Contiene: - ARL Corpus Christi B PAGOLA El Cuerpo y la Sangre del Señor Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo B Semana del 7 al 13 de junio 6 Homilías ARL Corpus Christi B Este es mi cuerpo. Esta es mi sangre La Eucaristías se celebra siempre, en cierto sentido, sobre “el altar del mundo”. Une el cielo y la tierra. Comprende y abarca toda la creación. No pocas veces, en nuestra experiencia, la participación en la Misa parece marcada por la rutina de la costumbre o resulta pesada por la carga de observar un precepto dominical. El regalo más grande que nos pueda hacer hoy el Espíritu del Señor, sea experimentar y sentirnos invadidos del grato estupor que siempre debería llenarnos cuando celebramos este grandísimo sacramento. Una palabra clave para entrar en el misterio de la Santísima Eucaristía es la Alianza: la hemos escuchado en las tres lecturas que se han proclamado. El libro del Éxodo nos recordó cómo Dios, después de haber liberado al pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto, le propuso su alianza y el pueblo juró fidelidad eterna al Señor. El pacto queda registrado en un cierto contrato, llamado “libro de la alianza”; Moisés, como mediador entre Dios e Israel ha leído las cláusulas del pacto y luego de que el pueblo se ha comprometido solemnemente a observarlas, “tomó la sangre (de los animales sacrificados) y roció al pueblo diciendo: esta es la sangre de la alianza que el Señor ha establecido con ustedes sobre la base de estas palabras!”. En la concepción hebrea la sangre es el principio vital, el elemento más precioso y misterioso en el hombre, porque “la vida de toda carne es su sangre” (Lv 17, 14). La sangre derramada, mitad sobre el altar de Dios y mitad sobre el pueblo, representa así la vida: ahora entre el Señor e Israel corre la misma sangre, está vigente un pacto de pertenencia recíproca, fluye una relación de amor de ida y vuelta. Cuando Jesús llega a la última noche de sus vida, la antigua alianza se había reducido a una institución casi vacía, se había convertido en un rito casi formal, del cual ya los profetas habían anunciado su futura superación. Ahora a Jesús le quedan pocas horas: Todo parece precipitarse irremediablemente hacia la catástrofe final. Judas, uno de los doce, está por ir a traicionarlo por treinta monedas; Pedro, el primero de los discípulos, esa misma noche lo negará tres veces. Es paradójico que san Marcos coloque el relato de la institución de la eucaristía entre la traición de Judas y el anuncio de la negación de Pedro y de la huída de los otros discípulos. Las palabras de Jesús sobre el pan partido y sobre la sangre derramada parecen decir que él pretende darse a sí mismo, en una libre anticipación de lo que está por serle arrebatado (o sea, el don de la propia vida), el querer darse, repartirse, espontáneamente, antes de ser “entregado” por otros. Así Jesús se apega perfectamente al designio del Padre que le pide abandonarse en las manos de sus perseguidores porque sólo así el Amor puede manifestar su omnipotencia. La vigilia de su pasión, Jesús decide “entregar” la vida que querían arrebatarle a fuerza; decide ofrecer personalmente, aquel sacrificio que otros tramaban cumplir; decide hacer consumir como alimento lo que sus perseguidores pretendían destruir. Pero si la muerte es de por si un acontecimiento de separación, ¿cómo se puede convertir en signo y medio de reconciliación? En efecto, la situación que se había creado en torno a Jesús era dramática y nada propicia para establecer una alianza: él estaba para morir, no como Juan Bautista, con la gloria del martirio, sino como un delincuente en la ignominia de la cruz. ¿Cómo puede un delito tan atroz fundar el derecho de una justa relación con Dios? ¿Cómo puede tan injusta y cruel violencia transformarse en alianza de paz? Sólo el amor del inocente Hijo de Dios podía obrar tan estupenda transformación: “después de haber amado a los suyos, (Jesús) los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1). De hecho, Jesús supera la tragedia del abandono y se ofrece voluntariamente como rehén para dejar ir libres a los suyos; se convierte en víctima de las maquinaciones de los sumos sacerdotes y de la indolencia de Pilatos, pero no invoca ni sobre ellos, ni sobre sus ejecutores la venganza de Dios: reacciona a la desolación que prueba al sentirse abandonado por el Padre, abandonándose totalmente a su vez en sus brazos misericordiosos. Esta es la transformación que se realiza en la muerte de Jesús: la transformación de su sangre criminalmente derramada en sangre pacíficamente donada en señal de alianza. Como leemos en la Carta a los Hebreos, Cristo “es mediador de la nueva alianza”, establecida no con la sangre de machos cabríos y novillos, sino con su propia sangre, estos es, haciendo don de sí mismo, de su vida y de su muerte. La Eucaristía permanecerá para siempre como el memorial de esta ofrenda de amor; en el don de sí mismo hasta el fin, el amor ha vencido a la muerte y ha producido una vida nueva: “nosotros estamos en paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Rom 5, 1). Y nuestra Misa se ha convertido para nosotros tan habitual que no nos damos cuenta de la transformación radical que ha realizado Jesús. Pensamos en la transformación del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo (la transustanciación), y está bien, porque el gesto que él ha realizado sobre esos elementos es un gesto sacramental, en cuanto él se los ha apropiado en modo tal que los discípulos lo encontraran “verdaderamente, realmente, sustancialmente”, aunque fuera bajo el velo de los signos. Pero nunca debemos olvidar que esa transformación sacramental supone la transformación existencial que Jesús ha realizado con su amor cambiando, desde el interior, el acontecimiento de su muerte en la nueva y eterna alianza. En esto, aquí, se radica el dinamismo eucarístico: la energía que nos es ofrecida con el cuerpo y la sangre de Cristo en la Eucaristía y nos permite entrar existencialmente en su sacrificio de amor. También nosotros podemos participar en la transformación eucarística: convertir, por la prodigiosa “alquimia” de la gracia, los obstáculos en ocasiones de donación, las injusticias en posibilidad de perdón, las barreras en puentes de comunicación, el dolor en oportunidad de amor. Y gracias a la Eucaristía, nos será dada la fuerza de la transformación más extraordinaria: la que cambia la incomprensión, la ingratitud, el rechazo, todo mal, -sobretodo el mal sufrido injustamente-, en don ofrecido voluntariamente a Dios Padre, lleno de obediencia filial hacia él, lleno de amor fraterno hacia quienes nos hacen sufrir. Y encontraremos la fuerza de hacernos pedazos y repartirnos entre todos, aún entre los hermanos que no tienen un rostro amable, aún cuando no recibamos nada en cambio. Y así, de día en día, hasta el final, hasta la transformación suprema: cuando nuestro morir sea pasar por su Pascua, y la última eucaristía se convierta en el “viático” para ir a donde él nos amará sin fin. Fr. Arturo Ríos Lara, OFM Roma, 7 de junio de 2015 LA CENA DEL SEÑOR Los estudios sociológicos lo destacan con datos contundentes: los cristianos de nuestras iglesias occidentales están abandonando la misa dominical. La celebración, tal como ha quedado configurada a lo largo de los siglos, ya no es capaz de nutrir su fe ni de vincularlos a la comunidad de Jesús. Lo sorprendente es que estamos dejando que la misa «se pierda» sin que este hecho apenas provoque reacción alguna entre nosotros. ¿No es la eucaristía el centro de la vida cristiana? ¿Cómo podemos permanecer pasivos, sin capacidad de tomar iniciativa alguna? ¿Por qué la jerarquía permanece tan callada e inmóvil? ¿Por qué los creyentes no manifestamos nuestra preocupación con más fuerza y dolor? La desafección por la misa está creciendo incluso entre quienes participan en ella de manera responsable e incondicional. Es la fidelidad ejemplar de estas minorías la que está sosteniendo a las comunidades, pero ¿podrá la misa seguir viva solo a base de medidas protectoras que aseguren el cumplimiento del rito actual? Las preguntas son inevitables: ¿No necesita la Iglesia en su centro una experiencia más viva y encarnada de la cena del Señor que la que ofrece la liturgia actual? ¿Estamos tan seguros de estar haciendo hoy bien lo que Jesús quiso que hiciéramos en memoria suya? ¿Es la liturgia que nosotros venimos repitiendo desde siglos la que mejor puede ayudar en estos tiempos a los creyentes a vivir lo que vivió Jesús en aquella cena memorable donde se concentra, se recapitula y se manifiesta cómo y para qué vivió y murió? ¿Es la que más nos puede atraer a vivir como discípulos suyos al servicio de su proyecto del reino del Padre? Hoy todo parece oponerse a la reforma de la misa. Sin embargo, cada vez será más necesaria si la Iglesia quiere vivir del contacto vital con Jesucristo. El camino será largo. La transformación será posible cuando la Iglesia sienta con más fuerza la necesidad de recordar a Jesús y vivir de su Espíritu. Por eso también ahora lo más responsable no es ausentarse de la misa, sino contribuir a la conversión a Jesucristo. José Antonio Pagola Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (B) (Domingo 7 de junio de 2015) LECTURAS Ésta es la sangre de la alianza que el Señor hace con ustedes Lectura del libro del Éxodo 24, 3-8 En aquellos días: Moisés fue a comunicar al pueblo todas las palabras y prescripciones del Señor, y el pueblo respondió a una sola voz: «Estamos decididos a poner en práctica todas las palabras que ha dicho el Señor». Moisés consignó por escrito las palabras del Señor, y a la mañana siguiente, bien temprano, levantó un altar al pie de la montaña y erigió doce piedras en representación de las doce tribus de Israel. Después designó a un grupo de jóvenes israelitas, y ellos ofrecieron holocaustos e inmolaron terneros al Señor, en sacrificio de comunión. Moisés tomó la mitad de la sangre, la puso en unos recipientes, y derramó la otra mitad sobre el altar. Luego tomó el documento de la alianza y lo leyó delante del pueblo, el cual exclamó: «Estamos resueltos a poner en práctica y a obedecer todo lo que el Señor ha dicho». Entonces Moisés tomó la sangre y roció con ella al pueblo, diciendo: «Ésta es la sangre de la alianza que ahora el Señor hace con ustedes, según lo establecido en estas cláusulas». Palabra de Dios. SALMO RESPONSORIAL115, 12-13. 15-18 R. Alzaré la copa de la salvación e invocaré el Nombre del Señor. O bien: Aleluia. ¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo? Alzaré la copa de la salvación e invocaré el Nombre del Señor. R. ¡Qué penosa es para el Señor la muerte de sus amigos! Yo, Señor, soy tu servidor, tu servidor, lo mismo que mi madre: por eso rompiste mis cadenas. R. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, e invocaré el Nombre del Señor. Cumpliré mis votos al Señor, en presencia de todo su pueblo. R. La sangre de Cristo purificara nuestra conciencia Lectura de la carta a los Hebreos 9, 11-15 Hermanos: Cristo, a diferencia de los sacerdotes del culto antiguo, ha venido como Sumo Sacerdote de los bienes futuros. El, a través de una Morada más excelente y perfecta que la antigua —no construida por manos humanas, es decir, no de este mundo creado—, entró de una vez por todas en el Santuario, no por la sangre de chivos y terneros, sino por su propia sangre, obteniéndonos así una redención eterna. Porque si la sangre de chivos y toros y la ceniza de ternera, con que se rocía a los que están contaminados por el pecado, los santifica, obteniéndoles la pureza externa, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por obra del Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de las obras que llevan a la muerte, para permitirnos tributar culto al Dios viviente! Por eso, Cristo es mediador de una Nueva Alianza entre Dios y los hombres, a fin de que, habiendo muerto para redención de los pecados cometidos en la primera Alianza, los que son llamados reciban la herencia eterna que ha sido prometida. Palabra de Dios. SECUENCIA Esta secuencia es optativa. Si se la canta o recita, puede decirse íntegra o en forma breve desde: * Éste es el pan de los ángeles. Glorifica, Sión, a tu Salvador, aclama con himnos y cantos a tu Jefe y tu Pastor. Glorifícalo cuanto puedas, porque Él está sobre todo elogio y nunca lo glorificarás bastante. El motivo de alabanza que hoy se nos propone es el pan que da la vida. El mismo pan que en la Cena Cristo entregó a los Doce, congregados como hermanos. Alabemos ese pan con entusiasmo, alabémoslo con alegría, que resuene nuestro júbilo ferviente. Porque hoy celebramos el día en que se renueva la institución de este sagrado banquete. En esta mesa del nuevo Rey, la Pascua de la nueva alianza pone fin a la Pascua antigua. El nuevo rito sustituye al viejo, las sombras se disipan ante la verdad, la luz ahuyenta las tinieblas. Lo que Cristo hizo en la Cena, mandó que se repitiera en memoria de su amor. Instruidos con su enseñanza, consagramos el pan y el vino para el sacrificio de la salvación. Es verdad de fe para los cristianos que el pan se convierte en la carne, y el vino, en la sangre de Cristo. Lo que no comprendes y no ves es atestiguado por la fe, por encima del orden natural. Bajo la forma del pan y del vino, que son signos solamente, se ocultan preciosas realidades. Su carne es comida, y su sangre, bebida, pero bajo cada uno de estos signos, está Cristo todo entero. Se lo recibe íntegramente, sin que nadie pueda dividirlo ni quebrarlo ni partirlo. Lo recibe uno, lo reciben mil, tanto éstos como aquél, sin que nadie pueda consumirlo. Es vida para unos y muerte para otros. Buenos y malos, todos lo reciben, pero con diverso resultado. Es muerte para los pecadores y vida para los justos; mira cómo un mismo alimento tiene efectos tan contrarios. Cuando se parte la hostia, no vaciles: recuerda que en cada fragmento está Cristo todo entero. La realidad permanece intacta, sólo se parten los signos, y Cristo no queda disminuido, ni en su ser ni en su medida. * Éste es el pan de los ángeles, convertido en alimento de los hombres peregrinos: es el verdadero pan de los hijos, que no debe tirarse a los perros. Varios signos lo anunciaron: el sacrificio de Isaac, la inmolación del Cordero pascual y el maná que comieron nuestros padres. Jesús, buen Pastor, pan verdadero, ten piedad de nosotros: apaciéntanos y cuídanos; permítenos contemplar los bienes eternos en la tierra de los vivientes. Tú, que lo sabes y lo puedes todo, Tú, que nos alimentas en este mundo, conviértenos en tus comensales del cielo, en tus coherederos y amigos, junto con todos los santos. Aleluia Jn 6, 51 Aleluia. «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente», dice el Señor. Aleluia. Evangelio Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 14, 12-16. 22-26 El primer día de la fiesta de los panes ácimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?» Él envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: "¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?" Él les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario». Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua. Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen, esto es mi Cuerpo». Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: «Ésta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios». Palabra del Señor. Guión para la Santa Misa Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor 7 de Junio 2015- Ciclo B Entrada: Por esta Solemnidad del Corpus Christi la Iglesia exulta de gozo porque el Esposo que ha dado la vida por la Iglesia entregándose a Sí mismo por Ella hoy se muestra en su exceso de amor dándose como alimento espiritual. Liturgia de la Palabra Primera Lectura Éxodo 24, 3- 8 El Señor Dios, con la sangre de una víctima inmolada, hace alianza con su Pueblo elegido. Salmo Responsorial: 115 Segunda Lectura Hebreos 9, 11- 15 Es la Sangre de Cristo la que purifica nuestras conciencias y nos obtiene una redención eterna. ***Secuencia (optativa) Evangelio Marcos 14, 12- 16. 22- 26 Cristo en la Última Cena nos dio a comer su Carne y a beber su Sangre como alianza perpetua, memorial de su Pasión. Preces: Elevemos nuestras súplicas a Nuestro Señor Jesucristo que ha querido quedarse con nosotros para ser nuestra ayuda y asistirnos. Digámosle con confianza: A cada intención respondemos cantando… * Por el Papa, obispos, presbíteros y diáconos, para que sirvan generosamente al pueblo confiado por el anuncio fiel del Evangelio y la administración digna de los Sacramentos. Oremos… * Para que la Iglesia católica esparcida en todo el mundo tome cada vez más amorosa y responsable conciencia del valor del precepto dominical para nutrirse del mismo Señor que da vida espiritual en abundancia. Oremos. * Por la paz del mundo, para que el Sacramento del Amor inspire a los hombres de buena voluntad opciones responsables para la promoción de la paz y surjan entre los fieles cristianos verdaderos artífices de paz. Oremos… * Por todos los consagrados, especialmente los sacerdotes, para que la comunión íntima con Jesús Sacramentado los transforme en santos pastores con entrañas de misericordia en la grey que el señor les ha encomendado. Oremos… Señor nuestro, Tú que has hecho alianza con nosotros de manera tan admirable, escucha con benignidad las súplicas que te dirigimos y haz que te agrademos siempre viviendo en una perpetua acción de gracias. Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. Liturgia Eucarística Ofertorio: Queremos tener los mismos sentimientos de Cristo, adoptar la condición de víctima y ofrecernos junto a Él. * Para los más necesitados queremos entregar estos alimentos como un signo providente del Dios Bueno. * En la ofrenda del Pan y del Vino, Cristo se ofrecerá al Padre eterno en nombre del género humano. Comunión: La Eucaristía es la única y verdadera fiesta del cristiano. En ella se realizan las bodas de Cristo con su Iglesia. En ella hoy triunfa Cristo y el alma lo proclama su Rey. Salida Que María nos enseñe a comulgar cada vez mejor el Santísimo cuerpo de su Hijo, para que podamos experimentar los gozos inefables de la Encarnación y prolongarla en nuestras vidas. Invitación a la procesión: El Corpus Christi es testimonio de Dios y del amor: testimonio de que Dios es amor. Amor que no se consume, sino que dona y al donar recibe. ¡Sí, que hoy Cristo reciba todo nuestro homenaje! Seguimos al Señor Sacramentado en solemne procesión. Exégesis Manuel de Tuya Preparación de la última cena (Mc.14,12-16) Mc, al decir que esta preparación va a hacerse el «primer día de los Acimos», matiza para los lectores gentiles, que es «cuando se sacrificaba la Pascua». Esto ocurre el 14 de Nisán, ya que desde el mediodía se comía pan ácimo por precaución de transgresión legal, y en el uso vulgar de esta época venía a llamarse día de los ácimos también este día previo. A diferencia de Mt, que lo presenta más desdibujado, destaca que Cristo los envió a Jerusalén, y que al llegar les «saldrá al encuentro un hombre con un cántaro de agua». Les manda seguirle, y, donde entre, que le digan al dueño que él desea celebrar en su casa la Pascua con sus discípulos, que son los apóstoles. Debe de tratarse de un amigo o discípulo de los que tenía en Jerusalén, y que incluso le hubiese invitado a celebrar la Pascua en su casa. Pero la indicación y coincidencias se presentan como proféticas. Mc no da el nombre de estos dos discípulos, que eran Pedro y Juan (Lc). Institución de la Eucaristía (Mc.14,22-25) La narración de la institución eucarística de Mc forma un grupo muy marcado con Mt, diferenciándose accidentalmente, aunque manifiestamente, del grupo Lc-Pablo. «Mientras comían» tiene lugar la institución eucarística. Para Lc, «después de haber comido». La razón es que Lc precisa el momento; fue después de haber terminado la cena estricta, comiéndose el cordero pascual, pero continuándose con los ritos de la cena. Mc-Mt sólo dicen que se celebró durante ella, sin más precisiones. En cambio, al relatar la consagración del cáliz Mc tiene una redacción extraña. Según él, Cristo tomó el cáliz, dio gracias, se lo dio, y bebieron todos de él. Y después de esto consagra su sangre. Mc seguramente lo relata así por lograr una «eliminación» del tema en orden a una mayor claridad. Desea hacer ver que todos bebieron de aquel único cáliz consagrado. Para sus lectores no podía haber la menor confusión, ya que conocían y vivían el rito histórico preciso en la «fractio panis». El provecho de esta sangre es por «muchos». Es semitismo por «todos», como se ve en diversos contextos neotestamentarios y en la literatura rabínica. Hay además una alusión literaria al «Siervo de Yahvé», que sufre por «muchos». En Mc, como en Mt, se omite la orden de repetir la celebración eucarística, que aparece en Lc y Pablo. Acaso se deba a que la tradición de Mc no recogió este elemento, o que él mismo lo omitió por innecesario, ya que estaba incluido en el hecho de la celebración. Pues una «rúbrica no se la recita, se la ejecuta». Sin embargo, es doctrina definida en Trento que con esas palabras Cristo ordenó sacerdotes a los apóstoles y preceptuó el sacrificio eucarístico. Como Mt, pone a continuación la frase «escatológica» de reunirse con ellos en la fase celeste del reino, representada, en el medio ambiente, bajo el símbolo de un banquete. (DE TUYA, M., Biblia Comentada, Va Evangelios, BAC, Madrid, 19773, p. 579 – 581) Comentario Teológico P. Carlos M. Buela, I.V.E. Sacrificio vivo Doctrina del Concilio Vaticano II El Concilio Vaticano II enseña repetidamente que la Misa es el sacrificio Eucarístico: «Nuestro Salvador, en la Última Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con lo cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el Sacrificio de la Cruz y a confiar a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera».[1] «Cuantas veces se renueva sobre el altar el sacrificio de la cruz, en que nuestra Pascua, Cristo, ha sido inmolado (1Cor 5,7), se efectúa la obra de nuestra redención».[2] «El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico se ordenan el uno para el otro, aunque cada cual participa de forma peculiar del sacerdocio de Cristo. Su diferencia es esencial, no solo gradual. Porque el sacerdocio ministerial, en virtud de la sagrada potestad que posee, modela y dirige al pueblo sacerdotal, efectúa el sacrificio eucarístico ofreciéndolo a Dios en nombre de todo el pueblo: los fieles, en cambio, en virtud del sacerdocio real, participan en la oblación de la eucaristía, en la oración y acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y caridad operante».[3] «Es, no obstante, propio del sacerdote el consumar la edificación del Cuerpo de Cristo por el sacrificio eucarístico, realizando las palabras de Dios dichas por el profeta: Desde la salida del sol hasta el ocaso es grande mi nombre entre las gentes, y en todo lugar se ofrece a mi nombre una oblación pura (Ml 1,11)».[4] Participando, en el grado propio de su ministerio del oficio de Cristo, único Mediador (1Tim 2,5), anuncian a todos la divina palabra. Pero su oficio sagrado lo ejercitan, sobre todo, en el culto eucarístico o comunión, en el cual, representando la persona de Cristo, y proclamando su Misterio, juntan con el sacrificio de su Cabeza, Cristo, las oraciones de los fieles,[5] representando y aplicando en el sacrificio de la Misa, hasta la venida del Señor, el único Sacrificio del Nuevo Testamento, a saber, el de Cristo que se ofrece a sí mismo al Padre, como hostia inmaculada[6]».[7] «La comunidad cristiana se hace signo de la presencia de Dios en el mundo; porque ella, por el Sacrificio Eucarístico, incesantemente pasa con Cristo al Padre, nutrida cuidadosamente con la palabra de Dios da testimonio de Cristo y, por fin, anda en la caridad y se inflama de espíritu apostólico».[8] «Mas el mismo Señor constituyó a algunos ministros, que ostentando la potestad sagrada en la sociedad de los fieles, tuvieran el poder sagrado del Orden para ofrecer el sacrificio… Por el ministerio de los presbíteros se consuma el sacrificio espiritual de los fieles en unión con el sacrificio de Cristo, Mediador único, que se ofrece por sus manos, en nombre de toda la Iglesia, incruenta y sacramentalmente en la Eucaristía, hasta que venga el mismo Señor. A este sacrificio se ordena y en él culmina el ministerio de los presbíteros. Porque su servicio , que comienza con el mensaje del Evangelio , saca su fuerza y poder del Sacrificio de Cristo y busca que “todo el pueblo redimido, es decir, la congregación y sociedad de los santos, ofrezca a Dios un sacrificio universal por medio del Gran Sacerdote, que se ofreció a sí mismo por nosotros en la pasión para que fuéramos el cuerpo de tal sublime cabeza y los presbíteros contribuirán a la gloria de Dios cuando ofrezcan el sacrificio eucarístico…”».[9] «Como ministros sagrados, sobre todo en el Sacrificio de la Misa , los presbíteros ocupan el lugar de Cristo, que se sacrificó a sí mismo para santificar a los hombres, y, por ende, son invitados a imitar lo que administran; ya que celebrando el misterio de la muerte del Señor, procuren mortificar sus miembros de vicios y concupiscencias. En el misterio del Sacrificio Eucarístico, en que los sacerdotes desempeñan su función principal, se realiza continuamente la obra de nuestra redención y, por tanto, se recomienda encarecidamente su celebración diaria, la cual, aun cuando no puedan estar presentes los fieles, es acción de Cristo y de la Iglesia».[10] «De este modo, desempeñando el papel del Buen Pastor, en el mismo ejercicio de la caridad pastoral, encontrarán el vínculo de la perfección sacerdotal que reduce a unidad su vida y su actividad. Esta caridad pastoral fluye, sobre todo, del Sacrificio Eucarístico, que se manifiesta por ello como centro y raíz de toda la vida del presbítero; de suerte que lo que se efectúa en el altar lo procure reproducir en sí el alma del sacerdote. Esto, no puede conseguirse si los mismos sacerdotes no penetran más íntimamente cada vez, por la oración, en el misterio de Cristo».[11] «…Ejerzan la obra de salvación por medio del Sacrificio Eucarístico y los sacramentos».[12] «En llevar a cabo la obra de la santificación procuren los párrocos que la celebración del Sacrificio Eucarístico sea el centro y la cumbre de toda la vida de la comunidad cristiana».[13] Los laicos: «Participando del sacrificio eucarístico, fuente y cima de toda vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y a sí mismos juntamente con ella; y así, tanto por la oblación como por la sagrada comunión, todos toman parte activa en la acción litúrgica, no confusamente, sino cada uno según su condición».[14] La Iglesia a los religiosos: «los encomienda a Dios y les imparte una bendición espiritual, asociando su oblación al sacrificio eucarístico».[15] «Al celebrar, pues, el Sacrificio Eucarístico, es cuando mejor nos unimos al culto de la Iglesia celestial en una misma comunión ».[16] No se puede, cuerdamente, dudar que el Concilio Vaticano II enseña de manera indubitable que la Misa es Sacrificio. Enseñanza del Misal Romano También, de manera reiterada, se enseña en el Misal Romano que la Misa es un verdadero y propio sacrificio. Luego de la presentación de los dones, dice el sacerdote en voz baja: «Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que este sea hoy nuestro sacrificio…».[17] Luego dirigiéndose al pueblo: «Orad, hermanos, para que este sacrificio, mío y vuestro, sea agradable a Dios, Padre todopoderoso», o bien: «En el momento de ofrecer el sacrificio de toda la Iglesia…», o bien: «Orad, hermanos para que,…nos dispongamos a ofrecer el sacrificio…».[18] Y el pueblo responde: «El Señor reciba de tus manos este sacrificio…».[19] En la Plegaria eucarística I se dice: «te pedimos que aceptes y bendigas este sacrificio: santo y puro que te ofrecemos»,[20] «te ofrecemos… este sacrificio de alabanza…»,[21] «te ofrecemos… el sacrificio puro, inmaculado y santo…».[22] En la Plegaria eucarística III: «para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso»,[23] «te ofrecemos… el sacrificio vivo y santo».[24] En la Plegaria IV: «Te ofrecemos su Cuerpo y su Sangre, sacrificio agradable a ti y salvación para todo el mundo»,[25] «Y ahora, Señor, acuérdate de todos aquellos por quienes te ofrecemos este sacrificio…».[26] En las Plegarias eucarísticas V: «Dirige tu mirada, Padre santo, sobre esta ofrenda; es Jesucristo que se ofrece con su Cuerpo y con su Sangre y, por este sacrificio, nos abre el camino hacia ti». En la de Reconciliación I: «...participando del único sacrificio de Cristo» y en la de Reconciliación II: «...el sacrificio de la reconciliación perfecta». En la Plegaria eucarística para las Misas con niños II: «Él se ha puesto en nuestras manos para que te lo ofrezcamos como sacrificio nuestro» y en la III: «En este santo sacrificio que Él mismo entregó a la Iglesia, celebramos su muerte y resurrección». Son referencias, harto explícitas, acerca de la Misa como sacrificio. El sacrificio vivo Acabamos de recordar que en la Misa ofrecemos «el sacrificio vivo».[27] ¿Por qué es vivo el Sacrificio de la Misa? La Misa es un Sacrificio vivo por varias razones muy profundas. Se trata de un sacrificio vivo por oposición a los sacrificios del Antiguo Testamento que no daban la gracia: ni el holocausto, ni el sacrificio por los pecados, ni el de las hostias pacíficas. Más aún, luego que Cristo instaura la Nueva Ley , pasado el período de vacatio legis, esos sacrificios del Antiguo Testamento se volvieron muertos (porque no obligan a nadie, ya que no tienen virtud expiatoria) y mortíferos (porque pecan mortalmente los que los practican, conociendo la vigencia de la Nueva Ley).[28] Es vivo: porque no se trata de un sacrificio con víctimas muertas como en el Antiguo Testamento. Es vivo: porque la Víctima de la Misa es una Víctima en estado glorioso. Es la misma Víctima viva, resucitada y resucitadora. «Víctima viva e inmortal», la llama San Juan Damasceno.[29] Es vivo: porque la Víctima permanece viva después de la inmolación, porque es una: «imagen perfecta y viviente del sacrificio de la Cruz».[30] Es vivo; porque se mantiene siempre la misma Oblación: mediante una sola oblación ha llevado a la perfección para siempre a los santificados (Heb 10,14). Es vivo: porque engendra la vida,[31] ya que es un sacrificio de salvación para todos los hombres y mujeres de todos los tiempos. Es vivo: porque clama destruyendo al pecado y promoviendo el bien.[32] Es vivo: porque es el mismo Sacerdote principal quien sacrifica y que es eterno.[33] Es vivo: porque es el sacrificio de Aquel que es la Vida.[34] Es vivo: porque es «Santo, Inocente, Inmaculado, apartado de los pecadores y más alto que los cielos» el Sumo Sacerdote de ese sacrificio.[35] La Misa es ¡un sacrificio vivo! No es de una pieza de museo, aunque muy venerable. No es el sacrificio de una víctima que hay que poner en formol o en un freezer o en la morgue para que no se descomponga. No se trata de una víctima que se la perfuma con desodorante para que no hieda o se le pone naftalina para prevenir la acción de las polillas, sino que es una Víctima que se la sahuma con incienso de olor agradable. La Misa es ¡el sacrificio vivo! porque el sacerdote está en pie…[36] Y porque su Madre junto a la cruz [37] y junto a cada altar, también está en pie. Siempre, de pie, al pie de la cruz, junto ¡al sacrificio vivo! ¡Por la redención del mundo! [1] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia «Sacrosanctum Concilium», 47. [2] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 3. [3] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 10. [4] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 17. [5] cfr. 1Cor 11,26. [6] cfr. Heb 9,14–28. [7] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 28. [8] Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la iglesia «Ad Gentes», 15. [9] Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros «Presbyterorum Ordinis», 2. [10] Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros «Presbyterorum Ordinis», 13. [11] Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros «Presbyterorum Ordinis», 14. [12] Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la formación sacerdotal «Optatam Totius», 4. [13] Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros «Presbyterorum Ordinis», 30. [14] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 11. [15] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 45. [16] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 50. [17] Misal Romano, Liturgia eucarística. [18] Misal Romano, Liturgia eucarística. [19] Misal Romano, Liturgia eucarística. [20] Misal Romano, Plegaria eucarística I. [21] Misal Romano, Plegaria eucarística I. [22] Misal Romano, Plegaria eucarística I. [23] Misal Romano, Plegaria eucarística III. [24] Misal Romano, Plegaria eucarística III. [25] Misal Romano, Plegaria eucarística IV. [26] Misal Romano, Plegaria eucarística IV. [27] Misal Romano, Plegaria eucarística III. [28] cfr. Santo Tomás de Aquino, STh, I–II,103, 4,ad1. [29] Cit. I. Gomá, Jesucristo Redentor (Barcelona 1933) 200. [30] G. Rohner, «Sacrificio de la Misa – Sacrificio de la Cruz», Diálogo 12 (1995) 116. [31] cfr. Jn 10,10. [32] cfr. Heb 2,17. [33] cfr. Heb 7,24. [34] cfr. Jn 14,6. [35] cfr. Heb 7,26. [36] cfr. Heb 10,11. [37] Cfr. Jn 19,25. Santos Padres San Agustín TRATADO XXVI 10. Sirva de advertencia lo que dice a continuación: En verdad, en verdad os digo que quien cree en mí posee la vida eterna. Quiso descubrir lo que era, ya que pudo decir en síntesis: El que cree en mí me posee. Porque el mismo Cristo es verdadero Dios y vida eterna. Luego el que cree en mí, dice, viene a mí, y el que viene a mí me posee. ¿Qué es poseerme a mí? Poseer la vida eterna. La vida eterna aceptó la muerte y la vida eterna quiso morir, pero en lo que tenía de ti, no en lo que tenía de sí; recibió de ti lo que pudiese morir por ti. Tomó de los hombres la carne, mas no de modo humano. Pues, teniendo un Padre en el cielo, eligió en la tierra una madre. Nació allí sin madre y aquí nació sin padre. La Vida, pues, aceptó la muerte con el fin de que la Vida diese muerte a la muerte misma. El que cree en mí, dice, tiene la vida eterna, que no es lo que aparece, sino lo que está oculto. «La vida eterna, el Verbo, existía en el principio en Dios, y el Verbo era Dios, y la vida era luz de los hombres». El mismo que es vida eterna, dio a la carne, que asumió, la vida eterna. El vino para morir, más al tercer día resucitó. Entre el Verbo, que asumió la carne, y la carne, que resucita, está la muerte, que fue aniquilada. 11. Yo soy, dice, el pan de vida. ¿De qué se enorgullecían? Vuestros padres, continúa diciendo, comieron el maná en el desierto y murieron. ¿De qué nace vuestra soberbia? Comieron el maná y murieron. ¿Por qué comieron y murieron? Porque lo que veían, eso creían, y lo que no veían no lo entendían. Por eso precisamente son vuestros padres, porque sois igual que ellos. Porque, en lo que atañe, mis hermanos, a esta muerte visible y corporal, ¿no morimos por ventura nosotros, que comemos el pan que ha descendido del cielo? Murieron aquéllos, como vamos a morir nosotros, en lo que se refiere, digo, a esta muerte visible y corporal. Mas no sucede lo mismo en lo que se refiere a la muerte aquella con que nos atemoriza el Señor y con la que murieron los padres de éstos; del maná comió Moisés, y Aarón comió también, y Finés, y allí comieron otros muchos que fueron gratos al Señor y no murieron. ¿Por qué razón? Porque comprendieron espiritualmente este manjar visible, y espiritualmente lo apetecieron, y espiritualmente lo comieron para ser espiritualmente nutridos. Nosotros también recibimos hoy un alimento visible; pero una cosa es el sacramento y otra muy distinta la virtud del sacramento. ¡Cuántos hay que reciben del altar este alimento y mueren en el mismo momento de recibirlo! Por eso dice el Apóstol: El mismo come y bebe su condenación. ¿No fue para Judas un veneno el trozo de pan del Señor? Lo comió, sin embargo, e inmediatamente que lo comió entró en él el demonio. No porque comiese algo malo, sino porque, siendo él malo, comió en mal estado lo que era bueno. Estad atentos, hermanos; comed espiritualmente el pan del cielo y llevad al altar una vida de inocencia. Todos los días cometemos pecados, pero que no sean de esos que causan la muerte. Antes de acercaros al altar, mirad lo que decís: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. ¿Perdonas tú? Serás perdonado tú también. Acércate con confianza, que es pan, no veneno. Más examínate si es verdad que perdonas. Pues, si no perdonas, mientes y tratas de mentir a quien no puedes engañar. Puedes mentir a Dios; lo que no puedes es engañarle. Sabe El bien lo que debe hacer. Te ve El por dentro, y por dentro te examina, y por dentro te mira, y por dentro te juzga, y por lo de dentro te condena o te corona. Los padres de éstos, es decir, los perversos e infieles y murmuradores padres de éstos, son perversos e infieles y murmuradores como ellos. Pues en ninguna cosa se dice que ofendiese más a Dios aquel pueblo que con sus murmuraciones contra Dios. Por eso, queriendo el Señor presentarlos como hijos de tales padres, comienza a echarles en cara esto: ¿Por qué murmuráis entre vosotros, murmuradores, hijos de padres murmuradores? Vuestros padres comieron del maná en el desierto y murieron, no porque el maná fuese una cosa mala, sino porque lo comieron en mala disposición. 12. Este es el pan que descendió del cielo. El maná era signo de este pan, como lo era también el altar del Señor. Ambas cosas eran signos sacramentales: como signos, son distintos; más en la realidad por ellos significada hay identidad. Atiende a lo que dice el Apóstol: No quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube, y que todos atravesaron el mar, y que todos fueron bautizados bajo la dirección de Moisés en la nube y en el mar, y que todos comieron el mismo manjar espiritual. Es verdad que era el mismo pan espiritual, ya que el corporal era distinto. Ellos comieron el maná; nosotros, otra cosa distinta; pero, espiritualmente, idéntico manjar que nosotros. Pero hablo de nuestros padres, no de los de ellos; de aquellos a quienes nos asemejamos, no de aquellos a quienes ellos se parecen. Y añade: Y todos bebieron la misma bebida espiritual. Una cosa bebieron ellos, otra dis-tinta nosotros; mas sólo distinta en la apariencia visible, ya que es idéntica en la virtud espiritual por ella significada. ¿Cómo la misma bebida? Bebían de la misma piedra espiritual que los seguía, y la piedra era Cristo. Ese es el pan y ésa es la bebida. La piedra es Cristo como en símbolo. El Cristo verdadero es el Verbo y la carne. Y ¿cómo bebieron? Fue golpeada dos veces la piedra con la vara. Los dos golpes significan los dos brazos de la cruz. Este es, pues, el pan que descendió del cielo para que, si alguien lo comiere, no muera. Pero esto se dice de la virtud del sacramento, no del sacramento visible; del que lo come interiormente, no exteriormente sólo; del que lo come con el corazón, no del que lo tritura con los dientes. 13. Yo soy el pan vivo que descendí del cielo. Pan vivo precisamente, porque descendí del cielo. El maná también descendió del cielo; pero el maná era la sombra, éste la verdad. Si alguien comiere de este pan, vivirá eternamente; y el pan que yo le daré es mi carne, que es la vida del mundo. ¿Cuándo iba la carne a ser capaz de comprender esto de llamar al pan carne? Se da el nombre de carne a lo que la carne no entiende; y tanto menos comprende la carne, porque se llama carne. Esto fue lo que les horrorizó, y dijeron que esto era demasiado y que no podía ser. Mi carne, dice, es la vida del mundo. Los fieles conocen el cuerpo de Cristo si no desdeñan ser el cuerpo de Cristo. Que lleguen a ser el cuerpo de Cristo si quieren vivir del Espíritu de Cristo. Del Espíritu de Cristo solamente vive el cuerpo de Cristo. Comprended, hermanos, lo que he dicho. Tú eres hombre, y tienes espíritu y tienes cuerpo. Este espíritu es el alma, por la que eres hombre. Tu ser es alma y cuerpo. Tienes espíritu invisible y cuerpo visible. Dime qué es lo que recibe la vida y de quién la recibe. ¿Es tu espíritu el que recibe la vida de tu cuerpo o es tu cuerpo el que recibe la vida de tu espíritu? Responderá todo el que vive (pues el que no puede responder a esto, no sé si vive). ¿Cuál será la respuesta de quien vive? Mi cuerpo recibe ciertamente de mi espíritu la vida. ¿Quieres, pues, tú recibir la vida del Espíritu de Cristo? Incorpórate al cuerpo de Cristo. ¿Por ventura vive mi cuerpo de tu espíritu? Mi cuerpo vive de mi espíritu, y tu cuerpo vive de tu espíritu. El mismo cuerpo de Cristo no puede vivir sino del Espíritu de Cristo. De aquí que el apóstol Pablo nos hable de este pan, diciendo: Somos muchos un solo pan, un solo cuerpo. ¡Oh qué misterio de amor, y qué símbolo de la unidad, y qué vínculo de la caridad! Quien quiere vivir sabe dónde está su vida y sabe de dónde le viene la vida. Que se acerque, y que crea, y que se incorpore a este cuerpo, para que tenga participación de su vida. No le horrorice la unión con los miembros, y no sea un miembro podrido, que deba ser cortado; ni miembro deforme, de quien el cuerpo se avergüence; que sea bello, proporcionado y sano, y que esté unido al cuerpo para que viva de Dios para Dios, y que trabaje ahora en la tierra para reinar después en el cielo. 14. Discutían entre sí los judíos, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Altercaban, es verdad, entre sí, porque no comprendían el pan de la concordia, y es más, no querían comerlo; pues los que comen este pan no discuten entre sí: Somos muchos un mismo pan y un mismo cuerpo. Por este pan hace Dios vivir en su casa de una misma y pacífica manera. 15. A la cuestión causa de litigio entre ellos, es a saber: ¿Cómo es posible que pueda darnos el Señor a comer su carne, no contesta inmediatamente, sino que aún les sigue diciendo: En verdad, en verdad os digo que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y si no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. No sabéis cómo se come este pan ni el modo especial de comerlo; sin embargo, si no coméis la carne del Hijo del hombre y si no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. Esto, es verdad, no se lo decía a cadáveres, sino a seres vivos. Así que, para que no entendiesen que hablaba de esta vida (temporal) y siguiesen discutiendo de ella, añadió en seguida: Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna. Esta vida, pues, no la tiene quien no come este pan y no bebe esta sangre. Pueden, sí, tener los hombres la vida temporal sin este pan; mas es imposible que tengan la vida eterna. Luego quien no come su carne ni bebe su sangre no tiene en sí mismo la vida; pero sí quien come su carne y bebe su sangre tiene en sí mismo la vida, y a una y a otra les corresponde el calificativo de eterna. No es así el alimento que tomamos para sustentar esta vida temporal. Es verdad que quien no lo come no puede vivir; pero también es verdad que no todos los que lo comen vivirán; pues sucede que muchos que no lo comen, sea por vejez, o por enfermedad, o por otro accidente cualquiera, mueren. Con este alimento y bebida, es decir, con el cuerpo y la sangre del Señor, no sucede así. Pues quien no lo toma no tiene vida, y quien lo toma tiene vida, y vida eterna. Este manjar y esta bebida significan la unidad social entre el cuerpo y sus miembros, que es la Iglesia santa, con sus predestinados, y llamados, y justificados, y santos ya glorificados, y con los fieles. La primera de las condiciones, que es la predestinación, se realizó ya; la segunda y la tercera, que son la vocación y la justificación, se realizó ya, y se realiza, y se seguirá realizando; y la cuarta y la última, que es la glorificación, ahora se realiza sólo en la esperanza y en el futuro será una realidad. El sacramento de esta realidad, es decir, de la unidad del cuerpo y de la sangre de Cristo, se prepara en el altar del Señor, en algunos lugares todos los días y en otros con algunos días de intervalo, y es comido de la mesa del Señor por unos para la vida, y por otros para la muerte. Sin embargo, la realidad misma de la que es sacramento, en todos los hombres, sea el que fuere, que participe de ella, produce la vida, en ninguno la muerte. 16. Y para que no se les ocurriese pensar que con este manjar y bebida se promete la vida eterna en el sentido de que quienes lo comen no mueren ni aun siquiera corporalmente, tiene el Señor la dignación de adelantarse a este posible pensamiento. Porque después de haber dicho: Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna, añadió inmediatamente: Y yo le resucitaré en el día postrero. Para que, entretanto, tenga en el espíritu la vida eterna con la paz, que es la recompensa del alma de los santos; y, en cuanto al cuerpo se refiere, no se encuentre defraudado tampoco de la vida eterna, sino que la tenga en la resurrección de los muertos en el día postrero. 17. Porque mi carne, dice, es una verdadera comida, y mi sangre es una verdadera bebida. Lo que buscan los hombres en la comida y bebida es apagar su hambre y su sed; más esto no lo logra en realidad de verdad sino este alimento y bebida, que a los que lo toman hace inmortales e incorruptibles, que es la sociedad misma de los santos, donde existe una paz y unidad plenas y perfectas. Por esto, ciertamente (esto ya lo vieron antes que nosotros algunos hombres de Dios), nos dejó nuestro Señor Jesucristo su cuerpo y su sangre bajo realidades, que de muchas se hace una sola. Porque, en efecto, una de esas realidades se hace de muchos granos de trigo, y la otra, de muchos granos de uva. 18. Finalmente, explica ya cómo se hace esto que dice y qué es comer su cuerpo y beber su sangre. Quien come mi carne y bebe mi sangre, está en mí y yo en él. Comer aquel manjar y beber aquella bebida es lo mismo que permanecer en Cristo y tener a Jesucristo, que permanece en sí mismo. Y por eso, quien no permanece en Cristo y en quien Cristo no permanece, es indudable que no come ni bebe espiritualmente su cuerpo y su sangre, aunque materialmente y visiblemente toque con sus dientes el sacramento del cuerpo y de la sangre de Cristo; sino antes, por el contrario, come y bebe para su perdición el sacramento de realidad tan augusta, ya que, impuro y todo, se atreve a acercarse a los sacramentos de Cristo, que nadie puede dignamente recibir sino los limpios, de quienes dice: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. 19. Así como mi Padre viviente, dice, me envió y yo vivo por mi Padre, así también quien me come a mí vivirá por mí. No dice: Así como yo como a mi Padre y vivo por mi Padre, así quien me come a mí vivirá por mí. Pues el Hijo no se hace mejor por la participación de su Padre, porque es igual a Él por nacimiento; mientras que nosotros sí que nos haremos mejores participando del Hijo por la unidad de su cuerpo y sangre, que es lo que significa aquella comida y bebida. Vivimos, pues, nosotros por El mismo comiéndole a Él, es decir, recibiéndole a Él, que es la vida eterna, que no tenemos de nosotros mismos. Vive El por el Padre, que le ha enviado; porque se anonadó a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte de cruz. Si tomamos estas palabras: Vivo por el Padre, en el mismo sentido que aquellas otras: El Padre es mayor que yo, podemos decir también que nosotros vivimos por El, porque Él es mayor que nosotros. Todo esto es así por el hecho mismo de ser enviado. Su misión es, ciertamente, el anonadamiento de sí mismo y su aceptación de forma de siervo; lo cual rectamente puede así decirse, aun conservando la identidad absoluta de naturaleza del Hijo con el Padre. El Padre es mayor que el Hijo-hombre; pero el Padre tiene un Hijo-Dios, que es igual a Él, ya que uno y el mismo es Dios y hombre, Hijo de Dios e Hijo del hombre, que es Cristo Jesús. Y en este sentido dijo (si se entienden bien estas palabras): Así como el Padre viviente me envió y yo vivo por el Padre, así quien me come vivirá para mí. Como si dijera: La razón de que yo viva por el Padre, es decir, de que yo refiera a Él como a mayor mi vida, es mi anonadamiento en el que me envió; más la razón de que cualquiera viva por mí es la participación de mí cuando me come. Así, yo, humillado, vivo por el Padre, y aquel, ensalzado, vive por mí. Si se dijo Vivo por el Padre en el sentido de que El viene del Padre y no el Padre de Él, esto se dijo sin detrimento alguno de la identidad entre ambos. Pero diciendo: Quien me come a mí, vivirá por mí, no significa identidad entre Él y nosotros, sino que muestra sencillamente la gracia de mediador. 20. Este es el pan que descendió del cielo, con el fin de que, comiéndolo, tengamos vida, y que de nosotros mismos no podemos tener la vida eterna. No como comieron, dice, el maná vuestros padres, y murieron; el que come este pan vivirá eternamente. Aquellas palabras: Ellos murieron, quieren significar que no vivirán eternamente. Porque morirán en verdad temporalmente también quienes coman a Cristo; pero viven eternamente, ya que Cristo es la vida eterna. SAN AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan (t. XIII), Tratado 26, 10-20, BAC Madrid 19682, 582-93 Aplicación P. Alfredo Saenz, S.J. CORPUS CHRISTI Celebramos hoy el mismo misterio que conmemoramos el Jueves Santo, pero ahora sin el telón de fondo de la Pasión sangrienta. En aquel día, ya remoto, recordamos la doble entrega: la de Judas y la de Cristo, la entrega de Judas para la muerte, la entrega de Cristo para la vida. Hoy la Iglesia cubre con el velo de su piedad la negrura de la traición para que resalte el resplandor puro de la liberalidad divina. 1. ENCARNACION Y EUCARISTIA La Eucaristía es, en cierto modo, la prolongación de la Encarnación del Verbo. En virtud de esta última, Dios se unió, en desposorio indisoluble, con la naturaleza humana. De por sí, hubiera querido unirse íntimamente con cada uno de nosotros, como lo hizo con su propia humanidad. Pero ello era imposible. Sin embargo, la delicadeza de su amor encontró la manera: convirtió su carne en alimento y nos la dio, para que al comerla nos uniéramos con El, nos hiciéramos una cosa con El, nos transformáramos en El. Así la unión personal que no pudo realizarse en la Encarnación, se lleva a cabo gracias a este banquete singular. 2. SACRIFICIO Y EUCARISTIA Pero la Eucaristía no sólo continúa la Encarnación sino también el Sacrificio de la Cruz. Lo que hizo Moisés, según escuchamos en la primera lectura, de tomar la sangre y rociar con ella al pueblo diciendo: "Esta es la sangre de la alianza que ahora el Señor hace con vosotros", no fue sino el preludio de lo que realizó Jesús en la Ultima Cena, como nos lo relata el evangelio de hoy, al decir: "Esta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por muchos". Primera y segunda alianza, la de Moisés y la de Cristo, la sellada con sangre de animales y la sellada con la sangre de Cristo. Por esto, como oímos en la epístola, "Cristo es mediador de una nueva alianza entre Dios y los hombres, a fin de que, habiendo muerto para redención de los pecados cometidos en la primera alianza, los que son llamados reciban la herencia eterna que ha sido prometida". Pues bien, el sacrificio de Cristo es el origen de nuestra Eucaristía. Cristo debió ser triturado en la Cruz para que pudiera ofrecerse en alimento a nuestros dientes de leche. La Eucaristía será siempre la Cruz que revive a lo largo de la historia. Cada vez que comulgamos, Cristo se encarna de algún modo en nosotros, después de haberse dejado inmolar sacramentalmente en la misa. 3. LA EUCARISTIA: SACRAMENTO DE LA UNIDAD PERSONAL Unión tan íntima como no la podíamos ni soñar. Ya nuestros cuerpos por la gracia son miembros de Cristo, pero ello era todavía poco para el amor omnipotente de Dios. Deseaba unirse. Y no tan sólo por una presencia visual o táctil. Quiso dejarse comer por nosotros. Quiso que lo asimilásemos, como se asimila un alimento. Extraño modo el de esta asimilación, porque aquí el alimento es superior a aquel que lo consume, y por tanto no somos nosotros quienes lo asimilarnos, sino el alimento el que nos asimila a él. Por eso San Agustín puso en boca de Cristo estas palabras: "No eres tú el que me convertirás en ti, sino que soy yo el que te convertiré en mi'. O, si se prefiere, hay una doble comunión: yo lo comulgo y El me comulga. De ahí lo que dijo el mismo Señor: "El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él". Derramarse por nuestras articulaciones, ser la carne de nuestra carne, la vida de nuestra vida, volcar su sangre por nuestras venas para que circulara juntamente con la nuestra, hacernos concorpóreos y consanguíneos suyos. Este era el sueño de Dios: serán dos en una sola carne. Una unión nupcial y fecundante. 4. LA EUCARISTIA: SACRAMENTO DE LA UNIDAD ECLESIAL Pero ello no es todo. Si bien la Eucaristía es el sacramente de la unidad personal, también es el sacramento de la unidad de la Iglesia. Es el tema de la oración sobre las ofrendas de la misa de hoy: "Señor, con tu bondad concede a tu Iglesia los dones de la unidad y la paz, sacramentalmente significados en las ofrendas que te presentamos". Porque si bien es cierto que Cristo se nos da en alimento, no es sólo para unimos personalmente con El, sino para reunirnos a todos en Sí. Se reparte, pero para congregarnos en la unidad Todos nosotros, por naturaleza, estamos divididos en nuestra: propias individualidades, pero al alimentarnos de una sola carne nos fundimos en un solo Cuerpo. "Que sean uno, Padre, come tú y yo somos uno, que sean consumados en la unidad". Ninguna división puede sobrevenir en el interior de Cristo. Por la Eucaristía comulgamos a la Iglesia. Comulgar a Cristi es, de alguna manera, comulgar también a la Iglesia. Al clamo: la hostia el celebrante nos dice: "El Cuerpo de Cristo", es decir aquí está el cuerpo físico de Cristo, pero también en cierto moda está aquí su cuerpo místico, la Iglesia, todos los miembros de si cuerpo. Y respondemos "Amén" al misterio de Cristo, del Cristo total, no permitiéndonos disociar su cuerpo físico de su cuerpo místico. Nuestro encuentro con Cristo debe ser, así, el fundamento de nuestra caridad. "Si pues todos participamos del mismo pan —escribe San Juan Crisóstomo— y todos nos hacemos una misma cosa, ¿por qué no manifestamos la misma caridad, y con ello nos convertimos en una misma cosa?". 5. EUCARISTIA Y ESCATOLOGIA Una cosa con Cristo. Una cosa entre nosotros en Cristo. Pero esta maravilla no es terminal, sino una etapa en nuestro largo viaje a la eternidad. La Eucaristía de la tierra es maná de peregrino, tiene siempre algo de viático. Esperamos una Eucaristía final, un banquete celestial en el cual Dios mismo, nuestro Padre, será quien tienda los manteles. Sabemos que Cristo es desde ya la levadura que va fermentando nuestra existencia y nos va preparando para la alegría eterna de la reunión final. A ello apunta la súplica con que la oración postcom unión cierra la misa de hoy, compuesta toda ella por la mano maestra de Santo Tomás de Aquino: "Señor, te rogamos que podamos saciarnos con el eterno gozo de tu divinidad, prefigurado por la comunión temporal de tu Cuerpo y de tu Sangre". A la espera de este acontecimiento tan feliz, celebramos desde ya su preludio en el misterio. Hasta que caigan las escamas de nuestros ojos de carne y, atravesando el velo de los sacramentos, podemos sentarnos a la mesa del cielo. En el entretanto, nos acercaremos a comulgar al Señor bajo las especies del sacramento. Cuando se apoye sobre nuestros labios, pidámosle que nos compenetre con El para que no seamos ya dos sino uno, para que mueran nuestros pecados, se debiliten nuestras malas inclinaciones y viva en nosotros su plenitud. Que nos entrañe cada vez más en la unidad de la Iglesia, y que nos prepare para la resurrección final, de modo que todos los aquí presentes volvamos a encontrarnos en el banquete del cielo. (SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo B, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1993, p. 168-171) San Juan Pablo II “Glorifica al Señor Jerusalén” (cf. Sal 147,12). Ésta es la batalla en la que resuena un eco del Salmo del Antiguo Testamento, llamada dirigida a Jerusalén, a Sión, convertida en lugar sagrado para los hijos y las hijas de Israel cuando se establecieron en la tierra de la promesa. En este lugar ellos adoraban al Dios de la Alianza, que les había hecho salir del país de Egipto, de la condición de esclavos (cf. Ex 8,14). En este lugar daban gracias por el don de la Revelación, por el don de la intimidad con Dios, por la Palabra del Dios vivo y por la alianza. Daban también gracias por los dones de la tierra, de los que gozaban año tras año y día tras día. “Glorifica al Señor, Jerusalén,/ alaba a tu Dios, Sión que... anuncia su palabra a Jacob,/ sus decretos y mandatos a Israel.../ Ha puesto paz en tus fronteras/ te sacia con flor de harina” (Sal 146,1213.19.14). La liturgia dirige hoy ésta llamada a la Iglesia; a la Iglesia en todo lugar donde se celebra la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (Corpus Christi). La Iglesia hoy da las gracias por la Eucaristía. Da las gracias por el Santísimo Sacramento de la nueva y eterna Alianza igual que los hijos y las hijas de Sión y del Jerusalén han agradecido el don de la Antigua Alianza. La Iglesia da las gracias por la Eucaristía, el don más grande otorgado por Dios en Cristo, mediante la cruz y la resurrección: mediante el misterio pascual. La Iglesia da las gracias por el don del Jueves Santo, por el don de la última Cena. Da las gracias por “el pan que partimos”, por “la copa de bendición que bendecimos” (cf. 1 Cor 10,16-17). Realmente este pan es “comunión con el Cuerpo de Cristo” (cf. ib.). La Iglesia da gracias, pues, por el sacramento que incesantemente, sea en los días de fiesta, sea en otros días, nos da a Cristo, como Él ha querido darse a Sí mismo a los Apóstoles y a todos aquellos que, siguiendo su testimonio, han acogido la Palabra de vida. La Iglesia da gracias por Cristo convertido en “el pan vivo”. Quien “come de este pan, vivirá para siempre” (cf. Jn 6,51). La Iglesia da gracias por el Alimento y la Bebida de la vida divina, de la vida eterna. En esto está la plenitud de la vida para el hombre: la plenitud de la vida humana en Dios. “Si no coméis la Carne del Hijo del hombre y no bebéis su Sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi Carne y bebe mi Sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,5354). Ésta es la peregrinación humana a través de la vida temporal marcada por la necesidad de morir, para alcanzar hasta los últimos destinos del hombre en Dios, el mundo invisible, más real que el visible. Precisamente por esto, la fiesta anual de la Eucaristía que la Iglesia celebra hoy contiene en su liturgia tantas referencias a la peregrinación del pueblo de la Antigua Alianza en el desierto. Moisés dice a su pueblo: “No sea que te olvides del Señor tu Dios que te sacó del Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto... que sacó agua para ti de una roca de pedernal, que te alimentó en el desierto con un maná” (Dt 8,14-16). “Acuérdate del camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer... para ponerte a prueba y conocer tus intenciones... para enseñarte que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios” (Dt 8,2-3). Sus palabras van dirigidas a Israel, al pueblo de la Antigua Alianza. Si, no obstante, la liturgia de la solemnidad de hoy nos las refiere, esto significa que estas palabras se dirigen también a nosotros, al pueblo de la Nueva Alianza, a la Iglesia. “No olvidéis...” ...Dios está cerca de los que le buscan con sincero corazón. Él sigue a todo hombre que sufre interiormente en el contexto de la indiferencia... Continuad buscando a Dios, aunque no lo hayáis encontrado. Sólo en Él es posible descubrir la respuesta exhaustiva a todos los interrogantes últimos de la existencia: sólo de Él deriva la inspiración profunda que ha animado la cultura de la que vivís. A quienes ya creen recomiendo: No sofoquéis la esperanza que viene de Cristo; no olvidéis que la vida tiene una prospectiva abierta a la inmortalidad y, precisamente por estar destinada a lo eterno, jamás puede destruirse, por nadie y bajo ninguna razón: la vida que cada uno posee, la del que va a nacer, la del que crece, la del que envejece, la del que está próximo a morir. En este “no olvides” se contiene algo penetrante. No olvides. El mundo no es para ninguno de nosotros “una morada eterna”. No se puede vivir en él como si fuese para nosotros “todo”, como si Dios no existiese; como si Él mismo no fuese nuestro fin, como si su reino no fuese el último destino y la vocación definitiva del hombre. No se puede existir sobre esta tierra como si ella no fuese para nosotros sólo un tiempo y un lugar de peregrinación. “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 5,56). No se puede vivir en este mundo sin poner nuestra morada en Cristo. No se puede vivir sin Eucaristía. No se puede vivir fuera de la “dimensión” de la Eucaristía. Ésta es la “dimensión” de la vida de Dios injertada en el terreno de nuestra humanidad. Cristo dice: “Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado, y yo vivo por el Padre, del mismo modo el que me come vivirá por mí” (Jn 6,57). Acojamos esta invitación de Cristo. Vivamos por Él. Fuera de Él no hay vida verdadera. Sólo el Padre “tiene la vida”. Fuera de Dios, todo lo creado pasa, muere. Sólo Él es vida. Y el Hijo, “que vive por el Padre”, nos trae -pese a la caducidad del mundo, pese a la necesidad de morir- la Vida que está en Él. Nos da esta Vida. La comparte con nosotros. El Sacramento de este don, de esta vida, es la Eucaristía: “el pan bajado del cielo”. No es como el que nuestros padres han comido en el desierto y han muerto. “Si uno come de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,49-51). (Solemnidad de Corpus Christi, 4 de Junio de 1988) SS. Benedicto XVI "Esto es mi cuerpo. Esta es mi sangre". Queridos hermanos y hermanas: Estas palabras, que pronunció Jesús en la última Cena, se repiten cada vez que se renueva el sacrificio eucarístico. Las acabamos de escuchar en el evangelio de san Marcos, y resuenan con singular fuerza evocadora hoy, solemnidad del Corpus Christi. Nos llevan espiritualmente al Cenáculo, nos hacen revivir el clima espiritual de aquella noche cuando, al celebrar la Pascua con los suyos, el Señor anticipó, en el misterio, el sacrificio que se consumaría al día siguiente en la cruz. De este modo, la institución de la Eucaristía se nos presenta como anticipación y aceptación por parte de Jesús de su muerte. Al respecto escribe san Efrén Sirio: Durante la cena Jesús se inmoló a sí mismo; en la cruz fue inmolado por los demás (cf. Himno sobre la crucifixión 3, 1). "Esta es mi sangre". Aquí es clara la referencia al lenguaje que se empleaba en Israel para los sacrificios. Jesús se presenta a sí mismo como el sacrificio verdadero y definitivo, en el cual se realiza la expiación de los pecados que, en los ritos del Antiguo Testamento, no se había cumplido nunca totalmente. A esta expresión le siguen otras dos muy significativas. Ante todo, Jesucristo dice que su sangre "es derramada por muchos" con una comprensible referencia a los cantos del Siervo de Dios, que se encuentran en el libro de Isaías (cf. Is 53). Al añadir "sangre de la alianza", Jesús manifiesta además que, gracias a su muerte, se cumple la profecía de la nueva alianza fundada en la fidelidad y en el amor infinito del Hijo hecho hombre; una alianza, por tanto, más fuerte que todos los pecados de la humanidad. La antigua alianza había sido sancionada en el Sinaí con un rito de sacrificio de animales, como hemos escuchado en la primera lectura, y el pueblo elegido, librado de la esclavitud de Egipto, había prometido cumplir todos los mandamientos dados por el Señor (cf.Ex 24, 3). En verdad, desde el comienzo, con la construcción del becerro de oro, Israel fue incapaz de mantenerse fiel a esa promesa y así al pacto sellado, que de hecho transgredió muy a menudo, adaptando a su corazón de piedra la Ley que debería haberle enseñado el camino de la vida. Sin embargo, el Señor no faltó a su promesa y, por medio de los profetas, se preocupó de recordar la dimensión interior de la alianza y anunció que iba a escribir una nueva en el corazón de sus fieles (cf.Jr 31, 33), transformándolos con el don del Espíritu (cf. Ez 36, 25-27). Y fue durante la última Cena cuando estableció con los discípulos esta nueva alianza, confirmándola no con sacrificios de animales, como ocurría en el pasado, sino con su sangre, que se convirtió en "sangre de la nueva alianza". Así pues, la fundó sobre su propia obediencia, más fuerte, como dije, que todos nuestros pecados. Esto se pone muy bien de manifiesto en la segunda lectura, tomada de la carta a los Hebreos,donde el autor sagrado declara que Jesús es "mediador de una nueva alianza" (Hb 9, 15). Lo es gracias a su sangre o, con mayor exactitud, gracias a su inmolación, que da pleno valor al derramamiento de su sangre. En la cruz Jesús es al mismo tiempo víctima y sacerdote: víctima digna de Dios, porque no tiene mancha, y sumo sacerdote que se ofrece a sí mismo, bajo el impulso del Espíritu Santo, e intercede por toda la humanidad. Así pues, la cruz es misterio de amor y de salvación que —como dice la carta a los Hebreos— nos purifica de las "obras muertas", es decir, de los pecados, y nos santifica esculpiendo la alianza nueva en nuestro corazón; la Eucaristía, renovando el sacrificio de la cruz, nos hace capaces de vivir fielmente la comunión con Dios. Queridos hermanos y hermanas, os saludo a todos con afecto, comenzando por el cardenal vicario y los demás cardenales y obispos presentes. Como el pueblo elegido, reunido en la asamblea del Sinaí, también nosotros esta tarde queremos renovar nuestra fidelidad al Señor. Hace algunos días, al inaugurar la asamblea diocesana anual, recordé la importancia de permanecer, como Iglesia, a la escucha de la Palabra de Dios en la oración y escrutando las Escrituras, especialmente con la práctica de la lectio divina, es decir, de la lectura meditada y adorante de la Biblia. Sé que se han promovido numerosas iniciativas al respecto en las parroquias, en los seminarios, en las comunidades religiosas, en las cofradías, en las asociaciones y los movimientos apostólicos, que enriquecen a nuestra comunidad diocesana. A los miembros de estos múltiples organismos eclesiales les dirijo mi saludo fraterno. Vuestra presencia tan numerosa en esta celebración, queridos amigos, muestra que Dios plasma nuestra comunidad, caracterizada por una pluralidad de culturas y de experiencias diversas, como "su" pueblo, como el único Cuerpo de Cristo, gracias a nuestra sincera participación en la doble mesa de la Palabra y de la Eucaristía. Alimentados con Cristo, nosotros, sus discípulos, recibimos la misión de ser "el alma" de nuestra ciudad (cf. Carta a Diogneto, 6: ed. Funk, I, p. 400; ver también Lumen gentium, 38), fermento de renovación, pan "partido" para todos, especialmente para quienes se hallan en situaciones de dificultad, de pobreza y de sufrimiento físico y espiritual. Somos testigos de su amor. Me dirijo en particular a vosotros, queridos sacerdotes, que Cristo ha elegido para que junto con él viváis vuestra vida como sacrificio de alabanza por la salvación del mundo. Sólo de la unión con Jesús podéis obtener la fecundidad espiritual que genera esperanza en vuestro ministerio pastoral. San León Magno recuerda que "nuestra participación en el cuerpo y la sangre de Cristo sólo tiende a convertirnos en aquello que recibimos" (Sermón 12, De Passione 3, 7: PL 54). Si esto es verdad para cada cristiano, con mayor razón lo es para nosotros, los sacerdotes. Ser Eucaristía. Que este sea, precisamente, nuestro constante anhelo y compromiso, para que el ofrecimiento del cuerpo y la sangre del Señor que hacemos en el altar vaya acompañado del sacrificio de nuestra existencia. Cada día el Cuerpo y la Sangre del Señor nos comunica el amor libre y puro que nos hace ministros dignos de Cristo y testigos de su alegría. Es lo que los fieles esperan del sacerdote: el ejemplo de una auténtica devoción a la Eucaristía; quieren verlo pasando largos ratos de silencio y adoración ante Jesús, como hacía el santo cura de Ars, al que vamos a recordar de forma particular durante el ya inminente Año sacerdotal. San Juan María Vianney solía decir a sus parroquianos: "Venid a la Comunión... Es verdad que no sois dignos, pero la necesitáis" (Bernad Nodet, Le curé d'Ars. Sa pensée - Son coeur, ed. Xavier Mappus, París 1995, p. 119). Conscientes de ser indignos a causa de los pecados, pero necesitados de alimentarnos con el amor que el Señor nos ofrece en el sacramento eucarístico, renovemos esta tarde nuestra fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. No hay que dar por descontada nuestra fe. Hoy existe el peligro de una secularización que se infiltra incluso dentro de la Iglesia y que puede traducirse en un culto eucarístico formal y vacío, en celebraciones sin la participación del corazón que se expresa en la veneración y respeto de la liturgia. Siempre es fuerte la tentación de reducir la oración a momentos superficiales y apresurados, dejándose arrastrar por las actividades y por las preocupaciones terrenales. Cuando, dentro de poco, recemos el Padrenuestro, la oración por excelencia, diremos: "Danos hoy nuestro pan de cada día", pensando naturalmente en el pan de cada día para nosotros y para todos los hombres. Sin embargo, esta petición contiene algo más profundo. El término griego epioúsios, que traducimos como "diario", podría aludir también al pan "super-sustancial", al pan "del mundo futuro". Algunos Padres de la Iglesia vieron aquí una referencia a la Eucaristía, el pan de la vida eterna, del nuevo mundo, que ya se nos da hoy en la santa misa, para que desde ahora el mundo futuro comience en nosotros. Por tanto, con la Eucaristía el cielo viene a la tierra, el mañana de Dios desciende al presente, y en cierto modo el tiempo es abrazado por la eternidad divina. Queridos hermanos y hermanas, como cada año, al final de la santa misa se realizará la tradicional procesión eucarística y, con las oraciones y los cantos, elevaremos una imploración común al Señor presente en la Hostia consagrada. Le diremos en nombre de toda la ciudad: "Quédate con nosotros, Jesús; entrégate a nosotros y danos el pan que nos alimenta para la vida eterna. Libra a este mundo del veneno del mal, de la violencia y del odio que contamina las conciencias; purifícalo con el poder de tu amor misericordioso". Y tú, María, que fuiste mujer "eucarística" durante toda tu vida, ayúdanos a caminar unidos hacia la meta celestial, alimentados por el Cuerpo y la Sangre de Cristo, pan de vida eterna y medicina de la inmortalidad divina. Amén. (Solemnidad de Corpus Christi, San Juan de Letrán, Jueves 11 de junio de 2009) P. Jorge Loring S.I. Corpus Christi - B 1.-Hoy es la fiesta en honor de la Eucaristía. 2.- Esta fiesta la instituyó el Papa Urbano IV en el siglo XIII con ocasión del milagro de Bolsena. 3.- Fue así: el sacerdote alemán Pedro de Praga peregrinaba a Roma, y se detuvo en la ciudad de Bolsena. Mientras celebraba misa, en la consagración, le entró la tentación de la realidad de la transubstanciación. En aquel momento la HOSTIA CONSAGRADA sangró manchando el corporal. 4.- El sacerdote, confundido, fue a Orvieto, donde estaba el Papa Urbano IV a contarle lo sucedido. El Papa mandó investigar el caso, y ante la certeza del acontecimiento, instituyó la fiesta del CORPUS CHRISTI. 5.- El corporal manchado está hoy en Orvieto. 6.- Un milagro similar ocurrió en Lanciano. 7.- Estando celebrando un sacerdote la Santa Misa, también le entró la tentación de que realmente el pan y el vino se hubieran transustanciado en el Cuerpo y Sangre de Cristo con sus palabras. 8.- En aquel momento sobre su patena apareció un trozo de carne. 9.- Él, atónito, se lo dijo a sus feligreses, que subieron al altar a comprobar lo ocurrido. 10.- En Lanciano se conserva en un relicario este trozo de carne. 11.- Recientemente ha sido examinado por los doctores Linolli y Bertelli y han afirmado que se trata de carne humana, tejido fibroso, con lóbulos adiposos, y grupo sanguíneo AB. 12.- El grupo sanguíneo AB es el mismo de la sangre de la SÁBANA SANTA. Semana del 7 al 13 de Junio de 2015 – Ciclo B Cuerpo y Sangre de Cristo Domingo 7 de junio de 2015 Cuerpo y Sangre de Cristo Roberto, Claudio Pulse en cualquier punto del recuadro para ver los textos. Éx 24,3-8: Ésta es la sangre de la alianza que hace el Señor con ustedes Salmo 115: Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor Heb 9,11-15: La sangre de Cristo podrá purificar nuestra conciencia Mc 14,12-16.22-26: Esto es mi cuerpo – ésta es mi sangre Situada entre dos mares, con sus dos puertos, Corinto era el centro más importante del archipiélago griego, encrucijada de culturas y razas, a mitad de camino entre Oriente y Occidente. Su población estaba compuesta por doscientos mil hombres libres y cuatrocientos mil esclavos. Dicen que Corinto tenía ocho kms. de recinto amurallado, veintitrés templos, cinco supermercados, una plaza central y dos teatros, uno de ellos capaz para veintidós mil espectadores. En Corinto se daban cita los vicios típicos de los grandes puertos. La ociosidad de los marineros y la afluencia de turistas, llegados de todas partes, la habían convertido en una especie de capital de «Las Vegas» del Mundo Mediterráneo. "Vivir como un corintio" era sinónimo de depravación; "corintia" era el término universalmente empleado para designar a las prostitutas, y ya puede uno imaginarse lo que significaba "corintizar". En Corinto, cuya población era muy heterogénea (griegos, romanos, judíos y orientales) se veneraban todos los dioses del Panteón griego. Sobre todos, Afrodita, cuyo templo estaba asistido por mil prostitutas. Hacia el año 50 de nuestra era llegó a esta ciudad Pablo de Tarso. Tras predicar el Evangelio fundó una comunidad cristiana. Durante dieciocho meses permaneció como animador de la misma. Sus feligreses pertenecían a las clases populares (pobres y esclavos), pero también los había de entre la gente notable, por su cultura y por su dinero. Nació así una de las comunidades cristianas primitivas más conflictivas. Cuando Pablo, por exigencias de su trabajo misionero, se marchó de Corinto, se declaró en su seno una verdadera lucha de clases que se manifestaba vergonzosamente en la celebración de la Eucaristía. Los nuevos cristianos, ricos y pobres, libres y esclavos, convivían, pero no compartían; eran insolidarios. A la hora de celebrar la Eucaristía (por aquel entonces se trataba simplemente de comer juntos recordando a Jesús) se reunían todos, pero cada uno formaba un grupo con los de su clase social, de modo que "mientras unos pasaban hambre, los otros se emborrachaban" (1 Cor 11,l7ss). (¡Qué actual es todo esto!). Desde Éfeso, Pablo les dirigió una dura carta para recordarles qué era aquello de la Eucaristía, lo que Jesús hizo la noche antes de ser entregado a la muerte, cuando, «mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a ellos, diciendo: Tomen, esto es mi cuerpo. 23Y, tomando una copa, pronunció la acción de gracias, se la pasó y todos bebieron. 24Y les dijo: Esto es la sangre de la alianza mía que se derrama por todos». Sería malentender a Jesús que lo que estaba haciendo era mandar ir a misa y comulgar, un rito que en nada complica la vida. Rito que no sirve para nada si, antes de misa, no se toma el pan símbolo de nuestra persona, nuestros bienes, nuestra vida entera- y se parte, como Jesús, para repartirlo y compartirlo con los que son nuestros prójimos cotidianos. [Impresiona visitar las iglesias y comprobar la diversidad de clases sociales que alojan. Todas tienen cabida en ellas, sin que se les exija nada a cambio. El rico entra rico y el pobre, pobre, y salen los dos igual que entran. En circunstancias similares a las que concurren en muchas misas dominicales, Pablo dijo a los feligreses de Corinto: "Es imposible comer así la cena del Señor". Dicho de otro modo, "así no vale la eucaristía", pues la cena del Señor iguala a todos los comensales en la vida, y comulgar exige, para que el rito no sea una farsa, partir, repartir y compartir. La lucha de clases, como en Corinto, se ha instalado en nuestras eucaristías. Y donde ésta existe no puede ni debe celebrarse la cena del Señor. Los israelitas en el desierto comprendieron bien que la alianza entre Dios y el pueblo los comprometía a cumplir lo que pide el Señor, sus mandamientos. Jesús, antes de partir, celebra la nueva alianza con su pueblo y le deja un único mandamiento, el del amor sin fronteras. Éste es el requisito para celebrar la eucaristía: acabar con todo signo de división y desigualdad entre los que la celebran]. Habrá que recuperar, por tanto, el significado profundo del rito que Jesús realiza. «La sangre que se derrama por ustedes» significa la muerte violenta que Jesús habría de padecer como expresión de su amor al ser humano; «beber de la copa» lleva consigo aceptar la muerte de Jesús y comprometerse con él y como él a dar la vida, si fuese necesario, por los otros. Y esto es lo que se expresa en la eucaristía; ésta es la nueva alianza, un compromiso de amor a los demás hasta la muerte. Quien no entiende así la eucaristía, se ha quedado en un puro rito que para nada sirve. Una mala interpretación de las palabras de Jesús ha identificado el pan con su cuerpo y el vino con su sangre, llegándose a hablar del milagro de la «transustanciación o conversión del pan en el cuerpo y del vino en la sangre de Cristo». Los teólogos, por lo demás, se las ven y se las desean para explicar este misterio. Como si esto fuera lo importante de aquel rito inicial. El significado de aquellas palabras es bien diferente: «En la cena, Jesús ofrece el pan («tomad) y explica que es su cuerpo. En la cultura judía «cuerpo» (en gr. soma) significaba la persona en cuanto identidad, presencia y actividad; en consecuencia, al invitar a tomar el pan/cuerpo, invita Jesús a asimilarse a él, a aceptar su persona y actividad histórica como norma de vida; él mismo da la fuerza para ello, al hacer pan/alimento. El efecto que produce el pan en la vida humana es el que produce Jesús en sus discípulos. El evangelista no indica que los discípulos coman el pan, pues todavía no se han asimilado a Jesús, no han digerido su forma de ser y de vivir, haciéndola vida de sus vidas. Al contrario que el pan, Jesús da la copa sin decir nada y, en cambio, se afirma explícitamente que «todos bebieron de ella». Después de darla a beber, Jesús dice que «ésa es la sangre de la alianza que se derrama por todos». La sangre que se derrama significa la muerte violenta o, mejor, la persona en cuanto sufre tal género de muerte. «Beber de la copa» significa, por tanto, aceptar la muerte de Jesús y comprometerse, como él, a no desistir de la actividad salvadora (representada por el pan) por temor ni siquiera a la muerte. «Comer el pan» y «beber la copa» son actos inseparables; es decir, que no se puede aceptar la vida de Jesús sin aceptar su entrega hasta el fin, y que el compromiso de quien sigue a Jesús incluye una entrega como la suya. Éste es el verdadero significado de la eucaristía. Tal vez nosotros la hayamos reducido al misterio -por lo demás bastante difícil de entender y explicar- de la conversión del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo. "Mi Cuerpo es Comida" Mis manos, esas manos y Tus manos hacemos este Gesto, compartida la mesa y el destino, como hermanos. Las vidas en Tu muerte y en Tu vida. Unidos en el pan los muchos granos, iremos aprendiendo a ser la unida Ciudad de Dios, Ciudad de los humanos. Comiéndote sabremos ser comida, El vino de sus venas nos provoca. El pan que ellos no tienen nos convoca a ser Contigo el pan de cada día. Llamados por la luz de Tu memoria, marchamos hacia el Reino haciendo Historia, fraterna y subversiva Eucaristía. (Pedro Casaldáliga) Para la revisión de vida ¿Digo yo también, por dentro, al participar en la eucaristía, desde mi más honda opción: "tomad y comed, éste es mi cuerpo...", poniéndome en disposición de dejarme comer por el servicio a mis hermanos? ¿Es mi vida realmente un "compartir"? ¿Estoy sentado, participo en alguno de los "grupos de cincuenta" para reflexionar qué hacer frente al hambre del pueblo? Para la reunión de grupo - La doctrina y la teología clásica (de los últimos siglos sólo, al fin y al cabo) sobre la Eucaristía ha estado centrada en el concepto de la transubstanciación. Compartir en el grupo lo que este concepto filosófico, escolástico, aristotélico en el fondo, comporta. - Es necesario aceptar la filosofía escolástica para estar en la verdad de la Iglesia sobre la Eucaristía? Explicitar las relaciones entre la fe en la eucaristía y las opiniones filosóficas involucradas en los conceptos con que se expresan las formulaciones oficiales de la fe. Para la oración de los fieles - Por los 200 millones de niños menores de cinco años que están desnutridos; por los 11 millones de niños que mueren al año por desnutrición... - Por nuestras "eu-caristías", para que sean realmente una acción de gracias, una fiesta, una auténtica celebración... - Para que la liturgia de nuestra Iglesia se despoje de todo hermetismo hierático, acoja los símbolos de los pueblos, se inculture, asuma nuestras vidas, con sus problemas, sus esperanzas y todas sus riquezas culturales y espirituales... - Por todos los niños y niñas que en este día, en muchas iglesias locales, celebran su "primera comunión", su primera participación formal en la eucaristía: para que esa "primera" comunión no sea la última, ni sea demasiado distanciada su participación en la comunidad... Oración comunitaria -Señor Jesús, que partiste y repartiste tu pan, tu vino, tu cuerpo y tu sangre, durante toda tu vida, y en la víspera de tu muerte lo hiciste también simbólicamente; te pedimos que cada vez que nosotros lo hagamos también "en memoria tuya" renovemos nuestra decisión de seguir partiendo y repartiendo, como tú, en la vida diaria, nuestro pan y nuestro vino, nuestro cuerpo y nuestra sangre, todo lo que somos y poseemos. Te lo pedimos a ti, que nos diste ejemplo para que nosotros hagamos lo mismo, Jesucristo, Nuestro Señor. Lunes 8 de junio de 2015 10ª semana de tiempo ordinario Salustiano, Medardo, Armando 2Cor 1,1-7: Dios nos consuela para poder consolar a otros Salmo 33: Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor Mt 5,1-12: Comenzó a enseñarles del siguiente modo Resulta difícil entender por qué Jesús llama dichosos a los pobres. La palabra dichoso o bienaventurado se usa en la Biblia en relación con todo lo que hace feliz al ser humano: larga vida, numerosa descendencia, honores, riquezas…. Para el Evangelio, pobre es un individuo injustamente reducido a la miseria, cuya existencia depende de la generosidad de otros y que, precisamente por eso, pone toda su confianza en Dios. La expresión pobres de espíritu ha sido con frecuencia mal interpretada. La palabra espíritu, aplicada a Dios, denota su actividad creadora; y aplicada al ser humano, un impulso interior que lo empuja a la acción. La expresión “pobre de espíritu” podría decirse, por tanto, de aquellas personas que son pobres por un impulso interior; esto es, por propia decisión, o lo que es igual, pobres porque han elegido libremente serlo. De ahí que una buena traducción sería dichosos los que eligen ser pobres. Proclamando a los pobres “dichosos”, Jesús no pretende idealizar o sublimar su condición, sino que pide a sus discípulos una elección valiente que haga posible eliminar las causas que provocan la pobreza. Jesús invita a todos los creyentes a hacerse voluntariamente pobres para que ninguno lo sea por causas ajenas a su voluntad. Martes, 9 de junio de 2015 Efrén 2Cor 1,18-22: En Jesús se han cumplido todas las promesas Salmo 118: Dichoso el que camina en la voluntad del Señor Mt 5,13-16: Ustedes son la luz del mundo La sal es garantía de incorruptibilidad, pues sirve para evitar que las carnes se corrompan; además, da sabor a los alimentos. Según este dicho de Jesús, los discípulos son como la sal, que garantiza esta alianza de Dios con la humanidad. De su fidelidad al programa de Jesús depende que se lleve a cabo la liberación de la humanidad. Si la sal se pone sosa, esto es, si los cristianos no son fieles al plan de Dios, no sirven para nada; han perdido su razón de ser en este mundo, se vuelven inútiles, mereciendo el desprecio de los hombres - sólo sirve para tirarla y que la pise la gentehaciendo imposible su liberación. La luz representa en la Biblia la gloria o esplendor de Dios que, según Isaías 60,1-3, había de brillar sobre la ciudad santa de Jerusalén, sobre Israel, sobre la Ley y el Templo. Ahora son los cristianos los que tienen que hacer presente ese esplendor de Dios en el mundo. La gloria de Dios se manifiesta en el modo de actuar de los que siguen a Jesús, esto es, en sus obras en favor de los pueblos y de su liberación. Miércoles 10 de junio de 2015 Críspulo, Mauricio, Margarita 2Cor 3,4-11: Nos ha hecho ministros de una alianza nueva Salmo 98: Santo es el Señor, nuestro Dios Mt 5,17-19: No he venido a abolir, sino a dar plenitud a la ley Con frecuencia se malinterpreta el significado de estas frases de Jesús. Se usaban para afirmar, de manera incomprensible, que todo el Antiguo Testamento seguía teniendo vigencia, pues Jesús había venido a cumplirlo hasta en sus más mínimos detalles. Lo que dice Jesús realmente, según Mateo, es que ha venido a dar cumplimiento a la Ley y a los profetas que anunciaban el reinado de Dios, o sea, la liberación de la humanidad como medio para hacer que Dios reine de verdad en este mundo. Para alcanzarlo, los cristianos tendrán que poner en práctica cada una de las bienaventuranzas. Éstas son garantía de felicidad y dicha para quienes las practican. Quienes han optado por tener a Dios por rey, de acuerdo con la primera bienaventuranza, se empeñarán, sin duda, con todas sus fuerzas en la transformación del sistema mundano, regido por el dinero, el poder, el placer y el prestigio. Y luchando contra ese sistema harán posible un nuevo mundo de hermanos, donde el amor sustituya al dinero, el servicio al poder, el sacrificio propio por el sufriente en vez del placer, y la estima del otro en sustitución del prestigio propio. Nacerá de este modo la sociedad alternativa que los evangelios denominan “reino de Dios”. Jueves 11 de junio de 2015 Bernabé Hch 11,21b-26; 13,1-3: Era hombre de bien, lleno de Espíritu Santo y de fe Salmo 97: Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios Mt 10,7-13: Proclamen que el reino de los cielos está cerca El anuncio del reino irá acompañado de signos y curación de enfermos. Es el mismo anuncio puesto en boca de Jesús y Juan Bautista por el autor de este evangelio. Es el anuncio de la llegada del reino; primero por el Bautista, luego por el mismo Jesús y, finalmente, por los discípulos. Estos han sido enviados por el Maestro sin equipaje; sin nada que obstaculice su labor evangelizadora. Se pone en evidencia un estilo de vida. Así lo hacían otros predicadores de entonces (p. ej. los cínicos). El hecho que se diga que los trabajadores merecen su salario, significa un estilo de vida de la comunidad mateana: los misioneros deberían ser provistos de todo lo necesario para cumplir su tarea. Así lo vivieron los primeros apóstoles, con entusiasmo y radicalidad. Es el caso de Bernabé apóstol, cuya fiesta celebramos hoy. Asumir el estilo de vida apostólico implica dejar de lado tantas trabas que impiden que el Evangelio sea anunciado con sencillez y claridad. A veces caemos en la tentación de llenarnos de las últimas tecnologías y olvidamos lo esencial: el mensaje. La mejor publicidad deberá ser siempre el testimonio auténtico del portador de la buena noticia. Ahí radica la atracción del mensaje. Viernes 12 de junio de 2015 Corazón de Jesús Gaspar, Juan de Sahagún, Onofre Os 11,1b.3-4.8c-9: Se me revuelve el corazón Interleccional Is 12: Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel Ef 3, 8-12.14-19: Que Cristo habite en sus corazones por la fe Jn 19,31-37: Le traspasó el costado, y salió sangre y agua Celebrar la Solemnidad del Corazón de Jesús es celebrar la memoria de un corazón sublime traspasado por amor a sus hermanos, por amor a la humanidad. El corazón de Jesús es el lugar del encuentro de la comunidad eclesial. El corazón de Jesús es el lugar de la compasión y la misericordia, de la fraternidad y la solidaridad, de la justicia y de la paz. El corazón de Jesús se abre como una gran fuente de agua inagotable de la que brota el amor de Dios en cantidades insospechadas. Sólo el amor que brota de ese corazón podrá salvar a la humanidad, que pareciera tener “un corazón de piedra” donde el egoísmo, la violencia, el odio y la injusticia han establecido su morada para siempre. Como discípulos fieles de Jesús, pidámosle que, por la acción del Espíritu Santo, nos dé un corazón justo y compasivo. Que el mundo sea un gran corazón, para que la humanidad sea definitivamente dignificada y redimida por el corazón traspasado de Jesús. Digamos como Pablo: “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado”. Que la sangre derramada por Jesús en la cruz nos purifique de nuestras faltas por culpa del pecado. Sábado 13 de junio de 2015 Antonio de Padua Is 61,9-11: Desbordo de gozo con el Señor Interleccional 1Sam 2: Mi corazón se regocija por el Señor, mi salvador Lc 2,41-51: María conservaba todo esto en su corazón “El corazón es símbolo de amor e interioridad”. Lucas, ante el cuadro del quinto misterio de gozo, concluye con una nota sobre el corazón de María: “conservaba todo aquello en su corazón”. María es la mujer toda corazón. Esto significa que, aunque en su mente no entiende muchas cosas, ama, espera y cree. María aparece siempre en el Evangelio manifestando su total confianza y obediencia a los planes divinos. María es la mujer que se deja sorprender por Jesús. Esto demuestra su fina sensibilidad. María invita a recuperar esa capacidad de sorpresa y de admiración. El Dios de María es un Dios sorprendente, admirable, desconcertante. Finalmente María revela esa dimensión profética de la pregunta: ¿por qué? No permanece callada ante el misterio, ante los acontecimientos difíciles. Le preguntó al ángel y le pregunta a su Hijo. Y con su Hijo se identificó cuando en la cruz Jesús también preguntó: ¿por qué? No se trata de mantener un silencio estéril; se trata de la inteligencia que, limitada ante el misterio de la vida, solicita una respuesta. De la pregunta humilde hecha oración viene la respuesta elocuente de un Dios que habla y se revela hasta en sus silencios. 6 Homilías 1.- “ATRÉVETE CUANTO PUEDAS” Solemnidad del Corpus Christi y, con ella, la seguridad de que el Señor –lejos de abandonarnos- se ha quedado en este Misterio de fraternidad, amor, generosidad, pasión, muerte y resurrección que es la Eucaristía. 1.- Qué bien lo expresó el Papa Emérito, Benedicto XVI, en el siguiente texto: "¿Qué significa Corpus Christi para mí? En primer lugar, el recuerdo de un día de fiesta, en el que se tomaba al pie de la letra la expresión que acuñó Santo Tomás de Aquino en uno de sus himnos eucarísticos: «Quantum potes tantum aude» —atrévete cuanto puedas a alabarle como merece—. Estos versos recuerdan además una frase que el mártir Justino ya había formulado en el siglo II... El día de Corpus Christi toda la comunidad se siente llamada a cumplir esa tarea: atrévete cuanto puedas. Todavía siento el aroma que desprendían las alfombras de flores y el abedul fresco, los ornamentos en las ventanas de las casas, los cantos, los estandartes; todavía oigo la música de los instrumentos de viento de la banda del pueblo, que en aquel día a veces se atrevía con más de lo que podía; y oigo el ruido de los petardos con los que los muchachos expresaban su barroca alegría de vivir, pero saludando a Cristo en las calles del pueblo como a una autoridad de la ciudad, como a la autoridad suprema, como al Señor del mundo..." 2.- Hoy, desgraciadamente, nuestras calles no rezuman aroma a fraternidad o justicia. Nuestros ojos, en cuanto saltamos a ellas, se encuentran con dramas en mil rostros y pobreza que reclaman nuestra atención. Hoy, Jesús el “pobre” (tal vez disimulado en custodia) avanza por plazas y cuestas, calles y encrucijadas de nuestros pueblos y ciudades para dejarse aclamar pero, también, para que no olvidemos que la Eucaristía es fuerza que nos impulsa hacia el bien. Pero no es una fuerza cualquiera. No es solidaridad simple y a veces interesada. El Corpus Christi nos hace caer en la cuenta de que el amor cristiano no entiende de colores ni de ideologías y que, incluso también hacia el ingrato enemigo, ha de ir volcado nuestro amor porque también Cristo, en su primera custodia de madera (la mesa de Jueves Santo) quiso que su afecto llegase incluso al que más tarde le traicionó. Esa es la diferencia entre solidaridad y caridad. La solidaridad, centrada en el humanismo, tiende a doblegarse, cansarse y agotarse. La caridad, sustentada en el amor divino, es (como dice San Pablo) un amor sin límites, que a veces cuesta ofrendarlo pero que –cuando se da- más se aumenta y más satisfacción produce. Hoy, al llevar a Cristo Sacramentado por nuestras calles, decimos al mundo que somos muchos los que creemos en un amor sin más adjetivo que DIVINO. Por eso cantamos, festejamos, adoramos y hasta nos emocionamos: ¡ES EL AMOR QUE PASA! 3.- A punto de iniciarse el Año de la Misericordia (convocado por el Papa Francisco para el día de la Inmaculada) creo que el Corpus Christi nos centra en el auténtico valor y pureza de esa misericordia. Los cristianos no podemos quedarnos en meros gestos o detalles. La misericordia de Cristo, envuelta hoy en históricas custodias y cobijada bajo palio, nos reclama también un punto de atención: es Misterio. La tocamos y, a la vez, la sentimos lejos. La ofrecemos, y en muchos momentos, nos abre las carnes. Hablamos de ella pero, en algunos instantes, la constituimos sólo en poesía, canción o palabrería. ¡Qué distinta la misericordia del Señor que avanza por nuestras calles en este día del Corpus Christi! Es Él mismo quien se ofrece. En una coyuntura con tantas soledades y sufrimientos. En una realidad mundial tan compleja y con tantos frentes abiertos, el Corpus Christi nos invita a mirar más allá de nosotros mismos. A buscar esa potencia escondida y misteriosa que en un altar se hace presente y que, cuando se comulga, nos convierte en personas invencibles y constantes en el amor y por el amor. 4.- Hoy, en multitud de parroquias, catedrales, comunidades religiosas, pueblos y ciudades desfilarán custodias con el Amor de los Amores. ¿Estamos dispuestos luego nosotros a ser “templetes de carne y hueso” que hagan presente a Cristo en esas otras calles donde es marginado y despreciado, silenciado o blasfemado? Sí; en esas otras calles y plazas que son nuestros puestos de trabajo, el campo donde se toman decisiones, la familia, la educación o nuestras conversaciones diarias. Es fácil, aunque, en estos tiempos, muy meritorio, salir en procesión en un mundo secularizado y habituado a la zafiedad en su asfalto, pero luego nos queda la asignatura pendiente: proclamar el reino de la vida, el Señor de la Eucaristía, allá donde pensamos, vivimos, trabajamos o descansamos como cristianos. 6.- ¡ATRÉVETE CUÁNTO PUEDAS! ¡VIVA JESÚS SACRAMENTADO! QUE ME ATREVA, SEÑOR A dar la cara por Ti cuando, tantos rostros, dicen ser de los tuyos y se esconden a la hora de ser signo de tu presencia. A ser custodia, de carne y hueso, que –cuando es miradadestella rayos de que Tú eres mi luz de que, Tú, eres el motor de mis paso de que, Tú, eres el secreto de mis palabras. QUE ME ATREVA, SEÑOR A ser pétalo de tu Evangelio dejando, allá por donde pase, un exponente de que soy de los tuyos Un síntoma de que, tu Cuerpo y tu Sangre, se funden en mis entrañas y me empujan a ser un templo vivo allá donde existe la muerte o el llanto. QUE ME ATREVA, SEÑOR Y, con mis fuerzas, cuanto pueda a darte alabanza y honor aun a riesgo de ser centro de la diana de burlas y mofas cuando, ante otros dioses de madera y cartón no doblego lo más santo y fuerte que poseo: Tú. QUE ME ATREVA, CUÁNTO PUEDA SEÑOR A rendirme a tus pies pero nunca rendirme de lo que pienso y creo: Tú eres Rey, Tú eres Amor de amores Tú eres cielo en la tierra y Palabra certera en tantas noches oscuras Tú mereces la gloria, sólo Tú, cuando lo que nos rodea nos invita a centrarnos sólo en la nuestra QUE ME ATREVA, CUÁNTO PUEDA SEÑOR A ser incienso de un Dios que no defrauda Mano tendida para el que llama a mi puerta Voz que anuncia y denuncia Silencio que conforte en mil duelos QUE ME ATREVA, CUÁNTO PUEDA SEÑOR A manifestar, en este vacío mundo, que Tú lo puedes llenar todo cuando, el hombre y la mujer de este tiempo, busque en la profundidad (y no en la superficialidad) el Agua Viva que calma la sed de una vez por todas. ¡Bendito, Señor, sea tu nombre! ¡Bendita, Señor, sea tu presencia! ¡Grande, Señor, sea tu reinado en el corazón del hombre! ¡Única y para Ti, Señor, sea nuestra adoración! Tuyos, siempre tuyos Señor, en este día en el que tu Cuerpo y tu Sangre hacen de innumerables rincones de nuestra tierra un inmenso altar desde el cual hablas, miras, callas, observas, lloras y bendices. ¡QUE ME ATREVA, CUÁNTO PUEDA SEÑOR! 2.- INVITADOS A LA CENA NUPCIAL DEL SEÑOR 1.- LA SANGRE DE LA ALIANZA.- Los ritos ancestrales de la Pascua judía hunden sus raíces en ritos aún más antiguos, aunque adquieren un sentido nuevo y prefiguran al mismo tiempo el sacrificio por excelencia, el sacrificio definitivo, el sacrificio de Cristo. La sangre ha sido siempre un elemento que ha estremecido al hombre, al mismo tiempo que ha visto en ella una fuerza misteriosa. Al relacionarla con la alianza se pone el acento en la unidad. En cierto modo es una realidad que también hoy está en vigor. Y así se dice que los hermanos tienen la misma sangre, o se establece una especial relación entre quien da su sangre y el que la recibe. Así al participar los pactantes de la misma sangre se establecía entre ellos una estrecha unión. 2.- LA SANGRE DE CRISTO.- "No usa sangre de machos cabríos, ni de becerros, sino la suya propia..." (Hb 9, 12). El Misterio de la Redención alcanza cotas muy altas en la Eucaristía. Hemos de recordarlo de modo especial hoy, día en que se celebra la gran fiesta del Corpus Christi, en la que los cristianos rendimos adoración al Santísimo Sacramento del altar, le tributamos el culto supremo a Jesús sacramentado. Él quiso derramar su sangre en sacrificio de expiación por nosotros. Antes esta realidad el hagiógrafo exclama: "Si la sangre de los machos cabríos... tienen el poder de consagrar a los profanos, ¡cuánto más la sangre de Cristo que, en virtud del Espíritu eterno se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo!"... Sangre de Cristo, embriágame. 2.- CRISTO, CORDERO DE DIOS.- "El primer día de los ázimos..." (Mc 14, 12). Los ázimos es el nombre que recibían los panes preparados sin levadura, para comerlos durante los días de la Pascua. El pan de días anteriores, confeccionados con levadura, tenía que haberse consumido ya, o ser destruido, pues se consideraba que la fermentación de la masa ludiada era una especie de impureza, incompatible con la fiesta pascual. Pero más importante que el pan ázimo, era el cordero inmolado en esa fiesta. Se recordaba así la sangre de aquellos corderos con la cual se tiñeron los dinteles de las casas en Egipto de los hebreos, librándolos así de la muerte...En la nueva fiesta pascual, en la Pascua cristiana, Jesucristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, como lo recordamos antes de la comunión de su Cuerpo y su Sangre, Alma y Divinidad. En ese momento se nos recuerda, con palabras del Apocalipsis, que estamos invitados a la cena nupcial del Señor. 3.- ¿QUÉ HACES CON TU HERMANO? 1.- Día de la Caridad. Hoy vuelve de nuevo la Iglesia a recordarnos lo que significa el misterio de Cristo con nosotros. Hoy quiere que volvamos de nuevo los ojos hacia ese misterio inexplicable del Cuerpo de Cristo y le cantemos gozosos y le demos las gracias. Junto a ese sentimiento de amor y agradecimiento al Señor porque ha querido quedarse con nosotros -ese sentimiento que se expresa en la quietud de la oración-, la Iglesia ha querido recordarnos algo extraordinariamente interesante. Es esto: que Cristo no sólo se quedó bajo la forma de pan y vino para que nuestra ruta tuviera auxilio permanente, sino que se quedó en los hombres que necesitan de los demás. Por eso, hoy es el Día de la Caridad. No podemos hoy cantar a Cristo en su magnífica custodia procesional si somos capaces de adorarlo en aquellos hombres en los que, inevitable es decirlo, cuesta mucho encontrarlo. Él quiso que lo buscáramos en esos hombres, porque en ellos escondió sus rasgos en una especie de reto lanzado desde siempre a nuestra inquietud y a la sinceridad de nuestro cristianismo. 2.- El Corpus es un día para el encuentro con los hermanos. "Haced esto en memoria mía". Jesús no nos dijo "pronunciad estas palabras en memoria mía", sino "haced", es decir "vivid". No hay de verdad Eucaristía si no tenemos los sentimientos que tuvo Jesús, si no intentamos entregarnos y amarnos como Él nos ama. La fracción del pan --nombre con el que los primeros cristianos designaban a la Eucaristía-- es un gesto que a menudo pasa desapercibido, pero sin embargo refleja perfectamente lo que Jesús quiso enseñarnos al partirse y repartirse por nosotros. Compartir hoy y aquí es una obligación perentoria de la que ningún cristiano estamos dispensados. Sentir, como sintieron los apóstoles, el hambre de la multitud que seguía a Jesús será un rasgo que distinguirá nuestro espíritu cristiano. Si no somos capaces de captar la necesidad de los hombres el Día del Corpus habrá sido en vano. El Día del Corpus es un día para el encuentro con los hermanos y para que compartamos con ellos, además de todo cuanto humanamente podamos darles (si es que podemos darles algo), el gozo de tener cerca de nosotros a Cristo, un Cristo personal y cercano que quiere asomarse a nuestra vida no sólo a través del expositor de una gran Custodia sino a través de los hombres, que es donde realmente quiere vivir y estar para siempre. ¿Qué haces con tu hermano? Es la pregunta que Dios nos hace cada día y que es el lema de la campaña institucional de Cáritas 2015. 3. - La Eucaristía es misión. Dios nos encomienda vivir lo que hemos celebrado. Por eso la Eucaristía celebra la vida y nos da fuerza para la vida. Cuando el sacerdote nos dice "Podéis ir en paz" nos está enviando al mundo. Es como si Jesús nos dijera: "Tomad, comed y vivid el amor". Es esta la segunda procesión del Corpus, la que emprendemos cada día hacia la calle, hacia el trabajo o hacia la escuela como mensajeros del amor de Dios. El hombre de hoy tiene hambre de verdad y de plenitud, tiene hambre de Dios. 4.- LA FIESTA DEL CORPUS ES LA FIESTA DEL AMOR CRISTIANO 1.- Hablar de la fiesta del Corpus Christi es hablar de la fiesta del amor cristiano. Pero resulta que oímos por ahí de vez en cuando que lo que los cristianos tenemos que hacer es predicar más la justicia y menos el amor. Mientras que otros, muy cumplidores y muy observantes ellos, nos dicen, por otro lado, que hablamos mucho del amor, pero nos olvidamos de recomendar las prácticas tradicionales de la piedad y de la penitencia cristiana. Es como si nos dijeran que el amor cristiano va en contra de la justicia, o en contra de las prácticas tradicionales de la piedad cristiana. O que el amor cristiano es algo mucho más fácil de cumplir, que la justicia o el rezo del rosario. Y, claro está, esto no sólo no es verdad, sino que es exactamente lo contrario. El amor cristiano es el amor de Cristo, el mismo amor con el que Cristo denunció la injusticia y se retiró por las noches a hablar con su Padre Dios. El amor cristiano es el que gobernó y dirigió toda la vida, pasión y muerte del Señor. La práctica del amor cristiano es la única llave que nos abre las puertas de la santidad cristiana. Si no tengo amor nada soy, repitió muchas veces San Pablo. Pues bien, lo que yo quiero decir es que el amor cristiano, además de ser la virtud más difícil de practicar, es la virtud que da valor y consistencia a todas las demás virtudes. Predicar un cristianismo basado en la práctica del amor cristiano no es predicar un cristianismo fácil o rebajado, sino todo lo contrario. Los santos fueron santos, precisamente porque intentaron seguir lo más fielmente posible a Aquel que nos amó hasta el extremo. No hay nada más difícil en la vida humana, que amar constantemente con amor cristiano a los demás. Porque amar es olvidarse de uno mismo y pensar en los demás. Y amar a los demás como Cristo nos amó es amarlos hasta el extremo, hasta el extremo de dar la vida por ellos. Esto nunca fue algo fácil de cumplir. 2-.La sangre de la Antigua y de la Nueva Alianza. Cuando Moisés quiso demostrarle al Señor que el pueblo estaba dispuesto a cumplir todo lo que Él les mandaba en el documento de la alianza, “mandó a algunos jóvenes israelitas ofrecer al Señor holocaustos y vacas como sacrificio de comunión”. La sangre de estos animales rociada sobre el pueblo fue el signo y la señal de la aceptación y cumplimiento de la Antigua Alianza. El pueblo de Israel ofrecía al Señor la sangre de los mejores animales que tenía: vacas, corderos, palomas… Los sacerdotes de la Antigua Alianza ofrecían al Señor algo que, sin duda, era para el pueblo muy valioso y, al mismo tiempo, el pueblo prometía obedecer y cumplir todos los mandatos de la Ley. En la Nueva Alianza, en cambio, Cristo se constituye en el nuevo y único sacerdote y ofrece al Señor su propia sangre, su vida. La sangre de Cristo, su vida, será, desde entonces, para nosotros la señal de la Nueva Alianza. Esto es lo que debemos entender y celebrar cuando celebramos la eucaristía. Cuando nosotros celebramos la eucaristía, Dios hace con nosotros una nueva y eterna alianza, perdonándonos todos nuestros pecados por la sangre de Cristo, por su vida, mientras nosotros prometemos cumplir el nuevo mandamiento que el Señor nos dio: amarnos unos a otros como Él nos amó. Celebrar, pues, la eucaristía es renovar la nueva y eterna alianza que el Señor ha hecho con nosotros, en la sangre, en la vida de su Hijo. La eucaristía es el memorial de la pasión y muerte de Cristo: “haced esto en memoria mía”. 3.- La eucaristía debe crear comunión. Comunión con Dios, nuestro Padre, intentando imitar, aunque sea de lejos, la comunión que siempre existió entre el Padre y su Hijo. Comunión entre todos los cristianos, en Cristo, haciendo que el mismo amor con el que Cristo nos amó nos una a nosotros y haga comunidad entre todos nosotros. Comunión entre todas las personas, porque Dios nos ama a todos y quiere que todos seamos sus hijos. Comunión con la tierra y con el universo entero, porque todo el universo es la casa y el templo de Dios. La eucaristía, en definitiva, es amor, comunión, alianza de amor entre Dios y los hombres. Porque el amor busca siempre la unión y la comunión entre todas las personas que aman. 5.- JESÚS PERMANECE CON NOSOTROS Y MUY CERCA 1.- Hoy es un día muy especial para reflexionar sobre un milagro permanente, sobre un signo que Jesús hizo ante sus discípulos hace más de dos mil años y que permanece. Nos referimos a su presencia real en la Eucaristía. Obviamente, a nosotros, aquí y ahora, lo que más nos interesa es ese pensamiento fuerte sobre la presencia de Jesucristo es el Sacramento del Altar. No puede eludirse el hecho de que Dios se ha quedado en la Tierra en forma aparente de pan y vino y que está dispuesto para ser alimento espiritual de las almas. Esto puede dar un cierto rubor "modernista" el afirmarlo de manera tajante, pero, sin embargo, dejarlo fuera, o atenuarlo en una especie de valoración legendaria, es una dejación absurda. Incluso, de una manera un tanto cazurra bien podría decir que si tenemos una cosa buenísima para qué vamos a prescindir de ella. 2.- La recepción del Cuerpo del Cristo, el diálogo íntimo con el Recién Recibido, las charlas – internas y distendidas—en la proximidad del Sagrario y la profunda convicción de la presencia de Dios en ese pan y vino de vino es, en sí mismo, un grandísimo bien que preside nuestra vida de cristianos. Y si alguno le faltase fe, al respecto, la solución es muy fácil: pedir a quien se quiso quedar en la Eucaristía que nos aumente la fe. 3.- Y en cuanto al contenido litúrgico de nuestra celebración de hoy hemos de decir que esta solemnidad comenzó a celebrarse en Bélgica, en Lieja, en 1246. Sería el Papa Urbano VI quien motivo que de extendiera por toda la Iglesia. El Pontífice buscaba que esa idea, generalizada y admitida en toda la cristiandad, de la presencia real de Jesús en la Eucaristía, tuviese mayor resonancia por la dedicación de una fiesta universal. No obstante, ya en esos tiempos, se celebraban las procesiones eucarísticas que han llegado a nuestros días. El Papa Urbano VI deseaba que hubiese un día específico para reflexionar en ese acto de generosidad de Cristo que es quedarse realmente junto a nosotros. 4.- Con la perfección en los contenidos que marca siempre la Sagrada Liturgia tenemos que decir las lecturas que hemos proclamado ayudan a mejor comprender el misterio que hoy, especialmente, adoramos. Y en el Libro del Éxodo, en su capítulo 24, leemos una frase que va a recordar bastante la consagración que hizo Jesús en la Cena del Jueves Santo. Son palabras de Moisés que dice: “Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre todos esos mandatos.” El Amigo de Dios, el gran Moisés estaba profetizando, al menos la forma, de lo que sería la alianza más directa de Dios con el hombre. La sangre de su Hijo Unigénito sería el principio de una nueva Alianza de Amor y de permanencia física en el mundo, a través de todos los tiempos. A su vez en la Carta a los Hebreos, se plasma una de las grandes novedades realizadas por Cristo en las relaciones con Dios Padre Todopoderoso. Su sacrificio va a ser el último y el definitivo dirigido a Dios. Por un lado se clausura una acción litúrgica sacrificial y se abre el nuevo culto con el recuerdo y presencia permanente de Jesús, que es víctima y altar. Dice la Carta a los Hebreos que Jesús “no usa sangre de macho cabríos ni de becerros, sino la suya propia; y así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna” 5.- El Evangelio de San Marcos nos narra con su brevedad y precisión acostumbradas todos los momentos de la celebración de Sagrada Cena con la consagración eucarística dicha en su final. Y los términos utilizados por Jesús en el relato de Marcos en lazan directamente con los otros textos bíblicos leídos hoy que marcan esa nueva alianza de amor y de reconciliación, oficiada por el Hijo, y admitida por el Padre. Todos los días, a todas las horas, celebramos y festejamos la Eucaristía, la presencia real de Jesús en el pan y el vino consagrados, pero en esta fiesta grande del Cuerpo y de la Sangre del Señor debemos de hacer un esfuerzo para tener ese misterio más cerca de nosotros y que nos sirva de alimento para el complejo camino diario del seguimiento de Nuestro Señor Jesús. LA HOMILIA MÁS JOVEN CELEBRAR LA EUCARISTÍA, AUN ESTANDO SOLO 1.- Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, es su nombre completo. Oía en mi infancia, y hasta en años posteriores, el dicho castellano que reza: “tres jueves hay en el año que relumbran más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión”. Aquí donde vivo y en muchos otros lugares, son estos jueves días laborables, sin que por ello, pienso yo, se resienta nuestra Fe. Debemos tener muy presente que la semana es una norma bíblica y el domingo creación cristiana. Las diferentes solemnidades y fiestas que han ido surgiendo, que continúan celebrándose o no, no forman parte de lo nuclear cristiano. 2.- Dos cosas quiero apuntar para empezar. La presencia del Señor entre nosotros, está afirmada en diversas circunstancias. En la Palabra Proclamada, cuando dos o más nos reunimos en su Nombre y en la realidad Eucarística, tanto cuando la celebramos, como en su permanencia en el Sagrario. Debemos afirmar la última, sin olvidar las otras. Debemos celebrarla, sin olvidar las anteriores. Podemos gozar de ella en ciertas ocasiones, teniendo en otros momentos la oportunidad de aprovechar únicamente las otras. Celebrar la Palabra nos hace presente al Maestro. Encontrarnos dos o más en su Nombre, sintiéndonos responsables de serlo y pretendiendo trasmitir la riqueza de nuestra Fe, también y en cualquier lugar y momento, nos prestará su compañía, no lo olvidemos. 3.- He iniciado este mensaje homilía, mis queridos jóvenes lectores, recordándoos algunos principios que nunca debemos olvidar. Continúo ahora dedicando mi comentario a la fiesta de hoy. Cada vez que celebramos misa es Corpus. Cada visita que hacemos al Sagrario, también es un encuentro personal y espiritual con Él. La Eucaristía, fundamentalmente, es celebración. Actualización mistérica de lo realizado en el Cenáculo, completado en el Calvario y culminado al resucitar Él en el Sepulcro. Es alimento espiritual. Tuvo mucho interés en anunciarlo el Maestro en más de una ocasión. Uno come para poder vivir. Con frecuencia es una satisfacción del hambre y deleite del paladar. Pero aunque no pongamos atención, aunque no disfrutemos comiendo, aunque ni nos demos cuenta de lo que estamos masticando, lo que tragamos con buena disposición, nos alimenta. 4.- Es importante tenerlo en cuenta, mis queridos jóvenes lectores. Yo no me pregunto al levantarme, si tengo ganas de celebrar misa. Generalmente los días de labor no estoy obligado a ello, estoy sólo en casa y puedo escoger, sin que nadie me vea o se entere. Me pregunto sinceramente ¿por qué voy a entrar en “mi pequeña iglesia” yo sólo, nada me obliga a hacerlo?, escucho entonces en mi interior: “haced esto en conmemoración mía”. Si la juguetona imaginación domina mi interior y sé que difícilmente lograré hacerlo atento, le digo: allá Tú, Señor, que me lo indicaste. Haré lo que pueda, tal vez en este momento, en un rincón de África, o de cualquier otro continente, una solitaria monja te contemple interesada y emocionada. Yo no voy a llegar a tanto, pero recibe lo mío y lo otro juntamente, como una realidad simbiótica espiritual, que te sea propicia y agradable en tu presencia. Guy de Larigaudie recordaba: no hay que decir: tal día iré a misa, como si fuera una excepción. Lo excepcional debe ser es decir algún día no voy a asistir a misa. 5.- La liturgia de este año pone el acento en un aspecto que olvidamos con frecuencia. La Eucaristía es un pacto, una alianza de Amor, entre Dios y los hombres, mediante su Hijo Jesús, que es sacerdote de sí mismo, víctima inmensa, presentada al Padre. Culminación de otras alianzas que recuerdan las lecturas. Conservar el Sagrario, aunque permanezca sólo, es guardar el documento legal de esta situación. La Eucaristía está fundamentalmente depositada para asistir a enfermos y moribundos. Es apropiadísima para la oración y adoración. Es “documento mudo” que reclama protección y ayuda. Quien es propietario de algo de valor, conserva la factura de la compra, la escritura notarial de la finca que es suya, el certificado del registro de la propiedad inmobiliaria que le acredita su posesión legítima. Mucho más es la Eucaristía, no lo olvidéis y os confío que, cabe el Sagrario, le he dicho al Señor esta mañana, entre otras cosas, a mis queridos jóvenes lectores, buenos días les des Dios. Más tarde he celebrado misa. Físicamente estaba sólo en el recinto. Realmente me acompañaban Santa María y San José, los Apóstoles, los Ángeles y todos los Santos. Amén de tantos otros que anclados en el espacio y tiempo del planeta tierra, también lo hacían.