Subido por z_ruelas

01 - Despiertame al oscurecer

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Mia pertenece a un cuerpo de élite de seguridad dedicado a la
protección de los humanos frente a los "forasteros" que no cumplen la
Ley. Los "otros-mundos" son los seres venidos de otros planetas que se
pueden trasladar a la tierra mediante unas "puertas". La misión de
Mia y su equipo es cazar a los depredadores que hacen presa en la raza
humana.
Tan solo empezar la historia nos topamos de lleno con un
asesino en serie con el que Mia tendrá que lidiar. Es un ser listo,
peligroso y, por descontado, pertenece a una de las razas de "otrosmundos" más peligrosas. Las cosas se complican cuando el compañero
y amigo de Mia cae gravemente herido, y Mia se encuentra realizando
negociaciones, en secreto, con el principal sospechoso de los asesinatos
en serie a cambio de la vida de su compañero. Mia deberá romper las
reglas con las que ha regido toda su vida y dar un salto de fe.
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CAPÍTULO 1
MEDIANOCHE. La hora de las brujas, dicen algunos. Y ya que eran las 12:07 a.m. y estaba de
pie frente a un cuerpo muerto, tenía que estar de acuerdo.
La víctima, William H. Steele, un hombre caucasiano de pelo castaño y ojos negros, de treinta
y seis años, un metro ochenta y cuatro centímetros y ciento cuatro kilos de peso aproximadamente,
estaba desnudo sobre una invernal cama de crujientes hojas.
La luz de la luna se derramada en todas direcciones, y el marchitado follaje enmarcaba
burlonamente su musculoso físico. Sin ninguna herida de bala, sin contusiones. De hecho, ni un
solo defecto estropeaba la perfección de su piel. Había muerto recientemente; el calor todavía
irradiaba de él y se erizaba hacia el helado cielo de la noche.
Los agentes de Alien Investigation and Removal (Investigación y Exterminación de
Alienígenas), también conocidos como A.I.R., peinaban el área meticulosamente, buscando entre
cada frágil brizna de hierba, cada partícula de suciedad. Los débiles murmullos de sus
conversaciones se repetían en mis oídos. Los atenué un poco e intensifiqué mi atención sobre el
cuerpo. Las piernas del hombre estaban ligeramente extendidas y dobladas por las rodillas. Una de
sus manos descansaba detrás de la cabeza, y la otra estaba atada a su pene con… ¿qué diablos era
eso? Me agaché. Con los ojos entrecerrados, extendí la mano enguantada y deslicé un dedo bajo el
material. Una pálida cinta azul, atada en un lazo perfecto.
Fruncí el ceño. ¿Se suponía que era un regalo?
Sí. Sí, eso era exactamente lo que era, comprendí, profundizando el ceño. La escarcha brillaba
en su pelo como diamantes contra oscuro terciopelo, pero no había estado fuera el tiempo
suficiente para que esa escarcha fuera natural. El hombre era un regalo que había sido planeado
para que pareciera carnal, seductor. Atrayente. Al ciudadano medio, le habría parecido ansioso por
una larga noche de satisfacción sexual.
A mí, sólo me parecía el cadáver que era.
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Sus ojos estaban fijos al frente, sus labios ligeramente azules y el hombre no temblaba de frío.
Eso lo decía todo. Además de eso, sus testículos eran tan lisos y brillantes como el mármol, no
arrugados como, supuestamente, los tenían todos los hombres de aquí fuera.
Con una sardónica sacudida de cabeza, me levanté.
Quizás mi evaluación era insensible e indiferente; quizás mi humor estaba fuera de lugar.
Ver cadáveres era lo normal en mi puesto de trabajo, y no podía permitirme ver a este hombre
como una persona real. Si lo hiciera, tendría que reconocer que él una vez tuvo esperanzas y
sueños, pensamientos y sentimientos. Lloraría por la familia que dejaba atrás, me preguntaría por
la vida que una vez había pulsado por sus venas.
No podía hacer eso si esperaba funcionar. Con las lágrimas venía la distracción y, con la
distracción, la muerte. En mi primer año de trabajo sobre el terreno, había pasado más tiempo
lamentándome por las víctimas que cazando a sus asesinos, y casi me había convertido en una
víctima yo misma. Eché un vistazo a mi muñeca. La negra oscuridad y mi guante no impidieron
que encontrara el puño de mi chaqueta, dejando un pequeño pedazo de piel visible. Aquella piel
lucía un tatuaje de La Parca y ese era sólo uno de mis muchos recordatorios para permanecer
impasible.
Me hice el tatuaje después de recuperarme de una grave paliza, cortesía de un cabreado
otros-mundos.
Mientras había estado perdida en mi pena por una víctima, que ni siquiera ahora podía
recordar, un absorbedor de energía Rycan me atacó por detrás… y pateó seriamente mi culo de
cazadora.
Juré no llorar nunca más. Y no lo había hecho. Las lágrimas eran una debilidad que sólo los
civiles podían permitirse.
Soy una cazadora de alienígenas. Soy parte del equipo A.I.R., que trabaja con o contra el
Departamento de Policía de New Chicago… cualquier cosa que me convenga en ese momento.
Cada noche acecho y mato a otros-mundos e, independientemente de si investigo una muerte o la
causo yo misma, tengo que apartar mis sentimientos, encontrar el humor en donde pueda y
concentrarme en los hechos.
Me gusta mi trabajo a pesar de la sangre y las vísceras… o tal vez debido a ellas. Me gusta
solucionar puzzles, unir pieza tras pieza. Me gusta eso de librarme, uno a uno, de los visitantes no
deseados en nuestra Tierra.
Sí, algunos alienígenas son pacíficos y se les permite vivir y trabajar entre nosotros. A
aquellos, los dejo en paz. ¿Pero los demás? ¿Los violadores, los ladrones y los asesinos? Los
desprecio.
Simpatizantes alienígenas a menudo me preguntan si yo, una cazadora, una asesina
legalizada, vive con la culpa. Mi respuesta: ¡Diablos, no! ¿Por qué debería sentirme culpable por destruir
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a un depredador? Estoy orgullosa de mi trabajo. Soy una privilegiada por hacer lo que hago. Los otrosmundos que sobreviven con el asesinato humano merecen la picadura de mi Pyre1.
Una ráfaga del viento glacial pasó girando sobre mis hombros, dispersando un brillante y
fino polvo de nieve en todas direcciones. El dobladillo de mi larga chaqueta negra bailó alrededor
de mis pantorrillas. Habían predicho diez centímetros de nieve, así que tenía que trabajar
rápidamente.
Hacía veinte minutos, había recibido una llamada de mi jefe, el Comandante Jack Pagosa. Él
me había informado de la situación. También me había avisado que tenía hasta la mañana para
presentarme con un sospechoso, o pasaría el próximo año detrás de un escritorio.
William Steele, un hombre felizmente casado y padre de un niño, había sido secuestrado
hacía cuatro semanas de su propia casa. Su esposa y recién nacido durmieron plácidamente
durante la terrible experiencia, inconscientes e ilesos.
El punto de entrada del rapto: indeterminado.
Cuatro otros hombres de cabello oscuro y ojos negros habían desaparecido poco después.
Uno había sido raptado de su puesto de trabajo, y dos directamente de una calle atestada durante
la hora del almuerzo. De forma bastante extraña, no hubo testigos, ni una sola prueba olvidada en
ninguna escena. Por motivo de la enigmática naturaleza de las desapariciones, los alienígenas eran
los principales sospechosos.
Hacía sólo media hora, un cazador de patrulla había encontrado a Steele abandonado de esta
forma en un campo del Distrito Sur. Gracias a Dios, el cazador había preservado la escena hasta
que mi equipo llegó. La primera cosa que noté fue que el cuerpo de Steele no mostraba signos de
tortura o de haber estado retenido.
Segundo, comprendí que su muerte no había tenido nada que ver con un impulso o rabia…
igual que supe que el asesinato no tenía nada que ver con la estupidez o la diversión. La escena era
demasiado exacta, demasiado perfectamente planeada. Al señor Steele lo habían matado por una
razón.
¿Por cuál? Todavía no podía decirlo.
Inspiré profundamente… y me quedé inmóvil. Lentamente, inspiré tres veces más. Mientras
exhalaba el último aliento, sonreí. Desde el primer secuestro, nadie se había atrevido a adivinar
cuál de las cuarenta y ocho especies alienígenas era la responsable, pero yo acababa de estrechar la
búsqueda a tres.
La víctima había sido asesinada con veneno. Onadyn, para ser exactos. Una droga desoxigenante usada por los Zi Karas, Arcadians y Mecs para sobrevivir en este planeta. Esas razas no
podían respirar nuestro aire sin ella, respirar oxígeno era una sustancia mortal para ellos. Lo que
era peor, era prácticamente imperceptible. Prácticamente, pero no totalmente. Unos pocos raros
1 Tipo de arma.
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podían identificar el Onadyn por su olor, una sutil fragancia similar a una rociada brisa durante
una tormenta de verano.
Yo era uno de esos pocos raros, y ahora lo olía. El olor llenó las ventanas de mi nariz, tan
embriagador y dulce, tan encantador como mortal y, de algún modo, de repente tan obvio para mí
como el olor a basura, a comida podrida y hojas putrefactas que cubrían todo este dominio. Mi
observación no era tan sólida como una señal de neón que parpadeara sobre la cabeza del asesino,
y en la que se leyera YO LO HICE en letras grandes y rojas, pero en verdad nos señalaba la
dirección correcta.
De todos modos, quería más.
Exploré el área a mi derecha, hice una pausa, luego exploré el área a mi izquierda. Excepto
por el ocasional centelleo las luces halógenas reglamentarias, el destacamento de fuerzas se
mezclaba en la noche.
Arrastré mi atención más allá, recorriendo los altos robles que se alzaban hacia el cielo. Los
árboles eran escasos y dispersos, sus ramas desnudas, su corteza sobrecargada por el goteante
hielo. Situados entre los árboles había casas y negocios. Uso la palabra negocios en términos
generales, por supuesto. La buena gente se refería a este sórdido y descuidado distrito como la
Esquina de la Puta. Siendo multada una vez por decirlo públicamente, yo lo llamaré El lugar.
¿Habrían visto algunos de los residentes algo insólito? ¿Nos lo dirían si lo habían hecho?
Ya había enviado al más encantador de mis agentes para hacer preguntas a todos los
ciudadanos dentro de un radio de un kilómetro y medio. Pero a estas altas horas de la noche, los
civiles tendían a ser irritables y desconfiados. Además de eso, el Distrito Sur era conocido por su
odio a los agentes de la ley o de cualquier tipo.
—¿Qué opinas, Mia?
Dallas Gutiérrez, mi brazo derecho, llegó de una zancada a mi lado. Llevaba una chaqueta
negra de cuero y botas negras de combate que encajaban con los duros contornos de su cuerpo a la
perfección. De vez en cuando, pensaba que era demasiado hermoso para ser real. Su pelo era
oscuro y espeso, y los negros mechones caían en un sexy desorden sobre sus amplios y musculosos
hombros. Perfectas cejas se arqueaban sobre sus perfectamente formados ojos y unos perfectos
pómulos enmarcaban su perfecta nariz.
Por alguna razón, con sus perfectos y blancos dientes que se revelaban ante su sonrisa, e
incluso con los profundos ojos marrones del muy bastardo que destellaban con travesura, todavía
poseía ese borde afilado como una navaja de afeitar de un cazador.
Lo admiraba por ello.
En más de una ocasión, Dallas Gutiérrez había volado sobre las alas de la Muerte y había
sobrevivido. Era un hombre que irrumpía precipitadamente en el medio de peligro sin vacilar.
Anteponía la seguridad de sus amigos ante la suya propia y jamás lamentaba su decisión, incluso
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cuando salía herido. Había salvado mi vida tantas veces que debería tatuarme su nombre en mi
trasero.
—¿Qué opinas? —repitió—. ¿Qué grupo de alienígenas es responsable?
—Zi Karas, Arcadians o Mecs.
Un poco de brillo abandonó sus ojos.
—¿Estás segura?
Le sacudí un ceño tipo estas-tomándome-el-pelo.
—¿Puede una mujer perder setenta y nueve kilos de grasa no deseada por divorciarse de su
marido?
—Maldición —rió entre dientes, el sonido ronco y rico a través del crepúsculo—. No es
asombroso que todavía estés soltera. Eres feroz.
Condenación, lo era. Tenía que serlo. Era una mujer en la profesión de un hombre, y sólo
porque llevaba un arma de fuego no significaba que me tomaran en serio. Ni siquiera Dallas me
había tomado en serio al principio.
En su primera semana en el trabajo, él peleó porque me trasladaran.
—Las mujeres no son cazadores —había dicho Dallas tantas veces que quise marcarlas sobre
su pecho… mientras estaba despierto y atado a su cama.
Mido un metro y medio y peso cincuenta y cinco kilos. Tengo sólo veintiocho años, pero soy
indomable. No acepto mierdas de nadie, especialmente en asuntos de trabajo. La primera vez que
Dallas y yo practicamos la lucha cuerpo a cuerpo, lo tenía de espaldas al suelo en tres segundos,
mis manos alrededor de su tráquea mientras él se moría por un poco de aire.
Irónicamente, fuimos los mejores amigos después de eso, y él jamás mencionó de nuevo mi
reubicación.
—¿Qué te hace estar tan segura? —preguntó, doblando los brazos sobre el pecho y
mirándome con un ceño propio.
Una bolsa de plástico colgaba de sus dedos.
Me encogí de hombros.
—¿Alguna vez has oído la expresión “El rasero de Occam”? —Parpadeó, y lo tomé como un
no—. El rasero de Occam es un principio del siglo diecinueve que declara que la explicación más
sencilla a un misterio es probablemente la más correcta.
Su frente se arrugó y sus ojos me lanzaron un fuego oscuro.
—¿Cómo diablos decidiste que el sospechoso más probable era un grupo intolerante al
oxígeno?
—Huelo Onadyn —dije, reprimiendo una sonrisa.
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—Cristo —refunfuñó—. Estaba tan entusiasmado por saber algo que tú no sabías. Gracias
por arruinármelo.
—Ha sido un placer. Ahora, ¿qué hay en esa bolsa?
En cuanto las palabras abandonaron mi boca, todo rastro de emoción se borró de su
expresión. Silenciosamente, él me estudió, como si tratara de medir mi fuerza interior. Yo sabía lo
que veía. El pelo negro y liso estirado en una cola de caballo, aunque varios mechones ya se habían
escapado de su confinamiento. Grandes ojos azules que habían visto más mal que bien, y una cara
oval que alardeaba de unos delicados pómulos que encajarían mejor en una bailarina.
Mi aspecto trabajaba a mi favor de vez en cuando. Los sospechosos esperaban que yo fuera
femenina y delicada e incapaz de sorprenderlos. En otras ocasiones, mi aspecto funcionaba en mi
contra, reclamando toda clase de instintos protectores en los hombres. Esas eran una de aquellas
veces en las que lamentaba no tener bigote y una larga y horrible cicatriz.
Mantuve mi mirada fija sobre Dallas.
Un suspiro se deslizó por sus labios, como diciendo tú ganas, pero no contestó mi pregunta
enseguida.
—¿Viste alguna huella alrededor del cuerpo? —preguntó él.
Miré detenidamente al suelo, observando, buscando.
—No.
—Tampoco nosotros. Y hemos analizado cada centímetro de basura en este agujero de
mierda dejado de la mano de Dios. Al principio, pensamos que alguien uso un haz neutralizador.
Medité aquella idea en mi cabeza.
—Tal vez. Pero la mayor parte de los alienígenas llegaron a través de portales
interplanetarios. No en naves espaciales. Por lo que no tendrían acceso a la clase de tecnología
requerida para una transferencia molecular. Además, el asesino es arrogante. ¿Cómo si no se
precipitaría aquí y colocaría el cuerpo, a plena vista, con testigos y aún así escaparía?
—Danos algún crédito, Mia. Dije al principio. Pronto cambiamos de idea.
Satisfecho ahora, él suspendió la bolsa de plástico frente a mi cara. Dentro había seis pelos
blancos.
—Los encontramos enganchados en una rama.
Fruncí el ceño, estudiando el pelo más estrechamente. Eran gruesos y espesos. Profundicé el
entrecejo. No había seis hebras individuales de pelo; en realidad sólo había dos. Tres hebras por
folículo.
—Arcadians —dije, confirmando mis sospechas sobre el Onadyn.
Sólo los Arcadians tenían tres hebras de pelo unido a un folículo.
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Dallas asintió, sus rasgos de pronto tensos, decididos.
—Lo adivinaste.
El terror aguijoneó a lo largo de mis terminaciones nerviosas, y mi estómago se retorció en
mil nudos diminutos. ¿Por qué no podían ser los Zi Karas o los Mecs los responsables? De todos
los alienígenas que invadían nuestro planeta, los Arcadians eran los más fuertes, los más
mortíferos. Los más difíciles de capturar. Sus capacidades psíquicas demostraban ser un arma
suficiente contra nosotros, ayudándoles a evadir la captura. Y su talento para el control mental…
¡maldita sea! Ni siquiera quería contemplar eso ahora mismo.
No era asombroso que no hubiera ninguna huella alrededor del cuerpo. Un Arcadian podía
usar perfectamente la telequinesia para borrarlas.
—Que buena suerte tenemos —dijo Dallas, su voz rompiendo el repentino silencio—.
Encontrar ahora a los otros hombres con vida no parece probable.
—Los encontraremos —dije, fingiendo no tener mis propias dudas.
Él soltó un suspiro y señaló el cadáver con una inclinación de barbilla.
—Hay una cosa que no me explico. ¿Por qué sólo hombres de pelo y ojos oscuros?
Estoy bastante segura de conocer la respuesta.
—Nuestro asesino es una hembra Arcadian que sólo se siente atraída por los hombres que
son la antítesis en apariencia a su raza.
Las esquinas de su boca se estiraron.
—¿El rasero de Occam otra vez?
—Brillante deducción —otra ráfaga de viento nos rodeó, causando que mechones de pelo me
ocultaran la visión. Los enganché tras la oreja—. Creo que ella quería a Steele y los demás como
sus nuevos y depravados juguetes sexuales, pero que no podía obtenerlos por un medio legal.
—Vamos a ser honestos. Ninguna mujer es lo bastante fuerte para forzar el veneno por la
garganta de un hombre de este tamaño.
—Eres más listo que eso —dije, acariciando el arma a mi costado, recordándole que yo
podría forzar el tubo de acero por su garganta si quisiera. Me agaché y tiré del lazo atado al pene
de Steele—. Mira esto. ¿Es algo que un hombre haría?
—No —Dallas negó con la cabeza despacio—. No lo es.
—¡Eh, Snow! —Me llamó uno de los hombres en ese momento.
Reconocí el profundo barítono de Ghost; él era un hombre con el cual me gustaba trabajar.
Poseía un corazón lleno de honor y coraje, a diferencia de algunos con los que me había
encontrado.
—Sí —contesté y liberé el lazo.
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Me levanté, buscando en la oscuridad su rica piel color chocolate. Estaba parado a varios
metros de distancia, su sonrisa un faro en la noche.
—¿Por qué no vienes aquí y me haces eso a mí? Lo disfrutaré tanto o más que Steele ahí —
bromeó, guiñándome el ojo.
Obviamente, Ghost también poseía un retorcido sentido del humor.
—El último hombre que respiraba que me dejó acercarme a sus bienes más preciados, cayó al
suelo en una pelota fetal y llamando a su mamá.
Él me dirigió un sonrisita de buen humor.
—Quédate jodidamente lejos de mis bienes —y con apenas aliento añadió—: ¿Quieres que
levantemos el escudo de fuerza y lo protejamos del tiempo?
—No, aún no.
Quería verlo exactamente como había estado un poco más de tiempo. Devolví mi atención a
Dallas, que se pasaba la mano por la barba de tres días de su mandíbula.
—¿Qué piensas tú?
—El asesino se tomó bastantes y complicadas molestias para dejar el cuerpo —dijo él—. E
inteligentemente destruyó todas las pruebas, no olvidó nada.
—Nuestra chica tiene talento para organizar espectáculos, o al contrario, un castigo. Se tomó
su tiempo con cada detalle. ¿Ves cómo el cuerpo de la víctima está perfectamente alineado? ¿Ves
cómo la escarcha rocía perfectamente su pelo? —Una pausa—. Supongo que hizo algo que la
cabreó realmente.
—Que me condenen —dijo Dallas—, pero creo que tienes razón. El castigo es igual a la
humillación, y no hay nada más humillante que entrar en la historia como un hombre encontrado
en un sórdido y sucio campo con una mano atada a su polla —resopló, con la comisura de su boca
ligeramente curvada—. Tal vez deberíamos interrogar a un par de mis antiguas novias. Suena a
algo que ellas podrían hacer.
A lo largo de los años, había conocido a muchas de las novias de Dallas. Algunas de ellas
habían necesitado que les extirparan quirúrgicamente el hielo de sus venas, de lo insensibles que
eran… y yo lo había expresado en voz alta en más de una ocasión. No es que él hubiera apreciado
el don de mi perspicacia.
Sacudí la cabeza y dije:
—Probablemente, todo lo que conseguiríamos de tus exs sea la congelación, así que
renunciaremos al placer de interrogarlas por ahora.
Él me lanzó una burlona sonrisa.
—Oh, oh, señorita Snow. ¿Son celos lo que oigo en tu tono?
—Muérdeme, Dallas.
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—Hmmm, será un placer, Mia.
Sabía que él estaba de broma. Nuestra relación nunca había sido sexual. Y jamás se volvería
sexual. El sexo destruía mas asociaciones masculinas/femeninas que la muerte, y Dios sabía que
eso anularía completamente mi autoridad, algo que no permitiría.
Aparté la vista del cuerpo durante largo tiempo, una nueva oleada de preguntas recorriendo
mi cabeza.
—Quiero que tú y Jaxon interroguen a la familia de la víctima por la mañana —dije. Jaxon
era otro miembro de mi unidad. Mientras que Dallas era todo intimidación, Jaxon era un hombre
que podía preguntar la más íntima de las preguntas y, de algún modo, convencer al interrogado de
contestar alegremente—. Quiero conocer cada secreto sexual que el señor Steele poseía, cada mujer
a la que alguna vez le echó una ojeada. Hasta quiero saber la marca de ropa interior que prefería.
La hermosa cara de Dallas se retorció con un estremecimiento, sus labios llenos se apretaron
con un fingido dolor.
—Eso será divertido.
—Si lo prefieres, te asignaré al PADD —papeleo de Oficina.
—¡Eh! —dijo él, sonriendo como si estuviera a punto de hacerme un enorme favor—. Si
quieres que hable con la familia de Steele por la mañana, hablaré con la familia de Steele — antes
de que yo pudiera comentar nada, añadió—: ¿Qué es lo siguiente para esta noche?
Eché otro vistazo alrededor de la escena. Estaba a punto de empezar a nevar otra vez, la
noche de repente más espesa que antes.
—Muchachos —grité fuerte—, seguid adelante y levantad el campo de fuerza, luego llamad
a homicidios. Ellos pueden terminar de rastrear el área. Hemos encontrado lo que necesitábamos.
A Dallas, le dije:
—Vamos al coche —giré hacia nuestro negro sedán sin identificar. Puse los pies sobre
escogidos sitios, usando el mismo camino que tomé para llegar hasta aquí—. Quiero buscar en la
base de datos.
Él puso los pies tras los míos. Cuando alcanzamos nuestro destino, coloqué mi índice sobre
el scanner de identificación de pasajeros. Después del reconocimiento la puerta se abrió, y me
deslicé dentro. Con un tirón de muñeca, cerré de golpe la puerta. Momentos más tarde, Dallas
ocupaba el asiento del conductor.
—Arranca —ordenó él, y el vehículo inmediatamente rugió a la vida—. Calor. Alto —la
calefacción entró en acción.
Eché un vistazo por la ventana y observé a Ghost y otros hombres tomar posiciones
alrededor de los límites de la escena del crimen. Cada hombre sacó una pequeña caja, la colocó a
sus pies, y presionó un botón.
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Luces azules salieron de todas las caja, y el aire a su alrededor pareció solidificarse,
convirtiéndose en líquido y extendiéndose hacia arriba y hacia fuera, hasta reunirse y convertirse
en una cúpula protectora.
—Necesitamos nombres —dije, girando hacia Dallas—. Datos concretos.
—Eso puedo hacerlo.
Con los rasgos tensos por la concentración, Dallas desdobló su ordenador de consola, donde
una vez estuvo colocado el volante. En unos segundos, golpeaba el teclado.
Pensativa, me quité los guantes y me masajeé la nuca.
—Saca una lista de cada Arcadian cazado, interrogado o buscado en el pasado año.
—¿Machos también?
—Sí.
—Hecho.
Él marcó unos botones más, y veintiséis nombres se descargaron en la pantalla.
Ignorando los nombres, exploré los crímenes cometidos. Prostitución. Robo. Vandalismo.
—Centra la lista en todos los Arcadians interrogados por crímenes sexuales u odio hacia los
humanos. Suprime aquellos que ya han sido exterminados.
Sus dedos volaron de nuevo sobre el teclado. Meros segundos pasaron antes de que los
nombres disminuyeran a cinco. Asentí con satisfacción. Muy pocos alienígenas vinculados a
crímenes violentos vivían suficiente tiempo para regodearse.
Ya que los partidarios de los alienígenas aún tenían que conseguir una ley que declarara que
los otros-mundos tenían derecho a un juicio, los cazadores eran a menudo juez, jurado y verdugo.
En vez de agradecernos el mantenerles a salvo, sin embargo, los partidarios seguían
luchando contra nosotros. ¿No comprendían que si los alienígenas no eran controlados, si su
número no era mantenido a un mínimo, podrían invadirnos? ¿Que ellos, algún día, podrían
eliminarnos completamente? ¿No comprendían que era necesario que estas especies, con poderes
extraordinarios como el control meteorológico, la levitación y la capacidad de absorber la energía,
debían saber que serían castigados si dañaban al ser humano?
Cuando los primeros alienígenas llegaron hace más de setenta años, los habríamos destruido
a todos si hubiéramos podido. En todos los informes que había leído, el pánico se había extendido
por todo el mundo, e inmediatamente nos involucramos en una guerra contra ellos. En vez de
provocar que huyeran, estuvimos muy cerca de destruir nuestro propio planeta.
Finalmente, en la desesperación, nuestros líderes mundiales se encontraron con los
comandantes de cada especie, y se acordó que los alienígenas podrían vivir aquí mientras fueran
pacíficos con nosotros. Sin embargo, como las personas, estaban los que eran de naturaleza buena
y los que eran de naturaleza malvada. Cuando varias personas fueron los postres de algunos otros-
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mundos, ambos, alienígenas y humanos, reconocieron que había que hacer algo y rápidamente fue
creado el A.I.R., concediéndonos licencia para matar libremente a aquellos que demostraban ser
malvados.
—Los interrogaremos a todos —dije—, a ver lo que saben.
Manteniendo los ojos fijos en el parabrisas delantero, Dallas ajustó el arma en su funda al
hombro. Las líneas alrededor de su boca estaban tensas.
—Francamente —dijo, su voz igual de tensa, como si se avergonzara de sus palabras—, no
estoy seguro de ser de mucha ayuda en este caso. Sólo he cazado a dos Arcadians desde que
trabajo para A.I.R., y no es que tuviera mucha suerte con ninguno de los dos.
—Entonces considera esta noche tu noche de suerte. Dividiremos la unidad en cinco grupos
de dos, y cada grupo cazará a un Arcadian —me moví a la izquierda, afrontándolo más
directamente—. Tú irás conmigo, y yo —le guiñé el ojo—, siempre consigo a mi alienígena.
—No eres nada arrogante, ¿verdad? —Sus labios se ensancharon en una sonrisa de oreja a
oreja, y transmitió por radio nuestro plan a los demás—. Jaffe, Mandalay, vosotros buscaréis a
Cragin en Srr. Ghost, Kittie, vosotros a por Lilla en Arr.
—No —dije, cortando sus palabras. En el instante en que él dijo el nombre de Lilla, fríos
dedos de aprehensión avanzaron lentamente por mi columna—. Quiero a la mujer.
Frunció la frente.
—Hay dos hembras en la lista.
—Quiero a esta mujer —mis instintos raras veces se equivocaban.
Sus ojos brillaron con curiosidad, pero él asintió con la cabeza, corrigió el objetivo de Ghost y
Kittie, y siguió con su letanía. Cuando terminó, devolvió la radio al receptor y me afrontó.
—¿Crees que nuestra chica es Lilla?
—Veremos —señalé el ordenador con una inclinación de barbilla—. Saca su frecuencia de
voz.
Cuando un alienígena era interrogado, no importaba el crimen, su voz era registrada y
archivada, ya que a través del reconocimiento de voz éramos capaces de localizar su paradero
durante su estancia en la Tierra. La voz de los alienígenas eran muy parecidas a las huellas
dactilares humanas, y ya que registradores de alta frecuencia adornaban todas las esquinas y
constantemente eran supervisadas, tendríamos la información que queríamos en segundos.
—Su voz no está catalogada —dijo Dallas, confuso.
—Ella fue interrogada, así que tiene que estarlo. Inténtalo otra vez.
Silencio. Luego dijo:
—Te digo que no está aquí.
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¡Maldita sea!
—Mira lo que puedes encontrar sobre ella. Cada pequeño detalle.
Él colocó los dedos en el teclado y saltaron de nuevo al trabajo. Pasó un segundo. Dos.
—Mierda, mira esto.
—¿Qué es? —Me enderecé en mi asiento y observé la pantalla.
—Cortafuegos. Todos los registros de Lilla en Arr son considerados confidenciales, y a nadie,
y realmente quiero decir a nadie, se le permite la entrada.
—Las detenciones e interrogaciones no son confidenciales
precipitadamente, con un punto de descontento y confusión.
—solté
las
palabras
Él me echó un vistazo, con los ojos entrecerrados. Lo poco que veía de ellos, ardían de
irritación.
—Te-he-dicho- que el acceso está denegado. Este es un bloqueo infernal.
Una oscura curiosidad me atravesó, porque sólo había una explicación lógica. Alguien del
interior no quería que las autoridades intervinieran en la vida de Lilla.
—Entra en ese archivo —ordené.
—¿Quieres que me saque un conejo del culo, también? —refunfuñó Dallas, su tono lleno de
sarcasmo.
Pero se volvió hacia la pantalla, los dedos trabajando con furia.
—Si puedes enseñarme el conejo al mismo tiempo que entras en ese archivo, podría pensar
que tienes talento.
—Calla de una puta vez, Mia.
Minuto tras minuto pasaron, el repiqueteo de las teclas como el único sonido. No se me
conocía por mi paciencia, y di golpecitos con el pie contra el suelo.
Finalmente Dallas se rió, lanzó las manos al aire, y gritó:
—¡Que no podía desbloquear esto. Pues pude, bastardos!
—¿Qué encontraste? —El entusiasmo se mezcló con mi impaciencia, cada emoción
alimentándose de la otra.
—Aún ninguna grabación de voz, pero ella ha sido interrogada dos veces. Una vez por
ofrecerle sexo a un humano, y otra por golpear a un humano hasta hacerlo picadillo.
—¿Quién la detuvo?
—Por la prostitución… George Hudson.
Archivé aquella información cerca. No conocía al agente personalmente, pero lo haría.
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—¿En cuanto a los cargos de asalto?
—Vamos a ver. El oficial de la detención fue… —avanzó por la pantalla, luego silbó entre
dientes—. El nombre ha sido borrado.
—Eso no tiene sentido. Los ataques alienígenas son castigados con la muerte, y sólo con la
muerte, pero aún así Lilla fue liberada y sus antecedentes ocultados.
—¿Por qué lo ocultaron? —Pensativo y preocupado, Dallas se pasó una mano por la barba de
dos días—. Quiero decir, obviamente alguien quiere que la información permanezca oculta, pero,
¿por qué no destruirla?
—¿Chantaje, tal vez? —giré la cabeza y eché un vistazo fuera.
Varios agentes embalaban su equipo y lo cargaban en sus vehículos. Las piezas de este
rompecabezas no encajaban correctamente, y me pellizqué el puente de la nariz, en un intento por
encontrarle sentido a lo que sabía. Devolví mi atención a Dallas.
—Vuelve a la lista de la base de datos. ¿A quién se ofreció Lilla sexualmente y a quién
golpeó?
Otra pausa, entonces:
—Mierda, Mia. No vas a creer esto. El hombre a quien Lilla le dio la paliza de su vida era
William Steele. Y el hombre a quien le hizo proposiciones no era ningún otro que… —me echó una
ojeada, y dijimos a la vez—: William Steele.
—Así que hay una conexión —respiré hondo, pasándome la mano por la cara.
Lentamente, él asintió.
—Al parecer tenemos a nuestro asesino.
—Sí, eso parece, ¿verdad? —Pero, de repente, algo no se sentía correcto, y mi mente giró con
las posibilidades.
Aquí teníamos a una hembra Arcadian que había deseado a Steele lo suficiente como para
intentar seducirle.
Cuando esto fracasó, ella le golpeó. Esa era una hembra totalmente capaz del asesinato, y la
respuesta más simple a nuestra investigación.
El rasero de Occam.
Excepto que… algo dentro de mí gritaba ¡Demasiado fácil!
Oh, estaba dispuesta a apostar todos mis ahorros a que estaba implicada. Tenía que estarlo.
Pero…
—¿Conseguiste algo más sobre ella? —pregunté, esperando aliviar mis preocupaciones—.
¿Está su nombre unido a alguno de los otros hombres desaparecidos?
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—No, que yo pueda ver. La única pequeña información que aquí hay es el hecho de que ella
trabaja en Éxtasis, y sale con el dueño.
Apreté los labios y busqué a través de mis archivos mentales.
—Ese nombre me es familiar.
—Tienes que salir más, mujer. El Éxtasis es el club nocturno más exclusivo de New Chicago,
y recibe a un montón de simpatizantes alienígenas. Mark St. Jhon, el dueño, es un bastardo duro
de pelar y con más dinero que Dios.
Así que el novio tenía dinero y poder, y probablemente mantenía a algunos funcionarios en
el bolsillo. Eso explicaba el archivo confidencial de Lilla y el hecho de que ella todavía estuviera
viva.
—Vamos primero por Lilla —dije—, después Hudson.
—Belleza antes que fuerza física, ¿eh?
Hice rodar los ojos.
—¿Crees que ella trabajará esta noche?
—Según esto, ella trabaja todas las noches.
—¿Haciendo qué, exactamente?
—Detrás de la barra.
—Entonces, es una maldita cosa buena que lleve mis zapatos de baile —dije, apoyándome en
el respaldo—, porque vamos a colarnos en la fiesta. Y no la mates, Dallas —añadí rápidamente—.
La quiero viva.
—Como si tuvieras que preocuparte por mí. Tú eres la del gatillo fácil —sonriendo amplia y
lánguidamente, él programó la dirección del club en la consola—. Creo que esta noche está a punto
de volverse realmente interesante.
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CAPÍTULO 2
ÉXTASIS estaba situado en lo alto de una perfecta colina del Distrito Este. La luz de la luna le
otorgaba un impío marco al edificio de tres plantas, iluminando las aparentemente virginales
paredes blancas, las vidrieras de colores, y las colgantes macetas llenas de falsas y brillantes
plantas verdes. Una cruz se elevaba de la azotea como una antena directa a Dios.
Una capilla de mierda, pensé. El infame club nocturno donde había drogas ilegales y sexo
por encargo se alojaba bajo una maldita capilla. Sacudí la cabeza, maravillándome del atrevimiento
que tal acto requería. Era como decir: “Jódete, Dios”.
Algo en el lugar incitó los bordes de mi memoria. Miré fijamente las flores de seda
enroscadas alrededor de las altas columnas de alabastro, buscando en mi mente… ¿qué? ¿Qué se
me escapaba?
Me vino al instante, y casi gemí. Había olvidado que el memorial por mi hermano era esta
noche.
Mis padres me tuvieron casi a los cuarenta años. Mi madre se fugó poco después, pero mi
padre se quedó. Durante muchos años, él fue un padre maravilloso, cariñoso y compresivo. Fue
sólo después de que mi hermano mayor muriera que se volvió indiferente, un bastardo a veces
cruel.
La única cosa que parecía alegrarle era esta vigilia anual de medianoche en vísperas a la
muerte de Kane. Aunque mi hermano hubiera muerto hacía veintitrés años, aunque Kane hubiera
tenido diecisiete años y yo cinco y apenas le recordara, mi padre esperaba que yo estuviera allí.
La cólera me envolvió en su traicionera telaraña mientras consideraba la situación. Yo
todavía estaba viva pero, básicamente, mi padre me trataba como si estuviera muerta; Kane estaba
muerto, pero él todavía vivía y respiraba en el corazón de mi padre.
Tal vez fuera porque el cuerpo de Kane jamás fue encontrado. No lo sabía e intentaba que no
me preocupara. Me importaba una mierda su desaparición.
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Si el servicio hubiera sido por mi otro hermano, Dare, habría eliminado cualquier obstáculo
para estar allí. Dare había sido mi héroe, mi salvavidas. Siempre que papá me castigaba, Dare era
el que me consolaba.
Dare era el que se aseguraba que tuviera suficiente comida y abrigo.
Y había sido torturado y asesinado por un grupo de alienígenas en su décimo octavo
cumpleaños. La fecha de su muerte estaba estampada en mi mente como una marca física.
¿Alguna sola vez había mi padre mantenido un memorial por él? ¡Diablos, no!
—Parece ser que vamos a tener algunos problemas —dijo Dallas, capturando mi atención.
Comprendí que apretaba las manos, casi rompiendo el hueso. Pensar en la muerte de Dare
siempre causaba ese efecto en mí.
—Nada que no podamos manejar —dije distraídamente. Mi padre no me había llamado aún,
pero sólo era cuestión de tiempo que lo hiciera. Esta era la única noche al año que se acordaba de
mí.
Mientras que por lo general (y en secreto) esperaría con mucha ilusión su llamada, ahora
mismo no necesitaba ninguna distracción. Deslicé mi móvil y lo cambié a modo silencioso. Obligué
a mi cuerpo a relajare y a mi mente despejarse.
Nada de pensar en mi padre esta noche, y ciertamente, nada de pensar en mis hermanos
tampoco. Tenía que enfocarme en el aquí y el ahora. Vidas humanas dependían de mí.
En la entrada de acceso reservado, Dallas deslizó el sedán hacia la cabina de seguridad.
Antes de que las ruedas se pararan completamente, un guardia uniformado apareció al lado
de la ventanilla del conductor. El guardia tenía la piel seca y amarilla, casi de reptil. No tenía nariz,
y sus pómulos eran tan afilados que podrían cortar el cristal. Feo como el agua pútrida, con un olor
que le hacía juego, él observó detenidamente el coche con sus grandes ojos dorados.
Un Ell-Rollis. Era definitivamente un Ell-Rollis. Esta raza no era conocida por su creatividad;
ellos raras veces pensaban por sí mismos, pero seguían exactamente las directrices de otros. Y
aquellas directrices eran, por lo general, infames. Excepto por su fuerza física, ellos no tenían
ningún poder especial. Que yo supiera.
Quizás habría algún día un manual con el perfil de todas las especies alienígenas y sus
capacidades, pero hasta entonces, funcionábamos con los pocos conocimientos que poseíamos.
Dallas bajó la ventanilla, y de repente todo lo que lo protegía del alienígena fue el aire. Y eso
no era una buena cosa, ya que el alienígena tenía la constitución de dos luchadores de la WWE
unidos, músculos apilados sobre músculos. Probablemente le habían ordenado matar a cualquiera
que lo desafiara.
—¿Tiene usted invitación? —preguntó el guardia, la voz baja, grave y fuertemente
acentuada.
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Antes de que Dallas pudiera pronunciar una sola palabra, me incliné a través del asiento y le
enseñé mi insignia.
—Abre la puerta.
El Ell-Rollis mantuvo su mirada fija centrada en mi compañero, asumiendo que él era la
amenaza más grande.
Nada impresionado, el alienígena cruzó los brazos sobre el pecho. Su expresión oscurecida
con desdén.
—No invitación. No entran.
—Entiendo —contesté en tono agradable. Aparentemente. Y realmente lo entendía. Él vio
una insignia y automáticamente asumió que yo era un agente medio sin jurisdicción alienígena—.
Tal vez esto ayudará. —Con un movimiento fluido y ultrarrápido de mi muñeca, desenvainé mi
arma y la nivelé sobre su cara—. Abre la puerta, o prueba mi fuego.
Las Pyre-armas causaban un gran dolor con resultados mortales, y era algo que hasta un
estúpido bastardo Ell-Rollis podía entender. Estas armas eran estándar; emitían finas garras de
fuego que explotaban al impactar. El ejecutor controlaba la justa cantidad de fuego y dolor. Ciertas
razas de alienígenas eran impermeables a las balas, pero aún tenía que encontrar una raza
resistente al fuego.
Dallas encendió la luz de la cabina, y dos círculos iluminaron los asientos delanteros,
ahuyentando la oscuridad. El Ell-Rollis desvió su fija mirada de Dallas a mi arma. Luego su
nerviosa mirada giró hacia mi cara. Cuando me vio, sus ojos se ensancharon, y su boca formó una
pequeña O. Él retrocedió tres pasos.
—Mia Snow —soltó con un jadeo horrorizado.
—Así es. —Mi mirada fija permaneció tan estable como mi arma.
—Le dejaré pasar, ¿vale? —Él intentó de forma fácil, sólo-quería-un-por-favor- sonrisita que
sonó más bien como un que-falle-el Pyre-arma. Sus miembros temblaron, y él enfiló su camino
hacia la caseta del guardia.
—Quédate dónde estás —dije, manteniendo mi tono casual. Él se congeló tan rápidamente
que casi me reí. Casi—. Quiero que mi amigo abra la puerta. Tú perdiste la oportunidad. —Nada
de dar la alarma, que es lo que el bastardo haría si le permitiera entrar en la cabina.
Él tragó, la acción seguida de un cabeceo irregular.
—Lo que tú digas.
Dallas salió del sedán, siempre cuidadoso de no meterse en mi línea de fuego. Dio un paso
dentro de la caseta del guardia, y momentos más tarde las gruesas barras metálicas que
bloqueaban la entrada gimieron en protesta mientras se abrían.
—¿Cómo te llamas? —le pregunté al Ell-Rollis.
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—Bob —ofreció él vacilantemente.
Hice rodar los ojos. ¿Por qué no podía él haber escogido un nombre humano que encajara
con su aspecto? ¿Cómo Biff o Hulk?
—Bien, Bobby —dije—, me siento generosa esta noche. —Enfundé mi arma, pero su
expresión continuó oprimida de miedo—. Voy a dejarte vivir, y a cambio, tú vas a escoltarme hasta
Lilla en Arr. ¿Entendido?
—Sí, sí. Entiendo. —Las líneas de tensión finalmente se relajaron alrededor de su boca—.
Mia Snow siempre mantiene su palabra, igual que hace Bob.
—Por tu bien, eso espero. —Mi mirada permaneció sobre Bob, pero mis siguientes palabras
fueron dirigidas a Dallas—. Métete en el coche y sígueme dentro.
—De acuerdo —contestó con una sonrisa fácil. A él siempre le divertía observar como una
delicada y pequeña flor como yo intimidaba a tales enormes criaturas. Un humor retorcido, si me
lo preguntas, pero bueno, todos tenemos nuestras rarezas.
—Intenta algo, Bobby —dije, saliendo del sedán—, y juro por Dios que te usaré como
objetivo de prácticas. —La nieve predicha decidió en ese momento manar del cielo. En segundos.
Espesos copos blancos cayeron y se arremolinaron a nuestro alrededor, descendiendo como oropel
dentro de un globo de agua.
—Yo no intentar nada. —Él sacudió la cabeza violentamente, haciendo que sus marrones
trenzas oscuras se balancearan sobre sus sienes—. No, no. Ningún intento. Yo tu amigo.
Amigo, mi culo. Me mataría si le diera la oportunidad. Con una inclinación de cabeza, le
señalé el interior de la puerta. Lo mantuve tres pasos por delante de mí, sin confiar en él para
tenerlo a mi espalda y sin quererlo a mi lado.
Los coches llenaban el lugar, todos estratégicamente colocados para salir más fácil. Uno por
uno, los rodeamos, cada paso más cerca del Éxtasis. Finalmente, estuvimos frente a la gran e
intrincadamente tallada puerta de dos hojas. La ensordecedora música rock estaba tan fuerte, que
las paredes y el suelo vibraban.
Limpié la nieve de mi cara y me pregunté por la ausencia de seguridad en la entrada. Sí,
tenían a Bob apostado en la puerta delantera, pero como acababa de demostrar, él no era
infranqueable. Dudaba que ellos confiaran en las cámaras. La vigilancia sin licencia había sido
restringida hacía años porque hasta el ciudadano medio sabía cómo empalmar una película
simulada con otra resistente, y después de numerosas reclamaciones falsas, los tribunales habían
decidido restringir todo uso de vídeo. A este club nocturno jamás se le había emitido una licencia.
Seguramente podrían haber ocultado las cámaras, pero ¿por qué arriesgarse a perder el negocio
por algo tan trivial?
Me pregunté otra vez por la razón de sólo apostar un guardia. ¿Estupidez por parte del
dueño?, ¿simple arrogancia? ¿O tal vez simplemente era demasiado tacaño para contratar a más?
Voté a favor de las tres.
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Sencillamente termina con esto, Mia. Silenciosamente palmeé mi arma y ajusté el control a
modo atontar. Había dicho que no lo mataría, y no lo haría. Pero jamás prometí no inmovilizarlo
durante unas horas. Con mano estable, apunté a la espalda de Bob.
Como si sintiera mi intención, él se dio la vuelta y me echó un vistazo sobre el hombro. Su
expresión era graciosa, realmente, ya que no tenía nariz y sus afilados y amarillos dientes
mordisqueaban su labio inferior. Tontamente, hice una pausa demasiado larga, permitiendo que
su expresión me distrajera durante un segundo.
Asustado, él me golpeó el brazo con la mano. El arma salió volando y patinó a través del
pórtico. Él se zambulló por ella, pero sólo consiguió empujarla más y más lejos. Maldiciéndome,
brinqué sobre su espalda y presioné mis dedos contra sus sienes, impidiendo a sus agallas,
parecidas a las de un pez, alzarse y bajar. La acción cortó el suministro de aire.
Él pronto se olvidó de arma mientras el oxígeno le era negado. Luchó contra mí, las piernas
pataleando, las manos arañando mis dedos. Cuando eso no funcionó, hincó el codo en mi
estómago, y aunque el aliento explotó en mis pulmones y el dolor me doblaba, sostuve mi agarre.
Finalmente él se desvaneció. Su cuerpo se derrumbó, y golpeó el suelo. Salté sobre mis pies,
pero me quedé doblada mientras tomaba un profundo y muy necesario aliento.
—Ya me lo agradecerás más tarde, bastardo.
Dallas apareció sobre la escalera, su arma amartillada y apuntando a Bob mientras yo recogía
mi propia arma y despedía un rayo láser aturdidor sobre el durmiente gigante. Mi mano cayó al
costado, y aspiré otra bocanada de aire.
Dallas me fijó con una mirada preocupada.
—¿Estás bien?
—Estoy bien —dije, ¡pero ostia, mi estómago parecía un abusado saco de boxeo de prácticas!
—¿Quieres que lo mate? Después de todo, asaltó a un oficial.
Lo medité, luego sacudí la cabeza.
—Nah. Demasiado papeleo administrativo. De todos modos, él no es por quién vinimos.
Los labios de Dallas se estiraron en las comisuras.
—¿Te estás ablandando? Primero permitiste a un Ell-Rollis desarmarte, luego…
—Que te jodan.
Riendo entre dientes, resbaló el arma de vuelta a su lugar. Con las manos ahora libres, cerró
los brazos bajo las axilas de Bob y comenzó a sacar al gigante del camino.
—Lo esconderé atrás. No es necesario que me ayudes.
—No te preocupes. No iba a hacerlo.
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Él me dirigió un ceño. Ese ceño rápidamente cambió a una mueca mientras tiraba del peso de
Bob.
—¿Te dije que tengo una cita mañana? —preguntó él ocasionalmente, cambiando de tema
sólo para molestarme.
—¿Con quién?
—Jane Marlow.
—Cristo. ¿La estrella porno?
—Ella prefiere el termino “profesional del sexo” —contestó él, resoplando por el esfuerzo.
Arqueé una ceja.
—Al menos con ésta, sabrás que hay más que hielo en sus bragas.
—Eso me ha dolido. Sobre todo viniendo de ti, una mujer que no ha tenido una cita desde la
Gran Ola de Calor.
Mi espalda se enderezó y cuadré los hombros.
—Cené con Kedric Coners la semana pasada.
—Él no cuenta. Sus piernas son tan flacas que podría usarlas de palillos.
—No está delgado.
—Pero no puedes negar que no tiene corazón. ¡Diablos!, apuesto a que echa a las viudas y a
los niños, del fantástico edificio de apartamentos que posee, a las frías y húmedas calles.
Dallas giró la esquina, fuera de la vista, y oí un ruido sordo cuando dejó caer a Bob al suelo.
Al cabo de unos segundos, mi compañero se dirigía a zancadas hacía mí. Cuando me alcanzó, se
inclinó sobre mí hasta que nuestras narices casi se tocaron.
—¿Por qué sólo sales con hombres así? ¿Hombres a los que puedes pisotear? No hay un
infernal camino para que puedas respetar a alguien así.
Mis ojos se estrecharon. La cólera me inundó, creciendo más y más caliente, más y más
oscura. Me gustaba tener el control. ¿Y qué? Me gustaba que las cosas se hicieran a mi manera,
cuando quería y donde quería. Raras veces salía con alguien, pero cuando lo hacía, escogía a
hombres que tomaban lo que les daba y no pedían más. Si fuera hombre, Dallas me daría una
palmadita en la espalda y me invitaría a una cerveza en vez de reñirme—Me gustaría resolver el caso —dije con falsa calma—. Ya hemos perdido demasiado tiempo
fuera, ¿no crees?
Un músculo palpitó en su mandíbula, pero él sostuvo sus manos y se encogió de hombros.
—Lo que tú digas. ¿Tú eres el jefe, no?
Las puertas se abrieron de golpe.
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A la vez, Dalla y yo nos giramos, las armas listas. De la abierta entrada, el humo ondeó como
una espesa niebla mañanera. Entre la neblina, surgieron dos hembras Delensean. Ambas
aparentaban estar a la mitad de los veinte, con largo pelo azul celeste suelto, su piel azul, y cuatro
brazos. Ambas vestían sólo sonrisas de borrachas y envolventes cadenas. Los delgados eslabones
plateados alrededor de sus curvas, ocultaban meras pulgadas de piel.
Las mujeres se rieron tontamente cuando nos vieron, sin preocuparles nuestra presencia. Les
permitimos pasar sin una palabra, luego cada uno giró y disparó, atontándolas. Ellas se congelaron
en el lugar.
Todo Delensean se comporta como adolescentes rebeldes, de todos modos. Échale droga a la
mezcla, y no hay forma de saber qué tipo de estragos crearían.
—¿Vas a ayudarme esta vez? —me preguntó Dallas.
Arrastramos a las dos tras la esquina y las dejamos caer al lado de Bob. Si no nos dábamos
prisa en entrar, no sabría decir lo grande que se volvería el montón.
Caminé hasta la puerta principal y empujé dentro, Dallas directamente a mi lado. La música
devastó mis oídos, un rápido ritmo que atraía a los incautos. El olor mezclado de sudor, sexo, y
alcohol llenó las ventanas de mi nariz, casi obsceno en su efecto embriagador. También olí humo
de cigarrillo ilegal. Sombras y luces constantemente combatían por el control, mezclándose juntas
de vez en cuando, iluminando, luego huyendo la una de la otra, pero todo el tiempo creando una
atmósfera de ensueño.
El vestíbulo no poseía ningún mobiliario, pero aun así se desbordaba de ondulantes cuerpos
a medio vestir, humanos y alienígenas. Un hombre estaba atado a la pared por gruesas cuerdas, y
gemía en éxtasis mientras la mujer de pie detrás de él lo azotaba con una pala de púas de madera.
Otro grupo estaba en medio de un espectáculo de perro-y-poni. Tres desnudas mujeres
humanas estaban a cuatro patas con collares de pinchos abrigando cada uno de sus cuellos. Un
excitado macho Mec pasaba por encima y debajo de la pasarela.
—Me siento un poco demasiado vestido —dijo Dallas.
Yo nunca había visto a tantas personas descarriarse de tantas formas diferentes.
—Venga vamos. Encontremos a Lilla antes de que perdamos la concentración.
—Demasiado tarde para mí, pero sigue adelante y muéstrame el camino.
A medida que caminaba frente a Dallas, un hombre me agarró de la muñeca, intentando
introducirme en su esperado abrazo. Intenté liberarme de un tirón, pero encontré que mis
esfuerzos eran inútiles, comparada con su determinación.
Estaba a punto de golpear la ingle del hombre con mi rodilla cuando Dallas conectó su puño
con la cara del tipo.
De repente fui liberada.
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—Gracias —dije con una media sonrisa.
—Ningún problema.
Seguimos hacia el espacio principal. Mis botas se adhirieron al suelo en varios sitios, y me
estremecí sólo de pensar que hacía que se pegaran.
Una vez en el centro de la acción, catalogué toda la escena. Las cruces decoraban las paredes
y la luz de la luna se filtraba a través de las aterciopeladas y rojas cortinas. Tumbonas llenas de
almohadones dorados y púrpuras estaban colocadas en las lejanas esquinas. Camareras vestidas
de pervertidas monjas se pavoneaban en todas direcciones, cada una con una bandeja donde se
amontonaban las drogas, el alcohol, y los juguetes sexuales. Entre los gemidos de excitación que
rivalizaban con el sonido de la música, los cuerpos chocaban y se retorcían.
—¿Crees que puedo conseguir hacerme socio? —preguntó Dallas, el calor de su aliento
soplando en mi oreja.
—Si eres lo bastante pervertido.
—Sí, lo soy —contestó él con orgullo.
Hice rodar los ojos.
—¿La ves?
—¿Francamente? —Él sonrió despacio—. No he estado mirando. Hay otros estímulos mucho
más interesantes rodeándome.
No podía reñirle, ya que yo también había estado distraída. Deslicé mi mirada a la barra. El
expediente de Lilla aseguraba que era camarera, pero no la veía sirviendo copas. Determinada a
encontrarla, estudié a cada individuo, esquina y hueco. Conté dos Arcadians, ambos hembras,
pero ninguna era Lilla.
Entonces de repente… sobresaltada…
Mi mirada conectó con los seductores ojos violetas de un macho Arcadians. El aliento se
congeló en mis pulmones, y todo a mi alrededor se desvaneció. El tiempo fue más despacio. La
música se atenuó en mis oídos. Mis ojos se enfocaron en este hombre mientras una extraña energía
chisporroteaba bajo mi piel. Me froté los brazos, tratando de librarme yo misma de la rara
sensación.
El Arcadian era más alto que cualquiera en la sala, sus hombros anchos y musculosos como
los de un antiguo y salvaje guerreo Pict. Sus pómulos eran altos, su nariz recta, sus labios llenos,
exuberantes, sensuales. Él llevaba el peligro como una capa, un peligro erótico, mortal, y había un
duro borde de granito en su expresión. Era la misma expresión que los agentes y cazadores
llevaban, una que proclama que había visto el lado más oscuro que la vida tenía para ofrecer y
había sobrevivido. No podía verle la ropa, así que no podía decir si llevaba ropa normal de la
Tierra o algo más atrevido. Sólo sabía que él lucía como un poder vivo.
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«Por fin llegaste» susurraron tan claramente a través de mi mente que casi me di la vuelta
para ver quién había hablado.
Lo miré conocedora… y quizás una pequeña y burlona sonrisa rizó las esquinas de sus labios
antes de que él se fuera, ocultando de algún modo su cuerpo de guerrero entre la muchedumbre.
Lo busqué, pero no pude encontrarlo. Además de la energía que fluía a través de mí, allí no había
ni una sola indicación de su presencia.
¿Dónde estaba? ¿Quién era? ¿Y cómo demonios había desaparecido tan rápidamente?
Fruncí el ceño.
—¡Eh!, Mia —dijo Dallas, zanjando mi preocupación—. ¿Estás bien? Estabas en trance o algo.
Tuve que llamarte varias veces para conseguir tu atención.
—Estoy bien —ofrecí débilmente. Disgustada conmigo misma, exploré la multitud otra vez.
Lilla. Estoy buscando a Lilla. El hombre no era importante.
Reanudé mi búsqueda y rápidamente fui recompensada. Allí, en el altar trasero, había un
negro y recargado diván que se rizaba al final como la palma de un amante. Encima de los cojines,
vi una cascada de pelo blanco que se derramaba perfectamente por una espalda. La anticipación
zigzagueó a través de mis terminaciones nerviosas. A veces, simplemente conocía, sabía cosas sin
poder explicar el porqué, y ahora sabía que esa era Lilla, pese a que no podía verle la cara.
Ella estaba equilibrada sobre un macho humano. Sus piernas estaban dobladas y extendidas
para ofrecerle su libidinoso centro. No podía distinguir sus rasgos. A izquierda y derecha de Lilla
había dos hembras felinas Taren; ambas llevaban dos tenues trajes blancos y lamían y besaban los
hombros de Lilla.
Como si sintiera mi intensa mirada, Lilla se echó el pelo sobre el hombro, giró y encontró mi
mirada. Sentí un leve zumbido de energía atravesarme, el mismo tipo de extraño zumbido que
había sentido con el guerrero Arcadian. Era… rarísimo, algo que jamás había sentido antes de hoy.
No tenía ni idea de lo que significaba, y no tenía tiempo para analizarlo. Lilla me dedicó una lenta
sonrisa antes de devolver su atención a sus amantes.
Mis ojos se entrecerraron.
—Por aquí —le dije a Dallas, dándole a la manga de su camisa un tirón. Espalda con espalda
cruzamos rápidamente la pista de baile, ignorando las manos largas y los cuerpos que giraban.
Cuando alcanzamos nuestro destino, le eché mi primer vistazo completo al hombre bajo
Lilla. Tenía el rojo pelo espeso y la piel pecosa, grandes orejas que probablemente se agitaban con
el viento y sus ojos estaban demasiado separados, pero el color era agradable, una mezcla de verde
y marrón.
—Mark St. John —suministró Dallas—. El dueño del Éxtasis.
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Tenía algunas preguntas para el Chico Amante, pero sabía que tendrían que esperar. Un
hombre con una erección tenía problemas para concentrarse en los hechos. Además, las
investigaciones surtían mejor efectos con un sospechoso a la vez.
Cambié la dirección de mi mirada a Lilla. Ella llevaba un top anudado al cuello color carne y
una falda que casi le hacían parecer desnuda. Extendí la mano y le di un toque sobre el hombro.
—¿Lilla en Arr?
—¿Sí? —dijo ella, sin echarme ni un vistazo.
—Tenemos que hablar con usted.
Lánguidamente, deliberadamente, ella se dio la vuelta para afrontarme, y nuestras miradas
chocaron otra vez. Como a una señal, la aguda música dejó de sonar.
—Mia Snow —dijo, su tono tan suave como una caricia, cada sílaba bien modulada y
puntuada con precisión, con un ritmo casi hipnótico—. Estoy tan feliz de verla. Por fin se ha unido
a nosotros. Hemos estado esperándola.
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CAPÍTULO 3
“HEMOS estado esperándola”.
Las palabras resonaron en mi cabeza entre el inesperado silencio.
Nosotros. No yo. Un tipo de palabras parecidas a las que habían susurrado en mi mente sólo
minutos antes. “Por fin llegaste”.
Observé a Lilla de pies a cabeza. Sus rasgos eran tan delicados como alas de mariposa,
incandescentes y angelicales. Pálidos. Totalmente inocentes. Y de algún modo era la esencia
absoluta de la sexualidad. Sobre la superficie, era la belleza personificada. Aunque había una
dureza subyacente en su mirada fija, una rigidez en sus labios que le daban una apariencia
emocionalmente intocable.
No tenía que echarle un vistazo a Dallas para saber que babeaba por saborear a esta mujer.
Era un imbécil en lo referente a las reinas de hielo.
Luché contra el impulso de agarrarla por los hombros, pegar un par de laserbands sobre sus
muñecas, y arrastrar su culo a la oficina central del A.I.R. Tenía preguntas, y más que probable,
ella tenía las respuestas. Sin embargo, llevarla a la comisaría podría tener los mismos resultados
que su primer arresto -barrido bajo una bonita y ordenada alfombra- y no me arriesgaría a eso. No
quería a Lilla libre y su archivo otra vez oculto. Quizás, esta vez, incluso destruido.
La interrogaría aquí, delante de Dios y de cada pervertido presente, si era necesario.
—Tenemos que hablar con usted, Lilla —dije, mi tono tan duro como su expresión.
—Entonces hable —contestó ella. Todavía mirándome, remontó la yema de un dedo bajo el
centro de su top color carne. Era la viva imagen de la seducción carnal, y estuve asombrada de lo
muy humana que ella parecía—. No tengo nada que ocultar. Ningún secreto al acecho, esperando a
saltar y morderme.
—Vamos a algún lugar privado.
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—Independientemente de lo que quieras hablar, hablaremos aquí, con mis amigos. O… —Su
mirada me recorrió—. ¿Quizás primero te gustaría unirte a nosotros?
—No estoy interesada en morir como William Steele —dije.
La sonrisa de Lilla perdió un poco de arrogancia, y algo oscuro parpadeó en las
profundidades de sus ojos, tornando el violeta a un profundo púrpura. Casi lamenté haber
pinchado un poco su casual indiferencia. Después de todo, admiraba la fuerza en una mujer.
Admiraba el coraje que llevaba el mirar a un cazador a los ojos y desestimarlo con indiferencia. O a
ella. De todos modos encontré interesante que se hubiera traicionado con tal reacción a mis
palabras. Ahí había emociones definidas.
Indiferente de los acontecimientos a su alrededor, St. John deslizó los brazos alrededor de
Lilla y acarició su estómago desnudo. Lilla recuperó su despreocupada fachada.
Con una ondulación de su mano, despidió a las dos mujeres Taren. O gatos. O lo que sea que
fueran. Saltaron a gatas sin protestar y se escabulleron a la barra. Lilla susurró algo en el oído de
St. John. Él negó con la cabeza, intentando conseguir un pedazo de su culo. Ella susurró algo más.
No pude distinguir las palabras, sólo la fiereza de su tono. Esta vez, dio una cabezada abrupta.
Con expresión sombría, se levantó, una acción que hizo que Lilla botara sobre el canapé. ST. John
se alejó.
—Sabia decisión —dije, la mecánica de su relación aclarándose de repente. Lilla era la que
manejaba los hilos, y el pequeño Markie era su marioneta. Si lo controlaba a través de simples
artimañas femeninas o a través del control mental Arcadian, no lo sabía. Y no me importaba—.
¿No querríamos que St. John se enterara de tus tratos con otro hombre, verdad?
Manteniendo los ojos fijos en los míos, Lilla se levantó, sus movimientos lentos y fluidos, de
algún modo convirtiendo el simple acto de elevarse en un baile seductor. Sus párpados bajaron en
tentador parpadeo ven-para-acá.
—Por favor —dijo ella con un susurro entrecortado—. Sígueme. Hablaremos en algún lugar
privado, tal y como deseabas.
La música subió, llenando el club de un rítmico golpeteo y reclamando la atención de los
clientes. Lilla giró, echando su exuberante pelo blanco sobre un hombro, y dando un paso
cauteloso hacia las dos puertas batientes. Dallas la siguió justo detrás, como si fuera absolutamente
normal seguir a un sospechoso de asesinato a cualquier parte donde quisiera conducirnos.
¿Bombeaban drogas a través del sistema de ventilación? Pensé sarcásticamente. Dallas no era
por lo general tan tonto. Lilla era hermosa, sí, pero la única cosa digna de tal ciega adoración era
una tina gigante de reciente y humeante café sintético.
Siempre vigilante y cautelosa, me quedé cinco pasos más atrás. Cuando me encontré
buscando al macho Arcadians que había atrapado mi mirada antes -por motivos que no tenían
nada que ver con la seguridad- mis labios hicieron una involuntaria mueca. Era tan mala como
Dallas. Obligué a mis ojos a enfocar todo recto.
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Fuimos conducidos a un vestíbulo vacío y subimos un tramo de escaleras que chirriaban.
Después entramos en un estrecho y largo pasillo que tenía pintados en las paredes ninfas que
bailaban y una suave alfombra color vino. Finalmente, entramos en una pequeña oficina. No había
ventanas que adornaran las simples paredes blancas. Un escritorio coronaba el centro, y cuatro
sillas formaban una media luna en el frente. El aire era limpio, desprovisto de humo. De hecho, el
aire olía un poco a pétalos de rosas secos y a bolsitas de lavanda, un olor que cualquier abuela
habría aplaudido.
Lilla se decidió a sentarse en el borde el escritorio de roble color miel. Noté que no había
papeles encima.
—¿Quiere usted la puerta abierta o cerrada? —preguntó. La seductora se había ido, y en su
lugar había una anfitriona cortés pero formal.
—Cerrada —contesté.
—Una opción excelente. —Apretó un pequeño botón de un mando a distancia, y la puerta se
cerró, cortando todo rastro de música—. Tendremos más intimidad de esta forma.
Rechacé estar de espaldas a la puerta, así que reclamé la alta silla giratoria apoyada tras el
escritorio.
Dallas se quedó al lado de la entrada, por si acaso alguien intentaba entrar… o Lilla intentaba
marcharse.
—Bien —dijo con una pequeña sonrisa. Ella saltó del escritorio y se sentó en uno de los
asientos orientados hacia mí. Dobló una pierna sobre la otra, una acción lenta y sensual—.
Obviamente, ahora tiene toda mi atención.
Coloqué una grabadora sobre la superficie del escritorio y pulsé al botón de grabar. Luego
esperé, permitiendo que el silencio se estirar a nuestro alrededor como largos dedos de hielo.
Quería que Lilla se preguntara, incluso se preocupara, por lo que tenía que decir. Un viejo truco
que había aprendido en mi primer año de servicio.
—Soy paciente —dijo ella con una sonrisa sabedora—. Puedo esperar todo lo que usted
pueda.
—Bien. ¿Asesinó a William Steele? —pregunté, mi voz firme y clara.
Sus ojos se agrandaron, y supe que no había esperado que fuera tan directa.
—¿Q-Qué?
—William Steele fue hallado en un campo abandonado, desnudo y muerto. Estamos aquí
para darle una oportunidad de limpiar su nombre. —Mentí. Realmente dudaba que pudiera
limpiar su nombre; estaba implicada de algún modo, simplemente desconocía los datos concretos.
Pero los averiguaría—. Voy a preguntarle otra vez. ¿Asesinó a William Steele?
— No. No, no —dijo con una sacudida de cabeza—. No he asesinado a William.
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—Va a tener que demostrarlo dándome una lista detallada de donde estuvo hoy.
—Nunca le haría daño —siguió como si yo no hubiera hablado—. Jamás.
Arqueé una ceja.
—¿Jamás?
—Así es.
Eché un vistazo a Dallas.
—Ahora corrígeme si me equivoco, pero ¿no fue Lilla en Arr quién le dio un paliza a William
Steel hace seis semanas?
—Correcto —contestó él.
La piel de Lilla palideció aún más.
—No tengo que responder a esto. Tampoco tengo por qué contestar más preguntas. —
Agarró el control remoto, con la intención de abrir la puerta. Se lo quité y lo dejé de golpe sobre el
escritorio.
—Déjame explicártelo mejor —dije—. A los otros-mundos se les permite vivir y trabajar entre
la gente mientras obedezcan todas nuestras leyes. En el momento que una ley es quebrantada, los
alienígenas pierden todos sus derechos. Mi trabajo es llevar a cabo el castigo. El hecho de que hasta
sospeche de tu participación en un asesinato humano me concede la autoridad de matarte. Tú
estás viva ahora sólo porque yo te permito vivir.
Silencio.
Un silencio tan espeso que formó una opresiva niebla por todo el cuarto.
—No le hice daño —susurró finalmente Lilla, cada sílaba vacilante y rota, dando a su tono
una base de dolor, un sufrimiento profundo que estaba completamente en desacuerdo con todo lo
que yo había concluido de ella. Miró fijamente sus manos, y los mechones de pelo blanco cayeron
hacia delante, protegiendo su cara—. Le amaba.
Sí, lo había amado tanto que no lo había buscado o no había ayudado a que la policía lo
encontrara antes de que muriera. Pero tenía que reconocer su interpretación. Merecería el oscar a la
mejor actriz durante la interrogación de un cazador.
—Todavía necesito esa lista —dije.
—No le asesiné.
—¿Dónde estabas esta tarde? —Insistí.
—En el club —suspiró—. Estaba aquí, en el club.
—¿Has estado aquí toda la tarde? ¿Nunca te marchaste? ¿Hubo siempre alguien contigo?
—Sí.
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—Necesitaré los nombres de las personas que estuvieron contigo y la hora que lo hicieron. ¿Y
Lilla? —añadí, parpadeando hacia ella—. Lo verificaré.
—Entonces encontrará que he dicho la verdad. —Sin echar ni un vistazo en mi dirección, dijo
los nombres y las horas que yo exigí—. Realmente le amaba —dijo, casi distraídamente—.
Simplemente no escuchaba mis advertencias. Intenté obligarle a hacer mi voluntad esa noche, pero
se negó a prestarme atención. Usé la fuerza física, sí, pero no pensé en hacerle daño.
—¿Qué tratabas de obligarlo a hacer? —Da suficiente cuerda a la gente y ellos se colgarán.
Se inclinó hacia delante, retorciéndose las manos.
—Traté de dejarle. Él pensó que podía manejarlos. Pensó, como todos hacen —añadió
amargamente—, que nada malo podría pasarle.
—¿Ellos? —exigí—. ¿Quiénes son ellos?
Su boca cayó abierta, como si no pudiera creer que hubiera dicho tanto. No contestó.
—¿Quiénes son ellos? —insistí.
—Nadie que le incumba. —Arqueó las cejas—. Y usted, creo, no me lo preguntará de nuevo.
No le haré daño; eso enfadaría a mi hermano. Pero hay otras cosas que puedo hacer…
—¿Su hermano? ¿Por qué le importaría a él?
—No más preguntas.
Las fantasmales manos empujaron un camino hacia mi mente, agarrándola, alcanzándola.
Me puse en alerta inmediatamente, usando toda mi fuerza para erigir un bloqueo mental.
—El control mental es un crimen —gruñí hacia fuera. Un dolor agudo golpeó mis sienes,
creciendo más intensa y más profundamente a cada segundo que pasaba, y no estaba segura de
que el dolor viniera de su intento de controlar mi mente o de mi intento de bloquear sus poderes.
Cuando creí que me podría a gritar de la tensión, ella giró de golpe, y el dinamismo de su
intensa mirada se rompió. De repente, mi dolor cesó y un mareo me alcanzó. Incapaz de enfocar la
vista, dejé caer la cabeza en mis manos abiertas.
El aire comenzó a chisporrotear con electricidad, la intensidad sólo aumentando.
—Dallas —dije, obligándome echarle un vistazo.
Me ignoró. Estaba concentrado completamente en Lilla… y en abrirle la maldita puerta.
—¡Dallas!
Todavía ninguna respuesta.
Tuve el sentido común de coger mi registrador de voz antes de saltar sobre mis pies. Mis
rodillas cedieron.
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Cuando recuperé el equilibrio, Lilla se había marchado. Corrí alrededor del escritorio y vi
que Dallas se había caído contra la pared, tenía los ojos cerrados. Volé por el vestíbulo, pero sólo el
vacío me saludó. Maldición, maldición, maldición.
Di un pisotón en el suelo, y el peso de mi bota causó un pesado ruido sordo. Dentro de la
oficina, abofeteé a Dallas en la cara. Con fuerza, poniendo todas mis ganas en el golpe.
—¡Maldita sea! ¿por qué la dejaste ir?
—Y-yo, no lo sé. —Su expresión era perpleja y sacudió la cabeza, sus ojos parpadearon.
—¿Por qué? —exigí.
—Sentí que tenía que abrirle la puerta o si no moriría. —Poco después, sus ojos se
oscurecieron por la cólera. Se frotó la mejilla enrojecida con tres dedos—. ¿Por qué demonios me
golpeaste?
—Creo que es mejor preguntar, ¿por qué no te abofeteé dos veces?
Lo dejo pasar porque sabía que estaba lo bastante enfadada para hacerlo.
—¿Sabes a dónde fue?
—Es inteligente, y sabe que aquí la encontraríamos. Calculo que habrá huido a otro sitio… o
con alguien. —Añadí en el último momento. Luego, juré por lo bajo—. No puedo creer que la
dejáramos escapar.
—Míralo de esta forma —ofreció él—. Ahora empieza la autentica diversión. Nos vamos de
caza.
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CAPÍTULO 4
CODO con codo, Dallas y yo descendimos corriendo, bajando los escalones de tres en tres.
Todavía mareado por el control mental de Lilla, Dallas no era tan ágil como de costumbre. Tropezó
una vez y tuvo que agarrarse a la barandilla para impedir caer de boca.
Un grupo de musculosos hombres, obviamente guardaespaldas contratados, nos esperaban
abajo. Eran humanos, lo que quería decir que no podíamos matarlos sin tener un montón de
problemas. ¡Qué lástima! Un poco de matanza podría haber liberado algo de mi tensión.
Hicimos un alto en medio de la escalera. O les arrestábamos o peleábamos con ellos y yo no
tenía tiempo de llevarlos a la oficina central del A.I.R. Es más, alguien que intentaba dificultar una
investigación alienígena merecía que le dieran una patada en el trasero.
Conté a cinco idiotas, todos sonriendo abiertamente ya que, probablemente, yo lucía como si
nunca me ensuciara, sudara o dijera una palabrota en mi vida. Y Dallas era sólo un hombre. ¿Qué
daño podrían hacer estos dos? Pensaban.
Una lenta sonrisa se dibujó en mis labios. Había pasado toda mi niñez de una pelea a otra,
intentando demostrar a mi padre que era fuerte, capaz e intrépida, justo como mis hermanos. Vivía
en el Distrito Sur, el lado pobre de la ciudad, y no había podido pelear como un poli o una
pequeña y dulce señorita. No, había aprendido a luchar sucio. Y a mala ostia.
Quizás si mi madre no se hubiera fugado cuando era niña, podría haberme inculcado
algunas cualidades femeninas. Pero no lo hizo, y yo no era “una dama”. Una marea de
anticipación ya se precipitaba a través de mí al pensar en poner a estos hombres en su sitio… que
era a mis pies.
—¿Preparado? —Le pregunté a Dallas. Yo sabía infligir daño, sí, pero no podía hacer esto
sola.
—Totalmente —parecía completamente seguro de su capacidad.
—Esto va a ser divertido —dijo uno de los idiotas.
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El que habló era un hombre guapo, probablemente de sólo uno veinte años, y tenía una
erección del tamaño de una cachiporra. Impresionante, pero eso no iba a salvarlo de una paliza.
Vestía una sonrisa tipo ven-y-lámeme, y noté que tenía una boca y unos dientes blancos perfectos.
Era una pena que estuviera a punto de perder algunos.
Al ritmo de la música que se escuchaba en el cuarto posterior, Dallas y yo entramos
rápidamente en acción. En el momento que ellos se acercaron, levanté una pierna y golpeé a uno
de los hombres en las pelotas con el talón, todo sin perder el paso. Él gritó de dolor. La campana
de salida, podría decirse, porque la lucha acababa sólo de empezar.
Otro hombre vino a mí, y dejé volar mi puño hacía delante. Huesos chocaron contra
cartílago. La sangre salió a chorros de su nariz. Sin hacer una pausa para tomar aliento, di dos
codazos de garganta, rompí la rótula de un hombre, pegué un rodillazo en la ingle de otros dos, y
le di un puñetazo a un par de ojos antes de estampar la cabeza de un tipo contra la pared. Uno de
los hombres se recuperó lo suficiente como para agarrarme por las solapas de la chaqueta.
Introduje los brazos entre su fuerte agarre y rápidamente golpeé mi palma contra su tráquea. Con
los ojos ampliados por el horror, el hombre luchó por gritar, el sonido roto. Él me liberó como si yo
fuera basura radiactiva y se agarró la garganta, incapaz de respirar.
Probablemente moriría, y yo tendría que escribir un informe. Oh, bueno.
—No deberías de haber vuelto por otra ración, gilipollas.
A mi lado, Dallas luchaba como un boxeador profesional. Golpeaba, esquivaba, y golpeaba
de nuevo, descargando consistentes golpes ininterrumpidamente. Finalmente los cincos hombres
yacían inconscientes a nuestros pies. La sangre de algunos cuerpos se juntaba, un río carmesí de
dolor. Había un diente al lado de la pared más lejana… probablemente del tipo que había pensado
que esto sería divertido. ¡¡Ja!!
Yo había soportado varios puñetazos en el estómago, mi labio lucia ahora un corte y tenía un
muslo magullado. Uno de los hombres me había tirado del pelo y arañado la mejilla, como un
mariquita que no había encontrado su camino. La muy gatita.
Ignoré el hecho de que yo misma estaba doblada y jadeando como un marica.
—¿Estás bien? —Le pregunté a Dallas.
—Un lado de mi cara me duele como el infierno, pero aparte de eso estoy bien —con cuidado
se tocó el hinchado y ennegrecido ojo—. ¿Y tú?
—Lo mismo —me tomé un segundo para coger aliento, arrastrando cada bocanada a mis
pulmones como si en ello me fuera la vida. El humo se había filtrado dentro del pequeño espacio,
por lo que el aire no era fresco y dejaba un ceniciento sabor en mi garganta.
—Si las traspasamos —dijo Dallas indicando las dos puertas batientes que conducían al
club—, estallará otra pelea, y no estoy seguro de que mi cuerpo aguante otra ronda ahora mismo.
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—Niño grande —dije. No iba a admitir que yo me sentía de la misma forma. Mis huesos
palpitaban y los músculos me quemaban—. Hay una ventana en la pared norte. Si se abriera,
seríamos capaces de salir sin llamar la atención sobre nosotros.
—Eso vale un intento —dijo él.
Cojeamos hacia la ventana en cuestión e hicimos una pausa. Nuestras maldiciones se
mezclaron juntas en una larga y acalorada explosión mientras inspeccionábamos la potencial
salida. La gruesa vidriera estaba soldada a un marco de cobre, que a su vez estaba soldado a la
pared. Y no me habría sorprendido si la pared estuviera soldada a una viga de acero.
Dallas miró a la izquierda, luego a la derecha. Ni un mueble, ni un adorno ocupaban el
vestíbulo. Murmurando más maldiciones por lo bajo, se quitó el zapato izquierdo.
—Si esto no funciona —me dijo—, tendremos que atravesar el club. Reza por lo primero.
—Dejé de rezar hace mucho tiempo.
—Hazlo de todos modos —él colocó el puño sobre la bota y golpeó justo en el centro del
cristal usando toda su fuerza. Nada. Dallas golpeo, golpeó y golpeó. Finalmente, gracias a Dios, el
cristal cedió y se rompió. El sonido se mezcló con la música en auge mientras el viento silbaba en el
tempestuoso día. Estaba segura de que habíamos activado algún tipo de alarma.
Me quité la chaqueta y la lancé sobre el dentado umbral. Dallas me echó una mano y luego
salió detrás de mí, tiró de mi chaqueta y nos pusimos en camino. Di la bienvenida a la fría y helada
brisa cuando los copos de nieve se arremolinaron a nuestro alrededor.
—Oigo pasos —dijo Dallas, agarrándome de la mano—. Muévete más rápido.
Juntos, nos lanzamos a su coche.
Dos horas más tarde, no estábamos más cerca de encontrar a Lilla de lo que habíamos estado
cuando dejamos por primera vez el club. Ahora teníamos su voz grabada, pero en cualquier parte
que estuviera, ella no hablaba, así que no podíamos marcar su posición.
Habíamos detectado y hablado con varias personas que ella había señalado como contactos,
pero no tuvimos suerte con ninguno de ellos.
—Menuda mierda —dijo Dallas y yo estaba de acuerdo.
Me senté en el asiento de pasajeros de su sedán y condujimos por el Distrito Este, oscilando
entre las calles resbaladizas por la nieve. Aunque el coche se auto-dirigía, Dallas mantenía los ojos
sobre el camino, siempre consciente de nuestro entorno. La música fluía suavemente de los
altavoces, y el calor se filtraba por las rendijas de ventilación, ambos tan opresivos como mis
pensamientos.
Alguien cercano a mí iba morir antes de que la noche terminara.
La premonición me sorprendió. Parpadeé, y justo entonces vi una escena revelarse en mi
mente.
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Aunque no pude distinguir todos los hechos concretos. Vi la ráfaga de una pyre-arma, la
caída de un hombre. No podía verle la cara ni tampoco quien había disparado el tiro; sólo sabía
que el tirador era una mujer, la víctima un amigo, y que cada fibra de mi ser gritaba por su
próxima muerte.
Dallas a veces se burlaba de mí diciendo que era psíquica. Yo siempre lo negaba, diciendo
que mis instintos eran simplemente mejores que los de la mayoría. Pero mentía. Era capaz de
predecir ciertos acontecimientos.
Yo tenía catorce años el día de mi primera visión. En mi mente había visto a mi hermano
menor tendido en un río carmesí, tres alienígenas de pie sobre él, riendo y señalándolo. Por aquel
entonces había fingido que lo que había visto no era real, que sólo había sido un invento de mi
imaginación. Pero al día siguiente encontré a Dare inconsciente, su cuerpo drenado de sangre.
Mi siguiente visión vino un año más tarde. Vi a mi padre borracho y chocar de frente contra
un coche que venía en sentido contrario. Los sensores en los vehículos no habían sido tan sensibles
como los de hoy en día, y el capó se hundió para dentro. Por supuesto, le conté inmediatamente lo
que había visto, pero él se río y me alejó con una indiferente ondulación de manos. Dos días más
tarde su sedán chocó. Se rompió la cadera y la pierna y le tuvieron que intervenir quirúrgicamente
para reemplazar el hueso. Mi padre nunca habló de ello, pero sé que mi capacidad lo asusta.
Así es como empecé a comprender lo diferente que era. También comprendí que tenía que
exigirme ser más dura que todos los demás, tenía que ser mejor, más fuerte y más inteligente si
quería ser vista como una de los chicos.
Me pasé la mano por la cara. Con esta nueva visión iba a tomar medidas para prevenir que
no se realizara. Lo conseguiría. Aunque a cada segundo que pasaba, el temor arraigaba en mi
interior, creciendo más frío que la glacial nieve que azotaba fuera de las ventanas.
Simplemente, ¿Qué podía hacer? ¿Retrasar la caza hasta mañana quizás? ¿Llamar por radio a
todos mis hombres y enviarlos a casa?
En cuanto aquellos pensamientos entraron en mi mente, los deseché. Vidas ciudadanas
dependían de mí. De nosotros. No abandonaría mi trabajo, ni siquiera por una noche. Y mis
hombres tampoco, aunque se lo pidiera. Nuestro trabajo estaba antes que nuestras emociones.
Siempre.
Así que, ¿qué podía hacer? Apreté los dientes mientras la impotencia me reclamaba. A lo
largo de los años, había perdido a mi hermano Dare y a muchos, muchos amigos a manos de
rebeldes alienígenas, y no perdería a otro amigo sin luchar. No me había permitido tener muchos,
y estos habían llegado a significar mucho para mí.
—Para el coche —pude decir mientras cogía un vacilante aliento.
Dallas me echó un rápido vistazo.
—¿Por qué? Casi estamos…
—¡Para el jodido coche!
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—Detente —ordenó al vehículo.
El chirriar de los neumáticos llenó mis oídos, y de pronto fui lanzada hacia delante por el
ímpetu del patinazo y nuestra repentina parada. Otro coche tocó la bocina y viró bruscamente a
nuestro lado.
Dallas me miró a los ojos con un ceño.
—¿Qué diablos pasa contigo?
Yo no sabía que decirle, así que simplemente solté:
—Necesito un momento para pensar.
—¿En qué? ¿En cómo encontrar a Lilla? —Él perdió un poco de su cólera—. Ya he cargado su
frecuencia de voz, pero hasta que no inicie una maldita conversación, no hay nada que podamos
hacer.
—Sólo saca el ordenador y mira lo que puedes desenterrar de ella —sin echarle otro vistazo a
Dallas ordené a la puerta—. Abre —y la escotilla se deslizó abierta. Di un paso en la
implacablemente fría noche.
Me alejé a zancadas, mis botas desmenuzando la nieve a cada paso. Comprendí que estaba al
borde de la desierta y silenciosa Calle Estatal, una capa de crepúsculo y estrellas envolviéndome.
Varios copos de nieve flotaron hasta mis pestañas, y parpadeé para quitarlas, deseando poder
alejar también mis miedos con un parpadeo.
Ambos permanecieron.
Tal vez había omitido algo en la visión, algún detalle oscuro que me ayudaría a impedir la
muerte que estaba por ocurrir. Había solo un modo de descubrirlo…
Cerré los ojos, manipulando mi consciencia hasta estar en la periferia de mis pensamientos,
permitiendo a la espantosa escena entrar en mi mente, con un profundo y aporreante dolor.
A través de una espesa y misteriosa niebla, veo a dos mujeres; una es humana, la otra alienígena. Ellas
están enfrentadas. No puedo distinguir su color, no puedo distinguir nada excepto la forma de sus cuerpos.
Un hombre irrumpe en el espacio, detrás de la alienígena. Conozco a este hombre, su olor, su energía, pero su
identidad me evita. Él empuja a la alienígena a un lado. La mujer humana dispara su pyre-arma y el hombre
cae en un charco de su propia sangre.
La visión me abandonó al instante.
Entreabrí los ojos. Apreté mis manos a los costados mientras mi impotencia se intensificaba,
más real que el dolor y el malestar de mi golpeado cuerpo. No sabía por qué el hombre había
apartado a la alienígena, por qué había tomado la ráfaga de fuego que iba para ella. Tampoco sabía
el porqué una humana quería hacerle daño. Y aún desconocía las identidades de la víctima y el
asesino.
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Inspiré profundamente y luego, despacio, liberé el aire a través de mis labios. Ningún amigo
mío iba a morir esta noche. Sencillamente no lo permitiría. Sospecharía de cada hembra humana
que encontrara, y salvaría a este hombre.
Si nosotros simplemente pudiéramos encontrar a Lilla, podríamos encerrarla, y Dallas y los
demás podrían irse a casa, lejos del peligro.
Mis movimientos eran acortados, desiguales, mientras me daba la vuelta y regresaba al
coche. La puerta de pasajeros todavía estaba abierta, así que me deslicé dentro y la cerré de golpe.
Dallas seguía insistiendo en la consola del ordenador. Me lanzó una ojeada.
—¿Mejor ahora?
—Sí —no di más explicaciones.
Las comisuras de su boca se estiraron.
—¿Tú síndrome premenstrual siempre es tan malo?
—En realidad este es un caso leve —contesté secamente.
Él se rió entre dientes, el divertido y ronco timbre mezclándose con sus siguientes palabras.
—Dios nos ayude a todos cuando sea malo ¿eh?
Abrí la boca para mandarlo al diablo. Sin embargo, antes de pronunciar una palabra, su cara
se puso seria, maldijo por lo bajo y golpeó con un puño el teclado.
—Llevo un montón de tiempo revisando el archivo de Lilla. ¡Maldita sea! Si pudiera
emparejar su frecuencia de voz, ya estaríamos en marcha.
—Olvida la voz. Omitimos algo —dije con un frustrado suspiro.
En mi mente, estudié minuciosamente todo lo que sabía de ella, todo lo que había aprendido
en nuestra reunión.
—La mujer no es muy exigente. ¿Está vinculada a más hombres?
—No, que yo sepa. Ha sido vista con William Steele, por supuesto, y con Mark St. John, pero
con nadie más. Bueno —añadió—, a no ser que cuentes a George Hudson, el oficial que la detuvo.
En el momento que Dallas dijo esas palabras, varios pedazos del rompecabezas se unieron en
mi cabeza.
—Eres un jodido genio, Dallas —me eché hacía atrás contra el reposacabezas y me reí con
entusiasmo—. Hudson. Aún no hemos hablado con Hudson. Él está implicado de algún modo.
—¿Pero por qué le permitió Lilla detenerla? Su capacidad para el control mental es
asombrosa, como ambos hemos comprobado.
—Espera. ¿Recuerdas lo que dijo? ¿Que ella no pudo forzar a Steele a hacer lo que quería?
Tal vez no puede controlarnos a todos. Tal vez no puede controlar a los hombres con los que folla.
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—Ah, eso está bien. Eso está muy bien. Ya que ella no pudo convencer a Hudson de que
olvidara su detención, ella debe de haber pasado unas horas bajo las sábanas con él.
Yo estaba intrigada “y asqueada” por el supuesto comportamiento de Hudson, que no se
ajustaba a las normas del A.I.R. Los agentes no se acostaban con los otros-mundos. Jamás. Por
ninguna razón.
—Pero si ellos dormían juntos, ¿por qué simplemente no la dejó ir? ¿Por qué todo ese jaleo
de llevarla a la central, ficharla, y luego ocultar su archivo?
—Tal vez estaba celoso de su asociación con Steele y quiso enseñarle una lección: obedéceme
o paga las consecuencias.
—Hay otros modos de enseñar una lección a un alienígena. Formas que no incluyen
incriminarte a ti mismo.
—Testigos —dijo Dallas, dándose una palmada en el muslo—. Habría habido testigos de sus
crímenes, y Hudson tuvo que hacer que su detención pareciera auténtica —mis ojos se
agrandaron—. Dios, ahora todo parece claro —dije, y con esto, el alivio golpeó a través de mí.
El saber exactamente lo que ocultaba el archivo de Lilla borraba mis inquietudes en lo
referente a la comisaría. Ahora podía tomar a Lilla bajo custodia; podía interrogarla en mí terreno.
Eso no quería decir que mis amigos estuvieran completamente a salvo, por supuesto. Eso
sólo significaba que tenía una preocupación menos de la que inquietarme esta noche de mierda.
—¿Qué sabemos de Hudson? —pregunté.
Dallas golpeó algunas teclas. Una imagen de George Hudson llenó la pantalla, su
información escrita al lado de la sonriente cara.
—Cuarenta y un años. Pelo castaño, ojos negros —Dallas hizo una pausa—. Había olvidado
su color... encaja perfectamente con nuestros hombres desaparecidos —él hizo rotar el cuello, y los
huesos crujieron—. ¿Realmente crees que ella está con él? ¿Que iría con el hombre que la detuvo?
—Oh, sí. Ella se sentirá a salvo con el agente del A.I.R. que ya la ha protegido dos veces.
—¿Debería pedir refuerzos?
Asentí con la cabeza.
—Haz que Ghost y Kittie se encuentren con nosotros en el viejo depósito de Agua.
Dallas avisó por radio a los dos agentes, luego programó la dirección en el coche. Nuestros
neumáticos chillaron cuando el vehículo viró en la calle, los sensores de alta tecnología
dirigiéndolo e impidiendo que chocara con otros objetos.
—Te dije que la noche iba a ser interesante.
—¿Interesante? —Sacudí la cabeza—. No. Esto está a punto de ponerse feo.
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Un destello de movimiento capturó mi atención. Mis ojos se estrecharon, e intensifiqué mi
enfoque, girando la cabeza mientras el coche se alejaba más y más a gran velocidad. Cuando vi un
segundo destello, una peculiar y familiar energía me inundó. Igual que en el club. Lo conocía. Era
el Arcadian masculino.
—Para el coche.
—¿Otra vez? —preguntó Dallas.
—Detente —grité.
A su orden, el coche una vez más se detuvo de golpe. Me propulsé hacia delante en el
asiento y luego hacia atrás. A este ritmo, tendría una lesión cervical antes de que amaneciera.
—Quédate de guardia —le dije a Dallas, luego señalé—: Abre —al coche. Mientras la
escotilla se levantaba, añadí—: He descubierto a alguien a quien quiero interrogar.
Salté, mi arma ya preparada, mis pies en movimiento, saliendo a la carrera en el momento en
que mis zapatos tocaron el suelo. Esto no se ajustaba a mi visión, así que no tenía ninguna
necesidad de proteger a Dallas.
—¿Por qué demonios...? —oí el grito de Dallas detrás de mí, su voz moviéndose conmigo.
No reduje la velocidad para explicárselo. No podía. Él me seguiría. Siempre me seguía
cuando salía. Sus instintos protectores no le permitían quedarse esperando pasivamente atrás.
Mis ojos continuamente inspeccionaban el área a mí alrededor. ¡Maldición!, ¿dónde había ido
el Arcadian? Mantuve la carrera, localizando su olor a Onadyn.
A cada zancada de mis pies, con cada afilada roca que golpeaba mis botas, se hacía más y
más claro que el hombre se burlaba de mí. Cuando Dallas detuvo el coche con un chirrido, vi la
sonrisa del Arcadian -su condenada sonrisa- antes de alejarse corriendo a toda velocidad.
Mis pasos siguieron golpeando el pavimento. Mi acalorado aliento mezclado con el helado
viento.
Edificios de ladrillos rojos, tanto a mi izquierda como a mi derecha, hacían que la oscuridad
aumentara más a mí alrededor. Todos mis sentidos estaban despiertos, mi visión nocturna era
excelente, y finalmente pillé otra vislumbre de él. Vi el azote de su impermeable rodear una
esquina y lo seguí.
—¡Deténgase! —grité—. A.I.R.
Su risa flotó hasta mí, rica y suave, como brandy caliente durante una tormenta de verano,
increíble y sugestivamente sensual.
Lo atraparía, el muy bastardo, aunque sólo fuera para meter su voz en una caja y así él nunca
más se reiría otra vez. Mientras corría, ajusté mi pyre-arma a modo atontar, apunté y disparé
varias rondas. Con cada tiro, luces azules se abrieron camino frente a mí, iluminando las
sobresaltadas caras de los habitantes del callejón. Las luces rápidamente se borraron.
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Fallaba. Siempre. Él esquivaba cada ronda como si conociera exactamente donde
aterrizarían.
Más rápido, Mia, me ordené. No lo pierdas. Mi respiración irregular quemaba en mi garganta y
pulmones, taponándome los oídos, pero me forcé a seguir en movimiento.
Bruscamente mi carrera se detuvo, pero por motivos que no tenían nada que ver con la
resistencia. Una pared obstruía la salida del callejón. Girando, jadeando, observé cada pulgada de
este recinto enladrillado. Al Arcadian no se le veía por ninguna parte. ¿Cómo diablos había
traspasado esa pared?
Al próximo instante, algo suave rozó mi oreja. Giré con un azote, disparando. Sólo golpeé la
pared. La misma suavidad rozó mi otra oreja, refrescando mi conciencia, propulsando esa extraña
y emocionante energía a través de mí. Giré, disparé y maldije. De nuevo, nada.
—Estás siendo seguida —dijo un ronca voz masculina. Su voz. El guerrero. Él parecía
mortalmente serio ahora, y no pude decir de qué dirección venía su voz. Se movía demasiado
rápido.
—Sé que estoy siendo seguida —dije a través de los dientes apretados—. Por ti —firme—.
¿Eres un cobarde? Muéstrate.
—Otro ya ha sido tomado, Mia Snow, y otro pronto se convertirá en una víctima también —
él continuó moviéndose a mí alrededor, tan deprisa que yo no podía distinguir ni un mechón de su
pelo—. ¿Vas a proteger a estas víctimas —dijo él—, o ayudarás al asesino?
¿Qué tipo de pregunta era esa? Una tan estúpida, que no iba a contestar.
—¿Quien ha sido tomado, y quién será tomado? Dame los nombres —exigí.
—¿Protegerás a esas víctimas? —exigió el Arcadian en el mismo tono duro que yo había
usado.
¿Dónde diablos estaba él?
—Por supuesto que los protegeré. Ese es mi trabajo. Ahora dame sus nombres.
Una pausa larga nos rodeó. Finalmente, él dijo:
—¿Qué sabes de Rianne Harte?
—Ryan Heart —repetí, aprendiendo de memoria el nombre—. Nada. ¿Qué sabes tú de él?
Él rió entre dientes, el sonido sombrío más bien que divertido.
—Seguramente tienes más del caso que esto. Seguramente…
—Mia —me llamó Dallas tras de mí.
—Y aquí termina nuestro tiempo juntos —dijo el alienígena.
—Quédate —le exigí—. No he terminado contigo.
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El Arcadian no respondió. De hecho, ya no sentí más su presencia. El agradable y apacible
zumbido de su potencia eléctrica se había ido. ¡Maldición!. Obviamente sus poderes eran
excepcionales. Tal vez por eso había sentido su energía dos veces hasta ahora. Para escaparse tan
fácil y rápidamente como lo había hecho, tenía que haber levitado o atravesado aquella pared de
ladrillo.
Dios nos ayude si los alienígenas ahora podían convertirse en niebla y atravesar objetos
sólidos.
Apreté mi mano libre en un puño. ¿Me había dicho él la verdad? ¿Habían secuestrado ya a
alguien más? ¿Estaba otro hombre a punto de morir? Si era así, el Arcadian incluso podría ser el
responsable. Podría haber estado jactándose. Me encontré asintiendo con la cabeza. Aquella parte
tenía sentido y coincidía con el perfil del asesino.
—¿Dónde está el Arcadian? —preguntó Dallas, jadeante—. Conseguí echarle un vistazo y
luego desapareció.
Giré y afronté a mi compañero.
—Lo perdí. Joder, lo perdí.
—¿Quién diablos era, de todos modos? —Él se inclinó y aspiró un aliento—. ¿Y por qué
demonios estamos persiguiéndolo?
—Lo vi en el club.
Los ojos de Dallas se agrandaron.
—¿Crees que él sabe algo?
—Sí —con mis manos sobre las caderas, busqué en el callejón otra vez. Nada—. Volvamos al
coche y te lo explicaré.
Caminemos rápidamente hacía el vehículo, siempre alerta de lo que pasaba a nuestro
alrededor, y conseguimos meternos en el caliente coche sin incidentes.
—Él mencionó un nombre —dije—. Ryan Heart, macho. Compruébalo en el informe de
desaparecidos.
Dallas escribió el nombre en la consola, luego me echó un vistazo.
—Nada.
—Intenta con Ryan Hart —dije, cambiando la ortografía—. Y si eso no funciona, intenta
Harte.
Pasó un momento antes de que Dallas formara una sonrisita misteriosa.
—Lamento estropearte esto, Mia, pero hay dos Ryan Hart. Uno tiene sesenta y ocho años y
no concuerda con el aspecto de nuestras víctimas. El otro es su nieto de diez años. Ambos tienen el
pelo rubio.
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—¿Estás seguro?
—Absolutamente.
El Arcadian me había mentido. Mis músculos se tensaron con mi furia cociéndose a fuego
lento.
—Consigue el teléfono de los dos Hart —dije—. Quiero oír personalmente que ellos están a
salvo en sus camas.
Eso llevó a Dallas quince minutos, pero finalmente confirmó que tanto el abuelo como el
muchacho estaban a salvo.
—Quiero que vigilen a ambos —dije—. Quiero saber con quién hablan, dónde van. Y
mantenlo en secreto. No quiero que nadie lo sepa, ni siquiera el comandante.
—Hay un par de personas que me deben un favor. —Dallas hizo las llamadas necesarias.
Esto no me gustaba. No me gustaba en absoluto.
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CAPÍTULO 5
CUANDO llegamos al depósito, Ghost y Kittie ya estaban allí.
Estaban de pie al lado de su cruiser, cada uno cargado con armas de todos los tamaños,
cuchillos y municiones. Llevaban los típicos pantalones negros de cuero de los cazadores, con
camisas y chaquetas negras. Donde Ghost era alto, con la piel de chocolate y un bien musculado
cuerpo, Kittie era bajo y tan pálido como el helado de vainilla y nata. Sus brazos largos y sus
delgadas piernas ocultaban una peligrosa fuerza y una capacidad de derribar al más amenazador
de los sospechosos.
El verdadero nombre de Kittie era James Vaughn, y durante su primer día en A.I.R. vagó por
los pasillos, presentándose a sí mismo como Perro Rabioso. Él merecía un apodo duro, había
dicho. Entonces decidí llamarle Kittie.
El nombre se le pegó.
Dallas ordenó que el coche aparcara a su lado, y el vehículo obedeció suavemente. Salimos.
—Buenas noches, chicos —dije.
—Buenas noches —dijo Kittie con una sonrisa. Sus labios eran casi imperceptibles, sólo dos
rosadas y delgadas cuchillas, y tenía una barbilla que parecía el zapato de un duende, ¡pero
maldita sea si no tenía un par de hermosos ojos! dos brillantes esmeraldas enmarcadas por largas
pestañas negras. Aspiró una última calada de su cigarrillo y luego lo tiró al suelo.
—Ese es un hábito repugnante —dije, mis ojos fijos en el anaranjado extremo encendido
mientras éste rodaba por el pavimento—. Y completamente ilegal.
—Es sólo un modo de controlar mi esquizofrenia avanzada y mi rabia narcisista.
Aquellos orbes verdes brillaron con diversión mientras acariciaba con amor el paquete de
cigarrillos en el bolsillo de su abrigo.
—Mia, pareces… bueno… estás como siempre —dijo Ghost—, pero Dallas… hombre, eso es
un condenado ojo morado. ¿Cabreaste a Mia otra vez?
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—Nah —Dallas se encogió de hombros—. Esta vez me golpeó sin ninguna razón.
—Siempre hay una razón —refunfuñé.
Él sólo soltó una risita.
—¿Tuvisteis algún problema en encontrar el primer objetivo? —pregunté a los demás.
—Ninguno en absoluto —dijo Kittie, su profunda voz era un vivo contraste con su físico—.
Tardemos poco en encerrar al bastardo. Pero tengo que decirte que, el estúpido hijo de perra, no
podría ni encontrar su culo en el sombrero de un minero, y era bastante obvio que no sabía nada
de Steele.
—Bien, el Arcadian que estamos a punto de detener ciertamente sabe de Steele, así que
prestad atención —di unas palmadas para asegurarme que tenía la atención de todo el mundo—.
La casa de Hudson está a sólo un bloque de distancia. Haremos esto tan rápida y silenciosamente
como sea posible. Y quiero que todos, todos —acentué, con mi anterior visión de pronto en mi
mente—, seáis cuidadosos con cualquier mujer que encontremos. ¿Entendido?
Todos ellos me miraron fijamente con los ojos entrecerrados, como si acabara de llamarles
estúpidos tontos del culo. Quizás lo hice. Ellos sabían que tenían que tener cuidado con todos los
que se encontraran. Sostuve la mirada de cada uno durante unos segundos, luego crucé los brazos
sobre mi pecho y esperé. No iba a disculparme.
Finalmente, Ghost rompió el silencio.
—¿Quieres a esta chica, Lilla, muerta o viva? —preguntó.
—Viva. Tengo preguntas y ella tiene las respuestas. Ahora, basta de charla. Moveos.
Furtivamente caminamos hasta el patio trasero de Hudson. Nuestra ropa negra parecía un
neón en comparación con la palidez de la nieve, así que nos quedemos agachados sobre el suelo,
intentando fundirnos con las sombras.
En algunos puntos avanzamos lentamente. En otros, corrimos. Las luces salían de todas
partes y de todas las casas; todas las cortinas estaban echadas. Nuestro acalorado aliento formaba
vaho en el glaciar aire, y el único sonido era el repiqueteo de la apacible aguanieve al caer.
Dudaba que Hudson fuera lo suficiente estúpido como para dejar escondida fuera una tarjeta
escaneada de invitados, pero la busqué de todos modos. Lamentablemente, no encontré nada más
que unas rocas brillantes y un puñado de suciedad.
Kittie pasó unos minutos en el receptor de potencia, cortando la alarma y la batería de
reserva. Un arriesgado movimiento, realmente, porque la presencia de un lámpara de techo o el
parpadeo de la alarma de un reloj podrían alertar a los residentes de nuestra presencia.
Arriesgado, pero necesario.
Ghost se agachó frente al pomo de la puerta y extrajo una aterciopelada bolsa negra de un
bolsillo. Cogió una diminuta y serrada lámina y encajó el brillante metal plateado en el escáner.
Los Sistemas Inalámbricos todavía eran raros entre la clase media, gracias a Dios, pero hasta la
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casa más humilde usaba unidades de identificación ID o tarjetas de invitados para entrar. En esto,
Hudson no era diferente. Yo no escogería una unidad de identificación para salvar mi vida. No
tenía la suficiente paciencia.
Sonriendo, dije suavemente:
—Me encanta cuando haces eso —su capacidad para romper cualquier barrera de forma
cuidadosa y eficiente, sin que nadie se enterara, era por lo que se había ganado su sobrenombre—.
Juro por Dios que me pone caliente.
—Cuando quieras, nena —dijo él—. Este es sólo uno de mis muchos talentos con las manos.
Yo ya tenía mi arma preparada, así que me coloqué detrás de él y cubrí su espalda mientras
él trabajaba. Momentos más tarde, el ID fue desarmado y la puerta abierta.
Rápida como el rayo, giré y coloqué la espalda contra la pared, preparándome para entrar.
¿Cuál de estos hombres moriría esta noche?
Espontáneamente, la pregunta destelló en mi mente. Durante un momento, no pude
moverme, apenas pude respirar.
No. ¡No! Yo no les dejaría morir dentro de esta casa. Les protegería, con mi propia vida si era
necesario.
Con aquel pensamiento, me calmé. Les mantendría a salvo con mi propia vida. Sacudiendo
la cabeza, aclaré mis ideas.
—¿Preparados? —pregunté, sin expresar las palabras, solamente moviendo los labios.
Dallas se puso en posición al otro lado de la puerta. Asintió.
Ghost y Kittie se distanciaron, las armas preparadas. Ellos, también dieron una corta pero
apreciable cabezada.
Cada nervio de mi cuerpo se puso en alerta, y silenciosamente di un paso dentro. Mis ojos lo
recorrieron todo, y mi arma se movió con ellos. Despejado. Di un paso más profundo dentro,
cuidadosa de colocar mis botas en el sitio justo para prevenir cualquier tipo de chirrido. Hice una
pausa, absorbiendo el silencio. Dallas entró tras de mí, seguido rápidamente de Ghost. Kittie se
quedó en la puerta, protegiendo la retaguardia.
Legalmente, no teníamos que anunciar nuestra presencia como tenía que hacer la policía.
Nosotros cazábamos a alienígenas depredadores, y eso nos daba derecho a entrar en cualquier casa
sin avisar. Así que no lo hicimos. Lilla era una criatura escurridiza, y yo no iba a darle ninguna
advertencia.
Exploré el área inmediata. Una cocina. Platos rotos ensuciaban el suelo. Las sillas estaban
volcadas hacia arriba.
Mi corazón se lanzó a la carrera. Había habido una lucha en este cuarto y mis tripas me
decían que Lilla era la culpable. Igual que en el club, igual que como con el guerrero Arcadian,
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sentí su energía, pillé un rastro tardío de su olor sensual y exótico. Mi conclusión: la sentía porque
ella era tan poderosa como el otro Arcadian. Tendría que tener cuidado con ella.
Desconocía por qué de repente hoy se me había permitido sentir la energía Arcadians, pero
en este momento estaba jodidamente contenta de esa capacidad.
Hice señas a los hombres para que permaneciera detrás de mí, y no tuve que ver sus
expresiones para saber lo increíblemente cabreados que estarían. Por lo general, ellos iban por
delante y despejaban el camino antes de que yo entrara en el siguiente cuarto. Esta vez, no. No les
di ninguna oportunidad. Que se jodieran sus egos.
Silenciosamente, entré en la sala de estar iluminada por la luna. Un gran ventanal decoraba
la pared más lejana, y las cortinas estaban ligeramente descorridas. Los cojines del sofá estaban
esparcidos por el suelo, la televisión rota, hecha añicos, pero ni rastro de vida.
Mi corazón dio un vuelco en mi pecho, y tuve que luchar para mantener mi subidón de
adrenalina bajo control. Esto era igual que mi visión. Caos total, energía enfadada. Luego, muerte.
Temblé y me esforcé por respirar. Tenía que mantener la mente despejada. Tranquila. Hice una
pausa un momento y simplemente escuché. Silencio.
No. No, allí había un sonido sordo, bajo, precipitado y errático, pero allí estaba en todo caso.
Esperé, conteniendo el aliento. Había tres entradas abiertas en el pasillo y ninguna luz emanaba de
ninguna de ellas. ¿De qué cuarto venía el sonido? ¡Joder!, esto no me gustaba. El mejor curso de
acción sería comprobar uno yo misma y permitir que Dallas y Ghost comprobaran los demás,
todos al mismo tiempo.
Rechacé aquella idea en cuanto se formó y bordeé la repisa de la pared, con los hombres
cerca de mis talones. Me moví al primer cuarto. Casi inmediatamente, noté a una mujer que
dormía sobre la cama. Las rosadas sábanas de seda le cubrían desde los dedos de los pies hasta lo
hombros. Fui capaz de distinguir el pelo rubio, pero nada más.
Cuatro pasos más tarde, estaba al lado de la cama. Manteniendo mi arma apoyada sobre su
pecho, liberé un par de laserbands de mi cintura y esposé sus muñecas a la cabecera. Las cintas
pulsaron una leve luz dorada mientras ellas se vinculaban a su piel. Ella murmuró algo mientras se
revolvía. Sus párpados se abrieron lentamente.
En el momento que me descubrió, su mandíbula cayó abierta, y se dispuso a gritar. Cubrí su
boca con mi mano libre, cortando cualquier sonido. Un segundo más tarde, Ghost estaba a mi lado.
Alguien gimió, y no fue la mujer atada. El sonido había sido demasiado profundo,
demasiado lejano. Ghost puso su mano en la boca de la mujer en sustitución de la mía. Giré,
preparada y observé la entrada. El sonido había venido de uno de los otros cuartos.
—Somos agentes del A.I.R., señora —susurró Ghost a la mujer—. Quédese quieta y estará
bien. ¿De acuerdo?
Ella miraba de uno a otro, temblando tan violentamente que temí que tuviera un ataque.
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Las lágrimas llenaban sus ojos, pero asintió con la cabeza. ¡Mierda!, maldije por dentro,
cuando la observé mejor. Era sólo una niña. Probablemente no tendría más de dieciocho años.
Detrás de mí, oí el gemido de una mujer y el grito de:
—Oh, Dios.
Giré otra vez y no vi a nadie. Y entonces fue cuando la comprensión me golpeó. Habíamos
sido tan cuidadosos, tan discretos pero, según parecía, no habríamos sido oídos aunque
anunciáramos nuestra presencia con una trompeta.
Hudson y Lilla estaban demasiado ocupados follando.
—Quédate aquí —le dije a Dallas.
Él dio una rápida y cortante cabezada, afirmando. La furia ardía en sus ojos.
Ya que la puerta de dormitorio estaba abierta, Ghost y yo tomamos posiciones a los lados del
marco. Kittie tomó posiciones al final del vestíbulo.
Me concentré en la pareja. Ellos estaban agachados en el suelo, Hudson agarrando a Lilla por
detrás. Su pálido pelo se balanceaba cada vez que su culo desnudo golpeaba hacía delante. Sus
manos vagaban por toda ella, a través de su pelo, sobre sus pechos.
Tenía que admirar su técnica.
—A la de tres —articulé silenciosamente.
Levanté mi índice. Uno.
El dedo medio. Dos.
Otro dedo. Tres.
Saltamos dentro.
—Manos arriba —gritó Ghost—. A.I.R.
—Ahora —gritó Dallas.
Por supuesto, no se había quedado atrás como le había ordenado.
Lilla gritó y se tumbó sobre su estómago. Hudson ni siquiera se dio la vuelta. Estaba
demasiado ocupado alcanzando el arma sobre la mesita de noche.
—Toca tu arma, y estás muerto —le dije con calma—. Está jodido, Agente Hudson. Y no lo
digo literalmente.
Todavía dándome la espalda, sostuvo las palmas hacia arriba mientras se echaba hacia atrás
sobre sus talones.
—Mantén las manos donde pueda verlas —dije—. ¿Entendido?
Él asintió casi imperceptiblemente con la cabeza.
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—Buen chico. Ahora gira hacia mí. Eso es —arqueé una ceja cuando él se sentó al lado de
Lilla. No pude impedirlo. Mi mirada se fijó entre sus piernas y casi reí—. Descansa, soldado. No
estoy impresionada por tu equipo.
Hudson frunció el ceño.
Lilla lloraba, sus sollozos resonaban por las paredes, y cambié mi atención de Hudson a…
—¡Joder! —grité—. No es ella. ¡Maldita sea, no es ella! —Hudson no había estado follando
con Lilla, después de todo.
Esta mujer ni siquiera era un Arcadian. Tenía el pelo largo y rubio, sí, pero sus ojos eran de
un azul oscuro, y su piel estaba bronceada.
Casi le crucé la cara a Hudson sólo para apaciguar mi rabia en crecimiento.
Pero hice una pausa y me quedé quieta. Bien. Entonces esta mujer no era Lilla. No
importaba. Lilla estaba aquí. Todavía sentía su presencia.
—¿Dónde está ella, Hudson? —exigí.
Cuando él no respondió inmediatamente, apunté mi arma a su polla, la que tan orgulloso
mostraba.
—No sé de qué habla. Juro por Dios que no lo sé —se lamió los labios e intentó escabullirse
detrás de la mujer.
—Utilizando a un civil para protegerse —gruñí—. Eres prácticamente el Anticristo, ¿lo
sabes?
Él se quedó quieto.
—En el entrenamiento del A.I.R., ¿viste hologramas de instrucción de mi trabajo? —
pregunté.
—Sí —contestó él vacilantemente.
—Entonces sabes que no tengo conciencia y haré lo que sea para conseguir lo que quiero —di
al gatillo de mi arma una pequeña presión, no lo suficiente como para disparar un tiro, pero si lo
bastante para que mi objetivo se retorciera un poco—. No voy a preguntarte por Lilla otra vez.
Simplemente te golpearé.
—Irás a la cárcel si me haces daño —el sudor cubrió su frente, y se pasó una mano inestable
por ella—. La agresión a un agente de la ley es una ofensa federal, y aquí hay muchos testigos.
Uno por uno, mis hombres giraron y quedaron cara a la pared. La cara de Hudson se puso
más y más pálida. Una risa cruel salió de mis labios.
—Mala respuesta —dije, y cambié el ajuste de mi arma a un nivel más alto.
Apunté.
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—Ella estuvo aquí —se apresuró él a decir, protegiéndose con las manos—, y destrozó mi
casa. La eché a patadas. Lo juro.
Mentía.
Lilla no lo controlaba, pero él se preocupaba por ella lo suficiente como para arriesgar su
carrera y su libertad ocultando su expediente. Realmente dudaba que la hubiera echado a patadas
de su casa.
—¿Quién es tu amiga? —pregunté, señalando a la mujer que lloraba.
Mis hombres se volvieron y nos miraron. Ya habíamos demostrado nuestro punto.
Hudson echó un vistazo a cada uno de los hombres.
—Es mi esposa.
Mentía. De nuevo. Su expediente decía que estaba soltero. Lo más probable era que él no
quisiera que interrogáramos a la mujer sobre él.
—Georgie, Georgie, Georgie —dije, enfundando mi arma—, esta vez, realmente me has
empujado demasiado lejos.
Con esto, cerré la distancia entre nosotros y le di un puñetazo en la nariz. El cartílago se
rompió ante el contacto. Entre sus chillidos de agonía, me di la vuelta y dije:
—Tres narices en una noche. No mi record, pero no está mal tampoco.
Detrás de mí, oí a Dallas gruñir una corta carcajada. Giré, pero no fui lo bastante rápida para
pillar su sonrisa. Él me miró con el ceño fruncido, todavía enfadado conmigo por tomar la
delantera. Podía manejara su cólera, porque eso significaba que él todavía estaba vivo.
Volví y me arrodillé frente a la mujer. Su cuerpo temblaba violentamente, y sus ojos eran
rendijas de miedo.
—No voy a hacerte daño —le aseguré—. Estás a salvo.
Mirándome, todavía insegura, ella asintió.
—¿Cómo te llamas? —pregunté.
—Sherry. Sherry Galligher.
—¿Viste a una hembra Arcadian aquí esta noche, Sherry?
Ella asintió con la cabeza otra vez.
—¿Está aquí ahora?
—Sí —fue la vacilante respuesta.
—Cierra la boca, zorra —escupió Hudson, cerrando su puño sobre el estómago de la mujer
tan fuerte que ella se golpeó contra la mesita de noche.
Mis ojos se estrecharon sobre el bastardo, y levanté mi mano hacia Kittie.
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—Dame tu mechero. Creo que encenderé un cigarro —eché un vistazo significativo a la polla
de Hudson—. Bueno, un cigarrillo, en todo caso.
—Bruja —gruñó Hudson, su cólera y desesperación haciendo que olvidara su miedo—. Lo
harías. Bueno, si quieres encender mi polla, ¿por qué no intentas chuparla primero? Porque ese es
el único lugar al que perteneces. Sobre tus rodillas.
—Oh, mierda —dijo Dallas, de pronto tras de mí—. Está muerto ahora.
Kittie puso el mechero sobre mi mano extendida.
—Gracias —mantuve mi atención sobre Hudson. Sostuve la llama cerca de su nariz y,
lentamente, la moví hacia abajo. Él intentó echarse hacia atrás, pero el borde de la cama detuvo
cualquier intento de escapar—. ¿Quieres rectificar tus últimas palabras?
Sus labios se comprimieron en una apretada línea mientras los pelos de sus pelotas se
chamuscaban.
—Lo siento. No lo quise decir. Me arrepiento.
—Buen chico —detuve la llama, pero mantuve el mechero dentro de su vista—. Sherry —
continué, devolviendo mi atención a la mujer—, ¿dónde está Lilla?
Ella contestó sólo después de que Ghost hubiera agarrado a Hudson por la pierna y lo
arrastra más allá de su alcance.
—George la encerró en el sótano —dijo ella—. Lilla amenazó con contarle a la policía lo de él
sino no le ayudaba.
Apreté su mano para confortarla.
—Lo has hecho bien. Muy bien.
Averiguaría más sobre -las actividades- del Anticristo más tarde. Ahora mismo, tenía que
ocuparme de Lilla.
—¿Puedo yo…? quiero decir… ¿puedo vestirme ya? —preguntó Sherry vacilantemente,
llorando.
La compasión me inundó. Lamentaba ver a una mujer humana tan humillada.
—Por supuesto.
Pero la observé todo el tiempo, asegurándome que no hacía ningún movimiento hacia mis
hombres. No pensaba que fuera a hacerlo, pero aún así…
Tan rápido como sus manos se lo permitieron, recogió su ropa del suelo y se vistió. No
quería hacerlo, pero después la até por si acaso.
Mi visión me volvía condenadamente cuidadosa.
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Hecho esto, me metí en el bolsillo el arma de Hudson. Entonces, por puro placer, di un paso
hasta donde Ghost lo sostenía y le di una patada al bastardo en el estómago. Su aliento salió de su
boca con un grito afligido.
—¿Te gusta cómo se siente? —Me burlé.
Su única respuesta fue un murmurado:
—Perra.
—Átalo —le dije a Ghost—, antes de que le mate.
—Será un placer —contestó él.
—Necesito la ropa primero.
Ghost le levantó y le fijó contra la pared, sus brazos estirados tras la espalda. La sangre
goteaba de la nariz de Hudson en un rojo río.
—No puedo salir así —gritó—. No puedes llevarme a la jodida central hasta que no esté
vestido. Quiero un abogado. ¡Conseguidme un abogado, maldita sea!
—No tenemos que conseguirte ninguna maldita cosa —replicó Dallas—. Somos del A.I.R., no
la policía local.
Sonreí abiertamente. La situación estaba completamente bajo control, y fui capaz de relajar
mi vigilia… bueno relajé ligeramente mi vigilia. No me relajaría completamente hasta que no fuera
por la mañana y supiera que todos mis hombres estaban vivos y bien. Ahora, al menos, me sentí lo
suficientemente libre para dejarlos aquí con Hudson y Sherry mientras me encargaba
cuidadosamente de un asunto muy delicado en el sótano.
—Dallas, consíguele algo de ropa y enciérralo en el coche —dije—. Ghost, tú y Kittie ocupaos
de las mujeres. Yo me encargaré de Lilla.
—¿Necesitas refuerzos? —preguntó Dallas.
—No. Después de ocuparme de ella, me encontraré contigo en el coche.
Con esto, crucé de un salto el cuarto, preparándome a mí misma para descender al infierno.
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CAPÍTULO 6
BLANDIENDO mi propia ID personal, cogí mi pyre y descendí poco a poco los chirriantes
peldaños que bajaban al sótano. Una vez allí, simplemente me propuse volar el maldito scanner.
Boom. El olor a cables quemados llenaron las ventanas de mi nariz. Mis métodos eran más rápidos
que los de Ghost. Y más sucios y ruidosos, también. Pero ya no tenía por qué ser sutil.
Acabando con la cerradura, di una fuerte patada al centro de la puerta con el pie. Trocitos de
madera llovieron al suelo mientras la puerta se abría. Una solitaria y bamboleante lámpara colgaba
del techo, repartiendo delgados rayos de luz por el pequeño cuarto.
Lilla ocupaba la esquina izquierda más alejada de ese pequeño espacio. Estaba agachada en
el desnudo suelo, con las rodillas pegadas al pecho, los dedos cerrados sobre sus espinillas. El aire
de aquí era igual de frío y húmedo que en el exterior, y aún así, ella sólo vestía la corta camisa y
falda que había llevado en el club. Al menos, tenía las botas puestas.
Giró con calma la barbilla hasta que me afrontó, y vi una gruesa raya de suciedad atravesar
su mejilla derecha.
—¿Comprendes que estás perdiendo el tiempo? —Fueron las primeras palabras que dijo, con
tono uniforme.
—Lo que tú digas. Levanta —mantuve los ojos fijos en su cara, buscando cualquier signo, un
movimiento nervioso de los ojos, unos dientes que mordisquearan el labio inferior, de que ella
planeara largarse—. Manos contra la pared.
Ella, despacio, se puso de pie.
—Mi hermano te castigará por esto.
—Quizás no me oíste. Manos contra la pared.
Con un largo y sacado del infierno suspiro, actuando como un mártir… hizo lo que le
ordené.
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—¿Tan poco te preocupa tu vida, señorita Snow? Mi hermano me encontrará, y cuando lo
haga, tú sufrirás enormemente por todo lo que me has hecho pasar.
—La historia de mi vida. Tendrá que pillar número.
Con movimientos diligentes y eficaces, la registré con una mano mientras sostenía mi arma
sobre su sien con la otra. Encontré un pequeño y afilado cuchillo atado con una correa en el
interior de su muslo.
—¿Has disfrutado? —preguntó ella cuando confisqué el arma.
—Más de lo que crees —enfundé mi arma y le até las muñecas tras la espalda.
Ella protestó débilmente, pero me permitió conducirla hasta arriba y luego fuera sin luchar.
La mantuve agarrada del brazo mientras caminábamos trabajosamente por una cuesta. La nieve
era más profunda de lo que recordaba, y con cada paso el agua derretida se colaba por encima de
mis botas, congelándome los dedos de los pies.
Cuanto más nos acercábamos al depósito, más hablaba Lilla de su hermano. Sin cesar, decía:
—Él te matará —amenazaba—. Kyrin ha matado a más gente que ninguno de nuestra
especie —alardeaba.
Cuando alcanzamos a Dallas, tenía unas ganas enormes de cortarme las orejas y dárselas a
alguien, sólo para no tener que escuchar otra palabra sobre su hermano.
Miré fijamente a mi alrededor con expectación, y descubrí que Ghost y Kittie faltaban. Sólo
estaba Dallas, con Hudson situado en el asiento trasero de nuestro coche. Dallas se apoyaba contra
la puerta con los brazos cruzados.
Sus ojos me lanzaban dagas mientras Hudson, que estaba dentro con sus manos todavía
atadas tras él, animosamente intentaba quitarse la cinta azul que cubría su boca frotando la cara
contra el reposacabezas frente a él.
Levanté una ceja con curiosidad.
Dallas se encogió de hombros.
—Estaba demasiado hablador.
—Kyrin te…
—Oh, por Dios —dije, cortando a Lilla—. Cierra el maldito pico y entra en el coche.
Dallas ordenó que la puerta se abriera, y tiré a Lilla dentro. Un escudo antibalas separaba el
compartimento delantero del de atrás, por lo que no tenía miedo de que intentara saltar sobre el
asiento del conductor y huyera a toda velocidad de nosotros. Cuando la puerta se cerró de golpe,
encerrándola al lado de Hudson, eché un vistazo a Dallas.
—¿Dónde están los demás?
—Se llevaron a las mujeres para el interrogatorio.
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—No deberían haberse marchado sin mi permiso.
—¿Tu permiso? —Dallas se rió, el sonido cruel y envuelto por la rabia—. ¿Quien coño
necesita tu permiso ahora mismo? ¿En qué pensabas allí? ¿Que tú sabías más que nosotros? Tú
misma entraste en cada maldito cuarto —su diatriba se repitió a través de la oscuridad, tan negra y
mortal como la noche—. Eso no es sólo peligroso, es estúpido. Podrías haber hecho que nos
mataran a todos.
La verdad, tuve que tragarme mi primera respuesta. Él no reconocería, sin herir seriamente a
su ego, el hecho de que era igual de susceptible a la muerte que cualquier humano, que él era sólo
un mortal, no un superhéroe. Así que simplemente me apoyé contra el coche y dije:
—Tengo mis motivos.
—¿Ya está? —ladró, incrédulo—. ¿Eso es todo lo que tienes que decir?
—Mira, tú hiciste tu trabajo y yo hice el mío. Todo resuelto, así que déjalo estar.
—No, Mia —le dio un puñetazo al techo del coche, luego se inclinó hacia abajo hasta que su
aliento se mezcló con el mío—. No hice mi trabajo. Tú no me dejaste.
Frunciendo el ceño, lo empujé por los hombros para apartarle del camino y tomé asiento
dentro del vehículo.
Dallas permaneció fuera durante lo que pareció una eternidad. Finalmente, se sentó de golpe
en el asiento del conductor y dijo:
—Ya he telefoneado a Pagosa. Nos espera en la central —su tono era distante, el modo con el
que le hablaba a su odiada ex-esposa.
Él estaba cabreado, sí, y se sentía traicionado. Mientras que odiaba la distancia entre
nosotros, prefería tratar con estas emociones que con su muerte.
Apreté mis muslos. El pesado silencio llenó el coche mientras nos poníamos en marcha.
Bendito silencio. Y en aquel silencio, un pensamiento se me ocurrió. Casi sonreí abiertamente. El
alba estaba sólo a una hora de distancia; Dallas y los demás estaban vivos. Él iba a estar bien. Ellos
iban a ser bien. Pronto estaríamos en la oficina central del A.I.R. Nada malo podría pasar allí.
De repente, Dallas comenzó a programar de nuevo el coche, dándole una nueva destinación.
Éste se impulsó a un lado del camino. Coleamos por un nevoso terraplén antes de pararnos
bruscamente con un trombo.
—¿Qué haces? —exigí, mirando airadamente a Dallas.
Su frente estaba lisa, sus labios relajados. Él parpadeó una vez, dos veces, pero no habló.
¿Qué ocurría?
—¿Dallas?
—Tengo que liberarla —dijo.
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—¡Qué! ¿Por qué?
—Tengo que liberarla —dijo otra vez.
Su tono era tan inexpresivo como sus rasgos.
Control mental.
Mierda, mierda, mierda. Lancé a Lilla un vistazo furioso. Ella tenía su atención puesta en
Dallas, mirando fijamente como él daba un paso en la noche, bordeaba el vehículo, y hacía una
pausa al lado de su puerta.
Salte del coche y me coloqué justo frente a Dallas, bloqueando su camino hacia Lilla.
—Mírame —ordené.
Él no lo hizo.
—Mírame a mí, Dallas —agité mi mano en su cara e incluso chasqueé los dedos.
De nuevo, era como si yo no estuviera ahí.
—Si sólo me miraras, podría ayudarte a pasar por esto.
—Regresa al coche, Mia.
Sabía por la frialdad en sus ojos que él me mataría para liberar a Lilla. No me dejó otra
opción.
—Lo siento, Dallas —dije, pero no esperé otro segundo.
Rodeé su cuello con mis manos y apreté, oprimiendo su arteria carótida, cortando el
suministro de oxígeno a su cerebro. Su estado de ánimo cambió, sin comprender lo que yo hacía
hasta que fue demasiado tarde. Sus ojos se ensancharon, y él rodeo sus grandes manos sobre mi
tráquea. Antes de que pudiera hacer ningún daño, sus rodillas se doblaron, y cayó al suelo,
inconsciente.
Conseguir meter su musculoso cuerpo en el asiento de pasajeros requirió más fuerza de la
que yo creía poseer, pero de alguna forma fui capaz de hacerlo.
—Sigue una jodida dieta —solté entre dientes.
Mi cuerpo ya estaba dolorido, y esto simplemente intensificó el dolor.
¡Maldita sea, que contenta estaría cuando esta horrorosa noche terminara!
Caí sobre el asiento del conductor mientras Dallas dormía plácidamente, sus rasgos tan
relajados como los de un niño, sus ronquidos tan escandalosos como una maldita sirena de niebla.
Lilla y Hudson -quiénes necesitarían compartir un poco de mi dolor- permanecieron quietos y
silenciosos. Probablemente comprendían que estaba a punto de quebrarme. Todo lo que necesitaba
era un gesto -¡un maldito gesto!- de alguno de ellos, y patearía algún trasero.
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Programé de nuevo la dirección de la comisaría en la consola, y el coche saltó en
movimiento. Pronto el edificio del A.I.R. entró a la vista. El exterior era simple, marrón y anodino.
Sin ventanas, sin jardines. Una monstruosidad altísima, realmente, que alardeaba de paredes
resistentes a las llamas y cristales antibalas.
Mientras entrábamos en el parking, noté al Comandante Jack Pagosa esperando con
impaciencia a la entrada de mi plaza de estacionamiento. Una vez que el coche se paró, salí. Me
quedé de pie al lado de la puerta abierta, aliviada de estar por fin aquí.
—¡Eh!, Jack! ¿Estás listo para esto?
—¿Qué te llevó tanto tiempo? —exigió él con aquella brusca voz suya—. ¿Y por qué diablos
está Gutiérrez durmiendo en horas de trabajo?
Por el rabillo del ojo, vi el movimiento de cuerpo de Lilla y su atención hacia Jack y supe lo
que planeaba. Mis puños se apretaron. ¡Maldita sea! Esta mujer era una amenaza.
—Te lo explicaré en un minuto —dije al comandante.
Ahora mismo, tenía que neutralizar a Lilla antes de que ella le lavara el cerebro con toda su
fuerza.
Liberé mi pyre, cambié la palanca a modo atontar, y me arrojé de nuevo al asiento del
conductor. Esta vez, de cara a la parte de atrás. Los ojos de Lilla se abrieron como platos cuando
bajé el escudo protector y nivelé el cañón de mi arma en su frente.
—Mi hermano…
—Que se joda tu hermano —apreté el gatillo.
Un solitario rayo azul voló y la paralizó, cortando sus palabras. ¡Dios, qué bien se sintió!
Asentí con satisfacción. Debería haberlo hecho cuando la encontré en el sótano, pero no había
querido cargar con ella. El inconveniente ahora, era que no podría interrogarla hasta mañana por
la noche, cuando pasara el aturdimiento. Oh, bueno. Ese era el precio a pagar por la paz. Y en este
momento estaba muy dispuesta a pagarlo.
Al lado de la forma inmóvil de Lilla, Hudson gimoteaba como un bebé. De algún modo, se
había quitado la cinta de la boca. En el momento que comprendió que lo miraba, pronunció un
grito agudo de niña que resonó por todo el sedán.
—Lo siento, Mia. Estoy muy arrepentido —lloriqueó—. Juro que lo estoy. Haré lo que tú
quieras, te diré todo lo que quieras saber si sólo guardas el arma en su sitio.
Tuve muchas ganas de dispararle otra ronda a él, pero el aturdimiento sólo funcionaba con
los alienígenas. Algo sobre su componente químico. El rayo de fuego, sin embargo, eliminaba todo
a su paso, y sabía que eso era lo que él temía.
—Charlaremos un poco más tarde, Georgie, muchacho —dije, dando un toque a su mejilla
con el borde de mi arma—, no tienes que preocuparte. Y esperaré esta misma impaciencia de ti.
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—Lo que tú quieras.
Sus mejillas, ya pálidas, palidecieron aún más. No estaba segura, pero creo que se meó en sus
pantalones. No quise mirar demasiado estrechamente para averiguarlo.
—Ahora, Comandante —dije, saliendo otra vez del coche—. ¿Qué me preguntaba?
Su bigote se sacudió… y yo sabía lo que significaba. No estaba divertido; estaba furioso. No
le gustó ser apartado, no le gustó ser tratado como uno de mis lacayos. Sus oscuros ojos marrones
llameaban de emoción, y las líneas alrededor de su boca estaban tensas. En este mismo momento,
con su espeso pelo plateado, su redondeado vientre y su roja camisa de franela, parecía un Papá
Noel psicótico.
—Estoy así de cerca, Snow. Así de cerca —casi juntó su índice y pulgar, dejando sólo medio
centímetro de espacio entre ellos—. ¿Sabes lo qué estoy a punto de hacer?
—¿De patearme el culo la próxima semana, señor? —dije, porque él había hecho la amenaza
mil veces antes.
—Así es —enderezó los hombros y se ajustó el cuello de la camisa, la mayor parte de su
bravuconería desinflada por mi falta de preocupación—. Tienes que seguir las reglas, Snow, y eso
significa contestar al teléfono como todos los demás.
—Lo apagué. No necesitaba ninguna distracción.
—A cada miembro de mi unidad le es facilitado un teléfono para que pueda distraer a cada
uno de vosotros en cualquier maldito momento que quiera. Recuerda eso —soltó un suspiro—.
Ghost y Kittie están dentro, pero no me han contado nada. ¡Soy el comandante, el puñetero jefe de
este equipo, y ellos quieren esperarte!
—No hay necesidad de darle a nadie una patada en trasero aún, Jack. Te traje un regalo. Con
un barrido de mi mano, señalé a Lilla y Hudson.
—Un sospechoso y otro del equipo A.I.R. George, aquí presente, que ha sido un chico
travieso y creo que puede ayudarnos con el caso Steele.
Dallas gimió.
Finalmente se despertaba. Se masajeó el cuello con ambas manos mientras sus ojos se abrían
lentamente. Parpadeó y enfocó. Supe el momento exacto en el que recordó los acontecimientos de
la noche… nuestro pequeño paseo a la casa de Hudson, mi rechazo a explicarme… que casi lo
había ahogado hasta la muerte. El fuego cobró vida en sus ojos, haciendo resplandecer aquellos
perfectos orbes marrones.
—¡Mia! —gritó.
Me alejé del coche, mis manos alzadas en un gesto de impotencia.
—Tuve que hacerlo, Dallas. Lo sabes.
—Todavía espero mi explicación —lanzó Jack hoscamente.
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—Ayúdame a llevar a los prisioneros a aislamiento, y lo explicaré todo. A los dos —añadí.
Uno por uno, asintieron con la cabeza.
Treinta minutos más tarde, Jack tenía su explicación… menos algunos pequeños detalles.
Respiré más tranquila porque la luz del día se acercaba rápidamente. ¡Diablos, hasta tenía ganas de
regodearme! Había frustrado mi visión. Había ganado esta vez. Dallas todavía estaba furioso
conmigo, pero estaba vivo. Incluso Ghost y Kittie estaban a salvo.
Nada más importaba.
La vida era maravillosa.
Lilla y Hudson habían sido separados y colocados en cámaras de aislamiento. Mientras
Hudson se quejaba durante el viaje a su celda, Lilla había permanecido benditamente callada,
aturdida como estaba. Sherry y la otra mujer de casa de Hudson -que ahora sabía que se llamaba
Isabel Hudson, la hija de diecisiete años de George- estaban siendo interrogadas por Ghost y Kittie.
La única cosa que quedaba por hacer era hablar con Dallas, pero en este momento, era
imposible. Jack no había terminado aún con nosotros.
El comandante se inclinó hacia delante en su silla gris de cuero y de respaldo alto. Estaba
sentado tras su gran escritorio de roble, la viva imagen de la autoridad mientras revolvía algunos
papeles del borde de la desordenada mesa. Las paredes de alrededor estaban inundadas de las
fotos de la hija de veintitrés años de Jack. Su esposa lo había abandonado hacía años, así que la
única imagen de ella era la que decoraba su cubo de la basura.
—Habéis hecho un buen trabajo esta noche —dijo—. Buen trabajo. A ambos. Encontrasteis la
pista del caso que necesitamos, y trajisteis a los sospechosos para interrogarlos. Aunque heridos,
pero al menos están vivos. A diferencia de la última vez —sus ojos destellaron hacia mí cuando
acentuó sus últimas palabras.
—¿Qué? —refunfuñé con un encogimiento.
Dallas y yo nos dábamos la espalda. No nos habíamos ni mirado desde que habíamos
entrado en la oficina de Jack. La tensión irradiaba de nosotros.
—El problema es —añadió Jack—, que hemos tenido otra desaparición. La víctima falta
desde la pasada noche. Su compañera de habitación sólo denunció la desaparición hace una hora.
—¿Por qué no fuimos notificados inmediatamente? —pregunté.
—Al principio, los oficiales responsables no estaban seguros de que este caso tuviera alguna
conexión. Sin embargo, tengo a Jaffe revisando el papeleo, y él está cien por cien seguro que está
conectado a los demás. Demasiadas similitudes y demasiadas pequeñas evidencias… que añade a
una hembra a nuestro enrevesado caso. Esta última víctima es mujer.
El miedo me atravesó, oscuro y peligrosamente agudo. Eché un vistazo a Dallas por primera
vez desde que dimos un paso en la oficina. Dallas me lanzó una ojeada. No eran buenas noticias
las que conseguíamos. A la vez, ambos volvimos nuestra atención a Jack.
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—¿Una hembra? —pregunté.
Jack parpadeó hacia mí.
—Eso es lo que dije.
—¿Cuál es su nombre? —Me moví en mi asiento, odiando y amando cada momento que
pasaba y él no me contestaba.
—Rianne Harte —dijo, echando un vistazo a sus papeles.
—Deletréalo —dije, el hielo cristalizando mi sangre.
Él lo hizo.
Mi estómago se revolvió, y cerré los ojos. El Arcadian no había mentido. Él había dicho
Rianne Harte, pero no había deletreado el nombre, y no había especificado que la víctima era
femenina. Yo asumí que había escuchado mal. Una combinación peligrosa.
Él también había mencionado que alguien más moriría pronto.
Al menos, podría quitar la vigilancia del abuelo Ryan y el muchacho. Un auténtico aspecto
positivo de mierda.
—Jack —dijo Dallas—, Mia y yo andamos en busca de…
Di a Dallas una apenas imperceptible sacudida de cabeza que decía, no menciones al macho
Arcadian.
—Antes andábamos en busca de una botella de tequila —terminó él sin convicción—. Lo
siento.
—Gracias —articulé.
No estaba segura de por qué quería mantener a Jack en la oscuridad, pero lo hice. No estaba
segura de quién era ese Arcadian o en qué lado jugaba realmente. Sólo sabía que iba ser tacaña con
la información que compartía hasta que entendiera exactamente los motivos que escondían
aquellos ojos color amatista.
—Sabes bien que no se bebe en el trabajo —dijo Jack estrechando los ojos—. Primero te pillo
durmiendo la siesta, y ahora confiesas lo de la bebida. ¿Qué diablos pasa contigo?
—¿Tienes una descripción de la señorita Harte? —preguntó Dallas, volviendo rápidamente
al caso.
—Pelo rojo. Ojos verdes. Aproximadamente un metro y medio de estatura —Jack se
encogió—. Es técnica de laboratorio en Kilmer, Peterman, y Nate Pharmaceuticals. Ellos se
especializan en tratamientos de fertilidad.
—¿Qué semejanzas encontraron con este rapto y los demás? —pregunté.
—El pelo Arcadian encontrado en la cocina de la mujer contesta eso. Como con los demás, no
hay testigos de su rapto. Ningún signo de lucha. Simplemente desapareció de su casa.
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—¿Ya está?
—Casi —dijo Jack con una sonrisita misteriosa—. Ella tuvo contacto con dos de los hombres
desaparecidos. Sullivan Bahía y Raymond Palmer. Fue vista con uno y otro en dos ocasiones y por
separado.
—Esto se complica, Jack —dijo Dallas.
—Lo sé. Y necesito que encontréis a los desaparecidos cuanto antes. Vivos —añadió Jack—.
Si falláis, bueno, preparaos para revisar también el papeleo administrativo —no había nada de
humor en su tono—. Me presionan desde arriba. Tienen miedo de que la historia estalle pronto y
quieren respuestas.
Fabuloso. Ya trabajábamos tan rápido como era posible. Que nos ordenaran que trabajarnos
más rápido era… genial.
—Ahora mismo, quiero que vayáis a casa y descanséis un poco —siguió Jack—. Daremos
parte mañana al mediodía junto con Ghost, Kittie, Mandalay, Johnson y Jaffe.
—Una cosa, Comandante —dije. Había trabajado bajo las órdenes de Jack durante nueve
años. Él era viejo y gruñón, pero honorable—. Mantenga a todos y esto te incluye lejos de la
cámara de Lilla. Sus poderes para el control mental son asombrosos.
—Dudo que ella pueda penetrar en mi mente.
—El gobierno aún tiene que inventar un escudo mental factible, y hasta que lo hagan, estarás
en peligro con ella.
Él dio golpecitos con su bolígrafo en el escritorio.
—Si me alejo de ella y ordeno que todos los demás hagan lo mismo, me deberás una.
Estupendo.
Él debería estar agradecido de mi advertencia, debería decirme lo sensata que era. Pero no, el
taimado bastardo quería un favor, por lo que fingía que estaba en un gran apuro. La última vez
que le debí un favor, me hizo enseñarle a su hija -quien me recordaba una Barbie drogada- cómo
disparar un anticuado revolver del 48. Para mi desgracia, me pasé unas noches en el hospital,
recuperándome de una bala en el trasero.
—¿Qué quieres? —pregunté con un cansado suspiro.
—Necesito que trabajes el próximo fin de semana. Vamos cortos de agentes.
—Hecho —dije, y sentí un agudo alivio.
Trabajar horas extras no era problema. No era como si realmente tuviera una vida. No tenía
aficiones, ni amigos fuera del trabajo, ni asistía a las reuniones familiares.
Eso era… penoso, comprendí con un ceño.
—Nadie entrará —prometió él, acariciándose la barba—. No sin tu permiso. Incluso le
entregaré la comida con bandejas mecánicas.
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—Gracias.
—Ahora salid de aquí —dijo él, agitando una mano en el aire—. La vista de la magullada
cara de Dallas me revuelve el estómago —a Dallas le dijo—: Un consejo, chico. La próxima vez que
estés en una pelea… agáchate.
—Sí, intentaré recordarlo —dijo Dallas, con su oscura mirada fija en mí.
Nos levantamos y salimos fuera. La puerta se cerró tras nosotros con un chasquido. Luego,
silencio. Las sillas y los escritorios estaban vacíos, y sólo unos agentes daban vueltas por ahí. La
mayor parte de los equipos del A.I.R. estaban vigilando las calles.
—Dallas —dije, después hice una pausa. Noté que Ghost salía al pasillo, haciéndome señas
con el dedo doblado. Su calva cabeza brilló con la luz del techo.
—No abandones el edificio —dijo Dallas—. Tenemos mucho que discutir.
—Tienes razón —había alcanzado su tolerancia a las gilipolleces, y no intenté andarme con
rodeos—. ¿Por qué no vienes conmigo a hablar con Ghost, y luego vamos a tomar un café a
Trollie?
Él apartó la vista de mí, su expresión dura y decidida.
—De acuerdo —dijo finalmente—. Tienes diez minutos. Ni uno más.
Arqueé una ceja ante su -soy el comandante del universo- tono y juré tardar once minutos,
aunque tuviera que sentarme en una esquina y hurgarme la nariz la mayor parte de ellos.
Cruzamos de una zancada el pasillo, el sonido de nuestros pasos resonando en mis oídos. El aire
era estéril aquí, como si alguien hubiera empapado las paredes con una solución desinfectante.
Ghost nos condujo a un pequeño cuarto privado.
—Esa chica está loca —dijo en el momento en que cerró la puerta.
—¿Cuál? —pregunté, dando un paso hacia el gran y falso espejo que dominaba la pared de
un lado y por el cual se podía ver secretamente el otro cuarto aún más pequeño. Tuve mi respuesta
antes de que él contestara—. Isabel Hudson, la hija del Anticristo —dije, en el momento exacto que
él decía:
—La Bella durmiente del bosque, la hija del Anticristo.
La estudié. Ella estaba sentada en una mesa llena de marcas, sus manos ocultas tras los
pliegues de la ropa. Su pelo era largo y rubio y tan lacio como el mío. Su piel, pura porcelana,
estaba bronceada aunque lo que realmente llamaba la atención eran sus ojos. Eran unos óvalos
impecables, ricos, de un profundo violeta y enmarcados por unas largas y oscuras pestañas.
—Parece un Arcadian —comenté.
—No puede ser —dijo Ghost—. No lleva peluca ni el pelo teñido, y por si no lo has notado,
su cabeza está llena de mechones rubios, ni blancos ni plateados.
Le lancé un ceño tipo: “Gracias por declarar lo obvio”.
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—De todos modos —siguió con un encogimiento de hombros—, no hay espacio en su cuerpo
para sangre alienígena. Ella tiene un veinte por ciento humano y otro ochenta por ciento de locura
—lanzó los brazos al aire en un gesto que decía: “las cosas que hago para mi trabajo”—. ¡Locura, te
digo!
—¿Qué pasa? —Dallas rió entre dientes—. ¿Intentaste ligar con ella y te dijo no?
Ghost se estremeció, y su cara se arrugó con horror.
—Tiene diecisiete años —le recordé a Dallas—. Si hubiera intentado ligar con ella, tendría
que detenerlo.
—¿Qué hay en ella que la hace tan mala? —preguntó Dallas.
—En el momento que entré en el cuarto, comenzó a mascullar por lo bajo sobre el control
mental.
Una de sus manos se movía continuamente como si apuñalara. Y cuando le pregunté, ella
amenazó con cortarme las pelotas.
—Así que masculla y le gusta cortar cosas —dijo Dallas, intentando con todas sus fuerzas
ocultar su sonrisa—. Qué gran cosa.
—¡Eh!, no te veo entrar corriendo ahí —frunciendo el ceño, Ghost gesticuló hacia la puerta—.
De todas maneras, iré a preguntarle a la pequeña monada un par de cosas.
—No —dije—. Quiero hablar yo con ella. De chica a chica.
Los hombros de Ghost cayeron con alivio.
—Si alguien puede tratar con esa psicópata, eres tú. Tienes bragas de acero, Mia Snow. ¿Yo?
Yo me habría meado en los pantalones si no hubiera tenido mi arma —acarició su chaqueta bajo su
pecho izquierdo.
Hizo una pausa. Acarició otra vez. Su sonrisa se borró centímetro a centímetro, y soltó un
incrédulo jadeo.
Yo ya estaba en la puerta, había girado el pomo y había dado un paso en el cuarto de
interrogación cuando oí gritar a Ghost.
—¡Mi arma! ¡Ella tiene mi jodida arma!
Apenas tuve tiempo de reaccionar, no registré que mi visión cobraba vida. Isabel sostenía la
pyre y apuntaba el cañón a mi corazón. Tenía la cara en blanco y la misma mirada que Dallas tenía
cuando habían controlado su mente.
No. ¡No!
Detrás de mí, alguien gritó:
—¡Mia! —mientras alcanzaba mi propia arma.
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De repente, me apartaron de un empujón del camino y me sentí caer lentamente. Isabel
disparó. Una ráfaga de luz y sonido envolvió el cuarto. Un grito de frustración, furia y miedo se
alojó en mi garganta, y disparé una ronda propia antes de aterrizar en el suelo con un ruido sordo.
El aire abandonó mis pulmones en un poderoso tirón, y mi visión se volvió una telaraña de
blancos y negros.
Tomando apenas aliento, sacudí la cabeza para aclarar las ideas, y comprendí que el tiro de
Isabel no me había alcanzado.
Estaba ilesa.
Entonces un cuerpo masculino cayó sobre mí, sangrando y sin vida.
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CAPÍTULO 7
EL clink, clink, de la intravenosa armonizaba con el piii, piii del monitor cardíaco, creando una
sinfonía… una ópera de muerte. Mi cabeza reposaba sobre mis manos, mis codos estaban
apoyados sobre la cama del hospital. Estaba cansada, tan cansada. La silla que ocupaba estaba
hecha de dura e incómoda madera, pero no podía obligarme a moverme.
Cuando era más joven, después de que mi padre dejara de amarme, él había castigado cada
una de mis indiscreciones obligándome a sentarme en una silla muy similar a ésta. Por supuesto,
encerraba la silla y a mí en un cuarto oscuro y pequeño. Yo me sentaba allí, aterrorizada y sola,
sollozando silenciosamente o a veces gritando hasta que mi voz salía ronca. Los recuerdos siempre
me dejaban llena de odio, pero debido a ello, ahora podía permanecer inmóvil durante horas y sin
emitir una sola queja. Aquel pequeño talento ahora venía justo a medida.
Dallas descansaba sobre la cama, con los ojos cerrados y con una máquina que respiraba por
él, inflando sus pulmones, expulsando el aire y luego repitiendo la acción una y otra vez.
Sólo hacía una hora, había sido declarado muerto. Pero uno de los cirujanos asignado para
atenderle rechazó rendirse y se había quedado con él, golpeando su pecho, hinchándolo con todo
tipo de medicamentos. Increíblemente, Dallas había resucitado. Yo jamás tuve fe en nada que no
pudiera apuntar o disparar, pero cuando el monitor cardíaco saltó a la vida, comencé a creer en los
milagros de nuevo.
Agentes del A.I.R. habían ido y venido a lo largo de la mañana, al igual que los doctores y
enfermeras. Ni una sola persona que entró en esta habitación había dejado un rayo de esperanza
tras de sí; sólo tristes condolencias.
Las heridas de Dallas eran fatales. La mayor parte de sus órganos internos habían sido
calcinados, y había un agujero de seis centímetros en su pecho, la carne circundante estaba
quemada más allá de la reparación.
No, ellos no habían ofrecido ninguna esperanza.
Pero Dallas era un luchador. Se aferraba a la vida con cada onza de fuerza que poseía.
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Ahora mismo, estaba a solas con él, intentando meter mi energía vital en su interior. Le pedí
a Dios que viniera su familia, alguien que llorara y rezara por él. Lamentablemente, sus padres
habían muerto hacía años y no tenía hermanos o hermanas, tíos o tías, que alguno de nosotros
supiera.
La impotencia me abrumó, una impotencia tan intensa que mi cuerpo tembló con fuerza.
La mañana había venido y se había ido, y ahora, por la tarde, una tormenta golpeaba fuera.
No había comido ni dormido. No podía. Mi estómago era un doloroso nudo de terror, temor y
pena. Dallas era mi mejor amigo. Mi roca.
Él era una extensión de Dare, supongo, el hermano que había adorado y perdido. De una
forma extraña, nos equilibramos el uno al otro, y mi vida sin él…
Un estremecimiento sacudió mi espalda, agravada por una quemazón en mi garganta.
Tragué aire. Apreté los ojos con fuerza.
—Maldito seas, Dallas —susurré quebradamente.
Quise pegarle con las manos, gritarle. Estaba furiosa, muy furiosa, porque él me había
apartado y había recibido el golpe. Yo debería haber sido la primera en caer, la primera en sufrir.
La que, en última instancia, muriera.
Le había fallado.
Mis hombros cayeron cansados mientras la oleada de rabia me abandonaba. Abrí los ojos
lentamente y extendí la mano con dedos temblorosos. La punta de mis dedos acariciaron su mejilla
y a lo largo de su mandíbula. Estaba frío y su una vez bronceada piel ahora era pálida, casi
traslúcida. Si hubiera tenido lágrimas para dar, habría llorado hasta que mi nariz hubiera
explotado por la presión. Como estaba, sólo podía sentarme aquí, desvalida, y verlo morir.
Mis manos se apretaron tan fuerte que una media luna se marcó en mis palmas, causadas
por mis uñas. Isabel Hudson estaba muerta. En mi mente, vi el continuo destello de mi arma, la
expresión de horror de la muchacha cuando múltiples ráfagas de fuego explotaron contra su
pecho. La vi caer lentamente al suelo. Yo la había matado, había matado a una joven chica que no
había llegado aún a la mayoría de edad. En algún nivel, me odiaba por lo que había hecho, pero
eso no embotaba mi deseo de matarla otra vez, esta vez despacio, prolongando cada doloroso
momento.
¡Joder!. ¿Cómo pudo pasar esto? ¿Quién había controlado la mente de Isabel? Lilla no, ella
había estado profundamente aturdida. Eso dejaba… a nadie.
Debí de haber omitido los sutiles detalles de mi visión. Dios sabía que algunos de ellos eran
incorrectos. Había colocado al humano y al alienígena en el sitio equivocado, pensando que un
humano mataba a Dallas. ¿Cómo podía saber que se trataba de un alienígena humanoide? No
sabía de qué especie era Isabel, sólo sabía que no podía ser la hija de Hudson, como afirmaba su
informe.
—¿Cómo pudo pasar esto? —susurré fatigadamente.
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—Vete a casa, Mia, —me dijo una voz masculina.
Jack.
No me di la vuelta para enfrentarle.
—No puedo marcharme. No voy a marcharme. Me conoces mejor que eso.
Él suspiró.
—Con esto, no me ayudas. No le ayudas a él.
—Entonces despídeme.
—¡Claro que no!
—Simplemente… no puedo abandonarle. Me necesita. No tiene a nadie más.
Jack hizo una pausa un momento, y yo sabía lo que rumiaba en su cabeza. Con Jack, el
trabajo siempre era lo primero.
—¿Quieres que reasigne tus casos? ¿Que te dé una semana o dos?
—¿Y en cuanto a Steele? —pregunté, aunque era incapaz de sentir auténtica curiosidad.
—Pondré a Ghost y Kittie al cargo. Ellos conseguirán terminar el trabajo.
Con aquellas pocas palabras, Jack encendió la primera chispa de ira en mi interior. Él lo
había hecho sonar como si yo no pudiera conseguir terminar el trabajo.
—Ese caso es mío —dije con un atisbo de rencor. Aún así, seguí sin mirarlo—. Yo lo
terminaré.
—No es necesario. Casi está cerrado. Lilla está bajo custodia, y una vez que no esté aturdida,
enviaré a Kittie dentro de su celda. Esperamos saber dónde están los hombres desaparecidos antes
del anochecer.
Miré fijamente más allá de la cama, de la ventana, mis ojos indiferentes mientras los
balanceantes árboles y el brillante pavimento entraron en mi visión.
—Me prometiste que nadie se dirigiría a ella sin mi permiso.
—Eso era antes.
—Cometes un gran error. Si permites a Kittie acercarse a ella, puedes darle a Lilla un beso de
despedida. Ella se habrá ido antes de que puedas sacar la cabeza del culo. Además, dudo que ella
sepa donde están los hombres desaparecidos.
—¿Estás diciendo que es inocente? —Se atragantó él.
—Inocente no —solté un suspiro—. Sólo que no es el cerebro que está tras el asesinato o los
raptos.
Sus cejas se alzaron levemente.
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—¿Y piensas eso porque…?
—Ella actúa según sus emociones, no piensa las cosas antes. El asesinato de Steele fue
imperturbable, planeado hasta el último detalle.
—Mia… —dijo Jack, luego se detuvo. Exhaló otro suspiro—. Si quieres cerrar este caso —
dijo—, te lo dejaré. Si quieres interrogar a Lilla tú misma, también te dejaré hacerlo. Pero tienes que
descansar un poco.
—¿Has perdido la fe en mí, Jack? —pregunté con una risita carente de humor.
Mi cabeza se echó hacia atrás y miré el blanco y esterilizado techo. No lo culpaba. Yo había
perdido la fe en mí.
—No. Jamás —dijo, metiendo la mano en el bolsillo de su abrigo—. No hay nadie en quien
confíe más que en ti. ¡Diablos, tú nunca me has defraudado!
—Eso no es verdad. Te defraudé anoche. Os defraudé a todos. Dallas no estaría aquí si
hubiera actuado más rápidamente.
—¿Te escuchas a ti misma? —Se mofó Jack—. Esa es la cosa más ridícula que jamás he oído.
No sabías lo que iba a pasar. Dallas tomó su propia decisión, y ni el mismo Dios podría haberlo
detenido de protegerte.
—Te equivocas. Yo podría haberlo detenido —di un puñetazo en la cama—. Podría haberlo
mantenido inconsciente hasta la mañana, incapaz de trabajar. Podría haber pospuesto la caza.
Podría haber hecho que me esperara en Trollie mientras hablaba con Ghost.
Había tantas cosas que podría y debería haber hecho de forma diferente. ¡Yo lo sabía, maldita
sea! Sabía que él estaba en peligro, y aún así no lo había protegido.
—Mia —dijo Jack suavemente—. Ahora mismo no piensas con claridad. Hace dos noches
que no duermes. Tienes que descansar un poco —repitió.
Giré la cabeza y nuestras miradas se encontraron. Sus mejillas estaban pálidas, su perpetuo
brillo rojizo ido. Su camisa de franela colgaba sobre sus hombros, sin apretar, como si hubiera
perdido unos kilos.
—No soy una niña, Jack.
—Tus ojos están rojos —siguió él—, tu piel pálida. Francamente, pareces una mierda.
—Gracias por el elogio, pero estoy bien —dije, aunque sabía que tenía razón.
Mi mente estaba nublada, llena de una espesa niebla que al parecer no podía penetrar. Mis
párpados se sentían pesados, mi cuerpo débil e inestable.
—Estás a punto de derrumbarte. Te ordeno que te vayas a casa.
—Que se jodan tus órdenes.
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No pude convocar las fuerzas para gritar, por lo que mis palabras surgieron como un
pequeño y hueco susurro. Sorprendentemente, mi ira creció un poco más. Giré de nuevo hacia la
cama.
—Dallas me necesita.
No oí acercarse a Jack, pero de repente él estaba de pie a mi lado, su mano sobre mi hombro.
—Quedarte no hará que reviva.
—Al menos… —tragué aire—. Al menos no morirá solo.
¡Dios, cómo dolía decirlo! Casi grité entonces, a Dios, a Jack, a los doctores que no podían
ayudar a este una vez vivaz hombre. Tuve que morderme la mejilla para mantener el sonido en mi
interior; mordiendo hasta que el fuerte sabor metálico de la sangre llenó mi boca.
Jack me apretó el hombro.
—Era un buen hombre. Uno de los mejores. Ya lo echo de menos.
¡Cállate, cállate, cállate! Gritó mi mente. Me cubrí las orejas para bloquear la voz de Jack.
Estaba hablando de Dallas como si él estuviera ya muerto.
Quizás lo estaba.
Enfoqué la cara de Dallas, tan pálida, tan retraída. Realmente, ahí no había ninguna
esperanza para la supervivencia.
Sin embargo, no podía decir aquellas palabras, así que dije:
—Aún no está muerto.
—No, pero necesitará un milagro para sobrevivir —dio otro apretón a mi hombro—. Es
asombroso lo rápido que la vida de un hombre puede cambiar, ¿verdad? En un parpadeo. En un
chasquido de los dedos —hizo una pausa—. Un latido de corazón.
Una de sus lágrimas salpicó mi mano. Observé como el claro líquido resbalaba por mis
dedos. Jamás había visto llorar a este fuerte hombre antes. Y saber que sus propias emociones
reflejaban las mías… un estremecimiento recorrió mi espalda. Él había encontrado algún tipo de la
liberación, pero yo no tenía ninguna. Mis emociones estaban atrapadas dentro de mí.
Me froté la cara con las manos, resistiéndome al impulso de golpear mi cabeza contra la
barandilla de la cama. Quizás el dolor físico eclipsaría mi dolor emocional.
—¿Sufre? —preguntó Jack suavemente, atajando mis pensamientos.
Sacudí la cabeza.
—Ningún dolor. Lo tienen tan sedado que probablemente vuela con los ángeles.
—Me alegro. No quiero que nuestro chico sufra —Jack liberó mi hombro y cruzó de una
zancada el cuarto hacía la única ventana—. Jaxon se encargará de los preparativos del entierro.
Pensé que sería demasiado para ti.
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—Lo haré yo —dije, mi irritación elevándose otro punto—. Como su compañera, es mi
derecho. Quiero sus casos, también. No se los des a nadie más.
—Muy bien —entonces, volviendo a su habitual comportamiento brusco, Jack dijo—: Estate
en la oficina central mañana, a la una en punto —giró sobre sus talones y se dirigió a la puerta,
parándose sólo antes de atravesar el umbral. Echando un vistazo sobre su hombro, me miró
fijamente—. Sé que estas apenada. Todos lo estamos.
—Yo…
Él me cortó.
—Pero pediste mantener el caso Steele. Tú lo pediste. No te lo ordené. Por lo tanto, tienes un
trabajo que hacer, y espero que lo hagas.
—Lo sé —dije, masajeándome las sienes.
Estaba agradecida por su aspereza. Me habría roto bajo la compasión o la suavidad, y él lo
sabía.
—Necesito que interrogues a Lilla, y relates los resultados en nuestro informe. ¿Puedes
hacerlo?
—Sí —dije, la determinación deslizándose en mi tono.
—Buena chica.
Con esto, salió arrastrando los pies del cuarto.
Otra vez estaba a solas con Dallas. Cogiendo su fría mano, sin vida, puse la mejilla en el
borde de la cama. Aquellas dos pequeñas acciones causaron que cada emoción que había
experimentado en las últimas horas me agotaran, dejándome vacía. El letargo me atravesó,
inundando cada hueco y grieta, reclamando mis miembros y, finalmente, mis ojos.
El último pensamiento que fue a la deriva en mi mente antes de que una arremolineante
niebla me sumergiera fue: “Por favor Dios, envíame otro milagro”.
Me desperté lentamente y comprendí tres cosas de golpe, sólo una de ellas significativa.
Primera, comprendí que no había tenido ningún sueño. Muy insólito en mí; yo siempre soñaba.
Segunda, no estaba segura del tiempo que había pasado dormida. Tercero, se me había
erizado el vello de la nuca.
Mientras mis sentidos se centraban, sentí un par de invisibles ojos sobre mí. Intensos y
observadores ojos que se cernían sobre mi hombro, vigilando… esperando. Sabía que estaba en el
hospital, en la habitación de Dallas y sabía que no era Dallas quien me miraba.
Manteniendo mis movimientos lentos y deliberados, busqué mi arma en la cintura. Entonces
me congelé. Mi arma no estaba. ¡Joder, no estaba! No entré en pánico ya que tenía otra de reserva
atada en el tobillo, pero ésta no era igual de potente, ya que sólo ofrecía ajuste de caliente y extracaliente. Nada de aturdir. Coloqué el dedo en el gatillo.
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Luchando contra el impulso de moverme y saltar sobre mis pies, permití a mis parpados
abrirse poco a poco, estudiando gradualmente el entorno. La oscuridad había caído, y débiles
rayos de luz se filtraban a través de las persianas color beige del hospital.
Mantuve la cabeza y el cuerpo totalmente inmóviles mientras pasaba la vista por todo el
cuarto.
Allí, en la esquina, un hombre holgazaneaba causalmente en una silla. Sofoqué un jadeo
cuando vi sus rasgos. No, no un hombre. Un Arcadian.
El Arcadian.
El guerrero que había perseguido a través del callejón.
Su energía se abrigó a mi alrededor; fuerte, pura. Terrible. Un temblor zumbó a lo largo de
mis terminaciones nerviosas. Su espeso y blanco pelo le caía sobre los hombros. Imaginé sus ojos.
Sabía que eran de un violeta muy pálido, casi cristalinos, con una delgada capa de tranquilidad,
como la nitroglicerina justo antes de detonar. Sabía que sus labios eran llenos y exuberantes, un
perfecto contraste con sus rasgos ultra masculinos, haciéndolo parecer mucho más peligroso.
Él debió sentir mi escrutinio porque parpadeó, un barrido sensual de sus pestañas, y dijo con
voz ronca.
—Tu amigo descansa a las puertas de la muerte, Tai la Mar.
Ángel de Muerte, me había llamado. Me levanté de golpe. Mi silla patinó hacia atrás y chocó
contra la pared. Ya tenía mi arma empuñada y apunté a su corazón antes de que él pudiera tomar
otro aliento. Sabía que Dallas aún vivía porque el apacible zumbido de sus monitores llenaba mis
oídos, y podía ver la subida y bajada de su pecho por el rabillo del ojo, cortesía de la máquina que
respiraba por él.
—¿Dónde está mi pyre? —pregunté, manteniendo un tono tranquilo, aún cuando mi corazón
galopaba en mi pecho.
—Tu arma está a salvo.
A salvo, mi culo.
—¿Dónde está Rianne Harte?
—Traté de advertirte sobre ella, ¿no es cierto? —Se movió ligeramente, arrugando sus
pantalones negros. Las mangas de su camisa estaban enrolladas hasta los codos—. ¿Pero prestaste
atención a mi advertencia?
No le contesté. En cambio, hice una pregunta propia.
—¿La secuéstrate tú?
—No —contestó él sin vacilar—. No lo hice.
—Entonces demuéstralo. Si puedes.
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—¿Te advertí sobre ella, no?
Quité el seguro, asegurándome de que él lo viera, y luego estreché los ojos, enfocando la
parte de su cuerpo que quería golpear primero. Entre los ojos, decidí, apuntando a mi objetivo. Un
movimiento por su parte y yo dispararía primero y preguntaría después.
—Me pregunto si con tu advertencia te proponías ayudarme o insultarme.
Él sólo se rió, un rico y gutural retumbar lleno de genuina diversión. El sonido se deslizó
sobre mí como una suave caricia.
—Vosotros los humano sois tan tontos. Guarda el arma en su sitio —dijo él—. Si quisiera
hacerle daño a tu amigo, ya se lo habría hecho.
Firmemente, sostuve mi arma estable.
—Todavía estoy interesada en escuchar por qué me diste el nombre de Rianne.
Él se encogió de hombros, su mirada volviéndose dura y calculadora.
—Quizás te puse a prueba —hizo una pausa—. Quizás fallaste.
—¿Y viniste para darme otra oportunidad? ¿O a regodearte con mi fracaso?
—En realidad, estoy aquí para ofrecerte un trato. Si eres tan honorable como he escuchado,
podemos ayudarnos el uno al otro.
Resoplé.
—La única cosa a la que voy a ayudarte es a mostrarte el camino a una celda.
Sus ojos se entrecerraron.
—Soy Kyrin en Arr, y he venido por mi hermana.
El hermano de Lilla. Debería haberlo adivinado. Automáticamente apliqué presión en el
gatillo, pero me detuve antes de disparar realmente. Este hombre sabía de las víctimas, y ahora él
estaba unido al caso por otros motivos. Me servía mejor vivo.
—Entonces tú eres el Arcadian que ha asesinado a más humanos que ninguno de tus
parientes, ¿no?
—Algunos dicen eso, sí —dijo él sin vergüenza o pesar.
—Bien, ¿sabes qué, Kyrin? Lilla pertenece al A.I.R. ahora, y con su historial de violencia y al
ser la sospechosa principal en una investigación de asesinato, seguirá así. Estoy segura que eres
consciente de que sus crímenes se castigan con la muerte.
Su cara palideció. Definitivamente era consciente.
—Planeo verla ejecutada —terminé.
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—Ella no es una criminal —algo frío y duro pasó por su cara, devolviéndole el color. Sus ojos
brillaron con peligrosa intención, como las más afiladas dagas, exquisitas para mirar, mortales
para tocar—. Déjala ir.
—Sí, claro.
—Si fuera tú, yo no sería tan rápido en rechazar mi petición.
—¿Y por qué no?
—Porque —dijo él, estudiándome con una intensidad que acobardaba—, puedo salvar a tu
amigo.
“Puedo salvar a tu amigo”.
Aquellas palabras golpearon dentro de mi cabeza, haciendo que una candente furia palpitara
por todas las fibras de mi ser. ¡Bastardo! ¿Cómo se atrevía a pronuncia tal mentira? ¿Cómo se
atrevía a intentar ofrecerme falsas esperanzas, simplemente para salvar a su hermana?
Entrecerrando los ojos en diminutas rajas, las ventanas de mi nariz llamearon y comencé a ajustar
de nivel de potencia de mi arma a su nivel más alto. Iba a hacer una barbacoa Arcadian.
Una enfermera entró en la habitación. La vi con mi visión periférica, pero no cambié mi
posición ni mi enfoque en Kyrin. Ella dejó caer el historial médico cuando vio mi arma. Se congeló
en el sitio, con la boca abierta, la viva imagen del horror.
—Y-Yo oí un ruido —tartamudeó ella, sus rasgos cenicientos por la sorpresa.
—Salga del cuarto, señora —le dije. Pensé en decir las palabras con calma y tranquilidad,
pero éstas salieron de mi boca con toda la rabia que sentía—. Tengo la situación bajo control.
—¿D-Debería llamar a la policía? —Tartamudeó hacia Kyrin, como si él fuera el responsable
aquí.
—Yo soy la policía —grité—. ¡Y ahora lárgate!
La Enfermera Idiota no se movió.
Entonces Kyrin dio una leve inclinación de su cabeza, y ella huyó del cuarto tan rápidamente
como sus pies se lo permitieron. Mis labios se curvaron con desprecio.
—¿Prefieres normal o extra crujiente? —pregunté—. Porque estoy dispuesta a freírte de una
u otra manera.
Él no me hizo caso, y en cambio contestó,
—Di a Dallas, ¿ese es su nombre, no?, un poco de mi sangre. Sólo una gota, ¿sabes? pero él
vivirá unos días más debido a ello. Si le diera más, viviría el resto de su vida sano y entero.
—Si tú no escoges, escogeré por ti. Yo digo —fingí dudar sobre ello— extra crujiente.
—¿Su latido no es más estable? ¿Su color no es más brillante?
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Le eché a mi compañero un rápido vistazo, y mis ojos se ensancharon. Sí, en ambos casos,
comprendí, con la conmoción atravesándome. Mis manos se quedaron quietas.
—Eso no significa que tú le ayudaras.
—Me decepcionas. Pensé que una mujer con tus talentos sería más intuitiva.
Apreté los dientes en una mueca.
—Quizás requieras una demostración de cuáles son exactamente mis talentos.
—Quizás tú requieras una demostración de los míos —Kyrin se levantó despacio.
Era tan alto que me obligó a alzar la vista, casi hasta el techo. Exploré su cuerpo, pero no vi
ninguna señal de armas. De todos modos mi corazón se paró de golpe en mi pecho, y mis palmas
comenzaron a sudar. No entendía mi reacción. Me había enfrentado a alienígenas igual de
intimidantes y había ganado. Aquí, yo tenía el control. La autoridad. Sostenía el arma.
—Dirías cualquier cosa con tal de salvar a tu hermana —dije.
—Diría cualquier cosa para liberarla, sí, pero en esto no miento.
Él estiró una mano y metió la otra dentro de sus pantalones. Con su mirada fija en mí, sacó
un pequeño pero mortal cuchillo.
Bueno, ahora él tenía un arma.
—Detente justo ahora —ordené—. O te mataré sin dudar.
—Entonces nunca sabrías la verdad, ¿no?
Con calma empuñó el cuchillo y colocó la punta en su palma. Yo estaba demasiado fascinada
por sus palabras y acciones para seguir con mi amenaza. Sus rasgos permanecieron inexpresivos
mientras se cortaba una profunda incisión de un extremo a otro. La sangre saltó de los rasgados
tejidos, y la cicatriz de mi brazo palpitó en reacción.
Mientras observaba, su herida se cerró lentamente, los tejidos se unieron y dejaron un charco
de sangre en su mano. Él se limpió todas las gotas carmesíes en la manga de la camisa, dejando
una mancha roja sobre el prístino blanco, luego me enseñó la perfecta suavidad de su mano.
—¿Ves? —dijo—. No puedo morir, y los que consumen mi sangre también vivirán.
¡Dios mío, este alienígena era alguna especie de ser inmortal!
No sabía qué pensar de esto. Muchos alienígenas tenía poderes especiales, pero jamás me
había enterado que una fuera la curación acelerada. Se lo dije así.
—Eso no quiere decir que no los haya. Hay sólo otro como yo —dijo Kyrin con un
encogimiento de hombros—, pero nunca la encontrarás. Así que, ahora mismo, soy la única
esperanza para tu amigo. Mi sangre puede salvarlo.
En este momento fue cuando todo esto me golpeó, realmente me golpeó. Dallas podría ser
salvado. El conocimiento sacudió mi corazón. Casi tuve miedo de decir mis siguientes palabras.
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—A cambio de su vida, ¿quieres que libere a tu hermana?
—Sí —dijo él—. Es todo lo que requiero.
Sí, la pondría en libertad, pensé al instante. Me adentraría en la oficina central del A.I.R.,
abriría la celda, y la escoltaría fuera del edificio. Sí, eso era exactamente lo que haría. El entusiasmo
burbujeó en mi interior. Entonces… la enormidad de la situación me golpeó con la fuerza de una
antigua Glock 9mm. Cerré los ojos y bajé mi arma. No podía dejar marchar a Lilla. Había otras seis
vidas en juego… las vidas de los cinco ciudadanos secuestrados… y la mía propia.
Al poner a Lilla en libertad, perjudicaría severamente el caso Steele. Condenaría a la misma
gente que había jurado proteger. Rompería las mismas reglas que tan duramente me había afanado
por hacer cumplir, significaba perder mi trabajo, mi honor y el respeto de mis colegas. Y lo más
probable era que me encarcelaran de por vida.
Siempre temí los lugares pequeños y oscuros… un recuerdo de mi niñez y aún tenía que
vencer el miedo que me producían. El frío, la completa y total oscuridad. El silencio. Pero quería a
Dallas curado. Dios, lo quería. Desesperadamente, quería que mi amigo viviera una vida larga y
sana. No había podido salvar a Dare, pero ahora tenía la oportunidad de salvar a Dallas.
Abriendo los ojos, miré fijamente a Dallas, el desvalido hombre que ahora tenía una única
esperanza de sobrevivir. Arranqué mi vista de él y afronté a Kyrin con tono de súplica.
—Lo que pides es imposible —dije, la culpa estrellándose ya contra mí porque no había
gritado ¡sí! inmediatamente—. Mi jefe nunca aceptara el trato.
—No recuerdo sugerirte que se lo preguntaras a tu jefe.
No, no lo había hecho.
Me mordí el labio inferior. Joder, ¿qué iba a hacer? No podía permitir que Dallas muriera
ahora que sabía que había una posibilidad de salvarle, pero tampoco podía liberar a Lilla.
—La ley dice que debo eliminarla una vez que ya no sea útil para el caso. ¿Y si juro
mantenerla con vida? ¿Dejarla viva dentro de una celda por el resto de sus días?
—Si dijera que sí a eso, apoyaría a las mismas leyes que desprecio —gruñó él—. Leyes que
fueron hechas porque tu gente teme lo que no entiende.
—Nuestras leyes fueron hechas para protegernos de visitantes indeseados —contesté igual
de sombríamente. Después, igual de rápido que mi cólera apareció, desapareció—. Por favor. Por
favor ayúdame. Ayuda a Dallas. Si es necesario, suplicaré para salvarle. Caeré de rodillas justo
aquí, ahora mismo. Haré lo que quieras. Cualquier cosas… excepto liberar a Lilla.
Sus ojos destellaron como acero opalescente.
—¿Mia Snow de rodillas frente a mí? Tentador, debo decir.
—¿Es eso lo que quieres? —Corrientes de energía sexual explotaron entre nosotros mientras
me imaginaba haciendo más que rogar—. ¿A mí de rodillas?
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—En realidad, ahora mismo preferiría tener tu arma.
Todo dentro de mí gritó en negación -un buen agente jamás abandonaba su arma- pero cerré
la distancia entre nosotros y apreté el cañón contra su mejilla. La dejé allí dos segundos.
—Podría matarte ahora mismo —dije, mirándole.
—Pero no lo harás.
No, no lo haría. Frunciendo el ceño, quité el arma de su cara y al ver la impresión que había
dejado allí, sentí una pequeña oleada de satisfacción. Giré la empuñadura y la coloqué en sus
manos abiertas. No mencioné que tenía otras armas. Los cuchillos estaban atados con correas por
todo mi cuerpo.
Observé como él quitaba el cristal de detonación de la cámara, dejándola completamente
inútil, y luego lanzaba el arma a la esquina más alejada del cuarto. Al menos no intentó pegarme
un tiro.
—Hice lo que querías —dije, mis ojos entrecerrados—. Ahora me debes algo a cambio. Dale a
Dallas más de tu sangre.
—Nunca te prometí nada. Simplemente te pedí que me dieras tu arma.
—Maldito —susurré con voz ronca.
Tuve muchas ganas de enterrar mi puño en su nariz, pero no podía derramar su preciosa
sangre innecesariamente. Enseñé los dientes en una mueca. El bastardo no iba a ceder ni un
centímetro. No iba a negociar. Él había señalado sus condiciones, y accedía a ellas o se marchaba.
—Necesito tiempo.
—Entonces te lo daré. Pero no tardes mucho —con expresión obstinada y decidida, él cruzó
de un salto por delante de mí, diciendo sobre el hombro—, sin mi ayuda, Dallas morirá en cuatro
días. Recuérdalo mientras consideras mi oferta.
Como si pudiera olvidarlo.
Kyrin salió de la habitación.
No pensé en mis siguientes acciones, o las consecuencias que podrían acarrear. Sabía lo que
quería, e iba a luchar por ello. Lo seguí silenciosamente. En el momento que Kyrin dio un paso
fuera del edificio al frío aire, salté hacia delante con mi pierna extendida; concentré toda mi cólera,
toda mi frustración e impotencia, en el golpe. Contacto. Mi pie golpeó en medio de su espalda.
Kyrin tropezó.
—Saluda a las botas especiales para el terreno del A.I.R. con mi propio tacón personalizado
—gruñí—. Las tengo en negro, blanco, rojo y en camuflaje, lamentable hijo de perra.
Iba a obligarlo a ayudar a Dallas.
Cuando él recuperó el equilibrio, dio media vuelta para afrontarme. Un músculo palpitaba
en su mandíbula, y que sus labios se apretaban en una delgada línea.
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—¿Golpeando a un hombre por la espalda?
—Te he golpeado a ti por la espalda —cerré los puños y me preparé para la pelea que sabía
estaba por venir—. Quiero tu sangre y, por Dios, que la tendré. Cada preciosa gota.
—Estoy decepcionado —chasqueó con la lengua—. Una acción tan cobarde de alguien tan
valiente.
—Cobarde no. Inteligente. Ayudarás a Dallas tanto si quieres como si no, y le ayudarás ahora
—di una patada, pero él la esquivó.
Kyrin pronunció de nuevo aquella sonrisita ronca suya, reviviendo mi irritación.
—¿Quieres apostar algo?
—Absolutamente —dije, y como una catapulta mortal de puños y furia, me lancé sobre él.
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CAPÍTULO 8
PRIMERA regla en una pelea: Permanece tranquila.
Segunda regla: Nunca dejes que tus emociones te dominen.
Había roto ambas en el momento que me lancé sobre él.
Kyrin se apartó de mi camino, y lo pasé volando. La tormenta había acabado, pero el sol se
ocultaba tras oscuras nubes grises, ofreciendo una vaga visibilidad. A causa del brillante hielo bajo
mis pies, tuve problemas para pararme y darme la vuelta.
Definitivamente las condiciones no eran óptimas; sin embargo, no me echaría atrás.
—No quieres luchar conmigo, Mia.
Giré de golpe.
—¿Quiere apostar por eso, también? —Salté hacia delante de nuevo, con el propósito de
patearle y derribarlo al suelo esta vez, pero él me alcanzó primero. Me tiró al suelo, fijando mis
hombros sobre el hielo, y encerrándome con su cuerpo. Frío en mi espalda, puro calor encima de
mí. Ninguna era aceptable.
—¿Todavía quieres luchar? —preguntó él.
—¡Joder, sí! —Rápidamente conseguí golpearle en la ingle. Sí, tenía intención de luchar
sucio. Él se dobló, y salté sobre mis pies, resbalando y luego estabilizándome.
Reduce la velocidad, me ordené, respirando profundamente. No podía lanzarme sobre él otra
vez, no podía darle la oportunidad de evadirme o capturarme. Un ataque frontal no funcionaría
con este hombre; su fuerza era simplemente demasiado extraordinaria. Tenía que golpear de lado,
por detrás, y tenía que golpear con fuerza.
Acepté con gusto el desafío.
Usando en mi ventaja su posición vulnerable, fui capaz de darle un golpe en el costado
izquierdo y que expulsara el des-oxigenado aire de los pulmones. Él gruñó de dolor ante la
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repentina dificultad al respirar. Los Arcadians se parecían muchísimos a los humanos. Vulnerables
en la ingle, estómago, y cabeza.
Mientras él estaba ocupado jadeando, le pateé el costado izquierdo de nuevo. Satisfecha con
mi progreso, me lancé a la derecha y le golpeé con la bota. Esta vez, él agarró mi tobillo y me
derribó al suelo. Perdida mi satisfacción, sentí un momento de desesperación. Luchamos allí,
rodando encima del uno y del otro, luchando por el predominio. Podía oler el dulzor de su aliento,
el Onadyn que lo mantenía vivo.
Físicamente, yo estaba en desventaja, y ambos lo sabíamos. Él podría haber intentado
asfixiarme, pero no lo hizo.
—No tiene que ser de esta manera —jadeó él.
Piensa, Mia, piensa.
Yo todavía tenía pleno uso de mis piernas, e hice un total empleo de ellas. Le estrujé la
cintura con una llave-tijera, obligándolo a liberar mis brazos y enfocarse en mis piernas. Fue todo
lo que necesité para clavarle cuatro dedos en la tráquea, cortando su suministro de aire
momentáneamente, dándome la oportunidad perfecta de saltar libre.
Mi viejo instructor de combate habría estado orgulloso.
Examiné mis opciones. Tenía que dejarlo inconsciente si esperaba ganar. De otra forma, me
derrotaría, tendría que ser despiadada, pero deteniéndome antes de matarlo. Necesitaba su ayuda,
después de todo. Su sangre. No quería derramar ni una sola gota sobre este duro y frío hielo.
—Ríndete, maldito —gruñí, asediándolo como una tigresa a su presa.
—Tú primero —dijo él, todavía de rodillas.
Ataqué, apuntando a su cabeza. Él me vio de reojo, esquivándome rodando. Antes de que
pudiera recuperar mi posición, él estaba en pie y venía directamente hacia mí. Al mismo tiempo
que me alcanzaba, uní mis dedos y los balanceé, golpeando con ellos su sien. Su cabeza giró a un
lado. El permaneció en el sitio, las manos apretadas en puños, las rodillas ligeramente inclinadas.
La determinación brillando en sus ojos.
—Estoy cansado de jugar contigo —dijo él.
—Juega con esto. —Lancé una patada voladora a su costado. Esperaba romperle algunas
costillas, no un bloqueo. Pero me bloqueó, claro. Lo intenté de nuevo. De algún modo él era capaz
de prevenir cada uno de mis movimientos. Era rápido. Antinaturalmente rápido. Seguí dando
patadas, dejando que mi propio ímpetu me hiciera girar. Entonces me puse en cuclillas y di una
por lo bajo. Mi pierna emprendió un duro barrido mientras intentaba trabarle los pies. Kyrin saltó
sobre mi pierna como si estuviera jugando a la comba. ¡Maldita sea! Su velocidad… nadie era tan
rápido. Nadie humano, en todo caso.
Más rápido de lo que yo podía parpadear, él me alcanzó. Usó su peso para empujarme y
tropecé hacia atrás. Cuando mi cuerpo entró en contacto con el suyo, su fuerza oculta bajo su ropa
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me sacudió. Él estaba hecho de sólido músculo, fácilmente pesando cuarenta y cinco kilos más que
yo, pero él no había usado ni una sola vez el poder oculto en sus puños para abatirme. ¿Por qué?
me pregunté, incluso cuando le pegaba con fuerza en la nariz.
Su cabeza giró a un lado… pero él no hizo ningún movimiento en respuesta. ¿Por qué no
devolvía el ataque? ¿Por qué era su forma de no hacerme daño?
No había tiempo para considerar la respuesta. Había demasiado en juego. De todos modos,
la respuesta no importaba. Ahora mismo necesitaba a este hombre por una sola razón, y su
benevolencia no era una de ellas. Con un fantástico juego de pies, le di tres sucesivos golpes
laterales. Él último lo envió volando contra el parabrisas de un aparcado Mustang rojo cereza. Su
cuerpo se quedó tirado sobre el capó, el brillante metal abollado tras el impacto. Kyrin sacudió la
cabeza, seguro que intentado aclararse la visión, ya que lucía en su frente un dentado corte.
Una vergüenza lo del coche, pero quería como el infierno salvar la sangre que goteaba de la
punta de su nariz. Rápidamente salté sobre él, intentando sostenerlo, pero él rodó fuera de mi
alcance.
Ante mis propios ojos, la carne sobre su frente se cerró, pasando del rojo, al rosado y a un
color normal. Era la segunda vez que lo veía curarse tan rápidamente, y todavía me asombraba.
Él brincó sobre sus pies. Estudiándome todo el rato, se limpió la sangre de la cara como si
ésta fuera una maldita mosca. Bastardo. Se burlaba de mí.
Su arteria principal, la que suministraba la sangre des-oxigenada a su cerebro, corría justo
debajo de su esternón. Si simplemente pudiera aplicar suficiente presión, él caería como un
maniquí de pruebas.
Di vueltas a su alrededor, con la intención de hacer justo eso, pero él me sorprendió
agarrándome de la chaqueta y tirando. El hielo bajo mis pies le ayudó. Perdiendo de pronto el
equilibrio, caí sobre él, quién me agarró con un apretón parecido al de un tornillo. Su cálido aliento
me acarició la cara mientras se inclinaba más cerca.
—Ahora me concederás la victoria —gruñó él por lo bajo.
—¿Cuándo no me has golpeado ni una vez? —dije, con un borde arrogante en mi tono.
Había luchado contra suficientes contrincantes para saber que Kyrin había tenido muchas
oportunidades, pero no iba a admitir eso en voz alta.
Sus ojos se oscurecieron, revelando un atisbo de malicia, y él se inclinó hacia abajo hasta que
nuestros labios se rozaron una vez, dos veces. Besos suaves, besos lánguidos. Besos inocentes.
Y aún más abrasadores porque ellos carecieron de calor.
—¿Por qué golpearía a una mujer cuando preferiría follarla? —preguntó entrecortadamente.
Sentí el grosor de su erección entre mis piernas.
Me encontré a mí misma luchando por tomar aliento… no del esfuerzo, sino por la
excitación. Esto no era propio de mí. Estos no podían ser mis sentimientos. Mis ojos se estrecharon.
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—Sal de mi cabeza —grité.
—No estoy dentro de tu cabeza. —Él restregó su mejilla contra mi mandíbula—. Tu mente
simplemente reconoce lo que tu cuerpo ansía.
—¡No! Tú eres un alienígena. Un otro-mundo.
Él hizo una pausa y nuestros ojos se encontraron.
—¿Y qué eres tú, Mia Snow?
—Una mujer cabreada —gruñí, intentando apartarlo de un empujón. Sólo logré frotarlo
contra mí. Jadeé, saboreando y despreciando la repentina sensación. Coloqué mis manos sobre sus
pectorales, con el propósito de darle un duro empujón, pero sólo logré que sus pezones
presionaran contra mis palmas como pequeñas agujas.
Lo quería separado de mí. ¡Ahora! ¡Acaba con esto! Gritó mi mente. Termina la lucha.
Tenía que encontrar su punto débil; era mi única oportunidad de ganar llegados a este
punto.
¿Dónde era vulnerable?
Al instante me llegó la respuesta. Podía usar su falta de ganas de herirme en su contra. Con
suerte, él se pondría en una posición vulnerable simplemente para protegerme.
Con esto en mente, fingí desfallecer. Como había esperado, Kyrin liberó su apretón sobre mi
chaqueta para cogerme, sosteniéndome toda recta, dejando el resto de su cuerpo indefenso. Rápida
como un gato, giré tras él, saltando sobre su espalda, y abrigando mis brazos alrededor de su
cuello. Lo tiré contra mí, con fuerza, sosteniendo mis puños justo en medio de su tráquea.
Un, dos, tres, conté. Él permaneció consciente.
—Soy diferente a los de mi especie —dijo él con tono casual, como si le diera un abrazo en
vez de intentar inmovilizarlo—. Al igual que tú eres diferente a los de tu especie.
¿Cómo sabía que yo era diferente? Presioné con más fuerza, pero todo lo que conseguí con
mi esfuerzo fue que el sudor goteara por mis sienes. Yo era la que luchaba por respirar. Mi energía
era la que rápidamente se agotaba.
Tenía que intentar otra cosa. Sin saber que más hacer, golpeé la parte de atrás de sus rodillas
con el talón de mi pie. Sus piernas cedieron, y mientras él caía al suelo, doblé los puños y los
estrellé contra su cabeza. Su cara giró de lado con brusquedad y golpeó el liso hormigón. Un
charco de rica sangre rezumó de su boca, y un oscuro riachuelo se formó donde el calor derretía el
hielo.
Mis nudillos palpitaban por el impacto.
De nuevo, él se curó rápidamente. Casi inmediatamente, se levantó y giró para afrontarme.
Nuestros ojos se encontraron.
—Parece ser que ninguno de nosotros cederá —dijo él, su voz ronca.
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Estuve feliz de notar que él finalmente parecía algo jadeante.
Trozos rotos de cristal del coche fueron dispersados a nuestros pies. La fría ráfaga pasó
rápidamente y atormentó nuestra golpeada carne, pero ninguno de los dos pareció notarlo o
importarle. Su pelo bailoteó en su cara, pero Kyrin nunca apartó sus ojos de mí.
Mi piel se sintió demasiado tensa para mi cuerpo; mi sangre bullía con la conciencia recién
despertada. Esto sucedió la primera vez que lo vi, pero sólo este momento de calma provocó que
me fuera incapaz de enmascarar la sensación. No podía obligar a los latidos de mi corazón a
reducir la marcha. Maldije por lo bajo. ¡Mataba alienígenas! ¡No los deseaba!
—¿Qué es Dallas para ti? —preguntó Kyrin.
Lo que compartía con Dallas no era asunto suyo. Lo sabía, pero me encontré contestando:
—Es mi amigo.
La fija mirada de Kyrin se volvió penetrante.
—¿No es tu amante?
—No.
—Está bien. No me gusta compartir.
Me obligué a parecer tan fría e insensible como cualquier cazador.
—¿Es eso lo que quieres para salvar a Dallas? ¿Sexo?
—Te acostarás conmigo porque me deseas, por ninguna otra razón.
Podría ignorar la seguridad en su voz, pero no pude ignorar la oscura premonición que me
atravesó. De algún modo, mantuve una expresión neutra.
—¿Tan seguro estás de ti mismo?
—Oh, sí. —Él me dio un repaso, quitándome mentalmente la ropa—. Estoy seguro.
Luché contra un temblor.
—Si Dallas muere, te mataré. ¿Lo sabes, verdad?
—Sé que no he cambiado de idea —dijo él—. Hasta que mi hermana no sea libre, no te
ayudaré. Tienes cuatro días para decidirte. Entonces volveré.
Maldito. Cerré las manos en puños y di un paso hacia él, lista para golpear.
Él sólo sonrió ampliamente.
—Hasta que nos encontremos otra vez, Tai la Mar. —Se dio la vuelta y comenzó a alejarse a
zancadas, sus pasos resonando en mis oídos.
—Kyrin —lo llamé.
El sonido le detuvo.
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No sé por qué lo había llamado por su nombre, no sabía que quería decirle. Sólo sabía que
supo bien en mis labios. No dije nada más. Cuando él comenzó a alejarse por segunda vez,
estúpidamente lo llamé de nuevo.
—Kyrin.
Una vez más, él hizo una pausa.
—Te perseguiré —dije esta vez—, y cuando te encuentre, ayudarás a Dallas.
Él me echó un vistazo sobre el hombro, y dijo:
—Espero con mucha ilusión tus intentos. Tus intentos —dijo después de una pausa—, de
ningún otro. Si descubro que otros agentes me buscan, desapareceré por completo, y tu amigo no
tendrá ninguna posibilidad de sobrevivir. —Él me abandonó entonces, su cuerpo tragado por la
niebla, sus palabras resonando tras de sí.
Me quedé sola en el aparcamiento de hospital. Seguramente podría haberle perseguido. Pero
no lo hice. ¿Qué haría si lo cogía? No tenía mi pyre-arma, así que no podía aturdirlo. Y él ya había
demostrado que estábamos igualados en el combate. Bueno, quizás no tan igualados.
Llegaría el día en que saldaríamos cuentas, no tenía duda; una seductora anticipación ya me
recorría. Ahora, sin embargo, no era el momento.
Agotada, caminé tropezando de vuelta al hospital. Nunca había estado en una situación
como ésta antes, y me sentía insegura de cómo proceder. Necesitaba… ¡Dios, no sabía lo que
necesitaba!
—Este milagro es una mierda —refunfuñé.
La Enfermera Idiota estaba parada como un centinela fuera de la habitación de Dallas,
rodeada por guardias de seguridad, mientras sollozaba y tartamudeaba su encuentro conmigo.
Ella se limpiaba los ojos con un pañuelo, los cortos mechones de pelo castaño cayéndole por las
sienes. Su cara estaba enrojecida por las lágrimas, perfectamente a juego con su uniforme color
púrpura. Los guardias tomaban nota de cada palabra, cada expresión, ofreciendo tranquilizadores
murmullos de consuelo cada vez que ella hacía una pausa.
—Tienes que estar de broma —dije con una onda de irritación.
—Es ella —gritó la enfermera señalando con un dedo en mi dirección—. Es ella —dijo otra
vez, ocultándose tras uno de los guardias.
Los tres hombres me miraron con aversión y enfilaron hacia mí. No me molesté en
explicarles nada; simplemente les enseñé mi placa, y ellos se echaron hacia atrás.
—Consígame al doctor responsable del caso del Agente Gutiérrez. ¡Ahora!
Con ojos como platos, la Enfermera Idiota se propulsó al control de enfermeras y con mano
inestable agarró el teléfono rápidamente. Cinco minutos más tarde, estaba a punto de tírame de los
pelos -y del pelo de la enfermera- porque el Doctor Hanna no llegaba.
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—Llámelo por megafonía otra vez —dije.
—Pero yo…
—¿Quién me llamó por el altavoz? —preguntó un hombre tras de mí.
Me di la vuelta. El Doctor Hanna era bajito, sólo un metro y medio de estatura. Tenía el pelo
canoso y grueso, y gafas igualmente gruesas.
—Le necesito para que examine a Dallas Gutiérrez y me diga si su estado ha cambiado de
algún modo.
El Doctor Hanna frunció el ceño.
—Creí que esto era una emergencia.
—Lo es.
—La enfermera Walden…
—Está ocupada —terminé por él—. Quiero que lo haga usted.
Obviamente exasperado, él se pasó una mano por la cara.
—Seguramente esto puede esperar. Usted me llamó cuando me estaba preparando para
entrar en quirófano. Tengo que unir un miembro artificial en… —comprobó su reloj de pulsera—,
catorce minutos.
—Entonces mejor se da prisa. —Con una inclinación de cabeza, señalé la habitación 417—. A
no ser que, por supuesto, quiera que llame a mi jefe y le diga que investigue su nombre y el de
cada miembro de su equipo. Puedo volver más tarde y hablar de los resultados con cada uno.
—Uh… estoy seguro de que no será necesario. —Se acomodó el cuello de la camisa—.
¿Dallas Gutiérrez, dijo?
—Así es.
—Muy bien, entonces. —Un largo suspiro se escapó de sus labios, y sus ojos se cerraron con
resignación—. Vamos a echarle un vistazo.
Después de tomarle el pulso y la tensión arterial a Dallas, el Doctor Hanna dirigió un
delgado haz de luz a sus ojos. Pronunció un: ¡Um! y luego repitió la acción. Frunció la frente, cortó
la venda sobre el pecho de Dallas e inspeccionó la herida.
—No lo entiendo —dijo, echándome un vistazo, luego de vuelta a Dallas.
—¿Qué? —estuve a su lado en un instante.
—Realmente está mejorado. —El entusiasmo goteó de su voz—. Su pulso es más fuerte; su
presión sanguínea es más alta. Sus ojos se dilatan y contraen perfectamente. Y mire esto. —Con un
dedo enguantado, indicó una parte del tejido quemado—. ¿Ve cómo la carne de aquí aparece
rosada?
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—Sí.
—Bien, rosado indica vivo. Esta mañana, ese tejido estaba negro, muerto, y completamente
incapaz de regenerarse. Ahora está vivo e intentado curarse.
Cuando él comenzó a refunfuñar sobre escribir un artículo para un diario nacional médico, le
agarré de los hombros y le obligué a mirarme.
—¿Entonces Dallas vivirá?
Sonriendo abiertamente.
—Y-yo —el Doctor Hanna se rascó la cabeza—. Sí, creo que sí. Un poco más de tiempo, en
todo caso.
Era todo que lo que quería saber.
—Llámeme si hay cualquier cambio.
—Sí, sí —contestó él, distraído—. Voy a ordenar una analítica completa y una biopsia infralateral. Tal vez un scanner para comprobar la actividad cerebral. En todos mis años de médico,
nunca había visto que pasara esto antes.
Quise reír y fruncir el ceño al mismo tiempo. ¿Cómo podía algo tan maravilloso para Dallas
ser tan desastroso para otros?
Joder, sólo tenía cuatro días para salvar la vida de mi amigo.
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CAPÍTULO 9
ME fui a casa y caí sobre la cama totalmente vestida. No comprobé mis mensajes, ni comí o
me duché. Mi cansado y dolorido cuerpo exigía descanso, y la suavidad del colchón me atraía
como el canto de una sirena.
El sueño me reclamó al instante.
Como siempre, soñé enseguida, aunque estos sueños eran diferentes a los que había
experimentado antes. Soñé con Kyrin. Soñé que me desnudaba, quitándome cada capa de ropa. Su
lengua se movía contra la mía todo el tiempo, su sabor tan caliente y rico como el brandy en una
noche fría.
Instintivamente, mis manos se enredaron en su sedoso pelo.
Él separó sus labios de los míos, y gemí ante la pérdida.
—Tócame —susurró Kyrin.
Incluso en sueños traté de resistirme a él.
—No.
Una lenta sonrisa jugueteó en su boca antes de que él juntara nuestros labios de nuevo.
Liberé su pelo, deslizando mis palmas por los fuertes músculos y tendones de su pecho, y luego
ahuequé las duras nalgas de su trasero. Su piel parecía terciopelo, la dureza de sus músculos un
contraste perfecto.
Su cuerpo estaba constituido y formado como el de cualquier humano. Incluso mejor. Más
grande. Sus miembros eran puros tendones, calientes y poderosos. Una chica podría volverse
adicta a tal intensa crudeza.
—Te deseo, Mia —entonó.
Cerré mis manos sobre su mandíbula y lo atraje para otro beso. Saboreé una hambrienta y
remolinante tormenta cuando su lengua barrió mi boca e intentó conquistarme. Conquistarme
totalmente.
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Él gimió mi nombre.
Desperté gritando el suyo.
Jadeando, empapada en sudor, me quedé tendida allí, las manos apretando el cobertor de la
cama. La frustración me envolvía, su embriagador sabor todavía en mi boca. El frío aire acariciaba
mi desnuda y acalorada piel. Inspiré entrecortadamente, odiando sentirme tan ardiente. Marcada.
A Kyrin no se le veía por ninguna parte.
Sólo era un sueño, me recordé. Sólo un sueño. Excepto que, ¿cuándo me había desnudado?
Dios, necesito un hobby, pensé, rodando a un lado. Sin embargo, nada me atraía. No tenía
paciencia para crear cosas. No me gustaba pintar, o hacer punto, ni ir de compras. Mi única
actividad en mi tiempo libre era hacer ejercicio o entrenarme en el combate callejero. A veces leía,
pero sólo sobre las investigaciones de un caso. Quizás fuera hora de dejar de vivir, comer y
respirar por mi trabajo. Quizás entonces mis sueños se calmarían.
Al menos no había soñado, como siempre, con los alienígenas que había matado o las
victimas que fallé en salvar a tiempo.
Salí pesadamente de la cama. Mis piernas eran inestables. Después de tragarme un pote
entero de vitaminas… ayudado por un café sintético, me duché. Había leído que nuestros
antepasados usaban agua para bañarse. No podía ni imaginarme tal cosa. La limpieza en seco de
enzimas y el spray de glicérido era lo normal ahora, pasando de la cabeza a los pies en meros
segundos. El agua habría costado una fortuna y habría llevado demasiado tiempo.
Una vez vestida, me dirigí a comisaría. Allí cogí una nueva pyre, substituyendo la que Kyrin
me había robado.
Subí en el ascensor hasta el nivel cinco y luego soporté una exploración de retina y una
identificación de huella dactilar. Me sentí reanimada, centrada, mientras entraba en la pequeña y
estrecha celda de Lilla. El click, click, click de la triple cerradura resonó tras de mí.
Había dejado mi arma y mis cuchillos fuera. Físicamente, Lilla no era contrincante para mí, y
ambas lo sabíamos. Yo podía derribarla sin ayuda de mi pyre. Pero mentalmente… simplemente
rezaba para estar preparada.
Iba a tener que sonsacar a esta obstinada y emotiva Arcadian cada pedazo de información
que poseía. Probablemente tendría que mentir, hacer trampas y amenazar. Independientemente de
lo que tuviera que hacer, lo haría. No podía liberar a Lilla -¡Dios, ni siquiera podía creer que
hubiera considerado la posibilidad!- sin haber encontrado a los desaparecidos primero.
Ni siquiera por Dallas.
Aunque ya me lo había dicho a mí misma muchas veces, todavía dolía como el infierno.
Pero…
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Si encontraba a los hombres raptados, así como al asesino de Steele, podría poner a Lilla en
libertad con la conciencia tranquila.
Indudablemente quebrantaría la ley… todos los alienígenas depredadores debían ser
ejecutados. Había luchado por hacer cumplir esa ley, y Lilla definitivamente era un depredador.
Sin embargo, no me importaba. La pondría en libertar y jamás lo lamentaría.
La urgencia, y un pequeño vestigio de miedo, me envolvieron mientras examinaba el
entorno. Urgencia por Dallas, temor por el recluido espacio. Las paredes eran de un austero
blanco, estaban acolchadas y no había una sola ventana. Un catre descansaba sobre la pared norte,
y un lavabo ocupaba la pared sur. No había ningún otro mueble.
Lilla estaba tendida en el catre, las manos cuidadosamente dobladas sobre el estómago, las
piernas cruzadas por los tobillos. Ya no llevaba su seductora ropa. Ahora llevaba una simple
camisa azul con los pantalones a juego, ambos confeccionados con un rígido material. Tenía los
ojos cerrados, pero sabía que no dormía. La serenidad podía irradiar de cada uno de sus poros,
pero yo era más lista que eso; sentía su confusión interna.
—Sé que estás despierta —dije. Crucé los brazos sobre el pecho y esperé. Cuando los
minutos pasaron sin que ella dijera nada, pregunté con tono burlón—: ¿Qué tal tus aposentos?
Satisfactorios, espero. Si el guarda olvida ponerte una chocolatina sobre tu almohada…
Eso surgió el efecto deseado.
—Maldita —escupió, sentándose de golpe. Las ventanas de su nariz llameaban, sus ojos
lanzaban chispas de odio—. ¿Quién te crees para arruinar la vida de los demás?
—Salvo vidas humanas. Si arruino la tuya para hacerlo —me encogí de hombros—, que así
sea.
—Estás tan satisfecha, tan segura. Llegará un día que lamentarás todo lo que has hecho, Mia
Snow. De eso puedes estar segura.
¿Una profecía? ¿O simplemente una esperanza? De una forma u otra, reprimí un
estremecimiento.
—Mi hermano… —comenzó ella con su familiar estribillo.
—Sí, sí. Lo sé. Él me comerá de un bocado y escupirá mis huesos. El hecho es, Lilla —dije,
metiéndome las manos en los bolsillos en una postura casual—, que ya he tenido el placer de
conocer a tu hermano, el procurador de muerte humana —vacié mi cara de toda emoción. No
podía permitir que interpretara mi expresión; que viera la verdad, una vez que dijera las siguientes
palabras—. Kyrin está bajo custodia ahora mismo.
Jadeando, ella me miró fijamente, con dureza, buscando cualquier indicio de que mentía.
Cuando sólo encontró mi expresión neutra, la sorpresa y el miedo revolotearon sobre sus rasgos.
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Tuve que contener un suspiro de alivio. Hasta aquel momento, desconocía la profundidad de
sus sentimientos por su hermano. Sólo sabía cómo me habría sentido yo si Dare estuviera vivo y
hubiera sido capturado. Desesperada.
El saber que Lilla se sentía de la misma forma por su hermano me dio la ventaja que
necesitaba. Mientras ella pensara que tenía la vida de Kyrin en mis manos, podría usar su amor
contra ella.
—Mientes —gruñó Lilla.
Sí, lo hacía. Le sostuve la enfadada mirada.
—Kyrin jamás permitiría ser capturado —agarró el borde del catre y sus nudillos
rápidamente perdieron todo color.
—¿Permitir? Oh, no —reí entre dientes—. Él no permitió nada. Mi pyre me dio toda la
autoridad que necesitaba. ¿Recuerdas los efectos del aturdimiento, verdad?
Otra pausa.
—¿Está herido? —Mitad gruñó, mitad sollozó Lilla. Se inclinó hacia delante, esperando mi
respuesta—. Si le has hecho daño, juro por tu Dios que destruiré todo lo que te es querido.
—Está ileso —manteniendo mi fachada casual, me apoyé contra la pared. La miré
directamente a los ojos y añadí—. Por ahora. Sin embargo, para que permanezca así, necesito un
acto de buena voluntad de tu parte. Una señal de agradecimiento, por así decirlo.
—Eres una zorra.
—Sí, lo soy —lentamente sonreí con franqueza—. Pero cumplidos no es lo que quiero de ti.
Sus puños se cerraron y abrieron, y sus pálidas mejillas enrojecieron.
—¿Qué quieres entonces?
—Información.
—¿Sobre William?
—Sí.
Ella se mordió el labio inferior.
—¿Eso es todo?
—Por ahora.
Pasó un largo momento mientras ella consideraba mi oferta.
—¿Cómo puedo estar segura de que liberarás a Kyrin?
Durante un breve segundo, vacilé en mi engaño. Yo siempre estuve orgullosa de mi
sinceridad, y cada vez que pronunciaba una mentira, un trocito de mi integridad se derretía.
Entonces, como ráfagas de una cámara, en destellos en blanco y negro, la imagen de los cuatro
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hombres que faltaban, y ahora la desaparecida Rianne Harte, surgió en mi mente, seguida
rápidamente de una imagen de Dallas cerniéndose cerca de la muerte.
—Tienes mi palabra —dije al instante.
Su cuello se echó hacia atrás mientras estudiaba el blanco y sencillo techo.
—Muy bien, entonces —dijo finalmente—. ¿Por dónde empiezo?
—Por el principio. Empieza por el día en que conociste a William y termina contigo en esta
celda —quería saberlo todo.
El conocimiento era poder, y en esta situación, el poder lo era todo.
—Lo conocí hace aproximadamente seis meses. Él vino al club. Sabía que estaba casado.
Sabía que su mujer estaba embarazada, pero no me importó —añadió a la defensiva, desafiándome
a que la criticara.
—No te juzgo —dije. Independientemente de si el hombre había amado a Lilla o no, él no
había estado tan felizmente casado como aseguraba su esposa en el informe. Jaxon tendría que
hablar con ella de esto—. ¿Cuándo empezó lo vuestro?
—Unos días después. Él volvió al club.
—¿A Mark St. John no le importó que tú y Steele os acostarais juntos?
—Oh, por favor —agitó una mano en el aire—. Su opinión no me importa nada.
—Entonces, ¿por qué sales con él?
Ella encogió un poco los hombros.
—Porque me divierte. A George le gusta ser rudo, la violencia lo excita, pero a Mark le gusta
ser dominado. A veces me gusta de una forma y a veces de otra.
—¿Le molestó a George Hudson lo vuestro? —Di un paso adelante.
Sus relaciones iban más allá de sus preferencias sexuales, apostaría por ello.
—Oh, sí. Él odiaba a William.
Cerré un poco más la distancia entre nosotras.
—¿Odiaba a William lo suficiente como para matarle?
—Él es culpable de muchas cosas, pero no de asesinato.
Había convicción en su tono.
—¿Cuáles son tus sentimientos por George?
—Él era un medio para alcanzar un fin. Un bastardo, sí, pero debo admitir que era agradable
tener a un agente del A.I.R. a mi disposición. —Por su expresión helada, podía decir que entraba
en un territorio del que ella no deseaba hablar—. Con toda seguridad ya he contestado a todas tus
preguntas. ¿Liberarás a Kyrin ahora?
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La ignoré.
—En el club, mencionaste que intentaste advertir a Steele que le harían daño si no se
marchaba contigo. Dijiste que intentaste advertirle sobre ellos. ¿Quiénes son ellos?
Pasó un rato, luego otro.
—¿De quién hablabas, Lilla?
Ella se retorció las manos agitada, enroscando y desenredando las sábanas entre sus dedos.
Finalmente, contestó:
—Un grupo de Arcadians exiliados.
—¿Exiliados de dónde?
—De Arcadia. ¿De dónde sino, idiota? —refunfuñó.
Me habían llamado cosas peores.
—¿Por qué querría esa gente hacer daño a Steele?
Más vacilación.
—Él tenía algo que ellos querían.
Casi gruñí ante la frustración. La mujer se negaba a explicarse sin una insistencia directa.
—Estoy cansada de insistirte, Lilla. Cuéntamelo todo. ¿Qué tenía él que ellos querían? —La
afilada tensión se traslució en mi voz. Estaba cerca, muy cerca, de las respuestas que necesitaba—.
¿Qué tenía que ellos querían?
—¡Vida! —gritó ella. Se puso de pie y empezó a pasearse por la pared más alejada—. Vida.
—Vida. No entiendo.
—Entonces eres estúpida.
Mi mandíbula se apretó.
—¿Conoces a alguno de los otros desaparecidos? —Uno por uno, dije sus nombres.
Desviadas las preguntas sobre los Arcadians exiliados, sus rasgos se relajaron, pero no
redujo su frenético paso.
—Sólo me es familiar el último. Sullivan Bay.
—¿Cuándo le conociste?
—No le conozco. He oído hablar de él.
—¿A los Arcadians exiliados? —No pude evitar volver a ellos.
Sus labios se fruncieron.
—Sí. Al líder.
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—¿Y quién es el líder?
Sus labios se apretaron en un rebelde silencio, y sus pasos se volvieron más salvajes.
Bueno, ya volvería sobre aquella pregunta.
—¿Está tu hermano relacionado de alguna manera con Rianne Harte?
Haciendo un alto, ella parpadeó hacia mí, y puedo asegurar que consideró cada una de sus
siguientes palabras.
—Pasó algún tiempo con ella, pero lo que ellos hicieron cuando estaban solos, lo desconozco.
Así que si quieres saber si se acostaba con ella, no puedo asegurártelo.
Una imagen de Kyrin en la cama con otra mujer me tuvo luchando contra una oleada de
irritación. Contra Kyrin y contra mí misma.
—¿Quién es el líder de los Arcadians exiliados? Tendré que hablar con él.
—El líder es… —cerró los ojos con fuerza y soltó un profundo aliento. Presionó la espalda
contra la pared—. El líder es Atlanna en Arr. Una hembra. Y los demás son intrascendentes.
Atlanna… el nombre envió una oleada de aquella extraña energía que zumbó a través de mí.
No sabía el porqué.
Mi barbilla se inclinó a un lado, y observé a Lilla en busca de cualquier signo de emoción.
—¿Es esa Atlanna tu hermana?
—No —Lilla rió entre dientes, un divertido sonido que danzó en todo el cuarto—. A
diferencia de tu gente, nosotros no nos apellidamos según nuestros padres. Nos llamamos según la
clase.
Un hecho interesante, y uno que desconocía.
—¿Y de qué clase es en Arr?
—Realeza.
Podría estar mintiendo para impresionarme. No estaba segura, y no tenía tiempo para
indagar más en el tema. Sin embargo, Kyrin en Arr tenía el porte de un rey, eso seguro.
—Dime más cosas de Atlanna. ¿Cómo conoció ella a Sullivan Bay?
—Eran amantes.
—¿Eran? ¿Está muerto?
No recibí respuesta.
Traté de impedir que mi carácter venciera mis intenciones. La mayor parte de los testigos me
obligaban a sonsacarles mentalmente cada pedazo de información que poseían, y Lilla no era
diferente en eso. Por lo general manejaba la situación con paciencia… al menos, me gustaba pensar
que así lo hacía. Hoy, colgaba en el borde de mi tolerancia.
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—¿Está muerto? —exigí otra vez.
—Sinceramente, no lo sé —suspiró ella.
—¿Dónde está Atlanna ahora?
—Tampoco lo sé.
No iríamos a ninguna parte por este camino, así que intenté otra línea de interrogatorio.
—¿Quien mató a William Steele? ¿Sabes eso?
—No —apartó los ojos de mí.
—Creo que mientes. Creo que tú y tu hermano estáis implicados. Creo que debería
interrogar a tu hermano. Con violencia.
Un fuego furioso saltó a la vida en sus ojos. Si hubiera estado más cerca, habría intentado
arañarme la cara.
—Sea lo que sea que descubras —gruñó—, mi hermano no está implicado.
Mi espalda se enderezó y mi pulso saltó.
—¿Sea lo que sea que descubra, huh? Eso significa que hay pruebas contra él.
Un jadeo se escapó de su boca cuando ella terminó de comprender que había dicho
demasiado.
—Él no es responsable —echando humo por la nariz, señaló con un vengativo dedo en mi
dirección—. He terminado de hablar contigo. Te he contado todo lo que sé. ¿Liberarás ahora a mi
hermano?
—No. Contestaste algunas de mis preguntas, pero no todas. Quiero saber más cosas de
Kyrin. Quiero saber lo que los Arcadians exiliados deseaban de Steele. Quiero saber...
—¡Vete! ¡Vete antes de que te mate! No sé nada más. No lo recuerdo.
Mis puños se apretaron en mis costados, y permanecí en el lugar.
—Lo recuerdas.
Ella permaneció callada, pero pequeños dedos fantasmales comenzaron a curiosear en mi
mente, sugiriendo que me marchara pacíficamente. La mujer se atrevía a intentar controlarme de
nuevo. Apreté los dientes.
—¿Quieres que te aturda otra vez?
—¡Vete! —gritó Lilla, y la presión en mi mente se apaciguó.
Ahora mismo, no conseguiría nada más de ella, estaba claro. Sólo que, ¿cuánto tiempo me
vería obligada a esperar hasta que se calmara?
El tiempo pasaba rápidamente y se volvía mi mayor enemigo.
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—Me marcharé —dije—, pero no pienses ni por un momento que nuestra conversación ha
terminado. Tu vida y la de tu hermano dependen de la mejoría de tu memoria.
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CAPÍTULO 10
PASÉ una hora en el gimnasio, sudando mis frustraciones, aporreando con los puños y los
pies el saco de boxeo. Hasta utilicé el programa virtual de combate, golpeando hasta hacer
picadillo los otro-mundos generados por el ordenador. Lamentablemente, mi oscuro humor era aún
más negro cuando di un paso en la sala de conferencias quince minutos tarde.
Estaba decidida a sentarme y pasar por esta reunión, recopilando toda la información que
pudiera. Aunque eso me matara… o yo matara a alguien. Ya había llenado mi coche con los
archivos del caso y había conseguido todos los documentos de los demás casos de rapto. En
secreto, desde luego. Le había pagado a Mandalay para que hackeara el ordenador central y
añadiera mi nombre a la lista de aquellos que se les permitía entrar en el área de archivos
confidenciales. En cuanto salí, ella borró mi nombre. Mandalay no me había preguntado el porqué,
simplemente me había dado las gracias por el dinero. Cuando llegara a casa, planeaba estudiarlos
línea por línea y ver si habían excluido algo en las copias que me habían dado a mí.
Verás, siempre les daban a los agentes copias del archivo principal, nunca los originales, y el
archivo principal estaba fuertemente protegido y era exclusivo para los jefazos. Supuestamente, se
hacía para preservar el documento original de falsificaciones. Pura mierda. El gobierno quería
meter mano en todo, nada más; querían controlar lo que sabíamos. Y lo que hacíamos.
La conversación cesó mientras me sentaba en la única silla vacía en la mesa. A mi izquierda
estaba Jaxon, y a mi derecha se sentaba Jack. Ghost, Kittie, Jaffe, y Mandalay, la única otra mujer,
estaban frente a mí.
Detrás de ellos colgaba una pantalla virtual que contenía cinco imágenes verticales de los
secuestrados. Al lado de cada foto estaba la fecha, la hora y el lugar del rapto. Debajo de las fotos
había un mapa, señalando la posición de cada uno.
Jaxon me dirigió una sonrisa alentadora para mostrarme su apoyo.
Cabeceé en reconocimiento. Jaxon era un buen hombre, uno de los mejores de las fuerzas
militares. La cicatriz de una cuchillada marcaba el lado superior derecho de su cara y bajaba hasta
su mandíbula -cortesía de un infame alienígena-, pero aun así él siempre se las apañaba para
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parecer un santo. Tal vez fuera porque nunca había dicho nada fuera de tono o jamás pronunció
una sola insinuación sexual.
—¿Cómo está Dallas? —preguntó Ghost, su profunda y rica voz de barítono llenó el cuarto
de tristeza.
—Igual. —Sentí la urgencia de contarles la verdad, que Dallas podría sobrevivir. Pero no lo
hice. Si ellos supieran lo de la sangre de Kyrin y lo que tenía que hacer para conseguirla me
prohibirían entrar en la celda de Lilla para siempre.
El silencio flotó en el aire, pesado y descorazonador, mientras cada uno de nosotros se
encontraba perdido en sus propios pensamientos sobre Dallas.
Finalmente, Jack se aclaró la garganta y dijo:
—Mia, Mandalay estaba contándonos algo sobre el rapto de Harte. Ella ha asumido el caso
desde que Johnson está enfermo. ¿Mandalay?
—¿Sí? —dijo con energía, revolviendo los papeles frente a ella.
—Continúe.
—Sí, señor. Harte fue secuestrada de su casa poco después de las dos de la tarde. Su
compañera de habitación, que también es su hermana, asegura que estaban viendo una película.
Harte fue a la cocina a hacerse un bocadillo y no volvió. No hay signos de lucha. Ninguna
indicación de que forzaran la entrada. No hemos sido capaces de rastrear a su novio, Kyrin o algo
así. La hermana desconoce su apellido. Sólo sabe que es Arcadians.
—¿Interesante, verdad? —Jack alzó una ceja—. Otro Arcadians en el cuadro.
No comenté nada. Mi estómago estaba demasiado ocupado revolviéndose de temor. Kyrin
conocía a Harte, salía con ella. Incluso Lilla lo había admitido. Había una escuadrilla entera de
agentes del A.I.R. que lo sabían, y eso no era un buen presagio para él.
—Mia —dijo Jack—. Dinos lo que averiguaste de Lilla.
Inspiré profundamente para calmarme y luego expulsé el aire por la boca.
—Sobre todo encubría cosas que ya conocíamos. Sin embargo, descubrí que hay otra hembra
Arcadians implicada. Su nombre es Atlanna en Arr, y se veía con uno de los hombres secuestrados,
Sullivan Bay. Ella también es el líder de una banda de Arcadians exiliados.
—¿Mandalay? —dijo Jack echándole un rápido vistazo a nuestra experta en ordenadores.
—Estoy en ello, señor. —La punta de los dedos de Mandalay volaron sobre el teclado frente
a ella. Los rizados mechones de pelo rojo caían alrededor de sus sienes y rozaban sus muñecas. Por
su aspecto, era una mujer autoritaria, alta y corpulenta pero, por su naturaleza, no era una
luchadora. Trabajaba mejor con las probabilidades y posibilidades.
Mandalay hizo una pausa y miró a Jack.
—No hay ninguna Atlanna en Arr en nuestra base de datos.
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—¿Y en cuanto a ese tipo, Kyrin? —pregunté, tratando de ser sutil.
—Tampoco está archivado —dijo Jaxon—. Ya lo comprobamos.
—¿Te dio Lilla alguna pista de dónde podríamos encontrar a esa Atlanna? —me preguntó
Jack.
—No —contesté con sinceridad.
—¿Crees que puedes encontrarla?
Lo que creía no importaba. La encontraría.
—Dame dos días.
—Hecho. Bien, vamos a resumir el resto de lo que Snow se perdió. —Jack me lanzó una
mirada irritada, y yo esperé que fuera mi único castigo por el retraso—. Ghost y Kittie interrogaron
a Isabel y Sherry ayer por la tarde. Nada sabemos de Isabel, ahora fallecida.
Oí a varios hombres murmurar:
—Cabrona.
—De Sherry aprendimos un poco más —siguió Jack—. Según ella, conoce a Hudson desde
hace tres meses. Al parecer, Lilla le pagó para que tuviera sexo con él con regularidad, y el hombre
nunca lo supo. Sherry dijo que Lilla le prometió pagarle una suma enorme si se quedaba
embarazada. Pero no hubo suerte.
Muy interesante.
—¿Por qué quería Lilla que Sherry tuviera al bebé de Hudson?
—Sherry no lo sabe —dijo Kittie—. Lilla los presentó a los dos en el Club Éxtasis. —Él dio un
toque con su mechero azul contra la superficie de la mesa—. Hudson no tenía ningún problema
con joder con las dos mujeres, pero en el momento que Lilla empezó a ver a Steele, el hombre
perdió la cabeza.
—Un posible motivo para matar a Steele —dije—. Hudson estaba celoso.
—Posible, sí —dijo Ghost—. Pero eso no explica los otros raptos.
Yo dije:
—¿Alguien habló con Hudson? Tal vez él pueda ayudarnos a vadear la mierda y encontrar el
diamante.
—No nos ayudará de buen grado, eso seguro. Pero no, nadie habló con él aún. —Un ceño
estropeó la cara de Jack mientras él retorcía un lápiz entre los dedos—. Le han arreglado la nariz
esta mañana, y lo han devuelto a su celda hace un momento. Jaxon planeaba interrogarlo después
de esta reunión.
Observé a mi jefe, calibrando su reacción.
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—¿Así que Hudson no sabe lo de Isabel?
—Oh, lo sabe —dijo Jack—. El buen doctor se lo dejó caer antes de la cirugía. Aunque le
importó una mierda. Dijo que su vida sería más tranquila ahora que la chica se había ido.
Sentí un tic en el párpado ante tal fragante crueldad.
—Quiero estar ahí cuando Jaxon lo interrogue. —Tal vez le quitara un poco de esa actitud a
Hudson mientras estuviera allí.
Como me conocía bien, Jack negó con la cabeza.
—No te quiero en el cuarto. Tú no eres su persona favorita ahora mismo, y verte puede
volverle violento. Peor, podría negarse a hablar. No cederé en esto —añadió cuando abrí la boca
para discutir—. Te diré lo mismo digas lo que digas.
Tenía que estar en esa entrevista. Tenía que saber lo que Hudson sabía… y no quería esperar
el informe oficial de Jaxon.
—Observaré a través del espejo —sugerí.
Jack me estudió durante mucho tiempo. Agité mis pestañas, intentando parecer inocente. Él
soltó un suspiró.
—Bien, puedes ir. Pero si averiguo que diste un paso… —me señaló con el dedo—, un
maldito paso fuera de la sala de observación, te daré de patadas hasta la próxima semana.
¿Entendido?
—Absolutamente.
Jack giró su atención a Jaxon.
—¿Qué averiguaste de la familia de Steele?
—Cuando la interrogué de nuevo, la esposa admitió que él veía a otra mujer, pero que no
sabía quién era.
Crucé los brazos sobre el pecho.
—Ella aseguró que estaban felizmente casada en su primer interrogatorio. Si sabía lo de su
infidelidad, ¿por qué se lo calló?
—Se lo pregunté. Dice que ya estaba embarazada cuando se enteró y que no podía ni pensar
en criar a su bebé sola. Me dijo que le amaba.
—Podría haber estado mintiendo —dijo Mandalay.
—Cierto —reconoció Jaxon.
—¿Tiene coartada? —preguntó Jack.
—Sí. Desde la desaparición de Steele, ha estado quedándose con su madre. Ya lo he
verificado. Y averigüé algo más, que Steele cenó con un macho Arcadians la noche antes de ser
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secuestrado. Kyrin —dijo, comprobando sus apuntes—. Apuesto a que es el mismo Kyrin que salía
con Rianne Harte.
Mi estómago se encogió. Esto era de lo qué Lilla me había advertido. Esto era lo que ella
temía que lo implicara. ¡Y juro por Dios que lo hacía!
—Tenemos que encontrar a ese hombre —dijo Jack—. Le quiero interrogado cuanto antes.
No podía permitir que otros agentes le buscaran, no con la advertencia de Kyrin
repiqueteando en mi cabeza. Si alguien aparte de mí lo buscaba, él huiría tan rápido que se
provocaría una quemadura por el viento.
—¿Qué tienes tú para nosotros? —pregunté a Jaffe, esperando cambiar de tema.
—Bien —dijo Jaffe, hablando por primera vez desde que yo había entrado en el cuarto. Era
un hombre bajito, nervioso, con el pelo rubio ceniza y grandes ojos color avellana separados.
Aquellos ojos siempre se lanzaban a izquierda y derecha, como si intentara decidir cuál era el
mejor camino para darse a la fuga. Y era jodidamente bueno con los números y patrones—. No
existe ningún modus operandi obvio con este asesino. Hubo dos semanas de diferencia entre los
dos primeros raptos, pero el tercero fue secuestrado sólo tres días más tarde. Y pasaron ocho días
entre el tercero y el cuarto.
—Sigue buscando —ordenó Jack—. Falta algo. Incluso el caos puede formar un patrón. —Él
giró su atención a Mandalay—. ¿En cuanto al cuerpo de la víctima?
—Lamentablemente —respondió Mandalay—, no había rastro de sangre. Tampoco había
nada bajo sus uñas. Ninguna fibra-alienígena o humana que indique donde estuvo retenido o
como fue transportado. Los registradores de voz de los alrededores no contienen ni una sola
grabación alienígena en ningún momento del día del asesinato.
—¿Y en cuanto a la casa de Rianne Harte? —preguntó Jack—. ¿Qué encontraron allí?
Mandalay sacudió la cabeza, haciendo volar sus rojizos rizos.
—Nada, señor.
—Maravilloso. Jodidamente maravilloso. Esperaba algo mejor que esto. —Jack se levantó y
llegó de una zancada a una mesa auxiliar. Vertió una taza de café y se terminó el humeante líquido
de un trago. Luego giró hacia nosotros—. No estamos más cerca de encontrar a las víctimas de lo
que lo estábamos ayer. La presión aumenta, muchachos, y seguirá haciéndolo hasta que lo
resolvamos o perdamos nuestros empleos.
—Volvamos a ese tipo, Kyrin —dijo Ghost—. Fue visto con la víctima número uno la noche
antes del rapto. También salía con Harte. Hay una posibilidad de que conociera a los demás y
tuviera algún tipo de contacto con ellos. Entonces mi pregunta es, ¿quién va a cazarlo?
—Dejadme encargarme de eso —dije, esperando no sonar demasiado impaciente.
—Tú debes encontrar a Atlanna, ¿recuerdas? —dijo Jack.
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Extendí los brazos.
—¿Y no puedo hacer las dos cosas?
—No eres Super Woman —comentó Kittie con una sonrisa.
—No —dijo Ghost con una sonrisa propia—. Ella es Super Perra.
La risa llenó el cuarto, la clase de risa que venía de la gente que se topaba con la depravación
todos los días. Jaxon intentó contener su diversión, pero pronto se rindió e irrumpió en carcajadas.
Incluso yo perdí mi ceño y tuve que reírme. Era una Super Perra.
—De acuerdo —dijo Jack—. Kyrin es tuyo.
Aquellas palabras me afectaron a un nivel profundo, primordial. Mío, pensé. Todo mío.
De pie, Jack golpeó la mesa con las manos.
—Bien, muchachos. Ya saben lo que tienen que hacer. Así que ¡háganlo!
ACOMPAÑÉ a Jaxon y bajamos por el largo y tortuoso pasillo que conducía al sector quinto
del A.I.R. Nuestras tarjetas de identificación nos permitieron sortear los detectores de movimiento,
los sensores de calor, y las baldosas del suelo sensibles al peso sin hacer una sola pausa.
Jack nos había despedido hacía cinco minutos, y yo ya había llamado el doctor de Dallas dos
veces. La primera vez, él me puso en espera. La segunda, no cometió el mismo error. Me informó
que los tejidos de Dallas estaban realmente rejuveneciendo. El Doctor Hanna había descubierto
una sustancia química extraña en la sangre de Dallas, una sustancia que jamás había visto antes, y
eso que había tratado tanto a alienígenas como humanos.
Yo sabía que la sustancia química venía de Kyrin.
El buen doctor le estaba haciendo más pruebas, pero por ahora, Dallas estaba estable. De
todos modos, no pude evitar escuchar una cuenta regresiva en mi cabeza. Quedaban tres días para
que Kyrin reapareciera, exigiendo la liberación de su hermana… a no ser que yo lo encontrara
primero.
—¿Estás preparada para esto? —preguntó Jaxon. Él bajo la mirada hacia mí, sus rasgos
tensos y compresivos.
—Más de lo que crees. —Me obligué a desterrar a Dallas a un rincón de mi mente. Tenía que
concentrarme en el aquí y el ahora.
Cuando alcanzamos el final del vestíbulo, esperamos en las puertas de seguridad metálicas.
—Después de ti, Jaxon —dije.
Él colocó su cabeza frente al scanner de retina que parpadeaba con una luz azul. El
ordenador advirtió:
—Iniciando exploración —y dirigió la luz sobre toda su cara—. Gracias, Jaxon Tramain.
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Jaxon enderezó los hombros y me echó un vistazo.
—Tu turno.
Dios, odiaba estas cosas. Descansé la barbilla en el plato de recesión, y el monstruo metálico
me sujetó la cabeza para una completa exploración óptica. Si uno de los anticuados láseres recibía
alguna vez una sobrecarga, estaría condenada a una baja médica permanente y que me dieran un
SGA, un autómata que me guiara en mis visitas turísticas.
—Gracias, Mia Snow —dijo el ordenador, liberándome.
Ahora que nuestras identidades fueron verificadas, soportamos una exploración de palma
simultánea y las puertas se abrieron. Entramos a un largo vestíbulo blanco. Tanto a nuestra
izquierda como derecha había puertas cerradas, cada una conduciendo a celdas privadas.
Estos cuartos raras veces eran ocupados durante mucho tiempo. Los otros-mundos que aquí
traían, por lo general, eran interrogados a las pocas horas. Después, de ser exonerados, eran
puestos en libertad o ejecutados si eran culpables. Así de simple.
Pasé la celda de Lilla, la treinta y dos, y mantuve los ojos fijos al frente. Ya me preocuparía de
ella más tarde.
La célula 66, nuestro destino, era la celda de Hudson… a la que le faltaba otro 6 para ser la
adecuada, en mi opinión. Él era humano, sí, pero estaba implicado en una investigación alienígena,
por lo que aquí se quedaba. El bastardo sería tratado con los derechos de un ciudadano humano,
pero seguro como el infierno que no se lo merecía.
Cuando llegamos a nuestro destino, Jaxon colocó su mano sobre el scanner 66A, y yo coloqué
la mía sobre el 66B. Una luz amarilla envolvió las yemas de nuestros dedos.
—No creas nada de lo que diga, ¿vale? —dijo Jaxon—. Tú sabes que tengo que decirle lo que
él quiere oír si espero conseguir algo de información.
—Lo sé.
—Simplemente no me mates después.
—¡Eh!, hazme un favor y pregúntale a Hudson por su hija. Pregúntale por qué reclama a una
alienígena como hija propia.
—¿Alienígena? —Jaxon parpadeó—. ¿Crees que Isabel era alienígena? ¿De qué especie?
—No lo sé. Pregúntaselo, también.
Él asintió con la cabeza a la vez que las cerraduras de nuestras respectivas puertas se abrían,
permitiéndonos la entrada.
Quitando toda expresión de su cara, Jaxon dio un paso dentro de la celda de Hudson y yo
entré en la de observación. Por el espejo, vi que Hudson estaba tumbado en el catre. Una venda
cubría su nariz, y sus ojos estaban hinchados y rodeados por un anillo de contusiones. Como
siguiendo el ritmo de un tambor, él gemía a cada segundo.
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Jaxon se acercó al borde del catre, se agachó y miró detenidamente al hombre herido.
—¿Está usted bien, George? —preguntó—. ¿Le duele?
Hudson parpadeó, pero no se movió.
—¿Parece que me duela? —su voz era nasal y constreñida—. Gilipollas —refunfuñó.
Como si no se estuviera partiendo de risa en su interior, Jaxon pronunció un suspiro
comprensivo.
—¿Quiere medicinas?
—Lo que quiero que hagas es que me saques de este infierno.
Jaxon fingió ablandarse.
—No puedo hacer eso. Está metido en un buen lío, George, y lo sabe. Déjeme ayudarle.
Yo sabía que Jaxon usaba deliberadamente su nombre de pila. Así él parecía más amistoso,
más humano. Pero Hudson no mordió al anzuelo. ¡Diablos, él había tenido el mismo
entrenamiento que nosotros!
—¿Ayudarme? —graznó, girando la cabeza y clavando los ojos sobre Jaxon. Él habría gritado
si su nariz no estuviera llena de gasas—. Tú no darías una mierda por mí.
—Usted es un agente. Por supuesto que me importa —dijo Jaxon, como si eso lo explicara
todo. Su expresión era tan compasiva, que casi lo creí—. Además, tenemos algo en común.
—¿Y qué es?
Él se inclinó hacia adelante, como si compartiera un gran secreto.
—Ambos odiamos a Mia Snow —susurró.
Eso pareció aplacar la cólera de Hudson.
Jaxon, eres realmente bueno, pensé.
—Creía que aquí todos adoraban a esa perra.
—Yo no. Me robó el ascenso. Debería haber sido yo el líder de esta escuadrilla, pero ella se
acostó con Pagosa, y se lo dio.
—¡No jodas! —La atención de Hudson se animó y sus labios se ladearon. Él se apoyó sobre
los codos—. Siempre sospeché que ella se follaba a Pagosa para ascender.
Jaxon lanzó una ojeada al espejo. A mí. Sus ojos brillaban con travesura, pero su tono era
mortalmente serio.
—Es una chica. Esa es de la única manera que puede ascender.
Si alguien más hubiera pronunciado aquellas palabras, habría irrumpido en esa celda y
pateado algunos culos. Pero el comentario de Jaxon había funcionado. Hudson ahora lo
consideraba un jodido genio.
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—¡Maldita sea, es cierto! —dijo Hudson, dando un puñetazo al catre—. Yo podría comerme a
esa zorra para desayunar y hacer que pidiera por más.
Manteniendo su tono amistoso y ocasional, Jaxon dijo:
—Mia cree que usted mató a Steele.
—Eso son gilipolleces. —Hudson quiso sentarse, se estremeció y luego se hundió de nuevo
en la cama—. Gilipolleces —repitió—. No tuve nada que ver con eso.
—Eso fue exactamente lo que le dije. Él es inocente, aseguré. ¿Sabes lo que ella hizo después?
—¿Qué?
—Se rió en mi cara.
—Maldita zorra —se quejó—. Te lo juro, me gustaría tener cinco minutos a solas con ella. Le
enseñaría unas cuantas cosas sobre los hombres. Los hombres de verdad. No esos perdedores
mariquitas con los que trabaja.
Jaxon asintió en acuerdo, y no indicó que él mismo trabajaba conmigo.
—Tienes que ayudarme con esto, George. Necesito algo de información para poder
demostrar tu inocencia y mandar a la Reina de las Perras al infierno.
—¿Qué quieres saber? —preguntó, su tono destilando resignación.
—¿Por qué no me hablas de Lilla? —dijo Jaxon—. Sherry asegura que estabas celoso de su
relación con Steele.
—Sherry no sabe una mierda.
—Es tonta del bote, ¿verdad?
Hudson rió entre dientes.
—Me gusta eso. Tonta del bote. La describe perfectamente.
—Sherry dice que Lilla le pagó para que se acostara contigo. Que Lilla quería que tuviera a tu
hijo.
—No me llevó mucho tiempo descubrir que era lo que pasaba. Usa mi condón, decía Sherry,
como si yo no pudiera ver el agujero del tamaño de un jodido cráter en medio de él.
—¿Qué hiciste?
—Le pedí explicaciones. Ella me contó que Lilla le pagaba, así que luego me enfrenté a Lilla
también. Ella dijo que no podía tener hijos propios, pero que quería un bebé. Creo que quería darle
el mocoso a Steel, quizás para atraerlo lejos de su esposa.
—Apuesto a que eso lo volvió loco.
—¿Loco? ¡Diablos, me puse hecho un basilisco!
—¿Qué hiciste para castigar a las mujeres?
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—Abofeteé a Sherry ya que algunas mujercitas necesitan que de tanto en tanto las metan en
vereda. Luego detuve a Lilla por prostitución. Además, se cagó de miedo —dijo riendo.
—¿Qué pasó después?
—Lilla me rogó que la soltara. Creí que me vería como su héroe, sabes, pero la muy zorra se
fue con Steele en el momento que la liberé.
—¿Por eso Sherry se mudó a tu casa? ¿Para poder vengarte de Lilla?
Él se encogió de hombros.
—Soy un hombre. Tengo necesidades. Ella es fácil, y no tenía ningún sitio a donde ir.
—¿No te preocupaba que intentara engañarte para quedarse embarazada?
Él se rió, un sonido lleno de malvado placer.
—Me hice la vasectomía justo después de que Isabel naciera. Ninguna mujer lo sospechó
nunca.
Jaxon murmuró:
—Hombre listo. —Y pude asegurar que él quería asfixiar hasta la muerte a Hudson. Lo sabía
por las líneas tensas alrededor de la boca y sus ojos ligeramente entrecerrados—. ¿Cómo de mal te
sentiste? ¿Quisiste eliminar a Steele de la ecuación?
—Mal. Realmente mal. Pero no lo suficiente como para matarle —añadió Hudson
rápidamente—. Sólo le dije a su esposa que se estaba follando a otra. Eso puso punto final a las
cosas realmente rápido. Steele no quiso saber nada de Lilla después de eso.
—Ya puedo imaginarme como se tomó Lilla el rechazo.
—Le golpeó hasta hacerlo papilla. Se lo merecía, así que no me alteré demasiado con ella por
hacerlo.
—¡Mujeres! —Jaxon sacudió la cabeza e hizo una pausa para dar efecto—. Por curiosidad, ¿tú
sabes algo de un grupo de Arcadians exiliados? Intento demostrar que ellos son los culpables.
Me gustaba como Jaxon entretejía tan expertamente sus preguntas, con una compasión y un
deseo de ayudar que atraían a sus confiadas víctimas más profundamente en su telaraña de falso
consuelo.
—Sí, los conozco —contestó Hudson—. Ellos están liderados por una hembra. Atlanna.
—¿Sabes dónde puedo encontrarla?
—No. Sólo la he visto una vez, y ella no se quedó para charlar. Es realmente reservada. Se
parece a Lilla, pero más alta. Tiene un complejo de Dios que no te lo puedes ni imaginar. Como
Mia, se cree que controla el destino del mundo, y es una auténtica zorra, ¿sabes lo que quiero
decir?
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—Oh, sé exactamente lo que quieres decir. —Manteniendo su bondadosa expresión, Jaxon se
masajeó la nuca—. ¿Alguna vez mencionó Lilla a un hombre llamado Kyrin?
—Sí, es su hermano.
—¿Un buen tipo?
—Extraño. —La voz de Hudson se volvió más débil, como si de repente tuviera problemas
para mantenerse despierto—. Cuando te mira, parece que examine tu alma. También es fuerte. El
hombre probablemente podría aplastarnos a todos con un golpe de su mano. —Su boca se abrió
con un amplio bostezo.
—Puedo ver que estás cansado, George. Sólo tengo una pregunta más y luego te dejaré
descansar. ¿Era Isabel realmente tu hija, o era una alienígena?
—¿Qué mierda de pregunta es esa? Por supuesto que era mi hija.
—¿No hay ninguna posibilidad…?
—Te lo he dicho, ella era mía —dijo Hudson con voz somnolienta.
—Gracias, hombre. Es todo lo que quería saber —Jaxon abandonó la celda y echó un vistazo
por la puerta de la sala de observación.
—¿Es seguro entrar? —me preguntó, sus mejillas enrojecidas.
—Es seguro. George miente sobre Isabel, tiene que hacerlo. —En mi visión, ella era una
alienígena, sólo que no sabía por qué Hudson mentiría en algo así. Aunque, por ahora, lo dejaría
estar.
Jaxon entró completamente y luego cerró la puerta detrás de él con un chasquido.
—Menudo bastardo —dijo, su tono volviéndose asqueado mientras repetía mis
pensamientos—. Ese hombre se merece sufrir. Toneladas y toneladas de sufrimiento.
—Al menos hemos confirmado la existencia de Atlanna.
—Y de Kyrin, también. ¿Y si él, Lilla, y Atlanna trabajan juntos?
—Tal vez. Eso tendría sentido con Steele… Lilla amaba a Steele, él la rechaza, y el hermano y
Atlanna se enfadan, ¿pero y los otros raptos? No hay ningún motivo para ellos —suspiré—.
Interrogaré de nuevo a Lilla mañana y veré lo que le puedo sacar. Esta noche… —cerré la boca
cuando comprendí que estaba a punto de contarle mis intenciones de buscar a Kyrin.
Aunque, rápidamente, tuve una revelación. No podía hacer esto yo sola. No podía buscar a
Kyrin, buscar a Atlanna, leer los archivos del caso, estudiar las fotos de la escena del crimen,
soportar otro interrogatorio con Lilla, y encontrar a los hombres secuestrados… todo en sólo tres
días.
Necesitaba a alguien de confianza que me ayudara.
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¿Quién mejor que Jaxon? Estudié su cara. A pesar de su cicatriz, era un hombre
sensualmente atractivo. Sus ojos eran más plateados que azules, su nariz ligeramente torcida al ser
rota demasiadas veces. Labios suaves, barbilla fuerte. Llevaba el oscuro y ligeramente rizado pelo
un poco largo por lo que siempre parecía despeinado.
Él me miraba con bondad y preocupación.
—Esta noche —seguí, después de tomar y expulsar un profundo aliento—, necesito tu
ayuda.
Él ni se lo pensó.
—Sea lo que sea que quieras que haga por ti, lo haré. Ya lo sabes.
—Te tomo la palabra, Jaxon. Te tomo la palabra.
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CAPÍTULO 11
LLEVÉ a Jaxon a Trollie, un café-bar situado a unos kilómetros de la oficina central y el único
restaurante abierto las veinticuatro horas. A cualquier día y a cualquier hora, el local estaba repleto
de agentes del A.I.R., tanto en su turno como fuera de él. La comida era mediocre, pero la
atmósfera era excepcional: una iluminación suave y apagada, música relajada, y lascivos agentes
que contaban chistes verdes. Un restaurante de cinco estrellas no podía competir con eso.
Por el camino, le hablé a Jaxon de Kyrin, Dallas, y Lilla. No excluí nada. Jaxon no me
interrumpió ni una sola vez. Cuando terminé, me quedé esperando algún tipo de reacción por
parte de él.
Sólo me saludó el silencio, y los minutos pasaron.
—¿Y bien? —dije, estudiándole con un rápido vistazo—, ¿todavía quieres ayudarme?
Él miró fijamente por la ventanilla del asiento de pasajeros.
—Dame algo de tiempo para digerirlo todo. Es mucho para lanzar a un hombre.
Tiempo era lo único que yo no tenía.
—Tienes hasta que nos sentemos en Trollie. Si no vas ayudarme, tendré que buscar a alguien
más.
Él soltó el aire entre los dientes llenando el coche con un suave silbido.
—¿Siempre eres tan impaciente?
—Siempre.
—Apuesto lo que sea a que volvías loco a Dallas.
—Y podrías ganar una fortuna con esa apuesta.
Hicimos el resto del camino en silencio. Unos minutos más tarde, conduje por un camino de
grava y aparcamos delante de una vieja furgoneta naranja, que ocupaba casi todo el espacio.
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Fuera, el aire era frío y calmado, lleno del olor de los tubos de escape de los coches. Cuando
tiré del asidero para abrir la puerta, el murmullo de gente borracha hablando salió en tropel. Nos
abrimos paso a través de una espesa neblina producido por el humo de los cigarrillos “deberíamos
arrestarlos a todos por fumar” y los serpenteantes cuerpos. Como siempre, el lugar estaba
abarrotado. Tuvimos que charlar con varios agentes que conocíamos antes de sentarnos en la mesa
del rincón, en la parte trasera.
Dallas y yo habíamos pasado muchas tardes aquí. A ninguno de los dos nos gustaba cocinar.
Yo lo había intentado, pero el resultado final siempre era algo quemado o derramado. Nosotros
nos habíamos reído y relajado aquí. Él se merecía más noches de esas.
Tecleamos nuestro pedido en la unidad de la pared, y pronto Molly, una guapa rubia, nos
trajo las bebidas y se alejó corriendo. Jaxon, un consumado fanático de la salud, había pedido agua
con una rodaja de limón. ¿Yo? El café más fuerte y más negro que tenían, con un chorro de cafeína
pura, sin diluir. Estoy segura que inyectarme petróleo crudo en mis venas habría sido mejor para
mi cuerpo, pero no me importaba. Me tragué el caliente líquido y luego pedí otro. Me parecía a un
borracho con una nueva botella de tequila.
—¡Dios mío, Mia! ¿Intentas matarte? —preguntó Jaxon con una sonrisa.
—Sólo intento sobrevivir.
—¿Por eso estás tan delgada? ¿Vives a base de cafeína?
Me encogí de hombros y le miré a través de mis espesas pestañas. Ya había tenido suficientes
bromas, ahora quería hablar de negocios.
—Y bien, ¿estás dentro o fuera?
Jaxon entendió a lo que me refería y me miró fijamente a través de la manchada mesa
amarilla.
—Déjame ver si lo entiendo.
Las sombras y la luz jugaban sobre sus rasgos mientras la lámpara encima de nosotros se
balanceaba, iluminando su cicatriz y dándole un aspecto amenazador.
—Kyrin…
—Nada de nombres —lo interrumpí, señalando con la cabeza a los otros agentes presentes.
—El hermano puede salvar la vida de nuestro amigo. A cambio, quiere a su hermana en
libertad y te ha dado cuatro días para hacerlo o nuestro amigo morirá.
—Ahora sólo quedan tres días. Pero lo demás es correcto.
—Y ningún agente…
—Menos yo.
—… puede buscarlo, o él desaparecerá.
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—Correcto de nuevo.
—¿Así que te propones encontrar a las víctimas “y al hermano” en los próximos tres días?
—Así es. Entonces, ¿estás dentro o fuera? —Pregunté de nuevo.
—Dentro, por supuesto.
Por supuesto, dijo, como si no me hubiera hecho sudar estos últimos diez minutos con su
indecisión. A mi lado, sobre el negro asiento de vinilo, había dejado mi cartera llena con los
archivos robados. Ya había cubierto la etiqueta de “Confidencial” con otra en blanco. Retiré dos y
se los di a Jaxon.
—Necesito que revises estos. Estudia cada detalle.
Él cogió los archivos ofrecidos y luego, para mi asombro, los dejó a un lado.
—No puedo concentrarme sin alimentarme primero. Vamos a comer. Luego los estudiaré.
Mi impaciencia asomó la cabeza. Cuanto antes nos pusiéramos a trabajar, antes
encontraríamos respuestas. Pero no iba a tentar a mi suerte, por lo que me obligué a asentir.
Nuestra comida llegó quince minutos más tarde y la pusieron frente a nosotros. Jaxon se
zampó su sándwich de pavo de pan integral. Sin mayonesa. Yo mordisqueé mi doble
hamburguesa con queso y bacón y mis patatas fritas extra crujientes con chili. Normalmente,
habría rebañado el plato y pedido postre. Dallas siempre se reía de mi afición por la comida basura
y constantemente se quejaba de que si él comiera así, no cabría en el coche. ¿Yo? Yo tenía un
metabolismo raro. No podía mantener la grasa en mi cuerpo. Lo que estaba muy bien. Por ahora,
no tenía ninguna intención de cambiar mis hábitos alimenticios.
Esta noche, sin embargo, mi estómago simplemente estaba demasiado revuelto para
permitirme el placer.
—¿Vas a comerte eso? —preguntó Jaxon, mirando mi hamburguesa con aversión.
—No tiene suficiente grasa para mi gusto —dije.
—Bien —él hizo rodar los ojos y lanzó su servilleta sobre la mesa—. Vamos a ver lo que
tenemos aquí —dijo, abriendo uno de los archivos—, ya que no te relajarás hasta que lo hagamos.
Unos segundos más tarde, él me echó un vistazo, su cara en blanco.
—En el exterior, esto parece un archivo no restringido. Debería ser un archivo no restringido.
Pero ¿qué encuentro cuando echo una ojeada dentro? Esto es material confidencial, Mia. ¿Qué está
haciendo fuera de A.I.R.?
Me encogí de hombros y dije:
—Lo devolveré todo cuando acabemos.
—Dios mío —él sacudió la cabeza, pero descubrí un atisbo de admiración en su expresión—.
Eres de lo que no hay.
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Mientras él leía el informe, yo agarré otro y estudié minuciosamente cada foto, cada frase.
Solo había llegado a la tercera página cuando hice una pausa, la releí y parpadeé. Parpadeé de
nuevo. Una idea saltó a la vida en mi cabeza.
—Mira esto —le dije a Jaxon dándole la carpeta—. Esto no se mencionaba en nuestro archivo.
Steele y su esposa acababan de tener un bebé, ¿cierto? Pues resulta que lo concibieron mediante la
inseminación artificial. ¿No dijo Hudson que Lilla le pagó a Sherry para que intentara quedarse
embarazada de él? Y ahora descubro esto, que Sullivan Bay hacía frecuentes depósitos en su banco
de esperma local —sacudí la cabeza—. ¿Quién falta aquí?
—Raymond Palmer.
—Comprueba que…
No tuve que terminar la frase. Jaxon me echó una ojeada.
—El señor Palmer también hizo depósitos regulares en Kilmer, Peterman, y Nate. El mismo
sitio en el que Rianne Harte trabajaba. ¿Por qué no nos dieron esta información?
Yo no lo sabía, pero un sentimiento de éxito me atravesó. Tenía un denominador común. La
fertilidad. Centré mi atención de vuelta a los papeles y a las fotos frente a mí. Unos minutos más
tarde, sacudí la cabeza con incredulidad.
—Mira lo que encontré —dije—. Comprueba el cuarto párrafo.
Él echó un vistazo al papel, miró de nuevo su propio archivo, y luego echó otra ojeada al
mío.
—¿Adivina qué? El mío dice lo mismo, excepto que el nombre no se menciona. Sólo la
descripción.
—Por favor dime que estás bromeando.
—Lamento no poder hacerlo —dijo él gravemente—. ¿Quieres apostar que los demás dicen
lo mismo?
Reprimí un gemido.
—Recemos para que no lo hagan.
Sabíamos que había una persona en particular relacionada con dos de los casos, pero si
estaba relacionado con todos ellos… detuve ese pensamiento, sin querer más preocupaciones. Pero
de todos modos luché contra la sensación de inminente fatalidad mientras cogía las dos carpetas
restantes de mi cartera, le daba una a Jaxon y yo misma abría la otra.
—¿Feliz de no aceptar mi apuesta? —preguntó Jaxon.
¡Maldita sea! Kyrin era mencionado en todos los archivo como “un alto macho Arcadians”. Y
dos veces por el nombre. No sólo había salido con Rianne Harte, había cenado o había tenido
algún contacto de mierda con cada hombre la noche antes de que fueran secuestrados. La misma
noche.
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Esta no era la clase de información que un agente ético podía ocultar a su comandante. Sin
embargo, si se lo decíamos a Jack, veinte agentes serían inmediatamente asignados para cazar y
matar a Kyrin. Ellos podrían hasta dar por perdidos a los hombres secuestrados, sin detenerse a
preguntar a Kyrin por su paradero, simplemente matándolo en su furia.
No podía permitirlo. No dudaba ni por un segundo que Kyrin cumpliría la amenaza que me
hizo. Si él descubría que otros agentes le cazaban, desaparecería y Dallas moriría.
De pronto, la imagen de Kyrin se formó en mi cabeza. El pelo blanco. Los enigmáticos ojos
color lavanda. Los tensos tendones de su duro y musculoso cuerpo. La forma en que se movía con
gracia y fluidez. Su manera de andar que destilaba confianza en sí mismo. Cómo la fuerza
irradiaba de él.
—¿Qué quieres hacer con Kyrin? —preguntó Jaxon.
—No lo sé. ¡Dios, no lo sé!
Jaxon se frotó la mandíbula con los dedos.
—Podríamos separarnos para buscarle. Tú miras por media ciudad, y yo lo hago por la otra.
O… —repiqueteó los dedos sobre la mesa—. O podríamos atraerlo hacia nosotros.
Intrigada, incliné la barbilla y le estudié.
—¿Cómo lo haríamos?
—Él ama a su hermana y quiere salvarla, ¿no?
—Así es.
Un hombre cruzó al lado de nuestra mesa, seguido por otro. Jaxon esperó a que ambos
estuvieran fuera del alcance del oído antes de continuar.
—¿Y si alguien alerta a los medios de comunicación sobre la ejecución de Lilla?
—¿Ejecución? No la mataremos aún. Necesitamos… Oh. Ooohhh —sonreí lentamente, mi
corazón bombeando a un rápido ritmo—. Un falso chivatazo. Me gusta eso.
—Todos en la oficina central se quedarán sorprendidos cuando los manifestantes asalten las
puertas.
—Lo que permitirá la entrada de Kyrin. Y cuando el mar de reporteros se desborde dentro,
todas las salidas serán selladas, atrapando a todos en el interior.
Jaxon asintió con la cabeza.
—¿Crees que deberíamos decirle a Jack y a los demás lo qué pasará? Así serán capaces de
cubrirnos, y tendremos una mejor oportunidad de capturar a nuestro tipo.
—No —me pellizqué el puente de la nariz—. No me arriesgare con un agente de gatillo fácil,
al que no le importe si Kyrin vive o muere.
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—Bien. Haré la llamada mañana a las once de la noche y les diré que Lilla será ejecutada a
medianoche. Eso le dará a la prensa una hora para hacer correr la voz pero no le dará a Jack el
tiempo suficiente para negarlo.
—Perfecto. Si él, de algún modo, averigua lo que hemos hecho, yo asumo toda la
responsabilidad.
—No necesito que me encubras. Asumiré las consecuencias.
—Lo siento, pero no —le dirigí una fulgurante mirada tipo “no-me-contradigas”, que él por
supuesto ignoró. Su ego masculino no iba a hacer que cambiara de idea—. No permitiré que te
hundan. Yo te pedí ayuda, no al revés.
—Pues que pena —las líneas alrededor de su boca se tensaron—. Dallas también es mi
amigo. Ahora, ¿quieres mi ayuda o no?
Hice una pausa.
—De acuerdo. Si nos cogen, parlotearé sobre ti como una quejica. ¿Qué te parece?
—Bien —él sonrió abiertamente—. Muy bien.
—Vete a casa y descansa un poco —le dije—. Lo necesitarás. Me encontraré aquí contigo a las
siete para cenar.
Tal vez debería haber seguido mi propio consejo y debería haberme ido a casa a descansar.
Pero no quería dormir, bueno, no quería soñar. Terminé por hacer el camino de veinte minutos a
Kilmer, Peterman y Nate, Productos farmacéuticos.
Pasé dos horas dentro, preguntando a empleado por empleado… pero fue una pérdida de
tiempo. Simplemente confirmaron lo que yo ya sabía: que los hombres secuestrados habían
donado voluntariamente su esperma a cambio de dinero, y que Rianne había trabajado aquí.
La única información nueva que recibí fue que cada donante masculino había tenido un alto
recuento de espermatozoides.
Me sentía frustrada… hasta que di un paso fuera. Una oleada de familiar energía me golpeó
en pleno pecho. Me congelé. El corazón martilleaba contra mis costillas y lancé mi penetrante
mirada en todas direcciones, buscando a Kyrin. Y lo encontré. Él se mantenía a distancia, a un
lado, de espaldas a mí y se enfrentaba a una joven pareja de morenos cabellos.
¡Diablos! me encantaba este nuevo don mío de percibir energías.
Lentamente agarré mi nueva pyre-arma y me moví hacia el grupo. Sostuve el arma al
costado, no queriendo que la pareja la viera y advirtiera a Kyrin.
—No vengáis aquí de nuevo —oí a Kyrin decir a los jóvenes—. No dejéis vuestros nombres
en su base de datos. Las personas que hay en ella mueren.
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—Estás loco, E.T. —dijo el tipo—. Algo así lo dirían en todas las noticias. Ahora, por última
vez, sal de mi camino —él arrastró a la pálida mujer a su lado mientras empujaba a Kyrin y
caminaban rápidamente hacía el edificio.
Esperé hasta que ellos me pasaran antes de apuntar, pero las palabras de Kyrin se repitieron
en mi mente, deteniéndome. “No vengáis de nuevo. No vengáis de nuevo”. Él se había arriesgado
mucho al venir aquí. Había intentado advertir a las potenciales víctimas de que se alejaran. No era
algo que haría un mal tipo.
Ese pensamiento casi me impidió apretar el gatillo. Casi.
Había tenido mucha suerte al encontrarlo tan rápido y de improviso, y no escupiría ante esa
suerte. Iba a aturdirle, coger la sangre que necesitara, y luego iba a encerrarle e interrogarle.
Con mi atención puesta sobre él, apreté el gatillo.
No pasó nada. Mi boca cayó abierta, y apreté otra vez. Y otra. Y otra . Nada. Frustrada y más
furiosa a cada segundo, eché un vistazo al arma. El cristal, de algún modo, estaba fuera de sitio.
Mierda. ¡Mierda! ¿No había comprobado la maldita cosa antes de sacarla del A.I.R.? Joder, no,
comprendí. No lo había hecho.
Los hombros de Kyrin se pusieron rígidos. Él se dio la vuelta, permitiéndome ver sus tensos
rasgos y las sombras bajos sus atormentados ojos.
—Mia.
No entré en pánico. Mantuve mi arma estable. Él no sabía que mi nueva arma no funcionaba
correctamente. Usaría eso para mantenerle dócil y luego ya encontraría el modo de dejarle
pasmado.
—He estado buscándote —dije, sin perder terreno—. Tenemos un asunto pendiente.
Kyrin abrió la boca para contestar, pero el rayo azul de una pyre-arma encendió un camino
justo detrás de él “y no era mío” callando sus palabras. Alguien gritó. Pasos corriendo. Pillé una
vislumbre de una ágil mujer de pelo blanco mientras Kyrin gritaba:
—Abajo —saltaba hacia delante, caía sobre mí y me derribaba.
En el momento que chocamos contra el suelo, yo perdí el aliento y agudas rocas se clavaron
en mi espalda. Kyrin rodó de encima de mí y se agachó de rodillas. Seguí su ejemplo y saltemos
tras un coche, usándolo como escudo mientras otro rayo volaba hacia nosotros.
Kyrin echó una ojeada sobre el capó.
—¿Dónde está ella?
Puse mi arma en el modo matar y recé para que aquel ajuste funcionara. Kyrin esquivó otro
rayo que pasó frente a él, golpeando el suelo justo más allá de sus pies. Polvo y grava volaron en
todas direcciones.
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—¿Quieres explicarme por qué hay una mujer que intenta matarte? —dije, elevándome
ligeramente y disparando. Click. Click—. Joder —maldije mientras me agachaba. El arma tampoco
funcionaba en el modo matar…
—Quizás no le guste este deseo mío de expiar pecados pasados.
Deslicé mi vieja arma de sólo-matar de la pistolera en mi tobillo, subí y disparé. Le di a un
vehículo azul oscuro y destrocé el parabrisas.
—¿Sí? ¿Qué tipo de pecados pasados?
—Del tipo malo.
—Tu sarcasmo apesta —le eché una ojeada, pero él estaba de perfil—. No te preocupes. No
voy a permitir que te hagan daño. Si alguien derrama tu sangre, seré yo.
—De repente me siento mareado y caliente por dentro —su tono era tan seco como el aire—.
¿Estás intentando que caiga enamorado de ti?
Resoplé.
Él cogió una pyre-arma de la cinturilla de sus pantalones. Mi antigua arma, noté.
—Que apropiado —dije.
Él sonrió ampliamente, besó el cañón con un guiño burlón, se levantó y disparó sobre el
coche.
—¿Quien habría pensado que Mia Snow trabajaría conmigo en vez de contra mí? —Un
cuarto tiro zumbó frente a él. Este casi chamuscándole el hombro.
En este mismo momento, sentí algo… arremolinarse dentro de mí. Un cosquilleo dentro de
mis venas, pulsando a través de todo mi cuerpo. No sé lo que era, o qué lo causaba. Parpadeé
confusa. Cuando volví a mirar, el mundo a mí alrededor comenzó a reducir la velocidad.
Una mosca entró en mi línea de visión, sus alas moviéndose tan lentamente que podía ver
cada agitación, ver incluso la ondulación del aire. Tenía que estar alucinando, pero… frunciendo el
ceño, extendí la mano y pillé el insecto al vuelo.
No, ninguna alucinación. Podía sentirlo. ¿Qué me pasaba?
Tres tiros más se elevaron sobre nuestro coche, y mientras liberaba la mosca, observé el
serpenteante fuego ir hacia Kyrin, lo vi saltar fuera de su camino, moviéndose centímetro a
centímetro. Vi aquel fuego golpear en el suelo, detrás de nosotros. Podría haber bailado alrededor
de aquellos rayos, de tan despacio que se movían.
—Dispara, Mia —gritó él, el sonido profundo, casi deformado, e igual de lento que sus
movimientos.
Me alcé, cada una de mis acciones rápidas. Demasiado rápidas. Mis ojos recorrieron el
aparcamiento. El tirador estaba medio agachado, el blanco pelo flotando sobre su cabeza, sus
delicados rasgos fijos en el lugar. Ella se movía como Kyrin, con movimientos graduales. Estudié
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sus ojos color lavanda, que irradiaban una furia intensa, su delgada nariz y sus altos pómulos
alarmantemente familiares. La había visto antes. Sabía que lo había hecho, pero no recordaba
donde.
Y luego, tan de repente como el extraño remolino vino, me dejó. El cosquilleo abandonó mis
venas y mi cuerpo dejó de pulsar. Todo volvió a cámara rápida y, por una fracción de segundo,
mis ojos se encontraron con el Arcadian femenino y la sorpresa oscureció sus rasgos antes de que
ella desapareciera tras el coche.
Jadeando, me encorvé y miré a Kyrin.
—Mierda santa.
Él me miraba con una expresión extraña, ilegible. Sacudí mi cabeza, de repente cansada,
esperando que una explicación me llegara. No pasó nada. Entonces otra ráfaga se elevó sobre
nosotros, reclamando mi atención.
—¿Conoces a esa mujer?
—Atlanna en Arr.
Atlanna. Se me erizó el vello de la nuca, y sonreí ampliamente, empujando esa cosa de la
ralentización fuera de mi mente. Me gustaba cuando los sospechosos hacían mi trabajo más fácil.
No podía esperar a ponerle las manos encima a esa mujer.
Ella podría haber esperado hasta que Kyrin abandonara este área para intentar matarle en
privado, donde había menos posibilidades de capturarla. Pero no, ella lo hizo aquí, una acción que
gritaba “Mírame, mira lo que puedo hacer”. Aquel tipo de comportamiento encajaba con el perfil
del asesino de Steele. Perfectamente.
Ahora mismo, iba a tener que confiar en Kyrin si esperara conseguir acercarme a Atlanna, y
aunque saberlo no me sentó bien, sabía que no tenía otra opción.
—Ella está detrás del Lexis verde, seis coches más allá, justo en el centro, pero
probablemente ahora ya esté corriendo. Tú vas por la izquierda. Yo por la derecha. Nos
encontraremos con esa zorra.
No esperé su respuesta, ni esperé a ver si seguía mis órdenes. Salté en movimiento. La grava
cortaba mis pantalones y rodillas, y le rogué a Dios poder levantarme y caminar, pero tuve que
quedarme agachada. Atlanna podía haber venido a matar a Kyrin, pero estoy segura que a ella no
le importaría deshacerse de mí también.
—¡Maldita sea! —Oí la maldición de Kyrin—. La encontré.
Me levanté de un salto y rodeé una furgoneta tan rápidamente como mis pies me lo
permitieron, el arma apuntando justo frente a mí. La mujer corría y Kyrin extendió la mano. Él
agarró algunos mechones de su largo pelo, pero ella tiró y se liberó sin reducir la marcha.
Entonces desapareció completamente.
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Me detuve y parpadeé, mirando fijamente el aire vacío donde ella había estado. Se había
escapado. ¡Joder, ella se había escapado!
—¿Cómo diablos desapareció así?
Él liberó los pelos blancos y éstos se fueron a la deriva con la brisa. Sus manos cayeron a sus
costados.
—Supongo que ha estado practicando su transportación molecular.
—Eso no es posi… —corté mis palabras. Cada vez más, comprendía que yo realmente no
sabía una mierda sobre estos alienígenas. Busqué en el aparcamiento cualquier signo de ella y
fruncí el ceño. Realmente se había transportado a sí misma lejos. Maldije por lo bajo.
—Es doloroso —dijo Kyrin—, y Atlanna odia el dolor, por lo que estoy sorprendido de que
lo haya hecho.
—¿Sabes dónde fue?
—¿Crees que estaría aquí si lo supiera?
¡Maldita sea!
—Bien, no me voy a ir a casa con un fracaso —devolví mi atención a Kyrin.
Había perdido una perfecta oportunidad de pillar a Atlanna, pero no permitiría pasar la
oportunidad de pillarlo a él.
—Quédate justo donde estás, y no tendré que hacerte daño —apunté mi arma a su corazón,
muy consciente de que el arma no poseía la capacidad de aturdir. Tranquila con el gatillo, canturreé
mentalmente.
Una parte de mí lamentaba hacer esto. Nosotros acabábamos de actuar como un equipo. Él
me había ayudado. Pero tenía que hacerlo.
—Te daré dos opciones, Kyrin. Puedes ir de buen grado al hospital para ayudar a Dallas, y
luego a comisaría donde contestarás mis preguntas, ya que tienes mucho que explicar… O puedo
dispararte aquí y ahora.
—No vas a dispararme. Me necesitas vivo.
Bajé el cañón hasta su pierna.
—Entonces simplemente te incapacitaré.
Él me dirigió una sonrisa lánguida.
—Como si una pequeña herida en la pierna me impidiera marcharme. Ya has visto lo rápido
que me curo. ¿Y realmente quieres desaprovechar mi sangre?
Él dio un paso hacia mí.
—Quédate dónde estás —grité. No abrí fuego. ¡Condenado! Tenía razón. No le dispararía.
¿Por qué me había molestado en amenazarle siquiera?
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Lentamente y relajado, él cerró la distancia entre nosotros y yo le dejé venir. Sí, bajé mi arma
y esperé. Kyrin se quedó de pie frente a mí durante varios segundos “o quizás, una eternidad” sin
tocarme. Mi respiración se volvió irregular mientras su energía me rodeaba. Mi piel se calentó y
me lamí los labios. Sabía lo que planeaba hacer.
—¿A qué esperas? —gruñí—. Hazlo. No puedo detenerte.
—No quieres detenerme —sus brazos me rodearon y su boca susurró—. Gracias por tu
ayuda.
—De nada —contesté de mala gana.
Sus labios aplastaron los míos, y su lengua saqueó mi boca. Nuestros dientes a duras penas
no chocaron con la fuerza de su invasión. Me entregué a él. Me odié por ello, pero lo hice de todas
formas. Mientras él había caminado hacia mí, la excitación había crecido en mi interior. Cálida y
con fuerza… innegable. Kyrin sabía a fuego y pasión y yo me presioné más contra él.
Pero obligué a mis manos a quedarse a los lados. Podía disfrutar de su beso, podía ansiarlo,
pero no me permitiría participar más de lo que ya lo hacía. Aunque quedarme quieta fue la cosa
más difícil que jamás había hecho. Lo odié. Me gustaba. Odio. Placer.
Él apartó los labios y nos miramos fijamente el uno al otro.
—Arriesgaste tu vida al quedarte conmigo.
—Sí, lo hice. Como recompensa quiero que me cuentes todo lo que sabes de Atlanna —para
mi vergüenza, las palabras surgieron jadeantes.
—Sabes mejor de lo que soñé, Tai la Mar —Kyrin dejó un rastro de ligeros besos como
plumas por toda mi mandíbula—. Hasta la próxima.
Y también desapareció.
Sorprendida, me quedé de pie en silencio, intentando respirar y observando fijamente el
espacio vacío donde él había estado. Remonté un dedo sobre mis labios y fruncí el ceño.
Obviamente, él podía teletransportarse como Atlanna. ¡El muy bastardo! ¿Y por qué se había
quedado todo este tiempo? Podría haberse ido en cualquier momento. ¿Había intentado
protegerme?
Enfundé mi arma y sacudí la cabeza. ¿Entendería alguna vez a estos alienígenas?
El ruido de las sirenas llegó a mis oídos y suspiré. Me quedaría aquí un rato, explicando a la
policía de New Chicago lo que había pasado. ¡Mierda!
No me permití pensar en la pérdida de Atlanna, en besos y la pérdida de Kyrin cuando
conducía horas más tarde hacia casa. No me permití pensar en la extraña… cosa que me invadió y
que, durante algunos segundos, había reducido la velocidad del mundo a mi alrededor. Pensar en
ello traería el miedo, oleadas y oleadas de miedo, ya que esa clase de capacidad era poco natural.
El miedo volvía a una persona débil. Le hacía perder el enfoque.
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Entré penosamente en mi apartamento y comprobé mis mensajes. Había seis de mi padre.
—¿Dónde estás? —preguntaba en el primero. Su voz era agradable, casi como la recordaba
de cuando era niña.
—¿Por qué no estás aquí? —decía en el segundo.
—¿Es así como tratas a la familia? —dijo en el tercero.
Empujando una serie de botones en la pared, me salté los otros mensajes, pero no pude
detener el profundo dolor y pesar que se abría camino en mi interior. No debería importarme lo
que pensara de mí. Él era un hombre viejo, patético, y yo era una mujer adulta. Había estado sola
desde los dieciséis años.
Una pequeña parte de mí, sin embargo, una parte que despreciaba, ansiaba
desesperadamente su aprobación. Siempre lo hice. Quería la clase de aprobación que le había dado
a Kane. La clase de aprobación que podría haberle dado a Dare, si mi hermano hubiera
sobrevivido. La clase de aprobación que una vez tuve, pero que perdí por alguna razón que jamás
entendí.
A él le gustaba lanzarme un hueso de tanto en tanto cuando yo mataba algún otro-mundo,
pero sólo entonces. E incluso así simplemente recibía una débil sonrisa y un impasible:
—Bien hecho.
—Necesitas que te examinen de la cabeza, Mia —refunfuñé a mí misma mientras recogía el
auricular—. Papá —le dije al altavoz y escuché como comenzaba la consecuente llamada.
Mi estómago se encogió de miedo cuando coloqué el pequeño receptor en mi oreja. Podría
afrontar a un grupo de alienígenas y reírme. A veces hasta deseaba la lucha. Pero no podía afrontar
a mi padre sin convertirme en una niña de nuevo: Nerviosa, desesperada. Triste.
Sobre el séptimo toque, él ladró un brusco:
—¡Hola!
—¡Eh!, Papá. Soy yo —me estremecí ante la necesidad de mi tono.
—¿Dónde has estado? —preguntó él con su impasibilidad hacia mí.
—Tuve una emergencia en el trabajo.
—Le has faltado el respeto a tu hermano al no asistir a su memorial. ¿Lo sabes, verdad?
—Lo sé, pero perseguía a un asesino en serie alienígena.
Él hizo una pausa.
—¿Alguna pista?
Yo no podía hablar del caso con él, así que le dije:
—Aún no.
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—Entonces no tenemos nada más de que hablar, ¿no?
Bruscamente, la conexión se cortó, y la señal de marcar zumbó en mi oído. Sostuve el
pequeño y negro auricular frente a mí durante un prolongado momento, en silencio, mirándolo
parpadeando. Me encogí de dolor. En general, no había sido una conversación tan mala. Se lo
había tomado mejor de lo que esperaba. Soltando un suspiro, devolví el receptor al gancho de la
pared.
Enfilé directa a la cocina. Ningún obstáculo redujo mi marcha. En vez de sofá, yo tenía un
escritorio en medio de la sala de estar, enormemente desordenado con papeles y libros. Y a la
izquierda, en la esquina más alejaba, tenía colgada una pequeña pantalla que siempre mostraba las
noticias locales. Dos taburetes y una cafetera en la cocina completaban el conjunto. Todo marrón,
anodino.
Y esa era la extensión de mi mobiliario.
Raras veces me quedaba aquí, y además, la única cosa que hacía en casa era dormir y
trabajar, ¿para qué gastar tiempo y dinero en hacer el lugar acogedor? De todos modos, este
modesto apartamento de una habitación nunca habría lucido como una casa… como si yo supiera
a qué se parecía una casa. Cuando era joven jamás había pertenecido a ninguna, siempre había
sido una forastera.
Puse en marchar la cafetera y el temporizador automático para tres horas a partir de ahora.
Me tomaría una cerveza, me echaría un sueñecito, y para cuando me diera cuenta, el café ya estaría
caliente y esperándome. Abrí la nevera, y al instante, una lista de alimentos necesarios se imprimió
a un lado.
—Lo sé. Lo sé —refunfuñé. No había tenido tiempo de hacer la compra en mucho tiempo.
Bostezando, estiré la mano para coger una cerveza… y ésta se deslizó sola hasta mí.
Asustada, la dejé caer y el cristal se hizo añicos en el suelo. Bajé la vista y observe
parpadeando los trozos rotos y el líquido que se derramaba en todas direcciones. ¿Qué diablos
pasaba? Primero la ralentización durante el tiroteo y ahora esto.
No, no. Esto no acababa de ocurrir. Me lo había imaginado. Estaba cansada, eso era todo. La
botella no había venido hacia mí. Apresuradamente limpié el lío, sin permitirme pensar más en
ello, y caminé a zancadas hasta mi dormitorio.
Un exquisito edredón de color zafiro y esmeralda cubría la cama y había tres cómodas juntas
pegadas contra la pared norte. El edredón era mi único lujo. Me desnudé hasta quedar en bragas y
caí sobre el colchón.
Cuando el sueño me reclamó, mis sueños también.
Un momento no veía nada en mi imaginación; al siguiente veía un brillante calidoscopio de
imágenes: la cara de una mujer destellaba frente a mí… mi cara, comprendí segundos más tarde,
aunque mi pelo cambiaba continuamente de color. Rojo, blanco, amarillo, marrón. Me parecía a un
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camaleón y no entendía la razón de esos cambios. Cada vez que estaba a punto de pillar la
respuesta, mi siempre cambiante imagen se desvanecía.
Entonces vi a mi héroe, Dare. Tenía los brazos abiertos mientras corría hacia él por un
abrazo. Yo tenía sólo seis años. Él diez. Dare me cogió entre sus brazos, y prorrumpimos en risas
tontas y despreocupadas mientras caíamos sobre un cojín de brillantes hojas verdes de verano.
Ante el impacto, ambos nos propulsamos alto en el aire y luego bajamos flotando en una multitud
de colores.
—Te quiero, tontuela —dijo él con esa cariñosa voz suya.
—Yo también te quiero, Dare —impaciente y sonriente, salí de su abrazo y me puse de pie
sobre mis rechonchas piernas—. Encuéntrame, Dare. Encuéntrame —mi risa se arrastró tras de mí
y corrí hacia los cercanos bosques.
Aunque nosotros habíamos jugado al escondite miles de veces antes, yo siempre me ocultaba
detrás de nuestro altísimo roble, que se jactaba de tener grandes ramas y gorjeantes pájaros.
Eché un vistazo sobre mi hombro cuando él saltó tras de mí. Casi me había alcanzado y
gritado “¡te cogí!” cuando las hojas se dispersaron, desaparecieron y mi sueño cambió. De repente
tenía quince años y estaba siendo arrastrada por mi padre por una oscura escalera y luego por un
sucio vestíbulo. Yo lloraba y gritaba:
—Por favor no lo hagas, Papá. Por favor.
—Tienes que aprender respecto, Mia —sus rasgos permanecieron indiferentes mientras él
abría la puerta del sótano de un tirón y me empujaba en la oscuridad.
—Seré buena —gimoteé—. Lo prometo.
—Este es el único modo de aprender —dijo él—. Algún día me lo agradecerás.
Él cerró de golpe la puerta, cortando todas las luces. El chasquido de la cerradura resonó en
mis oídos.
Tan frío. Tan oscuro. Las dos cosas me consumieron casi al instante, y mi pecho se sintió de
pronto demasiado oprimido. No podía respirar. Mi corazón latía desesperado, a punto de explotar
por la tensión.
—Seré buena —grité a la puerta—. Seré muy buena.
Caí de rodillas, la fría pared a mi espalda. Las lágrimas se congelaban en mis mejillas, y el
aire añejo y polvoriento me picó en la nariz. Lamentaba que mi madre no estuviera aquí, o Dare,
pero los dos se habían ido. Los dos me habían abandonado, aunque de forma diferente. Ahora
mismo mi única compañera era una sola silla coja, visible durante los pocos segundos que la
puerta permaneció abierta. Iba a morir aquí, gritaba mi mente. La oscuridad me tragaría por
completo.
Cuando mi cuerpo se llenó de terror, la única salida del cuarto se retorció de pronto y mi
sueño cambió de nuevo.
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En el próximo instante, yo tenía dieciséis años y una mochila de viaje. Estaba de pie frente la
tumba de Dare. La luna estaba alta y el aire era caliente. Las luciérnagas parpadeaban en lo alto, y
los grillos cantaban a coro alrededor de una piedra angular. Vistosas flores florecían alrededor de
mis pies, en directo contraste con mi humor.
—Vengaré tu muerte, Dare —juré—. Vengaré tu muerte y haré que papá se sienta orgulloso.
Ya lo verás.
Lentamente abrí los ojos, sólo para comprender que estaba jadeando, inspirando aliento tras
aliento como si no pudiera conseguir suficiente oxígeno. El sudor empapaba mi cuerpo, causando
que las mantas se adhirieran a mi piel.
Por lo general los sueños tenían ese efecto en mí y lo odiaba.
Con gran esfuerzo, obligué a mi respiración a reducir la marcha y a mi cuerpo relajarse. Eché
un vistazo al reloj de pared. Los números marcaban las 5:39 de la tarde. Tenía tiempo de ducharme
e investigar un poco antes de cenar con Jaxon.
Salí pesadamente de la cama y tropecé dos veces de camino al cuarto de baño. Me cepillé los
dientes y me duché, pero la limpieza en seco no hizo nada para despejarme.
Cuando salí, el olor a café sintético recién hecho llenó las ventanas de mi nariz, fuerte e
intenso.
Me puse el mismo tipo de ropa que ayer: ajustados pantalones negros, camisa negra, botas, y
una chaqueta negra de cuero. Mis pantalones poseían una tira de Velcro en las costuras,
permitiéndome un fácil acceso a las armas atadas a mis muslos. Por supuesto, también tenía armas
y cuchillos estratégicamente atados al resto de mi cuerpo.
Me recogí el pelo en una cola de caballo, fruncí el ceño cuando varios mechones resbalaron
libres, y luego volví a atar la cinta con más fuerza. A veces anhelaba cortarme cada jodida hebra,
pero siempre me detenía antes de dar realmente el tijeretazo. Este era el único aspecto femenino de
mi vida, y simplemente no quería eliminarlo.
Ya vestida, entré en la cocina y rápidamente me bebí dos tazas de café. Me vertí una tercera
taza y llevé el humeante líquido a mi escritorio. Inspeccioné en mi ordenador el reconocimiento de
voz y la identificación de huellas digitales. Mandalay había mencionado que ni Kyrin ni Atlanna
estaban en la base de datos, pero de todas formas lo comprobé de nuevo.
Cuando tecleé el nombre de Atlanna, en cambio, la pantalla se llenó de información sobre la
ciudad perdida de Atlántida. ¿El equivalente a Atlanna, quizás? Desplazándome por la pantalla,
encontré la mayor parte de los artículos intrigantes, y pronuncié una sola orden:
—Impresión.
Sosteniendo los papeles en mis manos, leí:
—Al comienzo de la historia, Zeus, el dios de los dioses, concedió a su hermano Poseidón la
ciudad de Atlántida. Esta isla quedaba fuera de los pilares de Hércules, un punto donde todos los
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océanos del mundo se encontraban. Durante muchas generaciones, los Atlantes prosperaron en
sabiduría y riqueza, y la tierra se desbordaba con alimentos y vino. Pero estos grandes guerreros y
científicos no estaban contentos con lo que tenían, y pronto la avaricia creció en sus corazones.
Ellos comenzaron a invadir otras tierras, deseando esclavizar a los ciudadanos extranjeros. La
guerra reinó en el planeta. Zeus se enfadó por la lucha constante, y justamente culpó a los Atlantes.
Lanzó un gran rayo desde los cielos que impactó en el corazón de la ciudad. La tierra retumbó y se
estremeció, y en minutos, el océano tragó cada roca, hueco y habitante.
Coloqué el artículo al lado de mi taza de café y fruncí el ceño. ¿Era Atlanna como estos
Atlantes? ¿Codiciaba esclavos? Si era así, ¿dónde entraban los bebés? ¿Quería criarlos y crear su
propio ejército?
Eso sonaba algo exagerado.
¿Venderlos, quizás? Me senté más recta. Eso tenía sentido.
—Fertilidad —dije al ordenador, recordando lo que había sido un hilo común en todos los
casos.
Segundos más tarde, varios sitios aparecieron en la pantalla. Imprimí cada página y descubrí
que Rianne Harte, la técnica de laboratorio, había intentado ganarse la aprobación del gobierno
para apoyar unas drogas de fertilidad que ayudaran a aumentar el número de mujeres alienígenas
que pudieran quedarse embarazadas. Mujeres alienígenas, no humanas.
Era interesante, pero no me ayudaba en mi caso. Yo trataba con hombres humanos, lo que
significaría que Atlanna tendría que emparejarlos con mujeres humanas. Nuestros científicos
habían intentado unir el ADN alienígena y el humano, creando híbridos, pero simplemente no se
podía hacer. Algo sobre diferentes tipos de células que al ser extrañas se intentaban matar las unas
a las otras.
Leí el resto del artículo de Harte y me quedé parada cuando encontré por casualidad el
nombre A. en Arr, quien la ayudaba a financiar la investigación. A. en Arr. Atlanna en Arr. Así que
ella quería que sus alienígenas fueran capaces de tener más bebés. Pero, ¿para qué necesitaba a los
varones humanos? Ellos no podían ayudarla con eso.
Tecleé mis apuntes e ideas en una nueva carpeta que titulé “Asesinatos de Fertilidad y
Raptos”. Trabajé durante la siguiente media hora, aliviada de tener al menos una respuesta. Sin
duda, Atlanna era la asesina.
Cuando terminé, refunfuñé, “Guardar y cerrar”, y mi ordenador se cerró. Me levanté. Era
hora de encontrarme con Jaxon para cenar. Apenas podía esperar para contarle lo que había
averiguado.
En ese mismo momento mi unidad telefónica estalló en un gemido agudo. Mi padre, supuse,
así que deliberadamente no contesté mientras reunía el resto de mis armas y cuchillos. No tenía
tiempo de tratar con él. Unos minutos más tarde, mi unidad celular prorrumpió en una serie de
pitidos. La Identificación de Llamadas reveló que era de comisaría.
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Contesté inmediatamente.
—Encontramos a Harte Rianne —dijo Jack—. Está muerta.
Me encontraba de pie en medio de la escena del crimen, catalogando los detalles. A
diferencia de Willian Steele, Rianne Harte no estaba colocada para parecer seductora. Estaba
colocada para parecer brutal. Por supuesto, ella había sido tratada brutalmente. Sus ojos todavía
estaban agrandados por el terror y ella estaba metida dentro de un ataúd, las piernas y los brazos
dolorosamente arqueados.
Teníamos la caja abierta completamente, dándonos una vista general del interior. Desnuda
como ella estaba, fui capaz de ver cada franja, rasguño, señal de mordedura y contusión que
estropeaba todo su cuerpo. El pelo sobre su cabeza había sido totalmente rapado. Sus uñas estaban
rotas y sucias.
Apenas era reconocible como la sonriente mujer que había visto en la foto de sus
identificación personal, pero una muestra de sangre había confirmado que realmente era la
señorita Harte. Ella había sido encerrada dentro del negro y sofocante ataúd con algún tipo de
serpiente o lagarto, aunque esa cosa era de un rojo brillante y obviamente no era de este planeta.
Mandalay la había encontrado aquí, en La Esquina de la Puta, en el mismo bosque dónde
habíamos descubierto a Steele.
—¡Menuda lástima! —murmuró Mandalay antes de caminar rápidamente hacia su coche.
—Lilla no pudo hacer esto —dijo Jaxon a mi lado, alzando la voz sobre el frío viento. Él
apartó la vista del cuerpo y sacudió la cabeza—. No tuvo suficiente tiempo.
—Te equivocas. Tuvo mucho tiempo. Este cuerpo no es reciente, y Lilla no ha estado bajo
custodia desde hace mucho. Aunque para ser honestos —añadí—, no creo que ella lo hiciera. De
nuevo, este crimen es demasiado metódico. Demasiado exacto. Cada detalle estudiado.
Hice una pausa cuando se me ocurrió una idea.
—¿Está Harte, o estuvo, embarazada?
—No lo sé
—Tú —llamé a uno de los agentes cercanos—. Haz una prueba de embarazo con su sangre, y
rápido.
Cinco minutos más tarde, descubrí que no lo estaba y que no lo había estado recientemente.
—Ghost encontró dos pelos —dijo Jaxon—. Arcadian.
—Por supuesto.
—Fueron localizados sobre la misma rama que antes. Es sumamente dudoso que el asesino
se enganchara dos veces el pelo en el mismo punto, así que, o ellos fueron implantados allí y
estamos en el camino incorrecto, o el asesino se burla de nosotros.
—Se ríe de nosotros.
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Sí, Atlanna se burlaba. Le conté lo que había averiguado sobre la fertilidad, Harte, y la
mortífera Atlanna.
—Ella es arrogante como el infierno y está segura de su éxito. Eso ya lo sabíamos, pero ¿por
qué no colocar a Harte con la misma gracia con la que colocó a Steele?
—Podría ser que nos acercáramos a la verdad, y la hayamos cabreado. Podría ser que Harte
la traicionara. O quizás que Steele fuera un regalo para nosotros, y Harte una advertencia.
Todas las posibilidades tenían sentido. Atlanna me había visto en el aparcamiento. Yo le
había disparado, había intentado atraparla. Eso tuvo que cabrearla.
—Sólo hay un modo seguro de averiguarlo —dije.
—Cogiendo a nuestra chica —terminó Jaxon por mí.
Asentí. Algo más fácil de decir que de hacer.
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CAPÍTULO 12
CUANDO llegó homicidios, Jaxon y yo reunimos nuestros apuntes y abandonamos la escena
del crimen. De todos modos, ya teníamos toda la información que necesitábamos.
—Vamos a visitar a Dallas —le dije—. Luego iremos a cenar y hablaremos.
Hacía tiempo que no lo veía y, de repente, necesitaba asegurarme de que estaba bien, que no
estaba más cerca de la muerte.
Jaxon debió sentir mi desesperación, porque abrió la boca para protestar y luego la cerró
apretando los labios.
—Buena idea —dijo finalmente.
Él condujo hasta el condado sin decir otra palabra. Descansé la cabeza contra el
reposacabezas y vacié mi mente. Minutos, o quizás horas más tarde, llegamos, y me encontré
cruzando de una zancada los retorcidos y tranquilos vestíbulos del hospital. Las horas de visita ya
habían acabado en Cuidados Intensivos, pero el personal fue lo bastante amable como para
dejarnos pasar.
Mientras Jaxon esperaba en el pasillo, entré en la habitación de Dallas, respiré
profundamente y me acerqué a la cama. Leí su historial médico. Su estado aún se consideraba
estable, pero no había signos de nuevas mejorías. Sostuve su fría e inerte mano. Su tez había
palidecido ligeramente, su respiración no era tan fuerte como antes.
Luché contra una oleada de terror, pidiéndole a Dios poder aferrarme a la vida por él.
—Escúchame bien —le dije—. Vas a recuperarte. ¿Me oyes? Vas a ponerte bien. Tengo un
plan para conseguirlo —y me dispuse a explicarle todos los detalles—. Jaxon va a ayudarme. Él no
tiene tu afición por el melodrama, pero creo que me proporcionará algún que otro entretenimiento.
Por una vez, creí que Dallas me apretó la mano, como si escuchara cada palabra que
pronunciaba.
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Cuando me marché, me sentía más animada, más dispuesta a enfrentarme a los
acontecimientos del día.
—¿Tienes hambre? —pregunté a Jaxon.
—Siempre.
Conduje a gran velocidad carretera abajo y aparqué frente a Trollie, en una zona donde no
estaba permitido aparcar.
Jaxon y yo comimos un almuerzo rápido, en silencio, los dos perdidos en nuestro
pensamientos. Yo me pedí el especial, sándwich de la casa con patatas fritas y un humeante tazón
de sopa de ternera. Jaxon pidió tostadas integrales, pechuga de pollo a la plancha y un gran zumo
de naranja.
—¿Cómo sobrevives comiendo tan poco? —le pregunté.
—Pues comiendo más veces que una persona normal —cuando terminó, hizo una bola con
su servilleta y tiró el arrugado papel en la mesa—. Algo que tú deberías considerar.
El tiempo de descanso había terminado.
Un duro destello iluminó los ojos de Jaxon, y yo sabía que el mismo destello se reflejaba en
los míos. Hora de trabajar. Me eché hacia atrás en mi asiento.
—Lo más importante es encontrar a Atlanna, pero no tenemos ni idea de dónde puede estar.
Hay dos personas que parecen conocerla bien… Kyrin y Lilla. Lilla está encerrada y la interrogaré
de nuevo, pero también necesitamos a Kyrin. Podríamos enfrentarlos para alcanzar nuestros
propósitos.
—Si queremos pillarle, tendremos que hablar con el novio de Lilla, St. John, cuanto antes —
dijo él—. Venga, pongamos, por así decirlo, la bola en movimiento para el gran acontecimiento.
Oh, sí. La falsa ejecución.
—Vamos.
Media hora más tarde, me encontraba dentro de la oficina de St. John.
Esta no era nada comparable al escasamente decorado recinto que Lilla había ocupado. Aquí,
una lujosa alfombra Borgoña cubría el suelo. El escritorio estaba fabricado con una brillante
madera marroquí muy cara y rara. Las sillas estaban envueltas en un paño de altar y tapizadas a
juego, con los reposapiés perfectamente alineados. Murales de desnudas figuras religiosas
retozando cubrían las paredes, sus burlonas expresiones tan lujosamente detalladas que casi
parecían vivas.
St. John estaba sentado tras el escritorio, su pecosa cara fría y distante. Sus dedos estaban
entrelazados frente a él. Al menos estaba vestido y sus manos no rodeaban unos pechos. Noté que
no nos ofreció asiento. De todos modos, no quería sentarme.
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Un alto y musculosos Al-Rollis, que no era Bob, dio un paso dentro del cuarto. Vestía un
brillante traje púrpura.
—¿Está usted bien, jefe? —preguntó, mirándonos como si fuéramos heladas jarras de agua y
él hubiera estado vagando por el desierto al menos durante un año.
—Estoy bien —dijo St. John—. Puedes irte.
El otro-mundo dio una rápida cabezada, giró, y cerró las dobles puertas tras él.
Crucé los brazos sobre el pecho y esperé.
—Quiero que sepan que mis abogados trabajan arduamente en el caso de Lilla —dijo él a
través de los dientes apretados—. Será puesta en libertad antes de que puedan chasquear los
dedos.
Por puro placer, chasqueé los dedos y luego eché un vistazo sobre cada uno de mis hombros.
—¿Ve que haya sido liberada?
A mi lado, Jaxon sonrió ampliamente.
Las ventanas de la nariz de St. John llamearon, y saltó sobre sus pies. Su silla patinó tras de
sí, mezclándose con el sonido de su siseante jadeo. Escuché el tictac del reloj de pared mientras St.
John me miraba airadamente y con odio en los ojos, aunque rápidamente refrenó su ira y se sentó
de nuevo en la silla.
—¿Qué puedo hacer por usted, Agente Snow? —preguntó, su tono todo lo cortés que podía,
aunque yo pillé un atisbo de furia en las profundidades.
—¿Qué hizo el dos de febrero entre las nueve y las doce de la noche? —pregunté.
Él se rió con genuina diversión, abandonando completamente su cólera por el momento.
Incluso sacó un cigarro de una pequeña pitillera que tenía en la esquina de su escritorio y jugó con
él entre sus dedos, prácticamente desafiándome a detenerlo por la ilegal posesión.
—No van a implicarme en este asesinato.
Arqueé una ceja.
—Conteste la pregunta.
Todavía sonriendo, él se encogió de hombros.
—Estaba aquí, trabajando. Mil personas pueden verificarlo.
—Eso significa que no estuvo en la escena del crimen —dije, descruzando los brazos y
apoyando las manos cerca de las armas atadas a mi cintura—. Pero no quiere decir que no esté
realmente implicado en el asesinato.
Igual que llegó, en el espacio de un latido, St. John perdió su buen humor y enseñó los
dientes en una mueca.
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—¿Qué quiere decir con eso?
—Usted estaba celoso de Steele, ¿verdad?
—No, no lo estaba.
Ignoré su respuesta.
—¿Cuánto cuesta un asesino a sueldo hoy en día? ¿Mil? ¿Dos? Eso es calderilla para usted.
El silencio espesó el aire.
Entonces St. John declaró:
—Está mostrando su desesperación, Agente Snow —y luego entre dientes y de forma
amenazante añadió—: No tengo nada que ver con esto.
Le dediqué una lenta y satisfecha sonrisa. Realmente me encantaba esta parte de mi trabajo.
—Tal vez sí, tal vez no. Creo que será divertido ver cómo intenta probar su inocencia.
—Tenga cuidado —sus ojos brillaron con un fuego amenazador—. Usted no quiere
presionarme. Tengo muchos amigos influyentes.
Descansé el pie sobre el borde de la silla más cercana y eché hacia atrás mi abrigo para
mostrar mi arma. Aún no había tenido tiempo de sustituir mi pyre, y ésta estaba puesta en el nivel
de matar.
—Bien, yo tengo mal genio, Sr. St. John, y no siempre sigo las reglas. Realmente dudo que
usted quiera presionarme a mí.
Cuando él comprendió lo que quería decir, palideció. Sus dedos temblaron cuando estiró la
mano para alcanzar su unidad móvil y llamar a seguridad.
Jaxon lo detuvo diciendo rápidamente:
—Creo que tiene una idea equivocada de lo que aquí pasa, Sr. St. John —mantuvo su tono
afable—. Sabemos que usted no es responsable de la muerte de Steele. Seguimos simplemente el
procedimiento habitual al interrogar a todos los que le conocían.
El hombre dejó quietó el dedo sobre el botón y sus ojos se estrecharon.
—¿Incluye el procedimiento habitual acusar e intimidar?
—No, señor —dijo Jaxon—. Le pido disculpas si le hemos ofendido.
Apreté fuertemente los labios, impidiéndome gritar obscenidades. Me negaba a pedirle
perdón a esta pequeña y sucia comadreja, pero tampoco iba a minar los esfuerzos de Jaxon.
St. John le dio a las azules solapas de su traje de seda un tirón y su expresión se calmó un
poco.
—Me alegra enormemente que alguien no esté ciego a la verdad. Ahora, si han terminado
con sus preguntas, pueden irse.
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Sí, como si fuera a dejarlo tan fácilmente.
—Hay una cosa más —dije—. Suspendo la licencia de apertura del Éxtasis hasta próximo
aviso. No sólo hay sustancias ilegales a la vista de todos, sino que abrigaba a un alienígena
depredador, y los cargos podrían recaer contra usted —mirándole, me acerqué al escritorio, me
incliné y le enderecé la corbata—. Piense en ello mientras decide si tiene más información para
nosotros.
En una bullente explosión de furia, él se levantó de golpe otra vez.
—¿Quién se cree que es? Usted no puede suspenderme. No tiene derecho a hacerlo.
—Tengo todo el derecho —agité mi índice en una acaramelada despedida—. Que tenga un
buen día, Sr. St. John.
—Por qué, zorr…
Cerré la puerta de la oficina con un chasquido y le sonreí a Jaxon.
—Creo que es justo decir que conseguimos toda su atención. Llama a todos tus contactos en
los medios de comunicación de esta área. Estoy lista para tratar con Kyrin.
Él sostuvo mi fija mirada y asintió con la cabeza.
—Le agradezco a Dios que no seas mi enemiga —dijo él con una lenta sonrisa.
11:43 p.m.
NUESTRO plan comenzó perfectamente.
Casi entré en pánico en el momento que pensé en Kyrin teletransportándose molecularmente
junto con su hermana fuera del edificio. Me calmé, sin embargo, cuando comprendí que no era
algo que pudiera hacer o ya lo habría hecho. Supongo que no podía transportarse dentro de un
edificio. De todos modos, no le daría la oportunidad; planeaba erigir un campo de fuerza en el
momento apropiado. Eso podría retenerlo un poco.
Me había pasado la última hora interrogando a Lilla de nuevo y no me había llevado a
ninguna parte. Después, había sustituido mi difunta pyre por otra que realmente funcionara, y
ahora estaba sentada en la oficina de Jack con Jaxon. Esperando. Fingiendo escuchar a mi jefe
mientras me instruía en la misión de esta noche.
Y luego, gracias a Dios, todo pasó.
Tumultuosos y vociferantes, prensa y protestantes asaltaron la oficina central del A.I.R., sus
pancartas balanceándose como botes en una gigantesca ola. Por suerte, los guardias en el punto de
control y los desprevenidos cazadores -quienes estaban preparados para casi cualquier cosa– que
paseaban por el vestíbulo, habían sido capaces de detener y evitar que cualquier civil entrara en las
oficinas reales o en las celdas. Dentro de las blancas paredes del A.I.R., la bulliciosa muchedumbre
era un mar de colores y formas, como un arco iris deforme que se había caído del cielo.
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Jack se detuvo en medio de una frase cuando el aviso llegó.
—Pagosa —ladró en el teléfono. Sus ojos estaban de par en par y sus labios mostraron una
mueca—. ¿Sobre qué protestan?
Aquí viene, pensé, echándole un vistazo a Jaxon. Nuestros ojos se encontraron una fracción de
segundo antes de enfrentarnos a Jack de nuevo y esperamos.
—Vamos para allá —dijo Jack, poniendo de golpe el teléfono en su unidad y parpadeando
hacía nosotros con una incomparable sorpresa.
Sus mejillas estaban encendidas al rojo vivo.
—Hemos sido invadidos —dijo entrecortadamente.
—¿Qué? —dijo Jaxon con fingida sorpresa.
—¿Cómo pudo ocurrir? —pregunté.
Dios, me merecía un premio.
Él nos contestó con un conciso:
—No tengo ni idea. Vamos.
Brincamos sobre nuestros pies y entramos precipitadamente en el vestíbulo con las armas
listas. El alto volumen de la alarma nos asaltó de repente, mezclado con el constante ulular del
código azul. Luces rojas zumbaban sobre las paredes.
Antes de alcanzar siquiera el vestíbulo, un cántico: “Asesinos los cazadores, no los alienígenas”
ya sonaba en mis oídos. Mis dedos se apretaron sobre el arma mientras una oleada de furia me
invadía. Esta gente necesitaba una buena dosis de realidad. ¿Asesinos los cazadores? Por favor.
Ellos sólo veían a los alienígenas buenos, esos que trabajaban en empleos estables y vivían en
prístinas vecindades. Pero no veían a los malos, a aquellos que disfrutaban mutilando a la gente,
dando palizas y violando. No sabían que algunos alienígenas podían controlar la mente, cambiar
el tiempo, teletransportarse en sus casas sin que los detectaran.
Si lo hicieran, se arrodillarían y nos agradecerían todo lo que hacíamos. Pero jamás les
decíamos lo que podía pasar. El pánico se extendería y nuestro gobierno prefería evitar la
situación. Preferían tenerlos en la ignorancia.
Alcanzamos nuestro destino. La gente ocupaba cada centímetro del lugar; las pancartas se
agitaban en todas direcciones.
“Salvar a Lilla” proclamaban todas ellas. Nos abrimos paso a través de la multitud. Luché
contra otra oleada de furia y me obligué a pensar sólo en el asunto que tenía entre manos: Kyrin.
—¿De dónde sacó la maldita prensa la idea de que ejecutaríamos a Lilla esta noche? —exigió
Jack sobre el ruido.
—Lamento no saberlo —dije, respirando superficialmente y explorando la muchedumbre en
busca de la alta y hermosa forma de Kyrin.
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—El maldito bastardo que dijo tal mentira necesita que le den de patadas durante una
semana —dijo Jaxon.
Jack asintió con la cabeza.
—¡Y tanto que sí!
Mis labios se estiraron mientras seguí mirando a mi alrededor, pero un ceño siguió
rápidamente a esa acción. ¡Maldita sea! ¿Dónde diablos estaba Kyrin? ¿Había reclutado a alguien
más para venir en su lugar? ¿Alguien que nosotros no reconoceríamos?
Quizás, pensé, pero luego negué con la cabeza. No. Sólo había estado en su presencia poco
tiempo, pero sabía que él poseía la mentalidad de un héroe. Querría salvar a su hermana él mismo.
Tan arrogante como era, no confiaría en que alguien más hiciera el trabajo.
Vendrá, me aseguré. Todo lo que tenía que hacer era esperar. Cuando entrara en el cuarto lo
sabría. Sentiría sus vibraciones, tal y como las sentí cuando entró en la habitación de Dallas en el
hospital. Tal y como sentí el zumbido de su energía en el callejón, cuando ambos luchamos juntos
contra Atlanna… y cuando nos besamos.
Recordarlo me hizo temblar. Varias emociones acariciaron mi mente. Anticipación. Temor.
Incertidumbre.
Deseo.
Como si lo hubiera evocado, una chispa de conciencia pinchó y chisporroteó a los largo de
mis terminaciones nerviosas. Poco después, el dulce olor a Onadyn llenó las ventanas de mi nariz.
Cada músculo de mi cuerpo se tensó. Cuadré los hombros y entré inmediatamente en estado de
alarma.
Él estaba aquí.
Metí la mano en el bolsillo y cogí una pequeña caja negra. En el interior había un solo botón.
Lo presioné, sabiendo que un campo de fuerza se erigiría fuera.
—No permitáis que nadie cruce esas puertas —me ordenó Jack—. Llamaré por refuerzos.
Y dicho esto, se alejó.
Le eché un vistazo a Jaxon y articulé:
—Kyrin está aquí.
Él, también, se enderezó.
—¿Dónde? ¿Le ves?
—No. Pero lo sé.
Me abrí paso entre la muchedumbre y subí al piso de arriba, mirando hacia atrás dos veces,
asegurándome que nadie me seguía. Soporté una exploración de verificación de identidad y luego
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entré en el cuarto de vigilancia central. Dos guardias sentados frente a los monitores, me miraron
con cautela.
—Apagad la alarma, cerrad todas las puertas de todas las habitaciones y preparadme un
canal de transmisión para todo el edificio.
Los guardias me miraron con sorpresa. Nos habíamos entrenado para una hipotética
situación que requiriera un aislamiento, pero este la primera vez que la poníamos en práctica.
—Hacedlo —ladré.
Uno de los hombres pulsó una serie de botones.
—Puertas cerradas y sistemas preparados para la transmisión —dijo.
Hablando por un micrófono, dije:
—Agentes, detengan a todos los ciudadanos presentes.
—Estos protestantes son humanos —dijo uno de los guardias—. No podemos detenerlos a
no ser que ayuden a una alienígena en un crimen.
—Es una orden —dije bruscamente por el micrófono.
11:55 p.m.
ESPERAR lo desconocido era un infierno para alguien como yo. Impaciente y deseosa, tensa y
preparada, quería que esta noche la victoria fuese mía.
Jaxon y yo estábamos a un lado del vestíbulo, observando cómo los cazadores reunían y
esposaban a cada protestante y reportero presente. Algunos hombres y mujeres corrieron hacia las
puertas en un vano intento por escaparse. Otros lucharon. Pero cada uno de ellos siguió cantando:
“Asesinos los cazadores, no los alienígenas”
Blah, blah, blah, eso fue lo que yo oí.
Los protestantes fuera del edificio también estaban siendo detenidos. Habían lanzado
ladrillos hacia nuestras ventanas protegidas con metal y habían intentado echar abajo las puertas.
Y os lo juro, iban a pagar por ello.
Entremedias, la prensa me lanzaba sus preguntas.
—¿Por qué asesinarán a Lilla en Arr?
—¿Cuantos asesinatos llevaría ya usted? ¿Doscientos? ¿Trescientos?
—¿Posee usted un corazón, Agente Snow?
—¿Cómo es capaz de dormir por la noche?
Los ignoré a todos. Sí, había matado a muchos alienígenas a lo largo de los años, y no lo
lamentaba. Hice lo que tenía que hacer por la seguridad humana.
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Uno de los reporteros, que aún tenía que ser esposado, dirigió una puntiaguda grabadora en
mi dirección.
—Algunos han empezado a llamarles a usted y a sus hombres los Ángeles de la Muerte.
¿Cómo se siente al hacer honor a ese nombre?
—Cierre la jodida boca —dije, luego hice una pausa. Kyrin también me había llamado Ángel
de Muerte y me preguntaba si este hombre lo había escuchado de él—. Encierra a éste separado de
los demás —le dije a uno de los agentes—. Quiero hablar con él en privado.
Me puse de puntillas, esforzándome por ver a Kyrin. Todavía sentía su presencia, pero aún
tenía que pillar un vislumbre de él.
12:21 p.m.
LA muchedumbre había sido sometida, esposada y puestas en línea contra la pared. Los
conté mentalmente. Había más de ochenta hombres y mujeres.
Kyrin no estaba entre ellos.
¿Dónde diablos estaba? Cambié de un pie a otro. ¿Había escapado? No, no. Su energía
todavía ronroneaba dentro de mí. Estaba aquí; tenía que estar aquí.
Me pellizqué el puente de la nariz. Dios, estaba perdida. No sabía qué hacer a continuación.
No podía llamarle por los altavoces y preguntarle si le gustaría encontrarse conmigo en el sector
once para tomar un café.
Entonces… una segunda alarma estalló con un gran estruendo en crescendo.
—Brecha en el sector cinco —reconoció una tranquila y automatizada voz femenina—.
Entrada alienígena desconocida.
Me congelé. La sangre abandonó mi cabeza. Mierda. Mierda, mierda, mierda.
De algún modo Kyrin había evitado nuestra defensa y había entrado en las celdas.
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CAPÍTULO 13
—QUEDAOS aquí —grité a los cazadores que trataban de someter a los cada vez más
asustados protestantes—. Mantenedlos tranquilos. —A Jaxon, le dije—: Es él. —Saltamos a la
acción. Mientras corríamos a través del edificio, permanecimos hombro con hombro, nuestros
brazos balanceándose en armonía. Las paredes laterales parecían un borrón blanco, un mar en
constante movimiento. Una gota de sudor se deslizó por mi omoplatos, y el olor del miedo me
sacudió.
Mi propio miedo.
Kyrin era fuerte. Sabía eso. También existía la nada desdeñable posibilidad de que fuera
inmortal. Pero de todos modos, dudaba que fuera capaz de atravesar las paredes reforzadas con
metal. Así que, ¿cómo había logrado burlar la seguridad?
¿Cómo había evitado las cerraduras, los detectores de movimiento, los escáneres dactilares,
los sensores de calor, la exploración ocular y las baldosas del suelo sensibles al peso?
¿Teletransportación molecular? Entonces ¿por qué no había cogido a Lilla y se habían marchado?
Si él conseguía rescatar a Lilla…
Sólo los cerrojos y exploradores oculares redujeron mi marcha y la de Jaxon. Cuando
franqueamos el último, aceleré el paso, pasando volando a los demás agentes que diligentemente
se apresuraban al sector cinco. Tenía que llegar primero.
—Si coge a Lilla —dijo Jaxon, poniendo voz a mis miedos— estaremos de mierda hasta el
cuello.
—Dios, lo sé.
Alcanzamos nuestro destino, la única entrada a las celdas, y soportamos otro escáner de
retina. La puerta se abrió con conformidad, y entramos de golpe… solo para descubrir que las
gruesas puertas de las celdas estaban cerradas y aseguradas y al guarda dormido en su puesto.
¿Dormido? ¿Con este ruido? ¡Ni hablar!
Jaxon tuvo la misma idea y cabeceó.
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—Te cubro la espalda.
Comprobé el pulso del hombre caído. Demasiado rápido para un plácido sueño.
Definitivamente, no era un sueño natural sino uno inducido por las drogas o el control mental.
—Kyrin ha estado aquí —dije.
Jaxon maldijo por lo bajo.
Un presagio corrió por mis venas.
—Esto no me gusta —refunfuñé—. Vamos entremos y vigilemos la puerta de Lilla.
Extendí la mano, casi presionado mi palma contra el escáner dactilar para abrir la cerradura.
Entonces hice una pausa, con la mano suspendida en el aire. Mi piel hormigueó. Otro
presentimiento, éste era más fuerte e intenso, se estrelló contra mí.
Tenía que abrir la puerta de entrada, pero…
Jaxon me miraba con expectación.
«Hazlo. Abre la puerta» repetían en mi mente, las palabras dichas con aquella rica voz
masculina que siempre me hacía temblar, tanto de temor como de calor. «Abre la puerta».
Permanecí inmóvil. ¿Era posible? ¿Podía Kyrin volverse invisible? ¿Estaba él aquí, ahora,
esperando que entrara a la celda?
—Mia —gritó Jaxon con alarma—. ¿Qué pasa? Tenemos que escoltar a Lilla. Él podría estar
ya dentro.
Eché la mano hacia atrás.
—¿Cómo pudo haber abierto esta puerta?
Jaxon cambió con impaciencia sobre sus pies.
—No lo sé. No importa. Tenemos que entrar. Esta conversación puede esperar.
No. No podía. Una leve brisa acarició mi cuello, una brisa que sostenía la sutil fragancia del
Onadyn. Giré a mi izquierda. No vi nada raro. Giré a la derecha. De nuevo, nada. Pero yo sabía,
sabía, que Kyrin estaba conmigo en el cuarto.
—Mia, joder —dijo Jaxon—. Hagámoslo. —Dio un paso hacia delante, extendiendo la mano,
esperándome. Teníamos que efectuar el escáner dactilar juntos, o la puerta no se abriría.
Justo antes de que su palma tocara el sensor, cerré la distancia entre nosotros y le agarré la
muñeca.
—Kyrin está en el cuarto. No sé cómo, pero él está aquí.
—¿De qué hablas? Él no está aquí. Él es…
—No hay forma de que pudiera haber abierto esta puerta. Creo… —Otra brisa, ésta más
cerca que la primera y yo sentí una onda de calor rozar mi mejilla. No terminé la frase mientras
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liberaba la mano de Jaxon y giraba sobre mis talones. Presioné la espalda contra la puerta de acero,
puse mi arma en el nivel de aturdir y luego señalé con el cañón todo recto.
Jaxon por fin pilló la verdad en mis palabras. Sin otra protesta, él se quitó fuera de mi camino
y se colocó a mi lado, su arma también preparada.
«Abre la puerta», dijo Kyrin, las palabras susurradas en mi oído como el ruego de un amante.
Su voz era baja, un gruñido amenazador. De forma extraña, quise obedecer, aunque no sentía
fantasmales dedos dentro de mi mente intentando doblegarme a su voluntad. Simplemente, mi
parte más femenina quería ayudarle.
—¿Oyes eso? —le pregunté a Jaxon, manteniendo mis ojos al frente.
—¿La alarma?
—La voz.
Él sacudió la cabeza.
Obligué a mis oídos a bloquear el bramido de la alarma y a mi cabeza a bloquear el seductor
timbre de Kyrin. Obligué a mi respiración a reducir la marcha y me concentré en los movimientos
que mis sentidos físicos no podían descubrir.
Más adelante, un veloz relámpago enturbió mi visión, y en el mismo instante, un lánguido
cosquilleo de conciencia onduló a través de mí. Otro borrón, éste a la derecha. Luego otro, a la
izquierda.
—No abriré la puerta —dije al aire frente a mí.
Sentí la plateada mirada de Jaxon fija sobre mí.
Tal vez me equivocaba. Tal vez Kyrin ya se había deslizado por delante de esta puerta, y yo
era una idiota por no irrumpir en las celdas y detenerle. Pero había llegado a confiar en mis
instintos, y por eso, estaba dispuesta a arriesgarme.
—No me importa cuánto tiempo suene la alarma o lo que pase más allá de este cuarto —
dije—. No voy a moverme de este punto.
En el panel de cristal de la entrada más alejada, vi como Jack y varios agentes corrían hacia el
recinto. ¡Maldita sea! ahora mismo no necesitaba su interferencia.
Tenía que detener su avance. Ellos podrían involuntariamente o intencionadamente, arruinar
todo por lo que yo había luchado.
—Cierra la entrada —le dije a Jaxon.
Después de sólo una leve vacilación, él se lanzó a través del pequeño espacio e inutilizó los
cables que permitían entrar y salir. Cuando Jack alcanzó la entrada, golpeó las barras de acero con
un ruido sordo. Observé como su boca se movía rápidamente en una sarta de insultos cuando él
intentó romper la puerta de una sólida patada y luego con un empujón del hombro. No hubo
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suerte. Él sacudió un puño hacia nosotros, su mano formando un arco en el aire en un intento de
llamarme y amenazarme al mismo tiempo.
Di una rápida sacudida de cabeza.
—Muéstrate —grité a Kyrin.
Él no lo hizo, por supuesto.
—Mantente alerta —le dije a Jaxon. Él no apreció la advertencia, pero se la ofrecí de todos
modos. Él no había visto a Kyrin cortarse la palma con un cuchillo, no había visto la herida
cerrarse misteriosamente como si nunca hubiera existido. No había visto el modo en que Kyrin
podía moverse, tan rápidamente que el ojo humano era incapaz de verle. No había sentido su
sobrenatural fuerza—. Pon tu pyre-arma en el nivel de aturdir.
Jack desapareció durante varios largos segundos, y cuando volvió, él y varios agentes
sostenían un ariete. ¿Cuánto tardarían en abrirse camino dentro?
—Muéstrate, Kyrin —grité otra vez—. Te ayudaré a abandonar este lugar indemne. Nos
ayudaremos el uno al otro, como ya hicimos antes.
Otra vez, él no me hizo caso. Vi un atisbo de sombra bailar cerca de mí, luego evaporarse
lejos antes de que pudiera dispararle. ¿Cómo podía moverse así? La frustración me consumió
mientras luchaba por tenerlo a tiro.
—Soy tu única esperanza de huida —dije.
Una ráfaga de aire se onduló. Antes de que pudiera reaccionar, los rasgos de Jaxon se
retorcieron de dolor. Él gruñó y se derrumbó sobre las duras baldosas azules, su pecho subiendo y
bajando mientras respiraba. Sobresaltada, me quedé parada durante sólo un segundo, con la vista
fija en él.
En el próximo instante, mi arma fue apartada de mi mano con un golpe. Observé,
horrorizada, como mi pyre-arma volaba por los aires, estrellándose con un sordo ruido contra la
pared. La furia encendió rápidamente mi sangre, caliente y mortal, lista para explotar.
Había dado sólo un paso hacia la pared cuando, cuatro pies por delante de mí, el aire
empezó a licuarse, a volverse moteado, como una piscina vertical de un majestuoso azul. La niebla
se arremolinó y se rizó como una delgada cinta, brincando hasta el techo. Parpadeé. Pestañeé sólo
una vez pero cuando reenfoqué, Kyrin estaba allí. Completamente visible, una inminente torre de
peligro. Su olor me rodeó, caliente y exótico, mezclado con una pizca de Onadyn.
Pantalones negros de cuero y una camisa negra, muy parecida a la ropa de un cazador,
abrazaban los gruesos músculos de sus muslos y pecho. Su blanco cabello caía suelto sobre sus
hombros, con dos trenzas enmarcando sus sienes. ¿Trenzas de guerra? Me pregunté. Eso sólo le
añadía más atractivo, el insufrible bastardo.
—¿Cómo lo hiciste? —exigí. Independientemente de cómo lo había hecho, no había usado su
capacidad de teletransportación. ¿O lo había hecho?
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Sus intensos ojos violeta me perforaron con resuelta determinación.
—¿Realmente planeabas matarla?
Levanté mi barbilla en un gesto obstinado y permanecí con la boca cerrada, negándome a
contestar. Si decía que sí, él podría enfadarse conmigo por mentir sobre su muerte en primer lugar.
Si decía que no, perdería cualquier ventaja que pudiera haber ganado.
La alarma se paró de repente; alguien debía haberla cambiado al modo silencioso. Mis oídos
siguieron pitando, y mi mirada permaneció fija sobre Kyrin.
—Tú y yo sabemos que te necesito vivo —dije, atenuando mi voz para ajustarla al abrupto
silencio, aunque todo lo que quería hacer era gritar. ¿Cómo podía mi plan haber fracasado tan
rápidamente?—. Ven conmigo. Ayúdame, y yo te ayudaré. Así de simple.
—Aquí estoy tan a salvo como en cualquier otra parte —fue su única respuesta.
Arqueé las cejas. Mi atención se dirigió hacia la puerta, hacia Jack y los vociferantes agentes
detrás y al lado de él.
—Si aquellos cazadores rompen esa barrera, no se detendrán a preguntarte por tu intrusión.
Te matarán. Ellos no saben quién eres, que te necesitamos en el caso o que yo te necesito para
ayudar a Dallas. Sólo saben que eres un alienígena y que estás en un área restringida.
Sus labios se estiraron en una lenta y pecaminosa sonrisa.
—Para matarme, tendrían que cogerme. Y como ya has descubierto, eso es imposible. —Con
pasos meticulosos y cuidadosamente moderados, él se movió lentamente—. No has contestado a
mi pregunta, Tai la Mar. ¿Planeabas asesinar a mi hermana?
—Una ejecución alienígena no es considerado asesinato. En el A.I.R. nos gusta considerarlo
como un servicio público.
Un músculo saltó a la vida en su sien, y él se pasó la lengua por los dientes.
—¿Es que Dallas significa tan poco para ti que estarías dispuesta a destruir tu única baza
negociadora?
Suavicé mi tono… por Dallas, me aseguré a mí misma, no porque lamentara ver a este
hombre preocupado.
—Tu hermana puede ayudarnos en este caso; puede ayudarnos a salvar vidas humanas. Por
el momento, ella está lo bastante segura.
—Podría obligarte a abrir su celda —dijo suavemente.
—Requiere de dos agentes, Kyrin. Dos. Dudo que puedas someterme y apoyar a Jaxon al
mismo tiempo.
—No puedo permitirte que le hagas daño, Mia. ¿Lo entiendes?
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—Entonces hagamos un trato. Dime lo que sabes sobre Atlanna y los raptos. Dime donde
puedo encontrarla. Sé que no eres el asesino, pero también sé que de algún modo estás
involucrado.
Él se quedó inmóvil, la sorpresa oscureciendo sus rasgos.
—¿Qué sabes exactamente de mí?
— Que estuviste en contacto con todas las víctimas. Que salías con Rianne Harte. —Hice una
pausa.
Cuidadosamente, le eché un vistazo a mi arma. Diez pasos y la tendría. Lo aturdiría y lo
obligaría a hacer mi voluntad. Así de simple. Así de fácil. ¡Sí, claro! Me moví poco a poco hacia la
derecha, intentando parecer casual.
—Sé que la fertilidad es el meollo del asunto. ¿Atlanna intenta crear bebés y venderlos?
Él se pasó la mano por el pelo y miró hacia el techo.
Yo di otro paso.
Su mirada regresó a mí, chocando con la mía. Su expresión era ilegible. El silencio nos
envolvió como una gruesa, pesada y opresiva manta. Por el rabillo del ojo vi la mano de un agente
darle algún tipo de instrumento a Jack, él se agachó, y escuché el golpear de acero contra acero. Iba
a desmontar los goznes. La desesperación me asaltó.
Otro paso. Y otro.
—Kyrin… —dije.
Él agitó la mano para hacerme callar.
—Me niego a cooperar con el A.I.R. —dijo, y antes de que yo pudiera pronunciar otra
palabra, desapareció de nuevo. No hubo ninguna advertencia, ningún destello de luz o niebla.
Simplemente desapareció de mi vista.
Alguna cosa… acida quemó mi nariz. Me estremecí e intenté agitar el olor lejos. Me sentí
mareada. Una oscura neblina invadió mi mente, impidiéndome pensar. Luché contra la pesadez de
la niebla, pero un extraño letargo se apoderó de mis huesos, y floté hacia abajo, abajo, abajo…
aunque nunca golpeé las frías baldosas. Unos fuertes y consoladores brazos me rodearon y me
recogieron en un caliente abrazo masculino. Debería haber estado asustada, pero no lo estaba.
Debería haber intentado protestar, pero no lo hice.
—Duerme, ángel —susurró Kyrin, su dulce y cálido aliento abanicando mi mejilla.
Y lo hice.
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CAPÍTULO 14
NOTÉ que estaba atada a una cama.
Mis muñecas y tobillos estaban amarrados a las columnas de caoba de una cama por gruesas
cintas de seda rosa. Mis armas habían desaparecido; no sentía su peso. Mi ropa se sentía
demasiado ligera, pero sabía que algún tipo de material me cubría. Pequeños rayos de luz se
derramaban por el cuarto, pero de algún modo la leve iluminación sólo aumentaba la oscuridad,
dando paso a más sombras.
Mi corazón saltó dentro de mi pecho, y el miedo hundió sus afiladas garras en mi estómago.
Luché contra mis ataduras, intentando dar patadas con las piernas, intentando aflojar mis manos.
Sólo conseguí apretarlas más, y con cada movimiento, la suave seda cortaba profundamente mi
piel. ¡Oh, Dios, no podía liberarme! Con ese conocimiento vino el pánico. Y el pánico me consumió.
Un sollozo burbujeó en mi garganta.
El aire quemaba, volviéndose ceniza en mis pulmones. No podía… respirar. ¡No podía
respirar! Mi garganta se cerró, apretándose con terror. Un sudor frío goteó entre mis pechos y
omóplatos.
Los recuerdos de mi infancia en oscuros armarios, sola y aterrorizada, invadieron mi mente.
Cerré los ojos con fuerza, intentando bloquear el electrizante pavor. Por favor, intenté gritar. Por
favor, que alguien me ayude.
¿Había sido abandonada aquí para morir?
La muerte no me asustaba; pero no quería morir de esta forma. No aquí. No sola. Lucharía
por liberarme. Grité mientras corcoveaba contra las ataduras.
Mi corazón latía tan rápidamente, que temí que el pobre órgano estallara dentro de mi
pecho. Incluso con los ojos cerrados, sentí la habitación inclinarse y girar. Más y más rápido. Pillada
con los pantalones bajados, reconocí mi propia voz resonar en mi oídos. Mi lucha aumentó, frenética.
Tan frenética.
—Tranquila, Mia —susurró un hombre.
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Kyrin.
Kyrin estaba aquí.
Tienes que respirar, pensé desesperadamente. Otro grito intentó salir de mi boca, un grito tan
profundo e intenso que mis cuerdas vocales se estiraron en carne viva por el esfuerzo.
—Estás a salvo —dijo él con su siempre tranquila voz.
—Que te jodan —gruñí, mi voz ronca y rota—. Corta las ligaduras. Corta las jodidas
ligaduras.
—Estás a salvo —repitió él, acariciando con la yema de sus dedos mi febril frente, mis
mejillas y mi barbilla. Su toque era apacible, puro calor líquido y la sensación, la simple presencia
de él, de algún modo, penetró en mi pánico.
Por fin fui capaz de aspirar una gran bocanada de precioso aire. Una vez, dos veces. Mientras
respiraba, olí a suave lluvia… Onadyn. La fragancia invadió mis sentidos. No soy una niña. No estoy
encerrada dentro de un pequeño y húmedo armario. El latido de mi corazón redujo gradualmente la
marcha, y mi terror disminuyó cuando la comprensión penetro en mi mente. Estaba dentro de un
dormitorio y Kyrin estaba a mi lado.
Poco a poco, dejé de forcejear y abrí los ojos. Kyrin se alzaba sobre mí, su mirada fija en la
mía. Sus ojos eran del mismo pálido violeta de antes, y se arremolinaban con vida propia. La
preocupación marcaba las líneas de alrededor de su boca y fruncía el ceño.
Noté que nuestros dedos estaban entrelazados, las palmas una contra la otra. La piel de sus
manos no era suave, sino áspera y callosa, con huesos gruesos y fuertes. El calor y la energía fluían
hacia mí, calmándome aún más. La luz del sol se filtraba a través de las brillantes cortinas color
zafiro que cubrían la gran ventana de la lejana pared.
—Luz —dije entrecortadamente—. Necesito más luz.
—Encender tres luces —dijo Kyrin. Al instantes, tres bombillas que goteaban como lágrimas
de cristal desde una fuente elevada, se encendieron, iluminando intensamente el cuarto. Mis ojos
inspeccionaron el entorno. Estaba encima de una gran y decadente cama de cuatro columnas y un
aterciopelado pabellón carmesí caía como torrentes alrededor de cada borde.
Espejos enmarcados en ébano y con bordes de oro colgaban en medio de todas las paredes.
Brillantes almohadas color turquesa, esmeralda y rubí estaban dispersadas por toda la tarima, y
una gruesa alfombra floral cubría los pulidos suelos de madera. Al lado de la ventana, había una
invitadora y limpia chinea de piedra desprovista de brillantes rescoldos.
Un lugar de profundidad y sensualidad ostensible, sin duda, pero en este momento, era
simplemente una prisión.
Fulminé con la mirada a Kyrin a través de la neblina de mis pestañas.
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—Libérame —gruñí. Mis dientes estaban tan fuertemente apretados, que temí que mi
mandíbula se rompiera. Ahora que el miedo me había abandonado, la furia burbujeaba candente
en mi sangre.
Mirándome, Kyrin sonrió amplia y lánguidamente y liberó mis manos de su apretón. Se echó
hacia atrás, se apoyó sobre un codo y remontó la punta de un dedo por mi muslo.
—Ahí es donde quería llegar.
—Eso no es lo que quería decir. —Bastardo—. Corta los lazos.
Todavía sonriendo, él negó con la cabeza.
—Creo que aún no. Me gusta demasiado dónde estás. En mi cama. Esperando por mi placer.
—Sólo espero tu fallecimiento.
Él rió entre dientes.
—Qué divertida eres, pequeña Mia. ¿Dónde está la apasionada mujer que besé? —Su dedo
continuó danzando sobre mi piel.
—¿Todavía te mientes a ti misma sobre tus deseos, o sólo a mí?
Temblé otra vez, incapaz de detener el movimiento, luego intenté enmascarar mi creciente
excitación y mi conciencia de él con acaloradas palabras.
—Aparta tus manos de mí antes de que te las corte.
La amplia extensión de sus hombros se levantó en un encogimiento. Pero no quitó la mano.
—Sólo quiero darte placer.
O quizás sólo quería hacerme gritar, comprendí. Quizás esperaba quebrar mi espíritu.
Bueno, no permitiría que eso pasara. Frunciendo el ceño, levanté las rodillas de un tirón,
apartando sus dedos.
—¿Quieres complacerme? Déjame ir.
Su cabeza se inclinó a la derecha; su intensa mirada jamás vaciló.
—¿Por qué estar atada te trastorna así? Algunas mujeres lo encuentran bastante excitante.
—Bueno, esas mujeres son idiotas. —Intenté liberarme de nuevo de las ataduras, ignorando
los pinchazos de dolor cuando la seda cortó más profundamente mi piel. Un chorrito de sangre
bajó deslizándose por mi brazo, caliente contra mi fría piel, y luego goteó de mi desnudo codo a la
sábana.
—Estate quieta —me regañó él—. Te haces daño.
Su cara se tensó con intensa concentración mientras abría las palmas y rodeaba con ellas mis
tobillos. Un tibio y cálido hormigueo subió por mis pantorrillas, y luego, lentamente se enfrió,
relajándome perfectamente.
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Lamento admitirlo, pero no quería que parara. Las sensaciones eran demasiado fascinantes.
Demasiado… buenas. Éstas creaban un profundo cosquilleo de carnalidad en mi interior. Quise
extender las piernas e invitar a aquellos mágicos dedos a entrar. Quise su boca en el calor de la
mía, perdido en mi esencia.
—¿Qué haces? —pregunté, casi sin aliento, mi trasero arqueado.
—Shh —fue todo lo que él dijo.
Él acarició con sus manos mis muslos, vientre y muñecas. Me tragué un gemido. ¡Dios, se
sentía bien! Él se detuvo un momento para estudiar el tatuaje de mi muñeca. Remontó un dedo
sobre la negra guadaña y sonrió lentamente.
—Que apropiado. —Él se desvió a la cicatriz del interior de mi brazo, un pequeño regalo que
recibí de un Mec enloquecido. Él colocó un ligero beso sobre la elevada y dentada carne. Nuestros
ojos se encontraron. Sus labios a unas pulgadas de los míos. Tan cerca, de hecho, que sentí su dulce
aliento sobre mi nariz. Me derretí en respuesta. Pronto el mismo narcótico calor se instaló en mis
brazos, enfriándose demasiado rápido.
Cuando Kyrin se apartó, mis muñecas y tobillos ya no dolían, pero mi cuerpo sí… dolía por
tener su peso de vuelta.
Tragué aire y luego pregunté:
—¿Por qué me has traído aquí? —Mi cuerpo traidor podría anhelarlo, pero mi mente era más
lista.
Sus rasgos se volvieron una máscara de resignación.
—Te traje porque tenemos mucho de qué hablar. Sin interrupciones. Sin tu pyre-arma
apuntándome.
—¿Qué te hace pensar que hablaré contigo aquí, ¡um!?
Él soltó otra risita, una rica y retumbante risita que se deslizó por todo mi cuerpo, como una
íntima invitación a besarse más dulcemente.
—Como si pudieras oponerte.
Solté un frustrado gruñido. Él tenía razón.
—¡Simplemente libérame, joder!
—Si hiciera eso, empezarías a repartir golpes a diestro y siniestro, y nos pasaríamos el
tiempo luchando en vez de hablando.
Me mordí el labio inferior y permanecí callada. No podía negar sus palabras sin mentir, y
aunque no me importaba mentirle a este hombre, sabía que el sabría la verdad, así que ¿para qué
esforzarse?
—El A.I.R. vendrá por ti. Ellos te localizarán por tu voz.
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—Primero, no estoy en tu base de datos. Y segundo, aquí no hay amplificadores. Ni
registradores. E incluso si los hubiera, mi casa está construida con paredes insonorizadas. Hasta
dudo que el A.I.R sepa que este lugar existe.
Cambié mis caderas encima del edredón, alejándome de él… y por primera vez vi lo que
llevaba puesto. Vestía una diáfana tela blanca, plisada en un círculo en mi cuello y que luego
bajaba para cubrir mis pechos pero dejaba el estómago desnudo. El suave material se juntaba de
nuevo en mi cintura, caía sobre mis caderas y después me cubría de las piernas a los tobillos con
un delgado velo transparente.
Un brazalete decorado con joyas rodeaba mi bíceps. Hipnotizadoras piedras púrpuras,
demasiado ligeras para ser amatistas y demasiado luminiscente para ser de esta tierra, formaban
un intricado modelo alrededor de la base. Mis uñas se clavaron en mis palmas.
¿Cómo se atrevía a desnudarme y luego a vestirme tan escasamente?
—¿Dónde están mis armas? ¿Mis pantalones y botas?
Indiferente a mis preguntas, Kyrin levantó un mechón de mi pelo. El negro cabello supuso
un erótico contraste con la palidez de su piel.
—Me gusta tu pelo de esta forma —dijo—. Suelto. Como una oscura nube alrededor de tu
cara. —Después él arrastró un dedo sobre mi pecho, causando que mi pezón se endureciera y mi
aliento se atascara.
Reprimí el impulso de disolverme con su toque. ¿Cuándo me había vuelto tan impaciente
por un hombre? ¿Tan necesitada?
¿Cuándo me había vuelto esclava de mis sentidos?
—Quiero mi ropa de vuelta —dije, endureciendo a propósito mi tono.
Su mirada viajó por la longitud de mi cuerpo.
—¿No te gusta este vestido?
—¿Tú qué crees?
Él sonrió despacio.
—Dime, Kyrin. ¿Disfrutaste desnudando a una mujer desvalida e inconsciente?
Con movimientos exagerados, él se inclinó hacia mí hasta que nuestros rostros casi se
tocaron.
—Dudo que alguna vez hayas estado desvalida, Tai la Mar.
Levanté la cabeza, cerrando incluso más la distancia. Mi nariz rozó la punta de la suya.
—Tienes un minuto para devolverme cada prenda de ropa, cada arma que me quitaste. O
voy a… voy a…
Sus cejas se arquearon con insolencia.
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—¿O vas a qué?
Dios, no sabía lo que haría. Mi cabeza se arrojó contra la almohada, y chillé.
Él no vaciló, ni siquiera pareció afectado cuando admitió:
—Ya he destruido tu ropa y tus armas.
—Bastardo de mierda.
—No estés enfadada porque te haya vestido así. Quería verte con la ropa de mi patria. —Su
voz carecía de cualquier señal de arrepentimiento, sólo sostenía un ronco eco de deseo—. Y debo
decirte, ángel oscuro, que este atuendo es como tú. Parecido al sexo. Sexo excepcional y carnal.
Eres más hermosa de lo que había imaginado… —Se inclinaba más cerca a cada palabra, cerrando
la distancia entre nosotros de nuevo como si no le gustara estar separado—. E imagino a ti y a mí
haciéndolo. Desnuda, debajo de mí, sobre mí, tomándome dentro de tu cuerpo y…
—¡Cállate! —dije jadeando, la humedad reunida entre mis piernas.
No te ablandes. Él te ha atado con cuerdas a su cama.
Su mirada se apropió de mis labios, luego se movió a mis ojos. Sostuve su mirada fijamente,
el aire a nuestro alrededor espesado por la tensión sexual. Bruscamente, él negó con la cabeza.
—No. Aún no.
Rompiendo el extraño hechizo que tenía sobre mis sentidos, Kyrin saltó de la cama y caminó
hacia la ventana. Manteniéndose de espaldas a mí, dijo:
—Quiero besarte otra vez, pero no antes de que te explique algunas cosas —Él inspiró
profundamente—. No puedes abandonar esta casa, Mia. El brazalete se asegurará de eso.
Parpadeé con confusión.
—No te entiendo.
—Si sales de esta casa, una descarga empezará en la banda y viajará por todo tu cuerpo. El
dolor, intenso y acuciante, sólo cesará cuando entres de nuevo en mi hogar.
—Estás mintiendo.
—Lo digo para que no te enfades o te asustes —dijo—, para advertirte de lo que acarreará
una tentativa de fuga. Permanecerás aquí como mi invitada hasta que nuestro trato sea concluido.
El timbre ronco de su voz fue tan llano, tan resuelto.
¡Dios mío! decía la verdad. Pensaba atraparme como a un animal, llevándose mi libertad y
derechos. Los dedos de mis pies se rizaron con la fuerza de mi angustia.
—¿Secuestraste a Rianne Harte y la ataste de esta forma?
Él giró y me afrontó, los ojos torturados.
—Intenté protéger a Rianne.
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—¿De la misma forma que tu hermana intentó proteger a William Steele? —me mofé.
Un músculo palpitó en su mandíbula y él no contestó.
—Este no es el modo de cortejar a una mujer en tus manos.
Sus cejas se levantaron.
—¿No lo es? —Él se acostó a mi lado de nuevo, su cadera pegada a la mía, y levantó otro
zarcillo de mi pelo. Frotó los brillantes hilos entre sus dedos, los miró caer y luego se apoderó otra
vez de ellos, el deseo creciendo en su expresión—. Quizás debería intentar demostrarte lo
equivocada que estás.
El conocimiento de mi encarcelamiento luchaba contra mi todavía intenso deseo. Sigue
hablando, me dije a mi misma.
—Jamás me contaste el tipo de trato que tenemos, ese por el que vale la pena arriesgar la
vida al secuéstrame en mi propio lugar de trabajo.
—Al principio pensé en cambiarte por mi hermana —admitió, acariciando mi pelo contra su
mejilla. Su ojos se cerraron en rendición, al igual que mi cuero cabelludo cosquilleó con la
embriagadora sensación.
Eché la cabeza a un lado, apartando rápida y de manera eficiente los oscuros mechones de
sus manos.
—El lema de los agentes es el deber antes que los sentimientos. El A.I.R. no negociará mi
liberación.
—¿Tus colegas te condenarían a la muerte? —me preguntó.
—En un latido del corazón —contesté. No, no es cierto. Ellos le perseguirían y lucharían por
mí, igual que yo haría por ellos.
Kyrin ladeó la cabeza, los ojos encendidos con curiosidad.
—¿Y eso no te molesta?
Entendía la política del A.I.R. Yo incluso había ayudado a crearla.
—¿Por qué poner a un asesino en libertad para salvar una vida?. El asesino entonces quitará
muchas más.
—Esta conversación es innecesaria —dijo él con una ondulación de su mano—. Antes de que
despertarás, ya había decidido no intercambiarte.
El miedo se desplegó en mi interior.
—Entonces ¿qué planeas hacer conmigo? ¿Cuánto tiempo esperas mantenerme aquí?
Él deliberó un momento, antes de contestar evasivamente:
—Te mantendré sólo el tiempo necesario para ganarme tu confianza.
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¿Confianza? ¿Hablaba en serio? Resoplé.
—Confiaste en mí una vez, cuando te ayudé a coger a Atlanna.
—Me tienes atada a una cama. ¿Cómo puedo volver a confiar en ti de nuevo? —De todos
modos, confiaba en muy poca gente, y todos eran humanos—. No creía que fueras un tonto hasta
ahora.
—Ya veremos —fue su única respuesta.
Él se levantó y dio un paso hacia la puerta.
Un pequeño rescoldo de pánico volvió a la vida. Tiré otra vez de mis ataduras.
—¿A dónde vas? —grité—. No me dejes aquí.
Él hizo una pausa y me miró. Me derrumbé contra el suave colchón. Tenía que decir algo,
cualquier cosa, para mantenerle conmigo. No quería quedarme sola de nuevo.
—¿Por qué eres tan reservado sobre Atlanna? —pregunté—. ¿Estás ayudándola? ¿Es el
mantenerme aquí un plan que habéis preparado juntos?
Aquel brillo torturado volvió a sus ojos.
—No. Preferiría morir antes que ayudarla.
—Entonces déjame ir y ayúdame a encontrarla.
—Te ayudaré, Mia. A ti. No al A.I.R. Detesto a todos los cazadores.
—Yo soy un cazador. —Nuestras miradas chocaron, y yo fui incapaz de apartar los ojos.
—Por ti —dijo—, estoy dispuesto a reconsiderarlo. —Soltó un suspiro—. ¿Tienes hambre?
Mi estómago se anudó en protesta, pero dije:
—Sí. —La comida siempre relajaba a la gente. Los volvía más dispuesto a hablar.
—Comeremos.
—Tendrás que desatarme —dije, haciendo un considerable esfuerzo por no rogar.
Él asintió.
—Había pensado en traerte aquí la comida, pero he decido confiar en ti con la esperanza de
que así tú confíes en mí. Pero debes darme tu palabra de que no pelearás conmigo.
—Prometo no asesinarte hasta que no termine la comida. ¿Te parece bien eso?
Sonriendo ampliamente, dijo:
—Después de comer, simplemente te ataré de nuevo. ¿Te parece bien eso? —Él se acercó a
mí, sacó una pequeña y delgada daga de su bolsillo, y con cuidado cortó la seda que me ataba.
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Una vez liberada, reaccioné por instinto. Sentándome en la cama, eché hacia atrás el codo y
con un movimiento fluido estampé mis nudillos en la parte superior de su pómulo. Su cabeza
azotó a un lado.
Cuando no hice ningún movimiento más para atacarle, lentamente Kyrin volvió a mirarme.
Él se tocó la ahora enrojecida piel.
—Dije que no te mataría y no lo haré, pero no dije nada de no darte la jodida paliza que te
mereces.
—Mi error —dijo él.
—Jamás vuelvas a atarme de nuevo —gruñí—. Y ahora, vamos a comer.
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CAPÍTULO 15
LA culpa se enroscó en mi interior mientras me sentaba en la mesa de Kyrin y me daba un
festín con la ensalada de romero y gambas. Dallas estaba en el hospital luchando por su vida. Los
cazadores probablemente peinaban los límites de la ciudad buscándome. Y yo estaba aquí, sentada
en una alta silla de satén y oro, llenando mi boca con exquisiteces.
Peor, realmente lo estaba disfrutando.
Kyrin y yo habíamos creado una especie de tregua. Por ahora, en este momento, éramos
simplemente un hombre y una mujer disfrutando de una comida deliciosa. La superficie de una
mesa egipcia tallada a mano nos separaba, pero nuestras piernas estaban lo suficientemente juntas
como para tocarse… y tocarme es lo que él hacía, rozando su muslo contra el mío. La suavidad de
sus pantalones y la delgadez de mi velo creaban una fricción que no podía ignorar.
Me encontré jadeando, aguardando el siguiente roce.
—¿Quieres postre? —preguntó él, echándose hacia atrás en el brocado banco.
Mi boca se hizo agua.
—Sí —dije, el frío aire llegaba a través de las paredes y atormentaba mi desnuda piel—.
Gracias.
Uno de sus criados, que rechazó encontrarse con mi mirada, dejó una bandeja de porcelana
llena con pastelitos de chocolate, crema y trufas de zarzamora justo frente a mí. Casi ronroneé de
pura alegría.
Desde la casi aniquilación de la planta de cacao, el chocolate era considerado un raro tesoro.
Sólo las más ricas e influyentes personas era capaces de adquirirlo. Antes de que hubiera decidido
que no me quería, mi padre me regaló una chocolatina. Todavía recordaba lo maravilloso que
había sido, como había pedido más, pero él sólo tenía una.
Con dedos inestables, coloqué con cuidado un pastelito en mi boca y… mis papilas
gustativas explotaron. ¡Oh, Dios mío! Mis ojos se cerraron por propio acuerdo mientras una pura
rendición se disolvía en mi boca. A eso es lo que el chocolate sabía. A rendición pura.
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Matadme ahora, pensé, porque por fin había entrado en las puertas de paraíso.
Cuando fui capaz de abrir los ojos, Kyrin me miraba con fuego fundido en sus ojos. Sostuve
su mirada fijamente durante unos prolongados minutos.
—¿Son todos los Arcadians tan… sexuales como tú?
Él sonrió tímidamente.
—Somos una raza sumamente sexual, sí.
Obligué a mis ojos a apartarse de él y observé el parpadeo de las velas perfumadas con
canela y vainilla. Sombras y luces retozaban a lo largo de las paredes con estampados florales y de
color rosa, bailando con las llamas.
Aquellas mismas sombras habían danzado sobre la cara de Kyrin, otorgándole a sus
pómulos un duro y casi áspero aspecto.
Mi atención se desvió a los muebles circundantes. Un mar de vivos colores y texturas, todo
selecto, llenaba su casa. Flores frescas se derramaban por las bajas mesas, y los bordes de una
elegante manta se entretejían con los pétalos de esas mismas flores. Elegantes sillas de marfil
contrastaban con las paredes jaspeadas en plata.
Tal riqueza me asombró.
—¿Cómo adquiriste todo esto? —pregunté.
Él se encogió de hombros.
—Arcadia es rica en minerales que tu mundo aprecia. Diamantes, oro, zafiros, y muchos
más. Cuando vine a través de la entrada Interestelar, simplemente traje unos cuantos conmigo.
Cuánto más hablaba Kyrin, más cautivada me sentía.
—Háblame de Arcadia.
—Es mucho más pequeño que este mundo y mucho más atestado, con apenas espacio para
respirar. Nuestra gente vive tanto tiempo que la población apenas envejece —el tocó el borde de su
copa de vino—. Hace años que promulgamos la ley que prohíbe a las mujeres tener más de un hijo,
pero muchos los tienen en secreto.
—Obviamente, técnicamente estáis más avanzados que nosotros, lo que explicaría vuestra
capacidad de teletransportación molecular.
—Aún tenemos que dominar la transportación a espacios cubiertos sin salir seriamente
heridos. Cualquiera que lo intente, terminará con pedazos de muebles o de pared en su interior, y
moriría poco después.
—Ya que estáis tan determinados a quedaros aquí, quizás deberíais trabajar con nuestros
científicos para ayudarnos en los avances de este mundo.
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—O quizás —dijo él, encontrando solemnemente mi mirada—, el avance tecnológico hace
más mal que bien.
Fruncí el ceño.
—Explícate.
Echando un vistazo a su comida, él encogió los hombros de nuevo. No pudo ocultar o
enmascarar el atormentado manto que cubrió sus rasgos.
—La gente inocente muere durante los experimentos. A veces, de una muerte horrible.
Me incliné hacia atrás en mi asiento, manteniendo los ojos fijos sobre él.
—Comienzo a entenderte, Kyrin. Has hecho cosas de las que te avergüenzas. No intentes
negarlo —dije cuando él abrió la boca para hablar—. Comprender a la gente es parte de mi trabajo.
¿Realizaste experimentos, verdad? Y aquellos experimentos mataron a personas. En el tiroteo con
Atlanna, mencionaste la expiación de pecados pasados.
No contestó.
—Escucha, puedes dormir tranquilo. Si la gente se ofrece voluntaria para un trabajo, ellos de
buen grado aceptan el riesgo. No veo el problema.
—¿Y si no se ofrecen?
Bien, así que obviamente no había obtenido el permiso para realizar cualquier experimento
que hubiera hecho. No sabía que decir a eso. ¿Eran los científicos unos monstruos por intentar que
la sociedad avanzara sin importar el coste? ¿El fin justificaba los medios? Como una asesina a
sueldo, a menudo pensaba que sí…
—¿Trabajaste para Atlanna en cierta época? —Le pregunté. Ella había financiado la
investigación de Rianne Harte, por lo que la mujer estaba metida en la ciencia.
Kyrin apartó su plato.
—La cena ha terminado.
Bingo.
—¿Qué le ayudaste a hacer?
—No le ayudé a secuestrar o matar a ninguno de los hombres, te lo aseguro —su voz era
tensa—. Y ahora, la cena ha terminado.
Muy bien… lo dejaría estar. Por ahora. Porque, bueno, le creía. Él no había ayudado ni había
matado a los hombres.
Observé perpleja mi plato, comprendiendo que me había comido cada pedazo y migaja de
chocolate. Suspiré.
—Sí, la cena ha terminado.
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—¿Me obligarás a atarte ahora? —preguntó Kyrin, doblando los brazos sobre el pecho—, ¿o
vas a comportarte?
Apreté los dientes.
—No soy una niña.
Su mirada me recorrió entera y él dijo:
—No, definitivamente no lo eres.
—¿Qué te hace pensar que te permitiría atarme una segunda vez?
—Vives para el desafío, y eso me gusta de ti. Me hace sentirme vivo. Jamás me he sentido tan
vivo como cuando estoy contigo.
Lo mismo podría decirse de mí.
La comprensión me golpeó, y casi hice un movimiento hacia la salida más cercana. La forma
en la que él me afectaba daba miedo pero me obligué a permanecer sentada. Tenía a Kyrin
exactamente donde Jaxon y yo queríamos… fácilmente disponible para sonsacarle información.
Desde luego, yo contaba con tres desventajas al estar aquí en vez de en comisaría: primera,
ninguna de mis armas estaba en mi posesión. Segunda, este era territorio de Kyrin, no mío. Y
tercera, estaba prácticamente desnuda. Este maldito vestido estaba hecho para la seducción, no
para la guerra.
Bueno, pensé al instante, en realidad podría usar el vestido en mi ventaja.
Bebí a sorbos de mi vino y me recliné en la acolchada silla, mirándolo con expectación.
—Antes de que termine nuestra tregua, tengo algunas preguntas más que hacerte.
—Pregunta —dijo él.
Y eso hice.
—No usaste la transferencia molecular en la comisaría, así que… ¿cómo fuiste capaz de
aparecer y desaparecer tan rápidamente?
—No desaparecí. No realmente. Simplemente me moví más rápido de lo que tu ojo podía
verme.
—Podrías haberte movido a esa velocidad en nuestra pequeña pelea en el aparcamiento del
hospital.
—Cierto —el destello en sus ojos se volvió travieso—. Pero si lo hubiera hecho mi cuerpo
jamás habría entrado en completo contacto con el tuyo.
Traté de ocultar una sonrisa. Cómo me gustaba este hombre.
—No todos los Arcadians pueden hacerlo —dije—. Moverse tan rápidamente, quiero decir.
—Muy pocos —contestó él con un tono de orgullo en su voz.
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Mientras lo consideraba, la curiosidad me invadió. No por los demás Arcadians, si no por
éste en particular…
—¿Por qué tú puedes?
—Bastante simple. Esa es una capacidad con la que nací. Todos los Arcadians son
bendecidos con ciertas capacidades. Lilla, por ejemplo, tiene una gran capacidad para el control
mental.
—¿Y tú no? —pregunté, comprendiendo que él nunca había intentado dictar mis acciones
con su mente. Un punto a su favor.
—Soy telepático, capaz de plasmar mis pensamientos dentro de la cabeza de otros, pero
dominar las acciones de una persona no es una capacidad que posea. Ni que me interese.
—¿Para qué usar el control mental cuando puedes usar la fuerza, verdad? —Acaricié el
brazalete.
—Lo que hago, lo hago por el bien mayor. ¿No es así cómo haces tu trabajo?
Me enderecé de golpe, afrontándole con un ceño.
—¿Qué quieres decir?
Él suspiró.
—¿Qué otras preguntas tiene para mí?
—Quiero saber si tengo razón. Quiero saber si Atlanna crea bebés.
—Sí —contestó simplemente. Cuidadoso.
Un pedazo del rompecabezas encajó en su lugar. Yo había tenido razón. Fertilidad. Bebés. La
muy zorra planeaba crear tanto niños como pudiera y luego venderlos por dinero. ¿Qué clase de
enferma haría algo así? ¿Por qué demonios secuestraba a hombres humanos? ¿Tenía adeptos
humanos y se apareaba con ellos?
—¿Cuál es tu participación? Cenaste con William Steele la noche antes de su rapto. ¿Por qué?
Su expresión se volvió recelosa.
—Trabé amistad con Willian, no para hacerle daño, sino para ayudarle.
Mis cejas se arquearon.
—¿Y lo hiciste? ¿Realmente le ayudaste?
Un músculo latió en su mandíbula.
—Soy bien consciente de que mi ayuda tuvo un resultado negativo. No necesito que me lo
recuerdes.
Su acento se volvía más cerrado, más pronunciado, con cada palabra que decía. Había tocado
un nervio.
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—Se que advertiste a los hombres con la esperanza de redimirte, pero eso me hace
preguntarme como sabías que ellos estaban en peligro en primer lugar.
—¿Cómo puedo realmente confiar en ti, Mia Snow?
—Si quieres que yo aprenda a confiar en ti, tú también deberás aprender a confiar en mí.
Kyrin se llevó la copa a los labios y agotó el rico Borgoña.
—No has preguntado lo que Atlanna hace con los niños —dijo, apartando la atención de sí
mismo. Su barbilla se inclinó a un lado—. ¿Por qué?
—Ella planea venderlos. Lo supuse hace mucho.
—Algunos de ellos, sí.
—¿Y el resto?
—En el fondo ella es una científica. Los demás, bueno, los usa en sus experimentos.
Me puse rígida.
—Lo dices como si los niños ya hubieran nacido pero no ha había tiempo para ello. Willian y
los demás fueran raptados recientemente.
—William y los demás no fueron los primeros. Sólo son los primeros de los que tenéis
conocimiento. Muchos niños ya han nacido.
¡Dios mío! La repulsión por los crímenes de esta mujer y la compasión por los bebés
inocentes que habían sido vendidos al mejor postor o hecho algo peor, me invadió.
—¿Qué tipo de experimentos?
Mientras hablaba, puro y crudo odio chispeó a la vida en mi interior. Quería a Atlanna
muerta. Quería que sufriera. Y quería ser yo quien le hiciera sufrir.
Kyrin presionó sus labios juntos y dejó la copa a un lado.
—No me lo dirás —dije, una declaración, no una pregunta. Me mordí la lengua para evitar
soltar por mi boca una sarta de maldiciones.
—No. O al menos, aún no.
—Quiero saberlo —cerré de golpe mi puño contra la mesa—. ¡Ahora!
—No estás preparada para la verdad.
Agarré mi tenedor tan fuerte que el color abandonó mis nudillos.
—Sabes que la cazaré y la mataré. Sabes que haré todo lo posible para salvar a esos bebés. Es
lo que importa. Nada más. ¿O quieres a Atlanna viva?
—No. La quiero muerta, igual que tú, pero hay más en todo esto que tú no entiendes.
—Explícamelo. Estoy aquí. Dispuesta a escuchar.
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El pelo se balanceó en sus sienes cuando él negó con la cabeza.
—Te lo dije. Aún no estás preparada para la verdad, Mia —antes de que pudiera responder,
añadió—, ¿te gustaría hablar de tu amigo Dallas?
Mis hombros se enderezaron. Me incliné hacia adelante y descansé mis codos sobre la mesa,
dejando el tema de Atlanna temporalmente aparcado.
—¿Lo curarás?
—Quizás.
Salté sobre mis pies, mi vestido arremolinándose en mis tobillos. Mi silla patinó tras de mí y
luego cayó con un ruido sordo.
—Ya he tenido suficiente de tu respuesta de mierda no-estás-preparada-para-saber-laverdad. Nuestra tregua ha terminado.
Lentamente, Kyrin se puso de pie, la decepción profundizando las líneas alrededor de su
boca.
—Debemos trabajar juntos como antes. ¿No fueron aquellas tus palabras?
—Yo estoy dispuesta a hacerlo. Tú no. Si no contestas a mis preguntas, es que no estás
interesado en trabajar conmigo.
—Hay tanto que no sabes.
—Pues cuéntamelo.
—No puedo.
—¿Por qué?
—Simplemente… no puedo. Ven. Te escoltaré de regreso a tu cuarto.
—Dije en serio lo de antes. Tendrás que pelear conmigo.
—Si es tu deseo. Simplemente terminarás atada a la cama de nuevo.
—¿Crees que te resultará fácil, verdad? —Me reí, el sonido desprovisto completamente de
humor—. Si te acercas a mí ahora mismo, derramaré tu sangre en un tazón y te dejaré morir aquí
—lo dije tan seria, tan calmada, que mis palabras dejaron un frío helado en la habitación.
Kyrin frunció los labios, pareciendo tan casual y tan a gusto como si seleccionara que pastel
consumir para el desayuno, el arrogante bastardo.
—¡Lo entenderás si me defiendo?
—Por supuesto. Estaría decepcionada si no lo hicieras. ¿Interferirán tus criados?
—Claro que no. Ellos no nos molestarán… —sus ojos brillaron con depravada anticipación—
… sin importar los sonidos que tú hagas.
—Muy bien, entonces. Perfecto, vamos.
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Me moví alrededor de la mesa con deliberada lentitud, dirigiéndome directamente hacia él.
Kyrin caminó en dirección opuesta. Nos perseguimos el uno al otro, y la impaciencia me atravesó.
Me paré y le hice señas con el dedo.
—Ven aquí si te atreves.
Él rió.
—Sucede que me gusta donde estoy.
Él iba a usar su habilidad rápido-como-un-rayo. Podía verlo en sus ojos, y no podía
permitirle esa ventaja. Antes de que él pudiera tomar su próximo aliento, agarré el tazón con la
vinagreta de romero y le lancé el contenido a la cara, porcelana incluida. El líquido salpicó en sus
ojos y boca mientras el tazón se estrellaba contra su frente.
Él gruñó y después aulló. Supongo que el vinagre escocía. ¡¡Já!! Controlé el impulso de
sonreír abiertamente. Salté sobre la brillante y oscura mesa… y casi me estampé contra el suelo
cuando me pisé el dobladillo de mi falda. Mi diversión se borró en tanto me enderezaba y le
lanzaba tres platos en rápida sucesión. Mientras él se frotaba los ojos, intentó esquivar cada misil.
Sólo logró darse contra su silla y caer sobre la alfombra.
Mientras Kyrin estaba allí tendido, incapaz de ver, hice una pausa para admirar mi obra
artesanal. Fideos y verduras goteaban de su empapada ropa. Mi ensalada alienígena, pensé con aire
de suficiencia.
Pero no era suficiente. Me había secuestrado, me había mantenido cautiva, me había
desnudado, y me había obligado a llevar este transparente vestido porno. Merecía más. Él se
negaba a darme las respuestas que necesitaba, y decía que quizás podría ayudar a Dallas. Bueno, no
era suficiente. En un principio había esperado atraerlo a mí para encarcelarlo, y ese plan no había
cambiado. Él sólo había cambiado el lugar de su captura.
Decidida, brinqué a la alfombra y lo golpeé con cada onza de fuerza que poseía. Su barbilla
se sacudió a un lado y Kyrin rodó sobre la cara manta que yo acababa de arruinar con la comida.
Él intentó estabilizarse, tratando de ponerse de rodillas, pero le di una patada en el estómago. Su
aliento se atascó en sus pulmones. Lo empujé por el hombro, haciéndole girar de espaldas.
Entonces salté sobre él, sentándome a horcajadas sobre su cintura, fijándolo donde estaba.
—¿Secuestrándome, verdad? —Estrellé mi puño en su ojo izquierdo—. ¿Atándome a una
cama, no? —Golpeé su ojo derecho—. Rechazando contestarme, vas a…
Mis palabras se cortaron de golpe cuando sus manos agarraron mis caderas y me empujaron
contra su pecho.
Dureza contra suavidad. Una de sus pegajosas palmas se retorció en mi pelo y de un tirón
me acercó, hasta que sólo un soplo de aire nos separaba. Él olía a romero.
—Voy a besarte —advirtió—. No el dulce y ligero beso de los hombres de la tierra, no como
la otra vez, sino con un beso duro y concienzudo de los Arcadians.
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—Hazlo y te morderé la lengua —le dije acaloradamente, pero no hice ningún movimiento
para apartarme.
No, me hundí más cómodamente en él, y mis terminaciones nerviosas explotaron con la
sensación.
—No, te daré de patadas en el culo —dije, esta vez sin ninguna ira en absoluto en mi tono, si
no sin aliento.
No debería desearlo así.
Sé que ya me lo había dicho antes, y probablemente tendría que recordármelo mil veces más.
El hombre me estaba prohibido. Tal vez ese era su encanto. Como aquella vez que mi madre me
dijo que no comiera de aquella caja de galletas. En el momento que ella dijo las palabras, aquellas
malditas galletas de repente se volvieron las más deliciosas. Tenía que comérmelas. Y me las había
comido, por supuesto, y me gané un rugiente dolor de estómago.
La mano sobre mi cadera viajó más abajo, ahuecando mi trasero. Un fuego se coció a fuego
lento bajo mi piel, las llamas lamiendo oscura y profundamente. Mi creciente hambre por él era
casi tan seductor como el mismo hombre.
—Si no puedes ser honesta conmigo —dijo—, al menos se honesta contigo misma. Me
deseas. Ya nos hemos besado antes, sabes como de bueno puede ser.
—Sí —la palabra sostuvo un amplio significado.
Me empujó más cerca hasta que nada nos separaba. Mis labios se abrieron, dispuestos. Y
luego devastó mi boca, allí, sobre el suelo del comedor. Una y otra vez resbaló su lengua por
delante de mis dientes, acariciando el interior, tomando. Exigiendo.
Devorando.
Mis manos se deslizaron bajo su camisa. La punta de mis dedos amasó sus músculos,
pellizcaron sus pezones, y él gimió. Tanta fuerza. Tanto calor. Su energía tarareaba dentro de mí,
una potente vibración que encendía mi sangre y hacía que cada pulgada de mi cuerpo cantara.
Pronuncié un bajo sonido, provocado por mi propia necesidad.
—Mia —dijo Kyrin severamente.
El sonido se cerró de golpe sobre mí, abasteciendo el combustible de mi pasión. Su irregular
aliento sopló sobre mi nariz y mejilla mientras nuestras lenguas bailaban y luchaban. La escarpada
desesperación de su beso llenó mi cabeza, invadió y consumió mis sentidos.
—Sabes tan bien —jadeé—. Mejor que el chocolate.
—He estado desesperado por saborearte otra vez —susurró él con vehemencia. Trató de
decirme algo más, pero cambió a una lengua que no entendí.
Agarró mi trasero más fuerte, encajándome cómodamente contra el grosor de su erección.
Me moví contra él, imitando los movimientos del sexo, todo el tiempo aborreciendo nuestra ropa.
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Mi lengua se movió contra la suya en sincronización con los movimientos de nuestros cuerpos.
Temblé con la fuerza de mi necesidad, ¡oh, como temblé! Mi control se tambaleaba sobre el borde
de la eliminación. Jamás había experimentado nada como esto, nunca había experimentado nada
tan intenso, como si lo necesitara para sobrevivir.
¿Qué estaba mal conmigo? No podía permitir esto. Tenía que recuperar mi control.
Tiré lejos de él, pero Kyrin sólo me hizo rodar de espaldas y se encajó cómodamente sobre
mí. La unión de mis muslos acunó su erección. Antes de que pudiera pronunciar ni una protesta,
sus labios tomaron de nuevo posesión de los míos. La suavidad de sus labios… el persistente sabor
del vino en su lengua… casi caí. Casi.
Lo empujé sobre su espalda.
—Basta —dije, sabiendo que el hambre todavía destellaba en mis ojos.
Sus párpados estaban medio cerrados, y sus rasgos brillaban, realmente brillaban, con fervor.
Él era elemental y crudo, y la dura longitud de su cuerpo se apretaba contra mí, exigiendo
atención. Deber, deseo y miedo batallaron en mi interior.
En última instancia, el deber y el miedo ganaron.
Me odié por lo que estaba a punto de hacer, pero incluso cuando me maldecía por dentro,
extendí la mano y con la punta de mis dedos agarré el tazón de porcelana más cercano. En algún
momento durante nuestro beso, había perdido mi cólera, y realmente no quería hacerle daño.
—Tengo que marcharme ahora —dije. Y luego rompí el tazón contra su sien.
Sus ojos se agrandaron y luego se cerraron. Su cuerpo se tensó y al instante se quedó
inmóvil.
Me quedé donde estaba durante un tiempo, simplemente mirándole. Un chichón creció sobre
su frente, sólo para desaparecer rápidamente. Tenía buen color y con una mano inestable, extendí
la mano y coloqué la palma sobre su corazón. Un apacible latido me saludó.
La culpa me dejó sin aliento.
—Lo siento —dije, inclinándome y besándole suavemente en los labios. Me puse de pie. No
sabía en qué parte de la ciudad estaba. Ni siquiera llevaba zapatos y estaba al noventa y nueve por
ciento segura que me parecía a una estrella porno. De todos modos, fuera donde fuera que
estuviera, iba a arrastrar a este alienígena sólido como una roca fuera y meterlo dentro de un
coche. Y si no podía encontrar un coche, lo arrastraría todo el camino hasta la comisaría a pie. Allí
lo aturdiría y luego lo arrastraría hasta el hospital. Después de eso, lo encerraría hasta que me
diera toda la información que necesitaba para encontrar a Atlanna. No más evasivas.
Hice una búsqueda rápida buscando un teléfono. No encontré ninguno. Sin embargo,
encontré una Road Kill; una antigüedad que usaba balas en vez de fuego, y la confisqué, atando
con una cuerda el cañón a mi cintura.
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Di un paso detrás de mi cautivo y cerré los brazos alrededor de su pecho, apoyando su
espalda contra mis senos. Lentamente lo arrastré hasta la puerta de la calle, cada paso que daba
requiriendo cada onza de fuerza que poseía. El hombre pesaba más que Dallas. Gracias a Dios, los
criados permanecieron fuera de la vista, tal y como Kyrin había prometido.
Dentro del vestíbulo, apoyé a Kyrin en el suelo de mármol. Giré la perilla con mi mano libre
y abrí la puerta. Inmediatamente, un viento frío bramó a mí alrededor y un temblor recorrió mi
columna. ¡Maldita sea! Me había olvidado de la nieve. Si tenía que hacerlo, podría marcharme sin
abrigo, pero necesitaba desesperadamente unos zapatos. Arrodillándome delante de Kyrin, le
quité las botas y calcetines, y luego encajé ambos en mis propios pies. Eran demasiado grandes
pero tendrían que funcionar.
Por suerte, el armario justo a mi lado tenía un gran surtido de abrigos de hombre, por lo que
no tendría que salir sin uno. Saqué el más cercano de su percha y aseguré la pesada lana alrededor
de mis hombros y después hice lo mismo con Kyrin.
Hecho esto, una vez más agarré mi carga y lo arrastré fuera.
En el momento que di un paso más allá del umbral, un agudo y penétrate dolor comenzó en
mi bíceps izquierdo, exactamente donde el brazalete descansaba, y luego viajó y creció en
intensidad por el resto de mi cuerpo. Fui capaz de ignorar el dolor al principio, pero de repente
comenzó a ser insoportable. Demasiado dolor. Agudo, punzante. Por todas partes. Seguramente
mi cabeza explotaría. Me doblé y caí de rodillas, apenas sintiendo el hielo mientras las nauseas
crecían en mi estómago.
—¿No te advertí de esto? —suspiró Kyrin a mi lado.
Jadeé.
—¿Tú … no… estabas… inconsciente?
—Me curo rápidamente, ¿recuerdas? —Él se puso trabajosamente en pie.
El torrente de agonía siguió golpeando en mí, sacudiéndome, erosionando mi determinación
con la salvaje intensidad de su tempestad. Apreté los labios para impedir gritar y ni siquiera pensé
en protestar cuando él me rodeó los hombros con su brazo, me ayudaba a ponerme en pie y me
conducía de regreso a la casa. En medio del camino, él confiscó el arma que había encontrado y yo
no pude reunir la energía suficiente para que me importara.
Cuando entramos, mi dolor desapareció al instante. Mi cabeza se despejó y tomé varias
jadeantes bocanadas de aire. Kyrin se colocó frente a mí, y levanté los ojos fijos en sus desnudos
pies, pasando por su negro pantalón y lo fulminé con la mirada en contraste con la suya divertida.
—Quítame esta maldita cosa —intenté arrancar el frío metal, pero permaneció firmemente en
su lugar, enroscado alrededor de mi brazo.
—Todavía tenemos mucho de qué hablar, por lo que seguirás siendo mi invitada. Eso ya te lo
he explicado.
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—Eres tú quien te niegas a terminar nuestra conversación —mis manos se apretaron en
puños—. Me quitarás esta banda, o voy a…
—¿Qué? —Él sonrió abiertamente. Su pelo estaba pegado a la cabeza y brillaba por el aceite.
Tenía un fideo pegado en el cuello—. ¿Intentarás de nuevo dejarme inconsciente con un tazón de
comida?
Un músculo palpitó bajo mi ojo. Esta situación no me resultaba divertida.
—No vuelvas a besarme otra vez. ¿Me oyes?
La sonrisa pasó lentamente a un ceño, y él extendió la mano y acarició con la punta de un
dedo mi mejilla.
—Debemos encontrar puntos en común o mucha de tu gente morirá.
Agarré las solapas de su chaqueta y lo empujé más cerca.
—¿Es una amenaza?
—Es la realidad.
—¿Y qué te importa a ti? Tú eres un otro-mundo. ¿Por qué te preocupas por las vidas
humanas?
—Vivo en este mundo, Mia. Esta es mi casa. Quiero la paz con tu gente, y nunca la
alcanzaremos si somos culpados de todos los crímenes.
Solté un suspiro, perdiendo la mayor parte de mi rabia.
—Estoy dispuesta a trabajar contigo, ¿de acuerdo? Pero tienes que hacer un trato conmigo.
—¿Trato? Todos tus tratos te benefician a ti, a nadie más. Deseas que salve a tu amigo pero te
muestras poco dispuestas a liberar a mi hermana.
Nos miramos fijamente el uno al otro, considerando nuestras palabras.
Finalmente, él se pasó una mano por su cansada cara.
—No llegaremos a ninguna parte con esta conversación —dijo, su voz profunda, rítmica e
hipnótica—. Duerme.
Aquella ácida y empalagosa fragancia que comenzaba a aborrecer, me alcanzó. Luché contra
lo que sabía era la llegada de la inconsciencia, pero la oscuridad me propulsó a un dulce olvido.
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CAPÍTULO 16
MIS sueños fueron eróticos.
Kyrin me despojaba lentamente de mi ropa, y yo le hacía lo mismo. Su aliento era caliente
sobre mi piel mientras me lamía el cuello y pellizcaba mi barbilla. Sus músculos estaban tensos y
duros, y supe que él luchaba por el control. Que quería tomarme, reclamarme.
—No pares —dije con un gemido, arqueándome contra él. Sólo ahora, en este mundo de
ensueño, podía admitir mis deseos más profundos—. No pares.
—Siempre dando órdenes —dijo él con una risita entrecortada, su voz considerablemente
acentuada—, pero no te preocupes. Jamás me detendría. Prométeme que nunca me abandonarás
—dijo—. Te necesito demasiado. Te deseo con ferocidad.
Él me besó, y le di la bienvenida a su lengua. ¡Siempre sabía tan bien! como una droga
prohibida que no debería tomar pero a la que no podía resistirme. Susurré su nombre.
El sonido me despertó.
Mis párpados se abrieron de golpe. Mi corazón tronaba en mi pecho, y mi respiración era
desigual.
Cuando momentos más tarde me calmé -aunque no creía que el latido de mi corazón
redujera alguna vez la marcha- exploré mi entorno. Estaba en la cama de Kyrin. Sola. El sudor
adhería el vestido a mi piel, pero al menos mis muñecas y tobillos estaban libres.
¿Había experimentado Kyrin un sueño similar? me pregunté. Aquel sueño había sido más vivido
que los otros, casi como si él realmente hubiera estado aquí conmigo. No sabía que pensar de ello.
Salí del calor y la suavidad del colchón y caminé sin hacer ruido hacia la ventana ya que la
alfombra amortiguaba mis pasos. Mis zapatos habían desaparecido; bueno, los zapatos que le
había robado a Kyrin. Me froté los somnolientos ojos y aparté las aterciopeladas cortinas. La luz de
la luna se difundía a través de la noche, pintando el bosque nevado de un apagado color dorado y
plateado. Árboles sin hojas brotaban de la tierra en un amplio arco, casi besando el cielo.
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—¿Dónde estoy? —murmuré. Jamás había visto tantos árboles o tanta tierra sin cultivar.
Una figura solitaria atrapó y mantuvo mi mirada mientras surgía de la casa. Un hombre. Él
era alto y su blanco pelo se mezcló con la nieve cuando desapareció dentro de un garaje de ladrillo
de dos plantas. Kyrin. Inspiré profundamente. Poco después, un negro Jag salió a toda velocidad
del garaje y condujo por el camino de grava.
¿A dónde iba? Apoyé la mano en la ventana, y el frío cristal contra la caldeada piel me hizo
jadear. ¿Qué planeaba hacer?
Por el momento, las respuestas no importaban, así que no me preocuparía por ellas. Él se
había ido, y yo podía usar eso en mi beneficio, con la esperanza de poder encontrar algún tipo de
dispositivo de comunicación fuera.
Los criados iban y venían de todas las habitaciones, ocupados en sus quehaceres. Ninguno
me dirigió la palabra mientras yo exploraba la casa entera. Una hora más tarde todavía no había
encontrado ni una sola unidad telefónica ni ningún ordenador, así que me acerqué a una criada
con la intención de preguntarle, pero sus ojos se ensancharon de miedo y huyó corriendo. Los
otros pronto la siguieron.
—Me rindo —dije, lanzando las manos al aire. ¡Maldita sea, maldita sea, maldita sea! Pisé
con fuerza de regreso al dormitorio de Kyrin y me dejé caer sobre un banco al lado de la chimenea.
Usé el tiempo a solas para trabajar en el brazalete, probado algún modo de desenrollarlo. El metal
permaneció firme e inflexible.
Mientras estaba distraída, una criada femenina salió de su escondrijo y se apresuró hacia la
puerta, un borrón de pelo blanco y gasa violeta. Ella cerró de golpe la pesada puerta de madera y
luego puso la cerradura en su lugar.
—Tengo que hablar contigo —la llamé, ya de pie.
El sonido de pasos corriendo llegó a mis oídos y me hundí de nuevo en el asiento.
Pasaron dos horas. Dos miserables horas.
Anoté cada experimento en el que pensaba podrían ser utilizados los bebés. Cuando iba por
el número seis, quería vomitar. Mi odio hacia Atlanna aumentó. Mis deseos de matarla
aumentaron.
Tenía que encontrarla. Detenerla. Destruirla.
¿Por qué no me contaba Kyrin más cosas sobre ella y sus experimentos? ¿Le tenía miedo?
No, el hombre no parecía tenerle miedo a nada. Ni siquiera a mí. Suspiré. ¿Cómo demonios iba a
encontrarla?
Los goznes chirriaron cuando alguien abrió despacio la puerta del dormitorio y yo me
levanté de golpe.
—No me ataque —dijo una mujer Arcadians, echando una ojeada dentro—. Le traigo comida
y bebida. No tengo intención de hacerle ningún daño.
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Mis hombros se hundieron con decepción. Si hubiera sido Kyrin, podría haber eliminado
algo de mi frustración.
—Entra —dije.
Ella lo hizo fatigosamente. Llevaba el mismo tipo de vestido abierto y femenino que yo, sólo
que el suyo era de un pálido púrpura, igual que sus ojos. Ella irradiaba juventud y vitalidad,
incluso mientras temblaba de miedo.
—¿Tienes un momento? —pregunté, manteniendo mi voz serena—. Me gustaría hacerte
algunas preguntas.
Sin una palabra y sin echar un vistazo en mi dirección, la mujer colocó una bandeja llena de
fruta y vino sobre el escritorio. El dulce olor del melón inundó todo a nuestro alrededor, y luego
ella salió corriendo del cuarto.
—Merla —la oí decir, y los cerrojos se deslizaron en su lugar de nuevo. Obviamente, la
palabra significaba cerradura.
—Supongo que no —murmuré.
Sólo para demostrar lo ridículas que eran las cerraduras, agarré rápidamente una pequeña y
sólida escultura y caminé hacia la puerta. Tenía la intención de estrellar el grueso metal contra los
goznes, pero antes de que los alcanzara, sentí un calor en los ojos -realmente se me calentaron
cuando los fulminé con la mirada- y los goznes se hicieron trizas por sí solos, desplomándose
como cristales rotos sobre la alfombra plateada. La entrada cayó abierta. Oí el chillido de la mujer y
observé su espalda desaparecer mientras ella correteaba pasillo abajo, poniendo tanta distancia
entre nosotras como podía.
Horrorizada, dejé caer la escultura al suelo y escuché el fuerte clonk, clonk al chocar contra los
desmantelados trozos. Me froté los ojos, pero éstos ya se habían enfriado.
¿Qué diablos me ocurría? ¿Cómo podía hacer estas cosas? Sabía que era diferente, pero esto
era demasiado diferente. Estas cosas eran extrañamente diferentes.
Un temblor recorrió todos mis miembros. Había fingido que eso de la desaceleración no
había pasado. Fingí que el incidente con la cerveza no había pasado, y ninguna de esas cosas
ocurrió de nuevo. Esto tampoco ocurriría de nuevo. Como lo demás, fingiría que jamás había
pasado.
Decidida, caminé de vuelta al escritorio y me senté. Trabajo. Tenía que trabajar. Pasé los
veinte minutos siguientes escribiendo una lista sobre Kyrin. Si algo podía consumir mis
pensamientos, era aquel hombre.
Él quería mi confianza, y francamente, a pesar de todo, estaba a punto de dársela. Él deseaba
la liberación de su hermana. Eso mostraba su lealtad. Él no me había herido físicamente, aun
cuando yo lo había golpeado varias veces. Eso mostraba su disciplina. Él incluso me había
ayudado a atravesar mi pánico con las ataduras. Eso mostraba su compasión. Él quería expiar sus
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antiguos pecados, y veía la muerte de Atlanna como un modo de hacerlo. Esto mostraba su
remordimiento.
Él actuaba con su propia escala de justicia y honradez. Él dictaba sus propias leyes. Pero
Kyrin no mataría a un inocente. Había tenido numerosas ocasiones para matarme, y yo distaba
mucho de ser una inocente. Kyrin siempre había procurado no hacerme daño.
Estaba preparada para hablar con él de nuevo. Tenía que hablar con él de nuevo. Pero el reloj
tocó más allá de la medianoche sin su vuelta.
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CAPÍTULO 17
PASÉ varias horas merodeando por la casa, esta vez en busca de pistas sobre Kyrin o
Atlanna. Descubrí que Kyrin tenía gustos caros… en todo. Incluso en la ropa interior. Él era
meticuloso, no le gustaba el desorden y no dejaba nada personal a la vista. Era un hombre
cauteloso. Y muy inteligente.
¿Dónde diablos estaba?
Pasé la siguiente hora corriendo arriba y abajo por las escaleras para hacer ejercicio. Cuando
terminé, mis brazos temblaban y mis piernas ardían. El sudor goteaba por mi espalda y el aire
quemaba en mis pulmones. Me había llevado a mí misma hasta la extenuación… y había
abastecido el combustible de mi cólera hacia Kyrin. ¿Cómo se atrevía a abandonarme aquí así, con
este maldito brazalete imposible de quitar?
Caminé trabajosamente hasta el cuarto de baño decorado con baldosas de color borgoña y
porcelana azul celeste. Las paredes de mármol estaban chapadas en oro y el grifo de doble manilla
costaba más de lo que yo ganaba en un año. Si no hubiera sido una prisionera, podría haber
disfrutado de la extravagancia.
Después de programar la unidad de pared, di un paso dentro de la ducha… y chillé cuando
el agua, un real y caliente chorro de agua, salió de los tubos. De hecho, casi salté de mi piel, pero
mientras el agua seguía lloviendo sobre mí, me relajé. Se sentía tan… bien. Extraño, pero bien.
Relajante. No era asombroso que la gente soliera bañarse de esta forma.
Cuando salí, estaba deliciosamente mojada y mis músculos laxos. Un nuevo vestido me
esperaba sobre la cama, éste de un entrelazado rosa y blanco crema. ¡Rosa, por el amor de Dios!
Frunciendo el ceño deslicé mi húmedo cuerpo por la tela ultra suave y me acosté en la cama.
Observé el techo abovedado. ¿Por qué yo?
Por lo general no dormía de noche, ya que tenía que estar en la calle, en busca de
depredadores. Dormía durante el día. Pero mientras escuchaba el aullido del viento fuera de la
ventana, y el rasguño de las ramas contra el cristal, mis párpados comenzaron a sentirse pesados.
El colchón era blando…y muy suave.
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El sueño pronto me reclamó.
Al instante, los sueños invadieron mi mente. Esta vez, vi a Dare, aunque ya no era un niño.
Aparentaba unos dieciocho, pero sus ojos reflejaban un conocimiento mundano, sórdido que
nunca había estado allí antes. Corrí hacia él. Él no abrió sus brazos. Se dio la vuelta y se alejó de
mí.
Parando de golpe, mis ojos taladraron su espalda. ¿Por qué había hecho eso? ¿Por qué se
había alejado? Jamás lo había hecho antes.
Su forma se retorció y, de repente, yo perseguía a un alienígena a través de un centro
comercial. Un Mec. Su verde piel pulsaba de miedo mientras echaba vistazos sobre el hombro en
mi busca. Él apartaba a la gente a empujones, en su prisa por huir. Yo tenía el arma preparada y
finalmente tuve un tiro claro. Disparé.
Blanco.
Él cayó, llevándose a una mujer humana con él. Ella gritó. Y luego todo se quedó en silencio.
Luché contra el cuerpo y le di patadas para apartarlo, con la intención de liberar a la mujer. Sus
rasgos estaban congelados. El Mec la había apuñalado mientras se derrumbaba.
Caí de rodilla con horror.
—Despierta, Mia —dijo alguien entre la muchedumbre, con una vibración lírica en las
profundidades de su voz—. Kyrin volverá pronto.
Me di cuenta, con un jadeo, que mis dedos agarraban la sábana.
Mi mirada se lanzó a izquierda y derecha. Estaba sola. Pero las palabras “Kyrin volverá
pronto” todavía resonaban en mis oídos.
La confusión me inundó mientras repasaba de nuevo mis sueños en la mente. Primero, Dare
me rechazaba. Luego, mi visión me hablaba directamente. Eran tantos los nuevos acontecimientos,
que yo no sabía qué hacer con ninguno de ellos.
Al menos, si el Sueño de Mia debía ser creíble, Kyrin estaba vivo y bien y estaría aquí en
cualquier momento.
Me abrí camino en la cama, desenredando mis brazos y piernas de la sábana. Cuando mis
pies tocaron la alfombra, me eché un vistazo y fruncí el ceño con aversión. Todavía llevaba el
vestido rosa; la transparente cosa no había desaparecido mágicamente. Girando en todas
direcciones, observé mi reflejo en el espejo de pared. Parecía muy femenina, como si fuera débil e
inútil y necesitara un hombre grande y fuerte que cuidara de mí. Con mucho, prefería mis
pantalones, mi top y mi cazadora. Y mis botas. ¡Dios, me encantaban mis botas! Patear culos con
ellas era más divertido que ninguna otra cosa.
Pasé por delante de la entrada del dormitorio, bajé por la pulida escalera y entré en la cocina,
donde el dulce olor de la cafeína me saludó. Varios criados Arcadians, tanto machos como
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hembras, se ocupaban de sus tareas matutinas. Y todos, excepto uno, salieron corriendo del cuarto
en cuanto me vieron.
—Café —dije a la mujer restante. Me senté en un taburete alto—. Necesito café.
—En seguida. Ya mismo se lo sirvo —dijo. Ella poseía el pelo blanco y los ojos color púrpura
comunes en su especie, aunque carecía de la gracia y la belleza facial que había visto en los demás.
Ella me sonrió levemente—. ¿Azúcar?
—¿Es azúcar de verdad?
—Sí.
Por lo general lo tomaba tan espeso como aceite de motor, pero no podía resistirme al
auténtico azúcar.
—Entonces ponga mitad y mitad. Mitad de café. Mitad de azúcar.
Ella asintió en aprobación y se secó las manos en el blanco delantal.
—A Glennie le gusta de esa forma, también.
Pensativa, incliné la barbilla y la observé revoloteando, arrastrando los pies a través de los
armarios, levantando una jarra de cristal. Mis oídos se animaron cuando ella tarareó bajito una
canción. Aquí había un alienígena que no se encogía de miedo en mi presencia. Ella parecía
tranquila, incluso relajada. Indiferente.
—¿Le importa si le hago algunas preguntas, Glennie?
—Pregunte, pregunte —dijo ella—. Estaré encantada de contestar.
—¿Cuánto hace que conoce a Kyrin?
—Ah, no sé —dijo ella, el vapor la rodeó mientras vertía mi bebida en una simple taza
negra—. Mucho tiempo. Al menos, según sus estándares.
Cuando ella me dio el aromático líquido, enlacé mis dedos alrededor de la taza con gratitud.
Me permití un sorbo tentativo. Perfecto, y deliciosamente dulce. Ni demasiado caliente, ni
demasiado frío. Sorbí el resto. Si hubiera estado sola, habría lamido la taza hasta limpiarla.
—¿Cuánto tiempo exactamente? —sondeé.
Volviendo a sus tareas, ella levantó los hombros en un enérgico encogimiento.
—Cincuenta años, creo.
Casi me ahogué al tragar el café y aparté mi taza.
—¿Está de broma, verdad?
—No, no. Yo nunca bromeo.
Sabía que los Arcadians dejaban de envejecer físicamente en un cierto punto de sus vidas
pero, realmente, escuchar las palabras “cincuenta años” asociados a la viril apariencia de Kyrin me
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asombraba. ¿El hombre que me había besado apasionadamente tenía…? ¿Ochenta años?
¿Noventa?
—¿Cuántos años tiene él? —pregunté.
Otra vez, la criada se encogió de hombros.
—Cálculo que unos trescientos años terrestres.
Mi mandíbula cayó abierta. Trescientos jodidos años. Me sentía atraída y había besado a un
hombre que debería necesitar suplementos de calcio y pañales.
¿Por qué ni siquiera estaba sorprendida? Me pregunté poco después. Por supuesto que me
enamoraría de un tipo así. Yo jamás había tenido una vida normal. ¿Por qué empezar ahora?
—¿Le trata bien? —pregunté.
Fragmentos de conciencia acariciaron mi nuca, y un cosquilleo recorrió mi columna. Un
pequeño fuego se encendió profundamente en mi vientre y una palpable oleada de alivio y deseo
me arrolló. La taza de café tembló en mis manos mientras resistía el impulso de girar en la silla.
Kyrin había vuelto.
¿Cómo podía desear besarle y ahogarle al mismo tiempo?
Inconsciente, o indiferente, Glennie se mantuvo de espaldas a mí y a Kyrin. Ella agarró un
trapo y continuó fregando el limpio mostrador.
—Él es un auténtico Arcadians —contestó—. Orgulloso, honorable. Valeroso. Me trata muy
bien.
—Por supuesto —dije, valorando su reacción a través de mis pestañas—, usted podría
decirlo porque él es su jefe.
—Bah. —Girando hacia mí, ella se apoyó contra la brillante superficie plateada—. Nos trajo
aquí cuando no tenía motivos para hacerlo. Podría habernos abandonado en Arcadia como
esclavos de Atlanna. —Ella se estremeció, su expresión oprimida por el miedo—. Pero luchó por
nosotros y nos trajo a través de la entrada Interestelar.
Mientras que yo, el Ángel de la Muerte, no causaba ni una chispa de preocupación en esta
criada, la mención de Atlanna hacía que temblara.
—¿Era Él un esclavo de la poderosa Atlanna? —Según Lilla, Kyrin era de la realeza, pero
podía haber caído bajo el hechizo de Atlanna.
—Suficiente —dijo Kyrin, su voz tan caliente y rica como recordaba. Glennie regresó de
nuevo a sus tareas.
Despacio, me di la vuelta. Su pelo caía en enredado desorden sobre sus hombros, y su ropa
estaba sucia y arrugada. Nunca lo había visto tan despeinado y… me gustó. Lo volvía sexy y
crudo. Hacía que quisiera ensuciarlo más.
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—¿Dónde estabas? —dije, puntuando cada palabra.
Él cruzó los brazos sobre el pecho.
—¿Qué hiciste mientras estuve fuera? ¿Fuiste una buena chica?
—Escucha, Abuelo —dije, señalando con un dedo en su dirección—. No quieras irritarme
hoy. Después de dejarme aquí sin decirme a dónde ibas o lo que harías, eres el primero de mi
jodida lista negra.
—Entre otras cosas, visité a Dallas —dijo él.
—Yo… —Apreté los labios con fuerza y sacudí la cabeza. Seguramente había escuchado
mal—. ¿Qué has dicho?
—Visité a Dallas.
Salté sobre mis pies y corrí hacia él.
—¿Qué pasó? ¿Cómo está? —Las palabras se atascaron en mi garganta, saliendo quebradas y
vacilantes.
Él envolvió mi mano con su caliente y calmante palma.
—Cierra los ojos y déjame mostrártelo.
No hice preguntas. Esto era demasiado importante. Simplemente obedecí.
Al instante, la oscuridad se desdobló sobre mis ojos y las imágenes penetraron en mi mente.
Kyrin cruzaba a zancadas un largo y estrecho vestíbulo. Había enfermeras por todas partes, pero nadie
le prestó atención. No podían verlo. Él se movía demasiado rápido, como una bala humana. Se deslizó dentro
de la habitación de Dallas y le quitó la máscara de oxígeno. Haciéndose una profunda incisión en su propia
muñeca, colocó la rasgada y sangrante carne sobre la boca del moribundo hombre. Al principio, Dallas no
hizo nada. Luego, como un bebé hambriento, chupó con gula, bebiendo la sangre de Kyrin. A cada segundo
que pasaba, el color de Dallas se volvió más saludable.
Kyrin liberó mi mano, y mi mente quedó en blanco.
Mis párpados se alzaron lentamente, y enfoqué mi atención en él. El sudor perlaba su frente
y diminutas gotas se deslizaban por sus sienes. Casi demasiado asustada por tener esperanza,
aparté el puño de su camisa antes de que él pudiera apartarse de mí. Mis ojos se ensancharon. Una
cicatriz larga y dentada estropeaba la piel de su muñeca, haciendo juego con la mía propia. Una
hora, tal vez dos, y su herida se borraría completamente.
Asombrada por lo que había hecho, pestañeé hacía él. Lo había hecho. Había salvado a
Dallas.
No sabía qué pensar. No sabía qué decir. Mi alivio y alegría eran demasiado grandes. Dallas
viviría. ¡Dallas viviría! Mis rodillas se debilitaron, y casi me estrellé contra el suelo en un
deshuesado montón. Agarré el brazo de Kyrin y me estabilicé, apoyándome en su fuerza.
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—Yo… —tragué saliva. Él había hecho lo que juró que jamás haría: me había dado algo sin la
liberación de Lilla a cambio—. No sé qué decir. Un “Gracias” no parece suficiente.
—No me lo agradezcas aún. Tu amigo ahora lleva mi sangre. Sangre Arcadians. Cuando
despierte, no será el mismo hombre que era antes.
No me preocupaba. Estaría vivo, y eso era todo lo que importaba.
—Te lo agradezco realmente, Kyrin. De todo corazón.
Él soltó un suave suspiro.
—Entonces acepto tu agradecimiento.
Mordiéndome el labio, pasé la yema de mis dedos sobre la suavidad de su antebrazo, sobre
la rugosa e hinchada cicatriz.
—¿Por qué todavía llevas la señal?
—Cuanto más profunda es la incisión, más tiempo tarda en curarse.
—¿Por qué? —pregunté suavemente—. ¿Por qué le salvaste?
—Por ti —dijo simplemente—. Nos necesitamos el uno al otro, y era hora de que cumpliera
mi parte.
Aquellas palabras… no sabía qué contestar. Se me formó un nudo en la garganta. Kyrin
había decido confiar en mí completamente. Lo vi en sus ojos, y eso me asustó. ¿Era yo digna de ese
tipo de confianza? Si tenía que traicionarle para cerrar el caso, lo haría. Sólo el trabajo importaba.
¿Verdad?
Sus largas pestañas bajaron en un seductor parpadeo, creando sobras sobre sus pómulos.
—Vamos. Hay algo que quiero enseñarte.
Kyrin extendió la mano. Vacilé un momento -no sé por qué- y luego coloqué mi palma en la
suya. Como siempre que nos tocábamos, un eléctrico cosquilleo subió por mi brazo. Esta vez lo
esperaba, aunque aún me sorprendió su intensidad. Él me condujo al comedor. Allí, puso su mano
libre contra uno de los paneles y dijo:
—Inicia exploración. —Un brillo amarillo pulsó entre sus dedos antes de que un solitario
panel se dividiera y revelara una escalera que conducía hacia abajo—. Sólo la voz y la carne
alienígena lo activa —dijo él—. Tú no serias capaz de entrar sin mí. Ni siquiera mis criados
pueden.
Estaba demasiado asombrada para decir nada. Bajamos por la oscura escalera y un limpio
aire nos dio la bienvenida.
—Una habitación secreta —murmuré—. Debería haberlo sabido.
Él apretó suavemente mi mano en respuesta.
Cuando alcanzamos el final de los escalones, él se detuvo.
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—Esta —dijo—, es mi guarida.
Las estanterías se alzaban del suelo al techo, y una televisión enorme de pantalla plana
ocupaba el centro, emitiendo multitud de colores y formas. Su escritorio separaba la habitación en
dos. En una mitad lucía un suelo de brillantes tablas de roble, y en la otra una gruesa manta de piel
sintética.
Kyrin liberó mi mano, y yo doblé los vacíos dedos, sintiéndome de pronto fría y sola… como
me había sentido la mayor parte de mi vida.
Si no iba con cuidado, podría depender totalmente de este hombre.
—¿Para qué me trajiste aquí? —pregunté, cambiando la dirección de mis pensamientos.
—Ya lo verás —fue todo lo que dijo. Sin echar un vistazo en mi dirección, rebuscó sobre su
atestado escritorio semicircular, separando y apilando papeles—. Aunque necesito un momento.
No planeaba traerte aquí tan pronto.
Mientras esperaba, di un paseo por la cámara y estudié los tapices de la pared. Lilla sonreía
en todos ellos, sus rasgos perfectamente tejidos. Él se había tomado la molestia de colgarlos en
orden de edad. Su amor por su hermana era encomiable, su necesidad de protegerla admirable.
Una oleada de añoranza me recorrió ante ese pensamiento. ¡Señor, echaba de menos a Dare! Su
risa, su amor.
Suspirando, me senté sobre un afelpado sofá verde frente a la televisión.
—En cuanto a Atlanna —dije, reclinándome—. Busqué su nombre en el ordenador y la única
información que descubrí fue sobre la mítica isla de la Atlántida. ¿Conoces su historia?
Él no me prestó mucha atención, pero me dijo con voz casual:
—Sí. La conozco.
—¿Alguna conexión entre las dos?
—Posiblemente podríamos decir que sí. Tu Atlántida era un mundo de personas perfectas.
Eran fuertes, inteligentes y hermosos. Atlanna también quiere eso.
Pestañeé hacia él.
—¿Piensa crear niños que puedan conquistar el mundo?
—No, nada de eso. Sus deseos van hacia la creación de una raza perfecta de niños que pueda
vender. Ella, a diferencia de mí, no tiene dinero. Y la perfección siempre ha costado una pasta, ¿no
crees? —Con una cabezada satisfecha, levantando el montón de papeles, se sentó a mi lado en el
sofá. Nuestras rodillas se rozaron, causando que la siempre presente hambre reviviera, candente e
intensa. Sus ojos me miraron, suplicantes—. ¿Estás lista para saber toda la verdad?
—Desde luego.
—Cuando sepas lo que yo sé, tendrás que tomar una decisión. Una decisión que no estoy
seguro que estés preparada para tomar.
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—Soy más fuerte de lo que parezco —dije. Dudaba que lo que tenía que decirme fuera tan
duro—. Sabes eso de primera mano.
Una sonrisa jugó en la comisura de su boca. La misma boca que me había besado y
atormentado… en la realidad y en mis sueños.
—Cierto —dijo él.
—Siempre lucharé por lo que está bien y es justo.
—¿Lo juras?
—No cuestiones mi honor, Kyrin. Dije que lo haría y lo haré.
Él pronunció un resuelto suspiro.
—Muy bien. Sólo rezo para que recuerdes esas palabras —dijo él, dándome un recorte de
periódico.
El titular ponía:
MUJER LOCAL ENCONTRADA MUERTA.
Leí la historia y fruncí el ceño. Una mujer humana de Gran Bretaña había sido hallada
muerta en una casa abandonada. Había tenido un bebé recientemente, aunque el infante jamás
había sido encontrado. Causa sospechosa de la muerte: veneno.
Eché un vistazo a la imagen de la mujer en la esquina superior derecha. Una imagen de cómo
era antes de su muerte. Había sido bonita, pelo negro y corto y grandes ojos oscuros. Joven,
probablemente de no más de veinticinco años, que parecía tener un montón de años de felicidad
frente a ella.
—Fíjate en la fecha —me instruyó Kyrin.
Lo hice y fruncí los labios. El 17 de marzo. Pero de hacía veintinueve años.
Kyrin me dio otro recorte. Misma historia. Mujer diferente. Día diferente. Mismo año.
Él me dio otro más.
Y otro.
Y otro.
Todas las mujeres habían desaparecido dentro del mismo año, todas poseían el pelo oscuro y
brillantes ojos negros, y todas fueron asesinadas por algún tipo de veneno y halladas de nueve a
trece meses más tarde, sus cuerpos todavía dilatados por el reciente embarazo. Ni un solo bebé
había sido encontrado.
Las semejanzas entre estos casos y los casos recientes eran variantes. Sí, mis víctimas eran
hombres -bueno, menos Rianne Harte- pero cada uno había sido tratado en algún aspecto de
fertilidad.
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—¿También mató Atlanna a estas mujeres? —Como los trescientos años de Kyrin
demostraban, los Arcadians envejecían mucho más lentamente que los humanos.
Él asintió.
—Nosotros jamás habríamos averiguado lo de sus actividades si ella hubiera ocultado los
cuerpos. En cambio, los colocó como si fueran regalos.
—No sé por qué quiso que estas mujeres fueran encontradas. Sólo sé que usó a William
Steele para llamar la atención del A.I.R. —Mi frente se arrugó y luché contra una neblina de
confusión—. ¿Por qué querría ella nuestra atención?
—Me pondré a ello en un segundo. Rianne ayudaba a Atlanna, dándole los nombres de los
hombres que encajaban con sus necesidades. Cuando me enteré, fui a ver a Rianne y le pagué para
que se detuviera. Por eso lo hacía, por el dinero, así que estuvo más que dispuesta a coger el mío a
cambio.
Me pasé la mano por el pelo.
—Estoy segura que Atlanna podría haber hecho más dinero vendiendo niños Arcadians a
humanos. No entiendo por qué usaba a personas.
Él hizo una pausa.
—Los bebés eran mitad y mitad de cada raza, Mia.
Parpadeé, sacudiendo la cabeza. No había esperado tal respuesta.
—No es posible combinar el ADN humano y alienígena. Nuestros científicos lo han
intentado. Muchas veces. Jamás tuvieron éxito.
—Es posible —dijo él sombríamente—. Atlanna descubrió una manera. Aunque, con estas
mujeres —continuó, levantando los artículos de periódico—, el proceso aún no estaba
perfeccionado y, por consiguiente, murieron.
—¿Y los bebés? —pregunté, mi garganta se apretó con un nudo.
Tristeza y vergüenza se reflejó en su cara y él se alejó de mí.
—También murieron. Cuando salieron del útero al nacer, sus cuerpos ansiaban tanto
Onadyn como oxígeno. Los dos trabajaron el uno contra el otro.
Le cogí la mandíbula con mis manos y lo obligué a que me mirara completamente. Mis
manos temblaban.
—Dime como sabes todo esto.
Su vergüenza creció y él levantó sus manos y las curvó contra las mías, sosteniéndolas allí.
Tiro de mis muñecas a su boca, besando la suave carne interior, demorándose sobre mi tatuaje.
—Yo estaba allí —dijo, con un torrente de remordimiento en su voz—. Le ayudé.
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No mostré ninguna reacción externa. Una parte de mí había estado preparada para tal
respuesta. Sabía que estaba implicado de algún modo, que tenía que expiar algo, pero realmente
no había esperado oírle decir que había ayudado a Atlanna.
—¿Por qué? —Tenía que contarlo todo. Tenía que sacarlo de su interior para superarlo. Para
que dejara de actuar como un mártir. Él había matado. ¿Y qué?—. ¿Por qué lo hiciste?
—Pensé que hacía una cosa maravillosa. Algo milagroso para ambos mundos, algo que
traería la completa armonía entre nuestra gente. Que los híbridos serían aceptados por los
terrícolas. Nunca pensé en hacerles daño a aquellas mujeres. Nunca pensé en que los bebés podían
sufrir. Cuando comprendí que los bebés no podían sobrevivir, luché contra Atlanna en todo
momento.
—Por favor, no me digas que también esperabas vender a los niños.
—No. Moriría antes de vender a un niño. Cualquier niño. Lo que hice, lo hice por mi gente.
—Él cerró los ojos con fuerza—. Tengo que hacer esto bien. Atlanna tiene que ser destruida.
Estaba completamente de acuerdo.
—Los experimentos fallaron. Así que, ¿por qué ahora secuestra a hombres de cabellos y ojos
oscuros?
—Ese color es el opuesto al de los Arcadians y es reverenciado por los de nuestra especie. Es
el que Atlanna considera perfecto. Es por el que los Arcadians pagarían más por poseer ya que, de
nuevo, ella intenta crear híbridos.
—Quiero una prueba irrefutable de su culpabilidad —dije—. Pruebas que pueda llevar a mis
superiores. Así podremos dedicar todo nuestro tiempo y esfuerzo a encontrarla y matarla.
Sombrío, Kyrin se levantó y se acercó a la chimenea. Allí, encendió un fuego, y las llamas
pronto crujieron y crecieron, llenando el cuarto de un fuerte olor a pino. Esperé, en silencio, sin
insistir en una respuesta. Él se debatía interiormente por lo que, por una vez, mostré paciencia.
—Tengo lo que necesitas —dijo, como si no me hubiera mantenido en el borde del sofá en
suspenso—. Tengo la prueba de sus acciones.
En sus palabras, sentí un mal presagio reclamándome… hundiendo sus afiladas garras en
mí. Tragué con fuerza, sabiendo lo que quería decir, y para eso no requerí de mi capacidad
psíquica.
Quizás siempre lo supe.
Recé para que mis instintos se equivocaran. Pero nunca lo hacían.
Lentamente, él se dio la vuelta y me enfrentó.
—Tú, Mia. Tú eres la prueba. Eres un híbrido: no totalmente humana, ni totalmente
alienígena.
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CAPÍTULO 18
CON calma, me levanté de mi asiento, mi cara desprovista de emoción mientras caminaba
hacia Kyrin. Un momento no sabía lo que iba a hacer, y al siguiente levantaba mi mano y lo
abofeteaba con todas mis fuerzas.
Su cabeza giró a un lado y él se frotó los labios con los dedos.
—¿Lo hiciste porque sabes que tengo razón, o porque quieres que retire la verdad?
Mis ojos se estrecharon en diminutas rendijas.
—Te contradices, Kyrin. Hace unos minutos, dijiste que todos los bebés murieron.
—No, dije que ninguno de los bebés llevados por mujeres humanas sobrevivieron.
Le golpeé otra vez, usando mi puño esta vez y cortando la piel. La herida se curó
rápidamente. La violencia se revolvía en mi interior siempre que él abría la boca. Mis oídos pitaban
mientras la sangre se precipitaba a mi cabeza.
—El hombre que conoces como tu padre realmente es tu padre. Pero la mujer que conocías
como tu madre no es en absoluto ningún pariente consanguíneo. Eres uno de los experimentos de
Atlanna, llevado por una hembra Arcadians. El experimento funcionó sólo una vez. En aquel
tiempo, no entendimos cómo alcanzamos el éxito contigo; sólo sabíamos que tu nacimiento
destruyó la matriz de la mujer, y ella es incapaz de concebir otra vez. —Él agarró mis hombros,
forzándome a sostener su mirada, a afrontar la verdad—. Hasta ahora, era así. Atlanna ha
encontrado el modo de duplicar el procedimiento, y usa a hombres humanos para fecundar a sus
mujeres Arcadians.
—Los híbridos no existen, por lo tanto no soy un híbrido. Yo…
—Tú tienes capacidades psíquicas —dijo él, cortando mis palabras. Una acerada
determinación se reflejaba dentro de sus brillantes ojos púrpura.
—Mucha gente los tiene —contesté.
—Eres capaz de rastrear y matar alienígenas que otros cazadores jamás encuentran.
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—Trabajo mucho. —Mi torpe tentativa de convencerme de la imposibilidad de todo esto,
parecía que era simplemente malgastar el aliento.
—Vi el modo en que te moviste ese día, cuando Atlanna nos atacó. —Él gruñó bajo en su
garganta, un sonido de profunda frustración, y me sacudió una vez, dos veces—. ¿Qué necesitas
para demostrar tus orígenes?
No tenía una respuesta para él. No sabía que me convencería cuando, en realidad, no quería
ser convencida. Había pasado muchos años de mi vida odiando a los otros-mundos. Cazándolos.
Matándolos. Ser uno de ellos… ser todo lo que mi padre odiaba…
¿Pero qué más podía explicar cómo había reducido la velocidad del mundo mientras yo
misma me había acelerado? ¿Qué más explicaba cómo había deslizado aquella botella de cerveza
sin tocarla? ¿Qué más explicaba cómo había destrozado aquella puerta con sólo una mirada?
Apreté los labios cuando otro pensamiento me atravesó. En mi visión sobre Dallas, vi una
alienígena y una humana. Creí que Isabel era la alienígena y la humana. La bilis subió por mi
garganta. ¡Oh, Dios mío!
Kyrin cubrió su cara con las manos.
—Intenté derrotar a Atlanna yo mismo en aquellos tiempos —dijo—. Lo intenté. Y fallé. Su
poder para el control mental sobrepasa incluso al de Lilla. Supe, desde que desapareció el primer
hombre, que no podía afrontarla solo, por lo que hice pequeñas cosas para dificultarle el camino.
Hablé con los hombres, trabé amistad con ellos. Les advertí. Eso no hizo que fuera más lenta. Sabía
que te necesitaba. Tú puedes derrotarla. El poder se agita dentro de ti, se revuelve tan profunda y
agresivamente como una tormenta en el océano, y sólo tienes que alcanzar en tu interior para
encontrarlo.
Mis dientes chirriaron.
—¿Cómo sabes todo esto?
—Lo siento. Igual que tú sientes mi poder siempre que estoy en una habitación. Pero hay
algo más. Tú… tú eres la hija de Atlanna.
—Mientes, jodido bastardo —escupí. Tal vez pudiera aceptar que era una híbrida. Tal vez.
Lo que no podía aceptar es estar relacionada con un monstruo como Atlanna. ¿Cómo se atrevía él
incluso a pronunciar esas palabras?
Él capturó mis muñecas, impidiéndome golpearle.
—Eres la hija de Atlanna —repitió—. Tus poderes son tan numerosos y grandes como los
suyos.
—¡Cállate! Simplemente cierra la jodida boca.
—No sé cómo terminaste viviendo con tu padre cuando Atlanna pensaba criarte. Sólo sé que
Atlanna te siguió hasta aquí. Y yo también lo hice.
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Violentamente, sacudí la cabeza en negación.
—No…
—Sí. Tu padre conoce la verdad. Sólo tienes que preguntárselo.
“Odia a los alienígenas, Mia”, decía siempre mi padre. “Desprécialos. Ellos son los responsables de
todos nuestros problemas”.
—¡No! —grité.
—Profundamente en tu interior, sabes la verdad. —Su voz era calmada aunque sostenía un
poderoso y peligroso torbellino.
De un paso, llegó a una cerrada caja fuerte donde murmuró una sola orden, una desconocida
palabra. La puerta crujió y se abrió, y Kyrin retiró una cadena de plata con un medallón.
—Cada Arcadians posee uno de estos. Un kalandra, los llamamos. En su interior, nos
muestran un momento querido de nuestras vidas. A veces el momento ha pasado, a veces aún
tiene que pasar. Aquí está el tuyo.
¿El mío? Palidecí mientras él se me acercaba y me ofrecía la cadena que colgaba de sus
dedos. La cogí con dos dedos y la sostuve. No estaba preparada para mirar, por lo que mantuve
mis ojos fijos en él.
—¿Cómo lo conseguiste? —pregunté.
—Ya has visto lo rápido que me muevo. —Él me dirigió una sardónica sonrisa—. ¿Necesito
decir más?
—No. —Sacudí la cabeza—. No.
Seguí sosteniendo el collar lejos de mí. Me senté, reuniendo coraje, combatiendo contra una
enorme y retorcida confusión. Pestañeé y tragué. Simplemente hazlo.
Inspirando profundamente arrastré mis ojos de Kyrin, a la lejana estantería y luego a mis
dedos. Enfoqué en el medallón… y casi suspiré de alivio. El medallón era redondo y parecía ser
nada más que una pequeña y vacía pelota. Mis labios se estaban estirando en una sardónica
sonrisa, cuando comprendí que algo se movía dentro. Observé más detenidamente.
Jadeé. En un fragmento holográfico, vi a una mujer de blancas trenzas mecer con cuidado a
un envuelto infante en sus brazos. Ella tarareaba suavemente -realmente podía escucharla- y
miraba al bebé. Su perfil era un reflejo del mío. Nariz ligeramente inclinada, altos pómulos. Labios
llenos.
—Mia —dijo al bebé, su voz lírica y relajante—. Eres mi ángel perfecto.
Yo la había visto antes. En mis sueños… en el tiroteo del aparcamiento.
—Esa mujer es Atlanna —me dijo Kyrin—, y ella te sostiene.
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Mis dedos se apretaron alrededor del medallón, bloqueando la imagen. Pero no pude
impedir que la voz se borrara de mi mente. “Eres mi ángel perfecto”. Con mi mano libre, me cubrí la
boca.
Atlanna.
Mi madre.
El color abandonó mi cara, y una especie de vértigo me inundó. Kyrin se sentó y me rodeó
con sus brazos. Me acercó, y de buen grado hundí mi rostro en su cuello.
—Acepta quien eres, Mia. Por tu bien. Por el mío. Y por el de los inocentes.
—No puedo.
—Sí puedes —dijo Kyrin. Su cálido aliento sopló por encima de mi cabeza—. Un Arcadians
puede hacer cualquier cosa.
Cuando dijo eso, mis orígenes parecieron tan… concluyentes que mi desesperación creció.
Por propia voluntad, mis dedos se enredaron alrededor del cuello de su camisa.
—Todo lo que conozco se derrumba —dije—. Ayúdame a entenderlo.
Él acarició mi espalda con sus manos, masajeando mi columna y luego remontando los
dedos hasta mis hombros. Siguió con los consoladores movimientos mientras hablaba.
—Tu padre estaba casado con la madre de Kane y Dare cuando él y Atlanna tuvieron una
aventura. Ésta duró más de un año. Entonces algo pasó entre ellos, y tu padre desapareció,
llevándote con él. Durante un tiempo, ella abandonó su investigación para buscarte.
Permití que sus palabras fluyeran a través de mí.
—Si acepto lo que dices —dije—, tendré que aceptar que toda mi vida ha sido una mentira.
—Ahora puedes vivir una vida de verdad —dijo él, apretando su agarre.
¿Pero podría? Si el A.I.R. se enteraba de algo de esto, me echarían del trabajo. Los alienígenas
no eran aceptados en esa área. Podría perder los únicos amigos que tenía. ¿Y qué haría si perdía a
mis amigos y mi trabajo? Eran todo lo que tenía.
—Tengo que llamar a mi padre, Kyrin. Tengo que hablar con él.
Él me liberó inmediatamente y de una zancada llegó a su escritorio. Con expresión
resignada, cogió un teléfono y colocó la pequeña unidad en mi mano.
Dije el nombre de mi padre, odiando la forma en que mi voz temblaba.
Él contestó al cuarto toque.
—¿Sí?
—Papá, soy yo, Mia.
—Sí —dijo él otra vez—. ¿Qué quieres?
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—¿Es Atlanna en Arr mi madre? —Las palabras surgieron como poco más que un vacilante
susurro. Cuadrando los hombros, obligué a mi garganta a obedecer y repetí mi pregunta—. ¿Es
Atlanna en Arr mi madre?
Su aliento crepitó sobre la línea. Lo imaginé tan tranquilo fumándose un cigarrillo.
—¿Por qué me preguntas eso?
—¿Es ella?
—Este no es un tema que quiera discutir, niña.
—¿Es ella? —grité.
Otro crepitante aliento.
—Sí. Es ella —declaró—. ¿Contenta ahora?
Apreté los labios mientras la verdad me golpeaba. Me golpeaba completamente. Yo era un
híbrido. Atlanna era mi madre.
—¿Es por eso que dejaste de quererme?
—Sí —contestó sin vacilar. Ni siquiera intentó negarlo—. Empezaste a parecerte a ella.
—Soy mitad tuya, Papá. ¿Eso no significa nada?
—Quizás una vez. —Su tono permaneció indiferente—. Ya no más.
—He hecho todo lo que siempre quisiste. He matado alienígenas. Los he odiado. Podría
haberlos destruido a todos y eso no constituiría ninguna diferencia, ¿verdad?
Él no dijo nada. No tenía que hacerlo.
—¿Por qué me apartaste de Atlanna? ¿Por qué simplemente no me dejaste con ella?
—Ella sedujo a Kane —gruñó él, mostrando su primera emoción—. Los encontré juntos, y
ella se rió. ¡Rió! —Ahora fue él quien se rió, un sonido cruel—. Maté a Kane y logré herirla. ¿Y
sabes qué? No fue suficiente. Ella te quería tanto que te aparté de ella. —Él rió entre dientes de
nuevo—. Hice que odiaras a los de tu propia clase. Yo…
No le dejé terminar. Dije:
—Colgar —y dejé el auricular en las manos de Kyrin.
Enderecé los hombros, me levanté y determinadamente coloqué un pie delante del otro hasta
que llegué al lado de la estantería. Era un híbrido, y Atlanna en Arr era mi madre. El conocimiento
me rasgó por dentro, cortando profundamente, dejándome en carne viva, con las heridas abiertas.
Obviamente los jefazos no habían querido que nosotros supiéramos que los híbridos,
realmente, podían ser creados. Eso explicaba porque habían eliminado toda mención de fertilidad
de los archivos del A.I.R.
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Mis párpados se cerraron fuertemente, y un doloroso nudo cerró mi garganta. El futuro que
me había imaginado para mí misma ahora estaba cubierto de incertidumbre.
—Atlanna es más poderosa de lo que nunca ha sido —dijo Kyrin, sabía que esperaba
distraerme de mi confusión interior—. Pero tú… tú tienes una fuerza mayor corriendo por tus
venas. Una vez que alcances ese poder, podrás matarla.
—¿Matar a mi propia madre? —grité. ¿En serio quería que ejecutara a mi propia madre… la
mujer que me había cantado tan dulcemente y me había llamado su mayor tesoro?
Kyrin maldijo por lo bajo:
—Temía que esto sucediera. Temía que hicieras esto. Mala gente sigue siendo mala gente,
Mia, y tu trabajo es matarlos.
—Cállate. —Mi voz se quebró. Estaba alcanzando mi límite rápidamente, y de pronto quise
estar sola. Enganché el collar alrededor de mi cuello aunque no sabía que iba a hacer con él—.
Dame algo de tiempo —dije, empujando por delante de él.
Sé que él vio mi espíritu trastornado en mis ojos, pero se levantó con toda la intención de
detenerme.
—Dos de los otros hombres fueron hallados muertos anoche. Raymond Palmer y Antón
Stokenberg. Si no actuamos, los demás pronto les seguirán.
Paré en medio de un paso, y luego giré, fulminándolo con la mirada. A través de los dientes
apretados, dije:
—¿Cómo te has enterado?
—Soy un cazador, como tú, aunque busque un tipo de presa diferente. Tú acechas
alienígenas. Yo acecho a Atlanna. La seguí, y la vi deshacerse de ellos.
La furia venció a todas mis otras emociones. Mientras yo había estado durmiendo y
comiendo como una reina, dos hombres más habían sido asesinados. Quizás podía haberlos
salvarlos, quizás no. De una forma u otra, debería haber estado en las calles, buscándolos. Pero no,
yo prácticamente había abrazado estas mini-vacaciones.
Tenía que salir de aquí. Frunciendo el ceño, tiré del brazalete de mi antebrazo. Tiré hasta
magullar y amoratar mi piel por la tensión. La gruesa aleación permaneció tercamente en su lugar.
Mis huesos estaban rígidos y mis músculos agarrotados, cuando finalmente permití a mis manos
caer a mis costados.
—Quítame esta maldita cosa.
—No —dijo, decidido—. No antes de que te calmes. No antes de que comprendas que
Atlanna puede ser tu madre pero que todavía es un monstruo.
—Maldito seas —bullí—. Me marcho ahora, en este momento, y tú decides si lo hago en paz
o con dolor.
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Él cruzó los brazos sobre su pecho.
—Muy bien, entonces. —Crucé de un tranco la oficina y llegué a la puerta de la calle. Sin una
sola vacilación en mi paso, salí al sol de la tarde.
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CAPÍTULO 19
EL dolor viajó de mi brazo a mi cabeza y acuchilló todo un camino hasta los dedos de mis
pies. Seguí andando. Un vértigo se mezcló al dolor de cabeza y ambos casi me hicieron caer. Mis
pasos se volvieron más lentos, llegando a ser agonizantes, y tropecé. Pero no me detuve.
Sigue moviéndote. Tenía que seguir moviéndome.
La nieve congeló mis desnudos pies, los agudos pinchazos del frío eran casi insoportables, y
cuanto más me alejaba de la casa, más agudo mi sufrimiento se volvía. Dolor. Dolor desesperante.
Gritos de angustia se alojaron en mi garganta mientras alcanzaba un sombreado árbol en el
jardín.
Escuché ruido de pasos y luego, de repente, fui propulsada al suelo por una fuerza superior
a mí. Fuertes brazos me rodearon. Kyrin, comprendí. Quería detenerme. Luché contra él mientras
él giraba en el aire, tomando el impacto cuando golpeamos el suelo. Rodamos varios metros.
Cuando nos detuvimos, me senté a horcajadas sobre él y empujé contra su pecho, pero Kyrin
me agarró del brazo y, con una ondulación de sus dedos, abrió el brazalete y lo lanzó lejos.
—Eres libre —gruñó—. Libre.
Sus palabras penetraron en mi mente, y entonces comprendí que el dolor se había marchado,
que realmente me había quitado el grillete. La sorpresa me invadió, tan fría y real como la nieve a
mi alrededor. Me encontré mirando a Kyrin fijamente, sus palabras resonando en mi mente. “Eres
libre”.
—Yo… —me detuve.
No le daría las gracias cuando, para empezar, jamás debería haberme encarcelado.
—Ahora mismo, no hay nada que tú puedas hacer que el A.I.R. no esté ya haciendo. Estás
alterada y me necesitas. Igual que yo te necesito a ti.
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Sí, realmente le necesitaba. Igual que necesitaba olvidar, aunque sólo fuera por un momento.
El aire chispeó entre nosotros, como diminutos puntos candentes y al rojo vivo. El calor siempre
estaba presente entre nosotros.
Le observé. Sus ojos estaban pesados, medio cerrados, y sus labios estaban separados en un
gemido, como si sufriera dolorosamente. Su excitación presionaba entre mis piernas, dura y
potente. No me pidió permiso, simplemente enredó sus manos en mi pelo y tiró hasta presionar mi
boca contra la suya. No protesté, no. Empujé mi lengua dentro de su boca y encontré y acaricié la
suya. Saboreé su dulce sabor, a lluvia de verano y deseos carnales.
Entonces, nada importó excepto el sentir, el tocar, el placer de este hombre. Ni mis padres. Ni
el pasado. Ni mi trabajo. Mis dedos agarraron su camisa, rasgando la negra tela justo por el medio,
enviando aquellos obstinados botones volando por los aires con un salto.
Él me hizo rodar sobre mi espalda, y la nieve me provocó un jadeo. Tan fría. Aún así mi piel
se sentía caliente. Me arqueé contra él, mis piernas enredándose en su cintura. Quería más.
Necesitaba más. Le giré, sentándome a horcajadas sobre él otra vez, y arañé con mis uñas la sólida
pared de su pecho. Varios copos de nieve se habían derretido ante el calor de su piel y lamí cada
gota.
Él gimió y me besó. Entonces arrancó su boca y yo gruñí ante la pérdida. Kyrin me hizo
rodar por segunda vez y saltó sobre sus pies, con un fuego violeta ardiendo en sus ojos.
—Por aquí —dijo, cogiéndome en brazos.
—No, por aquí no. Te quiero aquí. Ahora. A la luz del día. En la nieve.
No quería esperar a alcanzar el interior de la casa. No lo quería en una suave, agradable y
acogedora cama. Lo quería en un lugar que igualara mi deseo. En algún lugar indomable. Salvaje.
Perverso.
Algún lugar primitivo.
—Aquí —dije.
—Aquí —estuvo de acuerdo él.
Me llevó a una cueva oculta y oscurecida por altísimas ramas desnudas. Las paredes estaban
hechas por el hombre y se calentaron al tocarlas. Calientes, igual que mi sangre.
Kyrin me bajó. Estando allí de pie, nuestros ojos se encontraron y sostuvimos la mirada. Sólo
un susurro nos separaba. Moví la mano entre nuestros cuerpos, desaté sus pantalones, y los
empujé bajo sus piernas. Él salió de ellos y, de repente, estaba desnudo. Desvergonzadamente
excitado. ¡Dios, era hermoso! Como una escultura. Pálido y duro, alto y majestuoso, con oscuros
tatuajes dispersados a través de su abdomen. Mi lengua descendió, siguiendo los diseños, y su
embriagador sabor, una mezcla de deseo y hombre, enardecieron mi necesidad.
—¿Qué significan? —pregunté, lamiendo cada símbolo.
Sus brazos rodearon mis hombros, y sus dedos rozaron mi cuello.
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—La luz dominará la oscuridad.
—Es perfecto —murmuré.
Y lo era. Mis palmas se deslizaron por su pecho. Las puntas de mis dedos rodearon sus
pequeños y fruncidos pezones. Era tan sólido. Con tendones tan tensos. Tenía puro poder en mis
manos, y eso me gustó. Me gustaba él.
Este hombre me desafiaba de un modo que jamás nadie lo había hecho. De vez en cuando
me irritaba como el infierno, y jamás se doblaba a mis dictados. Quizás estaba loca, pero admiraba
aquellas cualidades en él.
—Te he deseado —dijo, sus palabras entremezcladas con pequeños besos en mi mandíbula y
cuello, su respiración trabajosa—, desde el primer momento que te vi.
—Cierra el pico y bésame.
Lanzó una risita caliente, ronca, luego aplastó sus labios contra los mío. La excitación me
golpeó, frenética por la liberación, mientras me zambullía en su boca. Sus manos se introdujeron
bajo el sedoso material de mi entrecruzado corpiño y la yema de sus dedos remontaron el borde de
mis pezones. Me estremecí.
El deseo se reunió entre mis piernas. Estaba mojada. Preparada. Lista para él y sólo él.
Necesitaba su duro y grueso pene en mi interior. Empujando dentro y fuera. Quizás reduciendo la
marcha al principio, pero cobrando velocidad más tarde.
—Mira —supliqué—. Mira lo que me haces.
Con los ojos cerrados en rendición, dirigí una de sus manos baja mi vaporosa falda, sobre el
interior de mi muslo y el borde de mis bragas.
—¿Aquí? —susurró él con voz ronca, resbalando los dedos por delante de la frágil barrera de
seda.
—Sí. ¡Justo….ahí! —Incapaz de detenerme, me arqueé ante su toque, creando más presión y
fricción—. ¿Sientes cuánto te necesito?
—Eres fuego líquido —elogió él. Cayó de rodillas frente a mí, manteniendo la mano en mis
bragas. Con la otra acarició un camino bajo mi falda, empezando en mis pies y remontando por
mis pantorrillas y muslos—. Quiero más. Mucho más —la reverencia goteó de sus palabras.
—Entonces tómalo —dije, mis caderas retorciéndose mientras me tocaba.
—Lo haré —dijo él—. Tomaré todo lo que tienes para dar, y luego incluso más.
Él deslizó las bragas rosa por mis piernas y las tiró al suelo. Con un rápido movimiento de su
muñeca, separó los pliegues de mi falda. No tuvo que extender mis piernas; yo lo hice con
impaciencia, de buen grado, y en el siguiente latido del corazón, él besaba la humedad entre mis
muslos. Al primer y veloz movimiento de su lengua, exploté.
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El fuego, la alegría, el placer; todo me chamuscó y sentí un mareo. Mis rodillas temblaron.
Agarré su cabeza, perdiendo el sentido de dónde estaba, quién era, sólo sintiendo un increíble
estremecimiento recorriéndome una y otra vez.
Y justo cuando pensé que podría morir por ello, Kyrin besó mi centro de nuevo hasta que
sólo pude jadear su nombre. Él chupó, lamió, saboreó y me hizo desearlo una vez más.
Eché la cabeza hacia atrás mientras el placer rasgaba a través de mis terminaciones nerviosas.
Gemí y grité, los sonidos escapándose entre mi agitada respiración. Cerré los ojos y me mordí el
labio inferior.
—No pares —le dije, jadeando—. No pares.
Él lanzó otra risita, y las vibraciones cosquillearon en mis muslos.
—Siempre ordenando —dijo.
Sólo cuando grité su nombre otra vez se puso de pie, apoyó los brazos sobre la pared de
detrás de mí y me atrapó en su abrazo.
—Eres hermosa cuando te corres.
—Quiero verte así —dije. Envolví su pene con mis dedos y él siseó y murmuró algo en una
lengua que no entendí—. Quiero ver cómo te corres.
—Aún no —dijo con voz quebrada—. Primero saborearé el resto de ti.
Pasó un segundo, un mero susurro de tiempo, antes de que sus labios atacaran los míos. Su
lengua se movió sobre mi boca con embriagadora lentitud, exótica y acuciante. Me saboreé a mí
misma, y eso me excitó, recordándome dónde había estado él y qué había hecho. Moví mi mano
arriba y abajo por su pene, acariciándolo.
—¿Sabes? —dijo Kyrin, su voz más ronca a cada palabra y mirándome a través del escudo de
sus espesas pestañas—. Eres la mujer más apasionada que jamás he conocido.
—Tú me haces así.
—Me alegro.
Sus manos se deslizaron por mis costados y ahuecaron mi mandíbula. Plantó pequeños besos
y mordiscos sobre mi nariz, ojos y barbilla.
El calor resbaló a lo largo de mi columna.
—Yo no estaba alegre al principio. Estaba cabreada.
Sopesé sus testículos en mis manos.
Una gota de sudor se deslizó por su sien, y sus palabras parecieron incluso más fatigosas.
—Si esta es la forma en que canalizas tu cólera, me esforzaré en enfurecerte más a menudo.
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Reí entre dientes con voz ronca. Él me puso de puntillas para otro beso. Mientras su lengua
hacía su magia, bajó sus manos a mi trasero e impulsó mis piernas alrededor de su cintura. Extendí
mis muslos y enganché mis tobillos en su espalda hasta que me senté a horcajadas sobre él y acuné
su erección sin una penetración real.
Una de sus manos se aplanó contra la base de mi garganta, tan caliente e invitadora, a un
centímetro de introducirse dentro de mi blusa y ahuecar mi pecho. Pero la fuerte y masculina
mano permaneció en su lugar, burlona, satírica. Atormentadora.
Mientras los expectantes minutos pasaban, mis pezones se endurecieron y dolieron. Los
rosados picos esperaban su toque y se estiraron contra la calidad sedosa de mi top. No debería de
estar tan excitada. Ya me había corrido dos veces.
—Kyrin…
—Mia —con los ojos fuertemente cerrados, él acarició mi esternón y bajó hasta las costuras
otra vez, sin desviarse ni una vez de ese camino—. Te dije que quería saborearte. Memorizarte y
marcarte. Más tarde habrá tiempo de precipitarse y ser salvaje.
—Quiero que seas salvaje ahora.
Él sólo lanzó una risita suave pero tensa.
—En esto, lo haré a mi manera.
—Simplemente, ya veremos el tiempo que puedes resistir.
Hacía mucho que había perdido el control de mi cuerpo que es lo que a él le preocupaba, y
de forma extraña, no me afligía la pérdida.
Él presionó su erección contra mí, y jadeé. Froté mi pecho contra el suyo, animándolo. Él
gimió y mordisqueó mi clavícula. Sus manos estaban por todas partes. De vez en cuando, hacía
una pausa para simplemente mirarme o susurrarme eróticas promesas en el oído, pero siempre me
dejaba dolorida por más.
—Te siento tan bien contra mí, ángel. Tengo que tocar más de ti.
—Sí, sí —gemía, entonces—. No, no —cuando él lo hacía.
Yo era puro fuego en sus manos.
—¿Alguna vez imaginaste que un humano y un alienígena se sentirían tan perfectos juntos?
—preguntó Kyrin.
Su lengua lamió y chupó mi cuello y pecho expuesto. Amasó mi trasero. Me retorcí; me
derretí por él; intenté forzarlo a mover sus manos donde más las necesitaba, pero él siempre
frustraba mis intentos y las apartaba a una distancia segura.
—Maldita sea, Kyrin. Termina con esto.
Su risa fue un ronroneo tenso, desesperado. Sus manos bajaron por dentro de mi vestido.
Pero en vez de agarrar y exprimir como yo tan vorazmente ansiaba, embromó mi pezón
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rodeándolo con la punta del dedo. La acción sólo aumentó mi frustración, mi necesidad. ¿Cómo
me hacía esto? Yo estaba deseosa, ¿qué más necesitaba?
Entonces rozó la punta de mi anhelante pezón con los dientes.
Mis caderas corcovearon y casi me corrí de nuevo.
—Sí, ahí. ¡Justo ahí! Hazlo otra vez.
Él le dio a mi otro pezón el mismo tratamiento… un fugaz mordisco, seguido rápidamente
del calor de su lengua. La parte inferior de mi cuerpo se arqueó contra él. Sólo un toque más. Uno
más.
—¿Dónde más me necesitas? —exigió él, cesando cualquier toque.
—Por todas partes, maldita sea.
Alcancé entre nuestros cuerpos y envolví mi mano alrededor de la dureza de su polla.
Mirándolo a la cara atentamente, conduje su mano a la coyuntura entre mis piernas y dirigí sus
dedos a través de mis rizos oscuros. Entonces me mecí hacía adelante.
Contacto. Gemí. Su mano se alejó deprisa. Gruñí y la seguí. Lo siguiente que supe es que mi
vestido se rasgó y sentía el frío aire. De repente, estaba completamente desnuda y tumbada sobre
mi espalda. Kyrin estaba de pie sobre mí, su pecho elevándose, su erección lista. Su pelo parecía
más pálido que un rayo de sol, y sus ojos… ardían de pasión, brillantes y cristalinos. Recorrió con
la mirada todo mi cuerpo, mis piernas extendidas y la humedad de mi excitación.
—Me asombras —dijo. Sus músculos se flexionaron, se arrodilló y avanzó lentamente sobre
mí. Jadeamos cuando su piel entró en contacto con la mía—. Quería prolongarlo, prolongar
nuestro placer, pero me vuelves loco con tus pequeños gemidos y tus audaces caricias —se meció
contra mí, cuidadoso de no penetrarme aún.
—Así, justo así —jadeé—. Hazlo otra vez.
Y lo hizo, deslizándose hacia delante y atrás en la lisa V de mis muslos mientras yo me
frotaba contra él. Kyrin besó mis pechos, arrastró los dientes por mis pezones y se colocó para la
penetración. Se equilibró en el borde, sin empujar dentro realmente.
Con dientes apretados, susurró:
—Una vez que te tome, serás mía. Mi mujer. Ningún otro hombre podrá tenerte.
—Tuya —acordé con un gemido, sin importarme las consecuencias de tal promesa.
Él se sumergió en mi interior.
Gritamos ante la perfección del acto, la exactitud exquisita. Mis uñas arañaron su espalda
mientras sus labios aplastaban los míos, tomando, dando. Por primera vez en mi vida, todo se
sentía absolutamente correcto.
Él estaba tan grande y grueso en mi interior, deslizándose dentro y fuera, que me llenó
completamente. La pasión se desbordó con cada movimiento, buscando la satisfacción total. Usé la
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fuerza de mis piernas y le hice rodar de espaldas para montarlo y así poder controlar la
profundidad de su penetración, la rapidez de nuestros movimientos. Me alcé sobre él y luego bajé,
aumentando la deliciosa fricción.
Él me colocó de espaldas.
E inmediatamente cambié nuestras posiciones de nuevo.
—Kyrin…
—Mia —dijo él.
Mi nombre pareció una reverente plegaria en sus labios, y me permitió el dominio al mismo
tiempo. Sus manos se deslizaron de mis caderas, agarraron mi trasero y me empujó para que me
apretara más contra él. Comenzamos a movernos más rápido. Más rápido todavía.
Jamás me había sentido tan viva. Tan libre. Quise que este sentimiento durara siempre. No
quería que la realidad se entrometiera.
—Más duro, Kyrin. Más profundo.
Él empujó contra mí, con fuerza. Perfectamente. Profundamente. Metió la mano entre
nuestros cuerpos y rodeó mi clítoris con el pulgar. Jadeé, grité. Mis paredes interiores se apretaron
y sacudieron y él se movió más rápido. Más duro. Más profundo. Justo como necesitaba.
Casi al instante, otro orgasmo me catapultó a las estrellas, éste más fuerte que el último. Sólo
cuando él escuchó su nombre salir rasgado de mi garganta se derramó dentro de mí.
Cuando la última palpitación disminuyó, me tumbó de espaldas y se derrumbó sobre mí.
Pasó mucho tiempo antes de que la nebulosa neblina sexual se disipara en mi mente.
Cuando abrí los ojos, Kyrin me miraba, sus suaves labios llenos de ternura.
—Llevo esperándote la vida entera —dijo—. Dame el resto del día. Mañana podemos tratar
con el mundo exterior.
Inmediatamente abrí la boca para negarme. Había tanto que hacer. Llamar a Jack. Buscar a
Atlanna. Visitar a Dallas. Tenía un caso que resolver y, después de todo lo que había descubierto
hoy, necesitaba un poco de normalidad en mi vida. Sin embargo, más apremiante que cualquiera
de esas cosas, era mi necesidad de estar con este hombre.
—Yo… de acuerdo —dije.
Él sonrió abiertamente y me dio un rápido beso. No nos molestamos con la ropa. No la
necesitábamos. Permití que me llevara dentro de la casa… a su dormitorio.
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CAPÍTULO 20
MÁS tarde por la noche, me di cuenta de que estaba en un sucio callejón detrás de un
supermercado abandonado. Los grillos cantaban una perezosa melodía mientras yo me orientaba.
Aire frío, acre. Duro suelo. Luz de la luna. Parpadeé. Esto no tenía sentido. Había estado en una
cama. Una suave y caliente cama con Kyrin.
Él había culminado.
Yo había culminado.
Entonces, ¿qué…?
Me había dormido, obviamente. ¿Pero qué diablos hacía aquí? Miré en todas direcciones. El
cielo nocturno me saludó, papeles desechados y cartones de comida daban vueltas sobre el
hormigón.
¿Por qué no temblaba? Me pregunté mirando hacia abajo, a mi cuerpo. Un grueso abrigo me
cubría los hombros. Llevaba calcetines gordos, pesadas botas y unos pantalones de cuero
abrazaban mis piernas. No recordaba haberme vestido, lo que significaba que Kyrin lo había hecho
por mí.
¿Dónde diablos estaba ese amante mío?
Como si sintiera mis pensamientos, él apareció a mi lado y se agachó. Sentándome, noté que
estábamos ocultos detrás de un apestoso montón de basura. Mi nariz se arrugó con aversión. No
había nadie cerca, nadie hacía ningún ruido. Kyrin no me echó ni un vistazo y mantuvo su
atención justo frente a él.
—Espero que no te importe, pero nos transporté aquí.
Me habría gustado observar toda esa cosa de la teletransportación, pero lo dejé pasar.
—¿Que hacemos aquí? —susurré.
—Esperar —contestó igual de bajito.
—¿Para?
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El hombre tenía que aprender que yo jamás me conformaba con respuestas a medias.
Ahora, él me observó con una intensa mirada.
—Atlanna. Quiero que veas directamente que ella no es la mujer maternal que tú quieres que
sea.
Al instante me puse en alerta y me arrodillé a su lado, mirando fijamente el oscuro callejón
que él observaba momentos antes. La impaciencia corrió por mi sangre. Impaciencia… y temor.
Esperamos.
—Cuando aparezca —dijo él—, debes estudiarla, nada más. Independientemente de lo que
pase. Antes de que la ataquemos, debes ver cómo utiliza algunos de sus poderes.
Casi grité una negativa. Casi. Sabía que observar al enemigo y prestar atención a sus fuerzas
y debilidades antes de pasar a la acción era el modo correcto de cazar… y ganar. Lo sabía. Pero mi
impaciencia era fuerte. Anhelaba algún tipo de confrontación con Atlanna.
—Dame un arma de todos modos —dije—. Voy a…
Una ramita se rompió.
Corté mis palabras y me quedé completamente quieta.
En el otro extremo del callejón, una mujer salió de pronto de entre las sombras. La luz de la
luna iluminó su belleza y juventud, rindiéndole tributo a su pálida piel y su rizada melena blanca.
Negros pantalones y una larga chaqueta negra de cuero la cubrían, marcando sus curvas. Parecía
un cazador. Se parecía a mí.
Atlanna.
Kyrin se puso rígido.
Observé como un cuerpo flotaba tras la mujer. Ella parpadeó, y la forma voluminosa y
desnuda cayó sin ceremonias al suelo. Mierda. Su telequinesia debía ser increíblemente fuerte para
levantar tal peso.
Mientras una oleada de su energía me golpeaba, ella hizo una pausa y frunció el ceño. Sus
ojos se lanzaron en todas direcciones, buscando algo… o a alguien.
Mi corazón se aceleró. Controlé el impulso de llegar a su lado de una zancada. Estrangularla.
Abrazarla. Antes de que inspirara mi próximo aliento, desapareció en las sombras.
Un viento invernal se levantó, arremolinándose y silbando alrededor del callejón. Me
invadió una penetrante decepción y me masajeé la nuca.
—Nos sintió —dijo Kyrin.
—Sí. Probablemente sintió el zumbido de energía de tu sangre.
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Como yo la sentía siempre que estaba cerca de un Arcadian. Caminé hacia el cuerpo,
preparándome para lo que vería. Un macho. Estaba desnudo y su cuerpo desprovisto de cualquier
signo de tortura. El pobre bastardo hasta sonreía. Comprobé su pulso, sólo para estar segura.
—Muerto —gruñí—. Me encantaría saber por qué los deja en el exterior. Dijiste que Willian
sirvió para llamar la atención del A.I.R. ¿Y éste?
Dejé caer mi cabeza entre mis manos. Siempre quise que una madre me amara. Diablos,
siempre quise a una madre para amar. Pero mi madre había matado a este hombre. Mi madre era
una alienígena depredadora y había hecho tantas cosas malas que sólo pensar en ellas me ponían
enferma. Mi deber me obligaba a cazarla y matarla. Pero…
—Por diversión, probablemente —dijo Kyrin—. No había ningún modo de salvarle.
—Tenemos que llamar a Jack. Tiene que saber…
Un familiar olor ácido llenó mi nariz.
—Lo siento, ángel. No estás preparada, y hace demasiado que temo por tu vida.
El último pensamiento que cruzó mi mente antes de que la oscuridad me reclamara fue que
iba a asesinar a Kyrin y a su maldita poción para dormir.
—BASTARDO —grité cuando me desperté.
La luz del sol se filtraba a través de las cortinas color Borgoña, iluminando el decadente y
espacioso dormitorio de Kyrin. El suelo de roble resplandecía, el tocador brillaba y los candelabros
en la pared llameaban con perfumadas velas de olor a jazmín.
Estaba mareada y cansada de que me drogaran cada vez que quería moverme.
Busqué a Kyrin por la habitación pero él se había ido.
En cuanto le encontrara, iba a darme su unidad telefónica para llamar a comisaría y contarle
a Jack todo lo que había descubierto… excepto la parte que Atalanna era mi pariente
consanguíneo. No sabía si alguna vez abordaría aquel tema en particular. Y, obviamente, también
excluiría la parte sobre que me acostaba con Kyrin.
Abandoné el calor del edredón y caminé hacia el cuarto de baño. Allí me cepillé los dientes y
el pelo y programé el ordenador de pared para una ducha. Quería aquella deliciosa explosión de
agua sobre mí. Estaba más o menos a punto de entrar en la bañera, cuando vislumbré un destello
dorado por el rabillo del ojo. Llena de un sentimiento de temor, limpié el vapor del espejo.
¡Aquella rata bastarda!
Apreté los puños mientras una potente furia me consumía. Si hubiera tenido una pyre,
habría encontrado a Kyrin y habría reducido su trasero a cenizas. Lo había hecho. Realmente lo
había hecho. Después de todas las cosas eróticas que habíamos realizado juntos, después de
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prometernos que confiaríamos en uno en el otro, había vuelto a poner el brazalete en mi bíceps,
manteniéndome presa en este maldito lugar.
Me doblé sobre el borde del frío y azul lavamanos.
—Bastardo —gruñí por lo bajo—. Creí que pensaba liberarme permanentemente. Pero no,
todo el tiempo pensó en mantenerme aquí.
Caminé como un vendaval por toda la mansión, empujando a los criados a mi paso. Ellos se
apresuraron a alejarse de mí. No encontré a Kyrin por ninguna parte. Un ronco gruñido se abrió
camino por mi garganta. Por encima de todo lo demás, seguía pensando en jugar a los detectives él
solito. Su muerte sería mi mayor placer.
Pateé y sacudí la puerta secreta de su oficina, pero la estúpida cosa no se movió. ¿Creía Kyrin
que estaría de acuerdo con esto? ¿Que lo perdonaría? ¿Qué dándome unos pocos orgasmos que le
hacían perder la cabeza a una mujer, estaría contenta de esperarle en casa?
—Bastardo —lancé otra vez.
Girando alrededor, vi que estaba sola. Inteligente por parte de los sirvientes el ocultarse. En
mi frustración, podría hacerles daño por equivocación. Caminé hacía la cocina y retiré un cuchillo
de trinchar de una cubierta de madera. Antes de que terminara el día, iba a sacar este brazalete de
mi cuerpo. Después esperaría a que Kyrin volviera. Sabía que a cada segundo que pasara y él
permaneciera ausente, mi furia crecería más y más candente.
—Voy a ensartarlo vivo —dije, sentándome de golpe en un taburete—. Voy a arrancarle el
corazón y darme un festín con él durante días. Ataré sus intestinos alrededor de su cuello y lo
ahogaré hasta la muerte —introduje la punta del chuchillo bajo la banda.
—Oh, ¿y a quién tienes intención de torturar de esa manera? —preguntó una ronca voz
femenina tras de mí.
Rápidamente, me levanté de un salto y giré, empuñando el cuchillo. Cuando vi quién había
hablado, mi mandíbula cayó abierta. Atlanna. No había sentido su presencia pero allí estaba, de
pie, una visión vestida de lavanda y crema. Mi primer pensamiento fue el de un cazador: lamenté
no tener mi pyre o una grabadora de voz.
Mi segundo pensamiento fue simplemente el de una hija: me pregunté lo que pensaba de mí
mientras me examinaba atentamente.
Tan de cerca, sus ojos violetas, altos pómulos y nariz de duendecillo eran el epítome de la
perfección. Incluso el arco de sus cejas no se atrevía a desviarse de sus impecables rasgos. Ella se
parecía a mí, pero mucho más delicada.
Brazaletes de oro se enroscaban en sus brazos, y las pulseras adornaban sus muñecas y
tobillos. Su suave y brillante pelo blanco casi tocaba el suelo y estaba recogido en varias trenzas. La
inocencia la envolvía, brillando amorosa a su alrededor. Aparentemente.
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Dos necesidades encontradas combatieron por el predominio. Podría correr hacia ella,
aceptarla como mi madre y hablar. O podría usar el cuchillo que sostenía en mis manos y poner
punto y final al lío que esta Arcadian había creado.
No hice ninguna de las dos cosas.
Simplemente me quedé de pie, en conflicto. Las palmas me sudaron, mi corazón aumentó el
ritmo de su latido. ¡Estaba tan llena de curiosidad! ¿Qué habría sido de mi vida si hubiera
permanecido con ella de niña? ¿Conocería el amor que tanto ansiaba? ¿Habría matado a gente
inocente para complacerla?
Se suponía que la odiaba y, realmente, la odiaba en muchos niveles.
Tómala bajo custodia, gritó la cazadora en mí. Interrógala. Encuentra a los hombres que
faltan, si todavía alguno de ellos está vivo. Encuentra a los bebés. Aún así, no pude obligarme a
moverme. A actuar como había sido entrenada.
—¿Para qué has venido? —pude decir.
—Para verte —sus dedos acariciaron su trenza—. ¿Quieres que me vaya?
—Yo… no —sacudí la cabeza.
No importaban mis necesidades, esta no era una acción que pudiera permitirme.
Me dirigió una media risa, y la diversión iluminó su cara.
—Sosteniendo ese cuchillo me recuerdas a mí. Tan fuerte. Tan ansiosa por conquistar el
mundo.
—Excepto que usamos nuestras armas por motivos diferentes.
Eso es. Lo había dicho. Era el primer paso para obligarme a pensar en ella sólo como una
asesina, no como una madre.
—Matar es matar —lentamente, su risa se borró y apoyó la cadera contra el marco de la
puerta de la cocina. Un atisbo de cólera tensó su barbilla—. ¿Cuál de nosotras crees que se ha
divertido más con nuestras víctimas?
—La vida no es sólo diversión.
—¿Entonces qué es, ¡hum!?
—Hacer las cosas bien.
—¿Y lo correcto es admitir mis crímenes? De acuerdo. Lo hice. Maté a los hombres que
encontraste. Ellos habían servido a mi objetivo y aprendí bien el no abandonar a los padres con sus
bebés.
Pestañeé ante su fría confesión, pronunciada tan despreocupadamente. Nunca –nunca- un
alienígena había admitido tan abiertamente un crimen. Y aún así, su confesión encajaba
perfectamente con ella como sus otras acciones. Espeluznante. Indiferente. Audaz.
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—No me arrepiento —dijo—. Eso me llevó hasta ti.
—No puedes creer que me convencerás que los mataste sólo para encontrarme. ¿Y los bebés?
—pregunté, manteniendo mi tono tan neutro como el suyo… una hazaña que requirió de cada
onza de fuerza que poseía.
Se encogió de hombros, agitó un delicado brazo a través del aire, y me dedicó una
deslumbrante sonrisa.
—¿Qué pasa con ellos?
Como una reina ante su corte, Atlanna se paseó por la cocina, tocando y levantando ciertos
artículos para su inspección, y luego dejándolos caer de nuevo en su sitio. Con la nariz arrugada en
aversión, remontó la punta del dedo por el mostrador.
—Esperaba que la casa de Kyrin fuera más… no sé. ¿Arrogante?
Apreté los dientes con tanta fuerza que casi me rompí la mandíbula.
—Realmente comprendes que serás ejecutada por tus crímenes, ¿verdad?
—Los humanos no puede hacerme daño —me afrontó de nuevo, su mirada perforando la
mía, sus ojos pensativos—. Aunque creo que tú podrías herirme. Eres, después de todo, mi mejor
creación.
Sus palabras enviaron una ráfaga de furia a través de mí, y fruncí el ceño.
—Tú no tienes nada que ver en la formación de la mujer que soy.
—Tú eres más mía que de tu padre. Más alienígena que humana.
—No me parezco a ti. Jamás me pareceré a ti.
—No, Mia en Arr. Somos lo mismo —su belleza se intensificó a la luz y se acercó a mí—. Tu
padre te ocultó bien. Pasé año tras año buscándote en Gran Bretaña. Entonces, leí un artículo sobre
el equipo del A.I.R. de New Chicago. Y allí estabas tú, mirándome fijamente desde una pantalla de
ordenador. Embalé mis cosas y viajé hasta aquí ese mismo día. Te he observado, ¿sabes? Eres todo
lo que siempre quise que fueras —había un “pero” en su tono.
—Pero lucho en el bando equivocado —terminé por ella.
—Sí. Está ese pequeñito detalle. Pequeño —la sonrisa revoloteó en su cara— pero reparable.
—¿Cómo sabías que estaba aquí, en casa de Kyrin?
—Seguí tu rastro de energía anoche. Así —dijo, su sonrisa volviéndose avergonzada,
demasiado inocente para el monstruo que ocultaba dentro—, y porque tengo a mi gente
observando a Kyrin. El hombre tonto se cree que es tan inteligente que se mueve sin ser detectado
por toda mi casa. Pero lo sé. Siempre lo he sabido.
—Así que aquí estamos —dije, suspirando en tono ocasional.
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—Sí, aquí estamos. ¿Qué mejor sitio para nuestra primera reunión? El A.I.R. no sabe dónde
estás, por lo que no pueden darme problemas —se movió justo frente a mí, y olí la sutil fragancia
floral que la envolvía—. No intentaba hacerte daño ese día en el aparcamiento. Kyrin era mi
objetivo.
Haz tu trabajo, me dije. Ella es mala. Vil.
Tenía que atraparla. El deber siempre era lo primero. Vidas inocentes descansaban en las
manos de esta Arcadian, y si no se las arrebataba, ella los aplastaría.
—¡Qué horrible es Kyrin al mantenerte aquí, encerrada! ¿Planeas matarle? Por supuesto que
lo haces.
Sin darme tiempo a pensarlo más, dejé caer el cuchillo y salté hacia ella. Quizás debería
haber mantenido el arma, pero no estaba preparada para matarla. No, cuando ella podría ser el
único modo de encontrar a los bebés. No cuando… no me permití considerar ninguna otra razón.
Enredé mi pierna alrededor de la suya y empujé. Como mi acción fue tan rápida e
inesperada, ejecutada con experta precisión, ella cayó hacia atrás, su expresión era aturdida. Yo
estaba sobre ella al siguiente instante. Para entonces, Atlanna ya había recuperado su ímpetu y
soltado un torrente de poder tan grande que caí de rodillas con un ruido sordo.
Mis manos cubrieron mis oídos, intentando bloquear la ruidosa y desgarradora ráfaga de
energía que reverberaba a través de mi cabeza. Esto era mil veces peor que el dolor que había
experimentado cuando me alejé de la casa de Kyrin. Oleada tras oleada de agonía se precipitó en
mi interior y un grito rasgó mi garganta.
Pasó una eternidad, o quizás sólo unos minutos, cuando sentí la punta de un dedo acariciar
mi mejilla y me obligué a abrir los ojos. Atlanna estaba agachada frente a mí, sus rasgos llenos de
cólera, así como de un atisbo de orgullo.
—No muchos podrían haberme cogido por sorpresa —con un simple deslizar de sus dedos,
quitó el brazalete de mi brazo—. Ahora eres libre, Mia. Libre para matar a Kyrin por encerrarte.
Despacio, el zumbido dentro de mi cabeza disminuyó.
—Dame a los bebés y devuelve a los hombres humanos que secuestraste —grazné—. Por
favor.
—Pero aún no he terminado con ellos —dijo, levantándose.
Le agarré la mano, con la intención de detenerla. Cuando nuestras palmas se tocaron, su
imagen llenó mi mente. La vi tumbada en una alfombra, cubierta de sangre. ¿De quién? ¿Suya?
Ella no se movía, no emitía ningún sonido. ¿Estaba muerta o viva? ¿Quién la había herido?
Traté de manipular la visión, esperando revelar las respuestas, pero cuanto más lo intentaba,
más borrosa se volvía. No, casi grité, insegura de si me refería a la visión o a la forma en que
sangraba Atlanna. Permanece conmigo. Ahondé en el límite de mi conciencia, retorciendo cada
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imagen con una mano mental. Pronto la viveza de colores y las formas complejas se evaporaron en
una niebla, finalmente desapareciendo completamente.
Mis ojos se ampliaron y miré hacia arriba. Ella me miró, sus labios separados, sus rasgos
ahora pálidos.
—¿Qué viste? —exigió, agarrando mis hombros—. Dime lo que viste.
Sacudí la cabeza. No se lo diría, no podía decirle que no sabía si ella fallecería en los
próximos días. Ni siquiera sabía cómo me sentía sobre lo que había visto.
Me liberó, alejándose dos pasos.
—Yo también tengo visiones y nunca se equivocan.
—Lo sé —dije tristemente.
—¿Sabes también, que a veces vemos la verdad distorsionada?
Mis cejas se unieron.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué lo que he visto podría no pasar? ¿Que lo que he visto era
simplemente una posibilidad de lo que nos depara el futuro?
—Yo… —hizo una pausa, callando lo que fuera que había planeado decir—. Ven a mí
después de matar a Kyrin. A tu… hermano le gustaría volver a verte.
Con esto, salió a zancadas de la casa.
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CAPÍTULO 21
SALÍ disparada tras ella, mis pasos golpeando los tablones de madera. Justo antes de que la
alcanzara, Atlanna echó un vistazo sobre su hombro, y por un momento, nuestras miradas se
encontraron.
—No me hagas esperar demasiado tiempo —dijo.
Mi cabeza se llenó del intenso zumbido que me había provocado antes, y cerré los ojos con
fuerza mientras caía desplomada al suelo. Cuántos minutos pasé así, no lo sé. Sólo sé que cuando
el sonido se despejó y el dolor disminuyó, abrí los ojos y me encontraba sola. Atlanna había
desaparecido como si nunca hubiera estado en la casa.
En estos momentos, sus últimas palabras en el interior de la cocina penetraron en mi ahora
despejada mente. “A tu hermano le gustaría volver a verte”. Parpadeé una vez, dos veces. Kane. El
hermano que no recordaba. El hermano que mi padre adoraba y pensaba que había matado.
Entonces Kane estaba con Atlanna. Probablemente le ayudaba. Debería sentirme
impresionada, pero no lo estaba. ¿Por qué debería ir algo bien en este caso de mierda?
Me levanté de golpe, recuperé el cuchillo que había dejado caer, y envainé la afilada hoja
dentro de la cinturilla de mi falda. Arriba, confisqué un par de botas de Kyrin y múltiples pares de
calcetines. Los calcetines los usé para rellenar el interior de las botas, pero aún así, las negras botas
demostraron ser varios números más grandes que mis pies. No perdí el tiempo con pantalones o
camisas. Simplemente me eché una de sus chaquetas sobre los hombros. El grueso material cayó y
las mangas me cubrieron las manos. Eso bastaría.
Con la urgencia martilleando en mi interior, corrí fuera. Ninguna calle. Nada de tráfico. El
aire de la tarde exhalaba una cubierta helada en todas direcciones mientras una gran extensión de
árboles y tierra indómita me saludaba. ¿Cuántos kilómetros me separaban de la ciudad? No lo
sabía, ni siquiera podía ver New Chicago en el horizonte. Podría empezar a andar, con la
esperanza de que algún conductor más adelante me llevara pero… no me gustaron las
probabilidades, la espera. El tiempo se complicaba. Kyrin podría volver en cualquier momento.
Tenía que haber otra forma.
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La respuesta entró en mi visión periférica cuando me alejé unos pasos.
A mi derecha se alzaba un elegante y cuadrado garaje blanco y rojo, separado de la casa. El
mismo garaje del que había observado salir a Kyrin a toda velocidad hacía sólo una noche. Aceleré
el paso, balanceando los brazos y los copos de nieve acumulándose en mis pantorrillas.
La puerta lateral estaba cerrada, y la entrada automática era demasiado pesada para
levantarla yo sola. Rompí la ventana trasera con una piedra y trepé dentro, sabiendo que había
activado cualquier sistema de seguridad que él usara. No me importaba. El calor me envolvió
mientras estudiaba tres SUV y un todo terreno esperando ser conducidos. Esperándome a mí.
Sonreí ampliamente. Había un espacio vacío, lo que significaba que Kyrin todavía usaba el
Jag. Mientras consideraba qué hacer después, mi sonrisa se borró. No sabía hacerle un puente a un
coche. Los terrícolas usaban las huellas dactilares para poner en marcha sus vehículos. La mayor
parte de los alienígenas no tenían huellas dactilares, así que usaban el reconocimiento de voz.
Sin Kyrin… No. Espera. Lo más probable es que él hubiera programado la voz de algunos de
sus criados en el sistema en caso de que necesitara que alguien se ocupara de sus diligencias. O
habría dejado una grabación con su voz para que la usaran sus empleados.
Maldiciendo, volví corriendo a través de la nieve, castañeando los dientes y mi cuerpo
temblando. Dentro de la casa, los criados todavía estaban escondidos. Mientras los buscaba,
también busqué una grabadora. Revolví entre los armarios y cajones de la planta baja, encontrando
unas pilas y unas balas. Frunciendo el ceño, subí las escaleras hasta la habitación de Kyrin, donde
no dejé ni una esquina o hueco sin revisar.
Descubrí una boa de plumas y un sombrero vaquero de paja en su armario… pero no quise
considerar por qué tenía Kyrin aquellos artículos.
Volví abajo. Unos minutos más tarde, encontré a una joven que se ocultaba en un trastero
bajo el suelo de la cocina. Ella gritó cuando me vio. La agarré por el brazo, la levanté y la saqué.
—Ven conmigo. Pórtate bien, y no te haré daño.
Su cuerpo tembló, pero no intentó resistirse. Corrí de nuevo fuera, arrastrándola conmigo
mientras regresaba al garaje. Gracias a Dios, no había signos de la vuelta de Kyrin. Me acerqué al
SUV más alejado, el que tenía cadenas en las ruedas, pocos kilómetros y turbocompresor.
—Ábrelo —ordené a la mujer.
—A-abre —susurró ella.
No pasó nada. Golpeé el puño contra el capó con frustración.
—Dilo otra vez. En tu lengua.
—Luo —gritó ella.
La puerta saltó abierta.
El alivio me inundó.
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—Ahora ponlo en marcha.
—Pren —gritó la chica, y el motor rugió a la vida al instante.
La liberé y me deslicé dentro del coche. Mientras ella huía lejos, programé las coordenadas
de mi apartamento. La puerta del garaje se abrió automáticamente y el coche entró en movimiento.
El chirrido de los neumáticos llenó mis oídos mientras me alejaba a toda velocidad.
Agarré el teléfono del coche y dije:
—Jack Pagosa, A.I.R. —en el altavoz.
Escuché el timbre de llamada, pero no contestó. Mierda. Lo intentaría de nuevo cuando
llegara a casa. Conduje hacia el norte durante media hora, y casi había abandonado un familiar
camino cuando los rascacielos de New Chicago se elevaron frente a mí, sobre el horizonte. Una
hora más tarde, aparcaba en mi edificio y dejaba el coche a la carrera.
Con pasos acortados y frenéticos, entré en el edificio. El vestíbulo era una amplia apertura
iluminada por el sol que no dejaba nada oculto a la vista. Justo cuando daba la vuelta a una
esquina, escuché un alto y aprobador silbido. Giré rápidamente sobre mis talones. Mi vecino,
Eddie Briggs, palideció cuando comprendió a quién había piropeado.
Fue malditamente afortunado de que no le clavara el cuchillo.
—Uh, hola —dijo, subiéndose las gafas por la nariz y tratando de no mirar fijamente mi
escote… sin hacer un trabajo excesivamente bueno.
Él estaba de pie frente al ascensor. Un alto, desmadejado y joven chico de probablemente
unos veinte años, con el pelo rubio oscuro y la piel pecosa.
—Si quieres vivir, no comentes mi ropa.
Sin reducir la velocidad de mi paso, lo franqueé rápidamente. Sentí su mirada fija en mis
piernas.
—Uh, la policía ha estado buscándote —me gritó.
Paré en medio de una zancada y giré para afrontarle.
—¿Te interrogaron?
Esperé. Él no dijo nada más. Simplemente siguió mirando fijamente el vestido bajo mi
chaqueta y agité la mano frente su cara hasta que, por fin, me miró a los ojos.
—¿Qué les dijiste?
—Que no sabía nada. Que no te había visto desde hacía días.
—Hiciste bien —le dije, reanudando mi veloz caminata.
Sólo cuando alcancé mi apartamento me detuve de nuevo y maldije. Mi unidad de
identificación dactilar estaba rota. Cautelosamente, di un paso dentro de mi vestíbulo y exploré la
sala de estar. Nada parecía destrozado o fuera de lugar, pero… alguna cosa no iba bien. El aire
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pulsaba con la energía de otros. Alguien, quizás el A.I.R. o quizás no, había registrado mi casa.
Alguien que podía estar todavía aquí.
Desenvainé el cuchillo. Una exhaustiva búsqueda reveló un vacío cubo de basura y un
desaparecido contestador pero, gracias a Dios, ningún intruso.
Intenté llamar a Jack otra vez. Después de ocho toques, golpeé el receptor en la horquilla de
la cocina una vez, dos veces. ¿Dónde diablos estaba? Con dedos rígidos, telefoneé después al
hospital, sólo para ser informada de que el Doctor Hanna estaba ausente. ¿Conspiraban todos
contra mí?
Después de cerrar como mejor pude, me di una ducha rápida y me puse unos pantalones
ajustados y una camisa. Luego arrojé el ceremonioso vestido de Kyrin a una esquina. ¡Dios, me
sentía tan bien llevando mi propia ropa! Y lo mejor, me había enfundado una pyre, clips y varios
cuchillos. Coloqué el collar que Kyrin me había dado en la caja fuerte del armario, donde por lo
general guardaba mis viejas armas, sin saber aún lo que iba a hacer con él.
Agradecida de que nadie me hubiera robado el SUV, lo usé para conducir hasta el hospital.
La anticipación me invadió cuando entré en el cuarto de Dallas; la luz del sol se derramaba a través
de las persianas abiertas y brillaba sobre los blancos azulejos y las plateadas barras de la cama. Me
quedé parada, embebiendo cada detalle.
Dallas estaba apoyado sobre la cama, comiendo el almuerzo y hablando con otro agente.
Garret Harsbro, noté, un joven recluta recién salido de la academia.
Sentí una oleada de pura alegría y alivio consumiéndome. Dallas estaba vivo, sano y entero.
Su piel poseía un fuerte tinte rosado. Sus movimientos eran lentos, pero seguros. Las únicas
pruebas de su reciente roce con la muerte eran sus mejillas más hundidas y las líneas de tensión
alrededor de su boca.
Él rió entre dientes de algo que Garret dijo, el sonido un poco forzado, pero me encontré
riendo con él. Una risa auténtica. Sin inhibiciones. Él me oyó y me echó un vistazo. Tuve que
tragarme un jadeo. Sus ojos… incluso a esta distancia podía ver que no eran de un profundo
marrón como antes. Eran más claros. Casi azules. Como los de Kyrin.
—Mia —dijo, dejando caer el tenedor y devolviendo mi risa—. ¡Joder, me alegro mucho de
verte!
Me precipité a la cabecera y uní su mano a la mía.
—Bienvenido de vuelta —dije—. Bienvenido.
Él dio un débil apretón a mi mano.
—Me alegro de estar de vuelta. El Doctor Hanna dijo que debería estar muerto, pero le debo
gustar a los dioses.
Miré a Garret.
—¿Nos perdonas? —pregunté, sin importarme una mierda ser grosera.
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Necesitaba pasar un tiempo a solas con mi amigo. Mi mejor amigo.
Garret me sonrió apreciativamente, asintió, y salió del cuarto.
Cuando estuvimos solos, me volví hacia Dallas y le dije:
—¿Cómo te sientes?
—Mejor cada hora —de repente la sonrisa se borró de sus labios y me miró con
preocupación—. No te has encontrado con Jaxon por diez minutos. Algo ocurre, Mia, y tiene que
ver contigo.
No quise que él se preocupara.
—He estado fuera de alcance durante unos días, eso es todo.
Él sacudió la cabeza.
—Es más que eso, y… —hizo una pausa, como si acabara de escuchar mis palabras—. ¿Qué
significa que has estado fuera de alcance? Tú nunca estás fuera de alcance. Tu trabajo es tu vida.
—Es una larga historia y no tengo tiempo de explicártela. ¿Qué te dijo Jaxon?
—Quería saber si había hablado contigo desde que salí del coma anoche. Y, por supuesto, no
lo hice.
—¿Y?
—Bueno, es lo que no dijo lo que me desconcertó. Jack llamó a Jaxon por el móvil. Otro
cuerpo fue hallado esta mañana. No sé quién. Jaxón no me lo dijo. De todos modos, mientras Jack
hablaba, Jaxon se puso pálido. Susurró tu nombre y, al principio, pensé que tú eras el muerto. Pero
cuando se lo pregunté, dijo que había escuchado mal y que lo llamara si hablaba contigo.
Eso no sonaba bien.
—Jaxon se largó después de eso. Te llamé a tu casa y al móvil, pero no pude localizarte. Tu
unidad ni siquiera recogía mensajes.
Tratando de no revelar mi agitación, le besé en la mejilla.
—Te lo explicaré todo cuando haya hablado con Jack, ¿vale?
Él asintió de mala gana y tiró de mi mano para mantenerme a su lado otro momento más.
—Ten cuidado.
Esgrimí una sonrisa.
—Siempre.
CUANDO la comisaría apareció a la vista, mi inquietud había crecido a dimensiones
inimaginables. Sin embargo, me negaba a ser una cobarde y maniobré hasta el aparcamiento.
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Observé el edificio, el ir y venir de los agentes. Nada parecía insólito. Resignada pero todavía
insegura, me deslicé dentro del vestíbulo.
Varios agentes me saludaron con normalidad, con un rápido: “Hola” y una sonrisa. Algunos
corrieron a mi lado, dándome palmaditas en el hombro y preguntando cómo estaba. Contesté
correctamente, pero con severidad un “estoy bien” y me mantuve en movimiento. Los otros me
miraron con recelosa desconfianza y se mantuvieron a distancia.
Cuando alcancé la oficina de Jack, hice una pausa, con la mano levantada, lista para golpear.
Jamás había llamado antes, ¿por qué empezar ahora? Abrí la puerta. Jack estaba en medio de una
frase y se cortó bruscamente cuando me vio. Jaxon, Jaffee y Mandalay estaban sentados frente a su
escritorio y todos giraron para mirarme.
Jaxon saltó sobre sus pies. De un salto, cruzó la habitación y se paró a mi lado.
—¿Estás bien? —preguntó, la preocupación destilando de cada palabra.
Sonreí débilmente.
—Tan bien como puede esperarse.
—Él no… te hizo daño ¿verdad? —preguntó Jaxon suavemente.
—No. No lo hizo.
Un momento de silencio abarcó el cuarto. Un silencio tenso y pesado, poco natural.
Finalmente Jack dijo:
—¿Qué diablos haces aquí, Mia? Hemos tenido a la Policía y los agentes peinando el terreno
durante tres días. Tres malditos días, y tú apareces en mi oficina así, como si nada hubiera pasado.
No había tiempo para explicaciones.
—Sé quién mató a Steele, Jack. Y a los demás.
—Sí —dijo Jack, reclinándose en su silla y masticando antiácidos como caramelos—. Y
nosotros. Kyrin en Arr.
Abrí mi boca para pronunciar un decidido: “Te equivocas” pero Ghost y Kittie se precipitaron
dentro, interrumpiendo mis palabras. Ellos pasaron por mi lado y se detuvieron de golpe cuando
me vieron.
—Dallas me llamó al móvil —dijo Ghost, jadeando después de cada palabra—. Me dijo que
estabas de camino hacia aquí —me envolvió entre sus brazos—. Kyrin no te hizo daño, ¿verdad?
—exigió, repitiendo la pregunta de Jaxon—. Porque personalmente lo encontraré y lo mataré… si
no lo has hecho tú ya.
—Todavía está vivo —contesté—, y me gustaría que se quedara así. Él no es violento.
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—Oh, ¿no lo es, huh? —Jack masticó algunos antiácidos más—. Entonces, ¿por qué está su
ADN vocal registrado en la escena? ¿Y por qué, añadió oscuramente, están también tus huellas
dactilares?
Había algo en sus ojos, un destello que jamás había visto dirigido hacia mí antes. Ellos sabían
que había estado en la escena pero, ¿sabían algo de mis orígenes? ¿Lo sospechaban? Mi atención se
desplazó hacia Mandalay. Ella apartó los ojos a toda prisa. Después, enfoqué a Jaffee. Él tampoco
pudo afrontar mi mirada durante mucho tiempo.
Jaxon, Ghost y Kittie me observaban, cada uno de ellos con una expresión idéntica de
preocupación y temor.
Me enfrenté a Jack.
—¿A dónde quieres llegar?
—Recuerdo el día que fuiste secuestrada, Mia. Un minuto te veía teniendo una agradable
discusión con un Arcadian invasor, y al siguiente simplemente desapareciste. No tenemos noticias
tuyas durante tres días, y luego descubrimos tus huellas por todas partes en una escena del
crimen. ¿Cómo te lo explicas?
No contesté a su pregunta, pero hice una propia.
—¿Crees que soy culpable del asesinato? ¿Es eso lo que dices?
Derrotado, cayó hacia atrás en su silla.
—No —dijo firmemente—. No lo hago. Eres el mejor cazador que tengo. Sabe Dios cuántas
vidas has salvado y sabe Dios cuántas vidas alienígenas has tomado. Pero los de arriba quieren tu
sangre. Creen que eres culpable, que has ayudado a Kyrin en todo momento —soltó un suspiro—.
Quieren tu insignia.
El miedo se formó dentro de mi estómago y se abrió camino a través de mi sangre.
—Ni Kyrin ni yo asesinemos a esa gente.
—Sé que tú no estás implicada, pero ese Kyrin…
—Confía en mí. Yo…
—Confío en ti —lanzó él—. Siempre lo hago. Pero no confío en él. Y además de eso, tengo
que hacer mi trabajo. Ahora mismo tengo órdenes de tomar tu arma y tu insignia. Estás
suspendida hasta nuevo aviso, pendiente de investigación y, joder, no me discutas sobre ello. Es el
procedimiento estándar. Lo sabes. Tienes suerte de que no sea peor.
—Mantengo mi arma, Jack, y sigo en activo —dije con la mano apretando el arma en
cuestión—. Legalmente o no.
Él pestañeó hacia mí, buscando en mis ojos… ¿qué? ¿La fuerza de mi determinación?
¿Cuánto aguantaría hasta triunfar? Independientemente de lo que viera, acabó con su intención.
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—Ya sabía que te pondrías difícil —dijo, pero no hubo ningún calor en su tono—. De
acuerdo. Mantén tu arma. Te sugiero que pases el tiempo demostrando tu inocencia y trayéndome
al responsable. Pero lo juro, tú nunca has estado aquí. ¿Entendido?
—Yo no la vi —dijo Jaxon.
—¿Ver a quién? —preguntó Ghost—. Mia sigue desaparecida.
—Creo que la buscaré en el Distrito Norte —dijo Kittie—. Ya sabes lo que le gusta a esa
mujer ir de compras.
—Sal de aquí antes de que cambie de idea —ordenó Jack bruscamente.
Dios, amaba a estos hombres. Les di un abrazo rápido a todos. Cuando mis brazos
envolvieron el cuello de Ghost, él susurró:
—Si necesitas algo, me llamas. ¿Vale?
Asentí con la cabeza.
Sabía lo que tenía que hacer ahora. Incluso aunque eso me hiciera parecer mucho más
culpable.
Cuando di un paso en el pasillo, me quedé en las sombras. Había trabajado aquí tanto
tiempo, que conocía cada cuarto secreto, cada sitio dónde esconderse. El sudor perló mi cara y
manos, y mi corazón se aceleró. Lo que iba a hacer cabrearía a Jack y, tal vez, destruiría su
confianza en mí. Pero esto tenía que ser hecho.
Kyrin había dicho que yo tenía poderes, que sólo tenía que buscarlos en mi interior para
encontrarlos. Atlanna también había dicho que poseía poderes tan fuertes como los suyos. Había
sentido débiles flashes de ellos durante años, y sobre todo en los últimos dos días. Pese a todo, no
había tenido ningún control sobre ellos.
Pero tenía que intentarlo. Cerré los ojos y me concentré en llegar dentro de mi mente,
arrancando las paredes que yo había erigido allí. Una por una las piedras cayeron hasta que
despacio, muy lentamente, la estructura se desmenuzó entera. Al principio no pasó nada. Me
quedé allí de pie al borde del precipicio, suspendida en el aire, a la espera, la fuerza de todo lo que
había enterrado revolviéndose como una tempestad.
En aquel momento comprendí que había estado dormida toda mi vida y que ahora apenas
comenzaba a despertar. Con un brazo inestable, estiré una mano imaginaria. En el instante que mis
dedos penetraron la voluble niebla, la energía me inundó. Mis rodillas casi cedieron por su
intensidad. Tanto poder. Éste me consumía, me tragaba viva.
Temblé, y mis párpados se abrieron.
Enfoca, me ordené. Enfoca. Todo a mi alrededor -la gente, los insectos, el polvo- se movía
lentamente. De hecho, apenas se movían. Igual que pasó en el aparcamiento con Kyrin. Escuché el
tictac de un reloj, aunque parecía sonar cada minuto en vez de cada segundo. Las voces a mi
alrededor parecían profundas y arrastradas.
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Di un paso, luego otro, y me encontré moviéndome rápidamente, más rápido de lo que jamás
me había movido antes. Volé a través de los detectores de movimiento y a través del suelo sensible
al peso, y luego me acredité ante el escáner del pasillo de las celdas.
Tenía a Lilla cogida de la mano antes de que mi presencia fuera registrada en el ordenador.
La expresión de Lilla fue de sorpresa pero no se resistió a mí mientras la arrastraba fuera del
edificio y la metía en el coche de Kyrin.
Sólo cuando estuvimos en la carretera me permití relajarme y en el momento que lo hice,
toda la energía me abandonó y el tiempo volvió de golpe a su velocidad normal. Las cosas se
movían más despacio, las voces ya no se arrastraban. Ahora, era yo la que me arrastraba.
Una oleada de vértigo me asaltó y mi estómago dio un vuelco. Programé el coche para que
parara, me tiré fuera y vacié el contenido de mi estómago allí, a un lado del camino.
Lilla abrió la puerta de pasajeros. Creí que pensaba huir, por lo cual tendría que buscar la
energía necesaria para perseguirla, pero ella se agachó a mi lado.
—¿Cuánto hace que lo sabes? —preguntó.
Mi cabeza se sintió pesada, demasiado pesada, pero logré girarla hacia ella.
—¿Saber qué?
—Que te pareces a mí.
—Dos días.
Algo vulnerable parpadeó en sus ojos.
—¿Por qué me liberaste? —preguntó.
—Por tu hermano. Ahora contéstame a una pregunta. ¿Ayudaste a Atlanna a secuestrar a
aquella gente?
El silencio creció entre nosotras.
Posteriormente dijo:
—Sí —admitió—. Pero cuando comprendí que planeaba matarlos después de que
hubiéramos terminado con ellos, le pedía ayuda a Kyrin para detenerla. Yo sólo… quería tener un
bebé propio, y pensé que sería un maravilloso modo de conseguirlo.
Inspiré profundamente. No confiaba en esta mujer por completo, pero tenía que poner mi
vida en sus manos. No tenía otra opción.
—Busca a Kyrin, ¿vale? Tengo que cerrar los ojos.
Me ayudó a regresar al coche, y mis últimas fuerzas me abandonaron. No quería dormirme.
Quería estar despierta cuando encontráramos a Kyrin. Pero en el momento que el coche se puso en
marcha, mi mente quedó en blanco y una profunda neblina me envolvió.
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CAPÍTULO 22
JIRONES de conciencia resbalaron por mi mente, incrementándose progresivamente hasta
desvelarme. Parpadeé y abrí los ojos. Al principio, no vi nada más que una negra telaraña,
proporcionándole a mi entorno una apariencia nebulosa y confusa. Cuando enfoqué, una vista más
deliciosa que un humeante océano de café me saludó y una sonrisa jugó en las comisuras de mi
boca. Me desperecé como una feliz gatito. Kyrin estaba tumbado a mi lado, apoyado sobre los
codos.
—¡Hola! —dije con un bostezo al final de cada sílaba.
Entonces recordé lo que me había hecho, cómo me había puesto los grilletes otra vez. Perdí la
sonrisa y le di un puñetazo.
Su cabeza giró a un lado.
—Eso por intentar mantenerme prisionera de nuevo.
Mientras se frotaba la mandíbula, suspiró de forma arrepentida.
—Lo siento. Sólo pensaba en protegerte. Sabía que perseguirías a Atlanna, y no quería que lo
hicieras sola. Nunca pensé que ella vendría a ti.
Crucé los brazos sobre el pecho.
—Tienes mi solemne juramento que nunca, nunca, te retendré con el brazalete de nuevo.
Débiles rayos de luz marcaban sus rasgos, oscureciendo la aureola de inquietud a su
alrededor. Mi frente se arrugó, y fruncí el ceño.
—¿Qué hora es? —pregunté.
—Las nueve de la tarde.
—¿Cómo llegué aquí? —pregunté, luego hice una pausa—. Espera. Mis recuerdos están un
poco borrosos, pero me acuerdo de algunas cosas. Lilla condujo por mí, ¿verdad?
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—Sí, lo hizo —acarició con la punta de los dedos mi mejilla, rodearon mi oreja y luego se
introdujeron en mi pelo—. Gracias por liberar a mi hermana.
—De nada —me relajé ante su toque.
Con lenta y sensual gracia, él enrolló un oscuro mechón en su dedo y lo deslizó por su
pómulo.
—Tuve una visión sobre Atlanna. Creo... creo que morirá pronto.
—¿Muerta? ¿Cómo?
Tragué.
—Vi su cuerpo tendido sin vida en el suelo, su sangre rodeándola —un estremecimiento
sacudió mi columna—. Mis visiones nunca se equivocan.
Su voz se volvió tan suave como una lluvia de verano.
—Quizás ganemos esta guerra, después de todo.
Debería haber sentido una enorme alegría ante tal observación, pero no la sentí.
Perderme en él habría sido tan fácil. Envolver los brazos alrededor de su cuello y tirar para
que me diera un beso habría sido más fácil aún. Pero no hice ninguna de aquellas cosas. Permití
que él me consolara.
Sus dedos ahuecaron mi nuca e hizo lo que yo no me atreví. Me empujó contra el colchón y
rozó sus labios contra los míos. Tras esa promesa tan dulce, perdí toda mi animosidad y me
abandoné a su beso. Con delicadeza, muy lentamente, nuestras lenguas danzaron juntas. Su sabor
era tan puro y masculino como lo recordaba. Su olor me envolvió, evocando imágenes de noches
estrelladas, champán caro y trufas de chocolate. Con un dolorido gemido, introduje mis manos
bajo su camisa, dispuesta a darle todo lo que tenía para dar. Su piel era suave terciopelo sobre duro
acero.
Su gemido igualó el mío en intensidad, pero se apartó de mi boca. Con laboriosa respiración,
dijo:
—Lilla me contó lo que pasó. Cómo usaste tus poderes.
Tomé un inestable aliento y dejé caer los brazos a los costados.
—El A.I.R. cree que mataste a aquellos hombres. A William Steele, Sullyvan Bay e incluso a
la mujer, Rianne Harte. Están decididos a cazarte, encerrarte y ejecutarte —mi voz se endureció
con autoridad—. Quiero que abandones la ciudad.
—¿Cómo están tan seguros de que soy culpable?
—Tu ADN vocal está por toda la escena del asesinato de Bay. Y el hecho de que tuvieras
contacto con cada una de las víctimas no ayuda.
Él maldijo por lo bajo.
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—No tuve mucho tiempo de limpiar las pruebas de mi presencia la última vez. Jamás
debería haber ido, pero quería que vieras la crueldad de Atlanna por ti misma.
Sonó el timbre.
Me levanté de golpe. Supe al instante quién estaba esperando fuera, queriendo entrar en casa
de Kyrin. El A.I.R. La adrenalina bombeó por mi sangre.
—Levántate. Tenemos que irnos.
Él siguió holgazaneando sobre el colchón.
—No te preocupes, pequeño ángel —dijo mientras sus labios se rizaban—. Les enviaré de
vuelta por donde han venido.
Con las manos ancladas en mis caderas, acerqué mi cara a la suya. A sólo un suspiro de
distancia.
—No sé cómo te encontraron, pero pueden entrar en tu casa con o sin tu permiso. El hecho
de que tocaran el timbre fue sólo por respeto a mí.
Sus hombros se levantaron en un encogimiento.
—Simplemente les haré decidir no entrar.
Con un sentimiento de urgencia, le agarré del brazo y empujé para ponerle en pie.
—El control mental no es algo que puedas hacer. ¿Recuerdas?
—Tienes razón —de todos modos siguió actuando indiferentemente.
—¡Kyrin! Colabora un poco conmigo en esto.
Él me agarró de los antebrazos y niveló mi mirada.
—Lilla está aquí, Mia. Ella puede disuadir al A.I.R. de que entre.
—Oh —y así, sin más, la diversión substituyó a la aprehensión. Se me escapó una profunda y
auténtica risita—. Nunca pensé que me alegría de sus habilidades.
—Eres hermosa cuando ríes. Como una diosa del amor que hechiza a todo el que te mira.
—Suficiente —dijo una voz femenina desde la entrada—. Me estás poniendo enferma.
Tanto Kyrin como yo apartamos de mala gana la mirada el uno del otro y giramos hacia
Lilla. El sonido de motores acelerando llegó hasta nuestros oídos.
—Escucharé vuestros agradecimientos ahora —dijo fríamente—. Acabo de salvaros a los dos.
Me gustan las rosas.
—Ve a jugar a otra parte —dijo Kyrin, agitando una mano a través del aire—. Estamos
ocupados.
—No —dije—. Quédate. Tenemos trabajo que hacer. Vamos a visitar a Atlanna. Esta noche.
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Kyrin frunció el ceño.
—No tienes suficiente experiencia con tus poderes —dijo él—. No estamos preparados para
afrontarla.
—Con suficientes pyres, estaremos preparados para tres guerras intergalácticas —miré a
Lilla, quien todavía se inclinaba ociosamente contra el marco de la puerta—. ¿Podemos contar con
tu ayuda?
—Me liberaste —contestó con expresión resignada—. Te lo debo. Y un Arcadian siempre
paga sus deudas.
Casi sacudí la cabeza con sorpresa. Estos dos alienígenas a los que había juzgado tan
severamente y con los que había luchado sin cesar para destruirlos, se volvían mis más fuertes
aliados. Aquel hecho me sorprendía. Quise agradecérselo, decirles que lo sentía, y preguntarles
por qué hacían todo esto.
Kyrin suspiró.
—¿Qué quieres que haga primero?
—Ten un coche preparado —dije—. Sé dónde podemos conseguir las armas —sonreí
abiertamente—. El A.I.R. está a punto de hacer una donación anónima.
Entrar furtivamente por la puerta de atrás, subir por el hueco del ascensor y llegar al
depósito del A.I.R., me llevó poco más de una hora. Tuve que esquivar cámaras, guardias y
escáneres de identificación. No fue fácil ni divertido, pero lo hice. Metí en el bolsillo varias pyres y
dagas de las taquillas de los agentes, y cargué la mía con la última tecnología, un mecanismo
experimental del laboratorio. Salir del A.I.R. sólo requirió diez minutos. Simplemente activé la
alarma del sector doce y corrí como el demonio.
Cuando giraba una esquina, cinco agentes se acercaban, con las armas preparadas. Reconocí
a tres de ellos. Eran duros, según las directrices del A.I.R. si alguno de ellos intentaba detenerme…
sabía que no podría matar a un compañero. Así que aumenté la velocidad. Quizás estarían
demasiado ocupados para notarme, un oficial suspendido, cruzando tan alegremente y a toda
velocidad por un área restringida. ¡Sí, claro! No sabía qué ocurriría después, pero estaba preparada
para cualquier cosa. Ellos pasaron junto a mí, dirigiéndose hacia la zona de alarma, sin dirigirme
más que una cabezada de complicidad y una sonrisa sabedora.
¡Dios, amaba a esta gente!
Una vez situada en el SUV de Kyrin, donde tanto él como Lilla me esperaban, les pasé las
armas y dije:
—Hay una cosa más que necesito hacer —saqué mi unidad móvil del bolsillo trasero y llamé
a Ghost, Kittie y Jaxon a la vez. Sabía que llamarlos era lo correcto. Ellos podían entrar en sitios
que yo no podía, y tenerlos a mis espaldas me daría seguridad.
—Necesito vuestra ayuda —dije después de que cada hombre hubiera contestado.
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Ellos aceptaron sin vacilar, accediendo a mi petición. Ghost incluso dijo:
—Haré lo que pueda para ayudarte a demostrar tu inocencia.
—Gracias —dije, y realmente lo sentía. Les informé de la situación. Se lo conté todo. Lo de
Atlanna. Lo de Kyrin. Lo de Lilla—. ¿Todavía estáis conmigo? —pregunté.
Uno por uno, todos estuvieron de acuerdo.
Estos hombres jamás sabrían cuánto significaba su apoyo para mí.
—Nos encontraremos en la esquina noreste de Michigan Aveniu. En una hora.
Deslicé el teléfono en el bolsillo y empecé a atar una grabadora bajo mi pecho. Era la hora,
iba a registrar la voz de Atlanna. Cuando terminé, giré hacia Kyrin, con la espalda tiesa por la
determinación.
—Vamos a hacerlo.
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CAPÍTULO 23
VEINTICINCO minutos más tarde, me encontraba avanzando lentamente sobre colinas,
rodeando árboles, y a lo largo de helados terraplenes. Kyrin nos había descrito la disposición de la
casa, por lo que sabíamos como entrar a través del sótano.
Ghost y Lilla cerraban la fila de nuestro pequeño tren. Kittie y Jaxon estaban en medio, justo
detrás de mí, y furtivamente todos seguíamos a Kyrin. Bueno, algunos de nosotros se movían un
poco más furtivamente que otros. Al parecer, Lilla no conocía el significado de la palabra silencio.
Sus rodillas encontraron y rompieron cada ramita en el radio de un kilómetro y medio. Y había
resbalado en el hielo demasiadas veces para contarlas. No podía creer que esta patosa alienígena
fuera la misma que una vez se zafó de mí.
Cuando lleguemos a la cima de la última colina, miré hacia abajo y observé un maravilloso y
cuidado jardín que rodeaba un muro y una casa igualmente hermosa. No era una mansión como la
de Kyrin, pero estaba cerca. Tan blanca como el Éxtasis, un tejado de tejas rosas caía como las olas
de un océano.
—Ella mantiene a los hombres en el sótano —me susurró Kyrin.
—Excelente —contesté igual de silenciosamente—. Ghost y yo comprobaremos si hay
supervivientes. Si encontramos a alguno, lo traeremos aquí. Jaxon, tú busca a niños, o cualquier
indicio de niños. Cualquier cosa, agarra cualquier archivo, cualquier jodido papel que veas. Kyrin,
tú quédate aquí.
Los ojos de Kyrin se estrecharon.
—No vas a entrar dentro de esa casa sin mí.
—No estás entrenado para este tipo de misión, y necesito a alguien aquí fuera, actuando de
vigilante. Tú puedes proyectar tu voz en mi cabeza y avisarme si viene alguien.
—Entro.
—Yo tampoco estoy entrenada. No me importa esperar —se ofreció Lilla.
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Le lancé una mirada.
—Podemos necesitar tu control mental.
Ella suspiró.
—En teoría esto parecía divertido, pero ahora que estamos aquí…
—¡Eh! nena, no te preocupes. Yo te cubriré —dijo Ghost, con una insinuación en sus
palabras.
Le sonrió e incluso pasó las uñas por su brazo.
—Me gusta la idea de tu cuerpo cubriendo el mío. Eres tan oscuro.
Miré a Ghost con un fulgor de advertencia.
—Concéntrate, tío. Ya echarás un polvo más tarde.
Avergonzado, se encogió de hombros.
—Entro —repitió Kyrin.
—De acuerdo. Vamos —dije—. Sólo muévete en silencio —le advertí por último a Lilla.
Esta vez, Ghost y yo abrimos camino. Varios hombres armados, todos humanos, patrullaban
la pared exterior. Lilla distrajo sus mentes, y fuimos capaces de cruzar justo delante de sus narices.
Nunca nos vieron.
Inutilizando la alarma, condujimos a nuestro grupo dentro, utilizando la puerta del sótano
que Ghost tan expertamente había abierto para nosotros. Tres Arcadians femeninos caminaban por
un vestíbulo cercano. El control mental no era lo que necesitábamos aquí. Quería a estas
alienígenas incapacitadas.
—Aturdir —mascullé a mis hombres. Podrían estar embarazadas, por lo que no quería
matarlas. Cada hombre asintió por turnos. Pusimos nuestras pyre-armas en el nivel de aturdir y
disparemos cuando conté tres. El cuarto se iluminó por un segundo y después, una por una, las
mujeres quedaron inmóviles en el sitio, sus mentes y cuerpos atrapados.
Antes de que ninguno pudiera parpadear, una cuarta mujer salió de entre las sombras,
sorprendiéndonos. Con una expresión salvaje, apuñaló a Ghost en el muslo con un cuchillo
retractable. Él gimió, el sonido se mezcló con el chillido de la mujer mientras ésta se alejaba
corriendo. Salí tras ella y la derribé, cayendo sobre la afelpada alfombra. En el momento que
nuestros cuerpos chocaron, luchó como una tigresa enjaulada. Arañó, mordió, lanzó patadas y
zarpazos. Conseguí darle un fuerte puñetazo en la barbilla, noqueándola durante unos pocos
segundos. Aquellos segundos fue todo lo que necesité. Estabilicé mi arma y disparé. Mientras la
aturdida mujer se quedaba inmóvil, me puse en pie.
Jaxon, Ghost, y Kittie me observaban con expectación. Lilla parecía angustiada, como si fuera
la siguiente a la que atacaría, y Kyrin sacudía la cabeza con exasperación.
—¿Alguna vez podrás pasar un día sin usar tus puños? —preguntó.
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Le ignoré.
—El recreo ha terminado, niños. Seguidme.
Nos abrimos camino sin ningún otro incidente. Ghost se arrastraba en la retaguardia. Había
varías habitaciones pero sólo una estaba ocupada. Un único hombre se reclinaba sobre una suave y
decadente cama. Gruesas almohadas de seda de todos los colores lo rodeaban. Un tenue encaje
colgaba del techo, cayendo en torrente a su alrededor y cuadros no aptos para menores de
dieciocho años de parejas teniendo sexo decoraban las paredes. El hombre estaba completamente
desnudo y leía una revista. Erótico Encuentro. Sus largas y musculosas piernas consumía cada
centímetro del espacio, y su pelo negro y ojos oscuros brillaban de aburrimiento. No lo reconocí de
la cartera de desaparecidos.
Cuando me descubrió, dejó la revista a un lado con un suspiro.
—¿Cómo lo quieres? — preguntó, la resignación goteando de su voz.
—Ssshhh —silbé, explorando el cuarto para asegurarme de que estábamos solos. Una vez que
estuve satisfecha de que otros oídos no escuchaban, crucé el cuarto y me coloqué al pie de la
cama—. ¿Cómo te llamas?
—Terrence Ford.
—¿Estás aquí de buen grado? —preguntó Jaxon.
—No —contestó Ford. Mantuvo sus ojos fijos en mí—. ¿Quieres estar encima?
Detrás de mí, Kittie rió entre dientes.
—Sí, Mia. ¿Quieres estar encima?
—He venido para salvarte —dije a la víctima—. No para follar, idiota —refunfuñé por lo
bajo—. ¿Ves a este hombre? —señalé a Ghost—. Va a llevarte a un lugar seguro. —Ford se levantó
tan rápidamente, que la sábana sobre la cama cayó al suelo. Sus rodillas vacilaron, y habría caído al
suelo si Jaxon no le hubiera agarrado por los antebrazos.
—Tranquilo —dijo Jaxon.
Cubrí la desnudez del hombre con el edredón.
—Gracias —balbuceó—. Muchas gracias.
Ghost ayudó al pobre y prácticamente-jodido-hasta-la-muerte- hombre a salir de la
habitación. Noté que cojeaba, y que con cada paso su cojera empeoraba. De hecho, un rastro de
sangre lo seguía.
—Vigila a Ford y espera en el coche —le dije.
Ghost no discutió. Asintió con la cabeza, aparentando por primera vez el semblante de su
nombre.
Giré hacia Kyrin.
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—Bien. Estoy lista para enfrentarme a Atlanna. —Lista para enfrentarme a mi madre.
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CAPÍTULO 24
REVISAMOS varios dormitorios de arriba. Como los de abajo, estaban vacíos. Nos
mantuvimos en movimiento hasta que descubrimos un grupo de Arcadians reunidas justo en
medio de un vestíbulo, riéndose y hablando. El enmoquetado suelo estaba atestado de hembras,
probablemente criadoras, comprendí.
Nuestras armas ya estaban preparadas para aturdir, así que descargamos una ronda de
láseres. El azul iluminó el aire como una hoguera a medianoche, y de pronto sus cuerpos se
quedaron congelados en el tiempo, algunas de pie, otras sentadas. Unas incluso estaban con las
manos levantadas y las bocas abiertas.
Esto casi parecía demasiado fácil.
Sacudiendo la cabeza, estudié el bifurcado vestíbulo frente a mí. Dos opciones. Izquierda o
derecha.
—Lilla —dije—, quédate aquí y detén a cualquiera que venga por este camino.
Tragó y agarró su pyre-arma como si fuera un precioso diamante.
—Lo haré.
—Jaxon, Kittie. Id por la derecha. Kyrin y yo iremos por la izquierda.
Cada uno asintió con la cabeza y nos separamos.
Kyrin y yo entremos en una gran sala de estar, asegurándonos de quedar entre las sombras.
Una chimenea decoraba la pared más alejada, el único punto que no estaba cubierto de espejos. Un
negro sofá de terciopelo, franqueado por dos sillones a juego, presidía el centro.
Inspiré profundamente. Allí, en el segundo sofá, estaba sentada Atlanna. Llevaba un vestido
color lavanda muy fino, meros trozos de tela, y su pelo blanco como la nieve caía por su cuerpo en
eróticos rizos. Había un hombre sentado justo frente a ella, hablando de sus progresos con los
híbridos. No podía distinguir sus rasgos pero sabía, por su corto pelo negro, que era humano.
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Me moví poco a poco hacía ellos, apuntando con mi pyre-arma al corazón de Atlanna. Para
aturdirla. Sólo la aturdiría, pensé, apretando el gatillo. Luces azules estallaron…y luego se
disiparon. Me quedé quieta observando, con el corazón en un puño y mi boca formando una
pequeña O. ¡Mierda, mierda! Algo iba mal. Atlanna seguía completamente normal. De hecho, ni
ella ni el humano habían cesado su conversación.
Kyrin disparó una ronda propia.
Nada.
Atlanna cambió de posición y me afrontó directamente, como si hubiera sabido todo el
tiempo que estaba ahí.
—Estoy tan contenta que hayas decidido unirte a mí, Mia. Lamentablemente, tengo que
destruir tu arma. —Agitó los dedos en dirección al hombre—. Déjanos —dijo.
Obedeció al instante y desapareció detrás de una puerta de espejo. Antes de que pudiera
echarle un buen vistazo a su cara, un agudo dolor atravesó mi mano. Con un jadeo, dejé caer el
arma, y el metal se deslizó lánguidamente de mis dedos y chocó con un ruido sordo en la
alfombra. Noté que los rasgos de Kyrin también se retorcieron de dolor y dejó caer el arma.
—Mucho mejor —dijo Atlanna, y el dolor cesó.
—Nuestra batalla se terminará aquí y ahora, Atlanna —le dije, enderezándome en toda mi
estatura.
—Me decepcionas —dijo—. Creí que matarías a Kyrin y me ayudarías. En cambio, me haces
frente, niña tonta.
Un enjambre de Arcadians irrumpió en el cuarto a través de la puerta de espejo y nos
rodearon. El aire alrededor de Kyrin se espesó, y supe que estaba a punto de usar sus reflejos
ultrarrápidos. Cerré los ojos, dispuesta a hacer lo mismo y al diablo con las consecuencias. Al
instante, mis poderes saltaron libres. Cuando mis párpados se abrieron, vi a Kyrin luchar contra
tres Arcadians a la vez. Ellos se movían despacio, apenas un centímetro por segundo, mientras él
bailaba a su alrededor, golpeando y lanzando patadas.
Giré mi atención hacia Atlanna. Sus ojos estaban entrecerrados y me miraba. Dio un paso en
mi dirección, pero hasta sus movimientos estaban ralentizados. Era como si pudiera verme, pero
no pudiera obligarse a sí misma a moverse igual de rápido y algo terrible brilló en sus ojos.
Luchando mientras caminaba hacia ella, conseguí darle una rápida patada al cuello de un
hombre y un duro puñetazo en el tórax de otro. Pero la cabeza empezó a dolerme, mis músculos se
aflojaron y caminé más lentamente cuanto ella más se acercaba. Yo sabía, sabía, que Atlanna era la
fuente de mi dolor, igual que antes. Cuanto más intenso era el dolor, más energía perdía, hasta que
finalmente volví a la velocidad normal. El letargo rezumó por cada uno de mis poros.
Sonrió abiertamente.
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Antes de que pudiera reunir la fuerza necesaria para protestar, cuatro alienígenas
masculinos atraparon mis brazos y piernas. Me agarraron y usé la poca fuerza que me quedaba
para intentar liberarme. Fallé. ¿Dónde estaba Kyrin? ¿Estaba a salvo? Ya no podía verle, pero sabía
que estaba aquí, sabía que luchaba por rescatarme. Dos de mis guardias volaron hacia atrás, contra
la pared, provocando que cayera hacia delante. Antes de que otros dos fueran derribados, un
montón de ellos se reunió a mi alrededor y logró detener a Kyrin. Lentamente, su imagen apareció.
Con mi fuerza completamente mermada ahora, me retorcí contra mis captores.
—Mi gente ya ha capturado al resto de tu equipo —dijo Atlanna—. Fuiste una estúpida al
pensar que podrías ser mejor que yo. —Se colocó justo frente a mí.
—Si les haces daño, haré que tu muerte sea lo más dolorosa posible.
Acarició mi mandíbula con unas manos de uñas largas y cuidadas.
—Quiero mil más como tú. Piensa en las ganancias que ellos me reportarían. —Ansiosa por
alardear, continuó—: Durante años pensé que la respuesta estaba en la ciencia, pero todo el tiempo
la solución estaba en mí. Yo. Mi sangre, como la de Kyrin, tiene la habilidad de la curación.
Habilidad que ayuda en la creación de descendientes híbridos. Después de transferir mi sangre a
mis mujeres, fueron capaces de fecundar bebés sanos con hombres de la Tierra.
—¿Dónde están? ¿Dónde están los niños?
—Jamás te lo diré.
—Me das asco.
La furia brilló en sus ojos color lavanda.
—Azotadlo —dijo, señalando a Kyrin—. Y si luchas —le dijo a él—, castigaré a Mia. Podría
hacerlo, de todos modos. Ha demostrado ser una auténtica decepción.
Con expresión oscura y peligrosa, cabeceó. Un guardia le quitó la camisa y dejó su espalda
expuesta
—Estaré bien —me aseguró Kyrin con una tensa sonrisa.
Aquella sonrisa casi fue mi ruina. Pensaba tranquilizarme, asegurándome que todo iría bien,
aunque ambos sabíamos que no sería así.
—Kyrin es capaz de curarse rápidamente —gruñó Atlanna—, a no ser que sea azotado hasta
que no quede ni una preciosa gota de sangre en su cuerpo. O… que el látigo esté impregnado de
veneno. Como éste. Verás, el veneno ataca las propiedades curativas de su sangre, y cuanto más
trata su cuerpo en regenerarse, más lo destruye el veneno.
Una mezcla de pánico, temor, e impotencia se desplegó en mi estómago, dándome una
sacudida de energía. Me retorcí con todas mis fuerzas, liberándome durante un momento, y corrí
hacia él, pero fui atrapada de nuevo enseguida y sometida.
—Maldita sea, dejadlo en paz —grité.
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—Continua —dijo Atlanna al que manejaba el látigo.
El primer golpe laceró su espalda y Kyrin se estremeció. Entonces el siguiente y el siguiente
fueron propinados uno tras otro. El sudor goteó de sus sienes y la sangre fluyó como un río
carmesí por la espalda. De nuevo, el largo y grueso látigo restalló a través del aire. Él gimió.
—Soltadle —grité, dando patadas y tirando pero simplemente no tenía fuerzas para
liberarme—. Te mataré. ¿Me oyes? ¡Te mataré!
Los ojos de Atlanna se entrecerraron de forma amenazante.
—No, no lo harás. Tú me ayudarás a reproducirme más.
Me quedé inmóvil.
—Soy tu hija, ¿me harías eso?
—Absolutamente. Esperaba ganarme tu colaboración, pero si no me la das, la tomaré por la
fuerza. Encerradla —ordenó a los guardias que me sostenían—. Quizás algún tiempo a solas le
ayude a adaptarse a su nuevo destino.
Luché por mi vida, Lilla, mis agentes, y lo más importante, por Kyrin, mientras seis
guerreros Arcadians me arrastraban al interior de una fría y húmeda celda con un catre alineado
contra la pared más alejada como único mueble. Ninguna manta, ni aseo. Esta prisión no era para
nada como la de Ford Terrence. La suya había sido preparada para la seducción. La mía para el
castigo. Quizás la muerte.
La puerta se cerró de golpe y se escuchó echar el cerrojo. Unos rojos láseres formaron unas
barras e iluminaron la pequeña área con un misterioso brillo. Sólo ahora, sentí las cuchilladas del
terror cortar a través de mi mente. Huir. Tenía que huir. Las paredes se acercaban, más y más
rápido. La oscuridad lo envolvía todo. Oí los gritos de una mujer, y un segundo más tarde
comprendí que eran los míos. Mi garganta estaba en carne viva y me dolían las manos de aferrar
las paredes.
Ante mi sorpresa, sentí una presencia consoladora entrar en mi mente. Supe al instante que
era Kyrin quien me tendía la mano. Estaba vivo.
«Estoy aquí» dijo dentro de mi cabeza.
La paz me inundó, tan cálida y bienvenida como un abrigo en invierno. Soy una luchadora,
me recordé a mí misma. Atlanna no me derrotaría. No me quebraría. Palpé mi cuerpo. Me habían
quitado las armas atadas a mis muslos y cintura de camino hacia aquí, así que remonté mi palma
sobre el borde de mi bota, y un suspiro de alivio resbaló de mis labios. Todavía tenía un cuchillo,
pequeño, pero tan mortal como cualquier otro.
Con sólo un cuchillo, ¿cómo podía ganar esta guerra?
La respuesta vino a mí como un regalo de Dios, el cual pensaba que había olvidado.
Enderecé los hombros, la determinación funcionado por mí. Sabía lo que tenía que hacer.
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LAS horas pasaron, y todavía permanecí tranquila. Cuando sentí que mi energía había
regresado lo suficientemente, me coloqué de pie directamente frente a la puerta y el brillo de los
láseres casi me cegaron. No producían ningún calor, pero sabía que quemaría mi piel hasta el
hueso si los tocaba.
Cerré los ojos y permití que mis poderes me inundaran. Más fuerte. Más fuerte todavía. Me
saturé de ellos, y abrí los ojos de golpe. Vi el parpadeo de los láseres, comprendiendo que estos
desaparecían cada pocos segundos.
Uno, dos, conté, y luego extendí las manos para forzar la cerradura con el cuchillo. Uno, dos.
Aparté las manos, evitando apenas el destello de luces. Uno, dos. Repetí la acción muchas veces
antes de inutilizar la barrera metálica.
Sentí un destello de victoria. Esperé hasta que los láseres desaparecieran de nuevo, empujé la
gruesa puerta, y salté al pasillo. Al mismo tiempo que me estabilizaba, los láseres volvieron.
Recorrí a toda velocidad la casa en busca de Atlanna y la encontré segundos más tarde en el
cuarto de espejos. Demasiado segura de sí misma para apostar guardias, estaba estirada con los
ojos cerrados sobre el mismo sofá negro y aterciopelado que ocupaba antes. Durante unos largos
minutos, me quedé en el umbral. ¡Dios mío! Necesitaba tiempo para recuperarse. Después de
utilizar sus poderes, estaba debilitada, al igual que yo lo estuve.
Con movimientos aún acelerados, cerré silenciosamente la puerta y eché el cerrojo e hice lo
mismo con la puerta de espejo. Luego me abalance sobre ella. La golpeé con los puños,
derribándola al suelo antes de que ni siquiera hubiera tenido tiempo de abrir los ojos. Entonces
salté sobre ella y la golpeé una y otra vez. Atlanna dio patadas, puñetazos, mordiscos y arañazos,
incapaz de concentrarse lo suficiente para reunir sus poderes.
Retrocedí para golpearla, y por suerte o precisión, consiguió darme una patada en el
estómago. El aire se atascó en mis pulmones mientras era propulsada hacia atrás. Mi brazo golpeó
una mesita de mármol y habría gritado si hubiera tenido aliento. Un florero se estrelló contra el
suelo y se rompió en mil pedazos diminutos.
—¿Dónde está Kyrin? ¿Dónde están los demás? —Jadeé, esforzándome por respirar alguna
molécula de oxígeno.
—Muerto —gritó, saltando—. Muerto.
De un panel de espejo, entró un hombre precipitadamente en la cámara.
En el momento que vi sus rasgos, me olvidé de todo lo demás en la habitación. Mi boca se
abrió y cerró sin saber que decir, y fui incapaz de detener el movimiento. Dare. Mi querido
hermano estaba vivo. No Kane, como había asumido, sino Dare. Tenía el mismo aspecto de antes.
Era alto y fuerte y poseía los mismos rizos oscuros y grandes ojos azules de cuando tenía dieciocho
años. Los mismos pómulos altos y la misma nariz recta. La misma inocencia.
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Mi furia se aplacó, al igual que mi velocidad. Sacudí la cabeza, segura de que si me aclaraba
la vista, comprendería que era imposible que fuera mi hermano. Después de todo, lo había visto
muerto hacía muchos años. Ese fue mi primer error. No debería haber permitido que mi velocidad
redujera la marcha, ya que mi cansancio creció de nuevo. Luché contra ello.
—¿Dare? —dije. Mi primer instinto fue correr hacia él y abrazarle como había hecho de niña
pero las palabras de Atlanna me detuvieron. Mi segundo error.
—Así es —dijo—. Mi sangre lo salvó y a cambio tengo su devoción.
¿Devoción? Mis ojos se estrecharon. No, lo controlaba con la mente. Su cara estaba en blanco.
Impasible. El mismo aspecto que Isabel había tenido cuando le disparó a Dallas. Atlanna también
la había controlado, comprendí. Los pecados de la mujer aumentaban a cada minuto que pasaba.
Dare no me echó ni un vistazo, pero miró a Atlanna.
—¿Estás herida? —le preguntó.
Incluso su voz era la misma. Familiar, sólo ligeramente diferente a la cariñosa voz que
recordaba de hacía catorce años.
—Nunca. —Atlanna se limpió un pequeño hilo de sangre del labio. La herida ya se cerraba.
Dare miró finalmente en mi dirección. Ni una chispa de felicidad tocó sus ojos. Me quedé
congela, preguntándome que hacer, que decir.
—¿La azoto? —le preguntó a Atlanna.
Observé el látigo de tres colas cubiertos de sangre en el borde del sofá y, sin pensármelo, me
lancé a por él. Sabía lo que tenía que hacer.
—No —gritó Dare, percibiendo mi intención.
Antes de que él pudiera reaccionar, estaba sobre mis pies y avanzaba. Lo aparté de golpe y
barrí con una patada los tobillos de Atlanna. Todo en un movimiento. Ella tropezó y cayó al suelo,
boca abajo. Mientras gritaba e intentaba alejarse lentamente de mí, reuní cada onza de fuerza en mi
interior y la azoté hasta que la tela de su vestido se rasgó, hasta que su sangre fluyó a su
alrededor…hasta que Dare me agarró el brazo y me obligó a soltar el látigo.
Jadeando, parpadeé y miré al suelo. Su cuerpo estaba desplomado en la inconsciencia. La
repugnancia por Atlanna, por mí misma, me inundó. Apenas había encontrado a mi madre, a mi
hermano, y los había perdido a ambos. Tragué un nudo en la garganta. Mis manos temblaron y
apreté lo labios.
Dejando caer el látigo, Dare cayó de rodillas frente a ella.
—¿Qué has hecho? —dijo quebradamente—. El látigo estaba impregnado con Erolan. Incluso
Atlanna no puede resistir tal veneno.
No le contesté. La guerra había acabado. Excepto por los niños desaparecidos, el caso estaba
cerrado. Había cumplido con mi deber, igual que hacía siempre. ¿Por qué no me sentía victoriosa?
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Dare se levantó y me fulminó con la mirada, pero no dijo ni una palabra. Simplemente
agarró a Atlanna en brazos y salió de la habitación silenciosamente. Le dejé marchar. Ella estaba
muerta, ya no era una amenaza, y no podía obligarme a mí misma a hacer más. Esperaba que, en
los próximos días, la mente de Dare se despejara de su monstruosa influencia, y regresara a mí.
Ahora mismo, tenía que encontrar a mis amigos. Con mi fuerza agotándose lentamente, salí
del cuarto. Sólo dos guardias fueron lo bastante estúpidos para intentar detenerme. A causa de la
pérdida de energía, uno pudo herirme con un cuchillo del esternón al ombligo. Cuando ambos
estuvieron inconscientes con ayuda de una llave al cuello, luché contra el dolor y taponé el flujo de
sangre con un trozo del vestido de una de las mujeres. Tropecé por el resto de la casa y encontré a
Jaxon y Kittie dentro de una celda. Inutilicé los láseres y Jaxon fue capaz de abrir la cerradura.
Se precipitaron a través de la puerta para luego hacer un alto cuando vieron mi camisa
empapada de sangre.
—¿Estás bien? —preguntó Jaxon.
—Estoy bien —pude decir—. Es la sangre de otros —mentí—. Ayudadme a encontrar a Lilla
y Kyrin.
Diez minutos más tarde, Kittie me llamó.
—Están aquí. Ellos están en aquí.
Mis pasos fueron lentos, pero caminé hacia el interior de un dormitorio. Lilla estaba de pie
frente a una gran y desnuda cama, observando un cuerpo inmóvil. Giró lentamente y me afrontó.
Las lágrimas resbalaban por sus mejillas.
—Se muere —susurró quebradamente—. Kyrin se muere.
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CAPÍTULO 25
JAXON y Kittie arrastraron a Kyrin hasta el vehículo donde Ghost y Ford Terrence nos
esperaban. Ghost tenía el muslo vendado con un pañuelo y yo sabía que se pondría bien. Pero
Kyrin… luché por permanecer tranquila. Deseaba a este hombre, a este alienígena, quizás hasta lo
amaba. Pero había sido herido de gravedad y podría no sobrevivir.
—Pedí refuerzos y asistencia médica —admitió Ghost débilmente—. Estarán aquí de un
momento a otro. Le conté a Jack toda la historia. —Su mirada se fijó en mi estómago—. ¿Mia?
¿Estás bien?
—Estoy bien —dije. Los árboles y el cielo flotaron ante mis propios ojos. Caras preocupadas
aparecían y desaparecían y sus voces parecían llegar incluso de más lejos. Durante un breve
momento, unas luces y sirenas penetraron en mis sentidos.
Me derrumbé.
NO recuerdo el camino hasta el hospital. Sólo sé que cuando abrí los ojos, había perdido la
ropa, y varios doctores estaban de pie sobre mí, examinando mi abdomen.
—Se pondrá bien —dijo uno de ellos.
—Duele como el infierno —dije, con mi voz áspera.
Sonrió sinceramente, provocando que su bigote se estirara en las esquinas.
—Comprensible. Pero usted se cura más rápidamente de lo que jamás he visto.
En menos de una hora, me habían cosido. Rechacé la medicación contra el dolor. Necesitaba
tener la mente despejada.
—Llevadme a ver a Kyrin —dije. Tenía que verle, tenía que saber cómo estaba.
Los doctores y enfermeras no me hicieron caso.
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Me negué a ser ignorada. Grité maldiciones a pleno pulmón hasta que una de las enfermeras
corrió a por un calmante. Antes de que ella volviera, Jaxon entró precipitadamente en el cuarto.
Dallas le seguía, su avance dificultado por un bastón. Sus todavía ojos azules provocó que me
callara. Si alguien más lo había notado, ninguno me lo mencionó.
—¿Va todo bien? —demandó Jaxon, con el arma preparada.
—¡Diablos, no! —dije—. ¿Dónde está Kyrin?
—¿De eso trata toda esta conmoción? Está aquí —contestó, guardando el arma en su sitio.
—¿Está vivo? —Tanteé, apretando las manos y con el estómago revuelto.
—Sí —contestó evasivamente.
Todo dentro de mí se relajó, contenta. No pude menos que sonreír.
—Llevadme con él —dije—. Por favor.
Inspiró profundamente, apartando la mirada.
—Quizás…
—Por favor, Jaxon, Dallas. Os lo suplico.
Jaxon le echó un vistazo a Dallas y Dallas me echó un vistazo a mí, con aquellas líneas de
tensión todavía firmemente grabadas alrededor de su boca.
—Te alegrará saber que Ghost se recupera favorablemente —dijo.
Muy bien. Si no querían llevarme, iría yo misma. Con mi herida chillando en protesta, me
arranqué el gotero del brazo, me arrastré fuera de la cama y me dejé caer en la cercana silla de
ruedas.
—Obstinada como siempre —dijo Dallas—. Échale una mano Jaxon, antes de que se mate.
Con un suspiro, Jaxon agarró las manillas de la silla y me condujo hacia el cuarto de Kyrin.
Dallas caminaba con dificultad a nuestro lado.
Jaxon dijo:
—Maldición, me alegro de que esto haya terminado.
—Yo también —susurré—. Yo también.
Con el temor y la esperanza mezclándose en mi interior, entremos en la habitación de Kyrin.
Echando una ojeada alrededor, noté que Kyrin era el único paciente. Reposaba boca abajo en la
cama, la cabeza ladeada hacia la puerta, hacia mí, y tenía los ojos cerrados. Lilla estaba a su lado,
vigilándole, igual que había hecho en casa de Atlanna.
Una lágrima, una jodida lágrima, resbaló por mi mejilla. Yo no había llorado desde hacía
tanto tiempo, que una sola gota escoció mi conducto lagrimal. ¡Dios, se sentía tan bien verle vivo!
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Creía que todas mis lágrimas se habían secado, pero ahora, al verle a él, fui incapaz de detener el
torrente de emoción que me inundó. Alivio. Mucho alivio. Felicidad. Tantísima felicidad.
—Hay algo que deberías saber, Mia —dijo Jaxon.
—No lo hagas —dijo Dallas, cortándole—. Aún no.
Lilla dijo suavemente:
—Tiene derecho a saberlo. Se muere, Mia. Kyrin se muere.
Mi alegría se marchitó al instante, pero no mostré ninguna reacción externa ante sus
palabras. No la creí. No la creería. Este hombre, mi hombre, no iba a morir. No le dejaría. Me
levanté lentamente de la silla de ruedas y anduve con dificultad hasta su cama.
—Dejadnos —dije a los hombres, sin echar ni un vistazo hacia atrás.
Dallas acarició mi hombro y luego salió cojeando del cuarto con Jaxon a su lado. Cerraron la
puerta tras ellos. Mis lágrimas saltaron libres por fin.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Lilla—. No puedo vivir en este mundo sin él.
—No va a morir —dije a través de los dientes apretados, mirándolo fijamente. Su piel era
pálida, las mejillas estaban hundidas y había sombras azules bajo sus ojos.
—Míralo, Mia. ¿Cómo puede sobrevivir? —Lilla acarició cariñosamente su frente con los
dedos—. Cuando éramos niños, era él quien me cuidaba. Me enseñó a usar mis poderes. Su amor
siempre me dio fuerzas.
—Yo una vez tuve el mismo tipo de relación con mi hermano —dije—. Su nombre es Dare, y
me amó cuando nadie más lo hacía. Jugó al escondite conmigo y me rescató cuando mi padre se
volvió abusivo. Cuando Dare murió, quise morir con él. Y ahora descubro que está vivo, pero es
como si yo estuviera muerta para él.
Mis lágrimas salpicaron la barbilla de Kyrin y luego gotearon por su cuello. Enterré mi cara
en mis manos y lloré por todo lo que había perdido. Y todo lo que podría perder.
—Por favor no te mueras, Kyrin. No te mueras.
DOS días pasaron, sintiéndose más bien como dos años. A cada segundo que me volvía más
fuerte, Kyrin se debilitaba. Había regresado a la casa de Atlanna, en busca de cualquier pista de
dónde podían estar los niños híbridos, pero habían saqueado la casa y se lo habían llevado todo. Si
habían sido los subalternos de Atlanna, el A.I.R., o algún otro agente del gobierno, todavía no lo
sabía. Pero planeaba averiguarlo en cuanto el caos de mi vida se estabilizara.
Lilla y yo continuamos hablando la una con la otra. Irónicamente, me encontré cómoda
compartiendo mis sentimientos con ella, sentimientos que sólo ahora comenzaba a entender. Ella
compartió sus propios sentimientos conmigo, formando algún tipo provisional de amistad.
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Yo no podía aceptar la próxima muerte de Kyrin. Tenía que luchar por él, pero no sabía
cómo. La impotencia me invadió mientras apartaba la vista de su pálida piel y su consumido
cuerpo.
—Le amo —le dije a Lilla. Cada una de nosotras ocupaba un asiento al lado de su cama de
hospital—. Ha iluminado mi vida. Soy diferente cuando él está a mi alrededor. Con él soy… una
mujer, no una cazadora.
Ella suspiró.
—Desearía que hubiera algo que pudiéramos hacer. Pero el veneno lo destruye lentamente.
Le hice la misma pregunta que le había hecho miles de veces antes.
—¿No hay ningún antídoto?
—No —contestó apenada, la misma respuesta que me había dado cada vez.
AL día siguiente, no había dormido bien, y mi cerebro parecía que se había tomado un año
sabático. Me senté al lado de la cama de Kyrin, pensando en echarme una siesta rápida. Si
simplemente él tuviera una corriente de sangre humana, pensé fatigosamente. Entonces me
enderecé. Mierda. ¡Mierda! La esperanza prendió en mi interior y estalló como un reguero de
pólvora. ¡Eso era! Esa era la respuesta.
Como Atlanna había dicho, el veneno atacaba y destruía las propiedades curativas de su
sangre. ¿Y si la mitad de su sangre era substituida por sangre humana?
Arriesgado, pensé. Sumamente peligroso… Pero moriría si no intentábamos algo.
Le expliqué mi idea al especialista responsable del cuidado de Kyrin, y al principio la
rechazó. Pero con un poco de persuasión en forma de amenazas físicas, decidió probar mi teoría.
Usó una muestra de sangre de Kyrin y otra humana, y las estudió a ambas bajo el microscopio.
—¡Dios mío! —dijo con incredulidad—. Esto podría funcionar.
Fue todo el estímulo que necesité. No podía pedírselo a Dallas; él ahora tenía el mismo tipo
sanguíneo que Kyrin. Así que llamé a Jaxon por el móvil, porque fue el primero que me vino a la
cabeza, y le expliqué lo que necesitaba.
—Querida —dijo Jaxon—, por ti, cualquier cosa.
—Gracias —dije—. Gracias.
—Estaré allí en quince minutos.
Ya que Jaxon y Kyrin eran de especies diferentes, las pruebas de compatibilidad sanguínea
eran innecesarias. Ya sabíamos que no serían positivas. Los doctores drenaron toda la sangre de
Kyrin que se atrevieron, y luego lo conectaron a Jaxon por un tubo. Observé el flujo carmesí pasar
de Jaxon a Kyrin. ¿Funcionaría? Mis ojos se agrandaron mientras el color de Kyrin volvía
lentamente. Entonces… su corazón se paró en el monitor.
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Una voz que no reconocí soltó:
—Código azul. Habitación cuatro-uno-nueve.
—Rechaza la sangre —dijo alguien. Más doctores y enfermeras se precipitaron dentro. Un
hombre golpeó el pecho de Kyrin, mientras otro envolvía sus piernas con una manta térmica. No,
grité silenciosamente. ¡No!
—Lo siento, pero tengo que pedirle que se marche —me dijo una enfermera, intentando
conducirme a la sala de espera.
—Puedes pedir lo que quieras —gruñí—. Pero me quedo.
Me dejó sola después de eso, y permanecí exactamente donde estaba, observando a Kyrin a
través de unos ojos llenos de horror. Esta era su última oportunidad. Su única oportunidad. Si no
funcionaba…
El monitor emitió un pitido. Y luego otro, y otro, y otro, estabilizándose por fin.
Alguien se rió.
—Se pondrá bien.
Caí de rodillas en un aliviado montón y me cubrí la boca con manos inestables,
amortiguando mi grito de felicidad. Iba a recuperarse. Lo sabía. Lo sentía. Kyrin iba a vivir.
Cuando recobró el conocimiento al día siguiente, el alivio y la felicidad me consumieron.
Los ojos de Kyrin estaban febriles, pero logró agarrar mi mano.
—Lo lograste —dijo, como si todavía estuviéramos en casa de Atlanna y no hubiera pasado
ni un día desde entonces—. La derrotaste. Algo que nadie había hecho nunca. Sé que era tu madre,
pero…
Mis dedos se apretaron contras sus labios, deteniendo sus palabras.
—Lo único que me importa eres tú...
Levanté mi mano, y él me ofreció una suave sonrisa.
—Viviré, Mia. Viviré y pasaré el resto de mi vida amándote.
—Será mejor que lo hagas —dije, limpiándome las lágrimas—. O te mataré.
Rió entre dientes. Nuestras palmas se encontraron, y nos sostuvimos el uno al otro, sabiendo
que jamás nos dejaríamos ir.
EL día que Kyrin fue dado de alta en el hospital, sano y entero, fue el mismo día que él y Lilla
fueron exonerados de todos los cargos. Sonriendo, parece que no podía dejar de hacerlo
últimamente, conduje hasta su casa. Pensé en darle un tiempo a solas, para que se recuperara, pero
él me cogió de la mano y me arrastró dentro.
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—Hay algo que quiero mostrarte —dijo.
—Por favor no me digas que tiene que ver con una boa y un sombrero vaquero.
Soltó una risita.
—Nada de eso, te lo prometo. —Me metió en su oficina y colocó un kalandra en mi mano. Su
kalandra—. Mira —dijo.
Frunciendo el ceño, eché un vistazo y jadeé. Dentro del medallón había una imagen de mí
abrazada a Kyrin. Parpadeé y lo miré.
—No entiendo.
—Te dije que cada collar contiene un legado para su dueño. Tú siempre fuiste mi destino,
Mia. Siempre. —Con esto, me envolvió con sus brazos—. Lo supe en el momento que te vi. Tú eres
una poderosa y dominante híbrida, y seguramente nuestro tiempo juntos será interesante.
Lo empujé contra el sofá.
—Será mejor que lo creas. —Tenía el presentimiento que nuestra aventura acababa sólo de
empezar.
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