Subido por Naifer Lovera

Las Bellas Historias de la Biblia. Tomo 1. Arthur S. Maxwell

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ARTHUR
S. M A X W E L L
Por Arthuro S. Maxwell
Autor dé
Mis historias favoritas
Los pasajes bíblicos de esta obra han sido
tomados literalmente de la Nueva Versión
Internacional, que contiene un lenguaje
claro y fresco que los niños de hoy
comprenderán fácilmente.
Más de 400 historias en diez tomos
que abarcan la Biblia entera, desde
el Génesis hasta el Apocalipsis
Mission Publications
Translation copyright, 2009,
by Mission Publications.
Illustrations copyright, 1994,
by the Review and Herald
Publishing Association.
Todos los derechos reservados.
Ninguna parte de su contenido
literario o pictórico debe ser re­
producido sin permiso de los
editores.
OFFSET IN KOREA
Q ué divertido es soplar el
pom pón de sem illas de
diente de león y ver cómo
salen volando las suaves y
afelpadas partículas. A sí es
como el viento dispersa las
sem illas 4 e los árboles y de
las plantas por todos lados.
rU n a
T ) e C ‘A
C P a C a fa r a
u to r
La Biblia es el libro de historias más fascinante que se haya escrito al­
guna vez. Está repleto de historias, desde el primer capítulo del Génesis
hasta el último capítulo del Apocalipsis.
Estas historias se han narrado una y otra vez durante miles de años.
No obstante, todavía son nuevas, frescas y fascinantes para cada gene­
ración. Es necesario que volvamos a relatarlas, para que los niños y las
niñas del siglo XXI puedan ver su belleza y percibir su inspiración.
Una de las paradojas más extrañas de nuestra época es que, precisa­
mente cuando la Biblia está disfrutando de su mayor circulación, puesto
que se venden millones de ejemplares anualmente, al parecer, hay cada
vez menos gente que la lee. Dado que se ha descuidado el culto familiar y
la lectura de la Biblia en infinidad de hogares, y que los mismos padres casi
nunca abren sus páginas, se está formando toda una generación con un
conocimiento muy escaso o nulo de este Libro fascinante.
La mayoría de los niños modernos escucharon poco y nada acerca de
los grandes personajes bíblicos de los tiempos antiguos tan conocidos para
sus abuelos. Sus héroes no son Daniel, Pablo y Pedro, sino Batman y Superman. Nunca han oído hablar del amor de Jesús y, por lo tanto, se los
ha privado del mayor tesoro que su mente pudiera poseer. No es de ex­
trañar que haya tanta delincuencia y vandalismo juveniles y criminalidad.
A mi entender, no se podría hacer una contribución mayor al bien­
estar de la sociedad y a la paz mundial que la de persuadir a los niños a
amar la Biblia: a disfrutar de sus historias, a apreciar sus enseñanzas, a
adoptar sus elevadas normas y a descubrir a su Dios.
Al escribir Las bellas historias de la Biblia, he tratado no solamente de
narrar los antiguos y preciosos relatos en un lenguaje que los niños y las
niñas de la actualidad puedan comprender, sino también de revelar el hilo
dorado que las une: el amor de Dios por los hijos de los hombres y su
maravilloso plan para su redención.
M i principal propósito ha sido presentar lo que podría llamarse una
Biblia para niños, en la que se relaten todas las antiguas historias familiares
en un lenguaje que las niñas y los niños modernos puedan comprender y
disfrutar.
La narración de todas estas historias es original. Ningún párrafo o frase
ha sido tomada de la obra de ningún otro autor. En este sentido, es una
obra totalmente nueva, adaptada a las necesidades y los deseos de los niños
de hoy.
Aunque me esforcé por usar solo palabras m uy sencillas, para que
pudieran ser comprendidas fácilmente por los niñitos que ya saben leer,
estos tomos no están pensados como lecturas para infantes de edad preescolar. Se supone que los padres de estos pequeños les leerán las historias, ex­
plicándoles las palabras más largas cuando sea necesario.
Las bellas historias de la Biblia ofrece la cobertura más amplia de todos
los libros de historias bíblicas del mercado. En sus páginas, descubrirás
todas las historias adecuadas para relatarles a los niños, desde el Génesis
hasta el Apocalipsis. La narrativa de estas historias se atiene estrictamente
al relato bíblico, sin adiciones de especulaciones fantasiosas.
Gustosamente confieso que, al dedicarme a este proyecto, obtuve una
nueva visión del poder y la gloria del Libro de los libros. Una y otra vez,
ya sea al volver a contar la historia de la creación y del diluvio, de la vida
de los patriarcas y de los profetas, de la vida y el ministerio de Jesucristo,
como la historia del testimonio y el martirio de los fundadores de la igle­
sia prim itiva, experimenté la sensación de haber escuchado, resonando
como un eco a través de los siglos, aquellas palabras de belleza inefable:
“Porque tanto amó Dios al mundo”.
Agradezco a los publicadorcs, que con excepcional visión c iniciativa
han coordinado la ilustración de estos tomos con pinturas originales por
parte de algunos de los artistas más refinados de nuestra época, bajo la di­
rección e inspiración de T. K. M artin, por tantos años director de arte de
la Review and Herald Publishing Association.
M i deseo y oración es que, como resultado de la publicación de Las
bellas historias de la Biblia, miles de niños de todo el mundo se sientan
persuadidos a descubrir la Biblia con renovada alegría e interés, y a acep­
tarla personalmente por lo que verdaderamente es: la Palabra del Dios
viviente.
G
b C
I I I J S I R A C IÓ N DK H A R R Y AN D E R SO N
A unque Adán y Eva fueron expulsados
del Edén, fueron bendecidos con hijos y
recibieron un h erm o so h o g ar en el que
se reían, cantaban y adoraban al Creador.
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“Z2&cí¿c¿ui& et ¿W (ttñ<ky cp ¿a&
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y a.
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Primera Paute: Historias de la Creación
Génesis 1:1 a 2:7
1. V ayam o s al co m ien zo .....................................
2. Cómo comenzó to d o ...................................
3. Grandes preparativos...................................
4. El nacimiento de un m u n d o .....................
5. Los primeros rayos del s o l..........................
6. Un canto que surge del silencio................
7. Aparecen los an im ales..................................
8. Dios hace al h o m b re.....................................
9. La primera comida de Adán .....................
10. La criatura más hermosa de la creación
Segunda Parte: Historias del Edén y la Caída
Génesis 2:8 a 5:27
1. El ho gar-jardín del h o m b re............................................................................................................................ 55
2. U n d ía para recordar ........................................................................................................................................ 59
3. El p rim er e r r o r ..................................................................................................................................................... 63
4. La prueba de am or .............................................................................................................................................67
5. El precio del p e c a d o ..........................................................................................................................................71
6. U n destello de esp eran za..................................................................................................................................75
7. El p rim er bebé ..................................................................................................................................................... 81
8. La prim era p e le a .................................................................................................................................................. 85
9. El hom bre m arcado .......................................................................................................................................... 89
10. El ú ltim o cum pleaños de A d á n .................................................................................................................93
11. El hom bre que entró en el cielo .............................................................................................................. 9 7
Tercera Parte: Historias de Noé y el Diluvio
Génesis 6:1 a 11:9
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
D ías tristes y m a lo s ..........................................................................................................................................103
El constructor naval de D io s.......................................................................................................................107
La m archa de los a n im a le s ...........................................................................................................................111
Se abren las com puertas del c ie lo .............................................................................................................115
La travesía m ás extraña de la h isto ria......................................................................................................118
V olver a em pezar .............................................................................................................................................122
El p rim er rascacielo s....................................................................................................................................... 126
Cuarta Parte: Historias de Abraham, Isaac y Lot
Génesis 12:1 a 24:67
1. D ios en cuen tra a un n iñ o ............................................................................................................................135
2. C aravana hacia C a n a á n ..................................................................................................................................140
3. Las huellas de un buen h o m b re.................................................................................................................144
4. Escojamos lo m ejor ........................................................................................................................................151
5. N i siquiera un hilo ni la correa de una sandalia .............................................................................. 154
6. T antos hijos com o e stre llas......................................................................................................................... 158
7. Sara se ríe dem asiado p r o n t o . .................................................................................................................161
8. D esciende Riego del cielo ............................................................................................................................164
9. La m ayor prueba de a m o r ............................................................................................................................ 170
10. Buscando una esposa para Isaac ............................................................................................................179
11. La niña de corazón bondadoso............................................................................................................... 184
12. El m uchacho am ig a b le ................................................................................................................................ 189
PRIMERA PARTE
l£Í6Mida&d e la
Creación
(Génesis 1:1 a 2:7)
00
PRIMERA PARTE
&
HISTORIA
1
Vayamos al comienzo
(Génesis 1:1)
¿^ I ^E preguntaste alguna vez cómo comenzó todo en el
mundo? Supongo que sí. La mayoría de los niños y las
-JL niñas lo hace en algún momento.
Esas hermosas flores de tu jardín, por ejemplo -las alverjillas,
los claveles, los jacintos, las rosas, los pensamientos-, ¿de dónde
vinieron?
-D e las semillas -dices.
Es verdad, pero, ¿de dónde vinieron las semillas?
De otras flores, por supuesto, y esas flores a su vez de otras
semillas, y así podríamos seguir remontándonos, pero ¿hasta
dónde?
Ese es tu perro. ¿De dónde vino?
—Lo conseguimos de cachorrito —me dices—. Y es de raza
muy fina.
¡Ah! Eso significa que conoces el nombre de su padre y quizá
el de su abuelo. Pero, ¿qué me puedes decir de antes de eso?
De una cosa puedes estar bien seguro. El abuelo de tu perro
también fue cachorro alguna vez y tuvo un padre y un abuelo, y
así podríamos remontarnos, pero ¿hasta dónde?
• 15
ILUSTRACIÓN DE 11ARRY ANDF.WSOV
Lite es un mundo maravilloso, lleno de cosas inte­
resantes. Cuánto debiera gustarnos saber cómo co»enzaron las cosas: los hermosos árboles y las
fores, los arroyos serpenteantes y los pájaros felices.
Las Bellas Historias De La Biblia
Después está ese gallo en el patio del vecino, que siempre
canta, ¿de dónde vino?
—De un huevo —dices tú.
Correcto. Pero una gallin a puso ese huevo, ¿verdad? Por
cierto que sí. Y ella m ism a nació de otro huevo no hace mucho.
Y ese huevo fue puesto por otra gallina, y así podríamos rem on­
tarnos, pero ¿hasta dónde?
Y tú, ¿de dónde viniste?
—Oh —me respondes—, m am á me trajo a casa desde el hos­
pital.
Supongo que sí. Pero una vez tu mamá también fue un bebé,
¿verdad? Y tam bién lo fue su madre, y su abuela, y su bisabuela,
y así podríamos continuar remontándonos, pero ¿hasta dónde?
Piensa también en las montañas y en las colinas cubiertas de
bosques, en los caudalosos ríos y en la arena de la playa; en todas
la cosas maravillosas de la naturaleza. ¿Siem pre estuvieron allí,
así como las ves ahora? ¿O ellas tam bién tuvieron un principio?
Y si fue así, ¿cuándo y dónde ocurrió?
M uchos grandes hombres han tratado de explicar estas cosas.
Y se les ocurrieron toda clase de ideas y sugerencias extrañas, la
m ayoría m uy alejadas de la verdad.
Solo existe un lugar donde encontrarás la verdadera historia,
y ese lugar es la Biblia. Si abres ese Libro fascinante, verás que el
mismo principio se llam a Génesis, que significa el libro de los
comienzos. A llí encontrarás la respuesta a todas tus preguntas.
Y eso me hace acordar a una niñita que conozco. U na vez le
pregunté qué capítulo de la Biblia le gustaba más. Pensé que me
diría: “El salmo 23 ”, ese que comienza diciendo: “El Señor es mi
pastor”. Pero*no. Ella dijo:
Vayamos Al Comienzo
—El primer capítulo de San Mateo.
—Supongo que te gusta ese capítulo porque cuenta cómo
nació Jesús —le dije.
—¡Ah, no! —respondió ella—, es mi capítulo preferido, porque
habla de los “engendró”.*
—¿De qué? —le pregunté.
-D e los “engendró” -d ijo ella.
Así que abrí mi Biblia y busqué San Mateo 1. ¡Y allí estaba!
“Abraham engendró a Isaac, Isaac a Jacob, y Jacob a Judá”, y así
sucesivamente.
Le pregunté si ella sabía lo que significaba eso, y me dijo:
—No, pero me gustan mucho los “engendró”.
Así que le expliqué que eso significaba que Abraham tuvo un
niñito y que Isaac tuvo un niñito y que Jacob tuvo un niñito, y
así sucesivamente, pero creo que a ella le gustaban más los “en­
gendró”.
Entonces le conté que, dicho de otro modo, se leería: “Y
Jacob tuvo un padre, e Isaac tuvo un padre, y Abraham tuvo un
padre”, y así sucesivamente.
Eso le gustó más, pero se preguntaba cuán lejos se remon­
taba la historia. Le dije lo que San Lucas cuenta al respecto.
En el capítulo tres, versículo 34, Lucas retoma la historia
desde Abraham y la remonta cada vez más atrás. Nos dice que
Abraham era “hijo de Taré, hijo de Nacor, hijo de Serug”, y así
sucesivamente. ¡Qué nombres tan extraños! Pero eran nombres
de niños reales hace mucho, mucho tiempo.
Después de contarnos los nombres del bisabuelo y del tata­
rabuelo de Abraham, y así sucesivamente, San Lucas dice
* Dado que el texto bíblico de la Nueva Versión In­
ternacional, que es la que mayormente empleamos,
no utiliza la palabra “engendró”, se ha
usar, solo en este caso, la versión
Las Bellas Historias De La Biblia
En os era hijo de Set, que era “hijo de A dán”, que era “hijo de
Dios”. ¡Cuán notablem ente maravilloso!
% A llí term ina la historia. Y term ina allí porque no puede remontarse más. D efinidam ente, llega hasta Dios y se detiene.
Y
hasta allí te rem ontas tú. Y tu papá. Y tu m am á. Y los
papás y las m am ás de todos. Los abuelitos y las abuelitas de
todos. Los bisabuelos y las bisabuelas de todos. Todos ellos se re­
montan a través de los años, a través de los siglos, hasta Dios.
‘ No se remontan hasta un mono, ni hasta un dim inuto re­
nacuajo en el mar, sino hasta el extraordinario y glorioso Dios
que creó el m undo y al hombre. Y eso es exactam ente lo que le­
emos en las primeras palabras del prim er capítulo de la Biblia:
“En el principio creó D ios”. 0 0
PRIMERA PARTE
&
HISTORIA
2
Cómo comenzó todo
Génesis 1:2-6)
A C E m uchos años, leí un cuento acerca de un m ucha­
cho que levantó un objeto pequeño y extraño de la calle.
T en ía form a de herradura y un nom bre m isterioso es­
crito en ella. El m uchacho trató de pronunciar el nom bre, pero
no pudo. Probó una y otra vez. Entonces un día, cuando dijo la
palabra de una m anera diferente, el objeto com enzó a crecerle
en la m ano. Se fue haciendo cada vez más grande, hasta que fi­
nalm ente la herradura se hizo tan grande como una puerta. Él
pasó a través de ella y se encontró en un país extraño y lejano del
otro lado del mar.
D iariam ente, usando su herradura, visitaba toda clase de lu ­
gares extraños. Entonces, pensó que le gustaría ver cómo vivía la
gente de hace m ucho tiem po. A sí que, al susurrarle la palabra
m ágica a la herradura, m encionó que le gustaría visitar Rom a en
la época de los césares, y ¡listo, allí estaba!
Por supuesto que esto era solo un cuento inventado, pero
nos da una idea. ¿Te gustaría ir a ver cómo era el m undo allá en
el mismo comienzo de los tiempos? ¿Lo harías? De acuerdo. Ima­
ginem os que hay un pasaje abovedado por el que podemos pasar
y viajar hacia atrás a través de los años.
H
Sujétate ahora. C uidado. En este m om ento lo estamos atra­
vesando. Todo lo que nos rodea se esfuma. Las sillas, la mesa, la
alfom bra, el equipo de m úsica, todo va desapareciendo. Los ros­
tros se desvanecen. Las luces se apagan. Todo se vuelve cada vez
más oscuro.
R ápidam ente, retrocedemos a través de los años. Es como
viajar en un cohete. Pasamos como un rayo por sobre cientos y
miles de años en un m om ento. Pasamos el tiempo cuando Jesús
vivió en la tierra. Pasamos el tiem po de D avid. Pasamos el
tiem po de A braham . Pasamos el tiem po de N oé. Pasamos el
20
ILU STRACIÓ N D i; R Ü SSE LLI (ARLAN
tiempo de Adán.
¡Pero qué oscuro está todo! No podemos ver nada. Todo a
nuestro alrededor está extremadamente negro. Ni un rayito de
luz por ningún lado. Ni la más diminuta vela. Ni la estrella más
remota. Solo oscuridad y noche.
Pero podemos escuchar algo. Es el sonido susurrante y bur­
bujeante del agua, así como lo hemos escuchado más de una vez
en la playa o cuando damos un paseo en bote por un lago.
Agua. Y oscuridad.
Como dice la Biblia: “Las tinieblas cubrían el abismo”.
21
De repente, nos ciamos cuenta de que no estamos solos. Al­
guien está aquí. En medio de la oscuridad, del vacío, de la sole­
dad, está Dios. El Espíritu de Dios se mueve “sobre la superficie
de las aguas”. Dios está contemplando el mundo que ha creado,
proyectando lo que hará con él.
De pronto, de algún lugar, no podemos distinguir dónde, es­
cuchamos una voz. M usical, fuerte, resonante, diferente de cual­
quier voz que hayamos oído antes, le ordena a la oscuridad que
ceda el paso a la luz.
Instantáneamente, la oscuridad se disipa. Podemos volver a
ver. No m uy lejos. Solo a pocos metros, porque en derredor
nuestro hay una densa niebla; pero ¡cuán maravillosa es la luz
después de la oscuridad!
No hay cielo azul, ni sol radiante, solo una especie de niebla
brillante. Debajo hay agua, agua y más agua por todas partes.
No hay tierra, solo este vasto océano que sea agita sin cesar. No
hay un hombre ni una mujer, ni un niño ni una niña, no hay un
ave ni un anim al. No, ni siquiera hay un pez en el mar. Sola­
mente hay luz en medio del agua y por encima de ella.
“Dios consideró que la luz era buena y la separó de las ti­
nieblas. A la luz la llamó ‘día\ y a las tinieblas, ‘noche’. Y vino la
noche, y llegó la mañana: ése fue el primer día”.
¡El primer día! El mismo comienzo de todas las cosas en este
viejo mundo. El comienzo del tiempo. El comienzo de la histo­
ria. El comienzo de toda la felicidad y la tristeza de la humani­
dad. Porque fue en ese día que el grande y amante Creador, con
un maravilloso propósito en mente, se acercó a este planeta ca­
rente de luz, a esta manchita en el espacio, y dijo: “¡Que exista la
luz!” ^
PRIMERA PARTE
0
HISTORIA
3
Grandes preparativos
Génesis 1:6-10)
UANDO la luz del primer día de la tierra se funde en la
noche, comienza a suceder algo extraño y fascinante. So­
segada y enigmáticamente, la pesada niebla cargada de
humedad que se ha pegado al océano comienza a subir. Durante
toda la noche y a la mañana siguiente sube, sube, sube, hasta que
se transforma en un hermoso techo de algodón por encima del
mundo. Entre esta cubierta y el agua de abajo corre un aire trans­
parente y fresco que forma la “atmósfera” o el “firm am ento”,
como lo llama la Biblia.
“Y dijo Dios: ‘¡Q ue exista el firmamento en medio de las
aguas, y que las separe!’ Y así sucedió: Dios hizo el firmamento
y separó las aguas que están abajo, de las aguas que están arriba.
Al firmamento Dios lo llamó ‘cielo’. Y vino la noche, y llegó la
mañana: ése fue el segundo día”.
Quizá te estés preguntando por qué Dios se tomó todo un
día en la semana de la creación para hacer algo invisible como la
atmósfera, cuando dedicó un día a hacer todos los peces del mar
y otro para hacer todos los animales. Pero las cosas no son de
C
23
s®r?9F(
poca importancia solo porque no puedan verse. Lo cierto es que
Jo que Dios creó el segundo día era de gran importancia. Todo
el resto dependía de ello.
Piensa un poco. El tenía planes de hacer un mundo hermoso
para llenarlo de criaturas vivientes, y todas necesitarían aire para
respirar.
Además tenía planes de hacer aves, y estas necesitarían aire
para volar. Sin él, serían incapaces de volar.
Estaba a punto de hacer árboles, plantas y flores también, y
sabía que necesitarían nitrógeno para ayudarlos a crecer. De
modo que lo mezcló con oxígeno e hizo el aire. Exactamente la
cantidad apropiada de cada uno. Ni poco ni demasiado. Si hu­
biese incorporado una cantidad insuficiente de oxígeno, las cria­
turas se habrían asfixiado. Si hubiera agregado más de la cuenta,
el mundo se habría incendiado.
Dios todavía tenía otro motivo para crear primero el aire.
24
Grandes Preparativos
Era dividir las aguas de “arriba”, es decir las nubes, de las aguas
de “abajo”, o del océano. El aire tenía que ser una barrera entre
ellas. Sin él, las gotas de lluvia de una nube a un kilómetro de al­
tura habrían dado contra la tierra como balas de ametralladora,
y un chaparrón fuerte casi habría destruido todo.
¡Qué sabio fue Dios al hacer primero la atmósfera, justo des­
pués de haber creado la luz y antes de hacer cualquier otra cosa!
De lo contrario, hubiese sido una terrible error. Todo su her­
moso plan se podría haber echado a perder. Pero Dios no co­
mete errores; y al meditar en la manera en que hizo el mundo,
nos dan ganas de decir, junto con San Pablo: “¡Qué profundas
son las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Qué
indescifrables sus juicios e impenetrables sus caminos!”*
Y
ahora el segundo día de la tierra está terminando. La her­
mosa nube blanca cambia de color. Atravesada por rayos dora­
dos, anaranjados, rojos y púrpuras, desaparece en la oscuridad a
medida que cae la tarde.
Han pasado dos días, dos de seis. Y todo lo que puede verse
es el océano, el inmenso y vasto océano. No hay tierra ni seres
vivos, nada más que agua. Al Norte, al Sur, al Este y al Oeste
solo agua, agua y agua, mientras las agitadas olas dan vueltas,
vueltas y más vueltas sin rumbo.
En la oscuridad de la tercera noche, pareciera que Dios no
ha hecho nada más que levantar la niebla cargada de humedad
del océano. Pero él sabe bien lo que hace. No es impaciente. No
está apurado. Sabe que ahora está todo listo para el próximo gran
paso de la creación.
¡Escucha! Está hablando otra vez: “¡Que las aguas debajo del
I
25
Las Bellas Historias De La Biblia
cielo se reúnan en un solo lugar, y que aparezca lo seco!”
De repente, el gran océano comienza a bullir y a enfurecerse.
H ay un temblor im ponente y, de un sacudón, se elevan las pri­
meras motas de tierra desde las profundidades. Rápidamente, los
continentes y las islas tom an forma. Las montañas y las colinas
ascienden, a m edida que el agua se escurre de sus laderas en es­
pumosas cataratas.
¡Qué noche aquella! ¡Q ué día aquel!
Al amanecer del tercer día, la luz brilla a través de la radiante
nube una vez más, pero ya no revela solo el océano, sino grandes
superficies de tierra seca. Es una tierra hermosa, con lagos, ríos
y saltos de agua y, más allá de todo, el mar.
¡Cuán maravilloso! Ayer solo océano. H oy un mundo her­
moso. Ahora sabemos con certeza que Dios tiene un gran plan
en mente. Está construyendo algo, construyendo un hogar para
alguien que ama.
* Romanos 11:33.
PRIMERA PARTE
0
HISTORIA
4
El nacimiento de un mundo
(Génesis 1:9-13)
ODAVÍA es temprano el tercer día de la semana de la
creación. Ha habido un gran terremoto. La tierra se ha le­
vantado misteriosamente del océano. Han aparecido islas
de todas formas y tamaños. Se ven montañas majestuosas, coli­
nas onduladas y preciosas playas donde antes solo había mar.
No obstante, hay un detalle. La tierra se ve oscura y árida,
salvo por los parches brillantes y centelleantes, por aquí y por
allá, donde se encuentran metales preciosos sobre la superficie.
No hay ni un árbol, arbusto ni brizna de hierba. Sin duda, Dios
se propone hacer que alguien viva en un lugar como este, ¿ver­
dad?
Espera un m inuto. Es demasiado pronto para juzgar.
¡Escucha! Dios está hablando una vez más. La m ism a voz
maravillosa que dijo: “¡Que exista la luz!”, ahora ordena: “¡Que
haya vegetación sobre la tierra; que ésta produzca hierbas que
den semilla, y árboles que den su fruto con sem illa, todos según
su especie!”
M ira ahora. ¡Qué transformación! ¡Observa esas colinas! Ya
T
27
Las Bellas Historias De La Biblia
dejaron de ser áridas. Se han vuelto de color verde intenso. De
un lado al otro están cubiertas de hierba, arbustos y árboles. ¡M ira
esas montañas! Fíjate en esos espléndidos pinos, cedros y secoyas
que se elevan m ajestuosam ente hasta la cim a de los picos más
altos.
Y
los campos. ¡Q ué belleza! ¡C ontem pla todas las flores!
Cantidades de ellas, de todo tipo y color. Parecen una alfombra
viviente desplegada sobre todo el paisaje. Botones de oro y m ar­
garitas, amapolas y caléndulas, cam panillas y narcisos, malvones
y boca de dragón, geranios y espuelas de caballero, orquídeas y
begonias, rosas y lilas. ¿Cómo pudo pensar Dios en tanta diver­
sidad de flores? ¡Y cuán m aravillosam ente las hizo a todas, cada
una con su diseño propio y delicado, con su color y su fragancia
singulares!
“Comenzó a brotar la vegetación: hierbas que dan sem illa, y
árboles que dan su fruto con sem illa, todos según su especie. Y
Dios consideró que esto era bueno”.
Debe haber sido m uy, pero m uy bueno, ya que Dios fue el
diseñador y creador de todo, y él también quedó complacido con
esto. La Biblia dice que todas las cosas fueron creadas por su “vo­
lu n tad ”, y me gusta pensar que él disfrutó al hacer todas esas
plantas, flores y árboles, cada uno diferente del resto, con capa­
cidad de reproducirse luego, cada uno “según su especie”, a tra-
El NacirnieriLo D e Un Mundo
vés de todas las edades venideras.
Dios parece haber estado especialmente interesado en los ár­
boles “que dan su fruto” o, como diríamos nosotros, los árboles
frutales. ¡Con cuánto cuidado hizo los manzanos, los ciruelos,
los perales, los naranjos, los limoneros, los paltos, los aguacates
y todo el resto, cada uno con sus propias frutas selectas! Y hasta
me parece verlo yendo de un hermoso árbol a otro, quizá hasta
probando la fruta, y diciéndose: “I .e va a gustar esta. Estoy seguro
que sí. Y esta, y esta”.
Porque Dios no estaba pensando en sí mismo, sino en al­
guien más. Alguien que, hasta el m om ento, existía solo en su
mente, pero que pronto sería un ser viviente real. Alguien a quien
pensaba darle toda esta belleza y encanto, toda esta riqueza de
tesoros y delicias. Todo el oro, la plata y las piedras preciosas que
brillaban en medio de la hierba y las flores; toda la abundante
provisión de nueces, castañas, almendras, avellanas, cacahuates,
pistachos, frutas y granos; toda la gloria de este maravilloso
mundo nuevo: todo era para él, para hacerlo feliz y para inspirar
en él am ante adoración y agradecimiento a su Creador.
El mundo estaba casi listo para él. Casi, pero no totalmente.
Había algunas cosas más por hacer.
“Y vino la noche, y llegó la mañana: ése fue el tercer día”. 0
PRIMERA PARTE
&
HISTORIA 5
Los primeros rayos del sol
'Génesis 1:14-19)
N tres cortos días, el globo oscuro y cubierto de agua se ha
convertido en un Paraíso de belleza. Impulsada desde las
profundidades del océano por una fuerza poderosa e in­
visible, apareció la tierra. De manera igualmente maravillosa y
repentina, los nuevos continentes e islas se han cubierto de hierba
y flores, arbustos y árboles de toda forma, tamaño y color.
Ahora, llegó el cuarto día. La tarde y la noche pasaron. Al
romper el alba, desde la nube brillante sobre el “firmamento” o
atmósfera, una luz suave hace que la obra que Dios realizó ayer
parezca más hermosa que nunca.
¡Pero mira! Algo está ocurriendo. Allí arriba. En la nube. ¡Se
está dividiendo! ¡Mira! Más allá hay una luz brillante, una bola
de fuego. ¿Qué podrá ser? ¡Es el sol! Ya sus primeros rayos cáli­
dos están bañando el encantador paisaje, haciéndolo cada vez
más semejante a un magnífico país de las hadas. Las flores giran
con avidez hacia la esfera luminosa, mientras que los helechos
elevan sus frondas y los árboles sus ramas en gozosa bienvenida.
E
31
s DE RUSSKI.I. HARI AN
este mundo maravilloso, con los
..rierto s de hierba verde, los tranqui­
los airosos árboles, las hermosas fió­
las bellezas que deleitan la vista.
Por prim era vez, toda la belleza del m undo recién creado se
despliega ante la vista de los habitantes celestiales. Es como si
Dios hubiese descorrido una cortina para que pudieran ver lo
que había hecho, y para que disfrutaran de su obra con él. Y,
desde lejos, llega el sonido de una m úsica m aravillosa, m ientras
cantan “a coro las estrellas m atu tin as” y “todos los ángeles” gri­
tan de alegría.
A lrededor del sol hay un círculo azul, que se va agrandando
a m edida que la nube se disuelve. Es el cielo, el encantador cielo
azul que, al reflejarse en los lagos y los mares de abajo, los tiñe
con su color.
A llá arriba está la luna, pálida y sin brillo todavía, esperando
el anochecer y la puesta de sol para ocupar su lugar como la luz
del m undo.
“Y dijo Dios: ‘¡Q ue haya luccs en el firm am ento que sepa­
ren el día de la noche; que sirvan como señales de las estaciones,
de los días y de los años, y que brillen en el firm am ento para ilu ­
m inar la tierra!’ Y sucedió así. Dios hizo los dos grandes astros:
el astro m ayor para gobernar el día, y el m enor para gobernar la
32
Los Primeros Rayos Del Sol
noche. También hizo las estrellas.
“Dios colocó en el firmamento los astros para alumbrar la
tierra. Los hizo para gobernar el día y la noche, y para separar la
luz de las tinieblas. Y Dios consideró que esto era bueno”.
Y era bueno, m uy bueno y muy necesario; porque sin la luz
y el calor del sol, muchas plantas y árboles que Dios había hecho
no podrían haber durado mucho. El sabía esto y, en su sabidu­
ría, hizo provisión para cuidarlas a todas. Sabía también que a los
animales que estaba a punto de crear les encantaría el sol y que
nunca podrían conservarse saludables y fuertes sin él. Al hombre
también le encantaría, y lo necesitaría en la misma medida; y
sobre todo, pensando en él, esos primeros rayos de sol brillaron
sobre la tierra.
En todo esto Dios no solo pensaba en el hoy y el mañana,
sino en los muchos días venideros. El mundo que estaba ha­
ciendo no iba a ser solo un juguete del que se desharía cuando se
cansara de él. Estaba construyendo para la eternidad. Por ello,
proyectó que el sol y la luna marcaran no solo el paso de los días,
sino también de las “estaciones” y los “años”; muchas estaciones
y muchos años. Si el hombre que estaba por crear decidía amarlo
y obedecerle, podría disfrutar de esta tierra gloriosa eternamente.
Y aunque el hombre aún no había sido creado, estoy seguro
de que, en su corazón, Dios albergaba la esperanza de que todos
sus años serían felices, que el tiempo no tendría fin; que el sol
nunca marcaría un día de pesar ni la luna una noche de dolor.
“Y vino la noche, y llegó la m añana: ése fue el cuarto
d ía”. 0
PRIMERA PARTE
0
HISTORIA
6
Un canto que surge del silencio
(Génesis 1:20-23)
N D E SC R IPT IB LE era el m undo que D ios había hecho
pero, con toda su belleza, era un m undo silencioso y vacío.
Al am anecer del quinto día no se escuchaba ningún so­
nido por ninguna parte, salvo el suspiro del viento entre los ár­
boles y el suave rom pim iento de las olas en las playas. No había
leones que rugieran, ni elefantes que barritaran en los claros del
bosque, ni siquiera una ranita que croara en las charcas cubier­
tas de helechos. No había perros que ladraran, ni coyotes que
aullaran ni cuervos que graznaran. Tam poco había ningún so­
nido de voces hum anas. N i un grito de alegría, ni una risa de
una niñita. ¡Q ué silencioso debe haber sido!
Pero Dios no quería un m undo vacío ni silencioso. Lo estaba
haciendo para que fuese habitado. Todos sus grandes preparati­
vos, del prim er día, del segundo día, del tercer día, del cuarto
día, fueron para disponer un hogar para una m ultitud de criatu­
ras vivientes.
De modo que ahora, m ientras el sol con sus rayos cálidos y
brillantes baña el encantador paisaje cubierto de flores y más allá
el m ar azul, Dios entra en acción nuevam ente.
I
34
Un Canto Q ue Surge D el Silencio
“Y dijo Dios: ‘¡Que rebosen de seres vivientes las aguas, y
que vuelen las aves sobre la tierra a lo largo del firmamento!’
“Y creó Dios los grandes animales marinos, y todos los seres
vivientes que se mueven y pululan en las aguas y todas las aves,
según su especie. Y Dios consideró que esto era bueno, y los ben­
dijo con estas palabras: ‘Sean fructíferos y m ultipliqúense; llenen
las aguas de los mares. ¡Que las aves se m ultipliquen sobre la tiei>»
rra! .
¡Qué día aquel! ¡Qué maravilloso día! ¿No hubieses deseado
estar allí realmente? Yo sí. M e hubiese encantado ver cómo hizo
Dios los pececitos de colores, el primer salmón plateado y cómo
envió la primera gran ballena por el m ar como un submarino gi­
gante.
Estoy seguro de que él disfrutó al hacer todos esos peces.
Pero ¿cómo pudo pensar en tantas clases diferentes? La enorme
y voluminosa marsopa y la pequeña trucha de río, el maravilloso
pez vela azulado y el dim inuto pccecillo, el pez luna y la estrella
de mar, el pez espada y la jibia, los cangrejos y los camarones,
los langostinos y las anguilas. No puedo siquiera empezar a pen­
sar en todos ellos. Pero Dios sí pensó en todos ellos. Los diseñó
y los hizo, todos en un día, todos diferentes, todos con la capa­
cidad de vivir, de andar y respirar... ¡debajo del agua! ¡Q ué m a­
ravilloso es nuestro Creador! ¡C óm o debiéram os honrarlo y
adorarlo!
Pero no le alcanzó con hacer m il variedades de peces de re­
pente. En este m ism ísim o día hizo las aves tam bién. Su m aravi­
llosa mente planeó la extensión de las alas del águila, el magnífico
plum aje del pavo real, los alegres colores del loro, la capacidad de
im itar del sinsonte y el equipo de radar del m urciélago.
¡M ira! ¡Obsérvalas! ¡Q ué m aravilloso espectáculo! ¡Cientos
y miles de aves de todas formas, tam años y colores que se elevan
de la tierra batiendo las alas, subiendo y bajando en picada,
yendo felices de aquí para allá en su prim er día de vida!
¿Y qué es eso? ¡Escucha! Finalm ente se rompe el silencio. De
todos lados llega el sonido de los cantos. ¡Las aves cantan! El aire
se llena de sus encantadoras melodías.
Desde lo alto del cielo llega el dulce cantar de un ruiseñor y
el alegre trino de un canario. En las cercanías, los gorriones gor­
jean, las palomas arrullan, m ientras que los cucús, las calandrias,
los teros y los petirrojos pregonan sus alegres cantos en alabanza
al Creador. ¡Q ué arm onía fantástica!
“Y vino la noche, y llegó la m añ an a: ése fue el q u in to
PRIMERA PARTE
&
HISTORIA
7
Aparecen los animales
(Génesis 1:24, 25)
OR pocas horas, las aves tuvieron el todo mundo para
ellas. Volaban alegremente por el aire, se posaban en las
ramas de los árboles, caminaban o se contoneaban por los
prados llenos de flores. Si las aves pensaran, sin duda hubiesen
opinado que el lugar que les había hecho Dios era encantador.
Pero Dios no había hecho este maravilloso paraíso solo para
ellos. Temprano en la mañana del sexto día, un fuerte rugido
salió de algún claro del bosque. Los pájaros de los árboles cerca­
nos remontaron vuelo por el aire, piando y gorjeando. Entonces,
curiosos por ver de qué se trataba, volvieron volando y se lleva­
ron una sorpresa al ver que había una extraordinaria criatura
color amarillo oro de apariencia magnífica, con una melena larga
y peluda, y porte regio. Era el primer león que deambulaba sobre
la tierra.
¡Pero mira allá! ¿Qué podrá ser eso? ¡Qué animal extraño,
con cuatro patas largas, un cuello grande y largo y una cara muy
graciosa! Una jirafa, ¡por supuesto! Al andar tranquilamente, con
su cabeza en alto por el aire, casi se choca a los pajaritos de los ár­
boles.
P
Las Bellas Historias De La Biblia
¿Y qué es esto? Una enorm e criatura con patas como tron­
cos de árbol, orejas grandes como aletas, ojitos pequeños y, en el
extremo de su nariz, una especie de tubo largo que ondea de un
lado al otro, y a veces hasta se lo pone en su curiosa boquita.
¡Q ué alegría debe haber sentido Dios al crear el elefante!
A quí viene una pareja de caballos, quizá sean negros o m a­
rrones. C ontem plem os a estas elegantes criaturas m ientras ca­
balgan sacudiendo la cabeza y galopan al ritm o de su tacatán,
tacatán.
Ahora, una pareja de zebras, con extrañas manchas en el pe­
laje, dos leopardos cubiertos de m anchas, un cocodrilo que se
contonea sobre sus patitas cortas, un hipopótam o que avanza pe­
sadamente con su enorme boca abierta, un camello con sus gibas,
un ciervo con su cornam enta, un oso con su largo pelaje lanudo.
¡Q ué procesión! Y pensar que Dios los diseñó y los hizo a
todos en solo un mom ento. Sin embargo, no es ni la m itad de la
historia. No solo hizo todos los grandes anim ales; tam bién hizo
a los pequeños.
¡M ira allí ahora! U n perrito que ladra y corre dando saltitos,
como han hecho todos los perros desde aquel día hasta hoy; un
gato que pasa cam inando con pasos majestuosos; un mono que
se ham aca de rama en ram a; una ardillita listada que pone caras
divertidas; un topo que escarva rápidam ente para esconderse en
la tierra; un camaleón que cam bia de color cada pocos segundos;
una ardilla de cola grande y espesa que corretea de aquí para allá
buscando algo para enterrar. ¡Y todos ellos fueron creados en un
Aparecen Los Animales
solo día! Es dem asiado asombroso para que podam os com pren­
derlo. ¡Piensa sim plem ente! C ad a una de estas criaturas m aravi­
llosas no solo recibió la vida, sino tam bién el sentido de la vista,
el oído, el olfato y el gusto por el com er, al igual que tú y yo. Es
más, a cada uno se le dio la capacidad de reproducirse, de crear
anim ales bebés sim ilares a sí m ism os.
T ú puedes d ib ujar anim ales en papel, puedes hacer an im a­
les de arcilla o plastilina, pero no puedes hacer que uno de esos
anim ales viva. No puedes hacer que cam inen, corran o com an,
;verdad? N o, por supuesto. Y m ejor así, porque si pudieras, ¿qué
h aría m am á con ellos por toda la casa? Y ¿cómo les d aría de
com er a tantos?
N o, nosotros no podem os hacer anim ales que vivan. N i si­
quiera podem os hacer un sapo o un m osquito. Pero Dios sí. Y lo
hizo. En su m ente creadora, cada an im al, cada insecto, tuvo su
com ienzo, y al sonido de su voz surgieron de la tierra para llevar
a cabo sus órdenes.
“Y dijo D ios: c¡Q ue produzca la tierra seres vivientes: an i­
m ales dom ésticos, anim ales salvajes, y reptiles, según su especie!'
Y sucedió así. Dios hizo los anim ales dom ésticos, los anim ales
salvajes, y todos los reptiles, según su especie. Y D ios consideró
que esto era bueno”.
Dios estaba satisfecho con su obra. “Era bueno”, y él estaba
contento. Sus criaturas tam bién estaban contentas y eran p acífi­
cas. Pero la creación no estaba concluida. Faltaba algo. Faltaba
hacer lo m ás im portante de todo. Y Dios lo había dejado para el
final.
PRIMERA PARTE
&
HISTORIA
8
Dios hace al hombre
(Génesis 1:26 a 2:7)
*
A
LGUNA vez hiciste planes de darle una fabulosa sorpresa
a tu mamá? ¿Para su cumpleaños quizá? Estoy seguro que
JL jl s í . Posiblemente, le compraste algo en una tienda o lo hi­
ciste tú mismo. Una torta tal vez, o bombones, un cuadro o algo
bordado. Fuese lo que fuese, me imagino que apenas podías es­
perar que llegara el día para poder dárselo. ¡Qué entusiasmado te
sentías a medida que se acercaba ese momento!
U na emoción sim ilar debe haber experim entado Dios el
sexto día de la semana de la creación. Porque ese día también iba
a haber un nacim iento, y él lo sabía.
Toda la semana había estado preparando el regalo ¡Y qué re­
galo! ¡Un mundo entero! Un mundo bello, hermoso. Un mundo
lleno de tesoros: oro, plata y piedras preciosas; un mundo lleno
de alim ento: nueces, frutas y granos, y agua pura y cristalina; un
mundo lleno de encanto: árboles, helechos y flores; un mundo
lleno de maravillosas criaturas vivientes: áves, peces y animales de
todas las clases y colores, criaturas para estudiar, con las que jugar
41
-STR ACIÓN DI. VFRNOX NU.
de crear al hombre, Dios preparó todo
su felicidad. Dispuso para él un hermoso
- Luego, con am ante cuidado y dedicacreó al hombre a su propia imagen.
Las B ellas H istorias De La B iblia
y reírse. ¡Q u é reg alo e x tra o rd in a rio p a ra a lg u ie n !
S í, y to d o el tie m p o q u e D io s estu v o p re p a ra n d o este regalo
estab a p en sad o en a lg u ie n , y se d e c ía : “E spero q u e lo d isfru te ;
espero q u e lo h a g a feliz. E spero q u e cap te to d as las cosas q u e h ice
p ara c o m p la c e rlo , y él m e a m a rá a c a m b io ”.
F in a lm e n te , c u a n d o to d o e sta b a p re p a ra d o y D io s h a b ía
h ech o to d o lo q u e p en sab a h a c e r p a ra q u e el m u n d o fuese un
p araíso , d ijo :
‘“ H a g a m o s al ser h u m a n o a n u e s tra im a g e n y se m e ja n z a .
Q u e te n g a d o m in io so b re los peces d el m ar, y sobre las aves d el
cielo ; so b re los a n im a le s d o m éstico s, so b re los a n im a le s salv ajes,
y so b re to d o s los re p tiles q u e se a rra stra n p o r el su e lo ’. Y D io s
creó al ser h u m a n o a su im a g e n ; lo creó a im a g e n d e D io s. H o m ­
bre y m u je r los c re ó ”.
¡A su im a g e n ! ¡S e m e ja n te a D io s! ¡Q u é e x tra o rd in a ria m e n te
ad m ira b le !
D io s p o d ría h a b e r d ic h o : “H a g a m o s al h o m b re se m e ja n te a
un m o n o ”. P ero 110 lo h izo . P o d ría h a b e r d ic h o : “H a g a m o s al
h o m b re s e m e ja n te a u n leó n , so lo u n p o co m ás g ra n d e y m ás
fu e rte ”. P ero no lo h izo . P o d ría h a b er d ic h o : “H a g a m o s al h o m ­
b re s e m e ja n te a u n á g u ila y d é m o s le a la s p a ra v o la r so b re las
m o n ta ñ a s m ás a lta s ”. Pero no lo h izo . En c a m b io , d e c id ió h acer
al h o m b re a su im a g e n . N o p o d ría h a b e rle c o n c e d id o m a y o r
h o n o r n i m o stra rle m a y o r am o r.
“Y D io s el S e ñ o r fo rm ó al h o m b re d el p o lv o de la tie r ra ” .
C u a n d o D io s h izo los a n im a le s y las aves, “él h ab ló , y to d o
fue c re a d o ”. S a lie ro n sa lta n d o y b rin c a n d o d e la tie rra al so n id o
de su voz. P ero co n el h o m b re fue d ife re n te . D ios lo “fo rm ó ”.
42
Dios Hace A l Hombre
Con sabiduría, paciencia y ternura infinitas, moldeó la noble ca­
beza, el rostro amable, el cuerpo fuerte. E incorporó en él algo
más fantástico que la televisión: la facultad de ver; algo más fa­
buloso que la radio: la facultad de oír; algo más fascinante que el
radar: la facultad de pensar, hablar y recordar. Lo m ejor de todo
es que Dios lo capacitó para am ar, reír y adorar.
Finalm ente, la tarea quedó concluida cuando, con infinito
cuidado, Dios le dio los últim os retoques a su obra maestra. Allí,
sobre la tierra con la que había sido creado, yacía el hombre —el
prim er hombre—, silencioso y quieto como una hermosa estatua,
esperando el don de la vida.
Y
Dios “sopló en su nariz hálito de vida, y el hombre se con­
virtió en un ser viviente”.
¡C uánto debe haberse acercado Dios a él! ¡Tan, tan cerca,
que la boca de Dios tocó la boca del hombre! Q uizá, quien sabe,
Dios lo besó. Quizá, también, había lágrimas de amor en sus ojos
al inclinarse sobre esta m aravillosa criatura que había hecho, tan
parecida a sí mismo, tan preciada para su corazón.
De repente, mientras Dios susurraba dulce y tiernam ente,
le infundió su propia vida maravillosa, y Adán se despertó y con­
templó el rostro de su Hacedor. ^
P R IM E R A PA R T E
&
H IS T O R IA
9
La primera comida de Adán
G énesis 1: 28 - 30)
D Á N se p u so d e p ie y p o r p rim e ra vez c o n te m p ló el h e r­
m oso m u n d o en el q u e se e n c o n tra b a . M e p re g u n to q u é
h a b rá p e n sa d o ; y q u é h a b rá d ic h o .
P o r su p u e sto q u e no h a b ía n a d ie co n q u ie n c o n v e rsa r salvo
él m is m o ... y los a n im a le s. N o h ace fa lta d e c ir q u e a lg u n o s de
ello s a n d a b a n p o r a llí c e rc a , p o rq u e los a n im a le s s ie m p re so n
m u y cu rio so s, ¿v erd ad ? C a si p u e d o v e r a u n p e rrito la m ié n d o le
la m a n o , a u n g a to ro z á n d o le la p ie rn a al p a sa r y sa lta n d o p ara
lla m a r su a te n c ió n y , tal vez, un c a b a llo o lis q u e a n d o p a ra q u e lo
ac a ric ie n .
H a y o tro s a n im a le s q u e v ie n e n d e to d as d ire c c io n e s, q u iz á
u n leó n y un e le fa n te , u n oso y u n casto r, u n p a n d a rech o n ch o
y u n a a r d illit a lle n a d e v id a . S o n to d o s m u y a m is to s o s , p ero
m ira n b o q u ia b ie rto s a la m a g n ífic a c r ia tu ra q u e está a n te ello s.
D e a lg ú n m o d o , p arecen re co n o cerlo co m o su líd e r y d u e ñ o y,
m ie n tra s él a v a n z a a g ra n d e s pasos p o r el p asto v e rd e y su av e,
ello s lo sig u e n g u sto so s, sa lta n d o y re to z a n d o , o rg u llo so s y c o n ­
ten to s.
A leg res g rito s d e b ie n v e n id a lle n a n los p rad o s y los b o sq u es,
A
45
N* D HARRV ANDERSON
t i=l se h a b rá se n tid o A d á n co n e l afecto
fe xr m ale s. Y la ta re a d e p o n e rle s n o m e ü ¿> rá re s u lta d o m u y d iv e r tid a , p u es
■ í u u n a n im a l, s a b ía có m o lla m a rlo .
Las Bellas Historias De La Biblia
m ientras la espléndida procesión se abre paso entre las colinas y
los valles, por las lagunas sombreadas, los arroyos cantarines y la
orilla arenosa del lago. C uando Adán se detiene para maravillarse
de algún nuevo m ilagro de la creación, quizá un árbol m ajes­
tuoso o una flor de belleza resplandeciente, aparecen más an i­
m ales de entre los claros del bosque, m ientras que las aves
descienden rápidam ente para ver lo que está ocurriendo. El ins­
tinto les dice que a este hermoso ser de gran estatura, de m irada
fulgurante y porte regio se le había dado “dom inio sobre los peces
del m ar, y sobre las aves del cielo; sobre los anim ales domésticos,
sobre los anim ales salvajes, y sobre todos los reptiles que se arras­
tran por el suelo”.
No hay tem or en ningún corazón. Adán no le tiene miedo
al tigre que le pisa los talones, ni el tigre a él. U n ciervo juega
confiadam ente con un leopardo, y los antílopes, los búfalos, los
cam ellos, los drom edarios y los canguros pastan juntos en per­
fecta paz y arm onía.
Al verlos com er, Adán cayó en la cuenta de que le ha dado
hambre. Pero ¿qué hay allí para él? Se fija en unas uvas color púr­
pura que cuelgan de una vid; después, advierte algunas frutillas
brillantes y, más allá, nueces en los árboles. ¿Esa será su comida?
M ientras se pregunta cuál debiera tom ar, escucha la voz de Dios
que le dice: “Yo les doy de la tierra todas las plantas que produ­
cen sem illa y todos los árboles que dan fruto con sem illa; todo
esto les servirá de alim ento”.
Así que puede tom ar lo que elija. Todos esos frutos son para
él. Pero con tantas cosas encantadoras, se le hace difícil decidir
cuál com er prim ero. U na banana quizá, o una m anzana, o tal
vez algunas alm endras, o nueces pecanas, o un racim o de uvas.
La Prim era C o m id a D e A d á n
¡Q ué problem a!
N u n ca sabrem os exactam ente cuál tom ó prim ero, pero de
un a cosa podem os estar seguros: la prim era com ida de A dán debe
h ab er sido la m ás sabrosa que h aya co m id o el ho m b re alg u n a
vez, porque todo el m enú era fresco, salido de las m anos del C re­
ador y traído a la existencia h acía solo tres días. ¡Q ué sabroso y
delicioso debe haber sido! ¿T e hubiese gustado poder com p ar­
tirlo con él?
Y
¿algu n a vez se te ocurrió pensar en lo m aravilloso de que
D ios h aya creado el pasto antes de crear los an im ales que lo co­
m erían ? ¿Y que h aya hecho árboles frutales antes de h acer al
hom bre, que los n ecesitaría com o alim ento? ¿Y que al crear los
árboles, las vides y las pasturas D ios tuvo la in ten ció n de que
estas plantas extrajeran de la tierra los m ism os elem entos —m i­
nerales y v itam in as— que n ecesitan las criatu ras vivien tes para
vivir? ¡C o n cuánto cuidado y esm ero planeó cada d etalle de su
glorioso m undo nuevo!
A hora, llegó la tarde del sexto día. Ya el sol se está hundiendo
en el horizonte occidental. La obra de la creación de D ios está
casi term in ad a. T od o lo que se proponía hacer para que el hogar
del h o m b re fuese perfecto, h ab ía sido hecho. T o d o , es d ecir,
salvo una cosa. H ab ía creado la tierra de la nada. H ab ía separado
la tierra del m ar. H ab ía cubierto las m ontañas y las colinas con
m agníficos arboles y flores. C om o corona de todo, ha hecho al
hom bre a su im agen; el hom bre, su obra m aestra, el objeto su­
prem o de su am or, para q u ien proveyó toda esta belleza y ab u n ­
dancia. N o obstante, queda una cosa más por hacerse, una ú ltim a
herm osa bend ició n para conceder, el acto m ás d u lce y tierno de
toda la sem ana de la
PRIMERA PARTE
0
HISTORIA
10
La criatura más hermosa de la creación
(Génesis 1:31; 2:18, 20-23)
IENTRAS Adán contemplaba a los animales que dis­
frutaban del calor del sol o que jugaban felices en los
prados, pronto advirtió que andaban en parejas. Cada
anim al tenía una compañera. Junto al majestuoso león, cam i­
naba una elegante y esbelta leona. Detrás de la cornamenta del
venado, andaba una distinguida gama. Con el poderoso toro,
había una mansa vaca. Cerca del tigre, estaba la tigresa. Junto al
oso, aparecía la osa. No lejos del conejo, estaba la coneja, y así
también ocurría con las jirafas y las zebras, los rinocerontes y los
antílopes, los zorros y las ardillas.
U nicam ente Adán estaba solo. Por cierto que los animales
eran de lo más amigables con él. Cuando él los llamaba, ellos se
detenían y lo miraban con sus grandes ojos de asombro, pero no
podían decirle ni una sola palabra a cambio. Parece que el perrito
era el que más lo entendía, y actuaba como si quisiera hablarle,
pero todo lo que podía hacer era saltar de un lado para el otro,
ladrar y mover la cola.
M uchas veces, Adán debe haberse preguntado por qué no
M
49
— ILUSTRACION DF. RUS5FJ I HARI AN
■no un artífice maestro, Dios dio el toque
^ a s u obra al crear a la m ujer, la prim era
icire de la raza hum ana, la más hermosa de
sus criaturas, a quien Adán llam ó Eva.
L as B e lla s H is to r ia s D e La B ib lia
h a b ía u n a c o m p a ñ e r a p a r a é l. Q u iz á c o m e n z ó a b u s c a r u n a . T a l
vez, p o r la n e c e s id a d q u e s e n tía en su c o ra z ó n , lla m ó y lla m ó , es­
p e r a n d o q u e a lg u ie n c o m o él p u d ie r a e s c u c h a r s u v o z y re s p o n ­
d e r le . Q u iz á , e n c ie r to m o d o , e s p e r a b a v e r a lg u n a h e r m o s a
c r ia t u r a q u e s a lie se c o n p a so m a je s tu o s o d e l b o s q u e h a c ia él p a ra
se r su a m ig a e s p e c ia l y su c o m p a ñ e ra . P ero n o s a lía n a d ie .
P e n s a n d o e n e stas co sas, se re co stó en el p a s to , m ie n tr a s su
s e n s a c ió n d e s o le d a d a u m e n ta b a . L a tie r r a e ra m u y h e rm o s a ; los
a n im a le s m u y a m is to so s y d iv e r tid o s ; p e ro n o h a b ía n a d ie p a ra
c o n v e rs a r c o n é l, n a d ie c o n q u ie n p u d ie r a c o m p a r tir su s s e n ti­
m ie n to s ; es d e c ir , n a d ie sa lv o D io s.
D e re p e n te , A d á n c o m e n z ó a te n e r m u c h o s u e ñ o . E sto e ra
e x tra ñ o , p e n só . N u n c a se h a b ía s e n tid o a s í a n te s . ¿ Q u é p o d r ía
e sta r p a s á n d o le ? "Trató d e m a n te n e r s e d e s p ie r to , p ero n o p u d o .
C o n c a d a m o m e n to q u e p a sa b a , s e n tía m á s s u e ñ o , h a s ta q u e al
fin a l y a n o p u d o m a n te n e r lo s o jo s a b ie r to s . L a tie r r a , las flo res,
los á rb o le s, lo s a n im a le s , to d o se d e s v a n e c ió y p asó al o lv id o al
e n tr a r en u n su e ñ o p r o fu n d o .
A h o ra , D io s se a c e rc ó a él o tra v e z d e la m is m a m a n e r a en
q u e , u n ra to a n te s, h a b ía in f u n d id o en su n a riz el a lie n to d e v id a .
C o n u n rá p id o to q u e d e su s m a n o s su a v e s y c re a d o ra s, q u itó u n a
c o s tilla d e la c r ia t u r a d o r m id a q u e te n ía d e la n te y c e rró la h e r id a
c o n in f in it a d e stre z a .
“D e la c o s tilla q u e le h a b ía q u ita d o al h o m b re , D io s el S e ñ o r
h iz o u n a m u je r ” .
¡Q u é co sa e x tr a ñ a h iz o D io s! S i p u d o h a c e r el so l, la lu n a y
las e s tre lla s d ic ie n d o : “ ¡Q u e h a y a lu c e s e n el f ir m a m e n to q u e se­
p a re n e l d ía d e la n o c h e !” ; si p u d o h a c e r to d o s lo s a n im a le s d i50
La Criatura Más Hermosa D e La Creación
ciendo: “¡Q ue produzca la tierra seres vivientes: anim ales do­
mésticos, anim ales salvajes, y reptiles, según su especie!”, ¿poi­
qué no dijo: “Que haya una m ujer”? Y ¿por qué, después de hacer
a Adán, la criatura más m aravillosa de su fascinante m undo
nuevo, tomó una costilla de su cuerpo perfecto para hacer la
compañera de su vida?
Debe haber habido una buena razón para que Dios actúe
así, y me gusta pensar que fue porque quería que Adán supiera
que su esposa, verdaderamente, era parte de él, para que siempre
la tratase como a sí mismo. La Biblia nos cuenta que Dios creó
a Eva para que fuese “una ayuda adecuada”. ¡Y qué pensamiento
más lindo! Ella debía estar siempre a su lado ayudándolo, traba­
jando con él, haciendo planes y com partiendo las alegrías de la
vida con él.
Pero volvamos a observar a Dios en acción. Se nos dice que
de la costilla de Adán “modeló” una mujer. Así como había “for­
m ado” al hombre del polvo de la tierra, así también ahora, con
infinita sabiduría e ingenio, le dio forma a la que llegaría a ser la
madre de toda la raza humana. ¡Con qué perfección formó los
rasgos de su precioso rostro! ¡Con cuánta gracia le arregló el ca­
bello largo y ondulado! ¡Con qué cariñoso esmero puso en su
mente y su corazón toda la ternura, la suavidad y la dulzura, toda
la infinita provisión de amor que quería que tuviese cada madre!
En menos tiempo del que se necesita para contarlo, frente a
él estaba la criatura más bella de toda la creación, con los ojos
chispeantes por el gozo de vivir, una tierna sonrisa que le daba a
su bonito rostro una belleza incomparable.
Y ahora, lentamente y llena de gracia, da sus primeros pasos,
Las Bellas Historias De La Biblia
m ientras Dios la conduce para presentársela “al hom bre”.
Sorpresivam ente, m ira hacia abajo y ve a alguien durm iendo
frente a ella. ¿Q uién podrá ser?
Soñando quizá con la com pañera que esperaba encontrar
algún día, en algún lugar, en este m aravilloso m undo que Dios
le ha dado, A dán se despierta y abre los ojos. ¡O h m aravilla de
m aravillas! A llí, frente a él, está de pie alguien más bello de lo
que se atrevería a soñar, un ser tan exquisito, tan noble, tan ab­
solutam ente encantador, que casi no puede creer que ella sea real.
Al contem plar esos ojos radiantes, am ables y comprensivos, in ­
m ediatam ente se da cuenta de que esta es su pareja, su querida
com pañera que tanto había anhelado.
Y
A dán dijo: “Ésta sí es hueso de mis huesos y carne de m
carne. Se llam ará ‘m ujer’ porque del hom bre fue sacada”.
Es am or a prim era vista. Instantáneam ente, ambos parecen
saber que se pertenecen el uno al otro. Ansiosam ente, se tom an
de la m ano y salen cam inando juntos. Com o rey y reina de la
nueva tierra gloriosa, pasean por los campos llenos de flores, pol­
las colinas tachonadas de árboles, por la playa bañada por las olas,
explorando las m aravillas de la creación de Dios y asombrándose
ante la gloria de su poder.
M ientras tanto, no m uy lejos, Dios m ism o com pleta su fe­
licidad al observarlos en silencio con tierno am or y se sonríe por
la perfecta felicidad de ambos.
SEGUNDA PARTE
‘-tíi&tariaá, d el
Edén
y, la
Caída
(G énesis 2:8 a 5:27)
SE G U N D A PARTE
0
H IST O R IA
1
El hogar-jardín del hombre
(Génesis 2 :8 - 19)
N a lg ú n lu g a r, en m ed io d e to d o el aso m b ro y la b elleza
d el m u n d o q u e h a b ía crea d o , “D io s el S e ñ o r p la n tó un
ja rd ín al o rie n te d el E d én , y a llí p uso al h o m b re q u e h a b ía
fo rm a d o ”.
¿A lg u n a vez c u ltiv a ste un ja rd ín ? Es e m o c io n a n te , ¿verdad?
E sp ecialm en te en p rim a v e ra , cu a n d o siem b ras se m illa s y esperas
q u e sa lg a n los reto ñ o s v e rd es. ¡Y q u é a p a s io n a n te v e r q u e las
p la n tas co m ie n z a n a flo recer, el m aíz m a d u ra y las p la n ta s d e re­
p o llo y le c h u g a e n g o rd a n , a d q u ie re n firm eza y están listas p ara
co m er!
Pero c u a n d o D io s p la n tó el ja r d ín d el E d én , era d iferen te.
N o n ecesitó sem b rar se m illa s. A l ser el C re a d o r, p o d ía h acer q u e
in m e d ia ta m e n te a p a re c ie ra n árb o les y arb u sto s c o m p le ta m e n te
d e sarro llad o s; to d o en el lu g a r a p ro p ia d o , ju sto d o n d e los q u e ­
ría. P o d ía d ecir: “Q u ie ro un g ru p o d e elevad o s cedros a q u í y u n a
arb o led a de ab ed u les p latead o s a llí”, y ap arecían co n solo d ecirlo .
A su m a n d a to , u n a c o lin a se c u b ría d e p in o s, o tra d e seco yas y
o tra d e ro b les, y a sí era. P o d ía o rd e n a r q u e un v alle q u e d a ra ta-
E
55
LUSTRAClON DE RUSSELL HARIAN
y E va se a m a b a n m u tu a m e n te y d isfru d e to d o lo q u e D io s les h a b ía d ad o . S e
n felices al c u id a r el h erm o so ja r d ín llen o
es, árb o les fru ta le s y p e rfu m a d a s flores.
Las Bellas Historias De La Biblia
pizado de lirios, otro de aném onas y otro de jacintos, y así era.
¡C uán glorioso debe haber sido entonces el hogar jard ín que
plantó especialm ente para sus queridos A dán y Eva! Solo pode­
mos im aginarnos su esplendor al pensar en algunas m aravillas de
la naturaleza que conocem os hoy y que tanto nos agradan.
N otem os que Dios no les construyó un palacio, aunque los
había puesto por reyes del m undo; no erigió una fina casa de pie­
dra para ellos, con pisos de m árm ol y luz eléctrica, aunque les
dio p lata y oro en ab u n d an cia, sino que les hizo un hogar en
m edio de los árboles y las flores.
Por paredes, esta casa tenía palm eras, abetos y arces, y el piso
era la tierra blanda y perfum ada, suntuosam ente alfom brada con
cam panillas, caléndulas y prím ulas. Por techo ten ía las ramas de
los árboles y, más allá la gloriosa bóveda celeste, donde el sol
alum braba de día y la lun a y las estrellas de noche.
N o había necesidad de refugio, porque en aquellos días le­
janos, cuando nació el m undo, no había lluvia ni torm entas. En
vez de eso, “salía de la tierra un m anantial que regaba toda la su­
perficie del suelo”.
En el prim er hogar del hom bre no había dorm itorios como
los de ahora, solo rincones acogedores cubiertos de m usgo entre
los arbustos, o sofás de flores esparcidas ju n to a arroyos tin tin e­
antes. La sala era la ladera de una colina con vista a una bahía o
a la ensenada a orillas del lago. La sala de m úsica estaba entre los
árboles, donde los pájaros trinaban sus preciosos cantos. La co­
cina y la alacena eran las vides cargadas de fruta y los arbustos
siem pre repletos de buenas cosas para com er.
El Hogar-jardín D el Hombre
Sin duda, ningún hogar construido alguna vez por el hom­
bre ha sido tan hermoso, tan pacífico, tan absolutamente per­
fecto como este glorioso hogar jardín que el Señor Dios plantó
en Edén hace tanto tiempo.
¡Qué felices deben haber sido Adán y Eva cuando, tomados
de la mano, se daban prisa para ir de una escena bonita a otra!
Casi puedo escuchar a Eva exclamar: “M ira, Adán, qué flor tan
bonita. ¡Y esta, y esta! ¡Y huele su fragancia! ¡Qué lugar m aravi­
lloso para vivir!”
Y
mientras iban caminando, de repente llegaron hasta dos
árboles excepcionales, diferentes de todos los demás que habían
visto, y ambos cargados de frutas de colores m uy vistosos. Al de­
tenerse a adm irar esta vista nueva y maravillosa, Dios se acerca a
ellos para decirles que están en el centro mismo de su hogar jar­
dín; que uno de estos árboles es “el árbol de la vida” y el otro “el
árbol del conocimiento del bien y del m al”.
“Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol
del conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día
que de él comas, ciertam ente morirás”.
¿Morir?, se preguntan. ¿Qué quiere decir Dios? Y ¿por qué
plantó en el jardín un árbol del que no debemos comer?
Todavía intrigados, continúan camino felices mientras el sol
va cayendo cada vez más en el horizonte.
¡Qué día había sido aquel! Con el amanecer, surgieron los
anim ales de la tierra al llamado de su Creador. Luego, hizo al
hombre, a su imagen y semejanza. Finalmente, para coronar todo
esto, con sabiduría, amor y comprensión infinitas, formó su obra
Las Bellas Historias De La Biblia
más hermosa y perfecta: la mujer.
Y
ahora, este maravilloso día está llegando a su fin. Las som­
bras se alargan, los pájaros gorjean en los árboles y los extraños
sonidos del bosque revelan que los anim ales saben por instinto
que se aproxim a la noche.
Al m irar hacia el Oeste y contem plar la resplandeciente glo­
ria del crepúsculo, Adán y Eva se quedan boquiabiertos, m ien­
tras el cielo se llena de colores maravillosos y cada árbol y flor
irradian nueva belleza.
¿Qué puede estar ocurriendo?, se preguntan. ¿Es que su her­
moso mundo está llegando a su fin tan pronto? Pero Dios les su­
surra: “Esto es solo la puesta de sol; aguarden la gloria del
am anecer”.
“Dios miró todo lo que había hecho, y consideró que era
m uy bueno”. Y lo era. M uy, m uy bueno. La tierra, el mar, los ár­
boles, las flores, los animales —todo tan perfecto como Dios podía
hacerlo—, y ahora esta feliz pareja de seres hum anos, tan majes­
tuosos, tan hermosos, tan dulcem ente inocentes, se inclina en
reverente adoración ante su Hacedor. ¿Qué más podría desear?
La creación está term inada. La obra de Dios está completa.
Su propósito de am or se cum plió. No es de extrañarse que el
cielo resuene con alabanzas cuando, una vez más, las estrellas se
unen en alabanzas y todos los hijos de Dios gritan de gozo. 0
SEGUNDA PARTE
0
HISTORIA 2
Un día para recordar
( Génesis 2:2, 3)
MEDIDA que el sol desciende el sexto día de la semana de
la creación, una calma increíble cae sobre todo el campo.
Gradualmente, el trinar de las aves y el gruñido de las bes­
tias del bosque, se fue apagando hasta que, finalmente, hubo un
gran silencio, mientras aparecían las estrellas y toda la naturaleza
fue bañada por la brillante luz de la luna.
En algún lugar del jardín, quizá en algún claro cubierto de
musgo, Adán y Eva se sentaron, maravillados de la belleza de la
noche, como se habían maravillado ante la gloria del día.
De repente, en medio del silencio, se oyó una voz —tierna,
amable y musical- e, inmediatamente, supieron que era la voz de
Dios. Fue entonces que Dios les contó —porque debe haber sido él
quien les contó, de lo contrario, ¿cómo podrían haberse enterado?que este nuevo día, su primer día sobre la tierra, iba a ser un día
santo. Debe haberles dicho también cómo había creado todo lo
que los rodeaba en seis días y que ahora, el séptimo día, él y ellos
descansarían juntos.
La Biblia dice que “al llegar el séptimo día, Dios descansó por­
A
59
Las Bellas Historias De La Biblia
que había term inado la obra que había em prendido. Dios bendijo
el séptim o día, y lo santificó, porque en ese día descansó de toda
su obra creadora”.
Dios no descansó porque estuviese cansado, porque Dios no
se cansa. Lo hizo porque su obra de creación estaba term inada. El
m undo era absolutam ente perfecto. No había nada más que pu­
diera hacer para cum plir con las expectativas que tenía en mente.
El tam bién descansó, porque quería darles un ejem plo a Adán
y Eva, para ellos y sus hijos. Com o verás, Dios no solo “descansó”
en este día, él lo “bendijo” y lo “santificó”. Esto nos dice clara­
m ente que no estaba pensando en sí m ism o sino en sus hijos te­
rrenales.
Bendijo el sábado para que pudiera ser una bendición para
ellos. Lo “santificó” —lo apartó como santo—no para sí m ism o,
sino para ellos. ¡Y cuán cierto es, aún hoy, seis m il años después,
que todo el que santifica el séptim o día encuentra una bendición
en él que los demás no conocen! D e algún modo m aravilloso, la
paz y la felicidad del cielo llega a su corazón al seguir el plan que
Dios le dio a A dán y Eva en el principio.
Y
ahora, una vez más, los vemos en aquella silenciosa noche
hace m ucho tiem po, m ientras escuchan reverentes la voz de su
C reador y se enteran de que ese día, el prim ero en la tierra para
ellos, será un día santo que pasarán junto con él.
Son perfectam ente felices, y en la m añana, cuando la salida
del sol los despierta de su prim era noche de sueño, Dios los con­
duce por el hermoso jardín que creó como hogar para ellos. Q uizá
les revela algunos de los increíbles secretos de la creación. Al dete­
nerse para adm irar algún hermoso árbol o arbusto en flor, él les ex-
Un Día Para Recordar
plica cómo extraen su alimento del suelo, cómo sube la savia por
el tronco hasta las ramas, las ramitas, las hojas y las flores.
Quizá les cuenta cómo crece un hermoso lirio blanco de un
bulbito, cómo un huevito con pintitas azules se transforma en un
canario amarillo, cómo una diminuta semilla dentro de una man­
zana rozagante crece hasta convertirse en un manzano.
A lo mejor, le explica cómo produce miel la abeja, cómo teje
la araña su tela y cómo sale leche blanca de una vaca colorada que
come pasto verde. Quizá también les revela el secreto del vuelo:
cómo un águila puede volar sobre las montañas y cómo el colibrí
se mantiene inmóvil en el aire como un helicóptero.
Nunca sabremos exactamente de qué hablaron aquel día, pero
debe haber sido emocionante caminar por la creación con el Cre­
ador. Más de una vez, mientras Adán y Eva se habrán quedado sin
aliento asombrados ante la belleza y la perfección de todo lo que
los rodeaba, bien pueden haber exclamado: “Grandes y maravi­
llosas son tus obras, Señor, Dios Todopoderoso”1
Por cierto, debe haber sido un día muy, pero muy feliz aquel
primer día de reposo, de adoración y comunión con Dios. Adán
y Eva lo recordaron y hablaron de él por el resto de sus vidas.
Y
Dios quiere que cada sábado se asemeje lo más posible a
aquel primer sábado. Por eso, cuando dio los Diez Mandamien­
tos en el Sinaí, dijo: “Acuérdate del sábado, para consagrarlo. Tra­
baja seis días, y haz en ellos todo lo que tengas que hacer, pero el
día séptimo será un día de reposo para honrar al Señor tu Dios. No
hagas en ese día ningún trabajo, ni tampoco tu hijo, ni tu hija, ni
tu esclavo, ni tu esclava, ni tus animales, ni tampoco los extranje­
ros que vivan en tus ciudades. Acuérdate de que en seis días hizo
61
Las Bellas Historias De La Biblia
el Señor los cielos y la tierra, el m ar y todo lo que hay en ellos, y
que descansó el séptimo día. Por eso el Señor bendijo y consagró .
el día de reposo”.2
M iles de años después de aquel prim er sábado en el jardín del
Edén, Dios todavía pensaba en él. No podía olvidarlo, y nunca lo
hará. Y como fue un sábado tan feliz, tan hermoso, tan verdade­
ramente bendecido, quiere que todos lo recuerden tam bién. Por­
que cada sábado puede ser como aquel, si así lo deseamos, tan feliz,
hermoso y bendecido. Todo lo que tenemos que hacer cada sép­
tim o día es acordarnos de santificarlo, de cam inar y hablar con
Dios y adorarlo como el Creador de los cielos y de la tierra. ^
Apocalipsis 15:3
Éxodo 2 0 :8 -1 1 .
\
SEGUNDA PARTE
&
HISTORIA
3
El primer error
( Génesis 2:15 a 3:4)
QUELLOS primeros días que Adán y Eva pasaron en el
jardín del Edén deben haber sido sumamente felices. No
tenían ninguna preocupación en el mundo. Ni una sola.
¡Qué bien se sentían! ¡Qué fuertes que eran y cuánta salud irra­
diaban! No sabían lo que significaba la enfermedad. Nunca tu­
vieron un dolor de cabeza ni un dolor de muela. Día tras día, se
despertaban de un sueño apacible, tan frescos como margaritas,
preparados para cualquier cosa.
La vida era un espléndido picnic. Su trabajo era tan placen­
tero y fácil, que era como jugar, porque todo lo que Dios les
pedía que hiciesen en su precioso jardín era cultivarlo y cuidarlo.
No había malezas, ni espinas, ni cardos que los molestaran. Ni
siquiera tenían que pasarse largas horas levantando edificios ni
confeccionando ropa. El clima era tan cálido y agradable que no
necesitaban nada de eso.
En cuanto a la comida, por todas partes había las mejores
frutas, nueces y granos, ricos en vitaminas vivificantes. Podían
tener todo lo que quisieran con solo recogerlo. ¡Así que no tenían
que cocinar ni lavar!
A
63
Así era el prim er hogar del hombre: inefablem ente hermoso,
tranquilo y feliz. Y Adán y Eva todavía podrían estar viviendo
allí si no hubiesen com etido un triste error.
Ese error, que parecía tan pequeño y sin im portancia en ese
m om ento, demostró ser el m om ento decisivo de su vida. Des­
pués de eso, nada volvió a ser igual.
Sucedió así: U n día Eva salió a pasear sola por el jardín. Q ue­
ría echarle otro vistazo a los dos espléndidos árboles en medio
del huerto, con toda esa fruta hermosa y de colores brillantes.
¿Por qué Dios le había puesto el nom bre tan peculiar de “el
árbol del conocim iento del bien y del m al” a uno de ellos?, se
preguntaba. ¿Qué era el “m al”? Y ¿por qué no debía comer de esa
fruta? ¿Cóm o podría ser que le hiciese daño?
Parecía extraño que Dios, después de dar tanto, no diera
todo. ¿Por qué se reservó un árbol? Pero Eva no tenía intención
de desobedecerle, no en ese m om ento. Sin duda, se decía, Dios
64
\
les explicaría todo algún día. Probablem ente habría una buena
razón.
Al desviar la m irada, quizá para volver a m irar el precioso
“árbol de la vida”, se sobresaltó al oír que alguien le hablaba.
¿Q uién podría ser? Las únicas voces que había oído hasta
ahora habían sido la voz de Dios y la voz de Adán. Ahora, al­
guien más estaba hablando. Asom brada, m iró para uno y otro
lado, pero no vio a nadie. Entonces percibió que la voz provenía
de la serpiente.
¡Q ué extraordinario! ¡Un anim al que podía hablar! Esperó a
ver si volvía a hablar.
Y
así fue; y su voz era tan amistosa y placentera, que cual­
quier temor que pudiera haber tenido se disipó. Después de todo,
era algo lindo que alguien más le hablara, aunque solo fuese una
serpiente.
¿Q uién era esta serpiente? Y ¿por qué era capaz de hablar?
65
Las Bellas Historias De La Biblia
La Biblia nos cuenta que era “Diablo y Satanás, y que engaña
al mundo entero”.* Conocido anteriormente como Lucifer, el por­
tador de luz, en su momento había sido el líder de los ángeles del
cielo; pero se rebeló contra Dios, y fue echado del cielo. Entonces
sucedió que vino a esta tierra para vengarse de Dios al tratar de
arruinar sus planes para la felicidad del hombre.
Por supuesto, Eva no sabía todo esto, no en ese momento. Si
lo hubiese sabido, seguramente no lo ha habría escuchado. Todo lo
que sabía era que aquí había una criatura del todo inusual que le ha­
blaba con voz bondadosa y agradable.
Y la serpiente le dijo:
—“¿Es verdad que Dios les dijo que no comieran de ningún
árbol del jardín?”
—Sí —respondió Eva, inocentemente-. Así es. “Podemos comer
del fruto de todos los árboles -respondió la mujer—. Pero, en cuanto
al fruto del árbol que está en medio del jardín, Dios nos ha dicho:
‘No coman de ese árbol, ni lo toquen; de lo contrario, morirán’ ”.
—“¡No es cieno, no van a m orir!” -d ijo la serpiente en tono
bromista, como si fuese improbable que ocurriera algo por el estilo.
¡Qué extraño!, debe haber pensado Eva. ¡Esta criatura en rea­
lidad está contradiciendo a Dios! ¿Cómo se atreve? No tiene razón.
Ella debiera haber huido de la escena para contarle a Adán y a
Dios lo que había ocurrido. Pero no lo hizo. Se quedó. Escuchó. Y
aquí cometió su primer error.
¡Y cuánta tristeza causó eso! ¡Qué precio hay que pagar por co­
quetear con el mal! ^
* Apocalipsis 12:9.
SEGUNDA PARTE
H IS T O R IA
4
La prueba de amor
(Génesis 3:5, 6)
UANDO Eva estaba allí parada, junto al árbol “del cono­
cimiento del bien y del mal”, escuchando las palabras adu­
ladoras de la serpiente, entró la primera duda en su mente.
Dios había dicho que, si ella comía de este árbol, moriría.
Ahora, la serpiente dijo que no moriría. ¿Quién tenía razón? ¿Po­
dría ser que Dios no le haya dicho la verdad?
Mientras meditaba en esto, la serpiente continuó con otro
pensamiento diabólico. Dijo:
—“Dios sabe muy bien que, cuando coman de ese árbol, se
les abrirán los ojos y llegarán a ser como Dios, conocedores del
bien y del mal”.
Así, sugirió que Dios había sido injusto con ella y con Adán,
que se estaba guardando algo que les pertenecía a ellos. Además,
había una astuta insinuación de que Dios estaba celoso de ellos,
y temía que llegaran a ser tan sabios como él.
Era muy infame y alevoso de parte de la serpiente decir esas
cosas, cuando Dios había sido tan bueno con Adán y Eva. Pero
Satanás es así. Siempre obra contra Dios, siempre sugiere cosas
C
67
Las Bellas Historias De La Biblia
malas y aborrecibles, siem pre trata de causar problemas y sepa­
rar a los amigos.
Esa insinuación de que estaba a punto de conocer el “bien”
y el “m al” despertó la curiosidad de Eva. Hasta ese mom ento,
no tenía ningún conocim iento del mal. Incluso hasta debe ha­
berse preguntado qué quería decir Satanás con esa palabra. ¿Qué
era el mal? Entonces pensó que sería lindo descubrirlo.
Eso siempre es peligroso. Es el primer paso en la senda de los
problemas y el dolor. Necesitamos estar siempre en guardia con­
tra las insinuaciones de probar algo malo para saber cuál es la sen­
sación o qué sabor tiene. No debiéramos procurar conocer el mal.
Estamos mucho m ejor sin ese conocim iento. N adie tiene que
poner la mano en un balde de alquitrán para saber que es negro.
Poco a poco, Eva se entregó a las trampas de Satanás. Pri­
mero, comenzó a dudar de la palabra de Dios. Luego, le pareció
que no tendría m ucha im portancia si lo desobedecía. Entonces,
estuvo lista para tocar la fruta prohibida.
Finalm ente, la tentación fue más fuerte de lo que podía so­
portar. Extendió la m ano, tomó una de las frutas y com ió. El
La Prueba De Amor
sabor era delicioso. Se preguntaba por qué había dudado tanto.
Seguramente, la serpiente estaba en lo cierto, después de todo.
Dios, posiblemente, no haya tenido intenciones de impedir que
comiera una fruta tan buena como esta.
Juntó más y se las llevó a Adán, explicándole lo que había
ocurrido, “y también él comió”.
No dudo que él le haya dicho:
—Pero pensé que Dios nos dijo que no comiésemos esta
fruta.
Y ella probablemente le haya respondido:
—Oh, está todo bien. La serpiente me dijo que no moriría y,
como ves, no me pasó nada. Quizá Dios cometió un error.
Pero Dios no había cometido ningún error. Había tenido
una buena razón para decirle a Adán y Eva que no comieran de
aquel árbol. Era su forma de descubrir si realmente lo amaban.
Les había dado mucho —todo lo bueno que se le pudo ocurrir—
y anhelaba su amor a cambio. ¿Lo amaban realmente? ¿Lo ama­
rían siempre? ¿Cómo podía estar seguro?
Hay una prueba de amor infalible, y es la obediencia. Si ver­
daderamente amamos a papá y a mamá, le obedeceremos gusto­
sos.
Así fue que Dios les dijo a Adán y Eva que no comieran de
ese árbol. Era una prueba sencilla. Si lo hubiesen amado since­
ramente, con todo su corazón, no la habrían tocado. Entonces,
Dios les hubiese permitido vivir para siempre. Al ver que lo des­
obedecieron y que comieron del árbol, supo que no podía con­
fiar en ellos; así que tendrían que morir y volver al polvo del que
los había tomado. Qué día triste fue aquel.
¡Cuánto había en juego en esa pequeña prueba! ¡Si tan solo
69
Las Bellas Historias De La Biblia
lo hubiesen sabido!
Lam entablem ente, no pasaron la prueba. Ambos. Y al
mismo instante en que comieron la fruta, se dieron cuenta de
que algo no andaba bien. Algo había salido mal. Por primera vez
en su vida, estaban preocupados. ¿Qué pensaría Dios de ellos?,
se preguntaban. ¿Qué les diría?
Entonces, se llenaron de miedo. Cuando el día se alargaba
interm inablem ente y las sombras de la noche se prolongaban,
cuchicheaban atemorizados. Toda la felicidad había desapare­
cido repentinamente de su vida. Por primera vez, se sentían tris­
tes, miserables y desdichados. Ya no había más gozo para ellos en
el Edén. Solo querían salir corriendo a esconderse.
¡Q ué lástima! Pero ¿no es este el resultado de la desobedien­
cia incluso hoy? Echa todo a perder, ¿verdad?
SEG U N D A PA R T E
0
H IS T O R IA
5
El precio del pecado
( Génesis 3:8-24)
MPEZABA a oscurecer. Una brisa fresca ya hacía susurrar
las hojas de los árboles. Pronto anochecería y las estrellas vol­
verían a aparecer.
Pero no había felicidad en el Edén en esta preciosa noche. C a­
bizbajos y con gran dolor en el corazón, Adán y Eva caminaban sin
rumbo por el bosque, donde hasta hacía un rato habían disfrutado
de un gozo perfecto.
De repente, oyeron un sonido conocido. Era la voz de Dios
que “andaba recorriendo el jardín”, “cuando el día comenzó a re­
frescar”.
Hasta ahora, se habían alegrado de oír esta voz maravillosa y
corrían a su encuentro como un queridísimo amigo. Ahora, huían
de él. “Entonces corrieron a esconderse entre los árboles, para que
Dios no los viera”.
Era una tontería hacer eso. No podían esconderse de Dios, así
como nosotros tampoco podemos escondernos de él hoy.
“Pero Dios el Señor llamó al hombre y le dijo:
- “¿Dónde estás?”
E
71
Las Bellas Historias De La Biblia
r ' '
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Dios no tenía necesidad de preguntar. Sabía dónde se encon­
traban. Pero quería que ellos supiesen que él los estaba buscando,
que él todavía se preocupaba por ellos y que los amaba.
¡Qué ternura había en su voz en ese momento! Parecía estar
diciendo: “¿Por qué se esconden del que los ama tanto? ¿Por qué no
vienen a mi encuentro como solían hacerlo?
Incapaz de guardar silencio por más tiempo, Adán salió lenta­
mente de su escondite y dijo:
“Escuché que andabas por el jardín, y tuve miedo”.
¡Miedo! ¡Qué extraño que dijera eso! Nunca antes había sen­
tido miedo. Jamás supo hasta ese entonces lo que era el temor.
Ahora, este ser magnífico y noble, la obra maestra de la creación de
Dios, sentía miedo. Y, ¡ay, lo más triste es que tenía miedo de su
Hacedor!
Pero esto es lo que hace el pecado. Hace que una persona sienta
temor aun de sus mejores amigos. Convierte en cobarde al hombre
más valiente y doblega de vergüenza la cabeza más noble.
Dios sabía lo que había ocurrido, por supuesto, porque para él v
no hay nada oculto. Pero le preguntó a Adán:
- “¿Acaso has comido del fruto del árbol que yo te prohibí
comer:
Sí, Adán había comido del árbol. Así también Eva. Ambos eran
culpables de una desobediencia trascendental. Lamentablemente,
estaban ante la presencia de Dios, preguntándose qué les diríat
ahora, cuál sería su castigo.
Dios les había advertido:
- “El día que de él comas, ciertamente morirás”.*
Y a menudo ellos se preguntaban qué había querido decir con
El Precio D e l Pecado
esas extrañas palabras. Com o nunca habían visto la m uerte, no po­
dían percibir cómo era. ¿Ahora iban a morir? ¿Sería ese su últim o
día sobre la tierra? ¡Q ué tristeza! H abían estado aq u í m uy poco
tiempo.
Fue entonces que Dios les dijo lo que iba a ocurrirles por causa
de su pecado. Les explicó que, desde el mismo m om ento de su
desobediencia, habían comenzado a morir. Y en su corazón ellos sa­
bían que era verdad.
No podrían vivir para siempre como él había planeado. La vida
eterna no era para ellos. Por lo menos, no ahora. Lentam ente, irían
m uriendo y, finalm ente, regresarían al polvo del que fueron crea­
dos. Llevaría mucho tiem po, muchos cientos de años por cierto,
pero finalm ente este sería su destino.
M ientras tanto, tendrían que dejar su hermoso hogar. En vez
de una vida placentera y fácil como la que habían llevado, tendrían
que trabajar mucho durante largas horas para ganarse la vida. C o­
nocerían el dolor y la tristeza. Percibirían la atrocidad del pecado al
ver sufrir a toda la naturaleza con ellos, debido a lo que habían
■*§hecho.
M irando a A dán con la más profunda com pasión, Dios dijo:
—“Por cuanto le hiciste caso a tu m ujer, y comiste del árbol del
que te prohibí comer, ¡m aldita será la tierra por tu culpa! Con pe­
nosos trabajos comerás de ella todos los días de tu vida. La tierra te
producirá cardos y espinas, y comerás hierbas silvestres. T e ganarás
el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la m ism a tie­
rra de la cual fuiste sacado. Porque polvo eres, y al polvo volverás”.
Dios ;fue dem asiado duro con ellos? No. Él conocía la naturaleza funesta del pecado, sabía cómo destroza y arruina todo lo
Las Bellas Historias D e La Biblia
rm
uwúxr
que toca. Había visto cómo destruyó la dulce armonía celestial.
Ahora, estaba comenzando de nuevo en la tierra, amenazando con
arruinar este Paraíso glorioso que acababa de crear. Algo debía ha­
cerse. Adán y Eva tenían que darse cuenta de lo que significa el pe­
cado, lo que hace y cuánto cuesta.
Todo fue muy triste, y no sé quién se sentía peor cuando los
dos se separaron de Dios y comenzaron a marcharse de su hermoso
hogar edénico.
La oscuridad se cernía y, desde Riera del bosque, muchos ani­
males amistosos miraban con ojos escrutadores que parecían pre­
guntar: ¿Qué pasa? ¿A dónde se están yendo? Hasta los pájaros
acallaron sus cantos al escuchar pasmados el tremendo llanto des­
garrador de su señor y dueño, mientras él y su amada esposa se ale­
jaban en medio de la noche.
Para Adán y Eva, lo más difícil de soportar era el pensamiento
de que no podrían regresar. Por la mañana, el Edén sería solo un re­
cuerdo. Nunca volverían a entrar.
Al darse vuelta para mirar por última vez todo lo que habían
amado y perdido, vieron una luz extraña que fulguraba en la oscu­
ridad a lo largo del camino que acababan de recorrer. Parecía un
arma ardiente en la mano de un ángel. Y la espada ardiente “se
movía por todos lados, para custodiar el camino que lleva al árbol
de la vida”.
El camino estaba cerrado; la entrada estaba bloqueada. ¡Tan
tremendo es el costo de un solo pecado! ^
SEGUNDA PARTE
0
HISTORIA 6
Un destello de esperanza
(Génesis 3:15, 21)
O se nos dice cuánto se alejaron Adán y Eva de su jardín
edénico, pero pronto notaron muchos cambios. Prime­
ramente, descubrieron que necesitaban ropa, y leemos
que “Dios el Señor hizo ropa de pieles para el hombre y su mujer,
y los vistió”.
¡Qué ropa debe haber sido aquella, hecha con toda la habili­
dad, toda la solicitud, toda la tierna compasión del Creador del
hombre!
Sin embargo, esta ropa significaba muerte. AJ menos un ani­
mal, posiblemente dos, tuvieron que morir para que Adán y Eva
pudieran vivir. Y de esa manera se les hizo entender nuevamente
el costo del pecado.
Muchas veces, en sus viajes, deben haber conversado de
aquellos buenos días que habían disfrutado en el glorioso Para­
íso que Dios les había dado en el comienzo. Muchas veces, tam­
bién, deben haberse preguntado si alguna vez se les permitiría
volverlo a ver.
Cuando una y otra vez repasaban todo lo que había sucedido
N
75
U n D estello D e Esperanza
aquel triste día en que com etieron su terrible error, había algo que
resurgía persistentem ente en su m ente. Es algo que D ios le había
dicho a la serpiente.
U n a y otra vez lo repetían, p regun tándo se qué sign ificaría:
“Pondré enem istad entre tú y la m ujer, y entre tu sim iente y la de
ella; su sim iente te aplastará la cabeza, pero tú le m orderás el talón”.
¿Q ué qu erría decir esto?
U n a cosa era segura: Significab a que Eva ten dría hijos, y ella
estaba contenta por eso. Pero ¿qué más in clu ía eso?
Bueno, habría “en em istad ” o guerra entre los hijos de Eva y
los hijos de la serpiente.
Eva sabía que nunca perdonaría a la serpiente por la form a en
que la engañó y la privó de herm oso hogar; ni tam poco sus hijos.
Ella se encargaría de eso. Y por cierto, cuando D ios le dijo a la ser­
piente: “T ú le m orderás el taló n ”, significaba que la sim iente de
ella, sus hijos —o uno de ellos—gan aría el conflicto finalm ente.
A quí, por prim era vez, ella vio un destello de esperanza. A lgún
día, la m alvada serpiente, que había caudado tanto pesar y pérdida
sobre ella y su esposo, sería destruida. Entonces, quizá, D ios les
p erm itiría regresar al Edén.
¡C uánto am aban esta prom esa! Fue la prim era prom esa hecha
al hom bre algu n a vez y la prim era que se m encio na en la Biblia.
Para A dán y Eva era la única prom esa que tuvieron, ¡y qué preciosa
debe haber sido para ellos! En los días oscuros, cuando todo pare­
cía ir m al, la recordaban y hab lab an de ella, hasta que, u n a vez
m ás, surgía la esperanza en sus corazones apesadum brados.
Im agínate con cuántas ansias esperaban la llegada de su prim er
bebé. Q uizá él sería —cuando creciera—el que le aplastaría la ca-
- ILUSTRACION UJ- RUSSELL H A R IA N
n y Eva, a m en udo , hab lab an acerca de la proa q u e D ios Ies h ab ía hecho en el E dén. Eva
rd ab a con clarid ad cóm o D ios h ab ía m ald ea la serp ien te y p o r q u é lo h ab ía hecho.
Las Bellas H istorias De La Biblia
beza a la serpiente. ¡Quizá no tendrían que esperar mucho para re­
gresar al Edén después de todo!
Pero cuando nació Caín, no aplastó a la serpiente. Por el con­
trario, resultó ser un gran chasco. Ni tampoco Abel, ni Set ni nin­
guno de sus hijos cumplió la promesa.
Pasaron los años y nadie venía a restaurarlos al Paraíso y al
árbol de la vida. Debe haber sido difícil conservar la esperanza.
¿Qué tenía en mente el Señor cuando les hizo esta promesa en
el jardín? ¿A quién se estaba refiriendo cuando habló de la simiente
de la mujer? Estaba pensando, por supuesto, en su Hijo que un día
vendría a la tierra como un bebé -uno de los hijos de Eva—y lu­
charía contra el gran enemigo. Como Jesucristo, Emanuel, “Dios
con nosotros”, destruiría a Satanás y llevaría otra vez a Adán y Eva
y a todos los que aman a Dios al Edén.
Por supuesto, si Dios les hubiese dicho a Adán y Eva que ten­
drían que esperar miles de años antes de volver a ver su hogar, se
habrían desanimado mucho. Así que les dijo lo suficiente para que
supieran que todo saldría bien al final. Esto alegró su pobre y triste
corazón, y los instó a seguir esperando. Y los hombres han seguido
transmitiéndose unos a otros esa misma bendita esperanza a través
de los siglos.
Sucedió que todas las personas que amaban a Dios —incluso
en esos tiempos antiguos—comenzaron a desear que llegue Jesús.
Por esto Enoc, “el séptimo patriarca a partir de Adán”, dijo:
—“Miren, el Señor viene con millares y millares de sus ángeles
para someter a juicio a todos”.1
Hoy, esa misma esperanza es nuestra. En todas partes, los
niños y las niñas que aman a Jesús esperan ansiosos su regreso.
Porque cuando él venga, la promesa que Dios le hizo a Adán se
78
cumplirá, y “aquella serpiente antigua que se llama Diablo y Sata­
nás”2 será destruida. Entonces, también el Edén, el bello y glorioso
Edén, será restaurado, y los hijos de Dios vivirán allí en perfecta fe­
licidad para siempre. ^
1Judas 1:14, 15.
2 A p o calip sis 12 :9 .
79
SEGUNDA PARTE
0
HISTORIA
7
El prim er bebé
(Génesis 4:1)
C
UAND O Dios creó los peces, las aves y los animales, les dijo:
—“Sean fructíferos y m ultipliqúense”.1
En respuesta a su mandato, pronto aparecieron en los
ríos y los mares miles de peces bebés, desde los más dim inutos hasta
los bebés ballenas y leones marinos. En los árboles y los arbustos del
bosque, aves de toda clase y color comenzaron a construir nidos, a
poner huevos y a incubarlos, como han hecho las aves a través de los
siglos desde aquel entonces.
Las primeras ovejas tuvieron sus primeros corderitos, los pri­
meros osos tuvieron sus primeros oseznos como de peluche, a los
primeros elefantes les nacieron adorables bebés elefantitos, y así su­
cesivamente por toda la creación. Todo el mundo se convirtió en
una inmensa casa cuna con miles de madres y padres que hacían lo
mejor de su parte para alim entar y educar a sus hijos.
A Adán y Eva Dios también les dijo:
- “Sean fructíferos y m ultipliqúense”.2
No quería que estuviesen solos. H abía hecho planes de que tu­
viesen una fam ilia numerosa y disfrutaran del am or y la compañía
de muchos, muchos niños y niñas.
— ILUSTRACIÓN DF RUSSEI.L HARLAM
prim era fam ilia se m antenía m uy ocupada,
án cultivab a la tierra; sus hijos aprendieí a sem brar sem illas que, al crecer, les pro-
Las Bellas H istorias D e La Biblia
Si nos detenemos a pensar, este fue, por lejos, el mayor regalo
de amor de parte de Dios para estos queridos seres creados por su
mano. Mejor que todas las ricas provisiones de oro y plata de la tie­
rra, mejor que toda la amistad de los animales, era la capacidad de
tener niños y niñas, que un día crecerían para ser hombres y muje­
res como ellos.
Este regalo tan precioso tenía la intención de brindarles eterna
felicidad, cuando sus hijos y los hijos de sus hijos vinieran a amarlos
y honrarlos a través de los tiempos.
Cuántos hijos tuvieron Adán y Eva, no lo sabemos. Pero por lo
que se nos cuenta de aquellos lejanos días, podemos estar seguros de
que tuvieron muchísimos. ¡Y qué inteligentes y hermosos deben
haber sido, al ser hijos de estos dos seres majestuosos formados por
el Creador mismo!
¡Cómo habrán resonado sus alegres risitas por las colinas y los
valles mientras corrían alegremente por los campos y los bosques,
jugando con sus amigos los animales! Sin duda, fue la alegría y el
amor de estos queridos niños lo que ayudó a Adán y Eva a soportar
el pesar y la pérdida del Edén.
De todos sus hijos solo conocemos el nombre de tres, que fue­
ron varones. Por supuesto que deben haber tenido niñas en su fa­
milia también, pero sus nombres no se encuentran en la Biblia.
El nombre del primer bebé —el primero que nació en esta tie­
rra—fue Caín. No es raro que sepamos ese nombre, porque los pri­
meros bebés siempre son muy, pero muy importantes, ¿verdad?
¡Cuánto habrán amado Adán y Eva a ese niñito! ¡Cuántas
veces habrán contado los dedos de las manos y de los pies y se ha­
brán asombrado por la belleza de sus ojos, su nariz, sus orejas, su
boca, como todos los padres y madres han admirado a sus prime-
El Primer Bebé
ros bebés desde entonces!
También estoy seguro de que el Hijo de Dios, muchas veces,
habrá mirado con ternura ese suave capullito encantador en los bra­
zos de Eva, porque sabía que, algún día, vendría a vivir entre los
hijos de Adán de esa forma.
¡Qué consuelo debe haber sido el pequeño Caín para los tristes
corazones de sus padres! La sola alegría de mirarlo, de jugar con él y
de amarlo debe haberles ayudado a olvidar sus pesares. Y al pensar
en el día en que crecería y llegaría a ser un muchacho grande y refi­
nado, un joven semejante a su noble padre, ¡qué sueños maravillo­
sos habrán concebido para él, cuántas esperanzas grandiosas para el
futuro que anhelaban en su corazón para este hijo recién nacido!
Pero esto no sucedió así.
En cambio, este tesoro tan preciado, esta alegría de su corazón,
llegó a ser la fuente de su mayor tristeza.
Ellos pensaban que habían pagado el precio del pecado cuando
fueron expulsados del jardín del Edén. Pero solo habían empezado
a pagarlo. Pronto, demasiado pronto, habrían de ver lo que puede
hacer el pecado en la vida de un muchacho, lo que puede hacerle al
hogar de un muchacho, lo que puede hacerle al corazón de sus pa­
dres.
¡Ah, que historia tan triste! Este hermoso bebé, este niño per­
fecto, el primogénito del primer hombre y de la primera mujer de
este mundo, ¡llegó a ser el primer asesino del mundo! 0
1 Génesis 1:22.
2 Génesis 1:28.
\
SEGUNDA PARTE
0
HISTORIA
8
La primera pelea
(Génesis 4:2-8)
L segundo niñito cuyo nombre se encuentra en la Biblia es
Abel. Nació poco después de Caín, porque ambos crecie­
ron juntos.
Deben haber jugado en los bosques y chapoteado juntos en
los arroyos. Quizá fueron los primeros niños en hacer una barca
que flote en la laguna más cercana.
¡Cómo habrán disfrutado en aquellos lejanos días cuando el
mundo era joven y muy hermoso!
Estos dos niños, probablemente, eran líderes en su familia
numerosa y siempre en aumento. Los hermanos y hermanas me­
nores los admiraban y seguían su ejemplo, que sin duda es la razón
de que sus hombres estén registrados, y no el de los demás. Como
eran líderes, su manera de vivir y actuar llegaron a ser muy im­
portantes.
Con el paso del tiempo, los niños crecieron hasta hacerse
grandes y se dedicaron a diferentes ocupaciones. A Caín le en­
cantaba cultivar la tierra. La Biblia dice que “se dedicó a trabajar
la tierra”. Probablemente inventó el primer arado. Y qué entu­
E
85
Las Bellas Historias De La Biblia
siasmo habrá tenido en recoger semillas, sembrarlas y observarlas
crecer hasta convertirse en plantas fuertes, robustas y hermosas.
De Abel se nos dice que prefería trabajar con animales. “Se
dedicó a pastorear ovejas” —el primer pastor—, y me imagino que
habrá cuidado con mucho cariño a los primeros corderitos.
Ambos muchachos fueron instruidos en el conocimiento de
Dios. Probablemente, la mayoría de las historias que les contaba
Eva eran del Edén y de todo lo que sucedía allí, porque esos días
gloriosos en ese maravilloso jardín eran sus recuerdos más precia­
dos. De modo que estos dos muchachos, al igual que todos sus
hijos, escucharon hablar del amante Creador, de la astuta tenta­
ción del diablo, de cómo ella cedió y de todas las cosas tristes que
ocurrieron después. De todas las historias de Eva, la predilecta era
la de la promesa de que, un día, uno de sus hijos aplastaría la ca­
beza de la serpiente y conduciría a la fam ilia de vuelta al Edén.
Todos los niños deben haber abrigado la esperanza de poder ser
ese héroe.
Los niños también aprendieron que debían dar ofrendas a
Dios para mostrarle amor y respeto, y manifestar fe en su pro­
mesa de ayudarlos. Una y otra vez se les dijo que el pecado es tan
odioso, que solo la muerte —el derramamiento de sangre- puede
expiarlo.
“Tiem po después, Caín presentó al Señor una ofrenda del
fruto de la tierra. Abel también presentó al Señor lo mejor de su
rebaño, es decir, los primogénitos con su grasa. Y el Señor miró
con agrado a Abel y a su ofrenda, pero no miró así a Caín ni a su
ofrenda’
La Biblia no dice cómo manifestó Dios su “agrado” por la
■
La Primera Pelea
ofrenda de Abel. Bien puede ser que hizo descender fuego del
cielo sobre el corderito muerto de Abel, que fue consumido. El
hecho es que hubo una diferencia. Era evidente que la ofrenda de
frutas, nueces y verduras de Caín no fue aceptada.
¿Por qué Dios hizo esta diferencia? ¿Por qué “miró con
agrado” a una ofrenda y no a la otra?
Porque, al derramar la sangre de un cordero, Abel reveló que
comprendía el plan de Dios de vencer a Satanás y recuperar el
Edén para el hombre; que solo podía ser mediante la muerte del
“Cordero de Dios”,* el mismo Hijo de Dios.
Caín, indudablemente, comprendía esto tanto como Abel,
pero no podía entender por qué su ofrenda no fue aceptada al
igual que la de su hermano. Y cuando vio que Dios había “acep­
tado” la ofrenda de Abel, mientras que ignoró la suya, se llenó de
celos.
“Por eso Caín se enfureció y andaba cabizbajo”; en otras pa­
labras, demostraba lo que sentía.
Dios vio esas miradas de mal genio, como ve todas las mira­
das malas en la actualidad, y le dijo a Caín:
—“¿Por qué estás tan enojado? ¿Por qué andas cabizbajo? Si hi­
cieras lo bueno, podrías andar con la frente en alto. Pero si haces
lo malo, el pecado te acecha, como una fiera lista para atraparte”.
Dios estaba tratando de ser justo y de mostrarle que no hacía
favoritismo. Caín tuvo la misma oportunidad que Abel. Si hu­
biese traído la misma ofrenda que su hermano, Dios la hubiese
aceptado gustoso como había aceptado la de Abel.
Pero Caín no entraba en razón. El enojo lo encegueció. Pen­
saba que él estaba en lo cierto y que Dios estaba equivocado.
Las Bellas Historias De La Biblia
Más tarde, fue hasta donde estaba Abel en el campo y “habló
con su hermano Abel”. No sabemos lo que le dijo, pero podemos
estar seguros de que no fue algo agradable ni fraternal. Levantó la
voz. M aldijo. Lo acusó falsamente. Fue la primera pelea.
Caín cada vez estaba más furioso hasta que, al final, “atacó a
su hermano y lo m ató”.
La Biblia no nos cuenta si le pegó con el puño, con un garrote
o si lo apuñaló con un cuchillo. Nos queda el cuadro de ese joven
hermoso, cayendo al suelo sin fuerzas.
La muerte había llegado a la familia humana. El primer hogar
se había roto por primera vez.
¡Ay, qué día tan, pero tan triste!
Nadie sabe quién le dio la noticia a Adán y Eva, pero la an­
gustia que les causó debe haber sido terrible. Puedo verlos co­
rriendo hacia el campo manchado de sangre, levantando el pobre
cuerpo entumecido, sin poder creer que nunca más volvería a res­
pirar, que nunca más sonreiría ni volvería a hablar. Y puedo oír
los sollozos desconsolados de esos pobres padres, mientras excla­
maban, como lo hizo David mucho después por Absalón: “¡Ay,
Abel, hijo mío! ¡Hijo mío, Abel, hijo m ío!” 0
* Ju an 1:29.
SEGUNDA PARTE
0
HISTORIA
9
El hombre marcado
(G énesis 4:9-16, 25)
c
AIN se espantó con lo que hizo. Vio que el cuerpo de su
hermano se desplomaba en el suelo y se preguntó qué
había ocurrido, porque nunca antes había visto morir a
un hombre. Entonces, cuando comprendió la espantosa verdad
de que Abel estaba muerto —muerto como el cordero en el altar
que había sido el motivo de toda esta disputa—,su enojo se con­
virtió en temor y remordimiento.
Ahora no podía regresar a su hogar así. No podía enfrentar
a sus padres después de cometer ese acto tan espantoso. Tam­
poco podía enfrentar a sus hermanos y hermanas, porque se eno­
jarían con él y quizá querrían matarlo, como él había matado a
Abel. Tendría que huir lo más lejos posible, y nunca más volver.
Eso es lo que hace el pecado. Separa a los seres queridos, des­
troza la felicidad, quita la paz mental y el gozo del corazón.
Cuando Caín huyó de la escena, escuchó que Dios lo lla­
maba:
—“¿Dónde está tu hermano Abel?”
—“No lo sé —respondió—.¿Acaso soy yo el que debe cuidar a
mi hermano?”
89
Las Bellas Historias De La Biblia
—“¡Q ué has hecho! —exclamó el Señor— Desde la tierra, la
sangre de tu hermano reclam a ju sticia”.
Por supuesto que Dios sabía lo que había ocurrido. N ada se
esconde de él. H abía presenciado ese acto espantoso. H abía visto
la sangre de Abel en la tierra, y esta clam aba por justicia. De
hecho, desde el silencio y la im potencia de la muerte, Abel cla­
maba más fuerte que si estuviese vivo, para que se hiciera algo por
esta gran injusticia.
C aín había quebrantado el sexto m andam iento de la santa
ley de Dios: “No m ates”.* Pero por su orgullo, sus celos, su
enojo, su autosuficiencia y sus m entiras, tam bién había que­
brantado los otros nueve. T enía que ser castigado. Pero ¿cómo?
—“Por eso, ahora quedarás bajo la m aldición de la tierra
-d ijo Dios— Cuando cultives la tierra, no te dará sus frutos, y en
el m undo serás un fugitivo errante”.
En su m isericordia, Dios no le quitó la vida a C aín, pero lo
envió lejos de su hogar y de todo lo que había sido tan querido
El Hombre Marcado
para él, así como había expulsado a A dán y Eva del jard ín del
Edén cuando ellos habían pecado contra él. C aín sería un fugi­
tivo que huye siem pre para salvar su vida, un vagabundo que
nunca se atrevería a establecerse en un lugar.
— Este castigo es más de lo que puedo soportar —exclam ó
C aín al darse cuenta de lo que le había costado su pecado—. H oy
m e condenas al destierro, y nunca más podré estar en tu presen­
cia. A ndaré por el m undo errante como un fugitivo, y cualquiera
que m e encuentre me m atará”.
Pobre C aín, se im aginaba viviendo en constante tem or por
su vida, siem pre huyendo cada vez más lejos del hogar, al que
nunca podría regresar. Dios sintió com pasión por este ¡oven q¿ie
vaxw» aYcv^a
que e ia un\)ét>é, y "\e puso u n a m arca a C aín ,
'La'BíbYia no dice cual era esa m a r c a . " B ie n puede \iát>ei sido
un cam bio en su rostro que el pecado, el rem ordim iento y el
tem or siem pre acarrean. El hecho es que, a p artir de ese m o­
m ento, fue un hom bre diferente, el prim er hom bre m arcado de
la historia. M arcado, no para que pudiese ser atrapado y casti­
gado, sino m arcado por su castigo, para que pudiera librarse de
la m uerte.
La m arca hizo algo más. Le recordaría a C aín, a su esposa, a
sus hijos y a todos los que se encontraran con él cuán terribles son
los resultados del pecado. Era una advertencia para que nadie
optara por ese m al proceder que le había causado tanta tristeza a
él y a sus seres queridos.
“Así C aín se alejó de la presencia del Señor y se fue a vivir a
la región llam ada N od, al este del Edén .
91
Las Bellas H istorias De La Biblia
¿Alguna vez te pusiste a pensar en lo que eso significó para
Adán y Eva?
En un solo día perdieron a dos hijos. Abel estaba muerto; y
Caín, su primogénito, del que habían dependido tanto, y en el
que habían puesto sus esperanzas para el futuro, era un margi­
nado que huía por su vida a tierras desconocidas del oriente para
salvar su vida.
¡Qué día sombrío debe haber sido aquel! Desde aquella es­
pantosa noche en que echaron un último vistazo al Edén y vie­
ron al ángel con la espada ardiente que les impedía regresar,
nunca más habían sentido tanta soledad y desesperación.
Es probable que se hayan preguntado si valía la pena seguir
viviendo y qué sentido tenía seguir esperando.
Sin embargo, la esperanza renació en estos pobres y tristes
corazones. Y, como sucede tan a menudo, vino en la forma de un
bebé, porque fue en este preciso momento que Eva tuvo otro bebito. La Biblia dice: “Y ella tuvo un hijo al que llamó Set, por­
que dijo: ‘Dios me ha concedido otro hijo en lugar de Abel, al
que mató C aín’ ”.
De modo que volvieron a empezar, creyendo y esperando
que este fuera el bebé del que vendría la simiente prometida. ^ 0
* Éxodo 2 0 :1 3 .
SEGUNDA PARTE
HISTO RIA
10
El último cumpleaños de Adán
(Génesis 5)
UANDO nació su pequeñito Set, Adán tenía 130 años.
A nosotros nos parece que era muy viejo, pero no era
viejo en aquellos días. De hecho, Adán recién estaba co­
menzando a vivir. Vivió ochocientos años después de eso.
Puede parecer difícil de creer, pero el último cumpleaños de
Adán fue cuando tenía 930 años. Si hubiese tenido una torta de
cumpleaños con velas como tú, ¡qué espectáculo hubiese sido!
Quizá digas: “¡Nadie pudo haber vivido tanto!” Pero espera
un minuto. Recuerda que Adán fue el primer hombre creado por
Dios mismo el sexto día de la semana de la creación. Por lo tanto,
fue el hombre más perfectamente formado que haya existido. Su
corazón, sus pulmones, sus músculos, formados por las manos de
Dios, fueron hechos para vivir para siempre. De hecho, habrían
durado para siempre si no hubiese pecado. Pero si no fuese por
ese único y triste error, podría haber comido del árbol de la vida
y vivir para siempre.
Además, en el principio de la historia de este mundo, no
había ninguna de las enfermedades que conocemos hoy, que cau­
C
93
Las Bellas H istorias De La Biblia
san tantas muertes en gente joven. Durante cientos de años, pro­
bablemente, Adán nunca supo lo que era estar enfermo. Lo más
probable es que nunca haya tenido un resfrío, ni paperas, ni sa­
rampión, ni varicela, ni siquiera un dolor de muela. Dios lo había
hecho de una forma tan maravillosa, que mantuvo su espléndida
salud y su fortaleza la mayor parte de su larga vida. Solamente la
vejez lo debilitó, ocasionándole finalmente lo que Dios le había
advertido en el Edén, es decir, la muerte, y así regresar al polvo
del que había salido.
Ahora bien, si Adán vivió más de novecientos años, y estoy
seguro de que fue así, entonces debe haber visto crecer no solo a
sus hijos hasta hacerse grandes, sino también a sus nietos, sus bis­
nietos y sus tataranietos.
Para cuando murió, debe haber sido tatara-tatara-tatara-tatara-tatara abuelo. En realidad, no sé cuántos “tatara” poner. Si
por casualidad celebró su cumpleaños número 930 invitando a
todos sus parientes, miles y miles de personas deben haber es­
tado allí.
Como verás, si toda esta gente era descendiente de Adán,
como en realidad lo era, todos estaban emparentados entre sí:
hermanos y hermanas, tíos y tías, sobrinos y sobrinas, primos y
primos segundos. De modo que la población de la tierra en aque­
llos días estaba compuesta por una sola familia, y Adán era el pa­
triarca de todos ellos.
Pero no solo Adán vivió mucho tiempo. Sus hijos también.
Set, aquel niñito que llegó para alegrarle el corazón después de
perder a Caín y a Abel, vivió 912 años. Y uno de los hijos de Set,
llamado Enós, vivió hasta los 905.
94
El Último Cumpleaños D e Adán
'
Otros, que vivieron mucho, mucho tiempo, fueron Cainán,
910 años; M alalel, 895; y Jared, 962. El hombre que más años
vivió de todos fue M atusalén, que vivió hasta los 969 años, casi
mil. Luego vino Lamec, que vivió 777, y Noé, 950.
Puedes leer acerca de estos patriarcas en el capítulo cinco del
libro de Génesis. Cuando lo hagas, toma lápiz y papel y dibuja
líneas para mostrar cuánto vivió cada uno. Puedes usar un cen­
tímetro para por cada 100 años. Hazlo con cuidado y descubri­
rás algunos hechos m uy interesantes.
Primero, notarás que, de los nueve patriarcas mencionados
en este capítulo, ocho vivieron al mismo tiempo que Adán. Solo
Noé nunca lo vio.
Segundo, dos de ellos, M atusalén y Lamec, no solo cono­
cieron a Adán personalmente, sino que vivieron hasta el tiempo
del diluvio.
Tercero, verás que Noé tenía 600 años cuando vino el dilu­
vio, y vivió 350 años más.
Y
¿qué significa esto? Significa que, en aquellos días, todos
deben haber tenido conocimiento de la historia de la creación.
Todos deben haber tenido conocimiento del Edén y de la mara­
villosa bondad de Dios para con Adán y Eva en aquel glorioso
jardín que hizo para ellos. Y es más, todos deben haber conocido
la promesa de Dios de redimir y restaurar todo lo que Adán y Eva
desperdiciaron tan descuidadamente.
La maravillosa historia iba pasando de padre a hijo, de un
patriarca a otro, de modo que nunca había excusa para el pecado,
nunca una razón para que alguien no supiera que Dios lo amaba
con todo su corazón.
SEGUNDA PARTE
0
HISTORIA
11
El hombre que entró en el cielo
(Génesis 5:20-26)
I dibujaste esas líneas que te propuse, verás que una línea es
mucho más corta que todas las demás. Es la línea que marca
la vida de Enoc. Su padre vivió hasta los 962 años, y su hijo
hasta los 969, pero él vivió solo 365 años.
¿Qué pasó? ¿Se enfermó y m urió joven?
No. En realidad, nunca m urió. Esto es lo increíble de Enoc.
La Biblia dice: “Dios se lo llevó”, lo que significa que Dios se lo
llevó consigo sin que tuviese que morir.
Eso es algo que nos hace pensar. Dios no trata a todos de esta
forma. De hecho, hasta donde sepamos, solo dos personas en toda
la historia del m undo —Enoc y Elias—fueron llevados así sin ver la
muerte.
¿Por qué Dios se llevó a Enoc? Debe haber habido una buena
razón para hacer una excepción en su caso. Debe haber habido
algo en este hombre que hizo que Dios lo am ara más que todas las
demás personas de su época.
T al vez digas: ¿Pero no era que Dios am aba m uchísim o a
Adán, su obra maestra de la creación? Claro que sí. Pero Dios per-
S
97
- ILUSTRACIÓN DE RUSSELL HARIAN
►
cera un hom bre m uy bueno. Am aba a Dios
a bondadoso y servicial con los que lo rodeq . A m enudo, se internaba en el bosque para
versar con Dios en medio de la tranquilidad.
Las Bellas H is to r ia s D e La Biblia
mitió que Adán muriera, como dijo que haría, después de haber vi­
vido 930 años.
¿Y Set? ¿No lo amaba especialmente a él también? Por cierto
que sí, pero Dios permitió que muriera después de 912 años. Y así
con todos los demás. Dios los amaba, pero permitió que murieran.
Sin embargo, con Enoc fue diferente. Dios lo amaba tanto,
que no pudo permitir que muriera. Así que se lo llevó, para que vi­
viera para siempre con él.
¿Por qué? La Biblia no nos dice mucho al respecto, pero sí lo
suficiente para que entendamos. Dice: “Enoc tenía sesenta y cinco
años cuando fue padre de M atusalén. Después del nacimiento de
M atusalén, Enoc anduvo fielm ente con Dios trescientos años
más... y como anduvo fielmente con Dios, un día desapareció por­
que Dios se lo llevó”.
¡Ese es el secreto! Cam inó con Dios. Eso es lo que Dios quiso
que Adán hiciese desde el mismo comienzo. No hubo nada que
Dios no hiciese para que Adán caminara con él como lo hizo Enoc,
en vez de olvidarse de él y alejarse. Sin duda nunca habría muerto.
Y
así con Set, Enós, Cainán y todo el resto. Dios quería que
todos ellos caminasen con él, pero ninguno llegó alcanzar com­
pletamente las expectativas divinas.
Solo Enoc. Era diferente de los demás. Am aba a Dios con
todo su corazón. Tenía un propósito: servir a Dios y hacer su vo­
luntad. Pensaba en Dios durante todo el día, y procuraba agra­
darle en cada palabra y acción. Nunca fue egoísta, codicioso, celoso
ni se enojaba, porque creía que esos pensamientos malos no eran
dignos de un hijo de Dios.
No es de extrañarse que Dios se sintiera atraído hacia este que-
98
El Hombre Q ue Entró En El Cielo
rido hombre. Por cierto, casi puedo escuchar a Dios decir: “He
aquí un hombre según mi corazón. Es exactamente lo que esperaba
que fuesen todos los hijos de Adán. ¡Querido Enoc! ¡Qué alma
noble y piadosa!”
“Enoc anduvo fielmente con Dios trescientos años”. Ese es
un tiempo m uy largo; pero Dios lo estaba probando, observán­
dolo cada día, a cada momento. Y cuanto más lo observaba Dios,
más lo amaba. Día tras día, semana tras semana, mes tras mes,
siglo tras siglo, Enoc caminó con Dios, ¡hasta que al fin, en lugar
de morir, siguió caminando hasta el cielo!
¿Qué hizo que Enoc quisiera vivir una vida así? Quizá haya
sido el resultado de una conversación que tuvo con Adán, porque
si recuerdas, Adán todavía estaba vivo en los días de Enoc. Tal vez,
al conocer más del amor de Dios al crear el mundo y al hombre,
se propuso en su corazón amar a Dios sinceramente. Y también
puede ser que haya ocurrido debido a alguna otra cosa.
La Biblia dice que Enoc caminó con Dios “después del naci­
miento de M atusalén”; es decir, después de que naciera su hijito.
Las Bellas H istorias De La Biblia
Tener un hijico significa mucho para la mayoría de los papás, y es
probable que Enoc, al contemplar con amor a su precioso bebé y
al haber meditado en la formidable bondad de Dios al darle un
hijo parecido a él, le haya entregado su corazón a Dios como nunca
antes, y que le haya prometido amarlo y servirlo toda su vida.
Pero sea como fuere, a partir de ese momento, Enoc caminó
con Dios, lo que significa que se mantenía en sintonía con él. Y
mientras caminaban juntos, deben haber conversado de algunas
cosas - “secretos” también—que Dios no podía revelarle a nadie
más.
Fue así que Enoc llegó a tener tanto conocimiento de los pla­
nes de Dios para el futuro, que pudo escribir esa gran profecía: “El
Señor viene con millares y millares de sus ángeles”.1Aunque era
solo “el séptimo patriarca a partir de Adán”, Dios lo ayudó a dis­
cernir claramente, a través de los siglos, ese día maravilloso en que
Jesús vendría en su gloria.
Y
así, después de trescientos años de caminar con Dios de ese
modo, “Dios se lo llevó”. En el Nuevo Testamento leemos que
“Enoc fue sacado de este mundo sin experimentar la muerte... pero
antes de ser llevado recibió testimonio de haber agradado a Dios”.2
¿No es este un legado maravilloso dejado por un hombre?
Agradó a Dios. ¿Podría decirse eso de ti? ¿Tratas de complacerlo
diariamente? ¿Siempre?
¿No es maravilloso caminar con Dios, tratando de compla­
cerlo en cada pensamiento, palabra y hecho? Y si lo hacemos, quién
sabe, quizá algún día, como Enoc, nosotros también llegaremos al
cielo.
1 Judas 1:14.
2 Hebreos 11:5.
100
TERCERA PARTE
Itfistm icM s T)&
Noé
ye/
Diluvio
(Génesis 6:1 a 11:9)
TERCERA PARTE
0
HISTORIA
1
Días tristes y malos
( G énesis 6:1-7)
IENTRAS que Enoc caminó con Dios, la mayoría de
los hijos y los nietos de Adán, no. Anduvieron por sus
propios caminos y se olvidaron completamente de
Dios. Se volvieron egoístas y codiciosos, pendencieros y crueles.
Comenzaron a pelear entre ellos y a matarse unos a otros, así como
Caín había matado a Abel.
Es difícil comprender cómo pudieron haber ocurrido esas cosas
tan cerca en el tiempo después de la creación y de la paz y la armo­
nía del Edén. No obstante, incluso hoy no es raro que los niños y
las niñas estén enojados y sean rebeldes ni bien salen de la iglesia.
Algunos se ponen verdaderamente molestos ni bien termina un
lindo picnic. No pasa mucho tiempo hasta que alguien se olvida de
la bondad y el amor que debieran tener siempre presente.
Así era en los comienzos del mundo. A medida que la gente
se fue alejando cada vez más de Dios, se fue internando cada vez
más en el pecado.
Satanás, que en la forma de una serpiente había engañado a
Adán y Eva en el jardín, se alegró mucho con el dramático giro de
M
103
—
- VSTRACIÓN DE HERBERT RUDEEN
.os días d e E noc no h ab ía ig lesias. Los q u e
-¿ban a D io s c o n stru ía n a lta re s y ad o rab an
- Cuando los hom bres se vo lvieron m alvados,
¡cuidaron el cu lto y co m en zaro n a p elear.
Las Bellas Historias De La Biblia
los acontecimientos. Había tramado arruinar los planes de Dios
para un mundo feliz y hermoso, y ahora estaba teniendo más éxito
de lo esperado. Al oír la promesa de Dios de que la Simiente de la
mujer le aplastaría la cabeza, se propuso que no ocurriera absolu­
tamente nada que tuviese que ver con eso.
La mejor forma de hacerlo, pensó, sería llevar a la mayor can­
tidad posible de los hijos de Adán a desobedecer a Dios, y a hacer
toda clase de cosas que le desagraden. Así que comenzó a tentar­
los de muchas maneras, y los que no estaban viviendo cerca de
Dios, cayeron en sus engaños.
Por experiencia propia, Adán y Eva, tristemente, conocían el
alto precio del pecado e hicieron todo lo posible para advertirles del
peligro a sus hijas y sus hijos caprichosos, y persuadirlos a seguir el
buen camino “que conduce a la vida”.’
Año tras año y siglo tras siglo, se opusieron a la creciente
marea de maldad. Pero era una lucha pedida. Los malvados se en­
valentonaron en su perversidad y se burlaban cada vez más abier­
tamente de los consejos de Adán, diciendo con desdén que estaba
demasiado anticuado para entender a los jóvenes, y rezongaban
cada vez que él trataba de hacerles cumplir los buenos preceptos.
Adán llegó a ver que este mundo, una vez hermoso y pacífico,
estaba habitado por una gran cantidad de gente muy pecadora.
Justo antes de morir, escuchó a Enoc, el hombre que caminó con
Dios, reprender las “malas obras” de los “refunfuñadores” y “cri­
ticones” que “se dejan llevar por sus propias pasiones”.2
Eso ocurría unos 900 años después de la creación. Quinien­
tos años después, las cosas empeoraron aún más. Pera entonces,
había peleas y pleitos por todas partes. Nadie tenía la vida asegu­
104
D ías Tristes Y Malos
rada. La Biblia dice: “La tierra estaba corrompida y llena de vio­
lencia”.
¡Qué triste que haya sido así! Dios se había esforzado mucho
para que este mundo fuese un lugar de encanto, paz y gozo. Ahora,
Satanás casi había arruinado todo.
¡Cuánto pesar debe haber sentido Dios! La Biblia dice: “Al
ver el Señor que la maldad del ser humano en la tierra era m uy
grande, y que todos sus pensamientos tendían siempre hacia el
mal, se arrepintió de haber hecho al ser humano en la tierra, y le
dolió en el corazón”.
En esas últimas palabras alcanzamos a ver la profundidad de
su pesar. ¡Pensaba en lo que podría haber sido si tan solo Adán y
Eva no hubiesen escuchado a la serpiente y si todos sus hijos lo
hubiesen amado y hubiesen caminado con él como lo hizo Enoc!
Con profunda tristeza, Dios se dijo: “Voy a borrar de la tie­
rra al ser humano que he creado. Y haré lo mismo con los anim a­
les, los reptiles y las aves del cielo. ¡M e arrepiento de haberlos
creado!”
Las condiciones deben haber llegado a ser m uy terribles, real-
Las B ellas H isto ria s D e La B ib lia
mente, para que Dios diga eso. ¡Cómo debe haberle dolido tener
que pensar en destruir a todas las criaturas y todas las cosas her­
mosas que había hecho tan poco tiempo antes!
No obstante, aún ahora su corazón amor infinito se contuvo
de llevar a cabo un juicio tan espantoso, por más que fuese nece­
sario. Quizá todavía había algunos que se volverían a él, si se les
dada una oportunidad más. Si hubiese solo un puñado, incluso
dos o tres, estaba dispuesto a esperar.
—'"‘M i espíritu no permanecerá en el ser humano para siempre
—dijo—, por eso vivirá solamente ciento veinte años”.
En otras palabras, él esperaría ese tiempo, ciento veinte años,
para ver si alguno le haría caso a su llamado de arrepentimiento.
Pero ahora, si habría de hacerse un llamado, debía encontrar
a alguien para darlo. Pero ¿quién? Si la mayoría de los hijos de
Adán seguían los caminos de Satanás, ¿a quién se le podría confiar
una tarea tan importante? ¿Todavía quedaría alguien que pudiera
dar el últim o mensaje de misericordia de Dios a un mundo con-
T E R C E R A PA RTE
0
H IS T O R IA
2
El constructor naval de Dios
(G én esis 6 :9 -1 7 , 2 2 )
L buscar a alguien que le contara a la gente lo que pensaba
hacer, Dios pensó en Noé, el último de los diez patriarcas
antiguos, ahora con casi 500 años.
Entusiasta, alerta y vigoroso, era uno de los hombres más sa­
bios de sus días. Además, en medio de todo el mal que lo rodeaba,
permanecía leal a Dios y a la justicia. La Biblia dice: “Noé era un
hombre justo y honrado entre su gente. Siempre anduvo fielmente
con Dios”.
En esto era como Enoc, e indudablemente por eso Dios lo eli­
gió para su tarea más importante, y finalmente lo salvó a él y a su
familia del diluvio.
No se nos dice cuál era el trabajo habitual de Noé. Quizá era
agricultor, como muchos de sus parientes. Pero tal vez haya sido
constructor, o a lo mejor constructor de barcos, porque en aquella
época la gente seguramente tenía barcos de muchas clases en sus
hermosos lagos y ríos. Por cierto que era un gran diseñador, sino
nunca podría haber llevado a cabo las instrucciones de Dios para
construir el arca.
A
107
Las Bellas H isto ria s De La B ib lia
Un d ía —uno de los grandes días de la historia—, Dios se acercó
a Noé y le dijo:
—“He decidido acabar con toda la gente, pues por causa de ella
la tierra está llena de violencia... Porque voy a enviar un diluvio
sobre la tierra, para destruir a todos los seres vivientes bajo el cielo.
Todo lo que existe en la tierra, m orirá”.
Esto debe haber entristecido al anciano. Sabía que la gente que
lo rodeaba era mala, que necesitaba ser castigada, pero la destruc­
ción de todos ellos y de todo ese hermoso mundo era algo dema­
siado terrible para sus pensamientos.
Pero aunque Dios habló de castigo, también habló de una sa­
lida que todos podían tomar, si lo deseaban.
—“Construyete un arca de madera resinosa —dijo”.
¡Un arca! Eso significaba algo que flotaría. Un barco, como di­
ríamos nosotros. Pero ¿sería suficientemente largo para contener a
todo el que quisiera hallar refugio en él?
Noé debe haberse sorprendido con las cifras que Dios le dio
para trabajar. No era un pequeño bote salvavidas el que tenía en
mente, sino un enorme navio, tan grande como un barco de gue­
rra moderno. Debía tener “las siguientes medidas: ciento cuarenta
metros de largo, veintitrés de ancho y catorce de alto”, casi tan
grande como alguno de los transatlánticos actuales. El United Sta­
tes, orgullo de la flota mercante estadounidense, tiene 300 metros
de largo, 31 metros de ancho y 37 metros desde la quilla hasta la
El Constructor Naval D e Dios
parte superior. Tiene doce cubiertas y una tripulación de 1.000.
En épocas de guerra, podría transportar a 14.000 soldados.
¿Por qué Dios le pidió a Noé que construyera una embarcación
tan grande? Primero, porque quería que todas las personas supie­
ran que había lugar para ellas en le arca, si deseaban salvarse. Se­
gundo, porque planeaba preservar una gran cantidad de aves y
animales en ella. Y tercero, porque sabía que tendría que soportar
las peores tormentas y los mares más embravecidos de todos los
tiempos.
Cuando Noé quedó solo, debe haber pensado por bastante
tiempo lo que Dios le había pedido que hiciera. ¡Cuántos árboles
tendría que talar y transportar hasta el astillero! Imagínate todo lo
que tendría que aserrar, planificar y determinar. Y todos los hom­
bres que tendría que contratar, ¡y pagarles! Era una enorme res­
ponsabilidad para cualquier hombre.
¡Y luego Noé debe haberse preguntado qué pensarían todos
cuando lo vieran construir un barco de 140 metros de largo! Lo
más probable es que lo trataran de loco, porque desperdiciaba di­
nero en una idea descabellada. Pero “Noé hizo todo según lo que
Dios le había mandado”. Los que caminan con Dios hacen exacta­
mente eso, sin importar lo que los demás opinen de ellos.
De modo que Noé se puso a trabajar, a dibujar los planos, a
preparar la madera y a tender la quilla.
Al comienzo, los vecinos probablemente no le prestaron mucha
atención. Pero con el paso de los años, a medida que las grandes cos­
tillas de madera del barco se iban asegurando en su lugar, y se hacía
evidente que lo que estaba construyendo era un barco y no un gra-
“
Las Bellas Historias De La Biblia
ñero, comenzaron a burlarse de él. ¡Cómo se reían! Porque no en­
contraban razón para construir semejante cosa. ¿Para qué querría al­
guien un barco tan grande? Y es probable que también descreyeran
que flotara, aun cuando Noé pudiera arrastrarlo hasta el agua.
Noé trató de explicarles, pero fue inútil. A medida que la gente
acudía para verlo trabajar, él les advertía del diluvio que vendría, y
les contaba que Dios le había dicho que construyera un lugar de re­
fugio para los que quisieran salvarse.
Sin embargo, cuanto más trataba de explicarles, más se burla­
ban de él. Pero él igualmente seguía construyendo y predicando,
mientras los últimos años de ese hermoso mundo pasaban vo­
lando.
La marcha de los animales
(G énesis 7:1-16)
AN pasado 120 años desde que Noé comenzó a construir
el arca. El gran barco está terminado. Con 14 de alto y
140 metros de largo, se ha convertido en monumento vi­
sible a varios kilómetros a la redonda.
Todos están enterados, aunque se han acostumbrado tanto a
ella, que ya no se molestan más en ir a verla. Solo la señalan sonriéndose y dicen:
-¡Es un capricho de Noé!
El inmenso barco se ve desolado y deshabitado, porque solo
Noé y su familia continúan con esto. Todos los obreros contrata­
dos se han ido. Solo trabajaron por la paga y, ahora, una vez ter­
minada la obra, se han ido a su casa. En realidad, nunca creyeron
en el mensaje de Noé.
La enorme puerta del arca está abierta, como si invitara a todos
a entrar y a hallar seguridad. Pero no viene nadie.
Hay un extraño silencio por todas partes, que se rompe solo
por el sonido de los pies retumbantes de Noé y de sus hijos que ca­
minan por la embarcación vacía, asegurándose de que todo esté
H
111
v* ■
firme, fuerte y hermético.
D urante 120 años, el anciano patriarca
predicado sobre la destrucción venidera, pero, ahora, en
ninguna parte hay más tranquilidad que aquí alrededor del arca.
N i siquiera se puede oír el sonido de una sierra ni de un m artillo.
¿Será que N oé com etió un error? ¿Será que entendió mal lo
que le dijo Dios? Q uizá no ocurra nada después de todo. T al vez
malgastó su tiempo y su dinero. A lo mejor, el arca se pudrirá donde
está, con el tiempo.
¡Pero mira! ¡Está ocurriendo algo! ¡Fíjate en esos anim ales de
allá! Parece que se encam inan hacia el arca. ¡Sí! Y ahora vienen otros
más de todas direcciones. ¿Q ué significará?
Ahora, la gente corre para observar el asombroso espectáculo,
m ientras todo tipo de anim ales, evidentem ente guiados por alguna
mano invisible, se dirigen hacia el arca, suben por la ram pa y entran
por la puerta abierta.
Los enormes elefantes se mueven pesadam ente y hacen crujir
las maderas, m ientras suben, seguidos de tigres y osos gruñones y
112
La Marcha De Los Animales
ovejas que balan. Detrás de ellos hay zebras, antílopes, canguros,
pandas, burros, cabras y una infinidad de otros, mientras las ardi­
llas, las zarigüeyas, los castores y toda clase de pequeñas criaturas co­
rretean entre los grandes.
¡Qué espectáculo! Nunca antes había ocurrido algo así. No
obstante, aún entonces la gente que se queda mirando asombrada
no entiende. Piensan que es todo muy raro. Noé, dicen ellos, ha de­
cidido convertir su arca en un zoológico, al ver que no pudo hacerla
flotar.
Pero cuando el último de los animales pasa por la puerta, Noé
Las Bellas Historias De La Biblia
se para al lado del arca y hace un llam ado final a la gente para que
lo acom pañe a entrar.
—¡Se viene un gran diluvio! —exclama—. Todo el m undo está a
punto de ser destruido. Por eso han venido los anim ales. Ellos en­
tienden. ¡Vengan! ¡Vengan antes de que sea demasiado tarde!
Pero a pesar de todo, nadie responde. Se vuelven a reír de él.
—Vete a vivir con tus anim ales —se burlan, mientras regresan a
sus hogares y a sus pecados.
Ahora, Dios le vuelve a hablar a Noé.
—“Entra en el arca con toda tu fam ilia, porque tú eres el único
hombre justo que he encontrado en esta generación —dice—. Porque
dentro de siete días haré que llueva sobre la tierra durante cuarenta
días y cuarenta noches, y así borraré de la faz de la tierra a todo ser
viviente que hice”.
N o hay nada más por hacer. La gente tuvo su oportunidad.
Recibió la advertencia. Pero no les importó. Enceguecidos por el pe­
cado, autosuficientes y obstinados en seguir en sus malos caminos,
ni siquiera quieren salvarse. Hacen oídos sordos al mensaje de Dios.
De modo que Noé los deja. La Biblia dice: “Entonces entró en
el arca junto con sus hijos, su esposa y sus nueras, para salvarse de las
aguas del diluvio. De los animales puros e impuros, de las aves y de
todos los seres que se arrastran por el suelo, entraron con Noé por
parejas, el macho y su hembra, tal como Dios se lo había m andado”.
“Luego, el Señor cerró la puerta del arca”.
M ientras la enorm e puerta se cierra silenciosa y m isteriosa­
mente, em pujada por una mano invisible, Noé echa un últim o vis­
tazo al hermoso m undo exterior, el m undo que nunca más volverá
a ver. 0
TERCERA PARTE
HISTORIA
4
Se abren las compuertas del cielo
(Génesis 7:10-20)
ENTRO del arca, Noé espera y se cuestiona. Durante siete
días interminables, su fe es probada. ¿Habrá hecho bien?
¿Habrá predicado la verdad? El diluvio ¿ocurrirá realmente
como lo predijo?
Afuera, algunos también comienzan a hacerse preguntas. Les
preocupan las puertas cerradas. Quizá debieran haberle hecho caso
a Noé y haber entrado. Tal vez el viejo tenía razón, después de todo.
Pero como no sucede nada, pronto se recuperan de sus temores y
vuelven a sonreír, pensando en Noé allí adentro, con todos esos ani­
males.
Pasan los días. Los últimos días del mundo. Tres, cuatro, cinco,
seis.
El séptimo día, de madrugada, en vez de un sol brillante, el cielo
se cubre de funestos nubarrones negros. H ay relámpagos y truenos.
Comienzan a caer gotas de agua. Está lloviendo por primera vez en
la historia del mundo. ¡Agua del cielo! ¡Así como dijo Noé que ocu­
rriría! El anciano predicador tenía razón, después de todo.
Ahora llueve torrencialmente, y aum enta la intensidad a cada
minuto. El agua comienza a caer a cántaros de los techos de las casas
D
Las Bellas Historias De La Biblia
y a correr por los caminos. Los arroyos se llenan y se desbordan. Los
terrenos bajos se empantanan.
Ahora, hay agua por todos lados. Las calles, los sótanos, las plan­
tas bajas de las casas están todos inundados. La gente comienza a
subir por las escaleras hasta los tejados. Algunos miran en dirección
al arca y se cuestionan por qué no habrán entrado mientras la puerta
todavía estaba abierta. Otros abandonan sus hogares y huyen a te­
rrenos más elevados. Pero el agua los sigue.
—¡Es el diluvio! —gritan—, ¡El diluvio de Noé se nos viene encima!
Pero aún falta lo peor.
¡M ira allá! ¿Qué podrá ser eso? Una muralla de agua que avanza
desde el mar. ¡Un maremoto!
Ahora, todos corren por su vida. Se trepan a los árboles y se
apresuran desesperadamente a subir por las laderas de los montes.
Pero el agua todavía sigue subiendo.
No hay escapatoria, porque “precisamente en el día... se re­
ventaron las fuentes del mar profundo y se abrieron las compuer-
Se A bren Las Com puertas D el C ielo
tas del cielo”.
Ahora algunos tratan trepar por los costados empinados del arca
y golpean frenéticamente la puerta.
-¡A bran! -c la m a n -. ¡Abran la puerta! ¡Déjennos entrar! ¡Nos
arrepentimos de nuestros pecados!
Pero es demasiado tarde para arrepentirse ahora.
El agua sube, sube y sube con rapidez. Las casas son arrasadas.
Los bosques desaparecen. Las montañas se convierten en islas y luego
son ocultadas por las olas.
Los grupos de personas presas del pánico que se aferran deses­
peradamente a las últim as rocas altas se van reduciendo. Primero
uno, después otro, pierden agarre y son lanzados en los mares em ­
bravecidos.
El agua se eleva cada vez más hasta que, finalmente, cubre hasta
“las montañas más altas”.
M ientras tanto, el m ar azotado por el vendaval se encrespa al­
rededor del arca, la embiste, la arrastra, la salpica.
El imponente barco se bambolea, vira y se eleva. ¡Se hace a la
mar!
¡Sí! Con su preciosa carga de vida se dirige del viejo m undo al
nuevo. 0
TERCERA PARTE
HISTORIA
5
La travesía más extraña de la historia
(Génesis 7:17 a 8:14)
ESISTIENDO las aguas enfurecidas, el arca es impulsada
por corrientes violentas y vientos huracanados en la travesía
más extraña de la historia.
Solo un navio con la más sólida construcción y el trabajo más
esmerado podría haber soportado el ímpetu y las presiones de aque­
llos primeros días y noches cuando, con sismos espantosos, “las fuen­
tes del mar profundo” se rompieron y “las compuertas del cielo”
derramaron su diluvio mortal.
No había ningún lugar donde pudiera ir el arca, ningún puerto
por ninguna parte, porque “tanto crecieron las aguas, que cubrieron
las montañas más altas que hay debajo de los cielos”. Así que iba a
la deriva de aquí para allá, balanceándose y agitándose de un lado al
otro, mientras las aterradoras corrientes “crecían y aumentaban”.
Ascendía para chocarse contra una ola gigantesca y caía nueva­
mente en la depresión de las olas, solo para encontrarse con otra al­
tísima ola blanca y espumosa que se le venía encima. Vez tras vez
debe haber sido embestida por enormes murallas de agua que la ba­
rrían de popa a proa. Los árboles y troncos flotantes deben haber
R
La Travesía Más Extraña D e La Historia
sido u n p elig ro co n stan te. Es u n m ila g ro q u e no h a y a zo zobrado ni
se h a y a h u n d id o .
Las co n d icio n es d e su in terio r eran d ifíciles d e so p o rtar: las v io ­
len tas sa c u d id a s, la falta d e lu z y d e a ire fresco. Lo p eo r d e to do era
la in c e rtid u m b re , la in cesan te p re g u n ta d e có m o te rm in a ría todo.
P o r m ás g ra n d e q u e h a y a sid o el arca, N o é y su fa m ilia eran los
ú n ico s p asajero s. H a b ía lu g a r p ara c ie n to s, pero n a d ie m ás q u iso
su b ir ab o rd o . Y ah o ra todos los q u e se h a b ía n n eg ad o a h acerlo p e­
recieron ah o gad o s. T o d o s. H o m b re s y m u jeres, n iñ o s y n iñ as. E n
todo el vasto m u n d o n o q u e d ó n in g ú n rastro d e v id a . El m u n d o
an tig u o h a b ía d esap arecid o c o m p le ta m e n te b ajo m iles d e m illo n es
d e to n e la d a s d e a g u a . “A sí m u rió to d o ser v iv ie n te q u e se m o v ía
sobre la tierra: las aves, los a n im a le s salvajes y d o m éstico s, to do tip o
d e a n im a l q u e se arrastrab a p o r el su elo , y to do ser h u m a n o ... Só lo
q u ed aro n N o é y los q u e estab an co n él e n el a rc a ”.
¡C ó m o d eb e h ab er v ig ila d o D io s el a rca a través d e to d a esta es­
p an to sa ex p erien cia!
¿A lg u n a vez te p u siste a p en sar c u á n to sig n ific ó esto p a ra él?
I odas sus esperanzas y sus p lan es p ara el m u n d o d e p e n d ía n d e ese
p u ñ a d ito d e g en te en su in terio r. So lo a través d e ellos se p o d rían
c u m p lir su s p ro m esas. So lo p o r m e d io d e a lg u ie n q u e h ab ía en ese
barco sa c u d id o p o r la tem p estad la S im ie n te d e la m u je r a lg ú n d ía
p o d ría a p la sta r la cab eza d e la serp ien te.
tempestad! De habedo logrado, habría logrado frustrar el propósito
de Dios. Pero el arca no se hundió. Milagrosamente, soportó la tem“Dios se acordó entonces de Noé y de todos los animales sal­
vajes y domésticos que estaban con él en el arca... Se cerraron las
fuentes del mar profundo y las compuertas del cielo... el arca se de­
tuvo sobre las montañas de Ararat”.
120
La Travesía Más Extraña De La Historia
N o obstante, aun después de que el arca hubo tocado tierra, todavía no hab ía tierra a la vista; solo agua, agua por todas partes.
El cese de m ovim iento, la creciente caim a, el hecho de que no
hubiese más olas grandes que azotaran los costados, le indicó a N oé
que lo peor del diluvio había pasado y que el agua debía estar ba­
jando.
“Y las aguas siguieron bajando hasta que el p rim er d ía del mes
décim o pudiero n verse las cim as de las m o ntañas”.
¡Q ué día fue aquel! ¡Y qué grito debe haber salido de los ocho
pasajeros ante la grata vista!
—¡Tierra! ¡T ierra! —deben haber exclam ado, con la alegría de los
que han estado en el m ar d uran te m ucho tiem po.
A hora N oé “abrió la ven tana del arca que h abía hecho” y soltó
dos aves, prim ero un cuervo, después una palom a. El cuervo voló
feliz “de un lado a otro”, pero regresó. Siete días después, dejó salir
un a palo m a, que fin alm en te volvió. N oé d ecidió esperar otra se­
m ana m ás para ver cuánto había descendido el agua para entonces.
Al final de la sem ana, soltó la palom a nuevam ente. Esta vez re­
gresó con una hoja de olivo en el pico. T odos se alegraron por ello,
porque eso dem ostraba que no solo seguía bajando el agua, sino que
todavía quedaban algunos árboles en pie.
N oé esperó otra sem ana y entonces volvió a enviar la palom a.
Esta vez no volvió, y N oé se dio cu en ta de que ahora ya h ab ría
m ucha tierra libre de agua. D e m odo que “N oé quitó la cubierta del
arca y vio que la tierra estaba seca”.
La lluvia había cesado y el sol brillab a entre las nubes. El d ilu ­
vio había term inado. Y la travesía m ás extraña de la historia había lle­
gado a su fin, pues el arca descansó por fin sobre la cum bre de un
m onte de Asia M en o r. 0
121
TE R C E RA PARTE
0
H IST O R IA
6
Volver a empezar
( Génesis 8:15-22; 9 :1-17 )
H O R A , lle g ó el g ra n m o m e n to e sp e rad o d u ra n te tan to
tie m p o p o r to d o s los d el arca: la a p e rtu ra d e la g ra n p u e rta
q u e D io s h a b ía cerrad o .
S in d u d a , N o é y sus tres h ijo s trataro n d e q u ita rla . F in a lm e n te ,
se a b rió co n u n fu erte c h irrid o , co m o si fuese m o v id a p o r la m is m a
m a n o p o d ero sa q u e la h a b ía cerrad o . ¡C u á n co n ten to s d eb en h ab er
estad o to d o s d e s a lir y v o lv er a re sp irar a ire fresco y d u lce!
T a n a g ra d e c id o estab a N o é p o r la fo rm a en q u e D io s lo h a b ía
salvad o a él y a su fa m ilia d el d ilu v io , q u e lo p rim ero q u e h izo al des­
e m b a rc a r fue c o n stru ir u n a lta r y , sob re él, o frecer en sacrificio “a n i­
m ales p u ro s y aves p u ra s ”.
Y
en ese m o m e n to , c u a n d o los ú n ic o s a n im a le s q u e ex istían
en to d o el m u n d o eran los q u e se h a b ía n salv ad o co n él en el arca,
ese era u n v erd ad ero sacrificio .
D io s estab a ta n c o m p la c id o q u e N o é h a y a reco rd ad o a g ra d e ­
cerle p o r su lib e ra c ió n , q u e d ijo :
—“N u n c a m á s v o lv eré a m a ld e c ir la tie rra p o r c u lp a s u y a ...
M ie n tra s la tie rra ex ista, h a b rá sie m b ra y co sech a, frío y calo r, v e­
ran o e in v ie rn o , y d ías y n o ch es”.
A
122
Volver A Empezar
Ahora, a la orden de Dios, todas las demás aves y bestias que­
daron en libertad. ¡Qué espectáculo debe haber sido! ¡Qué ruido
habrán hecho al batir las alas, mientras las grandes águilas, las ci­
güeñas, las garzas y los flamencos se lanzaban al aire a volar hacia la
libertad, mientras que los petirrojos, los gorriones, los zorzales y los
jilgueros revoloteaban y saltaban detrás de ellos! ¡Cómo habrán tri­
nado los ruiseñores, cómo habrán graznado los mirlos y cómo ha­
brán entonado los sinsontes el canto de todas las aves a la vez en el
momento de la feliz liberación!
Leones y tigres, búfalos e hipopótamos, elefantes y jirafas, ove­
jas y cabras, perros y gatos; todos se habrán precipitado hacia la
enorme puerta, empujándose unos a otros al descender por la
rampa en su ansiedad por salir al aire libre otra vez. Y qué ruido
deben haber hecho mientras cada uno expresaba su alegría. ¡Los le­
ones rugían, los elefantes barritaban, los caballos relinchaban, los
bueyes mugían, los burros rebuznaban y todos los perritos ladraban
a más no poder!
Muchos de los animales desaparecieron inmediatamente, co­
rriendo cuesta abajo por la ladera de la montaña, hasta que se per­
dieron de vista. Otros se quedaron cerca, prefiriendo la compañía
humana, y Noé quizá se preguntaba qué haría con tantos si conti­
nuaban permaneciendo cerca del arca. Pero de dos en dos, y grupo
tras grupo, comenzaron a dispersarse, dirigiéndose hacia el Norte,
el Sur, el Este y el Oeste, buscando comida y cobijo. Finalmente,
solo quedaron algunas vacas, ovejas, cabras y, por supuesto, los pe­
rritos y los garitos.
Mientras tanto, Noé y su familia observaban el lugar desértico
al que los había llevado el arca. Era una triste escena de desolación.
aguas. Había enormes árboles arrancados de raíz. Las encantadoras
colinas habían sido barridas y no quedaba nada más que la roca
desnuda. Las montañas habían quedado con cicatrices y picos. Las
planicies, que en otro tiempo habían sido fructíferas, se habían con­
vertido en desiertos.
No se veía ninguna vivienda humana por ningún lado. No
quedaba ni el menor rastro de todas las hermosas casas que recor­
daban. Toda había sido aplastado por las gigantescas olas que arra­
saron con todo cuando comenzó el diluvio. Fue suficiente para
descorazonarlos.
Mientras estaban allí parados, viendo la desoladora escena, sin­
tieron que la tierra se sacudió bajo sus pies, porque debe haber ha­
bido más de un sismo al asentarse la tierra después de las enormes
erupciones, cuando “se reventaron las fuentes del mar profundo y
se abrieron las compuertas del cielo”. Sin duda, se sintieron ate­
morizados y solos en esa ladera que temblaba bajo sus pies. Bien
pueden haberse preguntado qué cosa terrible estaba a punto de su­
ceder.
De repente, Noé miró hacia arriba y, allí en el cielo, vio algo
que nunca antes había visto. Como si tratara de rodear la arruinada
tierra con sus brazos de amor, se reflejaba un glorioso y resplande­
ciente arco de muchos colores.
Casi sin poder respirar, todos se quedaron mirándolo, mudos
de asombro. ¿Qué era eso? ¿Qué podría significar?
Era el primer arco iris.
Y
mientras contemplaban fascinados, Dios se acercó a ellos y
les dijo:
- “He colocado mi arco iris en las nubes, el cual servirá como
señal de mi pacto con la tierra. Cuando yo cubra la tierra de nubes,
y en ellas aparezca el arco iris, me acordaré del pacto que he esta­
blecido con ustedes y con todos los seres vivientes. Nunca más las
aguas se convertirán en un diluvio para destruir a todos los morta­
les. Cada vez que aparezca el arco iris entre las nubes, yo lo veré y
me acordaré del pacto que establecí para siempre con todos los seres
vivientes que hay sobre la tierra”.
En otras palabras, Dios les estaba diciendo: “No me olvidé de
ustedes. Ni tampoco nunca me olvidaré de ustedes y de las pro­
mesas que les hice. Cuando ustedes y yo veamos el arco iris, nos re­
cordaremos mutuam ente”.
Solo un Dios de amor podría haber pensado en hablarle a sus
hijos de esa forma en un momento como ese. Después de haber
perdido todo -dinero, casas, todo excepto la vida misma y lo que
habían llevado consigo en el arca-, estos pobres peregrinos sin hogar
seguramente necesitaban un mensaje de consuelo y de esperanza
como este.
Pero ahora, al haberse alegrado su corazón y al haberse reno­
vado su valor, se dijeron nuevamente que, finalmente, todo saldría
bien. ¡Qué bueno es saber que Dios todavía estaba con ellos, que
Dios todavía los amaba! Y así, de la mano de él, avanzaron a través
del resplandeciente arco que los cubría para construir un mundo
nuevo con él. ^
125
TE R CE RA PARTE
H IST O R IA
7
El primer rascacielos
(Génesis 10; 11:1-10 )
A D IE sab e c u á n to tie m p o se q u e d a ro n N o é y su fa m ilia
so b re el m o n te A ra ra t. Es m u y p ro b a b le q u e se h a y a n
q u e d a d o a llí d u r a n te m u c h o tie m p o , u sa n d o el a rc a
co m o d e p ó sito d e los a lim e n to s y las se m illa s q u e h a b ía n llev ad o
co n sigo .
D e h ech o , no h a b ía otro lu g a r d o n d e p u d iera n viv ir. N o h a b ía
casas n i ed ific io s d e n in g ú n tip o . D e m o d o q u e se q u e d a ro n a llí
m ie n tra s S e m , C a m y Ja fe t salían a ex p lo rar los valles cercan o s en
b u sca d e u n lu g a r p ara estab lecerse y c o m e n z a r a c u ltiv a r n u e v a ­
m en te.
A l c o m en z ar el descen so d e la m o n ta ñ a , m ás de u n a vez d eb en
h ab erse d e te n id o a c o n te m p la r co n tristeza el g ran b arco q u e h a b ía
sig n ifica d o ta n to p ara ellos d u ra n te m u ch o s año s, h asta q u e fin a l­
m e n te se o c u ltó d e su vista tras la n ie b la q u e c u b ría la c im a . N o sa­
b em o s si a lg u n a vez re g resaro n o q u é pasó co n él. Q u iz á q u e d ó
sep u ltad o b ajo la p ro fu n d a n iev e q u e cayó lu eg o sob re ella, y fin a l­
m e n te se d esin te g ró .
L a m a rc h a d e descen so era d ifíc il, p o rq u e no h a b ía n in g ú n ca-
N
126
El Primer Rascacielos
mino, por supuesto, ni siquiera un sendero. Tenían que trepar rocas
escabrosas, piedras enormes y árboles caídos. En las depresiones de
los cerros, se encontraban con grandes masas de agua y enormes
extensiones de terreno pantanoso. A cada paso del camino veían
evidencias claras de la tremenda destrucción causada por el dilu­
vio. Por todas partes parecía haber señales recientes de la maldición
que el pecado había provocado.
Pero no había tiempo que perder. Necesitaban construir un
nuevo hogar, y rápido, porque había un bebé en camino. La Biblia
dice que Arfaxad nació “dos años después del diluvio”. Era el hijito
de Sem y el nieto de Noé y, cuando nació, estoy seguro de que Noé
estaba m uy orgulloso de él. Este es el primer bebé que se menciona
en la Biblia nacido en el nuevo mundo.
Pero no fue el único bebé que nació en aquellos tiempos. M u­
chos otros bebés nacieron después de él. Sem, Cam y Jafet, todos
tuvieron familias numerosas. Pronto, el primer hogar que constru­
yeron no tenía lugar suficiente para alojarlos a todos, y comenzaron
a esparcirse en todas direcciones. Cuando los hijos crecían y se ca­
saban, ellos también se marchaban para establecer sus propios ho­
gares. Así, lentamente al comienzo, luego cada vez más rápido, la
tierra comenzó a repoblarse.
Para fines del primer siglo después del diluvio, la familia de
Noé había aumentado a cientos de familias y muchísimos niños.
Bien podrían haber sido medio millón de personas en la tierra.
Una de las grandes cuestiones que estaba en boca de todos era
dónde vivir. ¿Deberían dividirse e irse a alguna parte distante e in­
explorada del mundo o quedarse cerca de su hogar? La mayoría de­
cidió que preferían seguir juntos. Nadie quería irse demasiado lejos
Las Bellas Historias De La Biblia
del bisabuelo Noé que, como recordarás, vivió 350 años después del
diluvio.
Muchas veces deben haber conversado acerca de lo que Noé y
sus hijos habían conocido antes del diluvio, y cómo fue destruido
por causa del pecado. ¡Qué historias maravillosas podía contar Noé
en aquellos días!
Nadie dudaba del diluvio entonces. El acontecimiento era de­
masiado reciente. Y si alguien dudaba de la autenticidad de la his­
toria del arca, podía escalar el monte Ararat y verlo con sus propios
ojos.
Un día, alguien presentó una inquietud. ¿Cómo sabemos que
no habrá otro diluvio que nos haga perecer ahogados como nues­
tros antepasados?
-Pero está el arco iris -respondió alguien-. Cuando lo vemos,
debemos recordar la promesa de Dios de que nunca más destruirá
la tierra con un diluvio.
-P ero no es razonable confiar nuestro futuro y el futuro de
nuestros hijos en el arco iris —sugirió otro-. Debiéramos hacer algo
al respecto y ponernos a salvo, en caso de que venga otro diluvio.
Y
así, “un día se dijeron unos a otros: ‘Vamos a hacer ladrillos,
y a cocerlos al fuego’. Fue así como usaron ladrillos en vez de pie­
dras, y asfalto en vez de mezcla. Luego dijeron: ‘Construyamos una
ciudad con una torre que llegue hasta el cielo. De ese modo nos
haremos famosos y evitaremos ser dispersados por toda la tierra’ ”.
La idea prendió. Liderados por N im rod, el “valiente caza­
dor”, pronto todos se pusieron a ayudar a hacer ladrillos y a lle­
varlos hasta el lugar de la construcción. Ese “todos” no incluía a
Noé y a algunos otros que recordaban las promesas de Dios y
128
El Primer Rascacielos
n it s m s ii u a iii i
confiaban en que él las cum pliría.
Construir una torre que traspasara las nubes era una tarea co­
losal y debe haberles llevado mucho tiempo y esfuerzo. Pero gra­
dualmente comenzó a tomar forma. Semana tras semana, y mes
tras mes, el primer rascacielos del mundo se elevaba sobre la llanura
de Sinar.
A medida que se hacía cada vez más alta, con largas filas de
gente que con paciencia subía los ladrillos por las empinadas ram­
pas, todos se sentían complacidos. Ahora podían construir una gran
ciudad alrededor de esta torre y tener un lugar seguro para refu­
giarse en caso de que viniera otro diluvio sobre ellos.
Pero Dios no estaba complacido. No le gusta que duden de su
palabra, al igual que a ti y a mí.
La Biblia dice que “el Señor bajó para observar la ciudad y la
torre que los hombres estaban construyendo”.
De entre todos los cientos de atareados constructores, ninguno
se dio cuenta de que Dios estaba tan cerca. Pero allí estaba, junto a
ellos. Pensaron que todo estaba marchando bien sin él, pero en re­
alidad no era así. Nunca es prudente olvidarse de Dios, porque él
ve y sabe todo lo que hacemos.
¿Y qué pensaba Dios de la torre que la gente estaba constru­
yendo? No mucho. Por cierto, debe haberle parecido muy pequeña
y miserable en comparación con los imponentes Himalayas de la
India, los altísimos Alpes de Suiza, los elevados Andes de América
del Sur y las Montañas Rocallosas de Norteamérica que él creó!
¡Qué lamentable montoncito de tierra era ese, después de todo!
Sin embargo, era peligroso. Dios vio que iba a mantener a la
gente reunida en un lugar, mientras que él quería que se dispersa-
El Primer Rascacielos
ran p o r la tierra. A d em ás, si todos p erm an ecían ju n to s, no solo cre­
cería u n a g ra n c iu d a d a llí, sin o u n im p e rio q u e, c o n tro la d o p o r
hom bres perversos, p o d ría frustrar su b en ign o propósito p ara la h u ­
m a n id ad .
A lgo h a b ía q u e h acer, y D ios elig ió u n a m an era o rig in al p ara
desbaratarles el pro yecto . C o n fu n d ió la len g u a d e los constructores.
En otras p alab ras, hizo q u e alg u n o s h ab laran en u n id io m a y otros
en otro id io m a, p ara q u e no p u d ie ra n en ten d erse en tre sí.
El efecto fue asom broso. S in o im a g ín a te q u é o cu rriría en la es­
cu ela u n a m a ñ a n a si todos los n iñ o s de tu clase d e rep en te c o m e n ­
zaran a h a b la r un id io m a d iferen te. ¿C u á n to avan zaría la m aestra
con la clase? Y ¿a q u é p o d rías ju g a r en el recreo? T o d o sería un lío
terrib le, ¿verdad? Lo m ás p ro b ab le es q u e cerraran la escu ela y q u e
todos se fuesen a sus casas.
Y
eso es p recisam en te lo q u e o cu rrió en la to rre d e B abel. U n
capataz p ed ía m ás lad rillo s, y u n h o m b re le traía m ezcla. O tro p ed ía
m ezcla y re cib ía u n a carg a de la d rillo s. C u a n d o se le p e d ía a u n
obrero q u e trajera u n a llan a, traía u n m artillo ; y cu an d o se le p ed ía
u n m artillo , traía u n a p ala o, sim p lem en te, se ib a sin saber q u é le
h ab ían d ich o .
P ro n to co m en z aro n a lev an tarse voces a ira d a s y , an tes de
m u ch o , todos se g ritab a n en tre sí y se g o lp eab an , h asta q u e reinó
la co n fusió n p o r to das partes.
N a d ie p o d ía co m p re n d er lo q u e h ab ía o cu rrid o , y n ad ie sab ía
q u é h acer al respecto. U n o a u n o se ib an d isg u stan d o y a b a n d o n a ­
ban el trab ajo . L a o b ra d e la torre se d etuvo.
D e regreso a sus h o gares, alg u n o s tal vez saliero n a co m p rar
algo, pero no p o d ían co m p rar n ad a, p o rq u e los co m ercian tes no
131
L
STRACIÓ N D li HERBERT RUDEKN
m ás a lto s u b ía n , m á s se e n o r g u lle ­
ce la to rre . D e p ro n to , se c o n fu n d ie ro n
Enguas y to d o s tu v ie ro n q u e d e r e n e r la
se e sp a rc ie ro n en to d a s d ire c c io n e s .
Las Bellas H istorias D e La B iblia
podían comprender lo que ellos querían. M uy pronto hubo gran re­
vuelo en todo el lugar.
Entonces, un hombre le dijo a su esposa:
—Esto es espantoso. Empaquemos y vayámonos. Ya no puedo
soportar más esto.
Así que juntó sus pertenencias, reunió a su familia y a algunos
otros que entendían lo que él decía, y se fueron.
Pronto, otro hombre hizo lo mismo, y otro, y otro. En pe­
queños grupos, comenzaron a marcharse en todas direcciones, hasta
que finalmente no quedó nadie para seguir construyendo la torre.
Debe haber habido algunas despedidas muy tristes. Niños y
niñas que habían jugado juntos trataban de despedirse, pero des­
cubrían que no podían. Quizá se reían, asentían con la cabeza y se
daban la mano, pero las palabras que trataban de decir sonaban
raras y feas. Peor aún, no podían hacer planes de volverse a encon­
trar.
Fue duro, pero Dios pensaba solamente en su bien. Y todos ne­
cesitaban aprender la lección de que nunca vale la pena olvidarse de
él o desconfiar de sus promesas. 0
CUARTA PARTE
7t£ùsMida& D&
Abraham,
Isaac Lot
*
(Génesis 12:1 a 24:67)
C U AR T A PARTE
0
H IS T O R IA
1
Dios encuentra a un niño
(Génesis 10:21-32; 11:24-26)
U E nos cien años después del d ilu v io q u e D ios dispersó al
p ueb lo q u e estab a co n stru yen d o la torre d e B abel. Sab em os
esto p o rq u e n ació u n bebé ju sto entonces y recibió el n o m ­
bre de Peleg, q u e sig n ifica “d iv isió n ”, “p o rq u e en su tiem p o se d i­
v id ió la tie rra ”. Es fácil co n tar h acia atrás, hasta A rfaxad, el n iñ o
que tuvo Sem dos años después del d ilu v io , y así d escu b rir la fecha.
Y
ah o ra, la gen te se alejab a de B abel. A lgu n o s no fuero n m u y
lejos. U n g ru p o , d irig id o p o r A su r, n ieto d e N o é, v iajó h a c ia el
N o rte u n o s 4 0 0 k iló m e tro s y fu n d ó la c iu d a d d e N ín iv e . O tro
grupo se m u d ó al S u r y construyó un pueblo llam ado U r. A u n otros
m arch aro n h acia el O este a E uropa, y m u ch o s v iajaro n al Este a la
India, C h in a , S ib eria y q u izá cruzaron el Estrecho de B erin g h acia
N o rteam érica.
P ronto su rgiero n aldeas, p ueblos y ciu d ad es p o r todas partes.
M o n taro n in d u strias, p o rq u e la gen te necesitaba h erram ien tas para
construir, cu ltiv ar y cocin ar. A lg u ien descubrió el h ierro y com enzó
la in d u stria d el acero. O tro d escu b rió el cobre y có m o fu n d irlo .
O tros en co n traro n oro, p lata y p iedras preciosas en terrad as p o r el
F
135
Z O N DE LESTKR Q U A D t
Sé -JDraham v iv ía en la m a lv a d a c iu • D io s lo lla m ó a a b a n d o n a r el
Ife 7_: p ad re e ir h a c ia la tie r r a q u e él le
A b rah am o b ed eció sin o b jecio n es.
Las B ellas H isto rias De La B ib lia
diluvio; y pronto los orfebres y los plateros comenzaron a hacer her­
mosos ornamentos, y algunos de ellos todavía pueden verse en los
museos actuales. Los constructores de barcos comenzaron a hacer
pequeñas embarcaciones para navegar por el Eufrates, luego navios
más grandes para hacerse a la mar rumbo a los mares desconocidos
más allá del Golfo Pérsico.
Desgraciadamente, a medida que la gente estaba cada vez más
ocupada, comenzó a olvidarse de Dios, al igual que sus padres antes
del diluvio. Algunos incluso se hicieron ídolos y los adoraban. Es di­
fícil de entender, porque Noé y sus hijos todavía vivían. Noé vivió
350 años después del diluvio y Sem, 500. Y uno pensaría que la in­
fluencia de estos hombres que sabían lo que Dios había hecho en
años pasados haría que los demás se mantuviesen leales y fieles. Pero
no fue así.
Indudablemente, estos ancianos continuaron relatando cómo
Dios había destruido el mundo a causa del pecado, y cómo los había
salvado en el arca, pero poco a poco, para muchos, pasó a ser una
mera leyenda. Nadie quería escuchar.
Con el paso de los años, aumentó la maldad, porque cuando
la gente se olvida de Dios, comienza a pecar.
Trescientos años después del diluvio, las condiciones eran casi
tan malas como antes.
Al contemplar la escena, Dios debe haberse apenado muchí­
simo. Quizá se preguntó si no hubiera sido mejor que jamás se hu­
biese construido el arca y que todos hayan perecido en el diluvio.
Pero, por supuesto, él no podría haber permitido que eso sucediera,
porque ¿no les había prometido a Adán y Eva en el jardín del Edén
que un día restauraría todo lo que habían perdido cuando le des­
136
D ios Encuentra A Un N iño
obedecieron? ¿No había dicho que la Sim iente de la m ujer aplasta­
ría la cabeza de la serpiente? Uno de los hijos de la mujer, algún
día, tenía que vencer a Satanás.
Solo había una cosa que podía hacer. Antes que el mundo se
volviera totalm ente impío otra vez, debía encontrar a alguien por
medio del que pudiera mantener vivo el conocimiento de su verdad
y de su propósito. Alguien que lo amara y le fuese siempre fiel. A l­
guien que se pusiera de parte de la justicia, de la verdad y de la bon­
dad en un m undo im pío. A lguien que criara a sus hijos
correctamente y se asegurara de que ellos también guardaran su ley.
¿Podría encontrar una persona así? ¿Dónde? ¿En Nínive, quizá,
o en Babilonia?, porque ambas ciudades eran bastante grandes para
ese entonces. ¿Dónde habría un niño entre toda esa gente en el que
Dios pudiera confiar para llevar a cabo su plan?
Finalmente, sus ojos que todo lo ven se fijaron en esa lejana
ciudad de Ur, conocida posteriormente como U r de los caldeos.
A quí vivía un hombre llamado Téraj, que tenía tres hijos: Abram,
N ajor y Jarán. El m enor de ellos —más adelante conocido como
Abraham—era un buen muchacho y amaba al Señor. Alguien, quizá
su madre, le había contado la historia de la creación y del maravi­
lloso amor de Dios por Adán y Eva en el principio, y todo el gozo
y la gloria que habían disfrutado mientras cam inaban y se com u­
nicaban con él. H abía aprendido que el pecado había arruinado
todo y que Dios, m ediante Noé, su tatara, tatara, tatara, tarara, tatara, tatara, tatara, tatara abuelo, había tratado en vano de salvarlos.
Las B ellas H istorias D e La B ib lia
Al escuchar repetidas veces la antigua historia, Abraham había
llegado a amar a Dios y a decidir que le serviría toda la vida.
No fue fácil para él llegar a esta decisión, porque la mayoría de
la gente de Ur —incluyendo a su propio padre—ya adoraban ídolos.
Había ídolos incluso en su propia casa. De modo que Abraham
tuvo que tomar la decisión solo. Y Dios lo amó por eso.
Porque Dios lo estaba observando, así como observa a cada
niño y niña en la actualidad. Y cuando Abraham tomó esa impor­
tante decisión, puedo imaginarme a Dios diciendo: “Este es el mu­
chacho que he estado buscando. Un muchacho que no me falle.
Un muchacho a quien pueda contarle mis secretos y a quien pueda
confiarle el futuro de mi plan de redención para el mundo”. ^
CUARTA PARTE
0
HISTORIA
2
Caravana hacia Canaán
( Génesis 11:27-32)
U A N D O A bram llegó a ser ad ulto, todavía conservaba
su deseo de seguir a D ios más que cu alq u ier otra cosa
en este m undo.
U n día, papá T éraj le dijo a su fam ilia que debían ab an ­
donar la ciud ad de U r. Es probable que haya tom ado esta d e­
cisión por in iciatia de A braham , que q u ería dejar este centro
de adoración a la lu n a. Parece que Dios le h abía dicho a A bra­
ham que todas las naciones serían bendecidas por su in term e­
dio.
Im agínate el alboroto que debe haber habido en U r cuando
se filtró la n o ticia de que A braham estaba haciendo planes de
irse. Sin duda, los vecinos se acercaron para pregun tar por qué
la propiedad de T éraj estaba a la ven ta, solo para descubrir que
el anciano padre tam bién se iba con él.
C uan d o les dijo que no conocía el nom bre del lugar al que
iba, probablem ente pensaron que se había vuelto loco. ¿Por qué
alg u ien que estuviese cuerdo q u erría ab an d o n ar u n a ciu d ad
m agn ífica y próspera com o U r de los caldeos para ir a un lugar
C
140
Caravana Hacia Canaán
del que no sabía absolutam ente nada?
Pero A braham sabía lo que estaba haciendo. El Dios a
quien am aba desde la niñez le había hablado, y eso era sufi­
ciente. Q uizá se preguntó qué quería decir Dios exactam ente
con esas palabras: “Por m edio de ti serán bendecidas todas las
fam ilias de la tierra”. Las únicas fam ilias que él conocía eran
las de alrededor de su casa y algunas otras a corta distancia de
Ur. No tenía ni idea del plan que Dios tenía en m ente para que
llegase a ser la cabeza de un gran linaje de hombres piadosos
mediantes los que finalm ente vendría Jesús para cum plir la pro­
mesa que le había hecho a Adán en el jard ín del Edén.
Pero aunque no pudo ver lo que veía D ios, estuvo d is­
puesto a confiar en él y a seguirlo donde él lo guiara. Y ese es
un buen ejem plo para todos los niños y las niñas actuales.
C uando Dios dice: “Levántate y an d a”, es bueno obedecerle
por encim a de toda duda. Porque los planes de Dios son solo
para nuestro bien, y podemos estar seguros de que al final del
viaje tendrá una rica bendición esperándonos.
Por fin todo estuvo listo. Todo el equipaje había sido em ­
paquetado en bultos y atados al lom o de los anim ales. A bra­
ham había dado una últim a m irada para asegurarse de que no
se olvidaba nada. Los siervos que cuidaban los rebaños y las
m anadas estaban aguardando la orden de partida.
En aquellos días lejanos, la gente no viajaba en autom óvil,
tren ni avión. Todos cam inaban o m ontaban en cam ellos o
asnos. Y cuando llevaban consigo ganado u ovejas, tenían que
ir al paso de los terneritos o los corderitos. No podían apresu-
Las B e llas H isto ria s D e La B ib lia
rarse como nosotros ahora. No se podía apretar el acelerador
para ir más rápido com o ahora. T en ían que conform arse con
viajar lentam ente, cubriendo solo pocos kilóm etros por día.
Im agín ate la caravana lista para em pren der el viaje. P ri­
m ero, q u izá, h ab ía algu n as cabras seguidas de un rebaño de
ovejas y una m anada de vacas, siervos que los cuidaban y perros
para evitar que se extravíen.
Estos siervos llevaban esposas, hijos y todas sus posesiones
consigo, porque cuando la cabeza de una fam ilia se m udaba,
todos sus ayudan tes iban con él tam bién. Luego venían A bra­
ham y su esposa, Sara, y su anciano padre T éraj, todos proba­
blem ente m ontados sobre cam ellos o burros y seguidos de más
anim ales y siervos.
En algú n lu g ar de la caravana estaba Lot, el sobrino de
A braham , que parece haber llegado a form ar parte de la fam i­
lia de su tía después de la m uerte de su padre. Él tam bién tenía
siervos que cuidab an de su ganado, lo que hacía que la cara­
vana fuese más larga todavía.
Probablem ente el padre T éraj, que todavía era el jefe de la
fam il ia aun cuando estaba saliendo por in iciativa de A braham ,
haya dado la orden de p artida. A m edida que su orden iba pa-
Caravana H acia Canaán
sando de boca en boca a través de la larga lín ea de espera de
gente y anim ales, los siervos entraron en acción.
Los perros ladraron . Los cam ellos arrodillados, cargados
con bultos pesados, se pararon y se echaron a andar. El ganado
se adelantó, contento de estar en m ovim iento nuevam ente. Los
niños más pequeños cam inaban de la m ano de sus m adres y los
niños y niñas más grandes corrían alegrem ente de aquí para allá
disfrutando del alboroto.
Finalm ente, llegaron a un lu gar llam ado Jarán . Q uizá a l­
gunos de sus parientes vivían allí. De cu alq u ier m odo, Abraham decidió detenerse allí por un tiem po y darles descanso a
todos. H ab ía m uchas cosas para hacer en un grupo tan n u m e­
roso. A dem ás, el anciano padre T éraj no se estaba sientiendo
m uy bien. A sí que acam paron en Jarán y se quedaron a llí un
largo tiem po.
¡Y todo esto porque un hom bre había oído la voz de Dios
y decidió obedecerle! Sí, A braham partió rum bo a un gran des­
tino. D ébilm en te, a lo lejos en un futuro distante, había vis­
lum brado una herm osa ciudad, “de la cual D ios es arquitecto
y constructor”.* Estaba cam biando la pequeña U r por la N ueva
Jerusalén. 0
* Hebreos 11:10.
CUARTA PARTE
0
HISTORIA
3
Las huellas de un buen hombre
(Génesis 12:1-20; 13:1-4)
IENTRAS estaban en Jarán, la caravana aumentó. Na­
cieron muchos terneros, cabritos, corderos y camellos.
Llegaron más niños y niñas para aumentar las familias de
los siervos. Así, cuando Abraham estuvo listo para partir, sus pro­
blemas de movilidad aumentaron enormemente.
Un día, cuando Abraham creció hasta hacerse grande, oyó una
voz que le hablaba, y supo inmediatamente que era la voz de Dios,
(p ló sd ijo^
—“Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la
tierra que te mostraré. Haré de ti una nación grande, y te bendeciré;
haré famoso tu nombre, y serás una bendición. Bendeciré a los que
te bendigan y maldeciré a los que te maldigan; ¡por medio de ti
serán bendecidas todas las familias de la tierra!”
De repente, se presentó ante Abraham una visión gloriosa. Vio
lo que Dios había planeado para su futuro. Vio más allá de las mu­
rallas de Ur hasta los confines de la tierra. Miró más allá de sus días
hasta el tiempo del fin. Se vio a sí mismo convertido en una ben­
dición para toda la humanidad. Pero esto significaba dejar su hogar,
sus amigos y la tierra de sus padres.
M
144
Las Huellas D e Un Buen Hombre
Creyó que estaba siendo guiado a la Tierra de la Promesa que
Dios le había dado a Adán y Eva: el Edén, el glorioso Edén. Algún
día, el Edén sería devuelto a sus hijos.
¿Iría o se quedaría? Por un momento, todo el futuro pendió de
su decisión.
¿Dijo Abraham: “Quizá vaya, quizá me quede”? No. No lo
dudó ni un instante. De inmediato, decidió hacer como Dios le
había indicado.
Una buena cantidad de personas que vivían en Jarán y en sus
alrededores preguntaron si podían ir con ellos también. Habían es­
cuchado a Abraham hablar del gran Dios del cielo, a quien amaba
y adoraba, y que lo había llamado para dejar Ur de los caldeos y via­
jar a una tierra nueva y mejor. Al oír su maravillosa historia y ob­
servar su vida compasiva, decidieron unírsele; y Abraham estuvo
de acuerdo en llevarlos consigo.
La Biblia dice: “Abram partió, tal como el Señor se lo había or­
denado”.
¡Cuánto abarcan esas pocas palabras! Significaban embalar
todas las cosas, hacer todos los arreglos para el viaje y despedirse de
los amigos y los parientes.
Leemos que, cuando la caravana se puso en marcha nueva­
mente, Abraham tenía 75 años. “Al encaminarse hacia la tierra de
Canaán, Abram se llevó a su esposa Saray, a su sobrino Lot, a toda
la gente que habían adquirido en Jarán, y todos los bienes que ha­
bían acumulado”.
Hubiese sido mucho más fácil y más cómodo permanecer en
Jarán, donde todos habían sido tan amistosos, pero Abraham sabía
que no estaría cumpliendo la voluntad de Dios. Debía continuar,
siempre en busca de la Tierra Prometida.
Las Huellas D e Un Buen Hombre
A h o ra, el v iaje era m ás len to q u e n u n ca, con m u ch as m ás p er­
sonas y an im ales en la caravan a. R eco rrían solo u n a co rta d istan cia
p o r d ía, pero en realid ad no im p o rtab a, p o rq u e n ad ie ten ía m u ch o
ap u ro . S e to m ab an su tiem p o y d isfru tab an del viaje.
A l avanzar h acia el Su r, ap arecían m ás colinas y vegetación. D e
tanto en tan to , pasaban p o r pequeños poblados de descendientes de
los pioneros q u e se h ab ían m u d ad o de Babel dos siglos antes. Eran
p rim o s lejanos d e A b rah am , dado q u e erab hijos de C an aán , un hijo
de C a ín ; y su tierra era llam ad a la la tierra de C an aán .
L am en tab lem e n te, la m ayo ría de estas personas se h ab ían o l­
v id ad o de D ios y ad o rab an íd o lo s, o se in c lin ab an an te el sol y la
lu n a co m o si fuesen dioses. C o n te m p la b a n aso m b rad o s esta cara­
v an a de gen te q u e no llevab a n in g ú n íd o lo y cu yo líd er, bon dadoso
y d e no b le ap arien cia, se las p asab a h ab lan d o d e A lg u ie n q u e hizo
el cielo y la tierra y q u e q u e ría q u e todos lo am aran y le sirvieran.
“A b ram atravesó to d a esa regió n h asta lleg ar a S iq u é n , d o n d e
se en cu en tra la e n cin a sag rad a d e M o ré. En a q u e lla épo ca, los can an eo s v iv ían en esa regió n . A llí el S eñ o r se le ap areció a A b ram y
le d ijo : ‘Yo le d aré esta tierra a tu d escen d en cia’. E n tonces A b ram
erigió u n a lta r al Señ o r, p o rq u e se le h a b ía a p are c id o ”.
H a b ía n pasado m u ch o s m eses desd e q u e h a b ía ab an d o n ad o
su h o gar. ¡Q u é fe necesitó p ara m an te n er viva en su corazón la v i­
sió n d e la b ella c iu d a d fu lg u ra n te d u ra n te tan to tiem p o ! P uedes
im a g in a rte lo co n ten to q u e estab a A b rah am d e vo lver a escu ch ar la
voz d e D ios o tra vez. D e tan to en tan to , d u ra n te el largo v iaje y
tan tas d em o ras, b ien p u ed e haberse p reg u n tad o si estab a en el ca­
m in o co rrecto , y h acien d o lo q u e D ios re alm e n te q u e ría q u e h i­
ciera. Pero ah o ra co n tab a con esa seg u rid ad . ¡Q u é feliz estaba d e
q u e D io s estuviese co m p lacid o co n él!
147
- ILUSTRACION DE RUSSELL H ARIAN
»rim ero q u e A b ra h a m h a c ía a l lle g a r a u n
r y le v a n ta r su tie n d a , e ra c o n stru ir u n a lta r
íe él y to d a su casa a d o r a b a n a D io s, a la
de lo s s o rp re n d id o s p a g a n o s d el lu g a r.
Las Bellas H istorias D e La Biblia
En su alegría, construyó un altar y ofreció un sacrificio, y luego
él, Sara, Lot y todos los siervos se arrodillaron en adoración.
Cuando el humo del sacrificio ascendía por el aire, algunos de los
cananeos lo vieron y se preguntaron qué estaba ocurriendo.
Al acercarse para mirar, vieron a Abraham y toda su gente arro­
dillados delante de Dios, y sus corazones se conmovieron. Recor­
daron lo que sus padres les habían contado del gran Creador, y
algunos decidieron que a ellos también les gustaría adorar a Dios
como Abraham, en vez de inclinarse ante los ídolos.
Cada vez que la gran caravana se detenía, Abraham construía
un altar, hasta que la región quedó salpicada de ellos, cada uno
como un testigo silencioso de su fe. Cuando, años después, los via­
jeros encontraban uno de esos altares y se preguntaban qué era y
quién lo había construido, siempre había alguien que les decía:
“Este es uno de los altares de Abraham, siervo del Dios del cielo”.
Estos altares señalaban las huellas de un buen hombre, un hombre
de Dios que procuraba hacer lo recto y dar testimonio de su Hace­
dor.
Nosotros también debiéramos hacer como él hizo. Al mudar­
nos de un lugar a otro a lo largo de la vida, debiéramos tratar de
dejar monumentos de nuestra fe a nuestro paso. Mucho después de
pasar de un aula a otra, o de una escuela a otra, o de una ciudad a
otra, la gente debiera poder recordarnos como hijos de Dios que
siempre se ponen de parte de la justicia, de la verdad y del juego lim­
pio.
No es que seamos un ejemplo perfecto todo el tiempo. Incluso
Abraham, mientras construía sus altares, cometió un gran error. Y
la Biblia nos habla de él para que no nos desanimemos si llegamos
a resbalar alguna vez.
Las Huellas D e Un Buen Hombre
Dado que una sequía impidió que su numeroso ganado pas­
tara en Canaán, Abraham se dirigió hasta Egipto. Allí, se metió en
problemas al tratar de engañar al faraón.
Como Sara era muy hermosa, tenía miedo que el rey lo matara
y tomara a Sara para sí. Así que dijo que era su hermana. En cierto
modo, esto era cierto, pero ¡cuánto mejor habría sido si desde el
principio hubiera dicho que era su esposa!
Faraón se preparó para tomar a Sara como esposa y trató es­
pléndidamente a Abraham, dándole muchos regalos. Pero al final,
como siempre, se supo la verdad. Entonces, el faraón se enojó, y
tenía razones para estarlo, y Abraham pasó mucha vergüenza.
“Y el faraón ordenó a sus hombres que expulsaran a Abram y
a su esposa, junto con todos sus bienes”.
Con vergüenza, la caravana se dirigió nuevamente hacia el
Norte. Pero aunque Abraham tenía el corazón quebrantado por su
fracaso, sabía dónde ir. “Desde el Néguev, Abram regresó por eta­
pas hasta Betel, es decir, hasta el lugar donde había acampado al
principio, entre Betel y Hai. En ese lugar había erigido antes un
altar, y allí invocó Abram el nombre del Señor”.
Tenía mucho para contarle a Dios. ¡Ah, cómo lamentaba haber
arruinado la mejor oportunidad de su vida para dar testimonio de
él en la corte del faraón! Pero Dios lo perdonó, y todo volvió a estar
bien.
Es bueno regresar a algún “altar” que hayamos construido “al
principio” —a algún lugar donde nos hayamos encontrado antes con
Dios—cuando cometemos un error y derramar nuestro corazón en
humilde arrepentimiento. Porque él nos oirá y nos perdonará, y con­
tinuaremos nuestro caminar, sabiendo que todavía nos ama. ^ 0
149
CU ARTA PARTE
0
H IST O R IA
4
Escojam os lo m ejor
(G énesis 13:5-13)
A salid a de E gipto no fue feliz. V e rd ad e ram en te , A b rah am
h ab ía lleg ad o a ser “m u y rico en g an ad o , p lata y o ro ”. A sí
tam b ién L ot, q u e ah o ra “ten ía reb añ o s, g an ad o y tien d as
de c a m p a ñ a ”. Pero h a b ía un e sp íritu d iferen te en la carav an a.
Los siervos se p eleab an en tre sí. C u a n d o acam p ab an de no ch e
h ab ía p alab ras airad as y go lpes.
La B ib lia d ice: “P or eso co m en zaro n las friccio n es en tre los
pastores de los rebaños de A b ram y los q u e cu id a b a n los gan ad o s
de L o t”.
U n a de las razones d el p ro b lem a era q u e no h a b ía su ficien te
pasto p ara a lim e n ta r a tan to s a n im a le s. Es m u y p ro b a b le q u e
tam p o co h u b iese su ficien tes pozos p ara ab revarlo s. “L a regió n
d o n d e estab an no d ab a ab asto p ara m a n te n e r a los dos, p o rq u e
ten ían d em asiad o co m o p ara v iv ir ju n to s ”.
A lgo h ab ía q u e h acer. N o se p o d ía v ia ja r a la T ie rra P ro m e­
tid a con co n flicto s en el cam p am en to .
U n a vez m ás, vem os la v erd ad era g ran d eza de A b rah am . Lo
L
151
U ' I RAC IO N L>E RUSSF.I.L I LARLAN
ervos d e A b ra h am y los d e Lot p eleab an
d iv isió n d e las tie rra s d e p asto reo , pero
i2s n era u n h o m b re de p az y reso lv ió la
liad al d a r a e le g ir a Lot la m e jo r tie rra .
L a s B e l l a s H i s t o r i a s D e La B i b l i a
lla m ó a L o t y le d ijo d e m a n e ra m u y b o n d ad o sa y a m a b le :
—“N o d eb e h a b e r p le ito s e n tre n o so tro s, n i e n tre n u estro s
p asto res, p o rq u e so m o s p a rie n te s. A llí tien es to d a la tie rra a tu
d isp o sic ió n . P o r favo r, a lé ja te d e m í. S i te vas a la iz q u ie rd a , yo
m e iré a la d e re c h a , y si te vas a la d e re c h a , y o m e iré a la iz ­
q u ie r d a ” .
¡Q u é g e n e ro sid a d p o r p arte d e A b ra h a m ! A l estar a cargo de
la ca ra v a n a , b ien p o d ría h a b e r ele g id o lo m e jo r p a ra sí. Pero no
lo h izo , sin o q u e le d io a su so b rin o la p o sib ilid a d d e ele g ir. ¡Q u é
e je m p lo p a ra no so tro s!
L o t no m e re c ía ta n ta b o n d ad . D esp u és d e to d o lo q u e A b ra­
h am h a b ía h ech o p o r él, d e b ie ra h a b er d ic h o : “Q u e rid o tío , elig e
tú p rim e ro , y con g u sto to m a ré lo q u e q u e d e ”. P ero no lo hizo.
En lu g a r d e eso, “L o t le v an tó la v ista y o b servó q u e to d o el
v a lle d el Jo rd á n , h asta Z o ar, era tie rra d e re g a d ío , co m o el ja rd ín
d el S e ñ o r... E n to n ces L o t esco gió p a ra sí to d o el v a lle d e l J o r ­
d á n , y p a rtió h a c ia el o rie n te . F u e a sí co m o A b ram y L ot se se­
p araro n . A b ram se q u e d ó a v iv ir en la tie rra de C a n a á n , m ien tras
q u e L o t se fu e a v iv ir e n tre las c iu d a d e s d el v a lle , estab le c ie n d o
su c a m p a m e n to cerca d e la c iu d a d d e S o d o m a ”.
A l m ir a r el h erm o so v a lle v erd e y e n c a n ta d o r d esd e la lad e ra
d e la m o n ta ñ a al sol d e la m a ñ a n a , co n la h e b ra p la te a d a d el río
Jo rd á n q u e lo a tra v e sa b a p o r el m e d io , L o t se d ijo : “¡Q u é h er­
m o so lu g a r p ara v iv ir! ¡Q u é e x c e le n te p a stu ra p ara m i g an ad o !
¡C u á n to m e v o y a e n riq u e c e r a llá !”
Q u iz á ta m b ié n , al ver el v a lle sa lp ic a d o d e p e q u eñ as ald eas
y la c iu d a d d e S o d o m a en la d ista n c ia , p en só q u é lin d o sería es-
Escojamos Lo M ejor
con A braham . ¡Q ué bien podría pasarla en Sodom a, con sus es­
pléndidos mercados y m uchos lugares de diversión!
Sabía m uy bien que Sodom a era una ciudad m alvada, por­
que todos hablaban de los que sucedía allí, pero pensó que no pa­
saría nada si él vivía allí. Q ue a él no le pasaría nada. Podría ser
peligrosa para otros, pero él estaría bien. De todos modos, asu­
m iría el riesgo.
Así que Lot tomó la decisión. Escogió la llanura del Jordán
con sus buenos campos de pastoreo, su abundancia de agua y sus
ciudades. Y estableció “su cam pam ento cerca de la ciudad de Sodom a”.
Es lo peor que podría haber hecho, el m ayor error que co­
metió en su vida. A unque él no lo sabía, ese hermoso valle pronto
se convertiría en un cam po de batalla. La gente que vivía en esas
bonitas aldeas pronto serían llevadas cautivas por ejércitos inva­
sores. Y Sodom a, esa gran ciudad tentadora, estaba a punto de ser
totalm ente destruida por el fuego.
N unca vale la pena ser egoísta, A veces, la persona que aca­
para lo m ejor para sí tal vez parezca beneficiarse por un tiem po.
Pero, a la larga, está destinada a perder. D ebiéram os orar p i­
diendo la gracia y la grandeza de A braham , que le dio a elegir
prim ero a otro. 0
CUARTAPARTE
0
HISTORIA
5
Ni siquiera un hilo ni la correa de una sandalia
(Génesis 13:14-18; 14:1-24)
S
'V UIZÁ Abraham se sintió algo desanimado al ver a Lot
1 arrear sus rebaños y sus manadas por la ladera del cerro
hacia el valle del Jordán, ya que se había elegido la mejor
tierra pStra sí. Porque justo entonces, Dios le dijo:
- “Abram, levanta la vista desde el lugar donde estás, y mira
hacia el norte y hacia el sur, hacia el este y hacia el oeste. Yo te daré
a ti y a tu descendencia, para siempre... ¡Ve y recorre el país a lo
largo y a lo ancho, porque a ti te lo daré!”
Es como si Dios le hubiese dicho: “¡Alégrate! No tienes que
preocuparte por la elección de Lot. Toda esta tierra será tuya, toda
la tierra de Lot y el resto también, ¡todo el ancho mundo!”
Y
así Abraham se consoló y “levantó su campamento y se fue
a vivir cerca de Hebrón, junto al encinar de Mamré. Allí erigió un
altar al Señor”.
Sin embargo, no pasó mucho tiempo allí hasta que se enteró
de que Lot estaba en problemas, y graves. Se había desatado una
guerra cuando cuatro reyes o gobernantes de Mesopotamia se ha­
bían aliado para atacar a los reyes de cinco ciudades alrededor del
154
N i Siquiera Un Hilo Ni La Correa De Una Sandalia
Mar Muerto, incluyendo a los reyes de Sodoma y Gomorra. “Eran
cuatro reyes contra cinco”, dice la Biblia, y los cinco perdieron.
Los vencedores se llevaron todo lo que pudieron de Sodoma y
Gomorra y se fueron. “Y como Lot, el sobrino de Abram, habitaba
en Sodoma, también se lo llevaron a él, con todas sus posesiones.
Uno de los que habían escapado le informó todo esto a Abram el
hebreo”.
¿Qué hizo Abraham? ¿Dijo: “Se lo tiene merecido”, “El se lo
buscó”? No. Sin dudar un solo instante, “convocó a trescientos die­
ciocho hombres adiestrados que habían nacido en su casa, y persi­
guió a los invasores hasta Dan”.
Debemos recordar que no había policías en aquellos días.
Abraham no podía llamar por teléfono a la comisaría para pedir
ayuda. Si había que rescatar a Lot, tendría que hacerlo con sus sier­
vos.
Como sabía que su pequeña cuadrilla era superada amplia­
mente en número, Abraham atacó de noche, y su estrategia fun­
cionó. Persiguió al enemigo casi todo el camino hasta Damasco y
rescató no solo a Lot y su familia, sino todos sus bienes y todo el
botín que los cuatro reyes habían tomado de Sodoma y Gomorra.
La noticia de la victoria se divulgó rápidamente, y cuando
Abraham regresó con “Lot, junto con sus posesiones, las mujeres y
la demás gente”, fue el héroe del día. El rey de Sodoma salió a su
encuentro con un profundo sentimiento de gratitud, como podrás
imaginarte. Así también Melquisedec, rey de Salén, que “le ofreció
pan y vino” en honor a la ocasión.
La Biblia dice que este Melquisedec no solo era rey, sino tam­
bién “sacerdote del Dios altísimo”. Cuando vio a Abraham, dijo:
- “¡Que el Dios altísimo, creador del cielo y de la tierra, ben-
N i S iq u ie r a U n H ilo N i L a C o r r e a D e U n a S a n d a lia
d ig a a A b ram ! ¡B e n d ito sea el D io s a ltísim o , q u e en treg ó en tu s
m an o s a tus en e m ig o s!”
“E ntonces A b ram le d io el d iezm o d e to d o ”, lo q u e sig n ifica
q u e to m ó u n a d é c im a p arte d e todos los bienes q u e h a b ía recu p e­
rad o y se lo d io co m o o fren d a d e g ra titu d a este h o m b re d e D ios,
y p rep aró el resto p ara devo lvérselo al rey d e S o d o m a.
G en ero sam en te, el rey d e S o d o m a le d ijo :
—“D am e las personas y q u é d a te con los b ien es”.
Pero A b rah a m no se q u e d a ría con n a d a de eso. Y a q u í n u ev a­
m en te alcan zam o s a ver u n a v islu m b re d e su gran d eza.
—“H e ju ra d o p o r el Señ o r, el D ios a ltísim o , cread o r d el cielo y
de la tierra, q u e no to m aré n a d a d e lo q u e es tu y o , n i siq u ie ra un
h ilo n i la co rrea d e u n a san d alia. A sí n u n ca p o d rás d ecir: ‘Yo h ice
rico a A b ra m ’. N o q u iero n a d a p ara m í, salvo lo q u e m is h o m b res
y a h an co m id o . En cu an to a los h o m b res q u e m e aco m p añ aro n , es
d ecir, A n er, Escol y M a m ré , q u e to m en ellos su p a rte ”.
A b rah am h a b ía ap ren d id o la lecció n . N o p e rm itiría q u e el rey
d e S o d o m a le d ijera, co m o h a b ía d ich o F araó n , q u e él h a b ía e n ri­
q u ecid o a A b rah am . N u n c a m ás acep taría favores d e un go b ern an te
terren al. ¿C ó m o p o d ría lu ch ar co n tra la m ald ad de S o d o m a si acep ­
tab a d in ero d e su rey? D e ah o ra en m ás, su le m a fue: “N i siq u iera
u n h ilo n i la co rrea de u n a sa n d a lia ” de n in g u n a fu en te co m o esa.
Y
ese es u n p rin c ip io im p o rta n te q u e h an d e se g u ir todos los
n iñ o s y las n iñ as. N u n c a acep tes u n regalo q u e p o d ría a ta rte las
m an o s o acallar tu voz p ara d ar testim o n io d e la ju stic ia y la verd ad.
N u n c a acep tes so b o rn o d e n in g ú n tip o , n i siq u ie ra u n h ilo n i la
co rra d e u n a san d alia. ^ 0
157
ILUSTRACION DE HARRY ANDERSON
h a m e r a u n h o m b re m u y ric o y p agó d iezde to d o s su s b ie n e s a M e lq u ls e d e c , cjue e ra
jrd o te d e l D io s a lt ís im o ” . M e lq u is e d e c
Ijo e n to n c e s a A b ra h a m p o r su fid e lid a d .
CUARTA PARTE
0
H ISTO R IA
6
Tantos hijos como estrellas
(Génesis 1 5 :1 -7 )
MEDIDA que iban pasando los años, Abraham comenzó
a preguntarse qué tenía en mente Dios para él. Había salido
de Ur de los caldeos, como se le dijo. Ahora estaba en la
tierra de Canaán, y hacía bastante tiempo que estaba allí. ¿Qué le
aguardaba ahora?
Recordaba lo que Dios le había dicho: “Multiplicaré tu des­
cendencia como el polvo de la tierra. Si alguien puede contar el
polvo de la tierra, también podrá contar tus descendientes”.
¿Qué quería decir Dios con eso de hijos como el polvo, cuando
todavía no tenía ningún hijo? Por cierto que tenía muchos siervos,
y estos tenían muchos hijos. Tenía miles de animales, y seguían au­
mentando cada pocos meses. Se estaba enriqueciendo cada vez más
con oro y bienes. Pero ¿era eso en lo que Dios estaba pensando?
Un día, Dios le dijo:
- “No temas, Abram. Yo soy tu escudo, y muy grande será tu
recompensa”.
Era una promesa muy hermosa, pero no respondía las pre­
guntas que se habían estado levantando en su mente.
A
158
—“Señor y Dios, ¿para qué vas a ciarme
algo, si aún sigo sin tener hijos, y el heredero de mis
bienes será Eliezer de Damasco?”
Con esto, Abraham quería decir que, al ver que no tenía hijos
propios, todas sus posesiones irían a parar a manos de su siervo
principal o supervisor cuando muriese. Demostraba cuán depri­
mido se sentía en ese momento.
Por la respuesta que le dio, Dios parecía estar casi indignado.
—“¡No! Ese hombre no ha de ser tu heredero”. No será Eliezer.
No será ese hombre de Damasco.
—Entonces, ¿quién? —preguntó Abraham.
- “Tu propio hijo” —le dijo Dios.
Era de noche, y Dios lo condujo afuera a la oscuridad y le dijo:
—“Mira hacia el cielo y cuenta las estrellas, a ver si puedes. ¡Así
de numerosa será tu descendencia!”
Abraham levantó la vista y, por encima de él, vio un sinnú­
mero de minúsculos puntos de luz en el cielo, cada uno de ellos era
un sol ardiente en las lejanas distancias del universo infinito de
Dios. Quizá comenzó a contarlos, pero luego se dio cuenta de que
nunca podría lograrlo.
¡Tantos hijos como estrellas! ¡Miles y miles de hijos! ¿Cómo
podría ser? ¿Cómo podría llegar a tener tantos hijos cuando aún no
tenía ningún hijo propio? Eso parecía imposible.
No obstante, “Abram creyó al Señor”, y el Señor “lo recono­
Las Bellas H istorias D e La B iblia
ció a él como justo”.
Entonces, Dios le dijo:
—“Yo soy el Señor, que te hice salir de Ur de los caldeos para
darte en posesión esta tierra”.
—“¿Cómo sabré que voy a poseerla?” —preguntó Abraham, an­
helando tener alguna evidencia más palpable de que eso realmente
ocurriría.
Fue entonces que Dios le dio una señal para que su corazón
descansara. Se le dijo que tomara una vaquillona, una cabra, un
carnero, una tórtola y un palomino, y que los partiera al medio.
Después de hacer eso, se quedó profundamente dormido. “Lo en­
volvió una oscuridad aterradora”.
Entonces, oyó la voz de Dios que le hablaba de cosas que ocu­
rrirían en el futuro: que ciertamente tendría hijos, y sin importar
cuántas pruebas tuviesen que pasar, Dios velaría sobre ellos y, fi­
nalmente, cumpliría cada promesa que había hecho en relación con
ellos.
“Cuando el sol se puso y cayó la noche, aparecieron una hor­
nilla humeante y una antorcha encendida, las cuales pasaban entre
los animales descuartizados”. La luz simbolizaba la presencia de
Dios. Al moverse entre los animales descuartizados, Dios estaba di­
ciendo: “Es verdad todo lo que te he dicho acerca del futuro. Si no
llega a suceder tal como lo dije, debería ser cortado en piezas como
estos animales”.
¡Qué medios utiliza Dios para ayudarnos a comprender! U ti­
lizó esta manera muy antigua de hacer una promesa para ayudarle
a Abraham a estar muy seguro, en lo profundo de su corazón, de
Dios lo amaba. Abraham podía contar con que Dios cumplí-
e*
CUARTA PARTE
0
H ISTO RIA
7
Sara se ríe demasiado pronto
(Génesis 16 :1-16 ; 1 7 :1 -1 7 ; 18 :10 -14 ; 2 1:1-8 )
HORA Abraham estaba tan seguro de que debía tener
un hijo, que volvió a hablar del tema con su esposa Sara.
Como resultado, concordaron en que él debía casarse
con Agar, la sierva de Sara, una mujer egipcia.
Al hacerlo, Abraham cometió su segundo gran error. Debe­
ría haber esperado un poco más para que Dios obrara. Sí, yo sé
que él esperó mucho, mucho tiempo, pero Dios estaba probando
su fe con un propósito. Iba a llegar a ser conocido como el padre
de todos los fieles, y Dios quería que sea un ejemplo perfecto
para todo el que viniera después de él.
Poco tiempo después, Agar le dio un hijo a quien llamó Is­
mael, pero eso no ayudó demasiado. Dios no tenía intenciones
de permitir que este niño fuese el heredero de Abraham. Acce­
dió a bendecirlo, porque le pertenecía a Abraham, pero la si­
miente prometida, dijo, nunca vendría por medio de él.
Pasaron otros 13 años. Abraham ahora tenía 99 años. Casi
A
161
Las Bellas H istorias De La Biblia
cien, y todavía sin ningún hijo de Sara. Seguramente, ya había per­
dido todas las esperanzas. Después de todo, quizá se había equivo­
cado al pensar que la estrella que parecía haber venido directamente
hacia él. Quizá Dios haya querido decir algo totalmente diferente.
¡Cuántas veces debe haberse sentido tentado a dudar!
Entonces un día Dios volvió a hablarle, diciendo:
—“Te he confirmado como padre de una multitud de nacio­
nes. Te haré tan fecundo que de ti saldrán reyes y naciones”.
Entonces, Dios mencionó a Sara, la pobre anciana llena de
arrugas, ahora con más de 90 años.
- “Yo la bendeciré, y por medio de ella te daré un hijo. Tanto
la bendeciré, que será madre de naciones, y de ella surgirán reyes
de pueblos”.
Esto casi fue demasiado para Abraham. Su fe se había man­
tenido firme hasta ese momento pero, bueno... ¡Sara!
“Entonces Abraham inclinó el rostro hasta el suelo y se rió
de pensar: ‘¿Acaso puede un hombre tener un hijo a los cien
años, y ser madre Sara a los noventa?’ ”
Sí, él se rió, ¡se le rió a Dios en la cara!
Más tarde, Dios le dijo a Abraham:
- “¿Acaso hay algo imposible para el Señor? El año que viene
volveré a visitarte en esta fecha, y para entonces Sara habrá tenido
un hijo”.
Y
cuando Sara lo oyó, ella también se rió. Quizá Dios tam­
bién se rió, sabiendo la sorpresa que le daría a ambos muy
pronto. Y la sorpresa llegó justo cuando menos lo esperaban, y
162
Sara Se Ríe Demasiado Pronto
cuando parecía totalmente imposible.
“Tal como el Señor lo había dicho, se ocupó de Sara” y ella
“le dio un hijo a Abraham en su vejez. Esto sucedió en el tiempo
anunciado por Dios”.
Así nació Isaac, el hijo de la promesa —por cierto, de muchas
promesas—y hubo gran regocijo en el campamento de Abraham.
Apenas podemos imaginarnos cuán felices estaban estos queridos
ancianos después de esperar tanto tiempo. “El niño Isaac creció
y fue destetado”. Y no es de extrañarse que “ese mismo día, Abraham hizo un gran banquete”. Tenía un gran acontecimiento que
celebrar, y lo hacía con una gran fiesta.
Y
me gusta pensar que, en medio de los festejos y de la alegría,
cuando toda la gente de lejos y de cerda se había reunido para traer
sus felicitaciones, Abraham elevó su corazón a Dios y dijo:
—Gracias, querido Dios; gracias por mi hijito. Esta es nues­
tro primer granito de polvo, nuestra primera estrellita.
¿Y Sara? Puedo escucharla decir, mientras sostenía a su bebé
en sus brazos:
—Tenías razón, querido Señor, tenías razón después de todo;
no hay nada demasiado difícil para ti. 0
CUARTA PARTE
0
HISTORIA
8
Desciende fuego del cielo
(Génesis 18:17-33; 19:1-30)
O mucho después del nacimiento de Isaac, Dios le
contó a Abraham lo que había planeado hacer con Sodoma y Gomorra.
Durante años, estas dos ciudades se habían vuelto cada vez
más impías, hasta que finalmente Dios decidió que debían ser
destruidas. Habían llegado a ser tan malas que se habían conver­
tido en un peligro para toda la gente que vivía en la zona.
Lot tendría que haber apartado a sus hijos de toda esa im­
piedad, pero no lo había hecho. Ahora, le era imposible irse. A su
esposa le gustaba vivir en Sodoma, y sus hijas se habían casado
con jóvenes paganos que habían crecido en la ciudad. Su situación
no era fácil.
Cuando se acercaba el día de la destrucción, el Señor dijo: “¿Le
ocultaré a Abraham lo que estoy por hacer?” No, respondió, se lo
diré porque “lo he elegido para que instruya a sus hijos y a su fa­
milia”.
Es maravilloso que Dios le diga a alguien: “Te he elegido”.
Dios sabía que podía confiar en Abraham, no solamente en el
N
164
Desciende Fuego D el Cielo
presente, sino también en el futuro, y siempre. Confiaba en que
Abraham no solo procuraría vivir rectamente, sino que instruiría
también a sus hijos en el camino de la observancia de los manda­
mientos de Dios. Así, el Señor se sintió libre para revelarle el se­
creto del inminente castigo de Sodoma y Gomorra.
Cuando Abraham escuchó la noticia, pensó inmediatamente
en su sobrino Lot. Con la intención de salvarlo, le dijo al Señor:
“¿De veras vas a exterminar al justo junto con el malvado? Quizá
haya cincuenta justos en la ciudad. ¿Exterminarás a todos, y no per­
donarás a ese lugar por amor a los cincuenta justos que allí hay?
¡Lejos de ti el hacer ral cosa! ¿Matar al justo junto con el malvado,
y que ambos sean tratados de la misma manera? Jam ás hagas tal
cosa! Tú, que eres el Juez de toda la tierra, ¿no harás justicia?”
A Dios le agradó que Abraham tuviera compasión de los ha­
bitantes de Sodoma que no merecían el castigo, y le dijo:
—“Si encuentro cincuenta justos en Sodoma, por ellos per­
donaré a toda la ciudad”.
Abraham pensó por un momento. Quizá no había tantos jus­
tos en la ciudad. Por lo tanto, rebajó el número a cuarenta y cinco.
Y Dios dijo:
—“Si encuentro cuarenta y cinco justos no la destruiré’ .
-B ien -d ijo Abraham—, ¿y qué si hubiera cuarenta?
—No la destruiría por amor de los cuarenta -d ijo Dios.
Abraham se animó. Quizá Dios perdonaría la ciu­
dad si encontrara allí treinta justos.
“—No lo haré si encuentro allí a esos treinta” —dijo
Dios.
Nuevamente Abraham bajó la cifra. Esta vez in­
tercedió por veinte. Y Dios asintió en no destruir a
si se encontraran allí veinte buenas personas.
- “Tal vez se encuentren sólo diez..”.
Y Dios dijo:
- “Aun por esos diez no la destruiré”.
Sodoma se podría haber salvado por diez personas justas.
Pero no había ni siquiera diez. Tan impía era esa ciudad.
Un poco más tarde, dos ángeles en forma de hombre llegaron
a Sodoma. Acompañados por Lot, se dirigieron a su casa para ad­
vertirle lo que estaba por ocurrir. Sin embargo, ni bien entraron,
una multitud de hombres mal intencionados se reunieron a la
puerta y comenzaron a agolparse. Habían visto entrar a los dos ex­
tranjeros y estaban decididos a abusarse de ellos. Lot salió para dia­
logar con ellos, pero Ríe atacado. Solo la inmediata intervención de
los ángeles, que enceguecieron a los atacantes, le salvó la vida.
Luego de meterlo dentro de su casa, los mensajeros celestia­
les le comunicaron su misión y lo que ocurriría con Sodoma al día
siguiente. A Lot le costaba creer que esa era la última noche de Sodoma y que, a menos que actuara inmediatamente, tanto él, como
sus hijos, y todo lo que poseía, serían destruidos por el fuego.
Los ángeles insistieron en que tomara una decisión rápida.
“¿Tienes otros familiares aquí? Saca de esta ciudad a tus yernos,
hijos, hijas, y a todos los que te pertenezcan, porque vamos a des-
166
D e s c ie n d e F u e g o D e l C ie lo
truirla. El clamor contra esta gente ha llegado hasta el Señor, y ya
resulta insoportable. Por eso nos ha enviado a destruirla”.
Finalmente, Lot se convenció de que algo realmente terrible
estaba por acontecer, y salió “para hablar con sus futuros yernos,
es decir, con los prometidos de sus hijas.
—“¡Apúrense! —les dijo—. ¡Abandonen la ciudad, porque el
Señor está por destruirla!
“Pero ellos creían que Lot estaba bromeando”.
Los jóvenes pensaban que Lot se había vuelto loco o estaba
borracho. Ciertamente, no le creyeron. No había la más mínima
señal de un desastre. ¿Y quién era ese Dios que decía que iba a
quemar el lugar? ¡Qué absurdo! Nadie iba a quemar a Sodoma.
Lot mismo comenzó a dudar. Al amanecer, cuando el fuego
estaba por descender del cielo, él todavía quería permanecer en la
ciudad.
“Como Lot titubeaba, los hombres lo tomaron de la mano,
lo mismo que a su esposa y a sus dos hijas, y los sacaron de la ciu­
dad, porque el Señor les tuvo compasión”.
—“¡Escápate! No mires hacia atrás, ni te detengas en ninguna
parte del valle. Huye hacia las montañas, no sea que perezcas”
—lo urgieron.
Sin duda, los ángeles advirtieron que no miraran hacia atrás,
debido al enceguecedor fogonazo de luz y la onda expansiva que
produciría el fuego al descender del cielo para destruir la ciudad.
Entonces, “el Señor hizo que cayera del cielo una lluvia de
fuego y azufre sobre Sodoma y Gomorra. Así destruyó a esas ciu­
dades y a todos sus habitantes, junto con toda la llanura y la ve­
getación del suelo”.
167
Las Bellas H istorias D e La B ib lia
Desde allá lejos en las montañas, Abraham vio el terrible res­
plandor en el cielo y comprendió lo que había ocurrido. “Volvió
la m irada hacia Sodoma y Gomorra, y hacia toda la llanura, y vio
que de la tierra subía humo, como de un horno”.
Quizá haya preguntado si se había salvado alguien de ese in­
fierno. Pensó que debía haber menos de diez justos allí, o de lo
contrario, eso nunca hubiera ocurrido. Pero ¿cuántos? Él no podía
saberlo, pero eran solo tres: Lot y dos de sus hijas. Porque la es­
posa de Lot, que todavía tenía su corazón en Sodoma, desobede­
ció el mandato de no m irar hacia atrás y murió en el instante. La
Biblia dice que ella “se quedó convertida en estatua de sal”.
Ahora estas tres personas aterrorizadas huían por sus vidas,
subiendo la ladera de la montaña, en medio de una densa nube de
humo sulfuroso y caliente, como únicos sobrevivientes en toda
esa región que una vez había sido tan hermosa.
Todos los demás habían perdido la vida. Todo lo que una
vez habían poseído y amado había sido destruido: las ciudades, los
árboles, los hermosos campos de pastoreo, todo lo que una vez le
había parecido tan bueno a Lot, induciéndolo a escogerlo egoís-
D esciende Fuego D el Cielo
tamente para sí. No quedó nada, sino gran campo quemado. Aún
hoy, miles de años después, toda esa región es un desierto y el
sitio en que estaba Sodom a perm anece cubierto por el M ar
M uerto.
De manera que Lot, que una vez quiso adueñarse de lo mejor,
finalm ente se encontró sin nada. H abía perdido su hogar, su es­
posa, sus hijos y sus nietos, sus graneros y sus anim ales; todo, ex­
cepto sus dos hijas, a quienes los ángeles habían salvado
juntam ente con él.
“Vivió con ellas en una cueva”.
Esto es lo últim o que se dice de Lot. ¡Q ué triste fin de un
viaje que comenzó con tanta felicidad y esperanza en U r de los cal­
deos! ¡Qué lecciones encierra para nosotros hoy! En verdad, nunca
vale la pena ser egoísta y escoger lo mejor para nosotros. ¡Y qué pe­
ligroso es ju gar con el mal y m udarse a Sodom a!
&
CUARTAPARTE
0
HISTORIA 9
La mayor prueba de amor
(Génesis 21:2-20; 22:1-18)
AL cuán viejo era Abraham cuando llegó su hijo du­
rante tanto tiempo prometido? Tenía cien años, y
¡cuán feliz se debe haber sentido de tener finalmente
un hijo! Él y Sara miraban ese pequeñito maravillados y delei­
tados.
Sara se sentía tan feliz, que dijo:
- “Dios me ha hecho reír, y todos los que se enteren de
que he tenido un hijo, se reirán conmigo”.
Cuando Isaac tenía unos 3 años, el anciano Abraham hizo
una gran fiesta e invitó a todos los amigos y vecinos para venir
y ver al niño. ¡Cuán orgulloso se sentía! ¡Y cuánto habrán go­
zado él y Sara al mostrarlo a todos! Casi puedo escuchar a
Abraham decir, vez tras vez: “Este es el bebé que Dios nos pro­
metió cuando salimos de Ur hace veinticinco años. Este es
nuestro primer granito de polvo, nuestra primera estrellita”.
Pero no todos estaban tan felices en el campamento. Agar
sabía que, ahora que había llegado Isaac , su hijo Ismael, que
T
170
La Mayor Prueba D e Amor
tenía catorce años, no ten d ría jam ás la o po rtun idad de con­
vertirse en el heredero de A braham . M ovida por los celos, se
burló de Sara y de su bebé. Ism ael hizo lo m ism o. Finalm ente,
Sara se enojó tanto, que le pidió a A braham que los expulsara
del cam pam ento.
Sin querer parecer rudo, Abraham habló del problem a con
D ios, y Dios le dijo que sería m ejor que los dejara ir, pero que
no se angustiara, porque él cu id aría de ellos.
A la m añana sigu ien te, tem p ran ito, A braham se despidió
de A gar e Ism ael, dándoles de alim en to y agua para el viaje.
Debe haber sido una p artid a dolorosa, y puedo im aginarm e
que los ojos del anciano se llenaron de lágrim as m ientras el
niño y su m adre se alejaban y desaparecían en la distan cia.
Pero el cántaro de agua no fue suficiente y, cuando quedó
vacío, tanto A gar com o Ism ael estuvieron a punto de m orirse
de sed. El m uchacho se desm ayó por el calor del desierto, y
Agar comenzó a llorar. Pero Dios m antuvo su prom esa y cuidó
de ellos.
“El ángel de D ios llam ó a A gar desde el cielo y le d ijo :
‘¿Q ué te pasa, Agar? No tem as, pues Dios ha escuchado los
sollozos del niño. Levántate y tóm alo de la m ano, que yo haré
de él una gran n ació n ’. En ese m om ento Dios le abrió a A gar
los ojos, y ella vio un pozo de agua. En seguida fue a llen ar el
odre y le dio de beber al niño. Dios acom pañó al niño, y éste
fue creciendo; vivió en el desierto y se convirtió en un experto
arquero”.
L as B e lla s H is t o r ia s D e L a B i b l i a
M ie n tra s ta n to , en el c a m p a m e n to , la v id a g ira b a a lre d e ­
d o r d el n u evo b eb é. T o d o s los ojos se v o lv ían a él.
A b ra h a m y S a ra 110 p o d ía n p en sar en n in g u n a o tra cosa.
¡C u á n to a m ab an a ese n iñ o ! Lo h a b ía n esp erad o tan to tiem p o ,
y les p a re c ía q u e n u n c a p o d ría n h a c e r lo su fic ie n te p ara d e ­
m o stra rle su afecto .
Y
D io s ta m b ié n lo a m a b a , p o rq u e Isaac c o n s titu ía u n im ­
p o rta n te eslab ó n en la c ad en a d e su p lan d e salv ació n . Je sú s, la
S im ie n te d e la m u je r, q u e a p la sta ría la cab eza de la se rp ie n te ,
sería d e sc e n d ie n te de Isaac y d e sus h ijo s.
Pero sú b ita m e n te , p o r u n a razón q u e le d eb e h a b er sido
m u y d if íc il d e e n te n d e r a A b ra h a m , D io s le p id ió q u e o fre­
c ie ra a Isaac en sa c rific io : q u e lo m a ta ra co m o a u n co rd ero ,
com o a u n c a b rito , o co m o a u n b ecerro , ¡y q u e lo q u e m a ra
so b re el a lta r!
Esto d eb e h a b e r c o n m o c io n a d o al a n c ia n o .
A llí estab a el m u c h a c h o , a p u n to d e e n tra r en la a d u lte z ,
el gozo d el co razó n de sus p ad res y el o rg u llo d e to d o el c a m ­
p a m e n to , y ah o ra D io s le d e c ía : “T o m a a tu h ijo , el ú n ic o q u e
tien es y al q u e tan to am as, y ve a la regió n d e M o ria . U n a vez
a llí, o frécelo co m o h o lo cau sto en el m o n te q u e yo te in d ic a ré ”.
¡P o b re A b rah a m ! Es p ro b a b le q u e un h o m b re jam ás h a y a
ten id o q u e e n fre n ta r u n a p ru e b a m a y o r d e fe y am o r. D espués
de esp erar a este n iñ o d u ra n te m u ch o s añ o s, y d esp u és de d e ­
cirles a to d o s sus am ig o s y sus siervos q u e era el n iñ o del m i­
lag ro q u e D ios les h a b ía p ro m e tid o , y d esp u és de a m a rlo con
La Mayor Prueba D e Am or
todo el afecto que un anciano es capaz de sentir por su hijo
único, ¡ahora se le pedía que lo colocara sobre el altar y lo sa­
crificara!
“¿Por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?”, debe haberse pregun­
tado A braham vez tras vez. Seguram ente, se había confundido.
Era indudable que no había oído bien a Dios. No era posible
que el Señor le p idiera a alguien que hiciera sem ejante cosa.
Pero A braham sabía que Dios le había hablado y, aunque
no entendía la orden, decidió obedecerla. T en ía la seguridad
en su corazón de que el que lo había llam ado a salir de U r de
los caldeos, y lo había cuidado duran te todas sus jornadas y
cum plido su prom esa concediéndole un hijo, no le pediría que
hiciera un sacrificio sem ejante sin tener una buena razón.
De m anera que, v o lu n tariam en te, pero con un corazón
acongojado, “se levantó de m adrugada y ensilló su asno. T am ­
bién cortó leña para el holocausto y, jun to con dos de sus cria­
dos y su hijo Isaac, se en cam in ó hacia el lu gar que D ios le
había in d icad o ”.
V iajaron todo ese día, y todo el d ía siguiente. A braham e
Isaac iban junto s , con los dos siervos que los segu ían , pre­
guntándose qué sign ificaría todo aquello.
¡Q ué viaje triste fue ese! Debe haber sido casi más de lo
que A braham podía soportar.
C on cada paso que daba, su corazón se angustiaba más y
Las Bellas Historias D e La Biblia
¿De qué hablaban? N adie lo sabe y, sin embargo, pode­
mos estar seguros de que se trataban con gran ternura; Isaac
embargado de amor y consideración hacia su padre anciano, y
Abraham intensam ente conmovido por lo que Dios esperaba
que hiciera al día siguiente con su propio hijo.
“Al tercer día, Abraham alzó los ojos y a lo lejos vio el
lugar. Entonces le dijo a sus criados:
—“Quédense aquí con el asno. El muchacho y yo seguire­
mos adelante para adorar a Dios, y luego regresaremos junto
a ustedes”.
“Regresaremos junto a ustedes”. ¡C uánta esperanza ence­
rraban esas palabras! No obstante, ¿sucedería? Si él obedecía a
Dios y sacrificaba a su hijo, ¿cómo podrían ambos volver? A
menos que... ¿podría suceder?... A menos que Dios tuviera pla­
neado otro milagro aún mayor en su favor. Nunca antes había
sucedido tal cosa, pero sí, ¡Dios podía realizarlo! ¿No había
dicho que nada era demasiado difícil para él? Entonces, quizá
hasta sería posible que levantara a Isaac de los muertos.
Así leemos en el libro de Hebreos: “Por la fe Abraham,
que había recibido las promesas, fue puesto a prueba y ofreció
a Isaac, su hijo único, a pesar de que Dios le había dicho: ‘Tu
descendencia se establecerá por medio de Isaac’. Consideraba
Abraham que Dios tiene poder hasta para resucitar a los muer­
tos, y así, en sentido figurado, recobró a Isaac de entre los
muertos”. 1
Al ascender hacia la cim a, Isaac comenzó a preguntarse
qué tenía planeado hacer su padre. H asta ese mom ento, se
había sentido m uy orgulloso y feliz de estar solo con él para
construir un nuevo altar a Dios; pero ahora, al tomar nota de
las cosas que llevaba, de repente se dio cuenta de que algo fal­
taba.
No había ningún anim al para el sacrificio. Habían viajado
toda esa larga jornada en vano. ¡Se habían olvidado de lo más
importante!
- “¡Padre!... A quí tenemos el fuego y la leña -co n tin u ó
Isaac-; pero, ¿dónde está el cordero para el holocausto?”
¡H abía llegado el momento que Abraham más tem ía!
Debía decirle a Isaac la espantosa verdad... pero todavía no;
esperaría hasta el últim o momento.
De manera que Abraham respondió - y casi podemos es­
cuchar el temblor en su voz—:
- “El cordero, hijo mío, lo proveerá Dios”.
Estas palabras decían mucho más de lo que él se daba
cuenta. En cierto sentido, fueron proféticas. Porque mucho
después, en el futuro, Dios haría precisam ente eso, no solo
para Abraham , sino para cada ser hum ano. Él proveería un
Cordero que habría de morir en el Calvario, Jesús, “¡Aquí tie-
175
La M a y o r P r u e b a D e A m o r
n en al C o rd e ro d e D io s, q u e q u ita el p ecad o d el m u n d o !”2
Y a sí c a m in a ro n ju n to s , co n paso le n to , y p esa d o , h a sta
q u e p o r fin lle g a r o n al lu g a r q u e D io s in d ic ó , y “A b ra h a m
c o n s tru y ó u n a lta r y p re p a ró la le ñ a ” .
S i a lg u n a vez se a c e rc a ro n el c ie lo y la tie r ra , fu e en ese
in sta n te .
A llí e stab a A b ra h a m , d e p ie a n te el a lta r , co n las lá g rim a s
q u e c o rría n p o r sus m e jilla s , c u a n d o lan z ó u n a ú ltim a m ira d a
al h ijo al q u e a m a b a ta n tie r n a m e n te ; y a llí e stab a D io s a su
lad o , v e la n d o co n in fin ita a n s ie d a d , p re g u n tá n d o se si su siervo
fiel p o d ría h a c e r u n sa c rific io tan e n o rm e sin c h is ta r, sin p ro ­
n u n c ia r u n a so la p a la b ra d e q u e ja .
A b ra h a m , ¿so p o rta ría la te rrib le p ru e b a ? ¿P o d ría h acerlo
h a sta su a m a rg o fin an tes q u e d e so b e d e c e r a D io s?
Y to m ó A b ra h a m “el c u c h illo p a ra s a c rific a r a su h ijo ” .
Isaac cerró sus o jo s, a g u a rd a n d o el g o lp e fa ta l. El c u c h illo
re sp la n d e c ió a la lu z d e la m a ñ a n a . P ero n u n c a lo to có . R e ­
p e n tin a m e n te , el s ile n c io d e la c im a d e l m o n te fu e in te r r u m ­
p id o p o r el so n id o d e u n a voz fu e rte , a p r e m ia n te , im p e ra tiv a ,
co m o si D io s m ism o e stu v ie ra a h o ra c o n m o v id o .
—“ ¡A b ra h a m ! ¡A b r a h a m !... N o p o n g a s tu m a n o so b re el
m u c h a c h o , n i le h ag as n in g ú n d a ñ o ” .
L a vo z lle g ó ju sto a tie m p o .
U n solo in s ta n te m ás y to d o se h a b r ía te rm in a d o .
A h o ra , el c u c h illo q u e p o d ría h a b e rlo m a ta d o co rtó las l i ­
g a d u ra s q u e a ta b a n al m u c h a c h o y lo d ejó en lib e rta d .
¡C o n c u á n to a m o r se h ab rán ab razad o p a d re e h ijo , m u d o s
177
—
ILUSTRAC IÓ N DE RUSSEI.1. HARLAN
D ios honró la fe de A b rah am al re sta u rar a*su
h ijo Isaac d el a lt a r d e l sacrific io - E n to n ces,
lo s dos se ab raz aro n tie rn a m e n te y ala b aro n
a D ios d esd e lo m ás h o n d o d e su co razó n .
Las Bellas H istorias D e La Biblia
de gozo ante esta revelación asombrosa! ¡Y cuánto se habrá
agradado Dios de ambos por su amor y devoción hacia él!
D ijo la voz nuevam ente:
—“Sé que temes a Dios, porque ni siquiera te has negado
a darm e a tu único h ijo ”.
Entonces, se escuchó nuevam ente la voz, porque Dios to­
davía estaba cerca, feliz de saber que había un hombre que lo
am aba con todo su corazón que, a su m andato, estaba dis­
puesto a entregarle su tesoro más preciado: su propio hijo, la
alegría de su corazón.
Y la voz dijo:
- “Juro por m í mismo —afirm a el Señ o r- que te bendeciré
en gran m anera, y que m ultiplicaré tu descendencia como las
estrellas del cielo y como la arena del mar. Además, tus des­
cendientes conquistarán las ciudades de sus enem igos. Puesto
que me has obedecido, todas las naciones del m undo serán
bendecidas por medio de tu descendencia”.
¡Qué promesa tan maravillosa! Al expresar esto, Dios abrió
todos los tesoros del cielo para este siervo fiel. Y ofrece la
m ism a bendición a todos los que lo aman como Abraham , a
todos los que están dispuestos a disponer las mejores y más
preciosas cosas que poseen sobre el altar del sacrificio.
Toda tu vida será diferente, feliz y hermosa, mientras cam i­
nas con Dios hacia la tierra prometida, la Canaán celestial. 0
CUARTA PARTE
0
H ISTO RIA
10
Buscando una esposa para Isaac
(Génesis 22:19-24; 23; 24:1-14)
EBE haber sido muy feliz el viaje que hicieron Abraham e Isaac de regreso del monte Moria a Berseba,
donde se hallaba situado su campamento. Padre e hijo
se sintieron más cerca que nunca, y ambos estaban contentos al
saber que Dios se había agradado de ellos.
Al llegar a su casa, encontraron que los aguardaban noticias in­
teresantes con respecto a Najor, hermano de Abraham. Dado que
en esos días no había servicio postal, la llegada de un mensajero era
un acontecimiento importante. El mensajero relató que Najor tenía
doce hijos, uno de los que se llamaba Uz, y el otro Buz. ¡Qué nom­
bres! Otro de ellos se llamaba Betuel, y tenía una hija que se lla­
maba Rebeca. En ese momento, ese nombre no significaba mucho
para Abraham. Ella no era más que otra sobrina nieta suya. Pero
algún día, iba a desempeñar un papel muy importante, tanto para
él como para su precioso Isaac.
Lo que más le preocupaba ahora a Abraham era Sara. Ya tenía
127 años, y sus fuerzas declinaban rápidamente. Se dio cuenta de
D
179
Las B ellas H istorias D e La B iblia
q u e ella no v iv iría m u c h o m ás.
C ie rto d ía , la q u e rid a a n c ia n a falleció , y su m u e rte su m ió a
to do el c a m p a m e n to en p ro fu n d a tristeza. P u ed es im a g in a rte cu án
solo se sin tió A b ra h a m , y ta m b ié n Isaac p o rq u e, al ser h ijo ú n ico ,
su m a d re h a b ía sig n ific a d o m u c h o p ara él.
D esp u és q u e S a ra fue se p u lta d a en la cu ev a d e M a c p e la , A b ra­
h a m co m en zó a p reo cu p arse p o r el fu tu ro d e Isaac. El m u ch ach o
y a te n ía e d ad su ficien te p ara casarse, p ero ¿con q u ién ? N o p o d ía
h acerlo co n la h ija d e u n o d e sus siervos, ¡no en aq u ello s d ías! Y p o r
supuesto , no d eb ía casarse co n u n a d e las h ijas d e los p agan o s d e C a n aá n , p o rq u e ella p o d ría ap artarlo del D io s v erd ad ero .
¿Q u é p o d ría h acerse al respecto? El asu n to revestía u n a gran
im p o rta n c ia , p o rq u e Isaac era el h ered ero ú n ico d e las riq u ezas de
A b rah am , y el h ijo p o r el q u e se c u m p liría la p ro m esa d e D ios. Y
a llí estab a, sin esposa, y sin p o sib ilid ad es reales d e e n c o n trar u n a.
M ie n tra s A b ra h a m p e n sa b a en e llo , reco rd ó a su h e rm a n o
N a jo r, el h o m b re q u e te n ía d o ce h ijo s y m u ch o s n ieto s. T a l vez
u n a d e sus n ietas fu era u n a b u e n a p o sib ilid a d . El m en sajero , ¿no
h a b ía m en cio n ad o a u n a d e ellas? ¿C ó m o era q u e se llam ab a? R e­
beca. Sí. Esa era. R eb eca. B u e n o , al m en o s p o d ría n in te n ta rlo .
A sí q u e A b rah a m lla m ó a E liezer, su siervo d e co n fian za, y le
c o m u n ic ó su p lan . “Irás a m i tierra, d o n d e vive m i fa m ilia , y de a llí
le escogerás u n a esp o sa”.
Eso im p lic a b a u n largo v ia je d e u n o s 8 0 0 k iló m e tro s, pues re­
q u e ría vo lv er a M e so p o ta m ia . A d em ás, E liezer co m en zó a p reo cu ­
parse:
—¿Y si ella no q u iere v e n ir co n m ig o ? —p regu n tó —. ¿Q u é h aré en
18 0
Buscando Una Esposa Para Isaac
ese caso? ¿Llevaré a Isaac para allá?
—¡No! —dijo Abraham—. Nunca harás algo así. De ninguna ma­
nera irás allá con mi hijo.
Abraham temía que, si Isaac volvía a su antiguo hogar, podría
olvidar todo lo que Abraham le había dicho acerca de la maravillosa
conducción de Dios, y de sus planes y sus promesas para el futuro.
Antes de que eso ocurriera, Abraham estaba dispuesto a que Eliezer fracasara en su misión y volviera solo.
Claro que, si Isaac hubiera sido como algunos de los jóvenes de
hoy, indudablemente habría insistido en acompañar a Eliezer y es­
coger por sí mismo; pero en aquellos días eso no hubiera sido co­
rrecto. Por supuesto, no es improbable que le haya dicho en privado
a Eliezer la clase de joven que le gustaría tener como esposa.
La historia de cómo el anciano y fiel siervo encontró a la niña
adecuada, la niña de corazón bondadoso, es una de las más her­
mosas de la Biblia.
Las Bellas H istorias De La B iblia
C o n d iez cam ello s, E liezer p rep aró u n a v erd ad era carav an a;
porque adem ás de tener q u e recorrer un largo cam in o , deseaba tam ­
bién d a r u n a b u en a im p resió n an te la jo v en , si ten ía la suerte de
en co n trar una.
M ie n tra s v iajab a, d ía tras d ía, se p regu n tó m u ch as veces cóm o
se d aría cu en ta, cu an d o llegara a su d estin o , cu ál sería la n iñ a m ás
ap ro p iad a. S u p o n g am o s, p en sab a, q u e las n ietas de N ajo r fueran
todas ig u a lm en te agrad ab les. ¿Q u é h a ría en ese caso? Y lo q u e m ás
lo aterrab a era traer la q u e no co rresp o nd ía, ¡u n a q u e no le gu stara
a Isaac! N o era tarea fácil en co n trar u n a esposa p ara otro.
C ierto atard ecer, E liezer llegó a Ja rá n , la ciu d a d d o n d e viv ía
N ajo r. C o n calo r y can sad o , se d irig ió al pozo q u e estab a en las
afueras d e la p u erta de la ciu d ad e hizo arro d illar a sus cam ellos lis­
tos p ara ser abrevados. E ntonces, esperó y v ig iló , p o rq u e se le o cu ­
rrió q u e esa era la h o ra del d ía en q u e era m ás p ro b ab le q u e las
jóvenes de la ciu d ad fueran al pozo p ara sacar ag u a p ara sí m ism as
y sus anim ales. Si así fuera, a él se le p resen taría u n a m agn ífica opor­
tu n id a d p ara observarlas antes de q u e d escu b rieran q u ién era o p o r
q u é h ab ía ven id o .
Pero to d avía le p reo cu p ab a la idea de có m o eleg iría a la joven
correcta. S i elegía a la m ás h erm o sa, q u izá d escu b riría luego q u e era
o rgu llo sa y egoísta. S i elegía a la q u e iba m ejo r vestid a, q u izá, d e­
m asiado tarde, h allaría q u e era m u n d a n a e in fiel a D ios.
¡Q u é p ro b lem a! ¿Q u é ib a a h acer un p o b re h o m b re? ¡C u án
fácil sería co m eter un error!
La p u erta de la c iu d ad se abrió y com en zaro n a salir algu n as jó ­
venes, con los cántaros de ag u a sobre sus h om b ros. ¿A lgun a de ellas
182
Buscando Una Esposa Para Isaac
sería la indicada para Isaac?
Mientras las jóvenes se acercaban, elevó una ferviente oración
a Dios en busca de ayuda. “Señor, Dios de mi amo Abraham, te
ruego que hoy me vaya bien, y que demuestres el amor que le tie­
nes a mi amo”.
Entonces, sugirió una prueba sencilla:
“Aquí me tienes, a la espera junto a la fuente, mientras las jó­
venes de esta ciudad vienen a sacar agua. Permite que la joven a
quien le diga: ‘Por favor, baje usted su cántaro para que tome yo un
poco de agua’, y que me conteste: ‘Tome usted, y además les daré
agua a sus camellos’, sea la que tú has elegido para tu siervo Isaac.
Así estaré seguro de que tú has demostrado el amor que le tienes a
mi amo’ ”.
Esta prueba, como notarás, no se basaba en la belleza de la
niña, sino en la bondad de su corazón. A Eliezer no le interesaban
sus ropas ni su maquillaje, sino su preocupación por los demás.
¿Había alguna jovencita en el grupo que se movía hacia él que
se desviaría de su camino para ayudar a un extranjero? A Eliezer no
le costó demasiado encontrarla. ^
CUARTA PARTE
0
HISTORIA
11
La niña de corazón bondadoso
(Génesis 24:15-66)
M E D ID A que el grupo de jovencitas se acerca al pozo con
sus cántaros, Eliezer observa cuidadosam ente. Se pregunta
si alguna de ellas hará lo que él sugirió. A lgunas son senci­
llas y otras de buen aspecto. Algunas son alegres, y otras se ven tris­
tes. A lgunas notan al extranjero con los cam ellos y se ríen de él;
otras, le dan la espalda y lo ignoran.
Entonces, una de ellas, más herm osa que el resto, se acerca al
pozo y llena su cántaro de agua.
Sintiéndose im presionado a dirigirle la palabra, Eliezer le dice:
—“¿Podría usted darm e un poco de agua de su cántaro?”
La niña contesta:
—“Sírvase, m i señor”.
Y
tom ando el cántaro que tenía sobre sus hom bros, le ofreció
de beber.
—“V oy tam bién a sacar agua para que sus cam ellos beban todo
lo que quieran” —añade.
C on la m ayor prisa, la joven vació su cántaro en la pila y co­
rrió de nuevo al pozo para sacar agua para todos los camellos.
C uánta agua bebieron estos diez camellos, no lo sabemos; aun-
A
184
esta niña sacar el agua y llevarla hasta la pila, pero ella lo hizo feliz
y voluntariamente.
Mientras tanto, Eliezer observaba con admiración creciente,
sintiéndose cada vez más seguro de que esa era la joven que él bus­
caba.
Y
entonces, ¡qué sorpresa se llevó ella! Porque en ese momento
Eliezer, abriendo una de sus bolsas, tomó algunos hermosos ador­
nos de oro y plata y se los obsequió. Casi la puedo oír gritando de
sorpresa: “¿Para mí? Yo no esperaba que me pagara por ayudarlo,
señor, pero ¡son tan hermosos!”
Eliezer sonríe y le pregunta:
- “¿Podría usted decirme de quién es hija, y si habrá lugar en la
casa de su padre para hospedarnos?”
- “Soy hija de Betuel, el hijo de Milca y Najor-respondió ella,
a lo que agregó-: No sólo tenemos lugar para ustedes, sino que
también tenemos paja y forraje en abundancia para los camellos”.
¡Así que esta es Rebeca! Precisamente la niña que tanto había
185
Las Bellas H istorias D e La B ib lia
deseado ver. ¡Pensar que ella había sido la que había abrevado sus
camellos!
Casi aturdido por su buena suerte, Eliezer cae sobre sus rodi­
llas y levanta sus manos a Dios. “Bendito sea el Señor, el Dios de
mi amo Abraham, que no ha dejado de manifestarle su amor y fi­
delidad, y que a m í me ha guiado a la casa de sus parientes”.
Al ver al extraño de rodillas, orando al Dios del cielo, Rebeca
se vuelve y corre hacia su casa. La primera persona que encuentra
es su hermano Labán, quien, como lo haría cualquier hermano, in­
mediatamente repara en las costosas joyas que ella lleva.
—¿Dónde conseguiste esto? —le pregunta.
-U n hombre me las dio. Junto al pozo. Ven a verlo.
Entonces, ella cuenta todo lo ocurrido, y cómo el extraño ha
viajado desde la casa de Abraham, que está allá en la tierra de Canaán.
Ahora Labán se apresura a ir hasta el pozo para comprobar si
lo que su hermana le ha contado es realmente cierto. Al ver a Elie­
zer, todas sus dudas se desvanecen, y dice:
—“¡Ven, bendito del Señor! —le dijo—. ¿Por qué te quedas
afuera? ¡Ya he preparado la casa y un lugar para los camellos!”
Los siervos se apresuraron a servirle de comer y de beber, pero
Eliezer no quiso probar bocado hasta contar su historia. En primer
lugar, habló acerca de Abraham, y de cómo Dios lo había bende­
cido ricamente. Luego, les explicó la misión que le había encargado
su amo de hallar una esposa para Isaac. A continuación, les contó
de su oración junto al pozo y, finalmente, cómo el acto bondadoso
de Rebeca lo había impresionado tan gratamente.
Mientras Rebeca escuchaba, sus mejillas se ruborizaron. El co-
La N iñ a D e C o ra zó n B o n d a d o so
razón le saltab a dentro del pecho. ¡Eso era d em asiado m aravilloso!
¡Pensar que ella podría convertirse en la esposa del h ijo único de
A b rah am , del gran A b rah am , de cuyas riquezas y p ied ad ella había
oído h ab lar desde su infancia!
C u an d o Eliezer term in a su historia, B etuel y Labán están se­
guros de q u e Dios ha d irigid o todo lo qu e ha ocurrido.
—“Sin d u d a todo esto proviene del Señ o r —d ijero n —. A q u í está
R ebeca; tó m ela usted y llévesela para qu e sea la esposa del hijo de
su am o, tal com o el Señ or lo ha d ispuesto ”.
E ntonces, todos los ojos se vuelven a R ebeca, p orque ella tiene
qu e decir algo al respecto.
—¿Q uieres partir luego con este hom bre? —le preguntaron .
—Iré —respondió ella.
Y
así lo hizo. A la m añ an a sigu ien te, la caravana de Eliezer par­
tió de regreso a C an aán , con R ebeca sentada en uno de los cam e­
llos, todavía m aravillad a por la extrao rd in aria buena suerte que le
h ab ía tocado de m anera tan repentina.
Es probable que ella n u n ca se h aya dado cu en ta, pero ¡cuánto
depen dió todo de ese acto bondadoso q u e ella realizó con un ex­
trañ o ! ¡D e q u é gran b en d ició n y felicid ad se h u b iera p rivad o si
aq u ella tarde hubiera estado m alh u m o rad a y quejosa! T o d o el fu­
turo —para sí m ism a, para sus hijos y los hijos de sus hijos, y su parte
en el gran plan de salvación d ivin o —d ep en dió de su co n d u cta en
aquel m om ento. N o se puede m edir el alcance que puede tener una
sonrisa o u n a palabra am igab le.
M ien tras tanto, algu ien en C an aán agu ard ab a ansiosam ente la
llegada de la caravana. S egu ram en te era A b rah am ; pero m ás que
todo era Isaac, el pobre y solitario Isaac, q u e n u n ca dejó de pensar
en ella. D ía tras día, oraba a D ios para qu e ayu d ara a Eliezer a en-
187
Las Bellas Historias D e La Biblia
contrar a alguien a quien él pudiera amar con todo su corazón.
Entonces, cierto día, cuando Isaac “había salido a orar en el
campo al caer la tarde... alzando la vista, miró, y he aquí que venían
unos camellos”.
¡Los camellos! ¡Cómo había esperado esos camellos!
Los contó. Eran diez. Estaba seguro de que se trataba de la ca­
ravana de Eliezer. La escudriñó de punta a punta, en busca de un
rostro femenino. Le pareció ver uno, y se apresuró a ir a su en­
cuentro.
Mientras tanto -cosa rara-, Rebeca también aguzaba los ojos,
llena de curiosidad. Cuando la caravana se acercó al campamento,
le dijo a Eliezer:
—“¿Quién es aquel hombre que viene por el campo a nuestro
encuentro?”
El se lo dijo y... bueno, eso fue amor a primera vista. Y cuando
“el criado le contó a Isaac todo lo que había hecho”, Isaac no tuvo
ninguna duda de que esa era la joven que Dios había elegido para él.
Entonces, él hizo una cosa muy linda. La “llevó... a la carpa de
Sara, su madre”, y allí le contó a su futura esposa todas las dulces
memorias que evocaba ese lugar para él.
Después, “la tomó por esposa. Isaac amó a Rebeca, y así se con­
soló de la muerte de su madre”. 0
CUARTA PARTE
0
HISTORIA
12
El muchacho amigable
(Génesis 25:7-11; 26:17-24)
I Rebeca era la niña de corazón bondadoso, Isaac era el mu­
chacho am igable. Siem pre pensaba en otros, y en cómo po­
dría ayudarlos. N ada parecía contrariarlo jam ás.
¿Recuerdas cómo se condujo en el m onte M oria, cuando su
padre le explicó que Dios quería que fuera ofrecido en sacrificio
y cuánto se lam entó por la m uerte de su m adre, y cuán feliz se
sintió cuando vio a Rebeca? T odo eso reveló la dulce bondad de
su carácter.
D urante los años siguientes, ese m ism o herm oso rasgo de
carácter resplandeció repetidas veces en su vida.
Cuando Abraham falleció a los 175 años, ¿qué crees que hizo
Isaac? Envió a buscar a Ismael, a quien A braham había separado
del cam pam ento hacía m uchos años antes, y juntos sepultaron a
su padre en la cueva de M acpela, donde descansaba Sara.
Solam ente alguien que poseyera una verdadera grandeza hu­
biera pensado en hacer eso. Isaac había sido nom brado heredero
único de las incontables posesiones de A braham , y fácilm ente
podría haberlo convertido en un hom bre orgulloso y egoísta.
S
189
Pero no ocurrió así. Podría haber tratado de llamar la atención e
ignorar a todos los demás. Pero no; en lugar de ello, lo primero
que hizo después de la muerte de su padre fue compartir los ser­
vicios del funeral con su solitario medio hermano.
Poco tiempo después, Isaac oyó que los filisteos estaban ce­
gando los pozos que su padre había cavado en distintas partes de
la región. Esas noticias hubieran indignado a la mayoría de los
hombres, porque en aquellos días, y en aquella región, los pozos
eran de gran importancia por ser la única fuente de agua para el
ganado.
Sin duda, mientras Abraham vivía, los filisteos habrán envi­
diado sus enormes manadas de vacas y sus numerosos rebaños
de ovejas y cabras. Y cuando oyeron decir que había muerto, pro­
bablemente se dijeron: “Ahora es nuestra oportunidad de apo­
derarnos de su campo. Ceguemos sus pozos y arreemos su
animales. No nos preocupa la reacción de su heredero. Él no es
un hombre fuerte como su padre”.
Pero en Isaac encontraron una nueva clase de fortaleza. Él no
intentó pelear con ellos, como ellos esperaban. En su lugar, se
mostró amigable. Y ellos no sabían cómo combatir contra eso.
Al llegar un día al valle de Guerar, los siervos de Isaac le in­
formaron a su amo que todos los pozos que Abraham había ca­
vado habían sido cegados.
190
El Muchacho Amigable
En lugar de enojarse, como muchos lo hubieran hecho, Isaac
sencillam ente dijo: “M u y bien, cávenlos de nuevo”.
De m anera que los siervos, tran quilam ente, se pusieron a
trabajar y reabrieron los pozos. No obstante, ni bien term ina­
ron, los pastores locales se reunieron y trataron de pelear.
—Estas aguas son nuestras —gritaron.
- M u y bien -d ijo Isaac-. N o peleemos por esto.
Y ordenó a sus siervos que se apartaran un poco y cavaran
otro pozo. Pero apenas habían encontrado agua en este nuevo
pozo, cuando las m ism as personas que habían hecho un albo­
roto acerca del prim ero, llegaron corriendo y gritando:
—¡Esta agua tam bién es nuestra!
Esa situación debe haber sido m u y difícil para Isaac y sus
siervos. C avar un pozo no resulta una tarea fácil, y en ese clim a
cálido, debe haber sido un trabajo m u y arduo. Q ue alguien se
haya intentado apoderar de lo que tanto les había costado en­
contrar, hubiera sido motivo suficiente de pelea para la m ayoría
de los hombres.
Pero no para Isaac.
- “Pueden quedarse con él - d ijo - . Iremos a otra parte y vol­
veremos a cavar”.
Y eso fue precisam ente lo que hizo: La B iblia dice: “En­
tonces Isaac se fue de allí y cavó otro pozo, pero esta vez no
hubo n in gu n a d isputa. A este pozo lo llam ó Espacios libres, y
dijo: ‘El Señor nos ha dado espacio para que prosperem os en
esta regió n ’
Y en verdad que el Señor hizo lugar para Isaac, pero lo hizo
m ediante el espíritu bondadoso y pacífico que él m anifestó hacia
191
Las Bellas Historias De La Biblia
los que se le oponían. Sus enemigos, sencillamente, no podían
combatir contra un hombre como ese. Así fue que él obtuvo la
victoria al ser paciente y bondadoso, y al proceder de esa forma,
hizo amigos en lugar de enemigos.
En esa misma noche, el Señor se le apareció y le dijo: “Yo soy
el Dios de tu padre Abraham. No temas, que yo estoy contigo.
Por amor a mi siervo Abraham, te bendeciré y multiplicaré tu
descendencia”.
Era como si Dios le estuviera diciendo: “Estoy muy com­
placido por la forma en que actuaste en este asunto de los pozos.
Te amo por causa de ello. Ese es el espíritu que yo quiero ver en
todos mis hijos. Nunca temas hacer lo recto. Recuerda, yo estoy
siempre contigo, y te voy a bendecir, como se lo prometí a tu
padre Abraham”.
Esto es algo que debemos recordar cuando otros nos tratan
de forma agresiva y desconsiderada. Si buscamos tratarlos con
bondad y mansedumbre, agradaremos a Dios tal como lo hizo
Isaac, y las bendiciones que le prometió a él serán también nues­
tras.
Sabemos que eso es verdad por lo que Jesús dijo un día:
“Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen, para
que sean hijos de su Padre que está en el cielo”.*
Si tan solo cada niño y cada niña tuvieran un corazón bon­
dadoso y un espíritu amigable como Isaac y Rebeca, ¡qué lugar
feliz para vivir sería este mundo! 0
A rth iir S. MaxneU ha
escrito la colección
m ás precisa y com­
pleta de las historias
bíblicas disfHtnibles
p a ra niños.
Este torno, el primero de
diez, comienza con el primer
capítulo y versículo de la Bi­
blia y continúa hasta el capítido 2 4 del Génesis. Leerás
acerca del primer encuentro
maravilloso entre el hombre y
su Creador, los emocionantes
acontecimientos del diluvio y
la fe heroica de Abraham.
La ilustración de la portada es de
Harry Anderson
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