2 Índice Portada Dedicatoria Introducción 1. Psicología del divorcio 2. El síndrome del corazón roto 3. La nueva pareja 4. El hombre en el espectro de la psicopatía 5. La mujer con trastorno límite de personalidad 6. Afrontar el divorcio 7. Padres divorciados con inteligencia educacional 8. Los determinantes de la custodia: el examen de los padres 9. Los abogados en el proceso de divorcio y el tipo de custodia Epílogo Agradecimientos Notas Créditos 3 4 A la Asociación Viktor E. Frankl de Valencia, por su ingente labor en beneficio de los que necesitan esperanza. 5 6 INTRODUCCIÓN Este libro responde a la petición de varias personas que me solicitaron una guía breve para poder comprender la ruptura de una pareja desde el plano de la experiencia personal y desde su tramitación ante los jueces de familia (en este libro emplearemos las palabras divorcio o ruptura de una convivencia de modo equivalente, salvo que se indique lo contrario). Por otra parte, mi experiencia profesional acumulada durante años en juicios de divorcios particularmente duros me había puesto ya sobre aviso de que es realmente necesario afrontar esta situación con las ideas claras, sabiendo qué es lo mejor para nosotros y, si es el caso, para nuestros hijos. La ruptura de un proyecto de vida es algo muy doloroso, que puede convertirse incluso en algo dantesco si nos empeñamos en ventilar ante el juez de familia los problemas habidos en la relación y exigimos ganar en el pleito como respuesta a lo que consideramos un comportamiento indigno por parte de nuestra anterior pareja. No concibo un error más grande que éste, y sin embargo todos los años miles de personas lo cometen, muchas veces sin ser realmente conscientes de ello —ni de las funestas consecuencias que conlleva—, motivadas por su indignación y su autoestima heridas. En esta obra el lector encontrará diversas razones por las que señalo la importancia de adoptar una perspectiva mental, una filosofía, al mismo tiempo práctica y profunda. Práctica, porque el modo en que afrontemos la ruptura puede marcar de forma indeleble nuestro futuro y el de los niños; profunda porque cuanto más sufrimiento mal orientado haya en dicha ruptura y en el tiempo posterior, más difícil será que salgamos a flote. Una «filosofía práctica» exige saber, por ejemplo, qué tipo de abogado buscar, o cómo presentarnos ante los psicólogos y otros profesionales que tienen que aconsejar al juez acerca de la patria potestad y el régimen de visitas de los niños. Igualmente, también resulta vital saber cuáles son las mejores estrategias y habilidades para educar a los hijos de una familia donde los padres se han separado, atendiendo a los principios de la moderna «inteligencia educacional», o qué tipo de custodia de los niños resulta aconsejable en cada circunstancia. Pero aun siendo de gran importancia todas estas cuestiones, en este libro también se subraya que la ruptura de una relación no es sólo un camino de sufrimiento, sino también de reorganización y de nuevas aperturas vitales. Y que la comprensión de este fenómeno desde el inicio puede ser el primer y más importante paso para que la familia en su conjunto pase por el trance de la separación sin que queden secuelas. En otras palabras: aceptar el sufrimiento de la ruptura con una mentalidad positiva hacia uno mismo y —si 7 es el caso— hacia los hijos lleva a querer tener la mejor relación posible con la expareja, y eso es una oportunidad para el crecimiento personal.[1] Por ello la persona que ha roto con otra y lleva su caso a los tribunales ha de preguntarse, desde el inicio, qué es lo que realmente quiere para su futuro y el de sus hijos. Y a partir de ahí es importante que conozca las consecuencias del curso de acción que vaya a tomar. Sin embargo, determinadas personas son un peligro claro e inminente para nuestra estabilidad mental: tanto los sujetos que he denominado «dentro del espectro» de la psicopatía (generalmente hombres, aunque también hay mujeres), como los que presentan rasgos notables de un «Trastorno Límite de Personalidad» (sobre todo mujeres) no pueden tener una relación «normal» posterior a la ruptura con la expareja. Estas personas son muy difíciles de manejar, y rara vez se avienen a razones. Muchas veces los abogados y los jueces están perdidos porque no las identifican, y ven perjudicada claramente su labor en la obtención del mejor resultado posible para todos los implicados. Con ellas, los consejos dados para la mayoría de las parejas que se separan o divorcian han de ser matizados para ajustarse mejor a estas personalidades controladoras, vengativas e impredecibles. Creo que está más que justificado dedicar parte de este libro a explicar tales cuadros de personalidad desajustada, que invariablemente acuden a los juzgados todos los años en busca de «su justicia» particular. Saber identificarlos es una prioridad para que los niños, sobre todo, no sufran más allá de lo que el destino les haya reservado en el futuro. Porque otro tema central en el libro es el énfasis en el bienestar de los niños. Hoy sabemos qué cosas no hay que hacer para que la ruptura no les dañe de modo permanente; sabemos qué elementos de protección pueden emplearse para minimizar tal impacto y cómo proceder en el proceso de divorcio para que esa experiencia no sea traumática. Ningún padre o madre responsable puede olvidarse de los intereses de sus hijos para perseguir una satisfacción emocional en el juzgado a costa de su expareja. Confío en que esta obra les sirva de ayuda en el momento de navegar por el tantas veces inhóspito mar de la ruptura y los acuerdos judiciales. Si tenemos la vista puesta en el horizonte correcto, llegaremos a puerto fatigados y doloridos, pero también sanos y salvos. VICENTE GARRIDO Jávea, mayo de 2013 8 9 CAPÍTULO 1 PSICOLOGÍA DEL DIVORCIO Realidad del divorcio en España Quizá sería lógico pensar que los divorcios o rupturas tienen que ver únicamente con la falta de amor, de uno de los cónyuges o de los dos. Pero no sólo en la continuidad de un matrimonio o convivencia entran en juego los aspectos afectivos o la compatibilidad de caracteres. Los costes económicos que implican el mantenimiento de dos viviendas y la duplicidad de gastos en caso de separación o divorcio han llevado a un descenso de las rupturas matrimoniales en España registradas en 2011 hasta niveles de hace diez años.[2] A pesar de ello, el divorcio sigue siendo muy común en la sociedad española; nada menos que 117.179 rupturas matrimoniales definitivas se contabilizaron en el conjunto de España en 2011, de las cuales 68.851 fueron de mutuo acuerdo y las 48.328 restantes fueron no consensuadas. A estos datos hemos de sumar las separaciones de las parejas de hecho: en 2011 hubo 7.347 separaciones, de las cuales 4.872 fueron de mutuo acuerdo y las restantes 2.475 sin consenso. Tenemos que concluir, entonces, que el divorcio es una realidad extraordinariamente frecuente en nuestra sociedad. Otra conclusión inquietante de las cifras anteriores es la gran cantidad de divorcios sin acuerdo, es decir, donde los cónyuges van a pelear ante un juzgado por cuestiones como pensiones, división de bienes y, sobre todo, la custodia de los hijos; aproximadamente un cuarenta por ciento de los casos. El divorcio no consensuado es una realidad porque, además de otras razones derivadas de los sentimientos que albergan los padres en su relación, éstos pueden tener ideas diferentes acerca de cómo educar a los hijos, lo que se suma a su amor hacia ellos para pedir su custodia. ¿Qué futuro desean para sus hijos y, lo que es más importante, cómo deberían proceder ellos en su cuidado diario y educación? Un padre puede considerar que el otro es «demasiado exigente», o «negligente», o que no le presta atención cuando debería supervisarlo adecuadamente y estar atento a sus conductas disruptivas o a su falta de esfuerzo... Si, como decía antes, añadimos a lo anterior las diferencias de perspectivas sobre el reparto de bienes, la cantidad a pagar como pensión por los hijos o por la pensión compensatoria, entenderemos el porqué de esta cifra tan abultada de divorcios contenciosos. Lo cual no significa que muchos de estos pleitos no se puedan evitar, por el bien de todos, algo que constituye una de las principales conclusiones de este libro. En todo caso, 10 quiero señalar que la hostilidad y la pelea que suelen acompañar al divorcio sin acuerdo añaden más perturbación y ansiedad a todo el proceso, lo que es una lástima, porque el cese de la convivencia ya es un trago suficientemente amargo (particularmente si hay hijos), sin que se añada la contienda ante los tribunales. El divorcio, un paso difícil Para la mayoría de la gente el divorcio tiene que ver con la infelicidad o, mejor dicho, con la necesidad de hacer algo con la frustración que se siente al no vivir la felicidad esperada. Así, uno quiere encontrar una relación mejor, o bien otra persona que llene de contenido una existencia que ahora, con su actual pareja, le parece vacía. La mayoría de las parejas que se separan no se profesan una gran animadversión, después de los habituales primeros meses perturbadores que siguen a la ruptura; simplemente quieren ser más felices, solos o con otra persona. Esto es un modo de actuación realista, y en circunstancias ordinarias salen adelante todos los implicados: los excónyuges, las familias de éstos y los hijos, si los hay. Ahora bien, eso no obsta para que reconozcamos lo duro de dar este paso. El divorcio es una de las experiencias más difíciles que puede pasarle a alguien en la vida. Aunque algunas veces la ruptura de la relación puede suponer unos efectos positivos inmediatos para un miembro de la pareja que está sufriendo abuso o violencia, o quizás para los dos si ciertamente el matrimonio es muy desgraciado, para la mayoría de la gente el final de una relación conlleva sentimientos negativos, estrés y un profundo dolor emocional. Es habitual que los divorciados, particularmente si se han visto obligados a ello, mencionen una pérdida importante de autoestima y periodos de ansiedad e incertidumbre acerca de su vida y su futuro. Como antes mencioné, los inconvenientes del divorcio se intensifican y se alargan si los excónyuges tienen graves discrepancias acerca de cómo encararlo, y todavía más si las tensiones y hostilidades perduran en el tiempo. En efecto, en los divorcios suele haber muchos puntos conflictivos, y se requiere de un temple maduro para atravesar ese campo minado sin caer en una profunda alteración o en la agudización de una hostilidad que quizás ya estaba bien presente antes del inicio del proceso legal. Lo normal es que uno tienda a culpar al otro, y digo «normal» porque psicológicamente estamos programados para seguir esta senda (atención: no digo estamos «determinados» a hacerlo). Actuar así tiene la ventaja de proteger nuestra autoestima y, por ello, nuestro bienestar emocional. Existe abundante investigación que indica que el atribuirse uno mismo la culpa de un hecho traumático dificulta la recuperación, y es un elemento facilitador de la depresión. Ahora bien, es evidente que entre considerar al otro como completamente responsable 11 del naufragio de la relación y echarnos la culpa íntegra a nosotros mismos hay un término medio, y probablemente es ese término medio la perspectiva más madura a tomar en muchas ocasiones. Pero, sin desdecirme de lo que acabo de escribir, sí hay ocasiones en que la culpa es básicamente del otro: son los casos en que hemos sido víctimas de personas que desde el principio —o durante un tiempo importante de la relación— han intentado manipularnos y explotarnos para sus propios fines. Se trata de los sujetos que están dentro del espectro de la psicopatía: sujetos narcisistas, egocéntricos, manipuladores y sin conciencia que aprovechan el amor que les tenemos para utilizarnos a su servicio. Cuando más adelante me ocupe de los psicópatas o manipuladores crónicos ejemplificaré sobre todo al marido, porque este tipo de personalidad afecta más a los hombres (aunque sin duda también hay mujeres así). En el caso de las mujeres, el trastorno de personalidad más capacitado para destruir una relación es el llamado «Trastorno Límite de Personalidad», caracterizado por un desequilibrio emocional y comportamiento contradictorio que hace imposible la convivencia. Ya que estos dos tipos de personas no se «ven venir» con facilidad (sobre todo el primero), dedicaré una parte de este libro a considerarlos, porque entiendo que muchas veces los jueces y abogados que intervienen en los pleitos de divorcios desconocen la naturaleza profunda de algunos de los cónyuges acerca de los cuales se han de tomar decisiones muy importantes para ellos y sus hijos. Una idea más. No tenemos que buscar en los libros de psiquiatría o psicología una etiqueta o diagnóstico para todo tipo de comportamiento deficiente, inmoral o ruin. Muchas veces el matrimonio o la convivencia naufragan porque, sencillamente, la otra persona no está preparada para la relación, o no nos quiere a pesar de lo que vimos o nos dijo en un principio, o sencillamente se comporta de modo muy egoísta porque no está a gusto con nosotros. Lo que quiero decir es que la gente tiene libre albedrío, voluntad propia, y es su responsabilidad decidir cómo comportarse en una relación amorosa. Cuando describo a los sujetos en el espectro o en el ámbito de la psicopatía y a quienes presentan un Trastorno Límite de Personalidad, lo hago porque son dos formas de ser, dos trastornos de personalidad, que si no se identifican pueden tener graves repercusiones en la familia antes y después del divorcio; esto es, son personas que presentan desafíos muy notables por su capacidad de engañar y manipular. Pero no cabe duda de que mucha gente está capacitada para ser insincera y sacar provecho de ello, sin que llegue a la intensidad de esos dos síndromes patológicos. ¿Qué parejas tienen más probabilidad de divorciarse? Determinadas parejas tienen más probabilidad que otras de divorciarse. Se pueden 12 destacar cinco factores de riesgo: 1. Matrimonio a muy temprana edad (la adolescencia y pocos años más). 2. Ingresos económicos muy bajos. 3. Un pobre nivel educativo. 4. Aportar un hijo al matrimonio de una anterior relación (especialmente las madres). 5. Haber crecido en un hogar de padres que también se divorciaron. Es obvio que estamos hablando de probabilidades, de factores que aumentan el riesgo del divorcio, no de certezas: uno puede estar en todos esos grupos de riesgo y vivir toda la vida felizmente con su pareja, aunque los números dicen que en tal caso es mucho más difícil lograrlo. Hay controversia sobre si vivir juntos antes del matrimonio aumenta el riesgo de divorcio, y en la actualidad resulta difícil dar un veredicto claro. Quizás el mayor riesgo lo tengan aquellas parejas que se dejan llevar por la inercia, y después de un tiempo conviviendo se acaban casando porque han invertido su tiempo en cosas que les vinculan y en sus hijos, sin que realmente estuvieran del todo comprometidos el uno con el otro. Una vez casados, encuentran que no tienen los sentimientos apropiados para mantener el compromiso matrimonial y se divorcian. Más interés tienen a mi juicio los factores o características de la relación que se asocian con una mayor probabilidad de divorcio. La investigación ha hallado que éstas son las siguientes: • • • • • Violencia en la pareja. Conflictos frecuentes. Infidelidad. Un compromiso débil con el matrimonio o convivencia. Poco amor y confianza entre la pareja. No obstante, puede resultar poco satisfactorio quedarse solamente con esta lista de factores. En realidad, lo que se quiere decir en ella, de forma resumida, es que la pareja que se pelea habitualmente y que se quiere poco termina divorciándose, y ciertamente esto no es un gran hallazgo, al igual que tampoco lo es señalar a la infidelidad y a la violencia como causas importantes de la ruptura de una relación. Por ello resulta mucho más interesante detenerse en detalle en el proceso de la relación, en el trato cotidiano de la pareja, para preguntarnos si es posible averiguar en qué medida ciertas prácticas habituales en la relación guardan el secreto de la convivencia feliz o si, por el contrario, predicen el final de la misma. 13 El psicólogo John Gottman lleva muchos años estudiando las relaciones amorosas, y su conclusión es muy clarificadora:[3] «Lo que hace funcionar a un matrimonio es sorprendentemente simple. Las parejas felizmente casadas no son más inteligentes, más ricas o psicológicamente más sofisticadas que las otras: en su vida cotidiana construyen una relación que deja los pensamientos y emociones negativos sobre el otro muy por debajo de los positivos». Y en otro momento: «La verdad es que los matrimonios felices se basan en una amistad profunda, y por ello yo entiendo el respeto mutuo y el disfrute de la compañía del otro». El mito o creencia falsa más grande acerca de por qué fracasa una relación es, de acuerdo con Gottman, el siguiente: la mala comunicación, de tal modo que escuchar con amor y tranquilidad el punto de vista de tu pareja «salvará» el matrimonio. Pero esto es radicalmente falso, porque son las grandes diferencias de opinión las que se interponen en la felicidad de una relación. La investigación de Gottman es concluyente: la mayoría de los conflictos de pareja no pueden resolverse. Su estudio reveló que el 69 % de los conflictos incluyen problemas no resolubles, como el que un cónyuge quiera tener hijos y el otro no, o que uno precise mucha actividad sexual y al otro tal cosa le resulte perturbadora. En otras palabras: las parejas gastan mucha energía y esfuerzo en resolver sus diferencias, pero los desacuerdos importantes tienen que ver con el modo de entender la vida, es decir, con los valores esenciales, y éstos no cambian. Así pues, lejos de tener que «hablar todo», las parejas con éxito aprenden a mantener «debajo de la alfombra» las tensiones ocasionales o las situaciones que molestarán innecesariamente a la otra, y cuya discusión no va a resolver ningún problema. Gottman es capaz de predecir con un acierto del 90 % las parejas que permanecerán y cuáles se divorciarán después de verlas relacionarse por espacio de sólo cinco minutos. Él sostiene que lo fundamental para hacer esa valoración no es el hecho de si discuten o no, sino el modo en que lo hacen. Después de revisar miles de horas de grabaciones de parejas, identificó los siguientes indicadores como los más cercanos a un divorcio futuro, a corto o a medio plazo: Inicios desagradables: discusiones que comienzan con sarcasmo, desprecio o una crítica severa. 2. Crítica personal: no es lo mismo quejarse de un comportamiento de alguien que criticar un rasgo personal. 3. Desprecio o burla: gestos (rodar los ojos, sonrisas irónicas, etc.) o palabras (motes ofensivos) que indican la intención de que el otro se sienta mal. 4. Posición de defensa: tratar de que el otro crea que él (o ella) tiene el problema, y que es su tarea solucionarlo; nosotros somos «inocentes», no hemos tenido ninguna contribución. 1. 14 El «muro defensivo»: es cuando un miembro de la pareja se evade de la interacción para evitar ser herido, algo que suele hacer mucho más el hombre que la mujer, debido a que en éste la reacción fisiológica o emocional es mucho más intensa y tarda más en disiparse (en otras palabras, se altera más y durante mayor tiempo). Razón por la cual son también las mujeres quienes suelen poner sobre la mesa la necesidad de airear o tratar un conflicto, mientras que los varones tratan de evitarlo. 6. La «inundación» emocional: cuando un miembro de la pareja es atacado verbalmente por el otro reacciona activándose como si sufriera una amenaza física (por ejemplo, con mayores dosis de adrenalina), y todo ello genera un gran desgaste y el deseo de no relacionarse. 7. El fracaso a la hora de reparar o prevenir los daños: las parejas felices saben detenerse a tiempo, antes de que los daños sean severos, o bien después de una discusión o conflicto saben cómo retomar el humor habitual existente entre ellos. El sentido del perdón y de «olvidar» al que antes hice referencia tiene aquí su lugar. 5. Entonces, ¿qué hace una buena pareja? La amistad es la clave, y no sólo porque favorece el romance o los gestos amorosos, sino porque protege contra las inclemencias o dificultades que inevitablemente surgen en cualquier relación. Esa amistad se expresa en términos de orgullo y admiración por el otro; nos sentimos afortunados de estar con esa persona, y esa sensación lo resume todo. De acuerdo con Gottman, el propósito de la convivencia en pareja es compartir un proyecto de vida, en el que cada miembro de la pareja apoya los sueños y metas del otro. El fracaso se atisba cuando uno de los dos ha de sacrificar cosas esenciales para que el otro sea feliz; los amigos auténticos disfrutan de igualdad. El concepto de «amistad» tiene muchos matices; supone conocer los gustos y aficiones de la persona a quien amamos, interesarnos por compartir su mundo, no entrar en luchas de poder y estar atentos a las necesidades de quien comparte nuestra vida... Todo ello cabe dentro de la palabra «amistad» entre una pareja, y es la clave del éxito amoroso. Gottman también ha encontrado hallazgos parecidos en el caso de parejas homosexuales y lesbianas con respecto a los predictores del éxito de la relación, tras doce años de estudio de su comportamiento en grabaciones de vídeo. Esto coincide con lo que sabemos sobre el modo en que los divorcios afectan a los hijos, y de nuevo no parece haber grandes diferencias entre matrimonios heterosexuales y del mismo sexo; es decir, unos y otros hacen cosas parecidas que tienen la virtud de influir de modo positivo o negativo en sus hijos.[4] 15 Por eso hay que dejar atrás otro mito: el de que dos personas diferentes se complementan, y por ello «los opuestos se atraen» y tienen una mayor probabilidad de ser felices. Acabamos de ver justamente que la verdad es lo contrario: son los valores o principios fundamentales de una persona los que, al ser compartidos por la otra, permiten transitar por la vida con el sentimiento de que vivimos de acuerdo con lo que creemos más correcto o estimamos mejor. Y esto es la clave de la autoestima positiva, como nos ha enseñado Nathaniel Branden.[5] Finalmente, quisiera insistir en el punto de la superación de las dificultades: si nos centramos sólo en lo malo podemos perder de vista lo bueno. Hay matrimonios que continúan adelante porque despliegan el humor y los gestos de cariño suficientes para mantener un clima relativamente feliz, a pesar de la presencia de heridas y decepciones sufridas. Por otra parte, parece de sentido común considerar que en una pareja en que se instala un patrón de violencia y de ausencia de amor la existencia de otras cualidades positivas puede ser del todo insuficiente para que la relación funcione. Pero en todo caso los investigadores nos dicen que no deberíamos despreciar la capacidad que tienen muchos matrimonios para el sacrificio y el perdón si queremos comprender bien qué hace que aquéllos se mantengan a pesar de que surjan numerosas dificultades. Dos grupos de parejas que se divorcian Por otra parte, es necesario decir aquí que no todas las parejas «se llevan muy mal» antes del divorcio, es decir, que no todas discuten con frecuencia, se echan la culpa mutuamente, se evitan e insultan y son infieles. De hecho podríamos decir que existen dos grupos de parejas que llegan al divorcio por caminos diferentes: el primero cumpliría las expectativas quizás más habituales, y sería aquel que reuniría ese conjunto de hábitos de relación y de desamor comentado: violencia, infidelidad, etc. Estas parejas llevan muchas veces su desacuerdo al propio final de la relación, y participan en un divorcio contencioso o conflictivo, sobre todo si hay hijos por en medio. El otro grupo de parejas sería «más civilizado», mostraría un nivel de felicidad mayor que el anterior, pero que en todo caso no sería suficiente para mantener la unión. En otras palabras, aquí lo relevante no sería tanto la presencia de un conflicto intenso y frecuente entre la pareja, sino la ausencia de los alicientes suficientes como para permanecer juntos durante más tiempo. En estos casos hay más divorcios de mutuo acuerdo. No podemos descartar que en estos matrimonios quizás la presencia inesperada de un acontecimiento estresante como el desempleo, una enfermedad o la existencia de un romance con un tercero determine el final abrupto de una relación poco sólida desde el inicio. 16 Las etapas del divorcio La psicología del individuo pasa por cuatro fases en el proceso del divorcio.[6] 1. Primero viene la decisión de divorciarse. 2. A continuación, sigue la etapa más pragmática de decidir cómo se va a disolver la relación (la negociación o disputa sobre las condiciones del divorcio). 3. Finalmente, llega la consumación del divorcio. 4. Después de la separación, se inicia la etapa de reorganización personal, en que nos tenemos que ajustar a la nueva situación personal y familiar (sobre todo si hay hijos) que se abre ante nosotros sin nuestra pareja. Para entender los diferentes conflictos o tareas psicológicas con las que tenemos que lidiar a través de esas etapas es necesario comprender la importancia del vínculo afectivo, en este caso romántico-amoroso. Todo el mundo necesita ser querido, y sin duda para un adulto el amor romántico es uno de los más importantes. En el amor hallamos seguridad, un lugar en el sol donde poder disfrutar de la vida y desde el que hacer frente a sus dificultades. Una de las claves de la felicidad personal se halla sin duda en invertir nuestro esfuerzo en un compañero o compañera que nos apoye en esas tareas, y al que ofrecer también nuestra asistencia para que igualmente él o ella logre esas metas. De ahí la importancia de elegir bien, de saber discriminar qué personas son capaces de dar eso en la relación y quiénes no. En todo caso, se comprende que una vez que establecemos el vínculo amoroso con alguien resulta difícil romperlo, tantas expectativas y esfuerzos hemos puesto en esa relación. A fin de cuentas, el divorcio supone la separación de aquella persona en la que hemos buscado esa seguridad emocional para permitirnos crecer y ser felices. Se entiende, entonces, la gran dificultad y dolor que conlleva esa ruptura. El divorcio implica la dura tarea de desvincularse de esa persona tan importante antes, y un nuevo proceso de volver a reconstruir nuestro equilibrio personal y nuestra vida. Es la cuarta etapa antes mencionada, que podemos describir de forma sumaria como de «reorganización». (En otro capítulo volveremos con más detalle a ocuparnos de estas etapas.) Esta etapa de reorganización puede ser complicada. Los estudiosos de la familia han mencionado diversos elementos que ayudan a que sea más llevadera, tales como mantener otra relación íntima amorosa, ser capaz de integrar el divorcio dentro de la experiencia vital propia, ser capaz de perdonar las acciones del excónyuge percibidas como ruines, centrarse en las experiencias nuevas que están por venir en vez de rumiar sobre los hechos del pasado, y en los casos más afortunados, poder establecer una 17 relación positiva con el excónyuge. Es claro que todo esto resulta mucho más fácil decirlo que hacerlo. No es lo mismo desear el divorcio que recibir esa decisión tomada por nuestra pareja. Por otra parte, una vez divorciados, la otra persona, el excónyuge, puede que no colabore en absoluto en facilitar las cosas, y eso son malas noticias. También podemos tener actitudes y tensiones internas que saboteen nuestros esfuerzos por seguir adelante. Es decir, los problemas pueden venir de nosotros mismos tanto como de la persona con la que estuvimos conviviendo, y todo esto añade complejidad a la recuperación, porque hay una verdad irrefutable: no podemos controlar la vida de los otros, así que deberíamos empezar por hacer lo posible para que nuestro comportamiento tras el divorcio nos ayude en la reorganización de nuestra vida. Y lo primero que tenemos que resolver, si hemos sido los abandonados, es el ánimo depresivo y las ideas angustiosas de lo que se conoce como el «síndrome del corazón roto»: ya no tengo a mi amor, ya nunca podré volver a ser feliz. 18 19 CAPÍTULO 2 EL SÍNDROME DEL CORAZÓN ROTO Hay una única idea esencial que encierra el síndrome del corazón roto: no puedo vivir sin este amor, la vida no merece la pena si no continúa esta relación, si no puedo volver a tenerlo o tenerla entre mis brazos, si ya no puede continuar este proyecto de vida que habíamos iniciado, si todo lo que había imaginado y querido no se puede realizar. Estas ideas están detrás de muchos de los problemas de salud mental que llevan a la persona ante el psiquiatra y el psicólogo: el corazón está roto, la esperanza de ser feliz se ha desvanecido. Ese ánimo desolado del corazón roto supone necesariamente que ese amor ha existido, es decir, que la persona abandonada ha amado de veras, y se ha sentido igualmente querida, al menos durante un tiempo, cuando ese futuro aún existía como horizonte vital posible y deseable para ambos. Los individuos que nunca han querido a ese alguien, y que deseaban estar con él por alguna otra razón —generalmente por deseo de posesión o de control para compensar una autoestima baja o muy frágil, pero también por mero deseo sexual o interés de cualquier otro tipo— no tienen el corazón roto, sino su vanidad, o su orgullo, o sus expectativas de obtener un interés frustradas. No debemos confundir la exigencia para que el excónyuge o expareja regrese —una exigencia, y por eso una imposición que nos hacemos a nosotros y a quien se dirige— con el sentimiento legítimo de que le necesitamos, en el sentido más fuerte de esa palabra; esto es, que esa relación vuelva a nuestra vida porque no imaginamos otro futuro al de estar con ella. La exigencia es siempre errónea, porque implica coartar la voluntad, definir una situación que no admite opciones, y por ello está muy cerca de dar órdenes, lo que obviamente no forma parte de una relación amorosa. El enamorado con el corazón roto puede pedir con vehemencia, exhortar con mil razones para que se produzca el reencuentro, insistir hasta un punto, pero no ordenar. Queremos que vuelva, se lo suplicamos; pero al fin la otra persona es libre de decidir. El enamorado de verdad no rebasa ese límite que figura en el intercambio de pareceres entre esas dos personas, y que puede resumirse en esta idea: «Daría todo lo que tengo para que volvieras conmigo, pero yo no puedo tomar esa decisión que te corresponde sólo a ti; me hundirás en la miseria si me rechazas definitivamente, pero nada más está en mi mano»; si vamos más allá en nuestra insistencia estamos invadiendo el terreno de la voluntad de esa persona hasta violentarla, y el amor entonces deja paso a otra cosa. En los casos donde hay acoso, persecución, amenazas, estamos ya pisando el terreno del 20 abuso y la coacción. Para mí ésa es la prueba de que quien obra de este modo no quiere realmente a esa persona; querrá, como he dicho antes, volver a tenerla, pero no será por amor, sino por razones egoístas, porque no quiere verse humillado («¿quién es ella para dejarme?») o porque su miedo a sentirse incompetente y fracasado ante la vida le impele a desoír lo que realmente desea ese otro que no quiere volver.[7] La exaltación espiritual y emocional de quien ama en vano incorpora, de este modo, su propia miseria, su propio infierno, la raíz esencial de su dolor, que es siempre propio, específico, marcado con las cicatrices de los recuerdos que acechan una y otra vez: ha de aceptar que el objeto amado diga «no». No te quiero, o no te quiero ya, o aquello que sentía meses o años atrás desapareció, o te quería pero tú no estuviste a la altura, o me he dado cuenta de que realmente necesito a alguien que no eres tú. Ese dolor puede ser más acendrado si realmente quien llora la pérdida cometió los graves errores que le señala quien lo ha dejado: «te amé, pero tú no estuviste a la altura, ahora es tarde, lo siento». Puede ser más llevadero, en cambio, si el ahora infeliz siempre hizo lo posible por demostrar esa devoción, por querer hacer dichosa a esa persona; sí, puede que esa conciencia de «haber hecho todo lo posible» limite los estragos del abandono; al fin y al cabo uno siempre puede decirse que lo intentó hasta el límite de sus posibilidades, y que finalmente tuvo que ceder ante la persistencia de la pareja en marcharse, en buscar otros escenarios donde vivir y enamorarse de nuevo. Ahora bien, he escrito «puede»: sólo es una posibilidad, porque cada uno es muy libre de sentir el dolor del rechazo como mejor pueda o quiera. En el síndrome del corazón roto, el que lo padece se ve incapaz de volver a enamorarse, de querer con la profundidad con que ha querido a la otra persona que ya no está, con independencia de que fuera capaz de demostrarlo cuando tuvo la oportunidad de hacerlo. Sin embargo, en el núcleo de esa desesperación se encuentra la negativa a aceptar la realidad. Es duro querer y que no nos quieran, pero ese hecho forma parte de la vida desde el principio de los tiempos. Negarse a aceptar que una persona ya no nos quiere es negar la propia vida tal y como es; es una de las formas que tiene una creencia que se halla en la base de mucha angustia psíquica: las personas tienen que hacer lo que yo quiero que hagan; o tienen que decidir lo que yo deseo que decidan. Claro que ahora el lector puede decir: «No, no se trata de que yo quiera que todas las personas con las que yo me relaciono hagan lo que yo deseo; yo sólo quiero que esa persona en particular, Laura (o Andrés), comprenda cuánto la amo y lo feliz que, estoy seguro, sería conmigo». Pero la cuestión es que ése es uno de los ejemplos o formas en que se materializa esa idea irracional: si no podemos hacer que la gente haga lo que desearíamos que hiciera, ¿por qué ha de ser diferente cuando se trata de alguien que nos está diciendo con sus palabras y actos que ya no desea seguir con nosotros? Pensemos un momento: ¿podemos imaginar a alguien que conozcamos y con 21 respecto al cual no sintamos nada parecido al amor proponiéndose con toda su alma que la queramos? No, diríamos, no puedo quererte; aleja toda esperanza, olvida esos sentimientos porque no vas a cambiar los míos con respecto a ti. Entonces, ¿qué impide que apliquemos ese conocimiento —que no podemos cambiar los sentimientos de los demás— a nuestro caso? La razón es simple: fuimos amados y ahora no lo somos. Es ese abismo entre lo que tuvimos y ahora no tenemos lo que nos desespera y no queremos aceptar. Y entonces nuestra vida se llena de miseria y, en algunos casos, nos lleva a la depresión y la angustia. Pero no hay ninguna ley que impida que esas cosas sucedan; de hecho, suceden todo el tiempo. El escritor Julian Barnes señaló en una de sus novelas más personales:[8] «Para la mayoría de nosotros, la primera experiencia del amor, aunque fracase —quizás especialmente cuando fracasa—, promete que es eso lo que valida, lo que reivindica la vida. Y aunque los años posteriores pueden alterar esta idea, hasta que algunos de nosotros la repudien totalmente, cuando el amor hiere por primera vez, no hay nada igual». Pero aunque esto sea muchas veces cierto, no siempre ese dolor es irrepetible, o si lo es, ya no nos acordamos, y luego una o más veces (dependiendo de cada cual) volvemos a sentirnos devastados, es decir, «el amor hiere igual» esta última vez, o al menos así lo siento. Sea la primera vez o la segunda o la tercera, siempre está la lucha enormemente costosa de tener que aceptar la realidad: «Ya no me quiere», y sobrevivir mediante la conclusión inevitable: «Y tengo que seguir adelante». El corazón roto requiere ese convencimiento, y el tránsito del tiempo, porque si bien no siempre es cierto ese dicho tan viejo de que «el tiempo todo lo cura» (porque hay heridas que jamás cicatrizan), sí que, al menos, en cuestión del amor no correspondido lo amortigua, lo sofoca, lo desvanece al menos para que podamos enderezar de nuevo el rumbo. Otro gran conocedor de la psicología humana y literato, Javier Marías, lo escribió de modo diáfano:[9] [Los enamoramientos] jamás terminan de golpe, ni se convierten instantáneamente en odio, desprecio, vergüenza o mero estupor, hay una larga travesía hasta llegar a esos sentimientos sustitutorios posibles, hay un accidentado periodo de intrusiones y mezcla, de hibridez y contaminación, y el enamoramiento nunca acaba del todo mientras no se pase por la indiferencia, o más bien por el hastío, mientras uno piense: «Qué superfluo volver al pasado». ¿Qué sucede si nos negamos a aceptar esa realidad, a pesar de todo? Entonces caeremos en la depresión o nuestro futuro quedará hipotecado como siempre sucede cuando nos aferramos a ilusiones o fantasmas. O nos llenaremos de amargura y entonces no volveremos a confiar en nadie, solazándonos en nuestro propio dolor. Y de este modo olvidaremos el mensaje contenido en esa cita tan conocida de C. S. Lewis: Amar por completo es ser vulnerable. Ama lo que sea y tu corazón llorará y posiblemente se romperá. Si quieres asegurarte de mantenerlo intacto, no debes dárselo a nadie, ni siquiera a un animal. Envuélvelo 22 cuidadosamente con pasatiempos y pequeños lujos evitando todo tipo de enredos. Guárdalo seguro en un cofre u oculto detrás de tu egoísmo. Pero en ese cofre, seguro, oscuro, inmóvil, sin aire, cambiará. No se romperá, sino que se convertirá en inquebrantable, impenetrable, irredimible. Amar es ser vulnerable. Es posible que el sentimiento final logrado arduamente —porque «los enamoramientos no terminan de golpe»— escape al catálogo de Marías, consistente «en odio, desprecio, vergüenza o mero estupor», pero no lo es menos que la curación pasa inevitablemente por llegar a la fase de decirse: «Qué superfluo volver al pasado». Eso es así, porque llegar hasta aquí supone comprender que ya no podemos recuperar esa realidad para nuestro presente, que la persona que éramos o pudimos ser si Laura o Andrés nos hubiera amado ya no tiene sentido alguno en nuestro presente, porque, por triste que sea, es superfluo volver al pasado. Lo malo de un amor o enamoramiento mal solucionado se encuentra en dos de las posibles resoluciones: el odio que señala Marías, o bien el no olvido, el recuerdo inagotable de lo que pudo ser y no fue, por mi causa o por la suya, por causa de ambos, quién lo sabe de verdad en la mayoría de los casos. El odio genera destrucción para quien lo recibe pero también para quien lo emite y proyecta. Y si tal es el caso, mal haríamos en llamar amor a eso que sintió quien ahora tanto hiere y desprecia, hasta el punto de ser violento de obra o palabra una y otra vez. Por su parte, «no olvidar», insistir en seguir viviendo instalado en la herida del pasado, oponerse a que se complete el duelo, significa no acabar nunca esa travesía de la que habla el escritor, y equivale a renunciar a aceptar la realidad; en una palabra, a renunciar a ser responsable, porque «amar es ser vulnerable». Acepta que has amado; acepta que ya no lo eres; acepta que esa persona tiene la voluntad —que tú no puedes controlar— de desaparecer de tu vida; acepta que has vivido porque te has atrevido a amar, o al menos lo intentaste de acuerdo con tus posibilidades. Acepta que no importa la traición o desamor que recibiste —si es el caso —, ahora has de seguir adelante y, sobre todo, si tienes hijos, acepta que ellos no han de ser víctimas colaterales de ese amor que ya no volverá. 23 24 CAPÍTULO 3 LA NUEVA PAREJA El divorcio, ¿búsqueda de la independencia? Se dice que el divorcio puede significar una etapa a partir de la cual se abre un nuevo camino para ser feliz y disfrutar de nuevo de una autonomía en la que podemos realizarnos, pero está claro que no todo el mundo lo ve de este modo, inclusive aunque haya pasado el tiempo y el duelo por la ruptura ya haya sido superado. Mi creencia es que si bien el divorcio ha de considerarse como un mal necesario, para muchas personas la libertad y la felicidad se encuentran dentro de una relación amorosa, dentro de una vida comprometida por vínculos amorosos. Y no deberíamos avergonzarnos de ello, del mismo modo que es del todo respetable la idea de que es mejor vivir solo que atado a alguien. Esto se conoce como la «paradoja de la dependencia», la posibilidad de que la persona alcance la libertad y la autonomía dentro precisamente de una relación amorosa. [10] Mi impresión es que sólo las personas que se sienten seguras de su valía y que pueden amar de forma madura —respetando las necesidades del otro y confiando en su honestidad— están capacitadas para hallar su libertad en la convivencia o el compromiso amoroso. Esta idea puede parecer extraña, considerando que en nuestra época el concepto de dependencia está asociado a la personalidad débil e incierta, y que la autosuficiencia resulta muy valorada. Sin embargo, pienso que la decisión de construir una relación de la que depender emocionalmente es algo perfectamente maduro, porque el ser humano busca el amor romántico como una de sus vías de realización personal. Esa dependencia, elegida por el individuo, no implica que su valía dependa de la otra persona; sólo que decide poner sus expectativas emocionales en alguien con la que espera compartir la vida. La película Come, reza, ama Para los que no han visto esta película, a continuación resumo brevemente su argumento. Liz (interpretada por Julia Roberts) es una mujer de 31 años que no quiere seguir casada con Steve; no tiene ningún deseo de ser madre, y se encuentra atada a una vida que no desea. Así pues, le dice adiós a su sorprendido marido y se marcha a recorrer mundo. 25 [11] En este viaje realiza también un crecimiento personal respecto al amor: 1. En Italia, Liz se siente culpable por haber roto su relación con Steve. Pero con el paso de los días, llega a la conclusión de que el crecimiento personal proviene del fracaso, de tocar fondo. Escribe a su expareja y le dice lo desgraciados que habían sido por no haber sido capaces de hacer frente a la necesidad de cambio de sus vidas. Al final de su estancia en Italia se siente preparada para esa transformación interior. 2. En la India, Liz consigue perdonarse a sí misma. Se imagina a sí misma pidiendo perdón a Steve y exponiendo su propio enojo ante la miseria que la relación proporcionaba a ambos. Es entonces capaz de comprender esa ambivalencia tan usual ante las personas que hemos amado: ira por el fracaso, y culpa por haberlo provocado nosotros también, o al menos por no haber sido capaces de evitarlo. 3. Es en su siguiente destino, Bali, cuando al fin es capaz de amar. Liz encuentra un nuevo amor y teme perder la estabilidad que tanto le ha costado conseguir, por lo que termina prematuramente con esa relación y busca el consejo de un curandero. Éste le dice que en ocasiones es correcto perder el equilibrio personal por el amor si esto significa alcanzar un equilibrio más amplio e importante con la vida. Entonces Liz corre el riesgo de amar a otra persona de forma honesta y apasionada. Come, reza, ama no es una gran película, ni siquiera una buena película; sin embargo, me interesó porque es un ejemplo magnífico de lo que significa la «paradoja de la dependencia» a la que antes hice referencia. Liz es consciente de que sólo puede continuar su crecimiento dentro de la relación amorosa. Como sugiere el curandero, es el amor en un sentido amplio lo que mantiene el equilibrio en la vida. Liz al fin comprende que puede correr el riesgo de amar de nuevo sin que su mundo interior se resquebraje. Los hijos y la nueva pareja Lo cierto es que una vez que pasa el tiempo, los divorciados suelen buscar una nueva pareja; muchos son los que, como Liz, aceptan que puede haber crecimiento dentro de una relación de dependencia madura. Y tiene mucha lógica; la investigación ha encontrado pruebas de que la formación de una nueva relación tras el divorcio tiene un efecto positivo en el bienestar personal de quien la realiza, aunque, por el contrario, en muchas ocasiones ese efecto es sólo transitorio y declina en el tiempo si la nueva pareja no cumple con las expectativas puestas en ella. Por otra parte, la presencia de los niños complica un poco más el cuadro completo. En muchos casos, la nueva pareja de la madre o el padre no supone unos beneficios relevantes para los hijos, y en ocasiones se ha observado que al principio de la nueva convivencia los hijos incluso pueden incrementar sus problemas de actitud y de 26 conducta, haciendo difícil la convivencia en el hogar. Los adultos que buscan una nueva relación son conscientes de esas dificultades, por eso muchos de ellos dedican mucho tiempo a pensar qué cualidades debería tener su nueva pareja para ocuparse adecuadamente de sus hijos, y cuándo introducirles en esa nueva relación. (Como es lógico, esas preocupaciones son mucho más frecuentes en las personas que tienen la custodia de los niños, por razones obvias, lo que significa que se trata de la madre en muchas ocasiones.) Sin embargo, quiero aclarar que hasta ahora la ciencia ha estudiado poco todo este proceso, y está claro que la negociación que lleva a cabo un progenitor con sus hijos (dependiendo de la edad, desde luego) sobre cómo va a asimilar la familia la presencia de una nueva persona entre sus muros es de gran importancia para determinar el éxito final de la convivencia. De igual modo es relevante que ambos adultos tengan claro qué cosas son esperables en el hogar de su nueva relación, lo que supone decidir los papeles que el padre o la madre y la nueva pareja van a asumir en esa familia. Algunos investigadores han sugerido que la formación de una nueva convivencia cuando se tiene hijos implica hacerse cargo de dos tipos de necesidades, cada una de las cuales proviene de una fuente distinta.[12] Por una parte está la necesidad del adulto por vivir un romance y tener compañía, y por otra parte está el deseo del niño de gozar de atención y afecto. ¿Cree el padre o la madre que son un pack junto con sus hijos, de tal modo que a la hora de decidir si inician una nueva convivencia han de tomar en consideración las opiniones y reacciones de sus hijos? ¿O, contrariamente, esperan que sus hijos puedan adaptarse a sus necesidades amorosas? Se trata de una cuestión importante, porque creer una cosa u otra puede influir de modo poderoso en la forma en que el progenitor gestiona esa nueva relación frente a sus hijos. Así, en una investigación desarrollada con madres divorciadas, se halló que las madres que tenían más presentes las necesidades y reacciones de sus hijos ante la nueva pareja tenían una relación más fluida y pasaban más tiempo con ellos que las madres que esperaban que sus hijos se amoldaran a sus necesidades románticas. Se observó también que las madres más orientadas hacia sus hijos se esforzaban más en negociar y resolver los problemas que pudieran existir entre éstos y la nueva pareja, especialmente cuando ellos tenían dificultades para caerse bien. Se averiguó que estas madres estaban más dispuestas a intervenir si veían que sus hijos estaban siendo de algún modo perturbados por sus nuevas parejas, mientras que las madres más orientadas a su nueva relación romántica tendían a intervenir sobre todo cuando percibían que sus hijos no eran del agrado de su nueva pareja.[13] Podemos interpretar estos resultados atendiendo a los beneficios y costos que una madre espera obtener de una nueva relación romántica. Si la madre está muy vinculada a sus hijos obtendrá de ellos muchas satisfacciones, razón por la cual tenderá a ver muy 27 elevados los costos si su relación con la nueva pareja no funciona bien, ya que eso implicará tener problemas con sus hijos, con los que se lleva muy bien, y pondrá en peligro así una unión emocional muy poderosa entre la madre y los niños que les reporta a todos profundas satisfacciones. Por el contrario, si la madre está menos vinculada a sus hijos y se orienta más a obtener satisfacciones en la relación romántica, los costos que puede implicar tener que amoldarse sus hijos a esa nueva relación no le parecerán muy elevados, porque sus mayores satisfacciones espera obtenerlas en el amor de su nueva pareja. En este punto es conveniente no llegar a conclusiones precipitadas. Quizás tengamos la tentación de calificar a las madres más orientadas a sus hijos como «mejores» en comparación con las madres que esperan que sus hijos se adapten a su nueva pareja, pero esta conclusión sería, a mi juicio, injusta. Una madre puede sentirse muy sola y desafortunada si renuncia a un hombre al que ama, aun cuando al principio pueda haber problemas de relación con sus hijos. La tarea difícil es encontrar ese punto de equilibrio entre el esfuerzo que unos y otros tienen que hacer para llevarse bien y poder satisfacer así las necesidades de todos los implicados. Una madre que sólo prestara atención a las opiniones de sus hijos sin esforzarse en que éstos terminen por aceptar en sus casas a un nuevo adulto que sinceramente se preocupa por ellos puede convertirse en una madre manipulada, y eso no les haría ningún bien. Por otra parte, es obvio que una madre que no duda en exponer a sus hijos a los vaivenes emocionales de sus relaciones, sin pensar en cómo ello les puede afectar, está siendo una madre negligente. En resumen, no hay una respuesta fácil a la pregunta de cómo gestionar una nueva relación romántica cuando se tienen hijos. La prueba de ello es que, como decíamos al principio, todavía no sabemos si tener una nueva pareja beneficia o perjudica a los hijos. Probablemente la solución incluye un «depende»: en algunos casos, los beneficios serán mayores que las dificultades, mientras que en otros casos ocurrirá lo contrario. Por ejemplo, hoy sabemos que las probabilidades de maltrato infantil son mayores en hogares donde hay un padrastro, y la explicación es sencilla: el vínculo sanguíneo y la convivencia constituyen un elemento de protección frente al abuso infantil que está ausente en padres que no guardan ninguna relación de parentesco con los chicos. Por supuesto, la gran mayoría de los padrastros tratan bien y quieren a los hijos de su nueva pareja, pero eso no es obstáculo para reconocer el hecho de que la probabilidad de maltrato infantil es mayor en esos hogares reconstituidos.[14] Por todo lo anterior quizás lo más sensato sea decir que lo más importante es que la persona escogida sea alguien con las suficientes cualidades como para hacer feliz al otro miembro de la pareja y para saber relacionarse con los hijos de acuerdo con las necesidades de éstos. Es obvio que no es lo mismo formar una relación con una mujer que tiene, por ejemplo, dos hijos pequeños, que con alguien cuyos hijos son mayores de 28 edad y son casi independientes o viven ya de modo autónomo. Esta idoneidad se hace más necesaria si hablamos de niños con necesidades especiales, como problemas de aprendizaje o de comportamiento. Estos niños requieren más paciencia y fortaleza para ser criados de modo adecuado, y por ello la nueva pareja debería tener las cualidades necesarias para hacerse cargo de ellos en la medida en que sea necesario. 29 30 CAPÍTULO 4 EL HOMBRE EN EL ESPECTRO DE LA PSICOPATÍA Hace unos años, unos investigadores en Praga se dedicaron a examinar 101 informes forenses solicitados por los jueces como consecuencia de pleitos de divorcio; prestaron atención a la existencia de asociaciones entre la patología de cualquiera de los padres y el desarrollo de los hijos. Lo que hallaron fue lo siguiente: los padres con personalidad psicopática se destacaban por desarrollar relaciones especialmente conflictivas con sus exparejas y sus hijos, generando numerosas interferencias en los periodos de visita al otro padre e incitando a los hijos en contra de éste. Como consecuencia de ello, los hijos que tenían padres psicopáticos presentaban mayor número de problemas en su adaptación al divorcio y en el desarrollo de trastornos mentales.[15] Estos resultados son comunes: los psicópatas suelen ser padres pésimos, desinteresados de modo profundo y verdadero del bienestar de sus hijos, a los que muchas veces consideran un enojo que hay que soportar, aunque se cuiden mucho de que los demás lo vean así. Y desde luego no son mejores parejas: Comenzó a buscar a mi sustituta, por supuesto sin decirme nada. Se dio de alta en distintas páginas webs de contactos, chateaba continuamente con unas y con otras, incluso con el tiempo me enteré de que había tenido numerosas citas a mis espaldas. Yo ya no estaba tan ciega, motivo por el cual se disparó en parte la ruptura. Desde el momento en que supo que yo «le había descubierto» y que conocía su personalidad auténtica y su baja calidad humana, ya no le servía. Aun así no me soltaba, al no tener «garantía» de su próxima presa, me mantenía por si acaso. En cierta ocasión di de alta un perfil, haciéndome pasar por una admiradora suya, tuvo la cara de intentar ligar diciendo mentiras como que yo le era infiel. ¡¡Cuánto me sonaba aquello!! Era la misma técnica que empleó conmigo. Su frialdad era insuperable... Simultáneamente intentaba ligarme pensando que era otra, y me enviaba sms cariñosos al móvil como si no pasase nada y fuésemos la pareja 10. Después de aquello y a pesar de mis reproches, seguí con él... La cosificación llegó al punto más alto. La situación llegó al máximo, no podía quejarme: él no me respondía; recuerdo que en ocasiones me ponía a llorar en un hueco de la habitación sentada en el suelo, él se acercaba a mirarme; como no paraba de llorar, lanzaba objetos hacia mí, le molestaba el ruido, no el llanto. Estoy convencida de que «no me sentía»; al margen de su maldad, realmente él se irritaba con mi llanto porque no lo comprendía o al menos ésa es la sensación que me quedaba. Me tenía completamente aislada, pero él hacía lo que quería. Ya no hacíamos el amor en un sentido real, simplemente se levantaba por las mañanas y sólo «me usaba a su antojo» y se marchaba a trabajar. Cuando yo le recriminaba su actitud, me decía «que no era para tanto» y que no entendía qué trabajo me costaba abrir las piernas 15 minutos. Lo curioso es que yo misma llegué a pensar que aquello era normal y que realmente «no me costaba tanto». De esta manera incorporé el abuso sexual a mi vida como si formara parte de mis deberes de esposa devota y obediente. 31 A veces entraba en cólera y se cortaba con una cuchilla por todo el cuerpo, me culpaba de ello y me manipulaba con su dolor, me amenazaba con suicidarse y con esto me sometía a cualquier cosa que me pidiese, temiendo que pudiera cumplir su amenaza. Yo ya casi ni respiraba por no molestarle. Éste es un buen ejemplo —de mi archivo personal— de marido psicópata. Muchas víctimas de cónyuges manipuladores desoyen los consejos de la intuición. De forma inconsciente sienten que están a la defensiva, que deben protegerse de algo, pero en su consciencia no son capaces de ver la intención última (claramente ofensiva) del manipulador; sólo ven lo que él les dice, es decir, lo que él quiere que piensen y sientan. Sólo al final, como se relata en este caso, mediante la saturación de insultos y ofensas, se impone el instinto de supervivencia y la necesidad de escapar. En este capítulo me ocupo de los maridos que se incluyen dentro de lo que voy a denominar «el espectro de la psicopatía». La psicopatía es un trastorno de la personalidad caracterizado por un egocentrismo que domina la vida del individuo, hasta tal punto que las personas con las que él se relaciona son sólo herramientas para conseguir sus fines. La mayoría de los psicópatas, en contra de lo que suele creerse, no son asesinos o criminales reincidentes; son personas que pasan desapercibidas en nuestro lugar de trabajo, en la calle, en cualquier ámbito de la sociedad. Los llamo psicópatas integrados,[16] porque a pesar de que su conducta es claramente inmoral y explotadora, no transgreden la ley, o al menos no con la suficiente visibilidad para que sean detectados. No tienen sentimiento de culpa, por eso habitualmente se dice de ellos que «no tienen conciencia». Su capacidad para las emociones morales como la empatía, la compasión, el amor o la justicia es muy limitada, razón por la cual no se ven frenados por el dolor o mal ajeno cuando actúan siguiendo sus intereses. Finalmente, muchos de ellos son hábiles manipuladores: si poseen cultura y están acostumbrados a la vida social compleja pueden actuar imponiendo una violencia psicológica continuada, sin necesidad de recurrir a la violencia física. Una persona así es un grave problema durante la convivencia, y también durante la separación. Debido a su profundo narcisismo puede sentirse herida en su amor propio y, si su deseo de que vuelva a su pareja no se ve correspondido, pasar a exhibir un profundo odio, ante el cual el bienestar de los hijos no es un asunto relevante. En realidad, los sujetos que poseen rasgos propios de la psicopatía o de la falta de conciencia tienen un ego inflado, un sentimiento de superioridad por el que se ven con derecho a hacer cosas sin que importen las consecuencias; ven la agresión —manifiesta y oculta— como un medio legítimo de tomarse venganza cuando sienten que se les ha faltado al respeto o se les ha privado de alcanzar lo que desean.[17] Y si cometen errores o se los atrapa en una falta, se creen con derecho a que de inmediato lo perdonemos o lo olvidemos, cosa que en absoluto ellos están dispuestos a hacer. En realidad, junto a la psicopatía, existen otros términos o síndromes psiquiátricos: 32 «trastorno narcisista», «personalidad antisocial» y otros suelen estar dentro de un mismo espectro donde lo fundamental es que uno se siente con el derecho de vivir como quiere sin que importe el bienestar de los demás, recurriendo para lograrlo al engaño, la manipulación, la amenaza y la violencia. Con esto quiero decir que a pesar de que emplearé el término psicópata con frecuencia, el lector debe asumir que lo uso en un sentido genérico y no con exactitud diagnóstica; por esa misma razón también utilizo muchas veces la expresión «el manipulador». Dos tipos de agresión Existe una agresión manifiesta, visible, explícita. Aquí uno es directo, y todos podemos ver que esa conducta, en efecto, es agresiva: hay insultos manifiestos, o empujones, o algo peor. Pero existe otra forma de agredir: cuando uno quiere ganar a toda costa, salirse con la suya, pero emplea medios sutiles, cuando oculta sus intenciones mediante engaños: entonces la llamamos «encubierta» u «oculta».[18] Lo característico de esta forma de proceder es la manipulación, por eso es tan difícil detectarla: 1. La agresión manipuladora o encubierta no es manifiesta, no la vemos; así, aunque la podamos intuir en ocasiones, no podemos asegurar que exista, y desde luego es difícil de probar ante un juez. 2. Las tácticas que emplean los manipuladores son poderosas, y muchas veces toman la ventaja de que conocen nuestros puntos débiles y debilidades, saben qué botón pulsar para dejarnos indefensos. 3. En ese proceder nos cogen por sorpresa, porque nosotros nunca esperamos que alguien actúe de ese modo, es decir, de modo calculado y premeditado para obtener un beneficio a nuestra costa. Antes bien, tendemos a disculpar su comportamiento inapropiado con mil excusas, o incluso preferimos atribuirlo a ciertos problemas psicológicos que puedan tener; todo antes que reconocer que, simplemente, el psicópata vive para sí mismo, sin que los demás sean otra cosa que medios para sus fines. Las estrategias de manipulación[19] ¿Cuáles son esas estrategias de manipulación? Su conocimiento, el saber cómo funcionan, resulta fundamental en el largo proceso de terminar con su influencia. La idea general es que esas estrategias sirven para ocultar las intenciones agresivas al tiempo que 33 nos ponen a la defensiva, y en ese estado pensamos con menos claridad, nuestra confianza flaquea y estamos en mejor disposición para hacer concesiones. De modo aislado o —más habitualmente— en combinación, aquí están las principales técnicas de manipulación que emplean el psicópata y otras personas particularmente narcisistas. LA MINIMIZACIÓN Se trata de quitar hierro al asunto, de dar a entender que lo que ha hecho no es tan dañino o irresponsable. A diferencia del sujeto que está ansioso o deprimido, que hace una montaña de un grano de arena, el psicópata hace de una montaña un grano de arena. Los ejemplos son numerosos: «Sólo la empujé, pero no le pegué, seguro»; «El otro día discutimos, para nada te falté al respeto»; «Estás muy nerviosa, sólo hablaba con tu hijo para que razonara; ni le amenacé ni le insulté... Te ha contado una mentira». LA MENTIRA Aquí la verdad es falseada de modo total: «Yo no vi a esa persona que dijiste que viste»; «Nunca le pedí dinero prestado a tu hermano...». Puede afirmar que tiene un empleo o unos estudios que no tiene; o que sus padres proceden de un país lejano y son refugiados políticos... El psicópata es tan hábil mintiendo que muchas veces lo hace por puro placer, sin que haya nada que realmente consiga esa mentira; la verdad hubiera sido una opción mucho mejor y sencilla. La mentira puede tomar la forma de una explicación vaga o ambigua de los hechos, o simplemente aparecer como omisión de algo que tendría que ser dicho. Por ejemplo, él se puede «olvidar» de decirte que tenía un hijo de una relación anterior; o que sí que tiene el dinero que te había comentado pero que ahora está en un fondo de inversión y no se puede tocar, por lo que es mejor que esa cantidad la pongas tú ahora y él te la devolverá cuando venza el plazo prefijado para liberar su dinero... Cuando la mentira se aplica directamente a una acción reprobable que ha realizado, hablamos de la negación del daño cometido. Él puede negar que conociera tal información, o que hubiera pegado a su exnovia, o que amenazara a alguien que quería denunciarle por algo que hizo en su puesto de trabajo. Su falta de ansiedad o culpa por esas negaciones y mentiras es tan perfecta que constituyen una segunda piel para él; así puede actuar como si él mismo lo creyera. LA ATENCIÓN SELECTIVA Se usa cuando el manipulador ignora las peticiones, advertencias o los deseos de los demás, y se centra únicamente en conseguir sus objetivos. Así, él puede decir claramente 34 «que no quiere oír nada más al respecto», o que «eso ya lo hemos discutido», con el deseo expreso de no tener que hablar del tema. Sencillamente, no va a discutir nada que le suponga meterse en problemas o conflictos que le dificulten su meta, ya sea salir con sus amigos, dejar su trabajo por otro o requerir que alguien venga o se marche de casa. LA RACIONALIZACIÓN Es la táctica que emplea el manipulador para que sirva de justificación o excusa para conseguir lo que quiere. Por ejemplo, él no puede ocuparse de los hijos porque le exigen mucho en su trabajo; ella ha de salir todas las noches porque de lo contrario se ahoga en el matrimonio. Si te insulto o grito es porque te amo tanto que pierdo los papeles y me desespero... no porque quiera hacerte daño. La excusa funciona si la víctima la acepta como una razón suficiente para disculpar su comportamiento e incluso aceptarlo como bueno. LA DISTRACCIÓN Y HUIDA Un blanco que no para de moverse resulta difícil de abatir. ¿No has intentado una y otra vez centrar una discusión en algo y encontrarte sólo con respuestas vagas o evasivas? ¿O plantear una petición y que no sepas realmente cuál es su respuesta? Lo habitual es cambiar de tema, decir «hablaremos luego» o «ahora no tengo ganas (o tiempo)». Los psicópatas hacen esto por dos razones. La primera es que ellos tienen graves dificultades para entrar en una conversación profunda sobre cualquier tema que implique relaciones personales; debido a su falta de emociones morales, ese terreno es para ellos arenas movedizas. La segunda es que, aun cuando pueda entrar en la discusión atendiendo sólo a los aspectos más superficiales del asunto, teme perder el control de la situación, revelar un acto que sabe que es negativo o quizás incurrir en contradicciones que destapen mentiras urdidas en el pasado. En resumen, ya sea por cuestiones prácticas o por su incomodidad cuando la discusión o la demanda tocan aspectos importantes de una relación, nuestro hombre buscará formas para evitar entrar en una situación donde él no lleva ventaja o para no responder de modo específico a la cuestión planteada. Éste es un ejemplo de mi archivo personal: A los dos meses de estar en nuestra casa, llegué un día y mi hermana Marta estaba haciendo el equipaje. Vivía con nosotros una temporada mientras buscaba trabajo en la ciudad en la que vivíamos, ya que hacía unos meses que había perdido el suyo donde vivía. Me dijo, enfadada, que Pedro [mi marido] le había dicho que los dos habíamos decidido que se tenía que marchar, que la casa era muy pequeña para que viviera con nosotros. No me lo podía creer, ¡nunca había accedido a tal cosa! Él se había quejado, desde luego, pero yo le había dicho que era mi hermana y que ahora nos necesitaba. Cuando volvió Pedro y le dije que teníamos que hablar de este tema, me dijo que ahora tenía prisa porque había quedado con un cliente a cenar... 35 AMENAZAS VELADAS Mientras que un agresor manifiesto amenaza de forma explícita a su pareja, es más habitual en los ambientes ajenos a la violencia que el psicópata amenace de forma sutil, a modo de intimidación encubierta. El resultado es que su oponente se pone de inmediato a la defensiva, muchas veces sin reconocer con conciencia clara haber sido el objeto de esa amenaza. La amenaza sutil tiene la ventaja añadida para él de que le permite mantener una imagen externa impoluta. Por ejemplo, si le preguntas a tu marido dónde ha estado toda la noche y te contesta: «Métete en tus asuntos, es mejor para ti; no he hecho nada malo», ¿cómo interpretar ese «es mejor para ti»? En un caso que atendí, Virginia sintió miedo cuando el padre de sus hijos, del que se había separado, le envió por email fotos de ellos retocadas con motivos macabros: sangre en sus camisetas, rostros deformados... No había ningún texto que acompañara a las imágenes. Cuando ella le interrogó al respecto, él se limitó a decir que eran «imágenes artísticas», fotos que no querían decir nada en realidad... PROVOCAR EL SENTIMIENTO DE CULPA Una de las estrategias preferidas del psicópata, y una paradoja, ¡ya que precisamente él no puede tener ese sentimiento! Y sin embargo, es así: cuanto más elevada sea la conciencia de su víctima, más eficaz será esta estrategia de manipulación. Si has decidido dejarle, ¿cómo será la vida de vuestros hijos sin un padre? ¿Cómo puedes ser tan egoísta al pensar sólo en tus sentimientos? ¿Acaso no recuerdas todo lo bueno que él ha hecho por ti? ¿No ves que cuando él te impidió que volvieras a la universidad sólo lo hizo porque quería que pasaras más tiempo con los niños? ¿Y qué va a ser de él sin ti? ¿Ya no te importa lo que a él le suceda? GENERAR VERGÜENZA Ésta es la técnica consistente en emplear el sarcasmo sutil y frases despectivas como medio para incrementar el miedo y las dudas de los otros y, como consecuencia, hacer que se sientan incompetentes o poco útiles. El resultado es que esas personas ceden en sus pretensiones o deseos y entonces el psicópata sigue manteniendo el control de los acontecimientos. A veces el modo de avergonzar a la víctima es muy sutil: basta una mirada o el tono de la voz; otras veces es el sarcasmo o las indirectas: «No creo que una mujer casada que quiere a su familia tenga que hacer esto»; «Serás muy eficiente en tu trabajo, pero con los niños no te luces demasiado...». 36 JUGAR EL PAPEL DE VÍCTIMA Esta estrategia supone presentarse uno mismo como víctima, bien de las circunstancias, bien de la conducta de otra persona, con objeto de ganarse tu simpatía o tu compasión, y con ello obtener lo que desea. El manipulador puede realizar esta táctica basándose en su dureza emocional y al tiempo en su conocimiento de que las otras personas reaccionan con dolor y malestar ante el sufrimiento de los demás (lo que a él no le ocurre o le sucede de forma muy limitada). Dicho conocimiento, por supuesto, es sólo superficial, radica en que «sabe» ese hecho, pero no en que lo experimenta. Sencillamente, ha aprendido a leer las emociones de los que le rodean y su influencia en las conductas que realizan. Ellos se dicen: «Bien, si digo o hago tal cosa sé que se sentirá mal y entonces hará esta otra cosa». En términos más precisos: «Si muestro que sufro, entonces hará algo para que deje de sufrir». Claro está que es una pantomima, porque ese sufrimiento no es real, o al menos no es legítimo: no hay tal sufrimiento, sino la frustración que él siente de que la otra persona se niegue a seguir sus instrucciones u órdenes. Esta estrategia también la emplean con frecuencia las personas aquejadas del Trastorno Límite (ver capítulo siguiente): intentos de suicidio, grandes exhibiciones de dolor... La diferencia con el psicópata es que ésta sufre de veras, pero aun así, ese sufrimiento se dirige a intentar manipular a la otra persona para que ceda a sus pretensiones, por ejemplo, que no la abandone. Hemos de observar que la táctica de pasar por víctima generalmente se usa con la complementaria de denigrar o atacar a la víctima real de la manipulación: así, si yo estoy sufriendo es porque tú eres un mal padre,[20] o una mala esposa, porque te gusta hacerme sufrir o no sabes cómo tratarme. LA SEDUCCIÓN ¡Cuán hábiles son los psicópatas en esta estrategia! ¡Qué inmensa facilidad tienen para halagar al otro, hacer que sea vulnerable ante su influencia, y así a continuación ganar su lealtad y confianza! En realidad ellos saben que todos necesitamos vernos queridos y bien considerados, así que nada más natural que atacar por ese flanco, porque pocas cosas son más importantes que experimentar que, ante los demás, realmente somos personas merecedoras de admiración y respeto. Entonces, detrás de frases como «eres maravillosa, especial», o «nunca había encontrado a una persona como tú», se esconde un mecanismo muy poderoso de manipulación: una vez seducidos, es decir, una vez que hemos pasado a valorar de forma muy positiva a esa persona, a continuación bajamos la guardia y le permitimos que influya en nuestra vida. Quizás nos casemos con él, o le 37 ayudemos en un negocio ruinoso, o aceptemos cambiar de ciudad donde no conocemos a nadie y estamos más desvalidos, o que sus amigos o familiares perturben continuamente nuestra vida privada... CULPAR AL OTRO (PROYECTAR LA CULPA) El manipulador es experto en buscar un chivo expiatorio en el que librarse de sus culpas, o bien en proyectar la culpa en otro. «¿No ves cómo me alteraste cuando me acusaste de esto? ¡Me fui porque me habías insultado!» «Sí, te controlo la vida porque sé que no me puedo fiar de ti.» «¡Tus padres han envenenado nuestra relación, por eso a veces te digo esas cosas!» No te apures, de cualquier cosa tú serás la culpable, o bien alguien de los tuyos que le sabotea o le tiene manía... FINGIR INOCENCIA O CONFUSIÓN Fingir inocencia es decir que cualquier daño que uno ha hecho ha sido accidental, o simplemente que no sabe nada de tal cosa de la que le acusas. Muy relacionado con esto es mostrar confusión ante un tema que sacas a relucir: «¿De qué estás hablando?»; «¿Cómo puedes pensar que yo soy capaz de...?»; «¿Cómo es posible que creyeras que yo hice tal cosa...?». Y sin embargo, el psicópata tiene muy claro lo que pretende, está focalizado en lograr su meta. Son intentos para evitar que tomes medidas para obstaculizar sus propósitos. MOSTRAR ENOJO Aquí el enfado o la ira no es algo que surge de forma súbita y espontánea, sino con un propósito deliberado. Es una suerte de «ira programada» para generar miedo y lograr manipular a su víctima. Romper cosas, gritar, etc., son modos de provocar la sumisión. No es la técnica más sutil, pero en algunos casos puede dar resultado. Los hijos tiranos tienen aquí su modo favorito de arrinconar a sus padres en su búsqueda del control del hogar. Una vez que los padres aprenden a «evitar problemas» cediendo ante las amenazas y el miedo de que realice algo realmente grave (suicidarse, pegar fuego a la casa, agredirles, etc.), se instala en ellos el hábito de ceder, y de modo progresivo el alivio de que al menos cediendo evitarán algo muy grave constituye una emoción que convierte a los padres en esclavos de sus hijos. Cómo enfrentarse al psicópata[21] 38 ABANDONAR LAS IDEAS ERRÓNEAS Una de las ventajas más grandes que tiene el manipulador es funcionar con unas reglas que tú desconoces. Crees que la gente dice básicamente la verdad en las cosas importantes, pero también generalmente en minucias si se convive con alguien, o al menos que si no lo hace llegará un momento en que se disculpará por habernos mentido. Esta creencia le da una enorme ventaja, porque pasa mucho tiempo antes de que empieces a plantearte si no estás conviviendo con un mentiroso patológico. Entonces, la idea general es que ellos no siguen los mismos códigos de conducta, no tienen las mismas motivaciones y expectativas que el resto de los mortales. La conclusión de esto es que hay que abandonar la idea de que esa persona con la que te has casado o convives juega en la misma liga que tú: si piensas que te estás volviendo loca, que tienes ataques de ansiedad recurrentes, si no sabes cómo interpretar determinados acontecimientos porque parecen en su obrar claramente contradictorios... tómate un respiro, reflexiona y empieza a aceptar que determinados sujetos (manipuladores, psicópatas, camaleones) no son, en modo alguno, como tú eres. REDEFINIR LA RELACIÓN Es imposible enfrentarse con éxito a un manipulador si uno está en una situación de desventaja desde el comienzo. La mejor preparación para no ser una víctima de una relación emocional con un sujeto psicópata, o bien —si ya es tarde para evitar la convivencia que hemos tenido con él— para evitar la futura manipulación tras el divorcio o separación (lo que será probable si hay hijos de por medio) es volver a definir el sentido de esa relación, o en otras palabras, saber cómo hemos de relacionarnos con esa persona. Ello implica dos cosas fundamentales: 1. Mayor y mejor observación. No nos alarmemos, no hace falta graduarse en psicología amateur. Es sólo cuestión de aprender a observar. Hay veces en que es muy útil llevar un registro de hechos, señalando tres cosas en torno a algo perturbador que ha pasado en vuestra relación: a) Qué fue lo que provocó el incidente (por ejemplo, la causa de que se enojara de modo súbito y desproporcionado); b) Cuáles fueron sus reacciones y las tuyas al mismo, y c) Cómo se cerró o concluyó ese acontecimiento, o al menos provisionalmente. Si te das cuenta de que tu mundo empieza a tambalearse, ésta es una buena estrategia para aferrarte a la realidad y, de este modo, no estar sujeta a los 39 vaivenes de unos acontecimientos que nunca tendrán un sentido claro para ti. Luego la regla es ésta: observa lo que hace. Lo que dice es importante cuando son mensajes diáfanos, sin vuelta de hoja, y de tal modo suelen ser los comentarios agresivos, o simplemente órdenes. Y entonces este hablar forma parte también de las cosas que hace. 2. Conócete mejor a ti misma. Una persona es vulnerable si permite a un agresor oculto o sutil —alguien que no parece que lo sea— averiguar y controlar sus puntos débiles. Tal conocimiento le es de gran utilidad con objeto de determinar cuáles son las mejores estrategias que puede emplear para el control de la relación. ¿Qué hacer entonces, cómo prevenir que se aproveche de nuestras debilidades? La solución sólo puede ser una: hay que establecer un programa urgente de reparación, tendente al menos a bloquear lo más posible su influencia sobre nosotros. En especial éstos son los errores que hay que corregir: La ingenuidad. El mundo está lleno de lobos, no son la mayoría, pero todavía son demasiados. Si has topado con uno, has de aceptarlo; hay gente profundamente egoísta que emplea a los otros como medios para sus fines. Es un hecho. Punto. 2. El exceso de escrúpulos. Tienes que preguntarte si te exiges tanto que puedes perdonar a tu pareja cualquier cosa porque es verdad que no lo haces todo perfecto, y por ello estás dispuesta a considerar que sus críticas están justificadas, que quizás podrías haberte esforzado más, haberle comprendido mejor... El remedio ante esto es colocaros en un plano de igualdad. ¿Por qué siempre ha de ser todo tu culpa? ¿Por qué has de terminar siempre cediendo? ¿Cómo explicar ese estado crónico de ansiedad en el que pareces sucumbir de manera permanente? La respuesta es que al fin de cada polémica acabas a la defensiva, sin argumentos, porque siempre dudas de ti. 3. Baja autoestima. Los camaleones lo tienen fácil con los que se creen incapacitados para resolver sus propios problemas, los que dudan sobre si tienen derecho a luchar por sus propias metas y necesidades. Si estás en ese grupo, necesitas afirmar tu yo: si no crees del todo en la idea de que tu dignidad no está en venta, en que nadie tiene derecho a imponer su voluntad sobre ti, si cedes ante la idea de que «él posiblemente tiene razón» entonces has de buscar apoyo en otra gente, o en un profesional, para elevar tu sentido de estima y competencia personal. 4. Sobreintelectualizar o «comprender» en exceso. Algunas personas necesitan 1. 40 encontrar explicaciones para todo; cuando son heridas o en algún sentido maltratadas, intentan comprender qué razón puede tener quien realiza esas acciones. De este modo se llega a intelectualizar o, lo que es lo mismo, justificar lo que les ocurre: ¿Estaré actuando de forma muy egoísta? ¿Habrá sufrido mucho en su propia familia y necesita que yo le dé mucha seguridad? Cualquier razón puede servir para justificar lo que nos pasa, y la buscamos. Y no, ése no es el camino. Los actos de engaño y manipulación, la amenaza velada, el comentario injurioso —por no hablar de un acto diáfano de agresión—, cuando establecen una pauta consistente, tienen valor en sí mismos, y responden a una incapacidad de esa persona para amar. 5. Dependencia emocional. Si posees una personalidad con rasgos sumisos (quizás como producto de haber tenido un apego poco seguro con tus padres), si te da miedo la independencia y la autonomía, probablemente te atraerán las parejas que muestran mucha seguridad pero también un carácter dominador. Esto te dejará en una postura muy incómoda, porque tenderás a soportar muchas cosas con tal de no sentirte abandonada. La llamada «dependencia emocional», en un sentido negativo —y no esa dependencia voluntaria que tú construyes por amor desde tu independencia—, no es sino la incapacidad de romper con una relación que es dañina, es decir, que no aporta amor. Todos estos errores de carácter que he mencionado (ingenuidad, baja autoestima, etc.) son un grave inconveniente si la pareja o expareja es un manipulador nato, un psicópata integrado. Pero en todo caso son importantes también tenerlos en cuenta y hacerles frente aun cuando esa otra persona no lo sea, dado que el resultado de tenerlos es una merma importante en la calidad de vida de quien los muestre, y particularmente en las relaciones afectivas. SABER QUÉ ESPERAR Y QUÉ HACER La idea esencial es no reaccionar de forma instintiva y a la defensiva a lo que el manipulador dice o hace. Lo que has de esperar —porque es la consecuencia lógica de emprender una acción de dominio— es que sus movimientos le den ventaja en algún sentido. Lo que tienes que hacer es mantenerte firme para defender tus puntos de vista y las cosas que son importantes para ti. Resulta de mucha importancia evitar entrar en una depresión, lo que te dejaría en una situación de extrema vulnerabilidad. La depresión surge cuando persistimos en pelear una batalla que no podemos ganar; entonces nos entra la desesperanza y la impotencia, y junto a esto nos hundimos anímicamente. Esto es justamente lo que sucede cuando tratas 41 de cambiar a un psicópata; tu energía se irá consumiendo sin ningún resultado positivo. La consecuencia es que tu capacidad para enfrentarte a él se verá muy disminuida, y así se profundizará tu dependencia. ¿Qué es entonces lo que puedes hacer? La única manera universal de enfrentarse a una manipulación —o en realidad, a cualquier conflicto— es poniendo nuestra energía y tiempo en el único poder que tenemos: nuestra conducta. Esto implica que eres tú quien tiene que cambiar, no el manipulador. Ni siquiera es una buena idea esforzarse para que éste «pague» por sus pecados, porque te desvía de la meta esencial que es poner en práctica nuevas formas de actuar. He aquí una lista de nuevos comportamientos que te ayudarán a ganar poder en la relación y, como consecuencia, sentirte mejor en todos los sentidos: a) No aceptar excusas. Las excusas para los actos agresivos más o menos encubiertos son sólo eso, excusas: si el comportamiento manipulador o agresivo se produce, la razón es irrelevante. Cuando dejes de aceptarlas podrás encararlas, señalando que esas razones no te sirven porque no «borran» el comportamiento agresivo que las ha provocado. Y a continuación tienes que señalar que no piensas tolerarlo. Un ejemplo: «Bien, estás bajo mucha presión, pero eso no justifica que me faltes al respeto de forma habitual. Esto no lo pienso tolerar». El mensaje aquí es que no le vas a «comprar» esas razones, luego su táctica de racionalizar o justificar sus hechos no le va a funcionar. b) Juzga las acciones, no las intenciones. Un error habitual en las víctimas de los psicópatas es tratar de leer continuamente sus «segundas intenciones», de algún modo tratar de comprender su mente. Lo más fácil que puedo decir al respecto es que es tiempo perdido. Primero, porque no hay manera de saber exactamente lo que piensan, y segundo porque es algo irrelevante. ¿Por qué? Porque lo relevante es lo que hace: si sus estrategias se dirigen a manipularte o intimidarte, todo ello tiene por objeto que no repares en qué tipo de persona realmente es. Pero la conducta, lo que de verdad logra con sus actos, el modo en que tú sientes el impacto de esas acciones, es lo realmente definitivo, lo que no se puede falsear. En otras palabras, no te centres en lo que dice que va a hacer o en cómo explica posteriormente lo que hizo o no hizo; más bien analiza qué hizo en realidad: • • • ¿A quién benefició esa conducta? ¿Esa conducta sigue un patrón, es algo habitual en él? ¿Tenía claramente otras opciones para hacer otra cosa? c) Establece límites personales. Para obtener más presencia en las relaciones interpersonales es necesario establecer un límite básico: debes decidir qué cosas no vas a 42 tolerar; es decir, dónde está «la línea roja» que, una vez traspasada, va a suponer una respuesta adecuada por tu parte, o bien la declaración de abandonar la relación —o al menos tomar medidas dirigidas a este fin, aunque el proceso pueda ser más largo—. A continuación has de pensar de qué modo en el futuro vas a cuidarte más, o sea, vas a ser menos vulnerable ante sus demandas o manipulaciones. Por ejemplo, puedes decidir que retomar unos estudios abandonados es algo que no es de su incumbencia aprobar o no, que forma parte de tu libertad personal. Ésa es una línea roja. Y luego pensar que en adelante aquellas cosas que realmente sientes como propias de tu modo de ser las vas a pelear igualmente. d) Formula peticiones directas. Evita ambigüedades, emplea el pronombre «yo»: «Yo quiero que no haya insultos por tu parte mientras discutimos algo». «Me gustaría que no pospusiéramos más este problema.» «Quiero que comprendas que el modo de tratar a mis amigos es muy grosero de tu parte.» Hacer peticiones directas tiene dos ventajas: en primer lugar, da poco margen para que el psicópata distorsione el tema o emplee la evasiva o la distracción. En segundo lugar —y quizás de la mayor importancia —, si él no es capaz de dar una respuesta directa, razonable y clara a una petición igualmente directa y razonable, entonces tendrás una prueba obvia de que el manipulador está peleando contigo para no abandonar esa posición de poder sobre ti; busca algún modo de recobrar la ventaja que le cercenas con tu conducta sencilla y franca. Esto debe ser una información valiosa para tu proceder en el inmediato futuro. e) Acepta sólo respuestas directas. Continuando con lo anterior: una respuesta directa se merece una respuesta directa. Si no la obtienes, inténtalo de nuevo, sin acritud, pero dando a entender que no vas a renunciar a ella. Si no la consigues, es claro entonces que sigue el intento de manipulación por su parte. f) Céntrate en el aquí y ahora. Por definición, el psicópata intenta que te pierdas en un mar de confusión, con muchas dudas sobre ti misma, emocionalmente alterada... Todo ello con objeto de que él pueda ir a la suya, logrando sus propósitos: cambiarse de casa, cambiar a los chicos del colegio, alterando de modo frecuente tus rutinas, o lo que sea. Así, si no deseas cambiar de casa, no dejes que el asunto sea sobre la «poca confianza» que le tienes, lo «egoísta» que eres o mil razones más. No empieces a dudar de ti; piensa en por qué esa casa es importante para ti y tus hijos. g) Pon la responsabilidad de las agresiones en el agresor. Esto, que parece tan fácil, no lo es en absoluto: la víctima de estos personajes, en su búsqueda de una explicación racional a los hechos, maneja de modo angustioso todas las posibilidades para justificar esas muestras de desprecio o desconsideración. ¿Seré yo quien realmente estaré actuando mal y no me doy cuenta? ¿Tendrá razón él cuando me reprocha tal cosa? Todo, antes que reconocer que nuestra pareja usa la manipulación para lograr el control, así de fácil. Una vez más es vital recordar que el manipulador tiene otros esquemas 43 mentales, y nuestro intento por hallar sentido desde nuestras claves intelectuales y emocionales está condenado al fracaso de antemano. Por consiguiente: no aceptes que tú eres la culpable; ignora sus racionalizaciones; focaliza el asunto y señala sus comportamientos erróneos. No amenaces ni grites, mantén la calma pero sé firme: su comportamiento ha de cambiar. ACCIONES A EVITAR Y A REALIZAR EN LA CONFRONTACIÓN A continuación insistiré en una serie de conductas que hay que evitar cuando se produzca la confrontación —acciones que muchas veces el cuerpo «nos pide» realizar pero que, a la postre, van en nuestro perjuicio— y otras que son recomendables realizar. a) Los sarcasmos, la ironía, la denigración. Ésas son sus tácticas favoritas; están en su almacén de armamento todo el tiempo. Si tú las empleas, justificas que hagan un uso indiscriminado de las mismas. ¡Y ellos son mucho mejores que tú en ese terreno! Cambia eso por peticiones y comentarios centrados en el asunto de que se trate: «Te vi rayar el coche de Alberto, mi exmarido; la razón no la sé, pero quiero que sepas que ese comportamiento supone un grave problema; si tienes celos y te desahogas así, las cosas no funcionarán». b) Las amenazas. Las amenazas —que no los avisos— son siempre un intento de manipulación para que el otro cambie la conducta; la amenaza sustituye a la petición directa y razonada a la otra persona de que realice ese cambio, y sin duda esto último es preferible. Una amenaza, además, que no se cumple pierde credibilidad, y puede propiciar contra-amenazas. Y ahora una serie de conductas que hay que poner en práctica en la confrontación: a) Habla por ti misma: no pongas a otros como escudos («ya me dijo tu hermano que eras alguien de poco fiar...»); éste es un encuentro cara a cara con el manipulador. Tienes que tener el coraje de mantener tu postura de modo sincero y firme. b) Llega a acuerdos razonables. Los acuerdos han de responder a lo que tú estás segura de que puedes hacer y a lo que tú crees que está al alcance de él, no sólo en términos de que puede cumplirlos —cualquier persona no impedida puede llevar a cabo un acuerdo razonable—, sino, de modo aún más importante, de que él psicológicamente está capacitado para llevarlos a cabo, de acuerdo con su natural egocentrismo. Procura que haya personas que puedan atestiguar la naturaleza de esos acuerdos, incluso, si es necesario, poniéndolos por escrito. Tales acuerdos abarcan cualquier cosa de la relación y crianza de los niños en caso de divorcio (llamadas permitidas, alimentación, ropa, punto 44 de recogida, etc.) y acerca de vuestra relación: todo lo que pueda minimizar un conflicto es un buen logro. El truco de un buen acuerdo es llegar a un escenario donde él vea que ha ganado algo, al menos lo suficiente como para que su ego inflado no proteste en exceso. Desde luego, tú habrás preservado también lo más importante, y sin duda mi consejo es que nunca cedas en aspectos esenciales, ya que el psicópata nunca peleará por el bienestar de sus hijos sino para hacerte daño mediante el control de éstos. Él desearía ganar y que tú perdieras. Su ego quedaría satisfecho: lo que menos soporta, lo que odia con todo su corazón, es el escenario en el que tú ganas y él pierde. El problema con esta situación es que puede excitar sus deseos de molestarte y emplear a los hijos para satisfacer su venganza sobre ti. Si este tipo de sujetos no pueden ganar, preferirán que todos pierdan, es decir, la política de tierra quemada, de ahí su contraataque de ira. ¿Cuál es, entonces, la mejor solución? Déjale ganar lo suficiente para que no sea un incordio permanente, pero eso sí, en nada que resulte esencial para tu bienestar y el de los niños. Otra cosa es la flexibilidad en esos acuerdos: permite que los varíe de vez en cuando, que haga algún cambio, siempre y cuando no sea esencial y a su vez tú también puedas exigir ese cambio cuando lo necesites (no obstante, esa flexibilidad podría intentarse sólo después de que el acuerdo se ha cumplido de modo estricto durante un tiempo; es decir, que el manipulador haya comprendido que determinadas cosas ha de hacerlas; porque tú has trazado ahí la línea). Estas recomendaciones son aplicables a acuerdos tomados como consecuencia de un divorcio o separación, pero si no has llegado a este punto todavía, pueden ser igualmente adecuadas cuando se trata de establecer unas pautas de comportamiento que permitan una convivencia, sea cual sea la razón por la que ésta haya de continuar. c) Prepárate para las consecuencias. El psicópata siempre quiere ganar. Sólo la aparición de una nueva víctima o situación que requiere de toda su atención le distrae de su objetivo. Si tienes la suerte de que consiga una nueva pareja, las cosas pueden ir mucho mejor, pero siempre has de estar preparada para alguna acción suya, por absurda que sea, para desestabilizarte. Mi consejo es que te anticipes. Piensa: has vivido con él, ¿qué puede hacer para que te exaltes o pierdas los papeles? Siéntate y escribe: analiza las conductas más típicas de él y reflexiona acerca de cómo podrías neutralizarlas. ¿Podría «olvidarse» de recoger a los niños a sus horas? ¿Podría hablar mal de ti a los que todavía pueden considerarse amigos comunes? ¿Podría devolverte a los niños sin que tuvieran los deberes hechos del fin de semana? ¿Puede evitar que te pongas en contacto con ellos mientras están con él? Dependiendo de la naturaleza de la amenaza has de obrar; en determinados casos busca pruebas por si tienes que poner su actuación en conocimiento del juzgado; en otros casos 45 pasa a la decisión firme de lo que no le vas a tolerar. Y, muy importante, rodéate de un buen grupo de gente que te apoye y te quiera. Explícales la naturaleza del carácter de tu ex; aunque en un principio tengan problemas para creerte, su conducta una y otra vez les llevará a la comprensión real de cómo es él. No te obsesiones en decir a todos su auténtica naturaleza: explica que tiene graves problemas de carácter que le incapacitan para una relación amorosa auténtica. Lo que hay que lograr es que su paso por la vida de los niños sea lo más neutral posible. Para todo este proceso has de asegurarte de que tienes claros tus objetivos: tu seguridad y la de tus hijos. No pierdas el tiempo buscando excusas para su actuación, no caigas en la tentación de pensar que «quizás tú también provocaste esto». Seguro que no fuiste perfecta, pero nadie tiene una oportunidad con una persona así salvo que sea sumisa y renuncie a una vida plena y a educar de modo conveniente a sus hijos. Desarrolla tu vida El mejor modo para superar una relación con un psicópata o manipulador es desarrollando plenamente tu vida. Esto lo conseguirás una vez que hayas neutralizado la influencia que, después de la separación, puede querer seguir teniendo sobre ti o sobre tus hijos. No hagas que esa preocupación sea una constante en tu futuro si has logrado al fin una relación decente con él, en que los mínimos están cubiertos. El mayor favor que le puedes hacer a tu ex es demostrarle que tiene poder para seguir amargándote. Adquiere una filosofía por la que domines la perspectiva amplia de las cosas, en la que tenga sentido el sufrimiento que has pasado y desde la cual generar una nueva energía para seguir siendo una mujer capaz de disfrutar de la vida. Rodéate de gente que te quiera y apoye; no tienen por qué comprender del todo el tipo de sujeto —en su sentido clínico o patológico— con el que has convivido; basta que sepan que ha sido nocivo para ti y para tus hijos. Ese apoyo social, junto con una visión positiva y una afectividad equilibrada te ayudarán mucho en el futuro; la investigación revela que esas características —optimismo, afectividad positiva y apoyo de los que conforman tu mundo relacional— se asocian a una mejor salud mental y física en la edad mediana de la persona.[22] El psicópata en el proceso de divorcio Los psicópatas constituyen un dolor de cabeza cuando se trata de hacerles un examen forense. Su capacidad de manipular y engañar, en muchos casos, supera la habilidad de 46 los técnicos que los examinan; así de triste y así de simple. En parte esta incapacidad para detectarlos por parte de los profesionales que los han de evaluar proviene de su incredulidad: por sorprendente que pueda parecer, muchos especialistas no creen que existan tales individuos; o si lo creen tienden a considerar que lo que relata la mujer es fruto del antagonismo que ella manifiesta hacia su excónyuge; en otras palabras, que es un ardid que ella emplea para obtener la custodia de sus hijos o un intento para poner una denuncia por violencia de género que le ponga en una situación ventajosa en el actual proceso de divorcio. Otros profesionales sobrevaloran su capacidad de identificarlos: «Si éste fuera un psicópata —se dicen—, yo lo sabría». Esto último no deja de ser un exceso de confianza, pues son pocas las oportunidades que tienen los psicólogos y trabajadores sociales para examinar a psicópatas integrados con plena conciencia de ello. Las exmujeres de los psicópatas sienten ese peligro, ese abismo ante el que se ven solas. Verónica me lo expresó de modo muy nítido: Vienen los municipales y la Guardia Civil. Pongo denuncia y estoy hasta las 8 en el cuartel de la GC. A las 10 tenemos un juicio rápido. Custodia para mí. La niña con él martes y jueves con pernocta y fines de semana alternos. Orden de alejamiento. Esto fue la madrugada del lunes... el martes mi hija pasa la primera noche con él en casa de la abuela paterna... Yo quiero morirme... Esta noche es la segunda.... y tampoco estoy mucho mejor. Tengo miedo de que la utilice para hacerme daño, miedo a que le haga algo... Tengo miedo por mí. No he vuelto a estar a solas en mi casa. Necesito saber hasta dónde puede llegar, hasta dónde puedo pelear en el divorcio... La gente me habla casi sin variación de ir a por todas... dinero, coche... lo que me pertenece... nada más... pero yo no quiero forzarle... no quiero que se sienta acorralado... más acorralado. El día 20 es el juicio por maltrato y en unos días plantearemos la demanda de divorcio. Lo único que me preocupa es mi hija. Él nunca ha sido agresivo físicamente... jamás. Lo suyo es la sutileza, la agresividad pasiva... hasta que explota en esta ira salvaje que no le deja ver más. Pero está acorralado... ha perdido la casa que tanto significa para él, su familia, que le importa muchísimo... la imagen familiar, su imagen pública. Yo no sé qué hacer ni qué pedir en el divorcio... En mi experiencia profesional he observado ya varios casos así: el manipulador, amparado por su porte seductor, niega todo lo que dice su exmujer: que él nunca la tiró del pelo hasta tumbarla en el suelo y le dijo que le iba a «hacer pagar todas las putadas» que le había hecho, que nunca dejó al niño pequeño desatendido mientras ella estaba de viaje, que ella estaba al corriente de todos los préstamos que él había pedido a sus familiares y que nunca le ocultó tal hecho ni les pidió a los confiados familiares que no le dijeran nada a ella para que no se avergonzase... Créanme, tengo una lista muy larga. ¿Qué hacer entonces? Se da la paradoja de que, salvo que el psicópata sea identificado, el mero hecho de que la mujer explique las cosas vividas con él —sin 47 necesidad de que ella sepa o quiera utilizar ese término— puede volverse en su contra. ¿Hasta qué punto no exagera? ¿Qué cosas habrá hecho ella que pudieron provocar esas reacciones de él, caso de que fueran ciertas? Se produce, así, una doble victimización: primero, la que ejerció el manipulador durante su convivencia, y segundo, la que ahora sufre por el equipo técnico que no la cree y que hará llegar al juez su recomendación negativa. Y si el equipo técnico la cree, existe entonces el desconocimiento del juez o del fiscal de este cuadro de personalidad; si la recomendación del equipo no es clara, puede que, en ausencia de pruebas jurídicamente contundentes, jueces y fiscales prefieran adoptar una postura conservadora y aferrarse al beneficio de la duda. El asunto se complica porque mucha de la actuación del psicópata es, como hemos visto en este capítulo, sutil, psicológica, indirecta, oculta. De este modo, la relación de convivencia de la mujer con este hombre, aunque constituya una historia real de dominio y de violencia soterrada, en muchas ocasiones carece de las evidencias que a los jueces y fiscales les agrada tener: golpes, lesiones, amenazas oídas por varios testigos, niños abandonados durante horas en el patio del colegio o en el interior de un coche. En estas circunstancias, el abogado de la mujer debe saber manejar el proceso de divorcio con la mayor habilidad posible, y debe sopesar hasta qué punto el relato de su defendida puede prosperar. ¿Vale la pena abrir la caja de Pandora y dejar todo al arbitrio de lo que sean capaces de valorar los expertos o, en última instancia, el juez? Es una decisión difícil, pero en el horizonte, como meta última, se tiene que buscar lo mejor para los niños implicados en ese divorcio. Quizás el psicópata sea más accesible a un acuerdo razonable si no se ve amenazado y en la necesidad de probar que él no es quien realmente es. He visto muchas veces cómo ellos reaccionan con furia cuando se exponen sin tapujos sus miserias y sus comportamientos intolerables: su narcisismo inflado no les permite aceptar la idea de que, ante los tribunales, ellos sean calificados de personas amorales y explotadoras. Suele ocurrir, además, que los propios abogados de sus clientes psicópatas no creen en absoluto que lo sean. Manipulados por ellos, y motivados por el deseo natural de defenderlos, los abogados ven en la mujer que acusa una estrategia torticera para negar los derechos legítimos que amparan a sus clientes. Y los jueces, salvo que sean particularmente perceptivos y sepan interpretar con inteligencia determinados aspectos expuestos por las partes, no tomarán en cuenta generalmente las demandas de auxilio de la mujer en la mejor atención a los niños. Así, si la madre se opone a la custodia compartida porque tiene el convencimiento de que tal petición no es sino un ardid para seguir controlándola y hacerle daño, y que en verdad no tiene ningún interés en los niños, tendrá que sufrir la más absoluta incomprensión en la sala de justicia. La única solución, entonces, es tener pruebas sólidas. Éste es mi mejor consejo a las mujeres que saben que sus parejas tienen rasgos del espectro de la psicopatía: almacenar 48 pruebas y testimonios que puedan apoyar sus palabras. Porque, de lo contrario, sus hijos se verán expuestos a la influencia nociva de sus padres, quienes sólo verán en los niños un modo de mantener el control sobre la madre o seres a los que hacer objeto de sus propias miserias. Este relato de una mujer ilustra bien este problema: Jorge [seis años] viene a casa después de pasar el fin de semana con él, muy inquieto, raro. Le pregunto qué cosas ha hecho con papá, y me habla de todo lo que hace con sus tías; me parece que él rara vez está con él... Cuando llamo a su casa, me resulta imposible hablar con Jorge; el teléfono se descuelga y se vuelve a colgar; o directamente no lo coge nadie... Muchas veces no vuelve con la muda sucia, se queda allá y nunca la vuelvo a ver. Otras veces tiene pequeñas heridas, que me dice que se hace al jugar con el perro. Es un perro grande, y me preocupa que pueda hacerle daño, aun sin querer. Es habitual que me llame para que vaya a por él si se pone enfermo, aunque se supone que mi ex debe de cuidarlo cuando está a su cargo. Me llama furioso y me dice «ven a por él», sin darme más explicaciones. Yo trato de explicarle que no puedo estar a su disposición, que él es su padre y ha de cuidarlo como es debido cuando le toca tenerlo, pero no quiere escuchar; no soporta que el niño le estropee los planes que tenga previstos para ese día. Los deberes o actividades nunca están hechos, y muchas veces las cosas escolares se quedan en su casa. Cuando no están sus tías, pasa mucho tiempo en bares y cafeterías, dibujando (que le encanta) o con una play, mientras él está con sus amigos. Es un loco conduciendo, y cuando se lo lleva a su pueblo el corazón lo tengo en la garganta. No sé si le pone el cinturón, pero le he dicho muy seriamente a mi hijo que es lo primero que ha de hacer. En fin, esto sólo es una pequeña parte de lo que podría contarle. En otros casos, el problema es más serio: abusos, violencia, abandono... ¡quién sabe! Pero no deberíamos permitir que un hombre así se ocupe de su hijo sin una supervisión estrecha, y sólo cuando nos hayamos asegurado de que va a estar siempre bajo la tutela de otro familiar. Y si no es así, es mejor anular toda posibilidad de daño; total, al psicópata, una vez curado su ego, poco le podrá importar. 49 50 CAPÍTULO 5 LA MUJER CON TRASTORNO LÍMITE DE PERSONALIDAD Una mujer ha acordado en dos ocasiones el lugar en que su exmarido ha de recoger a los niños, y luego, antes de que éste llegara, se los ha llevado. Al día siguiente, la mujer parece haber olvidado el incidente; si se le menciona, entonces se enoja y parece genuinamente desorientada. Repetidamente llega a acuerdos con el abogado de su exmarido que parecen claros pasos adelante en la solución de los conflictos, pero a las veinticuatro horas niega haberlos realizado. En una ocasión anterior, ella parecía totalmente convencida sobre la idoneidad del divorcio para finalizar una relación muy infeliz, pero al poco tiempo se presentó en el lugar de trabajo de su todavía marido y le acusó de no tener corazón, amenazándole con hacerle daño y con hacérselo a sí misma. Al día siguiente, ella busca la reconciliación de forma desesperada...[23] Éste es uno de los casos que puede ilustrar bien el desconcierto que las mujeres con un Trastorno Límite de Personalidad (en adelante, TLP) pueden provocar en los abogados, particularmente en los de la parte contraria, pero también en los suyos propios. [24] Se trata de un tema muy poco tratado en la literatura especializada, pero de gran importancia, ya que se estima que es un trastorno que se da en torno al 1-2 % de la población, así que muchos de estos casos, por la propia naturaleza de los síntomas, llegarán a los tribunales en procesos de divorcio conflictivos. Se presenta el TLP En la década de 1970, el psiquiatra Otto Kernberg sentó las bases de la moderna definición de este trastorno: Desde el punto de vista clínico, cuando hablamos de los pacientes que presentan un TLP queremos significar que manifiestan graves dificultades en sus relaciones interpersonales, así como una cierta alteración en el modo en que experimentan la realidad, si bien no llegan a perder el contacto con ésta. En otras palabras, las pacientes con TLP perciben muchas veces de forma equivocada las intenciones y acciones de los otros, y reaccionan de un modo dramático y extraño como consecuencia de ello, pero no «están locas», esto es, no tienen alucinaciones o delirios, no son psicóticas. Lo que no significa que sus síntomas no sean muy perturbadores para las personas que emocionalmente están vinculadas con ellas, 51 como veremos en este capítulo.[25] En la actualidad, el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales — un tratado de referencia para los psiquiatras y psicólogos en sus labores de diagnóstico— ha establecido los siguientes criterios para poder determinar si una persona padece de un TLP: Un patrón persistente de inestabilidad en las relaciones interpersonales, en su autoimagen y sus emociones, así como la presencia de una marcada impulsividad; todo lo cual comienza en los primeros años de la edad adulta y se halla presente en una variedad de contextos. Tal patrón decimos que existe cuando el sujeto presenta cinco o más de los siguientes síntomas: 1. Intentos dramáticos de evitar que se cumpla la amenaza real o imaginada de ser abandonada. 2. Relaciones interpersonales muy inestables, con cambios extremos entre idealizar a alguien o devaluarle. 3. Una imagen de sí misma muy inestable. 4. Impulsividad, manifestada en áreas como promiscuidad, trastornos alimenticios, consumo de alcohol y drogas, actividades temerarias. 5. Conductas o gestos recurrentes suicidas o bien actos de automutilación. 6. Inestabilidad emocional: irritación, ánimo deprimido muy marcado, ansiedad. 7. Sentimientos crónicos de vacío y de falta de sentido. 8. Ira inapropiada y dificultades en su control. 9. Ideas paranoides transitorias, o bien delirios y sentimientos de que la persona se halla como aislada del mundo real (disociación). Uno de estos casos se ve con claridad en Pamela, la exmujer de Carlos, un ingeniero que estaba en una fase de disputa por sus hijos en el juzgado. En la evaluación correspondiente, ella explicó:[26] ¿Sabe? Al principio, cuando me pidió el divorcio, pensé que me iba a morir... Pero es un traidor, alguien que busca otras mujeres, le escupiría si le viera ahora, si lo tuviera delante... ¡Tantas palabras de amor que se han ido a la basura! Ahora que no soy tan joven dice que no me quiere... ¡Ja! Es como todos, un mentiroso y un machista despreciable. ¡No lo necesito! Dejé mi trabajo como traductora al tener el primer hijo, pero era muy buena, en dos días encontraré un trabajo y le demostraré que no me va a hundir [...] ¡Pero yo qué voy a hacer sin él...! Siempre me ha cuidado mucho... estaré perdida... No tengo fuerza ni energías... Esto del divorcio es un error, seguro que comprenderá que tenemos que volver a empezar... [...] ¿Ve mis muñecas? Resulta muy fácil cortarlas, a veces esa idea me atrae: ¿qué pensará él si por su culpa decido que ya no vale la pena seguir más? En una ocasión Pamela había discutido agriamente con Carlos en un establecimiento comercial, y en su irritación causó destrozos por valor de 300 euros. En otro momento se cortó con un cuchillo en brazos y piernas... Varias veces amenazó con suicidarse... En la entrevista puede verse cómo al comienzo Pamela está segura y altanera, pero aproximadamente cincuenta minutos después su confianza se ha desvanecido, su ánimo ha decaído y profiere amenazas explícitas de que acabar con su vida es una opción; además con ello castigará a su marido por abandonarla. Ahora bien, muchas de las personas con un TLP son personas capaces, inteligentes y atractivas. Pamela es un buen ejemplo de ello: es cierto que era una muy buena 52 traductora, y claramente su inteligencia era elevada. En el trabajo, sus síntomas pasan más desapercibidos; es en sus relaciones íntimas donde se produce el naufragio. Una de las hijas de Pamela, Andrea, me explicaba lo siguiente: «Cuando la veía en el trabajo, mi madre estaba muy bien; la gente la apreciaba, y salvo alguna vez que la habían visto muy nerviosa, en general todos la consideraban muy buena empleada... Incluso tenía más responsabilidad que la que le correspondía por su sueldo... Era en casa donde todo se complicaba: no paraba de acusar a mi padre de tener una amante. Olía su ropa, rebuscaba en sus cosas, hubo muchas peleas por eso [...] Yo sólo quiero que esté bien atendida, por eso me voy a quedar a vivir con ella. Me necesita. A veces tengo miedo de que se haga daño de verdad, y no sólo unos cortes en los brazos». Conductas habituales de la mujer con TLP en un proceso de divorcio ¿Qué conductas son las habituales en una mujer con TLP en un proceso de divorcio? Este apartado es importante, porque no sólo los familiares afectados de su parte deberían comprender el alcance de estos síntomas, sino su propio abogado, quien de lo contrario acabará completamente desorientado. ¿Y qué decir de la parte contraria, es decir, del abogado del marido? Desconocer que trata con una mujer con TLP puede llevarle a no entender nada y a tomar decisiones que no son las más acertadas para intentar alcanzar un acuerdo razonable.[27] QUEJARSE CONTINUAMENTE DE SU MARIDO, AMENAZAS E INTENTOS DE DAÑARLE EN SU REPUTACIÓN, PROPIEDADES O INCLUSO FÍSICAMENTE Dado que las mujeres con TLP perciben de forma errónea los actos e intenciones de los demás, muchas de las iniciativas de la pareja con la que está llevando el proceso de divorcio, que son perfectamente razonables e incluso favorables a ella, le provocan irritación e incluso ataques de cólera. Todo esto puede prolongarse después del divorcio, con el resultado de que el mantenimiento de una logística mínima para la crianza de los hijos puede ser una auténtica pesadilla. CADA DÍA ES UN NUEVO DÍA Muchos abogados ven atónitos que un día de plena «tormenta», en que ha habido insultos o acusaciones infundadas, dejan paso a otro en el que el ánimo se ha serenado y parece que la mujer tiene una falta completa del recuerdo de lo sucedido. Sencillamente, a pesar de los esfuerzos del abogado suyo o de la parte contraria, no está en disposición 53 de hablar de nada de lo sucedido en el día anterior. Es como si su nuevo estado de ánimo —en el día actual— le hiciera imposible recordar quién y cómo era ella cuando vivía en otro estado emocional —el día de ayer— bajo una imagen de sí misma diferente. Los divorcios de mutuo acuerdo son muy difíciles de conseguir en estas circunstancias. ¿Cómo ratificar o concretar algo de lo hablado el otro día si ahora ella ya no piensa lo mismo? ¿Cómo avanzar si cierta cláusula previamente pactada se interpreta ahora como un subterfugio para perjudicarla? LA RESISTENCIA A DIVIDIR O COMPARTIR Las mujeres que sufren un TLP no toleran dividir nada, ni los hijos ni las propiedades; estas personas temen la pérdida y el abandono más que nada, y esto incluye también la posibilidad de perder determinados privilegios o bienes. Cualquier pérdida de una propiedad la perciben como un ataque, como una prueba de que se aprovechan de ella... Y los problemas con su propio abogado pueden ser incluso más graves que los que ocasiona su errática conducta al abogado de la parte contraria: ¿Por qué accedió a tal cosa? ¿Por qué no le consultó antes (cosa que hizo pero ella ahora no recuerda)? Esto, como es lógico, puede ser mucho más costoso en energía cuando se trata de decidir el régimen de custodia de los niños y las visitas correspondientes a la parte contraria (salvo casos de custodia compartida). El abandono más íntimo es el de los hijos; la amenaza aquí es más cercana. Como una respuesta a esas amenazas que percibe como vitales, la mujer puede aferrarse desesperadamente a su esposo. Si ya se ha producido la separación, puede aprovechar cualquier encuentro con él —por ejemplo, para dejar o recoger a los niños— como una oportunidad para el ansiado reencuentro o reconciliación; aquí es posible una respuesta de cólera si el encuentro no sale como ella esperaba... Pero eso no es todo: si el marido o exmarido actúa con amabilidad y cercanía, el resultado puede ser también contraproducente: ¿acaso esa cercanía no guarda implícita la amenaza de que esa conducta sea una trampa para que ella se confíe, mejor se fíe de él, y que luego la abandone otra vez? La única solución es que el exmarido se mantenga firme; no debe dejar sombra de duda de que él no quiere de nuevo una reconciliación; un trato firme pero cortés es lo mejor, aunque ello suponga provocar la ira de la mujer. Cruzar esa línea sería precipitar conductas negativas más intensas, porque alentaría las fantasías irracionales y los estados de ánimo fluctuantes de la expareja. Junto a esto, dado que la persona afectada por el TLP necesita desesperadamente estar en control de la situación (aunque éste sea tan inefectivo y errático), puede ser una buena idea ofrecerle victorias «simbólicas», es decir, conceder cosas que no son 54 realmente importantes pero que para ella tienen gran trascendencia, tales como el lugar donde recoger a los niños, la elección de la escuela donde debería ingresar una vez terminado el ciclo anterior (salvo que sea ésta claramente inadecuada), el reparto de ciertos muebles de la casa, etc. LOS PROBLEMAS EN LA CRIANZA DE LOS HIJOS Éstos se dan especialmente con el hijo que se va acercando a la adolescencia, quien muestra ya una mayor autonomía, y puede provocar en la madre un intenso miedo al abandono. Como consecuencia, ella puede optar por presentar bien su rechazo como muestra de su ira o bien un gran esfuerzo en mantenerlo bajo una situación más infantil. Es obvio que, si esto ocurre, el padre ha de esforzarse por corregir este punto, lo que generalmente exigirá tomar medidas legales si ella no acepta reconducir la situación. El comportamiento de los abogados Es evidente que los abogados que han de tratar con una mujer afectada de un TLP, tanto quien la representa como quien ostenta la defensa de los intereses del marido, han de ser conscientes de las dificultades que este trastorno conlleva. Su abogado no puede adoptar la postura de apoyo incondicional: sin que se merme en absoluto su deber de defender sus intereses, ha de entender que tales intereses requieren una postura de colaboración con la otra parte, una vez que queda claro que ambos persiguen que las cosas queden del mejor modo solucionadas, particularmente pensando en el bienestar de los hijos. Esto se hace más obvio si nos damos cuenta de que es sensato prever que los conflictos se van a extender en el tiempo, aprovechando las múltiples situaciones en las que ambos padres han de negociar cosas relativas a sus hijos: horarios, vacaciones, actividades extraescolares, tiempo de ocio, etc. El abogado de una mujer con TLP que no viera esta condición y adoptara en todo momento una postura beligerante hacia la otra parte, sin cuestionar las demandas de su cliente, estaría actuando de una forma irresponsable, incluso si nos ponemos en el punto de vista de ese mejor interés de su cliente. En todo caso parece que tales disputas, aunque perduren, tienden a hacerse menos frecuentes e intensas con el tiempo, por lo menos para la mayoría de los casos.[28] El hecho más perturbador del TLP es que quien lo padece carece de conciencia de cómo sus acciones son irracionales y, al mismo tiempo, del efecto que tienen en las personas que están junto a él. Por eso quizás la mejor estrategia que pueden tener ambos abogados —el de ella y el de él— es la de colaborar y esperar. En el caso del abogado del exmarido debería ser una prioridad sólo iniciar acciones legales cuando realmente los 55 comportamientos de la parte contraria sean inaceptables. Una línea manifiesta de confrontación debería ser la última opción. Es mucho mejor buscar la colaboración y comprensión del abogado de ella, el cual generalmente también puede estar saturado por las peticiones desconcertantes de su cliente, cuando no claramente molesto por ser objeto igualmente de su ira y de sus cambios de percepción. Ahora bien, es claro que no estamos pidiendo a ninguno de los abogados que hagan un diagnóstico amateur de la mujer, del mismo modo que no lo solicitamos en el caso de los hombres del espectro de la psicopatía. Sólo queremos significar que este trastorno, que incide particularmente en las mujeres, debería ser una sospecha cuando una cliente actúe en los modos aquí descritos, y tal hecho debería ponerles en guardia para que el procedimiento legal no se convierta en una experiencia más desagradable y perdurable de lo que ya tradicionalmente resulta en sujetos normales cuando no es consensuado. En conclusión: establecer los mejores acuerdos razonables para las dos partes, salvaguardar el mejor interés de los hijos, establecer un cordial frente común entre ambos abogados, y trazar unas «líneas rojas» que no deben traspasarse, serían las mejores recomendaciones para el manejo legal de un caso así. Y tener paciencia y comprensión. La terapia con estos pacientes es compleja y laboriosa, y la mera asistencia de la mujer a psicoterapia no es garantía de que las cosas mejoren en un plazo de tiempo relativamente corto. Las personas afectadas por este síndrome responden mejor frente a un comportamiento firme pero cortés que no ceda ante sus pretensiones irreales: si se necesita de la acción afirmativa del juzgado, entonces debería buscarse. No obstante, el equipo técnico de apoyo al juez debería ser capaz de identificar al progenitor que padece este trastorno. En tal caso, y con el diagnóstico en mano, llegar a un común acuerdo entre ambos abogados debería ser más fácil, y con el consejo al juez derivado de las recomendaciones del equipo técnico, llegar a la mejor solución posible. La mujer psicópata Para terminar este capítulo, un recordatorio: existen mujeres que van más allá de los síntomas que manifiesta el Trastorno Límite de Personalidad. Su conducta es emocionalmente mucho más dura y manipulativa, y el sufrimiento típico de las que padecen el TLP parece aquí mucho más diluido. Perdura en la psicopatía femenina la impulsividad, la irritación, la dificultad de introspección y de empatía que son propias del TLP, incluso la agresividad, pero en la psicopatía hay un poderoso ego, un amor hacia sí mismo que no posee la mujer con Trastorno Límite, asediada por sus sentimientos irracionales de abandono y de pérdida. Esto hace que, a diferencia de una psicópata, las mujeres con TLP presenten una auténtica vivencia de desesperación, llegando a recurrir 56 a amenazas sinceras y recurrentes intentos de suicidio. Como en el caso de los hombres, las mujeres con psicopatía emplean habitualmente la violencia soterrada y la manipulación, pero hay veces en que se imponen en su ánimo medidas más expeditivas. Un caso extremo es el que analicé en un artículo que escribí hace un tiempo: Hay algo profundamente perturbador en la noticia que publicaba ayer Las Provincias: «El hombre torturado por orden de su exmujer debe entregarle hoy a su hijo», donde se narraba lo siguiente: un hombre, vecino de la Pobla de Vallbona (Valencia), que tiene dos hijos varones de una primera relación, se casa de nuevo con una mujer (que a su vez es madre de una hija de otro matrimonio) y tienen un hijo en común, que ahora tiene ocho años. Se separan, el padre se queda con la custodia del hijo, y el 23 de enero de este año tres delincuentes armados con pistolas y cuchillos irrumpen en el chalé del hombre, le atan junto a otros dos hijos y le dan una paliza. Los agresores son arrestados poco después, y en febrero la Guardia Civil detiene en Valencia a la exmujer del vecino de la Pobla, de 43 años, y a su hija de 24, ambas como inductoras del violento asalto. En palabras de este hombre atribulado, ella «sufre un trastorno depresivo, está desesperada y ahora quiere arruinarme la vida». Pero se trata de algo más que eso. En primer lugar, observo que la custodia se la quedó el padre, algo que cuando ocurre se debe siempre a una buena razón que, ante la justicia, justifica con claridad que la mujer no está capacitada para la labor de madre (salvo que ella renuncie expresamente a ejercer la custodia). En segundo lugar figura la extrema violencia que padeció el padre pero también sus hijos adolescentes, que fueron atados y golpeados. Los ejecutores eran profesionales, tipos acostumbrados a meter la cabeza de la víctima en la bañera pretendiendo el ahogo, generadores de un terror que nunca olvidarán los tres varones, y que será fuente de muchas pesadillas en el futuro. El niño pequeño se enteró de lo sucedido, porque algo tan tremendo no puede ocultarse, y no quiere ir con su madre. El padre no quiere entregarlo este fin de semana, porque solicita que le quiten la custodia que tiene la madre los fines de semana alternos, cosa que no se ha producido hasta el momento. Es cierto que no hay una sentencia que diga que esta mujer y su hija son culpables, pero ambas están acusadas formalmente por la justicia, en libertad con cargos. Sin embargo, el punto esencial es la seguridad del menor y su integridad psíquica. Por un lado, una persona que es capaz —según la fiscalía— de encargar una acción tan sádica revela que tiene mucho peligro; cuando envías a esa gente a «dar un golpe» nunca sabes cómo van a terminar las cosas. Por otro lado, el hecho de que una mujer así se ocupe de su hijo, que lo arrope por las noches quien ha mandado torturar a su padre y hermanos, me pone los pelos de punta. El TLP es un grave problema que, si bien mejora con la edad, suele hallarse en su pleno apogeo cuando acontece el proceso de separación o de divorcio. Como siempre, deberemos buscar el mejor interés del niño; pero antes es necesario detectar esta condición patológica y obrar en el proceso legal de tal modo que los daños y momentos difíciles sean los menos posibles, por el bienestar de todos los implicados. Si uno de los principales factores del bienestar del niño es la relación afectuosa de los padres después del divorcio, es obvio que la mujer con un TLP ha de ser primero identificada y luego reconducida en sus reacciones para que la relación subsiguiente con el excónyuge no dañe el desarrollo de los hijos. La ayuda terapéutica podría ser muy importante en el logro de este fin, si bien hemos de ser vigilantes con los progresos alcanzados. Si estamos tratando con una mujer psicópata, las alertas y comentarios realizados en el capítulo anterior son de aplicación aquí. Aunque no se trate de casos tan extremos como el comentado en las líneas anteriores, su capacidad para fingir que ama a su hijo y para manipular a los operadores del sistema de justicia no puede subestimarse en ningún 57 momento. Un problema añadido en el caso de estas mujeres es que todavía puede resultar más difícil para los profesionales, abogados, fiscales y jueces creer que una mujer sea una psicópata, sobre todo si no exhibe claros comportamientos de violencia (y en tales casos con frecuencia se suele buscar alguna otra explicación que sea más «femenina» o propia de ser más habitual en las mujeres). Sin embargo, tales mujeres existen, y han de ser neutralizadas en su capacidad para dañar a su familia. 58 59 CAPÍTULO 6 AFRONTAR EL DIVORCIO En la actualidad sabemos que el modo en que una persona interpreta (o da un significado) un acontecimiento negativo influye de manera poderosa en cómo tal acontecimiento le afecta e influye sobre su comportamiento. Para el tema objeto de este libro, esto significa que si valoramos el divorcio como algo que nos va a arruinar la existencia, o como algo catastrófico contrario a todas nuestras expectativas y valores, entonces su impacto sobre nuestro equilibrio emocional va a ser enorme. Cuanto más nos sintamos de este modo, más probable es que atribuyamos al causante de esta desgracia (el excónyuge o expareja) todos los vicios y cualidades negativas imaginables. En otras palabras: cuanto más terrible pensemos que es el divorcio, menos probable será que aceptemos llevar una relación aceptable con la persona que nos ha arruinado la vida, la «causante de todo». Y tal hecho, cuando hay hijos por en medio, supone una de las principales razones de infelicidad en éstos, como veremos en el próximo capítulo. En realidad es normal pensar que el otro tiene más culpa que nosotros; forma parte de la psicología humana verse bajo una luz favorable, y cuando se trata de analizar los conflictos con las exparejas, ese sesgo nos ayuda a salir adelante. De hecho, como antes comentamos, la recuperación emocional es más rápida si no somos muy duros con nosotros. «Sí, tampoco yo estuve a la altura»; «Es cierto que en esa época yo tenía mis propios problemas...». Estas expresiones o muy parecidas admiten un reconocimiento personal de contribución al fracaso de la relación, y son propias de alguien que ya puede mirar con cierta distancia el acontecimiento que una vez fue traumático. Esta postura tiene una gran ventaja sobre el mantenimiento de una gran hostilidad hacia el excónyuge, y es que favorece la cooperación si la separación exige mantener los lazos, ya sea por razones económicas o —sobre todo— por tener hijos en común.[29] Odiar a alguien de forma intensa es contraproducente: consume nuestra energía y hace de ese otro un objeto continuado de interés, aunque sólo sea para denostarlo. Es del todo cierto ese refrán español que dice que «el mejor desprecio es no hacer aprecio»; por consiguiente, aunque realmente la expareja sea alguien detestable y sea en efecto «culpable de todo», no debemos mantener ese foco de ansiedad y hostilidad en nuestra mente, porque tal cosa nos dificulta la recuperación y constituye en realidad un nuevo triunfo de ese que nos ha hecho tanto daño: ¡ni siquiera la ruptura nos libra de él! Pero al margen de estos individuos, el resumen de este punto es que percibir el fracaso de la convivencia como un eslabón en el aprendizaje personal es la mejor 60 opción. Echar la culpa al otro puede ser adaptativo al comienzo, y si es cierto que éste en verdad lo hizo muy mal, más razón para pensar así. Pero en general, una mirada equilibrada sobre la relación, en que finalmente podamos repartir las culpas (aunque no sea al 50 %), es el mejor modo de salir adelante. Esto es lo propio de quienes pueden mantener relaciones desde una madurez emocional. Ahora bien, no todos pueden hacer esto. Como veremos a continuación, el tipo de vínculo o de expectativas que llevamos a la relación amorosa tiene mucho que ver con las consecuencias y la actitud a tomar tras el divorcio. Cuatro estilos de vinculación amorosa La investigadora del País Vasco Sagrario Yárnoz-Yaben estudió a 40 parejas divorciadas, 18 hombres y 22 mujeres, todas con hijos, intentando averiguar cuáles de sus miembros mostraban un mejor ajuste tras el divorcio, es decir, un bienestar emocional mayor.[30] Partía de la hipótesis de que dicho ajuste estaba relacionado con el tipo de vinculación (o apego) que las personas establecían en sus relaciones románticas. Apoyándose en el trabajo de otros investigadores, en su estudio distinguió cuatro prototipos de relación o vínculo que una persona establece en su relación romántica o matrimonio. a) Los sujetos que muestran un vínculo seguro tienen una imagen positiva tanto de sí mismos como de los demás. Son capaces de establecer una relación íntima intensa con el otro sin renunciar a su autonomía ni a la de la otra persona. b) Los sujetos que muestran un vínculo preocupado tienen una imagen negativa de sí mismos pero positiva de los otros. En sus relaciones afectivas se muestran dependientes, y constantemente tienen dudas e incertidumbres que amenazan el horizonte de su felicidad. c) Los sujetos que muestran un vínculo poco comprometido presentan una imagen positiva de sí mismos pero negativa de los otros. En ellos es habitual evitar la intimidad con su pareja como mecanismo de defensa; de este modo no se sentirán vulnerables ante el compromiso emocional y no perderán su sentimiento de autosuficiencia. d) Finalmente los sujetos con un vínculo temeroso tienen una imagen negativa de sí mismos y de los otros. Estas personas limitan mucho sus relaciones porque tienen miedo de sufrir el rechazo y el dolor subsiguiente, por lo que llegan a la conclusión de que es mejor no arriesgarse: ni los demás valen demasiado la pena, ni ellos se ven fuertes como para luego recuperarse de un fracaso amoroso que, temen, con toda probabilidad ocurrirá. 61 ¿Quiénes se recuperan mejor tras el divorcio? Tanto los sujetos poco comprometidos como los temerosos evitan las relaciones íntimas, pero lo hacen por razones diferentes: los primeros se sienten bien consigo mismos y no quieren arriesgar ese sentimiento intimando con alguien que les puede señalar fallos y acerca del cual pueden sentirse vulnerables si comprenden que lo necesitan en un sentido amoroso. Por su parte, los segundos huyen de las relaciones porque esperan que esa persona les rechace y de este modo aumente todavía más su baja autoestima. Diferentes investigadores han hallado una asociación entre la duración y la satisfacción de una relación emocional y el estilo de la persona en su vinculación afectiva con la pareja. Las relaciones más satisfactorias están del lado de las personas que presentan un estilo de vinculación seguro. Ahora, la autora española quiere saber cuáles de esos estilos de relación mostrados en la convivencia con la pareja facilitarán un mejor ajuste (es decir, un mayor bienestar emocional) tras sufrir la experiencia del divorcio. ¿Qué es lo que encuentra? Las personas con un estilo preocupado en sus matrimonios tuvieron el peor ajuste, es decir, se mostraron más ansiosas, tristes y deprimidas, debido a que no dejaban de pensar en su exesposo, del que todavía dependían emocionalmente, y no se veían con fuerzas para llenar su vida de acontecimientos positivos. Aquí abundan los sentimientos y actitudes que describimos en el capítulo segundo dedicado al «síndrome del corazón roto». Las que mejor se adaptaron a la vida tras el divorcio (y por ello mostraron menos ansiedad y sentimientos negativos) fueron las que poseían el estilo de relación seguro y también el de poco compromiso. Esto último puede parecer sorprendente: ¿cómo es que la gente que no se implicó de verdad en una relación amorosa, y por ello realmente contribuyó al fracaso, no se siente especialmente mal por esa experiencia y tal cosa le dificulta sentirse bien consigo misma posteriormente? Sin embargo, si seguimos la lógica de esta psicología esa sorpresa no tendría por qué aparecer: recordemos que estas personas tienen una buena imagen de sí mismas y se sienten independientes emocionalmente de sus parejas; por ello, llegado el momento de la ruptura, la ausencia de compromiso, la independencia emocional que mostraron cuando estaban casados les protegerá ahora de añorar o sentirse vacíos por la pérdida del cónyuge. Al verse bajo esa luz positiva, pensarán que ellos actuaron bien, y que el fracaso es responsabilidad del otro, o bien que así son las relaciones, que es sensato pensar que difícilmente puedan terminar bien si la expareja no está a nuestra altura... Como es lógico, que un cónyuge que se compromete poco durante el matrimonio tenga un buen ajuste tras el divorcio no significa que este estilo de relación amorosa sea recomendable: en la práctica alguien así ofrece poco de sí mismo durante la convivencia, 62 y por ello no lo lamenta demasiado cuando aquélla concluye. Sus excónyuges tuvieron pocas opciones para ser felices con estas personas, y aunque éstas sufran poco tras el divorcio, yo no diría que eso justifica mantener un compromiso escaso cuando se convive con alguien; en otras palabras, ése no parece ser el mejor modo de lograr una relación aceptablemente feliz. No cabe duda, entonces, que comprometerse o vincularse mucho con una persona que, a su vez, está dispuesta a comprometerse poco, es una apuesta de riesgo, ya que el sujeto comprometido de esa relación tendría que poner casi todo el gasto: en otras palabras, la relación sólo funcionará en la medida en que éste «tire del carro», se amolde a las exigencias de quien está escasamente dispuesto a implicarse emocionalmente y renuncie a buena parte de sus propios anhelos. Lo normal es que el que más ama se canse y abandone con el tiempo, harto ya de tanto egoísmo. Por otra parte, es importante señalar que el tipo de vinculación romántica habida durante el matrimonio es sólo un aspecto que facilita la recuperación emocional tras el divorcio, aunque sin duda sea un factor importante. Afortunadamente hay otros factores relevantes que pertenecen al presente y al futuro de las personas que pueden ser de gran ayuda, y entre ellos está el aprender a amar de modo más maduro. También es de gran importancia el sentirnos arropados por familiares y amigos, el hablar sobre ello si está en nuestro carácter el hacerlo. No hace falta contar todo ni quizás entrar en detalles íntimos, pero no cabe duda de que ser capaz de relatar lo sucedido y hallar personas que nos comprendan y, al menos en parte, validen nuestro punto de vista (sin que hayan de darnos la razón en todo), facilita la recuperación emocional. Los amigos y familiares inteligentes y sensibles ante la ruptura de la convivencia saben obrar del siguiente modo, en casos en que ciertamente el otro no es un psicópata o un perfecto sinvergüenza. Primero, son empáticos y escuchan con atención, nos demuestran que somos importantes para ellos. Luego demuestran que nos comprenden, que saben por lo que estamos pasando, y luego validan nuestro punto de vista: si no éramos felices, eso fue lo mejor; si ya se había acabado con toda esperanza, es mejor seguir otro camino. Sólo cuando nos vean fuertes y de nuevo con capacidad para ponderar las cosas introducirán elementos para nuestra reflexión, con objeto de que en una próxima vez hagamos un buen uso de esta experiencia de fracaso: ¿fuimos muy poco tolerantes, y eso complicó la convivencia? ¿Buscamos a gente que no encaja con nuestra personalidad e intereses, y eso es algo que debemos corregir? ¿Podíamos haber enfocado las cosas de otra manera cuando las dificultades se agravaron? Sin duda, el impacto de un divorcio queda diluido en el tiempo, pero no es sólo el mero paso del mismo lo que tiene efectos curativos, es lo que hacemos durante ese tiempo lo fundamental. Por ejemplo, vimos en el capítulo 2 que el «síndrome del corazón roto» se caracteriza por el hecho de que la persona abandonada se aferra a una necesidad irracional de ser amada por quien la abandonó, como si sin ella, en efecto, no 63 pudiera vivir. Son los pensamientos derrotistas y de desvalorización personal, si suficientemente repetidos, los que nos condenan a prolongar la miseria. El duelo es inevitable; el vínculo yace ahí, roto, y eso nos desespera porque no querríamos esa ruptura. Por otra parte, los efectos del divorcio pueden ser dolorosos para quien deja, si tal decisión es el producto de la comprobación de que ya no se puede vivir con el cónyuge, por las razones que sean. Pero es más duro si uno es el dejado, el que se tiene que enfrentar a una separación que no desea. Sin embargo, en ambos casos existe la tarea de volver a iniciar una nueva etapa en la vida. Las etapas del divorcio no conflictivo o consensuado En un divorcio llevado de mutuo acuerdo las cosas se simplifican mucho, ya que aunque pueda haber resquemores y una relación difícil, ambos cónyuges se ponen de acuerdo en lo esencial: van a finalizar la relación de un modo pacífico, y cada uno hará un esfuerzo para enfrentar del mejor modo posible las tareas que supone pasar por el proceso de la separación y ruptura legal del vínculo. En el capítulo primero delineamos brevemente esas etapas, ahora vamos a verlas con más detalle.[31] ETAPA 1. LA DECISIÓN DEL DIVORCIO La actitud necesaria en esta etapa —la aceptación de la incapacidad de la pareja para resolver las tensiones en el matrimonio y continuar la relación— es importante porque sobre ella se establecen dos condiciones fundamentales en el futuro inmediato: primero, la comprensión profunda de que la relación ya no puede seguir, y segundo, una buena disposición para llegar a un acuerdo. En efecto, cuando asumimos que la unión ha terminado, nos inclinamos a pensar que las cosas deben facilitarse, que no se debe prolongar el dolor de los conflictos que han hecho esa relación insostenible mediante posturas intransigentes para la negociación de los términos del divorcio. La tarea a realizar —aceptar la parte personal en el fracaso del matrimonio— ya ha sido comentada de modo extenso. Aceptar la contribución personal no supone cargarse de culpas ni trasladarlas en su totalidad al otro miembro de la pareja; es ver en qué medida hemos sido incapaces de hacer que la relación funcionara. Éste es el valor del fracaso, de la derrota: recoger sus enseñanzas para nuestro progreso y crecimiento personal. 64 ETAPA 2. LA PLANIFICACIÓN DE LA RUPTURA Sobre la base de la etapa anterior, la actitud necesaria ahora es apoyar los acuerdos que sean beneficiosos para todas las partes implicadas. Por «beneficioso» deberíamos entender toda decisión que tuviera como resultado reorganizar nuestra vida, es decir, no hipotecarla más allá de la dificultad inherente a la propia separación. En este punto hay que tener una cierta capacidad de perspectiva: a la larga, ¿qué será lo mejor para mí y para mis hijos? No te ofusques ahora por no parecer débil; el acuerdo mediante negociación es un arte, y requiere fortaleza, mucho más que tratar de imponer unas condiciones que tú crees que son las justas. Porque lo normal es que el otro también crea que las suyas son las justas. Negociar es ponerse en el punto de vista del que negocia conmigo: si yo fuera él/ella, ¿qué pensaría de lo que le estoy proponiendo? ¿Qué necesidades veo que tiene? No estoy de acuerdo con la postura que en su día tomaron muchos cónyuges de renunciar a derechos que legítimamente les pertenecían porque «todo acabara antes» y «para evitar sufrir tanto», ya que obrar así puede pesar en el futuro. Por ejemplo, varias mujeres me han comentado que renunciaron a gestionar una pensión mayor para sus hijos por este motivo, lo que puede ser un inconveniente si eso merma la atención o las oportunidades que podemos proporcionarles. Está bien ser generoso si son cosas materiales y no las necesitamos, pero en general llegar a acuerdos razonables facilita mucho el proceso, nuestra autoestima se protege y damos un sentimiento de clausura digno a la relación. En algunas exparejas sigue habiendo relación con las familias de los excónyuges, sobre todo si hay hijos. Probablemente este escenario positivo comienza cuando en esta etapa hablamos con ellos y les exponemos la nueva realidad, al menos con los que tenemos un vínculo más estrecho. Eso es una gran noticia: la continuación, por ejemplo, de la relación entre un padre o madre y los abuelos respectivos de la expareja ayuda a que el niño supere más fácilmente los problemas emocionales del divorcio de sus padres, lo que es extensible a otros familiares. Es genial que un padre de un exmarido pueda llamar a casa de su exnuera para hablar con su hijo. O que un excuñado que tenía una gran relación con el niño pueda ir a recogerlo a su otro domicilio para llevarlo a la feria en vez de la madre, con la que más tarde se reunirán. No se trata únicamente de aliviar la carga dolorosa de la separación: el hecho de llevarnos bien con la familia del excónyuge también refuerza el sentimiento del niño de que sigue gozando del apoyo y estima de unas personas que seguirán velando por él, de un modo u otro. Como es lógico, la aparición de un nuevo amor en cualquiera de los progenitores introduce una nueva variante —la familia de ese nuevo miembro— que suele quitar tiempo y protagonismo a la familia del exmarido o exesposa, pero la aceptación de 65 mantener buenas relaciones con la familia de quien era el cónyuge siempre da sus réditos. ¿Y qué pasa con mi suegro, cuñada, etc., con los que siempre me he llevado mal o que son unos indeseables? Es útil emplear el sentido común: separemos nuestros sentimientos hacia esa persona de su relación con nuestro hijo, y decidamos lo que resulte más apropiado. Dado que el chico continúa tratando con él o ella cuando está bajo el cuidado de la expareja, apliquemos la siguiente regla: si una persona trata bien a nuestro hijo y es una influencia positiva, no me opondré a ella e incluso haré por alimentar esa relación. ETAPA 3. SEPARACIÓN La actitud necesaria aquí es doble: a) voluntad para cooperar en la educación del hijo y en la financiación conjunta de los gastos necesarios, y b) trabajar para lograr la desvinculación emocional con el cónyuge. La primera se explica por sí misma, y ayuda mucho dejar muy claro desde el principio cómo van a sufragarse ese tipo de gastos, muchas veces imprevistos; evitar peleas y conflictos por esta causa ahorra mucha energía para seguir invirtiéndola en reorganizar nuestras vidas. La desvinculación emocional con el cónyuge ya ha sido tratada extensamente, y volvemos sobre ella de varios modos a lo largo de toda esta obra. Las tareas a realizar también son muy explícitas. Hemos aprovechado la descripción de la etapa anterior para hablar de la tarea de la reorganización con la familia extensa del excónyuge, algo que pertenece a esta etapa tercera. En general, las tareas de esta tercera etapa remiten a un concepto necesario de adaptación: ajuste a una nueva realidad quizás incluso física (si uno de los dos se muda de casa e incluso de barrio); adaptación a cambios en la vida privada (¿tendremos ahora que renunciar a ciertas actividades por falta de tiempo?), y quizás también en la faceta profesional. Hacer el duelo de la pérdida de la unidad familiar es algo más que echar de menos o sentir la pérdida de la relación con la expareja, es pasar de una realidad de dos a una realidad de uno en la gestión del hogar y la toma de decisiones, lo que es mucho más relevante, como es lógico, si hay hijos de esa unión; de ahí que el mantenimiento de una buena relación con el padre o madre del niño facilite esa transición. Algunas personas sienten la necesidad de contactar poco con quien fue su pareja, al menos durante un tiempo, limitándose a las ocasiones en que han de cooperar para cuidar a los hijos en común. Esto es perfectamente comprensible y no deberíamos ser particularmente 66 sensibles al respecto, más adelante las cosas serán más fáciles. ETAPA 4. DIVORCIO La actitud necesaria, consistente en superar las emociones negativas de ira, culpa, daño, etc., se verá facilitada por todo lo realizado con anterioridad. Esto puede ser posible, aunque el camino hasta llegar ahí haya sido difícil, si mantenemos claro el objetivo que nos guía: el mejor futuro para nosotros y nuestros hijos. La ira no construye nada; el odio sólo alimenta el odio, y unos sentimientos profundos de haber sido dañado o dañada son una rémora para el cambio positivo, por eso es tan importante poner en una perspectiva racional la magnitud del trauma recibido, y dirigir nuestra mirada hacia el futuro: ¿Qué nuevos retos van a aparecer en mi vida? Aunque tenga días duros, ¿no he de sentirme orgulloso de poder seguir cumpliendo con mis responsabilidades y ayudando a que mi familia siga adelante? En realidad, la vida es poca cosa si se prescinde del desafío de superar obstáculos. No es cuestión de buscar complicaciones, desde luego, pero sí de saber entender la actitud adecuada cuando éstas surgen. El psiquiatra y terapeuta Viktor Frankl escribió: [32] La salud psíquica precisa de un cierto grado de tensión interior, la tensión existente entre lo que uno ha logrado y lo que queda por conseguir, o la distancia entre lo que uno es y lo que debería llegar a ser. Una tensión de esta naturaleza es inherente al ser humano y, por consiguiente, indispensable para su bienestar psíquico [...]. El hombre no necesita realmente vivir sin tensiones, sino esforzarse y luchar por una meta o una misión que le merezca la pena. Una meta que «merezca la pena» es —no cabe duda— volver a tener ilusión por todo, o al menos ser capaces de hacer frente con entereza a nuestras obligaciones sin desfallecer; y ya más adelante incluso atisbando la posibilidad —¿por qué no?— de un nuevo amor. En relación con esto, si bien es cierto que en toda esta etapa vuelve a ser crucial el apoyo de familiares y amigos, no es necesariamente una buena idea intentar mejorar nuestra estima buscando de forma obsesiva alguien a quien conquistar. El «desmelenamiento» habitual del recién divorciado puede resultar divertido, pero muchas veces es más una fuente de problemas que de satisfacciones: la energía y esfuerzos por «sentirnos vivos» puede conllevar dudas acerca de nuestros sentimientos y estabilidad, privándonos de la necesaria perspectiva y serenidad que la reorganización de esta etapa nueva de nuestras vidas requiere. ETAPA 5. FAMILIA POSDIVORCIO 67 Poco podemos añadir en esta última etapa, donde se detallan las tareas a realizar desde la posición de quien alberga la guardia y custodia de los hijos y de quien no (el caso de la custodia compartida se trata en detalle en otro capítulo de este libro), pero quisiera decir que todo el trabajo anterior puede verse seriamente comprometido por nuestra inconstancia en seguir con rigor las instrucciones que hasta ahora habían guiado nuestros pasos. En otras palabras: a veces la frustración nos agota, o ciertos impedimentos que parecen salir de lo que hace nuestro excónyuge nos irritan, como consecuencia recordamos ciertos agravios que habíamos conseguido perdonar —o al menos olvidar— con éxito, y la relación de «ex» entra en una dinámica negativa. Hemos de ser cuidadosos con esto: buenos divorcios pueden irse al garete si no somos capaces de gestionar bien nuestra vida como nuevos solteros, algo que es más difícil en esta época, con la importante recesión que sufre el mundo. Se trata de una realidad dura; los jueces saben bien los graves problemas que el desempleo está generando en la obligación que tienen muchos excónyuges de pasar una pensión a los hijos que viven con la madre. Ser comprensivos en este punto es una necesidad. ¿De qué vale la denuncia y la recriminación si uno no puede encontrar un empleo? Estar en el paro es ya una amenaza para la estima personal; verse amenazado ante los tribunales no va a arreglar las cosas. (Otra cosa es, como es lógico, que alguien finja no tener dinero para no pagar, en cuyo caso ha de ser desenmascarado.) Por otra parte, la etapa anterior debió suponer la superación de las fantasías de retornar con el cónyuge; pero si no ocurrió en aquel momento, debe completarse ahora. Esas fantasías generan más problemas que otra cosa; si el matrimonio tiene alguna oportunidad, desde luego no es ahora, sino dentro de un tiempo más largo, cuando entre ellos se haya producido una maduración que les permita tener otra visión de la relación y, sobre todo, una nueva forma de entenderse y vivir juntos. Sin embargo, esto pocas veces sale bien. 68 69 CAPÍTULO 7 PADRES DIVORCIADOS CON INTELIGENCIA EDUCACIONAL ¿Qué es la educación? La educación es lo que hacen los padres (o los tutores), los maestros, y otras agencias de la sociedad para que un niño alcance su máximo potencial como persona, esto es, para que su capacidad de pensar, de sentir, de actuar, estén en conjunción con los valores que consideramos necesarios para la vida personal y la que desarrollamos en común. Así, decimos que alguien ha sido «bien educado» cuando se dedica a una actividad en la que plasma su interés y capacidad, cuando es responsable ante los deberes ciudadanos, cuando tiene capacidad para acceder a una vida cultural y espiritual significativas, cuando logra tener una vida con sentido. Para ello, cuando educamos buscamos enseñar conocimientos sobre el mundo y la realidad, habilidades o capacidades para intervenir en ese mundo, y finalmente actitudes y valores que le orienten para que haga el mejor uso de todo lo que ha aprendido, incluyendo la potestad para controlarse y corregirse cuando yerra o comete acciones reprochables. El gran filósofo y pedagogo americano John Dewey dijo que la educación debe alimentar siempre el deseo de «seguir aprendiendo y creciendo», y ése es sin duda un criterio esencial de una buena educación, el dar al niño y al joven la pequeña desazón de continuar mejorando, de beber en las aguas de la experiencia vivida para avanzar y ser lo más posible quien es él en realidad.[33] La educación en los hijos de divorciados Es cierto que el divorcio es un factor que complica las cosas en la crianza y educación de los hijos; sin embargo, no lo es menos el hecho de que la mayoría de ellos pueden llevar una vida productiva y feliz. Nuestra mirada a los desafíos que plantea el divorcio para los padres como educadores de sus hijos no está únicamente orientada a destacar los peligros potenciales que hay que superar para minimizar el impacto negativo de este acontecimiento, sino que también quiere destacar que un episodio doloroso como éste puede constituir también una oportunidad para que los niños adquieran una mayor responsabilidad y competencia ante las diferentes tareas y etapas de la vida, singularmente si la relación que mantenían los padres durante la convivencia estaba lejos de ser la idónea. 70 Lo cierto es que esa adaptación de los niños como exigencia del divorcio se torna en algo muy difícil cuando los padres mantienen unas relaciones conflictivas, así como si están más preocupados por su propia recuperación y ajuste a la nueva situación que por la de los hijos, con el resultado de que disminuye el grado de atención y cuidados que le prestan. Por el contrario, los aspectos que se relacionan con un buen ajuste de los niños incluyen una relación de los padres positiva, un hogar amoroso y protector por parte del padre que ostenta la custodia (o de ambos si ésta es compartida), la salud mental y el equilibrio emocional de los padres y una red social (otros familiares, amigos) que está dispuesta a apoyarlos durante esa transición hacia la nueva forma de vida familiar.[34] Ahora bien, cuando hablamos de que los niños de padres divorciados pueden crecer como adultos competentes no estamos diciendo que los niños no sufran como consecuencia de la ruptura del hogar; eso, hasta cierto punto, es inevitable. Sin embargo, los recuerdos dolorosos de las experiencias de la separación de los padres no tienen por qué significar un trauma psíquico o un desajuste que deje secuelas en el crecimiento de los niños; el dolor no es lo mismo que la patología, y la mayoría son capaces de asimilar ese dolor mientras crecen como adultos competentes.[35] En otras palabras, después de un periodo particularmente estresante donde los niños sufren, salen adelante, recuperan su equilibrio de ánimo positivo y se enfrentan con éxito a las tareas de su desarrollo vital. [36] Tres tipos de adultos en relación con el impacto del divorcio cuando eran niños[37] NIÑOS RESISTENTES La investigación nos revela que muchos niños llevan una vida adulta plena y feliz, a pesar del divorcio de sus padres cuando eran niños. A estos adultos los llamamos «resistentes» (o «resilientes» en expresión tomada del inglés), porque son capaces de recuperarse de experiencias adversas o dolorosas y emplear mecanismos de adaptación resolutivos. Antes mencioné los factores de los padres y de la familia extensa y amigos que fomentaban esa fortaleza o resistencia del niño, pero no deberíamos olvidar ciertos aspectos de la personalidad del niño como su inteligencia y su autoestima. Estos niños son capaces de mantener una buena relación con ambos padres (aunque es más relevante la relación con el progenitor que mantiene la guardia y custodia), y exhiben la capacidad de mantener una interpretación positiva de los acontecimientos, incluyendo los negativos; es decir, los contemplan como una experiencia para su aprendizaje, y como una prueba que deben superar para ser más independientes y eficaces en el manejo de sus vidas. Un ejemplo de un adulto así es el siguiente, tomado 71 de mis archivos personales: Mis padres se divorciaron cuando tenía nueve años; al principio veía poco a mi padre, trabajaba en otra ciudad, y yo le echaba la culpa de que ya no estuviéramos todos juntos. Pero me di cuenta de que mi padre, cuando podía, venía a estar conmigo, y mi madre alentaba esos encuentros. Hice las paces con él, aunque no podíamos contar demasiado con su dinero. Él tenía muchas deudas, pero a su modo hacía lo que podía por ayudarnos. Creo que el hecho de que en esos momentos yo fuera el único apoyo de mi madre me hizo crecer, ¿sabe?, maduré rápidamente. Me di cuenta de que nadie vendría a darme un porvenir, aunque mis tíos siempre estaban al quite por si nos hacía falta algo o teníamos algún problema importante. Yo mismo aprendí desde joven a sacarme las castañas del fuego, ésa es la verdad. Estos adultos no perdieron la esperanza ni la capacidad de tener relaciones amorosas plenas; no quedaron «tocados» por el divorcio, probablemente por el hecho de que se dieron cuenta de que, a pesar de la separación de los padres, éstos nunca dejaron de interesarse y de luchar por ellos; es más, de algún modo buscaron un mayor acercamiento que les permitiera, de una forma u otra, compensarles emocionalmente por la experiencia vivida de la ruptura familiar. NIÑOS SOBREVIVIENTES Otros niños acusan más el golpe del divorcio de los padres; sus recuerdos dolorosos de aquella época son más vívidos cuando son adultos; aunque en general se convierten en adultos competentes, les cuesta más ser optimistas o encontrar en las dificultades una oportunidad para el crecimiento y el aprendizaje vital. Tienen una menor autoestima, y se sienten más dañados por el divorcio. Diríamos que son igualmente capaces de tener una vida adulta amorosa satisfactoria, pero les exige un mayor esfuerzo y superar una incertidumbre interior, una angustia residual, que está ausente en el caso de los niños resistentes. NIÑOS VULNERABLES Éstos son los niños que, cuando adultos, no llegaron a superar los efectos dañinos del divorcio. En su edad adulta sienten que se perdieron muchas cosas por culpa de que sus padres se separaran, que les faltaron oportunidades para ser niños felices y para que les orientaran en la vida en los momentos difíciles o cuando había que tomar una decisión importante. Es decir, estos niños no sintieron la cercanía y el apoyo de sus padres y de su red social, sino que más bien se sintieron muchas veces solos e incomprendidos. Por ello, su interpretación de los hechos adversos de la vida es generalmente pesimista, y muestran una carencia de fe en sus posibilidades a la hora de superar los obstáculos que van surgiendo a medida que adquieren mayor responsabilidad en el ámbito familiar o laboral. 72 El siguiente ejemplo representa bien este tipo de adulto: Mis padres se divorciaron cuando yo y mi hermano éramos pequeños, yo tenía siete años y mi hermano, diez. Mi madre decía que no podía ocuparse de los dos, que mi padre se llevara a mi hermano... En aquella época, mi madre estaba muy agobiada, no la culpo... mi abuela estaba muy enferma, y sólo tenía a mi madre para que se ocupara de ella... No sé, de todas formas fueron unos años duros... Mi madre estaba muy cansada siempre, y mi padre dijo que no podía quedarse con mi hermano... al final aprendes a ir a tu aire, comprendes que tus padres tienen sus propios problemas, y que tú no eres lo que más les preocupa. Sí... eso duele. ¿Qué es la inteligencia educacional?[38] Dado que la educación es la actividad que persigue el desarrollo competente del niño (y competencia significa aquí poseer las habilidades, capacidades y valores antes aludidos), los padres con inteligencia educacional desarrollarán la competencia social de sus hijos buscando adecuar su práctica al mundo personal que se concreta en cada uno de ellos. Así pues, nada más lejos de la verdad que la máxima que dice que «tenemos que tratar a los hijos por igual», porque en modo alguno nuestros hijos son iguales. Y en el contexto de este libro, los padres inteligentes desde el plano educativo son capaces de actuar haciendo lo posible para que sus hijos crezcan como adultos «resistentes», es decir, sin que sus oportunidades para una vida plena se hayan menoscabado como consecuencia de su divorcio. La inteligencia educacional supone que los padres realizan su labor de educación de los hijos del mejor modo posible para que éstos vayan superando con éxito las diferentes tareas que exige su desarrollo evolutivo, esto es, su proceso de desarrollo hasta la edad adulta. Podemos distinguir tres grandes etapas en el desarrollo de nuestros hijos, correspondientes a la etapa infantil y preescolar, la educación primaria y la adolescencia. A lo largo de todos estos años, como es lógico, los padres han de velar para que el niño tenga un desarrollo mental y físico adecuados. El resultado de esa educación, si se lleva a cabo sin problemas irresolubles, es una adquisición correcta del lenguaje y de otras facultades cognoscitivas, un buen desarrollo de la coordinación motora, una afectividad equilibrada y una capacidad moral y social para comprender la importancia de respetar los derechos de los demás y establecer con ellos vínculos importantes. Nuestra concepción de la inteligencia educacional incluye tres principios, que paso a describir. 1. El primero es el que denomino «la regla de oro»: de forma sencilla puede enunciarse diciendo que, aunque las dificultades se acumulen, siempre hay una manera mejor de manejar las cosas. En todos los momentos de la vida, y ante 73 cualquier obstáculo, siempre hay una decisión que resulta la más sabia o acertada. En el contexto de este libro, esa decisión es, indefectiblemente, la que aumenta las posibilidades del mejor desarrollo de nuestro hijo como persona, a pesar de las dificultades que surgirán como consecuencia del divorcio. Por consiguiente, la regla de oro afirma que los padres siempre tienen una mejor opción o alternativa que tomar, y una consecuencia de ese principio es que esa mejor decisión —cuando ha resultado apropiada— puede tener resultados de alcance diferente. En su sentido más limitado, la mejor opción servirá para disminuir los daños o controlar una situación de claro riesgo para el hijo, como cuando uno de los padres divorciados ha de llegar a un cierto compromiso con el otro con objeto de que éste no se desequilibre en exceso desde el punto de vista emocional y repercuta negativamente en el niño. Aunque esta acción pueda parecer claudicante, en ciertas ocasiones es la mejor a realizar, y quizás constituya a medio plazo una base sobre la que construir un nuevo camino para el niño. En su sentido más amplio, esa mejor opción a tomar por los padres puede suponer un gran progreso en la vida del chico, como cuando detectamos que tiene un trastorno de déficit de atención y tomamos la decisión de darle apoyo académico y emocional. Una acción así influye de un modo extraordinario, porque podemos evitar su fracaso escolar y su desmoralización, algo que podría tener graves consecuencias sobre su futuro. 2. El segundo es el principio de atender al cambio. Los padres deben estar atentos a los cambios que se producen en las necesidades e intereses de los hijos, bien por la aparición de nuevas circunstancias en el ambiente familiar, bien por el propio desarrollo de la personalidad del niño. Ejemplos de esos cambios en el medio familiar son el divorcio o separación de los padres, una grave enfermedad en uno de ellos o la muerte de alguien muy próximo, el cambio de residencia y de colegio o el empobrecimiento súbito de la economía familiar. Por lo que respecta a los cambios en la personalidad del niño, baste decir que en algunos niños son muy acusados, particularmente al llegar a la adolescencia, mientras que en otros la transición se da manera continuista y sin mayores problemas. 3. El tercero es el principio que recuerda a los padres que la educación ha de contar con lo dado y con lo que puede crear: el principio de la interacción biosocial. Con éste buscamos situar a los padres en la correcta perspectiva acerca de su capacidad y fines en la educación de los hijos. La destreza en la inteligencia educacional exige partir de la idea de que ni los padres son todopoderosos modeladores del destino de su hijo, ni tampoco meros accesorios de su crecimiento inscrito en su herencia. Los padres pueden influir de un modo relevante, aunque sólo sea decidiendo un buen lugar para vivir y el tipo de 74 amistades que van a frecuentar sus hijos. Si bien hay niños difíciles por sus rasgos innatos, el papel de la educación no debe ser minusvalorado, sino intensificado, como explico un poco más adelante. Por ello, el tercer principio también tiene este enunciado o corolario: Cuanto peor sea el temperamento de un niño, mejor ha de ser la educación que reciba. Por «mejor» hemos de entender una práctica educativa más planificada, o más intensa o sistemática, quizás en ocasiones más creativa o innovadora. La «regla de oro» La razón por la que llamo al primer principio «la regla de oro» es porque en realidad, después de atender a los procesos de cambio que operan sobre nuestro hijo, o de considerar la intensidad y esfuerzo que hemos de poner en su educación, siempre se trata de elegir la mejor opción, la más inteligente, entre todas las disponibles. Un caso que muestra este primer principio, se relaciona precisamente con el ejemplo que puse anteriormente, extraído de mi fichero personal: Marian tiene un niño de siete años, Miguel, y una niña de nueve, Ana. Hace dos años que está separada de su marido, Antonio. Su relación es buena. Antonio se preocupa de los niños y colabora honestamente con su educación. Marian viene a consultarme un grave dilema en el que se encuentra. Después de un curso escolar particularmente difícil de su hijo, el tutor y el psicopedagogo del colegio le comunican que creen haber descubierto la causa de esos problemas de Miguel durante el curso: le han detectado un trastorno de atención importante. Marian pide una segunda opinión a otro especialista, y coincide en el diagnóstico. Los orientadores de Miguel le dicen a Marian que tendrá que hacer un esfuerzo para ayudarle a superar esa deficiencia de modo tal que no interfiera gravemente en su rendimiento e integración en el aula. Marian me explica, angustiada, que su trabajo prácticamente la deja fuera de casa toda la tarde, y no llega hasta las ocho o algunos días incluso hasta las nueve de la noche. Su madre vive con ella y así puede compatibilizar la atención a los niños y su trabajo, pero está convencida de que esa atención especial que le han pedido que dispense a Miguel, ella no se la puede proporcionar. Marian cree que su padre sí puede ayudarle, puesto que él es profesor, y tiene los conocimientos y el tiempo para hacerlo. Ella quiere saber mi opinión: ¿sería lo mejor para Miguel que se fuera a vivir con su padre? Después de hablar con Antonio y de comprobar su total disposición a atender a Miguel y permitir la mejor relación posible de éste con su madre y hermana, llegué a la conclusión de que Marian había pensado en una decisión que, probablemente, en esas circunstancias, era la que mejor resultados podía tener para el chico. Aunque las circunstancias eran difíciles, Marian tuvo el coraje de no permitir que sus deseos personales interfirieran en el desarrollo de su hijo. El proceso de cambio en sus propias circunstancias o en la personalidad y desarrollo del niño podrían aconsejar pasado un tiempo revisar esa solución, pero en esos momentos, la decisión de enviar a Miguel con su padre era la mejor opción. Éste es un claro ejemplo de este primer principio de la inteligencia educacional. 75 Las características individuales de los niños Todos los niños vienen al mundo con un bagaje genético, unos rasgos heredados que hacen que la educación por parte de sus padres sea una tarea más o menos sencilla. La personalidad es el resultado de la interacción entre herencia y ambiente. La parte de lo que es de origen innato la definimos como «temperamento». Por consiguiente, un mismo temperamento puede dar origen a importantes diferencias en personalidad si los ambientes difieren de modo notable, punto este esencial para comprender la influencia que los padres pueden ejercer a pesar de que el temperamento de los niños sea complicado, y razón de ser de que aquéllos hagan lo posible para estar a la altura de las circunstancias. Pero, ¿qué es el temperamento? Podríamos definirlo de acuerdo con las siguientes características: 1. 2. 3. 4. 5. Nivel de actividad: por ejemplo, los niños hiperactivos tienen altos niveles de actividad; se refiere a la necesidad que tiene el organismo de buscar nuevos estímulos y estar en movimiento. Umbral de reacción: es el punto de estimulación a la que responde el niño; así, algunos niños responderán incluso ante estímulos muy pequeños, como es el caso de los que, al leer, enseguida se distraen por alguna cosa mínima que sucede a su alrededor. Intensidad de reacción: intensidad de la respuesta ante un estímulo; algunos niños emiten respuestas intensas incluso ante estímulos débiles. Por ejemplo, un compañero hace un comentario levemente burlón del chico, y éste responde con un acto desproporcionado, como si hubiera recibido una gran ofensa. Duración de la atención: capacidad de mantener la atención mientras se realiza una tarea o se hace una actividad que requiere concentración. Tono emocional: algunos niños tienen tendencia a experimentar emociones negativas, como ansiedad o irritabilidad; otros, por el contrario, suelen tener emociones positivas, como alegría o cordialidad. Leyendo estas características del temperamento se comprende por qué los niños que poseen los elementos negativos del temperamento son difíciles de educar. Un niño puede reaccionar ante una orden o pequeño contratiempo de modo desmesurado, tener poca capacidad de concentración, sentir necesidad de no estarse quieto o de vivir experiencias continuas de cambio y manifestar emociones negativas. Alguien así planteará grandes 76 desafíos a los padres, porque tendrá una baja tolerancia a la frustración (cualquier cosa le producirá irritación), lo que le creará relaciones con amigos y con adultos no exentas de problemas. Por otra parte, el escaso tiempo en el que pueden concentrarse a la hora de realizar una tarea y la necesidad de alta estimulación interferirán en su aprendizaje escolar, particularmente si se llega a la condición clínica de la hiperactividad. Esto generará nuevos problemas de integración en la escuela y elevadas dosis de frustración, que se extenderá a la familia. En definitiva, estos niños tendrán problemas en su capacidad para tomar buenas decisiones y en su autocontrol, porque en ellos será preponderante la impulsividad y un cierto desgobierno de las emociones. De ellos podría aplicarse lo que escribió el filósofo Spinoza:[39] Llamo «servidumbre» a la impotencia humana para moderar y reprimir los afectos, pues el hombre sometido a los afectos no es independiente, sino que está bajo la jurisdicción de la fortuna, cuyo poder sobre él llega hasta tal punto que a menudo se siente obligado, aun viendo lo que es mejor para él, a hacer lo que es peor. Ahora bien, junto a estos elementos innatos, existen otros dos factores que ayudan a prefigurar la personalidad, y que hacen menos alarmante esa reflexión del gran filósofo acerca de la condición humana. Uno de ellos es el estado de salud del niño, las condiciones físicas, algo a cuidar desde la misma concepción: todos conocemos los efectos dañinos del consumo de alcohol o drogas de la madre durante el embarazo. Otros problemas como accidentes o lesiones pueden influir en el posterior desarrollo del cerebro del niño, lo que podría acarrearle rasgos negativos de personalidad y dificultades de aprendizaje no sólo en la escuela sino también en el entorno social. Qué duda cabe de que un niño con un temperamento difícil exige más atención por parte de los padres divorciados. Su riesgo de convertirse en un adulto vulnerable —en el sentido comentado anteriormente como alguien que ha resultado dañado por la separación de sus padres— es más elevado, ya que él no cuenta con las dosis de reflexión y equilibrio emocional presentes en los niños con un buen temperamento. Finalmente tenemos los factores del ambiente, y en particular los que revisten más influencia son la familia, el tipo de escuela y aprendizaje que logra realizar y el tipo de amigos que uno posee, junto con el tiempo que pasa con ellos y las actividades que se comparten. En realidad, tanto el aprendizaje escolar como la relación con los amigos dependen en parte de la naturaleza de la relación que se establece entre los padres y el niño, puesto que la natuzaleza del vínculo entre ellos y el estilo educativo utilizado en la familia influyen en la actitud del chico hacia el esfuerzo y el progreso escolar, y en las características que buscará en sus amigos, así como en las actividades que realizará con ellos. No obstante, debido a que los niños difíciles serán menos proclives a verse 77 influidos por sus padres, la conclusión que debemos extraer nos lleva al tercer principio de la inteligencia educacional, formulado anteriormente: Cuanto más difícil sea el temperamento del niño, más necesaria es una educación por parte de los padres intensa e inteligente. O lo que es lo mismo, cuanto más negativo sea el bagaje biológico del chico, más hincapié hemos de poner en los esfuerzos de la educación para forjar rectamente el hierro de su personalidad. De este modo, lo que planteo aquí es que los aspectos genéticos y biológicos, lejos de llevarnos a una situación de «brazos cruzados» y a lamentarnos del destino, han de constituir, contrariamente, un acicate más para redoblar los esfuerzos que podamos hacer para conseguir que el infante se desarrolle como una persona plena, competente y prosocial. La regla de oro de la inteligencia educacional se aplica igualmente en estos chicos: en toda circunstancia, siempre hay una decisión educativa mejor que tomar. La interacción entre el temperamento y el estilo educativo de los padres se pone de manifiesto en la biografía del célebre ensayista francés Michel de Montaigne. El extraordinario escritor Stefan Zweig le dedicó una breve biografía, y nos explica en las líneas siguientes los peligros de una educación permisiva que, no obstante, debido a que recayó en Montaigne, niño que tenía un buen temperamento, no provocó grandes infortunios: [40] [Una educación permisiva] en la que nada se prohíbe al niño y se da vía libre a todas y cada una de sus inclinaciones, es una experiencia no exenta de peligros, pues esto de no estar nunca acostumbrado a no encontrar nunca oposición y no tener que someterse a ningún tipo de disciplina deja a un niño la posibilidad de cultivar todos sus caprichos tanto como sus vicios innatos. [Y Montaigne reconocerá más tarde que no debe sino a una feliz coincidencia el que esta educación poco severa e indulgente fuera un éxito en su caso. Escribe el ensayista francés:] «Mi virtud es una virtud [...] accidental y fortuita. Si hubiese nacido con un temperamento más desordenado, me temo que me habría ido lamentablemente». Ahora bien, ¿cómo saber cuál es esa «mejor opción educativa» que existe en cualquier momento y circunstancia? En pocas palabras: no siempre podemos tener esa seguridad. La vida es un espacio abierto, un viaje cuyos caminos pueden tomar direcciones sorprendentes. Por otra parte, los padres no podemos vivir por los hijos: podemos influirles, enseñarles, orientarles, aconsejarles... pero no podemos vivir en su lugar. Eso significa que, especialmente cuando se acercan a la edad de la preadolescencia, sus decisiones empiezan a ser suyas, y por mucho que nos esforcemos no podremos controlar esas decisiones en su totalidad. Algo que dudo que fuera bueno, en todo caso, porque implicaría una capacidad de poder de una persona sobre otra que no dejaría margen alguno para la libertad. Y la educación se trata de eso, precisamente, de propiciar una vida en la libertad responsable: si no existiera esa libertad, ¿cómo podríamos exigir a nadie que fuera responsable de sus actos? 78 Las habilidades de la inteligencia educacional La inteligencia educacional no requiere de grandes conocimientos ni de títulos académicos, pero sí de ciertas habilidades que los padres han de aprender a manejar en el transcurso de la crianza de sus hijos, siempre de acuerdo con la edad y desarrollo que éstos presenten. Cuando los padres están divorciados, esta tarea es más compleja, porque el progenitor se encuentra solo en esa labor (al menos durante un tiempo, si no toma una nueva pareja), aunque el otro cónyuge pueda aportar su colaboración en su tiempo de relación con el niño (la custodia compartida no niega esa soledad del progenitor durante el periodo en que él convive con el hijo). Esto no es sino una razón más para que se produzca un apoyo mutuo entre los excónyuges y consigan, en la medida de lo posible, seguir unas pautas educativas razonablemente coherentes. Estas habilidades esenciales son cuatro: a) Saber escuchar. b) Saber comunicar ideas de modo franco y claro. c) Saber transmitir seguridad emocional y apoyo. d) Saber transmitir necesidad de superación. SABER ESCUCHAR Estas cuatro habilidades encierran toda una filosofía de lo que significa ser padre y madre. Mediante la habilidad de saber escuchar estaremos atentos a las necesidades que presente el niño, aunque quizás éste no sea capaz de plantear claramente lo que necesita, bien porque en verdad en determinados momentos no sepa poner en palabras lo que le pase (como ocurre en esos momentos en los que algo nos produce una cierta desazón o inquietud, pero estamos sin una idea clara de sus causas), bien porque no se atreva a decirlo. Escuchar implica atender, querer conocer, mantener un estado de alerta (sin sobresaltarse, sin estridencias o reacciones desaforadas) que supone, para el niño, el siguiente mensaje: «Estoy aquí, vigilante; si te ocurre algo fuera de lo normal, estaré pendiente de saberlo». «Escuchar» aquí es algo más que «oír» con atención; es mirar, observar, estar pendiente, es —cuando el niño es más mayor— vigilar, supervisar, estar receptivo y dispuesto a facilitar el que se nos diga, el que se nos hable. COMUNICARSE DE MODO FRANCO Y CLARO 79 Escuchar con interés es el primer paso para expresar nuestra respuesta como padres. La capacidad de comunicar es esencial, porque aunque sintamos y pensemos algo, no saberlo decir impide que esa recepción del mensaje se traduzca en algo útil para la persona que hemos escuchado, en este caso nuestro hijo. «Decir» no sólo es saber emplear las palabras adecuadas, sino expresar las emociones relacionadas con el contenido del mensaje que queremos transmitir. Si una madre dice a su hijo, cuando éste le cuenta feliz que ha sacado una buena nota, «¡eso ha estado muy bien!», mientras está consultando su agenda y no le dedica siquiera una mirada de aprobación, ese comentario, lejos de alcanzar su objetivo, viene a decir al chico más bien otra cosa diferente: «Está bien, pero ahora tengo cosas más importantes que hacer». «De modo franco y claro» es un atributo de lo que decimos que, por desgracia, no abunda mucho en nuestra sociedad, no ya como modo de relación entre padres e hijos, sino en los diálogos cotidianos en cualquier ámbito. No obstante, si bien entre adultos está dentro del juego utilizar muchos rodeos y palabras de significado ambiguo para no comprometerse o no exponerse a recibir la desaprobación del que comparte el diálogo, con los niños esto no es una buena idea. Los padres con inteligencia educacional deben huir de los rodeos, de las palabras ambiguas y de los sermones. Cuando las cosas no estén claras, hay que expresarlo así, pero no ocultar nuestras dudas jugando con lo que queremos decir para no parecer dubitativos o incompetentes. He aquí dos ejemplos de empleo del diálogo franco y claro: —Antonio, no es una buena idea que te hayas comprometido a ir a ese viaje sin haberlo consultado antes con nosotros. Esa decisión todavía no la puedes tomar sin nuestra aprobación. —Antonio, me dices que yo estoy siempre fuera de casa y no tengo tiempo para ti. Quizás sea verdad, aunque procuro estar siempre cuando me necesitas, pero ahora sí estoy aquí, y te puedo ayudar. En el primer caso los padres dicen que esa decisión unilateral del hijo no estaba a su alcance, y por ello le explican lo que habría tenido que hacer, y lo dicen con pocas palabras, sin sermonear. Los sermones sirven para desahogarnos, pero no para facilitar que el otro entienda mejor las cosas, o haga lo que tenga que hacer con más diligencia. Cuando un hijo nuestro está presto a reconocer su falta después de que le hemos sermoneado, no es por el empleo del sermón, sino porque él ha visto empáticamente cuán disgustados estábamos, o bien nuestro enojo y decepción. Pero eso mismo podría haberse transmitido sin tanto gasto de saliva. Hablar de modo directo y franco significa determinación, criterios sólidos, y confiere nobleza a nuestros gestos y opiniones. El sermón enfatiza nuestro lado vulnerable, aunque no lo parezca. En el segundo caso, el chico ha podido plantear una queja legítima: quizás estemos todo el día volando, o en interminables reuniones o atendiendo al público en consultas de médicos o abogados, o doce horas trabajando en un taxi. Hablar francamente implica reconocer la posibilidad de que lo que dice el niño sea verdad, pero con esa aceptación 80 no perdemos la oportunidad de avanzar en nuestra relación con él. Y así, al decir «pero ahora sí estoy aquí, y te puedo ayudar», estamos manifestando dos cosas. En primer lugar, reconocemos su derecho a expresar un lamento o queja, así como que le hemos escuchado. Con ello estamos validando o dando importancia a sus opiniones y sentimientos, es decir, le reconocemos como un interlocutor válido, le decimos que lo que dice cuenta, que no cae en saco roto. Pero también le estamos diciendo que, a pesar de que quizás tenga razón, eso no nos excluye de hacer las cosas lo mejor que podemos en cada momento, y ahora le decimos que ése es un buen momento para ayudarle, sea cual sea el problema en el que se debata. Quizás tenga un conflicto con un profesor, y al ofrecernos nosotros para saber más de esto y ayudarle, nos responda con esa queja: que nunca estamos en casa, y que ahora no tiene nada que decirnos. Con la respuesta «pero ahora estoy aquí» le expresamos que no podemos dejar de ser su padre o madre, y que ahora tengo algo que decir y que hacer: escucharle y orientarle sobre lo que puede hacer. Finalmente, el empleo desde que son pequeños de una comunicación franca y clara, en que nosotros estamos siempre dispuestos a escuchar, se relaciona igualmente con otra capacidad útil del pensamiento de los niños: el pensamiento crítico. Este tipo de pensamiento es el que sopesa los conocimientos de que se dispone antes de tomar una decisión o inclinarse por una determinada postura. El chico que piensa críticamente huye de modas o de presiones externas cuando se trata de llegar a una actitud personal sobre determinada cuestión. Cuando tenemos la fortuna de comunicarnos con nuestros hijos del modo que he descrito en este apartado, les estamos enseñando que todo mensaje tiene un propósito, y que le pedimos que comprenda plenamente lo que queremos de él: nos dirigimos a su pensamiento y a que integre las emociones en la reflexión. Establecida esa base de relación franca, a lo largo de su desarrollo confiará en transmitirnos sus opiniones y creencias, y eso dará muchas oportunidades para que aprenda a ver los diferentes lados o ángulos de una cuestión, en vez de conformarse con la primera que se le ofrezca o que aparente ser la mejor. SEGURIDAD Y APOYO EMOCIONAL Saber transmitir seguridad y apoyo tiene que ver con el lado más visceral de ser padres: está escrito en el ADN de nuestra especie que hemos de cuidar de nuestras crías (si se me permite el uso de esta expresión zoológica). Ésta es la razón por la que calificamos de monstruosos todos esos actos de abusos graves de padres a hijos, e incluso de homicidio: nos parece contrario a la naturaleza un hecho así. Y no cabe duda de que toda esa negligencia y malos tratos a los niños lo son, se trata de aberraciones del gran plan de la naturaleza consistente en que los progenitores han de llevar a buen puerto el desarrollo de sus hijos hasta que tengan la edad en la que puedan valerse por sí mismos. Esta violencia 81 hacia el propio hijo indica de modo rotundo que el amor y el apego entre padres e hijos que conforman el vínculo más grande que existe en el género humano, no se ha producido, ha fracasado. Y esto sin duda tiene claras repercusiones en la propia capacidad de esos niños para establecer vínculos seguros con sus propios hijos cuando sean adultos. Dentro de unas pocas líneas veremos más en detalle esta capacidad esencial de la inteligencia educacional, ya que ella incide de modo directo en el primero de los dos grandes objetivos que tiene la educación de los padres: enseñar al niño que el mundo es un lugar seguro y comprensible. Por supuesto, las dos habilidades o capacidades anteriores —saber escuchar y comunicarse de modo franco— trabajan en la misma dirección que la seguridad emocional, que el vínculo. Porque, ¿qué otra cosa sino «me importas» puede querer decir que estoy pendiente de ti, atento a tus necesidades? Y de igual modo, ¿acaso transmitir una idea o un sentimiento de modo directo y franco no quiere decir que estamos preparados para mejorar siempre nuestra relación?, ¿que hacemos lo que está en nuestra mano para que nos entendamos de la mejor manera posible? NECESIDAD DE SUPERACIÓN La cuarta habilidad es saber transmitir la necesidad de superación, la de ganar en competencia, en capacidad de saber y hacer. Superarse significa avanzar, no estancarse en lo logrado, sino pretender ir más allá. La especie humana, desde los primeros homínidos, es una crónica de superación, de lucha contra el medio adverso, de conquista de nuevos mundos mentales (el tamaño del cerebro primero, y luego las capacidades cognitivas) y tecnológicos, atestiguando todo ese devenir el desarrollo de la cultura humana. Esto mismo sucede en el desarrollo del ser humano en cuanto individuo único: la necesidad de poder, de logro, de dejar huella en la vida, no puede colmarse si no hay un afán de superación. No estoy hablando del deseo de tener cada vez más, o de llegar más alto en la escala social o en los rendimientos económicos que uno percibe, con ser estas metas legítimas (si bien claramente insuficientes si se erigen en el centro de la vida del individuo). El deseo de superarse, tal y como lo planteo aquí, es el impulso que crece en el niño desde pequeño por encontrar la mejor expresión de sus aptitudes en el mundo que le ha tocado vivir. Si cada persona tiene una gama de posibilidades en las que logra expresarse del mejor modo, esto es, con la mayor excelencia, esa necesidad de ser eficaz, de hacer bien aquello que puede hacer, está detrás de todas sus iniciativas. Querer superarse es saber aceptar dónde están los errores para no volver a cometerlos. Implica también la capacidad de tener un cierto distanciamiento personal, una cierta ironía en la que 82 reconocernos como seres falibles e imperfectos. Es, en una palabra, no tomarnos demasiado en serio. Con razón las personas más emprendedoras e inteligentes suelen hacer gala de un buen sentido del humor. Esa capacidad la transmitimos a nuestros hijos cuando les animamos a reconocer que tienen el derecho (e incluso la obligación) de equivocarse, de probar, de explorar... Cuando les explicamos que aceptar la derrota es legítimo, pero que ésa no ha de ser nunca la primera opción, sino el resultado natural de aprender que podemos lograr ciertas metas, pero que otras no están a nuestro alcance. Y entonces, en medio de la aceptación de esa renuncia, les enseñamos a proponer una nueva meta, un horizonte alternativo: quizás Carlos no llegue a ser un gran tenista, pero puede destacar como monitor deportivo, o dedicarse a su afición intensa por el dibujo. Esto mismo es una lección en todos los órdenes de la vida, incluyendo el amoroso: también amar de un modo feliz puede precisar renunciar a lo más deseable para encontrar lo más valioso para nuestras necesidades como seres humanos. Es el momento de pasar ahora a presentar las metas de la inteligencia educacional. Responden a la pregunta: ¿qué deben lograr los padres, por encima de todo, como consecuencia de su entrega como educadores a sus hijos? Las metas de la inteligencia educacional EL MUNDO ES UN LUGAR SEGURO Y PREDECIBLE Puede parecer sorprendente que la primera meta suponga enseñar a nuestros hijos que el mundo es un lugar seguro y comprensible. ¿Me he vuelto loco? ¿Acaso no veo cómo continúan las guerras y desmanes del hombre, y de qué forma incluso en el todopoderoso Occidente la crisis parece llenar todo de incertidumbre y riesgo? ¿No es todo ello prueba de que, más bien al contrario, este mundo es peligroso, impredecible y por ello mismo rayano en el absurdo? Desde luego, las personas religiosas pueden tener una imagen de este mundo orientado a un propósito, así como ver en todo lo que sucede un sentido de redención personal colectiva. Ello ofrece —no cabe duda— un marco de referencia, un libro de instrucciones por el que transitar por la vida. Pero aun en este caso podría tener lugar la pregunta de si no haríamos bien en sentirnos inseguros o alertas ante los innumerables peligros que nos acechan. La pregunta puede resultar todavía más pertinente entre aquellas personas que sólo creen en la racionalidad del ser humano como dique frente a los apetitos voraces de los hombres por disponer de poder, sin miramientos en el empleo de la violencia o el engaño para lograr sus propósitos. 83 Para ser honestos, no cabe duda de que, entrado el siglo XXI, estamos bien lejos de cumplir con las utopías benevolentes que se plantearon en el siglo XX, en el sentido de que el paso del tiempo cada vez iba a lograr una sociedad más perfecta e igualitaria. Quizás lo estemos logrando, pero si es así, ¡no resulta fácil darse cuenta de ello! Entonces, ¿cómo digo que una meta de la inteligencia educacional es enseñar a nuestros hijos que el mundo es un lugar seguro y comprensible? Me voy a explicar: se trata de una seguridad íntima, personal, no acerca del mundo como lugar físico y global, sino acerca del mundo que rodea el lugar inmediato del niño, diríamos el entorno próximo en el que da sus primeros pasos y donde va a transcurrir su infancia. La calle puede ser un sitio no exento de riesgos, pero esa seguridad íntima — que crean los padres con su amor y apego, es decir, con la seguridad emocional— es la que le da confianza para encontrar la certeza de que, a pesar de todo, puede crecer y desarrollarse como una persona feliz y confiada. Feliz significa «con alegría» (aunque no sin el dolor del error y la frustración), con ánimo alegre a pesar de todos los sinsabores cotidianos. Confiado significa que el niño tiene confianza en él o ella, esto es, que tiene la esperanza fundada en que si sabe desenvolverse de modo adecuado, o si sabe hacer lo que tiene que hacer dadas las circunstancias, logrará sus propósitos. Una de las grandes tareas que tienen los padres divorciados es que esa seguridad íntima, una vez superados los primeros tiempos de estrés por la separación, no abandone nunca el corazón de los niños, porque ésa es la base sobre la que los adultos «resistentes» construyeron una vida plena a pesar de la separación de sus padres, tal y como reflejan en sus comentarios acerca de que siempre vieron a sus padres luchar e interesarse por ellos. En este «lograr sus propósitos» que he mencionado arriba es donde se ubica la comprensibilidad del mundo. Para desarrollarnos como agentes activos en la vida tenemos que creer que nuestros actos tienen sus consecuencias. Si diera lo mismo estudiar más o menos porque las notas no fueran a reflejar ese hecho, perderíamos buena parte de la motivación para esforzarnos en el estudio (si bien existen otras formas de motivación que poco tienen que ver con las notas, pero ahora me refiero a las clases tradicionalmente evaluadas). Si el cliente no valorara de modo diferente el producto que yo he fabricado según la excelencia con que me he desempeñado en ese trabajo, poco sentido hallaría en ese esfuerzo personal, más allá de mi propia satisfacción al ver el producto terminado. En una palabra, necesitamos que el mundo sea predecible, que podamos obrar en él y constatar que somos correspondidos por esas obras. Y ello no puede lograrse sin que, desde que venimos al mundo, comprendamos que estamos siendo acogidos con amor incondicional, pleno, sin que nuestros padres pidan nada a cambio. Podemos imaginar así la tragedia de los niños abandonados en orfanatos, sin más contacto que los pocos 84 minutos que las cuidadoras pueden dedicarles, o los casos de abusos físicos o sexuales, en que esa seguridad íntima se quiebra y genera desgarros emocionales que luego el tiempo se cobrará. O de los niños que, esclavos del egoísmo de sus padres, apenas perciben que son importantes mientras que éstos se desgastan en acusaciones recíprocas en los procesos judiciales. Por todo ello, los padres con inteligencia educacional saben manejar las circunstancias en el ambiente donde crece su hijo del modo más ventajoso, mostrando que su cuidado y atención es permanente, aunque los condicionantes negativos y limitantes sean numerosos. Por ejemplo, si el hijo acude a una escuela con graves carencias de profesorado, dificultades de convivencia o un ambiente general de desánimo, los padres hallarán el modo de que tales condicionantes no impidan el progreso académico del chico. Así, aquéllos pueden hablar con el director o el tutor de su hijo, poniendo de relieve su voluntad para colaborar con ellos en todo momento, y rogarles que les notifiquen cualquier novedad que le afecte. Esta relación servirá también para que el profesor vea valorada su dedicación, y tenga una mayor atención hacia el chico que es objeto de esos encuentros. Otra cosa al alcance de los padres es interesarse por los compañeros de su hijo, escrutando quiénes pueden constituir para él una buena compañía, y estableciendo lazos de amistad con los padres de esos compañeros. Detrás de esta idea de los padres como recursos importantísimos frente a la adversidad está el principio siguiente: cuanto más pobre sea el ambiente del niño en oportunidades de aprendizaje y en modelos positivos de comportamiento, más importante es que los padres se esfuercen en cerrar la puerta a los ejemplos negativos que puedan influir en él. Así pues, aquí podemos ver de nuevo un ejemplo de la que he llamado «regla de oro»: la de que, aun en circunstancias claramente adversas, siempre hay una decisión mejor que tomar que redunde en beneficio del hijo. Pero, no cabe duda, a nadie le amarga un dulce, y es claro que las familias que gocen de los frutos del amor y de una buena posición económica tienen un punto de partida más generoso, y por ello la creencia en la seguridad y sentido del mundo es más fácil de inculcar y desarrollar. No obstante, lo que trato de decir es que, aunque su familia se enfrente a desafíos importantes (el divorcio de los padres, la muerte de uno de ellos, un súbito empobrecimiento económico), el niño ha de iniciarse en la existencia abrigando la creencia de que él, como ser único, está a salvo del caos que genera no sentirse seguro en el amor o cuidado de los que le rodean. Y en este punto, como no hemos parado de repetir, la buena relación entre los padres (o al menos la labor admirable del progenitor que lo cuida si el otro se desentiende) con los niños y entre sí es un elemento importantísimo en enseñar esa actitud. Sabemos que la vida les pondrá a prueba innumerables veces, porque el crecimiento 85 conlleva riesgo y dudas, algunas de ellas muy dolorosas. No obstante, la facultad de encontrar una respuesta válida a esas encrucijadas descansa, precisamente, en que el camino que lleva a la adolescencia, y luego a la edad adulta, se asiente en la seguridad íntima de que él, como persona, es capaz de tener éxito en esa empresa. Esto es lo que posibilita el amor incondicional y el apego emocional solícito que los padres ofrecen a su hijo: cuando éste se siente amado y confiado, desarrolla una interpretación de las cosas positiva: primero de sus padres como los seres de los que procede su consuelo y alimento, luego de las cosas que le interesan y descubre y de las otras personas que conforman su entorno inmediato, y finalmente de sí mismo, como de alguien importante precisamente porque es querido y ayudado. Pero no sólo, como digo, esa interpretación es positiva, sino también predecible, en el sentido ya expuesto de que el niño espera que sucedan cosas y, efectivamente, suceden: así, su sonrisa despertará la sonrisa de su madre, y si llora con la suficiente fuerza, alguien le acogerá en sus brazos; y verá, igualmente, que los objetos desplazados por su mano rodarán en el sentido en que su empuje los oriente. Esa capacidad de predecir es fundamental no sólo para la comprensión de las cosas («si hago X, entonces sucederá Y»), sino para el propio aprendizaje de las normas y reglas, en cuyo fundamento va a descansar el desarrollo del sentido moral, de lo que está bien y lo que está mal. Por ello, si se abstiene de molestar a la gata de la casa, pronto verá que no le araña. Entonces comprenderá intuitivamente que vale la pena recordar esa advertencia de su madre. Y si al realizar una trastada advierte que se sigue la reprensión de ésta, entenderá que eso no la complace, y evitará con el tiempo disgustarla. Porque esa aprobación de los padres cuando realiza las cosas correctamente (no tocar los enchufes, no romper las cosas sino cuidarlas, luego de más mayor no molestar a su hermano sino ayudarle, no coger dinero de la mesa de la cocina sino pedirlo...) y su desaprobación cuando las realiza mal, va echando las semillas de la conciencia, los principios que, una vez aprendidos e interiorizados (esto es, creídos por él, asumidos como parte de su modo de verse a sí mismo), tendrán la misión de orientarle en la selección de las metas y en los medios de lograrlas. YO SOY EFICAZ EN EL MUNDO Hablando de la meta anterior hemos visto que esa seguridad emocional es el comienzo de todo: sólo en la calidez del apego y del amor con los padres se puede emprender el camino de alguien que se siente motivado y capaz de enfrentarse al mundo y de contribuir a él en plenitud. Déjenme que me explique. La clave está en lo que entendamos por «contribución» y por «plenitud» porque, es cierto, se puede haber sufrido una infancia espantosa, con graves carencias afectivas, y a pesar de ello hacer 86 una contribución valiosa al mundo, artística, técnica o meramente productiva. Pero en tales casos esa contribución no suele traer aparejada la «plenitud». Con esta palabra designo a la persona que, al tiempo que hace algo valioso en su vida (esto es, que su trabajo es útil, que tiene un sentido, ya sea hornear el pan cada mañana o trabajar para descubrir una vacuna), disfruta íntimamente con esa labor y es capaz de vincularse significativamente de modo profundo con otras personas en su esfera emocional íntima. Es precisamente esa falta de «plenitud», de vinculación, lo que echamos en falta con personajes como Picasso, el filósofo Schopenhauer o el artista multifacético Andy Warhol, hombres que han hecho grandes contribuciones, pero que en su esfera relacional mostraron carencias muy serias. Picasso llevó a la locura y al resentimiento profundo a esposas, amantes e hijos. Traicionó a algunos de sus mejores amigos. Schopenhauer siempre se creyó un ser superior, y a pesar de que escribió libros extraordinarios de filosofía, vivió mucha parte de su vida con un ánimo que hoy diríamos sin tapujos «amargado», en franca pelea con su padre, luego con su madre y durante muchos años con muchos colegas. Andy Warhol, el artista de pop-art de los años sesenta, jugó con los sentimientos de mucha gente, y sufrió un intento de asesinato. Cualquier padre sabe cómo se genera esa confianza, que comienza con la exploración de las propias capacidades. Así, si un niño observa que, con la ayuda de la madre, sabe resolver un pequeño puzzle, entenderá que puede enfrentarse a otras tareas más complejas con tal de que preste atención y de que ponga en práctica, mediante ensayo y error, diferentes soluciones. Éste es el proceso que, día a día, le permite ir descubriendo su mundo inmediato de modo confiado. Los padres le alientan y le instruyen, le explican los errores en que incurre y la necesidad de seguir esforzándose. Este mundo inmediato —primero su cuarto, luego la casa, la escuela y las diferentes situaciones en las que tiene que desenvolverse y aprender a relacionarse con los demás— se va expandiendo a medida que el pensamiento y sus facultades hacen lo propio. El pensamiento: he aquí una palabra que encierra lo más sustantivo del ser humano, porque supone tanto conocer acerca del mundo físico y de sus leyes (leyes físicas, biológicas, químicas, etc.) como acerca de las personas y su trato. Estos tipos de pensamiento o de inteligencias son, en efecto, dos modos de aprehender el mundo diferentes, pero necesarios. El manejo fértil de estas dos inteligencias es lo que va a permitir la constitución del autoconcepto del niño, y con ello su imagen propia como ser «eficaz» o competente en el mundo. Conocer el mundo, las personas y las cosas, no es algo que salga gratis. Es necesario pasar por experiencias dolorosas y frustrantes. Puedo entender el «dolor» de los padres cuando se trata de exponer a su hijo ante las dificultades de la vida, pero eso no les exime de tener que hacerlo. Una persona competente necesita pasar por la experiencia del fracaso, porque sin esta experiencia hay pocas oportunidades para el crecimiento tanto 87 profesional como humano. El fracaso tiene, además, otra función relevante: bien manejado ayuda a examinar las causas o los orígenes del error. Si tapamos a nuestro hijo ante sus profesores, excusando su falta de esfuerzo o su acción inapropiada, le enviamos el mensaje de que lo que hizo está bien, y esto es lo último que necesita si ha de corregir tales acciones. ¿Por qué hay padres que actúan así, como si no fueran capaces de ver que ese dolor forma parte del proceso de convertirse en una persona responsable? Creo que la respuesta está en el hecho de que ellos no se sienten seguros como padres, es decir, dudan de si van a ser queridos por sus hijos si les reprenden o les enseñan a pedir perdón y a reparar el daño hecho. En otras ocasiones, ese obrar improcedente deriva de una idea equivocada de lo que es educar, o de lo que necesita un niño. Simplemente, o no se han informado bien o prefieren seguir sus creencias sin someterlas a una crítica razonable. En otras circunstancias, cuando los padres se han separado, una mala comprensión de lo que es «compensar» por el hecho de divorciarse se traduce en una sobreprotección, y esto es un error: compensar significa actuar más y mejor como padres, no privar al niño de sus experiencias de crecimiento, aunque sean dolorosas. Una de las razones importantes para escribir este capítulo es orientar a esos padres que, por estar ellos mismos confusos, parecen no saber definir unas pautas claras para sus hijos. Esas pautas claras no han de ser inmodificables; nosotros, como padres, podemos reconocer que nos equivocamos, pero cuando hacemos esto estamos dejando ante nuestro hijo muy claro el principio de que debemos rectificar si honestamente comprendemos que nos hemos equivocado. Éste es un principio de vida claro y sólido. Nuestros hijos necesitan esas orientaciones durante todos los años en que están con nosotros, primero de modo impositivo, cuanto tienen corta edad («¡no juegues junto al fuego!»), luego de modo razonado, en los años de la infancia («no debes ver la televisión antes de hacer los deberes, porque te resulta más difícil concentrarte, y te da pereza»), y finalmente buscando la complicidad y el acuerdo en la adolescencia («vale, puedes salir con esos amigos el sábado, pero antes quiero conocerlos»). La capacidad de ser eficaz en el mundo es la meta natural que perseguimos cuando empleamos la habilidad de transmitir el afán de superación. ¿Qué es lo que distingue a un buen profesional de uno que simplemente se dedica a «cubrir el expediente»? El buen profesional quiere mejorar en lo que hace, quiere ser realmente bueno. Y este ánimo de progresar está plenamente justificado, porque trae consigo innumerables ventajas, tanto en el terreno de la ocupación como en el de las relaciones personales. En el primer caso, la investigación más reciente nos enseña que los individuos que buscan la excelencia en lo que hacen generan más emociones positivas, viven de modo más intenso, sin que importe lo elevada que sea esa actividad: un camarero en la barra de un bar que espera atender con esmero a sus clientes, que se esfuerza por que los 88 productos estén en su punto y la barra limpia, que tiene una sonrisa de bienvenida, encuentra la excelencia en lo que hace, como un artista del ballet que va detrás de esa representación sublime, y que cada día intenta bailar un poco mejor. Muchos psicólogos que estudian el fenómeno del sentimiento de plenitud o de «sentirse lleno» durante el transcurso de la actividad diaria del individuo han concluido que esa búsqueda de la excelencia es la clave para encontrar un sentido de eficacia y de realización personal. En el segundo caso, en el mundo de las relaciones personales, los investigadores de la inteligencia emocional nos avisan de que comprender los sentimientos propios y ajenos, y tomarlos en cuenta a la hora de decidir decir o hacer algo, es un elemento esencial en el disfrute de unos vínculos sólidos con compañeros de trabajo, amigos y familiares. Ese «tomarlos en cuenta» significa valorarlos, considerarlos importantes. Las personas emocionalmente inteligentes se preguntan periódicamente si sus acciones les van a acercar o a alejar de los seres que son importantes para ellos: «Si acepto esa oferta de empleo sin consultárselo a mi mujer, ¿estaré obrando en el mejor interés de nuestra pareja (o familia)?». Ésta es una pregunta típica que significa que hemos sido capaces de reflexionar antes de actuar, y en ese tiempo en el que estamos pensando hemos empleado nuestra capacidad para la empatía (comprender y sentir los sentimientos ajenos). Con la palabra «reflexión», y con otra muy relacionada, «autocontrol», llegamos al último punto que quiero destacar de la meta de ser eficaz en el mundo. En los años que siguieron al despegue del progreso económico de la sociedad occidental, allá por el decenio de 1960, se gestó la visión entre padres y educadores de que el autocontrol podría considerarse sinónimo de represión, constituyéndose en un signo de persona acomplejada e insegura. El mundo parecía estar a la espera de personas decididas, dispuestas a no dejarse coartar fácilmente por las penalidades o costumbres férreas de generaciones anteriores. Debido a que la fe en la religión y los ideales tradicionales empezaban a resquebrajarse, el peso que la educación había puesto en enseñar la contención y la demora de la gratificación como criterios valiosos se desplazó a la promoción de sujetos libres de ansiedad y capaces en todo momento de conseguir un mejor progreso material y una vida sin cortapisas. Esta tendencia tenía sus partes positivas, como estimular la iniciativa y la importancia de disponer en nuestras sociedades de servicios sociales y medidas educativas que permitieran la igualdad de oportunidades para triunfar en la sociedad. Sin embargo, también se llevó a cabo un descrédito entre psicólogos y educadores de la labor de enseñar y aprender principios morales sólidos y la capacidad de autocontrol. La ansiedad se consideró un problema en cualquier circunstancia, sin reparar en que las personas juiciosas han de experimentarla cuando están a la expectativa de cometer imprudencias o actos dañinos. El gran psicólogo Jerome Kagan reflexiona de este modo: la visión actual, gracias a Freud, es que el miedo y la ansiedad restringen la capacidad para ser feliz. La 89 razón es que la ansiedad surge cuando una persona reprime en su inconsciente un acontecimiento traumático acaecido en su infancia, y por ello es un signo de patología. De esto se sigue que las personas sanas no deberían experimentar ansiedad. Ahora bien, Kagan escribe al respecto:[41] Si una de las exigencias de la vida es controlar los deseos hedonistas, entonces la ansiedad es un aliado y no una fuerza enemiga [...] Si las personas han de ser capaces de moderar su afán de avaricia, lujuria, competencia y agresividad, necesitan disponer de autocontrol. Y en efecto, como dice Kagan, la ansiedad es necesaria para desarrollar esa capacidad de controlarse a sí mismo, ya que actúa como un castigo anticipado al recordarnos que nos vamos a sentir mal si no hacemos lo que sabemos que estamos obligados o debemos de hacer. El autocontrol, por consiguiente, está íntimamente conectado a la potencia moral del individuo, porque marca la fuerza de las convicciones cuando éste se expone a una tentación o provocación para romper esas creencias o principios. La importancia de la educación informal Entre las grandes satisfacciones de la paternidad figuran facilitar el crecimiento de los hijos, compartir nuestros conocimientos con ellos e incluso aprender con ellos y de ellos. Esto último es un indicador muy fiable de la buena disposición educativa de los padres, y sin duda aquellos que aprenden con y de sus hijos están poniendo de relieve un sistema muy poderoso de mantener activa su inteligencia educacional, porque éste es el mejor modo de conocer las vivencias de los chicos a medida que van creciendo, así como de averiguar el resultado de nuestra educación, porque siempre tenemos que estar abiertos a recoger información que nos diga si lo que hacemos está teniendo el efecto deseado. Aprender «con ellos» significa compartir experiencias que enriquecen a quienes las viven (el asombro ante un paisaje, el mensaje de una película o libro, cómo superar el miedo ante una dificultad, entre otros muchos ejemplos); aprender «de ellos» significa que estamos abiertos ante lo que puedan enseñarnos con sus propias decisiones y conductas. Por ejemplo, son capaces de decirnos que olvidemos algo, que no importa, cuando a lo mejor muchas veces estamos absurdamente obsesionados con algo. O aprender que pueden interesarse por cosas para nosotros inéditas, o a ser responsables más allá de lo que creíamos al principio (quizás cuando vaticinábamos que su interés en la natación duraría hasta la llegada del invierno). Pero, sin duda, la mayor parte de la labor educadora de los padres se realiza merced a lo que éstos pueden ofrecer a sus hijos para facilitar su crecimiento o desarrollo 90 competente. ¿Cómo se realiza esto? En ocasiones es necesario que hagamos uso de la instrucción formal, es decir, que hagamos cosas de modo intencionado para enseñar algo en particular (la televisión, el cine, una visita cultural), pero en general la mayor parte de esa tarea de educación se lleva a cabo de modo informal, es decir, sin planificar las cosas ni tener necesariamente objetivos definidos. Así, podemos recitar un poema de modo espontáneo, identificar un insecto, sugerir un libro que nos encantó cuando éramos pequeños, o mostrar nuestra resignación cuando perdemos en un juego de sobremesa. Todos podemos recordar momentos que tenemos guardados —sin que muchas veces sepamos la razón—, instantáneas de gran viveza en que nuestros padres y nosotros compartíamos algo que en ese momento sólo tenían el valor del presente, pero que por algún motivo se instalaron en nuestra memoria para siempre. Ese aprendizaje informal no incluye sólo las experiencias positivas; también las vivencias dolorosas son necesarias para el desarrollo de una vida competente. Nuestra respuesta frente a situaciones que les angustiaron, el clima de serenidad que supimos instaurar en momentos de profundo duelo... ninguna existencia está libre de esa parte de sacrificio, todo lo cual constituye una poderosa lección moral ante los ojos de los chicos. Una de las grandes pérdidas de la sociedad actual es el abandono del tiempo y la tranquilidad en que esas experiencias de aprendizaje vital tienen lugar. Los chicos tienen llenas sus agendas de actividades extraescolares, y nosotros muchas veces no tenemos tiempo —o estamos demasiado cansados— para desear vivir esos momentos, algo que sólo puede hacerse desde el convencimiento íntimo y la alegría de sentir nuestra paternidad. Es imposible educar con inteligencia si no sentimos placer en alumbrar el desarrollo de los chicos. Esto no significa, como es lógico, que este papel no tenga sinsabores o repechos duros de subir; cualquiera que sea padre o madre bien lo sabe. Pero la alegría implica energía, motivación, deseo de compartir y enseñar por el hecho de estar juntos, de comunicar al hijo nuestro amor e interés para que crezca feliz. Los efectos en los niños de esa actividad nuestra por crear un vínculo en que el aprendizaje tiene asiento sin que nos lo propongamos, son incalculables, y todos muy positivos. Experimentando esto es cuando comprendemos mejor qué hemos perdido las familias cuando ya no podemos comer juntos, o no disponemos casi de minutos para reunirnos y hablar después de la cena. Ni siquiera los fines de semana parecen ser ya un tiempo propicio para ese intercambio de afectos y de vivencias entre padres e hijos: éstos marchan a jugar al fútbol o al baloncesto, o a ballet, y buena parte del tiempo se pasa en viajes y en esperas durante el desarrollo de esas actividades. En síntesis, creo que es un error profundo seguir con la moda actual consistente en llevar a nuestros hijos a un montón de actividades extraescolares, en detrimento de la convivencia y el aprendizaje que se produce dentro del seno familiar. 91 ¿Por qué es tan efectivo ese tiempo de educación espontánea, por qué recordamos con tanta intensidad esos momentos? Es posible que la razón estribe en que aquello que se hace porque sí, porque se desea, dé mayores réditos en lo que concierne a los frutos que se derivan de esas actividades. Pero como dice la educadora Nel Noddings, quizás la razón fundamental está en la felicidad que esas experiencias otorgan, y aquello que depara felicidad tiende a marcarse con huella indeleble.[42] Un ejemplo de lo que sucede cuando ese tiempo compartido con júbilo —que es la fuente del importantísimo aprendizaje espontáneo o incidental— no ha sido abundante, o ha sido interrumpido durante un tiempo prolongado, es la carencia de un conocimiento pleno entre los padres y los hijos, aunque exista un amor profundo entre ellos. Tal laguna la subraya magistralmente el escritor Giani Stuparich en su breve y conmovedora novela La isla.[43] En ella, un padre moribundo le pide a su hijo que le acompañe a una isla en la que ambos compartieron hace muchos años un tiempo inolvidable. Luego la vida los separó, y ahora, de regreso en ese lugar donde tantas vivencias se tiñeron de la luz y del brillo del mar cegador, el hijo empieza a descubrir que hay muchas cosas acerca de su padre que desconoce. Al entrar en el cuarto del padre en su ausencia, ve algo que le sorprende profundamente. Escribe Stuparich: Sobre la mesita de noche estaban las gafas y un libro encuadernado en negro con los cantos dorados: la Biblia. Un antiguo marcalibros de pergamino miniado sobresalía de entre las páginas: ¡una página del libro de Job! «¿Para qué me sacaste del seno? Habría muerto sin que me viera ningún ojo.» «¿No son bien pocos los días de mi existencia? Apártate de mí para gozar de un poco de consuelo.» «Antes que me vaya, para ya no volver, a la tierra de tinieblas y de sombra.» Los ojos del hijo, que se habían posado al azar en esos versículos, se velaron. Nunca habría pensado que su padre leyera la Biblia. Desde que lo seguía de niño, lo había visto con pocos libros en la mano: algún libro de viajes, alguna novela histórica. La habitación en la que había penetrado le revelaba algo íntimo sobre la vida de su padre, algo que él no habría sabido imaginar. Conocía a su padre en su relación con los demás hombres, lo conocía en su relación con él; pero cómo era verdaderamente en su fuero interno lo veía en parte sólo ahora. Finalmente, quiero decir que ese tiempo compartido, rico en vivencias, es un modo idóneo de apoyar el progreso escolar, porque sirve, entre otras cosas, para proporcionar lo que los profesores definen como «cultura básica», es decir, conocimientos relevantes sobre el mundo que, apoyados en el correcto uso del lenguaje, permiten al chico acogerse con confianza a las materias escolares. Si un progenitor divorciado no posee la custodia de su hijo, ese tiempo compartido cobra un valor especial, particularmente en el caso de los padres, quienes suelen ostentar con menor frecuencia la guardia y custodia de los niños, y es un modo extraordinario de fortalecer y dar continuidad a los vínculos entre padre e hijo, los cuales, para bien de los niños, deberían ser potenciados al máximo.[44] 92 Estimular la lectura Hemos visto la importancia de las experiencias compartidas entre hijos y padres, el maravilloso regalo de aprender mediante un tiempo conjunto no planificado pero pleno de sensaciones. Una de las actividades que proporciona mayor satisfacción y tiene un gran valor para el desarrollo de la comprensión y la imaginación del niño es leer en voz alta: a la mayoría de los niños les encanta que les lean, y sería un grave error no hacerlo. Incluso me atrevo a recomendar la lectura en voz alta a niños mayores, aprovechando viajes de vacaciones o días de permanecer en casa, cuando los relatos breves pueden dar una oportunidad de oro para el esparcimiento y la reflexión. Espero que el lector no piense que es una temeridad incluir entre esas lecturas familiares algo de poesía. Tiene la ventaja de que no toma mucho tiempo —en realidad podemos recitarla con la brevedad que deseemos, quizás sólo una poesía de cuatro o cinco estrofas—, y quizás sea ése el único momento en que el niño la escuche, fuera de las horas escolares. Pero no quisiera acabar este apartado sin subrayar lo más evidente: leer a niños pequeños más allá de la edad en que pueden hacerlo solos, tiene enormes beneficios. La historia escuchada en el umbral del sueño, o incluso en cualquier otro momento del día, va gestando en el niño el deseo de conocer la trama, de interesarse por los personajes, y con ello va integrando el mundo de la ficción como parte activa de su imaginación. Esa ficción no es la misma que puede ver en la televisión o en el cine: escuchar implica concentrarse, emplear la imaginación para crear retratos físicos y psicológicos de acuerdo con las descripciones que hace el autor del texto que leemos. A partir del logro de ese anhelo por escuchar historias se llega al momento en el que el niño quiere leer, sin necesidad de que ese momento esperado dependa de la voluntad o de la oportunidad del adulto que actuaba como lector. Conclusiones Los seres humanos tenemos diferentes necesidades. Dejadas a un lado las necesidades de supervivencia (comida, refugio, sexo), nos quedan cinco relevantes: 1. La necesidad de ser autónomos o ser libres para tomar decisiones que afectan a nuestras vidas. 2. La necesidad de ser competentes o de tener poder para influir en el ambiente en que vivimos, esto es, el deseo de que somos personas que contamos para algo, 93 que tenemos una parcela de responsabilidad sobre la que ejercemos el control. Es lo que hemos llamado en este capítulo «el ser eficaz en el mundo». 3. La necesidad de tener un propósito o desarrollar un proyecto de vida que sea útil. Esta necesidad conecta con nuestro sentido de trascendencia, que puede tener o no un contenido religioso. No obstante, esa trascendencia apunta a que toda persona quiere dejar una huella, por mínima que sea en la vida, algo que trascienda su mortalidad y que justifique su vida. 4. La necesidad de relacionarnos, de amar y ser amados, tanto en un sentido de amor romántico como en los ámbitos de la relación de amistad, compañerismo, y el amor familiar. 5. La necesidad de vivir con alegría, con plenitud de expansión de nuestras potencias de la sensibilidad ante lo bello y hermoso, de disfrutar de lo cotidiano, de aspirar a una vida armónica e integrada. Los padres con inteligencia educacional se esfuerzan porque sus hijos lleven una vida plena y feliz, dentro de sus posibilidades. Aunque se hayan divorciado, son conscientes de que sus hijos necesitan de la mejor educación posible, y perseveran para que ese hecho no marque sus vidas. En buena medida, esto implica dar herramientas a los hijos para que encuentren sus propias respuestas ante la vida, y así logren dar cumplida cuenta de esas necesidades. Nuestro sentimiento de dolor emocional, de frustración y muchos de los problemas psicológicos que presentamos derivan de la incapacidad que tenemos para satisfacer de modo realista esas necesidades. Los padres no somos perfectos, y cometemos muchos errores. No podemos exigir lo que no podemos dar. Pero al saber cuáles son las metas que perseguimos y al disponer de unas orientaciones básicas de actuación, es posible que avancemos por el camino correcto, sin equivocarnos en las cuestiones trascendentales para el futuro de nuestros hijos. El divorcio no tiene por qué ser un obstáculo insuperable para conseguir este anhelo de todo padre responsable. 94 95 CAPÍTULO 8 LOS DETERMINANTES DE LA CUSTODIA: EL EXAMEN DE LOS PADRES Cuando los padres se divorcian y tienen hijos, lo mejor es llegar a un entendimiento y no pleitear, es decir, negociar e iniciar los trámites de mutuo acuerdo. Pero cuando esto no es posible, entonces es muy probable que la discrepancia de opiniones incluya el régimen de custodia de los niños. En estos casos el tribunal,[45] aunque es el órgano decisorio, suele confiar en las recomendaciones que le proporciona el equipo técnico que le asiste. Bajo la filosofía legal imperante de proceder de acuerdo con el «mejor interés del niño», los evaluadores deben decidir cuál de los padres está mejor preparado para atender al hijo (o los hijos) y recomendar a continuación que la custodia la tenga uno u otro, o bien que ésta sea compartida. Quiero puntualizar que en la preferencia de un padre sobre el otro no es necesario que uno de ellos sea considerado «incompetente» para atender a su hijo, sino que basta con que los especialistas se inclinen por cualquiera de ellos porque, en su opinión, reúne las mejores cualidades o está más preparado para realizar la labor educativa y de crianza. Es muy importante, entonces, conocer cuáles son las áreas susceptibles de ser examinadas en cada uno de los padres. En este capítulo me detengo en cada uno de esos ámbitos porque es importante que tanto los abogados que asisten a los padres como éstos sean conscientes del esfuerzo que es necesario hacer para que las necesidades de los niños sean cubiertas de modo satisfactorio. Aunque cada equipo técnico puede seguir su propio protocolo, de un modo u otro todo lo que se analiza en las exploraciones de los padres figura a continuación. Generalmente, el juez espera tener un informe realizado por un psicólogo y un trabajador social, o bien un educador, pero si se acumulan los casos puede que sólo exista uno de esos informes. Los apartados que siguen a continuación representan ámbitos que son relevantes para determinar la idoneidad de un padre/madre en la obtención de la custodia de su hijo y, en general, aunque no la obtenga, en su participación activa como progenitor preparado cuando ejercite esa custodia en los días que haya determinado el tribunal.[46] Los padres que van a participar en un divorcio contencioso tendrían que hacer un examen sincero de su idoneidad y comportamiento en estas diferentes áreas, con objeto de realizar mejoras personales para poder ofrecer una mejor adaptación a su hijo en esa nueva etapa de sus vidas.[47] (Aquí no me ocupo de los requisitos económicos o materiales como disponer 96 de empleo, una fuente de ingresos o un hogar apropiado, los cuales sin duda también han de tomarse en consideración.) Finalmente, acabaré este capítulo con unas consideraciones generales acerca de la labor de los equipos técnicos que apoyan al juez de familia, señalando sus áreas de competencia y las tareas a desempeñar. La relación del padre/madre con el hijo Básicamente se evalúa que exista un vínculo positivo entre ellos, es decir, que el niño se sienta seguro y amado en compañía del progenitor: la confianza, la satisfacción, las actitudes positivas, los gestos de acercamiento, el deseo de permanecer en su compañía... son ejemplos de indicadores que revelan un vínculo positivo. Y, por supuesto, esos sentimientos han de ser recíprocos en el padre o la madre: éste goza y se beneficia de la buena salud emocional de su hijo. Los padres que contemplan a sus hijos de forma fría y no establecen un vínculo positivo tienen más probabilidad de realizar actos de abuso o de abandono de sus responsabilidades (negligencia). El estilo educativo o de crianza Aquí nos referimos al modo en que los padres realizan diversas tareas, todas ellas siempre adecuadas al nivel de desarrollo que tenga el hijo: establecimiento y mantenimiento de normas de conducta tanto para dentro como fuera de casa; supervisión de las actividades del niño; sanciones y recompensas proporcionadas y aplicadas de modo consistente a las conductas que se quieren modificar; relación con la escuela y duración y calidad del tiempo compartido. Es importante también que los padres sepan animar a sus hijos, fomentar su capacidad de aprender y de resolver problemas, siempre con el conocimiento de las capacidades que manifiestan y planteando expectativas realistas acerca de los logros a alcanzar en su comportamiento personal y social. Todas estas tareas se realizan del mejor modo posible si están basadas en el vínculo positivo existente —seguro y cálido— descrito arriba; en otras palabras, una buena relación padre-hijo es el sustento afectivo y relacional que permite una buena crianza y educación de la prole. 97 Los padres como modelos positivos para el hijo Para que un padre sea un buen modelo de comportamiento y de vida para su hijo, ha de poseer un buen control de los impulsos (autocontrol), puesto que se trata de una habilidad general, extraordinariamente relevante para el aprendizaje de la tolerancia de la frustración y el desarrollo moral (es decir, el conjunto de valores que empleamos para juzgar lo que está bien o está mal). Así pues, reacciones emocionales desmesuradas y frecuentes, ataques de cólera y cambios bruscos y prolongados de humor son indicadores de un mal autocontrol, y por ello revela dificultades de los padres como modelos de sus hijos. Además, un padre con poco autocontrol tenderá a responder de forma desproporcionada ante las conductas perturbadoras o simplemente irritantes de los niños. En este apartado, como modelo tendríamos que incluir también las relaciones sociales del progenitor, sus vínculos familiares y laborales, sus hábitos y aficiones. El mundo no se circunscribe a la relación padre/madre-hijo: las oportunidades para disfrutar de relaciones sociales enriquecedoras son más importantes a medida que el niño va creciendo. Si el progenitor está aislado, si muestra poca empatía y habilidades para relacionarse con los demás y solucionar problemas, los hijos tendrán menguadas sus opciones en estos ámbitos. Conflicto entre los padres Por desgracia muchas parejas no acaban con sus conflictos y el intercambio de hostilidades una vez que han obtenido el divorcio. Se sospecha que hasta el tercer año después de separarse todavía hay muchos excónyuges con relaciones «poco idílicas»; después de esta fecha queda un minoría recalcitrante en actitud abiertamente hostil, aunque es justo decir que en muchos de estos casos la causa de esta mala relación es responsabilidad fundamentalmente de uno de ellos, puesto que, para invertir el dicho habitual, «es imposible que dos se lleven bien si uno no quiere». Otros muchos excónyuges simplemente aprenden a tolerarse, desarrollando al menos una actitud cordial que permite tener una atmósfera aceptable en que educar a los hijos, tanto en una casa como en la otra. Como se ha mencionado varias veces en este libro, uno de los precursores más firmes de un mal ajuste de los hijos ante el divorcio es la mala relación de los padres, que no cesa ni durante ni después del divorcio. Esto es muy desafortunado porque aunque los niños van filtrando los efectos de esa mala relación a medida que van creciendo, no cabe duda de que tanto su desarrollo cognitivo como emocional resulta afectado con frecuencia, siendo la gravedad y persistencia de esa afectación dependiente de la 98 fortaleza psicológica de los hijos y de los ambientes reparadores (o espacios de relación emocionalmente seguros) que los arropen. Se sabe que existe una relación inversa entre habilidades educativas y conflicto entre los padres: cuanto más conflicto hay, menos cualificados están los padres para educar a sus hijos. No obstante, he de volver a insistir en que, en muchas ocasiones, la mala relación es el producto del comportamiento nefasto de uno de ellos; entonces no podemos afirmar lo anterior si estamos frente a uno de esos casos en que uno quisiera llevarse bien y el otro no lo permite (y los casos donde se da una psicopatía o el espectro límite/dramático de personalidad son los más obvios, como hemos visto en capítulos anteriores). Aquí el padre que sabotea la relación es el que carece de esas habilidades educativas. Y en efecto, es crucial que los evaluadores identifiquen cuándo el conflicto es responsabilidad de los dos, porque, por ejemplo, ninguno de ellos acepta «bajarse del burro» en ninguna de sus pretensiones, haciendo además comentarios muy negativos de la otra parte, y cuándo uno solo de los padres es el que no acepta la situación y quiere dañar a su excónyuge de todas maneras, muchas veces incluso sin que le importen los hijos. En todo caso son varios los autores que recomiendan que la mejor estrategia para los padres que no se llevan bien consiste en plantear medidas de custodia y de visita para el otro padre que minimicen el contacto. En España, los «puntos de encuentro» constituyen un espacio neutral que favorece el derecho de visitas de los hijos de parejas en procesos de separación o divorcio, en supuestos en los que por la mala relación entre los padres (aunque también por otros motivos, como problemas de comportamiento en el progenitor que acude a la visita) es necesario que los encuentros se desarrollen fuera del núcleo familiar. Es posible también emplear personas interpuestas (intermediarios) que sirvan para que los padres no se relacionen entre sí. La lógica de todo esto es clara: reducir la exposición de los hijos a la vivencia de los conflictos entre los padres. Los padres y sus abogados deberían ser muy conscientes de la importancia de que ese nivel de conflicto sea reducido de modo sustancial, o al menos canalizado de tal forma que tenga el menor impacto sobre el niño. En algunos países, los jueces de familia tienen la potestad de exigir a los padres que acudan a talleres de aprendizaje para resolver los conflictos y mejorar las habilidades educativas en procesos de divorcio. Quizás sería una buena idea que esto pudiera ser también una realidad en nuestro país. Un comienzo son los servicios de mediación entre los padres que existen en diversas ciudades, aunque la asistencia es voluntaria. Alienación parental 99 En otra parte de este libro nos detenemos en esta cuestión, así que aquí simplemente vamos a decir que la alienación parental es el intento consciente de un padre por separar (alienar) a su hijo del otro padre. Son síntomas de este fenómeno en el niño el uso de palabras inapropiadas para su desarrollo para referirse al padre alienado (lo que revela que se las ha escuchado al otro padre), el apoyo incondicional al padre alienante en perjuicio del padre alienado y la ausencia de sentimientos de culpa o de pérdida con respecto a este último. El equipo técnico debe prestar atención a la existencia de este fenómeno y valorar cuál es la aceptación de cada uno de los progenitores de la necesidad que tiene su hijo de tener la atención y cuidados del excónyuge; en otras palabras: ¿qué piensan los padres sobre la importancia de que su hijo se lleve bien con cada uno de ellos? Cualquier intento de ambos por perturbar la relación con el otro debería ser claramente señalado en el informe al juez. Violencia de pareja También dedicamos un apartado a este tema en otro capítulo, pero dado que en éste presentamos una guía con las áreas principales de evaluación en casos de valoración de la guardia y custodia de los hijos, debe figurar aquí igualmente. Me gustaría recordar que la violencia de pareja no incluye sólo la violencia física sino también la psicológica, es decir, los insultos, amenazas, actos de humillación, restricción de movimientos y actividades, etc. Las mujeres en particular (pero también algunos hombres) pueden haber sufrido esos abusos y realmente no ser conscientes de ello. En tal caso el evaluador debe considerar hasta qué punto ha detectado un delito, poniendo en todo caso sus conclusiones en el informe para que el juez decida. En este punto la exploración de los hijos puede ser de importancia, ya que los agresores domésticos muchas veces creen que sus actos no son percibidos por aquéllos, pero lo contrario es más bien cierto: los niños muchas veces son bien conscientes de la violencia que impregna sus hogares y pueden dar descripciones vívidas y realistas de situaciones concretas así como de la atmósfera general de hostilidad y miedo que sufren todos los días. La presencia de malos tratos en la pareja debe dar lugar de forma automática a la exploración de la posible existencia también de malos tratos hacia los hijos, ya que muchas veces ambos fenómenos van unidos. 100 Patologías mentales La presencia de un trastorno mental diagnosticado puede suponer una importante desventaja para el progenitor que la presenta en un proceso de divorcio, a pesar de que en ocasiones las madres con esta dificultad se han mostrado mucho más organizadas y eficaces debido a la responsabilidad de atender a sus hijos. Es decir, tener que hacerse cargo de sus hijos les ha servido para focalizarse y esforzarse en mantenerse sanas para realizar apropiadamente esa labor. Un ejemplo de cómo una madre con una depresión crónica consigue realizar su labor educadora con éxito es el de la escritora Daphne Merkin, aquejada de un estado depresivo recurrente, quien definió muy bien su lucha para que su hija creciera como una persona adulta responsable y feliz:[48] A pesar de mis incursiones en la oscuridad, proporcioné a mi hija mucho amor, algo que mis padres no fueron capaces de darme [...]. Estos días, ella ya no es la pequeña de ojos claros que solía ser de niña, y ha tenido que hacer frente a sus propios problemas, tal y como hacemos todos. Pero hasta ahora mi hija vive su vida sin la pesada losa de la depresión. Pero es cierto que, en otros casos, esa patología puede ser un problema no sólo para los hijos sino también para toda la familia, si ésta ha de estar siempre pendiente de vigilar al progenitor afectado por la enfermedad y a su hijo. El mayor efecto negativo en el hijo de cualquier trastorno mental de su padre/madre es la pérdida de la atención o dedicación en su responsabilidad como tal, algo que muchas veces surge por el estrés que padece el progenitor afectado al querer hacer bien esa tarea con sus recursos psicológicos limitados. Por ello, el equipo técnico debe valorar en qué medida el trastorno mental interfiere en la atención a los hijos. No todo trastorno dificulta de manera seria la función paterna, y por otra parte, si tal padre está adecuadamente atendido desde el punto de vista médico, las oportunidades para que lleve con éxito la buena crianza de su hijo pueden ser elevadas. Los psicólogos han de valorar, en este sentido, la historia de esfuerzo del adulto en controlar su enfermedad y su participación en la mejoría de su salud mental. Abuso del alcohol y drogas No hace falta extenderse demasiado en este punto: el consumo abusivo de alcohol y el uso de drogas constituyen indicadores negativos para otorgar la custodia al padre que los manifiesta. Sus efectos pueden perturbar de modo grave su capacidad para atender a sus hijos, además de constituir modelos de comportamiento negativo para su desarrollo personal. Por otra parte, tanto las drogas como el alcohol pueden ayudar a amplificar los problemas mentales en los padres vulnerables a esas patologías, tales como la depresión, 101 por no hablar de la relación existente, bien comprobada, entre abusos de sustancias y maltrato y negligencia hacia los hijos y violencia fuera del hogar. La preferencia del hijo Aunque preguntar a un niño con cuál de los padres prefiere estar puede parecer un modo útil de recoger información para determinar la custodia en procesos de divorcio, no siempre resulta acertado, por varias razones. Primero, el menor podría estar disgustado temporalmente con el progenitor no seleccionado, lo que le llevaría a arrepentirse de esa decisión pasado un tiempo. En segundo lugar, el niño podría estar interpretando determinadas expresiones o gestos del entrevistador como indicios de lo que debería responder, lo que le induciría a elegir sin considerar plenamente esa decisión. Por supuesto, en preadolescentes y adolescentes el peso de su opinión es muy importante, pero aun así los evaluadores deben asegurarse de que su preferencia es la más adecuada para él. Por ejemplo, un padre podría ser muy indulgente con su hijo y dispensarle de cumplir normas y tareas que sí le son exigidas en presencia del otro, razón por la cual el menor podría inclinarse por el primero a la hora de decidir con quién quiere vivir. Esto sería un error, como lo sería igualmente no comprobar en general si el padre con el cual ahora el menor decide vivir reúne todas las cualidades necesarias para su educación. En todo caso resulta necesario explorar con el niño las razones que están detrás de su preferencia manifestada, analizando si ha sido objeto de algún tipo de persuasión excesiva o incluso de coacción. La salud mental y física del hijo Un aspecto crítico que debe considerarse en la evaluación para el proceso de determinar la custodia de los niños es en qué medida los padres están preparados para atenderlos si éstos presentan necesidades especiales, tales como enfermedades físicas crónicas o de tipo comportamental como el trastorno por déficit de atención e hiperactividad. (Este trastorno se asocia a dificultades escolares y de comportamiento debido a los problemas que presenta el niño en forma de impulsividad, poca concentración y agitación física.) De este modo, el evaluador debe examinar en cada padre aspectos como los siguientes: el nivel de aceptación de la enfermedad o trastorno; su voluntad para implicarse en su cuidado; su capacidad para hacerse cargo de forma adecuada de ese cuidado y el modo en que su relación con él puede facilitar o dificultar ese proceso. Los 102 niños con necesidades especiales plantean demandas en diferentes niveles, implicando a la nueva familia nuclear (con un solo padre o reconstituida), la familia extensa, la escuela y la comunidad en general; por ello es importante examinar el grado en que cada progenitor puede responder apropiadamente en esos ámbitos diversos, y de acuerdo con los cambios que el crecimiento del niño vaya introduciendo. Finalmente, y aunque sea algo obvio, no quiero dejar de recordar que los diferentes periodos de la vida de los niños requieren diferentes habilidades y conocimientos por parte de los padres. Los doce o trece años tienen poco que ver con los ocho o nueve: en la preadolescencia, el deseo de autonomía se va haciendo muy fuerte y el mundo social se expande rápidamente. Los profesionales del equipo técnico han de valorar si las nuevas exigencias del menor serán atendidas adecuadamente también por el progenitor que ahora ostente su custodia. Todos estos exámenes son necesarios no sólo en la determinación por vez primera de la guardia y custodia y el régimen de visitas, sino también cuando uno de los padres solicita que sea modificado el acuerdo judicial anterior, alegando diversas causas, generalmente para solicitar el cambio de titularidad en la guardia y custodia a su favor, la custodia compartida o bien un aumento en la frecuencia con la que ve a su hijo. Consideraciones acerca del equipo técnico de apoyo al juez Los psicólogos y otros profesionales pueden contribuir a la mejora del proceso judicial del divorcio ayudando a los abogados y a los padres a comprender conceptos o medidas que es necesario considerar cuando se trata de encontrar la mejor opción para un niño. La meta fundamental de todos los profesionales implicados en un proceso de divorcio (para no hablar de los padres) es conseguir que, en la medida de lo posible, la disolución del matrimonio no influya negativamente en el desarrollo adecuado de los hijos. Por ello entiendo que no debería enfatizarse su papel de «otorgadores de la razón» a una u otra parte en disputa, sino más bien su labor de intentar que ambos padres arreglen sus diferencias en beneficio de su hijo, ayudándoles a que estructuren su futura función de padres de acuerdo con las nuevas circunstancias. Ahora bien, no podemos obviar el hecho natural de que es muy común que los padres se sientan amenazados ante el proceso de determinar la guardia y custodia cuando no hay mutuo acuerdo. Cada uno de ellos tiene el temor de «perder» a su hijo, y se prepara para «combatir» con todas sus armas a la otra parte (algo en lo que pueden también participar sus respectivos abogados). Cuando se observa un caso así —por desgracia, muy frecuente— se comprende cuánto mejor es intentar por todos los medios limar las diferencias para llegar a un acuerdo que satisfaga a ambos. Pero es inevitable 103 que esto no sea posible muchas veces, dado que existen numerosos padres (ambos sexos) que, sencillamente, no deberían haber tenido hijos, porque Dios no les ha llamado para esa tarea. Y basta con que sólo uno de los padres desee molestar por encima de todo para que surja el conflicto. ¿Cuáles son los ámbitos de conocimiento que debe dominar el equipo técnico? Los profesionales que evalúan los casos deben tener un conocimiento actualizado sobre los resultados demostrados de las diferentes medidas existentes sobre la custodia de los hijos y los efectos en ellos de mantener actitudes inadecuadas en los padres con respecto a la relación subsiguiente al divorcio. En efecto, hay padres que se niegan a colaborar con el otro, o que emplean a los hijos como arietes para castigar al excónyuge. Su labor es ayudar a los abogados y a los jueces, y por supuesto a los padres en disputa, a que comprendan los efectos negativos de todo esto. Cuanto más conozcan y comprendan la realidad que envuelve a la familia del niño, más acertarán en sus dictámenes, siempre y cuando esa realidad sea contemplada a la luz de los conocimientos de la psicología infantil y familiar. De manera más específica, el equipo técnico que asesora al juez debería tener un conocimiento adecuado de las siguientes áreas: 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. Consumo de sustancias (alcohol y drogas). Maltrato infantil. Violencia doméstica. Alienación parental. Desarrollo infantil. Dinámica de la familia. Tipos de custodia. Comunicación entre los padres, incluyendo orientaciones sobre la comunicación telefónica y por internet. 9. Evaluación psicológica de niños, adolescentes y adultos. 10. Tipos de asistencia terapéutica o educativa que puedan precisar los padres o los niños con objeto de mejorar la relación entre ellos o satisfacer ciertas necesidades del desarrollo de los niños. Lo anterior es necesario si queremos que las recomendaciones vayan más allá de decidir si es mejor que la guarda o custodia la tenga uno de los progenitores, o bien que sea compartida, porque es mucho lo que pueden ofrecer para definir un protocolo o 104 pautas de actuación a los padres que merezcan ser recogidas por los jueces en sus sentencias, algo que muchas veces no ocurre. Por ejemplo, ¿cuántas veces puede llamar al día un padre o madre a casa de su excónyuge cuando no está con él? ¿Cuáles serían los mejores momentos? Este punto, que no tendría por qué ser un problema en exparejas que guardaran una buena relación, puede serlo si la relación es conflictiva, y/o uno de los progenitores está intentando sabotear al otro. La experiencia indica que cuanto más estructurado esté el plan de convivencia con los niños en padres que mantienen el conflicto (o al menos uno de ellos, ya que esto es suficiente para entorpecer la tarea educadora con los hijos) después del divorcio, mucho mejor. Por otra parte, los padres y sus abogados deberían asegurarse de que el equipo que asesora al juez obtenga una información fidedigna. Ello se logra procurando que el especialista tenga a su disposición diferentes fuentes de información. Por ejemplo, una declaración positiva del tutor del niño acerca de su actitud en el aula o de su rendimiento académico sirve para confirmar el hecho de que el niño está convenientemente atendido en esa área, y ayuda además a otorgar credibilidad al progenitor que había declarado esa circunstancia. Todo buen profesional sabe que debe al menos tener dos fuentes para cotejar una determinada información, pero los abogados, fiscales y jueces han de ser conscientes de este hecho, vigilando que el exceso de trabajo o un celo extremado por parte del equipo para terminar a tiempo sus evaluaciones infrinja esa norma práctica. Esas fuentes son los tests o cuestionarios psicológicos, la entrevista a personas relevantes además de los padres (incluyendo al niño si resulta apropiado), la documentación obrante sobre aspectos médicos, judiciales, sociales, educativos o de otra índole, y las observaciones derivadas de la relación entre los padres y el hijo. Al hilo de esto, los equipos técnicos que elaboran informes que son diáfanos en todos sus extremos —desde las fuentes de información utilizadas, los resultados obtenidos y los fundamentos de sus recomendaciones— facilitan mucho la tarea decisoria del juez y con ello ayudan a la comprensión y aceptación de las partes de esas decisiones. Con frecuencia he hablado con padres que no comprenden determinadas recomendaciones o valoraciones periciales de los equipos técnicos, y aunque sin duda el interés personal de cada uno genera una actitud negativa hacia las decisiones que no le favorecen, también es cierto que en un número significativo de esos casos hubiera sido de mucha ayuda que en el informe correspondiente se hubieran detallado y fundamentado mejor tales recomendaciones. Para terminar, me referiré al papel de los terapeutas y el proceso de divorcio. En ocasiones se solicita a los terapeutas de uno de los padres para que acuda como testigo de parte al juicio de divorcio, pero hay que entender que la naturaleza del tratamiento que lleva a cabo ese padre no tiene por qué ser particularmente relevante para dirimir las características de una posible custodia a uno de los progenitores. Los 105 responsables de la evaluación judicial han de focalizar su atención en las necesidades del niño y lo que los padres pueden ofrecer en su derecho y deber de patria potestad, más allá de si tiene algún problema que necesita ser tratado por un psicólogo. Este punto suele ser puesto en evidencia por la otra parte: si ésta puede demostrar que su expareja «iba a un psicólogo» o a un psiquiatra, entonces podrá arrojar al menos una cierta luz negativa sobre sus cualidades como padre o madre. En el sentido contrario, el abogado del cónyuge que va a terapia puede solicitar al terapeuta que atestigüe ante el juez que su cliente no tiene ningún problema que le impida ser un padre o una madre excelente. Por supuesto que es importante saber si cualquiera de los padres tiene problemas psicológicos, pero es responsabilidad del equipo que asesora al juez averiguar si tales dificultades pueden entorpecer su labor como padres y, del mismo modo, determinar en qué medida un terapeuta que trata a un paciente de algo no relacionado en absoluto con su función como padre tiene algo útil que decir sobre este extremo. Disposición de los padres ante el examen del equipo técnico de asesoramiento al juez ¿Qué actitud han de tomar los padres ante su inminente examen por parte del equipo técnico que asesora al juez? Ya hemos visto que los abogados han de ser, en todo momento, garantes del mejor resultado posible para el interés de los hijos implicados. Sin embargo, no es realista pensar que todo abogado cumplirá con este precepto, si su cliente —que es quien le paga— quiere un determinado resultado, por ejemplo, que su excónyuge tenga las menos oportunidades posibles para ver a su hijo debido a la animadversión que siente hacia él. Así pues, son el padre y la madre quienes en realidad tienen que poner todo de su parte para que el divorcio tenga como resultado el mayor bienestar posible para los hijos. Lo que sigue son cinco puntos que pretenden significar de qué modo los padres pueden hacer realidad ese objetivo. Al mismo tiempo quiero también poner de relieve en estos apartados las cosas que deben considerar para no ser injustamente evaluados en el examen al que se van a someter, ya que en ocasiones el nerviosismo, la inexperiencia y la ansiedad pueden hacerles malas pasadas. 1. Antes de asistir a la sesión o sesiones de evaluación, tómate un tiempo para establecer cuáles son tus objetivos (como padre o madre) en relación con el proceso de divorcio. Pregúntate del modo más honesto si tienes claro qué va a ser mejor para tu hijo, con independencia de los sentimientos que ahora puedas albergar hacia tu excónyuge. El camino que ahora comienza no debería estar hipotecado, en la medida de lo posible, por una mala relación anterior, por el 106 dolor o la rabia —quizás— de que tus expectativas quedaran truncadas. Si ese asunto no lo tienes claro, deberías trabajarlo, quizás con la ayuda de un profesional. Piensa que tu hijo tiene sus necesidades, y que un mal marido (o esposa) no tiene por qué ser un mal padre (madre). Sólo cuando esas emociones perturbadoras han quedado controladas, estás en la disposición adecuada para dar lo mejor de ti misma en la evaluación forense-familiar. Desde luego, si crees que tu ex es un peligro o alguien inadecuado en algún sentido para atender a tu hijo, y tienes ese convencimiento por la experiencia contrastada que tienes de observar tal cosa, entonces has de pelear para que la decisión judicial contemple ese hecho (volvemos a ello en el punto 5). 2. En los tests y cuestionarios de personalidad, procura siempre ser honesto en tus respuestas. Muchas de estas pruebas contienen escalas que miden sinceridad —tu compromiso con lo que tú piensas acerca de lo que se pregunta— y deseabilidad social —tu tendencia a dar una buena imagen de ti, en ocasiones de forma inconsciente—. Haz un esfuerzo por verte a la luz de lo que generalmente crees, piensas o del modo en que actúas. Intenta separar tu imagen o yo ideal —lo que todos querríamos ser o parecer— de tu imagen o yo real. Existen pocas personas «ideales», y los tests más utilizados por los psicólogos detectan bien a los que se dejan llevar por esa imagen ideal de sí mismos. Si el test revela que no fuiste sincera de un modo ostensible, sus resultados tendrán que ser anulados, y esto pesará negativamente en la evaluación final. Por otra parte, si la escala de deseabilidad social fuera alta o muy alta en sus puntuaciones, ello será un inconveniente, aunque no se anule el resultado de la prueba, porque indicará que habrás pretendido «vender» una imagen muy buena de ti mismo. En realidad no hay nada malo en «no ser perfecto», tal hecho no te va a perjudicar. Las teorías psicológicas están pensadas para orientar el comportamiento del «hombre y la mujer normales», y se espera que tengas lagunas o limitaciones que son comunes a la mayoría de la población en la que se baremó (es decir, a partir de la cual se construyó) el test o cuestionario. 3. Si se aplica un test o inventario de patología mental o de personalidad, ten en cuenta lo anterior, pero también el hecho de que estas pruebas generalmente incluyen asimismo escalas para medir si finges la existencia de una determinada patología o trastorno, o —lo que es más corriente— si disimulas esa patología o trastorno. Por ejemplo, podrías tener una fobia (a los espacios cerrados o abiertos), o ciertas ideas obsesivas (de limpieza, muy habituales), o tener una personalidad histriónica (con tendencia al dramatismo o la exageración), o pasar por una depresión moderada... Si ocultas esas dificultades, te arriesgas a que el profesional, en el transcurso de la entrevista —ver a continuación— o mediante la 107 aplicación de estas pruebas, las detecte, y esto será peor para ti y tus intereses en el divorcio (salvo que pretendas asumir pocas responsabilidades en el cuidado de tu hijo). Ten presente que un buen padre o madre no está reñido con tener ciertas patologías: si bien es cierto que éstas hacen más complicada la existencia, un progenitor preocupado por el bienestar de su hijo y solícito con sus necesidades generalmente puede conllevar tales desórdenes con sus deberes paternos. Por otra parte, si la patología que presentas interfiere en ese cuidado necesario de los niños, tu deber es reconocerlo y asegurar al profesional que te examina que harás lo posible para que esto no suceda. 4. En la entrevista todos nos ponemos un poco ansiosos, es lo normal. No te aconsejo que intentes compensar esa ansiedad exhibiendo una confianza exagerada, porque eso causará mala impresión al psicólogo. Por supuesto, si esa ansiedad es excesiva, tus respuestas serán erráticas y poco precisas, por eso te recomiendo que te prepares con antelación realizando ejercicios de mentalización positiva («voy a hacerlo bien, estaré serena y atenta a lo que se me pregunta»), así como de respiración profunda y relajación muscular. Escucha cada pregunta con atención, procura responder aquello que se te pregunta, no te vayas por las ramas, no seas evasiva. Si alguna pregunta resulta particularmente incómoda o difícil de contestar, explica las razones de esas dudas; por ejemplo, ante la pregunta de si ves a tu marido (mujer) capaz de atender adecuadamente a tu hijo en un régimen de custodia compartida, puedes responder lo siguiente: «Es una pregunta complicada... porque mi marido (o mi mujer) no siempre tiene un buen equilibrio emocional. Quiero decir que depende mucho de cómo le vaya el trabajo, o de si ha tenido problemas con el hijo que tiene de un matrimonio anterior... Por eso prefiero que tenga un amplio régimen de visitas, pero no la custodia compartida; es un poco impredecible... No es un mal padre (o madre), pero la custodia compartida puede ser para él, en diversos momentos, una carga demasiado pesada... No dudo de que él (o ella) crea ahora que puede hacerlo bien, pero yo tengo mis dudas». 5. ¿Qué hacer si tu pareja actual tiene un grave trastorno de personalidad, como la psicopatía —o cualquier otra variedad de lo que hemos llamado el espectro de la psicopatía o narcisista— o el trastorno límite? ¿Te creerá el profesional? Mi consejo es que no tengas dudas sobre esto: estas personas constituyen una fuente de problemas para tus hijos, y habría que asegurarse —dentro de lo que se puede alcanzar en este mundo imperfecto y muchas veces anquilosado de la justicia— de que su relación con ellos no les afecte, o afecte mínimamente al desarrollo de los niños. Pero aquí un punto clave es esa pregunta que he anotado más arriba: ¿Te creerá el profesional? Éste tiene el deber de comprobar los hechos, así que 108 deberías esforzarte por ser concreta y precisa acerca de los temores que albergas. No tienes por qué ser experta en medicina o en clínica, pero sí has de tener la habilidad para explicar en detalle cuáles son las conductas de tu ex que te parecen inadecuadas o sospechosas de revelar un trato o incapacidad para ocuparse adecuadamente de tu hijo. Sé objetiva, y mejor ecuánime y calmada que dramática o «histérica», aunque estés genuinamente alarmada. Explica esta misma circunstancia: di que cuentas esto con tranquilidad porque lo has meditado mucho, no porque no estés de verdad preocupada. Recoge documentos, testimonios, grabaciones... cualquier cosa que pueda dar validez a tus argumentos, pero que sean pertinentes al caso. No obstante, en la propia exploración puedes preguntar al profesional si le ayudaría en algo disponer de alguna documentación o testimonio que no hayas aportado pero que esté a tu alcance obtener. Si él lo ve bien, te dirá que lo traigas en un momento posterior. 109 110 CAPÍTULO 9 LOS ABOGADOS EN EL PROCESO DE DIVORCIO Y EL TIPO DE CUSTODIA No cabe duda de que el divorcio exige sus costos, y uno de ellos, en general, es el dolor de la separación de los hijos ante la ruptura de sus padres, si bien ese dolor se vive de formas diferentes en función de la edad de aquéllos; por ejemplo, el dolor puede vivirse como decepción cuando los chicos crecen, si no vivieron por su edad el efecto emocional inmediato de la separación de sus padres. La mayoría de los niños quieren que sus padres permanezcan juntos, pero si eso no es posible, un buen abogado ha de considerar la meta siguiente como la más fundamental: evitar que los hijos vivan una relación con sus padres conflictiva. En un estudio realizado con 1.000 adolescentes norteamericanos pertenecientes a familias cuyos padres se habían divorciado, el 50 % dijo que encontraba «terrible» que sus padres —aunque no vivieran juntos— estuvieran a la greña continuamente, con actos como estar en desacuerdo, criticarse mutuamente, intercambiarse insultos, gritos e incluso lanzarse objetos.[49] En efecto, es una imagen ciertamente penosa, y suele seguir a un juicio donde los padres decidieron pelear ante el tribunal la custodia de los hijos y otras cuestiones financieras. Dado que se trata de un juicio contencioso, ha de haber un ganador y un perdedor. Esta actitud de pelea fuerza a cada uno de los padres a poner de relieve las debilidades de su oponente, lo que resta energía para ocuparse de las necesidades de los hijos en unos momentos que pueden resultar muy dolorosos para ellos. Los expertos han identificado cuatro fuentes de estrés potenciales para los hijos cuando los padres litigan en el divorcio: a) El hecho de que los padres impliquen a sus hijos en el conflicto del divorcio. Ejemplo de ello es solicitarles declaraciones hostiles hacia la expareja y forzarles a que se pongan de su lado. b) La propia naturaleza del proceso legal, que deja a los niños con la sensación de que son impotentes para cambiar las cosas. El proceso del divorcio puede ser muy impactante para algunos niños. La investigación señala que los niños que tendían a considerar el divorcio de sus padres como una experiencia particularmente horrible presentaban mayores tasas de depresión, ansiedad y conductas agresivas que los que tenían una visión más realista y moderada. 111 c) La confusión resultante de comprobar que sus padres piensan y dicen cosas uno del otro que no pensaban que podrían decir o hacer. d) La decepción acerca de la esperada felicidad que ansiaban encontrar en el núcleo familiar. Ahora bien, como se dice en otras partes de este libro, importa mucho el estado previo de la relación antes de que se planteara el divorcio. En familias en que la relación era muy mala, es obvio que los puntos dos y tres no son aplicables, puesto que su vida ya era muy conflictiva. Para esas familias el divorcio puede ser una auténtica liberación. Pero indudablemente el punto primero es importante: hay un gran acuerdo entre los especialistas en el sentido de que el elemento negativo prioritario para el ajuste de los niños, tanto de forma inmediata como a largo plazo, es la mala relación entre los padres durante el divorcio y, especialmente, después de que éste haya terminado, si eso significa que se establece un estilo de relación crónica en que los padres discuten, sabotean los esfuerzos del otro por normalizar la vida del hijo utilizándolo en su contra, poniendo trabas a la comunicación con el otro excónyuge, etc. El síndrome de alienación parental La alienación parental es la creación de una relación entre el niño y uno de sus padres que intenta excluir al otro padre. La razón para hacer esto varía, pero generalmente el progenitor que la lleva a cabo pretende satisfacer determinadas necesidades emocionales (ser «especial», sentir que el niño «le pertenece») o bien dañar a la expareja impidiendo que tenga una buena relación con su hijo. En tales casos, el niño no desea ver al padre alienado y expresa actitudes negativas hacia éste sin que haya buenas razones para ello. El padre o la madre que busca alienar a su expareja puede diferir en la intensidad con que lleva a cabo sus propósitos: a) Actos como no animar al niño a que vea al otro padre o se comunique con él son propios de una alienación mínima. En tales casos, el niño vive con desasosiego los periodos de transición entre una casa y la otra. b) Actos como decir abiertamente al hijo que no le gusta que vea o se comunique con el otro padre, celebrar toda mala noticia que se relacione con éste y negarse a hablar directamente con él son representativos de una alienación media, en la que el niño aprende a vivir «psicologías separadas» en cada uno de sus hogares e intenta adaptarse sin considerar las vivencias que tiene en un hogar cuando está en el otro. c) Actos como declarar ante el hijo cosas que son falsas acerca del otro progenitor, 112 explicar que éste es responsable de tratarle mal, criticarlo de forma abierta y pedir al niño que guarde secretos en presencia de su otro padre son ejemplos de una alienación fuerte, en la cual el niño dice abiertamente que no quiere saber nada del padre alienado y sólo tiene sentimientos positivos hacia el otro padre. d) Finalmente ocurre una alienación severa cuando el hijo exterioriza de forma manifiesta y reiterada el desprecio hacia el progenitor alienado, y el otro padre hace todo lo posible para que su hijo y su expareja no tengan ninguna relación. Hay que decir que este síndrome (que fue definido en 1985 por Richard Gardner) no ha sido reconocido por la profesión médica, pero en realidad no necesitamos considerarlo como tal; simplemente podemos hablar de «comportamientos de alienación o de obstrucción» de un padre hacia el otro, y ciertamente éstos ocurren realmente, por lo que es necesario tomarlos en consideración en la valoración para determinar la custodia. Dos cuestiones importantes debemos considerar aquí. En primer lugar es necesario identificar de modo apropiado esas conductas de alienación, de tal modo que no las confundamos con conductas razonables de protección del padre que obstaculiza la relación dañina del hijo con su expareja, y que actúa así porque no puede convencer al juez de que tales conductas negativas hacia el hijo suceden. Eso ocurriría si, por ejemplo, la madre sabe que el niño es aterrorizado o de algún modo abusado en el hogar del exmarido, pero no puede probarlo por la corta edad de aquél y, quizás, porque éste es un gran simulador. En este caso es cierto que la madre pretende alienar al padre, pero lo hace por una razón legítima: proteger a su hijo. Otra cosa es que tales actuaciones del progenitor protector sean efectivas para conseguir esa finalidad, lo que habitualmente no es el caso. Es importante que el equipo técnico a disposición del juez explore la verdad que pueda haber en esas alegaciones. En segundo lugar, también puede ocurrir que sea el propio niño quien sienta que su padre (o madre) no lo trata bien, que aprecie que durante su estancia allá lo desconsidera o se ocupa de otros menesteres. En tales casos sería éste quien no querría relacionarse con ese progenitor, quien pondría excusas para no acudir a su domicilio o para no relacionarse con él durante la convivencia diaria. Aquí la justicia, si interviene, tendría que distinguir claramente cuál es el origen de ese proceder, y no creer de forma automática que esa actitud es influencia del padre que resulta beneficiado por la atención del hijo. A mi modo de ver, los abogados tienen una gran responsabilidad si no desaconsejan las conductas de alienación parental de sus clientes, una vez tienen la seguridad de que éstas se producen. Primero, porque tales hechos pueden jugar en contra en el proceso de divorcio, y segundo porque tal proceder no ayuda en nada al normal desarrollo del hijo implicado. 113 Abogados responsables Los abogados deberían perseguir el bienestar de los niños por encima de todo, debiendo persuadir a sus clientes de que se abstengan de realizar actos o solicitar medidas que pongan en peligro la mejor adaptación posible de los hijos a la separación. Se ha escrito que ningún divorcio es un buen divorcio, pero por lo que respecta a los hijos, desde luego que hay unos divorcios mejores que otros. El «mejor» divorcio posible supone la existencia de los siguientes aspectos:[50] 1. Poco conflicto entre los padres (incluyendo el pago de la pensión). 2. Pocos cambios en la rutina de los hijos que afecten a su vida. 3. Un vínculo cálido y positivo de ambos padres con el hijo. 4. Un clima en ambos hogares en que el hijo pueda expresar sus emociones y frustraciones mientras se adapta a la situación. No resulta difícil, a partir de aquí, señalar las características del «peor» divorcio posible: padres que se sabotean mutuamente, problemas y disputas financieras, vínculos deteriorados de los hijos con los padres, y el temor de los primeros a expresar las emociones en según qué circunstancias, viviendo de este modo un clima de desconfianza e inseguridad. La importancia de la calidad de la relación con los padres y el tipo de custodia Tenemos buena base para creer que lo más importante de todo para facilitar el ajuste y buen desarrollo de los hijos tras el divorcio son dos factores: a) Cuando la custodia la tiene uno de los padres: su vinculación afectiva con éste, el hecho de que el progenitor cumpla de modo adecuado con todos sus deberes. b) La calidad de la relación que ambos padres tienen con ellos, por encima incluso del tipo de custodia finalmente acordada por el tribunal. Y por «buena calidad» debemos entender también un mínimo respeto para el otro progenitor, es decir, al menos la existencia de una relación mínimamente cordial en que no estén presentes descalificaciones ni otros actos despectivos dirigidos al otro padre en presencia del niño. Ese tipo de ambiente realmente marca la diferencia. Si uno de los padres se mantiene hostil, el otro debería hacer lo posible para mantener la calma y tratar de neutralizar los 114 efectos negativos de tales actos en la vida familiar con su hijo. Un niño que percibe ese ambiente positivo y disfruta de una custodia tradicional en casa de la madre y de visitas regulares a su padre (o viceversa) crecerá mucho más equilibrado que otro que disfrute de una custodia compartida carente de esas actitudes cálidas o si se ve obligado a vivir las frustraciones de sus padres. En otras palabras, las relaciones familiares son más importantes que la estructura familiar. Cuando se produce el divorcio, cambia la estructura y, necesariamente, las relaciones familiares. Pero es responsabilidad de los padres reconstruir cuanto antes unas nuevas relaciones entre ellos que permitan la existencia de un ambiente cálido y seguro en el que los hijos puedan prosperar como niños y luego como adultos. El texto siguiente, que escribí para Las Provincias, presenta un caso de una custodia compartida polémica y la reflexión posterior que me mereció, al hilo de lo que estamos comentando aquí. Difícil elección Una juez de Denia ha concedido la guarda y custodia compartida de un niño a su padre, a pesar de que éste había sido condenado «por un delito de lesiones leves en el ámbito de la violencia de género» a la madre, según recoge la sentencia de divorcio del matrimonio. La madre había solicitado la guarda y custodia, con un régimen de visitas para el padre limitado a fines de semana alternos y un día entre semana. La juez aceptó, en cambio, de acuerdo con el fiscal, la petición del padre, señalando que no estaba acreditado que existiera riesgo para el menor ni para la cónyuge —la madre no alegó tal cosa en el procedimiento de divorcio, ni al ser preguntada por la juez, señala el fallo—, y que durante el régimen de visitas establecido transitoriamente hasta que hubiese sentencia, no se produjo ningún incidente que indicara peligro.[51] No envidio la tarea de los fiscales y jueces que han de valorar cada día este tipo de situaciones, donde tienen que decidir dónde y cómo el niño va a encontrar el mejor amor y cuidados, proyectando hacia el futuro la mejor realidad posible para ese desarrollo a partir de lo que se conoce ahora, en el presente. La custodia compartida está de moda; los hijos están mejor si ambos padres se implican por igual en la crianza, se dice, si no hay razones para descartar como progenitor adecuado a ninguno de los excónyuges. Sin embargo, por desgracia, en la práctica todo es más relativo y difícil de determinar. Por ejemplo, en el caso arriba relatado es obvio que ambos padres se llevan fatal. El padre publicó en una red social el informe forense realizado a la madre donde se dice que ésta intentó aumentar la gravedad de las lesiones mediante maquillaje. Me imagino a uno y a otra relacionándose pésimamente durante todo el tiempo en que han de compartir el cuidado del hijo. Es cierto que éste vivirá con los dos, pero ¿qué ambiente respirará cada vez que surjan los conflictos por las mil cuestiones que han de debatir sus padres continuamente con respecto a su salud, colegio, problemas y mil cosas más? Los jueces han de imponer la ley, pero la ley es un instrumento muy tosco para esta misión que requiere mucha filigrana y gran psicología. Para mí, la gran pregunta en este asunto es si la custodia compartida aumentará o disminuirá los conflictos entre ambos padres y, por consiguiente, si el niño los tendrá como una constante en su crecimiento. ¿Es mejor un clima de odio habitual dentro de una custodia compartida a una custodia para la madre donde esa enemistad se hace menos visible y frecuente? ¿Supone esto que el padre ha de ser siempre el sacrificado si las relaciones con su excónyuge son malas? Muchas veces estas decisiones son un tiro al aire, más que nada, una esperanza. ¿Por qué digo en ese artículo que «muchas veces estas decisiones son un tiro al aire»? La razón se halla en el criterio seleccionado por la jueza en este caso; igual podría haber tomado otro, pero aquí decidió que era la buena relación anterior con el padre lo 115 que le habilitaba para la custodia compartida, y no consideró la existencia de una pésima relación entre ambos excónyuges como suficiente razón de peso para denegarla. Sin embargo, si la ley procura siempre que se tome la decisión de salvaguardar en todo caso el «mejor interés del niño», la sentencia de la jueza es más que discutible, porque precisamente la investigación revela que esa mala relación es muy dañina para el hijo y con mucha probabilidad la custodia compartida ayudará a aumentar los conflictos. Más adelante me extenderé sobre este punto. Por estas razones, porque por desgracia muchas veces los jueces no están al tanto de la investigación más relevante en la que basar sus decisiones, o no están convenientemente asesorados por el equipo psicosocial,[52] los abogados de familia tienen mucho que ofrecer en este punto. Aconsejar a sus clientes que reflexionen acerca de algunas peticiones que no son razonables, buscar el consenso por encima de prometer victorias que satisfagan los deseos de venganza de aquéllos, pensar siempre en lo mejor para el niño, son todas cuestiones que ayudarían a facilitar el mejor resultado posible en un pleito de divorcio. En aquellas ciudades donde existan servicios de mediación, los abogados podrían recomendar su utilización si ven que ambos padres se obcecan en actitudes poco favorables para la vida familiar del niño. Idealmente, la mediación debería emplearse antes de que se iniciara el proceso contencioso (sin acuerdo) del divorcio; una vez que recae la sentencia todo se complica más, particularmente si la otra parte ya la ha contestado o recurrido. El proceso legal ya ha ido muy lejos. La custodia compartida Algunos especialistas opinan que estamos viviendo la época de la custodia compartida. Desde luego en los últimos años se ha observado una tendencia en España y en otros países (por ejemplo, Estados Unidos) a otorgar más tiempo de permanencia de los hijos con sus padres en los casos en los que la custodia la ostente la madre. La custodia compartida se refiere a que los periodos de estancias del menor con la madre y con el padre son ecuánimes, es decir, el tiempo de permanencia del hijo con los progenitores se distribuye de forma compensada e igualitaria, compartiendo de esta forma, ambos, el cuidado de los hijos. En la actualidad, la evidencia última científica sugiere que la custodia compartida por ambos progenitores revierte en el mayor beneficio para el hijo o hijos implicados. Un análisis comprensivo de la literatura llevado a cabo en el año 2002 en que se revisaron los resultados obtenidos por 33 estudios realizados en todo el mundo acerca de la comparación entre la custodia por parte de uno de los padres (generalmente la madre) y la custodia compartida (totalizando cerca de 3.000 niños), concluyó que «los niños en 116 régimen de custodia compartida mostraron índices de ajuste en diversas áreas significativamente más elevados que los niños que estaban a cargo de un solo progenitor».[53] Esta conclusión se ve reforzada por algún estudio más reciente. Así, en uno de los trabajos al respecto realizado en Europa (Holanda) en el año 2010 se analizaron a 3.516 niños que habían sido criados en diferentes regímenes de custodia, y concluyó también que la custodia compartida era la que mejores resultados obtenía en cuanto al desarrollo competente en los niños.[54] Ahora bien, lo anterior no significa que la custodia compartida sea siempre la mejor opción. Los resultados mencionados antes indican una tendencia o promedio, y en muchas ocasiones no hay diferencias significativas entre el desarrollo de los niños con y sin custodia compartida. También hay estudios que indican que para algunos niños y padres ese régimen de custodia resulta muy estresante, y ofrecen peores resultados que la custodia por un solo padre. ¿Qué podemos concluir, entonces? A mi modo de ver, en la actualidad podemos afirmar dos cosas. Primero, que en una visión de conjunto en las condiciones óptimas, por ahora podemos decir que existen datos que avalan la custodia compartida por encima de la custodia unilateral. En segundo lugar, que por definición no es mejor la custodia compartida para todos los casos, dado que hay niños que no se ajustan bien. Por ello deberíamos analizar cada familia de modo detenido antes de decidir cuál es el mejor régimen de custodia a adoptar. ¿Qué requisitos deben darse para que la custodia compartida tenga éxito, cuáles son esas condiciones óptimas? Existen dos: la primera es que ambos padres dispongan de los recursos materiales y competencias personales adecuados para la atención del hijo, y la segunda es que entre ambos haya al menos una relación que permita que la transición entre el hogar de una y otra parte se lleve con naturalidad. Es decir, la relación no tiene por qué ser excelente o «de película», pero al menos sí cordial. Por supuesto, se entiende que aspectos de otra índole, como lugar de residencia de los padres, vivienda apropiada, etc., son adecuados para que tal custodia sea posible en la práctica. Este último punto ha suscitado la protesta de que si uno de los padres se mantuviera hostil hacia el otro, negándose a colaborar con el otro progenitor, entonces la custodia compartida nunca podría ser acordada, porque bastaría que uno de ellos impidiera la buena relación para que el juez no la acordara (cosa que teóricamente podría hacer más la madre, quien sigue siendo la beneficiaria mayor del otorgamiento de la custodia). Sin embargo, resulta difícil ver de qué modo se puede llevar a cabo toda la logística necesaria para que, digamos, un niño pase quince días con un padre y quince con otro, sin que entre ambos haya un acuerdo y un diálogo razonables sobre atención médica, tareas escolares, vida social y todos los pormenores que acompañan la crianza de un hijo. Lo cierto es que la investigación desaconseja la custodia compartida en estos casos. 117 Los estudios han indicado muchas veces que las relaciones muy conflictivas entre los padres provocan dificultades en el desarrollo de los hijos, tanto en familias divorciadas como no divorciadas. La conclusión natural es que una medida de custodia que exponga al niño a un menor conflicto entre los padres es mejor que otra que lo exponga a un conflicto mayor, y es claro que la custodia compartida, cuando hay una mala relación, aseguraría el conflicto permanente entre los padres. Por otra parte, los jueces deberían valorar en qué medida la petición de custodia compartida está basada en un deseo sincero del padre de atender a su hijo o bien en el propósito de molestar a su expareja o bien de ahorrarse la pensión por el hijo. Aunque esta idea pueda parecer ridícula, en mi trayectoria profesional he visto ya varios casos de esta naturaleza, y todavía más: casos en los que el padre ha intentado quitar la custodia a la madre para hacerle daño. Una vez obtenida esa custodia (mediante la manipulación del hijo), ese padre se desentiende por completo de su bienestar. Creo también muy importante que el equipo técnico del juez averigüe quién se ha preocupado en realidad por los hijos antes de dirimir el tipo de custodia a imponer por el juez. Es sorprendente ver cómo algunos padres (e incluyo también aquí a algunas madres) apenas han tenido tiempo para sus hijos, y de pronto, en el calor del proceso, se proclaman padres devotos y solícitos en hacer todo lo necesario por ellos. No digo que tales padres o madres no puedan ahora arrepentirse de tan poco interés y quieran enmendar el pasado, pero muy probablemente mentirán en la exploración para dar una imagen más favorable de la que es real en cuanto al rol como padre o madre que han desempeñado hasta esos momentos, y carecerán posiblemente de las habilidades necesarias para ocuparse durante un tiempo prolongado de sus hijos (para no mencionar la paciencia). De igual modo, el vínculo afectivo del progenitor que apenas ha estado en compañía del niño será menos sólido en comparación con el vínculo existente con el otro. En tales casos sería aconsejable otorgar la custodia al progenitor que ha invertido más su tiempo en el hijo —además de cumplir con todos los condicionantes exigibles— y ver cómo el otro padre evoluciona en el tiempo por lo que respecta a esas pretensiones y promesas de cuidar más y mejor a aquél. Los malos tratos en el proceso de divorcio ¿Qué tiene que hacer el abogado si su cliente, como consecuencia del proceso de divorcio, revela que ha sufrido malos tratos, o bien que lo han sufrido sus hijos? En ocasiones ocurre que la esposa no emplea ese término, pero el abogado concluye, por la exposición de los hechos que le relata, que éstos se han producido. Otra posibilidad es que sea el evaluador del equipo técnico el que pueda encontrarse en esta situación si, 118 como consecuencia de su exploración, llega a la conclusión de que ha habido una situación de malos tratos, aunque la propia víctima no haya sido consciente de ello. No cabe duda de que un tema particularmente delicado en el proceso de evaluación de la custodia lo constituye la posible existencia de malos tratos sobre la mujer (generalmente, sobre todo de tipo físico), o sobre los hijos. Lo cierto es que, aunque no es algo habitual, hay alegaciones de esta naturaleza que son falsas, lo que subraya la importancia de ser cuidadosos en su valoración. Las razones que están detrás de estas acusaciones son diversas: el deseo de adquirir la custodia del niño en disputa a toda costa, la venganza, o el miedo a que el niño desarrolle una relación positiva con el otro progenitor. Probablemente es más frecuente que ocurra lo contrario, es decir, que haya habido episodios de malos tratos hacia los hijos o la mujer que nunca hayan sido denunciados previamente. Si bien la ley actual en España favorece la custodia de los hijos por la mujer si el cónyuge ha sido condenado por malos tratos hacia ella o los hijos —la sentencia del caso de Denia fue por esto llamativa y polémica—, una madre, frente a los evaluadores familiares, puede temer también que una denuncia de esa naturaleza tenga repercusiones negativas en la determinación de la custodia de los hijos. En Estados Unidos se ha constatado que el miedo a perder la custodia motiva que muchas mujeres maltratadas escondan este hecho, ya que temen que sus hijos sean puestos bajo la tutela del Estado si se considera que la madre está traumatizada o que esos episodios de violencia puedan repetirse y ser observados por el niño. Otra posibilidad es que la madre piense que la ausencia de evidencias directas tendrá como resultado que el juez no la crea si declara que ella o su hijo fueron abusados por el cónyuge. La madre puede temer, en todo caso, que se le juzgue moralmente. ¿Qué clase de madre fue que no supo proteger a sus hijos? Ésa es una pregunta dolorosa de contestar si aparecen en el transcurso del proceso de divorcio episodios de maltrato o abuso hacia los niños. Y dado que en los casos de violencia de género, esa violencia puede ser presenciada o incluso extendida (al menos en forma de negligencia por parte del agresor) a los hijos, para muchas madres éste es un paso amargo. Ahora bien, es evidente que la legislación española tiene diversas medidas para considerar estas circunstancias, protegiendo el bienestar de la mujer y los hijos. En cualquier caso, estos hechos no deberían ocultarse, porque si pasaran desapercibidos al abogado y por ello al juez, entonces las medidas a tomar como consecuencia del divorcio podrían ser claramente inadecuadas, particularmente si hay un riesgo grave de violencia hacia la mujer o los hijos. Por otra parte, aun cuando ese riesgo grave no exista, es evidente que una relación con un excónyuge violento ha de tenerse en cuenta a la hora de determinar el tipo de relación que va a establecerse con su hijo, porque de hecho podemos considerar de 119 forma inmediata que un progenitor que golpea a otro no está cualificado como un padre aceptable, por diversas razones: porque el ejercicio de la violencia desatiende las necesidades emocionales de los hijos, establece modelos incompetentes de resolución de conflictos, refleja actitudes hostiles hacia la mujer y enfatiza la aprobación de la violencia sobre otra persona como medio para conseguir los fines propuestos, todo lo cual constituye una influencia muy dañina para los hijos. Por lo anterior, la constatación de que existe violencia contra el otro progenitor debe ser un argumento necesario y suficiente para que se investigue al agresor también como maltratador de sus hijos, ya sea mediante el abuso físico o el psicológico, o en forma de desatención (negligencia) de sus necesidades básicas. Las estadísticas señalan que hay quince veces más probabilidades de que exista maltrato a los niños en los hogares donde hay violencia de pareja, y sabemos que con frecuencia la gravedad de ésta se relaciona con la gravedad del maltrato a los niños. En otras palabras, generalmente, cuanto más violento sea el hombre contra la mujer, más violento será en el trato con sus hijos. De hecho, hoy en día sabemos que la violencia de género puede aumentar después de la separación o divorcio, lo que puede poner en un riesgo importante a la mujer e incluso a los niños.[55] La legislación española dispone de medidas de protección diversas, y puede determinar la suspensión de la patria potestad o de la custodia de los hijos para los agresores. Existen indicadores y comportamientos asociados con un riesgo elevado de agredir a una exesposa.[56] Los abogados y los profesionales que intervienen en los equipos técnicos deberían atender, entre otros, a los siguientes: conducta violenta y delictiva en el pasado, intensidad y frecuencia de la violencia sufrida por la víctima durante la convivencia o relación, posesión de armas, conductas de acoso, abuso de alcohol y drogas, antecedentes y manifestaciones actuales de desequilibrio psicológico y amenazas de agresión o de suicidio. El equipo técnico que asesora al juez en los procesos de divorcio ha de estar alerta ante la existencia oculta de progenitores violentos. Los abogados, igualmente, deberían ser conscientes de la existencia de estas personas. En particular, las personalidades fuertemente narcisistas y con rasgos psicopáticos pueden ser difíciles de detectar, ya que muchas de sus acciones y estilos de relación con la expareja y los hijos están enmascarados por una apariencia externa de control y, aparentemente, de cumplimiento escrupuloso de sus deberes paternos. Igualmente puede haber ausencia de actos físicos violentos, pero una presencia intensa de manipulación y abuso psicológico. Existe el riesgo de creer que la mujer (generalmente, pero también el hombre) está exagerando o interpretando cosas de forma errónea cuando describe a su expareja para perjudicarle en el proceso de divorcio. Si los psicólogos y los otros profesionales que asesoran al juez no exploran convenientemente la posibilidad de que tales declaraciones sean ciertas, 120 cometerán un error que puede tener repercusiones nefastas sobre la familia. Finalmente, otra cuestión de este apartado es determinar en qué medida un hombre que ha sido condenado previamente por un delito de violencia de género, y que por ello le fue retirada por un tiempo la patria potestad, está de nuevo preparado para atender a sus hijos. A mi modo de ver, esto es muy importante, porque un error al determinar si esta persona está ya «rehabilitada» puede llevar de nuevo a que su exmujer y sus hijos pasen por situaciones difíciles, al menos teniendo que soportar un clima de violencia psicológica. Así pues, el juez de familia tendría que determinar si las actitudes del progenitor hacia la relación con su expareja han cambiado de forma satisfactoria. ¿Qué significa que un hombre violento en el hogar «ha cambiado»? Un estudio halló diferentes aspectos relacionados con el cambio de la conducta de maltrato a través de análisis cualitativos de entrevistas realizadas con nueve agresores reformados.[57] Estos hombres habían asistido a una media de 35 sesiones en un grupo de tratamiento de orientación feminista (donde se ponía el énfasis en el papel del maltrato como medio de controlar a la mujer, y en las actitudes machistas que lo respaldaban), y fueron identificados por sus consejeros y sus parejas como hombres que ya no eran violentos en el hogar. Después de entrevistas de una hora de duración, cuatro elementos relacionados con el cambio aparecieron nombrados por al menos el 75 % de los sujetos en un mínimo de dos ocasiones: a) b) c) d) Una mayor responsabilidad en la asunción de su conducta pasada de maltrato. El incremento de la empatía hacia el dolor causado a su pareja. Una reducción de la dependencia hacia su pareja. Una mayor capacidad para la comunicación interpersonal, que incluía aprendizaje en técnicas de solución de conflictos, como la detección precoz de la pérdida de control. Así pues, los profesionales deberían asesorar al juez encargado de aprobar que un agresor tenga de nuevo un régimen de visitas normalizado con sus hijos, destacando si estos aspectos habían sido asumidos por aquél. A diferencia de los hombres de este estudio, que estaban casados o conviviendo todavía con sus parejas, el supuesto que estamos manejando aquí es el de hombres ya divorciados de sus mujeres, pero no debemos olvidar que la reanudación de la custodia por parte del padre (en un régimen de visitas a determinar por el juez) supone necesariamente que ambos progenitores tendrán que volver a mantener una relación; por esto es pertinente averiguar si el anteriormente condenado es ahora un hombre capaz de ofrecer un modelo positivo a su hijo, tratando con consideración a su exmujer y no enseñando actitudes de violencia y desprecio a aquél. 121 122 123 EPÍLOGO Estoy sorprendido, a pesar de mi experiencia, de con cuánta facilidad la gente olvida su propio bienestar —y lo que es peor, el de sus hijos— para entregarse a una vendetta que intente seguir el conflicto o el tipo de relación dañina que se culminó en el divorcio. Esto es un grave error. A medio y largo plazo se pierde mucha energía positiva, y nadie sale ganando. Aunque nuestra expareja sea un manipulador o un psicópata, esas acciones de venganza por el daño y la infelicidad sufridos no traen a cuenta; has de ocuparte más de buscar tu plenitud, como señalé anteriormente. En la práctica, la moralidad no se puede legislar. La abundancia de divorcios y, sobre todo, de pleitos sin acuerdos refleja la incapacidad de mucha gente para llevar su vida liderada por unos principios sólidos. Hay veces en que uno, simplemente, se equivoca, o el otro es lo suficientemente hábil como para equivocarle. Bien, eso quizás sea difícil de evitar, pero sí es seguro que tu responsabilidad es lograr que ese dolor y tristeza hayan servido para algo, que fructifiquen en un futuro donde puedas calibrar mejor a la gente y hallar una felicidad merecida. Siempre habrá manipuladores aventajados y sujetos dentro del espectro de la psicopatía en el mundo: en la política, en los negocios... en todas partes. Ellos también se casan o forman una convivencia. El mejor modo de evitar implicarse con uno de ellos ha sido explicado en estas páginas; todo ello se puede resumir en: observa lo que hace, si eso que ves no entra en tu sistema de valores, no lo justifiques y aléjate de él. De igual modo, la mujer con un TLP presenta unos indicadores muy obvios que deberían ser tenidos en cuenta claramente como un aviso de lo que nos espera si nos casamos con ella. Aunque pueden ser muy atractivas y emocionantes, la gravedad de sus síntomas plantea innumerables problemas en el matrimonio y la educación de los hijos. Si esos síntomas se ven acompañados por una profunda dureza emocional, podemos encontrarnos incluso con una mujer psicópata, y las cosas pueden ser todavía más complicadas. Como hemos visto en el capítulo sobre la inteligencia educacional, los hijos tienen una serie de metas vitales para las cuales la educación de los padres es esencial. La agresividad y la manipulación no son hábitos de comportamientos para triunfar en el mundo, en contra de lo que muchas veces se oye. Sólo si entendemos «agresividad» como sinónimo de persistencia y empuje podría aceptar tal idea, pero aun así conviene respetar el sentido de las palabras: la agresión se justifica en defensa propia o para preservar de un mal a otro; el empuje y la persistencia encajan en el afán de superación, 124 como ya expliqué en el mencionado capítulo. Quien es agresivo y manipulador busca obtener una ventaja ilegítima a costa del bienestar de otra persona, y eso es injustificable. En este libro, la idea esencial es que el divorcio no tiene por qué ser un obstáculo insalvable hacia la felicidad, ni de los padres ni de los hijos. Los abogados y jueces deberían ser sensibles ante las diferentes peculiaridades de sus clientes y el modo en que la realidad de los hechos puede ocultarse. Si los padres colaboraran, todo sería más fácil, pero también es importante que los profesionales que examinan a los padres y a los niños no se dejen llevar por ideas preconcebidas y se atrevan a desentrañar las claves del caso que están analizando, porque muchas veces hace falta un esfuerzo para ver la verdad, por compleja que ésta pueda ser. Un concepto crítico para salir adelante después de un divorcio es la esperanza. Los individuos que la conservan se muestran más eficientes en la solución de los problemas, en sacar algo productivo de un estado de cosas insatisfactorio e incluso a la hora de enfrentarse a la enfermedad o incapacidad.[58] Viktor Frankl, el afamado psiquiatra que creó su filosofía terapéutica a partir de sus vivencias personales en los campos de concentración alemanes durante la segunda guerra mundial, escribió que existía un vínculo «entre el estado de la mente de un hombre —su coraje y su esperanza, o la ausencia de éstos— y el estado inmunitario de su cuerpo».[59] Ahora bien, no estoy aquí abogando por una esperanza irracional o basada en un optimismo desaforado, sino en lo que podríamos denominar «la esperanza razonable» o «esperanza realista».[60] Su contenido nos remite a las ideas de la sensibilidad y la moderación, y huye de las imágenes idílicas de la esperanza como una especie de don magnífico que se nos otorga y por el cual creemos que todos nuestros problemas se van a arreglar con tal de que la conservemos. Al contrario, la esperanza razonable suaviza la polaridad existente entre la esperanza y la desesperación y permite que más gente pueda situarse en el lado de la esperanza. La esperanza razonable toma en consideración a las otras personas importantes en la vida del individuo; ya no esperamos ver a alguien «esperanzado» superar todos sus problemas con la sola energía de esa cualidad, sino que confiamos en que aquellos otros que nos quieren pueden ayudarnos en el proceso de creer que podemos seguir adelante. Y en tal proceso, el tiempo es una dimensión crítica, ya que el objetivo de la esperanza razonable es precisamente hacer que sintamos que aquello que existe ahora nos prepara para enfrentarnos a lo que nos depara el futuro: el presente está lleno de cosas que hay que hacer; el presente, el aquí y ahora, nos ocupa con tareas que tenemos que cumplimentar para tener éxito en nuestra empresa; por ello, el presente no consiste en esperar un «futuro mejor», o que «las cosas cambien», sino en trabajar desde ahora para que ese futuro llegue a materializarse. Ésta es una idea crucial. En el corazón de una esperanza realista está la actividad que 125 estamos realizando ahora; no es el resultado esperado. Si ahora luchas cada mañana por ir a trabajar y retomar tu vida social después de la separación, es eso lo que tiene sentido, lo que debe llenar de esperanza tu futuro, no la creencia difusa de que «algún día las cosas se arreglarán». La primera característica de la esperanza razonable es que ésta es relacional; esperamos salir adelante porque los que están conmigo me apoyan en esto. Como es lógico, no todas las personas que nos rodean son buenas compañías; para el viaje de la esperanza necesitamos prescindir de los que nos roban nuestra energía, los que nos inducen al desaliento. Me refiero aquí a aquellas personas que de modo solapado estrangulan nuestra existencia con su acoso, su abuso o un cruel pesimismo, que hacen que nuestros esfuerzos parezcan siempre baldíos, y que nos quitan la energía porque gastamos mucho esfuerzo en contrarrestarlas. Son esos hombres enojados con el mundo, que duermen sus frustraciones en alcohol, que degradan a sus parejas en medio de promesas que nunca cumplen y que emplean luego todo tipo de chantaje emocional para, primero, que se crean ellas locas e histéricas, y luego que se sientan culpables cuando al fin deciden abandonarlos y mirar hacia delante sin el hastío de esa carga. Son esas mujeres que no saben lo que quieren —o lo saben demasiado bien— y buscan salir siempre airosas al precio de dejar a sus parejas en la más absoluta confusión. Otra cualidad de la esperanza razonable es que se basa en la práctica: es algo que hacemos junto a otros. Una práctica es una acción que responde a un programa emprendido; detrás hay un propósito, una estrategia; es una expresión de lo que uno quiere ser y de cómo quiere actuar en el mundo. No podemos sentarnos a desear que sucedan cosas; hay que provocarlas. Si estás insatisfecha sobre determinados aspectos de la educación de tu hijo por parte de tu expareja, intenta hablar con él o ella. Si te sientes sola, moviliza a tus amigos, ilusiónate por disfrutar de nuevo con la compañía, no para «tener otra persona a la que querer», no para que alguien valide que seguimos siendo deseables, sino porque ese movimiento, ese comportamiento de abrirse hacia los otros tiene un valor en sí mismo, es la acción que significa que estás tomando el control de tu vida de nuevo. La meta final ahora no importa, es ese camino lo que te fortalece y te da esperanza. ¿Por qué es importante ese caminar, ese proceso, esa práctica? Porque el futuro es algo indeterminado, incierto, no sabemos lo que nos deparará. La desesperación, por el contrario, implica que ya no tenemos ningún futuro: si me abandona, mi vida se habrá acabado: ¿cómo voy a poder ahora —que él o ella ya no me quiere— disfrutar de las cosas, sin ir cogido de su brazo, sin poder ver y comentar las cosas que se ofrecen ante mí? ¿Cómo podré ser un buen padre si ya no puedo leer a mi hijo todas las noches un cuento, si ya no podré darle las buenas noches cada día? Frente a estas ideas de desesperanza, que nos dicen que ya no podemos esperar nada del porvenir, la esperanza 126 realista nos susurra: «No te pares, no te apiades de ti mismo; este dolor puede fructificar en algo positivo, todo este sufrimiento servirá para algo; haz que todo este esfuerzo, esas lágrimas que ahora contienes a duras penas, se tornen en perseverancia para seguir adelante». Por eso es el proceso, el camino, lo que estás haciendo aquí y ahora lo que da pleno significado a tu vida, lo que te proporciona esperanza. El mero hecho de poder volver a sentir la calidez del sol, la sonrisa próxima de tu hijo, el abrazo de un amigo, todo eso es ya vida, retazos de ella, y si logras seguir este camino estás ya creando un nuevo futuro para ti, porque tú no eres esclavo de tu pasado. Se trata de una «apertura fundamental» de tu espíritu; actuando en comunión con otros enciendes una luz, aunque tenue, que te servirá para devolverte la capacidad de ilusionarte en la construcción de una nueva realidad. Y de pronto, en este camino, la esperanza razonable nos va enseñando nuevas metas, metas realistas, alcanzables, acerca de las cuales sabemos cómo obrar para lograrlas, aunque claro está, puede haber errores y retrocesos. Así, descubrimos que esos días que ahora pasamos con nuestro hijo podemos llenarlos de un contenido especial, de una energía renovada, que antes no veíamos sumidos en las dificultades de pareja. O descubrimos que podemos conocer a gente nueva, algo que antes no teníamos previsto en nuestro horizonte vital. Se trata de esperanzas sobre metas humildes: no es querer empeñarnos en conocer por fin a la «pareja ideal», o en que definitivamente nuestra expareja comprenda cuáles son nuestros derechos y necesidades y se avenga a concedérnoslos; o en que nuestro hijo en breve pedirá un cambio de custodia y al fin lo tengamos casi sólo para nosotros... La esperanza razonable puede coexistir con momentos de desesperación; no es blanco o negro, como la esperanza optimista, que siempre es de color vivo y feliz; la esperanza realista nos lleva por un mundo de dudas y contradicciones, de tropiezos y dificultades. Pero ese camino lleno de sombras nos ofrece al tiempo el paso a nuestra propia liberación, a nuestro crecimiento como seres humanos. La lucha por avanzar nos proporciona consuelo y aliento, y el secreto está en no sucumbir cuando sentimos el frío y la soledad, porque sabemos que, si nos levantamos, estaremos ya obteniendo la recompensa de crear humanidad y propósito a nuestra existencia: saber reconocernos como personas dignas, en busca de unas metas que nos abren a los demás y al mundo, que nos ayudan a ser mejores amigos, amantes y padres, todo eso forma parte de lo que llamamos Vida. 127 128 AGRADECIMIENTOS A la letrada María Tomasa Cons Pazo, por sus comentarios del manuscrito. A la letrada Sylvia Martín Martín, por compartir ideas y darme sugerencias valiosas. A todas las personas que mostraron coraje al enfrentarse a una ruptura. 129 130 NOTAS [1] Gehart, D. R., y McCollum, E. (2007), Engaging suffering: Towards a mindful re-visioning of family therapy practice, Journal of Marital and Family Therapy, 33, 214-226. 131 [2] Ver: http://www.huffingtonpost.es/2012/09/13/divorcios-2012_n_187 4325.html. También parece que la crisis económica ha afectado a la voluntad de las parejas para romper la relación. Ver Banschick, M. (2011), Getting a divorce recession-style. USA Today, noviembre, pp. 48-49. 132 [3] John Gottman y N. Silver (1999), The seven principles for making marriage work, Londres, Orion. 133 [4] N. Gartrell, H. Bos, H. Peyser, A. Deck y C. Rodas (2011), Family Characteristics, custody arrangements and adolescent psychological well-being after lesbian mothers break up. Family Relations, 60, 572-585. 134 [5] Nathaniel Branden (1969), The psychology of self-esteem (edición 2011), Nueva York, Wiley. 135 [6] Mandelbaum, T. (2011), Psychological tasks associated with divorce: Eat, pray, love (2010), An unmarried woman (1978), and Kramer vs. Kramer (1979). The American Journal of Psychoanalysis, 71, 121-133. 136 [7] Un caso extremo de ello es el que se relata en el libro de V. Garrido y P. López (2013), El secreto de Bretón, Barcelona, Ariel. 137 [8] Julian Barnes (2012), El sentido de un final, Barcelona, Anagrama, p. 70. 138 [9] Javier Marías (2011), Los enamoramientos, Madrid, Alfaguara, p. 356. 139 [10] Mandelbaum, T. (2011), Psychological tasks associated with divorce: Eat, pray, love (2010), An unmarried woman (1978), and Kramer vs. Kramer (1979). The American Journal of Psychoanalysis, 71, 121-133. 140 [11] Ídem. 141 [12] Anderson, E. R., y Greene, S. M. (2011), My child and I are a package deal: Balancing adult and child concerns in repartnering after divorce. Journal of Family Psychology, 25, 741-750. 142 [13] Ídem. 143 [14] Buss, D. M. (2011), Evolutionary psychology: The new science of the mind (4.a ed.), Boston, Pearson. 144 [15] Pavlát, J. y Süsta, M. (2008), Children in parental litigation. Ceskoslovenská Psychologie, 52, 458 y ss. 145 [16] Garrido, V. (2004), Cara a cara con el psicópata, Barcelona, Ariel. 146 [17] Fisher, S. (2010), An examination of a sense of entitlement in violent men: Violence towards others and the self. Tesis doctoral: Universidad de Murdoch, Australia. 147 [18] También se llama «pasiva-encubierta». No confundir con la conducta «pasivo-agresiva». Como su nombre indica, ésta supone agredir a través de la pasividad, de la inacción, por ejemplo fingir que se olvidan cosas, negarse a hablar con alguien. La conducta agresiva-encubierta es activa, aunque se realiza de forma velada. 148 [19] Seguimos aquí el trabajo de Simon (2009), In sheep’s clothing: Understanding and dealing with manipulative people, Little Rock, Parkhurst Brothers. 149 [20] También es muy habitual esta táctica entre los hijos tiranos: decir que sus madres les odian o que otros padres son mucho mejores padres que los suyos siempre son comentarios muy perturbadores para la persona que los escucha. ¿Qué pensar si nuestro hijo dice que hacemos con nuestras prohibiciones que su vida sea un infierno? ¿Cómo nos sentimos si nos dice que es muy desgraciado por el modo en que le tratamos? Esas declaraciones nos hacen sentirnos mal, que dudemos: ¿no estaremos siendo muy duros con él? ¿No me estaré excediendo? Sólo cuando nos tomamos tiempo, cuando ponemos en perspectiva esos comentarios dentro del contexto de todo su comportamiento y de su relación con nosotros, podemos comprender que su intento al decir esas cosas es que le permitamos hacer lo que desea. Observa —y ése es el test definitivo de que tu obrar está justificado—, sin embargo, que eso que pretende no redunda en su beneficio, sino que le perjudica, porque si accedieras a lo que te pide entonces pasaría menos tiempo haciendo los deberes, o fumaría porros, o nunca haría ninguna tarea en casa, y un largo etcétera. Ver V. Garrido (2006), Los hijos tiranos: El síndrome del emperador, Barcelona, Ariel. 150 [21] Ver la obra de Simon ya citada, pero también Cara a cara con el psicópata, así como las obras de Brown, S. (2009), Women who love psychopaths, Penrose, NC, Mask Publishing, y de Silver, J. (2012), Almost a psychopath, Center City, Min, Hazelden. 151 [22] Dainese, S. M., Allemand, M., Ribeiro, N., Bayram, S., Martin, M. y Ehlert, U. (2011), Protective factors in midlife: How do people stay healthy? GeroPsych, 24, 19-29. 152 [23] Dado que el trastorno afecta sobre todo a las mujeres, emplearé el femenino para referirme a este tipo de pacientes, del mismo modo que he empleado el masculino para referirme a los psicópatas o al espectro de los sujetos «sin conciencia» en el capítulo anterior. 153 [24] Crump, D., y Anderson, J. S. (2009), Effects upon divorce proceedings when a spouse suffers from borderline personality disorder. Family Law Quarterly, 43, 571-586. 154 [25] Kernberg, O. (1975), Borderline conditions and pathological narcissism, Nueva York, Aronson. 155 [26] Éste es un caso compuesto de un ejemplo citado en Crump y Anderson, op. cit., y de otro procedente de mis archivos personales. 156 [27] Kelly, J.B. (2003), Parents with enduring child disputes: Multiple pathways to enduring disputes, Journal of Family Studies, 9, 37-50, y Crump y Anderson, op. cit. 157 [28] Hicks, B., Carlson. M., Blonigen, D. M. y Patrick, C. J. (2012), Psychopathic personality traits and environmental contexts: Differential correlates, gender differences and genetic mediation. Personality Disorders: Theory, Research and Treatment, 3, 209-227. 158 [29] Wietzker, A., Buysee, A., Loeys, T., y Brondeel, R. (2011), Easing the conscience: Feeling guilty makes people cooperate in divorce negotiations, Journal of Social and Personal Relationships, 29, 324-336. 159 [30] Yárnoz-Yaben, S. (2010), Attachment style and adjustment to divorce, The Spanish Journal of Psychology, 13, 210-219. 160 [31] Carter, B., y McGoldnick, M. (1989), The changing family life cycle: A framework for family therapy. Boston, Allyn and Bacon. 161 [32] Viktor Frankl (2004), El hombre en busca de sentido. Barcelona, Herder, pp. 126-127. 162 [33] John Dewey (1900), La escuela y la sociedad [The school and society], Chicago, The University of Chicago Press. Ver Sydney Hook (2000), John Dewey, semblanza intelectual, Barcelona, Paidós. 163 [34] Eldar-Avidan, D., Haj-Yahia, M. y Greenbaum, C.W. (2009). Divorce is a part of my life... Resilience, survival and vulnerability: Young adults’ perception of the implications of parental divorce. Journal of Marital and Family Therapy, 35, 30-46. 164 [35] Laumann-Billings, L., y Emery, R. E. (2003). Distress among young adults from divorced families. Journal of Family Psychology, 14, 671-687. 165 [36] Amato, P. R. (2000). The consecuences of divorce for adults and children. Journal of Marriage and the Family, 62, 1269-1287. 166 [37] Eldar-Avidan, D., Haj-Yahia, M. y Greenbaum, C.W. (2009), op. cit. 167 [38] La inteligencia educacional se desarrolla de modo monográfico en mi libro Mientras vivas en casa: La inteligencia educacional, Barcelona, Sello Editorial, 2009. 168 [39] La cita de Spinoza sobre la servidumbre se corresponde con el título de la cuarta parte de la Ética, llamad0 «De la servidumbre humana, o de la fuerza de los afectos». Tomado de Steven Nadler, Spinoza (1999), Madrid, Acento, p. 328. 169 [40] Stefan Zweig en su obra Montaigne (2008), Barcelona, Acantilado. 170 [41] Kagan, J. (2006), An argument for mind, New Haven, Yale University Press. 171 [42] Noddings, N. (2005), Happiness and education, Nueva York, Cambridge University Press. 172 [43] Stuparich, D. (2008), La isla, Barcelona, Minúscula, p. 66. 173 [44] Kruk, E. (2010), Parental and social responsibilities to children’s needs in the divorce transition: Fathers’ perspective, The Journal of Men’s Studies, 18, 159-178. 174 [45] El término de «padre» lo empleo de forma genérica para referirme en abstracto al padre o a la madre, salvo que el texto indique lo contrario. 175 [46] Luftman, V. H., Veltkamp, L. J., Clark, J. J., Lannacone, S., y Snooks, H. (2005), Practice guidelines in child custody evaluations for licensed clinical social workers, Clinical Social Work Journal, 32, 327-357. 176 [47] Barnett, J. E. (ed.) (2009), Ethical and professional considerations in divorce and child custody cases, Professional Psychology: Research and Practice, 40, 538-549. 177 [48] Merkin, D. (2012), Is depression interited?, The New York Times, 28 de julio. 178 [49] Jolivet, K. R. (2011), The psychological impact of divorce on children: What is a family lawyer to do?, American Journal of Family Law, pp. 175-183. 179 [50] Jolivet, K. R. op. cit. 180 [51] La magistrada recuerda en el fallo que la ley veta de forma general la guarda conjunta cuando uno de los cónyuges «esté incurso en un proceso penal iniciado por atentar contra la vida, la integridad física, la libertad, la integridad moral o la libertad e indemnidad sexual del otro cónyuge o de los hijos que convivan con ambos». Y también, cuando de las alegaciones de las partes y las pruebas practicadas el juez advierta «indicios fundados de violencia doméstica». La juez constata que, en este caso, no es que el padre estuviese incurso en un procedimiento penal «sino que ha sido condenado por un delito relacionado con la violencia de género». Pero se acoge a una excepción contemplada en el mismo Código Civil, que permite obviar las prevenciones anteriores y decretar la guarda compartida «fundamentándola en que sólo de esta forma se protege adecuadamente el interés superior del menor». (Ver El País, 3 de enero de 2013.) 181 [52] Hay veces en que los jueces no cuentan con esos equipos, si la población es pequeña. Por otra parte, a pesar de que el nivel medio de tales equipos en España es adecuado, he de decir que en ocasiones me he encontrado con informes técnicos muy pobres y limitados. 182 [53] Bauserman, R. (2002), Child adjustment in joint-custody versus sole-custody arragements. A meta-analytic review, Journal of Family Psychology, 16, 91-102. 183 [54] Spruijt, E., y Duindam, V. (2010), Joint Physical custody in The Netherlands and the well-being of children, Journal of Divorce & Remarriage, 51, 65-82. 184 [55] Garrido, V. (2001), Amores que matan: violencia y acoso contra las mujeres, Alzira, Valencia. 185 [56] Scott, K. L., y Wolfe, D. (2000), Change among batterers. Journal of Interpersonal Violence, 15, 827-842. 186 [57] Es interesante señalar que el programa, desarrollado en la Agencia Changing Ways (Caminos para el cambio), de London (Ontario), en Canadá, tenía dos fases: la básica (de 20 semanas) y la avanzada (14-20 semanas). Sólo del 20 al 30 % de los sujetos que asistían a los cursos (voluntarios y enviados por el tribunal) pasaban a la segunda etapa. 187 [58] Snyder, C., Cheavnas, J. y Michael, S. T. (1999), Hoping. En C. R. Snyder (editor), Coping: The psychology of what works, pp. 205-231. Nueva York: Oxford University Press. 188 [59] Frankl, V. (2004), El hombre en búsqueda de sentido, Barcelona, Herder. 189 [60] Weingarten, K. (2010), Reasonable hope: Construct, clinical applications, and supports, Family Process, 49, 5-25. Las referencias a la «esperanza razonable» provienen de este texto. 190 191 Cómo sobrevivir a una ruptura Vicente Garrido No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal) Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47 © del diseño de la portada, Mauricio Restrepo, 2013 © de la imagen de la portada, © SeDmi / Shutterstock © Vicente Garrido, 2013 © Editorial Planeta, S. A., 2013 Editorial Ariel es un sello editorial de Planeta, S. A. Av. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España) www.planetadelibros.com Primera edición en libro electrónico (epub): septiembre 2013 ISBN: 978-84-344-0988-0 Conversión a libro electrónico: Victor Igual www.victorigual.com 192 Índice Índice Dedicatoria Introducción 1. Psicología del divorcio 2. El síndrome del corazón roto 3. La nueva pareja 4. El hombre en el espectro de la psicopatía 5. La mujer con trastorno límite de personalidad 6. Afrontar el divorcio 7. Padres divorciados con inteligencia educacional 8. Los determinantes de la custodia: el examen de los padres 9. Los abogados en el proceso de divorcio y el tipo de custodia Epílogo Agradecimientos Notas Créditos 193 2 4 6 9 19 24 30 50 59 69 95 110 123 128 130 191