Cristo entregó a los Doce

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Contiene:
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ARL Corpus Christi B
PAGOLA El Cuerpo y la Sangre del Señor
Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo B
Semana del 7 al 13 de junio
6 Homilías
ARL Corpus Christi B
Este es mi cuerpo. Esta es mi sangre
La Eucaristías se celebra siempre, en cierto sentido, sobre “el altar del mundo”. Une el cielo y la
tierra. Comprende y abarca toda la creación. No pocas veces, en nuestra experiencia, la
participación en la Misa parece marcada por la rutina de la costumbre o resulta pesada por la carga
de observar un precepto dominical. El regalo más grande que nos pueda hacer hoy el Espíritu del
Señor, sea experimentar y sentirnos invadidos del grato estupor que siempre debería llenarnos
cuando celebramos este grandísimo sacramento.
Una palabra clave para entrar en el misterio de la Santísima Eucaristía es la Alianza: la hemos
escuchado en las tres lecturas que se han proclamado. El libro del Éxodo nos recordó cómo Dios,
después de haber liberado al pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto, le propuso su alianza y el
pueblo juró fidelidad eterna al Señor. El pacto queda registrado en un cierto contrato, llamado “libro
de la alianza”; Moisés, como mediador entre Dios e Israel ha leído las cláusulas del pacto y luego
de que el pueblo se ha comprometido solemnemente a observarlas, “tomó la sangre (de los
animales sacrificados) y roció al pueblo diciendo: esta es la sangre de la alianza que el Señor ha
establecido con ustedes sobre la base de estas palabras!”. En la concepción hebrea la sangre es el
principio vital, el elemento más precioso y misterioso en el hombre, porque “la vida de toda carne
es su sangre” (Lv 17, 14). La sangre derramada, mitad sobre el altar de Dios y mitad sobre el
pueblo, representa así la vida: ahora entre el Señor e Israel corre la misma sangre, está vigente un
pacto de pertenencia recíproca, fluye una relación de amor de ida y vuelta.
Cuando Jesús llega a la última noche de sus vida, la antigua alianza se había reducido a una
institución casi vacía, se había convertido en un rito casi formal, del cual ya los profetas habían
anunciado su futura superación. Ahora a Jesús le quedan pocas horas: Todo parece precipitarse
irremediablemente hacia la catástrofe final. Judas, uno de los doce, está por ir a traicionarlo por
treinta monedas; Pedro, el primero de los discípulos, esa misma noche lo negará tres veces. Es
paradójico que san Marcos coloque el relato de la institución de la eucaristía entre la traición de
Judas y el anuncio de la negación de Pedro y de la huída de los otros discípulos.
Las palabras de Jesús sobre el pan partido y sobre la sangre derramada parecen decir que él
pretende darse a sí mismo, en una libre anticipación de lo que está por serle arrebatado (o sea, el
don de la propia vida), el querer darse, repartirse, espontáneamente, antes de ser “entregado” por
otros. Así Jesús se apega perfectamente al designio del Padre que le pide abandonarse en las manos
de sus perseguidores porque sólo así el Amor puede manifestar su omnipotencia. La vigilia de su
pasión, Jesús decide “entregar” la vida que querían arrebatarle a fuerza; decide ofrecer
personalmente, aquel sacrificio que otros tramaban cumplir; decide hacer consumir como alimento
lo que sus perseguidores pretendían destruir.
Pero si la muerte es de por si un acontecimiento de separación, ¿cómo se puede convertir en signo y
medio de reconciliación? En efecto, la situación que se había creado en torno a Jesús era dramática
y nada propicia para establecer una alianza: él estaba para morir, no como Juan Bautista, con la
gloria del martirio, sino como un delincuente en la ignominia de la cruz. ¿Cómo puede un delito tan
atroz fundar el derecho de una justa relación con Dios? ¿Cómo puede tan injusta y cruel violencia
transformarse en alianza de paz? Sólo el amor del inocente Hijo de Dios podía obrar tan estupenda
transformación: “después de haber amado a los suyos, (Jesús) los amó hasta el extremo” (Jn 13,
1). De hecho, Jesús supera la tragedia del abandono y se ofrece voluntariamente como rehén para
dejar ir libres a los suyos; se convierte en víctima de las maquinaciones de los sumos sacerdotes y
de la indolencia de Pilatos, pero no invoca ni sobre ellos, ni sobre sus ejecutores la venganza de
Dios: reacciona a la desolación que prueba al sentirse abandonado por el Padre, abandonándose
totalmente a su vez en sus brazos misericordiosos. Esta es la transformación que se realiza en la
muerte de Jesús: la transformación de su sangre criminalmente derramada en sangre pacíficamente
donada en señal de alianza. Como leemos en la Carta a los Hebreos, Cristo “es mediador de la
nueva alianza”, establecida no con la sangre de machos cabríos y novillos, sino con su propia
sangre, estos es, haciendo don de sí mismo, de su vida y de su muerte. La Eucaristía permanecerá
para siempre como el memorial de esta ofrenda de amor; en el don de sí mismo hasta el fin, el amor
ha vencido a la muerte y ha producido una vida nueva: “nosotros estamos en paz con Dios por
medio de nuestro Señor Jesucristo” (Rom 5, 1).
Y nuestra Misa se ha convertido para nosotros tan habitual que no nos damos cuenta de la
transformación radical que ha realizado Jesús. Pensamos en la transformación del pan y del vino en
el cuerpo y la sangre de Cristo (la transustanciación), y está bien, porque el gesto que él ha
realizado sobre esos elementos es un gesto sacramental, en cuanto él se los ha apropiado en modo
tal que los discípulos lo encontraran “verdaderamente, realmente, sustancialmente”, aunque fuera
bajo el velo de los signos. Pero nunca debemos olvidar que esa transformación sacramental supone
la transformación existencial que Jesús ha realizado con su amor cambiando, desde el interior, el
acontecimiento de su muerte en la nueva y eterna alianza.
En esto, aquí, se radica el dinamismo eucarístico: la energía que nos es ofrecida con el cuerpo y la
sangre de Cristo en la Eucaristía y nos permite entrar existencialmente en su sacrificio de amor.
También nosotros podemos participar en la transformación eucarística: convertir, por la prodigiosa
“alquimia” de la gracia, los obstáculos en ocasiones de donación, las injusticias en posibilidad de
perdón, las barreras en puentes de comunicación, el dolor en oportunidad de amor. Y gracias a la
Eucaristía, nos será dada la fuerza de la transformación más extraordinaria: la que cambia la
incomprensión, la ingratitud, el rechazo, todo mal, -sobretodo el mal sufrido injustamente-, en don
ofrecido voluntariamente a Dios Padre, lleno de obediencia filial hacia él, lleno de amor fraterno
hacia quienes nos hacen sufrir. Y encontraremos la fuerza de hacernos pedazos y repartirnos entre
todos, aún entre los hermanos que no tienen un rostro amable, aún cuando no recibamos nada en
cambio.
Y así, de día en día, hasta el final, hasta la transformación suprema: cuando nuestro morir sea pasar
por su Pascua, y la última eucaristía se convierta en el “viático” para ir a donde él nos amará sin fin.
Fr. Arturo Ríos Lara, OFM
Roma, 7 de junio de 2015
LA CENA DEL SEÑOR
Los estudios sociológicos lo destacan con datos contundentes: los cristianos de nuestras iglesias
occidentales están abandonando la misa dominical. La celebración, tal como ha quedado
configurada a lo largo de los siglos, ya no es capaz de nutrir su fe ni de vincularlos a la comunidad
de Jesús.
Lo sorprendente es que estamos dejando que la misa «se pierda» sin que este hecho apenas
provoque reacción alguna entre nosotros. ¿No es la eucaristía el centro de la vida cristiana? ¿Cómo
podemos permanecer pasivos, sin capacidad de tomar iniciativa alguna? ¿Por qué la jerarquía
permanece tan callada e inmóvil? ¿Por qué los creyentes no manifestamos nuestra preocupación con
más fuerza y dolor?
La desafección por la misa está creciendo incluso entre quienes participan en ella de manera
responsable e incondicional. Es la fidelidad ejemplar de estas minorías la que está sosteniendo a las
comunidades, pero ¿podrá la misa seguir viva solo a base de medidas protectoras que aseguren el
cumplimiento del rito actual?
Las preguntas son inevitables: ¿No necesita la Iglesia en su centro una experiencia más viva y
encarnada de la cena del Señor que la que ofrece la liturgia actual? ¿Estamos tan seguros de estar
haciendo hoy bien lo que Jesús quiso que hiciéramos en memoria suya?
¿Es la liturgia que nosotros venimos repitiendo desde siglos la que mejor puede ayudar en estos
tiempos a los creyentes a vivir lo que vivió Jesús en aquella cena memorable donde se concentra, se
recapitula y se manifiesta cómo y para qué vivió y murió? ¿Es la que más nos puede atraer a vivir
como discípulos suyos al servicio de su proyecto del reino del Padre?
Hoy todo parece oponerse a la reforma de la misa. Sin embargo, cada vez será más necesaria si la
Iglesia quiere vivir del contacto vital con Jesucristo. El camino será largo. La transformación será
posible cuando la Iglesia sienta con más fuerza la necesidad de recordar a Jesús y vivir de su
Espíritu. Por eso también ahora lo más responsable no es ausentarse de la misa, sino contribuir a la
conversión a Jesucristo.
José Antonio Pagola
Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (B)
(Domingo 7 de junio de 2015)
LECTURAS
Ésta es la sangre de la alianza que el Señor hace con ustedes
Lectura del libro del Éxodo 24, 3-8
En aquellos días:
Moisés fue a comunicar al pueblo todas las palabras y prescripciones del Señor, y el pueblo
respondió a una sola voz: «Estamos decididos a poner en práctica todas las palabras que ha dicho el
Señor».
Moisés consignó por escrito las palabras del Señor, y a la mañana siguiente, bien temprano, levantó
un altar al pie de la montaña y erigió doce piedras en representación de las doce tribus de Israel.
Después designó a un grupo de jóvenes israelitas, y ellos ofrecieron holocaustos e inmolaron
terneros al Señor, en sacrificio de comunión. Moisés tomó la mitad de la sangre, la puso en unos
recipientes, y derramó la otra mitad sobre el altar. Luego tomó el documento de la alianza y lo leyó
delante del pueblo, el cual exclamó: «Estamos resueltos a poner en práctica y a obedecer todo lo
que el Señor ha dicho».
Entonces Moisés tomó la sangre y roció con ella al pueblo, diciendo: «Ésta es la sangre de la
alianza que ahora el Señor hace con ustedes, según lo establecido en estas cláusulas».
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL115, 12-13. 15-18
R. Alzaré la copa de la salvación
e invocaré el Nombre del Señor.
O bien:
Aleluia.
¿Con qué pagaré al Señor
todo el bien que me hizo?
Alzaré la copa de la salvación
e invocaré el Nombre del Señor. R.
¡Qué penosa es para el Señor
la muerte de sus amigos!
Yo, Señor, soy tu servidor,
tu servidor, lo mismo que mi madre:
por eso rompiste mis cadenas. R.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
e invocaré el Nombre del Señor.
Cumpliré mis votos al Señor,
en presencia de todo su pueblo. R.
La sangre de Cristo purificara nuestra conciencia
Lectura de la carta a los Hebreos 9, 11-15
Hermanos:
Cristo, a diferencia de los sacerdotes del culto antiguo, ha venido como Sumo Sacerdote de los
bienes futuros. El, a través de una Morada más excelente y perfecta que la antigua —no construida
por manos humanas, es decir, no de este mundo creado—, entró de una vez por todas en el
Santuario, no por la sangre de chivos y terneros, sino por su propia sangre, obteniéndonos así una
redención eterna.
Porque si la sangre de chivos y toros y la ceniza de ternera, con que se rocía a los que están
contaminados por el pecado, los santifica, obteniéndoles la pureza externa, ¡cuánto más la sangre de
Cristo, que por obra del Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia
de las obras que llevan a la muerte, para permitirnos tributar culto al Dios viviente!
Por eso, Cristo es mediador de una Nueva Alianza entre Dios y los hombres, a fin de que, habiendo
muerto para redención de los pecados cometidos en la primera Alianza, los que son llamados
reciban la herencia eterna que ha sido prometida.
Palabra de Dios.
SECUENCIA
Esta secuencia es optativa. Si se la canta o recita, puede decirse íntegra o en forma breve desde: *
Éste es el pan de los ángeles.
Glorifica, Sión, a tu Salvador,
aclama con himnos y cantos
a tu Jefe y tu Pastor.
Glorifícalo cuanto puedas,
porque Él está sobre todo elogio
y nunca lo glorificarás bastante.
El motivo de alabanza
que hoy se nos propone
es el pan que da la vida.
El mismo pan que en la Cena
Cristo entregó a los Doce,
congregados como hermanos.
Alabemos ese pan con entusiasmo,
alabémoslo con alegría,
que resuene nuestro júbilo ferviente.
Porque hoy celebramos el día
en que se renueva la institución
de este sagrado banquete.
En esta mesa del nuevo Rey,
la Pascua de la nueva alianza
pone fin a la Pascua antigua.
El nuevo rito sustituye al viejo,
las sombras se disipan ante la verdad,
la luz ahuyenta las tinieblas.
Lo que Cristo hizo en la Cena,
mandó que se repitiera
en memoria de su amor.
Instruidos con su enseñanza,
consagramos el pan y el vino
para el sacrificio de la salvación.
Es verdad de fe para los cristianos
que el pan se convierte en la carne,
y el vino, en la sangre de Cristo.
Lo que no comprendes y no ves
es atestiguado por la fe,
por encima del orden natural.
Bajo la forma del pan y del vino,
que son signos solamente,
se ocultan preciosas realidades.
Su carne es comida, y su sangre, bebida,
pero bajo cada uno de estos signos,
está Cristo todo entero.
Se lo recibe íntegramente,
sin que nadie pueda dividirlo
ni quebrarlo ni partirlo.
Lo recibe uno, lo reciben mil,
tanto éstos como aquél,
sin que nadie pueda consumirlo.
Es vida para unos y muerte para otros.
Buenos y malos, todos lo reciben,
pero con diverso resultado.
Es muerte para los pecadores y vida para los justos;
mira cómo un mismo alimento
tiene efectos tan contrarios.
Cuando se parte la hostia, no vaciles:
recuerda que en cada fragmento
está Cristo todo entero.
La realidad permanece intacta,
sólo se parten los signos,
y Cristo no queda disminuido,
ni en su ser ni en su medida.
* Éste es el pan de los ángeles,
convertido en alimento de los hombres peregrinos:
es el verdadero pan de los hijos,
que no debe tirarse a los perros.
Varios signos lo anunciaron:
el sacrificio de Isaac,
la inmolación del Cordero pascual
y el maná que comieron nuestros padres.
Jesús, buen Pastor, pan verdadero,
ten piedad de nosotros:
apaciéntanos y cuídanos;
permítenos contemplar los bienes eternos
en la tierra de los vivientes.
Tú, que lo sabes y lo puedes todo,
Tú, que nos alimentas en este mundo,
conviértenos en tus comensales del cielo,
en tus coherederos y amigos,
junto con todos los santos.
Aleluia Jn 6, 51
Aleluia.
«Yo soy el pan vivo bajado del cielo.
El que coma de este pan vivirá eternamente», dice el Señor.
Aleluia.
Evangelio
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 14, 12-16. 22-26
El primer día de la fiesta de los panes ácimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos
dijeron a Jesús: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?»
Él envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre
que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice:
"¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?" Él les mostrará
en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo
necesario».
Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y
prepararon la Pascua.
Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos,
diciendo: «Tomen, esto es mi Cuerpo».
Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: «Ésta es mi
Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Les aseguro que no beberé más del
fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios».
Palabra del Señor.
Guión para la Santa Misa
Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor
7 de Junio 2015- Ciclo B
Entrada: Por esta Solemnidad del Corpus Christi la Iglesia exulta de gozo porque el Esposo que ha
dado la vida por la Iglesia entregándose a Sí mismo por Ella hoy se muestra en su exceso de amor
dándose como alimento espiritual.
Liturgia de la Palabra
Primera Lectura Éxodo 24, 3- 8
El Señor Dios, con la sangre de una víctima inmolada, hace alianza con su Pueblo elegido.
Salmo Responsorial: 115
Segunda Lectura Hebreos 9, 11- 15
Es la Sangre de Cristo la que purifica nuestras conciencias y nos obtiene una redención eterna.
***Secuencia (optativa)
Evangelio Marcos 14, 12- 16. 22- 26
Cristo en la Última Cena nos dio a comer su Carne y a beber su Sangre como alianza perpetua,
memorial de su Pasión.
Preces:
Elevemos nuestras súplicas a Nuestro Señor Jesucristo que ha querido quedarse con nosotros para
ser nuestra ayuda y asistirnos. Digámosle con confianza:
A cada intención respondemos cantando…
* Por el Papa, obispos, presbíteros y diáconos, para que sirvan generosamente al pueblo confiado
por el anuncio fiel del Evangelio y la administración digna de los Sacramentos. Oremos…
* Para que la Iglesia católica esparcida en todo el mundo tome cada vez más amorosa y responsable
conciencia del valor del precepto dominical para nutrirse del mismo Señor que da vida espiritual en
abundancia. Oremos.
* Por la paz del mundo, para que el Sacramento del Amor inspire a los hombres de buena voluntad
opciones responsables para la promoción de la paz y surjan entre los fieles cristianos verdaderos
artífices de paz. Oremos…
* Por todos los consagrados, especialmente los sacerdotes, para que la comunión íntima con Jesús
Sacramentado los transforme en santos pastores con entrañas de misericordia en la grey que el señor
les ha encomendado. Oremos…
Señor nuestro, Tú que has hecho alianza con nosotros de manera tan admirable, escucha con
benignidad las súplicas que te dirigimos y haz que te agrademos siempre viviendo en una perpetua
acción de gracias. Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Liturgia Eucarística
Ofertorio: Queremos tener los mismos sentimientos de Cristo, adoptar la condición de víctima y
ofrecernos junto a Él.
* Para los más necesitados queremos entregar estos alimentos como un signo providente del Dios
Bueno.
* En la ofrenda del Pan y del Vino, Cristo se ofrecerá al Padre eterno en nombre del género
humano.
Comunión: La Eucaristía es la única y verdadera fiesta del cristiano. En ella se realizan las bodas de
Cristo con su Iglesia. En ella hoy triunfa Cristo y el alma lo proclama su Rey.
Salida Que María nos enseñe a comulgar cada vez mejor el Santísimo cuerpo de su Hijo, para que
podamos experimentar los gozos inefables de la Encarnación y prolongarla en nuestras vidas.
Invitación a la procesión: El Corpus Christi es testimonio de Dios y del amor: testimonio de que
Dios es amor. Amor que no se consume, sino que dona y al donar recibe. ¡Sí, que hoy Cristo reciba
todo nuestro homenaje! Seguimos al Señor Sacramentado en solemne procesión.
Exégesis
Manuel de Tuya
Preparación de la última cena
(Mc.14,12-16)
Mc, al decir que esta preparación va a hacerse el «primer día de los Acimos», matiza para los
lectores gentiles, que es «cuando se sacrificaba la Pascua». Esto ocurre el 14 de Nisán, ya que desde
el mediodía se comía pan ácimo por precaución de transgresión legal, y en el uso vulgar de esta
época venía a llamarse día de los ácimos también este día previo.
A diferencia de Mt, que lo presenta más desdibujado, destaca que Cristo los envió a Jerusalén, y que
al llegar les «saldrá al encuentro un hombre con un cántaro de agua». Les manda seguirle, y, donde
entre, que le digan al dueño que él desea celebrar en su casa la Pascua con sus discípulos, que son
los apóstoles. Debe de tratarse de un amigo o discípulo de los que tenía en Jerusalén, y que incluso
le hubiese invitado a celebrar la Pascua en su casa. Pero la indicación y coincidencias se presentan
como proféticas. Mc no da el nombre de estos dos discípulos, que eran Pedro y Juan (Lc).
Institución de la Eucaristía
(Mc.14,22-25)
La narración de la institución eucarística de Mc forma un grupo muy marcado con Mt,
diferenciándose accidentalmente, aunque manifiestamente, del grupo Lc-Pablo.
«Mientras comían» tiene lugar la institución eucarística. Para Lc, «después de haber comido». La
razón es que Lc precisa el momento; fue después de haber terminado la cena estricta, comiéndose el
cordero pascual, pero continuándose con los ritos de la cena. Mc-Mt sólo dicen que se celebró
durante ella, sin más precisiones.
En cambio, al relatar la consagración del cáliz Mc tiene una redacción extraña. Según él, Cristo
tomó el cáliz, dio gracias, se lo dio, y bebieron todos de él. Y después de esto consagra su sangre.
Mc seguramente lo relata así por lograr una «eliminación» del tema en orden a una mayor claridad.
Desea hacer ver que todos bebieron de aquel único cáliz consagrado. Para sus lectores no podía
haber la menor confusión, ya que conocían y vivían el rito histórico preciso en la «fractio panis».
El provecho de esta sangre es por «muchos». Es semitismo por «todos», como se ve en diversos
contextos neotestamentarios y en la literatura rabínica. Hay además una alusión literaria al «Siervo
de Yahvé», que sufre por «muchos».
En Mc, como en Mt, se omite la orden de repetir la celebración eucarística, que aparece en Lc y
Pablo. Acaso se deba a que la tradición de Mc no recogió este elemento, o que él mismo lo omitió
por innecesario, ya que estaba incluido en el hecho de la celebración. Pues una «rúbrica no se la
recita, se la ejecuta». Sin embargo, es doctrina definida en Trento que con esas palabras Cristo
ordenó sacerdotes a los apóstoles y preceptuó el sacrificio eucarístico.
Como Mt, pone a continuación la frase «escatológica» de reunirse con ellos en la fase celeste del
reino, representada, en el medio ambiente, bajo el símbolo de un banquete.
(DE TUYA, M., Biblia Comentada, Va Evangelios, BAC, Madrid, 19773, p. 579 – 581)
Comentario Teológico
P. Carlos M. Buela, I.V.E.
Sacrificio vivo
Doctrina del Concilio Vaticano II
El Concilio Vaticano II enseña repetidamente que la Misa es el sacrificio Eucarístico: «Nuestro
Salvador, en la Última Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el Sacrificio Eucarístico de su
Cuerpo y Sangre, con lo cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el Sacrificio de la Cruz
y a confiar a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección: sacramento de piedad,
signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se come a Cristo, el alma se llena
de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera».[1] «Cuantas veces se renueva sobre el altar
el sacrificio de la cruz, en que nuestra Pascua, Cristo, ha sido inmolado (1Cor 5,7), se efectúa la
obra de nuestra redención».[2]
«El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico se ordenan el uno para el
otro, aunque cada cual participa de forma peculiar del sacerdocio de Cristo. Su diferencia es
esencial, no solo gradual. Porque el sacerdocio ministerial, en virtud de la sagrada potestad que
posee, modela y dirige al pueblo sacerdotal, efectúa el sacrificio eucarístico ofreciéndolo a Dios en
nombre de todo el pueblo: los fieles, en cambio, en virtud del sacerdocio real, participan en la
oblación de la eucaristía, en la oración y acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con
la abnegación y caridad operante».[3] «Es, no obstante, propio del sacerdote el consumar la
edificación del Cuerpo de Cristo por el sacrificio eucarístico, realizando las palabras de Dios dichas
por el profeta: Desde la salida del sol hasta el ocaso es grande mi nombre entre las gentes, y en todo
lugar se ofrece a mi nombre una oblación pura (Ml 1,11)».[4] Participando, en el grado propio de su
ministerio del oficio de Cristo, único Mediador (1Tim 2,5), anuncian a todos la divina palabra. Pero
su oficio sagrado lo ejercitan, sobre todo, en el culto eucarístico o comunión, en el cual,
representando la persona de Cristo, y proclamando su Misterio, juntan con el sacrificio de su
Cabeza, Cristo, las oraciones de los fieles,[5] representando y aplicando en el sacrificio de la Misa,
hasta la venida del Señor, el único Sacrificio del Nuevo Testamento, a saber, el de Cristo que se
ofrece a sí mismo al Padre, como hostia inmaculada[6]».[7]
«La comunidad cristiana se hace signo de la presencia de Dios en el mundo; porque ella, por el
Sacrificio Eucarístico, incesantemente pasa con Cristo al Padre, nutrida cuidadosamente con la
palabra de Dios da testimonio de Cristo y, por fin, anda en la caridad y se inflama de espíritu
apostólico».[8] «Mas el mismo Señor constituyó a algunos ministros, que ostentando la potestad
sagrada en la sociedad de los fieles, tuvieran el poder sagrado del Orden para ofrecer el sacrificio…
Por el ministerio de los presbíteros se consuma el sacrificio espiritual de los fieles en unión con el
sacrificio de Cristo, Mediador único, que se ofrece por sus manos, en nombre de toda la Iglesia,
incruenta y sacramentalmente en la Eucaristía, hasta que venga el mismo Señor. A este sacrificio se
ordena y en él culmina el ministerio de los presbíteros. Porque su servicio , que comienza con el
mensaje del Evangelio , saca su fuerza y poder del Sacrificio de Cristo y busca que “todo el pueblo
redimido, es decir, la congregación y sociedad de los santos, ofrezca a Dios un sacrificio universal
por medio del Gran Sacerdote, que se ofreció a sí mismo por nosotros en la pasión para que
fuéramos el cuerpo de tal sublime cabeza y los presbíteros contribuirán a la gloria de Dios cuando
ofrezcan el sacrificio eucarístico…”».[9]
«Como ministros sagrados, sobre todo en el Sacrificio de la Misa , los presbíteros ocupan el lugar
de Cristo, que se sacrificó a sí mismo para santificar a los hombres, y, por ende, son invitados a
imitar lo que administran; ya que celebrando el misterio de la muerte del Señor, procuren mortificar
sus miembros de vicios y concupiscencias. En el misterio del Sacrificio Eucarístico, en que los
sacerdotes desempeñan su función principal, se realiza continuamente la obra de nuestra redención
y, por tanto, se recomienda encarecidamente su celebración diaria, la cual, aun cuando no puedan
estar presentes los fieles, es acción de Cristo y de la Iglesia».[10] «De este modo, desempeñando el
papel del Buen Pastor, en el mismo ejercicio de la caridad pastoral, encontrarán el vínculo de la
perfección sacerdotal que reduce a unidad su vida y su actividad. Esta caridad pastoral fluye, sobre
todo, del Sacrificio Eucarístico, que se manifiesta por ello como centro y raíz de toda la vida del
presbítero; de suerte que lo que se efectúa en el altar lo procure reproducir en sí el alma del
sacerdote. Esto, no puede conseguirse si los mismos sacerdotes no penetran más íntimamente cada
vez, por la oración, en el misterio de Cristo».[11] «…Ejerzan la obra de salvación por medio del
Sacrificio Eucarístico y los sacramentos».[12] «En llevar a cabo la obra de la santificación procuren
los párrocos que la celebración del Sacrificio Eucarístico sea el centro y la cumbre de toda la vida
de la comunidad cristiana».[13]
Los laicos: «Participando del sacrificio eucarístico, fuente y cima de toda vida cristiana, ofrecen a
Dios la Víctima divina y a sí mismos juntamente con ella; y así, tanto por la oblación como por la
sagrada comunión, todos toman parte activa en la acción litúrgica, no confusamente, sino cada uno
según su condición».[14] La Iglesia a los religiosos: «los encomienda a Dios y les imparte una
bendición espiritual, asociando su oblación al sacrificio eucarístico».[15] «Al celebrar, pues, el
Sacrificio Eucarístico, es cuando mejor nos unimos al culto de la Iglesia celestial en una misma
comunión ».[16]
No se puede, cuerdamente, dudar que el Concilio Vaticano II enseña de manera indubitable que la
Misa es Sacrificio.
Enseñanza del Misal Romano
También, de manera reiterada, se enseña en el Misal Romano que la Misa es un verdadero y propio
sacrificio.
Luego de la presentación de los dones, dice el sacerdote en voz baja: «Acepta, Señor, nuestro
corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que este sea hoy nuestro sacrificio…».[17] Luego
dirigiéndose al pueblo: «Orad, hermanos, para que este sacrificio, mío y vuestro, sea agradable a
Dios, Padre todopoderoso», o bien: «En el momento de ofrecer el sacrificio de toda la Iglesia…», o
bien: «Orad, hermanos para que,…nos dispongamos a ofrecer el sacrificio…».[18] Y el pueblo
responde: «El Señor reciba de tus manos este sacrificio…».[19]
En la Plegaria eucarística I se dice: «te pedimos que aceptes y bendigas este sacrificio: santo y puro
que te ofrecemos»,[20] «te ofrecemos… este sacrificio de alabanza…»,[21] «te ofrecemos… el
sacrificio puro, inmaculado y santo…».[22] En la Plegaria eucarística III: «para que ofrezca en tu
honor un sacrificio sin mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso»,[23] «te ofrecemos… el
sacrificio vivo y santo».[24] En la Plegaria IV: «Te ofrecemos su Cuerpo y su Sangre, sacrificio
agradable a ti y salvación para todo el mundo»,[25] «Y ahora, Señor, acuérdate de todos aquellos
por quienes te ofrecemos este sacrificio…».[26] En las Plegarias eucarísticas V: «Dirige tu mirada,
Padre santo, sobre esta ofrenda; es Jesucristo que se ofrece con su Cuerpo y con su Sangre y, por
este sacrificio, nos abre el camino hacia ti». En la de Reconciliación I: «...participando del único
sacrificio de Cristo» y en la de Reconciliación II: «...el sacrificio de la reconciliación perfecta». En
la Plegaria eucarística para las Misas con niños II: «Él se ha puesto en nuestras manos para que te lo
ofrezcamos como sacrificio nuestro» y en la III: «En este santo sacrificio que Él mismo entregó a la
Iglesia, celebramos su muerte y resurrección».
Son referencias, harto explícitas, acerca de la Misa como sacrificio.
El sacrificio vivo
Acabamos de recordar que en la Misa ofrecemos «el sacrificio vivo».[27]
¿Por qué es vivo el Sacrificio de la Misa?
La Misa es un Sacrificio vivo por varias razones muy profundas.
Se trata de un sacrificio vivo por oposición a los sacrificios del Antiguo Testamento que no daban la
gracia: ni el holocausto, ni el sacrificio por los pecados, ni el de las hostias pacíficas. Más aún,
luego que Cristo instaura la Nueva Ley , pasado el período de vacatio legis, esos sacrificios del
Antiguo Testamento se volvieron muertos (porque no obligan a nadie, ya que no tienen virtud
expiatoria) y mortíferos (porque pecan mortalmente los que los practican, conociendo la vigencia de
la Nueva Ley).[28]
Es vivo: porque no se trata de un sacrificio con víctimas muertas como en el Antiguo Testamento.
Es vivo: porque la Víctima de la Misa es una Víctima en estado glorioso. Es la misma Víctima viva,
resucitada y resucitadora. «Víctima viva e inmortal», la llama San Juan Damasceno.[29]
Es vivo: porque la Víctima permanece viva después de la inmolación, porque es una: «imagen
perfecta y viviente del sacrificio de la Cruz».[30]
Es vivo; porque se mantiene siempre la misma Oblación: mediante una sola oblación ha llevado a la
perfección para siempre a los santificados (Heb 10,14).
Es vivo: porque engendra la vida,[31] ya que es un sacrificio de salvación para todos los hombres y
mujeres de todos los tiempos.
Es vivo: porque clama destruyendo al pecado y promoviendo el bien.[32]
Es vivo: porque es el mismo Sacerdote principal quien sacrifica y que es eterno.[33]
Es vivo: porque es el sacrificio de Aquel que es la Vida.[34]
Es vivo: porque es «Santo, Inocente, Inmaculado, apartado de los pecadores y más alto que los
cielos» el Sumo Sacerdote de ese sacrificio.[35]
La Misa es ¡un sacrificio vivo! No es de una pieza de museo, aunque muy venerable. No es el
sacrificio de una víctima que hay que poner en formol o en un freezer o en la morgue para que no se
descomponga. No se trata de una víctima que se la perfuma con desodorante para que no hieda o se
le pone naftalina para prevenir la acción de las polillas, sino que es una Víctima que se la sahuma
con incienso de olor agradable.
La Misa es ¡el sacrificio vivo! porque el sacerdote está en pie…[36] Y porque su Madre junto a la
cruz [37] y junto a cada altar, también está en pie. Siempre, de pie, al pie de la cruz, junto ¡al
sacrificio vivo!
¡Por la redención del mundo!
[1] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia «Sacrosanctum Concilium», 47.
[2] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 3.
[3] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 10.
[4] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 17.
[5] cfr. 1Cor 11,26.
[6] cfr. Heb 9,14–28.
[7] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 28.
[8] Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la iglesia «Ad Gentes», 15.
[9] Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros «Presbyterorum Ordinis», 2.
[10] Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros «Presbyterorum Ordinis», 13.
[11] Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros «Presbyterorum Ordinis», 14.
[12] Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la formación sacerdotal «Optatam Totius», 4.
[13] Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros «Presbyterorum Ordinis», 30.
[14] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 11.
[15] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 45.
[16] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 50.
[17] Misal Romano, Liturgia eucarística.
[18] Misal Romano, Liturgia eucarística.
[19] Misal Romano, Liturgia eucarística.
[20] Misal Romano, Plegaria eucarística I.
[21] Misal Romano, Plegaria eucarística I.
[22] Misal Romano, Plegaria eucarística I.
[23] Misal Romano, Plegaria eucarística III.
[24] Misal Romano, Plegaria eucarística III.
[25] Misal Romano, Plegaria eucarística IV.
[26] Misal Romano, Plegaria eucarística IV.
[27] Misal Romano, Plegaria eucarística III.
[28] cfr. Santo Tomás de Aquino, STh, I–II,103, 4,ad1.
[29] Cit. I. Gomá, Jesucristo Redentor (Barcelona 1933) 200.
[30] G. Rohner, «Sacrificio de la Misa – Sacrificio de la Cruz», Diálogo 12 (1995) 116.
[31] cfr. Jn 10,10.
[32] cfr. Heb 2,17.
[33] cfr. Heb 7,24.
[34] cfr. Jn 14,6.
[35] cfr. Heb 7,26.
[36] cfr. Heb 10,11.
[37] Cfr. Jn 19,25.
Santos Padres
San Agustín
TRATADO XXVI
10. Sirva de advertencia lo que dice a continuación: En verdad, en verdad os digo que quien cree en
mí posee la vida eterna. Quiso descubrir lo que era, ya que pudo decir en síntesis: El que cree en mí
me posee. Porque el mismo Cristo es verdadero Dios y vida eterna. Luego el que cree en mí, dice,
viene a mí, y el que viene a mí me posee. ¿Qué es poseerme a mí? Poseer la vida eterna. La vida
eterna aceptó la muerte y la vida eterna quiso morir, pero en lo que tenía de ti, no en lo que tenía de
sí; recibió de ti lo que pudiese morir por ti. Tomó de los hombres la carne, mas no de modo
humano. Pues, teniendo un Padre en el cielo, eligió en la tierra una madre. Nació allí sin madre y
aquí nació sin padre. La Vida, pues, aceptó la muerte con el fin de que la Vida diese muerte a la
muerte misma. El que cree en mí, dice, tiene la vida eterna, que no es lo que aparece, sino lo que
está oculto. «La vida eterna, el Verbo, existía en el principio en Dios, y el Verbo era Dios, y la vida
era luz de los hombres». El mismo que es vida eterna, dio a la carne, que asumió, la vida eterna. El
vino para morir, más al tercer día resucitó. Entre el Verbo, que asumió la carne, y la carne, que
resucita, está la muerte, que fue aniquilada.
11. Yo soy, dice, el pan de vida. ¿De qué se enorgullecían? Vuestros padres, continúa diciendo,
comieron el maná en el desierto y murieron. ¿De qué nace vuestra soberbia? Comieron el maná y
murieron. ¿Por qué comieron y murieron? Porque lo que veían, eso creían, y lo que no veían no lo
entendían. Por eso precisamente son vuestros padres, porque sois igual que ellos. Porque, en lo que
atañe, mis hermanos, a esta muerte visible y corporal, ¿no morimos por ventura nosotros, que
comemos el pan que ha descendido del cielo? Murieron aquéllos, como vamos a morir nosotros, en
lo que se refiere, digo, a esta muerte visible y corporal. Mas no sucede lo mismo en lo que se refiere
a la muerte aquella con que nos atemoriza el Señor y con la que murieron los padres de éstos; del
maná comió Moisés, y Aarón comió también, y Finés, y allí comieron otros muchos que fueron
gratos al Señor y no murieron. ¿Por qué razón? Porque comprendieron espiritualmente este manjar
visible, y espiritualmente lo apetecieron, y espiritualmente lo comieron para ser espiritualmente
nutridos. Nosotros también recibimos hoy un alimento visible; pero una cosa es el sacramento y otra
muy distinta la virtud del sacramento. ¡Cuántos hay que reciben del altar este alimento y mueren en
el mismo momento de recibirlo! Por eso dice el Apóstol: El mismo come y bebe su condenación.
¿No fue para Judas un veneno el trozo de pan del Señor? Lo comió, sin embargo, e inmediatamente
que lo comió entró en él el demonio. No porque comiese algo malo, sino porque, siendo él malo,
comió en mal estado lo que era bueno. Estad atentos, hermanos; comed espiritualmente el pan del
cielo y llevad al altar una vida de inocencia. Todos los días cometemos pecados, pero que no sean
de esos que causan la muerte. Antes de acercaros al altar, mirad lo que decís: Perdónanos nuestras
deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. ¿Perdonas tú? Serás perdonado tú
también. Acércate con confianza, que es pan, no veneno. Más examínate si es verdad que perdonas.
Pues, si no perdonas, mientes y tratas de mentir a quien no puedes engañar. Puedes mentir a Dios;
lo que no puedes es engañarle. Sabe El bien lo que debe hacer. Te ve El por dentro, y por dentro te
examina, y por dentro te mira, y por dentro te juzga, y por lo de dentro te condena o te corona. Los
padres de éstos, es decir, los perversos e infieles y murmuradores padres de éstos, son perversos e
infieles y murmuradores como ellos. Pues en ninguna cosa se dice que ofendiese más a Dios aquel
pueblo que con sus murmuraciones contra Dios. Por eso, queriendo el Señor presentarlos como
hijos de tales padres, comienza a echarles en cara esto: ¿Por qué murmuráis entre vosotros,
murmuradores, hijos de padres murmuradores? Vuestros padres comieron del maná en el desierto y
murieron, no porque el maná fuese una cosa mala, sino porque lo comieron en mala disposición.
12. Este es el pan que descendió del cielo. El maná era signo de este pan, como lo era también el
altar del Señor. Ambas cosas eran signos sacramentales: como signos, son distintos; más en la
realidad por ellos significada hay identidad. Atiende a lo que dice el Apóstol: No quiero, hermanos,
que ignoréis que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube, y que todos atravesaron el mar, y
que todos fueron bautizados bajo la dirección de Moisés en la nube y en el mar, y que todos
comieron el mismo manjar espiritual. Es verdad que era el mismo pan espiritual, ya que el corporal
era distinto. Ellos comieron el maná; nosotros, otra cosa distinta; pero, espiritualmente, idéntico
manjar que nosotros. Pero hablo de nuestros padres, no de los de ellos; de aquellos a quienes nos
asemejamos, no de aquellos a quienes ellos se parecen. Y añade: Y todos bebieron la misma bebida
espiritual. Una cosa bebieron ellos, otra dis-tinta nosotros; mas sólo distinta en la apariencia visible,
ya que es idéntica en la virtud espiritual por ella significada. ¿Cómo la misma bebida? Bebían de la
misma piedra espiritual que los seguía, y la piedra era Cristo. Ese es el pan y ésa es la bebida. La
piedra es Cristo como en símbolo. El Cristo verdadero es el Verbo y la carne. Y ¿cómo bebieron?
Fue golpeada dos veces la piedra con la vara. Los dos golpes significan los dos brazos de la cruz.
Este es, pues, el pan que descendió del cielo para que, si alguien lo comiere, no muera. Pero esto se
dice de la virtud del sacramento, no del sacramento visible; del que lo come interiormente, no
exteriormente sólo; del que lo come con el corazón, no del que lo tritura con los dientes.
13. Yo soy el pan vivo que descendí del cielo. Pan vivo precisamente, porque descendí del cielo. El
maná también descendió del cielo; pero el maná era la sombra, éste la verdad. Si alguien comiere de
este pan, vivirá eternamente; y el pan que yo le daré es mi carne, que es la vida del mundo. ¿Cuándo
iba la carne a ser capaz de comprender esto de llamar al pan carne? Se da el nombre de carne a lo
que la carne no entiende; y tanto menos comprende la carne, porque se llama carne. Esto fue lo que
les horrorizó, y dijeron que esto era demasiado y que no podía ser. Mi carne, dice, es la vida del
mundo. Los fieles conocen el cuerpo de Cristo si no desdeñan ser el cuerpo de Cristo. Que lleguen a
ser el cuerpo de Cristo si quieren vivir del Espíritu de Cristo. Del Espíritu de Cristo solamente vive
el cuerpo de Cristo. Comprended, hermanos, lo que he dicho. Tú eres hombre, y tienes espíritu y
tienes cuerpo. Este espíritu es el alma, por la que eres hombre. Tu ser es alma y cuerpo. Tienes
espíritu invisible y cuerpo visible. Dime qué es lo que recibe la vida y de quién la recibe. ¿Es tu
espíritu el que recibe la vida de tu cuerpo o es tu cuerpo el que recibe la vida de tu espíritu?
Responderá todo el que vive (pues el que no puede responder a esto, no sé si vive). ¿Cuál será la
respuesta de quien vive? Mi cuerpo recibe ciertamente de mi espíritu la vida. ¿Quieres, pues, tú
recibir la vida del Espíritu de Cristo? Incorpórate al cuerpo de Cristo. ¿Por ventura vive mi cuerpo
de tu espíritu? Mi cuerpo vive de mi espíritu, y tu cuerpo vive de tu espíritu. El mismo cuerpo de
Cristo no puede vivir sino del Espíritu de Cristo. De aquí que el apóstol Pablo nos hable de este pan,
diciendo: Somos muchos un solo pan, un solo cuerpo. ¡Oh qué misterio de amor, y qué símbolo de
la unidad, y qué vínculo de la caridad! Quien quiere vivir sabe dónde está su vida y sabe de dónde
le viene la vida. Que se acerque, y que crea, y que se incorpore a este cuerpo, para que tenga
participación de su vida. No le horrorice la unión con los miembros, y no sea un miembro podrido,
que deba ser cortado; ni miembro deforme, de quien el cuerpo se avergüence; que sea bello,
proporcionado y sano, y que esté unido al cuerpo para que viva de Dios para Dios, y que trabaje
ahora en la tierra para reinar después en el cielo.
14. Discutían entre sí los judíos, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Altercaban,
es verdad, entre sí, porque no comprendían el pan de la concordia, y es más, no querían comerlo;
pues los que comen este pan no discuten entre sí: Somos muchos un mismo pan y un mismo cuerpo.
Por este pan hace Dios vivir en su casa de una misma y pacífica manera.
15. A la cuestión causa de litigio entre ellos, es a saber: ¿Cómo es posible que pueda darnos el
Señor a comer su carne, no contesta inmediatamente, sino que aún les sigue diciendo: En verdad, en
verdad os digo que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y si no bebéis su sangre, no tendréis
vida en vosotros. No sabéis cómo se come este pan ni el modo especial de comerlo; sin embargo, si
no coméis la carne del Hijo del hombre y si no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. Esto,
es verdad, no se lo decía a cadáveres, sino a seres vivos. Así que, para que no entendiesen que
hablaba de esta vida (temporal) y siguiesen discutiendo de ella, añadió en seguida: Quien come mi
carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna. Esta vida, pues, no la tiene quien no come este pan y no
bebe esta sangre. Pueden, sí, tener los hombres la vida temporal sin este pan; mas es imposible que
tengan la vida eterna. Luego quien no come su carne ni bebe su sangre no tiene en sí mismo la vida;
pero sí quien come su carne y bebe su sangre tiene en sí mismo la vida, y a una y a otra les
corresponde el calificativo de eterna. No es así el alimento que tomamos para sustentar esta vida
temporal. Es verdad que quien no lo come no puede vivir; pero también es verdad que no todos los
que lo comen vivirán; pues sucede que muchos que no lo comen, sea por vejez, o por enfermedad, o
por otro accidente cualquiera, mueren. Con este alimento y bebida, es decir, con el cuerpo y la
sangre del Señor, no sucede así. Pues quien no lo toma no tiene vida, y quien lo toma tiene vida, y
vida eterna. Este manjar y esta bebida significan la unidad social entre el cuerpo y sus miembros,
que es la Iglesia santa, con sus predestinados, y llamados, y justificados, y santos ya glorificados, y
con los fieles. La primera de las condiciones, que es la predestinación, se realizó ya; la segunda y la
tercera, que son la vocación y la justificación, se realizó ya, y se realiza, y se seguirá realizando; y
la cuarta y la última, que es la glorificación, ahora se realiza sólo en la esperanza y en el futuro será
una realidad. El sacramento de esta realidad, es decir, de la unidad del cuerpo y de la sangre de
Cristo, se prepara en el altar del Señor, en algunos lugares todos los días y en otros con algunos días
de intervalo, y es comido de la mesa del Señor por unos para la vida, y por otros para la muerte. Sin
embargo, la realidad misma de la que es sacramento, en todos los hombres, sea el que fuere, que
participe de ella, produce la vida, en ninguno la muerte.
16. Y para que no se les ocurriese pensar que con este manjar y bebida se promete la vida eterna en
el sentido de que quienes lo comen no mueren ni aun siquiera corporalmente, tiene el Señor la
dignación de adelantarse a este posible pensamiento. Porque después de haber dicho: Quien come
mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna, añadió inmediatamente: Y yo le resucitaré en el día
postrero. Para que, entretanto, tenga en el espíritu la vida eterna con la paz, que es la recompensa
del alma de los santos; y, en cuanto al cuerpo se refiere, no se encuentre defraudado tampoco de la
vida eterna, sino que la tenga en la resurrección de los muertos en el día postrero.
17. Porque mi carne, dice, es una verdadera comida, y mi sangre es una verdadera bebida. Lo que
buscan los hombres en la comida y bebida es apagar su hambre y su sed; más esto no lo logra en
realidad de verdad sino este alimento y bebida, que a los que lo toman hace inmortales e
incorruptibles, que es la sociedad misma de los santos, donde existe una paz y unidad plenas y
perfectas. Por esto, ciertamente (esto ya lo vieron antes que nosotros algunos hombres de Dios), nos
dejó nuestro Señor Jesucristo su cuerpo y su sangre bajo realidades, que de muchas se hace una
sola. Porque, en efecto, una de esas realidades se hace de muchos granos de trigo, y la otra, de
muchos granos de uva.
18. Finalmente, explica ya cómo se hace esto que dice y qué es comer su cuerpo y beber su sangre.
Quien come mi carne y bebe mi sangre, está en mí y yo en él. Comer aquel manjar y beber aquella
bebida es lo mismo que permanecer en Cristo y tener a Jesucristo, que permanece en sí mismo. Y
por eso, quien no permanece en Cristo y en quien Cristo no permanece, es indudable que no come
ni bebe espiritualmente su cuerpo y su sangre, aunque materialmente y visiblemente toque con sus
dientes el sacramento del cuerpo y de la sangre de Cristo; sino antes, por el contrario, come y bebe
para su perdición el sacramento de realidad tan augusta, ya que, impuro y todo, se atreve a acercarse
a los sacramentos de Cristo, que nadie puede dignamente recibir sino los limpios, de quienes dice:
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
19. Así como mi Padre viviente, dice, me envió y yo vivo por mi Padre, así también quien me come
a mí vivirá por mí. No dice: Así como yo como a mi Padre y vivo por mi Padre, así quien me come
a mí vivirá por mí. Pues el Hijo no se hace mejor por la participación de su Padre, porque es igual a
Él por nacimiento; mientras que nosotros sí que nos haremos mejores participando del Hijo por la
unidad de su cuerpo y sangre, que es lo que significa aquella comida y bebida. Vivimos, pues,
nosotros por El mismo comiéndole a Él, es decir, recibiéndole a Él, que es la vida eterna, que no
tenemos de nosotros mismos. Vive El por el Padre, que le ha enviado; porque se anonadó a sí
mismo, hecho obediente hasta la muerte de cruz. Si tomamos estas palabras: Vivo por el Padre, en
el mismo sentido que aquellas otras: El Padre es mayor que yo, podemos decir también que
nosotros vivimos por El, porque Él es mayor que nosotros. Todo esto es así por el hecho mismo de
ser enviado. Su misión es, ciertamente, el anonadamiento de sí mismo y su aceptación de forma de
siervo; lo cual rectamente puede así decirse, aun conservando la identidad absoluta de naturaleza
del Hijo con el Padre. El Padre es mayor que el Hijo-hombre; pero el Padre tiene un Hijo-Dios, que
es igual a Él, ya que uno y el mismo es Dios y hombre, Hijo de Dios e Hijo del hombre, que es
Cristo Jesús. Y en este sentido dijo (si se entienden bien estas palabras): Así como el Padre viviente
me envió y yo vivo por el Padre, así quien me come vivirá para mí. Como si dijera: La razón de que
yo viva por el Padre, es decir, de que yo refiera a Él como a mayor mi vida, es mi anonadamiento en
el que me envió; más la razón de que cualquiera viva por mí es la participación de mí cuando me
come. Así, yo, humillado, vivo por el Padre, y aquel, ensalzado, vive por mí. Si se dijo Vivo por el
Padre en el sentido de que El viene del Padre y no el Padre de Él, esto se dijo sin detrimento alguno
de la identidad entre ambos. Pero diciendo: Quien me come a mí, vivirá por mí, no significa
identidad entre Él y nosotros, sino que muestra sencillamente la gracia de mediador.
20. Este es el pan que descendió del cielo, con el fin de que, comiéndolo, tengamos vida, y que de
nosotros mismos no podemos tener la vida eterna. No como comieron, dice, el maná vuestros
padres, y murieron; el que come este pan vivirá eternamente. Aquellas palabras: Ellos murieron,
quieren significar que no vivirán eternamente. Porque morirán en verdad temporalmente también
quienes coman a Cristo; pero viven eternamente, ya que Cristo es la vida eterna.
SAN AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan (t. XIII), Tratado 26, 10-20, BAC
Madrid 19682, 582-93
Aplicación
P. Alfredo Saenz, S.J.
CORPUS CHRISTI
Celebramos hoy el mismo misterio que conmemoramos el Jueves Santo, pero ahora sin el telón de
fondo de la Pasión sangrienta. En aquel día, ya remoto, recordamos la doble entrega: la de Judas y
la de Cristo, la entrega de Judas para la muerte, la entrega de Cristo para la vida. Hoy la Iglesia
cubre con el velo de su piedad la negrura de la traición para que resalte el resplandor puro de la
liberalidad divina.
1.
ENCARNACION Y EUCARISTIA
La Eucaristía es, en cierto modo, la prolongación de la Encarnación del Verbo. En virtud de esta
última, Dios se unió, en desposorio indisoluble, con la naturaleza humana. De por sí, hubiera
querido unirse íntimamente con cada uno de nosotros, como lo hizo con su propia humanidad. Pero
ello era imposible. Sin embargo, la delicadeza de su amor encontró la manera: convirtió su carne en
alimento y nos la dio, para que al comerla nos uniéramos con El, nos hiciéramos una cosa con El,
nos transformáramos en El. Así la unión personal que no pudo realizarse en la Encarnación, se lleva
a cabo gracias a este banquete singular.
2.
SACRIFICIO Y EUCARISTIA
Pero la Eucaristía no sólo continúa la Encarnación sino también el Sacrificio de la Cruz. Lo que
hizo Moisés, según escuchamos en la primera lectura, de tomar la sangre y rociar con ella al pueblo
diciendo: "Esta es la sangre de la alianza que ahora el Señor hace con vosotros", no fue sino el
preludio de lo que realizó Jesús en la Ultima Cena, como nos lo relata el evangelio de hoy, al decir:
"Esta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por muchos". Primera y segunda alianza,
la de Moisés y la de Cristo, la sellada con sangre de animales y la sellada con la sangre de Cristo.
Por esto, como oímos en la epístola, "Cristo es mediador de una nueva alianza entre Dios y los
hombres, a fin de que, habiendo muerto para redención de los pecados cometidos en la primera
alianza, los que son llamados reciban la herencia eterna que ha sido prometida".
Pues bien, el sacrificio de Cristo es el origen de nuestra Eucaristía. Cristo debió ser triturado en la
Cruz para que pudiera ofrecerse en alimento a nuestros dientes de leche. La Eucaristía será siempre
la Cruz que revive a lo largo de la historia.
Cada vez que comulgamos, Cristo se encarna de algún modo en nosotros, después de haberse
dejado inmolar sacramentalmente en la misa.
3.
LA EUCARISTIA: SACRAMENTO DE LA UNIDAD PERSONAL
Unión tan íntima como no la podíamos ni soñar. Ya nuestros cuerpos por la gracia son miembros de
Cristo, pero ello era todavía poco para el amor omnipotente de Dios. Deseaba unirse. Y no tan sólo
por una presencia visual o táctil. Quiso dejarse comer por nosotros.
Quiso que lo asimilásemos, como se asimila un alimento. Extraño modo el de esta asimilación,
porque aquí el alimento es superior a aquel que lo consume, y por tanto no somos nosotros quienes
lo asimilarnos, sino el alimento el que nos asimila a él. Por eso San Agustín puso en boca de Cristo
estas palabras: "No eres tú el que me convertirás en ti, sino que soy yo el que te convertiré en mi'.
O, si se prefiere, hay una doble comunión: yo lo comulgo y El me comulga. De ahí lo que dijo el
mismo Señor: "El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él". Derramarse
por nuestras articulaciones, ser la carne de nuestra carne, la vida de nuestra vida, volcar su sangre
por nuestras venas para que circulara juntamente con la nuestra, hacernos concorpóreos y
consanguíneos suyos.
Este era el sueño de Dios: serán dos en una sola carne. Una unión nupcial y fecundante.
4. LA EUCARISTIA: SACRAMENTO DE LA UNIDAD ECLESIAL
Pero ello no es todo. Si bien la Eucaristía es el sacramente de la unidad personal, también es el
sacramento de la unidad de la Iglesia. Es el tema de la oración sobre las ofrendas de la misa de hoy:
"Señor, con tu bondad concede a tu Iglesia los dones de la unidad y la paz, sacramentalmente
significados en las ofrendas que te presentamos".
Porque si bien es cierto que Cristo se nos da en alimento, no es sólo para unimos personalmente con
El, sino para reunirnos a todos en Sí. Se reparte, pero para congregarnos en la unidad Todos
nosotros, por naturaleza, estamos divididos en nuestra: propias individualidades, pero al
alimentarnos de una sola carne nos fundimos en un solo Cuerpo. "Que sean uno, Padre, come tú y
yo somos uno, que sean consumados en la unidad". Ninguna división puede sobrevenir en el interior
de Cristo.
Por la Eucaristía comulgamos a la Iglesia. Comulgar a Cristi es, de alguna manera, comulgar
también a la Iglesia. Al clamo: la hostia el celebrante nos dice: "El Cuerpo de Cristo", es decir aquí
está el cuerpo físico de Cristo, pero también en cierto moda está aquí su cuerpo místico, la Iglesia,
todos los miembros de si cuerpo. Y respondemos "Amén" al misterio de Cristo, del Cristo total, no
permitiéndonos disociar su cuerpo físico de su cuerpo místico.
Nuestro encuentro con Cristo debe ser, así, el fundamento de nuestra caridad. "Si pues todos
participamos del mismo pan —escribe San Juan Crisóstomo— y todos nos hacemos una misma
cosa, ¿por qué no manifestamos la misma caridad, y con ello nos convertimos en una misma cosa?".
5. EUCARISTIA Y ESCATOLOGIA
Una cosa con Cristo. Una cosa entre nosotros en Cristo. Pero esta maravilla no es terminal, sino una
etapa en nuestro largo viaje a la eternidad. La Eucaristía de la tierra es maná de peregrino, tiene
siempre algo de viático. Esperamos una Eucaristía final, un banquete celestial en el cual Dios
mismo, nuestro Padre, será quien tienda los manteles. Sabemos que Cristo es desde ya la levadura
que va fermentando nuestra existencia y nos va preparando para la alegría eterna de la reunión final.
A ello apunta la súplica con que la oración postcom unión cierra la misa de hoy, compuesta toda
ella por la mano maestra de Santo Tomás de Aquino: "Señor, te rogamos que podamos saciarnos
con el eterno gozo de tu divinidad, prefigurado por la comunión temporal de tu Cuerpo y de tu
Sangre". A la espera de este acontecimiento tan feliz, celebramos desde ya su preludio en el
misterio. Hasta que caigan las escamas de nuestros ojos de carne y, atravesando el velo de los
sacramentos, podemos sentarnos a la mesa del cielo.
En el entretanto, nos acercaremos a comulgar al Señor bajo las especies del sacramento. Cuando se
apoye sobre nuestros labios, pidámosle que nos compenetre con El para que no seamos ya dos sino
uno, para que mueran nuestros pecados, se debiliten nuestras malas inclinaciones y viva en nosotros
su plenitud. Que nos entrañe cada vez más en la unidad de la Iglesia, y que nos prepare para la
resurrección final, de modo que todos los aquí presentes volvamos a encontrarnos en el banquete
del cielo.
(SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo B, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1993, p. 168-171)
San Juan Pablo II
“Glorifica al Señor Jerusalén” (cf. Sal 147,12). Ésta es la batalla en la que resuena un eco del Salmo
del Antiguo Testamento, llamada dirigida a Jerusalén, a Sión, convertida en lugar sagrado para los
hijos y las hijas de Israel cuando se establecieron en la tierra de la promesa. En este lugar ellos
adoraban al Dios de la Alianza, que les había hecho salir del país de Egipto, de la condición de
esclavos (cf. Ex 8,14). En este lugar daban gracias por el don de la Revelación, por el don de la
intimidad con Dios, por la Palabra del Dios vivo y por la alianza. Daban también gracias por los
dones de la tierra, de los que gozaban año tras año y día tras día.
“Glorifica al Señor, Jerusalén,/ alaba a tu Dios, Sión que... anuncia su palabra a Jacob,/ sus decretos
y mandatos a Israel.../ Ha puesto paz en tus fronteras/ te sacia con flor de harina” (Sal 146,1213.19.14).
La liturgia dirige hoy ésta llamada a la Iglesia; a la Iglesia en todo lugar donde se celebra la
solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (Corpus Christi).
La Iglesia hoy da las gracias por la Eucaristía. Da las gracias por el Santísimo Sacramento de la
nueva y eterna Alianza igual que los hijos y las hijas de Sión y del Jerusalén han agradecido el don
de la Antigua Alianza.
La Iglesia da las gracias por la Eucaristía, el don más grande otorgado por Dios en Cristo, mediante
la cruz y la resurrección: mediante el misterio pascual.
La Iglesia da las gracias por el don del Jueves Santo, por el don de la última Cena. Da las gracias
por “el pan que partimos”, por “la copa de bendición que bendecimos” (cf. 1 Cor 10,16-17).
Realmente este pan es “comunión con el Cuerpo de Cristo” (cf. ib.).
La Iglesia da gracias, pues, por el sacramento que incesantemente, sea en los días de fiesta, sea en
otros días, nos da a Cristo, como Él ha querido darse a Sí mismo a los Apóstoles y a todos aquellos
que, siguiendo su testimonio, han acogido la Palabra de vida.
La Iglesia da gracias por Cristo convertido en “el pan vivo”. Quien “come de este pan, vivirá para
siempre” (cf. Jn 6,51). La Iglesia da gracias por el Alimento y la Bebida de la vida divina, de la vida
eterna. En esto está la plenitud de la vida para el hombre: la plenitud de la vida humana en Dios.
“Si no coméis la Carne del Hijo del hombre y no bebéis su Sangre, no tenéis vida en vosotros. El
que come mi Carne y bebe mi Sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,5354). Ésta es la peregrinación humana a través de la vida temporal marcada por la necesidad de
morir, para alcanzar hasta los últimos destinos del hombre en Dios, el mundo invisible, más real que
el visible.
Precisamente por esto, la fiesta anual de la Eucaristía que la Iglesia celebra hoy contiene en su
liturgia tantas referencias a la peregrinación del pueblo de la Antigua Alianza en el desierto.
Moisés dice a su pueblo: “No sea que te olvides del Señor tu Dios que te sacó del Egipto, de la
esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto... que sacó agua para ti de una roca de pedernal, que
te alimentó en el desierto con un maná” (Dt 8,14-16).
“Acuérdate del camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer... para ponerte a prueba y conocer
tus intenciones... para enseñarte que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo cuanto sale de la
boca de Dios” (Dt 8,2-3).
Sus palabras van dirigidas a Israel, al pueblo de la Antigua Alianza. Si, no obstante, la liturgia de la
solemnidad de hoy nos las refiere, esto significa que estas palabras se dirigen también a nosotros, al
pueblo de la Nueva Alianza, a la Iglesia.
“No olvidéis...” ...Dios está cerca de los que le buscan con sincero corazón. Él sigue a todo hombre
que sufre interiormente en el contexto de la indiferencia... Continuad buscando a Dios, aunque no lo
hayáis encontrado. Sólo en Él es posible descubrir la respuesta exhaustiva a todos los interrogantes
últimos de la existencia: sólo de Él deriva la inspiración profunda que ha animado la cultura de la
que vivís.
A quienes ya creen recomiendo: No sofoquéis la esperanza que viene de Cristo; no olvidéis que la
vida tiene una prospectiva abierta a la inmortalidad y, precisamente por estar destinada a lo eterno,
jamás puede destruirse, por nadie y bajo ninguna razón: la vida que cada uno posee, la del que va a
nacer, la del que crece, la del que envejece, la del que está próximo a morir.
En este “no olvides” se contiene algo penetrante.
No olvides. El mundo no es para ninguno de nosotros “una morada eterna”. No se puede vivir en él
como si fuese para nosotros “todo”, como si Dios no existiese; como si Él mismo no fuese nuestro
fin, como si su reino no fuese el último destino y la vocación definitiva del hombre. No se puede
existir sobre esta tierra como si ella no fuese para nosotros sólo un tiempo y un lugar de
peregrinación.
“El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 5,56).
No se puede vivir en este mundo sin poner nuestra morada en Cristo.
No se puede vivir sin Eucaristía.
No se puede vivir fuera de la “dimensión” de la Eucaristía. Ésta es la “dimensión” de la vida de
Dios injertada en el terreno de nuestra humanidad.
Cristo dice: “Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado, y yo vivo por el Padre, del mismo
modo el que me come vivirá por mí” (Jn 6,57). Acojamos esta invitación de Cristo. Vivamos por Él.
Fuera de Él no hay vida verdadera. Sólo el Padre “tiene la vida”. Fuera de Dios, todo lo creado
pasa, muere. Sólo Él es vida.
Y el Hijo, “que vive por el Padre”, nos trae -pese a la caducidad del mundo, pese a la necesidad de
morir- la Vida que está en Él. Nos da esta Vida. La comparte con nosotros.
El Sacramento de este don, de esta vida, es la Eucaristía: “el pan bajado del cielo”. No es como el
que nuestros padres han comido en el desierto y han muerto. “Si uno come de este pan vivirá para
siempre” (Jn 6,49-51).
(Solemnidad de Corpus Christi, 4 de Junio de 1988)
SS. Benedicto XVI
"Esto es mi cuerpo. Esta es mi sangre".
Queridos hermanos y hermanas:
Estas palabras, que pronunció Jesús en la última Cena, se repiten cada vez que se renueva el
sacrificio eucarístico. Las acabamos de escuchar en el evangelio de san Marcos, y resuenan con
singular fuerza evocadora hoy, solemnidad del Corpus Christi. Nos llevan espiritualmente al
Cenáculo, nos hacen revivir el clima espiritual de aquella noche cuando, al celebrar la Pascua con
los suyos, el Señor anticipó, en el misterio, el sacrificio que se consumaría al día siguiente en la
cruz. De este modo, la institución de la Eucaristía se nos presenta como anticipación y aceptación
por parte de Jesús de su muerte. Al respecto escribe san Efrén Sirio: Durante la cena Jesús se
inmoló a sí mismo; en la cruz fue inmolado por los demás (cf. Himno sobre la crucifixión 3, 1).
"Esta es mi sangre". Aquí es clara la referencia al lenguaje que se empleaba en Israel para los
sacrificios. Jesús se presenta a sí mismo como el sacrificio verdadero y definitivo, en el cual se
realiza la expiación de los pecados que, en los ritos del Antiguo Testamento, no se había cumplido
nunca totalmente. A esta expresión le siguen otras dos muy significativas. Ante todo, Jesucristo dice
que su sangre "es derramada por muchos" con una comprensible referencia a los cantos del Siervo
de Dios, que se encuentran en el libro de Isaías (cf. Is 53). Al añadir "sangre de la alianza", Jesús
manifiesta además que, gracias a su muerte, se cumple la profecía de la nueva alianza fundada en la
fidelidad y en el amor infinito del Hijo hecho hombre; una alianza, por tanto, más fuerte que todos
los pecados de la humanidad. La antigua alianza había sido sancionada en el Sinaí con un rito de
sacrificio de animales, como hemos escuchado en la primera lectura, y el pueblo elegido, librado de
la esclavitud de Egipto, había prometido cumplir todos los mandamientos dados por el Señor (cf.Ex
24, 3).
En verdad, desde el comienzo, con la construcción del becerro de oro, Israel fue incapaz de
mantenerse fiel a esa promesa y así al pacto sellado, que de hecho transgredió muy a menudo,
adaptando a su corazón de piedra la Ley que debería haberle enseñado el camino de la vida. Sin
embargo, el Señor no faltó a su promesa y, por medio de los profetas, se preocupó de recordar la
dimensión interior de la alianza y anunció que iba a escribir una nueva en el corazón de sus fieles
(cf.Jr 31, 33), transformándolos con el don del Espíritu (cf. Ez 36, 25-27). Y fue durante la última
Cena cuando estableció con los discípulos esta nueva alianza, confirmándola no con sacrificios de
animales, como ocurría en el pasado, sino con su sangre, que se convirtió en "sangre de la nueva
alianza". Así pues, la fundó sobre su propia obediencia, más fuerte, como dije, que todos nuestros
pecados.
Esto se pone muy bien de manifiesto en la segunda lectura, tomada de la carta a los Hebreos,donde
el autor sagrado declara que Jesús es "mediador de una nueva alianza" (Hb 9, 15). Lo es gracias a su
sangre o, con mayor exactitud, gracias a su inmolación, que da pleno valor al derramamiento de su
sangre. En la cruz Jesús es al mismo tiempo víctima y sacerdote: víctima digna de Dios, porque no
tiene mancha, y sumo sacerdote que se ofrece a sí mismo, bajo el impulso del Espíritu Santo, e
intercede por toda la humanidad. Así pues, la cruz es misterio de amor y de salvación que —como
dice la carta a los Hebreos— nos purifica de las "obras muertas", es decir, de los pecados, y nos
santifica esculpiendo la alianza nueva en nuestro corazón; la Eucaristía, renovando el sacrificio de
la cruz, nos hace capaces de vivir fielmente la comunión con Dios.
Queridos hermanos y hermanas, os saludo a todos con afecto, comenzando por el cardenal vicario y
los demás cardenales y obispos presentes. Como el pueblo elegido, reunido en la asamblea del
Sinaí, también nosotros esta tarde queremos renovar nuestra fidelidad al Señor. Hace algunos días,
al inaugurar la asamblea diocesana anual, recordé la importancia de permanecer, como Iglesia, a la
escucha de la Palabra de Dios en la oración y escrutando las Escrituras, especialmente con la
práctica de la lectio divina, es decir, de la lectura meditada y adorante de la Biblia. Sé que se han
promovido numerosas iniciativas al respecto en las parroquias, en los seminarios, en las
comunidades religiosas, en las cofradías, en las asociaciones y los movimientos apostólicos, que
enriquecen a nuestra comunidad diocesana.
A los miembros de estos múltiples organismos eclesiales les dirijo mi saludo fraterno. Vuestra
presencia tan numerosa en esta celebración, queridos amigos, muestra que Dios plasma nuestra
comunidad, caracterizada por una pluralidad de culturas y de experiencias diversas, como "su"
pueblo, como el único Cuerpo de Cristo, gracias a nuestra sincera participación en la doble mesa de
la Palabra y de la Eucaristía. Alimentados con Cristo, nosotros, sus discípulos, recibimos la misión
de ser "el alma" de nuestra ciudad (cf. Carta a Diogneto, 6: ed. Funk, I, p. 400; ver también Lumen
gentium, 38), fermento de renovación, pan "partido" para todos, especialmente para quienes se
hallan en situaciones de dificultad, de pobreza y de sufrimiento físico y espiritual. Somos testigos
de su amor.
Me dirijo en particular a vosotros, queridos sacerdotes, que Cristo ha elegido para que junto con él
viváis vuestra vida como sacrificio de alabanza por la salvación del mundo. Sólo de la unión con
Jesús podéis obtener la fecundidad espiritual que genera esperanza en vuestro ministerio pastoral.
San León Magno recuerda que "nuestra participación en el cuerpo y la sangre de Cristo sólo tiende
a convertirnos en aquello que recibimos" (Sermón 12, De Passione 3, 7: PL 54). Si esto es verdad
para cada cristiano, con mayor razón lo es para nosotros, los sacerdotes.
Ser Eucaristía. Que este sea, precisamente, nuestro constante anhelo y compromiso, para que el
ofrecimiento del cuerpo y la sangre del Señor que hacemos en el altar vaya acompañado del
sacrificio de nuestra existencia. Cada día el Cuerpo y la Sangre del Señor nos comunica el amor
libre y puro que nos hace ministros dignos de Cristo y testigos de su alegría. Es lo que los fieles
esperan del sacerdote: el ejemplo de una auténtica devoción a la Eucaristía; quieren verlo pasando
largos ratos de silencio y adoración ante Jesús, como hacía el santo cura de Ars, al que vamos a
recordar de forma particular durante el ya inminente Año sacerdotal.
San Juan María Vianney solía decir a sus parroquianos: "Venid a la Comunión... Es verdad que no
sois dignos, pero la necesitáis" (Bernad Nodet, Le curé d'Ars. Sa pensée - Son coeur, ed. Xavier
Mappus, París 1995, p. 119). Conscientes de ser indignos a causa de los pecados, pero necesitados
de alimentarnos con el amor que el Señor nos ofrece en el sacramento eucarístico, renovemos esta
tarde nuestra fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. No hay que dar por descontada
nuestra fe. Hoy existe el peligro de una secularización que se infiltra incluso dentro de la Iglesia y
que puede traducirse en un culto eucarístico formal y vacío, en celebraciones sin la participación del
corazón que se expresa en la veneración y respeto de la liturgia.
Siempre es fuerte la tentación de reducir la oración a momentos superficiales y apresurados,
dejándose arrastrar por las actividades y por las preocupaciones terrenales. Cuando, dentro de poco,
recemos el Padrenuestro, la oración por excelencia, diremos: "Danos hoy nuestro pan de cada día",
pensando naturalmente en el pan de cada día para nosotros y para todos los hombres. Sin embargo,
esta petición contiene algo más profundo. El término griego epioúsios, que traducimos como
"diario", podría aludir también al pan "super-sustancial", al pan "del mundo futuro". Algunos
Padres de la Iglesia vieron aquí una referencia a la Eucaristía, el pan de la vida eterna, del nuevo
mundo, que ya se nos da hoy en la santa misa, para que desde ahora el mundo futuro comience en
nosotros. Por tanto, con la Eucaristía el cielo viene a la tierra, el mañana de Dios desciende al
presente, y en cierto modo el tiempo es abrazado por la eternidad divina.
Queridos hermanos y hermanas, como cada año, al final de la santa misa se realizará la tradicional
procesión eucarística y, con las oraciones y los cantos, elevaremos una imploración común al Señor
presente en la Hostia consagrada. Le diremos en nombre de toda la ciudad: "Quédate con nosotros,
Jesús; entrégate a nosotros y danos el pan que nos alimenta para la vida eterna. Libra a este mundo
del veneno del mal, de la violencia y del odio que contamina las conciencias; purifícalo con el poder
de tu amor misericordioso".
Y tú, María, que fuiste mujer "eucarística" durante toda tu vida, ayúdanos a caminar unidos hacia la
meta celestial, alimentados por el Cuerpo y la Sangre de Cristo, pan de vida eterna y medicina de la
inmortalidad divina. Amén.
(Solemnidad de Corpus Christi, San Juan de Letrán, Jueves 11 de junio de 2009)
P. Jorge Loring S.I.
Corpus Christi - B
1.-Hoy es la fiesta en honor de la Eucaristía.
2.- Esta fiesta la instituyó el Papa Urbano IV en el siglo XIII con ocasión del milagro de Bolsena.
3.- Fue así: el sacerdote alemán Pedro de Praga peregrinaba a Roma, y se detuvo en la ciudad de
Bolsena. Mientras celebraba misa, en la consagración, le entró la tentación de la realidad de la
transubstanciación. En aquel momento la HOSTIA CONSAGRADA sangró manchando el corporal.
4.- El sacerdote, confundido, fue a Orvieto, donde estaba el Papa Urbano IV a contarle lo sucedido.
El Papa mandó investigar el caso, y ante la certeza del acontecimiento, instituyó la fiesta del
CORPUS CHRISTI.
5.- El corporal manchado está hoy en Orvieto.
6.- Un milagro similar ocurrió en Lanciano.
7.- Estando celebrando un sacerdote la Santa Misa, también le entró la tentación de que realmente el
pan y el vino se hubieran transustanciado en el Cuerpo y Sangre de Cristo con sus palabras.
8.- En aquel momento sobre su patena apareció un trozo de carne.
9.- Él, atónito, se lo dijo a sus feligreses, que subieron al altar a comprobar lo ocurrido.
10.- En Lanciano se conserva en un relicario este trozo de carne.
11.- Recientemente ha sido examinado por los doctores Linolli y Bertelli y han afirmado que se
trata de carne humana, tejido fibroso, con lóbulos adiposos, y grupo sanguíneo AB.
12.- El grupo sanguíneo AB es el mismo de la sangre de la SÁBANA SANTA.
Semana del 7 al 13 de Junio de 2015 – Ciclo B
Cuerpo y Sangre de Cristo
Domingo 7 de junio de 2015
Cuerpo y Sangre de Cristo
Roberto, Claudio
Pulse en cualquier punto del recuadro para ver los textos.
Éx 24,3-8: Ésta es la sangre de la alianza que hace el Señor con ustedes
Salmo 115: Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor
Heb 9,11-15: La sangre de Cristo podrá purificar nuestra conciencia
Mc 14,12-16.22-26: Esto es mi cuerpo – ésta es mi sangre
Situada entre dos mares, con sus dos puertos, Corinto era el centro más importante del
archipiélago griego, encrucijada de culturas y razas, a mitad de camino entre Oriente y Occidente.
Su población estaba compuesta por doscientos mil hombres libres y cuatrocientos mil
esclavos. Dicen que Corinto tenía ocho kms. de recinto amurallado, veintitrés templos, cinco
supermercados, una plaza central y dos teatros, uno de ellos capaz para veintidós mil espectadores.
En Corinto se daban cita los vicios típicos de los grandes puertos. La ociosidad de los marineros y
la afluencia de turistas, llegados de todas partes, la habían convertido en una especie de capital de
«Las Vegas» del Mundo Mediterráneo. "Vivir como un corintio" era sinónimo de depravación;
"corintia" era el término universalmente empleado para designar a las prostitutas, y ya puede uno
imaginarse lo que significaba "corintizar".
En Corinto, cuya población era muy heterogénea (griegos, romanos, judíos y orientales) se
veneraban todos los dioses del Panteón griego. Sobre todos, Afrodita, cuyo templo estaba asistido
por mil prostitutas.
Hacia el año 50 de nuestra era llegó a esta ciudad Pablo de Tarso. Tras predicar el Evangelio
fundó una comunidad cristiana. Durante dieciocho meses permaneció como animador de la misma.
Sus feligreses pertenecían a las clases populares (pobres y esclavos), pero también los había de
entre la gente notable, por su cultura y por su dinero. Nació así una de las comunidades cristianas
primitivas más conflictivas.
Cuando Pablo, por exigencias de su trabajo misionero, se marchó de Corinto, se declaró en su
seno una verdadera lucha de clases que se manifestaba vergonzosamente en la celebración de la
Eucaristía. Los nuevos cristianos, ricos y pobres, libres y esclavos, convivían, pero no compartían;
eran insolidarios. A la hora de celebrar la Eucaristía (por aquel entonces se trataba simplemente de
comer juntos recordando a Jesús) se reunían todos, pero cada uno formaba un grupo con los de su
clase social, de modo que "mientras unos pasaban hambre, los otros se emborrachaban" (1 Cor
11,l7ss). (¡Qué actual es todo esto!).
Desde Éfeso, Pablo les dirigió una dura carta para recordarles qué era aquello de la Eucaristía,
lo que Jesús hizo la noche antes de ser entregado a la muerte, cuando, «mientras comían, Jesús tomó
un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a ellos, diciendo: Tomen, esto es mi cuerpo.
23Y, tomando una copa, pronunció la acción de gracias, se la pasó y todos bebieron. 24Y les dijo:
Esto es la sangre de la alianza mía que se derrama por todos».
Sería malentender a Jesús que lo que estaba haciendo era mandar ir a misa y comulgar, un rito
que en nada complica la vida. Rito que no sirve para nada si, antes de misa, no se toma el pan símbolo de nuestra persona, nuestros bienes, nuestra vida entera- y se parte, como Jesús, para
repartirlo y compartirlo con los que son nuestros prójimos cotidianos.
[Impresiona visitar las iglesias y comprobar la diversidad de clases sociales que alojan. Todas
tienen cabida en ellas, sin que se les exija nada a cambio. El rico entra rico y el pobre, pobre, y
salen los dos igual que entran. En circunstancias similares a las que concurren en muchas misas
dominicales, Pablo dijo a los feligreses de Corinto: "Es imposible comer así la cena del Señor".
Dicho de otro modo, "así no vale la eucaristía", pues la cena del Señor iguala a todos los
comensales en la vida, y comulgar exige, para que el rito no sea una farsa, partir, repartir y
compartir.
La lucha de clases, como en Corinto, se ha instalado en nuestras eucaristías. Y donde ésta
existe no puede ni debe celebrarse la cena del Señor. Los israelitas en el desierto comprendieron
bien que la alianza entre Dios y el pueblo los comprometía a cumplir lo que pide el Señor, sus
mandamientos. Jesús, antes de partir, celebra la nueva alianza con su pueblo y le deja un único
mandamiento, el del amor sin fronteras. Éste es el requisito para celebrar la eucaristía: acabar con
todo signo de división y desigualdad entre los que la celebran].
Habrá que recuperar, por tanto, el significado profundo del rito que Jesús realiza. «La sangre
que se derrama por ustedes» significa la muerte violenta que Jesús habría de padecer como
expresión de su amor al ser humano; «beber de la copa» lleva consigo aceptar la muerte de Jesús y
comprometerse con él y como él a dar la vida, si fuese necesario, por los otros. Y esto es lo que se
expresa en la eucaristía; ésta es la nueva alianza, un compromiso de amor a los demás hasta la
muerte. Quien no entiende así la eucaristía, se ha quedado en un puro rito que para nada sirve.
Una mala interpretación de las palabras de Jesús ha identificado el pan con su cuerpo y el vino
con su sangre, llegándose a hablar del milagro de la «transustanciación o conversión del pan en el
cuerpo y del vino en la sangre de Cristo». Los teólogos, por lo demás, se las ven y se las desean
para explicar este misterio. Como si esto fuera lo importante de aquel rito inicial. El significado de
aquellas palabras es bien diferente: «En la cena, Jesús ofrece el pan («tomad) y explica que es su
cuerpo. En la cultura judía «cuerpo» (en gr. soma) significaba la persona en cuanto identidad,
presencia y actividad; en consecuencia, al invitar a tomar el pan/cuerpo, invita Jesús a asimilarse a
él, a aceptar su persona y actividad histórica como norma de vida; él mismo da la fuerza para ello,
al hacer pan/alimento. El efecto que produce el pan en la vida humana es el que produce Jesús en
sus discípulos. El evangelista no indica que los discípulos coman el pan, pues todavía no se han
asimilado a Jesús, no han digerido su forma de ser y de vivir, haciéndola vida de sus vidas. Al
contrario que el pan, Jesús da la copa sin decir nada y, en cambio, se afirma explícitamente que
«todos bebieron de ella». Después de darla a beber, Jesús dice que «ésa es la sangre de la alianza
que se derrama por todos». La sangre que se derrama significa la muerte violenta o, mejor, la
persona en cuanto sufre tal género de muerte. «Beber de la copa» significa, por tanto, aceptar la
muerte de Jesús y comprometerse, como él, a no desistir de la actividad salvadora (representada por
el pan) por temor ni siquiera a la muerte. «Comer el pan» y «beber la copa» son actos inseparables;
es decir, que no se puede aceptar la vida de Jesús sin aceptar su entrega hasta el fin, y que el
compromiso de quien sigue a Jesús incluye una entrega como la suya. Éste es el verdadero
significado de la eucaristía. Tal vez nosotros la hayamos reducido al misterio -por lo demás bastante
difícil de entender y explicar- de la conversión del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo.
"Mi Cuerpo es Comida"
Mis manos, esas manos y Tus manos
hacemos este Gesto, compartida
la mesa y el destino, como hermanos.
Las vidas en Tu muerte y en Tu vida.
Unidos en el pan los muchos granos,
iremos aprendiendo a ser la unida
Ciudad de Dios, Ciudad de los humanos.
Comiéndote sabremos ser comida,
El vino de sus venas nos provoca.
El pan que ellos no tienen nos convoca
a ser Contigo el pan de cada día.
Llamados por la luz de Tu memoria,
marchamos hacia el Reino haciendo Historia,
fraterna y subversiva Eucaristía.
(Pedro Casaldáliga)
Para la revisión de vida
¿Digo yo también, por dentro, al participar en la eucaristía, desde mi más honda opción: "tomad y
comed, éste es mi cuerpo...", poniéndome en disposición de dejarme comer por el servicio a mis
hermanos?
¿Es mi vida realmente un "compartir"?
¿Estoy sentado, participo en alguno de los "grupos de cincuenta" para reflexionar qué hacer frente
al hambre del pueblo?
Para la reunión de grupo
- La doctrina y la teología clásica (de los últimos siglos sólo, al fin y al cabo) sobre la Eucaristía
ha estado centrada en el concepto de la transubstanciación. Compartir en el grupo lo que este
concepto filosófico, escolástico, aristotélico en el fondo, comporta.
- Es necesario aceptar la filosofía escolástica para estar en la verdad de la Iglesia sobre la
Eucaristía? Explicitar las relaciones entre la fe en la eucaristía y las opiniones filosóficas
involucradas en los conceptos con que se expresan las formulaciones oficiales de la fe.
Para la oración de los fieles
- Por los 200 millones de niños menores de cinco años que están desnutridos; por los 11 millones
de niños que mueren al año por desnutrición...
- Por nuestras "eu-caristías", para que sean realmente una acción de gracias, una fiesta, una
auténtica celebración...
- Para que la liturgia de nuestra Iglesia se despoje de todo hermetismo hierático, acoja los
símbolos de los pueblos, se inculture, asuma nuestras vidas, con sus problemas, sus esperanzas y
todas sus riquezas culturales y espirituales...
- Por todos los niños y niñas que en este día, en muchas iglesias locales, celebran su "primera
comunión", su primera participación formal en la eucaristía: para que esa "primera" comunión no
sea la última, ni sea demasiado distanciada su participación en la comunidad...
Oración comunitaria
-Señor Jesús, que partiste y repartiste tu pan, tu vino, tu cuerpo y tu sangre, durante toda tu vida, y
en la víspera de tu muerte lo hiciste también simbólicamente; te pedimos que cada vez que nosotros
lo hagamos también "en memoria tuya" renovemos nuestra decisión de seguir partiendo y
repartiendo, como tú, en la vida diaria, nuestro pan y nuestro vino, nuestro cuerpo y nuestra
sangre, todo lo que somos y poseemos. Te lo pedimos a ti, que nos diste ejemplo para que nosotros
hagamos lo mismo, Jesucristo, Nuestro Señor.
Lunes 8 de junio de 2015
10ª semana de tiempo ordinario
Salustiano, Medardo, Armando
2Cor 1,1-7: Dios nos consuela para poder consolar a otros
Salmo 33: Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor
Mt 5,1-12: Comenzó a enseñarles del siguiente modo
Resulta difícil entender por qué Jesús llama dichosos a los pobres. La palabra dichoso o
bienaventurado se usa en la Biblia en relación con todo lo que hace feliz al ser humano: larga vida,
numerosa descendencia, honores, riquezas…. Para el Evangelio, pobre es un individuo injustamente
reducido a la miseria, cuya existencia depende de la generosidad de otros y que, precisamente por
eso, pone toda su confianza en Dios. La expresión pobres de espíritu ha sido con frecuencia mal
interpretada. La palabra espíritu, aplicada a Dios, denota su actividad creadora; y aplicada al ser
humano, un impulso interior que lo empuja a la acción. La expresión “pobre de espíritu” podría
decirse, por tanto, de aquellas personas que son pobres por un impulso interior; esto es, por propia
decisión, o lo que es igual, pobres porque han elegido libremente serlo. De ahí que una buena
traducción sería dichosos los que eligen ser pobres. Proclamando a los pobres “dichosos”, Jesús no
pretende idealizar o sublimar su condición, sino que pide a sus discípulos una elección valiente que
haga posible eliminar las causas que provocan la pobreza. Jesús invita a todos los creyentes a
hacerse voluntariamente pobres para que ninguno lo sea por causas ajenas a su voluntad.
Martes, 9 de junio de 2015
Efrén
2Cor 1,18-22: En Jesús se han cumplido todas las promesas
Salmo 118: Dichoso el que camina en la voluntad del Señor
Mt 5,13-16: Ustedes son la luz del mundo
La sal es garantía de incorruptibilidad, pues sirve para evitar que las carnes se corrompan;
además, da sabor a los alimentos. Según este dicho de Jesús, los discípulos son como la sal, que
garantiza esta alianza de Dios con la humanidad. De su fidelidad al programa de Jesús depende que
se lleve a cabo la liberación de la humanidad. Si la sal se pone sosa, esto es, si los cristianos no son
fieles al plan de Dios, no sirven para nada; han perdido su razón de ser en este mundo, se vuelven
inútiles, mereciendo el desprecio de los hombres - sólo sirve para tirarla y que la pise la gentehaciendo imposible su liberación. La luz representa en la Biblia la gloria o esplendor de Dios que,
según Isaías 60,1-3, había de brillar sobre la ciudad santa de Jerusalén, sobre Israel, sobre la Ley y
el Templo. Ahora son los cristianos los que tienen que hacer presente ese esplendor de Dios en el
mundo. La gloria de Dios se manifiesta en el modo de actuar de los que siguen a Jesús, esto es,
en sus obras en favor de los pueblos y de su liberación.
Miércoles 10 de junio de 2015
Críspulo, Mauricio, Margarita
2Cor 3,4-11: Nos ha hecho ministros de una alianza nueva
Salmo 98: Santo es el Señor, nuestro Dios
Mt 5,17-19: No he venido a abolir, sino a dar plenitud a la ley
Con frecuencia se malinterpreta el significado de estas frases de Jesús. Se usaban para
afirmar, de manera incomprensible, que todo el Antiguo Testamento seguía teniendo vigencia, pues
Jesús había venido a cumplirlo hasta en sus más mínimos detalles. Lo que dice Jesús realmente,
según Mateo, es que ha venido a dar cumplimiento a la Ley y a los profetas que anunciaban el
reinado de Dios, o sea, la liberación de la humanidad como medio para hacer que Dios reine de
verdad en este mundo. Para alcanzarlo, los cristianos tendrán que poner en práctica cada una de las
bienaventuranzas. Éstas son garantía de felicidad y dicha para quienes las practican. Quienes han
optado por tener a Dios por rey, de acuerdo con la primera bienaventuranza, se empeñarán, sin
duda, con todas sus fuerzas en la transformación del sistema mundano, regido por el dinero, el
poder, el placer y el prestigio. Y luchando contra ese sistema harán posible un nuevo mundo de
hermanos, donde el amor sustituya al dinero, el servicio al poder, el sacrificio propio por el
sufriente en vez del placer, y la estima del otro en sustitución del prestigio propio. Nacerá de este
modo la sociedad alternativa que los evangelios denominan “reino de Dios”.
Jueves 11 de junio de 2015
Bernabé
Hch 11,21b-26; 13,1-3: Era hombre de bien, lleno de Espíritu Santo y de fe
Salmo 97: Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios
Mt 10,7-13: Proclamen que el reino de los cielos está cerca
El anuncio del reino irá acompañado de signos y curación de enfermos. Es el mismo anuncio
puesto en boca de Jesús y Juan Bautista por el autor de este evangelio. Es el anuncio de la llegada
del reino; primero por el Bautista, luego por el mismo Jesús y, finalmente, por los discípulos. Estos
han sido enviados por el Maestro sin equipaje; sin nada que obstaculice su labor evangelizadora. Se
pone en evidencia un estilo de vida. Así lo hacían otros predicadores de entonces (p. ej. los cínicos).
El hecho que se diga que los trabajadores merecen su salario, significa un estilo de vida de la
comunidad mateana: los misioneros deberían ser provistos de todo lo necesario para cumplir su
tarea. Así lo vivieron los primeros apóstoles, con entusiasmo y radicalidad. Es el caso de Bernabé
apóstol, cuya fiesta celebramos hoy. Asumir el estilo de vida apostólico implica dejar de lado tantas
trabas que impiden que el Evangelio sea anunciado con sencillez y claridad. A veces caemos en la
tentación de llenarnos de las últimas tecnologías y olvidamos lo esencial: el mensaje. La mejor
publicidad deberá ser siempre el testimonio auténtico del portador de la buena noticia. Ahí radica la
atracción del mensaje.
Viernes 12 de junio de 2015
Corazón de Jesús
Gaspar, Juan de Sahagún, Onofre
Os 11,1b.3-4.8c-9: Se me revuelve el corazón
Interleccional Is 12: Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel
Ef 3, 8-12.14-19: Que Cristo habite en sus corazones por la fe
Jn 19,31-37: Le traspasó el costado, y salió sangre y agua
Celebrar la Solemnidad del Corazón de Jesús es celebrar la memoria de un corazón sublime
traspasado por amor a sus hermanos, por amor a la humanidad. El corazón de Jesús es el lugar del
encuentro de la comunidad eclesial. El corazón de Jesús es el lugar de la compasión y la
misericordia, de la fraternidad y la solidaridad, de la justicia y de la paz. El corazón de Jesús se abre
como una gran fuente de agua inagotable de la que brota el amor de Dios en cantidades
insospechadas. Sólo el amor que brota de ese corazón podrá salvar a la humanidad, que pareciera
tener “un corazón de piedra” donde el egoísmo, la violencia, el odio y la injusticia han establecido
su morada para siempre. Como discípulos fieles de Jesús, pidámosle que, por la acción del Espíritu
Santo, nos dé un corazón justo y compasivo. Que el mundo sea un gran corazón, para que la
humanidad sea definitivamente dignificada y redimida por el corazón traspasado de Jesús. Digamos
como Pablo: “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo
que se nos ha dado”. Que la sangre derramada por Jesús en la cruz nos purifique de nuestras faltas
por culpa del pecado.
Sábado 13 de junio de 2015
Antonio de Padua
Is 61,9-11: Desbordo de gozo con el Señor
Interleccional 1Sam 2: Mi corazón se regocija por el Señor, mi salvador
Lc 2,41-51: María conservaba todo esto en su corazón
“El corazón es símbolo de amor e interioridad”. Lucas, ante el cuadro del quinto misterio
de gozo, concluye con una nota sobre el corazón de María: “conservaba todo aquello en su
corazón”. María es la mujer toda corazón. Esto significa que, aunque en su mente no entiende
muchas cosas, ama, espera y cree. María aparece siempre en el Evangelio manifestando su total
confianza y obediencia a los planes divinos. María es la mujer que se deja sorprender por Jesús.
Esto demuestra su fina sensibilidad. María invita a recuperar esa capacidad de sorpresa y de
admiración. El Dios de María es un Dios sorprendente, admirable, desconcertante. Finalmente
María revela esa dimensión profética de la pregunta: ¿por qué? No permanece callada ante el
misterio, ante los acontecimientos difíciles. Le preguntó al ángel y le pregunta a su Hijo. Y con su
Hijo se identificó cuando en la cruz Jesús también preguntó: ¿por qué? No se trata de mantener un
silencio estéril; se trata de la inteligencia que, limitada ante el misterio de la vida, solicita una
respuesta. De la pregunta humilde hecha oración viene la respuesta elocuente de un Dios que habla
y se revela hasta en sus silencios.
6 Homilías
1.- “ATRÉVETE CUANTO PUEDAS”
Solemnidad del Corpus Christi y, con ella, la seguridad de que el Señor –lejos de
abandonarnos- se ha quedado en este Misterio de fraternidad, amor, generosidad, pasión,
muerte y resurrección que es la Eucaristía.
1.- Qué bien lo expresó el Papa Emérito, Benedicto XVI, en el siguiente texto: "¿Qué significa
Corpus Christi para mí? En primer lugar, el recuerdo de un día de fiesta, en el que se tomaba al
pie de la letra la expresión que acuñó Santo Tomás de Aquino en uno de sus himnos eucarísticos:
«Quantum potes tantum aude» —atrévete cuanto puedas a alabarle como merece—. Estos versos
recuerdan además una frase que el mártir Justino ya había formulado en el siglo II... El día de
Corpus Christi toda la comunidad se siente llamada a cumplir esa tarea: atrévete cuanto puedas.
Todavía siento el aroma que desprendían las alfombras de flores y el abedul fresco, los ornamentos
en las ventanas de las casas, los cantos, los estandartes; todavía oigo la música de los instrumentos
de viento de la banda del pueblo, que en aquel día a veces se atrevía con más de lo que podía; y
oigo el ruido de los petardos con los que los muchachos expresaban su barroca alegría de vivir,
pero saludando a Cristo en las calles del pueblo como a una autoridad de la ciudad, como a la
autoridad suprema, como al Señor del mundo..."
2.- Hoy, desgraciadamente, nuestras calles no rezuman aroma a fraternidad o justicia. Nuestros ojos,
en cuanto saltamos a ellas, se encuentran con dramas en mil rostros y pobreza que reclaman nuestra
atención. Hoy, Jesús el “pobre” (tal vez disimulado en custodia) avanza por plazas y cuestas, calles
y encrucijadas de nuestros pueblos y ciudades para dejarse aclamar pero, también, para que no
olvidemos que la Eucaristía es fuerza que nos impulsa hacia el bien. Pero no es una fuerza
cualquiera. No es solidaridad simple y a veces interesada. El Corpus Christi nos hace caer en la
cuenta de que el amor cristiano no entiende de colores ni de ideologías y que, incluso también hacia
el ingrato enemigo, ha de ir volcado nuestro amor porque también Cristo, en su primera custodia de
madera (la mesa de Jueves Santo) quiso que su afecto llegase incluso al que más tarde le traicionó.
Esa es la diferencia entre solidaridad y caridad. La solidaridad, centrada en el humanismo, tiende a
doblegarse, cansarse y agotarse. La caridad, sustentada en el amor divino, es (como dice San Pablo)
un amor sin límites, que a veces cuesta ofrendarlo pero que –cuando se da- más se aumenta y más
satisfacción produce. Hoy, al llevar a Cristo Sacramentado por nuestras calles, decimos al mundo
que somos muchos los que creemos en un amor sin más adjetivo que DIVINO. Por eso cantamos,
festejamos, adoramos y hasta nos emocionamos: ¡ES EL AMOR QUE PASA!
3.- A punto de iniciarse el Año de la Misericordia (convocado por el Papa Francisco para el día de
la Inmaculada) creo que el Corpus Christi nos centra en el auténtico valor y pureza de esa
misericordia. Los cristianos no podemos quedarnos en meros gestos o detalles. La misericordia de
Cristo, envuelta hoy en históricas custodias y cobijada bajo palio, nos reclama también un punto de
atención: es Misterio. La tocamos y, a la vez, la sentimos lejos. La ofrecemos, y en muchos
momentos, nos abre las carnes. Hablamos de ella pero, en algunos instantes, la constituimos sólo en
poesía, canción o palabrería. ¡Qué distinta la misericordia del Señor que avanza por nuestras calles
en este día del Corpus Christi! Es Él mismo quien se ofrece.
En una coyuntura con tantas soledades y sufrimientos. En una realidad mundial tan compleja y con
tantos frentes abiertos, el Corpus Christi nos invita a mirar más allá de nosotros mismos. A buscar
esa potencia escondida y misteriosa que en un altar se hace presente y que, cuando se comulga, nos
convierte en personas invencibles y constantes en el amor y por el amor.
4.- Hoy, en multitud de parroquias, catedrales, comunidades religiosas, pueblos y ciudades
desfilarán custodias con el Amor de los Amores. ¿Estamos dispuestos luego nosotros a ser
“templetes de carne y hueso” que hagan presente a Cristo en esas otras calles donde es marginado y
despreciado, silenciado o blasfemado? Sí; en esas otras calles y plazas que son nuestros puestos de
trabajo, el campo donde se toman decisiones, la familia, la educación o nuestras conversaciones
diarias. Es fácil, aunque, en estos tiempos, muy meritorio, salir en procesión en un mundo
secularizado y habituado a la zafiedad en su asfalto, pero luego nos queda la asignatura pendiente:
proclamar el reino de la vida, el Señor de la Eucaristía, allá donde pensamos, vivimos, trabajamos o
descansamos como cristianos.
6.- ¡ATRÉVETE CUÁNTO PUEDAS! ¡VIVA JESÚS SACRAMENTADO!
QUE ME ATREVA, SEÑOR
A dar la cara por Ti cuando, tantos rostros,
dicen ser de los tuyos y se esconden
a la hora de ser signo de tu presencia.
A ser custodia, de carne y hueso,
que –cuando es miradadestella rayos de que Tú eres mi luz
de que, Tú, eres el motor de mis paso
de que, Tú, eres el secreto de mis palabras.
QUE ME ATREVA, SEÑOR
A ser pétalo de tu Evangelio
dejando, allá por donde pase,
un exponente de que soy de los tuyos
Un síntoma de que, tu Cuerpo y tu Sangre,
se funden en mis entrañas
y me empujan a ser un templo vivo
allá donde existe la muerte o el llanto.
QUE ME ATREVA, SEÑOR
Y, con mis fuerzas, cuanto pueda
a darte alabanza y honor
aun a riesgo de ser centro de la diana
de burlas y mofas
cuando, ante otros dioses de madera y cartón
no doblego lo más santo y fuerte que poseo: Tú.
QUE ME ATREVA, CUÁNTO PUEDA SEÑOR
A rendirme a tus pies
pero nunca rendirme de lo que pienso y creo:
Tú eres Rey, Tú eres Amor de amores
Tú eres cielo en la tierra y Palabra certera
en tantas noches oscuras
Tú mereces la gloria, sólo Tú,
cuando lo que nos rodea
nos invita a centrarnos sólo en la nuestra
QUE ME ATREVA, CUÁNTO PUEDA SEÑOR
A ser incienso de un Dios que no defrauda
Mano tendida para el que llama a mi puerta
Voz que anuncia y denuncia
Silencio que conforte en mil duelos
QUE ME ATREVA, CUÁNTO PUEDA SEÑOR
A manifestar, en este vacío mundo,
que Tú lo puedes llenar todo
cuando, el hombre y la mujer de este tiempo,
busque en la profundidad (y no en la superficialidad)
el Agua Viva que calma la sed de una vez por todas.
¡Bendito, Señor, sea tu nombre!
¡Bendita, Señor, sea tu presencia!
¡Grande, Señor, sea tu reinado en el corazón del hombre!
¡Única y para Ti, Señor, sea nuestra adoración!
Tuyos, siempre tuyos Señor,
en este día en el que tu Cuerpo y tu Sangre
hacen de innumerables rincones de nuestra tierra
un inmenso altar desde el cual hablas,
miras, callas, observas, lloras y bendices.
¡QUE ME ATREVA, CUÁNTO PUEDA SEÑOR!
2.- INVITADOS A LA CENA NUPCIAL DEL SEÑOR
1.- LA SANGRE DE LA ALIANZA.- Los ritos ancestrales de la Pascua judía hunden sus raíces
en ritos aún más antiguos, aunque adquieren un sentido nuevo y prefiguran al mismo tiempo el
sacrificio por excelencia, el sacrificio definitivo, el sacrificio de Cristo. La sangre ha sido siempre
un elemento que ha estremecido al hombre, al mismo tiempo que ha visto en ella una fuerza
misteriosa.
Al relacionarla con la alianza se pone el acento en la unidad. En cierto modo es una realidad que
también hoy está en vigor. Y así se dice que los hermanos tienen la misma sangre, o se establece
una especial relación entre quien da su sangre y el que la recibe. Así al participar los pactantes de la
misma sangre se establecía entre ellos una estrecha unión.
2.- LA SANGRE DE CRISTO.- "No usa sangre de machos cabríos, ni de becerros, sino la suya
propia..." (Hb 9, 12). El Misterio de la Redención alcanza cotas muy altas en la Eucaristía. Hemos
de recordarlo de modo especial hoy, día en que se celebra la gran fiesta del Corpus Christi, en la
que los cristianos rendimos adoración al Santísimo Sacramento del altar, le tributamos el culto
supremo a Jesús sacramentado. Él quiso derramar su sangre en sacrificio de expiación por nosotros.
Antes esta realidad el hagiógrafo exclama: "Si la sangre de los machos cabríos... tienen el poder de
consagrar a los profanos, ¡cuánto más la sangre de Cristo que, en virtud del Espíritu eterno se ha
ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas,
llevándonos al culto del Dios vivo!"... Sangre de Cristo, embriágame.
2.- CRISTO, CORDERO DE DIOS.- "El primer día de los ázimos..." (Mc 14, 12). Los ázimos es
el nombre que recibían los panes preparados sin levadura, para comerlos durante los días de la
Pascua. El pan de días anteriores, confeccionados con levadura, tenía que haberse consumido ya, o
ser destruido, pues se consideraba que la fermentación de la masa ludiada era una especie de
impureza, incompatible con la fiesta pascual.
Pero más importante que el pan ázimo, era el cordero inmolado en esa fiesta. Se recordaba así la
sangre de aquellos corderos con la cual se tiñeron los dinteles de las casas en Egipto de los hebreos,
librándolos así de la muerte...En la nueva fiesta pascual, en la Pascua cristiana, Jesucristo es el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, como lo recordamos antes de la comunión de su
Cuerpo y su Sangre, Alma y Divinidad. En ese momento se nos recuerda, con palabras del
Apocalipsis, que estamos invitados a la cena nupcial del Señor.
3.- ¿QUÉ HACES CON TU HERMANO?
1.- Día de la Caridad. Hoy vuelve de nuevo la Iglesia a recordarnos lo que significa el misterio de
Cristo con nosotros. Hoy quiere que volvamos de nuevo los ojos hacia ese misterio inexplicable del
Cuerpo de Cristo y le cantemos gozosos y le demos las gracias. Junto a ese sentimiento de amor y
agradecimiento al Señor porque ha querido quedarse con nosotros -ese sentimiento que se expresa
en la quietud de la oración-, la Iglesia ha querido recordarnos algo extraordinariamente interesante.
Es esto: que Cristo no sólo se quedó bajo la forma de pan y vino para que nuestra ruta tuviera
auxilio permanente, sino que se quedó en los hombres que necesitan de los demás. Por eso, hoy es
el Día de la Caridad. No podemos hoy cantar a Cristo en su magnífica custodia procesional si somos
capaces de adorarlo en aquellos hombres en los que, inevitable es decirlo, cuesta mucho
encontrarlo. Él quiso que lo buscáramos en esos hombres, porque en ellos escondió sus rasgos en
una especie de reto lanzado desde siempre a nuestra inquietud y a la sinceridad de nuestro
cristianismo.
2.- El Corpus es un día para el encuentro con los hermanos. "Haced esto en memoria mía".
Jesús no nos dijo "pronunciad estas palabras en memoria mía", sino "haced", es decir "vivid". No
hay de verdad Eucaristía si no tenemos los sentimientos que tuvo Jesús, si no intentamos
entregarnos y amarnos como Él nos ama. La fracción del pan --nombre con el que los primeros
cristianos designaban a la Eucaristía-- es un gesto que a menudo pasa desapercibido, pero sin
embargo refleja perfectamente lo que Jesús quiso enseñarnos al partirse y repartirse por nosotros.
Compartir hoy y aquí es una obligación perentoria de la que ningún cristiano estamos dispensados.
Sentir, como sintieron los apóstoles, el hambre de la multitud que seguía a Jesús será un rasgo que
distinguirá nuestro espíritu cristiano. Si no somos capaces de captar la necesidad de los hombres el
Día del Corpus habrá sido en vano. El Día del Corpus es un día para el encuentro con los hermanos
y para que compartamos con ellos, además de todo cuanto humanamente podamos darles (si es que
podemos darles algo), el gozo de tener cerca de nosotros a Cristo, un Cristo personal y cercano que
quiere asomarse a nuestra vida no sólo a través del expositor de una gran Custodia sino a través de
los hombres, que es donde realmente quiere vivir y estar para siempre. ¿Qué haces con tu hermano?
Es la pregunta que Dios nos hace cada día y que es el lema de la campaña institucional de Cáritas
2015.
3. - La Eucaristía es misión. Dios nos encomienda vivir lo que hemos celebrado. Por eso la
Eucaristía celebra la vida y nos da fuerza para la vida. Cuando el sacerdote nos dice "Podéis ir en
paz" nos está enviando al mundo. Es como si Jesús nos dijera: "Tomad, comed y vivid el amor". Es
esta la segunda procesión del Corpus, la que emprendemos cada día hacia la calle, hacia el trabajo o
hacia la escuela como mensajeros del amor de Dios. El hombre de hoy tiene hambre de verdad y de
plenitud, tiene hambre de Dios.
4.- LA FIESTA DEL CORPUS ES LA FIESTA DEL AMOR CRISTIANO
1.- Hablar de la fiesta del Corpus Christi es hablar de la fiesta del amor cristiano. Pero resulta
que oímos por ahí de vez en cuando que lo que los cristianos tenemos que hacer es predicar más la
justicia y menos el amor. Mientras que otros, muy cumplidores y muy observantes ellos, nos dicen,
por otro lado, que hablamos mucho del amor, pero nos olvidamos de recomendar las prácticas
tradicionales de la piedad y de la penitencia cristiana. Es como si nos dijeran que el amor cristiano
va en contra de la justicia, o en contra de las prácticas tradicionales de la piedad cristiana. O que el
amor cristiano es algo mucho más fácil de cumplir, que la justicia o el rezo del rosario. Y, claro
está, esto no sólo no es verdad, sino que es exactamente lo contrario. El amor cristiano es el amor de
Cristo, el mismo amor con el que Cristo denunció la injusticia y se retiró por las noches a hablar con
su Padre Dios. El amor cristiano es el que gobernó y dirigió toda la vida, pasión y muerte del Señor.
La práctica del amor cristiano es la única llave que nos abre las puertas de la santidad cristiana. Si
no tengo amor nada soy, repitió muchas veces San Pablo. Pues bien, lo que yo quiero decir es que el
amor cristiano, además de ser la virtud más difícil de practicar, es la virtud que da valor y
consistencia a todas las demás virtudes. Predicar un cristianismo basado en la práctica del amor
cristiano no es predicar un cristianismo fácil o rebajado, sino todo lo contrario. Los santos fueron
santos, precisamente porque intentaron seguir lo más fielmente posible a Aquel que nos amó hasta
el extremo. No hay nada más difícil en la vida humana, que amar constantemente con amor
cristiano a los demás. Porque amar es olvidarse de uno mismo y pensar en los demás. Y amar a los
demás como Cristo nos amó es amarlos hasta el extremo, hasta el extremo de dar la vida por ellos.
Esto nunca fue algo fácil de cumplir.
2-.La sangre de la Antigua y de la Nueva Alianza. Cuando Moisés quiso demostrarle al Señor
que el pueblo estaba dispuesto a cumplir todo lo que Él les mandaba en el documento de la alianza,
“mandó a algunos jóvenes israelitas ofrecer al Señor holocaustos y vacas como sacrificio de
comunión”. La sangre de estos animales rociada sobre el pueblo fue el signo y la señal de la
aceptación y cumplimiento de la Antigua Alianza. El pueblo de Israel ofrecía al Señor la sangre de
los mejores animales que tenía: vacas, corderos, palomas… Los sacerdotes de la Antigua Alianza
ofrecían al Señor algo que, sin duda, era para el pueblo muy valioso y, al mismo tiempo, el pueblo
prometía obedecer y cumplir todos los mandatos de la Ley. En la Nueva Alianza, en cambio, Cristo
se constituye en el nuevo y único sacerdote y ofrece al Señor su propia sangre, su vida. La sangre de
Cristo, su vida, será, desde entonces, para nosotros la señal de la Nueva Alianza. Esto es lo que
debemos entender y celebrar cuando celebramos la eucaristía. Cuando nosotros celebramos la
eucaristía, Dios hace con nosotros una nueva y eterna alianza, perdonándonos todos nuestros
pecados por la sangre de Cristo, por su vida, mientras nosotros prometemos cumplir el nuevo
mandamiento que el Señor nos dio: amarnos unos a otros como Él nos amó. Celebrar, pues, la
eucaristía es renovar la nueva y eterna alianza que el Señor ha hecho con nosotros, en la sangre, en
la vida de su Hijo. La eucaristía es el memorial de la pasión y muerte de Cristo: “haced esto en
memoria mía”.
3.- La eucaristía debe crear comunión. Comunión con Dios, nuestro Padre, intentando imitar,
aunque sea de lejos, la comunión que siempre existió entre el Padre y su Hijo. Comunión entre
todos los cristianos, en Cristo, haciendo que el mismo amor con el que Cristo nos amó nos una a
nosotros y haga comunidad entre todos nosotros. Comunión entre todas las personas, porque Dios
nos ama a todos y quiere que todos seamos sus hijos. Comunión con la tierra y con el universo
entero, porque todo el universo es la casa y el templo de Dios. La eucaristía, en definitiva, es amor,
comunión, alianza de amor entre Dios y los hombres. Porque el amor busca siempre la unión y la
comunión entre todas las personas que aman.
5.- JESÚS PERMANECE CON NOSOTROS Y MUY CERCA
1.- Hoy es un día muy especial para reflexionar sobre un milagro permanente, sobre un signo que
Jesús hizo ante sus discípulos hace más de dos mil años y que permanece. Nos referimos a su
presencia real en la Eucaristía. Obviamente, a nosotros, aquí y ahora, lo que más nos interesa es ese
pensamiento fuerte sobre la presencia de Jesucristo es el Sacramento del Altar. No puede eludirse el
hecho de que Dios se ha quedado en la Tierra en forma aparente de pan y vino y que está dispuesto
para ser alimento espiritual de las almas. Esto puede dar un cierto rubor "modernista" el afirmarlo
de manera tajante, pero, sin embargo, dejarlo fuera, o atenuarlo en una especie de valoración
legendaria, es una dejación absurda. Incluso, de una manera un tanto cazurra bien podría decir que
si tenemos una cosa buenísima para qué vamos a prescindir de ella.
2.- La recepción del Cuerpo del Cristo, el diálogo íntimo con el Recién Recibido, las charlas –
internas y distendidas—en la proximidad del Sagrario y la profunda convicción de la presencia de
Dios en ese pan y vino de vino es, en sí mismo, un grandísimo bien que preside nuestra vida de
cristianos. Y si alguno le faltase fe, al respecto, la solución es muy fácil: pedir a quien se quiso
quedar en la Eucaristía que nos aumente la fe.
3.- Y en cuanto al contenido litúrgico de nuestra celebración de hoy hemos de decir que esta
solemnidad comenzó a celebrarse en Bélgica, en Lieja, en 1246. Sería el Papa Urbano VI quien
motivo que de extendiera por toda la Iglesia. El Pontífice buscaba que esa idea, generalizada y
admitida en toda la cristiandad, de la presencia real de Jesús en la Eucaristía, tuviese mayor
resonancia por la dedicación de una fiesta universal. No obstante, ya en esos tiempos, se celebraban
las procesiones eucarísticas que han llegado a nuestros días. El Papa Urbano VI deseaba que
hubiese un día específico para reflexionar en ese acto de generosidad de Cristo que es quedarse
realmente junto a nosotros.
4.- Con la perfección en los contenidos que marca siempre la Sagrada Liturgia tenemos que decir
las lecturas que hemos proclamado ayudan a mejor comprender el misterio que hoy, especialmente,
adoramos. Y en el Libro del Éxodo, en su capítulo 24, leemos una frase que va a recordar bastante
la consagración que hizo Jesús en la Cena del Jueves Santo. Son palabras de Moisés que dice: “Esta
es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre todos esos mandatos.” El Amigo de
Dios, el gran Moisés estaba profetizando, al menos la forma, de lo que sería la alianza más directa
de Dios con el hombre. La sangre de su Hijo Unigénito sería el principio de una nueva Alianza de
Amor y de permanencia física en el mundo, a través de todos los tiempos. A su vez en la Carta a los
Hebreos, se plasma una de las grandes novedades realizadas por Cristo en las relaciones con Dios
Padre Todopoderoso. Su sacrificio va a ser el último y el definitivo dirigido a Dios. Por un lado se
clausura una acción litúrgica sacrificial y se abre el nuevo culto con el recuerdo y presencia
permanente de Jesús, que es víctima y altar. Dice la Carta a los Hebreos que Jesús “no usa sangre de
macho cabríos ni de becerros, sino la suya propia; y así ha entrado en el santuario una vez para
siempre, consiguiendo la liberación eterna”
5.- El Evangelio de San Marcos nos narra con su brevedad y precisión acostumbradas todos los
momentos de la celebración de Sagrada Cena con la consagración eucarística dicha en su final. Y
los términos utilizados por Jesús en el relato de Marcos en lazan directamente con los otros textos
bíblicos leídos hoy que marcan esa nueva alianza de amor y de reconciliación, oficiada por el Hijo,
y admitida por el Padre. Todos los días, a todas las horas, celebramos y festejamos la Eucaristía, la
presencia real de Jesús en el pan y el vino consagrados, pero en esta fiesta grande del Cuerpo y de la
Sangre del Señor debemos de hacer un esfuerzo para tener ese misterio más cerca de nosotros y que
nos sirva de alimento para el complejo camino diario del seguimiento de Nuestro Señor Jesús.
LA HOMILIA MÁS JOVEN
CELEBRAR LA EUCARISTÍA, AUN ESTANDO SOLO
1.- Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, es su nombre completo. Oía en mi
infancia, y hasta en años posteriores, el dicho castellano que reza: “tres jueves hay en el año que
relumbran más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión”. Aquí donde vivo
y en muchos otros lugares, son estos jueves días laborables, sin que por ello, pienso yo, se resienta
nuestra Fe. Debemos tener muy presente que la semana es una norma bíblica y el domingo creación
cristiana. Las diferentes solemnidades y fiestas que han ido surgiendo, que continúan celebrándose
o no, no forman parte de lo nuclear cristiano.
2.- Dos cosas quiero apuntar para empezar. La presencia del Señor entre nosotros, está afirmada en
diversas circunstancias. En la Palabra Proclamada, cuando dos o más nos reunimos en su Nombre y
en la realidad Eucarística, tanto cuando la celebramos, como en su permanencia en el Sagrario.
Debemos afirmar la última, sin olvidar las otras. Debemos celebrarla, sin olvidar las anteriores.
Podemos gozar de ella en ciertas ocasiones, teniendo en otros momentos la oportunidad de
aprovechar únicamente las otras. Celebrar la Palabra nos hace presente al Maestro. Encontrarnos
dos o más en su Nombre, sintiéndonos responsables de serlo y pretendiendo trasmitir la riqueza de
nuestra Fe, también y en cualquier lugar y momento, nos prestará su compañía, no lo olvidemos.
3.- He iniciado este mensaje homilía, mis queridos jóvenes lectores, recordándoos algunos
principios que nunca debemos olvidar. Continúo ahora dedicando mi comentario a la fiesta de hoy.
Cada vez que celebramos misa es Corpus. Cada visita que hacemos al Sagrario, también es un
encuentro personal y espiritual con Él. La Eucaristía, fundamentalmente, es celebración.
Actualización mistérica de lo realizado en el Cenáculo, completado en el Calvario y culminado al
resucitar Él en el Sepulcro. Es alimento espiritual. Tuvo mucho interés en anunciarlo el Maestro en
más de una ocasión. Uno come para poder vivir. Con frecuencia es una satisfacción del hambre y
deleite del paladar. Pero aunque no pongamos atención, aunque no disfrutemos comiendo, aunque
ni nos demos cuenta de lo que estamos masticando, lo que tragamos con buena disposición, nos
alimenta.
4.- Es importante tenerlo en cuenta, mis queridos jóvenes lectores. Yo no me pregunto al
levantarme, si tengo ganas de celebrar misa. Generalmente los días de labor no estoy obligado a
ello, estoy sólo en casa y puedo escoger, sin que nadie me vea o se entere. Me pregunto
sinceramente ¿por qué voy a entrar en “mi pequeña iglesia” yo sólo, nada me obliga a hacerlo?,
escucho entonces en mi interior: “haced esto en conmemoración mía”. Si la juguetona imaginación
domina mi interior y sé que difícilmente lograré hacerlo atento, le digo: allá Tú, Señor, que me lo
indicaste. Haré lo que pueda, tal vez en este momento, en un rincón de África, o de cualquier otro
continente, una solitaria monja te contemple interesada y emocionada. Yo no voy a llegar a tanto,
pero recibe lo mío y lo otro juntamente, como una realidad simbiótica espiritual, que te sea propicia
y agradable en tu presencia. Guy de Larigaudie recordaba: no hay que decir: tal día iré a misa, como
si fuera una excepción. Lo excepcional debe ser es decir algún día no voy a asistir a misa.
5.- La liturgia de este año pone el acento en un aspecto que olvidamos con frecuencia. La Eucaristía
es un pacto, una alianza de Amor, entre Dios y los hombres, mediante su Hijo Jesús, que es
sacerdote de sí mismo, víctima inmensa, presentada al Padre. Culminación de otras alianzas que
recuerdan las lecturas. Conservar el Sagrario, aunque permanezca sólo, es guardar el documento
legal de esta situación. La Eucaristía está fundamentalmente depositada para asistir a enfermos y
moribundos. Es apropiadísima para la oración y adoración. Es “documento mudo” que reclama
protección y ayuda. Quien es propietario de algo de valor, conserva la factura de la compra, la
escritura notarial de la finca que es suya, el certificado del registro de la propiedad inmobiliaria que
le acredita su posesión legítima. Mucho más es la Eucaristía, no lo olvidéis y os confío que, cabe el
Sagrario, le he dicho al Señor esta mañana, entre otras cosas, a mis queridos jóvenes lectores,
buenos días les des Dios.
Más tarde he celebrado misa. Físicamente estaba sólo en el recinto. Realmente me acompañaban
Santa María y San José, los Apóstoles, los Ángeles y todos los Santos. Amén de tantos otros que
anclados en el espacio y tiempo del planeta tierra, también lo hacían.
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