mentales, y nuestro intento por hallar sentido desde nuestras claves intelectuales y
emocionales está condenado al fracaso de antemano.
Por consiguiente: no aceptes que tú eres la culpable; ignora sus racionalizaciones;
focaliza el asunto y señala sus comportamientos erróneos. No amenaces ni grites, mantén
la calma pero sé firme: su comportamiento ha de cambiar.
ACCIONES A EVITAR Y A REALIZAR EN LA CONFRONTACIÓN
A continuación insistiré en una serie de conductas que hay que evitar cuando se produzca
la confrontación —acciones que muchas veces el cuerpo «nos pide» realizar pero que, a
la postre, van en nuestro perjuicio— y otras que son recomendables realizar.
a) Los sarcasmos, la ironía, la denigración. Ésas son sus tácticas favoritas; están en
su almacén de armamento todo el tiempo. Si tú las empleas, justificas que hagan un uso
indiscriminado de las mismas. ¡Y ellos son mucho mejores que tú en ese terreno! Cambia
eso por peticiones y comentarios centrados en el asunto de que se trate: «Te vi rayar el
coche de Alberto, mi exmarido; la razón no la sé, pero quiero que sepas que ese
comportamiento supone un grave problema; si tienes celos y te desahogas así, las cosas
no funcionarán».
b) Las amenazas. Las amenazas —que no los avisos— son siempre un intento de
manipulación para que el otro cambie la conducta; la amenaza sustituye a la petición
directa y razonada a la otra persona de que realice ese cambio, y sin duda esto último es
preferible. Una amenaza, además, que no se cumple pierde credibilidad, y puede
propiciar contra-amenazas.
Y ahora una serie de conductas que hay que poner en práctica en la confrontación:
a) Habla por ti misma: no pongas a otros como escudos («ya me dijo tu hermano
que eras alguien de poco fiar...»); éste es un encuentro cara a cara con el manipulador.
Tienes que tener el coraje de mantener tu postura de modo sincero y firme.
b) Llega a acuerdos razonables. Los acuerdos han de responder a lo que tú estás
segura de que puedes hacer y a lo que tú crees que está al alcance de él, no sólo en
términos de que puede cumplirlos —cualquier persona no impedida puede llevar a cabo
un acuerdo razonable—, sino, de modo aún más importante, de que él psicológicamente
está capacitado para llevarlos a cabo, de acuerdo con su natural egocentrismo. Procura
que haya personas que puedan atestiguar la naturaleza de esos acuerdos, incluso, si es
necesario, poniéndolos por escrito. Tales acuerdos abarcan cualquier cosa de la relación y
crianza de los niños en caso de divorcio (llamadas permitidas, alimentación, ropa, punto
44
de recogida, etc.) y acerca de vuestra relación: todo lo que pueda minimizar un conflicto
es un buen logro.
El truco de un buen acuerdo es llegar a un escenario donde él vea que ha ganado
algo, al menos lo suficiente como para que su ego inflado no proteste en exceso. Desde
luego, tú habrás preservado también lo más importante, y sin duda mi consejo es que
nunca cedas en aspectos esenciales, ya que el psicópata nunca peleará por el bienestar de
sus hijos sino para hacerte daño mediante el control de éstos.
Él desearía ganar y que tú perdieras. Su ego quedaría satisfecho: lo que menos
soporta, lo que odia con todo su corazón, es el escenario en el que tú ganas y él pierde.
El problema con esta situación es que puede excitar sus deseos de molestarte y emplear a
los hijos para satisfacer su venganza sobre ti. Si este tipo de sujetos no pueden ganar,
preferirán que todos pierdan, es decir, la política de tierra quemada, de ahí su
contraataque de ira.
¿Cuál es, entonces, la mejor solución? Déjale ganar lo suficiente para que no sea un
incordio permanente, pero eso sí, en nada que resulte esencial para tu bienestar y el de
los niños. Otra cosa es la flexibilidad en esos acuerdos: permite que los varíe de vez en
cuando, que haga algún cambio, siempre y cuando no sea esencial y a su vez tú también
puedas exigir ese cambio cuando lo necesites (no obstante, esa flexibilidad podría
intentarse sólo después de que el acuerdo se ha cumplido de modo estricto durante un
tiempo; es decir, que el manipulador haya comprendido que determinadas cosas ha de
hacerlas; porque tú has trazado ahí la línea).
Estas recomendaciones son aplicables a acuerdos tomados como consecuencia de un
divorcio o separación, pero si no has llegado a este punto todavía, pueden ser igualmente
adecuadas cuando se trata de establecer unas pautas de comportamiento que permitan
una convivencia, sea cual sea la razón por la que ésta haya de continuar.
c) Prepárate para las consecuencias. El psicópata siempre quiere ganar. Sólo la
aparición de una nueva víctima o situación que requiere de toda su atención le distrae de
su objetivo. Si tienes la suerte de que consiga una nueva pareja, las cosas pueden ir
mucho mejor, pero siempre has de estar preparada para alguna acción suya, por absurda
que sea, para desestabilizarte.
Mi consejo es que te anticipes. Piensa: has vivido con él, ¿qué puede hacer para que
te exaltes o pierdas los papeles? Siéntate y escribe: analiza las conductas más típicas de él
y reflexiona acerca de cómo podrías neutralizarlas. ¿Podría «olvidarse» de recoger a los
niños a sus horas? ¿Podría hablar mal de ti a los que todavía pueden considerarse amigos
comunes? ¿Podría devolverte a los niños sin que tuvieran los deberes hechos del fin de
semana? ¿Puede evitar que te pongas en contacto con ellos mientras están con él?
Dependiendo de la naturaleza de la amenaza has de obrar; en determinados casos busca
pruebas por si tienes que poner su actuación en conocimiento del juzgado; en otros casos
45
pasa a la decisión firme de lo que no le vas a tolerar.
Y, muy importante, rodéate de un buen grupo de gente que te apoye y te quiera.
Explícales la naturaleza del carácter de tu ex; aunque en un principio tengan problemas
para creerte, su conducta una y otra vez les llevará a la comprensión real de cómo es él.
No te obsesiones en decir a todos su auténtica naturaleza: explica que tiene graves
problemas de carácter que le incapacitan para una relación amorosa auténtica. Lo que
hay que lograr es que su paso por la vida de los niños sea lo más neutral posible.
Para todo este proceso has de asegurarte de que tienes claros tus objetivos: tu
seguridad y la de tus hijos. No pierdas el tiempo buscando excusas para su actuación, no
caigas en la tentación de pensar que «quizás tú también provocaste esto». Seguro que no
fuiste perfecta, pero nadie tiene una oportunidad con una persona así salvo que sea
sumisa y renuncie a una vida plena y a educar de modo conveniente a sus hijos.
Desarrolla tu vida
El mejor modo para superar una relación con un psicópata o manipulador es
desarrollando plenamente tu vida. Esto lo conseguirás una vez que hayas neutralizado la
influencia que, después de la separación, puede querer seguir teniendo sobre ti o sobre
tus hijos. No hagas que esa preocupación sea una constante en tu futuro si has logrado al
fin una relación decente con él, en que los mínimos están cubiertos.
El mayor favor que le puedes hacer a tu ex es demostrarle que tiene poder para
seguir amargándote. Adquiere una filosofía por la que domines la perspectiva amplia de
las cosas, en la que tenga sentido el sufrimiento que has pasado y desde la cual generar
una nueva energía para seguir siendo una mujer capaz de disfrutar de la vida.
Rodéate de gente que te quiera y apoye; no tienen por qué comprender del todo el
tipo de sujeto —en su sentido clínico o patológico— con el que has convivido; basta que
sepan que ha sido nocivo para ti y para tus hijos. Ese apoyo social, junto con una visión
positiva y una afectividad equilibrada te ayudarán mucho en el futuro; la investigación
revela que esas características —optimismo, afectividad positiva y apoyo de los que
conforman tu mundo relacional— se asocian a una mejor salud mental y física en la edad
mediana de la persona.[22]
El psicópata en el proceso de divorcio
Los psicópatas constituyen un dolor de cabeza cuando se trata de hacerles un examen
forense. Su capacidad de manipular y engañar, en muchos casos, supera la habilidad de
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los técnicos que los examinan; así de triste y así de simple.
En parte esta incapacidad para detectarlos por parte de los profesionales que los han
de evaluar proviene de su incredulidad: por sorprendente que pueda parecer, muchos
especialistas no creen que existan tales individuos; o si lo creen tienden a considerar que
lo que relata la mujer es fruto del antagonismo que ella manifiesta hacia su excónyuge; en
otras palabras, que es un ardid que ella emplea para obtener la custodia de sus hijos o un
intento para poner una denuncia por violencia de género que le ponga en una situación
ventajosa en el actual proceso de divorcio. Otros profesionales sobrevaloran su capacidad
de identificarlos: «Si éste fuera un psicópata —se dicen—, yo lo sabría». Esto último no
deja de ser un exceso de confianza, pues son pocas las oportunidades que tienen los
psicólogos y trabajadores sociales para examinar a psicópatas integrados con plena
conciencia de ello.
Las exmujeres de los psicópatas sienten ese peligro, ese abismo ante el que se ven
solas. Verónica me lo expresó de modo muy nítido:
Vienen los municipales y la Guardia Civil. Pongo denuncia y estoy hasta las 8 en el cuartel de la GC. A las
10 tenemos un juicio rápido.
Custodia para mí.
La niña con él martes y jueves con pernocta y fines de semana alternos.
Orden de alejamiento.
Esto fue la madrugada del lunes... el martes mi hija pasa la primera noche con él en casa de la abuela
paterna... Yo quiero morirme...
Esta noche es la segunda.... y tampoco estoy mucho mejor.
Tengo miedo de que la utilice para hacerme daño, miedo a que le haga algo...
Tengo miedo por mí. No he vuelto a estar a solas en mi casa.
Necesito saber hasta dónde puede llegar, hasta dónde puedo pelear en el divorcio...
La gente me habla casi sin variación de ir a por todas... dinero, coche... lo que me pertenece... nada más...
pero yo no quiero forzarle... no quiero que se sienta acorralado... más acorralado.
El día 20 es el juicio por maltrato y en unos días plantearemos la demanda de divorcio.
Lo único que me preocupa es mi hija. Él nunca ha sido agresivo físicamente... jamás.
Lo suyo es la sutileza, la agresividad pasiva... hasta que explota en esta ira salvaje que no le deja ver más.
Pero está acorralado... ha perdido la casa que tanto significa para él, su familia, que le importa muchísimo...
la imagen familiar, su imagen pública.
Yo no sé qué hacer ni qué pedir en el divorcio...
En mi experiencia profesional he observado ya varios casos así: el manipulador,
amparado por su porte seductor, niega todo lo que dice su exmujer: que él nunca la tiró
del pelo hasta tumbarla en el suelo y le dijo que le iba a «hacer pagar todas las putadas»
que le había hecho, que nunca dejó al niño pequeño desatendido mientras ella estaba de
viaje, que ella estaba al corriente de todos los préstamos que él había pedido a sus
familiares y que nunca le ocultó tal hecho ni les pidió a los confiados familiares que no le
dijeran nada a ella para que no se avergonzase... Créanme, tengo una lista muy larga.
¿Qué hacer entonces? Se da la paradoja de que, salvo que el psicópata sea
identificado, el mero hecho de que la mujer explique las cosas vividas con él —sin
47
necesidad de que ella sepa o quiera utilizar ese término— puede volverse en su contra.
¿Hasta qué punto no exagera? ¿Qué cosas habrá hecho ella que pudieron provocar esas
reacciones de él, caso de que fueran ciertas? Se produce, así, una doble victimización:
primero, la que ejerció el manipulador durante su convivencia, y segundo, la que ahora
sufre por el equipo técnico que no la cree y que hará llegar al juez su recomendación
negativa. Y si el equipo técnico la cree, existe entonces el desconocimiento del juez o del
fiscal de este cuadro de personalidad; si la recomendación del equipo no es clara, puede
que, en ausencia de pruebas jurídicamente contundentes, jueces y fiscales prefieran
adoptar una postura conservadora y aferrarse al beneficio de la duda.
El asunto se complica porque mucha de la actuación del psicópata es, como hemos
visto en este capítulo, sutil, psicológica, indirecta, oculta. De este modo, la relación de
convivencia de la mujer con este hombre, aunque constituya una historia real de dominio
y de violencia soterrada, en muchas ocasiones carece de las evidencias que a los jueces y
fiscales les agrada tener: golpes, lesiones, amenazas oídas por varios testigos, niños
abandonados durante horas en el patio del colegio o en el interior de un coche.
En estas circunstancias, el abogado de la mujer debe saber manejar el proceso de
divorcio con la mayor habilidad posible, y debe sopesar hasta qué punto el relato de su
defendida puede prosperar. ¿Vale la pena abrir la caja de Pandora y dejar todo al arbitrio
de lo que sean capaces de valorar los expertos o, en última instancia, el juez? Es una
decisión difícil, pero en el horizonte, como meta última, se tiene que buscar lo mejor para
los niños implicados en ese divorcio. Quizás el psicópata sea más accesible a un acuerdo
razonable si no se ve amenazado y en la necesidad de probar que él no es quien
realmente es. He visto muchas veces cómo ellos reaccionan con furia cuando se exponen
sin tapujos sus miserias y sus comportamientos intolerables: su narcisismo inflado no les
permite aceptar la idea de que, ante los tribunales, ellos sean calificados de personas
amorales y explotadoras.
Suele ocurrir, además, que los propios abogados de sus clientes psicópatas no creen
en absoluto que lo sean. Manipulados por ellos, y motivados por el deseo natural de
defenderlos, los abogados ven en la mujer que acusa una estrategia torticera para negar
los derechos legítimos que amparan a sus clientes. Y los jueces, salvo que sean
particularmente perceptivos y sepan interpretar con inteligencia determinados aspectos
expuestos por las partes, no tomarán en cuenta generalmente las demandas de auxilio de
la mujer en la mejor atención a los niños. Así, si la madre se opone a la custodia
compartida porque tiene el convencimiento de que tal petición no es sino un ardid para
seguir controlándola y hacerle daño, y que en verdad no tiene ningún interés en los niños,
tendrá que sufrir la más absoluta incomprensión en la sala de justicia.
La única solución, entonces, es tener pruebas sólidas. Éste es mi mejor consejo a las
mujeres que saben que sus parejas tienen rasgos del espectro de la psicopatía: almacenar
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pruebas y testimonios que puedan apoyar sus palabras. Porque, de lo contrario, sus hijos
se verán expuestos a la influencia nociva de sus padres, quienes sólo verán en los niños
un modo de mantener el control sobre la madre o seres a los que hacer objeto de sus
propias miserias. Este relato de una mujer ilustra bien este problema:
Jorge [seis años] viene a casa después de pasar el fin de semana con él, muy inquieto, raro. Le pregunto
qué cosas ha hecho con papá, y me habla de todo lo que hace con sus tías; me parece que él rara vez está
con él... Cuando llamo a su casa, me resulta imposible hablar con Jorge; el teléfono se descuelga y se vuelve a
colgar; o directamente no lo coge nadie... Muchas veces no vuelve con la muda sucia, se queda allá y nunca
la vuelvo a ver. Otras veces tiene pequeñas heridas, que me dice que se hace al jugar con el perro. Es un
perro grande, y me preocupa que pueda hacerle daño, aun sin querer.
Es habitual que me llame para que vaya a por él si se pone enfermo, aunque se supone que mi ex debe de
cuidarlo cuando está a su cargo. Me llama furioso y me dice «ven a por él», sin darme más explicaciones. Yo
trato de explicarle que no puedo estar a su disposición, que él es su padre y ha de cuidarlo como es debido
cuando le toca tenerlo, pero no quiere escuchar; no soporta que el niño le estropee los planes que tenga
previstos para ese día.
Los deberes o actividades nunca están hechos, y muchas veces las cosas escolares se quedan en su casa.
Cuando no están sus tías, pasa mucho tiempo en bares y cafeterías, dibujando (que le encanta) o con una
play, mientras él está con sus amigos. Es un loco conduciendo, y cuando se lo lleva a su pueblo el corazón lo
tengo en la garganta. No sé si le pone el cinturón, pero le he dicho muy seriamente a mi hijo que es lo primero
que ha de hacer. En fin, esto sólo es una pequeña parte de lo que podría contarle.
En otros casos, el problema es más serio: abusos, violencia, abandono... ¡quién sabe!
Pero no deberíamos permitir que un hombre así se ocupe de su hijo sin una supervisión
estrecha, y sólo cuando nos hayamos asegurado de que va a estar siempre bajo la tutela
de otro familiar. Y si no es así, es mejor anular toda posibilidad de daño; total, al
psicópata, una vez curado su ego, poco le podrá importar.
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CAPÍTULO 5
LA MUJER CON TRASTORNO LÍMITE DE PERSONALIDAD
Una mujer ha acordado en dos ocasiones el lugar en que su exmarido ha de recoger a los
niños, y luego, antes de que éste llegara, se los ha llevado. Al día siguiente, la mujer
parece haber olvidado el incidente; si se le menciona, entonces se enoja y parece
genuinamente desorientada. Repetidamente llega a acuerdos con el abogado de su
exmarido que parecen claros pasos adelante en la solución de los conflictos, pero a las
veinticuatro horas niega haberlos realizado. En una ocasión anterior, ella parecía
totalmente convencida sobre la idoneidad del divorcio para finalizar una relación muy
infeliz, pero al poco tiempo se presentó en el lugar de trabajo de su todavía marido y le
acusó de no tener corazón, amenazándole con hacerle daño y con hacérselo a sí misma.
Al día siguiente, ella busca la reconciliación de forma desesperada...[23]
Éste es uno de los casos que puede ilustrar bien el desconcierto que las mujeres con
un Trastorno Límite de Personalidad (en adelante, TLP) pueden provocar en los
abogados, particularmente en los de la parte contraria, pero también en los suyos propios.
[24] Se trata de un tema muy poco tratado en la literatura especializada, pero de gran
importancia, ya que se estima que es un trastorno que se da en torno al 1-2 % de la
población, así que muchos de estos casos, por la propia naturaleza de los síntomas,
llegarán a los tribunales en procesos de divorcio conflictivos.
Se presenta el TLP
En la década de 1970, el psiquiatra Otto Kernberg sentó las bases de la moderna
definición de este trastorno:
Desde el punto de vista clínico, cuando hablamos de los pacientes que presentan un TLP queremos
significar que manifiestan graves dificultades en sus relaciones interpersonales, así como una cierta alteración
en el modo en que experimentan la realidad, si bien no llegan a perder el contacto con ésta.
En otras palabras, las pacientes con TLP perciben muchas veces de forma
equivocada las intenciones y acciones de los otros, y reaccionan de un modo dramático y
extraño como consecuencia de ello, pero no «están locas», esto es, no tienen
alucinaciones o delirios, no son psicóticas. Lo que no significa que sus síntomas no sean
muy perturbadores para las personas que emocionalmente están vinculadas con ellas,
51
como veremos en este capítulo.[25]
En la actualidad, el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales —
un tratado de referencia para los psiquiatras y psicólogos en sus labores de diagnóstico—
ha establecido los siguientes criterios para poder determinar si una persona padece de un
TLP:
Un patrón persistente de inestabilidad en las relaciones interpersonales, en su autoimagen y sus emociones,
así como la presencia de una marcada impulsividad; todo lo cual comienza en los primeros años de la edad
adulta y se halla presente en una variedad de contextos. Tal patrón decimos que existe cuando el sujeto
presenta cinco o más de los siguientes síntomas:
1. Intentos dramáticos de evitar que se cumpla la amenaza real o imaginada de ser abandonada.
2. Relaciones interpersonales muy inestables, con cambios extremos entre idealizar a alguien o devaluarle.
3. Una imagen de sí misma muy inestable.
4. Impulsividad, manifestada en áreas como promiscuidad, trastornos alimenticios, consumo de alcohol y
drogas, actividades temerarias.
5. Conductas o gestos recurrentes suicidas o bien actos de automutilación.
6. Inestabilidad emocional: irritación, ánimo deprimido muy marcado, ansiedad.
7. Sentimientos crónicos de vacío y de falta de sentido.
8. Ira inapropiada y dificultades en su control.
9. Ideas paranoides transitorias, o bien delirios y sentimientos de que la persona se halla como aislada del
mundo real (disociación).
Uno de estos casos se ve con claridad en Pamela, la exmujer de Carlos, un ingeniero
que estaba en una fase de disputa por sus hijos en el juzgado. En la evaluación
correspondiente, ella explicó:[26]
¿Sabe? Al principio, cuando me pidió el divorcio, pensé que me iba a morir... Pero es un traidor, alguien que
busca otras mujeres, le escupiría si le viera ahora, si lo tuviera delante... ¡Tantas palabras de amor que se han
ido a la basura! Ahora que no soy tan joven dice que no me quiere... ¡Ja! Es como todos, un mentiroso y un
machista despreciable. ¡No lo necesito! Dejé mi trabajo como traductora al tener el primer hijo, pero era muy
buena, en dos días encontraré un trabajo y le demostraré que no me va a hundir [...]
¡Pero yo qué voy a hacer sin él...! Siempre me ha cuidado mucho... estaré perdida... No tengo fuerza ni
energías... Esto del divorcio es un error, seguro que comprenderá que tenemos que volver a empezar... [...]
¿Ve mis muñecas? Resulta muy fácil cortarlas, a veces esa idea me atrae: ¿qué pensará él si por su culpa
decido que ya no vale la pena seguir más?
En una ocasión Pamela había discutido agriamente con Carlos en un establecimiento
comercial, y en su irritación causó destrozos por valor de 300 euros. En otro momento se
cortó con un cuchillo en brazos y piernas... Varias veces amenazó con suicidarse... En la
entrevista puede verse cómo al comienzo Pamela está segura y altanera, pero
aproximadamente cincuenta minutos después su confianza se ha desvanecido, su ánimo
ha decaído y profiere amenazas explícitas de que acabar con su vida es una opción;
además con ello castigará a su marido por abandonarla.
Ahora bien, muchas de las personas con un TLP son personas capaces, inteligentes y
atractivas. Pamela es un buen ejemplo de ello: es cierto que era una muy buena
52
traductora, y claramente su inteligencia era elevada. En el trabajo, sus síntomas pasan
más desapercibidos; es en sus relaciones íntimas donde se produce el naufragio. Una de
las hijas de Pamela, Andrea, me explicaba lo siguiente: «Cuando la veía en el trabajo, mi
madre estaba muy bien; la gente la apreciaba, y salvo alguna vez que la habían visto muy
nerviosa, en general todos la consideraban muy buena empleada... Incluso tenía más
responsabilidad que la que le correspondía por su sueldo... Era en casa donde todo se
complicaba: no paraba de acusar a mi padre de tener una amante. Olía su ropa,
rebuscaba en sus cosas, hubo muchas peleas por eso [...] Yo sólo quiero que esté bien
atendida, por eso me voy a quedar a vivir con ella. Me necesita. A veces tengo miedo de
que se haga daño de verdad, y no sólo unos cortes en los brazos».
Conductas habituales de la mujer con TLP en un proceso de divorcio
¿Qué conductas son las habituales en una mujer con TLP en un proceso de divorcio?
Este apartado es importante, porque no sólo los familiares afectados de su parte deberían
comprender el alcance de estos síntomas, sino su propio abogado, quien de lo contrario
acabará completamente desorientado. ¿Y qué decir de la parte contraria, es decir, del
abogado del marido? Desconocer que trata con una mujer con TLP puede llevarle a no
entender nada y a tomar decisiones que no son las más acertadas para intentar alcanzar
un acuerdo razonable.[27]
QUEJARSE CONTINUAMENTE DE SU MARIDO, AMENAZAS E INTENTOS DE
DAÑARLE EN SU REPUTACIÓN, PROPIEDADES O INCLUSO FÍSICAMENTE
Dado que las mujeres con TLP perciben de forma errónea los actos e intenciones de los
demás, muchas de las iniciativas de la pareja con la que está llevando el proceso de
divorcio, que son perfectamente razonables e incluso favorables a ella, le provocan
irritación e incluso ataques de cólera. Todo esto puede prolongarse después del divorcio,
con el resultado de que el mantenimiento de una logística mínima para la crianza de los
hijos puede ser una auténtica pesadilla.
CADA DÍA ES UN NUEVO DÍA
Muchos abogados ven atónitos que un día de plena «tormenta», en que ha habido
insultos o acusaciones infundadas, dejan paso a otro en el que el ánimo se ha serenado y
parece que la mujer tiene una falta completa del recuerdo de lo sucedido. Sencillamente,
a pesar de los esfuerzos del abogado suyo o de la parte contraria, no está en disposición
53
de hablar de nada de lo sucedido en el día anterior. Es como si su nuevo estado de ánimo
—en el día actual— le hiciera imposible recordar quién y cómo era ella cuando vivía en
otro estado emocional —el día de ayer— bajo una imagen de sí misma diferente.
Los divorcios de mutuo acuerdo son muy difíciles de conseguir en estas
circunstancias. ¿Cómo ratificar o concretar algo de lo hablado el otro día si ahora ella ya
no piensa lo mismo? ¿Cómo avanzar si cierta cláusula previamente pactada se interpreta
ahora como un subterfugio para perjudicarla?
LA RESISTENCIA A DIVIDIR O COMPARTIR
Las mujeres que sufren un TLP no toleran dividir nada, ni los hijos ni las propiedades;
estas personas temen la pérdida y el abandono más que nada, y esto incluye también la
posibilidad de perder determinados privilegios o bienes. Cualquier pérdida de una
propiedad la perciben como un ataque, como una prueba de que se aprovechan de ella...
Y los problemas con su propio abogado pueden ser incluso más graves que los que
ocasiona su errática conducta al abogado de la parte contraria: ¿Por qué accedió a tal
cosa? ¿Por qué no le consultó antes (cosa que hizo pero ella ahora no recuerda)?
Esto, como es lógico, puede ser mucho más costoso en energía cuando se trata de
decidir el régimen de custodia de los niños y las visitas correspondientes a la parte
contraria (salvo casos de custodia compartida). El abandono más íntimo es el de los
hijos; la amenaza aquí es más cercana.
Como una respuesta a esas amenazas que percibe como vitales, la mujer puede
aferrarse desesperadamente a su esposo. Si ya se ha producido la separación, puede
aprovechar cualquier encuentro con él —por ejemplo, para dejar o recoger a los niños—
como una oportunidad para el ansiado reencuentro o reconciliación; aquí es posible una
respuesta de cólera si el encuentro no sale como ella esperaba... Pero eso no es todo: si el
marido o exmarido actúa con amabilidad y cercanía, el resultado puede ser también
contraproducente: ¿acaso esa cercanía no guarda implícita la amenaza de que esa
conducta sea una trampa para que ella se confíe, mejor se fíe de él, y que luego la
abandone otra vez?
La única solución es que el exmarido se mantenga firme; no debe dejar sombra de
duda de que él no quiere de nuevo una reconciliación; un trato firme pero cortés es lo
mejor, aunque ello suponga provocar la ira de la mujer. Cruzar esa línea sería precipitar
conductas negativas más intensas, porque alentaría las fantasías irracionales y los estados
de ánimo fluctuantes de la expareja.
Junto a esto, dado que la persona afectada por el TLP necesita desesperadamente
estar en control de la situación (aunque éste sea tan inefectivo y errático), puede ser una
buena idea ofrecerle victorias «simbólicas», es decir, conceder cosas que no son
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realmente importantes pero que para ella tienen gran trascendencia, tales como el lugar
donde recoger a los niños, la elección de la escuela donde debería ingresar una vez
terminado el ciclo anterior (salvo que sea ésta claramente inadecuada), el reparto de
ciertos muebles de la casa, etc.
LOS PROBLEMAS EN LA CRIANZA DE LOS HIJOS
Éstos se dan especialmente con el hijo que se va acercando a la adolescencia, quien
muestra ya una mayor autonomía, y puede provocar en la madre un intenso miedo al
abandono. Como consecuencia, ella puede optar por presentar bien su rechazo como
muestra de su ira o bien un gran esfuerzo en mantenerlo bajo una situación más infantil.
Es obvio que, si esto ocurre, el padre ha de esforzarse por corregir este punto, lo que
generalmente exigirá tomar medidas legales si ella no acepta reconducir la situación.
El comportamiento de los abogados
Es evidente que los abogados que han de tratar con una mujer afectada de un TLP, tanto
quien la representa como quien ostenta la defensa de los intereses del marido, han de ser
conscientes de las dificultades que este trastorno conlleva. Su abogado no puede adoptar
la postura de apoyo incondicional: sin que se merme en absoluto su deber de defender
sus intereses, ha de entender que tales intereses requieren una postura de colaboración
con la otra parte, una vez que queda claro que ambos persiguen que las cosas queden del
mejor modo solucionadas, particularmente pensando en el bienestar de los hijos.
Esto se hace más obvio si nos damos cuenta de que es sensato prever que los
conflictos se van a extender en el tiempo, aprovechando las múltiples situaciones en las
que ambos padres han de negociar cosas relativas a sus hijos: horarios, vacaciones,
actividades extraescolares, tiempo de ocio, etc. El abogado de una mujer con TLP que
no viera esta condición y adoptara en todo momento una postura beligerante hacia la otra
parte, sin cuestionar las demandas de su cliente, estaría actuando de una forma
irresponsable, incluso si nos ponemos en el punto de vista de ese mejor interés de su
cliente.
En todo caso parece que tales disputas, aunque perduren, tienden a hacerse menos
frecuentes e intensas con el tiempo, por lo menos para la mayoría de los casos.[28] El
hecho más perturbador del TLP es que quien lo padece carece de conciencia de cómo
sus acciones son irracionales y, al mismo tiempo, del efecto que tienen en las personas
que están junto a él. Por eso quizás la mejor estrategia que pueden tener ambos
abogados —el de ella y el de él— es la de colaborar y esperar. En el caso del abogado del
exmarido debería ser una prioridad sólo iniciar acciones legales cuando realmente los
55
comportamientos de la parte contraria sean inaceptables. Una línea manifiesta de
confrontación debería ser la última opción. Es mucho mejor buscar la colaboración y
comprensión del abogado de ella, el cual generalmente también puede estar saturado por
las peticiones desconcertantes de su cliente, cuando no claramente molesto por ser objeto
igualmente de su ira y de sus cambios de percepción.
Ahora bien, es claro que no estamos pidiendo a ninguno de los abogados que hagan
un diagnóstico amateur de la mujer, del mismo modo que no lo solicitamos en el caso de
los hombres del espectro de la psicopatía. Sólo queremos significar que este trastorno,
que incide particularmente en las mujeres, debería ser una sospecha cuando una cliente
actúe en los modos aquí descritos, y tal hecho debería ponerles en guardia para que el
procedimiento legal no se convierta en una experiencia más desagradable y perdurable de
lo que ya tradicionalmente resulta en sujetos normales cuando no es consensuado.
En conclusión: establecer los mejores acuerdos razonables para las dos partes,
salvaguardar el mejor interés de los hijos, establecer un cordial frente común entre ambos
abogados, y trazar unas «líneas rojas» que no deben traspasarse, serían las mejores
recomendaciones para el manejo legal de un caso así. Y tener paciencia y comprensión.
La terapia con estos pacientes es compleja y laboriosa, y la mera asistencia de la mujer a
psicoterapia no es garantía de que las cosas mejoren en un plazo de tiempo relativamente
corto. Las personas afectadas por este síndrome responden mejor frente a un
comportamiento firme pero cortés que no ceda ante sus pretensiones irreales: si se
necesita de la acción afirmativa del juzgado, entonces debería buscarse.
No obstante, el equipo técnico de apoyo al juez debería ser capaz de identificar al
progenitor que padece este trastorno. En tal caso, y con el diagnóstico en mano, llegar a
un común acuerdo entre ambos abogados debería ser más fácil, y con el consejo al juez
derivado de las recomendaciones del equipo técnico, llegar a la mejor solución posible.
La mujer psicópata
Para terminar este capítulo, un recordatorio: existen mujeres que van más allá de los
síntomas que manifiesta el Trastorno Límite de Personalidad. Su conducta es
emocionalmente mucho más dura y manipulativa, y el sufrimiento típico de las que
padecen el TLP parece aquí mucho más diluido. Perdura en la psicopatía femenina la
impulsividad, la irritación, la dificultad de introspección y de empatía que son propias del
TLP, incluso la agresividad, pero en la psicopatía hay un poderoso ego, un amor hacia sí
mismo que no posee la mujer con Trastorno Límite, asediada por sus sentimientos
irracionales de abandono y de pérdida. Esto hace que, a diferencia de una psicópata, las
mujeres con TLP presenten una auténtica vivencia de desesperación, llegando a recurrir
56
a amenazas sinceras y recurrentes intentos de suicidio.
Como en el caso de los hombres, las mujeres con psicopatía emplean habitualmente
la violencia soterrada y la manipulación, pero hay veces en que se imponen en su ánimo
medidas más expeditivas. Un caso extremo es el que analicé en un artículo que escribí
hace un tiempo:
Hay algo profundamente perturbador en la noticia que publicaba ayer Las Provincias: «El hombre torturado
por orden de su exmujer debe entregarle hoy a su hijo», donde se narraba lo siguiente: un hombre, vecino de
la Pobla de Vallbona (Valencia), que tiene dos hijos varones de una primera relación, se casa de nuevo con una
mujer (que a su vez es madre de una hija de otro matrimonio) y tienen un hijo en común, que ahora tiene ocho
años. Se separan, el padre se queda con la custodia del hijo, y el 23 de enero de este año tres delincuentes
armados con pistolas y cuchillos irrumpen en el chalé del hombre, le atan junto a otros dos hijos y le dan una
paliza. Los agresores son arrestados poco después, y en febrero la Guardia Civil detiene en Valencia a la
exmujer del vecino de la Pobla, de 43 años, y a su hija de 24, ambas como inductoras del violento asalto.
En palabras de este hombre atribulado, ella «sufre un trastorno depresivo, está desesperada y ahora quiere
arruinarme la vida». Pero se trata de algo más que eso. En primer lugar, observo que la custodia se la quedó el
padre, algo que cuando ocurre se debe siempre a una buena razón que, ante la justicia, justifica con claridad
que la mujer no está capacitada para la labor de madre (salvo que ella renuncie expresamente a ejercer la
custodia). En segundo lugar figura la extrema violencia que padeció el padre pero también sus hijos
adolescentes, que fueron atados y golpeados. Los ejecutores eran profesionales, tipos acostumbrados a meter
la cabeza de la víctima en la bañera pretendiendo el ahogo, generadores de un terror que nunca olvidarán los
tres varones, y que será fuente de muchas pesadillas en el futuro.
El niño pequeño se enteró de lo sucedido, porque algo tan tremendo no puede ocultarse, y no quiere ir con
su madre. El padre no quiere entregarlo este fin de semana, porque solicita que le quiten la custodia que tiene
la madre los fines de semana alternos, cosa que no se ha producido hasta el momento. Es cierto que no hay
una sentencia que diga que esta mujer y su hija son culpables, pero ambas están acusadas formalmente por la
justicia, en libertad con cargos. Sin embargo, el punto esencial es la seguridad del menor y su integridad
psíquica. Por un lado, una persona que es capaz —según la fiscalía— de encargar una acción tan sádica
revela que tiene mucho peligro; cuando envías a esa gente a «dar un golpe» nunca sabes cómo van a terminar
las cosas. Por otro lado, el hecho de que una mujer así se ocupe de su hijo, que lo arrope por las noches
quien ha mandado torturar a su padre y hermanos, me pone los pelos de punta.
El TLP es un grave problema que, si bien mejora con la edad, suele hallarse en su
pleno apogeo cuando acontece el proceso de separación o de divorcio. Como siempre,
deberemos buscar el mejor interés del niño; pero antes es necesario detectar esta
condición patológica y obrar en el proceso legal de tal modo que los daños y momentos
difíciles sean los menos posibles, por el bienestar de todos los implicados. Si uno de los
principales factores del bienestar del niño es la relación afectuosa de los padres después
del divorcio, es obvio que la mujer con un TLP ha de ser primero identificada y luego
reconducida en sus reacciones para que la relación subsiguiente con el excónyuge no
dañe el desarrollo de los hijos. La ayuda terapéutica podría ser muy importante en el
logro de este fin, si bien hemos de ser vigilantes con los progresos alcanzados.
Si estamos tratando con una mujer psicópata, las alertas y comentarios realizados en
el capítulo anterior son de aplicación aquí. Aunque no se trate de casos tan extremos
como el comentado en las líneas anteriores, su capacidad para fingir que ama a su hijo y
para manipular a los operadores del sistema de justicia no puede subestimarse en ningún
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momento. Un problema añadido en el caso de estas mujeres es que todavía puede
resultar más difícil para los profesionales, abogados, fiscales y jueces creer que una
mujer sea una psicópata, sobre todo si no exhibe claros comportamientos de violencia (y
en tales casos con frecuencia se suele buscar alguna otra explicación que sea más
«femenina» o propia de ser más habitual en las mujeres). Sin embargo, tales mujeres
existen, y han de ser neutralizadas en su capacidad para dañar a su familia.
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CAPÍTULO 6
AFRONTAR EL DIVORCIO
En la actualidad sabemos que el modo en que una persona interpreta (o da un
significado) un acontecimiento negativo influye de manera poderosa en cómo tal
acontecimiento le afecta e influye sobre su comportamiento. Para el tema objeto de este
libro, esto significa que si valoramos el divorcio como algo que nos va a arruinar la
existencia, o como algo catastrófico contrario a todas nuestras expectativas y valores,
entonces su impacto sobre nuestro equilibrio emocional va a ser enorme. Cuanto más nos
sintamos de este modo, más probable es que atribuyamos al causante de esta desgracia
(el excónyuge o expareja) todos los vicios y cualidades negativas imaginables. En otras
palabras: cuanto más terrible pensemos que es el divorcio, menos probable será que
aceptemos llevar una relación aceptable con la persona que nos ha arruinado la vida, la
«causante de todo». Y tal hecho, cuando hay hijos por en medio, supone una de las
principales razones de infelicidad en éstos, como veremos en el próximo capítulo.
En realidad es normal pensar que el otro tiene más culpa que nosotros; forma parte
de la psicología humana verse bajo una luz favorable, y cuando se trata de analizar los
conflictos con las exparejas, ese sesgo nos ayuda a salir adelante. De hecho, como antes
comentamos, la recuperación emocional es más rápida si no somos muy duros con
nosotros. «Sí, tampoco yo estuve a la altura»; «Es cierto que en esa época yo tenía mis
propios problemas...». Estas expresiones o muy parecidas admiten un reconocimiento
personal de contribución al fracaso de la relación, y son propias de alguien que ya puede
mirar con cierta distancia el acontecimiento que una vez fue traumático. Esta postura
tiene una gran ventaja sobre el mantenimiento de una gran hostilidad hacia el excónyuge,
y es que favorece la cooperación si la separación exige mantener los lazos, ya sea por
razones económicas o —sobre todo— por tener hijos en común.[29]
Odiar a alguien de forma intensa es contraproducente: consume nuestra energía y
hace de ese otro un objeto continuado de interés, aunque sólo sea para denostarlo. Es del
todo cierto ese refrán español que dice que «el mejor desprecio es no hacer aprecio»; por
consiguiente, aunque realmente la expareja sea alguien detestable y sea en efecto
«culpable de todo», no debemos mantener ese foco de ansiedad y hostilidad en nuestra
mente, porque tal cosa nos dificulta la recuperación y constituye en realidad un nuevo
triunfo de ese que nos ha hecho tanto daño: ¡ni siquiera la ruptura nos libra de él!
Pero al margen de estos individuos, el resumen de este punto es que percibir el
fracaso de la convivencia como un eslabón en el aprendizaje personal es la mejor
60
opción. Echar la culpa al otro puede ser adaptativo al comienzo, y si es cierto que éste en
verdad lo hizo muy mal, más razón para pensar así. Pero en general, una mirada
equilibrada sobre la relación, en que finalmente podamos repartir las culpas (aunque no
sea al 50 %), es el mejor modo de salir adelante. Esto es lo propio de quienes pueden
mantener relaciones desde una madurez emocional. Ahora bien, no todos pueden hacer
esto. Como veremos a continuación, el tipo de vínculo o de expectativas que llevamos a
la relación amorosa tiene mucho que ver con las consecuencias y la actitud a tomar tras
el divorcio.
Cuatro estilos de vinculación amorosa
La investigadora del País Vasco Sagrario Yárnoz-Yaben estudió a 40 parejas divorciadas,
18 hombres y 22 mujeres, todas con hijos, intentando averiguar cuáles de sus miembros
mostraban un mejor ajuste tras el divorcio, es decir, un bienestar emocional mayor.[30]
Partía de la hipótesis de que dicho ajuste estaba relacionado con el tipo de vinculación
(o apego) que las personas establecían en sus relaciones románticas. Apoyándose en el
trabajo de otros investigadores, en su estudio distinguió cuatro prototipos de relación o
vínculo que una persona establece en su relación romántica o matrimonio.
a) Los sujetos que muestran un vínculo seguro tienen una imagen positiva tanto de sí
mismos como de los demás. Son capaces de establecer una relación íntima intensa con el
otro sin renunciar a su autonomía ni a la de la otra persona.
b) Los sujetos que muestran un vínculo preocupado tienen una imagen negativa de sí
mismos pero positiva de los otros. En sus relaciones afectivas se muestran dependientes,
y constantemente tienen dudas e incertidumbres que amenazan el horizonte de su
felicidad.
c) Los sujetos que muestran un vínculo poco comprometido presentan una imagen
positiva de sí mismos pero negativa de los otros. En ellos es habitual evitar la intimidad
con su pareja como mecanismo de defensa; de este modo no se sentirán vulnerables ante
el compromiso emocional y no perderán su sentimiento de autosuficiencia.
d) Finalmente los sujetos con un vínculo temeroso tienen una imagen negativa de sí
mismos y de los otros. Estas personas limitan mucho sus relaciones porque tienen miedo
de sufrir el rechazo y el dolor subsiguiente, por lo que llegan a la conclusión de que es
mejor no arriesgarse: ni los demás valen demasiado la pena, ni ellos se ven fuertes como
para luego recuperarse de un fracaso amoroso que, temen, con toda probabilidad
ocurrirá.
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¿Quiénes se recuperan mejor tras el divorcio?
Tanto los sujetos poco comprometidos como los temerosos evitan las relaciones íntimas,
pero lo hacen por razones diferentes: los primeros se sienten bien consigo mismos y no
quieren arriesgar ese sentimiento intimando con alguien que les puede señalar fallos y
acerca del cual pueden sentirse vulnerables si comprenden que lo necesitan en un sentido
amoroso. Por su parte, los segundos huyen de las relaciones porque esperan que esa
persona les rechace y de este modo aumente todavía más su baja autoestima.
Diferentes investigadores han hallado una asociación entre la duración y la
satisfacción de una relación emocional y el estilo de la persona en su vinculación afectiva
con la pareja. Las relaciones más satisfactorias están del lado de las personas que
presentan un estilo de vinculación seguro.
Ahora, la autora española quiere saber cuáles de esos estilos de relación mostrados en
la convivencia con la pareja facilitarán un mejor ajuste (es decir, un mayor bienestar
emocional) tras sufrir la experiencia del divorcio. ¿Qué es lo que encuentra?
Las personas con un estilo preocupado en sus matrimonios tuvieron el peor ajuste, es
decir, se mostraron más ansiosas, tristes y deprimidas, debido a que no dejaban de
pensar en su exesposo, del que todavía dependían emocionalmente, y no se veían con
fuerzas para llenar su vida de acontecimientos positivos. Aquí abundan los sentimientos y
actitudes que describimos en el capítulo segundo dedicado al «síndrome del corazón
roto».
Las que mejor se adaptaron a la vida tras el divorcio (y por ello mostraron menos
ansiedad y sentimientos negativos) fueron las que poseían el estilo de relación seguro y
también el de poco compromiso. Esto último puede parecer sorprendente: ¿cómo es que
la gente que no se implicó de verdad en una relación amorosa, y por ello realmente
contribuyó al fracaso, no se siente especialmente mal por esa experiencia y tal cosa le
dificulta sentirse bien consigo misma posteriormente? Sin embargo, si seguimos la lógica
de esta psicología esa sorpresa no tendría por qué aparecer: recordemos que estas
personas tienen una buena imagen de sí mismas y se sienten independientes
emocionalmente de sus parejas; por ello, llegado el momento de la ruptura, la ausencia de
compromiso, la independencia emocional que mostraron cuando estaban casados les
protegerá ahora de añorar o sentirse vacíos por la pérdida del cónyuge. Al verse bajo esa
luz positiva, pensarán que ellos actuaron bien, y que el fracaso es responsabilidad del
otro, o bien que así son las relaciones, que es sensato pensar que difícilmente puedan
terminar bien si la expareja no está a nuestra altura...
Como es lógico, que un cónyuge que se compromete poco durante el matrimonio
tenga un buen ajuste tras el divorcio no significa que este estilo de relación amorosa sea
recomendable: en la práctica alguien así ofrece poco de sí mismo durante la convivencia,
62
y por ello no lo lamenta demasiado cuando aquélla concluye. Sus excónyuges tuvieron
pocas opciones para ser felices con estas personas, y aunque éstas sufran poco tras el
divorcio, yo no diría que eso justifica mantener un compromiso escaso cuando se
convive con alguien; en otras palabras, ése no parece ser el mejor modo de lograr una
relación aceptablemente feliz. No cabe duda, entonces, que comprometerse o vincularse
mucho con una persona que, a su vez, está dispuesta a comprometerse poco, es una
apuesta de riesgo, ya que el sujeto comprometido de esa relación tendría que poner casi
todo el gasto: en otras palabras, la relación sólo funcionará en la medida en que éste «tire
del carro», se amolde a las exigencias de quien está escasamente dispuesto a implicarse
emocionalmente y renuncie a buena parte de sus propios anhelos. Lo normal es que el
que más ama se canse y abandone con el tiempo, harto ya de tanto egoísmo.
Por otra parte, es importante señalar que el tipo de vinculación romántica habida
durante el matrimonio es sólo un aspecto que facilita la recuperación emocional tras el
divorcio, aunque sin duda sea un factor importante. Afortunadamente hay otros factores
relevantes que pertenecen al presente y al futuro de las personas que pueden ser de gran
ayuda, y entre ellos está el aprender a amar de modo más maduro. También es de gran
importancia el sentirnos arropados por familiares y amigos, el hablar sobre ello si está en
nuestro carácter el hacerlo. No hace falta contar todo ni quizás entrar en detalles íntimos,
pero no cabe duda de que ser capaz de relatar lo sucedido y hallar personas que nos
comprendan y, al menos en parte, validen nuestro punto de vista (sin que hayan de
darnos la razón en todo), facilita la recuperación emocional.
Los amigos y familiares inteligentes y sensibles ante la ruptura de la convivencia
saben obrar del siguiente modo, en casos en que ciertamente el otro no es un psicópata o
un perfecto sinvergüenza. Primero, son empáticos y escuchan con atención, nos
demuestran que somos importantes para ellos. Luego demuestran que nos comprenden,
que saben por lo que estamos pasando, y luego validan nuestro punto de vista: si no
éramos felices, eso fue lo mejor; si ya se había acabado con toda esperanza, es mejor
seguir otro camino. Sólo cuando nos vean fuertes y de nuevo con capacidad para
ponderar las cosas introducirán elementos para nuestra reflexión, con objeto de que en
una próxima vez hagamos un buen uso de esta experiencia de fracaso: ¿fuimos muy poco
tolerantes, y eso complicó la convivencia? ¿Buscamos a gente que no encaja con nuestra
personalidad e intereses, y eso es algo que debemos corregir? ¿Podíamos haber enfocado
las cosas de otra manera cuando las dificultades se agravaron?
Sin duda, el impacto de un divorcio queda diluido en el tiempo, pero no es sólo el
mero paso del mismo lo que tiene efectos curativos, es lo que hacemos durante ese
tiempo lo fundamental. Por ejemplo, vimos en el capítulo 2 que el «síndrome del
corazón roto» se caracteriza por el hecho de que la persona abandonada se aferra a una
necesidad irracional de ser amada por quien la abandonó, como si sin ella, en efecto, no
63
pudiera vivir. Son los pensamientos derrotistas y de desvalorización personal, si
suficientemente repetidos, los que nos condenan a prolongar la miseria. El duelo es
inevitable; el vínculo yace ahí, roto, y eso nos desespera porque no querríamos esa
ruptura. Por otra parte, los efectos del divorcio pueden ser dolorosos para quien deja, si
tal decisión es el producto de la comprobación de que ya no se puede vivir con el
cónyuge, por las razones que sean. Pero es más duro si uno es el dejado, el que se tiene
que enfrentar a una separación que no desea. Sin embargo, en ambos casos existe la
tarea de volver a iniciar una nueva etapa en la vida.
Las etapas del divorcio no conflictivo
o consensuado
En un divorcio llevado de mutuo acuerdo las cosas se simplifican mucho, ya que aunque
pueda haber resquemores y una relación difícil, ambos cónyuges se ponen de acuerdo en
lo esencial: van a finalizar la relación de un modo pacífico, y cada uno hará un esfuerzo
para enfrentar del mejor modo posible las tareas que supone pasar por el proceso de la
separación y ruptura legal del vínculo.
En el capítulo primero delineamos brevemente esas etapas, ahora vamos a verlas con
más detalle.[31]
ETAPA 1. LA DECISIÓN DEL DIVORCIO
La actitud necesaria en esta etapa —la aceptación de la incapacidad de la pareja para
resolver las tensiones en el matrimonio y continuar la relación— es importante porque
sobre ella se establecen dos condiciones fundamentales en el futuro inmediato: primero,
la comprensión profunda de que la relación ya no puede seguir, y segundo, una buena
disposición para llegar a un acuerdo. En efecto, cuando asumimos que la unión ha
terminado, nos inclinamos a pensar que las cosas deben facilitarse, que no se debe
prolongar el dolor de los conflictos que han hecho esa relación insostenible mediante
posturas intransigentes para la negociación de los términos del divorcio.
La tarea a realizar —aceptar la parte personal en el fracaso del matrimonio— ya ha
sido comentada de modo extenso. Aceptar la contribución personal no supone cargarse
de culpas ni trasladarlas en su totalidad al otro miembro de la pareja; es ver en qué
medida hemos sido incapaces de hacer que la relación funcionara. Éste es el valor del
fracaso, de la derrota: recoger sus enseñanzas para nuestro progreso y crecimiento
personal.
64
ETAPA 2. LA PLANIFICACIÓN DE LA RUPTURA
Sobre la base de la etapa anterior, la actitud necesaria ahora es apoyar los acuerdos que
sean beneficiosos para todas las partes implicadas. Por «beneficioso» deberíamos
entender toda decisión que tuviera como resultado reorganizar nuestra vida, es decir, no
hipotecarla más allá de la dificultad inherente a la propia separación. En este punto hay
que tener una cierta capacidad de perspectiva: a la larga, ¿qué será lo mejor para mí y
para mis hijos? No te ofusques ahora por no parecer débil; el acuerdo mediante
negociación es un arte, y requiere fortaleza, mucho más que tratar de imponer unas
condiciones que tú crees que son las justas. Porque lo normal es que el otro también crea
que las suyas son las justas. Negociar es ponerse en el punto de vista del que negocia
conmigo: si yo fuera él/ella, ¿qué pensaría de lo que le estoy proponiendo? ¿Qué
necesidades veo que tiene?
No estoy de acuerdo con la postura que en su día tomaron muchos cónyuges de
renunciar a derechos que legítimamente les pertenecían porque «todo acabara antes» y
«para evitar sufrir tanto», ya que obrar así puede pesar en el futuro. Por ejemplo, varias
mujeres me han comentado que renunciaron a gestionar una pensión mayor para sus
hijos por este motivo, lo que puede ser un inconveniente si eso merma la atención o las
oportunidades que podemos proporcionarles. Está bien ser generoso si son cosas
materiales y no las necesitamos, pero en general llegar a acuerdos razonables facilita
mucho el proceso, nuestra autoestima se protege y damos un sentimiento de clausura
digno a la relación.
En algunas exparejas sigue habiendo relación con las familias de los excónyuges,
sobre todo si hay hijos. Probablemente este escenario positivo comienza cuando en esta
etapa hablamos con ellos y les exponemos la nueva realidad, al menos con los que
tenemos un vínculo más estrecho. Eso es una gran noticia: la continuación, por ejemplo,
de la relación entre un padre o madre y los abuelos respectivos de la expareja ayuda a
que el niño supere más fácilmente los problemas emocionales del divorcio de sus padres,
lo que es extensible a otros familiares. Es genial que un padre de un exmarido pueda
llamar a casa de su exnuera para hablar con su hijo. O que un excuñado que tenía una
gran relación con el niño pueda ir a recogerlo a su otro domicilio para llevarlo a la feria en
vez de la madre, con la que más tarde se reunirán. No se trata únicamente de aliviar la
carga dolorosa de la separación: el hecho de llevarnos bien con la familia del excónyuge
también refuerza el sentimiento del niño de que sigue gozando del apoyo y estima de
unas personas que seguirán velando por él, de un modo u otro.
Como es lógico, la aparición de un nuevo amor en cualquiera de los progenitores
introduce una nueva variante —la familia de ese nuevo miembro— que suele quitar
tiempo y protagonismo a la familia del exmarido o exesposa, pero la aceptación de
65
mantener buenas relaciones con la familia de quien era el cónyuge siempre da sus réditos.
¿Y qué pasa con mi suegro, cuñada, etc., con los que siempre me he llevado mal o
que son unos indeseables? Es útil emplear el sentido común: separemos nuestros
sentimientos hacia esa persona de su relación con nuestro hijo, y decidamos lo que
resulte más apropiado. Dado que el chico continúa tratando con él o ella cuando está
bajo el cuidado de la expareja, apliquemos la siguiente regla: si una persona trata bien a
nuestro hijo y es una influencia positiva, no me opondré a ella e incluso haré por
alimentar esa relación.
ETAPA 3. SEPARACIÓN
La actitud necesaria aquí es doble:
a) voluntad para cooperar en la educación del hijo y en la financiación conjunta de
los gastos necesarios,
y b) trabajar para lograr la desvinculación emocional con el cónyuge.
La primera se explica por sí misma, y ayuda mucho dejar muy claro desde el
principio cómo van a sufragarse ese tipo de gastos, muchas veces imprevistos; evitar
peleas y conflictos por esta causa ahorra mucha energía para seguir invirtiéndola en
reorganizar nuestras vidas. La desvinculación emocional con el cónyuge ya ha sido
tratada extensamente, y volvemos sobre ella de varios modos a lo largo de toda esta
obra.
Las tareas a realizar también son muy explícitas. Hemos aprovechado la descripción
de la etapa anterior para hablar de la tarea de la reorganización con la familia extensa del
excónyuge, algo que pertenece a esta etapa tercera. En general, las tareas de esta tercera
etapa remiten a un concepto necesario de adaptación: ajuste a una nueva realidad quizás
incluso física (si uno de los dos se muda de casa e incluso de barrio); adaptación a
cambios en la vida privada (¿tendremos ahora que renunciar a ciertas actividades por
falta de tiempo?), y quizás también en la faceta profesional.
Hacer el duelo de la pérdida de la unidad familiar es algo más que echar de menos o
sentir la pérdida de la relación con la expareja, es pasar de una realidad de dos a una
realidad de uno en la gestión del hogar y la toma de decisiones, lo que es mucho más
relevante, como es lógico, si hay hijos de esa unión; de ahí que el mantenimiento de una
buena relación con el padre o madre del niño facilite esa transición. Algunas personas
sienten la necesidad de contactar poco con quien fue su pareja, al menos durante un
tiempo, limitándose a las ocasiones en que han de cooperar para cuidar a los hijos en
común. Esto es perfectamente comprensible y no deberíamos ser particularmente
66
sensibles al respecto, más adelante las cosas serán más fáciles.
ETAPA 4. DIVORCIO
La actitud necesaria, consistente en superar las emociones negativas de ira, culpa, daño,
etc., se verá facilitada por todo lo realizado con anterioridad. Esto puede ser posible,
aunque el camino hasta llegar ahí haya sido difícil, si mantenemos claro el objetivo que
nos guía: el mejor futuro para nosotros y nuestros hijos. La ira no construye nada; el
odio sólo alimenta el odio, y unos sentimientos profundos de haber sido dañado o dañada
son una rémora para el cambio positivo, por eso es tan importante poner en una
perspectiva racional la magnitud del trauma recibido, y dirigir nuestra mirada hacia el
futuro: ¿Qué nuevos retos van a aparecer en mi vida? Aunque tenga días duros, ¿no he
de sentirme orgulloso de poder seguir cumpliendo con mis responsabilidades y ayudando
a que mi familia siga adelante?
En realidad, la vida es poca cosa si se prescinde del desafío de superar obstáculos.
No es cuestión de buscar complicaciones, desde luego, pero sí de saber entender la
actitud adecuada cuando éstas surgen. El psiquiatra y terapeuta Viktor Frankl escribió:
[32]
La salud psíquica precisa de un cierto grado de tensión interior, la tensión existente entre lo que uno ha
logrado y lo que queda por conseguir, o la distancia entre lo que uno es y lo que debería llegar a ser. Una
tensión de esta naturaleza es inherente al ser humano y, por consiguiente, indispensable para su bienestar
psíquico [...]. El hombre no necesita realmente vivir sin tensiones, sino esforzarse y luchar por una meta o
una misión que le merezca la pena.
Una meta que «merezca la pena» es —no cabe duda— volver a tener ilusión por
todo, o al menos ser capaces de hacer frente con entereza a nuestras obligaciones sin
desfallecer; y ya más adelante incluso atisbando la posibilidad —¿por qué no?— de un
nuevo amor.
En relación con esto, si bien es cierto que en toda esta etapa vuelve a ser crucial el
apoyo de familiares y amigos, no es necesariamente una buena idea intentar mejorar
nuestra estima buscando de forma obsesiva alguien a quien conquistar. El
«desmelenamiento» habitual del recién divorciado puede resultar divertido, pero muchas
veces es más una fuente de problemas que de satisfacciones: la energía y esfuerzos por
«sentirnos vivos» puede conllevar dudas acerca de nuestros sentimientos y estabilidad,
privándonos de la necesaria perspectiva y serenidad que la reorganización de esta etapa
nueva de nuestras vidas requiere.
ETAPA 5. FAMILIA POSDIVORCIO
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Poco podemos añadir en esta última etapa, donde se detallan las tareas a realizar desde la
posición de quien alberga la guardia y custodia de los hijos y de quien no (el caso de la
custodia compartida se trata en detalle en otro capítulo de este libro), pero quisiera decir
que todo el trabajo anterior puede verse seriamente comprometido por nuestra
inconstancia en seguir con rigor las instrucciones que hasta ahora habían guiado nuestros
pasos. En otras palabras: a veces la frustración nos agota, o ciertos impedimentos que
parecen salir de lo que hace nuestro excónyuge nos irritan, como consecuencia
recordamos ciertos agravios que habíamos conseguido perdonar —o al menos olvidar—
con éxito, y la relación de «ex» entra en una dinámica negativa.
Hemos de ser cuidadosos con esto: buenos divorcios pueden irse al garete si no
somos capaces de gestionar bien nuestra vida como nuevos solteros, algo que es más
difícil en esta época, con la importante recesión que sufre el mundo. Se trata de una
realidad dura; los jueces saben bien los graves problemas que el desempleo está
generando en la obligación que tienen muchos excónyuges de pasar una pensión a los
hijos que viven con la madre. Ser comprensivos en este punto es una necesidad. ¿De qué
vale la denuncia y la recriminación si uno no puede encontrar un empleo? Estar en el
paro es ya una amenaza para la estima personal; verse amenazado ante los tribunales no
va a arreglar las cosas. (Otra cosa es, como es lógico, que alguien finja no tener dinero
para no pagar, en cuyo caso ha de ser desenmascarado.)
Por otra parte, la etapa anterior debió suponer la superación de las fantasías de
retornar con el cónyuge; pero si no ocurrió en aquel momento, debe completarse ahora.
Esas fantasías generan más problemas que otra cosa; si el matrimonio tiene alguna
oportunidad, desde luego no es ahora, sino dentro de un tiempo más largo, cuando entre
ellos se haya producido una maduración que les permita tener otra visión de la relación y,
sobre todo, una nueva forma de entenderse y vivir juntos. Sin embargo, esto pocas veces
sale bien.
68
69
CAPÍTULO 7
PADRES DIVORCIADOS CON INTELIGENCIA EDUCACIONAL
¿Qué es la educación?
La educación es lo que hacen los padres (o los tutores), los maestros, y otras agencias de
la sociedad para que un niño alcance su máximo potencial como persona, esto es, para
que su capacidad de pensar, de sentir, de actuar, estén en conjunción con los valores que
consideramos necesarios para la vida personal y la que desarrollamos en común. Así,
decimos que alguien ha sido «bien educado» cuando se dedica a una actividad en la que
plasma su interés y capacidad, cuando es responsable ante los deberes ciudadanos,
cuando tiene capacidad para acceder a una vida cultural y espiritual significativas, cuando
logra tener una vida con sentido. Para ello, cuando educamos buscamos enseñar
conocimientos sobre el mundo y la realidad, habilidades o capacidades para intervenir en
ese mundo, y finalmente actitudes y valores que le orienten para que haga el mejor uso
de todo lo que ha aprendido, incluyendo la potestad para controlarse y corregirse cuando
yerra o comete acciones reprochables. El gran filósofo y pedagogo americano John
Dewey dijo que la educación debe alimentar siempre el deseo de «seguir aprendiendo y
creciendo», y ése es sin duda un criterio esencial de una buena educación, el dar al niño
y al joven la pequeña desazón de continuar mejorando, de beber en las aguas de la
experiencia vivida para avanzar y ser lo más posible quien es él en realidad.[33]
La educación en los hijos de divorciados
Es cierto que el divorcio es un factor que complica las cosas en la crianza y educación de
los hijos; sin embargo, no lo es menos el hecho de que la mayoría de ellos pueden llevar
una vida productiva y feliz. Nuestra mirada a los desafíos que plantea el divorcio para los
padres como educadores de sus hijos no está únicamente orientada a destacar los peligros
potenciales que hay que superar para minimizar el impacto negativo de este
acontecimiento, sino que también quiere destacar que un episodio doloroso como éste
puede constituir también una oportunidad para que los niños adquieran una mayor
responsabilidad y competencia ante las diferentes tareas y etapas de la vida,
singularmente si la relación que mantenían los padres durante la convivencia estaba lejos
de ser la idónea.
70
Lo cierto es que esa adaptación de los niños como exigencia del divorcio se torna en
algo muy difícil cuando los padres mantienen unas relaciones conflictivas, así como si
están más preocupados por su propia recuperación y ajuste a la nueva situación que por
la de los hijos, con el resultado de que disminuye el grado de atención y cuidados que le
prestan. Por el contrario, los aspectos que se relacionan con un buen ajuste de los niños
incluyen una relación de los padres positiva, un hogar amoroso y protector por parte del
padre que ostenta la custodia (o de ambos si ésta es compartida), la salud mental y el
equilibrio emocional de los padres y una red social (otros familiares, amigos) que está
dispuesta a apoyarlos durante esa transición hacia la nueva forma de vida familiar.[34]
Ahora bien, cuando hablamos de que los niños de padres divorciados pueden crecer
como adultos competentes no estamos diciendo que los niños no sufran como
consecuencia de la ruptura del hogar; eso, hasta cierto punto, es inevitable. Sin embargo,
los recuerdos dolorosos de las experiencias de la separación de los padres no tienen por
qué significar un trauma psíquico o un desajuste que deje secuelas en el crecimiento de
los niños; el dolor no es lo mismo que la patología, y la mayoría son capaces de asimilar
ese dolor mientras crecen como adultos competentes.[35] En otras palabras, después de
un periodo particularmente estresante donde los niños sufren, salen adelante, recuperan
su equilibrio de ánimo positivo y se enfrentan con éxito a las tareas de su desarrollo vital.
[36]
Tres tipos de adultos en relación con el impacto del divorcio cuando eran niños[37]
NIÑOS RESISTENTES
La investigación nos revela que muchos niños llevan una vida adulta plena y feliz, a pesar
del divorcio de sus padres cuando eran niños. A estos adultos los llamamos «resistentes»
(o «resilientes» en expresión tomada del inglés), porque son capaces de recuperarse de
experiencias adversas o dolorosas y emplear mecanismos de adaptación resolutivos.
Antes mencioné los factores de los padres y de la familia extensa y amigos que
fomentaban esa fortaleza o resistencia del niño, pero no deberíamos olvidar ciertos
aspectos de la personalidad del niño como su inteligencia y su autoestima.
Estos niños son capaces de mantener una buena relación con ambos padres (aunque
es más relevante la relación con el progenitor que mantiene la guardia y custodia), y
exhiben la capacidad de mantener una interpretación positiva de los acontecimientos,
incluyendo los negativos; es decir, los contemplan como una experiencia para su
aprendizaje, y como una prueba que deben superar para ser más independientes y
eficaces en el manejo de sus vidas. Un ejemplo de un adulto así es el siguiente, tomado
71
de mis archivos personales:
Mis padres se divorciaron cuando tenía nueve años; al principio veía poco a mi padre, trabajaba en otra
ciudad, y yo le echaba la culpa de que ya no estuviéramos todos juntos. Pero me di cuenta de que mi padre,
cuando podía, venía a estar conmigo, y mi madre alentaba esos encuentros. Hice las paces con él, aunque no
podíamos contar demasiado con su dinero. Él tenía muchas deudas, pero a su modo hacía lo que podía por
ayudarnos. Creo que el hecho de que en esos momentos yo fuera el único apoyo de mi madre me hizo crecer,
¿sabe?, maduré rápidamente. Me di cuenta de que nadie vendría a darme un porvenir, aunque mis tíos siempre
estaban al quite por si nos hacía falta algo o teníamos algún problema importante. Yo mismo aprendí desde
joven a sacarme las castañas del fuego, ésa es la verdad.
Estos adultos no perdieron la esperanza ni la capacidad de tener relaciones amorosas
plenas; no quedaron «tocados» por el divorcio, probablemente por el hecho de que se
dieron cuenta de que, a pesar de la separación de los padres, éstos nunca dejaron de
interesarse y de luchar por ellos; es más, de algún modo buscaron un mayor
acercamiento que les permitiera, de una forma u otra, compensarles emocionalmente por
la experiencia vivida de la ruptura familiar.
NIÑOS SOBREVIVIENTES
Otros niños acusan más el golpe del divorcio de los padres; sus recuerdos dolorosos de
aquella época son más vívidos cuando son adultos; aunque en general se convierten en
adultos competentes, les cuesta más ser optimistas o encontrar en las dificultades una
oportunidad para el crecimiento y el aprendizaje vital. Tienen una menor autoestima, y se
sienten más dañados por el divorcio. Diríamos que son igualmente capaces de tener una
vida adulta amorosa satisfactoria, pero les exige un mayor esfuerzo y superar una
incertidumbre interior, una angustia residual, que está ausente en el caso de los niños
resistentes.
NIÑOS VULNERABLES
Éstos son los niños que, cuando adultos, no llegaron a superar los efectos dañinos del
divorcio. En su edad adulta sienten que se perdieron muchas cosas por culpa de que sus
padres se separaran, que les faltaron oportunidades para ser niños felices y para que les
orientaran en la vida en los momentos difíciles o cuando había que tomar una decisión
importante. Es decir, estos niños no sintieron la cercanía y el apoyo de sus padres y de su
red social, sino que más bien se sintieron muchas veces solos e incomprendidos. Por ello,
su interpretación de los hechos adversos de la vida es generalmente pesimista, y
muestran una carencia de fe en sus posibilidades a la hora de superar los obstáculos que
van surgiendo a medida que adquieren mayor responsabilidad en el ámbito familiar o
laboral.
72
El siguiente ejemplo representa bien este tipo de adulto:
Mis padres se divorciaron cuando yo y mi hermano éramos pequeños, yo tenía siete años y mi hermano,
diez. Mi madre decía que no podía ocuparse de los dos, que mi padre se llevara a mi hermano... En aquella
época, mi madre estaba muy agobiada, no la culpo... mi abuela estaba muy enferma, y sólo tenía a mi madre
para que se ocupara de ella... No sé, de todas formas fueron unos años duros... Mi madre estaba muy
cansada siempre, y mi padre dijo que no podía quedarse con mi hermano... al final aprendes a ir a tu aire,
comprendes que tus padres tienen sus propios problemas, y que tú no eres lo que más les preocupa. Sí... eso
duele.
¿Qué es la inteligencia educacional?[38]
Dado que la educación es la actividad que persigue el desarrollo competente del niño (y
competencia significa aquí poseer las habilidades, capacidades y valores antes aludidos),
los padres con inteligencia educacional desarrollarán la competencia social de sus hijos
buscando adecuar su práctica al mundo personal que se concreta en cada uno de ellos.
Así pues, nada más lejos de la verdad que la máxima que dice que «tenemos que tratar a
los hijos por igual», porque en modo alguno nuestros hijos son iguales. Y en el contexto
de este libro, los padres inteligentes desde el plano educativo son capaces de actuar
haciendo lo posible para que sus hijos crezcan como adultos «resistentes», es decir, sin
que sus oportunidades para una vida plena se hayan menoscabado como consecuencia
de su divorcio.
La inteligencia educacional supone que los padres realizan su labor de educación de
los hijos del mejor modo posible para que éstos vayan superando con éxito las diferentes
tareas que exige su desarrollo evolutivo, esto es, su proceso de desarrollo hasta la edad
adulta.
Podemos distinguir tres grandes etapas en el desarrollo de nuestros hijos,
correspondientes a la etapa infantil y preescolar, la educación primaria y la adolescencia.
A lo largo de todos estos años, como es lógico, los padres han de velar para que el niño
tenga un desarrollo mental y físico adecuados. El resultado de esa educación, si se lleva a
cabo sin problemas irresolubles, es una adquisición correcta del lenguaje y de otras
facultades cognoscitivas, un buen desarrollo de la coordinación motora, una afectividad
equilibrada y una capacidad moral y social para comprender la importancia de respetar
los derechos de los demás y establecer con ellos vínculos importantes.
Nuestra concepción de la inteligencia educacional incluye tres principios, que paso a
describir.
1.
El primero es el que denomino «la regla de oro»: de forma sencilla puede
enunciarse diciendo que, aunque las dificultades se acumulen, siempre hay una
manera mejor de manejar las cosas. En todos los momentos de la vida, y ante
73
cualquier obstáculo, siempre hay una decisión que resulta la más sabia o acertada.
En el contexto de este libro, esa decisión es, indefectiblemente, la que aumenta
las posibilidades del mejor desarrollo de nuestro hijo como persona, a pesar de
las dificultades que surgirán como consecuencia del divorcio. Por consiguiente,
la regla de oro afirma que los padres siempre tienen una mejor opción o
alternativa que tomar, y una consecuencia de ese principio es que esa mejor
decisión —cuando ha resultado apropiada— puede tener resultados de alcance
diferente. En su sentido más limitado, la mejor opción servirá para disminuir los
daños o controlar una situación de claro riesgo para el hijo, como cuando uno de
los padres divorciados ha de llegar a un cierto compromiso con el otro con objeto
de que éste no se desequilibre en exceso desde el punto de vista emocional y
repercuta negativamente en el niño. Aunque esta acción pueda parecer
claudicante, en ciertas ocasiones es la mejor a realizar, y quizás constituya a
medio plazo una base sobre la que construir un nuevo camino para el niño. En su
sentido más amplio, esa mejor opción a tomar por los padres puede suponer un
gran progreso en la vida del chico, como cuando detectamos que tiene un
trastorno de déficit de atención y tomamos la decisión de darle apoyo académico
y emocional. Una acción así influye de un modo extraordinario, porque podemos
evitar su fracaso escolar y su desmoralización, algo que podría tener graves
consecuencias sobre su futuro.
2. El segundo es el principio de atender al cambio. Los padres deben estar atentos
a los cambios que se producen en las necesidades e intereses de los hijos, bien
por la aparición de nuevas circunstancias en el ambiente familiar, bien por el
propio desarrollo de la personalidad del niño. Ejemplos de esos cambios en el
medio familiar son el divorcio o separación de los padres, una grave enfermedad
en uno de ellos o la muerte de alguien muy próximo, el cambio de residencia y de
colegio o el empobrecimiento súbito de la economía familiar. Por lo que respecta
a los cambios en la personalidad del niño, baste decir que en algunos niños son
muy acusados, particularmente al llegar a la adolescencia, mientras que en otros
la transición se da manera continuista y sin mayores problemas.
3. El tercero es el principio que recuerda a los padres que la educación ha de contar
con lo dado y con lo que puede crear: el principio de la interacción biosocial.
Con éste buscamos situar a los padres en la correcta perspectiva acerca de su
capacidad y fines en la educación de los hijos. La destreza en la inteligencia
educacional exige partir de la idea de que ni los padres son todopoderosos
modeladores del destino de su hijo, ni tampoco meros accesorios de su
crecimiento inscrito en su herencia. Los padres pueden influir de un modo
relevante, aunque sólo sea decidiendo un buen lugar para vivir y el tipo de
74
amistades que van a frecuentar sus hijos. Si bien hay niños difíciles por sus
rasgos innatos, el papel de la educación no debe ser minusvalorado, sino
intensificado, como explico un poco más adelante. Por ello, el tercer principio
también tiene este enunciado o corolario: Cuanto peor sea el temperamento de un
niño, mejor ha de ser la educación que reciba. Por «mejor» hemos de entender
una práctica educativa más planificada, o más intensa o sistemática, quizás en
ocasiones más creativa o innovadora.
La «regla de oro»
La razón por la que llamo al primer principio «la regla de oro» es porque en realidad,
después de atender a los procesos de cambio que operan sobre nuestro hijo, o de
considerar la intensidad y esfuerzo que hemos de poner en su educación, siempre se trata
de elegir la mejor opción, la más inteligente, entre todas las disponibles.
Un caso que muestra este primer principio, se relaciona precisamente con el ejemplo
que puse anteriormente, extraído de mi fichero personal:
Marian tiene un niño de siete años, Miguel, y una niña de nueve, Ana. Hace dos años que está separada de
su marido, Antonio. Su relación es buena. Antonio se preocupa de los niños y colabora honestamente con su
educación. Marian viene a consultarme un grave dilema en el que se encuentra. Después de un curso escolar
particularmente difícil de su hijo, el tutor y el psicopedagogo del colegio le comunican que creen haber
descubierto la causa de esos problemas de Miguel durante el curso: le han detectado un trastorno de atención
importante. Marian pide una segunda opinión a otro especialista, y coincide en el diagnóstico. Los
orientadores de Miguel le dicen a Marian que tendrá que hacer un esfuerzo para ayudarle a superar esa
deficiencia de modo tal que no interfiera gravemente en su rendimiento e integración en el aula. Marian me
explica, angustiada, que su trabajo prácticamente la deja fuera de casa toda la tarde, y no llega hasta las ocho
o algunos días incluso hasta las nueve de la noche. Su madre vive con ella y así puede compatibilizar la
atención a los niños y su trabajo, pero está convencida de que esa atención especial que le han pedido que
dispense a Miguel, ella no se la puede proporcionar. Marian cree que su padre sí puede ayudarle, puesto que él
es profesor, y tiene los conocimientos y el tiempo para hacerlo. Ella quiere saber mi opinión: ¿sería lo mejor
para Miguel que se fuera a vivir con su padre?
Después de hablar con Antonio y de comprobar su total disposición a atender a
Miguel y permitir la mejor relación posible de éste con su madre y hermana, llegué a la
conclusión de que Marian había pensado en una decisión que, probablemente, en esas
circunstancias, era la que mejor resultados podía tener para el chico. Aunque las
circunstancias eran difíciles, Marian tuvo el coraje de no permitir que sus deseos
personales interfirieran en el desarrollo de su hijo. El proceso de cambio en sus propias
circunstancias o en la personalidad y desarrollo del niño podrían aconsejar pasado un
tiempo revisar esa solución, pero en esos momentos, la decisión de enviar a Miguel con
su padre era la mejor opción. Éste es un claro ejemplo de este primer principio de la
inteligencia educacional.
75
Las características individuales de los niños
Todos los niños vienen al mundo con un bagaje genético, unos rasgos heredados que
hacen que la educación por parte de sus padres sea una tarea más o menos sencilla. La
personalidad es el resultado de la interacción entre herencia y ambiente. La parte de lo
que es de origen innato la definimos como «temperamento». Por consiguiente, un mismo
temperamento puede dar origen a importantes diferencias en personalidad si los
ambientes difieren de modo notable, punto este esencial para comprender la influencia
que los padres pueden ejercer a pesar de que el temperamento de los niños sea
complicado, y razón de ser de que aquéllos hagan lo posible para estar a la altura de las
circunstancias.
Pero, ¿qué es el temperamento? Podríamos definirlo de acuerdo con las siguientes
características:
1.
2.
3.
4.
5.
Nivel de actividad: por ejemplo, los niños hiperactivos tienen altos niveles de
actividad; se refiere a la necesidad que tiene el organismo de buscar nuevos
estímulos y estar en movimiento.
Umbral de reacción: es el punto de estimulación a la que responde el niño; así,
algunos niños responderán incluso ante estímulos muy pequeños, como es el caso
de los que, al leer, enseguida se distraen por alguna cosa mínima que sucede a su
alrededor.
Intensidad de reacción: intensidad de la respuesta ante un estímulo; algunos niños
emiten respuestas intensas incluso ante estímulos débiles. Por ejemplo, un
compañero hace un comentario levemente burlón del chico, y éste responde con
un acto desproporcionado, como si hubiera recibido una gran ofensa.
Duración de la atención: capacidad de mantener la atención mientras se realiza
una tarea o se hace una actividad que requiere concentración.
Tono emocional: algunos niños tienen tendencia a experimentar emociones
negativas, como ansiedad o irritabilidad; otros, por el contrario, suelen tener
emociones positivas, como alegría o cordialidad.
Leyendo estas características del temperamento se comprende por qué los niños que
poseen los elementos negativos del temperamento son difíciles de educar. Un niño puede
reaccionar ante una orden o pequeño contratiempo de modo desmesurado, tener poca
capacidad de concentración, sentir necesidad de no estarse quieto o de vivir experiencias
continuas de cambio y manifestar emociones negativas. Alguien así planteará grandes
76
desafíos a los padres, porque tendrá una baja tolerancia a la frustración (cualquier cosa le
producirá irritación), lo que le creará relaciones con amigos y con adultos no exentas de
problemas. Por otra parte, el escaso tiempo en el que pueden concentrarse a la hora de
realizar una tarea y la necesidad de alta estimulación interferirán en su aprendizaje
escolar, particularmente si se llega a la condición clínica de la hiperactividad. Esto
generará nuevos problemas de integración en la escuela y elevadas dosis de frustración,
que se extenderá a la familia.
En definitiva, estos niños tendrán problemas en su capacidad para tomar buenas
decisiones y en su autocontrol, porque en ellos será preponderante la impulsividad y un
cierto desgobierno de las emociones. De ellos podría aplicarse lo que escribió el filósofo
Spinoza:[39]
Llamo «servidumbre» a la impotencia humana para moderar y reprimir los afectos, pues el hombre
sometido a los afectos no es independiente, sino que está bajo la jurisdicción de la fortuna, cuyo poder sobre
él llega hasta tal punto que a menudo se siente obligado, aun viendo lo que es mejor para él, a hacer lo que es
peor.
Ahora bien, junto a estos elementos innatos, existen otros dos factores que ayudan a
prefigurar la personalidad, y que hacen menos alarmante esa reflexión del gran filósofo
acerca de la condición humana.
Uno de ellos es el estado de salud del niño, las condiciones físicas, algo a cuidar
desde la misma concepción: todos conocemos los efectos dañinos del consumo de
alcohol o drogas de la madre durante el embarazo. Otros problemas como accidentes o
lesiones pueden influir en el posterior desarrollo del cerebro del niño, lo que podría
acarrearle rasgos negativos de personalidad y dificultades de aprendizaje no sólo en la
escuela sino también en el entorno social.
Qué duda cabe de que un niño con un temperamento difícil exige más atención por
parte de los padres divorciados. Su riesgo de convertirse en un adulto vulnerable —en el
sentido comentado anteriormente como alguien que ha resultado dañado por la
separación de sus padres— es más elevado, ya que él no cuenta con las dosis de
reflexión y equilibrio emocional presentes en los niños con un buen temperamento.
Finalmente tenemos los factores del ambiente, y en particular los que revisten más
influencia son la familia, el tipo de escuela y aprendizaje que logra realizar y el tipo de
amigos que uno posee, junto con el tiempo que pasa con ellos y las actividades que se
comparten. En realidad, tanto el aprendizaje escolar como la relación con los amigos
dependen en parte de la naturaleza de la relación que se establece entre los padres y el
niño, puesto que la natuzaleza del vínculo entre ellos y el estilo educativo utilizado en la
familia influyen en la actitud del chico hacia el esfuerzo y el progreso escolar, y en las
características que buscará en sus amigos, así como en las actividades que realizará con
ellos. No obstante, debido a que los niños difíciles serán menos proclives a verse
77
influidos por sus padres, la conclusión que debemos extraer nos lleva al tercer principio
de la inteligencia educacional, formulado anteriormente: Cuanto más difícil sea el
temperamento del niño, más necesaria es una educación por parte de los padres intensa e
inteligente.
O lo que es lo mismo, cuanto más negativo sea el bagaje biológico del chico, más
hincapié hemos de poner en los esfuerzos de la educación para forjar rectamente el
hierro de su personalidad. De este modo, lo que planteo aquí es que los aspectos
genéticos y biológicos, lejos de llevarnos a una situación de «brazos cruzados» y a
lamentarnos del destino, han de constituir, contrariamente, un acicate más para redoblar
los esfuerzos que podamos hacer para conseguir que el infante se desarrolle como una
persona plena, competente y prosocial. La regla de oro de la inteligencia educacional se
aplica igualmente en estos chicos: en toda circunstancia, siempre hay una decisión
educativa mejor que tomar.
La interacción entre el temperamento y el estilo educativo de los padres se pone de
manifiesto en la biografía del célebre ensayista francés Michel de Montaigne. El
extraordinario escritor Stefan Zweig le dedicó una breve biografía, y nos explica en las
líneas siguientes los peligros de una educación permisiva que, no obstante, debido a que
recayó en Montaigne, niño que tenía un buen temperamento, no provocó grandes
infortunios: [40]
[Una educación permisiva] en la que nada se prohíbe al niño y se da vía libre a todas y cada una de sus
inclinaciones, es una experiencia no exenta de peligros, pues esto de no estar nunca acostumbrado a no
encontrar nunca oposición y no tener que someterse a ningún tipo de disciplina deja a un niño la posibilidad de
cultivar todos sus caprichos tanto como sus vicios innatos. [Y Montaigne reconocerá más tarde que no debe
sino a una feliz coincidencia el que esta educación poco severa e indulgente fuera un éxito en su caso. Escribe
el ensayista francés:] «Mi virtud es una virtud [...] accidental y fortuita. Si hubiese nacido con un
temperamento más desordenado, me temo que me habría ido lamentablemente».
Ahora bien, ¿cómo saber cuál es esa «mejor opción educativa» que existe en
cualquier momento y circunstancia? En pocas palabras: no siempre podemos tener esa
seguridad. La vida es un espacio abierto, un viaje cuyos caminos pueden tomar
direcciones sorprendentes. Por otra parte, los padres no podemos vivir por los hijos:
podemos influirles, enseñarles, orientarles, aconsejarles... pero no podemos vivir en su
lugar. Eso significa que, especialmente cuando se acercan a la edad de la preadolescencia,
sus decisiones empiezan a ser suyas, y por mucho que nos esforcemos no podremos
controlar esas decisiones en su totalidad. Algo que dudo que fuera bueno, en todo caso,
porque implicaría una capacidad de poder de una persona sobre otra que no dejaría
margen alguno para la libertad. Y la educación se trata de eso, precisamente, de propiciar
una vida en la libertad responsable: si no existiera esa libertad, ¿cómo podríamos exigir a
nadie que fuera responsable de sus actos?
78
Las habilidades de la inteligencia educacional
La inteligencia educacional no requiere de grandes conocimientos ni de títulos
académicos, pero sí de ciertas habilidades que los padres han de aprender a manejar en el
transcurso de la crianza de sus hijos, siempre de acuerdo con la edad y desarrollo que
éstos presenten. Cuando los padres están divorciados, esta tarea es más compleja,
porque el progenitor se encuentra solo en esa labor (al menos durante un tiempo, si no
toma una nueva pareja), aunque el otro cónyuge pueda aportar su colaboración en su
tiempo de relación con el niño (la custodia compartida no niega esa soledad del
progenitor durante el periodo en que él convive con el hijo). Esto no es sino una razón
más para que se produzca un apoyo mutuo entre los excónyuges y consigan, en la
medida de lo posible, seguir unas pautas educativas razonablemente coherentes.
Estas habilidades esenciales son cuatro:
a) Saber escuchar.
b) Saber comunicar ideas de modo franco y claro.
c) Saber transmitir seguridad emocional y apoyo.
d) Saber transmitir necesidad de superación.
SABER ESCUCHAR
Estas cuatro habilidades encierran toda una filosofía de lo que significa ser padre y
madre. Mediante la habilidad de saber escuchar estaremos atentos a las necesidades que
presente el niño, aunque quizás éste no sea capaz de plantear claramente lo que necesita,
bien porque en verdad en determinados momentos no sepa poner en palabras lo que le
pase (como ocurre en esos momentos en los que algo nos produce una cierta desazón o
inquietud, pero estamos sin una idea clara de sus causas), bien porque no se atreva a
decirlo. Escuchar implica atender, querer conocer, mantener un estado de alerta (sin
sobresaltarse, sin estridencias o reacciones desaforadas) que supone, para el niño, el
siguiente mensaje: «Estoy aquí, vigilante; si te ocurre algo fuera de lo normal, estaré
pendiente de saberlo».
«Escuchar» aquí es algo más que «oír» con atención; es mirar, observar, estar
pendiente, es —cuando el niño es más mayor— vigilar, supervisar, estar receptivo y
dispuesto a facilitar el que se nos diga, el que se nos hable.
COMUNICARSE DE MODO FRANCO Y CLARO
79
Escuchar con interés es el primer paso para expresar nuestra respuesta como padres. La
capacidad de comunicar es esencial, porque aunque sintamos y pensemos algo, no
saberlo decir impide que esa recepción del mensaje se traduzca en algo útil para la
persona que hemos escuchado, en este caso nuestro hijo. «Decir» no sólo es saber
emplear las palabras adecuadas, sino expresar las emociones relacionadas con el
contenido del mensaje que queremos transmitir. Si una madre dice a su hijo, cuando
éste le cuenta feliz que ha sacado una buena nota, «¡eso ha estado muy bien!», mientras
está consultando su agenda y no le dedica siquiera una mirada de aprobación, ese
comentario, lejos de alcanzar su objetivo, viene a decir al chico más bien otra cosa
diferente: «Está bien, pero ahora tengo cosas más importantes que hacer».
«De modo franco y claro» es un atributo de lo que decimos que, por desgracia, no
abunda mucho en nuestra sociedad, no ya como modo de relación entre padres e hijos,
sino en los diálogos cotidianos en cualquier ámbito. No obstante, si bien entre adultos
está dentro del juego utilizar muchos rodeos y palabras de significado ambiguo para no
comprometerse o no exponerse a recibir la desaprobación del que comparte el diálogo,
con los niños esto no es una buena idea. Los padres con inteligencia educacional deben
huir de los rodeos, de las palabras ambiguas y de los sermones. Cuando las cosas no
estén claras, hay que expresarlo así, pero no ocultar nuestras dudas jugando con lo que
queremos decir para no parecer dubitativos o incompetentes.
He aquí dos ejemplos de empleo del diálogo franco y claro:
—Antonio, no es una buena idea que te hayas comprometido a ir a ese viaje sin haberlo consultado antes
con nosotros. Esa decisión todavía no la puedes tomar sin nuestra aprobación.
—Antonio, me dices que yo estoy siempre fuera de casa y no tengo tiempo para ti. Quizás sea verdad,
aunque procuro estar siempre cuando me necesitas, pero ahora sí estoy aquí, y te puedo ayudar.
En el primer caso los padres dicen que esa decisión unilateral del hijo no estaba a su
alcance, y por ello le explican lo que habría tenido que hacer, y lo dicen con pocas
palabras, sin sermonear. Los sermones sirven para desahogarnos, pero no para facilitar
que el otro entienda mejor las cosas, o haga lo que tenga que hacer con más diligencia.
Cuando un hijo nuestro está presto a reconocer su falta después de que le hemos
sermoneado, no es por el empleo del sermón, sino porque él ha visto empáticamente
cuán disgustados estábamos, o bien nuestro enojo y decepción. Pero eso mismo podría
haberse transmitido sin tanto gasto de saliva. Hablar de modo directo y franco significa
determinación, criterios sólidos, y confiere nobleza a nuestros gestos y opiniones. El
sermón enfatiza nuestro lado vulnerable, aunque no lo parezca.
En el segundo caso, el chico ha podido plantear una queja legítima: quizás estemos
todo el día volando, o en interminables reuniones o atendiendo al público en consultas de
médicos o abogados, o doce horas trabajando en un taxi. Hablar francamente implica
reconocer la posibilidad de que lo que dice el niño sea verdad, pero con esa aceptación
80
no perdemos la oportunidad de avanzar en nuestra relación con él. Y así, al decir «pero
ahora sí estoy aquí, y te puedo ayudar», estamos manifestando dos cosas. En primer
lugar, reconocemos su derecho a expresar un lamento o queja, así como que le hemos
escuchado. Con ello estamos validando o dando importancia a sus opiniones y
sentimientos, es decir, le reconocemos como un interlocutor válido, le decimos que lo
que dice cuenta, que no cae en saco roto. Pero también le estamos diciendo que, a pesar
de que quizás tenga razón, eso no nos excluye de hacer las cosas lo mejor que podemos
en cada momento, y ahora le decimos que ése es un buen momento para ayudarle, sea
cual sea el problema en el que se debata. Quizás tenga un conflicto con un profesor, y al
ofrecernos nosotros para saber más de esto y ayudarle, nos responda con esa queja: que
nunca estamos en casa, y que ahora no tiene nada que decirnos. Con la respuesta «pero
ahora estoy aquí» le expresamos que no podemos dejar de ser su padre o madre, y que
ahora tengo algo que decir y que hacer: escucharle y orientarle sobre lo que puede hacer.
Finalmente, el empleo desde que son pequeños de una comunicación franca y clara,
en que nosotros estamos siempre dispuestos a escuchar, se relaciona igualmente con otra
capacidad útil del pensamiento de los niños: el pensamiento crítico. Este tipo de
pensamiento es el que sopesa los conocimientos de que se dispone antes de tomar una
decisión o inclinarse por una determinada postura. El chico que piensa críticamente huye
de modas o de presiones externas cuando se trata de llegar a una actitud personal sobre
determinada cuestión. Cuando tenemos la fortuna de comunicarnos con nuestros hijos
del modo que he descrito en este apartado, les estamos enseñando que todo mensaje
tiene un propósito, y que le pedimos que comprenda plenamente lo que queremos de él:
nos dirigimos a su pensamiento y a que integre las emociones en la reflexión.
Establecida esa base de relación franca, a lo largo de su desarrollo confiará en
transmitirnos sus opiniones y creencias, y eso dará muchas oportunidades para que
aprenda a ver los diferentes lados o ángulos de una cuestión, en vez de conformarse con
la primera que se le ofrezca o que aparente ser la mejor.
SEGURIDAD Y APOYO EMOCIONAL
Saber transmitir seguridad y apoyo tiene que ver con el lado más visceral de ser padres:
está escrito en el ADN de nuestra especie que hemos de cuidar de nuestras crías (si se
me permite el uso de esta expresión zoológica). Ésta es la razón por la que calificamos de
monstruosos todos esos actos de abusos graves de padres a hijos, e incluso de homicidio:
nos parece contrario a la naturaleza un hecho así. Y no cabe duda de que toda esa
negligencia y malos tratos a los niños lo son, se trata de aberraciones del gran plan de la
naturaleza consistente en que los progenitores han de llevar a buen puerto el desarrollo de
sus hijos hasta que tengan la edad en la que puedan valerse por sí mismos. Esta violencia
81
hacia el propio hijo indica de modo rotundo que el amor y el apego entre padres e hijos
que conforman el vínculo más grande que existe en el género humano, no se ha
producido, ha fracasado. Y esto sin duda tiene claras repercusiones en la propia
capacidad de esos niños para establecer vínculos seguros con sus propios hijos cuando
sean adultos.
Dentro de unas pocas líneas veremos más en detalle esta capacidad esencial de la
inteligencia educacional, ya que ella incide de modo directo en el primero de los dos
grandes objetivos que tiene la educación de los padres: enseñar al niño que el mundo es
un lugar seguro y comprensible. Por supuesto, las dos habilidades o capacidades
anteriores —saber escuchar y comunicarse de modo franco— trabajan en la misma
dirección que la seguridad emocional, que el vínculo. Porque, ¿qué otra cosa sino «me
importas» puede querer decir que estoy pendiente de ti, atento a tus necesidades? Y de
igual modo, ¿acaso transmitir una idea o un sentimiento de modo directo y franco no
quiere decir que estamos preparados para mejorar siempre nuestra relación?, ¿que
hacemos lo que está en nuestra mano para que nos entendamos de la mejor manera
posible?
NECESIDAD DE SUPERACIÓN
La cuarta habilidad es saber transmitir la necesidad de superación, la de ganar en
competencia, en capacidad de saber y hacer. Superarse significa avanzar, no estancarse
en lo logrado, sino pretender ir más allá. La especie humana, desde los primeros
homínidos, es una crónica de superación, de lucha contra el medio adverso, de conquista
de nuevos mundos mentales (el tamaño del cerebro primero, y luego las capacidades
cognitivas) y tecnológicos, atestiguando todo ese devenir el desarrollo de la cultura
humana. Esto mismo sucede en el desarrollo del ser humano en cuanto individuo único:
la necesidad de poder, de logro, de dejar huella en la vida, no puede colmarse si no hay
un afán de superación.
No estoy hablando del deseo de tener cada vez más, o de llegar más alto en la escala
social o en los rendimientos económicos que uno percibe, con ser estas metas legítimas
(si bien claramente insuficientes si se erigen en el centro de la vida del individuo). El
deseo de superarse, tal y como lo planteo aquí, es el impulso que crece en el niño desde
pequeño por encontrar la mejor expresión de sus aptitudes en el mundo que le ha
tocado vivir. Si cada persona tiene una gama de posibilidades en las que logra expresarse
del mejor modo, esto es, con la mayor excelencia, esa necesidad de ser eficaz, de hacer
bien aquello que puede hacer, está detrás de todas sus iniciativas. Querer superarse es
saber aceptar dónde están los errores para no volver a cometerlos. Implica también la
capacidad de tener un cierto distanciamiento personal, una cierta ironía en la que
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reconocernos como seres falibles e imperfectos. Es, en una palabra, no tomarnos
demasiado en serio. Con razón las personas más emprendedoras e inteligentes suelen
hacer gala de un buen sentido del humor.
Esa capacidad la transmitimos a nuestros hijos cuando les animamos a reconocer que
tienen el derecho (e incluso la obligación) de equivocarse, de probar, de explorar...
Cuando les explicamos que aceptar la derrota es legítimo, pero que ésa no ha de ser
nunca la primera opción, sino el resultado natural de aprender que podemos lograr ciertas
metas, pero que otras no están a nuestro alcance. Y entonces, en medio de la aceptación
de esa renuncia, les enseñamos a proponer una nueva meta, un horizonte alternativo:
quizás Carlos no llegue a ser un gran tenista, pero puede destacar como monitor
deportivo, o dedicarse a su afición intensa por el dibujo. Esto mismo es una lección en
todos los órdenes de la vida, incluyendo el amoroso: también amar de un modo feliz
puede precisar renunciar a lo más deseable para encontrar lo más valioso para nuestras
necesidades como seres humanos.
Es el momento de pasar ahora a presentar las metas de la inteligencia educacional.
Responden a la pregunta: ¿qué deben lograr los padres, por encima de todo, como
consecuencia de su entrega como educadores a sus hijos?
Las metas de la inteligencia educacional
EL MUNDO ES UN LUGAR SEGURO Y PREDECIBLE
Puede parecer sorprendente que la primera meta suponga enseñar a nuestros hijos que el
mundo es un lugar seguro y comprensible. ¿Me he vuelto loco? ¿Acaso no veo cómo
continúan las guerras y desmanes del hombre, y de qué forma incluso en el todopoderoso
Occidente la crisis parece llenar todo de incertidumbre y riesgo? ¿No es todo ello prueba
de que, más bien al contrario, este mundo es peligroso, impredecible y por ello mismo
rayano en el absurdo?
Desde luego, las personas religiosas pueden tener una imagen de este mundo
orientado a un propósito, así como ver en todo lo que sucede un sentido de redención
personal colectiva. Ello ofrece —no cabe duda— un marco de referencia, un libro de
instrucciones por el que transitar por la vida. Pero aun en este caso podría tener lugar la
pregunta de si no haríamos bien en sentirnos inseguros o alertas ante los innumerables
peligros que nos acechan. La pregunta puede resultar todavía más pertinente entre
aquellas personas que sólo creen en la racionalidad del ser humano como dique frente a
los apetitos voraces de los hombres por disponer de poder, sin miramientos en el empleo
de la violencia o el engaño para lograr sus propósitos.
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Para ser honestos, no cabe duda de que, entrado el siglo XXI, estamos bien lejos de
cumplir con las utopías benevolentes que se plantearon en el siglo XX, en el sentido de
que el paso del tiempo cada vez iba a lograr una sociedad más perfecta e igualitaria.
Quizás lo estemos logrando, pero si es así, ¡no resulta fácil darse cuenta de ello!
Entonces, ¿cómo digo que una meta de la inteligencia educacional es enseñar a nuestros
hijos que el mundo es un lugar seguro y comprensible?
Me voy a explicar: se trata de una seguridad íntima, personal, no acerca del mundo
como lugar físico y global, sino acerca del mundo que rodea el lugar inmediato del niño,
diríamos el entorno próximo en el que da sus primeros pasos y donde va a transcurrir su
infancia. La calle puede ser un sitio no exento de riesgos, pero esa seguridad íntima —
que crean los padres con su amor y apego, es decir, con la seguridad emocional— es la
que le da confianza para encontrar la certeza de que, a pesar de todo, puede crecer y
desarrollarse como una persona feliz y confiada. Feliz significa «con alegría» (aunque no
sin el dolor del error y la frustración), con ánimo alegre a pesar de todos los sinsabores
cotidianos. Confiado significa que el niño tiene confianza en él o ella, esto es, que tiene la
esperanza fundada en que si sabe desenvolverse de modo adecuado, o si sabe hacer lo
que tiene que hacer dadas las circunstancias, logrará sus propósitos.
Una de las grandes tareas que tienen los padres divorciados es que esa seguridad
íntima, una vez superados los primeros tiempos de estrés por la separación, no abandone
nunca el corazón de los niños, porque ésa es la base sobre la que los adultos
«resistentes» construyeron una vida plena a pesar de la separación de sus padres, tal y
como reflejan en sus comentarios acerca de que siempre vieron a sus padres luchar e
interesarse por ellos.
En este «lograr sus propósitos» que he mencionado arriba es donde se ubica la
comprensibilidad del mundo. Para desarrollarnos como agentes activos en la vida
tenemos que creer que nuestros actos tienen sus consecuencias. Si diera lo mismo
estudiar más o menos porque las notas no fueran a reflejar ese hecho, perderíamos
buena parte de la motivación para esforzarnos en el estudio (si bien existen otras formas
de motivación que poco tienen que ver con las notas, pero ahora me refiero a las clases
tradicionalmente evaluadas). Si el cliente no valorara de modo diferente el producto que
yo he fabricado según la excelencia con que me he desempeñado en ese trabajo, poco
sentido hallaría en ese esfuerzo personal, más allá de mi propia satisfacción al ver el
producto terminado.
En una palabra, necesitamos que el mundo sea predecible, que podamos obrar en él
y constatar que somos correspondidos por esas obras. Y ello no puede lograrse sin que,
desde que venimos al mundo, comprendamos que estamos siendo acogidos con amor
incondicional, pleno, sin que nuestros padres pidan nada a cambio. Podemos imaginar así
la tragedia de los niños abandonados en orfanatos, sin más contacto que los pocos
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minutos que las cuidadoras pueden dedicarles, o los casos de abusos físicos o sexuales,
en que esa seguridad íntima se quiebra y genera desgarros emocionales que luego el
tiempo se cobrará. O de los niños que, esclavos del egoísmo de sus padres, apenas
perciben que son importantes mientras que éstos se desgastan en acusaciones recíprocas
en los procesos judiciales.
Por todo ello, los padres con inteligencia educacional saben manejar las
circunstancias en el ambiente donde crece su hijo del modo más ventajoso, mostrando
que su cuidado y atención es permanente, aunque los condicionantes negativos y
limitantes sean numerosos. Por ejemplo, si el hijo acude a una escuela con graves
carencias de profesorado, dificultades de convivencia o un ambiente general de
desánimo, los padres hallarán el modo de que tales condicionantes no impidan el
progreso académico del chico. Así, aquéllos pueden hablar con el director o el tutor de su
hijo, poniendo de relieve su voluntad para colaborar con ellos en todo momento, y
rogarles que les notifiquen cualquier novedad que le afecte. Esta relación servirá también
para que el profesor vea valorada su dedicación, y tenga una mayor atención hacia el
chico que es objeto de esos encuentros. Otra cosa al alcance de los padres es interesarse
por los compañeros de su hijo, escrutando quiénes pueden constituir para él una buena
compañía, y estableciendo lazos de amistad con los padres de esos compañeros.
Detrás de esta idea de los padres como recursos importantísimos frente a la
adversidad está el principio siguiente: cuanto más pobre sea el ambiente del niño en
oportunidades de aprendizaje y en modelos positivos de comportamiento, más
importante es que los padres se esfuercen en cerrar la puerta a los ejemplos negativos
que puedan influir en él.
Así pues, aquí podemos ver de nuevo un ejemplo de la que he llamado «regla de
oro»: la de que, aun en circunstancias claramente adversas, siempre hay una decisión
mejor que tomar que redunde en beneficio del hijo.
Pero, no cabe duda, a nadie le amarga un dulce, y es claro que las familias que gocen
de los frutos del amor y de una buena posición económica tienen un punto de partida
más generoso, y por ello la creencia en la seguridad y sentido del mundo es más fácil de
inculcar y desarrollar. No obstante, lo que trato de decir es que, aunque su familia se
enfrente a desafíos importantes (el divorcio de los padres, la muerte de uno de ellos, un
súbito empobrecimiento económico), el niño ha de iniciarse en la existencia abrigando la
creencia de que él, como ser único, está a salvo del caos que genera no sentirse seguro
en el amor o cuidado de los que le rodean. Y en este punto, como no hemos parado de
repetir, la buena relación entre los padres (o al menos la labor admirable del progenitor
que lo cuida si el otro se desentiende) con los niños y entre sí es un elemento
importantísimo en enseñar esa actitud.
Sabemos que la vida les pondrá a prueba innumerables veces, porque el crecimiento
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conlleva riesgo y dudas, algunas de ellas muy dolorosas. No obstante, la facultad de
encontrar una respuesta válida a esas encrucijadas descansa, precisamente, en que el
camino que lleva a la adolescencia, y luego a la edad adulta, se asiente en la seguridad
íntima de que él, como persona, es capaz de tener éxito en esa empresa.
Esto es lo que posibilita el amor incondicional y el apego emocional solícito que los
padres ofrecen a su hijo: cuando éste se siente amado y confiado, desarrolla una
interpretación de las cosas positiva: primero de sus padres como los seres de los que
procede su consuelo y alimento, luego de las cosas que le interesan y descubre y de las
otras personas que conforman su entorno inmediato, y finalmente de sí mismo, como de
alguien importante precisamente porque es querido y ayudado. Pero no sólo, como digo,
esa interpretación es positiva, sino también predecible, en el sentido ya expuesto de que
el niño espera que sucedan cosas y, efectivamente, suceden: así, su sonrisa despertará la
sonrisa de su madre, y si llora con la suficiente fuerza, alguien le acogerá en sus brazos; y
verá, igualmente, que los objetos desplazados por su mano rodarán en el sentido en que
su empuje los oriente.
Esa capacidad de predecir es fundamental no sólo para la comprensión de las cosas
(«si hago X, entonces sucederá Y»), sino para el propio aprendizaje de las normas y
reglas, en cuyo fundamento va a descansar el desarrollo del sentido moral, de lo que está
bien y lo que está mal. Por ello, si se abstiene de molestar a la gata de la casa, pronto
verá que no le araña. Entonces comprenderá intuitivamente que vale la pena recordar esa
advertencia de su madre. Y si al realizar una trastada advierte que se sigue la reprensión
de ésta, entenderá que eso no la complace, y evitará con el tiempo disgustarla. Porque
esa aprobación de los padres cuando realiza las cosas correctamente (no tocar los
enchufes, no romper las cosas sino cuidarlas, luego de más mayor no molestar a su
hermano sino ayudarle, no coger dinero de la mesa de la cocina sino pedirlo...) y su
desaprobación cuando las realiza mal, va echando las semillas de la conciencia, los
principios que, una vez aprendidos e interiorizados (esto es, creídos por él, asumidos
como parte de su modo de verse a sí mismo), tendrán la misión de orientarle en la
selección de las metas y en los medios de lograrlas.
YO SOY EFICAZ EN EL MUNDO
Hablando de la meta anterior hemos visto que esa seguridad emocional es el comienzo de
todo: sólo en la calidez del apego y del amor con los padres se puede emprender el
camino de alguien que se siente motivado y capaz de enfrentarse al mundo y de
contribuir a él en plenitud. Déjenme que me explique. La clave está en lo que
entendamos por «contribución» y por «plenitud» porque, es cierto, se puede haber
sufrido una infancia espantosa, con graves carencias afectivas, y a pesar de ello hacer
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una contribución valiosa al mundo, artística, técnica o meramente productiva. Pero en
tales casos esa contribución no suele traer aparejada la «plenitud». Con esta palabra
designo a la persona que, al tiempo que hace algo valioso en su vida (esto es, que su
trabajo es útil, que tiene un sentido, ya sea hornear el pan cada mañana o trabajar para
descubrir una vacuna), disfruta íntimamente con esa labor y es capaz de vincularse
significativamente de modo profundo con otras personas en su esfera emocional íntima.
Es precisamente esa falta de «plenitud», de vinculación, lo que echamos en falta con
personajes como Picasso, el filósofo Schopenhauer o el artista multifacético Andy
Warhol, hombres que han hecho grandes contribuciones, pero que en su esfera relacional
mostraron carencias muy serias. Picasso llevó a la locura y al resentimiento profundo a
esposas, amantes e hijos. Traicionó a algunos de sus mejores amigos. Schopenhauer
siempre se creyó un ser superior, y a pesar de que escribió libros extraordinarios de
filosofía, vivió mucha parte de su vida con un ánimo que hoy diríamos sin tapujos
«amargado», en franca pelea con su padre, luego con su madre y durante muchos años
con muchos colegas. Andy Warhol, el artista de pop-art de los años sesenta, jugó con los
sentimientos de mucha gente, y sufrió un intento de asesinato.
Cualquier padre sabe cómo se genera esa confianza, que comienza con la exploración
de las propias capacidades. Así, si un niño observa que, con la ayuda de la madre, sabe
resolver un pequeño puzzle, entenderá que puede enfrentarse a otras tareas más
complejas con tal de que preste atención y de que ponga en práctica, mediante ensayo y
error, diferentes soluciones. Éste es el proceso que, día a día, le permite ir descubriendo
su mundo inmediato de modo confiado. Los padres le alientan y le instruyen, le explican
los errores en que incurre y la necesidad de seguir esforzándose. Este mundo inmediato
—primero su cuarto, luego la casa, la escuela y las diferentes situaciones en las que tiene
que desenvolverse y aprender a relacionarse con los demás— se va expandiendo a
medida que el pensamiento y sus facultades hacen lo propio.
El pensamiento: he aquí una palabra que encierra lo más sustantivo del ser humano,
porque supone tanto conocer acerca del mundo físico y de sus leyes (leyes físicas,
biológicas, químicas, etc.) como acerca de las personas y su trato. Estos tipos de
pensamiento o de inteligencias son, en efecto, dos modos de aprehender el mundo
diferentes, pero necesarios. El manejo fértil de estas dos inteligencias es lo que va a
permitir la constitución del autoconcepto del niño, y con ello su imagen propia como ser
«eficaz» o competente en el mundo.
Conocer el mundo, las personas y las cosas, no es algo que salga gratis. Es necesario
pasar por experiencias dolorosas y frustrantes. Puedo entender el «dolor» de los padres
cuando se trata de exponer a su hijo ante las dificultades de la vida, pero eso no les exime
de tener que hacerlo. Una persona competente necesita pasar por la experiencia del
fracaso, porque sin esta experiencia hay pocas oportunidades para el crecimiento tanto
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profesional como humano. El fracaso tiene, además, otra función relevante: bien
manejado ayuda a examinar las causas o los orígenes del error. Si tapamos a nuestro hijo
ante sus profesores, excusando su falta de esfuerzo o su acción inapropiada, le enviamos
el mensaje de que lo que hizo está bien, y esto es lo último que necesita si ha de corregir
tales acciones.
¿Por qué hay padres que actúan así, como si no fueran capaces de ver que ese dolor
forma parte del proceso de convertirse en una persona responsable? Creo que la
respuesta está en el hecho de que ellos no se sienten seguros como padres, es decir,
dudan de si van a ser queridos por sus hijos si les reprenden o les enseñan a pedir perdón
y a reparar el daño hecho. En otras ocasiones, ese obrar improcedente deriva de una idea
equivocada de lo que es educar, o de lo que necesita un niño. Simplemente, o no se han
informado bien o prefieren seguir sus creencias sin someterlas a una crítica razonable. En
otras circunstancias, cuando los padres se han separado, una mala comprensión de lo que
es «compensar» por el hecho de divorciarse se traduce en una sobreprotección, y esto es
un error: compensar significa actuar más y mejor como padres, no privar al niño de sus
experiencias de crecimiento, aunque sean dolorosas.
Una de las razones importantes para escribir este capítulo es orientar a esos padres
que, por estar ellos mismos confusos, parecen no saber definir unas pautas claras para
sus hijos. Esas pautas claras no han de ser inmodificables; nosotros, como padres,
podemos reconocer que nos equivocamos, pero cuando hacemos esto estamos dejando
ante nuestro hijo muy claro el principio de que debemos rectificar si honestamente
comprendemos que nos hemos equivocado. Éste es un principio de vida claro y sólido.
Nuestros hijos necesitan esas orientaciones durante todos los años en que están con
nosotros, primero de modo impositivo, cuanto tienen corta edad («¡no juegues junto al
fuego!»), luego de modo razonado, en los años de la infancia («no debes ver la televisión
antes de hacer los deberes, porque te resulta más difícil concentrarte, y te da pereza»), y
finalmente buscando la complicidad y el acuerdo en la adolescencia («vale, puedes salir
con esos amigos el sábado, pero antes quiero conocerlos»).
La capacidad de ser eficaz en el mundo es la meta natural que perseguimos cuando
empleamos la habilidad de transmitir el afán de superación. ¿Qué es lo que distingue a un
buen profesional de uno que simplemente se dedica a «cubrir el expediente»? El buen
profesional quiere mejorar en lo que hace, quiere ser realmente bueno. Y este ánimo de
progresar está plenamente justificado, porque trae consigo innumerables ventajas, tanto
en el terreno de la ocupación como en el de las relaciones personales.
En el primer caso, la investigación más reciente nos enseña que los individuos que
buscan la excelencia en lo que hacen generan más emociones positivas, viven de modo
más intenso, sin que importe lo elevada que sea esa actividad: un camarero en la barra de
un bar que espera atender con esmero a sus clientes, que se esfuerza por que los
88
productos estén en su punto y la barra limpia, que tiene una sonrisa de bienvenida,
encuentra la excelencia en lo que hace, como un artista del ballet que va detrás de esa
representación sublime, y que cada día intenta bailar un poco mejor. Muchos psicólogos
que estudian el fenómeno del sentimiento de plenitud o de «sentirse lleno» durante el
transcurso de la actividad diaria del individuo han concluido que esa búsqueda de la
excelencia es la clave para encontrar un sentido de eficacia y de realización personal.
En el segundo caso, en el mundo de las relaciones personales, los investigadores de la
inteligencia emocional nos avisan de que comprender los sentimientos propios y ajenos, y
tomarlos en cuenta a la hora de decidir decir o hacer algo, es un elemento esencial en el
disfrute de unos vínculos sólidos con compañeros de trabajo, amigos y familiares. Ese
«tomarlos en cuenta» significa valorarlos, considerarlos importantes. Las personas
emocionalmente inteligentes se preguntan periódicamente si sus acciones les van a
acercar o a alejar de los seres que son importantes para ellos: «Si acepto esa oferta de
empleo sin consultárselo a mi mujer, ¿estaré obrando en el mejor interés de nuestra
pareja (o familia)?». Ésta es una pregunta típica que significa que hemos sido capaces de
reflexionar antes de actuar, y en ese tiempo en el que estamos pensando hemos empleado
nuestra capacidad para la empatía (comprender y sentir los sentimientos ajenos).
Con la palabra «reflexión», y con otra muy relacionada, «autocontrol», llegamos al
último punto que quiero destacar de la meta de ser eficaz en el mundo. En los años que
siguieron al despegue del progreso económico de la sociedad occidental, allá por el
decenio de 1960, se gestó la visión entre padres y educadores de que el autocontrol
podría considerarse sinónimo de represión, constituyéndose en un signo de persona
acomplejada e insegura. El mundo parecía estar a la espera de personas decididas,
dispuestas a no dejarse coartar fácilmente por las penalidades o costumbres férreas de
generaciones anteriores. Debido a que la fe en la religión y los ideales tradicionales
empezaban a resquebrajarse, el peso que la educación había puesto en enseñar la
contención y la demora de la gratificación como criterios valiosos se desplazó a la
promoción de sujetos libres de ansiedad y capaces en todo momento de conseguir un
mejor progreso material y una vida sin cortapisas.
Esta tendencia tenía sus partes positivas, como estimular la iniciativa y la importancia
de disponer en nuestras sociedades de servicios sociales y medidas educativas que
permitieran la igualdad de oportunidades para triunfar en la sociedad. Sin embargo,
también se llevó a cabo un descrédito entre psicólogos y educadores de la labor de
enseñar y aprender principios morales sólidos y la capacidad de autocontrol. La ansiedad
se consideró un problema en cualquier circunstancia, sin reparar en que las personas
juiciosas han de experimentarla cuando están a la expectativa de cometer imprudencias o
actos dañinos. El gran psicólogo Jerome Kagan reflexiona de este modo: la visión actual,
gracias a Freud, es que el miedo y la ansiedad restringen la capacidad para ser feliz. La
89
razón es que la ansiedad surge cuando una persona reprime en su inconsciente un
acontecimiento traumático acaecido en su infancia, y por ello es un signo de patología.
De esto se sigue que las personas sanas no deberían experimentar ansiedad. Ahora bien,
Kagan escribe al respecto:[41]
Si una de las exigencias de la vida es controlar los deseos hedonistas, entonces la ansiedad es un aliado y no
una fuerza enemiga [...] Si las personas han de ser capaces de moderar su afán de avaricia, lujuria,
competencia y agresividad, necesitan disponer de autocontrol.
Y en efecto, como dice Kagan, la ansiedad es necesaria para desarrollar esa
capacidad de controlarse a sí mismo, ya que actúa como un castigo anticipado al
recordarnos que nos vamos a sentir mal si no hacemos lo que sabemos que estamos
obligados o debemos de hacer. El autocontrol, por consiguiente, está íntimamente
conectado a la potencia moral del individuo, porque marca la fuerza de las convicciones
cuando éste se expone a una tentación o provocación para romper esas creencias o
principios.
La importancia de la educación informal
Entre las grandes satisfacciones de la paternidad figuran facilitar el crecimiento de los
hijos, compartir nuestros conocimientos con ellos e incluso aprender con ellos y de ellos.
Esto último es un indicador muy fiable de la buena disposición educativa de los padres, y
sin duda aquellos que aprenden con y de sus hijos están poniendo de relieve un sistema
muy poderoso de mantener activa su inteligencia educacional, porque éste es el mejor
modo de conocer las vivencias de los chicos a medida que van creciendo, así como de
averiguar el resultado de nuestra educación, porque siempre tenemos que estar abiertos a
recoger información que nos diga si lo que hacemos está teniendo el efecto deseado.
Aprender «con ellos» significa compartir experiencias que enriquecen a quienes las viven
(el asombro ante un paisaje, el mensaje de una película o libro, cómo superar el miedo
ante una dificultad, entre otros muchos ejemplos); aprender «de ellos» significa que
estamos abiertos ante lo que puedan enseñarnos con sus propias decisiones y conductas.
Por ejemplo, son capaces de decirnos que olvidemos algo, que no importa, cuando a lo
mejor muchas veces estamos absurdamente obsesionados con algo. O aprender que
pueden interesarse por cosas para nosotros inéditas, o a ser responsables más allá de lo
que creíamos al principio (quizás cuando vaticinábamos que su interés en la natación
duraría hasta la llegada del invierno).
Pero, sin duda, la mayor parte de la labor educadora de los padres se realiza merced
a lo que éstos pueden ofrecer a sus hijos para facilitar su crecimiento o desarrollo
90
competente. ¿Cómo se realiza esto? En ocasiones es necesario que hagamos uso de la
instrucción formal, es decir, que hagamos cosas de modo intencionado para enseñar algo
en particular (la televisión, el cine, una visita cultural), pero en general la mayor parte de
esa tarea de educación se lleva a cabo de modo informal, es decir, sin planificar las cosas
ni tener necesariamente objetivos definidos. Así, podemos recitar un poema de modo
espontáneo, identificar un insecto, sugerir un libro que nos encantó cuando éramos
pequeños, o mostrar nuestra resignación cuando perdemos en un juego de sobremesa.
Todos podemos recordar momentos que tenemos guardados —sin que muchas veces
sepamos la razón—, instantáneas de gran viveza en que nuestros padres y nosotros
compartíamos algo que en ese momento sólo tenían el valor del presente, pero que por
algún motivo se instalaron en nuestra memoria para siempre.
Ese aprendizaje informal no incluye sólo las experiencias positivas; también las
vivencias dolorosas son necesarias para el desarrollo de una vida competente. Nuestra
respuesta frente a situaciones que les angustiaron, el clima de serenidad que supimos
instaurar en momentos de profundo duelo... ninguna existencia está libre de esa parte de
sacrificio, todo lo cual constituye una poderosa lección moral ante los ojos de los chicos.
Una de las grandes pérdidas de la sociedad actual es el abandono del tiempo y la
tranquilidad en que esas experiencias de aprendizaje vital tienen lugar. Los chicos tienen
llenas sus agendas de actividades extraescolares, y nosotros muchas veces no tenemos
tiempo —o estamos demasiado cansados— para desear vivir esos momentos, algo que
sólo puede hacerse desde el convencimiento íntimo y la alegría de sentir nuestra
paternidad.
Es imposible educar con inteligencia si no sentimos placer en alumbrar el desarrollo
de los chicos. Esto no significa, como es lógico, que este papel no tenga sinsabores o
repechos duros de subir; cualquiera que sea padre o madre bien lo sabe. Pero la alegría
implica energía, motivación, deseo de compartir y enseñar por el hecho de estar juntos,
de comunicar al hijo nuestro amor e interés para que crezca feliz. Los efectos en los
niños de esa actividad nuestra por crear un vínculo en que el aprendizaje tiene asiento sin
que nos lo propongamos, son incalculables, y todos muy positivos. Experimentando esto
es cuando comprendemos mejor qué hemos perdido las familias cuando ya no podemos
comer juntos, o no disponemos casi de minutos para reunirnos y hablar después de la
cena. Ni siquiera los fines de semana parecen ser ya un tiempo propicio para ese
intercambio de afectos y de vivencias entre padres e hijos: éstos marchan a jugar al
fútbol o al baloncesto, o a ballet, y buena parte del tiempo se pasa en viajes y en esperas
durante el desarrollo de esas actividades. En síntesis, creo que es un error profundo
seguir con la moda actual consistente en llevar a nuestros hijos a un montón de
actividades extraescolares, en detrimento de la convivencia y el aprendizaje que se
produce dentro del seno familiar.
91
¿Por qué es tan efectivo ese tiempo de educación espontánea, por qué recordamos
con tanta intensidad esos momentos? Es posible que la razón estribe en que aquello que
se hace porque sí, porque se desea, dé mayores réditos en lo que concierne a los frutos
que se derivan de esas actividades. Pero como dice la educadora Nel Noddings, quizás la
razón fundamental está en la felicidad que esas experiencias otorgan, y aquello que
depara felicidad tiende a marcarse con huella indeleble.[42]
Un ejemplo de lo que sucede cuando ese tiempo compartido con júbilo —que es la
fuente del importantísimo aprendizaje espontáneo o incidental— no ha sido abundante, o
ha sido interrumpido durante un tiempo prolongado, es la carencia de un conocimiento
pleno entre los padres y los hijos, aunque exista un amor profundo entre ellos. Tal laguna
la subraya magistralmente el escritor Giani Stuparich en su breve y conmovedora novela
La isla.[43] En ella, un padre moribundo le pide a su hijo que le acompañe a una isla en
la que ambos compartieron hace muchos años un tiempo inolvidable. Luego la vida los
separó, y ahora, de regreso en ese lugar donde tantas vivencias se tiñeron de la luz y del
brillo del mar cegador, el hijo empieza a descubrir que hay muchas cosas acerca de su
padre que desconoce. Al entrar en el cuarto del padre en su ausencia, ve algo que le
sorprende profundamente. Escribe Stuparich:
Sobre la mesita de noche estaban las gafas y un libro encuadernado en negro con los cantos dorados: la
Biblia. Un antiguo marcalibros de pergamino miniado sobresalía de entre las páginas: ¡una página del libro de
Job!
«¿Para qué me sacaste del seno? Habría muerto sin que me viera ningún ojo.»
«¿No son bien pocos los días de mi existencia? Apártate de mí para gozar de un poco de consuelo.»
«Antes que me vaya, para ya no volver, a la tierra de tinieblas y de sombra.»
Los ojos del hijo, que se habían posado al azar en esos versículos, se velaron. Nunca habría pensado que su
padre leyera la Biblia. Desde que lo seguía de niño, lo había visto con pocos libros en la mano: algún libro de
viajes, alguna novela histórica.
La habitación en la que había penetrado le revelaba algo íntimo sobre la vida de su padre, algo que él no
habría sabido imaginar. Conocía a su padre en su relación con los demás hombres, lo conocía en su relación
con él; pero cómo era verdaderamente en su fuero interno lo veía en parte sólo ahora.
Finalmente, quiero decir que ese tiempo compartido, rico en vivencias, es un modo
idóneo de apoyar el progreso escolar, porque sirve, entre otras cosas, para proporcionar
lo que los profesores definen como «cultura básica», es decir, conocimientos relevantes
sobre el mundo que, apoyados en el correcto uso del lenguaje, permiten al chico acogerse
con confianza a las materias escolares.
Si un progenitor divorciado no posee la custodia de su hijo, ese tiempo compartido
cobra un valor especial, particularmente en el caso de los padres, quienes suelen ostentar
con menor frecuencia la guardia y custodia de los niños, y es un modo extraordinario de
fortalecer y dar continuidad a los vínculos entre padre e hijo, los cuales, para bien de los
niños, deberían ser potenciados al máximo.[44]
92
Estimular la lectura
Hemos visto la importancia de las experiencias compartidas entre hijos y padres, el
maravilloso regalo de aprender mediante un tiempo conjunto no planificado pero pleno
de sensaciones. Una de las actividades que proporciona mayor satisfacción y tiene un
gran valor para el desarrollo de la comprensión y la imaginación del niño es leer en voz
alta: a la mayoría de los niños les encanta que les lean, y sería un grave error no hacerlo.
Incluso me atrevo a recomendar la lectura en voz alta a niños mayores, aprovechando
viajes de vacaciones o días de permanecer en casa, cuando los relatos breves pueden dar
una oportunidad de oro para el esparcimiento y la reflexión.
Espero que el lector no piense que es una temeridad incluir entre esas lecturas
familiares algo de poesía. Tiene la ventaja de que no toma mucho tiempo —en realidad
podemos recitarla con la brevedad que deseemos, quizás sólo una poesía de cuatro o
cinco estrofas—, y quizás sea ése el único momento en que el niño la escuche, fuera de
las horas escolares.
Pero no quisiera acabar este apartado sin subrayar lo más evidente: leer a niños
pequeños más allá de la edad en que pueden hacerlo solos, tiene enormes beneficios. La
historia escuchada en el umbral del sueño, o incluso en cualquier otro momento del día,
va gestando en el niño el deseo de conocer la trama, de interesarse por los personajes, y
con ello va integrando el mundo de la ficción como parte activa de su imaginación. Esa
ficción no es la misma que puede ver en la televisión o en el cine: escuchar implica
concentrarse, emplear la imaginación para crear retratos físicos y psicológicos de acuerdo
con las descripciones que hace el autor del texto que leemos. A partir del logro de ese
anhelo por escuchar historias se llega al momento en el que el niño quiere leer, sin
necesidad de que ese momento esperado dependa de la voluntad o de la oportunidad del
adulto que actuaba como lector.
Conclusiones
Los seres humanos tenemos diferentes necesidades. Dejadas a un lado las necesidades de
supervivencia (comida, refugio, sexo), nos quedan cinco relevantes:
1.
La necesidad de ser autónomos o ser libres para tomar decisiones que afectan a
nuestras vidas.
2. La necesidad de ser competentes o de tener poder para influir en el ambiente en
que vivimos, esto es, el deseo de que somos personas que contamos para algo,
93
que tenemos una parcela de responsabilidad sobre la que ejercemos el control. Es
lo que hemos llamado en este capítulo «el ser eficaz en el mundo».
3. La necesidad de tener un propósito o desarrollar un proyecto de vida que sea útil.
Esta necesidad conecta con nuestro sentido de trascendencia, que puede tener o
no un contenido religioso. No obstante, esa trascendencia apunta a que toda
persona quiere dejar una huella, por mínima que sea en la vida, algo que
trascienda su mortalidad y que justifique su vida.
4. La necesidad de relacionarnos, de amar y ser amados, tanto en un sentido de
amor romántico como en los ámbitos de la relación de amistad, compañerismo, y
el amor familiar.
5.
La necesidad de vivir con alegría, con plenitud de expansión de nuestras
potencias de la sensibilidad ante lo bello y hermoso, de disfrutar de lo cotidiano,
de aspirar a una vida armónica e integrada.
Los padres con inteligencia educacional se esfuerzan porque sus hijos lleven una vida
plena y feliz, dentro de sus posibilidades. Aunque se hayan divorciado, son conscientes
de que sus hijos necesitan de la mejor educación posible, y perseveran para que ese
hecho no marque sus vidas. En buena medida, esto implica dar herramientas a los hijos
para que encuentren sus propias respuestas ante la vida, y así logren dar cumplida cuenta
de esas necesidades. Nuestro sentimiento de dolor emocional, de frustración y muchos
de los problemas psicológicos que presentamos derivan de la incapacidad que tenemos
para satisfacer de modo realista esas necesidades.
Los padres no somos perfectos, y cometemos muchos errores. No podemos exigir lo
que no podemos dar. Pero al saber cuáles son las metas que perseguimos y al disponer
de unas orientaciones básicas de actuación, es posible que avancemos por el camino
correcto, sin equivocarnos en las cuestiones trascendentales para el futuro de nuestros
hijos. El divorcio no tiene por qué ser un obstáculo insuperable para conseguir este
anhelo de todo padre responsable.
94
95
CAPÍTULO 8
LOS DETERMINANTES DE LA CUSTODIA: EL EXAMEN DE LOS
PADRES
Cuando los padres se divorcian y tienen hijos, lo mejor es llegar a un entendimiento y no
pleitear, es decir, negociar e iniciar los trámites de mutuo acuerdo. Pero cuando esto no
es posible, entonces es muy probable que la discrepancia de opiniones incluya el régimen
de custodia de los niños. En estos casos el tribunal,[45] aunque es el órgano decisorio,
suele confiar en las recomendaciones que le proporciona el equipo técnico que le asiste.
Bajo la filosofía legal imperante de proceder de acuerdo con el «mejor interés del niño»,
los evaluadores deben decidir cuál de los padres está mejor preparado para atender al
hijo (o los hijos) y recomendar a continuación que la custodia la tenga uno u otro, o bien
que ésta sea compartida. Quiero puntualizar que en la preferencia de un padre sobre el
otro no es necesario que uno de ellos sea considerado «incompetente» para atender a su
hijo, sino que basta con que los especialistas se inclinen por cualquiera de ellos porque,
en su opinión, reúne las mejores cualidades o está más preparado para realizar la labor
educativa y de crianza.
Es muy importante, entonces, conocer cuáles son las áreas susceptibles de ser
examinadas en cada uno de los padres. En este capítulo me detengo en cada uno de esos
ámbitos porque es importante que tanto los abogados que asisten a los padres como éstos
sean conscientes del esfuerzo que es necesario hacer para que las necesidades de los
niños sean cubiertas de modo satisfactorio. Aunque cada equipo técnico puede seguir su
propio protocolo, de un modo u otro todo lo que se analiza en las exploraciones de los
padres figura a continuación.
Generalmente, el juez espera tener un informe realizado por un psicólogo y un
trabajador social, o bien un educador, pero si se acumulan los casos puede que sólo
exista uno de esos informes.
Los apartados que siguen a continuación representan ámbitos que son relevantes para
determinar la idoneidad de un padre/madre en la obtención de la custodia de su hijo y, en
general, aunque no la obtenga, en su participación activa como progenitor preparado
cuando ejercite esa custodia en los días que haya determinado el tribunal.[46] Los padres
que van a participar en un divorcio contencioso tendrían que hacer un examen sincero de
su idoneidad y comportamiento en estas diferentes áreas, con objeto de realizar mejoras
personales para poder ofrecer una mejor adaptación a su hijo en esa nueva etapa de sus
vidas.[47] (Aquí no me ocupo de los requisitos económicos o materiales como disponer
96
de empleo, una fuente de ingresos o un hogar apropiado, los cuales sin duda también han
de tomarse en consideración.)
Finalmente, acabaré este capítulo con unas consideraciones generales acerca de la
labor de los equipos técnicos que apoyan al juez de familia, señalando sus áreas de
competencia y las tareas a desempeñar.
La relación del padre/madre con el hijo
Básicamente se evalúa que exista un vínculo positivo entre ellos, es decir, que el niño se
sienta seguro y amado en compañía del progenitor: la confianza, la satisfacción, las
actitudes positivas, los gestos de acercamiento, el deseo de permanecer en su compañía...
son ejemplos de indicadores que revelan un vínculo positivo. Y, por supuesto, esos
sentimientos han de ser recíprocos en el padre o la madre: éste goza y se beneficia de la
buena salud emocional de su hijo.
Los padres que contemplan a sus hijos de forma fría y no establecen un vínculo
positivo tienen más probabilidad de realizar actos de abuso o de abandono de sus
responsabilidades (negligencia).
El estilo educativo o de crianza
Aquí nos referimos al modo en que los padres realizan diversas tareas, todas ellas
siempre adecuadas al nivel de desarrollo que tenga el hijo: establecimiento y
mantenimiento de normas de conducta tanto para dentro como fuera de casa; supervisión
de las actividades del niño; sanciones y recompensas proporcionadas y aplicadas de
modo consistente a las conductas que se quieren modificar; relación con la escuela y
duración y calidad del tiempo compartido.
Es importante también que los padres sepan animar a sus hijos, fomentar su
capacidad de aprender y de resolver problemas, siempre con el conocimiento de las
capacidades que manifiestan y planteando expectativas realistas acerca de los logros a
alcanzar en su comportamiento personal y social.
Todas estas tareas se realizan del mejor modo posible si están basadas en el vínculo
positivo existente —seguro y cálido— descrito arriba; en otras palabras, una buena
relación padre-hijo es el sustento afectivo y relacional que permite una buena crianza y
educación de la prole.
97
Los padres como modelos positivos para el hijo
Para que un padre sea un buen modelo de comportamiento y de vida para su hijo, ha de
poseer un buen control de los impulsos (autocontrol), puesto que se trata de una
habilidad general, extraordinariamente relevante para el aprendizaje de la tolerancia de la
frustración y el desarrollo moral (es decir, el conjunto de valores que empleamos para
juzgar lo que está bien o está mal). Así pues, reacciones emocionales desmesuradas y
frecuentes, ataques de cólera y cambios bruscos y prolongados de humor son indicadores
de un mal autocontrol, y por ello revela dificultades de los padres como modelos de sus
hijos. Además, un padre con poco autocontrol tenderá a responder de forma
desproporcionada ante las conductas perturbadoras o simplemente irritantes de los niños.
En este apartado, como modelo tendríamos que incluir también las relaciones sociales
del progenitor, sus vínculos familiares y laborales, sus hábitos y aficiones. El mundo no
se circunscribe a la relación padre/madre-hijo: las oportunidades para disfrutar de
relaciones sociales enriquecedoras son más importantes a medida que el niño va
creciendo. Si el progenitor está aislado, si muestra poca empatía y habilidades para
relacionarse con los demás y solucionar problemas, los hijos tendrán menguadas sus
opciones en estos ámbitos.
Conflicto entre los padres
Por desgracia muchas parejas no acaban con sus conflictos y el intercambio de
hostilidades una vez que han obtenido el divorcio. Se sospecha que hasta el tercer año
después de separarse todavía hay muchos excónyuges con relaciones «poco idílicas»;
después de esta fecha queda un minoría recalcitrante en actitud abiertamente hostil,
aunque es justo decir que en muchos de estos casos la causa de esta mala relación es
responsabilidad fundamentalmente de uno de ellos, puesto que, para invertir el dicho
habitual, «es imposible que dos se lleven bien si uno no quiere». Otros muchos
excónyuges simplemente aprenden a tolerarse, desarrollando al menos una actitud cordial
que permite tener una atmósfera aceptable en que educar a los hijos, tanto en una casa
como en la otra.
Como se ha mencionado varias veces en este libro, uno de los precursores más
firmes de un mal ajuste de los hijos ante el divorcio es la mala relación de los padres, que
no cesa ni durante ni después del divorcio. Esto es muy desafortunado porque aunque los
niños van filtrando los efectos de esa mala relación a medida que van creciendo, no cabe
duda de que tanto su desarrollo cognitivo como emocional resulta afectado con
frecuencia, siendo la gravedad y persistencia de esa afectación dependiente de la
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fortaleza psicológica de los hijos y de los ambientes reparadores (o espacios de relación
emocionalmente seguros) que los arropen.
Se sabe que existe una relación inversa entre habilidades educativas y conflicto entre
los padres: cuanto más conflicto hay, menos cualificados están los padres para educar
a sus hijos. No obstante, he de volver a insistir en que, en muchas ocasiones, la mala
relación es el producto del comportamiento nefasto de uno de ellos; entonces no
podemos afirmar lo anterior si estamos frente a uno de esos casos en que uno quisiera
llevarse bien y el otro no lo permite (y los casos donde se da una psicopatía o el espectro
límite/dramático de personalidad son los más obvios, como hemos visto en capítulos
anteriores). Aquí el padre que sabotea la relación es el que carece de esas habilidades
educativas.
Y en efecto, es crucial que los evaluadores identifiquen cuándo el conflicto es
responsabilidad de los dos, porque, por ejemplo, ninguno de ellos acepta «bajarse del
burro» en ninguna de sus pretensiones, haciendo además comentarios muy negativos de
la otra parte, y cuándo uno solo de los padres es el que no acepta la situación y quiere
dañar a su excónyuge de todas maneras, muchas veces incluso sin que le importen los
hijos.
En todo caso son varios los autores que recomiendan que la mejor estrategia para los
padres que no se llevan bien consiste en plantear medidas de custodia y de visita para el
otro padre que minimicen el contacto. En España, los «puntos de encuentro» constituyen
un espacio neutral que favorece el derecho de visitas de los hijos de parejas en procesos
de separación o divorcio, en supuestos en los que por la mala relación entre los padres
(aunque también por otros motivos, como problemas de comportamiento en el progenitor
que acude a la visita) es necesario que los encuentros se desarrollen fuera del núcleo
familiar. Es posible también emplear personas interpuestas (intermediarios) que sirvan
para que los padres no se relacionen entre sí. La lógica de todo esto es clara: reducir la
exposición de los hijos a la vivencia de los conflictos entre los padres.
Los padres y sus abogados deberían ser muy conscientes de la importancia de que
ese nivel de conflicto sea reducido de modo sustancial, o al menos canalizado de tal
forma que tenga el menor impacto sobre el niño. En algunos países, los jueces de familia
tienen la potestad de exigir a los padres que acudan a talleres de aprendizaje para resolver
los conflictos y mejorar las habilidades educativas en procesos de divorcio. Quizás sería
una buena idea que esto pudiera ser también una realidad en nuestro país. Un comienzo
son los servicios de mediación entre los padres que existen en diversas ciudades, aunque
la asistencia es voluntaria.
Alienación parental
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En otra parte de este libro nos detenemos en esta cuestión, así que aquí simplemente
vamos a decir que la alienación parental es el intento consciente de un padre por separar
(alienar) a su hijo del otro padre. Son síntomas de este fenómeno en el niño el uso de
palabras inapropiadas para su desarrollo para referirse al padre alienado (lo que revela
que se las ha escuchado al otro padre), el apoyo incondicional al padre alienante en
perjuicio del padre alienado y la ausencia de sentimientos de culpa o de pérdida con
respecto a este último.
El equipo técnico debe prestar atención a la existencia de este fenómeno y valorar
cuál es la aceptación de cada uno de los progenitores de la necesidad que tiene su hijo de
tener la atención y cuidados del excónyuge; en otras palabras: ¿qué piensan los padres
sobre la importancia de que su hijo se lleve bien con cada uno de ellos? Cualquier intento
de ambos por perturbar la relación con el otro debería ser claramente señalado en el
informe al juez.
Violencia de pareja
También dedicamos un apartado a este tema en otro capítulo, pero dado que en éste
presentamos una guía con las áreas principales de evaluación en casos de valoración de la
guardia y custodia de los hijos, debe figurar aquí igualmente.
Me gustaría recordar que la violencia de pareja no incluye sólo la violencia física sino
también la psicológica, es decir, los insultos, amenazas, actos de humillación, restricción
de movimientos y actividades, etc. Las mujeres en particular (pero también algunos
hombres) pueden haber sufrido esos abusos y realmente no ser conscientes de ello. En
tal caso el evaluador debe considerar hasta qué punto ha detectado un delito, poniendo
en todo caso sus conclusiones en el informe para que el juez decida.
En este punto la exploración de los hijos puede ser de importancia, ya que los
agresores domésticos muchas veces creen que sus actos no son percibidos por aquéllos,
pero lo contrario es más bien cierto: los niños muchas veces son bien conscientes de la
violencia que impregna sus hogares y pueden dar descripciones vívidas y realistas de
situaciones concretas así como de la atmósfera general de hostilidad y miedo que sufren
todos los días.
La presencia de malos tratos en la pareja debe dar lugar de forma automática a la
exploración de la posible existencia también de malos tratos hacia los hijos, ya que
muchas veces ambos fenómenos van unidos.
100
Patologías mentales
La presencia de un trastorno mental diagnosticado puede suponer una importante
desventaja para el progenitor que la presenta en un proceso de divorcio, a pesar de que
en ocasiones las madres con esta dificultad se han mostrado mucho más organizadas y
eficaces debido a la responsabilidad de atender a sus hijos. Es decir, tener que hacerse
cargo de sus hijos les ha servido para focalizarse y esforzarse en mantenerse sanas para
realizar apropiadamente esa labor. Un ejemplo de cómo una madre con una depresión
crónica consigue realizar su labor educadora con éxito es el de la escritora Daphne
Merkin, aquejada de un estado depresivo recurrente, quien definió muy bien su lucha
para que su hija creciera como una persona adulta responsable y feliz:[48]
A pesar de mis incursiones en la oscuridad, proporcioné a mi hija mucho amor, algo que mis padres no
fueron capaces de darme [...]. Estos días, ella ya no es la pequeña de ojos claros que solía ser de niña, y ha
tenido que hacer frente a sus propios problemas, tal y como hacemos todos. Pero hasta ahora mi hija vive su
vida sin la pesada losa de la depresión.
Pero es cierto que, en otros casos, esa patología puede ser un problema no sólo para
los hijos sino también para toda la familia, si ésta ha de estar siempre pendiente de vigilar
al progenitor afectado por la enfermedad y a su hijo.
El mayor efecto negativo en el hijo de cualquier trastorno mental de su padre/madre
es la pérdida de la atención o dedicación en su responsabilidad como tal, algo que
muchas veces surge por el estrés que padece el progenitor afectado al querer hacer bien
esa tarea con sus recursos psicológicos limitados.
Por ello, el equipo técnico debe valorar en qué medida el trastorno mental interfiere
en la atención a los hijos. No todo trastorno dificulta de manera seria la función paterna,
y por otra parte, si tal padre está adecuadamente atendido desde el punto de vista
médico, las oportunidades para que lleve con éxito la buena crianza de su hijo pueden ser
elevadas. Los psicólogos han de valorar, en este sentido, la historia de esfuerzo del adulto
en controlar su enfermedad y su participación en la mejoría de su salud mental.
Abuso del alcohol y drogas
No hace falta extenderse demasiado en este punto: el consumo abusivo de alcohol y el
uso de drogas constituyen indicadores negativos para otorgar la custodia al padre que los
manifiesta. Sus efectos pueden perturbar de modo grave su capacidad para atender a sus
hijos, además de constituir modelos de comportamiento negativo para su desarrollo
personal. Por otra parte, tanto las drogas como el alcohol pueden ayudar a amplificar los
problemas mentales en los padres vulnerables a esas patologías, tales como la depresión,
101
por no hablar de la relación existente, bien comprobada, entre abusos de sustancias y
maltrato y negligencia hacia los hijos y violencia fuera del hogar.
La preferencia del hijo
Aunque preguntar a un niño con cuál de los padres prefiere estar puede parecer un modo
útil de recoger información para determinar la custodia en procesos de divorcio, no
siempre resulta acertado, por varias razones. Primero, el menor podría estar disgustado
temporalmente con el progenitor no seleccionado, lo que le llevaría a arrepentirse de esa
decisión pasado un tiempo. En segundo lugar, el niño podría estar interpretando
determinadas expresiones o gestos del entrevistador como indicios de lo que debería
responder, lo que le induciría a elegir sin considerar plenamente esa decisión.
Por supuesto, en preadolescentes y adolescentes el peso de su opinión es muy
importante, pero aun así los evaluadores deben asegurarse de que su preferencia es la
más adecuada para él. Por ejemplo, un padre podría ser muy indulgente con su hijo y
dispensarle de cumplir normas y tareas que sí le son exigidas en presencia del otro, razón
por la cual el menor podría inclinarse por el primero a la hora de decidir con quién quiere
vivir. Esto sería un error, como lo sería igualmente no comprobar en general si el padre
con el cual ahora el menor decide vivir reúne todas las cualidades necesarias para su
educación.
En todo caso resulta necesario explorar con el niño las razones que están detrás de su
preferencia manifestada, analizando si ha sido objeto de algún tipo de persuasión
excesiva o incluso de coacción.
La salud mental y física del hijo
Un aspecto crítico que debe considerarse en la evaluación para el proceso de determinar
la custodia de los niños es en qué medida los padres están preparados para atenderlos si
éstos presentan necesidades especiales, tales como enfermedades físicas crónicas o de
tipo comportamental como el trastorno por déficit de atención e hiperactividad. (Este
trastorno se asocia a dificultades escolares y de comportamiento debido a los problemas
que presenta el niño en forma de impulsividad, poca concentración y agitación física.)
De este modo, el evaluador debe examinar en cada padre aspectos como los
siguientes: el nivel de aceptación de la enfermedad o trastorno; su voluntad para
implicarse en su cuidado; su capacidad para hacerse cargo de forma adecuada de ese
cuidado y el modo en que su relación con él puede facilitar o dificultar ese proceso. Los
102
niños con necesidades especiales plantean demandas en diferentes niveles, implicando a
la nueva familia nuclear (con un solo padre o reconstituida), la familia extensa, la escuela
y la comunidad en general; por ello es importante examinar el grado en que cada
progenitor puede responder apropiadamente en esos ámbitos diversos, y de acuerdo con
los cambios que el crecimiento del niño vaya introduciendo.
Finalmente, y aunque sea algo obvio, no quiero dejar de recordar que los diferentes
periodos de la vida de los niños requieren diferentes habilidades y conocimientos por
parte de los padres. Los doce o trece años tienen poco que ver con los ocho o nueve: en
la preadolescencia, el deseo de autonomía se va haciendo muy fuerte y el mundo social
se expande rápidamente. Los profesionales del equipo técnico han de valorar si las
nuevas exigencias del menor serán atendidas adecuadamente también por el progenitor
que ahora ostente su custodia.
Todos estos exámenes son necesarios no sólo en la determinación por vez primera de
la guardia y custodia y el régimen de visitas, sino también cuando uno de los padres
solicita que sea modificado el acuerdo judicial anterior, alegando diversas causas,
generalmente para solicitar el cambio de titularidad en la guardia y custodia a su favor, la
custodia compartida o bien un aumento en la frecuencia con la que ve a su hijo.
Consideraciones acerca del equipo técnico de apoyo al juez
Los psicólogos y otros profesionales pueden contribuir a la mejora del proceso judicial
del divorcio ayudando a los abogados y a los padres a comprender conceptos o medidas
que es necesario considerar cuando se trata de encontrar la mejor opción para un niño.
La meta fundamental de todos los profesionales implicados en un proceso de divorcio
(para no hablar de los padres) es conseguir que, en la medida de lo posible, la disolución
del matrimonio no influya negativamente en el desarrollo adecuado de los hijos. Por ello
entiendo que no debería enfatizarse su papel de «otorgadores de la razón» a una u otra
parte en disputa, sino más bien su labor de intentar que ambos padres arreglen sus
diferencias en beneficio de su hijo, ayudándoles a que estructuren su futura función de
padres de acuerdo con las nuevas circunstancias.
Ahora bien, no podemos obviar el hecho natural de que es muy común que los
padres se sientan amenazados ante el proceso de determinar la guardia y custodia cuando
no hay mutuo acuerdo. Cada uno de ellos tiene el temor de «perder» a su hijo, y se
prepara para «combatir» con todas sus armas a la otra parte (algo en lo que pueden
también participar sus respectivos abogados). Cuando se observa un caso así —por
desgracia, muy frecuente— se comprende cuánto mejor es intentar por todos los medios
limar las diferencias para llegar a un acuerdo que satisfaga a ambos. Pero es inevitable
103
que esto no sea posible muchas veces, dado que existen numerosos padres (ambos
sexos) que, sencillamente, no deberían haber tenido hijos, porque Dios no les ha llamado
para esa tarea. Y basta con que sólo uno de los padres desee molestar por encima de
todo para que surja el conflicto.
¿Cuáles son los ámbitos de conocimiento que debe dominar el equipo técnico?
Los profesionales que evalúan los casos deben tener un conocimiento actualizado sobre
los resultados demostrados de las diferentes medidas existentes sobre la custodia de los
hijos y los efectos en ellos de mantener actitudes inadecuadas en los padres con respecto
a la relación subsiguiente al divorcio. En efecto, hay padres que se niegan a colaborar con
el otro, o que emplean a los hijos como arietes para castigar al excónyuge. Su labor es
ayudar a los abogados y a los jueces, y por supuesto a los padres en disputa, a que
comprendan los efectos negativos de todo esto. Cuanto más conozcan y comprendan la
realidad que envuelve a la familia del niño, más acertarán en sus dictámenes, siempre y
cuando esa realidad sea contemplada a la luz de los conocimientos de la psicología
infantil y familiar.
De manera más específica, el equipo técnico que asesora al juez debería tener un
conocimiento adecuado de las siguientes áreas:
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
Consumo de sustancias (alcohol y drogas).
Maltrato infantil.
Violencia doméstica.
Alienación parental.
Desarrollo infantil.
Dinámica de la familia.
Tipos de custodia.
Comunicación entre los padres, incluyendo orientaciones sobre la comunicación
telefónica y por internet.
9. Evaluación psicológica de niños, adolescentes y adultos.
10. Tipos de asistencia terapéutica o educativa que puedan precisar los padres o los
niños con objeto de mejorar la relación entre ellos o satisfacer ciertas necesidades
del desarrollo de los niños.
Lo anterior es necesario si queremos que las recomendaciones vayan más allá de
decidir si es mejor que la guarda o custodia la tenga uno de los progenitores, o bien que
sea compartida, porque es mucho lo que pueden ofrecer para definir un protocolo o
104
pautas de actuación a los padres que merezcan ser recogidas por los jueces en sus
sentencias, algo que muchas veces no ocurre. Por ejemplo, ¿cuántas veces puede llamar
al día un padre o madre a casa de su excónyuge cuando no está con él? ¿Cuáles serían
los mejores momentos? Este punto, que no tendría por qué ser un problema en exparejas
que guardaran una buena relación, puede serlo si la relación es conflictiva, y/o uno de los
progenitores está intentando sabotear al otro. La experiencia indica que cuanto más
estructurado esté el plan de convivencia con los niños en padres que mantienen el
conflicto (o al menos uno de ellos, ya que esto es suficiente para entorpecer la tarea
educadora con los hijos) después del divorcio, mucho mejor.
Por otra parte, los padres y sus abogados deberían asegurarse de que el equipo que
asesora al juez obtenga una información fidedigna. Ello se logra procurando que el
especialista tenga a su disposición diferentes fuentes de información. Por ejemplo, una
declaración positiva del tutor del niño acerca de su actitud en el aula o de su rendimiento
académico sirve para confirmar el hecho de que el niño está convenientemente atendido
en esa área, y ayuda además a otorgar credibilidad al progenitor que había declarado esa
circunstancia. Todo buen profesional sabe que debe al menos tener dos fuentes para
cotejar una determinada información, pero los abogados, fiscales y jueces han de ser
conscientes de este hecho, vigilando que el exceso de trabajo o un celo extremado por
parte del equipo para terminar a tiempo sus evaluaciones infrinja esa norma práctica.
Esas fuentes son los tests o cuestionarios psicológicos, la entrevista a personas
relevantes además de los padres (incluyendo al niño si resulta apropiado), la
documentación obrante sobre aspectos médicos, judiciales, sociales, educativos o de otra
índole, y las observaciones derivadas de la relación entre los padres y el hijo.
Al hilo de esto, los equipos técnicos que elaboran informes que son diáfanos en todos
sus extremos —desde las fuentes de información utilizadas, los resultados obtenidos y los
fundamentos de sus recomendaciones— facilitan mucho la tarea decisoria del juez y con
ello ayudan a la comprensión y aceptación de las partes de esas decisiones. Con
frecuencia he hablado con padres que no comprenden determinadas recomendaciones o
valoraciones periciales de los equipos técnicos, y aunque sin duda el interés personal de
cada uno genera una actitud negativa hacia las decisiones que no le favorecen, también es
cierto que en un número significativo de esos casos hubiera sido de mucha ayuda que en
el informe correspondiente se hubieran detallado y fundamentado mejor tales
recomendaciones.
Para terminar, me referiré al papel de los terapeutas y el proceso de divorcio.
En ocasiones se solicita a los terapeutas de uno de los padres para que acuda como
testigo de parte al juicio de divorcio, pero hay que entender que la naturaleza del
tratamiento que lleva a cabo ese padre no tiene por qué ser particularmente relevante
para dirimir las características de una posible custodia a uno de los progenitores. Los
105
responsables de la evaluación judicial han de focalizar su atención en las necesidades del
niño y lo que los padres pueden ofrecer en su derecho y deber de patria potestad, más
allá de si tiene algún problema que necesita ser tratado por un psicólogo. Este punto suele
ser puesto en evidencia por la otra parte: si ésta puede demostrar que su expareja «iba a
un psicólogo» o a un psiquiatra, entonces podrá arrojar al menos una cierta luz negativa
sobre sus cualidades como padre o madre. En el sentido contrario, el abogado del
cónyuge que va a terapia puede solicitar al terapeuta que atestigüe ante el juez que su
cliente no tiene ningún problema que le impida ser un padre o una madre excelente. Por
supuesto que es importante saber si cualquiera de los padres tiene problemas
psicológicos, pero es responsabilidad del equipo que asesora al juez averiguar si tales
dificultades pueden entorpecer su labor como padres y, del mismo modo, determinar en
qué medida un terapeuta que trata a un paciente de algo no relacionado en absoluto con
su función como padre tiene algo útil que decir sobre este extremo.
Disposición de los padres ante el examen del equipo técnico de asesoramiento al juez
¿Qué actitud han de tomar los padres ante su inminente examen por parte del equipo
técnico que asesora al juez? Ya hemos visto que los abogados han de ser, en todo
momento, garantes del mejor resultado posible para el interés de los hijos implicados. Sin
embargo, no es realista pensar que todo abogado cumplirá con este precepto, si su cliente
—que es quien le paga— quiere un determinado resultado, por ejemplo, que su
excónyuge tenga las menos oportunidades posibles para ver a su hijo debido a la
animadversión que siente hacia él. Así pues, son el padre y la madre quienes en realidad
tienen que poner todo de su parte para que el divorcio tenga como resultado el mayor
bienestar posible para los hijos.
Lo que sigue son cinco puntos que pretenden significar de qué modo los padres
pueden hacer realidad ese objetivo. Al mismo tiempo quiero también poner de relieve en
estos apartados las cosas que deben considerar para no ser injustamente evaluados en el
examen al que se van a someter, ya que en ocasiones el nerviosismo, la inexperiencia y la
ansiedad pueden hacerles malas pasadas.
1.
Antes de asistir a la sesión o sesiones de evaluación, tómate un tiempo para
establecer cuáles son tus objetivos (como padre o madre) en relación con el
proceso de divorcio. Pregúntate del modo más honesto si tienes claro qué va a
ser mejor para tu hijo, con independencia de los sentimientos que ahora puedas
albergar hacia tu excónyuge. El camino que ahora comienza no debería estar
hipotecado, en la medida de lo posible, por una mala relación anterior, por el
106
dolor o la rabia —quizás— de que tus expectativas quedaran truncadas. Si ese
asunto no lo tienes claro, deberías trabajarlo, quizás con la ayuda de un
profesional. Piensa que tu hijo tiene sus necesidades, y que un mal marido (o
esposa) no tiene por qué ser un mal padre (madre). Sólo cuando esas emociones
perturbadoras han quedado controladas, estás en la disposición adecuada para dar
lo mejor de ti misma en la evaluación forense-familiar. Desde luego, si crees que
tu ex es un peligro o alguien inadecuado en algún sentido para atender a tu hijo, y
tienes ese convencimiento por la experiencia contrastada que tienes de observar
tal cosa, entonces has de pelear para que la decisión judicial contemple ese hecho
(volvemos a ello en el punto 5).
2. En los tests y cuestionarios de personalidad, procura siempre ser honesto en tus
respuestas. Muchas de estas pruebas contienen escalas que miden sinceridad —tu
compromiso con lo que tú piensas acerca de lo que se pregunta— y deseabilidad
social —tu tendencia a dar una buena imagen de ti, en ocasiones de forma
inconsciente—. Haz un esfuerzo por verte a la luz de lo que generalmente crees,
piensas o del modo en que actúas. Intenta separar tu imagen o yo ideal —lo que
todos querríamos ser o parecer— de tu imagen o yo real. Existen pocas personas
«ideales», y los tests más utilizados por los psicólogos detectan bien a los que se
dejan llevar por esa imagen ideal de sí mismos. Si el test revela que no fuiste
sincera de un modo ostensible, sus resultados tendrán que ser anulados, y esto
pesará negativamente en la evaluación final. Por otra parte, si la escala de
deseabilidad social fuera alta o muy alta en sus puntuaciones, ello será un
inconveniente, aunque no se anule el resultado de la prueba, porque indicará que
habrás pretendido «vender» una imagen muy buena de ti mismo. En realidad no
hay nada malo en «no ser perfecto», tal hecho no te va a perjudicar. Las teorías
psicológicas están pensadas para orientar el comportamiento del «hombre y la
mujer normales», y se espera que tengas lagunas o limitaciones que son comunes
a la mayoría de la población en la que se baremó (es decir, a partir de la cual se
construyó) el test o cuestionario.
3. Si se aplica un test o inventario de patología mental o de personalidad, ten en
cuenta lo anterior, pero también el hecho de que estas pruebas generalmente
incluyen asimismo escalas para medir si finges la existencia de una determinada
patología o trastorno, o —lo que es más corriente— si disimulas esa patología o
trastorno. Por ejemplo, podrías tener una fobia (a los espacios cerrados o
abiertos), o ciertas ideas obsesivas (de limpieza, muy habituales), o tener una
personalidad histriónica (con tendencia al dramatismo o la exageración), o pasar
por una depresión moderada... Si ocultas esas dificultades, te arriesgas a que el
profesional, en el transcurso de la entrevista —ver a continuación— o mediante la
107
aplicación de estas pruebas, las detecte, y esto será peor para ti y tus intereses en
el divorcio (salvo que pretendas asumir pocas responsabilidades en el cuidado de
tu hijo). Ten presente que un buen padre o madre no está reñido con tener ciertas
patologías: si bien es cierto que éstas hacen más complicada la existencia, un
progenitor preocupado por el bienestar de su hijo y solícito con sus necesidades
generalmente puede conllevar tales desórdenes con sus deberes paternos. Por otra
parte, si la patología que presentas interfiere en ese cuidado necesario de los
niños, tu deber es reconocerlo y asegurar al profesional que te examina que harás
lo posible para que esto no suceda.
4. En la entrevista todos nos ponemos un poco ansiosos, es lo normal. No te
aconsejo que intentes compensar esa ansiedad exhibiendo una confianza
exagerada, porque eso causará mala impresión al psicólogo. Por supuesto, si esa
ansiedad es excesiva, tus respuestas serán erráticas y poco precisas, por eso te
recomiendo que te prepares con antelación realizando ejercicios de mentalización
positiva («voy a hacerlo bien, estaré serena y atenta a lo que se me pregunta»),
así como de respiración profunda y relajación muscular. Escucha cada pregunta
con atención, procura responder aquello que se te pregunta, no te vayas por las
ramas, no seas evasiva. Si alguna pregunta resulta particularmente incómoda o
difícil de contestar, explica las razones de esas dudas; por ejemplo, ante la
pregunta de si ves a tu marido (mujer) capaz de atender adecuadamente a tu hijo
en un régimen de custodia compartida, puedes responder lo siguiente: «Es una
pregunta complicada... porque mi marido (o mi mujer) no siempre tiene un buen
equilibrio emocional. Quiero decir que depende mucho de cómo le vaya el
trabajo, o de si ha tenido problemas con el hijo que tiene de un matrimonio
anterior... Por eso prefiero que tenga un amplio régimen de visitas, pero no la
custodia compartida; es un poco impredecible... No es un mal padre (o madre),
pero la custodia compartida puede ser para él, en diversos momentos, una carga
demasiado pesada... No dudo de que él (o ella) crea ahora que puede hacerlo
bien, pero yo tengo mis dudas».
5. ¿Qué hacer si tu pareja actual tiene un grave trastorno de personalidad, como la
psicopatía —o cualquier otra variedad de lo que hemos llamado el espectro de la
psicopatía o narcisista— o el trastorno límite? ¿Te creerá el profesional? Mi
consejo es que no tengas dudas sobre esto: estas personas constituyen una fuente
de problemas para tus hijos, y habría que asegurarse —dentro de lo que se puede
alcanzar en este mundo imperfecto y muchas veces anquilosado de la justicia—
de que su relación con ellos no les afecte, o afecte mínimamente al desarrollo de
los niños. Pero aquí un punto clave es esa pregunta que he anotado más arriba:
¿Te creerá el profesional? Éste tiene el deber de comprobar los hechos, así que
108
deberías esforzarte por ser concreta y precisa acerca de los temores que albergas.
No tienes por qué ser experta en medicina o en clínica, pero sí has de tener la
habilidad para explicar en detalle cuáles son las conductas de tu ex que te parecen
inadecuadas o sospechosas de revelar un trato o incapacidad para ocuparse
adecuadamente de tu hijo. Sé objetiva, y mejor ecuánime y calmada que
dramática o «histérica», aunque estés genuinamente alarmada. Explica esta
misma circunstancia: di que cuentas esto con tranquilidad porque lo has meditado
mucho, no porque no estés de verdad preocupada. Recoge documentos,
testimonios, grabaciones... cualquier cosa que pueda dar validez a tus
argumentos, pero que sean pertinentes al caso. No obstante, en la propia
exploración puedes preguntar al profesional si le ayudaría en algo disponer de
alguna documentación o testimonio que no hayas aportado pero que esté a tu
alcance obtener. Si él lo ve bien, te dirá que lo traigas en un momento posterior.
109
110
CAPÍTULO 9
LOS ABOGADOS EN EL PROCESO DE DIVORCIO Y EL TIPO DE
CUSTODIA
No cabe duda de que el divorcio exige sus costos, y uno de ellos, en general, es el dolor
de la separación de los hijos ante la ruptura de sus padres, si bien ese dolor se vive de
formas diferentes en función de la edad de aquéllos; por ejemplo, el dolor puede vivirse
como decepción cuando los chicos crecen, si no vivieron por su edad el efecto emocional
inmediato de la separación de sus padres. La mayoría de los niños quieren que sus
padres permanezcan juntos, pero si eso no es posible, un buen abogado ha de considerar
la meta siguiente como la más fundamental: evitar que los hijos vivan una relación con
sus padres conflictiva.
En un estudio realizado con 1.000 adolescentes norteamericanos pertenecientes a
familias cuyos padres se habían divorciado, el 50 % dijo que encontraba «terrible» que
sus padres —aunque no vivieran juntos— estuvieran a la greña continuamente, con actos
como estar en desacuerdo, criticarse mutuamente, intercambiarse insultos, gritos e
incluso lanzarse objetos.[49]
En efecto, es una imagen ciertamente penosa, y suele seguir a un juicio donde los
padres decidieron pelear ante el tribunal la custodia de los hijos y otras cuestiones
financieras. Dado que se trata de un juicio contencioso, ha de haber un ganador y un
perdedor. Esta actitud de pelea fuerza a cada uno de los padres a poner de relieve las
debilidades de su oponente, lo que resta energía para ocuparse de las necesidades de los
hijos en unos momentos que pueden resultar muy dolorosos para ellos.
Los expertos han identificado cuatro fuentes de estrés potenciales para los hijos
cuando los padres litigan en el divorcio:
a) El hecho de que los padres impliquen a sus hijos en el conflicto del divorcio.
Ejemplo de ello es solicitarles declaraciones hostiles hacia la expareja y forzarles a que se
pongan de su lado.
b) La propia naturaleza del proceso legal, que deja a los niños con la sensación de
que son impotentes para cambiar las cosas. El proceso del divorcio puede ser muy
impactante para algunos niños. La investigación señala que los niños que tendían a
considerar el divorcio de sus padres como una experiencia particularmente horrible
presentaban mayores tasas de depresión, ansiedad y conductas agresivas que los que
tenían una visión más realista y moderada.
111
c) La confusión resultante de comprobar que sus padres piensan y dicen cosas uno
del otro que no pensaban que podrían decir o hacer.
d) La decepción acerca de la esperada felicidad que ansiaban encontrar en el núcleo
familiar.
Ahora bien, como se dice en otras partes de este libro, importa mucho el estado
previo de la relación antes de que se planteara el divorcio. En familias en que la relación
era muy mala, es obvio que los puntos dos y tres no son aplicables, puesto que su vida
ya era muy conflictiva. Para esas familias el divorcio puede ser una auténtica liberación.
Pero indudablemente el punto primero es importante: hay un gran acuerdo entre los
especialistas en el sentido de que el elemento negativo prioritario para el ajuste de los
niños, tanto de forma inmediata como a largo plazo, es la mala relación entre los padres
durante el divorcio y, especialmente, después de que éste haya terminado, si eso significa
que se establece un estilo de relación crónica en que los padres discuten, sabotean los
esfuerzos del otro por normalizar la vida del hijo utilizándolo en su contra, poniendo
trabas a la comunicación con el otro excónyuge, etc.
El síndrome de alienación parental
La alienación parental es la creación de una relación entre el niño y uno de sus padres
que intenta excluir al otro padre. La razón para hacer esto varía, pero generalmente el
progenitor que la lleva a cabo pretende satisfacer determinadas necesidades emocionales
(ser «especial», sentir que el niño «le pertenece») o bien dañar a la expareja impidiendo
que tenga una buena relación con su hijo. En tales casos, el niño no desea ver al padre
alienado y expresa actitudes negativas hacia éste sin que haya buenas razones para ello.
El padre o la madre que busca alienar a su expareja puede diferir en la intensidad con
que lleva a cabo sus propósitos:
a) Actos como no animar al niño a que vea al otro padre o se comunique con él son
propios de una alienación mínima. En tales casos, el niño vive con desasosiego los
periodos de transición entre una casa y la otra.
b) Actos como decir abiertamente al hijo que no le gusta que vea o se comunique con
el otro padre, celebrar toda mala noticia que se relacione con éste y negarse a hablar
directamente con él son representativos de una alienación media, en la que el niño
aprende a vivir «psicologías separadas» en cada uno de sus hogares e intenta adaptarse
sin considerar las vivencias que tiene en un hogar cuando está en el otro.
c) Actos como declarar ante el hijo cosas que son falsas acerca del otro progenitor,
112
explicar que éste es responsable de tratarle mal, criticarlo de forma abierta y pedir al niño
que guarde secretos en presencia de su otro padre son ejemplos de una alienación
fuerte, en la cual el niño dice abiertamente que no quiere saber nada del padre alienado y
sólo tiene sentimientos positivos hacia el otro padre.
d) Finalmente ocurre una alienación severa cuando el hijo exterioriza de forma
manifiesta y reiterada el desprecio hacia el progenitor alienado, y el otro padre hace todo
lo posible para que su hijo y su expareja no tengan ninguna relación.
Hay que decir que este síndrome (que fue definido en 1985 por Richard Gardner) no
ha sido reconocido por la profesión médica, pero en realidad no necesitamos considerarlo
como tal; simplemente podemos hablar de «comportamientos de alienación o de
obstrucción» de un padre hacia el otro, y ciertamente éstos ocurren realmente, por lo que
es necesario tomarlos en consideración en la valoración para determinar la custodia.
Dos cuestiones importantes debemos considerar aquí. En primer lugar es necesario
identificar de modo apropiado esas conductas de alienación, de tal modo que no las
confundamos con conductas razonables de protección del padre que obstaculiza la
relación dañina del hijo con su expareja, y que actúa así porque no puede convencer al
juez de que tales conductas negativas hacia el hijo suceden. Eso ocurriría si, por ejemplo,
la madre sabe que el niño es aterrorizado o de algún modo abusado en el hogar del
exmarido, pero no puede probarlo por la corta edad de aquél y, quizás, porque éste es un
gran simulador. En este caso es cierto que la madre pretende alienar al padre, pero lo
hace por una razón legítima: proteger a su hijo. Otra cosa es que tales actuaciones del
progenitor protector sean efectivas para conseguir esa finalidad, lo que habitualmente no
es el caso. Es importante que el equipo técnico a disposición del juez explore la verdad
que pueda haber en esas alegaciones.
En segundo lugar, también puede ocurrir que sea el propio niño quien sienta que su
padre (o madre) no lo trata bien, que aprecie que durante su estancia allá lo desconsidera
o se ocupa de otros menesteres. En tales casos sería éste quien no querría relacionarse
con ese progenitor, quien pondría excusas para no acudir a su domicilio o para no
relacionarse con él durante la convivencia diaria. Aquí la justicia, si interviene, tendría
que distinguir claramente cuál es el origen de ese proceder, y no creer de forma
automática que esa actitud es influencia del padre que resulta beneficiado por la atención
del hijo.
A mi modo de ver, los abogados tienen una gran responsabilidad si no desaconsejan
las conductas de alienación parental de sus clientes, una vez tienen la seguridad de que
éstas se producen. Primero, porque tales hechos pueden jugar en contra en el proceso de
divorcio, y segundo porque tal proceder no ayuda en nada al normal desarrollo del hijo
implicado.
113
Abogados responsables
Los abogados deberían perseguir el bienestar de los niños por encima de todo, debiendo
persuadir a sus clientes de que se abstengan de realizar actos o solicitar medidas que
pongan en peligro la mejor adaptación posible de los hijos a la separación. Se ha escrito
que ningún divorcio es un buen divorcio, pero por lo que respecta a los hijos, desde luego
que hay unos divorcios mejores que otros.
El «mejor» divorcio posible supone la existencia de los siguientes aspectos:[50]
1. Poco conflicto entre los padres (incluyendo el pago de la pensión).
2. Pocos cambios en la rutina de los hijos que afecten a su vida.
3. Un vínculo cálido y positivo de ambos padres con el hijo.
4. Un clima en ambos hogares en que el hijo pueda expresar sus emociones y
frustraciones mientras se adapta a la situación.
No resulta difícil, a partir de aquí, señalar las características del «peor» divorcio
posible: padres que se sabotean mutuamente, problemas y disputas financieras, vínculos
deteriorados de los hijos con los padres, y el temor de los primeros a expresar las
emociones en según qué circunstancias, viviendo de este modo un clima de desconfianza
e inseguridad.
La importancia de la calidad de la relación con los padres y el tipo de custodia
Tenemos buena base para creer que lo más importante de todo para facilitar el ajuste y
buen desarrollo de los hijos tras el divorcio son dos factores:
a) Cuando la custodia la tiene uno de los padres: su vinculación afectiva con éste, el
hecho de que el progenitor cumpla de modo adecuado con todos sus deberes.
b) La calidad de la relación que ambos padres tienen con ellos, por encima incluso del
tipo de custodia finalmente acordada por el tribunal. Y por «buena calidad» debemos
entender también un mínimo respeto para el otro progenitor, es decir, al menos la
existencia de una relación mínimamente cordial en que no estén presentes
descalificaciones ni otros actos despectivos dirigidos al otro padre en presencia del niño.
Ese tipo de ambiente realmente marca la diferencia. Si uno de los padres se mantiene
hostil, el otro debería hacer lo posible para mantener la calma y tratar de neutralizar los
114
efectos negativos de tales actos en la vida familiar con su hijo. Un niño que percibe ese
ambiente positivo y disfruta de una custodia tradicional en casa de la madre y de visitas
regulares a su padre (o viceversa) crecerá mucho más equilibrado que otro que disfrute
de una custodia compartida carente de esas actitudes cálidas o si se ve obligado a vivir las
frustraciones de sus padres. En otras palabras, las relaciones familiares son más
importantes que la estructura familiar. Cuando se produce el divorcio, cambia la
estructura y, necesariamente, las relaciones familiares. Pero es responsabilidad de los
padres reconstruir cuanto antes unas nuevas relaciones entre ellos que permitan la
existencia de un ambiente cálido y seguro en el que los hijos puedan prosperar como
niños y luego como adultos.
El texto siguiente, que escribí para Las Provincias, presenta un caso de una custodia
compartida polémica y la reflexión posterior que me mereció, al hilo de lo que estamos
comentando aquí.
Difícil elección
Una juez de Denia ha concedido la guarda y custodia compartida de un niño a su padre, a pesar de que éste
había sido condenado «por un delito de lesiones leves en el ámbito de la violencia de género» a la madre,
según recoge la sentencia de divorcio del matrimonio. La madre había solicitado la guarda y custodia, con un
régimen de visitas para el padre limitado a fines de semana alternos y un día entre semana. La juez aceptó, en
cambio, de acuerdo con el fiscal, la petición del padre, señalando que no estaba acreditado que existiera riesgo
para el menor ni para la cónyuge —la madre no alegó tal cosa en el procedimiento de divorcio, ni al ser
preguntada por la juez, señala el fallo—, y que durante el régimen de visitas establecido transitoriamente hasta
que hubiese sentencia, no se produjo ningún incidente que indicara peligro.[51]
No envidio la tarea de los fiscales y jueces que han de valorar cada día este tipo de situaciones, donde
tienen que decidir dónde y cómo el niño va a encontrar el mejor amor y cuidados, proyectando hacia el futuro
la mejor realidad posible para ese desarrollo a partir de lo que se conoce ahora, en el presente. La custodia
compartida está de moda; los hijos están mejor si ambos padres se implican por igual en la crianza, se dice, si
no hay razones para descartar como progenitor adecuado a ninguno de los excónyuges. Sin embargo, por
desgracia, en la práctica todo es más relativo y difícil de determinar. Por ejemplo, en el caso arriba relatado es
obvio que ambos padres se llevan fatal. El padre publicó en una red social el informe forense realizado a la
madre donde se dice que ésta intentó aumentar la gravedad de las lesiones mediante maquillaje. Me imagino a
uno y a otra relacionándose pésimamente durante todo el tiempo en que han de compartir el cuidado del hijo.
Es cierto que éste vivirá con los dos, pero ¿qué ambiente respirará cada vez que surjan los conflictos por las
mil cuestiones que han de debatir sus padres continuamente con respecto a su salud, colegio, problemas y mil
cosas más?
Los jueces han de imponer la ley, pero la ley es un instrumento muy tosco para esta misión que requiere
mucha filigrana y gran psicología. Para mí, la gran pregunta en este asunto es si la custodia compartida
aumentará o disminuirá los conflictos entre ambos padres y, por consiguiente, si el niño los tendrá como una
constante en su crecimiento. ¿Es mejor un clima de odio habitual dentro de una custodia compartida a una
custodia para la madre donde esa enemistad se hace menos visible y frecuente? ¿Supone esto que el padre ha
de ser siempre el sacrificado si las relaciones con su excónyuge son malas? Muchas veces estas decisiones
son un tiro al aire, más que nada, una esperanza.
¿Por qué digo en ese artículo que «muchas veces estas decisiones son un tiro al
aire»? La razón se halla en el criterio seleccionado por la jueza en este caso; igual podría
haber tomado otro, pero aquí decidió que era la buena relación anterior con el padre lo
115
que le habilitaba para la custodia compartida, y no consideró la existencia de una pésima
relación entre ambos excónyuges como suficiente razón de peso para denegarla. Sin
embargo, si la ley procura siempre que se tome la decisión de salvaguardar en todo caso
el «mejor interés del niño», la sentencia de la jueza es más que discutible, porque
precisamente la investigación revela que esa mala relación es muy dañina para el hijo y
con mucha probabilidad la custodia compartida ayudará a aumentar los conflictos. Más
adelante me extenderé sobre este punto.
Por estas razones, porque por desgracia muchas veces los jueces no están al tanto de
la investigación más relevante en la que basar sus decisiones, o no están
convenientemente asesorados por el equipo psicosocial,[52] los abogados de familia
tienen mucho que ofrecer en este punto. Aconsejar a sus clientes que reflexionen acerca
de algunas peticiones que no son razonables, buscar el consenso por encima de prometer
victorias que satisfagan los deseos de venganza de aquéllos, pensar siempre en lo mejor
para el niño, son todas cuestiones que ayudarían a facilitar el mejor resultado posible en
un pleito de divorcio. En aquellas ciudades donde existan servicios de mediación, los
abogados podrían recomendar su utilización si ven que ambos padres se obcecan en
actitudes poco favorables para la vida familiar del niño. Idealmente, la mediación debería
emplearse antes de que se iniciara el proceso contencioso (sin acuerdo) del divorcio; una
vez que recae la sentencia todo se complica más, particularmente si la otra parte ya la ha
contestado o recurrido. El proceso legal ya ha ido muy lejos.
La custodia compartida
Algunos especialistas opinan que estamos viviendo la época de la custodia compartida.
Desde luego en los últimos años se ha observado una tendencia en España y en otros
países (por ejemplo, Estados Unidos) a otorgar más tiempo de permanencia de los hijos
con sus padres en los casos en los que la custodia la ostente la madre.
La custodia compartida se refiere a que los periodos de estancias del menor con la
madre y con el padre son ecuánimes, es decir, el tiempo de permanencia del hijo con los
progenitores se distribuye de forma compensada e igualitaria, compartiendo de esta
forma, ambos, el cuidado de los hijos.
En la actualidad, la evidencia última científica sugiere que la custodia compartida por
ambos progenitores revierte en el mayor beneficio para el hijo o hijos implicados. Un
análisis comprensivo de la literatura llevado a cabo en el año 2002 en que se revisaron los
resultados obtenidos por 33 estudios realizados en todo el mundo acerca de la
comparación entre la custodia por parte de uno de los padres (generalmente la madre) y
la custodia compartida (totalizando cerca de 3.000 niños), concluyó que «los niños en
116
régimen de custodia compartida mostraron índices de ajuste en diversas áreas
significativamente más elevados que los niños que estaban a cargo de un solo
progenitor».[53]
Esta conclusión se ve reforzada por algún estudio más reciente. Así, en uno de los
trabajos al respecto realizado en Europa (Holanda) en el año 2010 se analizaron a 3.516
niños que habían sido criados en diferentes regímenes de custodia, y concluyó también
que la custodia compartida era la que mejores resultados obtenía en cuanto al desarrollo
competente en los niños.[54]
Ahora bien, lo anterior no significa que la custodia compartida sea siempre la mejor
opción. Los resultados mencionados antes indican una tendencia o promedio, y en
muchas ocasiones no hay diferencias significativas entre el desarrollo de los niños con y
sin custodia compartida. También hay estudios que indican que para algunos niños y
padres ese régimen de custodia resulta muy estresante, y ofrecen peores resultados que la
custodia por un solo padre. ¿Qué podemos concluir, entonces? A mi modo de ver, en la
actualidad podemos afirmar dos cosas. Primero, que en una visión de conjunto en las
condiciones óptimas, por ahora podemos decir que existen datos que avalan la custodia
compartida por encima de la custodia unilateral. En segundo lugar, que por definición no
es mejor la custodia compartida para todos los casos, dado que hay niños que no se
ajustan bien. Por ello deberíamos analizar cada familia de modo detenido antes de decidir
cuál es el mejor régimen de custodia a adoptar.
¿Qué requisitos deben darse para que la custodia compartida tenga éxito, cuáles son
esas condiciones óptimas? Existen dos: la primera es que ambos padres dispongan de los
recursos materiales y competencias personales adecuados para la atención del hijo, y la
segunda es que entre ambos haya al menos una relación que permita que la transición
entre el hogar de una y otra parte se lleve con naturalidad. Es decir, la relación no tiene
por qué ser excelente o «de película», pero al menos sí cordial. Por supuesto, se
entiende que aspectos de otra índole, como lugar de residencia de los padres, vivienda
apropiada, etc., son adecuados para que tal custodia sea posible en la práctica.
Este último punto ha suscitado la protesta de que si uno de los padres se mantuviera
hostil hacia el otro, negándose a colaborar con el otro progenitor, entonces la custodia
compartida nunca podría ser acordada, porque bastaría que uno de ellos impidiera la
buena relación para que el juez no la acordara (cosa que teóricamente podría hacer más
la madre, quien sigue siendo la beneficiaria mayor del otorgamiento de la custodia). Sin
embargo, resulta difícil ver de qué modo se puede llevar a cabo toda la logística necesaria
para que, digamos, un niño pase quince días con un padre y quince con otro, sin que
entre ambos haya un acuerdo y un diálogo razonables sobre atención médica, tareas
escolares, vida social y todos los pormenores que acompañan la crianza de un hijo.
Lo cierto es que la investigación desaconseja la custodia compartida en estos casos.
117
Los estudios han indicado muchas veces que las relaciones muy conflictivas entre los
padres provocan dificultades en el desarrollo de los hijos, tanto en familias divorciadas
como no divorciadas. La conclusión natural es que una medida de custodia que exponga
al niño a un menor conflicto entre los padres es mejor que otra que lo exponga a un
conflicto mayor, y es claro que la custodia compartida, cuando hay una mala relación,
aseguraría el conflicto permanente entre los padres.
Por otra parte, los jueces deberían valorar en qué medida la petición de custodia
compartida está basada en un deseo sincero del padre de atender a su hijo o bien en el
propósito de molestar a su expareja o bien de ahorrarse la pensión por el hijo. Aunque
esta idea pueda parecer ridícula, en mi trayectoria profesional he visto ya varios casos de
esta naturaleza, y todavía más: casos en los que el padre ha intentado quitar la custodia a
la madre para hacerle daño. Una vez obtenida esa custodia (mediante la manipulación del
hijo), ese padre se desentiende por completo de su bienestar.
Creo también muy importante que el equipo técnico del juez averigüe quién se ha
preocupado en realidad por los hijos antes de dirimir el tipo de custodia a imponer por el
juez. Es sorprendente ver cómo algunos padres (e incluyo también aquí a algunas
madres) apenas han tenido tiempo para sus hijos, y de pronto, en el calor del proceso, se
proclaman padres devotos y solícitos en hacer todo lo necesario por ellos. No digo que
tales padres o madres no puedan ahora arrepentirse de tan poco interés y quieran
enmendar el pasado, pero muy probablemente mentirán en la exploración para dar una
imagen más favorable de la que es real en cuanto al rol como padre o madre que han
desempeñado hasta esos momentos, y carecerán posiblemente de las habilidades
necesarias para ocuparse durante un tiempo prolongado de sus hijos (para no mencionar
la paciencia). De igual modo, el vínculo afectivo del progenitor que apenas ha estado en
compañía del niño será menos sólido en comparación con el vínculo existente con el
otro. En tales casos sería aconsejable otorgar la custodia al progenitor que ha invertido
más su tiempo en el hijo —además de cumplir con todos los condicionantes exigibles— y
ver cómo el otro padre evoluciona en el tiempo por lo que respecta a esas pretensiones y
promesas de cuidar más y mejor a aquél.
Los malos tratos en el proceso de divorcio
¿Qué tiene que hacer el abogado si su cliente, como consecuencia del proceso de
divorcio, revela que ha sufrido malos tratos, o bien que lo han sufrido sus hijos? En
ocasiones ocurre que la esposa no emplea ese término, pero el abogado concluye, por la
exposición de los hechos que le relata, que éstos se han producido. Otra posibilidad es
que sea el evaluador del equipo técnico el que pueda encontrarse en esta situación si,
118
como consecuencia de su exploración, llega a la conclusión de que ha habido una
situación de malos tratos, aunque la propia víctima no haya sido consciente de ello.
No cabe duda de que un tema particularmente delicado en el proceso de evaluación
de la custodia lo constituye la posible existencia de malos tratos sobre la mujer
(generalmente, sobre todo de tipo físico), o sobre los hijos. Lo cierto es que, aunque no
es algo habitual, hay alegaciones de esta naturaleza que son falsas, lo que subraya la
importancia de ser cuidadosos en su valoración. Las razones que están detrás de estas
acusaciones son diversas: el deseo de adquirir la custodia del niño en disputa a toda
costa, la venganza, o el miedo a que el niño desarrolle una relación positiva con el otro
progenitor.
Probablemente es más frecuente que ocurra lo contrario, es decir, que haya habido
episodios de malos tratos hacia los hijos o la mujer que nunca hayan sido denunciados
previamente. Si bien la ley actual en España favorece la custodia de los hijos por la mujer
si el cónyuge ha sido condenado por malos tratos hacia ella o los hijos —la sentencia del
caso de Denia fue por esto llamativa y polémica—, una madre, frente a los evaluadores
familiares, puede temer también que una denuncia de esa naturaleza tenga repercusiones
negativas en la determinación de la custodia de los hijos. En Estados Unidos se ha
constatado que el miedo a perder la custodia motiva que muchas mujeres maltratadas
escondan este hecho, ya que temen que sus hijos sean puestos bajo la tutela del Estado si
se considera que la madre está traumatizada o que esos episodios de violencia puedan
repetirse y ser observados por el niño. Otra posibilidad es que la madre piense que la
ausencia de evidencias directas tendrá como resultado que el juez no la crea si declara
que ella o su hijo fueron abusados por el cónyuge.
La madre puede temer, en todo caso, que se le juzgue moralmente. ¿Qué clase de
madre fue que no supo proteger a sus hijos? Ésa es una pregunta dolorosa de contestar si
aparecen en el transcurso del proceso de divorcio episodios de maltrato o abuso hacia los
niños. Y dado que en los casos de violencia de género, esa violencia puede ser
presenciada o incluso extendida (al menos en forma de negligencia por parte del agresor)
a los hijos, para muchas madres éste es un paso amargo.
Ahora bien, es evidente que la legislación española tiene diversas medidas para
considerar estas circunstancias, protegiendo el bienestar de la mujer y los hijos. En
cualquier caso, estos hechos no deberían ocultarse, porque si pasaran desapercibidos al
abogado y por ello al juez, entonces las medidas a tomar como consecuencia del divorcio
podrían ser claramente inadecuadas, particularmente si hay un riesgo grave de violencia
hacia la mujer o los hijos.
Por otra parte, aun cuando ese riesgo grave no exista, es evidente que una relación
con un excónyuge violento ha de tenerse en cuenta a la hora de determinar el tipo de
relación que va a establecerse con su hijo, porque de hecho podemos considerar de
119
forma inmediata que un progenitor que golpea a otro no está cualificado como un padre
aceptable, por diversas razones: porque el ejercicio de la violencia desatiende las
necesidades emocionales de los hijos, establece modelos incompetentes de resolución de
conflictos, refleja actitudes hostiles hacia la mujer y enfatiza la aprobación de la violencia
sobre otra persona como medio para conseguir los fines propuestos, todo lo cual
constituye una influencia muy dañina para los hijos. Por lo anterior, la constatación de
que existe violencia contra el otro progenitor debe ser un argumento necesario y
suficiente para que se investigue al agresor también como maltratador de sus hijos, ya sea
mediante el abuso físico o el psicológico, o en forma de desatención (negligencia) de sus
necesidades básicas. Las estadísticas señalan que hay quince veces más probabilidades
de que exista maltrato a los niños en los hogares donde hay violencia de pareja, y
sabemos que con frecuencia la gravedad de ésta se relaciona con la gravedad del maltrato
a los niños. En otras palabras, generalmente, cuanto más violento sea el hombre contra la
mujer, más violento será en el trato con sus hijos.
De hecho, hoy en día sabemos que la violencia de género puede aumentar después
de la separación o divorcio, lo que puede poner en un riesgo importante a la mujer e
incluso a los niños.[55] La legislación española dispone de medidas de protección
diversas, y puede determinar la suspensión de la patria potestad o de la custodia de los
hijos para los agresores.
Existen indicadores y comportamientos asociados con un riesgo elevado de agredir a
una exesposa.[56] Los abogados y los profesionales que intervienen en los equipos
técnicos deberían atender, entre otros, a los siguientes: conducta violenta y delictiva en el
pasado, intensidad y frecuencia de la violencia sufrida por la víctima durante la
convivencia o relación, posesión de armas, conductas de acoso, abuso de alcohol y
drogas, antecedentes y manifestaciones actuales de desequilibrio psicológico y amenazas
de agresión o de suicidio.
El equipo técnico que asesora al juez en los procesos de divorcio ha de estar alerta
ante la existencia oculta de progenitores violentos. Los abogados, igualmente, deberían
ser conscientes de la existencia de estas personas. En particular, las personalidades
fuertemente narcisistas y con rasgos psicopáticos pueden ser difíciles de detectar, ya que
muchas de sus acciones y estilos de relación con la expareja y los hijos están
enmascarados por una apariencia externa de control y, aparentemente, de cumplimiento
escrupuloso de sus deberes paternos. Igualmente puede haber ausencia de actos físicos
violentos, pero una presencia intensa de manipulación y abuso psicológico. Existe el
riesgo de creer que la mujer (generalmente, pero también el hombre) está exagerando o
interpretando cosas de forma errónea cuando describe a su expareja para perjudicarle en
el proceso de divorcio. Si los psicólogos y los otros profesionales que asesoran al juez no
exploran convenientemente la posibilidad de que tales declaraciones sean ciertas,
120
cometerán un error que puede tener repercusiones nefastas sobre la familia.
Finalmente, otra cuestión de este apartado es determinar en qué medida un hombre
que ha sido condenado previamente por un delito de violencia de género, y que por ello
le fue retirada por un tiempo la patria potestad, está de nuevo preparado para atender a
sus hijos. A mi modo de ver, esto es muy importante, porque un error al determinar si
esta persona está ya «rehabilitada» puede llevar de nuevo a que su exmujer y sus hijos
pasen por situaciones difíciles, al menos teniendo que soportar un clima de violencia
psicológica. Así pues, el juez de familia tendría que determinar si las actitudes del
progenitor hacia la relación con su expareja han cambiado de forma satisfactoria.
¿Qué significa que un hombre violento en el hogar «ha cambiado»? Un estudio halló
diferentes aspectos relacionados con el cambio de la conducta de maltrato a través de
análisis cualitativos de entrevistas realizadas con nueve agresores reformados.[57] Estos
hombres habían asistido a una media de 35 sesiones en un grupo de tratamiento de
orientación feminista (donde se ponía el énfasis en el papel del maltrato como medio de
controlar a la mujer, y en las actitudes machistas que lo respaldaban), y fueron
identificados por sus consejeros y sus parejas como hombres que ya no eran violentos en
el hogar. Después de entrevistas de una hora de duración, cuatro elementos relacionados
con el cambio aparecieron nombrados por al menos el 75 % de los sujetos en un mínimo
de dos ocasiones:
a)
b)
c)
d)
Una mayor responsabilidad en la asunción de su conducta pasada de maltrato.
El incremento de la empatía hacia el dolor causado a su pareja.
Una reducción de la dependencia hacia su pareja.
Una mayor capacidad para la comunicación interpersonal, que incluía aprendizaje
en técnicas de solución de conflictos, como la detección precoz de la pérdida de
control.
Así pues, los profesionales deberían asesorar al juez encargado de aprobar que un
agresor tenga de nuevo un régimen de visitas normalizado con sus hijos, destacando si
estos aspectos habían sido asumidos por aquél. A diferencia de los hombres de este
estudio, que estaban casados o conviviendo todavía con sus parejas, el supuesto que
estamos manejando aquí es el de hombres ya divorciados de sus mujeres, pero no
debemos olvidar que la reanudación de la custodia por parte del padre (en un régimen de
visitas a determinar por el juez) supone necesariamente que ambos progenitores tendrán
que volver a mantener una relación; por esto es pertinente averiguar si el anteriormente
condenado es ahora un hombre capaz de ofrecer un modelo positivo a su hijo, tratando
con consideración a su exmujer y no enseñando actitudes de violencia y desprecio a
aquél.
121
122
123
EPÍLOGO
Estoy sorprendido, a pesar de mi experiencia, de con cuánta facilidad la gente olvida su
propio bienestar —y lo que es peor, el de sus hijos— para entregarse a una vendetta que
intente seguir el conflicto o el tipo de relación dañina que se culminó en el divorcio. Esto
es un grave error. A medio y largo plazo se pierde mucha energía positiva, y nadie sale
ganando. Aunque nuestra expareja sea un manipulador o un psicópata, esas acciones de
venganza por el daño y la infelicidad sufridos no traen a cuenta; has de ocuparte más de
buscar tu plenitud, como señalé anteriormente.
En la práctica, la moralidad no se puede legislar. La abundancia de divorcios y, sobre
todo, de pleitos sin acuerdos refleja la incapacidad de mucha gente para llevar su vida
liderada por unos principios sólidos. Hay veces en que uno, simplemente, se equivoca, o
el otro es lo suficientemente hábil como para equivocarle. Bien, eso quizás sea difícil de
evitar, pero sí es seguro que tu responsabilidad es lograr que ese dolor y tristeza hayan
servido para algo, que fructifiquen en un futuro donde puedas calibrar mejor a la gente y
hallar una felicidad merecida.
Siempre habrá manipuladores aventajados y sujetos dentro del espectro de la
psicopatía en el mundo: en la política, en los negocios... en todas partes. Ellos también se
casan o forman una convivencia. El mejor modo de evitar implicarse con uno de ellos ha
sido explicado en estas páginas; todo ello se puede resumir en: observa lo que hace, si
eso que ves no entra en tu sistema de valores, no lo justifiques y aléjate de él. De igual
modo, la mujer con un TLP presenta unos indicadores muy obvios que deberían ser
tenidos en cuenta claramente como un aviso de lo que nos espera si nos casamos con
ella. Aunque pueden ser muy atractivas y emocionantes, la gravedad de sus síntomas
plantea innumerables problemas en el matrimonio y la educación de los hijos. Si esos
síntomas se ven acompañados por una profunda dureza emocional, podemos
encontrarnos incluso con una mujer psicópata, y las cosas pueden ser todavía más
complicadas.
Como hemos visto en el capítulo sobre la inteligencia educacional, los hijos tienen
una serie de metas vitales para las cuales la educación de los padres es esencial. La
agresividad y la manipulación no son hábitos de comportamientos para triunfar en el
mundo, en contra de lo que muchas veces se oye. Sólo si entendemos «agresividad»
como sinónimo de persistencia y empuje podría aceptar tal idea, pero aun así conviene
respetar el sentido de las palabras: la agresión se justifica en defensa propia o para
preservar de un mal a otro; el empuje y la persistencia encajan en el afán de superación,
124
como ya expliqué en el mencionado capítulo. Quien es agresivo y manipulador busca
obtener una ventaja ilegítima a costa del bienestar de otra persona, y eso es injustificable.
En este libro, la idea esencial es que el divorcio no tiene por qué ser un obstáculo
insalvable hacia la felicidad, ni de los padres ni de los hijos. Los abogados y jueces
deberían ser sensibles ante las diferentes peculiaridades de sus clientes y el modo en que
la realidad de los hechos puede ocultarse. Si los padres colaboraran, todo sería más fácil,
pero también es importante que los profesionales que examinan a los padres y a los niños
no se dejen llevar por ideas preconcebidas y se atrevan a desentrañar las claves del caso
que están analizando, porque muchas veces hace falta un esfuerzo para ver la verdad,
por compleja que ésta pueda ser.
Un concepto crítico para salir adelante después de un divorcio es la esperanza. Los
individuos que la conservan se muestran más eficientes en la solución de los problemas,
en sacar algo productivo de un estado de cosas insatisfactorio e incluso a la hora de
enfrentarse a la enfermedad o incapacidad.[58] Viktor Frankl, el afamado psiquiatra que
creó su filosofía terapéutica a partir de sus vivencias personales en los campos de
concentración alemanes durante la segunda guerra mundial, escribió que existía un
vínculo «entre el estado de la mente de un hombre —su coraje y su esperanza, o la
ausencia de éstos— y el estado inmunitario de su cuerpo».[59]
Ahora bien, no estoy aquí abogando por una esperanza irracional o basada en un
optimismo desaforado, sino en lo que podríamos denominar «la esperanza razonable» o
«esperanza realista».[60] Su contenido nos remite a las ideas de la sensibilidad y la
moderación, y huye de las imágenes idílicas de la esperanza como una especie de don
magnífico que se nos otorga y por el cual creemos que todos nuestros problemas se van
a arreglar con tal de que la conservemos. Al contrario, la esperanza razonable suaviza la
polaridad existente entre la esperanza y la desesperación y permite que más gente pueda
situarse en el lado de la esperanza.
La esperanza razonable toma en consideración a las otras personas importantes en la
vida del individuo; ya no esperamos ver a alguien «esperanzado» superar todos sus
problemas con la sola energía de esa cualidad, sino que confiamos en que aquellos otros
que nos quieren pueden ayudarnos en el proceso de creer que podemos seguir adelante.
Y en tal proceso, el tiempo es una dimensión crítica, ya que el objetivo de la esperanza
razonable es precisamente hacer que sintamos que aquello que existe ahora nos prepara
para enfrentarnos a lo que nos depara el futuro: el presente está lleno de cosas que hay
que hacer; el presente, el aquí y ahora, nos ocupa con tareas que tenemos que
cumplimentar para tener éxito en nuestra empresa; por ello, el presente no consiste en
esperar un «futuro mejor», o que «las cosas cambien», sino en trabajar desde ahora para
que ese futuro llegue a materializarse.
Ésta es una idea crucial. En el corazón de una esperanza realista está la actividad que
125
estamos realizando ahora; no es el resultado esperado. Si ahora luchas cada mañana por
ir a trabajar y retomar tu vida social después de la separación, es eso lo que tiene sentido,
lo que debe llenar de esperanza tu futuro, no la creencia difusa de que «algún día las
cosas se arreglarán».
La primera característica de la esperanza razonable es que ésta es relacional;
esperamos salir adelante porque los que están conmigo me apoyan en esto. Como es
lógico, no todas las personas que nos rodean son buenas compañías; para el viaje de la
esperanza necesitamos prescindir de los que nos roban nuestra energía, los que nos
inducen al desaliento. Me refiero aquí a aquellas personas que de modo solapado
estrangulan nuestra existencia con su acoso, su abuso o un cruel pesimismo, que hacen
que nuestros esfuerzos parezcan siempre baldíos, y que nos quitan la energía porque
gastamos mucho esfuerzo en contrarrestarlas. Son esos hombres enojados con el mundo,
que duermen sus frustraciones en alcohol, que degradan a sus parejas en medio de
promesas que nunca cumplen y que emplean luego todo tipo de chantaje emocional para,
primero, que se crean ellas locas e histéricas, y luego que se sientan culpables cuando al
fin deciden abandonarlos y mirar hacia delante sin el hastío de esa carga. Son esas
mujeres que no saben lo que quieren —o lo saben demasiado bien— y buscan salir
siempre airosas al precio de dejar a sus parejas en la más absoluta confusión.
Otra cualidad de la esperanza razonable es que se basa en la práctica: es algo que
hacemos junto a otros. Una práctica es una acción que responde a un programa
emprendido; detrás hay un propósito, una estrategia; es una expresión de lo que uno
quiere ser y de cómo quiere actuar en el mundo. No podemos sentarnos a desear que
sucedan cosas; hay que provocarlas. Si estás insatisfecha sobre determinados aspectos de
la educación de tu hijo por parte de tu expareja, intenta hablar con él o ella. Si te sientes
sola, moviliza a tus amigos, ilusiónate por disfrutar de nuevo con la compañía, no para
«tener otra persona a la que querer», no para que alguien valide que seguimos siendo
deseables, sino porque ese movimiento, ese comportamiento de abrirse hacia los otros
tiene un valor en sí mismo, es la acción que significa que estás tomando el control de tu
vida de nuevo. La meta final ahora no importa, es ese camino lo que te fortalece y te da
esperanza.
¿Por qué es importante ese caminar, ese proceso, esa práctica? Porque el futuro es
algo indeterminado, incierto, no sabemos lo que nos deparará. La desesperación, por el
contrario, implica que ya no tenemos ningún futuro: si me abandona, mi vida se habrá
acabado: ¿cómo voy a poder ahora —que él o ella ya no me quiere— disfrutar de las
cosas, sin ir cogido de su brazo, sin poder ver y comentar las cosas que se ofrecen ante
mí? ¿Cómo podré ser un buen padre si ya no puedo leer a mi hijo todas las noches un
cuento, si ya no podré darle las buenas noches cada día? Frente a estas ideas de
desesperanza, que nos dicen que ya no podemos esperar nada del porvenir, la esperanza
126
realista nos susurra: «No te pares, no te apiades de ti mismo; este dolor puede fructificar
en algo positivo, todo este sufrimiento servirá para algo; haz que todo este esfuerzo, esas
lágrimas que ahora contienes a duras penas, se tornen en perseverancia para seguir
adelante». Por eso es el proceso, el camino, lo que estás haciendo aquí y ahora lo que
da pleno significado a tu vida, lo que te proporciona esperanza. El mero hecho de poder
volver a sentir la calidez del sol, la sonrisa próxima de tu hijo, el abrazo de un amigo,
todo eso es ya vida, retazos de ella, y si logras seguir este camino estás ya creando un
nuevo futuro para ti, porque tú no eres esclavo de tu pasado. Se trata de una «apertura
fundamental» de tu espíritu; actuando en comunión con otros enciendes una luz, aunque
tenue, que te servirá para devolverte la capacidad de ilusionarte en la construcción de una
nueva realidad.
Y de pronto, en este camino, la esperanza razonable nos va enseñando nuevas metas,
metas realistas, alcanzables, acerca de las cuales sabemos cómo obrar para lograrlas,
aunque claro está, puede haber errores y retrocesos. Así, descubrimos que esos días que
ahora pasamos con nuestro hijo podemos llenarlos de un contenido especial, de una
energía renovada, que antes no veíamos sumidos en las dificultades de pareja. O
descubrimos que podemos conocer a gente nueva, algo que antes no teníamos previsto
en nuestro horizonte vital. Se trata de esperanzas sobre metas humildes: no es querer
empeñarnos en conocer por fin a la «pareja ideal», o en que definitivamente nuestra
expareja comprenda cuáles son nuestros derechos y necesidades y se avenga a
concedérnoslos; o en que nuestro hijo en breve pedirá un cambio de custodia y al fin lo
tengamos casi sólo para nosotros...
La esperanza razonable puede coexistir con momentos de desesperación; no es
blanco o negro, como la esperanza optimista, que siempre es de color vivo y feliz; la
esperanza realista nos lleva por un mundo de dudas y contradicciones, de tropiezos y
dificultades. Pero ese camino lleno de sombras nos ofrece al tiempo el paso a nuestra
propia liberación, a nuestro crecimiento como seres humanos.
La lucha por avanzar nos proporciona consuelo y aliento, y el secreto está en no
sucumbir cuando sentimos el frío y la soledad, porque sabemos que, si nos levantamos,
estaremos ya obteniendo la recompensa de crear humanidad y propósito a nuestra
existencia: saber reconocernos como personas dignas, en busca de unas metas que nos
abren a los demás y al mundo, que nos ayudan a ser mejores amigos, amantes y padres,
todo eso forma parte de lo que llamamos Vida.
127
128
AGRADECIMIENTOS
A la letrada María Tomasa Cons Pazo, por sus comentarios del manuscrito.
A la letrada Sylvia Martín Martín, por compartir ideas y darme sugerencias valiosas.
A todas las personas que mostraron coraje al enfrentarse a una ruptura.
129
130
NOTAS
[1] Gehart, D. R., y McCollum, E. (2007), Engaging suffering: Towards a mindful re-visioning of family therapy
practice, Journal of Marital and Family Therapy, 33, 214-226.
131
[2] Ver: http://www.huffingtonpost.es/2012/09/13/divorcios-2012_n_187 4325.html.
También parece que la crisis económica ha afectado a la voluntad de las parejas para romper la relación. Ver
Banschick, M. (2011), Getting a divorce recession-style. USA Today, noviembre, pp. 48-49.
132
[3] John Gottman y N. Silver (1999), The seven principles for making marriage work, Londres, Orion.
133
[4] N. Gartrell, H. Bos, H. Peyser, A. Deck y C. Rodas (2011), Family Characteristics, custody arrangements and
adolescent psychological well-being after lesbian mothers break up. Family Relations, 60, 572-585.
134
[5] Nathaniel Branden (1969), The psychology of self-esteem (edición 2011), Nueva York, Wiley.
135
[6] Mandelbaum, T. (2011), Psychological tasks associated with divorce: Eat, pray, love (2010), An unmarried
woman (1978), and Kramer vs. Kramer (1979). The American Journal of Psychoanalysis, 71, 121-133.
136
[7] Un caso extremo de ello es el que se relata en el libro de V. Garrido y P. López (2013), El secreto de Bretón,
Barcelona, Ariel.
137
[8] Julian Barnes (2012), El sentido de un final, Barcelona, Anagrama, p. 70.
138
[9] Javier Marías (2011), Los enamoramientos, Madrid, Alfaguara, p. 356.
139
[10] Mandelbaum, T. (2011), Psychological tasks associated with divorce: Eat, pray, love (2010), An unmarried
woman (1978), and Kramer vs. Kramer (1979). The American Journal of Psychoanalysis, 71, 121-133.
140
[11] Ídem.
141
[12] Anderson, E. R., y Greene, S. M. (2011), My child and I are a package deal: Balancing adult and child
concerns in repartnering after divorce. Journal of Family Psychology, 25, 741-750.
142
[13] Ídem.
143
[14] Buss, D. M. (2011), Evolutionary psychology: The new science of the mind (4.a ed.), Boston, Pearson.
144
[15] Pavlát, J. y Süsta, M. (2008), Children in parental litigation. Ceskoslovenská Psychologie, 52, 458 y ss.
145
[16] Garrido, V. (2004), Cara a cara con el psicópata, Barcelona, Ariel.
146
[17] Fisher, S. (2010), An examination of a sense of entitlement in violent men: Violence towards others and the
self. Tesis doctoral: Universidad de Murdoch, Australia.
147
[18] También se llama «pasiva-encubierta». No confundir con la conducta «pasivo-agresiva». Como su nombre
indica, ésta supone agredir a través de la pasividad, de la inacción, por ejemplo fingir que se olvidan cosas,
negarse a hablar con alguien. La conducta agresiva-encubierta es activa, aunque se realiza de forma velada.
148
[19] Seguimos aquí el trabajo de Simon (2009), In sheep’s clothing: Understanding and dealing with
manipulative people, Little Rock, Parkhurst Brothers.
149
[20] También es muy habitual esta táctica entre los hijos tiranos: decir que sus madres les odian o que otros
padres son mucho mejores padres que los suyos siempre son comentarios muy perturbadores para la persona que
los escucha. ¿Qué pensar si nuestro hijo dice que hacemos con nuestras prohibiciones que su vida sea un
infierno? ¿Cómo nos sentimos si nos dice que es muy desgraciado por el modo en que le tratamos? Esas
declaraciones nos hacen sentirnos mal, que dudemos: ¿no estaremos siendo muy duros con él? ¿No me estaré
excediendo? Sólo cuando nos tomamos tiempo, cuando ponemos en perspectiva esos comentarios dentro del
contexto de todo su comportamiento y de su relación con nosotros, podemos comprender que su intento al decir
esas cosas es que le permitamos hacer lo que desea. Observa —y ése es el test definitivo de que tu obrar está
justificado—, sin embargo, que eso que pretende no redunda en su beneficio, sino que le perjudica, porque si
accedieras a lo que te pide entonces pasaría menos tiempo haciendo los deberes, o fumaría porros, o nunca haría
ninguna tarea en casa, y un largo etcétera. Ver V. Garrido (2006), Los hijos tiranos: El síndrome del emperador,
Barcelona, Ariel.
150
[21] Ver la obra de Simon ya citada, pero también Cara a cara con el psicópata, así como las obras de Brown, S.
(2009), Women who love psychopaths, Penrose, NC, Mask Publishing, y de Silver, J. (2012), Almost a
psychopath, Center City, Min, Hazelden.
151
[22] Dainese, S. M., Allemand, M., Ribeiro, N., Bayram, S., Martin, M. y Ehlert, U. (2011), Protective factors in
midlife: How do people stay healthy? GeroPsych, 24, 19-29.
152
[23] Dado que el trastorno afecta sobre todo a las mujeres, emplearé el femenino para referirme a este tipo de
pacientes, del mismo modo que he empleado el masculino para referirme a los psicópatas o al espectro de los
sujetos «sin conciencia» en el capítulo anterior.
153
[24] Crump, D., y Anderson, J. S. (2009), Effects upon divorce proceedings when a spouse suffers from
borderline personality disorder. Family Law Quarterly, 43, 571-586.
154
[25] Kernberg, O. (1975), Borderline conditions and pathological narcissism, Nueva York, Aronson.
155
[26] Éste es un caso compuesto de un ejemplo citado en Crump y Anderson, op. cit., y de otro procedente de
mis archivos personales.
156
[27] Kelly, J.B. (2003), Parents with enduring child disputes: Multiple pathways to enduring disputes, Journal of
Family Studies, 9, 37-50, y Crump y Anderson, op. cit.
157
[28] Hicks, B., Carlson. M., Blonigen, D. M. y Patrick, C. J. (2012), Psychopathic personality traits and
environmental contexts: Differential correlates, gender differences and genetic mediation. Personality Disorders:
Theory, Research and Treatment, 3, 209-227.
158
[29] Wietzker, A., Buysee, A., Loeys, T., y Brondeel, R. (2011), Easing the conscience: Feeling guilty makes
people cooperate in divorce negotiations, Journal of Social and Personal Relationships, 29, 324-336.
159
[30] Yárnoz-Yaben, S. (2010), Attachment style and adjustment to divorce, The Spanish Journal of Psychology,
13, 210-219.
160
[31] Carter, B., y McGoldnick, M. (1989), The changing family life cycle: A framework for family therapy.
Boston, Allyn and Bacon.
161
[32] Viktor Frankl (2004), El hombre en busca de sentido. Barcelona, Herder, pp. 126-127.
162
[33] John Dewey (1900), La escuela y la sociedad [The school and society], Chicago, The University of Chicago
Press. Ver Sydney Hook (2000), John Dewey, semblanza intelectual, Barcelona, Paidós.
163
[34] Eldar-Avidan, D., Haj-Yahia, M. y Greenbaum, C.W. (2009). Divorce is a part of my life... Resilience,
survival and vulnerability: Young adults’ perception of the implications of parental divorce. Journal of Marital and
Family Therapy, 35, 30-46.
164
[35] Laumann-Billings, L., y Emery, R. E. (2003). Distress among young adults from divorced families. Journal
of Family Psychology, 14, 671-687.
165
[36] Amato, P. R. (2000). The consecuences of divorce for adults and children. Journal of Marriage and the
Family, 62, 1269-1287.
166
[37] Eldar-Avidan, D., Haj-Yahia, M. y Greenbaum, C.W. (2009), op. cit.
167
[38] La inteligencia educacional se desarrolla de modo monográfico en mi libro Mientras vivas en casa: La
inteligencia educacional, Barcelona, Sello Editorial, 2009.
168
[39] La cita de Spinoza sobre la servidumbre se corresponde con el título de la cuarta parte de la Ética, llamad0
«De la servidumbre humana, o de la fuerza de los afectos». Tomado de Steven Nadler, Spinoza (1999), Madrid,
Acento, p. 328.
169
[40] Stefan Zweig en su obra Montaigne (2008), Barcelona, Acantilado.
170
[41] Kagan, J. (2006), An argument for mind, New Haven, Yale University Press.
171
[42] Noddings, N. (2005), Happiness and education, Nueva York, Cambridge University Press.
172
[43] Stuparich, D. (2008), La isla, Barcelona, Minúscula, p. 66.
173
[44] Kruk, E. (2010), Parental and social responsibilities to children’s needs in the divorce transition: Fathers’
perspective, The Journal of Men’s Studies, 18, 159-178.
174
[45] El término de «padre» lo empleo de forma genérica para referirme en abstracto al padre o a la madre, salvo
que el texto indique lo contrario.
175
[46] Luftman, V. H., Veltkamp, L. J., Clark, J. J., Lannacone, S., y Snooks, H. (2005), Practice guidelines in
child custody evaluations for licensed clinical social workers, Clinical Social Work Journal, 32, 327-357.
176
[47] Barnett, J. E. (ed.) (2009), Ethical and professional considerations in divorce and child custody cases,
Professional Psychology: Research and Practice, 40, 538-549.
177
[48] Merkin, D. (2012), Is depression interited?, The New York Times, 28 de julio.
178
[49] Jolivet, K. R. (2011), The psychological impact of divorce on children: What is a family lawyer to do?,
American Journal of Family Law, pp. 175-183.
179
[50] Jolivet, K. R. op. cit.
180
[51] La magistrada recuerda en el fallo que la ley veta de forma general la guarda conjunta cuando uno de los
cónyuges «esté incurso en un proceso penal iniciado por atentar contra la vida, la integridad física, la libertad, la
integridad moral o la libertad e indemnidad sexual del otro cónyuge o de los hijos que convivan con ambos». Y
también, cuando de las alegaciones de las partes y las pruebas practicadas el juez advierta «indicios fundados de
violencia doméstica». La juez constata que, en este caso, no es que el padre estuviese incurso en un
procedimiento penal «sino que ha sido condenado por un delito relacionado con la violencia de género». Pero se
acoge a una excepción contemplada en el mismo Código Civil, que permite obviar las prevenciones anteriores y
decretar la guarda compartida «fundamentándola en que sólo de esta forma se protege adecuadamente el interés
superior del menor». (Ver El País, 3 de enero de 2013.)
181
[52] Hay veces en que los jueces no cuentan con esos equipos, si la población es pequeña. Por otra parte, a pesar
de que el nivel medio de tales equipos en España es adecuado, he de decir que en ocasiones me he encontrado
con informes técnicos muy pobres y limitados.
182
[53] Bauserman, R. (2002), Child adjustment in joint-custody versus sole-custody arragements. A meta-analytic
review, Journal of Family Psychology, 16, 91-102.
183
[54] Spruijt, E., y Duindam, V. (2010), Joint Physical custody in The Netherlands and the well-being of children,
Journal of Divorce & Remarriage, 51, 65-82.
184
[55] Garrido, V. (2001), Amores que matan: violencia y acoso contra las mujeres, Alzira, Valencia.
185
[56] Scott, K. L., y Wolfe, D. (2000), Change among batterers. Journal of Interpersonal Violence, 15, 827-842.
186
[57] Es interesante señalar que el programa, desarrollado en la Agencia Changing Ways (Caminos para el
cambio), de London (Ontario), en Canadá, tenía dos fases: la básica (de 20 semanas) y la avanzada (14-20
semanas). Sólo del 20 al 30 % de los sujetos que asistían a los cursos (voluntarios y enviados por el tribunal)
pasaban a la segunda etapa.
187
[58] Snyder, C., Cheavnas, J. y Michael, S. T. (1999), Hoping. En C. R. Snyder (editor), Coping: The
psychology of what works, pp. 205-231. Nueva York: Oxford University Press.
188
[59] Frankl, V. (2004), El hombre en búsqueda de sentido, Barcelona, Herder.
189
[60] Weingarten, K. (2010), Reasonable hope: Construct, clinical applications, and supports, Family Process, 49,
5-25. Las referencias a la «esperanza razonable» provienen de este texto.
190
191
Cómo sobrevivir a una ruptura
Vicente Garrido
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Índice
Índice
Dedicatoria
Introducción
1. Psicología del divorcio
2. El síndrome del corazón roto
3. La nueva pareja
4. El hombre en el espectro de la psicopatía
5. La mujer con trastorno límite de personalidad
6. Afrontar el divorcio
7. Padres divorciados con inteligencia educacional
8. Los determinantes de la custodia: el examen de los padres
9. Los abogados en el proceso de divorcio y el tipo de custodia
Epílogo
Agradecimientos
Notas
Créditos
193
2
4
6
9
19
24
30
50
59
69
95
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